LJ Maas (Serie La Reina #2) - Búsqueda de una Reina

** SERIE LA REINA #2 ** BUSQUEDA DE UNA REINA LJ Maas SINOPSIS Xena debe defenderse de su pasado en contra de los mor

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** SERIE LA REINA #2 **

BUSQUEDA DE UNA REINA LJ Maas

SINOPSIS Xena debe defenderse de su pasado en contra de los mortales y dioses para rescatar a la otra mitad de su alma. Al mismo tiempo, Gabrielle debe completar su propia búsqueda para averiguar quién es ella como una mujer, bardo, amante y amiga, y lo más importante, como una reina amazona.

Descargos de la autora:

Descargo: Xena, Gabrielle, Argo, etc. son propiedad de MCA/Universal y Renaissance Pictures. No son mías, me limito a jugar con ellas un rato y, como una niña buena, las vuelvo a dejar en su sitio cuando acabo... vale, un poco desgastadas, pero oye... ¡juego duro! No se ha pretendido infracción alguna de los derechos de autor al escribir esta obra. La intención es halagar a los creadores y actores de los personajes. Todos los demás personajes que aparecen son propiedad intelectual de [email protected]. Esta historia no se puede vender ni usar en modo alguno para obtener beneficio económico (a menos, claro está, que Lucy, Renee, Rob, etc. quieran hacer mi sueño realidad y me contraten, ¡ja!). Se pueden hacer copias sólo para uso privado y agradecería que incluyerais todos los avisos de derechos de autor y esta renuncia. Aviso de violencia: Hay algo de violencia (venga, que se trata de la Princesa Guerrera), tipo escenas de combates. Al final la cosa se pone bastante sangrienta, pero si aguantáis cosas para mayores de 13 años, con esto no tendréis mucho problema. Sexo: ¡Sí, lo hay! A fin de cuentas, se trata de Xena y Gabrielle. No es gratuito, pero sí es explícito cuando ocurre. Esta historia muestra amor/sexo con consentimiento mutuo entre dos mujeres adultas. Consideraos advertidos si esto os resulta ofensivo. Advertencia sobre minoría de edad: Eh, que el Tribunal Supremo dijo en Reno contra la Unión Americana de Libertades Civiles (1997) que las leyes que impiden poner a disposición de las personas menores de 18 años ciertos materiales "indecentes" a través de la red eran inconstitucionales... ¡consultadlo! Además, esto es absolutamente "decente". :-)

Otras renuncias: La letra de la canción que Xena le canta a Gabrielle es en realidad la letra de la canción No Place That Far, cantada por Sara Evans (letra y música de Sara Evans/Tom Shapiro/Tony Martin), y se utiliza aquí sin permiso ni ánimo de lucro. Mensaje de la autora: Normalmente no "explico" un título: o se entiende o no se entiende, pero me debo de estar ablandando. El título de esta obra es muy adecuado y le doy las gracias a mi amiga Gloria por haber usado las células grises cuando se le ocurrió. No es sólo la búsqueda física de una mujer, sino también la propia búsqueda de Gabrielle para descubrir quién es como mujer, bardo, amante y amiga, y como reina amazona. Sólo sé lo que piensan los demás de mis historias gracias a sus comentarios. Decidme lo que os parece o lo que os gustaría ver en un futuro... pero los homófobos se pueden abstener. Estoy en: [email protected]. Le prometí que lo haría... ¡así que aquí está! Una dedicatoria para Gloria por su ayuda al ocurrírsele un título que me pareciera adecuado para esta historia. Por cierto... a la salud de todas las musas que me han inspirado esta obra... The Xmas Misfits. Ésta es la segunda historia de la Serie de la Reina. Aunque no es totalmente necesario, es posible que os convenga leer la primera, Llegar a ser reina, para estar al tanto.

Título original: Quest for a Queen. Copyright de la traducción: Atalía (c) 2004

BUSQUEDA DE UNA REINA de LJ MAAS

TRADUCTORA: ATALÍA

BUSQUEDA DE UNA REINA Quest for a Queen LJ MAAS

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El comedor estaba casi desierto, pero empezaban a entrar amazonas para la comida de mediodía. Gabrielle llevaba un rato ahí sentada, contemplando el vacío, con un plato lleno de comida apenas tocado delante de ella. Su cuerpo esbelto y musculoso descansaba en una silla de madera a la cabecera de la mesa de la reina y tenía la mente donde solía tenerla en las dos últimas semanas, en cierta Princesa Guerrera. Desde que se habían hecho amantes, sus noches transcurrían en una apasionada bruma tras la puerta cerrada de la cabaña de la reina. A decir verdad, más que sus noches, pensó la reina. De noche, de día, por la tarde, en cuanto los ojos azules como el zafiro capturaban a los ojos verdes como la esmeralda, se intercambiaban un mensaje tácito y las dos amantes empezaban a inventarse motivos para estar solas en la misma habitación. Habían bautizado casi todos los escondrijos disponibles en la aldea amazona y casi todo el territorio de alrededor. —Hola —dijo Xena con una sonrisa, besando en la cabeza a la mujer sentada y sacándola de su ensueño. Gabrielle echó los brazos hacia atrás para estrechar a la morena guerrera y se paró en seco, deteniendo de inmediato a la mujer más alta al poner la palma de la mano sobre el peto de la guerrera.

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—Puuuuuh, guerrera... qué mal hueles —dijo con una mueca, sin dejar de mantenerla a distancia. Xena se echó a reír suavemente y se irguió. —Como debe ser, teniendo en cuenta que llevo toda la mañana entrenando con tus mejores guerreras. Venga, me sentaré a contracorriente... ¿mejor así? —terminó, sentándose en un banco justo a la izquierda de la reina. —Apenas —sonrió Gabrielle. De repente, se inclinó sobre la mesa y capturó los labios de la guerrera con un beso suave que no tardó en volverse apasionado—. Mmmm —gimió Gabrielle—, eso sí que ha merecido la pena. —La joven reina volvió a acomodarse en su asiento, sin dejar de mirar a los ojos azules que ahora soltaban destellos de deseo tácito. —Venga, cogeos una habitación —exclamó Eponin, al ver el apasionado intercambio—. ¿Este ejército es privado o se puede alistar cualquiera? —preguntó la guerrera amazona con una sonrisa pícara, señalando un asiento de la mesa de la reina. —Siéntate —la invitaron las dos mujeres a la vez, sin interrumpir el contacto visual entre las dos. Eponin se instaló en la mesa y se puso a comer, observando risueña el intercambio entre Xena y Gabrielle. ¡Se podrían caer las paredes a su alrededor y creo que ni se darían cuenta! —¿Hola? —preguntó Eponin, agitando la mano entre las dos mujeres. —¿Qué tal la espalda, Ep? —dijo Xena con una sonrisa burlona, apartando por fin la mirada de la reina. —¡Muy bien, aunque no gracias a ti! —exclamó Eponin, intentando poner aire fiero. No lo consiguió, teniendo en cuenta que empezó a sonrojarse, y a una

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guerrera amazona le cuesta parecer dura cuando se le están poniendo las orejas coloradas. —Qué bonito tono escarlata —sonrió Gabrielle con dulzura, mirando a Xena y señalando a Eponin con la cabeza. Lo cual sólo logró que Eponin se pusiera aún más colorada. Desde el último incidente en el que se vieron implicadas tanto Eponin como Xena y Gabrielle, ambas bien desnudas, a la amazona le costaba mirar a su reina directamente a los ojos. —Vaya, gracias, Gabrielle... únete a las bromas y echa más sal en la herida —terminó la guerrera con tono abatido. —Oh, Ep —rió la reina—, ¡eres una monada! —¡Gabrielle! —exclamó Eponin, bajando el tono de voz hasta hablar en un susurro—. Soy una guerrera... por favor, no me llames monada. Sin dejar de reírse de la azorada amazona, Gabrielle se levantó de su asiento. —Lamento tener que marcharme cuando nos estamos riendo tanto a tu costa, pero tengo trabajo. —Empujando su plato intacto de comida hacia Xena, le indicó a la guerrera que se lo terminara. —Gabrielle, ni siquiera lo has tocado. —Agarró a la joven de la mano cuando pasó a su lado—. ¿Estás segura de que estás bien? —preguntó Xena preocupada. —Sí, sólo que no tengo tanta hambre como pensaba. —Gabrielle sonrió a su amante—. Será mejor que te lo acabes —dijo, inclinándose para susurrarle a Xena al oído—. Te van a hacer falta fuerzas... para más tarde —terminó, besando a la guerrera dulcemente—. Hasta luego, Ep —dijo la joven reina con una sonrisa y

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luego se alejó por el laberinto de mesas del comedor. Deteniéndose para hablar con una de las guardias reales, Gabrielle dirigió una sonrisa seductora a Xena antes de salir del edificio. —No te preocupes, Xena... está bien, sólo está enamorada, nada más —dijo Eponin entre bocado y bocado, señalando la comida intacta de Gabrielle—. Lo lleva escrito en la cara. Esa expresión tan patética que dice "Qué enamorada estoy". Créeme, lo noto a la legua. —Ya, bueno, ¿y yo qué expresión tengo? —dijo Xena, volviéndose para mirar a la amazona. —Absolutamente patética —contestó Eponin. Xena se echó a reír a carcajadas al oír cómo la describía la amazona. Sí, seguro que tengo una expresión absolutamente patética, pensó, incapaz de dejar de sonreír como una boba. ¡Pero qué forma de morir! Con eso, la guerrera atacó la comida olvidada de Gabrielle, interpretando literalmente la promesa de la joven reina. —¿Xena? —La guerrera se volvió y vio a Daria, la guardia real con la que había hablado Gabrielle antes de salir del comedor. Xena ya había terminado de comer y Eponin y ella estaban bebiendo un poco antes de dirigirse a los baños. La guardia se inclinó ligeramente hacia la guerrera, bajando la voz—. Su majestad ha pedido que te preparen un baño en tus aposentos y también ha dicho que se reunirá allí contigo más tarde. —Daria parecía un poco desconcertada al hacer de mensajera para lo que sin duda iba a acabar siendo un encuentro romántico entre la reina y su consorte. Sin embargo, la amazona se lo tomó con calma, se irguió y se alejó, sin ver el destello risueño, aunque lascivo, de los ojos de la Princesa Guerrera.

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—Quieta ahí, guerrera —ordenó la voz en el momento en que Xena entró en la cabaña que compartía con Gabrielle. La guerrera se quedó inmóvil, dando la espalda a la voz, con el pelo de la nuca erizado como reacción. Los ojos de Xena examinaron al instante el interior de la cabaña, incluso antes de pasar por la puerta. Las ventanas tenían los postigos echados y sólo estaban abiertas las rendijas de la parte alta de cada ventana, dejando pasar la cálida brisa veraniega. La habitación estaba llena de humedad: el agua caliente soltaba espirales de vapor que se disipaban en el aire. Las ventanas cerradas impedían que entrara la luz del día, pero la cabaña estaba llena de velas de distintos tamaños y la luz de sus llamas bailaba y se agitaba por las paredes. Cerró un momento los ojos, aspirando la fragancia del aceite de rosas caliente, la cera derretida y un olor que la guerrera había llegado a codiciar, un olor con el que sólo de imaginarlo se le hacía la boca agua... ...Gabrielle. —No te vuelvas —exigió Gabrielle. Xena se sintió absolutamente cautivada por el tono exigente de la joven reina. Dioses, ¿quién se habría imaginado que recibir órdenes de Gabrielle podría ser tan excitante? ¿Quién se habría imaginado que yo iba a dejar que alguien tuviera esa clase de poder sobre mí? —Quítate la armadura. Xena se apresuró a quitarse las armas y la armadura, empezando por el peto y terminando por las rodilleras y las espinilleras. —Quieta. Xena se irguió, dejándose las protecciones de las piernas y las botas como estaban.

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—Más despacio... me gusta lo que veo. ¡Charco de metro ochenta! A oídos de Xena las palabras eran prácticamente un ronroneo y creyó que se iba a derretir en un charco en medio del suelo, sólo de oír la voz de su amante. No sólo las palabras de la bardo sino también el tono y el timbre provocaron una reacción inmediata en el cuerpo ardiente de Xena. Notó la familiar tensión en el vientre, seguida de un aumento de líquido entre las piernas. La guerrera continuó, soltando despacio y laboriosamente las correas de las hebillas, controlando por la fuerza sus dedos ya temblorosos. Despojada de su armadura de combate, se irguió a la espera de la siguiente orden. —Las bragas... quítatelas. Xena metió los pulgares a cada lado de la prenda interior ya empapada y se la bajó por las piernas hasta desprenderse de ella. Le asombró que la tela se deslizara por su cuerpo sin un ruido de succión, de lo húmeda que estaba. —Ahora date la vuelta. Xena se volvió despacio y se le cortó la respiración. Dioses, qué bella es. Gabrielle estaba apoyada en el respaldo de una bañera estrecha pero larga, de una longitud capaz de acoger sin problemas el tamaño de la guerrera. La joven tenía los brazos acomodados en el borde externo, con los dedos metidos en el agua. La joven reina estiró lánguidamente el cuerpo en el agua humeante, con la cara enrojecida por el calor o simplemente por deseo. La bardo se había recogido el pelo, apartándoselo de la cara y el cuello y sujetándolo con una delicada peineta de marfil. Xena se concentró en los ojos verdes de la joven, oscurecidos de deseo.

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—Empieza con los cordones —dijo Gabrielle, sin apartar la mirada de los ojos de la guerrera y empezando a sentir una presión insistente entre las piernas que clamaba por liberarse. Xena echó las manos hacia atrás y empezó a soltarse los cordones de la espalda. Se detuvo y dejó caer los brazos a los lados, bajando la mirada al suelo. —Muy bien... al menos te tengo bien entrenada —la alabó Gabrielle. Los ojos de Xena se alzaron de golpe y se clavaron en los de la bardo con una llama en sus profundidades azules, al tiempo que se le tensaban los músculos del cuello. Gabrielle pensó que se había pasado al ver la expresión de los ojos de la guerrera, pero siguió adelante, obviando la guerra de voluntades que se desarrollaba en silencio. —Continúa —la animó la bardo. Xena estuvo a punto de detener toda la escena. A la guerrera le costaba mucho someterse a la voluntad de otra persona, aunque esa otra persona fuese tan bella como su bardo, pero por otro lado, sabía que esto era distinto. Xena sabía que aquí había amor y confianza y ésa era la única razón por la que esta fantasía de dominación la excitaba. Su sumisión nunca había... nunca podría producirse con nadie que no fuese Gabrielle. Había otra razón por la que le gustaba y era porque su reina amazona se excitaba tanto como la guerrera. Xena se bajó por los hombros los tirantes de la túnica y dejó que el traje de cuero cayera deslizándose por su cuerpo. Esta vez fue Gabrielle la que contuvo una exclamación. Intentó controlarse, pero al ver a la Princesa Guerrera, desnuda y dispuesta a someterse a la voluntad de la bardo, tomó aliento bruscamente y el dolor que sentía en el centro aumentó.

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El cuerpo de Xena era magnífico incluso manchado de mugre y sudor del campo de entrenamiento. —Métete —dijo Gabrielle con voz ronca. Xena se acercó y se metió en la bañera, sin dejar de mirar a la bardo a los ojos. —Date la vuelta y siéntate —le ordenó Gabrielle, que empezaba a respirar con más dificultad ahora que su guerrera estaba tan cerca. La joven alcanzó un paño y el jabón y emprendió el lento proceso de enjabonar la piel de la guerrera. Empezó por el cuello, luego los hombros, la musculosa espalda y bajó por cada uno de los fuertes brazos. Cuando el agua cubrió las partes del cuerpo de la guerrera que Gabrielle quería alcanzar, se apoyó en la espalda de Xena y los pezones de la joven se clavaron maravillosamente en la carne de la guerrera. —Levántate —le susurró Gabrielle al oído. Xena se levantó y por su cuerpo de forma perfecta cayeron en cascada finos chorros de agua. Gabrielle siguió lavándola, con el paño en la mano, recorriendo cada larga pierna por fuera, regresando a la parte interna y deteniéndose justo antes de llegar a la masa oscura de rizos. Dejó el paño, pasó las manos jabonosas por detrás de los muslos de Xena y siguió hacia arriba para masajear las nalgas de la guerrera, disfrutando al notar cómo se contraían los músculos de la guerrera al sentir la suavidad de las manos de la bardo en lugar del paño. —Date la vuelta y arrodíllate —volvió a ordenar Gabrielle. Xena, una vez más, hizo lo que se le mandaba y se arrodilló en el agua caliente. Cogiendo el paño lleno de jabón, Gabrielle dedicó a la parte de delante de su cuerpo el mismo tratamiento que a la de detrás, empezando por el cuello. Cuando la bardo rozó un pezón endurecido con la tela, Xena consiguió contener

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un gemido, pero cerró los ojos, arqueando el cuerpo para sentir el placentero contacto. —Ah, no, guerrera —le advirtió Gabrielle—. No quiero que te sumerjas todavía en las sensaciones. Abre los ojos o tendré que parar. Los párpados de Xena se abrieron de golpe al oír la advertencia de la reina. Gabrielle dejó el paño en el agua y se pasó el jabón por los dedos para formar espuma. Siguió trabajando sobre el cuerpo de la guerrera, prescindiendo una vez más del paño para usar en cambio las manos. A la bardo le estaba costando muchísimo mantener la concentración. La piel de Xena era como tocar con los dedos húmedos la seda egipcia más suave. Notaba cada músculo y tendón del fuerte pecho de la guerrera, mientras sus pulgares acariciaban indolentes los pezones hasta ponerlos como piedras. Xena se mordió el labio para evitar gritar de placer, pero el siguiente movimiento de la bardo fue demasiado para la libido ya en llamas de la guerrera. Gabrielle deslizó las manos por el abdomen liso de la guerrera, cuyos músculos se agarrotaron al pasar las manos por la carne. Pasó con cuidado los dedos jabonosos por los rizos oscuros entre las piernas de la guerrera. Despacio y con calma, la bardo mantuvo sus caricias alejadas del punto donde más las necesitaba Xena. De repente, la joven bajó más los dedos y su mano enjabonada se mezcló con la cálida humedad de la guerrera. —Oh, dioses. —Xena echó la cabeza hacia atrás, cerrando los ojos, y gimió. Gabrielle se apartó de golpe de la excitada guerrera, lo cual hizo que Xena se diera cuenta al instante de su indiscreción. —Es evidente que no te has tomado en serio mi advertencia, guerrera... me parece que hemos terminado —soltó Gabrielle al tiempo que empezaba a apartarse.

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—¡No! —Xena alargó la mano y agarró a la bardo por la muñeca. Gabrielle se limitó a mirar la mano de Xena que aferraba la suya, enarcando una ceja, y la guerrera la soltó al instante. Jadeando, Xena se obligó a dejar los brazos a los costados y bajó la mirada. —Por favor, perdóname, mi reina —rogó la guerrera. Por los dioses... ¿estoy suplicando? Por los dioses, ¿está suplicando? —Ésta es tu última oportunidad... no habrá más. No me obligues a atarte las manos —dijo Gabrielle suavemente. A Xena se le aceleró aún más el pulso al oír esto, pero guardó silencio y Gabrielle decidió reservarse esa pequeña fantasía para otro momento. La joven reina le puso a la guerrera dos dedos debajo de la barbilla y le levantó la cara hasta que se miraron a los ojos. Inclinándose, empezó a depositar una serie de besos en la boca de Xena, a los que la guerrera no respondió. —Muy bien —sonrió Gabrielle al ver el control de la guerrera—. Bésame —ordenó, inclinándose de nuevo para capturar los labios de Xena. La guerrera respondió con fervor, debatiéndose con la idea de rodear a la bardo con los brazos y estrechar a la joven contra ella. De repente, Xena gimió mientras besaba a Gabrielle cuando, sin avisar, los dedos de la bardo reanudaron su exploración de los húmedos pliegues de Xena. Interrumpiendo el beso, Gabrielle se movió para susurrarle a la guerrera al oído: —¿Es esto lo que quieres sentir? —¡Oh, sí! —respondió Xena apresuradamente.

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—¿Ves lo que pasa cuando eres obediente? —preguntó Gabrielle, sin dejar de jugar con los dedos. —Sí, mi reina. —La respiración entrecortada de Xena era prueba de su placer físico. El cuerpo bien entrenado de la guerrera no tardó en captar la idea. Haz lo que se te dice y serás recompensada. Y qué bien recompensada se sentía. Demasiado pronto la bardo apartó los dedos, provocando un gemido de protesta de la mujer morena. —Pronto, mi amor... muy pronto —dijo Gabrielle, cogiendo una esponja para aclarar el jabón del cuerpo de Xena. Gabrielle le lavó el pelo a la guerrera y luego metió las manos en el cuenco de aceite de rosas caliente y masajeó los músculos estremecidos de la guerrera con el suave líquido. De vez en cuando, la bardo pasaba la lengua por un pezón endurecido, metía un dedo esbelto entre las piernas de la guerrera y le chupaba un sensible lóbulo hasta que el cuerpo de Xena empezó a temblar de forma constante por el deseo no satisfecho. Xena no sabía cuánto tiempo había pasado desde que había entrado en la cabaña: su cuerpo se veía constantemente recompensado y luego privado de las fogosas caricias de la bardo. —Levántate —dijo Gabrielle con tono autoritario. Xena estiró el cuerpo fuera del agua y se quedó de pie ante la reina arrodillada. La guerrera notó el aliento cálido de Gabrielle que le helaba la piel en el momento en que la bardo se inclinó para capturar con la lengua una gotita que resbalaba por el abdomen de la guerrera. Avanzando más con la lengua, metió la punta por la masa oscura de vello hasta el interior de la dulce humedad de la guerrera. Xena cerró los puños, apretándolos con fuerza para resistir la descarga de deseo al rojo vivo que le atravesó el cuerpo. Luchó contra la tentación de echar las caderas hacia delante, pues no quería ceder sólo para que la bardo se apartara como antes.

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—Separa las piernas —murmuró Gabrielle en la carne de Xena. Xena obedeció, separando los pies hasta las paredes de la estrecha bañera. Gabrielle metió aún más la lengua y colocó dos dedos en la abertura de Xena, jugando con la carne con pequeños movimientos circulares. Una descarga de líquido inundó la lengua de la bardo cuando Xena se dio cuenta de lo que estaba a punto de ocurrir y su cuerpo respondió al estímulo de Gabrielle. —¿Es esto lo que deseas, guerrera? —dijo Gabrielle, sustituyendo la lengua por el pulgar derecho, sin dejar de acariciar ligeramente los pliegues inflamados. —Dioses, síííí —jadeó Xena. —¿La lengua... o los dedos? —Gabrielle sonrió ante la súbita cara de indecisión de la guerrera—. Te recompensaré con las dos cosas, pero primero prométeme una cosa más, guerrera... Xena miró a la bardo, que la miraba a su vez con expresión maliciosa. —No puedes correrte hasta que yo te dé permiso. Xena gimió al oír lo que acababa de decir la bardo. Estaba empezando a pensar que estaba ya tan cerca del límite que con tan sólo unas pocas caricias de la lengua de su amante, se pondría a chillar de éxtasis. —Guerrera... ¿te gusta darme placer... disfrutas con mi sabor? A Xena se le empezó a hacer la boca agua sólo de pensar en el sabor de Gabrielle, en esa dulzura especiada que manaba con tanta facilidad de la joven y que era tan característica de su bardo. —Sí, mi reina —dijo Xena a duras penas entre jadeos entrecortados.

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—Si te corres sin mi permiso, me daré placer a mí misma y esta velada habrá terminado. ¿Entendido? —Sí, mi reina... entendido —contestó Xena. Al oír el asentimiento de Xena, Gabrielle metió la lengua entre las piernas abiertas, acercando los dedos un poco más a su meta. Xena gimió en voz alta cuando una ola tras otra de placer hasta entonces denegado se apoderó de su cuerpo. Gabrielle retiró la lengua y detuvo la mano, lamiendo la humedad que bañaba la parte interna de los muslos de la guerrera. —Ahora dime, guerrera mía... qué es lo que deseas. —Gabrielle levantó la mirada para hacerle esta pregunta a la mujer delirante de placer. Xena, que hasta entonces había tenido problemas para expresar sus necesidades y deseos a su joven amante, clavó en la joven una intensa mirada que ardía de necesidad. —Fóllame, mi reina —bufó entre dientes. La guerrera sofocó un grito cuando Gabrielle introdujo dos dedos en su interior, metiéndolos y sacándolos con lenta precisión. —Más —rogó Xena hasta que tres y luego cuatro dedos penetraron su cuerpo. Apenas capaz de formar las palabras, Xena exclamó—: Más fuerte... dioses, más fuerte. —Empujó contra la mano de la bardo, apretando las caderas sobre el musculoso brazo de su amante. —Recuerda, guerrera... sin mi permiso, no. Xena gruñó de frustración, rogando a su cuerpo que fuera más despacio, y notó que estaba perdiendo la batalla bien deprisa cuando sus muslos empezaron

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a temblar sin control y una nueva descarga de humedad señaló su orgasmo inminente. Sus manos se aferraron al borde la bañera cuando sus rodillas amenazaron con ceder. Los ojos de Xena se encontraron con los de Gabrielle: ambas mujeres se encontraban peligrosamente cerca del límite. —Por... favor... mi... reina —suplicó Xena. —Ahora —fue todo lo que dijo la reina. Xena echó la cabeza hacia atrás y aulló de alivio, al tiempo que sus piernas cedían por fin. Al caer de rodillas, sus manos, que seguían aferradas a los bordes de la bañera, temblaban sin control alguno. Su cuerpo siguió convulsionándose, palpitando rítmicamente alrededor de los dedos de la bardo, y cuando ésta continuó moviendo la mano dentro de ella, otro orgasmo atravesó el cuerpo de la guerrera. Gabrielle estrechó a la guerrera entre sus brazos engañosamente fuertes y Xena hundió la cabeza en el hombro de la mujer más menuda. —Yo te sostengo, amor... yo te sostengo —susurró Gabrielle.

—Oh, dioses... intentas vengarte, ¿verdad? —gimió Gabrielle, que yacía completamente agotada en la cama que ambas compartían. Xena sonrió y subió por el cuerpo de la joven, besando suavemente la sensible carne, hasta que sus labios se unieron en un beso apasionado lleno de promesas de una vida entera por venir. Gabrielle gimió de nuevo, al notar su propio sabor en la lengua de la guerrera. —¿Cómo lo has adivinado? —dijo Xena con una sonrisa aviesa cuando las dos se separaron por fin para respirar.

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La guerrera se echó boca arriba y Gabrielle se vio envuelta en unos brazos fuertes y amorosos. La bardo olisqueó el cuello de Xena, besando ligeramente la marca que le había hecho ahí anteriormente. —Xena... ¿tú crees que me pasa algo? —preguntó Gabrielle con tono inseguro. —Claro que no, amor... Gabrielle, ¿por qué se te ocurre preguntar una cosa así?

—contestó Xena, apartándose un poco para mirar a su amante. —Es que... pues, esto. —Hizo un gesto con la mano indicándolas a las

dos—. Me refiero, o sea... la forma en que estamos... me refiero... —Gabrielle, no paras de decir "me refiero", pero no sé a qué te refieres —dijo Xena, confusa por la pregunta de su amante. —Me refiero... —Gabrielle se calló al ver la sonrisa de Xena ante las mismas palabras—. ¡Xena, es que te deseo todo el tiempo! —soltó la bardo—. Al principio creía que era porque todo era muy nuevo, pero sólo va a peor, no sé si me entiendes. Es como si hacer el amor contigo fuese una especie de necesidad... es un impulso irrefrenable y sé que eso no puede ser normal —terminó la joven con lágrimas en los ojos. —Gabrielle —dijo Xena, cogiendo delicadamente la cara de la bardo entre sus fuertes manos—. Es una necesidad... llevamos tanto tiempo enamoradas que claro que nos necesitamos y no hay nada de anormal en eso. En cuanto a la parte física de nuestra relación... yo me siento exactamente igual que tú. Últimamente, si no te estoy haciendo el amor, estoy pensando en hacerte el amor. Esto es nuevo... para las dos. Yo nunca he estado enamorada de esta forma, así que vamos a tener que escribir nuestras propias normas y vivir cada día como se presente. Pero sí sé una cosa, amor mío...

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Xena hizo rodar a la bardo hasta colocarla boca arriba y se puso a darle suaves besos en el cuello, avanzando hacia la oreja de Gabrielle. —Eres la mujer... más bella... más increíble... y más atractiva... que he conocido en toda mi vida. —La guerrera fue marcando cada palabra con un beso—. ¿Cómo no voy a desearte todo el tiempo? —terminó, capturando los labios de Gabrielle en un beso ardiente que ahuyentó de inmediato todas las dudas y temores de la joven. —¿Xena? —Gabrielle intentaba desesperadamente no dejarse arrastrar por los besos de la guerrera. —¿Mmmm? —fue la respuesta de Xena, que seguía bajando con sus besos por el cuello de la joven. —Me gustaría contarle lo nuestro a mi familia —terminó Gabrielle, contando los segundos que pasaban, con los ojos cerrados con fuerza a la espera de la explosión. —¿Que quieres qué? —dijo Xena, atónita—. Gabrielle, tus padres me odian... ¿estás segura de que estás preparada para la reacción que podrían tener? Los ojos de esmeralda de la joven reina adoptaron una expresión seria. —Me imagino más o menos el tipo de reacción que van a tener, pero es algo que necesito hacer... más por mí, o mejor dicho... por nosotras, que por nadie más. Xena, es que si nos ocurre algo, quiero que la gente... nuestras familias... sepan lo que sentíamos la una por la otra... lo que éramos la una para la otra. Quiero que sepan que por encima de todo, te quise hasta el día de mi muerte y que haría cualquier cosa... iría a cualquier parte... lucharía con cualquier persona con tal de estar a tu lado.

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Los ojos azules de la guerrera se llenaron de lágrimas y se inclinó para rozar con los labios la frente de su amante, bajando de nuevo para atrapar los labios suaves y llenos de la bardo en un beso que las dejó sin aliento. Gabrielle no paraba de asombrarse por el hecho de que la antigua Destructora de Naciones pudiera ser tan dulce, que tuviera una caricia tan delicada y llena de amor. —Oh, Gabrielle... ¿tú sabes cuánto te quiero? ¿Te das cuenta siquiera de lo que significas para mí? ¿De que mi corazón late sólo por ti... por tu causa? Mi corazón está de tal manera conectado al tuyo... para toda la eternidad, Gabrielle... tú eres mi alma gemela. Secando las propias lágrimas de amor de la bardo, Xena continuó: —Pero una cosa sólo, amor mío. Si estás decidida a hacer esto, hagámoslo como es debido. Las dos iremos a Potedaia y se lo diremos juntas a tu familia. Desde ahí podemos viajar a Anfípolis y decírselo a mi madre y a Toris. ¿Qué te parece? —Xena, ¿estás segura de querer decírselo a tu familia también? —Nunca he estado más segura de nada, bardo mía —dijo Xena con un beso y una sonrisa que reservaba sólo para su bardo. Gabrielle le echó los brazos con fuerza a la guerrera alrededor del cuello. —Te quiero, Xe —susurró. Xena sonrió al oír a su amante usar la versión abreviada de su nombre. —Yo también te quiero, Gabrielle. La guerrera se apartó por fin del exquisito abrazo.

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—Gabrielle, tengo una cosa para ti —dijo, levantándose de la cama para buscar en sus alforjas—. En realidad —continuó hablando mientras hurgaba en el fondo de la alforja—, encargué que lo hicieran hace ya bastante tiempo, pero nunca pensé que de verdad llegaría a dártelo. Levantando la mirada con una sonrisa agridulce, miró a la bardo a los ojos. —Creo que encargué que lo hicieran porque era algo que me habría gustado darte si alguna vez tenía el valor suficiente para decirte lo que sentía por ti. Volviendo a la cama, se sentó al lado de la bardo y le entregó una pequeña caja de madera. Gabrielle alargó la mano con inseguridad para recibir el regalo, preguntándose qué podría haber encargado la guerrera, manteniéndolo en secreto tanto tiempo. Levantando la tapa, Gabrielle sofocó una exclamación al ver la elegancia del regalo. La caja estaba forrada de seda morada y en su interior había un colgante que no se parecía a ningún otro. Basándose en la forma y los adornos del peto de Xena se habían creado dos corazones y cada uno sujetaba una pequeña piedra, una de ellas de color azul zafiro y la otra verde esmeralda. Los corazones estaban unidos en la punta, creando la letra X. —Oh, Xena... qué precioso —dijo Gabrielle sin aliento. —A ver cómo te queda, ¿eh? —dijo Xena, sonriendo ante la expresión de amor absoluto que se veía en el rostro de su bardo. La guerrera se movió para sentarse detrás de la joven reina y sujetó la delicada cadena alrededor de su cuello. Rodeando con los brazos a la mujer más menuda sentada delante de ella, Xena apretó su cuerpo con fuerza contra la bardo y le susurró al oído: —Esto es algo más que un colgante. Nunca hasta ahora había entregado mi corazón de esta forma. Confío en que me lo protejas. También exige una promesa por tu parte, Gabrielle. Pone una X, mi marca, sobre tu corazón... mi corazón

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sobre tu corazón. Es la prueba de que me perteneces a mí y a nadie más, igual que yo te pertenezco a ti. Gabrielle alzó la mano y la puso sobre el colgante, que reposaba sobre su corazón, y al mismo tiempo Xena puso su mano encima de la de la bardo. La guerrera bajó la cabeza y besó suavemente a la reina en el hombro, juntando más sus cuerpos. Sentadas en postura de yoga, cada una envuelta en la otra, con las manos sobre el colgante, era como si de verdad se hubieran hecho una sola persona. —Jamás dejaré que nadie me lo quite —prometió Gabrielle. —Ay de la persona que lo intente —dijo Xena con total seriedad. Cuando Xena dijo esto, Gabrielle notó un cosquilleo en la piel justo donde entraba en contacto con el colgante. Vino y se fue tan deprisa que la bardo no supo si la sensación había sido real o imaginaria. —Bueno, ¿y cuándo nos vamos? —preguntó Gabrielle. —¿Pasado mañana te parece demasiado pronto? —respondió Xena. —A mí me parece bien. Xena, ¿es que a ti te habría apetecido estar ya otra vez en el camino? —preguntó Gabrielle. Xena estrechó con más fuerza a la reina amazona y le habló tan bajito al oído que apenas era un susurro: —Yo voy donde tú vayas, mi reina... mi hogar está donde estés tú. Deteniendo sus palabras con un beso y luego con una caricia, las dos mujeres volvieron a perderse una vez más en sus pasiones.

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Dejar la aldea amazona nunca era fácil para Gabrielle, pero tras pasar tanto tiempo con sus amigas, la despedida fue triste. Gabrielle iba con la mejilla apoyada en la espalda de Xena mientras ambas cabalgaban a lomos de Argo, y daba gracias a Artemisa una vez más por tener una regente y amiga como Ephiny. —Despierta, dormilona —le tomó el pelo Xena, poniendo una mano suavemente sobre el muslo de su amante. —Mmmm... no estoy dormida, sólo estoy pensando —fue la respuesta indolente de la bardo. —¿Pensando o preocupándote? —Me conoces demasiado bien. —La bardo sonrió y besó a Xena en el cuello—. Aunque un poco de las dos cosas, creo. No sé si no deberíamos dejar a Argo ensillada y preparada para salir huyendo. Xena aseguró con más firmeza los brazos de Gabrielle en torno a su cintura y puso encima su brazo libre con gesto protector. —Recuerda, Brie... estamos juntas en esto. ¿Qué? —preguntó Xena, volviéndose para mirar a Gabrielle al no recibir respuesta de su bardo. —Es que no creo que me hayas llamado nunca nada más que Gabrielle desde que nos conocemos. ¿Por qué Brie? —No sé... —farfulló la guerrera, con un leve rubor que le empezaba a subir por el cuello—. Me ha salido sin más. —Me gusta. Sobre todo me gusta que sea un nombre que sólo utilizas tú. —Gabrielle sonrió sobre la piel del cuello de la guerrera.

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Gabrielle empezó a depositar una serie de besitos por la piel desnuda del cuello y los hombros de Xena, por cualquier punto al que llegaran sus labios que no estuviera cubierto por la armadura. Los tiernos labios de su bardo le produjeron una sensación que se clavó directa en el centro de Xena, haciendo gemir a la guerrera. —Gabrielle —dijo la guerrera casi sin aliento—. A este paso vamos a tardar una semana en llegar a Potedaia. —¿Y eso por qué, mi amor? —preguntó Gabrielle, haciéndose la inocente y echando a un lado el pelo de Xena para acariciarle la nuca con la punta de la lengua. —¡Porque vamos a acampar ahora mismo! —declaró Xena, sacando

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bruscamente a la yegua del camino y adentrándose en el bosque.

—¿Hay alguien en casa? —preguntó Gabrielle, agitando la mano ante los ojos de su amante. —Oh,

lo

siento,

Brie...

estaba

pensando.

—Xena

salió

de

su

ensimismamiento mientras contemplaba las llamas de la hoguera. —¿Pensando o preocupándote? Xena sonrió fugazmente a su joven amante al oír cómo le devolvía las palabras que ella le había dicho anteriormente. —Un poco de las dos cosas, creo —respondió con una sonrisa. —¿Te puedo ayudar? —preguntó Gabrielle.

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—Pues la verdad es que sí... tenemos que hablar, Brie —afirmó la guerrera con seriedad. La expresión de la bardo le dijo a Xena que la joven había malinterpretado sus intenciones. —Oh, no... no es nada malo, sólo unas cosas que he pensado que tenemos que hablar. —Ah —dijo Gabrielle, sonriendo ante su propia preocupación—. Creía... bueno, supongo que siempre hay una pequeña parte de mí que todavía está esperándose que me dejes en Potedaia —dijo, avergonzada de sus propios temores. —Jamás, bardo mía... —Xena se sentó a su amante en el regazo y estrechó a la mujer más menuda en un cálido abrazo—. Gabrielle, lo diré una y otra vez si necesitas oírlo, pero jamás te dejaré. Tengo intención de hacerte la vida imposible hasta que seamos viejas y decrépitas —terminó la guerrera con un brillo guasón en los ojos azules—. Es de eso más o menos de lo que quería hablarte... de estar juntas hasta que seamos viejas y decrépitas. No quiero que te lo tomes a mal, teniendo en cuenta, como puedes ver, que me cuesta mucho no tocarte todo el rato. Es que... bueno... en la aldea amazona teníamos mucha libertad para... pues, besarnos y... ya sabes, siempre que queríamos, pero ahora que volvemos a estar en el camino... con gente y ciudades desconocidas... —Oh, Xe, tranquila, lo comprendo. Yo nunca te avergonzaría en público... —No, amor... tus caricias jamás podrían avergonzarme. Podrías besarme a fondo delante de mi propia madre y no me sentiría avergonzada. —La guerrera sonrió con ternura. —Algún día te voy a tomar la palabra, sabes —bromeó Gabrielle.

