Light as a feather, stiff as a board - Zoe Aarsen.pdf

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AGRADECIMIENTOS A todas nuestras fantásticas traductoras, les damos nuestro inmenso agradecimiento, su trabajo es maravilloso. Muchas gracias también al increíble equipo de corrección. ¡Chicas todas ustedes son lo máximo! Y un agradecimiento a todos los lectores que paso a paso nos siguieron incansablemente de inicio a fin, ustedes nos dan el ánimo necesario para seguir trabajando en nuevos libros. Moderadora Onnanohino Gin Traductoras Onnanohino Gin Maia8 Val Nox Jhos Lavi Mica:) Nomehodas Correctoras Onnanohino Gin Maia8 Peke chan Megan17 Lavi Jime02 1Inna RoLizzie Recopilación y Revisión Onnanohino Gin & Maia8 Diseño StephannyAl

INDICE Agradecimientos Sinopsis Prólogo Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Epílogo Próximo libro Sobre la autora

SINOPSIS Traducido por Onnanohino Gin McKenna Brady piensa que su próximo curso va a ser el mejor cuando la élite de chicas populares del instituto Weeping Willow la aepta en su grupo, liderado por la preciosa y rubia Olivia Richmond. Antes de ese año, en su ciudad natal, McKenna era conocida como la chica cuya hermana gemela murió en un trágico incendio; así que está entusiasmada por la oportunidad de reescribir su identidad. Ahora, tiene una cita para el baile con el atractivo hermano mayor de Olivia y muchas posibilidades de que la elijan para formar parte del Consejo de Alumnos. Por primera vez desde que sus padres se divorciaron, parece que las cosas mejoran. Desgraciadamente, todo cambia la noche del cumpleaños de Olivia. Hanna, la misteriosa e introvertida chica nueva de la ciudad propone jugar a un juego llamado “Ligero como una pluma, tieso como una tabla”, durante el cual cuenta historias muy detalladas en las que la hermosa Olivia, la estridente Candace y la atlética Mischa, mueren. Para McKenna, no tiene ninguna gracia porque ya escapó de la muerte una vez, pero no quiere arruinar la diversión de las demás. Sólo es un juego, se dice a sí misma. Pero deja de parecer un juego inofensivo cuando una semana después Olivia muere inesperadamente en un violento accidente automovilístico, tal como Hannah predijo. Y algo comienza a perseguir a McKenna, se mete en su habitación por la noche y le deja pistas que siempre parecen apuntar a Hannah. McKenna, ayudada por Trey, su atractivo vecino, quiere averiguar qué tipo de maldición ha echado Hannah a las chicas populares. Mientras Hannah se vuelve cada vez más popular y usurpa la vida que Olivia no llegó a terminar, McKenna y Trey luchan por avanzar en su investigación, sabiendo que el tiempo es limitado, ya que si no acaban con el juego de Hanna, más vidas se perderán.

PROLOGO Traducido por Maia8 Corregido por Jime02

Reconstruyendo los hechos de la fiesta de cumpleaños de Olivia Richmond; ahora veo que mis expectativas originales para esa noche eran tan inocentes, que resultaban lamentables. Era la segunda semana de nuestro tercer año en la escuela secundaria, una semana antes del Baile de Bienvenida. La posibilidad de que un chico lindo me pidiera ir al baile había sido mi principal preocupación desde la noche antes de que comenzaran las clases. Ese año se suponía que iba a ser mi año. Había pasado todas las vacaciones en Florida, con mi padre y su esposa, Rhonda; quién me había ayudado a bajar las veinte libras de grasa que me mantuvieron comprando en las tiendas de tallas grandes a lo largo de la escuela primaria y los dos primeros años de secundaria. Además, durante el verano, me había quitado la ortodoncia que había llevado desde el octavo grado, dejando al descubierto dientes blancos perfectamente rectos. Al volver a casa, a Wisconsin, mi madre había estudiado mi nuevo aspecto y finalmente accedió a comprarme lentes de contacto. Así que estaba sin gafas por primera vez desde tercer grado, cuando se determinó que era corta de vista. Ese tercer año, estaba lista para brillar. Me había casi mágica e inesperadamente vuelto bonita. Realmente bonita. Casi como si alguien hubiera agitado una varita mágica sobre mi cabeza, a cámara lenta durante el verano, poco a poco transformándome. Era lo suficientemente bonita como para que, en los días previos al comienzo de la escuela, mientras estaba de compras con mi mamá, otros chicos se dieran cuenta. El tercer año sería el año en que la gente hablaría de McKenna Brady con admiración y no con desprecio. Y la gente se había dado cuenta. Durante el primer y segundo año, Olivia Richmond nunca me habría invitado a su fiesta de cumpleaños. De hecho, se había burlado de mí por lo menos en dos ocasiones que pudiera recordar. Pero todo había cambiado. Me había mirado en la cafetería ese primer día del tercer año, confusa, tratando de averiguar por qué de repente me veía como si perteneciera a la mesa de las chicas populares en lugar de sentarme con las chicas de mi equipo de Colour Guard. Finalmente, se acercó a mí en el pasillo y me dijo:

—Me gusta tu bolso. No había nada de especial en mi bolso de cuero de imitación barata de Urban Outfitters. Pero sabía lo suficiente sobre las normas sociales de la escuela secundaria, como para reconocer que su cumplido poco tenía que ver con mi accesorio. Se dirigía a mí, a su manera rubia, distante y fresca, porque aprobaba mi transformación. La Escuela Secundaria Weeping Willow era lo suficientemente pequeña como para que cualquier chica linda nueva fuera motivo de chismes; ya fuera simplemente por un cambio reciente, como yo, o una recién llegada, como Hannah. Olivia era lo bastante inteligente como para saber que si reclutaba chicas lindas a su propia camarilla, ninguna jamás, se convertiría en una rival. Tenía ventajas ser la chica más popular en la clase de tercer año. La más envidiable era que Olivia disfrutaba de la completa atención de Pete Nicholson; la estrella del equipo de baloncesto, alto, bronceado y rubio. Lo menos envidiable, era que cualquier otra chica en la escuela quería ser Olivia, y algunas querían tanto pertenecer al círculo iluminado, que habrían hecho cualquier cosa sólo por una invitación. Nunca me había atrevido a aspirar a unirme a sus filas antes de mi primer año y estaba muy agradecida de haber sido bien recibida. Unirse era más que suficiente para mí. Querer derrocar a Olivia era inimaginable. Pero no era tan impensable que otra chica pudiese aventurarse a soñar con echarla de su trono. Tal vez alguien que fuera nueva en la ciudad, y que no hubiese estado para saber que ella había sido nuestra reina desde el jardín de infantes. Una chica como Hannah, quien podría pensar que era posible conseguir lentamente todo lo que Olivia tenía, y disfrutar de ello para sí misma. El papel de presidenta de la clase. Ser nombrada capitana de uno de los equipos deportivos femeninos. Pete. Yo nunca tendría la oportunidad de ser más popular que Olivia, ni siquiera podría intentarlo; ella estaría muerta después de las cuatro semanas del debut de mi nuevo look en la escuela. Una semana después de su decimosexto cumpleaños. Olivia no viviría lo suficiente para desfilar en el Baile de Bienvenida con su vestido de encaje color marfil, con una radiante sonrisa brillando con su pintalabios y con el brazo de Pete alrededor de sus hombros. De ser la envidia de todos nosotros...

CAPITULO 1 Traducido por Onnanohino Gin Corregido por Megan17 ―Eh, hola. No nos habías mencionado que Evan estaría en tu casa este fin de semana —dijo Candace, interrumpiendo el monólogo de Olivia acerca de su idea del vestido perfecto para el Baile de Bienvenida. La búsqueda había durado todo el verano. Olivia podía imaginárselo con todo detalle y después de oír la descripción dos veces durante el camino hacia el centro comercial, nosotras también podíamos. El vestido de sus sueños era de color vainilla, como mantequilla tostada, ni tan amarillo que pareciese veraniego ni tan blanco que pareciese de novia. En color crudo o clara de huevo, o cualquier variante de blanco que destacara el glamoroso bronceado de Olivia, obtenido en un campamento de verano en Canadá. Ni siquiera mis visitas diarias a las playas de Florida, bajo el sol abrasador, me habían recompensado con un bronceado tan intenso como el de Olivia. Olivia era la última del grupo en cumplir dieciséis, pero a ninguna de nosotras nos habían regalado un auto todavía. Mischa compartía uno con su hermana mayor, la cual parecía tenerlo siempre custodiado. Los padres de Candace estaban divorciados y se negaban a comprarle un auto hasta el final del semestre, suponiendo que sus notas hubiesen subido. Era una de las pocas cosas en las que habían conseguido ponerse de acuerdo. Ir en bus al centro comercial era muy poco deseable, pero era mejor que pedirles a nuestros padres que nos vinieran a recoger en uno de sus autos familiares junto a la acera de Nordstrom. Estábamos muy animadas esa tarde, después de haber tomado batidos llenos de azúcar en el centro comercial; nos habíamos gastado el dinero de nuestros padres en pendientes y alguna que otra novela, sólo para tener algo que llevar a la casa de Olivia. Salir del centro comercial con las manos vacías se sentía extraño y decepcionante. Me había comprado un par de pendientes colgantes que pensaba que podría ponerme para el Baile de Bienvenida, si algún chico me pedía que fuese su pareja a lo largo de esta semana. Olivia observó la calle que había al pie de su casa, Candace había divisado el camión azul de Evan en el estacionamiento. Su pequeña nariz angelical se arrugó y colocó una de sus manos sobre sus caderas, como si objetara la presencia de su hermano mayor en su casa de tres pisos. —Ugh. No sabía que estaría aquí —replicó Olivia. —¿Quién es Evan? Hannah Simmons era nueva en la ciudad. Sólo una chica que acabase de mudarse a Willow podía ignorar quién era Evan Richmond. —Mi hermano —informo Olivia, disgustada.

—Su hermano súper atractivo —agregó Candace. Candace tenía un tono de pelo rubio cobrizo, pechos prominentes y un tono de voz estridente. Su apellido era Cotton, por lo que cuando había un profesor nuevo y pasaba lista, al llegar a “Cotton, C.” los alumnos le tomaban el pelo poniéndose de acuerdo en que su nombre era Candy Cotton1. No era tan hermosa como Olivia, pero desde cierta distancia y bajo la luz adecuada, podías mirarla y llegar a creerte que era una súper modelo. Durante mis dos semanas como parte del grupo de chicas populares de Olivia, me había divertido mucho escuchando las reflexiones y observaciones de Candace. Sospechaba que el Sr. Tyrrel, el profesor de biología, besaba muy bien. La habían expulsado tres días al final del año anterior, cuando yo todavía era la versión antigua de McKenna, porque el entrenador Highland la había encontrado debajo de las gradas con Isaac Johnston durante una clase de gimnasia. Candace siempre decía lo que pensaba y aunque era muy graciosa, le tenía un poco de miedo. Era como si no pensara en nada más que besarse con chicos durante cada segundo de cada día. —Eres tan descarada, Candace —dijo Olivia poniendo los ojos en blanco. Pero Candace no era la única que pensaba que Evan era muy sexy. Había estado enamorada de Evan Richmond desde segundo grado, cuando los chicos todavía acostumbraban a invitar a toda su clase a sus cumpleaños. Evan era dos años mayor que Olivia y acababa de empezar a estudiar en la universidad Northwestern. Se estaba especializando en Sociología con el objetivo de entrar en la facultad de derecho. Sabía todo eso porque había recopilado todas y cada una de sus fotografías y menciones del anuario en un diario, para recordarlo todo. Hasta el año pasado, Evan ni siquiera estaba al tanto de mi existencia, a pesar de habernos cruzado varias veces en los pasillos del instituto. Él estaba en último curso, ya lo habían aceptado en Northwestern con una beca muy generosa y yo sólo era otra estudiante de segundo curso sin nada que contar. Si se hubiese fijado en mí, jamás me habría recordado como la chica regordeta que se sentó a la mesa de sus padres para cantarle “Feliz Cumpleaños” a Olivia cuando cumplió los ocho. —¡Es encantador! Ha vuelto a casa por tu cumpleaños —dijo Mischa. Era completamente opuesta a Candace. Mischa era pequeña y ágil, la gimnasta estrella de la escuela, con enormes ojos marrones y cabello castaño brillante y perfectamente liso que le caía hasta la cintura. Tenía una lengua afilada y elegía sus palabras cuidadosamente, pero después de estas dos breves semanas de amistad, tenía la sensación de que siempre había una tormenta de pensamientos en marcha detrás de sus ojos. —No ha vuelto a casa por mi cumpleaños —la corrigió Olivia—. Lo más probable es que sea por su estúpido pie. Evan había estado en el equipo de tenis del instituto, trayéndole a Weeping Willow su único título estatal desde hacía veinte años. Había jugado casi toda la temporada con una lesión en el quinto metatarso, no fue al médico hasta después de ganar el campeonato de Madison y tuvieron que ponerle una escayola. En la graduación, cruzó el escenario con muletas y el Director Nylander lo felicitó dándole palmaditas en la espalda. Sólo sabía eso porque había estado en la graduación, aunque sólo era una alumna de décimo curso, estaba en la guardia de honor. Sostuve mi enorme bandera

blanca durante toda la ceremonia de graduación bajo el ardiente sol de Junio, mirando al imponente Evan Richmond, con su cabello castaño claro y sus brillantes ojos verdes. Sería una mentirosa si no admitiera que estaba muy emocionada con la presencia de Evan en la residencia Richmond, la noche de la fiesta de pijamas de Olivia. Jamás, ni siquiera en mi más alocada fantasía, habría imaginado que Evan podría estar interesado en mí. Mientras nos acercábamos a la casa para preparar las camas en el sótano de Olivia, mi corazón latía acelerado ante la perspectiva de averiguar algo nuevo de Evan. Tal vez incluso tendría la oportunidad de echarle un vistazo a su habitación. Mientras avanzábamos por el jardín delantero de los Richmonds, cargando con nuestras compras y nuestras mochilas, una de las puertas se abrió y Evan salió al porche, seguido por un chico muy atractivo, con cabello rizado que no había visto en mi vida. —¡Vaya, mira quién ha vuelto a casa! Es la chica del cumpleaños —exclamó Evan mirando hacia nosotras, con las llaves colgando de un dedo. —¿Por qué has vuelto, nerd? —preguntó Olivia, intentando golpearlo con la mochila. Él la esquivó fácilmente, acostumbrado tras toda una vida de peleas de hermanos. —No me perdería tu fiestecita de princesas por nada del mundo —bromeó Evan, repasándonos con la mirada. Cuando llegó a mí, sentí cómo mis mejillas se sonrojaban; éramos la colección de chicas adolescentes más hermosas que el instituto Weeping Willow tenía que ofrecer. Seguramente reconocía a Candace y a Mischa de sus años de amistad con Olivia. Precisamente en este momento, se estaba dando cuenta de que faltaba un rostro familiar entre la pandilla de chicas risueñas de su hermana: Emily Morris, la pelirroja de labios gruesos se había mudado a Chicago durante el verano. Tenía que agradecerles a los padres de Emily por mi nuevo estatus social como chica popular, dado que la mudanza de Emily había dejado una vacante para mí en el grupo de Olivia. —Sí, claro —sonrió Olivia—. Bueno, ¿dónde está mi regalo? —Mi presencia es tu regalo —bromeó Evan—. Además, tu cumpleaños es mañana. Incluso si te hubiese traído un regalo genial del campus, tendrías que esperar hasta mañana para abrirlo. Pensé en los pendientes de plata que guardaba envueltos en mi mochila para regalárselos a Olivia. Me había gastado casi todo el dinero que me habían dado mis abuelos y familiares en mi propio cumpleaños para comprarlos. —Imbécil. ¿Quién es tu amigo? —preguntó Olivia. El chico contestó: —Soy Charlie. Ni siquiera tuve que mirar a Candace sobre mi hombro para saber que le estaba poniendo ojitos, sonreía y había girado ligeramente la cadera como siempre hacía cuando establecía contacto visual con un chico sexy. A los chicos siempre les gustaba Candace. Más temprano, esa misma tarde, había estado coqueteando con el camarero de la cafetería mientras le servían su batido. Era más accesible que Olivia, quien era tan hermosa que resultaba intimidante y cuyo corazón pertenecía a Pete Nicholson.

—Encantada de conocerte, Charlie. Soy Candace —dijo Candace, agitando los brazaletes de su brazo al saludar. Charlie le devolvió el saludo y sonrió. —Estas son Mischa, Hannah y McKenna —dijo Olivia, señalando hacia nosotras con la cabeza mientras nos presentaba. —McKenna —dijo Evan repitiendo mi nombre, analizándome de pies a cabeza con sus ojos verdes—. Te recuerdo. Me quedé en blanco, incapaz de contestar. Por supuesto que me recordaba; hacía tan sólo cuatro meses, nuestras taquillas estaban separadas por unos pocos metros. Pero su tono de voz hacía referencia a un recuerdo más lejano, anterior al instituto, puede que fuese de la última vez que había estado en la casa de los Richmonds, a los ocho años. Era como si la niña regordeta que no veía desde Junio y que sudaba en clase de gimnasia con su uniforme azul marino no fuese yo; como si esas cosas le hubiesen pasado a alguien más. —Vives en la calle Martha, ¿cierto? —preguntó. Su inesperada atención era suficiente para hacerme balbucear y tartamudear. Si hubiese sabido que Evan iba a estar ahí cuando Olivia me invitó a su cumpleaños, me habría acobardado y habría inventado alguna excusa acerca de tener que acompañar a mi madre a hacer algún recado fuera de la ciudad. —Sí —me las arreglé para contestar, sentía curiosidad por averiguar cómo y por qué sabía dónde vivía. Aunque después de todo no sabía por qué me sorprendía, el año que cumplí ocho, todo el mundo se enteró de dónde vivíamos. Todos habían pasado por delante de mi casa. Pero supongo que me extrañaba que todavía lo recordara, después de tantos años. —Genial —dijo Evan, asintiendo y sonriendo. Hubo un momento de silencio incómodo, me temía que todos los presentes a excepción de Hannah y Charlie, estaban pensando en lo mismo. Era la razón por la que Evan me recordaba, una razón que no tenía nada que ver con ser hermosa ni con el uniforme escolar. Era algo de lo que nadie hablaba, algo en lo que prefería no pensar demasiado; era la misma razón por la que todos pasaban de largo por delante de mi casa, como si sólo estuviesen dando un paseo, pero realmente no era así. Afortunadamente, nadie dijo ni una palabra. Era McKenna Brady, esa chica… —Charlie es mi compañero de habitación en el campus —contó Evan, rompiendo el silencio—. Vamos a ir a ver el partido de Packers mañana por la tarde, después de mi cita con el radiólogo. —Lo sabía —dijo Olivia dirigiéndose a nosotras—. ¿Lo ven? Tiene una cita con el médico, ni siquiera le importa que cumpla dieciséis. —No es su culpa si la temporada de fútbol comienza el mismo día que nació su hermana menor —bromeó Charlie.

—Gracias Charlie —dijo Evan—. Ahora si nos disculpan, mamá nos ha encargado que vayamos a la ciudad a comprar algunas cosas. Eran casi las seis del Viernes, apenas empezaban a aparecer algunas sombras en el cielo. El clima seguía siendo sorprendentemente cálido y seco, cosa que hacía que me fuese imposible concentrarme en clase porque mi cerebro estaba convencido de que todavía era verano. Hacía suficiente calor como para que Olivia nos pidiese a todas que lleváramos nuestros trajes de baño, por si nos apetecía nadar en la piscina antes de cenar. Me preguntaba si esa idea todavía le rondaba la cabeza, aunque ya me había puesto mi traje de baño algunas veces durante la visita a mi padre en Florida, nunca lo había usado delante de personas que me conocieran. Pasearme en bikini delante de Evan y Charlie me aterrorizaba y hacía que mi corazón empezara a latir rápidamente. Mi pérdida de peso era muy reciente, todavía me costaba reconocerme cuando me miraba al espejo. Me sentía como si en cualquier momento esos kilos de más pudiesen reaparecer inesperadamente. Mientras entraba en la casa, escuché que Evan le decía a Charlie: —Cree que mañana le van a regalar un auto por su cumpleaños. Los Richmonds eran una familia adinerada, o por lo menos no tenían dificultades económicas; estaba segura de que la madre de Olivia no recortaba los cupones de descuento del periódico del domingo para comprar detergente y comida precocinada como hacía mi madre. Tenía sentido pensar que al día siguiente, Olivia encontraría un bonito auto nuevo estacionado en el garaje. De repente, sentí celos. Había cumplido dieciséis en Julio y sabía con certeza que mis padres no me iban a comprar un auto. Mientras Evan arrancaba, Candace murmuró: —Para mi cumpleaños quiero a Charlie de regalo. Una hora más tarde, todas flotábamos en la piscina y el Baile de Bienvenida volvía a ser nuestro tema de conversación. Miré al cielo distraída, observando cómo se acercaban unas nubes oscuras y tormentosas desde el sur. Estaba en la zona profunda de la piscina, acariciando el agua con una mano y con la otra sobre un flotador rosa; no dejaba de observar la puerta de cristal que conducía al salón de los Richmonds. Mi amistad con Olivia era muy reciente como para pedirle información acerca de su hermano y me sentía muy insegura respecto a mi nueva imagen como para pensar que tenía una oportunidad con él. Por lo que sabía, Evan había resucitado su relación con Michelle Kimball, la chica con la que había salido durante sus años de instituto. Había oído que cortaron al principio del verano porque iban a ir a universidades distintas en otoño. Michelle era muy amiga de Amanda, la hermana mayor de Mischa, así que lo mejor era que nadie se enterase de mi interés por Evan. —Vamos a ir a cenar a Bobby’s después del baile, está decidido —decía Mischa, desviando mi atención hacia ellas y olvidándome de la posibilidad de que la puerta se abriera y Evan y Charlie salieran al patio—. Amanda y Brian nos llevarán a mí y a Matt. ¿Pete va a conducir? Mischa era muy afortunada de que su hermana fuese Amanda, la cual salía con el capitán del equipo de fútbol. Aunque Amanda nunca le prestaba el auto, Mischa no

tenía que caminar para ir a clase ni que viajar en autobús, porque Amanda la llevaba a todas partes. La popularidad de Amanda había construido la base para que Mischa pudiese seguir sus pasos. Amanda había sido la capitana del equipo de animadoras y tenía un cuerpo tan delgado y atlético como el de su hermana menor. —Ese es el plan —murmuró Olivia vagamente, observando su propio cabello de color rubio platino flotando en el agua. Pete acababa de cumplir los dieciséis y se había sacado el carnet de conducir. Sus padres le habían regalado un Infiniti negro y ahora entraba en el parking del instituto como si fuera un rey. Bobby’s era el único restaurante de veinticuatro horas, el sitio donde se juntaban los chicos populares al salir de clase o de algún partido. Incluso el McDonald’s y el KFC cerraban a las diez de la noche en Willow. Hasta este año, nunca me había atrevido a entrar en Bobby’s, excepto por algún fin de semana para desayunar con mi madre. —Bueno, ¿cuál es el plan? ¿Iremos en el mismo auto? Mi padre enloquecerá si le digo que iré a solas con Isaac —dijo Candace. Estaba recostada sobre su espalda, encima de un flotador con forma de silla de color azul aguamarina, con los brazos colgando a los lados, rozando la superficie del agua. Candace, por todas sus locuras con los chicos, tenía una especie de novio. Isaac, el chico que era parcialmente responsable de que la expulsaran el año anterior y que ahora estaba en último curso. Jugaba de defensa en el equipo de fútbol, era muy alto y tenía una risa atronadora. Me caería bien si no fuese por el hecho de que cinco meses atrás, se había metido conmigo y me había llamado perra y vaca. Desde mi primer día en el instituto, no había escatimado en insultos conmigo. Esa era una de las ventajas de ser hermosa, nadie se atrevía a insultarte constantemente. Isaac no era muy inteligente, lo cual parecía molestar a Candace, no es que a ella la fueran a invitar a unirse a la Sociedad de Honor Nacional precisamente. —Bueno, tenemos que decidir qué vamos a hacer con estas dos —dijo Olivia, asintiendo hacia mí y luego hacia Hannah. Hannah y yo intercambiamos miradas a través de la piscina, odiándonos durante un momento. Ninguna de las dos tenía novio, ni ninguna petición sólida para ir al Baile de Bienvenida. Como mi cambio de imagen era tan reciente, los chicos que me conocían desde los tres años no sabían cómo comportarse. Para ellos todavía era McKenna Brady, la chica que sacaba buenas notas y que le caía bien a los padres y a los profesores, la chica con gafas y ortodoncia que había pasado por eso, en tercer curso. No tenía ni idea de si alguno de ellos tendría el coraje de ser el primero en darse cuenta de lo mucho que había cambiado y pedirme una cita, aunque era consciente de lo mucho que me miraban por los pasillos. Podría haberme hecho cargo del asunto e invitar a Dan Marshall, un chico amistoso cuya taquilla estaba junto a la mía; o a Paul Freeman, que me había prestado sus apuntes de álgebra el año anterior cuando estuve enferma. Pero hacer eso sería como admitir la derrota. Hannah era una especie de misterio para todo el instituto. Era bastante común que la gente se fuera de la ciudad, como Emily, que había desaparecido del mundo de Willow para siempre; a pesar de las típicas promesas de escribir cartas y enviarnos e-mails. Pero que apareciera alguien nuevo en el cuerpo estudiantil, era todo un acontecimiento. Willow no era el tipo de ciudad que atraía nuevos residentes, ni siquiera después de

cambiar su nombre del deprimente "Weeping Willow” (Sauce llorón) a sólo “Willow, Wisconsin” (Sauce). Estaba lejos de Bahía Grande, que quedaba a casi una hora en auto. Durante las décadas de los ochenta y los noventa, había bastante turismo porque muchas parejas de enamorados buscaban una ciudad con aspecto otoñal y el aire fresco que les ofrecía Wisconsin Dells más al sur o Door County, hacia el este. Pero realmente no había ninguna razón para venir a Willow. Ni siquiera había empresas importantes que ofrecieran trabajos bien pagados. No había laboratorios de investigación que atrajeran familias con científicos experimentados. La playa que bordeaba el lago Winnebago era rocosa y estaba rodeada de bosque, nada que ver con las playas de arena blanca de Tampa, cerca de la casa de mi padre; la única razón para venir a Willow era si te interesaba mucho la pesca y querías vivir en Wisconsin. Así que el hecho de que Hannah fuese nueva en la ciudad era suficiente para convertirla en una celebridad al instante en el instituto Weeping Willow. Y como además era hermosa, tenía la fama asegurada. Hannah tenía un rostro en forma de corazón con enormes ojos azules, que contrastaban con la oscuridad de su cabello castaño. Tenía una piel de porcelana en una ciudad donde todas y cada una de las chicas intentaba impresionar a las demás con su bronceado veraniego, llevando al límite las normas de vestimenta del instituto poniéndose shorts y camisetas muy cortas que exponían toda la piel que fuese posible. Después de dos semanas de haber empezado las clases, ninguna de nosotras la conocía muy bien. Era muy retraída y no participaba mucho en las conversaciones, aunque tal vez fuese porque no conocía lo suficientemente bien a las personas de las que hablábamos como para poder contribuir. Solía retorcerse un mechón de cabello en clase, se mordía el labio inferior y tenía una mirada soñadora, como si sus pensamientos siempre estuviesen en otra parte hasta que la llamabas. Todo lo que tenía que ver con ella era femenino y romántico, como el antiguo pero elegante collar que rodeaba su cuello. Y dado que era nueva en la ciudad, los chicos no se le acercaban mucho, la evitaban tanto como a mí. —Deberías pedírselo a Jason —dijo Mischa mientras chapoteaba en la piscina—. Le dijo a Matt que le gustabas, seguro que dice que sí. El Baile de Bienvenida y todos los detalles relacionados con el mismo, me aterrorizaban. Nunca antes había bailado en público, a excepción de la boda de mi primo. Tampoco había salido con chicos ni había tenido la presión social de que me invitaran al baile antes de una fecha determinada. En este caso, no tenía claro lo que pasaría si nadie me invitaba al baile. ¿Olivia dejaría de hablarme? ¿Ya no podría ir con el grupo de las chicas populares? No había manera de averiguarlo. Tenía una sensación de ansiedad ante la idea de que llegara la noche del Baile de Bienvenida y tuviese que ir sola, sin cita. Ya había un vestido color lavanda colgando en mi armario. No llegaría a ponérmelo para la noche del Baile que era el próximo sábado. Pero no había manera de que supiera lo que pasaría en ese momento.

—Si le gusto, ¿por qué no me invita él? No me gusta tener que ser yo la que dé el primer paso —refunfuñé. —¡Oh, vamos McKenna! No estamos en la Edad Media. Puedes pedirle salir a un chico —instó Candace—. Ni siquiera tienes que preguntárselo directamente. Espéralo junto a su taquilla y pregúntale si piensa ir al Baile y si ya ha invitado a alguien. Entenderá la indirecta. Los chicos son estúpidos, pero a veces tan sólo necesitas guiarlos en la dirección correcta. —Eso no es muy romántico —dije—. ¿Por qué mi vida no podía ser como la de Candace o la de Olivia, con chicos siguiéndome a todas partes? El miedo a ser rechazadas o incluso insultadas era algo que ninguna de ellas había experimentado. Hannah me observó silenciosamente desde donde estaba. —¿Qué les parece Trey Emory para Hannah? —sugirió Mischa. Olivia hizo una mueca. Un cosquilleo me recorrió la espalda y una sensación de vacío me llenó el estómago. Trey Emory era un chico de último curso que perfectamente podría ser de otro planeta. No estaba en ningún equipo deportivo, no iba a los partidos de fútbol y por lo general no se relacionaba mucho, a excepción de sus amigos skaters que faltaban a clase a menudo para fumar en el baño que había junto a la cafetería. Desprendía peligro y misterio; tenía un tatuaje y no era ninguna estupidez que se hubiese hecho con un rotulador y un alfiler. Los profesores lo despreciaban. Su horario de último curso era el resultado de un curioso acuerdo, incluía la clase obligatoria de gimnasia, el taller de carpintería, el taller de mecánica automovilística, inglés e inexplicablemente, Física Avanzada. Y curiosamente, su casa estaba junto a la mía. No había ninguna razón en particular para que mis nuevas amigas supieran donde vivía la familia Evory o que muy de vez en cuando, Trey y yo intercambiábamos saludos corteses cuando nos disponíamos a cerrar las cortinas de las ventanas de nuestras respectivas habitaciones para ir a dormir. Una vez, hacia el final del curso anterior cuando todavía era la antigua McKenna, salimos de nuestras casas a la vez para ir al instituto y estaba lloviendo mucho. Realmente no me preguntó si quería que me llevara, me enseñó las llaves y me hizo una señal, esperó hasta que conseguí atravesar su patio delantero y me senté en el asiento del copiloto de su sucio y golpeado Toyota Corolla. Durante todo el camino al instituto estuvimos en silencio y me las arreglé para murmurar un extraño “gracias” antes de bajar. —¡Oh Dios mío, completamente de acuerdo! —chilló Candace—. Es un poco raro, pero está muy bueno. —¿Quién es Trey Emory? —preguntó Hannah inocentemente. —Sabes quién es —se burló Olivia—. Es el chico de último curso, moreno, que fuma y viste una chaqueta verde militar todos los días.

—¿Ese? Pero si me da miedo. Parece el tipo de chico que vendría al instituto con un arma y le dispararía a todo el mundo —se quejó Hannah, inclinándose en el agua para remojarse el cabello. Trey nunca iría con un arma al instituto, lo sabía. Era el tipo de chico que se ofrecía a llevar a su vecina la perdedora a clase porque estaba lloviendo. Pero no me atrevía a contarles eso a las chicas porque podrían malinterpretarlo. Trey y yo éramos una especie de amigos. Sospechaba que admitir eso no sería bien recibido. —¿Y qué? Me pregunto qué habrá debajo de esa chaqueta militar —siguió Candace. Era incorregible. Una de las delgadas y blancas piernas de Hannah rompió la superficie del agua creando una onda a su alrededor. —Me da igual lo que tenga ahí abajo, no quiero que venga al baile conmigo. *** Horas más tarde, después de unas pizzas traídas por Evan y Charlie, y una tarta helada servida por los padres de Olivia para que le cantáramos el Feliz Cumpleaños, las cinco nos fuimos al sótano para ponernos los pijamas. —Bah —dijo Candace mientras buscaba alguna película decente para pasar el rato. Apenas eran las once y ya nos habíamos quedado sin rumores recientes, detalles del Baile y canciones de las que pudiésemos copiar pasos de baile. Los dos últimos viernes a esa hora, habíamos ido al cine a ver películas de terror y nos pasábamos la noche riendo y bromeando. —¿Por qué no Blood Harvest? —sugirió Mischa. A Mischa le encantaban esas películas. Vampiros, zombis, hombres lobo… Le encantaba asustarse viendo esas cosas. —Tráela —ordenó Olivia desde debajo de su manta en el sofá. Una de sus piernas bronceadas salió por debajo de la manta de lana a rayas que le cubría todo el cuerpo. La cálida tarde de verano se había vuelto una fría noche de invierno, el Sr. Richmond había bajado con nosotras después de cenar para encender la chimenea. Me senté en el sitio más cercano al fuego, reconfortada por el chisporroteo y la luz de los troncos ardiendo. —Me encanta Ryan Marten —comentó Candace durante la primer escena de la película, en la que Ryan Marten, una estrella rompecorazones de Hollywood interpretaba a un vampiro que acababa de llegar a una comunidad agrícola con su clan justo cuando la ciudad se preparaba para su carnaval anual. —¿Te imaginas que vengan vampiros para las fiestas de Winnebago de Weeping Willow? —preguntó Olivia. La fiesta de Winnebago era el segundo fin de semana de Octubre, un festival que celebrábamos en honor a la tribu de Nativos Americanos que una vez ocupó la tierra en la que ahora estaban nuestros hogares. Una compañía de feriantes de mala muerte

montaba atracciones y puestos con juegos de dardos en el terreno baldío que había junto al puerto, durante tres días todo nuestro pueblo olía a churros y palomitas de maíz. Candace se estiró para sacar un par de mini pretzels de la bolsa que le extendía Mischa y se los metió en la boca. —No me imagino que un chico tan sexy como Ryan Marten venga a una ciudad tan triste como esta. —¡Eh! Pete es tan sexy como Ryan Marten –objetó Olivia. Candace puso los ojos en blanco y miró hacia el sofá donde estaba Olivia. —Sí, claro, lo que digas. Sonreí nerviosamente a ambas, sin atreverme a comentar nada. En mi opinión, Pete Nicholson sí era tan atractivo y sexy como Ryan Marten, y también igual de inalcanzable. Pete parecía un deportista Olímpico de Suecia o algo así. Era alto, con rasgos faciales perfectos, parecía completamente fuera de lugar en nuestra ciudad, donde la mayoría de los chicos crecían para hacerse cargo de las decadentes granjas que heredaban de sus padres. Matt, el novio de Mischa, no estaba mal, pero era tan bajito y delgado como ella. Usaba una gorra de béisbol hacia atrás y utilizaba un vocabulario propio de una banda callejera o de una estrella de rap; aunque en nuestra pequeña ciudad lo más parecido que había a una banda callejera era el Gremio de los Productores de Leche. Isaac, el ahora sí ahora no, novio de Candace tenía una mandíbula cuadrada y probablemente lo considerasen atractivo en cualquier instituto de América, pero era fácil ver que en unos diez años acabaría regentando la granja de su padre y tendría la piel de los brazos y de la cara demasiado bronceada. Había un montón de hombres en nuestra ciudad que se veían como Isaac dentro de unos años; sus rostros bronceados eran resultado de las largas jornadas al sol conduciendo un tractor y tenían las uñas sucias incluso los domingos cuando iban a restaurantes bonitos. Hannah estaba ocupada mirándose las manos, apoyadas en su regazo. Raramente hablaba de chicos o aportaba algo a nuestras conversaciones cuando ese era nuestro tema principal durante las dos semanas que hacía que formaba parte de nuestro mundo. Me preguntaba si creía que el único chico decente que Willow podía ofrecer era Pete. —¿Había más chicos sexys en tu antigua ciudad? —pregunté súbitamente, dándome cuenta de que ni siquiera recordaba cuál era el nombre de esa otra ciudad. —Claro —replicó Hannah—. O bueno, no demasiados. Pero en mi antiguo instituto había tres mil alumnos, así que es simple estadística el hecho de que entre mil quinientos chicos haya más de uno o dos atractivos. Tres mil alumnos. Eso hizo que las demás reflexionáramos durante un momento. Nuestro instituto apenas tenía trescientos alumnos. Había menos de ochenta estudiantes por cursos y la mayoría estábamos en el último. Eso era por la gran cantidad de familias que se habían ido de Willow en los últimos años. En la escuela primaria, quedaban tan pocos chicos que se decidió combinar a los de cuarto y quinto curso, para que les diese clase sólo un profesor. Esa había sido la noticia de portada de la Gaceta Willow, que la población estaba descendiendo en picado.

El ayuntamiento de Willow estaba intentando encontrar la manera de conseguir que la ciudad resultase más atractiva para nuestra generación, instándonos a que regresáramos al terminar nuestras carreras e invirtiéramos en el futuro de Willow. Su última estrategia implementada había sido abrir un centro en el que los jóvenes podían ordenar granizados, zumos frescos y utilizar las máquinas para hacer ejercicio hasta las diez de la noche, si queríamos. El hecho de que las cinco estuviésemos comiendo dulces cómodamente instaladas en el lujoso sótano de los Richmonds que tenía el suelo alfombrado y sofás mullidos, era prueba suficiente del fracaso del plan del ayuntamiento. Nunca había ido al centro para jóvenes, ni siquiera una vez y eso que mi antigua mejor amiga Cheryl, con la que solía pasar los días antes de entrar en el grupo de las populares, trabajaba allí a tiempo parcial sirviendo zumos. —Mil quinientos chicos —repitió Candace con mirada soñadora—. Ni siquiera puedo imaginar a tantos chicos debajo del mismo techo. —¿De dónde habías dicho que eras? —preguntó Olivia a Hannah. —De Lago Forest —dijo Hannah—. Está a las afueras de Chicago. Chicago. Sólo había estado ahí una vez. Mi mamá vivía allí cuando iba a la Universidad, mucho antes de conocer a mi padre, daba clases en la Universidad de Wisconsin en Sheboygan. Enseñaba Ciencias del Mundo Natural como requisito obligatorio para terminar su Máster en Biología, cuando todavía quería ser veterinaria. Mi padre era un profesor titular de Psiquiatría diez años mayor que ella, con gusto por mujeres mucho más jóvenes que él. Mi pobre madre no se dio cuenta de que esa preferencia no cambiaría hasta que dejó de ser joven. Sentí una punzada de culpa repentina por haber dejado sola a mi madre un viernes por la noche. Antes de volverme popular, pasábamos las noches de los viernes viendo nuestras comedias británicas favoritas y riendo hasta que nos dolía la mandíbula. Tal vez fuese bueno para ella tener más tiempo para sí misma, pero aun así me sentía un poco culpable. Seguramente era la única chica del sótano que se sentía mal por la soledad de su madre. —Dios —murmuró Olivia—. Qué ganas tengo de salir de este lugar y mudarme a una ciudad de verdad. Todas perdimos rápidamente el interés en la película, a ninguna le interesaba la trama de la ciudad rural siendo invadida por vampiros, simplemente queríamos que Ryan Marten pasara más tiempo en escena. Empezaba a sentirme somnolienta, pero sabía muy bien lo que le pasaba a la primera chica que se dormía en las fiestas de pijama. Me levanté, me estiré y dije que iba al baño. —Yo también —dijo Candace, dirigiéndose hacia las escaleras que llevaban a la cocina. —Una de las dos puede usar el baño de la segunda planta —avisó Olivia. Al subir las escaleras me sentí rara, como una ladrona en la casa de los Richmonds. Oía el ruido apagado de una televisión que venía de las plantas superiores. Ya no quedaba nada de la tarta helada, la Señora Richmond había lavado los platos y la cocina estaba en completo silencio, a excepción del zumbido del refrigerador.

—El cuarto de baño está a la derecha después de subir las escaleras —indicó Candace mientras encendía la luz del baño que había junto a la cocina. Recordaba bastante bien la distribución de los cuartos de la casa de los Richmonds de cuando venía a jugar con Olivia, años atrás. Mientras caminaba por el pasillo hacia la parte delantera de la casa, en la que estaba la escalera que conducía al segundo piso de la casa, me detuve a mirar a través de las ventanas de la fachada en el camino de entrada, donde se veía como un Toyota rojo había sido estacionado al lado de la camioneta azul de Evan. El Toyota tenía un gran lazo rosa encima. Inmediatamente desvié la mirada, sintiéndome culpable por haber visto el gran regalo de cumpleaños de Olivia antes que ella. Mientras subía las escaleras, oí una puerta abriéndose en el segundo piso y la música se filtró en el pasillo. De pronto, Evan estaba arriba, sonriéndome. Nos cruzamos en medio de la escalera, él llevaba un vaso de plástico en la mano izquierda, presumiblemente iba a la cocina para recargarlo de cualquier refresco que hubiese estado bebiendo. —Hey —dijo. —Hola —contesté, entré en pánico al darme cuenta de que llevaba unos pantalones rojos muy, muy cortos y una camiseta de tirantes que no estaba destinada a ser vista por ningún chico cuando la metí en mi mochila esa mañana, preparándome para la fiesta de pijamas. —No deberías preocuparte tanto por el Baile de Bienvenida —dijo. —¿Qué quieres decir? —pregunté, sonrojándome furiosamente, esperando que no hubiese oído la conversación de la piscina. —Es sólo un baile tonto —dijo con una sonrisa, sus ojos miraban los míos con atención—. Sólo un montón de idiotas que aplauden y bailan con mala música. No es el fin del mundo si no se va. —Bueno, eso es un alivio, porque no creo que vaya —dije. Las palabras salieron de mi boca expresando la forma en la que de verdad me sentía. —Quiero decir, podrías ir. —Evan dio un paso atrás, estudiando mi cara—. Yo podría estar de vuelta en la ciudad el próximo fin de semana para mi última cita de radiología. Sería divertido ir al gimnasio de la escuela una vez más. También sería divertido espiar a mi hermana y arruinar su gran noche de romance. Si lo único que te impide ir es no tener una cita, claro. Mi corazón latía terriblemente rápido. Me sentía como si estuviese empezando a sudar bajo su mirada. —¿Estás... pidiéndome una cita para el baile? —pregunté con una sonrisa confusa, desesperada por no estar haciendo una patética suposición errónea. Si lo fuera y si Evan le dijese a Olivia que me lancé a una conclusión esperanzadora en la que él me pedía una cita, me moriría de vergüenza.

—Supongo que sí —dijo Evan—. Si eso está permitido. Técnicamente ya no soy un estudiante de Weeping Willow, tú deberías pedirme una cita. —Uh, está bien —dije, me estaba resultando difícil creer que esto estaba sucediendo. Evan Richmond estaba pidiéndome una cita—. Olivia podría enfadarse. Ya sabes, si estás allí, para arruinar su gran noche. Evan me observó con su sonrisa arrebatadora. —Vamos, McKenna. Lo superará. Será divertido. Conozco a mi hermana bastante bien y creo que le molestará menos que vayas al baile conmigo a que no vayas en absoluto. Así que, ¿qué dices? Bailé a través de la oscura habitación de Olivia, con cuidado de no pisar la ropa que había por el suelo ni los zapatos en mi camino al baño. Era el momento más feliz de mi vida adolescente, un universitario me había pedido una cita para el baile y era mucho, mucho más atractivo que cualquiera de los chicos que todavía iban al instituto Weeping Willow. Le sonreí a mi propio reflejo en el espejo que había sobre el lavabo del baño de Olivia. Mi nariz estaba pelándose un poco y mi cabello ondulado parecía algo seco después de la ducha rápida que había tomado antes de la cena. Iba a tener que darle las gracias a Rhonda por millonésima vez por hacer tantas ensaladas para mí durante el verano, y por arrastrarme con ella a clases de aeróbic. Pero extrañamente, me lavé las manos y me pregunté cómo sería si Trey Emory me hubiese invitado al baile. La mera idea era tan ridícula que puse los ojos en blanco. Trey Emory no se pondría un traje de poliéster ni se atrevería a mostrar su rostro en el gimnasio de la escuela, ni a bailar debajo de serpentinas rojas y negras. Eso simplemente nunca sucedería. De vuelta en el sótano, la película llegaba a su fin y Candace apagó las lámparas a ambos lados del sofá para empezar a contar historias de fantasmas. —En primer lugar, Mischa cuenta las mejores historias de fantasmas —informó Olivia a Hannah. Los ojos de Mischa brillaron con entusiasmo. —Está bien... ¿qué les parece si empiezo con Bloody Heather? —Oh, no —se quejó Candance—. Siempre cuentas esa. La he oído, como un millón de veces. —Sí, pero Hannah no la sabe —dijo Olivia. Tenía una vaga idea de la historia de la que estaban hablando, pero no recordaba haberla oído jamás. Las historias de fantasmas eran una de las muchas cosas que los niños que tenían hermanos mayores escuchaban antes que los demás. Información adicional acerca de las citas era otra de esas cosas. No tenía hermanos mayores y mi única prima mayor, Krista, se había ido de Willow con la tía y el tío Marty. —Está bien, está bien —cedió Candace—. Pero cuenta la versión abreviada. La otra nos va a tomar toda la noche.

No estaba de humor para escuchar una historia de fantasmas; todavía estaba emocionada por mi conversación con Evan y apenas podía quedarme quieta. Ya se me había pasado por la cabeza que a pesar de lo que Evan había dicho, Olivia iba a estar furiosa. Mischa podría enfadarse también, dado que su hermana mayor podría había tratado de eclipsar a la ex novia de Evan para ocupar su lugar. Un simple viaje al cuarto de baño había complicado mi noche infinitamente, me estaba dando cuenta de que el torrente de emociones no había hecho más que empezar. Mischa bajó la voz con picardía hasta convertirla en un susurro y comenzó con entusiasmo a contar la historia. —Hay un tramo de la ruta 32 que pasa por el cementerio de San Agustín. Es un atajo para llegar al aeropuerto y mi familia solía pasar todos los veranos por ahí de camino a nuestra casa de verano. —¿Qué pasó con esa casa de verano? Deberíamos ir para las vacaciones de Navidad — interrumpió Candace. —Mi tío Roger vive allí durante todo el año desde que perdió su casa. Ahora deja de interrumpir —la regañó Mischa—. Como iba diciendo, un par de millas antes del cementerio, hay un pequeño bar llamado Sven, gestionado por una pareja de ancianos. No es nada lujoso, sólo es un pequeño bar de deportes, con señales de cerveza fluorescentes en las ventanas. Así, el jefe de mi mamá fue allí una noche después del trabajo el invierno pasado, para ver el partido de los Packers. Después de dos o tres cervezas, no debía conducir, pero había comido un sándwich grande y no se sentía borracho; aunque todo el mundo en el bar decía que se avecinaba una tormenta. En este punto eran como, ¿las diez de la noche? No era demasiado tarde, pero al ser diciembre, ya había oscurecido y las carreteras estaban vacías porque esa zona nunca estaba muy concurrida. Todas estábamos escuchando atentamente, inclinándonos para poder oír mejor a Mischa. La televisión seguía encendida, pasaban vídeos musicales pero habíamos apagado el sonido. —Así que mientras conducía, empezó a nevar. En un primer momento, sólo eran unos pocos copos diminutos, pero se hicieron cada vez más gordos, más pesados. Estaba tan ocupado mirando la nieve, que casi no vio a una chica caminando por el arcén de la carretera. De atrás parecía joven, ya sabes, como de nuestra edad. Llevaba una falda roja y los zapatos en la mano. Pasó de largo, pensando que lo último que necesitaba era tener algún tipo de problema con la policía o con su esposa por recoger una joven en la carretera, pero luego ralentizó el auto porque se dio cuenta de que era ridículo. Hacía frío, la nieve era cada vez más pesada y la chica no llevaba abrigo, tal vez tenía algún tipo de problema y sólo necesitaba que la llevaran a casa. Siendo realistas, podían pasar horas hasta que llegara otro auto a esa zona de la carretera. Así que retrocedió un poco y bajó la ventana para preguntarle si necesitaba ayuda. La chica, agradecida, se subió al asiento trasero y movió los papeles del trabajo del jefe de mi madre al otro lado del asiento. Mi mamá trabaja en una inmobiliaria —explicó Mischa a Hannah, sin darse cuenta de que yo tampoco le había oído contar esta historia antes—. Por lo tanto, el auto de su jefe estaba lleno de esos folletos que promocionan jornadas de puertas abiertas. Y él, tratando de ser amable y considerado, pero realmente queriendo saber quién era esa chica, apagó la radio y la observó por el espejo retrovisor.

