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¡Viva Colombia!   Orgullo y gloria al destino que todos los colombianos debemos construir    MANIFIESTO NACIONALISTA  

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¡Viva Colombia!   Orgullo y gloria al destino que todos los colombianos debemos construir 

  MANIFIESTO NACIONALISTA   SUPRAPOLÍTICA DE LA COLOMBIANIDAD EN 200 AÑOS 

             Elaborado por     VANGUARDIA NACIONAL  Centro de Estudios Políticos para la Colombianidad 

    En memoria de Daniel Morales Vázquez  quien hace guardia en los luceros              ___________________    Sobre los simbolismos en la portada:  El 4 es la universalidad y nuestra teoría  El cóndor es la inmortalidad y el eterno renacer  El tunjo muisca es el enlace comunicativo con los dioses  El arte circular representa al espíritu helenístico y a occidente  El volante de huso quimbaya es el estandarte de la revolución nacional 

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        Í N D I C E 

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PRÓLOGO INTRODUCTORIO - Cómo comprender la suprapolítica del manifiesto El bicentenario de la Batalla de Boyacá y por ende, del inicio de la promesa independentista de la república colombiana, nos llama a repensar y a revisar lo que hemos construido como sociedad en doscientos años de historia. Si entendemos el sentido de la historia como la comprensión del presente por el pasado para una proyección al futuro, necesariamente surgirán preguntas como ¿cuáles han sido los factores que han determinado una ya larga historia de violencia fratricida y de atraso social, tecnológico y económico? ¿Cuáles aquellos que han fomentado la miseria moral y material, la corrupción que infecta como miasma la vida entera de la nación? De ya, advertimos al lector que abordaremos nuestra historia problematizándola, agitando las testas contra el suelo áspero de los juicios más francos. La comprensión de lo que somos, hemos sido y podemos llegar a ser, se encuentra en una análisis juicioso de nuestra historia que, no obstante, debe ser selectiva y bien enfocada para encontrar una genealogía estructural y de larga duración que dé cuenta de las conflictividades devenidas en nuestros doscientos años de historia nacional, y en ello, encontrar sabias lecciones para transformar nuestro futuro como nación. La presente obra tiene una doble estructura que obedece a dos intenciones fundamentales: la primera parte tiene el carácter de denuncia histórica, que apoyada en el utillaje de la historiografía, la geopolítica, la ciencia política y la filosofía política, intenta expresar los motivos que legitiman nuestra toma de posición radical y nacional, la fundamentación y origen ideológico de Vanguardia Nacional. Ello, se realiza en el marco de la concepción que tiene 5

Vanguardia Nacional como una ideología -o cosmovisiónsociopolítica apoyada con herramientas de análisis científico propias de las diferentes aristas de las ciencias sociales a la par que de la filosofía. La primera parte trata el análisis historiográfico de la construcción histórica del Estado-nación colombiano enfocado a los factores socio-políticos, ideológicos y económicos que han cimentado la anomia social, la violencia política, la pobreza y la debilidad estatal. Está dividida en tres grandes secciones que abarcan la totalidad de nuestro análisis contestatario y reactivo: los fundamentos de nuestro pensamiento nacionalista. La primera sección denominada “​200 años y el legado de la independencia”​ , es desarrollada en torno al eje problema de la pretendida independencia y autonomía nacional. Allí interrogamos la veracidad de nuestra independencia como nación en la construcción del Estado y la república. El análisis geopolítico inspirado en la tesis de la “​Insubordinación Fundante​” es recurso capital en tanto que la construcción de la autonomía nacional está condicionada por la posición del Estado y su economía en el todo del sistema de las relaciones internacionales. En efecto, la lucha de liberación independentista con respecto al imperio hispánico, no garantizó la auténtica autodeterminación de la nación. La gesta patriótica contra el imperio ahogó con su ímpetu pueril la responsabilidad de mantener a la nación independiente y fuerte frente a las potencias emergentes en el sistema global. Las ideologías tanto políticas como económicas que se han venido alternando en el devenir de la república, han fundamentado un Estado débil, anómico y sujeto a la subordinación frente a otras naciones, en tanto que han ensalzado principios y cosmovisiones 6

ajenas al sentimiento nacional. Como veremos, la interpretación elaborada en el presente manifiesto arguye que la debilidad de la construcción del Estado ha radicado en su misma fundamentación metapolítica y en ello, la incapacidad material e institucional de instalar la coerción y la autoridad legítima y organizada del Estado frente a unos poderes locales-regionales que disputan su autoridad y que tienen origen en factores geográficos y territoriales. La presencia desigual del Estado desde el periodo colonial ha configurado un territorialidad fragmentada de la nación y ha devenido en diversos conflictos en torno a la propiedad, la rivalidad política, el narcotráfico, la violencia armada y los antagónicos proyectos ideológicos de Estado-nación que han transcurrido hasta el día de hoy, impidiendo la construcción de un país unido, fuerte y armónico. La segunda sección nombrada “​Supra-política de la Colombianidad”​ , evidencia los diferentes discursos de nación y las cosmovisiones que los cimentaron. Estos discursos en tanto que obedecían a lecturas modernistas o eurocéntricas, han venido falseando la identidad de la nación y han ocultado más que iluminado el carácter de nuestro complejo rostro cultural. El liberalismo, el comunismo, el fascismo, el indigenismo y el hispanismo recalcitrante, componen cinco grandes discursos que han malentendido el espíritu nacional; empañando las oportunidades que en el mismo seno del espíritu se haya para encontrar la grandeza de la patria. Ello, en gran motivo ha sido deliberadamente provocado por el visceral rechazo de las elites cosmopolitas a nuestra identidad profunda ciertamente no-moderna, y a la utilización de identidades inauténticas para el uso de réditos bélicos, ideológicos, económicos y políticos. 7

El olvido (ocultamiento deliberado) del auténtico ser-ahí de lo colombiano es producto de la consumación del proyecto moderno, que convertido en globalización, diluye la particularidad de nuestras expresiones espirituales y las hace desaparecer para establecer retazos ficticios de políticas universalistas. La negación de la identidad espiritual del pueblo - no olvidemos-, es una herramienta de las ​estructuras hegemónicas de dominación para la subordinación de países que se ignoran y se rechazan a sí mismos. El llamado es al reencuentro con nuestra propia identidad, considerada como los multi-ritmos de un gran estrato espiritual, y que se alberga más allá de la politiquería circunstancial. Siendo ella eminentemente política, la colombianidad se superpone a los discursos faccionalistas en boga y a la malicia de los chabacanos en el poder: es identidad profunda y ardientemente nostálgica. La identidad, la tan anhelada y conflictiva identidad de una nación, nacida de artificios geopolíticos y cuya identidad pluricultural ha sido negada y mal interpretada por todas las ideologías políticas posibles, deberá tomar un remozamiento y una nueva lectura, descubriendo a través del existencialismo profundo, la fenomenología y la hermenéutica, la historia y la metapolítica, la esencia de la colombianidad. Reconstruyéndola, integrándola y purificándola en un nuevo ethos nacional unificador, henchido de valores trascendentales y superiores. Para finalizar la primera parte, la sección “​Arquitectura del Estado y el Sujeto Tradicional-Revolucionario​”, expone a grandes rasgos las ideas políticas que han cimentado la construcción del Estado desde los tiempos del imperio hispánico hasta la actual democracia de masas posmoderna. Son las visiones del hombre, la política y el mundo las que determinan categóricamente lo que un Estado es y los 8

alcances de su autoridad unificadora y disciplinante; o por el contrario, la debilidad anómica que disuelve las potencias en el tirón centrífugo de los intereses de casta. El individuo, los partidos, las clases o incluso la religión misma, tomados como sujetos centrales de la configuración del Estado, han fomentado una nación esclerosa, convulsa y proclive a la dominación extranjera, además a la disolución de los más elementales tejidos sociales e identitarios. Izquierda, derecha, liberalismo, progresismo, laicismo, comunismo, centralismo, federalismo, república, entre otras ideas políticas, ha dificultado la construcción de un proyecto nacionalista unificador, pacificador en esencia, como base de toda potencia e independencia nacional. Las ideologías políticas modernas siendo recicladas hasta la náusea, han entregado a la nación a los tentáculos de la explotación internacionalizada de los pueblos. Por otra parte, la contradicción entre los impulsos revolucionarios y tradicionalistas que habitan en el espíritu nacional ha imposibilitado la configuración de un sujeto político eminentemente nacional, revolucionario en sus medios pero identitario y tradicionalista en su espíritu. Mientras que la corrupción de todo tipo y la violencia carcomen la patria, las ideas modernistas ya no ofrecen alternativas de cambio y liberación. Necesitamos la construcción de una cuarta vía política de orden popular, nacional y revolucionaria, recuperando lo que en el trasegar de nuestro ciclo histórico consideramos más valioso para ser instituido en el futuro patrio. Los nombres de algunos héroes caídos, traicionados y atracados por la injusticia de la existencia, volverán a surgir mozos poniendo otra vez sobre la mesa de juego sus ideales de grandeza patria.

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Este sumario de lecturas de orden metapolítico obedece a la voluntad de criticar las ideas modernas -fundamentalmente liberalesque sostuvieron la construcción del Estado y la república colombiana. Abocados claro está, a evolucionar desde el liberalismo imperante -ahora neoliberalismo-, hacia una cuarta teoría política del Estado que es en realidad la primera de una posible fase metamoderna de la cultura colombiana. Entendemos el Estado como la máxima expresión de lo político de una comunidad y síntesis de las valoraciones, funciones y representaciones del pueblo. Sin embargo, a la modernidad del Estado contemporáneo oponemos un Estado de cariz tradicionalista que, recuperando diversas propuestas modernas como las de Hobbes, Bodino, Clausewitz y Schmitt, se proyecte hacia un Estado futurista, orgánico y autoritario, privilegiando el conocimiento, la sabiduría, el honor y la disciplina como auténticos fundamentos de un nuevo orden nacional. La segunda parte del manifiesto la hemos nombrado “​Heroísmo Bicentenario”.​ Es la suma propositiva de nuestros ideales y que manifiesta con un lenguaje mítico y explosivo los anhelos de una patria grande, libre y nuestra. Desde el nacionalismo integral hasta la revolución de las potencias económicas, pasando por la recomposición de la política y el sistema político, para llegar a las escalas axiológicas de un nuevo humanismo, configuramos la expresión de un orden de ideas que aspiran a explotar de manera iconoclasta el desorden estatuido hasta el presente por los politicastros de todo tipo. Nuestro propósito: instituir una nueva etapa de paz, orden, grandeza, y soberanía para la patria. Etapa tan anhelada en el corazón del pueblo, pero al tiempo tan rehuida de las manos de millones patriotas colombianos. 10

200 AÑOS Y EL LEGADO DE LA INDEPENDENCIA

I ¿Que nos trae a nosotros hombres colombianos, raudos de pensamiento y brutales en acción, doscientos años de vida nacional independiente? Sin duda, un vasto número de preguntas y estados psicológicos del más variopinto carisma. Entre los interrogantes de más terrible especie surge puntiagudo aquel referido al estado de nuestra independencia. Preguntarnos ¿qué hemos construido en doscientos años de historia? es aludir con urgencia a la necesaria reflexión sobre la autenticidad y la evolución de la independencia nacional. ¿Será que la mitología política construida en torno a la 11

independencia y al surgimiento de Colombia como nación independiente del imperio Español no enmascaró en realidad una patología deletérea que agotó las pretensiones independentistas en el inicio mismo de la república? Más importante ¿será que la independencia es un concepto estático e inmóvil? ¿O quizá por el contrario, es un concepto actualizable? ¿Qué fue de aquella legendaria independencia que anualmente recordamos en coloridas efemérides y parafernalias patrióticas? La respuesta a tales cuestionamientos solo puede ser producto de un concienzudo análisis del ser histórico de la nación y de la relación que ha construido el Estado colombiano con las demás naciones en el gran marco del sistema de relaciones internacionales, entendido hoy como globalización. El sistema global de las naciones es siempre una relación de poderes asimétricos cuyo marco geopolítico de interacciones e intercambios determina quién se encuentra en el centro de las potencias políticas, o por el contrario, en la periferia, al igual que un cinturón de miseria en la “gran urbe mundial”. Emancipados del imperio español por motivos de la contingencia y los vericuetos hispano-franceses ¿Qué lugar adquirimos en el sistema de los reinos, los imperios y las nacientes repúblicas? En el sistema internacional de potencias geopolíticas y naciones subordinadas ¿Qué nuevos actores centrales determinaban las pautas y tendencias de la dominación internacional? ¿Bajo el paraguas de qué imperio o qué nueva república se subsumió el proyecto nacional colombiano?

