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Cuaderno de FILOSOFÍA Y CIENCIAS HUMANAS Nº 19.— Octubre 2003 - Enero 2004 La Academia y la guerra El eje del mal 3 J

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FILOSOFÍA Y CIENCIAS HUMANAS Nº 19.— Octubre 2003 - Enero 2004 La Academia y la guerra El eje del mal

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Jacobo Muñoz Veiga

Dolor y guerra. Las mujeres.

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Montserrat Galcerán

Perplejidades sobre el arte de la guerra

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Ángeles Jiménez Perona

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio

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Jorge Felipe García Fernández

De la distinción entre el aficionado (filosofía mundana), el profesional (filosofía “académica”) y el filósofo (Filosofía): una discriminación tipológica indispensable para el debate sobre Educación, Universidad y Mercado de Cuaderno de Materiales. 30 Simón Royo Hernández

Tiempo, angustia y creación

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Ignacio Fernández de Terán

La ruptura posmoderna de la historia y la realidad Francisco Rosa Novalbos

www.filosofia.net/materiales

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Cuaderno de MATERIALES, nº 19

Editorial Dirección y edición: Isidro Jiménez Gómez, Francisco Rosa Novalbos, Jorge Felipe García Fernández. Consejo de redacción: Mª José Callejo Hernanz, Juan Bautista Fuentes, Virginia López Domínguez, Antonio M. López Molina, Antonio Benítez López.

Publicación de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

Versión electrónica: www.filosofia.net/materiales [email protected]

Cuaderno de MATERIALES Madrid, octubre de 2003 enero de 2004. ISSN: 1139-4382 Dep. Legal: M-15313-98

Ante lo que ocurre, lo que lleva ocurriendo durante años, ante el creciente envilecimiento de las relaciones internacionales, sociales, ante estas y otras muchas cosas, nos vemos tentados... a emplear un condicional al parecer tan impotente como cansado: ‘esto no debería ser así, esto podría ser de otro modo’. Vana forma de exorcizar los demonios de la historia. Cuesta decir el cinismo con que se ha llevado a cabo la guerra. Las palabras se detienen, huyen, nos faltan; o, espoleadas por la rabia, se agolpan, se empujan, se atropellan queriendo salir. Cuesta decir estos días difíciles; si bien el lenguaje con que esta campaña reaccionaria e imperial se legitima es tan burdamente maniqueo, tan elemental e infantil, que pareciera que con sólo invertirlo, con sólo darle la vuelta como a un guante, tendríamos ante nosotros las verdaderas intenciones que enmascaran sus voceros. No es posible, en todo caso, apresar tanta ignominia y tanto sufrimiento, tanta..., tanto... Nunca estuvo tan cercano el horizonte distópico que mostró George Orwell en 1984. ‘Libertad Duradera’, ‘Justicia Infinita’... El neolenguaje, el doblepensamiento, el ‘borrado’ de los cuerpos y la memoria. La guerra es la paz. La libertad es la esclavitud. La ignorancia es la fuerza. ‘Operación Libertad Iraquí’... Liberados los vivos no se sabe muy bien de qué y por qué; liberados los muertos sin duda de la ‘esclavitud’ de tener un cuerpo, liberados algunos supervivientes... en parte. Cuesta decir la hipocresía, tal vez el único frágil hilo del que pende la civilización. Si bien, a qué engañarse, ya leímos entre otros a Walter Benjamin y sabemos que la relación entre aquélla y la barbarie no es precisamente la disyuntiva. Ante la movilización total de un incontenible Moloch tecnológico y militar, la despolitización de unas poblaciones en que, para colmo, las decisiones que realmente las atañen son tomadas en lugares en los que tienen el acceso vetado; ante la exponenciación del más bajo nihilismo en todas las dimensiones de la vida, la creciente precariedad, inseguridad, incertidumbre; ante la imposibilidad de atrapar una causa que jamás está donde el efecto nos golpea... ¿qué hacer? Si la circunstancia actual, en la que está en juego la totalidad, no es sentida por los más de modo inquietante, es debido, sin duda, a la industria de la prótesis, la ortopedia y el maquillaje. Como dijera Jünger, hemos pasado el punto cero, la ‘zona cero’. Mientras tanto decimos, hacemos y pensamos, escribimos, publicamos, hacemos público nuestro lamento y nuestro pensamiento; no se trata sólo de dolernos, sino de entender el origen, las causas, la articulación, la anatomía del dolor. Este número de Cuaderno de Materiales recoge, en primer lugar, las ponencias que, como ocurriera tiempo atrás [Cuaderno de Materiales, núm. 17] con el ‘asunto LOU’, fueron leídas y debatidas en el Paraninfo de nuestra Facultad con motivo de unas Jornadas –en este caso, como es obvio, contra la guerra– organizadas por la Asamblea de Filosofía y Filología. Tales jornadas tuvieron su continuidad, con profesores de ésta y otras Facultades, en una Plaza Mayor convertida, por unos instantes, en verdadero ágora. Acompañan a estas ponencias dos artículos que tematizan los estudios de filosofía; el primero se ocupa de acotar la circunstancia política y económica en que tienen lugar las actuales reformas de la educación superior y, por tanto, del lugar que debe ocupar una Facultad de Filosofía en tal circunstancia; en el segundo de ellos asistimos a una disquisición que podríamos denominar algo así como ‘de lo conveniente e inconveniente de los estudios académicos de Filosofía para el filosofar’. Continuamos con unas reflexiones sobre la creación y la libertad, ese milagroso resquicio, diríamos, esa suspensión de las leyes de la naturaleza y de la historia (natural), esa posibilidad de invertir el movimiento del ‘ensordecedor’ núcleo recurrente o ‘matriz’ que se oculta, de un modo u otro, en todos los artículos que conforman la revista, a través de ese muy otro ‘primer movimiento’. Terminaremos este número con una reseña acerca del libro de Vicente Verdú, titulado El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción, en el cual se nos ofrecen ciertas claves para entender algunos de los temas comentados, como el de la industria de la prótesis y el maquillaje o el neolenguaje.

El eje del mal

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El eje del mal Jacobo Muñoz Veiga* No es mi intención dar una charla académica más. Y, en cualquier caso, espero que luego haya un coloquio en el que intervengan el mayor número posible de personas, entre otras razones porque creo que en esta facultad sobran monólogos y faltan diálogo y confrontación, que no dejan de ser inherentes a la filosofía o incluso constitutivos de ella.

esa “justicia infinita”, cuando libertad, la “libertad duradera”, en nombre de la que se anuncia la liberación de un pueblo al que se invade, etc., unido al doble rasero al que venimos asistiendo, si algo exige es repensar el vocabulario político y moral o, al menos, por elemental vergüenza, no seguir utilizándolo.

Voy a intentar simplemente tomarle un poco el pulso a lo que está pasando, y no entraré en cuestiones que serían muy interesantes, como, por ejemplo la de hasta qué punto podría resultarnos hoy útil el pensamiento filosófico clásico sobre la guerra y la paz, como el kantiano, del que nos hemos ocupado este año en un seminario al que han asistido algunos de los presentes, y en el que vimos cómo Kant a la velocidad con la que suele superar todas las cosas, incluso las suyas propias, superó el concepto de guerra justa que ha vuelto a salir estos días en los debates sobre si estamos ante una guerra justa o injusta, etc. No voy a seguir por este camino porque entiendo, además, que el concepto actualmente vigente, o la realidad hoy vigente, que es la de la guerra total ha dejado bastante obsoletas las viejas reflexiones. De modo que lo que aquí está en juego no es ya si esto es una “guerra justa” o no.

Sentado esto, voy a partir de la constatación de un hecho obvio que está en el aire y es la de que el impaciente César que hoy gobierna el mundo, y que conste que no estoy pensando en los grandes césares romanos, como esos césares al modo de Adriano, capaces de escoger como lemas de su reinado el Humanitas Libertas Dignitas, etc., sino más bien en césares tipo Nerón y Calígula, ese César que hoy gobierna el mundo, ese impaciente Calígula que hoy dicta al mundo la nueva ley que es la ley del más fuerte, como estamos viendo, ha decidido por fin dejar de jugar al gato y al ratón con las Naciones Unidas y una vez divididos los europeos ha puesto en marcha una invasión de Irak, que, como resulta evidente y, además, nadie ignora, estaba programada, y cuidadosamente programada, hace ya mucho tiempo.

No sólo la guerra total, sino que es precisamente el hecho de que hoy estemos en una situación de verdadera excepcionalidad, y la correspondiente categoría política, lo que podría hoy ayudarnos mejor a entender lo que está ocurriendo. Tampoco, pues, las clásicas de pacto, contrato, limitación, autolimitación, etc., que descansaban en una situación geopolítica de balanza de poder diseñada a partir de la Paz de Westfalia, rota en algunas guerras pero recompuesta finalmente en Yalta y Teherán con los correspondientes tratados y que la caída del Muro ya dejó totalmente en ruinas. Hoy no hay balanza de poder porque ¿entre quiénes podría haber un equilibrio de poder? Hoy sólo hay un único poder. Tendríamos, pues, que operar con la categoría de excepcionalidad, y, también, con la de guerra total. Esto nos llevaría muy lejos, lo dejo simplemente apuntado y señalaré que paradójicamente tendremos que empezar a pensar con tratadistas que tuvieron suma importancia como legitimadores de otro orden excepcional, valga la paradoja, en otro momento histórico; un orden geopolíticamente más limitado del que hoy recubre la excepcionalidad que es la totalidad del mundo. Me refiero a Carl Schmitt y a la teorización de la excepcionalidad a propósito y en el marco del Tercer Reich. Es evidente también que nuestro vocabulario político y moral está quedando anticuado porque, claro, seguir hablando de justicia, de libertad, de paz, etc., cuando paz quiere decir guerra, justicia quiere decir lo que quiere decir (*) Jacobo Muñoz Veiga es profesor de la Facultad de Filosofía UCM. Transcripción: Marta García Muñoz.

Así pues el culebrón montado para quebrar las últimas resistencias religiosas, morales y jurídicas a este siniestro proyecto, una resistencia que el César no ha conseguido quebrar con la rapidez prevista, siendo esto, por otra parte el único aspecto positivo de todo lo que está pasando, ha terminado. Y ha terminado como todos pensábamos. Pronto iremos viendo a qué manos pasan – unas manos que, evidentemente, serán eso que Raimon llamaba Las manos limpias que mandan matar, puesto que las manos que matan materialmente son las manos sucias que, en algún sentido no dejan de ser inocentes–, el control absoluto de los recursos petrolíferos de la zona, que es lo verdaderamente decisivo en este punto, como todos sabemos y muchos callan. Y a qué precio. Pronto veremos, sí, a qué terrible precio. Ya lo estamos viendo, como veremos también con qué beneficios para los procónsules del César. De beneficios oficialmente se habla poco. Se habla de paz, que es la guerra, se habla de liberación, que es masacre, etc.; alguna vez, de todos modos, se escapa el término beneficios. Recordad la reciente visita del hermano de César en la que de una forma tan ultrajante como miserable, señaló con ese guiño obsceno como de banqueros que debaten cómo se van a repartir el botín (y nunca mejor dicho) habló, decía, de los sustanciosos beneficios que van a haber también para España, lo recordáis ¿no? Y no sólo eso, sino que además, y resulta muy difícil recordar algo parecido, la patética señora Ana Palacio se permitió decir, en plena protesta popular, que el impulso, la denuncia moral de los españoles, estaba bajando de tono porque subía la bolsa y caía el precio del petróleo. Claro, yo no voy a sacar conclusiones morales de esto, que serían muy obvias. Me limitaré, pues, a preguntarme, como se han preguntado mu-

4 chos, cómo se puede llegar a ese nivel, sobre todo cuando se tienen responsabilidades y hay tantas vidas en juego. En cualquier caso, nuestro deber es seguir protestando y denunciando –aunque no vayamos a parar la guerra– porque esto terminará con la destrucción de las estructuras básicas de este país y luego con las rentabilísimas reconstrucciones ya adjudicadas a empresas del entorno financiero y político de la familia del César. Y de sus procónsules. De momento, pues, saquemos al menos algunas conclusiones relativas, por ejemplo, a ese eje del mal al que con retórica puritana y gesto de cuatrero se ha referido tantas veces el César en los últimos tiempos. Apeada Corea del Norte por lo menos de momento, apeado Irán y apeada Siria –aunque todo llegará– de la lista de enemigos a batir de inmediato y a cualquier precio en nombre de la libertad duradera y de la justicia infinita, parece que el mal tiene un solo rostro, Sadam Hussein. Me temo que es demasiado honor para un dictador tan vulgar, execrable, mediocre y molesto; por lo demás, un típico caudillo árabe no menos despótico que cualquiera de sus vecinos de la zona; y me temo que incluso menos despótico que algunos dictadores alentados, mantenidos y promovidos, con rara tenacidad, por Estados Unidos, sobre todo en América latina. En cualquier caso, desde luego, demasiado honor; sobre todo si pensamos en lo implausible de ese ataque al “mundo libre”, como se decía antes, con armas de destrucción masiva que los propagandistas del César juzgaban inminente, así como en la peregrina tesis de que el tiempo se acaba, justificando esa urgencia, esa prisa por empezar ya la destrucción, en la que tanto ha destacado la señora Palacio, o en lo ridículo –un verdadero asalto a la inteligencia de los súbditos del imperio– de la fábula de la alianza entre el líder iraquí, tan alentado ayer en sus hazañas bélicas por los Estados Unidos, y el fantasmagórico Bin Laden. Por lo tanto habrá que repartir algo más el mal en nuestro conturbado mundo. Ya sé que mal y bien son términos problemáticos y como estamos entre filósofos recordaré que Spinoza, por ejemplo, decía que bien y mal son fundamentalmente relativos a nuestros modos subjetivos de hablar. Yo creo, de todos modos, que, como el mismo Spinoza decía, a falta de términos mejores podemos seguirlos utilizando, en el bien entendido de que son construcciones sociales que adquieren cierto espesor semántico y de los que se diría que, a pesar de todo, no dejan de tener algún fundamento in re, como diría un escolástico. Si viviéramos en un mundo completamente homogéneo, sin fisuras, posiblemente todos estaríamos de acuerdo en lo que es bueno y malo, es decir en nuestras valoraciones al respecto. Ese no es el caso y por lo tanto hay construcciones distintas. El César ha hecho una y, yo modestamente, pensando que no soy yo sino un nosotros tentativo, voy a proponer otra, y en orden a esa otra construcción me voy a permitir repasar un poco ese eje del mal, ese otro eje alternativo del mal por el que creo que pasa un número abrumador de figuras oscuras e inquietantes bien conocidas de todos, pero que tal vez no esté de más repetir. Por el eje del mal entiendo que pasa hoy, en primer lugar, y sobre todo, el hecho terrible de que unas circunstancias excepcionales marcadas por los execrables, crueles

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 y desde luego aún no convincentemente explicados ataques contra las Torres Gemelas hayan conferido al César, como herencia además de toda una situación geopolítica, a la que me he referido antes al hablar de excepcionalidad, un cheque en blanco, no sólo para ordenar la persecución de delitos sin garantías ni procesos para los presuntos implicados detenidos, sino para conferir una licencia para matar que convierte al propio aparato del estado en productor de técnicas terroristas, y para presentar su agresión al pueblo iraquí, hoy, y ayer, a un Afganistán al que se dijo tener que bombardear para capturar a un cada vez más enigmático e inapresable Bin Laden –puesto que ya parece que debamos irnos preguntando si realmente existe o no–, para presentar esta agresión, repito, como un acto, además, cuyo objeto central sería la liberación, bien del pueblo iraquí, bien del afgano. Por ahora. O sea, una agresión unilateralmente decidida con el apoyo de los señores Blair y Aznar y sin el de las Naciones Unidas, en nombre de la autodefensa y la seguridad del mundo entero; en nombre de la libertad duradera, claro es, de la justicia infinita, faltaría más, y de la democracia y los derechos humanos. Por ahí pasa desde luego el eje del mal. Pero detengámonos un momento en la cuestión de los derechos humanos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue elaborada inicialmente a instancias de los Estados Unidos –oh paradoja– y se firmó en 1948 como parte de la Carta de las Naciones Unidas. Desde un principio esta Declaración fue utilizada como un arma de lucha en los enfrentamientos que rodearon la guerra fría. Aunque fue un arma débil, todo hay que decirlo, ya que los Estados Unidos mismos no le prestaban demasiada atención cuando se oponía a sus propios intereses o conveniencias políticas, que pasaron muy a menudo, como todos recordarán, por apoyar a los más deleznables, siniestros y variopintos dictadores en el primero, en el segundo, en el tercero, etc., etc., mundos. Por esta razón se fundó en 1961 Amnistía Internacional, como una organización transnacional dedicada a plantear la cuestión de los derechos universales en un mundo geopolíticamente dividido, socialmente fragmentado y a la vez en vías de globalización. Con el final de la guerra fría, ese uso o abuso político directo de los derechos universales como arma se ha hecho menos común, con excepciones: China, Cuba, ahora Irak. Y como contrapartida, lo que ha emergido con gran virulencia, lo que ha pasado a primer plano, es la cuestión de la aplicación de la famosa Declaración Universal de los Derechos Humanos que hoy son, a decir verdad, un conjunto de principios universales que han generado una florida retórica autolegimitatoria, sí, pero que aún buscan su cabal aplicación. Porque en realidad todo el campo de aplicación de los derechos humanos desde 1948 ha estado dominado en nuestro mundo y también en los otros, cuando ha podido hablarse ahí de tales derechos, por una nítida separación entre los derechos civiles y políticos aplicados en el supercodificado y controlado teatro político de las democracias actuales y los derechos económicos, sociales y culturales. Este último grupo o conjunto de derechos se ha

El eje del mal mantenido hasta hace poco fuera de los límites de la discusión aun cuando de hecho está presente ya en la Declaración de 1948. Lo llamativo a propósito de artículos como los 22, 23, 24 y 25 de la Declaración es el alto grado en el que apenas se ha prestado atención, en los últimos cincuenta años, a su puesta en práctica, incluyendo el notable grado de flagrante incumplimiento de los mismos por casi todos los países que firmaron la carta. Bien. Repasemos el Artículo 25: Toda persona tiene derecho a un nivel de vida adecuado que le asegure así como a su familia, la salud y el bienestar y en especial la alimentación, el vestido, la vivienda, la asistencia médica y los servicios sociales necesarios. Tiene asimismo derecho a los seguros en caso de desempleo, enfermedad, invalidez, viudedad, vejez u otros casos de pérdida de sus medios de subsistencia por circunstancias independientes de su voluntad. Si entendemos que “toda” persona es toda persona, esto es, todas las personas del mundo, entonces estamos ante un sarcasmo. A nadie se le oculta que la aplicación de este y otros derechos similares, que ni siquiera han sido todavía traducidos a términos jurídicos de obligado cumplimiento, supondría transformaciones masivas y en algunos sentidos revolucionarias de la economía política del capitalismo. Podría incluso decirse que el neoliberalismo, del que la señora Thatcher decía siempre que no tiene hoy alternativa, conculca de modo flagrante los derechos humanos y en cualquier caso toda la trayectoria política vivida por los Estados Unidos en el pasado cuarto de siglo –e incluyo la reforma de la Seguridad Social llevada a cabo por la administración Clinton– ha sido diametralmente opuesta a la garantía de estos derechos. Por no firmar, los Estados Unidos no han firmado ni siquiera la Declaración Internacional de los Derechos del Niño Puestos, pues, a utilizar los términos bueno y malo, el bien pasaría, entiendo, por profundizar en los derechos humanos, por positivizarlos jurídicamente en el sentido apuntado, y el mal, por servirse como se están sirviendo de ellos como coartada de una brutal agresión a un pueblo empobrecido y depauperado tras diez largos años de embargo y que además no está recibiendo con gritos de júbilo y flores al ejército invasor sino presentando una heroica resistencia que está conmoviendo a todas las personas decentes de este mundo. También pasaría por el eje del mal la exclusión masiva de ciudadanos sin techo de toda participación democrática en los estados. La ciudad encarcela a los noprivilegiados y los margina todavía más en relación con la sociedad en general. Su signo, el signo de esta ciudad, que es la nuestra, es hoy la exclusión, la discriminación. La represión y la ira resultan cada vez más evidentes y no hay defensa intelectual ni estética ya contra ellas. Estamos asistiendo, venimos asistiendo, a la emergencia de una suerte de cuarto mundo dentro de este primer mundo conformado por el desempleo, el acoso policial, las arbitrariedades del poder, la ruptura social y la pérdida del sentimiento de pertenencia o de ciudadanía; el descontento, en fin, urbano o

5 más bien suburbano, que sacude hoy todas las grandes urbes del mundo con periódicos estallidos, enfrentamientos violentos y luchas callejeras. Y, desde luego, también en las urbes del primer mundo en las que domina un malestar creado por la creciente precarización de las condiciones de vida de millones de ciudadanos y básicamente los más jóvenes Pero también pasarían por el eje del mal, aunque pueda parecer de menor importancia, que no es el caso, puesto que sí es muy relevante, esas líneas de ropa de marca y accesorios de moda fabricados en América latina y en Asia por niños o mujeres superexplotadas, incluyendo en este apartado el empleo del trabajo infantil semi-esclavo en Pakistán o en algunas partes de Turquía para fabricar alfombras y balones de fútbol. Hay unas alfombras muy cotizadas en el mercado de lujo de alfombras que tienen unos nudos finísimos que sólo pueden hacer manos de niños de tres o cuatro años que trabajan encadenados en los correspondientes telares. O recordad, por ejemplo, el célebre anticipo de treinta millones de dólares que Nike pagó a Michael Jordan poco antes de que la prensa difundiera las increíbles condiciones a que eran sometidas las trabajadoras y los trabajadores de esa empresa en Indonesia y en Vietnam. También pasaría por el eje del mal, la desregulación mejor o peor calculada en el marco de una nueva competitividad mundial que a falta de otro nombre llamamos paro. Aunque, en realidad, sí tenemos nombres muy acreditados para ese fenómeno. Un antiguo asesor de Margareth Thatcher, el señor Alan Budd por ejemplo, esto está todo en documentos comprobables, que puedo precisar a quien quiera leerlos, no ha tenido el menor empacho en confesar, y lo cito porque fue algo muy comentado en su día, que la inflación a comienzos de la década de los ochenta del pasado siglo, que tanto contribuyó a “disciplinar” la transición española, por cierto, fue un recurso para aumentar el desempleo y reducir la fuerza de la clase obrera en un momento en el que el movimiento sindical era todavía fuerte, desde luego sí en Inglaterra. Las nacionalizaciones y la propiedad pública estaban todavía presentes en los programas políticos y el estado de bienestar se había ampliado hasta el punto de aparecer, a pesar de sus defectos, inexpugnable. Pero oigamos al lúcido señor Budd: “Lo que se diseñó y aplicó fue, dicho en términos marxistas –un conservador recurriendo al lenguaje marxista–, una crisis del capitalismo que recrease un ejército de reserva de trabajadores que ha permitido a los capitalistas obtener, desde entonces, enormes beneficios”. También pasa el eje del mal por la guerra económica sin cuartel entre los países de la propia Unión europea, entre éstos y los Estados Unidos, entre éstos y la Unión y el Japón; por el desinterés o la incapacidad para dominar las contradicciones en el concepto, las normas y la realidad del mercado liberal; por la agravación de la deuda externa que lleva al hambre y a la desesperación a gran parte de la humanidad; por el auge de la industria y el comercio de armamentos, convencionales o no, que impone su ley a los estados. Por la decisión de los Estados Unidos de retirarse de los acuerdos o instancias internacionales que pudieran

6 poner algún freno a sus objetivos imperiales unilateralistas, con la consiguiente reducción de la Corte Penal Internacional, en la que no ha querido figurar, a su mínima expresión. Pasa por los fundamentalismos de todo tipo, y digo de todo tipo porque no son sólo los musulmanes los que apelan a Dios o a la Guerra Santa, que en su caso, cuanto menos hoy, es, además, defensiva. Pasa por el poder creciente de las mafias y del consorcio de la droga en todos los continentes y países, incluidos o sobre todo, los del Este. Pasa por la violencia explícita o latente que marca hoy las vidas, hasta el punto de haber convertido, y ahí están los productos cinematográficos de masas que exporta el Imperio para probarlo, la agresividad en un valor positivo cada vez más ensalzado hoy, al menos prácticamente. Como pasa también por las hambrunas, la desigualdad, la humillación y la exclusión de innumerables hombres y mujeres en un mundo en el que 2800 millones de personas subsisten con algo menos de 2 dólares diarios de presupuesto mientras que el gasto militar supera ya los 4000 billones de dólares. Y pasa igualmente por el neocolonianismo rampante que condena a los pueblos que no pueden convertirse en mercados interesantes para el imperio poco menos que al exterminio. He utilizado el término neocolonialismo como podría haber utilizado también el de imperialismo con dudas, porque soy perfectamente consciente de que “neocolonialismo” es una categoría tal vez inadecuada o decididamente inadecuada para captar las complejidades de los desarrollos espacio-temporales desiguales que existen hoy. Es evidente que la re-territorialización y la reespacialización del capitalismo, incluyendo la desterritorialización absoluta de un capital puramente especulativo que asciende al 30% del capital mundial total que no circula por ningún circuito controlable, especialmente a lo largo de los últimos 30 años, hacen que estas categorías, neocolonialismo e imperialismo, parezcan demasiado rudimentarias como para captar las complejidades geopolíticas en las que se desarrolla hoy la lucha de clases. Pero claro ¿cuál sería la alternativa terminológica? Pues bien, obviamente un término que usamos a diario, globalización. Pero tampoco me parece demasiado satisfactorio, de modo que vamos a detenernos un poco en él. Como todo encaja con una lógica propiamente diabólica, resulta que el término empezó a difundirse a partir del momento en que American Express anunció el alcance planetario de su tarjeta de crédito a mediados de la década de 1970. La prensa económica y empresarial recurrió enseguida principalmente a él para legitimar la liberalización de los mercados financieros. Después, poco después, el término insistentemente utilizado ayudó a que la creciente disminución de las competencias estatales en la regulación de los flujos de capital pareciera inevitable. Y desde luego se convirtió en una herramienta política extraordinariamente poderosa para restar poder a los movimientos obreros sindicales nacionales y locales. Convendría recordar que la disciplina laboral y la austeridad presupuestaria a menudo impuestas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial se convirtieron en algo esencial –según se nos decía y se nos sigue diciendo una y otra vez– para conseguir estabilidad interna y competitividad internacional. Y a mediados de la década de los ochenta ayudó a crear una atmósfera de gran optimismo empresarial

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 alrededor del tema de la liberación de los mercados de todo control estatal. Se convirtió, en resumen, en un concepto básico asociado con el gran sueño del que estamos brutalmente despertando, el del nuevo mundo del neoliberalismo globalizador, el del paraíso de la democracia, de los Derechos Humanos, del garantismo y, en fin, el del final de la historia. Ayudó, en suma, a hacer que pareciese que estábamos entrando en una nueva era, metafísicamente inevitable, y formó en consecuencia parte del paquete de conceptos que permitían trazar una línea de demarcación entre el antes y el ahora posmoderno en cuanto a las posibilidades políticas y económicas en debate. Mis reticencias pues ante el término derivan de la sospecha de que cuanto más ha adoptado la izquierda este término, cuanto más se ha adaptado a este discurso y lo ha hecho suyo como descripción del actual estado del mundo, aunque, naturalmente, se diga también que es un estado contra el que hay que luchar, contra el que hay que rebelarse, puesto que es un estado criticable, más ha circunscrito sus propias posibilidades políticas. Porque como globalización hay que entender, más allá de la pretendida “neutralidad” del término, lisa y llanamente el libre e incontrolado movimiento de capitales a nivel planetario y el desarrollo de poderosas corporaciones multinacionales cuyo dominio sobre las economías nacionales no ha dejado de aumentar hasta la terrible situación de debilitamiento ultra-evidente, super-evidente, de las correspondientes instancias políticas en que estamos hoy. Las políticas de globalización han sido y están siendo, en cualquier caso, un elemento cada vez más básico de todo lo que la política exterior americana quiere conseguir. Y entrar en ese juego es convertirse en un débil opositor a tales políticas. Tan ramificado eje del mal no se combate, desde luego, con más bombas, con más destrucción, con más holocaustos, con más sangre o con más vetos a la venta de medicinas baratas a los pueblos pobres. Tampoco desoyendo o sorteando hábilmente el mandato de la Carta de las Naciones Unidas, en cuyo frontispicio figura el imperativo de “Dirimir las querellas internacionales por medios pacíficos”, de forma que “no se pongan en peligro la paz, la seguridad ni la justicia internacionales”. Y menos aún por el líder de un imperio global de nuevo cuño basado en una superioridad militar absoluta, que parece empeñado en retornar a una concepción del ejercicio del poder premodernos y despóticos. Exactamente esos frente a los que se alzaron los padres fundadores de los Estados Unidos de América. La política, en fin, no puede convertirse en el arte siniestro de llevar a los pueblos a donde no quieren ir. Y menos cuando esa política la dirigen mequetrefes metidos a demiurgos. Terminaré recordando unas palabras del Papa que han sido hipócritamente silenciadas por quienes más obligados estaban a escucharlas: “quien decide dar por agotados los medios pacíficos que el derecho internacional pone a su disposición, asume una gran responsabilidad ante Dios, ante su conciencia y ante la historia”.

Dolor y guerra. Las mujeres

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Dolor y guerra. Las mujeres. Montserrat Galcerán * En la mayoría de los actos contra la guerra a los que estamos asistiendo casi a diario, es habitual que nos concentremos en las razones que han impulsado a los poderosos para desencadenar la agresión contra Irak. Entre ellas se cuentan las ventajas del acceso directo a las fuentes del petróleo, el intento de acrecentar el control geopolítico, la envergadura de los negocios que se derivarán de la “reconstrucción”, los beneficios para USA de poner contra las cuerdas a los demás países y de afirmar su hegemonía, etc. Yo misma me he servido de estos planteamientos en más de una ocasión. Pero hoy, el tema será otro. Me habéis pedido que hable de “las mujeres y la guerra” y lo he ampliado, en un movimiento irreflexivo pero que dice mucho del lugar de las mujeres, a “Dolor y guerra. Las mujeres”. Hablar de las mujeres en la guerra nos obliga inmediatamente a cambiar el punto de mira: en el primer plano aparecen las víctimas de todo ese carnaval de violencia que es la guerra. En efecto, podemos definir la guerra por el uso que hace de la capacidad de causar dolor, de provocar destrucción y muerte con el objetivo de doblegar la voluntad de otro(s). Cuando se recurre a la guerra se recurre a esta capacidad, ya sea para vencer una resistencia, ya sea porque es imposible convencer al contrario de que acepte los desmanes que se cometen contra él y porque se suponga que va a ofrecer resistencia, ya sea porque se dé por descontado que el conflicto subyacente es irresoluble. Para eliminar la resistencia y para doblegar al atacado se recurre al arma de la destrucción, del dolor, el sufrimiento y la muerte. La muerte que provoca miedo en los vivos que la contemplan y que pretende evitar que la resistencia se amplíe o que encuentre simpatías. Especialmente por el lado del atacante se exhibe la capacidad de hacer daño, porque es esa exhibición la que provoca miedo. Y el miedo es una pasión que paraliza e inhibe la acción, que crea sumisión. Los poderes políticos han recurrido históricamente a su capacidad de causar dolor y con él de infundir miedo, ya sea en las contiendas entre príncipes o entre Estados, ya sea para amedrentar a los ciudadanos, lo que viene a ser una sola cosa. Las guerras entre iguales y las condenas a los desiguales. Los suplicios a que se sometía a los condenados en la vieja Europa cumplían esa función, como sagazmente nos ha explicado M. Foucault. La guerra actual, que castiga una presunción, busca atemorizar a una parte de aquella población mundial que desafía los parámetros dominantes y de paso, atemorizar también a los propios habitantes de las metrópolis occidentales con una exhibición sin mesura de su poder destructivo. Qué mejor ejemplo que la famosa descripción de un suplicio con que inicia M. Foucault su Vigilar y castigar: “Damiens –nos dice– fue condenado, el 2 de marzo de

1757, “a pública retractación ante la puerta principal de la Iglesia de París”, adonde debía ser “llevado y conducido en una carreta, desnudo, en camisa, con un hacha de cera encendida de dos libras de peso en la mano”; después, “en dicha carreta, a la plaza de Grève, y sobre un cadalso que allí habrá sido levantado [deberán serle] atenaceadas las tetillas, brazos, muslos y pantorrillas, y su mano derecha, asido en ésta el cuchillo con que cometió dicho parricidio, quemada con fuego de azufre, y sobre las partes atenaceadas se le verterá plomo derretido, aceite hirviendo, pez, resina ardiente, cera y azufre fundidos juntamente, y a continuación, su cuerpo estirado y desmembrado por cuatro caballos y sus miembros y tronco consumidos en el fuego, reducidos a cenizas y sus cenizas arrojadas al viento”1. ¿Para qué todo ese detalle y esa exhibición?, ¿por qué el relato pormenorizado, moroso, de todos los suplicios? Para mostrar en toda su fuerza el poder de castigar, con lo que éste aumenta y aumenta también el miedo de los que contemplan la escena a ser, también ellos, objeto de semejantes suplicios. Pero igualmente, ¿para qué la exhibición de misiles, de carros de combate, de soldados protegidos hasta el último centímetro de piel?, ¿la increíble operación de incrustar los reporteros en los tanques de modo que filmen directamente desde ellas las máquinas de guerra avanzando por el desierto? Para que presintamos la fuerza de su poder y lo espantoso de intentar resistir. Para que nos convenzamos a nosotros mismos de que lo mejor es no resistir, dejar hacer, fomentando un movimiento de identificación con los poderosos por el que una parte de la población, presa del miedo de lo que podría ocurrirle si su Estado no fuera tan implacable, no sólo acepte la necesidad de las medidas tomadas sino que exija algunas otras, aún más drásticas. Y, ¿para qué esos policías tan pertrechados de todo tipo de artilugios? Exactamente para lo mismo, para mostrar su infinito poderío, para asustarnos, para disuadirnos. El manejo de la capacidad de causar dolor como uno de los mecanismos más refinados, y más antiguos, de control social. Con todo, no es así como habitualmente se trata el tema de la guerra y del dolor en una Facultad de Filosofía como la nuestra. No es corriente que se parta de la estrategia de causar dolor desde la perspectiva del cuerpo que lo sufre y desde aquél que causa el sufrimiento, sino desde la

* Montserrat Galcerán Huguet es profesora de la Facultad de Filosofía UCM. 1

Pièces originales et procédures du procés fait à Robert-François Damiens, 1757, T.III, pp. 372-4, cit. por M. Foucault, op. Cit., p. 11.