Era muy bonita, con el pelo largo y rubio como Olivia y ojos oscuros; no temblaba en absoluto a pesar de que hacía mucho frío fuera y no llevaba abrigo. Había copos de nieve pegados a sus pestañas y ni siquiera parecía darse cuenta. Los labios de Mischa comenzaron a insinuar una sonrisa. Me di cuenta de que estaba disfrutando de lo tensas que estábamos, pendientes de cada una de sus palabras. —Le preguntó dónde podía dejarla y ella le dio una dirección de Bluegrass Lane y algunas indicaciones de cómo llegar. La cuestión era que la dirección que le dio no estaba muy lejos, casualmente estaba justo al lado del cementerio, pero el jefe de mi madre no se dio cuenta de eso hasta más tarde, porque estaba acostumbrado a pasar por allí todos los días, al volver a casa del trabajo. A medida que giraba la esquina hacia la calle donde ella le dijo que vivía, le preguntó: ¿Te importa decirme lo que estabas haciendo tan tarde por la noche, sola y sin abrigo? Ella no respondía, pero él estaba ocupado mirando los números de las casas para tratar de encontrar la dirección que le había dado. Entonces, la miró por el espejo retrovisor de nuevo, y casi le dio un ataque al corazón. Ella le devolvió la mirada, pero todo su rostro estaba lleno de sangre. Su nariz estaba ensangrentada, sus ojos, su boca… —¡Ew! —gritó Olivia, a pesar de que había oído esta parte de la historia, como dijo Candace, millones de veces. —Y ella se estiró hacia adelante —dijo Mischa, abriendo sus ojos marrones grandes y redondos, levantando los brazos hacia adelante como un zombi—. Su boca se movía y él pensó que estaba tratando de decirle algo, pero estaba tan asustado, que perdió el control del auto y se salió de la carretera para ir a parar a una pequeña zanja justo en frente de la casa de alguien. Pisó el freno y miró hacia atrás de nuevo, la chica se había ido. Desapareció. Se bajó del coche para ver si tal vez de alguna manera, había saltado del asiento trasero. Pero no estaba por ninguna parte. Era como si nunca hubiera existido; salvo por el hecho de que todos esos folletos en el asiento trasero estaban llenos de sangre. —Wow —dijo Hannah solemnemente, creyendo cada palabra. —Así que, en ese instante, levantó la vista y se dio cuenta de que su auto había ido a parar justo en frente de la casa donde supuestamente vivía esa chica. Él, completamente asustado, volvió al coche y condujo a través de la ventisca hasta la estación de policía. Llegados a este punto, pensaba que iba a ser acusado de asesinato o algo así, ya que esa chica había desaparecido y su sangre estaba por todas partes en su auto. —Esta es la mejor parte —informó Candace. —Así que entró a trompicones en la estación de policía, con el corazón acelerado y sudando. Estaba tan aterrorizado que durante todo el camino de regreso no podía dejar de mirar por el espejo retrovisor y verla allí, sangrando de nuevo. Corrió hasta el policía de guardia y empezó a contárselo todo, siendo consciente de que era la historia más increíble que había contado jamás; antes de terminar, el policía le preguntó: ¿Y la chica desapareció sin dejar rastro? —Tuve un escalofrío. Era una historia tonta, pero Mischa estaba haciendo un trabajo admirable—. El jefe de mi mamá exclamó: ¡Sí! ¿Cómo lo supo? ¿Y por qué no le extraña nada de esto? El policía le contó que cada invierno

llegaba alguien contando la misma historia. Chica rubia en el arcén de la carretera, que lleva los zapatos en la mano. Siempre al lado del cementerio de San Agustín. A veces la ven en el espejo retrovisor y está llena de sangre. Otras, simplemente desaparece. Siempre da la misma dirección de Bluegrass Lane. Resulta que esa chica se llamaba Heather Szymanski, o algo así; había sido atropellada después de romper con su novio hacía cuarenta años. Estaba volviendo a casa desde el bar y el que la golpeó, la dejó en la calle y murió desangrada. Fue en diciembre de ese año. Los padres de esa chica vivían en Bluegrass en los años setenta, cuando supuestamente ocurrió todo esto. Así, la leyenda dice que el fantasma de la chica sólo aparece ante la gente que sale de Sven y que pasa en auto por delante del cementerio. Sólo los hombres la ven. —Oh dios, es aterrador —dijo Olivia—. Siento que voy a vomitar. —¿Qué pasa con la sangre? —preguntó Hannah—. ¿No quedaban rastros en los folletos? —Oh sí, eso —dijo Mischa, molesta consigo misma por haber dejado de lado un detalle—. El jefe de mi madre llevó los folletos a la estación de policía como prueba, pero para cuando le había dicho a la policía lo que había sucedido, la sangre se había ido. Eran simplemente folletos viejos de casas en venta. —¿Qué pasó con el jefe de tu mamá? —pregunté. Era la hija de un psiquiatra, no importaba lo horrible que había sido la historia de fantasmas, mis pensamientos siempre iban hacia la recuperación psicológica de la víctima. —Oh, él —dijo Mischa con una sonrisa, encantada de que me hubiese acordado—. Colapso nervioso total. Se deshizo de su coche tan rápido como pudo, compró uno nuevo de lujo que no podía permitirse con su tarjeta de crédito y se divorció de su esposa porque ella pensó que estaba totalmente loco cuando le contó la historia de Bloody Heather. Nunca volvió a conducir de noche. —Buen trabajo —Olivia elogió a Mischa—. ¿Qué pasa con la historia de los seis caballos blancos? —¡Dios, no! —protestó Candace—. Esa historia es muuuy larga. Hannah se sentó en posición vertical sobre el suelo y cruzó las manos sobre el regazo. —¿Qué pasa con Ligero como una pluma, tieso como una tabla? ¿Habéis jugado alguna vez? Olivia puso los ojos en blanco. —Caray, no desde la escuela primaria. —No me gusta eso —dijo Candace—. No me gusta la idea de jugar con los espíritus. Da demasiado miedo. —No hay espíritus —interrumpí—. Es sólo el efecto de la hipnosis de grupo. Mi padre ha escrito artículos sobre eso, que es por lo que funciona mejor con niños o jóvenes que con personas mayores. El canto hipnotiza a todos los que juegan.

El juego en cuestión consistía en que un participante inventaba una elaborada historia sobre la futura muerte de otro participante, que se extendía en el suelo. Todos los demás jugadores se arrodillaban alrededor de la protagonista de la historia, deslizando sus dedos por debajo de su cuerpo. Al final de la historia, que era por lo general extraordinariamente sangrienta o tan tonta que daba risa, todo el mundo, excepto la chica que se estiraba en el suelo, cantaba: "Ligero como una pluma, tieso como una tabla", mientras que elevaban a la muchacha usando nada más que la mínima presión de sus dedos. Nunca pude averiguar exactamente cómo funcionaba, porque durante mi infancia, el puñado de ocasiones en las que había jugado el juego y la hipnosis había tenido éxito, el cuerpo había sido levantado sin esfuerzo sobre las cabezas de todos. Inevitablemente, el estado de hipnosis se veía interrumpido por uno de los jugadores, arruinando el efecto para todo el mundo, y el cuerpo de la infortunada muchacha que había sido levantado en el aire caía al suelo. —No me lo creo —dijo Candace, haciéndome sentir un poco idiota por hablar—. Cuando funciona, da mucho miedo. —¡Vamos a jugar! —insistió Mischa, tirando una almohada del sofá—. Quiero ser la narradora. Olivia tomó su teléfono móvil, le acababa de llegar un mensaje. —Es Pete —anunció—. Es medianoche. Quería ser el primero en desearme un feliz cumpleaños. ¿No es dulce? Todas coincidimos en que era muy dulce, y Mischa decidió que Olivia sería la primera en extenderse en el suelo. Tuve una sensación de náuseas por participar, a pesar de que sabía que lo que mi padre me había dicho era cierto. No había nada oculto o místico en este juego. Pero para mí, inventar historias sobre escenarios de muerte no sentaba bien. La muerte ya había visitado mi casa una vez y no me gustaba la idea de tentar a la suerte, aunque sólo fuese un juego. Olivia yacía de espaldas, con la cabeza sobre la almohada que descansaba sobre las rodillas de Mischa. Me arrodillé al lado derecho de Olivia, frente a Hannah, que se arrodilló junto a su lado izquierdo. Candace se arrodilló a los pies de Olivia, haciéndole cosquillas para que se retorciera. Olivia pateó a Candace en la barbilla. —¡Ay! —Candace se lamentó. —¡No me hagas cosquillas! —gritó Olivia. Como Candace y Olivia habían sido mejores amigas desde hacía más tiempo que las demás, Candace sabía que Olivia era tremendamente delicada. —¡Tranquilo, todo el mundo! —dijo Mischa con autoridad—. ¡Todo el mundo debe estar muy serio para que esto funcione! Lo digo en serio. Sin intercambiar ninguna palabra, todas estuvimos de acuerdo y nos callamos. Mischa esperó a que el único ruido del sótano fuese el crepitar del fuego. Lejanamente podíamos escuchar el programa de entrevistas que veían los padres de Olivia dos pisos por encima de nosotras, por los aplausos apagados del público. Mischa colocó sus dedos sobre las

sienes de Olivia y comenzó a concentrarse en una descripción totalmente original de la futura muerte de Olivia. —Fue la noche antes del Baile de Bienvenida —comenzó Mischa con su voz narradora más espantosa. —No, no la noche antes del baile —se quejó Olivia—. ¿No puedo al menos morir la noche después? Así al menos tendría la oportunidad de salir y besarme con Pete por última vez. Candace sonrió. —Ya has hecho bastante más que besarte con Pete. Hannah y yo nos sonrojamos. Los detalles completos acerca de las cosas que Olivia y Pete habían hecho hasta ahora no se habían dado a conocer a ninguna de las dos todavía. Éramos jóvenes en la escuela secundaria; naturalmente, teníamos curiosidad por saber quiénes ya habían “llegado hasta el final”. Yo apenas había hecho nada, a excepción de unos cuantos besos castos que había intercambiado durante el verano con un tipo llamado Rob que vivía en la misma urbanización que mi papá y Rhonda. Había sido bonito, pero sabía que nuestro pequeño romance no tenía futuro. No volvería a Florida hasta la semana después de Navidad, y no era tan ingenua como para pensar que a los dieciséis años éramos capaces de sostener un romance de larga distancia. —¡Silencio! —ordenó Mischa—. ¡Yo soy la narradora, y yo decido! Bueno, está bien. Fue la noche después del baile. Olivia Richmond había sido castigada por sus padres por pasarse de su toque de queda la noche del baile y haberse quedado inocentemente dormida en el campo que hay detrás de la pista de atletismo del instituto con Pete. No importaba cuántas veces Olivia insistiese en que sólo era culpable de tener sueño; no le creían porque sabían que su hija y su novio estaban muy calientes y no podían quitarse las manos de encima. —Eres tan bruta —dijo Olivia sin abrir los ojos. —El problema era que Pete le había dicho a Olivia que quería mostrarle algo muy especial esa noche, la noche después del Baile de Bienvenida. Así que Olivia esperó hasta que sus padres se durmieron y decidió salir a hurtadillas de la casa. Candace resistió la tentación de hacer un insinuante “Ooooh”. —Se levantó de la cama, se puso sus vaqueros ajustados y el suéter de cachemira totalmente increíble que su mejor amiga Mischa le había regalado por su decimosexto cumpleaños. —Un buen toque —susurró Candace a mi izquierda. —Levantó la ventana de su dormitorio del segundo piso y salió. Pero mientras subía por la ventana, la tela de sus pantalones vaqueros se enredó en un clavo oxidado del marco de la ventana. Cuando llegó a la tubería que pretendía utilizar para bajar por el lateral de la casa hacia el suelo, se dio cuenta de que su pierna estaba atrapada. La sacudió con fuerza para tratar de liberarla y al hacerlo perdió el equilibrio. Sus pantalones se

rasgaron y cayó al suelo, rompiéndose el cuello en la caída. Sin embargo, no murió al instante. Se retorció de dolor, luchando por respirar, paralizada, hasta el amanecer. Exhaló su último aliento insoportable cuando la luz del sol rompió el horizonte. Horas más tarde, la señora Richmond la encontró muerta, al ir a despertarla para ir a misa. Vio la ventana abierta y se inclinó a través de ella para ver el cuerpo roto y retorcido de Olivia abajo, sobre la hierba. Dos días más tarde en la funeraria, para horror de sus amigos y seres queridos, el cuerpo de Olivia descansaba en su ataúd, ligero como una pluma, tiesa como una tabla. —Ligero como una pluma, tiesa como una tabla —coreamos al unísono, nuestros dedos expectantes por debajo de las extremidades de Olivia empujando suavemente su cuerpo pesado hacia arriba. —Esto no está funcionando —dijo Candace, después de unas cinco repeticiones del canto. —No siento que pase nada —anunció Olivia—. Abrió los ojos y se enderezó. —¿Puedo probar? —preguntó Hannah, mirando directamente a Mischa, lo que implicaba que quería jugar el papel de narradora. —Claro —dijo Mischa, entregándole la almohada que había usado para apoyar la cabeza de Olivia sobre sus rodillas. Desearía que Mischa no hubiese renunciado a su preciado papel como narradora tan fácilmente. Porque cuando Hannah comenzó a contar historias, el problema comenzó.

CAPITULO 2 Traducido por Maia8 Corregido por Megan17 —Olivia Richmond tenía todo lo que cualquier chica podría desear. Una hermosa casa, un cabello rubio perfectamente liso, un novio atractivo y un círculo cercano de amigos. Comenzó el tercer año de instituto con el mundo a su favor. Incluso acababan de regalarle un auto Prius rojo por su cumpleaños y todos en el instituto Weeping Willow sabían que sería nombrada reina del baile. No me atrevía a mirar hacia arriba para intentar evitar llamar la atención de Hannah, pero la mención de un nuevo Prius rojo captó mi interés. ¿Cómo sabía que había un Toyota rojo aparcado en la entrada de la casa de los Richmond justo en ese momento? ¿Lo había adivinado? Hannah era un tipo de narradora muy diferente a Mischa. No trataba de hacer que su voz sonara espeluznante o inquietante. Su tono era firme, seguro, contaba la historia con solemnidad, como si se trataran de hechos. El tiempo parecía ralentizarse mientras hablaba. Podía oír el «tic-tac» del reloj de pie de los Richmond en la parte superior de la escalera y a Candece tragar en silencio, a centímetros de distancia. La respiración de Olivia era rítmica pero poco profunda, y sus pestañas se agitaban como si aquello se tratara de un sueño. El medallón de Hannah lanzó pequeños destellos de luz alrededor del sótano mientras las llamas de la chimenea se reflejaban en él. —La noche antes del Baile de Bienvenida, cuando el equipo de fútbol de Weeping Willow arrasó consiguiendo una victoria contra el equipo de Kenosha, Olivia estaba ultimando los detalles finales de su gran día con Pete. Ya había encontrado un vestido color crema que recordaba perfectamente a la mantequilla, y un par de pendientes que le quedaban fantásticos colgando de sus orejas, casi rozando sus bronceados hombros. Pero aún le faltaba el par de zapatos perfecto que combinara con su vestido, y el tiempo se agotaba. El viernes, después de las clases, les dijo a sus amigos que conduciría hasta el centro comercial Green Bay en busca del par perfecto. Tras peinar el centro comercial y decidirse por un par de zapatos que no eran del todo ideales, se encontró con que el auto nuevo que había recibido por su cumpleaños no arrancaba. Intentó e intentó poner en marcha el motor, pero no funcionaba. —Como el cielo se había llenado de densas nubes de tormenta, Olivia aceptó regresar a Willow con un compañero de clase, que pasaba por el aparcamiento del centro comercial. Comenzaron el viaje de regreso a su pequeño pueblo a través de la carretera rural con la mente de Olivia llena de pensamientos sobre el Baile de Bienvenida, así como el nuevo inconveniente de tener que remolcar su auto del aparcamiento del centro comercial a la mañana siguiente. Las gotas de lluvia que caían del cielo se convirtieron en granizo, y antes de que Olivia y su compañero de clase al volante pudieran saber lo que pasaba, un camión con exceso de velocidad que no los había visto en el otro carril, se estrelló contra ellos de frente. Las costillas de Olivia se hicieron añicos, sus órganos

quedaron esparcidos por todo el asiento delantero del destrozado coche. El impacto le arrancó el brazo derecho, que fue descubierto a seis metros de distancia de los restos del automóvil, después de que la tormenta de granizo cesara. Sus dos piernas fueron aplastadas bajo el salpicadero, inmovilizándola en el asiento delantero, impidiéndole escapar incluso si hubiera permanecido consciente el tiempo suficiente como para intentar alejarse del accidente. Cuando el conductor fue capaz de detener el camión, corrió hacia el vehículo para comprobar si alguno de los pasajeros había sobrevivido, tuvo que darse la vuelta, ya que Olivia también había sido decapitada. Su cabeza colgaba de sus hombros sostenida por unos pocos tendones, músculo y pedazos de piel, después de haber sido cortada limpiamente de su columna vertebral. —Tres días más tarde, mientras su conmocionada familia y la ciudad de Willow se congregaban para el velatorio de Olivia, su cuerpo yacía bajo un ataúd cerrado, ligero como una pluma, tieso como una tabla. Estaba en tal estado de asombro ante los detalles espeluznantes y la serenidad con la que Hannah había puesto fin a la vida de Olivia, que ni siquiera me fijé en si el juego continuaba. Una extraña sensación de quietud había atravesado la habitación y por el rabillo del ojo pude ver que el fuego de la chimenea ardía con más fuerza y brillo de lo que lo había hecho durante toda la noche, incluso cuando hacía una hora me había levantado para ir al baño, los troncos ya ardían rojos, iluminados desde el interior. Cuando comenzamos a cantar y el cuerpo erguido de Olivia, con su boca congelada en una mueca, comenzó a levantarse con facilidad, empecé a asustarme de verdad. Me sentía inquieta, con una sensación de que alguien, o algo, nos estaba observando. —Ligero como una pluma, tieso como una tabla. —cantamos a coro, lentamente, muy lentamente, levantando el cuerpo sin peso de Olivia poco a poco con nuestras manos. Deseé que el truco saliera mal. Es sólo un juego, me recordé a mí misma. Vagos e intangibles recuerdos, de la explicación de mi padre sobre cómo fenómenos como este pueden ser resultado de la hipnosis en grupo, formaron una pared de ladrillo en la parte posterior de mi cabeza. Descruzamos con agilidad nuestras rodillas y pies mientras alzábamos a Olivia a la altura de nuestros ojos. A partir de ahí terminamos de levantarla, desde el nivel de las caderas hasta el de los hombros, con los brazos cruzados sobre el pecho, y su plateado pelo rubio cayendo en dirección al suelo. —Santo… Fue Candace quien, sin previo aviso, rompió el hechizo. De repente, todas recuperamos la consciencia, y antes de que tuviéramos la oportunidad de sentir todo el peso de Olivia sobre nuestras manos, había caído al suelo con un sonido sordo y se frotaba el trasero de buen humor. —¡Gracias, chicas! —bromeó, sin haberse hecho daño al caer en la alfombra. A pesar de que ya habíamos jugado a aquel estúpido juego antes, cuando éramos más jóvenes, y tras haber experimentado las consecuencias de primera mano, todas menos yo estaban encantadas con nuestro pequeño éxito. Era como si Hannah hubiera lanzado algún hechizo sobre nosotras sin ningún tipo de esfuerzo, con tanta facilidad, que ni

siquiera habíamos tenido que esforzarnos en generar una sola pizca de pensamiento para que la oración surgiera efecto. Después de escuchar durante unos minutos a mis amigas celebrarlo, mi miedo se disipó y me sentí también victoriosa. —¡Ha sido increíble! —exclamó Mischa, con una sonrisa de oreja a oreja. Tenía muchas preguntas acerca de cómo Hannah había construido una historia tan extraña y horrible. —¿Quién era el conductor? —preguntó Olivia—. Nunca aceptaría regresar desde Green Bay a casa con cualquiera. —Y te has saltado la parte donde Olivia compra el vestido de sus sueños —bromeó Candace. —Sí. Sería muy útil saber dónde voy a encontrar ese vestido —dijo Olivia. Hannah se ruborizó, y su pálida piel blanca ardía en un intenso color rosado. —Lo siento, no soy adivina. Sólo invento historias. —¡Yo soy la siguiente! —insistió Candace, dejando caer las rodillas al suelo. Volvimos a formar nuestro pequeño círculo, ansiosos por ver si Hannah podía repetir el fenómeno con tanta convicción por segunda vez. Esta vez, no obstante, tenía un poco de miedo de que las demás notaran mi reticencia a participar. Había algo desconcertante en la confianza con la que Hannah había contado la historia de Olivia. Una voz de alerta en mi cabeza me advertía, No lo hagas de nuevo. No a otra persona. —Está bien, pero tenemos que calmarnos y sentarnos o sino no funcionará. —Nos recordó Hannah mientras acomodaba la cabeza de Candace sobre la almohada, con sus rodillas apoyadas en el suelo.Tamborileó los dedos sobre las sienes de Candace y se quedó mirando fijamente al techo, perdida en sus propios pensamientos. —Candace Cotton. ¿Qué deberíamos hacer con Candace Cotton? Tan pronto como la historia cobró forma en su mente, la expresión de su rostro cambió. Le dedicó una mirada firme a Candace, quién obedientemente cerró los ojos y cruzó los brazos sobre el pecho, tal y como lo había hecho Olivia. Olivia había ocupado una posición cercana a los pies de Candace, y delicadamente había colocado dos de sus dedos debajo de sus talones, con las palmas mirando hacia el techo. Candace respiró hondo, preparándose para la terrible historia de Hannah, su pecho se infló al tomar aire, y luego se desinfló cuando exhaló. —Era finales de Octubre y la familia de Candace se había marchado de Willow para disfrutar de unas vacaciones inesperadas. Candace estaba emocionada por ponerse su bikini nuevo en la playa, y nadar por primera vez. El mar estaba tranquilo ese día, así que pasó por alto la sugerencia de sus padres de que tomara una lección de surf en lugar de adentrarse ella sola en aguas más profundas. Al principio, se quedó cerca de la orilla, sin ir más lejos de donde sus hermanos estaban construyendo castillos de arena. El agua estaba caliente y tentadora, no estaba tan fría como había esperado, así que avanzó un poco más, hasta que tuvo el agua a la altura de las caderas, y se quedó allí

hasta que se sintió segura de que podía adentrarse en las corrientes más profundas con seguridad. —Tras su desaparición, sus hermanos le contaron a sus padres que la vieron caminar en línea recta hacia la zona más profunda del mar, en dirección a las olas, como si tuviera una misión. No tenía miedo, como si estuviera retando al océano a venir y llevársela. Contaron que una ola chocó contra ella y el mar se la tragó entera, envolviéndola en una masa azul y arrastrándola lejos. Su cuerpo apareció tres días más tarde, a dos millas de la costa, casi irreconocible. Gran parte de su largo cabello rubio había sido arrancado por la corriente. Su pálida piel azul estaba húmeda y pegada a sus huesos, dejando a la vista las capas hinchadas de músculos bajo la superficie de la piel. Sentí cómo Candace se estremecía contra mis dedos ante la horrible descripción del estado de su cuerpo. —Los peces se habían comido sus ojos y algunos de sus órganos internos. El olor que desprendía su cadáver en descomposición era insoportable. Después de que sus devastados padres identificaron su cuerpo en la oficina del forense, yacía sobre la mesa metálica para autopsias… ligera como una pluma, tiesa como una tabla. —Ligera como una pluma, tiesa como una tabla —repetimos. Increíblemente, el cuerpo de Candace, que era mucho más pesado y grande que el de Olivia, comenzó a levantarse con la misma facilidad con la que lo había hecho el de Olivia. No me atrevía a mirar a las otras chicas que levantaban a Candace por miedo a romper la ilusión, a pesar de que mi corazón latía aterrorizado. Sólo habíamos levantado a Candace dos pies del suelo cuando ella nos sobresaltó y la dejamos caer. —Oh Díos mío, ¡eso ha sido una locura! —gritó, llevándose las manos a la cara para ocultar sus mejillas. Tenía los ojos brillantes, llenos de entusiasmo—. ¡Podía sentir cómo me levantaban! Todas mis amigas estaban rebosantes de entusiasmo, emocionadas por nuestro éxito. Yo permanecía en silencio y sonreía en un intento de parecer que me divertía, pero lo que realmente deseaba era que alguien sacara el Twister o que sugiriera que hiciéramos cualquier otra cosa. Hannah se había convertido en la heroína de la fiesta. La brisa cálida que había sentido atravesarme cuando me encontré arriba con Evan había desaparecido por completo. Mis extremidades estaban congeladas de miedo, del mismo tipo que se apoderaba de mí cuando veía una película de terror. Un miedo divertido, pero era una sensación que no esperaba que durara mucho tiempo. Consciente de esto, me pregunté si era la única que se sentía un poco asustada por los detalles escabrosos que con tanta facilidad Hannah era capaz de evocar, como si se trataran de simples elementos de una historia. Relataba descripciones repugnantes con tanta indiferencia que me preguntaba si tal vez era alguna especie de sociópata y que de alguna manera durante las últimas dos semanas había pasado por alto su trastorno mental, distraída y engañada por sus grandes e inocentes ojos azules. —¡Se te da tan bien esto! —exclamó Mischa. —Gracias —dijo Hannah admitiendo el cumplido, pero sin parecer realmente cómoda con la admiración que recibían sus extrañas habilidades narrativas.

—Nunca he estado en la playa —dijo Candace—, excepto en el Lago Winnebago y ni siquiera cuenta. ¡Pero parecía tan real! Prácticamente podía oler el agua salada mientras contabas la historia. —¡Esto es tan divertido! Estoy muy contenta de que hayas sugerido jugar a esto —dijo Olivia atropelladamente. De repente, me señaló a mí—. ¡McKenna eres la siguiente! —No, no —dije, manteniendo mis manos en alto en señal de protesta—. Este juego es demasiado extraño. —¡Vamos, McKenna! —incitó Candace—. Tienes que hacerlo. Todas lo estamos haciendo.

Hannah no lo ha hecho, me dije a mi misma. Me descubrí tumbándome en el suelo entre todas ellas, descansando la cabeza sobre el cojín del sofá tapizado. La yema de los dedos de Hannah se posaron sobre mis sienes, presionando sus fríos dedos contra mi cabeza, tocándome tan delicadamente que apenas podía sentir su piel en contacto con la mía. —Oh —dijo Hannah de repente, colocando dos dedos más sobre mis sienes. Parecía estar sorprendida—. Esto no os va a gustar. A mis pies, las cejas de Candace se dispararon arqueadas en alarma. Mischa y Olivia, preocupadas, intercambiaron miradas de complicidad. —¿Por qué? —pregunté, levantando la vista en dirección a Hannah. —Por lo general, cuando juego a este juego, tengo una idea clara de lo que voy contar en cuanto toco a alguien —explicó Hannah—. Pero contigo no veo nada. Lo único que alcanzo a atisbar es fuego, pero no creo que sea eso. Es decir, puedo contar la historia del fuego si quieres. Pero no creo que vaya a funcionar. Mi corazón comenzó a latir mucho más rápido, quería sentarme y poner fin a aquel estúpido juego allí mismo. Sabía que no era justo; Hannah era nueva en el pueblo y no podía saber hasta qué punto sus palabras eran desagradables. Para mí, la fiesta ya había acabado. Quería llamar a mi madre a pesar de que era más de media noche, y pedirle que viniera a recogerme inmediatamente. Pero no podía hacer eso. Tenía dieciséis años, ya no era una niña, ni siquiera podía reunir las fuerzas suficientes para sentarme y librar a Hannah de tener que contar mi historia. No quería que Candace, Mischa y Olivia pensaran que era una cobarde. Sentía como si mi permanencia entre el grupo de las populares dependiera completamente de mi participación en el juego. —No cuentes la historia del fuego —dijo Olivia finalmente, con una voz tan llena de ternura que sugería que debía saber lo mucho que me aterrorizaba—. Cualquier cosa menos eso. —¡No! ¡Cuéntala! —insistió Mischa—. ¿No sería terrible que McKenna muriera exactamente igual que…?

—Para, Mischa —La mandó a callar Candace—. Eso ha estado totalmente fuera de lugar. El sótano se quedó en silencio durante un momento mientras las chicas se miraban las unas a las otras. Sin que se pronunciara ni una sola palabra, sentí como Mischa bajaba la vista. Miré a Hannah y me estremecí cuando la descubrí observándome fijamente, con una expresión de que sabía exactamente por qué no podía soportar escuchar la historia de mi propia muerte a manos de las llamas. Ella sabía lo de Jennie. Estaba segura de ello, y ese conocimiento me heló hasta los huesos. Me incorporé y me senté, alejándome de ella, con mi preocupación por la popularidad olvidada temporalmente. —No tengo ganas de seguir jugando —dije con voz temblorosa. —Está bien. —Me aseguró Candace—. Mischa será la siguiente. —Sí, me toca. —Se ofreció voluntaria Mischa. Mischa se tumbó con facilidad en el suelo y colocó delicadamente su cabeza sobre el cojín. Me coloqué al lado de sus pies, con ganas de alejarme lo máximo posible de Hannah. Apenas estaba prestando atención a la historia de la muerte de Mischa, algo relacionado con la asfixia y volverse azul. En lugar de concentrarme en ella, me descubrí preguntándome cosas acerca de Hannah. ¿Quién era aquella chica, en realidad? ¿Era normal tener tanto control sobre este tipo de juegos, ser capaz de hipnotizar a las personas con tanta facilidad? ¿Había algo más detrás de aquellos enormes ojos azules de lo que había notado desde el primer día de clase? ¿Sabía mucho más de nuestras vidas de lo que realmente dejaba ver? Quizás, debido al entusiasmo de Mischa por que el juego funcionara a las mil maravillas, la levantamos mucho más alto que a cualquier otra, casi sin respirar, cargamos el pequeño cuerpo de Mischa por encima de nuestros hombros, a la altura de nuestros ojos, y luego sobre nuestras cabezas. Fue el zumbido del teléfono de Olivia sobre la mesa de café el que rompió nuestra concentración. Por suerte para Mischa, la atrapamos antes de que cayera al suelo. —Vaya, te levantaron muy alto, amiga —informó Candace a Mischa mientras Olivia se precipitaba a través del sótano para agarrar su teléfono. —¡Es Pete! —susurró hacia todas nosotras—. Él y Jeff están… ¡Bam! ¡Bam! ¡Bam! Un fuerte golpe contra la ventana del sótano que daba al patio trasero nos hizo saltar en el aire. Mischa gritó y escuchamos movimiento en el segundo piso, cuando los padres de Olivia entraron en acción. Estallamos en risas tan pronto como nos dimos cuenta de que el golpe provenía del atractivo Pete, de cuclillas en el patio trasero de Olivia con su otro compañero del equipo de baloncesto, Jeff Harrison. Oímos cómo la puerta de la parte superior de las escaleras se abría y todas nos congelamos. Olivia le hizo gestos con la mano a Pete para que se alejara de la ventana.

—Olivia, ¿qué está pasando ahí abajo? —Escuchamos preguntar al Sr. Richmond desde las escaleras. —¡Nada, papá! —respondió de nuevo Olivia—. Mischa acaba de encontrar una araña. —Sería entonces una araña enorme —dijo el Sr. Richmond, en un tono que sugería que sabía que le estaba mintiendo. Tanto Mischa como Olivia sofocaron sus risitas contra las palmas de sus manos. —Lo era —gritó Mischa por encima del hombro. —Descansad un poco, niñas. —Nos sugirió el Sr. Richmond—. Son más de la una. Mañana será un día ajetreado. —Está bien, papá —dijo Olivia, desando simplemente que volviera a subir a la segunda planta y que nos dejara en paz. Esperó hasta que hubo subido de nuevo todos los escalones hacia el dormitorio principal del segundo piso, asintiendo con la cabeza levemente mientras contaba sus pasos, antes de arrastrar la silla hacia la ventana para abrirla. —Pete, ¿qué estás haciendo aquí? —preguntó, de pie sobre la silla, mientras el resto de nosotras observábamos. —Jeff y yo estábamos por aquí cerca y pensé que sería divertido parar y desearte en persona que tengas un feliz cumpleaños —dijo él, colocando su mano contra la malla metálica de la ventana que los separaba. —Qué romántico… —murmuró Candace sin dirigirse a nadie en particular. —Eso es muy bonito, ¡pero tenéis que marcharos de aquí! ¡Si mi padre se entera, llamará a la policía! Pete prometió marcharse sin hacer ruido, pero sólo después de que Olivia descubriera la manera de retirar la malla y que pudiera darle un beso a través de la ventana. Buscó el marco de la ventana hasta que la malla se deslizó hacia adelante y golpeó el césped del patio trasero silenciosamente, luego se puso de puntillas para que Pete pudiera inclinarse contra la ventana abierta y besarla. —Isaac nunca sería tan romántico —refunfuñó Candace. Una hora más tarde, después de que la malla hubiera recuperado su lugar contra el marco de la ventana, volvimos nuestra atención a los videoclips que estaban pasando por la televisión, y nos acurrucáramos contra las mantas, estábamos listas para ir a dormir. Extendí mi saco de dormir cerca del televisor, dándoles la espalda a mis amigas mientras las escuchaba respirar profundamente y luego comenzar a roncar. Yo no podía dormir. Toda la implicación de Hannah en el juego, incluyendo que había sido ella la que había propuesto jugar, me inquietaba. ¿Cómo Hannah, que no había salido del sótano en toda la noche, sabía que los padres de Olivia le habían comprado un Toyota rojo? ¿Podría existir la posibilidad de que alguien en aquel pequeño pueblo

le hubiera hablado de Jennie, a pesar de que no era algo que se podría compartir con cualquier persona nueva en el instituto? Mis ojos comenzaron a arder cansados y mi mirada se posó en el reloj encima del televisor que marcaba las 3:31 A.M. De repente me di cuenta de que no era la única despierta en aquel sótano, y me giré para encontrarme a Hannah sentada sobre su saco de dormir, frotándose los ojos. —Lo siento si antes te he asustado —susurró ella, con cuidado de no despertar a las demás. —No pasa nada —mentí, porque eso es lo que dicen las chicas. En realidad sí que pasaba, pero después de su impresionante interpretación, tenía un poco de miedo de ofenderla. Me di la vuelta, dándole una vez más la espalda. Esa noche no dormí casi nada, incapaz de liberarme de la sospecha de que aquel fuego que ardía tan intensamente en la chimenea mientras cantábamos nunca llegó a extinguirse por completo.

CAPITULO 3 Traducido por Onnanohino Gin Corregido por Megan 17 Por la mañana, Olivia se precipitó a través de las puertas dobles de la entrada de su casa, chillando de alegría (para gran disgusto de sus vecinos) hacia el camino de entrada para ver su nuevo auto rojo. —Oh, Dios mío, ¡me encanta! ¡Estoy totalmente encantada! —exclamó repetidamente, lanzando sus brazos alrededor de su padre, y luego a su madre, y luego a su padre de nuevo. La señora Richmond nos hizo a todas panqueques en la forma de la inicial de nuestro nombre de pila, que era una especie de capricho infantil, pero lo disfrutamos de todos modos. Mi panqueque, una M irregular y deforme, era el más grande de todos, casi el doble del tamaño de la M de Mischa, y me lo comí en silencio, aún inquieta por el juego que habíamos jugado la noche anterior. Afortunadamente, Evan y Charlie habían salido para la cita con el radiólogo antes de que nos despertáramos. No estaba de humor para coquetear o actuar como si estuviese contenta; quería recoger mi mochila y correr a casa en la seguridad de la luz del día. Cuando salí del baño del primer piso y comencé mi descenso al sótano para recuperar mi mochila y las bolsas de la compra del viaje al centro comercial del día anterior, oí que Olivia pronunciaba las palabras “dos camas” y “fuego”. Supe de inmediato que estaba contándole a Hannah la historia de mi vida, y de una manera extraña me sentí halagada de que Olivia todavía lo recordara. Todo lo que le estaba contando había sucedido hacía muchos años atrás, en primaria, justo después de que dejara de ser amiga de Olivia, Candace y de las otras chicas que ya eran consideradas como las más bonitas y amistosas de la clase. No podía culparlas por permitir que nuestras amistades terminaran. Lo que le había pasado a mi familia era tan terrible que los padres querían mantener a sus propios hijos lejos de mí, como si la distancia fuese una medida preventiva para evitar que la tragedia les golpeara a ellos también. Mis pasos hicieron crujir las escaleras, interrumpiendo la historia y haciendo que Olivia y Hannah me sonrieran torpemente cuando llegué al sótano. Sólo Candace se volvió y asintió con la cabeza hacia mí con ojos tristes, la confirmación de que efectivamente interrumpí exactamente lo que sospechaba. —Vamos a ir a ver Blood Harvest 2: The Reaping esta tarde —anunció Olivia en un tono que quería resultar alegre, pero sonaba un poco falso—. ¿Quieres venir? —No puedo —mentí sin problemas—. Tengo que ir al centro comercial con mi mamá a comprar cosas para el baile.

Estaba agradecida de no haberles dicho que ya tenía un vestido color lavanda para el tan esperado evento, no había omitido esa información por nada en especial, sencillamente no había salido el tema. Ese fue el día en que el verano se transformó lentamente en otoño. La temperatura finalmente cayó diez grados y un fuerte olor a hojas secas impregnaba el aire, que en verano olía a hierbas y arbustos de madreselva recién cortados. Corrí a casa a pie, porque no quería tener que esperar a que mi madre llegase a la casa Richmond en su auto destartalado. Mi mamá ponía nerviosos a los otros padres. Tenía la suerte de poder escapar de Willow tres días a la semana para dar clase en Sheboygan, donde las únicas personas que la conocían lo suficiente como para recordar a Jennie eran los profesores con más antigüedad en la Universidad. En la ciudad, todo el mundo recordaba no sólo la historia, sino el titular que apareció a la mañana siguiente en el Boletín Willow: Niña fallece en el incendio de la calle Martha. Muchos chicos que conocía tenían padres divorciados y vivían con su madre después de que su padre se fuese de Willow para encontrar un nuevo trabajo, una nueva esposa y empezar de cero. Pero sólo mi mamá inspiraba una especie de bondad incómoda a dondequiera que iba. Incluso las cajeras del supermercado le sonreían con un poco de nostalgia al entregarle el cambio. Había casi dos kilómetros desde la casa de Olivia hasta la mía, pero me apresuré, ansiosa por llegar a mi propia cama para dormir unas horas. Pensar en Jennie me agotaba y no estaba contenta de que su recuerdo hubiese vuelto a la luz, justo ahora que mi vida estaba cambiando rápidamente en una dirección más brillante. Había días enteros en los que apenas pensaba en ella, y luego, por supuesto, cuando lo hacía, me sentía culpable. Ni siquiera podía decir que la echara de menos; porque había pasado tanto tiempo desde que había fallecido que apenas me acordaba de cómo eran las cosas cuando estaba viva. Aquel otoño, mi vida se había dividido en dos mitades bien diferenciadas: “Con Jennie” y “Después de Jennie”. Lo que había reemplazado el hueco que siguió a su muerte fue una inquietud distinta, una sensación innegable pero intangible de que de alguna manera la naturaleza se había equivocado. De alguna manera, se había llevado a la gemela incorrecta. La naturaleza no se equivoca. A mamá le gustaba decirlo al hablar de su profesión, que consistía en enseñar a los futuros botánicos y biólogos cosas sobre cómo los insectos palo se camuflan a la perfección con su entorno, o que las lombrices oxigenan el suelo. Pero, ¿qué pasaría si... no podía evitar preguntármelo. ¿Y si se había equivocado, sólo una vez? A mi mamá le gustaba consolarse diciendo que la muerte de Jennie fue el principio del fin de su matrimonio. Mi padre, en su opinión, simplemente no era lo suficientemente hombre como para ayudarla a superar la trágica pérdida de un hijo. A decir verdad, creo que mi padre pensaba en hacer las maletas para irse a Florida desde que mi mamá empezó a encontrarse canas, incluso si no hubiéramos perdido a Jennie, la habría dejado. Lo que hizo que su atención se desviara hacia otras mujeres no fue la cama vacía cubierta con una manta rosa que había junto a la mía, ni los vestidos y pantalones varias tallas más pequeñas que los míos que mi madre no se atrevía a tirar. Fue el hecho de que mi mamá se negar a pasar página, a aceptar lo sucedido y las arrugas que se formaban alrededor de sus ojos todas las noches, cuando se quedaba hasta tarde, bebiendo té en el porche, con ganas de estar segura, completamente segura, de que

todos los aparatos eléctricos estaban apagados. A pesar de su avanzado conocimiento de la psique humana, mi padre no podía perdonar a mi madre por su paranoia, ni tampoco pudo superar su repulsión hacia su proceso de envejecimiento. Algún día, me temía, yo también crecería demasiado para que me quisiera. A los dieciséis años, ya cuestionaba su autoridad, sus decisiones, y para él no era una experiencia de buen gusto. Rhonda había cumplido veintisiete ese verano cuando había estado de visita en Florida. —¡Ja! —Había exclamado mi madre cuando se enteró. Ella acababa de cumplir cuarenta y uno. Otoño era mi época favorita del año, a pesar de que también era una temporada de muchos recuerdos infelices. Entre ellos se encontraban el aniversario de la muerte de Jennie, y el aniversario del año siguiente, cuando papá recogió todos sus trajes y los metió en el maletero de su auto para hacer un viaje que en principio sólo sería de tres días, a Florida. El color de los árboles y el crujido seco de las hojas bajo mis zapatos me hacía sentir nostálgica, pero me consolaba. Wisconsin era, básicamente, la capital del otoño. En ningún momento del año era más bonito estar en Willow, y nunca me sentía más como en casa. Llegué a nuestra calle y pasé por delante del terreno baldío donde solía estar nuestra vieja casa. Mamá había insistido en que se utilizara el dinero de nuestra compañía de seguros para comprar la única casa en venta de la calle de nuestra primera casa, que se había quemado hasta los cimientos. ¿Sórdido? Sí. Pero a la vez comprensible, mamá estaba de duelo; no podía soportar la idea de que el espíritu de Jennie estuviese solo en nuestra antigua calle, y que nosotras nos fuésemos a otra parte de la ciudad para seguir adelante con nuestras vidas. Era un poco raro pasar por ese rincón vacío todos los días, pero apenas podía recordar la disposición de la casa que una vez estuvo allí. El contorno de su perímetro desde hacía mucho tiempo se había borrado por la maleza. En los ocho años que habíamos estado viviendo en la casa, en el otro extremo de la manzana, al lado de los Emorys, mamá no había considerado alejarse ni una sola vez. Ese terreno se había convertido en propiedad de la ciudad, y de vez en cuando alguien en el consejo de la ciudad tenía la idea estúpida de poner un parque allí. La propuesta siempre era denegada por no menos de veinte madres que juraban que nunca dejarían a sus hijos jugar en toboganes y columpios en el sitio donde había tenido lugar un evento tan horrible. —¡Hola, cariño! —llamó mi mamá cuando me oyó entrar por la puerta lateral de la cocina. Estaba en la sala de estar, leyendo el periódico que era lo que le gustaba hacer los fines de semana, sin quitarse las gafas y bebiendo una taza de café que sabía que probablemente había hecho horas antes, cuando se había levantado para pasear al perro—. ¿Cómo estuvo la fiesta? —Bien —dije—. A Olivia le regalaron un Prius rojo. —Randy y Beth siempre han consentido demasiado a esa chica. Comienza a lanzarle indirectas a tu papá —me instruyó mamá—. Los autos nuevos no están a mi alcance.

—Bueno —anuncié, dejando mi mochila en la mesa que había detrás del sofá y sonriendo—. Adivina quién tiene una cita para el Baile de Bienvenida. —¡No me digas, nena! —exclamó mi mamá. En su defensa, le daba clase a un grupo de universitarios, así que siempre estaba ansiosa por practicar lo que ella pensaba que era argot joven—. ¿Quién es? ¡Espera! ¿Salieron con chicos anoche? —No, mamá —dije—. Estuvimos en el sótano de Olivia toda la noche, tal como te dije. Su hermano me invitó. —¿Evan? ¿No es un poco mayor para ti? Una de las desventajas de vivir en un pueblo pequeño era que los padres de todo el mundo conocían a todos los chicos de la escuela. Todas nuestras familias habían ido de picnic juntas, habían entrenado a la misma liga de béisbol y habían ido a la pista de patinaje sobre hielo. —Sólo es dos años mayor que yo. No es gran cosa —insistí, a pesar de que en mi corazón, pensaba que efectivamente era gran cosa. Era un asunto tan importante, que todavía estaba un poco preocupada acerca de cómo Candace, Olivia, y Mischa iban a reaccionar. Olivia era relativamente fácil de llevar y agradable para la mayoría de las chicas de la escuela, por lo menos era mejor que el estereotipo de chica mala rica, rubia y popular. Candace, por otro lado, podía ser muy criticona. Y Mischa podía responder ya fuese influida por Candace o por su hermana Amanda. Me fui a dormir a mi propia cama, mis músculos estaban adoloridos por el sueño y por no haber descansado como era debido la noche anterior. Recordé la extraña sensación que se había apoderado de mí cuando Hannah había contado sus historias, el vello de mis brazos se erizó a pesar de la calidez de mi habitación. Por supuesto que no creía que los malos espíritus hiciesen levitar los cuerpos, me aseguré a mí misma. Eso era una locura. No creía en fantasmas, espíritus ni duendes, ya fuesen malvados o bien intencionados. Había pasado gran parte de mi infancia tratando de convocar al espíritu de mi gemela en vano. Si Jennie no había sido capaz de encontrar la manera de cruzar la brecha de energía que separa a los vivos de los muertos para comunicarse conmigo, entonces ¿por qué un espíritu al azar iba a querer interferir con el decimosexto cumpleaños de una chica de un pueblo aburrido de Wisconsin? ¿Quién iba a molestarse en ponerse en contacto con nosotras? Pero aun así, era raro, pensé. Dormí profundamente a pesar de la hora. Los sueños comenzaron y terminaron sin razón, como me pasaba cada vez que me quedaba dormida en un momento extraño del día, o dormía hasta muy tarde en la mañana. Soñé brevemente con una fiesta de cumpleaños, una de las nuestras. No estaba segura de qué cumpleaños era, tal vez cuando cumplimos cinco, pero en mi sueño aparentábamos 8; era como una película casera difusa y silenciosa. Jennie y yo llevaba sombreros de papel rosa a juego, aferrados a la cabeza con un elástico blanco barato.

Estábamos vestidas como lo hacíamos habitualmente a esa edad, Jennie iba de azul y yo de rojo, una técnica primitiva de mi madre para no olvidar cuál de las gemelas era cuál. Nuestros abuelos estaban allí, así como los vecinos, cantando con entusiasmo, moviendo los labios en silencio en el sueño mientras Jennie y yo nos inclinábamos hacia adelante a la vez para soplar las velas. Olivia estaba allí, era muy pequeña para su edad, y nos miraba. Había sido una niña muy seria cuando éramos más jóvenes. Cheryl también estaba allí, sonriendo y con coletas. Mi padre iba girando alrededor de la mesa de nuestra antigua sala de comedor con su cámara de video, mi madre cortaba el pastel y colocaba rebanadas en platos de papel con el logotipo de Barbie impreso en ellos. En un momento de lucidez, me prometí a mí misma que le preguntaría a mi mamá cuando habíamos tenido una fiesta de Barbie. Lo que podría haber sido minutos u horas más tarde, mi sueño se transformó en uno significativamente más oscuro. Estaba de repente en nuestro viejo jardín en la oscuridad de la noche, vistiendo mi delgado camisón, sintiendo el calor abrasador del fuego que envolvía nuestra casa y abrasaba mis brazos desnudos y mi cara. Los vecinos me levantaron, me llevaron lo más lejos posible de la casa y las sirenas interrumpieron la quietud de la noche; los bomberos llegaron demasiado tarde, con sus mangueras y trajes amarillos. Nunca pude recordar cómo había terminado en el jardín. ¿Qué fue lo que me despertó tan tarde por la noche y me hizo salir de la casa? En mis sueños, tan claramente como en mis recuerdos, podía ver las siluetas de mis padres, negras contra las furiosas llamas detrás de ellos, emergiendo a través de la puerta principal de la casa. El pijama de rayas de mi padre estaba en llamas. Un bombero arrojó una manta de seguridad pesada sobre él y lo ayudó a sofocar las llamas mientras mi madre, con el rostro cubierto de hollín negro, violentamente buscaba entre la multitud que se había reunido para ver el espectáculo de la medianoche. Se veía tan desquiciada, tan irreconocible con el pelo revuelto y la cara manchada, que lo único que vi fue el blanco de su camisón y sus frenéticos ojos oscuros como dardos contra el blanco de sus ojos. Cuando me vio en los brazos de un vecino cerca del camión de bomberos, corrió hacia nosotros con los pies descalzos por el césped congelado. —¿Dónde está ella? —preguntó con voz ahogada, me sacudía por los hombros—. ¿Dónde está tu hermana? En los años transcurridos desde el incendio, había llegado a darme cuenta de que después de rememorar esos terribles momentos en mi mente cientos de miles de veces, mi madre no tenía ni idea de qué gemela era la primera vez que me vio. Todo lo que sabía en el frenesí de la emergencia era que sólo una de las gemelas había logrado salir de la casa. En mi sueño no sentí nada, ni miedo, ni horror. Tal vez el shock de la noche había suprimido todos mis recuerdos de las sensaciones. Durante la primera mitad de mi vida, toda mi identidad había estado ligada a la de Jennie. Éramos dos mitades de un todo, no existíamos sin nuestra otra mitad. —Mira, qué bonitas —comentaba la gente. No lo éramos. Estábamos en la media, éramos dos bebés gorditas con mejillas rosadas. El año que Jennie murió, las dos estábamos cambiando los dientes delanteros. Nuestro parecido era lindo y memorable, no nuestras características físicas. Si no hubiera nacido con una gemela, la gente podría haber dicho a espaldas de mi madre que era una niña poco agraciada.

