Los Grandes Misterios Del Amazonas

LOS GRANDES MISTERIOS DEL AMAZONAS Por JORGE FLORES VILAR PRÓLOGO El libro indígena titulado el «Libro de la Hormiga»,

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LOS GRANDES MISTERIOS DEL AMAZONAS Por JORGE FLORES VILAR

PRÓLOGO

El libro indígena titulado el «Libro de la Hormiga», nos habla de una época en la que los codiciosos colonizadores europeos devoraban en la nueva América, insaciables, las riquezas que hallaban en su camino. No satisfechos con las extraordinarias fortunas acumuladas en México, los europeos prosiguieron con la búsqueda de la «fuente» de todas las riquezas. Los conquistadores no tardaron en interrogar a los indígenas acerca de los fabulosos tesoros amasados y todos apuntaban a que aquellas riquezas eran obtenidas comerciando con un pueblo situado en unas tierras lejanas hacia el sur. Esto explica porqué, audaces expediciones partieron hacia Sudamérica en busca de una cierta tierra, «origen» del oro. El Libro de la Hormiga relata las invasiones europeas de la siguiente manera: «Esta es la hormiga. Incansable en su trabajo, nada se le resiste. Poderosos son los montículos que construye. Grandes las comunidades que establece. Incontable es su número. Todo lo destruye. Carcome la carne de los huesos del jaguar herido.» Varias expediciones europeas vagaron durante meses a través de inaccesibles territorios. Tuvieron que hacer frente a ataques de poblaciones guerreras, también a las adversas condiciones naturales y a un terreno continuamente inundado. Los incansables

buscadores, alucinados por el hambre, terminaban devorando a sus animales de carga antes de recurrir al canibalismo. Un grupo de mercenarios alemanes acampaba en la selva brasilera. Uno de los soldados, Cristóbal Martín, estaba sentado dentro de su tienda, escribiendo un informe. «Cogimos al indio prisionero, y cuando llegamos a la corriente, lo matamos y nos lo repartimos entre nosotros. Encendimos una hoguera y nos comimos su carne. Luego nos acostamos para descansar durante la noche, pero antes freímos el resto de la carne.» Los primeros rayos del sol atravesaban el follaje de los árboles. El general Von Hutter dio la orden de continuar. Los mercenarios levantaron el campamento y partieron en busca de su destino: El Dorado.

CAPÍTULO 1

En la espesura de la selva, en este flamante mundo que maravillaba a quienes venían a él en nombre de un rey desconocido, aunque más bien urgidos por el ansia de la voluptuosa riqueza del oro fresco de esta nueva América, una diligencia recorría el camino adentrándose en los límites de Kata Khona. En el interior de la diligencia se encontraba el teniente Ezequiel Espinoza, quien leía una carta del capitán general Francisco De Orellana. Era una hoja simple, y contenía las siguientes líneas:

Estimado Ezequiel: ¿Debemos preocuparnos por obtener el oro de «El Dorado» o conformarnos con lo ya hallado en México? La respuesta a esta pregunta es fundamental en tiempos actuales porque decidirá nuestro patrimonio en el futuro. Poseemos riquezas pero la quinta parte de ellas se va para el rey. Allá en España, la quinta parte posee su justo valor mientras que aquí tenemos que pagar más del doble para cubrir las necesidades básicas. Setenta pesos de oro por una botella de vino, cien por una capa o diez mil por un caballo. Si tenemos éxito en conquistar «El Dorado», toda la riqueza será solamente nuestra. ¡Al diablo con el convenio! ¡El rey ya está cómodamente instalado en almohadas púrpuras! ¡Que se muera! Ezequiel, el enemigo es tan salvaje como astuto. Se trata de una tribu indígena, en la cual las mujeres desempeñan un papel predominante. En realidad se trata de una tribu de mujeres guerreras, tan fieras como leonas, que defienden hasta el último

palmo de su fortaleza. Hablo de las temerosas «amazonas». Es cierto que, hasta hoy, nuestra búsqueda ha sido muy provechosa, hemos localizado El Dorado; sin embargo esto no significa un avance. Se trata de una invasión a un imperio tan poderoso como la misma España, que requiere dirigencia constante si se quiere penetrar en esta peculiar civilización. Y es que… como el enemigo se dio cuenta de que pelean contra un ejército en formación, ellas nos atacan en emboscadas. Esto es brillante para ellas pero es un desastre para nosotros. Si uno pretendiera vivir igual que en España, y se comportase como si estuviera en España, entonces las guerreras de la selva alcanzan a ver sus debilidades. Por eso es necesario dar la espalda a la elegancia y convertirse en salvajes. Sin uniformes, sin banderas. Es por ello que si tienes soldados recién llegados, ellos, mirando alrededor, se preguntan: ¿qué diablos está pasando? ¿Por qué se han convertido en carniceros que defienden sus propios intereses? ¿Dónde está la lealtad al rey? ¿Dónde… la probidad con Dios? Así que en estas circunstancias, tus aliados pueden convertirse en tus enemigos, y tus enemigos en tus aliados. Todo depende de que las circunstancias estén a favor o en contra. Lo que necesito que entiendas, mi muy estimado amigo Ezequiel, es que… las amazonas no quieren negociar, para nada; quieren que abandonemos para siempre su mundo. Que al igual que antaño, las cosas vuelvan a ser como fueron. Y quieren que cada conquistador se aleje de sus tierras o muera. No entienden el concepto de progreso. Nuestro enemigo, considerado no sofisticado, se dio cuenta de que estamos lejos de derrotarlos. Sí, en verdad somos incapaces de hacerlo. Y este nuevo mundo, tal como lo conocemos, es mucho más difícil de conquistar de lo que habíamos creído. Si bajamos la guardia por un momento significaría la derrota. Necesitamos tu colaboración, bien estimado Ezequiel. Tendrás lo que desees y vivirás con todas las comodidades que aquí se pueden ofrecer. He oído de tus logros en México. Ayúdanos

a asediar El Dorado, sé que eres bueno haciendo eso. Te lo pido como fiel amigo tuyo que soy. Ayúdanos y te harás partícipe de las riquezas que nos esperan, reluciendo, allá en «El Dorado». Estaré aguardando, Ezequiel, tu llegada y así podremos conversar más extensamente sobre el tema. Un saludo sincero y cordial, Francisco De Orellana

El teniente Ezequiel Espinoza arrugó la carta y la botó por la ventana del coche. Espinoza era un hombre interesante. Rondaría los veintitantos y llevaba pulcramente el uniforme. Miraba por la ventana del coche, el teniente tenía los ojos penetrantes, el porte refinado y la barbilla ligeramente levantada, en un gesto que, más que arrogancia, denotaba seguridad y nobleza; aunque parecía llevar esas características con una elegancia y humildad de las que un aristócrata podría haber aprendido algo. En el asiento de enfrente estaba, sentado, un soldado quien ahora sería su asistente. Su nombre era Germán. Ambos miraban por las ventanas. La diligencia se adentraba ya en la fabulosa ciudad de Kata Khona, poblado situado a varios kilómetros al suroeste de Pica da Niebla, poblado construido por los dioses según los mitos, posteriormente heredado por los nativos y finalmente gobernado por los colonizadores portugueses. El teniente Espinoza observaba admirado esta ciudad esplendorosa. Le sorprendió ver la arquitectura mixta, la fusión de adornos nativos y extranjeros. –Esta ciudad es… magnífica, ¿qué…? ¿Cómo…? ¿Cómo la levantaron en pocos años? –Está construida sobre los cimientos originales –respondió Germán–. Está situada estratégicamente, los nativos dicen que su ubicación corresponde a una de las pléyades de la constelación de Tauro. Aunque hasta ahora nadie ha podido entender el porqué de esa

correspondencia. Es la ciudad más cercana a El Dorado. Si gustas, podemos echar un vistazo a la fortaleza. –Oye, definitivamente nadie echa un vistazo a la fortaleza sin tropas que nos resguarden, ¿entendido? –le aclaró Espinoza–. Necesito un cuarto, una cama, una bañera y los informes de Francisco De Orellana, así que llévame a mi morada. –Está en una colina. Buena vista, el sol llega temprano… –Gracias. –Estarás cómodo… –Eso espero, desde que llegué a estas nuevas tierras no he podido dormir cómodo, gracias. Kata Khona poseía una predominante población portuguesa, sin embargo había un gran campamento español instalado en el extremo oriente de la ciudad. Era justamente a ese campamento hacia donde se dirigirían los dos hombres de armas, después de que el teniente se hubiera instalado en la vivienda al sur este. Una vez allí, Espinoza entró en su habitación y vio que era una mugre, desaseada y desordenada. El austero mobiliario reflejaba la sencillez con la que vivía la gente en estos lares. La antigua cuja, cama alta y estrecha, estaba acompañada por una rústica petaca, especie de caja realizada íntegramente en cuero, utilizada para guardar ropa u objetos personales. La biblioteca y el escritorio de algarrobo eran los únicos muebles de buena presencia en la alcoba. –Malditos ambiciosos. Colmados de oro, pero desprovistos de lujos –suspiró resignado–. La vida en el nuevo mundo…

CAPÍTULO 2

Más tarde, después de instalarse en la vivienda, el teniente Espinoza y su asistente se dirigían al campamento español en la misma diligencia, para verse con el actual encargado de la operación, el sargento Galván, ya que el capitán general Francisco De Orellana se encontraba ausente explorando el terreno aledaño. Una vez allí, Espinoza y su asistente entraron a la tienda de campaña. El teniente hablaba con el sargento, mientras que Germán se limitaba a escuchar la conversación entre sus superiores. –Nuestras tropas apenas han podido interceptar a algunos exploradores indígenas y obtener algo de información acerca de El Dorado –indicó el sargento Galván. –No tienen que ser tan porfiados en utilizar técnicas de guerra en campo abierto, aquí en la selva, eso está bien en Europa pero no aquí. No entiendo cómo no se han dado cuenta que, desde hace mucho tiempo, los indígenas atacan emboscando –replicó el teniente Espinoza señalándole los informes–. Dime algo, lo que Francisco De Orellana dejó en estos informes ¿es completamente cierto? Acaso nos enfrentamos a… ¿¡un ejército de mujeres…!? ¿Y estamos perdiendo? El sargento bajó la mirada resignado. Hubo un corto silencio en la tienda y en seguida el sargento respondió: –En la fortaleza habita un pueblo de mujeres guerreras. En mi opinión parecen un pueblo indígena fuera de lo común. Están aliadas con unos desertores a los que llaman la tribu de los Caminantes o Haixas. Poseen, además, armas de hierro, lo que nos recuerda a las amazonas griegas. –¡Vaya! un pueblo indígena fuera de lo común..., todas son mujeres…, y mujeres guerreras entre 18 y 45 años de edad, que no viven unidas a un hombre, ¿correcto? –dijo con tono despectivo–. ¡Ah! Mujeres, al fin y al cabo.

–Escucha. No sé qué información te dio Francisco De Orellana, pero no creo que esas mujeres sean lo que tú crees –el sargento defendía la ferocidad de las amazonas, porque las había visto luchar y con cada palabra que pronunciaba las recordaba–. Ellas están instruidas en el arte de la guerra y la administración del territorio, los puestos de importancia están reservados para las mujeres, mientras que los hombres… «…carecen de valor y viven como esclavos». –dijeron ambos al mismo tiempo. –¡Correcto! Quizá esto sea una ventaja para nuestra incursión –continuó el teniente–. Ahora, entiendo que tienen muchos soldados vigilando la fortaleza desde hace semanas, pero lo que no entiendo es ¿por qué no han vuelto a atacar? –Es que no estamos todavía lo suficientemente preparados. Nuestros «soldados» básicamente no son tales. La mayoría nunca luchó en una batalla, los mejores soldados están en México y Perú. Aquí vinieron cazadores de fortunas, aventureros, pero no hombres de guerra. –Así que, según ustedes, no tienen soldados perfectamente entrenados para acabar con las mujeres perfectamente entrenadas, ¿ya entendí? –Sí –el sargento empezaba a cansarse de la presunción del teniente. –Bien. Va a necesitar más soldados. Necesitará soldados del ejército portugués. –¡Eso es absurdo! ¡Los intereses de la corona obligan a respetar las conquistas de nuestros vecinos! –brincó furibundo, pero al ver que el teniente permanecía inmutable, el sargento terminó tranquilizándose también–. A mí me parece que involucrar al ejército portugués sería malo y arriesgado para el éxito de la campaña.

–Te diré algo. No necesito que me señales que sería malo o arriesgado, ni que me recuerdes los intereses de la corona ¿entendido? Los portugueses están haciendo un trabajo mejor que ustedes, amigo mío. De Orellana te dio una orden que no deja lugar a dudas, yo estoy a cargo de esta campaña. Así que, desde este momento, yo tengo el control de la operación. –¡Oh sí! Todos te vimos llegar con honores… y te veremos marchar cuando te haya llegado la hora. El sargento se fue de la tienda molesto y Espinoza habló con su asistente. –Germán, consígueme una taza de café fresco. Y también una reunión con todos los soldados del campamento lo más antes posible. El tiempo vale oro, ¿oíste? También quiero hablar con el gobernador Alfonso Moreira, consígueme una cita –se detuvo un instante y clavó su mirada en la de su asistente–. No lo olvides, ahora yo estoy al mando. Yo doy las órdenes. Adiós.

CAPÍTULO 3

En las afueras de la ciudad, muy afligida, Bianca Palmeira corría por el cafetal, se veía desesperada. Corría hacia la hacienda, ya que había escuchado que su padre estaba enfermo. –Dios mío, ¿todo está bien? ¿Dígame, como está? –preguntó Bianca al entrar a la casa. –Será mejor preguntar qué no está mal –replicó el galeno. –¿Qué? –Se debilita, pierde la vista, tiene problemas respiratorios. –¿Tiene problemas respiratorios? –preguntó asustada Bianca. –Acabo de aumentar la dosis –dijo el galeno–. Asegúrese de que tome estas medicinas. Su padre envejece y su cuerpo ya no es tan fuerte como antes. El médico le entregó las medicinas y salió de la habitación. –Padre… debes cuidarte. Las medicinas no son suficientes –le sugirió su hija–. No te cuidas en absoluto, trabajas demasiado. Deberías descansar un poco. –No quiero hablar contigo –objetó el padre. –¿Por qué no? –se puso triste. –¿Por qué? ¿Y todavía me lo preguntas? –le reprochaba su padre–. Porque te la pasas retozando y perdiendo el tiempo. No ayudas a tu pobre padre que está enfermo. A tu madre, que en paz descanse, no le agradaría saber que te la pasas paseándote por los alrededores sin hacer otra cosa que deambular. –Perdón –ella estaba por llorar.