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razón, desde la racionalidad o irracionalidad de tal proceder. En cierta medida el dolor se desmaterializa y se transforma en el mal, tanto físico como moral. Se convierte en tema de la ética; se discute hasta qué punto puede ser legítimo o se estigmatiza como barbarie, pero deja de ser contemplado como un potente dispositivo de control político. El dolor se confunde con el mal, visto a su vez como lo contrario del bien2. A éste, la filosofía lo ha identificado tradicionalmente con la razón y con la racionalidad de unos comportamientos universalizables, pues todos podríamos comprender que son buenos para todos y por lo mismo, podríamos desearlos para todos. El mal sería entonces aquello que nadie desearía para sí mismo y por consiguiente no podría desear para los demás. Este criterio puede ser útil a la hora de enjuiciar las acciones ofreciendo una tabla de medida y sirve también para legitimar o fundamentar una ética y/o una legalidad. Pero no sirve en absoluto para comprender cómo el poder atraviesa los cuerpos con el dolor y el sufrimiento. Ignora la cercanía entre dolor y placer que hace que la guerra, como la tortura, esté anegada de pasiones de todo tipo: de la embriaguez de la victoria, de la soberbia y omnipotencia de la fuerza, de la humillación del vencido, de la dignidad del resistente. El plano de la razón es impotente para vérselas con todas estas afecciones y a la postre se escuda en una especie de sin comentario. ¡Qué mascarada la que ofrece Kant y su paz perpetua cuando llueven bombas “humanitarias”! A las mujeres esta desvalorización del dolor nos afecta inmediatamente y de lleno pues las mujeres, junto con los niños, son las primeras víctimas de la guerra, especialmente de la guerra moderna que no distingue entre combatientes y no combatientes. Los combatientes, en su mayoría hombres armados, se enfrentan y se defienden. El arma acrecienta el poder de quien la empuña y presta a la contienda un cierto halo de igualdad por más que el poder de destrucción de las sofisticadas armas contemporáneas parezca eliminar cualquier posibilidad de resistencia. ¡Pero las mujeres! Las guerras no eliminan las tareas de supervivencia sino que, al revés, las hacen mucho más precarias de modo que en las contiendas las mujeres tienen que ocuparse constantemente de ellas. Simone de Beauvoir contaba que durante la guerra, ella, una intelectual, había aprendido a conservar la carne untándola con vinagre y raspando los trozos podridos hasta que quedaban limpios. Durante las guerras las mujeres, por estarles atribuido socialmente el cuidado del vivir cotidiano, se enfrentan diariamente a esta tarea que consume su tiempo, sus energías y en ocasiones hasta su vida. Un misil que cae en un mercado repleto de mujeres que arrastran a sus pequeños hijos, no es una acción de combate, es simplemente un asesinato.

La guerra condena a las mujeres a un esfuerzo sin fin por sobrevivir, por cuidar de los suyos, por asegurarles lo mínimo, por llorarles si mueren y esperarles si desaparecen. La guerra devuelve a las mujeres a situaciones pretéritas en que el tejido del vivir cotidiano era tan frágil que en cualquier momento podía romperse. Ellas son en tantos casos, el último testigo de lo sucedido. En ocasiones también de estas cargas pueden sacar fuerzas dando un nuevo significado a todo lo sucedido. Uno de los ejemplos recientes más clamorosos nos lo ofrecen las llamadas Madres de Plaza de Mayo que desafiaron la represión de la dictadura argentina en un movimiento por lo más básico: saber la verdad de los desaparecidos. El movimiento empezó un 30 de abril de 1977. Según nos cuenta Mabel Belluci, esa tarde de otoño “catorce mujeres, cansadas de asistir cientos de veces a oficinas de ministerios, dependencias policiales y templos católicos en busca de alguna respuesta frente a la desaparición de sus hijos y familiares, decidieron hacer algo insólito: se apropiaron de la Plaza de Mayo, espacio político por excelencia de la expresión política en nuestro país [Argentina], en donde se produjeron las más importantes protestas populares y manifestaciones multitudinarias. Si hubo una primera razón para reunirse justo allí, ésta fue porque en las proximidades se concentraban las instituciones gubernamentales y religiosas más frecuentadas”3. Las mujeres empezaron a acudir regularmente y se encontraban allí porque allí las citaban, a horas intempestivas, para comunicarles que en algún momento tendrían noticias de los suyos. Una de ellas, Azucena Villaflor, fue de las primeras en darse cuenta del potencial de aquellas reuniones. Dijo que había que ser muchas y meterse en la

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Paso por alto la distinción entre el mal (o Mal) y lo malo que, aunque permite situar el problema en otro plano, no elimina el contexto racionalista del análisis.

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Mabel Belluci, El movimiento de madres de plaza de mayo, www.nodo50.org.

Dolor y guerra. Las mujeres plaza. ¿Para qué?, preguntaron otras, ¿qué iban a hacer allí? Nada. Nada especial. Sentarse, conversar, ayudarse y ser cada día más. Mantener la vida que les estaban arrebatando. A la cuarta reunión redactaron un documento pidiendo una audiencia al Ministro del Interior. Y con esta excusa se autoconvocaron semana tras semana. “En sus inicios –sigue diciendo Mabel Belluci– los militares minimizaron este movimiento partiendo de la idea de que, al estar constituido mayoritariamente por mujeres y por amas de casa, se cansarían pronto y volverían a sus hogares. Luego las estigmatizarían, llamándolas las Locas de la Plaza de Mayo. Con el transcurso del tiempo Las Madres se apropiaron de este estigma. De representar un concepto negativo, un insulto, lo resignificaron positivamente: sólo la locura que provoca la desaparición de un hijo o familiar permitió su búsqueda, sin medir los riesgos que se corrían”. Todos los prejuicios ligados al rol social de las mujeres y en especial de las madres, juegan en este caso a su favor, pero no por una especial casualidad, sino por su fuerza y por su capacidad para resignificar, es decir, para cambiar la significación y dar un contenido completamente distinto a aquellos epítetos que intentaban desvalorizarlas. En este punto el movimiento de las Madres usó magistralmente un proceder antiguo que revierte contra los poderosos su propio discurso. Dieron un sentido de lucha y de contestación al rol tradicional que hace que las madres deban cuidar de sus hijos en las sociedades patriarcales, desbordando su significación tradicional y situándolo en el espacio de la política. Con ello desafiaron la destrucción de la cotidianeidad del vivir por los poderes públicos. Y así el movimiento de Madres de Plaza de Mayo logró esquivar el

9 miedo de las medidas de excepción y mientras otros grupos y/o movimientos más politizados, callaban o se revolvían, ellas lograron poner en pie un colectivo sin precedentes en las luchas sociales. Las integrantes del movimiento de Las Madres de Plaza de Mayo eran por otra parte y por lo general, mujeres sin especial experiencia ni preparación política, mujeres que salieron de la reclusión –obligada– en el espacio privado y se situaron en el político, espacio masculino casi por definición, arrastrando con ellas el poso de sus experiencias concretas y encontrando en la igual situación a la que se enfrentaban todas ellas, el lazo de solidaridad que las unía. En fin, el movimiento de las Madres aporta también otro elemento importante: llama no sólo a la lucha y a la resistencia, sino a la memoria. “Los desastres de la guerra”, como Goya los tituló, desaparecen en las páginas de la historia. Los poderes públicos acostumbran a presentarlos como una especie de “males necesarios”, de “decisiones difíciles” que un gobernante debe tomar para proteger a sus ciudadanos. Nada más lejos de la verdad. La dictadura de Pinochet no logró “proteger” a sus ciudadanos de la transición democrática, como la de Franco no nos protegió a nosotros, ni las barbaridades de Bush lograrán proteger a los ciudadanos americanos. Mientras que el recuerdo de aquel dolor que uno no quiere volver a sufrir, aun sin haberlo sufrido antes, mantiene alerta nuestra memoria. Como decía W. Benjamin “ni siquiera los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando venza. Y éste no ha cesado de vencer” [Tesis de filosofía de la historia, en Discursos interrumpidos, Madrid, Taurus, 1990, p. 181].

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Perplejidades sobre el arte de la guerra Ángeles Jiménez Perona 1 La reciente guerra de Irak, en cuya estela seguimos inmersos, ha puesto en cuestión el orden jurídico internacional que, conformado tras la Segunda Guerra Mundial, pretendía garantizar en la medida de lo posible la paz y seguridad internacionales mediante la prohibición de la amenaza y del uso unilateral de la fuerza militar por parte de los Estados soberanos. La única excepción contemplada era el derecho restringido a la propia defensa. Tomando pie precisamente en ese derecho excepcional Estados Unidos y sus contados aliados (España entre ellos) vienen tratando de justificar públicamente la invasión de Irak. Y si ya desde el principio resultaron poco convincentes los argumentos esgrimidos que relacionaban confusamente el atentando del 11 de septiembre en Nueva York con Irak, el terrorismo con la guerra y el derecho de defensa con el derecho a la guerra preventiva, con el paso del tiempo van saliendo a la luz los intereses ocultos e incluso las mentiras que animaban esos argumentos. El que recientemente la ONU haya aceptado con tibieza los hechos consumados ni elimina la falsedad de los argumentos ni legitima con efectos retroactivos lo que en su momento fue ilegítimo e ilegal. Lo que sí conlleva es el reconocimiento de sus propias limitaciones como organismo internacional de poder frente a un Estado soberano rebelde y por sí mismo poderoso; también conlleva la necesidad de reforzarse si se pretende que en el futuro cumpla con sus cometidos. Como resultado de todo ello ahora hay importantes cuestiones sobre las que reflexionar. Una de las principales es si el Derecho internacional y sus instituciones siguen siendo el medio adecuado para regular con justicia las relaciones entre Estados soberanos o si, por el contrario, es mejor optar por supeditar esas instituciones a un orden unilateral dependiente de Estados Unidos como potencia mundial. En el enfrentamiento las partes parecen coincidir en los objetivos, a saber, ganar en seguridad y estabilidad internacionales y extender globalmente los derechos humanos y la democracia. Pero la coincidencia es aparente, pues de entrada ninguno de esos conceptos —ni tampoco el de justicia antes aludido— tiene por sí mismo un significado unívoco y riguroso; en realidad averiguar de qué democracia se está hablando o en qué consiste la seguridad depende de la red ideológica en la que aparecen esas nociones, red que a su vez es configurada por la determinación que se dé a esos conceptos. Muchos son los ejemplos históricos que evidencian esta consideración. No tenerla en cuenta explica, en parte, que uno de los partícipes se atribuya sin rubor un punto de vista privilegiado gracias al que habría accedido a esas supuestas nociones subsistentes. En consecuencia se atribuye el conocimiento preciso del bien frente al mal y lo

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Ángeles Jiménez Perona es profesora de filosofía en la UCM.

convierte en un eje que usa como patrón de medida y de orden del mundo, de suerte que no duda en afirmar, por ejemplo, que el uso de la violencia por parte del desaparecido Estado irakí es malo pero es bueno el ejercido por el Estado israelí. En consonancia con ello el patrón lo es también de premio y castigo, de paz y de guerra. Quizá exista algún modo de explicar (¿o no?) que semejante absolutismo fundamentalista se haya impuesto en las mismas sociedades que durante los últimos treinta años han albergado reflexiones multiculturales y modelos de racionalidad falibilistas (a no confundir con el escepticismo). Habría que averiguar cómo ha sido posible esto. Siguiendo con la consideración anterior añadiría que la red ideológica no sólo determina el sentido de los conceptos con los que se alude a los fines políticos, sino que también afecta decisivamente a los medios: no se requieren los mismos medios para regular la relación entre Estados soberanos si el fin es establecer globalmente una democracia procedimental que si la democracia se entiende en su versión asamblearia (como en la Grecia antigua) o al modo orgánico (como defendía el franquismo) o en términos socialdemócratas (como en los Estados nórdicos de la segunda mitad del siglo XX). Por eso si queremos que resulte fructífero y esclarecedor este debate no puede serlo sólo de medios ni sólo de fines, pues lo que se entienda a propósito de cada categoría es mutuamente dependiente. Prueba de ello es la devaluación y borrosidad que han adquirido los fines, valores y objetivos de las “sociedades democráticas” tras la revitalización que la guerra contra Irak ha supuesto del derecho del Estado soberano a declarar la guerra unilateralmente. Tal revitalización se viene presentando como un medio más para conseguir los fines de antes, pero de hecho estamos en un proceso de redefinición de los mismos. Repárese en que incluso los defensores políticos de esta guerra (y lo que ella supone) se están viendo obligados de continuo a proclamar como la única auténtica su concepción de la democracia (esa que permite la situación de los presos en Guantánamo o la construcción del muro en Palestina). Este derecho que acabo de mencionar fue uno de los elementos configuradores del Estado moderno como unidades nacionales. En un texto tan temprano a este respecto como es El príncipe de Maquiavelo aparece ese elemento no tanto como un derecho de los Estados sino como un recurso útil del hombre político que quiere fundar un Estado o recuperar la estabilidad perdida. En esta línea no hay que olvidar el último capítulo del libro, donde Maquiavelo clama por la fundación de un Estado capaz de unificar las diversas formas de organización política de la

Perplejidades sobre el arte de la guerra península italiana. A juicio del florentino éste era el mejor medio para expulsar a las potencias extranjeras (España y Francia) que, para procurarse beneficios, no cesaban de provocar guerras internas en ese territorio. Junto a esto, en los Discursos sobre la primera década de Tito Livio la guerra aparece como un recurso legítimo (un derecho) de los Estados firmemente asentados siempre y cuando se emplee para no perder estabilidad y seguridad. Así, la guerra aparece como el uso de la fuerza militar por parte del poder político con el fin de proporcionar estabilidad y cohesión interna al Estado. La necesidad o no del uso de la guerra se mide por criterios internos y siguiendo lo que teóricos posteriores denominarán intereses nacionales. Por tanto, por la escurridiza vía de los intereses nacionales la política del poder estatal se proporciona sus propios argumentos de legitimación (incluidos los de índole moral, aunque no sólo) para hacer uso de la guerra contra otro Estado.

11 conoció tantas guerras y revueltas como las que se sucedieron en la península italiana durante su vida (1469-1527). La guerra se le impuso con tal contundencia que tuvo que reflexionar sobre ella y la pensó como un acontecimiento ineliminable de la vida social, lo cual es mucho decir pues, a sus ojos, la vida de los seres humanos sólo transcurre en sociedad. Su fuente de información fue la historia de los acontecimientos pasados tal y como fueron narrados por los clásicos y la experiencia de los tiempos presentes. Ahora bien, que la guerra sea connatural a los seres humanos en sociedad no le llevó a la resignación ante ello, sino al intento de racionalizarla para acotarla y someterla en lo posible a las necesidades políticas.

Resulta verdaderamente llamativo que este ideario se haya recuperado en un contexto que se pensaba como postnacional y globalizado. Cuando parecía que los Estados nacionales iban perdiendo sus competencias internas y estaban abocados a amoldarse a reglas del juego supranacionales para coordinar y concertar sus políticas, lo que sobreviene es una ola neonacionalista y la simultánea recuperación de su imagen del mundo (interpretación neorromántica y agonística de las diferencias culturales, convicción de la superioridad de una determinada versión de la civilización occidental y cristiana, revitalización de la retórica del culto a los símbolos patrios...). La novedad del caso presente es que Estados Unidos y su pequeño grupo de apoyo opera con el sobreentendido de que los intereses globales y de cada una de las partes coinciden con los suyos. Pero ¿cómo se puede estar tan seguro de representar los intereses globales y no sólo los intereses nacionales (suponiendo que éstos se puedan fijar mediante elecciones democráticas)? ¿No podría ser que se estuvieran presentando fraudulentamente intereses particulares como generales? ¿Cómo se puede seguir insistiendo en ello cuando muchas de las partes afectadas manifiestan explícitamente no verse representadas y se niegan a que sigan hablando en su nombre? Pero, aceptemos por un momento el contexto neonacional por si de ahí se derivara alguna buena razón para preferir la hegemonía imperial al predominio de las imperfectas instituciones de Derecho internacional. Pensándolo desde nuestra ubicación geopolítica cabe preguntar qué puede mover a los representantes políticos de un Estado como el español a colaborar en una guerra preventiva o anticipatoria liderada por una gran potencia extranjera. Como estamos barajando esta posibilidad de buena fe, pensemos que la opción responde a alguna pauta de racionalidad y, de hecho, el ya citado Maquiavelo integró el ius ad bellum en su modelo de racionalidad práctico-política. Recurramos, pues, al clásico. Es indiscutible que Maquiavelo no es un teórico de la paz, sino de la guerra. La cuestión le preocupó tanto que volvió sobre ella una y otra vez en sus escritos, incluso le dedicó un tratado monográfico: Del arte de la guerra. Semejante preocupación no es de extrañar en alguien que

Maquiavelo tampoco es considerado un teórico de la racionalidad sustantiva que atiende y dirime de forma coordinada sobre fines y medios, sino de la racionalidad instrumental más extrema, esa cuyo espíritu se recoge en el lema de la Realpolitik: el fin justifica los medios. Sin embargo, esta es una apreciación incorrecta por parcial y deudora de una interpretación del pensamiento maquiaveliano realizada a la sola luz de El príncipe y sin tener en cuenta su gran tratado político: Los discursos sobre la primera década de Tito Livio. De este modo se entiende que tantos lectores de Maquiavelo hayan perdido en demasiadas ocasiones su marco ideológico de referencia: el republicanismo.

12 La república, entendida en el sentido clásico romano de la noción, es el modelo ideal de organización sociopolítica. Se trata de una constitución mixta que por su configuración institucional equilibra los distintos humores del cuerpo social y evita el enfrentamiento entre ellos. Al proporcionar por esta vía la paz y estabilidad internas la república es la mejor de entre las constituciones de las que hay noticia en la historia: principado, tiranía, aristocracia, oligarquía, democracia y anarquía. Todas ellas acontecerían recurrentemente y según un orden circular, con lo que la historia transcurriría cíclicamente y por necesidad, siguiendo una curva de caída y corrupción más otra de ascenso y regeneración. El que ese movimiento sea imparable y, en consecuencia, la corrupción sea ineliminable no le impide ni reconocer formas políticas mejores y peores ni (contra las interpretaciones sesgadas del florentino) operar con un modelo ideal de vida social buena: el republicano. Esta constitución coincidiría con el momento culminante del ciclo histórico, donde impera la estabilidad, la seguridad y la libertad. El extremo contrario, la fase de hundimiento histórico, está descrito en El príncipe como situación dominada por los disvalores correspondientes: inestabilidad, inseguridad, falta de libertad, guerra y asesinatos continuos. Desde luego, la república no es un orden político ni internacional ni cosmopolita. A este respecto Maquiavelo sólo contempla la regulación de relaciones exteriores entre los Estados mediante la diplomacia y la guerra (real y como amenaza). Ahora bien, atendiendo a sus intereses, una república e incluso un principado que ha alcanzado cierta estabilidad pueden hacer uso de la guerra como un instrumento político exclusivamente para evitar males mayores. De semejante decisión se ocupan los políticos, es decir, el príncipe o el grupo de ciudadanos republicanos responsables de esas cuestiones. Indudablemente se trata de una decisión arriesgada, pues la capacidad humana de predicción respecto a los acontecimientos futuros es limitada, de modo que es posible que participar en una guerra pueda producir el efecto contrario al que se busca. Pruebas de ello se hallan, de nuevo, en la historia, que no es entendida por Maquiavelo como una realidad abstracta, sino como el registro las acciones de los “grandes hombres” (los políticos). Así pues, los hombres son los únicos responsables del acierto o desacierto en la organización de su vida en común, sólo de ellos depende ese acierto o desacierto o, para hablar con más propiedad, depende de su capacidad para que sus acciones y decisiones estén guiadas por la virtú y no por la ambición. Ambición y virtú son dos elementos connaturales al ser humano. En el opúsculo en verso de 1509 titulado Capítulo de la ambición1, Maquiavelo expone que la ambición es la causa de la infelicidad humana y del eterno oscilar de los hombres y los Estados. Se trata, pues, de un motor de la historia que opera a favor de la corrupción, la decadencia y la degeneración; es el origen fundamental de toda corrupción e inestabilidad colectivas. Téngase en cuenta también que antes que un pecado moral la ambición

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Cfr. MAQUIAVELO, N., Textos cardinales, Barcelona, Península, 1987, pp.223-228.

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 es un pecado político, pues consiste en anteponer el interés propio al interés común y eso implica una constante fuente de inestabilidad y conflicto socio-político. El florentino recalca que la ambición se hace notar cuando los seres humanos viven en organizaciones sociales, es decir, prácticamente siempre, y que es la principal causa de la infelicidad; por eso exige simultáneamente los medios que pueden ponerle coto y la capacidad que permite el buen uso de esos medios. Semejante capacidad es la ya aludida virtú, un saber práctico que permite determinar el mejor curso de acción para cada caso y los medios necesarios. En general, esos medios serán siempre “las buenas leyes” y “las buenas armas” y, en particular, van desde la formación en los valores republicanos a la coacción y la represión, pasando por la religión. Todos ellos son medios instrumentales que se elegirán y aplicarán con mayor o menor intensidad según el grado de corrupción social o la fase histórica que se atraviese. Así pues, la opción por la guerra nunca debería estar guiada por la ambición de los gobernantes, pero, como esta última no se puede eliminar, la mejor manera de someterla a la virtú es canalizarla en la búsqueda de la gloria, esto es, en el deseo propio de todo político de que sus actos perduren en la memoria de los otros despertando admiración: Y, sin duda, si ha nacido de hombre, se apartará de toda imitación de los tiempos desdichados y sentirá que se enciende en él un inmenso deseo de copiar a los buenos. Y verdaderamente, si un príncipe busca la gloria del mundo, debería desear ser dueño de una ciudad corrompida, no para echarla a perder completamente, como César, sino para reorganizarla, como Rómulo (...) En suma, podemos considerar que aquellos a los que el cielo da tal ocasión ven abrirse ante sí dos caminos: uno que les hará vivir seguros y, tras la muerte, volverse gloriosos, y otro que les hará vivir en continuas angustias y los dejará, después de la 2 muerte, en sempiterna infamia .

Pero es difícil ser virtuoso y tomar la decisión acertada; el político puede equivocarse, como de hecho sucedió en muchas ocasiones en el pasado. Por ejemplo. en los casos repasados en El príncipe a propósito de la política de alianzas que debe adoptarse en caso de guerra. Lo que a ojos de Maquiavelo enseña la historia es que en caso de guerra es mejor ser fiel a la política de alianzas tradicionales de cada príncipe o Estado3. Y si este consejo ya parecía prudente para el mundo renacentista, hoy que tenemos pruebas continuas de la mutua dependencia en todos los órdenes (cultural, económico, de seguridad, etc.) de cada Estado con sus vecinos y aliados, resulta llamativo que el gobierno español se haya arriesgado a tensar las relaciones con los suyos. Quizá sea que los beneficios vendrán en un futuro, pero por el momento sólo hay constancia de perjuicios tales como pasar a formar parte del club de los objetivos prioritarios de atentados, por poner un ejemplo obvio. 2

MAQUIAVELO, N., Discursos sobre la primera década de Tito Livio, Madrid, Alianza, 1987. Páginas 62-63.

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Cfr. por ejemplo el Capítulo XIX cuyo título es “Cómo hay que evitar ser despreciado y odiado”.

Perplejidades sobre el arte de la guerra También cabe la posibilidad de que la decisión haya sido errónea. Desde el modelo maquiaveliano de racionalidad práctica, el error político se detecta cuando se produce inestabilidad interna y manifestación de descontento por parte de los gobernados (en forma de revueltas, por ejemplo). Entonces se produce lo que ahora llamaríamos una crisis de legitimación. Ante esa situación Maquiavelo aconseja escuchar a los gobernados y, o bien rectificar o, si no es posible, hacer responsable del error a otros y, en cualquier caso, recurrir a la retórica y a la apariencia para presentar el error como fuente de beneficios colectivos: Trate, pues, el príncipe de ganar y conservar el Estado y los medios siempre serán juzgados honorables y alabados por todos, porque el vulgo se deja conquistar por la apariencia y por el resultado final de las cosas, y en el mundo no hay más que vulgo4.

A este respecto quiero hacer notar que, desde un punto de vista contrario a la guerra, esta no es una reflexión baladí que pueda ser condenada inmediatamente por elitista y autoritaria, más bien habría que tenerla muy en cuenta, pues con ella Maquiavelo incide con su lucidez habitual en un factor muy problemático para las sociedades de su entorno y del nuestro: la extrema maleabilidad de lo que hoy se ha dado en llamar opinión pública. El problema es que cabe conquistar a la opinión pública mediante la apariencia para que acabe legitimando lo que antes rechazaba, y ello a pesar de que le siga perjudicando. No cabe duda de que esto es posible y más en sociedades como las nuestras, en las que los medios de comunicación de masas desempeñan un papel tan decisivo en la configuración de la opinión pública. Pero cabe preguntar si la legitimación, a pesar de los perjuicios, es sólo fruto de la manipulación. En efecto, cuando tras la reunión en las islas Azores el gobierno español se alió con la potencia invasora de Irak, hubo tal cantidad de protestas y de nutridísimas manifestaciones que esa circunstancia empujaba a esperar una deslegitimación en las urnas. Pero no ha sucedido así ni parece que vaya a suceder, a pesar de las manifestaciones de repugnancia moral que provocó, a pesar de que los objetivos supuestamente perseguidos se alejan cada vez más mientras que los perjuicios crecen. Y con esto último no me refiero sólo a la creciente inseguridad, desigualdad y falta de libertad que acontece dentro y fuera de Irak, sino al deterioro político que ha supuesto para los Estados ocupantes el adelgazamiento en curso de la democracia (cada vez más reducida a un mero procedimiento para sancionar decisiones tomadas fuera de los cauces institucionales); al deterioro de la vida social que conlleva la preocupante similitud entre (permítaseme la expresión) el juego del lenguaje político y el de cualquier grupo de pandilleros camorristas, pues los lenguajes simplistas y maniqueos conciben el mundo en términos simplistas y maniqueos e instauran un clima de convivencia del mismo cariz. ¿Se explica esto porque la opinión pública mayoritaria está manipulada y es preciso hacerle ver la luz? ¿No pudiera ser que la opinión pública mayoritaria percibiera el

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Cfr. El príncipe, cap. XVIII. (Traducción de la autora).

13 juego de apariencia y realidad y aun así lo aceptara por alguna razón que quizá convendría averiguar, dado que están construyendo un nuevo orden social del que no cabe sustraerse? ¿No pudiera ser que la opinión pública minoritaria careciera de políticos virtuosos? Determinar qué cabe hacer y quién puede hacer algo en esta situación dependerá en gran parte de las respuestas que se acepten como válidas para las cuestiones anteriores.

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Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio Jorge Felipe García Fernández * 1. Bajo este vergonzante título –réplica de los títulos de numerosos congresos, charlas, debates, jornadas, etcétera, que, conjugando este vocabulario deportivo-milenarista, se han multiplicado en los últimos años provocando un verdadero alud de publicaciones con las expresiones ‘sociedad de la información’, ‘sociedad del conocimiento’, ‘desafío’, ‘reto’ y ‘siglo XXI’– nos proponemos realizar un breve estudio acerca de la situación de la Universidad pública y, más en concreto, de la posición de las Facultades de Filosofía en la circunstancia actual. Dada la enorme cantidad de documentos y bibliografía a emplear, este estudio no será más que un esbozo acerca de una cuestión que exigiría mucho mayor detenimiento. Una adecuada explicación de lo sucedido en este ámbito nos llevaría, valga la siguiente imagen, a reconstruir, con esta pieza clave, el puzzle en que consiste la sociedad moderna en su engañosa forma de ‘sociedad de la información y el conocimiento’ –y no diremos ‘posmoderna’, pues sólo puede hablarse de cesura aparente entre ésta y aquélla; la estructura básica de la sociedad moderna permanece inalterada–. Tras una nota sobre determinada postura entre el estudiantado pasaremos a la exposición de algunos documentos implicados en la reforma universitaria. Terminaremos con un somero análisis y comentario de éstos, aclarando, en lo posible, cuáles son verdaderamente los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio.