—Están tan bien educadas —decía la gente a mi madre. Pero no, tampoco. Peleábamos y discutíamos constantemente. Estábamos siempre celosas de la atención que la otra recibía de nuestros padres. Cualquiera que fuese el juguete con el que jugaba nuestra gemela, era lo único que queríamos. Teníamos duplicados de todos los juguetes, pero esa no era la solución al problema. Nuestros padres no entendían que era exactamente el juguete con el que Jennie estaba jugando el que yo quería. Habíamos luchado con uñas y dientes por nuestras pizarras mágicas, más que por cualquier otra cosa de nuestro baúl de juguetes, con tanta violencia que mamá nos las quitó y nos dijo que las había donado a los niños sin hogar. Después de que Jennie muriese, las encontré escondidas en el garaje. No destacábamos precisamente por nuestro buen comportamiento. Engañar a nuestros padres y maestros era una fuente inagotable de entretenimiento para nosotras; nos cambiábamos la ropa, las etiquetas de identificación, insistíamos en que éramos la otra gemela... Nuestros padres se enfurecían con frecuencia con nosotras. Mi madre advertía a mi padre todos los días de que estaba al borde de un ataque de nervios por tener que quedarse en casa con nosotras durante todo el día mientras él estaba fuera, dando conferencias en el campus. Cuidarnos era un desafío mental y un trabajo de tiempo completo para ella. Siempre que a Jennie se le permitía hacer o intentar algo primero, yo ponía mala cara. Cada vez que se me permitía ir primero, Jennie inmediatamente se quejaba y decía: ¿Cuándo es mi turno? ¡Es mi turno ahora! Naturalmente, a lo largo de mi vida la gente me había sugerido que leyese libros y estudios sobre gemelos idénticos que compartían poderes telepáticos, lenguajes secretos y códigos, o que inexplicablemente tenían los mismos hábitos. Había pasado suficiente tiempo desde la muerte de Jennie y no tenía ningún recuerdo de que compartiésemos una conexión especial. Sólo recordaba su presencia y una sensación de confort al tenerla cerca. Tener una gemela me hacía ser muy consciente de mí misma; no necesitaba un espejo para saber qué feo era mi ceño fruncido cuando estaba enojada. Todavía podía recordar cómo le lloraba a mi madre y le decía: —¡Dile que deje de hacer esa cara! —Cuando Jennie me miraba con el ceño fruncido, porque pensaba que era horrible y sabía que me veía exactamente igual que ella. Después de que las llamas se hubiesen extinguido, el jefe del departamento de bomberos se acercó a mi mamá y papá e intercambiaron palabras en voz baja, estaban demasiado lejos de mí para haberlos oído por casualidad. Mi madre se desplomó en brazos de mi padre, y nos llevaron al hospital de la ciudad de al lado, donde nos asignaron habitaciones separadas para que pasáramos la noche en observación por la inhalación de humo. Un doctor me dijo que habían sedado a mi madre y que me dejarían verla por la mañana. Las enfermeras me trajeron sopa de tomate y me permitieron quedarme despierta, viendo dibujos animados, hasta que el sol se asomó por el horizonte. Tenía ocho años; era demasiado joven para comprender la muerte. Demasiado joven para entender que Jennie se había ido y que nunca la volvería a ver. Durante el primer año, pensaba que un día me despertaría para ir a la escuela y de repente ella estaría de vuelta, sana y salva, totalmente restaurada, tal como había estado antes del incendio. Conexiones especiales a un lado, de alguna manera esa noche en el hospital supe que Jennie estaba muerta. No podía recordar si alguna de las enfermeras me lo había dicho,

o si saqué mi propia conclusión cuando apagaron las llamas del incendio y no la vi salir de la casa. A la tarde siguiente, mi madre y mi padre entraron en la habitación del hospital. Mi madre se sentó a mi lado en el borde de la cama, con los ojos hinchados de tantas horas de sueño pesado. Mi padre se puso de pie estoicamente detrás de ella, con las manos sobre sus hombros. —Jennie, tenemos algo que decirte y va a ser difícil de entender —comenzó mi madre. Abrí la boca para corregirla y por una fracción de segundo, dudé. Tuve la oportunidad de cambiar, me di cuenta. Podría haberles hecho creer que era Jennie, y que McKenna había perecido en el incendio. Pero como una inocente e ingenua niña de ocho años de edad, no vi ningún valor en eso. Mi instinto de corregir lo erróneo era demasiado fuerte. —Soy McKenna, mamá —le corregí. Era demasiado joven para saber que los padres tienen favoritos; no pueden evitarlo. Incluso en el historial médico que colgaba a los pies de la cama del hospital aparecía como Jennifer Laura Brady. ¿Mis padres habían preferido creer eso cuando rellenaron mi formulario de ingreso, o simplemente había sido un error inocente? Nunca me había atrevido a preguntar. Seis meses más tarde, mi madre todavía se sentaba sola en el porche todas las noches, con los ojos fijos en el lote vacío y chamuscado de la esquina, una noche me senté a su lado en nuestra mecedora del porche. —Puedo ser Jennie si quieres —ofrecí con seriedad. Su dolor era tan profundo, que estaba dispuesta a hacer cualquier cosa, incluso sacrificar mi propia identidad, para que mi mamá se recuperase. Cuando me desperté, estaba empezando a oscurecer, lo que sugería que era casi la hora de la cena; bostecé y me estiré. —No tengo ganas de cocinar. ¿Te parece bien si vamos a Bobby’s? —dijo mi mamá mientras abría la nevera y revisaba lo que había. Ir a Bobby’s con mi mamá en un sábado por la noche habría sido mortificante para la antigua McKenna. Pero ahora, después de un momento de vacilación, acepté. Como había dormido todo el día, me estaba muriendo de hambre y no había nada en nuestra nevera que pudiese compararse a una ensalada del chef gigante del restaurante. Al salir de nuestra casa, vimos a Trey que estaba junto a su Toyota gris. Durante una fracción de segundo recordé su interior: El asiento delantero blando y el ligero olor a pino del ambientador que colgaba del espejo retrovisor. Mi primer instinto fue mirar hacia otro lado y fingir como si no hubiera oído el motor encendiéndose apenas a diez metros de mí. Pero entonces salió mi mamá e inevitablemente tenía que llamar su atención con aspavientos. —¡Hola, Trey! —gritó al verlo.

—Hola, señora Brady —respondió Trey. Mi madre todavía era llamada señora a pesar de que todos en el pueblo sabían que mi padre la había abandonado hacía siete años. Sin decir una palabra como señal de reconocimiento, asintió hacia mí con una expresión despectiva que me decía todo lo que necesitaba saber. Trey pensaba que mi ascenso a la popularidad era deplorable, estaba decepcionado conmigo y la brecha social entre nosotros se había profundizado. —Es un chico atractivo, ese Trey —dijo mi madre una vez que nos acomodamos en nuestro propio auto y nos pusimos el cinturón de seguridad—. Nunca habría adivinado que saldría así, cuando era niño tenía un aspecto ridículo. ¿Cómo le va en la escuela? ¿Tiene novia? Veía lo que estaba tratando de hacer: insinuaba que debería interesarme más por Trey. —Es un bicho raro, mamá. Las chicas se alejan de él y piensan que es una especie de asesino. Mi madre arrancó el auto y me dijo fríamente: —¿Bicho raro? No me gusta tu nuevo hábito de mirar a todos por encima del hombro. Desde que empezaste a salir con Olivia y Candace de nuevo, has cambiado. No eras así cuando te juntabas con Cheryl. Ugh, por supuesto, mi mamá no entendía que no podía ser a la vez popular y mantener mi relación con mis amigos impopulares. Y no entendería ni en un millón de años por qué alguien como yo, una adolescente normal, no podía tener una relación con Trey Emory, a pesar de que Candace había señalado el día anterior, que era muy sexy si pasabas por alto sus rarezas. Todos mis recuerdos de él de cuando éramos niños me llevaban a creer que era un listillo poco sociable. Me acordé de lo distante que se mantenía de mí y de Jennie, que hacía que se ruborizara con su risita. Mientras estábamos en Bobby’s, sentí un zumbido en el bolso y revisé mi teléfono móvil para encontrar un mensaje de un número que no reconocí. Incluía un archivo adjunto, era una fotografía de una placa de rayos x; el mensaje decía: Listo para el baile. Evan. Salir un sábado por la noche en septiembre con mi madre me sirvió como recordatorio de que no me había escapado por completo de mi vida anterior de perdedora. Todos en la escuela sabían que no tenía novio, pero me aliviaba que no hubiese testigos de la cena con mi madre. Los viernes por la noche eran noches para dormir fuera de casa, con tus amigas o para ir al cine; los sábados por la noche parecían estar reservados para los novios. Sabía que Olivia y Hannah habían ido a ver la última película de terror de Ryan Marten, pero para cuando mamá y yo estábamos volviendo a casa, seguramente Olivia estaría aplicándose brillo de labios rosa en su dormitorio, esperando a que Pete la recogiera para llevarla a cenar y celebrar su cumpleaños. Candace e Isaac probablemente estarían paseando por la ciudad en la camioneta de Isaac, buscando intimidad. Incluso Matt y Mischa tenían planes de ir al cine o compartir una pizza en Federico’s. Olivia era el tipo de chica que disfrutaba de la estimulación social constante, por lo que a pesar de que estaba en una cita con Pete, nos envió mensajes durante toda la noche con fotos de sus ravioles en salsa de trufas, del pastel de chocolate en miniatura y sin

harina que le habían llevado las camareras con una vela encima, de ella posando con Pete, de las camareras que habían sido lo suficientemente amables para cantarle “Feliz cumpleaños” después de la cena y del collar de oro que Pete le había regalado con un colgante en forma de "O", por Olivia. Hacía un año habría sido ridículo que pensara que había una posibilidad remota de tener novio antes de terminar el instituto, pero ahora había empezado a preguntarme si podría tener mis propios planes para los sábados por la noche en un futuro próximo. Tal vez antes de julio, cuando cumpliese diecisiete años, habría algún chico en la foto con un brillo en los ojos, como Evan, que me había sorprendido con un mensaje romántico. Después de todo, hacía un año, también habría sido una locura pensar que iría con Olivia y Candace al centro comercial. Cualquier cosa podía pasar en un año, o en una semana, cosa que descubriría muy pronto... Me acosté boca arriba en la cama para leer una revista, pero un extraño destello de luz proveniente del exterior atrajo mi atención. Me levanté y me acerqué a la ventana con una linterna para ver mejor, y una vez que mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, vi a Trey escondido en su propio patio trasero. La luz de su habitación seguía encendida y podía ver directamente el interior. Las luces del salón también seguían encendidas, porque probablemente sus padres y su hermano menor estuviesen viendo la televisión. Trey se agachó, parecía estar cavando o buscando algo por debajo de los arbustos que bordeaban la valla que separaba el patio de los Emory del nuestro. Incapaz de controlar mi curiosidad, me asomé a la ventana y le susurré: —¿Qué estás haciendo? Oí un crujido y de repente Trey estaba de pie de nuevo, con el haz de la linterna bailando a través del revestimiento de aluminio de mi casa hasta posarse en mi cara. Instintivamente, me protegí los ojos. —Uno de los gatos callejeros que alimenta mi mamá ha tenido gatitos —susurró en voz alta. Apenas lo podía oír por encima del canto de los grillos. —Espera —dije en voz baja. Saqué una chaqueta de punto de la parte posterior de la silla que había frente a mi escritorio y me deslicé por la puerta trasera de nuestra casa, a través de la cocina. En el exterior, abrí la puerta de nuestro propio patio trasero y luego abrí la puerta de los Emory, para reunirme con Trey en la fría oscuridad de la noche. Él estaba en cuclillas de nuevo, inclinándose con su linterna encendida pero descansando en la hierba, apuntando a lo que estaba inspeccionando. Su camiseta negra se levantó, revelando parte de su columna y la parte superior de su trasero. Me sorprendí a mí misma sonrojándome, agradecida de que por lo menos estuviese lo suficientemente oscuro como para que no se diera cuenta de mi vergüenza. —Hay seis, creo —susurró sin volverse hacia mí. Me puse en cuclillas a su lado para tratar de mirar. Efectivamente, un pequeño gato de calicó se extendía por debajo de los arbustos de azaleas blancas de la señora Emory, que todavía estaban en flor, lo cual era extraño dado que ya había terminado agosto—. Mira al pequeño de color gris.

Había seis bolitas peludas, acurrucadas contra la madre. El gato de calicó parpadeó ante nosotros con aburridos ojos dorados. El gatito del centro era de color gris, con rayas de tigre. —¿Cómo sabías que estaban aquí? —pregunté en voz baja, sin querer alarmar a la madre. —La oí maullar desde mi habitación —respondió—. Pensé en traer algo de comida pero podría enloquecer a la madre si me acerco demasiado. Los miramos en silencio durante unos minutos, a la luz de la luna creciente. Pensé en lo extraño que era que estuviésemos a centímetros el uno del otro, nuestros codos se tocaban levemente, esta era nuestra primera conversación después de años de relacionarnos en silencio. Lo más extraño era que se sentía casi como si asomarnos por debajo de los arbustos con flores de su madre a medianoche fuera la cosa más natural del mundo. —Puedes dejarle una lata de comida —insté finalmente—. Simplemente no la pongas demasiado cerca de los arbustos. —Bien pensado —dijo, lentamente se puso de pie y entró en su casa por la puerta trasera. El diseño de la casa de los Emorys era idéntico al de la nuestra; todas las casas de nuestra calle se construyeron en los años ochenta por la misma compañía de arquitectos. Todas eran copias de las demás, a excepción de un puñado de casas de la calle Martha que habían invertido en la construcción de un segundo piso en los últimos treinta años. Cuando regresó, ya había abierto una pequeña lata de comida para gatos y la dejó cerca de los arbustos, a pocos pies de distancia de la gata. El olor a salmón llamó la atención de la madre, pero no hizo ningún intento de abandonar a sus pequeños gatitos para investigar su origen. —Tengo miedo de dejarlos solos durante la noche —admitió finalmente con una pequeña sonrisa. —Los gatos callejeros tienen gatitos todo el tiempo y están muy bien —aseguré, sin creer en mis propias palabras. Wisconsin estaba lleno vida nocturna que podría representar una amenaza para una gata madre inmóvil con seis gatitos que defender. En nuestro patio, antes de que nuestro perro Moxie se hiciese viejo, estaba constantemente matando invasores y dejando caer sus cuerpos en nuestro porche. Rara vez mi madre salía al patio y no encontraba pruebas del duro trabajo del perro: una zarigüeya muerta, un mapache muerto, una ardilla muerta, o una rata muerta. —Podría dormir aquí —anunció Trey repentinamente—. Sólo para asustar a las criaturas que se acerquen, ¿sabes? No hay manera de llevar a la gata y a los gatitos a mi casa. Estuve de acuerdo con él; meter a la gata en la casa sería imposible. Trey volvió a entrar en su casa y salió con una bolsa de dormir y una almohada. —¿Tus padres no van a pensar que es raro que duermas al aire libre sin una tienda de campaña? —pregunté. Me había puesto de pie, estaba lista para volver a mi casa porque

estaba empezando a tener mucho frío, y había visto a mi mamá apagando la luz de nuestra sala de estar, lo que significaba que se iba a dormir. —Mis padres ya piensan que soy muy raro —dijo de manera casual y con un encogimiento de hombros. Nos pusimos de pie, cara a cara, y de pronto tenía un montón de cosas que decirle. Trey Emory, el chico que Hannah pensaba que era un asesino en potencia, se preocupaba tanto por un gato callejero y por sus gatitos que estaba dispuesto a pasar la noche durmiendo en el patio para cuidarlos. Era muy extraño, viniendo de él, pero también encantador. ¿Qué mas no sabía del chico que dormía a unos pocos metros de mí todas las noches? Nos miramos sin pronunciar palabra durante al menos un minuto, y ninguno de los comentarios que deseaba hacer encontró la manera de salir de mí. —Ten cuidado —dije, atreviéndome a darle una palmadita en el hombro. —Sí, claro —respondió. Miré sobre mi hombro antes de atravesar la puerta que llevaba al patio de mi casa y ví a Trey ocupado extendiendo la bolsa de dormir sobre el césped, a unos pocos centímetros de los arbustos. Sentí un cosquilleo en el estómago, hasta que recordé que ya tenía una cita y un mensaje de texto de nada menos que Evan Richmond. Iba a ir al Baile de Bienvenida con uno de los chicos más deseados que alguna vez se había graduado del instituto Weeping Willow. No iba a arruinarlo todo por una estúpida atracción hacia el chico que vivía en la casa de al lado. Por la mañana, mi primer impulso fue acercarme a la ventana para ver si Trey todavía estaba ahí. Pero ya era un poco tarde, el sol estaba en lo alto del cielo, resultó que Trey ya había empacado la bolsa de dormir y había vuelto a su casa. Durante el resto del día, intente que se desvaneciera de mis pensamientos, pero no podía deshacerme de la sensación de que algo importante y significativo había tenido lugar la noche anterior, a la luz de la luna. Era tan innegable como que algo extraño había ocurrido en el sótano de Olivia el viernes por la noche.

CAPITULO 4 Traducido por lavi y por Maia Corregido por 1Inna El lunes por la mañana, todo regresó a la normalidad. Oficialmente era otoño esa mañana, con hojas secas cubriendo las aceras que seguía en mi camino a la escuela. El suave aroma del otoño estaba en el aire. En el curso de tan sólo dos días, la estación había cambiado. Era extraño que sólo tres días atrás, hubiésemos estado nadando en la piscina de los Richmond. El verano había terminado. Antes de que las clases comenzaran, Olivia se acercó a mí en el pasillo. —Mi hermano me dijo que va a llevarte al Baile de Bienvenida —dijo y me encogí, incapaz de decir si estaba feliz o molesta por ello—. Es genial. Di un suspiro de alivio. —¿En serio? Porque si no lo es, puedo preguntar a alguien más. Honestamente, Olivia. Si va a ser raro para ti, se lo pediré a Dan. Dan, con cabello rapado y miles de pecas, estaba al otro lado del pasillo, fuera del alcance del oído. Él ya había recogido sus libros para el primer periodo y me había deseado que tuviera un buen día. —¡No seas tonta! Por supuesto que es genial. Tú y mi hermano hacen una linda pareja. A Candace podría no gustarle, pero ignórala. Evan piensa que es una charlatana. Tener la bendición de Olivia me hizo sentir mucho más a gusto acerca de ir al baile. —¿Qué pasa con Mischa? —pregunté delicadamente—. ¿Crees que ella y Amanda podrían pensar que estoy molestando a Michelle? Olivia arrugó su nariz. —Michelle ya tiene un nuevo novio en la Universidad de Minnesota. No me preocuparía por eso. En la cafetería a la hora del almuerzo, la conversación había regresado al partido de Bienvenida del viernes en Kenosha y a si todos tomaríamos el bus a través del estado para animar a nuestro equipo o no. El veredicto fue que iríamos a Kenosha porque Candace insistió en que apoyemos a Isaac, pero que no caeríamos tan bajo como para viajar en el bus con los brutos novatos y los maleducados de segundo año. —Yo puedo manejar —se ofreció Pete—. Podemos ir en el Infiniti. —Miró alrededor de nuestra mesa y contó las cabezas con sus dedos—. Uno, dos, tres, cuatro, cinco —dijo él, apuntando primero a su propio pecho y luego a Olivia, a mí, a Candace y Jeff. Aunque

Jeff era alto y jugaba a basquetbol con Pete, no era especialmente lindo o gracioso. Tenía la sensación de que a mediados de la semana, Olivia presionaría a Pete para hacer que Jeff le pidiese a Hannah ir al Baile de Bienvenida, sólo para que nadie quedase excluído. —Amanda y yo tenemos que ir con las animadoras en el bus —informó Mischa a Hannah—. Puedes ir con nosotras si quieres. Será divertido. —Hannah estaba sentada en el otro extremo de la mesa comiendo un yogurt y asintió. Nunca antes había ido a un partido de fútbol como una espectadora. Como un miembro de la guardia de color, siempre me había sentado con la banda en mi poco atractivo uniforme azul, esperando las actuaciones en el campo. En realidad, nunca se me había ocurrido antes que un día podría sentarme en las gradas comiendo perritos calientes y palomitas con los más populares de la escuela. Aunque no era una gran fanática de los deportes, la idea del partido de Bienvenida e ir a Kenosha en el auto de Pete me hacía sentir mariposas en el estómago. Después del almuerzo, fui hasta mi casillero con Candace, quien había estado inusualmente callada durante la última hora. De nuestro pequeño grupo de amigos, yo era probablemente la menos cercana a Candace, pero nuestros casilleros estaban en la misma pared del mismo pasillo, así que de vez en cuando me encontraba caminando junto a ella, por lo general con poco que decir. —He estado queriendo decirte algo —dijo ella en un susurro tan pronto como los otros habían girado en otra dirección hacia sus propios casilleros para cambiar de libros para la sesión de clases de la tarde—, sobre el viernes. Había algo raro con la historia que Hannah contó sobre mí cuando estábamos jugando a ese juego. Dejé de caminar por un segundo, tan sorprendida por la abrupta manera en que Candace había ido de hacer planes para el viernes a la noche alegremente en la cafetería a instantáneamente seria cuando sacó el tema de la fiesta de Olivia, haciéndome volver al estado de alerta que había experimentado el viernes en el sótano de Olivia. Tal vez no había sido la única que se había sentido demasiado asustada para divertirse durante el juego. —¿Sí? —pregunté, no queriendo ofrecer mi propio recuerdo desagradable de la fiesta. —Hannah dijo todas esas cosas sobre estar en el agua y que me adentré en el océano, lejos de mis hermanos. Yo no tengo ningún hermano. Tengo dos hermanastros del segundo matrimonio de mi papá, pero estoy bastante segura de que nunca le he mencionado nada sobre Dylan y Jordan a Hannah. Es decir, ellos viven en Green Bay. Casi nunca los veo. Fruncí el ceño. Conocía a Candace desde la guardería y ni siquiera yo sabía que su papá tenía dos hijos con su nueva esposa. Los dos padres de Candace se habían casado de nuevo y sólo sabía lo de su media hermana, Julia, que estaba en octavo grado. —Eso es raro —estuve de acuerdo, preguntándome si debía confiarle a Candace mi asombro ante el conocimiento de Hannah del Prius rojo que había estado estacionado en el camino de entrada de los Richmond la noche de la fiesta de cumpleaños.

Justo entonces, levanté la vista para ver a Trey acercándose. Mi involuntaria reacción fue sonreír y levantar mi mano para saludarlo, pero un nanosegundo después hicimos contacto visual, él apartó la vista y pasó junto a mí como si no existiera. Me sonrojé, humillada. Definitivamente había sobreestimado lo que habíamos compartido en su patio trasero, y estaba avergonzada por la fuerza con la que mi corazón estaba latiendo dentro de mi caja torácica. Afortunadamente, Candace no había notado mi distracción momentánea; sus ojos siguieron a Trey por el pasillo. —Lindo —me susurró con complicidad sonriendo maliciosamente. Llegamos a mi casillero y Candace se detuvo mientras ponía mi combinación para abrirlo, con sus libros presionados contra su pecho. Su concentración regresó a Hannah y a los eventos del viernes—. ¿Crees que Hannah ha estado como, espiándonos? Incluso revisé mi cuenta de Facebook para ver si tal vez vio fotos de ellos, pero no tengo ninguna allí. Así, me di cuenta de que las preocupaciones de Candace sobre Hannah estaban arraigadas en preocupaciones de la vida cotidiana, no en el reino de los poderes sobrenaturales, como las mías. Era ridículo de mi parte pensar que tal vez Hannah tenía PES o algún tipo de comunicación especial con fantasmas. —Tal vez alguien se lo dijo —sugerí—. Como Olivia. Candace frunció el ceño, poco convencida. Podía entender por qué. Olivia no se preocupaba en contar detalles de la vida de alguien más. Existía en su propio pequeño mundo perfecto, felizmente ignorante de las trivialidades de las apremiantes necesidades de los demás. —No sé. Sólo pienso que es raro. Hannah estaba en mi primera clase después del almuerzo, Historia de los Estados Unidos, impartida por el Sr. Dean. El Sr. Dean había sido un profesor en el Instituto Weeping Willow por tanto tiempo que en el primer día de nuestro tercer año, había entrecerrado los ojos con atención ante mi nombre y preguntado si tenía alguna relación con Krista Brady, mi prima que se había graduado diez años atrás. —Clase, sé que en esta época del año la única elección en la mente de cualquiera es a quién invitar para el Baile de Bienvenida. Pero quiero recordarles que las candidaturas para el Consejo Estudiantil son hasta este viernes, me gustaría animarlos a todos a que consideren postularse para un cargo de la clase —dijo el Sr. Dean. Él era el profesor administrador del Consejo Estudiantil, supervisando las elecciones y las asignaciones de tareas para los cuatro cargos de cada clase. El Consejo Estudiantil era algo que rara vez cruzaba mi mente; Olivia siempre era nuestra presidenta de clase, y Michael Walton, un cerebrito del equipo de Mathlete que todos sabían que eventualmente sería el mejor alumno de nuestra clase, siempre era el vicepresidente. Tracy Hartford, la chismosa más grande de la clase de tercero, siempre era la secretaria, y Emily Morris había sido tesorera desde el primer año. Cuando la campana sonó y estaba juntando mis libros, el Sr. Dean dijo—: ¿Señorita Brady? ¿Puedo hablar contigo un momento?

Hannah levantó sus cejas hacia mí mientras salía de la clase, preguntándose por qué había sido señalada por el Sr. Dean para hablar en privado. Me acerqué al Sr. Dean mientras él borraba la pizarra. Todavía estábamos estudiando la Guerra de Independencia, comenzando nuestro estudio de Historia de los Estados Unidos desde el principio. Nuestra tarea del fin de semana había sido escribir un ensayo sobre el panfleto de Thomas Paine, Sentido Común, y no había hecho un trabajo fantástico, ya que había estado tan preocupada con pensamientos sobre Trey, Evan y la extraña fiesta de Olivia. —¿Sí, Sr. Dean? —pregunté. —Quería preguntarte si habías pensado en postularte como tesorera de la clase de tercer año —dijo el Sr. Dean—. Lo harías muy bien. Estaba confundida acerca de por qué él pensaría que sería buena en eso. La única clase en la que siempre destacaba era arte, y no tenía ninguna razón para pensar que el anciano Sr. Dean con sus tirantes y pajaritas hablara con la señorita Kirkovic, la profesora de arte mucho más joven y genial. Además, ya había escuchado que Jason Arkadian, que era del miserable equipo de debate de la escuela, había entregado un formulario con cinco firmas para postularse para el cargo. Jason no era tan popular como Pete e Isaac, pero aun así, la gente sabía quién era. Él nunca había sido llamado gordo, no había perdido un gemelo en una horrible tragedia que todos en la ciudad habían escuchado. Básicamente, tenía el presentimiento de que una victoria contra él requeriría un montón de trabajo. —Soy terrible con las matemáticas —le aseguré—. No creo que haga un muy buen trabajo manejando las finanzas de la clase. —Pero pareces ser una joven ingeniosa —respondió—. El tesorero de la clase de tercer año es un rol muy importante. Estarías a cargo de juntar fondos para el viaje de la clase. Cada año, durante la primera semana de mayo, la clase de tercero abordaba los autobuses escolares e iba de viaje por una noche a Chicago o Minneapolis. El año anterior, el Consejo Estudiantil de la clase de tercero había organizado una venta de narcisos y una venta de chocolate, los cuales habían sido decepcionantes, y los fondos recaudados habían estado tan por debajo de la meta que cada chico tuvo que contribuir con doscientos dólares para participar en el viaje. Realmente no quería considerar la idea de postularme en las elecciones, pero la sugerencia del Sr. Dean ya me tenía pensando en todas esas hojas secas que había visto de camino a la escuela esa mañana. Podía organizar un servicio estudiantil para rastrillar las hojas y quitar la nieve, las dos tareas en las que todos en Willow necesitaban ayuda con más urgencia. —Pensaré en ello —le aseguré, y me apresuré a encontrarme con Hannah, Candace, Mischa y Olivia para la clase de educación física. En el pasillo fuera de la clase de historia, Cheryl estaba esperándome pacientemente. Me sentía disgustada conmigo misma por la forma en la que la había estado tratando desde el comienzo del año escolar. Cheryl era tan afable, tan genuinamente dulce. Era el tipo de chica que, estaba segura de que iría a la universidad; encontraría un novio

intelectual y finalmente sería reconocida por su potencial académico. Pero en el instituto era la chica con grandes gafas anticuadas y mal gusto para vestir. —Hey —dijo tímidamente. Pobre Cheryl. No había puesto oficialmente los frenos a nuestra amistad pero ella sabía lo que pasaba. Me sentaba con nuevos amigos a la hora del almuerzo y me juntaba con Mischa en el laboratorio de Química en lugar de con ella, insistiendo en que Mischa realmente necesitaba mi ayuda mientras que Cheryl conseguiría una buena calificación por su cuenta—. Me estaba preguntando qué ibas a hacer el viernes. Mi mamá consiguió entradas para el show de Lamb and Owl en Madison, y estaba pensando que tal vez querrías ir. Mi corazón se hundió. Cheryl sabía que amaba el dúo de folk Lamb and Owl de Nueva Zelanda. No tenía ni idea de que estuviesen haciendo un tour por Estados Unidos y de repente estuve celosa porque ella tuviera entradas, y enfurecida por comprarlas en lo que era obviamente un intento de reavivar nuestra amistad. A Cheryl no le gustaba tanto como a mí. Abandonar el partido de Bienvenida para aventurarme al sur del estado con Cheryl y presumiblemente su mamá o papá a un concierto de hípster folk definitivamente no quedaría impune por Olivia y Candace. —Me encantaría —mentí melancólicamente—. Pero puede que tenga que quedarme aquí hasta tarde después de las clases el viernes por una reunión que el Sr. Dean acaba de decirme. Y luego usualmente me quedo en casa. Con mi mamá. Ya sabes, esta época del año. Me odiaba a mí misma por usar la muerte de Jennie como una manera de escapar de tener que ir al concierto, pero la excusa salió con mucha facilidad. Inmediatamente, el rostro de Cheryl cambió, una mezcla de decepción de que estuviera rechazando su oferta, y vergüenza de que le estuviera desafiando a olvidar que era la época del año más difícil emocionalmente para mi familia. Tan pronto como vi su reacción, me arrepentí de mi elección de excusas, pero era demasiado tarde para rescindir mi mentira. No estaba segura de qué diría si descubría que había ido al partido de Bienvenida con mi nuevo círculo de amigos, pero ya podía sentir las mentiras formándose en mi cabeza sobre ellos insistiéndome en que los acompañara al partido, apareciendo en mi casa, haciendo sonar las bocinas de sus autos hasta que accediera a ir a Kenosha. —Oh Dios mío, McKenna, lo siento tanto —se disculpó. Lucía como si pudiera empezar a llorar—. Lo olvidé por completo. Sólo extrañaba pasar el tiempo contigo, ¿sabes? Pensé que sería divertido ir juntas al concierto. Mi corazón estaba como rompiéndose. No tenía mucha experiencia en terminar amistades, y deseaba que hubiera una manera en la que pudiera invitar a Cheryl al círculo de Olivia, pero las cosas no funcionaban de esa manera. Estaba decepcionada de mí misma y supe que mi mamá no apreciaría cómo me estaba comportando. Pero quería algo del instituto que ni siquiera podía identificar. Quería pertenecer. Quería ir al Baile de Bienvenida del brazo de Evan y no tener que preocuparme de que los idiotas de clase me llamaran vaca. Quería mirar hacia atrás a los recuerdos de ser popular cuando partiera de Willow para ir a la universidad. En una extraña manera, después de la infancia saturada de pena que había soportado, sentía como si se me debiese dos años de popularidad.

—Está bien, Cheryl. Tal vez podríamos salir el próximo fin de semana —ofrecí, sabiendo en mi corazón que le pondría excusas el siguiente fin de semana también. Afuera en la pista, con todas nosotras vestidas como clones en nuestros uniformes rojo y negro de educación física, Olivia y Mischa salieron disparadas más allá de nosotras, tomándose sus vueltas mucho más en serio que Candace, Hannah y yo. Candace nos rechazó a Hannah y a mí ajustando las interminables canciones de su iPod, saltando las que no se adaptaban a ella esa tarde y cantando fuera de tono a la par de las que sí. Caminamos casualmente, molestando a la entrenadora Stirling, nuestras sombras extendiéndose sobre la grava frente a nosotras. La sombra de Candace era treinta centímetros más larga que la mía y la de Hannah. —Sobre el viernes —dijo Hannah tímidamente cuando Candace no escuchaba. Estaba nerviosa, y estaba jugando con su medallón—. Creo que te debo una disculpa por lo que te dije. No sabía lo de tu familia. Me sentí realmente mal todo el fin de semana pero no quería enviarte un mensaje de texto o llamarte porque eso habría sido incluso más raro. —Está bien —respondí, no especialmente queriendo hablar sobre Jennie afuera en la pista, en un día tan hermoso de otoño, con una suave brisa—. Eres nueva en la ciudad. ¿Cómo lo habrías sabido? Se mordió su labio inferior nerviosamente, como solía hacerlo, y pensé siniestramente que si no fuese tan linda, habría sido fácil clasificar a Hannah junto a los nerds ansiosos y bobos autoconscientes de la escuela—. No quiero sonar como un total fenómeno, pero algunas veces veo cosas. Sentí el día frenando a mí alrededor como un efecto especial en una película. No estaba segura de si la había escuchado bien. ¿Estaba dando a entender que tenía algún tipo de habilidad psíquica? Tal vez mi suposición no había estado tan mal. —Um, ¿puedes explicar eso? —pregunté—. No puedes decir algo como eso y no explicarlo. Hannah se encogió de hombros como si lo que acaba de decir no fuera la gran cosa. — Ya sabes, como, cosas. Sobre la gente. No como, visión rayos x ni nada. Pero tengo una vaga impresión de algo que les sucedió, o está por sucederle, y realmente nunca sé qué significa. Cuando toqué tu frente, olí fuego y vi humo. No sabía que ya habías sobrevivido a un incendio —dijo en tono de disculpa. Mi caminata se había reducido a un paso tortuga, y como Candace no podía escuchar nuestra conversación por su música, caminó con más energía frente a nosotras. Realmente no podía creer lo que Hannah me estaba diciendo, pero al mismo tiempo, tenía que creerla, porque tenía sentido. Ella sabía cosas sin conocerlas. Ella veía cosas sin sus ojos. —Así que… ¿el auto de Olivia? —me atreví a preguntar—. Mencionaste en tu historia sobre Olivia que sus padres iban a darle un auto rojo por su cumpleaños. ¿Cuando dijiste eso sabías que el Prius rojo ya estaba estacionado en el camino de entrada de los Richmond?

Hannah palideció y tocó su frente con sus dedos, obviamente estresada porque la estuviera interrogando. No era mi intención ser dura con ella, pero naturalmente tenía un montón de preguntas sobre su habilidad. —No, no sabía que ya estaba allí. Pero en el primer día de escuela cuando Olivia se presentó, vi en mi cabeza que manejaría un pequeño auto rojo. No sé mucho sobre autos. Sólo adiviné que era un Prius rojo. —Eso es realmente raro —le dije. Por un lado, estaba agradecida de que Hannah se hubiese abierto conmigo. Por otra, un millón de preguntas más se estaban formando en mi cabeza—. ¿Qué más sabes… sobre mí? Sólo se atrevió a mirarme por un segundo antes de que sus ojos se lanzaran hacia el cielo para evitar mi mirada. —Nada, realmente. Eso es todo. Sólo el fuego. Y… ¿tienes un perro? Algo lento, con manchas y peludo. Moxie era un Brittany Spaniel, y esos días era lenta, cojeando sobre sus patas artríticas. Asentí para reconocer que tenía un perro, pero no creí a Hannah ni por un segundo. Hannah sabía más, mucho más. Pero si se lo decía a alguien, pensarían que estaba loca. Y de alguna manera ella sabía lo suficiente para confiar en mí, probablemente porque sentía que estaba tras ella. Lo que me estaba preguntando, pero no me atrevía a decir, era que si Hannah había sido capaz de sentir el fuego que había matado a mi hermana, entonces ¿las historias que había contado sobre Olivia, Candace y Mischa eran también de alguna manera basadas en la realidad? —El Sr. Dean piensa que debería postularme para tesorera de la clase —le dije a mi mamá mientras revolvía fideos alrededor de mi plato a la hora de la cena. Estaba anormalmente callada en la mesa mientras pensaba en Hannah y en todo lo que había admitido en la pista. No era propio de mí ser reservada durante las comidas, pero definitivamente no quería confiarle a mi mamá que sospechaba que una amiga tenía poderes sobrenaturales. Habría llamado a mi papá para que me evaluara en un instante. —¿Tesorera? ¿Por qué tesorera? Serías una mejor secretaria de clase —dijo mi madre, que nunca me animaba a perseguir cualquier cosa que realmente no deseara. Guarda tu energía para los desafíos que cuentan, le gustaba decir. —No puedo postularme para secretaria de la clase, no ganaré. Tracy Hartford siempre se postula para secretaria y gana cada año. Sólo puedo postularme para tesorera porque es la posición en la que tendría una oportunidad —expliqué. Mi madre echó un poco más de salsa de espagueti fría del tarro sobre su pasta. La mayoría de las noches, la cena en nuestra casa era un asunto de poco esfuerzo. Comíamos un montón de cenas de microondas, y al menos tres noches cada semana comíamos comida para llevar que mamá recogía mientras volvía de enseñar en Sheboygan. Había notado un extraño patrón desarrollarse durante los dos últimos años;

los martes traía comida china, los miércoles tocaban hamburguesas, los viernes significaban pizza. Ni siquiera le señalaba el sistema a pesar de que probablemente era inconsciente del ciclo. —Esa no es la actitud de una ganadora —me regañó—. Ni siquiera sabía que estabas interesada en el Consejo Estudiantil. Si quieres hacerlo, deberías postularte para el cargo que quieras. De otra manera, vas a estar resentida si ganas. ¿Quién más se está postulando? —Jason Arkadian —dije, girando mi espagueti aún más. Explicar a mi madre que no había una manera de que mis compañeros fueran a votar por mí en lugar de Tracy, y que si decidía desafiarla por su puesto de secretaria de la clase sufriría una certera humillación pública, era inútil. —Bueno, ¿Jason Arkadian realmente quiere ser el tesorero de la clase de tercero? ¿No te sentirías mal si le negaras esa oportunidad sólo porque parecía divertido por unos días? —me preguntó mi madre críticamente. Ella no entendía la secundaria. —No, porque también estoy interesada en ello —admití. Ahora que el Sr. Dean lo había sugerido, todas las planificaciones y posibilidades asociadas con las elecciones ofrecían a mi cerebro un refugio seguro de más pensamientos perturbadores de Hannah y sus extrañas visiones. Podía llevar a cabo una exitosa recaudación de fondos; estaba bastante segura de ello. Y ya que Emily había sido una tesorera algo ambivalente, ni siquiera tendría que intentar muy duro hacer un mejor trabajo de lo que ella había hecho. Nunca había conocido a Emily muy bien, pero tenía la sensación de que se había postulado para un cargo sólo porque Olivia lo hizo—. Tendría que organizar una recaudación de fondos para pagar el viaje de la clase en mayo. Ya tengo algunas ideas. Mi madre me miró a través de la mesa como si un alienígena se estuviera sentando en mi silla en lugar de mí. —Hablas en serio sobre esto. —Así es —dije. —Está bien. Si te interesa, entonces a mí también. Lucirá realmente genial en tus solicitudes para la universidad. ¿Qué tienes que hacer? Le dije que tendría que anunciar formalmente mi candidatura el viernes en una reunión después de la escuela. Tan pronto como las palabras dejaron mi boca, me di cuenta de que asistir a esa reunión podría complicar mi viaje a Kenosha para ver el partido de Bienvenida. Me sentí un poco mejor sobre haber declinado la oferta de Cheryl de ir a Madison. No había estado mintiendo completamente después de todo sobre tener una obligación el viernes después de la escuela que impediría que fuese al concierto. —Recogeré algo de cartulina en Walgreens’ cuando vuelva de Sheboygan mañana. Pero realmente me gustaría que consideraras postularte contra Tracy Hartford. Su madre tiene la boca muy grande —se quejó mi madre.

Esa noche mientras hacía mi tarea, dejé las persianas abiertas intencionalmente porque podía ver que las de Trey seguían abiertas por encima de la valla. No podía verlo moviéndose por su habitación, pero sus luces estaban encendidas, sugiriendo que seguía despierto. Evan me envió un mensaje de texto, haciendo que mi ritmo cardíaco disminuyera a un thud thud thud cuando leí su mensaje, preguntándome de qué color era mi vestido para el baile. Iba a alquilar un esmoquin y quería asegurarse de que la faja hiciera juego, así luciríamos como una verdadera pareja. Me pregunté brevemente si compraría un ramillete. Mi madre estaría absolutamente anonadada si un chico aparecía en nuestra casa con un ramillete para deslizarlo en mi muñeca. Finalmente cerca de la una de la mañana, estaba demasiado cansada para siquiera mantener mis ojos abiertos por más tiempo y me levanté para bajar las persianas. En el momento en que me puse de pie, miré por mi ventana y vi a Trey mirando directamente hacia mí. Esta vez, me frené antes de saludar. No haría que me sintiese como una tonta demasiado ansiosa dos veces en un día. Por un momento, ninguno de nosotros apartó la vista. Sin saludar con su mano, Trey finalmente asintió en mi dirección, reconociéndome. Me pregunté cómo estaban esos gatitos, si habían sobrevivido su primera noche cuando Trey había dormido afuera con ellos. Sería loco de mi parte escabullirme al patio de los Emory para satisfacer mi curiosidad. Desvié la mirada primero, y cerré mis persianas. Vergonzosamente me pregunté qué podría haber pasado si las dejaba abiertas mientras me cambiaba a mis pijamas. ¿Trey habría mirado? ¿Habría querido que sepa que él estaba mirando? Tan sólo imaginar las posibilidades hizo que mis mejillas ardieran y mi corazón se acelerara. ¿Por qué siquiera estaba pensando en coquetear con Trey Emory? Bien podríamos haber vivido en diferentes galaxias en lugar de a cinco metros de distancia el uno del otro. Esa noche, traté de pensar en eslóganes que pudiese poner en mis carteles para animar a los chicos a que votaran por mí. Me pregunté quién más podría presentarse a la reunión de orientación del Consejo Estudiantil el viernes a la tarde, amenazando potencialmente mis posibilidades en las elecciones. Mi estatus dentro del círculo de Olivia aún era tan nuevo que no era seguro que fuera a ganar. Y si perdía, podría ser una patada en los dientes lo suficientemente fuerte como para que cayera de nuevo al estatus de guardia de color. Esa era una razón suficiente para no intentarlo siquiera, aunque una victoria aseguraría mi popularidad hasta al menos el final del año. Pero las elecciones eran sólo una distracción, lo sabía. Enmascaraba mis otros pensamientos, los que me estuvieron manteniendo despierta mucho más de la hora donde debería haber estado dormida. Pensamientos sobre Hannah y quién era, si era tan inocente como parecía, y si sabía tan poco sobre mí como había dicho. Y después aún más pensamientos sobre Trey, y si él me odiaba, y si era así, por qué. No debería haber estado pensando en esas cosas, lo sabía. Debería haber estado sonriéndome a mí misma en la oscuridad porque Evan Richmond estaba pensando en mí; él tenía mi número y lo vería el sábado a la noche. —Miren esto chicas. Creo que es este. Olivia salió del vestidor modelando el vestido que había encontrado en el estante de Tart, una de las dos boutiques geniales del pequeño centro comercial en Ortonville, la ciudad junto a Willow hacia el oeste. El centro comercial de Ortonville no era ni de

cerca tan grande como el de Green Bay, pero habíamos decidido manejar hasta allí el miércoles después de la escuela para ver si tal vez el vestido ideal de Olivia podría ser encontrado allí. La madre de Candace era dueña de un salón de belleza en el centro comercial de Ortonville, Candace insistió en que evitáramos ese pasillo de tiendas así su madre no se enteraría de que estaba de compras en lugar de haciendo su tarea. —Wow. Creo que ese es, amiga —dijo Candace, sorbiendo su latte de chocolate congelado a través de una pajita. El vestido, sin tirantes y de color crema en un tono que era lo suficientemente oscuro para no ser demasiado veraniego para septiembre, le quedaba perfectamente a Olivia. Estaba cubierto en una capa de delicado ojal, y cuando Olivia giró frente al espejo, toda la falda giró alrededor de sus rodillas como si fuera una princesa de Disney. —Creo que me encanta —anunció Olivia—. No es realmente lo que imaginaba, pero podría ser incluso mejor. —Es sexy —le aseguró Hannah a Olivia—. Deberías comprarlo sólo en caso de que no esté aquí en lo que resta de la semana. Los números de la etiqueta del precio me hicieron encoger cuando los vi en un flash antes de que Olivia regresara el vestido para cambiarse de nuevo a sus vaqueros color melón y su blusa de seda. Me pregunté si Hannah reconoció el vestido que Olivia llevaría a casa en una bolsa rosa brillante de Tart esa tarde. Había estado inusualmente animada y habladora en el camino desde Willow y sospechaba que estaba evitando intencionalmente hacer contacto visual conmigo. Mischa insistió en que nos detuviésemos en la tienda de galletas antes de entrar de nuevo al auto de Olivia para comprar bocadillos para el viaje a casa. Me abstuve, envidiando a Mischa por su rápido metabolismo, y desesperadamente no queriendo ganar de nuevo el peso que había perdido durante el verano. Una vez dentro de los límites de la ciudad, Olivia dejó a Mischa primero, porque ella tenía que ir a su clase de gimnasia con Amanda. Hannah insistió en que la dejaran en la librería, donde su madre la recogería después del trabajo. Me sorprendí al ser la última en el auto junto con Candace, que tenía el derecho de sentarse en el asiento del acompañante del Prius rojo. En una extraña manera, ser la última en ser dejada era algo así como ser la última de la que Olivia deseaba deshacerse. Decidí que era tan buen momento como cualquiera para probar mi plan de postularme para tesorera de la clase contra Olivia. Lo anuncié casualmente, como si todavía estuviera pensando en ello. —¿Estás segura de que quieres hacer eso? Es decir, el Consejo Estudiantil es tan aburrido. Es lo peor. Yo sólo me postulo como presidenta porque mi papá realmente quiere que trate de conseguir una beca para la Universidad de Wisconsin. Después de preocuparme sobre la posibilidad de ganar las elecciones durante todo el día el martes, el miércoles a la tarde ya estaba segura de que quería postularme. Más importante, estaba segura de que quería ganar. Era extraño cómo había ido de no considerar siquiera el Consejo Estudiantil a sentirme como si mi vida no pudiera

continuar si no ganaba las elecciones en sólo tres cortos días de la sugerencia del Sr. Dean. —Totalmente —dije—. No sería aburrido para mí. No piensen que soy una fenómeno, pero cuanto más lo pienso, más me interesa. —¡Definitivamente eres una psico! —bromeó Olivia—. Pero las reuniones apestarán menos si tú estás allí. ¡Deberíamos postularnos juntas, como compañeras de campaña! Tener no sólo la aprobación de Olivia, sino también su entusiasmo, solidificó mi resolución de postularme. La participación en las elecciones pasó de ser una apuesta de alto riesgo para mi posición social a un necesario paso en mi victoria certera, en menos de un minuto, con sólo unas pocas palabras de Olivia. —Oh mi Dios, ustedes son tan políticas —se quejó Candace—. ¿Qué voy a hacer en este tonto pueblo cuando ambas estén aprobando proyectos de ley en el Congreso? —Casarte con Isaac y tener como, cincuenta hijos —bromeó Olivia. Nos detuvimos en mi casa y mi pecho dolió un poco cuando vi que el coche de mamá no estaba en el camino de entrada. Estaba probablemente de camino a casa de Sheboygan, recogiendo hamburguesas para llevar en ese mismo momento. Entrar en una casa oscura era mi parte menos favorita de cualquier día. Al menos Moxie estaría feliz de verme, aunque sólo fuera porque la dejaría ir a hacer sus cositas en el patio trasero. Cuando recogí mi mochila y abrí la puerta de atrás del coche para salir, Olivia dijo, — Así que, Hannah aún no tiene una cita para el baile. Me quedé helada. El tono de Olivia había pasado de ser divertido y gracioso a amenazante, con el cambio de tema. ¿Cómo era posible que fuera miércoles y Hannah aún no se hubiera esforzado hasta el descaro para preguntar a alguien? ¿No sabía que Olivia y Candace no permitirían que asistiera al baile sola? El ir al baile con sus amigas estaba bien para las niñas que no estaban en el círculo popular, pero de ninguna manera iba a ser permitido entre los amigos de la chica que sería nombrada Reina del Baile de Bienvenida. —¿Se le ha mencionado algo sobre ir sola? Quiero decir, sé que dijo que tiene un vestido, pero eso sólo sería... —Candace se interrumpió, buscando la palabra correcta— ... Patético. Negué con la cabeza, con ganas de alejarme del estado de sin cita de Hannah tanto como fuera posible. —No, no ha dicho ni una palabra —dije. —Bueno, si dice algo, ¿podrías, como, disuadirla de ir al baile sola? Quiero decir, obviamente, puede hacer lo que quiera, pero eso sería muy raro —dijo Olivia. Entré en mi casa por la puerta de atrás con las llaves sintiéndome incómoda a pesar de que sabía que el interés de Evan en mí impediría cualquier tipo de conversaciones acerca de mí a mis espaldas. Pero sabía que Olivia y Candace se habrían vuelto contra mí tan rápido como lo habían hecho hacia Hannah por cualquier pequeña razón. Me

estaba estresando de pensar en ello, pero se hacía evidente que el tener un novio de verdad iba a ser más importante en la obtención de mi popularidad que incluso ganar una elección del Gobierno Estudiantil. Evan sólo me había pedido ir a un baile miserable; no había dado ninguna indicación de querer ser mi novio. Moxie cojeó hasta la puerta, con su cola meneándose para saludarme, la acaricié y salí al patio trasero con ella para verla estirar sus patas. El sol ya se estaba poniendo a pesar de que eran apenas las siete, otro recordatorio de que el verano había pasado. La atención de Moxie fue capturada por algo en el rincón más alejado de nuestro patio por la cerca de atrás, y me pregunté si tendría suficiente energía para jugar a la pelota con uno de sus juguetes para masticar en el patio. Oí la puerta de atrás los Emorys abrirse, y sentí lo que parecía un rayo de electricidad a través de mi cuerpo cuando miré por encima de la valla y vi a Trey salir llevando una lata de comida para gatos. —Hola —me dijo sin entusiasmo, cruzando su patio a donde habíamos visto la gata con sus gatitos bajo los arbustos cerca de la valla a principios de semana. —Hola—le dije, tratando de sonar tan casual como él había sonado. Desapareció cuando se agachó para colocar la comida para gatos debajo de los arbustos de la azalea, y me moví incómoda, con ganas de decir algo más. —¿Cómo están? —llamé a la cerca, deseando poder curarme del deseo de tener a Trey prestándome atención. Pasó un momento antes de que Trey se pusiera de pie de nuevo y respondiera—: Están bien —dijo, mirándome directamente por encima de la valla. —Uno no lo consiguió esa primera noche. Pero los otros cinco ya están creciendo. Me encogí. El pensamiento de un gatito que no sobrevive a su primera noche de vida me dejó sin aliento por el dolor por un momento. La pena me llenó, tan familiar como una sensación de hambre o sueño. —¿Cuál? —Me atreví a preguntar, tratando de visualizar las seis bolitas de pelo. El único gatito que recordaba claramente era el gris de rayas borrosas, porque Trey lo había cogido para atenderlo. —Uno de los negros —dijo Trey. Por un momento me pregunté lo que Trey había hecho con su pequeño cuerpo peludo; seguramente no lo había dejado debajo de los arbustos con la madre y los otros gatitos. Me abstuve de preguntar, sin embargo. —Que mal —dije, con mi voz quebrándose un poco. No me había dado cuenta de que estaba tan cerca de las lágrimas por la pérdida de un pequeño gato que nunca toqué. Trey frunció el ceño durante unos segundos, mirando hacia abajo en donde, presumiblemente, estaba la gata por debajo de los arbustos, y luego estuvo de acuerdo: —Sí. Todavía no estaba del todo oscuro, pero casi, y nuestro momento solemne de luto por la muerte del gatito fue interrumpido por el canto de los grillos. La luna ya estaba alta en el cielo de la tarde, brillante y casi llena.