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II Colombia nace refulgente y orgullosa como república independiente asfixiada al tiempo por la voracidad tentacular del sistema bancario inglés y su usurario interés imperial. Bañada en sangre, destruidos internamente sus recursos productivos por el fragor libertario, nuestra joven patria asumió con piernas débiles su propia autoconstrucción, dependiente de los empréstitos ingleses y la odiosa voluntad extranjera de inversión. La modernización de mitad del siglo XIX por la intransigencia liberal y el olimpo radical solo fue un inocente intento librecambista de abolir las viejas estructuras coloniales, sin embargo, con el fatal resultado de un fracaso progresivo en la competencia de los mercados internacionales. Las tesis económicas del librecambismo, tan dogmáticas e indolentes en ese momento como hoy, no iban más allá de las especulaciones de elites políticas y su afán de beneficio privado. El librecambismo es y siempre ha sido una herramienta de control geopolítico que ha sometido a las desprevenidas economías emergentes. En ese sentido, no fue el librecambismo como asumieron conservadores y liberales lo que construía las potencias económicas de las naciones, sino, por el contrario, el intervencionismo de Estado y el desarrollo económico a través de la máxima decisión política. La “libre” economía de mercado sostenida por terratenientes y sus “gamonalicias” rentas fracasó ante la competencia de musculosas economías industriales y agroexportadoras sostenidas por los Estados de primer orden. Craso error de la intelectualidad liberal del siglo XIX al no advertir que habían sido timados por el recurso de la subordinación ideológica anglosajona que no practicaba su propia prédica librecambista, no al menos hasta haber cimentado su imperio 13

mercantil ultramarino a través de su ingenioso poder estatal. Mientras Estados Unidos, Inglaterra, Alemania y Japón transformaron sus economías endeblemente rurales a grandes potencias industriales gracias a la movilización de las fuerzas del Estado, Colombia subordinada ideológicamente abandonó su destino económico a la rapacidad de elites comarcales y a unas patéticas estructuras fiscales. El olimpo radical y sus movidas de efialtes para cercenar la nación en la debacle federalista y de cuya estupidez casi lleva la nación hacia el fracaso final, no pudo sino devenir en el periodo de la ansiada regeneración, primera gran recuperación de los auténticos sueños de patria sostenidos con la sangre caliente de nuestros honorables héroes y próceres libertarios. Audaces pensadores como Núñez, Caro y Arboleda dedicaron su vida y sus egregias reflexiones a la construcción de una verdadera nación unificada en lo institucional, territorial, industrial, militar, ideológico y religioso. Núñez y Caro conocían los problemas y las fórmulas que aún hoy constriñen nuestra necesidad de nación. Pero muy a nuestro pesar, la fatalidad que se cernían sobre ambos como hombres abandonados en su época, la debilidad de los recursos con que contaban y la violencia reaccionaria del revanchismo liberal, nos llevó a la última gran guerra civil del siglo XIX. Guerra fatídica, mil días oscuros donde la nación sintió el desesperante final de un proyecto fracasado, cercenado internamente y sometido a la voluntad de expansión del nuevo gigante ultramarino: Estados Unidos. El nacionalismo como política de autoridad y orden fue sofocado.

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El siglo XIX, siglo de guerras interminables, fue el gran símbolo del fracaso de las ideas liberales dieciochescas y la inorganicidad de un territorio fragmentado desde el origen mismo de los tiempos del hombre americano. Sin unidad institucional, sin aparato económico industrial soberano, arrebatada Panamá de nuestra inexistente soberanía, sin unidad ideológica y perdida la oportunidad de construir una patria grande de proporciones continentales, la construcción del Estado colombiano en el siglo XIX fue un sueño fracasado y la nación se sumió en las tinieblas de un casi imposible ascenso.

III El inicio del siglo XX, aplacado y calmo por la nefasta idiotez de la guerra partidocrática, asumió una actitud republicanista y modernizante en miras del progreso material en el marco de la hegemonía conservadora. En Rafael Reyes retorna la idea de nacionalismo y el proceso de reconstrucción nacional. El emprendimiento industrial, de la conciencia histórica, la unificación territorial, la colaboración interpartidista y la profesionalización de la fuerza pública, fueron los pilares que cimentaron la voluntad de nación moderna. No obstante, bajo el cosmopolitismo burgués y la apariencia modernizadora de las urbes, bullían las simientes de un nuevo conflicto nacional: la cuestión social. Miserables proletarios urbanos se unían a las columnas de campesinos oprimidos por la tiranía de los gamonales hacendados concentradores del pan y la tierra.

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Humilde y en vastedad de recursos, Colombia se articuló por fin a las redes del mercado internacional, sin advertir -por ignorancia o por impotencia- que atizaba su subordinación y dependencia a las potencias industriales del norte. Las elites políticas, burocráticas, lacayas obedientes de la doctrina del destino manifiesto y la política del gran garrote, se arrodillaron al control de los recursos colombianos por parte de las corporaciones internacionales. El auge de los recursos frutales, los textiles, el café y el petróleo no significaron el avance hacia la maduración económica colombiana por tanto que dicho crecimiento dependía de la voluntad de inversión extranjera y la opresión de los tentáculos económicos de Washington y Londres. La doctrina de la estrella polar de Fidel Suárez y el lacayismo anglosajón de Olaya Herrera dan cuenta fidedigna del peonato geopolítico colombiano. El tan lamentable como maldito suceso de la masacre de las bananeras en la administración Abadía Méndez dio cuenta de la connivencia y la subordinación de las traidoras elites políticas nacionales rojiazules y las pérfidas garras estadounidenses. Sometidas a sus designios supremacistas, las racistas clases burguesas colombianas traicionaron a la nación y asesinaron a los humildes hijos de la patria que reclamaban con desespero la oportunidad del pan justo y de la nación propia. Siglo XX, Colombia no es de los colombianos; siglo XX, Colombia es dependiente; su nuevo regente ultramarino, Estados Unidos de Norte América.

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IV La conflagración social provocada por el Bogotazo en el asesinato del líder socialista y nacionalista Jorge Eliécer Gaitán, no sólo marcó el inicio de los distintos conflictos internos desencadenados desde la mitad del siglo XX, sino además, de la intervención “legitimada” de los programas de seguridad y desarrollo Estadounidenses sobre la nación. Las alianzas vilmente apostrofadas de buenas intenciones, no fueron más que programas de control geopolítico estadounidense sobre Latinoamérica en el marco de la guerra fría y el avance del comunismo en el continente. La oleada de violencia barbárica y fratricida -primero en la forma bipartidista luego en la forma de la institucionalidad contra las guerrillas campesinas y urbanas-, se unía a las “buenas” intenciones del gobierno norteamericano para el desarrollo de la economía colombiana y la transformación institucional en aras de la pacificación del territorio nacional. ¿Acaso no es la acuciante necesidad de ayuda para el desarrollo económico, social, institucional, tecnológico y militar una leal muestra de la dependencia y la debilidad de una nación impotente? ​El periodo industrializante y desarrollista de impulso del músculo industrial y las instituciones sociales solo fue un ardid político para asegurar la lealtad y la estabilidad en el territorio frente a las potencias del primer mundo. De allí en adelante el desmantelamiento progresivo del Estado, la identidad y la economía nacional, constituyeron los sucesivos puntos de un esquema globalizador y universalizante: el mundo unipolar angloamericano. De la buena voluntad de los norteamericanos dependía el desarrollo o no del país. El servilismo nos postró de nuevo bajo la forma del 17

colonialismo moderno: la división internacional del trabajo. La frugalidad económica así condicionada se extinguió cuando el mundo capitalista al igual que el “socialismo real” veían colapsar sus antiguas estructuras de dominación económica. El nuevo orden mundial como dominación capitalista y neoliberal norteamericana sobre gran parte del globo, presionó a través de los arcanos geopolíticos el cese del apoyo norteamericano a la economía colombiana. El incipiente auge de la industria nacional y el Estado de bienestar se ve destrozado por la presión del dogma neoliberal que planeaba el control político mundial a manos Estadounidenses a través de sus corporaciones transnacionales. ​La nefasta figura de Gaviria representó el más alto signo de felonía lacayuna y de traición a la patria. Este efialtes moderno hizo colapsar la economía patria y abrió los humildes campos colombianos a los tentáculos extranjeros en aras del progreso de la economía mundial. Desde aquel momento los beneficios han sido ambiguos y la recuperación del campo e industria colombiana padecen la palidez de la futilidad mortuoria. La articulación moderna al mercado internacional en el siglo XX sólo fue la configuración de una geopolítica de la subordinación que sofocó a Colombia como satélite de tercer orden en la órbita del sistema de la división internacional del trabajo. La nueva estructura global del servilismo neocolonial.

V ¿Cómo comienza Colombia el tercer milenio? ¿Cuál es su posición geopolítica a doscientos años de independencia nacional? Su lugar de subordinación es enmascarado por el eufemismo de “nación en vías de desarrollo”. Una nación que al tiempo se incendia 18

brutalmente con el conflicto armado interno más longevo del continente y con unos cifras vergonzantes de miseria social, genocidio, desplazamiento y pobreza. Aunado a la dominación geopolítica casi visible a través de los programas de desarrollo y la determinación de las políticas de seguridad, tendremos que adicionar una dominación subterfugia, invisible para los sentidos idiotizados por la mass-media y la demagogia: el control geopolítico a través del mercado de la cocaína y el narcotráfico. Existen al menos dos posturas que no son visibilizadas seriamente en torno a la cuestión del narcotráfico en Colombia. La primera de ellas es la referida a la dominación geopolítica estadounidense asegurada por los programas de cooperación militar “bilateral” y lucha contra las drogas. En efecto y sin lugar a dudas, el principal consumidor de la producción de alucinógenos colombianos es Estados Unidos. La “extraña” prolongación de la guerra por más de cincuenta años ha legitimado la presencia directa e indirecta de las fuerzas militares Estadounidenses en el territorio, y sin embargo, la producción cocalera, por ejemplo, ha aumentado en los últimos años. ¿Acaso de facto no fortalece el conflicto armado interno colombiano la presencia de los tentáculos estadounidenses sobre la nación en particular y Latinoamérica en general? los casos de narco-política de izquierda y derecha en la clase burocrática colombiana son harto conocidos, las divisiones ideológicas son ilusorias ¿Acaso las fuerzas norteamericanas no se han beneficiado del narcotráfico directamente controlando de diversas maneras el proceso productivo de la coca? Sus réditos son cuádruples: control geopolítico, ganancias cocaleras, mercado militar, y destrucción espiritual de la humanidad. El desmantelamiento del hombre.

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Este último punto, la segunda lectura abandonada y nada abordada con sinceridad, refiere a la deconstrucción moral y la debacle de la humanidad. La “cultura” estadounidense que se ha esparcido por todo el mundo se basa en un estilo de vida hedonista y materialista, carente de valores trascendentes y enemiga de las costumbres, la familia y la persona entendida de manera integral. Uno de los grandes utillajes empleados para esta deconstrucción moral es la parafernalia dionisíaca de las Drogas como maquinaria militar de sometimiento y estupefacción perpetua. El empleo cada más expansivo de drogas en la cultura ¿no es la muestra de una humanidad desfigurada en los laberintos sofocantes del mismo sistema?​ ​Aquí los sectores que se han jactado de autodenominarse críticos han sostenido con afanosa verborrea la necesidad insoslayable del alucinógeno como medio revolucionario. Pero ¿qué revolución? ¿Aquella que beneficia a los grandes carteles de drogas detrás de los cuales maman un amplio número de gobiernos? Control social, destrucción moral, dominación política, degeneración de la humanidad. Detrás de una nariz burguesa y su discurso psicodélico de emancipación cultural hay una familia pobre colombiana masacrada por las redes del narcotráfico. La degeneración cultural Estadounidense ha asegurado a Colombia como campo de abastecimiento para su hedonismo narcotizante. Los colombianos hemos pagado el máximo precio en el oscuro proceso de la decadencia de occidente. El futuro para el hombre no es menos fatal.