2. Hay que agradecer, tanto al ‘Informe 2000’ como a la Ley Orgánica de Universidades, el haber rehabilitado –aun en sus limitaciones y ambigüedades– el movimiento estudiantil, el haber politizado a un grupo de la población caracterizado por sus altos niveles de idiotismo. El Informe Universidad 2000 –documento encargado por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE)–, el famoso ‘Informe Bricall’, provocó una reacción inmediata en el ámbito universitario: protestas por la marginación de los estudiantes en su elaboración –como sucederá después con la LOU– y amenaza de huelga. Aparecen por doquier manifiestos y panfletos. En gran parte de ellos la denuncia trasciende el hecho puntual del informe y denuncian –en algunos casos con mayor o menor vaguedad y en otros de forma más certera– el contexto social y económico en que este tipo de documentos no pueden dejar de surgir. Un sector de los alumnos ignora las llamadas a la calma, a la ‘sensatez’, a la ‘tranquila’ lectura del informe; unos intuyen y otros saben – porque deducen de la actual circunstancia global y conocen los documentos de base para las reformas en otros Estados europeos (Informes Dearing, Attali)– su contenido antes de

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Jorge Felipe García Fernández es alumno de doctorado.

que aparezca publicado oficialmente. Las ‘líneas de fuerza’ en los manifiestos van –según, por decirlo así, la ‘radicalidad’ o el ‘reformismo’ de los firmantes– desde la puesta en cuestión de la institución universitaria y su función en la sociedad actual como parte del ‘sistema’ hasta la valoración positiva, pero matizada, de la Universidad pública en la sociedad de masas y el rechazo frontal a su privatización – encubierta, por supuesto– y a la mercantilización de los saberes. Los segundos exigen la participación estudiantil en toda futura reforma; los primeros rechazan esta propuesta previendo la absorción y manipulación de tal. Es evidente, en todo caso, para ambos, la tendencia de inclusión total de la infraestructura universitaria financiada públicamente en la dinámica competitiva de los intereses privados. Si bien tal tendencia no es, precisamente, nueva, y puede entenderse el auge de la Universidad pública y el amplio acceso a la Educación Superior de los sectores menos favorecidos económicamente como un momento necesario –necesario según las posibilidades de variación de cierta estructura y según ciertas circunstancias históricas–, como precedente del actual contexto, no es menos cierto que este aumento gradual en su subordinación a tales intereses supone un grave menoscabo para estos sectores, para esta clase. En estas críticas se denuncia la ‘grosera’ introducción de criterios mercantiles en este ámbito –especialmente en las Facultades de Humanidades (Historia, Filología, Filosofía)– y los graves perjuicios que para la formación científica básica conllevaría la persecución del horizonte de la rentabilidad – estrictamente comercial, hay que añadir, pese a la abundante dosis (a estas alturas, ciertamente insoportable) de bisutería discursiva en tono humanista que acompaña a estos informes–. Se critica, también, la tendencia hacia el autoritarismo –creciente importancia de los cargos unipersonales– y el mayor peso concedido al sector privado en el Consejo Social. En la Universidad, tanto el trabajo teórico como las movilizaciones que siguieron a la publicación de dicho informe fue desarrollado, en gran medida, por un creciente, si bien frágil, movimiento asambleario. Con los primeros adelantos de la actual Ley, de nuevo, las universidades se llenan de manifiestos y panfletos, de asambleas, debates, charlas, encierros; de un entusiasmo tan contagioso como, a falta de este tipo de ‘estímulos’, evanescente. Desde el 25 de octubre de 2001 hasta mayo de 2002 –en que las últimas manifestaciones antiLOU se enlazan con las primeras contra la Ley de Calidad– se sucedieron las movilizaciones universitarias más extraordinarias de la democracia en el Estado español. El 6 de octubre de 2001, habiéndose constituido la Campaña Contra la Ley de Universidades, fue elegido por más de 30 asociaciones estudiantiles, a fin de encabezar las protestas,

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio el eslogan No a la LOU. Otra Universidad es posible. Tal eslogan, a excepción de una parte del movimiento universitario –calificado por otros sectores como ‘maximalista’–, fue progresivamente abandonado por sus connotaciones antiglobalización. Pese a proclamas y cánticos, pese a los ‘blancos’ de la ira estudiantil –debidamente marcados, dicho sea de paso, por ciertos medios de comunicación y ciertos sindicatos: el Partido Popular, Pilar del Castillo–, la opinión de aquellos fue muy otra. En Madrid, la Coordinadora de Asambleas de Escuela y Facultad señalaba a la ministra como títere del neoliberalismo vigente; la LOU es vista como el último paso de los poderes político y económico para la adaptación de la Universidad pública al mercado global. Sus manifiestos señalan claramente la secuencialidad causal –desde organismos económicos supuestamente supranacionales hasta el Estado español– que desemboca en esta Ley: “para el nuevo orden económico mundial, cuyas directrices son marcadas por organismos supranacionales como la Organización Mundial del Comercio (OMC) y sus servicios públicos vendidos al mejor postor dentro del marco de tratados como el del Acuerdo General sobre el Comercio de los Servicios (GATS), se necesita una Universidad mucho más reducida y competitiva, una educación que, en general, responda a las necesidades productivas de las empresas y que, al mismo tiempo, no suponga un gasto excesivo para la administración. [...] La Unión Europea apuesta por la ‘economía del conocimiento’: que las Universidades se conviertan en departamentos de investigación al servicio de las grandes empresas (formación de ‘capital humano’). Los Estados–nación obedecen. La ministra hace los deberes: LOU”. Se denuncia la oficialización del ‘intrusismo’ empresarial en la Universidad, financiando y controlando las investigaciones, acaparando las prácticas de fin de carrera, inmiscuyéndose en la administración de los centros a través del Consejo Social. La Ley parece apuntar hacia una reducción en el número de estudiantes y de carreras ‘inservibles’, la precarización del profesorado (también respecto a la libertad de cátedra) y la conformación de un sistema en que se distinga, mediante el ‘ranking de calidad’, entre universidades de primera, segunda y hasta tercera. Sus textos señalaban una, digamos, ‘nueva dimensión’ en la lucha: la conjugación de distintas formas de oposición tanto a nivel estatal como europeo. Añadamos, pues a esta Facultad se refiere, la postura de los alumnos representantes en Junta de Facultad. Estos expresan su total desacuerdo con el contenido de la LOU en base a dos principios generales; el primero de ellos, de carácter político, “concerniente al evidente retroceso democrático en el ámbito universitario” –disminución de la representatividad del alumnado y el PAS y aumento de la importancia de los órganos unipersonales (rector, gerente, decanos...)–; el segundo, de carácter económico, “relativo al proceso de asimilación de la Universidad a un modelo de gestión empresarial” –lo que implica cierta violencia sobre una institución pública y, más aún, sobre los estudios de Humanidades, cuya financiación podría peligrar al no ajustarse a los criterios de rentabilidad establecidos–. Se subraya el asunto de la precariedad laboral del ámbito universitario, el abandono de la cuestión de las becas y la injerencia del sector privado en la orientación de la investigación.

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Sirvan estas líneas para extractar determinada posición entre el alumnado; única que, por razones que después veremos, respetaba, siquiera mínimamente, algo así como el principio de no contradicción.

3. Detengamos, un tanto aleatoriamente, la búsqueda documental, por lo que respecta al ámbito nacional, en los textos Plan Nacional de Evaluación de Calidad de las Universidades, Eurofórum Universidad 2000, Memorándum sobre el aprendizaje permanente y la Ley Orgánica de Universidades. En el contexto internacional comentaremos Trends in Learning Structures of Higher Education y el Comunicado de Praga. Comentaremos también, brevemente, documentos elaborados por la Secretaría de Educación del PSOE y la CRUE; así como las ponencias presentadas por EEUU, Australia y Nueva Zelanda en la OMC a fin de promover el debate previo a la liberalización del sector de la Educación Superior. Todos ellos suponen un continuo solidario ideológicamente; las variaciones, teniendo en cuenta los asuntos, vamos a decir, ‘de fondo’, son inapreciables. Nos centraremos en preámbulos e introducciones, en los epígrafes con mayor densidad ideológica por centímetro cuadrado. En 1998 aparece el Plan Nacional de Evaluación de Calidad de las Universidades. En su Guía de Evaluación se nos dice que la evaluación de la calidad de la Educación Superior en los países desarrollados es una prioridad y exigencia para las universidades, gobiernos e instituciones públicas. Aparece la expresión ‘rendición de cuentas’ (accountability). Envuelta en la habitual fraseología, lo que tal expresión parece significar se reduciría al ajuste entre la inversión y el resultado final. A la autoevaluación institucional, mediante un proceso “profundo y participativo”, debe seguir la valoración externa realizada por un Comité de Expertos Externos. El resultado es la Eva-

16 luación Institucional. En un proceso circular se cumplen los objetivos: “mejorar la calidad de la Institución y rendir cuentas ante la comunidad del adecuado uso de los recursos asignados al cumplimiento de los fines previstos”. El proceso de evaluación debe contribuir, por un lado, a satisfacer las necesidades de formación que la sociedad demanda; por otro, a garantizar la eficacia y eficiencia de las inversiones en Enseñanza Superior, así como al cumplimiento de los estándares de calidad a fin de permitir la movilidad y competitividad internacionales. Aun garantizando un mínimo de calidad homogénea para todas las universidades españolas, el preámbulo de la LRU ya tenía en cuenta la exigencia de altos niveles de calidad y excelencia. Pero hoy la Educación Superior, según esta guía, ha entrado en la edad del desencanto. Ante los crecientes costes de la Educación Superior en la sociedad de masas y las políticas de restricción del gasto público, “la sociedad parece no estar dispuesta a seguir aceptando que las universidades sólo se autojustifiquen y desea conocer las actividades que desarrollan. A través de la evaluación institucional es posible satisfacer dicha demanda”. Se pide a la Universidad una mayor aportación al desarrollo nacional en un contexto en que tanto la producción como la formación se han internacionalizado, reclamando niveles de calidad contrastados y contrastables. Los usuarios y clientes de estos servicios tienen derecho a conocer datos exactos y especificaciones acerca de la calidad ofertada por cada institución. Este proceso evaluador tendría la finalidad de coadyuvar a la nivelación de la calidad de las instituciones a través de la correcta financiación sólo “si se acentúa una orientación tendente a asegurar la igualdad en el tratamiento de las instituciones”; ahora bien, “si se admite la variabilidad de la calidad en las diferentes instituciones y programas, se estimularía la diferenciación (competitividad) y se aplicaría la financiación selectiva. En consecuencia podrían darse juicios comparativos sobre la calidad de programas e instituciones”. Un sosegado análisis de la situación aclarará la pertinencia de uno u otro enfoque –si bien está bastante claro, por decirlo en el habitual lenguaje prosopopéyico, hacia qué alternativa ‘soplan los vientos de la historia’ y cuál sería la alternativa denostada como anacrónica–. Durante los meses de mayo, junio y julio de 1999, tuvieron lugar unas jornadas que con el título Eurofórum Universidad 2000 agruparon a personajes relevantes de los ámbitos de la política, la empresa, los sindicatos y la Educación Superior, con el propósito de discutir la forma de afrontar de modo exitoso los retos de futuro que se le plantean al sistema universitario español. Las conclusiones de los debates en torno al “sistema universitario público en España en el horizonte 2005 – 2010” servirían de base para el documento dirigido por Josep María Bricall.1 La primera

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 tarea de los grupos de trabajo consistía en poner de relieve las tendencias del entorno. La discusión, como es de rigor, es contextualizada en términos de globalización y de internacionalización de la Enseñanza Superior. Es obvia, para todos, la existencia de una gran competencia en este sector a través de la enseñanza transnacional. Se tiende hacia un espacio mundial en red de universidades diversificadas, teniendo cada una su campo y actividad diferenciados. Existe una clara tendencia a exigir resultados de calidad, teniendo en cuenta que la Universidad ya no posee el monopolio de la formación ni la investigación. Se evoluciona hacia la sociedad global del conocimiento y la incorporación definitiva de las nuevas tecnologías como características principales de la influencia que el entorno ejercerá sobre la actividad investigadora. La sociedad conocerá y valorará la contribución de las universidades en la generación de nuevos conocimientos, difusión y proyección del desarrollo tecnológico y mejora de procesos y productos. En los próximos años se multiplicarán las alianzas estratégicas para competir en el mercado de I+D+i. La innovación será el factor principal de la competitividad. Así se favorecerá la interacción entre la investigación universitaria y el sector productivo, en tecnológica simbiosis con la empresa nacional o multinacional, con entidades de investigación nacionales o extranjeras. El compromiso con la investigación podría traducirse en proyectos Universidad – grandes empresas, estimulando la creación de grupos de excelencia, competitivos internacionalmente, que incorporen jóvenes investigadores. El esfuerzo público en la financiación del sistema I+D+i debe alcanzar parámetros análogos a la media de la UE. De todo ello resultará un incremento de la competitividad entre las universidades, lo que implica evaluación de la oferta (ajuste oferta–demanda, ‘sincronización’). Es evidente el mayor papel de la innovación como instrumento para afrontar los retos de la competencia en el contexto de un mayor contacto de la Universidad con el tejido productivo. De ello resulta la exigencia de mejor formación y adaptación a las nuevas tecnologías, ‘estímulo para el desarrollo’. Se constató que se estaban produciendo modificaciones sensibles en la demanda de servicios. La demanda tradicional, incierta por los cambios demográficos y los nuevos programas de formación postsecundaria dentro y fuera de la universidad, pierde importancia ante el incremento de la demanda de formación continua y la mayor presencia de alumnos maduros a tiempo parcial y de diversos países (diversificación y flexibilidad en el tipo de estudiante), demandantes de enseñanzas virtuales y otros métodos. Existe una preferencia por las ‘personas flexibles’, preparadas y motivadas para el aprendizaje a lo largo de toda la vida. Estas instituciones desarrollarán su actividad en el marco de una creciente competencia

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Antes de la presentación del polémico documento, en entrevista publicada por El País Digital (13/01/98), Josep María Bricall adelantaba algunas líneas del encargo hecho por la Conferencia de Rectores (CRUE) –informe con el que el PSOE, a través de su, por entonces, presidente, Joaquín Almunia, estaba en completo acuerdo–. En breve: según tal entrevista, la receta a aplicar pasa por la diversificación y especialización de cada Universidad, la formación flexible y continua y la relación con el mundo empresarial. Ante la pérdida del monopolio de la educación se impone una es-

trategia de alianza entre universidades y otras instituciones; se impone la búsqueda de financiación más allá del presupuesto público. El señor Bricall es partidario de la autonomía, pero de una autonomía “...para que reaccione, no para no hacer nada. [...] ...no hacer es suicidarse, no se pueden dejar las cosas como están”. (Reaccionar, ¿no es una forma de no hacer nada? Hacer, ¿no es, también, una forma de dejar las cosas como están?)

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio (interuniversitaria, interautonómica, internacional); en el marco de la presencia activa de productos derivados de cambios tecnológicos, de las políticas gubernamentales de contención del gasto público y un mayor control social de la Universidad. Cobra mayor peso, además de la administración pública y los usuarios, el agente financiador denominado ‘tercer sector’: empresas, fundaciones, colectivos de antiguos alumnos... La interacción con el entorno empresarial es una pieza clave en este nuevo contexto, interacción necesaria “para conseguir apoyo técnico, para ayudar a asumir el reto constante de la innovación y para contribuir de forma real a la formación del capital humano que necesitan”. Otras tendencias destacadas son la creciente convergencia entre la FP y la Universidad y la disminución del número de alumnos (desmasificación) y selección de ellos. Parece conveniente ir hacia un sistema mixto de financiación –aunque la aportación pública siga siendo la de mayor cuantía– buscando un aumento de las aportaciones privadas a través de tasas u otras fuentes. La visión del carácter de servicio público de la Universidad debe complementarse “con una exploración (comercialización) de la marca Universidad en aras a conseguir una mayor financiación privada”. Para ello es preciso reformar el sistema de becas y préstamos; introducir nuevas regulaciones en las universidades y nuevas normas fiscales (desregulación de normativas limitadoras que impidan las aportaciones privadas o las mermen). A fin de incorporar nuevos agentes estables que aseguren una parte de la financiación ordinaria se deberá analizar en profundidad la demanda, “incorporando mecanismos que estimulen el desarrollo de una oferta de enseñanza, investigación y servicios adaptada a las nuevas tipologías de estudiantes y usuarios”. El gasto por estudiante debe homologarse al resto de los países de nuestro entorno, asegurando una financiación mínima por estudiante y por Universidad. El presupuesto público debe perseguir la calidad en la enseñanza y la investigación, así como la equidad en la distribución. No obstante, los centros que destaquen por la excelencia docente o investigadora, que destaquen por su proyección internacional y su contribución al desarrollo científico y tecnológico, deberán ser incentivados (económicamente o no). Se dibuja, pues, en tal ‘horizonte deseable’, una financiación básica y otra por objetivos y resultados (competitiva). Las ayudas al estudio y los préstamos deben incentivar la movilidad. La búsqueda de la mayor calidad implicará un crecimiento del gasto y de las tasas, aconsejando el préstamo-renta para poder financiar a todos los alumnos. Se habla de tasas flexibles, del pago del coste real por parte de todos los estudiantes, combinado con políticas de ayudas. Para todo ello es necesario “crear conciencia de coste a los estudiantes y a la sociedad”. En estas jornadas, por supuesto, también se habló largamente de ‘calidad’. La evaluación de la calidad es el necesario mediador entre la ‘autonomía universitaria’ y la ‘responsabilidad social’. Las tendencias del entorno marcan una mayor exigencia de rendición de cuentas y de participación social. Una cultura de la calidad favorecerá la movilidad (nacional e internacional) de estudiantes y profesores, con mayor promiscuidad con el mundo empresarial y

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social, “que presionan de forma cada vez más exigente”, participando en actividades internas de la Universidad, como la elaboración de los planes de estudio. Se debe hacer un esfuerzo en la dotación de nuevas tecnologías y en la capacitación de recursos humanos para la mejora de la calidad. Estas reformas forzarán cambios organizativos en la estructura interna de las universidades, eliminando la rigidez burocrática de los órganos de gobierno y el corporativismo. Es deseable una Universidad de estructuras flexibles y eficientes –modificando los estatutos universitarios–, “con elevada capacidad de innovación y adaptación al cambio”, dirigida de forma eficaz. Aun alertando sobre la posibilidad de injerencia política y económica en la autonomía universitaria, desvirtuando su misión, se afirma la necesidad de una mayor promiscuidad con el resto de ámbitos de la sociedad y un estrechamiento de las relaciones con el mundo empresarial. Habría que eliminar la excesiva mediatización del Rector por el Claustro (condicionando su capacidad de gestión), el exceso de órganos de participación y la tendencia al ‘asamblearismo’ en la gestión y el gobierno de las universidades (excesivo peso de los órganos colectivos sobre los individuales), rémora para la ‘agilidad’ deseable en el diseño de los planes de estudio, programas de formación ‘a la carta’, proyectos de investigación, servicios, nuevos métodos tecnológicos de enseñanza, etcétera. Por ello, la receta es otorgar mayores competencias para el Consejo Social, recayendo en él la estrategia general de la Universidad y la supervisión de su funcionamiento. El Claustro debería ser reducido; sus funciones, la consultiva y de control; la Gerencia, más profesional, con competencias claras en gestión económica y administrativa, ‘sin interferencias’. Las funciones de gobierno serían desarrolladas por el Consejo de Gobierno, con funciones equivalentes a las de un Consejo de Administración, “formado por representantes cualificados y elegidos por el Consejo Social y por el Consejo Académico, presidido por el Rector”. En esta nueva orientación en la captación de recursos externos jugará un papel fundamental el Consejo Social, intermediario entre la Universidad y la sociedad, orientador de la gestión de la ‘corporación’ resultante. Los principios rectores son la eficacia, la eficiencia y la economía. Los obstáculos a remover son de diversa índole. Hay que corregir la lentitud en la toma de decisiones, la insuficiente profesionalización, el déficit en la eficacia y gestión, la falta de estímulos e incentivos (tanto para la Universidad como para profesores y estudiantes), el acceso masivo a la Universidad, la falta de primeros ciclos adecuados a las demandas del mercado laboral, el ‘corporativismo académico’ alimentado por el sistema funcionarial, la falta de formación global e integral del ‘capital humano’, la rigidez del sector público y, sobre todo, la dificultad que supone la ‘resistencia al cambio’ procedente de una carencia de ‘visión de futuro’. Respecto al personal laboral universitario, se opta por la creación de nuevas figuras que eviten la rigidez del funcionariado, evitando el localismo y el enquistamiento académico, favoreciendo la incorporación de profesionales competentes ajenos a la Universidad y formados en nuevas tecnologías, incorporando los adecuados mecanismos de formación continuada y reciclaje.

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Aunque “una propuesta cruda para que la universidad se sujete a las reglas del mercado fue criticada”, se subrayó la necesidad de acabar con la disfunción entre planes de estudio y actividad profesional. La Universidad debe sincronizarse con la sociedad, creando órganos de asesoramiento formados por empresas e instituciones; replanteando la FP (eficiente y prestigiada) y estableciendo puentes con la Universidad y los sectores sociales implicados, “con planes estratégicos y nuevos instrumentos de rendición de cuentas... [con] una nueva cultura de la evaluación y la responsabilidad”. Será vital en los próximos tiempos una mayor aproximación de la formación a las demandas del mercado, siendo la Universidad, como es, motor del desarrollo económico y social de su entorno “en su calidad de primer proveedor de conocimiento e innovación (dos recursos estratégicos para la competitividad empresarial en los mercados europeos y globales), constituyéndose en ámbito de libertad donde intercambiar opiniones y discutir ideas, mientras las empresas, incentivadas fiscalmente, colaboran más con la universidad”. Todo eso se pide a la Universidad. Todo eso y, además, tener “la solidez suficiente como para orientar el entorno social y no diluirse puramente en el mercado”. Esta institución, para terminar, a modo de guinda, debe preservar “las misiones universitarias de formación integral, de promoción de los valores democráticos y de ayuda solidaria entre países, así como de producción de elementos para la crítica y la renovación de la vida social y de las bases del conocimiento”.

aprendizaje es un proceso continuo e ininterrumpido a lo largo de todo el ciclo vital. Los conocimientos adquiridos hasta el día de hoy no servirán para siempre. Una educación básica seguida de una formación académica y profesional iniciales podrían dotar a los jóvenes de las aptitudes básicas requeridas. Se deben garantizar la actitud positiva hacia el aprendizaje y la capacidad de ‘aprender a aprender’. Los Estados europeos deben articular políticas que permitan a sus poblaciones, sin excepción, disponer de las mismas oportunidades “para adaptarse a las demandas que impone la transformación social y económica y para participar activamente en la concepción del futuro de Europa”. Los objetivos básicos de tales políticas serían la promoción de la ciudadanía activa y el fomento de la empleabilidad. Para participar de la futura Europa no sólo es necesario obtener las cualificaciones requeridas por la llamada ‘sociedad del conocimiento’, sino también renovarlas continuamente. No hay que olvidar que el capital más importante son los propios ciudadanos, ‘principal activo’ de la UE. Por ello, es necesario aumentar visiblemente la inversión en recursos humanos, en infraestructuras, medios y métodos eficaces de enseñanza para el aprendizaje continuo y de calidad ‘a lo largo y ancho de la vida’. De este modo, trabajando juntos para llevar a la práctica este tipo de aprendizaje, se contribuirá a la construcción de una sociedad integradora que ofrezca a todos las mismas oportunidades en el acceso a una educación y formación basadas, sobre todo, en las necesidades y expectativas de los individuos.

El Memorándum sobre el aprendizaje permanente (MECD) invoca en su preámbulo al Consejo Europeo de Lisboa (2000), el cual marcó un punto decisivo en la orientación política de la UE. Europa se encamina hacia una ‘era del conocimiento’, con todas sus implicaciones. “Los modelos de aprendizaje, vida y trabajo están cambiando rápidamente. Esto significa que no sólo los individuos tendrán que adaptarse al cambio, sino que también deberán cambiar las maneras de actuar”. Europa, ‘mosaico intercultural’, está cambiando a un ritmo análogo al de la Revolución Industrial. La transformación tecnológica es vertiginosa, dada la difusión de la economía digital. El acceso a conocimientos actualizados y el uso inteligente de los recursos que ponen a disposición del individuo las tecnologías de la información se han convertido en la clave para reforzar la competitividad de Europa y para mejorar la inserción profesional (empleabilidad) y la adaptación de la mano de obra a la ‘economía del conocimiento’. La principal herramienta para garantizar una feliz y exitosa transición es el llamado ‘aprendizaje a lo largo de la vida’. Cada vez un mayor número de personas prolonga su educación y formación, dispuestas a asumir ‘el reto del cambio’; pero, al mismo tiempo, este documento nos informa de la brecha entre quienes, gozando de la suficiente cualificación, pueden “mantenerse a flote en el mercado de trabajo y los que quedan irremediablemente en la cuneta”. En este contexto, ocupan, obviamente, un lugar central los sistemas europeos de educación y formación, los cuales también tienen que adaptarse –tanto en el ámbito público como privado– a los nuevos desafíos. El aprendizaje permanente es definido como “toda actividad de aprendizaje útil realizada de manera continua con objeto de mejorar las cualificaciones, los conocimientos y las aptitudes”. El

Estos cambios desbordan el marco educativo y exigen también un cambio en la organización del trabajo remunerado, en todos los sectores, a fin de lograr espacio para que los trabajadores puedan también aprender durante toda la vida y planificar la combinación de aprendizaje, trabajo y vida familiar. Todo ello implica incentivar y equipar a la ciudadanía europea para que participe activamente en la vida pública, política y social. El principal objetivo, se nos dice, “es construir una Europa en la que todos tengan la oportunidad de desarrollar al máximo su potencial y de sentir que aportan su contribución y son miembros de la sociedad”. Se apela a los distintos gobiernos para llevar a cabo las reformas necesarias, pero también se apela a instituciones e individuos: “en última instancia, son los responsables de seguir aprendiendo. [...] Europa puede –y debe– mostrar que es posible lograr un dinámico crecimiento económico y al mismo tiempo reforzar la cohesión social”. En la exposición de motivos de la LOU se nos dice que la reforma es la necesaria respuesta en aras al mejor cumplimiento, dados los nuevos escenarios y desafíos, de una serie de objetivos: Una docencia, gestión e investigación de calidad; una mayor eficacia, eficiencia y responsabilidad (como principios de la autonomía universitaria); un mayor autogobierno y la promoción de la movilidad de profesores y alumnos; la respuesta a los retos planteados por la enseñanza no presencial (nuevas tecnologías) y la formación a lo largo de toda la vida; la integración competitiva en el nuevo espacio europeo de Enseñanza Superior; retos, todos ellos, enmarcados en la ‘sociedad de la información y el conocimiento’, derivados de la innovación en las formas de generación y transmisión

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio del conocimiento propios de una sociedad avanzada. Dada la centralidad que ocupa esta institución en el desarrollo económico, social y cultural de un país, es necesario reforzar su liderazgo y dar mayor flexibilidad a sus estructuras. “Y sólo así, la sociedad podrá exigir de sus Universidades la más valiosa de las herencias para su futuro: una docencia de calidad, una investigación de excelencia.” Describamos brevemente algunos puntos ‘de fricción’ de la LOU. La rendición de cuentas ante la sociedad –que la impulsa y la financia– aparece como el nuevo fundamento de la autonomía. Se concede a las Comunidades Autónomas un mayor poder en la creación y gestión de nuevos centros, así como el control de la calidad de las universidades que de ellas dependan. Respecto a la estructura de gobierno, la modificación es prácticamente total en comparación con la LRU. Subrayemos lo siguiente: el Consejo Social pasa a estar compuesto, íntegramente, por representantes de la vida cultural, política, económica y social. Su misión es fortalecer las relaciones de la Universidad con la sociedad, asumiendo “la supervisión de todas las actividades de carácter económico de la Universidad y el rendimiento de sus servicios” y la aprobación de presupuestos. El Rector, el Secretario General y el Gerente son miembros con voz y sin voto. La Representación de alumnos y PAS ‘se cae’ del Consejo de Gobierno (anteriormente, ‘Junta de Gobierno’). Éste, máximo órgano de gobierno universitario, establecerá las líneas estratégicas y programáticas en la organización de la enseñanza, investigación, recursos humanos y económicos. El Claustro está capacitado para elaborar estatutos y convocar elecciones a Rector. El Rector, del que se refuerza su capacidad ejecutiva, es elegido por sufragio universal ponderado y ya no por el Claustro. El Gerente será designado por aquél y aceptado por el Consejo Social. Se crea un nuevo órgano: la Junta Consultiva (formada por profesores e investigadores de prestigio), con funciones de asesoramiento. El Consejo de Coordinación Universitaria, presidido por el Ministro de Educación, Cultura y Deporte, sustituye al anterior Consejo de Universidades; es establecido como máximo órgano consultivo y de coordinación del sistema universitario; los miembros de designación política (que pasan de ser 15 a 21), con la LRU, eran personalidades de la vida académica, científica, cultural y profesional, ahora se añaden las esferas económica y social. Las Universidades dispondrán de mayores competencias para la colaboración con otras entidades y la movilidad de su personal. Asistimos a la creación de un nuevo título: De la evaluación y acreditación. Sus objetivos son la transparencia, la competitividad de las Universidades, la mejora de la docencia e investigación y la información a las Administraciones públicas y ciudadanos. También los servicios y los programas serán evaluados. Tales fines se tratará de alcanzar mediante la creación de la Agencia Nacional de Evaluación de la Calidad y Acreditación (ANECA), institución que promocionará la excelencia docente, investigadora y de gestión. El impulso a la movilidad es una de las preocupaciones recurrentes de la ley, pues “supone una mayor riqueza y la apertura a una formación de mayor calidad”. Por lo que respecta al asunto de la investigación –cuyo fomento, en beneficio del interés general, corresponde a la Administración General del Estado y a las Comunidades Autónomas– podemos reseñar los siguientes fines y priori-

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dades: el fomento de la calidad y competitividad de la investigación de las Universidades españolas, la movilidad de investigadores para la creación de ‘centros de excelencia’, la creación de centros mixtos entre Universidades y organismos públicos y privados para la investigación, la mayor vinculación entre la investigación universitaria y el sistema productivo a través de la creación de empresas a partir de la actividad universitaria (en las que participaría el personal docente) y la generación de sistemas para la canalización de las iniciativas investigadoras del profesorado, para la transferencia de los resultados de la investigación “con la mayor rapidez y eficacia posibles al conjunto de la sociedad” y para la captación de recursos. Es reconocido el impacto positivo “de la actividad científica en la sociedad, en la mejora de la calidad de vida de los ciudadanos y en la creación de riqueza”. En cuanto al acceso de los estudiantes, la Ley apuesta por transferir tal competencia a cada universidad, siempre con respeto a los principios de igualdad, mérito y capacidad; apostando por la movilidad geográfica. En cuanto a la contratación del profesorado se opta por un sistema “más abierto, competitivo y transparente”, posibilitando la contratación de hasta un 49% de la plantilla docente con personal no funcionario. Señalemos la creación de seis nuevas figuras de contratación (todas ellas de carácter temporal) y la creación de un ‘sistema de habilitación’ consistente en una prueba centralizada por el Gobierno: la superación de una prueba –en función del tipo de contrato– ante un tribunal de siete miembros elegidos por sorteo. Esto supondría un ‘filtro’ previo a la selección y contratación por cada universidad en función de sus posibilidades. Para la Universidad privada se estable un mínimo del 25% de profesorado habilitado. La Ley garantiza un modelo flexible de financiación de Universidades públicas, pudiéndose crear fundaciones o entidades jurídicas que permitan la consecución de los objetivos universitarios de un modo ágil y eficiente. El Estado ejercerá su responsabilidad vertebrando el sistema, mejorando su calidad, fomentando la movilidad y promoviendo la integración del sistema universitario español en el espacio europeo de Enseñanza Superior. Detengámonos ahora, brevemente, en los documentos Una Universidad para la sociedad del conocimiento, elaborado por la Secretaría de Educación del PSOE, y Nota sobre el proyecto de Ley de Universidades dirigida a los grupos parlamentarios por la Conferencia de Rectores de las Universidades Españolas (CRUE). En el primero de ellos se alaba la anterior Ley como garantía de la autonomía universitaria, gracias a la cual se abordaron los cambios imprescindibles que han supuesto un claro avance en la calidad docente e investigadora. La expansión del sistema universitario, las nuevas demandas sociales y el nuevo espacio europeo de Enseñanza Superior e investigación aconsejan acometer, en diálogo con todos los agentes implicados, una nueva reforma acorde con las expectativas de ciudadanos e instituciones “en el inicio del desarrollo de la llamada sociedad del conocimiento”. Nuestro progreso, tanto económico como social, “depende de lo que seamos capaces de investigar e innovar”. Nunca como hoy la enseñanza y la investigación han tenido tanta importancia. La Universidad es la institución mejor preparada para asumir estos retos. Sólo una Universidad con mayor autonomía académica y organizativa –acompañada de una mejora de

20 los sistemas de rendición de cuentas y control social–, una Universidad con mejores instrumentos de gestión y con una más eficaz conexión con la sociedad a través de los Consejos Sociales –que incentivarían, promoverían y evaluarían la actividad investigadora de la institución y dispondrían de amplias competencias respecto a la planificación estratégica–, que apueste por la igualdad, volcada sobre el aprendizaje a lo largo de toda la vida y las nuevas tecnologías de la información, atenta a las nuevas demandas sociales y abierta a la UE y el resto de países, que responda a los nuevos desafíos de la calidad internacional, sólo una Universidad tal, podrá responder con suficiente garantía de éxito. La reforma propuesta por el gobierno del PP está muy lejos de tales objetivos; está muy lejos de dotar a la Educación Superior española de estructuras ágiles y flexibles, capaces de adaptación a los cambios que se producen en las demandas sociales en la ‘era del conocimiento’, capaces de adecuar su oferta a tales necesidades cambiantes y de ocupar el lugar que le corresponde. “La Universidad debe liderar esta nueva etapa de la educación y organizarse para responder a las demandas de la sociedad del aprendizaje en la que ya estamos inmersos”. Para la CRUE, la Ley presentada por el gobierno no sienta las bases que precisa la Universidad española del siglo XXI para situarla a la cabeza de los demás sistemas universitarios europeos, “marco imprescindible de referencia”. Algunos de los males detectados por la Conferencia son los siguientes: la Agencia de acreditación propuesta por el gobierno no cumple el requisito de la independencia; se pone en peligro la insustituible autonomía universitaria, garantía de la flexibilidad y la capacidad para adaptarse rápida, eficazmente y con calidad a las demandas del entorno; la Ley propone una estructura rígida y uniforme, incompatible con la diversidad deseable para nuestro sistema universitario en el horizonte del espacio europeo de Educación Superior; la Ley, en fin, no garantiza las condiciones esenciales de homogeneidad en los fondos públicos aportados por las correspondientes Administraciones, condición para asegurar la calidad y equidad de la oferta universitaria pública –si bien, adicionalmente, se considera positiva la financiación que estimule la consecución de objetivos de calidad–. Comentemos algunos documentos de alcance internacional: Trends in Learning Structures of Higher Education (siete de junio de 1999), documento elaborado por Guy Haug, que sirvió de base para la Declaración de Bolonia (diecinueve de junio); y el Comunicado de Praga, declaración de Ministros europeos de Educación. El objetivo del primer texto fue el de trazar un mapa comparativo de las estructuras europeas de Educación Superior (tanto de los países de la UE como de los países del Área Económica Europea) a fin de establecer las convergencias y divergencias en las políticas institucionales y nacionales y estudiar los posibles cambios en la arquitectura de los sistemas educativos dado el contexto de desarrollo global, de expansión de las tecnologías de la información, del incremento de la competitividad y la comercialización de los servicios. Citemos algunas de las tendencias que se subrayan en este informe: Un impulso gubernamental hacia los estudios de ciclo corto, más competitivos y atractivos tanto para estudiantes como para empresarios –ciclos cortos que coadyuven a eliminar el fracaso y que reduzcan costes in-

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 necesariamente altos, tanto para las familias como para el Estado–; una tendencia a dotar de mayor autonomía a la Universidad, junto a iniciativas de evaluación y control de calidad; una progresiva, aunque aún débil, respuesta al reto que suponen los proveedores transnacionales y los nuevos métodos de enseñanza y formación; el difuminado de la fronteras entre los sectores educativos universitario y no universitario; el aumento en la competencia por un estudiantado y profesorado de excelencia y por fuentes de financiación (con obvias consecuencias para la gestión y organización de los sistemas y titulaciones); el empleo del inglés como lingua franca; el primado del resultado sobre la inversión (baremación de la calidad outcome – based) y el impulso a la empleabilidad y atractivo de las carreras. Para hacer frente a este desafío y alcanzar la convergencia y transparencia deseadas en la Europa del conocimiento se sugieren algunas medidas: la adopción gradual del ECTS (European Credit Transfer System), un sistema de acumulación y transferencia de créditos compatible, más legible y comprensible, que favorezca la movilidad y el aprendizaje continuo; la adopción de un marco común, pero flexible, de titulaciones; un incremento en la dimensión de la calidad, homologable a nivel europeo (mediante sistemas compatibles que la garanticen), teniendo en cuenta, sobre todo, el peso de los informes de calidad respecto a la financiación y subvenciones estatales, expidiendo ‘etiquetas de calidad’ basadas en estándares europeos; una investigación coordinada de los estándares de calidad de la educación transnacional; una vinculación más estrecha con el mercado laboral europeo (empleabilidad, reducción del tiempo ‘de espera’ para el primer empleo, que actualmente está en la tardía –y desventajosa competitivamente– cifra de los 28 – 30 años, siendo deseable que la incorporación al mercado se diese a la edad de 22 ó 23, en el momento en que, siempre según el documento, “obsolescence of knowledge is quicker than ever and when employers see time management as an indicator of future performances”); una política de becas más exigente; un decidido empuje a las políticas favorecedoras de la movilidad. Estas medidas posibilitarían el aprovechamiento por parte de los ciudadanos europeos de las nuevas oportunidades de aprendizaje; asimismo, contribuirían a hacer más atractivas las instituciones europeas a los estudiantes de otros continentes, aumentando su competitividad, consolidándolas en un role educativo de influencia mundial. También se hace referencia al ‘aprendizaje a lo largo de toda la vida’, más adaptable a ciclos cortos de estudio por la continua necesidad de reciclar conocimientos y destrezas. Las claves del Espacio Superior de Educación Europeo son la calidad, la movilidad, la diversidad (convivencia de estas medidas junto a la cultura fundamental, lingüística y educacional de cada nación), la apertura (competitividad y cooperación) y, en fin, la empleabilidad (la mayor fuente de cambio y reforma en la Educación Superior). Europa corre el riesgo de, como suele decirse en los medios, ‘perder el tren de la educación transnacional’: “most of the major speakers referred to the fact that Europe was loosing ground in the competition with the USA, and that a more ‘readable’ and compatible set of qualifications was needed to counteract this trend”. El Comunicado de Praga (19 de mayo de 2001) fue titulado Towards the European Higher Education Area.

