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Escuela Internacional de Coaching Ontológico Programa Avanzado para Coaches Certificados “MASTERY: The Keys to Success

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Escuela Internacional de Coaching Ontológico

Programa Avanzado para Coaches Certificados

“MASTERY: The Keys to Success and Long-Term Fulfillment” Capítulos 1 y 2

George Leonard (Material traducido al español para estudio, por Newfield Network)

Paper de Estudio • ACP SENIOR 2015 Guía n° 1 WWW.NEWFIELD.CL

INTRODUCCIÓN Empieza con algo simple. Intenta tocar la frente con tu mano. Ah, eso es fácil, automático. No tiene dificultad. Pero hubo un tiempo en que estabas tan lejos de dominar esa simple habilidad como un inexperto en piano lo está de interpretar una sonata de Beethoven. Primero, tuviste que aprender a controlar los movimientos de tu mano (sólo eras una criatura en ese momento) y, de alguna manera, conseguir que se movieran hacia adonde querías. Tuviste que desarrollar algún tipo de imagen kinestésica de tu cuerpo para que pudieras establecer la relación entre tu frente y otras partes de tu cuerpo. Tuviste que aprender a hacer coincidir esta imagen con la imagen visual del cuerpo de un adulto. Tuviste que aprender a imitar las acciones de tu madre. Cosas trascendentales, sin cometer errores. Y aún no hemos considerado la asignatura del aprendizaje del lenguaje, decodificar sonidos en forma de palabras y hacerlas coincidir con nuestras acciones. Sólo recién después de todo eso estás habilitado para jugar el juego de aprendizaje que los padres en todas partes juegan con sus hijos: ¿Dónde está tu nariz? ¿Dónde están tus orejas? ¿Dónde está tu frente? Como en todos los aprendizajes significativos, este aprendizaje fue dimensionado, no en una línea recta, sino que en etapas: breves aceleradas de progreso separadas por períodos durante los cuales parecías no estar llegando a ninguna parte. Aun así aprendiste una habilidad esencial. Aquello que es más importante, aprendiste sobre el aprendizaje. Empezaste con algo difícil que se te hizo fácil y agradable a través del adiestramiento y la práctica. Tomaste el camino de la maestría. Y si pudiste aprender a tocarte la frente, puedes aprender a interpretar una sonata de Beethoven o a pilotear un avión a reacción, a ser un mejor gerente o a mejorar tus relaciones. Nuestra actual sociedad logra de muchas maneras descarriarnos, pero el camino de la maestría siempre está ahí esperando por nosotros.

CAPÍTULO 1 ¿Qué es Maestría? No es fácil definirla, pero se puede reconocer al instante. Se presenta de diversas maneras, sin embargo, finalmente, sigue ciertas leyes inmutables. Trae grandes recompensas y realmente no es una meta o un destino, sino más bien un proceso, una travesía. Llamamos Maestría a este viaje y se tiende a asumir que se requiere de un boleto especial, disponible sólo para los que nacen con habilidades excepcionales. Pero la maestría no está reservada para los super talentosos ni tampoco para aquellos que son los suficientemente afortunados de tener un arranque temprano. Está disponible para cualquiera que esté dispuesto a ponerse en movimiento -y mantenerse en el camino- independientemente de la edad, sexo o experiencia previa. El problema es que tenemos muy pocos mapas para guiarnos en este camino, si es que existe alguno, o al menos para mostrarnos cómo encontrar la ruta. El mundo moderno, en realidad, puede ser visto como una prodigiosa conspiración en contra del virtuosísimo. Somos continuamente bombardeados con promesas de satisfacción inmediata, éxito instantáneo y rápido, alivio transitorio, todo lo cual nos lleva exactamente en la dirección equivocada. Más adelante, echaremos un vistazo a las soluciones chapuceras, mentalidad anti maestría que impregna nuestra sociedad y que no sólo nos impide el desarrollo de nuestras habilidades, sino que también amenaza nuestra salud, educación, carreras, relaciones y tal vez incluso nuestra viabilidad económica nacional. Pero primero revisemos la maestría en sí. El viaje del maestro puede iniciarse en cuanto te decidas a aprender cualquier nueva habilidad, mecanografía, cocina, leyes, medicina o contabilidad. Pero alcanza un sobrecogimiento, de calidad similar a la poesía o el teatro, en el campo de los deportes, donde músculos, mente y espíritu se reúnen en movimientos elegantes e intencionados a través del tiempo y el espacio. El deporte proporciona un buen punto de partida para esta expedición, en que los resultados de la formación en el ámbito físico son más bien rápidos y claramente visibles. Tomemos un deporte conocido, el tenis, como un caso hipotético a través del cual podemos deducir los principios subyacentes de la maestría de todas las habilidades, físicas u otras. Digamos que estás en muy buena forma física, pero de ninguna manera altamente condicionado como un atleta experto. Has jugado un poco de deportes de movimiento como voleibol o softball, que implican la coordinación mano-ojo, y has jugado un poco de tenis, pero no mucho, lo que podría ser una buena cosa. Si vas por la maestría, será mejor empezar con borrón y cuenta nueva, en lugar de tener que desaprender malos hábitos que adquiriste como aficionado. Ahora que has encontrado un profesor, un profesional con una reputación para aterrizar en lo fundamental a jugadores, y te has