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VI ¿Que nos dicen los primeros lustros del siglo XXI y sus respectivas administraciones? Tiranía secuenciada de gobiernos liberales que han subastado la patria y sus riquezas a la rapiña descarada de los plutócratas nacionales e internacionales. Nuestra soberanía territorial es burlada, escupida por la presencia de un golen armado investido con franjas y estrellas. El honor militar de nuestro ejército es destruido de muerte por la execrable cobardía de los falsos positivos; oscura maquinaria de coerción militar que aparejada a la capitanía de los burócratas capitalinos, sacrifica la sangre de nuestra joven raza para el negociado de los oscuros juegos del poder. La corrupción, la venta de activos nacionales y el ascenso de la criminalidad al poder, tiene su clímax en el gobierno de Álvaro Uribe Vélez. En torno a su figura se ha construido todo el escenario político colombiano en el siglo XXI. Los nombres que le han sucedido en el poder solo han tenido su razón de ser en la voluntad omnímoda que aún detenta sobre los colombianos el brazo Uribista. Juan Manuel Santos, pacificador sin honor, que sin pena ni gloria determinó el nuevo interregno de la guerra, no ha hecho sino mancillar toda idea noble de justicia. Su idea de paz, una solución vaga y ambigua con tintes de pacifismo burgués y que aseguraba la impunidad de los criminales y su acceso al poder político. A la tiranía oligárquica se le ha sumado el bandidismo comunista. Tal falta de honor y sentido de justicia legitimó el retorno del uribismo al poder; sus fichas y títeres al día de hoy no dejan de causarnos risa. La continuación de los modelos de expoliación nacional y el terrorismo de Estado operan ya sin atisbo de vergüenza; la ignominia vuelta poder. La furia del pueblo no se hace esperar, pero 21

el pueblo es tan ciego e impotente como los efialtes sentados en las mesas de poder nacional. El primer paso hacia la insubordinación deberá confrontar al pueblo con una incómoda verdad: que nuestro país es un organismo de fauna menor en un sistema global erigido sobre la sumisión de los pueblos débiles, y que en esta permanente dependencia la libertad, la autonomía y la soberanía de los pueblos, no pasa por ser más que un fútil simulacro.

VII La construcción de la independencia es además producto de la relación interna de todos los factores inherentes a un Estado, como lo son sus recursos y su administración, el orden y la norma, la cultura y la identidad, la cohesión de los ciudadanos entre sí, el Estado y el todo nacional. Preguntamos ¿Por qué hoy siglo XXI subsiste una presencia desigual del Estado en el territorio nacional? ¿Por qué hay extensos territorios miserables abandonados a su suerte y en los que la autoridad política y militar es realizada por las fuerzas del crimen y la violencia narcotraficante? ¿Cómo ha sido la configuración histórica de la territorialidad nacional y el Estado Colombiano? El establecimiento del imperio colonial hispánico se asentó sobre territorios ya habitados por pueblos indígenas con una cierta estructura social y territorial jerárquica, además provistos de un sistema de recaudación tributaria. La construcción de la territorialidad institucional hispánica guiada por este patrón de poblamiento generó un asentamiento desigual sobre el territorio nacional en tanto que se instaló en las cordilleras de los Andes y 22

algunas costas del mar caribe y el océano pacífico. Como contracara a este poblamiento se crearon zonas de frontera “sin Dios ni ley”, lentamente habitados por los marginados y excluidos del sistema de las encomiendas primero, y las haciendas después. Sobre la rica pero fracturada geografía del país se construyó una institucionalidad disímil expresada en regiones y localidades semi autárquicas separadas unas de otras y francamente negligentes frente al imperio hispánico de los Habsburgo, para aquel tiempo, una dinastía impotente y en patética agonía. El análisis concienzudo de tal problemática territorial y administrativa por parte de la dinastía de los Borbones impuso un reformismo modernizador según la idea absolutista del Estado, que sin embargo, fracasó en sus intentos dadas las múltiples reacciones del honor campesino en contra de la centralización administrativa. La independencia por su parte puso de manifiesto, al romper con la suprapoliticidad del orden monárquico y su soberanía de derecho divino, la fragmentación territorial, política y cultural de cada localidad y región del país.

VIII En el mismo instante de la declaración independentista de 1810 las diversas juntas locales de gobierno se declararon en dignidad suficiente para liderar la revolución, o por el contrario, para resguardar la legitimidad del gobierno monárquico. La llamada patria boba fue la muestra de una división y rivalidad territorial que enfrentó a ciudades, regiones y provincias como si de naciones enemigas se tratase. La historia del proceso independentista y de la construcción de la nación en el siglo XIX es la historia de elites regionales y redes de clientelismo económico-político que desde la 23

colonia conformaron el poder de facto en un país de regiones y provincias recelosas. Que fueron las fatídicas guerras del siglo XIX sino la confrontación entre elites regionales rapaces, anárquicas y chauvinistas enfrentadas por la supremacía y la dominación nacional. Las clases populares en medio de las redes clientelares y los discursos partidocráticos y eclesiales fueron los peones movilizados en una lucha esencialmente compuesta por rivalidades entre generaciones, castas, familias y compañías gamonales y pequeño burguesas, desconocedoras como reacias a una auténtica autoridad estatal. Al igual que fuerzas centrífugas, atizaron la disolución del proyecto de nación. Fue debido a ello que la solución federalista tuvo una gran acogida en ambos partidos, no obstante, el radicalismo de sus ambiciones y una realidad territorial gravemente fragmentada, hizo inviable la autoridad soberana de los risibles Estados-región. La lucha entre partidos sólo fue la falaz epidermis discursiva que encubrió motivos más allá de los distintos proyectos de nación y que fueron en esencia fruto de una república inventada, extraña ante sí misma y donde la misma gesta independentista ánimo sus ínfulas de soberanía y autodeterminación. Esta tendencia y la aplicación de la ideología moderna partidocrática configuraron la violenta y ya conocida territorialidad del país que enfrentaba a pueblos liberales contra pueblos conservadores. Ebullición vana del desespero de pueblos mejor o peormente articulados con el proyecto de nación, la autoridad del Estado y los centros del mercado nacional e internacional. Los partidos políticos -maldición de todas las naciones-, estructuraron un país político más “homogéneo”, al unificar artificialmente a clases, razas, etnias y provincias, en el esquema programático y militar de un partido político. Cómo habría 24

llegado a expresar Aquilino Villegas: “No es de admirar que los pueblos colombianos no se conocieran sino en las guerras civiles, en que los ejércitos de una región iban a batallar en provincias lejanas. Esta es la única ventaja verdaderamente inesperada que nos trajeron las guerras civiles”. ​

IX Esta condición territorial en el siglo XX toma la forma de la oposición entre campo y ciudad, modelos pre-capitalistas de producción y modelos comerciales e industriales, en suma: entre el tradicionalismo campirano y el cosmopolitismo burgués. Millares de campesinos desplazados por la violencia y la acumulación rapaz de tierras se agolparon en las puertas de las ciudades conformando interminables cinturones de miseria social. El pequeño productor (rentista, asalariado o propietario) se enfrenta al gran hacendado que acapara ociosamente tierras las más de las veces sin labor productiva alguna. El origen de la violencia bipartidista en el siglo XX, que trajo al escenario de la política y las calles la cuestión social, se basó en tal disputa por los recursos. ¿Cómo puede Colombia ser un país pobre en medio de interminables riquezas naturales? ¿Acaso es una debilidad de su cultura y su brío? ¿Qué pasa con su voluntad de poder y expansión? ¿Quién se ha otorgado los millares de baldíos para la especulación de sus arcas privadas? ¿Qué debilidad, corrupción o falta de premura ha fagocitado los cerebros de nuestra clase política para someternos a tan incomprensible situación? Colombia ha abandonado a sus campesinos porque el mundo prescinde de ellos. ¿Acaso no necesitamos el retorno de un

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pensamiento nacional que movilice todas las fuerzas humanas y productivas en aras de nuestro auténtico y patrio beneficio? Tímidos fueron los esfuerzos en todo el siglo XX por solucionar la cuestión agraria, base de todos los conflictos armados de la Colombia contemporánea. Precisamente la presión violenta de los privilegiados del campo impidieron cualquier atisbo de reforma social integral; solución que hubiese detenido la escalada de violencia y muerte que dominó toda la segunda mitad del siglo XX en Colombia. Élites mafiosas que, marginando al pueblo de los recursos económicos, robaron para sí también todo el sistema político del Estado usando al mismo como instrumento “todopoderoso” para la conservación de su posición dominante a través de los medios represivos y la ausencia deliberada del deber del Estado en gran parte del territorio. No nos debe sorprender tal configuración territorial del Estado, ello solo es producto de la teoría y praxis de la concepción mercantil de la política propia del liberalismo y de los discursos societales burgueses y plebeyos. La presencia del Estado en esta discursividad económica obedece a las lógicas del mercado y a una geografía económica cuya base es el conflicto entre propietarios y asalariados, entre ricos urbano-rurales y proletarios de todo tipo, en competencia desigual por los recursos económicos y políticos. Al día de hoy tal fragmentación negligente de la institucionalidad política y social del Estado, ya no se ve expresada en la oposición pueblos conservadores - pueblos liberales, sino entre pueblos y regiones articulados al Estado y el mercado global, y pueblos abandonados a la intemperie primigenia de sus propias fuerzas. ​El Estado no ha controlado los que han debido ser sus legítimos monopolios políticos como la violencia, la ordenación 26

económica y la política social; siendo suplidas sus funciones de autoridad por las lacras execrables de la violencia narco-marxista, el paramilitarismo, y los demás bloques del hampa armada que ha empapado los prístinos campos del progreso nacional con la sangre de los más humildes e inocentes compatriotas. Aún hoy pueblos de todas las puntas del país resultan incomprensibles a los ojos de sus propios hermanos; vastos kilómetros de territorio nacional de la llamada Colombia profunda se encuentran marginados en un ignominioso anonimato y en el olvido negligente del Estado, del resto de la nación.

X ¿En doscientos años hemos contado con los medios institucionales, económicos y espirituales necesarios para el mantenimiento de nuestra soberanía e independencia como nación? ​Esta debe ser la gran pregunta del siglo para los colombianos, y tal vez la única ejercitación mental digna de realizarse a doscientos años de vida “independiente”, y no ya las patéticas efemérides patrioteras que, como toda civilización decadente, condena al pasado a lo museográfico y lo inactivo, y no como reflexión orgánica y presente sobre el estado de lo que es determinante para la cimentación de nuestra libertad como pueblo. Es cierto, la construcción de la nación ha sido problemática y ha afrontado dificultades de enorme profundidad. Se ha avanzado en la unificación territorial y la articulación de los pueblos al proyecto político y económico de nación.

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Por otro lado, la dificultad de dominar de manera soberana todo el territorio nacional, la ausencia de un ethos nacional evidente y unificante, la corrupción institucional, la falta de una conciencia nacional, la apatía y la mafia como política, la amplia marginalidad de vastos territorios, pueblos y culturas, y la más vergonzosa de las subordinaciones con respecto a las potencias geopolíticas, nos insta preguntar ¿los colombianos hemos ejercido verdaderamente nuestro derecho a la autodeterminación? más importante ¿hemos tenido dicha capacidad? ¿Hemos merecido tal honor? múltiples preguntas bicentenarias que se pueden reducir a la más categórica como tenebrosa de todas ¿hemos sido, somos y seremos, nosotros hombres colombianos, auténticamente libres?