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio La elección de Praga como punto de encuentro quiso simbolizar la decisión de involucrar en el proceso a toda Europa, no sólo a la UE. Los ministros se felicitaron por las metas logradas y afirmaron su total compromiso con la consecución de los fines por alcanzar. Se reafirmó el objetivo de la movilidad para beneficiarse de las posibilidades de tal área, “incluyendo sus valores democráticos, la diversidad de culturas y lenguajes y la diversidad de los sistemas de educación superior”. La continuación y profundización del trabajo empezado en Bolonia es condición esencial para el atractivo y competitividad de las instituciones de enseñanza europeas. Los ministros pusieron de manifiesto el carácter de bien público de la Educación Superior, siendo su estado y evolución responsabilidad pública; y señalaron la dimensión social del proceso de Bolonia. Impulsaron la adopción de un sistema de créditos y titulaciones legibles y comparables, transferibles y acumulables, expresando su deseo de que los ciudadanos puedan utilizar sus conocimientos académicos y profesionales a través de todo el área. Se adopta una estructura de estudio basada en dos ciclos principales: undergraduate y graduate studies. Los programas de estudio pueden y deben tener diferente orientación y diferentes perfiles, a fin de acomodar entre sí la diversidad de necesidades individuales, académicas y del mercado de trabajo. Reconocen la labor de los sistemas de garantía de calidad en cuanto a la mejora del acceso de los titulados a dicho mercado. La confianza en los sistemas de acreditación y garantía de los distintos sistemas nacionales es un pilar necesario para el establecimiento de aquel espacio y su promoción fuera del continente. Enfatizaron la importancia del desarrollo del aprendizaje permanente o lifelong learning: “in the future Europe, built upon a knowledge – based society and economy, lifelong learning strategies are necessary to face challenges of competitiveness and the use of new technologies and to improve social cohesion, equal oportunities and the quality of life”. Los ministros expresaron su aprecio por el desarrollo de programas que combinen la calidad académica con la durabilidad relevante de la empleabilidad. Los estudiantes, como principales protagonistas, deben participar y tener influencia en los cambios que vive la institución universitaria. Afirmaron, en fin, a la espera de la próxima reunión, que tendrá lugar en la segunda mitad de 2003, en Berlín, su compromiso en la cooperación y trabajo basados en los objetivos de la Declaración de Bolonia. Terminemos este ya prolijo y algo fatigoso capítulo con unos textos que nos permitan, por si a estas alturas no estuviera claro, delimitar los aspectos que realmente se están jugando en este asunto. EEUU (18 de diciembre de 2000), Australia (1 de octubre de 2001) y Nueva Zelanda (26 de junio de 2001) presentaron en la Organización Mundial del Comercio distintas ponencias de similar contenido. En ellas se invitaba a debatir acerca de la liberalización comercial del sector de la Enseñanza Superior a escala mundial. Previa asunción del papel que los distintos Estados cumplen en la enseñanza, se aboga por complementarlos mediante la formación y capacitación privadas. Estos proveedores, con unos contenidos pragmáticos y centrados en el empleo, se han mostrado eficaces a la hora de “mejorar los conocimientos especializados de sus empleados y poner a éstos al día en relación con sus últimos

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productos” (ponencia EEUU). Esta es una posibilidad empresarial cada vez más importante, incluso para las empresas no (solamente) dedicadas a la formación. El papel de la enseñanza privada es vital para contribuir a la difusión de la moderna ‘economía del conocimiento’: “La disponibilidad de esos servicios de enseñanza y capacitación puede ayudar a que se disponga de una fuerza de trabajo más eficiente, permitiendo a los países mejorar su posición competitiva en la economía mundial” (EEUU). Existe una común queja por los pocos compromisos realizados en el sector de la enseñanza en el marco del Tratado de Libre Comercio (GATS), que impiden “ofrecer a las personas de todos los países un acceso a una amplia gama de opciones educativas” (Australia). Se desea facilitar el movimiento transfronterizo de estudiantes y proveedores de servicios de enseñanza. Así, la población nativa tendría acceso a servicios que de otro modo no podría conseguir; se incentivaría la competitividad, con beneficios derivados para todos los estudiantes; se fomentaría el conocimiento y aprecio de otros idiomas, culturas, sociedades, favoreciendo a los estudiantes tanto en el plano profesional como en el cultural. El objetivo de estos comunicados es el de favorecer la extensión de este tipo de formación mediante la reducción de los obstáculos que se oponen a la transmisión de servicios más allá de las fronteras nacionales, “proporcionando oportunidades a los proveedores para que pongan sus servicios a disposición de los estudiantes de otros países”, coadyuvando a la buena formación de ‘capital humano’. Las barreras (impedimentos a la libre circulación de estudiantes internacionales, dificultades en el reconocimiento de las titulaciones, límites sobre propiedad y participación extranjera en el capital, restricciones sobre el flujo de material educativo, etcétera) deben ser removidas. Se trata de universalizar la formación, en todo lugar y modo, sin interferir en las políticas educativas de cada país miembro de la OMC ni impedir la destinación de fondos públicos a la enseñanza. Invitan, en fin, al resto de países a contraer compromisos en este sentido, a reducir los obstáculos al comercio de servicios de enseñanza sin erosionar los sistemas y normas básicas de la educación pública; al contrario, se trata de complementarla, ayudando a reducir el gasto público en infraestructura y liberando, de ese modo, recursos que podrían destinarse a otros aspectos de la política educativa. Estos documentos sí suponen, en verdad, un desafío para el sector de la Educación Superior europea.

4. Decíamos más arriba que todos estos documentos forman un continuo solidario ideológicamente; no suponen, uno de otro, variación significativa en los planteamientos de fondo. Expresiones del tipo ‘nuevos retos’, ‘cambiantes desafíos’, ‘demandas del entorno’, ‘exigencias de la sociedad’, ‘sociedad en transformación’, etcétera, expresiones tan vagas, brumosas, como éstas, señalan una zona oscura del discurso, un lugar en el que el pensamiento debe penetrar a modo de cuña para quebrar ese tejido de evidencias impensadas, ese macizo ideológico. Estos documentos están plagados de violaciones del principio de no contradicción, de letanías de imágenes sin otra articulación que la de estar yuxtapuestas, de habilidades retóricas cuyo fin es la seducción, la fascina-

22 ción, en ningún caso, el entendimiento. La ideología, de algún modo, es veraz por lo que oculta, por lo que señala al velar. La contradicción puede habitar en el discurso, se puede decir, y de ello se sirve la bisutería discursiva que envuelve estas reformas; pero no se puede pensar. Explicar racionalmente tal zona oscura implica responder a la pregunta: ‘¿Qué es la globalización?’ Más aún: implica dar respuesta a la pregunta: ‘¿Qué es el capital?’ La Ministra de Educación afirmó varias veces que los estudiantes no sabían por qué se manifestaban. Y, en gran medida, tenía razón; se manifestaban –no lo sabían, pero lo hacían– contra el capitalismo. La única postura no contradictoria fue la defendida por los estudiantes asamblearios. Éstos no podían no mantener un discurso antiglobalizador y anticapitalista; no podían no pensar un mundo caracterizado por la total internacionalización del capital, la pérdida de soberanía de los Estados y la desnacionalización del proletariado. Pensar qué son las cosas y hacia dónde se dirigen – si bien hablar de direccionalidad en este caso no parece muy acertado– supone pensar aquello que hace ser a las cosas (o dejar de ser) e impide que sean lo que podrían llegar a ser; implica pensar las cosas en determinada, digamos, escenografía invisible e inexperimentable de forma directa, previa a todo nuevo comienzo; implica pensar esa estructura que llamamos capital y responder a la pregunta ¿qué es? Sería imposible, en todo caso, en el espacio que resta, trazar la genealogía de esa matriz estructural que nos nace; tampoco extractar en unas líneas la disección de la sociedad moderna a través del análisis de la mercancía, de lo que es en tal tipo de sociedad.2 Bástenos, para intentar explicar racionalmente qué cosa sea la ‘sociedad de la información y el conocimiento’, para explicar qué cosa sea una sociedad en continua transformación, qué cosa sean las ‘demandas del entorno’ y para explicar la función central de la innovación tecnológica en este asunto –función que, de un modo confuso, no articulado, es subrayada por aquellos documentos–, bástenos releer la Sección IV de El Capital. Marx estudia en este lugar lo que llama ‘plusvalía relativa’. Hay dos formas de aumentar el beneficio: o bien prolongamos la jornada de trabajo (‘plusvalía absoluta’) –lo cual choca con 2

La obra de Marx no sólo nos ofrece el instrumental conceptual más adecuado para la disección de la sociedad moderna; también sus metáforas son las más profundas para la aproximación intuitiva a este objeto. Pocas metáforas tienen tanto alcance como la siguiente: todo lo sólido se desvanece en el aire. Marx se cita a sí mismo en El Capital [vol. I, p. 407, Fondo de Cultura Económica, S.A., México, D.F., 1999] con estas palabras del Manifiesto Comunista: “La burguesía no puede existir más que revolucionando incesantemente los instrumentos de la producción, que tanto vale decir el sistema todo de la producción, y con él todo el régimen social. [...] La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de haber echado raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido por la fuerza de las cosas a contemplar con mirada impasible su vida y sus relaciones con los demás”.

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 la resistencia, en primer lugar fisiológica, de esa mercancía tan particular llamada ‘trabajador’– o bien intensificamos el trabajo –producir más en el mismo tiempo– sin aumentar la jornada. Para este fin deben ser transformadas las condiciones técnicas y sociales del trabajo. Tal intensificación, tal revolución en las condiciones de la producción –y, tras ella, en el régimen social– logrará un aumento en la productividad y un aumento en el número de horas –sin variar la jornada– que el obrero trabaja para la empresa; es decir, con un número menor de horas (dentro de la misma jornada o incluso aumentando la jornada para apurar la ventaja técnica antes de que pase a los competidores) las transformaciones técnicas hacen que el trabajador produzca su salario en menos tiempo: “En la producción capitalista, el desarrollo de la fuerza productiva del trabajo tiene como finalidad acortar la parte de la jornada durante la que el obrero trabaja para sí mismo, con el fin de alargar de este modo la otra parte de la jornada, durante la cual tiene que trabajar gratis para el capitalista”.3 El coste de la mano de obra es abaratado, pues al aumentar la productividad caen los precios de aquellos bienes de ‘primera necesidad’ – según la circunstancia– que garantizan la subsistencia y perpetuación de los trabajadores. “Por eso es afán inmanente y tendencia constante del capital reforzar la productividad del trabajo, para de ese modo abaratar las mercancías, y con ellas los obreros.”4 La ciencia y la tecnología, bajo el capitalismo, no sólo tienen la función de revalorizar el capital, sino también –en aras de ésta– la de doblegar la resistencia obrera a este proceso. El estudio de la historia de la clase obrera y sus frecuentes ‘resistencias al cambio’, separada de las “potencias espirituales del proceso material de producción”, supone el estudio de la evolución de la tecnología, ‘azote del obrero’, insisto, bajo el capitalismo. “El motivo impulsor y la finalidad determinante del proceso de producción capitalista es, ante todo, obtener la mayor valorización posible del capital, es decir, hacer que rinda la mayor plusvalía posible y que, por tanto, el capitalista pueda explotar con mayor intensidad la fuerza de trabajo.”5 La inclusión de la ciencia y la tecnología como ingredientes centrales de la acumulación capitalista hace de ellas –dejando inexploradas sus capacidades para la consecución de una sociedad igualitaria y libre, para la consecución de una sociedad en que sea posible la vida buena– vehículos de una explotación aún mayor del trabajo y de un abandono letal hacia aquella parte de la población que, siendo, obviamente no de forma explícita, declarada prescindible, sobrante, siendo una verdadera excrecencia para el sistema productivo, ni siquiera es estimada para ser explotada, pues su absorción en el mercado de trabajo implicaría una merma en los márgenes de valorización del capital del bloque que la integrase; se cumple con ello, del modo más perverso, la utopía del fin del trabajo. Siendo la labor científica subsumida en este proceso el mando del capital sobre el trabajo se hace total e incontestable, revestido con los siempre auráticos mantos de la lógica de las cosas. 3

Ibídem, p. 258.

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Ibídem, p. 257.

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Ibídem, p. 267.

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio Este ‘descubrimiento’ imprime al proceso productivo una creciente aceleración y, más que un impulso, un brutal empujón a la investigación científica. Este curso, dada la concurrencia internacional de capitales, alcanza una dimensión de vértigo. El trabajo adquiere un papel secundario respecto de la actividad científica y su aplicación tecnológica, que prolifera de forma públicamente descontrolada. En la apropiación de los medios sociales del trabajo estaba incluida la apropiación de los medios de producción científica, concentrando en manos de los capitalistas un poder de, dicho eufemísticamente, ‘destrucción creativa’ (Schumpeter) como nunca fue soñado: “La ciencia es separada del trabajo como potencia independiente de producción y aherrojada al servicio del capital. [...] La ciencia no le cuesta al capitalista absolutamente ‘nada’, pero ello no impide que la explote. El capital se apropia la ciencia ‘ajena’, ni más ni menos que como se apropia el trabajo de los demás. [...] La explotación rutinaria e irracional es sustituida por la aplicación tecnológica y consciente de la ciencia”.6 Vemos, pues, como la dinámica de inclosures también tiene lugar en el ‘campo’ del conocimiento. Ignoramos, hasta que se nos demuestre otra vía explicativa, mejor aclaración de ese misterio –más misterioso que la transmutación alquímica, según el discurso oficial– en que consisten las ‘cambiantes demandas del entorno’. A las reformas en los ámbitos educativo y laboral en función de los ‘desafíos’ de la ‘sociedad de la información’, se une la reestructuración del organigrama ministerial. El 28 de julio de 2000 aparece un Real Decreto “por el que se desarrolla la estructura orgánica básica del Ministerio de Ciencia y Tecnología” –el cual, en tiempos recientes y no tan modernos no pasaba del rango de ‘Oficina de Ciencia y Tecnología’–. Tal Ministerio se crea con la tarea de coadyuvar “...al incremento de la importancia y de la calidad de la ciencia y la tecnología españolas, así como al fortalecimiento del proceso de internacionalización de las mismas”.7 Otras de sus tareas serán las de aumentar el nivel de conocimientos de este tipo en la sociedad española mediante la debida cualificación de los recursos humanos; estimular el uso generalizado de las nuevas tecnologías; elevar la competitividad de las empresas y su carácter innovador. “La política científica y tecnológica no sólo es un elemento esencial para el desarrollo económico de España, sino también un reto para acometer en el futuro, desde la percepción de que el sistema español de ciencia y tecnología reviste una tradicional debilidad.” Objetivo prioritario es el desarrollo y fomento de la ‘sociedad de la información’, “...con la convicción de que la generalización de las tecnologías de la información y del uso de las redes de telecomunicaciones, en particular de Internet, suponen un reto de gran importancia para lograr que la economía española y la europea se conviertan en el siglo XXI en economías basadas en el conocimiento, competitivas y dinámicas, capaces de crecer de manera sostenible”. Estado y empresa privada se dan la mano para rentabilizar la investigación científica en forma de innovación tecnoló6

Ibídem, pp. 296, 316, 422.

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B.O.E. núm. 181, 29 de julio de 2000.

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gica susceptible de representar una ventaja en la concurrencia internacional. Este curso es, en principio –cuando no por principio–, ajeno a los intereses de los usuarios – cuando no contrario a tales intereses–. El criterio de rentabilidad desplaza al de utilidad. La innovación tecnológica queda ligada a la lucha por el control de los mercados y no a la propia dinámica de la investigación científica. Por tanto, su trayectoria es marcada por cúpulas empresariales – estrechamente relacionadas con las élites políticas–. El Estado, como ejemplarmente sucede en el asunto de la reestructuración de la Universidad pública, debe suplir las carencias del capital privado aportando su estructura de investigación, sus recursos públicos, absorbiendo las posibles pérdidas, costes, riesgos, desastres. La mutabilidad de un sistema productivo en pos de la revalorización del capital en un contexto de gran competencia a nivel global impele a los Estados modernos a crear una infraestructura capaz de suplir-complementar-ayudar-incentivar a la empresa privada. El Estado –obvia decir que en ausencia del debate público informado pertinente– aporta el mayor porcentaje en I+D, inversión cuyos frutos serán explotados privadamente. Aquí, como en otros lugares, se revela su carácter de clase. La investigación básica es realizada –principalmente en el sector de la enseñanza universitaria– con fondos públicos; el desarrollo y explotación, casi de forma exclusiva, por empresas y organismos privados. El Estado se nos aparece, en fin, como benefactor de la empresa privada a fondo perdido.8

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(Una nota sobre las mujeres de la limpieza, la guerra de Iraq y el sistema mundial empresarial.) En principio podría parecer aventurada, absurda, tal vez, la tarea de conectar con los nexos argumentales debidos dos fenómenos tan aparentemente alejados – no sólo espacialmente– como son los de una huelga de limpieza en ciertas Facultades de la Universidad Complutense de Madrid – desconvocada el día 27 de marzo de 2003– y la guerra –la masacre, para ser más rigurosos, dada la desproporción tecnológica entre invasores e invadidos– que acontece en estos momentos en Iraq. ¿Cuál será el hilo invisible que atraviesa estas cuestiones? Comencemos con algunos datos. En El País del día 24 de marzo, se citan las siguientes palabras de Ana Palacio en respuesta a una pregunta acerca de la situación económica por entonces actual: “Las bolsas han subido y el petróleo ha bajado. Ya los ciudadanos pagan unos céntimos menos por la gasolina y el gasóleo. Eso son datos. La intervención está todavía en marcha, y no vayamos más allá; pero ahí hay datos”. El siguiente titular corresponde a La Vanguardia, día 18 de marzo: EEUU empieza a repartir el pastel de la reconstrucción posbélica de Iraq. Merrill Lynch cree que ACS, Dragados y Ferrovial se verán beneficiadas. A pesar de que las empresas estadounidenses se adjudicarán la parte del león en la reconstrucción de Iraq, analistas financieros piensan que algunas empresas españolas se verán favorecidas, tanto en bolsa (por las expectativas) como en la reconstrucción de la infraestructura de aquel país. Ken Rumph, analista de Merrill Lynch, recomendaba invertir en estas empresas. También en británicas, pero no en francesas. Ya en febrero, la Agencia de Desarrollo Internacional de EEUU remitió a ciertas empresas la copia de un contrato para el diseño y reconstrucción de un puerto, carreteras, depuradoras de agua, aeropuertos, sistemas de alumbrado, servicios de salud y educación, edificios gubernamentales y sistemas de regadío. Hay conexiones, por cierto (qué casualidad), entre algunas de ellas y miembros del gobierno estadounidense: Dick Cheney, Richard Perle. El País, día 27: Empresas de EEUU

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van a gestionar 1.900 millones en Irak. (A la luz o, más bien, a la oscuridad de estas cifras, no podemos evitar pensar en cuánto cuesta, contra todo sentido común, destruir –ver presupuestos militares– y qué poco construir...) Andrew Natsios, director de la Agencia de Desarrollo Internacional (USAID), afirma que, de acuerdo a la pasada experiencia (ex–Yugoslavia), un 50% del presupuesto para la reconstrucción irá a parar a subcontratas de otros Estados. “La ministra de Asuntos Exteriores española, Ana Palacio, dijo el martes [día 25] en Washington que ‘se da por hecho’ que empresas españolas van a participar en la reconstrucción de Irak...” Una de las mejor situadas en la lista es el Grupo Dragados, empresa transnacional, ‘ágil y flexible’, con presencia en los sectores de la construcción, los servicios, la industria y la inmobiliaria; pionera, se nos dice, “en el proceso de internacionalización del sector español de la construcción”. Dragados obtiene en los mercados exteriores un 27% de su facturación. De entre la colección de tópicos y tendencias de las que todo grupo empresarial está preso, subrayamos los objetivos (según su propia página web) de la internacionalización de todas sus actividades y la implantación de nuevas políticas de gestión de los Recursos Humanos. La sección de Servicios alcanzó el pasado año una facturación de 1.484 millones de euros con un crecimiento del 16,7% respecto a 2001. “El crecimiento más importante de la división tuvo lugar en CLECE, cuya facturación ascendió a 385 millones de euros, un 58,3% más, tras la incorporación de Integra, dedicada al mantenimiento de edificios.” El Grupo Dragados obtuvo el pasado año un resultado neto atribuido de solamente 220,5 millones de euros, un 8,3% menos que en 2001. El descenso de la cifra de beneficios se debe, fundamentalmente, a la situación en Argentina, a la devaluación de las monedas latinoamericanas y al descenso de la actividad en telecomunicaciones. Aun así, durante este año, “el Grupo Dragados tiene previsto lograr un beneficio neto atribuido de 250 millones de euros, lo que supondrá un crecimiento del 13% respecto al de 2002, y de 340 millones de beneficio antes de impuestos, lo que representará un incremento del 42%”. Añadamos algunos datos más, no demasiados, no quedemos saturados. El Rectorado de la UCM externalizó los servicios de limpieza de algunas de sus Facultades a través de la empresa CLECE. El Rectorado pagaba aproximadamente 300.000 pesetas por trabajador contratado a tiempo completo; éste recibía unas 90.000 –el capital, obviamente, habla en euros mientras que el trabajo sigue hablando en pesetas–. El salario base era de algo más de 3.000 pesetas. Estas circunstancias han sido ligeramente alteradas –en ningún caso en la medida de las reivindicaciones– tras el acuerdo –cediendo a múltiples coacciones– firmado con la empresa. Esto también son datos. La mejora en los resultados y la corrección del lastre latinoamericano se arregla como se arreglan siempre estas cosas: intensificando la explotación del trabajo y ocupando nuevos mercados, es decir, con nuevas políticas de Recursos Humanos y reducción de costes y con la internacionalización de sus actividades “aprovechando el buen momento que atraviesa el sector productor de petróleo y gas”, por ejemplo. Estas empresas ‘no hacen mal a nadie’, simplemente ‘ganan en presencia internacional’, simplemente están obligadas a ser ‘empresas ágiles y eficientes, competitivas y de calidad’, simplemente se aprovechan de las estrategias geopolíticas neocolonizadoras y del aplastamiento de los pueblos, simplemente se aprovechan de la precarización del trabajo, del miedo, ansiedad e incertidumbre de tantos hombres y mujeres. Sin descartar otro tipo de factores, abundemos en la explicación, en última instancia, económica. (No importa que esté dicho una y un millón de veces...) La expansión de las grandes

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 Las nuevas tecnologías de la información hacen su ‘milagrosa’ aparición como respuesta a la crisis del sistema económico mundial iniciada en los años 70. En el problema de la sobreproducción industrial, del desempleo, cierre de fábricas, estancamiento e inflación, de la pérdida de competitividad de la industria occidental, en tales problemas, está el origen de nuestra ‘sociedad de la información y el conocimiento’. A principios de los años 80, y de modo simultáneo, Francia, Gran Bretaña, Alemania y EEUU, recurren a la innovación tecnológica para afrontar ‘los retos y desafíos del fin de siglo’, es decir, para escapar de la crisis. La industria tradicional, en decadencia, incapaz ya de competir con éxito en el mercado internacional, deja paso a la nueva industria, basada en la alta tecnología, la información y los servicios. La reingeniería laboral y las reformas en la educación conseguirán adaptar la población a las ‘demandas del entorno’. Para impedir el colapso del sistema es preciso, por un lado, que ciertas transnacionales permanezcan en su posición de privilegio –por lo que será preciso transnacionales en concurrencia choca con los límites del planeta en el tiempo de la globalización: no hay nuevas tierras en que encontrar nueva mano de obra, materias primas y recursos energéticos más baratos con que contener la crisis interna a los Estados de las llamadas ‘economías desarrolladas’. Pero lo que sí puede hacerse es desplazar de su situación de privilegio a ciertas empresas y sustituirlas por otras. Tenemos aquí lo que podríamos llamar un ‘frente externo’ abierto por y para la expansión del sistema mundial empresarial. Pero existe también un ‘frente interno’: la reestructuración de las rigideces de los mercados laborales y la progresiva desaparición de los débiles andamiajes de bienestar social por el llamado ‘capitalismo flexible’. Nos las habemos, al parecer, a un tiempo, con una reconfiguración geopolítica global –en la que determinadas potencias y grandes empresas a ellas asociadas desplazan a otras de sus zonas de dominio relativo– y, por otro, la reforma en la correlación de fuerzas entre el trabajo y el capital. Dos frentes en los que el capital halla un punto de fuga en la gestión de la crisis. Tales fuerzas económicas encuentran un límite en la situación actual del Derecho. Las instituciones que la sociedad moderna ha creado se convierten en corsés que es necesario romper. Tan sólo permanece en pie un discurso en que nadie cree, tanto menos cuanto más utilizado es a efectos de justificación y legitimación. Acontece la dolorosa ruptura de una ilusión vigente durante 40 ó 50 años: la de un capitalismo civilizado. Donde el mito de la libre competencia no alcanza, aparece el largo brazo del poderío militar; donde la mano invisible, con todos sus fraudes y engaños, no llega, se llega manu militari. Thomas Friedman, consejero de Madeleine Albright, lo dice de la siguiente forma (citado por Samir Amin [Alto a la OTAN. El proyecto imperialista neoliberal de la hegemonía de Estados Unidos], del Magazine del New York Times, 28 de marzo de 1999): “Lo que el mundo necesita: la mundialización sólo funcionará si Estados Unidos actúa con la fuerza todopoderosa que le confiere su calidad de superpotencia. La mano invisible del mercado jamás funcionará sin el puño invisible. Mac Donald no prosperará sin la Mac Donnell Douglas, que ha construido el F15. El puño invisible que garantiza un mundo seguro para la tecnología de Silicon Valley se llama ejército, aviación, marina y Cuerpo de Marines de Estados Unidos”. Este ‘matrimonio de conveniencia’ ha alcanzado en palabras de José María Aznar –durante un almuerzo con la delegación del Foro de Marcas Renombradas– su más extractada y acertada expresión: “la marca ‘España’ goza de buena salud”.

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio crear la demanda necesaria a través de la industria de la producción de consumidores (la publicitaria) capaz de absorber los productos de la nueva industria tecnológica– y, por otro, aliviar la tensión interior en los países desarrollados y contener a las fuerzas contrarias a este proceso, tanto interiores como exteriores, gracias a las virtudes de la tecnología en cuanto a la vigilancia, el castigo y la represión. Los nuevos métodos técnicos han servido, de forma intensificada si cabe desde los años 80, para combatir a los movimientos de resistencia y facilitar la expansión del sistema mundial empresarial. Lo que ya era una tendencia constante exigida por la estructura que llamamos ‘capital’ se convierte en estos momentos en una desesperada necesidad. Tal necesidad, y por poner sólo un ejemplo, era expresada del siguiente modo por François Mitterrand, en 1982: “La investigación constituye una de las claves esenciales para salir de la crisis. Es la llave de la renovación. Un esfuerzo tan gigantesco de investigación permitirá a Francia ocupar su lugar entre las pocas naciones capaces de controlar su técnica y, en particular, proteger su independencia... La electrónica... juntamente con el trabajo de los investigadores franceses colocará a nuestro país entre los primeros”.9 En Europa y EEUU son recurrentes este tipo de discursos. El esfuerzo que los Estados deben acometer tiene como finalidad la creación de empleo, la conservación de puestos de dominio en el mercado internacional para ciertas empresas y la estabilidad económica. Ello pasa por el aumento de los gastos nacionales en ciencia aplicada e innovación tecnológica, así como en las ayudas e ‘incentivación’ a las empresas de alta tecnología. Los sectores beneficiarios de la subvención estatal son el aeronáutico, electrónico y de comunicaciones. En este momento comienza una incesante tarea de propaganda a fin de estimular hasta el delirio colectivo la demanda de las nuevas tecnologías, abriendo así ‘un horizonte de increíbles oportunidades para todos’. Cuando aparece el beneficio el Estado desaparece y la empresa nacional o transnacional, siguiendo el criterio de la rentabilidad sobre cualquier otra consideración, toma las riendas. Las políticas de los Estados nacionales pasan a quedar sujetas al cálculo del capital (principalmente transnacional). Al tiempo que Mitterrand pronunciaba aquellas palabras, y por seguir con el ejemplo francés, afirmaba Claude Chayson, ministro de Asuntos Exteriores, en el XII congreso de los partidos socialistas de la Comunidad Europea: “Las compañías transnacionales tienen el monopolio del análisis y las decisiones estratégicas a escala mundial. Ni los gobiernos, ni los sindicatos, ni los partidos políticos tienen esta posibilidad... Es una situación intolerable... Su estrategia se nos escapa”.10 Esta desesperada fuga hacia adelante es traducida a las distintas poblaciones en términos tranquilizadores y optimistas. En un contexto de inestabilidad, y precisamente con el fin de mantener aquella estructura que genera periódica e inevitablemente inestabilidad –por continuar en lenguaje eufemístico–, el origen, administración e implantación de las innovaciones tecnoló9

Citado por Herbert Schiller, Información y economía en tiempos de crisis, pp. 21, 22 [FUNDESCO, Editorial Tecnos, S.A., 1986, Madrid].