comprometido con a lo menos tres visitas a la cancha de tenis, a la semana, estás en el camino a la maestría. Esto empieza con pequeños pasitos. El profesor te enseña cómo tomar la raqueta de manera que llegue a la pelota en el momento correcto. Tienes que llevar la raqueta hacia adelante hasta que encuentre la posición de fuerza máxima de la muñeca. Él se instala en frente tuyo, en el mismo lado de la red y arroja pelotas a tu derecha y te pide que le digas si le pegaste a tiempo o tardíamente. Te muestra como mover tus hombros y caderas -coordinadamente- con el movimiento del brazo y darle a la pelota. Te corrige, te estimula. Te sientes terriblemente torpe y descoordinado. Tienes que pensar para mantener sincronizadas las partes de tu cuerpo y el pensamiento se interpone a la gracia del movimiento espontáneo. Te descubres impaciente. Querías hacer ejercicio, pero con esta práctica ni siquiera estás sudando. Quieres que la pelota traspase la red hasta la parte verde oscura de la cancha, pero tu profesor te dice que ni siquiera debes imaginarte eso en esta etapa. Tú eres ese tipo de persona que te importan mucho los resultados, y te parece que no estás obteniendo ningún resultado en absoluto. La práctica va una y otra vez: toma la raqueta correctamente, reconoce donde la raqueta hace contacto con la pelota, mueve tus hombros, caderas y brazos al mismo tiempo, dale a la pelota. Pareces no estar llegando exactamente a ningún lado. Entonces, luego de cinco semanas de frustración, una lucecita se enciende. Los múltiples componentes del golpe en el tenis empiezan a reunirse, es casi como si tus músculos supieran lo que deben hacer, ya no tienes que pensar en cada pequeño detalle. En tu conocimiento consciente hay más espacio para ver la pelota, para encontrarla limpiamente en un golpe que parte suavemente y termina alto. Sientes el deseo ferviente de pegar a la bola más fuerte, de empezar a jugar competitivamente. Sin posibilidades. Hasta ahora tu profesor ha estado entregándote las pelotas. No has tenido que moverte. Pero ahora vas a tener que aprender a moverte de lado a lado, de adelante hacia atrás y en diagonal, situarte y balancearte. De nuevo te sientes torpe, descoordinado. Estás consternado al descubrir que has perdido algo que ya habías obtenido. Justo antes de que estés listo para abandonar, dejas de empeorar. Pero tampoco estás mejorando. Días y semanas pasan sin progreso aparente. Allí estás en esa maldita meseta. Para la mayoría de las personas producto de esta sociedad, la meseta puede ser el purgatorio. Se gatillan emociones desconocidas. Se descargan nuestras motivaciones ocultas. Te das cuenta que llegaste al tenis no sólo para hacer ejercicio, sino también para verte mejor, para jugar con tus amigos, para vencer a tus amigos. Decides tener una conversación con tu profesor. Preguntas ¿cuánto te demorarás en dominar esto?