Trey miró sobre su hombro hacia su propia casa por un momento, y luego rápidamente hacia mí. —Eso es raro—dijo. —¿Qué? —¿Lo sientes? Es como si alguien nos estuviese mirando. Miré a mi alrededor, muy consciente en ese instante de que tenía razón. Se sentía como si alguien estuviera con nosotros, que nos mirara, al igual que lo había sentido en el sótano de Olivia la noche del viernes anterior, cuando habíamos estado jugando al juego de Hannah. Sentí los pequeños pelos en mis antebrazos convertirse en piel de gallina. La sensación era desconcertante y me hizo desear que Trey y yo estuviéramos por lo menos en el mismo lado de la valla. —Sí —admití—. Lo siento también. Trey parecía como si estuviera a punto de decir algo más, pero entonces los dos escuchamos el motor del auto de mi madre y la inundación de luz de sus faros alumbró el revestimiento de aluminio en la casa de los Emorys mientras entraba en nuestro camino, con la música country sonando en su estéreo. —Nos vemos —Trey saludó, despidiéndose ante la llegada de mi madre. Regresó a su casa a través de la puerta de atrás, y di una palmada para llamar a Moxie. —¡Moxie! Vamos, chica —llamé. Mi viejo perro amado se animó cuando oyó que la llamaba y cojeó hacia mí tan rápido como podía en esos días. Detrás de mí, en la casa, escuché a mamá entrar por la puerta lateral y dejar las bolsas de papel sobre la mesa de la cocina. Un momento después, estaba detrás de mí, asomando la cabeza por la puerta de atrás mientras esperaba que Moxie llegara a través del patio trasero. —Hola —me saludó mamá—. He traído la cena. —Hamburguesas —dije. —¿Cómo lo adivinaste? —preguntó, realmente sorprendida de que lo hubiera sabido. —Sólo suerte —dije. En el interior, desempaquetó dos hamburguesas apestosas envueltas en papel aluminio de la grasosa bolsa de papel blanco y las puso sobre la mesa mientras Moxie se lamia los labios y comenzaba a lloriquear. —¿Era Trey con quien estabas hablando cuando llegué a casa?—preguntó. No podía entender por qué mi mamá estaba tan ansiosa por emparejarme con Trey. Seguramente veía lo que todos los demás en la ciudad veían: un tipo con ojos ardientes, un ceño permanente, y el hábito de llevar una chaqueta militar diariamente. No es exactamente el tipo de persona con el que la mayoría de las mamás animaría a sus hijas a estar. —Los Emorys tienen gatitos en su patio trasero—dije, evitando la cuestión de que hubiera estado hablando con Trey—. Había seis, pero uno no lo consiguió.

—Tenía otro corte de pelo, ese Trey — mi madre continuó, bloqueando mi intento de cambiar de tema y me entregó un plato—. Tú y Jennie acostumbraban a jugar siempre en el jardín de los Emorys cuando eran pequeñas. Tenían un gran columpio. Trey las llevó hasta el autobús escolar por primera vez cuando comenzaron el primer grado. Desenvolví mi hamburguesa en silencio, sin querer recordar todo eso. Recordé vagamente a los tres en el patio de los Emorys, moviendo las piernas en los columpios, elevándome cada vez más alto. Jennie solía decir que quería tocar el cielo. —Yo siempre solía pensar que una de vosotras se casaría con Trey. Ustedes tres eran uña y carne en aquel entonces. Mary Jane solía darle libertad al niño. Él se negaba a comer la corteza del pan cada vez que venía aquí para el almuerzo, ya que ella siempre se la cortaba... —Mamá —interrumpí con frialdad—. Realmente no quiero pensar en ello. Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera evitarlo, pero eran exactas. No quería recordar. Era demasiado extraño, me volvía demasiado nostálgica recordar de nuevo lo que era correr arriba y debajo de la calle Martha con Jennie. Deambulábamos por el barrio durante los veranos cuando éramos niños, y mis recuerdos se inundaron de bicicletas volcando, rodillas peladas, jugar a las escondidas por todo el bloque, escalar sobre las cercas... Mamá puso salsa de tomate y mostaza en su hamburguesa, y luego colocó su moño un poco mejor, tratando de preparar una respuesta para mí con cuidado. —Lo siento, McKenna. Es esta época del año. Tan pronto como las hojas empiezan a cambiar, no puedo dejar de recordar cómo eran las cosas cuando ustedes, niñas, eran pequeñas. Eligiendo hacer caso omiso de ella, entregué a Moxie una parte significativa de la carne de mi hamburguesa. —No me gusta Trey. Así que... deja de pensar que vamos a salir. Eso no va a suceder. Más tarde esa noche, mientras esperaba con impaciencia conciliar el sueño, toda mi aprensión a principios de esta semana acerca de Hannah y su extrañeza me había abandonado, y mis pensamientos estaban completamente dedicados a Trey Emory. En mis dos últimos encuentros con él, no había pensado en observarlo lo suficientemente cerca para ver de qué color eran sus ojos. Claros, estaba bastante segura. ¿Verde o azul? No podía recordarlo. No había estado usando la chaqueta militar antes de esa noche, y había estado tan sorprendida de verlo en el patio que ni siquiera me había dado cuenta mientras hablábamos. Estaba pensando en sus bíceps, cómo eran un poco más grandes de lo que esperaba debajo de su apretada camisa negra. Me preguntaba si levantaba pesas, y si es así, dónde y por qué iba a tales extremos para ocultar sus brazos debajo de su chaqueta raída. No estaba pensando en el hecho de que Olivia había encontrado su vestido, pero que aún no tenía un par de zapatos para el baile.

CAPITULO 5 Traducido por lavi Corregido por Onnanohino Gin La mañana del viernes, guardé mi chaqueta rosada de cachemir en la mochila de la escuela como preparación para el partido de Bienvenida en Kenosha, más tarde esa noche. —Regresaré a casa tarde esta noche —informé a mi mamá en la cocina, donde estaba corrigiendo trabajos entregados por sus alumnos con un bolígrafo rojo entre sus dedos, lista para atacar. Tomé un trago de jugo de naranja directo de la jarra de la nevera. —¿Cuán tarde? —preguntó mamá, apenas alzando la vista de su tarea de calificar. —Un poco tarde —respondí sin perder tiempo. Kenosha era un viaje de tres horas desde Willow, y el juego empezaba a las siete. Incluso si terminaba puntualmente a las nueve, lo cual estaba segura que no pasaría ya que sabía de experiencias pasadas que el espectáculo de medio tiempo duraba como mínimo veinte minutos, lo más temprano que podía esperar estar en casa de regreso era la medianoche. Y eso era si no nos deteníamos para comer comida rápida en nuestro camino de regreso a la ciudad. Lo cual sospechaba que haríamos. —¿Puedes definir un poco? —preguntó mamá, finalmente bajando su bolígrafo rojo, ajustando sus gafas y mirándome. Puse los ojos en blanco, sabiendo que iba a hacer un drama porque quisiera estar fuera después de la medianoche. —Voy a ir al partido de Bienvenida con Olivia y Candace. El juego empieza a las siete, pero el partido de Bienvenida siempre empieza tarde. Y durará al menos dos horas, y es en Kenosha, así que el viaje de regreso es de casi tres horas. Mi madre respiró hondo, no divertida conmigo en absoluto. —Así que, después de la medianoche es lo que estás diciendo sin decirlo. Crucé los brazos sobre mi pecho, molesta. —No me parece bien, McKenna —dijo mamá—. Sabes que no quiero arruinar tu diversión, pero es muy tarde para que un grupo de chicos que acaban de conseguir sus licencias de conducir estén afuera, en la autopista. ¿Quién va a manejar? Dudé, no quería contarle que estaríamos en el auto de Pete. El costoso auto de Pete. —El novio de Olivia —respondí, no estaba segura de si mi mamá reconocería el nombre si hubiese dicho Pete Nicholson.

—¿Y cuántos años tiene el novio de Olivia? ¿Es lo suficientemente mayor para comprar cerveza? Se estaba volviendo difícil resistir la tentación de gruñir y decirle a mi mamá que estaba siendo ridícula. —Mamá. Nadie va a tomar cerveza. ¿Te das cuenta de que Olivia es la presidenta de la clase? Ella no iría por ahí manejando borracha. Y su novio no es lo suficientemente mayor para comprar alcohol, ¿entiendes? No veo cuál es el gran problema. Me dejaste ir al partido de Bienvenida el año pasado con la banda y no te volviste loca acerca de ello. Mi madre suspiró como si no pudiese soportar escuchar otra palabra que saliera de mi boca. —McKenna, me gustabas mucho más antes de que fueras fabulosa. Te quiero en casa para la medianoche. Fin de la historia. Exhalé ruidosamente para hacerle saber que estaba arruinando mi vida social. ¿Cómo iba a decirle a un auto lleno de mis amigos que tenía que ser una aguafiestas y llegar a casa antes que todos? A la hora del almuerzo, nuestra mesa hervía de la emoción. El equipo de fútbol, Isaac incluido, estaba ruidoso y odioso, obviamente mentalizándose para el partido de esa noche. —¡Victoria! ¡Victoria! —gritó Isaac, maltratando a su sándwich de albóndigas para que pareciese que el sándwich estaba liderando la mesa en un canto entusiasta. Los otros jugadores del equipo estaban rugiendo de risa y haciendo ruido, golpeando la mesa y pisando fuerte con los pies. Los supervisores de la cafetería estaban radiantes. Cualquier otro día del año, habrían entregado hojas de detención por comportamiento escandaloso a diestra y siniestra, pero el día el día del partido de Bienvenida, todos estaban alentando el caos. —Tenemos que salir a las tres y cuarenta y cinco —dijo Pete—. Tengo una práctica de basquetbol, pero después de eso, deberíamos reunirnos frente a la biblioteca. Di un suspiro de alivio. Cualquiera que fuese la orientación que el Sr. Dean hubiese planeado para aquellos de nosotros que deseábamos postularnos como representantes estudiantiles no podía tardar más de una hora. —Tú vas a la reunión de elección del Consejo Estudiantil, ¿no? —le pregunté a Olivia, realmente queriendo que asistiéramos juntas, esperando inocentemente que no hubiese estado bromeando acerca de lo de formar un equipo. —No estoy segura —dijo ella, arrugando su delicada nariz pequeña—. Tengo una pequeña crisis en mis manos. Todavía no tengo un par de zapatos para el baile que haga juego con mi vestido. Quiero decir, tengo un par de tacones blancos de la boda de mi tío, pero definitivamente no combinan. Estaba pensando en hacer una carrera loca al centro comercial después de la escuela y luego reunirme con ustedes para el juego.

Mi estómago empezó a sentirse mareado. Si Olivia no estaba en la reunión del Sr. Dean, entonces ¿cuán en serio se tomaba el ser la presidenta de la clase de nuevo? ¿Qué sucedía si el Sr. Dean no le dejaba postularse porque había ignorado con tanta indiferencia su reunión? ¿Qué sucedía si Michael Walton veía una oportunidad para alzarse y arrebatarle el codiciado papel de presidente, y yo tenía que pasar el resto del tercer año escuchando su narrativa llena de lloriqueos acerca de la falta de contenedores de reciclaje en la cafetería? —Oh Dios mío, Olivia, eso es igual a la historia que Hannah contó —anunció Candace, con cara de miedo. Hannah, al final de la mesa, sonrió nerviosamente. —La historia era simplemente tonta —murmuró. Era de hecho extraño que fuese viernes, el día del gran partido, justo como Hannah había empezado su historia acerca de la muerte ficticia de Olivia, y Olivia estuviese hablando acerca de ir al centro comercial, justo como había hecho en la historia de Hannah. Tuve un pequeño escalofrío cuando recordé qué me había dicho Hannah en la camioneta después de la fiesta de Olivia, acerca de cómo algunas veces ella veía cosas. —¿Qué hay acerca del baile? —le preguntó Olivia a Hannah de repente, como si en ese momento, en ese preciso segundo se hubiese acordado de que Hannah no había confirmado la fecha aún. El tema de las similitudes entre las circunstancias del día y aquellas descritas por la historia de Hannah se desvaneció—. ¿Con quién irás? El rostro de Hannah resplandeció y sus ojos brillaron. —¿No les dije? Iré con un chico de mi iglesia. Él va a St. Patrick en Ortonville. Mischa alzó una ceja en mi dirección y desvió la mirada, no queriendo que Hannah observase nuestra duda. Definitivamente no había mencionado esta misteriosa y repentina cita para el baile de Bienvenida; esto era lo primero que nos contaba. Olivia, nunca una escéptica hasta que tuviera una razón irrefutable para serlo, lució genuinamente sorprendida. —¿En serio? ¡Eso es increíble! ¿Cuál es su nombre? —Mark —ofreció Hannah—. Regan. Creo que fue a la escuela pública en Willow hasta cerca del quinto grado antes de que sus padres le metieran en una escuela privada. —Lo recuerdo —anunció Candace con voz aburrida—. Lo recuerdo en primer grado comiendo pasta sin cocinar cuando se suponía que la uniéramos para hacer un collar para nuestras madres en la clase de arte. ¿Rubio, con hoyuelos? Hannah asintió. —Interesante. No puedo ni imaginarme cómo debe lucir ahora —comentó Mischa, pelando la cáscara de una naranja. Traté de recordar a algún muchacho rubio de nuestra escuela primaria en nuestro propio grado que se hubiese mudado a una escuela privada en algún punto, pero había

tantos nombres y rostros inundando mis recuerdos de chicos que se habían mudado de Willow que Mark Regan no venía a mi mente. —Genial —dijo Olivia con una sonrisa genuina, aliviada de no tener que reprender a Hannah por no despertar el interés de un chico antes del baile—. ¿Irá al partido de esta noche? Hannah negó con la cabeza. —No. Él está en el equipo de fútbol de San Patrick y ellos tienen su propio juego en Ortonville esta noche. Puede que vaya a ese juego en lugar del nuestro. Es decir, si eso está bien con ustedes. El consenso en la mesa del almuerzo fue que estaba bien que Hannah asistiese al juego de Ortonville en lugar de ir a Kenosha con el resto de nosotros. Antes de limpiar nuestras bandejas y recoger nuestros libros, Olivia pacientemente nos recordó votarla para reina del Baile de Bienvenida. Ella y Pete entrelazaron sus dedos sobre la mesa, sonriéndose el uno al otro de una manera en la que sólo los chicos más populares de la escuela pueden sonreír cuando están enamorados. Nadie nunca podría ser más perfecto que Olivia y Pete, ni siquiera Candace e Isaac. Me aventuré a la mesa donde dos estudiantes de segundo año estaban manejando las urnas con Candace detrás de mí. —Marca una casilla para la Reina del baile de Bienvenida, y una casilla para el Rey — me instruyó la chica de segundo año con acné en su rostro que me entregó mi papeleta. Como nuestra secundaria era muy pequeña, los nombres de cada estudiante de la clase de tercer año habían sido impresos en la papeleta junto a una casilla, como si alguien más que Olivia y Pete fuese a recibir votos. Mientras marcaba la casilla junto al nombre de Olivia, me imaginé la tiara que sería colocada en su cabeza al día siguiente. El Instituto Weeping Willow normalmente lo daba todo cuando se trataba de seleccionar tiaras para las Reinas de la Graduación o del Baile de Bienvenida. Olivia recibiría una enjoyada monstruosidad con niveles para colocarse sobre su rígidamente alto peinado rubio lleno de spray para cabello y sin duda recibiría una corona de igual mal gusto el siguiente año cuando fuese nombrada la Reina del Baile de Graduación. Sentí una punzada de algo distante mientras doblaba mi papeleta y se la regresaba a la estudiante de segundo año en la mesa. ¿Celos? Tal vez. Pero sería mejor ni siquiera preguntarse cómo sería tener que llevar esa corona de mal gusto y tener confetis lloviendo sobre mí. Esa no sería mi experiencia de secundaria, no en esta vida. —Como si fuese una sorpresa saber quién gana. —Candace me sonrió mientras entregaba su propia papeleta. Había apenas un toque de nostalgia en su sonrisa. Por un breve segundo me pregunté cómo debió haber sido para Candace, vivir a la sombra de Olivia. Yo ya había dejado quince años atrás el deseo inútil de que un día fuera la chica más linda de la escuela. Pero para Candace, la pérdida no reconocida de una competición que nunca terminaba debió haber sido dolorosa, incluso si sabía que había perdido el derecho a estar celosa cuando ella y Olivia se habían convertido en mejores amigas. Después del octavo periodo, me apresuré a mi casillero, ansiosa por acabar con la reunión del Consejo Estudiantil con el Sr. Dean. Todavía me sentía bastante ansiosa

acerca de la posibilidad de que un caballo negro1 entrara a la carrera y robara mi oportunidad de victoria. Había un extraño manojo de personas en la clase de tercer año que podía hacer exactamente eso; cualquiera de los chicos de los equipos de basquetbol y fútbol, uno de los amigos de Tracy Hartford del equipo de softball y del club de francés. No quería asumir que ganaría, ni siquiera por un segundo. Olivia apareció junto a mi casillero, llevando sus libros en su bolso con monogramas de lienzo sobre uno de sus hombros. —Hablé con el Sr. Dean —me informó—. Me dijo que ya que me he postulado para un cargo antes, estoy excusada de la reunión de hoy. Me estaba sonriendo como si tuviera un perverso secreto, esperando expectante por algo. —Oh —respondí, insegura de por qué seguía de pie allí, junto a mi casillero, mientras llenaba mi mochila con libros que no tocaría de nuevo hasta el domingo por la tarde. —Así que —dijo Olivia, arrastrando las palabras a través de toda una octava de notas— , ¿vendrás al centro comercial conmigo? Cerré mi casillero y giré la cerradura. —Olivia, tú estás excusada de la reunión, pero yo no. Tengo que ir si quiero postularme, a pesar de que es un requisito tonto. —Bajo cualquier otra circunstancia, hubiera abandonado cualquier plan que hubiese hecho para participar en lo que fuese que Olivia me pidiera. Pero el extraño tono de tristeza que había observado en la voz de Candace en la cafetería me había preocupado acerca de renunciar a todo lo que me importaba para apoyar a Olivia. Olivia prácticamente ya había ganado la elección para presidenta de la clase antes de que los carteles fueran colgados, antes de que las papeletas fueran emitidas, antes de que los votos fueran contados. Lo mismo se podía decir acerca de la corona de la Reina del Baile de Bienvenida, era suya incluso antes de que el tercer año siquiera hubiese comenzado. Olivia ya lo tenía todo; realmente no me necesitaba como para renunciar a mi oportunidad de tener un cargo estudiantil para ir de compras con ella. Sin embargo, sentí como si rechazar unirme a ella en su viaje a Green Bay pudiese poner en peligro cada elemento de mi nueva vida, incluso mis planes para ir al Baile de Bienvenida con su hermano en tan sólo veinticuatro horas. —Lo sé, lo sé. Realmente no quiero manejar hasta Green Bay sola. ¿Por favor? ¿Podemos ir hasta Kenosha juntas e incluso te compraré tacos en el camino? —Olivia me miró con esos cálidos ojos azules como lagunas, claramente acostumbrada a conseguir lo que quería. Sentí mi insistencia en asistir a la reunión empezar a flaquear. No podía ceder a su voluntad, no lo haría. Si me doblegaba en mi intento de postularme para un cargo, sería una decisión apresurada de la que me arrepentiría todo el año. Traté de suprimir mi creciente molestia hacia ella por sugerir que su renuencia a ir de compras sola tenía mayor importancia que mi necesitad de establecerme en la escuela.

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Caballo negro: en inglés, dark horse, se refiere a una persona poco conocida que emerge para destacar, sobre todo en una competencia que parece poco probable que tenga éxito.

—Lo haría, Olivia, en serio, pero realmente quiero postularme como tesorera del curso. Es sólo una reunión. Probablemente terminará en veinte minutos, si puedes esperar. Olivia suspiró, molesta conmigo pero aceptando que no iba a ceder. —No, ni mucho menos. El Sr. Dean parloteará por lo menos durante cuarenta minutos y les hará sufrir con una lección acerca del Colegio Electoral y cómo nuestras estúpidas elecciones para el Consejo Estudiantil son comparables a las elecciones presidenciales en este país. Lo he soportado dos veces. —Sacó las llaves de su nuevo auto de su bolso de cuero rosa y las colgó de uno de sus dedos—. Última oportunidad. —¿Estás segura de que quieres ir a Green Bay? —pregunté de repente, con la extrañeza de la historia de Hannah en la fiesta de cumpleaños de Olivia regresando a mí—. Es muy raro, Olivia. Justo como la historia de Hannah. —Oh mi dios. —Olivia sonrió, arrugando su frente—. No estás asustada de ir de compras conmigo por una historia de fantasmas estúpida, ¿no? No lo estaba, honestamente. Mi verdadera razón para no ir a Green Bay era la reunión que estaba empezando en ese momento en la clase del Sr. Dean. —¡No, por supuesto que no! Eso sería tonto. Pero tienes que admitirlo, es raro. —McKenna, eres demasiado crédula. La historia de Hannah se trataba de una tormenta, y está perfectamente soleado afuera. Candace ha estado revisando el reporte del tiempo durante toda la semana para asegurarse de que el partido no sea retrasado. Estaré bien. —Olivia puso los ojos en blanco y me dio un manotazo en el antebrazo—. No hay tacos para ti, entonces. —Te veré esta noche —dije, esperando que no la hubiese hecho enfurecer de verdad. Olivia podía ser astuta con su furia. No era una chica popular abiertamente mala o cruel, el tipo de animadora estereotipada en las películas. En la superficie era de buena naturaleza y generosa, pero podía convertirse en un segundo en un gato enojado, sacando sus garras sin siquiera dar un indicio externo de su cambio de humor. Si estaba enojada conmigo, lo decidiría en su auto camino a Green Bay, y me golpearía luego. Mientras la veía pasearse por el largo pasillo hacia las puertas del estacionamiento, con su largo, pálido y rubio cabello colgando como una hoja recta hasta su cintura, me di cuenta de que había una pequeña posibilidad de que Pete ni siquiera estuviese esperándome después de la escuela. Así era como Olivia operaba. Como una reina, moviendo todos sus peones para satisfacer su fantasía. —El periodo de votación se llevará a cabo el lunes y martes de la semana después de la siguiente. Todas las papeletas serán contadas el próximo martes a la noche, dándoles una semana entera para promocionar sus campañas. Las papeletas serán contadas por un equipo de miembros de la institución para eliminar cualquier posibilidad de hacer trampa. El Sr. Dean siguió hablando y hablando monótonamente, habiendo documentado y creado un estricto proceso para cada uno de los detalles de nuestras elecciones estudiantiles. Seriamente me pregunté si postularse para un cargo en otra escuela secundaria era un asunto tan riguroso, o si la gente sólo escribía, literalmente, nombres

en tarjetas y las metían en cajas de zapatos en la cafetería. Al menos podía relajarme un poco ahora que había visto la competencia. Nadie estaba intentando competir contra Olivia Richmond; eso habría sido una verdadera locura. Michael Walton estaba siendo desafiado por Nicole Clumenthal, quien era su única competencia verdadera para conseguir el rango de mejor estudiante. No conocía muy bien a Nicole para ser capaz de adivinar su razón para postularse; tal vez ahora que estábamos en tercer año y la universidad era una realidad un poco más tangible, sus padres la instigaban para que se volviese más seria acerca de poner experiencias en las solicitudes. Jason Arkadian me sonrió débilmente a través del pasillo de sillas, y luego procedió a hacer garabatos en su cuaderno de espiral durante el resto de la reunión. Recordé con amargura cómo Candace me había dicho la noche que estuvimos en la piscina de Olivia que Jason estaba enamorado de mí, y supuse que era seguro asumir que estaba curado de su enamoramiento. Fuera de la clase, un piso más abajo, podía escuchar a la banda de música cargando sus equipos en el bus anaranjado de la escuela que los llevaría a Kenosha. Recordé el partido de Bienvenida del año pasado, cuánto calor hacía y cuánta comezón me había causado mi uniforme azul marino de guardia en el atípico calor de septiembre de la noche del partido. Ese partido había sido en Fond du Lac, no tan lejos como Kenosha. Me pregunté si Kelly y Erica, mis amigas más cercanas del equipo de guardia de color, estaban subiendo al bus para el largo trayecto. La otra chica del equipo de quien había sido amiga, Maddie, había dejado el equipo la primera semana de escuela, al igual que yo. Ella se había sometido a su propia transformación durante el verano, de una chica nerd con rodillas nudosas a una chica que llevaba un montón de delineador de ojos, tenía el labio perforado, y se juntaba con los chicos adictos del club de teatro. Ahogué un bostezo con la parte posterior de mi mano. La clase de historia era sofocante, cuando me di la vuelta para ver si las ventanas de la parte trasera de la habitación estaban siquiera abiertas, me alarmé al ver que nubes de tormenta estaban apareciendo. Cuando me había sentado por primera vez al inicio de la reunión, el cielo afuera había estado claro y azul. Pero ahora parecía antinaturalmente brillante con una gruesa manada de nubes cubriendo el sol. Inmediatamente pensé en Hannah. Sin querer atraer la atención del Sr. Dean, saqué mi teléfono del bolso y discretamente le envié un mensaje de texto a Olivia. ¿Estás en el centro comercial? ¿Estás bien? Me respondió cinco minutos más tarde, cuando el Sr. Dean estaba dando por terminada la reunión, distribuyendo listas de normas para las propagandas de la campaña dentro de la escuela. Acabo de llegar. Tardé una eternidad en encontrar estacionamiento. Carteles, botones y calcomanías estaban permitidos. Las calcomanías que fuesen encontradas pegadas en las propiedades de la escuela, como en los casilleros, serían raspadas por los conserjes. Carteles difamando a cualquier otro candidato no serían tolerados. Materiales de propaganda haciendo mención de cualquier profesor de la

escuela o personal, o que usaran malas palabras, no serían permitidos. La lista me hizo reflexionar acerca de cuánto tiempo había dedicado el Sr. Dean a imaginar maneras en que los chicos podrían promocionarse de forma poco ética sólo para ganar una elección escolar. Finalmente la reunión terminó. Faltaban diez minutos para las cuatro, un total de cinco minutos antes de lo que Pete había dicho que quería que todos nos reuniéramos para marcharnos hacia Kenosha. Estaba desesperada por el miedo a que el grupo se hubiese ido sin mí, o que Olivia les hubiera dado instrucciones de que lo hagan a pesar de que se había tomado el tiempo para responder mi mensaje de texto. Corrí por las escaleras hasta la planta baja de la escuela y me apresuré a salir por las puertas que conducían al estacionamiento de estudiantes. Afuera, me sorprendí por la extraña energía de la tarde. El cielo nublado estaba brillante con rayos ultravioletas, y todo en el estacionamiento estaba paralizado. Había una carga eléctrica en el aire como si algo estuviese a punto de suceder, algo estático, esperando a ser puesto en movimiento. Miré a mi alrededor frenéticamente buscando el Infiniti negro de Pete, no queriendo parecer como si estuviese mirando a mí alrededor frenéticamente, y al no verlo en las primeras tres líneas de autos, saqué el teléfono para pretender lucir ocupada. En mi mente, estaba en un estado de pánico total. ¿Realmente

se habrían ido sin mí? ¿Están en su camino a Kenosha ahora mismo, riéndose porque saben que probablemente estoy de pie aquí, buscando el auto de Pete? Incluso sin saber dónde estaban todos y si Olivia había mandado o no que me dejaran atrás, mi corazón estaba palpitando. Sentí como si estuviese empezando a sudar ligeramente. Eso podría haber sido todo, el final de mi breve popularidad, allí mismo en esta extraña tarde. De repente la puerta de atrás se abrió y me giré, esperando ver a Candace o a Jeff, pero en su lugar me sorprendí al ver a Trey Emory, con su usual ceño fruncido y su chaqueta del ejército. Cuando nuestros ojos se encontraron el lucía igual de sorprendido al verme como yo estaba de verlo, y enderezó su postura. —¿Por qué no estás de camino a Kenosha? ¿Acaso no vas al gran partido? —preguntó Trey, con sarcasmo envenenando su voz. —Sí voy —dije nerviosamente, deseando que no estuviese allí mismo, en ese mismo instante—. Pero creo que mis amigos pudieron haberse ido sin mí. Estaba en una reunión y se alargó hasta tarde. Trey me estudió y cambió su peso de un raído Chuck Taylor negro al otro. —Bueno, irse sin ti no suena como algo que harían los verdaderos amigos. Raspé mi esmalte de uñas. —No es como si me dejaran, es más como, una especie de broma. Sólo que no estoy segura. —Mientras luchaba por buscar razones para estar de pie junto al estacionamiento, me di cuenta de que probablemente estaba diciendo en voz alta exactamente lo que Trey estaba pensando. Si tenía una razón para temer que Olivia le ordenara a Pete y Candace dejarme atrás, y que ellos harían eso sin cuestionar su autoridad, nunca habían sido realmente mis amigos. No era una de ellos; simplemente estaba enmascarándome como una de ellos. Mi temperamento ardió con vergüenza

porque me había puesto a mí misma en esta situación. Mi vida había sido mucho menos complicada antes de haber sido inducida dentro del mundo de Olivia. Podía haber estado en el auto de la mamá de Cheryl en ese mismo instante, tomando malteadas sin preocuparme por las calorías, si las cosas no hubiesen cambiado antes del tercer año— . ¿Por qué sigues en la escuela? —pregunté, queriendo desesperadamente cambiar de tema. Trey se encogió de hombros. —Detención. Estábamos cambiado las bujías y cables del auto de la entrenadora Stirling en la tienda ayer y… digamos que no estuvo muy feliz con mi trabajo. Apenas podía creer a mis propios oídos. La entrenadora Stirling manejaba un legendario pedazo de basura, un Cadillac Fleetwood azul pastel que era demasiado grande para siquiera entrar en una plaza del estacionamiento de profesores. La clase del taller de reparación siempre estaba trabajando con él, dándole a la entrenadora Stirling necesarios puestas a punto. —¡Caray, Trey! ¡No puedes sabotear el auto de un profesor! Trey sonrió inocentemente. —No estaba intencionalmente tratando de sabotearlo. Tal vez no sirva para arreglar autos. Pensé en el Toyota de Trey y cómo se mantenía básicamente con una esperanza y una oración. Estaba en la calzada de los Emory cada sábado, trabajando en él. —Sí, claro. Probablemente tú podrías enseñar a reparar un auto. Miró a sus zapatos, posiblemente ruborizado, y luego añadió: —Bueno, tal vez decidí usar el auto de la entrenadora Stirling como objeto de un experimento porque a ella no le gusta mi sentido del humor. Estaba a punto de preguntar más cuando de repente el Infiniti negro de Pete entraba al estacionamiento, con la música a todo volumen. Jeff se sentaba en el asiento delantero, con Candace y una chica que no conocía muy bien, Melissa, en el asiento de atrás. Con horror observé que el auto serpenteaba por el estacionamiento hacia mí, sin saber si continuarían manejando más allá de mí, riéndose a carcajadas, para asegurarse de que sepa que estaba siendo dejada atrás, o si había una explicación razonable de por qué se habían ido obviamente a algún lugar sin mí y regresado. De cualquier manera, me sentía avergonzada de que Trey estuviese junto a mí, porque cualquier humillación que me esperase, él sería testigo. —¿Estás lista, McKenna? —preguntó Jeff a través de su ventana abierta. —¿Dónde estaban chicos? —me atreví a preguntar. —Nos detuvimos en mi casa para recoger un paraguas —dijo Candace desde el asiento de atrás—. Va a diluviar.

Alcé mi vista al cielo. Las nubes se estaban oscureciendo, pareciendo mucho más como nubes de tormenta de lo que habían parecido sólo cinco minutos atrás. —¿Creen que el juego va a cancelarse? —No está lloviendo en Kenosha. Estoy revisando la previsión del tiempo —informó Jeff. Junto a mí, vi a Trey encogerse en la distancia hacia su propio auto. Quería llamarlo, pero dudé por un momento, esperando que no se molestara por llevar la atención hacia él en frente de un auto lleno de chicos populares. —Hey, Trey —grité en contra de mi mejor juicio. Aminoró el paso por un segundo y se dio vuelta, pero continuó caminando de espaldas, no queriendo detener su camino hacia su auto. Realmente no tenía nada que decirle, sólo no quería que nos separáramos sin decir adiós—. ¿Vas al partido? —Nah —dijo él, señalando lo obvio—. Tengo algunos recados que hacer, y además, ya sabes. Ya utilicé todo mi espíritu escolar este año con sólo aparecer el primer día. —Nos vemos —dije, con voz débil. Se despidió rápidamente sin decir una palabra con su mano baja que sacó del bolsillo de sus pantalones por sólo un instante. Me subí al asiento trasero del auto de Pete mientras Melissa se movía hacia el medio para hacerme lugar. —Hola —le dije a Melissa. —Melissa va a ir al Baile de Bienvenida con Jeff —dijo Candace, explicando la presencia de la chica con brillante cabello rojo y pecas. —¿Alguien ha oído algo de Olivia? —preguntó, justo cuando mi celular y el de Candace zumbaban al unísono. —¡Hablando del diablo! —Candace se rio. Ambas revisamos nuestros teléfonos para encontrar que Olivia quería nuestras opiniones para dos pares de tacones diferentes de color crema que había encontrado—. Definitivamente el primer par —comentó Candace, mostrándole las imágenes en la pantalla de su teléfono a Melissa en busca de aprobación. —De ninguna manera —repliqué—. El segundo par. —Ambas nos apresuramos a responder el mensaje con nuestras opiniones. Una hora y cerca de veinte canciones heavy metal después, estábamos fuera de Osh Kosh cuando empezó a lloviznar. La lluvia me puso nerviosa. Todo estaba comenzando a ser demasiado similar a la historia que Hannah había contado. Aterradoramente similar, como si la tarde entera fuese un déjà vu. Me pregunté si Candace estaba pensando lo mismo que yo, pero si lo estaba, no lo dejó entrever. Me concentré en tratar de imaginar cómo iba a ser una vez que llegásemos a Kenosha: el rugido del público, el olor de perritos calientes y Olivia esperándonos en las gradas.

—Hey, chicos —dijo Candace, como si estuviese tratando de motivarnos a hacer algo divertido—. ¿Saben qué sería genial? Si nos detuviéramos en la siguiente estación. Pete y Jeff se quejaron. Yo estaba secretamente aliviada porque necesitaba entrar al baño también, sólo que no tenía una amistad lo suficientemente establecida con Pete para pedirle una parada. Con muchas quejas acerca de las chicas y su débiles vejigas, Pete salió de la carretera y estacionó. La lluvia estaba cayendo más establemente, bailando en el techo del auto de Pete y corriendo en pequeños ríos por las ventanas. Usando el paraguas traído de la casa de Candace, todos hicimos una carrera por el estacionamiento, corriendo entre camiones estacionados. Pete intencionalmente saltó sobre un charco para mojar a Jeff mientras corría junto a él, y Jeff le gritó una maldición, con las piernas de su vaquero empapadas. Nos precipitamos a través de las puertas del complejo de la estación entre risas, nuestra energía todavía estaba por las nubes a la espera del gran partido. —Está lloviendo demasiado —dijo Candace mientras las dos nos lavábamos las manos en el baño de mujeres de la estación bajo deslumbrantes luces fluorescentes—. Van a cancelar el juego. Melissa se nos unió un segundo después, dando un paso entre nosotras para usar el lavabo disponible. —¿A quién podríamos llamar para preguntar? —pregunté, no quería ir hasta Kenosha sólo para dar la vuelta y regresar a casa de nuevo. Seis horas en auto sin una buena razón era un poco excesivo. Honestamente, hubiera preferido regresar a Willow y ver una película, o incluso hacerle compañía a mi mamá ya que me estaba inquietando por haber salido de casa habiendo discutido con ella esa mañana. Candace rebuscó en su bolso el lápiz labial, frotando dramáticamente sus labios junto al espejo y chasqueándolos cuando estuvo satisfecha con su apariencia. —Escribámosle a Mischa —sugirió ella—. El equipo de animadoras ya debería estar allí. Nuestro grupo se volvió a reunir en la pequeña área del patio de comidas de la estación, donde un puñado de camioneros se sentaba a comer hamburguesas e ignorarse entre sí, mientras esperábamos a que Mischa le respondiera a Candace sobre si el partido había sido pospuesto o no. A través del amplio vidrio de las puertas de la estación, miramos la lluvia cambiar a un fuerte aguacero, y un cegador destello de relámpago crepitó en el cielo momentos antes de que un ensordecedor trueno sacudiera el edificio. —Jesús —murmuró Pete—. Es como el fin del mundo. —No hay manera de que jueguen el partido —dijo Melissa, masticando una de las papas fritas que había comprado. Jeff se sirvió alguna de sus papas, deslizándose en el duro asiento de plástico junto a ella. El olor me estaba volviendo loca de hambre, y giré mi cabeza para tratar de evitarlo. La energía que habíamos traído a la estación estaba evaporándose. Nuestras ropas estaban húmedas, nuestros cabellos revueltos, y el largo viaje hasta Kenosha parecía más desalentador cuanto más tiempo pasaba.

El teléfono de Candace sonó, y ella lo respondió, alejándose del resto de nosotros durante unos pocos minutos para hablar. Cuando regresó, estaba frunciendo el ceño. —El partido se canceló. Lo han reprogramado para el lunes por la noche. Un camionero de barba larga, gris y desaliñada con gorra de béisbol de Brewers se acercó a nuestra mesa en su camino para tirar los restos de su comida y las servilletas de su bandeja. —Eh chicos, podrían quedarse aquí por un rato. Hay una advertencia de granizo repentina. Es peligroso manejar por esos caminos ahora mismo. Pete puso los ojos en blanco una vez que la espalda del camionero estaba hacia nosotros, pero ninguno movió un músculo para levantarse de nuestra mesa y regresar al Infiniti de Pete. Los camioneros de la estación no parecían tener prisa por partir. Todos ellos miraban pacientemente los relámpagos a través de las gruesas ventanas, tomando cafés y hojeando periódicos, contentos de esperar a que la tormenta amainase. —Esto es realmente extraño —le dije a Candace en voz baja, incapaz de reprimir mi fascinación y miedo acerca de cómo la tarde se estaba desenvolviendo. Nos sentamos unos junto a otros en el duro banco, lejos de Melissa y Jeff. Pensé en las palabras de Olivia en el pasillo cerca de mi casillero esa tarde más temprano, cuando me había rogado que la acompañara al centro comercial. Incluso había estado un poco nerviosa acerca del recuerdo de la historia de Hannah en la fiesta. —Estoy de acuerdo —dijo Candace sin más. Sin decir una palabra a Pete o Jeff, llamó a Olivia, quien sorprendentemente atendió—. ¿Olivia? Soy Candace. El partido se pospuso. —Hizo una pausa, presionando su mano a su oído libre para bloquear la música estridente sonando en el resto de la estación para poder escuchar mejor a Olivia—. ¿Dónde estás? —Hizo una pausa de nuevo, todavía teniendo dificultad para escuchar a Olivia—. Nosotros estamos a las afueras de Osh Kosh pero vamos a regresar una vez que la lluvia se detenga. ¿Puedes oírme? Candace alejó el teléfono de su oído y lo miró con rabia como si tuviera la intención de lanzarlo a través de la estación. —Su teléfono está muriendo —me dijo, frustrada—. Dice que está bien y todavía en el centro comercial pero… Candace no tenía que terminar la oración ya que yo sabía qué venía después. —Su auto no arranca. Nuestros ojos se encontraron y un escalofrío corrió a través de mí tan violentamente que me estremecí. Melissa notó las expresiones serias en nuestros rostros y paró de morder sus papas fritas por un momento. —¿Qué les pasa a ustedes dos? —preguntó. —Nada —dijo Candace bruscamente sobre su hombro. Su boca volvió a la forma de una firme línea y sus ojos volvieron a encontrarse con los míos.

—¿Crees que deberíamos decirle algo a Pete? —le pregunté en voz baja. Pete y Jeff estaban jugando un video juego en sus teléfonos, ajenos a nuestro pánico. —Diablos, no. —Candace sacudió su cabeza—. Pensarían que estamos locas. Y honestamente, yo creo que estamos locas, también. Pero esto es simplemente tan extraño… Candace parecía estar a punto de empezar a llorar, lo que me hizo temblar aún más. Candace Cotton —la chica a la que no le asustaba nada— estaba asustada. Me hacía sentir un poco mejor estar en su presencia, porque si Candace estaba dispuesta a admitir que los eventos de la historia de Hannah estaban encajando, sabía que no estaba siendo paranoica. —¿Qué deberíamos hacer? ¿Deberíamos llamar a la policía? —pregunté, completamente seria. —No, a la policía no —dijo firmemente Candace, levantando su teléfono de nuevo. Tocó la pantalla—. Vamos a llamar a Hannah. Tamborileó sus uñas impacientemente sobre la mesa cubierta de migas donde nos sentábamos mientras el teléfono de Hannah sonaba una, dos, tres veces y luego se transformaba en su correo de voz. Candace frunció el ceño y sostuvo el teléfono junto a mi oído, así podía escuchar el familiar mensaje de Hannah. —¡Hola! Este es el teléfono de Hannah. No estoy disponible para responder ahora mismo así que… Candace terminó la llamada y apretó el redial. —Esta chica sí que me va a oír. ¿Por qué tuvimos que jugar a todos esos estúpidos juegos el fin de semana pasado? No me siento bien acerca de esto. —Esperó a que el mensaje de voz de Hannah empezara de nuevo, su cabeza inclinada con molestia, y esta vez dejó un severo mensaje—. Hannah. Soy Candace. Está diluviando y Olivia está atrapada en el centro comercial de Green Bay. Creo que puedes entender por qué te estoy llamando. Será mejor que me llames tan pronto como recibas esto. Me sentía enferma por la ansiedad. Nos sentamos en la estación mientras la tormenta rugía durante otros quince minutos. Candace compró un refresco de dieta helado, incrementando la probabilidad de otro descanso para el baño dentro de una hora. Finalmente, hubo una repentina pausa en la lluvia, y todos nos miramos el uno al otro, sorprendidos de cuán abruptamente el aguacero había terminado. —¿Deberíamos salir corriendo ahora? —preguntó Jeff. —Ahora o nunca —musitó Candace. Limpiamos nuestras bandejas y salimos de la estación, sorprendidos de cuán nítido estaba y cuán limpio olía el aire afuera después de tan pesada lluvia. Algo nos detuvo de apresurarnos hacia el auto; nos quedamos allí afuera de las puertas de la estación por un momento con nuestros paraguas empapados escondidos bajo nuestros brazos, mirando alrededor con asombro.

Uno de los camioneros —no el de la barba que nos había advertido antes acerca de las inundaciones, sino uno mayor con una enorme barriga— abrió una de las puertas de la estación y se inclinó para hablarnos. —Chicos será mejor que esperen otros cinco minutos. —Miró al cielo, escépticamente—. Huele como a granizo. Pete sonrió cortésmente y respondió con la voz que reservaba para los profesores y padres: —Gracias por la advertencia, pero tenemos que seguir nuestro camino. El camionero se encogió de hombros como si fuéramos sólo un montón de chicos tontos, y empezamos a caminar hacia el auto de Pete. Pero apenas habíamos recorrido la mitad del camino cuando la primera bola de granizo se estrelló contra el suelo. Las primeras bolas que vi eran pequeñas, sólo montones de hielo del tamaño de un dedal disparándose a toda velocidad contra el asfalto del estacionamiento a una velocidad increíble, rompiéndose en pedazos cuando impactaban con el suelo y las cabinas de los camiones. Detrás de mí, escuché a Candace chillar, y frente a mí, Melissa se puso la capucha de su sudadera sobre la cabeza para protegerse. En segundos, sin embargo, el granizo creció, rocas increíblemente grandes, como pequeñas bolas de ping-pong duras caían sobre nosotros desde el cielo. Martillearon contra los camiones en el estacionamiento y los capós de los autos estacionados, sonando como disparos cuando hacían contacto. Sentí el granizo golpeando mi espalda, hombros y cabeza; dolía tanto que apenas podía pensar con claridad mientras echaba a correr hacia el auto de Pete. Era difícil siquiera ver a dónde estaba yendo mientras el granizo se acumulaba en el pavimento, resbaladizo y crujiente bajo mis botas.

¡Bang! ¡Bang! ¡Bang! Pete abrió las cuatro puertas de su auto con el mando a distancia en su llavero, y nos metimos dentro en un loco revoltijo. Por un momento, después de cerrar las puertas de un golpe, nos sentamos en un torpe silencio, tratando de recuperar el aliento. El granizó continuó golpeando el capó y el techo del auto de Pete, atrapándonos temporalmente en el vehículo. —Esto es una locura —murmuró Pete para sí. —Es como, bíblico —añadió Jeff. El granizo caía de manera constante, no podíamos siquiera ver la estación frente a nosotros. Una bola particularmente grande de granizo cayendo a alta velocidad se estrelló en el mismo centro del parabrisas de Pete y lo agrietó, enviando ondas a través de él como una piedra tirada en un estanque. Dejó una gran abolladura, como una elaborada red de araña en el punto del impacto. Todos saltamos unos pocos centímetros en el aire. Candace y Melissa chillaron, y Candace clavó sus uñas en mi antebrazo. —Oh, mierda, amigo —le dijo Jeff a Pete.

