Maria Virgen Fiel

Autor: Papa Juan Pablo II VIRGEN FIEL Queridos hermanos y hermanas: "...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen,

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Autor: Papa Juan Pablo II VIRGEN FIEL Queridos hermanos y hermanas: "...De entre tantos títulos atribuidos a la Virgen, a lo largo de los siglos, por el amor filial de los cristianos, hay uno de profundísimo significado: Virgo Fidelis, Virgen fiel. ¿Qué significa esta fidelidad de María?¿Cuáles son les dimensiones de esa fidelidad? La primera dimensión se llama búsqueda. María fue fiel ante todo cuando, con amor se puso a buscar el sentido profundo del Designio de Dios en Ella y para el mundo. “ Quomodo fiet? -¿Cómo sucederá esto? ”, preguntaba Ella al Ángel de la Anunciación. Ya en el Antiguo Testamento el sentido de esta búsqueda se traduce en una expresión de rara belleza y extraordinario contenido espiritual: “ buscar el Rostro del Señor ”. No habrá fidelidad si no hubiere en la raíz esta ardiente, paciente y generosa búsqueda; si no se encontrara en el corazón del hombre una pregunta, para la cual sólo Dios tiene respuesta, mejor dicho, para la cual sólo Dios es la respuesta. La segunda dimensión de la fidelidad se llama acogida, aceptación. El “quomodo fiet” se transforma, en los labios de María, en un “fiat”. Que se haga, estoy pronta, acepto: éste es el momento crucial de la fidelidad, momento en el cual el hombre percibe que jamás comprenderá totalmente el cómo; que hay en el Designio de Dios más zonas de misterio que de evidencia; que, por más que haga, jamás logrará captarlo todo. Es entonces cuando el hombre acepta el misterio, le da un lugar en su corazón así como “ María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón ” Es el momento en el que el hombre se abandona al misterio, no con la resignación de alguien que capitula frente a un enigma, a un absurdo, sino más bien con la disponibilidad de quien se abre para ser habitado por algo – ¡por Alguien! – más grande que el propio corazón. Esa aceptación se cumple en definitiva por la fe que es la adhesión de todo el ser al misterio que se revela. Coherencia, es la tercera dimensión de la fidelidad. Vivir de acuerdo con lo que se cree. Ajustar la propia vide al objeto de la propia adhesión. Aceptar incomprensiones, persecuciones antes que permitir rupturas entre lo que se vive y lo que se cree: esta es la coherencia. Aquí se encuentra, quizás, el núcleo más intimo de la fidelidad. Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente: la de la duración. Por eso la cuarta dimensión de la fidelidad es la constancia. Es fácil ser coherente por un día o algunos días. Difícil e importante es ser coherente toda la vida. Es fácil ser coherente en la hora de la exaltación, difícil serlo en la hora de la tribulación. Y sólo puede llamarse fidelidad una coherencia que dura a lo largo de toda la vida. El “fiat” de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el “fiat” silencioso que repite al pie de la cruz. Ser fiel es no traicionar en les tinieblas lo que se aceptó en público. De todas les enseñanzas que la Virgen da a sus hijos, quizás la más bella e importante es esta lección de fidelidad

Autor: Padre Nicolás Schwizer | Fuente: Homilías del Padre Nicolás Schwizer La Virgen fiel Ciclo B. Domingo 4 de Adviento / Lucas 1, 26-38. Lo que le falta al hombre de hoy, son modelos de fidelidad, ejemplos que arrastren. Lucas 1, 26-38 En aquel tiempo, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón de la estirpe de David, llamado José. La Virgen se llamaba María. Entró el ángel a donde ella estaba y le dijo: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo”. Al oír estas palabras, ella se preocupó mucho y se preguntaba qué querría decir semejante saludo. El ángel le dijo: “No temas, María, porque has hallado gracia ante Dios. Vas a concebir y a dar a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; el Señor Dios le dará el trono de David, su Padre, y él reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reinado no tendrá fin.” María le dijo entonces al ángel: “¿Cómo podrá ser esto, puesto que yo permanezco virgen?” El ángel le contestó: “El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra. Por eso, el Santo que va a nacer de ti, será llamado Hijo de Dios. Ahí tienes a tu parienta Isabel, que a pesar de su vejez, ha concebido un hijo y ya va en el sexto mes la que llamaban estéril, porque no hay nada imposible para Dios”. María contestó: “Yo soy la esclava del Señor; cúmplase en mí lo que me has dicho”. Y el ángel se retiró de su presencia. Reflexión 1 Sin duda, hemos escuchado mucho sobre la crisis de fidelidad y sobre lo que es la verdadera fidelidad, la que se espera de un cristiano. Pero la pregunta es, si estas explicaciones nos han alcanzado íntimamente, si nos han llegado al corazón. Lo que nos falta, tal vez, es una síntesis vital y vivida de lo que hemos escuchado. Lo que nos falta es un modelo, un ejemplo de fidelidad que nos arrastre. El fundador de mi comunidad sacerdotal, el Padre José Kentenich, dijo en una oportunidad: “Un hombre sabio me impresiona, pero un hombre fiel me conmueve”. Así queremos también nosotros experimentar y palpar la fidelidad en una persona concreta. Y esta persona, modelo de la fidelidad humana, es María: la Virgen fiel. 2. Ahora, si queremos contemplar la fidelidad de María, tenemos que saber qué es fidelidad. Yo diría que fidelidad es la conservación pura, lozana y acrisolada del primer amor. Primer amor - fidelidad y amor siempre van juntos, se corresponden. Porque el amor es el alma de la fidelidad. Fidelidad sin amor es terquedad. Y el amor que no es fiel, no es un amor. Porque el amor que no es fiel, no es un amor auténtico, ya que no es duradero. 3. Entonces, ¿cuál es el primer amor de María? El Evangelio de la Anunciación nos hace ver la hora que cambia la vida de María, y que cambia la historia del mundo. Dios le pide ser Madre de su Hijo. Y en este momento nace su primer amor, el gran amor de toda su vida: el amor a su Hijo Jesucristo. Decidida y alegremente acepta su nueva misión, diciendo su: “Fiat, Hágase en mí según tu palabra”. Sabe que su FIAT no es el “Sí” de una hora, sino el sí de toda una vida. De ahora en adelante, todo su amor, su entrega y su fidelidad dedicará a su Hijo. Y empieza una inseparable bi-unidad entre María y su Hijo. Ella está con Él, como compañera y colaboradora, en los grandes momentos de la historia de salvación, desde la Encarnación hasta su Asunción. 4. El don de su primer amor es un don que tiene que probarse en la vida. No es un don acabado, sino que es un don que María tiene que ir conquistando cada vez más perfectamente. Porque la verdadera fidelidad es la fidelidad probada y acrisolada, la que perdura las tormentas de la vida. Y la fidelidad a su primer amor sufre ya muy pronto duras pruebas. En primer lugar su

situación difícil frente a su prometido José, a quien no puede explicar lo que le ha pasado. Después el nacimiento de su Hijo en la soledad y en la miseria. Y como primer resultado del nacimiento del Salvador, la matanza de los Inocentes. Y María tiene que huir de noche con su familia a tierras extrañas y vivir allá como refugiados. La Virgen fiel

Y así siguen las pruebas y exigencias de Dios durante más de treinta años. Y siempre de nuevo, Ella repite, sin comprenderlo del todo, el Sí de la primera hora, el Sí de su vocación y de su fidelidad. 5. Y entonces llega la hora del Calvario. Ella está allí al pie de la cruz, casi sola. Los demás han desaparecido, como suele suceder en la hora de prueba. Y en este momento oscuro María da su FIAT definitivo. Y es este último FIAT el que cuenta verdaderamente. Ella, en el Calvario, es Madre de verdad, porque se es verdaderamente Madre sólo cuando se da todo. Y María entrega lo único que tiene: su Hijo Jesús. Y este momento de entrega total, el Señor crucificado lo elige, para entregarnos a su Madre a nosotros como sus nuevos Hijos. Y desde entonces estamos incluidos en su primer amor. Y como antes se ha dado enteramente a su Hijo Jesús, así entrega en adelante todo su amor y su fidelidad a sus hijos en la gran familia de la Iglesia. La fidelidad a la persona de Cristo tiende necesariamente a la fidelidad a la Iglesia, la comunidad, la familia de Cristo. 6. Después de la Ascensión del Señor, María empieza a actuar como Madre de la Iglesia primitiva. Reúne a los apóstoles y primeros cristianos en el Cenáculo e implora con ellos el Espíritu Santo. Su misión de madre de la Iglesia se hace más actual aún después de su Asunción. Ahora puede cumplirla en toda su universalidad y profundidad: puede ser plenamente Madre para todos los suyos y darles a cada uno el amor, la ayuda y la protección que necesitan. Durante toda su historia la Iglesia ha experimentado este amor extraordinario y esta fidelidad ilimitada de María. Por eso le tiene tanta confianza, respeto y cariño a su Madre. 7. Queridos hermanos, también en nuestra vida había un primer amor a Jesús. Y mirando el camino de amor fiel de María, debemos preguntarnos: * ¿Hemos nosotros conservado puro, lozano y acrisolado nuestro primer amor? * ¿Hemos sido tan fieles como María en las muchas pruebas de nuestra vida? * ¿Y hemos incluido en nuestro amor y fidelidad también la Iglesia, la comunidad de Jesús, y sobre todo la comunidad concreta de nuestra parroquia? ¡Qué así sea! En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén. Padre Nicolás Schwizer Instituto de los Padres de Schoenstatt

Sábado, 18 Febrero, 2006 - 12:01 , (3955 lecturas)

Si conocieras el don de Dios decía una tarde Cristo a la Samaritana. Pero ¿que don de Dios es ese sino El mismo? El discipulo amado nos dice: Vino a su casa pero los suyos no le recibieron. San Juan Bautista podría dirigir también a muchas almas este reproche: En medio de vosotros está, "en vosotros mismos", el que vosotros no conocéis. ¡Si conocieras el don de Dios!