Tu instructor responde. “Quieres decir ¿Cuánto te demorarás en llegar automáticamente a una postura y dar un golpe de derecha efectivo hacia tu objetivo?” “Sí” Hace una pausa. Es una pregunta que siempre teme. “Bueno, para alguien como tú, que partió en el tenis ya de adulto, si practicas una hora tres veces a la semana, te tomará, en promedio, cinco años.” ¡Cinco años! Tu corazón se encoje. Idealmente, la mitad de eso será adiestramiento. Por supuesto que si tú estás particularmente motivado, puede ser menos que eso. Decides probar con otra pregunta. “¿Cuánto pasará antes de que pueda jugar competitivamente?” “¿Competitivamente? Es un término capcioso. “Quiero decir jugar tratando de vencer a un amigo” “Yo diría que probablemente tu podrías empezar jugando después de seis meses. Pero no deberías empezar jugando con la idea de ganar hasta que tengas un control razonable de tu golpe de derecha, revés y servicio. Y eso será alrededor de un año o año y medio más” Otra amarga dosis de realidad. El profesor pasa a explicar. El problema con el tenis no es sólo que la pelota se mueve y la raqueta se mueve, y que tú tienes el dominio de eso, sino que también tienes que moverte. Además, a menos que estés acertando como un profesional, que puede poner la bola en el lugar correcto, gran parte de la práctica en la cancha se gasta recogiendo pelotas. Los tableros ayudan. Las máquinas de pelotas son útiles. Pero jugar por puntos, tratando de vencer a un amigo, todo se reduce a quién se lleva el saque en el tenis y quien pierde la pelota primero. Los puntos sólo duran alrededor de tres hits en la red. No consigues mucha práctica. Lo que realmente necesitas es golpear miles de pelotas bajo circunstancias bastantes controladas en cada paso del camino: derechazo, revés, trabajo de pies, servicio, giros, juego de red, postura y estrategia. Y el proceso es generalmente incremental. No se puede saltar etapas. No puedes trabajar en estrategia, por ejemplo, hasta que tengas la postura muy bien bajo control. Con la introducción de cada nueva etapa, tendrás que partir pensando de nuevo, lo que significa que las cosas temporalmente se articularán por separado. La verdad empieza a establecerse. Alcanzar la maestría en este deporte no te va a traer una rápida recompensa, como lo esperabas. Hay un camino interminable por delante, con numerosos reveses a lo largo del camino y –más importante- lleno de tiempo en la