Pete sacó su celular para llamar a la AAA2 por un remolque. —Genial. Ahora ni siquiera podemos ir a casa. Mi papá va a matarme. Cerca de una hora después, mientras mirábamos a una grúa arrastrar el auto de Pete a través de las pequeñas montañas de granizo derritiéndose, discutimos sobre el padre de quién debería ser llamado para ir a buscarnos. Extrañamente, las nubes de tormenta habían pasado, revelando un pacífico cielo azul que se estaba oscureciendo rápidamente mientras la noche se aproximaba. A pesar del inesperado cambio en el tiempo, el partido continuó pospuesto, y el equipo de fútbol estaba rumbo a Willow otra vez, disgustado de que no tendrían una victoria que celebrar la siguiente noche durante el baile. Nuestra gran noche afuera se había desenvuelto de la manera más inesperada, deshecha por una extraña tormenta, exactamente como Hannah había predicho una semana atrás. Aún no habíamos oído nada de Olivia, pero Candace insistió en que probablemente todo estaba bien. —Olivia decía que su teléfono estaba a punto de morir. Esa es la única razón por la que no ha llamado —insistía. No podía quitarme el sentimiento de que algo muy, muy malo había sucedido. Finalmente, reuní el valor para entrar de nuevo a la estación sola y llamar a mi mamá. No podía explicar por qué, pero tan pronto como escuché su voz, empecé a llorar. —¿McKenna, dónde estás? —preguntó ella. Como sospechaba, estaba en su oficina de la universidad, absolutamente ajena de la tormenta que acababa de apedrear la mayor parte del centro de Wisconsin con granizo. —A las afueras de Osh Kosh —dije, tratando de estabilizar mi voz—. Nos quedamos atrapados en una tormenta de granizo realmente mala y el parabrisas de Pete fue destruido. Mamá sonaba confundida acerca de por qué estaba tan emocionalmente perturbada. —Pero estás bien, ¿no? ¿Por qué suenas tan alterada? No podía decirle que, obviamente, tenía razones insignificantes para creer que una de mis amigas más cercanas estaba siendo violentamente asesinada afuera de Green Bay en ese mismo momento. Y que mi evidencia para dar soporte a esta teoría estaba enteramente basada en una misteriosa historia paranormal contada por una de mis extrañas amigas, quien podría o no tener habilidades psíquicas. —Realmente quería ir al juego, pero ha sido pospuesto —mentí. —¿Necesitas que vaya a buscarte? ¿Cómo van a regresar?

2

AAA: La Asociación Automovilística Estadounidense (en inglés de la American Automobile Association) es una federación estadounidense de asociaciones automotrices que proporciona varias utilidades a sus miembros como servicio de ayuda en carretera; información sobre viajes nacionales e internacionales, etc.

Tragué, y estaba a punto de pedirle que viniese a buscarme cuando Candace entró en la estación y anunció: —Mi mamá está en camino. —Voy a ir con la mamá de Candace —dije, un poco deseando que mi mamá viniera y me buscara de todas maneras. Siguiendo las formas de operar en el instituto, la mamá de Pete llegó casi una hora después para buscarle a él y a Jeff; esperó en la estación hasta que la mamá de Melissa llegó en un Mercedes. Luego, ambas madres entraron y compraron cafés mientras esperaban a que apareciese la madre de Candace. La mamá de Pete manejaba un enorme SUV en el cual probablemente entraríamos todos, pero aún estábamos en esa edad donde los padres de todos querían recoger personalmente a sus propios hijos. Finalmente, la mamá de Candace llegó, con sus pesadas joyas de piedras turquesas y plata tintineando y haciendo un ruido metálico. Después de que insistiera en entrar a la estación y comprar un café para mantenerla despierta durante el camino a casa con la media hermana de Candace, Julia, caminando penosamente detrás de ella, demandando que alguien le comprase goma de mascar, los tres autos de nuestros padres partieron de la estación en una extraña caravana. Manejamos de regreso a Willow con intencionada lentitud ya que las calles estaban traicioneramente resbaladizas por el hielo. Para el momento en que estuvimos de regreso en la ciudad, ni siquiera eran las ocho de la noche, pero Candace y yo estábamos bostezando. —Mamá, ¿puedes ir hasta la casa de los Richmond para ver si Olivia ha llegado a casa? —preguntó Candace desde el asiento delantero mientras el auto de su mamá doblaba esquinas acercándonos más a Martha Road. Yo estaba sentada en la parte trasera con Julia, quien tenía la altura de Candace, pero el grosor de su padre biológico, cabello oscuro y entrecerrados ojos oscuros. La mamá de Candace tenía una voz grave y gutural como la de su hija. —Oh, Candace, eso está al otro lado de la ciudad, y las calles están tan malas... —Es realmente importante —insistió Candace—. No ha respondido a mis mensajes en dos horas y la última vez que hablé con ella, estaba atrapada en el centro comercial de Green Bay. La mamá de Candace giró hacia la derecha en Martha Road, y más allá de la cabeza de Julia alcancé a ver el lote vacío, silencioso y tranquilo como siempre estaba, mientras manejábamos por mi manzana hacia mi casa. —Puedes llamar a su casa cuando lleguemos —le estaba disuadiendo la mamá de Candace. —Mamá, ¿podemos detenernos en Bobby’s y comprar sándwiches de pollo para la cena? —Julia elevó la voz junto a mí mientras la mamá de Candace disminuía la velocidad para detenerse frente a mi casa. Inmediatamente noté dos cosas extrañas: las luces estaban encendidas en mi casa, indicando que mi mamá ya había vuelto del campus, y que la casa de los Emory estaba

completamente a oscuras. La casa de los Emory nunca estaba a oscuras un viernes a la noche. El papá de Trey siempre estaba viendo la televisión en la sala una vez que llegaba de su trabajo. El hermano de Trey, Eddie, siempre estaba usando la consola de videojuegos conectada a la televisión las pocas veces que el Sr. Emory no estaba viendo la televisión. Y la luz de la cocina de los Emory prácticamente estaba prendida las veinticuatro horas del día. Era inquietante ver la casa tan vacía, tan desocupada. —Gracias por traerme —dije, bajando del auto de la mamá de Candace. —Llámame si Olivia se pone en contacto contigo inmediatamente —me ordenó Candace. Una vez dentro de mi casa, no pude resistir la tentación de enviarle un mensaje de texto a Olivia para ver si había llegado a casa a salvo y había puesto a cargar su teléfono. Esperé hasta que mamá y yo hubiésemos terminado de comer la pizza antes de tomar la valiente decisión de llamar a la casa de los Richmond, a pesar de saber que sería realmente incómodo si los padres de Olivia, o incluso Evan, respondían el teléfono. Estaba preparada para disculparme por interrumpir su noche del viernes, y preguntar cortésmente si Olivia había llegado a casa del centro comercial. A parte de mis miedos irracionales y la loca historia de Hannah, aún había una legítima posibilidad de que Olivia estuviese varada en el estacionamiento del centro comercial a una hora de distancia, incapaz de llamar a alguien para regresar a casa. Así que no era tan irracional, me aseguré a mí misma, que como buena amiga preocupada, llamara a su casa. Pero nadie contestó. Le envié un mensaje de texto a Candace con una palabra: ¿Nada? Y ella respondió: Nada. Ninguna respuesta. Y ni una palabra de Hannah. Me fui a la cama temprano, asegurándome de que estaría afuera hasta tarde la próxima noche. Fantasías sobre cómo sería bailar lentamente con Evan en sólo veinticuatro horas llenaban mi mente, remplazando pensamientos de ansiedad sobre Hannah y Olivia. Alrededor de la medianoche, escuché un auto entrando por la calzada de la casa de al lado, y me senté en la cama para ver al Sr. y la Sra. Emory entrar a su casa a través de la puerta lateral con Eddie siguiéndolos detrás, frotándose sus ojos cansadamente. Estaban teniendo una seria discusión, pero con mi ventana cerrada sus voces sonaban apagadas e indiscernibles. Me molestó por alguna razón que Trey no estuviese con ellos; ¿dónde podría haber estado él a esa hora? Por primera vez se me ocurrió que tal vez Trey tuviera una novia que no conocía. Alrededor de diez minutos después de la llegada de los Emory y cuando finalmente empezaba a quedarme dormida, la puerta de mi habitación se abrió y la forma del cuerpo de mi madre apareció allí, iluminada desde atrás por la luz del pasillo. —¿McKenna, cariño? ¿Estás despierta? —Luché para deshacerme del sueño y concentrarme en mi mamá. Algo estaba mal, lo supe inmediatamente. Mi madre nunca entraba a mi habitación sin llamar, y nunca me despertaba en medio de la noche—. Me temo que tengo noticias realmente horribles, cariño. Ha habido un accidente.

CAPITULO 6 Traducido por lavi Corregido por Jime02 El funeral de Olivia fue el lunes. Se cancelaron las clases para que todos pudieran asistir. Todo fue muy sombrío, casi insoportablemente largo; estudiantes, padres y la extensa familia de los Richmond entraron y salieron de la casa funeraria de Gundarsson durante el transcurso de tres horas. Mamá insistió en acompañarme, aunque sabía que pasar el rato en una funeraria, no era como hubiese preferido pasar su día libre de la universidad. Los Richmond, todos altos y rubios, se reunían cerca del frente de la larga habitación; hablando en voz baja y limpiando las esquinas de sus ojos con pañuelos. El ataúd de Olivia, ornamentado y brillante, se encontraba cerrado. Junto a él, había un caballete con una gran foto de ella sonriendo en su uniforme de vóleibol y con algunas fotos de bebé clavadas en la parte de arriba, en una especie de apresurado collage. Había escuchado rumores de que Evan había sido forzado a identificar el cuerpo de su hermana en la oficina del forense; porque estaba tan destrozado, que el Sr. Richmond se había desmayado al verlo. Cuando llegó, Evan me saludó con una dolorosa sonrisa, pero después de unos pocos minutos de tensa conversación, se disculpó para retirarse al territorio de su familia, cerca del ataúd y evitando mirar en mi dirección. En el transcurso del fin de semana, había acumulado fragmentos de la historia de varias fuentes. El titular de la edición de la Gaceta Willow, el sábado por la mañana, había sido “Tragedia en Green Bay: Adolescente Local Muerta en Colisión”. Los tres escasos párrafos en el artículo afirmaban que dos adolescentes locales de la Escuela Secundaria Weeping Willow habían estado involucrados en un accidente a las afueras de Green Bay, cuando un camión de dieciocho ruedas les había golpeado de frente durante la tormenta de granizo. El conductor del auto en el que Olivia había estado, no había sido nombrado; pero al parecer había escapado de la escena con heridas leves. Había una imagen de lo que quedaba del auto junto al artículo, estaba irreconocible. Se parecía más a un nudo retorcido de chatarra y la expresión en el rostro del policía estatal, que había sido fotografiado junto a los restos, indicaba que estaba pensando lo mismo que yo: ¿cómo era posible que alguien hubiese escapado con vida de ese tipo de accidente? El periódico afirmaba que el conductor del camión estaba devastado; ni siquiera había visto, a través de la fuerte granizada, que se había desviado de su carril. Cheryl me había llamado el sábado por la tarde, para compartir el rumor de que el cuerpo de Olivia prácticamente se había partido por la mitad por la fuerza del impacto. Los zapatos, que acababa de comprar en el centro comercial, fueron encontrados a unos nueve metros de distancia del auto; a un lado de la carretera rural, en el bosque. No muy lejos del brazo cortado de Olivia.

Por supuesto que me preguntaba quién era el conductor. Tal vez se había encontrado con alguien de la escuela en el centro comercial y había decidido pedirle un aventón, ya fuese para ir al partido o para regresar a la ciudad cuando su auto se negó a arrancar. En ninguna de las conversaciones llenas de lágrimas que había tenido con mis amigos, había sido mencionado el nombre del conductor. Parecía que nadie sabía con quién había pasado Olivia sus momentos finales. Al fondo de la habitación, justo detrás de las puertas, me encontraba espiando en la esquina; mirando en silencio, mientras los chicos de la escuela y los profesores entraban. Nadie sabía muy bien qué decirle a los padres de Olivia, cómo pararse, dónde poner sus manos, a dónde mirar. Todos estaban hambrientos por más detalles, incluida yo. Pero estaba absolutamente fuera de discusión hablar acerca del accidente en el funeral. Suave música clásica sonó durante toda la tarde, a través de las rejillas de ventilación junto con aire frío. Había enormes arreglos florales a ambos lados del ataúd, enviados por el Club de Leones, los Caballeros de Colón, la APP, el sindicato de profesores de la escuela y la firma contable del papá de Olivia. Un arreglo colgante de capullos de pálidas rosas rosadas y velos de novia cubrían la parte superior unidos con una sedosa cinta de color crema. Probablemente, no era muy diferente al ramillete que Pete había planeado colocar en la muñeca de Olivia, la noche del Baile de Bienvenida, el baile que había sido cancelado a luz de su trágica muerte. Era morboso pensar que si Olivia hubiese sido capaz de compartir su opinión acerca de su propio velorio, lo habría aprobado. Pete había llegado no mucho tiempo después de mí y mi mamá, permaneciendo sólo unos pocos minutos con sus padres, antes de abrazar a los padres de Olivia, para luego marcharse rápidamente. Asintió en mi dirección, a través de la habitación con los ojos rojos e hinchados. Ver a un chico de mi propia edad, que claramente había estado llorando, me hizo sentir incómoda. Era tan apuesto, que casi era chocante. Me encontré avergonzada de incluso estar pensando acerca de su atractivo, sólo tres días después de la muerte de Olivia. El traje parecía quedarle perfectamente y me pregunté si tal vez, lo había comprado para el baile. Tracy Hartford y su madre llegaron temprano, sus rostros solemnes y piadosos. Saludaron a todos los que entraban para agradecerles por venir, como si fueran parte de la familia de Olivia. En realidad, Olivia apenas hablaba con Tracy, ya que pensaba que era una molesta chismosa. Las Hartfords se nutrían de chismes y estuvieron sin duda en su elemento ese día en la funeraria. Pidieron a todos los que asistieron que firmaran el libro de visitas y fueron tan insistentes, que era casi como si pensaran que alcanzar un determinado número de firmas la haría revivir. No podía recordar haber asistido al funeral de Jennie, pero presumiblemente se había realizado uno; había sido en la misma habitación donde todos estábamos reunidos para presentar nuestros respetos a Olivia. Willow era una ciudad suficientemente pequeña para que todos fueran velados en Gundarsson y enterrados en nuestra iglesia, Santa Mónica, que era donde Jennie fue enterrada, o en el cementerio judío al otro lado de la ciudad. Vistiendo mi único vestido negro de dos tallas más grandes y raspando el esmalte azul claro de mis uñas, hice pequeñas charlas con gente que reconocía mientras entraban y salían. Mischa y Amanda llegaron con sus padres. Nos abrazamos con Mischa durante lo que parecieron cinco minutos, a pesar de que habíamos estado hablando por teléfono casi cada hora desde el sábado a la mañana.

—¿Ya ha llegado Candace? —preguntó. Negué con la cabeza. Candace estaba completa y absolutamente enloquecida. Como si no fuese suficiente haber perdido inesperadamente a su mejor amiga; su categórica creencia de que la muerte de Olivia había sido premeditada, de alguna manera, por Hannah la estaba conduciendo al borde de la cordura. Me había llamado tres veces desde la noche del viernes, cada vez divagando más histéricamente sobre cómo quería contarle a todo el mundo lo que Hannah había hecho, porque Olivia lo habría querido de esa manera. Sin embargo, no había oído una palabra de ella desde el domingo por la mañana y ni siquiera me había contestado al mensaje de texto que le envié para ver si estaba bien el domingo por la tarde. —Su mamá la ingresó en el hospital ayer. —Me confió Mischa—. Julia me envió un mensaje. Tenían miedo de que tuviese un colapso nervioso y la ingresaron en el ala de psiquiatría. Me mordí el labio inferior, de repente sintiéndome insoportablemente helada en el congelado aire de la funeraria. Un certero y firme temor de que habíamos traído esta impensable tragedia sobre nosotras, se anidó en la médula de mis huesos. Habíamos hecho algo muy infantil e irresponsable al jugar ese estúpido juego y ahora, si mis miedos irracionales estaban en lo cierto, Olivia había pagado por ello con su vida. Pobre Candace. Nadie le creería, por supuesto. Ni siquiera estaba segura, a pesar de mis propios espeluznantes sentimientos, de que yo creyera que Hannah había predicho la muerte de Olivia con tal increíble detalle. Imaginé los pacientes y las condescendientes miradas en los rostros de los psiquiatras en el hospital, mientras balbuceaba salvajemente acerca del juego de la fiesta de cumpleaños, sonando completamente loca. Ligera como una pluma, rígida como una tabla. —Pensé que tal vez su mamá la dejaría salir para ver esto, pero tal vez no sea una buena idea —reflexionó Mischa—. Tal vez está peor de lo que pensé. No podía descartarse que la muerte de Olivia había sido puramente una coincidencia aleatoria. A pesar de que parecía innegable que Hannah había sabido exactamente qué iba a suceder, aún seguía siendo difícil creer que era verdad. Simplemente no había explicación de cómo pudo haber predicho todo y menos aún, hacer que todos los eventos se hicieran realidad. —Vamos a tomar el aire —le dije a mi mamá, que estaba jugando con su bolso como si estuviese lista para irse. Naturalmente, la gente no podía evitar mirar a mi mamá; muchos de los invitados que asistieron al servicio de Olivia también habían asistido al de Jennie. Seguro que estaban pensando que mi mamá tenía algún tipo de obligación de ofrecer palabras de consuelo para los Richmond, habiendo perdido a una hija en un extraño accidente. Pero mi mamá no era así; incluso después de ocho años, su dolor por la muerte de Jennie era aún muy privado. Cuando había visto a la madre de Tracy Hartford acercarse a ella a principios de la tarde, se había entretenido fingiendo leer la estampita de Olivia. —No necesitas quedarte. Puedo conseguir que alguien me lleve cuando esté lista.

Mi mamá me miró como si le hubiese entregado un billete ganador de lotería y confesó tener cosas que hacer en casa. Nos acompañó a Mischa y a mí al estacionamiento. Esperamos en silencio, nuestras espaldas presionadas contra el ladrillo del exterior de Gundarsson, hasta que entró al auto y se alejó. Hacía frío afuera, mucho más frío que en los diez días que habían pasado desde el cumpleaños de Olivia. Abotoné mi chaqueta de mezclilla y Mischa estiró su chaqueta de punto de lana alrededor de su cintura. Nos quedamos allí, afuera, viendo el tráfico pasar en la carretera en silencio durante unos pocos segundos, nuestros ojos ajustándose al brillante y nublando día después de estar en la oscura funeraria por tanto tiempo. —Mis padres me preguntaron acerca del juego. La mamá de Candace llamó a mi mamá, y quería saber qué hicimos exactamente el viernes a la noche —dijo finalmente Mischa, con voz vacía y sin emoción. —Jesús, no se lo dijiste, ¿verdad? —pregunté. Repentinamente temerosa de los rumores de que habíamos estado invocando espíritus o adorando al demonio se extendiesen por la escuela. Mi estómago se sintió pesado, como si supiera que iba a meterme en problemas; sólo que ya era muy mayor para tener miedo al castigo. Me sentía avergonzada, porque el juego que habíamos jugado era muy infantil para alumnos de la escuela intermedia. Sería humillante que toda la escuela se enterara que así era la manera en que las chicas más populares del tercer año habían pasado una noche de viernes. —¡No! Por supuesto que no —exclamó Mischa y luego añadió―: Dije que estábamos contando historias de fantasmas, pero eso fue todo. Es decir, me sentí algo mal al dar a entender que Candace estaba mintiendo, ¡pero tiene que calmarse! No puede ir por ahí diciendo que Hannah tuvo algo que ver con la muerte de Olivia. Va a hacer que todas parezcamos locas. —¿Has sabido algo de Hannah? —pregunté—. Le he dejado dos mensajes de voz, pero no me ha llamado todavía. Un auto entró al estacionamiento de la funeraria y las dos giramos nuestras cabezas. Era el auto de los Emory y cuando se estacionó, Trey emergió con sus padres, luciendo casi irreconocible. No era tanto el ojo negro que tenía o el brillante cabestrillo azul alrededor de su brazo izquierdo que le hacía parecer una persona muy diferente, sino el traje azul marino que llevaba con una corbata de seda. Mi suposición inmediata fue que se había metido en algún tipo de pelea y me pregunté si había estado causando problemas el viernes. Sabía que algunas veces pasaba el tiempo en el Parque Tallmadge con los chicos heavy metal de la escuela y que de vez en cuando los problemáticos de Ortonville aparecerían por allí buscando pelea. Nuestros ojos se encontraron a través del estacionamiento, pero él desvió la mirada rápidamente, mientras se acercaba a la entrada con sus padres. —No puedo creer que él esté aquí —comentó Mischa, mientras los Emory se acercaban a donde estábamos. —¿Por qué? ¿Porque no era amigo de Olivia? —pregunté. Mischa me miró como si estuviese loca.

—No, McKenna. Trey Emory era el que conducía la noche del accidente. ¿Cómo es que no sabías eso? El tiempo se paralizó. Mi corazón se detuvo por un prolongado segundo mientras trataba de darle sentido a lo que Mischa me había dicho, volviendo hacia atrás desde el presente hasta el comienzo de la participación de Trey en la muerte de Olivia. Trey había estado con Olivia en el momento que ella murió. Él se había acercado a ella en el estacionamiento, ofreciéndole ayuda. Esa era la parte que más me inquietaba, que le había ofrecido su ayuda. Me molestaba pensar que tal vez Trey había estado enamorado de ella y que pensó que podía ganar su simpatía al llevarla a su casa desde el centro comercial. Olivia nunca habría reconsiderado a un chico como Trey, nunca habría visto cuán especial era. De repente, la vez que me había llevado en choche a la escuela, durante mi segundo año cuando estaba lloviendo, parecía mucho menos insignificante. Era sólo un chico que daba paseos. No había nada significativo entre nosotros y la comprensión de ello me hizo sentir vacía. —Hemos hablado como cincuenta veces desde el sábado a la mañana y nunca mencionaste eso —dije, sonando ronca. —Pensé que te lo había dicho esta mañana. Se encontró con Olivia en el estacionamiento del centro comercial, le ofreció arrancar su auto por puente de batería y cuando eso no funcionó, dijo que podía darle un aventón de regreso a Willow. Luego empezó el granizo. Los Emory llegaron a la entrada de la funeraria y Trey entró sin siquiera mirar a Mischa ni a mí. La Sra. Emory me reconoció y se detuvo para saludarme, mientras que el Sr. Emory se quedó lealmente detrás de ella, su mano en la parte baja de su espalda mientras ella se inclinaba hacia adelante para besarme en la mejilla. La Sra. Emory olía a perfume en polvo, uno que era caro y usaba sólo en ocasiones especiales. —Hola, McKenna —dijo ella, sonando cansada—. ¿Está tu madre aquí contigo? —Ya se ha ido —dije—. Tenía cosas que hacer en la universidad. —Me detendré en su casa para saludarla después —dijo la Sra. Emory con nostalgia, como si ella y mi madre fueran confidentes. La Sra. Emory era un poco más joven que mi mamá y según lo que sabía, raramente hablaban entre ellas; a no ser para intercambiar sutilezas en el camino de entrada. Ella y el Sr. Emory entraron a la funeraria. Mischa levantó una ceja en mi dirección. —¿Quién te contó eso, acerca de Trey? —pregunté, mi voz sonando un poco estrangulada. —¿Tú los conoces? —preguntó sospechosamente, distraída por mi interacción con los padres de Trey. Sus ojos se lanzaron hacia las puertas de la funeraria, especificando que se refería a los Emory. Dejé que mis ojos vagaran casualmente por los autos estacionados en el estacionamiento. —Algo así. Viven en nuestra calle.

Esa explicación pareció suficiente para que Mischa creyese que no le había ocultado nada sobre algún tipo de amistad secreta con Trey. —Hay una chica en mi equipo de gimnasia cuya madre trabaja en la sala de emergencias del Hospital St. Matthew en Suamico. Me dijo que llevaron a Trey en ambulancia el viernes y estaba en shock. Ni siquiera pudo decir a los doctores qué había sucedido. Él lo vio todo —me dijo Mischa, sus ojos enormes—. Tuvieron que sedarlo y buscar su identificación en su billetera para descubrir a quién llamar. Mis estúpidos padres me obligaron a ir a la práctica de gimnasia ayer a la noche a pesar de que estamos como de luto. Así que me enteré ayer a la noche cuando Megan me lo contó. Mischa continuó quejándose acerca de la falta de sensibilidad de sus padres sobre la muerte de Olivia y su insistencia de que continuara su entrenamiento, en preparación para las eliminatorias estatales de Febrero. Su voz se volvió distante mientras mis rodillas se debilitaban con náuseas. Mi corazón dolía por Trey y mis sentimientos estaban incluso más dolidos porque no me hubiese saludado cuando había pasado junto a nosotras. Si las lesiones reales de Olivia habían sido tan terribles como Hannah predijo, no podía imaginarme estar a centímetros de esa cantidad de sangre. Pensé en el amado Corolla de Trey, deduje que era el montón de chatarra que había visto en la foto del periódico de la ciudad. Ese auto, con el que había pasado tantas tardes y fines de semanas arreglándolo, estaba completamente destrozado. Estaba tan absorta pensando en Trey y atormentada por la ansiedad acerca de si íbamos a hablar antes de que se fuese de Gundarsson, que olvidé si Mischa había dicho que había hablado con Hannah. El sol empezó a ponerse después de las seis en punto, y los padres de Mischa insistieron en llevarme a casa. Al salir de Gundarsson, finalmente accedí a la petición de Tracy Hartford para firmar el libro de visitas. Casi todas las páginas estaban cubiertas de la caligrafía ordenada de padres, toscos dibujos de gatitos, mariposas, corazones y unicornios. Michael Walton había sido lo suficientemente raro para escribir Vicepresidente de la Clase de Tercer Año bajo su nombre, como si fuera el Vicepresidente de los Estados Unidos, como si las elecciones para el Consejo Estudiantil se hubiesen realizado. Mientras firmaba con mi mejor letra, sentí como si estuviese haciendo una promesa a Olivia de que descubriría por qué le había sucedido esto. La recordé tratando de sobornarme con tacos. Si hubiese sido una mejor amiga, si hubiese querido caerle mejor, si no hubiese sido tan inflexible sobre postularme para un puesto y tratar de forjar un poco más de independencia, podría haber salvado la vida de Olivia. O podría haber muerto junto a ella. Mamá había cocinado una verdadera cena: pastel de carne de pavo y patatas dulces horneadas; un menú de la lista de recomendaciones de Rhonda, demostrando que a mi mamá le importaba más el impacto de la muerte de Olivia en mí de lo que había dejado ver más temprano ese día. Comimos en silencio y me dijo que papá había llamado antes de que hubiese llegado a casa. —Tu papá está preocupado por ti —dijo mamá—. Si quieres hablar con un profesional, puede hacer arreglos para que veas a uno de sus viejos colegas en Sheboygan.

No alcé la vista. Continué apuñalando el pastel de carne de pavo con mi tenedor. Mis sentimientos acerca de la muerte de Olivia eran demasiado complicados para compartirlos con un psiquiatra. Estaba enojada por su pérdida, por supuesto. Pero también, si era lo suficientemente honesta conmigo misma, después de sólo tres semanas de estrecha amistad, en realidad no tenía derecho a estar completamente devastada por su muerte. No conocía a Olivia en absoluto y ahora nunca podría. Mis sentimientos predominantes eran de sorpresa y una abrumadora responsabilidad indirecta. Mi garganta y pecho se sentían crudos de tanto llorar por ese sentido de culpa, no porque no pudiese soportar la idea de continuar con mi vida sin Olivia en ella. Un psiquiatra profesional no podría entender cómo me sentía convencida de que mi participación en un estúpido juego, había llevado a la muerte de mi amiga. Y peor: que todas habíamos jugado el juego. Prediciendo Hannah la muerte de todas. Bueno, excepto la mía. Por primera vez me pregunté aterrada… ¿serían Candace o Mischa las siguientes? —Estoy bien —dije a mi mamá antes de limpiar mi plato. Antes de ir a la cama y después de haberme puesto mis pijamas, Moxie arañó la puerta cerrada para hacerme saber que quería correr por el patio trasero una vez más. Me puse las zapatillas y mi chaqueta de mezclilla, siguiéndola por la cocina. Cuando abrí la puerta a nuestro pequeño porche, me sorprendí al ver a Trey sentado en los escalones, con la espalda hacia mí. Había cambiado el traje por su chaqueta del ejército y sus pantalones vaqueros de nuevo. Se movió cuando Moxie se apresuró hacia él y lo atacó con besos de perro con su cola meciéndose. Llevó su mano derecha hasta su grueso pelo para acariciarla y se giró para permitirle que le lamiera la cara. Mantuvo su brazo izquierdo, aún en el cabestrillo azul, clavado a su costado. Hojas agitándose en el rincón más alejado del patio llamaron la atención de Moxie y ella trotó tan rápido como pudo con sus doloridas extremidades para investigar. Dudé por un momento antes de caminar por el balcón y sentarme en los escalones junto a Trey, dejando tanto centímetros entre nosotros, como el ancho de los escalones me lo permitía. La luna estaba llena, iluminando el patio con una luz pálida, mientras las nubes lentamente se movían en lo que parecían caravanas nómadas. Simplemente no había nada que decir, a pesar de que mi cerebro seguía probando saludos en mi cabeza, todos eran insignificantes. Incluso simplemente decir estás bien se sentía como si saliera mal. Por supuesto que no estaba bien; eso era bastante obvio. No me atreví a mirarle, ni siquiera por el rabillo del ojo, porque sabía que si contemplaba el mínimo atisbo de su rostro no sería capaz de dejar de mirar su hinchado y negro ojo. Mischa había dicho que Trey no había sido capaz de hablar en el hospital el viernes de noche. Era completamente posible que aún no hablara en absoluto. Después de unos pocos minutos en silencio, sin decir una palabra, repentinamente agarró mi mano izquierda con su mano derecha y me sobresalté ante el toque de su húmeda piel contra la mía. Nos sentamos allí en silencio, con mi mano en la suya, en el frío aire de la noche. Nuestras manos entrelazadas durante más tiempo de lo que podía estimar.

Podía sentir mi corazón latiendo contra mi propia caja torácica y luché para mantener mi mano izquierda quieta. Me desconcertaba por qué Trey Emory, a quien había conocido toda mi vida, estaba teniendo de repente tal efecto en mí. Debía haber estado preocupada por Evan y su estado de aflicción, pero cualquier tipo de futuro entre Evan y yo estaba ahora completamente en el aire. —Siento que te hayas perdido el Baile de Bienvenida —dijo finalmente Trey. De todas las cosas que pudo haber dicho en ese momento, lo último que esperaba era una disculpa sobre la cancelación del baile. El baile y todas mis expectativas románticas, parecían como parte de una vida diferente, una que apenas podía recordar. —No me importa el Baile de Bienvenida, Trey —dije con sinceridad. De repente, había tantas cosas que eran más urgentes que un baile lento con un chico que apenas conocía. Como tratar de descubrir si Hannah en realidad asesinó a Olivia de alguna manera indirecta. —Sí, pero te importaba. Antes del viernes, te importaba —dijo Trey lentamente, indicando lo que él suponía que era un hecho en lugar de frasear su declaración como una acusación. Sentí una creciente obligación. Como si no tuviera opción sino contarle lo que habíamos hecho en la fiesta de cumpleaños de Olivia; cómo habíamos invocado estos acontecimientos y cómo ahora, Mischa y yo estábamos tratando de darles sentido. Cómo estaban volviendo loca a Candace. Ahora, él era parte de todo y tenía que preguntarme si Hannah había visto a Trey en su visión de la muerte de Olivia. Pero no podía estar segura de su estado mental, de si estaría abierto a escuchar mi palabrería paranormal con el recuerdo del horror del accidente tan reciente. —Nada antes del viernes importa —dije finalmente, decidiendo no decirle nada acerca de Hannah todavía. Se giró hacia mí y sólo cuando sentí su mirada, me di vuelta hacia la izquierda para examinarlo. Su ojo derecho estaba hinchado, casi cerrado y el moretón alrededor de él era de un furioso tono púrpura. No lo había notado en Gundarsson, pero también tenía puntos cosidos con hilo negro, una sola línea de equis a lo largo de su pómulo derecho y su labio inferior hinchado. Sus ojos eran azules, un deslumbrante azul aguamarina. Hice una nota mental, recordando cómo me había negado a comprobarlo durante nuestro último encuentro. —Eso no es verdad. Muchas cosas sucedieron antes de la noche del viernes que importan. No respondí. Estaba tan sorprendida por la seriedad con la que había sido lastimado en el accidente del auto, que no pude decir una palabra. Era un milagro que no hubiese muerto instantáneamente. No pudo haber sabido, cuando le había ofrecido a Olivia un aventón, lo que le esperaba en la carretera. Pero yo sí. —Lo siento —susurré—. Que te hayas metido en todo esto. Sus labios se abrieron en señal de duda durante un segundo, pero ya me estaba poniendo de pie, mi mano deslizándose de la suya. —Moxie, ven aquí chica —grité.

El perro me miró desde el otro lado del patio y empezó su desequilibrado cojeo de regreso al porche. Incluso mientras estaba de pie allí, incómodamente esperando a mi perro, me pregunté si acababa de arruinar una oportunidad de que me besara. Mi primer beso verdadero con un chico que verdaderamente me gustaba. Pero no se suponía que Trey fuera el chico que me besaría en mi tercer año. Se suponía que sería Evan en el Baile de Bienvenida. Evan, con quien podía soñar despierta. Nada de esto se suponía que estuviese sucediendo. … —¿Dónde has estado? En el vestuario el martes por la mañana, Mischa y yo encontramos a Hannah en el rincón más alejado, cambiándose su uniforme. Su tez estaba pálida y sus ojos lucían hundidos, como si hubiese estado resfriada durante el fin de semana. Cuando nos vio acercándonos a ella, su expresión permaneció inmutable y desvió la mirada inmediatamente, asegurando la cerradura de su casillero. Se sentó en la banca más cercana para atarse los cordones de sus zapatillas. —¿Me escuchaste? He estado escribiéndote todo el fin de semana, Hannah. ¿Qué está sucediendo? Mischa puso las manos en sus caderas y se paró frente a Hannah, echando humo. Para alguien de tan baja estatura, Mischa exudaba una cantidad aterrorizante de poder. Otras chicas alrededor de nosotras, también cambiándose para la clase de educación física, miraron sobre sus hombros. La escuela completa estaba al límite ese día. Era como si el fin de semana de tragedias inesperadas nos hubiese empujado con fuerza —como un empujón en un avión para forzar a alguien a hacer paracaidismo de mala gana— directo hacia el horario de un martes. La muerte de Olivia había sido mencionada en los anuncios de la mañana, inspirando a la mitad del cuerpo estudiantil a estallar espontáneamente en lágrimas antes de que el día siquiera hubiese empezado. Había rumores circulando acerca de reprogramar el baile para el fin de semana siguiente y otros rumores de que iba a ser completamente cancelada. Todavía no había visto a Pete ni a Trey esa mañana. La idea de entrar a la cafetería a la hora del almuerzo y tener que ver a alguno de ellos me estaba dando dolor de estómago. Cuando Hannah nos miró, sus ojos estaban vidriosos con lágrimas y estaba haciendo una mueca, como si la necesidad insatisfecha de llorar le estuviese causando un dolor físico. —Lo siento, ¿pero qué querían que hiciera? Sabía tan pronto como escuché lo de Olivia que estarían enojadas conmigo —dijo Hannah. —¡No estamos enojadas contigo! —gritó Mischa, sin duda sonando enojada. Ahora las otras chicas estaban mirando mientras se cambiaban. Estábamos creando un espectáculo en el vestuario —Pero nos debes algunas explicaciones Hannah y creo que sabes por qué.

Estaba detrás de Mischa con los brazos cruzados sobre el pecho. La confrontación no era mi estilo. Estaba un poco aterrorizada de acusar a Hannah de cualquier cosa, sin tener ni idea de cuánto había manipulado los eventos que condujeron al accidente que le quitó la vida a Olivia. Sentí la minúscula semilla de una idea creciendo, podía actuar como una espía para acercarme más a Hannah. Mischa estaba más que feliz de hacer todas las acusaciones, así que la dejé y permanecí detrás de ella como una sombra. —¡Vamos, señoritas! ¡Quiero verlas afuera en esa pista! Quiero diez vueltas de todas y cada una de ustedes. La atronadora voz de la entradora Stirling entró al vestuario y segundos después apareció en la esquina de una fila de casilleros azules en su pants y sudadera, su silbato alrededor de su cuello en un cordel. —¡Portnoy! ¡Brady! Vístanse. Vamos. Hannah nos miró a ambas y mientras la entrenadora Stirling estaba todavía presente para escudarla, se apresuró a salir del vestuario e ir hasta la pista. Mischa dejó su bolso de mano en el banco y sacó la ropa de educación física. —Sabe algo —dijo, entrecerrando los ojos—. Esa chica sabe más de lo que está dispuesta a admitir. Fuimos a la pista, era un día perfecto de septiembre. El aire perfumando con hojas secas y el sol calentaba mis brazos desnudos mientras Mischa y yo corríamos para alcanzar a Hannah, quien ya estaba al menos una vuelta por delante de nosotras. —No puedes correr para siempre, Hannah —le advirtió Mischa desde atrás. Hannah aminoró a un trote y luego a una caminata para permitirnos alcanzarla. Miraba hacia adelante, evitando el contacto visual con nosotras y sacándose los audífonos de sus oídos, dejando que colgasen en largas cuerdas blancas hasta sus rodillas. —¿Por qué no respondiste al teléfono en todo el fin de semana? —demandó Mischa. —¿Qué hubieras querido que dijese? —dijo Hannah, con voz salvaje—. No sabía que todas estas cosas iban a suceder. Fue una completa coincidencia pero tan pronto como lo escuché, supe que iban a pensar que tuve algo que ver con ello. —Uh, sí, claro —dije tan gentilmente como pude, no queriendo enojarla más—. Hannah, ¿cómo no lo haríamos? Predijiste cada detalle del accidente. —No lo predije —insistió Hannah. —Bueno, entonces ¿cómo lo llamarías? —preguntó Mischa—. Sabías qué iba a suceder, cómo iba a suceder, hasta los detalles de cómo iba a terminar el cuerpo de Olivia, el lugar y exactamente cuándo iba a suceder. No estamos paranoicas, Hannah. Son demasiadas coincidencias para creer que ha sido casualidad. —Sí, está bien—. Estuvo de acuerdo Hannah sarcásticamente. Lo del sarcasmo era nuevo. Su tono era tan sorprendentemente mordaz, que ni siquiera sonaba como ella. Hasta ese punto de nuestra relación, Hannah había sido tímida y deseosa de agradar.

—Vi el futuro en el cumpleaños de Olivia y predije este horrible accidente hasta el último detalle. Escúchate a ti misma, Mischa. Suenas como una loca. Mischa se quedó en silencio por un momento. —Es decir, si realmente pudiera ver el futuro, estaría trabajando para la CIA para prevenir ataques terroristas. Jugaría a la lotería cada noche y viviría en un castillo con todos mis premios. Es decir, ¡vamos! —razonó Hannah, ganando confianza en su voz—. ¿Tengo razón, McKenna? Hice una mueca. Tenía razón, era ridículo sugerir que tenía poderes mágicos. Pero al mismo tiempo, me sentía segura de que había algo que no estaba bien con Hannah. Me había dicho y sólo a mí, que tenía extrañas visiones sobre las personas. ¿Por qué me había dicho eso? Tal vez no estaba segura de si le había contado la conversación que habíamos tenido en la pista a las otras chicas. Pero entonces recordé que no lo había hecho. ¿Por qué no lo había dicho? De alguna manera, Hannah debió haber sabido que al confiarme cosas sobre sus habilidades — en el específico contexto de cómo tenía relación con la muerte de mi hermana— que no les diría a las otras. Me hizo sentir muy incómoda pensar que estaba tratando de aliarse conmigo, confiando en mí para probar su versión, pero podría haberme dado una ventaja sobre Mischa en descubrir qué sucedió realmente con Olivia. —Supongo —admití en voz baja—. Pero Hannah, tienes que admitir que todo esto es realmente extraño. —Sí, es extraño. —Estuvo de acuerdo Hannah—. Sólo traten de entender cómo me siento. Olivia era también mi amiga. Hannah se puso sus audífonos de nuevo y corrió por delante de nosotras en la pista.

CAPITULO 7 Traducido por lavi Corregido por Megan17 Después de clases, vi al Sr. Dean manteniendo una conversación con Hannah en el pasillo mientras recogía mis libros. Con Olivia muerta y Candace en el hospital, estaba de vuelta a mi antigua rutina de estudiante que regresaba sola a casa. Hannah tenía una expresión seria en su rostro y asentía con la cabeza lentamente, escuchando cada palabra que el Sr. Dean le decía. No pude evitar preguntarme si no estarían hablando sobre el Consejo Estudiantil. Con todo el caos del fin de semana, ni siquiera me había molestado en hacer carteles para la campaña ni mucho menos en traerlos al instituto. La elección había sido pospuesta a causa de la inesperada muerte de Olivia, pero sólo durante dos semanas. Las votaciones se habían reprogramado para el lunes y martes siguientes, así que no me quedaría más remedio que ponerme manos a la obra con los carteles en cuanto llegara a casa esa misma tarde. A la mañana siguiente, salí temprano de casa, con la esperanza de que con cada paso que daba en mi caminata de tres kilómetros hacia el instituto no me encontrara con nadie conocido, especialmente a Trey (al que no había visto en todo el martes), y quién podría pasar conduciendo junto a mí mientras me veía cargar con mis gigantes cartulinas enrolladas. Ya en la escuela, colgué mis carteles con pequeños trozos de cinta adhesiva, descubriéndome colocándolos siempre a pocos centímetros de los de Michael Walton, y supuse que se trataba de algún tipo de estrategia subconsciente. Para el momento en el que regresé a donde se encontraba mi casillero, varios chicos ya comenzaban a llenar los pasillos, y me percaté de algo inverosímil al otro lado del mismo. Hannah estaba colgando un cartel justo encima de la fuente de agua para beber y Tracy Hartford parecía sujetar unas cuantas cartulinas más, ayudándola. Incapaz de controlar mi curiosidad, me dirigí hacia ellas como si estuviera en trance. Efectivamente, el cartel que Hannah estaba colgando anunciaba su postulado para Presidenta de Clase. En el cartel aparecía una imagen de su rostro sonriente, junto con HANNAH SIMMONS PRESIDENTA DE LA CLASE DE TERCER CURSO minuciosamente escrito con rotulador rojo en letras mayúsculas. De alguna manera era mucho más elegante, aunque simplista, que los míos, en los que había intentado ocultar mi falta de inspiración artística con toneladas de purpurina. —Um, ¿Qué hacéis chicas? —pregunté mientras Hannah alisaba con las palmas de sus manos el cartel contra la pared. —Oh, hola, McKenna. El Sr. Dean me preguntó ayer si me gustaría postularme para Presidenta de Clase, que la decisión era mía —dijo Hannah con inocencia. —Estoy segura de que ganará —dijo Tracy, sonriendo hacia Hannah, como si alguien hubiera pedido su opinión. —Seguro que sí —dije, no demasiado convencida de que hubiera hecho un buen trabajo en ocultar la duda en mi tono de voz. —Bueno, fui secretaria de clase en mi otro instituto —dijo Hannah, colocándose un mechón de pelo detrás de la oreja. Esta era la primera vez que oía a Hannah hablar sobre su participación en el Consejo Estudiantil de su antiguo instituto en Illinois—. Y digo, que si Tracy se presenta

para secretaria, sería estúpido por mi parte competir contra ella. Así que si ella es la secretaria y tú la tesorera, podríamos divertirnos mucho si ganase. —¿Alguien más se ha postulado? —pregunté con un poco de brusquedad. Estaba tan sorprendida… ni siquiera había pasado aún una semana entera desde la muerte de Olivia, y Hannah ya estaba corriendo a ocupar su lugar. Era un movimiento frío y calculador, pero podía ver cómo Hannah comenzaba a intentar enmascarar su implacable ambición como un servicio de caridad hacia el resto de sus compañeros. Hannah y Tracy intercambiaron miradas incómodas y Tracy puso los ojos en blanco. —Bueno, por supuesto Michael Walton quiere postularse para Presidente de Clase, pero fue nominado para vicepresidente y ya es demasiado tarde para cambiar su inscripción. Mordí la zona interna de mi mejilla. El Sr. Dean era el único profesor que se preocupaba por el Consejo Estudiantil, así que podría cambiar cualquiera de las reglas según su criterio con facilidad. —¿Cómo conseguiste convencerle para que te dejara participar? El periodo de inscripción ha acabado. Yo había tenido que reunir cinco firmas para que se me permitiera participar, las de Candace, Isaac, Pete, Mischa y Matt las conseguí todas durante la hora del almuerzo del viernes justo antes de la reunión. Tenía que haber una razón de por qué se creaban tantas excepciones para Hannah. —Nadie más aparte de Olivia solicitó presentarse —dijo Hannah con total naturalidad—. Así que me permitieron presentar mis firmas esta mañana. Justo en ese momento, al final del pasillo, el Sr. Dean salió de su clase de historia y asintió con la cabeza hacia nosotras. Levantó la mano en un saludo amistoso. —Bueno —dije, todavía muy confusa acerca de lo que estaba ocurriendo con Hannah pero con la fuerte convicción, ahora más que nunca, de que era una chica peligrosa—, sería genial que las tres trabajáramos juntas en el Consejo Estudiantil. Al regresar a mi taquilla para recoger los libros de la primera hora, ya me estaba arrepintiendo de haber pasado la mañana colgando carteles. Deseé que el Sr. Dean nunca se hubiera molestado en pedirme que me postulara para Tesorera. Colaborar con Hannah hasta Junio, tras todo lo que había sucedido durante la última semana, me pareció una forma muy poco agradable de pasar el resto del curso. Cada vez se hacía más evidente que la única manera de descubrir las intenciones de Hannah era acercándome más a ella. Y parecía que sinceramente me prefería a mí, antes que a Mischa o Candace, como amiga. O, quizás estaba siendo demasiado ingenua y solo se acercaba a mí porque era otra astuta parte de cualquiera que fuera el malvado plan que estuviera tramando. A la hora del almuerzo, todos en nuestra mesa notamos inmediatamente cómo Hannah se sentaba dos mesas más allá, frente a Tracy Hartford. Mischa estaba que echaba humo. —¿Pero quién se cree que es? ¿Acaso se piensa que puede hacerse con la vida de Olivia y continuarla donde ella la dejó? Matt colocó una mano en la espalda de Mischa para calmarla. —Solo se ha postulado para Presidenta de Clase. No es para tanto.

Nada podía calmar a Mischa mientras mirase hacia el otro lado de la cafetería. —Sí que es para tanto y va más allá de que se postule para Presidenta de Clase. Mis esfuerzos por parecer despreocupada en lo que concernía a Hannah fueron interrumpidos por un chico que llevaba una chaqueta verde militar muy cerca de donde se encontraban las máquinas expendedoras. Ese era, sin lugar a dudas, Trey, aunque como no le había visto durante el resto del día, no estaba del todo segura. Me daba la espalda mientras le veía deslizar, con la mano derecha, un billete de un dólar en la máquina expendedora, a la vez que presionaba el botón de una lata de refresco. Con un tamborileo que no pude oír por encima del ruido de la cafetería, la máquina escupió la lata, y Trey se hizo con ella para bajar las escaleras que conducían al vestuario. Me descubrí preguntándome una vez más si Hannah había visto a Trey en la visión que tuvo de la muerte de Olivia. Había visto lo suficiente para saber que Olivia no estaba conduciendo en el momento del impacto. ¿Había sabido durante todo este tiempo que Trey sobreviviría? Con Candace aún en el hospital, fui descubriendo que mi nueva vida comenzaba a convertirse en la misma decepción que creía haber dejado atrás en segundo curso. Después de clases, Mischa tenía entrenamiento de gimnasia con Amanda, y yo evité las miradas interrogantes de Cheryl cuando cargué con mi mochila al hombro mientras bajaba las escaleras del pasillo de tercer curso para comenzar mi solitario regreso a casa. Aceptar que me llevara a casa hubiera sido todo un alivio, pero me di cuenta de que hacerlo implicaría obligaciones con Cheryl en el futuro. Sin duda estaría mejor caminando durante tres kilómetros que dándole la oportunidad a Cheryl de intentar continuar con nuestra amistad. Tomando un rodeo con mucho menos tráfico, me detuve a menos de mitad de camino para cambiar mis zapatos oxfords de cuña por un par de zapatillas de deporte. Una gruesa ampolla, acuosa y de color rosa se estaba formando en la parte posterior de mi tobillo izquierdo. Mientras doblaba la esquina y pasaba por delante del solar abandonado, sentí el abrumador presentimiento de que algo marchaba mal en casa. No podía decir de qué se trataba, exactamente. No es que fuera una premonición o una visión. Solo era una ligera sospecha, no muy diferente a cómo había sentido formárseme la ampolla en el pie hacía media hora. Cuando entré en casa, todo se encontraba extrañamente tranquilo. Entré en la cocina y abrí la nevera como de costumbre, a pesar de que había acabado con el hábito de comer algo cada día cuando llegaba a casa. Entonces, me di cuenta de que no había escuchado a Moxie sacudir su collar. Los días en los que venía a recibirme a la puerta acabaron desde que su artritis había empeorado, pero por lo general, tan pronto como llegaba a casa podía oírla levantarse de cualquier rincón de la casa en donde fuera que hubiera estado durmiendo mientras sacudía su pelaje y su collar, haciendo tintinear la placa con su nombre. Pero ese día: no tintineó. Poco a poco fui cerrando la puerta de la nevera, empezando a sentirme mal. Aún no tenía ninguna razón para llorar, pero sabía que lo haría. Primero revisé el comedor, donde a veces a Moxie le gustaba acostarse junto al radiador. Luego, me asomé a la habitación de mi madre, con la esperanza de ver un pequeño bulto de pelo blanco y negro, a los pies de la cama, donde a menudo a la perra le gustaba dormitar. —¿Moxie? —La llamé por el pasillo, sin ocurrírseme otro lugar en el que podría estar. Moxie tenía sus puntos en toda la casa, lugares favoritos para estirarse y descansar, pero no la encontré en ninguno de ellos. Por último, habiendo revisado ya todos sus lugares habituales y comenzando a preguntarme si estaba ocurriendo algo extraño, como que tal vez mi madre se hubiera llevado la perra al trabajo, entré en mi dormitorio. Moxie estaba hecha un ovillo sobre la cama con la cabeza descansando sobre la almohada, una posición que utilizaba para dormir

cuando aún era un cachorro. Jennie y yo habíamos recibido a Moxie como un regalo de cumpleaños de nuestros padres cuando cumplimos tres años, porque Jennie estaba obsesionada con los cachorros y había estado pidiendo uno. Me senté al borde de la cama, no queriendo asustar a la perra si aún estuviera durmiendo, pero ya sabía que no sería así. Toqué delicadamente la suave cabeza de Moxie, y mis miedos fueron confirmados. Ya no respiraba, su pecho no se elevaba, sus fosas nasales no se dilataban en el pequeño patrón de expandircontraer como sí lo hacían cuando se encontraba profundamente dormida, soñando con perseguir animales en el patio.