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Ibídem, p. 28.

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gicas, lejos de llevarnos a una posición optimista, nos deben hacer pensar en una radicalización de la desigualdad y el desequilibrio. “¿Cómo nos encargamos –pregunta Herbert Schiller– de unos medios de comunicación concebidos, proyectados e instalados con el fin primordial de mantener ventajas y privilegios económicos e impedir el tipo de cambio social que echaría por tierra y eliminaría estos privilegios? [...] Dada la estructura dominante del poderío militar e industrial, la revolución de las comunicaciones es al mismo tiempo la consecuencia y finalidad de un vasto esfuerzo para mantener un sistema mundial de ventajas económicas. [...] Aquí no hay ambigüedad o dualismo. No es cuestión de ‘o esto o lo otro’... buen uso o mal uso de la técnica. Sólo es cuestión de dar mayor impulso y usar la nueva técnica de las comunicaciones para continuar agarrados a los beneficios económicos derivados de un sistema mundial de dominio. Por esta razón, la insistencia en los aspectos positivos y posibilidades de los nuevos medios de comunicación actuales es, en el mejor de los casos, una falta de sinceridad. [...] ...un uso de las nuevas técnicas que sea importante y beneficioso para la sociedad requiere una reestructuración de ésta. La idea de que puede darse un cambio social humanístico cuantitativamente, por medio de la nueva técnica, es irreal y rayana en la fantasía. El potencial social que pueda existir, y subrayo el ‘pueda’, en alguna de las nuevas realizaciones solamente puede evolucionar apreciablemente en un contexto social, cultural y económico totalmente diferente.”11 Basten estas líneas para dar con la pista teórica adecuada que responda en lo posible a aquellas cuestiones con que empezamos este punto. Glosemos a continuación las contradicciones más hirientes de los discursos del punto anterior. Supuestamente la Universidad y, por supuesto, la sociedad toda, ha entrado en la ‘era del conocimiento’, en la ‘sociedad cognitiva’ (barbarismo que nos permite seguir el rastro hasta el epicentro de este ‘movimiento reformista’). Dada la caducidad del conocimiento el método pedagógico se desplaza, en gran medida, desde el aprendizaje de contenidos hasta el aprendizaje de técnicas de aprendizaje que posibiliten el ‘reciclado’, la enseñanza continua e ininterrumpida (lifelong learning). Hasta la enseñanza está sometida, al parecer, como toda mercancía, a distintas variantes de lo que propiamente denominaríamos como ‘obsolescencia programada’ u ‘obsolescencia moral’. Sin querer ser maliciosamente meticulosos, hay que señalar que sólo de un modo muy generoso puede denominarse ‘conocimiento’ a un conjunto de habilidades y destrezas puramente técnicas, muy especializadas; son éstas las que no pueden dejar de quedar obsoletas en un sistema productivo cuya supervivencia pasa por la incesante renovación de la base técnica de la producción. La, hasta cierto punto, equívoca metáfora marxista arquitectónica nos proponía la determinación en última instancia de la superestructura ideológica (en sentido amplio) por la infraestructura productiva. La ‘sociedad de la información’ requiere para su funcionamiento la incesante acumulación –y por tanto, para dejar espacio a tal, incesante destrucción– de habilidades 11

Ibídem, pp. 29, 36, 42.

26 técnicas. (Lo diremos de paso: no criticamos, en principio, este curso por cierta nostalgia de oficio o artesanía; se critica el origen y función de tal, se critica lo caótico del proceso, su falta de planificación racional.) En la cumbre del G–8 de Colonia (1999) se redactó una declaración titulada Objetivos y ambiciones de la formación permanente. La educación en una sociedad en transformación. En ella se subrayaba la importancia del aprendizaje permanente para la reducción de los niveles de desempleo. Ahora bien, la sociedad moderna, la sociedad capitalista, para seguir siendo tal, no deja nunca de estar en transformación, es, por definición, una sociedad en perpetua transformación. Las constantes reformas en las cartografías laboral y educativa sirven para adaptar la fuerza de trabajo a tal circunstancia. Ilustra muy bien esta cuestión el ex–presidente de la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Madrid, don Fernando Fernández-Tapias –siempre presto y solícito en la difícil tarea de “hacer frente a las demandas de la sociedad”, luchando, a través de “los avances en el campo empresarial”, por “el progreso y la mejora de todos los ciudadanos”– con las siguientes palabras: “Los continuos avances tecnológicos nos obligan a la formación permanente de los trabajadores y los directivos, por lo que vamos a fomentar que los planes de estudio y de formación no olviden las necesidades de las empresas, que requieren, para seguir progresando, de un capital humano cada vez más preparado y eficiente” (Metro directo, 3/04/2002). Cuando el contenido tradicional de una disciplina, sólido, pesado, denso, se convierte en un lastre para una economía de vértigo, volátil, fugaz, de ‘corto plazo’, debe ser, según su respectiva ductilidad, desplazado en beneficio de ‘competencias’ y destrezas profesionales; entonces, cuando sólo quedan puras destrezas técnicas que cambian de un momento a otro únicamente se puede ‘aprender a aprender’, sólo se puede aprender nada. Pedagogos pasan, al infierno vamos... Otra cuestión que debe pensarse es aquélla que trata de conciliar la financiación de la Universidad como bien público junto a la financiación diferencial según determinadas finalidades extra–académicas y no necesariamente acordes con el llamado ‘interés general’. Esta discusión, debidamente contextualizada en el marco de un Estado socialmente mínimo, de un Estado entregado a las políticas de equilibrio presupuestario, de déficit cero, así contextualizada, nos lleva a pensar tal conciliación como fraudulenta, falaz, contradictoria. En una circunstancia de aguda concurrencia internacional un tal Estado se verá impelido a financiar aquellas universidades o equipos de investigación ‘excelentes’ que formen parte de corporaciones capaces de competir con éxito, es decir, rentables, capaces de producir plusvalor –ya sea en la forma de conocimiento o en la materialización de tal en forma de producto o mejora de producto susceptible de ser provechosamente incorporado a los circuitos comerciales–. Las universidades que no se adapten o que fracasen según tal dinámica serán consideradas como un lastre, como una carga gravosa para un Estado y una sociedad ‘con conciencia de coste’. Así, el objetivo que parece debe perseguir el Estado es, no financiar una educación pública excelente, de calidad, etc., sino más bien determinados centros de investigación y docencia excelentes. Las consecuencias para la

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 geografía humana de esta centralización de los lugares de formación superior ‘de calidad’ son claras. Aun así serán brevemente comentadas a continuación al glosar la cuestión de la movilidad. El ECTS y otras políticas educativas buscan un incremento en la ‘medidad’ –según expresión utilizada en Trends...– tanto de las titulaciones como de las calificaciones a fin de promover la movilidad estudiantil en función de las demandas de una formación y un mercado de trabajo cada vez más internacionalizados. A esta operación propiamente la llamaríamos algo así como el adecuado establecimiento del valor de cambio de la mercancía en que consiste el trabajador formado en las instituciones de Educación Superior con el motivo de evitar innecesarios y costosos desajustes y fricciones en su circulación, mejorando su empleabilidad y facilitando su constante readaptación a los ‘desafíos del entorno’, es decir, a las necesidades de ampliación y acumulación capitalistas. Abundando en tal finalidad, Gerhard Schröder –según informó El País (5/7/2002)– barajaba la posibilidad de “obligar a los jóvenes en paro a trabajar en cualquier punto del país”. Un grupo de expertos trabajaba en el desarrollo de ésta y otras medidas, como por ejemplo la expansión del empleo temporal y la reducción de ayudas a los parados de larga duración. El Gobierno español, por su parte, en la frustrada reforma del empleo (Real Decreto – Ley 5/2002) valoraba como ‘adecuada’ cualquier oferta de trabajo que se situara en un radio de 50 kilómetros del domicilio del interesado – sin entrar en consideración alguna– o bien a tres horas de tal, aun si el salario fuese inferior a la cantidad recibida por la prestación de desempleo. Dadas las condiciones políticas y la circunstancia económica que ejemplifican estos datos, hagamos algunas preguntas para desvelar la contradicción que encierra la armonía establecida entre estas reformas favorecedoras de la movilidad y la participación ciudadana: ¿Qué margen hay para la actividad política en un espacio más y más precarizado, en un espacio de pauperización rampante sobre todo para jóvenes, mujeres y ancianos? ¿Puede haber ciudadanía sin polis?, ¿ciudad sin sedentarismo? ¿Hasta qué punto es acertado hablar en pleno siglo XXI –diremos fingiendo asombro– de nomadismo? El capital funciona, en palabras de Sánchez Ferlosio, mediante la cirugía del desarraigo obligatorio, mediante grandes desplazamientos de masas. El capítulo La acumulación originaria, de El Capital, y el capítulo dedicado al caso von Humboldt, de Mientras no cambien los dioses nada habrá cambiado, nos ofrecen la plantilla de los movimientos poblacionales en la sociedad moderna; nos ofrecen la misma secuencia, a veces confortable, a veces brutal, monstruosa, en que las servidumbres comunitarias son desplazadas por las servidumbres del mercado, removiendo todos los obstáculos que entorpecen los ‘progresos de la industria’. Esta es la plantilla sobre la que se producen, con mayor o menor variación, los movimientos de la población, también, en pleno siglo XXI. ‘Movilidad’ es la forma amable de decir desarraigo, de decir movimiento –no acción, pura physis– tras la fuerza atractora del capital. Ejemplifiquemos tales dos vertientes del mismo proceso: El Estado español, según hemos podido ver en la televisión, ha ‘exportado’ con éxito cientos de enfermeras y demás personal médico a distintos países comunitarios, especialmente a Inglaterra; hemos po-

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio dido ver cómo se despedían de sus familias, sonrientes, despistadas, algo tristes y nerviosas. Su labor, al parecer, no es necesaria por estos lugares. Por otro lado, según informa El País (10/1/2003) millones de campesinos mexicanos, amenazados por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte, advierten a su gobierno de las consecuencias que para la estabilidad nacional tendrá la implantación de dicho tratado. Víctor Suárez, su portavoz, al tiempo que denuncia la situación de terrible supervivencia del campo mexicano, afirma que esta situación tiene su origen en la “desruralización compulsiva, las expulsiones al estilo de las dictaduras soviéticas, que ahora son del mercado, que ha decidido que deben salir cuatro millones [de personas] del campo porque sobran y no son competitivas en el contexto de la globalización”. En el tiempo de la ‘sociedad de la información y el conocimiento’, sometido al vértigo de la circulación del capital, a una velocidad que impide toda solidificación – costumbre, oficio, belleza, sentido–, el hombre, sin tribu, sin ley, sin hogar –añadamos a la lista–, sin memoria, puede que sea, acaso, un fantasma. Sólo algo tan leve, tan volátil, puede someterse a tal velocidad; nunca un cuerpo cuya gravedad consiste en poseer cultura. En las páginas de economía de El País (31/3/2002) encontramos el siguiente titular: “La falta de profesionales lastra a Europa”. Parece ser que no existe la movilidad deseable entre los trabajadores de la UE. Se nos dice: “Los profesionales de un determinado sector que sobran [el subrayado es nuestro] en algunos países no llaman a la puerta de sus vecinos comunitarios que sí requieren este tipo de expertos”. Los trabajadores europeos no están suficientemente incentivados para que “despegue la movilidad geográfica europea”. Por ello, “...el BCE [Banco Central Europeo] considera imprescindible corregir esos desajustes entre la oferta y la demanda comunitarias”. Evidentemente la cultura es un lastre, un fardo pesado para que el trabajador, como una mercancía más, ascienda hasta los vientos de un mercado laboral que permita a la ‘zona euro’ responder con firmeza a los ‘desafíos’ y ‘retos’ planteados por ‘la sociedad de la información y el conocimiento’. En la misma página aparece una tabla en la que se muestran estos desajustes según cada país de la Unión. Las columnas están encabezadas por las palabras faltan y sobran. Cuando se tiene a una población compuesta por nómadas –para lo cual no es preciso renovar una violencia que es origen–, por hombres sin polis, por hombres despolitizados, la corrección exigida por el BCE sólo es cuestión de tiempo, de que las medidas ya en marcha surtan efecto. Un nómada acaso sea un ciudadano del mundo –esto es, un trabajador desarraigado que ocupa una posición de privilegio– o un inmigrante –esto es, el resto de trabajadores desarraigados–; un nómada no es, en ningún caso, un ciudadano. La otra cara de la internacionalización del capital, de ese mundo interdependiente, interconectado globalmente, es la desestructuración, la desarticulación de las culturas nacionales, la pérdida del arraigo comunitario (para bien y para mal), cierto grado, soportable o insoportable según el tiempo y el lugar, de caos social. Lo diremos con una imagen: ante el huracán del progreso, ante esa ‘fuerza de la naturaleza’ incontrolada (igualmente podríamos utilizar la imagen, propuesta por Marx, del mal aprendiz de mago incapaz de contener el poder desatado por su hechizo) y ante la abstracta desnudez

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del ser humano, ante una Declaración de los Derechos Humanos que en ausencia de cultura no abriga, que no protege, no son de extrañar ciertos movimientos de repliegue fundados en distintas utopías regresivas. Así las cosas, la tentación fascista en occidente es una presencia no exorcizable (no exorcizable, tampoco, por su función conservadora de un capitalismo nacional de excepción); tampoco el llamado fundamentalismo islámico. Frente, en términos de Martínez Marzoa, la liquidación abstracta, frente al ‘progreso de la Humanidad’ –inversión ideológica de la fuga hacia adelante del capital–, también frente a la revolución conservadora (fascismo), la disyuntiva, como proponía el título de aquella revista francesa en que escribieron Lyotard y Castoriadis, parece clara: algo difícil de pensar y fácil de imaginar que conservara revolucionariamente el progreso de las fuerzas productivas de la sociedad moderna neutralizando la desestructuración social y la quiebra del ecosistema; algo que no cayese en impías legitimaciones y falsas superaciones progresistas de un dolor que no se puede decir; algo que, frente a aquellas formas de barbarie, se hiciera cargo de la circunstancia actual haciéndonos conscientes, sin embargo, de que lo roto no puede ser ya reconstruido. Pero abandonemos este tono y continuemos con el análisis de las contradicciones de los documentos. En algunos pasajes se nos ofrece la visión armoniosa de medidas que favorezcan, como ésta, un ‘dinámico crecimiento económico’ al mismo tiempo que un reforzamiento de la ciudadanía y la cohesión social. Ilustremos, a efectos de brevedad, con más datos, por lo que respecta a esta última cuestión, el marco político y económico en que debe cumplirse esta figura. En El Mundo (16/2/2002) encontramos el siguiente titular: Blair y Berlusconi impulsarán una mayor flexibilidad laboral. Ambos dirigentes, comprometidos con la meta de lograr una economía “flexible, liberal, abierta”, suscribieron un documento en el que abogaban por la reducción de las trabas burocráticas y cargas fiscales, dando mayor autonomía a la clase patronal, respecto a contrataciones, despidos (facilitando el despido libre) y pensiones. El laborista Tony Blair afirmó que “la idea del trabajo seguro bloquea el mercado laboral y contradice el beneficio común de las medidas liberalizadoras puestas en marcha”. Al tiempo que se hacían estas declaraciones 100.000 trabajadores se manifestaban en Roma contra las reformas laborales del gobierno italiano. Curiosa forma, sin duda, de fortalecer la cohesión social. O una cosa u otra, y no las dos, bajo el capitalismo, al mismo tiempo. En el horizonte indeseable de una universidad pública entregada a la promiscuidad del mercado, dependiente de la financiación privada,12 en el horizonte de una

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(El caso Regina 11.) Para comprender las implicaciones que pueda tener para la Universidad pública la búsqueda de financiación privada expongamos el caso Regina 11. Durante el año 2002 estaba prevista la cesión, por parte de la Facultad de Medicina, del Anfiteatro Ramón y Cajal –para más señas, el lugar donde se realiza el acto de Apertura del año Académico en la Complutense– como espacio en que desarrollar el Curso de Relajación Mental Regina 11, cuyo folleto de propaganda merece sin duda la pena

28 universidad convertida en una FP superior de creciente especialización y tecnificación en detrimento de una también crecientemente prescindible formación humanista (esto es, en contacto con el pasado desde las perspectivas filosófica, histórica y filológica, contacto posibilitador de la reflexión totalizante, política), entregada al reciclaje de usuarios despolitizados y consumidores satisfechos, entregada a la dinámica competitiva..., en tal horizonte pretende este discurso conservar las misiones de la Universidad: la formación integral, la promoción de los valores democráticos, la solidaridad y la crítica. La yuxtaposición de democracia y eficacia repugna al pensamiento. No le es posible a la razón conciliar la tendencia de estas reformas a dotar de mayor poder a los órganos unipersonales, en pos de la agilidad y flexibilidad necesarias según las ‘cambiantes demandas del entorno’, y el debate, la discusión pública, el parlamento, no subsumible en el tiempo homogéneo de la acumulación, ese tiempo convertible en oro –otrora, patrón de cambio universal–. En efecto, la democracia, el execrado ‘asamblearismo’, es una traba para la rápida, ágil, flexible, toma de decisiones y resolución de todo problema cuando una demora en la decisión podría provocar graves pérdidas (económicas) o desventajas respecto a otros competidores. La discusión pública implica, en esta circunstancia, una problematización innecesaria de asuntos que únicamente admiten una solución técnica y económica en manos de expertos. La persecución de la eficacia a ultranza –a la par que la extensión de la sociedad de consumo– exige la despolitización de las poblaciones, cerrándose sobre ellas una lógica circular que retroalimenta el proceso. Del mismo modo, ‘adaptarse a las demandas’ que impone la transformación social y económica –y ahora ya conocemos el origen de tal transformación– y a las condiciones actuales de ‘empleabilidad’, difícilmente puede yuxtaponerse a la ‘participación activa en la concepción del futuro de Europa’. Las reformas laborales y educativas dificultan, si bien no impiden, la existencia del espacio (tanto físico como discursivo) de la actividad política, de esa ciudadanía activa a cuya responsabilidad se pretende dejar la construcción de la nueva Europa, de esa ciudadanía que, al ser reproducido aquí: “Iniciación a la Metafísica. Curso práctico no teórico. Conozca las técnicas para aprender a: 1. Ver el aura humana y canalizar su energía para vivir positivamente. 2. Recibir y enviar mensajes mentales (telepatía). 3.Controlar la salud física y mental por medio del magnetismo. 4. Estudiar sin esclavizarse de los libros. 5. Relajarse instantáneamente en cualquier circunstancia. 6. Educar a sus hijos mientras duermen. 7. Tener un matrimonio feliz. 8. Controlar la fuerza del pensamiento. 9. Ver y saber los diferentes significados de las caras. 10. Proyección y astroproyección y la forma de hacerla. 11. Levitación. Este curso también lleva al alumno a una asombrosa introspección al origen y destino del ser humano. Con frecuentes Cambios de Energía, que Regina realiza a sus grupos mientras se dicta el curso. Relajación Mental no es simplemente un curso, es un proceso que te transporta al maravilloso mundo de la mente. Regina 11 es maestra de maestros de Metafísica y conocida mundialmente, con millones de alumnos repartidos por infinidad de países. Y autora de varios libros de Metafísica”. Todo ello... ¡al increíble precio de 66 euros! Este delirante curso fue abortado, en el último momento, por la falta de acreditación adecuada.

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 tiempo, potenciará al máximo su desarrollo... ¿en qué dirección?, ¿como función maximizadora de la acumulación y valorización capitalistas, tal vez? Respecto a la armoniosa convivencia –sería más exacto decir ‘connivencia’– entre los sistemas de educación públicos y los proveedores transnacionales en el marco del GATS, hay que decir que dada la posibilidad sancionadora, penalizadora, de la OMC –organismo económico carente de la transparencia y publicidad debidas, en el que las posiciones negociadoras de los gobiernos no son sometidas a debate público– hacia políticas ‘discriminatorias’ tendentes a subsidiar la enseñanza pública, dada tal posibilidad, la financiación de la educación a este nivel estaría en serio peligro. La subsidiación local y el legítimo objetivo de la persecución del interés público quedan desplazados como barreras distorsionadoras de la libre competitividad y eficacia económica; para ello se utiliza una imagen falaz: en este juego –olvidando la dinámica trágicamente selectiva de la concurrencia– ‘todos salimos ganando’. Cuestiones como la equidad, la accesibilidad, la libertad académica y el mantenimiento de disciplinas, en principio, comercialmente irrelevantes –cuando menos, en su estado actual– y, por tanto, de forma creciente, estranguladas en lo financiero, estas cuestiones, decimos, quedan progresivamente relegadas al margen de la asignificatividad, no encontrando lugar alguno, en esta gramática, en que cobrar sentido. Se toma, por lo común, en estos textos, a ‘la sociedad’,13 sin más determinaciones, como último agente responsable de la reforma. En un tono de justificación, casi diríamos, infantil, se afirma: ‘la sociedad exige...’, ‘la sociedad demanda...’, ‘la sociedad pide...’. Coinciden en el discurso y, desgraciadamente, en las más de las conciencias, intereses del mercado e intereses de la sociedad. Pero ‘la sociedad’ –sólo con las pinzas de las comillas parece hoy dejarse tomar este término– se limita a reaccionar con rezago a los cambios desatados en el edificio social por la desesperada exigencia estructural ya mentada de renovar incesantemente la base técnica de la producción. Tal exigencia es invertida ideológicamente y transfigurada en demandas de la sociedad y aun de la humanidad toda. La lectura de una metáfora, nada casual, extraída del Memorándum..., nos lleva, al punto, a esta otra metáfora utilizada por Fernando Álvarez - Uría y Julia Varela en el prólogo al libro –lectura obligatoria– de Karl Polanyi, La gran transformación: con la llegada del liberalismo, “...en la historia de la humanidad la sociedad se convertía en una simple función del sistema económico y flotaba sin rumbo en un mar agitado por las pasiones y los intereses, como un corcho en medio del océano. [...] Las viejas formas de socialidad fueron sacrificadas al nuevo ídolo del mercado autorregulador [...] ...las sociedades se vieron despojadas de su soporte humano y natural”.14

13

“...expresión empleada acertadamente para designar el capital, la propiedad inmueble y su Estado...” (El capital, p. 296).

14

La gran transformación, p. 15 [Ediciones La Piqueta, Madrid, 1997].

Los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio El comentario de aquellos textos nos ha servido de excusa para acotar la circunstancia en que tendrán lugar los desafíos de la Academia para el Tercer Milenio. La presión que el capital ejerce, de formas más o menos sutiles o directas, sobre la formación científica básica y sobre los contenidos tradicionales de ciertos estudios superiores –en especial, los menos reconciliados con el presente–, amenazando con su extinción o con deformarlos hasta lo irreconocible, nos sitúa, al parecer, en una situación aporética. Tanto la resistencia como la entrega incondicional a este curso suponen, progresivamente, la desaparición de tal formación y tales contenidos, ya sea por, digamos, asfixia financiera, o por un exceso de maleabilidad que los conviertan en otra cosa. Un conocimiento no plusvalorizable, cuyo espacio público no es defendido por un poder estatal en deconstrucción, difícilmente encontrará financiación privada; deberá ir dejando de ser, al menos en su forma institucional. Por lo que respecta a los estudios de Filosofía este curso es especialmente siniestro. A pesar de la implantación de la Filosofía en la Enseñanza Secundaria, existe una tendencia al acomodo de los nuevos licenciados en el ámbito empresarial en forma de ‘ejecutivos sofisticados’ dedicados a tareas de dirección, gestión y recursos humanos, tareas ‘lubricantes’ de la dinámica capitalista. Del mismo modo, la creación de departamentos de ‘bioética’ y ‘ética de la empresa’ apunta inequívocamente a funciones legitimadoras de este desorden de cosas. Esta transformación de las salidas profesionales para estos estudios tenderá a ir progresivamente forzando su ductilidad en la dirección marcada por la lógica de acumulación y revalorización capitalista, lógica que tiende a obturar la posibilidad misma de dar cuenta de este proceso.

5. (En el país de las últimas cosas.) La publicidad con que la empresa norteamericana Nike tomó al asalto el metro de Ciudad Universitaria nos ofrece la oportunidad, con una única imagen, de aprehender, siquiera sea, en principio, intuitivamente, de un solo vistazo, el aciago curso que atraviesa las líneas de este artículo. El lugar: un lugar de tránsito, de frenético tráfico en pos del título de ‘nómada excelente’, ‘nómada con certificado de garantía’, ‘nómada de calidad’. En la entrada a este lugar los ‘creativos’ de Nike habían dibujado una pista de atletismo, una pista de velocidad, en la que se podía leer: “¡A correr! Aviso: algunos estudios demuestran que la frustración raramente persiste durante más de 5 kilómetros”. El mensaje estaba ilustrado con la calavera y las tibias cruzadas. Al momento recordamos las siguientes palabras del señor Josep María Bricall: “Hasta hace relativamente poco podíamos decir que la Universidad podía no correr, porque no tenía prisa. Era la única que suministraba formación. [...] En EEUU las universidades tradicionales y las no tan tradicionales están preocupadas por la competencia que les hacen las universidades corporativas, que son unas instituciones creadas por empresas, o bien ellas mismas son empresas con espíritu de beneficio, que están recogiendo la demanda que debería ir a las universidades. Las universidades deben ser conscientes de que el mundo va muy deprisa, y cuando el mundo va deprisa inmediatamente aparecen formas de suministro de los servicios que se demandan” (Gaceta Complutense, 21 de

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marzo de 2000). Si se nos pidiese un símbolo de la circularidad infernal en que estamos, no encontraríamos uno mejor. “El capitalismo histórico es un sistema patentemente absurdo. Se acumula capital a fin de acumular más capital. Los capitalistas son como ratones en una rueda, que corren más deprisa a fin de correr aún más deprisa” [I. Wallerstein: El capitalismo histórico, pp. 31 y 32 (Siglo XXI Editores, S.A., Madrid, 1988)].

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Cuaderno de MATERIALES, nº 19

De la distinción entre el aficionado (filosofía mundana), el profesional (filosofía “académica”) y el filósofo (Filosofía): una discriminación tipológica indispensable para el debate sobre Educación, Universidad y Mercado de Cuaderno de Materiales. Simón Royo Hernández * Prólogo Desde luego que quien escribe ahora el presente ejercicio no es un analfabeto, tampoco un académico ni un filósofo, en todo caso un erudito en ciernes con aspiraciones filosóficas; pero a la hora de encabezar el escrito, ya que todos los escritores ponen bajo el nombre la profesión, aquello que hacen para vivir y de lo que comen y pagan el alquiler o la hipoteca, por ese motivo subencabezamos como Vigilante nocturno, si bien todos los textos de filosofía de una miríada de publicaciones llevan el subencabezamiento de Profesor de la Universidad X. ¿No ha de ser ese fenómeno un primer motivo de reflexión para quienes se preocupan por el lugar de la filosofía en la sociedad actual? Desde luego debemos a la Academia actual en el sentido no platónico sino universitario de la palabra, nuestra mala formación, y buena parte de la buena formación la hemos tenido que adquirir, epicúreamente, por nuestra cuenta, luchando de por vida por rellenar lagunas. Por tanto nuestra deuda (noción crediticia protestante-capitalista) para con la Universidad y el Estado es al menos ambigua y, en todo caso, parcial. No obstante, en lo que sigue intentaremos hacer honor a tal deuda.

I. Lo primero que se aprende en la escuela la primera vez que se reciben unas clases de Historia de la Filosofía es que Platón distinguía entre ideas y opiniones, entre doxa y episteme, así como entre apariencia y realidad. De modo que en lo que sigue, procuraré articular no ya tanto mis opiniones, sino también algunas ideas, no adoctrinando a nadie, sino realizando un diagnóstico de un problema, una cartografía, un mapa imperfecto que podrá servir de orientación a quien no conozca directamente y mejor que la topografía presente los caminos que ésta traza; aun a sabiendas de que ningún mapa más que el que propiamente se trace tras familiarizarse con tal arte podrá ser de utilidad. Es un problema muy difícil y complejo el responder a la pregunta ¿qué es la filosofía? Proporcionar una

(*) Simón Royo es licenciado en Filosofía y vigilante nocturno.

respuesta teórica resulta una tarea titánica porque se trata de un asunto que se lleva discutiendo durante alrededor de dos mil quinientos años y no voy a abordarlo sino colateralmente en la presente ocasión. Porque si nos fijamos en su dimensión y delimitación ya no teorética sino pragmática, eso nos puede arrojar bastante luz respecto a lo que nos ocupa. Al abordar el problema desde la pregunta ¿qué es filosofar?, y no ¿qué es la filosofía?, encontramos algo más que dificultades insoslayables. Esta pregunta colateral nos lleva, inmediatamente, a contestar que filosofar es aquello que hacen los filósofos, que filosofar es hacer filosofía y que filósofo es quien hace filosofía. Dimensión práctica tratada someramente por Wittgenstein y relacionada, como veremos, con la producción de conceptos o ideas: “Die Philosophie ist Keine Lehre, sondern eine Tätigkeit” (Tractatus Logico-Philosophicus 4.112). Si hacer filosofía es lo que, indudablemente, han hecho gentes como, por ejemplo: Platóni, Aristótelesii, Tomás de Aquinoiii, Spinozaiv, Kantv, Hegelvi, Husserlvii, Sartreviii, Wittgensteinix o Heideggerx, por poner unos nombres de los que nadie discutiría el calificativo de “Filósofos”, entonces quienes queramos “hacer filosofía”, aun sin responder a la pregunta “¿qué es la filosofía?”, lo que tendremos que hacer es tomar como modelos a los grandes filósofos y encaminarnos hasta llegar a hacer lo que ellos han hecho, hasta llegar a la filosofía pura y al manejo de conceptos al más alto grado de abstracción, que es el núcleo de lo que han hecho y sobre lo que gira el resto de su producción literaria. De ahí que la familiaridad con al menos un filósofo, el convertirse en especialista del mismo y, al tiempo, el hacerse su amigo tomándolo por maestro socrático, pueda ayudar a comprender cómo se hace la filosofía. Esto es, a partir de un modelo preclaro, junto a otros requisitos, podría llevarnos esa mímesis y ese empeño, con el tiempo, la disciplina y el esfuerzo, a convertirnos en filósofos nosotros mismos. Por otra parte, el filósofo, en sentido estricto, es quien tiene un sistema holístico de explicación de la realidad, aunque también en sentido lato, son muchos los filósofos que se han ocupado de una parcela de la realidad y no del todo.