Hubo una criatura que conoció ese don de Dios; una criatura que no desperdició nada de él; una criatura tan pura, tan luminosa que parecía ser la Luz misma: Speculum justitiae. Una criatura cuya vida fue tan sencilla, tan absorta en Dios que apenas puede decirse algo de ella. Virgo fidelis. Es la Virgen fiel, la que guardaba todas aquellas cosas en su corazón. Ella se consideraba un ser tan insignificante y permanecía tan recogida delante de Dios en el santuario de su alma que atrajo las complacencias de la Santisima Trinidad. Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso me llamarán feliz todas las generaciones..... Beata Sor Isabel de la Trinidad La fidelidad es un valor que quizá hoy no es valorado en toda su amplitud. La fidelidad es hoy un valor mal comprendido, poco practicado y bastante devaluado. Es una palabra que muchas personas, jóvenes y mayores, han desterrado en su obrar personal, cristiano, social, conyugal, profesional y político. La práctica de la fidelidad se ha debilitado y oscurecido sensiblemente. La fidelidad es uno de los rasgos más acusados del rostro de Dios en la Biblia, Dios se nos ha retratado como un "Dios misericordioso y fiel". También el rostro de nuestra Madre se nos ha manifestado como una Madre de misericordia y una Virgen Fiel, y así se lo decimos cuando rezamos el Rosario y la Letanía. María ha experimentado, de un modo único y privilegiado, la misericordia y la fidelidad de Dios. Por esta razón, constituida "Madre de los Redimidos/as por su Hijo", acoge a todo hombre o mujer que la invoca y se refugia en Ella. Por ser "Virgen Fiel" y llena de "ternura" está siempre atenta a los ruegos de sus hijos e hijas, para obtenernos de Dios, todas nuestras súplicas.

Virgen fiel Es uno de sus títulos más grandes. La fidelidad hecha carne de mujer. Fidelidad a Dios, demostrada en su fórmula favorita: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”. Fidelidad a sus hijos; aún a los hijos que se pierden los ha amado hasta el último segundo de su vida. Estaba junto a la cruz... Ella no cayó en la tentación del sueño como Pedro y sus compañeros. ¿Qué más se te podía pedir, Virgen Fiel? Todo lo diste.

1987, SOBRE LA VIRGEN MARIA 39 39 39. Desde este punto de vista es necesario considerar una vez más el acontecimiento

fundamental en la economía de la salvación, o sea la encarnación del Verbo en la anunciación. Es significativo que María, reconociendo en la palabra del mensajero divino la voluntad del Altísimo y sometiéndose a su poder, diga: « He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra » (Lc 1, 3). El primer momento de la sumisión a la única mediación « entre Dios y los hombres » —la de Jesucristo— es la aceptación de la maternidad por parte de la Virgen de Nazaret. María da su consentimiento a la elección de Dios, para ser la Madre de su Hijo por obra del Espíritu Santo. Puede decirse que este consentimiento suyo para la maternidad es sobre todo fruto de la donación total a Dios en la virginidad. María aceptó la elección para Madre del Hijo de Dios, guiada por el amor esponsal, que « consagra » totalmente una persona humana a Dios. En virtud de este amor, María deseaba estar siempre y en todo « entregada a Dios », viviendo la virginidad. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » expresan el hecho de que desde el principio ella acogió y entendió la propia maternidad como donación total de sí, de su persona, al servicio de los designios salvíficos del Altísimo. Y toda su participación materna en la vida de Jesucristo, su Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo con su vocación a la virginidad. La maternidad de María, impregnada profundamente por la actitud esponsal de « esclava del Señor », constituye la dimensión primera y fundamental de aquella mediación que la Iglesia confiesa y proclama respecto a ella,100 y continuamente « recomienda a la piedad de los fieles » porque confía mucho en esta mediación. En efecto, conviene reconocer que, antes que nadie, Dios mismo, el eterno Padre, se entregó a la Virgen de Nazaret, dándole su propio Hijo en el misterio de la Encarnación. Esta elección suya al sumo cometido y dignidad de Madre del Hijo de Dios, a nivel ontológico, se refiere a la realidad misma de la unión de las dos naturalezas en la persona del Verbo (unión hipostática). Este hecho fundamental de ser la Madre del Hijo de Dios supone, desde el principio, una apertura total a la persona de Cristo, a toda su obra y misión. Las palabras « he aquí la esclava del Señor » atestiguan esta apertura del espíritu de María, la cual, de manera perfecta, reúne en sí misma el amor propio de la virginidad y el amor característico de la maternidad, unidos y como fundidos juntamente. Por tanto María ha llegado a ser no sólo la « madre-nodriza » del Hijo del hombre, sino también la « compañera singularmente generosa » 101 del Mesías y Redentor. Ella —como ya he dicho— avanzaba en la peregrinación de la fe y en esta peregrinación suya hasta los pies de la Cruz se ha realizado, al mismo tiempo, su cooperación materna en toda la misión del Salvador mediante sus acciones y sufrimientos. A través de esta colaboración en la obra del Hijo Redentor, la maternidad misma de María conocía una transformación singular, colmándose cada vez más de « ardiente caridad » hacia todos aquellos a quienes estaba dirigida la misión de Cristo. Por medio de esta « ardiente caridad », orientada a realizar en unión con Cristo la restauración de la « vida sobrenatural de las almas »,102 María entraba de manera muy personal en la única mediación « entre Dios y los hombres », que es la mediación del hombre Cristo Jesús. Si ella fue la primera en experimentar en sí misma los efectos sobrenaturales de esta única mediación —ya en la anunciación había sido saludada como « llena de gracia »— entonces es necesario decir, que por esta plenitud de gracia y de vida sobrenatural, estaba particularmente predispuesta a la cooperación con Cristo, único mediador de la salvación humana. Y tal cooperación es precisamente esta mediación subordinada a la mediación de Cristo. En el caso de María se trata de una mediación especial y excepcional, basada sobre su « plenitud de gracia », que se traducirá en la plena disponibilidad de la « esclava del Señor ». Jesucristo, como respuesta a esta disponibilidad interior de su Madre, la preparaba cada vez más a ser para los hombres « madre en el orden de la gracia ». Esto indican, al menos de manera indirecta, algunos detalles anotados por los Sinópticos (cf. Lc 11, 28; 8, 20-21; Mc 3, 32-35; Mt 12, 47-50) y más aún por el Evangelio de Juan (cf. 2, 1-12; 19, 25-27), que ya he puesto de relieve. A este respecto, son particularmente elocuentes las palabras, pronunciadas por Jesús en la Cruz, relativas a María y a Juan. 40 40. Después de los acontecimientos de la resurrección y de la ascensión, María, entrando con los apóstoles en el cenáculo a la espera de Pentecostés, estaba presente como Madre del Señor glorificado. Era no sólo la que « avanzó en la peregrinación de la fe » y guardó fielmente su unión con el Hijo « hasta la Cruz », sino también la « esclava del Señor », entregada por su Hijo como madre a la Iglesia naciente: « He aquí a tu madre ». Así empezó a formarse una relación especial entre esta Madre y la Iglesia. En efecto, la Iglesia naciente