No puedo crees que esto esté pasando, pensé. Me incliné hacia adelante y apoyé la cabeza contra la suya, queriendo que ese momento nunca terminara, que Moxie nunca estuviera más lejos de mí de lo que estaba ahora, en mi cama. No me era posible saber en qué momento había fallecido, pero supuse que subió a la cama y en algún momento durante la tarde partió hacia la eternidad, después de que mi madre se fuera a Sheboygan. Pensé en enviarle un mensaje de texto a mi madre para contárselo, pero no pude encontrar ninguna palabra que no fuera dolorosamente insoportable. Probablemente aquella noticia la alteraría tanto que no sería capaz de conducir hasta casa. Así que en vez de eso, después de besar la cabeza de Moxie un par de veces y de acariciarle el pelo, me dirigí al garaje y decidí intentar enterrar a Moxie antes de que mamá llegara a casa. Ya le sería bastante difícil superar la muerte de Moxie como para tener que verla inmóvil, sin aliento. En el patio trasero, comencé a cavar un hoyo cerca de la valla, donde a Moxie le gustaba escarbar en la tierra. Después de cinco minutos, a mis manos comenzaron a salirle ampollas de tanto sujetar el mango de la pala, estaba sudando. Hice una pausa para recuperar el aliento, mirando hacia abajo, hacia mis progresos, que apenas eran un hoyo de diez centímetros de profundidad. Detrás de mí, oí como la puerta de la verja se abría y cerraba, y para mi sorpresa, cuando miré por encima del hombro, vi cómo Trey se acercaba cargando una pala que había traído de su garaje. Ya no llevaba el cabestrillo azul brillante en su brazo izquierdo, y sin decir ni una sola palabra, comenzó a cavar justo donde yo lo había estado haciendo. Limpié el sudor de mi frente con la manga de mi sudadera, y me pregunté si su brazo izquierdo se habría curado lo suficiente como para que estuviera ya utilizándolo, pero no me atreví a preguntárselo. —Si no es mucho preguntar, ¿para qué estamos cavando? —preguntó Trey unos minutos más tarde, cuando se detuvo para recuperar el aliento. —Mi perra ha muerto —dije con toda la calma que me fue posible, porque no quería llorar delante de él. Sentí cómo mi nariz amenazaba con gotear mientras reprimía las lágrimas. Las heridas en su cara me distrajeron momentáneamente de mi dolor por Moxie; la hinchazón había bajado, pero había sido sustituida por hematomas de un oscuro color púrpura a lo largo de su pómulo, alrededor de sus labios y de su mandíbula. Trey no me presionó para que continuara hablando; siguió cavando hasta que ambos estuvimos de pie delante de un agujero considerablemente grande, de aproximadamente un metro de profundidad. —¿Crees que es lo suficientemente profundo? —preguntó. Asentí, no muy segura del todo. Quería asegurarme de que el hoyo era lo suficientemente profundo como para que otros animales no pudieran llegar a encontrar a Moxie cavando, lo cual era un pensamiento morboso y desagradable, pero no obstante un miedo justificado, ya que Wisconsin estaba lleno de osos, coyotes y otras especies de animales que podían causar estragos en cualquier patio trasero. —¿Dónde está? —preguntó Trey, mirando por encima de mí, hacia la casa. Me di cuenta de que se estaba ofreciendo a entrar y traerla para que no tuviera que pasar por ese mal trago. No

estaba segura de si conocía la distribución de la casa, pero entonces recordé que todas las casas de la manzana eran prácticamente copias unas de las otras—. Está en mi cama. —Me las arreglé para decir sin que mi voz se quebrara. Trey entró en la casa mientras yo miraba hacia al frente, soñando despierta, viendo como el aliento escapaba de mi boca en nubes de vaho casi imperceptibles mientras el día se convertía en noche y el calor del sol desaparecía en el horizonte. Olí el olor del fuego y supuse que nuestros vecinos habían decido encender la chimenea por primera vez durante el otoño. Las luciérnagas que habían estado pululado por el patio hacía un par de noches se habían marchado por una temporada. Tragué saliva; la idea de que Moxie no viviría para ver otro verano ni escuchar el sonido de las luciérnagas hizo que mi pecho doliera. Trey regresó unos minutos más tarde, cargando con el cuerpo de Moxie sin mucho esfuerzo, como si no pesara nada. Aprecié el cuidado con el que depositó su cuerpo en el hoyo que habíamos cavado, y colocó sus patas como si estuviera intentado hacer que se sintiera lo más cómoda posible. Estaba al borde de un tsunami de lágrimas, consciente de lo extraño que era que me afectara mucho más la muerte de un perro que la de una de mis amigas. Incluso aunque me decía a mí misma que Moxie estaría mucho mejor al fin libre del persistente dolor que le causaba su artritis, y que tal vez estuviera, en aquel momento, mirándome desde el cielo junto a Jennie, no sentía ningún tipo de consuelo. —Voy a enterrarla —dijo finalmente Trey, siendo consciente de que no había movido ni un solo músculo desde que se había apartado del agujero. Tirar tierra sobre ella era algo que simplemente no podía hacer y ahora me daba cuenta. No estaba segura de si hubiera encontrado fuerzas para hacerlo si Trey no hubiera estado allí, o si tenerle junto a mí me había dado la oportunidad de dejarme vencer por el dolor. Pero de cualquier manera, le di la espalda y lloré en silencio mientras Trey rellenaba el hoyo con la tierra de la pequeña montaña que habíamos hecho. —Ya puedes darte la vuelta —dijo unos minutos después, cuando sólo quedaba un pequeño montículo de grava gris en el lugar donde previamente había estado el agujero. Ambos nos giramos cuando escuchamos el vehículo de mi madre aparcar en el camino de entrada y apagar el motor. Salió del automóvil, llena de energía tras un agradable día dando clases en el campus y nos saludó con la mano al otro lado de la valla. —Hola chicos, ¿qué están haciendo? —preguntó, abriendo la puerta de la verja mientras entraba. Inmediatamente su sonrisa se desvaneció cuando nos vio de pie en el patio, sujetando con aflicción nuestras palas, y aquel montón de tierra visible a nuestras espaldas—. ¿Qué es todo esto? —Mamá —comencé—, Moxie ha… Mi madre alzó una mano para hacerme callar, sabiendo ya lo que iba a decir. Bajó la mirada hacia el suelo, cerca de sus pies, para evitar tener que mirarnos. —Está bien —dijo bruscamente, como si no pudiera soportar oír el resto—. Está bien. —No sufrió, mamá —solté, en un intento de aliviar su dolor de alguna manera, pero sabiendo que para mi madre, la muerte de Moxie era el equivalente a perder uno de los pocos pedazos que le quedaba de Jennie, arrancárselo de cuajo. Ya se encontraba de camino a casa, negando con la cabeza, e imaginé que se escondería en su habitación y no saldría hasta mañana, como hacía a veces en el aniversario de la muerte de Jennie. —¿Quieres que te deje sola? —preguntó Trey.

Pensé en ello durante un minuto, y decidí que en realidad no quería estar en mi patio a solas con una montaña de tierra. Tampoco quería estarlo en mi casa, escuchando los sollozos de mi madre a través de la pared que separaba nuestras habitaciones. —No —respondí. —¿Quieres ir a dar un paseo? —preguntó, mirándome un poco incómodo, deslizando su mano libre en el bolsillo de sus vaqueros—. Es decir, podríamos haber dado una vuelta, pero ya sabes… mi auto. Estuve de acuerdo en dar un paseo, guardamos nuestras palas en sus respectivos garajes. No queriendo pasar demasiado tiempo en casa otra vez, tomé una de las pesadas chaquetas de punto pasadas de moda de mi madre de uno de los ganchos que había en la pared justo detrás de la puerta de la entrada, y me reuní con Trey en el jardín delantero unos minutos más tarde. Sin intercambiar ni una sola palabra, doblamos hacia la izquierda al final de la Calle Martha y comenzamos a caminar hacia uno de los pocos centros comerciales que había en nuestro pueblo. Era uno de los pocos lugares a los que se podía ir andando sin tener que cruzar calles, ya que muchas de las aceras dentro de los límites del pueblo acababan convirtiéndose en zanjas de carreteras rurales, por lo que era un poco difícil dar un largo paseo sin el temor de terminar siendo arrollado por un vehículo a toda velocidad. Secas y olorosas hojas crujían bajo nuestros pies mientras el canto de los grillos del verano se encontraba notablemente ausente. El otoño había llegado. —Así que, me preguntaba… —comenzó Trey cuando estábamos a unas pocas manzanas de casa—. El lunes por la noche en tu patio te disculpaste conmigo porque me habías metido en todo esto. ¿A qué te referías? Las palabras de Trey me sacaron de la bruma que envolvía la muerte de Moxie e intenté recordar qué había sido exactamente lo que le dije cuando estuvimos en el patio. ¿Le había dado alguna razón para sospechar que la muerte de Olivia estaba relacionada con algo más? —Tan sólo me refería, ya sabes, a que estuviste involucrado en el accidente, eso es todo. — Traté de explicarle, sin querer pensar en Hannah en un momento tan delicado. Pero entonces lo recordé; Hannah había mencionado a Moxie. Sabía que tenía un perro. ¿Era una locura pensar que Hannah podría haber jugado algún papel en la muerte de Moxie? Aparte de sus continuos problemas con la artritis, la perra no había dado ningún signo de enfermedad durante las últimas semanas. La simple idea de que Hannah hubiera tenido algo que ver con la muerte de Moxie, me hizo sentir tan enfadada, que empecé a sudar a pesar de que hacía una noche fría. —No sonó de esa manera cuando lo dijiste —insistió Trey después de un momento—. Parecía como si supieras algo sobre el accidente. Y eso me asustó, ¿sabes? Porque justo antes de que el camión chocara contra nosotros, Olivia se estaba volviendo loca. No paraba de repetir, es como en la historia. Tienes que detener el auto. Vamos a chocar. ¿Sabes de lo que estaba hablando? Permanecí en silencio, no estando segura de si era el momento adecuado para confesarle todo lo que había ocurrido en la fiesta de Olivia. Ni siquiera había pasado una semana desde que había sobrevivido al accidente, por lo que era una locura pensar que emocionalmente se encontraba preparado para escuchar todos los detalles de la historia de Hannah. Él continuó: —Porque necesito saberlo. Me está volviendo loco, McKenna. Es en todo lo que pienso. ¿De qué estaba hablando? ¿Qué historia? ¿Cómo sabía que íbamos a chocar contra un camión? Estaba

tan segura de que íbamos a colisionar de frente que tuve miedo de que abriera la puerta del pasajero y saltara del vehículo. Cuando impactamos, no pude ver nada a través del parabrisas. Di un volantazo a la derecha para parar a un lado de la carretera y que se callara. Pero simplemente… no lo hacía. Estábamos recorriendo un largo tramo de carretera arbolada antes de que llegáramos a la intersección donde se encontraban algunas tiendas, muy pocos vehículos pasaban junto a nosotros. Ya era casi de noche y las pocas farolas que se alineaban a lo largo del camino se fueron iluminando progresivamente. De alguna manera, la caída de la noche hizo más difícil que le dijera la verdad a Trey. Hablar de algo que habíamos hecho después del anochecer parecía una invitación para que cosas aún más terribles sucedieran. Nada era seguro en la oscuridad. —¿Tienes alguna idea de lo que estaba hablando? —preguntó de nuevo. Inspiré hondo, sabía que no habría manera de rebatir sus argumentos si después de compartir los sucesos que habían tenido lugar en la fiesta de Olivia decidía creer que era una completa chiflada. —Está bien, todo esto va a sonar como una completa locura. Lo admito. Pero hay algo tan extraño en todo esto que de alguna manera las piezas tienen que encajar. —Me atreví a mirarlo para comprobar si ya se mostraba escéptico. Parecía ansioso por escuchar el resto, así que continué—. En la fiesta de cumpleaños de Olivia hace dos semanas, estuvimos despiertas hasta tarde y decidimos jugar a un juego. —¿Solas tú y Olivia? —interrumpió Trey. —No, Olivia, Candace, Mischa, yo y Hannah, la chica nueva del instituto de Illinois. Hannah sugirió que jugáramos a un juego llamado, «Ligero como una Pluma, Rígido como una Tabla». Era un juego estúpido, algo parecido a las obras de teatro que interpretan las chicas en bachiller. Pero estábamos aburridas, así que dijimos que sí. El juego consistía en que una persona narraba historias e inventaba cómo otra de las jugadoras iba a morir. Luego, al final de la historia, las otras chicas que también participaban coreaban una canción y levantaban con sus dedos a la chica protagonista de la historia. —¿Qué has querido decir, con los dedos? —preguntó Trey, tratando de visualizar lo que le estaba describiendo. —Exactamente eso —dije—. Bueno, me olvidé de decir que mientras el narrador cuenta la historia, la chica de quién trata está tumbada en el suelo. Y que al final de la historia, si funciona bien, no pesaría nada. Es como si alguien lanzara alguna especie de hechizo sobre todos los que participan en el juego, y la chica pudiera ser levantada sin ningún tipo de esfuerzo hasta que alguien estornuda o se ríe u ocurre alguna cosa que rompa el hechizo. —Está bien, todo eso suena como alguna clase de juego desquiciado —dijo Trey—. Nunca había oído hablar de un juego así. —Sí, bueno, —estuve de acuerdo de mala gana—, mucha gente dice que el juego invoca a espíritus malignos, pero eso es una tontería. Mi padre dice que es una forma de hipnosis en grupo. Todo el que participa en el juego es hipnotizado por el canto. Puedes hacer un montón de cosas que parecen imposibles cuando estás hipnotizado, ya sabes. —Así que, ¿jugasteis a este extraño juego y alguien predijo la muerte de Olivia? —preguntó Trey.

Me tropecé con una grieta en la acera por culpa de la oscuridad y él me agarró por el codo para evitar que me cayera. —Sí. Pero fue mucho, mucho más que la simple predicción de su muerte, Trey. Hannah era la narradora, y… ni siquiera puedo explicarlo. Contó la historia de una manera muy convincente. Nombró hasta el último detalle. Lo sabía todo, desde que Olivia iría al centro comercial a comparar unos zapatos, hasta lo que sucedió la noche antes del Baile de Bienvenida. Incluso sabía que alguien se ofrecería a llevar a Olivia a casa después de que su auto no arrancara. Vi a Trey estremecerse debajo de su chaqueta militar y mirar hacia el centro comercial, con expresión pétrea. Mi corazón latía desbocado mientras esperaba su respuesta. No había querido ser demasiado explícita al contar la historia, o llevarlo a pensar que habíamos jugado de manera voluntaria a alguna especie de juego paranormal, pero fui incapaz de controlarme e hice exactamente lo que había intentado evitar. —¿Ella me predijo? ¿Sabía que iba a ser yo el que llevaría Olivia a casa? Yo también había estado preguntándomelo. —No te mencionó, Trey —dije con sinceridad—. Pero eso no significa que no supiera que eras tú. Simplemente omitió esa parte. Llegamos al centro comercial y comenzamos a caminar lentamente a través del parking mientras Trey seguía el camino hacia Rudy, la tienda de helados, donde un montón de niños de cuarto curso con uniformes de fútbol bajaban de un minibús. —¿Le has contado algo de esto a alguien? Como por ejemplo, ¿a tus padres? —preguntó Trey. —Oh, Dios mío, no —dije—. Sonaríamos como unas completas idiotas. O lunáticas. Nadie nos creería. Mischa y yo se lo contamos a Hannah y ella actuó como si todo estuviera dentro de nuestras cabezas. Y tal vez… tal vez sea así. Trey se detuvo y permaneció frente a la puerta de la tienda de helados. —¿Quieres un helado? Quería, pero negué. —No puedo. Engorda. Trey enarcó una ceja, como si no pudiera creer que estuviera rechazando un helado por eso. —Bueno, ¿qué tal si compro uno de cucurucho y tan sólo lo pruebas? Entramos a la tienda y tuvimos que esperar tras la fila de niños escandalosos del equipo de fútbol. Trey pidió un cucurucho con dos bolas de chocolate e hizo que la dependienta también le pusiera por encima lacasitos de colores. —Nunca hubiera imaginado que fueras un chico de lacasitos. —Me burlé de él. Él respondió con una sonrisa: —Soy una caja de sorpresas. De regreso al aparcamiento, me entregó el cucurucho antes incluso de haberlo probado. —Las damas primero.

Estaba a punto de negarme rotundamente, pero entonces pensé, qué demonios, un chico muy lindo me estaba ofreciendo comer un poco de su helado de cucurucho. ¿Qué daño me haría probarlo? Lamí uno de los trozos de lacasitos más pequeño de la parte superior, y saboreé el dulzor en mi boca. Habían pasado meses desde la última vez que había probado un helado. El pastel de cumpleaños de Olivia había sido el último dulce que me había permitido comer, y solo había tomado un trozo muy pequeño. Una camioneta entró en el parking y por un momento sus faros nos cegaron. Mientras aparcaba en una plaza, vi que el conductor tras el volante no era otro que Evan Richmond. Le hice un gesto a Trey para que ralentizara el paso, sintiéndome obligada a saludarle, al menos. —Eh, McKenna —dijo Evan después de cerrar la puerta de su camioneta. Me saludó tímidamente, viéndose tan lindo como hacía unas semanas atrás, cuando mi corazón aún palpitaba esperanzado con la posibilidad de bailar una canción lenta con él. Llevaba una camisa a cuadros de botones y unos pantalones vaqueros sin cinturón, y suficiente barba para suponer que no se había afeitado desde el velatorio de Olivia. —Hola —dije, devolviéndole el saludo. Estábamos de pie a pocos metros de distancia, y era perfectamente consciente de que Trey estaba justo a mi derecha, comiendo su helado—. Así que, aún sigues en el pueblo. Evan se encogió de hombros y miró hacia el suelo antes de volver a mirarme. —Sí, bueno, decidí tomarme libre el resto del trimestre para quedarme en casa con mi familia. Ya sabes, es mi primer año aquí y todo eso, al parecer comencé con mal pie y puede que sea mejor esperar hasta el invierno para empezar de nuevo. —Oh —dije estúpidamente, odiándome por cómo mi corazón se hinchaba un poco ante la idea de que Evan se quedara en el pueblo durante una temporada más, con Trey a sólo unos centímetros de distancia. Sin embargo, el quid de la cuestión estaba en que sentía una conexión mucho más especial con Trey, pero nunca antes había estado en posición de tener que rechazar a ningún chico atractivo—. Bueno, siento tener que escuchar eso, pero estoy segura de que tus padres estarán encantados de tenerte cerca. —Sí. —Estuvo de acuerdo Evan, dando la impresión de que acababa de percatarse de Trey por primera vez. Como si un rayo llamara mi atención, me di cuenta de que Evan debía haber coincidido con Trey en algún momento la semana pasada, durante la investigación policial del accidente—. Hola. ¿Cómo te va? —Bien —respondió Trey con frialdad. Sentí como si estuviera desando que esta pequeña conversación terminase cuanto antes. Sus ojos miraban fijamente un punto más allá de la carretera en dirección a la Calle Martha. —Bueno, envíame un mensaje algún día, McKenna. Estaría bien ir a ver una película o algo así. Distraer mi mente de… ya sabes —dijo Evan. —Sí, claro. —Estuve de acuerdo, totalmente consciente de que básicamente me estaba pidiendo salir delante de Trey. No era como si Trey fuera mi novio, o como si siquiera hubiera dado muestras de tener algún interés en serlo, pero aun así… era incómodo. —Tengo que entrar —dijo Evan, asintiendo con la cabeza en dirección a la tienda de donuts que se encontraba al lado de Rudy—. Mi madre quiere una taza de té y se nos acabaron las bolsitas.

Trey y yo volvimos a quedarnos solos en la oscuridad de la acera y antes de que acabara con el resto de su helado, dijo: —Te gusta ese chico. —No está mal —respondí, no queriendo que Trey se hiciera una idea de cuánto me había gustado Evan hacía tan sólo unas semanas atrás—. Lo siento. Eso debe haber sonado raro, es el hermano de Olivia y todo eso. —Está bien, es sólo que… —Trey no llegó a terminar la frase y se detuvo mientras intentaba averiguar exactamente qué era lo que quería decir—. El año pasado solía llamarme friki en la cafetería. Y este año, soy la persona que escuchó las última palabras de su hermana. El instituto es una locura. Había olvidado que Evan era del tipo de chico que se metía con los que no eran tan populares. Trey era atractivo, me estaba dando cuenta ahora. Parecía como si estuviera en algún tipo de banda de rock, pero era mucho más amable y sensible de lo que jamás pensé que un chico de mi edad podría llegar a ser. Me hacía sentir mal que alguien alguna vez se hubiera burlado de él en el instituto; sin importarme que hacía un año, yo también había sido objeto de burlas. —Así que te gusta —repitió Trey, en busca de algún tipo de confirmación por mi parte. —Solía gustarme —dije. —¿Cuándo se volvió pretérito? —bromeó Trey. Estaba bastante segura de que sabía a donde quería llegar y me sentía ansiosa por saber si realmente estaba interesado en mí o si sólo me había estado imaginando la cercanía que se había desarrollado entre nosotros durante la semana pasada. —Recientemente —dije—. Probablemente la noche en que nacieron los gatitos, perdió todo su atractivo. Trey dejó de caminar y tomó mi mano derecha. Entrelazó sus dedos con los míos, y un auto pasó por delante de nosotros cuando me miró a los ojos. Entonces supe lo que se disponía a hacer, y deseaba poder grabar para siempre en mi memoria todo lo que estaba a punto de ocurrir. Se inclinó hacia adelante y me besó con torpeza. Al principio nuestros labios hicieron todo mal, nuestras narices se golpearon y nuestros dientes chocaron. Suponía que así es como eran los besos cuando ninguna de las dos partes implicadas sabe realmente qué hacer. Pero luego, después de unos pocos segundos, todo encajó y Trey me atrajo hacia sí. —Me alegro de que al fin sacáramos —dijo con una tímida sonrisa tras dar un paso hacia atrás. —¿En serio? ¿Qué te lo impedía? —bromeé. —Todo —respondió con sinceridad, haciendo que mi corazón se disparara. Y sólo por una fracción de segundo, mirando el rostro de Trey apenas iluminado por las farolas de la calle, agradecía todos los acontecimientos recientes que habían sucedido tal y como lo habían hecho, porque si Hannah no hubiera contado aquella historia, y Olivia no hubiera muerto, e incluso si Moxie no lo hubiera hecho esa misma tarde, no estaría allí de pie frente a Trey en ese momento. Entonces, tan pronto como ese pensamiento pasó por mi cabeza, me avergoncé de mí misma por sentirme agradecida por alguna de aquellas cosas.

—Así que, permíteme hacerte una pregunta —dijo Trey mientras continuábamos nuestro camino de regreso a casa, con mi mano estrechando la suya—. Cuando estabais jugando a ese juego, ¿Hannah contó la historia de la muerte de alguna más? ¿Predijo la tuya? Sentí cómo la oscuridad que nos rodeaba se acrecentaba y toda la seguridad y alegría que había experimentado hacía un momento, cuando Trey me besó, se esfumó. ¿Cómo había podido olvidar tan rápido que la muerte se encontraba a la vuelta de la esquina? Podría llamarme a mí, o a Trey, en cualquier momento. —Predijo la de todas —dije casi entre susurros—. Excepto la mía. No podía imaginar ningún tipo de muerte para mí, salvo… Trey me miró con interés. Continué: —Dijo que sólo veía fuego. Vio la muerte de Jennie. No la mía. Caminamos una manzana en silencio mientras Trey pensaba en todo lo que le había dicho. Por primera vez me pregunté si mi propia muerte sería algo inminente. Ni siquiera cuando murió Jennie había sentido con tanta intensidad la fragilidad de mi vida. Todo el mundo muere, cada cosa tiene su final, pero nunca antes, hasta ese momento en la acera con Trey, me había preguntado realmente cuando tendría lugar mi propia muerte. ¿Qué era lo que había hecho Hannah para que tanta tragedia se propagase en cuestión de días? ¿Era intencionado? ¿Tenía algún tipo de deseo oculto por matar a todas aquellas que nos habíamos hecho sus amigas? —¿Conoces bien a esa chica, Hannah? —preguntó Trey, como si me hubiera leído la mente—. Parece una amiga bastante espeluznante. Trey estuvo de acuerdo conmigo en que había algo extraño en Hannah. Compartí con él mis planes de acercarme un poco más a ella para intentar averiguar cuáles eran sus intenciones, y aunque no pareció muy entusiasmado, estuvo de acuerdo en que era una buena idea. A la mañana siguiente, fue extraño no despertarse con los ruidos que hacía mamá al llenar de comida el bol de Moxie desde la cocina. Cuando la alarma hubo sonado y salí de mi habitación, la puerta de mi madre aún estaba cerrada. Al salir de casa, me apresuré a guardar los boles de comida y agua de Moxie en una caja dentro del garaje para que mi madre no tuviera que verlos si decidía levantarse para ir a trabajar. Inesperadamente, Trey estaba sentado en nuestro porche delantero, esperándome. Sin intercambiar palabra, caminamos juntos hacia el instituto. Juntos, una palabra que se sentía bien en todos los sentidos. No leería el artículo de la Gaceta Willow sobre el velatorio de Olivia y el funeral hasta que regresara a casa. Bajo el titular «La Comunidad Lamenta la Muerte de una Estudiante de la Secundaria», la estudiante de tercer curso en la Secundaria Weeping Willow, Hannah Simmons, fue citada diciendo «Nadie puede creerse que esto haya sucedido. Olivia Richmond fue una inspiración para todos nosotros y una de mis mejores amigas.» Cualquiera en el pueblo que leyera aquel artículo hubiera pensado que Olivia y Hannah habían sido amigas durante toda la vida.

CAPITULO 8 Traducido por Mica :) Corregido por RoLizzie Candace regresó a la escuela el lunes siguiente, sedada, un poco más delgada y sin sentido del humor. Fue sólo después de que Candace cambiara tan drásticamente que pude darme cuenta de lo mucho que me había gustado anteriormente, cuando ella era como una explosión de luz solar y ruido. Su horario había sido reorganizado por su madre el viernes anterior. Mischa y yo habíamos visto a la señora Lehrer sentada en la oficina del director con el señor Bobek, el consejero que nos había animado a todos y cada uno de nosotros a considerar la universidad comunitaria para ahorrar dinero. Mischa me dijo que la madre de Candace había llamado a su madre para hacer más preguntas específicamente sobre Hannah y había informado a la señora Portnoy que iba a cambiar a Candace de todas las clases que compartía con la chica nueva en la ciudad. Sólo después de una semana de intensa atención psiquiátrica y medicación, Candace había dejado de divagar sobre los presuntos poderes malignos de Hannah y su participación en la muerte de Olivia. Fuera lo que fuese que la madre de Candace le hubiera dicho al señor Bobek como justificación para los cambios de clases de Candace requeridos, había recaído en mí, Mischa y Hannah siendo llamadas a la oficina del director para un severo sermón. Candace no estaba en mi primer período de clases por la mañana y cuando un mensajero de la oficina llegó a mi clase de inglés con una carta del director solicitando mi presencia, yo estaba realmente sorprendida. —Chicas no sé cuáles han sido sus educaciones religiosas, y para ser honesto, ese no es asunto mío —nos dijo el Director Nylander inclinándose hacia atrás, muy atrás, en su silla giratoria de escritorio. Las tres estábamos sentadas en el sofá marrón de su oficina. Yo estaba en el medio, como era conveniente, al parecer, tratando de mantener una distancia segura de unos pocos centímetros de Hannah que se sentaba a mi izquierda. Prácticamente podía oler la furia proveniente de Mischa a mi derecha—. Pero cuando escucho acusaciones de que estudiantes de mi escuela están jugando juegos que implican malos espíritus, o incluso que alegan involucrar a un mal espíritu, me siento obligado a intervenir personalmente. Mi atención se desvió hacia la ventana, a la lluvia cayendo y a los charcos formándose en el estacionamiento de profesores. El Director Nylander y su esposa eran feligreses de Santa Mónica, la iglesia a la que solíamos asistir antes de que mis padres se divorciaran. Hasta donde yo sabía, los Portnoys rara vez asistían a la iglesia a no ser pascuas y navidad, así que yo no podía evitar sentir que el Director Nylander me estaba regañando directamente a mí, aunque sabía que Hannah y su familia eran feligreses regulares. —Ahora si alguna de ustedes tiene preguntas sobre el más allá, o acerca de su creador o incluso sólo de maneras entretenidas para pasar el rato, las animo a contactar con un miembro del clero en su centro religioso, un maestro de confianza, o sus padres. Jugar con las prácticas ocultas es un negocio muy peligroso —nos advirtió el Director Nylander empujando sus gafas de montura metálica más arriba en su pequeña nariz respingada. De regreso al inquietantemente tranquilo pasillo, vacío por las clases, Mischa fulminó con la mirada a Hannah.

—Eso fue agonizante. Espero que estés feliz. Y leí lo que le dijiste al periodista del periódico del pueblo. Tú no tenías derecho, ¿me oyes? ¡Ningún derecho! —Ella giró en sus zapatillas de ballet de cuero y me dejó allí de pie, con la boca abierta frente a Hannah. —Oh. Por. Dios —dijo Hannah, sus ojos enormes y sus labios inclinados en una semi-sonrisa, como si la reacción de Mischa hubiera pasado el límite—. No es como si yo hubiera delatado a nadie. No dije ni una palabra. Fue Candace quien empezó a balbucear. Recordé cómo me había comprometido a tratar de acercarme a Hannah para averiguar exactamente lo que le había hecho a Olivia, y me quedé allí, mirando a Mischa alejarse por el pasillo. —Lo sé —le aseguré a Hannah. —Lo que sea. —Hannah entrecerró los ojos mientras Mischa desaparecía del pasillo al doblar una esquina—. Sus días están contados de todos modos. No pude ocultar mi reacción de sorpresiva confusión de Hannah, porque volví mi cara bruscamente hacia la de ella. Estaba segura de que lucía horrorizada por lo que ella estaba sugiriendo. Ella inmediatamente se dio cuenta de lo que su comentario había dado a entender y rápidamente se corrigió sí misma. —Quiero decir su popularidad —aclaró Hannah—. Sin Olivia, Mischa no tiene oportunidad de seguir siendo popular. Hay un montón de chicas bonitas en esta escuela. —Puede que tengas razón. —Me oí murmurar, preguntándome si estaba haciendo un trabajo convincente para juntarme a mí misma con ella. Hannah me miró, escrutando mi rostro. —Deberías sentarte conmigo y Tracy a la hora del almuerzo. Podemos hablar sobre cosas del Consejo de Estudiantes. Quiero decir, la elección está prácticamente cerrada antes de que incluso iniciara. —Tal vez —dije vacilante—. Medio que tengo algo que hacer a la hora del almuerzo. Estaba ansiosa por sentarme con Candace y oír su voz rasposa de nuevo, y ver si había alguna forma en que la secundaria volviera a ser alguna vez como fue esas dos increíbles semanas antes de que Olivia muriera. Si iba a tener éxito convenciendo a Hannah de que estaba de su lado, yo tendría que hacer algunos sacrificios. Sentarme con Candace y Mischa no iba a ser una opción. Yo estaba específicamente rechazando la oferta de Hannah porque quería encontrarme con Trey en la biblioteca. Pero reunirme con él iba a tener que esperar. No podía estar segura de cuándo podría perder la simpatía de Hannah. —Bueno, supongo que podría hacer lo que tengo que hacer después de la escuela —le dije. En mi clase de español, redacté una nota y la doblé con fuerza. En ella le expliqué a Trey que me sentaría con Hannah en el almuerzo y que quería caminar juntos a casa. Yo había acordado la noche anterior que pasaría el almuerzo con él investigando sobre los juegos y los espíritus malignos. Él sin duda entendería por qué era más urgente que me sentara con Hannah y escuchara su charla durante una hora. Mischa no sería tan comprensiva. —Dios. Sólo quiero transferirme de esta clase de educación física y entrar a la de Candace — estaba refunfuñando Mischa cuando llegué a los vestuarios. Ella ya se estaba cambiando a su

traje de gimnasia, en la otra fila de casilleros de donde Hannah estaba colocando la clave de su combinación en su propio casillero. Puse mi bolsa en el banco y observé hasta que Hannah salió del vestuario hacia las escaleras que iban al gimnasio. —Escucha Mischa —comencé. Incluso mientras estaba abriendo mi boca para dar mi razón de por qué no me iba a sentar con Mischa y Candace a la hora del almuerzo, la única hora en la que Candace y Hannah estaban en la misma habitación, sabía que Mischa iba a ser escéptica acerca de mi lógica—. He estado pensando que la única manera de saber si Hannah tuvo algo que ver con la muerte de Olivia es que alguna de nosotras sea amiga de ella. Mischa me fulminó con la mirada. —Ella mató a nuestra amiga, McKenna. Realmente no puedo entender por qué te gustaría seguir siendo amiga de ella. Quiero decir, ¿me estoy perdiendo de algo aquí? Me quité mi top de rayas tejido y tiré de mi camiseta de gimnasia por mi cabeza. —No me refiero a ser realmente su amiga. Sólo quiero tratar de averiguar qué hizo. Mischa me miró indignada cuando terminó de atar los cordones de sus zapatos de correr. —Debes de estar loca. Esa chica es peligrosa. Las chicas que se habían cambiado en la fila de al lado nos miraron con curiosidad mientras pasaban junto a nosotras en su camino al gimnasio. —Mira, nosotras probablemente ya no deberíamos hablar de lo que pasó con Olivia en la escuela en absoluto —le dije—. ¿Tienes gimnasia hoy? ¿Podemos salir y hablar de esto en privado? —Voy a la casa de Candace —me informó Mischa rápidamente y luego agregó: —Puedes reunirte con nosotras allí. A la hora del almuerzo me senté con Hannah y Tracy, y luché por escuchar sus grandes planes para la clase de tercer año, mientras que por el rabillo del ojo veía a Pete consumir su almuerzo en nuestra vieja mesa flanqueado por Matt e Isaac. Me pregunté dónde estaban Mischa y Candace, pero luego pensé que tal vez Mischa había pensado que era mejor que Candace no me viera mientras me sentaba con el enemigo. Hannah y Tracy hablaban continuamente sobre hornear pasteles para vender y realizar iniciativas para reciclar los envases de papel de aluminio en los que nos servían de todo, desde frituras de papas hasta lasaña, en la cafetería. Compartí con ellas mis grandes planes para empezar un servicio de rastrillar las hojas y sacar la nieve con palas de las calzadas como medio para recaudar dinero para el viaje de la clase y la cara bonita de Hannah se sonrojó con entusiasmo. —Oh mi Dios, McKenna, esa es una idea impresionante. ¡Eres un genio! —exclamó, halagándome más de lo que yo quería ser halagada por ella—. ¿Cómo deberíamos llamarlo? Me mordí el labio inferior, queriendo continuar impresionándola a pesar de recordarme a mí misma de que yo sólo fingía ser amable. —Estaba pensando que podríamos llamarlo “The Willow Weather Warriors3”. O tal vez eso es

3

Willow Weather Warriors: Los guerreros del clima de Willow.

una tontería. The Warriors era el nombre de nuestros equipos de fútbol y baloncesto de la secundaria porque fueron rebautizados después de que los descendientes locales de la tribu Winnebagos se opusieron públicamente a que nuestros equipos se llamaran Winnebagos, como habían sido llamados durante décadas antes de que yo llegara al instituto. —Me encanta —dijo Hannah anotándolo en su bloc de notas en una rizada escritura. —Perfecto —agregó Tracy. Ella había comenzado a repetir todo lo que Hannah decía, claramente esperando ser la primera en la fila para ser la mejor amiga de Hannah. Hannah y yo caminamos juntas hacia historia de los Estados Unidos y pasamos a Candace en el pasillo, quién me miró atentamente. Isaac se puso de manera protectora a su lado en su casillero, con una fuerte mano sobre su hombro, y esperé que Mischa ya se hubiera tomado el tiempo para explicarle la razón por la cual estaba pasando tiempo con Hannah. La idea de Candace estando realmente enojada conmigo me molestó tanto que apenas pude concentrarme en la clase del Sr. Dean sobre el histórico duelo entre Aaron Burr con Alexander Hamilton. Después de la escuela, me escabullí fuera del edificio sin siquiera detenerme en mi casillero, donde cualquier número de chicas con las que yo no quería hablar podría haberse fijado en mí. Me encontré con Trey abajo, cerca de la entrada de la biblioteca, frente a las máquinas expendedoras y nos sonreímos con nerviosismo el uno al otro. Todo el asunto de novio-novia todavía se sentía muy extraño y nuevo. Él me dio un beso en la mejilla luego de que ninguno de los dos supiera qué hacer durante unos segundos. Me pareció increíble otra vez lo lindo que era, incluso a pesar de sus puntos de sutura y los hematomas, y cómo me había llevado tanto tiempo darme cuenta de eso. —Tengo que caminar a la subdivisión Sherwood Hills —le dije una vez que estuvimos afuera, abriendo nuestros paraguas—. Voy a la casa de Candace para reunirme con ella y Mischa. —Tengo trigonometría con Candace Cotton —me informó Trey—. Ella estaba muy distraída, el profesor la llamó una vez y ella ni siquiera respondió a su propio nombre. Candace realmente no había lucido como ella misma hoy en la escuela. Se había puesto un abrigo de punto, una blusa floral abotonada y un par de pantalones de pana color rosa que eran apretados pero para nada de su típico estilo. Ella lucía, ahora que lo pensaba, como si su madre la hubiese vestido para la escuela. —¿Has encontrado algo útil en la biblioteca? —le pregunté. Había sido idea de Trey que hiciéramos un poco de investigación básica y pasada de moda acerca de cómo contactar con malos espíritus y todas las posibles cosas extrañas que podrían haber pasado en la fiesta de cumpleaños de Olivia. Me había ofrecido buscar en Google, pero él había sacudido la cabeza como si yo fuera una niña tonta e insistió que comenzáramos la investigación en los libros de verdad que se encuentran en un catálogo de fichas de verdad. Tal vez era tonto de nuestra parte pensar que encontraríamos una respuesta de lo que estaba sucediendo en un libro, o en cualquier lugar, para el caso. Pero Trey parecía bastante seguro de que la información de valor no se podía encontrar en línea. —Gracioso que preguntaras. —Movió su pesada mochila negra y retiró de ella un libro de tapa dura, sus esquinas redondeadas por el desgaste, cubierto por un forro de papel descolorido en el que estaba impreso el título Peticiones de los muertos de James W. Listerman—. Encontré esto, me sentí raro prestándolo así que sólo lo guardé.

Me lo entregó y ni siquiera me molesté en regañarle por robar el libro. Un chico que lucía como Trey no podía exactamente prestar un libro acerca del mal de la biblioteca de la escuela sin que la bibliotecaria tomara nota. Lo examiné, tratando de tener cuidado de no dejar que la leve lluvia cayera sobre él, comprobando primero la página de derechos del autor. Había sido publicado en 1910. El libro olía a moho y las páginas se veían frágiles, como si fueran a quebrarse y romperse si les daba vuelta. —Wow, este libro es viejo —comenté—. ¿Pudiste encontrar algo bueno en él? —Oh, algunas cosas prometedoras —dijo Trey con voz burlona—. Principalmente que parece que el viejo James W. Listerman sabía de lo que estaba hablando, Hannah podría haber hecho un trato con un espíritu maligno para servir como un médium. Como, un conducto a través del cual otros espíritus pueden comunicarse y compartir información con ella. —¿Por qué diablos alguien iba a hacer un trato así? —le pregunté—. Si un espíritu maligno hiciera contacto conmigo yo realmente enloquecería. —Bueno —continuó Trey, pareciendo haber leído más del libro de lo que originalmente había pensado que era posible durante sólo una hora libre para el almuerzo—. Si Hannah quería algo de alguien que está muerto, entonces ella podría haber hecho algún tipo de trato con el espíritu que fue capaz de contactar a cambio de que este le pusiera en contacto con quienquiera que ella quería comunicarse. O, si un espíritu maligno estaba presionándola, ella pudo haber estado dispuesta a aceptar cualquier cosa para que la dejara en paz. No podemos estar seguros a menos que le preguntemos. Este libro también dice que los espíritus pueden ser muy engañosos y manipuladores, por lo que ella también pudo haber sido engañada. Pero obviamente, no le preguntes todavía. —¿Puedo tomar prestado esto? —le pregunté, sosteniendo el libro. Él tomó el libro de mis manos y se lo metió de nuevo dentro de la mochila. —No hasta que lo haya leído de principio a fin. Este es un material realmente espeluznante. Trey me acompañó hasta la puerta de la subdivisión de Candace, y por un momento mientras nos despedíamos, deseé poder poner todo lo relacionado a Olivia, Candace, Mischa y Hannah detrás de mí y simplemente caminar a casa con Trey, de regreso a una vida normal que se sentía como mía. Pero ya sabía que lo que sea que Hannah había comenzado había terminado con mi vida normal para siempre, o al menos hasta que supiera con certeza que yo y el resto de mis amigas estábamos a salvo. —Finalmente —dijo Candace cuando abrió la puerta principal y me vio. Sonaba más como ella misma y estaba sonriendo como solía hacerlo antes del accidente. —Hola —dije entrando a la enorme casa de los Cotton y disfrutando cómo olía, a diferencia de la nuestra, a popurrí y velas de cera de bayas con aroma—. Pareces más... normal de lo que parecías hoy en la escuela. —Eso es porque tomo mis medicamentos a la mañana y a la noche. A esta altura del día, los medicamentos de la mañana ya están desapareciendo —explicó Candace. En la cocina, Mischa estaba sentada escribiendo en su tablet móvil, obviamente concentrada en algo intensamente. —Así que, acerca de este plan tuyo de hacerte pasar por amiga de Hannah —dijo Mischa mirándome mientras tomaba asiento en la mesa de la cocina. No lo había notado antes, pero la hermanastra de Candace, Julia, estaba en la sala de estar adyacente, tumbada en el sofá con sus

pies descalzos colgando por el borde—. No me gusta. ¿Qué si eres como una especie de doble agente encubierta? Como, ¿y si eres muy leal a Hannah, pero sólo nos estás espiando a nosotras? Miré Mischa y luego a Candace con incredulidad. Me parecía imposible que me estuvieran acusando de aliarme con Hannah cuando en realidad me estaba ofreciendo estar a su lado en contra de cada uno de mis instintos de permanecer lo más lejos posible de ella. —Están bromeando ¿verdad? —pregunté—. ¡Yo realmente no quiero tener nada que ver con ella! Estoy casi segura de que ella orquestó la muerte de Olivia y que tuvo algo que ver con la muerte de mi perra ayer también. Sólo no puedo probar nada de eso, y tampoco puede ninguna de ustedes. Así que a menos que ustedes quieran que ella se salga con la suya y siga haciendo lo que está haciendo, una de nosotras va a tener que ganarse su confianza y averiguar cuáles son sus planes. Mischa me miró con culpabilidad y se encogió de hombros hacia Candace. Después de un momento de vacilación, Candace pareció estar considerando la lógica de mi plan. Ella agarró una silla y se sentó en la mesa. —¿Qué le pasó a tu perra? De mala gana les confesé la extraña conversación que había tenido con Hannah en la pista después del cumpleaños de Olivia, aquella en la que ella había adivinado que tenía un perro y había descrito a Moxie. Luego les conté que después de regresar de la escuela había encontrado a Moxie muerta en mi cama el día anterior. —Eso es una mierda, McKenna —dijo Mischa, sacudiendo la cabeza—. Yo creo que ella es maligna. Realmente maligna. Miren esto. En su última escuela en Lake Forest, Illinois, cuatro estudiantes se suicidaron el año pasado. Eso es tres suicidios más de los que la escuela tuvo en su cuerpo estudiantil durante la última década. Y lo que es más raro. Una de las chicas que se suicidó era la capitana del equipo de porristas del que Hannah era miembro. Uno de los chicos era un estudiante de primer año y Hannah habló en su funeral a un periódico local diciendo que ella solía cuidarlo cuando era un niño pequeño. —¿Qué hay de las otras dos personas? —preguntó Candace, de repente muy concentrada. Ella cruzó sus manos sobre la mesa. —No puedo encontrar nada sólido todavía, pero sólo he estado buscando durante una hora. Hannah es un fenómeno, ni siquiera tiene un Facebook o un MySpace. De todos modos, eso importa poco. Piensa en cuantas veces al día te cruzas con alguien que ni siquiera conoces tan bien en la secundaria. Ellos podrían haber conocido a Hannah de muchas maneras. —¿Hannah alguna vez mencionó por qué su familia se trasladó a Willow? —les pregunté, incapaz de recordar si alguna vez nos había dicho la razón de su repentina llegada a nuestro pequeño pueblo fuera del camino. Candace dijo: —Ella dijo que era por el trabajo de su padre Mischa resopló. —¿Trabajo? ¿Qué trabajo hay para hacer aquí? El papá de Candace era co-propietario de una empresa de construcción en Green Bay. El padre

de Mischa era dueño de varias concesionarias de automóviles de lujo entre Willow, Sheboygan y Green Bay. Mi propio padre había renunciado a las oportunidades que se encontraban dentro del rango de conducción de Willow, y se había dirigido a Florida, donde consiguió un mejor trabajo en una universidad estatal. Simplemente no había una gran cantidad de puestos de trabajo en Willow para que los padres de nadie trajeran a una familia a vivir aquí. Nuestras conjeturas de qué circunstancias pudieron haber posiblemente traído a Hannah a nuestro pequeño pueblo olvidado inspiraron a Mischa a realizar una lista. La lista se convirtió básicamente en mi misión. Estaba compuesta de cosas que necesitábamos averiguar sobre Hannah. ¿Era hija única? ¿Había asistido a alguna otra escuela antes de la de Lake Forest? Yo estaría observándola, espiándola, interrogándola casualmente y presentándole un informe a Mischa y Candace. Por supuesto, ya se me había ocurrido que Hannah no estaría muy feliz si se enteraba de lo que estábamos haciendo. Afortunadamente, Mischa y Candace parecían compartir mi preocupación de que podría no estar en el mejor interés de mi seguridad personal convertirme en una amiga muy cercana de Hannah, así que todas estuvimos de acuerdo en que para cubrir las apariencias deberíamos abstenernos de actuar como amigas en la escuela. Haríamos que todos piensen que habíamos tenido una gran pelea porque Candace no quería ser amable con Hannah, y yo les comunicaría todos mis descubrimientos vía e-mail en lugar de mandarles mensajes de texto, en caso de que Hannah alguna vez echara un vistazo a mi teléfono. Oímos la puerta automática del garaje abrirse y Julia apagó inmediatamente la televisión. La madre de Candace entró a la cocina, donde estábamos todas sentadas, desde el garaje, trayendo con ella una breve ráfaga de aire frío con aroma a su perfume. Traía sus bolsas de plástico de color beige de la tienda de comestibles y las dejó sobre el mostrador de la cocina. —Hola chicas. ¿Qué estamos tramando? —Sólo estamos haciendo la tarea mamá —mintió Candace alegremente. —¿No has tomado tu medicamento aún? —preguntó la madre de Candace mientras abría la nevera para colocar un cartón de leche de soja dentro. Candace suspiró en voz tan alta que fue más como el rugido de un dragón, y se levantó de la mesa para agarrar sus botellas de prescripción naranja del gabinete sobre el fregadero de la cocina. En cuestión de minutos, sus ojos comenzaron a nublarse, y la versión aturdida y pasiva de Candace estaba de vuelta. Caminando a casa desde la subdivisión de lujo de Candace, me sentí más sola de lo que me había sentido nunca durante mi segundo año. Mi paseo me llevó más allá del cementerio de Santa Mónica y sentí una punzada de tentación por entrar dentro de sus puertas no sólo para pasar por delante de la tumba de Jennie, si no para satisfacer también mi curiosidad sobre la de Olivia. Un letrero en la puerta principal del cementerio decía que cerraba todos los días a la puesta del sol. Sentí mis pies en movimiento, y mientras caminaba más allá de la estación de guardia, un guardia uniformado miró el reloj en su muñeca y me dijo: —Voy a cerrar en unos veinte minutos, cariño. Le pregunté hacia qué dirección debía dirigirme para encontrar la tumba de Olivia Richmond y tuvo que buscar su ubicación en la computadora. En un mapa, él dibujó una pequeña línea por los caminos que debía seguir para llegar a su parcela, que resultó estar en la dirección opuesta a la tumba de Jennie, situada en la esquina noreste del cementerio. Caminé tan rápido como pude por los caminos que llevaban a la parcela sin marcar que era de Olivia. La lápida no

había sido puesta todavía, pero era fácil identificar que era de Olivia porque la suciedad que la cubría todavía estaba húmeda y marrón y tres arreglos de rosas de color rosa habían sido puestos sobre ella. Me rasqué la cabeza y me quedé allí en el camino, sin intentar acercarme más a la parcela. Era imposible conectar mis recuerdos de la risueña, susurrante Olivia, con su brillante cabello platino y sus pestañas rizadas, con este montón de tierra a quince pasos en frente de mí. Pensé que tenía un firme entendimiento de la muerte: una persona muere, y luego se van. Para siempre. Pero de alguna manera, tal vez porque era mayor de lo que había sido cuando Jennie murió, la muerte de Olivia no tenía el mismo elemento de finalidad. Ella simplemente no parecía estar tan lejos. Esa noche, di vueltas y vueltas hasta que finalmente me encontré cayendo dentro y fuera de un extraño sueño en el que mi reflejo en el espejo lucía como mi yo antiguo, mi yo del segundo año, con una cara más redonda, un vientre más grande y un corte de pelo menos elegante. Esta imagen me hizo retroceder con disgusto; era vergonzoso e incluso escalofriante ver mi reciente transformación deshecha. Mi reflejo estaba pronunciando palabras, tratando de decirme algo, y finalmente vencí mi repulsión hacia mi propia imagen y me acerqué más al espejo para escuchar. —Sigo siendo una parte de ti —dijo mi reflejo. Estiró la mano hacia mí, sentí sus manos en mi cuello, y… Me desperté con un sudor frío, mi corazón latiendo con fuerza, y me di cuenta de que era sólo la una de la mañana. Era demasiado temprano para ir a la escuela pero demasiado tarde para salir de la cama e ir a la cocina a buscar un vaso de agua sin alarmar a mi mamá. Me calmé en la oscuridad y el silencio de mi habitación y empecé a preguntarme sobre el significado de mi sueño. Mi padre era un gran creyente en el significado psicológico de los sueños; desde que Jennie y yo éramos pequeñas, él nos preguntaría sobre nuestros sueños y nos pediría que se los volviéramos a contar con lujo de detalle. Se me ocurrió que tal vez mi sueño no era sobre aumentar de peso y convertirme en la antigua McKenna de nuevo. Tal vez se trataba de Jennie. Si ella no hubiera muerto cuando tenía ocho años, ¿habría bajado de peso y se habría vuelto hermosa en el mismo período de tiempo como yo? ¿Habría perdido peso y se habría vuelto popular incluso antes que yo? ¿Le habría preferido Evan a ella o a mí? ¿Lo habría hecho Trey? Mientras me preguntaba cómo podría haber sido tener a Jennie conmigo en el Instituto Willow, me volví muy consciente de que no estaba sola en mi habitación. Una brisa sopló las delgadas cortinas que colgaban a los lados de las persianas de mi ventana sin hacer ruido. Cuando se detuvieron, la habitación se sintió de repente insoportablemente fría, y parecía como si casi pudiera sentir algo en mi habitación inhalando y exhalando.