De la distinción entre el aficionado, el profesional y el filósofo. A causa de que la frontera entre la filosofía y la literatura sea a veces confusa (pues existe la literatura filosófica: Voltaire, Séneca, Sartre en sus obras literarias, Rousseau, etc, lo que Unamuno llamaba nivolas para distinguirlo de las novelas), y de que exista algún rudimento de filosofía en la mejor literatura (pues los mitos homéricos y hesíodeos contienen ya el germen de la filosofía), y además, como en las distintas disciplinas científicas también se aprecia la configuración de un saber racionalmente ordenado (ya en la geometría, la física o la biología, pero también en la historiografía, la filología o incluso la música y el deporte), parece, por todo ello, que todo es filosofía y que todo homo sapiens sapiens es filósofo. Pero no debemos confundir la cuestión de la génesis de la filosofía con la cuestión de la estructura y quehacer propiamente filosóficos, aunque responder a la pregunta ¿cómo se llega a ser filósofo? tiene algo que ver con responder a la pregunta ¿cómo surgió la filosofía? Como Platón y Aristóteles no tenían más filósofos anteriores a ellos que los presocráticos, tuvieron la suerte de no tener que estudiar demasiada “historia de la filosofía”. Ambos, mucho más el segundo, sin embargo, estaban familiarizados con todo el saber de su tiempo. Los griegos no padecieron hasta la época del helenismo la enfermedad histórica o vicio del eruditismo extremo, sin embargo, todos estaban familiarizados, al menos, con la poesía homérica y con las obras de teatro (épica, tragedia y comedia), lo cual les proporcionaba una sólida formación de base, unos cimientos nobles sobre los que asentar el edificio de la filosofía, asunto facilitado por la disponibilidad que su peculiar sistema político les proporcionaba y exigía. El filósofo Friedrich Nietzsche nos puede orientar en nuestra disquisición actual, pues criticó duramente a la llamada filosofía académica o universitariaxi, que no es, en sentido estricto, más que la profesión de profesor e historiógrafo de las ideas filosóficas, aunque como cualquier otra profesión o circunstancia vital que lo permitan, es una profesión plenamente compatible con la posibilidad de llegar a hacer filosofía. No hay que olvidar que, respecto a las profesiones o circunstancias vitales y materiales, los filósofos no vivían del aire sino que eran: Platón y Aristóteles, terrateniente el primero y el segundo preceptor; Epicteto, esclavo; Marco Aurelio, emperador romano; San Agustín y Santo Tomás, eclesiásticos; Spinoza, pulidor de lentes; Descartes, mercenario; Maquiavelo, secretario de la cancillería de Florencia; Leibniz, diplomático; Bacon, canciller de Inglaterra; John Locke, médico; Rousseau, copista de música; Marx, pensionado de Engels y periodista; Stuart Mill, diputado del parlamento británico y comerciante; Nietzsche, profesor y rentista con una baja permanente por enfermedad proporcionada por el Estado prusiano, etcétera, etcétera. Aunque a partir de la modernidad la profesión de profesor universitario se haya impuesto como la más frecuente entre los filósofos (Schopenhauer, Kant, Fichte, Hegel, Heidegger, Habermas, Gadamer, Derrida, Foucault, Deleuze, etcétera), en raras ocasiones logran dedicarse exclusivamente a la investigación, estudio, reflexión y producción de pensamiento. Como hemos visto con el ejemplo de Nietzsche, el filósofo condena al erudito y su febril detallismo historio-

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gráfico, pues la proximidad de los árboles le impiden a menudo ver el bosque, motivo por el cual Schopenhauer dijera que no le importaba morir y ser devorado por una miríada de gusanos, pero que le horrorizaba que cuando muriese una miríada de catedráticos de universidad se pusieran a roer su obra. Y desde luego que, de los aficionados no se preocupaba, pues no los consideraba capaces de hincarle el diente a su Die Welt als Wille und Vorstellungxii. Pero si bien vemos que hay que tener cuidado con que la cercanía del árbol te impida ver el bosque, también habrá que tener cuidado con lo contrario, con que la distancia del bosque no deje ver la fauna y la flora que lo habitan. Pero el propio Nietzsche no sólo era un gran erudito en la filosofía clásica sino que se familiarizó enormemente con una serie de pensadores con los que llegaría a dialogar y discutir: “Cuatro parejas de hombres no han rechazado mis sacrificios: Epicuro y Montaigne, Goethe y Spinoza, Platón y Rousseau, Pascal y Schopenhauer” (Nietzsche Humano demasiado humano II. Miscelánea de opiniones y sentencias, §408).

II. Respecto a la Filosofía se puede ser entonces autodidacta y lector procaz o tardío (filosofía mundana), erudito o/y profesional, especialista o generalista (filosofía académica), e incluso Filósofo. El aficionado y el filósofo coinciden en la sinceridad y seriedad con la que se toman la filosofía, frente al profesional, que la puede concebir como un adorno. De ahí que Sócrates y el joven Hipócrates del Protágoras de Platón tengan más en común entre ellos que el primero con el sofista. En sí mismas todas esas formas de relacionarse con la filosofía nada tienen de indigno y mucho de meritorio. Un gran erudito como Werner Jaeger, escritor de la monumental Paideia, merece los más grandes respetos, elogios y agradecimientos; también el aficionado o el joven cuando se inician en la reflexión y se encaminan sinceramente hacia la filosofía realizando entonces ejercicios que pueden compartir con los demás y que son como una antesala más de la filosofía: la racionalidad emergente que se contrapone a las ideologías medioambientales; pero no creemos que nadie discuta que Platón, el filósofo, es más estimable que John Burnet, el gran especialista en Platón (aunque el segundo sea muy respetable también), que Hegel, el filósofo, es más estimable que Jean Hyppolite, el gran especialista en Hegel, o que Nietzsche, el filósofo, sea más estimable que Andrés Sánchez Pascual, el gran especialista en Nietzsche. Los especialistas en un autor suelen ser, además, traductores del mismo, como los citados con anterioridad, e incluso hay muchos casos en los que los trabajos de especialista y la condición de filósofo coexisten, ya que por poner un ejemplo clarísimo, el filósofo Heidegger era un especialista magnífico en el filósofo Nietzsche (y además ejercía de profesor universitario), aunque no lo leyera sólo como especialista sino también como pensador que dialoga con otro pensador para desarrollar su propio pensamiento. En España, el filósofo Agustín García Calvo es, además o previamente, un gran erudito y filólogo, y vive de dar clases de latín en la Universidad y otro tanto podría decirse de Gustavo Bueno.

32 Por todo lo antedicho, vemos que el interés por decantar la reflexión de estilo filosófico del lado del amateur en contraposición a la fiebre erudita del profesional parece ser siempre, tan sólo, una necesidad psicológica de quien quiere hacer filosofía y nunca ha podido poner los medios formativos necesarios para su ejercicio. Pero en tales casos un estudio sistemático de alguno de los autores que les interesan a los aficionados o amateurs no estaría nada mal, para orientarse en el pensamiento y poder darse cuenta de que no todo es relacionable con todo. Célebre autodidacta es, por ejemplo, el lucidísimo Rafael Sánchez Ferlosio, eso si entendemos por autodidacta quien nunca ha cursado unos estudios oficiales ni obtenido unos títulos académicos. Pero el caso que mentamos no es en absoluto el de alguien que no haya pasado por la disciplina de la sistematicidad, erudición, rigor kantiano, de un modo mucho más firme que muchos académicos; simplemente lo ha pasado por su cuenta, transitando por otras vías los mismos caminos y adquiriendo por otros medios las mismas aptitudes y capacidades. Luego el aficionado que a veces nos interpela con su escritura y su protesta antiacadémica tiene razón en que no es absolutamente imprescindible el paso por unos cursos y titulaciones; pero carece de ella cuando minusvalora o desprecia lo que unos estudios en regla pueden aportar, no mostrándose dispuesto a adquirirlo por otros medios, o lo que es peor, pensando que eso no tiene importancia o que cualquiera que tenga mucho corazón y se ponga frente a un libro será capaz de entenderlo y cualquiera que se ponga frente a una página en blanco será capaz de escribir. Hace falta como mínimo estar alfabetizado para poder leer y escribir, pero mucho más que estar alfabetizado para poder leer y escribir filosofía. No es lo mismo leer el Marca que leer a Aristóteles y la diferencia entre ambos lectores estriba en que no todo lector del Marca puede entender a Aristóteles, mientras que todo lector de Aristóteles no tendrá ninguna dificultad en entender el Marca. Respecto al aficionado que critica al profesional el problema es que no ejemplifica lo que critica, como hace un texto de Séneca, aquél en el que el sabio estoico criticaba la erudición, pero demostrando dominarla y hallarse, por así decirlo, por encima de ellaxiii, (como hiciera Nietzsche en su juventud al criticar a los filólogos); pero el aficionado no está por encima de lo que condena y su filosofía es mundana sin sobrepasar ni superar a la académica, con lo cual su crítica no viene desde arriba sino desde abajo y carece de fuerza, aunque tenga motivación e ilusión. El aficionado a la filosofía (mundana) lo es, como lo es a la Astronomía. Distingue también éste (al igual que el profesional) entre aficionados y profesionales, pero no establece mayores distinciones. Aficionado a la astronomía soy yo; profesional, quien trabaja en el observatorio de Tenerife, pero astrónomo, astrónomo sólo lo son gentes como Copérnico, Kepler y Galileo. Yo también soy aficionado a la astronomía, de pequeño me compré una carta celeste y un pequeño telescopio porque quería ser astrónomo, pero luego descubrí que para ser astrónomo había que aprender muchas matemáticas y, con el absurdo modelo de ciencias o letras (en lugar de ambas) me decanté finalmente por las humanidades, donde acabé aprendiendo que si para ser astrónomo hacen falta las matemáticas para ser filósofo hacen

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 falta también algunas cosas especializadas, aunque no lo parezca, como conocimientos en ciertas lenguas, familiaridad con la historia de la filosofía, la corrientes, los autores y las doctrinas, así como un largo ejercicio de las reglas del razonamiento lógico. A quien no haya tenido tiempo hasta el momento de adquirir tales medios sólo puede recomendársele que sin tardanza los adquiera, bien mediante unos estudios reglados, bien mediante otras vías más personalizadas, pero no podremos alentar el que se los desprecie por no poseerlos. En mi caso particular, respecto a lo de convertirme en filósofo, sólo puedo decir que sigo en ello (que mis estudios y escritos son ejercicios encaminados a convertirme en Filósofo), pero que, con todo ello, se puede convertir uno en un erudito, no en un filósofo; siendo cierto que precisamente eso mismo necesario para llegar a hacer filosofía puede llegar a ser lo que más la entorpezca, pero siendo igualmente cierto también, que sin ello, sin pasar por ello e intentar ir más allá de ello, no hay filosofía que valga. La visión del aficionado a la Filosofía es muy frecuente y está muy extendida y por eso es muy digna de atención. Da la pauta de un sentir general, en la línea de El Mundo de Sofía, aunque quedarse allí y no ir más allá no me motiva mucho, por más que pueda llegar a entender, si me esfuerzo un poco, su relevancia social y cultural como medio de divulgación en un mundo intelectualmente tan jerarquizado que a millones se les condena a sólo adquirir un conocimiento muy rudimentario de todas las cosas (a la educación general básica) cuando no al hambre y al analfabetismo. Esa visión es un signo, no obstante lo antedicho, de la lectura y el estudio encaminado a justificar nuestros propios prejuicios (creemos verdadero lo que nos place y falso lo que nos duele), en lugar de la lectura y el estudio encaminados a arrancar de raíz nuestros prejuicios. Spinoza insta a pensar sin dejarse influir por las pasiones, y lo cree posible; Nietzsche, sin embargo, considerará eso imposible y nos advertirá contra el embrujo hedonista del conocimiento, instándonos a buscar las verdades duras, dolorosas, como prueba de que no sea el placer el que nos influya en el asentimiento. Pero no basta sentir dolor (o placer) leyendo un libro de filosofía para ser filósofo, filosofar no es sentir, tampoco el sólo razonar (algo más amplio y que es propio de todos los seres racionales). Luego algo distinto a sentir y razonar ha de ser el filosofar, y algo distinto el Filósofo del erudito o del aficionado. Aquí estoy defendiendo las virtudes de los estudios reglados y del academicismo sin tener el academicismo como profesión; que conste entonces que ya no trabajo como profesor, sino como vigilante nocturno (mi profesión, de lo que me alimento y pago el alquiler) y que poca gente hay tan crítica como yo con las instituciones de enseñanza secundarias o terciariasxiv. Sin embargo, siempre he estado en contacto con esas instituciones y con quienes las frecuentan. ¿Por qué? Pues porque pese a todos sus defectos, vicios y corrupciones, es en esas instituciones donde se puede encontrar a otros ciudadanos con los mismos intereses que los tocados por el afán de la reflexión y de la voluntad de llegar a ser filósofos. Porque pese a la corrup-

De la distinción entre el aficionado, el profesional y el filósofo.

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ción de la universidad o la locura de la secundaria, en la primera se pueden llegar a adquirir unos conocimientos propedéuticos indispensables para llegar a la filosofía y en la segunda se puede llegar a enseñar el amor a una disciplina pese a lo aburrido y pesado que pueda ser el absorber sus rudimentos, proporcionando, desgraciadamente como excepción y no como regla, los recursos necesarios para llegar a ser Filósofo (aunque cada vez más se pretende que sólo proporcione lo necesario para llegar a ser profesional y ganarse la vida de ese modo).

III.

Si Fidias es escultor y arquitecto y no albañil, si Séneca es filósofo y no charlatán y Galileo es astrónomo y no contable, ya sabemos de algún modo lo que sería ser escultor, filósofo o astrónomo, sería ser como Fidias, como Séneca o como Galileo. Cosas que parecen ser el privilegio de algunos pocos, aunque bien pudiera ser el privilegio de muchos, o no ser siquiera un privilegio, sino un derecho y una necesidad social, explicación a mi juicio de lo que se ha llamado el milagro griego y que no tiene nada de milagroso, pues depende tan sólo del ocio, renta y formación con que cuenten los ciudadanosxv, el que haya una filosofía crítica dispersa que impregne a toda una sociedad.

Al filósofo o al artista su anomalía, su locuraxvii, le sitúa en una espantosa soledad, en un aislamiento insoportable que rompe cuando se integra entre las personas, en la normalidadxviii, porque ¡también él es una persona!, aunque haya llegado a ser algo más terrible y extraño, un engendro al que ya no se le puede denominar persona. El filósofo se ha esforzado por quitarse las máscaras y lo ha logrado en mayor medida que los oi polloi, y, sobre todo, se ha quitado esa máscara de los muchos, si bien a veces descansa, al ponérsela, de la tensión de afrontar el viento con su cara desnuda. No se puede ser artista, creador o filósofo los fines de semana. No es un pasatiempo ni una cuestión al alcance inmediato de la mano. El sentimiento de las personas lleva, en el mejor de los casos, a la empalagosa, inoportuna y trivial filosofía, propia del aficionado: “Nosotros los artistas no desdeñamos a nadie tanto como al aficionado, al ser viviente que cree que por encima de todo puede llegar a ser ocasionalmente un artista. Le aseguro, Lisaveta, que esta clase de desdén corresponde a mi temperamento más íntimo. Me encuentro en una sociedad de gentes de buena familia; comemos, bebemos y conversamos; reina la máxima compenetración y me siento muy contento de poder pasar inadvertido durante un rato en medio de un grupo de personas sin importancia y completamente «normales» como si fuese uno de los suyos. De repente (esto ya me ha ocurrido más de una vez) se levanta un oficial del Ejército, un teniente, por ejemplo, un muchacho guapo y apuesto, al que nadie hubiera sospechado nunca capaz con su uniforme de proceder sin serenidad, y con palabras humildes solicita permiso para leernos unos cuantos versos que ha compuesto (…). Su trabajo trata de música y de amor; en una palabra, unas líneas tan profundamente sentidas cuanto desprovistas de interés (…). Lo primero que impresiona mi conciencia es sentirme partícipe en la responsabilidad que a todos nos atañe, por la perturbación que aquel joven poco reflexivo ha provocado en la reunión, y ¡qué duda cabe!, también en mí, puesto que ha osado tocar mi oficio con sus manos de chapucero para mejor atormentarme. Y lo segundo, que aquel hombre, ante cuya personalidad y ante cuya existencia yo sentía momentos antes el más profundo respeto, se hunde de repente ante mis ojos, se rebaja y se envilece. Me invade entonces cierta benevolencia compasiva. Me acerco a él, tal como lo hacen otros caballeros de buen corazón y harto complacientes, y le dirijo la palabra. . Y falta muy poco para que le dé unos golpecitos en el hombro (…). ¡Su culpa! Allí estaba (…) el error de suponer que está permitido coger una hojita, una sola hojita, del laurel del arte sin pagar por ella con toda su

El seguir ciega y absolutamente a un autor u otro no es propio de quien reflexiona sino de quien se deja manipular, como el religioso, como quien necesita sacerdotes, directores espirituales, adoctrinadores. El mesianismo salvífico y el adoctrinamiento son dos de los vicios más grandes del profesorado. Distinguimos por tanto, aquí, entre aficionado a la filosofía, profesional de la historia de la filosofía y Filósofo. Pues ya decía Heráclito que: “Una gran erudición (polimathes) no enseña (didasko) la inteligencia (nous)” (22DK40). Pero como no todo está dicho allí, en el fragmento citado de Heráclito, habría que añadir: no, no la enseña, pero puede ayudar a desarrollarla. ¿O acaso se desarrolla por ciencia infusa o aparición del espíritu santo? Finalmente, respecto a este apartado, recomendar a todo aficionado que se especialice en cierta medida y se interdisciplinarice en lo posible, al menos lo suficiente como para poder subir la escalera que lleva del aficionado, pasando por el especialista polivalente, hasta llegar al maestro ya Filósofo. Pues hay inevitable y generalmente que pasar del filo-sophos al mathematicus y de éste, al sophos. Aunque puede haber excepciones de forma extraordinaria o Filósofos con poca erudición historiografístico-filosófica, como Althusser, Kierkegaard o Wittgenstein. Las ciencias surgen entre las ideologías y la filosofía entre las ciencias, pues si nos fijamos en el proceso del conocimiento en Platón, no puede pasarse desde el grado ínfimo (la eikasía o primer grado de la dóxa) hasta la dianoia y la noesis o grados supremos y propiamente filosóficos (episteme), sin pasar por los momentos intermediosxvi. Nadie diría que la eikasía (ver el televisor) es filosofar, aunque sea ya un primer grado ínfimo de movimiento neuronal en el cerebro.

Tonio Kröger, el escritor trasunto del propio Thomas Mann y reflejo biográfico de todo auténtico pensador, nos explica muy bien el problema cuyo diagnóstico intentamos aquí pronosticar. El artista, el creador, el filósofo, lo es en la medida en que su vida está primordialmente orientada hacia el arte, la creación y la filosofía. Las estructuras sociales pueden promover o impedir su surgimiento, pero no está claro que la universidad actual haya de ser más promotora que impedidora de su aparición.

34 vida” (Thomas Mann Tonio Kröger. Editorial Plaza & Janés. Barcelona 1984, cap.IV, pp.174-176). Pero consagrar la vida entera al estudio no es, sin más, equivalente a consagrar la vida a la filosofía: “Un gran erudito y una gran cabeza vacía –son cosas que más fácilmente pueden encontrarse bajo un mismo sombrero” (Friedrich Nietzsche De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. Cap. 6). ¡Hace falta algo más que técnica! Lo cual puede constatarse muy claramente en el mundo de la música. Hay entre los músicos muy buenos ejecutantes, personas que dominan, por ejemplo, la técnica de tocar el piano al máximo nivel. Pero no son más que ejecutantes y de entre ellos, destaca un Horowitz, porque además de dominar también la técnica a la perfección tiene algo más, algo propio y de lo que carecen los otros, tiene estilo. La construcción del estilo es lo más difícil y surge siempre tras el dominio de la técnica, nunca antes. El gran estilo es lo propio de los creadores, artistas y filósofos, valgan aquí las redundancias. No vale nada el pintor que realiza arte abstracto por su incapacidad y falta de dominio del arte figurativo sino aquél que dominando a la perfección el arte figurativo experimenta las imposibilidades y limitaciones que tal medio de expresión conlleva, volcándose entonces sobre la transgresión de tales impedimentos y abriendo nuevos caminos. Por eso, en la filosofía igualmente, para pensar en filosofía contemporánea es imprescindible haber pasado por la filosofía clásica, no siendo el que quiere estar a la última y no lee ningún libro que no se acabe de publicar, no siendo el seguidor de una moda. El erudito, el profesor, el doctor, el hombre cultivado o docto, es a menudo un hombre que parece sabio sin serlo, es un fraude y en realidad, un ser mediocre: “El docto tiene también, como es obvio, las enfermedades y defectos de una especie no aristocrática” (Nietzsche Más allá del bien y del mal, sección sexta: «Nosotros los doctos», §206). Heidegger se tomaba muy en serio el pasaje de El Crepúsculo de los Idolos que se encuentra en la sección titulada: «Cómo el “mundo verdadero” se convirtió finalmente en fábula. Historia de un error», (donde Nietzsche concentra y divide la historia de la filosofía en seis etapas fundamentales); remitiéndonos a confrontar lo que nos dice al respecto con otros pasajes, los de La voluntad de poder §567 y §568xix de 1888, junto a Más allá del bien y del mal §213, a fin de contextualizar el primer pasaje en la obra de Nietzsche y para que podamos captar y hacernos cargo de “lo que está en juego” (Heidegger Nietzsche I. «La inversión del platonismo», p.192. Cfr. p.433ss y p.493ss. Editorial Destino. Barcelona 2000). “Nietzsche, a pesar de su voluntad de cambio, conservaba un saber lúcido de lo acontecido previamente. Cuanto más preciso y simple sea el modo en el que se reconduce la historia del pensamiento occidental a sus pocos pasos esenciales desde un preguntar decisivo, tanto más crece su fuerza anticipadora y vinculante, especialmente si se trata de superarla. Quien cree que el pensar filosófico puede deshacerse de esa historia con una simple decisión, se encontrará sin advertirlo golpeado por ella misma, con un golpe del que nunca podrá recuperarse, porque es el golpe de la ceguera. Ésta cree ser original cuando no hace más

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 que repetir lo recibido y mezclar interpretaciones heredadas para formar algo pretendidamente nuevo. Cuanto mayor tenga que ser un cambio, tanto más profundamente partirá de su historia”. (Heidegger Nietzsche I. «La inversión del platonismo», p.191-192. Editorial Destino. Barcelona 2000). Yendo al §213 de Más allá del bien y del mal nos encontramos que comienza con las siguientes palabras: “Lo que un filósofo es, eso resulta difícil de aprender, pues no se puede enseñar: hay que saberlo, por experiencia, o se debe tener el orgullo de no saberlo”. Pertenece a la sección sexta, titulada: “Nosotros los doctos” y lo que está en juego es nada más y nada menos que la existencia de la filosofía y del filósofo mismos en el mundo moderno. ¿No es esquizoide la duplicidad filósofo y funcionario? ¡Sí, claro que lo es! Como esquizoides son la mayoría de las circunstancias vitales de la sociedad moderna respecto a la realización de cualquier tarea artística o filosófica. La duplicidad trabajo asalariado vs. trabajo libre (scholé = ocio) nos atrapa hoy a todos, estamos divididos, pero unas duplicidades pueden ser menos onerosas que otras, siendo la consecución del verdadero ocio, de las tres cuartas partes de la jornada para el trabajo activo, libre y en ningún modo perezoso, de la creación, una necesidad para poder llevar a cabo cualquier pensamiento que se pueda ganar tal nombre, más allá de la opinión. Se me dirá que no se ha tenido tiempo pero responderemos con Séneca que no vive más quien vive más largamente o con Epicuro que nunca es pronto ni tarde para hacerse con la filosofía. Pero cuidado con esas hojitas del arte de las que hablaba Kröger: “Mucho se ha conseguido cuando a la gran masa (a los superficiales, a los intestinos veloces de toda especie) se le ha infundido por fin el sentimiento de que a ella no le es lícito tocar todo; de que hay vivencias sagradas ante las cuales tiene que quitarse los zapatos y mantener alejada su sucia mano. A la inversa, respecto a los denominados hombres cultos, en los creyentes de las «ideas modernas», acaso ninguna otra cosa produzca tanta náusea como su falta de pudor, su cómoda insolencia de ojo y de mano, con la que tocan, lamen, palpan todo”. (Nietzsche, Más allá del bien y del mal, §263). El atrevimiento es necesario pero sin olvidar el pudor y la humildad. No ha de llevar la última al menosprecio ni el primero a la vanidad, sino que con respeto y arrojo al mismo tiempo hay que caminar sin descanso por las escarpadas sendas que conducen a la filosofía y por la construcción y orientación de una sociedad que proporcione los medios necesarios para que un porcentaje representativo de la ciudadanía alcance semejante condición.

IV. Hay que volver ha insistirxx en que el profesor o filósofo Juan Bautista Fuentes sólo distingue entre filosofía mundana (que no sería en realidad filosofía sino racionalidad común general o pensamientos del aficionado, junto a la llamada filosofía espontánea de los científicos) y filosofía académica (que tampoco sería en realidad filosofía sino las reflexiones eruditas de los profesionales de la enseñanza de historia de la filosofía, principalmente), sin añadir la Filoso-

De la distinción entre el aficionado, el profesional y el filósofo. fía, con mayúsculas, en sus disquisiciones, con lo cual su análisis queda cojo al faltar precisamente el objeto o estructura de que en definitiva se trata o se debería tratar. Se habla de lo mundano y lo académico como lugares (en realidad procesos) que pueden tomar parte en el surgimiento de la Filosofía, pero mediante esa reflexión genética desaparece la Filosofía misma, reducida a sus posibles condiciones de aparición. Asimismo, toda crítica al endogremialismo, a la corrupción universitaria y al eruditismo estéril, es reducida sociológicamente a las situaciones particulares de los desplazados por ellasxxi. “(De este modo, por cierto, Bueno se está pudiendo ganar últimamente –a nuestro juicio de un modo objetivamente sofístico– la aquiescencia de muchos de aquellos que, sin haber dejado de estudiar filosofía en la universidad, y habiendo sido desplazados, por diversas razones, bien del trabajo universitario a la enseñanza secundaria, o bien de cualquier trabajo docente, universitario o secundario, al mundo laboral no docente –o al paro–, puede que tiendan a ver en estas últimas posiciones de Bueno una “valiente” denuncia de los muchos males y carencias que sin duda afectan a la actual enseñanza universitaria de la filosofía, o también a la actual enseñanza secundaria. Pero lo que convendría es no confundir lo que puede ser un análisis sociológico correcto del actual estado de la enseñanza universitaria, o también secundaria, de la filosofía –relativo a las miserias múltiples de dicha enseñanza, unas miserias que ciertamente implican que suelan ser, por lo general, precisamente los mejores los que queden expulsados de dicha enseñanza–, con lo que sin embargo ya sería un reduccionismo sociologista del problema (meta)filosófico en cuestión, si es que no se es capaz en efecto de advertir el desnivel o desajuste que las últimas posiciones de Bueno implican respecto de las primeras: pues mientras Bueno, en efecto, no nos explicite en qué otros lugares distintos de los universitarios puede estar actualmente funcionando la dialéctica entre la crítica dialéctica de la metafísica y esta propia metafísica, en cuanto que dicho funcionamiento constituye la sustancia misma de la propia tradición académica, Bueno está, como decíamos, objetivamente dislocando sus propias posiciones iniciales, en cuanto que está "borrando", del ámbito académico que sin embargo pretende seguir defendiendo, las fuentes metafísicas que, en cuanto que coagulaciones de la dialéctica, deberían alimentar, asimismo académicamente, dicha crítica dialéctica académica, y de este modo está arrojando directamente dichas fuentes metafísicas de alimentación de la crítica dialéctica académica al ámbito de la filosofía mundana misma)” [Juan Bautista Fuentes: El papel de la Filosofía en el conjunto de la cultura. La relación del saber filosófico con los saberes científicos y con el resto de los saberes. 2.3. Las últimas posiciones de Bueno sobre el carácter doxográfico y endogremial de la filosofía universitaria del presente. http://filosofia.net/materiales/num/num16/Papel2.htm]. Y si bien se podría cometer la misma falacia sociologista con Fuentes y reducir su análisis a simple defensa endogremial de funcionario universitario, cosa que sería bien trivial, pobre y absurda, no vemos que pueda aplicársele a Bueno el que critique el endogremialismo como mera

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supuración de su malestar académico, pues, Gustavo Bueno, no sólo es académicamente de lo más selecto, sino que es alguien que se ha ganado con pleno derecho el calificativo de Filósofo y, por tanto, como Nietzsche o Séneca, critica el academicismo estéril y el eruditismo delirante, desde arriba, por haberlos superado y hallarse, por así decirlo, por encima de ellos. El Filósofo ya no realiza sólo lecturas de filosofía académica (en cuanto profesional) sino que las realiza sobre todo de filosofía edificante (estimuladora de su pensamiento en diálogo con otros pensadores) y, desde luego, escribe. Sin embargo el aficionado quiere pasar directamente a lo edificante sin detenerse ni familiarizarse con lo académico, lo que le vuelve estéril o trivial, tan estéril y trivial como a quien se pierde en el eruditismo, enfermedad histórica del profesional.

Notas i

Eminentemente en diálogos como La República; El Sofista; El Parménides; Las Leyes….

ii

Eminentemente en obras como su Metafísica; el De anima; la Ética a Nicómaco…. iii

Eminentemente en la Summa Theologica…

iv

Eminentemente en su Ethica demostrata more geometrico…

v

Eminentemente en sus tres críticas, destacando su Crítica de la razón pura…

vi Eminentemente en su Fenomenología del Espíritu; en la Ciencia de la Lógica; en su Lógica y en la Enciclopedia… vii

Eminentemente en sus Investigaciones Lógicas…

viii

Eminentemente en su El Ser y la Nada, y en su Crítica de la razón dialéctica… ix

Eminentemente en el Tractatus y en las Investigaciones filosóficas…

x

Eminentemente en su obra Ser y Tiempo…

xi

Cfr. Friedrich Nietzsche Nachgelassene Fragmente, 1873, 29 [56]. xii

Libro clásico del que sin embargo no contamos en español con una traducción aceptable. xiv

Séneca Sobre la brevedad de la vida 13.1-7 (y cfr. ss) Trad. Diálogos. Editora Nacional: “13.1. Es largo enumerar uno por uno a aquellos cuya vida consumió el juego de los latrunculi, la pelota o el afán por tostar su cuerpo al sol. No son ociosos aquellos cuyos placeres suponen mucho trabajo. En efecto, nadie duda de que estén atareadísimos aquellos que se entregan al estudio inútil de las letras; éstos son ya ejército nutrido también entre los romanos. 2. Propia de los griegos fue esta enfermedad: investigar qué número de remeros tenía Ulises, si se escribió antes la Ilíada o la Odisea, y además si son del mismo autor; en fin, otras cosas de ese mismo tipo que, en caso de que se guarden para uno mismo, de nada sirven a un conocimiento interior, en caso de que las manifiestes, no pareces más sabio, sino más impertinente. 3. He aquí que también ha invadido a los romanos el afán por aprender cosas superfluas (*).

36 Estos días he oído a una persona que contaba qué cosas había hecho por primera vez cada uno de los generales romanos: Duilio (**) el primero venció en una batalla naval, Curio Dentato el primero introdujo elefantes en una celebración de triunfo. y todavía estas cosas, aunque no tienden a una gloria verdadera, por lo menos, tratan de ejemplos de cuestiones cívicas. Una ciencia así no va a servir de nada, pero es tal que nos atrae con la vana apariencia de los hechos. 4. Por eso, dejemos en paz también a los que investigan quién convenció por primera vez a los romanos de que subieran a una nave (fue Claudio, llamado Caudex por la siguiente razón, porque la unión de varias tablas antiguamente se llamaba caudex, de ahí que las tablillas oficiales se llaman códices; ahora incluso, las naves que transportan mercancías por el Tíber se llaman codicarae) (***); 5. Aceptemos que también esto es importante: que Valerio Corvino sometió el primero Mesana y el primero de la familia de los Valerios fue llamado Mesana por adoptar para él el nombre de la ciudad tomada y, poco a poco, al cambiar las letras el vulgo, se le dijo Mesala. 6. ¿Acaso también permitirás a alguien que se preocupe de que L. Sila, el primero, ofreció en el circo leones sin atar (siendo así que en otros lugares se ofrecían atados) y que fueron enviados por el rey Boco flecheros para acabar con ellos? Dejemos también pasar esto, ¿acaso también va a servir de algo bueno que Pompeyo, el primero, ofreciese en espectáculo en el circo la lucha de dieciocho elefantes contra hombres inocentes, siguiendo la costumbre de las batallas? El hombre más destacado de la ciudad, y entre los más destacados de la Antigüedad, según cuenta la fama, consideró un tipo de espectáculo destinado a recordar su enorme bondad el acabar con los hombres por un sistema nuevo. ¿Luchan hasta el final? Es poco; ¿se desgarran? Es poco. Que sean aplastados bajo el inmenso cuerpo de los animales. 7. Mejor sería dar esto al olvido, para que ningún hombre poderoso aprendiera después y sintiera envidia ante acción tan poco humana. ¡Qué bruma arroja sobre nuestras inteligencias una gran felicidad! El creyó que estaba por encima de la naturaleza cuando podía arrojar montones de desdichados a fieras nacidas en otros lugares, cuando podía provocar una guerra entre animales tan distintos, cuando podía derramar abundante sangre en presencia del pueblo romano, él, que iba a obligar a derramar luego más. En cambio, él mismo, engañado después por la perfidia alejandrina se ofreció al último de los esclavos para que lo traspasara, dándose cuenta, al fin entonces de la estúpida jactancia de su nombre (****)”.