–Oh, no estaba hablando en serio. Estaba bromeando solamente –dijo el padre para tranquilizarla. –Pero… tienes razón, papá. Esta tierra es tan linda que me gusta explorarla, y conocer la naturaleza. Padre, me haré cargo de los deberes. De todas formas dejemos todo eso. Las buenas noticias son que los comerciantes han aceptado la oferta. –¿Han aceptado? –el rostro del padre cambió de expresión y sonrió. Ambos se pusieron contentos. –Tomarás tus medicinas y descansarás, ¿sí? No quiero que me dejes sola. –Un día deberás irte de la casa –dijo el padre. –No me voy a ninguna parte dejando a mi padre –dijo Bianca con tono juguetón–. ¿Por qué dices eso, papá? ¿Por qué? –Porque un día tienes que casarte, hija. Y pido a Dios que el hombre con el que te cases te ame aún más que yo. –No creo que tal hombre exista en este mundo.

CAPÍTULO 4

Mientras tanto en otro lugar de Kata Khona, Espinoza bajó del coche. Era casi el medio día cuando el teniente llegó a la Gobernación. Se paró un instante para contemplar el majestuoso edificio y le llamó mucho la atención el escudo que se encontraba en el centro de la fachada del mismo. Lo que más resaltaba de él, y tal vez debía tener un significado, era la figura de un jaguar siendo devorado por una hormiga. –Teniente Espinoza, bienvenido a la residencia de la Gobernación –Silva, que se encontraba en la entrada del edificio, le dio la bienvenida. Silva era el oficial de seguridad del gobernador, era un hombre gigantesco, rubicundo y brusco, muy parecido a un enojado dios nórdico. Llevaba el pelo castaño y espinoso, muy corto, sobre una frente arrugada. Después de saludar al teniente, inmediatamente le hizo señas para que éste lo siguiera. Espinoza se acercó a él a grandes zancadas y ambos entraron al recinto. –Buenos días, usted debe ser Silva –le saludó el teniente. –Llegó a tiempo, ¿no? El hombre con el que iba a reunirse siempre se mostraba muy quisquilloso con el tema de la puntualidad. –Así es. Esta reunión es muy importante. –Espero que haya venido bien preparado. Buena suerte. Allí dentro, el teniente habló a solas con el gobernador. –Alfonso Moreira. –¿Alfonso Moreira? Me llamó por mi nombre. –Pues…, dicen que le agrada.

–Es cierto –respondió el gobernador con una sonrisa–, «gobernador» se oye demasiado formal. –Qué placer conocerlo –le estrechó la mano. –Teniente Espinoza, qué gusto. Siéntese. –Gracias. El gobernador tenía casi cincuenta años, y su rostro curtido rezumaba la aspereza propia de su cargo pero guardando todavía un poco de buen humor. –Bienvenido a nuestra ciudad en progreso. –Gracias. –¿Tan suntuosa como El Dorado? –Bueno, podría decirse ya que esta ciudad es magnífica –contestó el teniente. –¿Qué es lo que la gente, fuera de esta selva, sabe exactamente sobre El Dorado? – preguntó Moreira inquisitivo, como si guardara algún secreto. –Pues para ser honesto, gobernador, he oído una sarta de relatos tan fantasiosos como estúpidos. Sin embargo el más cantado es que existe un país rico en esmeraldas y oro. Que allí, el rey es untado de la cabeza a los pies con aceite, sobre el cual se esparce una regia capa de oro en polvo. Muchos van a verlo y su ofrenda consiste en arrojar objetos de oro al lago. –Precisamente. Pero son estúpidos. Las ofrendas no funcionan si se trata de simpatizar con los «dioses». Cuando sobreviene el desastre, el hombre puede deshacerse de cualquier cosa para que las calamidades se detengan –le sirve a su invitado un vaso de café–. Ya habrá visto y tal vez vivido el hambre, la enfermedad y la incomodidad de la selva, estoy seguro.

Espinoza, guardó un silencio que confirmaban aquellas palabras. Ambos bebieron un sorbo del café y luego el gobernador continuó. –Teniente Espinoza, aquí en Kata Khona, para los portugueses yo mismo soy el enemigo. Tal vez ellos sean los más temerosos por la autoridad que poseo. He aquí un buen consejo: no tome a los indígenas ni a los europeos como aliados, ¿ha escuchado eso, teniente? –«Cría cuervos y te sacarán los ojos». –Muy bien. En este lado del mundo la codicia y la ambición son aliadas de la traición. Hay que saber escoger muy bien a los socios. –Estamos juntos usted, yo y Francisco De Orellana con el mismo objetivo: tomar la fortaleza. –Es más persuasivo que los militares que envían a Kata Khona. –Gracias, gobernador. –Me han hablado bien de usted. Que es joven, disciplinado y que posee buenas capacidades de mando. Y además habla nuestra lengua. El teniente afirmó con la cabeza, ambos tomaron otro sorbo de café. –Ahora… –habló Espinoza–. Hace poco exploramos la zona y ubicamos un punto estratégico para poder vigilar la enorme fortaleza. Necesito ayuda para vigilarla, gobernador. Sacó varios mapas de su maletín y continuó exponiendo su propuesta. –Esto es lo que tenemos hasta ahora. –Qué raro. Los españoles preferirían atacar con unas escasas tropas desfallecidas antes que pedir nuestra colaboración –concluyó el gobernador.

–Pues como le dije antes, estamos juntos en esto con el mismo objetivo. Y creo que podemos ayudarnos mutuamente. Quiero que vea esto. Moreira examinó los mapas y gráficos que detallaban las posibles estrategias de asedio. Después levantó la mirada y entornó los ojos en los del teniente. –Te facilitaré algunos soldados. –Gracias, gobernador. –Tengo una clara advertencia que darte si es que vamos a cooperar: no se te ocurra traicionarme. ¿Entendiste? Ni lo pienses… Si bien Espinoza fue contratado por el capitán general De Orellana, este último tenía otros planes bajo la manga.

CAPÍTULO 5

Esa misma tarde, en los alrededores de la fortaleza… –El teniente Espinoza está llegando al sitio ahora –le informó un soldado al capitán general. –Gracias –respondió De Orellana–. No lo pierdan de vista. El teniente Espinoza y su asistente Germán hablaban mientras se preparaban. –Allá está la fortaleza –dijo Espinoza. Cargaron sus armas y tomaron posiciones. –¿Qué quieres hacer? –inquirió Germán. –Vigilar. –¿Y qué más? –Nada más. Hay que ver el movimiento de las tropas, quiénes entran, quiénes salen, qué armas y máquinas de guerra poseen. Necesitamos encontrar sus debilidades. –No sé dónde están los soldados portugueses. No alcanzo a distinguirlos. –Saben camuflarse bien. He visto algunos hasta ahora. Esos dos al frente de la segunda torre lateral de la fortaleza. Otros sobre los árboles a tu derecha. A mi izquierda otros sin el uniforme, vestidos como los nativos. Esos son los que he visto. En ese momento llegaron las tropas españolas, junto a cientos de esclavos a la puerta de entrada de la fortaleza. –¿Quiénes son ellos? ¿Quiénes se acercan? –preguntó molesto el teniente. –Son nuestras tropas –replicó Germán. –¿Nuestras tropas? ¿Qué estás diciendo?

–Sí, las tropas del campamento. De Orellana, debió preparar el ataque. Seguramente utilizará a cientos de esclavos indios para asediarla. –Así que van a atacar, ¿eh? Pero ¿por qué nadie me avisó sobre esto? –No lo sé. Yo tampoco sabía. –¡Si hacen que las amazonas sospechen, ellas van a salir a defenderse, incluso podrían llegar a atacar Kata Khona! –Harán que nos asesinen. –¡Se va a echar a perder toda la campaña! Y así fue, las amazonas al percatarse de la presencia de los españoles dan la señal de ataque. Flechas y piedras eran lanzadas hacia el invasor. Algunas salían de la fortaleza a atravesarlos con sus espadas. –¡No! ¡Maldito Francisco! –gritó Espinoza, al momento de quedarse sorprendido viendo las relucientes armas de hierro de aquellas guerreras–. ¡Corran, vámonos! Empezó la batalla; De Orellana observaba la acción desde lo alto de una colina. Las tropas españolas e indígenas estaban siendo diezmadas. –Espinoza está por aquellos árboles –le dijo uno de los soldados que lo acompañaba–, parece que ya se enteró de nuestra incursión. –Muéstrame. ¿Dónde está? –preguntó De Orellana un poco desesperado. –Allí –le señaló con la mano. –Maldición. Error de cálculo. Allá abajo el teniente gritaba: –Tenemos que escapar. No estamos preparados. No nos queda otra. ¡Tenemos que escapar!

Muchos eran ultimados por las flechas de las amazonas y grandes piedras caían del cielo aplastándolos. Las escasas tropas portuguesas y Espinoza corrieron, y a medida que avanzaban se iban separando unos de otros. Iban por caminos distintos. El teniente corrió y corrió para salvar su vida. Hasta que llegó a una plantación de café. Agotado trató de recuperar el aliento, en ese momento pasó una mujer frente a él, Bianca. –Hola. –¿Quién es usted y qué hace aquí? –preguntó sorprendida. –Perdone aparecerme así de improviso… soy el teniente Ezequiel Espinoza. –¿Qué le sucedió? –ella vio que sangraba. –Me atacaron los nativos. Una flecha pasó rozando por mi antebrazo. –Déjeme ver –le examinó y concluyó–. No, por Dios. Le lanzaron flechas venenosas. –¿Venenosas? –preguntó asustado. –Sí. Calculo que le queda una fracción de tiempo de vida. –¿Cómo? –inquirió aún más asustado. –Sí, señor. –¡No! ¡No puede…! –No es cierto. Estoy bromeando –Bianca rió. Espinoza se quedó en silencio y luego habló. –No vuelva a bromear de esa forma, me dio un susto… –Es atacado constantemente, ¿no? –la mujer vio algunas cicatrices más en sus brazos y manos. –Pues… sí… Al parecer… sí.

–Bueno… Tranquilo. Es común en esta región –ella agarró un pedazo de tela y le vendó la herida–. Listo, esto le va a proteger de cualquier complicación. Bien. Ya está. –¿Es todo? –Sí, es todo. Ya tengo que irme, tengo trabajo que hacer. El teniente deseaba hablar más tiempo con ella, o mejor aún, quería verla de nuevo. –¡Espera! es sólo que… –¿Qué? –Nada… Gracias. El quería decir algo, ya que la presencia de Bianca le había dejado absorto, pero se fue sin decirle nada importante. Quizá lo lamentaría después.

CAPÍTULO 6

En el campamento, el teniente Espinoza se presentó ante el capitán general Francisco De Orellana por primera vez y fue para protestar airadamente. –¡Eres un imbécil! –gritó Espinoza, recriminándole–. ¡¿Cómo esperas que vigile la fortaleza, contigo intentando asediarla?! ¡Escucha, si quieres que te ayude a obtener las riquezas de El Dorado déjame hacer mi trabajo! ¡¿O para qué diablos me contrataste?! –Claro, ¿cuál es tu punto? –respondió sin darle mucha importancia. –¡El punto es que no puedes asediar la fortaleza todavía, Francisco! ¡Tenemos que vigilar hasta encontrar las debilidades y ser pacientes mientras los portugueses nos lo permitan! ¡Estamos en su territorio, recuérdalo o ellos creerán que estamos intentando traicionarlos! –¿A qué te refieres? –Te voy a decir algo, Francisco. Vas a echar a perder toda la campaña si vuelves a intervenir de esa manera. ¡Ahora, estas malnacidas han matado a casi todas las tropas de vigilancia portuguesa, y no ha habido ni una sola baja por parte de ellas! ¡¿Entendiste?! –Yo sólo quería protegerte, Ezequiel. No sabes quién va a disparar de entre los árboles, ¿o es que lo sabías? –¡Pues no me protejas, tenía todo bajo control! Germán entró de repente en la tienda interrumpiendo la conversación entre sus superiores. –Teniente Espinoza, es Alfonso. Vino a recogerlo. –Ya voy Germán –le respondió y luego volvió a hablar con De Orellana–. Ahora tengo que explicarle a Alfonso todo esto, ¡así que muérete! –Seguro, como quieras –respondió sarcástico.

***

El teniente Espinoza tenía una conversación con el gobernador en su oficina. –Alfonso Moreira si me diera la oportunidad de explicarle… El gobernador le hizo señas para que se callara y habló. –Afortunadamente mis tropas estaban contigo cuando sucedió el desastre, el haber escapado junto con ellos fue lo correcto, de otro modo yo hubiera creído que estabas sitiando la fortaleza sin mi permiso. –Esa es una gran noticia gobernador. Escuche, Francisco De Orellana… –Ya hablé con el señor De Orellana –continuó hablando imponiendo su autoridad–. Ahora verás lo que les pasa a quienes osan traicionarme. En ese momento el gobernador dio la orden con un ademán, y uno de los soldados portugueses disparó sobre un soldado español que participó de la invasión. –¿Entiendes lo que les sucede? –Entiendo, gobernador. –Dile a tus compatriotas lo que viste.

CAPÍTULO 7

Por la noche, al extremo norte de Kata Khona, un grupo de asaltantes amazonas atacó la ciudad sorprendiendo a la población. El ataque fue fugaz y eficiente. Sin que la guardia se percatara, entraron y destruyeron parte de la ciudad. Tan rápido como vinieron ellas se fueron. Había varias casas incendiadas, muchos muertos y heridos. La noticia llegó a alertar a todo el pueblo, el pánico surgió entre la multitud. Momentos más tarde, la líder amazona estaba en su vivienda, complacida por el asalto que dirigió. Mena era una criatura de esqueleto esbelto. En lo alto de su precario cuerpo, se cernía un rostro avinagrado de piel semejante a una hoja de papel pergamino en la que alguien hubiera clavado unos ojos carentes de toda emoción. A sus cincuenta años parecía haber cumplido setenta. Mena era reverenciada no sólo por la tribu de las amazonas y su legendaria capital, Akahim, (El Dorado) sino por todas las «tribus escogidas aliadas» (ugha mongulala) esparcidas por la selva, ya que Mena era una heroína en la lucha contra los invasores. Se decía que había nacido para la guerra y para nada más, porque incluso la idea de paz y reconciliación de Mena iba de la mano de un temperamento glacial que pocos lograban soportar durante más de unos instantes.