Dentro, fuera. Dentro, fuera. Me enderecé en mi cama y me quedé perfectamente inmóvil, preguntándome si lo que sea que estaba allí me dejaría en paz si pensaba que me había dormido de nuevo. Cerré fuertemente los ojos, y me convencí que definitivamente había algo más allí conmigo. No era tanto como si pudiera escuchar su respiración, sino que podía sentir la presión del aire en la habitación cayendo y subiendo de la misma manera que la caja torácica de Moxie solía contraerse cuando

dormía. La frialdad de la habitación y la extrañeza de la rara presencia a mí alrededor hicieron que la piel desnuda de mis brazos expuestos, descansando sobre mi edredón, se me pusiera de gallina.

Me estoy volviendo loca, pensé. Todo esto de hablar de espíritus malignos y predecir muertes me está volviendo loca. Entonces, horriblemente, sobre mi cama, en el estante donde colocaba las cajas de música que había acumulado cuando una niña, comencé a escuchar música. Apreté los ojos cerrados, sin querer ver, pero supe sin siquiera mirar que la cerámica de Minnie Mouse que mi padre me había comprado en Disney World estaba girando lentamente en círculos mientras producía su melodía mecánica de “It’s a Small World After All”. Junto a ella, una bailarina de porcelana bailaba en círculos sobre su plataforma con “Dance of the Sugarplum Fairies”, del Cascanueces. Y en un extremo, un joyero de madera con una estrella de plata en la tapa debió haberse abierto para comenzar a sonar su versión de “My Heart Will Go On”. La combinación de canciones que solía adorar cuando era una niña sonaron juntas en un revoltijo sin que yo hubiera activado ninguna de las estatuillas. La escalofriante música y la espontánea moción me aterrorizaron y me hicieron sentir náuseas. Estaba demasiado asustada como para hacer siquiera algún ruido. Empecé a convencerme de que debía saltar fuera de la cama y encender las luces. El espacio entre el borde de mi cama y la pared en la que se encontraba el interruptor de la luz era de sólo unos pocos metros. Podría haber llegado allí en unos pocos segundos si tan sólo hubiera podido armarme de valor para salir de mi edredón y correr hacia él. Tal y como me había dicho, haría exactamente eso a la cuenta de cinco...

Cinco, cuatro, tres, dos… Sentí con certeza un dedo frío y húmedo presionado contra mi antebrazo. Jadeando en estado de shock, salté de mi cama, corrí a través de mi habitación a ciegas y encendí el interruptor de la luz. Antes de que incluso me tomara el tiempo para estar demasiado asustada para darme la vuelta, giré, convencida de que vería algo horrible cerniéndose sobre mi cama. Pero no había nada. Absolutamente nada inusual, nada fuera de lugar. Mis sábanas de arco iris de siempre, un poco desgastadas por la lavadora. Mi conejo y perro de peluches al lado de mi almohada, donde siempre estuvieron. El estante encima de mi cama con mis cajas de música seguía en su sitio. Las músicas de las estatuillas y la caja de joyas habían cesado instantáneamente. Mi habitación estaba extraña y sospechosamente tan aburrida como siempre. Casi demasiado tranquila, demasiado normal. No pude dejar de notar a través de mis persianas que la luz de la habitación de Trey estaba encendida. Aunque no podía ver la sombra de su cuerpo contra sus persianas, supuse que estaba despierto allí, y esperé que él no hubiera visto que había encendido la luz. Tal vez estaba leyendo las misteriosas obras de James W. Listerman. Lo que fuera que estuviera haciendo a esa hora, estuve de repente muy consciente de la posibilidad de que él se diera cuenta de que estaba despierta. Una parte de mí deseaba que él estuviera en mi habitación para consolarme y asegurarme que no había nada que temer, pero mi sueño me había sacudido y me sentía aliviada de que él no pudiera verme en este estado. Agarré la almohada de mi cama y apagué la luz, buscando una noche de sueño más reparador en la sala de estar. Mientras estaba acostada en el sofá, reconfortada por la luz de la lámpara en la mesa junto a mí, llenando la sala de estar con calor, mi mente vagó a territorios peligrosos. ¿Qué si Hannah no era la que traía el mal a nuestras vidas? ¿Y si era Jennie, y si ella había decidido que quería cambiar de lugar?

Cuanto más pensaba en ello, más me parecía lógica esa teoría. Si Hannah realmente recibía visiones de gente muerta por sus espíritus, ¿qué si esas visiones que había recibido de Olivia, Candace y Mischa se las había proporcionado Jennie? La sola idea de que Jennie pudiera haber presentado su propia muerte como la mía a Hannah me heló hasta los huesos. Pero ¿por qué Jennie iba a querer matar a mis amigas? ¿Había atraído a Hannah a Willow para este propósito en particular, o la llegada de Hannah a nuestra ciudad era sólo fortuita para el propósito de Jennie? Antes de quedarme dormida, vi por el rabillo del ojo una foto enmarcada de mí y de Jennie colocada en un arreglo sobre el televisor. El arreglo había estado allí durante tanto tiempo que raramente estudiaba las fotografías de forma individual; todas eran de diferentes momentos en el tiempo tomadas en estudios fotográficos que yo podía recordar, pero no tenía ninguna razón para recordar cada detalle. La que me llamó la atención fue una fotografía de las dos en nuestro primer día de jardín de infantes. Fue una rara ocasión cuando estábamos vestidas de forma idéntica, en vestidos rosas con nuestro cabello en largas trenzas marrones. Recordé, después de un momento, con claridad, cómo el fotógrafo nos había colocado delante de un fondo de mal gusto que parecía como hojas de otoño cambiando de color, nos había dado paletas de color naranja cuando terminamos, y nos había dicho en un canto demasiado entusiasta, “¡queso!”. Pero mirando la foto ahora, diez años después, sinceramente no podía decir cuál de las sonrientes niñas era yo, y cual era mi gemela fallecida.

CAPITULO 9 Traducido por Mica :) Corregido 911 por lavi —Así que, ¿qué le pasa a tu coche? —le pregunté a Trey a la mañana siguiente cando nos encontramos afuera de mi casa para caminar juntos a la escuela—. ¿El seguro va a cubrir el costo para uno nuevo? —¿Por qué, ya estás en el mercado buscando un nuevo novio que pueda conducir a la escuela? Le di un manotazo. —¡No! Sólo tengo curiosidad. Sé lo mucho que amabas a ese coche. —No sé. No creo que yo vaya a estar listo para ponerme detrás de un volante en mucho tiempo. Estábamos en el medio de una larga racha de mal tiempo, con la lluvia empapando nuestra pequeña ciudad cada mañana. Trey insistía en sostener un paraguas sobre mi cabeza mientras caminábamos. No se me había ocurrido que podría ser extraño para él volver a conducir un coche alguna vez después del accidente. Parecía distante y desinteresado en hablar de coches, así que rápidamente cambié de tema para no ponerlo de mal humor. —Por lo tanto, ¿James W. Listerman tenía algo interesante para decir sobre Hannah? —le pregunté. —Bueno, ella te dijo que podía oír voces, ¿verdad? ¿Qué los espíritus le dicen cosas? Esa condición, si ella no está mintiendo y realmente es capaz de escucharlos, se llama clariaudiencia. —Al igual que la clarividencia, sólo que los escucha en lugar de verlos. —Exactamente —confirmó Trey—. Obviamente no todo el mundo tiene ese tipo de habilidades, así que los escritos de Listerman sugieren una de dos posibilidades. Hannah descubrió por primera vez que tenía el poder de comunicarse con los espíritus porque, bien un espíritu en particular que la había conocido en vida se puso en contacto con ella, o porque está cerca de alguien que el espíritu quiere llegar y no puede. Una sensación de cosquilleo frío llenó mi cuerpo. No estaba preparada para decirle a Trey que pensaba que podría haber una posibilidad que Jennie estuviera detrás de algo de esto. Pero lo que había dicho sin duda encajaba con mi teoría de que tal vez Jennie se había puesto en contacto con Hannah para llegar a mí. —Así que supongo que la pregunta es, ¿ha muerto alguien muy cercano a Hannah durante su propia vida? ¿Alguien como un padre o un abuelo? —preguntó Trey. No tenía idea de cómo tratar de averiguar por casualidad eso. Durante gimnasia, la entrenadora Stirling nos eligió tanto a mí como a Mischa como capitanas de los equipos de voleibol, obligándonos a seleccionar a nuestras compañeras una por una hasta formar dos equipos para un partido de práctica. Esto nos dio la posibilidad de sugerir nuestra

rivalidad imaginaria. Nos fulminamos con la mirada la una a la otra mientras hacíamos nuestras selecciones, y yo disfruté ver la mirada de sorpresa en el rostro de Hannah cuando le elegí primero a ella para mi equipo. En un sorprendente giro de acontecimientos, mi equipo ganó los dos partidos que habíamos logrado completar en los cincuenta minutos de clase de gimnasia, lo cual probablemente se habría sentido más significativo si a mí me importara el voleibol. La expresión de desprecio en la cara de Mischa cuando todas nos dirigíamos a los vestidores me hizo tener que recordar a mí misma que sólo estábamos fingiendo pelear. A la hora del almuerzo, Hannah, Tracy y yo trabajamos en nuestros discursos para las elecciones. Se esperaba que diéramos un minuto de discurso en el sistema de audio de la escuela el viernes a la mañana después de los anuncios. Realmente nunca había pensado mucho en hablar en público, pero ahora que repentina e inevitablemente estaba en mi futuro, no tenía sentido negar que estuviera aterrorizada. Hannah escribió un esbozo para sí misma en su cuaderno de espiral que fue tan conciso y bien elaborado que me hizo cuestionar si ella no había trabajado en secreto en todo esto el fin de semana y sólo fingía anotar su primer borrador junto a mí y Tracy. El discurso de Tracy iba a basarse en su optimismo sobre la planificación de eventos. Ella quería prometer futuros bailes, una fiesta de Halloween y una fiesta navideña para la clase de tercer año, y ella parecía insistente en ofrecer la holgazana promesa de ir a esquiar y dormir afuera un fin de semana en Michigan. —¿Cómo vamos a tener dos viajes de clase en un año? —la desafié. —Bueno, tu discurso podría ser acerca de actividades extra para recaudación de fondos. — Tracy me sonrió viciosamente. Perfecto. Gran manera de calmar mis nervios por tener que dar un discurso en público en tres días, pensé sombríamente, al exigirme que consiga entusiasmar a toda la clase para que pase aún más tiempo este invierno vendiendo chatarra que nadie en el pueblo quiere comprar. No parecía que hubiera una forma natural de comenzar mi investigación sobre la historia personal de Hannah. Sólo una vez miré con nostalgia sobre mi hombro hacia la mesa donde Isaac y Matt hacían el tonto en mi vieja mesa. Pete estaba comiendo papas fritas con tristeza. Mischa y su hermana fingieron no ver que las miraba. Ya había sido informada de que Candace comería su almuerzo por un futuro previsible en la oficina de la enfermería. —Y nuestro último anuncio del día antes de pasarles las cosas a nuestros candidatos del Consejo de Estudiantes de último año es que la administración ha decidido reprogramar el baile de Bienvenida para el próximo viernes cuatro de octubre. Ortonville Lodge se ha ofrecido amablemente para realizar allí el evento. Los boletos que fueron comprados para el baile original serán honrados y los boletos para el baile reprogramado estarán disponibles para que los de tercer y último año los compren en la cafetería la próxima semana. El partido de Bienvenida contra los Diablos Rojos en Kenosha ha sido reprogramado para el jueves tres de octubre y los autobuses dejarán el estacionamiento de la zona norte inmediatamente después del octavo periodo para los alumnos que deseen asistir al partido. La chica de primer año que acababa de leer tímidamente los anuncios se alejó del micrófono del sistema de audio de la escuela en la oficina administrativa para dejarle espacio a Amanda Portnoy, quien estaba lista para comenzar su discurso de un minuto. Amanda estaba postulada para presidente de la clase de último año contra Craig Babson, como lo hacía cada año. Incluso después de tres derrotas consecutivas, Craig debió haberse dado cuenta de que aun existiendo la posibilidad de perder por cuarta vez consecutiva, valdría la pena la reivindicación que sentiría si de hecho llegaba a ganar realmente el último año y podría ser capaz de incluir la posición en sus solicitudes para la universidad. Amanda se acercó al micrófono con su discurso preparado en tarjetas.

Mi cerebro estaba todavía demasiado centrado en la mención sobre el baile de Bienvenida siendo reprogramado como para prestarle mucha atención a lo que Amanda decía. ¿Cómo posiblemente podía el Principal Nylander pensar que esto estaría bien poco después de la muerte de Olivia? ¿Nombrarían a un rey y a una reina del baile? Traté de imaginar al Principal Nylander de pie en un podio en el salón de banquetes en Ortonville Lodge, el único hotel resort en millas, anunciando el nombre de la reina del baile. Sólo Olivia podría haber recibido tantos votos como para ganar. Pensé en su tumba desnuda, ni siquiera marcada por una lápida. Se sentía mal para mí que la vida continuara tan rápido sin ella. —En primer lugar, me gustaría darle las gracias al director Nylander por la reprogramar el baile de Bienvenida. Celebrar la vida y nuestro tiempo juntos como compañeros de clase es la mejor manera para recuperarnos de la tragedia que nuestra escuela sufrió hace dos semanas. Nunca debemos olvidarnos que la vida es corta y cada minuto cuenta—estaba diciendo Hannah en el micrófono. Ella estaba tan fresca, tan serena, que su comentario improvisado acerca del anuncio del baile de Bienvenida parecía ensayado. Todos los candidatos de último año habían dado sus discursos ya y yo no había oído ni una sola palabra. Tendría que dar un paso hacia el micrófono en menos de cinco minutos y apenas podía concentrarme. La idea de ponerme realmente el vestido lavanda que había comprado para el baile —cuando todavía soñaba en bailar con Evan debajo de la bola de discoteca— me hizo sentir mareada. ¿Iría al baile con Trey? ¿Candace y Mischa boicotearían el baile? ¿Pete se atrevería a asistir? —Mckenna —susurró Hannah. Era mi turno. Tracy estaba de pie al lado del micrófono, habiendo recién terminado su discurso, y estaba forzando una sonrisa hacia mí. Agarré entre mis dedos las tarjetas que había escrito por mí misma la noche anterior y di un paso hacia el micrófono, evitando la mirada de Jason Arkadian. No había oído ni una sola palabra del discurso de Hannah después de que ella tan elocuentemente hiciera referencia a la muerte de Olivia como si ella no hubiera tenido nada que ver con ello. Los discursos de Michael y Tracy se habían apresurado a través de mis oídos sin que ni una sola frase quedara grabada. Todo lo que podía hacer era leer las notas de mis tarjetas y luego Jason daría paso hacia el micrófono y posiblemente me opacaría. —Ejem —comencé, tratando de enfocarme, pero todavía distraída por la idea del baile—. Soy Mckenna Brady y soy candidata para tesorera de la clase de tercer año. Como mencionó Tracy, tenemos un montón de ideas interesantes para este año, pero para que todos podamos participar es necesario recaudar dinero. En lugar de centrarnos en la recaudación de fondos que nos obliguen a vender dulces o queso u otras cosas a nuestros vecinos y miembros de nuestras familia como solemos hacer, como parte de mi plataforma de campaña estoy proponiendo que ofrezcamos una serie de servicios a nuestra comunidad que implicará un pequeño compromiso de tiempo por parte de todos nosotros en lugar de una obligación de cumplir con una meta financiera individual. Mi voz estaba temblando y yo luchaba por leer mi propia caligrafía en las tarjetas de notas. Me imaginaba como toda la escuela estaba reaccionando a mi discurso en este punto, casi doce minutos de discursos del Consejo de Estudiantes; estaba segura de que estarían arrojando bolitas de papel y se estarían pasando notas en cada clase. Pero yo tenía que presionar, si no sólo para ganar las elecciones, para evitar quedar como una completa tonta. —Algunas de las ideas que he estado considerando son servicios de jardinería, limpieza durante el otoño, servicio para sacar la nieve durante el invierno y un puesto en los Días de Winnebago donde podamos ofrecer nuestros propios talentos a Willow y hacer algo de dinero para nuestro viaje, así como también adquirir experiencia para poner en nuestras aplicaciones de la universidad. —Dudé, sabiendo que me iba a odiar a mí misma por lo que estaba a punto de decir a continuación, pero si Hannah había ido allí tendría que hacerlo yo también—. Todos

pueden estar de acuerdo en que ofrecerse voluntario después de la escuela o en un fin de semana apesta. Pero merecemos que nuestro tercer año sea un gran momento en nuestra vida. Nuestra clase ha experimentado una gran pérdida este año y nos debemos los unos a los otros comprometernos para hacer que el resto del año sea tan divertido y tan memorable como nos sea posible. Si ustedes votan por mí, voy a trabajar incansablemente para asegurarme de que este año sea uno que todos recordemos con cariño. Mientras me alejaba del micrófono, mis manos estaban temblando. Pude oír a una de las secretarias de la oficina sorbiendo por la nariz, y cuando me giré, la vi secándose una lágrima en la comisura de sus ojos con un pañuelo de papel. Ella me dio un pulgar hacia arriba. Michael Walton me dio una palmadita en la espalda con una sonrisa amistosa. Hannah articuló “buen trabajo” hacía mí silenciosamente. Tracy sonrió con impaciencia y batió sus pestañas hacia mí. Ella realmente estaba empezando a molestarme, especialmente porque ella había complacido a Hannah con tanta rapidez. Ella no tenía ni idea en lo que se estaba metiendo. El discurso de Jason se centró en la necesidad de iniciar la construcción de nuestros ahorros de nuestra clase para que cuando estemos en último año podamos permitirnos un gran regalo. Su voz estaba temblando y tartamudeó dos veces, tropezando con sus propias palabras. Me sentí un poco mal por Jason y me pregunté si podría haber sido un movimiento más sabio para mí sólo haber fallado en mi discurso y entregarle la elección. Tal vez mi mamá había tenido razón; era codicioso tomar algo que realmente no quería. Después de la escuela, Hannah me arrinconó en mi casillero con su mochila ya por sus hombros. —Deberías venir a mi casa. Podríamos hornear magdalenas y repartirlas a la hora del almuerzo de mañana. Como una promoción para la campaña. Pensé en el capítulo de historia que tenía que leer esta noche sobre la Constitución y los ejercicios de conjugación de verbos en español que había dejado sin hacer en la sala de estudio, pero me obligué a sonreír. Una invitación a la casa de Hannah era demasiado lucrativa para dejarla pasar. ¿Quién sabía cuándo habría otra oportunidad? —Claro, eso suena genial. Sólo tengo que mandarle un mensaje de texto a mi mamá y avisarle que no voy directo a casa. Hannah vivía en las afueras de la ciudad al final de la ruta del autobús a lo largo de un camino en el que creía no haber estado jamás. Su casa estaba apartada de la calle, casi completamente escondida por los espesos árboles de hojas perennes, con las puntas afiladas de su techo entramado asomándose por encima de los picos verdes. —Wow, tú vives, como, en el medio de la nada —le comenté mientras nos bajábamos del autobús y el conductor salía a toda velocidad detrás de nosotras. Ya me estaba preguntando cómo diablos le daría direcciones a mi mamá para que me recogiera más tarde. —No te preocupes, no es tan lejos —me aseguró Hannah, liderando el viaje por el largo, sombreado camino que conectaba la carretera principal con su casa. Tan pronto como estuvimos a la sombra de los árboles, sentí como si estuviera entrando a otro mundo, y naturalmente, mis defensas se levantaron. La lluvia había cesado temporalmente y la luz del sol que hacía su camino a través de las agujas de los pinos dejaba patrones a lo largo del pavimento por donde caminábamos. Los pesados y húmedos olores del suelo, pinos y hojas en descomposición, se acercaban a nosotras y el canto de los pájaros de arriba mareaba. Después de una curva en el camino rodeado del bosque, pude ver la casa emerger delante de nosotras. El camino dio paso a la grava y se convirtió en un camino circular rodeando una fuente en frente de la casa. Escalones de cemento blanco llevaban a la puerta principal de la

casa que parecía ser de tres pisos, con elaboradas persianas sobre sus ventanas. Bellos Geranios rojos crecían en enormes macetas de cerámica a ambos lados de la puerta principal. La casa de los Simmons lucía más como una señorial casa inglesa que cualquier casa que jamás hubiera visto antes dentro de los límites de la ciudad. —¿Cómo hicieron tus padres para encontrar esta casa? —pregunté, no sólo para conseguir información, sino también por mi propia curiosidad personal. ¿Por qué una familia con tanto dinero como para comprar una casa como esta querría vivir en Willow, Wisconsin? —Bueno, no es tanto como si ellos encontraron la casa. Fue más como si la casa los encontró a ellos. —Hannah suspiró, sacando las llaves del bolsillo con cremallera de su mochila. Subimos los escalones de la entrada—. Es la casa donde mi padre creció. Cuando mi abuela murió hace dos años, mi tío quería venderla, pero mi padre realmente quería mantenerla en la familia. Yo solía venir aquí en las vacaciones de verano cuando era una niña pequeña y pensaba que era como un castillo. La puerta principal se abrió y la frescura del pasillo de enfrente nos abordó incluso antes de haber entrado. Sentí como si estuviese entando a un museo caminaba a través de la puerta al vestíbulo de Hannah. Todo era de madera pulida y una enorme escalera conducía del vestíbulo a un fantástico balcón en el segundo piso que daba a la sala de estar. Una enorme alfombra Persa de ricos tonos de color azul turquesa, menta y fucsia cubría el suelo de madera oscura de la sala de estar y todo el mobiliario parecía ser antiguo, expertamente re-tapizado. Mientras entrábamos y Hannah se quitaba los zapatos, a nuestra derecha vi una pintura al óleo con un marco lleno de ornamentos colgando sobre la chimenea. Representaba lo que parecía ser una familia de cuatro personas: un marido sonriendo cortésmente en un traje oscuro, una esposa con cabello delicadamente enrulado, y dos desgarbados hijos adolescentes. La mujer, quien supuse era la abuela de Hannah, tenía las manos colocadas suavemente en los hombros de sus hijos sentados. A diferencia de los otros retratos que había visto en los museos de las familias adineradas, los abuelos de Hannah estaban vestidos con modestia. La abuela de Hannah llevaba lo que parecía una sencilla blusa de seda de un color verde azulado, abierta en el cuello para revelar un delicado colgante de oro en lugar de una gruesa cuerda de perlas o diamantes elaborados. Hannah no se parecía mucho a su abuela, cuya tez era de color rosa y su cabello de un tono oscuro de rubio en comparación a la piel de porcelana de Hannah y su cabello negro. En el retrato, su abuela sonreía cálidamente, pacientemente, llenando la habitación con una presencia acogedora. —Esto es increíble —dije, sonando más impresionada de lo que pretendía. Pero lo estaba. Nunca en toda mi vida había entrado en una casa así. Ni siquiera creía que la gente real de hoy en día viviera en casas tan enormes; era como una casa de película ambientada en otro tiempo. Extrañamente, no había nada espeluznante o embrujado alrededor de la casa. Las ventanas eran enormes, llenando la casa con alegre y brillante luz solar a pesar de la espesa capa de árboles rodeándola en el exterior. —Sí, es bastante grande —admitió Hannah—. Nuestra casa en Like Forest era mucho más pequeña. Esta es lujosa y todo, pero mis padres pasaron un año remodelándola antes de mudarnos aquí. Había un montón de cosas viejas que necesitaban ser reemplazadas. Como, no tenía un lavavajillas. Mi mamá no estaba dispuesta a mudarse a Winsconsin sin al menos una de esas. La única opción que teníamos para mudarnos aquí era venderla a los demoledores que querían destruir la casa y echarla abajo para construir condominios. Mi abuela en serio saldría de su tumba si nosotros dejábamos que eso sucediera. Es una especie de lugar especial. En la enorme cocina, Hannah comenzó a decirme, mientras sacaba una caja de mezcla para pastel de un gabinete, que su padre había sido un banquero inversionista en Chicago, pero que

se había tomado un tiempo después de que se abuela murió para establecer su propio fondo y tomar clientes privados así él podría trabajar por su cuenta en Winsconsin. —Hay huevos en la nevera —dijo Hannah, sugiriendo que yo debía ir a buscarlos. La madre de Hannah tenía un mezclador automático de lujo, de esos que me imaginaba que tenían los chefs profesionales, y me pregunté, mientras abría la nevera y me quedaba boquiabierta ante la cantidad de alimentos, lo que mi madre habría hecho en la casa de los Simmons. Ella no se dejaba impresionar fácilmente por la riqueza, pero los Simmons eran obviamente muy, muy ricos. Mientras batíamos la rica masa de chocolate y la vertíamos en los moldes para magdalenas, me enteré de que Hannah era hija única. Ella me dijo que sus padres intentaron tener otro hijo después de ella, pero no tuvieron éxito, y por un largo tiempo sus problemas de infertilidad pusieron tal tensión en su matrimonio que ella estaba segura que se iban a divorciar. Ella compartió conmigo que en su antigua escuela ella tenía un novio llamado Eric, y que habían decidido terminar antes que ella se mudara a Willow en lugar de tratar de mantenerse en contacto. Conducir desde Willow a Lake Forest tomaba más de cuatro horas. Sabían que su relación no era lo suficientemente madura para durar. Hannah había estado tan molesta por eso que había borrado todos sus perfiles en las redes sociales simplemente porque no quería saber los detalles cuando Eric comenzara a salir con alguien más. Tal vez esa era su manera sutil de responder a una de las preguntas de la lista de Mischa; yo no estaba segura. Si Hannah tenía una manera sobrenatural de saber lo que estaba en la lista, estaba haciendo un muy buen trabajo respondiéndolas una por una. Hannah parecía tan relajada y abierta conmigo que empecé a olvidarme un poco de las circunstancias por las que me había invitado a su casa. En su soleada cocina, mientras ella calentaba el horno y se movía de gabinete en gabinete, era fácil olvidar que Olivia acababa de morir. Que mis amigas me habían encargado conseguir pruebas incriminatorias que apoyaran nuestra teoría de que Hannah había sido responsable. Que se suponía que debía estar cavando por información. —¿Qué hay de ti? —preguntó Hannah después que el primer lote de magdalenas hubiese sido colocado con cuidado sobre la rejilla del horno. Ella estaba sirviendo dos vasos de refresco de dieta para nosotras—. ¿Es ese chico con el que te he visto caminar a la escuela tu novio? Mi corazón dio un vuelco y mis miembros se entumecieron. Sentí sangre correr por mis mejillas, y me detuve antes de contestar, sabiendo que me había cogido con la guardia baja y probablemente tartamudearía. Pasaron tantas cosas por mi mente: ¿Hannah realmente nos había visto caminar juntos a la escuela? ¿Había sabido que Trey sería el conductor del coche en el accidente que mataría a Olivia? Recordé a Candace y Mischa molestando a Hannah en el cumpleaños de Olvia, sugiriéndole que ella y Trey serían una buena pareja. A pesar de que en ese momento, había parecido que Hannah realmente no tenía ni idea de quién era Trey, la sugerencia de que ellos serían una bonita pareja me llenó de celos ahora. En mi cabeza, rápidamente examiné todo lo que yo sabía sobre Hannah y Trey interactuando; Hannah sabía quién era Trey, pero no tenía ninguna prueba de que ellos hubiesen hablado alguna vez. —Trey es mi vecino —confesé, dándole solamente información que ella podría conseguir fácilmente por su cuenta—. Somos una especie de....amigos. Él tiene una reputación extraña en la escuela, ¿sabes? Hace semanas atrás, cuando Mischa y Candace estaban hablando de él, no dije nada porque ellas no lo entenderían. Nos conocemos desde que éramos muy pequeños. —¿Qué hay de antes de él? ¿Alguna vez saliste con alguien en la escuela? —inquirió, sus ojos enormes e inocentes. Por ninguna razón en particular otra que una sospecha muy extraña, sentí que estaba tramando algo. Como si fuera un león ralentizando su paso y bailando un poco antes

de acercarse a su presa. Mi mente estaba corriendo, tratando de escapar de ella. Quería avivar su curiosidad sobre mi pasado, pero no darle ningún detalle que ella pudiera utilizar para ponerme en peligro. La muerte de Moxie estaba todavía demasiado fresca en mi mente, y ni siquiera se lo había mencionado a Hannah. —No —dije con una risita, pensando que si era totalmente sincera con ella evitaría al menos ser capturada en cualquier mentira—. He perdido mucho peso durante el verano. En ese tiempo yo no era muy popular. Los muchachos no me daban segundas miradas. Nunca. Hannah parpadeó una vez, evidentemente sorprendida por mi confesión. Seguramente ella debía haber sabido que yo era más gorda antes del tercer año; todo el mundo en la escuela lo sabía, cualquiera podría haberle dicho. —Nunca me habría imaginado eso —dijo ella, y me di cuenta que estaba mintiendo. Quizás tener un psiquiatra por papá era una ventaja que no había considerado antes. Papá podía darse cuenta de inmediato cuando alguien mentía y tal vez yo había adquirido esa habilidad a través de mi cuidadosa observación de él. —Así que, ¿qué pasa con el baile? —preguntó ella, cambiando su curso—. ¿Vas a ir con Trey? Me encogí de hombros, no queriendo que ella supiera que no tenía una respuesta. Instintivamente yo quería ir al baile porque eso era lo que todos en las clases de tercer y último año harían, y yo quería ser como todos los demás. Pero en verdad, en mi corazón, si existía la posibilidad de que Trey se sintiera incómodo con el baile, yo no quería ir. Cuanto más pensaba en ello, si nosotros íbamos juntos y salíamos a la pista de baile, definitivamente él sería apuntado y mirado. —No lo sé —dije—. No estoy segura de sí mi corazón está en ello ahora mismo. Todo era diferente hace unas semanas. —¡Oh Dios mío, McKenna! —exclamó Hannah—. ¡Tienes que ir! Quiero decir, mira. Es terrible que Olivia haya muerto. Pero este sigue siendo nuestro tercer año. La vida sigue, ¿sabes? Las magdalenas horneadas llenaron la casa con un delicioso aroma, y el sol fuera de las ventanas de la cocina de Hannah comenzó a ponerse. Usando guantes de cocina, retiré las primeras tres bandejas de magdalenas y Hannah puso las siguientes tres a hornear. Cuando echó su cuerpo hacia atrás del calor del horno, hizo una mueca y sus manos volaron a su pecho. —Ouch —murmuró. El medallón alrededor de su cuello se había calentado a una alta temperatura mientras ella estaba organizando las bandejas en el horno y cuando ella se inclinó hacia atrás, le había queado la piel de su pecho, dejando una pequeña marca roja Entramos a la sala de estar por una puerta de la cocina para ver la televisión por treinta minutos mientras el siguiente lote se horneaba, y luego Hannah hojeó las páginas del libro de cocina de su mamá hasta que encontró la receta del glaseado de crema de mantequilla. En el mezclador pusimos una enorme bolsa de azúcar en polvo, una pizca de vainilla y barras de mantequilla a temperatura ambiente. Mientras las aspas de la batidora daban vueltas, me di cuenta de que se estaba haciendo la hora de la cena. No había comido desde que tragué mi ensalada en el almuerzo y mi estómago estaba gruñendo. —Prueba —me ordenó Hannah como si pudiera oír a mi estómago gruñendo. Ella me dio una magdalena de chocolate todavía caliente del horno con una gruesa capa de glaseado de vainilla en la parte superior. Aleje la magdalena con mis manos, negándome.

—No, no, no puedo comer eso. En algún lugar cercano, escuché el zumbido de una puerta de garaje automática abriéndose y el motor de un coche apagarse. —McKenna —dijo Hannah con severidad—. No puedes evitar comer para siempre. Es sólo una magdalena. Me encogí de hombros, realmente con ganas de comer esa magdalena. —Como bastante. Simplemente no puedo comer una magdalena. Incluso si es sólo una, e difícil para mí parar después de una. En otra parte de la casa, probablemente a unas pocas habitaciones de distancia, oí una puerta abrirse y cerrarse, y el sonido de unos tacones altos acercándose por el piso de madera. Hannah frunció el ceño, luciendo preocupada. Dejó la magdalena de nuevo en el plato junto con las otras de la primera tanda. —A mí me suena como si necesitaras ayuda, McKenna. Tal vez estás llevando tu pérdida de peso demasiado lejos. Momentáneamente me llené de pánico, preguntándome a dónde quería llegar Hannah. Yo no había perdido peso durante el verano a causa de medidas drásticas. Pero mi preocupación por lo que ella podría haber estado conspirando para mí fue abandonada rápidamente tan pronto como una mujer bien vestida, con el cabello castaño y liso hasta los hombros llevando un traje de lana de color beige entró en la cocina con un maletín. Ella era tan bonita como Hannah con los mismos brillantes ojos azules. —Hola mamá —dijo Hannah, apenas dándose la vuelta para mirar a su madre—. Ella es McKenna. Ella se está postulando para tesorera y estamos haciendo magdalenas para la campaña. —Bueno, eso es muy dulce —dijo la señora Simmons, sonriéndome—. ¿Has vivido en Willow por mucho tiempo, McKenna? —Toda mi vida —respondí con un dejo de orgullo. Hannah y su madre me llevaron a casa una hora más tarde y no pude evitar encogerme cuando su lujoso Audi blanco se detuvo delante de nuestra pobre casa de un piso. Durante la cena, le pregunté a mi madre si sabía de alguna familia influyente en este pueblo con el apellido Simmons, tratando de tener una mejor idea de quiénes habían sido los abuelos de Hannah y cómo se habían hecho de riqueza. Mi madre, que había crecido en St. Louis, nunca había oído hablar de ningún Simmons en la ciudad y me animó a llamar a mi padre, que había crecido en Ortonville. Cuando marqué su número fue directo al correo de voz, e incluso si le dejaba un mensaje sabía que no me iba a llamar esta noche. Debí haberme sentido orgullosa de mí misma cuando escribí mi reporte por correo a Mischa y Candace con todos mis descubrimientos acerca de la vida de Hannah antes de su llegada a nuestra escuela. Pero en cambio, pensé en la expresión siniestra de su cara cuando ella se había despedido desde el oscuro asiento delantero del coche de su madre. Le había dado, sin saberlo, algo que ella quería. Estaba segura de ello, aunque no sabía exactamente qué. Más tarde esa noche, mientras me estaba preparando para ir a la cama y sentía una creciente inquietud por el momento en que tendría que apagar las luces, recibí un mensaje de Trey. Era una sola palabra: ¿Baile?

Le contesté el mensaje después de un momento de deliberación: Depende de ti Cuando no hubo respuesta después de casi diez minutos, miré a mi cama con mi mano sobre el interruptor de la luz. Apagué la luz y me quedé inmóvil durante tres segundos antes de admitir que tenía demasiado miedo de estar sola en mi habitación como para dormir realmente. Así que decidí tratar de dormir con la luz encendida y me metí en la cama. Incluso con el enredón tirado sobre mí, me sentía como un bicho raro cerrando los ojos con la lámpara en el techo todavía inundando mi habitación con luz. Oí unos golpecitos suaves en mi ventana que me hicieron saltar del miedo. Cuando el golpeteo se detuvo y luego comenzó de nuevo, razoné que un espíritu maligno probablemente no tendría los modales de golpear antes de entrar. Me moví en silencio hasta mi ventana y abrí las persianas. Trey estaba de pie afuera en una remera blanca y pantalones deportivos, temblando. Sorprendida de verlo afuera, alcé mi ventana. —¿Qué estás haciendo? —susurré, no queriendo que mi mamá al otro lado de la pared nos oyera. —¿Por qué tus luces siguen encendidas? —preguntó. —Porque —farfullé—, tengo miedo de estar sola. Él me indicó que levantara la ventana y lo hice, sabiendo que mi madre me mataría si se enteraba que estaba invitando a un chico en pijama a mi habitación a una hora tan tarde. Me tomó varios intentos levantar la pantalla de la ventana porque estaba atascada, no podía recordar haberla levantado ninguna vez. Trey de encaramó y se subió en silencio. Una vez que estuvo dentro de mi habitación y habíamos bajado la pantalla y cerrado la ventana nuevamente, la realidad me golpeó: tenía a un chico en mi habitación a la hora de dormir. Él miró alrededor de mi pequeña habitación con asombro, como si estuviese asimilándolo todo, a pesar de que había estado allí hace poco sin mí el día que había llevado a Moxie para su entierro. —Algo raro pasó anoche. Se sentía como si algo estuviera aquí conmigo —me apresuré a explicar. Me di cuenta de lo absurdas que sonaban las palabras mientras salían de mi boca, pero un montón de cosas extrañas habían sucedido en un muy corto período de tiempo, así que no sentí ninguna necesidad de explicarme a mí misma—. ¿Recuerdas la noche que estuvimos afuera con los gatitos, dijiste que sentías como si alguien estuviera mirándonos? Fue así, sólo que... más espeluznante. —Me quedaré si quieres, al menos hasta que te duermas —ofreció en un susurro, sin dejar de mirar alrededor de mi habitación como si hubiera una trampa mortal en alguna parte. —No… si te quedas, necesito que lo hagas hasta el amanecer —le pedí, segura de que lo que sea que interrumpió mi sueño la noche anterior, lo haría de nuevo cuando Trey me dejara. Sabía que estaba haciendo una solicitud presuntuosa, pidiéndole a un chico pasar toda la noche en mi habitación conmigo, pero estaba tan aterrada de quedarme dormida sola que le pregunté de todos modos. —Está bien. —Trey se encogió de hombros. Pasé la cerradura de la puerta de mi dormitorio sólo por si acaso mi mamá intentaba abrirla por la mañana, a pesar de que rara vez hacía eso. —Apaga la luz —ordenó Trey—, por si acaso tu madre tiene curiosidad de porqué están encendidas. No necesito más sermones extraños de mis padres acerca de las responsabilidades

de un adulto en estos momentos. Ya he tenido suficiente tiempo en familia en las últimas dos semanas como para que me dure por el resto de mi vida. Los dos nos metimos en mi estrecha cama, y se me ocurrió, una vez que estuvimos en paralelo debajo de mi edredón, que Trey podría haber venido con otras intenciones en mente que no fueran protegerme de los malos espíritus. Pero sin siquiera tratar de besarme o tocarme con avidez, puso su cabeza en mi almohada y puso un brazo protector alrededor de mí. Nuestros ojos se acostumbraron a la oscuridad de la habitación y me relajé un poco cuando pude ver el blanco de sus ojos a escasos centímetros de los míos. —Así que, ¿averiguaste algo interesante de Hannah hoy? —preguntó—. ¿O es que ustedes sólo se trenzaron el pelo y comieron Hot Pockets e hicieron lo que sea que hacen las niñas? —¿Te refieres a hacernos cosquillas unas a otras con grandes plumas, y llamar a chicos guapos y luego colgar? —bromeé. —¿Eras tú quién me estuvo llamando? Compartí con Trey todo lo que había aprendido, lo que me había parecido importante mientras estaba en la cocina de Hannah, pero parecía vergonzosamente insignificante ahora que le estaba repitiendo todo. Mi mención de la muerte de la abuela de Hannah, la herencia de la magnífica casa detrás de los árboles pereció captar su atención. —Por lo tanto, esta abuela... ¿murió hace poco? —preguntó Trey en voz baja—. Eso podría ser algo. —Sonó como si ella hubiese muerto hace dos años. Hannah dijo que sus padres pasaron todo un año renovando la casa. Trey reflexionó sobre eso. —Así que es el momento oportuno. ¿Era especialmente cercana a su abuela? Traté de recordar a Hannah mencionando alguna cosa que insinuara alguna relación cercana entre ella y su abuela, pero no se me ocurrió nada. —No recuerdo. —Así que, ese libro de la biblioteca dice que muchas veces un espíritu utilizará un objeto de su vida pasada para conectarse con el médium —reflexionó Trey en voz alta—. ¿Hay alguna cosa que tal vez la abuela de Hannah le pudo haber dado a para que pudiera hacer de canal de comunicación? Traté de aclarar mi mente para formar una imagen de Hannah. En mi cabeza, me imaginé su pelo largo, esas largas pestañas... pero entonces fui claramente consciente de la sensación de respiración que había experimentado la noche anterior.

Dentro, fuera. Clavé mis uñas en el brazo de Trey y susurré con voz ronca: —¿Escuchas eso? Sus ojos eran enormes, mirando directamente hacia mí. —No escucho nada, pero puedo sentirlo. —Trey me acercó más a él. Los dos nos quedamos acostados en silencio por un momento antes de que yo preguntara:

—¿Qué deberíamos hacer? Trey negó con la cabeza muy despacio, tan lento que fue casi imperceptible. —Nada, veamos qué sucede. La habitación, como la noche anterior, se puso escalofriantemente fría. Sentí la punta de mi nariz convertirse en hielo y pude ver vapor escapándose de las fosas nasales de Trey en pequeñas bocanadas. La sensación de respiración en la habitación se estaba volviendo cada vez más fuerte y me agarré del brazo de Trey con más fuerza. Se sentía como si la energía estuviera siendo arrastrada fuera de mi cuerpo mientras la presencia tiraba de mí hacia el techo ligeramente y luego soltaba, de nuevo con el ritmo constante de... inhala. Exhala. Estaba paralizada por el miedo, esperando sentir el mismo dedo húmedo que se había presionado contra mi brazo haciéndome sentir escalofríos de nuevo esa noche. ¿Por qué había sido tan estúpida como para pensar que estaría más segura con Trey? Él estaba tan indefenso como yo en contra de esta cosa, fuera lo que fuese, que presumiblemente Hannah había lanzado sobre mí. Mi estómago se ató en nudo y supe que la brecha de tiempo en la que pude haber encontrado el coraje de hacer mi camino hacia el interruptor de la luz ya había pasado. No había nada que hacer más que esperar a que este terror siga su curso. Empecé a escuchar un golpeteo bajo. Trey se atrevió a sentarse un poco para ver a través de mi habitación y un momento después, lo hice también. El estante sobre mi escritorio estaba vibrando. Al principio era casi imperceptible, pero en menos de un minuto estaba temblando tanto que temía que cayera de la pared en cualquier momento, hiciera un estrépito contra mi escritorio y despertara a mi mamá. Era la estantería en la que mantenía mis discos compactos, la mayoría de ellos me los había dado mi padre cuando yo todavía estaba en la escuela media. Rara vez escuchaba uno de ellos ya que había descargado toda la música que me gustaba en mi iPod. Trey y yo vimos al estante sacudiéndose contra la pared; pudimos ver los tornillos sujetándolo en su lugar contra los paneles de yeso siendo visiblemente sacados por la fuerza. De repente un disco compacto en un estuche de plástico cayó de la estantería sobre la parte superior de mi escritorio. La estantería dejó de moverse de inmediato y la frialdad de mi habitación desapareció. Si no fuera por ese único disco compacto fuera de lugar habría sido fácil pensar que tal vez habíamos imaginado los últimos minutos de fenómenos extraños en mi habitación. Trey y yo nos sentamos, congelados de miedo, por un momento largo y desgarrador antes de que ninguno de nosotros se atreviera a moverse. Estaba segura de que en cualquier momento mi madre vendría a llamar a mi puerta, exigiendo saber por qué surgía tanto ruido de mi habitación a estas horas. Pero mientras agudizaba mis oídos para escuchar qué estaba sucediendo en la casa más allá de las cuatro paredes de mi dormitorio, estuve sorprendida de no oír nada en absoluto salvo el tic tac del reloj en la repisa de la chimenea en el salón. La casa estaba en paz. —¿Qué demonios fue eso? —me preguntó Trey. Solté el agarre de su brazo y me di cuenta que mis uñas habían roto la piel. Semicírculos rojos quedaron donde mis uñas se habían clavado. —Lo siento —dije—. No sé qué es esa cosa. Pero es la razón por la que iba a dormir con las luces encendidas esta noche. —¿Esto es lo que sucedió aquí la otra noche? —me preguntó Trey, sacudido por el evento. —No exactamente así, pero sí. Trey empujó atrás mi edredón y se dirigió a mi escritorio. Encendió la lámpara pequeña y levantó el disco compacto que había sido desalojado de su lugar en el estante.

