[Literatura Alfaguara.] Blanchot, Maurice - Aminadab (1981, Alfaguara)

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OTRAS OBRAS DEL AUTOR

THOMAS L'OBSCUR FAUX PAS L'ARRET DE MORT LE TRES-HAUT LA PART DU FEU AU MOMENT VOULU CELUI QUI NE M'ACCOMPAGNAIT PAS L'ESPACE LITERAIRE LE DERNIER HOMME LE LIVRE A VENIR L'ATTENTE L'OUBLI L'ENTRETIEN INFINI L’AMITIE

Maurice Blanchot Aminadab Traducciôn de Jacqueline y Rafael Conte

EDICIONES ALFAGUARA

TITULO ORIGINAL: AMIN ADAB

EDITIONS GALLIMARD, 1942 DE ESTA EDICION:

EDICIONES ALFAGUi PRINCIPE DE VERGARA, 81 MADRID-6 TELEFONO 261 97 00 1981 ISBN:84-204-2207-X DEPOSITO LEGAL: M. 3.893-1981

j l E ra pleno dîa. Thomas, que hasta entonces habîa estado solo, vio con agrado a un hombre de aspecto fornido, tranquilamente dedicado a barrer delante de su puerta. La persiana metâlica de la tienda estaba medio abierta. Thomas se inclinô un poco y vislumbrô en el interior a una mujer, acostada en una cama que ocupaba todo el sitio que dejaba libre el resto de los muebles. El rostro de la mujer, aun vuelto hacia la pared, no escapaba a su vision: suave y febril, atormentado y, sin embargo, ya verlcido por la fatiga, eso era. Thomas se enderezô. No tema mas que seguir su camino. Pero el hombre que barria le detuvo: —Pase —dijo mientras tendîa el brazo hacia la puerta e indicaba el camino a seguir. Eso no entraba en las intenciones de Thomas. Se acercô, sin embargo, para ver de mas cerca al hombre que le hablaba con tanta autoridad. Lo mas notable era sobre todo su vestimenta. Un chaqué negro, un panta­ lon gris a rayas, una camisa blanca (cuyos punos y cuello estaban levemente arrugados), cada una de las piezas del traje mererîa la pena ser examinada. Thomas se interesô en estos detalles y para poder demorarse al lado de su vecino le tendiô la mano. No era exactamente el ademân que hubiera querido hacer, pues seguîa pensando alejarse sin entablar relaciones mas estrechas.

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Probablemente el hombrc lo advirtiô. Mirô la mano tendida y, tras dirigirle un vago signo de cortesîa, volviô a barrer, despreocupândose en esta ocasiôn de lo que ocurrîa en su torno. Thomas se sintiô profundamente irritado. La casa de enfrente despertaba a su vez, sonaban los postigos, las ventanas se abrian. Podîan verse pequenos cuartos que debîan servir de alcobas y cocinas y que presentaban un aspecto sucio y descuidado. La tienda parerîa infinitamente mas cuidada, atraia y gustaba como un lugar donde sdtfa agradable descansar. Tho­ mas se dirigiô resueltamente hacia la entrada. Mirô a izquierda y derecha, y su mirada se fijô después en un objeto que no le habia llamado la atenciôn y que se encontraba en el escaparate. Se trataba de un retrato, cuyo valor artîstico no debia ser grande, pintado sobre un lienzo en que podian verse todavia los restos de un cuadro anterior. El rostro, torpemente representado, desaparecia tras los monumentos de una ciudad medio destruida. Lo mejor del cuadro era un ârbol escuâlido colocado sobre un verde césped, pero desgraciadamente terminaba por esfumar el rostro que debîa ser el de un hombre barbilampino, de facciones vulgares y favorable sonrisa, al menos por lo que se podia imaginar al prolongar las lineas sin césar interrumpidas. Thomas examinô pacientemente el cuadro. Distinguia casas muy altas, provistas de numerosas ventanillas colocadas sin arte ni simetria, algunas de ellas iluminadas. Habia también a lo lejos un puente y un rio, y quizâ también, pero eso era ya muy difuso, un sendero que desembocaba en un paisaje montanoso. Comparé mentalmente el pueblo al que acababa de llegar con esas casitas apinadas unas en otras, que no formaban mas que una vasta y solemne construcciôn, elevada sobre una comarca por donde nadie pasaba. Después apartô