cancha, con largas horas de diligente práctica donde no vas a obtener ningún progreso aparente. No es una situación feliz para quien está altamente orientado al logro de resultados. Te imaginas que tienes que tomar una decisión, en algún punto a lo largo del camino, si es que no ahora. Te ves tentado a dejar el tenis y buscar otro deporte más fácil. O puedes intentar un curso de acción el doble más duro, con lecciones extra, practicar día y noche. O puedes dejar las lecciones y quedarte con lo que ya has aprendido en la cancha, olvidarte de mejorar tu juego y divertirte con tus amigos que no juegan mucho mejor que tú. Y, por supuesto, también puedes hacer lo que tus profesores te sugieren y permanecer en el largo camino de la maestría. ¿Cuál será tu elección? Esta pregunta, estos momento de optar, aparecen en nuestra vida incontables veces, no sobre el tenis u otros deportes, sino sobre cualquier cosa que tenga que ver con aprendizaje, desarrollo, cambio. Algunas veces elegimos después de una cuidadosa deliberación, pero frecuentemente la opción es tomada poco cuidadosamente, apenas conscientemente. Seducido por cantos de sirena del consumismo, en esta sociedad de soluciones rápidas, algunas veces elegimos un curso de acción que sólo nos brinda la ilusión de logro, la sombra de satisfacción. Y algunas veces, sabiendo nada o muy poco acerca del proceso que nos conduce a la maestría, ni siquiera nos percatamos de la opción que se nos está ofreciendo. Pero incluso nuestros fracasos para elegir conscientemente, operan como opciones, añadiendo o restando de nuestro potencial. La evidencia es clara: todos los que hemos nacido sin grandes defectos genéticos, hemos nacido geniales. Sin un ápice de instrucción formal alcanzamos la maestría en el sistema de lenguaje hablado dominante y no sólo en uno, sino que en varios. Podemos descifrar el complejo código de expresiones faciales, una hazaña que paraliza el sistema de incluso el más poderoso computador. Podemos decodificar, de un modo u otro, expresiones de sutilezas emocionales. Incluso sin escolaridad formal, podemos hacer asociaciones, crear categorías abstractas y construir jerarquías significativas. Es más, podemos inventar cosas que nunca antes habían sido vistas, hacer preguntas que nunca antes habían sido efectuadas y encontrar respuestas desde más allá de las estrellas. Y diferenciándonos de los computadores, podemos enamorarnos. Lo que llamamos inteligencia, viene en muchas variedades. Howard Gardner de la universidad de Harvard y la escuela de medicina de la universidad de Boston identificaron siete de ellas: lingüística, musical, lógica/matemática, espacial, kinésica y dos tipos más de inteligencia, que pueden ser descritas como interpersonal e intrapersonal. Aumentamos nuestra dotación en estas siete a lo menos. Sin embargo, cada uno de nosotros viene equipado con las suficientes habilidades básicas en todos los ámbitos, para a poder alcanzar esa aparentemente raro y misterioso estado al que llamamos maestría, en alguna forma de pensamiento y expresión, en alguna empresa interpersonal o empresarial, en algún arte u oficio. Esto también es verdadero en el mundo físico. En algún momento se creyó que nuestros ancestros primitivos eran criaturas lamentables, comparados con otros animales de las

junglas y sabanas. Careciendo de colmillos, garras y de las capacidades físicas especiales de los depredadores, nuestros antepasados supuestamente prevalecieron sólo a causa de sus grandes cerebros y de su habilidad para usar herramientas. Esta suposición ha restado importancia a la prodigiosa habilidad de crear grupos sociales complejos y bien cohesionados, un desafío que, más que la fabricación de herramientas, es explicado por el desarrollo de un gran cerebro. También resta importancia al cuerpo humano. Mucho se ha dicho de la vehemente carrera veloz del guepardo, de los prodigiosos saltos del canguro, de las habilidades submarinas del delfín y de las destrezas gimnásticas del chimpancé. Pero el quid del asunto es que ningún animal puede igualar, en todos los alrededores, a la capacidad atlética del animal humano. Si llevásemos a cabo una decatlón de mamíferos, con competencias en carreras de velocidad, de resistencia, salto largo, salto alto, natación, buceo de profundidad, gimnasia, striking, boxeo, senderismo, burrowing, los otros animales podrían ganar la mayoría de los eventos individuales. Pero un ser humano bien entrenado podría obtener la mejor puntuación total. Y en un evento – carreras de resistencia- el humano superaría a todos los otros animales de tamaño comparable, así como también a algunos un poco más grandes. Si hemos nacido geniales de pensamiento y sentimientos, también somos genios potenciales del cuerpo e indudablemente existe un deporte, algún ejercicio físico en el que cada uno de nosotros puede sobresalir. Pero el genio, no importa lo brillante que sea, se desvanecerá o rápidamente se consumirá, si no elige el camino de la maestría. Este viaje te llevará por un camino que es a la vez arduo y estimulante. Te traerá penas y recompensas inesperadas y nunca llegarás al destino final. (Sería de hecho una habilidad insignificante que finalmente fuese completamente dominado). Probablemente terminarás aprendiendo mucho más de ti que de la habilidad que estás persiguiendo. Y aunque te sorprendas frecuentemente de qué y cómo has aprendido, tu progreso hacia la maestría tomará un ritmo característico que se ve más o menos así.

