Lo que no ha dicho el Concilio RICART

No huelgan unas palabras de presentación, y a mí me honra el escribírselas. Fui miembro, por la paterna bondad de Juan X

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No huelgan unas palabras de presentación, y a mí me honra el escribírselas. Fui miembro, por la paterna bondad de Juan XXIII, de la Comisión de Seminarios y Educación Cristiana —una de las pre­ paratorias del Concilio Vaticano Segundo— y fui elegido, des­ pués, para ella, por el voto de los Padres Conciliares. Me otorgó el Señor la gracia de poder tomar parte en todas las Congregaciones Generales, y aun de ser miembro, después del Concilio, por igual bondad paterna de Pablo VI, de la Comi­ sión temporal de Educación Cristiana. Por vivir al tanto de lo que se difunde sobre el Concilio, leí, apenas dado a luz, LO QUE NO HA DICHO EL CONCILIO. El aplauso que tributé en mi alma al autor se lo manifiesto hoy con estas líneas, por la caridad con que ha escrito las suyas, con el más sentido deseo sacerdotal de edificar, y sin ánimo de herir a ningún hermano, y por la claridad con que expresa su

pensamiento. Por particular atención, al leer en el capítulo segundo los Cri­ terios de Pablo VI sobre el Concilio, único intérprete auténtico del mismo, pues esos son los que sigue con toda fidelidad el autor. Si al leerlos te asiste la gracia de Dios, se te marcharán ig­ norancias y confusiones. Derrama el autor sobre tantas preguntas, hijas de la ignoran­ cia, o, tal vez —como él dice— de la confusión, respuestas de viva luz que se difunde grata.

Léelas, léelas, y haz que las lean cuantos buscan la verdad con alma abierta. (De la carta de MARCELINO, Arzobispo di­ misionario de Valencia y Presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios.) «El Concilio ha sido un don de Dios a su Iglesia. Lástima que, algunos, con las interpretaciones arbitrarias del mismo, lo hayan convertido, no pocas veces, en motivo de escándalo. »La doctrina del Concilio no puede interpretarse rectamente más que a la luz del magisterio auténtico de la Iglesia, tanto del magisterio anterior como del posterior al Concilio. Eso es lo que hace ijísted'. en su libro y por eso resplandece en él un equilibrio y una 'madurez que pueden calmar ese nerviosismo que les ha entrado a muchos, movidos, quizá, por un afán sub­ jetivamente recto de adaptación al mundo de hoy, pero que les induce a afirmaciones y posturas desconcertantes, cuando no francamente erróneas. »Creo que ha prestado un buen servicio a la Iglesia con la publicación de su libro y que la serenidad y el espíritu de con­ cordia que reina en él hacen más estimable.» (De la carta del actual Cardenal Primado de España y Arzobispo de Toledo, Bmmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. VICENTE ENRIQUE TARANCON, cuando era Arzobispo de Oviedo.)

JOSE RICART TORRENS, Pbro.

LO QUE NO HA DICHO EL CONCILIO TERCERA EDICION

Presentación por el Excmo. y Rvdmo. Sr Dr. D. M A R C E LIN O O LA E C H E A Presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios

STVDIVM, ediciones Bailén, 19 M A D R ID -13

INDICE

A l lector ..................................................................................

5

Prólogo .....................................................................................

9

I. II. III. IV. V. VI. VII. VIII. IX. X. XI. XII. XIII. XIV. XV. XVI. XVII. XVIII. XIX.

El Concilio......................................................... Criterios de Paulo VI sobre el Concilio ......... Jerarquía y disciplina eclesiástica .................... Moral cristiana....................................................... La Encíclica “Humanae vitae” .......................... Liturgia y Sacramentos....................................... Predicación y apostolado obrero ... La f e ......................................................................... Postrimerías............................................................ Ascética.................................................................... Devoción al Corazón de Jesús........................... Prácticas m añanas................................................ Ejercicios espirituales .......................................... Problema vocacional .................... Prácticas sacerdotales de piedad ......... ¿Ya no hay libros peligrosos? .............. Teilhard de Chardin.............................................. Pío X I I ..................................................................... Respuesta a algunos sofismas ...........................

13 25 41 59 79 95 127 149 153 159 165 175 193 205 221 225 237 261 271

XX. Sacerdotes, apostolado seglar y acción tem­ poral ............................................................. 289 XXI. En el interior de la Iglesia .. 305 XXII. Ecumenismo y libertad religiosa .. 323 XXIII. Métodos del proselitismo comunista .. 337 XXIV. Algunas cuestiones históricas ....... ................. 345 XXV. Lo único necesario................. ......................... 351

© JULIO GUERRERO CARRASCO STVDIVM, ediciones

IMPRESO EN ESPAÑA

1969

N I H I L OBSTAT: J u a n R o i g G i r o n e l l a , S'. J ., Censor.— IMPRIMATUR: D r . J o s é C a p m a n y , Vicario Episcopal. Por mandato de S. S.* Rvdma. E r ­ n esto Ros, Pbro., Canciller Secre­

tario.

Depósito legal:

M. 25367.— 1909

Gráficas Halar, S. L.-Andrés de la Cuerda, 4.-M a d rid -15.-1969

Huelga poner otro Prólogo, y cambiar el que tiene “LO QUE NO H A DICHO E L CONCILIO ”, porque el puesto por el autor, mi buen amigo, él sacerdote don José Ricart Torrens, es inmejorable: claro, sencillo y sobrio. No huelgan unas palabras de presentación, y a mí me honra el escribírtelas. Fui miembro, por la paterna bondad de Juan X X III, de la Comisión de Seminarios y Educación Cristiana — una de las preparatorias del Concilio Vaticano Se­ gundo— y fui elegido, después, para ella, por el voto de los Padres Conciliares. Me otorgó el Señor la gracia de poder tomar parte en todas las Congregaciones Generales, y aun de ser miembro, después del Concilio, por igual bondad pa­ terna de Pablo VI, de la Comisión temporal de Edu­ cación Cristiana. Por vivir al tanto de lo que se difunde sobre el Concilio, leí, apenas dado a luz, “LO QUE NO H A D I­ CHO E L CONCILIO El aplauso que tributé en mi alma al autor se lo manifiesto hoy con estas líneas, por la caridad con que ha escrito las suyas, “el más sentido deseo sacer­ dotal de edificar, y sin ánimo de herir a ningún her­ mano”, y por la claridad con que expresa su pensa­ miento. Por particular atención, al leer en el capítulo seO

gundo los “Criterios de Pablo V I sobre el Concilio ” , único intérprete auténtico del mismo, pues ésos son los que sigue con toda fidelidad el autor. Si al leerlos te asiste la gracia de Dios, se te mar­ charán ignorancias y confusiones. Derrama el autor sobre tantas preguntas, hijas de la ignorancia, o, tal vez— como él dice— de la confu­ sión, respuestas de “viva luz que se difunde grata”. Léelas, léelas, y haz que las lean cuantos buscan la verdad con alma abierta. M A R Q E L IN O , Arzobispo dimisionario de Valencia y Presidente de la Comisión Episcopal de Seminarios.

25 de marzo de 1968.

CARTA del actual Cardenal Primado de España y Arzobispo de Toledo, Emmo. y Rvdmo. Sr. Dr. D. Vicente Enrique Tarancón cuando era A rzo­ bispo de Oviedo. 12 de agosto de 1968.

Rvdo. Sr. D. José Ricart Torrens, Pbro. Barcelona. Mi querido amigo: No he podido leer su libro “Lo que no ha dicho el Concilio” con la tranquilidad que hubiese de­ seado. Ha sido suficiente, sin embargo, mi lectu­ ra rápida para darme cuenta del bien que puede hacer en estos momentos de confusión. El Goncilio ha sido un don de Dios a su Iglesia. Lástima que, algunos, con las interpretaciones ar­ bitrarias del mismo, lo hayan convertido, no po­ cas veces, en motivo de escándalo. La doctrina del Concilio no puede interpretarse rectamente más que a luz del magisterio auténti­ co de la Iglesia, tanto del magisterio anterior como del posterior al Concilio. Eso es lo que ha­ ce V. en su libro y por eso resplandece en él un equilibrio y una madurez que pueden calmar ese nerviosismo que les ha entrado a muchos, movi­ dos, quizá, por un afán subjetivamente recto de adaptación al mundo de hoy, pero que les induce a afirmaciones y posturas desconcertantes, cuan­ do no francamente erróneas.

Creo que ha prestado un buen servicio a la Igle> sia con la publicación de su libro y que la sereni­ dad y el espíritu de concordia que reina en él ha­ cen más estimable. Un abrazo y una bendición afectuosa de su buen amigo en Cristo Vicente, Arzobispo de Oviedo.

PROLOGO Este libro no quiere ser un comentario de los Decretos y declaraciones del Concilio Vaticano II. No pretende más que responder a ciertas preguntas que emanan de personas católicas desconcertadas, a causa de lo que oyen decir y ven practicar a la sombra de lo que algu­ nos interpretan falsamente como “ línea del Concilio Es cierto que muchas de las preguntas que se hacen, pueden demostrar a primera vista, a lo menos, ignoran­ cia o poco conocimiento de puntos determinados de la doctrina católica, no siempre, ciertamente, dogmáticos. Pero en casi todos los casos no ha sido la ignorancia la que ha motivado la pregunta, sino la desorientación suscitada por alguna lectura, predicación, conferencia, conversación. El católico que ha vivido durante años su vida cristiana se asombra no de los cambios provenien­ tes de determinaciones jerárquicas, sino de doctrinas y opiniones contrarias a las enseñanzas que siempre ha sostenido la Iglesia. Entonces surge la ya frase hecha: ¿Es que el Concilio lo ha cambiado todo? Y si pregunta, puede salir de dudas. Lo peor del caso es que muchos ya no preguntan. Se han hecho concien­ cia falsa. “Han tomado conciencia de sí mismos ” , se dice. Juzgan por sí, al margen del Magisterio. Nuestras afirmaciones responden a las preocupaciones reiteradamente manifestadas por Pablo VI. En la alocu­ ción del 30 de noviembre de 1966 decía solemnemente:

“En nuestro tiempo también la fe es blanco de muchas negaciones (la fe no es de todos), dice San Pablo (2 Tesálonicenses, 3-2) y es campo de muchas controversias incluso entre los creyentes. Quizá también hayan llegado hasta vuestros oídos los ecos de opiniones erróneas que pretenden mantener interpretaciones arbitrarias y ofen­ sivas de verdades sacrosantas de la fe católica; por ejemplo, hemos escuchado voces, pocas en verdad, pero esparcidas por el mundo, que intentan deformar doctri­ nas fundamentales, claramente profesadas por la Iglesia de Dios—por ejemplo la resurrección de Jesucristo, sobre la realidad de su verdadera presencia en la Euca­ ristía, y también sobre la virginidad de María y, con­ siguientemente, sobre el misterio augusto de la En­ camación, etc.—. Lo que espanta no es solamente la gravedad de estas falsas afirmaciones, sino también la audacia irreverente y temeraria con que son pronuncia­ das, permitiendo entrever que se insinúa acá y allá el criterio de juzgar las verdades de la fe a voluntad, se­ gún la capacidad r/'opia del entendimiento y el gusto propio de diálogo en el campo teológico y religioso Abundando en esta preocupación pontificia, se escri­ ben estas páginas. Quien quiera conocer lo que verda­ deramente enseña el Concilio Vaticano II, debe leer sus documentos, interpretados por la Jerarquía y a la luz del magisterio perenne de la Iglesia. El buen sentido del lector entenderá sobradamente el talante específico de cada pregunta. Algunas que presentan verdaderos sofis­ mas, otras que buscan aclaraciones, sin faltar las que recuerdan las enseñanzas conciliares. Sabemos que no agotamos la materia y que quedan muchas preguntas por contestar. Y todo ello lo escribimos con el más sen­ tido deseo sacerdotal de edificar y sin ánimo de herir a ningún hermano. Pero Pablo VI nos apremia a este apostolado. En el discurso conmemorativo del martirio de los apóstoles Pedro y Pablo nos reitera esta adver­ tencia: liMientras decae el sentido religioso en los hom­ bres de nuestro tiempo, privando a la fe de su funda­ mento natural, opiniones exegéticas o teológicas, toma­ das muchas veces de las más audaces, pero ciegas filo­ sofías profanas, se insinúan acá y allá en el campo de la doctrina católica, poniendo en duda o deformando el sen­ tido objetivo de verdades autorizadamente enseñadas por la Iglesia, y con el pretexto de adaptar las ideas reli-

giosas a la mentalidad del mundo m oderno, se prescin­ de de la guía del magisterio eclesiástico, se da a la es­ peculación teológica una dirección radicalmente historicista, se tiene la osadía de despojar el testimonio de la Sagrada Escritura de su carácter histórico y sagrado y se intenta introducir en el pueblo de Dios una m enta­ lidad que llaman posconciliar, que del Concilio deja a un lado la firme coherencia de sus amplios y m agnífi­ cos desarrollos doctrinales y legislativos, con el tesoro de ideas y de normas prácticas de la Iglesia, para des­ pojarlas de su espíritu de fidelidad tradicional, y para difundir la ilusión de dar del cristianismo una nueva interpretación, arbitraria y estéril. ¿Qué quedaría del contenido de nuestra fe y de las virtudes teologales que en ellas se profesan, si estos intentos, lejos de la apro­ bación del magisterio eclesiástico, hubieran de preva­ lecer?” E n manos de María, Madre, por medio de San Luis María de M ontfort y San Antonio María Claret, dejajamos nuestro trabajo.

I. — EL CONCILIO 1 —¿Qué es un Concilio? —Es sencillamente una reunión de Obispos que con determinadas formalidades jurídicas estudian asuntos de interés común en sus diócesis. Si los Obispos perte­ necen solamente a una determinada provincia eclesiás­ tica, el Concilio se llama Provincial; si son de muchas provincias eclesiásticas, recibe el nombre de Plenario. Para el Concilio Plenario se requiere el permiso del Papa, el cual nombrará un Legado Pontificio que lo presida. (Can. 281 y 283.) Sin duda aquí el interrogante se refiere al Concilio Ecuménico. El Can. 222 dice: “No puede darse un Con­ cilio Ecuménico que no fuere convocado por el Romano Pontífice.” Por tanto, el Concilio Ecuménico es aquel

que el Papa convoca y al que da el título de Ecuméni­ co, puesto que el Papa podría convocar Concilios par­ ticulares aun bajo su presidencia. Por lo general en es­ tos casos se denomina Sínodo. Aunque con esta palabra, sobre todo en latín, viene designado también el Conci­ lio, puesto que etimológicamente significan lo mismo ambas palabras.

% —¿Es

válida la reunión de muchos Obispos sin la aprobación del Papa?

—Aparte de las reuniones episcopales para los Conci­ lios Provinciales, se pueden dar reuniones de Obispos que sumen en número tantos miembros como en un Concilio Plenario; pero si se tienen sin permiso especial del Papa, no podrán formar un Concilio. Existen, en efecto, las Reuniones o Conferencias Episcopales, que han sido objeto de una reciente legislación, y que se ce­ lebran con cierta frecuencia, aun repetidas veces, en un mismo año. Si muchos, o muchísimos, Obispos se reuniesen con el fin de formar un Concilio Ecuménico al margen del Papa, no se obtendría el tal Concilio. A eso se le ha llamado en la historia—han existido algunos casos— Conciliábulo. Con este nombre, o el de Latrocinio de Efeso, se cita a la reunión de Obispos que con Nestorio quiso oponerse al Concilio de Efeso. Existieron también, a lo largo de la primera mitad del siglo iv, una serie de Conciliábulos de Obispos arríanos. Otro caso ocurrió en Basilea, en donde se comenzó con un Concilio Ecu­ ménico convocado por el Papa Eugenio IV y suspendido luego. Algunos Cardenales y Obispos no se sometieron y continuaron en un Concilio acéfalo—sin cabeza—o conciliábulo. Sus decisiones, aunque muy buenas, no fueron recibidas. Los decretos anteriores a la suspen­ sión son auténticos.

3 —La finalidad de los Concilios, ¿es o no, dog­ matizar^ —De nuevo el Can. 222: “Al mismo Romano Pontífice corresponden por sí o por otros, presidir el Concilio Ecuménico, constituir y designar las materias y el or­ den que se ha de seguir...” No dice, pues, que el fin del

Concilio sea decretar dogmas de fe.

4 —¿Por qué en anteriores Concilios se definie­ ron dogmas y en el Vaticano II no? ¿Es que actualmente no existen errores y desviaciones? —Basta leer los mismos decretos del Concilio Vati­ cano II para convencerse de que actualmente existen errores y desviaciones dentro de la Iglesia. El Papa Pa­ blo VI está continuamente refiriéndose a ellos y procu­ rando extirparlos. Pero no corresponde necesariamente al Concilio la extirpación de las herejías, ni todos los Concilios Ecu­ ménicos se reunieron con semejante fin. Es cierto que la mayoría de los Concilios tuvieron como ocasión y aun motivo la divulgación peligrosa de alguna doctrina he­ rética. El Concilio Tridentino puso en claro la doctrina católica frente a los errores protestantes anatematizán­ dolos directamente. El Concilio Vaticano II no estaba obligado a anatema­ tizar a los herejes de hoy ni condenar a los herejes de hoy. Ha querido seguir un camino distinto y se ha pro­ puesto un fin diverso. Diríamos que su fin ha mirado el aspecto positivo. Por lo demás, el Papa Juan XXIII, que fue quien convocó el Concilio y a quien correspondía “determinar y constituir las materias” del mismo, ex­ presamente designó como fin del nuevo Concilio el “poner la Iglesia al día y fomentar la unión de las Igle­ sias”, al mismo tiempo que quería hacer un reajuste del

Derecho Canónico vigente. Esta tercera parte no ha sido posible abordarla directamente, aunque no pocas de las decisiones conciliares entrarán en la nueva legislación. Los dos puntos principales se han procurado a la me­ dida que las circunstancias lo han permitido.

5 —¿Puede un Concilio contradecir a otro? —Entendámonos bien. Todo depende de la materia que determina un Concilio, a) Si se trata de definiciones dogmáticas, no puede haber contradicción. Así, por ejemplo, habiendo el Concilio Tridentino definido la transubstanciación, no puede otro Concilio afirmar que sea falsa. b) Si se trata de cuestiones disciplinarias, un Conci­ lio puede derogar lo que otro anterior legisló. Por ejem-

pío: el Tridentino prohibió la comunión bajo las dos especies a los laicos y el Vaticano II la ha permitido en ciertos casos. c) Aun en cuestiones dogmáticas la doctrina de la Iglesia puede progresar o avanzar. Así pueden aparecer matices nuevos que no contradicen, sino que enriquecen o esclarecen lo que concilios anteriores habían definido. De esta manera el Concilio Vaticano II ha decretado la Colegialidad de los Obispos, que pone de relieve un aspecto del Episcopado y de la misma Jerarquía de la Iglesia que no había sido atendido anteriormente.

6 —¿Qué valor tienen las decisiones o decretos del Vaticano II? —Ante todo hay que advertir: a) No se ha querido imponer ningún decreto como doctrina de fe. Sin em­ bargo hay en ellos muchos puntos que son ciertamente dogmas de fe conocidos, y que no dejan de serlo ahora. b) No todos los documentos tienen el mismo valor; y por esto el mismo Concilio ha empleado terminología varia para designarlos, cuya importancia sigue grada­ ción descendiente: Constitución dogmática—se desarro­ lla en el plano doctrinal teológico—es el tipo de docu­ mento más solemne del Concilio. No quiere, sin embar­ go, ser establecida su doctrina como de fe. Decreto: ex­ pone los principios canónicos que deben regir la con­ ducta social eclesial e informar luego al nuevo Código de Derecho Canónico. Declaración: expone un “ sentir practico” del Concilio. No comprende plenamente el piare doctrinal ni quiere hacerlo; tampoco establece las normas de comportamiento que deben regir como deci­ sión conciliar. Expresa sencillamente una “ línea” de conducta por la que, en plano general, opta el Concilio. Hay otro documento que viene designado con el apela­ tivo de Constitución Pastoral porque junta puntos doc­ trinales fijos e irrevocables con materias circunstancia­ les del mundo de hoy, que necesariamente han de cam­ biar con el tiempo. Supuesta esta diversidad de documentos y su estabili­ dad, hay que advertir: a) El Concilio en sí—supuesta siempre la unión con el Papa y la aprobación de los do­ cumentos por el mismo Papa—es infalible. Pero esta

infalibilidad no quiere decir que necesariamente todo cuanto dictamina se impone como doctrina de fe. Depen­ de de la intención que el Concilio tenga, b) En el Vati­ cano II expresamente se declaró (Congr. Gen. 123, día 16 nov. 1964) que la Constitución Dogmática sobre la Iglesia—la más solemne del Concilio—no era precisa­ mente un dogma de fe. Y en general de las decisiones conciliares se decía: “ Teniendo en cuenta la manera de obrar de este Concilio y el fin pastoral del mismo, este Concilio define como de fe solamente aquellas doctrinas tocantes ala fe y costumbres, que él abiertamente como tales las declare. Las demás cosas que el Concilio pro­ pone, todos los fieles las deben recibir y abrazar según la mente del mismo Concilio, ya que son doctrina del Magisterio Supremo de la Iglesia; la mente del Concilio aparece o por la materia en sí, o por el modo de expre­ sarse.” Por tanto: a) En general hay que admitir y abrazar todo cuanto el Concilio ha dictaminado, b) Hay que des

cubrir la mente del Concilio para entender qué es lo que ha determinado y con qué grado de voluntad lo ha im­ puesto. c) Se ha de tener en cuenta la diversidad de documentos, ya que no todos tienen el mismo valor de imposición según la voluntad del Concilio, d) No hemos de regirnos por nosotros mismos en la apreciación del valor del Concilio, sino que hay que acogerse a lo que el Papa establece en cada caso o lo que los Obispos en particular impongan en cada diócesis. Nuestro anhelo general ha de ser la fidelidad a la Iglesia.

7 —¿La aceptación de los documentos conciliares ha de ser total o caben reservas? —Esta pregunta, después de la anterior, parecerá superflua. Sin embargo la hemos admitido porque permite una variedad. Aceptar un documento conciliar con reser­ vas significa que el fiel juzga por sí mismo el valor de los documentos y acepta unos—o algunos puntos determi­ nados—y rechaza otros, porque no están conformes con su criterio particular o su interpretación del Concilio.

Esto puede ocurrir con criterios opuestos. Tenemos, por ejemplo, la Declaración sobre la libertad religiosa en la que el Concilio se esfuerza por evitar los escollos o los

extremismos. Unos, sin embargo, atienden solamente a las afirmaciones suprimiendo las atenuantes, y otros insisten en las atenuantes olvidando las afirmaciones. Ambas posturas son equivocadas. Estas reservas no son lícitas. O se acepta todo, o nada.

8 —Este Concilio ha sido inoportuno. No ha traí­ do más que desorientación y confusión. —Un católico serio no puede afirmar así, sin más, semejante proposición. El Papa Juan XXIII, que convo­ có el Concilio, afirmó más de una vez lo que había he­ cho por inspiración del Espíritu Santo; y el propio Pablo VI ha hablado muchas veces de la providencia de Dios en la convocación de este Concilio. No puede, pues, sin más, decirse que ha sido inoportuno. Tampoco es verdad que de él algunos hayan deducido solamente confusionismo y desorientación. Ni es precisamente Concilio todo cuanto se ha dicho en el Concilio o aula conciliar, y mucho menos cuanto del Concilio ha escrito la prensa y han comentado luego no pocos, incluso sacerdotes. Es cierto que muchísimos se han aprovechado de las circunstancias del Concilio para divulgar sus particulares opiniones erróneas o ma­ neras de ver dudosas. Pero esto no es el Concilio. Los frutos del Concilio se verán a la larga. Ahora podremos comparar los resultados inmediatos del Concilio con el estado de conciencia de quien, despertando de un letar­ go, en unos Ejercicios espirituales, siente revolvérsele *odo el fango de su alma y se encuentra entre la deses­ peración y la esperanza. Si sigue fielmente la inspira­ ción de Dios, muy pronto obtendrá una calma y paz se­ renas. El confusionismo de ahora, que no se debe pre­ cisamente al Concilio, exige que estudiemos más a fon­ do los decretos conciliares y sepamos defendernos de sus falsas interpretaciones.

9 —¿Es verdad que el Concilio no ha querido con­ denar el comunismo porque éste ya no es ahora como antes? —El Concilio, siguiendo las normas que se impuso, no ha querido formular una condenación expresa con-

ira el comunismo, como algunos o muchos habían desea­ do y pedido; pero no quiere esto decir que acepte una mitigación en el sistema doctrinal comunista o que ad­ mita de alguna manera sus principios. La Iglesia sigue condenando el comunismo en cuanto es un sistema doc­ trinal opuesto a los principios católicos e incluso a prin­ cipios de ley natural. La Iglesia quiere tender también una mano a los comunistas en el sentido de que está dispuesta a hablar con ellos y discutir serenamente los principios. Pero no está dispuesta a claudicar de ningún principio ni aceptar mitigaciones falsas.

10 —Se dice que en el Concilio no se ha hecho ninguna alusión ni al comunismo ni a su con­ tenido ideológico. —Repetimos: el Concilio no ha nombrado expresa­ mente al comunismo en ninguno de sus documentos. Pero la Constitución sobre la Iglesia y el mundo de hoy, después de hablar del ateísmo en general, dedica un apartado especial al ateísmo sistemático. Afirma que la Iglesia no puede menos de reprobarlo con dolor pero con firmeza, como ya otras veces lo ha reprobado, e indica en una nota a qué otros documentos condenato­ rios se refiere. ¿Se trata aquí de una condenación del comunismo? Para contestar a esta pregunta hay que examinar el texto conciliar y los documentos citados en la nota. La reprobación del ateísmo sistemático está contenida en el número veinte y en el primer párrafo del veintiuno de la Constitución citada, que dice textualmente, según la traducción de la revista “Ecclesia'’ : “El ateísmo moderno presenta muchas veces una apa­ riencia de sistema que, aparte de otras razones, sabe ex­ plotar el legítimo deseo de independencia del hombre, hasta hacerle sentir dificultades contra cualquier clase de dependencia respecto a Dios. Quienes profesan tal forma de ateísmo, sostienen que la libertad consiste en que el hombre sea fin de sí mismo, artífice y demiurgo único de su propia historia, lo cuál sostienen que no es compatible con la afirmación de un Señor, autor y fin de todas las cosas, o al menos, hacen superfina totalmente tal afirmación. Una doctrina así, encuentra más que ayu-

das en el sentido del poder que el moderno progreso técnico confiere al hombre. Entre las formas del moderno ateísmo no se puede pasar por alto aquella que espera la liberación del hom­ bre, principalmente de su liberación económica y social; sostiene que a esta liberación se opone, por su propia na­ turaleza, la religión, ya que, orientando la esperanza hu­ mana hacia una engañosa vida futura, podría apartarle de la edificación de la ciudad terrestre. De ahí que los promotores de tal doctrina, cuando llegan a tomar las riendas de un Estado, atacan violentamente a la religión, difundiendo para ello el ateísmo, por el empleo, sobre todo en la educación de los jóvenes, de esos instrumen­ tos de presión de que hoy dispone la autoridad pública. La Iglesia, fiel a Dios y fiel a los hombres, no puede menos de reprobar con dolor, pero con firmeza, como ya otras veces lo ha reprobado (16) estas funestas doctrinas y estas tácticas, que contradicen a la razón y a la expe­ riencia humana universal, y rebajan al hombre de su grandeza original”

Cualquier mediano conocedor de la doctrina comunis­ ta, no podrá menos de reconocer algunos de sus rasgos más característicos en la descripción que hace el Conci­ lio del ateísmo sistemático. En los párrafos transcritos, el Concilio reprueba, pues, una vez más, el comunismo. Por si alguna duda quedara, vamos a estudiar el conte­ nido de los documentos citados en la nota. La nota (16) a la que remite el texto conciliar dice literalmente: “(16) Cj. tío XI, Carta Encl. uDivini Redemptoris”, 19 de marzo ds 1937, AAS 29 (1937), págs. 65-106; Pío X II, Carta Encl. “Ad Apostolorum Principis”, 29 de junio de 1958, AAS 50 (1958), págs. 601-614; Juan X X III, Carta Encl. “Mater et Magistra”, 15 de mayo de 1961, AAS 53 (1961), págs. 451-453; Pablo VI, Carta Encl. “Ecclesiam Suam”, 6 de agosto de 1964, AAS 56 (1964), págs. 651653.” La sigla AAS designa la publicación periódica

“Acta Apostolicae Sedis” (Actas de la Sede Apostólica), especie de “Boletín Oficial” de la Santa Sede. El número que sigue a la sigla indica el del tomo de esta publica­ ción en que se encuentran los documentos citados. La fecha es la de aparición de cada uno de ellos en las AAS,

y las páginas indican los párrafos de dichos documentos que el Concilio Vaticano hace suyos para reprobar el ateísmo sistemático. Como ya otras veces lo ha repro­ bado. Examinemos brevemente el contenido de estos textos. a) Carta Encíclica “ Divini Redemptoris”.—Las pági­ nas señaladas en la nota conciliar comprenden la Encí­ clica entera, y nadie ignora que este documento fue pu­ blicado con la expresa intención de condenar una vez más solemnemente el comunismo, como el propio Papa lo indica al comienzo de la Encíclica. En la primera parte del documento se refiere Pío X I a las condenaciones de Pío IX y León XIII, y a la nece­ sidad de esta nueva reprobación. En la segunda, expone los errores del comunismo en cuanto a su doctrina filo­ sófica y a sus concepciones de la persona humana, la fa­ milia, la sociedad y el Estado, y denuncia los crímenes cometidos en la persecución promovida por los comu­ nistas contra la religión en Rusia, Méjico y España. En la tercera expone la verdad católica sobre los mismos temas, oponiéndola, punto por punto, a la doctrina co­ munista. En la cuarta parte, califica al comunismo de intrínse­ camente perverso, pone en guardia a los fieles contra sus insidiosas tácticas de proselitismo y afirma que no puede admitirse que colaboren con él, en ningún terre­ no, quienes pretenden salvar la civilización cristiana. Expone ampliamente los remedios que los católicos de­ ben oponer a la amenazadora revolución que se está preparando: desprendimiento, caridad, justicia... Hace un llamamiento a todos cuantos creen en Dios y le ado­ ran para que tomen parte en esa lucha, empeñada por el poder de las tinieblas, contra la idea misma de la Di­ vinidad. Y termina la Encíclica poniendo la gran acción de la Iglesia Católica contra el comunismo mundial, bajo la égida del poderoso protector de la Iglesia, San José,

obrero, pobre y modelo de justicia cristiana. b) Carta Encíclica “Ad Apostolorum Principis” .— Como en el caso anterior, el Concilio hace suya la Encí­ clica entera. Si la “Divina Redemptoris” era una conde­

nación de la doctrina y de los métodos del comunismo ruso, la “Ad Apostolorum Principis” lo es del comunis­ mo chino, y en particular de los procedimientos emplea­ dos por él para destruir a la Iglesia católica, creando una Iglesia cismática. c) Carta Encíclica “Mater et Magistra”.—En las pá­ ginas acotadas en la nota conciliar, el Papa Juan XXIII afirma, entre otras cosas, que en las Comunidades de más alto nivel de vida se deshace la ilusión del soñado paraíso en la tierra, meta, como es sabido, de todos los esfuerzos comunistas. Y refiriéndose a las diversas ideo­ logías que han pretendido organizar más perfectamente la convivencia humana, indica que algunas están decli­ nando por no haber tenido en cuenta las exigencias más profundas de la persona humana. Y afirma textualmen­ te: “En efecto, el error más radical en la época moderna es el de considerar la exigencia religiosa del espíritu humano como expresión del sentimiento o de la fanta­ sía, o bien como un producto de las contingencias his­ tóricas, que se ha de eliminar como anacrónico o como obstáculo al progreso humano...” La alusión a la alienación religiosa y a la religión, opio del pueblo, puntos característicos de la doctrina

comunista, es tan evidente como en el propio texto con­ ciliar. El Papa los considera radicalmente erróneos y el Concilio hace suya esta apreciación. d) Carta Encíclica “Ecclesiam suam” .—Contra la afirmación de algunos de que esta Encíclica ha sido su­ perada por el Concilio en lo que se refiere a la actitud de ía Iglesia ante el comunismo, está el hecho evidente de que la nota conciliar remite a la parte de la Encícli­ ca, en la que el Papa Pablo VI reprueba la concepción comunista del mundo y de la sociedad como fundamen­ talmente equivocada, contraria a las exigencias inderogables del pensamiento y a las bases auténticas del or­ den social y sofocadora de la luz del Dios vivo, y añade: uEstas son las razones que nos obligan, como han obli­ gado a nuestros Predecesores—y con ellos a, cuantos es­ timan los valores religiosos— a condenar los sistemas ideológicos que niegan a Dios y oprimen a la Iglesia, sistemas identificados frecuentemente con regímenes

económicos, sociales y políticos y, entre ellos, al comu­ nismo ateo. Puede decirse que su condena no nace de nuestra parte; es el sistema mismo, y los regímenes que lo personifican los que crean contra nosotros una radi­ cal oposición de ideas y opresión de hechos. Nuestra re­ probación es en realidad un lamento de víctimas más que una condenación de jueces.”

Afirma después que el diálogo con los comunistas es actualmente imposible por la falta de suficiente libertad de juicio y de acción y el abuso dialéctico de la palabra,

y añade: “ Esta es la razón por la que el diálogo calla. La Iglesia del Silencio, por ejemplo, calla, hablando única­ mente con su sufrimiento, al que acompaña el sufrimien­ to de una sociedad oprimida y envilecida, donde los de­ rechos del espíritu quedan atropellados por los del que dispone de su suerte.”

CONCLUSION.—La Iglesia, al reprobar en el Concilio Vaticano II el ateísmo sistemático, como otras veces lo ha reprobado, reitera y confirma las condenaciones de la doctrina y métodos antirreligiosos y antihumanos del comunismo formulados por los Papas Pío IX, León XIII, Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. En nada ha variado, por tanto, la postura de la Jerarquía ante esa doctrina y esos métodos, ni puede, por tanto, variar la de los fieles católicos, que deben abstenerse de toda cola­ boración y diálogo con los comunistas, mientras aquellos a quienes el Espíritu Santo ha puesto para regir la Iglesia de Dios no lo autoricen expresamente.

11 —Una persona entusiasta del Cardenal Montini y de la «linea progresista del Concilio» se lamenta: «¡Este Papa está frenando el Con­ cilio!» —Pablo VI es el mismo Cardenal Montini con la dife­ rencia muy sustancial de que ahora es Cabeza de la Iglesia y tiene una responsabilidad universal y mira por toda la Iglesia. No quiere esto decir que se contra­ diga o se retracte. Como hombre, su grande talla y per­ sonalidad le permitieron en su diócesis de Milán hacer experimentos y determinar ciertos avances, que él per-

sonalmente dirigía y limitaba. Como Pastor Supremo de la Iglesia no puede regir cada una de las diócesis perso­ nalmente. Ha de dar las normas universales, que des­ pués cada Pastor aplicará en su diócesis según la talla de su personalidad. Podrá ocurrir frecuentemente que alguien se propase o no tenga aquella capacidad de go­ bierno para mantener el justo medio. El Papa ha de vi­ gilar los desvíos y frenar los ímpetus inmoderados. Con todo no se puede afirmar que el Papa frene el Concilio. Lo que el Papa hace es frenar a los que se precipitan o a los que interpretan mal el Concilio. Por lo demás, ya al promulgar los documentos conciliares concedió el mismo Papa la llamada “vacatio legis”, en virtud de la cual no entraban en vigor hasta que él lo determinase. Quería—como ha ido haciendo—concretar más el sentido de los documentos, para evitar tergiver­ saciones.

12 —El Concilio marca una era nueva de la Igle­ sia. Por tanto, ya ha cambiado todo. —Comenzar una era nueva no es lo mismo que cam­ biar todo. Algo cambia, solamente aquello que expresa­ mente se dice. Continúa la misma legislación de la Igle­ sia, Dogmas, Moral, Sacramentos, etc. Los cambios tampoco afectan a nada sustancial o inmutable de la Iglesia, sino a lo accidental y acomodaticio, que depende de las costumbres e ideologías de los tiempos.

13 —Estamos en la época posconciliar, por tanto, hay que decir la verdad en todo y predicar con crudeza las verdades, aunque duelan. —Este principio, en cuanto a que no se puede negar la verdad, no es posconciliar sino evangélico. Pero con esto va unida la prudencia, la buena educación y sobre todo, la caridad. Los que así hablan suelen ser los que se dicen seguir la “línea del Concilio". ¡Suerte tienen de que los que no piensan como ellos no siguen sus princi­ pios y métodos! Cuando se sienta un principio hay que estar a las consecuencias. ¡Cuidado, pues, con la liber­ tad de expresión, si no va acompañada de la prudencia y de la caridad!

II — CRITERIOS DE PABLO VI SOBRE EL CONCILIO 1 — ¿Cuál es la autoridad de las constituciones y decretos conciliares? —Pablo VI, repitiendo lo que ya diversas veces se había dicho sobre esta cuestión, en la audiencia genera] del 12 de enero de 1966, afirm aba: " Hay quienes se preguntan cuál es la autoridad , la calificación teológica que el Concilio ha querido atribuir a sus enseñanzas, sabiendo que ha evitado dar definicio­ nes dogmáticas solemnes con el peso de la infalibilidad del magisterio eclesiástico. La respuesta es sabida para el que recuerde la declaración conciliar del 6 de marzo de 1964, repetida el 16 de noviem bre de 1964; dado el carácter pastoral del Concilio ha evitado pronunciar de forma extraordinaria dogmas dotados con la nota de la infalibilidad; pero, sin embargo , ha fortalecido sus ense­ ñanzas con la autoridad del supremo magisterio ordina­ rio; magisterio ordinario y plenamente auténtico, que debe ser aceptado dócil y sinceramente de acuerdo con el deseo del Concilio sobre la naturaleza y fines de cada documento."

2 —El Concilio abre nuevos horizontes. Hay que rechazar el inmovilismo, el mimetismo y la sim­ ple repetición de lo que afirmaron los teólogos pasados. En realidad, del Concilio ha salido una Iglesia nueva que casi nada tiene de común con la anterior... —Sobre este aspecto muy concretamente nos contestó Pablo VI en la misma audiencia general del 12 de enero de 1966. Medítense estas palabras: “No estaría en la verdad quien pensase que el Con­ cilio representa una separación, una rotura, o como al­ guno ha llegado a pensar, una liberación de la enseñan­ za tradicional de ¡a Iglesia o que autorice y promueva un fácil conformismo con la mentalidad de nuestro tiem­ po, en lo que tiene de efímero y negativo, más que de seguro y científico, o que permita al que lo desee dar el calor y la expresión que le parezca oportuno a las ver­ dades de la fe. El Concilio abre muchos nuevos horizon­ tes a los estudios bíblicos, teológicos y humanísticos, invita a investigar y a profundizar en las ciencias reli­ giosas.. pero no priva al pensamiento cristiano de su ri­ gor especulativo y no consiente que en la escuela filo­ sófica, teológica y escriturística de la Iglesia penetre la arbitrariedad, la incertidumbre, el servilismo, la desola­ ción, que caracterizan a muchas formas del pensamiento religioso moderno, cuando está privado de la asistencia del magisterio eclesiástico.”

3 —No se puede negar que hay que juzgar los

aspectos doctrinales de la Iglesia y del mundo de hoy sólo a la luz de lo dicho por el Concilio, ya que las enseñanzas antiguas en teología, magisterio y apostolado han perdido su razón de ser y son totalmente inadaptables.

—Pablo VI en la misma alocución—12 de enero 1966— nos adoctrina cómo hemos de integrar y coordinar las presentes enseñanzas conciliares con todo el patrimonio doctrinal de la Iglesia. Así nos habla: Es preciso una advertencia: las enseñanzas del Concilio no constituyen un sistema orgánico y completo

de la doctrina católica; ésta es mucho más amplia, como todos sabéis, y no ha sido puesta en duda por el Con­ cilio ni sustancialmente modificada; más aún, el Concilio la confirma, la ilustra, la defiende y la desarrolla con autorizada apología, llena de sabiduría, de vigor y de fidelidad. Este aspecto doctrinal del Concilio hay que advertirlo en primer lugar, en honor de la Palabra de Dios, que permanece unívoca y perenne, como luz que no se apaga, y para consuelo de nuestras almas que en la voz franca y solemne del Concilio experimentan el providencial oficio que Cristo confió al magisterio vivo de la Iglesia para guardar, defender e interpretar el de­ pósito de la fe (cfr. Humani Géneris, A AS 1950, pág. 567). No debemos separar las enseñanzas del Concilio del pa­ trimonio doctrinal de la Iglesia; antes bien, tratar de ver cómo se insertan en él, pues son testimonio, explica­ ción, incremento y aplicación suya. Por ello, cuando las novedades doctrinales o normativas del Concilio apare­ cen en sus justas proporciones, no crean objeciones con respecto a la fidelidad de la Iglesia a su función didascálica, y reciben ese verdadero significado que las hace resplandecer de luz superior.”

4 —He leído muchas veces que el Concilio ha de cambiar nuestra psicología. Y que hemos de centrar la vida cristiana especialmente en el hombre, prescindiendo de prácticas de piedad con preferencia a la persona humana que debe convertirse en centro de todo culto. —Este criterio es totalmente ajeno a la Iglesia, al Evangelio, y, por tanto, a las orientaciones conciliares. Pablo VI ha hablado con gran amargura de esta desvia­ ción tan grave. Sus palabras son harto elocuentes y dig­ nas de ser repetidas, tal como las pronunció en julio de 1965: “La santidad no es cosa de algunos privilegiados, ni de los cristianos de tiempos antiguos; siempre está de moda; queremos decir que es siempre un programa ac­ tual y exigente para todo aquel que quiera llamarse seguidor de Cristo. Expresaremos aquí las razones que sugieren nuestro

recuerdo de la exhortación apostólica: Sed santos. Y omi­ tiendo las razones intrínsecas, indicaremos rápidamente algunas extrínsecas, es decir, sugeridas por ciertas con­ diciones espirituales propias de nuestro tiempo. Tales razones son claras. Todos saben que hoy vivimos en un período de profundas transformaciones de pen­ samientos y costu?nbres; es explicable así que se haga cuestión incluso de ciertas normas tradicionales que hacían buena, ordenada y santa la conducta de quien las practicaba. Es explicable, pero no laudable, no apro­ bable; sino con gran estudio y cautela, siempre según la guía de quien tiene ciencia y autoridad para promul­ gar las leyes de la vida cñstiana. Hoy desgraciadamente se asiste a un relajamiento en la observancia de los preceptos que ¡a Iglesia hasta ahora ha propuesto para la santificación y para la dig­ nidad moral de sus hijos. Un espíritu de crítica y hasta de indocilidad y rebeldía pone en duda normas sacro­ santas de la vida cristiana, del comportamiento ecle­ siástico, de la perfección religiosa. Se habla de “ libera­ ción’\ se hace del hombre el centro de todo culto, se contemporiza con criterios naturalistas, se priva a la conciencia de la luz de los preceptos morales, se altera la noción del pecado, se impugna la obediencia y se le disputa su función constituyente del orden de la comu­ nidad eclesial, se aceptan formas y gustos de acción, de pensamiento, de diversión, que hacen del cristiano no ya el fuerte y austero discípulo de Jesucristo, sino el grega­ rio de la mentalidad y de la moda corriente, el amigo -'el mundo, en vez de ser llamado a la concepción cristiana de la viúa. tiende a someter el cristiano a la fascinación y ai goce de su exigente y voluble pensa­ miento. No es ciertamente así como debemos concebir el ’aggiornamento’ al que nos invita el Concilio, no ha de concebirse como si por él se quebrantara el temple moral del católico moderno, sino como ordenado a que crezca en sus energías y le haga más consciente y más activo en las tareas que una concepción genuina de la vida cristiana y convalidada por el magisterio de la Iglesia propone de nuevo a su espíritu”

5 —No obstante, los seglares somos adultos. Hay que cambiar el viejo concepto de obediencia por un diálogo que obligue a la autoridad a dar las razones de sus propósitos y decisiones. Hay que revisar el concepto de autoridad en la Iglesia. —Tal “ teoría” estaría muy bien si existiera el libre examen. Pero es totalmente inadmisible en la vida cató­ lica. La autoridad divina de la Iglesia es indiscutible e inconmovible. Pablo VI lo afirmaba en julio de 1965 lamentando las malas interpretaciones al uso. Vea sus exactas expresiones: “Hoy, el estado de ánimo hostil al principio de la autoridad se ha extendido mucho no sólo en la sociedad temporal, sino que se manifiesta en diferentes sectores de la misma vida católica. La obediencia, es decir, el reconocimiento cordial y práctico de la autoridad, se pone continuamente en tela de juicio como contraria al desarrollo de la persona humana; como indigna de seres libres, maduros y adultos; como metódicamente falsa; como si formase espíritus débiles y pasivos y per­ petuase en los tiempos modernos criterios superados de relaciones sociales. Hay quien piensa vale la pena afrontar el riesgo de la desobediencia liberadora, y es un juego laudable poner a la autoridad frente al hecho consumado. Y no faltan personas de talento que, quizá sin confesarlo abiertamente, se ilusionan con que se pue­ de ser m uy buenos o al menos buenos católicos reivin­ dicando para sí una autonomía absoluta de pensamiento y acción, sustrayéndose a cualquier relación positiva no sólo de subordinación sino también de unión con quien en la Iglesia asume funciones de responsabilidad y di­ rección. ¡Qué extenso sería hoy, desgraciadamente, el campo ele semejantes observaciones! Pero no queremos proferir ahora palabras amargas y polémicas, como tampoco queremos hacer la apología de la autoridad. Vosotros, por lo demás, conocéis bien los títulos evangélicos de los que procede; y sabéis que quiere ser servicio de caridad y salvación, no otra cosa. Para circunscribimos al a?iálisis de la impresión antes indicada de que estamos en el reino de la autoridad responderemos en síntesis a algunas preguntas que pa-

recen surgir de esta impresión. Veamos. ¿Tal impresión es exacta? Sí, lo es. Aquí la autoridad de la Iglesia tiene su más plena y auténtica expresión. Pero recordad: es difícil formarse una idea exacta de la autoridad, espe­ cialmente de la eclesiástica. La experiencia y la historia nos presentan visiones no siempre fieles ni felices. Hay que profundizar en la idea de la autoridad de la Iglesia, purificarla de formas que no son esenciales— incluso si en determinadas circunstancias fueron legítimas, como el poder temporal, por ejemplo— y orientarla de nuevo hacia su criterio oñginario y cristiano.”