NOTAS DE LA NOTA: (*) A partir de aquí, con el pretexto de ejemplificar la vaciedad de algunos conocimientos, Séneca hace un verdadero alarde de poseerlos. Que tal pasión por dominar cuestiones futiles estaba de moda, nos lo confirma Suetonio refiriéndose a Tiberio (Tib. 70,3); también hablan de ello Juvenal (7,232 y ss.) Y Aulo Gelio (XIV 6). En este último un capítulo entero está dedicado a ejemplificar esa manía en un personaje concreto, amigo suyo. Al hablar de “si se escribió antes la Ilíada o la Odisea, y además si son del mismo autor” se está enunciando el tema denominado La cuestión homérica, que desde la antigüedad venía debatiéndose. En el siglo XIX surgirían las dos posturas aún vigentes respecto al problema, la de los analíticos y los unitarios, defendiendo el joven Nietzsche la segunda, en su disertación inaugural como catedrático de Basilea, desde unos postulados románticos y al estar contra la erudición (filológica e historiográfica); pero precisamente, al igual que Séneca, estando en contra de la erudición por haberla rebasado con mucho, y ejemplificando poseerla en cada momento de criticarla, (lo que se refleja también en la segunda de sus Consideraciones Intempestivas). Sobre la “cuestión homérica” cfr. Web Ideasapiens: Las fuentes escritas de Grecia. http://www.ideasapiens.com/antropologia/fuentesescritas_%20deg recia.htm (Diciembre de 2001).

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 (**) Cesón Duilio Nepote fue efectivamente el primer general romano que venció en una batalla naval (Mylae) a loscartagineses, en el año 260 a. C. La columna rostral, llamada de Duilio, nos da cuenta precisamente de esa batalla (CIL 1225). Cicerón lo cita (Orator 153) a propósito de la transición fonética Duellium > Bellium. (***) Apio Claudio Caudice (cónsul 264 a. C.), hijo de Apio Claudio el Ciego. Venció a Hierón II y a los cartagineses en los inicios de la primera guerra púnica. La intervención tuvo como pretexto el acudir en ayuda de los mercenarios mamertinos que estaban bloqueados en Mesina por cartagineses y griegos, estos últimos al mando de Hierón II, rey de Siracusa. Suetonio (Tib. 2,1) lo cita como el primero que cruzó el estrecho con una flota y expulsó a los cartagineses de Sicilia. (****) Magno. xiv

Educación contra mercado: La filosofía y la formación política de la ciudadanía. http://www.filosofia.net/materiales/num/num11/num11s1.htm xv

GLOBALIZACIÓN. Revista Web Mensual de Economía, Sociedad y Cultura http://www.rcci.net/globalizacion/index.htm FEBRERO DE 2001: Comunidades de hombres frente a sociedades de mercancías: http://www.rcci.net/globalizacion/2001/fg160.htm xvi

Sólo muy extraordinariamente se pueden producir saltos. Cfr. Friedrich Nietzsche KGW IV 2: Menschliches, Allzumenschliches I [1878]: 5. Anzeichen höherer und niederer Cultur. «Fases cíclicas de la cultura individual», §272. Pero contrastándolo con: Friedrich Nietzsche Fragmentos póstumos, 1873, 29 [53]. Comentados en mi trabajo: Revista de Filosofía A Parte Rei. http://aparterei.com/index.htm. A Parte Rei 19, Enero 2002. http://aparterei.com/page29.html. Simón Royo Hernández: Del Materialismo Histórico a la Ontología Hermenéutica: Anomalías de la Dialéctica Ser-Devenir: http://aparterei.com/ap197.htm xvii

Platón Fedro 245a: “El tercer grado de locura y de posesión viene de las Musas, cuando se hacen con un alma tierna e implacable, despertándola y alentándola hacia cantos y toda clase de poesía, que al ensalzar mil hechos de los antiguos, educa a los que han de venir. Aquel, pues, que sin la locura de las Musas acude a las puertas de la poesía, persuadido de que, como por arte, va a hacerse un verdadero poeta, lo será imperfecto, y la obra que sea capaz de crear, estando en su sano juicio, quedará eclipsada por la de los inspirados y posesos”.

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Cfr. Web_Ideasapiens. Mistificaciones del culto al genio. http://www.ideasapiens.com/actualidad/cultura/arteletras/mistificaciones%20cultoalagenio.htm (Diciembre de 2001). xix

También es importante el §573 de VP1.

xx

Ya lo hice en el texto Educación contra mercado, citado.

xxi

Cfr. La tercera parte de: Educación contra mercado: La filosofía y la formación política de la ciudadanía. http://www.filosofia.net/materiales/num/num11/num11s1.htm donde trato del prejuicio sociológico y de la razón frente a las pasiones.

Tiempo, angustia y creación

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Tiempo, angustia y creación (Primer apunte sobre creación) Ignacio Fernández de Terán * En la noche de la ciudad los silencios han desaparecido.1 (George Steiner) Aparte de aquellos que quieran reducir su noción de tiempo a la mera definición aportada por la física, a nadie le resultará del todo desconcertante la convicción de que la temporalidad, siendo una condición material a la que estamos atributivamente sometidos, y por tanto constitutivamente vinculados, no por ello deja de ser una materialidad tremendamente maleable y desconcertante. Todo aquel que retroceda a sus años de infancia recordará la añorada dilatación temporal del día así como la hiriente aceleración de las horas que tiene lugar a medida que envejecemos. Con el paso de los años las horas, su vivencia, se ha transformado en la vivencia del minuto, así como los días en horas. Por supuesto hay alguna suerte de explicación científica o eso parece ser a juicio de competentes médicos. De hecho recuerdo haber escuchado, la pena es no saber dónde ni a quién, que la razón, la explicación de todo ello, parece encontrarse en las velocidades metabólicas del organismo. Con pocos años, nuestro metabolismo celular se encuentra en su máximo exponente, la velocidad de degradación orgánica, construcción y multiplicación celular es tremenda, su celeridad es máximamente positiva durante los primeros años. Sin embargo a medida que tiene lugar el crecimiento, dicha velocidad interna del organismo sufre una desaceleración metabólica significativa, que ya no podrá ser remontada. De hecho esto nos lleva a la paradoja de que es precisamente cuando más cerca de la muerte estamos cuando los procesos de envejecimiento son más lentos y sin embargo es el pequeño de pocas semanas aquel que se arroja en una frenética carrera de consumo energético. Es en los momentos de mayor velocidad metabólica cuando cada segundo es vivido al máximo, prolongándose de manera notable la experiencia del tiempo. Sin embargo, a medida que nuestra velocidad orgánica disminuye el tiempo parece contraerse. En cierto modo este hecho parece ir análogamente en la misma línea introducida por los físicos relativistas. Suponiendo un tiempo absoluto, éste a altas velocidades se contrae, es decir que los segundos pasan a dar mucho más de sí. Sea como fuere, la presencia, la experiencia de la temporalidad, varía de manera radical. Pero no sólo esta vivencia está en estrecha vinculación y dependencia con el momento físico-biográfico, sino también está en función de * Ignacio Fernández de Terán es alumno de doctorado. 1

Steiner, George. Gramáticas de la Creación. Ediciones Siruela, 2001. CapV pag 314.

los contenidos, esto es, de los hechos, a través de los cuales se tiene presente esa temporalidad. La manera como los hechos quedan organizados determina un cierto modo de tener presente la propia temporalidad de la existencia de sí. El entorno material de las objetividades entre medias de las cuales tiene lugar la constitución del sujeto induce a éste a vivir en una determinada temporalidad y a saberse formando parte, a la vez que sujeto de recreación, de dicha temporalidad. El sujeto se representa, o mejor, se vive a sí en un tiempo. Ésta idea no es nueva, ya quedó apuntada en San Agustín o Pascal, y más reciente en Nietzsche, Heidegger e incluso Steiner. Sin embargo en estos pensadores no hay en esta presencia de sí en un principio, hostilidad alguna salvo la de saberse abierto en la temporalidad. Heidegger, bebiendo de Nietzsche y de San Agustín, entiende que en esta visión de su propia condición temporal, el hombre se actualiza, es decir, alcanza un grado de potencialidad existencial que arroja al sujeto ante un desconcierto; en otras palabras: se actualiza la imagen de sí como necesario proyecto en la temporalidad, lo que por de pronto le confiere una potencialidad enorme, la potencia de saberse libre de ser, o lo que es igual, la potencia de la condena de su libertad. No queda otra opción más que la asunción de la propia realidad y la de la responsabilidad de ser-en-el-mundo, ser en un tiempo en tanto que sujeto en ejercicio, es decir, en tanto que director de la propia realidad. Ahora bien, hay que realizar dos matizaciones: conviene separar el tiempo de la temporalidad. Una cosa consiste en saberse en el tiempo y otra muy diferente es reconocer la temporalidad que se está recreando. Al descubrirse en el tiempo, por proyección, el sujeto ha de saberse en tanto que modo de recreación de una determinada temporalidad que a su vez se abre en una doble proyección, esto es, en tanto que temporalidad privada y en tanto que temporalidad pública. Esta reflexibilidad permite vislumbrarse a sí como una construcción temporal tanto sintáctica-estructural, por lo que toca al tiempo como categoría físico-natural, como semántica, en tanto resulta de una gramática articulada2. El peso de la rotunda determina2

Una gramática es una estructura esencialmente dinámica que sólo podemos encontrar en movimiento posibilitando a través de sus particulares rotaciones internas una multiplicidad limitada de sentidos. La gramática es el lugar donde cabe hacer la abstracción sintáctica y la abstracción semántica, sólo en referencia a ella es legítimo hablar de estructuras y sentidos. Ahora bien, ella misma no se reduce a ninguno de estos dos aspectos. Básicamente trataremos de mostrar a través del proceso de degradación de la potencia en su vertiente material, la paulatina sustitución de un genero de gramáticas que aquí entenderemos como gramáticas fértiles por parte de una diversidad de gramáticas estériles, que a

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Cuaderno de MATERIALES, nº 19

ción externa descubierta es la experiencia radical con la cual ha de integrar su vivencia como individuo. He ahí la razón no de una angustia, sino del malestar respecto a lo que en definitiva nunca ha llegado a sentir como propio. Este descubrimiento pone al descubierto el sentido pleno de la individualidad y sitúa definitivamente el espacio de la diferencia. Es, por decirlo de alguna manera, la experiencia definitiva a partir de la cual se le perfila al hombre el sentido de su unicidad y la responsabilidad de su propia existencia. Decimos que es una experiencia radical porque es el punto de inflexión a partir del cual la dinámica existencial adquiere una cierta mayoría de edad, una suerte de final de la infancia.

miento, mejora y reorganización del espacio antropológico, lo que conllevará a su vez una nueva fundación de no sólo una sino de diversas temporalidades. Decimos por ello que se da una mutua conjugación. Por todo ello tomaremos la noción de temporalidad como un principio de unidad entorno al cual queda recogida toda la dinámica de dicha gramática. Sin perjuicio de que de manera análoga se pueda llevar a cabo una aproximación a dicha gramática desde orientaciones muy diversas. Un claro ejemplo de ello es, como en otro apunte llevaremos adelante, el caso de la espacialidad. Tomando el espacio en tanto que categoría física, éste queda reorganizado semánticamente como espacialidad en tanto que categoría ontológica de la presencia.

Ya no se trata de tener presente una gramática, es decir, de tenerse a sí presente en un tiempo y en un determinado espacio gramatical particular y propio a una organización social, sino de ejercer de veras esa gramática constituyente. El reconocimiento de la gramática sencillamente es un momento crítico, y como tal puede ser tanto motivador como desmotivador. La presencia del esquema de la temporalidad puede desencadenar efectos devastadores para el sujeto. Saberse a sí en una temporalidad pública, pero lo que es más, saberse a sí a la vez diferente en tanto que individuo, puede dar lugar a la congoja existencial que genere la anulación de toda actividad por parte del sujeto. Este órdago anónimo suspende a la persona ante la toma de la decisión respecto a la franja de diferenciación, es decir, se encontrará en la difícil tesitura de hacerse cargo de su privacidad frente a una constituyente temporalidad pública. Debe asumir su descubrimiento y decidir bajo la forma de una acción.

Ahora bien, para evitar confusiones aclaremos desde ya los distintos niveles en los que vamos a estar trabajando y en los cuales debe ser enmarcado cada noción de temporalidad que aquí manejemos. El esquema obedece una cierta orientación vertical, visto en abstracto. La matriz en su rotación o desenvolvimiento desarrolla en la generación una concreta temporalidad. Crea un momento de inercia temporal3 muy determinado que entenderemos como temporalidad objetiva a la cual le seguirán con continuidad pero no siempre con coherencia semántica, otros momentos temporales o temporalidades concretas objetivas. Éstas son las que de alguna manera serían consideradas como el objeto de la historia entendida como ciencia estricta, es decir, el encadenamiento o sucesión de los momentos históricos en tanto que geometrías biográficas de un determinado pueblo4. Esta figura objetiva no obstante se encuentra muy alejada de la temporalidad experimentada por el sujeto en su vida cotidiana. En este segundo estrato de la temporalidad a su vez cabe hacer distintas matizaciones sobre las vivencias que el sujeto puede llevar a cabo acerca de su dimensión temporal. Son dos en concreto las experiencias posibles: considerada como más espontánea, la vivencia de su cadencia particular, de su ajetreo cotidiano; la otra es una suerte de pretensión de objetivar la temporalidad en la cual se siente inserto, y respecto de la cual no necesariamente ha de haber una identidad de la temporalidad personal cotidiana, aunque sin duda habrá una vinculación de hecho. No sólo porque dicha objetivación de la temporalidad, esa atribución figurativa de una abstracta temporalidad genérica, brota en definitiva de la labor que el sujeto desarrolla tomando como elemento de partida para su trabajo su propia experiencia, sino además porque la temporalidad personal cotidiana experimentada está determinada por la temporalidad objetiva que es precisamente aquella que pretende haber conseguido conceptuar bajo la forma de temporalidad fenoménica genérica. Son por tanto tres las realidades temporales: la temporalidad objetiva/temporalidad matricial, la temporalidad particular-personal cotidiana, y la temporalidad abstracta genérica, fruto de una pretensión de conceptualizar la temporalidad-fuerza que está vertebrando a toda la comunidad.

¿Qué es la temporalidad? Es uno de los ejes matriciales, aunque en verdad es el tiempo el auténtico eje entorno al cual la matriz se materializa dotándose a sí de una temporalidad. Ésta es entonces la unidad relacional de la acción ya de un grupo socialmente, y no necesariamente políticamente, organizado. De tal manera que siendo el tiempo una de las categorías materiales de la existencia la temporalidad se estructura en torno a él en la medida en que una matriz o gramática se pone en marcha. La manera como la gramática se articula entorno a la categoría de tiempo hace de ésta no sólo un eje sintáctico sino que le imprime un carácter semántico que es precisamente el que entendemos por temporalidad. Por lo tanto cuando nos refiramos a temporalidad en todo momento estaremos manejando una noción de vivencia en torno a la categoría temporal La temporalidad es determinada mediante el ejercicio interno de la organización lo que a su vez supone una cierta reducción unitaria o totalización de la situación, del grupo social. Es en este proceso de totalización, sea desde la individualidad o desde la comunidad, del propio espacio material, de la funcionalidad, donde queda instituido un modo de tiempo que llamamos temporalidad. Ésta será clave para llevar acabo los correspondientes malabares sociales de acopla-

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pesar de mantener los parámetros de rotación sociales a través de los cuales sea posible una reflexión de sí y del mundo desde las posiciones posibilitadas desde la gramática a la que se pertenece, no obstante generan tal suerte de interferencias que dichos reposicionamientos de los sujetos se anulan, se vacían, se eclipsan a sí mismos.

Nótese que intentamos dar una imagen similar a la de cualquier sistema electromotriz donde la particular rotación de una bobina o motor genera un momento magnético concreto y mesurable. 4

No entraremos por ahora a discutir la veracidad de la pretensión de la historia en tanto que estrictamente análoga a las ciencias físico-naturales.

Tiempo, angustia y creación El acto creativo máximo lo concebimos como generación de una nueva temporalidad. La cuestión es la de pensar hasta qué punto esta nueva forma de temporalidad, que no es sino un estricto ejercicio de la propia existencia, puede ser pensada en tanto que ejercicio máximamente libre. El acto generativo, la acción desde su cotidianidad, aunque distanciada en la individualidad, de la temporalidad pública-matricial, no está en ningún momento desvinculada de ésta. El cordón umbilical de la reflexibilidad de la propia existencia no permite de ninguna manera romper el hilo respecto a la temporalidad matricial. Cualquier nueva forma de temporalidad en definitiva no será sino una forma germinada precisamente en una suerte de acto de negación respecto de aquella otra forma instituida entre medias de la cual el sujeto ha sido constituido en su individualidad.5 La temporalidad se siente a modo de una rítmica de acciones. Uno se sabe atravesado por una suerte de ritmo cualitativo en la existencia. La fuente rítmica, el motor o marcapasos, se esconde ante cualquier intento de localización.6 La razón de ese ritmo impreso en la cotidianidad se desconoce, sencillamente se experimenta en tanto que vivencia. En definitiva, se trata de una integración rítmica de la cual es imposible dar cuenta, pero respecto de la cual es imposible evadirse. Sólo por ello caben dos formas de acción cotidiana, la asunción positiva (consciente o no)7, así como la negación, que por lo general coexisten de una manera incómoda sumándonos todavía más si cabe en un desconcierto insalvable. La clave está por tanto en la necesidad de mantener una dinámica de crisis acerca de las formas de temporalidad, de manera tal que siempre las nuevas formas tengan una manera de articularse tal que no coarte las individualidades dentro de su propio desenvolvimiento. De no ser así, dicha forma de temporalidad verá cómo su institucionalización cobrará el sentido de una sedimentación

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Esto no niega que igualmente tengan lugar a diario presuntas creaciones que en definitiva no son sino actos recurrentes de la temporalidad-matricial misma, sin que por ello tenga lugar momento negativo alguno, sino una recurrente autoafirmación encubierta de sí misma. De hecho es propio a algunas sociedades contemporáneas que sea en exclusividad esta forma de dinámica personal la que se dé, sin que ninguna dinámica creativa real tenga lugar. 6

A menudo y cada vez con mayor frecuencia, prescindimos, a causa de un agotamiento personal, de la tarea de pretender idear este fenómeno o temporalidad genérica, conformándonos con partir del malestar emocional más personal para desde ahí comenzar el acto de negación, el acto creativo. El punto de partida creativo se acepta ahora más que nunca en su materialidad, lo que no implica la pérdida de un sentido formal. Es decir, la abstracción genérica que de esa temporalidad instituida y vertebradora se ha pretendido defender en determinados momentos históricos, ha arrastrado consigo una desmaterialización de la temporalidad, dando lugar al final a una figura temporal respecto de la cual nada cabía por hacer salvo apartarla y seguir viviendo lo mejor posible. Es decir, la temporalidad que uno creía tener a la vista terminaba siendo como una de esas figuritas frías de cristal que luego uno no sabe dónde meter en casa.

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Vemos a diario pretendidas formas de negación que en el fondo encubren libelos afirmativos como si de un juego ilusorio se tratara.

39 constitutiva definitiva. De suceder esto, es decir, de llegar a figurar como eje temporal de la matriz social una forma rancia, vacua y estéril del tiempo, cualquier rasgo de individualidad será del todo imposible. En otras palabras, las gramáticas de creación o matrices no pueden ser de cualquier forma, sino que deben poseer una determinada horma que permita un espacio de vivencia de sí en tanto que problemática. Es decir, las formas de la temporalidad, aunque lo suficientemente consistentes no pueden dejar de ser conflictivas. Igual que uno se reconoce en tanto que es en un mundo, y en este mirar8 recoge lo ajeno, de la misma manera reconoce una temporalidad pública a la que pertenece pero respecto de la cual en el mejor de los casos le es imposible la absoluta acepción. Precisamente todo lo contrario sucede en nuestros días; como luego veremos la historia ha dado lugar a una nueva forma de temporalidad que supone un cierre de la dinámica que aquí estamos apuntando. La actual forma imperante de temporalidad consiste en un ritmo estrepitoso e inconstante que hace de la tarea de la escucha la más difícil de las acciones propias de la persona. Antes, como ahora, existía un soplo ventricular constitutivo en cada uno de nosotros, un conflicto rítmico entre la exterioridad y nuestra propia corporalidad. Nuestras válvulas existenciales exigían un ritmo propio y adecuado que normalmente resultaba incompatible con el torrente cotidiano. Éste, la forma instituida socialmente de la temporalidad, provocaba un sobreesfuerzo en todos nuestros tejidos, constituyendo un espacio de tensión entre nuestra yoidad y la matriz constitutiva. Sin embargo, la diferencia alarmante entre las habituales formas de la temporalidad instituidas como ejes principales de sus determinadas matrices históricas de configuración, generaban por entonces un espacio de tensión tal, un murmullo, o soplo ventricular, que resultaba audible para cualquier espíritu atento. Ese soplo de disconformidad, de malestar, encontraba oídos a su expresión agónica, a su exigencia de cambio. Hoy, la tensión sigue presente en todos los modos de ser persona, sin embargo la especial conformidad de ese nuevo ritmo matricial ha dado lugar a un nuevo hecho tan asombroso como terrorífico. La disconformidad, el conflicto rítmico entre los tejidos personales que exigen su propia cadencia y la dinámica o compás matricial, sigue tan pre8 Un descubrimiento de lo ajeno que podríamos no obstante pensar como ilusorio. Ese mundo respecto del cual se aprecia una distancia acerca de sus contenidos en referencia a los contenidos del individuo, quizás no lo sea tanto como lo parece. El margen de individuación es propio y originario de esa nueva forma que parece contraponerse. La vivencia de la temporalidad en la que se está inscrito está preñada, de alguna manera, precisamente de esas otras formas de temporalidad. La temporalidad instituida coexiste con otras formas de temporalidad en un juego conflictivo. Del fruto de esta sincronía surgen a través de los procesos de individuación nuevas formas temporales destinadas a entrar en el juego mismo desplazando en algunos casos y en otros sustituyendo a las formas anteriores. De manera tal que este buen hacer conflictivo, garantiza una constante alteración de las jerarquías de temporalidad. De alguna manera se consigue así evitar cualquier forma de estancamiento de los humores matriciales, y la dimensión histórica de la persona, como decíamos, mediante la garantía de un constante momento de fértil crisis.

40 sente como desbordante; es el malestar en las calles. Esa tirantez arrastra hoy hacia la agonía de una manera hasta ahora sin igual en la historia. El tiempo o ritmo instituido en nuestros días no sólo choca directamente con la exigencia temporal de nuestros propios tejidos, sino que además genera entorno suyo tal cantidad de ruido que no permite a la persona llevar acabo el mas íntimo de sus actos, esto es, la escucha de sí. Esta violenta sordera contribuye al desconocimiento, a la ignorancia de otras formas de temporalidad, haciendo imposible cualquier tipo de verdadero acto creativo de temporalidad. El estrépito desencadenado por la temporalidad instaurada sume a la persona en la ignorancia de su propia individualidad. De tal manera que la presión entre la forma temporal de la matriz social y la exigencia de una temporalidad propia, sólo podrá aumentar, pero nunca decrecer, al no tener el sujeto presente la posibilidad de negación de la institucionalización rítmica. No sólo eso, sino que además la morralla sonora no permitirá cuestionar la legitimidad de la matriz. De manera tal que el acto crítico queda, antes de que pueda siquiera perfilarse como acción, sesgado de raíz ante la ausencia de una reflexión que ponga frente a sí el objeto sobre el que trabajar, en este caso la temporalidad, o lo que es igual, la propia existencia. Es en este sentido como sostenemos que las únicas formas de pesar que hoy puede darse son la agonía y el malestar, y, muy raramente, sólo en aquellos donde aún existe un margen de audición será aún posible que encontremos un momento de angustia fruto de un ponerse frente a sí. La angustia es fruto de la escucha, del ponerse frente a sí. Es el resultado del descubrimiento de la impropiedad de la temporalidad en la que se está conformado. Es un reconocimiento de la temporalidad en la que se está conformado a la vez que un rechazo. La persona no acaba de reconocerse en tanto que individuo que queda recogido en una temporalidad absolutamente. Esta incompletud que siente la persona no le permite sentir definitivamente como propia la temporalidad, sino sólo relativamente. Su existencia desborda precisamente esa temporalidad de la que él mismo es fruto. Su individualidad no queda englobada. Frente a ella, la ausencia de una temporalidad propia exige una apropiación de un nuevo ritmo ontológico. Éste tendrá que ser pretendidamente adecuado a la propia individualidad. El sujeto habrá de apropiarse de una temporalidad inexistente y para ello sólo tendrá a la vista el ritmo ausente que desde su tejido personal parece obrar como exigencia. Esta búsqueda de la temporalidad sólo podrá encauzarse en un principio como ejercicio de negación-crítica de la temporalidad operante, respecto de la cual sólo se tiene conciencia a través del conflicto, del daño causado sobre su propio tejido personal sometido a un ritmo para el que no está constituido. El sujeto desconoce la apropiada forma de la temporalidad, aquella que no someterá a su realidad personal a un ritmo de desgaste, pero ello no significa que no tenga en su experiencia cotidiana presente una temporalidad que progresivamente, al obrar, somete su propia persona a una combustión agónica. En el estado de mayor desconcierto, en nuestros días de sordera, cualquier intento de creación está condenado al aborto. Y digo precisamente aborto y no fracaso,

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 porque sostendremos que toda pretensión de darse a sí, de crear propiamente una nueva temporalidad para sí, es un acto fallido y por de pronto un acto no definitivo, con principio y fin, sino eterno, temporalmente abierto a pesar de sus puntuales concreciones. El artista, por ello, diremos que se eterniza en su obra, no tanto porque pretende alcanzar lo absoluto de su particularidad, su tiempo, algo que está lejos de su alcance, sino precisamente porque ejerce su voluntad en una insatisfecha escucha. Son los tejidos y las vísceras quejumbrosas aquellas donde la voz de su voluntad es más fuerte. Como decía, en nuestros días de condena cualquier pretensión de creación no llega ni siquiera a nacer por el hecho de que la temporalidad en la cual nos encontramos contradice lo que debe ser un ritmo apropiado para una gramática de creación. En esta nueva temporalidad no hay gramática de creación que pueda estar ejercitándose como matriz fértil. La nueva temporalidad emponzoña la matriz generativa permitiendo sólo la germinación de generaciones de sordos irreversibles. Nosotros, los tullidos de oído, sólo podemos negar desde la agonía de la tensión sorda. De tal manera que sólo una filosofía de raíz negativa podrá poner en aprietos la institucionalización de un tiempo definitivo. Por el contrario, aquellos que aún tengan oídos, que se oigan, y que sigan componiendo nuevas músicas exultantes que sirvan de montura a jubilosas filosofías vitalistas. Visto así se perfilan dos frentes de actuación: la de la resistencia de aquellos cuya voluntad queda enmudecida y sus apetencias eróticas mueren en un mar de morralla; aquellos que poseedores de una voluntad de tiempo, de ejercicio, de sentido, quedan atrapados en un dolor sordo del que desconocen origen y razones y cuya voluntad se presenta como fantasmagórica y vacía, incapaz de determinar su querer. Y por el contrario, la segunda vía activa consistirá en la de los menos; aquellos cuyo nervio creativo se mantiene en un vilo gracias a la presencia de una voluntad que se alza por encima de las pantallas de interferencia. El origen de esta potencia creativa, de la capacidad de escucha, resulta difícil de determinar. Podemos pensar que es gracias a la fortaleza de la voluntad particular como resulta posible llevar acabo esta escucha del conflicto entre voluntades, o en otras palabras, diríamos que es la violencia con la que la voluntad o los propios tejidos personales gritan contra el yugo, el atentado o el encorsetamiento que la instituida temporalidad lleva a cabo, lo que permite traspasar el ruidoso velo de esta nueva e imperante hoy forma de temporalidad. Sin embargo, por otra parte, cabe pensar que las formas de temporalidad instituidas, aunque extensionalmente presentes en todo el ámbito de la matriz social, no son igualmente homogéneas. Su textura varía, siendo sobre determinados lugares mucho más presentes y coactivas que en comparación con otros espacios de la misma matriz. De manera tal que dicha infinitesimal heterogeneidad permite que el grado de sonoridad enmascaradora, atronadora, mutiladora de tímpanos, varíe quedando así reducidos los espacios lejos de su completa influencia. Por ello mismo la influencia de la temporalidad resulta ser heterogénea, tanto como grados de sordera del ánimo podemos ver entre las calles. Así pues tendremos sorderas irreversibles, sordos recuperables, y escasos privilegiados, difíciles de encontrar, capaces aún de oír como los antiguos.

Tiempo, angustia y creación Al mismo tiempo debemos volver a replantearnos el sentido de la fortaleza de la voluntad y de su para nada arbitraria constitución. Ésta se conforma en la matriz temporal. Por de pronto su constitución es isomórfica por lo menos respecto de los ejes matriciales, o gramaticales. La voluntad sin duda es una gramática que se está articulando, como gramatical es el seno social. La distancia que entre ambas hasta ahora hemos estado manejando no es tanta, de hecho no hay distancia alguna. Sirva sencillamente como recurso metodológico para llegar a comprender la relación entre las dos. Esta distancia es en definitiva la tenue frontera entre el hecho individual-diferencial y el espacio público, una frontera tan vasta como liviana. La temporalidad está presente en la constitución de voluntades, pero éstas difícilmente pueden reducirse a la primera. De hecho la desbordan como ya hemos dicho anteriormente. Sin embargo la determinación de la voluntad a su vez está íntimamente vinculada a los lugares de influencia. Seguramente allí donde la presencia del ritmo instituido sea menor, por ejemplo en los márgenes exteriores de influencia de la matriz. como puede ser un área rural, la temporalidad requerida desde la voluntad (seguramente una voluntad determinada someramente desde otra temporalidad instituida que entra en contradicción con la otra forma de temporalidad que está también influyendo pero lateralmente) diferirá en mayor medida respecto de la temporalidad instituida. Sin embargo éste es un mal ejemplo debido a que existen áreas de influencia diversas correspondientes a distintas formas de temporalidad que en numerosos puntos o lugares confluyen. Sin embargo dicho encuentro no se da en condiciones parejas entre ambas; es por ello por lo que siempre tiene lugar la prevalencia de una en tanto a su consolidación como institución. Ahora bien, y dejando por el momento de lado la situación del encuentro, si atendemos a las relaciones internas dentro del espacio de influencia temporal debemos prestar atención a esa suerte de zonas de menor densidad de influencia. En virtud del grado la constitución de las voluntades diferirá notablemente. Que una forma de la temporalidad esté instituida a modo de caballo de batalla de la normalización no quiere decir que exista una evacuación interna de otras formas de temporalidad no ya individuales sino genéricas a círculos reducidos del interior de la matriz social.9 Una cosa debemos tener presente: la imposibilidad de ausencia de temporalidad en la constitución de la persona. Siempre ha de haber al menos una temporalidad de 9

Por ejemplo existen, como no podía ser de otra manera, formas de temporalidad, con todo lo que ello lleva detrás, en determinados círculos underground. Estas formas son una generalización de las temporalidades individuales de determinados individuos. Ritmos propios que confluyen dando lugar a una forma genérica que en tanto que tal ya está violentando las formas particulares a partir de las cuales ha tenido lugar por identificación y confluencia su nacimiento. No obstante estas temporalidades marginales están presentes o por lo menos deberían estarlo en los procesos de constitución de todos los individuos. En ocasiones su presencia solo es negativa, en tanto que formas opuestas y rechazadas respecto a las temporalidades dominantes, en otras ocasiones, a nivel individual, son estas temporalidades marginales las que en el proceso formativo son integradas como instituciones dominantes, presentándose se quiera o no bajo forma autoritaria.