era fruto de la Cruz y de la resurrección de su Hijo. María, que desde el principio se había entregado sin reservas a la persona y obra de su Hijo, no podía dejar de volcar sobre la Iglesia esta entrega suya materna. Después de la ascensión del Hijo, su maternidad permanece en la Iglesia como mediación materna; intercediendo por todos sus hijos, la madre coopera en la acción salvífica del Hijo, Redentor del mundo. Al respecto enseña el Concilio: « Esta maternidad de María en la economía de la gracia perdura sin cesar ... hasta la consumación perpetua de todos los elegidos ».103 Con la muerte redentora de su Hijo, la mediación materna de la esclava del Señor alcanzó una dimensión universal, porque la obra de la redención abarca a todos los hombres. Así se manifiesta de manera singular la eficacia de la mediación única y universal de Cristo « entre Dios y los hombres ». La cooperación de María participa, por su carácter subordinado, de la universalidad de la mediación del Redentor, único mediador. Esto lo indica claramente el Concilio con las palabras citadas antes. « Pues —leemos todavía— asunta a los cielos, no ha dejado esta misión salvadora, sino que con su múltiple intercesión continúa obteniéndonos los dones de la salvación eterna ».104 Con este carácter de « intercesión », que se manifestó por primera vez en Caná de Galilea, la mediación de María continúa en la historia de la Iglesia y del mundo. Leemos que María « con su amor materno se cuida de los hermanos de su Hijo, que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada ».105 De este modo la maternidad de María perdura incesantemente en la Iglesia como mediación intercesora, y la Iglesia expresa su fe en esta verdad invocando a María « con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora ».106 41 41. María, por su mediación subordinada a la del Redentor, contribuye de manera especial a la unión de la Iglesia peregrina en la tierra con la realidad escatológica y celestial de la comunión de los santos, habiendo sido ya « asunta a los cielos ».107 La verdad de la Asunción, definida por Pío XII, ha sido reafirmada por el Concilio Vaticano II, que expresa así la fe de la Iglesia: « Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemeje de forma más plena a su Hijo, Señor de señores (cf. Ap 19, 16) y vencedor del pecado y de la muerte ».108 Con esta enseñanza Pío XII enlazaba con la Tradición, que ha encontrado múltiples expresiones en la historia de la Iglesia, tanto en Oriente como en Occidente. Con el misterio de la Asunción a los cielos, se han realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado: « Todos vivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias; luego, los de Cristo en su Venida » (1 Co 15, 22-23). En el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María « está también íntimamente unida » a Cristo porque, aunque como madre-virgen estaba singularmente unida a él en su primera venida, por su cooperación constante con él lo estará también a la espera de la segunda; « redimida de modo eminente, en previsión de los méritos de su Hijo »,109 ella tiene también aquella función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida definitiva, cuando todos los de Cristo revivirán, y « el último enemigo en ser destruido será la Muerte » (1 Co 15, 26).110 A esta exaltación de la « Hija excelsa de Sión »,111 mediante la asunción a los cielos, está unido el misterio de su gloria eterna. En efecto, la Madre de Cristo es glorificada como « Reina universal ».112 La que en la anunciación se definió como « esclava del Señor » fue durante toda su vida terrena fiel a lo que este nombre expresa, confirmando así que era una verdadera « discípula » de Cristo, el cual subrayaba intensamente el carácter de servicio de su propia misión: el Hijo del hombre « no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos » (Mt 20, 28). Por esto María ha sido la primera entre aquellos que, « sirviendo a Cristo también en los demás, conducen en humildad y paciencia a sus hermanos al Rey, cuyo servicio equivale a reinar »,113 Y ha conseguido plenamente aquel « estado de libertad real », propio de los discípulos de Cristo: ¡servir quiere decir reinar! « Cristo, habiéndose hecho obediente hasta la muerte y habiendo sido por ello exaltado por el Padre (cf. Flp 2, 8-9), entró en la gloria de su reino. A El están sometidas todas las cosas, hasta que El se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre, a fin de que Dios sea todo en

todas las cosas (cf. 1 Co 15, 27-28) ».114 María, esclava del Señor, forma parte de este Reino del Hijo.115 La gloria de servir no cesa de ser su exaltación real; asunta a los cielos, ella no termina aquel servicio suyo salvífico, en el que se manifiesta la mediación materna, « hasta la consumación perpetua de todos los elegidos ».116 Así aquella, que aquí en la tierra « guardó fielmente su unión con el Hijo hasta la Cruz », sigue estando unida a él, mientras ya « a El están sometidas todas las cosas, hasta que El se someta a Sí mismo y todo lo creado al Padre ». Así en su asunción a los cielos, María está como envuelta por toda la realidad de la comunión de los santos, y su misma unión con el Hijo en la gloria está dirigida toda ella hacia la plenitud definitiva del Reino, cuando « Dios sea todo en todas las cosas ». También en esta fase la mediación materna de María sigue estando subordinada a aquel que es el único Mediador, hasta la realización definitiva de la « plenitud de los tiempos »,es decir, hasta que « todo tenga a Cristo por Cabeza » (Ef 1, 10). :2.

María

en

la

vida

de

la

Iglesia

y

de

cada

cristiano

42 42. El Concilio Vaticano II, siguiendo la Tradición, ha dado nueva luz sobre el papel de la Madre de Cristo en la vida de la Iglesia. « La Bienaventurada Virgen, por el don ... de la maternidad divina, con la que está unida al Hijo Redentor, y por sus singulares gracias y dones, está unida también íntimamente a la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia, a saber: en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo ».117 Ya hemos visto anteriormente como María permanece, desde el comienzo, con los apóstoles a la espera de Pentecostés y como, siendo « feliz la que ha creído », a través de las generaciones está presente en medio de la Iglesia peregrina mediante la fe y como modelo de la esperanza que no desengaña (cf. Rom 5, 5). María creyó que se cumpliría lo que le había dicho el Señor. Como Virgen, creyó que concebiría y daría a luz un hijo: el « Santo », al cual corresponde el nombre de « Hijo de Dios », el nombre de « Jesús » (Dios que salva). Como esclava del Señor, permaneció perfectamente fiel a la persona y a la misión de este Hijo. Como madre, « creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y esto sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo ».118 Por estos motivos María « con razón es honrada con especial culto por la Iglesia; ya desde los tiempos más antiguos ... es honrada con el título de Madre de Dios, a cuyo amparo los fieles en todos sus peligros y necesidades acuden con sus súplicas ».119 Este culto es del todo particular: contiene en sí y expresa aquel profundo vínculo existente entre la Madre de Cristo y la Iglesía.120 Como virgen y madre, María es para la Iglesia un « modelo perenne ». Se puede decir, pues, que, sobre todo según este aspecto, es decir como modelo o, más bien como « figura », María, presente en el misterio de Cristo, está también constantemente presente en el misterio de la Iglesia. En efecto, también la Iglesia « es llamada madre y virgen », y estos nombres tienen una profunda justificación bíblica y teológica.121 43 43. La Iglesia « se hace también madre mediante la palabra de Dios aceptada con fidelidad ».122 Igual que María creyó la primera, acogiendo la palabra de Dios que le fue revelada en la anunciación, y permaneciendo fiel a ella en todas sus pruebas hasta la Cruz, así la Iglesia llega a ser Madre cuando, acogiendo con fidelidad la palabra de Dios, « por la predicación y el bautismo engendra para la vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios ».123 Esta característica « materna » de la Iglesia ha sido expresada de modo particularmente vigoroso por el Apóstol de las gentes, cuando escribía: « ¡Hijos míos, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros! » (Gál 4, 19). En estas palabras de san Pablo está contenido un indicio interesante de la conciencia materna de la Iglesia primitiva, unida al servicio apostólico entre los hombres. Esta conciencia permitía y permite constantemente a la Iglesia ver el misterio de su vida y de su misión a ejemplo de la misma Madre del Hijo, que es el « primogénito entre muchos hermanos » (Rom 8, 29). Se puede afirmar que la Iglesia aprende también de María la propia maternidad; reconoce la dimensión materna de su vocación, unida esencialmente a su naturaleza sacramental, « contemplando su arcana santidad e imitando su caridad, y cumpliendo fielmente la voluntad del Padre ».124 Si la Iglesia es signo e instrumento de la unión íntima con Dios, lo es por su

maternidad, porque, vivificada por el Espíritu, « engendra » hijos e hijas de la familia humana a una vida nueva en Cristo. Porque, al igual que María está al servicio del misterio de la encarnación, así la Iglesia permanece al servicio del misterio de la adopción como hijos por medio de la gracia. Al mismo tiempo, a ejemplo de María, la Iglesia es la virgen fiel al propio esposo: « también ella es virgen que custodia pura e íntegramente la fe prometida al Esposo ».125 La Iglesia es, pues, la esposa de Cristo, como resulta de las cartas paulinas (cf. Ef 5, 21-33; 2 Co 11, 2) y de la expresión joánica « la esposa del Cordero » (Ap 21, 9). Si la Iglesia como esposa custodia « la fe prometida a Cristo », esta fidelidad, a pesar de que en la enseñanza del Apóstol se haya convertido en imagen del matrimonio (cf. Ef 5, 23-33), posee también el valor tipo de la total donación a Dios en el celibato « por el Reino de los cielos », es decir de la virginidad consagrada a Dios (cf. Mt 19, 11-12; 2 Cor 11, 2). Precisamente esta virginidad, siguiendo el ejemplo de la Virgen de Nazaret, es fuente de una especial fecundidad espiritual: es fuente de la maternidad en el Espíritu Santo. Pero la Iglesia custodia también la fe recibida de Cristo; a ejemplo de María, que guardaba y meditaba en su corazón (cf. Lc 2, 19. 51) todo lo relacionado con su Hijo divino, está dedicada a custodiar la Palabra de Dios, a indagar sus riquezas con discernimiento y prudencia con el fin de dar en cada época un testimonio fiel a todos los hombres.126 44 44. Ante esta ejemplaridad, la Iglesia se encuentra con María e intenta asemejarse a ella: « Imitando a la Madre de su Señor, por la virtud del Espíritu Santo conserva virginalmente la fe íntegra, la sólida esperanza, la sincera caridad ».127 Por consiguiente, María está presente en el misterio de la Iglesia como modelo. Pero el misterio de la Iglesia consiste también en el hecho de engendrar a los hombres a una vida nueva e inmortal: es su maternidad en el Espíritu Santo. Y aquí María no sólo es modelo y figura de la Iglesia, sino mucho más. Pues, « con materno amor coopera a la generación y educación » de los hijos e hijas de la madre Iglesia. La maternidad de la Iglesia se lleva a cabo no sólo según el modelo y la figura de la Madre de Dios, sino también con su « cooperación ». La Iglesia recibe copiosamente de esta cooperación, es decir de la mediación materna, que es característica de María, ya que en la tierra ella cooperó a la generación y educación de los hijos e hijas de la Iglesia, como Madre de aquel Hijo « a quien Dios constituyó como hermanos ».128 En ello cooperó —como enseña el Concilio Vaticano II— con materno amor.129 Se descubre aquí el valor real de las palabras dichas por Jesús a su madre cuando estaba en la Cruz: « Mujer, ahí tienes a tu hijo » y al discípulo: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 26-27). Son palabras que determinan el lugar de María en la vida de los discípulos de Cristo y expresan —como he dicho ya— su nueva maternidad como Madre del Redentor: la maternidad espiritual, nacida de lo profundo del misterio pascual del Redentor del mundo. Es una maternidad en el orden de la gracia, porque implora el don del Espíritu Santo que suscita los nuevos hijos de Dios, redimidos mediante el sacrificio de Cristo: aquel Espíritu que, junto con la Iglesia, María ha recibido también el día de Pentecostés. Esta maternidad suya ha sido comprendida y vivida particularmente por el pueblo cristiano en el sagrado Banquete —celebración litúrgica del misterio de la Redención—, en el cual Cristo, su verdadero cuerpo nacido de María Virgen, se hace presente. Con razón la piedad del pueblo cristiano ha visto siempre un profundo vínculo entre la devoción a la Santísima Virgen y el culto a la Eucaristía; es un hecho de relieve en la liturgia tanto occidental como oriental, en la tradición de las Familias religiosas, en la espiritualidad de los movimientos contemporáneos incluso los juveniles, en la pastoral de los Santuarios marianos María guía a los fieles a la Eucaristía. 45 45. Es esencial a la maternidad la referencia a la persona. La maternidad determina siempre una relación única e irrepetible entre dos personas: la de la madre con el hijo y la del hijo con la Madre. Aun cuando una misma mujer sea madre de muchos hijos, su relación personal con cada uno de ellos caracteriza la maternidad en su misma esencia. En efecto, cada hijo es engendrado de un modo único e irrepetible, y esto vale tanto para la madre como para el hijo. Cada hijo es rodeado del mismo modo por aquel amor materno, sobre el