6 —Actualmente vivimos una primavera, un aire renovador tan fecundo que no hay que tener miedo con herejías ni aterrorizarnos con posi­ bles equivocaciones. Por esto el Concilio no ha dictado anatemas... —Tan risueño optimismo no lo comparten gran parte del pueblo cristiano, muchos Prelados, y el propio Pa­ blo VI se ha lamentado con frases a las cuales es difícil encontrar parangón en anteriores pontificados, dada la fuerza de sus dramáticas expresiones en agosto de 1965: “¿Es cierto? En efecto, hasta Nos llegan voces con­ fusas y extrañas que nos hacen reflexionar mucho y suelen también sorprendernos y entristecernos, porque son voces que provienen no sólo de las multitudes de los que no tienen la dicha de poseer nuestra fe— y ya esta ola de clamores opuestos nos es motivo de íntima aflicción y estímulo para un amor insomne—, sino que también suelen provenir tales voces de los mejores sec­ tores del pueblo de Dios, siempre fieles y unidos a Nos y en los que ordinariamente la doctrina de la Iglesia se alimenta con fervientes estudios, se cultiva con firmes pensamientos, se honra con fecunda vida cristiana; vie­ nen a hacerse eco de errores antiguos y modernos ya rectificados y condenados por la Iglesia y excluidos del patrimonio de sus verdades, o también a proponer hipó­ tesis convertidas súbitamente en afirmaciones, que qui­ sieran llamarse científicas y que ponen en tela de juicio principios, leyes, tradiciones a los que está ligada fir­ memente la Iglesia y de las que es inconcebible pueda

jamás apartarse; o a insinuar críticas revulsivas sobre la historia y estructura de la Iglesia y a proponer revisio­ nes radicales de toda su acción apostólica y de su pre­ sencia en el mundo, de suerte que la Iglesia, lejos de sa­ car de allí aquellas virtudes y formas nuevas a que tien­ de el 'aggiornamento’ conciliar, terminaría por asimilarse a ese mundo que, en cambio, espera de Ella el rayo de ’luz' y el vigor de su ’saV, no la complaciente aquies­ cencia a sus discutibles teorías y costumbres profan as”

7 —¿Cuáles son las actitudes rechazables para vivir de verdad el espíritu del Concilio Vati­ cano II? —Según Pablo VI, se concretan en estos contradicto­ rios extremismos: “No diríamos que sintoniza perfectamente con la es­ piritualidad del Concilio la actitud de los que toman pretexto de los problemas que suscita y discusiones que provoca para despertar en uno mismo y en los demás un espíritu de inquietud y reformismo radical, tanto en el campo doctrinal cuanto en el disciplinar, como si el Concilio fuese la ocasión propicia para poner en tela de juicio dogmas y leyes que la Iglesia ha inscri­ to en las tablas de su fidelidad a Cristo Señor, y como si ello autorizase todo juicio particular para destruir el patrimonio de la Iglesia de todas las adquisiciones que su larga historia y probada experiencia le han procurado en el transcurso de los siglos. ¿Querrían, quizá, que la Iglesia se volviese niña, olvidando que Jesús ha compa­ rado el reino de los cielos a una minúscula semilla que debe crecer y convertirse en árbol frondoso (Mt., 13, 31), y cuyo desarrollo ha predicho, por obra del Parácli­ to, de la doctrina enseñada por El (lo., 14, 26 y 16. 13)? ¿Querrían que para ser auténtica, la verdadera Iglesia se contentase con lo que ellos llaman esencial, es decir, que se redujese a un puro esqueleto y renunciase a ser cuerpo vivo, creciente y operativo, no hipotético e idea­ lizado, sino real y humano en la experiencia vivida de la historia? Por otra parte, tampoco diremos que son buenos in­ térpretes de la ortodoxia los que desconfían de las de-

liberaciones conciliares y se reservan el aceptar sola­ mente las que ellos juzgan válidas, como si fuese lícito dudar de su autoridad, y que el obsequio a la palabra del Concilio pueda detenerse allí donde no exige nin­ guna adaptación de la propia mentalidad y se limite a confirmar su estabilidad. No se piensa suficientemente que, cuando la Iglesia Maestra tiene cátedra, es necesario que todos sean dis­ cípulos." (28-VII-1965.)

8 —¿La verdadera postura del católico de la Igle­ sia del Concilio no será una revisión total, una desconfianza absoluta con todo lo antiguo e inaugurar un nuevo tipo de vida cristiana? —Pablo VI contestó claramente sobre esta materia en la audiencia del 15 de diciembre de 1965. Sus palabras orientan y centran el problema: "Nos referimos, más que nada, al estado de ánimo de quienes quisieran someter a discusión permanente ver­ dades y leyes ya claras y establecidas, continuar el pro­ ceso dialéctico del Concilio, atribuyéndose competencia y autoridad de introducir criterios innovadores propios o subversivos en el análisis de los dogmas, de los esta­ tutos, de los ritos, de la espiritualidad de la Iglesia Ca­ tólica, para uniformar su pensamiento y su vida al espí­ ritu de los tiempos. Será siempre lícito y encomiable que los pastores y doctores no permitan al Pueblo de Dios una adhesión pasiva a la doctrina y a las costumbres de la Iglesia, y que procuren, ante todo, animarlo de con­ vicciones vivas, con nuevos estudios, expresiones origi­ nales, pero todo esto supone la segura fidelidad a la rea­ lidad religiosa y moral ya garantizada por el magisterio de la Iglesia Católica. De no hacerlo así, se desmentiría su naturaleza y su misión. Lo cual quiere decir que la postura buena, la que deben observar hoy los fieles de la Iglesia respecto ál Concilio no es la de someter a discusión, poner en duda o en tela de juicio las cosas que nos han enseñado, sino de ponerlas en práctica; estudiarlas, comprenderlas, apli­ carlas dentro del contexto efectivo de la vida cristiana."

9 —¿La autoridad dogmática no es un freno a la libre iniciativa de la vida religiosa y de la con­ ciencia individual? Parece que nos conviene un personalismo que nos libere de todo gregarismo aunque nos lleve a una pluralidad de conceptos y de interpretación de la palabra. Por tanto, hay que abdicar de los dogmatismos. —El subjetivismo que presupone lo que acaba de afirmarse es totalmente inadmisible y entraña una total ininteligencia de lo que es la Iglesia, depositaría autén­ tica y legítima de la revelación y de toda la verdad salvadora. Pablo VI nos decía en agosto de 1965: “Actitud dogmática, desde luego, que quiere decir fundada no en la propia ciencia, sino en la Palabra de Dios, inteligible por el Espíritu Santo y transmitida por medio de un magisterio que trae su autoridad de ser discípulo del Señor Jesucristo, Unico Maestro. Estupen­ da afirmación de San Agustín: Deus in cathedra unitatis doctrinam posuit veritatis. Dios ha puesto la doctrina de la verdad en la cátedra de la unidad (Ep., 105-PL., 33, 403). Actitud que no consiente la ambigüedad, la inter­ pretación subjetiva, la confusión, la decadencia, la con­ tradicción en el mensaje de la salvación y que garantiza a todos y cada uno en el pueblo de Dios la misma verdad, la misma seguridad, el mismo lenguaje, el de ayer, de hoy y de mañana. Actitud que no adormece a los espíri­ tus, no les cierra el paso a ninguna verdadera investiga­ ción científica, antes bien impulsa las mentes a pensar, a progresar y a orar. Actitua que no nos ensoberbece como si se tratase de detentores afortunados y exclusi­ vos de la verdad, sino, al contrario, nos hace fuertes y animosos y deseosos de difundirla. Una vez más nos lo recuerda San Agustín: Sine superbia de veritate praesumite, enorgulleceos de la verdad sin orgullo. (Contra

Litteras Petiliani, 1, 29, 31-PL., 43. 259).”

10 —¿Me podría resumir de alguna manera los pe­ ligros señalados por Pablo VI en esta época posconciliar? —Es muy amplio y complejo su magisterio, pero en esta breve antología se puede comprender cuál es el pensamiento y la alarma de Pablo V I: 1.

E x t r e m is m o s

a n t i c o n c i l i a r e s .—

Hay quienes “obs­

taculizan esta renovación (conciliar) como si fuera una ofensa a la estabilidad del orden eclesiástico, y corrío si la fidelidad a la tradición significase inmovilismo e iner­ cia, y como si la Iglesia, en el tiempo, hubiese consegui­ do su definitiva y completa expresión". “Pero, por otro lado, es preciso no caer en la tentación de creer que las novedades, derivadas de las doctrinas y decretos conci­ liares, pueden autorizar cualquier cambio arbitrario y justificar iniciativas libres e irresponsables, incoheren­ tes con el diseño de la construcción que hay que reali­ zar ” (16-11-66.) C o n c i l i o . —“Para

no faltar a nuestro deber doctrinal y pastoral, hemos tenido que rectificar muchas veces en nuestros discursos las tendencias encaminadas a interpretaciones inexactas y arbitrarias de las enseñanzas conciliares... peligro de ciertas opiniones difusas, que insinúan una valoración arbitraria del Concilio... hemos puesto en guardia al pueblo de Dios contra visiones inadecuadas y capciosas del Ccr,.r:bo, y todavía lo hacemos y haremos..." (2 4 -6 -6 7 .) 2.

3.

F a ls a s

in te r p r e ta c io n e s

del

P’ a l s a “ m e n t a l id a d p o s c o n c i l ia r ” :

ruptura

con

lo

“Se intenta introducir en el pueblo de Dios una mentalidad que llaman posconciliar, que del Concilio deja a un lado la firme coherencia de sus am­ plios y magníficos desarrollos doctrinales y legislativos, con el tesoro de ideas y de normas prácticas de la Igle­ sia, para despojarlas de su espíritu de fidelidad tradicio­ nal y para difundir la ilusión de dar del cristianismo una interpretación arbitraria y estéril. ¿Qué quedaría del contenido de nuestra fe y de las virtudes teologales que en ella se profesan, si estos intentos, lejos de la aproba­ ción del magisterio eclesiástico, hubieran de prevale­ cer?" (22-2-67).

p r e c o n c il ia r .—

4.

“ CONCILIABISMO” :

TES.—La

DISCUSIÓN E INNOVACIÓN PERMANEN­

actitud que el Papa designa con este nombre

es “la del que quisiera un Concilio permanente” y “so­ meter a discusión permanente verdades y leyes ya claras y establecidas, continuar el proceso dialéctico del Con­ cilio, atribuyéndose competencia y autoridad para intro­ ducir criterios innovadores o subversivos, en el análisis de los dogmas, de los estatutos, de los ritos, de la espiri­ tualidad de la Iglesia católica, para uniformar su pensa­ miento y su vida al espíritu de los t i e m p o s (1 5 - 1 2 - 6 5 .) 5. R e c h a z o d e l m a g i s t e r i o .— “Se sabe, por desgracia, que hoy, algunas corrientes de pensamiento, que se si­ gue diciendo católico, tratan de atribuir una prioridad en la formulación normativa de las verdades de la fe a la comunidad de los fieles, sobre la fundación docente del Episcopado y del Pontificado Romano, contrariamente a las enseñanzas escriturísticas y a la doctrina de la Iglesia, abiertamente confirmada en el reciente Conci­ lio, y con grave peligro para la genuina concepción de la misma Iglesia, para su seguridad interior, y para su misión evangelizadora en el mundo ” (2 2 -2 -6 7 .)

“Libertad, o mejor, licenciosidad, a veces más o menos extendida en el campo del conoci­ miento de la fe y de la ciencia teológica”, de la cual “se deriva la repulsa de toda regla externa o superior al in­ dividuo... como si la misma verdad se originara de la razón ’, o como si “el valor de un sistema debiera m e­ dirse por su correspondencia con las disposiciones sub­ jetivas del hombre”. (2-10-66.) 6.

S u b j e t i v i s m o .—

7. H i s t o r i c i s m o y r e l a t i v i s m o .— Tentación de reali­ zar “adaptaciones historicistas” de la doctrina y disci­ plina de la Iglesia, como si “las cosas humanas fueran

engendradas por el tiempo e inexorablemente devoradas por él, y como si no existiera en el catolicismo un carisma de verdad permanente y de estabilidad invencible” .

(16-11-66, Jesuítas.) 8. P r o b l e m a t i s m o , d u d a s e i n c e r t i d u m b r e s .— “Nadie ignora que una duda de incertidumbre y de inquietud se ha abatido en el ánimo de muchos de nuestros sacerdo-

tes, dando con frecuencia origen a una problemática muy variada, compleja y desordenada...” (9 -9 -6 6 .) 9.

N e g a c io n e s de l a d o c t r in a c a t ó l i c a .—

“Se altera el

sentido de la fe única y genuina; se admiten las agresio­ nes 7nás radicales a i'erdades sacrosantas de nuestra doc­ trina... y se pretende conservar el nombre de cristiano llegando a las negaciones extremas de todo contenido religioso.” (7 4 -6 7 .) 10. C o n f o r m is m o co n e l m u n d o p r o f a n o .— “F, por des­ gracia, es fácil encontrar personas doctas y siempre ce­ losas de profesarse católicas, que, teniendo poco en cuenta la función indispensable del magisterio de la Iglesia, tratan incautamente de adaptar las doctrinas de la fe a la mentalidad del mundo moderno, no sólo con el esfuerzo laudable de hacer aceptar, y en cierto modo comprender, esas doctrinas, sino con la reticiencia. con la alteración, y también con la negación de estas mismas doctrinas, según las teorías o los gustos de las opinio­ nes hoy corrientes.” (1-6-67.) 11.

N a t u r a lis m o - T e m p o r a lis m o - “ D e s a c r a l i z a c i ó n ” -

“ D e s m i t i f í c a c i ó n ” .—

“ Orientación del pensamiento hacia

las realidades temporales y hacia un mortificante con­ formismo con el mundo profano” C9-9-66.) “Naturalismo que ya no comprende la locura y el escándalo de la cruz.” (17-4-66.) “Errónea convicción de que en el laicis­ mo radical se da verdadero prestigio humano y verdade­ ra sabiduría.” (7-4-66.) una actitud que excede ev entusiasmo y simplismo, como si el con­ tacto con los hermanos separados fuera fácil y sin peli­ gro, y como si fuera suficiente no dar importancia a los problemas doctrinales y disciplinares para establecer ■inmediatamente la concordia y la colaboración.” (1 9 -1 -6 6 .) 12.

Ir e n is iv io y f a l s o

e c u m e n is m o .— “ Hay

E r r o r e s e n S a g r a d a E s c r i t u r a . —“Grandes

discu­ siones, grandes dificultades, grandes lucubraciones de estudios y de interpretaciones, que intentan disminuir el valor histórico de los Evangelios mismos...” (2 8 -1 2 -6 6 .) “Partidarios de doctrinas negadoras del magisterio ecle­ siástico, quisieran reconocer en esos fieles la capacidad 13.

de interpretar libremente la Sagrada Escritura, que fácil­ mente se pretende inspirada ” (12-1-67.) “ Opiniones exegéticas... tomadas muchas veces de las más audaces, pero ciegas filosofías profanas, se insinúan acá y allá en el campo de la doctrina católica...” (22-2-67.)

14. E r r o r e s e n m a t e r i a d o g m á t i c a y c o n e x a s .— “ Opi­ niones erróneas, que pretenden mantener interpretacio­ nes arbitrarias y ofensivas de verdades sacrosantas de la fe católica...; por ejemplo, sobre la resurrección de Jesucristo, sobre la realidad de su verdadera presencia en la Eucaristía y también sobre la virginidad de Ma­ ría, y, consiguientemente, sobre el misterio augusto de la Encarnación, e t c ” (30-11-66.) Sobre el pecado original, poligenismo, evolucionismo (15-7-66). Sobre el sacerdo­ cio (9-9-66). 15.

A n t i j u r i d i s m o .—“Hay

16.

A n t i t r i u n f a l i s m o .—“ Las

17.

A n t i c o n s t a n t i n i a n i s m o .—“Se

18.

C r is is

quienes quisieran oponer la Iglesia jurídica a la Iglesia de la caridad, pensando que es posible, y no pensando que es contrario a la economía de la salvación aislar un aspecto constitutivo de la Iglesia del otro...” (15-5-66.) “En muchas partes se mira con antipatía la actividad legislativa de la Iglesia, como si se opusiera a la libertad de los hijos de Dios y frenara el desarrollo histórico del organismo eclesiásti­ c o . . ” (17-8-66). manifestaciones públicas celebradas en el campo católico, que merecen ser recor­ dadas y celebradas como síntomas positivos de la vita­ lidad eclesiásica”, son acusadas de “ triunfalismo”, a ve­ ces, “por una crítica mordaz e injusta (también al Se­ ñor se le hizo esta acusación, Luc., 19, 40).” (24-8-66.) ha hecho habitual hablar de la ’Iglesia de los pobres’ como de la Iglesia ideal, como también atribuir a la ’Iglesia constantiniana’ reprobables contaminaciones temporales, aunque la expresión sea un tanto impropia y parezca desconocer el gran acontecimiento histórico de la libertad inicial de la Iglesia.” (30-3-66.)

—“ Cierta

susceptibilidad, cierto espíritu de independencia y de emancipación que de

o b e d ie n c ia .

por todas partes aflora en diversos grupos del pueblo de Dios, hasta ahora ejemplares en la observancia de la obe­ diencia... Hay quien ha querido descubrir... un cambio radical de la relación entre autoridad y obediencia, como si quedara transformada en un diálogo comprometedor para la autoridad y liberador de la obediencia.” (5-10-66.)

19.

R e l a ja m ie n t o

m o r a l .—

“ ...impresionante aumento

de las causas de nulidad de matrimonio... signo caracte­ rístico de la debilitación del sentido de la ley sobre la que está fundada la familia cristiana...” (25-1-66.) “Ansia de quienes aspiran a introducir el divorcio en la legisla­ ción y en la vida de las naciones que tienen la suerte de estar inmunes de él...” (23-1-67.) Las normas sobre el control de la natalidad enseñadas por la Iglesia “no pue­ den considerarse como no obligatorias, como si el magis­ terio de la Iglesia estuviera ahora dudando de ellas...” (29-10-66.) “Sabemos cuán difícil es hablar hoy en de­ fensa de la moralidad; ni se quiere oír hablar de ella.”

(74-67). 20. A n t ia s c e t is m o .—Hay “ quienes creen que la ver­ dadera santidad... no se refiere ni obliga a todos los cris­ tianos" y “falsamente distinguen la perfección cristiana de la perfección evangélica...” Hay también “quienes creen artificiosa, enojosa e inútil la vida interior...” (207-66.) Tampoco faltan quienes consideran que la vida re­ ligiosa debe ser “ desmitizada”, liberándola de formas as­ céticas y disciplinares que hoy parecen peso inútil (127-66). “ Objeciones, de varias formas, se han formulado o se formulan contra el sagrado celibato.” (24-6-67, Sac. 21. A n t i p r o s e l it is m o .—“ Concepto moderno que a ve­ ces pone en duda la conveniencia de la actividad misio­ nera. Este concepto, con demasiada frecuencia, llega a invadir el ánimo de los mejores. Esta problemática com­ promete, de forma particular, a los nuevos apóstoles, los cuales deben partir para sus países ricos en dones divi­ nos, gozosos conscientemente porque su elección no es errónea ni temeraria.” (18-8-66.) 22. I n m o v il is m o y a r b it r a r ie d a d e s l i t ú r g i c a s .— Algu­ nos “pretenden defender la causa de la lengua latina en

la liturgia” en forma violenta e inaceptable. Existen, por otro lado, “episodios de indisciplina, que se difun­ den en diversas regiones en las manifestaciones de cul­ to comunitario, y que con frecuencia se revisten a sabiendas de formas arbitrarias, a veces totalmente dis­ pares de las normas vigentes en la Iglesia, con gran p er­ turbación para los buenos fieles y con inadmisibles m o­ tivaciones, peligrosas para la paz y el orden de la Iglesia misma, y por los desconcertantes ejemplos que difun­ den ” (1 9 4 -6 7 ). E x t r e m is m o s s o c i a l e s . — ” Unos

piensan que la fi­ delidad al depósito que ella ha recibido, impone a la Ig le ­ sia una actitud de reserva, e incluso de condena del m u n ­ do moderno ... A la Inversa, otros quisieran que la Iglesia no sólo mirara con buenos ojos al mundo moderno, sino que se comprometiera a fondo en lo temporal— sod a *, político, económico— y no dudara en sostener, si fuera necesario, a cuantos quieren hacer reinar la justicia en la sociedad reformándola por medio de la violencia ... La Iglesia no puede hacer suya ninguna de estas posiciones extremas.” (6-1-67). 23.

III — JERARQUIA Y DISCIPLINA ECLESIASTICA

a)

El Papa

1 — El Papa no ha de meterse en asuntos que co­ rresponden a diócesis particulares porque no puede comprender los asuntos de todos los países. — El Papa tiene jurisdicción universal, suprema, ple­ na, inmediata y ordinaria sobre toda la Iglesia y sobre todas y cada una de las diócesis, y sobre todos y cada uno de los pastores y fieles. Por tanto, si quiere, puede meterse en cada una de ellas. Pero el Papa, de ordinario no se mete a regir las iglesias particulares. Si en algún caso particular lo hace, se ha asesorado antes y además se tratará de algún asunto muy importante para el bien de la Iglesia aun local. Precisamente el actual Sumo Pontífice ha determinado y legislado sobre las Confe­ rencias Episcopales para que le alivien de un régimen demasiado directo de las iglesias locales.

2 —¿No es el Papa un Obispo como los demás? ¿No es cabeza del Colegio de Obispos? ¿No le corresponde, por tanto, al Colegio el Gobierno Supremo universal de la Iglesia y al Papa so­ lamente una representación o superioridad subordinada o condicionada al Colegio? —Esta pregunta toca al fondo la cuestión del Papado y de la Colegialidad de los Obispos. Distinguimos, pues, brevemente las cuestiones. 1) En cuanto a la Potestad de Orden—la que dimana de la ordenación sacerdotal y consagración episcopal— el Papa es un Obispo como los demás. No tiene mayores ni menores poderes. Pero en cuanto a la Potestad de Jurisdicción y de Magisterio, está por encima de todos los Obispos aun colectivamente considerados. El, y sólo él, es Cabeza Suprema de la Iglesia—incluido el Colegio de los Obispos—. El y sólo él es personalmente infalible, él y sólo él tiene poder sobre la Iglesia Universal. Por tanto, el Papa puede, cuando determina algo, prescindir del parecer de los Obispos al regir la Iglesia. En virtud de su infalibilidad personal, puede, sin consultar a nadie, definir cualquier dogma de fe. Pero el Papa no obra im­ pulsivamente; y por esto tiene la Curia Romana—una especie de Ministerios—y se asesora de peritos y con­ gregaciones o comisiones antes de decretar asuntos de importancia. 2) El Papa no está subordinado al Colegio de los Obispos, puesto que este Colegio no existe si no tiene la Cabeza que, por institución de Cristo, lo presida y Dirija. Por esta razón el Colegio, como tal, no tiene de­ recho de inmiscuirse en los asuntos de la Iglesia Univer­ sal y de exigir al Papa que no gobierne sin él. “El Cole­ gio o Cuerpo Episcopal no tiene autoridad si no se con­ sidera incluido al Romano Pontífice... El orden de los Obispos... junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la universal Iglesia, potestad que no puede ejercitarse sino con el consentimiento del Ro­ mano Pontífice” (L. G. 3).

3) En virtud de la suprema potestad de jurisdicción que el Papa posee, puede él limitar los poderes y la ju­

risdicción de los Obispos, designarles territorios particu­ lares, destituirlos, etc.

3 —Si el Papa es infalible solamente cuando ha­ bla «ex cathedra» y en las cuestiones que afec­ tan a la fe y a las costumbres, ¿por qué hay que obedecerle en todo? —No se confunda la infalibilidad con la autoridad su­ prema. Porque es infalible ha de ser creído—con asen­ timiento de fe—en las materias indicadas y cuando él impone una doctrina o verdad. Porque es autoridad suprema ha de ser obedecido. “ Quien a vosotros oye, a Mí me oye; quien a vosotros desprecia, a Mí me des­ precia”, dijo Cristo. (Le. 10, 16.)

En cuanto al asentimiento a sus enseñanzas, que no nos impone como dogmas de fe, dijo Pío XII: “Ni hay que creer que las enseñanzas de las Encíclicas no exijan de suyo el asentimiento, por razón de que los Romanos Pontífices no ejercen en ellas la suprema potestad de su Magisterio. Pues son enseñanzas del Magisterio ordina­ rio; y la mayor parte de las veces, lo que se propone e inculca en las encíclicas pertenece al patrimonio de la doctrina católica” (Humani Géneris).

4 —¿Por qué es el Papa el que nombra a los Obis­ pos y no el pueblo, como en la Iglesia primi­ tiva? —La potestad de nombrar Obispos corresponde a quien tiene la jurisdicción suprema sobre la Iglesia. Por tanto, al Papa. El puede, sin embargo, delegarla en la forma que quiera, o establecer normas sobre el par­ ticular. Recientemente ha determinado que sean las Conferencias Episcopales las que presenten las listas de los que crean aptos para el cargo reservándose él la elección y nombramiento. Querer limitar esta autoridad del Papa es atentar contra su potestad suprema.

b) Los Obispos 5 —¿Son infalibles los Obispos? —Individualmente, no. Colectivamente, junto con el Romano Pontífice, sí. Son infalibles cuando, por ejemplo, en Concilio Ecuménico—teniendo al Papa como cabeza y sometidos a él—por unanimidad—aunque no sea ab­ soluta—determinan algo en materia de fe o costumbres. Pero como están subordinados al Papa, y solamente en unión con él tienen esta infalibilidad, los mismos decre­ tos conciliares están sometidos al Papa, el cual puede rechazar o no querer aprobar lo que todos ellos hayan determinado; puesto que necesariamente la determina­ ción de ellos incluye esta condición: “si al Papa le pa­ rece también así”.

6 —Siendo el Obispo un representante de la Dió­ cesis, ¿no es necesario que lo elijan sus ovejas y que sea de la misma diócesis? —Admitiendo la metáfora del rebaño, de las ovejas y del pastor, creo que es claro que el pastor no es un representante de las ovejas, sino el que las rige y lleva a buenos pastos. El Obispo es el representante del Papa en la diócesis y el pastor propio de ella. No es, pues, un mero representante, y mucho menos de sus ovejas. En cuanto depende del Papa, ya hemos dicho que al Papa corresponde la elección. No son los diocesanos los que han de escoger su Obispo, sino que es el Papa el Q'je ha de darles el que juzgue más apto para el cargo. Podrá ser conveniente que pertenezca a la misma re­ gión, pero nunca será necesario en virtud de la institu­ ción divina del Episcopado o del régimen de la Iglesia. Muchos factores entran en juego cuando se trata de ele­ gir una persona para el gobierno, siendo lo principal la idoneidad para resolver los problemas de la diócesis. Ni en la primitiva Iglesia se obraba de otra manera. San Ireneo, Obispo de Lyón, era oriental; San Ambro­ sio no era milanés (aunque se encontraba en Milán cuando le eligieron), etc.

7 —¿No es verdad que los Obispos han de retirar­ se cuando lleguen a cierta edad? —La nueva disposición de la Iglesia dice que “se les encomienda encarecidamente que no prolonguen el ejer­ cicio de su cargo más allá de los setenta y cinco años”. Pero no se les manda. Ellos han contraído un compromi­

so con la diócesis y si quieren mantenerse en ella hasta el fin de sus días, tienen derecho a hacerlo. Si razones superiores exigieran que se retirasen y ellos no lo ad­ virtiesen, el Papa tiene facultad para ordenárselo o pro­ veer de otra manera.

c)

Los Presbíteros

8 —Los sacerdotes son iguales todos entre sí. ¿Puede afirmarse que existe como último gra­ do de la Jerarquía, el Párroco? ¿No es mejor que cada sacerdote trabaje en equipo, pero sin necesidad de obediencia a directrices impues­ tas? —Es cierto que todos los sacerdotes—seculares y re­ gulares, es decir, religiosos—son iguales en virtud de la ordenación sacerdotal, pero no lo son en el ejercicio o poder de jurisdicción. Al Obispo, al consagrarlo, se le suele asignar una diócesis para que la rija. Por lo mis­ mo tiene potestad de jurisdicción sobre ella. Pero al sa­ cerdote se le ordena, no para regir una diócesis o una parroquia, sino para ayudar al Obispo. Al sacerdote, en virtud de la ordenación sacerdotal no se le da ninguna jurisdicción. Así no puede ni siquiera absolver válida­ mente si un Obispo (o el Papa) no le confiere jurisdic­ ción sobre el penitente. Por esta causa, el Párroco se co­ loca en el grado último de la Jerarquía, porque tiene un poder de jurisdicción que le corresponde por razón de cargo que le han asignado. A esto se llama jurisdicción ordinaria. Pero no es propia (como la del Obispo), sino vicaria, es decir, subordinada en todo al Obispo. (Los Vi­ carios en las Parroquias tienen jurisdicción delegada, no propia, como también los religiosos no párrocos que tienen facultades para confesar, etc.) Muy bueno es el trabajo e?i equipo, pero siendo el

sacerdote un auxiliar del Obispo, es evidente que ha de trabajar bajo su dirección. Lo mismo ocurre con los Religiosos exentos en aquellos trabajos que tienen rela­ ción con las obras diocesanas o de interferencia con ellas. El Concilio Vaticano II ha recomendado mucho el espíritu de universalidad y ayuda mutua, no sólo inter­ parroquial, sino también interdiocesana. Pero siempre hay que conjugar los trabajos con subordinación a la autoridad, que es el Obispo.

9 —¿No cree usted que los sacerdotes, para acer­ carse más al pueblo han de desacralizarse, y por tanto pueden ir con mochila, decir palabrotas, hacer juerga con las chicas, frecuentar los es­ pectáculos públicos, etc.? —No lo creo así. El sacerdote ha de buscar los medios convenientes para acercarse al pueblo, pero ha de apa­ recer como sacerdote. Por tanto no ha de desacralizarse, que sería desacerdotizarse. Para esto más valdría ser un buen seglar. No hay inconveniente en que lleve mochila o vaya en bicicleta, use tal o cual pieza indumentaria... con tal que no rebaje a la dignidad sacerdotal. Por esta causa desdice del sacerdote el empleo de ciertas palabrotas, actitudes, espectáculos, chistes, diversiones, excursiones, etc., que no acercan al pueblo, sino que re­ bajan al sacerdote y le ponen en serio peligro espiritual. Repetimos: quien no quiera ser un buen sacerdote, que no se haga. Puede ser un laico muy celoso y hacer un apostolado magnífico. Pero esos tales seglares no fre­ cuentan los espectáculos inmorales, ni emplean esos me­ dios de apostolado.

10 —¿Es obligatorio llevar la tonsura clerical? ¿La ha quitado el Concilio? —El canon 136 prescribe: “Todos los clérigos lleven un hábito eclesiástico decente, conforme a las prescrip­ ciones del Ordinario del lugar (el Obispo) y las legiti­ mas costumbres de los lugares; lleven también la tonsu­ ra o corona clerical, a no ser que las costumbres admi-

tidas de los pueblos hagan otra cosa; y tengan un cui­ dado sencillo del cabello" Y el canon 2379 impone la

pena de suspensión, si después de haber sido gravemen­ te avisados porque no llevaban el hábito clerical y la tonsura, durante un mes no se enmiendan. Está, pues, prescrita la tonsura con estas salvedades de las costumbres de los lugares. Si no la llevan (y tam­ poco el traje eclesiástico) han de ser advertidos seria­ mente de ello por su Obispo. El Concilio no ha dicho nada sobre este punto.

11 —Los sacerdotes deben quitarse la sotana, por­ que es un vestido que los aleja del pueblo; y los que la llevan, como también las monjas con sus hábitos, hacen el payaso. —Reléase lo que acabo de decir con el canon 136: se prescribe el hábito eclesiástico. En la actualidad muchos Obispos han permitido en sus diócesis el uso del llamado “clergyman” ; no lo han impuesto. Hay que atenerse a lo que cada Obispo prescriba en su Diócesis. En donde está permitido no llevar sotana, no hay que tildar a los que no la llevan, pero tampoco a los que la llevan. Unos y otros están en su derecho. Lo que todos los Obispos prescriben es que se lleve un traje eclesiástico, es decir, que haya un distintivo por el que se note que aquella persona es sacerdote; y así prohíben el uso de corbata o de traje simplemente de paisano, salvo permisión particular, que se dará por es­ crito. A las monjas, como a los religiosos que llevan hábito, no les es lícito cambiar la indumentaria sin los permisos correspondientes de sus superiores mayores, según los estatutos propios. Que el hábito eclesiástico de sotana aleje de los hom­ bres, no es cierto en el sentido de que el “clergyman” acerque o no aleje. Los anticlericales se sienten molestos delante del sacerdote, no del hábito. Por el contrario, la sotana libra de muchos peligros y evita muchas caídas tristes. No se atreverá ningún sacerdote a entrar en cier­ tos lugares si va de sotana.

12 —El sacerdote no debe entretenerse en cons­ truir templos, puesto que son más bien un in­ conveniente para el apostolado a causa de su ostentación provocativa para las clases eco­ nómicamente débiles. —a) Si tanto se insiste en la comunidad eclesial, ¿dónde se juntará esta comunidad? ¿En los teatros, ba­ res, cines, salas de baile? b) El centro de la vida cristiana es el Santo Sacri­ ficio de la Misa. Allí han de encontrarse todos los fieles; y si puede ser juntos, mejor El sacerdote es la cabeza de esta comunidad y el ministro del Sacrificio eucarístico. A él, pues, corresponde, y es deber suyo, procurar que la comunidad tenga un lugar apto y digno para su vida cotidiana comunitaria. Y este lugar es el templo. c) La construcción de un templo no es una provoca­ ción para las clases económicamente débiles. Por el con­ trario, si el sacerdote sabe hacerles ver que el templo es su casa, y junto al templo—cuando levanta su recto­ ría—construye las dependencias necesarias de esparci­ miento, beneficencia y escuelas, hará una labor magní­ fica. d) En la construcción de los templos evítese el boato 0 lujo excesivo, pero no la dignidad que requiere la Casa de Dios. No permitamos que Cristo viva en una barraca, cuando queremos que todos tengan una buena mansión. 1ó

—El sacerdote ha de dar testimonio de Cristo, por esto ha de dedicarse al trabajo ordinario y vivir como los obreros. Esta es la línea del Con­ cilio.

—El Concilio dice: “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Los que recibieron el orden sagra­ do, aunque algunas veces pueden tratar asuntos secula­ res, incluso ejerciendo una profesión secular, están orde­ nados principal y directamente al sagrado ministerio por razón de su vocación particular” (L. G.). Y prosigue: “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.”

Por tanto: a) Al sacerdote, en cuanto tal, no le co­ rresponde el dedicarse al trabajo, sino por vía de excep­ ción. El mismo Concilio dio normas sobre el particular; y a los Obispos corresponde permitir que algunos de sus sacerdotes sean lo que se llama “ sacerdotes-obreros b) Dar testimonio corresponde a todo cristiano. Pero cada uno ha de dar testimonio según su propia vocación. “Los Presbíteros, como cooperadores de los Obispos, tie­ nen como oficio primario—como deber principal— anunciar a todos el Evangelio, para constituir y aumen­ tar el pueblo de Dios, cumpliendo el mandato del Señor: id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura” (P. O.).

c) Ha de vivir del sudor de su frente . Pero no quiere esto decir que haya de trabajar como un peón de alba­ ñil. También se gana el pan con el sudor de su frente el ingeniero, el arquitecto, el médico..., que no derraman gotas de sudor en el ejercicio de su profesión.

14 —El sacerdote habría de casarse, porque el ce­ libato es contrario a la naturaleza, es un im­ pedimento para el apostolado; y el sacerdote casado tiene una experiencia de la vida fami­ liar, que le es muy útil y necesaria para la efi­ cacia de sus ministerios. —a) ¿Es el celibato contra naturaleza? No puede serlo una ley impuesta por la Iglesia desde hace tantos siglos. Cristo, algunos apóstoles, San Pablo..., fueron cé­ libes. Jesucristo recomienda el celibato, como también San Pablo. Es hacer una seria injuria a Cristo y a la Iglesia afirmar que el celibato es contra naturaleza. b)

¿Impedimento para el apostolado? San Pablo dice:

“El soltero anda solícito por las cosas del Señor: cómo agradará al Señor. Pero el casado anda solícito por las cosas del mundo: cómo agradará a la mujer. Y anda di­ vidido” (1 Cor. 7, 32-33). El apostolado exige despreocu­

pación de las cosas de la tierra. No hay cosa que más preocupe que el cuidado de la familia, mujer e hijos. c) ¿Ha de tener experiencia familiar? Si así hubié­ semos de juzgar en todo, habríamos de exigir al médico

que pasase por todas las enfermedades que ha de curar, ei juez que fuese ladrón y supiese de cárceles y críme­ nes por experiencia, el psiquiatra que hubiese pasado una temporada interno en una clínica mental como en­ fermo, etc., etc. Muchísimos sacerdotes son de familias trabajadoras y saben muy bien de experiencias familia­ res sin haber vivido la vida matrimonial. Y todos saben los cuidados y cuitas matrimoniales a través de la actua­ ción de su ministerio. Precisamente el no verse implica­ do en las miserias de una triste vida familiar—o por el contrario, el no vivir en un estado de matrimonio paradisíaco—le hace más imparcial para medir a cada uno según su situación particular y no querer juzgar a todos por el modelo de su propia experiencia. Si está casado creerá más fácilmente que o todos los matrimo­ nios son desgraciados como el suyo, o que todos son fe­ licísimos si el suyo lo es. d) Es cierto que el celibato es una ley eclesiástica, pero es ley. Y quien entra en un Seminario ya sabe a qué ha de atenerse si quiere ser sacerdote. Esto ocurre en todos los oficios: existe un reglamento, unas leyes, unas imposiciones. Y hay que acatarlas o renunciar al oficio, carrera, etc. Forma parte de la vocación sacerdotal el guardar castidad; como forma parte de la vocación de médico el estudiar la carrera.

15 —¿No es un hombre como ios demás el sacer­ dote? Si no se casa le falta un ideal humano que le acicatee para el trabajo de su ministerio. - -El sacerdote es un hombre como los demás, pero ha sido escogido de entre los hombres y constituido en pro de los hombres, cuanto a las cosas que miran a Dios (Hebr. 5, 1). Por tanto ya no se encuentra mezclado con los demás hombres, sino seleccionado. Estáis en el mun­ do, pero no sois del mundo, decía Jesús a los discípulos. Durante muchos siglos han vivido los sacerdotes—sien­ do hombres—contentos con la ley del celibato, precisa­ mente porque en ella encontraban el aliciente para el trabajo, ya que su ideal no era humano, sino divino. Y la gracia—lo divino—no destruye la naturaleza sino que la perfecciona. El ideal divino es más fuerte y con­ fortante que el ideal humano. Si el sacerdote se conten-

ta con un ideal humano 110 será jamás buen sacerdote ministro de Dios, ni dará jamás testimonio de ello.

16 —Leí en una revista española el caso Weintlauff, o sea el sacerdote que con permiso del Papa se ha casado. —Conozco la revista y la forma escandalosa y sensacionalista con que Garbo (núm. 612) informó a sus lectores. El Papa no dispensó para que dicho sacerdote se casara. Infiel a las exigencias de su ordenación sacer­ dotal, se unió con una mujer, al amparo de unas leyes humanas, que no reconocen las divinas. Dicho sacerdote quedó reducido al estado laical. Después, un recurso al Papa pidiendo una solución. Y el Papa, usando de su poder augusto de (

40 —¿Qué norma concreta podríamos seguir para vivir la liturgia según el verdadero espíritu del Concilio? —Sigamos lo que nos dice el cardenal Siri: “La Igle­ sia ha publicado una Constitución litúrgica que se carac­ teriza por la introducción de la lengua vulgar en parte de la liturgia. La reforma ha evidenciado que el primer medio de apostolado eclesiástico es precisamente la li­ turgia. Los retoques hechos a los sagrados Ritos no pue­ den tildarse de vistosos y llamativos. La reforma litúrgica ha dejado un margen libre en cuanto a la introducción de la lengua vulgar y en cuanto al uso mayor o menor de algunos elementos rituales (concelebración y comunión bajo las dos especies). Ese margen, en su mayor parte, está en manos de las Confe­ rencias Nacionales de los Obispos y, en su parte menor, en manos de cada Obispo. Tal disposición ha sido dicta­ da por la prudencia, pues responde a un criterio de adaptabilidad a las circunstancias más diversas. Mas en ese margen debe actuar exclusivamente la je­ rarquía, para que se sigan resultados altamente benefi­ ciosos y positivos. Sobre este punto se ciernen dos peligros: que actúen algunos a su capricho y que ese margen sea rebasado ar­ bitrariamente. En el primer caso se tendrá un acto de indisciplina; en el segundo, puede desfigurarse toda la Liturgia e incluso el dogma que la informa. Ya se han dado casos a propósito de los Sagrarios, de la doctrina integral sobre la Presencia real, de la duración de esa Presencia real, del culto a la Virgen y a los santos. Sin un dogma integérrimo y sin una disciplina en la

Liturgia, surgiría el peligro de herejía y se llegaría a la abolición práctica de la misma y al límite extremo de la anarquía de costumbres. La juventud de la Iglesia en el terreno de la Liturgia está en saber adaptarse al idioma de los fieles y en dar a la misma Liturgia la preeminencia que le corresponde. Mas todas las decadencias, de que hemos hablado breve­ mente, nada tienen que ver con la juventud. Son terri­ bles erosiones, que marcan en su rostro las arrugas de la vejez. Pero debe quedar bien sentado que la juventud de la Iglesia se nutre principalmente del Sacrificio y de los Sacramentos, administrados por la sagrada liturgia, no sólo de ésta, sino de todo el complejo, con el cual la Iglesia responde al ’tipo’ que de ella ha diseñado Cristo. Sería un gran error separar la liturgia del dogma, de la moral y de toda la disciplina eclesiástica. En gran parte de la prensa se ha creído ver el reju­ venecimiento en algunas reformas particulares— muy elogiadas— por considerarlas revolucionarias. Lo que se pretendía era la revolución, no la juventud, y las dos cosas son esencialmente distintas. Algunas actitudes de satisfacción y de polémica entusiasta tenían el mismo origen. La juventud es el resultado de todas las líneas traza­ das por Cristo, no sólo de alguna."

41 —¿Cómo ha sido recibida y llevada a la práctica la reforma litúrgica decretada por el Concilio? —En general ha sido recibida con agrado, sin prejui­ cio de que existan algunas almas excesivamente simples a quienes les parece que “nos cambian la religión” o que no quieren cambiar porque “me lo habían enseñado de otra manera”.