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SUPRAPOLÍTICA DE LA COLOMBIANIDAD

I La realidad colombiana en toda su amplia complejidad social y política, fagocitada por las lacras de la inmoralidad, la debilidad institucional, la guerra, la criminalidad y la impotencia social, ha estado sujeta a interpretaciones falaces producto del razonamiento modernista, epifenómeno del movimiento generalizado de la historia occidental en su fase de descomposición. Lecturas fáciles y provisionales han privilegiado interpretaciones especializadas reducidas solo a lo político, económico o social, cada una actuando por separado. Los rastreos estructuralistas que pretenden hallar la genealogía de los acuciantes dilemas nacionales se reducen a la enunciación de hitos político-sociales con una débil articulación 29

causalista atada a la historicidad de su época y espacio, abandonando totalmente las lecturas concernientes a la evolución de los conceptos políticos y la cronología orgánica de la civilización: el gran desarrollo espiritual-cultural de occidente; que como espiral metafísica enmarca de manera ambigua la historia de Colombia. No nos sorprende por lo tanto la confusión, la ignorancia y el desasosiego que inunda al colombiano cuando quiere comprender su realidad histórica y social. Preguntamos entonces ¿Cuáles han sido las ideas y concepciones políticas que han vertebrado la construcción del Estado-nación colombiano? ¿Cómo ha sido lo “político” y la “política” en la acción social de los colombianos? ¿Qué ideas políticas se han enfrentado en el territorio nacional? ¿Qué fuerzas espirituales han hecho convulsionar las calles, los campos, los palacios y los frágiles cuerpos colombianos? y ¿cuál es el estado actual de dichas ideas, de lo político en la nación? De igual manera, la rúbrica concerniente a la forma del ser colombiano, su expresión fenomenológica y la hermenéutica histórica y psicológica deben ser la base de los futuros estudios abocados a la autocomprensión del nosotros nacional. Esta no es más que la pregunta por la identidad nacional y que se ha dado en llamar colombianidad. No obstante, debemos sincerarnos y reflexionar ¿ha existido la colombianidad? Si la respuesta es afirmativa ¿qué características superficiales y profundas componen la colombianidad? Por otro lado, si es negativa, el orden de las interrogaciones debe ser ¿Por qué la ausencia de una identidad nacional? ¿A qué se debe la dificultad de sumar y homologar las diversas formas de ser colombiano? ¿Es la ausencia de una identidad nacional la evidencia de la diversidad o de la falta de una unidad superior y unificante? Sin embargo, también debemos realizar un 30

tercer orden de preguntas poco abordadas y cuyas respuestas tal vez sean las más reveladoras. Así ¿La dificultad para caracterizar la colombianidad se debe a la fragilidad de su existencia o la debilidad -tal vez malicia- de los instrumentos intelectuales para interpretarla? ¿Ha existido una cierta resistencia de orden político que ha imposibilitado la creencia en la identidad nacional y por ende a la unificación nacional? ¿Qué interpretaciones políticas han parcializado la comprensión de lo que significa ser colombiano?

II Nos conmovemos claro está, por el lento crecimiento de un espíritu que se manifiesta heterogéneamente a través del folclor de las gaitas, las tamboras, las arpas, y las prendas multicolores hilvanadas por el trabajo de los paradisíacos campos frugales ¡nos sentimos orgullosos de nuestras tradiciones! Pero debemos estar atentos y tener los sentidos históricos agudizados. La interpretación de éste espíritu ha pasado bajo la óptica y discursos de diferentes ideas políticas, muy a su pesar, ha estado sujeto a la parcialidad maliciosa de las interpretaciones ideológicas, las cuales han condicionado a través de sus violentas técnicas de coacción política, las diferentes formas en que puede o no manifestarse la cultura del pueblo. El discurso y la hegemonía de las ideologías en la ciencia, el arte y la política, han enrarecido la identificación del colombiano consigo mismo y con la fisonomía cultural de la nación. Cinco han sido los discursos falaces que han desfigurado la posibilidad de la propia comprensión nacional.

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El primero y tal vez el más insidioso de ellos así como el que más se ha prolongado en los dos siglos de vida nacional ha sido el Liberal. El proyecto modernista de nación en su puro inicio no fue más que la transfiguración cultural de un discurso impostado de una ideología foránea y cuya intención más explícita fue la anglicanización y el afrancesamiento de nuestro ethos hispanoamericano, el reemplazo de nuestra identidad germinal. Francia, Inglaterra y Estados Unidos como cunas del liberalismo, se convirtieron en los modelos de sociedad ideal y la maqueta genética con la cual planeaban nuestros fatales próceres liberales terraformar nuestro espíritu hispanoamericano ya consolidado. ¿Acaso no fueron las traidoras testas liberales las que impusieron modelos ingleses en economía y franceses en política? ¿Acaso no fue el despecho liberal el que pretendió cambiar el espíritu religioso de la nación con los designios de laicismo radical y cuyo origen siempre ha sido la masonería? ¿No fueron los mismísimos próceres liberales lo que, en su desesperación, pretendieron anexar los territorios “recién liberados” a algún otro imperio, dígase el Francés o Inglés, llámese república Estadounidense? ¿Podemos olvidar que fueron las “portentosas” sienes liberales las que, en su afán por liberarse de la herencia hispana, quisieron cambiar el español como lengua madre por el francés o el inglés? liberales afrancesados los llamaron en su momento. Los ejemplos no tienen fin ¿Liberales no fueron los que en sus ínfulas positivistas anhelaron reemplazar la composición racial colombiana por ejemplares europeos o asiáticos? Desde la raza a la arquitectura, de la religión a la lengua, e incluso hasta la misma ecología, pretendieron ser reemplazados por el espíritu burgués de los liberales en su afán elitista por reproducir una Francia o una Inglaterra en nuestras tierras tropicales. Ahora ¿Este 32

afán republicano de reemplazo identitario no es el que hoy día ha abierto a Colombia a las más nefastas influencias del cosmopolitismo mundialista, enrareciendo aún más nuestros relictos culturales autóctonos con el globalismo norteamericanizante? ​La república universal kantiana se ha realizado; habitamos un mundo westfaliano desde entonces idéntico en su totalidad y Colombia solo ha sido una pasiva reproducción de un proyecto que le ha infundido la negación y el rechazo a su identidad profunda ​¿ha sido el proyecto nacional una reafirmación de la identidad o un olvido progresivo de la misma en tanto que dicho proyecto solo fue la inmersión a un mundo globalizado, homogeneizado, norteamericanizado?

III la masonería como espíritu satanista y el liberalismo como su expresión política no sólo pretendieron eliminar la iglesia católica del seno de la patria, se enfrentaron además a otras formas comunitarias de identidad como las de nuestras culturas indígenas. ¡Individualismo radical-materialista contra comunitarismo panteísta-espiritualista! En su rapacidad cínica, la concepción privada de la propiedad abstraída del servicio nacional, cercenó el espacio vital de las comunidades religiosas, no solo las católicas, sino además las indígenas, en función de usurpar la riqueza terrenal en beneficio de las arcas de los glotones hacendados y leguleyos burgueses. Sin duda, la disputa que se desarrolló en este punto fue la del discurso de civilización contra los no-modernos. Indígenas como Católicos vistos en esta lineal visión progresista de la historia se convertían en paquidérmicas expresiones de lo obsoleto ya superado

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por la evolución de la humanidad y de la cual el hombre liberal pretendió ser la epitome de la historia humana. Pero muy a nuestro pesar, tanto católicos como las culturas ancestrales no comprendieron claramente de dónde provenía la agresión del auténtico enemigo. Se fundaron aquí otros dos discursos políticos tan nefastos como inocentes: el indigenista y el hispanista. La interpretación de nuestras auténticas raíces y rasgos identitarios se han dividido en estos dos discursos intransigentes. El hispanista estuvo ligado fundamentalmente -pero no exclusivamente- al discurso del Conservatismo -liberalismo rapaz en economía y tímido en cultura-, definiendo nuestra identidad como puramente católica e hispánica. Tal reducción de nuestra riqueza cultural se expresó en el periodo regeneracionista y en los más de cien años de dominio de la constitución del 86. La intención, no obstante, era coherente: la unificación identitaria de la nación, movimiento tan necesario para la conformación de un país. El hispanista en lo general suele pasar por alto la voluntad de imperio del reino peninsular e idealiza la conquista como salvación de las almas y ejemplo de orden sacro para la humanidad. “Las almas indígenas fueron salvadas, introducidas a la civilización occidental”, según la angélica retórica hispanista. La violencia bélica, política y simbólica para la homogeneización de vastas culturas pre-modernas aparece en el discurso hispanista como un inevitable, Sino del proceso civilizatorio y la superioridad europea. No reconoce el hispanista las múltiples expresiones que nuestras raíces indoamericanas y negras acrisolaron con el espíritu hispánico. Para el hispanista Colombia es española, somos españoles, nuestro origen único es España. 34

IV Tan falaz y nefasto como el hispanista es el intransigente discurso indigenista, no menos centrífugo y disolvente. Es cierto, la modernidad y la conquista apagaron millares de culturas precolombinas cuyos saberes ancestrales han sido denostados por la ilustrada modernidad y su totalismo racionalista. El europeísmo universalista del cual hemos sido víctimas y por el cual hemos falseado la diversidad de nuestro espíritu nacional, negó por décadas la existencia de múltiples saberes no-occidentales mucho más puros, telúricos, tradicionalistas, autóctonos, y por los cuales se extiende nuestra existencia en espacio y tiempo sobre el agresivo territorio americano. Acá el conservadurismo no fue más que el mismo proyecto ilustrado del liberalismo con sus mismas tendencias progresistas-evolucionistas, civilizatorias, en connivencia con el imperio universalista de Roma. Sin duda, hay motivo para la crítica, mas no para el resentimiento y el faccionalismo. El discurso indigenista pretende ver como único origen del colombiano las raíces amerindias, proyectando un discurso “biempensante” en el cual el colombiano fue “conquistado” y gracias al espíritu de la revolución liberal retornó al estado de su prístina identidad independiente. ¡Falso! ¡Inexacto! No reconoce el discurso indigenista que la colombianidad es forjada por el mestizaje. Al igual que el hispanismo, niega la multiplicidad de nuestros orígenes y el carácter diverso de nuestro sincretismo identitario. América es nuestra madre, seno viviente de nuestra raza indolatina; El imperio español por su parte fue nuestro padre fecundador, dinamizador de un nuevo origen cultural en la historia occidental: Hispanoamérica. África, catalizadora, ejecutó con mayor 35

gracia el sincretismo. Sus herederos han conformado las potencias refulgentes de nuestra más grande aspiración a la libertad. Tres raíces, cada una solo una categoría que abarca amplísimas manifestaciones identitarias en su propio seno. Negar nuestras auténticas raíces cercenando lo hispano, lo americano o lo africano de nuestra herencia cultural, es negar nuestra originalidad genética y por ende el derecho a forjar un destino único en la historia de las culturas.

V En el siglo XX y como reacción a la primera teoría política -el liberalismo-, surgieron otros dos grandes discursos ideológicos que al igual que el liberalismo pretendieron interpretar la identidad colombiana desde la óptica de la dialéctica revolución/contrarrevolución: el comunismo y el fascismo. Ambos puntos de vista, sin embargo, no muy distantes del fundamento eurocéntrico que alimentó el proyecto identitario liberal. Desde la óptica del comunismo la identidad nacional era una ficción basada en la violencia política liberal y la lucha de clases en el marco de las diversas instituciones productivas de la historia colombiana, dígase encomienda, hacienda o empresa. Los símbolos y próceres nacionales, una ficción burguesa para alienar a los obreros y campesinos a los designios de las oligarquías rapaces. La religión católica vista por los revolucionarios era el blanco principal de su violencia radical en tanto que legitimadora -según su retórica- de la desigualdad y el servilismo de las clases proletarias. Renegando de lo sacro y lo tradicional los comunistas se unieron a los liberales en todo intento modernista de romper el lazo que une a los colombianos 36

con sus tradiciones espirituales. Las luchas indígenas para los comunistas solo fueron en un primer momento utilizadas instrumentalmente, pues la guerra a todo lo sacro siempre ha sido uno de los principales ​leitmotivs ​del tufo marxista. Su nefasta visión evolucionista-materialista de la historia unida a un industrialismo galopante -maximalismo- y a una ideología internacionalista, batía y ha batido naturalmente la hoz roja contra toda idea de unidad nacional y de identidad profunda y religiosa de los pueblos. Así el marxismo es solo otra arista de la modernidad y de la filosofía de la ilustración que confunde al ser del hombre con alguna de sus producciones materiales; en este caso: la clase. El comunismo siempre ha sido enemigo de las naciones, su único horizonte identitario, la internacional roja.