que

se

basa

su

formación

y

maduración

en

la

humanidad.

Se puede afirmar que la maternidad « en el orden de la gracia » mantiene la analogía con cuanto a en el orden de la naturaleza » caracteriza la unión de la madre con el hijo. En esta luz se hace más comprensible el hecho de que, en el testamento de Cristo en el Gólgota, la nueva maternidad de su madre haya sido expresada en singular, refiriéndose a un hombre: « Ahí tienes a tu hijo ». Se puede decir además que en estas mismas palabras está indicado plenamente el motivo de la dimensión mariana de la vida de los discípulos de Cristo; no sólo de Juan, que en aquel instante se encontraba a los pies de la Cruz en compañía de la Madre de su Maestro, sino de todo discípulo de Cristo, de todo cristiano. El Redentor confía su madre al discípulo y, al mismo tiempo, se la da como madre. La maternidad de María, que se convierte en herencia del hombre, es un don: un don que Cristo mismo hace personalmente a cada hombre. El Redentor confía María a Juan, en la medida en que confía Juan a María. A los pies de la Cruz comienza aquella especial entrega del hombre a la Madre de Cristo, que en la historia de la Iglesia se ha ejercido y expresado posteriormente de modos diversos. Cuando el mismo apóstol y evangelista, después de haber recogido las palabras dichas por Jesús en la Cruz a su Madre y a él mismo, añade: « Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa » (Jn 19,27). Esta afirmación quiere decir con certeza que al discípulo se atribuye el papel de hijo y que él cuidó de la Madre del Maestro amado. Y ya que María fue dada como madre personalmente a él, la afirmación indica, aunque sea indirectamente, lo que expresa la relación íntima de un hijo con la madre. Y todo esto se encierra en la palabra « entrega ». La entrega es la respuesta al amor de una persona y, en concreto, al amor de la madre. La dimensión mariana de la vida de un discípulo de Cristo se manifiesta de modo especial precisamente mediante esta entrega filial respecto a la Madre de Dios, iniciada con el testamento del Redentor en el Gólgota. Entregándose filialmente a María, el cristiano, como el apóstol Juan, « acoge entre sus cosas propias » 130 a la Madre de Cristo y la introduce en todo el espacio de su vida interior, es decir, en su « yo » humano y cristiano: « La acogió en su casa » Así el cristiano, trata de entrar en el radio de acción de aquella « caridad materna », con la que la Madre del Redentor « cuida de los hermanos de su Hijo »,131 « a cuya generación y educación coopera » 132 según la medida del don, propia de cada uno por la virtud del Espíritu de Cristo. Así se manifiesta también aquella maternidad según el espíritu, que ha llegado a ser la función de María a los pies de la Cruz y en el cenáculo. 46 46. Esta relación filial, esta entrega de un hijo a la Madre no sólo tiene su comienzo en Cristo, sino que se puede decir que definitivamente se orienta hacia él. Se puede afirmar que María sigue repitiendo a todos las mismas palabras que dijo en Caná de Galilea: « Haced lo que él os diga ». En efecto es él, Cristo, el único mediador entre Dios y los hombres; es él « el Camino, la Verdad y la Vida » (Jn 4, 6); es él a quien el Padre ha dado al mundo, para que el hombre « no perezca, sino que tenga vida eterna » (Jn 3, 16). La Virgen de Nazaret se ha convertido en la primera « testigo » de este amor salvífico del Padre y desea permanecer también su humilde esclava siempre y por todas partes. Para todo cristiano y todo hombre, María es la primera que « ha creído », y precisamente con esta fe suya de esposa y de madre quiere actuar sobre todos los que se entregan a ella como hijos. Y es sabido que cuanto más estos hijos perseveran en esta actitud y avanzan en la misma, tanto más María les acerca a la « inescrutable riqueza de Cristo » (Ef 3, 8). E igualmente ellos reconocen cada vez mejor la dignidad del hombre en toda su plenitud, y el sentido definitivo de su vocación, porque « Cristo ... manifiesta plenamente el hombre al propio hombre ».133 Esta dimensión mariana en la vida cristiana adquiere un acento peculiar respecto a la mujer y a su condición. En efecto, la feminidad tiene una relación singular con la Madre del Redentor, tema que podrá profundizarse en otro lugar. Aquí sólo deseo poner de relieve que la figura de María de Nazaret proyecta luz sobre la mujer en cuanto tal por el mismo hecho de que Dios, en el sublime acontecimiento de la encarnación del Hijo, se ha entregado al ministerio libre y activo de una mujer. Por lo tanto, se puede afirmar que la mujer, al mirar a María, encuentra en ella el secreto para vivir dignamente su feminidad y para llevar a cabo su verdadera promoción. A la luz de María, la Iglesia lee en el rostro de la mujer los reflejos de una belleza, que es espejo de los más altos sentimientos, de que es capaz el corazón humano: la oblación total del amor, la fuerza que sabe resistir a los más grandes dolores, la fidelidad sin límites, la laboriosidad infatigable y la capacidad de conjugar la intuición

penetrante

con

la

palabra

de

apoyo

y

de

estímulo.

47 47. Durante el Concilio Pablo VI proclamó solemnemente que María es Madre de la Iglesia, es decir, Madre de todo el pueblo de Dios, tanto de los fieles como de los pastores ».134 Más tarde, el año 1968 en la Profesión de fe, conocida bajo el nombre de « Credo del pueblo de Dios », ratificó esta afirmación de forma aún más comprometida con las palabras « Creemos que la Santísima Madre de Dios, nueva Eva, Madre de la Iglesia continúa en el cielo su misión maternal para con los miembros de Cristo, cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos ».135 El magisterio del Concilio ha subrayado que la verdad sobre la Santísima Virgen, Madre de Cristo, constituye un medio eficaz para la profundización de la verdad sobre la Iglesia. El mismo Pablo VI, tomando la palabra en relación con la Constitución Lumen gentium, recién aprobada por el Concilio, dijo: « El conocimiento de la verdadera doctrina católica sobre María será siempre la clave para la exacta comprensión del misterio de Cristo y de la Iglesia ».136 María está presente en la Iglesia como Madre de Cristo y, a la vez, como aquella Madre que Cristo, en el misterio de la redención, ha dado al hombre en la persona del apóstol Juan. Por consiguiente, María acoge, con su nueva maternidad en el Espíritu, a todos y a cada uno en la Iglesia, acoge también a todos y a cada uno por medio de la Iglesia. En este sentido María, Madre de la Iglesia, es también su modelo. En efecto, la Iglesia —como desea y pide Pablo VI— « encuentra en ella (María) la más auténtica forma de la perfecta imitación de Cristo ».137 Merced a este vínculo especial, que une a la Madre de Cristo con la Iglesia, se aclara mejor el misterio de aquella « mujer » que, desde los primeros capítulos del Libro del Génesis hasta el Apocalipsis, acompaña la revelación del designio salvífico de Dios respecto a la humanidad. Pues María, presente en la Iglesia como Madre del Redentor, participa maternalmente en aquella « dura batalla contra el poder de las tinieblas » 138 que se desarrolla a lo largo de toda la historia humana. Y por esta identificación suya eclesial con la « mujer vestida de sol » (Ap 12, 1),139 se puede afirmar que « la Iglesia en la Beatísima Virgen ya llegó a la perfección, por la que se presenta sin mancha ni arruga »; por esto, los cristianos, alzando con fe los ojos hacia María a lo largo de su peregrinación terrena, « aún se esfuerzan en crecer en la santidad ».140 María, la excelsa hija de Sión, ayuda a todos los hijos —donde y como quiera que vivan— a encontrar en Cristo el camino hacia la casa del Padre. Por consiguiente, la Iglesia, a lo largo de toda su vida, mantiene con la Madre de Dios un vínculo que comprende, en el misterio salvífico, el pasado, el presente y el futuro, y la venera como madre espiritual de la humanidad y abogada de gracia. :3.