Los sacerdotes han visto con gusto algunas simplifica­ ciones que eran de desear; pero, interinamente, tropie­ zan con la molestia de tener que manejar tres y cuatro libros, fascículos u hojitas no siempre bien legibles ni tan completas como el tradicional misal. Lo que importa, sin embargo, no es cómo se ha reci­ bido la reforma, sino qué frutos se consigan con ella. Ha sido una gran ventaja que hoy el pueblo entiende los

textos que antes no entendía, y participa más activamen­ te y plenamente en los actos litúrgicos. Pero queda la enorme masa inerte, que no se puede decir acuda más que antes a la iglesia. Por otra parte, el fruto que se ha de esperar de la reforma litúrgica es que los fieles “ ex­ presen mejor en su vida el Misterio de Cristo y la genui­ no naturaleza de la Iglesia”. (Cfr. Instrucción del Conci­

lio.) Si no se llega a conseguir esto, de poco servirá la reforma litúrgica. Y mucho peor si, como ha sucedido en algunos sitios y personas, es utilizada para combatir y destruir—sin compasión—prácticas piadosas no sólo tradicionales, sino recomendadas también por los Papas Juan XXIII y Pablo VI. Respecto de cómo ha sido llevada a la práctica, en general bastante bien. Pero se notan dos tendencias: una remolona y otra arrolladora; la de quienes no aca­ ban de entrar en la corriente renovadora y la de quie­ nes “renuevan” (?) por su cuenta y riesgo. No sin razón se ha preguntado el Papa en la audiencia general del 5 de octubre de 1965: “¿Qué necesita más la Iglesia ahora? La Iglesia necesita obediencia” Existe esta necesidad, ha dicho, “por cierto espíritu de indisciplina y emanci­ pación que por todas partes aflora”. Y todavía se pre­ gunta él mismo: pero “¿no ha cambiado, con el Conci­ lio. nada de la obediencia? ¡Oh, no! Nos creemos que el espíritu, que las formas de la obediencia se han regene­ rado con el Concilio”.

Como muestra de aquel espíritu de indisciplina podría­ mos mencionar, de una parte, las resistencias de unos pocos a la reforma; de otra parte, los no escasos “inven­ tos” de otros y dos hechos desgraciadamente muy sintorpáticos: el cardenal Lercaro, Presidente del Consüium, y el pleno del Episcopado belga se manifestaron pública­ mente contra algunos artículos aparecidos en una revis­ ta litúrgica; y, en España, no falta alguna revista asi­ mismo litúrgica que se ha “olvidado”—suponemos que no es más que olvido—de informar, después de más de un año, de la carta del citado cardenal a las Comisiones nacionales de la Liturgia. Es de esperar que, pasados los primeros entusiasmos —y Dios quiera que no se truequen en dejadez—retorna­ rá el sentido del valor que, para vivir el Misterio de Cristo (cfr. la citada alocución de Pablo VI), tiene la práctica de la obediencia.

VII — PREDICACION Y APOSTOLADO OBRERO 1 —¿Verdad que ahora el Concilio ha mandado que con la predicación de la homilía se supriman las otras predicaciones? —De ninguna manera. La misma Constitución sobre la Sagrada Liturgia proclama explícitamente: “La sa­ grada liturgia no agota toda la actividad de la Iglesia, pues para que los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario que antes sean llamados a la fe y a la con­ versión: ¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿0 cómo creerán en El sin haber oído de El? ¿Y cómo oirán si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son enviados?” (Rom. 10, 14-15). Por eso a los no

creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación para que todos los hombres conozcan al único Dios ver­ dadero y a su enviado Jesucristo, y se conviertan de sus caminos haciendo penitencia (24). Y a los creyentes les debe predicar continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos, además, para los Sacramentos, en­ señarles a cumplir todo cuanto mandó Cristo (25) y esti­ mularlos a toda clase de obras de caridad, piedad y apos­ tolado, para que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria al Padre delante de los hombres. (C. de S. L. 9.)

2 —Pero ¿Pablo VI nos aconseja también la pre­ dicación? —Como de primera necesidad. Recuerde lo que nos dice en la Ecclesiam suam: “Apostolado y predicación, en cierto sentido, son equivalentes. La predicación es el primer apostolado. El nuestro, Venerables hermanos, es, antes que nada, ministerio de la palabra”

3 —Bien, admitamos que hay que predicar, pero debe ser una predicación sin verdades eternas, optimista y no dogmática, para la construcción áe un mundo con plena convivencia humana. —No opinan así grandes predicadores y teólogos. Ade­ más, hay que transmitir el Evangelio entero. El P. Lombardi, en el Congreso de Salerno, en 1963, afirmaba ro­ tundamente: 'No digáis que la gente no se interesaría en la demostración de que nuestra alma es inmortal. ¿Cómo? Ha muerto tu madre hace poco, has perdido un hijo, al amigo más querido, sufres, y yo te demuestro — no despreciemos la filosofía, queremos filosofía y fe — satisfaciendo tu razón, te hago vislumbrar tantas cosas maravillosas de orden superior, te hago sentir que tene­ mos alma. ¿Y esto no te interesa? Hay personas que han cambiado de vida después de una predicación... Debemos insistir en el sentido de la eternidad, del alma, de Dios... Hemos encontrado un planteamiento muy extendido, en el cuál se traiciona la suma verdad que es Dios por una profuvda inmoralidad que es ligarse a las pequeñas co­ sas aei mundo, como suprema finalidad.” El Padre Car­ los E-ahner, teólogo del Vaticano II, ha dicho: “¿Quién predica entre nosotros todavía sobre el infierno? ¿Quién conjura a su prójimo para que sálve su alma? ¿Quién siente temor ante la muerte y ante el tribunal divino? ¿Quién se lamenta de que alguno de sus amigos muera sin sacramentos? ¿Quién tiene la santa audacia de forzar la puerta de aquellos que no quieren oírle y de presio­ narles para que se conviertan y se amen recíprocamen­ te? ¿No prefieren muchos pronunciar sermones anodi­ nos y de una extraordinaria inactuálidad? ¿No hace falta encender ya una linterna para buscar, incluso en las

naciones neo-latinas, predicadores valientes que hablen de las verdades eternas?”

4 —Pero me han dicho personas muy enteradas que en las Constituciones del Concilio ni siquie­ ra se hace mención del infierno. —Poco habrá leído los documentos conciliares quien esto afirma. En la Constitución dogmática sobre la Igle­ sia (cap. 7) se lee: “ Y como no sabemos ni el día ni la hora, debemos vigilar constantemente, como nos avisa el Señor, para que, terminado el curso único de nuestra vida terrena (cf. Heb. 9, 27), si queremos entrar con El a las nupcias, merezcamos ser contados entre los escogidos (cf. Mt. 25, 31-46); no sea que, como aquellos siervos malos y perezosos (cf. Mt. 25, 26) seamos arro­ jados al fuego eterno (cf. Mt. 25, 41) a las tinieblas ex­ teriores en donde ’habrá llanto y rechinar de dientes’ (Mt. 22,13 y 25, 30).” Así habla el Concilio.

5 —Se afirma que hay que prescindir totalmente de los argumentos de la apologética, ya que la fe es «misterio» y no puede reducirse a ninguna ca­ tegoría conceptual. —Hubo un tiempo en que quizá se abusó de la apo­ logética. Pero es indudable que actualmente se ha dado un bandazo extremista, despreciando su utilidad y el oficio que realmente debe desempeñar. Ya sabemos que en el orden sobrenatural, la gracia y la vida divina son el término y esencia y perfección. Que el dogma y la moral y la liturgia son irreemplazables. Pero es cierto que la razón debe tomar parte y prepa­ rar las disposiciones para aceptar la legitimidad y la obligación de la creencia. Dice Santo Tomás: “La razón nunca se inclinaría a creer si claramente no se viese forzada a ello.” Y San Agustín: “No quiere Dios que la sumisión que se nos exige respecto de todo cuanto forma parte de la fe, nos impida buscar e inquirir la razón de lo que creemos, puesto que si no estuviésemos dota­ dos de razón ni siquiera podríamos creer.” (Ep. 120, n. 3.) Y el gran Bourdaloue: “La fe cristiana no es puro asen-

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QUE

NO

HA

DICHO

EL

CON CILIO .---- 9

tvmiento ni una simple sumisión del espíritu, sino un asentimiento y una sumisió7i razonable; si así no fuera, ni merecería el nombre de virtud. Pero ¿cómo podrá este asentimiento ser razonable si en él no toma parte la razón? ¿Cuáles son las pruebas que me hacen evidente' mente creíble la religión que profeso, y, por consiguien­ te, que me aseguran de todos los misterios que esta mis­ ma religión enseña? Esto es lo que debo examinar y pro­ curar entender, esto es lo que estoy obligado a inquirir, en esto debo ejercitar mi razón, de manera que en modo alguno pueda decir: yo no razono ni discurro, porque sin este previo examen y rigurosa discusión, no podría tener sino una fe incierta y vacilante, una fe vaga sin principio y sin consistencia

Así nos lo enseña la Sagrada Escritura: “ Una creduli­ dad sobrado precipitada es señal de espíritu ligero.” (Eclesiástico, XIX. 4.) Y San Juan: “No creáis a cual­ quier espíritu, sino probad si el espíritu viene de Dios; porque andan por el mundo muchos seudoprofetas.” (I Epist., IV 1.) Y San Pablo: “No queráis despreciar las profecías, pero probadlas y guardad lo que sea bue­ no.'” (I Ep., V, 20.)

6 —¿Qué dice la doctrina de la Iglesia sobre las re­ laciones entre la razón y la fe? Nos dice Pío IX en la Qui pluribus: “La razón y la fe no tienen nada que temer la una de la otra, puesto que tanto la una como la otra derivan de la misma fuente de verdad única e inmutable, que es Dios... La razón humana, para no dejarse engañar en asunto de tanta trascendencia, debe diligentemente examinar el hecho de la revelación divina, a fin de asegurarse de que Dios es el que ha hablado, y para que su rendimiento a la palabra divina sea razonable, como con tan gran sa­ biduría enseña el Apóstol.” El Concilio Vaticano I, en su capítulo IV, define: “Aunque la fe sea superior a la razón, nunca puede ha­ ber oposición entre una y otra, pues el mismo Dios que revela los misterios e infunde la fe, ha dado al alma hu­ mana la luz de la razón, y Dios no puede negarse a Sí mismo, ni una verdad contradecir a otra verdad... No

sólo no pueden disentir jamás entre sí la razón y la fe, sino que antes se auxilian la una y la otra. Por un lado la recta razón demuestra los fundamentos de la fe, e ilustrada por ésta, cultiva la ciencia de las cosas divinas; y por otro la fe libra y preserva de errores a la razón y enriquece con diversos conocimientos”

La razón no produce la fe. La fe es un don sobrena­ tural. Pero la razón prepara el alma a la fe, ofreciéndole motivos de credibilidad. No basta una adhesión humana a las verdades reveladas. No basta la fe humana. Precisa la fe divina, o sea creer las verdades reveladas por la autoridad infalible de Dios y esto movido por la gracia. Pero la razón establece con certeza los fundamentos de la fe, demostrándonos que es racional, legítima y ne­ cesaria. Según el Concilio Vaticano I, a la razón toca dar esta demostración, y no es lícito ya, bajo pena de errar en la fe, disputarle este derecho y atribución. La razón debe defender la fe. Dice León XIII: “ Título es alta­ mente honorífico para la filosofía el ser baluarte y como antemural de la f e ” O sea, que la dogmática y la moral, apoyándose en la

Revelación, nos ofrecen la verdad absoluta y objetiva. Y es incumbencia de la apologética demostrar la legiti­ midad de este orden divino. Es el camino racional a la doctrina de la fe.

7 —¿Qué podríamos decir a los que anulan la apo­ logética en toda su predicación y exposiciones de las verdades fundamentales religiosas? —A la tendencia de menosprecio de la apologética, re­ cordamos lo que enseña el Concilio Vaticano I: “A fin de tfue el homenaje de nuestra fe anduviera de acuerdo con la razón, Dios quiso juntar a los auxilios interiores del Espíritu Santo las pruebas exteriores de su revela­ ción, a saber, los hechos divinos, y sobre todo los mila­ gros y las profecías; los cuáles, al par que muestran evi­ dentemente el poder y la ciencia infinita de Dios, nos dan respecto de la divina revelación, las señales más ciertas y apropiadas a la inteligencia de todos.” (Cons-

titutio de fide catholica, cap. III.) Y en la fórmula del juramento antimodernista, pres­ crita por San Pío X, se añade: “Los argumentos exter-

nos de la revelación, es a saber, los hechos divinos, en primer lugar los milagros y las profecías, admito y acep­ to como señales ciertísimas de la religión cristiana, y por lo mismo estoy seguro están acomodadas especialmen­ te a la inteligencia de todos los tiempos y hombres, y también para los de esta época." Por tanto, el principal

argumento que prueba la verdad de la religión católica no es el testimonio, sino los milagros y profecías. Cier­ tamente el testimonio tiene su valor. Pero no el sufi­ ciente para llevar a la convicción de la verdad de la re­ ligión católica.

8 —Así, pues, ¿cómo se podría presentar la actua­ lidad de la apologética en la predicación? Hermann Lais escribe: “La fe en la revelación sobre­ natural presupone la creencia en un Dios trascendente y personal. Quien niegue la existencia de Dios, implíci­ tamente niega también su revelación. Así, la apologética general no sólo ocupa con pleno derecho un lugar dentro de la teología fundamental, sino que, en una época ente­ nebrecida por el ateísmo, tiene a su cargo una misión indispensable.”

La práctica de la vida sacerdotal nos enseña la efica­ cia de la apologética. No la supervaloramos. No admiti­ mos el desprecio por las definiciones de la Iglesia, alu­ diendo a las circunstancias históricas y polémicas de las diferentes épocas que las han originado. Pío XII, en la Humani Generis, nos dice: “Algunos más audaces afir­ man qv?. esto se puede y se debe hacer también por la siguiente razón: porque, según ellos, los misterios de la fe nunca se pueden significar con conceptos completa­ mente verdaderos, mas sólo con conceptos aproximativos y que continuamente cambian, por medio de los cuáles la verdad se indica, sí, en cierta manera, pero también necesariamente se desfigura. Añaden que la historia de los dogmas consiste en exponer las varias formas que necesariamente ha ido tomando la verdad revelada, se­ gún las varias doctrinas y opiniones que a través de los siglos han ido apareciendo. Por lo dicho es evidente que estos conatos no sólo llevan al ’relativismo dogmático sino ya de hecho lo contienen; pues el desprecio de la doctrina tradicional y de su terminología favorece ese

relativismo y lo fomenta... El desprecio de los términos y las nociones que suelen emplear los teólogos escolás­ ticos lleva, naturalmente, a enervar la teología especu­ lativa, la cual, por fundarse en razones teológicas, ellos juzgan carecer de verdadera certeza.”

9 —Muchas veces me han dicho que hay que pre­ sentar la fe como «misterio», y solamente acu­ dir a las fuentes de la Revelación, sin otra clase de argumentos. No podemos aceptar la exageración en lo que se llama sentido del misterio. Convendría que se repasara a fon­ do la Pascendi, de Pío X, cuando habla del modernismo como “creencia". Así culmina el juicio del Padre Santo sobre la táctica modernista en este aspecto: “ Tropeza­ mos en sus libros con cosas que los católicos aprueban completamente; mientras que en la siguiente página hay otras que se dirían dictadas por un racionalista. De aquí que cuando escriben de historia no hagan mención de la divinidad de Cristo; pero predicando en los templos la confiesan firmísimamente. Del mismo modo en las explicaciones de la historia no hablan de Concilios ni Padres; mas si enseñan el Catecismo citan honrosamen­ te a unos y otros. De aquí que distingan también la exégesis teológica y pastoral de la científica e histórica. Igualmente, estribando en el principio que la ciencia de ningún modo depende de la fe, al disertar acerca de la filosofía, historia y crítica, muestran de mil maneras desprecio de los preceptos católicos, Santos Padres, Con­ cilios Ecuménicos y magisterio eclesiástico, no horrori­ zándose de seguir las huellas de Lutero, y si ello se les reprende, quéjanse de que se les quita la libertad. Con­ fesando, en fin, que la fe se hace de subordinar a la cien­ cia, a menudo y abiertamente censuran a la Iglesia por­ que tercamente se niega a someter y acomodar sus dog­ mas a las opiniones filosóficas; pues desterrada con este fin la teología antigua, pretenden introducir otra nueiia que obedezca a los delirios de los filósofos .”

Ciertamente hay que volver incesantemente a las fuentes de la Revelación: la Sagrada Escritura y la Tradición. Y tiene un valor imponderable el buen ejem­ plo, hoy llamado testimonio. Pero esto no excusa el de-

ber de utilizar la apologética tradicional, como medio natural para la más profunda inteligencia de la doctri­ na de la fe. Según la concepción católica, la fe no es un instinto ciego, sino, como dice el Concilio Vaticano I, un “ obsequio razonable”. La fe supone la certeza de que las verdades cristianas son fidedignas. Hay que saber que existe Dios y que nos ha revelado su palabra. Y el conocimiento de la existencia de Dios se adquiere, en principio, por raciocinios “filosóficos” o apologéticos. Y sobre los hechos históricos de la vida de Jesús, su cono­ cimiento nos lo proporcionan documentos, cuya investi­ gación y credenciales también son objeto de la ciencia histórica. Aquí la apologética establece la posibilidad del conocimiento de hechos sobrenaturales, como mila­ gros y revelaciones divinas.

10 —¿Tiene consecuencias prácticas este olvido de la apologética en la predicación y formación re­ ligiosa? —Hemos comprobado algunos casos de crisis de fe de antiguos militantes de organizaciones apostólicas. Sa­ bían muchas “ cosas” de dogma, de liturgia... Pero su fe era tambaleante... Les fallaban escandalosamente los motivos de credibilidad. Tenían mucha ilustración sobre “cosas” de la Iglesia. Pero carecían de la reciedumbre de convicciones sólidas, porque no tenían los elementos de la sana razón humana que son supuestos de la fe. Ideas muy equivocadas sobre la obediencia a la Iglesia, muiaiidaa, doctrina social... Cierto irenismo peligroso hacia vm ecumenismo torcido... Desconocían las pruebas suministradas directamente por Dios para establecer el hecho de la revelación, es decir, los milagros y las pro­ fecías. Y como dice el Cardenal Pie—autor preferido de Juan XXIII—, “no nos es 'permitido, en modo alguno, rechazar, debilitar o relegar a segundo término, en el orden de las pruebas, lo que en la economía y en la his­ toria del establecimiento de la Iglesia, ocupa el primer lugar”. La apologética, claramente tiene su importancia defi­ nida. Y para hoy. Nos lo dice un autor, en algunos aspec­ tos tan discutible, como el P. Lubac: “Ninguna discipli­ na teológica necesita tanto, para conservar la vida, una

continua infusión de sangre nueva, como la apologética”

Lo que hace que no se pueda prescindir de la apolo­ gética en su ámbito específico, apoyada en razones in­ vulnerables y de su actualización frente a las hostilida­ des teóricas y prácticas ante la Iglesia que presentan las mentalidades laicizadas de nuestro tiempo. A esto se re­ fería la Pastoral Colectiva del Episcopado Italiano, de abril de 1960, en que hablaban que “ prácticamente se niega o se prescinde del hecho histórico de la Revela­ ción ” y de la preferencia de “ vaga literatura teológica a la teología sistemática”.

Por esto creemos firmemente que el desprecio de la apologética produce daños irreparables. Causa desorien­ taciones, iluminismos y neoprotestantismos. Porque a muchos, por falta de base seria, se les cuartean los fun­ damentos de la fe. Porque—enseña San Agustín—pri­ mero es pensar y raciocinar que creer. Porque ninguno puede creer algo, que primero no pensase que debiera ser creído. Y esto es precisamente el cometido de la apo­ logética.

11 —Como consecuencia del Concilio, ¿no se ha producido un abandono en la predicación para concentrarla solamente en la homilía dominical, como si el Concilio desviara o subestimara la otra predicación más amplia? —De la lectura de los textos conciliares se deduce cuán infundada es esta dificultad. En el orden doctrinal no resiste el menor análisis al estudiar las enseñanzas del Concilio, pero no podemos negar que en la práctica se abandona mucho la predicación integral que nos pide el Concilio. Las razones de este abandono son extraeclesiales.

12 —¿Cuál sería la explicación? —Pablo VI en la Ecclesiam suam nos habla del re­ brote del modernismo. Y éste en su variadísima y cam­ biante formulación actual ha producido un impacto tan grande en tantas y tantas mentes católicas, que al pen­ sar de una manera autónoma, perdida la noción teológi­

ca, el sentido de la fe y la adhesión auténtica al magis­ terio eclesiástico, al aproximarse a textos eclesiásticos o conciliares, no pueden desposeerse de su concepción mo­ dernista que desvirtúa toda conclusión, aun la obtenida con la mayor apariencia de lógica. Por esto, atribuyén­ dose falsamente la línea del Concilio, deducen las con­ clusiones más contrarias a la misma letra y al mismo es­ píritu conciliar.

13 —En concreto, ¿cómo se puede definir el moder­ nismo? —La mejor definición será recordar palabras definiti­ vas e inconfundibles de San Pío X, uno de los Papas más grandes de toda la historia de la Iglesia: “Este afán in­ novador se extiende a todas las cosas que hay absoluta­ mente entre los católicos. Quieren que se innove la filo­ sofía, sobre todo en los sagrados seminarios, de suerte que relegada la escolástica... entre los demás sistemas envejecidos, se enseñe a los adolescentes la sola filosofía moderna que es la verdadera y que responde a nuestra época. Para innovar la teología... piden que sobre todo se funde en la historia de los dogmas. Decretan que los dogmas y su evolución se concilian con la ciencia y la historia. Por lo que a la catequesis se refiere, exigen que se consignen solamente los dogmas innovados y que es­ tén al alcance del vulgo. Acerca del culto dicen que de­ ben disminuirse las devociones exteriores... El régimen de la Iglesia gritan que ha de reformarse en todos los aspectos, sobre todo en el disciplinar y en el dogmático; y por tanto que ha de concillarse por dentro y por fuera con la conciencia moderna que tiende a la democracia; hay que dar por ende al clero inferior y a los mismos lai­ cos su parte en el régimen y distribuir una autoridad que está demasiado recogida y centralizada. Hay quie­ nes, finalmente, dando de muy buena gana oído a los maestros protestantes, desean que se suprima en el sacerdocio católico el mismo sagrado celibato. ¿Qué de­ jan, pues, intacto en la Iglesia que no haya de ser re­ formado por ellos y de acuerdo con sus proclamas?"

14 —Se dice que la psicología moderna no se aviene con la predicación de las misiones populares. —Cuando se afirma este error se da nuevo cauce a las ideas que puso en circulación el Sínodo de Pistoya, con­ denado por Pío VI. Asimismo en sus proposiciones lo decían aquellos reunidos en el falso sínodo, con la inten­ ción de conciliar la Iglesia con el mundo moderno y sus falsas doctrinas. En lo que hace a la predicación— “el estrépito irreguar de las nuevas instituciones que se han llamado ejercicios o misiones—tal vez nunca, o al menos muy rara vez, llegan a obrar la conversión absoluta, y aquellos actos exteriores de conmoción que aparecieron no fueron otra cosa que relámpagos pasajeros de la sa­ cudida natural” . ¿No es verdad que en estas palabras

pronunciadas ya a finales del siglo xvm están en ger­ men las modernas soflamas en contra de lo que han venido a llamar triunfalismos, porque no llegan a una evangelización profunda, según ellos?

15 —El hombre actual necesita otro lenguaje y otras expresiones verbales, más acordes con las categorías filosóficas corrientes... —Este tépico ya es bastante viejo. También los janse­ nistas habían enseñado “ que la predicación de las ver­ dades, para la mayoría de los cristianos ha venido a ser como un idioma desconocido... y no se advierte bastante que éste es uno de los defectos que más manifiestan la senectud de la Iglesia y la ira de Dios sobre sus hijos”.

Expresiones típicas, dentro de la hipocresía jansenista y de ambiente de fingida piedad, que nos dicen en un len­ guaje de tres siglos de anticipación, las quejas por la inadaptación que hoy oímos en algunos labios, de la pre­ dicación y de las enseñanzas de la Iglesia: de su fixismo y fosilización: de la decrepitud de la Iglesia y de la lu­ cha contra todo lo que ellos llaman anticuado, por el afán de modernización. De la necesidad de nuevos en­ sayos y del abandono de la tradición. Es natural que una mentalidad así estructurada, con sucesivas aporta­ ciones de estratos jansenistas, liberales, modernistas, raciocine y piense de una manera completamente opues­ ta al recto sentir de la Iglesia. Y cuando incluso se acer-

que a los textos más claros, lo haga con una óptica y un color de luz tan diferente, que bajo su análisis que­ den por completo deformados.

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—Con las celebraciones litúrgicas ya basta. Esta es la mejor predicación. Mejor dicho, la única predicación que necesitamos. A lo más la predi­ cación tiene que limitarse a una glosa de los textos litúrgicos.

—Equivocación funestísima. La liturgia es el manan­ tial y el centro de la vida cristiana, pero hay que conocer el camino para ir al manantial y antes no se llega al cen­ tro, hay que hacer camino. El gran Pío XII en una carta al Obispo de Berlín, Mons. Konrad von Preysing (30IV43) le dice explícitamente: “ Sabéis que la Santa Sede ha considerado las cuestiones litúrgicas que se han plan­ teado entre vosotros como suficientemente importantes para tenerles en cuenta. Sin embargo, reconocemos que atribuimos más importancia a que las conciencias cris­ tianas sean protegidas contra todos esos venenos, que las amenazan. ¿De qué serviría hacer más bella la litur­ gia de la Iglesia si, fuera del templo, el pensamiento y los actos de los fieles se hacen en su vida extraños a la ley y al amor de Cristo?”

17 —¿No le parece que resulta intolerable que se predique en las empresas? — Sorprende esta opinión tan contraria al espíritu y a la actuación del ayer Cardenal Montini y hoy Pablo VI. En 1951 se celebró en Milán una misión que ha sido muy comentada. El Arzobispo Montini predicó en 170 fábri­ cas. “Hay miles de hombres que sólo tienen la ocasión de pisar el asfalto y el suelo de su fábrica. Llevan una exis­ tencia dura, triste, agotadora, sin esperanzas. A ellos hay que llevarles la palabra de Dios, la palabra del corazón y la esperanza", dijo a sus más íntimos colaboradores. Ac­ tualmente en Roma el Papa ha visitado varias veces a trabajadores en sus propios ambientes; a los obreros de la construcción, en donde en 9 de febrero de 1966 justifi­ có plenamente su presencia hablando directamente de la

eternidad y del derecho de los sacerdotes a predicar en las empresas. Léanse bien estas palabras: ¿No es mi mi­ sión, mi ministerio venir a buscaros?... Desgraciadamen­ te es verdad que alguno no os lo reconoce este derecho y dicen, por ejemplo, que es suficiente con recibir el sala­ rio. No, hijos míos, el salario no basta, tenéis que recibir algo más. De la misma manera que tenéis derecho a la escuela, a la farmacia, a las diversiones, también tenéis derecho a la religión. ¿No sois hombres? ¿No sois cris­ tianos? Tenéis un alma, ¿quién tiene que pensar en ella? ¿Quién os dará las palabras que vivifiquen vuestro espí­ ritu?” Exactamente repitió en su visita a los barrende­

ros de Roma en 15 de febrero de 1966.

18 —Parece que lo más propio en estas predicacio­ nes sería presentar únicamente la doctrina so­ cial de la Iglesia. —Recuérdense las normas del que fue el Nuncio de Su Santidad puestas por él de relieve en la Asamblea de Apostolado Social en Madrid celebrada en 1965: “La Iglesia no es sólo doctrina social, movimientos especia­ lizados de obreros y patronos, o Consiliarios de obras sociales. La Iglesia es esto, y mucho más... Nos atreve­ ríamos a decir que causan daño a la Iglesia los que al serles presentado el programa de acción apostólica en el mundo del trabajo dentro de este horizonte de más am­ plia perspectiva, se obstinaran en tachar tal modo de ac­ tuar de inútil, poco comprometido y valiente, y desco­ nocedor de la realidad social. No es así. Por el contrario, creemos que esa actuación puede ser firme, eficaz, gene­ rosa y decidida, sin que obste para nada la obediencia a la Jerarquía y la justa colaboración con la autoridad legítima. Esta Jerarquía será la que diga en cada caso cuándo la colaboración se hace imposible

19 —No obstante algunos dicen que, antes que nada, hay que poner en descubierto las injusti­ cias sociales. —No se olvide que hay dos formas de actuar contra las injusticias sociales. Una manera marxista y otra cris-

tiana. Monseñor Riberi, en la clausura de Apostolado Social en Madrid, en 1965, lo decía con estas claras pa­ labras: “Es de temer que, aun con las mejores inten­ ciones, la denuncia de las injusticias se convierta en odio, el combate generoso en lucha fratricida, la evangelización en humanitarismo sociológico. No son ésas ¡as armas de la Iglesia. Y aun cuando se demostrara que con esas armas se consigue lo que la Iglesia no logra con las suyas, seguiremos diciendo que no son ésas las armas de la Iglesia. Sin duda ha habido mo­ mentos en la Historia— y seguirá habiéndolos— en que la clase social obrera ha conseguido objetivos, que en justicia buscaba, por caminos distintos de los que la Iglesia señala. Lo que hubiera de dignidad en esos ca­ minos recorridos es también cristiano. Lo que hubiera de violencia rechazable, no lo es. Y aunque tuviera éxito la violencia, no por eso la Iglesia puede apro­ barla.”

20 —¿No piensa usted que esta predicación es un ataque a la libertad de conciencia? — ¡Qué tremenda equivocación! El Cardenal Suenens ha salido al paso de esta falsificación que algunos di­ vulgan. Nos dice: “En el Concilio Vaticano II no es la hora de discutir la misión directa. No es la hora de los testimonios mudos. Hay que sacar a ciertos ambientes cristianos de la atmósfera de silencio que les rodea. Hay que exorcizar al demonio mudo que posee a dema­ siados cristianos... Semejante silencio no sería un ver­ dadero silencio, ya que, cuando uno ha sido alcanzado por la Palabra de Dios, sería faltar al respeto a Dios y al hombre el no transmitirle lo que constituye el fondo mismo de nuestra razón de existir.” (“Cristo al

mundo”, 1966, núm. 1, págs. 78-81.) 21

—Serían mucho más efectivos los sacerdotes obreros. El trabajo manual debería ser normal y corriente en todos los sacerdotes.

—Todos sabemos cómo terminó la primera experien­ cia de los sacerdotes obreros, con la memorable interven-

ción del Papa Juan XXIII. Actualmente con ciertas cau­ telas hay un número de sacerdotes obreros intentando una nueva experiencia. Pero la problemática queda per­ fectamente dilucidada en las autorizadas palabras que Monseñor Ancel, obispo auxiliar de Lyon y Superior Ge­ neral de los Sacerdotes del Prado, ha dicho a la revista Perseverancia: “No pienso que el trabajo profesional deba ser una regla habitual de los sacerdotes. Por el con­ trario, veo en el Evangelio que Jesús dejó su trabajo al comenzar su vida pública y pidió lo mismo a los após­ toles. Pero si la misión de los obispos hacia su pueblo lo exige, pueden permitir a algunos sacerdotes el trabajo manual, según el ejemplo de San Pablo, que trabajaba para no ser obstáculo al Evangelio (2 Tes. 5, 8-12). Hubo una dificultad especial en Francia a causa del indiferentismo del mundo obrero. Un sacerdote obrero no sabía qué hacer desde el punto de vista sacerdotal, porque nadie venía a su misa, nadie pedía los sacramen­ tos y nadie quería oír la palabra de Dios. Por eso era necesario descubrir nuevos métodos. El mayor obstáculo que encontraron los sacerdotes obreros franceses fue la dificultad para negarse a toda clase de compromiso temporal. Los obreros, especial­ mente los no creyentes, no pueden comprender que un hombre inteligente y generoso pueda negarse a las res­ ponsabilidades temporales. Pero hay un compromiso es­ piritual, diferente del compromiso temporal, que tiene su propia eficacia aun en las cosas temporales. Por eso en el nuevo planteamiento que el Episcopado francés ha hecho para el trabajo de los sacerdotes se po­ nen varias condiciones, con el fin de evitar esa dificul­ tad: los sacerdotes que trabajen vivirán en equipo con otros sacerdotes y dentro de una célula eclesial, unidos a los responsables seglares de la Acción Católica Obre­ ra, para evitar la desvinculación del ambiente de Iglesia. Además, no pueden aceptar ningún compromiso sindi­ cal, como representantes de sus compañeros de trabajo. Terminando mi respuesta, quisiera añadir dos nuevas cosas. Primero, no me gusta la expresión sacerdote obre­ ro. Nunca hemos hablado de San Pablo como un apóstol obrero. Era apóstol, y basta; pero, si su ’misión’ lo exi­ ge, puede trabajar, como lo hacía San Pablo. Segundo, en cualquier hipótesis, el número de sacer dotes que trabajan debe ser muy pequeño. Los sacerdo­

tes, normalmente deben reservar toda su actividad para su misión espiritual.”

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—Pero se insiste en la necesidad de ios sacerdo­ tes obreros. Y cada día son más los que se entu­ siasman con este sistema. Esperamos que se im­ pongan los sacerdotes obreros en todas partes, ¿no le parece?

— Creemos que un método apostólico tanto es más apto, cuanto “coeteris paribus”, resulta más directamen­ te espiritual. Pues va más pura, directa y rápidamente

al fin último del apostolado. Más universal, pues aprovechándose de él, un mayor número redunda en mayor bien y mayor gloria de Dios. Más profundo, pues además de ser de mayor calidad en sus efectos, es más duradero. Más rápido en alcanzar su fin, pues puede extenderse a muchos más. Menos peligroso para el que lo ejerce y para el que lo recibe. Dirigido a los más necesitados, por imperativo de ca­ ridad. Dirigido a los más influyentes, pues revierte en más universal. El objeto primario del apostolado es la salvación y perfección de las almas. No el cambio de las estructuras.

Esto se puede seguir de aquello. Y en todo caso puede ser objeto primario de algunos apostolados muy especia­ lizados. La predicación es el primer apostolado. (Cfr. Ecclesiam suam y el ejemplo de Jesús que envió a los após­ toles a predicar.) El “dar testimonio” en la Escritura se entiende sobre todo del testimonio de la Palabra. El mero testimonio en sentido de ejemplaridad, no es “de se” apostolado, sino condición importantísima—no

siempre absolutamente necesaria del apostolado—. En algunos casos muy excepcionales podrá ser el único me­ dio de comunicación del mensaje evangélico, pero en ninguna manera se puede aceptar como medio ordinario de evangelización. El apostolado de mero testimonio o primariamente

por el testimonio—entendido como ejemplaridad de vi­ da—sólo es aceptable como vocación excepcional. Fuera de los casos de clara vocación especial, tiene, entre otros, los serios peligros de la ineficacia, irresponsabilidad y oculto comodismo.

23 —¿No sería conveniente probar en España esta experiencia? —Lo debe decidir la Jerarquía, pero a simple vista una serie de razones parece que desaconsejan un siste­ ma tan discutible. Falla por ser poco directamente espiritual, pues de ordinario no hablan o hablan poco de Dios y las cosas de Dios. Los obreros lo tendrán que ir descubriendo a tra­ vés del testimonio de su vida. Esto último es además una cosa: Bastante utópica. Pues es esperar mucho, el que por sí solo se vaya descubriendo y reflexionando sobre el sentido del descubrimiento... Algo presuntuosa. San Francisco de Asís pudo hacer en una ocasión su sermón sin palabras, dándose una vuelta por la ciudad y edificando a la gente con su po­ breza y modestia. Aunque uno procure portarse bien, es probable que a nadie haga reflexionar el comportamien­ to, ni le haga descubrir todo el mundo de la vida sobre­ natural. Y lo mismo creería San Francisco de Asís, que ordinariamente convertía a la gente por la predicación, que avalaba con su santidad. Falla por poco universal. De ordinario será muy men­ guado el grupo de obreros que le rodea, el que única­ mente se aprovechará del sacrificio de los largos años que tardarán en descubrir lo que hay detrás de aquel testimonio. De hecho, ¿son muchos los que se han con­ vertido, los que se han acercado a la Iglesia, por las ex­ periencias de los sacerdotes-obreros? Falla por lento en alcanzar su fin. La cosa, ya se nos advierte de antemano, va para largo... Lo cual tiene la particularidad de que si tarda en verse el éxito nunca llega a verse el fracaso, pues antes casi siempre se inter­ pondrá alguna circunstancia, cambio, etc., que no permi­ ta la terminación de la experiencia. Es uno de los apostolados más peligrosos para el que

lo ejerce. No es preciso dar de ello muchos argumentos,

pues los peligros proceden de muchas partes. Y la expe­ riencia en ello es muy dolorosa y excesivamente elo­ cuente. Peligros para la vida interior, peligros para la castidad, peligros de que uno llegue a hacerse tan todo a todos, que llegue a hacerse revolucionario con los re­ volucionarios y comunista con los comunistas. Experien­ cia hay de ello. Estos peligros creemos que tendrían que afrontarse en caso de una gravísima necesidad o de una grande efi­ cacia. confiando en las ayudas celestiales.

24 —¿No es necesario el sacerdote obrero en Es­ paña? —En cuanto a la necesidad es cuestión de ver si no se puede ir al obrero español con la misma eficacia o ma­ yor, como tales sacerdotes, sin necesidad de ponerse a trabajar con ellos. Y ciertamente es así. El obrero español no está en tal condición que no pueda ser objeto de un auténtico y efi­ caz apostolado por el simple sacerdote. Sólo se requiere la condición de que se vaya a él con llaneza y sinceridad. De que se hable con claridad y audacia de las cosas de Dios. Los obreros, como los demás españoles—y de otras naciones no aceptaría fácilmente lo contrario—quieren de los sacerdotes que seamos realmente SACERDOTES, muy espirituales, buenos, sencillos, humildes, castos, dociiitaresados, que les amen de verdad, que les hablen coii .-¿inceridad y llaneza de las cosas de Dios. Ni que hagamos cosas que a muchos se les antojará comedia para ganarles, por falta de sinceridad. Creemos, además, que en no pocos de los que preten­ den ejercer este apostolado—sin dudar por otra parte de que lo haya movido la mejor intención de agradar a Dios—, puede haber algo de quijotismo, de espíritu de aventura. Porque no siempre coincide la vocación al apostolado de sacerdote obrero con el ejemplo de vida de pobreza, y de querer para sí lo más pobre, ni con el ejemplo de vida de una obediencia sencilla y total a la voluntad del representante de Dios, que es al fin y al

cabo la verdadera prueba del buen espíritu. Puede haber también cierto snobismo algo oculto o bastante patente.

25

—No obstante, parece que la mente de la Igle­ sia es que los seminaristas trabajen en las fábri­ cas a lo menos en tiempos de vacaciones...

—No conocemos otro documento oficial sobre esta materia fuera de la carta a los prelados de España de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades. Precisamente dice todo al revés de lo que se indica en esa pregunta. Véalo: “Roma, 14 de junio de 1958. A los Emmos. Sres. Carde­ nales y Excmos. Sres. Arzobispos y Obispos de España. Este Sagrado Dicasterio no ha dejado de seguir con la debida atención las experiencias que se iniciaron desde hace algunos años en varias diócesis españolas, en virtud de las cuales grupos de jóvenes seminaristas, en tiempo de vacaciones, y por un período más o menos largo, se emplean en talleres, fábricas o en otros ambientes la­ borales. Queremos precisar que no se ponen en duda las bue­ nas intenciones de quienes han promovido o autorizado tales experiencias, ni se puede negar la sincera y efec­ tiva voluntad de disminuir los peligros del ambiente, que desde luego no está en consonancia con el armónico desarrollo de la vocación sacerdotal. Ahora bien, mien­ tras subsisten serias dudas sobre la necesidad de la fórmula adoptada para el logro de la finalidad que se desea, un sereno balance de los resultados obtenidos aconsejan, más biei% que la continuación, la cesación del camino emprendido. Ya en la Carta Circular del 22 de agosto de 1957, N. Prot. 288/56, no sin una clara referencia a las nuevas ex­ periencias, esta Sagrada Congregación formulaba sus re­ servas declarando textualmente: ’Hay que poner un cui­ dado especial en todo lo que se refiere a los contactos con el ambiente exterior del Seminario. Ciertas expe­ riencias, hechas sobre todo durante las vacaciones de ve­ rano, que vemos practicar con un entusiasmo demasiado fácil, deberían dar lugar a una vigilancia más cauta por parte de los superiores responsables. Téngase presente

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que la vocación sacerdotal de los jóvenes requiere una protección ilimitada: no se les puede exponer a peligros desproporcionados a sus fuerzas, pues se corre el riesgo de lamentar amargas y desagradables sorpresas/ Pero hoy, sobre la base de nuevos elementos y tras un atento examen de los distintos aspectos de la cuestión, este Sagrado Dicasterio, inspirándose únicamente en el supremo ijiterés de la formación eclesiástica, se ve obli­ gado a invitar a los Excelentísimos Ordinarios de Espa­ ña a que prohíban a sus clérigos cualquier experiencia obrera. Tal prohibición no implica, ciertamente, la reproba­ ción de las iniciativas útiles y legítimas que puedan conducir a la deseada finalidad de abrir y ampliar el horizonte de los jóvenes seminaristas—especialmente los de los últimos cursos teológicos—sobre el mundo del trabajo y los muchos problemas concernientes al mismo desde el punto de vista pastoral. Séanos aquí permitido insistir para que en el terreno teórico— es decir, en la enseñanza de la Etica, de la Teología Moral y, sobre todo, en el curso de Ciencias Sociales—se procure dar a los candidatos al sacerdocio una sólida y segura orien­ tación inspirada en la doctrina de la Iglesia y de los Su­ mos Pontífices. Por lo que se refiere a la iniciativa práctica, deben proporcionar una colaboración decisiva de los párrocos y los sacerdotes con cura de almas, a quienes correspon­ de integrar de distintas maneras la acción formativa del seminario. Siguiendo las reglas de una iluminada pru­ dencia, ellos guiarán en los primeros contactos pastora­ les a quienes constituyen las jóvenes esperanzas de la Iglesia, poniéndoles gradualmente en contacto con la realidad y exigencias del ministerio, con el prestigio y autoridad que confieren la competencia y la experiencia vivida. Respaldados por esta amorosa ayuda, los jóvenes clérigos se acostumbran a fundir en una unidad fecun­ da la tradición y el progreso en los métodos de la vida apostólica, sin los desequilibrios o, peor todavía, las fracturas que son perjudiciales para la presencia de la Iglesia en la solución de los problemas de nuestro tiempo. Queremos añadir además que si se presta el mayor cuidado a la formación espiritual y cultural, todo lo de­ más derivará automáticamente, como consecuencia na-

tural y necesaria. Los candidatos al sacerdocio de hoy serán entonces los hábiles sucesores de aquel clero es­ pañol que ha escrito páginas brillantísimas en la histo­ ria de la Santa Iglesia: el mañana será digno del pasado, entre otras cosas, porque ha sido preparado sin impa­ ciencias y sin intemperancias. Aprovecho la ocasión para reiterarme devotísimo en Jesucristo. Firmado: Cardenal Pizzardo. Firmado; C. Confalonieri, Secretario ”

26 —Es opinión de muchos que en el apostolado en los lugares de trabajo se debe prescindir total­ mente de toda alusión a asociaciones piadosas, a la práctica de la beneficencia, a la enseñanza catequética. —Estas afirmaciones contradicen totalmente las en­ señanzas de Juan XXIII, el Papa de la Mater et Magistra. Cuando se dirige a los trabajadores genoveses, les dice: “ Vosotros representáis el esplendor del apostolado ca­ tólico en sus extremidades más altas y en sus aplica­ ciones más necesarias e inmediatas. Tres nombres os caracterizan; tres iniciativas, tres puntos fundamenta­ les de la doctrina y de la vida cristiana: Apostolado de la Oración, Conferencias de San Vicente de Paúl, Catc­ quesis en las Fábricas. Nos hallamos entonces en las fuentes mismas del cristianismo, en su progresivo ma­ nifestarse: del coloquio con Dios mediante la plegaria, de contactos con los hermanos por medio no de la sola limosna— que por otra parte es gran cosa—, sino de la caridad; y del cumplimiento del precepto del Señor, que urge a todo buen sacerdote, todo fiel bautizado: Id y enseñad a todas las gentes. Llevar a cabo todo esto en el lugar mismo del trabajo pesado, que a veces ab­ sorbe todas las energías del hombre, es mérito grande, grandísimo. El estruendo de mil cosas de otra natura­ leza, aunque sean justas y dignas de ser recomendadas, no debe sofocar este triple empeño vuestro, al que el Señor imprimirá el sello de su gracia”

27 —¿Asi el apostolado de la predicación en las em­ presas entra en una pastoral de nuestros días? —Ciertamente que sí. La predicación consigue frutos de conversiones innegables, siembra buenos principios, fortifica la fe de muchos, quita prejuicios. Por esto el Emmo. Cardenal Lercaro, Arzobispo de Bolonia, ha­ blando específicamente de este tema, escribe lo si­ guiente: “He estudiado el plan de trabajo del aposto­ lado de empresas para la propaganda religiosa en las fábricas. Estoy verdaderamente admirado”

28 —¿En qué puntos se podría sintetizar la doctrina social de la Iglesia? —Pablo VI, con motivo de los setenta y cinco años de la Encíclica Rerum Novarum, de León XIII, en 1.° de mayo de 1966 resume la doctrina católica en estos axiomas que recordamos escuetamente: 1.° La cuestión social, exigencia de amor y de justicia. 2.° El trabajo, elevado a la categoría de teología. 3.° La jus­ ticia social, promotora del bien común. 4.° La promo­ ción política y social del trabajo, garantía del bien de toda la sociedad. 5.° La Iglesia defiende la participa­ ción en la asociación sindical. 6.° No, al marxismo, al ateísmo y a la lucha de clases. 7.° La religión, base del progreso social.