CAPÍTULO 8

Al día siguiente, el oficial de seguridad del gobernador esperaba en la puerta a que el teniente saliera de su habitación, cuando éste salió del edificio le saludó: –Buenos días teniente. –Buenos días, Silva. –El gobernador lo espera. Suba al carro. Espinoza se acercó al coche, se asomó a la ventana y le preguntó al gobernador. –¿A dónde vamos? –Vamos a la fortaleza. Suba. El carruaje recorría el camino de tierra a gran velocidad. Dentro, el gobernador le explicaba la situación. –Como era de suponerse, las amazonas también lanzaron un ataque contra Kata Khona en venganza por la ineficiente invasión española. Necesitamos encontrar un punto débil en la gran fortaleza para poder asediarla…, –Lo sé, gobernador. –…y hemos encontrado ese punto débil. –¿Lo encontraron? ¿Cómo? –Tú nos diste la pista. Revisamos los mapas y bosquejos que nos trajiste el primer día. El carro se estacionó en una planicie. Todos bajaron del carro. –Este es el lugar. El talón de Aquiles de la fortaleza. Poca vigilancia, murallas debilitadas por la humedad de la región y mucha vegetación donde ocultar los cañones. Puedes compartir esta información con los tuyos, pero no intenten asediar todavía. Nosotros les daremos la orden cuando hayamos planificado apropiadamente el ataque. –¿Qué pasará si Francisco asedia de nuevo sin su permiso?

–Si intentara asediarla, le recordaría que soy la autoridad en Kata Khona. Porque cuando yo lo ordene puedo hacer que suplique por su vida. El teniente se quedó en silencio, presentía que De Orellana no cumpliría el convenio y que algo saldría mal. Temía que él también fuera a pagar muy pronto por la terquedad de su superior. De vuelta a su vivienda Espinoza encontró a De Orellana esperándolo en la puerta. –Francisco, ¿qué haces aquí? –le preguntó. –Cuéntame de tu viaje por los alrededores de la fortaleza –De Orellana fue directo al punto. –¿Qué? –Hablo del lugar donde te llevó Alfonso. Esta mañana te vimos con el gobernador, suponemos que recibiendo información. ¿Qué crees que hago en todo el día? ¿Beber en la taberna? –No creo que bebas, Francisco. Ambos entraron a la vivienda, allí se sentaron alrededor de una mesa y continuaron conversando. –Ezequiel, nuestra campaña se basa en información, y necesitamos esa información ahora. De otra manera voy a tener que despedirte. –Entonces despídeme, Francisco. –No te pases de listo. Kata Khona está muy devastada, ¿oíste? Nadie sabe dónde van a atacar de nuevo. Hay 146 muertos en las orillas de la fortaleza. ¿Puedes decirme de qué hablaron?

–Si Kata Khona está ahora devastada es por tu culpa. Escucha, si quieres la información debes ganarte la confianza de los portugueses, ¿entiendes? Alfonso no confía en ti. –¿O sea que es así? Te contrato para que nos apoyes pero, ¿vas a ponerte de su lado? Lo que sí te advierto, es que cuando el oro sea nuestro vas a arrimarte de rodillas pidiendo tu parte. De Orellana vio un par de botellas de vino sobre la mesa. –¿Tienes unas botellas de vino? –Sí, las guardo para los peores momentos. Peores que éstos. –¿De qué hablas? La campaña mejorará, estoy seguro. –¿Y… qué tal la exploración? –Estuvo bien… bien… sí… –Francisco, te diré lo que Alfonso me mostró esta mañana, pero tienes que prometer que no atacarás de nuevo sin el permiso del gobernador, ¿entendiste? El teniente le reveló la información, confiando en que su superior cumpliría.

CAPÍTULO 9

Al día siguiente. En el patio del palacio de la Gobernación, Espinoza y De Orellana bajaron del carro y entraron al edificio. –Alfonso Moreira. Gracias por su tiempo –Espinoza le estrechó la mano. –Por favor, tomen asiento –dijo el gobernador cordialmente. Francisco De Orellana, con su petulancia habitual, comenzó la conversación reclamando derechos para sí. –Necesitamos por lo menos una compañía de los soldados que tienes en el cuartel de Kata Khona. Nuestro ejército necesita reforzar sus líneas. Y tú sabes a cuáles me refiero. A los mejores. Incluso tu oficial de seguridad, si fuera posible –dijo mirándole a Silva que estaba sentado a un extremo de la mesa. –Por favor –replicó Moreira indiferente. De Orellana se puso de pie y expuso su posición. –Antes que nada, déjame ganarme tu confianza: Excelente, has hecho un trabajo increíble gobernando esta ciudad. Muy bien, bravo. Pero nuestro trabajo difiere del tuyo, nosotros exploramos tierras siguiendo por años las pistas del origen de las riquezas y ahora que sabemos dónde está el origen, necesitamos asediar. Ya es hora de asediar El Dorado. –No –el gobernador no accedía. –Creo que ya empiezas a molestarme. –¿Por qué te molesto, Francisco? –replicó mordazmente. –Porque tenemos una alianza militar. Tú tienes un ejército entrenado que yo necesito, pero no permites que estén bajo mis órdenes, y estoy tratando de decirte que ya queremos atacar. Ya nomás.

–La victoria no llegará por decisiones apresuradas, carentes de razón y juicio. –¿Quién financia la mayor parte de esta incursión? –insistió De Orellana–. No quiero retirar nuestra contribución al cofre de la Gobernación porque perderías autoridad. –Hablando de autoridad, Francisco, estas hablando con el gobernador. –Pues gobernador, quiero el control de las tropas portuguesas como un favor al Reino Unido de España y Portugal. –No lo vas a tener –Moreira empezó a explicar su posición con algo de irritación–. Es cierto que tenemos una alianza militar en estas tierras, pero al estar fuera de la jurisdicción del Reino Unido de España y Portugal, las alianzas son más flexibles y funcionan de otra manera. Además, las operaciones de asedio se tienen que trabajar minuciosamente. Los españoles son incapaces de realizar un trabajo así porque son impacientes. Están ansiosos por lanzarse sobre las riquezas sin preparar un plan eficiente. Es por eso que, como corderos en el matadero, son eliminados cómodamente por aquellas mujeres. –Tenemos más derecho sobre estas tierras, nosotros descubrimos este continente –el ego del capitán general no le permitía perder la discusión–. ¿Es necesario acaso que te lo recuerde? –Francisco, no estás viendo el punto. El Dorado aún está fuertemente fortificado. Cada uno de sus habitantes está alerta y bien armado, es algo con lo que no habíamos lidiado nunca. Yo les avisaré cuando sea el momento de atacar. ¿Eso te parece? –Ustedes habrán adquirido las tierras del Brasil, pero nosotros descubrimos la existencia de El Dorado en ellas. Me imagino que sabes quién escribió esto. De Orellana le entregó una carta escrita en cuero. –Un mensaje… –observó detenidamente–, escrito por las amazonas.

–¿Escrito? ¿Ellas saben escribir? –preguntó Espinoza, que hasta el momento se encontraba callado. –Eso parece –respondió Alfonso Moreira sin sorprenderse –. Tal vez no es auténtica. –Es auténtica, los nativos cautivos afirman que heredaron este arte de sus dioses. –Es difícil creer… –Me imagino que intuyes a quién va dirigida –le retó De Orellana al gobernador. –Supongo…, que a la líder amazona. Pero no entiendo el contenido del mensaje – mintió. –¿No lo entiendes? Pues nosotros estamos un paso adelante, Alfonso. Estamos estudiando su lenguaje, les sugiero que hagan lo mismo. La líder se llama Mena, a ella va dirigida la carta. Somos aliados. Yo estoy compartiendo la información con ustedes, ahora tienes que darme tus tropas. –No –y la negativa fue contundente.

CAPÍTULO 10

Más tarde, los conquistadores españoles se iban de la Gobernación. Dentro del coche, discutían sobre la reunión que habían tenido con el gobernador. –Eso fue bastante vergonzoso. ¿Dónde dejaste la diplomacia y la cortesía? Fuiste directo y ofensivo –le reprochaba el teniente Espinoza. –No te pongas de su parte. Ese Alfonso, también es arrogante. Todos los líderes los son. –Líderes como tú, ¿verdad? –Tú sígueme la corriente. No podemos confiar en los portugueses. –Tú tienes un mensaje escrito por la líder amazona Mena. ¿No crees que esa información me ayudaría en esto, Francisco? ¿Qué otras cosas estás ocultándome? –¿Qué quieres saber? –respondió tranquilo. –Todo. ¿Qué sabes de ella? Dímelo todo, Francisco. –Se dice… que hace más de ochenta años los habitantes de esta región se enteraron de la llegada de unos hombres extraños, quienes fueron recibidos con ostentosos regalos, incluso tratados como dioses. Sin embargo, los extranjeros consideraron este signo de respeto como una debilidad y se convirtieron en sembradores de terror y de muerte, de esclavitud y de ambición. –Obviamente… se refieren a nosotros. Qué lástima –dijo el teniente decepcionado. –Así es... Y… cuando los primeros exploradores europeos se acercaron a Akahim, el supuesto nombre nativo de El Dorado, el consejo supremo decidió la retirada para evitar una guerra sangrienta. Mas cuando los ciento treinta ancianos daban la orden para la paz, ocurrió un hecho inesperado: las mujeres se opusieron a esta decisión, destronaron al consejo supremo y asumieron el poder por sí mismas. Bajo la dirección de la valerosa Mena forzaron a los hombres a tomar el arco y la flecha y a enfrentarse a los extranjeros.

«¡Vayamos a la guerra!»: así hablaron las mujeres. «¿No somos lo suficientemente numerosos como para expulsar a los barbudos extranjeros? ¿No somos lo suficientemente fuertes como para derrotarlos?» Y las mujeres se sublevaron, abandonaron sus vasijas y rompieron sus ollas; apagaron el fuego del fogón y marcharon a la guerra. Deseaban mostrarles su fuerza a los extranjeros. Iban a chascar sus huesos y convertir su carne en polvo.

***

Más tarde, en la vivienda del teniente, éste y su jefe tomaban un par de botellas de vino. –¿Francisco? –¿Sí? –No hagas nada con la fortaleza de El Dorado. No trates de asediarla ni nada por el estilo o Alfonso nos va a matar, te lo aseguro, y todo terminará. –No puedes confiar en Alfonso. ¿Hablé claro? –le ordenó firmemente De Orellana. Espinoza se quedó en silencio, no le contestó nada. –Bueno, tengo que dormir si quiero terminar el recorrido. Rodearé la fortaleza buscando otro punto estratégico por el cual podamos atacar. Y si no lo encuentro… –De Orellana estaba con sueño, bostezó–, abandonaré estas tierras y viajaré hasta la desembocadura del río. Tal vez haya riquezas más accesibles por allá. ¿Te doy un consejo, Ezequiel? Jamás te propongas metas que estén más allá de tus capacidades, porque tendrás que terminarlas desganado…

–Francisco, Francisco… escuchaste lo que te dije, ¿verdad? –el teniente temía por su vida, así que volvió a recordarle a su superior que no haga nada estúpido. –Por supuesto. –No asedies El Dorado. –En absoluto. Sólo exploración.

CAPÍTULO 11

A la mañana siguiente, en el cafetal.

–Buenos días –le saludó Espinoza haciéndose notar. –Buenos días, nos volvemos a ver –le respondió Bianca cordialmente. –Regresé porque… creo que ya es tiempo de quitarme esta venda. –No hay nada de complicado en eso. Ya debió quitársela usted mismo esta mañana. –Tal vez estaba de guardia esta mañana. Preferí venir a consultar antes con usted, si lo hacía mal podría tener efectos secundarios, ¿no? –No lo sé –respondió mostrando poco interés. –¿A qué se dedica? ¿Vive aquí? –Sí. Es el cafetal de mi familia. Mi padre está muy enfermo y últimamente tengo más tareas que realizar. –¿Puedo… puedo ayudarla? –Si usted quiere, pero no le pagaré. –No, no es necesario. Considérelo como un deber mío por haberme atendido cuando yo estaba herido. –¿Está usted casado? –No. –¿No? Parecía. Trae todo en orden. –Ah, quizá se deba a que suelo ser disciplinado. –¿En serio no está casado? –Gracias –sonrió–. Y no, no, en esta parte del mundo no he tenido tiempo de conocer alguien especial. –¿Y qué hace con su tiempo?

–Me la paso ocupando en el campamento... y… –Sabe no es necesario que se quede –le interrumpió Bianca–, en este momento no tengo tareas para usted. Pero si de verdad quiere colaborar puede venir esta tarde. –Está bien. Entonces vendré esta tarde –respondió contento. El teniente ya se marchaba, pero a los pocos pasos se detuvo y dio media vuelta, esta vez no dejaría pasar la oportunidad. –Sabe, hay un buen comedor en una posada en el centro de Kata Khona, pensaba si usted pudiera acompañarme después del trabajo. Será interesante conocernos un poco. –Está bien. Pero… ¿en su campamento no le necesitarán para algún trabajo? –A decir verdad, hoy dispongo de mucho tiempo libre. Estoy a la espera de nuevas órdenes y tal como está la situación seguramente no me hablarán hasta mañana. –Entonces lo veré esta tarde. Hasta luego. –Hasta luego. Un par de soldados españoles vigilaban al teniente sin hacerse notar. Observaron la conversación que tuvo con Bianca.