EL

sentido

del

Año

Mariano

48 48. Precisamente el vínculo especial de la humanidad con esta Madre me ha movido a proclamar en la Iglesia, en el período que precede a la conclusión del segundo Milenio del nacimiento de Cristo, un Año Mariano. Una iniciativa similar tuvo lugar ya en el pasado, cuando Pío XII proclamó el 1954 como Año Mariano, con el fin de resaltar la santidad excepcional de la Madre de Cristo, expresada en los misterios de su Inmaculada Concepción (definida exactamente un siglo antes) y de su Asunción a los cielos.141 Ahora, siguiendo la línea del Concilio Vaticano II, deseo poner de relieve la especial presencia de la Madre de Dios en el misterio de Cristo y de su Iglesia. Esta es, en efecto, una dimensión fundamental que brota de la mariología del Concilio, de cuya clausura nos separan ya más de veinte años. El Sínodo extraordinario de los Obispos, que se ha realizado el año 1985, ha exhortado a todos a seguir fielmente el magisterio y las indicaciones del Concilio. Se puede decir que en ellos —Concilio y Sínodo— está contenido lo que el mismo Espíritu Santo desea « decir a la Iglesia » en la presente fase de la historia. En este contexto, el Año Mariano deberá promover también una nueva y profunda lectura de cuanto el Concilio ha dicho sobre la Bienaventurada Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, a la que se refieren las consideraciones de esta Encíclica. Se trata aquí no sólo de la doctrina de fe, sino también de la vida de fe y, por tanto, de la

auténtica « espiritualidad mariana », considerada a la luz de la Tradición y, de modo especial, de la espiritualidad a la que nos exhorta el Concilio.142 Además, la espiritualidad mariana, a la par de la devoción correspondiente, encuentra una fuente riquísima en la experiencia histórica de las personas y de las diversas comunidades cristianas, que viven entre los distintos pueblos y naciones de la tierra. A este propósito, me es grato recordar, entre tantos testigos y maestros de la espiritualidad mariana, la figura de san Luis María Grignion de Montfort, el cual proponía a los cristianos la consagración a Cristo por manos de María, como medio eficaz para vivir fielmente el compromiso del bautismo.143 Observo complacido cómo en nuestros días no faltan tampoco nuevas manifestaciones de esta espiritualidad y devoción. 49 49. Este Año comenzará en la solemnidad de Pentecostés, el 7 de junio próximo. Se trata, pues, de recordar no sólo que María « ha precedido » la entrada de Cristo Señor en la historia de la humanidad, sino de subrayar además, a la luz de María, que desde el cumplimiento del misterio de la Encarnación la historia de la humanidad ha entrado en la « plenitud de los tiempos » y que la Iglesia es el signo de esta plenitud. Como Pueblo de Dios, la Iglesia realiza su peregrinación hacia la eternidad mediante la fe, en medio de todos los pueblos y naciones, desde el día de Pentecostés. La Madre de Cristo, que estuvo presente en el comienzo del « tiempo de la Iglesia », cuando a la espera del Espíritu Santo rezaba asiduamente con los apóstoles y los discípulos de su Hijo, « precede » constantemente a la Iglesia en este camino suyo a través de la historia de la humanidad. María es también la que, precisamente como esclava del Señor, coopera sin cesar en la obra de la salvación llevada a cabo por Cristo, su Hijo. Así, mediante este Año Mariano, la Iglesia es llamada no sólo a recordar todo lo que en su pasado testimonia la especial y materna cooperación de la Madre de Dios en la obra de la salvación en Cristo Señor, sino además a preparar, por su parte, cara al futuro las vías de esta cooperación, ya que el final del segundo Milenio cristiano abre como una nueva perspectiva. 50 50. Como ya ha sido recordado, también entre los hermanos separados muchos honran y celebran a la Madre del Señor, de modo especial los Orientales. Es una luz mariana proyectada sobre el ecumenismo. De modo particular, deseo recordar todavía que, durante el Año Mariano, se celebrará el Milenio del bautismo de San Vladimiro, Gran Príncipe de Kiev (a. 988), que dio comienzo al cristianismo en los territorios de la Rus' de entonces y, a continuación, en otros territorios de Europa Oriental; y que por este camino, mediante la obra de evangelización, el cristianismo se extendió también más allá de Europa, hasta los territorios septentrionales del continente asiático. Por lo tanto, queremos, especialmente a lo largo de este Año, unirnos en plegaria con cuantos celebran el Milenio de este bautismo, ortodoxos y católicos, renovando y confirmando con el Concilio aquellos sentimientos de gozo y de consolación porque « los orientales ... corren parejos con nosotros por su impulso fervoroso y ánimo en el culto de la Virgen Madre de Dios ».144 Aunque experimentamos todavía los dolorosos efectos de la separación, acaecida algunas décadas más tarde (a. 1054), podemos decir que ante la Madre de Cristo nos sentimos verdaderos hermanos y hermanas en el ámbito de aquel pueblo mesiánico, llamado a ser una única familia de Dios en la tierra, como anunciaba ya al comienzo del Año Nuevo: « Deseamos confirmar esta herencia universal de todos los hijos y las hijas de la tierra ».145 Al anunciar el año de María, precisaba además que su clausura se realizará el año próximo en la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen a los cielos, para resaltar así « la señal grandiosa en el cielo », de la que habla el Apocalipsis. De este modo queremos cumplir también la exhortación del Concilio, que mira a María como a un « signo de esperanza segura y de consuelo para el pueblo de Dios peregrinante ». Esta exhortación la expresa el Concilio con las siguientes palabras: « Ofrezcan los fieles súplicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de los hombres, para que ella, que estuvo presente en las primeras oraciones de la Iglesia, ahora también, ensalzada en el cielo sobre todos los bienaventurados y los ángeles, en la comunión de todos los santos, interceda ante su Hijo, para que las familias de todos los pueblos, tanto los que se honran con el nombre cristiano como los que aún ignoran al Salvador, sean felizmente congregados con paz y concordia en un solo Pueblo de Dios, para gloria de la Santísima e individua Trinidad ».146

LA VIRGEN MARIA ES MARIA DE NAZARET Por el Padre Félix Moracho, S.J.

NOTA: Este es el texto íntegro del libro "La Virgen María es María de Nazaret", cuyo autor el Padre Félix Moracho, S.J. publicó por primera vez en Ediciones S.A. Educación y Cultura Religiosa, en Caracas, Venezuela en el año 1989 y ha sido subsecuentemente motivo de varias reimpresiones y que nos autoriza a poner en el Internet para el uso de todos.

Cada uno de estos enlaces te lleva a los diferentes temas del libro y desde el final de cada uno puedes regresar aquí: .

INDICE Presentación María de Nazaret: una mujer pobre, mujer del pueblo María de Nazaret: una mujer humillada María de Nazaret: una mujer creyente María de Nazaret: una mujer solidaria María de Nazaret: una mujer que es madre María de Nazaret: la mujer que es más que madre de Jesús según la carne María de Nazaret: la mujer que es madre de todos los hombres, madre de . . .. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . los cristianos, madre de la Iglesia María de Nazaret: una mujer Inmaculada María de Nazaret: una mujer Glorificada María de Nazaret, ¿es la Virgen de algunas apariciones?

PRESENTACIÓN Nuestro pueblo tiene muy presente a la Virgen María, a la Madre de Dios, a la Inmaculada, a la Virgen bajo diversas advocaciones (Coromoto, La Chiquinquirá, Guadalupe, Carmen, Fátima, del Valle…) a nuestra Madre, Sin mancilla, Sin pecado, Virgen pura, Reina, Señora… "Sus misterios pertenecen a la identidad propia de estos pueblos y caracterizan la piedad popular" (Juan Pablo II, Homilía Zapopán, México, 30 enero 1979, 2 AASLXXI p. 28 Todo eso y más es la Virgen María. Esa es nuestra fe. Y hay que conservarlo. Pero si nos quedamos sólo en esa Virgen María tenemos el peligro, y caemos en él: De divinizar a María, hacer de ella "La cuarta persona de la Santísima Trinidad". ¿No tratan algunas a la Virgen como si fuera más poderosa que Jesucristo, hasta como a una "Diosa" femenina al lado del Dios Trino y Uno? De convertirla en mediadora sí, pero sólo entre un Dios exigente y altivo, y el pueblo que sufre y espera el perdón. Cristo paga a un Dios "bravo" por nuestros pecados, y María nos protege e intercede ante ese Dios juez implacable. ¿No se fomenta en bastantes templos una atención preferencial a la Virgen, a sus imágenes, sobre Cristo y el Sagrario donde está vivo, presente? De quedarnos pasivos admirando a la Virgen, llenándonos la boca de sus grandezas, que nos quedan lejanas, inalcanzables. En todos esos dones, "gracias" que Dios ha concedido a María, ella es irrepetible, no la podemos "seguir". Y nos contentamos sólo con admirarla, alabarla, pedirle favores, remedios y pagarle promesas… Así nos apartamos de lo que está en el origen de nuestra fe, de la fe de las primeras comunidades cristianas, de la fe que nos transmite el Nuevo Testamento. Tenemos que volver a él, sobre todo a los Evangelios, para comprobar que, para las primeras comunidades cristianas, "esa" Virgen María (la "Madre de Dios", la "Inmaculada", etc.) no es otra que MARIA DE NAZARET.

Y esa sí que está a nuestro alcance como la "primera cristiana", "seguidora de Jesús". María de Nazaret nos enseña a ser cristianos, comunidad cristiana, Iglesia-Pueblo-Dios. Ella sí que es una llamada, una exigencia para nuestro vivir diario. Y eso es lo que quiere ser este librito.