1 —Sólo tiene fe aquel que ha dudado y ha supe­ rado su duda. Sólo tiene esperanza aquel que ha desesperado y ha superado su desesperación. —De ninguna manera. El acto de fe es un asenti­ miento de nuestro espíritu a la Verdad revelada por Dios; si se realiza este acto con las debidas disposicio­ nes, será acto sobrenatural de fe. Como también hay en el alma del bautizado el hábito sobrenatural infu­ so de la fe, de la esperanza y de la caridad. El fondo de verdad que hay en la falsa opinión antes expuesta es que a veces el hecho de ocurrir una duda puede ser ocasión para que uno la supere y con ello arraiga más su fe. Pero ni se requiere la duda para que haya fe, ni basta superarla para que haya fe sobre­ natural, ni es preciso que se haya consentido en ella alguna vez. Lo mismo dígase de la esperanza. La deses­ peración si es consentida libremente es grave pecado. 2

—El que tiene fe la toma como objeto de con­ quista, como si siempre tuviese razón y pudiese así mirar con desdén a los otros.

—El que tiene fe, por el contrario, ha de ser muy humilde, porque es don de Dios. De El ha partido la

iniciativa, y de El viene la gracia sobrenatural con la que se podrá tener fe sobrenatural. Aunque por otra parte es verdad que cuando Dios llama a un adulto a la fe, le pide su libre cooperación, en lo cual puede tam­ bién haber pecado contra la luz, contra la fe. Esto no quita que el que es consciente de su fe tenga con ella una firmeza y una posesión que no tiene quien carece de ella. En este sentido es verdad que tiene una superioridad respecto del infiel o del apóstata. Pero el don de esta firmeza no es malo, sino bueno, como don de Dios.

3 —No hay más prueba de la Resurrección de Je­ sucristo que el hecho de que los cristianos todavían crean en ella. Esta es la única prueba. —Esta afirmación es claramente de sabor del subjeti­ vismo modernista, rechazado por la Iglesia ya en 1907. Hay pruebas, para que pueda examinar cualquiera, acerca de la verdad del hecho de la Resurrección. Prue­ bas que convencerán a quien no vaya a ellas imbuido con prejuicios filosóficos, o prácticos. Prejuicios que no tienen nada que ver con lo que es una demostración histórica.

4 —Las pruebas de la existencia de Dios son ne­ fastas porque sólo llevarían al ateo a un resulta­ do teórico, que no es llevarle al Dios de la reli­ gión. —El papel de la razón no es “ todo”, pero es “algo” . Si aquel que recibe la demostración de la existencia de Dios pone además de su parte la recta voluntad para someterse a la Verdad que vislumbra, la pone, para su­ jetar a esta Verdad su propia conducta, para añadirle la oración humilde, pidiendo más ayuda de Dios; para examinar entonces los datos históricos de la Revela­ ción, entonces para éste la demostración racional de la existencia de Dios será “algo” ciertamente muy esti­ mable, sin llegar a ser “todo”. Pero es equivocado re­ chazar “algo bueno” por el solo pretexto de que no es “ todo lo bueno” que hay.

5 —Los ateos no tienen culpa de su ateísmo. La tenemos nosotros por no haberles presentado bien el modo de dar al mundo la esperanza, la cual se lea da a condición de no anunciarles una salvación individual, sino una Redención frater­ nal y colectiva. — No habla así el Concilio Vaticano II sobre el ateís­ mo (Constitución Gaudium et spes, parte I, cap. I, n. 21). Puede contribuir a veces el mal ejemplo de vida de los creyentes y otras causas, a que aumente el ateísmo. Pero nunca se excluye en las palabras del Concilio que pueda haber también grave responsabili­ dad moral en el ateo. Ni se dice que la Iglesia haya de cambiar su fe, para hacerla asequible a los ateos.

6 —La frase: «fuera de la Iglesia no hay salva­ ción», sólo significa esto: «fuera de una colecti­ vidad, fuera de un ambiente social, no hay me­ dio de salvarse, es decir, de pertenecer a la fu­ tura sociedad evolucionada que se construye». — Es falso. Aquel que realmente esté fuera de la Igle­ sia, y sin fe, no podrá salvarse. Pero puede suceder que haya personas que sin pertenecer al “ cuerpo” de la Iglesia, pertenezcan a su “ alma”—entre los paganos; entre los hermanos separados—. En ellos podrá ha­ ber fe viva y también caridad. Con ello podrán sal­ varse. Pero por lo mismo ya pertenecerán a la Iglesia y habrán recibido la gracia que les viene por la Re­ dención de Jesucristo.

IX — POSTRIMERIAS

1 —¿No se puede decir que ya ha tenido lugar el Juicio final, que sucedió a la muerte de Cristo? —De ninguna manera. ¿No rezamos en el Credo: “de nuevo vendrá con gloria para juzgar a vivos y muertos” ? Entonces sería falso lo que decimos en el

Credo. Después de la Ascensión de Jesús al Cielo, enseñaron expresamente los ángeles: “así vendrá tal como le ha­ béis contemplado irse al Cielo” (Act. 1, 11). 2

—Pero ¿por qué imaginar que el Juicio final será una-repartición-de-premios y no una sal­ vación colectiva? Sería individualismo decir: «salvar su propia alma».

—Es verdad de fe que cuando venga Jesús como Juez “dará en pago a cada cual conforme a sus actos” (Mt. 16, 27), “según fueren sus obras” (Apoc. 22, 12). Por tanto, la salvación no será colectiva, sino que ha­ brá discriminación: “uno será tomado y el otro será dejado. Estarán dos moliendo juntas: la una será to­ mada y la otra será alejada” (Luc. 17, 34-35; Mt. 24,

40-41). No es individualismo mirar, según Dios quiere, por la propia salvación, que puede darse aunque no se

dé la de otro; sería individualismo desinteresarse por la salvación de los otros. Pero esto Dios no lo quiere, sino al contrario, que nos interesemos y trabajemos para la salvación de todos.

3 —No preguntará el Juez qué habremos hecho respecto de Dios, sino qué habremos hecho res­ pecto del prójimo, como está en S. Mateo, 25, 31-46. —Dice Jesús que preguntará qué habremos hecho respecto de los hombres porque es El quien nos manda amar al prójimo. Pero además de esto también nos dijo: “si quieres entrar en la vida guarda los manda­ mientos'’ (Mt. 19, 17). Asimismo: “el que creyere y fuere bautizado, se salvará; mas el que no creyere, será con­ denado” (Me. 16, 16).

4 —¿No podría decirse que la Resurrección ya se ha verificado, cuando en la muerte de Jesús, se­ gún dicen los evangelistas, resucitaron muertos en Jerusalén y se aparecieron? —Enseña el Apóstol San Pablo: “se desviaron de la verdad diciendo que la resurrección ya se ha efectuado y trastornan la fe de algunos” (IIa Tim. 2, 18). Cuan­

do San Pablo hablaba así ya había pasado la muerte de Jesús, y sin embargo dice que se desviaron de la verdad y que trastornan la fe los que dicen que la resu­ rrección ya se ha efectuado. La verdad que nos enseña la fe de la Iglesia es ésta: “Cuando tenga e1 beñor, todos los muertos resucitarán con sus cuerpos.” Si ya se hubiese verificado la resu­

rrección, ¿cómo resucitarían los que de ahora en ade­ lante mueran?

5 —¿Puede decirse que no es verdad de Fe que hay Juicio particular, sino sólo el universal? —No puede decirse tal cosa. El Papa Benedicto XII en 1336 definió como verdad de fe lo siguiente: “Además

definimos que según la ordenación común de Dios, las almas de los que mueren en pecado mortal actual, luego después de su muerte descienden al infierno, donde son atormentadas con penas infernales, y que, sin embargo, en el día del Juicio todos los hombres comparecerán ante el tribunal de Cristo con su propio cuerpo, para dar cuenta de sus propios hechos.” También había definido

pocas líneas antes que los que mueren con la gracia re­ cibida por el bautismo gozan de la visión de Dios, sin tener que esperar para ello el juicio universal. Por con­ siguiente ya fueron juzgados en él.

6 —Si todo lo que Dios ha creado es bueno, y si El es bueno, ¿cómo hay infierno? —Sí, Dios es infinitamente bueno, pero también es infinitamente justo. Sin lo segundo no podría ser lo primero. Todo lo que El ha creado es bueno, pero por ser finito puede corromperse, y esta corrupción o privación es un mal. Ahora bien, Dios cuando crea a un ser que es libre, no lo fuerza quitándole la libertad, sino quiere que libre­ mente pueda merecer la felicidad a que aspira. Por tanto, permite que pueda también libremente poner su felicidad fuera de Dios, contra Dios, en el pecado, y en este caso lo que tendrá es consecuencia de lo que li­ bremente ha querido separándose de Dios cuando podía merecerlo.

7 —¿Por qué no puede decirse que el infierno con­ sistirá solamente en ser privado de la futura so­ ciedad colectiva que construiremos en este mundo? —Porque es Jesucristo quien ha enseñado que el condenado será para siempre apartado de Dios: “ apar­ taos de Mí, los malditos” (pena de daño) (Mt. 25, 41); y El mismo enseña que además habrá algo semejante a lo que aquí llamamos fuego, el “ fuego eterno” (Me. 9, 42-48; Le. 16, 24; Mt. 25, 41; Mt. 10, 28; 13, 40, 90; 5, 29-30; 24, 51) (pena de sentido).

g —Por lo menos puedo pensar que si el Infierno existe, no hay nadie en él; y que nunca la Igle­ sia lo ha definido. —Es falso decir esto, porque ante todo están en el infierno los ángeles condenados (Mt. 25, 41; Judas 6: Apoc. 20, 10). Por lo que toca a los hombres es verdad que la Igle­ sia nanea ha definido de alguno en particular que se haya condenado, pero hay muchas verdades que no han sido definidas y sin embargo son verdades y es teme­ rario negarlas. Ahora bien, Jesucristo ha dicho: “¡Cuán ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición! ¡Y son muchos los que entran en ella! ¡Cuán angosta es la puerta y estrecha la senda que lleva a la inda! ¡Y son pocos los que dan con ella!” (Mt. 7, 14); “los hiios del reino serán echados a las tinieblas de allá fuera, r'dí será el llanto y el rechinar de los dientes”

(Mt. 8. 12). Más aún, las palabras del juicio dicen: “Apartaos de Mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mt. 25, 41). Sería un en­

gaño esta manera de hablar si pudiésemos libremente pensar que no habrá nadie en el infierno.

9 —El Cielo hemos de construirlo los hombres en esta tierra: una sociedad futura en que todos se amarán. No esperéis una vida futura. No hay vida futura..., sólo hay vida eterna y ésta es que co­ nozcan a Dios y a quien ha enviado, Jesucristo (Juan 17, 3); por esto si los hombres supiesen lo que es el Cielo, muchos rechazarían ir a él; amar­ se, ser pobre, ser manso, ser cuidadosos del pró­ jimo y feliz con su felicidad, emplear su cielo haciendo bien sobre la tierra, es decir, tener hambre y sed de una justicia total, ¡de una ma­ nifestación plena de Dios!... Esto será el Cielo. ¿Qué heredaréis de Dios? Heredaréis el dar has­ ta lo que tenéis; no hay otra felicidad en el Cielo. —Esta enseñanza es completamente falsa; es verdad de fe que el Cielo consistirá en la visión intuitiva de Dios, que colmará de felicidad a quien así lo posea

(aunque no todos gozarán de Dios en igual grado); y esto tanto lo ha enseñado Dios en la Sagrada Escritura (Ia Juan 3, 2-3) como lo ha definido por medio del ma­ gisterio de su Iglesia.

10 —Pero estas enseñanzas son opuestas a las doc­ trinas modernas de la Evolución: pecado sólo sería una falla en la Evolución. Cielo sólo sería el logro del término de ella. Infierno, ser exclui­ do de la futura sociedad que se producirá, etc. —Ha sucedido con frecuencia a lo largo de la Historia que cuando el hombre ha descubierto algo con su cien­ cia, embriagado con su logro, fácilmente lo ha exagera­ do y entonces ha caído en el error. Así ha sucedido también en nuestros días a algunos con ocasión de la teoría de la Evolución. En primer lugar, lo que pueden afirmar con su propio métodos las ciencias experimentales, de ninguna ma­ nera puede aplicarse a Dios: Dios no está sujeto a Evolución, porque es infinitamente perfecto. Decir que “Dios está inmerso en la Evolución” es una frase en­ gañosa porque se presta a dos sentidos, uno verdadero y otro falso. Es verdadero entender que Dios está pre­ sente en todo lugar y que por consiguiente también está en los seres que evolucionan, a quienes da su concurso para actuar. Es falso entender que El mismo evoluciona por el hecho de estar presente en los seres que evolu­ cionan. En segundo lugar, tampoco se puede extender la Evo­ lución a todo lo creado, pues no sólo este aserto des­ borda completamente el método propio de toda ciencia experimental, sino que es doctrina cierta que Dios crea el alma de cada hombre. Por tanto, no procede por evo­ lución de lo preexistente. Así enseñó, por ejemplo, Pío XII en la Encíclica Humani Generis (año 1950): “la fe católica nos enseña profesar que las almas son creadas inmediatamente por Dios”.

Por último, es verdad que hasta dentro del ámbito propio del método de las ciencias naturales, cabe toda­ vía un amplio margen para la Evolución. A esto no se opone la doctrina católica, pero aun aquí hay que dis­ tinguir claramente los hechos ciertos y comprobados

por un lado, y por otro algunas consecuencias lejanas o más amplias, ni ciertas, ni comprobadas experimen­ talmente. Separar lo que es cierto y lo que sólo es una explicación verosímil más o menos probable, lo que está demostrado claramente y lo que sólo es una hipó­ tesis de trabajo, que el tiempo quizá confirmará o no confirmará. Extender, pues, la Evolución a todo, sacando de aquí consecuencias para el alma humana, para la Encarna­ ción del Verbo, para el Juicio final, para el infierno y para el cielo, sería algo que no tiene nada que ver con lo que las ciencias serias demuestran, ni es conclusión de la ciencia teológica, ni afirmación filosóficamente demostrada, ante todo al revés. Más aún, lleva a con­ clusiones absurdas que fácilmente se opondrán a las verdades de la fe, como se ve en las palabras de Pío XII en la Encíclica antes citada.

X — ASCETICA

1 —La mortificación sólo es agradable a Dios, cuando resulta provechosa a nuestro prójimo. —Es totalmente falsa esta afirmación. Jesucristo nos enseñó: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niegúese a sí mismo y tome a cuestas su cruz cada día y sígame. Porque quien quisiere poner a salvo su vida la perderá; mas quien perdiere su vida por Mí, éste la salvará"

(Luc. 9, 23-24). 2

—La ascesis sólo consiste en una sabia medida para no dañarse: no tomar descansos que can­ san más, no tomar diversiones que agotan, no admitir placeres que dañan, etc.

—De ninguna manera. Esto pertenece a la templanza, pero no a la penitencia, y la penitencia también perte­ nece a la ascesis, no sólo para obtener gracia de Dios, sino también para dominarse a sí mismo y ejercer actos de virtudes sobrenaturales.

3 —Todo consiste en amar, amar a fondo, amar los bienes. Eternizaremos aquello que aquí ha­ bremos amado. —Este modo de hablar es falaz porque juega con un equívoco y los equívocos en estas materias tan gra­ ves han de evitarse. De lo contrario conduce a graves errores. Amar los bienes de este mundo en aquel caso en que amarlos caiga en lo que está prohibido por la ley de Dios, es ofenderle, pecar. No se eternizará esta pose­ sión, sino que se eternizará el castigo de la separación de Dios, si se trata de materia grave. Amar los bienes de este mundo en el caso en que amarlos no esté contra la ley de Dios, pero se amen porque atraen, ya no es malo, pero tampoco es acto de virtud, sino una acción puramente natural, que no merece nada li eternidad. Pero amar los bienes de este mundo por Dios, en­ tonces podrá caer bajo la virtud sobrenatural, y en este caso sí, podrán eternizarse estos bienes en la posesión de Dios, y como gozo “accidental” de la gloria que ‘ esencialmente” consistirá en ver intuitivamente el Bien Infinito, Dios, amarlo y gozar con felicidad plena.

4 —De todos modos el Concilio ha hablado de la espiritualidad de los laicos: ¿por qué se exclu­ yen las cosas propias de los laicos como si no fueran santas? —Sí, ha hablado, por ejemplo, en la Constitución Lu nm gentium (cap. V) haciendo más apremiante ei llamamiento a la santidad, y exponiendo más exten­ samente, la doctrina que ya era conocida desde siglos atrás. Ha hablado sobre la dignidad del matrimonio y de la familia en la Constitución Gaudium et spes (2.a parte, cap. 1). Pero en ningún sitio el Concilio ha derogado los principios fundamentales de la ascética cristiana, sino todo lo contrario, ha urgido para que su cumplimiento se extienda más a todo, hasta a los que viven en medio del mundo, mostrando que también los seglares son ca­ paces de llegar a la santidad (como hace siglos ya ca-

nonizó la Iglesia a seglares que fueron, por ejemplo, reyes, San Luis, Santa Isabel de Portugal, Santa Isabel de Hungría, San Fernando, San Wenceslao, etc.).

5 —La pobreza no es, como antaño se creía, renun­ ciar a sus bienes, sino hacer que puedan dar bienestar a todos; que todos se sientan bien al participar de la invitación a la casa propia de uno, etc. — Se cometen muchos abusos con la palabra “pobre­ za”, hoy día. Existe la disposición que se encierra en la llamada “pobreza religiosa”, objeto de voto por parte de muchas personas que entran en religión, la cual ha sido ratificada y más estructurada en el Concilio Va­ ticano II (Decreto Perfectae caritatis, n.° 13; Cons­ titución Lumen gentium, cap. VI, nn. 43 y 44; cap. V, n. 42). Puede también hablarse de pobreza como disposición espiritual, que nos inclina a no tener arraigo en los bienes de la tierra por sí mismos, sino sólo en cuanto Dios lo disponga después de nuestra cooperación orde­ nada según la prudencia. Más aún, nos inclina a desear la privación a semejanza de Jesucristo, en cuanto su realización en las circunstancias particulares de cada uno y de cada momento sea más provechosa. Finalmente por pobreza se entiende otras veces el mero hecho de carecer de bienes. Ahora bien, entender la pobreza en este tercer sen­ tido, como si la Iglesia no pudiese disponer de bienes ordenándolos para que la ayuden a cumplir con su misión de llevar a los hombres a Dios, es totalmente equivocado. También sería falso decir que es más pobre el pa­ gano que no piensa tener siempre razón—porque no tiene la seguridad de la fe—que el católico que por tener fe sabe que tiene razón al creer en sus dogmas, y que posee firmemente la Verdad.

6 —Los religiosos y religiosas por los votos renun­ cian a bienes: renuncian a la posesión indepen­ diente de riquezas, renuncian al complemento que hombre y mujer se dan mutuamente, tam­ bién renuncian a la libertad. Con ello cometen un empobrecimiento de su personalidad. Más aún, quedan como separados y excluidos del mundo. —Pues dice todo lo contrario el mismo Concilio Va­ ticano II: “Tengan todos bien entendido que la profe­ sión de los consejos evangélicos, aunque lleva consigo la renuncia de bienes que indudablemente se tienen en mucho, sin embargo, no es un impedimento para el enri­ quecimiento de la persona humana, sino que, por su misma naturaleza, le favorece grandemente. Porque los consejos evangélicos, aceptados voluntariamente según la vocación -personal de cada uno, contribuyen no poco a la purificación del corazón y a la libertad de espíritu, excitan continuamente el fervor de la caridad y, sobre todo, como se demuestra con el ejemplo de tantos san­ tos fundadores, son capaces de asemejar más la vida del hombre cristiano a la vida virginal y pobre que para sí escogió Cristo Nuestro Señor y abrazó su Madre, la Virgen. Ni piense nadie que los religiosos, por su con­ sagración, se hacen extraños a la Humanidad o inútiles para la ciudad terrena. Porque, aunque en algunos ca­ sos no estén directamente presentes, de un modo más profundo, en las entrañas de Cristo, cooperan con ellos espiritualmente para que la edificación de la ciudad te­ rrena se funde siempre en el Señor” (Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium, cap. VI, n.° 46).

7 —He observado que los conceptos emitidos sobre la fe, las postrimerías, la ascética, están inspira­ dos en las obras del sacerdote belga Louis Evely. Ultimamente han circulado algunas versiones so­ bre dicho sacerdote. ¿Me puede informar? —Nos ceñimos a reproducir literalmente lo que Le Fígaro, de París, del 15 de octubre de 1968, en su seccirjn religiosa, informa a los lectores: “El reverendo Louis Evely, sacerdote de la diócesis de Bruselas, tan

conocido por sus numerosos libros y conferencias, aca­ ba de ser reducido al estado laical, a petición suya. Hace ya diez años que había sido relevado de sus funciones eclesiásticas por las autoridades diocesanas y no le es­ taba autorizado el ejercer actividad pastoral alguna en Bélgica”

1 —¿Es necesaria en nuestros días la devoción al Corazón de Jesús? —Se ha dicho con toda verdad que el Corazón traspa­ sado de Jesús es el símbolo bíblico central en toda la revelación neotestamentaria. Porque esta devoción es el culto al Amor divino y humano del Verbo encarnado. Por esto en la enseñanza del magisterio eclesiástico es el resumen de todo el cristianismo. Por esto Pablo VI, en 14 de junio de 1966, ha dicho que la devoción al Sa­ grado Corazón de Jesús, que “ hemos creído nuestro deber recordar la actualidad y la urgencia de esta de­ voción en la Iglesia, la necesidad de no dejarla debilitar en el alma de los fieles”.

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—¿Actualmente, es fomentada, como se debe, esta devoción?

—Ni mucho menos. Por falta de teología en muchos y de piedad verdadera en muchos más. Precisamente por­ que decrece la devoción al Corazón de Jesús puede ex­ plicarse la frialdad y las irreverencias doctrinales y prácticas que se tienen con la Eucaristía. Incluso que la misma liturgia se convierta muchas veces en exte­ rioridad. Pablo VI se lamenta de estos males, en su

carta del 6 de febrero de 1965, y nos dice: “El culto al Sagrado Corazón, que— lo decimos con tristeza— se ha debilitado en algunos, florezca cada día más y sea con­ siderado y reconocido por todos como una forma egregia y digna de esa verdadera piedad hacia Cristo, que en nuestro tiempo, por obra del Concilio Vaticano II, espe­ cialmente, se viene insistentemente pidiendo ”

3 —¿Pero qué relación hay entre la devoción al Corazón de Jesús y la liturgia? —La relación de causa y efecto. Así lo enseña Pa­ blo VI en su carta del 5 de mayo de 1965: “En el Co­ razón de Jesús, decimos, está el origen y principio de la Sagrada Liturgia. ya que él es el templo santo de Dios, de donde sube al Padre Eterno el sacrificio de expiación .. De ahí, además, del Sagrado Corazón, toma ¡a Iglesia fuerza para buscar instrumentos y medios de acción con los cuales nuestros hermanos separados lle­ guen a una unidad plena con la Cátedra de Pedro . Más aún: para que aquellos que aún no tienen el nombre de cristianos juntamente con nosotros, conozcan al solo verdadero Dios y al que envió, Jesucristo .”

4 —¿A estas horas le parece que está bien que se levanten monumentos al Corazón de Jesús como en el Cerro de los Angeles? —Me parece muy bien. Los Papas han bendecido es­ tos monumentos al Corazón de Jesús y han fomentado las consagraciones nacionales. Vea lo que decía Pío XII en el Radiomensaje a España en 18 de noviembre de 1945: “España se presenta hoy ante el Corazón Divino, evo­ cando aquella luminosa mañana del 30 de mayo de 1919, cuando toda la nación, por boca de su Soberano, quedó consagrada al Corazón de aquel Señor que estaba ex­ puesto sobre el altar de un magnífico Monumento, en el centro mismo de la Península. Hoy, en el lugar santo, queda solamente un montón de ruinas. Pero queda siem­ pre también algo allí que no puede ser destruido por

ningún explosivo, y es la fuerza del espíritu. La fuerza que salvó vuestra fe al sonar la hora dolorosa; la misma fuerza que ahora os hace exclamar otra vez, con toda la sinceridad de vuestra alma hidalga y generosa: 'Rei­ nad en los corazones de los hombres, en el seno de los hogares, en la inteligencia de los sabios, en las aulas de la ciencia y de las letras, y en nuestras leyes e ins­ tituciones patriasEstas palabras quisieron ser un día como un plan de vida. Hoy deberían ser la renovación, en un momento más grave, a la salida de un conflicto más amplio, más terrible, más lleno de consecuencias.”

(La Guerra Mundial, terminada poco antes.)

5 —¿Pero los Papas del Concillo, Juan XXIII y Pablo VI, seguramente que no hablan asá? —Se equivoca. Juan XXIII en su Mensaje del 29 de octubre de 1961 nos dice: “El templo expiatorio en Barcelona, el Cerro de los Angeles en Madrid y el Santuario de la Gran Promesa en Valladolid, son jalones gloriosos que se alzan en el suelo del querido pueblo español, expresando sus senti­ mientos de amor y de reparación al Corazón de Jesús. Testigos son esos lugares de los raudales de misericor­ dia y de gracia que el Señor derrama, y de cuantas per­ sonas encuentran un remanso de paz y un refugio de salvación, respondiendo a la llamada dulce de ’Venid a Mí todos los que andáis fatigados y cargados, que Yo os aliviaré’. ¡Que este fluir de almas hacia el Corazón de Jesús, liberal con todos los que lo invocan, continúe siempre ininterrumpido en esos santuarios!”

Pablo VI en un telegrama enviado al Emmo. Cardenal Primado de España, con motivo de la inauguración del nuevo monumento en el Cerro de los Angeles en 25 de junio de 1964, dice textualmente: “Eminentísimo car­ denal arzobispo de Toledo. Con ánimo profundamente conmovido vemos postrarse hoy España en espíritu, dei'ota reparación en Cerro de los Angeles y consagrarse sus hijos amadísimos por boca Excelentísimo Jefe Es­ tado al Sagrado Corazón. En una fervorosa plegaria hacia querida noble nación suplicamos Cristo Redentor,

por intercesión maternal María Inmaculada, conceda días paz, de creciente prosperidad cristiana en fraternal armonía, colaboración tareas bien común y progreso social. Otorgue gracias perseverantes en integridad fe católica hacia hidalga tierra adalid ideas misionales. Reine El siempre en el imperio de su amor y especial misericordia en individuos y sociedad. Prenda de las gracias y testimonio especial benevolencia es la ben­ dición apostólica que en fecha memorable complacidos impartimos dilectísima España. Paulus, Papa VI.”

6 —El Apostolado de la Oración está completa­ mente desfasado. Ahora necesitamos actividad, testimonio, inmersión en las estructuras y en el mundo moderno. —No sé s: exactamente es esto último lo que más ne­ cesitamos. Lo que equivoca del todo es en el desprecio que muestra de la oración, del Apostolado de la Oración y de que el alma de todo apostolado y vida misionera arrs.nca de la oración. Se lo dice inmejorablemente Pa­ ble VI en 31 de marzo de 1965: “El verdadero discípulo de Cristo debe ser ’un hombre de oración’. Por me­ dio de ella se abre el Cielo, estableciéndose un diálogo de amor entre los hombres y Dios. ¡Cuánto mejor sería el mundo, si todos los hombres supiesen rezar bien! San Juan Crisóstomo traduciendo los sentimientos de la Iglesia, afirmó: ’Nada hay más poderoso que la ora­ ción. nada se le puede comparar’ (Contra Anomaeos, ?. G.. 48; Col. 766). Los miembros del ’Apostolado de la Oración’, como se lee en sus Estatutos, ’procuran no tan sólo su propia salvación, sino también con la ora­ ción y el sacrificio, trabajan en la edificación del Cuerpo Místico de Cristo, esto es: en la propagación de su Reino en la tierra’ (art. 1). La oración por el advenimiento del Reino de Dios crea, mantiene y hace fructificar el espíritu misionero, que es tan propio del pueblo lusi­ tano. Auxilia y hace fecundas todas las otras obras de apostolado. Es este espíritu misional el que Nos qui­ siéramos evidenciar en un momento en que la Iglesia tanto necesita de él para la evangelización de los pue­ blos. Tenemos la esperanza de que ’Apostolado de la Oración’ en Portugal hará que vuelva y se aumente

entre sus hijos aquel entusiasmo de otras épocas por la conquista de las almas para Cristo Nuestro S eñ or”

7 —No debería hablarse de las promesas del Sa­ grado Corazón que nos refiere Santa Margarita María de Alacoque. —Esta opinión es inadmisible, ya que la Iglesia, con su autoridad, avala y aprueba la historicidad de mu­ chas revelaciones privadas. Juan XXIII en 18 de fe­ brero de 1963 dice: “Si los Pontífices Romanos han sido constituidos guardianes e intérjyretes de la Revelación divina, contenida en la Sagrada Escritura y en la Tra­ dición, es para ellos también un deber recomendar a la atención de los fieles— cuando después de un maduro examen lo juzguen oportuno para el bien general— las luces sobrenaturales que Dios quiere dispensar libre­ mente a ciertas almas privilegiadas, no pora preparar nuevas doctrinas, sino para guiar nuestra conducta El mismo Juan XXIII en su Carta Apostólica Inde a primis, del 30 de junio de 1960, dice significativa­ mente: “Ni los Romanos Pontífices dieron auge con menores beneficios al culto del Sacratísimo Corazón de Jesús, para establecer el cual plena y perfectamente y para propagarlo por todo el orbe tanto contribuyeron las revelaciones hechas por Cristo Señor Nuestro a San­ ta Margarita María Alacoque al descubrirle su sacro­ santo Corazón. Mas los romanos Pontífices tributaron tal culto y tan singulares honores con maravilloso sen­ timiento en los espíritus, de suerte que no sólo ilus­ traron su fuerza y naturaleza, sino también lo decla­ raron legítimo y promovieron su práctica, publicando muchos documentos, y por cierto de público valor de magisterio eclesiástico, a los cuales pusieron como co­ rona las tres preclaras encíclicas compuestas sobre esta materia.” (Se refiere a Annum sacrum, Miserentissimus Redemptor y Haurietis aquas.)

8 —Pero las revelaciones privadas no hay par qué creerlas... —Le contestaré con unos párrafos de un escrito de Monseñor Théas, Obispo de Tarbes-Lourdes, publicado

en la Revue de Deux Mondes, sobre la credibilidad de las Apariciones de Lourdes: “El conocimiento re­ ligioso se sitúa en niveles diversos ... Es una aberración el exigir a propósito de todo lo que se dice en la Iglesia una adhesión idénticamente absoluta, como los maocimalistas de la fe. Otra aberración igualmente grave es la de no aceptar sino los dogmas rigurosamen­ te definidos, como pretenden los minimalistas de la fe. En sentido estricto, pues, yo no ’creo’, por un acto de fe teologal, que María se haya aparecido en Lour­ des; creo, sin embargo, con una certeza particular, ni puramente humana, ni sobrenatural, que María se ha aparecido efectivamente en Lourdes. Se trata de una suerte de refracción de la fe teologal sobre un hecho histórico que no pertenece al depósito revelado. Poner en duda la autenticidad general de los hechos sería para un c c ló ü c o imprudencia y temeridad, sean cuales fueren sus exigencias y su cultura intelectual. La prudencia me invita a la aceptación: personas ca­ lificadas han realizado una encuesta precisa y directa: Mons. Laurence ha esperado cuatro años para declarar el 18 de enero de 1862 que “la aparición reviste todos los caracteres de la verdad y que los fieles pueden, con razón y fundamento, creerla c i e r t a E l sentido de la Iglesia me conduce a lo mismo, su liturgia, sus inter­ venciones solemnes del Pontificado, los estímulos de la Jerarquía, la adhesión con que todo el pueblo fiel, la Iglesia entera, han aceptado el hecho de Lourdes. Más aún . Lourdes ocupa un lugar tal en la vida de la Iglesia Lor.icmporánea, que un creyente se ve obligado a des­ cartar, en sus orígenes, la ilusión, y el engaño y, en su desarrollo, a admitir una evidente intervención del Es­ píritu Santo. Este punto de vista, que constituye para el católico la certeza más tranquilizadora y más exigente, a la vez, sólo puede ser comprendido por quien mira a la Iglesia con los ojos de la fe. La Iglesia no es una sociedad como las otras. Es humana y divina a la vez. Del hombre le vienen sus fracasos, sus desvíos, sus pecados; de Dios, la salvación, su verdad, su santidad. La Iglesia, inspi­ rada por el Espíritu de verdad, movida por su instinto maternal, discierne lo verdadero de lo falso; ella sabe lo que es bueno y lo que es malo para sus hijos."

Paralelamente se puede decir lo mismo de las reve­ laciones de Paray-le-Monial y de Fátima.

9 —Se dice que estas revelaciones privadas no tienen ninguna autoridad teológica. —No opinan así los grandes teólogos, ni es éste el sentir de la Iglesia. El P. Dieckmann, en su tratado De Ecclesia, al tratar de “¿Cómo han de ser creídas ta­ les revelaciones?”, contesta: “Se trata de la fe, que se exige de aquel que recibe la revelación; naturalmente esta fe no puede ser fe católica, con la cual creemos únicamente aquellas verdades que Dios ha revelado, y que el Magisterio de la Iglesia nos propone como ver­ dades que hay que creer, pero sí es fe divina, y, por tanto, es acto de verdadera fe teológica; puesto que el asentimiento se funda en la autoridad de Dios que afir­ ma la tal verdad; asentimiento que hay que prestar tan pronto como los motivos de credibilidad sean suficientes y ciertos. Y pueden abrazar la tal revelación y las ver­ dades en ella contenidas, también con fe divina, todos aquellos que vienen en conocimiento de tal revelación, aunque Dios no les ha hecho a ellos inmediatamente la tal revelación.”

Si esto se da, en algún caso, en toda la historia de la Iglesia, indudablemente, hay que concederlo a las re­ velaciones de Santa Margarita, que, como ninguna, dis­ fruta de una cantidad de alabanzas y ponderaciones en los documentos pontificios cuales no disfrutan, en to­ dos los siglos, otras revelaciones privadas. Las reve­ laciones privadas, con todas las garantías de la fe hu­ mana y de la piedad, son signos visibles por los que el Espíritu Santo quiere demostrar su asistencia per­ manente a la Iglesia. Son nuevas gracias celestiales.

10 —¿Qué hay de cierto en la Gran Promesa de los Nueve Primeros Viernes de Mes? —Históricamente consta por documentos fidedignos, reconocidos y examinados por la Iglesia, que incluso se reiteran en la Bula de canonización de Santa Margarita María de Alacoque, por el Papa Benedicto XV, en 15 de

mayo de 1920. Litúrgicamente la Iglesia ha concedido privilegios especiales e indulgencias para la Comunión de los Primeros Viernes de Mes. Teológicamente se nos promete la certeza de la salvación eterna. No se trata de una certeza absoluta, infalible, indiscutible, que sólo se puede tener por revelación particular del Señor. Pero se trata de una certeza moral, humana, verdadera garantía de seguridad y de paz, con la máxima proba­ bilidad que quita toda angustia. Así como con magní­ ficas seguridades morales no dudo de mi bautismo, así aunque sólo tenga certeza moral practicando bien los Nueve Primeros Viernes de Mes, con inefable confianza puedo esperar la gracia de la perseverancia final. O sea, que el Señor con la previsión de una infalible efi­ cacia. conceda la gracia que asegure la salvación eterna.

11 —No se ha visto nunca que la Iglesia instituya una fiesta litúrgica a propósito de revelaciones privadas. —Es totalmente indocumentada esta afirmación. El mismo Pablo VI en la Mysterium Fidei recuerda algo que contradice totalmente esta presunta dificultad: “De esta única je ha nacido también la fiesta del Corpus Christi, que, especialmente por obra de la Sierva de Dios Santa Juliana de Mont Cornillon, fue celebrada por primera vez en la diócesis de Lieja, y que Nuestro predecesor Urbano IV extendió a toda la Iglesia, y han nacido también otras muchas instituciones de piedad euca~*r,i ’-~a que, bajo la inspiración de la gracia divina, se han vndvtplicado cada vez más, y con las cuales la Igle­ sia Católica, casi a porfía, se esfuerza en rendir home­ naje a Cristo, o en implorar su misericordia

En vez de estas afirmaciones irreverentes es mucho mejor al considerar el culto al Sagrado Corazón de Je­ sús y la extraordinaria misión de su evangelista Santa Margarita María Alacoque, repetir y sentir lo que decía sobre de ella Juan XXIII en 17 de octubre de 1962: “Margarita María Alacoque era una humilde monja, aje­ na a veleidades y pretensiones, de corazón sincero, abier­ to sin reserva alguna a las efusiones de la Gracia. El Señor estimó estas disposiciones de angelical pureza, encantadora sencillez y absoluta renuncia a todo cálcu-

lo humano... Recibió el favor de extraordinarias reve­ laciones en relación con el sublime apostolado que el Maestro iba a pedirle: La devoción y glorificación de los misterios de caridad del Sagrado Corazón.”

12 —Me han dicho que la devoción al Corazón de Jesús no era aconsejable porque tributaba ho­ nor divino a una criatura al adorar directa­ mente a la humanidad de Cristo y más aún a alguna de sus partes. —Me repite exactamente una proposición condenada del Sínodo de Pistoya, que rechazó este error que inten­ ta rebajar el culto a la humanidad de Cristo t(como si tal adoración, por la que se adora la humanidad y la carne vivificante de Cristo, no ciertamente por razón de sí misma y como mera carne, sino como unida a la divinidad, fuera honor divino tributado a la criatura, y no más bien una sola y la misma adoración con que es adorado el Verbo encarnado con su propia carne" Ade­

más el magisterio de la Iglesia desmentía que el culto al Corazón de Jesús se considerase “como si los fieles

adoraran el Corazón de Jesús separándolo o amputandolo de la divinidad, siendo así que lo adoran en cuanto es el Corazón de Jesús, es decir, el Corazón de la Per­ sona del Verbo.” (Enrique Denzinger, El Magisterio de la Iglesia, Editorial Herder, núms. 1561-1563.)

13 —¿Hay algunas otras definiciones de la Iglesia que aclaran la falsedad de esta acusación de «separación» y olvido de la Persona de Jesucris­ to en la devoción al Corazón de Jesús? —La Encíclica Haurietis aquas nos habla de “la verdad de fe católica definida en el Concilio Ecuménico de Efeso y en el II de Constantinopla”. Pío XII nos re­ mite a San Cirilo y al Concilio Ecuménico. He aquí los dos y venerables textos: “Si alguno se atreve a decir que el hombre asumido ha de ser coadorado con Dios Verbo y glorificado... como uno en el otro... y no honra más bien con una sola adoración al Emmanuel y le tributa una sola gloria según que el Verbo se hizo carne.

sea anatema” (Denz, 120). “Si alguno dice que Cristo es adorado en dos naturalezas de donde se introducen dos adoraciones, una propia de Dios Verbo y otra propia del hombre; o si alguno, negando la carne o confundiendo la divinidad y la humanidad o afirmando una sola na­ turaleza o sustancia... así adora a Cristo, pero no adora con una sola adoración al Dios Verbo encarnado con su propia carne, según desde el principio lo recibió la Iglesia de Dios, ese tal sea anatema” (Denz, 221).

14 —¿En qué consiste, pues, esencialmente la de­ voción al Corazón de Jesús? —Le contestaré con palabras de Pío XI en la Miserentissimus Redemptor en que habla de “la caridad misma de Dios que se nos presentó para ser honrada con particular culto, manifestando espléndidamente las riquezas de su bondad por medio de la piedad con que es venerado el Sacratísimo Corazón de Jesús”. Pío XII reiteró esta enseñanza cuando nos dijo en la Haurietis aquas: “Jesucristo poseyó un Corazón físico semejante al nuestro, que unido hipostáticamente a la Persona Di­ vina del Verbo palpitó de amor y de otros afectos sensi­ bles con sentimientos de tal modo concordes y en ar­ monía con su voluntad humana rebosante de la caridad divina y con el mismo AMOR INFINITO, que el Hijo tiene en común con el Padre y el Espíritu Santo que nunca hubo discrepancia entre estos tres amores.”

XII — PRACTICAS MARIANAS

1 —¿Cuál debe ser la devoción a la Virgen para no caer en lo que modernamente se llama in­ flación mariana? —Lo que llaman “inflación mariana” no ha salido de ningún alma de Dios, sino de personas que usan un len­ guaje harto irreverente. Pío XII en una alocución en 1954 decía: “Jamás temáis ensalzar demasiado a la que resplandece en la eternidad como la obra maestra de Dios, la más maravillosa de las criaturas, el espejo más espléndido de las perfecciones divinas. Para ser la Ma­ dre de Dios ha recibido de su divino Hijo todos los do­ nes de naturaleza y gracia. He aquí por qué el culto de la Virgen, a lo menos si se la comprende bien, lejos de quitar nada a la gloria de Dios, se eleva inmediata­ mente hasta El, autor de todo bien que la ha querido tan grande y tan pura ”

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—Parece que la psicología moderna no se encaja bien con la devoción a la Virgen, particular­ mente la juventud.

—El mismo Pío XII en la Mediator Dei, refuta es­ tos fatales equívocos: “Sobre todo no permitáis que — como enseñan algunos engañados con pretexto de

re-

novación litúrgica, o pretendiendo ligeramente que sólo los ritos de la liturgia tienen eficacia y dignidad— el culto de la Madre de Dios, Virgen, señal de predestina­ ción, según el parecer de los santos, de tal suerte se deje a un lado, mayormente en la juventud, que se enfríe paulatinamente y languidezca. Ese modo de proceder no da sino frutos envenenados perjudicialísimos para la vida cristana; brotes de ramas infectadas aunque están en un árbol sano; hay que cortarlos para que la savia vital del árbol pueda alimentar sólo frutos suaves y óptimos”

3 —Pero esto era antes del Concilio... —Y en el Concilio Vaticano II en la clausura de la tercera Sesión, Pablo VI habló así: “Nos declaramos a M a r í a Santísima Madre de la Iglesia, es decir, Madre de

todo cl pueblo cristiano tanto de los fieles como de los pastores que la llaman Madre amorosa, y queremos que de ahora en adelante la Madre de Dios sea honrada e in­ vocada por todo el pueblo cristiano con este gratísimo título.” El capítulo VIII de la Constitución Dogmática

sobre la Iglesia es un resumen profundo y hermosísimo sobre la Santísima Virgen. Este es el sentir del Concilio.

4 —Tenia entendido que estas corrientes moder­ nas que quieren minusvalorar la devoción a la Virgen, eran el último grito de la teología. —Ni mucho menos. Son tópicos rancios y anticuadí­ simos, completamente caducados. Son la repetición de la doctrina jansenista contra el culto a la Virgen. Basta repasar el libro Mónita salutaria publicado en Alema­ nia en 1953, para darse cuenta que las sombras que al­ gunos quieren levantar contra el culto a la Señora están desempolvados de aquel libro tan desgraciado. Lea y compare lo que dice el autor de la Mónita salutaria con algunas cosas que se publican ahora: “No empleéis más tiempo en honrarme, ni me hagáis más oraciones que a Dios... No me honréis como a una diosa subalter­ na... No escandalicéis, ni confirméis en sus errores a los que están fuera de la Iglesia... Guardaos de concederme

nada de hipérbole o exceso de celo... No os dejéis con mover por las hipérboles, las frases exageradas y las maneras de hablar de algunos santos...; no pongáis vues­ tra confianza en mis imágenes y estatuas como hacen los paganos aunque sean milagrosas. Ningún poder les está vinculado...” Obsérvese cómo la mercancía que se

presenta como moderna es mohosa y anacrónica.