CAPÍTULO 12

Por la tarde varias tropas españolas rodearon la mitad de la magnífica fortaleza de las amazonas. Mena fue alertada del peligro por una de las vigías. Aunque no había nada que temer, ellas ya estaban preparadas para defender su hogar con toda su furia. –¡Ataquen! –ordenó el sargento Galván, quien estaba a cargo del asedio. Los hombres barbudos, con potentes armas de hierro y extraños animales atacaron a las amazonas, de quienes recibieron flechazos envenenados. Muchos cayeron muertos en los alrededores, sólo un pequeño grupo pudo ingresar a la fortaleza. Las amazonas cayeron sobre ellos. Los incineraron vivos prendiéndoles fuego; les atravesaron las vísceras con sus lanzas; golpearon sus cabezas con piedras hasta que la sangre fluyó por la boca y por la nariz. Viendo tal ferocidad en estas soberbias guerreras, los españoles huyeron despavoridos, abandonaron armas y sus armaduras tras de sí. Lo único que querían era salvar sus vidas, y ni eso pudieron lograr. Apenas uno pudo huir, Germán, y los demás fueron llevados cautivos al centro de El Dorado donde los amarraron a los pilares. Dice el Libro de la Hormiga: «Roja estaba la tierra, roja de sangre real. Pero era una buena muerte la que las valientes Akahim habían encontrado, la mejor. Rompieron la fuerza de los enemigos. Hicieron saltar sus huesos como cuando se muele el maíz para fabricar harina. Arrojaron sus huesos a la corriente. Y el agua los arrastró, a través de las montañas más elevadas, y también de las más bajas.» Más tarde, las amazonas abandonaron la fortaleza dejando a los prisioneros dentro. Salieron admitiendo que si los europeos continuaban asediándola ellas iban a perder la batalla y la guerra. Ya eran siete años, siete largos años peleando sin descanso. Era mejor una retirada a tiempo que la derrota en manos del enemigo.

Flechas con fuego y grandes piedras empezaban a volar a través de los cielos y descender sobre Akahim. Arrasaron las casas, los templos y las murallas y a su retirada destruyeron los caminos y los campos agrícolas. Al presenciar toda esta destrucción adrede, una lágrima parecía escapársele a la valerosa Mena. Una lágrima que reflejaba su dolor ante lo perecedero, y su cuerpo estaría completamente estremecido, si no fuera porque se esforzaba en contenerlo. Había llegado el fin. Había llegado la hora de aceptar… que nada es para siempre. Largas columnas de mujeres y unos pocos indios esclavos, transportaban todos los objetos, las joyas, el oro y las provisiones hacia el oriente. No habría vuelta al lugar de origen, nunca más regresarían. Mena volteó a ver lo que fuera Akahim y su corazón lloró. Debía ser fuerte y continuar. Así lo hizo. «Todo lo que hoy es destruido tendrá que ser reconstruido, en otro lugar, en un lugar más seguro –se dijo.» Las llamas consumían la fortaleza y dentro, los cuerpos de los prisioneros europeos se hacían cenizas. La fortaleza fue arrasada y se convertiría en historia. Algunas amazonas se encogieron como bebés, otras gritaron como mujeres en parto, dejaron detrás de sí la destrucción de su propia fortaleza. Los días de antaño se convertirían en ruinas. Las amazonas lloraban al igual que sus esclavos. Las amazonas se fueron alejando, sedientas y hambrientas. Mena, que hasta el momento se había contenido, lloró y dejó salir sus emociones. Lloraba y así aliviaba sus sentimientos. El cielo gris por el humo acompañaría unos instantes su dolor. Habría de llover muy pronto. Ella estaba abrumada por el dolor. «Mi dominio, mi reino, mi hogar se ha convertido en cenizas, el eterno fuego ha borrado su identidad.»

Este episodio serviría de inspiración para una canción que sería compuesta en un futuro, en ese entonces ya empezaba a resonar en las mentes de las amazonas los siguientes versos:

Regresará la calma al mundo Y volverán los días de paz. Saldrá la luz para mostrarnos Con claridad el amor.

Se reconstruirá lo que fue, Un mundo nacerá otra vez De las cenizas Continuará la vida

CAPÍTULO

13

Esa misma tarde, el teniente, Bianca y varios peones recolectaban los granos de café. La jornada era fatigante y el calor sofocante. Luego de la recolecta, el teniente y Bianca fueron al comedor de la posada. Se sentaron y se pusieron a conversar. –Para ser honesto, Bianca, sentí un profundo interés por ti desde el primer momento en que te vi. Creo que lo notaste. –Sí. Y tú interés por mí ha despertado mi interés por ti. –¿Ah, sí? –preguntó Espinoza sorprendido, casi riendo. –Sí, y quiero saber… –¿Qué quieres saber? –preguntó cordialmente. –Quiero saber ¿qué haces en Kata Khona? –Pues, soy un teniente bien entrenado participando en la campaña del capitán general Francisco De Orellana. –Un teniente bien entrenado que escapa corriendo de los nativos hacia mi cafetal –dijo la mujer en tono de broma. –Correcto –respondió sonriendo. –Sí –Bianca rió–. Yo… quisiera saber ¿qué edad tienes? –Veintiocho. –Yo igual. –Qué gusto.

–Ahora, quiero decirte que… –la mujer cambió su tono a uno más juicioso–. Últimamente mi padre insiste con que me case. El está muy enfermo y cuando se vaya de este mundo no quiere que me quede sola. A pesar de esto no estoy desesperada por tener esposo pero tampoco me niego completamente. Simplemente me dejaré guiar por el curso del río. No moveré una pieza, el destino dirá si este interés que sentimos pueda convertirse en algo más intenso. Esa es mi decisión. –Te entiendo, y déjame decirte que es la decisión más sensata que he escuchado desde que arribé en este continente. –No estés bromeando. ¿En serio? –No miento, Bianca. –Gracias. Qué bueno que lo entiendas. –De nada. Muy amable de tu parte por explicarme tu decisión. El mesero les sirvió dos platos de comida. –Gracias –le dice el teniente al mesero. –Gracias, se ve exquisito –dijo Bianca–. Sirvámonos. Empezaron a comer. –¿Puedo regresar al cafetal en otra oportunidad, Bianca? Cuando haya algún trabajo pendiente, claro. Y ya sabes, no te cobraré nada. –¿Ah, no? ¿Y qué otro favor me debes? –Ningún otro. Simplemente vivo para servir. Ella lo contempló en silencio sin poder dejar de pensar que había algo en él que le encantaba. A pesar de que muchos hombres de armas parecían presumidos y toscos en persona, a Bianca le pareció que en el caso de Ezequiel Espinoza ocurría lo contrario. Sus

ojos marrones resultaban tan despiertos y apasionados como los de un príncipe, y su voz contenía la misma cálida modestia y entusiasmo. Con aspecto de tipo curtido y atlético, pero comprensible, Ezequiel Espinoza tenía las características que Bianca andaba buscando en un hombre. Ahora sería ella quien deseaba volver a verlo. –Sí, sí, por supuesto. Puedes pasar por el cafetal de nuevo. Buscaré algún trabajo para ti. –Pues, gracias.

CAPÍTULO

14

Anocheció, y Silva fue a recoger al teniente de su vivienda. Ambos subieron al coche y se dirigieron a la fortaleza. Ésta estaba totalmente destruida. Se había convertido en ruinas. Espinoza bajó del coche a observar, se llevó las manos a la cabeza, no podía creer lo que veía. Luego, Silva le hizo señas para que regresara al coche. Ahora lo llevó a un barrio alejado donde se encontraba el gobernador. –¿Silva te mostró la fortaleza destruida? –inquirió el gobernador con dureza. –Sí –respondió con miedo. –¿Por qué atacaron la fortaleza? –No lo sé, Alfonso. Yo me encontraba ausente. –No me mientas, Espinoza –clavó su mirada en los ojos del teniente. –No sé qué sucedió. –Tráelo –ordenó el gobernador. Silva trajo a Germán ante ellos, él fue el único soldado que logró escapar de la destrucción de Akahim. –Teníamos la ventaja –prosiguió el gobernador–. Esa fortaleza podría habernos dado la mayor de las riquezas. Pero ya no hay nada. No hay nada ahí adentro. Las amazonas escaparon con todo. ¿A dónde? No dejaron el menor rastro. –Lo sé Alfonso, pero a mí nadie me comunicó nada sobre el ataque.

–Yo te mostré el punto débil de la fortaleza y te dije que les comunicaras a los tuyos, pero también dije que esperaran mis órdenes. ¿Lo recuerdas? Yo soy la autoridad aquí y sabías que si alguien osaba traicionarme, podría matarlo aquí en este mismo momento. –No tenía idea –intervino Germán–, pero si sirve de algo, vi que huyeron hacia el oriente. –La información que conseguiste no es suficiente para salvar tu pellejo –le recriminó el gobernador–. Pero les diré algo, solamente porque el teniente me parece un hombre honesto, es que voy a dejarlos vivir. Tienen un día para irse de Kata Khona. Si mañana por la noche aún no se han marchado, no voy a responsabilizarme por su seguridad, ¿comprenden? ¡Vámonos, Silva! El gobernador y su oficial de seguridad subieron al carro. El cochero emprendió marcha. Una vez que se fueron, los dos conquistadores españoles hablaron entre sí. –¡Te dije que yo estaba al mando de esta operación! ¡No debías seguir las instrucciones de Francisco! –Espinoza, ya lo sé, pero… El teniente lo golpeó en la cara haciéndolo caer al suelo. Lo dejó allí y se fue. –¡Espinoza! ¡Espinoza!

CAPÍTULO 15

En una pequeña embarcación en el río Amazonas. Los dos conquistadores conversaban. –Hola Ezequiel –le dio la bienvenida cordialmente–. ¿Por qué dejaste Kata Khona? Déjame adivinar. Viniste aquí porque extrañabas a tu gran amigo. –Por favor, Francisco –respondió molesto–. ¿Cómo esperas que pueda trabajar si interfieres en las tareas de los demás? ¡Todo lo que Alfonso quería era que solicitemos su autorización…! –¡Al diablo con su autorización! –irrumpió. –¡…Alfonso tenía razón, tomaste decisiones carentes de razón y juicio! ¡Crees tener el control, pero no es así! ¡No preparaste ningún plan eficiente desde que llegué a este dichoso pueblo! ¡Estás perdiendo soldados y esclavos inútilmente sin ningún resultado! ¡Por el amor de Dios, creí que Alfonso iba dispararme! –No exageres. Alfonso no iba dispararte. En poco tiempo olvidará todo y te pedirá que regreses, él necesita aliados y sabe que tú eres el más diplomático. Confía en ti, amigo. Además te conviene regresar a Kata Khona para poder estar al lado de aquella mujer que te tiene distraído. Si hubieras puesto más atención, habrías notado mis jugadas.

–Eres un maldito espía –dijo, intentando ocultar una sonrisa sonrojada que casi se dibujaba en su rostro al saber que el capitán general sabía de Bianca–. ¡Metes tus narices

donde nadie te llama! ¡¿Lo sabías Francisco?! ¡Nuestro trabajo es asediar El Dorado! ¡Concéntrate por favor! –¿Y qué crees que he estado intentado hacer? Yo veo una oportunidad y la aprovecho. No tengo que esperar el permiso del gobernador, y dejar pasar una preciada oportunidad, ni pasearme por Kata Khona, todo enamorado y viviendo en las nubes. Alfonso tiene autoridad en su ciudad pero no fuera de ella, en los alrededores de la fortaleza, la autoridad la impone quien llegue con las armas y un plan de ataque. Admito que… acampamos en su territorio, por lo cual procuraré…, no lo prometo, pero procuraré esperar la autorización del gobernador. –Precisamente. Lo que tenías que hacer desde el principio y lo sabías, era esperar el permiso de Alfonso. –Sí, claro –respondió con sarcasmo–. Hace una semana te habría despedido. –¿Lo hubieras hecho? No lo creo. –Debí hacerlo. Ahora no puedo, me conseguiste buena información, me diste a conocer el punto débil de la fortaleza y adquiriste una alianza militar. Eres bueno y sabes que me cuesta aceptarlo. –¿Y qué haces navegando por estas aguas, Francisco? Te alejaste del campamento – quiso cambiar de tema. –Todavía no ha acabado Ezequiel. Tenemos que ingresar a El Dorado. –¿Y tú sabes dónde está, verdad? El Dorado se perdió, acéptalo. –Fíjate al frente –insistió De Orellana–, a escasas dos millas está lo que el fray Gaspar De Carvajal, capellán que nos acompaña, y yo le llamamos la «ciudad blanca». No es la única, vimos más como ésta hace un par de días y suponemos que hay muchas más siguiendo el curso del río.

–Oh, por Dios. El teniente quedó enormemente asombrado. Le pareció estar observando desde la embarcación, una parte de su nativa España. –Edificios, mercados, residencias, fortificaciones… Decía el teniente mientras contemplaba la ciudad blanca. –Es increíble. Qué ciudad tan majestuosa. –Intuyo que las amazonas huyeron con todo el oro a este lugar –dijo De Orellana. –¿Cómo puedes estar tan seguro? –No lo estoy, lo intuyo. Ambos observaron la ciudad, entonces De Orellana cavilaba. –Lo que necesitamos hacer con o sin el permiso de Alfonso, es desembarcar en esta orilla y adentrarnos hasta la ciudad blanca. Admito que es una tarea difícil. Podríamos llevar a todas nuestras tropas y aún así estaría lejos de ganar. –Sí, pero Mena no lo sabe, ¿verdad? –¿Qué? –De Orellana no entendió. A Espinoza se le ocurrió una idea y una sonrisa se esbozó en su rostro. –Que ella no sabe cuántas tropas nos quedan todavía, no sabe… qué tanto golpearon a nuestro ejército. No sabe… por dónde las vamos a atacar y por dónde no. Hablo… de… Oye, ¿por qué no en lugar de atacar a Mena como lo hemos hecho hasta ahora sin ningún resultado, hacemos parecer que hay otra campaña de invasión desde el oriente tan efectiva como la de los portugueses? ¿Cómo reaccionaría Mena a una invasión múltiple en su dominio? ¿Qué haría? –Se pondría indignada, y atacaría de nuevo. Todas ellas saldrían de su escondrijo.

–A pelear en la llanura –afirmó el teniente. –Y ya no habría más emboscadas. –Exacto. Y… estaríamos luchando de nuevo con ellas pero esta vez en una batalla en campo abierto, y sabes que en eso somos los mejores, ¿verdad? Ellas saldrían a atacar contra un ejército que nos sirva de señuelo hacia el oriente, entonces los portugueses aparecerían por el occidente. Como resultado… –…La ciudad estaría desprotegida y nosotros podríamos que entrar a atacar por el frente –rió el capitán general–. Es brillante. Pero tenemos que hacerlo rápido, nuestros suministros de comida se agotan. –Sí, sí señor.