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—Estaba pensando más bien en la concentración. No quiero que estemos tan pendientes la una de la otra que perdamos de vista lo que ocurre a nuestro alrededor. Sabes que podríamos tener problemas si nos olvidamos demasiado de lo que nos rodea. No es bueno que una guerrera esté tan distraída. —¿Y yo soy una distracción? —preguntó Gabrielle, olisqueando el cuello de la guerrera. —Tú, mi amor, eres una distracción agradabilísima —bromeó la guerrera, besando a su amante en la punta de la nariz. Gabrielle sonrió y le devolvió el dulce beso. —Así que, ¿no podemos dedicarnos tanto a esto? —Gabrielle señaló los petates revueltos que habían estirado y colocado en el campamento dos veces desde la cena—. ¿O tal vez sólo cuando nos alojemos en una posada o en una ciudad? —Bueno, no te pases. —El cuerpo de la guerrera ya empezaba a sentir la carencia—. Sólo he pensado que tal vez deberíamos ser un poco más selectivas con respecto a cuándo y dónde... no necesariamente en cuanto a la frecuencia. Gabrielle se echó a reír al ver la expresión abatida de su amante. —Yo nunca te rechazaría, amor mío —susurró con tono seductor. Xena gruñó cuando el tono provocativo de la bardo hizo reaccionar a su cuerpo. —Te llevaría al petate ahora mismo, pero quiero comprobar la zona antes de que nos pongamos demasiado cómodas —dijo, apartándose un poco de la bardo antes de renunciar del todo a ese plan.

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—Xena —la llamó Gabrielle cuando la guerrera se adentraba en la oscuridad—. Ahora que somos amantes eso de "comprobar el perímetro" tiene un significado muy distinto, ¿verdad? —Sonrió. Xena se detuvo en seco y se volvió para mirar a la joven. —¿Lo sabías? —Xe... ¿qué creías que hacía yo aquí cuando tú te ibas a darte placer? —preguntó Gabrielle, sonriendo dulcemente. La visión que se coló en la mente de la guerrera hizo que se le pusieran los ojos como platos. Se volvió rápidamente para dirigirse al límite del campamento, pero no sin que Gabrielle oyera el gemido grave de excitación que soltó la guerrera.

29 Cabalgando hacia la pequeña aldea de Potedaia, Xena notó que el lenguaje corporal de Gabrielle cambiaba y que la joven que iba en la silla detrás de ella se iba pegando cada vez más a la guerrera. A Xena siempre le había parecido que Gabrielle se alegraba de ver a su familia, sobre todo a su hermana Lila, pero siempre había algo imperceptible que cambiaba cuando la bardo regresaba a su aldea natal. —¿Qué tal si hacemos un descanso? —propuso Xena—. Tengo algo de sed. Además, sólo faltan un par de marcas para llegar a Potedaia. A Gabrielle le pareció buena idea hacer un pequeño descanso. En realidad, cuanto más cerca estaba de su casa, más nerviosa se iba poniendo, hasta el punto de agarrarse con tal fuerza a Xena que temía ahogar a la pobre guerrera. Sentándose debajo de un árbol, las dos se relajaron a la sombra, dándose cuenta de que las cálidas brisas del verano estaban llegando poco a poco a su fin.

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—¿Qué tal era vivir en Potedaia, Brie? —preguntó Xena con aire despreocupado. Gabrielle miró a su guerrera, disimulando apenas una expresión de dolor con una leve sonrisa. —No sé... supongo que como en cualquier otra comunidad agrícola de Grecia. Xena continuó. —Es que no hablas mucho de cómo fue tu infancia aquí. Es decir, yo siempre estoy hablándote de cuando Liceus y yo nos íbamos de pesca o a nadar, de cómo aprendí a montar a caballo o a usar una espada... la verdad es que nunca sabré cómo te las arreglas para sonsacarme esas historias —dijo, sonriendo a su bardo. Gabrielle se encogió de hombros como para decir que no había gran cosa que contar. —Ven aquí —la animó Xena, colocándose a la mujer más menuda en el regazo. Besándola en la sien, la guerrera se regodeó en el calor familiar de su compañera. —Mi infancia no fue una época muy feliz para mí —dijo Gabrielle, apoyando la cabeza en el pecho de la guerrera. —Eso me parecía... ¿no puedes hablar de ello? ¿Ni siquiera conmigo, Brie? —dijo Xena con ternura, acariciando la cara de su amante. —Es que me sentía muy... fuera de lugar —dijo Gabrielle despacio—. Claro, que cualquiera que tuviera medio ingenio y un cerebro completo se sentiría así, pero era algo más que el pueblo. Xe, me sentía así con mi familia. Lila y yo hemos tenido la mejor relación que pueden tener dos hermanas, pero mi madre era

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siempre tan distante y... bueno, ya sabes cómo me trata mi padre. No era mucho mejor cuando era pequeña. Siempre me sentía como... como una extraña —terminó en voz baja. —Tú y yo, amor mío, tenemos más en común de lo que crees —comentó la guerrera, abrazando a su amante con fuerza—. ¿Te puedo hacer una pregunta? —¿Mmmm? —¿Por qué es tan importante para ti venir aquí para comunicarles lo nuestro si eso es lo que crees que sienten por ti? —preguntó Xena. Irguiéndose para mirar a su amante a los ojos, Gabrielle dijo con tono tajante: —Porque quiero que sepan quién soy... quién soy de verdad. Xena se quedó ahí sentada contemplando los rasgos orgullosos y bellos de su amante y notó que otro trozo de esa vieja muralla que rodeaba su corazón caía al suelo. —Gabrielle... ¿qué he hecho yo para merecer a una mujer tan maravillosa como tú en mi vida? —Y recalcó el comentario con un beso lleno de amor. —No lo sé, pero ahora te tienes que quedar conmigo —rió la bardo. Xena se levantó de un salto sujetando a Gabrielle en sus brazos. —Bueno, eres demasiado pequeñaja para volver a echarte al agua —bromeó la alta guerrera. —Xena... ¡bájame! —chilló Gabrielle. —Me lo vas a tener que pedir con más amabilidad —dijo la guerrera, meneando las cejas.

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Gabrielle se puso a besar ligeramente el cuello de la guerrera. —Por favor, amor mío... ¿te importaría bajarme? —Luego rodeó el cuello de Xena con los brazos y la besó apasionadamente. Cuando el beso terminó por fin, las dos descubrieron que les costaba respirar un poco más que al empezar. —Gabrielle... —dijo Xena, con la voz ronca de deseo. Los ojos de la guerrera se posaron en los de la bardo y luego se desviaron hacia el bosque, y la mujer que tenía en brazos comprendió el ruego silencioso. —Mm-mm —asintió Gabrielle y la guerrera se la llevó a las sombras del bosque.

32 Xena subió a Gabrielle a la silla detrás de ella, con la sonrisa de una guerrera auténticamente satisfecha. —Xe. —Gabrielle le dio un manotazo en el brazo—. ¡Si no te quitas esa sonrisa de boba de la cara todo el pueblo va a saber lo que hemos estado haciendo y no tendremos que decirle nada a mi familia! —¿Qué sonrisa de boba? —Xena hizo un esfuerzo por dejar de sonreír, pero fracasó. —Esa sonrisa de boba —dijo Gabrielle, volviendo ligeramente a la guerrera para mirarla. —Bueno, tú me la has causado... a lo mejor deberías hacer algo para eliminarla. —¡Xena! —exclamó Gabrielle.

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—Ah, está bien... lo intentaré. Pasaron unos segundos y Gabrielle se echó rápidamente hacia delante en la silla para mirar a la guerrera a la cara. —¡Xena! —¡Lo estoy intentando! —gritó a su vez la guerrera. Con un ceño falso, se volvió de nuevo hacia la bardo—. ¿Mejor? —Sí. Gracias, amor. Pasaron unos segundos más y la sonrisa volvió a apoderarse de la cara de la guerrera. —¡Aaarrggh! —gimió Gabrielle, sacudiendo la cabeza en vano sobre la espalda de su amante.

Lila fue la primera en ver a la pareja cuando se acercaban cabalgando hacia la pequeña granja. —¡Gabrielle! —gritó la chica más joven, agitando la mano—. Madre, ven, corre. Para cuando las amantes se detuvieron ante la pequeña casa, Lila y Hécuba, la madre de Gabrielle, estaban esperando. Xena se quedó a un lado y dejó que las mujeres se saludaran e intercambiaran palabras amables, sin poder apartar los ojos de su hermosa bardo. Hecho que no escapó a la atención de Hécuba. —Hola, Xena —saludó Hécuba, sorprendiendo a la guerrera con su cordialidad.

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—Hécuba. —Xena alargó la mano para estrechar la de la mujer de más edad. —Bueno, vamos dentro, ¿no? Xena, si te vas a quedar para visitarnos, puedes acomodar a tu yegua en el establo —dijo Hécuba, alisando bruscamente con las manos los pliegues de su delantal—. Vamos, niñas... Gabrielle, ¿es que no comes nada cuando viajas por los caminos? Estás en los huesos. Las tres mujeres se dirigieron a la casa mientras Xena llevaba a Argo al establo. Lila se volvió hacia Gabrielle y dijo: —Gabrielle, ¿por qué tiene Xena esa sonrisa tan boba? Xena casi se atragantó cuando su oído sobrenatural captó las palabras de la hermana de su amante, le empezó a subir un rubor lento por el cuello, se paró en seco y tuvo que obligarse a mirar a Gabrielle. La bardo la miró a los ojos y dijo, moviendo sólo los labios, "Te lo dije", antes de responder a Lila: —Cosas de guerreras... Gabrielle entró en la casa, sonriendo.

—Ahora ya sé de dónde ha sacado Gabrielle su talento culinario. —Xena sonrió cuando Hécuba le ofreció a la guerrera otro pastel relleno. —Eso siempre fue lo único que esta chica sabía hacer bien... la comida —rió Hécuba.

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Gabrielle advirtió que esta noche Xena se estaba esforzando de verdad con el encanto personal, pero no por ello las palabras de su madre le resultaron menos hirientes. Sí, lo único que hice bien fue aprender a cocinar. —Pues lo bueno es que ahora tiene mucho talento... para muchas cosas —intervino Xena para salvar la situación, ganándose una mirada de Gabrielle tan llena de amor que su madre no pudo por menos de advertirla. Mientras, el padre de Gabrielle, Herodoto, echaba miradas asesinas a la guerrera en silencio. —Deja, ya me ocupo yo —dijo Xena, quitándole a Hécuba los platos y cuencos de las manos y despejando el resto de la mesa. —Xena, tú eres una invitada... no tienes que hacer eso —dijo Hécuba, un poco pasmada, pues la gran guerrera parecía fuera de lugar en su cocina. —No pasa nada... Gabrielle me tiene bien entrenada —dijo, guiñándole el ojo a la bardo, que acababa de entrar en la cocina en ese momento. —Pero no le pidas que cocine... a menos que de verdad te guste la comida quemada —soltó a su vez Gabrielle. —Ooooh, qué mala —respondió la guerrera. Hécuba se quedó observando el intercambio y, en ese instante, supo que esta Gabrielle ya no era la niña que se había marchado de Potedaia en pos de la Princesa Guerrera. Era una compañera en igualdad de condiciones y para la mujer mayor era evidente que Gabrielle había encontrado una vida que la hacía feliz y de paso, posiblemente, a una guerrera cuyo corazón estaba completamente entregado a la joven bardo. —Brie, ¿por qué no haces compañía a tu madre? Yo puedo terminar esto.

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—No tienes por qué hacerlo sola —respondió Gabrielle. Cuando Hécuba pasó a la otra estancia para recoger más platos, Xena le susurró a la bardo: —Por favor, Brie... prefiero con diferencia quedarme aquí que estar sentada ahí aguantando las miradas de tu padre toda la noche. Gabrielle sonrió con tristeza. —Lamento todo esto, Xe. —No lo lamentes... tú ve y pásalo bien con tu madre —susurró la guerrera, besando a su amante en la frente.

Xena limpió la cocina y pasó casi toda la velada dando cuidados muy merecidos a Argo y evitando con éxito al padre de Gabrielle. Se sentó en el establo a arreglar una parte del ronzal de la yegua dorada que se estaba deshaciendo, pensando en Gabrielle y preguntándose si debería estar a su lado en estos momentos. No, ella no lo soltaría sin más. Conociendo a Gabrielle, querrá planearlo con cuidado... paso a paso. Esa idea, por supuesto, la llevó a pensar en la cuidada seducción que Gabrielle había planeado para la guerrera en la aldea amazona y se perdió en sus propias fantasías. Un grito de mujer fuera del establo devolvió a Xena al presente de forma inmediata. Espada en mano, estuvo a punto de arrollar a Lila al salir disparada por las puertas del establo. Lila tenía sus propios problemas en ese momento, pues intentaba defenderse de las intenciones de un joven enardecido. El muchacho, apenas hombre, vio a Xena que salía disparada del establo, con la luz de la luna reflejada en la espada, y estuvo a punto de desmayarse del susto.

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Para cuando Gabrielle y sus padres rodearon la casa, Xena tenía al joven agarrado por la garganta, con los pies colgando en el aire sin tocar el suelo. —Cabroncete patético —gruñó la guerrera. —¿Qué ocurre? —gritó Gabrielle para hacerse oír por encima de los sollozos de Lila. —M-M-Malachus intentaba besarme... y-y yo no quería —dijo Lila entre hipidos. El joven jadeaba sin aire y daba la impresión de que Xena no tenía la menor intención de dejarlo respirar... nunca más. —¡Xena! —le gritó Gabrielle a su amante—. Xe —repitió, suavemente, alzando la mano para agarrar a la guerrera por la barbilla y volver su cara hacia ella. Los ojos de Xena se volvieron hacia los de su amante con una gélida mirada azul. Nada más ver a Gabrielle, la guerrera frunció el ceño y su gélida mirada azul empezó a derretirse con la expresión de adoración que Hécuba había visto antes. —No es más que un niño, Xe... suéltalo —prácticamente susurró Gabrielle. Los músculos del brazo de Xena se relajaron y el chico cayó al suelo, agarrándose la garganta y boqueando. Xena se agachó y bajó bruscamente la cabeza del chico para que la pusiera entre las rodillas como si se hubiera quedado sin aire por un golpe. —Despacio, respira hondo... se te pasará dentro de nada —le aconsejó la guerrera. —No pasa nada, padre... vuelve a la cama —dijo Gabrielle, intentando devolver la velada a la normalidad.

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Herodoto escupió en el suelo, masculló algo sobre dar palizas a aldeanos inocentes y luego se dio la vuelta y regresó a la casa. —Levántate —le ordenó Gabrielle al joven—. Malachus, ¿tú sabes quién soy yo? —Sí... eres la hermana de Lila. Viajas con la Princesa Guerrera. —Al chico le temblaba la voz al hablar. —Así es —contestó Gabrielle—. Me quiere mucho —continuó, mirando de nuevo a su guerrera con ojos en los que sólo había amor—. Haría cualquier cosa por mí... por tanto, haría cualquier cosa por mi familia. Sé cómo les gusta a los jóvenes hablar con sus amigos... No me gustaría nada pensar que te dedicas a contar a esos amigos tuyos mentiras o cotilleos sobre Lila y lo que ha pasado esta noche. —Oh, no, señorita —tartamudeó él, pasando la mirada de Xena a Gabrielle. —No quiero tener que volver aquí para buscarte, Malachus... —intervino Xena con una sonrisa feroz. —Oh, no... nunca, jamás. —El joven parecía suficientemente aterrorizado ahora que la guerrera conocía su nombre. —Entonces a lo mejor deberías empezar por pedirle disculpas a Lila —continuó Gabrielle. Malachus se apresuró a pedir perdón, pero se trabucaba tanto con las palabras que al final resultó una disculpa de ló más patético. —Lila... n-no quería hacerte daño... o sea, yo nunca... sólo quería, o sea, nunca...

—No dejaba de mirar a Xena y Gabrielle, inclinándose cada vez más

hacia Lila y bajando la voz hasta que apenas se lo oía—. N-n-nunca he besado a una chica... y eres tan guapa...

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Xena y Gabrielle se miraron y trataron de disimular sus sonrisas ante el joven que había estado a punto de que lo mataran por simple falta de experiencia. —Da las buenas noches, Malachus —dijo Xena, rodeando los hombros del chico con el brazo—. Tenemos que hablar —le dijo, llevándoselo en dirección al pueblo. Hécuba se había quedado allí plantada, clavada en el sitio, mientras ocurría todo esto. Habría dos cosas que siempre recordaría sobre el episodio de esta noche. La primera era la fuerza bruta que tenía la guerrera. Cuando se encontraron a Xena sujetando a Malachus por la garganta, Hécuba vio los músculos abultados del brazo de la guerrera, el antebrazo y el bíceps doblados con fuerza sobre el hueso. La segunda cosa era lo enamorada que estaba su hija de la alta guerrera.

39 —¿Por qué no quieres quedarte en tu antigua habitación conmigo, Gab? —dijo Lila mientras ayudaba a Gabrielle a extender las mantas y un petate en el pajar. —Porque mi sitio está con Xena —dijo Gabrielle suavemente. Xena había regresado tras una larga charla con el joven Malachus, había entrado en el establo y había oído a las dos jóvenes en el pajar. No tenía intención de espiar, para la guerrera caminar sin hacer ruido era una habilidad natural, y tampoco tenía intención de ocultar el hecho de que estaba en la cuadra de Argo justo debajo de su amante y la hermana de ésta. Ahora, sin embargo, oyó las preguntas que se estaban planteando y no pudo evitar escuchar las respuestas de la bardo. —¿De verdad crees que Xena haría cualquier cosa por ti? —preguntó Lila, un poco maravillada.

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—Sé que lo haría... me lo demuestra cada día —sonrió Gabrielle. —A mí también me caen bien mis amigos, pero yo no haría cualquier cosa por ellos. —Xena y yo lo haríamos porque nos amamos. —¿La amas como amabas a Pérdicas? —A Lila se le pusieron los ojos muy redondos al oír la confesión de su hermana. A Xena casi se le paró el corazón al oír las palabras de Lila y tuvo que recordarse a sí misma que tenía que respirar. En el poco tiempo que las dos llevaban de amantes, Gabrielle y ella no habían hablado de nadie con quien hubieran estado anteriormente. Pensándolo ahora, Xena sabía el daño que debía de haberle hecho a la bardo con sus devaneos fortuitos con hombres como Ulises. Aunque las dos hubieran hablado, Xena no sabía si alguna vez tendría el valor de sacar el tema del matrimonio de Gabrielle con Pérdicas. Todavía le dolía demasiado, al saber que la única mujer que había capturado el corazón de la guerrera la había dejado para ser amada por otro. ¿Sabe cómo me partió el corazón? Gabrielle dejó lo que estaba haciendo e hizo un gesto a su hermana para que se sentara a su lado. —Lila... te voy a decir algo... algo que ni siquiera le he dicho a Xena. Te lo digo a ti porque quiero que comprendas ciertas cosas sobre el amor... sobre la toma de decisiones y estar con la persona adecuada. No quiero que tú tengas que sufrir el mismo dolor que he sufrido yo. —Los ojos de Gabrielle se llenaron de lágrimas y su hermana se arrodilló a su lado y le cogió la mano—. No amo en absoluto a Xena como amaba a Pérdicas —afirmó Gabrielle con tristeza. Xena estaba convencida de que esta vez sí que se le había parado el corazón. Todo el dolor que alguna vez podría haber imaginado estaba contenido

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en esa sola declaración. No haber sido la primera era una desilusión, pero ir siempre en segundo lugar en el corazón de Gabrielle era como si le hubieran dado una patada en el estómago sin avisar. —Yo no amaba a Pérdicas como se debería amar a un compañero, a la persona con la que deseas pasar el resto de tu vida. Lo quería porque era un chico con el que me había criado, porque me recordaba las cosas buenas de casa... lo quería como amigo, no como amante. —Gabrielle, ¿por qué te casaste con él si sabías que eso era lo que sentías? —preguntó Lila. Gabrielle tenía la cara bañada en lágrimas, pero sabía que tenía que contar toda la historia, experimentar la purga catártica que le pedía su corazón lleno de culpa. —Me casé con él porque me lo pidió... porque dijo que me amaba... porque nunca pensé que pudiera tener algo mejor —terminó en un susurro—. Estaba enamoradísima de Xena y nunca pensé que ella pudiera amarme de la misma manera... de modo que me conformé con algo que no era lo que deseaba mi corazón. Lila, cuando Pérdicas me hizo el amor en nuestra noche de bodas, yo sólo podía pensar en Xena... en cuánto deseaba que hubiera sido ella. Había tomado la decisión e iba a tener que vivir de acuerdo con ella, pero aunque Pérdicas y yo hubiéramos tenido una larga vida juntos, nunca lo habría amado tanto, tan profundamente como amo a Xena. —La bardo y Lila siguieron sentadas la una al lado de la otra, cogidas de la mano, sintiendo el simple bienestar de ser hermanas. Gabrielle se enjugó las lágrimas de la cara y continuó—. He tardado mucho tiempo en superar el sentimiento de culpabilidad por la muerte de Pérdicas. Me volvía loca pensando que si hubiera sido sincera con todo el mundo... con Xena, con Pérdicas, incluso conmigo misma, nada de esto habría ocurrido... ese muchacho seguiría vivo. Acabé haciendo daño a mucha gente. Sé que hice daño a Xena... nunca hemos hablado de ello, pero Lila, tengo intención de pasarme el

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resto de mi vida demostrándole a Xena que quería que fuese ella... que quería que ella fuese la primera. No quiero que vuelva a dudar jamás de la profundidad de mi amor por ella. Por las mejillas de la guerrera resbalaban lágrimas ardientes al escuchar las confesiones de pena y remordimientos de su bardo. Qué carga había decidido echarse encima su joven amante. Jamás, bardo mía... jamás dudaré de tu amor.

—Eh, ¿os habéis quedado dormidas ahí arriba o qué? —exclamó Xena mirando hacia el pajar. La guerrera había salido del establo hacía un rato, no sólo para calmarse, sino también para darle más tiempo a su amante para hablar con su hermana. Las dos hermanas bajaron por la escalera, sonriendo a la guerrera. Xena esperaba que sus ojos no revelaran que había estado llorando, como se veía en los de Gabrielle. —Bueno, es tarde... —dijo Lila vacilando. Se volvió y dio un beso de buenas noches a su hermana—. Buenas noches, Gab. —Dudando ante la imponente guerrera, Lila pareció tomar una decisión, se puso de puntillas y le dio un beso a la guerrera en la mejilla—. Buenas noches, Xena. —Cuando Lila llegó a la puerta, se volvió y miró a Xena de nuevo—. Gracias por lo que has hecho esta noche, Xena. Todavía un poco desconcertada por el beso, Xena no supo qué responder a la joven. —Por darle un susto del Tártaro a tu pretendiente... pues de nada —dijo con humor. Lila soltó una risita y salió corriendo por la puerta, dejando a las amantes por fin solas.

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—¿De qué iba todo eso? —preguntó Xena. Riendo, Gabrielle rodeó con los brazos la cintura de la guerrera. —Creo que te acabas de convertir en la heroína de una mujer más de la familia. —Genial —dijo la guerrera con falso aire de desdén—. ¡Si apenas puedo con la primera! —Muy graciosa —sonrió la bardo, estrechando a la guerrera con más fuerza. —¿Te importaría que hiciera una cosa que llevo esperando toda la noche para hacer? —preguntó Xena. —¿Me va a hacer feliz? —preguntó a su vez la bardo. —Si no te hace feliz... es que no lo hago bien. Xena cogió la cara de la bardo entre las manos y la besó delicadamente, dedicando largo rato a acariciar suavemente los labios y la lengua de la bardo con los suyos. —Guau —dijo Gabrielle sin aliento. Xena se echó a reír suavemente y abrazó a su amante. —¿La mejor bardo de Grecia y lo único que se te ocurre es guau? —Bueno —dijo Gabrielle, explicándose algo azorada—, es que cuando haces eso se me ablanda el cerebro. —Ya, ¿pero te ha hecho feliz? —le sonrió la guerrera. —Oh, sí —dijo Gabrielle, que todavía intentaba recuperar el aliento.

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—Gabrielle... —susurró Xena. Las dos mujeres estaban abrazadas la una a la otra en su cama improvisada sobre el heno del pajar. Ninguna de ellas tenía sueño, pero daba gusto relajarse sin que nadie las viera. Todavía hacía calor en el establo: las dos amantes, con camisas de algodón, no necesitaban mantas. —Gabrielle, sé que probablemente no quieres... bueno, ya sabes, con eso de que tus padres están tan cerca, pero me estoy volviendo loca aquí tumbada contigo sin poder sentir tu piel sobre la mía. —Hala, ya lo he dicho y ahora piensa que soy un animal insaciable. Gabrielle sonrió y besó a la guerrera en el hombro al que estaba pegada. Cogiendo el borde de su camisa de dormir, se quitó la tela del cuerpo con un rápido movimiento. Alargando las manos hacia su amante, ayudó a la guerrera a hacer lo mismo. Pegadas la una a la otra, Gabrielle tuvo que reconocer que esto estaba mucho mejor. —No puedo evitarlo, Brie... eres una gozada —dijo Xena, acariciando la piel desnuda de la espalda y los hombros de su amante. —Me gusta que te cueste tanto resistirte a mí, sabes —susurró la joven. —La mayor parte de los días, tengo que hacer uso de todo mi control, amor mío

—respondió la guerrera con una sonrisa. —Xena... tengo que decirte una cosa. —Gabrielle se puso seria—. No quiero

que vuelva a haber mentiras entre nosotras... ya hemos sufrido las dos bastante por eso. Cuando Lila y yo estábamos aquí preparando el petate, bueno... quiero que sepas... —Gabrielle, yo también quiero ser sincera contigo...

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Xena sabía a qué mentiras se refería Gabrielle... Esperanza... Ming T'ien... habían sufrido el Tártaro a causa de las mentiras y medias verdades que se habían dicho. La guerrera sabía que tenía que empezar esta relación con buen pie, aunque eso supusiera pasar por momentos difíciles. Al menos, a esos podrían enfrentarse juntas. —...Brie, cuando estabas hablando con Lila, yo estaba... —No, Xe... yo primero, ¿vale? —Gabrielle colocó sus dedos suaves sobre los labios de la guerrera. Xena asintió en silencio y Gabrielle continuó. —Cuando estaba aquí en el pajar, contándole esas cosas a Lila... sabía que tú estabas en la cuadra debajo de nosotras. —Pero... cómo... todo el... ¿sabías que yo estaba ahí todo el tiempo? —Xena sintió que se le acaloraba la cara de vergüenza—. Eso es lo que estaba a punto de decirte... lo siento muchísimo, no quería... —Lo sé... no pasa nada, Xe. Dije todo eso en parte porque quería que Lila comprendiera las consecuencias a las que nos enfrentamos cuando tomamos decisiones. —¿En parte? —preguntó Xena. —Sí —dijo Gabrielle, con lágrimas en los ojos—. La otra razón era porque quería que tú supieras lo llevaba en el corazón... por qué hice lo que hice... y cuánto lamento haberte hecho daño. No sabía si iba a tener el valor de decírtelo cara a cara. —Oh, Brie... cada día te quiero más —confesó la guerrera, enjugando las lágrimas que no habían caído de los ojos de la bardo—. Por favor, por favor, mi amor... no tengamos nunca miedo de decirnos cualquier cosa.

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—Siento haberte hecho daño... —se disculpó Gabrielle. —Yo necesito tu perdón más que tú el mío. Si te hubiera dicho lo mucho que te quería hace mucho tiempo, nunca te habrías marchado para casarte con Pérdicas. Yo habría sido la primera para ti... él seguiría vivo. Dahak, Esperanza... todo aquello... Gabrielle, yo soy responsable de gran parte de tu dolor. —Basta, Xe —dijo Gabrielle con más brusquedad de la que pretendía. Cogió la cara de Xena para poder mirarla a las profundidades azules—. Ya lo estás haciendo otra vez, mi amor. Echándote todo el peso del mundo sobre los hombros. No eres Atlas... no has sido condenada a eso para toda la eternidad. Ahora le tocó a Gabrielle enjugar las lágrimas de la cara de su amante. —Oh, Xe... las dos hemos cometido errores, pero forman parte de nuestro pasado. Entonces no nos teníamos la una a la otra, como nos tenemos ahora. Ya no tenemos que pasar por nada solas... siempre nos tendremos la una a la otra. —Sigo deseando haber sido la primera —dijo la guerrera un poco triste. —Yo quiero que seas algo mejor, amor mío —susurró Gabrielle, inclinándose sobre la guerrera y acariciándole la cara con ternura—. Quiero que seas la última. Xena dejó que se le escaparan las lágrimas de los ojos al tiempo que estrechaba a su joven amante entre sus brazos y la besaba como si quisiera revelarle hasta el último secreto de su alma.

—Gab, voy a ayudar al tío Delos esta noche a servir cenas en la posada. ¿Qué tal si Xena y tú venís al pueblo y a lo mejor cuentas unas historias? —suplicó Lila.

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Las cuatro mujeres estaban tomando una taza de té matutino: el padre de Gabrielle se había ido al amanecer a trabajar en los campos, para gran alivio de Xena. —No sé, Lila... puede que el tío Delos ya tenga un bardo, además, Xena y yo nos pasamos la vida en las tabernas, seguro que no quiere hacerlo aquí también. —Oh, apuesto a que a Xena le gusta oír tus historias, ¿a que sí, Xena? —insistió Lila. —Por supuesto —dijo la guerrera sin dudar. Gabrielle enarcó una ceja y echó a Xena la mirada que quería decir "gracias por la ayuda". —La verdad es que preferiría quedarme en casa con madre. —Pues es que, Gabrielle... yo también voy a ayudar a Delos. Va a llegar una gran caravana de paso y el pueblo entero está sobre ascuas. Tendrían que haber llegado esta mañana. —Bueno, si toda la familia va... supongo que no hay más que hablar, ¿eh? —le dijo Xena a Gabrielle, dándose una palmada en las rodillas y sonriendo alegremente. —No creas que no me voy a vengar, guerrera —le susurró Gabrielle a su amante al oído. Xena se limitó a poner los ojos en blanco y silbar, con la cara más inocente que era capaz de poner una Princesa Guerrera.

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—¿Qué es todo esto? —preguntó Gabrielle, reuniéndose con Xena en el establo en medio de sus alforjas. El atuendo de cuero propio de una amazona de la joven estaba desempaquetado, junto con los brazales, el cinturón de cuero y las joyas. —He pensado que a lo mejor... bueno, has dicho que querías que tu familia supiera quién eres. He pensado que no estaría mal empezar por aquí. —No sé yo, Xe... La guerrera se puso detrás de la bardo y rodeó la figura más pequeña con sus fuertes brazos. —Has dicho que querías que supieran quién eres de verdad, Brie. ¿Y si esta noche no cuentas una historia de la Princesa Guerrera y les cuentas algo original... como una historia sobre cómo una pequeña campesina asustada se convirtió en reina de la Nación Amazona? —¿Tú crees que están preparados para oír una historia así? —Seguro que más adelante no van a estar mejor preparados, mi amor —le susurró Xena a su amante al oído.

—¿Ep? —exclamó Gabrielle sin dar crédito, abrazando con fuerza a su amiga amazona. La caravana había llegado ese día, efectivamente, y la taberna estaba llena hasta los topes. Poco sospechaban Xena y Gabrielle que se trataba de una caravana de amazonas—. ¿Pero qué hacéis todas aquí? —preguntó Gabrielle, totalmente pasmada. Debía de haber entre veinte y veinticinco guerreras amazonas junto con la gente del pueblo en la posada de su tío.

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—Habíamos llevado la cosecha sobrante al pueblo de Olintos y hace unos dos días, cuando regresábamos a Amazonia, perdimos el eje de uno de los carros. Así que mandamos aviso y decidimos visitar Potedaia. —Cómo me alegro de ver una cara amiga —dijo Gabrielle, abrazando de nuevo a su amiga. Xena se sacudió el polvo de las manos después de meter unos cuantos barriles más de oporto para Delos, el tío de Gabrielle. Mirando a su alrededor, buscó por la sala a su bardo y la vio hablando con Eponin. Pero, ¿y eso? Al ver a su joven amante vestida con su atuendo de cuero de amazona, Xena se quedó sin aliento: un suave corpiño de cuero marrón que le quedaba a la bardo como una segunda piel y una falda enrollada que la joven se había acostumbrado a llevar. El cinturón de cuero le colgaba de las caderas, más como adorno que con un fin práctico. Gabrielle había decidido incluso ponerse los brazales para la ocasión. La guerrera observó con orgullo que la joven reina había prescindido de los collares de cuentas a favor del colgante que le había dado Xena. La guerrera había notado que Gabrielle nunca se quitaba el colgante, ni siquiera para bañarse, y sonrió al saber que cualquiera que mirase su armadura reconocería al instante el diseño de los corazones del colgante. Dioses, espero que esta noche salga todo bien... si no, mi sorpresa no va a tener mucho éxito. Cuando Gabrielle y Eponin intercambiaban un abrazo amistoso, la guerrera amazona levantó la mirada y vio a Xena que avanzaba entre la gente para reunirse con ellas. Eponin se dio cuenta de dónde tenía las manos y las apartó rápidamente de la cintura de la joven reina como si le quemaran. —¿Quién dice que a las viejas guerreras no se les puede enseñar nada nuevo? —gruñó Xena al ver lo que hacía su vieja amiga.

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—Xe —la reprendió Gabrielle con una sonrisa. —En el nombre de Zeus, ¿qué te trae por aquí? —Xena agarró a su amiga por el cuello de la túnica y se inclinó hacia la mujer—. Si estás siguiendo a tu reina, ya está pedida —gruñó por lo bajo. —Muy graciosa... ¿intentas que me entre complejo o es que te gusta tirarme desde grandes alturas? Las dos guerreras se tomaron el pelo amistosamente y Eponin contó la historia de cómo habían acabado en Potedaia. —Lila. —Gabrielle agarró a su hermana del brazo cuando pasaba a su lado de camino a la cocina para recoger más bandejas—. Eponin, quiero presentarte a mi hermana, Lila —dijo la joven reina con orgullo. Lila se quedó con los ojos como platos al ver a la guapa guerrera, que le cogió delicadamente la mano que le ofrecía y le rozó ligeramente con los labios el dorso de los dedos. —Buenas noches, princesa —dijo Eponin con encanto. —¿Yo? ¿Princesa? —dijo Lila, poniéndose coloradísima. —Bueno, tu hermana es nuestra reina. El derecho de nacimiento te otorga el título de princesa amazona —explicó Eponin. De repente, Gabrielle advirtió que Eponin seguía sujetando la mano de Lila y se volvió para echar una mirada a su guerrera como diciendo "haz algo". Xena captó de inmediato lo que en adelante sería conocido como "la mirada". En años siguientes, cada vez que Xena hiciera algo estúpido... beber demasiado o si Gabrielle pensaba que su amante estaba tonteando con otra mujer... cualquier

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tipo de metedura de pata social... Xena sería blanco de "la mirada". Y en este preciso momento quería decir, Haz algo, guerrera... ¡haz algo ya! Xena se puso detrás de Eponin, clavándole la armadura en la espalda. —Lila es la hermana mucho más pequeña de Gabrielle —dijo la guerrera, pronunciando cada sílaba con total claridad. Eponin soltó la mano de Lila y se apartó de la joven como si tuviera la fiebre de los pantanos. Lila se quedó algo confusa, pero se volvió hacia su hermana. —Gabrielle... ¿de verdad soy una princesa? —Venga, princesa —dijo Delos, el tío de las chicas, sonriendo y empujando a Lila hacia la cocina—. ¡Vuelve a la cocina ahora que todavía te cabe la cabeza por la puerta! Gabrielle... —Delos tenía las manos llenas de platos y jarras y su corpachón se cernía por encima de la figura más pequeña de su sobrina—. Ya sé que eres de la familia y que no debería pedírtelo, pero te pagaré todos los dinares que quieras si consigues domar a este gentío con unas cuantas historias. —Claro —dijo la bardo con una sonrisa—. Espera que coja una copa de agua. Bueno, el deber me llama —dijo Gabrielle alegremente—. Voy a saludar a algunas de nuestras hermanas antes de ponerme a ello —terminó, señalando con la cabeza una mesa grande que había junto a un escenario improvisado. —Píllame por banda antes de empezar, ¿vale? —dijo Xena. Gabrielle se acercó a su amante y susurró: —No voy ni a picar... es demasiado fácil —dijo con una sonrisa lasciva. —Ga-bri-elle —advirtió Xena, notando que empezaba a sonrojarse.

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La risa de Gabrielle resonó por la taberna mientras avanzaba hacia las demás amazonas. Sólo quería saludar a algunas de las guerreras a las que conocía personalmente y se olvidó del apego que sentían las amazonas por la ceremonia y el protocolo. —Tarazon... cómo me alegro de volver a verte —empezó la joven reina. Casi veinte amazonas se levantaron de un salto de sus asientos, reconociendo a su reina de inmediato, e hincaron la rodilla ante la pasmada Gabrielle. —Mi reina —dijo la joven Tarazon, encantada de que la hermosa reina se acordara siquiera de ella. La conversación se fue apagando y por fin se detuvo por completo en las mesas que rodeaban a las amazonas arrodilladas. Lila salía en ese momento de la cocina con una bandeja de platos llenos de comida. —Caray —dijo la joven al ver el impresionante espectáculo que tenía delante. —Chicas... chicas, ya podéis levantaros —dijo Gabrielle, más que cortada.

Xena todavía se estaba riendo cuando Gabrielle regresó con la guerrera. —¿Problemillas, mi reina? —Oh, calla —replicó Gabrielle, dándole un manotazo cariñoso a su amante en el brazo.

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Xena miró por la taberna como si buscara algo. Al ver la puerta del almacén donde había metido antes los barriles de oporto, agarró a Gabrielle de la mano y se llevó a la joven al interior de la estancia a oscuras. —Esto es para desearte buena suerte —susurró la voz seductora de la guerrera al oído de su amante. Xena besó a la joven bardo con todas sus ganas, hasta que a las dos les entró vértigo y justo cuando la guerrera pasaba un brazo alrededor de la cintura de la bardo, a Gabrielle se le doblaron las rodillas. —Guau... —dijo Gabrielle sin aliento. Sonriendo a su joven amante, Xena sintió exactamente lo mismo. —Vas a tener que inventarte algo mejor, sabes. —No sé... creo que eso lo ha dicho todo —replicó Gabrielle, besando a su guerrera en el cuello. —Bueno, pues si eres muy buena esta noche, te daré una sorpresa —dijo Xena crípticamente. —¿Ah, sí? ¿Y esta sorpresa me hará feliz? —bromeó Gabrielle. —Bueno, sé hacer muchas cosas. —Lo sé... y a mí me gustan todas esas cosas —respondió Gabrielle al tiempo que se daba la vuelta para salir de la estancia. Xena agarró rápidamente a su joven amante por detrás y pegó su cuerpo al de la bardo, acariciando la oreja de Gabrielle con su cálido aliento. Con un tono colmado de un hambre repentina, la guerrera contestó: —Todavía no has probado ni la mitad de las cosas que sé hacer, amor mío.

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Eso fue todo, y al instante las rodillas de Gabrielle se convirtieron en un cálido líquido. Si el brazo de la guerrera no la hubiera tenido sujeta con tanta fuerza, la joven reina estaba segura de que se habría caído al suelo como un fardo.