5 —He leído en una revista publicada en Cata­ luña: «El movimiento mañano es ciertamente fecundo, fervoroso, próspero. Mas ¿no es exce­ siva su riqueza, febril su intensidad, algo pato­ lógico su especializado desarrollo?» —Cuando se escribe así parece que el mejor diagnósti­ co sea recordar lo que nos dice San Luis María de Mcntfort sobre los devotos escrupulosos: “Los devotos escru­ pulosos son gente que temen deshonrar el Hijo al hon­ rar a la Madre...; ven con pena que haya más gente de rodillas ante un altar de María que ante el altar del San­ tísimo Sacramento. Como si lo uno se opusiera a lo otro, o como si los que ruegan a la Santísima Virgen no roga­ sen a Jesucristo por medio de Ella... Ellos dicen, ¿para qué sirven tantas devociones exteriores a la Virgen? ¡En esto hay mucha ignorancia! Esto es hacer de la religión una mojiganga. Habladme de los devotos de Jesucristo; a Jesucristo es a quien hay que recurrir...; ¡esto es lo sólido! y todo cuanto dicen es verdad en un sentido; pero atendiendo a la explicación que hacen en sus palabras para impedir la devoción a la Santísima Virgen, es muy peligroso y una fina red que con pretexto de un bien mayor les tiende el demonio; porque jamás se honra tanto a Jesucristo como cuando se honra a María”

6 —En la misma revista leí: «La renovación cris­ tiana, en resumen, sabe quién es el Dios en el que no cree, pero desconoce cómo es el Dios en el que dice creer. Por esto se está prescin­ diendo de María... El esfuerzo de autenticidad ha sido algo eficiente pese a su penuria de re177 LO

QUE

NO

HA

DICHO

EL

CONCILIO.---- 12

sultados positivos. Un vacío es siempre mejor que un ídolo, y un ídolo sin rostro es preferible a un ídolo con rostro muy bien tallado.» —El mismo San Luis María de Montfort en su Tra­ tado de la verdadera devoción a María clasifica clara­ mente a tales opinantes: “Los devotos críticos son, por lo común, sabios orgullosos, altaneros y pagados de sí mismos que en el fondo tienen alguna devoción a María, pero que critican todas las prácticas de devoción a la Santísima Virgen con las que las personas ingenuas hon­ ran sencilla y tiernamente a esta tierna Madre sólo por­ que no se acomodan a su criterio. Ponen en duda todos los milagros e historias referidos por autores fidedig­ nos... no sabrían ver sin pena a la gente sencilla y hu­ milde arrodillada ante un altar o imagen de María..., y hasta los acusan de idolatría; no les gustan estas devo­ ciones exteriores; dicen que los santos Padres en las alabanzas a María hablan como... oradores exagerando las cosas... Todos estos falsos devotos y gente orgullosa y mundana son mucho de temer y hacen un grandísimo daño a la devoción para con la Santísima Virgen, ale­ jando de Ella a los pueblos de una manera eficaz, bajo el pretexto de destruir tales abusos.”

7 —No se puede negar que hay mucha devoción supersticiosa a la Virgen. Pecadores y gente que no practican, que le rezan. Si no se lleva vida cristiana es preferible no rezar a la Virgen. — ¡Criterio equivocadísimo! Contestamos con el ilus­ tre Padre Gallifet, cuando en su Tratado de devoción a la Santísima Virgen nos dice: “La imitación de las vir­ tudes de María no pertenece a la esencia de la devoción a la Santísima Virgen. Esa imitación es efecto de esa devoción, y uno de los más hermosos y provechosos fru­ tos de la misma. Si la esencia de la devoción a Nuestra Señora consistiera en la imitación de sus virtudes, no podrían aspirar a ser devotas de María nada más que las almas justas y santas; y esa fuente y arca de salvación estarían cerradas para los pobres pecadores. Pero esta doctrina es contraria al sentir de la Iglesia, la cual no solamente llama a María Esperanza y Refugio de los pe-

cadores, sino que a todos ellos les convida a acudir a Ella con ilimitada confianza... No, por Dios, no matéis nunca la devoción a la Virgen en las almas de los pobres pecadores. ¿Qué pecador hay que ignore que no puede salvarse sin renunciar al pecado y sin penitencias? Pero la devoción a la Santísima Virgen es medio poderosísimo para lograr de Dios tan inefable gracia. Esto, esto, esto es lo que hay que decir, lo que hay que escribir, lo que hay que predicar a todos en todas partes."

8 —Pero las oraciones del que está en pecado mortal a la Virgen no sirven para nada. —San Luis María de Montfort predicaba la práctica de la esclavitud mariana a los pecadores “con fruto". Sor María de Agreda contesta: “Aunque es verdad que to­ das las obras buenas hechas en pecado son muertas y como armas flaquísimas contra el demonio; pero siem­ pre tienen alguna congruencia... Por este camino salen infinitas almas del pecado...; por esto los demonios son tan atormentados de su propio furor, cuando conocen que algún pecador llama o se acuerda de esta gran Se­ ñora; porque ya saben la piedad con que los admite y que, en tomando Ella la mano, hace suya la causa, no les queda esperanza ni aliento para resistirla, antes se dan luego por vencidos y rendidos."

9 —El folklore de tantas «Vírgenes» es algo que pone en conflicto la crítica histórica y la devo­ ción mariana. —Un teólogo de tanta categoría como el Dr. Juan B. Manyá ha tratado este problema con gran objetividad. Nos dice: “Conviene distinguir entre crítica e hipercríti­ ca. Esta suele proceder tarada de un racionalismo irre­ conciliable a priori con toda explicación, o hecho, sobre­ natural. Pero la filosofía está muy lejos de haber de­ mostrado la imposibilidad del milagro. La posición de la crítica, digna de este nombre, no es de credulidad ni de escepticismo; acepta los hechos, sean naturales, sean sobrenaturales, sólo y siempre que los garanticen docu­ mentos fidedignos... Cualquiera de esas imágenes maria-

ñas que se veneran en esas ermitas, tiene un historial cierto, que es varias veces secular. Nuestros padres, nuestros abuelos, todos nuestros ascendientes, desde va­ rios siglos han acudido aquí, a esta capilla, y han orado aquí, ante esta imagen, con una sinceridad, con un fer­ vor igual o superior al nuestro... Con sólo estas conside­ raciones, indiscutibles de verdad histórica y al margen de toda narración mítica o legendaria, la Virgen de nuestro pueblo natal, p . ej., adquiere un matiz patrióti­ co, un sentido de cosa nuestra, que nos hace preferir aquella imagen, aquella invocación mañana, a todas las restantes, aunque sepamos, por otra parte, que no hay entre ellas diferencia religiosa sustancial... Esta devo­ ción mañana popular, aun con todos sus defectos, es una esperanza sólida de restauración espiritual de nues­ tro pueblo. El día en que se haya de realizar el ideal de la acción católica, conviene no olvidarlo. La devoción del pueblo a sus ’ Vírgenes’ encierra posibilidades con­ soladoras... Concedemos mayor importancia a esta pie­ dad mañana popular, a pesar de sus imperfecciones y materialismos, que a otras devociones selectas y de ma­ yor sentido teológico; éstas no penetran en el alma po­ pular como aquélla ha penetrado; se limitan al sector de espíritus selectos. No tienen tampoco aquella fuerza que da la tradición y el sentido patrio; por eso, son me­ nos operantes en el alma popular. Y a fin de cuentas, si la fórmula teológica esencial es: ’Ad Jesum per Mariam’, nuestro pueblo ya tiene hecha la mitad de ese camino de salvación; aquella cuya meta es María ”

10 —En pleno tiempo pascual es un contrasentido consagrar el mes de mayo a la Virgen. Lo más propio es que se viva el misterio pascual. —Quien dice esto cae en lo que en otros tiempos se decía ser más papista que el Papa. La Iglesia sabe per­ fectamente cuáles son las exigencias y el ámbito de la liturgia. Pero, sin oposición al sentido litúrgico de este tiempo, no obsta, antes al contrario lo facilita el filial obsequio a la Virgen durante el mes de mayo. Pablo VI, en la Encíclica Mense Maio, nos dice: “El mes de mayo es el mes en que en los templos y en las casas particulares sube a María desde el corazón de los cris-

danos el más ferviente y afectuoso homenaje de su ora­ ción y de su veneración. Y es también el mes en el que desde su trono descienden hasta nosotros los dones más generosos y abundantes de la divina misericordia. Nos es, por tanto, muy grata y consoladora esta práctica tan honrosa para la Virgen y tan rica de frutos espirituales para el pueblo cristiano. Porque María es siempre cami­ no que conduce a Cristo.”

11 —Se dice que insistir en la devoción a María es un obstáculo para la unión con los hermanos separados. —Los últimos Pontífices han visto en la Santísima Virgen la Madre de la unidad. El mismo Concilio en el capítulo octavo pide que “ofrezcan todos los fieles sú­ plicas insistentes a la Madre de Dios y Madre de ios hombres, para que Ella, que con sus oraciones asistió a la Iglesia naciente... interceda también ante su Hijo para que las familias de todos los pueblos... sean feliz­ mente congregadas con paz y concordia en un solo Pue­ blo de Dios”. Es muy conocido el célebre Manifiesto de Dresde en que un grupo de teólogos protestantes de Alemania Oriental declaran elocuentemente: “El culto de la Virgen María, que se remonta a los primeros tiem­ pos del cristianismo, y que nunca ha sido abandonado por la Iglesia católica, ha conocido un gran auge como consecuencia de las revelaciones de Lourdes y de Fátima. En Lourdes, en Fátima, en otros santuarios muría­ nos, la crítica imparcial se encuentra en presencia de hechos sobrenaturales que tienen relación íntima con la Virgen María, sea a causa de las apariciones, sea a cau­ sa de gracias milagrosas pedidas y concedidas por su in­ tercesión. Estos hechos desafían toda explicación natu­ ral... ¿Cuál es el sentido último de estos milagros hechos en los planes de Dios? Parece que, a través de estos he­ chos, Dios quiere responder de manera radical a la in­ credulidad humana. ¿Cómo un incrédulo ante estos he­ chos podría perseverar de buena fe en su incredulidad? Y nosotros, cristianos evangélicos, ¿podemos dejar a un lado estos hechos sin hacer examen de conciencia?”

12 —Es preferible rezar un Avemaria bien rezada que un Rosario mal rezado. —No vale la comparación. Vale más comer una sar­ dina fresca que no un pollo envenenado. Pero realmente es mucho mejor un pollo sano y bien condimentado que no una sardina que acaba de ser pescada. Vale más un rosal con muchas rosas, que con sólo una. Vale más un Rosario bien rezado que un Avemaria bien rezada. Por­ que la oración alta es pariente de la oración larga y cuando se dice ese pretexto sirve para justificar el no rezar el Rosario... Y quizá ninguna oración. El Dr. Manyá, al estudiar el posible automatismo de la repetición de las Avemarias, nos dice que “María ante nuestros Rosarios rezados frecuentemente con el alma distraída..., profunda conocedora Ella de la psicología humana, sabe perfectamente el esfuerzo sobrenatural que requiere la atención sostenida sobre los lejanos ob­ jetos de la fe, y... compadece la miseria de nuestra con­ dición y agradece infinitamente nuestros esfuerzos. Y cuando suenan en sus oídos aquellas Avemarias rezadas, por la fuerza de las repeticiones, automáticamente, lejos de molestarse por ello, sonríe plácida y benigna; sus en­ trañas maternales rebosan de satisfacción, como la ma­ dre cuando oye la voz del hijo que aun en el estado de inconsciencia de la fiebre delirante, repite, repite sin cesar, el nombre de la madre"

13 —Así, pues, el Rosario continúa siendo una de­ voción actual en la Iglesia. —Mire, son actuales, plenamente actuales las orienta­ ciones del magisterio de Pablo VI. Fíjese bien: la En­ cíclica Ecclesiam suam, que es una apología del Papa­ do; la Mysterium Fidei, exposición del dogma y culto que debemos a la Eucaristía; la Mense Maio y la Christi Matri Rosarii, dedicadas a la Santísima Virgen y concretamente al Rosario. En estas encíclicas ponti­ ficias se recomiendan las tres devociones de los predes­ tinados: el amor al Papa, a la Virgen y a la Eucaristía. ¿No se había fijado en esto?... ¿Y lo que hace Pablo VI no será conciliar? Además el Rosario es actualísimo porque ha sido la

devoción que la misma Santísima Virgen, en Lourdes, Fátima y otras apariciones, ha pedido. Quien no reza el Rosario cada día, no hace pecado, pero deja de hacer una cosa que la Madre ha pedido. Por ello no está a la altura de su Corazón.

14 —¿No le parece a usted que el Escapulario del Carmen, en esta hora de ecumenismo no tiene sentido y aparece como un amuleto fetichista? —De ninguna de las maneras. Precisamente todo lo contrario. Un documento de Pablo VI le convencerá to­ talmente. Nos referimos a la Carta Apostólica, fecha de 2 de febrero de 1965, por la que Pablo VI constituyó al cardenal Silva Henríquez, Arzobispo de Santiago de Chile, Legado Pontificio en el Congreso Marioiógico Mariano Internacional de Santo Domingo. He aquí un pasaje de ese gran documento papal: “Como eco de nuestra voz, expresarás nuestros votos y exhortaciones a todos los fieles que allí se concentren en peregrinación, en especial a los de América Latina y de la República Dominicana; los escogemos de la Consti­ tución Dogmática del Concilio Ecuménico Vaticano II, del todo acordes con nuestros sentimientos: ’Estímense las prácticas y ejercicios de devoción a Ella (la Virgen María), que han sido recomendadas a lo largo de los si­ glos por el Magisterio’ (n. 67), entre las que creemos se han de contar el Rosario Mariano y el uso devoto del Escapulario del Carmen. Este mismo escapulario solía adornar el noble pecho de los héroes de América Latina, forma de devoción que ’POR SU MISMA SENCILLEZACOMODADA A TODOS LOS ENTENDIMIENTOS. ADQUIRIO AMPLIA DIFUSION ENTRE LOS FIE­ LES, CON GRAN FRUTO ESPIRITUAL

15 —¿Pero este gesto tiene algún valor especial? —Pues claro que sí. Para valorar justamente este supremo testimonio, ténganse presentes algunas cir­ cunstancias: 1) Se trata de un documento oficial, para un acontecimiento trascendente como es un Congreso

de doctrina y culto marianos, por el que el Papa se hace como presente en la persona de su Legado a quien Su Santidad manda que exprese públicamente su modo de sentir en este particular; 2) El Papa cita un texto del Concilio Vaticano II en apoyo y recomendación de prác­ ticas y ejercicios de devoción a María, e incluye expre­ samente entre éstos el Rosario Mariano y el Escapulario del Carmen, afirmando que ello está del todo acorde con nuestros sentimientos. 3) Todo esto ha sucedido en el primer Congreso Mariológico-Mariano en que, junto a los católicos, han tomado parte algunos representantes de los hermanos separados.

16 —¿Pero los Papas y los historiadores serios han admitido las promesas que se atribuyen al Esca­ pulario del Carmen? —Recordemos la historia y contestemos la pregunta. La Virgen Santísima, el 16 de julio de 1251, se apareció a San Simón Stock. Le dijo así llevando en sus benditas manos el Escapulario de la Orden: “Este será privilegio para ti y todos los Carmelitas. Quien muriese con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriese se salvará” Esta gran promesa nos recordaba Pío XII, en carta del 11 de febrero de 1950: “En verdad no se trata de un asunto de poca importancia, sino de la con­ secución de la vida eterna en virtud de la promesa he­ cha, según la tradición, por la Santísima Virgen... Es, ciertamente, el Santo Escapulario como una vestidura mariana, prenda y señal de protección de la Madre de Dios.”

En 1316 se apareció la Santísima Virgen al Papa Juan XXII diciéndole que el sábado siguiente a la muer­ te de los cofrades del Carmen, bajaría Ella graciosamen­ te al Purgatorio, si en vida cumplen lo siguiente: La guarda de la castidad según su estado y el rezo del Oficio, o el Rosario, o siete Padrenuestros con Ave y Gloria. Juan XXIII, el Papa de la Pacem in terris y del Con­ cilio Vaticano II, evocando a su antecesor Juan XXII, dijo: “A él atribuye la Historia la feliz idea de recitar un Padrenuestro y Avemaria al toque vespertino de la cam­ pana; A EL TAMBIEN LA PATERNIDAD DEL PRI-

VILEGIO SABATINO, TAN PRECIOSO Y TAN QUE­ RIDO PARA AQUELLOS QUE LLEVAN E L ESCA­ PULARIO DE NUESTRA SEÑORA DEL CARMEN

La historicidad del Escapulario del Carmen tiene ga­ rantías insoslayables. Un gran crítico y conocido histo­ riador como el Padre Bartolomé F. M. Xiberta, O. Carm., ha podido escribir: “Creo que, después de la paciente búsqueda y exámenes de los documentos, las tesis formu­ ladas contra la historicidad del Escapulario se han de­ rrumbado unas tras otras... Es más, me atrevo a afirmar que la visión de San Simón Stock, en la que se funda la devoción al Santo Escapulario, está autorizada y avala­ da por documentos históricos, que apenas se puede as­ pirar a más. Niegue quien quiera la historicidad de la visión de San Simón Stock; pero cuide de despreciar nada con la vana confianza de que obra así movido por documentos históricos.”

17 —En estos tiempos resulta un verdadero atraso hacer propaganda y repartir medallas de la Virgen, especialmente de la Medalla Milagrosa. —Es una especie de blasfemia esta afirmación. La Iglesia ha aprobado el uso de las medallas, y particular­ mente la Medalla Milagrosa tiene origen celestial. La Virgen dijo a Santa Catalina Labouré: “Es mi x>oluntad que se acuñe una medalla según ese modelo.” Es célebre la conversión de Alfonso Ratisbona, precisamente por haber llevado la Medalla Milagrosa. Y este hecho está certificado por una declaración oficial del Vicario Gene­ ral del Santo Padre de Roma y fue el origen de la Me­ dalla Milagrosa. Son incontables los milagros experimen­ tados por el uso de la Medalla y son verdaderos escrú­ pulos racionalistas rechazar el uso de las medallas. “Es el poder y autoridad de distribuir los tesoros del cielo a quien, cuándo y en el modo que más le agrade”, dice San

Bernardino de Sena. Nosotros repetimos con total con­ fianza las palabras de la Virgen a Santa Catalina La­ bouré: “Todas las personas que llevaren esta Medalla recibirán abundantes gracias y una singular protección de la Madre de Dios” Y creemos con toda la fe, con el

testimonio de la Iglesia, de los Pontífices y de los mila­ gros, en contra de lo que la impiedad y las falsas auto­ críticas tontamente nos puedan decir.

18 —No se puede negar que muchas imágenes de la Virgen de pobre factura artística despresti­ gian a la iglesia y son un bochorno por su falta de estética. —Es de desear que las imágenes tengan toda la belleza y arte posibles. Pero hemos de recordar que las imáge­ nes tienen una finalidad principal: excitar la devoción de los fieles. La finalidad de la imagen religiosa no es hacer arte, sino mover a la piedad. Hay que procurar estos dos objetivos, pero en caso de que uno de los dos elementos tenga que prevalecer, el elemento piadoso tie­ ne que estar por encima del artístico. Seguramente que eran impertectas y poco artísticas las estampas que da­ ban tanta devoción a Santa Teresa de Jesús y San Ig­ nacio de Loyola. Siendo tan grandes estos santos, eran almas sencillas que entendían el lenguaje de las imáge­ nes sin pararse en aspectos accidentales. Recientemente ha ocurrido un hecho de extraordinaria significación. El 29 de agosto de 1953, en la ciudad de Siracusa, en la casa número 11 de la calle Orti de San Jor­ ge, contigua a una capilla protestante, un matrimonio trabajador, Angel Iannusso y Antonieta Gusto, recibie­ ron como regalo de bodas un cuadro de relieve en yeso, barnizado con una capa de esmalte de diversos colores, hu^ro por el interior, representando el Corazón Inmacu­ lado de María. Dicho cuadro colgaba a la cabecera del lecho matrimonial. La esposa estaba enferma y el ma­ rido era militante comunista. El 29 de agosto la imagen comenzó a llorar. Se formó un tribunal, que recogió más de doscientos testimonios. El examen médico de las lá­ grimas demostró que se trataba de lágrimas de compo­ sición igual que las lágrimas humanas. En poco tiempo llegaron más de trescientas curaciones tenidas por ex­ traordinarias. Los Obispos de Sicilia en pleno concluye­ ron: “No puede ponerse en duda la realidad de la lacrimación."

En la misma ciudad de Siracusa hay artísticas esta­ tuas de gran renombre y de escultores célebres. La

Virgen para obrar maravillas no quiso escoger ninguna imagen sabia, ni mucho menos, abstracta. Escogió una imagen de serie, una sencilla escayola...

19 —Todo lo que no se funde en la liturgia hay que despreciarlo. Entre ello, en primer lugar, el falso pietismo que se respira en los santuarios marra­ nos. —No puede admitirse en forma alguna este criterio. Medítese lo que ha dicho Monseñor Pierre Théas, obispo de Lourdes, prelado especialmente calificado para tratar este tema: “Ningún país tiene derecho a decir: Nuestro cristianis­ mo es el verdadero. Guardémonos de pensar que nuestra devoción a la Virgen es la única verdadera. Y no veamos una degradación de la piedad mariana en lo que es sim­ plemente una expresión diferente de la nuestra. Hay personas que, siendo cristianas y bautizadas, vi­ ven habitualmente al margen de la vida religiosa, acer­ cándose sólo a ella con motivo de alguna solemnidad fa­ miliar o alguna fiesta o peregrinación. Estos cristianos marginales hacen en estas circunstancias ciertos gestos religiosos— encienden cirios, compran medallas, beben agua en la fuente milagrosa o besan con respeto la gru­ ta de las apariciones—, pero no ajustan ordinariamen­ te su vida a su fe ni tienen una habitual práctica litúr­ gica y sacramental. ¿Qué habría que pensar de esos ges­ tos religiosos, ese acudir a Dios en el momento de una necesidad a una enfermedad, sin haberse acordado de El en la vida ordinaria? Guardémonos de los juicios absolutos y sin matices. Evitemos el desprecio que condena todo y la frivolidad que todo lo admira... ¿Por qué condenar, en lugar de tratar de comprender? Habrá que tener también en esto en cuenta el nivel espiritual y la cultura religiosa, pues también en este terreno hay quienes han recibido mu­ cho, y los pobres. ¿Acaso la piedad mariana estaría re­ servada a una élite, a quienes tienen una fe sólida y lú­ cida? ¿O podrá ser también accesible a la masa y posible para los cristianos de suburbios?... En estas multitudes que vienen a nuestros santuarios hay más confianza que

ciencia. Pero ¿tendremos el derecho ante estas manifes­ taciones populares, de verlas como paganismo, forma­ lismo y superstición? Evidentemente, la Constitución conciliar sobre la li­ turgia ha fijado reglas para una verdadera participación en la liturgia. Pero no podemos rechazar ni condenar a quienes guardan las antiguas costumbres. Habrá que respetar la piedad popular, aunque no la encontremos conforme a nuestros gustos, e incluso no resulte fiel a las recientes orientaciones litúrgicas. Estos gestos que nos sorprejiden y molestan, son expresión de verdadero amor. ¿No convendrá más que detener su impulso, tra­ tar de orientarlo hacia un descubrimiento más profundo del misterio pascual? Es necesario despertar y educar la fe de estos margi­ nales, para lo cual será preciso rodearles del respeto y afecto. Que la insuficiencia e imperfección de sus actitu­ des religiosas, en lugar de alejarnos de ellos, nos acer­ quen y nos inspiren con relación a estos pobres, un hu­ milde servicio de amor.”

20 —La intimidad de la fe religiosa rehuye la ma­ nifestación externa. Una de las exigencias de la nueva linea del Concilio es la eliminación de peregrinaciones, concentraciones multitudina­ rias, romerías, etc... Así lo siente Pablo VI. —Es totalmente inconsistente esta opinión. Pablo VI ha peregrinado personalmente a Fátima y a Efeso. Los Santuarios Marianos de todo el mundo están en su corazón. Con ocasión del Congreso Internacional de Directores de Peregrinaciones a Santuarios Marianos, el Santo Padre recibió a los congresistas el día 25 de octu­ bre y les dirigió, entre otras, las siguientes palabras: “Un paternal saludo a vosotros, queridos directores de Peregrinaciones de Francia y de otros países, llegados a Roma para dedicar varias jornadas de trabajo y de es­ tudio al tema ’Peregrinación y Pueblo de Dios’. De todo corazón, Nos os animamos en vuestros esfuerzos para conoceros mejor y tratar en común vuestras experien­ cias y el resultado de vuestras actividades. Todos vosotros, queridos hijos e hijas, formáis parte

del Pueblo de Dios, en marcha hacia la ciudad futura de María, Madre de Jesús y Madre nuestra, signo de nues­ tra esperanza, que nos atiende y nos Uama. En nombre de su Hijo, que Nos ha elegido para ser su humilde Vicario, damos a todos y cada uno una larga y afectuosa bendición apostólica” (El Pilar, 3-XI1-1957).

En el mismo Congreso de Directores de Peregrinacio­ nes, celebrado en Roma del 22 al 26 de octubre de 1967, se tomaron estas conclusiones:

“1.a Toma nota de una mentalidad que existe en cier­ ta parte del clero y en una determinada élite de laicos y cristianos, empeñados en una acción apostólica sobre las peregrinaciones, consideradas con demasiada frecuencia como ’marginales’ en la Iglesia, y que, efectivamente, parecen situarse a contracorriente de toda la pastoral de hoy, en tanto que ellos se mueven en un marco específi­ camente religioso, arrancan a los cristianos de su am­ biente vital, encuentran su motivación en el culto de la Virgen y de los santos, y tienden a crear una comunidad pasajera v universal, fuera de la vida ordinaria. 2.a Atestigua el lugar privilegiado, de siempre, de las peregrinaciones en la historia del Pueblo de Dios y la tradición de la Iglesia y su adecuación con la civilización del turismo. 3.a Considera, con una perspectiva de fe, que las pere­ grinaciones y los santuarios se sitúan en la línea carismática de una intervención de Dios en la historia huma­ na y de una llamada del Espíritu a la piedad y a la pe­ nitencia, dirigida por mediación de la Virgen o de otro santo a todo el Pueblo de Dios, llamamiento reconocido auténticamente v tomado en cuenta por la mediación maternal y sacramental de la Iglesia de Cristo. 4.a Precisa que las peregrinaciones consisten esencial­ mente en un paso comunitario y personal a la vez que de oración y penitencia, y en una unión que tiende a reagrupar a los bautizados de todas las procedencias y de todos los medios en una ’comunidad en estado de gracia’, signo viviente y tangible del ’Pueblo de Dios en peregrinación sobre la tierra y en marcha hacia el Reino’.

5.a Considerando la gran cantidad de cristianos no comprometidos o no practicantes que componen a me­ nudo las peregrinaciones, insiste en la necesidad de una catequesis adaptada a todos, aun a los más necesitados, y de una pastoral que se inserte de modo complementa­ rio en las otras formas de la pastoral de conjunto de la Iglesia, que permita a todos descubrir la importancia de la oración y de la penitencia en la vida cotidiana para el cumplimiento de sus tareas humanas y apostó­ licas. 6.a Hace votos para que todos los sacerdotes se den cuenta de la importancia de las peregrinaciones en la vida de la Iglesia, y de la oportunidad que les ofrecen de ejercer plenamente su sacerdocio y de difundirla, en su doble calidad de peregrinos y de guías del Pueblo de Dios, educadores de la piedad y predicadores de la Pala­ bra, instrumentos de santificación por los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía, ayudando así efi­ cazmente a los peregrinos a recibir el mensaje y la gra­ cia propia de cada santuario, y a conseguir una autén­ tica puesta a punto y una inserción total de su vida en ¡a vida de la Iglesia y del mundo.”

Jamás el hombre ha tenido tanta necesidad de concen­ tración espiritual, y es en las peregrinaciones donde en­ cuentra tiempo para pensar y para rezar, para sentirse miembro de la Iglesia y para amarla. Después de una visita a un santuario, ésta se prolonga beneficiosamente en las actividades de su vida ordinaria, y el recuerdo de la peregrinación es como una “sangre nueva” para su fe, para su esperanza y para su caridad.

21 —¿Cuál es el sentido de la devoción a la Virgen en los tiempos modernos? —Exactamente, el que está revelado en el capítulo III versículo 15 del Génesis: "Yo pondré enemistades entre ti y la mujer y entre tu raza y la descendencia suya; Ella quebrantará tu cabeza y tú andarás acechando su calca­ ñar.” Pío XII ha rubricado, con su magisterio pontificio esta realidad: “En las magnas luchas espirituales de es­ tos tiempos, en los que los partidarios de Cristo y sus

negadores se hallan confundios en la muchedumbre, la devoción a la Madre de Jesús es una piedra de toque infalible para discernir a unos de otros... Esta tendencia a honrar y amar a la Santísima Virgen... debe ser consi­ derada como la señal y el distintivo particular de la ver­ dadera fe y de la verdadera doctrina.”

22

—Ha llegado la hora de desprenderse de las jo ­ yas del Pilar y otros Santuarios e Iglesias. Con ello se pueden sufragar viviendas para obreros, escuelas para niños pobres, etc., etc.

—Es digno de mayor elogio el celo en favor de las viviendas y de las escuelas para obreros. Es una exigen­ cia social de primera necesidad. Por ello, hay que buscar remedios de largo alcance y continuidad. Las joyas que hay en el Pilar y otros santuarios, en realidad no son propiedad de la Iglesia. Fueron entrega­ das por legítimos dueños, y la Iglesia es la administra­ dora y depositaría de tales ofrendas. A primera vista no se vislumbra con qué razón se pueden dedicar dichos óbolos para una finalidad ajena a la intencionalidad de los donantes. La Historia no es parca tampoco en de­ mostrar que la utilización de los bienes eclesiásticos haya servido para el bien del pueblo. La desamortización española, realizada por Mendizábal, sólo sirvió para fo­ mentar fortunas cuantiosas y capitalistas que, precisa­ mente, no se han distinguido ni por la justicia social ni la práctica de la caridad. La solución más coherente parece ésta: respondiendo al maravilloso espíritu de la Iglesia de los pobres, de que nos habló el buen Papa Juan, sería un testimonio evan­ gélico que sacerdotes y religiosos, personalmente, prac­ ticaran, con exigencia misionera, la mayor pobreza. Más que la venta de joyas y alhajas de nuestros templos, que una vez vendidas habrían terminado su rentabilidad y herirían sentimientos muy dignos de tener en cuenta, ejemplificará que las comunidades religiosas y sacerdo­ tes renuncien al tabaco, a viajes en primera, a comodida­ des innecesarias, a gastos inútiles. Una sola comunidad de trescientos religiosos, se calcula gasta sesenta mil pe­ setas mensuales en tabaco. El cambio de hábito de una congregación religiosa ha ascendido a doce millones de

pesetas—4.000 pesetas por individuo—. Y así otros “de­ talles”. Realmente esta entrega mensual de donativos en favor de viviendas y escuelas obreras por parte de sacer­ dotes y religiosos, tendría una eficacia de incalculable valor para solucionar estos problemas sociales, sin la violencia de sofisticar la voluntad de aquellos que ofre­ cieron sus exvotos para el culto del Señor y por amor a la Virgen.

XIII — EJERCICIOS ESPIRITUALES 1 — ¿Es actual para los hombres de hoy la prác­ tica de los Ejercicios Espirituales? —Le contestaré con palabras del Cardenal Montini, en julio de 1962: “N o hay época en la historia de la vida y experiencia humana— m e parece— que distrae a los hombres tanto como la nuestra, que los aparte tanto del foco central de sus verdaderos intereses. Se habla incluso de enajenación... Pues bien, los Ejercicios E s ­ pirituales quieren en un momento dado, hacemos v iv ir con nosotros mismos y damos el sentido de nuestra conciencia, de nuestro destino, de lo que somos verda­ deramente, de nuestra responsabilidad; y nos hacen des­ cubrir este silencioso pero apremiante coloquio que se hace oír en nuestra alma: ¡M ira! ¡N o había caído en la cuenta de que Dios Dispone esto y aquello! ¡Que el Se­ ñor está aquí con su verdad, con su palabra, con su gracia, con sus consolaciones! F he aquí todo un mundo que se me escapaba, y ahora..., ahora que estoy en m e­ dio del fuego, en este cono de luz que son los Ejercicios Espirituales ¡este mundo se me revela! ¡y es estu­ pendo!”

LO

QUE

NO

HA

DICHO

EL

CONCILIO.—

13

—Ciertamente. A la Federación Nacional Belga de los “PATROS”, en 25 de julio de 1963, les decía: “Fidelidad a vuestro ’estatuto espiritual’: práctica de la oración, de la dirección, de la lectura espiritual y, sobre todo, práctica de los E J E R C IC IO S E S P I R I T U A ­ L E S anuales. ¡Qué inmenso provecho para nuestras al­ mas, qué edificación para vuestros hermanos, en estos tres días de silencio total en el que muchos de vosotros cada año van a ponerse a la escucha de Dios, a rehacer sus fuerzas para volver más valientes en los embates de la vida! La fidelidad a los ejercicios internos es la garantía del progreso del alma, la prenda de una acti­ vidad jeKz y fecunda en el servicio de la Iglesia y de vuestros hermanos.”

3 — ¿Sirven los Ejercicios Espirituales también para los obreros? —Para los obreros y para toda clase de hombres. La Mens nostra de Pío X I habla definitivamente sobre esta cuestión. El mismo Pablo V I ha insistido en la necesi­ dad del apostolado de Ejercicios para los obreros. Se puede leer en L ’Osservatore Romano, de 1-1-63: “Hacemos nuestros los sentimientos de nuestros pre­ decesores, de venerada memoria, para con la Obra de ios Retiros de Perseverancia, manifestando nuestra com­ placencia por el bien que ha realizado y todavía realiza, y deseamos que la Obra misma encuentre larga y fiel acogida especialmente en el medio obrero, ilumine con su luz las conciencias, conforte sus fatigas infundién­ doles valores espirituales, alimente y sostenga sus pro­ pósitos buenos y generosos, abra sus corazones a sere­ nas esperanzas para la vida presente y para la vida futura. Sumamos a estos deseos la invocación de copio­ sas gracias para los promotores de la Obra y para cuan­ tos quieran experimentar su benéfica acción, y a todos impartimos nuestra bendición apostólica.”

—El Derecho Canónico así lo preceptúa para sacerdo­ tes y religiosos. Pablo VI también nos apremia a la re­ petición de las tandas. De una alocución suya publi­ cada en L'Osservatore Romano, de 23-IX-63. son estos párrafos: “¿ Y qué decir del grupo de trabajadores de la Toscana que han asistido a unos Ejercicios Espirituales? Bellí­ sima iniciativa ésta, que, afortunadamente, se va ex­ tendiendo también en la clase trabajadora. Recordamos a este respecto una palabra del veneradisimo predecesor Pío XI, de preclara memoria, cuando el Papa actual tuvo el gusto de presentarle un grupo de estudiantes universitarios que precisamente habían terminado unos Ejercicios Espirituales, entonces no tan difundidos y aceptados como lo son ahora. Pío X I dijo con gran elo­ gio y consuelo: Hacedlo de nuevo. Esto es: que se ex­ tienda cada vez más la providencial costumbre que da al mundo moderno la fortuna de poderse, en cualquier momento, apartar, recoger, escuchar a uno mismo y a Dios, lejos del fragor de la vida cotidiana, de las má­ quinas, de los empeños de nuestra existencia febril, ex­ terna, que nos alinea— empleando un término ahora muy en boga—, nos despersonaliza, nos vacía de nosotros mismos. Estar con su propia alma, con Dios, en un des­ canso y una fortuna que el corazón precisamente desea, ya que tiene tanta necesidad de ello. Por tanto, el Padre Santo, al paso que elogia la dili­ gencia de aquellos que realizan la piadosa práctica de los Ejercicios Espirituales, expresa su deseo de que se extienda cada vez más, aun para aquellos que ya han experimentado una vez el gozo y la fortuna de reali­ zarlos, y que, por tanto, no tendrán necesidad de reco­ mendación para repetirlos, y con sumo provecho.”

5 —¿Conviene que los movimientos apostólicos practiquen los Ejercicios Espirituales de San Ig­ nacio con la guarda estricta del silencio? —Contesta el Cardenal Feltin, que fue Arzobispo de

París:

“Nuestros movimientos de Acción Católica han com­ prendido desde el comienzo la importancia de los Ejer­ cicios Espirituales. Los han organizado frecuentemen­ te para sus miembros. ¿Pero no ha sido demasiado am­ plio el método empleado en los mismos? ¿NO SE HAN CONFUNDIDO A VECES LOS EJERCICIOS PROPIA­ MENTE DICHOS CON TIEMPO O SESIONES DE ESTUDIO? ¿NO HAN PERDIDO LOS EJERCICIOS SU EFICACIA PROFUNDA POR HABERSE RECOR­ TADO DEMASIADO EL SILENCIO PROLONGADO, UNICO QUE PERMITE LA REFLEXIO N PERSO­ NAL Y EL TRATO CON DIOS? ¿NO SE HA TENIDO MIEDO DE ENFRENTAR A LAS ALM AS CON LAS VERDADES ESENCIALES, RECELANDO QUE E X I­ GENCIAS UN POCO SEVERAS ALEJEN LAS BUE­ NAS VOLUNTADES? Ahora bien—(hombres, de ellos una treintena de profesores y médicos, han pasado de esta manera seis días en un silencio completo, hacien­ do los Ejercicios de San Ignacio con un fervor y una fidelidad admirables)—, han reconocido que UNO DE LOS BENEFICIOS QUE ELLOS H ABIAN APRECIA­ DO MAS, ERA ESTE SILENCIO COMPLETO EN QUE HAN ESTADO METIDOS DURANTE SEIS DIAS Y QUE LES HA PERMITIDO LA REFLEXION SERIA SOBRE SI MISMOS, BAJO LA MIRADA DE DIOS.”

6 —Al ocuparse de la propia salvación, ¿es esto un obstáculo a la acción apostólica, a la acción temporal que reclama la Iglesia? —Contesta el mismo Cardenal Feltin: “Nuestros Ejercicios de Acción Católica han acentua­ do legítimamente el punto de mira del apostolado. Han pretendido hacer comprender mejor a los militantes la misión que les incumbe con respecto a sus semejantes. ¡Con razón lo han hecho! Si el viejo cantar: ’Tengo un alma que no muere; tengo un alma que salvar...’, parece olvidar este aspec­ to apostólico y, desde este punto de mira, merece algu­ na crítica, ¿no ha habido tendencia a desestimar que el pensamiento que encierra no es del todo inexacto?

¿ACASO ESTA PREOCUPACION DE APOSTOLA­ DO NO HA ENGENDRADO UN ACTIVISMO QUE NO PERMITE AL ALMA, AUN DURANTE LOS EJER­ CICIOS, PREOCUPARSE DE SU PROPIA SALVA­ CION? PIENSA ELLA EN LOS DEMAS, H ABLA DE LOS DEMAS, LLEGA EN ELLO A NO M IRARSE A SI MISMA, A NO TENER UNA CONCIENCIA CLA­ RA DE SU DESTINO ETERNO, DE SUS MISERIAS Y DE SU REFORMA PERSONAL, TODO LO CUAL DEBERIA CONSTITUIR SU PREOCUPACION PRI­ MERA. ¿ACASO LAS RESOLUCIONES QUE TOMA AL TERMINAR LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES, ENTERAMENTE ORIENTADAS AL APOSTOLADO, NO RESULTAN INSUFICIENTES PARA SU PROPIA VIDA ESPIRITUAL, SIN LA CUAL, NO OBSTANTE, TODA ACTIVIDAD APOSTOLICA SERA ENTERA­ MENTE VANA?... Queremos poner en guardia contra lo que nos parece ser a veces una alteración de los Ejer­ cidos Espirituales; enseñar a los sacerdotes y a los fie­ les militantes, A NO TENER MIEDO NI AL SILENCIO PROLONGADO DE UNOS VERDADEROS EJERCI­ CIOS, NI A LA MIRADA LEAL Y PROFUNDA A SI MISMO, A LAS VERDADES ETERNAS ”

7 —Leí en una publicación de Acción Católica: «La educación cristiana exige unas etapas y la primera es la que podemos llamar pre-evangé­ lica, de preparación, de desenvolvimiento de la persona, de mejoramiento de las facultades hu­ manas.» Y se añade en otro lugar: «El mundo se salvará con la acción temporal...» —A esto contestaba Pío XI. con motivo de la Semana Social de Versalles: “LA IGLESIA NO EVANGELIZA CIVILIZANDO, SINO QUE CIVILIZA EVANGELI­ ZANDO.” Pío XII, a la Acción Católica Italiana, en 1951, decía: “El desarrollo de la vida religiosa supone cierto número de sanas condiciones económicas y sociales. Pero esto no nos permite concluir que la Iglesia debe empezar por dejar de lado su misión religiosa y procurar ante todo aliviar las miserias sociales. Si la Iglesia siempre se es­ forzó por defender y promover la justicia, desde los tiem-

pos apostólicos, ha cumplido su misión de santificación de las almas y de conversión exterior, aun frente a los más graves abusos sociales, procurando luchar contra esos males, persuadida de que las fuerzas religiosas y los principios cristianos son el mejor medio para alcan­ zar la curación" Dice Juan XXIII en la Mater et Magistra: “El as­ pecto más siniestramente típico de la época moderna consiste en la absurda tentativa de querer reconstruir un orden temporal y sólido y fecundo prescindiendo de Dios, tínico fundamento en el que puede sostenerse.” Añade el Papa: “Ciertamente la Iglesia ha enseñado en todo tiempo y sigue enseñando que los progresos cientí­ fico-técnicos y el consiguiente bienestar material son bienes reales... Pero ellos deben valorarse... como bienes instrumentales... Resuena, como un aviso supremo, la palabra del Maestro Divino: ¿Qué aprovecha al hombre ganar codo el mundo si pierde el alma? ¿0 qué podrá dar el hombre a cambio de su alma?"

8 —Parece que los Ejercicios Espirituales de San Ignacio deben darse únicamente para minorías. —No es éste el pensamiento de los Papas, concreta­ mente el de Pablo VI, como ya hemos indicado en una respuesta anterior. Pío XI, el Papa de la Acción Católi­ ca. dijo taxativamente: “SI LA MAYORIA DE FIELES CRISTIANOS EMPLEASEN DILIGENTEMENTE ESTE INSTRU­ MENTO DE SANTIDAD—LOS EJERCICIOS IGNACIANOS— SE PUEDE CONFIAR QUE, EN BREVE, SOFOCADA TODA CODICIA DE INTEMPESTIVA LIBERTAD Y RESTABLECIDA LA CONCIENCIA Y CUSTODIA DEL DEBER, DISFRUTE POR FIN LA SOCIEDAD HUMANA DEL APETECIDO PRESENTE DE LA PAZ .”

O sea que los Ejercicios Espirituales no forman “hom­ bres de sacristía", sino que son un medio providencial de forja de apóstoles, de acción social verdadera, de paz. No basta que algunos practiquen Ejercicios. Conviene que sea mayor número. Pío XI se quejaba un día del

lema “pocos y buenos". Si para iniciar las grandes em­ presas bastan pocos y buenos, llega el momento en que la masa es necesaria para actuar... También la masa tiene su importancia. Esta tendrá siempre necesidad de ser animada y dirigida, pero sólo ella puede, en defini­ tiva, ganar vastas y sólidas posiciones. El mismo Pío XI repetía que el “número es el multiplicador del bien". Y también rubricaba: “Aunque no es lo principal el nú­ mero, tiene siempre su importancia y su gran belleza... El número de los hombres católicos hace de multiplica­ dor de la verdad católica"

A través de los Ejercicios Ignacianos se trocarán en mejores cristianos, más apóstoles aptos para los traba­ jos de la Acción Católica, fervientes auxiliares de la Pa­ rroquia. Y también operarios activísimos de la acción temporal que quiere el Papa Juan XXIII en la Mater et Magistra: “Cuando en las actividades y en las instituciones tem­ porales se garantiza la apertura a los valores espirituales y a los fines sobrenaturales, se refuerza en ellos la efi­ ciencia respecto a sus fines específicos e inmediatos."