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su mirada. Al otro lado de la calle, unas sombras se acercaban a una de las ventanas. No se las vria bien, pero una puerta que debîa dar a un vestïbulo mas claro fue empujada y la luz iluminô a una pareja de jôvenes en pie detrâs de las cortinas. Thomas les mirô con discreciôn; el joven se creyô aludido y llegô a acodarse en el alféizar de la ventana: con toda ingenuidad, consideraba al recién llegado. Su rostro era joven; un vendaje cubria la parte superior de su cabeza, ocultando sus cabellos, lo cual le prestaba un aspecto enfermizo del que su adolescencia se mofaba. Con su mirada sonriente disipaba cualquier alusiôn a pensamientos desalentadores, y ni el perdôn ni la condena parecxan poder alcanzar a quien frente a él estuviera. Thomas permaneciô inmôvil. Saboreaba el carâcter sosegado de todo lo que vda, hasta llegar a olvidar cualquier otro proyecto. Sin embargo, la sonrisa no le satisfada y esperaba, asimismo, otra cosa. La muchacha, como si se hubiera dado cuenta de esta espera, hizo con la mano una pequena senal que era como una invitaciôn y acto seguido cerrô la ventana y el cuarto cayô de nuevo en la oscuridad. Thomas quedô muy perplejo. i Podia tomar ese ademân como una auténtica llamada? Mas que una invitaciôn era un signo de amistad. También una especie de despedida. Quedô vacilante. Al mirar hacia la tienda, comprobô que el hombre encargado de barrer también habia vuelto a entrât. Esto le recordô su proyecto inicial. Pero pensô que siempre tendrîa tiempo para llevarlo a cabo mas adelante y optô por cruzar la calle para entrar en la casa. Penetrô en un largo y espacioso pasillo donde le sorprendiô no ver enseguida la escalera. Segun sus câlculos, la habitaciôn que buscaba se encontraba en el tercer piso, quizâ incluso en un piso superior; tenta

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prisa por acercarse subiendo lo mas râpido posible. El pasillo parerîa no tener salida. Lo recorriô con rapidez dando la vuelta compléta. Después, vuelto a su punto de partida, volviô a empezar otra vez, aminorando la marcha en esta ocasiôn, pegândose al tabique del que seguîa las anfractuosidades. Este segundo intento no tuvo mas éxito que el primero. Sin embargo, ya en su primera inspecciôn habîa distinguido una puerta adornada con un espeso cortinaje, por encima de la cual estaba escrito en caractères torpemente trazados: la entrada esta aqul. Allî estaba, pues, la entrada. Tho­ mas volviô a ella otra vez, y reprochândose haberla despreciado, considéré con atenciôn casi dolorosa la puerta maciza, de sôlido roble, de un espesor que parerîa desafïar cualquier ataque, pesadamente colocada sobre goznes de hierro. Era una pieza de ebanisteria diestramente labrada, adornada con esculturas y relieves muy fïnos, y, sin embargo, como conservaba un aspecto tosco y rudo hubiera parecido mas en su lugar en un subterrâneo del que habrxa cerrado herméticamente la salida. Thomas se acercô para mirar la cerradura; inten­ to mover el pestillo y vio que un simple trozo de madera, fuertemente introducido en la piedra, mantenla la puerta en la ranura por donde- se deslizaba. Una pequenez podîa hacerla ceder. A pesar de eso continué indeciso. Entrar era poca cosa, queria ademâs reservarse la posibilidad de salir cuando lo deseara. Tras unos instantes de paciente espera, fue sorprendido por cl ruido de una violenta pelea que parerîa haber estallado de repente al otro lado del tabique. Por lo que pudo juzgar, este incidente se produrîa en una de las habitaciones de la planta baja que habran sido excavadas a nivel inferior al de la calle y que eran de una suciedad repulsiva. El ruido empezô por molestarle, los gritos resonaban de manera desagradable, sin que pudiera