La Curva de la Maestría Realmente no hay manera de evitarlo. Aprender cualquier nueva habilidad implica relativamente breves incrementos de progreso, cada uno de los cuales es seguido por un ligero descenso a una meseta algo más alta, en la mayoría de los casos, de lo que precedió. La curva de arriba está necesariamente idealizada. En la experiencia real de aprendizaje, el progreso es menos regular, los trazos ascendentes varían, las

mesetas tienen sus propias depresiones y elevaciones por el camino. Pero el progreso general es casi siempre el mismo. Al tomar el camino de la maestría, hay que practicar diligentemente, tratando de perfeccionar tus habilidades, para alcanzar nuevos niveles de competencia. Pero mientras haces esto –y este es el inexorable hecho del viaje- también tienes que estar dispuesto a pasar la mayor parte de tu tiempo en una meseta, a seguir practicando, incluso cuando pareces no estar llegando a ninguna parte. ¿Por qué el aprender se llevará a cabo en borbotones? ¿Por qué no podemos hacer que el progreso sea en constante al alza, en nuestro camino hacia la maestría? Como vimos en el tenis, tenemos que mantenernos practicando un movimiento que no nos es familiar, una y otra vez, hasta que logremos implantarlo en la “memoria del músculo”, o programarlo en “piloto automático”. El mecanismo específico a través de lo cual esto ocurre, no es completamente conocido, pero es probable que coincida bastante bien con estas descripciones informales. Karl Pribram, profesor de neurociencia y pionero de la investigación del cerebro en la universidad de Standford, lo explica en términos hipotéticos de sistemas en el cuerpo del cerebro. Lo inicia con un “sistema de comportamiento redundante”, que opera en un nivel más profundo que el pensamiento consciente. Este sistema implica el circuito de reflejo en la médula espinal, así como en las diversas partes del cerebro a la que está conectada. Este sistema redundante te hace posible hacer cosas, devolver un servicio profundo en tenis, tocar las cuerdas de la guitarra, preguntar direcciones en un idioma nuevo, sin preocuparte de cómo hacerlo. Cuando empiezas a aprender una nueva habilidad, sin embargo, tienes que pensar en eso, y hay que hacer un esfuerzo para reemplazar los viejos patrones de detección, movimiento, y cognición con lo de lo nuevo. Esto pone en juego lo que podría llamarse un sistema cognitivo, asociado al sistema redundante y un sistema de esfuerzo asociado con el hipocampo (situado en la base del cerebro). Los sistemas cognitivos y de esfuerzo se convierten en subconjuntos del sistema redundante el tiempo suficiente para modificarlo, para enseñarle un nuevo comportamiento. Para decirlo de otra manera, los sistemas cognitivo y de esfuerzo “hacen click” en el sistema redundante y lo reprograman. Cuando el trabajo está hecho, ambos sistemas se retraen. Entonces ya no tienes que parar y pensar acerca de ello, es decir, la empuñadura es la correcta cada vez que cambias tu raqueta. En este sentido, se puede ver que los aumentos repentinos de alzas en la curva de maestría no suceden de una manera única, cada vez que algo importante o interesante esté sucediendo. El aprendizaje generalmente ocurre en etapas. Una etapa termina cuando el sistema redundante ha sido programado para la nueva tarea y los sistemas cognitivos y de esfuerzo se han retirado. Esto significa que puedes desarrollar la tarea sin hacer un esfuerzo especial de pensar en las partes que la componen. En este punto, hay un aparente borbotón de aprendizaje.

Pero este aprendizaje ha estado sucediendo todo el tiempo. ¿Cómo accedes mejor a la maestría? Para ponerlo en simple, practica diligentemente, pero practica principalmente por la razón de la propia práctica. En lugar de sentirte frustrado mientras estás en la meseta, aprendes a apreciarla y a disfrutar de ella, tanto como las curvas de alza. Pero aprender a querer la meseta se adelanta a nuestro relato. Primero encontrémonos con tres personajes –el aficionado, el obsesivo y el pirata- que pasan por la vida, cada uno a su propia manera, eligiendo no tomar el camino de la maestría. ¿Quién sabe?, a lo mejor pudiésemos estarnos encontrando con nosotros mismos.  