Xena disfrutó viendo el sonrojo del rostro de Gabrielle cuando ésta se dirigió hacia la silla situada en el escenario improvisado, sobre todo porque, pensó la guerrera, ella era la responsable del estado algo jadeante de la bardo. La guerrera se volvió hacia el bar para coger la jarra de oporto que Delos le puso delante y fue a poner una moneda en el mostrador como pago. —Tu dinero aquí no vale, Xena... eres prácticamente de la familia —dijo el hombretón. —No quiero aprovecharme —dijo Xena. Enarcando la ceja, continuó—: Además, soy capaz de beber mucho oporto en una sola noche —terminó con una sonrisa. Delos se echó a reír a carcajadas. —¡Bueno, lo has traído todo tú, así que deberías tú ser quien se lo beba! En cualquier caso... creo que ella lo merece —dijo, señalando a Gabrielle con la cabeza. Ella se volvió para mirar a Gabrielle, que se estaba acomodando en la silla y bebiendo un poco de su jarra de agua. Xena descubrió que le caía bien el tío de su amante, este gigante de alma bondadosa. —Eso es cierto —dijo la guerrera por lo bajo—, eso sí que es cierto. Tras encontrar un asiento al fondo de la sala desde donde podía ver a su bardo, Xena se apoyó en la pared y estiró las largas piernas hacia delante.

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Gabrielle empezó despacio con unas cuantas historias cortas, pero emocionantes, para prender el interés de los clientes, y luego la bardo pasó a las historias bélicas. Cuidado con los griegos, una historia sobre la Guerra de Troya, siempre tenía éxito y Gabrielle la contaba bien. Un buen día narraba el intento de Xena y Gabrielle de engañar a las fuerzas de César y Pompeyo para que lucharan entre sí, aniquilando a casi veinte legiones de soldados romanos. Xena se sintió atravesada por la culpa de aquel día. Su odio por César había vuelto a empujarla a meter a Gabrielle en una situación en la que la bardo había tenido que elegir entre Xena y su propio código ético personal. Incluso ahora, Xena recordaba los sollozos de Gabrielle mientras la guerrera sostenía a la joven en medio de un campo de batalla lleno de muertos y agonizantes. Como siempre, las historias de guerra de Gabrielle no sonaban idealizadas como las de otros bardos. Su enfoque era la inutilidad de la guerra. Podía haber honor en morir por aquello en lo que se creía en el campo de batalla, pero ¿y las esposas y los hijos que quedaban atrás... qué iba a ser de ellos? Esto era lo que su bardo veía en la guerra. Un desesperado campo de destrucción donde los muertos sólo sabían una cosa: que era mejor estar vivo. Como la gran bardo que era, Gabrielle siempre sabía calibrar la reacción de un público y sabía que sus historias de guerra, llenas de tristeza, podían deprimir a los oyentes. Tras una pausa de apenas unos segundos, emprendió uno de sus relatos más animados, que había titulado Estados alterados de la conciencia. Xena observó que algunos de los clientes se enjugaban las lágrimas de los ojos tras las historias de la bardo sobre las consecuencias de la guerra. Aunque la guerrera no hubiera vivido la historia, la habilidad de Gabrielle con las palabras también la habría tenido a ella presa de la poderosa red que tejía. Sonrió por dentro cuando su bardo empezó a contar la historia de cómo Xena había intervenido para evitar el sacrificio de un niño a manos de su padre engañado. La sonrisa de Xena aumentó cuando la bardo se lanzó a contar las aventuras de la

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compañera de la Princesa Guerra y cómo dicha compañera había acabado drogada con beleño y había decidido que las rocas "hablaban" con ella. Gabrielle nunca mencionaba durante sus historias que ella era la compañera de la gran Princesa Guerrera. A menudo contaba historias sobre el rescate de la compañera por parte de su amiga guerrera, pero jamás revelaba que la propia Gabrielle había ayudado y salvado a la guerrera innumerables veces. En cambio, la bardo hacía que la luz de su historia se reflejara en una señora de la guerra reformada, en la ex Destructora de Naciones que había dejado atrás un pasado malévolo y ahora viajaba por la tierra buscando la redención de su propia alma. De modo que Xena cerró los ojos y se sumergió en las palabras de la bardo. Era la voz de su amante lo que embelesaba a la guerrera, lo mismo que sus historias. Xena recordó, al tiempo que la bardo decía las palabras en voz alta desde el escenario, la cueva donde la joven se apoderó por fin del corazón de la guerrera. "¡Por los dioses! ¡Eres... preciosa!" Xena se rió por lo bajo al recordarlo al tiempo que el público se reía de la pequeña compañera drogada que apenas se mantenía en pie, pero que en cuanto abrió los dos ojos, desnudó su corazón. Los oyentes no sabían que esas palabras habían estado encerradas a cal y canto en el corazón de Gabrielle durante lo que a la joven le parecía una eternidad, hasta que la droga acabó con sus inhibiciones. La joven reina se fijó en su amante, sentada al fondo de la taberna con los ojos cerrados, pero riendo al recordar el "incidente del beleño". Gabrielle supo en ese instante que su vida con Xena había cambiado. La orgullosa guerrera solía abandonar la sala en cuanto empezaban las historias de la Princesa Guerrera, o se quedaba sentada, bebiendo su oporto, con el gesto torcido por haberse convertido en el centro de atención.

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Los ojos de la guerrera se abrieron de golpe cuando un sexto sentido le hizo notar el calor de la mirada de su amante. Gabrielle casi se ahogó al ver el deseo azul que emanaba de los ojos de la belleza de pelo negro. Tras estar a punto de perder el hilo de la historia, Gabrielle continuó, pero su rostro se empezó a teñir de un rosa encendido. La guerrera sonrió de nuevo, cerró los ojos y gozó de la reacción que le había provocado a su amante con una sola mirada. De repente, recordó cómo se había sentido al oír la declaración de Gabrielle sobre su belleza. Ahora sabía que ya en aquel entonces estaba enamorada de su amiga. Por supuesto, siempre se había dicho a sí misma que era amistad, pero ¿acaso no conocía la verdad... incluso entonces? Dioses, recuerdo la sensación que me produjo cuando estaba agarrada a mí en ese pozo. ¿No me dije a mí misma en ese momento que sólo era porque hacía tanto tiempo que no disfrutaba de los placeres del lecho con un amante por lo que reaccioné con tanta intensidad? Xena se permitió regodearse en las sensaciones de aquel incidente del pasado y de repente, la voz de la bardo se fue alejando y en la sala empezó a hacer algo de calor. Notó un lento goteo de humedad entre las piernas y la guerrera abrió los ojos de golpe. Oh, por Gea... ¡necesito aire!, se dijo a sí misma, y se apresuró a salir por la puerta al fresco aire nocturno.

Gabrielle encontró a su guerrera en el exterior, en la oscuridad de la parte de atrás de la taberna. Estaba sentada entre las sombras sobre un gran tocón de árbol que se usaba para cortar leña. —Parece que no soy la única que está tomándose un descanso... ¿qué haces?

—preguntó Gabrielle.

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—Pensar... —dijo la guerrera despacio. —Y por la cara que tienes, me parece que ya sé en qué has estado pensando

—contestó Gabrielle con tono de guasa.

Xena levantó la mirada con una sonrisa seductora. —El pozo... —Ahhh, sí, al llegar a esa parte yo también he deseado no estar en un sitio público —susurró Gabrielle, al tiempo que se sentaba a horcajadas en el regazo de la guerrera, sobre los musculosos muslos. Xena se apresuró a abrazar a la bardo, mirando nerviosa a su alrededor. —Tranquila, amor... nadie viene por aquí detrás por la noche —susurró Gabrielle, usando la lengua para prender rápidamente una llama en la pasión ya humeante de la guerrera. Habían pasado dos días desde la última vez que habían hecho el amor y eso era un récord desde que eran amantes. En el estado en el que se encontraban, sólo con los besos cualquiera de las dos mujeres podría haber caído por el precipicio muy deprisa. Gabrielle, sin embargo, tenía ganas de jugar con su guerrera. Deslizando una mano entre las dos, la metió por debajo de la falda de combate de la guerrera y no tardó en colarla por dentro de las bragas de cuero, que ya estaban empapadas. Un gemido jadeante se escapó de la garganta de Xena, seguido de un lloriqueo de protesta cuando la bardo apartó los dedos, que se llevó a la boca. —¿Toda esta humedad es por mí? —preguntó seductora, pasándose la lengua por cada dedo, que luego se metió en la boca, regodeándose en el sabor y el dulce olor almizclado de su amante.

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—Oh, dioses... Gabrielle —suspiró Xena, incapaz de apartar la mirada de los ojos de la bardo. La bardo volvió a deslizar los dedos en la humedad de Xena y los metió rápidamente dentro de la guerrera. Al instante se vio recompensada con gemidos de placer y la sensación de las caderas de su amante empujando contra la palma de su mano. Xena intentó que su cuerpo aguantara un poco más, pero sus anteriores fantasías y las manipulaciones de la bardo hacían que su cuerpo estuviera demasiado dispuesto a sucumbir a un orgasmo que la dejó sin aliento. La guerrera gruñó su descarga en el oído de su amante, poniendo en práctica unas cuantas técnicas de control para acallar su pasión, cuando lo único que quería en realidad era gritar el nombre de Gabrielle en medio de la noche. —Dioses, mujer... por favor, no empieces de nuevo —rogó la guerrera cuando Gabrielle se puso a limpiarse a lamentones la humedad de su amante que le cubría la mano—. Sabes... que me las vas a pagar... por esto más tarde... ¿verdad? —dijo Xena, tratando de recuperar el control de la respiración. —Cuento con ello, guerrera —susurró la joven bardo al oído de la guerrera.

Las dos amantes se habían trasladado a la parte delantera de la taberna y estaban de pie en las sombras, cogidas de la mano. —Bueno, ¿ya has decidido qué historia vas a contar ahora? —preguntó la guerrrera. —Voy a seguir tu sugerencia... la de la reina amazona. —¿Ya sabes lo que vas a decir?

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—Creo que iré improvisando... aunque estoy nerviosa. Nunca pensé que me pudiera dar una sensación tan distinta contar una historia delante de gente que ha crecido conmigo, en lugar de unos completos desconocidos. Xena echó una rápida mirada a su alrededor y luego estrechó a la mujer más menuda en un amoroso abrazo. —Lo harás maravillosamente y contarás una historia maravillosa y la gente te querrá tanto como yo... bueno, puede que no tanto, pero casi. Gabrielle se echó a reír y besó tiernamente a su amante en los labios, disfrutando del cariñoso abrazo. —Tú prepárate para salir pitando si se vuelven en mi contra —terminó con una sonrisa. Xena se echó a reír y le dio una ligera palmada a la bardo en el trasero mientras se dirigían a la taberna. —Vete entrando... Yo necesito unos minutos para... mm, calmarme después de...

—La guerrera sonrió e hizo un gesto señalando la parte trasera de la

taberna—. Entraré antes de que empieces. Gabrielle estrechó la mano de su amante y entró en la taberna. —Xena —dijo una voz desde la oscuridad. La guerrera se quedó paralizada al oír la voz conocida, maldiciéndose por no darse cuenta de que podía haber alguien más allí fuera. Por las tetas de Hera... ¿cuánto habrá oído? —Hécuba —dijo la guerrera, encaminándose hacia el banco donde estaba sentada la madre de Gabrielle. —Hacía tanto calor en la cocina que he tenido que salir a tomar el fresco... parece que tú también lo necesitabas —dijo la mujer de más edad.

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Xena se llevó la mano a la mejilla encendida y le pareció ver una sonrisa sardónica en la cara de Hécuba. Oh, dulce Afrodita... Por favor, ¡que no nos haya visto ahí detrás! —¿Quieres responderme a una pregunta, guerrera? —preguntó Hécuba suavemente. —Si puedo. —¿Tú quieres a mi hija? —La voz de la mujer era ahora apenas un susurro. —Hécuba, a lo mejor deberías esperar a hablar con Gabrielle... —Ya sé lo que va a responder... quiero saber cuál es tu respuesta. ¿La quieres? —Con todo mi ser —dijo la guerrera sin dudar más. Hécuba sonrió. —¿Y por qué Tártaro os habéis esforzado tanto por ocultarlo? Las dos mujeres se echaron a reír y Hécuba le hizo un gesto a la guerrera para que se sentara a su lado. —Has sido buena para ella. Sé que no oirás a mucha gente decir eso, pero yo lo veo... lo vi desde el principio. Ya no es una niña. Sobre todo, es algo que jamás habría sido si se hubiera quedado en Potedaia... es feliz. Hécuba cogió la gran mano de la guerrera y se la apretó y Xena puso su otra mano sobre la de Hécuba. La mujer mayor vio algo que muy pocas personas, aparte de Gabrielle, lograban ver... el lado tierno de la Princesa Guerrera. —¿Harías cualquier cosa por ella? —preguntó Hécuba.

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—Moriría por ella —dijo la guerrera sin vacilar. —Morir es fácil, guerrera... ¿vivirías por ella? —¿Cómo dices? —dijo Xena, sin comprender a qué se refería la mujer. —Si tuvieras que tomar una decisión... una decisión difícil... ¿La dejarías si pensaras que era lo mejor para ella? Xena apenas distinguía la cara de Hécuba en la oscuridad, pero notaba la penetrante mirada. Buscando la verdad en su propia mente, contestó: —Creo que si no quedara más remedio... si eso pudiera salvarle la vida a Gabrielle... o si eso pudiera evitar que sufriera algún daño... —Una brusca puñalada de dolor atenazó el corazón de Xena al decirlo—. Sí... creo que si con eso ella pudiera estar a salvo... la dejaría. —¡No! ¡No lo hagas jamás! —dijo Hécuba con vehemencia, apretando con fuerza la mano de la guerrera—. Estás pensando sólo con el amor que sientes por Gabrielle. El amor es una emoción, Xena, y te puede engañar. Lo sé por experiencia —susurró y en sus ojos asomó la expresión distante de quien revive un recuerdo—. El amor se puede usar en tu contra, para engañarte y hacerte renunciar a todo lo que más quieres. Sólo acabarás haciéndote daño a ti misma, a la persona que amas e incluso a las demás personas que te rodean —dijo suavemente—. Busca siempre la verdad dentro de tu corazón, Xena. Tu corazón jamás te mentirá... si llega el día, recuerda que no debes fiarte de tus emociones. Mira en el interior de tu alma y allí descubrirás la verdad —terminó Hécuba. —Hablas como una mujer que ya ha pasado por eso, y con creces —replicó Xena—. Hécuba... ¿lo que dices tiene algo que ver con el pasado de Gabrielle? La mujer de más edad sonrió con tristeza y murmuró para sí misma: —Tendré que decírselo algún día... pero ahora no es el momento.

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—Me gustaría contaros la historia de una jovencita que dejó su hogar, a su familia y todo lo que era seguro, para viajar por el mundo con un guerrero oscuro y temible... —empezó la bardo. Xena escuchaba la historia con la madre de Gabrielle sentada a su lado al fondo de la taberna. La bardo no mencionó ni una sola vez que la jovencita de la historia era ella, ni que el guerrero oscuro era Xena, la Princesa Guerrera. Ni siquiera había dicho que el guerrero oscuro era una mujer. Las únicas descripciones físicas que ofreció eran de una persona alta y morena de ojos y sonrisa intensos, que cuando el guerrero quería utilizar, eran capaces de seducir a Medusa. Gabrielle dijo que la historia comenzaba como el relato de una sola persona. Habló primero de lo que buscaba la jovencita. Sólo quería librarse de una vida a la que nunca había estado destinada, de una gente con quien nunca había estado destinada a compartir su vida, de un marido con el que no estaba destinada a pasar la vida. La jovencita era inteligente y creativa, pero siempre se había considerado a sí misma diferente e impulsiva. Y, cuando otras chicas anunciaban sus compromisos de matrimonio, ella no se sentía a la altura y se veía fea. Cuando la muchacha empezó a seguir al guerrero, fue simplemente como un medio para escapar de la vida opresiva de su aldea. No tardó en encontrar la amistad en el incomunicativo guerrero, aunque reconoció que, al principio, la idea de amistad era probablemente más por su parte que por la del guerrero. Pronto, sin embargo, la chica empezó a sentirse parte de la vida del guerrero, hasta que el guerrero acabó considerando hermana y amiga a esta alma hermosa y sincera. Ésta era la historia de la jovencita y Gabrielle contó cómo había sido capturada como esposa para el dios Morfeo, cómo había liberado a los titanes y luego ayudó a volverlos a capturar. Cómo conoció a una tribu de amazonas y, tras

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estar a punto de sacrificar su propia vida para intentar sin éxito salvar a la princesa amazona Terreis, ella misma se convirtió en princesa amazona. Y aunque era la historia de la jovencita, el guerrero oscuro siempre estaba allí. En momentos de crisis, el guerrero luchaba... en momentos de necesidad, el guerrero proveía. Una y otra vez, el guerrero oscuro se sacrificaba por la jovencita y la rescataba. Y, por fin, la historia pasó a ser no la de una chica convertida en princesa amazona, sino la de una princesa amazona y un guerrero oscuro, no un relato de una sola persona, sino de dos. Los hilos de su vida estaban tan estrechamente entrelazados que ni los dioses del Olimpo ni los mortales de la tierra tenían fuerza suficiente para separarlos. Los dos eran como una familia y aunque sus enemigos intentaron separarlos y los dos sucumbieron a la muerte para protegerse mutuamente, siempre era la fuerza de esa amistad lo que los devolvía del mundo de los espíritus al plano mortal. En algún momento a lo largo de este viaje, que había empezado con una sola persona y ahora era el de dos, la princesa amazona se convirtió en amada reina de la Nación Amazona. El guerrero oscuro, que había sido temido por sus fechorías del pasado, se convirtió en campeón del bien supremo. Los dos se hicieron inseparables, hasta que incluso los que escuchaban a la bardo lo supieron: era porque su amistad se estaba transformando en algo más. Y, cuando los tonteos y los impulsos llevaban a sus corazones por otro camino, siempre era deseo de las Parcas que los dos volvieran a unirse y así sus vidas se juntaban de nuevo. Experimentaron la vida, el amor, la muerte... y por fin la traición y el odio. Se hicieron daño mutuamente por ignorancia al estar cegados por su propio dolor. Y luego, llegó el momento de la curación.

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Sin embargo, en medio de toda aquella angustia, estaba la promesa... incluso en la muerte... jamás te dejaré. Xena sintió que se le saltaban las lágrimas al recordar aquella promesa. Después de todo el dolor y la tristeza que les habían causado sus metiras, después de la muerte de su hijo, después de que Gabrielle le quitara la vida a su propia hija y de que la guerrera intentara matar a Gabrielle... Xena lo revivió en su mente como si viera a otra persona arrastrando el cuerpo de su amada bardo a una muerte segura. Después de la curación que nos dio el tiempo que pasamos en Ilusia, Brie, ¿qué más quedaba por decir? Pero yo seguía sin cobrar valor para decirte que te quería... y por eso, la promesa... "...Incluso en la muerte, Gabrielle... jamás te dejaré". Xena escuchó mientras su bardo continuaba, contando la brutal violación de la reina amazona y el sufrimiento por el que pasaron su guerrero oscuro y ella. ¡Dioses, está contándolo todo! Gabrielle se detuvo para beber un sorbo de agua y observó los rostros fascinados de su público. Había lágrimas en casi todos los ojos y cuando miró a su guerrera, vio las inusuales lágrimas que también caían de sus ojos. También advirtió que su madre estaba sentada al lado de su amante, pero la mujer mayor tenía los ojos clavados en el suelo. La bardo prosiguió con su historia, pero ésta empezó a hacerse más animada e inspiradora al relatar la forma en que su guerrero oscuro luchó valientemente, dentro del mundo de sus sueños, por la reina amazona. Habló de la amistad que, como habían adivinado los oyentes, se había transformado en amor para los dos, sólo que ninguno de ellos lo confesaba, por temor a la reacción del otro. Entonces, un día, incapaces de seguir conteniéndose, los dos se declararon su amor, entregándose no sólo su cuerpo y su corazón, sino también su alma misma para toda la eternidad.

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Y al hacerlo, el relato se convertía por fin no en el relato de dos personas, sino de nuevo en el de una. Gabrielle terminó su historia envuelta en aplausos ensordecedores y varias amazonas sacaron las espadas y golpearon la mesa para indicar ruidosamente su aprobación del relato. La bardo sonrió y aceptó los agradecimientos, rechazando los dinares por su trabajo de esa noche. Al dejar el escenario, las guerreras amazonas que ocupaban varias mesas se levantaron y se pusieron la mano sobre el corazón como tributo silencioso a la reina que habían llegado a querer tanto. Esta vez la joven reina no se sonrojó ni se avergonzó. Pasó ante las amazonas tan orgullosa y regiamente como podría haberlo hecho la reina Melosa, asintiendo con la cabeza para dar las gracias a las nobles guerreras. Si alguno de los clientes que había esa noche en la taberna se preguntaba si su propia Gabrielle era la reina amazona de la historia, la actitud de las guerreras acabó con las dudas de casi todos. Y, por si quedaba alguno que dudara, sólo tuvieron que ver a la reina avanzando a través de una multitud que se apartaba a su paso sin que ella dijera nada. Cuando llegó al fondo de la taberna, una guerrera alta y oscura se levantó, con los ojos azules como el Egeo y una sonrisa, reservada esta noche para su reina amazona, que sin duda podría haber seducido a Medusa.

Si Xena hubiera estado en cualquier otro lugar de la tierra, habría estrechado a su amante con el abrazo más fuerte del mundo y la habría besado hasta que ninguna de las dos pudiera respirar. Sin embargo, como estaba al lado de la madre de Gabrielle, no sabía qué hacer. ¡Por Gea, es maravillosa! Gabrielle, qué cosas me haces. Al no saber qué hacer, se quedó allí de pie y le dedicó un tipo de sonrisa que sólo estaba destinado a su bardo.

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Gabrielle estaba volando tan alto que esta noche no pudo someterse a las limitaciones de la decencia ni a las ideologías de una pequeña aldea. Rodeó la cintura de Xena con un brazo y su cuello con el otro. Poniéndose de puntillas, besó a una guerrera absolutamente pasmada. Xena se quedó allí plantada con los ojos abiertos de par en par, observando las sonrisas divertidas de los clientes que las rodeaban, y por el rabillo del ojo vio a Eponin, cuya mandíbula casi tocaba el suelo. Por supuesto, en cuanto su cerebro logró registrar el contacto de la boca suave de Gabrielle sobre la suya, cerró los ojos y sus labios participaron alegremente en el beso. —Ejem... Las dos amantes interrumpieron su beso, de muy mala gana, y se encontraron a Hécuba, que las miraba con aire risueño. —Gabrielle... —dijo Hécuba. —Sí, madre —contestó Gabrielle, rodeando aún con el brazo la cintura de la guerrera. —¿Me das un abrazo al menos? Gabrielle sonrió y rodeó a su madre con los brazos. —No sabía nada —dijo Hécuba, con los ojos llenos de lágrimas. —¿No sabías nada de qué, madre? —preguntó la joven reina. —De ti —replicó Hécuba con silenciosa admiración. Gabrielle sonrió y se echó a llorar al mismo tiempo. Abrazó más estrechamente a la mujer de más edad, agradeciendo su comprensión.

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Xena se quedó allí un momento, mirando a la madre y la hija. La madre que poseía los secretos del pasado de su hija y la hija cuyo único deseo era contar con el amor incondicional de una madre. La guerrera decidió ausentarse a solas y se reunió con sus amigas amazonas, dejando que madre e hija empezaran a tender un puente.

—¿Gabrielle? La reina se volvió al oír la voz de su hermana. Xena y ella se estaban escabullendo por las puertas de la taberna para pasar un rato a solas, cosa que necesitaban con creces. —¿Qué ocurre, hermana? —contestó Gabrielle como hacía siempre cuando las dos chicas eran mucho más jóvenes. Era evidente que Lila había estado llorando, pero esa noche también lo había hecho casi todo el mundo. —Sólo quería decirte... que tus historias han sido... mm, tu historia... jo, guau... Gabrielle sintió que se le escapaba una carcajada auténtica y abrazó estrechamente a su hermana. —Gracias, Lila... creo. —Eso de guau debe de ser de familia —susurró Xena al oído de la bardo. Gabrielle miró a los ojos sonrientes de la guerrera y le dio un manotazo de broma en el brazo.

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—Lila, dile a tu madre que no se preocupe... Gabrielle y yo no vamos a volver a la casa esta noche. Volveremos por la mañana —dijo Xena y las dos mujeres la miraron extrañadas. —¿Dónde vais? —preguntó Lila. —Eso, ¿dónde vamos? —intervino Gabrielle. —A dormir bajo las estrellas —dijo Xena al tiempo que la reina cogía la mano que le ofrecía la guerrera, y salieron de la taberna.

Xena se montó en la silla de Argo sin esfuerzo y le ofreció la mano a Gabrielle para subirla. —Delante, ¿vale? —La guerrera señaló el sitio delante de ella—. Me gustaría rodearte a ti con mis brazos mientras cabalgamos, por una vez —dijo la guerrera mientras acogía cómodamente a su amante entre sus brazos. Cuando llevaban cabalgando casi una marca completa, Xena notó que la figura dormida de Gabrielle empezaba a moverse. La guerrera habría querido llegar al campamento que había preparado con antelación antes de que saliese la luna, pero Gabrielle se merecía dormir después de la noche que acababa de tener. Y de la que le voy a dar, pensó la guerrera con una sonrisa. De modo que fue poniendo a Argo al paso poco a poco y se adentraron despacio en las colinas. Xena acabó canturreando distraída, una canción de amor que no le había dicho nada cuando la oyó por primera vez, pero ahora la melodía le tocaba una fibra sensible en el corazón. —Mmmm, he oído música —dijo Gabrielle adormilada. —Sí, efectivamente —fue lo único que dijo Xena.

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—¿Eras tú? —preguntó Gabrielle, muy despierta de repente. —Ya me has oído cantar otras veces, Brie. —Sólo cuando estabas muy triste —dijo Gabrielle suavemente, pensando en las piras funerarias ante las que habían estado su amante y ella, mientras Xena entonaba un lamento funerario griego. —O cuando estoy muy contenta —susurró Xena. —¿Y estás muy contenta? —Amor mío, estoy feliz —dijo la guerrera y siguió canturreando. —¿Esa canción tiene letra? —preguntó Gabrielle. —No sé si la recuerdo entera... ¿te gustaría oír lo que sí recuerdo? —preguntó la guerrera, incapaz de negarle nada a su bardo. —Sí, por favor —contestó la bardo. Gabrielle se acomodó apoyada en el pecho de la guerrera y cerró los ojos, escuchando los ricos tonos de la voz de su amante cuando se puso a cantar. No imagino mayor temor que despertar sin que tú estés. Aunque el sol seguiría brillando mi mundo entero habría desaparecido... pero no por mucho tiempo. Aunque tuviera que correr... aunque tuviera que arrastrarme, aunque tuviera que cruzar cien ríos nadando... o escalar mil muros, siempre debes saber que encontraría una forma de llegar hasta ti. No hay lugar que esté tan lejos. Da igual por qué estemos separadas, leguas solitarias o dos corazones tercos.

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Nada, salvo los dioses en lo alto, podría apartarme de tu amor... tanto te necesito. Aunque tuviera que correr... aunque tuviera que arrastrarme, aunque tuviera que cruzar cien ríos nadando... o escalar mil muros siempre debes saber que encontraría una forma de llegar hasta ti. No hay lugar que esté tan lejos... amor, no hay lugar que esté tan lejos. —Qué bonito, Xe —dijo Gabrielle sin aliento. —No lo he escrito yo, pero eso es lo que siento —contestó la guerrera, besando a su amante en el cuello—. Ya hemos llegado, Brie —dijo, sujetando a la bardo con más fuerza cuando Argo subió de un salto por un empinado terraplén y se adentró en un grupo de árboles—. Ésta es tu sorpresa. Bueno, al menos parte. El campamento perfecto ya estaba preparado. Había leña dispuesta a la espera del fuego y su petate estaba extendido sobre un grueso colchón formado por dos mantas más. De una rama baja de un árbol colgaban un odre de agua y otro de vino y junto al fuego había una gran cesta, de la que salían aromas muy tentadores. —Xe, esto es maravilloso... me encanta —exclamó Gabrielle. Xena le quitó a Argo la silla y las alforjas y dejó libre a la yegua para que se paseara por la zona, sabiendo que el caballo era mejor que cualquier centinela. Gabrielle fue a la orilla del pequeño lago y se lavó la cara. —Xe —llamó por encima del hombro—. Esta agua está caliente... como el agua de una bañera. —Sí, ya lo noté esta tarde al venir aquí. Debe de ser por un manantial caliente que haya bajo tierra —contestó la guerrera, hurgando en las alforjas en

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busca de su pedernal—. Me vendría bien darme un buen baño caliente... ¿me acompañas? —Por supuesto. —Gabrielle sonrió al pensar en las posibilidades. —Espera que encienda el fuego. Puede que el agua esté caliente, pero el aire estará bien frío cuando salgamos —replicó la guerrera. Gabrielle ya se había empezado a quitar la ropa, pero aún no había notado que la guerrera que tenía detrás se estuviera moviendo. Se volvió justo cuando se estaba recogiendo el pelo con una tira blanda de cuero. Xena estaba mirando a su joven amante, incapaz de reanudar su anterior tarea y, en realidad, incapaz de volver a moverse en absoluto. Si pensaba que la visión del cuerpo desnudo de Gabrielle era una maravilla por detrás, no estaba preparada para la visión de la mujer cuando se volvió, con los brazos en alto mientras se apartaba el pelo de la cara. Los labios de la bardo se movían, pero Xena no oía nada. Gabrielle le echó una mirada tan erótica y provocativa que se clavó en ella como un rayo de energía, despertando terminaciones nerviosas que la guerrera ni siquiera sabía que existían. —Digo que si quieres que encienda yo el fuego —dijo Gabrielle, apabullada por los eléctricos ojos azules de su amante que devoraban despacio su cuerpo. Xena regresó al presente cuando la voz de su bardo penetró por fin la fantasía que estaba creando en su imaginación. No tardó en darse cuenta de que tenía el pedernal y el puñal en la mano por una razón. —¿Xena? ¿Quieres que encienda el fuego? —repitió Gabrielle. Xena sonrió bastante cohibida, sabiendo que en su cara se debía de ver el sonrojo del deseo, y se volvió para prender la leña menuda.

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—Ya lo has hecho, amor mío... ya lo has hecho —replicó la guerrera con tono hambriento. Gabrielle se rió suavemente. —Pues date prisa o tendré que empezar sin ti —dijo con una sonrisa seductora y se metió chapoteando en el agua cálida. Los sentidos de la guerrera se vieron asaltados por la imagen visual de la bardo cumpliendo su amenaza y lo único que se oyó fue el golpeteo del pedernal al atacar con frenesí el acero, mientras la guerrera rezaba desesperada para que cayera un rayo del cielo.

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—¿Sabes que ese monstruo ruge incluso cuando estás dormida? —le dijo Xena a la bardo. Las dos amantes yacían envueltas en las grandes y suaves toallas que la guerrera le había sacado a Hécuba. Xena se levantó de un salto para abrir la cesta de comida en cuanto oyó el rugido del estómago de Gabrielle, reprendiendo a su amante por no haber cenado. —Es que estaba demasiado nerviosa para comer... Ya sé que parece raro, pero a veces me ocurre —dijo—. Caray, ¿de dónde has sacado tanta comida? ¿Y a quién has convencido para que te haga esto? —preguntó Gabrielle, abriendo el paño donde estaban los pastelillos redondos con el relleno rojo de fruta que tanto le gustaban a su guerrera. —He ayudado a tu madre —dijo Xena, sin mirar a la bardo. —¿Que tú has ayudado a hacerlos? —preguntó la bardo con desconfianza. —Bueno, compré todos los ingredientes... eso es ayudar —dijo Xena, cogiendo uno de los pastelillos y metiéndoselo en la boca—. Y los hace casi tan bien como tú. No tanto, pero casi —terminó, ganándose un beso de su bardo. Cuando ambas mujeres hubieron comido y Xena echó unos cuantos leños más al fuego, se quitaron las toallas y se tumbaron desnudas la una en brazos de la otra, dejando que el calor del fuego mantuviera a raya el frío de la noche.

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—Esto es maravilloso, Xena... todo esto. Muchísimas gracias, amor —susurró Gabrielle. —No hay de qué, pero esto es sólo parte de tu sorpresa —dijo la guerrera con un tono seductor que rezumaba deseo. Xena abrazó a Gabrielle, pegando sus pechos a la carne lisa y musculosa de la espalda de la bardo. Notó que sus pezones se deslizaban por la piel de su amante y que esos pequeños montes de carne se endurecían de excitación. Agarrando las caderas de la joven, la guerrera movió su sexo sobre el firme trasero de la bardo, haciendo gemir a su amante desde lo más profundo de la garganta. —¿No te dije que me las ibas a pagar? —susurró la guerrera, algo jadeante, en el oído de la bardo, recordando cómo la había tomado su bardo anteriormente. Xena estrechó a la joven con más fuerza y se puso a explorar el cuerpo de la bardo por delante con manos fuertes y posesivas. —¿Es esto lo que quieres, mi reina... que te tome tu guerrera? —Oh, dioses... ¡sí! —exclamó Gabrielle. —Dime, mi reina... ¿cómo te gustaría que te tomara? ¿Con fuerza y deprisa... te correrás para mí mientras mi mano se mueve dentro de ti? Xena metió la mano en los rizos del color de la miel y movió los dedos en la humedad de su amante, al tiempo que Gabrielle gemía y empujaba hacia atrás con las caderas pegándose a la guerrera. —¿O te gustaría que fuese lento y torturante, acariciándote apenas con la lengua hasta que me supliques el orgasmo? —Xena empujó a su vez a la joven con las caderas y su propia humedad causó una ligera fricción entre su centro y las nalgas de la bardo.

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—Ohhh —gimió Gabrielle indecisa. —¿Estás sin habla? —preguntó la guerrera—. Pues deja que te diga lo que te voy a hacer, mi reina. Te voy a tomar una y otra vez hasta que yo me quede satisfecha... como a mí me guste y como a mí me plazca. —Pegó con fuerza el cuerpo de la bardo al suyo—. Luego te tomaré hasta que grites mi nombre sin parar. —Por los dioses. —El cuerpo entero de Gabrielle temblaba de placer mientras la guerrera continuaba pintando una imagen visual de lo que iba a traer la noche. Cuando Xena empezó a cumplir sus promesas, el último pensamiento coherente de la joven reina fue que la parte de su relación que tenía que ver con "desquitarse" estaba empezando a tener un gran éxito.

—Jamás olvidaré este sitio —dijo Gabrielle, volviéndose para mirar el campamento que la guerrera y ella iban dejando atrás mientras cabalgaban a lomos de la yegua dorada. —Tendremos que venir a hacer una visita cada vez que pasemos por aquí —sonrió Xena, sintiendo el calor de los brazos de Gabrielle alrededor de su cintura. —Gracias, Xena... por todo —añadió, enarcando una ceja con aire sugestivo. —Creo que debería ser yo la que te diera a ti las gracias... además, no soy yo la que camina raro esta mañana —terminó con una ufana sonrisa de satisfacción. —¡Sí, pero toda esa irritación ha merecido la pena hasta el final! —replicó apasionadamente, besando a la guerrera en el cuello.

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Xena cerró los ojos un momento, reviviendo las pasiones de la noche. Ni en sus fantasías más eróticas había llegado a soñar siquiera que Gabrielle pudiera ser esta clase de amante: tan entusiasta y tan dispuesta a probar cualquier tipo nuevo de placer sensual. No había fantasía que Xena tuviera encerrada en la mente que su bardo no estuviera dispuesta a hacer realidad y no sólo por dar placer a su guerrera. Xena pensaba que tal vez lo más excitante de esta bella amante suya era el hecho de que, en el fondo, las fantasías y apetitos sexuales de la joven reina podían competir con los de la Princesa Guerrera. Cabalgaron durante poco más de una marca y por fin llegaron a casa de los padres de Gabrielle. Lila estaba fuera del establo, con la cara bañada en lágrimas, abrazando estrechamente contra su cuerpo unas pequeñas bolsas y el estuche de pergaminos de Gabrielle. Ambas mujeres desmontaron rápidamente y corrieron hasta la aterrorizada muchacha. —He conseguido sacar todas tus cosas antes de que él pudiera cogerlas —dijo sollozando. —¿A quién te refieres... a padre? —preguntó Gabrielle. —Sí —contestó con voz trémula—. ¡Gabrielle, quería quemar tus pergaminos! —Eso es, los iba a quemar —dijo Herodoto con desprecio, saliendo del establo. —No pensé que el hecho de que nos fuéramos temprano anoche de la posada iba a causar problemas, padre —dijo Gabrielle con calma.

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—Ha causado más que problemas... ¡ha causado habladurías! ¡Anoche todos los borrachos de la taberna tenían algo que decir sobre ti y esa, esa... ramera de ahí! Los ojos de Gabrielle se transformaron en fuego verde y avanzó hacia su padre. Xena agarró a la joven por los hombros para impedir que se acercara más. Esa noche la guerrera vería los cardenales que sus dedos iban a dejar en los hombros de la bardo al agarrarla con tanta fuerza para evitar que se lanzara contra el hombre. —No merece la pena, Brie —le susurró Xena al oído. En cuanto oyó el tono tranquilizador de la voz de su amante, el genio de Gabrielle se empezó a calmar. —Nos marchamos ahora mismo —le dijo a su padre, que se alejaba. Xena se puso a cargar sus pertenencias sobre Argo, descargando al mismo tiempo las cosas que le había pedido prestadas a Hécuba el día anterior. Gabrielle abrazó a Lila y le habló con tono apacible y bajo para tranquilizar a la asustada muchacha. —Lila, no quiero que tengas miedo. Como siempre, padre está enfadado conmigo, no contigo. Pero si alguna vez necesitas marcharte de aquí... si alguna vez tienes demasiado miedo de quedarte, siempre puedes acudir a las amazonas, ellas te protegerán. Sólo tienes que llegar a la frontera del territorio de las amazonas y preguntar por Eponin, ¿recuerdas que la has conocido? Ephiny es la regente, que gobierna mientras yo estoy fuera. Si alguna vez ocurre algo... —Gabrielle no quería asustar a su hermana con lo que pensaba que podía ocurrir, pero ¿y si su padre se volvía contra Lila como lo había hecho con ella? La muchacha necesitaba una forma de encontrar a su hermana—. Si alguna vez ocurre algo, busca a Ephiny o a Eponin y ellas sabrán cómo encontrarnos, ¿de acuerdo?

—terminó Gabrielle.