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distinguer cômo llegaban a sus oîdos con tanta sonoridad. No recordaba haber oîdo jamâs gritos tan roncos, estridentes y sofocados a la vez. Se hubiera dicho que la pelea habéa estallado en un ambiente de concordia y amistad tan perfectas que eran précisas terribles maldiciones para destruirlo. A Thomas le molestô, en principio, ser testigo de semejante escena. Mirô a su alrededor y pensé abandonar ese lugar. Pero como los gritos, sin disminuir en intensidad, se hacéan mas familiares, pensé que era demasiado tarde. Levantô la voz a su vez y en medio de tal alboroto preguntô si podéa pasar. Nadie respondiô, pero se hizo el silencio, un extrano silencio en el que se expresaban de manera mas nîtida todavîa que en medio del ruido, las quejas y la cèlera. Seguro de haber sido oido, se preguntô cômo iban a acoger su llamada. Habîa traîdo provisiones, y aunque no tenta hambre, comiô un poco para cobrar fuerzas. Luego, cuando hubo acabado, se quitô el gabân, lo doblô y lo usé como una almohada que colocô bajo su cabeza cuando se echô en el suelo. No tardaron en cerrarse sus pârpados. No ténia ninguna gana de dormir, pero descansaba en un sentimiento de calma que harîa las veces de sueno y le transportaba lejos de allî. Fuera reinaba la misma quietud. Era una tranquilidad tan segura de sî, tan desdenosa, que pensé haber obrado como un tonto no preocupândose mas que de su descanso. ,-Por que permaneria allî, sin hacer nada, por que esperaba un socorro que no llegaria jamâs? Expérimenté una gran nostalgia, pero pronto el cansancio fue todavîa mayor y cayô en el sueno. Al despertar, nada habîa cambiado. Se enderezô a médias, apoyândose en un codo y escuchô unos ins­ tantes. El silencio no era desagradable; ni hostil, ni insôlito, no se dejaba penetrar, eso era todo. Thomas,

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al ver que en el interior de la casa conunuaban olvidândole, buscô otra vez el suefio. Pero, aunque todavîa estaba cansado, tuvo dificultades para volverlo a coger. No, esto no era el verdadero sueno. Era un descanso donde perdîa de vista sus inquiétudes pero en el que, sin embargo, se ponîa mas triste e inquieto. Descanso hasta el punto que, cuando de nuevo estuvo bien despierto, percibiô sin agrado en el umbral de la puerta a un hombre de cabellos hirsutos y ojos turbios que le esperaba. Incluso se sorprendiô desagradablemente. «^•Qué —pensô—, es ése el hombre que me envîan?» Sin embargo, se levantô, sacudiô el abrigo, intentô inütilmente quitar sus arrugas y, tras un buen rato, hizo como que iba a entrar. El guardiân le dejô dar unos pasos y no pareciô comprender sus intenciones hasta que lo vio junto a él, dispuesto a empujarle un poco para conseguir pasar. Entonces le puso la mano en el brazo con un rimido ademân. Estaban tan juntos el uno del otro que se les podîa confundir. Thomas era mas alto. Visto de cerca, el guardiân pareria mas achacoso y desfavorecido todavîa. Sus ojos temblaban. Su traje estaba remendado y pese a la mafia de los zurcidos y la limpieza del conjunto, daba una desagradable impresiôn de miseria y descuido. No se podxan tomar esos andrajos por piezas de un uniforme. Thomas se abriô paso suavemente, sin encontrar resistencia. La puerta solo estaba entornada. Por la abertura se veîan los primeros peldafios de una escalera que descendra hacia una zona mas lôbrega. Se adivinaban uno, dos, très peldafios, pues la luz no llegaba mas alla. Thomas sacô del bolsillo unas monedas, las pasô de una a otra mano, mirando de reojo si esta oferta séria bien acogida. Era difxcil interprétai los pensamientos del guardiân. «^Tengo que hablarle?», se preguntô. Pero antes de abrir la boca, y mientras solo habîa esbo-

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zado un gesto amable, su interlocutor tendiô la mano con presteza y las monedas pasaron al fondo del ünico bolsillo intacto de su chaqueta, un bolsillo muy ancho y profundo rodeado por deslucidos galones dorados. Thomas, asombrado en principio, no tomô a mal el incidente. Se apresurô y buscô el pestillo para empujar la puerta. El guardiân estaba frente a él. Algo habîa cambiado en su actitud.