CAPÍTULO 2 Encuéntrate con el Aficionado, el Obsesivo y el Hacker Todos aspiramos a la maestría, pero el camino es siempre largo y algunas veces pedregoso y no promete recompensas rápidas ni fáciles. Así que buscamos otros caminos, cada uno de los cuales atrae a un cierto tipo de persona. ¿Puedes reconocerte en cualquiera de los tres gráficos siguientes?

El Aficionado El aficionado se aproxima a cada nuevo deporte, carrera, posibilidad, o relaciones con un enorme entusiasmo. A él –o a ella- le encantan los rituales de iniciación, el equipo a la moda, la jerga y el brillo de la novedad. Cuando hace su primer progreso, en un nuevo deporte por ejemplo, el Aficionado está exultante. Demuestra su técnica a la familia, a los amigos y a la gente con quien se encuentra en la calle. No puede esperar la siguiente lección. La caída de su primera alza, lo pone en shock. La planicie le es inaceptable, si no incomprensible. Su entusiasmo se desvanece rápidamente. Empieza a faltar a las lecciones. Su mente se llena de justificaciones. Este realmente no es el deporte adecuado para él. Es muy competitivo, no competitivo, agresivo, no agresivo, aburrido, peligroso, lo que sea. Les dice a todos que esto no cumple con sus propias necesidades. Iniciarse en otro nuevo deporte le otorga al Aficionado la oportunidad de reinstalarse en el escenario de la inauguración. Tal vez logre llegar a la segunda planicie esta vez, puede que no. Luego se pasará a otra cosa. Lo mismo se aplica a una profesión. El Aficionado ama los nuevos trabajos, nuevas oficinas, nuevos colegas. Ve oportunidades en cada cambio. Se le hace agua la boca respecto de las ganancias que proyecta. Se deleita con las señales de progreso, cada una de las cuales informa a su familia y amigos. Uh oh, nuevamente está en la planicie. Quizás este no era el trabajo adecuado para él, después de todo. Es el momento de empezar a buscar por ahí. El Aficionado tiene una larga hoja de vida. En sus relaciones sentimentales (tal vez un lugar inesperado para buscar señales de maestría, pero un buen lugar), el Aficionado se especializa en lunas de miel. Se deleita en

la seducción y rendición, elocuente en historias de vida, un despliegue de trucos y trampas amorosas: el desfile del ego. Cuando el ardor inicial empieza a enfriarse, el empieza a mirar a sus alrededores. Quedarse en el camino de la maestría implicaría mutarse a sí mismo. Cuánto más fácil le es saltar a otra cama e iniciar el proceso de nuevo. El aficionado puede verse a sí mismo como un aventurero, un experto en cosas nuevas, pero probablemente está más cercano a lo que Carl Jung llama el puer aeternus, el niño eterno. Mientras sus compañeros cambian, el –o ella- permanece igual.

El obsesivo El Obsesivo es un tipo de persona de umbral, no se conforma con un segundo mejor lugar. Sabe que es el resultado el que cuenta y no importa cómo lo obtengas, sólo que tienes que lograrlo rápido. De hecho, él quiere dar el golpe a la perfección durante la primera lección. Se queda después de clases hablando con el instructor. Le pregunta qué libros y videos puede comprar para ayudarse a progresar más rápidamente (Invade al oyente cuando habla, su energía lo precede cuando camina). El obsesivo comienza haciendo progresos sólidos. Su primer incremento es justo lo que esperaba. Pero cuando, inevitablemente, sufre una regresión y se encuentra en una planicie, simplemente no lo acepta. Redobla sus esfuerzos. Se exige despiadadamente. Se rehúsa a aceptar los consejos de moderación de su jefe y sus compañeros de trabajo. Trabaja toda la noche en la oficina. Se ve tentado a tomar atajo para la obtención de rápidos resultados. Los directores de empresas norteamericanos, por lo general se han unido al culto del borde, su perfil suele ser el del Obsesivo. Se esfuerzan denodadamente por mantener la curva de beneficios en ángulo creciente, incluso si eso significa sacrificar la investigación y el desarrollo, la planificación a largo plazo, el desarrollo de productos lentos e inversiones en la planta. En sus relaciones, el Obsesivo vive para el alza, la gran música de fondo, el viaje a las estrellas. Él no es como el aficionado. Cuando se enfría el ardor, no mira hacia otros lados. Trata de mantener la nave funcionando por todos los medios a su disposición:

regalos extravagantes, la escalada erótica, encuentros melodramáticos. No entiende la necesidad de períodos de desarrollo en la planicie. La relación se convierte en un viaje en la montaña rusa, con separaciones tormentosas y apasionadas reconciliaciones. La ruptura, inevitable, implica una gran cantidad de dolor para la pareja, dejando muy poco en el camino del aprendizaje -o del desarrollo personal- para mostrar. De alguna manera, en lo que haga, el Obsesivo se las arregla por un tiempo para obtener breves explosiones de progreso ascendente, seguidos de fuertes descensos, en un desbocado viaje hacia una caída segura. Cuando la derrota ocurre, el Obsesivo probablemente salga herido. Y también sus amigos, compañeros de trabajo, accionistas y amantes.

El Indolente El Indolente tiene una actitud diferente. Después de haber logrado captar algo, está dispuesto a permanecer en la planicie indefinidamente. No le importa saltarse etapas esenciales para el desarrollo de la maestría si puede salir por ahí y vagar con sus amigos. Es el médico o el maestro que no se molesta en asistir a encuentros profesionales, el jugador de tenis al que le basta con desarrollar un sólido golpe de derecha aunque tenga un revés desigual. En el trabajo sólo hace lo suficiente para sobrevivir, se va temprano, se toma cada descanso, conversa en vez de hacer su trabajo y se pregunta por qué no será promovido. El Indolente no ve al matrimonio, o la convivencia, como una oportunidad de aprender y desarrollarse, sino como un confortable refugio ante las incertidumbres del mundo exterior. Está dispuesto a una monogamia inalterable. Un acuerdo donde la pareja tiene roles definidos e invariables y cuyo matrimonio es básicamente una institución económica y doméstica. Este acuerdo tradicional, algunas veces, funciona suficientemente bien, pero en el mundo actual una pareja está difícilmente dispuesta a vivir indefinidamente en una planicie inalterable. Cuando tu compañero de tenis empieza a mejorar su juego y tú no, el juego finalmente se acaba. Esto mismo se aplica a las relaciones. Estas categorías no son obviamente tan puras. Puedes ser un Aficionado en el amor y un maestro en el arte. Puedes encontrarte en el sendero de la maestría en tu trabajo y ser un indolente en el curso de golf, o viceversa. Incluso en el mismo campo, puedes estar a veces en el camino de la maestría, a veces ser un Obsesivo, y así sucesivamente.

Pero los patrones básicos tienden a prevalecer, reflejando y dando forma a tu rendimiento, tu carácter, tu destino. En algunas de mis lecturas y sesiones de talleres, describo al Maestro, al Aficionado, al Obsesivo y al Indolente. Les pido a los asistentes que me indiquen, levantando sus manos (dejando la maestría de lado) cuál de los tres restantes los describe mejor. En casi todas las ocasiones la respuesta se reparte casi en tercios y la discusión que sigue nos muestra cuán fácilmente la mayoría de las personas se puede identificar dentro de alguna de estas tipologías que son sujeto de este capítulo. Estos caracteres han probado entonces ser útiles en ayudarnos a ver por qué no estamos en el sendero de la maestría. Pero lo verdaderamente importante es lograr ingresar a ese camino y empezar a moverse. El primer desafío que encontraremos, como se verá en el capítulo siguiente, es puesto por nuestra sociedad.