Todo esto reafirma lo que afirmaba rotundamente Pío XII en 2 de octubre de 1948: “LOS EJERCICIOS DE SAN IGNACIO SERAN SIEMPRE UNO DE LOS MEDIOS MAS EFICACES PARA LA REGENERACION ESPIRITUAL DEL MUN­ DO Y PARA SU RECTA ORDENACION , PERO CON LA CONDICION DE QUE SIGAN SIENDO AU TEN TI­ CAMENTE IGNACIANOS."

9 —Se insiste mucho en que lo más importante es el «humanismo cristiano» y la «acción temporal». —Estas legítimas metas son una pura ilusión y un activismo que no da ningún fruto verdadero cuando se prescinde de la vida interior. Juan XXIII nos lo dijo muy claramente: “Aquí está el secreto de la fecundidad espiritual de toda actividad, de toda forma de apostolado y el punto de partida para la renovación, tanto de las conciencias como de la vida

organizada, que de tantas partes se invoca. Cuando se presumiera conseguir esa transformación solamente con los medios huma?ios, aun lícitos y buenos, obtendría —queremos decir— con las dotes del ingenio y de la palabra, un activismo desconsiderado, se saldría del cami­ no. La acción exterior debe proceder de un fondo íntima­ mente impregnado de gracia divina, de la frecuencia de ¡os santos sacramentos de la confesión y de la comunión, de la continua oración, transmitida y realizada luego en la caridad. Tan sólo entonces la acción produce sus fru­ tos, que no son el brote efímero de un momento, sino la eficacia de una fuerza interior, alimentada en las fuentes mismas de la vida de Dios." Y para ello Juan XXIII, el Papa de la Mater et Magistra y del Concilio Ecuméni­

co Vaticano II, se complacía en ponderar para la “for­ mación interior, cultural y apostólica”, como “condición primera la práctica de los Ejercicios Espirituales. Este es. por tanto, el pensamiento de la Iglesia.

10 —Hace poco me vinieron a las manos unas hojas ciclostiladas en que hablaban de fracaso de unas tandas de Ejercicios y sustituían los Ejercicios por unas charlas mezcladas con fuegos de cam­ pamento y eliminación del Rosario. Decían que la juventud de hoy no es apta para Ejercicios porque es incapaz de una reflexión seria, por­ que padecen cansancio psicológico y porque les falta base humana. Y otras razones de tanto «peso» como éstas... —Muy mal concepto tienen de la juventud actual es­ tos supuestos y fracasados directores de tandas, según propia confesión. Exactamente al revés habla Pablo VI. Aquí está la trascendental carta al Cardenal Cushing, Arzobispo de Boston, del 25 de julio de 1966, en que le dice: “De los varios métodos recomendables para a cabo retiros para seglares, el método basado Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola, de su aprobación por el Papa Pablo III, en 1548,

llevar en los es des­ el más

utilizado. Los directores de Ejercicios, no obstante, no deben cesar nunca en ahondar su comprensión de la ri­ queza doctrinal y espiritual del texto ignaciano, y en expresar estas riquezas en los términos de la teología del Concilio Vaticano 11. Los Ejercicios no deben con­ vertirse en un estudio de documentos conciliares, pero el director debería presentar el discernimiento de los Ejercicios o de cualquier otro método que se utilice, en un contexto teológico familiar al seglar moderno. No obstante, sería un error diluir los Ejercicios Es­ pirituales con innovaciones que, aunque buenas en sí, reducirían la eficacia de un retiro cerrado. Actividades tales como encuestas religiosas y estudios de sociología religiosa tienen su lugar en la Iglesia, pero este lugar no está en un retiro cerrado, donde el alma, a solas con Dios, va generosamente a Su encuentro, y queda, en modo maravilloso, fortalecida e iluminada por El. De tales almas, el mundo tiene gran necesidad, como dice la Constitución Conciliar de la Iglesia en el Mundo Moderno: ’La naturaleza intelectual del hombre se per­ fecciona por la sabiduría, y necesita esta perfección. Pues la sabiduría atrae suavemente la mente humana a la indagación y al amor de lo que es bueno y verda­ dero. Impregnado por la sabiduría, el hombre pasa a tra­ vés de las realidades visibles a las invisibles. Nuestra era necesita tal sabiduría más que las edades pasadas, si los descubrimientos hechos por los hombres han de seguir humanizándose. Pues el porvenir del mundo pe­ ligra hasta que haya hombres más sabios... Es, final­ mente, por el don del Espíritu Santo que el hombre llega, mediante la fe, a la contemplación y aprecio del plan divino(Gaudium et Spes, N.° 15)."

Además, que en unos días de convivencia no se hable de la Virgen ni se anuncie el rezo del Santo Rosario de­ muestra un desconocimiento lamentable de lo que es en realidad la vida cristiana. Repetimos con toda la fuerza la luminosa sentencia de San Luis María de Montfort: “Quien no tiene a María por Madre no tiene a Dios por Padre." Y, ¿se ama de verdad a María cuando ni se hace

mención de Ella, ni se reza el Rosario?

11 -—¿Son indicados los Ejercicios para formar mi­ litantes obreros? —Expresamente lo dijo Pío XI en la Mens riostra. El gran apóstol de la J. O. C., Cardenal Cardijn, con su gran autoridad sobre esta materia, nos dice: “La experiencia me ha enseñado que los Ejercicios que se apartan de los de San Ignacio no forman los jóvenes de lucha, cual los necesitamos nosotros. Por esto prefiero que los militantes de la J. O. C. practiquen los Ejercicios según el método ignaciano” 12

—¿Pero después del Concilio continúa la urgen­ cia y la necesidad de la práctica de los Ejerci­ cios?

—Exactamente. Como uno de los mejores medios para vivir las enseñanzas conciliares. En 29 de diciem­ bre de 1965, clausurado el Concilio, Pablo VI pronunció una alocución de extraordinaria importancia y presenta los Ejercicios Ignacianos como la predicación más efi­ caz. Estas son sus palabras: i:Es necesario dar, especialmente en Italia, a la predi­ cación— no a la predicación amanerada, no a la predi­ cación panegirística o de ocasión, sino a la predicación que tiende a transfundir la Palabra y a entrañarla en el alma— una expresión más fuerte, más eficaz, más per­ suasiva de cuanto ha tenido hasta ahora. Y sabemos que la predicación más eficaz es precisamente la de los Ejer­ cicios Espirituales. Ya lo es, pero ¡cuánto debe todavía desarrollarse!, sea el contenido: ¡Ay, si los Ejercicios Espirituales, por tener aquel paradigma maravilloso y magistral que San Ignacio les ha dejado, vinieran a pa­ rar en una repetición formalistica y —diría—perezosa de este esquema! Se debe ver la profundidad de doctrina que este esquema contiene, la riqueza espiritual que de él dimana, la aplicabilidad enorme que descubre. Por tanto, es toda una reelaboración de los Ejercicios Espiri­ tuales la que Nos deseamos de veras sepan realizar nues­ tros buenos sacerdotes.”

13 —¿Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio son aptos para todos? —De tal manera lo son que la práctica de los mismos debería ser una costumbre del pueblo cristiano, dice Pablo VI. Pero puede saborear toda la fuerza de las me­ tas señaladas por el Sumo Pontífice: “Y además una extensión numérica. ¿Cuántos son los buenos católicos que hacen Ejercicios Espirituales? Aquí desgraciadamente debemos reconocer que en Italia esta­ mos más retrasados que en otros países. Si preguntáse­ mos: categoría de estudiantes: ¿cuántos son los estu­ diantes universitarios que hacen los Ejercicios Espiri­ tuales? Yo podría dar algunas estadísticas, porque las he seguido bastante; pero son estadísticas que, en verdad, dejan el corazón un poco desilusionado. Mientras tene­ mos otros países, tipo España, donde se cuentan a miles los que hacen Ejercicios Espirituales, los nuestros se cuentan a decenas. Debemos difundir esta fuente de sal­ vación y de energía espiritual, debemos hacerla posible a todas las categorías: a los adolescentes, a la juventud, a los obreros, estudiantes, estudiosos, personas cultas, enfermos, etc., etc. Este momento de intensidad y de reflexión sobre temas religiosos, que es precisamente lo que caracteriza a los Ejercicios Espirituales, debe llegar a ser una costumbre del pueblo cristiano, mucho, mucho más difundida y mucho más fomentada de cuanto ha sido hasta ahora ”

14 —A pesar de todo, a veces incluso de sacerdotes, he oído decir que los Ejercicios de San Ignacio son pasivos y poco indicados para las actuales generaciones. —No se puede evitar que se digan cosas peregrinas y absurdas. Pero ni ésta es la realidad, ni la experiencia, ni el pensamiento de Pablo VI. En 12 de agosto de 1966, en Castelgandolfo decía al Rvdmo. P. General de la Com­ pañía de Jesús en una audiencia que le concedió: “Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio deben tenerse en mucho, pues son la raíz y fuente de vuestra

espiritualidad y medio óptimo de apostolado. Se dice que algunos dudan de la actualidad y eficacia de los E je rc i­ cios en los tiempos presentes, más aún, se dice que en los miembros mismos de la Compañía no faltan quienes los tienen en menos. ¡Qué tremendamente yerran! L o s Ejercicios, estando como están enraizados en el puro espíritu del Evangelio, aun ahora deben ser tenidos por útilísimos y eficacísimos. ¡Ojalá se difundan más y más cada día! El servicio prestado a la Iglesia por la C om ­ pañía, por los Ejercicios, con dificultad puede ser sufi­ cientemente alabado. Es más claro que el sol que los Ejercicios, como otras cosas hoy en la Iglesia, deben ser adaptados a los tiempos modernos. Desearía que se di­ fundiesen ediciones óptimas y bien editadas del libro de los Ejercicios, como también de biografías de San Ignacio y de los demás Santos de la Compañía, las cua­ les, si fuesen bien escritas y de modo moderno, se mani­ festarían ser óptimo apostolado y un modo concreto de vivir los Ejercicios. Pienso, sobre todo, en los Semina­ rios. En los Ejercicios hay, principalmente en las reglas de discernimiento de espíritus, una regla óptima y m uy necesaria, sobre todo hoy, habiendo como hay en la evolución moderna muchas cosas buenas sin que falten las malas."

1— ¿A qué se debe la falta de vocaciones religiosas y sacerdotales? —Es un problema muy complejo. La respuesta sen­ cilla es: falta de espíritu cristiano entre los fieles, que no aprecian la vida religiosa. Pero podemos señalar al­ gunas causas: a) La vocación sacerdotal y religiosa exige espíritu de mortificación y sacrificio. Y hoy día no se quiere. b) Exige espíritu de obediencia; y hoy se tributa el culto a la personalidad, que se interpreta como sinóni­ mo de independencia y voluntariedad. c) Aun entre algunos religiosos y sacerdotes se ex­ tiende la creencia de que captarán mejor a la juventud haciéndose como ellos y apareciendo más como seglares que como religiosos o sacerdotes, con lo cual los segla­ res o laicos sacan la consecuencia de que no es menester cambiar de vida para ser buenos cristianos y perfectos. Y ésta es quizá la principal causa de la escasez de vo­ caciones.

2 —¿No es verdad que la vida religiosa ha caído ya en anacronismo? Hoy estamos en la época del posconcilio, época de libertad y madurez personal. —El Concilio, y el Papa en el posconcilio, alaban so­ bremanera la vida religiosa. No puede ser anacrónica una institución que radica en la doctrina del Evangelio y proviene de los mismos tiempos de los apóstoles. Los gérmenes de la vida religiosa los tenemos ya en el Ce­ náculo. La Iglesia, como sociedad visible, tiene las fa­ mosas cuatro notas, una de las cuales es la santidad. Y esta santidad precisamente se manifiesta en la vida re­ ligiosa. Pablo VI dijo: “Ante todo queremos destacar la máxima importancia de los Institutos religiosos y que el papel que desempeñan le es absolutamente necesario a la Iglesia en los tiempos actuales” (23 de mayo de 1964).

Ni la vida religiosa se opone a la libertad, ya que li­ bremente se escoge. Ni va contra la personalidad, ya que la mayor personalidad se manifiesta en saberse ven­ cer y someterse a los demás por Dios.

3 —¿Pero decrecen las vocaciones sacerdotales y religiosas? —Los mismos Papas se lamentan de esta tremenda desgracia. Mas que hablen las cifras, que son harto dolorosas y elocuentes. Leemos en ABC, de Madrid, del 28 de diciembre de 1963, estas noticias: “La jaita de vocaciones sacerdotales en un país de tan sólida tradición católica como Francia alarma seriamen­ te no sólo a la jerarquía eclesiástica, sino a los fieles. En efecto, en diez años las cifras de ordenación de sacerdo­ tes han descendido de un modo regular e inquietante. De 1.028 sacerdotes ordenados en 1951, 1963 no arroja más que 530, mientras que en 1960 fueron 595 los or­ denados. Frente a este fenómeno, la población presenta un au­ mento progresivo de tal forma que la proporción fielessacerdotes resulta preocupante: más de 45 millones de franceses para un total de 41.704 sacerdotes en las no­ venta y una diócesis del país. Las diócesis donde se

acusa más la jaita de sacerdotes son las de París, Versalles y Marsella, con un sacerdote por cada 3j056, 2.685 y 2.358 habitantes, respectivamente. Mientras tanto, en los Seminarios se procede a la for­ mación de sacerdotes capaces de responder a los tiempos actuales. El seminarista sale ahora todas las semanas para mantener contacto con el mundo exterior, asiste a la proyección de películas, sigue ciclos de conferencias científicas y alterna los estudios de Patrística con los de guitarra y los de Teología con el judo. No obstante, la falta de vocaciones es cada vez mayor, y esto para un país de indudable solera católica, resulta, más que para­ dójico, alarmante.”

4 —Eso en otras naciones, pero no en España. —También se equivoca. Desde la publicación de ciertas revistas y la difusión de ideologías desviadas, España sigue un camino de descensos alarmantes. Don Pedro Fernández Villamarzo, en un estudio de sociografía vocacional presentaba estos cuadros: Promociones

Alumnos ingresados

.1940-1952 ..........................................2.521 1941-1953 ................2.455 1942-1954 ................2.142 1943-1955 ................2.069 1944-1956 ................ 2.069 1945-1957 ................ 2.125 1946-1958 ................ 2.344 1947-1959 ................ 2.317 1948-1960 ................ 1.923 1949-1961 ................ 1.834 Según observamos en esta primera tabla, el volumen general de ingresos disminuye casi constantemente a partir de la primera promoción estudiada (1940-1952), que aparece con un total de 2.521 ingresos, hasta la úl­ tima (1949-1961), que arroja únicamente un total de 1.834 alumnos menores de nuevo ingreso.

2 —¿No es verdad que la vida religiosa ha caído ya en anacronismo? Hoy estamos en la época del posconcilio, época de libertad y madurez personal. —El Concilio, y el Papa en el posconcilio, alaban so­ bremanera la vida religiosa. No puede ser anacrónica una institución que radica en la doctrina del Evangelio y proviene de los mismos tiempos de los apóstoles. Los gérmenes de la vida religiosa los tenemos ya en el Ce­ náculo. La Iglesia, como sociedad visible, tiene las fa­ mosas cuatro notas, una de las cuales es la santidad. Y esta santidad precisamente se manifiesta en la vida re­ ligiosa. Pablo VI dijo: “ Ante todo queremos destacar la máxima importancia de los Institutos religiosos y que el papel que desempeñan le es absolutamente necesario a la Iglesia en los tiempos actuales” (23 de mayo de 1964).

Ni la vida religiosa se opone a la libertad, ya que li­ bremente se escoge. Ni va contra la personalidad, ya que la mayor personalidad se manifiesta en saberse ven­ cer y someterse a los demás por Dios.

3 —¿Pero decrecen las vocaciones sacerdotales y religiosas? —Los mismos Papas se lamentan de esta tremenda desgracia. Mas que hablen las cifras, que son harto dolorosas y elocuentes. Leemos en ABC, de Madrid, del 28 de diciembre de 1963, estas noticias: ‘‘La falta de vocaciones sacerdotales en un país de tan sólida tradición católica como Francia alarma seriamen­ te no sólo a la jerarquía eclesiástica, sino a los fieles. En efecto, en diez años las cifras de ordenación de sacerdo­ tes han descendido de un modo regular e inquietante. De 1.028 sacerdotes ordenados en 1951, 1963 no arroja más que 530, mientras que en 1960 fueron 595 los or­ denados. Frente a este fenómeno, la población presenta un au­ mento progresivo de tal forma que la proporción fielessacerdotes resulta preocupante: más de 45 millones de franceses para un total de 41.704 sacerdotes en las no­ venta y una diócesis del país. Las diócesis donde se

acusa más la falta de sacerdotes son las de París, Versalles y Marsella, con un sacerdote por cada 3J056, 2.685 y 2.358 habitantes, respectivamente. Mientras tanto, en los Seminarios se procede a la for­ mación de sacerdotes capaces de responder a los tiempos actuales. El seminarista sale ahora todas las semanas para mantener contacto con el mundo exterior, asiste a la proyección de películas, sigue ciclos de conferencias científicas y alterna los estudios de Patrística con los de guitarra y los de Teología con el judo. No obstante, la falta de vocaciones es cada vez mayor, y esto para un país de indudable solera católica, resulta, más que para­ dójico, alarmante.”

4 —Eso en otras naciones, pero no en España. —También se equivoca. Desde la publicación de ciertas revistas y la difusión de ideologías desviadas, España sigue un camino de descensos alarmantes. Don Pedro Fernández Villamarzo, en un estudio de sociografía vocacional presentaba estos cuadros: Promociones

1940-1952 1941-1953 1942-1954 1943-1955 1944-1956 1945-1957 1946-1958 1947-1959 1948-1960 1949-1961

Alumnos ingresados

2.521 2.455 2.142 2.069 2.069 2.125 2.344 2.317 1.923 1.834

Según observamos en esta primera tabla, el volumen general de ingresos disminuye casi constantemente a partir de la primera promoción estudiada (1940-1952), que aparece con un total de 2.521 ingresos, hasta la úl­ tima (1949-1961), que arroja únicamente un total de 1.834 alumnos menores de nuevo ingreso.

5 —Seguramente que se deben compensar la dis­ minución de ingresos con la mayor firmeza de los índices de perseverancia. —Desgraciadamente las cifras tampoco abonan ese jui­ cio optimista. Aquí tiene los diversos porcentajes de perseverancia infantil obtenidos para cada una de las diez promociones seminarísticas estudiadas: Promociones

1940-1952 1941-1953 1942-1954 1943-1955 1944-1956 1945-1957 1946-1958 1947-1959 1948-1960 1949-1961

% de perseverancia

29,5 28,1 28,4 29,6 31,0 27,7 28,4 25,9 25,0 21,9

la vista de esta tabla, hemos de concluir que la consistencia de las vocaciones sacerdotales en España no sólo disminuye sensiblemente—de un 29,5 por 100 que arroja la promoción de 1940-1952 casi un 22 por 100 obtenido por la de 1949-1961—, sino que desglosando todo este amplio período en dos decenios presentan éstos alarmante una muy distinta fisonomía en sus prome­ dios : una muy manifiesta seguridad y constancia en los años inmediatos a nuestra última guerra y una crecien­ te inconsistencia en el último decenio vocacional. A

6 —¿Se han resentido las ordenaciones sacerdo­ tales? —El contingente global de ordenaciones sacerdotales en España procedentes de vocación infantil—operando siempre sobre el total de los 47 seminarios estudiados— desciende rápidamente en las últimas promociones, se­ gún podemos apreciar en el siguiente cuadro:

1940-1952 1941-1953 1942-1954 1943-1955 1944-1956 1945-1957 1946-1958 1947-1959 1948-1960 1949-1961

.......... 746 .......... 690 .......... 604 ...........636 ...........643 ...........590 ........... 666 ........... 602 ........... 482 ........... 402

7 —Me figuro que, en Cataluña, donde se ha vi­ brado y vivido tanto el clima conciliar, será una excepción. —Le contestamos con las exactas palabras del enton­ ces Rector del Seminario Conciliar de Barcelona, actual obispo de Astorga, Dr. Briva, en El Correo Catalán, en 20 de febrero de 1966. A la pregunta: “ ¿Cómo andamos de vocaciones?”, contesta así: “ Desgraciadamente, mal. El último año en Cataluña han experimentado un des­ censo aproximado del 50 %. Pero parece ser que el fe­ nómeno ha sido general en todo el p a ís”

8 —Probablemente nuestra juventud huye de en­ casillarse en la vida de los Seminarios y prefiere la aventura heroica de las Misiones... —Le contestará directamente Pablo VI, en su discurso del 13 de mayo de este año: “Hemos asistido estos últi­ mos años a un descenso regular y preocupante en el reclutamiento de los Institutos misioneros. Hemos teni­ do ante los ojos durante el Concilio una estadística co­ municada por un Obispo, que mencionaba la cifra si­ guiente de peticiones misioneras en estos últimos años: Expediciones en 1952 .................... Expediciones en 1956 .................... Expediciones en 1961 ....................

850 650 330

Ultimamente las estadísticas generales de España in­ dican el descenso en el alumnado de los Seminarios a partir de 1963. En el curso 1961-62, los Seminarios espa­ ñoles recibieron a 4.405 alumnos. En el curso actual han habido 3.771 ingresos. Por otra parte, en el curso 1961-62 abandonaron los Seminarios 3.117 seminaristas sobre un total de 24.179; y en el curso 1965-66, los abandonos as­ cendieron a 3.857, mientras el total de seminaristas ha­ bía descendido a 23.135. Concretamente en Barcelona, contamos hoy con 363 seminaristas, lo que representa un centenar menos que hace diez años. En 1963: alum­ nos ingresados en Seminarios, 4.796. En 1966: alumnos ingresados en Seminarios, 3.771. Crecen también los abandonos de carrera. En 1965 abandonaron 1.147 alum­ nos. El Doctor don Casimiro Morcillo, Arzobispo de Ma­ drid-Alcalá, ha dicho en el reciente Sínodo Episcopal ce­ lebrado en Roma; “ Allí donde se contempla con aten­ ción el problema de las vocaciones, se puede notar que éstas disminuyen en los Seminarios que quieren estar más abiertos a las exigencias modernas, mientras aumen­ tan en los que se conservan más austeros.” (Ya, 14-

10-1967.)

9 —¿Este fenómeno es general? La revista Spiritus, 1964, n.° 20, pág. 320, suministra datos de cinco importantes congregaciones misioneras: La Congregación del Santo Espíritu (5.200 miembros), los Padres Blancos (4.120), los Misioneros del Sagrado Corazón (3.215), las Misiones Africanas de Lyon (1.820), las Misiones Extranjeras de París (906). En estos cinco Institutos hubo en Francia en 1951, 146 salidas para las Misiones. En 1956, 68. En 1961, 57. Un descenso de casi las dos terceras partes. De Alemania y Holanda, apenas suministran ninguna vocación las Congregaciones reli­ giosas que anteriormente brindaban 30 ó 40 vocaciones misioneras por año. Añádase a esto el fenómeno del número importante, incluso entre los que estudian en Roma. Y no digamos lo que esto significa ante el índice de cálculos del aumento de la población mundial. En seis años, en Africa y Asia han disminuido 3.000 Misio­ neros, insuficientemente reemplazados por un modesto

aumento del clero nativo. Mientras tanto, en seis años y sólo en Asia y Africa, en 12 millones han aumentado los cristianos y en unos cientos de millones los paganos. Sólo en Hispanoamérica ha habido un aumento, no muy grande, de Misioneros, enviados ya por Institutos Mi­ sioneros, ya por Diócesis. Los Seminarios católicos, en los Estados Unidos, disminuyeron en tres respecto al año anterior: son actualmente 123. Aunque los sacer­ dotes son 699 más, el número de candidatos ha bajado; y lo mismo sucede con los alumnos de los seminarios: 1.959 menos que el año anterior.

10 —Concretamente, ¿cuáles son las causas de esta caída de las vocaciones en un momento en que la prensa, los discursos y la literatura de ciertos sectores católicos respiran gran euforia y entu­ siasmo? —Pablo VI no duda en indicar que se sufre actual­ mente una apreciación unilateral de las necesidades materiales de los hombres, con olvido de la misión esencial de la Iglesia. Lo dice con esas palabras, en el discurso a que se ha aludido de mayo de 1966: “La sú­ bita toma de conciencia por parte de la opinión pública de las inmensas necesidades de los países en vías de desarrollo, lleva consigo ciertamente gestos admirables de generosidad, que nuestros predecesores y Nos mismos hemos sido los primeros en alentar y hasta en suscitar en cierta medida. Pero el poner el acento en las nece­ sidades materiales de tan desgraciadas poblaciones, co­ rría el riesgo de oscurecer algo entre algunos, lo que para la Iglesia resulta primordial: la transmisión de la palabra de Dios, la comunicación del mensaje de salva­ ción, en una palabra, la evangelización”

11 —¿No podría concretar dichas causas en puntos asequibles a todos los fieles cristianos? —El venerable Cura Párroco de Saint Etienne en Cogles, Padre Charbonnel, dedica unas páginas para sus feligreses sobre este tema. Manifiesta que en el Semina­ rio Menor de su Diócesis han ingresado 34 alumnos con­

tra 80, 100, 120 de los años pasados. Dicho venerable sacerdote señala estas causas como determinantes del descenso vocacional: “2,° El laicismo ambiente en que se desecan y mueren las vocaciones. 2.° La radio, la TV. en familia, el cine parroquial en donde los chicos son ad­ mitidos para ver películas reservadas para adultos. 3.° La supresión de obras de piedad en la mayoría de las Parroquias. En Cancale 300 madres de familia terciarias de San Francisco en 1900 daban algunos años más tar­ de 90 sacerdotes para la diócesis de Rennes. 4.° La su­ presión de la Cruzada Eucarística en muchas Parro­ quias. 5.° El laicismo práctico de muchas escuelas cris­ tianas en la que ni se cantan cánticos religiosos, ni se habla ya de Dios, y falta a los niños la atmósfera sobre­ natural de otros tiempos. 6.° La desaparición de los li­ bros de piedad en las familias, que no faltaban no hace mucho todavía como La vida devota, El combate es­

piritual, La imitación de Jesucristo, Vidas de Santos. 7° La falta de temas espirituales en la prensa católica que penetra en las familias y a veces su inmoralidad. 8.° El espíritu mundano y el materialismo de los padres que, en sus conversaciones, no hablan ante los niños más que de dinero, confort, placeres. 9.° La dimisión de loa padres que dejan a sus hijos hacer lo que les da la gana y no les acostumbran al esfuerzo, a la lucha, al sacrificio.” Y así continúa el sacerdote fijando y denun­

ciando causas más particulares.

12 —Es intolerable que los niños jovencitos ingre­ sen en los Seminarios. Solamente se debería ad­ mitir vocaciones sacerdotales de adultos. —Tal cuestión significa que realmente no se entiende la teología de la vocación. ¿Quién llama? ¿Dios o los hombres? Si llama Dios, no hay problema. Y El puede llamar como quiere y cuando quiere. Presentemos la doctrina que nos dan los Obispos franceses, que para algunos tienen la ventaja de no ser españoles y parecerles que están más al día. El Cardenal Feltin dice: “Una vocación merecida por las súplicas de una madre y por la fe ardiente de un padre, encuentra en el Seminario Menor un ambiente mucho más favorable que en cual­ quier otro colegio por bueno que sea. Que las familias

cristianas no se dejen arrastrar por este descrédito in­ justificado que se propala hoy contra los Seminarios M enores.” Monseñor Renard, Obispo de Versalles, afir­ ma: “El Seminario M enor es el medio normal querido por la Iglesia para probar, estudiar y cultivar la vocación al sacerdocio. No escoger los medios más aptos para lograr el fin puede llegar a ser una falta grave de im­ prudencia." Monseñor Lallier, Arzobispo de Marsella, ru­ brica : “ Muchos nunca llegarán a sacerdotes por no ha­ ber ingresado en el Seminario M enor." En una encuesta

llevada a cabo en Francia por Monseñor de Bézélaire se demostró que el 66,8 por 100 de los sacerdotes franceses habían comenzado la carrera eclesiástica antes de los trece años. La mejor edad para empezar la carrera ecle­ siástica es cuando el Señor hace sentir la vocación. Los que eliminarían los Seminarios Menores, consciente o inconscientemente, quieren despojar a la Iglesia de sacerdotes y religiosos, con ideas harto naturalistas so­ bre la esencia de la vocación.

13 —Parece que ya es hora que los católicos, si­ guiendo el espíritu conciliar, se lancen a la re­ forma de las estructuras temporales, y por tanto, se supriman los conventos de vida contempla­ tiva e incluso que no se haga propaganda de las vocaciones. Sigamos el Concilio de verdad. —Vamos por partes: Ha sido en el Decreto sobre la actividad misional de la Iglesia donde los Padres Conciliares han tenido el mejor recuerdo y las mejores alabanzas para la vida religiosa de clausura. Encuadradas en él—en ese docu­ mento palpitante de afanes, de trabajo y de conquistas misionales—, sus palabras resultan una respuesta con­ tundente a los que alguna vez se atrevieron a hablar de la inactividad de quienes calladamente realizan cada día en la Iglesia el más fecundo laborío en la viña del Señor. “Los Institutos de vida contemplativa— dice el Conci­ lio— tienen por sus oraciones, obras de penitencia y tri­ bulaciones, la máxima importancia en la conversión de las almas, pues es Dios quien, movido por las súplicas, envía obreros a su mies (cfr. Mat. 9, 38), abre las almas de los no cristianos para que escuchen el Evangelio

(cfr. Act. 16, 14), y hace germinar en sus corazones la palabra de salvación (cfr. Cor. 3, 7). Más aún, se ruega a estos Institutos que funden casas en lugares de misio­ nes, como hicieron ya no pocos, para que, viviendo allí de un modo adecuado a las genuinas tradiciones de los pueblos, den testimonio preclaro, entre los no-cristianos, de la majestad y de la caridad de Dios, así como también de la unión en Cristo/ ’ (Decr. cit., n.° 40.)

Estos conventos, pues, no solamente no son inútiles, sino que son necesarios. Necesarios en todas partes: en tierras de misión y en países cristianos. Porque “la vida contemplativa— ha dicho también el Concilio—pertene­ ce a la plenitud de la presencia de la Iglesia.” (Decr. número 18.) Sobre lo que se dice de no fomentar las vocaciones, repásese este párrafo: ‘'LOS SACERDOTES y los educadores cristianos pon­ gan un verdadero empeño en dar nuevo incremento a las vocaciones religiosas, conveniente y cuidadosamente se^ccionadas, que responda plenamente a las necesida­ des de la Iglesia. AUN EN LA PREDICACION ORDI­ NARIA trátese con más frecuencia de los Consejos Evangélicos y de las conveniencias en abrazar el estado religioso. Los padres, al educar a sus hijos en las cos­ tumbres cristianas, cultiven y defiendan en sus corazo­ nes la vocación religiosa.” (Decreto Perfectae Caritatis,

número 24.) Para terminar, recordemos la amarga y dolorosa que­ ja del gran Pío X II: ''Hoy quisiéramos tan sólo dirigirnos a aquellos, sacer­ dotes o seglares, predicadores, oradores o escritores que no tienen ni una palabra de aprobación o de alabanza para la virginidad consagrada a Cristo; a aquellos que, desde hace años, y a pesar de las advertencias de la Iglesia, y en contra de su pensamiento, conceden al ma­ trimonio una preferencia de principio sobre la virgini­ dad; a aquellos que incluso llegan a presentar el matri­ monio como el único medio capaz de asegurar a la per­ sonalidad humana su desarrollo y su perfección. Los que hablan y escriben así sean conscientes de su responsabilidad delante de Dios y de la Iglesia. Es pre­ ciso incluirles en el número de los principales culpables

de un hecho— disminución de las vocaciones religiosas femeninas—, del cuál Nos no podemos hablar sino con profunda tristeza.” (Alocución a las Superior as Genera­ les”, 15-IX-1952.) Esto es lo que dice el Concilio y la

Iglesia.

14 —He leído, escrito por mi teólogo de mucha nota, que los Seminarios están pasados de moda. Que los seminaristas no han de estudiar en un Seminario, sino en la Universidad, ni siquiera vivir en un Seminario, sino en casas particula­ res de pensión. —Conozco el autor, el libro y el periódico de Barce­ lona que se hizo eco de estos puntos de vista. Lo más grave del caso es que esto lo afirmó al mismo tiempo en que Pablo VI escribía estas palabras en su Carta al Car­ denal Tisserant (12-9-63): “ ... Se celebrará también la conmemoración del cuarto centenario del Decreto del Concilio Tridentino sobre la institución de los Seminarios, el 4 de noviembre, fiesta de San Carlos Borromeo, y Nos mismos estaremos pre­ sentes en dicha solemne ceremonia.” No queremos poner en duda la ciencia de dicho autor. Lo que sí ponemos en duda es la bondad de su aserto. Ha olvidado lo que Pío XII escribía en su Sacra Virginitas el 25-3-1954: “ Piensan algunos que los ministros sa­ grados no deben ser segregados del mundo, como en tiempos pasados, sino que deben ’estar presentes ’ en el mundo, y, por tanto, tienen que afrontar el riesgo ...” Y

a propósito de estas nuevas opiniones continúa el Papa: “ ...E s fácil ver lo falso y lo desastroso de ese modo de educar al clero y prepararlo a conseguir la santidad propia de su misión... Con mayor razón convenía apar­ tar del tumulto mundano al clero joven , para formarlo en la vida espiritual y prepararlo a alcanzar la forma­ ción sacerdotal o religiosa antes que entre en el comba­ te. Manténgasele en los seminarios o estudiando largo espacio de tiempo y reciba una formación diligente...

Los seminaristas y jóvenes religiosos deben ser trata* dos como plantas tiernas y delicadas” Entre dicho autor y Pío XII la elección ya está hecha.

15 —Es opinión de muchos que la formación de los seminaristas debe variar sustancialmente. Más humanismo y menos segregación. Más conoci­ miento del mundo y menos apartamiento maniqueo. En una palabra: modernización en todo. —Contesta la Sagrada Congregación de Seminarios, que en una carta maravillosa dirigida al Episcopado mundial en el II Centenario de la muerte de San Vicente de Paúl en 27 de septiembre de 1960, dice así: No es intención nuestra desarrollar de manera completa este tema, pero no podemos menos de compro­ bar con tristeza que ’una oleada de naturalismo’ parece haber penetrado en algún centro de formación eclesiás­ tica, muchas veces con la complicidad de quien, conde­ nando en bloque un pasado que se juzga insuficiente para plasmar las jóvenes generaciones sacerdotales, se esfuerza en ia búsqueda afanosa de métodos de ’moder­ nización’; o bien con la pasividad un poco fatalista de otros, quienes, aun lamentando en su corazón el peli­ groso viraje pedagógico, lo aceptan resignados como inevitable resultado de los tiempos. Se trata en estos ca­ sos de un proceso depresivo que ataca un poco todos los aspectos de la pedagogía eclesiástica. SU DENOMINA­

DOR COMUN PUEDE ENCONTRARSE EN UNA SEN­ SIBLE DISMINUCION DEL ELEMENTO SOBRENA­ TURAL. Las grandes realidades de una auténtica for­ mación eclesiástica, la oración, la íntima unión con Dios, el espíritu de mortificación, la humildad, la obediencia, la vida escondida, la" separación del mundo, van quedan­ do paulatinamente en penumbra, en nombre de un acti­ vismo que se disfraza de caridad. Se quiere ’comprender’ a nuestra edad y a los jóvenes que la representan; pero

en realidad no se hace más que ceder a sus deficiencias. Se tiene casi la impresión de que muchos educadores están poseídos del complejo de lo nuevo y lo descono­ cido, y lejos de frenar la carrera, la alientan con entu­ siasmo desconocido. Preocupados más de conceder lo que

agrada que de exigir lo que sirve, no tienen la valentía de pedir ni renuncias ni sacrificio. ... Los resultados de semejante orientación pedagógi­ ca se pueden ya notar en el Seminario. La languidez de la piedad, el desamor por el estudio en general y por las materias especulativas en particular, la disciplina sacudida en sus quicios fundamentales— el silencio, por ejemplo —y, sobre todo, la gran superficialidad que se advierte en varios sectores del campo educativo, no son ciertamente la mejor preparación para obtener los au­ ténticos apóstoles que se quiere dar a la Iglesia. Por tanto, antes de pensar, fundándose en métodos de dudosa validez, en hacer los sacerdotes de hoy, pon­ gamos todo nuestro empeño en hacer el sacerdote de siempre.”

16 —Algunos me han dicho que el Concilio ha va­ riado totalmente esas orientaciones. —Es una pura fantasía esta afirmación. Basta leer el Decreto sobre la Formación Sacerdotal. Fíjese bien: uLos Seminarios Mayores son necesarios para la forma­ ción sacerdotal... la formación espiritual ha de ir ínti­ mamente unida con la doctrina y la pastoral... Am en y veneren con amor filial a la Santísima Virgen María, que al morir Cristo Jesús en la Cruz fue entregada como Madre al discípulo. Cuídense diligentemente los ejercicios de piedad recomendados por santa costum­ bre de la Iglesia... Los alumnos que, según las leyes santas y firmes de su propio rito, siguen la venerable tradición del celibato eclesiástico, han de ser educados cuidadosamente para este estado... Hay que avisarles de los peligros que acechan su castidad, sobre todo en la sociedad de estos tiempos... Toda la vida del Seminario, impregnada de afán de piedad y de gusto del si­ lencio y de preocupación por la mutua ayuda, ha de or­ denarse de modo que constituya una iniciación en la vida que luego ha de llevar el sacerdote... Las discipli­ nas teológicas han de enseñarse a la luz de la fe y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia... Aprendan luego los alumnos a ilustrar los misterios de la salvación cuanto más puedan, y comprenderlos más profunda-

mente y observar sus mutuas relaciones por medio de la especulación, siguiendo las enseñanzas de Santo To­ más; aprendan también a reconocerlos presentes y ope­ rantes en las acciones litúrgicas y en toda la vida de la Iglesia; a buscar la solución de los problemas humanos bajo la luz de la Revelación; a aplicar las verdades eternas a la variable condición de las cosas humanas y a comunicarlas de un modo apropiado a los hombres de su tiempo... Fórmense cuidadosamente en el arte de dirigir las almas, a fin de que puedan conformar a todos los hijos de la Iglesia a una vida cristiana totalmente consciente y apostólica, y en el cumplimiento de los de­ beres ae su estado; aprendan con igual cuidado a ayudar a los religiosos y religiosas para que perseveren en la gracia de su propia vocación y progresen según el es­ píritu de los diversos Institutos.”

Estas son algunas de ias características que los Se­ minarios y sus alumnos han de tener según el Concilio Vaticano II.

17 —Para la formación de los seminaristas es ne­ cesario dei todo, para estar a la altura de la hora actual, que asistan a espectáculos públicos, concretamente al cine. También, sin reparo olguno, estar al día en radio y TV. —Le contestaré con palabras del Cardenal Felici—má­ xima autoridad en doctrina conciliar—, que ha dicho a los seminaristas: “En nuestros días el problema del cine, de la radio v de la televisión preocupa no sólo res­ pecto a los jóvenes, que como se suele, o se solía decir, viven en el mundo, sino también para los mismos lla­ mados al sacerdocio y a la vida religiosa a los que ac­ tualmente se han abierto tantas puertas. Nadie, ciertamente, niega los valores positivos que tales instrumentos tienen para la formación de los can­ didatos al sacerdocio y para su preparación al futuro ministerio sacerdotal, pero ninguno al mismo tiempo podrá negar que un uso indiscreto e inmoderado de los mismos, atendida sobre todo la decadente calidad moral de muchas de sus producciones, sean para el joven se­ minarista o religioso un peligro, no leve, no sólo para

su vocación, sino para su misma integridad moral.” (L ’Osservatore Romano, 7-XI-67).

18 —No obstante es cosa completamente admitida que los sacerdotes asistan con toda libertad a los espectáculos públicos. Además, únicamente con su presencia pueden ilustrarse y capacitarse para la pastoral de nuestros dias. —Sobre este tema ha escrito el Excmo. y Rvmo. Sr. Don Antonio Añoveros, Obispo de Cádiz: “Si me dije­ rais que sois humanos, que necesitáis distraeros, que el cine puede ser un lenitivo para vuestras preocupa­ ciones pastorales, me permitiría aconsejaros que bus­ quéis vuestras distracciones y lenitivos en los puros goces de la vida sacerdotal: el bien, las almas, la inti­ midad con Dios, el ofrecimiento generoso del negarse a sí mismo , el esparcimiento que no perturbe la pujanza espiritual de vuestro sacerdocio. Se ha esgrimido con gran profusión el argumento de que es muy conveniente a los sacerdotes estar al tanto de las novedades cinema­ tográficas, a fin de poder formar e ilustrar a los fieles en su conciencia de espectadores. La conciencia de los espectadores adquirirá su solidez en el conocimiento y ampliación de la clara doctrina moral sobre los espec­ táculos y vicisitudes humanas, m uy sabida por todos los sacerdotes... Acaso tengamos que confesar lo poco o nada que nos ha enseñado el cine, en orden a una capacitación más actualizada de formadores. En diá­ logo sincero con algunos sacerdotes, influidos por esta desmesurada preocupación actualizante, guiados de muy recta intención, he oído más de una vez: es verdad, después de todo, de poco o nada nos ha servido. ¡Si hu biéramos orado más! Existe para nosotros, sacerdotes. una suprema razón. Que ha de pesar de todas las pre­ ocupaciones apuntadas, aun salvados todos los inconve­ nientes de desedificación a los fieles, la afición al cine o espectáculos similares produjeran tan sólo un debili­ tamiento de nuestros entusiasmos genuinamente sacer­ dotales, significarían una clara voluntad de Dios: De­ biéramos abstenernos.”

XV — PRACTICAS SACERDOTALES DE PIEDAD 1 —¿Verdad que ahora con la renovación litúr­ gica debe suprimirse la oración mental» el exa­ men diario de conciencia y la lectura espiritual? —El Concilio no ha suprimido medios que la experiencia y la práctica de los santos enseñan que son necesarios para llegar a la santidad, en la que se logra la única vida litúrgica real. Lo demás será ritualismo, teatro, exterioridades. Además, el Concilio en el decreto Presbyterorum ordinis dice concretamente: “De muchas formas especiales por la recomendada oración mental y variadas fórmulas de oraciones, que eligen a su gusto, los presbíteros buscan y piden instantemente a Dios aquel verdadero espíritu de oración con que ellos mis­ mos, juntamente con la plebe que se les ha confiado, se unen íntimamente con Cristo mediador del Nuevo Testamento, y así pueden clamar como hijos de adop­ ción ’Abba, Padre’ ” (n.° 14). Pablo VI decía a los semi­

naristas el 13 de noviembre de 1965, refiriéndose en concreto a la meditación: “¿Serán éstas, acaso, amadisimos sacerdotes y seminaristas, prácticas superadas y anticuadas? No, que son ahora como antes lo fueron , la norma segura para poner en la propia persona y en la actividad el signo del ’alter Christus*. Más aún, ellas

ofrecerán manantial puro de renovación perenne, de progreso y desarrollo ” El mismo decreto afirma: “Los ministros de la gracia se unen íntimamente a Cristo, Salvador y Pastor por medio de la fructuosa recepción de los sacramentos, es­ pecialmente por el frecuente acto sacramental de la penitencia, puesto que, preparado con el examen diario de conciencia, favorece tantísimo la necesaria conversa­ ción del corazón al amor del Padre de las Misericor­ dias"’ (n.° 18). También el Decreto habla de “la lectura divina” para ”buscar cuidadosamente las señales de la bondad divina y los impulsos de su gracia en los varios aconteceres de la vida y hacerse con ello, más dóciles cada día para su misión recibida en el Espíritu Santo” (n.° 18).