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Lila asintió con la cabeza, sin saber qué circunstancias podrían darse para que ella tuviera que huir y buscar a las amazonas, pero sabía que ella no era ni por asomo tan valiente como su hermana y que se moriría de miedo si tuviera que huir de casa. Justo entonces Hécuba salió por la puerta de la cabaña, con un fardo envuelto en un paño. —Lo siento, Gabrielle... ya sabes cómo es —dijo la mujer mayor con tristeza, sin mencionar el nombre de Herodoto. —Tranquila, madre. No quería avergonzarte... —No, ni lo pienses siquiera. —La madre tocó con ternura la mejilla de su hija—. No has hecho nada de lo que tengas que avergonzarte. Los hombres de los que hablaba tu padre eran dos borrachos a los que Delos echó anoche de la taberna. —Hécuba agarró a la joven de los hombros—. Todos los que oyeron tu historia anoche están orgullosísimos de ti... orgullosos de la persona en la que te has convertido... sobre todo yo. —¿Por qué siempre me ha odiado? —Gabrielle por fin dijo en voz alta lo que llevaba años atormentándola. —No eres tú, niña... es a quién ve cuando te mira. Perdóname, Gabrielle, pero no puedo decirte más... lo haría si pudiera. —No comprendo por qué eres tan críptica, madre. ¿Llegará alguna vez el momento en que me puedas decir de qué estás hablando? —preguntó Gabrielle. —Sí... ya buscaré la manera —dijo la mujer mayor con ternura, besando a su hija en la frente. Gabrielle acató los deseos de su madre, aunque un poco a regañadientes.

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—Cuida de tu guerrera, nunca encontrarás a otra como ella —dijo Hécuba cuando Xena se acercó y se puso detrás de la bardo—. Y Xena... cuida de esta pequeña. Te podrá sacar de quicio, eso seguro... Xena se echó a reír y Gabrielle se sonrojó al oír aquello. —...Pero te servirá de entrenamiento para cuando tengáis vuestros propios hijos. A Gabrielle le habría encantado tener un modo de preservar la expresión de Xena. A la guerrera se le pusieron los ojos como platos y una cara que era una mezcla de pánico y risa. Los comentarios de Hécuba animaron el ambiente y luego se quedó mirando llorosa mientras su hija y su compañera se montaban en Argo y se alejaban cabalgando. —Aunque no hagas nada más... protégela —murmuró Hécuba en voz alta mientras regresaba a la casa.

—¿Lista para hacer noche? —le preguntó Xena a la joven que caminaba a su lado. Al principio se preocupó cuando Gabrielle dijo que quería caminar. El atípico silencio de su joven amante siempre tendía a preocupar a la guerrera, pero esta vez sabía que Gabrielle estaba intentando procesar todo lo que había ocurrido esa mañana, así como el críptico mensaje de su madre. De modo que avanzó a paso lento a lomos de la yegua mientras Gabrielle caminaba a su lado a su paso natural. Gabrielle sabía que Xena se preocupaba cuando ella se quedaba callada, pero su guerrera parecía estar tomándoselo hoy con calma. La morena guerrera

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parecía un poco preocupada, por lo que de vez en cuando la bardo apoyaba la mano en la rodilla de la guerrera o le sonreía, para hacerle saber que agradecía el espacio que le estaba dando. Cuando Xena preguntó si estaba lista para acampar, sus pies le dijeron: "¡Por Gea, sí!" Hacía unas cuantas lunas que no viajaban así y la bardo pensaba que a su cuerpo le hacía falta un poco de tiempo para volver a ponerse en forma. Le dolía la espalda y le habría gustado estar otra vez en el manantial caliente que alimentaba el lago de Potedaia. —Más que lista. Xena advirtió que Gabrielle se estiraba y se frotaba los riñones y se dio cuenta con esa acción de cuál era el olor nuevo que percibía en Gabrielle. Sonrió porque seguramente la bardo misma todavía no lo sabía. Aparte de todo lo que había ocurrido esa mañana, probablemente el inusual silencio de la bardo también se debía a eso. Xena desmontó y guió la marcha hacia el interior del bosque. Percibía la humedad fresca de un arroyo cercano y siguió sus instintos hasta que llegaron la cala de un ancho arroyo, cuya agua se recogía en un pequeño remanso rodeado de rocas y bosque. Gabrielle fue a orinar y descubrió sangre en la parte interna de los muslos. —¡Estupendo! Justo lo que me faltaba... supongo que eso explica los calambres y el dolor de espalda. Para cuando la bardo regresó, Xena ya había recogido leña y prácticamente había terminado de instalar el campamento. Por el rabillo del ojo, la guerrera vio que Gabrielle hurgaba en su zurrón en busca de un paño y del pequeño cinturón de cuero que se ponía la bardo debajo de la ropa interior en esta época de la luna. —Necesito un baño —dijo la bardo, sin invitar a la guerrera a unirse a ella. Xena no se ofendió y sonrió con cariño a su amante. Sentía un poco de

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compasión por la joven, cuyo ciclo era mucho peor de lo que había tenido que sufrir la guerrera en su vida. —Yo voy a cazar algo para cenar... tómate tu tiempo, amor —dijo Xena con ternura.

Gabrielle estaba tumbada boca abajo sobre una gran roca plana, disfrutando de la sensación del sol del atardecer en la espalda. Sólo llevaba el delgado cinturón de cuero y el paño protector y su ropa y la vara estaban sobre las rocas a su lado. No paraba de dar vueltas a las palabras de su madre. No eres tú, niña... es a quién ve cuando te mira. ¿A quién podría ver salvo a mí? Justo entonces, una leve sensación se abrió paso en su cerebro. ¿Era real o sólo se había imaginado este recuerdo? —¡Te lo juro, Hécuba, un día le voy a partir el cuello! —Delos, baja la voz, que las niñas están echando la siesta. —Tiene dos hijas y ¡por los dioses, más vale que empiece a demostrarlo! Trata a la pequeña Gabrielle como yo no trataría ni a mi perro. —Ya lo sé, hermano... no sé qué más quiere... Estoy con él, ¿no? El fugaz recuerdo terminó tan bruscamente como había empezado y Gabrielle pensó que se debía de haber quedado dormida. Un sueño... sólo era eso. Se dio cuenta de que debía de estar haciéndose tarde y que Xena se preocuparía por ella, de modo que se vistió rápidamente y recorrió el corto trayecto de vuelta al campamento, mientras el extraño recuerdo le flotaba por la mente.

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Al entrar en el claro, Gabrielle vio a Xena echando trozos pequeños de conejo en una olla junto con algunas verduras silvestres. Ya había encendido una pequeña hoguera y había agua hirviendo en la tetera que usaban para hacer infusiones. —Me parece que me he entretenido... lo siento, Xe. —No te preocupes —sonrió la guerrera—. He ido a ver cómo estabas un par de veces y parecías dormida, así que he empezado sin ti —terminó con una sonrisa encantadora que dejó tan hechizada a la joven bardo que su mal humor se disipó. Vale, ¿por qué está siendo tan extraordinariamente amable?, se preguntó Gabrielle. —Bueno, Brie... te toca. Lo he puesto todo en la olla como me has enseñado... ahora haz lo que tú sabes hacer y que yo nunca parezco capaz de aprender y que consigue que esto sea comestible —dijo la guerrera con humor. Gabrielle se echó a reír, se puso a espolvorear el guiso con una serie de hierbas y luego lo dejó al fuego sobre unas piedras. El aroma que salía de la olla era prueba de lo que decía la guerrera. Levantándose y volviéndose hacia su amante, Gabrielle recibió una humeante taza de infusión que olía a menta y frambuesa. —¿Cómo lo sabías? —preguntó, pues la indicación era que se trataba de la infusión que su amante le hacía siempre durante los ciclos dolorosos. —Te conozco —contestó Xena, llevando a la joven al petate que había preparado. La silla de Argo estaba colocada apoyada en un tronco caído, con un par de mantas encima como cojín. Había echado el petate por encima para que Gabrielle tuviera un almohadón en el que apoyar la espalda.

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Xena acomodó a la joven en el petate y dejó que la bardo se bebiera la infusión. La guerrera se levantó y fue rápidamente al fuego, donde echó agua caliente de la tetera en un odre de agua vacío. Asegurándose de que no estuviera demasiado caliente, llevó el objeto al petate y dejó que la bardo se acurrucara alrededor del calor. Se puso a frotar la espalda de la joven haciendo pequeños círculos, dejando que la bardo se apoyara en ella al mismo tiempo. —Qué gusto me da eso... y esto sabe muy bien, gracias, Xe —terminó, indicando la taza caliente de infusión. —Lleva algo para aliviarte la espalda y los dolores —contestó la guerrera. —Pero me va a dar sueño, ¿verdad? —preguntó Gabrielle. —Efectivamente —dijo Xena mientras arropaba la figura ya soñolienta de su amante con una manta—. Échate una siestecita y para cuando el guiso esté hecho, te encontrarás mucho mejor. ¿Quieres que me tumbe un ratito contigo? Gabrielle asintió adormilada y se sintió envuelta en el reconfortante calor de su guerrera, cuya mano masajeaba ahora el dolorido abdomen de la bardo. A Xena le encantaba en secreto la sensación de tener a la bardo en sus brazos de esta manera, y no pudo evitar sonreír al ver la cara de "niña pequeña" que tenía su amante. A veces Gabrielle intentaba soportar en silencio el dolor físico y Xena nunca se animaba a confesarle a la joven que de esta forma se sentía útil y necesitada. A la guerrera le costaba describir la sensación con palabras, incluso para sí misma. Tenía tan poco que ofrecer a la mujer que amaba, en términos físicos. Sin embargo, sí que sabía hacer cosas, y si esas cosas suponían la más mínima comodidad para Gabrielle, en eso era en lo que encontraba placer el corazón de la guerrera. Cuando Xena se encontraba enferma o molesta, quería hacer un agujero y escapar de la humanidad. Gabrielle había aprendido a no acercarse demasiado en esas ocasiones, porque la guerrera le ladraba a la menor señal de consuelo. Gabrielle, sin embargo, necesitaba mimos.

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Xena se apoyó en la silla y se relajó con la agradable sensación de la espalda de Gabrielle pegada a su pecho. Hundió la cara en el pelo de la bardo y aspiró profundamente. Sus sentidos eran sobrenaturales comparados con los del común de los mortales. Tanto si se debían al entrenamiento, al igual que sus habilidades de guerrera, como si eran un regalo de los dioses al nacer, Xena los aprovechaba al máximo. Sintió que algo se agitaba en su corazón al aspirar el característico olor de su amante, junto con el olor dulce y metálico de la sangre que llevaría encima durante los próximos días. La bardo se quedó dormida rápidamente en los reconfortantes brazos de Xena, mientras la guerrera la mecía suavemente y le susurraba tiernas palabras de amor y consuelo.

—Hola, dormilona... ¿tienes hambre? —preguntó Xena cuando vio que Gabrielle se estiraba y bostezaba. —Pues sí —asintió la bardo—. Qué bien huele eso —continuó cuando Xena depositó un pequeño cuenco de madera delante de ella, y Gabrielle acarició con cariño el brazo de la guerrera—. Me encuentro mucho mejor, gracias. La guerrera sonrió como respuesta. —Tu madre hasta nos ha dado el postre —dijo, desenvolviendo el pequeño fardo tapado con un paño que les había preparado Hécuba. Dentro había una hogaza de pan de nueces y los pequeños pastelillos redondos que tanto le gustaban a la guerrera. La mención a su madre hizo fruncir el ceño a la bardo y recordó el sueño que había tenido antes. Cuando terminaron de comer en silencio, Xena limpió los platos, regresó para echar más leños al fuego y se sentó en el petate, al lado de Gabrielle. —¿Un dinar por tus pensamientos? —bromeó la guerrera.

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—He estado pensando en lo que me dijo hoy mi madre. —La bardo apartó la mirada de los ojos de Xena y se puso a jugar distraída con un mechón de su pelo. —Eso me parecía a mí. —Xe, ¿qué crees que quería decir? —preguntó Gabrielle. Xena se había preparado para esta pregunta. No iba a mentir a su compañera, pero temía el desajuste emocional que podría acarrearle a la bardo si la intuición de Xena resultaba ser cierta. También sabía que Gabrielle era una mujer inteligente y que había aprendido a leer muy bien a las personas. —¿Por qué no me dices tú primero lo que piensas sobre todo esto? —replicó la guerrera. —No creo que Herodoto sea mi padre —afirmó la bardo tajantemente. Xena se quedó atónita por un instante ante la declaración de la bardo. Había pensado que Gabrielle evitaría el tema o le daría muchas vueltas antes de llegar a esta conclusión. Era evidente que la bardo lo había estado pensando. Sin embargo, Xena tenía que reconocer que ésta era la misma conclusión a la que había llegado ella. —Creo que eso explicaría unas cuantas cosas —dijo vacilante, poniendo la mano en la rodilla de Gabrielle, simplemente para darle consuelo con el contacto. —Como por qué no me parezco nada ni a él ni a Lila... esa sensación de ser siempre distinta... por qué me odia tanto... —La bardo se quedó callada. —O... —Xena alargó la palabra, colocando un dedo delicado bajo la barbilla de la bardo para levantarle la cabeza hasta que se miraron a los ojos—. Las dos nos podríamos estar dejando llevar por nuestra imaginación y nuestras emociones. Podríamos estar sacando todo esto de quicio. Herodoto podría ser tu padre y sólo está furioso porque ha perdido a su hija mayor por lo que él cree que

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es una señora de la guerra asesina. Brie, las dos hemos visto padres naturales que tratan a sus hijos aún peor. Sólo quiero que estés abierta a todas las posibilidades que expliquen su conducta. —¿Y lo que dijo mi madre... que se trata de a quién ve cuando me mira? ¿A quién ve... a mi verdadero padre? —Vale, ahora voy a hacer de defensora de Herodoto. A lo mejor se refiere a que me ve a mí... seguro que piensa que te tengo hechizada y que eres esclava mía y de mis deseos de señora de la guerra. Eso enfurecería a cualquier padre. —Pero hay un fallo en esa teoría, Xe. Mi padre me ha tratado así toda la vida.

—Unas lágrimas ardientes empezaron a resbalar por las mejillas de la

bardo, cayendo silenciosas en su regazo. —Oh, Brie. —La guerrera abrazó tiernamente a la llorosa bardo—. ¿Por qué nunca me has contado nada de esto? —Supongo

que

me

sentía

demasiado

avergonzada...

no

quería

reconocérmelo ni siquiera a mí misma, pero ahora todas las piezas parecen encajar demasiado bien para que no sea la verdad. —Comprendo cómo te sientes, amor. Pero no tienes motivos para sentirte avergonzada delante de mí... recuerda que mi padre intentó matarme cuando era niña. Las dos mujeres se quedaron así sentadas hasta que un leño chisporroteó al romperse en el fuego y soltó chispas que salieron volando por la oscuridad del cielo nocturno. —Esta tarde tuve un sueño rarísimo cuando estaba en el estanque, Xe —dijo Gabrielle iniciando de nuevo la conversación—. No sé si es algo que me he

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inventado o si era real. Yo tenía tal vez cinco o seis años y recordaba a mi madre y mi tío Delos discutiendo. Gabrielle le contó a Xena el sueño, que la bardo estaba cada vez más convencida de que era un recuerdo, y de nuevo las dos se quedaron en silencio. —No creo que sea una coincidencia, Xe... no creo que sea mi padre... y tú tampoco lo crees, ¿verdad? —No, amor... no lo creo —dijo la guerrera suavemente, envolviendo a su amante en sus fuertes brazos y maldiciendo su incapacidad para evitarle este dolor a su bardo. Y entonces, al abrazar a Gabrielle, se sintió atravesada por una punzada de posesividad y quiso que esta mujer que tenía en sus brazos supiera que siempre estaría allí, no sólo ahora, sino para siempre. Quería que la bardo supiera que no deseaba a otra... que jamás querría, jamás podría... estar con otra; que parte del corazón y el alma de la bardo había quedado plantada en el interior de la guerrera. Fue entonces cuando la guerrera se puso a pensar en una forma. ¿Cómo se le demuestra a la mujer que se ama todo lo que se lleva en el corazón? Cásate con ella.

—Ya veo que hoy te encuentras mejor —dijo la guerrera desde su caballo. —Me encuentro genial —contestó Gabrielle, manteniendo el paso rápido que la guerrera había dejado que marcara su compañera—. ¿Qué le has puesto a esa infusión? —Secreto profesional, mi amor. Podría decírtelo, pero luego tendría que matarte

—comentó, bajando la voz una octava—. Pero tómatelo con calma,

Brie... No quiero tener que llevarte en brazos hasta Anfípolis.

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—Vale, intentaré no excederme. Por supuesto, calculo que estaremos en la posada hacia, bueno, creo que hacia la hora de cenar... y tal y como cocina tu madre...

—Dejó la idea en suspenso.

Xena soltó una sonora carcajada y desmontó y cogió las riendas de Argo para caminar al lado de la bardo. —Si alguna vez vuelves a acusarme de pensar únicamente con cierta parte de mi anatomía —enarcó las cejas con aire sugestivo—, te recordaré lo que acabas de decir —terminó la guerrera, clavando el dedo ligeramente en el estómago desnudo de su amante. Ambas mujeres se echaron a reír y la guerrera observó el rostro de Gabrielle por si veía alguna señal de depresión. Con gran alegría por su parte, la bardo parecía haber asimilado las revelaciones de la noche anterior. La joven había reconocido por fin, antes de que el sueño se apoderara de ambas la noche antes, que casi se sentía mejor al saber que no era nada que ella hubiera hecho lo que hacía que Herodoto la tratara como lo había hecho durante tantos años.

—¿Gabrielle? —La mujer mayor sonrió a la joven bardo y se apresuró a darle un afectuoso abrazo—. ¿Dónde está Xena? —Hola, Cirene. Tu hija está acomodando a Argo en la cuadra... no tardará en venir. —Gabrielle sonrió a su vez a la madre de su amante. Cirene era uno de los pocos parientes, entre los que tenía ella y los que tenía Xena, que la bardo se esperaba que recibiera bien su noticia. Además, Gabrielle quería de verdad a esta mujer que le recordaba tanto a su guerrera. Era fácil ver de dónde habían salido la ética del trabajo duro, el honor y la integridad de Xena. Cirene dio un beso a la joven en la mejilla y un abrazo que normalmente reservaba para su hija, pero Gabrielle había llegado a ser una hija para ella y

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quería a esta joven que le había robado por completo el corazón a su hija. Ojalá Xena viera lo que ven otros y así sabría cuánto la quiere esta joven. Había algo distinto en los ojos de la bardo, o tal vez era su porte, pero Cirene supo que algo había cambiado. Era como si Gabrielle pareciera mayor, sin haber envejecido de verdad. Más madura. Fue entonces cuando la posadera advirtió el colgante que rodeaba el cuello de la bardo. La forma de cada corazón era idéntica a la armadura del peto de Xena y al mirarlo más atentamente, los dos corazones se unían formando una X. —Por fin te lo ha dicho —exclamó Cirene, sujetando el colgante entre los dedos. La sonrisa de Gabrielle, unida a la luz que chispeaba en sus ojos, fue todo lo que necesitó la posadera. Unos segundos después, cuando Xena entró por fin por la puerta, su madre estuvo a punto de tirarla al suelo con un fuerte abrazo. La guerrera, que en el pasado siempre se había sentido un poco incómoda con las muestras de afecto en público, sorprendió a su madre por completo al devolverle el abrazo. Xena miró a su bardo por encima del hombro de su madre con ojos interrogantes. Gabrielle le devolvió la mirada, encogiéndose de hombros y levantando las manos como para decir, ¡Yo no he dicho nada y no tengo ni idea de por qué se comporta así! —Bueno... yo también me alegro de verte, mamá —dijo la guerrera un poco titubeante, con media sonrisa. —Por fin lo has hecho... ¡por fin le has dicho que la quieres! —dijo Cirene, sin dejar de abrazarla.

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Los clientes que estaban en la taberna empezaron a volverse para ver por qué estaba tan contenta la posadera. Fue entonces cuando Xena advirtió que había gente mirando a la gran guerrera con los ojos desorbitados y echándole luego el ojo a la joven bardo. Cuanto más se entusiasmaba su madre, más coloradas se le ponían las mejillas a la guerrera. —¿Tengo razón... se lo has dicho? —continuó Cirene de modo que todo el mundo la oyó. —Sí, mamá... se lo he dicho —dijo Xena, bajando la voz y soltándose de la mujer mayor—. ¿Podemos no comunicárselo a toda la taberna? —¿Entonces por qué te pones toda colorada? No me digas que te ha rechazado

—preguntó Cirene con aire inocente.

Gabrielle estaba disfrutando de lo lindo del espectáculo. Nunca había visto a la Princesa Guerrera tan azorada o cohibida como lo estaba en esos precisos instantes. La bardo estuvo a punto de estallar en carcajadas al ver el apuro de su amante. Nadie es capaz de humillar a un hijo mejor que una madre, y aunque era una temible guerrera, Xena seguía siendo una niña para Cirene. —No, no me ha rechazado —contestó Xena. —¡Por los dioses, Xena, no me digas que todavía no habéis consumado la relación! —exclamó su madre, atónita. —¡Madre! Gabrielle estuvo a punto de tener un ataque de risa con ese comentario y porque ahora Xena tenía la cara como un tomate. A la joven le faltaba un segundo para echarse a reír a carcajadas por el apuro de su amante y en ese momento la morena guerrera se fijó en su bardo.

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Xena se sentía muy incómoda en esos momentos. Ya lo estaba pasando bastante mal por el hecho de que su madre estuviera informando a toda la taberna de su recién estrenada relación y la verdad era que no tenía la menor gana de ponerse a hablar de su vida sexual con su propia madre, pero cuando Xena miró y vio a su bardo sonriendo de oreja a oreja ante su situación, supo que había llegado el momento de contraatacar. —Ga-bri-elle... —dijo la guerrera alargando el nombre. La bardo conocía esa expresión que había en los ojos de su amante y se tapó la boca con la mano para evitar estallar en carcajadas. —Gabrielle, por la diosa te lo digo, como te rías... como estés aunque sólo sea sonriendo debajo de esa mano, ¡te cojo y te tiro al abrevadero de los caballos! La bardo estaba librando una batalla perdida y lo sabía, aunque iba aguantando con valor, pero en ese momento un hombre gritó desde el mostrador: —¿Qué se ha consumado? Gabrielle estuvo a punto de caerse al suelo del ataque de risa que le dio. —Vale, se acabó —dijo Xena, y agarró rápidamente a la joven, se la echó al hombro y se dirigió a la puerta. —¡Xena! —gritó Gabrielle. Un hombre muy grande entró en la posada justo cuando Xena llegaba a la puerta. Su pelo oscuro y sus ojos azules eran inconfundibles, y sonrió ampliamente a su hermana y al pequeño fardo que se debatía en sus garras. —Xena... si has estado pescando, te has olvidado de echar a ésta otra vez al río... ¡es tan pequeña que no merece la pena quedársela!

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—¡Toris! —vociferó Gabrielle. El hermano de Xena siguió riéndose a carcajadas por el apuro de la joven bardo. —Xena —suplicó Gabrielle—. Por favor, bájame. —¿Ya has pasado suficiente vergüenza? —¡Sí! La guerrera se pasó a la mujer por encima del hombro y la atrapó en un abrazo antes de que sus pies tocaran el suelo. —Bien... estamos en paz —terminó, besando a su amante en la punta de la nariz y sonriéndole. Gabrielle le dio un manotazo en broma a la guerrera en el brazo y le hizo lo mismo a Toris, que seguía mirando a la pareja con un poco de envidia. —A ver, niños... —dijo Cirene y los tres le sonrieron con aire culpable. Pero la mujer mayor no pudo seguir fingiendo severidad y les sonrió a su vez—. Sé que vosotras dos debéis de tener hambre... ahora mismo os traigo algo de comer —dijo, y su voz se perdió en la cocina. Xena y Gabrielle habían llegado a la posada más tarde de lo que esperaban y sus sueños de disfrutar de una comida caliente murieron al ver a los pocos clientes que quedaban bebiendo en la taberna. Sin embargo, las dos mujeres sonrieron encantadas cuando Cirene les trajo unos platos llenos de comida humeante y jarras de cerveza. —Ya he mandado a Mellie a que prepare tu habitación, Xena... Toris, ocúpate de las alforjas de las chicas, querido —dijo Cirene mientras las mujeres atacaban la comida.

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—Lo podemos hacer nosotras, Toris... no te molestes —le dijo Xena a su hermano. —No es molestia, yo ya me iba a la cama, así que aprovecho para subirlas. —Dio un abrazo a las tres mujeres y subió con las alforjas por las escaleras que llevaban a la parte trasera de la posada.

Xena estaba despatarrada en el banco con las piernas en alto y una jarra de oporto en la mano. Miraba con los ojos medio cerrados mientras su amante y su madre se dedicaban a esa clase de charla intrascendente que a la guerrera se le daba tan mal. Sentía un calor delicioso que le invadía el cuerpo y sabía que en parte se debía a que éste era su hogar. Le resultaba bastante reconfortante estar en la posada donde Liceus, Toris y ella habían crecido y jugado. Notó que sus reflejos empezaban a relajarse un poco. —Bueno, ¿y cuándo puedo asistir a una boda? —preguntó Cirene sin andarse por las ramas. Los ojos de Xena se abrieron de golpe y miró inmediatamente a Gabrielle para calibrar la reacción de su bardo ante la pregunta. La joven se sonrojó ligeramente, pero no dijo ni una palabra. Gabrielle bostezó profundamente y se levantó de la mesa con una dulce sonrisa. —Me... mm, me voy a la cama. Espero que no os importe, pero estoy cansadísima

—dijo, y la verdad de lo que decía era evidente por el cansancio

que se advertía en su rostro. La joven abrazó a Cirene y le deseó buenas noches y luego apretó el hombro de su guerrera al pasar. Xena alargó la mano para coger la de la joven y rozó ligeramente con los labios el dorso de los dedos de la bardo.

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—Subo dentro de nada, amor —dijo Xena cuando su bardo sonrió y se agachó para besar a la guerrera en la sien. La guerrera cerró los ojos y en su cara apareció una expresión de deleite por la tierna caricia de la bardo. Cirene se quedó atónita al ver la reacción de su hija ante el gesto cariñoso de Gabrielle. Le sorprendió que Xena permitiera a la joven tocarla delante de ella y se quedó aún más pasmada al ver la expresión de deleite absoluto de la guerrera. Cuando Gabrielle se marchó, Cirene miró preocupada a su hija. —He metido la pata, ¿verdad? —Todavía no le he pedido a Gabrielle que se case conmigo, madre —dijo Xena sin levantar la mirada. —Dulce Artemisa, jovencita, ¿pero a qué estás esperando? Las mujeres como esa muchacha de ahí arriba sólo aparecen una vez en la vida, Xena. Yo que tú... Xena alzó una mano para interrumpir la arenga de su madre. —He dicho todavía, mamá —sonrió—. En realidad, anoche decidí que se lo iba a pedir, pero es un poco más complicado de lo que te pueda parecer. Gabrielle es reina de la Nación Amazona. No puedo echármela al hombro sin más y llevármela. Tengo que pedir permiso a la tribu para casarme con su reina y luego tengo que hacerle a Gabrielle una petición formal. Todo ello tiene que ser presenciado por una ronda de amazonas. Y luego está el tema de que puede que Gabrielle ni siquiera desee casarse conmigo. —Esto último lo dijo sin querer plantearse la mera posibilidad, pero era algo a tener en cuenta. Gabrielle podía quererla, ¿pero realmente querría comprometerse de por vida con una guerrera? —Y luego últimamente han ocurrido muchas cosas en la vida de Gabrielle y no sé si en estos momentos va a querer tomar una decisión como ésta. —Xena

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pasó a explicar con voz apagada todo lo que les había pasado en Potedaia, incluidas las sospechas sobre Herodoto. —Qué chica tan increíble —dijo Cirene—. Me siento orgullosa de que forme parte de nuestra familia. —La mujer mayor puso una mano cariñosa sobre la mano grande y callosa de su única hija—. Bueno, ¿cuántas amazonas constituyen una ronda? —le preguntó Cirene a su hija con una sonrisa. —Cuarenta —contestó la guerrera—. Pero tengo un plan. Voy a necesitar tu ayuda. Mañana le escribiré un mensaje a Ephiny explicándoselo todo. Deberían tardar una semana como mucho en llegar aquí. Si puedes enviar a alguien del pueblo para que entregue la carta por mí, todo arreglado —dijo con una sonrisa radiante. —No sé quién tiene más suerte... tú o Gabrielle —contestó Cirene.

96 —Bienvenida a mi mundo. —Gabrielle sonrió sarcástica a Cirene cuando Xena cruzó bruscamente la cocina, pasando ante las dos mujeres, y salió por la puerta. La guerrera apenas le había gruñido unas palabras a Gabrielle antes de marcharse—. A veces se pone así —dijo la bardo, tratando de tranquilizar a la mujer de más edad, aunque ella misma estaba un poco extrañada por el humor de su amante, que en los últimos días había ido empeorando cada vez más. La mujer mayor echó un puñado de harina en la tabla de madera donde estaba a punto de poner la masa. Gabrielle estaba a su lado, haciendo lo mismo. La bardo disfrutaba de los días que estaba pasando en la posada con la familia de Xena. Aceptaban y querían a la amante de su hija, y Gabrielle deseaba poder sentirse tan cómoda con su propia madre como con la mujer que ahora estaba a su lado.

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Llevaban diez días en Anfípolis, y tanto Xena como Gabrielle estaban encantadas de ayudar a Cirene en la posada. Xena le había pedido prestados a su hermano una camisa y unos pantalones y se dedicaba a ayudar a su hermano a terminar de añadir más habitaciones para la posada. Gabrielle se sentía en su elemento y ayudaba a Cirene en la cocina durante el día, trasladándose a la taberna para contar historias por la noche. El negocio de Cirene siempre se animaba cuando Gabrielle estaba en el pueblo. Era una bardo excepcional, y hasta la gente que normalmente no frecuentaba la taberna se pasaba por allí para oír sus historias. Cada noche los clientes le daban dinares como muestra de aprecio y cada noche ella intentaba dárselos a Cirene. Como la posadera se negaba a aceptarlos, la bardo sabía perfectamente en qué se iba a gastar el dinero extra. Buscó por el pueblo hasta que encontró a un platero y usó el dinero para un comprar su regalo. —¿Cómo es posible que le aguantes eso, Gabrielle? —preguntó Cirene, trayendo a la bardo de vuelta al presente. Gabrielle le dedicó una de sus habituales sonrisas de "con calma" y respondió: —Algunos días son mejores que otros. Y ya casi nunca se comporta así: tendrías que haberla visto cuando empezamos a viajar juntas. En aquel entonces, si lograba que dijese una frase completa en un día, me sentía feliz. Gabrielle se levantó soplando un mechón de pelo de la frente y se lo apartó con el brazo. Se dejó una pequeña mancha de harina en la mejilla y estiró los músculos que habían empezado a dolerle por las horas que llevaba amasando el pan. Examinó su propia alma y sonrió por el viaje que había emprendido su corazón hasta alcanzar el amor incondicional que ahora sentía por su guerrera. Un golpe en la puerta de la cocina interrumpió la conversación por el momento. Cirene se limpió las manos y abrió la puerta de madera, esperándose

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encontrar a algún repartidor. En cambio vio a un chico del taller del platero con un pequeño paquete. —Buenos días, señora. Calas me ha pedido que le traiga esto a la joven señora

—dijo, indicando a Gabrielle y ofreciéndole el paquete.

—Oh, maravilloso —exclamó Gabrielle, sonriendo—. Cirene, ¿lo coges por mí? Tengo las manos pringosas. La mujer mayor cogió el paquetito y le dio al chiquillo un pastel, despidiendo al encantado muchacho. —¿Qué es? —preguntó Cirene. —Un regalo para Xe... ¿lo abres, para que pueda verlo? —dijo la bardo, limpiándose los dedos de la masa pegajosa en un cubo de agua limpia. Gabrielle se puso al lado de Cirene secándose las manos mientras la mujer mayor abría el envoltorio de cuero. —Oh, Gabrielle... ¡es precioso! —reconoció Cirene. El colgante tenía un diseño que se había inventado la bardo al intentar crear algo tan único y especial como lo que le había regalado Xena. Tenía que indicar que era literalmente parte de Gabrielle, pero también tenía que ser un símbolo de sus vidas compartidas. Por fin había dado con un artesano dispuesto a trabajar con ella y el producto final era más de lo que podría haber esperado. El colgante era de plata y pendía de una cadena más gruesa que la que llevaba Gabrielle. La inicial de la bardo iba en el centro y dicha letra G estaba hecha imitando los adornos de la armadura de Xena. Encima de la inicial había una pluma, pero no la típica pluma de escribir que usaba Gabrielle todos los días. Esta pluma era casi igual: acababa en punta, pero en lugar de ser una punta para recoger tinta, era la empuñadura de una espada. Era una pluma que era una

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espada. Para la bardo, aquello indicaba que la guerrera y la bardo eran una sola persona. —Cirene, ¿lo podrías guardar por mí? Si Xena intuye siquiera que le estoy ocultando algo, se va a poner como una niña en la víspera del Solsticio. La paciencia no es precisamente una de sus numerosas habilidades, ¿sabes? La madre de la guerrera se echó a reír, comprendiendo que, en algunos sentidos, la edad adulta había cambiado muy poco a su hija. Se metió el paquete cuidadosamente envuelto en la faltriquera que llevaba en la cintura y le dio una palmadita. —Aquí estará a salvo de ojos curiosos —dijo.

El mal humor de Xena se estaba manifestando de la peor manera posible. Había enviado un mensaje a Ephiny al día siguiente de llegar a Anfípolis, comunicándole su deseo de unirse a Gabrielle y solicitando la ayuda de la regente. Tres días después, llegó un jinete a la posada con un mensaje para Xena de parte de la Nación Amazona. Xena reconoció el sello de Ephiny y abrió el pergamino para encontrarse un mensaje corto, pero esperanzador. ¿Así que el viejo árbol que se alza solitario en el bosque ha caído por fin? ¡Llevo años esperando a que griten "leña va" por ti! Puede que tarde un poco más de una semana en prepararlo todo aquí. Voy a ir yo también... ¡no me perdería la cara de Gabrielle por nada del mundo! Ephiny

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Hacía ya casi siete días que había recibido el mensaje de Ephiny y todavía no había señales de las amazonas. Cuanto más tiempo pasaba, más nerviosa se ponía Xena, hasta que empezó a pagarlo con todo el que la rodeaba, incluida Gabrielle. Esto es genial. Para cuando lleguen y le pueda pedir que se case conmigo, ¡tendré suerte si aún me dirige la palabra! Justo entonces sus oídos captaron un ruido como el roce de una bota en la tierra. La guerrera sonrió de oreja a oreja y se cruzó de brazos. —¡Ya era hora de que llegarais! —¿Sabes cuánto detesto que seas capaz de hacer eso? —bufó la voz de Ephiny. Las dos mujeres se estrecharon el antebrazo como gesto de amistad. —He entrado yo sola en el pueblo —susurró la regente—. He traído a cuarenta y cinco de las mejores guerreras de la Nación Amazona... unas cuantas de más para que nadie se ponga a chillar por el protocolo. Están acampadas en el siguiente valle... Bueno, ¿cuál es el plan, Princesa Guerrera? —¿El plan? —preguntó Xena—. La verdad es que mi plan era sólo conseguir que vinierais... Pensaba que tú podrías... ya sabes, darme alguna idea cuando llegaras —terminó con una sonrisa algo tímida. —Pues da la casualidad de que sí. —La regente sonrió y pasó a compartir su idea con la guerrera.

Cirene estaba enseñándole a Gabrielle cómo glasear los pasteles que había hecho justo cuando Xena entró en la cocina. —Hola —dijo la guerrera nerviosa, empezando a perder un poco de valor.

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—Hola —dijeron las dos mujeres a la vez, sin poder apartar la vista de su trabajo. Xena fue hasta su madre, se detuvo al lado de Gabrielle y rápidamente le dio un beso a la mujer mayor en la cabeza. Cirene miró a su hija y luego a Gabrielle, que había terminado el glaseado y estaba mirando a la guerrera. —Eso quiere decir: "Lo siento, madre, ya no voy a estar tan gruñona". —Gabrielle le explicó el beso de Xena a Cirene. Los ojos de Xena se movieron nerviosos por la estancia buscando una vía de escape, al tiempo que se le empezaban a poner las orejas coloradas bajo la mirada de su madre. —Sí... eso mismo —reconoció la guerrera algo cortada—. Mm, mamá... me pregunto si podrías... quiero... —Xena miró a su madre, intentando comunicarle con los ojos su necesidad de estar a solas con Gabrielle. —Oh... —dijo Cirene—. Acabo de recordar que tengo una cosa urgente que hacer

—terminó con una sonrisa e inmediatamente salió por la puerta de la

cocina. —Oye, ¿estás haciendo pan o bañándote en harina? —bromeó la guerrera al ver la harina que manchaba la mejilla de la bardo. Gabrielle sonrió y se puso de puntillas para rozar suavemente los labios de la alta guerrera con los suyos. Xena cogió tiernamente la cara de la bella mujer entre las manos, limpiándole la mancha de harina.

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—Brie, siento haber estado tan insoportable estos últimos días. Me gustaría compensarte si me dejas. Gabrielle enarcó una ceja con aire sugestivo, pensando rápidamente en todas las formas en que le gustaría que la compensara su guerrera. —Bueno, eso también —dijo la guerrera con voz seductora—, pero estaba pensando más bien en una merienda... ¿las dos solas? Me gustaría llevarte al lago... el que tiene esa cascada de la que te he hablado. Los ojos de Gabrielle se iluminaron. —Vaya, guerrera... ¿me estás pidiendo que salga contigo? —bromeó Gabrielle. Xena cogió la mano de Gabrielle y se llevó los dedos a los labios, notando restos del dulce glaseado de miel en los dedos de la bardo. La guerrera se llevó el dedo índice de la bardo a los labios y sacó la punta de la lengua para lamer ligeramente el pegajoso dedo. Su boca cálida envolvió la punta del dedo y, moviendo la lengua delicadamente, se puso a chupar despacio, acto que la bardo sintió al instante entre las piernas. Xena cerró los ojos, respirando profundamente, con la boca llena de repente del sabor de su bardo y la dulce miel. —Sí —susurró la guerrera al responder, aflojando de mala gana la lengua con que sujetaba el dedo de la bardo. —¿Eh? —preguntó Gabrielle, confusa por un momento, con la cara acalorada de repentino deseo. —La respuesta a tu pregunta... es que sí —repitió Xena. —Oh, dioses —dijo Gabrielle sin aliento—. ¿Cuál era la pregunta?

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—Es precioso, Xe... ¿de verdad que Liceus y tú os tirabais al agua desde ahí?