CAPÍTULO 16

Al día siguiente, Espinoza se dirigía a una de las tiendas del campamento, donde se investigaba el lenguaje de las amazonas. Afuera le esperaba Nicolás, el lingüista. –Nicolás. Ezequiel Espinoza, mucho gusto –le saludó el teniente. –¿Dónde está Francisco? –No sé, él solamente me mandó hablar con usted. Ambos entraron en la tienda. El interior era rústico y desordenado, había muchos papeles y libros por todos lados. El teniente creyó ver el símbolo de una hormiga devorando un jaguar en un papel sobre el escritorio, lo que le recordó el escudo de la Gobernación de Kata Khona. En ese momento, Nicolás movió los papeles violentamente haciéndolo desaparecer, el teniente no le dio importancia. –Es la última vez que recibo a alguien sin la presencia del capitán general –dijo Nicolás en tono desconfiado–. Cada vez que hace una campaña lo hace con intenciones ocultas… ¿Café? –Sí, negro por favor, gracias. –Ponte cómodo. Nicolás le servía con calma una taza de café y en ese momento se le vino a la mente un chiste. –Un hombre entra en una taberna, llama al camarero y pide una café. Este hombre toma su café y hasta aquí todo va muy normal, al terminar llama al camarero y le pide la cuenta, el camarero le dice: Son 26 piezas de oro señor.

»Nuestro hombre se levanta lleva su mano al bolsillo y saca un manojo de monedas de 1, y comienza a lanzarlas por todo el establecimiento mientras dice: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7…, 24, 25 y 26. Cóbrese. »Y se fue. Al día siguiente nuestro hombre regresa a la taberna y todo ocurre igual, llama al mesero y pide un café, toma su café y hasta aquí todo va muy normal, al terminar llama al camarero y le pide la cuenta, el camarero le dice: Son 26 piezas de oro señor. »Nuestro hombre se levanta, lleva su mano al bolsillo, saca una moneda de oro de 50 y dice: Cóbrese. »El mesero, con su venganza muy bien planeada, va hasta la caja y pide al cajero que le de 24 en monedas de 1, regresa hasta la mesa y parado frente al señor comienza a lanzarlas por todo el establecimiento mientras dice: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7…, 21, 22, 23, 24. Ahí tiene su cambio, señor. »Nuestro hombre se levanta de la mesa lleva su mano al bolsillo y saca dos monedas de 1, las lanza diciendo: 25, 26... ¿Por favor me trae otra café? Ambos se rieron. Después de bromear, Nicolás empezó a comentarle al teniente sobre las investigaciones. –Cuéntame, Nicolás, ¿qué es lo que tienen? –Desciframos cada uno de los caracteres de la carta y obtuvimos todos los caracteres de su alfabeto. Su legua se asemeja bastante al hebreo como al quecha. Algo me dice que las amazonas descienden de un linaje importante. –¿De qué linaje? –De Noé o David. De algún personaje del antiguo testamento. Etimológicamente sus nombres, apellidos, ciudades, se asemejan bastante a las lenguas mesopotámicas. –¿Y qué es lo que dice el mensaje?

–El mensaje es de Akakor, un pueblo vecino al de las amazonas, quienes les comunican a las amazonas que a pesar de haberse rebelado contra ellos, no les guardan ningún rencor y si en algún momento decidieran abandonar Akahim, ellos los recibirían con las puertas abiertas. –Es justo lo que hicieron. Eso explica porque huyeron de la fortaleza. –Aunque no sabemos dónde se encuentra el pueblo del remitente, sí podríamos saber hacia dónde huyeron. Hubo un corto silencio en la tienda. Ambos tomaron un poco de café. –Este café está bueno. Muy bueno. De verdad –dijo el teniente. –Así es, yo consigo lo mejor. –Oye, voy a necesitar mapas falsos que indiquen que la ciudad blanca, es la ubicación actual de El Dorado. Sabemos que huyeron hacia el oriente, así que esta ciudad tiene que parecer real, realiza un mapa para llegar a esa zona. También necesito un portugués recién llegado a Kata Khona que desconozca todo lo que ha estado pasando aquí, lo haremos pasar por alguien importante. Además necesito mercenarios europeos de bajo perfil. Alguien que no sea importante. Alguien que pueda enfrentarse a las amazonas ignorando lo agresivas que son, ¿entiendes? –Entiendo. Un mercenario recibiendo piezas de oro, haciendo planes… –buscó en sus informes–. Aquí está, el segundo de arriba en la página. El general Von Hutter. Un mercenario alemán que posee un buen número de tropas. Él ha estado buscando El Dorado por meses sin éxito. La noticia de su ubicación exacta le enloquecería. –Así que…, ¿el también está buscando El Dorado? ¿Y tiene sus propias tropas? Entonces, ¿por qué negociaría con la competencia? –Por piezas de oro.

CAPÍTULO 17

Waras, ciudad situada al sureste de Pico da Niebla, antiguamente de los indígenas ahora propiedad de los portugueses. Ciudad en pleno desarrollo, más pequeña que Kata Khona. Espinoza adquirió un título falso con un nombre falso para hacerse pasar por un duque, de esta manera se entrevistaría con el general alemán Von Hutter y podría engañarlo. En su habitación ensayaba lo que pensaba decirle y preparaba los mapas falsos. Más tarde, una vez concertada la reunión, en la sala de aquella casa en Waras, Espinoza comenzó la conversación persuadiéndole de conquistar El Dorado. –General Von Hutter, soy el duque Jorge Vilar vengo de Kata Khona dándole seguimiento a mi carta. El general guardó silencio y con la mirada lo inspeccionó. Espinoza continuó fingiendo su personaje. –Escuche, hemos encontrado varios mapas que nos apuntan hacia un tesoro. Uno grande, majestuoso. Así que vamos a necesitar su ayuda. –Usted habló de las riquezas de El Dorado. ¿Afirma que lo encontró? –Sí. Bueno, lo encontramos. –¿Usted y sus tropas? –Así es, y que son escasas, por cierto. –¿Por eso vino conmigo? –Sí. –Hable, ¿cuál es su propuesta?

–Como duque puedo financiar la expedición siempre que sea antes de que los nativos comiencen con el sacrificio de oro a los dioses. Así que vamos a necesitar estrategias preliminares. Y un presupuesto digamos que, ¿para el próximo fin de semana? –Yo creo que… –Von Hutter titubeó–. Sí, seguro. –También necesita firmar una alianza militar con nuestro oficial Thiago Carvalho. –Si eso es necesario está bien. –Fantástico –Espinoza le hace señas al oficial para que se acerque. –Oficial Carvalho, el general Von Hutter. –Oficial Carvalho, ¿cómo le va? –le estrechó la mano el general. –Bien, espero que todo esté en orden.

** *

Más tarde el teniente se reunió con De Orellana en el barco al frente de la ciudad blanca. –Francisco, Von Hutter es un mercenario que está en busca de El Dorado desde hace meses. Él se encontraba buscando la fortaleza muy lejos de aquí, pero la estaba buscando, lo cual muestra su interés. Eso es suficiente para que los portugueses pongan atención a su invasión. –Bien. ¿Tienes sus informes, mapas, mensajes…? –Creo que iré por ellos justo en este momento. Von Hutter y sus tropas van a ir a la taberna «Paraíba», les encanta embriagarse. Nos vemos pronto.

***

Más tarde, Nicolás y Espinoza iban hacia la tienda de campaña de Von Hutter en Waras. –¿Nicolás? –¿Si? –¿Estás listo? –Espinoza descubrió la ubicación de muchos papeles–. Aquí están. Todo esto es lo que buscamos. –Ah, esto sirve –dijo Nicolás examinando los datos–. Es muy útil… sólo haría falta añadir en alemán algunas notas en las páginas y luego mezclarlas con nuestros mapas atribuyéndole a Von Hutter el descubrimiento de la ciudad blanca. –Bueno, haz que parezca real. Lo más real que puedas. Que los portugueses crean que Von Hutter halló la nueva ubicación de El Dorado. En ese momento, Von Hutter salió de la taberna regresando a su tienda. –Ahora, con toda la información que tienes –continuó hablando Espinoza–, ¿puedes escribir un informe falso en el que el general mencione su plan de ataque? Exagera el número de tropas que posee, esto hará que Alfonso Moreira mande a toda la caballería. –Muy bien. Von Hutter estaba cada vez más cerca. –Los portugueses van a ver que el general Von Hutter y sus tropas son más devastadoras de lo que aparentan, y cuando el gobernador vea que es una gran competencia, más que la española…

–…entrará en escena con todo su ejército porque no querrá perder el control de la región –Nicolás terminó la oración–. Exacto. Lo estoy haciendo. Ya está hecho. Von Hutter llegó y ambos españoles salieron apresuradamente por detrás de la tienda. El general alemán se percató que algunas cosas no estaban en su lugar, pero como estaba muy borracho prefirió dormir en ese mismo instante.

CAPÍTULO 18

Después, Espinoza volvía al barco para hablar con el capitán general. –Hola Ezequiel, ¿cómo te fue? –Todo bien, Francisco, todo bien. ¿Puedes conseguirme un lugar cómodo en este barco? Ya terminé lo que tenía que hacer, sólo falta esperar. –Por supuesto que no. Vas de vuelta a la Gobernación. Alfonso te ha estado buscando y quiere hablar contigo. Puedes quedarte aquí a descansar, pero si lo haces Alfonso empezará a sospechar y se preguntará en qué ocupas tu tiempo y no queremos que nos descubra, ¿verdad amigo? Ve de inmediato. –Seguro, Francisco, voy… –dijo desganado–. Voy para allá.

***

En el palacio de la Gobernación. –Teniente Espinoza. Bienvenido –le saludó el oficial de seguridad. –Gracias. –Pase. Silva le condujo a la oficina del gobernador. Allí Moreira comenzó la conversación disculpándose. –Quería verte para decirte que exageré. Me molesté demasiado cuando no era tu culpa. –No se disculpe gobernador. Era mi culpa. Yo debí poner más atención a lo que sucedía a mi alrededor, de otra forma hubiera evitado el ataque. Estaba distraído.

–Sí, estabas distraído. Con la mujer del cafetal, Bianca, estoy seguro. Al escuchar que el gobernador sabía sobre ella se turbó un poco. –Tranquilo, eres nuevo en Kata Khona y seguimos tus pasos al igual que a Francisco, aunque tú eres menos escurridizo que él. Sin embargo, tiene que quedarte claro que debes mirar a tu alrededor y estar alerta, al menor error podrías perder mi confianza. En esta parte del mundo las alianzas importan… Pueden salvar tu vida.

CAPÍTULO 19

En el cafetal. –Hola, Bianca, ¿qué es lo que haré hoy? –Sígueme, plantaremos algunos injertos. Toma el pico y la pala, te enseñaré el lugar. Vamos. Ella levantó un balde en el que había varios injertos de vid. Caminaron con las herramientas necesarias hasta una zona desocupada cerca del cafetal. –Toma el pico y empieza a remover la tierra –le dijo Bianca colocando el balde en el suelo–. Haremos dos hoyos justo aquí, uno al lado del otro. –Muy bien. –Luego de removerla, quitarás esa tierra con la pala. Que el agujero sea algo profundo. Si no fuera suficiente la pala, utiliza el azadón. Ambos prepararon la tierra para sembrar la vid. Espinoza terminó primero. –Vaya, terminaste –dijo Bianca sorprendida–. Ahora hay que colocar el abono. ¿Puedes traer aquella lata? Espinoza fue por la lata que pesaba mucho y despedía un olor putrefacto. –Pero ¿qué es lo que tiene esto? –Excrementos. Bianca le enseñó amablemente el procedimiento de la siembra. Agarró el abono y esparció una fina capa sobre la tierra. –Hay que colocar poco de esto, demasiado podría quemar las raíces de la planta. Espinoza observaba maravillado cómo su amiga realizaba este trabajo con mucho interés y esmero. La mujer agarró el badilejo y con él mezcló el abono y la tierra. –Ahora, pásame uno de los injertos.

–¿Cuál? ¿Te parece éste? –inquirió el teniente, mostrando ignorancia en su actuar. –No, fíjate en uno que tenga las raíces bien desarrolladas. Esos injertos los saqué de otra planta hace una semana, como no tenía mucho tiempo no pude plantarlos antes, así que algunos ya están secos. –¿Entonces algunos ya no sirven? –Por supuesto que aún sirven. Puedes botarlos allá, alrededor de aquella planta. Todo lo que muere, sirve de alimento para lo que vive. El teniente hizo lo que le dijo. –Muy bien, ahora plantaremos los injertos. Agarra la pala y empieza a tapar el agujero mientras yo sostengo la vid. Los dos amigos terminaban de plantar dos nuevas plantas de vid y con esta actividad, compartieron una linda jornada. En ese momento, pasó por allí el padre de Bianca. –Hola, hola. Ambos, voltearon a ver quién los saludaba. –Papá, ¿no deberías estar reposando? –le preguntó su hija y le presentó a su amigo–. Papá él es mi amigo, Ezequiel Espinoza. Ezequiel él es mi padre, Marcos Palmeira. –Buenos días, señor, ¿cómo le va? –Un gusto conocerlo, ya era hora de que mi hija encontrara un amigo –dijo sonriendo –. Mi querida hija aún no se ha casado, me alegra que le haya conocido a usted. Los dos se quedaron en silencio, algo incómodos por el comentario, pero dentro de ellos sabían que aquellas palabras eran las apropiadas para describir lo que sentían el uno por el otro.

Cerca de allí, entre los árboles, un par de mujeres amazonas los vigilaban sin que ninguno de ellos notara su presencia.

CAPÍTULO 20

Más tarde, en la oficina del gobernador, éste le mostraba a Espinoza la información obtenida los últimos días. El teniente estaba un poco nervioso, con el temor de que se

descubriera el engaño, sin embargo no le quedaba más opción que disimularlo permaneciendo tranquilo. –Este es el informe. Menciona que hace casi una semana, en la taberna «Paraíba», en Waras, dos mercenarios estuvieron hablando sobre la nueva ubicación de El Dorado y su asedio antes del sacrificio a los dioses, que sería el próximo domingo. Uno de ellos es Von Hutter, un general alemán que trabaja por su propia cuenta. Lo cual no podemos dejar pasar por alto ya que es un mercenario en busca de riquezas. El otro es un portugués, un oficial llamado Thiago Carvalho. Sin vínculos con Kata Khona, no habíamos escuchado hablar nunca de él. La pregunta del millón es… ¿Qué están haciendo juntos? El tal Von Hutter es más de lo que aparenta. Suele viajar mucho, conquista tribus y trafica con esclavos. Como mínimo debemos vigilarlo de cerca. –¿Quién le dio esta información? –el teniente hojeaba el informe. –Uno de mis sargentos. –Que buen espía, ¿no? –terminó de leer y le quiso devolver el documento. –No. Quédatelo. Quiero que tú lo tengas. Somos aliados, ¿no? ¿Por qué no íbamos a querer compartir la información? La mirada del gobernador era amenazadora, parecía saber algo, simplemente parecía. –Claro. Gracias.