—El Decreto precitado contradice tan absurda afir­ mación : “ Para cumplir con fidelidad su ministerio, gus­ ten cordialmente el coloquio divino con Cristo Señor en la visita y en el culto personal de la Sagrada Eucaris­ tía” (n.° 18). Pablo VI a los seminaristas, les habla del coloquio de las visitas eucarísticas (13-11-65). Y grave­ mente afirma Pablo V I: “ Cuántos problemas y peligros, cuántas angustias se evitarían en las existencias sacer­ dotales si se mantuviese y acrecentase la vida inte­ rior” (id.). En la Mysterium Fidei de nuevo el magisterio ponti­

ficio renueva y apremia para las visitas al Santísimo. En una homilía pronunciada en la catedral de Milán, en la fiesta de San Carlos Borromeo, el Cardenal dell’Acqua habló de las dificultades de la Iglesia en este pe­ ríodo posconciliar. Las dificultades existen, dijo. Sólo los superficiales disminuyen su gravedad. “Conviene afrontar estas dificultades con sangre fría—prosiguió el Cardenal—. Y no desestimando un pasado glorioso. No considerando como sobrepasada toda aquella realidad de otro tiempo. Tampoco reduciendo el Magisterio de la Iglesia y del Papa a un simple formulismo. Sin tra­ tar de imponer nuevas teorías peligrosas que terminan de conmover los mismos fundamentos de la fe reve­ lada, conduciendo a un nefasto relativismo. No poniendo la autoridad en crisis. No disminuyendo la importancia de la oración, hoy como ayer y como mañana, el alma de todo apostolado auténtico. No sembrando la turba-

cíón y la incertidumbre en la Iglesia. No introduciendo modificaciones arbitrarias y democratizar la Iglesia como si lo esencial de su estructura no estuviera en la obra de su Divino Fundador. No invocando—torcida­ mente—las palabras de un Papa—Juan X X III—que ciertamente habló de un aggiornamento sano, no de una conmoción.” Sería una verdadera injusticia, añadió el Cardenal dell’Acqua, atribuir a un Papa, cuya doctrina fue tan pura y tan ortodoxa, las teorías y tendencias de ciertas personas que se ignora si están en el camino recto. Su magisterio, que se adapta a las necesidades mo­ dernas, concuerda sustancialmente con el de Pío XII y el de Pablo VI. Por otra parte, ni puede dejar de haber una continuidad sustancial en el magisterio de los Papas Bajo ciertos aspectos, concluye el Cardenal, la actual época posconciliar se parece a aquella que conoció San Carlos Borromeo tras el Concilio de Trento. H oy como entonces, la oración debe ser el alma de la renovación católica. “ Sí, es necesario orar intensamente. H oy —igual­ mente en el clero— se ora menos que ayer. Y tal vez no es la última de las causas y de las explicaciones de las grandes dificultades en que nos debatimos actualmen­ te.” Una oración más intensa, nos valdría a todos la gra­ cia de una adhesión más íntima a la enseñanza del Papa, que debe aparecer tal como es realmente, de he­ cho y de derecho: Vicario de Nuestro Señor. (La Croix, 1 noviembre de 1967.)

2 —Hay el criterio en algunos que los sacerdotes

actualmente no hemos de impulsar la Adoración Nocturna, por tratarse de una piedad individua­ lista y anacrónica; sino fomentar apostolados de signo comunitario y social.

—Contestaremos con palabras del Cardenal Enrique Tarancón, Primado de España, que pertenece al Consilium y goza de un prestigio extraordinario por su de­ dicación a la Acción Católica: “Esto para mí es gravísimo por el peligro de caer en un liturgismo pernicioso, en un exteriorismo que le ha-

ría

perder su intimidad y que es preciso corregir. La Adoración Nocturna no ha perdido su actualidad; ahora y en estas circunstancias la Adoración Nocturna, por ser una adoración cualificada ante el .Santísimo y por llevar unido el sacrificio, tiene una actualidad extraor­ dinaria, más, muchísimo más que antes. Pues cuando la Iglesia se lanza a la empresa evangelizadora que el Concilio propone, es cuando se necesita cubrir de una manera especial ese flanco del dispositivo católico que es la oración y el sacrificio. Por apostolado se entiende como actividad y agitación, pero menos como acción y sacrificio. Y, sin embargo, la actividad sin la oración sirve para muy poco; la agitación sin el sacrificio es siempre estéril. Por eso la Adoción Nocturna no ha per­ dido su actualidad, sino que tiene una más.”

XVI — ¿YA NO HAY LIBROS PELIGROSOS? 1 —¿Verdad que el fea dicho |k ya se pueden leer todos los Ubres, porque aoiais adul­ tos en la fe? —Esto no lo ha dicho el Concillo por la sencilla ra­ zón de que no lo puede decir. Ciertamente hay libros malos y libros buenos. Un libro bueno puede convertir a un pecador como a San Agustín y San Ignacio les su­ cedió o hacer perder la fe como a tantos que han sido víctimas de este engaño por leer libros sectarios e in­ morales. 2 —Pero las ideas de los Ubres m perjudica», y además la inteligencia no peca. El Cardenal Plá y Daniel, en la famosa Pastoral titu­ lada Los delitos del pensamiento y los falsos ídolos in­ telectuales, atribuye la responsabilidad de la guerra de España de 1936-1939 concretamente a la mala prensa y a los malos libros, con estas palabras: “En el fuero in­ terno y ante Dios hay errores culpables, hay 'pecados del entendimiento\ hay apostasías responsables; en el fuero externo y civil hay también 'delitos de cátedra y delitos de prensa*, y la labor del intelectual, del pro­ fesor y del periodista, que siempre debiera ser labor de

cultura y de moralización, es en algunos casos labor verdaderamente criminal, subversiva del Estado, co­ rruptora de la juventud y envenenadora del pueblo. ’Debe acabar la idolatría del intelectual sólo por serlo y el fetichismo del libro, cualquiera que sea su contenido. ¡Cuán tremenda es la responsabilidad en la actual tra­ gedia de España de muchos profesores de Universidad, que no ya solamente en el orden doctrinal, lo cual ya es muy condenable, sino aun en el del proselitismo po­ lítico. fomentaron la revolución entre la juventud!’ ”

3 —Era intolerable la intervención de la Iglesia denunciando y censurando algunos libros como si realmente fueran nocivos... —Le contestaré con palabras del Cardenal Ottaviani, pronunciadas el 16 de noviembre de 1959: “La Iglesia es una madre. ¿Puede una madre permanecer impasible, limitándose a lamentar, desviar su mirada horrorizada, cuando uno de sus hijos hace ademán de acercar a sus labios el cáliz que contiene veneno? La intervención de la Iglesia en las cuestiones de doctrina constituye parte integrante de su mandato y de su potestad fundamenta­ les, lo cual atestiguan los orígenes más lejanos, o sea primitivos de la Iglesia... Es un acto de magisterio de Aquella que es Maestra en nombre y en lugar de Cristo. Dejaría ya de ser Iglesia, si no juera maestra, y si no corrigiese, no sería maestra. Enseñar implica, igualmen­ te. corregir, porque la verdad no es posible exponerla a los hombres sir. rechazar, a la vez, los errores

4 —Tengo entendido que ahora se ha suprimido el Indice de libros prohibidos, y, por tanto, ya no se peca si uno lee cualquier libro. —Sabrá toda la verdad sobre esta cuestión si lee la nota dada por la Sagrada Congregación de la Doctrina de la Fe, del 15 de junio de 1966 y el comentario que publicó L ’Osservatore Romano. He aquí sus párrafos esenciales:

“El Sumo Pontífice Pablo VI, felizm ente reinante, que al respeto y a la defensa del patrimonio doctrinal y moral del pasado une sagazmente la sensibilidad por los problemas de la conciencia moderna, en el ’M otu Proprio’ Integrae servandae (7 diciembre 1965), tenien­ do también en cuenta el deseo de los Padres conciliares, reformó la estructura y el espíritu de la antigua Con­ gregación del Santo Oficio, conservando su competencia acerca la vigilancia y defensa de la integridad de la fe y costumbres, pero moderando el rigor jurídico y asig­ nándole un método más positivo y más pastoral. El Papa ha establecido que la renovada Congregación, antes de condenar un libro, se ponga en contacto con el autor, tenga en cuenta el ambiente donde el libro ha nacido, escuchando el parecer de los obispos, y consi­ dere la condenación formal como una *extrema ratio’. En el Documento Pontificio Integrae servandae no se menciona el Indice, el cual formaba parte de la estruc­ tura del Santo Oficio; por consiguiente, hay que afir­ mar que el Indice, como tal, ha dejado de existir. Entre tanto, muchos obispos han preguntado a la Santa Sede por la suerte del Indice: a tales justificadas peticiones responde la anterior Notificación publicada en este mismo periódico, y firmada por el Cardenal ProPrefecto de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, previa aprobación del Santo Padre. La Notificación declara ante todo que el Indice, de hoy en adelante, no tiene ya valor jurídico de ley ecle­ siástica con las sanciones anejas contra los libros pro­ hibidos y quienes los leyeren, conserven o difundan; per­ manece, sin embargo, en pleno vigor su significado y su valor moral, en el sentido que se pide a toda con­ ciencia cristiana el deber de evitar, de acuerdo con las exigencias del derecho natural, la lectura de libros pe­ ligrosos para la fe y las costumbres. Violar deliberada­ mente esta obligación es pecado, aun cuando no se in­ curra en pena eclesiástica alguna. Por tanto, la Iglesia hace hincapié sobre la conciencia madura de los fieles (lectores, autores, editores, educa­ dores); y sobre todo confía en la labor vigilante de los obispos y de las Conferencias Episcopales, que tienen el derecho y el deber de tutelar la fe y la moral de sus fieles, controlando, previniendo y, si hay lugar, repro­ bando los impresos m alos”

5 —He leído en un autor español que es muy be­

neficiosa la lectura de las obras de Unamuno. Que únicamente problematizando la fe al estilo de Unamuno ésta se arraiga. —Estos disparates son muy manoseados. Se puede re­ cordar que dos obras de Unamuno la Iglesia las tiene en el Indice desde el 23 de enero de 1957. Además, L ’Osservatore Romano del 31 del mismo mes y año comen­ taba así: “Esperamos que la ’advertencia’ incluida en el Decreto del Santo Oficio induzca a meditar seria­ mente a cuantos se han dejado engañar por aquellos que, en nombre de una llamada superior convivencia de las diversas concepciones de vida, pretenden poner en el mismo plano a los grandes luminares del pensa­ miento católico español y al herético Unamuno. Espere­ mos de este modo que los católicos sean preservados de los peligros que escritos de tal género representan para la f e ”

6 —Hace poco en la biblioteca de unas religiosas

vi las obras completas de Ortega y Gasset. Me gustó mucho comprobar la comprensión de es­ tas religiosas tan abiertas y alertadas. Por cier­ to que era un Noviciado.

—Mi simple comentario es reproducirle el documento de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universi­ dades, dado en Roma el 21 de agosto de' 1961, en que se dice: “ Excmo . Sr.: Es sabido que las obras del escritor 7osé Ortega y fíasset abundan en varios errores que en manera alguna sua compatibles con la doctrina católica. Por este motivo, esta Sagrada Congregación, debida y maduramente consideradas todas las cosas, decretó que se retiren de las Bibliotecas de los Seminarios los es­ critos de dicho autor. El comunicarlo a V. Excelencia Rdma., estamos seguros que por lo que se refiere a Vuestro Seminario, será solícitamente llevada a efecto esta decisión. Deseando de corazón todo bien en mis oraciones por V. E. pide al Señor una óptima salud y queda de V. Excelencia Rdma. adictísimo en Cristo Je­ sús, JOSE, CARDENAL PIZZARDO, PREFECTO.— DIÑO STAFFA, SECRETARIO."

7 —¿Cómo se explica que se editen libros que con­ tienen errores y quizá herejías y llevan no obs­ tante la aprobación eclesiástica? —No hay que afirmar sin más que contengan here­ jías o errores. Téngase en cuenta que muchas veces nos chocan ciertas doctrinas que no son erróneas plena­ mente, sino que dan lugar a malas interpretaciones. En estos casos sería conveniente que el censor hiciese po­ ner alguna nota aclaratoria u orientadora. Puede ser, sin embargo, que a veces se escapen here­ jías o errores. Esto es debido a varias causas. 1.* A ve­ ces el censor se encuentra cargado de trabajo y se fía del nombre del autor, o lee demasiado por encima el libro; y se le escapan los gazapos. 2* Puede darse el caso de que los errores sean muy sutiles y su descubri­ miento exijan la perspicacia de un perito. Y así podría­ mos encontrar otras razones. En todo caso la respon­ sabilidad es del censor. No hay que culpar al Obispo, que se ha fiado de sus oficiales. Si ocurre cierta fre­ cuencia en tales descuidos, el Obispo ya cuidará de re­ mover del cargo de censor a los ineptos. 8 —¿La Santa Sede renuncia a toda intervención

sobre esta materia?

—De ninguna de las maneras y así explícitamente lo afirma en la mencionada nota: “En el caso de que se publicaran doctrinas y opiniones contrarias a la fe y a las costumbres, y sus autores, una vez invitados a corregir sus errores de forma hu­ mana, se negaran a hacerlo, la Santa Sede empleará su derecho de oficio de condenar públicamente estos es­ critos, con el fin de mirar con firmeza por el bien de las almas. Finalmente se proveerá debidamente para que el juicio de la Iglesia sobre las obras publicadas llegue al conocimiento de los fieles”

9 —Resultaba inadmisible y escandaloso que in­ cluso libros que gozaban de la censura eclesiás­ tica de los Obispados merecieran posteriormente condenaciones del Santo Oficio. —Ya en su día contestó a esta dificultad el Cardenal Ottaviani con estas palabras: “Ciertas intervenciones de la Santa Sede han sorprendido cuando se trataba de libros que ya ostentaban el ’Imprimatur\ Demuestran éstas que, por parte de los revisores y censores, incluso dotados de competencia, se impone una mayor perspica­ cia, y que el papel de Roma consiste en dar cuando juzga oportuno, advertencias que, tocando directamente a un libro determinado, se refieren a teorías peligrosas de personas, a las que no cabe negar una dosis de bue­ nas intenciones, pero en las cuales se reconoce una afi­ ción extremada en favor de ciertas orientaciones. Tiénese un ejemplo con ciertas intervenciones relativas a los libros de sexología o de iniciación conyugal, la cuál parece haber llegado, en estos últimos tiempos, a ser la preocupación principal y el fondo del ministerio sacer­ dotal, para ciertas personas encaprichadas con esta lite­ ratura."

10 —¿No se peca leyendo libros ateos e inmorales? —No se queda excomulgado. Pero se peca gravemen­ te cuando uno se pone en peligro próximo de pecar grandemente; y en general se puede pecar cuando se comete temeridad, imprudencia o ligereza, por ejemplo, leyendo sin razón suficiente y sin las debidas precau­ ciones obras malas. Los que editan, venden, anuncian, ayudan a la difu­ sión de libros gravemente peligrosos: Pecan gravemente

por ofrecer y poner en ocasión próxima de pecar a otros, con lo que pueden arruinar su fe y la de otros, que es el mayor de los males, como el que, pudiendo, no aparta por negligencia, por lucro, por respeto humano o por lo que sea, los dulces envenenados que están al alcance de los niños. Los que, pudiendo, no avisan, no prohíben, aun con penas, no mandan retirar los libros gravemente peli­ grosos: Pecan gravemente por omisión grave.

Y nos referimos a las lecturas que ahora se difunden con profusión, como: Vida de Jesús, de Renán; Cándi­ do, de Voltaire, etc., etc.

11 —¿Qué es peor, un libro totalmente malo, co­ nocido por tal (p. ej., las obras de Voltaire, las obras claramente comunistas, etc.) o los libros que, conteniendo cosas buenas, y aun muy bue­ nas, y presentándose como cristianas y aun pia­ dosas, contienen errores en cosas sustanciales? —La respuesta es sencilla con una comparación: ¿Qué es peor, una botella llena de veneno y con una etiqueta clara que lo indica, o un pastel muy bien presentado y apetitoso, pero que contiene muy escondidas y disimu­ ladas pequeñas partículas venenosas? En sí es peor la botella de veneno, pues todo en ella es veneno. Pero el pastel referido es mucho más perjudicial. Porque el veneno que como tal se presenta nadie razonable lo tomará; en cambio el pastel que contiene “muchas co­ sas buenas” fácilmente será ingerido por el atractivo de éstas, y con ellas se tragarán sin darse cuenta las par­ tículas venenosas. De esa clase de libro hay ahora una verdadera plaga y son una de las grandes causas del desastre religioso que estamos viviendo. Y los Pastores de almas tienen la grave obligación de detectar el veneno que contienen y avisar a los fieles del grave peligro de su lectura. Y faltan gravemente a su deber, si, pudiendo, aunque sea a costa de lo que sea —prestigio, respetos humanos, conflictos, porvenir, et­ cétera—, no lo hacen.

12 —¿Qué pecado se comete si «se hace desapare­ cer» de la forma que sea algún libro que consta con certeza que es gravemente peligroso para la fe o las costumbres? —No se comete ningún pecado, sino por el contrario, se hace una obra grandemente meritoria. Como el que hace desaparecer el pastel con partículas venenosas o

la botella de veneno que están al alcance de los que, engañados, pueden ingerirlo. Por el hecho de que con esto se pueda perjudicar a los poseedores (vendedores, propietarios, etc.), se pue­ den dar dos casos: que lo posean con conocimiento de que es cosa mala, y entonces hay mala fe. Y en este caso, se puede hacer con toda tranquilidad, pues el tal poseedor paga—y muy poco—su merecido. En el caso de que el poseedor ignore el contenido del libro y lo tenga de buena fe, también se puede y se debe hacer desaparecer dicho mal libro, aunque sea con perjuicio m u y lamentable de dicho poseedor; es un mal que no se intenta, pero que es imprescindible para un bien mucho mayor o por evitar un mal que absolutamente debe evitarse. Y le será también un bien para él, para ser más cauto en otras ocasiones y no ponerse a cola­ borar con un mal tan grande. Por otra parte, no se le hace sino una cosa que él mismo tendría que hacer bajo pecado grave, si se enterase de la mala mercancía que posee: destruirla, como el que ha comprado con buena fe unos alimentos para vender, creyendo que eran buenos y resulta que son venenosos; tiene obli­ gación de destruirlos, aunque sea con gran perjuicio material su3ro.

13 —Hay que eliminar la piedad pesimista, par­ ticularmente este libro horrendo y antipático que es la «Imitación de Cristo», de Kempis. —No hablan así ni los Santos ni los Papas. Pío XI en la Mens nostra lo llama “Aureo librito”. Era el libro preferido de Juan XXIII. ¿Por qué llaman al Kempis horrendo y antipático? ¿Porque prodiga alabanzas a la cruz y a la mortificación? Si de ahí le viniese, también por este título, sería preciso catalogar entre los pesimistas al Concilio, a Pablo VI, a Juan XXIII, a todos los Santos e incluso a Cristo Nuestro Señor. Todos han hablado de la cruz. Todos han amado la cruz. Todos se han abrazado con la cruz. No pretendemos citar a muchos. Ni es necesa­ rio. Recordemos solamente algunos textos del Papa ac­ tual. Son palabras suyas:

“Sigue vigente la necesidad de la penitencia; no se puede aminorar la penitencia. Las palabras de Cristo es­ tán ahí proclamando: ’Si no hacéis penitencia, todos pereceréis.’ Y lo dice dos veces en el Evangelio de San Lucas, que de ordinario prefiere registrar las efusiones misericordiosas de Cristo. Es necesario hacer peniten­ cia. Cualquiera, desde esta cortísima premisa, podrá pro­ seguir por su cuenta y seleccionar en el Evangelio, en todo el Nuevo Testamento, los demás textos que lo con­ firman, con gravedad que no admite discusiones ni re­ ducciones: que es preciso llevar la cruz” (S febrero 1967).

Y el Viernes Santo de 1966: “H oy demostramos una menguada disposición para admitir las grandes verdades. Bien considerada, toda la orientación de la educación moderna está plenamente dirigida a un cierto hedonismo, hacia la vida fácil, hacia la supresión de la cruz del programa diario. No se quiere sufrir. Y cuando llegan las contrariedades el interior las rechaza, considerándolas como un insulto a la Provi­ dencia y a nuestro destino. El hombre llega a tocar la Cruz del Señor, pero no quiere llevarla. Hasta en la interpretación del Evangelio, ¡cuántas veces se trata de suprimir las páginas de la Pasión de Cristo, para recoger en el libro divino solamente lo que puede hacer la vida bella, espléndida, poética, tranqui­ la! Porque la página sangrante y trágica de la Cruz pone miedo y no se quiere leer nunca. Aún hoy, des­ pués del Concilio, con frecuencia se presenta la tenta­ ción de considerar fácil el cristianismo, de aceptarlo en sus aspectos cómodos, pero sin ningún sacrificio, tratando de conformarlo con todos los aspectos habitua­ les de la vida mundana. No es así. No debe ser así. Si es verdad que la nueva disciplina de la Iglesia trata de hacer viable la vida cris­ tiana y mostrar sus valores positivos, estemos atentos: el cristianismo no puede ser desembarazado de la Cruz. La vida cristiana ni siquiera se puede imaginar sin el peso grande y fuerte del deber, ni siquiera se puede te­ ner como tal sin el padecimiento, sin el misterio pascual del sacrificio. El que trate de quitar esta realidad de la

vida se engaña a sí mismo y desnaturaliza el cristianis­ mo; hace del cristianismo una interpretación muelle y cómoda de la vida, mientras que el divino Maestro, Nues­ tro Señor, dijo a todos que es preciso llevar la Cruz, con sus asperezas, sus dolores, su exigencia absoluta y, si es necesario, también trágica

No podemos negar cierto aspecto pesimista de algunas frases de la Imitación de Cristo. A menudo menosprecia las honras, las riquezas, la ciencia...

Es en este sentido que el autor de la Imitación de Cristo desestima dichos honores, riquezas, placeres. Lo que a él le interesa es hacernos encontrar lo único grande, digno, perenne: El Amor de Dios. Y todas las otras cosas: riquezas, ciencia, honores... las hemos de buscar y utilizar conforme a la sabia regla de San Igna­ cio, tanto cuanto nos ayuden a amar a Dios. Debemos apartarlas en la medida, tanto cuanto nos impiden el amor de Dios. Nos haríamos interminables si quisiésemos justificar con textos lo que venimos exponiendo. Valga por mues­ tra este hermosísimo párrafo del capítulo sobre el ma­ ravilloso efecto del amor divino: “Nada hay más dulce que el amor, nada más fuerte, nada más alto, nada más alegre, nada más cabal ni me­ jor en el cielo ni en la tierra, porque el amor nació de Dios y no puede aquietarse con todo lo creado, sino con el mismo Dios. El que ama vuela, corre y se alegra, es libre."

¿Se puede tachar con verdad a la Imitación de Cris­ to de negro pesimismo? Será siempre un libro forjador de verdadera y sólida piedad. Su lectura es siempre pro­ vechosa.

14 —¿Qué libros me recomendaría usted? —Pablo VI lamenta casi continuamente el relativismo dogmático y la indisciplina creciente dentro de la Iglesia. No sería exagerado atribuir estos males crecientes a tan­ ta lectura de libros, incluso con censura eclesiástica, que divulgan orientaciones muy discutibles y peligrosas. Lo

más seguro es leer libros sólidos. En primer lugar la Sa­ grada Biblia y los documentos del Magisterio eclesiás­ tico. Para la vida espiritual, los libros escritos por santos como las obras de San Juan de la Cruz, de Santa Teresa de Jesús, de Santa Teresita, de San Luis de Montfort. También el Kempis y El alma de todo apostolado, de Chautard, entre otros muchos.

1 —Hoy día está muy sobre el tapete Teilliard de

Chardin, y es muy discutido. ¿Qué hay que opi­ nar sobre él y sobre su obra?

—Sobre él te recomiendo, lector, que seas benévolo en tu juicio y no quieras pensar maL Dejemos a los muer­ tos que entierren a sus muertos, diría Cristo. No juzgue­ mos a las personas, ya que es Dios el juez único verí­ dico. Sobre su obra, ya es otra cosa. El confusionismo rei­ nante—que triunfa con la mezcla y amalgamamientos de cosas, ideas y personas—emplea aquí su táctica ha­ bitual: grandes encomios de la santidad, virtud, cien­ cia... del protagonista, y de esta manera hace pasar por buena mercancía lo que puede ser perniciosísimo. Por de pronto pesan sobre la obra de Teilhard de Chardin los siguientes cargos: 1) Durante su vida nunca se le permitió la publicación de sus escritos (fuera de artículos estrictamente científicos de hallazgos, etc.); 2) el 15-11-1957 el Santo Oficio manda que sus obras se retiren de las Bibliotecas; no se deben vender en libre­ rías católicas...; 3) en 30-6-1962 el mismo Santo Oficio emite un Monitum en el que se dice que sus escritos contienen ambigüedades y graves errores en materias fi­ losóficas y teológicas; 4) en el mismo año la Congrega­ ción de Seminarios prohíbe a los seminaristas la lectu-

ra de los libros de Teilhard y que estén en sus bibliote­ cas; 5) en 30-9-1963 el Vicario de Roma ordena a los li­ breros de la Ciudad que retiren de la venta los libros de Teilhard y los que sobre él traten difundiendo o favore­ ciendo doctrinas peligrosas; 6) cuando al morir Teilhard de Chardin comenzaron a publicarse sus escritos, el Pa­ dre General de los jesuitas advirtió que se hacía contra su voluntad y protestó por ello, al mismo tiempo que prohibía a los jesuitas que los tradujesen. A estos car­ gos añadamos que todavía no ha aparecido ningún libro original de Teilhard de Chardin con aprobación ecle­ siástica, como exige el Derecho Canónico.

Z —Si es asi, ¿cómo explicar que jesuitas hayan

traducido sus obras, que las alaben y divulguen, que tan entusiásticamente le celebren como la figura mayor de la Iglesia de todos los tiempos, aun sobre San Agustín y Santo Tomás de Aquino?

—La misma exageración de estos encomios—que cier­ tamente se han proferido incluso por televisión—denota la poca fe que nos merecen quienes los profieren, pues manifiestan poco equilibrio y probidad científica. En cuanto a los jesuitas es mejor acudir a sus Supe­ riores para conocer bien cada caso y poder así juzgarlo con acierto.

3 —¿Pero es verdaderamente peligroso Teilhard de Chardin, como muchos dicen? —Tanto más cuanto más larvado es el error o se pre­ senta más acaramelado. Lo que resulta incomprensible es que personas buenas y de talento, puedan caer en la candidez de pensar que hacen una buena obra a la causa del catolicismo divulgando las doctrinas teilhardianas. Piensan que la doctrina de Teilhard con todos sus incon­ venientes, lleva a desterrar el ateísmo del mundo. Y ocu­ rre todo lo contrario. Son precisamente los ateos los que más propaganda hacen de Teilhard de Chardin porque les sirve a maravilla poder aducir un autor católico, y jesuíta, en pro de un sistema religioso que lleva al

materialismo y ateísmo. Ellos y muchos materialistas así lo ven. Y cierto es que de su sistema se puede sacar el materialismo más que el esplritualismo.

4 —¿Y cuáles son esos errores de Teilhard de Chardin? —Se necesitaría un libro entero para exponerlos, pues habría que confrontarlos y demostrarlos con textos y ra­ ciocinios. Pero nos bastará aquí indicar algunos de ca­ rácter general: a) Su sistema lleva necesariamente al naturalismo. Allí no hay nada de sobrenatural ni es posible. El siste­ ma de Teilhard consiste en la evolución de la Materia —con Mayúscula—. Esta evolución lleva al punto Ornega, que necesariamente será natural; de lo contrario ya no habría verdadera evolución. b) Conduce también al materialismo. Puesto que lo único que hay es evolución de la Materia, ¿cómo puede un espíritu propiamente dicho provenir de la Materia? Para Teilhard de Chardin la Materia primera se conden­ sa y va llegando cada vez más a la unificación y perfec­ ción; los primeros elementos vitales se convierten len­ tamente en organismos cada vez más perfectos hasta que aparece el sistema nervioso y el cerebro. Con él se encuentra en la tierra la conciencia y pasa con esto a la noosfera—región del entendimiento—. Pasos muy senci­ llamente afirmados, pero no probados. Y ¿cómo se ha introducido el hombre en el mundo? ¿Crea Dios el alma? ¿Es el alma estrictamente espiritual en el sentido cató­ lico? Preguntas que no hallan respuesta en Teilhard de Chardin, antes bien se deduciría de su sistema una ne­ gación absoluta de la intervención directa de Dios en la formación del alma humana y de la verdadera espiritua­ lidad de ella. c) Un ejemplo de sus principios: “En el principio había en los dos polos del ser, Dios y la Multitud... Crear, siguiendo nuestras apariencias, es condensar, concentrar, organizar, unificar” (Ecrits du temps de la Guerre, pág. 114). ¿No se supone aquí una eternidad de

la Materia? Esta Materia existía con Dios, a los pies de Dios, era la sombra de Dios, pero no era nada; porque su división o dispersión no le permitían existir... (todo esto es terminología teilhardiana). Como se ve, confunde ei ser con la unidad. Pero él entiende por unidad una unidad de composición, no de simplicidad (como distin­ guirían los filósofos y teólogos). Pervierte el concepto de creación, admitiendo la terminología, pero cambiando el objeto de los términos. Todo ello lleva, por lo menos, al confusionismo. d) ¿Cómo se explica el pecado original o simplemente el pecado, en Teilhard de Chardin? En este punto los mismos simpatizantes y discípulos o permanecen en un absoluto mutismo o reconocen que Teilhard no se expre­ sa bien. La verdad es que sí se expresa, pero propone una noción de pecado, que no es, ni mucho menos, la ca­ tólica. Basta lo dicho para ponernos en guardia sobre Teilhard y apartarnos de sus escritos si queremos “sen­ tir con la Iglesia”.

5 —He oído decir que Teilhard de Chardin es au­ tor recomendado por la masonería, ¿es verdad? —Efectivamente. En el libro El ecumenismo visto por un francmasón”, de Yves Marsaudon, se puede leer: “El conocimiento, las filosofías y las metafísicas se apro­ ximan entre sí. No se distingue nada que pudiera evitar que se entiendan los hombres cuando se compara la fórmula masónica del Gran Arquitecto del Universo con el punto Omega de Teilhard de Chardin. Actualmente Teilhard de Chardin es indiscutiblemente el autor más leído, a la vez en las logias y en los Seminarios.” En el diario Le Monde, del 12 de febrero de 1965, el

nuevo gran maestro del Gran Oriente de Francia, Ale­ jandro Chevalier, ha recordado las orientaciones filo­ sóficas del Gran Oriente, refiriéndose en particular a Teilhard de Chardin.

6 —Otros dicen que Teilhard de Chardin sirve de plataforma intelectual del marxismo. —Es cosa cierta que en los países comunistas se hace gran propaganda de los libros teilhardianos. Mas científicamente le recordaré aquí la entrevista de la señora Suzanne Cita-Malard con el P. Philippe de la Trinité, en la emisión Art et Foi de Radio Montecarlo, el 15 de enero de 1965. Pregunta Suzanne Cita-Malard: “ Y, según vos, ¿cuál sería el aspecto práctico más carac­ terístico de esta nueva teología, de esta nueva forma de modernismo? — Lo digo sin ambages: la visión, la seudosíntesis teilhardiana desemboca efectivamente en el plano práctico, de manera explícita, en el progresismo ’católico-marxista’.” Escuchad dos textos significativos: 1. En 1952, Teilhard escribe : “ Cuánto me gusta decir la síntesis del Dios (cristiano) de Arriba y del dios (marxista) de Adelante es el solo Dios al que desde ahora po­ demos adorar ’en espíritu y en verdad’ ” Parece que so­

ñamos, porque el marxismo niega a Dios. Pero no soña­ mos : Teilhard lo ha escrito claramente y no lo ha hecho para distraerse. 2. Ved otro texto: se puede leer en La foi et VHomme, que data de 1947, esta afirmación re­ lativa al marxismo y al catolicismo: “ Prolongadas hasta el final, las dos trayectorias terminarán encontrándose.” El marxismo y el catolicismo “ terminarán encontrándo­ se de una manera y otra... en la misma cumbre”, esto es lo que escribe Teilhard. Pero ¿de qué manera se encon­ trarán y de qué cumbre se trata? Todo esto es contradic­ torio. Es cierto que el progresismo católico - mandsta —pretendidamente católico, en realidad—puede no pro­ ceder del teilhardismo; pero es indudable que éste nu­ tre al primero como a su propio fruto. Hay que saberlo y hacerlo saber. Por lo demás, soy optimista. El porve­ nir me dará la razón. Desde el punto de vista de la doc­ trina de la Iglesia, el teilhardismo no es más que una estatua de bronce con pies de arcilla. La estatua caerá y se hará pedazos. La verdad triunfará porque siempre acaba por decir la última palabra.

7 —¿Científicamente Teilhard de Chardin tiene

garantías en sus opiniones? —Le contestaré con el biólogo francés Jean Rostand, ateo y evolucionista, que en Le Fígaro Littéraire (23-965) hablando como especialista afirma del mismo: “Su transformismo, bastante superficial y confuso, no entra para nada en el detalle de las organizaciones y estructu­ ras germinales, en donde, no obstante, reside el secreto de ¡as variaciones de especies. Teilhard de Chardin ig­ nora deliberadamente la embriología y la genética; se desentiende de los cromosomas, de los genes, de los áci­ dos nucleicos, y, por tanto, deja a un lado todas las cuestiones concretas que se plantean a todo biólogo preo­ cupado por aclarar, con los medios de nuestra época, el mecanismo de los fenómenos evolutivos. Quiérase o no, el problema de la evolución es en primer término un problema de biología celular y, más precisamente, de bioquímica celular (...) Lo que Teilhard, de hecho, nos propone, es un fresco lírico de la evolución, fruto de un poeta o de un novelista mucho más que de un cientí­ fico:'

8 —Me gustaría saber la opinión de algún filósofo

autorizado sobre Teilhard de Chardin.

—Le podría servir el extraordinario estudio de Etienne Gilson, que en la revista Seminarium, editada por la I'ontiñcia Obra de Vocaciones Eclesiásticas, aneja a la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, publicó en el número de octubre-diciembre de 1965 bajo el título “El caso Teilhard de C h a r d i n “Me he alejado de Teilhard de Chardin. Me falta paciencia para un escri­ tor cuya lengua está cargada de neologismos que ni la necesidad ni el sentido imponen de modo evidente... ¿Quién es este sabio que no habla el lenguaje de la cien­ cia? ¿Quién es este teólogo que no habla el lenguaje de la teología?”

9 —¿Y algún teólogo de talla ha dado su opinión sobre Teilhard? —El Cardenal suizo Charles Journet ha manifestado en la revista Studi Cattolici: “El defecto que encuen­ tro en Teilhard es que él ha cambiado— aunque inocen­ temente y sin saberlo— no ya una filosofía, sino la doc­ trina en sí de la Iglesia ”

10 —En definitiva, ¿qué ha dicho la Iglesia de las obras de Teilhard? —Resumimos aquí algunas de las decisiones sobre las obras de Teilhard de Chardin, durante cuatro pontifica­ dos, o sea de Pío XI, Pío XII, Juan XXIII y Pablo VI. Helas aquí: 1) Comunicado de la Suprema Congregación del San­ to Oficio, del 15 de noviembre de 1957: ordena que las obras de Teilhard se retiren de las bibliotecas, incluso de las de los Institutos religiosos. No deben venderse en las librerías católicas, y se prohíbe su traducción a otras lenguas. 2) Monitum del Santo Oficio, del 30 de junio de 1962, que exhorta a los Obispos, a los Superiores de Semina­ rios e Institutos religiosos, y a los Rectores de las Uni­ versidades católicas, a defender los espíritus, sobre todo en la juventud, contra los peligros que provienen de las obras de Teilhard y de las de sus discípulos. 3) Decreto de la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades, de 1962—según la revista jesuítica Hechos y Dichos, X-1962, páginas 741—que prohíbe a los seminaristas leer los libros de Teilhard. 4) El Vicario de Roma—diócesis regida en nombre del Papa Pablo VI por su Cardenal-Vicario—ordena en una circular del 30-IX-1963 a los libreros católicos de Roma que retiren de la venta los escritos del P. Teilhard de Chardin y los libros que traten de él, favoreciendo sus doctrinas peligrosas. Texto difundido por el diario L ’Aurore, de París, 2-X-1963, y reproducido en Nouvelles de Chrétienté, núm. 410, 10-X-63, página 35.

5) En 1926 los Superiores de &a Orden prohibieron al P. Teilhard que continuara en la enseñanza. En 1927, la Santa Sede rehúsa concederle el imprimatur para su libro Le milieu divin. En 1933, Roma ordena a Teil­ hard cese de sus cargos en París. En 1933 se prohíbe su obra L ’énergie humaine. Lo mismo sucede en 1944, con su obra Le phénoméne humain. En septiembre de 1947 se le invitaba a no escribir más sobre temas de filosofía. En 1946 se le prohíbe aceptar una cátedra en el Colegio de Francia. En 1949 se prohíbe su libro Le groupe zoologique humain, y en 1955, año de su repen­ tina muerte, se le prohíbe participar en el Congreso In­ ternacional de Paleontología. 6) En abril de 1958 todas las revistas de los jesuitas en España: Razón y Fe, Sal Terrae, Estudios de Deusto, El Mensajero del Corazón de Jesús, Hechos y Di­ chos, El Siglo de las Misiones, etc., publican un aviso

de los Padres Provinciales que declara que se están editando en castellano las obras de Teilhard sin la apro­ bación de la Compañía y sin censura eclesiástica, contra la expresa voluntad de los Superiores S. I., que han tra­ tado de impedirlo sin poder conseguirlo.

11 —He oído hablar de un folleto de Editions Saint-Michel, 53 Saint Cénéré (Mayenne) CCP Eennes 2074-79, con textos de Teilhard de Char­ din que desde hacía tiempo se difundían, en ejemplares no impresos, en los mismos círculos teilhardianos, pero a los que se habla conse­ guido mantener en cierto secreto y libres así de la discusión y de la polémica. Este folleto tiene un interés considerable, pues ma­ nifiesta sobre una cuestión capital—la del amor—el ver­ dadero pensamiento del autor y muestra las fuentes profundas que lo alimentaban. Un primer texto fechado en Pekín, en febrero de 1934, que analizamos rápidamente, se titula: LA EVOLU­ CION DE LA CASTIDAD. El P. Teilhard tenía enton­ ces cincuenta y un años. Dieciséis años más tarde, el Padre acabó, en París: EL CORAZON DE LA MATE­ RIA, el 30 de octubre de 1950, y redactó el segundo tex*

to que publicamos más adelante: LO FEMENINO O LO UNITIVO. Estos textos que los editores han suprimido son como la clave, o, si se prefiere, el pensamiento oculto del sis­ tema teilhardiano. La extrema importancia de estos textos aparece sim­ plemente por su lectura. En el primero el Padre Teil­ hard se sitúa por encima de las nociones del bien y del mal, juzgando como posible plantear una nueva vía que apunta a espiritualizar la materia en su forma elevada : la carne. No insistiremos sobre este primer estudio que data de 1934 y tiene 16 páginas de texto apretado (1). El mismo Padre Teilhard no lo consideró más que como un esbozo. Cuatro meses más tarde, el 24 de junio de 1934, escribía a su amiga Léontine Zanta: “ ...u n esbozo, no acabado, sobre LA EVOLUCION DE LA CASTIDAD... todavía en mis cajones, por lo que (este trabajo) tiene el riesgo de ser mal comprendido. Sin embargo, es un esfuerzo absolutamente leal y des­ interesado, un ensayo para ir al fondo de una cuestión que me parece terriblemente vital y terriblemente os­ cura. He reunido ahí todo lo que he podido encontrar en el fondo de mis evidencias ante problemas y desafíos que no tenían nada de abstracto para constituir la 'de­ fensa’ y sobre todo para definir el valor o la esencia ’de la castidadSerá preciso que discutamos esto juntos. En el fondo es simplemente y en toda su agudeza el Problema de la Materia—y de la Potencia espiritual de la Materiá.” (Cf. Cartas a Léontine Zanta, de P. Teil­

hard de Chardin, París. Desclée de Brouwer, 1965, pági­ nas 124-125.) El pensamiento del P. Teilhard de Chardin se mue­ ve a la inversa del de Pascal, que, después de haber en­ contrado a Jesucristo, comentaba: “De todos los cuerpos reunidos, no se podría hacer brotar un pensamiento: esto es imposible, es de otro or­ den. De todos los cuerpos y espíritus, no se podría obte­ ner un impulso de verdadera caridad, esto es imposible, de otro orden, sobrenatural

Para el Padre Teilhard, su “iluminismo” le conduce a la “divinización de las potencias de la tierra” : a los treinta y siete años, en el momento de entrar como pro­ feso en la Compañía de Jesús, escribió: “Mis votos, mi sacerdocio, los he revestido ( ésta es mi fuerza y mi felicidad) de un espíritu de aceptación y di­ vinización de las Potencias de la Tierra”

Para nosotros, católicos, todo bien procede de Jesu­ cristo, nuestro Redentor. El Padre Teilhard ve la divini­ zación del mundo salir progresivamente de las profundi­ dades abismales: “ ... por elevadas y frondosas que sean nuestras ramas espirituales se sumergen en lo corporal. Estas son las re­ servas pasionales del hombre que elevan, transfigura­ das, al calor y ala luz de su alma. Allí, como en un ger­ men, se concentra inicialmente en cada uno la punta más fina, el resorte más delicado, de todo desarrollo es­ piritual” (Ev. de la C.) (2).

E indica claramente su trayectoria: “Al término de la potencia espiritual de la materia, la potencia espiritual de la carne y de lo femenino ”

(Ev. de la C.). Para él, en materia de castidad, no hay reglas inmuta­ bles, las seguidas hasta aquí por la Iglesia son el resul­ tado de un empirismo que quiere hacer evolucionar. Su esbozo se desarrolla en torno a los cuatro temas siguien­ tes : 1. El empirismo cristiano de la castidad. 2. Una nueva concepción moral de la materia. 3. El espíritu de castidad. 4. El valor de la virginidad. Su nueva moral parte de la divinización de la materia, él considera que la perfección del hombre exige la mu-

jer: sugiere otras nociones de la castidad y de la vir­ ginidad distintas del “empirismo cristiano". Para re­ solver esta cuestión delicada, nos propone dos solucio­ nes, o sea:

"...

el Hombre irá en principio a la Mujer. La tomará por entero. Y es la llama brotada de esta primera unión la que se eleva hacia Dios. Contacto de dos elementos, en el amor humano. Luego la ascensión de los dos, hada el más grande centro divino” (Ev. de la C.).

Teme, sin embargo, que se produzca una “especie de cortocircuito”, un estallido que “absorba y neutralice una parte del alma”. Considera entonces una segunda solución: la castidad será un don retardado: el Hombre y la Mujer designados por la Vida para promover hasta el más alto grado posible la espirituali­ zación de la Tierra deben abandonar, para entregarse, la manera que ha sido hasta ahora la única regla de los seres. No guardando de su atracción mutua sino lo que les eleva acercándolos, ¿por qué no se precipitarán uno hacia el otro HACIA DELANTE? No contacto inmedia­ to, sino convergencia en lo alto. EL INSTANTE DEL DON TOTAL COINCIDIRA ENTONCES CON EL EN­ CUENTRO DIVINO ” (subrayado en el texto) (3) (Ev.

de la C.). El P. Teilhard se da cuenta de la dificultad de la ten­ tativa, pero añade con optimismo:

“... lo que paraliza la vida es no creer, es no atrever­ se ” (Ev. de la C.). Su conclusión es la siguiente: “Algún día, más allá del éter, los vientos, las mareas, la gravitación, captaremos, para Dios, las energías del amor. Entonces por segunda vez en la historia del Mun­ do, el Hombre habrá encontrado el Fuego” (Ev. de la C.).

Verdaderamente es muy lamentable que los editores no hayan publicado estos textos tan importantes para

comprender bien el pensamiento del P. Teilhard de Chardin sobre este problema fundamental del amor y el sexo. Es sobre todo en el segundo texto. LO FEMENINO O LO UNITIVO donde el Padre nos da su pensamiento definitivo sobre esta cuestión. El tiene sesenta y nueve años, es la edad de las confidencias y, para él, de una verdadera confesión: “ Encaminado, desde la infancia, hacia el descubri­ miento del Corazón de la Materia, era inevitable que un día me encontrara cara a cara con lo Femenino.” “Lo curioso es únicamente que el hecho del encuentro haya esperado para producirse, hasta mis treinta años. Tan grande era para mí la fascinación de lo Impersonal, y de la Generalidad...” Estos treinta años (1911) fueron para el P. Teilhard el año de su sacerdocio: además de sus votos, fue tam­ bién el de su iniciación a lo “femenino”, es decir, a la mujer como él mismo lo precisa: “Pues, a la historia de mi visión interior, tal como la refieren estas páginas, faltaría un elemento (una atmós­ fera...) esencial si no mencionara, al acabar, que, a par­ tir del momento crítico en que, desechando viejos mol­ des familiares y religiosos, empecé a despertar y a for­ mulármelo verdaderamente a mí mismo, nada se ha des­ arrollado en mi más que bajo la mirada y la influencia de m ujer” #

Y más adelante precisa: “Evidentemente no se esperará de mí otra cosa, aquí, que el homenaje general, casi de adoración, surgiendo desde lo más profundo de mi ser, hacia aquellas cuyo calor y encanto han pasado, gota a gota, a la sangre de mis ideas más queridas...”