Félix Moracho, S.J.

TEMA 1 MARIA DE NAZARET: UNA MUJER POBRE, MUJER DEL PUEBLO Juan es un cura maduro, ya entrando en años. Me dice que en su mesa de trabajo tenía una fotografía de la imagen de la Virgen de su Colegio. Le parecía bella con su corona de estrellas, con sus rasgos delicados, con sus ojos dulces, con su rostro "divino". Su cabello (estaba en "blanco y negro" pero era "rubia") le caía artísticamente sobre los hombros. Vestía túnica de lino y sus finas manos apretaban sobre el pecho los pliegues de su manto de púrpura. Muchos años le acompañó esa imagen. Se sentía protegido por ella; para todo acudía a la Virgen, sobre todo antes cuando era muchacho. Y María le ayudaba a elevarse sobre lo terreno, a sublimarlo. Hace ya algún tiempo que Juan retiró de su mesa esa imagen. Se siente mal ante ella y con ella. Ahora anda buscando una buena imagen de María, una imagen que sea más fiel reflejo de María de Nazaret, mujer de pueblo, madre de Jesús, el Cristo. ¿A qué "señora" corresponde la imagen de María que tenía Juan?

¿Qué imagen de la Virgen te gusta más a tí? ¿Por qué? ¿Cómo se da de hecho en tí, en tu comunidad, la devoción a la Virgen María? ¿Qué rasgos tiene esa devoción? ¿A qué cosas dan Uds. más importancia en ella? ¿Hemos pasado de un "divinizar" a María a un "olvidar" a María? ¿Qué rasgos tiene ese "divinizar"? ¿Y ese "olvidar"? ¿Por qué se ha dado ese paso? ¿Lo del cura Juan es un "olvidar" a María? Vamos a ver qué pensaban las primeras comunidades cristianas de la Virgen María. Lo que el Nuevo Testamento (sobre todo Evangelios y Hechos de los Apóstoles) nos dicen sobre María de Nazaret responde a una realidad, está inspirado por Dios, no lo podemos devaluar, ni perder, debe estar en el centro, en la base, tiene que vivificar todo nuestro amor y devoción a María, a la Virgen María que no es otra que María de Nazaret. ¿Cómo veían, pues, las primeras comunidades cristianas a María? ¿Qué creían de ella?

1 - QUE DIOS SE HABIA HECHO HOMBRE EN MARIA. Eso está muy claro para la comunidad: que María es la madre de Jesús de Nazaret, y que este Jesús, y no otro, es el Hijo de Dios que se hizo hombre en María. Para los primeros cristianos, Dios Padre, por medio del ángel Gabriel, anunció a María, una jovencita en Nazaret, que iba a ser la Madre de su Hijo. Se presentó Gabriel a María y le dijo: "Alégrate tú, la Amada y favorecida, el Señor está contigo. Ella se turbó al oír esta palabras, preguntándose qué saludo era aquel. El ángel le dijo: Tranquilízate, María, que Dios te ha concedido su favor. Pues, mira, vas a

concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin. María le dijo al ángel: ¿Cómo sucederá eso si no vivo con un hombre? El ángel le contestó: El Espíritu Santo bajará sobre tí y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra: por eso al que va a nacer lo llamarán "Consagrado", Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel: a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y la que decían que era estéril está ya de seis meses; porque para Dios no hay nada imposible. María contestó: Aquí está la esclava del Señor, cúmplase en mí lo que has dicho. Y el ángel le dejó". (Lc. 1, 28-38)

2. QUE MARIA, LA MADRE DE JESUS, ES MUJER ANTES QUE MADRE. María, antes que madre, fue mujer. Una mujer que consciente y libremente se arriesgó y asumió sus responsabilidades: Ante Dios: dio su SI a Dios después de cerciorarse bien sobre lo que se le pedía (Lc. 1, 34-38) Ante la sociedad: arriesgándose a ser criticada (Mt. 1,18). Ante la historia: respondiendo a Dios con todo su yo humano, femenino, en la misión más importante encomendada por Dios a una persona (Lc. 1,31-33. 38; Jn.19,25). María contó con un esposo, José, que la respetó (Mt. 1,18-19), creyó y confió en ella (Mt. 1,24-25), la defendió (Mt. 2,14).

3. QUE MARIA, LA MADRE DE JESUS, ES UNA MUJER POBRE, UNA MUJER DEL PUEBLO. Dios fue enteramente libre para escoger a la madre de su Hijo. ¿A qué María escoge Dios, de entre tantas mujeres, para Madre de su Hijo hecho hombre? ¿A qué "señora" elige?

A UNA MUJER JUDIA. María pertenece al pueblo judío, un pueblo pequeño, entonces pobre, colonizado y ocupado militarmente por el Imperio Romano (Lc. 2,1-7). María es de una región, Galilea, despreciada por los de la capital (Jn. 7,52), de un pueblito del que se dice "¿De Nazaret puede salir algo bueno?" (Jn. 3,46) A UNA MUJER POBRE. Esta es la realidad. Dios no escoge a una princesa, a una persona importante, Lo podía hacer. Pero María ni siquiera es la prometida de un sacerdote judío (y había 7.200 en aquella nación tan pequeña), ni de un doctor (escriba), ni siquiera de un piadoso fariseo. Mucho menos es la mujer de un hacendado, ganadero o comerciante judío. De una mujer pobre nació el Hijo de Dios en la tierra. A UNA MUJER DEL PUEBLO. La madre de Dios es María de Nazaret, un pueblecito pequeño, más bien caserío. Es una mujer campesina. Como su hijo Jesús "el de Nazaret" (Cf. 1,45-46), nació y vivió pobre en medio de su pueblo. Da a luz a su hijo en un establo y no tiene otra cuna para él que un pesebre de animales (Lc. 2,7-19). Cuando su esposo José lo lleva por primera vez al templo, presentan la ofrenda de los pobres (Lc. 2,34; cfr. Lv.12,8). María y José no tenían plata para dar estudios a Jesús: "Los dirigentes judíos se preguntaban extrañados ¿cómo sabe éste tanto si no ha estudiado?" (Jn. 7,15) Cuando Jesús vuelve a Nazaret, donde se había criado, como profeta que dice y hace cosas maravillosas, lo desprecian por ser hijo de una pobre mujer de pueblo: "El hijo de María" (Mc. 6,1-6).

4. QUE A ESA MARIA Y NO A "OTRA" ESCOGIO DIOS. Los hijos queremos lo mejor para nuestras madres. Y lo mejor que quiso Dios, lo mejor que quiso Jesucristo para su madre es que ella fuese una mujer pobre, una mujer del pueblo, ¿por qué será?

Por supuesto que María era consciente de ser una mujer pobre, del pueblo, y lo aceptó, y lo quiso, y dio gracias por el hecho de que ella, siendo pobre y del pueblo, fuese la favorecida por Dios: "Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador, porque se ha fijado en su humilde esclava" (Lc. 1,46-48-49) El buen hijo no se avergüenza de su madre. Dios, Jesús, no se avergüenza de María de Nazaret. ¿Y nosotros nos vamos a avergonzar de ella cubriéndola con galas que no van con una mujer del pueblo, con una mujer pobre? Dios la quiso con otras "prendas". María de Nazaret, la única Virgen María que existe, no es un ídolo extraño, de otro mundo, con afeites, enjoyado, arrancada del pueblo, apartada, y sentada e identificada con los poderosos. Así no la quiso Dios. El único Dios vivo y verdadero, el Dios de Jesús, quiso y buscó a la madre de su hijo donde mejor, según El, podía estar al alcance de todos y ser buscada: en el pueblo pobre y humillado, donde todos, pobres y ricos, podían fácilmente encontrarla. Porque así es Dios. 'YO, EL SEÑOR, QUE SOY EL PRIMERO, YO ESTOY CON LOS ULTIMOS' (Is. 41.4)

5. MARIA DE NAZARET Y LA ESPERANZA DEL PUEBLO El pueblo, la comunidad que es también popular, formada por gente del pueblo (1 Cor. 1,26-31), sabe que Dios escogió a María, mujer pobre y sencilla, para que naciese su Hijo en la tierra: ella es de los suyos, del pueblo. Y, precisamente por eso, de todos Cuando la Virgen se ha querido mostrar a sus hijos (Guadalupe, Chiquinquirá, Coromoto, Lourdes, Fátima…), no ha acudido a Obispos, a hombres poderosos… Y ella no ha querido tener su casa entre los ricos (Guadalupe…) Esto también lo sabe el pueblo. Y es por todo esto por lo que la Virgen María da tanta confianza al pobre para expresar sus penas y sus alegrías. Porque sabe que es de los suyos, que es suya, que está con él, siempre a su favor. Todo le puede fallar. Pero ella pobre y el Dios de ella, el de los pobres, no le van a fallar nunca. El que quiera de veras a María de Nazaret, y al Dios de María y de Jesús, no puede ni debe amargar la vida al pueblo, le tiene que querer bien y

solidarizarse con él, como Dios, como Jesús de Nazaret, como María (Lc. 1,51-55; Mt. 25,53-40)