***

Más tarde, el teniente fue con el lingüista en el campamento. –Nicolás.

–¿Sí? –Agarra una pluma y escribe el siguiente mensaje en alemán, ¿oíste? –Sí. –En nombre de los dioses… no, no, no… En nombre de los reyes descendientes de los dioses, llevaremos a cabo el asedio a la fabulosa capital de El Dorado. Les rogamos a nuestros líderes fe en nuestra incursión. El mayor de los tesoros pronto será nuestro. ¿Lo tienes? –Claro. Oye, pero no estamos seguros de que esa sea la capital de El Dorado, y el general es un mercenario, muchos saben muy bien que no es leal al rey ni a los suyos. Demasiadas mentiras podrían hacer sospechar al gobernador, ¿no lo crees? –Tiene que ser algo grande, algo que llame completamente la atención de Alfonso. –Muy bien. Esta noticia va a hacer furor. –Sí, hará furor. Ahora envíalo a la Gobernación con una nota adjunta en portugués que mencione que dicha carta iba dirigida al rey y que fue interceptada en el camino. Firma la nota como el oficial Carvalho. –Muy bien.

***

En Waras, el teniente Espinoza buscó a Von Hutter en su tienda. El general se encontraba descansando. –Hola general, lamento molestarlo pero ya llegó la hora de partir. –Estoy listo. ¿Hacia dónde tengo que ir?

–Tenemos una diligencia lista para recogerlo en un par de minutos. Y un barco en Waras esperando en el puerto a usted y a sus tropas. Allá, el piloto del navío les conducirá hasta El Dorado. Buena suerte general. Buena suerte. Un par de horas después, Ezequiel le mandó un mensaje al campamento de Kata Khona.

Francisco, Von Hutter y sus tropas ya llegaron al puerto de Waras. Lo acaba de recibir el piloto, un soldado nuestro que va a guiarlo hasta la ciudad blanca. Sólo necesitamos hacer que el gobernador se entere de esto. Nicolás va enviar un mensaje con el nombre del oficial Thiago Carvalho a Alfonso, delatando que hay un asedio preparado. Adjuntará los mapas y ubicación exacta de la ciudad blanca, la estrategia, el número de tropas y todos los informes falsos que hemos venido preparando. Y cuando el gobernador se entere de esto no tardará en mandar todas sus tropas de inmediato. Después de eso, con suerte empezarán a correr noticias en Kata Khona. Estas anunciarán que los alemanes son la nueva competencia y que Von Hutter es su líder, ¿entiendes?

De Orellana levantó la mirada y dijo: –Entiendo, Espinoza. Gracias. Los soldados del campamento ya fueron instruidos, se realizó una campaña administrativa y todos ya conocen sus posiciones. Esta vez no habrá fallas. Von Hutter y sus tropas arribaron a la ciudad blanca; rápidamente se pusieron en formación de ataque y avanzaron hacia el interior. Los alemanes atraparon desprevenidos

a los nativos, pero no fue suficiente; los nativos los superaban en número y desde varias torres y casas les disparaban flechas y piedras. A los pocos minutos los portugueses entraron a la ciudad por el lado opuesto, por occidente, reduciendo a los nativos. Finalmente, cuando la batalla parecía ser una derrota para los europeos, los españoles desembarcaron por el frente y atacaron la ciudad. Para ese entonces los nativos ya habían sido reducidos y la victoria estaba cerca. Mas por increíble que pareciera, incluso las tropas españolas parecían estar destinadas al fracaso, ya que el sorprendente número de tropas indígenas era para ellos una desventaja. Sin embargo, poco a poco iba disipándose la multitud, la moral de los nativos se esfumaba y empezaron a escapar. Los disparos, los gritos, la muerte los espantó, de tal forma que los españoles se quedaron con la ciudad, encontraron en algunos edificios escasos tesoros. Mena escuchó la noticia y el corazón se le llenó de coraje. Atacaría de nuevo.

CAPÍTULO 21

Espinoza se encontraba con el lingüista dando punto final a la operación. –Bien, ahora envía un mensaje en alemán tomando el crédito por la victoria de la ciudad blanca. Haz que el mensaje vaya con la firma del general Von Hutter. Adjunta al

mensaje un mapa de la ubicación del campamento alemán. Nuevamente, haz que parezca que fue el oficial Thiago Carvalho quien interceptó estos documentos. –Entendido. Me siento mal por incriminar a otra persona, pero… ¡qué diablos! En otra parte, en las profundidades de la selva, una de las amazonas llevó a Mena información acerca del oficial Carvalho y el teniente Espinoza. –Vimos al teniente en el cafetal, en las afueras de Kata Khona, él tiene a una persona importante, podríamos atacarla para llegar al teniente Espinoza –le informaba su espía–. Además, tenemos conocimiento de un oficial portugués que está involucrado con el reciente ataque a una de las ciudades de las tribus aliadas escogidas. Mena se paseó de un lado a otro durante un instante y su espía percibió que las intrincadas piezas de su mente giraban una y otra vez. Mena quería tomar la mejor decisión. Más tarde, Mena preparaba a sus tropas para la batalla.

***

A la mañana siguiente Espinoza y Germán viajaban en la diligencia hacia el campamento en Kata Khona. –Hola, Ezequiel. Bien hecho. Lo lograste. La Gobernación está recibiendo todo tipo de información confundiéndolos. No descifran el enigma, hasta ahora se preguntan: ¿Quién demonios es Thiago Carvalho? –Sí, sí, sí. Oye, ya sé lo que voy a hacer, Francisco. Lo voy a proteger. –¿A quién?

–A Thiago Carvalho, por supuesto. –Ay, por favor. No, no, no. –Cuando lo encuentren lo van a matar, Francisco. Y será por nuestra culpa. –Ya fue suficiente que te hayas puesto de lado del gobernador, ahora no me hagas esto. Quiero mercenarios, no hombres honorables. –Pues disculpa por no estar de tu lado de nuevo, Francisco. Lo voy a alejar del peligro –el teniente se fue violentamente. –Carvalho no es inocente, ¿oíste? Pudo haber venido a América escapando de crímenes en Europa. ¿Espinoza? Más tarde, en la calle, Espinoza bajó del coche. –No te muevas hasta que yo te lo indique –le ordenó a su asistente Germán. El Carvalho salió de su vivienda. –Thiago –le llamó Ezequiel–. Soy el duque Jorge Vilar, ¿me recuerda? Necesitamos conversar un poco. –¿Qué estás haciendo aquí? –preguntó extrañado. En ese momento se escuchó el estridente grito de guerra de las amazonas. –Vamos. Camina –insistió el teniente Espinoza–. Ven conmigo. –¡No! Carvalho escapó corriendo hacia a su caballo. –¡No! ¡Thiago! ¡Thiago! ¡No vayas por ahí, sube al coche! En eso, Germán, que se encontraba en la puerta del coche, corrió hacia Carvalho con la intensión de subirlo a la diligencia. Pero Thiago partió rápidamente en su caballo.

–¡Thiago, escúchame! –gritó inútilmente Espinoza. Las amazonas que estaban ocultas entre los árboles empezaron a disparar a Carvalho en plena carrera. Espinoza y Germán sacaron sus armas y comenzaron a disparar a las amazonas con tal de proteger a Carvalho. Sin embargo, las aguerridas mujeres continuaron atacando sin temer a los disparos y mataron a Germán. El teniente se entristeció un poco por la muerte de su asistente, pero no podía quedarse quieto, tenía que seguir luchando contra las amazonas, tenían intención de matarlo a él también. Carvalho se alejaba del lugar, entonces las amazonas lo siguieron por detrás. Corrieron a través de la espesa selva y gracias a algunos atajos que ellas conocían, fue que lograron alcanzar a Carvalho. Lo agarraron y lo mataron de forma brutal, quedándose con el ejemplar equino. No habían visto uno parecido desde que los godos habían llegado hace más de tres siglos.

CAPÍTULO 22

A la mañana siguiente, a unos kilómetros de la entrada a El Dorado. El general Von Hutter y sus tropas escapaban de la ciudad blanca con su parte del botín, siguieron su camino en busca de más riquezas.

Mientras tanto, en otra parte de la Amazonía, en el cafetal, Espinoza vio que nadie estaba trabajando allí y que todos los peones estaban en el patio de la hacienda. Sospechaba que algo malo había sucedido. En efecto, la muerte había llegado a este lugar llevándose el alma del dueño del cafetal. Cuando el teniente llegó, vio que Bianca, con el alma desgarrada, lloraba desconsoladamente por su padre. Éste se encontraba en una camilla, pronto sería llevado a enterrar. Espinoza la miró detenidamente y percibió su dolor. Muchos pensamientos pasaron por su mente, muchos pensamientos que saturaban sus emociones. Pero todos ellos le impulsaron a hacer lo siguiente: Estando entre los peones, se apartó de ellos acercándose a Bianca, la mujer que amaba. El tiempo parecía deslizarse lentamente, y caminar hasta ella también lo era. Los sentimientos se hacían profundos a medida que se acercaba más y más. Entonces ella se percató de su presencia y sólo con verlo dejó de llorar, pero aún guardanba en su interior un dolor muy grande. La familia y los peones observaron la escena sin decir palabra alguna. Al igual que Bianca, querían saber qué pretendía el teniente. Espinoza se acercó más y más hacia ella sin quitarle la vista de encima, con determinación sacó de su bolsillo un anillo, se detuvo frente a ella y se lo mostró lentamente. Entonces con mucha delicadeza tomó su mano y se lo colocó en el dedo. Ella estaba desconsolada, pero empezaba a sentir en su interior un haz de esperanza, ella no se opuso, se dejó llevar y una vez que le hubo puesto el anillo, cayó rendida ante él y se fusionaron en un reconfortante abrazo. Lloró de tristeza y de alegría. Un período terminaba y otro comenzaba.

CAPÍTULO 23

Al día siguiente, en Waras, se llevaba a cabo el funeral de Germán. De Orellana se acercó a Espinoza.

–Ezequiel. –¿Sí? –Carvalho está muerto –le comunicó el capitán general–. ¿Ezequiel? ¿Ezequiel Espinoza? ¿Me escuchas? –Sí, te escucho –respondió el teniente con la mirada perdida. –Bueno. No es culpa nuestra. –Tienes razón, es sólo mía. –Ay, no seas tan duro contigo mismo. No te aflijas. –¿Por qué no? En una situación así no puedo sentir otra cosa. No es sólo Carvalho, también está Germán… –dijo señalándole con la mirada el ataúd. –No creas que Carvalho era inocente. Si sirve de algo te diré que si murió, fue por su codicia. Su codicia lo llevó a su muerte. –Eso no me ayuda, sigo sintiendo culpa. –Tú puedes sentir lo que quieras, no me importa, ya lo superarás –De Orellana se puso indiferente, luego le habló sobre la victoria del asedio–. La operación fue un éxito, conquistamos la ciudad blanca. La tripulación lo bautizó con el nombre de «El Jaguar», por la innumerable cantidad de esos animales que pululan por la selva. –Lograron entrar a la ciudad blanca, pero al mismo tiempo lograron que masacraran a casi todas nuestras tropas y esclavos. ¿Dices que tuvimos éxito? No lo creo. Presiento que no encontraron a las amazonas en aquel poblado. Ni todos los tesoros. –Eso es cierto, pero… –Si es así, es todo menos éxito. Francisco, ¿dónde está Mena? –Ezequiel… no lo sabemos.

–Francisco, ya me cansé. Me cansé. No quiero seguir con esto. –Tienes que seguir. Sólo descansa unas cuantas horas, hablaremos cuando seas más optimista y veas mejor la situación. –Escucha. ¡Ya estoy viendo muy bien la situación! ¡Tú no! ¡No puedes porque estás ofuscado por la ambición! ¡Yo estoy aquí todos los días viendo de cerca la realidad de este lugar! ¡No te atrevas a decirme que no conozco la situación! ¡Pienso que todo esto es inútil, no conocemos el terreno, no tenemos los soldados suficientes, y escasean los suministros! ¡Encima la gente se enferma de males que no conocemos! ¡Traicionero y maldito egoísta, sólo te importan tus propios intereses y no piensas ni un minuto en los demás! Esto ya no funciona, ¿escuchaste? No funciona. Renuncio. El teniente le dio la espalda y se fue. –¿Espinoza? ¡¿Espinoza?! –le llamó en vano y luego se dijo a sí mismo–. Ah, de regreso a Kata Khona.

CAPÍTULO 24

Espinoza regresó a su morada y encontró sobre la mesa una nota firmada por el general Von Hutter. La leyó y se enteró de que secuestraron a Bianca. Rápidamente salió corriendo hasta la casa de Bianca. Al llegar, vio que la puerta estaba derribada y que

saquearon su cuarto. Antes de salir, se detuvo a ver algo en la pared, parecía ser sangre. Quería creer que no era de ella. En el palacio de la Gobernación. –Teniente Espinoza, ¿qué lo trae por aquí? –dijo el oficial de seguridad. –Necesito hablar con Alfonso. –No puede pasar, no tiene una cita. –Sólo un minuto, por favor. Es urgente. –Espere aquí. Silva fue a llamar al gobernador, éste salió un momento a la puerta. –¿Qué ocurre? –preguntó Moreira algo enfadado. –Yo incluí a Von Hutter en la campaña, yo le hable de la ciudad blanca, le di mapas. También agarré un soldado portugués y lo hice pasar por un oficial. Yo manipulé la operación para que tanto alemanes, portugueses y españoles atacáramos al unísono. –¿Qué dices? –Yo lo planeé todo. –Sospechaba que algo no estaba bien. Y si eso es cierto significaría que me traicionaste. Te lo dije claramente en la primera reunión: jamás me traiciones. –Lo sé, disculpa. Te prometo que ya no voy a ocultarte nada, ¿entiendes? Pero… me salió el tiro por la culata. Von Hutter era a quien debía manipular, sin embargo ahora él tomó las riendas y tiene secuestrada a mi novia para poder atacarme. Por favor, Alfonso, la van a matar. Te lo pido, ayúdame a hacer un trato, ella por mí. –Tú me traicionaste. No voy a ayudarte. La respuesta es no. –Alfonso, por favor.