VI En cuanto a lo que se refiere al fascismo sus intérpretes más cercanos en el territorio nacional fueron “Los Leopardos”. Un grupo de políticos jóvenes que dentro del conservatismo -y en contra de élpretendieron renovar la política con una propuesta nacionalista de unidad cultural y vigor autoritario. ​Los Leopardos conformaron la única interacción política en la historia de Colombia en atinar la genealogía de la miseria nacional en la degeneración cultural de la modernidad y la idea política de hombre, historia y Estado sostenida por el liberalismo. Si bien en este punto su egregia reflexión les concede el honor de su victoria intelectual, no lo es así en cuanto a su hermenéutica identitaria. Contagiados por el racismo positivista de su época, quisieron ver en la composición racial del colombiano el origen de todos los males. Su pretendido tradicionalismo se veía 37

eclipsado por el típico modernismo de la civilización técnica que media el rendimiento del músculo colombiano bajo el rasero de la productividad internacional. En la selva del capitalismo internacional el colombiano pertenecía a una fauna menor, según las primeras y equivocadas tesis racialistas de los jóvenes leopardos. El mestizo, el indígena y el negro fueron echados a menos, su destino obligado, la europeización racial y cultural. El giro copernicano de sus lecturas y el abandono de las tesis racialistas en tanto que el grupo maduraba, no les quito sin embargo, la preferencia a la vena europea y la religión católica cuyos designios les merecía el máximo liderazgo sobre las demás regiones de la racialidad colombiana.

VII Estas cinco grandes posturas políticas determinaron hasta el siglo XX la cruzada hermenéutica que se proponía descubrir el espíritu de la Colombianidad, nuestra particularidad en lo universal. ¿Que nos trajo el fin del siglo XX con el hito neoliberal de la constitución de 1991? Sin duda, la ampliación del sentimiento de la colombianidad con el reconocimiento de los marginados malditos por la modernidad y su discurso de civilización: las alas colombianas se yerguen multicolores. Más el simulacro, las promesas falaces y las oscuras intenciones se infiltraron cual caballo de Troya en el espíritu reformista provocando la deconstrucción de la identidad nacional sofocada ahora por el miasma del mundialismo cultural. La cultura colombiana, los pueblos colombianos, se han enfrentado a una nueva colonización, la última más fatal, abocada a la destrucción de las tradiciones patrias y su reemplazo con los vicios uniformes del cosmopolitismo. El olvido del ser colombiano se ha agudizado a 38

cada paso que la nación se sumerge en el proyecto de la ecúmene global. La globalización como norteamericanización, como nueva colonización, infiltra cuerpos extraños con propósitos cancerígenos declarados: la destrucción de la familia, los sexos, las tradiciones folclóricas, el espacio vital, su juventud, sus colores musicales, la religiosidad colombiana; atizando el enrarecimiento de la nación en su absoluta absorción por las entrañas del leviatán mundializador. Donde hay campo todavía hay nación, tradición, personalidad, ser; donde hay ciudad solo existe...el “mundo”.

VIII De tal forma hemos llegado acaso a ser de manera auténtica. Sin embargo, en el camino que hemos trazado para reencontrarnos a nosotros mismos nos hemos perdido. La promesa de una república libre, de un espíritu del pueblo por fin liberado y realizado ha sido incumplida, extrañada, envilecida y enrarecida. No por cuanto nos hayamos desviado de los principios ideológicos que fundaron la nación, sino justamente en la medida en que estos se cumplieron por completo. ​¡El liberalismo y la modernidad ha cumplido sus fines ya! no pueden dar más de sí, y en la misma medida en que se han agotado sus fuerzas revolucionarias, han engullido la originalidad de los pueblos en el espiral destructor de toda diferencia orgullosa. La preservación de un espíritu servil y plebeyo temeroso de asumir por fin la arrogancia soberana de un auténtico amo, nos ha sometido a la negación de nosotros mismos; el olvido de nuestra autenticidad promovido por las fuerzas hegemónicas de la globalización y el falso carisma de los tutores bien pensantes.

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¡Que el indígena, que el negro, que el mulato, el blanco y el mestizo! ella es nuestra originalidad, nuestro devenir, nuestra autenticidad por la cual nos prolongamos en el tiempo, las herencias y los continentes; pero que al tiempo, conforma nuestro propio comienzo, la fisonomía de una “raza” criolla, hispanoamericana: crisol y formación de un nuevo mundo. Los caracteres y las variedades de esta “raza” no pueden ser negados por la esclerosis convulsa de las potencias en conflicto. ¡África, América, Europa! ¡Todos afirmados y nada negado para nuestra alma! Todos nuestros ancestros, provenientes de otros continentes, huyendo de alguna forma, para encontrarse brutalmente en el espacio inmenso de un continente agreste y salvaje, pero hospitalario para quienes ya anhelaban la construcción de su propio hogar, un nuevo amanecer. La colombianidad es un estilo multiforme de ser y habitar la existencia. Es cierto, bastante convulsa, atareada, destajada por el remolino de batallas que se han insertado maliciosamente entre los lazos de nuestra fraternidad nacional. Nuestro ser identitario se iluminará, no ya por la abstracción de nociones conceptuales o por la arbitrariedad de los buitres políticos que de él quieren hacer un haz de rédito económico o geopolítico, sino por la observación tranquila de nuestros hábitos cotidianos y la conciencia de las raíces que de ellas surgen: la forma en que encaramos la vida. Nuestro amor, nuestra alegría y sentido de la esperanza y el coraje, ya es signo de un espíritu que sin pronunciar palabra, se sabe a sí mismo por la conciencia clara que preside a todos los hombres que aman a su pueblo, descubriendo ya revelado su propio sentido y origen. El que sabe amar a su compatriota descubre en su diferencia el sentido de su propia mismidad. Todo aquel que sienta la historia de Colombia y los colombianos como su vida propia, sabrá que el terruño siempre 40

acompaña con nostalgia a todo compatriota doliente en algún rincón del mundo. Entendida así, sentida así, la colombianidad es sentimiento profundo de una identidad arraigada, nostálgica, patriota; pero al tiempo, desinstalada, libre para comenzar de nuevo en cualquier lugar del mundo.

LA ARQUITECTURA DEL ESTADO Y EL SUJETO TRADICIONAL- REVOLUCIONARIO

I El grado de unidad o fragmentación; de antagonismo, violencia y conflicto; de orden, paz, anarquía o violencia en una nación, es producto de la idea política escogida para orientar, cual polo magnético, las distintas fuerzas que la componen en su integridad total. Lo político es la manifestación de los intereses propios de cada unidad social, la violencia inherente al hombre que lo impulsa al conflicto. La política por su parte, es la vocación para resolver de manera más o menos violenta el grado de conflictividad suscitada en el corazón de un pueblo. Siguiendo este razonamiento, la máxima idea de lo político y dentro de la cual se realiza la política misma es 41

la concepción del Estado, cualquiera que de ella se tenga, no importa su morfología estructural -que sin duda varía de pueblo a pueblo, de época en época-, sino la función política máxima, es decir, la regencia sobre toda la comunidad y por la cual se configura una arquitectura distinguida del Estado. Lo político es además función, representación y símbolo a través del cual se manifiesta una idea más allá de la política -una metapolítica- referida a las concepciones que se tiene del mundo, la historia y el hombre, y que definen al tiempo la teoría y la práctica de la libertad y la autoridad política: los grados de poder ejercidos entre los hombres y dentro de cada uno de ellos. Preguntemos, de nuevo ¿Cuáles han sido las ideas políticas que han regido la vida social de la nación? ¿Cuáles sus representaciones del hombre? ¿Qué idea y práctica de la libertad han expresado, permitido? ¿En qué relación se ha encontrado lo político y la política en Colombia con un ideal de hombre y sociedad, y con su expresión lógica en los distintos conflictos históricos de la nación?

II Aquella idea y forma estatal que antes de la revolución dominaba vastos territorios continentales para la gloria de la península ibérica y las casas de los Austrias y los Borbones era la monarquía, gobierno de un hombre, en cuyo fundamento teológico -luego racionalista- se sustentaba el organismo social, dividido en funciones, honores y castas jerárquicas diferenciadas. La figura del rey como emisario divino tendía a la suprapoliticidad como fundamento del orden en tanto que se situaba por encima de la política, de los conflictos e intereses particulares de los estamentos 42

para imponer un juicio, un orden, una ley, y un gobierno absoluto sobre todos; el equilibrio necesario que garantizaba en aquel tiempo el sometimiento de todo el organismo social al designio unánime y superior del monarca. En torno al cetro monárquico -fuerza centrípeta y vertical- se agrupaban todos los fueros societales, todos los derechos y poderes desde las propias bases orgánicas instaladas en los confines del planeta. En el mundo tradicional, toda la podredumbre de los mundos inferiores que vive en los hombres míseros y corruptos estaba mortalmente repelida por la soberanía divina que sólo legitimaba al monarca el sagrado derecho a gobernar, y por ende al orden estamental como un todo rígido. No obstante, la legitimidad de un ideal no le concede así mismo la eficacia de todo gobierno vigoroso, y en cuanto a eficacia y autoridad la corona española carecía de los medios óptimos para la ejecución de su imperium. Aquella idea imperial que fundaba sobre un nuevo mundo, no solo la prolongación de la cristiandad en tierras desconocidas, sino una nueva gran ecúmene de pueblos diversos unidos a la idea de una santa civilización hispánica, terminó por derretirse junto con la fortuna que los monarcas y comerciantes españoles usufructuaron de nuestras tierras americanas gracias a la decrepitud de su idea monárquica y a la degradación moderna que consumía progresivamente la unidad del imperio y sus fundamentos metapolíticos tradicionales. La disolución del antiguo régimen fue producto de la acogida en su propio seno de las ideas modernistas del racionalismo ilustrado -absolutismo borbónico-, que determinó en cuestión de pocos años la descomposición del régimen mismo. Poco a poco los estratos inferiores tomaron conciencia de su ventaja

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e insuflaron sus afanes de ascenso proclamando, al igual que en Francia, la cabeza del rey: las colonias debían ser independientes.

III Batida a muerte la idea y estructura imperial-monárquica del Estado por las fuerzas de la revolución liberal, se erigieron nuevos principios socio-políticos en la constitución del nuevo Estado-nación colombiano. So pena de ser el liberalismo al inicio de la revolución la idea imperante en la atmósfera ideológica que movía los cerebros insurrectos, la fragmentación y el sectarismo no se hicieron esperar. No nos debe extrañar que esto haya sucedido así; los principios de gobierno, las apuestas filosóficas y la metapolítica del liberalismo, encubría una legitimación subterfugia: Examinemos este proceso disolvente a la luz del funcionamiento y estructura del Estado orgánico, orden que toda cultura se da a sí misma por el vigor de su autoconciencia y su voluntad de imperio. Al derrumbarse la suprapoliticidad que sostenía al monarca como soberano y árbitro unificador del resto de las estructuras sociales dentro de un marco sociológico donde cada unidad cumplía una función vital en el todo corporativo, las ambiciones y necesidades de cada unidad sociológica se arrogaron el derecho igualitario de gobernar. La función política de la soberanía monárquica es reemplazada por el lastre de cualquier ambición económica particular. La función holística y global que erige al Estado como el todo social, es desangrada y resustanciada por las ambiciones de clase y sus correspondientes discursos societales: el todo es reemplazado por un fragmento, una inversión sociológica, 44

disolución centrífuga, proveniente del entendimiento pobre y superfluo de las testas liberales desconocedoras de cualquier idea orgánica-total de la sociedad ordenada en Estado. La llamada patria boba fue la expresión de esta liberación anarquizada de impulsos y tendencias inherentemente incompletas en su fisonomía sociológica, pero que representaban las aspiraciones diversas de cada oligarquía, elite o clase provincial en legitimar su propia soberanía. La eliminación del antiguo régimen obedeció a la aspiración liberal pre capitalista de destruir cualquier obstáculo de ascensión para las capas burguesas-gamonalicias, y secundariamente, para las capas campesinas y trabajadoras. Sin embargo el liberalismo tiene un sujeto revolucionario definido: el individuo. No obstante, tal individuo solo puede ser aquel de tipo burgués, ilustrado, racionalista, propietario y liberal; por fuera de semejante clasificación hombres, mujeres y niños, pobres, indígenas y miserables de toda raza, sentenciaron su destino a pertenecer a las lontananzas marginadas de los privilegios de la nueva democracia.