REFLEXIONA Y RESPONDE 1 - ¿Cuáles fueron los criterios de elección que tuvo Dios para escoger a la madre de su Hijo? 2 - ¿Qué relación existe entre el hecho de que María, mujer que se sabe y siente pobre, se vea a sí misma favorecida por Dios, y lo que ella canta en el Magnificat (Lc. 1,48-53) 3 - ¿Qué nos dice a nosotros, a nuestra vida, ese amor preferencial de Dios por María de Nazaret, una mujer pobre, una mujer del pueblo, sencilla y humilde? 4 - ¿Qué "imagen" representará mejor a "esta" María, la única a quien Dios eligió para madre de su Hijo? 5 - ¿Qué nos quiere decir el Papa Juan Pablo II, en su Carta Encíclica "REDEMPTORIS MATER", del 25/3/1987; cuando afirma que "como enseña el Concilio, María sobresale entre los humildes y pobres del Señor, que de El esperan con confianza la salvación" (Vat. II, "Lumen Gentium, 55, n. 8)

TEMA 2 MARIA DE NAZARET: UNA MUJER HUMILLADA

Sucedió en una de las haciendas de nuestra tierra. Ningún venezolano había entre los peones. Preferían a colombianos, dominicanos… Y los mantenían indocumentados. Así les daban, sin problema alguno, un salario menor que el mínimo del país. Sin "papeles, ¿cómo protestar? Y en la misma hacienda les vendían lo que necesitaban. ¿Cómo ir de compras a la ciudad indocumentado? Algunos de los peones vivían con sus mujeres e hijos en ranchos miserables de una pieza. Unas hermanitas quisieron ayudar a aquellas pobres mujeres, promocionarlas con cursos de medicina preventiva, alfabetización, costura, etc. Pero "sus hombres" compraron candados y las dejaban bien "trancadas" en el rancho. Eran mujeres oprimidas entre los oprimidos, oprimidas por los mismos oprimidos. ¿No pasa algo de esto entre muchas mujeres de nuestro pueblo? ¡Cuántas mujeres hay resignadas pero no felices!

1. MARIA DE NAZARET: UNA MUJER OPRIMIDA ENTRE LOS OPRIMIDOS María de Nazaret es una mujer judía. Entonces los judíos estaban sometidos económica y militarmente a los romanos: "opresores". En aquella sociedad patriarcal judía, la mujer era "oprimida entre los oprimidos": en todo era inferior al varón. Las hijas no tenían los mismos derechos que sus hermanos varones, pero sí los mismos deberes. La joven pasaba del poder del padre, que la podía casar con quien él quisiera, al poder del esposo como objeto para su placer, como instrumento de fecundidad para la familia. El marido tenía el derecho de repudiar a su esposa. A ella sólo se le reconocía el deber de aguantarle todo. La mujer, soltera o esposa, se pasaba la vida siempre obedeciendo, siempre sirviendo. La mujer (niña, joven, adulta) no podía estudiar, ser discípula, participar en la vida pública. Impensable que una mujer pudiera ocupar algún

cargo o función pública. Ni siquiera tenía derecho a ser testigo en los tribunales. En lo religioso, la mujer estaba equiparada a los esclavos (paganos) y niños (menores). No se le tenía en cuenta ni en el templo, ni en el culto, ni en la sinagoga. Impensable que una mujer leyese la Biblia en la sinagoga. ¿Sería por esto que el judío varón diariamente alababa y daba gracias a Dios porque "no me hiciste mujer"? María, mujer judía, era, como todas las mujeres judías pobres, "oprimida entre los oprimidos". (Cf. F. .Moracho, "Para entender lo que Jesús hacía y decía",

2. MARIA FUE UNA MUJER HUMILLADA María de Nazaret no sólo fue una mujer del pueblo, pobre, sin recurso, sin padrinos, una mujer oprimida por el hecho de ser mujer, sino que además fue una mujer humillada. Y al decir "humillada" no me refiero a un sometimiento espiritual interno: a la humildad ante Dios, sino a las humillaciones reales que padeció María de Nazaret, la madre de Jesús. Por ejemplo: Cuando, sin tener relaciones conyugales (Lc. 1,34) le daría mucha pena ver a su esposo José que era "hombre recto" (Mt. 1,19) angustiado porque "antes de vivir juntos" se daba cuenta de que ella "esperaba un hijo" (Mt. 1,23-25) Con las habladurías y chismorreos que su embarazo originaría en un pueblecito tan pequeño como era Nazaret (casi un caserío). Cuando su misma gente, la de su pueblo, trataron de despeñar a Jesús por un barranco, su hijo, el hijo de una pobre mujer de pueblo (Lc. 4,1630; Mc. 3,1-6) Cuando la señalarían con desprecio (a veces el desprecio más humillante es el compasivo) como la madre de Jesús, del que las autoridades religiosas y civiles decían públicamente:_ que "echa a los demonios con poder de Belcebú, el jefe de los demonios" (Lc. 11,15)4 que anda en malas

compañías: "¡Vaya un comilón y un borracho, amigo de recaudadores y descreídos!" (Lc. 7,34)4 que es samaritano (un gran insulto para un judío) y está loco (Jn. 8,48)4 que es un blasfemo merecedor de la pena de muerte (Mt. 26,65-66)Cuando le contaron que "los sumos sacerdotes y los fariseos tenían dada la orden de que si alguien se enteraba donde estaba (su hijo Jesús), avisara para prenderlo" (Jn. 11,57)Cuando en todas partes la señalarían como la madre del criminal (Lc. 22,37) crucificado entre "dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda" (Mc. 15,27)3. EL EJEMPLO DE MARIA HUMILLADA PARA LA COMUNIDAD CRISTIANA En las reacciones y compromisos de María oprimida y humillada, la primera comunidad cristiana siente una "llamada", una "vocación" para su vivir diario. La comunidad cristiana ve a María de Nazaret: 4 Humillada, pero no amargada, sin resentimiento alguno:"Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador" (Lc. 1,46-47)4 Agradecida, pero no por la "gracia" barata de la posición, del brillo social, sino porque Dios:"se ha fijado en su humilde esclava" (Lc. 1,48)4 Viendo la mano de Dios en todo, sintiendo que Dios está siempre con ella, siempre a su favor, aun en la humillación."porque el Poderoso ha hecho tanto por mí" (Lc. 1,49)4 No como una mujer pasivamente resignada y sumisa ante el destino, sino como la "mujer que no dudó proclamar que Dios es reivindicador de los humildes y oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo" (Pablo VI, Encíclica "Marialis Cultus", 2 de febrero de 1974, Nº 37):"Su brazo interviene con fuerza, desbarata los planes de los soberbios, derriba del trono a los poderosos y exalta a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos" (Lc. 1,51-53)María de Nazaret, la madre de Jesús de Nazaret, el hijo de Dios hecho hombre: Acompaña como una mujer del pueblo, también con humillaciones, la lucha de su hijo. Vive con él su fracaso: "estaban de pie junto a la cruz de Jesús su madre…" (Jn. 19,25) No acepta sin más el sufrimiento, el dolor impotente, sino que espera que sea Dios el que derribe del trono a los poderosos que han sido los que han matado a su hijo. La causa de su Hijo es su causa, es la causa de los pobres, es la causa de Dios. "María en el Magnificat se manifiesta como modelo para quienes no aceptan pasivamente las circunstancias de la vida personal y social, ni son víctimas de la alienación, como hoy se dice, sino que proclama con ella

que Dios ensalza a los humildes y, si es el caso, derriba a los potentados de sus tronos…" (Juan Pablo II. Homilía Zapopán, México, 4 ASS LXXI P. 230) (Puebla 297).

REFLEXIONA Y RESPONDE 1. El que haya pobres y ricos, opresores y oprimidos ¿lo quiere Dios? ¿Por qué? 2. El que la mujer, en nuestra sociedad machista, sea la "oprimida entre los oprimidos", "viva resignada pero no feliz", ¿lo quiere Dios? ¿ Por qué? 3. ¿Siente María, mujer pobre, oprimida y humillada, su responsabilidad social? ¿O es la mujer que se resigna a que los "varones-machistas" y la "sociedad injusta" tienen que ser así y no pueden ser de otro modo? Razona tu respuesta. 4. ¿Cómo reacciona María de Nazaret ante las humillaciones que le vienen por la causa de Jesús? ¿Es fatalista o despierta una esperanza de liberación? ¿Cuál es para ella el pensamiento de Dios, lo que El desea? 5. ¿Qué te dice esto a tí y a tu comunidad? 6. El pecado, es decir la libertad corrompida y opresora de los que María describe como "soberbios", "poderosos", "ricos" (Lc. 1,51-53) ¿es causante también hoy de esa situación de pobreza y opresión? Muestra cómo. 7. El Dios Salvador, Santo, Poderoso que proclama María (Lc. 1,47-49) ¿qué nos pide a nosotros hoy?: ¿resignación pasiva? ¿ser fatalistas o ser liberadores? 8. En lugar de una libertad al servicio de los ídolos del dinero, del poder, del prestigio social, del placer sexual, que termina en el libertinaje "desmadrado", ¿cómo debe ser el ejercicio de tu libertad? ¿puedes concretar?

