Los Siameses de Griselda Gambaro

GRISELDA GÁMBARO LOS SLVMESES (Pieza en dos actos y siete cuadros) ACTO PRIMERO CUADRO I PERSONAJES LORENZO IGNACIO

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GRISELDA GÁMBARO

LOS SLVMESES (Pieza en dos actos y siete cuadros)

ACTO PRIMERO

CUADRO I PERSONAJES LORENZO IGNACIO DOS POLICÍAS: EL SONRIENTE EL GANGOSO TRES ACOMPAÍÍANTES PARA UN ENTIERRO: EL VIEJO VIEJO 2' EL MUCHACHO

Interior de una pieza amueblada con una pequeña mesa de pino, un banquito, tres sillas, un ropero destartalado y dos camas de una plaza con los colchones a la vista, sin sábanas, aunque con dos frazadas ordinarias a los pies. Sobre la mesa, una botella con agua y dos vasos. En un rincón, en el suelo, una pila altísima de diarios viejos. Una puerta que da a la calle. Alejada de esta puerta, pero también sobre la calle, una alta ventana cerrada, sin cortinas. Otra puerta, con una gastada cortina de lona, conduce a un patio interior. Al levantarse el telón, la escena aparece vacia unos instantes. Se escuchan luego los pasos de alguien que viene corriendo atropelladamente. Entra Lorenzo y en seguida cierra la puerta con llave, como si alguien lo persiguiera. Con inmenso alivio, se apoya contra la puerta y empieza a reír a carcajadas. Es evidente que acaba de escapar de un peligro y lo festeja, aunque la fatiga le corta la risa, la vuelve espasmódica. Poco a poco, cesa de reír. Una pausa. LORENZO—(Respirando con agitación.) ¡Me escapé! P u e d o . . . correr mejor s o l o . . . q u e . . . acompañado. (Se palmea con cariño.) ¡Qué corrida! (Inclinándose, tantea y palmea sus pantorrillas.) ¡Músculos de corredor! Sí, son músculos de corredor, fuertes, resistentes. ¿Por qué no me habré dedicado al deporte? ¿Será tarde ahora? Mi nombre en los periódicos. El g r a n . . . g r a n . . . g r a n . . . (Mientras habla, se va deslizando, pegado a la puerta hasta quedar sentado en el suelo.

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Está exhausto.) Podría h a b e r . . . seguido corriendo... h a s t a . . . h a s t a . . . (Bruscamente recuerda, algo que le causa gracia y rompe a reir.) ¡Ignacio, el pobre Ignacio, con sus piernas de goma! (El recuerdo le resulla de una comicidad irresistible; está cansado, pero no puede dejar de reir. Se interrumpe solamente cuando mueven el picaporte, golpean en la puerta y se escucha la voz entrecortada y angustiada de Ignacio.)

LORENZO—(Levanta la vista del papel, se incorpora y se apoya sobre la mesa. Pregunta, tranquilo.) ¿Está cerca? ¿Escuchas? ¡ T e pregunto si está cerca! A ver si abro y me salta encima. No quiero sorpresas. ¿Está cerca? ¿Escuchas? (Atiende un momento, pero sólo se escuchan los "¡ábreme, ábreme!" desesperados de Ignacio y sus golpes en la puerta. Lorenzo, despectivo.) No, no escuchas nada. T u miedo no te permite escuchar nada. (Se sienta nuevamente.) Mejor que escriba también esto, (Deletrea mientras escribe lentamente.) Querido Ignacio: te pregunto si está c e r c a . . . (Levanta la cabeza y piensa, mientras se rasca dubitativamente el mentón. De pronto, se escucha un alarido de Ignacio y las sacudidas de un cuerpo violentamente arrojado y golpeado contra la puerta* Lorenzo, ensimismado.) ¿Escribo lo del miedo o no? No, va a ofenderse. . . ¡Cuántas delicadezas! (Alza la cabeza y escucha. Tranquilamente pesaroso.) Van a romper la puerta. (Se levanta y pasa el papelito debajo de la puerta.) Espera, te pasaré el lápiz. (Pasa el lápiz.) ¡Contéstame por escrito! (Se escuchan los alaridos de Ignacio. Lorenzo, dubitativamente.) ¿Estará solo? (Baja la voz.) ¿No puedes decirme si estás solo? ¡Contéstame por escrito! L e debía haber escrito: Querido Ignacio, contéstame por escrito. ¡Pero le pasé el lápiz! ¡Podía haberse dado cuenta! ¡Es tan torpel (Escucha con el mismo aire de atención cortés los golpes y sacudidas del cuerpo contra la puerta. Van disminuyendo. Los alaridos de Ignacio se han transformado en pequeños gemidos que también cesan finalmente. Lorenzo pega el oído contra la puerta. Silencio. Golpea con los nudillos. Llama suavemente.) ¿Ignacio? (Una pausa.) ¡Ignacio! (Se escucha una especie de ronquido como respuesta.) ¿No puedes hablar? ¿Hay gente? (Silencio.) ¿Recibiste mi esquela? ¿No puedes escribir? (Se aparta de la puerta, fastidiado.) ¡Se calla, se calla! ¿Cómo vamos a enten-