—La bardo señaló, indicando la alta cascada que caía sobre las rocas y las

plantas para derramarse en el lago de debajo. —Sí. Pero entonces yo estaba mucho más en forma. —¿Ah, sí? ¿Quieres decir...? —dijo Gabrielle con tono de guasa mientras Xena la bajaba con cuidado de Argo y el cuerpo de la bardo se pegaba al de la guerrera—. ¿Que este cuerpo realmente estaba mejor en otra época? Las comisuras de los labios de la guerrera se curvaron hacia arriba y sus ojos se estrecharon ligeramente. —Con la edad llega la experiencia y con la experiencia... una sabe hacer más cosas —dijo, pasando la lengua por la oreja de la bardo. Gabrielle se estremeció al sentir la cálida humedad. —Si aprendes a hacer más cosas, vas a acabar conmigo. Ambas mujeres se rieron por lo bajo mientras se separaban de mala gana. —Está empezando a hacer un poco de fresco, ¿qué te parece si tú vas a buscar leña y yo preparo la cena... y cualquier otra cosa que podamos necesitar? —terminó con una sonrisa incitadora. Gabrielle se alejó entre los árboles y Xena se volvió hacia la yegua y se puso a descargar los paquetes que habían metido en las alforjas. La guerrera sabía que su bardo tenía hambre y que seguramente querría comer enseguida, pero Xena todavía estaba intentando que su estómago dejara de dar saltos. La merienda, que era una forma de estar a solas con su bardo, era auténtica, pero también era un truco para sacarla del pueblo. Las amazonas entrarían en Anfípolis y se instalarían en el extremo norte del pueblo. Cuando Xena estuviera

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preparada para empezar la ceremonia, se solicitaría la presencia de Gabrielle, diciendo que alguien que acudía con una petición rogaba una audiencia con la reina de las amazonas. Ése era el momento en que la guerrera calculaba que seguramente le vomitaría a alguien en las botas. No era que no quisiera unirse a Gabrielle. Sabía que amaba profundamente a la bardo y que nunca encontraría a otra persona que pudiera ocupar el puesto de la joven en su corazón. Era simplemente que en todo esto estaban todos los elementos que le revolvían el estómago a Xena: un gentío, hablar delante de un gentío y, sobre todo, desnudar su alma ante un gentío. La guerrera se quitó de encima las preocupaciones y se puso de nuevo a vaciar las alforjas de sus tesoros. Oyó unos roces detrás de ella. —Qué rapidez —sonrió, sin volverse todavía hacia su bardo. La bardo no dijo ni una palabra. —¿Brie? —dijo Xena, volviéndose hacia su amante. A Xena se le congeló la sangre al ver lo que tenía delante. Una guerrera alta, de rasgos angulosos enmarcados por el corto pelo rubio, le tapaba la boca a Gabrielle con la mano y los ojos de la bardo estaban desorbitados de miedo. Con la otra mano la guerrera tenía metida la punta de una daga tipo estilete justo dentro de la oreja de la bardo. Tanto la desconocida como Xena sabían que la bardo podría sobrevivir a un corte en la garganta, si su guerrera lograba alcanzarla a tiempo, pero la joven reina jamás sobreviviría si la daga se clavaba en su oído, destrozándole el cerebro. El dedo de Xena se agitó ligeramente sobre el metal de su chakram y sus ojos recorrieron los alrededores y vieron hombres armados entre los árboles. Irguiéndose cuan alta era, con los ojos de un pálido azul, su voz sonó cortante y fría como el hielo al hablar.

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—¡Suéltala o te arranco ese asco de corazón que tienes, zorra patética! Gabrielle notó que la mujer que tenía detrás se encogía ligeramente al oír el tono de la guerrera y la propia bardo sintió un escalofrío por el cuerpo por el timbre de la voz de su guerrera. —Vaya, Xena... ¿ni siquiera me vas a presentar a tu amiguita? ¿O es tu amante... esposa... esclava? —Escupió esta última palabra, sacudiendo a la mujer menuda que tenía entre los brazos y aferrando la daga con más fuerza—. Quítate las armas y la armadura, Xena —ordenó la rubia. Xena siguió mirando fijamente a la mujer, sin hacer ademán de quitarse las armas. —¡Hazlo! —gritó la rubia—. ¿Te crees que voy de coña? —La rubia pasó rápidamente la mano de la boca de Gabrielle a su garganta, rodeándole el cuello con la manaza, y se puso a apretar despacio para arrebatarle la vida a la joven. Xena se soltó el chakram y luego las correas que le sujetaban la vaina de la espada a la espalda, tirando ambas armas al suelo a los pies de la rubia. —Xena, no —susurró Gabrielle roncamente y la mujer que tenía detrás apretó más la garganta de la bardo para obligarla a callar. —Suelta a Gabrielle, Kirren... esto es entre tú y yo —dijo Xena, fríamente, intentando hablar con voz firme y carente de emoción. Sabía que no podía dejar que Kirren se marchara de este claro con Gabrielle, pues había grandes posibilidades de que la bardo no viviera para volver a ver a su amante—. Suéltala... no te conviene luchar conmigo... es una lucha que no puedes ganar —afirmó Xena. La rubia se echó a reír, con una carcajada grave y malévola, y entonces Gabrielle gritó:

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—¡Xena, detrás de ti! La guerrera estaba tan concentrada en observar a Gabrielle que se había olvidado de los hombres que había detrás de ella. Justo cuando Gabrielle gritó, Xena volvió la cabeza y sólo sintió el fuerte golpe de un mazo en la sien. La guerrera cayó de rodillas al suelo y volvió la cabeza de nuevo hacia su amante. —Ga-bri-elle —gimió Xena cayendo hacia delante y su cuerpo se desplomó en la tierra con un sonoro golpe. Gabrielle gritó el nombre de su amante y se debatió para soltarse de la que la tenía presa, sin importarle su propia seguridad. La mujer alta a quien Xena había llamado Kirren tiró de repente a Gabrielle del pelo, rodeándola para encararse con la bardo. Sus largos dedos echaron hacia atrás la cabeza de la joven, dejándole el cuello al descubierto, y apretó la punta de la daga justo debajo de la barbilla de la bardo, hasta que Gabrielle notó una gota cálida de líquido que resbalaba por la piel de su cuello. Al darse cuenta de que era su propia sangre, la bardo dejó de luchar y escuchó a la mujer más alta. —Me gustaría tenerte a mi lado un poco más, Gabrielle, para torturar a tu preciosa guerrera, pero no me agotes la paciencia. Te mataré si tengo que hacerlo y créeme, pequeña... a las mujeres no las mato deprisa. Lo hago muy, pero que muy despacio... de una forma muy, pero que muy dolorosa. Así que a menos que quieras que te abra en canal desde estos pelitos —agarró la entrepierna de la bardo—, hasta ese cuello flacucho que tienes, ¡yo que tú dejaría de intentar sacarme de quicio! Átale las manos y véndale los ojos. —Kirren empujó a la bardo a los brazos de un soldado a la espera que se puso a cumplir la orden de la guerrera rubia. Acercándose a la figura inmóvil de la Princesa Guerrera, Kirren dio la vuelta a la guerrera con la punta de la bota y se puso en cuclillas sonriendo.

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—Ah, cómo caen los poderosos, ¿eh, Xena? —susurró la guerrera—. Me parece que después de todo vamos a poder tener ese enfrentamiento. Ya ves, tengo lo único que me puede garantizar que aparecerás, ¿verdad? —Kirren se volvió para mirar a la bardo, a quien estaban subiendo a la silla de un caballo que esperaba, y se echó a reír—. Vámonos... atadla de pies y manos. —La guerrera señaló la figura inconsciente de Xena y se montó detrás de la bardo, que tenía los ojos vendados—. No vamos a ponérselo muy fácil.

La oscuridad empezaba a caer sobre Anfípolis y Ephiny se paseaba nerviosa alrededor de la posada. —Aquí pasa algo. Xena me dijo que volvería antes del anochecer —le dijo la regente a Eponin—. Ep, sal a caballo con unas cuantas y ve hacia el lago... asegúrate de que todo va bien. —¿Y si están ocupadas en otros asuntos? —contestó la guerrera. —Pues intenta que Xena no te tire por la cascada —dijo la regente con una sonrisa sardónica.

Eponin se detuvo y cogió las riendas de la yegua dorada. Argo seguía con la silla puesta y las alforjas colgaban desordenadas de la grupa de la yegua. —Tranquila, chica —dijo la guerrera con tono relajante al tiempo que miraba a su alrededor para orientarse. Azuzando a su propia montura, se dirigió rápidamente a la zona del bosque que rodeaba la cascada. En cuanto las amazonas cruzaron los árboles y salieron al claro, vieron el cuerpo inconsciente de Xena.

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Palpando en busca del pulso, Eponin se sintió aliviada al notar los latidos regulares en el cuello de la guerrera. La sangre reseca que tenía la guerrera por un lado de la cara hacía que su herida pareciera peor de lo que era. —Vosotras dos registrad la zona en busca de cualquier rastro de la reina. —Eponin señaló a dos de sus compañeras, pero ya sabía que era inútil. Si Xena estaba atada e inconsciente, había muy pocas probabilidades de que Gabrielle siguiera en la zona—. Tarazon. —Eponin indicó a la cuarta integrante de su grupo—. Vuelve con la regente y dile que venga aquí a toda velocidad... hay problemas. Eponin dedicó la siguiente marca a limpiar la herida de Xena y tratar de revivir delicadamente a la morena guerrera. Los párpados de Xena empezaron a aletear despacio hasta abrirse y los ojos azules se estrecharon por el intento de controlar el dolor de cabeza y concentrarse. —¡Gabrielle! —exclamó Xena, recordando de repente los acontecimientos que habían llevado a esta situación. La guerrera y Eponin se levantaron a toda prisa al oír el trueno de unos cascos que se acercaban. Ephiny saltó de su caballo antes de que el animal se hubiera detenido siquiera. —Xena, ¿estás bien? —preguntó al advertir la sangre que seguía manando de una raja de mal aspecto que tenía la guerrera en la sien, cuya piel empezaba a amoratarse—. ¿Qué le ha pasado a Gabrielle? Antes de que Xena pudiera contestar, regresaron las dos amazonas a quienes Eponin había enviado a buscar el rastro de su reina. —¿Regente? —Una de las guerreras le ofreció la vara de Gabrielle—. Hemos encontrado las huellas de unos jinetes... tal vez veinte. Se dirigen a las colinas del norte.

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Xena le quitó la vara de las manos a la guerrera como para conectar con la bardo misma a través del contacto con la madera. Enrollada alrededor de la parte superior de la vara había una delgada tira de cuero atada alrededor de una gran pluma blanca. La pluma estaba manchada de sangre. Todas las amazonas del grupo reconocieron este gesto simbólico de venganza. Xena estaba empezando a perder la capacidad de controlar sus procesos mentales. No lograba concentrar la mente en nada que no fuese la expresión aterrorizada de los ojos de Gabrielle antes de que la guerrera quedara inconsciente. Y en ese momento, ahora que la única mujer a la que amaba... a la que amaría jamás... le había sido arrebatada, una rabia profunda empezó a invadir su cuerpo. La oscuridad de su interior suplicaba ser liberada y la ira apenas contenida corría por sus venas junto con su sangre. La guerrera dio la espalda a los ojos de las amazonas, con las extremidades temblorosas mientras luchaba por conservar su leve contacto con la realidad. De repente, sin importarle quién la estuviera mirando, se dejó caer de rodillas y soltó un aullido torturado. —¡GA-BRI-EEEELLEEEE! El grito de la guerrera salió de lo más profundo de su pecho y reverberó por las colinas. El solitario grito de angustia provocó un escalofrío en las guerreras que la rodeaban y los animales del bosque corrieron asustados a guarecerse en sus madrigueras. Los ecos se propagaron por el bosque y rebotaron en las montañas hasta que de nuevo sólo hubo silencio.

Gabrielle notó que el caballo en el que iba montada se paraba en seco justo cuando los últimos ecos del grito angustiado de su amante se desvanecían en el aire.

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—Vaya... parece que Xena se ha despertado —dijo Kirren riendo—. Debe de haber encontrado el regalito que le hemos dejado —dijo sin dirigirse a nadie en concreto, sabiendo que a Xena no se le escaparía el significado de la pluma manchada de sangre. —Necesito orinar —le pidió Gabrielle a la guerrera que tenía detrás. —¡Aguántate! —dijo Kirren con desprecio. —Por favor... —rogó Gabrielle. Con un suspiro de exasperación, la guerrera se bajó de su montura y tiró bruscamente de la bardo para bajarla al suelo. —Vamos a dejar claras unas cuantas normas ahora mismo, ¿te parece, majestad? No tengo la menor intención de matarte, Gabrielle, pero lo haré si no me queda más remedio... ¿me crees? —Sí —contestó la bardo. —Vas a seguir con los ojos vendados pase lo que pase. Si te quitas la venda, me obligarás a matarte. Si intentas escapar... te mataré, si me molestas en lo más mínimo... te mataré. Bueno, ¿hay algo de lo que he dicho que no entiendas? —No —replicó Gabrielle. Intentas decirme que estás como una cabra... ya me he enterado. Kirren se puso a arrastrar a la bardo fuera del camino y prácticamente la tiró al suelo. La mujer alta le desató una mano a la bardo y se echó hacia atrás. —¿Te vas a quedar ahí mirándome? —preguntó Gabrielle, cuyo sentido del pudor se impuso a su buen juicio, llevándola a enfrentarse a la mujer. Aunque no veía, notaba que la mujer alta la estaba mirando.

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—¡Si tantas ganas tienes, lo harás! —bufó. La bardo hizo lo que tenía que hacer y se levantó. Antes de darse cuenta, ya estaba otra vez subida en la silla delante de la que la había capturado. Gabrielle no estaba dispuesta a ceder ante esta mujer. Kirren podía tener todos los ases en la mano, pero la bardo sabía que Xena no pararía hasta encontrarla. La joven bardo tenía una vena muy terca y un genio muy fuerte cuando se la provocaba, pero controló todas estas emociones y las reprimió. Tenía que jugar sus cartas con inteligencia. No había necesidad de darle motivos a Kirren para que le hiciera daño en modo alguno. Gabrielle reflexionó y se dio cuenta de que lo que había dicho la mujer alta era probablemente cierto. Si se había molestado en vendarle los ojos a la bardo, debía de tener la intención de liberarla en algún momento. Gabrielle también se tomó en serio las amenazas contra su vida. Esta Kirren, sea quien sea... oh, a ver si lo adivino... otra vieja camarada de armas de Xena... está claro que no está en su sano juicio. Dice que no me va a matar, pero esa expresión que tiene en los ojos... Creo que si le diera la más mínima excusa, lo haría.

La bardo notaba el paso al que se veían obligados a avanzar los caballos y sabía que ya debían de estar a leguas de distancia de Anfípolis. Notó los tirones y esfuerzos del caballo cuando el animal empezó a avanzar por terreno montañoso y le empezó a entrar la preocupación de que Xena no pudiera seguir el rastro al grupo que tanto corría. La joven reina no paraba de tocar la pulsera de cuentas que llevaba en la muñeca. Cuando se marcharon de la aldea de las amazonas, Ephiny dijo que era una pulsera de amistad y ató las tiras de cuero alrededor de la muñeca de la joven.

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Gabrielle hurgó despacio en los extremos de la pulsera hasta que la desató. Tirando de las cuentas que formaban el adorno, arrancó con cuidado una de las cuentas de madera de la tira de cuero y la dejó caer, sin saber dónde aterrizaba. La bardo se puso a contar y cuando calculó que había pasado un cuarto de marca, quitó otra cuenta de la sarta. Lo único que podía esperar era que con eso bastara para que Xena la siguiera. Kirren sonrió muy ufana. Xena no le había supuesto ni mucho menos el desafío que pensaba que iba a ser. Pero tengo que vigilar a ésta. Es más lista de lo que cree Ares, esta pequeña. ¿Por qué iba a viajar una reina amazona con la Princesa Guerrera? La alta guerrera sintió que el cuerpo de la amazona se vencía contra el suyo cuando el caballo emprendió el ascenso de una empinada pendiente. Notaba el calor de la mujer más menuda entre las piernas y en el pecho y sonrió con sorna al darse cuenta de por qué la ex Destructora de Naciones mantenía a su lado a la joven. La guerrera rubia se rió por dentro cuando la joven reina intentó apartar su cuerpo del suyo agarrándose al arzón de la silla. Ya sé que prometí no tocarla ahora, pero a lo mejor cuando derrote a Xena y me convierta en elegida de Ares, me quedo con esta pequeña para mí. Kirren se echó a reír en voz alta al pensarlo. Una risa que le produjo escalofríos a Gabrielle por toda la piel.

El grito de agonía y pena inundó a las amazonas que estaban allí, escuchando los últimos ecos del aullido torturado de Xena. Eponin hizo ademán de ir a consolar a su amiga, pero Ephiny la detuvo agarrándola. La regente hizo un gesto negativo con la cabeza, esperando a ver qué iba a hacer la Princesa Guerrera con la ira que era evidente que se estaba acumulando en su interior. La respiración de Xena se hizo fatigosa mientras luchaba por controlar su propia voluntad. Se aferró con fuerza e intentó hacer retroceder la oscuridad que

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amenazaba con apoderarse de su alma. Una increíble sensación de vacío llenaba a la guerrera. Su mundo acababa de deshacerse y el dolor que inundaba su alma era algo que nunca hasta entonces había sentido. Los nudillos de Xena se pusieron blancos al seguir apretando con todas sus fuerzas la madera de la vara de su amante... la vara de Gabrielle. De repente, Xena se puso a acariciar la vara con ternura y, en lugar de aferrar frenética la adorada madera, acarició su suavidad con el pulgar, casi distraída, mientras la sensación de su bardo volvía a colmarle los sentidos y la esperanza empezaba a llenar el vacío. Como si su oscuridad y su rabia fuesen entes visibles, Xena tomó aire profundamente y aspiró las emociones, que quedaron profundamente enterradas con su pasado una vez más. Levantándose de un salto, la guerrera volvió sus ojos de zafiro, ahora repletos de claridad, hacia la regente. —Tiene a Gabrielle, pero eso significa que sigue viva —dijo la guerrera, arrancando la pluma ensangrentada de la vara de Gabrielle—. ¡Pero tenemos que encontrar a Gabrielle antes de que esa bruja cambie de idea! —terminó Xena, echando a andar hacia Argo. —Xena, espera un momento —dijo Ephiny, agarrando a la guerrera oscura del brazo—. Necesitamos un plan. ¿Quién se ha llevado a Gabrielle y por qué? Xena se zafó de la mano de la regente, comprobó las riendas de Argo y se montó de un salto en la silla. —No tenemos tiempo... te lo contaré por el camino. —Xena miró a Ephiny con aire suplicante. La regente era una guerrera más que competente, pero el miedo que vio en los ojos de Xena bastó para convencerla de que era necesario pasar de inmediato

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a la acción si querían salvar a la reina. Una vez tomada la decisión, lanzó una serie de órdenes breves. —Kesta y Tanti... vosotras dos id delante con Xena y conmigo y llevadnos donde empiezan los rastros. ¡Amazonas, a caballo! Cuarenta guerreras amazonas a caballo eran un espectáculo imponente y se lanzaron al galope, contagiadas rápidamente de la sensación de urgencia de Xena. La Princesa Guerrera elevó una rápida oración a Artemisa para que con todas ellas fuese suficiente.

—Parece que se han dividido en tres grupos —informó Kesta a la regente. La joven era de constitución menuda para ser amazona, pero sabía usar la espada que llevaba al cinto y su habilidad en el rastreo sólo era igualada por la Princesa Guerrera—. No hay forma de saber qué grupo tiene a la reina y ni siquiera si se dirigen todos al mismo destino. —¿Qué creéis que es esto? —Eponin mostró un pequeño objeto redondo que sostenía entre el índice y el pulgar. Ephiny agarró con fuerza la muñeca de la guerrera y tiró de la mano de Eponin para ponerla bajo la luz de la antorcha. Xena se arrodilló al lado de las dos mujeres cuando la regente se apoderó de la pequeña cuenta y la sostuvo cerca de la luz. —Es una cuenta. ¿Tal vez de un collar? —dijo Eponin mientras examinaban la pequeña cuenta tallada teñida de azul—. ¿Gabrielle llevaba...? La guerrera amazona se calló de golpe cuando Xena negó con la cabeza. —Sólo llevaba el colgante —dijo Xena, con la voz quebrada. La morena guerrera miraba fijamente el objeto redondo, tratando de recordar lo que llevaba

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Gabrielle cuando salieron ese día de la posada. Sacudiendo la cabeza con gesto derrotado, bajó los ojos al suelo y se quedó mirando el baile de la luz de la llama sobre el tobillo de Ephiny. Ephiny siguió la mirada de Xena y se detuvo al llegar al brazalete que llevaba en el tobillo. Arrancándose la pulsera, la regente la alzó para que Xena la comparara con esa única cuenta. —Yo le di una a Gabrielle como pulsera de amistad... —Ephiny se calló, maldiciendo su propia estupidez por no haber caído antes en la cuenta. —Eso quiere decir que Gabrielle ha pasado por aquí —dijo Eponin con animación. —Quiere decir más que eso —dijo Xena—. Quiere decir que está viva... ¡ésa es mi chica! —Por primera vez desde la captura de Gabrielle, en los ojos de la guerrera había un auténtico brillo de esperanza. Ephiny hizo circular rápidamente la cuenta para que todo el mundo viera lo que estaban buscando y encendieran más antorchas. Faltaba más o menos una semana para la luna nueva y la oscuridad que caía al ponerse el sol hacía casi imposible seguir un rastro. Tenían que ir caminando, con sus monturas a cierta distancia por temor a que pisotearan alguna prueba. Estuvieron buscando una marca más, pero fue en vano. Iban a tener que retroceder y seguir otro de los rastros para buscar más señales de Gabrielle. —Xena. —La regente se llevó discretamente a Xena a un lado—. Tenemos que parar por esta noche. —¡No! Seguimos adelante. —Xena quiso apartarse, pero Ephiny la sujetó del brazo.

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—Xena, comprendo cómo te sientes, pero esto no nos lleva a ningún lado. Me da miedo que con la oscuridad nos perdamos alguna señal que intente dejar Gabrielle. Además, estas colinas cada vez son más empinadas y no quiero que nadie se caiga por el borde de un precipicio en la oscuridad. Xena se debatió consigo misma mientras escuchaba a la regente. —Xena, nosotras somos amazonas y nos cuesta abrirnos paso a través de estas colinas. Si nosotras tenemos que dejarlo para hacer noche, seguro que ellos también. Xena no pudo contradecir la lógica de Ephiny y aceptó acampar de mal grado. Montaron un campamento sin hogueras para no delatar su posición a los que habían capturado a Gabrielle. El grupo estaba en silencio, pues todas pensaban en el alegre motivo por el que habían ido a Anfípolis y en cómo se había echado todo a perder de una forma tan horrible. Las amazonas estaban sentadas en pequeños grupos, hablando en voz baja o limpiando sus armas. Ephiny advirtió que Xena se mantenía un poco aparte de las demás. La guerrera estaba sentada en el suelo a cierta distancia, a la sombra de un árbol, afilando su espada. Cuando Ephiny se acercó, oyó el ruido de la piedra de afilar de Xena al deslizarse por el metal de su hoja. —Deberías comer algo —dijo la regente, ofreciéndole a la guerrera un trozo de carne seca. Xena hizo un gesto negativo con la cabeza, sin perder el ritmo impuesto por sus manos al afilar la espada.

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Ephiny no quería que Xena cayera en una depresión y había visto el estado terrible en que se quedó la morena guerrera cuando encontraron la vara de la reina, por lo que la regente se la jugó. —Gabrielle no querría verte actuar de esta manera —dijo. Xena detuvo el movimiento de sus manos sin levantar la mirada. Por fin alzó la cabeza y se apartó los mechones oscuros de los ojos. En su rostro apareció una sonrisa agridulce. —Tienes razón... no querría —replicó la guerrera, alargando la mano para aceptar el trozo de carne seca. Ephiny soltó un suspiro de alivio y se sentó al lado de su amiga. —Me has dicho que Kirren estuvo en tu ejército... ¿era soldado? —preguntó Ephiny. —Era una asesina —replicó Xena mientras masticaba—. La usaba para lo que la necesitaba... hacía bien su trabajo. Ya entonces a mí no me gustaba la expresión de sus ojos. No mataba a la gente por dinero, ni siquiera porque sí... mataba simplemente por el placer que le daba. Las cosas que hacía... —Xena se quedó callada y en sus ojos apareció la expresión lejana de quien revive un recuerdo—. Eph, en aquellos días yo era un monstruo despiadado y sádico y esta chica me daba miedo. La aguantaba porque la necesitaba, pero pronto supe que tenía que echarla de mi campamento. Pensé en matarla sin más... no tienes que guardarte tanto las espaldas cuando acabas así con un acuerdo. Debió de enterarse de lo que estaba pensando, porque un día fue y me retó delante de mis hombres... No me quedó más remedio que eliminarla. —Deduzco que sobrevivió al combate —dijo Ephiny, en referencia a su actual problema.

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—No fue para nada un gran combate —contestó Xena—. Era una chica a la que se le pagaba por asesinar. Conocía mil maneras de acercarse a ti por detrás y matarte sin hacer el menor ruido, pero era penosa como guerrera. La desarmé media docena de veces, pero seguía viniendo por más. Acabé haciéndole unos buenos cortes en las manos para que no pudiera seguir cogiendo la espada. Cuando por fin se rindió, me dijo que algún día volvería... un día en el que fuese mejor guerrera que yo, y me dijo que me vencería y se quedaría con todo lo que yo tenía. Parece que lo ha hecho

—terminó Xena con una mueca cargada de

amarga ironía. —¿Por qué no la mataste? —preguntó Ephiny. —No pude. —La guerrera miró directamente a la regente—. Sólo tenía catorce años, Eph —dijo Xena. —Dulce Artemisa —respondió la regente, meneando entristecida la cabeza. —De modo que mi pasado vuelve para morder de nuevo a Gabrielle. Cuando mato, alguien como Calisto da con ella. Cuando no mato... ya te haces una idea. ¿Cuándo dejaré de hacerle esto? —dijo Xena y se le empezaron a nublar los ojos. —Todos querríamos tener un pasado nuevo si pudiéramos, Xena... tú no eras la mejor persona del mundo conocido, pero bien saben los dioses que tampoco eras la peor. Creo que las dos sabemos que Gabrielle siempre ha sido consciente de las posibles consecuencias de amar a un ex señora de la guerra. —Tengo miedo, Eph —confesó por fin la guerrera en voz baja—. Tengo miedo de lo que puedo llegar a ser si le ocurre algo a Gabrielle. Ya noto cómo está empezando. No me dejes... no me permitas faltar a la promesa que le hice a Gabrielle. Ephiny miró interrogante a la guerrera. Xena bajó los ojos y habló en un leve susurro.

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—Le prometí que si alguna vez le ocurría algo, no me convertiría en un monstruo. ¿Y si no puedo controlarlo... qué hago entonces? —preguntó Xena al tiempo que, una vez más, volvía sus ojos azules, rebosantes de lágrimas, hacia la regente—. Prométeme que no me dejarás faltar a mi promesa. Antes prefiero sentir tu espada en mi corazón que hacerle daño a Gabrielle. Prométemelo, Eph. —Te lo prometo —dijo la regente en voz baja. Pasó un largo rato en silencio hasta que Ephiny oyó el ruido de la piedra de afilar de la guerrera al rozar el metal de su espada. Ninguna de las dos volvió a hablar, pero Xena se sentía curiosamente reconfortada al tener a la amazona sentada a su lado. Si no miraba, casi lograba imaginar que era Gabrielle.

—¡No me lo puedo creer! ¡Esa molesta mocosa la ha convertido en un desastre patético! Ahora tendría que estar arrasando el país y en cambio está ahí sentada lloriqueando por su pasado... qué rayado está ese disco. El dios de la guerra se dejó caer en una silla y se acarició la mandíbula pensativo. Su plan era sencillo, o eso había pensado. Secuestrar a la bardo y ver cómo a Xena le daba un patatús. Asqueado, Ares había visto cómo las dos mujeres se hacían amantes, y sabía que tenía que actuar antes de que Xena se alejara de él más de lo que ya estaba. Pensaba que si Xena sabía que la maníaca que tenía a Gabrielle seguramente iba a torturar y matar a la mocosa, se volvería loca, y Ares estaría allí para recoger los pedazos y ofrecerle a su elegida un ejército con el que llevar a cabo su venganza. —¡Está ahí sentada sin hacer nada! —vociferó—. ¿Qué es lo que tiene esa rubia molesta? —murmuró—. Todavía tengo tiempo. —Se sonrió—. Hay un largo camino hasta el castillo. Serás mía, Xena.

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Gabrielle estaba toda dolorida por el duro trayecto que había soportado a caballo, por no hablar de cómo la habían empujado y arrastrado cada vez que la llevaban a algún sitio. Notó que le sujetaban una soga a las cuerdas que le ataban las muñecas y luego la empujaron al suelo sobre una manta. Kirren ató una soga entre las muñecas de la amazona y se ató el otro extremo al cinturón. Empleó el menor número de palabras posible para explicarle a la joven que más le valía quedarse tumbada y no atreverse a tocarla. —Pero... mm... ¿y si...? —balbuceó Gabrielle. —¿Qué? —bufó Kirren. —Es que... tiendo a moverme mucho y suelo acabar usando de almohada a la persona con la que esté durmiendo... —Pues más te vale quedarte despierta, porque como note que me tocas, ¡te corto la mano! —le espetó Kirren. —Escucha, no pretendo fastidiarte. Sólo intento ser sincera para que no me mates

—dijo Gabrielle con voz temblorosa. Estaba cansada y sabía que no iba a

poder mantenerse despierta durante el resto de la noche. Kirren apartó el petate, bajó la mano y con un gruñido puso de pie a la bardo y luego empujó a la joven al suelo hasta que su espalda quedó pegada a un árbol. Gabrielle notó que la soga rodeaba el árbol y volvía a quedar atada a sus muñecas. —Ahora cállate —dijo la mujer, echándose de nuevo en su petate. —¿Ni siquiera me vas a dar una man...? —La pregunta de Gabrielle quedó interrumpida por la manta que le dio de lleno en la cara. Moviéndose con cuidado por las ataduras, consiguió taparse con la raída manta.

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Pasó un rato y Gabrielle seguía sin poder quedarse dormida. Sabía que iba a necesitar las fuerzas, pero en lo único que lograba pensar era en lo mucho que su corazón anhelaba a su guerrera. Por primera vez desde que empezó esta tortura, Gabrielle se permitió ceder al llanto que llevaba toda la noche avecinándose. Rezó a cualquier dios que quisiera escucharla para que velara por su guerrera y la protegiera. La joven reina se sentó con las piernas cruzadas y se metió los pies por debajo del cuerpo, emprendiendo una sencilla meditación, que en el pasado siempre la había ayudado a relajarse. Xena le había enseñado que el objetivo era liberar la mente de todo pensamiento, pero a medida que la bardo se iba acercando a ese estado esquivo y apacible, todos sus pensamientos... todo su ser, se volcaron hacia la mujer que poseía su corazón...

—Xena... El susurro le llegó tan ligero como la más tierna de las caricias. —¿Gabrielle? —preguntó la mente de la guerrera. —Xena... no creo que pueda lograr esto mucho tiempo, para empezar ni siquiera sé cómo lo estoy haciendo. —La débil voz de la bardo le llegaba como en un sueño y Xena cerró los ojos con fuerza. Las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba al verse recompensada con la visión que esperaba. Gabrielle estaba ante ella, una brisa invisible agitaba algunos mechones de su pelo de miel y el sol reflejaba su resplandor en sus ojos de esmeralda. Ésta era la imagen que siempre llenaba la mente de la guerrera cuando pensaba en su bardo. La parte de la visión que más le gustaba a Xena era el modo en que su propia imagen se reflejaba dentro de las profundidades verdes esmeralda.

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—Gabrielle... —Xena avanzó. —¡No, Xena! Si me tocas, sé que no podré sostener esto. —Gabrielle, ¿dónde estás? ¿Te ha hecho daño? —La guerrera apretó los músculos de la mandíbula al imaginarse a su bardo sometida a la crueldad de Kirren. Una brutalidad cuyo objetivo era la guerrera. —Xena... parece que llevamos una vida viajando... está obligando a los caballos a ir muy deprisa. No veo nada... me ha vendado los ojos, pero sé que estamos subiendo por unos montes muy empinados. —A la bardo le temblaban los labios mientras luchaba por controlar sus emociones. —Gabrielle... —La voz fuerte de Xena la trajo de vuelta al momento—. Te encontraré... no hay lugar donde Kirren te pueda ocultar de mí —bufó, doblando los largos dedos hasta formar puños a los costados. —Pero... me está llevando tan lejos, Xena... —Por fin perdió el control que se había estado esforzando por mantener y bajó la cabeza, con las mejillas acariciadas por lágrimas silenciosas. Levantó despacio la mirada y el verde esmeralda lleno de lágrimas se encontró con el azul zafiro. Las mismas lágrimas brillaban en los ojos de Xena. —Gabrielle... La visión de Gabrielle empezó a hacerse desvaída y Xena cerró los ojos con más fuerza, dejando escapar lágrimas ardientes de los párpados cerrados, mientras intentaba que la bardo volviera a ella a base de fuerza de voluntad. —No te rindas, Gabrielle, yo nunca lo haré... ¡te encontraré! Gabrielle sofocó un sollozo.

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—Xena... es como si nunca vayamos a poder estar juntas de nuevo... Xena cruzó rápidamente la distancia que había entre ellas y cogió a la bardo entre sus brazos. La abrazó fieramente mientras los sollozos de la joven estremecían su pequeño cuerpo. Xena posó los labios sobre los cabellos dorados y aspiró el olor de Gabrielle, el aroma a sándalo y lluvia de verano. La guerrera puso una mano bajo la barbilla de Gabrielle y le levantó la cara hasta que se miraron a los ojos. Xena colocó la palma de la mano sobre el colgante. —Brie, yo siempre estoy contigo... justo aquí. Posando delicadamente los labios sobre los de su amante, suaves y llenos, Xena apoyó a continuación la mejilla en la frente de la bardo, acariciando con los dedos el suave pelo de su amante. —No te hundas en la desesperación, amor, eso es lo que ella quiere. El abrazo se interrumpió demasiado pronto cuando Gabrielle levantó los ojos para mirar a Xena a la cara. Como siempre, la belleza de la mujer más alta la dejó atónita y sintió que el estado onírico en el que había entrado se iba desvaneciendo. Retrocedió un paso para mirar bien a la bella guerrera y alargó despacio la mano hacia ella. Su voz sonaba llena de derrota: —Te quiero, Xe, pero me temo que no vas a poder encontrarme... me ha llevado tan lejos... —Gabrielle —dijo Xena con ternura al tiempo que alargaba la mano hacia la mujer más joven. Las puntas de sus dedos se tocaron y unas chispas multicolores flotaron por el aire,

mientras la imagen de Gabrielle se desvanecía ante sus

ojos—. Yo también te quiero, Brie... recuerda, no hay lugar que esté tan lejos, amor mío...

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Gabrielle inició la mañana con renovadas esperanzas. Su encuentro en el mundo de los sueños con su amante la había vuelto a colmar de una sensación de paz. Cabalgaron al mismo ritmo que el día anterior hasta que la bardo supuso que llegó el atardecer. Los caballos se detuvieron y la joven fue tirada al suelo sin el menor miramiento. A Gabrielle cada vez se le daba mejor hacerse un ovillo y rodar en cuanto daba con el suelo. En cuanto el caballo que tenía debajo se detenía y notaba que la alta jinete que llevaba detrás desmontaba, se preparaba para una caída. Mientras masticaba despacio el pan rancio que le pusieron en las manos, notó mucha actividad a su alrededor, pues parecía que unos jinetes acababan de llegar al campamento. —Ya era hora de que llegaras —vociferó Kirren—. ¡Ahora te puedes ocupar tú de la mocosa! Gabrielle se sobresaltó al verse puesta en pie de un tirón y lanzada contra un cuerpo muy sólido. Sus manos, que se habían preparado para un impacto, palparon el duro cuero y el metal de una armadura. Una mano enguantada le levantó la barbilla casi con delicadeza. Aunque Gabrielle seguía con los ojos vendados, el guerrero que llevaba la armadura debía de ser más alto que Xena, pues la bardo notó que su cuello se doblaba hacia arriba. —¿Cómo te llamas? —preguntó la figura armada. —G-Gabrielle —contestó ella. La joven reina se sorprendió al oír la voz delicada de una mujer procedente de la figura que se cernía sobre ella. —Yo me llamo Devlin. Lamento que nos tengamos que conocer en estas circunstancias. —Ni la mitad de lo que lo lamento yo —soltó Gabrielle sin pensar.

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Devlin se rió suavemente al oír la afirmación de la pequeña rubia. Tan joven e inocente, pero sus rasgos revelaban un orgullo y una nobleza que Devlin ya había visto en las mujeres amazonas. —Siéntate aquí. —La guerrera ayudó con cuidado a la bardo a sentarse en el suelo—. ¿Has comido? —Tenía un trozo de pan en la mano, pero lo he perdido en el curso de nuestra presentación —dijo la bardo. La guerrera se volvió a reír y colocó un fardo envuelto en un paño en el regazo de la mujer más menuda. Abriendo el paño con cuidado, Devlin cogió la mano más pequeña de Gabrielle y la puso sobre la comida que había dentro. —Queso... carne... aceitunas —dijo, dejando que los dedos de Gabrielle tocaran los alimentos que tenía en el regazo—. ¿Tienes sed? —preguntó la guerrera. Cuando Gabrielle asintió, notó que le ponían un odre de agua a los pies. —Come y descansa un poco, a partir de ahora viajaremos toda la noche. Si necesitas cualquier cosa o si alguien te molesta, llámame. —Devlin —dijo Gabrielle. —¿Sí? —preguntó la guerrera. —Sólo comprobaba —dijo la bardo, sintiendo que recuperaba el hambre con creces con el primer bocado de comida.

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—No quería que me oyera nadie más porque, francamente, ¡tenía miedo de que pensaran que estoy chalada! —le dijo Xena a la regente en voz baja mientras subían con los caballos por el terreno empinado y abrupto. Se habían levantado antes del amanecer y la Princesa Guerrera habría podido jurar que el carro de Apolo emprendía su viaje diario por el cielo bastante más temprano que cualquier otra mañana, pero podría ser sólo una impresión causada por sus deseos. Cuando los primeros rayos de luz alcanzaron el suelo del bosque, las guerreras amazonas se pusieron a registrar el terreno en busca de las escurridizas cuentas de Gabrielle. —¿Quieres decir que Gabrielle te habló de verdad... te contestó? —preguntó Ephiny asombrada. —No te puedo ofrecer pruebas, Eph, sólo que no era un sueño, era tan real como ahora lo eres tú para mí. Dijo que seguían adentrándose en los montes y que todavía no le habían hecho daño. La mejor noticia es que Kirren le había vendado los ojos. La regente captó la idea rápidamente. —¿Por qué le vas a vendar los ojos a alguien a quien vas a matar más tarde? —¡Justo! —replicó Xena, muy animada—. Vendarle los ojos a alguien sólo tiene sentido si lo vas a dejar libre, para que no pueda regresar a tu escondrijo. Ahora mismo nuestro mayor problema es que nos llevan mucha ventaja y que ellos saben dónde van, nosotras no. Es posible que consigamos algo si Gabrielle nos deja algunas pistas más —terminó la guerrera. Como si ésa fuese su señal, Kesta bajó corriendo por la cuesta situada más a su derecha. Al acercarse a Xena y a la regente, levantó la mano, mostrando su premio.