TEMA 3 MARIA DE NAZARET: UNA MUJER CREYENTE Daba un retiro espiritual a señoras, Hablaba de María de Nazaret, la Madre de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios que "nació de mujer". Jesús, "Hijo del Altísimo", es carne y sangre de María. María, decía, es la madre que concibe y da a luz a Jesús en una situación de extrema pobreza: "y lo acostó en un pesebre, porque no encontraron sitio en la posada" (Lc. 2,7); vive con él en Nazaret desde que nace hasta mas o menos los treinta años , y está al pie de la cruz cuando Jesús es ajusticiado como agitador revolucionario (Lc. 23,1-5), como malhechor (Jn. 18,30), como blasfemo (Mc. 14,61-64), crucificado entre dos bandidos (Mc. 15,27). "Dios resucitó a este Jesús" (Hech. 2,32) y no a otro. Y añadía: "La Virgen María, la madre de "este Jesús" es una mujer del pueblo, pobre, humillada, a quien le costó lágrimas y sangre del corazón permanecer firme en la fe y aceptar la voluntad de Dios sobre ella y sobre su hijo". Algunas de las presentes dijeron públicamente que para qué insistía en las dificultades por las que pasó la Virgen María, porque, afirmaban: "Ella es Inmaculada, nació ya in pecado original y, al no tener ni ese pecado, no sufrió sus consecuencias. Las tendencias, las pruebas no la hacían sufrir como a nosotros". Lo decían convencidas, sinceras.

1. ¿UNA VIRGEN MARIA SIN HISTORIA? Con respeto traté de hacerles ver que, pensando así, de hecho minimizaban, olvidaban, ocultaban como avergonzadas a la María, tal como aparece en los Evangelios, en la historia.

Su Virgen María era una mujer sin historia, que no conoció las dificultades que la vida trae a todo ser humano. Hacían tan "divina" a María que, de hecho suprimían prácticamente su humanidad, y la despojaban de todo el valor ejemplar y estimulante de su vida. Y esa no había sido la realidad de su vida. María de Nazaret, la Virgen María, por gracia de Dios, "ha sido preservada de la herencia del pecado original" (Juan Pablo II, "La Madre del Redentor", 10). Pero eso no quiere decir en modo alguno, que no haya tenido tentaciones, pruebas, sufrimientos. Todo eso lo tuvo, pero también, con la gracia de Dios, libremente, con valiente y perseverante decisión humana, lo superó y venció en la lucha de la vida diaria. "Ella, que pertenece a los humildes y pobres del Señor", respondió a Dios "con todo su yo humano, femenino", situada en el centro mismo de aquella enemistad, de aquella lucha que acompaña la historia de la humanidad en la tierra (Juan Pablo II, "La Madre del Redentor", 11,13). La Virgen María tiene su historia en la María de Nazaret de los Evangelios.

2. LA FE DE QUIEN SE FIA Y ENTEGRA TOTALMENTE A DIOS ¿Entendió María de qué se trataba cuando "la palabra de Dios" la habló e interpeló?: Mira, vas a concebir, darás a luz un hijo y le pondrás de nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David su antepasado; reinará para siempre en la casa de Jacob y su reinado no tendrá fin" (Lc. 1,31-33) La propuesta-promesa es clara y concreta: Concebir y dar a luz un hijo (v. 31) Que se llamará "Hijo del Altísimo" (v. 32) Que reinará y será fuente de bendición para siempre (v. 33) Lo que Dios le propone depende de su libre consentimiento. Dios no la obliga. Y es para las inmediatas. María entiende bien y responde como cualquier muchacha honesta en las misma circunstancias: "¿Cómo sucederá eso si no vivo con un hombre?"

(Lc. 1,14). Así manifiesta su condición de Virgen. María ni convive, ni ha vivido con un hombre; ni "conoce", ni ha conocido varón. En ese momento María no es más que la prometida de José (lee Mt. 1,18). Y como tal no podía (no era honesto ni era costumbre) tener relaciones matrimoniales con él. Los novios, prometidos oficialmente, eran considerados jurídicamente como esposos, pero durante el año que duraban como "prometidos", hasta el día en que la prometida-esposa era conducida de la casa de sus padres a la casa de su prometido-esposo, les estaba prohibido tener vida marital; ni siquiera podían verse si no era con testigos presenciales. La aclaración que María recibe de parte de Dios tiene la oscuridad de la fe (Lc. 1,35) Va a tener un hijo. No sabe cómo. Ciertamente no por la unión con su prometido José. Va a ser hijo suyo, sí, pero también "Hijo de Dios". María ha escuchado a Dios en su corazón. Se ha fiado de El. Libremente ha dicho "SI" a Dios con toda su vida: "Cúmplase en mí lo que has dicho" (Lc. 1,38). María concibió. Dios se hizo carne y sangre en su vientre. Y María dio a luz a Jesús de Nazaret, hijo de Dios e hijo de María: "¡DICHOSA TU, QUE HAS CREIDO!" (Lc. 1,45) María realizó perfectamente lo que dice el Papa Juan Pablo II en su Carta Encíclica sobre María, la "Redemptoris Mater": "Cuando Dios revela hay que prestarle la obediencia de la fe (Rm. 16,25; cfr. Rm. 1,5: 2, Cor. 10,5-6), por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios, como enseña el Concilio" (Const. Dogm. Sobre la divina revelación, Dei Vertum, 5) ("Redemptoris Mater", del 25 de marzo de 1987, nº 13):

3. EL CAMINO DE FE EN MARIA En ella nos habla, entre otras cosas, de la fe de la Virgen María. Y nos dice que su fe es la fe de la mujer del pueblo, pobre y humillada que fue María de Nazaret. Una fe que es al mismo tiempo confianza: creer, fiarse del otro; que es amor: entrega total de la vida, desinteresada, generosa; que es también cumplimiento fiel de la voluntad del otro, de su menor deseo. Una fe siempre atenta a los acontecimientos: los reflexiona (Lc.

2,19,51); una fe que la lleva a reaccionar ante ellos: ayudando a los demás (Lc. 1,36-39; Jn. 2,1-3). Juan Pablo II, en la "Redemptoris Mater", hace esta extraordinaria afirmación por la que sentimos a María totalmente cercana a nosotros: "María, la Madre, está en contacto con la verdad de su Hijo únicamente en la fe y por la fe…. "María ha pronunciado este fiat por medio de la fe. Por medio de la fe se confió a Dios sin reservas y se consagró totalmente a sí misma … a la persona y a la obra de su Hijo" (nº 13). ¡Como nosotros! Porque así es también nuestra fe. ¿O no? Creer en la fe cada día con particular fatiga de corazón. Si algo distingue la fe de María es la de ser una fe puesta continuamente a prueba por la realidad de la vida. Ella tenía su idea de Dios. La "palabra de Dios", bien conocida por María, lo nombraba el "Todopoderoso" (Ext. 6,3); "Altísimo" (Gn. 14,18-22), "Dios justo y salvador" (Is. 45,21), el "Santo" (Ext. 15,11), el que "reina por siempre jamás" (Ext. 15,18). Y el ángel le había asegurado que su hijo sería nada menos que Hijo de este Dios Altísimo "para el que no hay nada imposible" (Lc. 1,31-37). Pero ¿dónde está el "Hijo del Altísimo", el "Consagrado", "Hijo de Dios"? ¿Es ese poco de carne palpitante que nace de su vientre en una situación de extrema pobreza (Lc. 2,7) y María recoge en sus brazos y limpia ayudada por José? ¿Ese es el camino para reinar: huir a Egipto, país lejano y extraño porque "Herodes buscaba al niño para matarlo"? (Mt. 2,13-15) María tiene que alimentar al bebé Jesús pues llora inconsolable; lo limpia porque si no hiede; lo arropa y estrecha fuerte en cálido abrazo porque hace frío. ¿Dónde queda el TODOPODEROSO? Y durante la mayor parte de su vida, su hijo Jesús de Nazaret, bebé, niño, adolescente, joven, hombre maduro, no se distingue de los demás varones con los que convive (lee Mt. 6,1-3). ¿Dónde está el "Santo", el "Hijo de Dios" del que habló el ángel? Dios calla: "el silencio de Dios" en la vida.

Un día, Jesús, un muchacho de doce años, un menor de edad, en un viaje que hace con sus "padres" a Jerusalén, se queda intencionalmente, a ciencia y conciencia de lo que hacía, sin decirles ni avisarles que se iba a quedar. Lo encuentran después de tres días. Y a la pregunta que le hace su madre: "Hijo, ¿por qué te has portado así con nosotros? Mira con qué angustia te buscábamos tu padre y yo", responde de un modo misterioso y hasta displicente, "malcriado" diríamos hoy: "¿por qué me buscaban? ¿No sabían que yo tenía que estar en la casa de mi Padre? Ellos no comprendieron lo que quería decir" (Lc. 2,41-50). María no ve, no oye, no palpa, no comprende a Dios en su hijo Jesús: "María, la Madre, está en contacto con la verdad de su hijo únicamente en la fe y por la fe", nos dice el Papa Juan Pablo II. Verdaderamente que, como afirma Juan Pablo II: "… su Madre vivía en la intimidad con este misterio (el de su filiación divina ) sólo por medio de la fe. Hallándose al lado de su Hijo, bajo un mismo techo… avanzaba en la peregrinación de la fe". Una fe, la de María de Nazaret, que crece: "Cada día en medio de todas las pruebas y contrariedades del periodo de la infancia de Jesús y luego durante los años de su vida oculta en Nazaret, donde vivía sujeta a ellos (Lc 2,51)". María acepta la vida y a Dios presente en ella. Pero ¿cómo? Juan Pablo II lo anota y subraya: "No es difícil pues, notar en este…comienzo del Evangelio…que lleva consigo la radical novedad de la fe…una particular fatiga del corazón, unida a una especie de noche de fe" (Juan Pablo II, "La Madre del Redentor", (nº 17).

Crecer en la fe ante lo absurdo del sufrimiento y la muerte. María había acogido, discernido y creído la "palabra de Dios" sobre su hijo, Jesús de Nazaret: "En la anunciación, María había escuchado aquellas palabras :