Voz DE IGNACIO—¡Ábreme, Lorenzo! ¿Por qué cerraste con llave? ¡Ábreme! (Lorenzo escucha con cierto aire de atención cortés y no contesta.) ¡Abre, que se acerca! ¡No seas loco! ¡Abre! LORENZO—(Con tranquilidad, sin moverse.) Sí, sí. (Bajo, casi pesaroso.) Estás frito. Voz DE IGNACIO—(Cada vez con mayor urgencia.) ¡Ábreme de una vez! ¿Por qué cerraste?, ¡maldito seas! (Desesperado.) ¡Se me viene encima! ¡Ábreme! LoRENZo---{Con acento tranquilizador, pero sin moverse.) T e abro, sí, pero, ¿estás solo? Voz DE IGNACIO—¡Ábreme! LORENZO—(Con tranquilidad.) ¿Estás solo? Voz DE IGNACIO—¡Dobló la esquina! (Casi llorando de desesperación.) ¡Por favor, abre; por favor, abre! (Golpea, agita el picaporte.) hoKENZO—(Fastidiado.) ¡No rompas la puerta! T e pregunto si estás solo. (Alza la voz. Con buena voluntad.) ¿Escuchas? ¿ T e paso un papelito debajo de la puerta? (Se levanta, toma un papel del cajón de la mesa y escribe algo, primero de pie, luego toma una silla y se sienta. Escribe lentamente, con dificultad y parsimonia. Ignacio sigue golpeando en la puerta.) Voz DE IGNACIO—¡Dobló la esquina! ¿Por qué no me abres? (Desesperado.) T e . . . t e . . . te conseguiré una chica. ¡Me alcanza! ¡No seas cretino! Lorenzo, Lorenzo, ¡ábreme!

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demos? (Se acerca otra vez a la puerta, bajo.) ¿Estás solo? ¿Se fue? (Por contestación se escucha otra especie de ronquido afirmativo. Lorenzo, casi tristemente.) ¿Por qué no fuiste a otro lado? Las puertas cerradas son puertas cerradas. (Una risita.) Las puertas abiertas están abiertas, desde el principio. Se ve en los chicos. Yo, de chico, daba todos los juguetes, quería hacerme simpático. (Descubriéndolo, feliz.) No se ve en los chicos, no tengo nada que ver con el chico que fui: no doy nada, cierro las puertas. (Rie.) Fui un niño parricida. ¿ Y tú, Ignacio? Nacimos juntos y no me acuerdo de cómo eras antes. (Un silencio.) ¿No puedes contestarme algo, una línea? Me aburre hablar solo. (Pega el oído a la puerta, se agacha y espía por el ojo de la cerradura.) ¿Qué es lo que hay ahí? ¿ T u cabeza? Veo todo negro, ¿qué es? Apártate un poco, ¿quieres? (Se aparta, duda.) ¿Se lo escribo? No, es inútil. Es casi analfabeto. (Mira nuevamente y rie.) ¡ T e fuiste al suelo! (Ve algo que lo impresiona y deja de reir. Se vuelve, recostándose contra la puerta, y cierra los ojos. Con apesadumbrado asombro.) ¡Oh! ¡Cómo te dejó! ¡Qué lástima! Ignacio, Ignacio, ¿me escuchas? ¿ T e desmayaste? (Se agarra el costado derecho con ambas manos como si lo atacara súbitamente un dolor intenso.) ¡Ayl (Cae de rodillas y se arrastra hasta el cajón de la mesa, saca unas pastillas y toma algunas con un vaso de agua. De rodillas, vuelve a la puerta, lastimero.) Ignacio, levántate, te necesito. (Permanece recostado contra la puerta, sujetándose el costado con ambas manos y meciéndose con imperceptibles gemidos de dolor.)

Voz DE IGNACIO—(Desfallecida.) No. (Una pausa.) No. No va a volver. LORENZO—¿Cómo lo sabes? Nos pegará a los dos. Si me ve, recordará que yo estaba contigo y empezará a repartir golpes otra vez. Y no me pegará a mí solo. Volverás a cobrar. U n golpe a mí, otro a ti, repartirá golpes sin fijarse. Recibirás otra ración, ¿para qué? No la aguantarás. No insistas, Ignacio querido. T e n paciencia, ¿eh? Duerme, ¿por qué no duermes un poco? Los golpes se te curarán durante el sueño. Descansa. Voz DE IGNACIO—Dame agua. LORENZO—(Voluntarioso.) Sí, sí, agua te doy. ¡Cómo nol Toda la que quieras. (Se levanta ágilmente, sin manifestar ahora ningún dolor, y llena un vaso con agua. Se encamina con decisión hacia la puerta, la ve cerrada y, sin inmutarse, se inclina y hace deslizar el agua por debajo. Cariñoso.) ¿Puedes? ¿ L a tomas? (Mira por el ojo de la cerradura.) Despacio... Despacito. . . No te atores. (Con acento de sincera compasión.) ¿Podrás abrir ese ojo alguna vez? (Sorprendido.) ¿Qué escupes? (Ríe, divertido.) ¡Un diente! ¡Justo el del medio! T u belleza... (Rie.) ¿Dónde ha ¡do a parar? ¡Ahora puedes trabajar en un circo! (Se interrumpe, serio.) L o siento. No quería herirte. Voz DE IGNACIO—(Exánime.) L o r e n z o . . . L o . . . r e n . . . zo. LORENZO—(Con pesar.) No me llames. ¿Qué té pasa? No puedo abrir. Si vuelve, nos pegará a los dos. Es un tipo fuerte, muy bruto, no hará distingos. No dirá a éste le pegué y ahora lo dejo tranquilo, pobre tipo. Me dedico a éste (señalándose), a mí. No dirá eso. T e pegará otra vez, pobre Ignacio. En cambio, si vuelve y te ve en el suelo, todo sangrante, no te pegará. Tiene aspecto de animal, pero nadie le pega a un caído. Hay respeto por los que matamos. No eres un cadáver, lo sé. Pero si lo fueras, estarías más seguro.

Voz DE IGNACIO—('Le/ana y débil.) Lorenzo... LoRENZo--('/íZ