IV El decisivo año de 1819 en la gran victoria sobre el puente de Boyacá contra el decadente imperio español marcó el amanecer de una nueva patria en lo universal. Pero, para aquel entonces, desconocimos el fatídico destino que nos esperaba cuando la convulsión de dos grandes tendencias políticas cercenó la posibilidad de una gran patria imperial de dimensiones continentales. En las figuras de dos hombres se encontraba el germen de la violencia política que definió las condiciones de la 45

nación en más de un siglo: Simón Bolívar y Francisco de Paula Santander. El primero, el gran libertador, salvaría los pecados inherentes a su insurrección liberal y su militancia en los proyectos anglo-masónicos al proyectar una gran patria continental bajo la égida de un imperio análogo al napoleónico con una estructura estatal orgánica que superaría victoriosa la anarquía republicana, liderada por una gloriosa casta de héroes militares y sobre la base de una democracia cesárea y corporativa popular. Saltar el mediocre estadio republicano liberal e implantar para los americanos la idea de un propio imperio, he aquí la redención del libertador. Se opondría a él la vena pura del liberalismo revolucionario, expresión del más fanático iluminismo de la época: Santander y su rapaz élite de leguleyos. Su visión pequeño burguesa de patria y su devoción moralista a la ley impuso la caída de la gran Colombia -que para el momento solo estaba unida por el puro interés militar-, legitimando jurídicamente la ambición de las castas sectarias y el individualismo jurídico en contra del imperium suramericano.

V Sobre estas formas políticas crecieron como larvas en el cadáver de la Gran Colombia y de sus máximos próceres, dos partidos ignominiosos excusados en las ideas de los libertadores: El conservador y el liberal, ambos sin embargo, facciones de un único discurso liberal que solo encontraban disonancias en los puntos que a tal o cual facción territorial conviniera más para sus arcas privadas. El individualismo filosófico y económico, el utilitarismo, el parasitismo que se sostiene sobre la plusvalía proletaria y campesina, la libertad negativa que disuelve todo lazo comunitario, 46

una ética sin valores trascendentales sostenida por una sociología de maleantes y charlatanes, aunado a un racismo europeísta y pequeño burgués, conforman el corpus de las ideas políticas del liberalismo que pronto, después de su conquista del Estado, saqueó el mismo para sus fines de lucro y abjuró de la patria para someterla a la subordinación de las potencias internacionales. El modernismo revolucionario en economía que el liberalismo ha querido aplicar en Colombia desde el siglo XIX siempre ha implicado la traición a los productores y propietarios nacionales en beneficio de algunos acaparadores de tierra y capital, y cuya ambición por articular la economía nacional a la internacional ha sometido al país inmediatamente después de la independencia, al servilismo de la deuda y a la periferia de las relaciones económicas, al ser un agente económico prescindible. Sus notables avances en libertad de propiedad y ascenso económico para cualquier individuo sin las limitaciones absurdas de la jerarquización socio racial, se ven opacadas con la acumulación desventajosa de la riqueza y la mirada despectiva a la justicia social y la caridad. El empañamiento acontece total cuando los tipos humanos lamentables ascienden en la escala de las masas humanas sin mérito del honor y el espíritu; muy por el contrario, mancillar tales ideales garantiza el ascenso para el hombre del éxito moderno. Por su parte el conservador como partido, ha representado cierto freno moderador en las tendencias más destructoras del liberalismo, no por cuanto haya refutado los falsos principios sobre los que se funda el liberalismo, sino por ver sus propios intereses amenazados en la pira de la revolución. La identidad hispánico-católica, la educación moral y una vaga noción de la autoridad del Estado no 47

privaron al conservador de aliarse con el liberal en los terrenos económicos que promovieron el librecambismo -nueva forma de colonialismo-, contra el artesanado como clase trabajadora que aspiraba a la defensa de lo nacional. Ambos partidos, dominados por una serie de castas y elites regionales que imponían un discurso ficticio en aras del sacrificio popular para levantar las tiránicas ambiciones de politicastros y caudillos como “intereses nacionales”, utilizaron la mascarada demagógica para alentar las inacabables guerras del siglo XIX. La limitación de miras de ambos partidos motivó el cercenamiento de la nación en tanto que buscaban la conservación de su poder, creando así ficticios estados regionales donde primara con libertad sus propios intereses gamonales.

VI ¡MALDITOS SEAN LOS PARTIDOS! sangre colombiana fue vertida en los campos del olvido bajo los blasones de casas oligárquicas antinacionales. Por décadas, el hombre colombiano se batió violentamente contra su hermano, sumido en el fanatismo de dos banderas políticas cuyo afán modernista desconocía al mismo tiempo el significado de la palabra patria. El pecado del partido no radica en su esquema programático, el enfrentamiento que supone la diversidad política, más bien, el gran error por el que los colombianos fuimos inmolados, radica en la precaria idea de nación que el partido emula cuando pretende la conquista del Estado. El partido sólo debe su existencia al mecanismo parlamentario donde solo puede tener moción de voto y opinión. A lo sumo, los partidos deben ser instancias educativas que reúnan propuestas abocadas simplemente a la orientación de quien ejecuta realmente el destino 48

del Estado y deben por lo mismo estar sometidos a la suprema dirección del mismo. El Estado, según nuestro modo de entender la política, para ser síntesis ética y supremacía de la ley, no debe estar sometido al monopolio de alguna clase o clases en particular y por ende de algún partido. Acá el sentido de la clase universal hegeliana debe ser recuperado, sin embargo, superando el fenómeno burocrático y reivindicando el sentido de la aristocracia de espíritu, una clase con la suprema responsabilidad de liderar y velar con justicia por encima de la política. El verdadero origen del partido es la red clientelar, el mercado de las extorsiones morales y los intereses de castas, cuya operación logística se encubre bajo el color de una bandera. El núcleo del partido: tal o cual señor de la tierra, tal o cual señor de la guerra y sus intereses mercantiles, para el cual la militancia es su capital político y el Estado el arma de ascensión, legitimación y consolidación de su riqueza mal habida. Aun en la conformación transclásea del partido en Colombia, el principal error del proyecto republicano sostenido por la partidocracia es el reemplazo de la estructura orgánica y total del Estado por los intereses de la clase dominante -sea cual sea- representados en los partidos; nefastos sujetos políticos que al conquistar el poder estatal reemplazan al mismo por la burocracia del partido, o explicado de forma más clara, por la red de clientes y beneficiarios de la estructura comercial y mercantil de la cual el discurso de partido es solo una mascarada: una auténtica mafiocracia, el Estado burgués tan vilipendiado por la vieja retórica marxista.

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VII La división izquierda y derecha por tanto tiempo sostenida y representada en los partidos liberal y conservador fue alimentaba simplemente por la discusión con respecto a ciertas estructuras, instituciones y categorías devenidas en el desarrollo de la modernidad. Reformismo, progresismo, conservadurismo, reacción o revolución, pautan los niveles de aceleramiento y velocidad en el desarrollo modernista. El primer momento de esta oposición fue protagonizada por la discusión entre revolucionarios liberales sedientos de una total transformación de las estructuras sociales y la herencia colonial (izquierda), y aquellos otros guerreros no menos revolucionarios que conocían bien el valor de las tradiciones y la herencia hispánica así como de la futilidad de la república, vislumbrando la auténtica posibilidad de independencia en la forma de una monarquía constitucional y un Estado continental (derecha). Al igual que en Francia, el origen de la división se asentaba en el conflicto república-monarquía. Sorprendentemente y en contra de los resentidos de la independencia, fue el mismísimo Bolívar la cabeza de este sueño de gloria perenne para la nación. Los partidos se encargaron de dibujar a Bolívar según el interés de su propio patio ideológico; así el libertador republicano se torna en el prohombre de la revolución latinoamericana, así el vil asesino peón del imperio inglés como el nuevo emperador americano, rigiendo múltiples naciones con espada napoleónica. La historia colombiana se ha encargado de aplastar al verdadero Bolívar y con ello la clave misma de la auténtica independencia. La presea de esta victoria fue entregada al pirata angloamericano por la felonía de los partidos oligárquicos.

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El segundo momento de esta nefasta oposición comprende el debate sobre la institución religiosa y su valor en la educación colombiana. Los “ignorantistas” conservadores fueron vilipendiados por los progresistas liberales partidarios de la educación laica-racionalista y si era posible por la expulsión del espíritu católico del seno de la nación y los corazones patrios. El conflicto de una dialéctica histórica, la tensión ensordecedora entre tradición y modernidad, ​no tuvo mejor escenario que la carne y los huesos de los colombianos, pues los hombres son las primeras víctimas de sus propias ideas, el sustentáculo mortal de mensajes centenarios. La visión del hombre de progreso, civilizado, urbano y libre pensador, contra la piadosa familia henchida de virtudes trascendentales y ligada a los símbolos de lo sagrado. Al día de hoy, la síntesis no nos es permitida, el único consenso que conocemos es la mediación de la espada y el fuego que ciega la existencia. Posturas conciliadoras existieron en las figuras de renombre de ambos partidos, sin embargo, fueron excepciones calladas por la intransigencia misma de conflicto histórico. La modernidad bate y revuelve a hermanos de patria bajo los designios de una imagen del mundo ajena a nuestra tierra. ¡Sentimientos e imágenes del mundo confrontados! Este es el verdadero origen del conflicto, la decadencia de la cultura occidental. El tercer momento inmediatamente anterior a la etapa posliberal de la nación estuvo dominado por la cuestión social, el gran reclamo de justicia y equidad en las voces de obreros y campesinos en lucha contra la despiadada glotonería de fisiócratas, oligarcas, politicastros, banqueros y traidores de tipo nacional e internacional. El comunismo y fascismo allende sus fenómenos derivados, reclamaron de parte y parte el honor de realizar la magna obra tan 51

esperada de la prosperidad y la riqueza nacional. No obstante, los vericuetos de la guerra mundial sentaron a ambos jugadores en los polos opuestos de la confrontación, y quiéranlo o no los afamados marxistas, ambos salieron igualmente destruidos por el capitalismo y la imagen liberal del mundo. La opresión partidocrática absorbió las fuerzas creativas de las esperanzas revolucionarias. Así Gaitán y el socialismo de todo rubro, tuvo que instalarse en el odioso partido liberal solo para poder sostener su bandera de lucha. Así Gilberto Alzate Avendaño y los jóvenes Leopardos fueron traicionados por el partido conservador, tan temeroso de perder sus privilegios de casta y afanoso de defender los principios de 1789. ¡Conservadores! solo son liberales, noctámbulos por sus vicios, mediocres en sus métodos, cómplices en la rapiña.