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—Nos hemos equivocado de camino... ¡he encontrado una de las cuentas! —gritó la amazona. Las guerreras se detuvieron y maldijeron el retraso, pero dieron gracias a Artemisa por su buena fortuna. Tras dar por fin con el camino por el que evidentemente se habían llevado a Gabrielle, empezaron a encontrar cuentas más o menos a cada cuarto de legua. Llegaron a una zona abierta y llana recogida entre los montes. El terreno pisoteado les dijo a las guerreras que era aquí donde los que habían capturado a Gabrielle habían pasado la noche. Siguieron subiendo por la ladera de la montaña y el grupo encontró dos cuentas más de la bardo. El ritmo que llevaban Xena y las amazonas era despiadado. A medida que se acercaban a los secuestradores, Xena empezaba a estar cada vez más preocupada por Gabrielle. La guerrera sabía que si se lanzaban sobre ellos desde la maleza a caballo, lo primero que haría Kirren sería cortarle el cuello a Gabrielle... no tendría nada que perder por no hacerlo. Por favor, Artemisa... es tu elegida. Protege a Gabrielle.

—¿Necesitas algo más? —preguntó la cálida voz de Devlin a la joven reina. —Mm... una visita a los arbustos me vendría bien —dijo Gabrielle, sin saber por qué de repente y a estas alturas se sentía avergonzada. Devlin llevó a la mujer cogida del codo, guiándola con cuidado alrededor de cualquier tronco caído. Cuando estuvieron a suficiente distancia del campamento, la guerrera le desató ambas muñecas. Gabrielle se recreó en la libertad y se frotó las articulaciones para hacer circular la sangre de nuevo. La guerrera no hizo ademán alguno de quitarle la venda de los ojos y Gabrielle supuso que esa norma todavía estaba en vigor. Sin

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embargo, se sorprendió cuando la guerrera la llevó al interior del bosque, en lugar de tirarla a la cuneta como había hecho Kirren. —Me voy a dar la vuelta para que puedas estar en privado, Gabrielle. Sé que no es gran cosa y te pido disculpas, pero quiero que sepas dos cosas. Si te dejo escapar, Kirren me quitará la vida... —¿Y la otra cosa? —preguntó Gabrielle, sorprendida por la aparente franqueza de la guerrera. Notó que la alta guerrera se inclinaba hacia ella. Agarrando con su fuerte mano las de la bardo, Devlin tiró de ella hasta pegarla a su cuerpo y la joven sintió el aliento de la guerrera en la oreja. —Tengo un oído buenísimo... no hagas ninguna tontería —contestó Devlin. A Gabrielle se le puso la carne de gallina al oír el tono de la guerrera. Era casi un susurro, pero fuerte y exigente. Ésta no es una chiflada como Kirren, pero seguro que sería capaz de matarme en el sitio. Gabrielle asintió indicando que lo comprendía y notó que la guerrera se daba la vuelta y luego oyó que los pasos de Devlin se detenían a corta distancia. No iba a desaprovechar la oportunidad que se le daba, pero sentía curiosidad por la mujer que era tan delicada con ella como su propia guerrera, pero que evidentemente trabajaba para una mujer sádica y cruel.

Cuando Gabrielle fue llevada de vuelta al campamento, oyó los ronquidos de los hombres dormidos. Habían cabalgado mucho y ahora se estaban echando una breve siesta antes de seguir viajando por la noche. Gabrielle misma estaba agotada y no tardó en quedarse dormida encima de la manta que le proporcionó Devlin.

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Sintiéndose como si acabara de cerrar los ojos, la bardo se despertó al oír un ruido atronador y chirriante. Era como si el suelo estuviera temblando debajo de ella y se preguntó si estarían en medio de un terremoto. —¿Devlin? —llamó. —Estoy aquí, Gabrielle. No debes tener miedo, no te preocupes —contestó la guerrera. —¿Qué es ese ruido? —preguntó la bardo. —Gabrielle, lo mejor sería que a partir de ahora no hicieras preguntas. Vamos

—dijo la guerrera, ayudando a levantarse a la bardo, y luego la ayudó a

montar en un caballo que parecía mucho más alejado del suelo que la montura de Kirren. El grupo se puso en marcha y Gabrielle notó un frío húmedo en la piel. El terreno por el que avanzaban parecía más llano que los empinados montes que habían estado recorriendo. La bardo se había empezado a acostumbrar a no ver. Ahora parecía oír mucho más. El ruido de los cascos de los caballos resonaba con ecos a su alrededor y un goteo lejano de agua le indicó a la bardo que estaban en una especie de cueva. Gabrielle oía incluso el crujido del cuero procedente de la armadura que llevaba la guerrera detrás de ella. Había dormido tan poco en los dos últimos días que se le empezó a nublar la mente. Se empezó a preocupar porque ya no tenía medios para dejar un rastro para Xena, puesto que había usado todas las cuentas de la pulsera. Mientras sus pensamientos la llevaban a la reconfortante sensación de los fuertes brazos de su guerrera a su alrededor, se quedó dormida.

—No lo comprendo —dijo Ephiny por tal vez tercera vez.

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La regente indicó el espacio pisoteado donde era evidente que habían acampado los secuestradores, junto con las numerosas huellas de caballos que llenaban la zona. Se estaban quedando rápidamente sin luz diurna, pero era como si todas las señales del grupo hubieran desaparecido sin más. Las exploradoras habían recorrido la zona una y otra vez, pero no conseguían encontrar nuevas huellas. Era como si el grupo hubiera desaparecido volando. —Pues tiene que ser intervención de un dios —dijo Eponin—. Pero Gabrielle es la elegida de Artemisa... ¿qué dios sería tan necio de atentar contra ella? A Xena le entró una sensación de grima en la piel, porque lo sabía. —Sólo conozco a un dios que pudiera ser así de arrogante. Ares... —dijo la guerrera despacio. Una chispa de luz llamó la atención de las amazonas y al instante se quedaron mirando al dios de la guerra en persona. —Ah, Xena... ya sabía yo que tarde o temprano me llamarías —dijo Ares, mirando a la guerrera con admiración. —No te estaba llamando en absoluto, Ares. ¿Qué has hecho con Gabrielle? —preguntó Xena. —¿Yo? —preguntó el dios con aire inocente—. Yo no la he tocado —terminó muy ufano. —Pues ha sido una de tus pequeñas seguidoras. Tú le has dado la idea a Kirren, ¿verdad? ¿Por qué? —Xena... ¿es que no te acuerdas, querida? Kirren es una de tus pequeñas seguidoras, no mía.

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En el rostro de Xena se advirtió un destello de dolor al pensar en lo que implicaban esas palabras. —¿Dónde van, Ares? —preguntó Xena con voz firme y tranquila. —Mmmm, veamos... la verdad es que no lo sé, pero supongo que podría hacer algunas indagaciones por esa rubita molesta. Pero te va a costar, Xena —le susurró por encima del hombro. Ephiny vio que el dios de la guerra se colocaba detrás de Xena y le acariciaba el brazo con ternura. La regente también vio que los músculos de la guerrera se estremecían al contacto con el dios. Ares bajó la voz hasta convertirla en un susurro grave y seductor. —Ya sabes lo que quiero a cambio, Xena. Quiero que vuelvas a estar a mi lado. Te daré tu propio ejército y puedes exigir la venganza que desees contra Kirren. Sabes que lo deseas. A fin de cuentas, tiene a tu amada Gabrielle, ¿no? Una vez más, los rasgos de la guerrera se llenaron de visible dolor. —Déjalo, Ares... eso no va a ocurrir jamás —dijo Xena con firmeza. —¿Ah, no? ¿Aunque pudiera dejar a la pequeña Gabrielle entre tus brazos en este mismo instante... eso no merecería la pena? ¿No te unirías a mí por la mujer a la que dices amar? —ronroneó Ares al oído de Xena. La guerrera frunció el ceño, librando una batalla en su cerebro. ¿No haría cualquier cosa por salvarle la vida a Gabrielle, incluso morir por ella? "Morir es fácil, guerrera... ¿vivirías por ella?" Recordó la advertencia de Hécuba.

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"Creo que si no quedara más remedio... si eso pudiera salvarle la vida a Gabrielle... o si eso pudiera evitar que sufriese algún daño..." Una brusca puñalada de dolor atenazó el corazón de Xena al decirlo. "Sí... creo que si con eso ella pudiera estar a salvo... la dejaría." Las palabras cruzaron por la mente de la guerrera y volvió a sentir el dolor que le atenazaba el corazón. ¿Amaba a Gabrielle lo suficiente para hacer esto por ella... ceder ante Ares? "El amor es una emoción, Xena, y te puede engañar... El amor se puede usar en tu contra, para engañarte y hacerte renunciar a todo lo que más quieres. Sólo acabarás haciéndote daño a ti misma, a la persona que amas e incluso a las demás personas que te rodean." Xena miró a Ephiny a los ojos. La regente estaba ahí plantada esperando a oír la respuesta de Xena al dios de la guerra y su mano se posó involuntariamente en la empuñadura de la espada que llevaba al cinto. Ephiny aguantó la respiración, rezando en silencio para no tener que cumplir la promesa que le había hecho a la guerrera la noche anterior. Xena esbozó la misma sonrisa agridulce que había visto Ephiny en su cara la noche antes. No costaba darse cuenta de que la morena guerrera sólo pensaba en una cosa. —No hay trato, Ares —dijo Xena, mirando a la regente a los ojos. —¡¿Qué?! —gritó Ares—. ¿Sabes lo que estás rechazando? —Sí, Ares, lo sé. Si te digo que no, es muy probable que Gabrielle muera, pero si me uno a ti, eso la matará igual que cualquier espada, tal vez no de golpe, pero sí un poquito cada día, hasta que ocurra lo inevitable.

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El rostro de Ares empezó a enrojecer de rabia y se acercó a la Princesa Guerrera, pero habló en un tono suficientemente alto para que lo oyeran las demás amazonas. —Recuerda esto, Xena... si me rechazas, ella morirá poco a poco de todas formas, eso te lo garantizo. Dejaré que esa zorra demente torture a tu preciosa Gabrielle, gotita a gotita de sangre, ¡hasta que ni siquiera reconozcas el cuerpo que quede! Las lágrimas bañaban el rostro de Xena cuando Ares se marchó, dejando atrás un estallido de humo y llamas al desaparecer. Cayendo despacio sobre una rodilla, Xena sacudió la cabeza. —Eph... ¿qué he hecho? —Algo de lo que Gabrielle estaría orgullosa —contestó la regente.

Gabrielle sintió que su cuerpo se vencía hacia delante y la mano protectora de Devlin se apresuró a sujetarla. De repente, el suelo que había bajo los cascos del caballo cambió de sonido y pasó del ruido sólido de la tierra al golpeteo de las herraduras sobre ladrillo. Al poco, ayudaron a la bardo a desmontar del enorme caballo y la guiaron por una serie de escaleras y pasillos. Los ruidos que la rodeaban le recordaban a los castillos en los que había estado, pero no conocía ninguna fortaleza en los montes del norte. —Ella es problema tuyo mientras esté aquí —oyó decir a Kirren—. Asegúrate de que no se mete en líos... o ya sabes quién va a pagar el precio, ¿verdad, Devlin? —Sí, ama —contestó la voz tensa de Devlin. Kirren se volvió hacia la guerrera.

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—Devlin, ¿cómo es posible que seas la única persona que hay por aquí capaz de hacer que "sí, ama" suene como "vete a la mierda"? —preguntó Kirren. —No lo sé, ama —contestó la guerrera, con un amago de risa en la voz. —Tendrás que volver a salir inmediatamente... esa maldita guerrera nos ha seguido el rastro más deprisa de lo que pensaba —continuó la voz de Kirren, sin hacer caso del comentario de la guerrera. Siempre se las arregla para parecer cabreada con alguien, pensó Gabrielle. Devlin guió en silencio a Gabrielle por otra serie de pasillos y la hizo cruzar con cuidado una puerta que la guerrera cerró al pasar. Devlin desató las muñecas de la bardo y tiró la cuerda a un lado. —Cierra los ojos y ábrelos muy despacio hasta que te acostumbres a la luz —le indicó Devlin. Gabrielle notó que le quitaba la venda de los ojos e hizo lo que se le había indicado. —Caray, mucho mejor, gracias —dijo, hablando con la espalda de la guerrera. Devlin se volvió hacia la bardo y Gabrielle no pudo evitar quedarse mirándola. La guerrera era un poco más alta que Xena, de hombros anchos y brazos musculosos. Llevaba una espada sujeta a la espalda y el pecho, el abdomen, la espalda y los hombros cubiertos de cuero y bronce. Llevaba una capa de cota de malla sujeta a las hombreras, ambos antebrazos cubiertos con gruesos brazales y un guante de cuero, posiblemente en la mano con la que manejaba la espada. Llevaba una camisa blanca debajo de la armadura y pantalones marrones de cuero bruñido, metidos por dentro de unas botas que le llegaban hasta la rodilla.

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La guerrera se pasó los dedos por el pelo blanqueado por el sol, un poco cohibida bajo la franca mirada de Gabrielle. No era el cortísimo pelo de la guerrera lo que Gabrielle miraba fijamente, sino sus ojos. El color azul de los acianos, el color de los ojos de su propia amante, miraba a su vez a la bardo. Unos golpes en la puerta interrumpieron a las dos mujeres. —Adelante —dijo la guerrera con cautela. Una jovencita de unos quince veranos entró en la habitación. —Bien, Lara... ésta es Gabrielle. La chica sonrió vacilante a Gabrielle. —Necesita un baño caliente y una buena cena. ¿Puedes hacer eso por mí? La chica asintió con la cabeza. Devlin estaba ocupada metiendo unas cosas en un pequeño zurrón de cuero mientras hablaba. —Y dile a Attius que lo traiga todo él. No quiero que tú vengas a esta parte del castillo si yo no estoy aquí, ¿de acuerdo? La chica volvió a asentir con la cabeza y salió apresuradamente por la puerta. —¿Ésta es tu habitación? —preguntó Gabrielle, contemplando el cómodo espacio. —Sí, pero será adecuada para tu estancia. Llamaron de nuevo a la puerta y un soldado al que Gabrielle reconoció como miembro del grupo que la había secuestrado entró en la habitación.

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—El ama quiere que lleves a la amazona a la sala de mapas —dijo, comunicando la orden de Kirren. —Te seguimos —contestó Devlin. Devlin y Gabrielle caminaron detrás del soldado y la guerrera se inclinó para susurrar al oído de la bardo: —Recuerda, Gabrielle... Kirren no es una mujer con la que convenga jugar. Si quieres tener una vida larga, haz lo que diga inmediatamente y sin hacer preguntas. ¿Podrás hacerlo? Gabrielle miró a los ojos azules que miraban intensamente a los suyos y asintió en silencio. —Cuánto tiempo sin vernos... siéntate —ordenó Kirren en cuanto Gabrielle entró en la sala. Kirren señaló una silla junto a una mesa donde estaban preparados un pergamino, tinta y una pluma. Gabrielle hizo lo que se le ordenaba y pasó la mirada de Kirren a Devlin, advirtiendo la forma en que la guerrera de ojos azules apretaba la mandíbula con rabia cuando pensaba que Kirren no la miraba. —Vas a escribirle una notita a tu Princesa Guerrera. Como ves, ya he incluido los detalles sobre cómo nos vamos a encontrar en el campo de batalla, dentro de quince días a partir de hoy. Lo que va a hacer que acuda es el hecho de saber que estás viva y te encuentras bien. Así que aplica esas dotes de bardo y escribe un mensaje corto diciéndole que estás a salvo. Gabrielle fue a coger la pluma y Kirren le aferró la muñeca con mano de hierro. —¡Ni se te ocurra enviarle una especie de mensaje oculto, majestad, porque lo sabré! —susurró Kirren.

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A Gabrielle le dieron ganas de escribir Querida madre, Atenas es bonito, ojalá estuvieras aquí, pero la bardo recordó la advertencia de Devlin y pensó que Kirren no captaría el chiste. Probablemente me clavaría la pluma en el corazón. Pero seguro que Devlin sí lo pillaba. Al pensar eso, la bardo levantó la mirada y vio que Devlin la estaba observando con el rostro tan impasible como siempre, pero sus ojos azules sonreían como si pudiera leer los pensamientos de la bardo. La voz de Kirren sobresaltó a la bardo. —¡No tiene que ser como el puto Sócrates, sólo dile que estás bien! Gabrielle intentó ser lo más sucinta posible. Creía lo que le había dicho Kirren sobre un mensaje oculto, pero era bardo, al fin y al cabo, capaz de hacer que una lista de la compra sonara como un gran drama. La bardo sólo podía rezar a Artemisa para que Xena tuviera buena memoria. Le entregó el pergamino a Kirren y la mujer alta lo leyó una y otra vez. —Parece bastante inocuo. ¿Llevas encima un anillo o un sello... algo con lo que poner tu marca? —preguntó Kirren. Gabrielle se lo pensó un segundo y luego le mostró su colgante. Tras enrollar el pergamino, Kirren ladeó una vela hasta que la cera se derramó sobre el rollo. Ofreciéndoselo a la bardo, Gabrielle aplicó los corazones sobre la blanda cera. —Firmado y sellado —dijo Kirren, entregándoselo a Devlin, quien cogió la nota y se la metió con cuidado dentro del cuero que le cubría el pecho. —Vamos, Gabrielle... te llevo de vuelta abajo —dijo Devlin, haciéndole un gesto a la bardo para que se levantara.

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—¡Guardia! —gritó Kirren—. Llévatela —le indicó al soldado, que miraba a Gabrielle con franca lascivia, y luego le dijo a Devlin—: Tengo que repasar unas cosas contigo. La guerrera de ojos azules frunció el ceño al ver cómo se llevaban a Gabrielle.

Devlin avanzó rápidamente por los pasadizos secretos del castillo y llegó a la puerta abierta de su habitación justo a tiempo de ver a un soldado sujetando los brazos de Gabrielle por detrás mientras el otro se disponía a arrancarle el corpiño del cuerpo. Se fijó en el gran colgante y quiso hacerse con el premio. Un dolor abrasador emanó de la joya y se le clavó en la mano. —Me ha quemado —aulló lleno de dolor. El otro soldado dio la vuelta bruscamente a Gabrielle para ponérsela de cara e intentó agarrar la joya. Se echó hacia atrás con la misma reacción en cuanto tocó el colgante y en sus dedos se formaron ampollas. —Creo que es bruja —dijo Devlin con indiferencia al entrar en la habitación. Los tres se volvieron para mirar a la guerrera, Gabrielle todavía algo desconcertada por la reacción de los soldados con su colgante, y los soldados se colocaron detrás de Devlin como para que los protegiera. La guerrera se volvió hacia el primer soldado y le miró los dedos con aire preocupado. —He visto cómo se consumen y se caen por este tipo de magia —dijo Devlin—. De hecho... no me extrañaría que hubiera otra cosa que puede acabar consumiéndose y cayéndose —terminó, mirando la entrepierna del soldado. El terror asomó al rostro de los dos hombres, que corrieron a la puerta.

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Devlin se rió entre dientes al verlos y le preguntó a Gabrielle si estaba bien. —No eres bruja... ¿verdad? —dijo con una ligera sonrisa. —¡No! No comprendo... o sea, no tengo ni idea de qué es lo que ha pasado. Este collar me lo dio Xena. —¿A lo mejor lo ha hechizado? —dijo la guerrera pensativa. Gabrielle sonrió ante la idea. —¿Me dices cuál es la gracia? —dijo Devlin, agachándose un poco para mirar a la bardo a los ojos. —A mí ya lo creo que me ha hechizado, pero no como podrías pensar —confesó Gabrielle algo ruborizada. Devlin observó a la joven y sintió un ataque de envidia. Envidiaba a esta tal Xena, una guerrera a la que nunca había conocido, y su capacidad para obtener el corazón de una mujer como Gabrielle. —Bueno, voy a conocer a esta guerrera tuya. —Devlin bajó la voz para hablar en un susurro—: ¿Tienes un mensaje para ella? Por la mente de la bardo se cruzaron mil palabras, pero al tiempo que colocaba la palma de la mano sobre el colgante que llevaba en el pecho, eligió sólo cuatro: —Ella posee mi corazón. Por favor, dile que ella posee mi corazón. La guerrera sintió otra punzada de envidia, pero asintió y se sacó una llave de la faltriquera que llevaba a la cintura.

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—Mantén esta puerta cerrada con llave, aunque no creo que te vayan a molestar más soldados —dijo con una sonrisa—. Por cierto, ¿qué aspecto tiene esta guerrera que posee tu corazón? —Es alta, guapa, con penetrantes ojos azules —dijo Gabrielle, sonrojándose levemente al encontrarse con la mirada azul de los ojos de Devlin. Abriendo la puerta al oír que llamaban, Devlin dejó pasar a la habitación a un hombre que cargaba con dos cubos de agua humeante. La guerrera fue al fondo de la estancia y abrió las cortinas que separaban una zona de baño del resto de la habitación. El anciano parecía poseer una fuerza invisible, pues echó sin dificultad el contenido de cada cubo en la gran bañera de madera. —Gabrielle, éste es Attius... si necesitas cualquier cosa, pídeselo. Bajará varias veces al día para traerte comida y ver cómo estás. Attius, amigo mío... esto queda entre nosotros, ¿eh? No querríamos que el ama se enterara, ¿verdad? La guerrera sonrió con encanto y Gabrielle se preguntó cuántos trabajadores del castillo desafiaban los deseos de Kirren por la oportunidad de ver la sonrisa de la guerrera de ojos azules. —Estaré fuera prácticamente dos días, Gabrielle. Por favor, majestad —añadió Devlin con una leve sonrisa—, intenta no meterte en líos. Gabrielle pensó en su propia guerrera de ojos azules y en la frecuencia con que Xena le había dicho esas mismas palabras y el corazón de la bardo se llenó del anhelo de verla en el momento en que Devlin cerró la puerta sin hacer ruido.

Las exploradoras amazonas habían pasado el último día y medio recorriendo leguas en todas direcciones. Xena incluso empezó a retroceder por donde habían venido, dudando de que las cuentas fuesen una pista de la joven reina como

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habían creído. Era mediodía y la Princesa Guerrera entró cabalgando en el campamento de las amazonas situado al pie del enorme acantilado. La base de la sólida pared de piedra era el último punto donde habían visto las huellas de los secuestradores de Gabrielle. El resto del grupo argumentaba que como era evidente que Ares había participado en el secuestro de Gabrielle, podía haber transportado al grupo entero a un destino desconocido para ellas. Xena tuvo que explicar que el dios de la guerra no hacía así las cosas. Ni siquiera para recuperarla a ella. Transportar a individuos, sí, pero nunca había oído que transportara grupos enteros de personas de una sola vez. Dos amazonas llegaron a caballo justo cuando Xena estaba desmontando, con un cansancio que se notaba en la forma de moverse de la guerrera. Le quitó la silla a Argo y dejó que la yegua pastara por la zona, pues se merecía un descanso. —Vienen unos jinetes, guerrera —le gritaron las exploradoras a Xena—. Llevan bandera de paz. Xena se levantó de un salto justo cuando una guerrera rubia, flanqueada por dos de los soldados de Kirren, entró cabalgando en su campamento. Ephiny vio la expresión de los ojos de Xena y corrió al lado de la guerrera. —Xena, al menos oigamos lo que tienen que decir —dijo la regente. Devlin habría reconocido a la Princesa Guerrera sin la descripción de Gabrielle. Xena era una cabeza más alta que cualquiera de las amazonas que la rodeaban y, efectivamente, era guapa. Sin embargo, si las historias que se contaban sobre ella eran ciertas, Devlin no pudo evitar preguntarse qué era lo que tenía esta mujer que la hacía capaz de poseer un corazón tan puro como el de Gabrielle.

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—¿Tú eres la Princesa Guerrera? —preguntó Devlin. Ni se molestó en escuchar la respuesta y continuó, lo cual vino bien, teniendo en cuenta que Xena no contestó—. He aquí mi muestra de buena fe —terminó Devlin, lanzándole a la guerrera el pergamino sellado de Gabrielle. Xena atrapó el pergamino, sin dejar de mirar a la mujer montada. La guerrera se preciaba de ser capaz de juzgar el corazón de cualquiera sólo con mirarlo a los ojos. Lo que Xena vio, la desconcertó. No vio la menor malicia ni maldad en esos ojos que eran del mismo color que los suyos. Mirando por fin el pergamino que tenía en la mano, Xena acarició tiernamente el sello de cera con un dedo. Se había usado el colgante de Gabrielle y la marca miraba a su vez a la guerrera. Tras abrir el sello, Xena leyó las palabras de Kirren y una pequeña nota al final del puño y letra de Gabrielle. Devlin se relajó ligeramente mientras Xena leía la nota. La guerrera rubia apenas volvió la cabeza cuando Xena le pasó el pergamino a una amazona que estaba a su lado. Demasiado veloz para que Devlin pudiera detenerla, Xena pegó un salto y clavó dos dedos en el cuello de la guerrera. Devlin sintió que se le aflojaban los músculos y se cayó del caballo, luchando por meter aire en sus pulmones. —Acabo de cortar el flujo de sangre a tu cerebro... dentro de treinta segundos estarás muerta. Dime, ¿por qué no debería matarte aquí mismo? Devlin cerró los ojos con fuerza e intentó concentrarse. Kirren le había hablado de esta habilidad concreta de la guerrera, pero nada podría haberla preparado para una sensación de muerte inminente como ésta. —Si... no... vuelvo... Ga... bri... elle... morirá —jadeó Devlin.

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Xena parecía indecisa, pero volvió a golpear a la guerrera en el cuello y Devlin aspiró una inmensa bocanada de aire. Limpiándose la sangre de la nariz, la guerrera cayó por fin de rodillas, intentando recuperarse. —¿Por qué dentro de quince días? —le preguntó Ephiny a Devlin. —Es lo que tardaréis en llegar al punto de encuentro acordado —dijo Devlin con voz ronca. —¿Y cómo es que Kirren matará a Gabrielle si tú no regresas? —preguntó Xena sin mirar a la guerrera arrodillada. —No he dicho que tengamos allí a Gabrielle... sólo que Kirren quiere luchar allí contigo. —¿Y por qué allí? —preguntó Ephiny de nuevo. Esta vez contestó Xena. —Porque allí es donde la derroté la primera vez. Devlin asintió con una sonrisa triste. Subiéndose de nuevo a su caballo, Devlin miró de nuevo a la guerrera. —No me sigáis... si no obedecéis las instrucciones a rajatabla, vuestra reina acabará muriendo y creo que las dos sabemos, guerrera, que no será una muerte rápida. Devlin dio la vuelta al caballo y ordenó a los soldados que avanzaran por delante de ella. Los dos hombres emprendieron la marcha y Devlin se inclinó muy deprisa en la silla y habló a Xena. —Tengo un mensaje personal de Gabrielle... dice que tú posees su corazón, Xena. ¿Alguna respuesta?

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Los ojos de Devlin se posaron en los dos soldados que cabalgaban delante de ella. Xena seguía sin ver señal alguna de traición en los brillantes ojos de la guerrera rubia. Por la mente de Xena pasó algo parecido a los celos al pensar que esta guerrera, de ojos tan azules como los suyos, iba a entregar su mensaje. —Dile que si yo poseo su corazón, ella me pertenece... ¡y que no permitiré que nadie me arrebate lo que es mío! —Xena gruñó al enunciar la última parte del mensaje. —Me da la impresión de que ella ya lo sabe, guerrera, pero no dejaré de decírselo. —Devlin sonrió y se alejó a caballo, segura de que nadie la iba a seguir.

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Se estaban quedando rápidamente sin opciones. El grupo podía emprender la marcha hacia el interior, siguiendo las instrucciones de Kirren y Xena podía enfrentarse a Kirren en combate. Ephiny le recordó a Xena que la ex asesina no retaría a la Princesa Guerrera a menos que estuviera bastante segura de que podía derrotarla. Y todavía tenían que vérselas con Ares, por lo que estaban convencidas de que la lucha no sería justa. Dado cómo había dejado Xena las cosas con Ares, era seguro que éste no iba a dejar que la guerrera se marchara sin más con Gabrielle una vez derrotara a Kirren. Lo único que podían hacer era rezar para encontrar a Gabrielle antes del combate y rescatarla de donde estuviera la fortaleza de Kirren. Xena estaba convencida de que Gabrielle habría ocultado una especie de mensaje sobre su paradero en el pergamino. Por supuesto, Kirren lo habría leído, por lo que tenía que formar parte del mensaje de la bardo. —A Gabrielle se le dan bien estas cosas... habrá encontrado el medio —dijo Xena. Eponin, Ephiny y Xena se pasaron casi dos marcas intentando descifrar lo que podía haber querido decir la bardo en su nota para Xena. —Bueno, dice que está bien y que Kirren no le ha hecho daño... no hay mucho que sacar de ahí. Pero ¿y esta última línea... "No estaba tan nerviosa desde el día en que ingresé en la Academia de Atenas"? —preguntó Eponin. —Debe de ser eso... es la única línea que significa algo para ti, pero para nadie más —añadió Ephiny.

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Xena se quedó mirando el pergamino como si pudiera hacer acopio de los recuerdos a través de la caligrafía de la bardo. —Debe de querer decir algo, porque no recuerdo que estuviera nerviosa. Es decir, estaba emocionada y las dos estábamos un poco tristes por tener que separarnos. ¿Sólo un poco tristes, guerrera? ¿Recuerdas la sensación que se te puso en la boca del estómago cuando dijo que estaría fuera cuatro o cinco años? —Gabrielle me contó lo del concurso de la Academia. —Ephiny sonrió, recordando la ocasión en que Gabrielle le confesó que había tenido que mentir para poder matricularse—. Si no recuerdo mal, dijo que tú te fuiste a luchar contra un cíclope en un pueblo cercano y que ella se fue a la Academia. Xena miró a las dos amazonas. La guerrera no estaba en absoluto acostumbrada a revelar sus sentimientos a nadie salvo a Gabrielle, sobre todo sus sentimientos sobre Gabrielle. Pero necesitaba sus ideas, si quería desentrañar el acertijo que le había dejado su bardo. —Bueno, la verdad es que... supongo que me estaba costando un poco dejar que Gabrielle saliera de mi vida. No paraba de decirme a mí misma que tenía que dejar que persiguiera sus sueños, pero... En aquel entonces no le dije a Gabrielle que estaba enamorada de ella. No estaba segura de que lo que sentía fuese real. —Xena no se atrevía a mirar a ninguna de las dos mujeres a los ojos. En cuanto a Ephiny y Eponin, ninguna de las dos amazonas había oído nunca a Xena decir tantas palabras seguidas de una sola vez en su presencia. Se sentían maravilladas y honradas al mismo tiempo. —Xena —dijo Eponin, poniendo la mano en el hombro de la guerrera—. No estamos aquí para juzgar tu pasado. ¿Por qué no nos cuentas la historia para ver si recuerdas algo nuevo?

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Xena se esforzó todo lo posible por sonreír, dadas las circunstancias, y pasó a relatar lo que recordaba. —Ahora miro atrás y recuerdo que me comporté como una idiota. Quería decirle a Gabrielle cuánto la quería, pero lo único que conseguí decirle fue que la consideraba una hermana. Eponin puso los ojos en blanco. —Creía que no me ibas a juzgar —dijo Xena. —Perdón —replicó Eponin. —En fin, pensé que tenía que dejarle hacer lo que más le convenía, de modo que me ofrecí a acompañarla hasta Atenas. Lo estuvimos discutiendo un tiempo, creo, pero por fin la convencí para que me dejara viajar hasta la ciudad con ella. Creo que tardamos unos tres días en llegar y eso es todo. —¿Ya está? Pero en el pergamino pone el día en que ingresó en la Academia. ¿Qué pasó el día en que llegasteis a Atenas? —intervino Ephiny. —La verdad es que no entramos juntas en Atenas. Gabrielle, cuando te lleve a casa, me case contigo y por fin te tenga en mis brazos sana y salva, me vas a deber una muy grande por esta humillación. —¿Cómo, es que entrasteis en la ciudad por puntos distintos? —preguntó Eponin, que no seguía la lógica de Xena. —Pues sí. —Xena empezó a moverse incómoda—. Gabrielle no sabe que entré en Atenas con ella —soltó por fin—. La dejé en la puerta, pero no... no pude hacerlo. Así que la seguí por toda Atenas hasta que ganó el concurso y decidió reunirse conmigo a las afueras de Karamos. Menos mal que yo tenía a Argo, porque si no habría llegado antes que yo. Casi lo echo todo a perder cuando un

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chalado atacó a uno de los instructores... al final resultó que era todo parte de la clase. Olvidándose por completo de por qué estaban escuchando esta historia, Ephiny se echó a reír suavemente al oír el apuro por el que había pasado la guerrera. —Xena, ¿qué ibas a hacer si se hubiera quedado en la Academia? ¿Seguirla a hurtadillas durante cinco años? Xena también se había olvidado por un instante del motivo y se echó a reír con la otra mujer. —A decir verdad, no tenía las cosas planeadas hasta ese punto. —Vale, pues vamos a empezar por el día en que seguiste a Gabrielle hasta el interior de Atenas... empieza desde el principio de ese día, a ver si se nos ocurre qué es lo que nos puede estar indicando Gabrielle —dijo Ephiny. —Está bien. —Xena empezó de nuevo, con cansancio. Cerró los ojos e intentó visualizar el último día que habían pasado juntas antes de que Gabrielle se marchara—. Yo pensaba que ésta iba a ser la última vez que la iba a ver durante un tiempo, así que le dediqué todo el día. Acampamos a las afueras de Atenas. Me desperté temprano y fui a pescar para el desayuno y, como de costumbre, Gabrielle, seguía dormida cuando regresé, de modo que clavé el pescado en un palo y me puse a hacer ejercicios con la espada. Gabrielle se despertó y desayunamos. Estuvimos toda la mañana sin hacer nada de especial y descubrimos un riachuelo donde había esos cangrejos de agua dulce que le encantan a Gabrielle. Hicimos una hoguera, cocinamos los cangrejos y comimos. Creo que después de comer nos fuimos a nadar... sí, porque nos echamos en unas rocas muy grandes y Gabrielle se quedó dormida. Yo fui y pesqué unas de esas anguilas asquerosas que le gustan y cenamos temprano. Esa noche ella entró en Atenas.

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Había pasado casi medio día y las tres mujeres seguían intentando descifrar el mensaje. —Una vez más, Xena —dijo Eponin. —No recuerdo nada más. ¡Si sigo repitiéndolo, me temo que voy a empezar a imaginarme detalles que no ocurrieron! —Xena se frotó las sienes con los dedos, intentando controlar el dolor de cabeza que flotaba al borde de su percepción—. Es que no me acuerdo. A lo mejor la nota no quiere decir nada... a lo mejor estoy forzándolo porque quiero que haya algo que no hay —dijo, con un tono cargado de derrota. Las dos amazonas vieron entonces una faceta de Xena que pocas personas habían visto jamás. Tenía la cabeza gacha y se le empezaron a llenar los ojos de lágrimas de frustración. —Sabéis lo que estamos haciendo, ¿verdad? —dijo Eponin de repente, sacudiendo la cabeza—. Estamos intentando averiguar esto enfocando algo que nos ha dado Gabrielle desde nuestro propio punto de vista. Lo que deberíamos hacer es ponernos en el lugar de Gabrielle... pensar como piensa ella. —Buena idea, Ep. ¿Sobre qué escribiría Gabrielle una pista? —preguntó Ephiny. —Escribiría sobre lo que conoce —dijo Xena, animándose con este nuevo punto de vista—. ¿Con qué compara Gabrielle todo en la vida? —preguntó la guerrera en voz alta. —¡Con comida! —contestaron las tres a la vez con humor. Se echaron a reír, pero Xena estrechó los ojos al pensar en este nuevo enfoque. Dio la impresión de que las otras dos mujeres tuvieron la misma idea al mismo tiempo. —Pescado para desayunar —dijo Xena primero.

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—Cangrejos para comer —añadió Ephiny. —Anguilas para cenar —terminó Eponin—. ¿Está rodeada de pescado? —preguntó. —No, huele pescado —contestó Ephiny. Xena sonrió cuando todo encajó... ¡cómo podía haber estado tan ciega! —Huele algo más que pescado... ¡huele el mar! —La guerrera dio una palmada—. ¡Así se hace! Eph, ¿qué hay al otro lado de esta montaña? —El Egeo, ¿pero cómo han conseguido llegar allí tan rápido? Se tardaría diez días como poco en rodear esta montaña. —Sería más rápido si se fuera a través de la montaña —dijo Xena, levantándose de un salto—. Ya sabía yo que esas huellas tenían algo que me escamaba. No es que hayan desaparecido. Estaban todas de cara al acantilado. ¡Había una abertura y pasaron por ella! Xena y las amazonas se pasaron el resto de la tarde y el anochecer a cuatro patas, buscando cualquier ramita o piedra que fuese la palanca que abría la entrada del túnel. —¿Cómo sabemos que se trata de una especie de puerta y no que Ares les haya abierto un agujero para que pasen? —preguntó Eponin. —Porque Devlin dijo tajantemente que no la siguiéramos y que si no volvía al cabo de lo que parecía uno o dos días, Kirren mataría a Gabrielle. Creo que usó otra entrada de este túnel que atraviesa la montaña y baja hasta el mar. La verdad es que no me imagino a Ares esperando a que todo el mundo lo llame cuando le viene bien.

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—¿Y esta tal Devlin? No parecía el tipo de persona que trabajaría para alguien como esta Kirren —continuó Ephiny. Los ojos de Xena soltaron un destello de celos al oír el nombre de Devlin. —No sé cuál es su historia en lo que se refiere a Kirren, pero sí que parecía que intentaba proteger a Gabrielle —dijo Xena a regañadientes. Xena se cayó de repente de la roca por la que había gateado al agarrarse a una rama de árbol que parecía vieja y podrida. La rama era la palanca y el aire se llenó de un ruido atronador. Las amazonas se apartaron corriendo de la pared de roca y se quedaron mirando el enorme túnel que apareció ante ellas. —¡Por todos los dioses! —exclamó Eponin. Xena esbozó una sonrisa malévola y se volvió a la regente. —Tenemos que hacer planes —dijo Xena, sin dejar de sonreír.

—Bueno, tengo que reconocer que aquí dais bien de comer a vuestros cautivos —le dijo Gabrielle a Devlin, con los ojos verdes chispeantes de risa. La guerrera había regresado al castillo y descubrió que la bardo había seguido su consejo y no había llamado la atención. Acababan de terminar una comida inmensa y la alta guerrera estaba asombrada de la cantidad de alimentos que la joven era capaz de consumir. Devlin miró debajo de la mesa, con un brillo de desconfianza en los ojos. —¿Qué pasa? —dijo Gabrielle, recostándose por fin en su silla para relajarse. —Me preguntaba si tenías un perro ahí debajo —soltó Devlin muy seria.