Alfonso se fue adentro y Silva impidió que el teniente lo siguiera. Más tarde, en la embarcación del capitán general. –Debiste avisarme que ibas a casarte con ella, Ezequiel, pudimos custodiarla. –Dejaron un mensaje, ya sé que va a pasar. Tienen a Bianca y quieren que alguien ocupe su lugar. –Si todavía no la han matado. –No tienen que haberla matado –le amonestó el teniente. –Es probable que no la hayan matado, al menos eso es lo que quieren que creas, esa es la buena noticia. –¿Cuál es la mala? –Que ya saben de ti, que fuiste tú quien organizó todo el engaño. Esto me dice que ya saben lo suficiente para saber que morirías por ella, así que no tienes opción. Te matarán. –Con un demonio. –¿Todavía tienes una buena amistad con Alfonso, verdad? –Creo que no. –¿Creo que no? ¿O sea que ya no es tu socio? –Sí, sí señor, ya no. Porque fui a pedirle ayuda y le conté toda la verdad. –Tú sólo tienes que contarme la verdad a mí. ¿Qué te dijo? –Dijo qué no porque le traicioné. Él no me va a ayudar –sacó la nota y le mostró–. Lee esto.

Si quiere volver a verla tendrá que hacer lo que le digamos. La cambiaremos por usted, sin trucos o ella morirá. Siga el curso en el mapa.

–Muy bien. Para hacer esto hay que planificarlo bien, no sólo se trata de ti y tu novia, porque después de la batalla ya no debemos perder más tropas. –Gracias.

***

Más tarde en Kata Khona. Espinoza se subió a un coche que lo esperaba en la puerta de su morada y lo llevó a las afueras de la ciudad. El coche avanzaba por unos senderos aún inexplorados por los europeos. Senderos de piedra bien hechos que se comparaban con los caminos de Europa. Una vez que llegaron a su destino, el cochero le gritó al teniente. –Éste es el lugar, ya puede bajar. Y lo dejó abandonado en la llanura. Desde lo alto de una colina, De Orellana y algunos soldados observaban al teniente Espinoza. –No lo pierdan de vista –ordenó De Orellana. A lo lejos, varias amazonas montadas a caballo se acercaron para recoger al teniente. Los soldados españoles apuntaron con sus armas a las escurridizas amazonas. Estaban nerviosos.

–No disparen, si algo saliera mal, yo daré la orden de disparar –mandó el capitán general. Una de las mujeres subió al teniente a su caballo, y todas las amazonas la rodearon custodiándola. Hicieron una formación de escudo y escaparon a la velocidad del viento. –Es imposible, señor. Es imposible dispararles. –Lo siento, Ezequiel –dijo De Orellana resignado. Las amazonas viajaron a través de la selva hasta llegar a una casa subterránea. Entraron por una entrada secreta. Adentro, lo llevaron con su líder. Al lado de Mena se encontraba Nicolás, el lingüista, vestido como un indígena esclavo. Ezequiel le reconoció al instante y se preguntaba: ¿Qué hacía allí haciéndose pasar por uno de ellos?

CAPÍTULO 26

–Buenas noches, señor de las tierras del Este. Mena inició la conversación, Nicolás se encargaba de traducir.

–Buenas noches…, emperadora –respondió el teniente con saña, atado a la silla. –Yo no soy la emperadora, el emperador está en Akakor, yo sólo soy Mena, la líder de la tribu. –Administran el territorio a su manera…, poseen puestos de importancia…, son guerreras, emprendedoras. Ustedes se encargan de todo, ¿no es así? pero… a pesar de despreciar al sexo opuesto... ¿Que no sienten alguna vez la necesidad de compañía masculina? ¿Por qué es que me tienen aquí atado, eh? –O tratas de ser cordial, o alguien te ha hecho lo que usualmente les haces a ellos: te traicionaron. –Ustedes intercambiaron a Bianca por mí. –Nosotros no intercambiamos a nadie. Alguien te delató y te trajo hasta nosotros. –Mientes, Mena, mientes. –¿Eso es lo que piensas? Espinoza frunció el ceño. Tenía que reconocer que todo aquello resultaba muy raro. –He oído que matan a vuestros hijos o los devuelven con sus padres si nacen varones, pero si son niñas se quedan con ellas criándolas en un ambiente hostil. Ustedes están dementes. ¿Esto es lo que quieren para sus hijas? ¿Un lugar sin oportunidad de vivir libremente, sin poder decidir qué hacer o ser, destinadas a vivir como esclavas de frívolas decisiones? ¿Y qué hay de las que aceptan su feminidad y repudian las armas y la guerra? ¿Son realmente felices? No hay lugar en el mundo para una civilización sangrienta que desprecia al sexo opuesto y usted lo sabe. –Buen intento, pero hemos sobrevivido hasta ahora… La libertad de elegir, de tener el control a través de ella es lo que nos apasiona. ¿Ha visto a los jaguares, teniente Espinoza? Son libres, indomables… Ni la hormiga carnívora pudo con ellos…

–Así que… malinterpretó el ideal en el que cree, la libertad no es como piensa. ¿Usted es libre? ¿O usted es tan autoritaria como el gobernador europeo a quien escupe? Ustedes son esclavas de sí mismas y del oro que con tanto recelo protegen. Y cuando ese oro se encuentre, amigas, todas ustedes desaparecerán en los vestigios de la tradición. –No necesito explicarle mi punto de vista, señor Espinoza. Lo que necesito de usted ya lo tengo. ¿Sabe para qué lo secuestramos? Para lo que vendrá ahora. El teniente miró a su interlocutora al tiempo que sus confusos pensamientos eran totalmente incapaces de dar alguna explicación lógica al hecho de que Nicolás, el lingüista, estuviera allí y que la nota de secuestro de Bianca haya sido una mentira. Sin embargo, él mismo había contado los últimos días bastantes mentiras como para reconocer a un mal mentiroso cuando lo veía. No podía dejar de admitir que el tal Nicolás realmente parecía sospechoso. En ese momento Espinoza le reveló la verdadera identidad del lingüista que traducía la conversación. –Nicolás –le señaló con la mirada–. Pero, ¿quién le pagó por mí a un intermediario que trabaja para quién? Debería preocuparle no tener idea. –¿Me veo preocupada? –Eso me sorprende, porque creí que era mucho más lista que esto. Alguien lo traicionó. Nicolás, trabaja para la cabeza de la campaña de Francisco De Orellana. Lo que significa que trabaja para nosotros. Lo que significa… –rió–. Significa que trabaja para nosotros. Mena se rió también. –¿Yo? ¿Para ustedes? Él dice que trabajo para ellos. Todas se rieron.

–¿Está cómodo? ¿Puedo ponerlo más cómodo? –le golpeó la cara. –¡No le miento, Mena! ¡No le miento! ¡Sabemos dónde está! –¿Dónde estoy? Espinoza no supo qué contestar. –Usted está en una casa subterránea –respondió Mena y le advirtió–. La muerte viene por usted, arrepiéntase. –No, no, no. La muerte está viniendo por usted, malnacida. –¿Qué es lo que piensa que va a suceder, señor Espinoza? ¿Que su ejército entrará en esta casa subterránea para salvarlo? Esperemos… –estuvieron todos en silencio por unos segundos, luego Mena continuó hablado–. Nadie viene por usted. Bienvenido a Kilum, el nuevo Dorado. Cuando hubo dicho esto, Mena dio media vuelta y salió de la casa subterránea. Las demás mujeres se quedaron para torturarlo y poder matarlo. Lo desataron de la silla y pronunciaron un breve discurso en su lengua nativa. Nicolás observó, apenado. A los pocos segundos, cuando las mujeres ya le habían hecho varias heridas, llegaron las tropas portuguesas, al mando de Alfonso Moreira. Llegaron para rescatarlo. Para Espinoza era un gran alivio, ya que estaba muy mal herido. Afuera de Kilum, Mena salió sola tranquilamente por la puerta secreta, sin advertir que allí afuera lo esperaba el guardia de seguridad del gobernador. –Hola, soy Silva. Estás arrestada.

CAPÍTULO 27

En el interior de la Gobernación, Espinoza se hallaba recostado sobre un fino sofá. Éste se despertó extrañado, no recordaba cómo había llegado allí. Entonces una voz grave se oyó resonar en la sala viniendo a dar respuesta a sus preguntas. –Uno siempre puede saber quién es tu verdadero aliado cuando ves quien se preocupa más por ti, y creo que yo soy el único aliado en el que puedes confiar ahora. –¿Dónde estoy, Alfonso? –En la Gobernación, en Kata Khona.

–Entonces… ¿eran tus hombres quienes dejaron el mensaje? ¿Eran tus tropas quienes secuestraron a Bianca? ¿Ellos me dejaron en medio de la selva? –Los ayudé un poco, lo admito. Pero no fui yo quien te secuestró en medio de la selva. Francisco no pudo encontrarte, ni con su gran embarcación, soldados, o dinero, o… sus innumerables esclavos. Así que, ¿cómo crees que lo hice? –Nicolás. –Muy bien. No lo olvidaste. –No. ¿Cómo poder olvidarlo, Alfonso? Él estaba ahí, traduciendo cada palabra. –Él estaba ahí porque yo lo puse ahí. Sólo lamento no haber llegado unos minutos antes. –Claro. ¿Pero qué tal si hubieran llegado unos minutos después? –Eso no quiero ni pensarlo. –Soy yo quien no quiere ni pensarlo. ¿Qué tanto lastimaron a Bianca cuando se la llevaron? Eso es lo que quiero saber. –A ella no le pasó nada. Desordenamos su cuarto después de llevárnosla. –¡Mientes, Alfonso, mientes! ¡Esa sangre en las paredes, era de ella! –Oye, suelta la chaqueta. No era sangre real, era vino. Estabas tan nervioso como para no notarlo –el teniente dejó de agarrarle–. Gracias. –¿Me estás diciendo que no le dijiste nada, Alfonso? –Le dije lo que podía, que admito que no era demasiado, porque son asuntos confidenciales. –Entonces, ¿ella no sabe nada sobre lo que pasó?

–Sabe lo que… todos los que me conocen saben. Que soy un excelente gobernante y un amigable camarada. –Si me permites ser un maldito salvaje, Alfonso. ¡Casi me muero en esa casa subterránea, imbécil! –Y si te hubieran asesinado, le habría dicho que ofreciste tu vida por ella. Y ella te hubiera… amado incluso después de la muerte. Pero ahora tú tendrás que ganarte su amor. –Esa es una gran noticia. Fantástico trabajo, Alfonso. Sí, excelente. Así que ahora tienes a Mena, ¿verdad? –Ese era el plan, Espinoza. –Me imagino que no te va a dar ninguna información –bebió un vaso de agua. –Todavía no. Debo confesarte que nunca pretendimos atacar. Las amazonas y nosotros éramos aliados hasta que aparecieron ustedes. –¿Qué? –Las amazonas y nosotros fuimos aliados, pero Francisco arruinó la diplomacia intentando asediar la fortaleza en repetidas ocasiones antes de que tú llegaras –Alfonso quería revelarle toda la verdad ya que tenía planes para el teniente–. Te diré algo, los que llegamos aquí, no venimos por el rey, ni por el oro. Venimos en busca de los dioses. –¿En busca de los dioses? ¿No está hablando en serio? –Hace muchos años, los godos se instalaron en la península ibérica, y en las antiguas tradiciones se tenía el conocimiento de que el mundo estaba dividido en cuatro regiones. La primera era Asia, la segunda África, la tercera Europa, y la cuarta región era desconocida para los hombres que habitaban en las anteriores tres, ya que había la certeza de que los dioses vivían en una cuarta región con algunos humanos a los que cuidaban

celosamente. La cuarta región tenía que ser América. Se dice que los dioses de la cuarta región concedieron el árbol de vida y con él la inmortalidad a muchos hombres, en especial a los descendientes de los dioses, es decir, a los mestizos. »Hace más de un siglo, cientos de naves godas atravesaron el océano en busca de los dioses. Al igual que los godos, nosotros no vinimos a adquirir la mayor riqueza. Vinimos en busca de la inmortalidad. ¿De qué sirve todo el oro del mundo si al final nos llegará la muerte? –Y… ¿Dónde se encuentran los dioses? –preguntó el teniente incrédulo. –Ya no están aquí, cuando algunos de los godos regresaron a la península ibérica, para ese entonces el rey se había convertido al catolicismo, y con él todo su imperio. El paganismo había terminado, por lo que los recién llegados guardaron en secreto el conocimiento que trajeron desde Sudamérica. ¿Y en qué consistía este conocimiento? Consistía en mapas, ilustraciones, utensilios, piezas de oro con un rico simbolismo, joyas, animales, frutas, así como también una asombrosa historia sobre el origen de la raza americana, y lo más importante, guardaron en sus escritos las fechas exactas en que los dioses regresarían de nuevo a la Tierra. –Para no creer. Sacrilegio. Sólo existe un dios. –No niego la existencia de un Dios Omnipresente, sin embargo acepto la existencia de dioses de carne y hueso; dioses que sangran y lloran; que castigan y que se arrepienten; que odian y que aman; que luchan y que trabajan; que se divierten y que fornican; dioses que practican distintas artes y deportes. ¿Ha leído la literatura griega? Sí es así, lo entenderá. –Sólo son leyendas, no realidades.

–Oh –rió el gobernador–, en el nuevo mundo, cada misterio que descubra le sorprenderá. Incluso en nuestra biblia descubrirá que la traducción no es correcta. Hay una persistente manía por traducir IyaHWeH, el nombre del señor, en singular y no en plural como debería. Las contradicciones bíblicas terminarían si aceptáramos la traducción como «dioses». Además, los mismos sucesos bíblicos cómo el diluvio o la torre de babel del antiguo testamento lo narran los nativos, sin embargo sus relatos son más detallados y explícitos, haciendo quedar a nuestra santa Biblia como una copia resumida, un plagio distorsionado. Pero no nos pasemos del tema, lo que buscamos es la inmortalidad y usted vendrá con nosotros. El teniente se reacomodó en su sofá, intentaba comprender todo el laberinto. –¿O sea que todo esto es por la inmortalidad que conceden los dioses? Pero…, si fuera cierto, ¿cómo pretenden encontrar a los dioses? –Gracias a los godos, tenemos los mapas del lugar. Incluso el mismo libro de Job en la Biblia lo describe. Se trata de un lugar en las alturas donde una puerta tallada en piedra da la bienvenida al sol, y por ella se puede ver el planeta de los dioses acercándose a la Tierra. Desde aquel lugar, al que llaman Tiahuanaco, podremos realizar todos los cálculos astronómicos necesarios. Los dioses volverán, no lo dude. –¿Cuándo? –Hay varias fechas pronosticadas. –¿Qué fechas? –Ellos vendrán en todas y cada una. 1519, 1571…, 1883, 1935, 1987, 2012, 2039. Usualmente en Marzo, en el año nuevo. Los dioses se han paseado por la Tierra siempre que lo han querido. Sólo vienen a lugares específicos y tratan con personas de autoridad. Cuando ellos se fueron de la Tierra, dejaron a sus descendientes haciéndolos reyes. Y

decretaron que solamente mantendrían contacto con ellos. Desde entonces las figuras de autoridad son los intermediarios entre el pueblo y los dioses. Sólo los gobernantes. –¿Gobernantes como usted? –Pocos saben que desciendo de los godos. Soy un «dios».