VIII La tensión entre izquierda y derecha quiso ser resuelta por en la hipócrita fórmula del Frente Nacional, pérfida reunión de los intereses oligárquicos en contra de toda tercera fuerza cansada de la burla partidocrática y ansiosa de pensamiento nacional. El pueblo así mismo y como siempre lo ha sido, quedaba al margen de la representación de su identidad, necesidades e intereses; su poder soberano ha sido secuestrado desde la concepción de la república por la corruptela de las sectas políticas capitaneadas por dinásticos demagogos y mercenarios del comercio moral. La tensión maniqueísta entre izquierda y derecha ha ocultado con astucia conspirativa la creación de vías sintéticas basadas en el auténtico

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poder del pueblo que debe ser siempre fundado en el primado de la potencia y la unidad nacional. ¿Ha existido en Colombia el encomiable intento de unificar a la nación en torno a un proyecto de reconciliación, grandeza, autoridad, riqueza y orden nacional? ¿Qué ha pasado con las síntesis nacionalistas? ¿Cuál ha sido el destino de los partidos nacionalistas que comprendían a la nación como un todo y que reservaba al colombiano el proyecto de un destino compartido en lo universal? El proyecto nacionalista de la regeneración comandado por Caro y Núñez pecó fatalmente de una intransigencia de vena conservadora que impuso el discurso de un partido, en vez del diálogo conciliatorio y la comprensión integral de la patria como factor de unidad. La victoria sobre el liberalismo y el establecimiento de la hegemonía conservadora no le granjeó a la regeneración el honor de una victoria fecunda en progreso y libertad nacional. Por el contrario, la demencia de los combatientes primero y la felonía de los prohombres conservadores después, determinaron la vergüenza de una nueva subordinación nacional en el siglo XX. El nacionalismo Leopardo por su parte, retornaba a las fuerzas seminales de la patria y las proyectaba al futuro como fundamento de un nuevo pacto moral de los colombianos. Aquellos jóvenes y gallardos políticos que no se contentaron con el partido y el liderazgo de execrables figuras como Laureano Gómez, emprendieron la bella lucha de conquistar para país la insubordinación frente al tentáculo anglosajón y el retorno a la grandeza de occidente. La humildad de su empresa y la incomprensión por parte de la tiranía partidocrática, frustraron sus anhelos de potencia nacional. Los errores también se hallaban en 53

cierta estrechez de su inteligencia política, cernida a los designios de la iglesia, el partido y el eurocentrismo citadino del burgués. Tal vez fue Gilberto Alzate quien emprendió una egregia cruzada intelectual por pensar el país y elaborar una propuesta nacionalista auténticamente colombiana como un proyecto de potencia único y exclusivo salido de las entrañas mismas de la colombianidad. Alzate marcaría diferencia con sus padrinos leopardos en tanto que brillantemente defendía la lucha honorable de la justicia social para los pobres y rezagados, aunado al retorno de los principios de jerarquía, orden y grandeza. Por su parte, Jorge Eliécer Gaitán, el más entrañable caudillo de la patria social, puso como grito de batalla su denuncia contra las oligarquías rapaces. Su tendencia un poco más socialista le inclinó más aun por la lucha social. Su nacionalismo integrador e izquierdista, abrazaba a los enfermos, oprimidos y condenados a la pobreza; a todos ellos les devolvió la esperanza de una patria justa en los cauces de una nación colombiana y solo para colombianos en contra de la dominación norteamericana. En Gaitán se encuentra la savia perenne de un nacionalismo de base, pensado desde los pobres y para los pobres, sin temor alguno de transformar la lucha de las clases oprimidas en lucha de naciones proletarias: la nación como escudo y arma contra opresión internacional. Sus gritos de guerra suspiraban por la patria, el honor y el pan de nuevo para los auténticos colombianos. Su nacionalismo fue arenga y ariete de los más altos ideales morales de justicia y revolución. El eco maldito de su magnicidio extendido hasta el día de hoy en las más deplorables consecuencias de una nación conflagrada en la violencia, no podía ser menos estruendoso.

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Desde el caos de la violencia desatada por todo el país después de los lamentables hechos del 9 de abril de 1948 surgió de manera sorpresiva pero no menos orgánica una propuesta nacionalista que encauzaba los históricos intentos de una nación unida definitivamente. El general Gustavo Rojas Pinilla, que por la contingencia del panorama bélico de la patria fue llamado a capitanear el Estado por las elites nacionales, pretendió superar las garras que le manipulaban y con plena conciencia patriótica proyectó una gran síntesis nacionalista con lo mejor del espíritu de Gaitán, Alzate, Bolívar y Cristo. En el marco de una guerra fría que ya se empezaba a gestar, la tensión entre izquierda y derecha ya no era entre los partidos tradicionales, sino entre las oligarquías unidas y el terrorismo comunista. Los altos ideales de justicia social, unidad, orden y potencia de nación por fin tendrían la oportunidad de configurar un nuevo orden nacionalista para Colombia. Pero de nuevo, la corrupta traición de las elites destruyeron la tensión nacionalista y derribaron al general de su mando cuando este amenazó con el despertar de la conciencia nacional. Años más tarde el viejo general lideraba la unión más diversa pero sin embargo nacional y popular contra el cipayismo de la oligarquía local. El final de ya todos conocido sepultaría el último intento nacionalista de conquistar la grandeza y la paz colombiana.

IX ¿Que nos preparó el final del siglo XX y que nos depara el siglo XXI? El neoliberalismo, la forma más predatoria del liberalismo y de su imperialismo tecnocrático y estadounidense, se impuso de la forma más descarada sobre la periférica Colombia: nuestras 55

relaciones dependientes con la potencia del norte nos sentaron el más patético servilismo. En materia económica, cultural, religiosa y educativa, el país cayó en las guerras del internacionalismo mundialista y el proyecto unipolar de globalización. Desde arriba las potencias del mundo han apretado a través de las elites traidoras las cadenas de la subordinación. Y desde el interior, el comunismo y el narcotráfico destrozaron los últimos relictos de dignidad humana. La discusión entre izquierda y derecha después del frente nacional y obedeciendo al triunfo internacional del liberalismo, se sumió en la obsolescencia, pues los designios del mercado hicieron innecesario cualquier esquema programático o cualquier cosmovisión política: la política como simple competencia de negocios. De allí que la corrupción se haya naturalizado como forma de gobierno, de allí que la democracia haya caído en el último escalón evolutivo del pensamiento político degenerando en oclocracia, demagogia y politiquería. Paramilitarismo, narcotráfico, corrupción, traición, degeneración moral, terrorismo comunista, desorden, inestabilidad política, miseria social, pobreza económica, debilidad militar, destrucción de las tradiciones de la nación, subordinación al imperialismo globalista, ineptitud intelectual...La división entre izquierda y derecha es ya obsoleta. Ni el progresismo, liberalismo, comunismo, socialismo o fascismo nos dicen nada ya. Por el contrario, nos sumen aún más en la desesperación y la impotencia, sus principios no nos permiten comprender el origen de nuestra desgracia nacional, y menos aún, dotarnos de las armas necesarias para combatir la multiplicidad de nuestros conflictos. El neoliberalismo nos ha sometido económicamente, el progresismo espiritualmente. El comunismo solo puede ser reaccionario -reactivo- y no tiene más 56

armas que el desorden y la anarquía. El fascismo es una quimera ya olvidaba incluso por sus mismos comulgantes. L ​ os tentáculos del orden mundial ya se han adherido con fuerza a las riquezas de nuestra patria y han planteado su bandera colonial. El pueblo por su parte, impotente y estupefacto, no comprende siquiera la historicidad de los males que le aquejan ni el origen de las garras que le sofocan. Carece de conciencia nacional, de orgullo nacional, de voluntad de nación y libertad.

X La necesidad histórica impulsa en nuestros cerebros la creación del nuevo orden nacional bajo la égida de una idea de Estado cuyos cimientos morales inviolables sean el imperio de la ley, la unidad nacional y la soberanía. Sobre esto concluimos que el viejo orden de los partidos y las repúblicas, de los pequeños caudillos y las elecciones, representan una etapa histórica cuyo desorden no es admisible ya en la nueva arquitectura del Estado. Abandonemos ya y de una vez por todas la vieja idea de república, y en ella, todos sus fenómenos conexos, subterfugios, profundos y capilares. Agradezcamos al liberalismo lo que por él se pudo crear de grandioso y de ligero para el surgimiento de una tierra de hombres libres y determinados. Sin embargo, la obra del liberalismo ya ha completado su ciclo. Su capacidad creadora se ha agotado, no puede dar más de sí. Escapemos entonces, hombres colombianos, y no permitamos que en su caída a la tumba el liberalismo nos lleve a nosotros también, cegando nuestros eléctricos sueños de grandeza y libertad.

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Debemos aceptar con tono arrogante sin embargo, que la época de la república nos lega principios de orden invaluable. Sobre sus frutos más bienhechores deberemos trabajar duramente. Por otro lado, no dejaremos que los detritos de este cadáver contaminen el amanecer de nuestro nuevo pacto. El liberalismo, su idea de individuo y libertad no podrán tener lugar en el nuevo Estado. La grandiosidad del fenómeno humano no debe ser reducido a las nociones de individuo, ni por el sustentar un pacto hacia el suicidio del hombre y su pueblo por las veleidades del individualismo en política, economía, educación o moral. El hombre no es el individuo, el Estado no es el individuo, su libertad negativa destructora de todo orden comunitario deberá ser reemplazada por la libertad positiva del hombre vigorizado en la disciplina del espíritu para combatir con y por su comunidad de hermanos y compatriotas. Ni el comunismo ni el fascismo podrán iluminar nuestro sendero hacia el nuevo amanecer nacional. El marxismo, destructor más que obrero, ha ultrajado la carne de los colombianos con brutal violencia, por lo cual, toda argumentación en su contra está ya descaradamente de sobra. Su antropología clasista y su materialismo nihilista conducen a la tiranía de las facciones más innobles y volátiles sobre el conjunto de la nación. No hallamos en la clase, en el materialismo o el igualitarismo marxista las bases concretas de un Estado orgánico ni del hombre nuevo, dueño de sí y para sí. El hombre no es la clase, la patria no es la clase. El Estado orgánico y comunitario supera e integra en armonía toda facción al plano de la acción conjunta para la conquista de la autonomía nacional. En el fascismo por otro lado, no hayamos espacio suficiente para hacer surgir la multiplicidad de nuestro espíritu fecundo, altanero, multicolor y libertario. El totalitarismo sofoca nuestra idea de libertad pues el Estado no es el 58

hombre, sus posibilidades espirituales se consagran más allá de la impostación de las maquinarias burocráticas. Pareciera que la misma idea de república “subsiste” sobre la base de la fragmentación y la creación de facciones cada vez más atómicas a la par que inocuas. Los partidos, las categorías tan risibles de izquierda o derecha, no son más que denominaciones harto vagas para conjurar lo que provisionalmente se encuentra parcializado. La nación no es ni un partido u el otro, no es la división de partidos o incluso su conjunción; es primero que todo una unidad de origen y de destino en común, sintetizado en un orden superior y situado por encima de las secciones en el punto en que ellas solo quedan subordinadas y cuya existencia tiene por condición el servicio. El partido no es el pueblo, el partido no es el Estado, la nación no puede subsistir sobre la base de la pugna periódica entre los oportunismos del momento. Todo el fracaso de la nación ha radicado este nefasto error.

XI Nos debemos mover entonces, a superar las dicotomías nefastas de izquierda, derecha, tradición y revolución, del comunismo y el capitalismo, del pequeñismo de estructuras viles como los partidos y de las sucias ficciones de los sufragios ya prefijados. La izquierda nos ha matado, la derecha nos ha vendido, los partidos nos han fragmentado, las potencias nos han subordinado y la grandeza de un Estado fuerte se ha diluido gravemente por la perfidia de los intereses globalistas: perdemos nuestra nación. Es por ello que nuestra batalla está más que justificada ¿No es acaso el 59

nacionalismo, la unión nacional de las voluntades patrióticas más allá de las divisiones fratricidas, el más necesario de los remedios para salvar nuestro destino como colectividad? ¿No es hora ya de un nacionalismo auténticamente colombiano, al tiempo revolucionario y patriótico, heroico y social? Aquel nacionalismo que como escudero defiende la identidad, las tradiciones, la humanidad y terruño de los patriotas. Aquel nacionalismo revolucionario que se enfrente al opresor y exhorta a todo género de hombre a dar la vida por la libertad de la nación. Aquel nacionalismo donde la revolución se convierte en el arma que vierte las almas al retorno de su ser auténtico, los orígenes de su tradición, su constitución moral. Que libera al hombre para vivir auténticamente en su hogar ancestral, para desarrollar su forma singular de existencia en lo universal. Un nacionalismo que le devuelva al hombre colombiano la dignidad de su humanidad que tan solo podrá ser realizada en una patria ¡GRANDE, JUSTA Y LIBRE!