La serie de estos textos ilumina sin duda posible, so­ bre el pensamiento del Padre Teilhard. Ningún hombre puede prescindir de lo femenino... Ocultando estas confesiones del Padre Teilhard, los editores han cometido un verdadero delito. A causa de

esta omisión, una élite intelectual, compuesta de teólo­ gos, de filósofos, de sociólogos, ha trabajado sobre un falso Teilhard de Chardin. Las motivaciones femeninas y sexuales de la obra teilhardiana han sido escondidas; ellos han tomado al P. Teilhard por un sabio, un soció­ logo católico, mientras que según Maryse Choisy, nos lo dice ella misma a propósito del texto citado, estamos en plena “alquimia”. Ella conoció muy bien al Padre Teilhard, ella fue su amiga. En 1964 escribió en TEIL­ HARD Y LA INDIA: “¿Cómo explicar que en pleno siglo de nivelación se­ xual, que en el centro del patriarcado eclesiástico, él haya descubierto el sentido del Eterno Femenino de Goethe, de Boheme, de los alquimistas y que llegase has­ ta nombrarlo lo Unitivo?”

Maryse Choisy no se engaña, estamos en plena alqui­ mia, la alquimia en la que Astarté intenta mezclarse a la doctrina de Jesucristo. Otra persona juega un papel de primer plano en la difusión del pensamiento teilhardiano: la señorita Jeanne Mortier, constituida legataria universal del “ Maes­ tro”. No examinaremos aquí por qué clase de maniobras esta señorita pudo convertirse en la heredera de un reli­ gioso que, por vocación, debía entregarlo todo a su Or­ den Religiosa, pero repetiremos de nuevo: ¿Por qué razón se ha engañado al público escondiendo estos tex­ tos? ¡Si hubieran sido conocidos, la puesta en guardia de la Santa Sede y del Papa mismo hubiera sido mejor comprendida y la corriente envenenada no hubiera con­ tinuado circulando bajo la etiqueta católica! (4). Anexo I. — LO FEMENINO O LO UNITIVO. — He aquí, íntegramente reproducido, el texto de la “cláusula” redactada por el Padre Teilhard de Chardin, para ser in­ sertada en El Corazón de la Materia. Lo más vivo de lo Tangible es la Carne. Y, para el Hombre, la Carne, es la Mujer. Encaminado, desde la infancia, al descubrimiento del Corazón de la Materia, era inevitable que un día me en­ contrara cara a cara con lo Femenino. —Lo curioso es únicamente que este acontecimiento del encuentro haya esperado, para producirse, a mis treinta años. Tan gran-

de fue para mí la fascinación de lo Impersonal y de la Generalización... Retardo extraño, pues. Pero retardo fecundo, puesto que, penetrando en mi alma en el momento preciso en que, en vísperas de la guerra, Sentido Cósmico y Sentido Humano estaban en mí en trance de salir de la infancia, la nueva energía no corría ya el riesgo de desviar o disipar mis fuerzas, sino que caía, en el punto justo, sobre un mundo de aspira­ ciones espirituales cuya enormidad, aún un poco fría, no esperaba más que esto para fermentar y organizarse hasta el fin. Pues. a la historia de mi visión interior, tal como la describen estas páginas, faltaría un elemento (una at­ mósfera...) esencial si no mencionara al terminarlas que, a partir del momento crítico en que, rechazando muchos de los viejos moldes familiares y religiosos, empecé a despertar y formulármelo verdaderamente a mí mismo, nada se ha desarrollado en mí que no sea bajo una mi­ rada y bajo una influencia de mujer. Evidentemente, no se esperará de mí otra cosa, aquí, que el homenaje general, casi de adoración, surgiendo de lo más hondo de mi ser, hacia aquellas cuyo calor y cuyo encanto han pasado, gota a gota a la sangre de mis ideas más queridas... Pero si no sabría, en semejante materia, ni precisar ni describir; en cambio, lo que yo puedo ofirmar es una doble convicción progresivamente nacida en mí, al con­ tacto de los hechos, y de la cual— con la plena serenidad e imparcialidad que vienen con la edad— quiero testi­ moniar. En primer luyur, me parece indiscutible ( tanto de de­ recho como de hecho) que en el hombre — tanto si está entregado al servicio de una Causa o de un Dios—no le es posible el acceso a la madurez y a la plenitud espiri­ tuales fuera de alguna influencia “ sentimental” que vie­ ne, a él, para sensibilizar la inteligencia, y ejercitar, por lo menos inicialmente, las potencias de amor. Menos que de la luz del oxígeno y de las vitaminas— ningún hom­ bre—puede (con una evidencia que cada vez habla más alto) prescindir de lo Femenino. En segundo lugar, si es primordial y estructural en el psiquismo humano, el encuentro plenitivo de los sexos, nada prueba (¡antes al contrario!) que poseamos ya

una idea exacta del funcionamiento y formas óptimas de esta fundamental complementaridad. — Entre un ma­ trimonio siempre polarizado socialmente, sobre la repro­ ducción, y una perfección religiosa siempre presentada , teológicamente, en términos de separación, una tercera vía (no digo media, sino superior) nos falta decidida­ mente: vía exigida por la transformación revolucionaria últimamente operada en nuestro pensamiento por la transposición de la noción de “e s p ír itu E s p ír itu , ya lo hemos visto, no desmaterialización, sino síntesis . M ate­ ria matriz. No en absoluto por huida (por privación) sino por conquista (por sublimación) de las insondables potencias espirituales aún dormidas bajo la atracción mutua de los sexos: tal es, y estoy de ello más y más persuadido, la secreta esencia y la magnífica tarea a cumplir por la Castidad. He ahí la perspectiva en que una y otra encuentran su comprobación y su justificación. He insistido, sobre todo, anteriormente, en mi inter­ pretación de la Neogenese, sobre el fenómeno de surcentración individual llevando la conciencia corpuscular a replegarse y a rebotar sobre sí en forma de Pensa­ miento. Pues, he aquí que, a este gran acontecimiento cósmico de la Reflexión, se descubre un complemento esencial, a quien sabe ver, bajo forma de lo que se po­ dría llamar (,el Paso de la amortización”. Aun después del relámpago con que el individuo se revela a sí mis­ mo, el Hombre elemental permanecería inacabado, si no se inflamaba por el encuentro con el otro sexo por la atracción céntrica de persona a persona. Acabando la aparición de una mónada reflexiva en la formación de una dyada afectiva. (Subrayado por el au­

tor en el texto.) Y, después de esto , solamente (es decir, a partir de esta chispa primera), todas las consecuencias que hemos descrito: a saber, la gradual y grandiosa elaboración de un neo-cósmico, de un Ultra-humano y de un Pan-cristico... Los tres no solamente iluminados radicalmente de inteligencia, sino también impregnados en su masa en­ tera. Como por un cemento unitivo, Del Universal Femenino.

(París, 30 de octubre de 1950).

Anexo II.—EL PECADO ORIGINAL Y EL PADRE TEILHARD DE CHARDIN.—En su libro extremada­ mente notable y muy documentado DIALOGO CON EL MARXISMO (5), el Padre Felipe de la Trinidad, O. C. D., aborda en un apéndice el problema “TEILHARD DE CHARDIN” que él había examinado en su libro Roma y Teilhard de Chardin (6). Se lamenta de la manera con que varios autores y no­ tablemente el P. Rideau han presentado el Monitum del Santo Oficio, y escribe: “Al punto en que las cosas han llegado, se debería jugar a cartas vistas, con la publicación integral de los inéditos, puestos a disposición de todos los autores, así como de los críticos y los lectores. Esto confirmaría el diagnóstico que he hecho en Roma sobre Teilhard de Chardin y del cual estoy convencido.”

La revista Europa, fundada por Romain Rolland, tiene como depositaría en Roma la revista comunista Rinascita, y en su comité se encuentra Pierre Abraham (director Aragón, Emmanuel d’Astier, Magdaleine Bartelemy-Madaule, Jacques Madaule y Pierre Paraf). Esta revista ha dedicado su número de marzo-abril 1965 a Teilhard de Chardin, y Mademoiselle Mortier, legátaria universal de Teilhard, le ha confiado varios inéditos; el Padre Felipe de la Trinidad los toma de nuevo en su libro y helos aquí. Son muy instructivos. El primero está extraído de CRISTOLOGIA Y EVO­ LUCION. Es M. Roger Garaudy quien lo comenta en la revista F-ftrova bajo el título: “EL P. TEILHARD, EL CONCILIO Y LOS MARXISTAS” ”E1 P. Teilhard escribe: ”Cuando uno busca vivir y pensar, con toda su alma moderna, el cristianismo, las primeras resistencias que uno encuentra le vienen siempre del pecado original. Esto sucede realmente en seguida; al investigador, para el que la representación tradicional de la caída bloquea decididamente el camino a todo progreso en el sentido de una amplia perspectiva del mundo. En efecto, es para

salvar la letra de la narración de la Falta que uno se en­ carniza defendiendo la realidad concreta de la primera pareja. Pero hay algo más grave todavía. No solamente para el sabio cristiano, a fin de aceptar Adán y Eva, la historia debe estrangularse de manera irreal al nivel de la aparición del hombre, sino que, en un campo más in­ mediatamente viviente, el de las creencias, el Pecado original, bajo la figura actual, encontraría a cada mo­ mento la expansión de nuestra religión. Corta las alas de nuestras esperanzas, nos remite cada vez inexora­ blemente a las sombras dominantes de la reparación y la expiación. ”... el pecado original, imaginado bajo los rasgos con que se le presenta aún hoy día, es el vestido estrecho en que se sofocan a la vez nuestros pensamientos y nues­ tros corazones... Si el dogal del pecado original nos liga y nos debilita, es simplemente porque, en su expresión actual, representa una supervivencia de las vías estáti­ cas decaídas en el seno de nuestro pensamiento hecho evolucionista. La idea de caída no es, en efecto, en el fondo, más que un ensayo de explicación del mal en un universo estático... De hecho, a despecho de las distin­ ciones sutiles de la teología, el cristianismo se ha des­ arrollado bajo la impresión dominante de que todo el mal, a nuestro alrededor, nació de una falta inicial. Dog­ máticamente, vivimos en la atmósfera de un Universo en el que el principal negocio es reparar, expiar... Por toda clase de razones científicas, morales y religiosas, la figuración clásica de la Caída no es ya para nosotros más que un yugo y una afirmación verbal, de la que no alimentamos ni nuestros espíritus ni nuestros corazo­ nes.”

Después de haberlo subrayado, nota M. Garaudy las consecuencias conservadoras de esta concepción del pe­ cado original y de las actitudes de expiación y de repa­ ración que de ellas dimanan, el P. Teilhard añade, en el mismo texto: “Se nos ha hablado mucho de corderos. Yo preferiría ver salir un poco los leones. Demasiada dulzura y poca fuerza. Así resumiría yo simbólicamente mis impresio­ nes y mi tesis al abordar la cuestión de reajuste de la doctrina evangélica al mundo moderno

“ He citado extensamente este texto del P. Teilhard de Chardin—continúa diciéndonos M. Garaudy—, porque él planteó ya, con toda su fuerza, la puesta al día de la Iglesia” (op. cit., pp. 191-192). Este texto de Teilhard es de gran interés, y se com­ prende que lo haya tomado el comunismo para recla­ mar de la Iglesia un aggiomamento sobre el tema fun­ damental del pecado original y del evolucionismo. La visión marxista del mundo no puede aliarse a la noción de Redención, exige el rechazo de la cruz de Je­ sucristo. El Papa Pablo VI dirigiéndose al “Symposium sobre el pecado original” organizado por la Universidad Gre­ goriana, ha recordado que el pecado original es “ uno de los misterios fundamentales de nuestra fe católica'’ y que está “ estrechamente ligado al misterio del Verbo Encarnado, salvador del género humano, a su pasión, a su muerte y a su gloriosa resurrección y por tanto al mensaje de salvación confiado a la Igle­ sia católica”.

Y añade el Papa que este dogma ha sido reafirmado por el Concilio Vaticano II: “Así en la Constitución dogmática Lumen Gentium, en plena conformidad con la revelación divina y el ma­ gisterio de los precedentes Concilios de Cartago, de Orange y de Trento, son claramente enseñados los he­ chos de la universalidad del pecado original, así como la naturaleza íntima del estado de debilitación de la humanidad v r>r el pecado de Adán: ’El Padre Eterno, por disposición absolutamente libre y misteriosa de su sa­ biduría y de su bondad, ha creado el universo: ha que­ rido elevar a los hombres a la comunión de su vida divina: hechos pecadores (los hombres) en Adán, no los ha abandonado, dándoles sin cesar los socorros salva­ dores, en consideración de Cristo Redentor que es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda la crea­ ción’.” (Lumen Gentium, 1, 2.)

Y para terminar concluye el Papa: “Es, pues, evidente que encontraréis inconciliables con la sana doctrina católica las explicaciones que dan del

pecado original ciertos autores modernos que, partiendo de un presupuesto, nunca probado, el poligenismo, nie­ gan, más o menos claramente, que el pecado que tantos males ha traído a la humanidad, haya sido en principio la desobediencia de 'Adán’, ’primer hombre’, figura del hombre que había de venir (cfr. Gaudium et Spes, núme­ ros 13 y 22), cometida al principio de la historia. Por consiguiente estas explicaciones están en desacuerdo con las enseñanzas de la Sagrada Escritura, de la Tra­ dición y del Magisterio de la Iglesia, según las cuales el pecado del primer hombre es transmitido a todos sus descendientes no por vía de imitación, sino de propa­ gación, inest unicuique proprium, es la muerte del alma, es decir, una privación no una simple ausencia de santidad y de justicia, incluso en los recién nacidos. Del mismo modo la teoría de la evolución os parecerá inaceptable, si no concuerda de manera decisiva con la creación inmediata por Dios de todas las almas huma­ nas y de cada una de ellas, y no respeta la importancia capital de la desobediencia de Adán, primer padre uni­ versal, para la suerte de la humanidad. Esta desobediencia no se puede considerar como si no hubiera hecho perder a Adán la santidad y la justi­ cia en las que fue creado” (7).

Ante esta connivencia comunismo-Teilhard confirma­ da por una reciente información de Moscú notificando el lugar señalado a Teilhard en las universidades sovié­ ticas, y ante todo, frente a las advertencias del Papa que acabamos de leer y que confirma, si ello fuera necesa­ rio, el Monitum del Santo-Oficio, se comprende la le­ gítima inquietud de numerosos padres católicos y de catequistas ante las fichas catequísticas que exponen las doctrinas teilhardianas y las incluyen en los progra­ mas de enseñanza religiosa.

FE EN EL MUNDO.—He aquí también, tomado de la misma obra del Padre Felipe de la Trinidad, un texto inédito reproducido por la revista Europa: “III.—Después del despertar del sentido humano: la fe en el mundo. ’Y -J ¿Qué representa exactamente en la historia del

pensamiento terrestre la aparición del Sentido Huma­ no? "A esta pregunta hemos de responder: Nada menos que un poderoso fenómeno de orden religioso. ”Por modo natural el Sentido Humano aproxima y anima a los hombres en la espera del Porvenir, es decir, en la certeza de una Realidad en la que la existencia, aunque estrictamente indemostrable, es, sin embargo, admitida con mía seguridad más grande que si fuera tocada y demostrada: Esto es una fe. "Por modo natural también, a la preparación y al ser­ vicio de esta gran Cosa presentida, el mismo Sentido Humano subordina la totalidad de las actividades que dirige a este último móvil. La obra en curso en el Uni­ verso, el misterio término en el que colaboramos es el Más Grande ante el cual es preciso que, para lograrlo, todo ceda y todo se sacrifique. El Sentido Humano es una llamada a la renuncia. "Fe y Renuncia: ¿no son los dos atributos esenciales de toda adoración? "En verdad que los hombres sufren en este momento, bajo la invasión del Sentido Humano; es literalmente una conversión profunda y consecutiva de la revelación natural y su situación en su vocación en el Universo. "Pero, no nos engañemos, y no lo confundamos con lo que pasa en el nacimiento y la propagación de una re­ ligión particular cualquiera. El acontecimiento actual es mucho más considerable que el acontecimiento del Bu­ dismo y del Islamismo (en nota: El Cristianismo, tam­ bién representa un acontecimiento único; pero a título de contacto venido de lo alto (’Revelación’), también a titulo de despertar en el corazón del Hombre). En nues­ tros dias no se trata solamente de la aplicación especial necha a tal o tal divinidad, de las facultades religiosas humanas. Es la misma potencia religiosa de la Tierra que irrumpe en nosotros, al mismo tiempo que es una crisis definitiva, la de su propio hallazgo. Y parece que nos encontramos de nuevo con las viejísimas represen­ taciones humanas, los vestigios de la idea de que ’buscar saber’ es malo y prohibido por Dios. ”Más tarde podrá parecer que el Evangelio ha enseña­ do que toda lucha por engrandecerse humanamente es cosa inútil. Y he aquí que el momento ha llegado en que la Búsqueda nos aparece como el más sagrado de los

deberes. La necesidad humana de adorar, después de haber explorado muchas riberas, ha acabado por encon­ trar la playa que buscaban sus olas agitadas. Ha explicitado por fin uno de los atributos esenciales del Mesías que esperaba. Nosotros empezamos a comprenderle, y esto ya para siempre: la sola religión que en adelante es posible para el Hombre es aquella que le enseña, lo primero, a reconocer, amar y servir apasionadamente al Universo del que forma parte. (N. B.: lo primero está

subrayado por Teilhard.) ”Admirable y misterioso acuerdo de la Vida consigo misma. Es el momento preciso en que el Hombre peli­ grosamente armado de una desconfianza muy sutil, em­ pieza a pedir a la Existencia la razón de las penas que ella le impone, y es en este momento preciso que el Mundo, descubierto por los progresos mismos de nues­ tra crítica, entreabre a nuestros ojos las perspectivas de un porvenir que nos subyuga. El despertar del Sen­ tido Humano, conducido por la coincidencia aparente­ mente fortuita de pasos dados independientemente unos de otros (en Ciencias Naturales, Ciencias Físicas, Cien­ cias Sociales...) se produce en tiempo oportuno para remediar la crisis terrible de rebelión y de disgusto que no hubiera dejado de disolver la tierra pensante, si no hubiera tomado simultáneamente conciencia y exigen­ cias de su acción y del valor del Universo. ”La Fe en el Mundo acaba de nacer. Es ella, y ella sola la que puede salvar al Mundo de manos de una Humani­ dad decidida a destruir el Universo si no le puede ado­ rar."

Teilhard de Chardin, 1929. El P. Felipe de la Trinidad añade: “Nosotros no suscribimos esto. Dios no es el Univer­ so. El le trasciende infinitamente. La religión no con­ siste primero en reconocer, amar y servir apasionada­ mente al Universo, sino... Dios, más Jesucristo crucifi­ cado y resucitado. No, no adoraremos jamás al Univer­ so.” CARTA A MAXIME GORGE.—En fin, para terminar, esta carta dirigida por el Padre Teilhard a Máximo Gorge, ex dominico, el 4 de octubre de 1950, y que éste

ha publicado en su obra E l Concilio y Teilhard, lo Eternal y lo Humano, ed. Henri Mesellier, Neuchatel (Suiza), pp. 196-198: “Ayer os mandé tres pequeños ensayos, para expli­ caros mi posición actual (E l Corazón del Problema es una memoria efectivamente enviada a Roma, sin resul­ tado, naturalmente...), nada, pues, de ilusiones. ” Esencialmente. considero como vos que la Iglesia (como toda realidad viva al cabo de cierto tiem po) ha llegado a un penodo de ’muda’ o ’reforma necesaria’. Al cabo de dos ?7iil años, esto es inevitable. La humani­ dad está en trance de mudar. ¿Cómo el Cristianismo no debería hacerlo? Mas, precisamente considero que la Reforma en cuestión (mucho más profunda que la del siglo X V I) no es un simple asunto de instituciones y de costumbres, sino de Fe. En cierto aspecto, nuestra imagen de Dios se ha desdoblado: transversalmente (si lo puedo decir) al Dios tradicional y trascendente de LO ALTO, una especie de Dios H A C IA D E L A N T E sur­ ge para nosotros, desde hace un siglo, en dirección de algo ’ultra-humano’. Para mí todo está en esto. Se trata, para el Hombre re-pensar a Dios en términos, no ya de Cosmos, sino de Cosmogénesis: un Dios que sólo se adora y se alcanza a través del acabamiento del Universo al cual ilumina y amoriza (y lo irrever­ sible) desde dentro. Sí, sí, el H A C IA LO A LTO Y H A ­ CIA D E LA N T E se sintetizan en DESDE DENTRO. ”Pues este gesto fundamental de dar a luz una nueva Fe en la Tierra (fe en Lo que está en A lto combinado ron la Fe en lo que está Adelante), sola (sic), creo (e imagino que usted es de mi parecer), sólo el cristia­ nismo puede hacerlo, a partir de la asombrosa realidad de su ’Cristo-Resucitado’: no como entidad abstracta, sino objeto de una amplia corriente mística, extraor­ dinariamente adaptable y vivaz. Estoy convencido: es una Cristología nueva extendida a dimensiones orgáni­ cas de nuestro nuevo Universo que se apresta a dar la Religión de mañana.” “Así planteado (y es en lo que diferimos: ¿pero la Vida procede también por buenas voluntades que tan­ tean?), así planteado, no veo m ejor medio de promover lo que anticipo que trabajar en la reforma (como he definido antes) desde dentro: es decir, una adhesión sin-

cera al phylum cuyo desarrollo espera. M u y sinceramen­ te (¡y sin querer criticar vuestro gesto!) no veo más que en el tronco romano, tomado en toda su integridad, el soporte biológico bastante amplio y bastante diferen­ ciado para operar y soportar la transformación espera­ da. Y esto no es una especulación. Desde hace cincuenta años he visto m uy de cerca y en torno a mi revitalizar el pensamiento y la vida cristiana— a pesar de toda E n ­ cíclica— y no dejar de tener una inmensa confianza en las potencias de reanimación del viejo tronco romano . Trabajemos cada uno por nuestro lado. Todo lo que se levanta converge: M uy cordialmente vuestro Teilhard de C hr

Este texto brillantemente comentado por Henri Rimbaud (8), y los textos precedentes, ¿no son suficientes para probar que el Padre Teilhard no recibía la doc­ trina como un depósito revelado para ilustrar para nues­ tra salvación común, sino como un depósito utilizable a su placer para la conveniencia de sus tesis sobre la Evolución? El apuntaba a una mutación del pensamien­ to religioso.

12 —¿Me puede desmenuzar el sentido de esta carta? —Teilhard no acepta la proposición que le hacen de abandonar la Iglesia Católica. ¿Por qué? Porque por más dificultades que tenga ahora en ella, está de acuerdo de antemano, con la Iglesia de mañana. Teilhard está seguro, en efecto, por una parte, de que tiene él la razón, y por otra parte, de que la Iglesia se la reconocerá un día. ¿Los motivos de su seguridad? Son dos: 1) La Iglesia Romana constituye el eje de la evolución. 2) La vida es más fuerte que todas las encíclicas. En dos palabras: la vida impone a la Iglesia una evolución radical en su misma fe, hasta un contenido que será precisamente el que ya profesa Teilhard. Mientras tanto, éste no la quie­ re dejar, porque trabajará mejor en la reforma anun­ ciada, desde dentro que desde fuera...

13 —Se ha calificado de golpe bajo publicar los an­ teriores textos de Teilhard. ¿Qué opina? —Le diré lo que muy oportunamente ha escrito el Catedrático de Metafísica de la Universidad de Barce­ lona, Dr. D. Francisco Canals: ‘•Lo que esencialmente se muestra en escritos como Lo femenino o lo unitivo es el sentido total y último de un pensamiento que se explícita en la forma más in­ equívoca como un materialismo radicalmente antitético a una metafísica espiritualista y teísta y a la dogmática cristiana. El diálogo exige claridad. El engañoso presti­ gio de Teilhard como renovador de la teología se ha conseguido con una táctica regulada según el que ha llamado ’principio de gradualidad’ el eminente profesor brasileño Plinio Correa de Oliveira. Los breves frag­ mentos aparecidos ahora a pública discusión podrán ha­ cer comprender a muchos por qué Etienne Gilson, Jacques Maritain y el cardenal Journet pudieron calificar la obra teilhardiana como una gnosis que se presenta como una opción radical enfrentada a la fe en el mis­ terio cristiano” (Cristiandad, noviembre de 1967).

NOTAS (1) Claude Cuenot en Pierre Teilhard de Chardin: las grandes eta­ pas de su evolución (Plon, 1958), señalado este estudio en la Biblio­ grafía, página XIII, bajo el n.o 156, 1934, La evolución de la casti­ dad, D.s.i., 16 pp. Pekín, febr. (R). (2) Los textos citados con la indicación «Ev. de la C.» son ex­ tractos del esbozo inédito en este día: La evolución de la castidad. (3) Las dos soluciones que propone el Padre Teilhard pueden ser consideradas como tentativa audaz de hacer pasar entre los católicos (y en la moral) tesis gnósticas: la divinización del hombre se hace gracias a la mujer y el sexo se convierte en el centro del sistema. Un excelente estudio, Hoy en Quebec (diciembre de 1966), pone de relieve que se encuentra en las obras teilhardianas todo «el fondo común de la Kábala, del esoterismo, de la 'metafísica1 de Guénon, de la gnosis, de la francmasonería, de la teosofía y del panteísmo»y página 8. Los textos inéditos que citamos dicen bien en este sentido.

(4)

En las Fichas de Amiens Teilhard es enseñado en el catecismo.

en el tiempo del Papa Sil­ vestre

2

— ¿Ha confesado el Concilio que la Iglesia se equivocó al condenar a Galileo?

—El Concilio no ha hablado del caso Galileo. En al­ guna ocasión se oyó en el aula conciliar una alusión a dicho caso. La Iglesia no tiene por qué retractarse de la condenación de Galileo, ya que la Iglesia no condenó sistemas científicos o astronómicos, sino la postura del sabio que quería deducir consecuencias dogmáticas. Sin embargo, admitiendo la inerrancia de la Biblia, afirma íi, Iglesia que la revelación—contenida en la Biblia—no pretende dar lecciones de ciencias, y por tanto, cuando a la ciencia se refiere habla un lenguaje vulgar, como cuando los astrónomos de hoy dicen: el sol sale a las 4.18 (mañana) y se pone a las 7,29 (tarde). 3 —¿Pero no cree usted que el caso Galileo es una vergüenza histórica de la Iglesia Católica? —No puede hablarse con esta falta de ponderación. Lo que cientos de veces se ha repetido en las controver­ sias sobre Galileo, se puede leer en un escrito publicado

por el periódico judío Aufbau, del 2 de enero de 1948, en que dice, bajo el título “El mito de Galileo” : “E n su núm ero de 19 de diciembre escribían ustedes a propósito de Galileo: ’E ste Galileo que (p o c o tiem po después de Giordano Bruno, por su exceso de ciencia astronómica, se había quemado los dedos e iba a ser quemado él m is m o ) había hecho el descubrim iento de­ tonante de que la tierra se m ovía alrededor del sol, des­ m intió su convicción, evidentem ente por miedo de la tortura.’ ¿Qué pecado han cometido ustedes que, ha­ biendo luchado con fiero ímpetu contra el mito de H itler, el mito de Mussolini, el mito de Stálin, no omiten us­ tedes oportunidad de acariciar y pasar la mano por la mejilla a otra media docena de mitos, por ejemplo, al mito de Galileo? ¿Me puedo perm itir como viejo amigo el demostrárselo? 1 ) E l descubrimiento del m ovim iento de la tierra al­ rededor del sol fue hecho por Copérnico, no por Ga­ lileo. Copérnico publicó su obra (De revolutionibus orbium coelestium) en el año de 1543, y precisamente por expreso deseo del Cardenal Schoemberg y del Obis­ po de K u lm Tiedemann Giese. Como puede usted mismo comprobar, la biblioteca de la Calle 42 estaba dedicada precisamente a un Papa, Pablo I I I . 2 ) Bajo los nueve papados que rigieron en el període de 1543 a 1615 no tuvo un solo tropiezo la doctrina copernicana. L o s únicos^gue la atacaron fueron Lu tero y Melanchton. E l gran Kl&tffr, que defendió la doctrina copernicana, tuvo que huir por ello de la Universidad de Tubinga, que era netamente protestante. Y se mar­ chó— como puede usted leer en cualquier libro sobre K epler— a los jesuitas de Gratz e Ingelstadt. 3 ) Galileo no fue condenado porque enseñó una re ­ volucionaria teoría científica, sino porque con esta teo­ ría se dedicó al charlatanismo. A l menos esta fue la opinión de hombres como Ticho Brahe, lord Bacon, M ilton. Esta es también la opinión del protestante W e m e r Heisenberg, que debe ser reconocido por uno de los tres grandes físicos que en el día de hoy viven. Escribe él en su obra Wandlungen in der Grundlagen der Natur

zaba, la conm emoración centenaria, el Papa se refirió a la ’historia que todo lo vela y todo lo descubre \ ’M ira n ­ do al pasado nadie trata de deform ar la realidad ; al contrario, en las perspectivas de los siglos, lo particular contribuye a form ar un panorama general en el que la M ano que rige la suerte de la Humanidad se manifiesta de forma más visible. Restituir un trofeo capturado en la batalla no oscurece la gloria y el significado de una antigua victoria y m enos aún desconoce la generosidad de quienes, hace cuatro siglos, ofrecieron su vida bajo la sombra del gran estandarte sobre el que dominaba la figura de Cristo crucificado.’ Solamente significa v o ­ luntad sincera de paz, fe en la buena voluntad, espe­ ranza de que un día lo fundado en estas bases, en el mutuo y leal respeto, pueda reavivar en todos la con­ ciencia de los valores supremos. ”Con este espíritu y con esta intención, con la persua­ sión de que sólo es una la verdadera religión, la cris­ tiana, Pablo V I ofrece el diálogo en su primera encíclica a los que creen en D ios’.”

XXV — LO UNICO NECESARIO 1 —De todas las enseñanzas del Evangelio y del Concilio Vaticano II, ¿cuál es la más funda­ mental? —Le contestaré con dos párrafos de la Constitución Conciliar sobre la Iglesia. Atienda bien: “ Todos en la Iglesia, ya pertenezcan a la Jerarquía, ya pertenezcan a la grey, son llamados a la santidad.” Pero esta vocación

a la santidad es universal. Muy claramente nos lo en­ seña y proclama la antedicha Constitución: “Nuestro Señor Jesucristo predicó la santidad de vida, de la que El es Maestro y Modelo, a todos y cada uno de sus dis­ cípulos, de cualquier condición que fueren. Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre celestial es per­ fecto (Mateo, 5, 48). Envió a todos el Espíritu Santo, que los moviera interiormente, para que amen a Dios con todo el corazón, con toda el alma, unos a otros como Cristo nos amó” (cf. Jn. 13, 24; 15.12).

2

—Teóricamente todos los cristianos saben que deberían ser santos, pero prácticamente nos fi­ guramos que con tal de salvarnos ya basta... ¿Cómo se explica este fenómeno?

—Teórica y prácticamente todo cristiano de verdad ha de aspirar a la santidad. Dios no puede pedir impo-

sibles, ni metas inasequibles. Si muchos cristianos no llegan a la santidad, algo debe fallar. Se lo diré muy en concreto. No se llega a la santidad porque no se tiene una devoción radical y absoluta a la Virgen Santísima. Toda la existencia de la Iglesia, la liturgia, los sacra­ mentos.. el derecho canónico están en función de alcan­ zar el fin de la Iglesia: la santidad, la plena identifica­ ción con Cristo. Pero ésta no se logra, sino por María, Madre. Esta es la gran enseñanza que Pablo VI nos dio en la clausura de la II Sesión del Concilio Ecuménico Vaticano II. en 21 de noviembre de 1964, en que solem­ nemente declaró: “La realidad de la Iglesia no se agota en su estructura jerárquica, en su liturgia, en sus sa­ cramentos, ni en sus ordenanzas políticas. Su esencia íntima, la principal fuente de su eficacia santificadora, ha de buscarse en su íntima unión con Cristo; unión que no podemos pensarla separada de Aquélla, que es la Madre del Verbo encarnado y que Cristo mismo quiso tan íntimamente unida a Sí para nuestra salvación.”

3 —¿Tiene que ver todo esto con la doctrina de San Luis María de Montfort? Acierta. San Luis María de Montfort profetizó con extraordinaria fuerza y realismo divino esta era de Ma­ ría. Dice el gran apóstol: “ Jesucristo vino ál mundo por medio de la Santísima Virgen y por Ella también debe reinar en el mundo.” Y suspira ardientemente: “ Cuan­ do vendrá este siglo de María..., este tiempo venturoso reinar en el mundo” Y suspira ardientemente: “¿Cuán­ do respirarán las almas a María tanto como los cuerpos r^oplran el aire? Entonces se verán cosas maravillosas en este lugar de miseria, en donde el Espíritu Santo llegará a aquellas almas con abundancia de sus dones para obrar maravillas de la g r a c i a Y descubre la gran epifanía de María: “A Ella están reservadas la forma­ ción y la educación de los grandes Santos, que saldrán hacia el fin del mundo... Verán claramente en cuanto lo permita la fe, a esta hermosa estrella del mar..., co­ nocerán las grandezas de esta Soberana... experimen­ tarán sus dulzuras..., sabrán que Ella es el medio más seguro, el más fácil, el más corto para ir a Jesucristo... Serán ricos de la gracia de Dios, que María les distribui-

rá abundantemente... Y serán flechas aguzadas en la mano de esta Virgen poderosa para atravesar a sus ene­ m igos”

4 —¿Usted no cree que hablar de santidad no sue­ na a los oídos de hoy, y que el «aggiornamento» conciliar significa primordialmente una reforma de las estructuras humanas para lograr la paz y la justicia social? —Le contesta Pablo VI en una exhortación pronuncia­ da el 18 de julio de 1965, cuyas ideas más salientes trans­ cribimos aquí: He ahí por qué el Papa, con todos los buenos maestros de la espiritualidad, os repite ’sed san­ tos’... La exhortación que os hacemos no es hiperbólica ni anacrónica en relación con el estilo de vida que el mundo moderno impone a todos... Los motivos que su­ gieren nuestro llamamiento a la santidad son claros. Es evidente a todos que hoy se vive en una época de hon­ das transformaciones en el campo del pensamiento y de las costumbres. Es por eso explicable que frecuentemen­ te se pongan sobre el tapete ciertas normas tradicionales que hacían buena, ordenada y santa la conducta de quie­ nes las practicaban. Es explicable, pero no laudable ni digno de aprobación, sino después de un largo y deteni­ do estudio, hecho bajo la guía de quien tiene ciencia y autoridad para dictar leyes de vida cristiana. Hoy des­ graciadamente se asiste a un relajamiento en la obser­ vancia de preceptos que hasta ahora ha establecido la Iglesia para la santificación y dignidad moral de sus hijos. Un espíritu de crítica e incluso de indocilidad y rebeldía pone en tela de juicio normas sacrosantas de la vida cristiana. Se habla de liberación, se hace del hom­ bre el centro de todo culto, se adoptan criterios natu­ ralistas, se priva a la conciencia de la luz de los precep­ tos morales, se altera la noción de pecado, se impugna la obediencia y se le discute su importancia esencial para el buen orden de la comunidad eclesial, se aceptan formas de acción, de pensamiento y de diversiones, que hacen del cristiano, no ya el austero discípulo de Jesu­ cristo, sino el esclavo de la mentalidad y de la moda en curso, el amigo del mundo, el cual, en vez de ser atraído a la concepción cristiana de la vida, ha logrado doblegar

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al cristiano a la fascinación y al yugo de su tiránico y voluble pensamiento. Ciertamente que no hemos de en­ tender así el ,aggiornamento, que propugna la Iglesia como una debilitación de su temple moral, sino todo lo contrario, como una llamada que le hace a un acrecen­ tamiento de sus energías y a un cum plim iento más consciente de los deberes que le im pone una concepción genuino de la vida, avalada por el magisterio de la Iglesia."

5 — Lo más importante será estudiar muy a fondo y formarse intelectualmente para conocer la problemática moderna y resolver las tensiones del momento actual. —Es muy saludable no complicar las cosas sencillas y claras. Personas tan enteradas de las orientaciones conciliares como Monseñor Pericles Felici, Secretario del Concilio, lo dice con palabras límpidas y cristalinas: Medite bien: “E stoy convencido de que, después del Concilio, la Iglesia tiene más necesidad de santos que de estudiosos. Son los santos, en rigor— y la historia del Concilio de Trento lo demuestra —, los que tienen el se­ creto unidos como están a Dios y abiertos más que nin­ guno a las exigencias espirituales de los hombres, de transmitirles el ferm ento sobrenatural suscitado por el Vaticano II... Quisiera que volviesen a menudo a tales consideraciones aquellos que, hablando del ’aggiornam ento’ de la Iglesia, caen en una fácil demagogia y pro­ p u g n a ideas tan ajenas a las santas intenciones de quien con paterna y sobrenatural sabiduría fue el prim ero en usar tal expresión, señalando sus metas. L o s estudiosos, a los que me refería, pueden indicarnos cuánta riqueza se esconde en los documentos conciliares, ciertamente mayor de lo que puede aparecer de una considración su­ perficial, y demostrarnos que en ellos está perennem en­ te viva y palpitante, aun con el enriquecimiento de un proceso vital es posible aplicar a todos los decretos con­ ciliares lo que Pablo V I afirmaba el 21 de noviem bre de 1964 acerca de la Constitución Dogmática sobre la Ig le ­ sia. Esta promulgación no cambia nada verdaderamente de la doctrina tradicional. L o que Cristo quiso, también lo queremos nosotros. L o que era, sigue siendo. L o que

la Iglesia enseñó durante siglos, lo enseñamos nosotros igualmente” (Acción Católica, junio-julio 1966.)

6 —En el momento actual, ¿cómo resumiría las esperanzas de la Iglesia? —En la promesa divina de asistencia indefectible del Espíritu Santo. Concretamente en la radiante prome­ sa infalible de la Virgen en Fátima: “Mi Corazón In­ maculado triunfará” Por esto Juan XXIII no pudo me­ nos de decir que “Fátima es el centro de las esperanzas del mundo cristiano ”

Resumiendo suscribimos lo que nos dice el P. Daniélou, en una página realmente inspirada: “La creciente intervención de María entre nosotros se muestra por sus repetidas y esplendorosas apariciones desde hace un si­ glo. ¿Cómo podríamos dejar de advertirla con la huella que dejó en pos de sí a mitad del siglo X IX , cuando la altanería de los hombres, basándose en los progresos de la ciencia, se manifestaba altiva de cara al mismo Dios y cuando el febril trabajar de los hombres los mantenía en perpetua inquietud? Con todo, apartada de las ciudades, en la soledad y paz de los montes, se aparece la Virgen a los niños. Es como un nuevo llamamiento de la paz divina, que ese afanarse de los hombres no es posible que consiga. San Luis María Grignon de Montfort había pronosti­ cado que en los últimos tiempos se verían llenos de la presencia de María. Estas apariciones son como la señal de aquella siempre presente inminencia del regreso de Cristo con su constante aviso de penitencia, que es su único mensaje. La Virgen es también, y de un modo misterioso, la que la Iglesia llama ’Esposa del Espíritu Santo’, es decir: la que realiza junto con el Espíritu Santo la cons­ trucción de la celestial Jerusalén. San Luis María escribe que si el Espíritu Santo no vive aún más todavía en la Iglesia del presente, es por lo insuficiente de la presencia de María en ella. Cuando el Espíritu Santo se ha repartido en la más alta medida en la Sala del Cenáculo, eso ha sucedido por la presencia de María en ella. En todos los tiempos en que la Virgen está presente, se disfruta del Espíritu Santo en medida

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más abundante y se realizan las m ayores obras de Dios. Por eso tenemos nosotros tan grande esperanza de que tanto cuanto nuestro siglo sea un siglo m añano, y nos­ otros tíos volvam os a los grandes m isterios de la A s u n ­ ción corporal de la Santísima V irgen a los cielos, y de su mediación universal, así tam bién Dios prepara en la Iglesia de un modo totalmente m isterioso, una nueva di­ fusión del Espíritu Santo, un n u evo Pentecostés. A sí resulta también que la presencia de M aría es una prueba y una prom esa de la próxim a venida del Espíritu Santo, es decir, de la conversión de los incrédulos y, se­ gún nuestra profunda convicción, de la unión entre to­ dos los cristianos:'

La lectura de este libro debería terminarse de rodillas. A los pies de María, Madre de la Iglesia, para pedirle el espíritu evangélico y la más plena disponibilidad al servicio de Cristo. Muchos Prelados han aprobado e indulgencia­ do la siguiente Consagración a la Maternidad espiritual del Corazón Inmaculado de María:

CONSAGRACION A LA MATERNIDAD ESPIRITUAL DEL CORAZON INMACULADO DE MARIA “MADRE: Apoyados filialmente en tu humildad, d o s atre­ vemos a pedirte la gracia de consagrarnos a Ti. Nos reconocemos indignos de este favor. Pero Dios te ha hecho nuestra Madre. Y a título de hijos venimos a tu Co­ razón Materno, para pedirte y prometate contando con tu Mediación universal de todas las gracias. En medio de un mundo mancillado por tantos errores y vicios, danos una inteligencia limpia y un corazón puro. Que apreciemos el don de la fe más que cualquier falsa ciencia mundana. Que amenos la Gracia santificante más que nues­ tra propia vida humana. Enséñanos a amar más y más la única Verdad y a vivir amarrados a la misma. Que huyamos de las falsas tecnias que se levantan, como tierra movediza, en los desvarios de la razón humana divorciada de la fe. Haznos convencidos de “quintaesencias” y no de frivoli­ dades mundanas, aunque se disfracen de intelectuales. Que nos nutramos del Evangelio, del Kempis, de los libros escri­ tos por santos. Particularmente del magisterio pontificio. Que amemos la filosofía de Santo Tomás. Que aborrezcamos au­ tores y lecturas sospechosas en materias de fe. Concédenos que nos formemos y nos dejemos formar. Que encontremos directores espirituales del estilo del Beato Clau­ dio de la Colombiére, San Luis María de Montfort y San Antonio María Claret. Danos una piedad sólida y verdadera. El amor a la sagra­ da liturgia que tenían San Ignacio de Loyola, Santa Tere­ sa de Jesús, San Pío X y demás Pontífices. Un gran aprecio

de la práctica de la piedad tradicional, como enseñan los Papas y en todo tiempo los santos. Haznos apóstoles del Reinado del Divino Corazón de Je­ sús, de la Gran Promesa de los Nueve Primeros Viernes de mes y de los Ejercicios Espirituales de San Ignacio. Te prometemos, Madre, ser fieles y propagandistas incan­ sables de las Tres Avemarias, del Santo Rosarlo, del Esca­ pulario del Carmen, de las prácticas marianas. Amar y ve­ nerar las imágenes, las reliquias, las medallas, los santua­ rios, las devociones populares. Haz que tengamos verdadero amor a la vocación sacerdo­ tal y religiosa. Que defendamos la primacía de la total con­ sagración a Dios y de la virginidad. Que sintamos el sacra­ mento del matrimonio y de sus fines, según la doctrina de la Iglesia. Que no nos dejemos manchar por las sacrilegas mentiras del laicismo, del Estado sin religión, de la libertad de cul­ tos. de la sociología que prescinde de la reforma de costum­ bres y de la pobreza evangélica. Que busquemos la justicia social con la doctrina y actuaciones realmente católicas. Que seamos apóstoles de métodos eminentemente sobrena­ turales, esperando como el mejor galardón, ser dignos de pa­ decer persecución por Cristo. Que no nos arredre que nos califiquen y nos calumnien como atrasados y faltos de cari­ dad por ser fieles a tu Evangelio y a tu Iglesia, sin que ja­ más demos motivos verdaderos para que así nos maltraten. De corazón ya desde ahora perdonamos a nuestros perse­ guidores. En fin, Madre nuestra, mientras nosotros balbucimos es­ tas peticiones, te prometemos defender con todas nuestras fuerzas tu Mediación y tu Corredención. Y por Ti, Señora, esperamos la unión de los que están separados de la verda­ dera Iglesia de Cristo, la Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica. Todo esto, Madre de la Iglesia, para luchar y edificar el Rno de Jesús. Para dar gloria a la Trinidad Beatísima, '•on la más plena integridad de doctrina, la más encendida caridad sobrenatural y la santidad de vida. En fin, cuanto somos y tenemos lo resumimos en dos palabras para que nos alcances cuanto deseamos y cuanto no acertamos a pedir por todo el tiempo y eternidad. Con toda nuestra alma te de­ cimos ahora y siempre: ¡MARIA, M ADRE!”

A. M. D. G. et B. M. V.