CAPÍTULO 28

–Si lo que dice es cierto debería estar rodeado de oro –dijo sarcásticamente. –Ya no. Lo que no todos entienden es que el oro tuvo su precio para los dioses en su momento, pero cuando abandonaron la Tierra perdió su valor. Los dioses no vinieron a la Tierra por casualidad, tenían la misión de extraer todo el oro que les fuera posible, para poder salvar a su planeta de una terrible catástrofe. La capa que lo cubría estaba desgastándose y sus científicos habían llegado a la conclusión de que dejando minúsculas partículas de oro en la atmósfera, éstas protegerían al planeta del peligro. De tal manera

que los dioses empezaron a trabajar en las minas de la Tierra, a las cuales dieron el nombre de AP.SU, que significa «el mundo inferior» o «infierno». El infierno estaba al rojo vivo, el trabajo era duro, y quienes iban allí no regresaban. Hasta que un día, los trabajadores de las minas se amotinaron contra sus mandatarios y hubo muerte –el gobernador hizo una breve pausa, se paseaba por la sala–. Cuando los dioses vieron que su meta, de conseguir el oro suficiente para salvar a su planeta estaba muy lejos, decidieron crear un ayudante, decidieron crear al Hombre. Por aquellos días habían visto repetidas veces a un hombre-simio vivir en la selva, y vieron que se parecía mucho a los dioses en su anatomía. Por lo que decidieron hacerlo evolucionar, con el fin de convertirlo en su sirviente, un peón, o como ellos lo llamaban «trabajador primitivo». Así se hizo, crearon al hombre y comenzaron a multiplicarse convirtiéndose en multitudes, y cada dios se agarró una multitud para sí. Entonces el rey de los dioses bajó del planeta y visitó la Tierra, él determinó que todos los dioses que consiguieran la magnífica suma de 25000000 toneladas de oro, regresarían a su planeta de origen. Para los dioses, vivir en la Tierra era como vivir en el campo sin todas las comodidades, carentes de la tecnología que tenían en su planeta. »¿Ha notado que en este continente los nativos no le dan un uso práctico al oro, no lo utilizan con propósitos monetarios, ni le dan un valor comercial? El oro sólo es exclusividad de los dioses, de ahí que robarlo fuera un delito gravísimo. Sucedió que cuando el rey de los dioses emitiera el decreto de las 25 millones de toneladas, cada dios exigió a su pueblo ostentosos sacrificios de oro. Una vez acumulada la suma acordada, ellos terminaban su servicio y regresaban a tener una vida normal en su planeta. –Algo que me intriga es… ¿Cómo sabían que yo estaba en El Dorado? Y más importante aún. ¿Cómo sabían su ubicación exacta?

–De cierta forma… siempre lo supimos. Antes de que ustedes llegaran, incluso antes del supuesto «descubrimiento de América». –¿A qué te refieres? –Colón partió del puerto de Palos, el 12 de Octubre de 1492 con la intención de encontrar una nueva ruta hacia las indias, ¿no es cierto? –Sí, lo es. –Pero… ¿cómo podría estar tan seguro de que tendría éxito? –Cuestión de confianza, supongo. El gobernador sonrió y prosiguió. –Antes de llegar a las Antillas, la tripulación de Colón ya estaba cansada, hambrienta y pronta a amotinarse. Pero se tranquilizaron cuando vieron a lo lejos la isla, a la que más tarde bautizarían con el nombre de «La Espaniola». Imagina ¿cuál hubiera sido el destino de Colón si no hubiera existido dicha isla y habrían tenido que atravesar todo el océano hasta llegar a Asia? El almirante habría sido asesinado y la tripulación muerta en alta mar. El haber encontrado tierra entre Europa y Asia le salvó la vida al almirante. Ciertamente los cálculos de Colón no fueron precisos, él desconocía las verdaderas distancias entre Europa y Asia, pero sabía de la existencia de Brasil. El gobernador sacó un mapa antiguo. –Esta es una copia, basada en mapas que Colón utilizó. En el mapa podía verse claramente que entre Asia y África había una isla-continente denominada… –«Barzel» –leyó el teniente–. Esto es… hebreo. –Ah, entonces sabrá muy bien qué significa –replicó el gobernador.

–Sí –dijo sorprendido y se reacomodó en la sofá–. Significa… significa «hierro». –Barzel, la tierra del hierro. O como lo pronunciamos en portugués: Brazil. –¿A qué nos lleva todo esto? –preguntó el teniente desorientado–. No alcanzo comprenderlo. –Brasil es la única zona donde los nativos, en especial las amazonas, tienen armas y utensilios de hierro. ¿Cómo es eso posible? –¿Cómo? –Creemos que nuestros antepasados, los hebreos, llegaron antes que nosotros. Y tenemos pruebas para creerlo, ya que los nativos cuentan que… hace mucho tiempo… dos hermanos, hijos de Adapa y Titi, hicieron ofrendas a los dioses, pero uno de ellos era el más consentido de los señores, por lo que el otro, envidiando a su hermano lo mató con una piedra… –¿Cómo obtuvieron estos mapas? –le interrumpió drásticamente. –Pues… Paolo del Pozzo Toscanelli, astrónomo, matemático y geógrafo de Florencia, las envió a la Corte de Lisboa en 1474. Los reyes de Portugal tienen mapas como este. Por lo que en el compromiso que ordenara el Papa en mayo de 1493, que trazaba una línea de demarcación entre las tierras descubiertas nos dio una ventaja. Esta línea exigida por los portugueses, nos dio Brasil y la mayor parte de América del Sur, para sorpresa de los españoles tiempo después, pero no de nosotros, porque conocíamos de antemano la isla-continente. –Pero… El Dorado… Akahim… ¿Cómo demonios descubrieron que había riquezas aquí y Colón no? –Nosotros tampoco lo sabíamos hasta que descubrimos los patrones en el mapa –le mostró tres figuras en el mapa–. Tres fortalezas, tres imperios, cada uno con trece

ciudades subterráneas interconectadas. Cuando ustedes descubrieron oro en la península de Yucatán, en el lugar donde aparece la primera fortaleza. Deducimos que en las restantes dos también habría riquezas. –O sea que son tres. En México, en Brasil, ¿y dónde está la tercera? –También en Brasil, al sur de Akahim, al este del Cuzco. El teniente Espinoza permaneció perplejo. –Hay algo que no encaja en todo esto, ¿si en el mapa aparece la ubicación de El Dorado? ¿Por qué Colón no vino primero a Brasil? –No lo sabemos. Es probable que no haya descifrado que en Akahim existan abundantes fortunas. Y que sólo le interesara llegar a Asia. –¿Alguien más tiene los mapas? –Personas particulares en Portugal, Italia, Alemania y otros países de Europa y norte de África, pero ninguno les dio la debida importancia… hasta ahora. –Sorprendente. Por eso los mercenarios franceses y alemanes. –Pero no te sorprendas con tan poco. Teniente, ¿no le extraña por qué las civilizaciones de las Américas se parecen demasiado a las de Europa? Hay grandes ciudades, caminos, templos, palacios, reyes, sacerdotes, religiones. Son casi como nosotros pero… carecen de vello facial. No tienen barba. –¿Es relevante? –Oh, sí que lo es. –Continúe. –¿Recuerdas que te estaba contando la historia de los dos hermanos? Una vez que uno de ellos asesinó al otro, los dioses lo llevaron a juicio. Quisieron condenarlo a muerte

pero uno de ellos se opuso rotundamente. Lo amaba tanto como a su propio hijo que suplicó al juez que lo dejara vivir. Éste accedió y estableció que nadie podría matarlo. Para distinguirlo de los demás, los dioses le dejaron una marca. Lo llevaron a los mismos laboratorios donde los dioses crearon al hombre y la mujer, y modificaron su estructura para que no le creciera barba. Esa fue la marca que le dejaron y misma que pasaría de generación en generación. Pero quienes recordaban el asesinato querían vengarse y conspiraron contra él. Más el mismo dios que lo salvó del juicio, le pidió a sus hermanos y hermanas que se lo llevaran hacia tierras lejanas en el oriente. De esta forma, los dioses se lo llevaron a él y su esposa hasta unas tierras inhabitadas por los hombres, incluso por los dioses. Le ayudaron a cruzar el océano y lo establecieron allí. En estas tierras edificó una gran ciudad, a la que bautizó con el nombre de su hijo Enoch, la ciudad se llamó Tenochtitlán, la ciudad de Enoch. »Entonces, los dioses se consternaron ya que no había quien hiciera crecer el cereal, ni quien cuide de las ovejas. Ya no había quienes provean de pan y lana para ropa. Entonces por Adapa y Titi proliferaron muchas hijas, hasta que finalmente, por la bendición de Cochahuira, un hijo; Sati, «el que ata la vida de nuevo», vino a borrar la ausencia del hijo asesinado. »Tiempo después, cuando el padre estaba agonizando en su lecho, mandó a llamar a sus dos hijos, al asesino y al tercero: Sati. Cuando estos llegaron, el pobre hombre ya estaba ciego, por lo que les pidió que se acercasen a él y para reconocerlos, Adapa tocó el rostro de cada uno. Y al que no tenía barba le dijo: Ka-in. –Caín. –Después de la muerte de su padre, Ka-in regreso a Tenochtitlán, pero tuvo tan mala suerte que le cayó encima una enorme piedra en la construcción de una pirámide. Murió por una piedra, igual que su hermano, Aba-el.

Espinoza, impresionado, relacionó al instante el relato indígena con la historia bíblica de Caín y Abel. –Si todo esto es verdad, ¿por qué comparte toda esta información conmigo? –La campaña aún no ha terminado, teniente. Los dioses volverán por su oro, descenderán del cielo igual que antaño en naves doradas brillantes. Ya se acerca la hora. Volverán. Espinoza empezaba a creer en todo aquello. –Ahora usted trabajará para nosotros. –Pero… –Le salvamos la vida, no tiene elección. Cuando le den de alta irá con Francisco De Orellana y renunciará. No haga ni diga nada que le haga sospechar. Le estaremos vigilando –ordenó el gobernador–. Tengo entendido que De Orellana atravesará todo el río amazonas. Uno menos en la competencia. –¿Y qué si no renuncio? –Usualmente alguien que tiene información sobre El Dorado recibe la visita de hombres del rey que le dicen: «si sabe lo que le conviene no hable con nadie al respecto.» –No tengo elección. –Lo comprendiste. No te ofusques, ya estamos por terminar la operación. Sólo te necesito para un trabajo más y estarás libre.

EPÍLOGO

En el campamento español. –Terminó tu trabajo Ezequiel. Ahora vas a venir conmigo. Recorreremos el río hasta su desembocadura en el Atlántico. El río ahora se llama «Amazonas». Ya imaginarás por qué le di ese nombre –dijo De Orellana recordando en su mente todo por lo que pasaron–. Tenemos mucho que contar a nuestros compatriotas, la pregunta es… ¿nos creerán? –fijó

la mirada en Espinosa y le dijo–. Te ascenderé de grado, tan alto como el mío. Más dinero, menos trabajo. –Una oferta interesante –se quedó en silencio. –¿Por qué esa cara? –preguntó De Orellana–. Oye, si se trata de Bianca, tendrás que olvidarla o traerla contigo en el barco. ¿Qué harás? –Creo que ya intuyes mi respuesta. –La traerás. –No –dijo desanimado–. Y tampoco la olvidaré. Voy a renunciar. Se acabó, Francisco. Renuncio. Me quedaré aquí ustedes sigan su camino. –No puedes renunciar o lo voy a tomar como una ingratitud. Además, ¿qué ganas quedándote aquí? ¿Te quedarás por esa mujer? –Claro, ella me gusta. ¿Por qué no hacerlo? –Pero te acabo de decir que puedes llevarla con nosotros en el barco. Vamos –De Orellana insistía–. ¿Por qué quieres quedarte? –Porque me gusta la selva –respondió el teniente con mucha seguridad. –A nadie le gusta la selva –rió contradiciéndole–. La vida aquí es terrible, y lo sabes. –Posiblemente sea una cuestión de gustos, ¿no crees? –Ah, Ezequiel. Oye, me ayudaste bastante, te lo agradezco, pero hay más aventuras y riquezas que aguardan por nosotros allá adelante… –Que tengas suerte en tu viaje, Francisco. Espero que todo el mundo crea que la existencia de El Dorado alguna vez fue real. –Si te quedas aquí no tendrás aliados, estarás solo. –Estaré sólo en cualquier lugar.

–Si te quedas en Kata Khona ¿sabes cuál lado de la cruz estás eligiendo? –¿Cuál? –dijo molesto, empezaba a perder la paciencia–. ¿Cuál lado de la cruz estoy eligiendo? –Pues la de los mercenarios. Escoges el lado de los que abandonan al rey. –Ten cuidado en pensar que tú eres el rey, Francisco. Que tengas un buen viaje de regreso. Y salúdame a tu familia. –Nadie es inocente en este juego, Espinoza. El teniente se fue dejando a su jefe hablando solo. En la calle, frente al cafetal, Espinoza observaba a Bianca desde lejos, acercándose paso a paso a ella pensó: «Mi misión en el campamento terminó con éxito. He encontrado mi tesoro: encontré a la mujer de mi vida.» Cerca de allí se paseaba De Orellana acompañado de algunos soldados. –¿Qué está haciendo? –preguntó De Orellana. –Nada. Camina hacia el cafetal –respondieron un soldado. –¿Qué hacemos, señor? –preguntó otro de los soldados–. ¿Lo seguimos? –No. Esto se acabó. Ya tomó su decisión. Espinoza entró al cafetal y sin decir palabra alguna, abrazó a la mujer que amaba. Ella lo recibió afectuosamente. Los soldados y el capitán general se alejaron del lugar luego de observar esta escena.