41 referencia en el entorno de configuración. Ahora bien, lo normal, por lo menos en el seno de la urbe, es la existencia de diferentes formas de temporalidad en pugna. Si bien todas ellas están en juego atravesando a la persona, no obstante las relaciones entre ellas no son equipotenciales. Entre medias de este desigual juego, es donde la persona no solo será constituida como tal, sino que además será en y a partir de ese juego como la persona deberá empezar a tomar partido. Retrocedamos unos pasos antes de seguir adelante. Decíamos anteriormente que el área de influencia de la temporalidad instituida no es homogénea. Esto es igual que considerar que la matriz tampoco es homogénea. De hecho ambas son heterogéneas. Cuando nos referíamos más arriba a que existen zonas dentro del área de influencia de esta forma de heterogeneidad más débiles, precisamente apuntábamos al hecho que ahora introducimos como juego desigual. Esta desigualdad es la que determina la mayor o menor presencia de una determinada forma de temporalidad frente a otras. Toda esta pluralidad tiene lugar de una manera sincrónica, de tal modo que instituidas, entendiendo por instituido el proceso mediante el cual una determinada forma de temporalidad queda instaurada como genérica bajo la cual por afinidad quedan integradas otras formas afines pero no equiparables, lo son todas las temporalidades en pugna. Aclaremos que la institución de una temporalidad es su estabilización formal, su entrada en el juego, su reconocimiento en tanto que oposición, o si se quiere su legalización.10 Por ello aunque desde la perspectiva de una determinada temporalidad existan zonas de poco alcance, ello no quiere decir que se hallen lugares dentro del tejido social donde se dé una ausencia total de formas de temporalidad; siempre hay alguna o algunas que están ahí ejerciendo su potencia generativa. Sin embargo esto no evita que podamos afirmar con rotundidad la prevalencia, dentro del juego de fuerzas temporales frente a todas las demás formas, de una en concreto. Ésta es la que reconoceremos como aquella forma máximamente presente o con mayor rango de influencia. Como decíamos, es en el crisol de las temporalidades donde la voluntad se perfilará y donde adquirirá su potencia creadora. Ahora bien, si antes mostrábamos que desde el propio tejido personal parece elevarse la voz de la voluntad y exigir una apropiación, crítica y transformación de la temporalidad instituida y con ella toda aquella gramática articulada que hace posible dicho ritmo, ahora tenemos ya a la vista que ese frente con el que nos encontramos no es unívoco sino plural, es decir, que es un juego de temporalidades y de gramáticas en pugna.11 Es un frente plural, y

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Una noción muy acorde a los aires democráticos de estas últimas décadas y a la legalización e ilegalización de determinados partidos políticos.

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La pugna a su vez solo es posible entre elementos que comparten una serie de atributos. Por de pronto se abre la tarea de determinar cuáles son los atributos, las características, de las gramáticas. Igualmente estas gramáticas no clausuran el juego en tanto que gramáticas de creación. Sin embargo existe un determinado tipo de gramática que sin ser de creación no obstante tiene la potencia suficiente para introducirse en el juego y luego disolverlo con su atronadora distorsión. Es como un virus cuya forma es

42 contra todas las formas en juego se eleva la voluntad exigiendo su desplazamiento. Del tipo de relaciones que se den entre temporalidades en un lugar del espacio social dependerá la exigencia de la voluntad. Difícil es establecer los posibles resultados sin tener un juego delante. La constitución de la voluntad depende del complejo juego. Alentar un principio que describa, en función de los grados de influencia, la virulencia con la que una voluntad se comportará respecto a la temporalidad instituida, sería un atrevimiento imperdonable además de un error lógico. Si dijéramos que en los lugares donde mayor es la influencia de la temporalidad instituida es donde con menos tesón la voluntad se comportaría precisamente por estar determinada en gran medida por dicha temporalidad, carecería de fundamento; tanto como gratuito sería sostener la tesis contraria. Y lo mismo sucede si argumentamos diciendo que en los lugares de menor influencia es donde con más ímpetu la voluntad se ensaña con esa temporalidad instituida pero por la que el sujeto ligeramente se encuentra determinado. Los ejemplos cotidianos son tan diversos que no cabe establecer correlación alguna sobre la influencia del ritmo “oficial” y el rechazo o aceptación que de la voluntad brote. De la manera como nos hagamos cargo de la vivencia de la temporalidad dependerá en gran medida nuestra praxis. Ya no vale únicamente sostener que el momento de creación o exigencia de, sea posible únicamente en la medida en que la escucha tenga lugar sino además por la manera, por el valor, que se le da al ejercicio de la propia voluntad. Dejando de lado las complicaciones antes citadas en derredor a aquellas posibles formas de la voluntad que desmontan la dinámica dialéctica de las temporalidades en la historia. Ubiquémonos por un momento en aquella situación arquetípica tan ajena a nuestros días. Tomemos el abrupto esquema que antes describíamos, aquél en el que las temporalidades se articulan de manera conflictiva unas sobre otras y donde la apropiación de un individuo de una temporalidad se asemeja a la de un esfuerzo poiético privado. Tengamos presente que este esfuerzo nunca es definitivo, esto es, que la génesis de una temporalidad que quede instaurada en tanto que espacio y hogar nunca es definitiva, por el hecho de que es imposible el desarrollo existencial en una unidad temporal, es decir, que en el fondo la voluntad exige una pluralidad de temporalidades en función de sus momentos de existencia12 que por regla general entran a su vez en un conflicto. Es por ello mismo por lo que, incluso en el caso del esfuerzo de la creación no ya de una nueva temporalidad sino de un conjunto de temporalidades a través de las cuales la persona pueda sacar adelante su existencia a través del ejercicio de su voluntad, tal esfuerzo nunca es definitivo sino que permanece en constante ejecución en un intento de instauración de esa unidad que incluso le falta a su propia voluntad. De tal manera que una vez más el hombre se pone frente a sí y se

idéntica a la de una proteína y puede acoplarse destruyendo a el proceso de replicación. 12

Momentos sincrónicos y no diacrónicos. O lo que es igual, el individuo en un instante de su biografía se está realizando de manera heterogénea en multitud de aspectos dispares.

Cuaderno de MATERIALES, nº 19 reconoce en tanto que realidad fracturada. Sin duda los ejemplos personales con los que nos podemos topar son muy variados, tanto como grados de unidad sean posibles. Unos grados que si bien no consisten en la unidad y correlación de los distintos momentos de la fractura, sí pasan por ser los grados de la autoconciencia y coordinación de la pulpa de la voluntad. Así pues diremos que una persona está entera no cuando su voluntad sea una en tanto que homogeneidad de sus momentos, sino cuando exista una unidad heterogénea de dichos momentos de la voluntad. ¿Resultado de qué suerte de ejercicio? No lo sé. La resolución no es definitiva ni a nivel personal ni a nivel de la institución pública. Si se quiere puede pensarse como una cierta condena constitutiva o antropológica. Haciendo un paralelismo con Heidegger, cuando éste se refiere al momento de la presencia de la Caída, entendiendo por Caída la necesidad de ser en un tiempo, o temporalidad pública, nosotros sostendríamos una idea de caída en el sentido de la imposibilidad de acceso a una temporalidad definitiva tanto en el ámbito de la comunidad como en el de la propia individualidad. Esta temporalidad definitiva albergaría a todas las voluntades; sería en este sentido una temporalidad absoluta y final que ya desde ahora rechazamos en tanto que posible. La Caída por tanto no consistiría a nuestro juicio sencillamente en un ser en el tiempo sino en un ser en un tiempo nunca definitivo ni adecuado. Seguramente esta noción corre pareja a la del alemán, sin embargo quiero insistir en que el matiz que define a la angustia no consiste en la condición temporal como tal y la necesidad de hacer o generar el individuo una temporalidad propia en el mundo, sino la de saber que dicha práctica nunca será suficiente ni siquiera para un sujeto individual. De cómo sea asumida esta perpetua relación entre el hacer y el sentir, ya que la falta de éxito acaba con cualquier pretensión de absoluto bienestar y consecuentemente recoge en cualquier forma de existencia un margen de malestar, dependerá el valor del ejercicio de la acción. Caben por tanto al menos dos tipos de acciones: aquellas propias a una moral de esclavos y aquellas que Nietzsche reconocía bajo la figura del superhombre. La primera asume la Caída como condición salvable. Mantiene en el horizonte la idea de absoluto y paz perpetua o final de la historia y hace de la acción una persecución tras un anhelo. Será fundamental para determinar el tipo de acción, la manera en cómo es el absoluto considerado.13 La condición de irresolubilidad no cabe dentro de estas concepciones y por ello están en todo momento salpicadas por los conceptos de esperanza y de justicia. El segundo tipo de acción vendría a ser la llamada de la voluntad y la dotación de todo un mundo de sentido sin olvidar

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Esta diferenciación es completamente necesaria para distinguir entre dos posiciones como son el judaísmo y el catolicismo. Ambas manejan en todo momento la idea de absoluto tras cada uno de sus movimientos, pero la tópica que le suponen es radicalmente diferente. Abordaremos la cuestión con más detenimiento en el segundo apunte pero sobretodo en el tercero de los apuntes sobre creación. En ambos trabajos se intentará a su vez introducir y desarrollar la manera como concebimos que debe articularse una creatividad de temporalidad respecto a un complejo mapa objetivo de valores materiales.

Tiempo, angustia y creación que dicho regalo es fruto del enfrentamiento, derrumbe, y construcción, dialéctica, crítica y fundamentada, en otras palabras, el darse a sí es un juego abierto en el que la voluntad se conjuga con las materialidades de sentido a través de las cuales está constituida. En Ser y Tiempo la angustia es presentada como clave de la existencia. Es una experiencia que debe ser pensada no tanto respecto a la fuente de su origen sino respecto al desconcierto que se genera en torno a ella. Al leer Ser y Tiempo podemos ver como el momento que reconocemos como angustia se origina de dos maneras. Heidegger viene a decir a grandes rasgos que la primera experiencia de la angustia tiene lugar cuando el sujeto se pone frente a sí y se reconoce en una temporalidad respecto de la cual ha de tomar partido, bien regresando a ella y hundiéndose en la publicidad, o bien por el contrario dando a su existencia el carácter propio del que es en el mundo en propiedad. Ambas formas suponen un tener que ser-en-el-mundo. Ahora bien, se da otra experiencia de la angustia, que es la que se origina en la presencia de sí como máximamente libre a la vez que contingente frente a la infinitud, en otras palabras, cuando el ser-en-el-mundo reconoce su ser en tanto que fugaz y contingente. Ahora bien, ¿por qué no hace distinción alguna Heidegger entre estas dos aparentes formas de angustia? La razón es porque la experiencia radica en la perspectiva de futuro, es decir, ser un segundo después de tenerse presente a sí. La angustiosa experiencia ante la obligación de tener que ser, he aquí donde radica la experiencia de la angustia. Esto visto ya desde la sistematización aquí presentada debe entenderse como la necesidad de acción teniendo máximamente presente su irremediable precariedad. La experiencia de la angustia consiste precisamente en este asumir14 de este crítico momento. Cualquier otro mecanismo a través del cual la irresolubilidad o por decirlo de otra manera, la precariedad de nuestra acción, quede maquillada mediante la utilización de la finalidad o el absoluto, introduce un margen de esperanza que hace imposible la experiencia de la angustia. Esto es, mantener la posibilidad de apropiación o creación de una temporalidad definitiva y absoluta (sea en su origen resultado de la poiesis individual o una suerte de praxis comunal) capaz de englobar a todas las voluntades supone no ya un anhelo15 sino una esperanza que haría de un cuidado de sí una suerte de acción propia de un despliegue lineal e irreversible. Por otra parte, como sucede en el caso de Heidegger, la posibilidad de darse a sí una temporalidad definitiva, la posibilidad de inaugurar un mundo, sólo deja una presencia de la angustia en tanto que contingencia. Ahora bien, un cuidado de sí, o una creación de un mundo, o una temporalidad propia, debe mantener su principio dinámico no en un retrotraimiento respecto a la infinitud, sino una suerte de crisis bien diferente. El trance de la angustia pasa por la interioridad de la propia acción creadora, esto es, por el 14

De ahí que toda religión sea en definitiva una pretensión de puentear este momento crítico.

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Esta apreciación es significativa. Es la característica propia del judaísmo y puede suponer una vía alternativa más próxima a las propuestas que aquí defenderemos.

43 carácter precario impropio de la temporalidad o el mundo que uno se intenta dar para sí. Insisto en esta necesidad de interioridad frente a la exterioridad sostenida por Heidegger. La angustia de ser en el mundo en virtud de la contraposición entre la existencia infinita del ente que ha de ser en el mundo y la infinitud del Ente, despoja a la voluntad de una autocrítica materialista de sí, es decir, de un eterno discurso productivo de la voluntad respecto a sí misma en función de su exigencia de un mundo y hogar a su medida.16 El cuidado de sí es un brotar continuo, la voluntad se retuerce entre los velos del tiempo, entre sus sentidos y los objetos con los que se enfrenta. En contraposición a los modos de acción más arriba anotados, desde el último siglo parecen abrirse paso unas nuevas vías de acción que parecen postular una recurrente dilapidación de los cuajos temporales. Ya al inicio de este artículo hicimos referencia a esta tercera variante que consiste de alguna manera en una negación a ciegas. La única fuente de referencia es el malestar y el dolor de las entrañas, he ahí donde reside su virtud pero también su amenaza. Su porvenir radica en el carácter del tejido dolorido, pudiendo dar a luz algunas de las más hermosas acciones o por el contrario algunas de las mayores atrocidades que ha contemplado la humanidad. Ahora bien, el momento destructivo, o por lo menos sencillamente negativo, quizás y como único momento de su legitimidad moral sea en los espacios de ausencia de unas garantías de historicidad. Hasta entonces su presencia, aislada de un progreso constructivo así como una conjugación dialéctica, carece de sentido allí donde todavía existen referentes y la historia palpita. Como luego veremos en otros artículos, estas garantías en las sociedades de hoy aún no están definitivamente aniquiladas, es decir, las condiciones históricas aunque moribundas ya aún no han emitido el estertor final. Todavía se mantienen en pie aunque de manera tenue y vaporosa las categorías históricas. Por ello precisamente el abrazo de la negatividad aislada aún no ha encontrado su espacio moral en nuestras sociedades. Y esperemos que nunca llegue a encontrarlo, por que ello sería el síntoma capital del derrumbe de toda la faceta histórica de los pueblos.

¡El amante quiere crear porque desprecia! ¡Qué sabe del amor el que no tuvo que despreciar precisamente aquello que amaba! Vete a tu soledad con tu amor y con tu crear, hermano mío, sólo más tarde te seguirá la justicia cojeando. Vete con tus lágrimas a tu soledad, hermano mío. Yo amo a quien quiere crear por encima de sí mismo, y por ello perece.17

16 Veremos en el resto de los apuntes la relación entre el mundo material, los objetos, y la exigencia de la voluntad. De esta comparecencia empezaremos a ver los límites de la voluntad. Es fundamental señalar los límites que la matriz de objetos supone respecto a las temporalidades. Una determinada configuración de objetos reduce las posibles exigencias factibles de la temporalidad. 17

Friedrich Nietzsche. Así habló Zaratustra. (Del camino del creador, pag. 104) Alianza Editorial, Madrid, 1996.

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Cuaderno de MATERIALES, nº 19

La ruptura posmoderna de la historia y la realidad Francisco Rosa Novalbos * VERDÚ, Vicente: El estilo del mundo. La vida en el capitalismo de ficción, Anagrama, Barcelona, 2003. 294 páginas, 17 euros.

Presentamos el último libro publicado por Verdú como una obra insoslayable para comprender el mundo de estos últimos tiempos. Su fino análisis de la actualidad pone al descubierto el lugar que ocupan y la función que desempeñan muchas de nuestras actitudes y de nuestras actividades diarias. Y esto lo hace, como veremos, desde un punto de vista genuinamente filosófico, si bien de una manera un tanto desordenada, u ordenada conforme a la constelación semántica o metafórica de las ideas con las que juega en detrimento de la exposición metonímica o sistemática. Ahora bien, daremos cuenta de que acaso sea ésta una consecuencia tanto del estilo general del mundo que el propio Verdú desentraña, como del carácter filosófico, y no científico (científico-social), de la materia a tratar. ¿Por qué “el estilo del mundo” y no “el espíritu del (último) capitalismo”? Porque, como también veremos, el estilo es algo más lábil, etéreo, trivial y cambiante que el auténtico espíritu. Y porque mientras que en tiempos de Weber el capitalismo era una férrea estructura con una ideología muy determinada, fácilmente detectable, que permitía la lucha en su contra, el actual capitalismo, el capitalismo de ficción, parece haberse diluido y penetrado en todas y cada una de las relaciones humanas —la Ampliación del campo de batalla que denunciaba Houellebecq respecto a la sexualidad1— tomando el aspecto no de una estructura económica sino de un mundo total.

* Francisco Rosa Novalbos es licenciado en Filosofía por la UCM; actualmente está doctorándose. 1

Michel HOUELLEBECQ, Ampliación del campo de batalla, ed. Anagrama, Barcelona, 1999. El tema está tratado más extensamente en la novela del mismo autor Las partículas elementales (ed. Anagrama, Barcelona, 1999). Por nuestra parte también pueden encontrarse referencias en: ROSA NOVALBOS, Francisco: • "Freud, Lévi-Strauss y Houellebecq: una reivindicación del orden", Cuaderno de Materiales (versión digital), nº 18, Universidad Complutense de Madrid, 2002, . • “La auténtica ampliación del campo de batalla (Reseña sobre Plataforma, de Michel Houellebecq)”, Cuaderno de Materiales (versión digital), nº 18, Universidad Complutense de Madrid, 2002, .

¿Y por qué un “capitalismo de ficción” y no una “sociedad del espectáculo”? Porque mientras que el espectáculo es real y a su través la realidad misma se convierte en espectáculo, fenómenos característicos de las sociedades de consumo, también de la actual, la ficción supone un paso más, una vuelta de tuerca: nada ya es real, todo es ficticio, y lo es a través del espectáculo que nos ofrece la misma realidad, pero una realidad orientada al espectáculo, al show, a la ficción. Anteriormente, hace unos años, podíamos ser espectadores de algo verdadero; ya no, toda expectación lo es de algo ficticio, hasta el punto de que nuestra vida también lo es. Antes éramos espectadores, ahora también somos actores en el show de la vida, actores representando diferentes papeles a la velocidad de los anuncios, casi cada 20 segundos. La argumentación de esta mínima exposición la lleva a cabo Verdú a lo largo de todo el libro, en el cual, sin embargo, no explicita su posición ontológica que, no obstante, puede vislumbrarse. Y este es uno de los sentidos en el que decimos que se trata de una obra filosófica, pues consta de unas premisas ontológicas con las que distingue y valora los diversos fenómenos analizados. Esta ontología, al menos por lo que respecta a los fenómenos sociales es histórica e inter-disciplinar (o inter-categorial, en términos del materialismo filosófico). Quiere esto decir, por un lado, que la constitución de la realidad social es, ante todo, histórica, que los fenómenos sociales se constituyen como fenómenos históricos; y por otro que dichos fenómenos serían materia para las diferentes ciencias o disciplinas sociales (economía, política, sociología, ciencia de las religiones, etc.), es decir, que pertenecerían al campo conformado por la intersección de diferentes categorías o estructuras culturales. Esta característica es, no obstante, problemática ya que los fenómenos sociales no se configurarían como puntos geométricos en un espacio n-categorial, donde cada eje o dimensión representaría una categoría o campo científicosocial, tal que virtualmente podrían existir fenómenos en todos los puntos de dicho espacio; esta hipotética situación permitiría la segregación mutua de cada eje (categoría o campo social) respecto de los demás, lo cual nos pondría delante de las diferentes ciencias sociales. Pero el caso es que no se da tal situación, que no es, siquiera virtualmente, posible la existencia de fenómenos sociales en todos los puntos de dicho espacio, ya que, por ejemplo, la pertenencia de un fenómeno a una determinada configuración social o religiosa impide su conformación como fenómeno económico de determinado tipo, o viceversa. Es esa

Reseña: la ruptura posmoderna de la historia y la realidad configuración polémica de las realidades sociales lo que las constituye como auténtica materia filosófica. Ahora bien, esta segunda característica ontológica conlleva una consecuencia epistemológica, a saber, que el conocimiento de las realidades sociales sólo puede darse, asimismo, en un proceso histórico: sólo con la necesaria perspectiva histórica es posible hacerse cargo de la totalidad de una realidad social, más todavía si dicha realidad contiene una fuerte carga política, pues los planes y los fines políticos no siempre son automáticamente visibles y hay que esperar a la investigación histórica. Pues bien, con esta filosofía de fondo Verdú dará cuenta de las realidades sociales contemporáneas y de sus consecuencias ontológicas: la contemporaneidad o posmodernidad se caracteriza ontológicamente por la ruptura de la historia y con ella la ruptura de la realidad misma, la desrealización, la sustitución de la realidad por la ficción. El mundo actual se caracteriza por la globalización: el transporte de mercancías, el transporte de personas y las telecomunicaciones (ficción mediática) han puesto en confluencia todas las culturas del mundo, bien es cierto que imperando la occidental; con ello se ha globalizado, se ha extendido, una mezcla de culturas que está fragmentando las relaciones sociales y fomentando el individualismo; el individuo, ante esta fragmentación caleidoscópica, ofrecida como en un supermercado, se construye su propia identidad, pero se trata de un nuevo tipo de identidad, una identidad proteica, en cambio continuo. El cambio continuo es otra de las principales características del mundo posmoderno y la flexibilidad es una condición de los nuevos sujetos para resistir en él. Con esto las antiguas identidades (culturales, de clase...) se han perdido. Mas no sólo eso, este cambio continuo en las relaciones sociales produce el desprendimiento de la temporalidad, la ruptura de la historia, en la medida en que nos instalamos en el presente continuo, sin pasado ni futuro; y, como hemos dicho, esto conlleva una desrealización. El cambio constante en las relaciones personales supone que estas son frágiles, débiles, inconsistentes, lo cual produce “enfermedades” mentales (estrés y depresión), con la consecuente demanda de intervención psicológica y su nueva solución universal: distanciarse de los problemas y conflictos, distanciamiento que consiste en tomar la vida como un objeto de ficción, como un espectáculo; al fin y al cabo el cambio constante es parecido a la vida en la pantalla. Otra de las consecuencias de la “enfermedad” mental es el aumento de demanda de entretenimiento o diversión. Y es que, en efecto, una de las principales funciones de los medios de comunicación, telecomunicaciones o ficción mediática, es la de ser un factor de entretenimiento (las otras funciones son: crear estilo, aterrorizar y encubrir). Ahora bien, a través del entretenimiento, por su forma se fomenta el individualismo, por su contenido se fomenta la mezcla y la fragmentación histórico-cultural y a través de una de sus específicas manifestaciones, el reality show, se potencia la toma de la vida como objeto de ficción. Pero hay más, ya que esta diversión produce una aparente felicidad, la felicidad del niño que se contenta con poco: esto constituye a la posmodernidad en una época pue-

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ril, banal y anti-trágica. Este tipo de “felicidad” es asimismo producido por la ausencia de dolor que causa el distanciamiento respecto de la propia vida.

Esa felicidad también es causada por otra de las funciones que posee la ficción mediática, la creación de estilo: a través de las películas, pero sobre todo a través de la publicidad se nos muestra el estilo que se lleva, las nuevas maneras de actuar, que cambian como la moda, como lo que se vende en esa publicidad. A través de esos productos, etiquetados con su marca, se nos vende un modo de ser, se nos venden experiencias y, en último término, un nuevo tipo de persona, de individuo. A lo largo del libro Verdú establece distintas comparaciones entre tres tipos de capitalismo: el de producción, el de consumo y el de ficción; la que viene al caso es que el primero producía mercancías, el segundo discursos (sobre la utilidad de las mercancías), pero el tercero produce experiencias, produce personas (evidentemente a través de las mercancías). Mientras que en el entretenimiento el individuo es espectador, aquí se convierte en actor. Un nuevo tipo de experiencias que vende este capitalismo son las experiencias extremas (etiqueta Xtreme), el estilo extremo (deportes de riesgo, porno duro, vídeo-hecatombe...), aventura, vida extrema, vida pura, y en definitiva, vida-ficción. Al mismo tiempo, ese estilo siempre renovado, a través de la globalización mediática, se incorpora a la mezcla universal de la cultura, a la papilla cultural mundializada. Pero el estilo, como ya hemos dicho, no deja poso, se abandona por el nuevo estilo, por la nueva moda; no es un espíritu, no es una ideología, es una estética o, mejor, una cosmética. Ahora bien, ligada a la experiencia extrema está otra de las funciones de la ficción mediática: servirnos el terror en bandeja. Una de las tesis más comprometidas del libro es esta: el terrorismo es el aliado del poder y mientras dure el capitalismo de ficción no cesará el terrorismo, ya que éste extrae su fuerza de la cobertura mediática que se le

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presta. El terror lleva la experiencia extrema a la vida cotidiana; salir de casa es toda una aventura (delincuencia, terrorismo, accidentes...). Como consecuencia la demanda de libertad de hace unas décadas se ha sustituido por demanda de seguridad, es decir, más policía, más control, más transparencia. Y por último hemos de señalar una de las funciones originarias de los media, la función ideológica, a través de la cual se nos muestra o induce la línea política a seguir al tiempo que se encubre las verdaderas relaciones sociales existentes. Sobre este punto nos extenderemos un poco más al hablar de la ficción cosmética. Porque ahora lo que nos interesa destacar sobre la ficción mediática es algo a lo que Verdú da la máxima importancia: la forma en la que se nos presentan todos estos contenidos en los media. Dicha forma es la sucesión de impactos, de flashes: los anuncios (20 seg.), las noticias (2 ó 3 min.), los documentales (media hora), películas, reality shows, noticias, anuncios... Se trata de una sucesión continua en la que se borra la temporalidad y la realidad: primero porque dicha sucesión vertiginosa impide la reflexión; segundo, porque la actualidad nos muestra una sola cara de la noticia, la que más impacta, la que más aterroriza, la que más vende. De este modo nuestra vida se recubre de otra capa ficticia: mientras que lo real es de naturaleza procesual, el impacto, la emergencia, es de naturaleza milagrosa, divina, de hecho los aviones se estrellaron contra las torres por mandato de Dios. Existe una ficción mediática y una ficción cosmética, aunque sin la primera ésta no lograría su cometido. “Cosmética”, etimológicamente remitía al orden del cosmos y, de hecho, todavía mantiene ese sentido de poner en orden las cosas, aunque sea simple apariencia, simple maquillaje. Verdú utiliza el término en ambos sentidos para referirse al maquillaje del cosmos, a la estetización del mundo que ha elevado cualquier cosa a la categoría de arte, rebajando de categoría al arte mismo; para referirse al reciclaje ideológico de los regímenes políticos (logrando de paso la homogeneización entre democracias y dictaduras: las primeras se vuelven más duras y las otras aparentemente más blandas); para referirse a la ideología de la transparencia, a la del marketing con causa o a la infame cosmética corporal, que intenta borrar las arrugas, ocultar la vejez y acaso liberarnos de la muerte... Con todo lo extrema que parece la vida, nunca antes se ha temido más a la muerte (aunque por nuestro lado estamos con Houellebecq en que se teme antes a la vejez y a la invalidez), consecuencia del hiper-individualismo de los últimos tiempos. Esa negación de la edad y de la muerte es otra manifestación del desprendimiento de la temporalidad y de la desrealización: la vida como objeto de ficción justo ahora cuando llegado el fin de las ideologías, el fin de los grandes relatos, la vida no pertenece a Dios, no pertenece a la Patria, no pertenece a la Revolución, sino que nos pertenece a cada uno... ¿Será por eso?

A grandes rasgos este es el argumento de un libro de casi 300 páginas, razón por la cual nos hemos dejado bastante entre las teclas (ya no hay tinteros). Dicho argumento, con sus conceptos abstractos, tiene sus manifestaciones o particularidades categoriales (tomando el término en un sentido débil, pues ya hemos dicho que no se trata de estrictas categorías en sentido materialistafilosófico, sentido fuerte). Este argumento posee sus variantes económicas, políticas, artísticas, religiosas, sexuales, de parentesco... Y precisamente en la urdimbre de todas ellas, porque no se trata de un estricto paralelismo, sino de cruces e influencias o causalidades, se encuentra la labor filosófica. Pero, a pesar de ello, como decíamos al principio, ese carácter interdisciplinario merece una pequeña distinción de categorías, de ámbitos, una mínima sistematicidad, que es la que echamos en falta. Sería necesaria una reestructuración de los capítulos por categorías, analizando los fenómenos de cada orden por separado y señalando esas líneas de influencia que van de unos niveles a otros: de la economía a la política, de ésta a la religión, de ésta a la sexualidad, viceversa, etc. Probablemente de este modo el lector se haría mucho antes con el argumento y el sentido del libro, pero también quizá el texto perdería fluidez, esa fluidez que a veces engaña dando unos saltos de ángel, que a veces oculta como una cola de caballo, o que nos lleva de orilla a orilla a través de los rápidos... De todos modos el efecto que produce el libro es precisamente aquello que critica: los temas están muy desordenados y se repiten constantemente en una sucesión casi publicitaria, el tono es irónico la mayor parte del tiempo. Los ejemplos son abundantes, tantos que a veces conviene pararse a pensar ante tanta evidencia. Creemos que se trata de un efecto que ha sido buscado por el autor. Estamos, por lo tanto, ante una obra maestra... Y todo maestro ha de ser criticado (si podemos).

Últimos números publicados nº 12 Abril-Diciembre de 2000. Monográfico: Filosofía del Lenguaje. La referencia de los términos de género natural: Putnam y la teoría descriptiva de la referencia. Luis Fernández Moreno O disolución de la Ciencia, o disolución de los problemas: la apuesta de Quine. Fernando J. González Grisolía La subversión del sujeto cartesiano: Sobre el lugar del lenguaje en el psicoanálisis. Ruy Henríquez La fatiga del lenguaje. Fernando Miguel Pérez Herranz La Idea ontológica del lenguaje desde el materialismo filosófico. Felipe Jiménez Pérez Entrevista a Quintín Racionero. Gaizka Larrañaga Argárate nº 13 Febrero – 2001: Poder y orden social (II) Poder e Ilustración . Carmen Martín de León El discurso filosófico de Foucault y Habermas. Juan Cano de Pablo La propuesta habermasiana de una política deliberativa considerada como posible traslación de la teoría de la acción comunicativa al espacio político. Ana González Menéndez Marginalia: Michel Foucault y la arqueología en las ciencias humanas. J. M. Sánchez Fernández De la caverna al panóptico. Consideraciones entorno al poder. Martín Ivo Delicado Cárdenas nº 14 Marzo-Mayo del 2001 Identificación y Especificidad. El Cine de Andrei Tarkovski. Víctor Cadenas de Gea Crítica y crítica: Andrei Tarkovski como acto puro y como presencia de la ausencia de la excepción. Juan Jesús Rodríguez Fraile Un apunte sobre el ejercicio de la actividad filosófica. Miguel Á. Vázquez Villagrasa Antropología filosófica. Juan Bautista Fuentes Ortega nº 15 Junio-Octubre del 2001 Mecanismo sacrificial en El ángel exterminador de Luis Buñuel. Víctor Cadenas de Gea La verdad literal: judaísmo y ciencia en Lacan. Asunción Álvarez Rodríguez Aportes a una genealogía del sujeto moderno. Niklas Bornhauser. Reseña: Internet. Una indagación filosófica. Francisco Rosa Novalbos

nº 16 Noviembre-Diciembre de 2001. Monográfico Crítica materialista del "materialismo filosófico". El papel de la Filosofía en el conjunto de la cultura. La relación del saber filosófico con los saberes científicos y con el resto de los saberes. Juan B. Fuentes Ortega Notas para una crítica del enfoque ‘gnoseológico’ de las ciencias (de G. Bueno) desde una perspectiva ‘noetológica’, con especial atención a: (i) la relación entre la idea general de ciencia(s) y la idea de conocimiento, (ii) la concepción de las “ciencias humanas” y (iii) las implicaciones históricas y socio-políticas de ambas cuestiones. Juan B. Fuentes Ortega nº 17 Enero-Abril del 2002 Jornadas sobre “Universidad, capitalismo y educación”. La quiebra de la universidad de élites. Montserrat Galcerán Huguet En torno a la idea de “sociedad del conocimiento”: Crítica (filosófico-política) a la LOU, a su contexto y a sus críticos. Juan B. Fuentes Ortega Academia, sociedad y capitalismo. Carlos Fernández Liria Carta abierta de los estudiantes a la sociedad Algunas cuestiones fundamentales sobre la democratización efectiva de la enseñanza. Miguel Á. Vázquez Villagrasa Entrevista con Ian Hacking. Asunción Álvarez Rodríguez Filosofía y fascismo en Yukio Mishima. Francisco Rosa Novalbos nº 18 Sept. 2002 - Enero 2003: Ciencia y tecnología Elogio de la serenidad (Una meditación sobre la actual configuración científico-técnica del mundo a partir del §29 de Ser y Tiempo). Pablo Galvín Redondo Tecnica y Virtualidad. Pensar las Nuevas Tecnologías. Luis Fernando Marín Ardila Mentalismo mágico y sociedad telemática. Francisco José Robles y Vicente Caballero Popper y la Mecánica Cuántica (Comentarios críticos al III Post Scriptum a la lógica de la investigación científica). Juan Cano de Pablo El rigorista ilustrado. Juan Jesús Rodríguez Fraile Violencia y sacrificio. Un análisis de Los pájaros de Alfred Hitchcock. Víctor Cadenas de Gea Organización genital infantil. Ruy Henríquez

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