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EXHORTAMOS AL HEROÍSMO BICENTENARIO

¡LA NACIÓN ES UN TODO, NADA POR ENCIMA DE ELLA, NADA CONTRA ELLA Y TODOS POR ELLA! Daremos vida al nacionalismo integral como gran marco de unidad política que ordenará el horizonte del deber de cada uno de los hombres y mujeres colombianos sin distinción de clase, raza, sexo, partido o etnia. El nacionalismo integral, concibiendo a la nación como un todo un orgánico, deberá superar los intereses partidistas y los discursos faccionalistas, elevando la soberanía política y económica popular, la justicia social, la identidad nacional, la integridad ecológica, la defensa territorial y el bienestar de los nacionales por encima de toda injerencia extranjera o felonía interna. Un nuevo pacto sobre lo fundamental debe ser concretado, sus 61

principios fundamentales no deberán ser negados o negociados por ningún ciudadano, grupo o facción. Este pacto invoca a la patria como valor inalienable; la soberanía militar, económica, territorial y cultural de la nación por encima de toda fuerza extranjera; la integridad ecológica del territorio y el trabajo comunitario como fuerza para la unidad; la defensa de los valores éticos de la patria y la lucha por condiciones de vida digna para todo ciudadano. ESFUERZO COLECTIVO POR LA GRANDEZA DE LA NACIÓN.

¡CONTRA EL ESTADO LIBERAL Y LA ANARQUÍA MORAL, POR UN ESTADO ÉTICO DE VALORES SUPERIORES EN COMUNIÓN DE DESTINO! El Estado Social de Derecho se ha revelado falaz en su corta pero insípida trayectoria vital, por lo pronto ya vemos en él signos de descomposición. Los colombianos nos hemos hartado de un modelo hecho solo y exclusivamente para realizar la absorción de la nación en los obstáculos del globalismo totalitario. El relativismo y el individualismo moral han fragmentado la unidad cívica y cultural de la nación. El terrorismo, el crimen y la corrupción han visto en esta fatua carta las condiciones idóneas para la perpetuación de sus execrables fechorías. No puede nada la patria y el Estado cuando toda unidad social aspira con fuerza disolvente a desenvolver sus egoístas objetivos para su beneficio propio. Es necesaria una revolución constitucional​. ​Llamamos a la creación del Estado Ético de Derecho que integrando lo mejor del derecho social asciende a la culminación de la eticidad nacional y promueve la defensa de los valores espirituales de la patria. El Estado ético repudia la existencia 62

de la criminalidad y la idea misma del crimen en el seno de la patria, promoviendo implacable las máximas penas para los corruptos, violadores, asesinos y terroristas. Solo se podrá pertenecer a la nación y al goce total de sus derechos ciudadanos quienes trabajen devotamente por el bien de la comunidad nacional. ¡Afuera los parásitos! la nación es una comunidad de honor.

¡NO MÁS COSMOPOLITISMO NI MÁS FACCIONALISMO, LA COLOMBIANIDAD ES NUESTRA RAZÓN DE ORGULLO Y LA PLATAFORMA DE TODA FORMA DE SER PATRIOTA! La colombianidad es nuestra forma particular y única de existir y habitar el mundo. Toda ella sintetiza nuestra historia. Nuestro proyecto es identitario, nuestra identidad, la plataforma cultural por la cual nos afirmamos únicos en el universal de los pueblos. La historia de nuestros ancestros, los dilemas de nuestros más violentos conflictos, las festivas alegrías de la común convivencia, los caracteres de nuestras razas, todo en la colombianidad es afirmación de nuestro pueblo y motivación que nos bate violentos contra todo enemigo de nuestra existencia y nuestras tradiciones históricas.

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¡MUERTE FINAL AL NEOLIBERALISMO Y A TODA FORMA DE TRAICIÓN CONTRA NUESTROS TRABAJADORES NACIONALES, NECESITAMOS NACIONALISMO ECONÓMICO YA! El músculo económico colombiano debe ser ejecutado por el pueblo y para el pueblo. Basta de oligarquías explotadoras, nacionales e internacionales. El campo, la industria, el Estado y la empresa son riquezas exclusivas para los colombianos. ¡LA TIERRA PARA LOS COLOMBIANOS! El nacionalismo colombiano es proteccionista y fomenta la industria nacional y todo factor económico que promueva el acceso a la propiedad, la riqueza y las ventajas competitivas a nivel internacional. Proponemos el corporativismo como integración y solidaridad de los productores en cooperativas, sindicatos, confederaciones, y gremios. Demandamos la unión entre la ciencia y los productores nacionales como manera de evolución económica a una nación industrial de primer orden. Desarrollaremos el organicismo estructural como configuración ordenada y funcional de la economía en grandes sectores sindicales con capacidades organizativas, representativas y populares articuladas e impulsadas por el Estado y con funciones de redistribución de la riqueza producida en miras de la justicia social. ¡POR LA PRODUCCIÓN NACIONAL CONTRA LA IMPORTACIÓN LIBERAL!

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¡LA DEMOCRACIA NOS HA FALLADO, ELLA ERA POR ENTERO LA TIRANÍA DE LOS CORRUPTOS Y LOS INEPTOS, NECESITAMOS EL GOBIERNO DE LOS MEJORES! Construiremos la sofocracia como principio de gobierno más allá de la democracia de masas y la tecnocracia racionalista. La sofocracia es el gobierno de los sabios y los más aptos, los mejores. La historia de la “democracia” colombiana es la historia de las elites oligárquicas, los terratenientes y las redes clientelistas en el poder materializada en la partidocracia. Es momento de establecer altas cortes de los sabios y los héroes, cuya función de inspección y selección depure a los peores del honorable servicio del liderazgo político. La representación y delegación popular del poder debe tener como criterio la idoneidad, la superioridad y el mérito; los individuos a los que se les es encomendado servir a la comunidad deben ser los mejores elementos éticos e intelectuales. Ya basta de pequeños hombres manejando el destino de las grandes empresas históricas.

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¡ACABAREMOS CON LA EDUCACIÓN COLONIZADORA DE LOS TENTÁCULOS SUPRANACIONALES, RECREAREMOS LA VERDADERA EDUCACIÓN POR Y PARA LAS NECESIDADES COLOMBIANAS! ​ La educación colombiana debe liberarse de cualquier condicionamiento tecnocrático e internacionalista. Debemos recuperar una educación nacional pensada por y para el panorama colombiano, según sus necesidades más acuciantes. El nacionalismo aspira a la potencia educativa basada en recursos de calidad, modelos pedagógicos para el crecimiento espiritual, moral e intelectual y la formación científica de primer orden para los colombianos. La formación de la ética y la conciencia nacional debe ser canon obligatorio e innegociable en toda institución educativa que habite el territorio nacional. Retornaremos a los auténticos valores morales: la dignidad de la vida, la excelencia, el crecimiento humano y la disciplina patriótica.

LA CORRUPCIÓN MORAL HA CARCOMIDO NUESTRO SENTIDO DEL ORDEN Y EL DEBER, LA ANARQUÍA LIBERAL Y MATERIALISTA DEBE SER LIQUIDADA. ¡NOS MOVEMOS HACIA UNA NUEVA ÉPOCA DE ESPIRITUALISMO Y HUMANISMO HEROICO! El nihilismo, el individualismo, la drogadicción y el materialismo han debilitado las fuerzas del hombre colombiano y le han entregado a un frenesí de consumismo, de violencia brutal y sin sentido existencial. Colombia deberá ser una gran comunidad de honor toda ella creada por una nueva educación espiritual ceñida a los altos 66

valores del heroísmo y la trascendencia. Juntos, debemos construir un nuevo amanecer del hombre colombiano. Juntos nos levantaremos de las ruinas de la anarquía moral y la guerra sin sentido. El sacrificio por la comunidad y la libertad como disciplina autoimpuesta es toda la visión de hombre y de pueblo que puede ser moralmente válida para las altas aspiraciones de la emancipación patriótica. Queremos al hombre henchido de valores y con voluntad de poder para la conquista de su propia libertad. No el relativismo sino el humanismo heroico como base de la promoción de valores insoslayables en los cuales debe ser criado todo colombiano. Hablamos de los principios morales del honor, el deber, la disciplina, el sacrificio, la devoción patriótica, la solidaridad, la dignidad, el respeto consigo mismo y a toda autoridad bien fundada.

¡​NO MÁS TERRITORIOS SIN PAN NI LEY, POR UNA NUEVA ERA DE ORDEN, PAZ Y JUSTICIA SOCIAL! Por décadas el Estado colombiano, fagocitado por una partidocracia oligárquica y apátrida ha abandonado a su suerte inmensas proporciones territoriales sin pan ni ley. Poblaciones enteras entregadas a la miseria de condiciones ignominiosas son sometidas al imperio de la extorsión y la delincuencia por la negligencia estulta de un Estado que no atiende sus funciones soberanas de orden y justicia. El Estado nacionalista, patriótico, social y revolucionario impone el imperio de la ley en todo el territorio sin exclusión de milla cuadrada alguna. Su máximo valor sillar deberá ser la justicia 67

en el más pleno sentido de la palabra; implacable y eficaz tanto en el plano de la seguridad y el orden como en el rubro de la justicia social y el bienestar integral de los ciudadanos. ¡Proclamamos la justicia de doble haz para toda la patria! el reino de la impunidad y la injusticia deberá ser incinerado hasta las cenizas.

¡ALERTA A LA COLONIZACIÓN POR PARTE DE LAS POTENCIAS DE ORIENTE Y OCCIDENTE, SUDAMÉRICA LIBRE, UNIDA Y SOBERANA! Ningún tipo de colonialismo se debe servir de los frutos y riquezas de nuestro continente hispanoamericano. Debemos honrar el legado de nuestros próceres libertadores y enfrentar con voluntad belicista cualquier intención de dominación extranjera. El patriotismo continental debe ser proclamado una vez más, ahora bajo las banderas de la multipolaridad y la autodeterminación popular. La hermandad entre patrias hispanas es condición innegociable para la continuación de nuestra identidad civilizatoria. Ni israelí, ni chino, ni ruso, ni norteamericano; hispanoamericana contra el tirano extranjero. Toda Suramérica debe estar unida para cortar los tentáculos de la usurocracia y la tiranía neocolonial. ¡PATRIOTAS SURAMERICANOS, ADELANTE CONTRA LA EXPOLIACIÓN EXTRANJERA!

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HA LLEGADO LA HORA DE NUESTRO PUEBLO, LA REPÚBLICA BICENTENARIA ESTÁ A PUNTO DE MORIR, Y SURGIRÁ DE SUS CENIZAS UNA NUEVA PATRIA DE JUSTICIA, HONOR Y LIBERTAD Colombianos, acatemos el deber que nos llama, la historia de la patria nos exhorta a trabajar unidos por su bien. No más la república de la ignominia, la injusticia, la división, la miseria, la explotación y la ignorancia. La derecha y la izquierda ya no pueden decirnos nada, el tiempo de los partidos ha terminado. El Sino de nuestra historia marca doscientos años, ello es la necesidad de una transformación radical de nuestro hogar. Honor a nuestra tierra y nuestros muertos, la revolución deberá ser una vez más nacionalista. Los partidos, se han ahogado en el miasma de su corrupción y su incompetencia. Sobre los traidores caerá nuevamente la justicia de la patria inmortal y juntos, erguidos en nuevo amanecer, clamaremos el siglo colombiano. Por una Colombia fuerte, libre, unida y soberana.

¡QUE VIVA COLOMBIA!

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Hoy, dos centenarios después, los colombianos tenemos la tarea titánica de recoger todos los pasos de nuestros héroes como de todos aquellos que han contribuido a la construcción de la nación para que podamos proyectar la merecida unidad de destino en lo universal. Invocamos a la unidad nacionalista como bloque para que los colombianos seamos dignos protagonistas de nuestro destino. La patria nos necesita a todos y a ella debemos erigir el sacrificio de nuestra sangre; los países suelen morir cuando sus hijos no dan la vida con determinación en momentos de crisis. Rogamos pues al padre de todas las cosas, señor del universo y del tiempo, como también a las divinidades de nuestra tierra, que la maldición que une a todos los grandes hombres y épocas a la fatalidad del “demasiado tarde” nos otorgue un haz de tiempo y sabiduría para permitir nuestra noble obra de resurgimiento nacional. Por mi patria, mi lealtad es el honor, ¡viva Colombia! orgullo y gloria al destino que todos los colombianos debemos construir.

Este manifiesto concluye el 21 de diciembre de 2019, siendo su autor Carlos Fernando Rodríguez quien dedicó un año para culminar este nuevo renacer en el solsticio de verano.

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