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La rápida carcajada de Gabrielle atacó los sentidos de Devlin y fue algo que la guerrera nunca había experimentado hasta entonces. Una vez más, pensó en la guerrera morena y se preguntó qué magia podía practicar para conseguir que un corazón como el de Gabrielle se uniera al corazón de una guerrera con un pasado tan oscuro. Gabrielle notó el peso de la mirada de Devlin y bebió otro trago de vino, al tiempo que se le sonrojaban las mejillas despacio. Sabía lo que era una mirada lasciva, pero la mirada azul que ahora se clavaba en ella se parecía muchísimo a la de su propia guerrera. Pensó en Xena y cerró los ojos, con las comisuras de los labios curvadas hacia arriba por una leve sonrisa. —Un dinar por tus pensamientos —interrumpió la guerrera. Gabrielle abrió los ojos de golpe y la guerrera vio que su rubor aumentaba. —Ah, a ver si lo adivino —dijo Devlin, sirviendo otra copa de vino—. Tu Princesa Guerrera. Cuando Gabrielle asintió, los ojos de la guerrera se pusieron serios. Apoyando los codos en la mesa para acercarse más a la joven sentada frente a ella, Devlin hizo por fin la pregunta en voz alta. —¿Cómo es posible, Gabrielle? ¿Qué es lo que hace que una mujer como tú sea capaz de amar a una guerrera cuyo pasado es más negro que la pez? Gabrielle no supo al principio si sentirse halagada u ofendida por la pregunta de la guerrera. Siempre se sentía halagada cuando alguien pensaba que era ella la persona especial en su relación con Xena. Sin embargo, sus defensas naturales se alzaban cuando alguien sacaba a relucir el pasado del que Xena intentaba redirmirse con tanto esfuerzo.

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La joven reina miró a los ojos azules de Devlin y de repente cayó en el doble sentido de la pregunta. Había sentido una breve curiosidad por el propio pasado de la guerrera rubia, por la clase de recuerdos que atormentaban a la bondadosa guerrera. Ahora supo que la guerrera no preguntaba sólo por su relación con Xena, sino también qué clase de esperanza había para su propio corazón. —Dos cuerpos, un alma —dijo Gabrielle, y se lanzó a contar la historia de Almas gemelas para su público de una sola persona.

—Tendremos que seguir a pie —explicó Xena—. No me gusta el tiempo que vamos a perder, pero será demasiado fácil que nos oigan si pasamos por ahí a caballo. —La guerrera, junto con las dirigentes amazonas, estaba mirando un mapa del territorio que había entre Anfípolis y el Egeo—. Si la fortaleza de Kirren está junto al agua, calculo que habrá de dos a tres días en línea recta desde este punto y el Egeo

—terminó Xena, señalando desde donde estaban hasta el

mar, atravesando la montaña—. Me preocupa más el estado físico de todo el mundo. Vamos a tener que avanzar a paso ligero ahí dentro. Eph, ¿crees que este grupo está suficientemente en forma? Llevamos varios días haciendo mucho esfuerzo —preguntó Xena, advirtiendo las oscuras ojeras que tenía la regente. Ephiny levantó la mirada del mapa, con cara cansada, pero decidida. De repente, la regente sonrió. —Bueno, si nosotras no lo estamos... ¡ellas seguro que sí! Nada menos que treinta guerreras amazonas entraron en el claro, al mando de Solari. Ephiny advirtió la cara de pasmo de Xena. —Envié a buscarlas cuando salimos de Anfípolis. No sabía cuándo iban a llegar, pero ya tenemos guerreras de refresco —terminó con una sonrisa.

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—Pues entraremos en dos grupos —dijo Xena, sintiendo que su propio corazón se aligeraba al ver a las mujeres—. Primero las guerreras más descansadas, así avanzaremos más. Eph, quiero que tú dirijas al segundo grupo. Ephiny vio la lógica de lo que decía la guerrera y asintió. —Siempre y cuando te lleves a Eponin y a Solari en el primer grupo. Así me sentiré mejor. Xena asintió y empezaron a formar los dos grupos. El primero emprendería la marcha a la carrera, y el grupo de Ephiny, formado por las guerreras de la partida original, seguiría a paso más lento, para tener tiempo de descansar. Xena advirtió a las amazonas de que no hicieran ruido y les enseñó cómo quería que se sujetaran las armas para no hacer ruidos metálicos al correr. Encendieron antorchas y el primer grupo se situó ante la enorme entrada del túnel. —Bueno, Ep... ¿te has puesto las botas de correr? —dijo Xena con una sonrisa de determinación. —¡Cinco dinares a que llego la primera! —contestó la guerrera mientras entraban en cabeza y a paso ligero en el oscuro pasadizo.

Devlin estaba embelesada por la capacidad de la joven reina para contar una historia. Había oído a bardos por todo el mundo conocido, pero ninguno se podía comparar con la mujer sentada frente a ella. De repente, la puerta de la habitación de la guerrera se abrió de golpe y Kirren entró apresuradamente por ella. Sus ojos soltaban destellos de rabia y Devlin se levantó para interceptar a la mujer. Kirren se detuvo ante la guerrera más alta y echó el brazo hacia atrás. Le pegó un bofetón a Devlin en la cara que habría enviado volando a Gabrielle al otro lado de la estancia. Devlin, según

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advirtió la joven reina, apretó los puños, con los brazos temblorosos al intentar controlarse. Volvió la cabeza de nuevo hacia Kirren, pero no antes de que Gabrielle viese el eléctrico fuego azul que ardía en sus ojos. Con todo, la guerrera no le levantó la mano a la mujer enfurecida que tenía delante. —Te han seguido —soltó Kirren. —Eso es imposible —dijo la guerrera entre dientes. —¡Pues los centinelas del túnel han sido atacados por una panda de amazonas! El único que ha conseguido volver con vida ha dicho que estaban en el túnel principal, a un día de distancia. —No han llegado allí porque me hayan seguido —repitió la guerrera. Impaciente, Kirren miró por la habitación y dio la impresión de ver a Gabrielle por primera vez. La joven reina pensó en mirarla a su vez con altivez, pero se lo pensó mejor, al tener en cuenta el humor de Kirren. Gabrielle bajó los ojos, pero siguió notando el peso del escrutinio de la mujer. Volviéndose de nuevo hacia Devlin, Kirren dijo ásperamente: —¡Ven conmigo! Una vez fuera de la habitación de Devlin, Kirren cerró la puerta de golpe y se volvió hacia la guerrera. —Esto acelera las cosas. Prepara al ejército para el amanecer: saldremos hacia el lugar de encuentro antes de que lleguen aquí. Quiero que todos los soldados disponibles vengan con nosotros. ¡No sólo voy a matar a Xena, sino también a sus queridas amigas amazonas! —¿Entonces todavía piensas combatir en solitario contra Xena? —preguntó Devlin.

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—Sí —contestó Kirren con aire ensimismado—. Salvo que me parece que le voy a dar un poco más de incentivo para que luche al máximo de sus posibilidades. Vamos a hacer que Xena entre en ese campo de batalla sola para intercambiarla por su pequeña bardo. Quiero que tú te sitúes en lo alto de la colina con la mocosa amazona, lo bastante lejos para que nadie pueda llegar a ti, pero lo bastante cerca para que Xena pueda veros a ti y a Gabrielle. Cuando te dé la señal... quiero que le cortes el cuello. Al principio Devlin pensó que no había oído bien a Kirren, pero luego miró a la mujer a la cara. La sonrisa malévola de Kirren y la sed de sangre que había en sus ojos le dejaron el corazón helado a la guerrera. Gabrielle no... por favor, esto no. —Pero... creía que habías dicho que sólo querías a la Princesa Guerrera... dijiste... —¡He cambiado de idea! —soltó Kirren—. No necesito recordarte quién pagará el precio si me desobedeces, ¿verdad, Devlin? —No, ama —contestó la guerrera con un suspiro derrotado.

Gabrielle se quedó mirando a la guerrera cuando ésta entró de nuevo en la habitación. Devlin fue directa a la mesa donde habían estado las dos sentadas anteriormente y se bebió la copa de vino de dos tragos. Se sentó con aire agotado y se pasó una mano cansada por el pelo corto. Gabrielle sintió su futuro en las acciones de la guerrera. No tenía pensado comentar lo que acababa de pasar, pero la joven reina sentía que no tenía nada más que perder.

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—Por lo que conozco de los guerreros, no se someten fácilmente a la voluntad de otras personas —comentó Gabrielle. —No, en general no —dijo Devlin apesadumbrada. Gabrielle decidió lanzarse. —¿Entonces qué utiliza Kirren para controlarte? Devlin estaba de repente demasiado cansada para andarse con juegos e insinuaciones. Su mente regresó al tranquilo pueblecito de pescadores donde había crecido. —Tiene una guarnición de soldados fuera de Tarynth, mi aldea natal. A cambio de diez años de mi vida, deja que vivan. Si me niego o la desobedezco, matará al pueblo entero. A mi madre, a mis hermanas, a mis amigos... a la gente con la que crecí...

—Devlin se quedó callada.

—Planea matarme, ¿verdad? —preguntó Gabrielle, temiéndose la respuesta. Devlin miró a las profundidades verdes de los ojos de Gabrielle y se dio cuenta de que ahora ya no habría redención posible para ella: después de esto, no. —Sí —contestó la guerrera. —Y... ¿lo vas a hacer tú? —La joven reina parecía sorprendida. —¿Qué quieres que haga, Gabrielle? Tú, una mujer cuyo corazón está colmado de una luz con la que los soldados como yo sólo podemos soñar, ¿qué quieres que haga? Tú hablas del bien supremo. ¿Te dejo libre a cambio de las cincuenta vidas de mi pueblo? ¿Acaso tu vida vale más que la de ellos? —preguntó la guerrera con un matiz de desesperación en el tono.

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Gabrielle miró a la guerrera cuyas elecciones en la vida parecían superar a cualquier cosa con la que debería cargar un mortal. Una vez más, Devlin le recordó a la joven a su propia guerrera. ¿No hubo un tiempo en que Xena se cuestionó lo que había llegado a ser? ¿En que intentó liberarse del círculo de violencia y odio en el que se sentía atrapada? ¿Qué habría sido de Xena si la joven bardo no hubiera entrado en su vida? ¿Era justo condenar a Devlin cuando no tenía a nadie que confiara y creyera en ella... que la amara como Gabrielle lo había hecho con su morena guerrera? —No, Devlin. —Gabrielle miró a la guerrera, con los ojos llenos de lágrimas ardientes—. No consentiré que gente inocente pierda la vida en mi lugar. La guerrera siguió mirando a la joven largo rato después de eso, hasta que se levantó de la silla y salió de la habitación, sabiendo que lo que iba a hacer supondría una vida inocente más por la que tendría que pagar.

—Arrrgghhhh —jadeó el soldado mientras la vida empezaba a abandonar su cuerpo—. Se han ido... Xena observó el delgado hilo de sangre que caía de la nariz del soldado. Otros veinte segundos. —¿Cuándo y dónde? —preguntó Xena, sin creer que el castillo estuviera prácticamente vacío. Diez segundos. —A-a-ayer por la mañana... amanecer... al viejo... campo de batalla... por favor, y-yo... Xena golpeó el cuello del hombre, soltando el punto de presión. A falta de dos segundos.

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Xena y las demás amazonas se dejaron caer agotadas al suelo. Habían estado corriendo durante dos días seguidos para llegar a la fortaleza escondida de Kirren y al final habían descubierto que los secuestradores de Gabrielle les llevaban de nuevo un día de ventaja. —Esperaremos a que Ephiny nos alcance —fue lo único que dijo Xena en voz alta, apoyándose en el frescor de la pared de ladrillo y cerrando los ojos antes de que se le escaparan las lágrimas de rabia y frustración.

Al cruzar por el campo la bardo sintió escalofríos por la espalda, incluso a caballo. Las llanuras cubiertas de hierba seguían salpicadas de huesos de soldados muertos, cuyas armas y armaduras, en su mayoría, permanecían sin tocar por ningún mercenario. Cuando Xena empezó como señora de la guerra, su intención era proteger su tierra natal, y al cabo de casi diez años el campo de batalla se mantenía como un recordatorio de que la gente de Anfípolis no se dejaba conquistar fácilmente. Gabrielle se había resignado a su destino y, con la elegancia y dignidad de una reina, simplemente solicitó algo para escribir a la guerrera rubia que seguía actuando como su protectora. La tienda de Devlin estaba situada ligeramente aparte del resto del campamento, otra señal de que jamás sería de verdad uno de ellos. En sus ojos ya no había esa chispa risueña al mirar a la bardo, sino más bien la triste determinación de una guerrera que avanzaba por un lento camino hacia el Tártaro. Gabrielle se quedó sola en la gran tienda cuando la guerrera se marchó, y pasó las horas llenando pergaminos que Devlin le había prometido encargarse de entregar tras la muerte de la reina. Ahora se trataba de esperar, y el campamento entero vibraba de tensión nerviosa mientras aguardaban la llegada de la Princesa Guerrera y su ejército de amazonas.

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Xena condujo a las amazonas a lo largo de la cresta de la colina que daba al antiguo campo de batalla. Lo único que perseguía este campo eran los recuerdos de la guerrera. Xena no deseaba caminar entre los huesos de los romanos a los que había matado, prefería mantener la vista al frente y concentrarse en Gabrielle. Sin embargo, esa tarea le resultó difícil cuando vio el ajado estandarte de combate que se agitaba con la brisa. Costaba no ver esa enseña, la enseña negra y morada de la Destructora de Naciones. —Xena, esto es una locura... no puedes ir sola. —Ephiny daba vueltas por el interior de la tienda de mando. —Si no lo hago todo exactamente como quiere Kirren, matará a Gabrielle. Creo que ahora mismo nos tenemos que concentrar en eso —dijo Xena, ajustándose la armadura al ponerse de pie. —¿Y si Ares cumple su amenaza de dejar que mate a Gabrielle? —preguntó Ephiny. Xena frunció el ceño y el azul de sus ojos se puso frío y pálido. —Entonces no habrá lugar lo bastante seguro para que pueda esconderse de mí. ¡Le daré caza hasta que las salas del Monte Olimpo se tiñan del rojo de su sangre!

—bufó la guerrera entre dientes.

No había otra forma de llegar hasta donde estaba Kirren montada a caballo, rodeada de soldados a cada lado. Xena avanzó a través de los huesos esparcidos de los hombres que había matado aquel día. La guerrera enarcó una ceja ante la táctica infantil de Kirren. Si Kirren creía que podía librar una guerra de nervios con la Princesa Guerrera, estaba equivocada.

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—Vaya, Xena... me alegro de ver que has llegado. Pensaba que a lo mejor no querías mucho a tu pequeña amazona. ¿A que te llevaste una sorpresa cuando llegaste al castillo y no había nadie en casa? —dijo con una sonrisa sardónica. Xena se limitó a mirar fijamente a la mujer hasta que ésta se movió incómoda en la silla. Kirren hizo un gesto con la mano izquierda y señaló hacia la colina que había a unos sesenta metros a la izquierda de Xena. Devlin y Gabrielle subieron por la colina a caballo. En cuanto Gabrielle miró hacia abajo y vio a Xena mirando, a la joven se le paró el corazón. Si ésta iba a ser la última vez que iba a ver a su guerrera, era muy apropiado. Así era como recordaría siempre a su amante. Xena estaba montada en Argo, con la cabeza y la espalda erguidas mientras lanzaba miradas amenazadoras a todos los que la rodeaban, una figura poderosa vestida de cuero y armadura. Levantando la vista hacia la colina, la Princesa Guerrera echó una gélida mirada azul a la cumbre. Fue como si el poder que había entre las dos mujeres fuese un ente físico, cuando la mirada fría y amenazadora de la guerrera se clavó en su bardo. Entonces, durante un instante, el hielo de los ojos de la guerrera se empezó a derretir. Era como si un fuego de proporciones inmensas ardiera sin control y el pálido hielo azul se derritió en dos charcas de un azul profundo. Gabrielle estaba inmersa en las sensaciones y ni notó el leve pinchazo en la parte de detrás del cuello. —Ahí tienes a tu pequeña amazona, Xena —dijo Kirren, volviendo a llamar la atención de Xena. —Lucharé contigo... suéltala —ordenó Xena.

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—Bueno, es que hay un problema... Quiero luchar contigo mañana al amanecer y no creo que pueda fiarme de ti hasta entonces. Así que éste es el trato. Gabrielle baja caminando por esa colina hasta sus preciosas amazonas siempre y cuando tú entregues tus armas y te quedes aquí toda la noche. —Eso no era parte del trato —soltó Xena. —¡El trato es lo que yo diga! —contestó Kirren—. Bueno, ¿quieres recuperar a tu bardo o tengo que despellejarla viva ahora mismo? Xena miró a su alrededor y sopesó sus posibilidades contra los soldados de alrededor, calculando la distancia entre ella misma y Gabrielle. —Escucha, Xena... yo sólo quiero luchar contigo... sin trucos, un combate a muerte. Estoy segura de que voy a ganar, pero te doy mi palabra... yo no le voy a poner la mano encima a Gabrielle —dijo Kirren con sinceridad. Xena se bajó de la silla de Argo y dio una fuerte palmada a la yegua en la grupa. La montura salió al galope rápidamente en la dirección por la que había venido. Sin apartar los ojos de Kirren, la guerrera entregó sus armas y dejó que los hombres la ataran firmemente a una columna de piedra que había en medio del campo. Gabrielle había querido gritarle a Xena que todo aquello era una trampa. Devlin la mataría de todas formas, pero al menos Xena tendría una posibilidad de escapar. La bardo abrió la boca para intervenir, pero no sabía si se le había abierto la boca siquiera. Notaba la lengua hinchada y torpe. Se le empezaron a dormir los músculos, las piernas se le pusieron blandas y débiles y, de no haber sido por el brazo de Devlin alrededor de su cintura, se habría caído al suelo. —Bueno, tampoco ha sido para tanto, ¿verdad? —Kirren empezó a dar la vuelta a su caballo para alejarse de la guerrera inmóvil.

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—¿Y Gabrielle? —le recordó Xena. —Ah, sí, tu juguetito. Casi nos olvidamos de ella, ¿verdad? —Kirren se inclinó desde la silla hacia la guerrera atada—. Aquí tienes mi forma de asegurarme de que realmente haces todo lo posible por matarme mañana y no remoloneas como la última vez. Kirren terminó y la expresión de sus ojos hizo que a la guerrera le resbalara una gota de sudor por la espalda, dándole a Xena una sensación incomodísima de premonición. Kirren se llevó la mano al cuello, haciendo un gesto de corte imaginario. Xena apartó los ojos de Kirren y miró a Gabrielle en lo alto de la colina. Devlin estaba detrás de Gabrielle, con el cuerpo de la mujer más menuda pegado al suyo. La guerrera rubia ya tenía el puñal en la mano y con la mano libre levantó la barbilla de la bardo para exponer su delicado cuello. Fue rápido, pero la guerrera atada a la columna lo vio muy despacio y hasta el último detalle, detalles que se repetirían una y otra vez en sus pesadillas durante muchos años. La mano de Devlin pasó el puñal por el cuello de Gabrielle y la sangre salió despedida de la hoja cuando la guerrera apartó la mano. El pecho de Gabrielle quedó rápidamente cubierto del líquido rojo y la bardo se desplomó en el suelo a los pies de Devlin. Los gritos torturados que desgarraron el aire asustaron a los caballos, que se agitaron nerviosos. Xena deseó detener esos sonidos desoladores, hasta que se dio cuenta de que eran suyos. La guerrera flexionó los músculos y tiró de las cuerdas que la sujetaban con la fuerza de una docena de hombres. Algunas de las ataduras empezaron a deshacerse y los soldados corrieron alrededor de la loca para atarla con más cuerdas. —Creo que eso garantizará que estés bien furiosa —dijo Kirren, retrocediendo en la silla cuando la guerrera intentó lanzarse contra ella, aunque las cuerdas sujetaban con firmeza el cuerpo de la mujer, que no paraba de

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retorcerse—. Sólo te prometí que yo no le pondría la mano encima —dijo Kirren al azuzar a su caballo.

Había caído la noche. La guerrera morena estaba derrumbada sobre las cuerdas que la sujetaban a la solitaria columna de piedra. No estaba inconsciente ni despierta: su mente se agitaba en una bruma de dolor que antes había pensado que jamás podría alcanzar tales cotas. Ni la luz ni la oscuridad eran capaces de llenar su alma... sólo había vacío. Una fuerte bofetada lanzó la cabeza de la guerrera a un lado. —Xena. Los ojos ausentes se abrieron y enfocaron la vista, al tiempo que un gruñido de animal salía de lo más hondo del pecho de la guerrera. Otra sonora bofetada, esta vez tan fuerte que la cabeza de la guerrera rebotó en la columna de piedra. Xena luchó con sus ataduras para alcanzar a quien la atormentaba, la causa de todo su dolor. —Bien, al menos me reconoces —le dijo Devlin a la guerrera—. Xena, escúchame. —La guerrera echó una rápida mirada a su alrededor y pasó por encima de los cuerpos muertos de los hombres responsables de vigilar a la Princesa Guerrera durante la noche—. Gabrielle no está muerta —dijo Devlin despacio, tratando de ver si la guerrera comprendía sus palabras—. Te voy a desatar como muestra de buena fe, Xena... preferiría que no me mataras inmediatamente. Lo que viste en la colina era un truco... Gabrielle está bien viva. Devlin levantó la espada y cortó sin dificultad las cuerdas que ataban a la mujer. Retrocediendo para prepararse para un ataque de la guerrera medio

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enloquecida, se quedó mirando cuando Xena cayó sobre una rodilla, al parecer llena de dolor. Devlin fue a levantar a la guerrera caída y sintió que los dedos de Xena salían disparados y se cerraban alrededor de su garganta. La guerrera no tenía ninguna prisa: fue apretando despacio hasta que Devlin cayó de rodillas, agarrando a la guerrera con la mano libre. —N-no... está... muerta —repitió Devlin—. Xe-Xena... todavía... tengo... la espada... Xena miró hacia abajo y vio que la guerrera rubia tenía la espada en la mano, peligrosamente cerca del vientre de Xena, pero Devlin no había hecho ademán de usarla. Xena se levantó, lanzando hacia atrás la melena de pelo negro, que cayó como una cascada sobre sus hombros, y soltó a la guerrera que tenía debajo. —Le... le di... emetia —tosió Devlin, levantándose despacio. En los ojos de Xena había dolor y desconfianza, pero Devlin siguió—. Yo misma sellé su cuerpo en una cesta y los soldados de Kirren deberían estar entregándola ya en el campamento de las amazonas. Xena no necesitaba que la guerrera le explicara los efectos de la emetia, una especie de sustancia paralizadora que reducía el ritmo del corazón hasta el punto de sostener apenas la vida. Si alguien comprobaba el pulso de la bardo, parecería muerta. Pocos segundos antes Xena había sentido que su vida estaba acabada, pero ahora esta guerrera le estaba diciendo que se trataba de un engaño. No quería creerlo, pero en el corazón de la guerrera prendió una pequeña chispa llena de esperanza. Devlin se montó en el caballo negro y le ofreció una mano a la Princesa Guerrera. Xena dejó que la pequeña chispa se convirtiera en una llama al alargar la mano y subirse al lomo del caballo.

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El cálculo había sido perfecto. Devlin y Xena entraron en el campamento de las amazonas justo después de que los dos soldados de Kirren hubieran depositado la cesta delante de la atónita regente. Los cuerpos de los soldados estaban acribillados de flechas amazonas, disparadas después de que le dijeran a la regente lo que contenía la cesta. Las dos guerreras cabalgaron hasta Ephiny y Xena saltó del lomo del caballo antes de detenerse y se puso a arrancar frenética el sello de la cesta. —Traed a una sanadora —gritó Xena a quien quisiera escucharla—, decidle que traiga raíz de valeriana. Gabrielle —gimió Xena, levantando con cuidado el cuerpo inerte de la cesta y acunando a su amante en los brazos. Ephiny sofocó una exclamación que hizo intervenir a Devlin. —Tranquila... no es su sangre —dijo, pasándole a la guerrera arrodillada un paño mojado. Xena se puso a limpiar la sangre seca del cuello y el pecho de Gabrielle, acariciando amorosamente la garganta de la bardo, que en realidad no tenía ni un rasguño. Una joven amazona a la que Xena no conocía se arrodilló en el suelo al lado de la guerrera, siguió las instrucciones de Xena y por fin le entregó una rodaja de la olorosa raíz. La guerrera se metió la rodaja de raíz en la boca, la masticó hasta hacerla una pasta fibrosa y escupió con cuidado la saliva que le llenaba la boca. Colocando la cabeza de la bardo en su regazo, le abrió la boca a Gabrielle y metió la raíz entre la mejilla y la encía de la joven y luego masajeó la garganta de Gabrielle para animarla a tragar.

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Pasaron los segundos, pero a Xena le parecieron días. La emetia no era una sustancia a la que se le debiera restar importancia. Cada momento de más bajo su influencia suponía una posibilidad menos de recuperarse de esos efectos que alteraban el organismo. —Vamos, Brie... traga por mí... vamos, cariño. —Xena notó que le caían lágrimas por la cara mientras sujetaba y acunaba a la joven reina entre sus brazos, sentada en el suelo en medio del campamento de las amazonas. Una súbita inhalación convulsiva sacudió el cuerpo de la joven y sus ojos se abrieron de golpe, sin enfocar la vista aún en lo que la rodeaba. La guerrera se apresuró a sacar la raíz de valeriana de la boca de la bardo. —Gabrielle... ¿Gabrielle? —Xena cogió la cara de la joven reina entre las manos, tratando de que la mirara a los ojos para asegurarse de que su amante había vuelto. —¿Xena... Xe? —empezó Gabrielle y luego sofocó sin éxito un sollozo al reconocer a la mujer que la sostenía. Gabrielle se echó a llorar mientras Xena la envolvía en sus fuertes brazos y la mecía suavemente, pegando su cuerpo con fuerza al de la joven, rezando para que esto no fuese un sueño. Xena miró hacia la luz del fuego y captó los ojos llorosos de Devlin. —Gracias —le dijo Xena a la guerrera, con la voz ronca de emoción—, gracias... Había sido un día cargado de emociones para la guerrera y la bardo y se tumbaron en un camastro dentro de la tienda de Xena, donde pasaron el resto de la noche intercambiando suaves caricias y promesas de amor hasta que Morfeo se apoderó de las dos. Ambas mujeres estaban agotadas físicamente y durmieron sin

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despertarse, echadas tan cerca del deseo de sus corazones. Incluso dormida, Xena seguía rodeando protectoramente con los brazos a su joven amante.

El carro de Apolo estaba comenzando su viaje y unos brillantes rayos de sol golpeaban la armadura de la mujer morena y volvían a reflejarse hacia el cielo. Xena estaba cruzada de brazos contemplando la escena que se desarrollaba en el valle de debajo. Kirren tenía más de doscientos soldados que se preparaban para la batalla en el campo donde la Destructora de Naciones había rechazado a los romanos tanto tiempo atrás. Esta vez, como entonces, el pueblo de Anfípolis iba a ser el premio. A Kirren no le había hecho gracia descubrir que Devlin y Xena se habían ido. Al amanecer se oyeron sus gritos desde la colina donde ahora estaba la guerrera. Xena se había puesto en su "modalidad señora de la guerra", como lo llamaba Gabrielle, y calculaba las posibilidades y desarrollaba estrategias para una batalla donde tenía una seria desventaja numérica. Tenían unas setenta y cinco amazonas, sin contarse a sí misma y a Gabrielle. Estaba decidida a mantener a Gabrielle lejos del combate: esta vez había faltado muy poco. Suponía, por la forma en que Kirren estaba disponiendo a sus tropas, que intentaría atacar el campamento de las amazonas a oleadas, en lugar de con una batalla prolongada. Los ataques cortos eran una ventaja para el ejército más numeroso. Les daba tiempo de reagruparse mientras otros seguían luchando. El ejército más pequeño no se podía permitir ese lujo. O todo el mundo luchaba o todo el mundo descansaba, no había suficientes guerreros para hacer las dos cosas a la vez. Xena ladeó la cabeza ligeramente al oír desmontar a la alta guerrera. —Buenas noticias por una vez. —Devlin sonrió con ironía—. Acaba de llegar un hombre al campamento, dice que es tu hermano Toris. Se ha traído a unos

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cuarenta hombres de las aldeas de alrededor de Anfípolis, todos medio decentes con una espada, por lo que parece. —Ésa sí que es una buena noticia —dijo Xena bruscamente, pasando al lado de la guerrera para regresar al campamento. No sabía qué decirle a la mujer que les había salvado la vida, pero no había pedido nada a cambio. Le debía la vida a esta mujer, pero también notaba cómo miraba Devlin a Gabrielle y volvía a sentir los celos en su interior—. Será mejor que terminemos de prepararnos —dijo Xena secamente, volviéndose hacia Devlin—. Va a ser un día muy largo.

—Xena, estoy bien —protestó Gabrielle, como se esperaba la guerrera. —Gabrielle, no es seguro y... —La guerrera puso los dedos sobre los labios de la bardo para evitar que contestara—. No me refiero sólo a ti, estoy pensando también en las guerreras que lucharán a tu lado. Necesitas un poco más de tiempo para asegurarte de que tu cuerpo ha superado los efectos de la emetia. Pones en peligro a todo el que te rodea si no estás al cien por cien. Xena hizo uso del único argumento que sabía que podía detener a la bardo: la idea de poner a otros en peligro. Gabrielle parecía enfadada, luego pensativa y por fin miró a su guerrera con los ojos llenos de amor. —Eso no es juego limpio —dijo con media sonrisa. Xena se relajó un poco y se permitió sonreír. Abrazando a la bardo, besó a la joven en la coronilla. —Tengo que jugar sucio contigo, amor... eres demasiado rápida para mí... si no, perdería todas las discusiones —explicó la guerrera estrechando a la mujer con más fuerza—. Además, con todas estas jovencitas —dijo Xena, refiriéndose a

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las amazonas que las rodeaban—, de verdad que te necesito aquí detrás. Esa joven sanadora no es todavía más que la aprendiza de Sartori. Dudo de que alguna vez haya tratado nada más grave que un pellejo roto. Necesito que la ayudes, Brie. —Detesto cuando lo que dices tiene tanto sentido, sabes. Me cuesta pensar en un buen argumento —dijo Gabrielle, besando los labios sonrientes de la guerrera.

La primera oleada de ataque duró unas tres marcas, pues era sobre todo una prueba de defensa y estrategias por parte de los líderes. No hubo bajas en el campamento de las amazonas, pero sí una serie de heridas leves, otra razón por la que los ataques breves y continuos daban la ventaja a un ejército grande. Recorriendo de nuevo el campamento, Xena se dio cuenta de que tenía que proteger este campamento base por el bien de los heridos que iban a acabar llenando las tiendas que Ephiny había ordenado montar. Demostrando a una serie de guerreras lo que tenía en mente, Xena se echó a un lado y observó mientras iban entrelazando grandes picas para formar una especie de valla alrededor del campamento. Xena entró en la enfermería improvisada y se detuvo en seco al ver a Devlin sentada con el brazo lleno de sangre y a Gabrielle intentando que la poco cooperativa guerrera se estuviera quieta. —Gabrielle... no es tan grave —suplicó la guerrera. —Puede que no, pero necesitas puntos y más te vale dejarme hacerlo ahora que todavía tengo tiempo —le ordenó Gabrielle.

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Devlin se resignó a quedarse en la silla y miró a la bardo mientras ésta le limpiaba el largo corte que tenía en el antebrazo, justo encima del brazal. La joven la tocaba con delicadeza, pero al mismo tiempo con firmeza y la sensación de vértigo que le entró a la guerrera tenía, sospechaba ella, poco que ver con la pequeña pérdida de sangre. —Nada mal —comentó Devlin, examinando los puntos pequeños y regulares. —Practico mucho —dijo Gabrielle riendo y sujetando el brazo de la guerrera con ternura mientras vendaba la herida. Xena las observó y volvió a tener esa sensación. Los ojos de Gabrielle chispeaban al reír con la guerrera y la mujer morena se preguntó qué había ocurrido de verdad entre las dos durante tantos días. ¡Esto es ridículo! Gabrielle nunca traicionaría nuestro amor. Sin embargo, la guerrera no conseguía quitarse la idea de la cabeza. La familiaridad con que la bardo tocaba a la guerrera herida hacía que el cerebro de Xena corriera más que su sentido común. ¿Se dejaría seducir Gabrielle por una guerrera de palabras suaves y ojos del mismo color que los de Xena? ¿Podría Gabrielle haber dejado que otra mujer convirtiera una pequeña chispa de deseo en una llama ardiente? ¿Lo haría... podría hacerlo... lo había hecho? Gabrielle empezó a notar el peso de una mirada y sintió un calor familiar que le inundaba el rostro. Levantó despacio la vista y se topó de lleno con el ceño pensativo de su amante, que miraba fijamente a la bardo, pero al parecer estaba sumida en sus propios pensamientos. La joven reina sabía perfectamente lo que indicaba ese ceño en su guerrera. A fin de cuentas, ¿acaso no se le había puesto a ella la misma expresión cada vez que una camarera bonita dedicaba demasiado tiempo a servirle una bebida a la Princesa Guerrera? Gabrielle volvió a mirar rápidamente a Devlin, que la estaba mirando, y estuvo segura de que lo que aquejaba a su guerrera eran simples celos.

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La mirada de Xena seguía clavada en la de la bardo y la joven le transmitió todo lo que sentía con sus ojos verdes. Xena lo vio todo entonces. No, Gabrielle nunca haría... nunca podría... nunca lo había hecho. Éste era el ingrediente que había faltado en todas las relaciones que había tenido la guerrera, antes de Gabrielle, la confianza. La confianza en su amor y de la una en la otra. Cuando Xena miró a la joven reina a los ojos vio todo esto... confianza, amor, anhelo, necesidad y deseo. Todo esto que era sólo para ella y para nadie más. Sonrió. Con esa sonrisa deslumbrante que reservaba sólo para esta hermosa joven. La sonrisa se clavó directa en el corazón de la bardo. La sonrisa de Xena pilló desprevenida a Gabrielle y sintió un escalofrío por todo el cuerpo por la cantidad de emociones que le podía hacer sentir esta mujer con tan sólo una mirada y una sonrisa. Por los dioses, qué cosas me hace. Xena se acercó a las dos mujeres y Gabrielle pasó con naturalidad un brazo alrededor de la cintura de la guerrera, mientras Xena colocaba el suyo alrededor de los hombros de su amante. —Ya sé que es un poco tarde, pero vosotras dos todavía no habéis sido presentadas como es debido —dijo Gabrielle, estrechando ligeramente la cintura de Xena—. Xena de Anfípolis, te presento a Devlin de Tarynth —dijo con formalidad. Las dos guerreras se estrecharon el brazo con cordialidad. —Tengo una deuda contigo —dijo Xena—. Si alguna vez necesitas algo y está en mis manos poder dártelo, sólo tienes que pedirlo. Devlin solto una carcajada alegre y relajada. —Puede que algún día te tome la palabra, guerrera.

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—Sabes, ahora que todo ha terminado, ¿qué tal si me cuentas cómo hiciste creer a todo el mundo que me habías cortado el cuello? —preguntó Gabrielle de repente. —Pues fue muy fácil, la verdad. Te administré la emetia un poco antes, para que cayeras al suelo en el momento justo. La sangre no era más que una pequeña vejiga que había llenado de sangre de cerdo. La tenía entre el pulgar y la hoja de mi puñal y pluuuf —dijo Devlin, haciendo un movimiento de corte sobre su propio cuello. —Sangre de cerdo... qué bonito

—dijo Gabrielle con cara de pocos

amigos—. ¡No me voy a poner ese corpiño nunca más!

Devlin y Xena habían terminado las últimas defensas para proteger el pequeño campamento y se estaban preparando para enfrentarse una vez más a las fuerzas de Kirren. —¿Qué es? —preguntó Devlin. —¿Qué es qué? —replicó Xena, siguiendo la mirada que Devlin dirigía detrás de ellas, donde estaba Gabrielle dando instrucciones y hablando con las guerreras. —¿Qué es lo que hace que mujeres como ésa sean capaces de amar a guerreras como nosotras? —preguntó Devlin de nuevo. Xena comprendía la pregunta que había hecho la alta guerrera. ¿Acaso ella misma no se había preguntado lo mismo? ¿Qué podía ver una mujer con el corazón tan puro como la bondad misma en una guerrera cuyo pasado era oscuro como la noche? Xena también comprendía que Devlin hiciera la pregunta, pensando si tal vez a ella podría ocurrirle lo mismo.

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Xena se quedó mirando a Gabrielle, que seguía ayudando a enrollar vendas, contestando preguntas e intentando tranquilizar a la gente antes de la siguiente acometida de la batalla. Iba de una persona a otra y las tocaba ligeramente o les sonreía, y Xena supo que ni en un millón de años sería capaz de contestar a la pregunta de Devlin. —Es un regalo de los dioses, amiga mía —dijo Xena, contemplando a la joven que poseía su alma misma—, es un regalo de los dioses.

—Gabrielle —dijo Xena con tono bajo y de advertencia. —Xena —replicó Gabrielle. La joven reina llevaba brazales y hombreras y sujetaba su vara con una mano, con el extremo apoyado en el suelo—. Xe, no puedo quedarme aquí atrás cuando estoy sana y necesitamos a todas las personas que puedan luchar ahí fuera —dijo Gabrielle, sabiendo lo que iba a decir Xena—. Estas mujeres morirían por mí... tengo que demostrarles que yo haría lo mismo por ellas. La guerrera frunció el ceño intentando pensar en algo que decir para contrarrestar la lógica de la bardo, pero no se le ocurría nada. Estas mujeres eran el pueblo de Gabrielle, súbditas que habían cruzado muchas leguas de buen grado, que se estaban preparando para enfrentarse a la muerte en el campo de batalla por amor a su reina. ¿Podía Xena pedirle a su bardo que fuese menos de lo que era? ¿Se lo pediría Gabrielle a ella? Cogiendo la cara de su amante entre las manos, acarició las mejillas de la joven con los pulgares y la acercó para darle un beso que le mostrara a esta joven todo lo que la guerrera llevaba en el corazón. —Es que temo por ti... no sé qué haría si te perdiera, Brie —susurró Xena al oído de la bardo.

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—Lo sé, amor... yo siento lo mismo cada vez que acabas luchando. Esto es algo que tenemos que hacer, y recemos para que Artemisa nos proteja. Te prometo que no correré riesgos estúpidos y que no lucharé en primera línea —contestó Gabrielle. Besando tiernamente a la joven reina en la frente, la guerrera susurró de nuevo: —Te quiero, bardo mía. —Y yo a ti, guerrera mía... cuídate —dijo Gabrielle y besó a la guerrera en la palma de la mano. —¡Ya vienen! —gritaron las guerreras que estaban en cabeza cuando las primeras líneas cargaron corriendo en el campo de batalla.

175 —¡Ayah! —gruñó Xena cuando otro de los soldados de Kirren cayó delante de ella, con el vientre rajado a pesar de la armadura de cuero. La guerrera estaba inmersa en la refriega y no podía dedicar ni un instante a mirar por el campo en busca de su bardo. —Ayiyiyiyiyiyiyi —Xena soltó su grito de combate, saltó por el aire y se volvió para aterrizar detrás de tres soldados que miraban a su alrededor como si hubiera salido volando y hubiera desaparecido. Fue entonces cuando Xena divisó a Gabrielle, en el momento en que su vara se agitaba en el aire al golpear a dos soldados a la vez en la cara. La guerrera soltó un suspiro de alivio, si tal cosa era posible en medio de una batalla, cuando vio a Devlin a la espalda de Gabrielle, con una espada larga y otra corta en las manos, cortando las extremidades de los soldados vociferantes en un frenesí sin pausa.

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Xena acabó con dos soldados más de una sola estocada, lanzó su chakram y oyó cómo cortaba el mango de un hacha que estaba a punto de caer sobre la espalda de una guerrera amazona. La amazona hundió su espada en el vientre del soldado que tenía detrás sin mirar siquiera, echándole una sonrisa de agradecimiento a Xena. Ephiny y dos miembros de la guardia real rodeaban a su reina, pero en el momento en que Xena miró, una de las guardias cayó muerta, con una flecha clavada en el corazón. Xena intentó avanzar hacia su bardo, pero por cada soldado que eliminaba, dos más ocupaban su lugar. Por fin el ritmo fue decayendo y Xena vio que los soldados que había en el valle de debajo empezaban a batirse en retirada arrastrando a sus heridos. —¡Gabrielle! —gritó Ephiny, intentando apartar a la reina de la trayectoria de una flecha que parecía volar directa a la joven. Ephiny tiró con fuerza del brazo de Gabrielle y se resbaló en la hierba cubierta de sangre. La amazona cayó al suelo, derribando a Gabrielle encima de ella. La flecha pasó justo por donde había estado la bardo en el momento en que Devlin volvía la cabeza para ayudar a la reina. La punta de la flecha se incrustó en el cuello de la guerrera, que cayó de rodillas. Cuando Xena pudo volverse, lo único que vio fue a la alta guerrera aferrándose la garganta mientras su cuerpo se desplomaba en el suelo. —¡NOOOOO! —gritó Gabrielle, arrastrándose hasta donde estaba la guerrera rubia, que tenía los ojos cerrados por el dolor. Xena se dejó caer al suelo al lado de la guerrera caída y sus manos examinaron rápidamente la flecha clavada en el cuello de Devlin. —Xe... ayúdala —sollozó Gabrielle.

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Los ojos de Xena se encontraron con los de Devlin. Entre las dos hubo un entendimiento y Xena vio que la guerrera rubia asentía ligeramente. Tenía que asegurarse de que esto era lo que quería Devlin... tenía que hacérselo saber a Gabrielle. —Dev, ¿comprendes lo que digo? —preguntó Xena. —Sí —asintió la guerrera, con una mueca de dolor al tener que hablar. Devlin alzó una mano débil como para arrancarse la flecha del cuello. Agarró la mano de Xena y llevó la mano de la guerrera morena hasta la flecha. —Dev, sabes dónde tienes la flecha... está en la yugular. —Xena respiró hondo y miró a Gabrielle, que tenía la cabeza de la guerrera en el regazo, antes de continuar—. Si te dejo la flecha, te desangrarás poco a poco... será lento... esto no puedo arreglarlo. —A Xena se le quebró la voz mientras se lo explicaba—. Si te la saco... serán unos pocos minutos como mucho —terminó Xena. Devlin cerró los ojos y agarró con fuerza la mano de la guerrera, tirando de Xena hasta que su cara quedó a pocos centímetros de la de la guerrera herida. Con dolor, la guerrera rubia le susurró algo a Xena y la mujer morena miró a Gabrielle. Xena tenía los ojos llenos de lágrimas al mirar a su bardo. —Quiere que le pague la deuda que tengo con ella. —Xena le repitió a Gabrielle las palabras de Devlin—. Quiere que la sostengas mientras muere. Los sollozos de Gabrielle se hicieron más intensos y miró a su propia guerrera con ojos interrogantes. Xena asintió y ayudó a colocar a la mujer caída entre los brazos de la bardo. Apoyando una mano en el hombro de Devlin, Xena se limpió con un paño que le pasó Ephiny. Colocando los dedos alrededor del astil de la flecha, Xena miró a los ojos a la mujer que tanto había dado por ella. Devlin

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sonrió de medio lado y en ese momento Xena tiró con todas sus fuerzas y de un solo movimiento rápido, la flecha se soltó. La sangre brotó a chorros de la herida irregular, empapando a las personas y el suelo alrededor de la guerrera caída. Xena dejó que las lágrimas cayeran por su propia cara al tiempo que sujetaba la mano de la guerrera. ¿Cómo podía rechazar esta última petición agonizante de una guerrera que lo había dado todo para devolverle a Xena la vida entera? Morir en brazos de Gabrielle, la joven reina amazona de quien Devlin estaba tan enamorada. ¿No habría sido ése el deseo de la propia Xena? —Nooo —lloró Gabrielle, poniendo la mano sobre la herida y apretando con fuerza el cuello de la guerrera. La sangre siguió manando entre los dedos de la bardo. Devlin alzó una mano débil y apartó la mano de Gabrielle de su cuello, haciéndole un gesto negativo a la bardo. La guerrera sonrió por última vez y cerró los ojos.

—¿Gabrielle? —Xena estaba justo en la entrada de la tienda que compartían Gabrielle y ella y la joven acababa de ponerse un corpiño de cuero. Xena entró en la tienda, pasando ante el montón de ropa ensangrentada que la bardo se acababa de quitar. —¿Brie? —Xena le había dado a Gabrielle el espacio que pensaba que necesitaba, pero ahora se estaba empezando a preocupar un poco por la joven. —Lo sé... tengo que ir a la enfermería... —Gabrielle pasó al lado de la guerrera—. Y luego tengo que comprobar las provisiones y...

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—Brie, para —ordenó Xena, cogiendo a la joven por la cintura con un brazo y estrechándola con fuerza contra su cuerpo—. Está bien desahogarse —dijo Xena suavemente. Gabrielle se volvió entre los brazos de la guerrera, se aferró a su amante y se echó a llorar sin control. Xena no podía hacer nada salvo sostener a la joven y susurrarle al oído palabras tiernas de amor y consuelo. La guerrera no paraba de repetirse que el campo de batalla no era lugar para Gabrielle, que no contaba con las defensas de la guerrera para soportar la pérdida de amigos y familiares. Su bardo sentía cada pérdida sucesiva con tanta fuerza como la primera. Xena se sentó en una silla y se puso a la joven en el regazo, dejándola llorar hasta que se quedó sin lágrimas. —Gracias, Xe —susurró Gabrielle. Eponin entró corriendo en la tienda. —Perdóname, majestad... se han puesto otra vez en marcha y parece que Kirren va con ellos. Gabrielle se levantó y miró a Xena mientras ésta se levantaba de la silla. A la guerrera se le ocurrió un millón de argumentos que utilizar para mantener a Gabrielle apartada de esta batalla, que seguramente sería la última. Sin embargo, al mirar a la mujer que estaba a su lado, vestida con el cuero y la armadura de una amazona, no vio a la chiquilla de Potedaia que necesitaba que la Princesa Guerrera la rescatara. Xena vio a una mujer fuerte, a una dirigente competente, a una persona dispuesta a vivir y morir para proteger a su pueblo, a sus amigos y su integridad. A una reina amazona. La guerrera vio la vara de la joven reina apoyada en la pared de la tienda, cerca de la entrada. Cogió la vara y se la lanzó a su compañera.

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—Cuídate —dijo Xena. —Lo mismo te digo —contestó Gabrielle con decisión.

Habían cambiado las tornas y los soldados de Kirren que no estaban muertos o agonizando empezaron a huir. Quedaban unos cincuenta hombres que se negaban a rendirse y todos parecían concentrados en la Princesa Guerrera a la vez. —¡Ayah... ayah! —Xena gruñía y gritaba con cada estocada y corte que hacía su espada al hundirse en la carne humana que la rodeaba. El campo estaba cubierto de la sangre de los hombres y las amazonas por igual. La guerrera se estaba cansando por el esfuerzo de agarrar la empuñadura de su espada empapada de sangre. Al poco, dejó de ver... dejó de sentir... dejó de pensar... dejó de oír los ruidos de la batalla a su alrededor: sólo oía el ruido de su propia sangre palpitando en sus oídos. Sólo veía el movimiento rápido como el rayo de su espada al enviar un alma tras otra al juicio de Hades. Estaba más allá del sentimiento o del interés, vacía de todo salvo de la habilidad que la impulsaba a conquistar. Sus ojos perdían parte de su color azul con cada golpe que daba, hasta que la bruma oscura de la sed de sangre le arrebató por completo el color de los iris. Cualquier hombre que aquel día luchó con ella y sobrevivió, juraba que ese día había mirado a la muerte a los ojos.

—¿Me recuerdas? —gritó Gabrielle por encima de los ruidos del combate. Kirren se volvió al oírla y la joven reina torció el cuerpo con fuerza, lanzando todo su peso con el golpe de derecha que le asestó con la vara.

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Kirren aguantó bien el golpe, teniendo en cuenta que así había roto la mandíbula a más de un soldado durante el día. Se le escapó la espada por el aire y cayó de rodillas, pero rodó en cuanto dio en el suelo y se sacó un puñal de la bota, lanzándose contra la bardo con expresión atónita. Gabrielle estaba demasiado agotada para parar todo el peso del cuerpo de la mujer: cayó debajo de Kirren y las dos forcejearon para controlar el puñal que tenía la guerrera en la mano. —¡Lo habrás conseguido una vez, pero no se puede burlar a Hades una segunda!

—gritó Kirren enloquecida, levantando el puñal por encima de la

cabeza. Gabrielle sabía que no tenía fuerzas suficientes para evitar que el puñal de la guerrera se clavara en su corazón y miró a los ojos vacíos y dementes de la mujer que tenía encima. La bardo aguantó la respiración y esperó lo inevitable. De la garganta de Kirren brotó un gorgoteo al tiempo que en los labios se le formaban pompas rosáceas de sangre. Se le cayó el puñal de la mano y la guerrera miró primero a Gabrielle y luego su propio pecho, donde la punta de una hoja de metal asomaba por el esternón. Una gran mancha roja se fue extendiendo despacio por el pecho de Kirren, luego se oyó el roce del metal contra el hueso y la punta de la espada desapareció. Ephiny le quitó de encima a Gabrielle el cuerpo de Kirren antes incluso de que la malvada guerrera supiera que estaba muerta. Se agarró débilmente a la muñeca de Gabrielle al caer de costado, luchando por respirar. —Que te den —bufó Gabrielle, empujando a la mujer moribunda para echarla del todo en el suelo. Para cuando el cuerpo de Kirren cayó sobre la hierba manchada de sangre, Hades ya la estaba esperando.

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El sudor se metía en los ojos de la guerrera y la sangre y la mugre cubrían su cuerpo mientras giraba para enfrentarse al siguiente atacante. Parpadeó con fuerza, moviendo los ojos de un lado a otro, con los pulmones en llamas al intentar hacer acopio del aire que tanto necesitaban. Xena se dio cuenta de que no había nadie más. Había vencido al enemigo y ahora cayó sobre una rodilla, intentando vencer al enemigo interior. La guerrera apoyó la frente en el antebrazo, que descansaba sobre la empuñadura de su espada, cuya punta estaba clavada en la tierra teñida de rojo. —¿Xena? —Eponin alargó una mano con cautela hacia su amiga. —¡No me toques! —bufó Xena, apretando la mandíbula espasmódicamente. —Xena, ¿estás herida? —preguntó la amazona. —No es sangre mía —dijo Xena en voz baja—. ¿Gabrielle? —Xena miró a la guerrera, con los ojos llenos de pánico repentino. —Está bien, está en el campamento atendiendo a los heridos en la enfermería. Kirren está muerta —añadió Eponin. —No quiero que Gabrielle me vea así —dijo Xena, poniéndose en pie. La guerrera todavía tenía los ojos un poco desorbitados y el pelo pegado de sangre y el cuerpo cubierto de despojos—. Tengo que llegar a mi tienda... no dejes entrar a Gabrielle. Eponin ayudó a la guerrera a entrar en el campamento y en su tienda y luego montó guardia con decisión ante la entrada de la tienda. Gabrielle parecía más tranquila que unos momentos antes. Se enteró de que Xena había regresado ilesa al campamento y la joven reina dio gracias en silencio a Artemisa, dirigiéndose a su tienda.

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—Dioses, ¿por qué yo? —murmuró Eponin por lo bajo al ver a Gabrielle caminando hacia ella. Gabrielle intentó pasar al lado de la amazona, pero la guerrera colocó el cuerpo delante de la joven. —Mi reina —dijo Eponin nerviosa—, sería mejor que no entraras. —¿Xena está herida? —preguntó Gabrielle, temiéndose que no le habían dicho la verdad. —En realidad, es orden de Xena... Gabrielle, no está precisamente... en su ser todavía —añadió Eponin en voz baja. Gabrielle parecía herida por lo que había dicho la amazona. La joven reina intentó imaginar una razón, un motivo que explicara la actitud de Xena. No está precisamente en su ser. Hacía mucho tiempo que la guerrera y ella no participaban en una batalla como ésta: era la primera desde que se habían hecho amantes. Gabrielle había ido desconfiando cada vez menos del tiempo que la guerrera pasaba a solas después de una gran batalla, suponiendo que buscaba algún tipo de descarga física o sexual. Pero ahora eran amantes y Gabrielle sabía que si no empezaban ahora, la próxima vez sería aún más difícil. —Aparta, Eponin —ordenó Gabrielle. —Gabrielle... —dudó Eponin. —Eponin, tal vez deberías refrescarme la memoria... ¿es Xena la reina de la Nación Amazona? —preguntó Gabrielle, sorprendiendo a su amiga. —No, mi reina.

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—¿Necesito entonces recordarte a quién sirves? —No, mi reina —contestó Eponin, echándose a un lado. —¿Ep? —Gabrielle le puso una mano en el hombro a la guerrera—. Si parece que mi vida corre peligro... entonces puedes protegerme. Algunas cosas... incluso aquellas a las que no nos gusta enfrentarnos, son cosas que Xena y yo tenemos que solucionar por nuestra cuenta. Eponin apartó el faldón de la tienda para que pasara Gabrielle, pensando que su amiga nunca se había parecido más a una reina como en este momento.

Gabrielle entró en la tienda y se vio rodeada de inmediato de una energía enigmática que manaba de la guerrera y hacía crepitar el aire del refugio de lona. Xena estaba al fondo de la tienda, con la armadura de combate todavía puesta, de pie en una pequeña bañera. A su lado había una bañera grande llena de agua humeante. La guerrera sostenía con los brazos un cubo de madera por encima de su cabeza y el agua caliente caía sobre su cara, su pelo y su cuerpo. Daba la espalda a Gabrielle y no pareció advertir que la joven reina había entrado en la tienda. Xena se agachó para llenar otro cubo de agua y repitió el proceso. La bardo vio trocitos de hueso, sangre y otros despojos que se soltaban del cuerpo y la armadura de la guerrera y caían a la bañera en la que estaba. Cuando se hubo quitado del cuerpo la mayor parte de la batalla, Xena se irguió, sosteniendo el cubo vacío con brazos temblorosos. Levantó la cabeza y la ladeó ligeramente al tiempo que olfateaba el aire. Sus sentidos eran extraordinarios en circunstancias normales, pero atrapada como aún estaba en la pasión de su lujuria de combate, eran sobrenaturales. —Ga-bri-elle —dijo con tono de advertencia—, sal de aquí.

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La reina no se movió y Xena tiró el cubo al suelo y salió de la bañera, volviéndose para mirarla. El agua chorreaba por el cuerpo de la guerrera y seguía sangrando por una serie de cortes y rajas sin importancia y demasiado pequeños para cerrarlos con puntos. Gabrielle apenas los vio, pues estaba centrada en los ojos de la guerrera, que avanzaba despacio por la tienda hacia la reina. Alargando la mano, Xena agarró bruscamente a la bardo del brazo y se la acercó, soltando un grave gruñido desde lo más hondo del pecho. Sus ojos se encontraron y Gabrielle vio que en los de la guerrera todavía había la bruma apasionada del campo de batalla. Esa lucha entre la vida y la muerte que, cuando vencía, le daba a la guerrera unos poderosos sentimientos y sensaciones de que podía, de que realmente necesitaba conquistar a todo el mundo y celebrar todos los aspectos físicos de estar viva. Esto era la lujuria de combate, y Gabrielle nunca hasta ahora había visto los ojos de su amante dirigiéndola hacia ella. Tal vez en una ocasión... con las Hordas, pero en aquel entonces no sabía en realidad qué era la lujuria de combate. Todos los guerreros usaban distintos métodos para dominar la lujuria de combate. Para la Princesa Guerrera siempre había sido el sexo. En los días en que el sexo para ella era un arma para conseguir poder, ambos acabaron unidos de modo inextricable. Si alguna vez alguien le hubiera preguntado a la joven reina si pensaba que Xena le podría hacer daño de forma consciente, la respuesta habría sido siempre un no tajante. Ahora, la bardo tenía ante sí a una mujer que no era del todo consciente de quién era ella, ni siquiera de dónde estaba. La reina amazona tuvo que hacer acopio de hasta el último vestigio de valor que tenía para mirar a esos ojos, vidriosos de lujuria, y no comunicarle ese miedo a su amante. El cuerpo entero de Xena se puso a temblar y a estremecerse al intentar reprimir las sensaciones que inundaban su cuerpo y su cerebro. Su esfuerzo por controlar sus deseos se fue imponiendo hasta que Gabrielle puso una mano tierna sobre el brazo de la guerrera.

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Los relucientes ojos azules se aclararon por un instante, examinando las profundidades verdes de los de su amante. —Por favor... Gabrielle... vete —dijo entre dientes. Los ojos de Gabrielle brillaban con su propio fuego. —Soy tu amante, Xena... No voy a dejarte para que te des alivio con tu propia mano. —Se quitó del brazo la mano férrea de la guerrera y colocó con ternura la palma de la mano de su amante sobre el colgante que llevaba alrededor del cuello—. Te pertenezco... yo soy la mujer, y ninguna otra, a cuya cama vas a acudir en busca de placer o alivio —dijo Gabrielle suavemente. Xena apretó con la palma el colgante que reposaba sobre el corazón de su bardo, como para absorber cierto grado de calma a través de la joya. Al estar tan cerca del objeto de su deseo, Xena se apoyó en la bardo y aspiró el olor poderosamente excitante de Gabrielle. Nada habría satisfecho más a su libido nublada por el combate que asaltar sexualmente a su amante ahí mismo, pero se contuvo. —Tengo miedo, Brie... —susurró al oído de la bardo—. Miedo... de hacerte daño. No sé si podré controlarme una vez empiece. La respuesta de Gabrielle fue enredar los dedos en el pelo negro y húmedo de Xena y pegar con firmeza la boca de la guerrera a la suya, y cuando la lengua de Xena se deslizó vacilante en la boca abierta de la bardo, la guerrera estuvo segura. Cuando Xena metió la lengua entre los labios suaves de Gabrielle, la bardo gimió al sentir el familiar sabor de su amante que le llenaba la boca. Apartándose para respirar, la bardo susurró las palabras que acabaron con el poco control que le quedaba a la guerrera.

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—Necesito conocerte entera, Xena... ¡a la mujer y a la guerrera! —suplicó la reina amazona. La actitud de Xena cambió ante los ojos de Gabrielle, pues el demonio de la guerrera llamó a la lujuria de combate que se alzaba y movía bajo la superficie. Con un profundo suspiro, la guerrera dio vida a la bestia y la dejó libre. Xena se pegó a la mujer más joven, magullándole el cuerpo más menudo con su armadura mojada. Sus dedos se metieron por el pelo de Gabrielle y, agarrando

agresivamente

los

mechones dorados

con

una

mano,

llevó

bruscamente los labios de la bardo a los suyos. El beso fue frenético y lleno de necesidad, poderoso y urgente. La boca de la bardo atrapó el gruñido fiero que soltó la guerrera. Gabrielle se puso a soltar las hebillas que sujetaban el peto y las hombreras de la guerrera. Xena tenía sus propias prioridades. La guerrera empujó a la joven contra la mesa, moviendo febrilmente las caderas sobre su amante y arrancando gemidos de placer a la bardo. Tras levantar a la mujer más menuda de forma que sus nalgas quedaran sentadas en el borde de la mesa, Xena se echó hacia atrás para quitarse el peto aflojado y prácticamente tiró la pesada armadura al otro extremo de la tienda. Se quitó sin miramientos sus propias bragas y agarró el cinturón de la bardo y le quitó de un tirón la falda de un solo movimiento. Tiró una vez y luego dos de la ropa interior de Gabrielle y le arrancó las bragas. La guerrera incrustó la rodilla en el caliente centro de la joven y se movió sobre la abundante humedad que había allí. Una vez más, la guerrera agarró del pelo a Gabrielle y le echó la cabeza hacia atrás para dejarle el cuello expuesto. Besó y mordió todo el cuello de la bardo, succionando la carne hasta que sintió sabor a sangre. A horcajadas sobre el muslo de su amante, Xena no era consciente de nada salvo de su sexo húmedo que se frotaba en la pierna de la bardo. Subiendo las dos manos por la espalda de la bardo, Xena agarró con firmeza el corpiño de cuero y lo rompió, tras lo cual le

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quitó la prenda de los hombros casi con reverencia, comparado con la forma en que había desgarrado el cuero tostado. Xena soltó los hombros de la bardo, se quitó las manos de su amante de alrededor del cuello y se las puso a la mujer más menuda a la espalda con firmeza. Mientras, las caderas de Xena no dejaban de moverse sobre el muslo de su amante. La guerrera notó que las caderas de la bardo se movían hacia arriba y contra ella, se pasó las muñecas de la bardo a la mano izquierda y susurró, dejando que sus labios acariciaran la oreja derecha de la bardo: —¿Es esto lo que quieres? —Y metió los dedos en la humedad caliente que tenía Gabrielle entre las piernas. Gabrielle soltó una exclamación con la voz ronca de pasión e intentó levantar las caderas de la mesa para meterse dentro la mano de la guerrera. —Xena, por favor... —rogó la reina—, necesito sentirte... necesito conocerte entera. Xena metió la mano dentro de la bardo, clavándose en ella con una fuerza que nunca hasta entonces había empleado. La respuesta de Gabrielle sorprendió a la guerrera, pues la joven se puso a empujar con frenesí contra la mano entera de la guerrera, que estaba empapada de la humedad de la bardo. Los gruñidos de placer de Gabrielle atravesaron la niebla libidinosa de la guerrera y unas descargas abrasadoras de deseo empezaron a girar alrededor de su centro. Siguió moviendo la mano derecha dentro de su amante, soltó las muñecas de la joven y alzando la mano izquierda, cubrió con la palma el colgante que llevaba Gabrielle sobre el corazón. —Mía —dijo la guerrera con un gruñido ronco—. Me perteneces, Gabrielle... sólo a mí...

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—Sólo a ti, amor mío —gimió Gabrielle, al tiempo que su propio deseo la empujaba hacia el borde de un poderoso orgasmo. Las palabras de su bardo se apoderaron de las pasiones de la guerrera y se clavaron en su alma. Se dejó caer en el torbellino que giraba enérgicamente a su alrededor y perdió la conciencia de todo salvo del fuego que tenía en el centro y del movimiento de su brazo que transportaba a Gabrielle con ella. Ambas mujeres gritaron el nombre de la otra cuando cayeron al centro del vórtice juntas, sintiendo que el aire cobraba vida lleno de poder y luz. Mientras se aferraban la una a la otra y jadeaban sin aliento, la guerrera volvió el cuerpo para apoyarse en la mesa, acunando a la bardo en sus fuertes brazos. Pasó un largo rato hasta que las dos consiguieron controlar la respiración y entonces Xena se puso a mover las manos ligeramente por la carne expuesta del pequeño cuerpo de la bardo, sin parar de darle besos cariñosos en la boca. Gabrielle se dio cuenta de que los ojos de la guerrera todavía ardían con un fuego tácito. —¿Qué ocurrre, amor? —preguntó la reina entre beso y beso. —Gabrielle... necesito... —susurró Xena con la voz aún ronca de emoción. —Lo que quieras, Xe... lo que quieras —replicó la bardo con ternura. —Necesito sentirte... dentro de mí... Gabrielle llevó despacio a la guerrera hacia la bañera y, colocándose detrás de ella, aflojó los cordones de la túnica de cuero de la guerrera. La joven reina le quitó las botas a la guerrera y luego bajó la túnica de cuero y se la quitó a Xena del cuerpo, la cogió de la mano y la llevó al agua todavía caliente. Pasó el jabón por sus cuerpos, eliminando los últimos vestigios de la batalla, y masajeó los

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músculos llenos de tensión hasta que la guerrera se sintió tan blánda como el agua que rodeaba a las dos amantes. Xena se recostó en la pared de la bañera y Gabrielle se sentó a horcajadas sobre las caderas de la guerrera. Echándose hacia delante para atrapar los labios de la bardo, la guerrera gimió con el beso al notar el tronco de la joven pegado con firmeza al suyo, las fuertes piernas alrededor de su cintura y el cálido centro de la bardo pegado a su vientre, justo encima de sus propios rizos. Deslizando una mano entre las dos, Gabrielle bajó por los rizos oscuros que tenía la guerrera entre las piernas. Xena echó la cabeza hacia atrás y gruñó apasionadamente cuando la bardo la penetró con dos dedos. Xena se deleitó en la tranquila penetración de la bardo, ahora sin prisas y tierna. Pegando su propia mano con firmeza al sexo de la bardo, acarició con ternura la carne hinchada. Con delicadeza, la acarició entera, sin tocar la protuberancia endurecida que no tardó en solicitar su atención. Abrazadas estrechamente, la reina y su guerrera se llevaron mutuamente a un orgasmo simultáneo y apacible que las dejó a las dos no sólo saciadas, sino además contentas. Mientras yacían satisfechas la una en brazos de la otra, la guerrera levantó con cuidado la barbilla de su bardo y depositó un beso bien merecido en los labios de Gabrielle.

Hubo muchas lágrimas cuando Cirene recibió a sus hijas, dando gracias a los dioses que habían escuchado sus plegarias. Al principio, la posada fue un lugar sombrío, mientras las amazonas heridas iban recuperando la salud y todos los que se habían visto implicados en la batalla se enfrentaban a sus demonios personales. Sin embargo, la alegría no tardó en volver a los ojos de todos.

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Era como si todo el mundo se dejara influir por la guerrera y su bardo. Al principio, las dos estuvieron calladas y se mantuvieron aparte, cenando en su habitación y manteniendo largas conversaciones por la noche. Como todo en la vida, por fin consiguieron encajarlo todo en su sitio y ver las cosas desde una nueva perspectiva. Estaban todas reunidas alrededor de una gran mesa de la taberna, después de haber escuchado una de las historias de Gabrielle. —Sabes, Eph —empezó Gabrielle—, al final no he sabido cómo es que todas vosotras conseguisteis llegar aquí tan deprisa... ¿qué pasa? Xena levantó la cabeza de golpe y echó una mirada fulminante por la mesa. Ephiny se puso a soltar ruidos incoherentes. Las miradas que le echaba la Princesa Guerrera estaban empezando a ponerla nerviosa. Entretanto, Gabrielle se echó hacia delante, esperando con inocencia a que la regente contestara, mientras el resto de la mesa descubría cosas interesantísimas en el fondo de sus jarras. —Pues, mm... pues... aah... —Ephiny clavó la mirada en Xena, gritándole a la guerrera mentalmente, Haz algo, Xena... lo que sea... ¡pero ya, ya, ya! Fue entonces cuando Xena hizo lo único que se le ocurrió en ese momento. Derramó el contenido entero de su jarra sobre el pecho y el regazo de Gabrielle. —Por los dioses —exclamó Gabrielle, levantándose de un salto cuando el oporto le empapó el corpiño y la falda. —Cuánto lo siento, Brie. Será mejor que pongas eso a remojo ahora mismo... vamos, deja que te ayude —dijo Xena, tirando de la mano de la bardo para llevarla a su habitación.

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—Xena, ¿estás segura de que te encuentras bien? —preguntó Gabrielle mientras se lavaba el oporto del cuerpo con un paño húmedo. —Claro... es sólo que he estado un poco manazas, creo —contestó Xena mientras metía la ropa de la bardo en un cubo de agua para dejarla a remojo durante la noche. La guerrera se volvió hacia la bardo, una bardo muy desnuda, y sintió un fuerte ataque de calor por todo el cuerpo. Colocándose detrás de la joven, Xena se puso a susurrar al oído de la bardo todas las razones que se le ocurrían para no volver abajo. Cuando la bardo le estaba quitando a la guerrera la túnica de cuero, Xena tuvo la impresión de que había un motivo por el que no quería que Gabrielle volviera abajo, pero aparte de lo evidente, en ese momento no lograba acordarse.

192 Tal y como había previsto, Xena vomitó. No tenía el estómago tan atacado de nervios desde que era pequeña. La guerrera se enjuagó la boca y masticó un puñado de hojas de menta para calmarse el estómago. ¡Creo que no vomitaba desde que tenía cinco años! Xena se habría sentido mucho menos enferma si pudiera estar segura de que esto era lo que quería Gabrielle. ¿Y si me rechaza... delante de todo el mundo? —Estás estupenda —mintió Eponin. —Ya —contestó Xena—. Me sentiría mucho mejor si supiera cuál va a ser su respuesta —dijo Xena con voz temblorosa—. Ella habla contigo, Ep... ¿qué va a decir? —Xena, no te puedo decir lo que Gabrielle y yo hablamos en privado... ¡aaah! ¡Shena... shuéldame la cada!

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La guerrera había agarrado la cara de la amazona y se puso a apretar las mejillas de Eponin hasta que se le empezó a poner la cara azul. —A ver si me entiendes, Ep... ¡o me lo dices o... te... mato! —bufó Xena. —Shí... ¡la deshbueshda shedá shí! —Eponin se soltó y se estiró y masajeó los músculos faciales para aliviarse el dolor. Xena miró a la amazona con ojos aterrorizados. —Me quiere de verdad, ¿no, Ep? —preguntó Xena, aunque ya conocía la respuesta. Eponin sonrió, meneando la cabeza al mirar a la guerrera normalmente estoica y reservada. —Sí, Xena... te quiere de verdad. Xena sonrió al oírlo y su lenguaje corporal indicó el cambio de sus emociones. —Mm, por cierto, Ep... eso de "matarte"... bueno, era una broma. ¿Me perdonas? —Ya —contestó la guerrera, frotándose la mandíbula dolorida.

—Majestad —le dijo Ephiny a Gabrielle con formalidad. —¿Eph? —preguntó Gabrielle. Era mediodía y la bardo acababa de contarles unas historias a unos niños. Estaba sentada a una mesa pequeña, bebiendo una taza de té con Cirene y preguntándose por qué todavía no había empezado a llegar la gente para comer.

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—Ha venido una persona con una petición para la Nación Amazona y una solicitud formal para la reina —declaró Ephiny crípticamente. —Vale. —Gabrielle se levantó para seguir a la regente. —Tendrás que ponerte ropa oficial —dijo Ephiny. —Bueno, tardaré un momento en ponerme el cuero... —empezó a decir Gabrielle. —En realidad, tienes unos dos marcas hasta que llegue. —Ephiny cogió a Gabrielle del brazo y tiró de la reina para llevársela arriba—. Yo te ayudo. —Y yo —dijo Cirene, levantándose de la mesa—. Un buen baño caliente te vendría muy bien para relajarte —dijo, tirando del otro brazo de Gabrielle. —Pero si ya estoy relajada —protestó Gabrielle mientras las dos mujeres se la llevaban arriba prácticamente a rastras.

Gabrielle tuvo que reconocer que se sentía mejor después del baño. Cirene la había ayudado a recogerse el pelo para apartárselo de los hombros y la regente estaba detrás de la joven reina ajustándole las hombreras. —Eph, ¿quién trae esta petición? —preguntó Gabrielle. —Mm... una princesa —contestó Ephiny con cautela. —¿Y qué quiere? —Aah... formar una alianza —sonrió Ephiny. Gabrielle se ajustó las botas una última vez.

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—¿Tú qué opinas... esta alianza te parece buena idea? —Bueno, creo que eso realmente lo deberías decidir tú. Es decir, escucha la petición y piensa a ver si te convence. —¿Pero no tienes una opinión? —preguntó Gabrielle. —La verdad es que mi opinión personal es que podría ser una alianza muy beneficiosa para ambas partes. ¿Estás lista? —preguntó Ephiny, intentando eludir cualquier otra pregunta de su reina.

Ephiny llevó a Gabrielle al porche de entrada de la posada. Había cuatro escalones hasta lo alto del porche y habían acordado que sería un estrado perfecto. Cuando Gabrielle salió por la puerta de la posada vio que el camino estaba flanqueado de amazonas a cada lado y todas cayeron sobre una rodilla al ver a su reina. Gabrielle puso los ojos en blanco. ¡Dioses, cómo odio que hagan eso! Empezaron a sonar unos tambores y las amazonas arrodilladas se levantaron y se cuadraron cuando una procesión empezó a subir por el camino. Eponin iba al frente de diez amazonas a caballo. Todas llevaban una pequeña tira de seda morada atada alrededor del brazo. La procesión llegó despacio y la guerrera desmontó. Eponin desenrolló un pergamino y se puso a leer. —Pueblo de la Nación Amazona. Hoy se presenta una petición ante nuestra Nación. Por primera vez desde que Gabrielle se convirtió en nuestra reina, alguien de fuera de nuestra aldea se presenta con una propuesta de matrimonio. ¿Qué decís, amazonas? ¿Permitimos que la persona que lo solicita presente sus argumentos ante nuestra reina? —terminó Eponin. —Sí —dijeron a la vez casi setenta amazonas.

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Si Gabrielle se hubiera quedado más boquiabierta, se le habría caído la mandíbula al suelo. ¡¿Matrimonio?! ¿Pero están locas? Eponin se situó delante de Gabrielle y cayó sobre una rodilla, dejando el pergamino a sus pies. —Mi reina, la Nación Amazona ha dado su permiso para que una persona de fuera te pida que te unas a ella en una ceremonia de unión. ¿Permites que esta persona defienda sus argumentos? Gabrielle observó los rostros de sus amigas y súbditas, preguntándose de repente dónde estaba Xena. Al principio ni se le había ocurrido pensar que su amante no estaba allí. ¡No puede ser! Ella no haría... no podría... Xena se tiraría sobre su propia espada antes que presentarse ante toda esta gente... ¡incluso por mí! Con todo, la reina tenía que saberlo y cuando asintió automáticamente con la cabeza, una nueva procesión subió por el camino. Gabrielle se quedó sin aliento y tuvo que recordarse que debía respirar. Puedes hacerlo... respira, dentro... fuera. Las veinte amazonas que rodeaban a la solicitante rompieron la formación al llegar cerca de la posada para dejar que Xena se situara a la cabeza del grupo. La morena guerrera llevaba el pelo suelto, que le enmarcaba suavemente la cara y se derramaba por su espalda y sus anchos hombros. En lugar de su armadura de siempre, llevaba ajustados pantalones negros, metidos por dentro de unas botas negras de cuero hasta las rodillas, con adornos de plata. En lugar de su habitual túnica de cuero, la guerrera llevaba una ondeante camisa de seda de manga larga, cuyo color morado quedaba algo oculto bajo el chaleco negro de cuero cerrado por delante con hebillas. La procesión se detuvo por fin y Xena desmontó. Gabrielle tenía los sentidos absolutamente sobrecargados. Cuando Xena se quedó allí plantada, con la mirada azul clavada en la reina, sus pantalones ajustados y la forma en que le sentaba el chaleco de cuero no dejaban lugar a

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dudas de que se trataba de una mujer. De ser posible, en realidad parecía más femenina con este atuendo que con su reveladora túnica de cuero, pero exactamente igual de poderosa. —Majestad. —Xena hizo una profunda reverencia. Al darse cuenta de que la guerrera estaba esperando a que ella hiciera algún gesto antes de continuar, Gabrielle asintió. Xena se volvió hacia las amazonas y, respirando hondo, habló con voz alta y clara. —Pueblo de la Nación Amazona, os doy las gracias por permitirme hacer esta petición. —Y la guerrera volvió a inclinarse. Xena caminó hacia la reina, despacio, cada paso pleno de elegancia y poder. Dejándose caer sobre una rodilla, la guerrera se quitó el chakram del cinto y desenvainó la espada que llevaba enfundada a la espalda. —Reina Gabrielle, soy Xena de Anfípolis. Sólo soy una guerrera. No tengo riquezas con las que tentarte ni reinos con los que aliarte. En realidad, tengo muy poco que ofrecerte. Xena dejó sus armas a los pies de la reina. —Lo poco que tengo te lo entrego de buen grado. Te ofrezco mi espada, para protegeros a ti y a tu pueblo hasta que no me quede aliento. Te ofrezco mi cuerpo, para darte consuelo, seguridad y placer hasta que dejemos de pertenecer a este plano mortal. Sin embargo, en este momento no puedo entregarte mi corazón. Un murmullo grave corrió por la multitud y Gabrielle levantó una mano para acallarlo, sin dejar de mirar a la guerrera. Cuando volvió a hacerse el silencio, la guerrera continuó.

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—Como he dicho, en este momento no puedo entregarte mi corazón, pues, a fin de cuentas, si te fijas bien, te darás cuenta de que ya lo posees. Has sido dueña de mi corazón desde el primer momento en que te vi. Xena se alzó y subió los escalones de la posada. Arrodillándose ante la joven reina, cogió la mano de la joven con la suya. —Gabrielle, eres la única mujer a la que he hecho y haré esta pregunta... ¿quieres casarte conmigo? Gabrielle nunca en toda su vida se había sentido tan especial, tan querida. Había renunciado a la esperanza de que Xena quisiera alguna vez comprometerse de una forma tan completa y, ni en sus fantasías más calenturientas, había llegado a soñar que la guerrera pudiera montar tal espectáculo. Se sentía emocionada y asustada al mismo tiempo. Estaba sin habla. Sin embargo, Gabrielle era bardo, y la espectacular presentación y el amor que sentía por esta mujer la impulsaron a lucir su propia capacidad verbal. —Dices que tienes muy poco que ofrecerme. Yo creo que subestimas tu propia valía —dijo Gabrielle, empezando a animarse con el tema—. Pero acepto lo que me ofreces, guerrera. Acepto tus armas y espero de ti que seas la campeona de mi trono y la defensora de mi honor. Acepto también tu cuerpo —continuó, enarcando una ceja con aire sugestivo—, y espero de ti que sirvas únicamente a mis necesidades y a las de nadie más. Y tu corazón... me quedo con tu corazón y te doy otro a cambio. Ahora te entrego mi corazón, que tú robaste hace ya tanto tiempo. Gabrielle se volvió hacia la madre de Xena. —Cirene, ¿todavía lo tienes? Cirene sonrió y sacó el paquete de cuero de su faltriquera.

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—Sí, Xena de Anfípolis, me quiero casar contigo —dijo, con los ojos tan llenos de lágrimas como los de la guerrera. Gabrielle alzó el collar que había hecho para su guerrera, de modo que todos lo vieran. —Xena, por favor, acepta este collar como prueba de mi buena fe, como voto de mi sinceridad y como símbolo de mi amor por ti. Gabrielle se inclinó y depositó un cálido beso en los labios de la guerrera, tras lo cual pasó el collar por la cabeza de Xena. El aire estalló de inmediato con aplausos y gritos mientras la reina amazona ponía de pie a la guerrera y hacía lo que la guerrera había pensado en hacer algún día: besarla a fondo, delante mismo de su madre. —Guau —dijo Xena cuando las dos se separaron por fin. —¿La mejor guerrera de Grecia y lo único que se te ocurre decir es guau? —le tomó el pelo Gabrielle. —No sé... me parece que eso lo dice todo —dijo Xena con una sonrisa.

FIN

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