—Death Cab for Cutie —leyó de su portada, alzándolo para que lo viera—. Así que el fantasma que te persigue tiene un gusto de mierda por la música. —Oye —le advertí. Sabia sin moverme de la cama exactamente qué CD era: un single de Soul Meets Body que mi papá me había enviado desde Florida después de que había escuchado un fragmento de la canción sonando en el centro comercial cundo fui a visitarlo. Le había encargado averiguar el nombre de la canción, dándole sólo un puñado de la letra que podía recordar. No podía recordar la última vez que había escuchado esa canción y estaba totalmente perdida si lo que fuera que seguía entrando a mi habitación quería que encontrase un significado en él. Trey levantó el CD como para colocarlo en la estantería de nuevo e inmediatamente dije: —¡N! Temía que al restaurarlo a su posición podría ser razón suficiente para que cualquier cosa que hubiese sido lo de antes volviera. Trey dejó el CD de nuevo en mi escritorio. —La lámpara permanecerá encendida —indicó antes de volver a acostarse conmigo en la cama. Esta vez, cuando él envolvió su brazo alrededor de mí, estuve segura de que no volveríamos a ser visitados esta noche. Me di cuenta que sus pies estaban desnudos y congelados cuando los míos se envolvieron con los suyos en la parte inferior de mi cama. —Así que, fuera lo que fuese eso, ¿hizo esto antes? —preguntó. —No exactamente. Anoche no sacudió mis muebles, pero creo que me tocó. —Caray. No creo que eso fuera la abuela de nadie. Es decir, la gente mayor no escucha Death Cab for Cutie, ¿verdad? Dudé antes de confesar lo que había estado en mi mente todo el día. —Pudo haber sido Jennie. —¿Tu hermana? ¿Por qué tu hermana querría inquietarte? ¿Y por qué después de todos estos años? —preguntó. Quería contarle sobre el día después del incendio en el hospital, sobre cómo mis padres habían creído que yo había muerto en el incendio y que Jennie había sido salvada pero no pude encontrar las palabras. —Yo creo que podría ser cualquier espíritu que Hannah convocó cuando ustedes estaban jugando a ese juego. Necesitamos saber más acerca de su abuela. Si no es ella la que fue detrás de Oliva y está aterrorizándote a ti ahora, entonces tal vez es otro espíritu que la utilizó como un canal con Hannah. Los dos nos quedamos en silencio durante unos minutos y su respiración se estabilizó. Me preguntaba si tal vez él se había quedado dormido. —Me alegro de que estés aquí —susurré—. Estoy comenzando a penar que me estoy volviendo loca. —Tú no te estas volviendo loca —murmuró, sonando cansado—. Lo que está pasando aquí es muy real. Creo que tenemos que encontrar la manera de comunicarnos con esa cosa, sea lo que sea, y decirle que se pierda. Él me dio un beso en la frente.

Cuando me desperté a la mañana siguiente, el sol ya estaba alto, y la bombilla de mi lámpara de escritorio se había consumido en algún momento de la noche. Trey ya se había deslizado por el césped de nuevo hacia su habitación y el viento freso de la mañana entraba por la ventana abierta. Pensé en las palabras que había pronunciado justo antes de que los dos nos quedáramos dormidos. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Casi la última cosa que quería hacer era invitar a esa cosa a volver.

CAPITULO 10 Traducido por Mica :) Corregido por 1Inna Nadie en la escuela se mostró sorprendido de que Hannah, Michael, Tracy y yo saliéramos elegidos para el Consejo de Estudiantes de la clase de tercer año la siguiente semana, excepto, tal vez, yo. Los votos se contaron el martes después de la escuela y fueron anunciados por el Sr. Dean el miércoles por la mañana en el aula. —Felicitaciones —me dijo Dan Marshall en mi casillero después de la escuela. Dan era amigo de Jason y yo me encogí un poco preguntándome cómo Jason estaba tomándose la noticia de mi victoria. Sabía muy bien lo doloroso que era tener esperanzas frutadas. Mientras recogía mis libros, divisé a Trey por el pasillo, acercándose desde el otro extremo, donde estaban la mayoría de los casilleros de los de último curso. Verlo envió un escalofrío de emoción por todo mi cuerpo. Sentir sus ojos en mi cuerpo incluso desde tan lejos hizo que mi corazón latiera más rápido. Él nunca había caminado hacia mi casillero antes, para no darles a las personas razones para cotillear, a pesar de que había estado entrando por mi ventana todas las noches durante una semana, pero el día que fui nombrada tesorera, lo hizo. Era emocionante compartir entre nosotros el secreto de nuestras noches, incluso aunque estuviéramos demasiado asustados como para tontear entre mis sábanas, mientras que todos en la escuela eran ajenos. Él puso sus manos en mi cadera y plantó un suave y lento beso justo en mi boca. La cercanía de su cuerpo junto al mío hizo que mi cabeza girara. Pude probar el sabor de la goma de mascar en sus labios, sentir el calor de su piel a través de su chaqueta. —Disculpen —escuché a Dan excusarse a mi lado mientras salía de nuestro camino, cerraba su casillero y nos dejaba solos. Dan era un buen chico, el tipo de persona que siempre hacía la tarea y tenía una gran cantidad de camisetas de polo. Él no tenía casi nada en común con Trey salvo el interés romántico en mí. Sentí momentáneamente un poco de pena por él, pero era probablemente el momento adecuado para que finalmente sepa que estaba más o menos fuera del mercado. Cuando Trey y yo nos separamos, vi cómo unos chicos nos contemplaban con sorpresa desde sus casilleros. —Felicitaciones Señora Tesorera —se burló Trey de mí—. No puedo creer que esté saliendo con un funcionario del Consejo de Estudiantes. De camino a casa, yo estaba eufórica. Mis compañeros —los mismos idiotas que me habían llamado “gorda” y “vaca” hace no más de seis meses— habían votado por mí. Por mí. En realidad había ganado lo que podía considerarse como un concurso de popularidad. El aterrador espíritu que se había aparecido dos veces en mi habitación no volvió a aparecer desde la noche en que tiró el disco compacto desde mi estantería, y estaba sintiendo un poco más como si la vida estuviera volviendo a la normalidad. Esa tarde mientras Trey y yo caminábamos a casa moviendo los brazos felizmente, nos permitimos pensar que la actividad paranormal que Hannah había traído a nuestras vidas se había terminado. Las hojas de los árboles que rodeaban la ruta rural que nos llevaba de nuevo a la Calle Martha habían pasado de tonos verdes vibrantes a cálidas tonalidades de oro y caqui, y en sólo un par de semanas más las ramas estarían desnudas y la nieve empezaría a caer.

Sin embargo el entusiasmo por mi victoria duró poco. Cuando Trey y yo llegamos a casa, el coche de mi madre estaba aparcado en el camino de entrada, lo cual era un poco curioso, ya que por lo general ella estaba enseñando los miércoles y no llegaba hasta más tarde. La encontramos en la sala de mi casa, había regresado de la universidad temprano para darnos una sorpresa a nosotros. —Lo sé, es una locura —admitió mamá, sentada en el suelo con una cachorrita callejera blanco y negro. La cachorra estaba comiendo un hueso de cuero crudo que era tan grande como su propio cuerpo—. La casa está tan vacía sin Moxie. Y tú te irás a la universidad antes de que me dé cuenta. —Mamá pero... —Me detuve. La pequeña perrita hermosa, con sus ojos de color cacao líquido y su salado olor a cachorro me abrumó con tristeza. Todo en lo que podía pensar era en cómo Hannah había sabido de Moxie sin siquiera haberla visto. Mi madre tenía las mejores intenciones al traer un animalito inocente a casa para hacerle compañía, pero ella no tenía la menor idea del peligro que podía correr esta perra. Ella había llamado a la cachorra Maude. No quería enamorarme de Maude, no quería sentir su nariz fría y húmeda contra mi mano, no quería preocuparme en lo más mínimo por ella, temía que al segundo que lo hiciera, ella estaría vulnerable frente al juego de Hannah. —Hazme un favor, cariño y ve a buscar el plato de comida de Moxie y su correa al garaje —me pidió mamá Suspiré y entre al garaje por la puerta de la cocina. Utilizábamos principalmente nuestro garaje anexo para almacenamiento. Mamá sólo aparcaba el coche allí en invierno porque inevitablemente la primera helada la obligaba a pasar todo un sábado acomodando cajas para hacer espacio. Trey me siguió hasta el garaje, y yo miré alrededor despistada por un momento, no teniendo idea de dónde había dejado el plato de comida o el bebedero de Moxie la mañana después de que ella murió. —Tal vez... —Levanté una caja del gigantesco y viejo banco de trabajo de mi padre y miré adentro. No contenía más que decoraciones de navidad. Entonces me acordé poner los cuencos en una de las cajas del estante de abajo, cerca de la cortadora de césped. Cuando levanté una de las cajas, que tenía una de sus solapas de cartón ya a medio abierta, con la intención de ponerla en el suelo para poder ver su contenido, las solapas inferiores de la caja cedieron y todo lo empacado dentro de ella calló al suelo. Antes de que me diera cuenta de lo que estaba mirando, me quedé sin aliento. Lo que me había golpeado directamente en el pie era uno de los juguetes Lite Brite por el que Jennie y yo habíamos luchado hace tantos años atrás. Bombillas de plásticos de colores estaban dispersas por el piso de cemento alrededor de mis pies. Recordé que los Lite Brite habían sido unos de los pocos juguetes que sobrevivieron al incendio, encajonados por los voluntarios de la Cruz Roja que habían recogido a través de los restos carbonizados de nuestra antigua casa. Pero ver el juguete no fue lo que me sobresaltó. Era que las bombillas de plástico de colores presionadas dentro de la pantalla negra habían formado, sin lugar a dudas, la letra H. —Mierda —murmuró Trey mirando sobre mi hombro y comprendiendo inmediatamente porque me estaba volviendo loca. —Es una señal Trey —balbuceé, al borde de las lágrimas—. Tiene que ser. Esta caja ha estado aquí durante años, por lo menos. Ni siquiera recuerdo haber jugado con ellos desde el incendio. Incluso Jennie pudo haber jugado con ellos. No puedo pensar en ninguna razón por la que

ninguna de nosotras haría esta letra con ocho años de edad. —Bien, puede que sea una señal. ¿Pero una señal de quién? —preguntó Trey—. Obviamente es una H. H para Hannah. Tú sabes, desde la semana pasada ambos hemos estado pensando que lo que entró a tu habitación venía a por ti. Pero, ¿y si eso, fuera lo que fuera... estaba tratando de advertirte? ¿O protegerte? —Eso no tiene sentido. ¡Nada de esto tiene sentido! ¿Por qué murió Olivia? ¿Por qué murió Moxie? ¿Por qué se cayó ese disco de mi estantería? Está demasiado desconectado —divagué. —Bueno, tal vez no está todo conectado —razonó Trey—. Nadie nunca dijo que los espíritus paranormales tenían que ser buenos administradores de proyectos. Tal vez Moxie murió de causas naturales porque ya era su tiempo. Quizás Death Cab for Cutie cayó fuera de la repisa porque era el que estaba muy a la orilla. Traté de recuperar mi aliento y calmarme, no queriendo alarmar a mi mamá por si ella pudiera oírnos alzar la voz desde donde estaba arrullando a la cachorra en la sala de estar. —No puedo soportar más esto —exclamé con voz ronca—. Cada vez que pienso que se terminó, sucede algo más extraño. Trey se apoyó contra el banco de trabajo de mi papá y se corrió las manos por su cabello oscuro. —Creo que tenemos que dar vuelta el marcador a esta cosa, McKenna. No estoy feliz por esto porque no estoy particularmente entusiasmado sobre adentrarnos más en ello de lo que ya estamos. Pero nos guste o no, ya estamos en esto. Es como un reality show. ¡Echar al fantasma! Esto no va a terminar hasta que nosotros lo terminemos. —Yo estoy en esto —le aclaré—. Yo jugué el juego. Soy yo la que está tratando de entrar en la cabeza de Hannah. —Yo soy el que estuvo en el coche con Olivia —me recordó Trey—. Ella sabía que esto era real. En los últimos momentos de su vida, ella supo que esto era real y que algo le iba a pasar y optó por no creerlo. Necesito saber por qué eso se la llevó a ella y no a mí también. Estoy en esto tanto como tú. Nos quedamos en silencio por unos minutos y supe sin siquiera preguntarle que los dos estábamos haciendo la misma cosa: escuchar, esperar, determinar si estábamos realmente solos o no. Esto se había convertido en nuestro hábito compartido durante la última semana. Apenas respirar, temer siquiera mirar demasiado de cerca a las sombras, sabiendo que en cualquier momento podría regresar. —Así que... ¿cómo cree tu chico James W. Listerman que debemos llegar a eso? —pregunté. Después de que Trey rechazara la oferta de mamá para cenar con nosotras y caminara por nuestro patio trasero a su propia casa, mamá me dijo en voz baja: —Tenemos que hablar. Era un evento muy raro cuando mi madre quería tener una conversación seria sobre cualquier cosa, y me senté en la mesa de la cocina mientras ella llenaba el tazón de Moxie de comida para cachorros para Maude abajo en el suelo. Jugueteé con mis pulgares nerviosamente, esperando en el fondo una charla incómoda sobre sexo o control natal pre-matrimonial o algo por el estilo basado en la cantidad de tiempo que Trey recientemente había pasado en nuestro sofá en lugar del suyo, mirando televisión. Pero en cambio ell dijo:

—Recibí una llamada a la oficina hoy de la Sra. Simmons. La madre de tu amiga Hannah. El aliento se atascó en mi garganta. Al instante recordé la sonrisa sarcástica que Hannah tenía en su rostro la noche que su madre me trajo a casa, la noche que habíamos horneado magdalenas. Hasta donde yo sabía, mi madre se había mantenido ajena a todo lo que había pasado en la fiesta de cumpleaños de Olivia. Si mi mamá se enteraba de que había participado en un tonto juego de ocultismo, ella me sermonearía por perder mi tiempo, pero ella no era de las que cree en esas cosas. Así que me preparé para cualquier caja de Pandora que Hannah haya abierto, sintiendo mi felicidad por mi victoria del Consejo de Estudiantes desvanecerse aún más. —Todos tus amigos piensan que tienes trastornos alimenticios. ¿Quieres decirme que está pasando? Gemí con fastidio, y luego me di cuenta de que eso era exactamente lo que no debería haber hecho si quería que mamá creyera mi versión de los hechos. —Mamá —dije con firmeza—. He perdido mucho peso. Estoy tratando de no recuperarlo. Como normalmente, tú me ves comer. No hay ningún problema. Además, Hannah no es todos mis amigos. Ella es una persona, y ella es nueva en la ciudad, así que ni siquiera nos conocemos la una a la otra muy bien. Mamá me observó desde donde estaba junto al horno, con una cuchara de madera en la mano. —¿En serio? Porque Hannah le dijo a su madre que todo lo que comes en el almuerzo es lechuga y refresco de dieta de la cafetería. Y que te negaste enérgicamente a comer cuando estuviste en su casa el otro día, y rechazaste su invitación a cenar. Pude ver que lo que sea que la Sra. Simmons le había dicho a mi madre, lo había retransmitido con convicción, porque mamá estaba realmente preocupada. —Mamá. Rhonda es una enfermera registrada. ¿De verdad crees que ella me animaría a ser poco saludable? La única cosa que me negué a comer en la casa de Hannah fue una magdalena de chocolate con una montaña de glaseado porque estaba llena de calorías. Mi madre levantó la olla de pasta hirviendo de la estufa y cuidadosamente la trasladó a la pileta de la cocina, donde derramó el agua caliente en un colador. Una nube de vapor se formó sobre su cabeza y nubló la ventana sobre el fregadero. —Todo lo que sé es que estas cosas pueden salirse de control rápidamente McKenna. Le dije a tu papá que espere una llamada tuya más tarde esta noche. No le mataría tener una idea de lo que está pasando en tu vida en estos días. Comí los espaguetis en silencio, echando humo por tener que hablar con mi padre más tarde esta noche (sobre todo porque no se había molestado en regresar mi llamada de la semana anterior), porque mamá trayendo un cachorro a casa cuando ella era completamente ignorante acerca de los peligros a que lo exponía, y por el juego de poder de Hannah. De cualquier forma, o Hannah sabía de mi investigación sobre ella y este era su primer contraataque hacia mí, o ella tenía una extraña, infundada y genuina preocupación acerca de mis hábitos alimenticios. En cualquier caso, yo ciertamente había subestimado su habilidad. Iba a tener que ser mucho más estratégica de lo que había previsto, y tenía razones para creer que estaba siendo superada significativamente. A pesar de no estar especialmente hambrienta, terminé hasta el último espagueti del plato sin decir ni una sola palabra para demostrarle a mi madre que yo no estaba evitando la comida, y llamé a mi padre desde mi habitación con mi teléfono celular. —Tu madre me dijo que tienes novio —respondió mi padre cuando contestó el teléfono, sin

siquiera decir “hola” —Ella exagera —le informé—. Sólo voy a ir al baile de Bienvenida con Trey Emory de al lado. ¿Te acuerdas de él? Mi padre decía que lo recordaba, pero estaba probablemente mintiendo. No creía que él hiciera un gran esfuerzo para recordar la vida que dejó atrás en Willow. —Con toda seriedad, McKenna, tu madre me llamó hoy para decirme que has estado teniendo un tercer año bastante rocoso hasta ahora. Suena como que has estado pasando por algunas cosas bastante pesadas. Dudé antes de responder. Mi papá era un tipo bien informado, así que había una gran probabilidad de que él pudiera ser capaz de proporcionar alguna información valiosa sobre el juego que habíamos jugado en la fiesta de cumpleaños de Olivia y posiblemente darme otra explicación para las capacidades aparentemente paranormales de Hannah. —De hecho, ¿te acuerdas cuando me enseñaste acerca de la hipnosis de grupo, papá? ¿Al igual que los militares hacen que los soldados canten para mantenerse mentalizados en el combate? Mi padre recordaba —Bueno, ¿qué pasa en los casos cuando el canto hace que algo suceda? —sugerí—. Como, ¿conoces ese juego “Ligero como una pluma, tieso como una tabla”? ¿Cuando las chicas cuentan una historia sobre la muerte de una chica y todas las demás la levantan con los dedos? —McKenna, ¿quieres decir que en lugar de consumir alcohol y experimentar con drogas, tú y tus amigas han estado jugando juegos de terror tontos? —me preguntó mi padre con una risa sincera. —¡Papá! Esto no es gracioso. ¡Una de mis amigas está muerta! Mamá te contó eso, ¿verdad? La línea quedó en silencio mientras mi padre consideraba mi arrebato. —Tienes razón, McKenna. De verdad lamento ser insensible; esa es una pérdida terrible para que alguien de tu edad la sufra. Juegos como el que me has mencionado pueden explicarse de varias maneras. La explicación más sencilla es que una joven de tu edad, cuando su peso está uniformemente distribuido y es levantada desde varios puntos, no parece tan pesada. Ese efecto combinado con la distracción del canto o incluso la posible ligera hipnosis de los participantes del juego por el canto, puede hacer que el cuerpo parezca ligero. Tienes que dejar de lado la idea de que algún tipo de… poder sobrenatural tuvo algo que ver con la muerte de tu amiga. No sé cómo decirlo más claramente: no hay tal cosa como fantasmas. Tal vez fue una coincidencia. La gente muere en accidentes de coches todo el tiempo. Si estás teniendo dificultades con el duelo estaría más que feliz de hacer arreglos para que hables con alguien de la universidad. Todos los ex colegas de mi padre de la universidad de Wisconsin, Sheboygan, eran la clase de psiquiatras que atendían a los criminales locos e investigaban nuevos medicamentos para controlar la esquizofrenia. —No gracias, papá —decliné. Pero entonces tuve una idea. Si la hipnosis de grupo era lo que mi papá afirmaba que era responsable de nuestra creencia que habíamos hecho levitar a la otra, entonces tal vez la hipnosis era responsable de todas las cosas raras que todavía estaba experimentando. ¡Tal vez todavía estaba hipnotizada! Tal vez todas lo estábamos y por eso Candace había ido tan lejos actuando de manera irracional. Pensamientos se montaban en mi

cabeza con la rapidez de una máquina de disparos: había una posibilidad de que si Trey y yo estábamos equivocados sobre Hannah, esto podría ser una explicación alternativa. —Pero, en realidad, mi amiga Candace está teniendo un momento muy difícil lidiando con la muerte de Olivia. Puede ser que ella necesite hablar con alguien. Mi padre estaba encantado de ofrecer los servicios de sus antiguos compañeros. Me dijo que me iba a enviar un correo electrónico con los nombres e información de contacto de los psiquiatras que él recomendaba. —Una cosa más papá. Cuando estabas creciendo, ¿conocías alguna familia llamada Simmons? Hizo una pausa y en realidad pensó en mi pregunta por un minuto. —Dame un momento, McKenna. Me estás preguntando sobre historia antigua. Simmons... Simmons. No puedo recordar haber tenido amigos o compañeros de clase llamados Simmons. Pero estoy bastante seguro que había una familia verdaderamente acomodada en Weeping Willow en ese entonces con ese nombre. Tenían algo que ver con la construcción. Cuando la biblioteca se expandió, la nueva ala fue nombrada en honor a ellos. Ser propietarios de una empresa de construcción sin duda parecía ser una posible forma para que los abuelos de Hannah hayan acumulado suficiente dinero para comprar esa gran casa en el bosque. Al menos era algo que seguir. Si papá tenía razón acerca de la biblioteca, podía empezar mi investigación en torno a la expansión del edificio. Esa noche, envuelta en los brazos de Trey, compartí con él mi plan de utilizar a Candace como mi conejillo de indias. Si pudiera convencerla de visitar al psiquiatra y que él le quitara el hechizo hipnótico que podría tener, entonces yo podía determinar si mejoraba su estado general de ánimo. Y si funcionaba en ella entonces yo tendría buenas razones para creer que también funcionaria en mí. —Y si no ayuda a Candace, entonces ¿tú creerás que esto es real y no sólo está en tu cabeza? — preguntó Trey. Asentí con la cabeza. —Quizás todos estemos bajo algún hechizo. Y si lo estamos, entonces yo seguramente estaría percibiendo cada pequeña cosa que está ocurriendo como parte de esto. Trey empujó mi cabello de mi cara y dijo cuidadosamente: —¿Qué pasa con la cosa que está en este cuarto? Yo no fui hipnotizado y creo que esto es real. Sabía que lo que él estaba diciendo era verdad, y eso refutaba mi teoría o tal vez mi esperanza, de que todo lo que había estado sucediendo era un truco de la mente. ¿La madre de Hannah llamando a mi madre, los mensajes de Jennie en un juguete perdido hace mucho tiempo? Las cosas se estaban poniendo demasiado serias para que mi cerebro lo maneje. Necesitaba una razón para creer que tal vez había una explicación plausible para todo. —Lo sé Trey. Pero han pasado dos semanas. Saltamos demasiado rápido a la conclusión de que los fantasmas y los espíritus malignos fueron responsables de todo y tal vez... sólo deberíamos haber tomado un momento para ser racionales. Trey se inclinó y me dio un húmedo beso en los labios. —Racional —susurró—. Si tú estás lista para ser racional y dejar de creer en los fantasmas,

entonces yo podría decir, racionalmente, por supuesto, ya que he estado un poco enamorado de ti desde el séptimo grado, y hemos estado compartiendo una cama en las últimas dos semanas, que podría ser un siguiente paso racional que pasemos a algo más que abrazarnos. Su cálida palma se deslizó por debajo de mi camiseta y se presionó contra mi estómago, viajando hacia arriba. Podía sentir su aliento, caliente y húmedo, en mi cuello. Mi pecho se sentía apretado, como si no pudiera inhalar aire lo suficientemente rápido. Enterré mis manos en su cabello oscuro y acerqué su rostro al mío. Me eché hacia atrás ansiando sentir su peso sobre el mío. Sus labios estaban apretados contra los míos de nuevo, su lengua hundiéndose en mi boca profundamente y pensé para mí misma mientras mi corazón se aceleraba imprudentemente, esto es normal, esto es… Al unísono, los dos nos dimos cuenta que la sensación de respiración en el cuarto había regresado. —Es una broma —murmuró Trey. Saltó fuera de mí en una fracción de segundo. Agarré mi edredón con fuerza, tirando de él más cerca debajo de mi barbilla. Los dos nos sentamos erguidos, mirando alrededor de la habitación en busca de algún tipo de evidencia de la perturbación que ambos sentimos. Al otro lado de la habitación, en el picaporte de mi armario, mi carnet de estudiante, que con frecuencia colgaba de un cordón allí por la noche, llamó mi atención Se estaba moviendo, muy lentamente, alrededor de la perilla de la puerta. Como si una mano que no podía ver estuviera girándolo alrededor de la perilla en un círculo desigual e inestable. —Trey, ¿ves eso? —susurré, sorprendida de ver mi respiración a través del aire frío de mi habitación en forma de vapor blanco. —Sí —dijo débilmente—. Lo veo. La estructura de hierro fundido de mi cama empezó a vibrar muy ligeramente, y lo que empezó como una vibración apenas perceptible creció rápidamente en algo más fuerte. Pude ver el movimiento del pie de la cama y escuchar las articulaciones de la estructura haciendo ruidos metálicos tintineantes.

Adentro, afuera —Santo... —murmuró Trey, acercándose más a mí, viendo el pie de cama al otro lado de mi cama moverse. No me atreví a girar para mirar, pero podía sentir la cabecera detrás de mí almohada moviéndose también. El estruendo estaba creciendo más violento. El pie de cama se estaba alejando del resto de la cama, luego chasqueando hacia adelante, el lado izquierdo balanceándose hacia arriba y hacia abajo a un ritmo diferente del lado derecho. Empecé a preguntarme seriamente si los tornillos que sujetaban el marco de mi cama podrían llegar a aflojarse con tanto movimiento que toda la estructura se pudiera desmoronarse, tirando el somier al suelo. —¿Está tratando de tirarnos de la cama? —le pregunté a Trey aterrorizada. —Creo que sí. Tal vez si saltamos fuera, se detendrá. Mi mente inmediatamente se dirigió hacia la oscura y aterradora brecha entre el suelo y la parte inferior de la cama. Uno de mis más grandes miedos de la infancia era que podría haber un monstruo asechando allí abajo, esperando pacientemente para agarrar mis tobillos con sus manos frías y arrugadas al momento en que mis pies tocaran el suelo. Saltar de la cama me parecía tan aterrador como quedarme en ella. Pero toda la cama comenzaba a oscilar y temblar,

y estaba haciendo tanto ruido que mi madre simplemente tenía que oírlo. —Está bien —estuve de acuerdo. —A la cuenta de tres.... Tres, dos, uno. Trey echó hacia atrás el edredón y ambos saltamos del colchón a la alfombra. Antes de que incluso aterrizáramos en el suelo toda la estructura de la cama dejó de temblar y el sudoroso y enfermizo sentimiento que se apoderaba de mi cada vez que el espíritu aparecía estaba en mi habitación había desparecido. Inmediatamente me sentí como una completa idiota, de pie en la oscuridad de mi cuarto, sin aliento por el miedo, con una piscina de sudor en la parte posterior de mi camiseta por el terror. Trey y yo nos miramos el uno al otro desde los lados opuestos de la cama, sacudiendo la cabeza, tratando de recuperarnos de la conmoción de la experiencia. Fue, por lejos, el episodio más violento del espíritu, y sólo podía asumir que no se había tomado muy bien nuestra sesión de besos. —Lo que sea que fuera esa cosa, no parece apreciar que nosotros juguemos —dije en voz muy baja. —Sí, no es fan del romance. Buen punto —dijo Trey De repente oí la puerta del cuarto de mi madre abrirse al final del pasillo. —¿McKenna? ¿Qué está pasando ahí? Mis ojos se abrieron de par en par por el pánico. —¡Escóndete! —articulé a Trey, quién miró desesperadamente alrededor del cuarto. No habría absolutamente ninguna excusa lógica que pudiera darle acerca de su presencia en mi habitación casi a las tres de la mañana, sobre todo cuando estaba descalzo y vestía sólo unos pantalones de chándal. Instintivamente, él se dirigió hacia la ventana y yo negué con la cabeza y las manos salvajemente. —¡No! Hará mucho ruido —insistí. Había cerrado la ventana después de que él había entrado, y el marco siempre chillaba cuando lo levantaba. Señalé debajo de mi cama—. ¡Ahí! Me miró con ojos suplicantes por un momento, seguramente imaginando las mismas posibilidades aterradoras en esos pocos centímetros de oscuridad que yo había considerado justo antes de saltar de la cama. Pero después de una breve vacilación, se puso de rodillas y se escondió debajo de la cama sobre su estómago. Mi madre llamó a mi puerta con firmeza antes de girar la perilla de la puerta cerrada y dijo: —McKenna, abre la puerta. ¿Qué demonios estás haciendo ahí? Pensando rápido pero no necesariamente de forma coherente, agarré mis audífonos del escritorio y los puse en mis oídos. Con mi iPod en una mano, abrí la puerta de mi cuarto, instantáneamente sintiéndome culpable cuando vi a mi madre de pie en el pasillo con su bata envuelta firmemente a su alrededor. —Hola —dije tontamente. —¿Quieres decirme que era todo ese ruido? —preguntó, sonando malhumorada. Podía oír por el pasillo al cachorro agitándose y gimiendo en su caja. —¿Qué ruido? —fingí, pestañeando inocentemente.

Mi madre se asomó a mi cuarto sospechosamente, extendió su mano a través de mi puerta y encendió la luz. —El sonido metálico y el golpeteo que acabo de escuchar aquí. Sonaba como si estuvieras saltando en tu cama. Traté con todas mis fuerzas en no pensar en Trey debajo de mi cama, y esperé que él estuviera conteniendo su respiración, acurrucándose tan pequeño como pudiera para que mamá no lo descubriera en mi cuarto. Por primera vez se me ocurrió que tal vez debería tenerle más miedo a la ira de mi mamá, si ella descubría que Trey se había infiltrado por mi ventana cada noche, que del espíritu malvado que me venía a visitar de vez en cuando. —Oh, lo siento —dije, sacando mis audífonos de mis oídos—. Estaba escuchando música porque no podía dormir. Supongo que estaba bailando un poco más de lo que creía. Mi madre me miró con expresión de duda. —Duerme un poco —me dijo con severidad—, y no tranques la puerta. Suspiré en voz alta mientras ella caminaba por el pasillo hacia su habitación, y aunque cerré mi puerta, me quedé detrás de ella, escuchando con la luz encendida, antes de dirigirme a Trey de nuevo. Como sospechaba, oí a mi madre volver al pasillo, sus pies descalzos andando en el piso de madera dura, momentos más tarde. Maude correteaba detrás de ella en su camino hacia la cocina. —¿Qué está pasando? —susurró Trey debajo de la cama. —Está sacando al cachorro afuera —susurré, oyendo la puerta corrediza de la cocina abriéndose, y las garras del cachorro mientras se escurría por el porche en su camino a la hierba para hacer sus necesidades. Esperé hasta que escuché a mi mamá entrar de nuevo en su habitación con Maude y acomodarse para el resto de la noche antes de apagar mi luz. Trey rodó de debajo de la cama y los dos miramos mi pila de mantas, confundidos. —¿Crees que si los dos volvemos a la cama, eso volverá? —preguntó Trey. Me encogí de hombros. Mi honesta sospecha era que lo haría. Si le daba una razón más a mi mamá para caminar de vuelta por el pasillo y llamar a mi puerta de nuevo, no habría manera de que Trey pasara desapercibido. Mi habitación no era demasiado grande, e incluso mi armario no lo era para un escondite. —Tal vez me debería ir —dijo Trey mirando a mi cama vacía y rascándose la cabeza. —¡No! —insistí, realmente no queriendo quedarme sola en la habitación. Terminamos apilando almohadas en mi cama simulando ser mi cuerpo y mantas sobre ellas. Los dos nos acostamos en el piso, al otro lado de la cama donde mi madre no nos encontraría de forma automática si abría la puerta, y mantuvimos una distancia segura de unos pocos centímetros entre nuestros cuerpos, sin querer tomar de nuevo ningún riesgo. Por medidas de seguridad, puse la alarma de mi teléfono móvil para despertarme con mucha antelación de la hora que usualmente mi mamá me comprobaba para asegurarse de que me preparara para la escuela. —Te das cuenta de que estamos durmiendo en el suelo —me dijo Trey antes de quedarme dormida—. Esto es completamente loco. Sin duda era una locura. Pero aun así, había una parte de mí que tenía la esperanza de que el

temblor de la cama pudiera ser explicado por algún lógico fenómeno natural. Había dos cosas de la que estaba segura que tenía que hacer con el fin de llevar mi investigación en ambas direcciones: lo explicable y lo inexplicable. En primer lugar encontraría una manera para que Candace acordara una cita con el psiquiatra en Sheboygan. Y en segundo lugar, Trey y yo tendríamos que intentar hacer contacto con el espíritu directamente, si eso era lo que realmente estaba perturbando nuestras vidas con tanta fuerza, por nuestra cuenta. Hank’s Hobbies and Crafts era la única tienda de juguetes dentro de los límites de la ciudad, y era tan poco probable que tuvieran una tablea Ouija en stock como el almacén de fertilizantes y piensos. La única tienda de juguetes a millas que pudiera tener una tabla Ouija era la gran tienda del centro comercial en Green Bay. No le podía pedir a Trey que condujera allí conmigo, sabiendo que la última vez que estuvo allí, en el estacionamiento, fue el día que le había ofrecido a Olivia llevarla a casa. Obtener la Ouija iba a ser mi misión solitaria y yo odiaba la idea de ello. Mi esperanza era que mi madre me prestaría el coche el jueves cuando ella no fuera a Sheboygan, pero yo, por supuesto no había considerado la falta de sentido práctico en mi petición. Desde que obtuve mi licencia de conducir nunca había conducido el coche por mí misma, y mamá nunca había subscrito una póliza de seguro del coche para mí. Había estado cubierta en su póliza mientras había sido una conductora estudiante, pero ahora que tenía mi propia licencia escondida en mi cartera ya no tenía la cobertura. —Si puedes esperar hasta el sábado, yo puedo llevarte —ofreció mamá alegremente en la mesa durante el desayuno en la mañana del jueves—. Podríamos almorzar en ese nuevo lugar italiano en el que tienen los grandes bastones. Me mordí el labio inferior, fallando en mi petición de prestar el coche con el pretexto de tener que comprar más cosas para el baile reprogramado. —El baile es mañana, mamá. No me viene bien ir al centro comercial el sábado —Entonces te recogeré después de la escuela e iremos esta noche —dijo, tomando un sorbo de su té. —No, está bien —rechacé con rapidez, no queriendo que mamá presenciara mi extraña compra. No había duda de que mi madre se alarmaría si sabía que estaba comprando extraños juguetes de ocultismo. Mi madre me estudió a través de la mesa con una ceja levantada. —Tú y Trey han estado pasando juntos mucho tiempo últimamente. ¿Está sucediendo algo que yo deba saber? Puse los ojos en blanco. Cuán típico de ella pensar que mi necesidad de querer ir al centro comercial estaba relacionada de algún modo con sexo adolescente. Por sólo un momento me sentí un poco culpable de que Trey haya estado pasando todas las noches en mi habitación, pero luego me recordé a mí misma que realmente no había nada en absoluto romántico sobre estar abrazados con miedo hasta el amanecer, sobresaltándonos por cada campanada del reloj en la sala de estar y por un crujido inesperado en las tablas del suelo en cualquier lugar de la casa. Era casi humorístico lo poco que nos habíamos enrollado. Ciertamente habíamos aprendido nuestra lección la noche anterior y no trataríamos de tantearnos otra vez por debajo de las sábanas en un buen tiempo. —Mamá no hay nada entre Trey y yo que tú necesites saber. Lo prometo, ¿sí? Es sólo que he tenido mi licencia desde agosto, y al fin me gustaría ser capaz de hacer los mandados por mí misma.

—Bueno, entonces tal vez es hora de que hablemos de ti encontrando un trabajo de medio tiempo —argumentó mamá—. El seguro de coche para un adolescente puede estar un par de cientos de dólares cada pocos meses. Dudo que tu padre vaya a aumentarte la cuota de mantención para pagar por eso. De hecho, estoy segura de que estaría dispuesto a enviarte un casco de bicicleta si tú estuvieras dispuesta en ir a la escuela en bicicleta. Suspiré y levanté el tazón vacío de cereal de la mesa. Encontrar un trabajo de medio tiempo sólo para conducir al centro comercial a comprar una Ouija no era una solución que pudiera considerar en una mañana de jueves, el día antes del baile de Bienvenida, pocas horas después de que, presumiblemente, un espíritu maligno hubiera sacudido la estructura de mi cama. Simplemente iba a tener que encontrar otra manera de llegar a Green Bay, lo cual no iba a ser una hazaña sencilla teniendo en cuenta que no había transporte público en nuestra zona de Wisconsin que me transportara más allá de Ortonville. —No va a suceder —le informé a Trey en la acera diez minutos más tarde mientras caminábamos a la escuela. —¿Ella no va a dejar que uses su coche? —preguntó, mirando por encima del hombro atrás a nuestra casa. —No estoy cubierta por el seguro del coche —dije—. Voy a tener que pedirle a Mischa o a Amanda que me lleven. Trey torció la boca un poco, y luego dijo: —O podríamos pedir prestado el coche de mi madre después de la escuela y decirle que yo voy a conducir. Durante todo el día en la escuela, mi estómago se ataba en un nudo cada vez que me imaginaba conduciendo sola a Green Bay. Ni siquiera estaba segura de sí sabía el camino completo de memoria; cuando alguien más estaba conduciendo, sabía por dónde ir, pero podría ser diferente cuando yo estuviera detrás del volante. No sabía si el coche de la mamá de Trey tenía un GPS fiable o si tendría que llevar un mapa abierto y fácil de manejar en el asiento delantero del pasajero en caso de necesitar direcciones. A la hora del almuerzo, me quedé extremadamente sorprendida al recibir un mensaje de texto de Evan Richmond. Diviértete mañana por la noche, decía el mensaje. Me sentí un poco extraña por no haberme visto con Evan después de la cancelación del primer baile para decirle que asistiría al evento reprogramado con otro chico, pero entonces, hasta que me había encontrado con él en la heladería, no había tenido idea de que se estaba quedando en Willow el resto del semestre. Sentí una punzada de pesar por haber rechazado su interés con tanta indiferencia. Era el hermano de Olivia, después de todo. Tenía que estar pasando por un momento terrible estando en casa mientras sus padres lloraban. Bloqueé la charla de la cafetería y el olor de la pizza de pepperoni especial del día y me perdí en la memoria de mi breve encuentro con Evan en la escalera de la casa de los Richmonds la noche de la fiesta de Olivia. La culpa se arrastró por mí; ya me sentía tan apegada a Trey que se sentía siniestro preguntarme qué pudo haber sido, incluso si las circunstancias hubiesen sucedido hace sólo tres semanas atrás. —Así que, ¿crees que estaría bien? —Fui sacada de mi ensoñación, abruptamente de regreso al tiempo real en la cafetería por Hannah, quien me miraba esperando una respuesta. Tracy, al otro lado de la mesa, aspiraba refresco de dieta a través de una pajita, con sus mejillas hundidas, mientras ella también esperaba mi respuesta. —Lo siento, ¿qué estaría bien? —pregunté.

—Que me gustaría ir sola al baile —dijo Hannah, claramente repitiendo algo que ella acababa de explicar detalladamente cuando no estaba escuchando—. Mark no puede venir conmigo al baile de este viernes. San Patricio tiene un partido fuera de casa esa noche y no hay manera de que llegue a Ortonville a tiempo. Parecía que Hannah me estaba contando todo esto más bien para mi información en lugar de buscando mi aprobación. Sin que ninguna de nosotras diga ni una palabra en ese sentido, ya sabía que la popularidad del Instituto Weeping Willow había cambiado. Hannah era la presidenta de la clase tercer año, ella podía ir sola, desnuda, o gritando The Star-Spangled Banner a todo pulmón y nadie se atrevería a decir ni una sola palabra negativa sobre ella. Ya no me estaba tambaleando al borde de la popularidad, con un pie adentro y el otro afuera, como lo había estado en la fiesta de Olivia tampoco. Tenía mi propio cargo en el Consejo de Estudiantes, un real (y tal vez todavía un poco secreto) novio y un lazo secreto con Mischa y Candace, quienes todavía eran admiradas por algunas estudiantes de primer y segundo año incluso aunque ellas estaban cayendo al fondo de la clase de tercer año. Moví mi ensalada de tres frijoles por toda mi bandeja de cafetería. —Oh, es decir, por supuesto. ¿Por qué sería eso un problema? Tú eres la presidenta de la clase. Tienes que ir, y en este punto, no sé qué chico de nuestra escuela sería, ya sabes.... Me callé, no queriendo completar la frase en mi cabeza, que iba algo como, tan loco como para salir contigo. Pero ella y Tracy me miraron insquisitivamente para que terminara la frase. —Suficientemente popular como para salir contigo —dije, salvando mi propio pellejo. Mi respuesta parecía cumplir con la aprobación de Hannah y Tracy. —Es cierto —estuvo de acuerdo Tracy, apuñalando los macarrones con queso con su tenedor de plástico blanco—. Quiero decir, los chicos más sexys de último años ya están tomados, y hay unas cuantas sobreas entre los de tercer año. Por un segundo, me pareció ver a Hannah atrapar la atención de Pete a través de la cafetería. Él apartó la mirada de inmediato, y yo me pregunté si de verdad había visto algo en absoluto.

CAPITULO 11 Traducido por Mica :) Corregido por peke chan Ese día después de la escuela, la madre de Trey le dio las llaves de su Civic gris. Parecía reacia a confiar en él, pero complacida que él volviera a conducir. Me abroché el cinturón de seguridad en el asiento del copiloto mientras él prendía el motor, con algo de esperanza que él milagrosamente hubiera superado su miedo a conducir y nos llevara hasta Green Bay. Pero en su lugar, condujo una manzana y se detuvo. Respiró hondo mientras el motor seguía funcionando y se secó el sudor de la frente. —¿Suficiente? —le pregunté gentilmente, viendo lo difícil que era para él conducir el coche. Sin decir una palabra, se desabrochó el cinturón y lo arrojó. Puso el freno de mano de un tirón y salió por la puerta del lado del conductor. Respiré hondo y me preparé para una primera vez en la vida: conducir un coche sola. Salí del coche, preparada para dar la vuelta y sentarme detrás del volante. Sorprendiéndome, Trey se sentó en el asiento del pasajero y sugirió: —Tal vez podrías dejarme en el Starbucks de Silver Spring y recogerme cuando vuelvas del centro comercial. Sin que él lo dijera, deduje que realmente no quería estar en el aparcamiento del centro comercial de nuevo a tan poco tiempo de haberse encontrado a Olivia allí la noche en la que murió. Estuve de acuerdo y repasé mi lista de tareas antes de alejarme de la acera. ¿Motor encendido? Listo. Miré en el espejo retrovisor y el espejo a mi lado, y después presioné el pedal del acelerador. Curiosamente, el coche no se movió. —Es posible que desees quitar el freno de mano —me recordó Trey gentilmente. Habían pasado más de dos meses desde que mi papá me había llevado para conseguir mi licencia de conducir en Florida, y otros tres meses antes de esos desde había conducido regularmente cuando estaba practicando durante mi segundo año en las clases de conducir. Estaba vergonzosamente fuera de práctica para conducir, y no me sentía cualificada para transportarme a mí misma hasta Green Bay y de regreso en un coche que era de lejos el más elegante que jamás había conducido. Pero Trey y yo habíamos acordado: ambos necesitábamos esa tabla Ouija. Era nuestra mejor oportunidad para comunicarnos con Jennie o con cualquier otro espíritu que pudiera estar cooperando con Hannah. Simplemente no había otra manera de conseguir una. Comprar una en línea habría requerido no sólo pedirle permiso a mamá para usar su tarjeta de crédito, sino también lidiar con su incansable curiosidad cuando la caja llegara a casa. Tendía que conducir a Green Bay me gustase o no. Abandoné a Trey en el Starbucks como él lo había solicitado y salí del aparcamiento, de vuelta a la carretera rural. Afortunadamente hubo una pausa en la lluvia lenta y aburrida que había caído durante todo el día, pero ni siquiera eso hizo mucho para aliviar mis temores sobre las hojas mojadas por todas partes en el tramo plano de la carretera por delante mientras conducía, además de aliviarme de la necesitad de localizar los controles de los limpiaparabrisas en el salpicadero del coche de la Sra. Emory. El viaje a Green Bay era un aburrido, trayecto sin complicaciones marcado por pocas cosas más emocionantes que graneros pintados con colores tristes y anticuadas vallas de propaganda anunciando programas de radio y concesionarios de

coches locales. Estaba agradecida de que al menos aún había luz, pero sabía que el viaje a Willow sería infinitamente más difícil para mí en la oscuridad sin importar lo rápido que comprara la tabla. Nerviosamente, prendí la radio por satélite del coche y conseguí llenar el coche con música Honkey-tonk country del oeste favorita de la señora Emory. Estaba tan ansiosa por mantener los ojos en la carretera que no me molesté en buscar otra estación más atractiva. Aparcar fue difícil, y para evitar una colisión debido a mi giro descuidado, me estacioné o más lejos de la entrada del centro comercial de lo que probablemente necesitaba, en un espacio bastante lejos de los otros coches. Una vez que salí del coche de la señora Emory, e las puertas hicieron click al cerrarse con el llavero automatizado, di un suspiro de alivio y luego miré a mi alrededor. Estaba de pie en el mismo lugar en el que Olivia debió darse cuenta de que la predicción de Hannah se estaba haciendo realidad. Por un momento, me quedé en el estacionamiento abrazando mi bolso contra mi pecho, preguntándome por qué Olivia no había esperado en el centro comercial hasta que la tormenta hubiese terminado. Debió haberse dado cuenta de que cuando su coche no arrancó que estaba en peligro. Dentro del centro comercial, comprobé el mapa iluminado del interior porque no podía recordar dónde estaba ubicada la tienda de juguetes y entré a la tienda caminando rápidamente, en una misión. Caminé por el pasillo de juegos de mesa sintiendo como un bicho raro, tratando de ignorar a las madres compraban con sus hijos juegos como Connect four y Chutes & Ladders. Mis ojos revisaron todos los juegos de mesa a la venta apilados en las estanterías y comencé a preguntarme si me había obligado a mí misma a conducir todo el camino a Green Bay en vano cuando debería estar preparándome para el baile del día siguiente. Pero entonces, en el estante superior, debajo de una pila de cajas de Stratego, vi una caja de color crema con la palabra OUIJA impresa en marrón a los costados. Parecía ser la única en stock. —Serían veintitrés dólares con cincuenta y cuatro centavos —me dijo la adolescente detrás de la caja registradora, masticando su chicle y sonriendo satisfecha. Odié a esa chica inmediatamente por su sonrisa sabionda y busqué a tientas en mi billetera para entregarle el cambio exacto. Era molesto que ella se atreviera a suponer por qué estaba comprando un juguete tan tonto. Estaba demasiado ansiosa para que ella pusiera de una vez en la bolsa de plástico blanco opaco y me dejara ir mientras las madres con los niños que se peleaban estaban haciendo cola detrás de mí, esperando con impaciencia pagar sus Barbies y camiones Tonka. —Aquí tienes —dije rápidamente, entregándole su dinero en efectivo y un puñado de monedas. —Nosotros vedemos un montón de estos en esta época del año —me informó, entregándome mi recibo. Por supuesto, ¡Halloween! Comprar un tablero de Ouija a principios de Octubre no era tan extraño después de todo. Volví corriendo al aparcamiento con mi compra bajo el brazo, y la tiré al asiento trasero antes de ponerme el cinturón de seguridad. En la fracción de segundo después de qué coloqué la llave en el coche para encender el motor, me asusté porque el sol se estaba poniendo y tenía una herramienta de comunicación ocultista para hablar con los muertos en el coche conmigo.

Tranquilízate, McKenna. No hay otra manera de llegar a casa excepto conducir hasta allí. Me tomé mi tiempo para cambiando canales de música hasta que encontré una estación reproduciendo música pop que me sabía de memoria y cuidadosamente maniobré mi camino hacia la salida del estacionamiento. Busqué los faros, encendiendo la luz alta a pesar de que todavía no estaba completamente oscuro, y luego los puse en luz baja otra vez después de que

alguien me tocara la bocina furiosamente en la carretera. Todo el camino de vuelta a Silver Spring, conduje lentamente, aterrorizada de perder un giro o una luz de calle y perderme en el bosque, sintiendo que el peso del coche de la Sra. Emory anclándome a la carretera. Mientras entraba en el estacionamiento del Starbucks, Trey me saludó a través de la ventana con un gran vaso de papel blanco y se reunió conmigo en el camino para que yo no tuviera que sufrir la terrible experiencia de tener que intentar aparcar en un espacio herméticamente atascado. —Lo tienes —dijo en tono de alivio al ver la bolsa en el asiento trasero. —Lo tengo —confirmé. Estiró su mano hacia el asiento de atrás, sacó el juego de la bolsa, y lo puso en su regazo para examinarlo. —Así que, ¿dónde vamos a probar esto? —Hey, ¿puedes poner esa cosa lejos? Me está volviendo loca —le dije, sintiendo una oleada de alivio pasar a través de mí cuando pasamos la familiar señal en la carretera que decía: WILLOW POBLACIÓN 4,218 En mi cabeza, resté a uno de los residentes. —En serio, McKenna. Ahora que la tenemos, ¿dónde la vamos a probar? No podemos probarla en tu habitación. Si por algún tiro de suerte, este pedazo de basura, fabricado por... —Examinó la caja de nuevo, leyendo el logotipo de ésta—… Lomax y Compañía, en realidad es capaz de canalizar la comunicación de los espíritus paranormales, y si esos espíritus son ruidosos, será mejor no estar bajo el techo de tu madre. —¿Entonces dónde? ¿En tu sótano? —pregunté, deteniéndome en un semáforo. Había un poco más de tráfico ahora que estábamos dentro de los límites de la ciudad. —Posiblemente. —Trey consideró la opción—. Aunque llevarte allí abajo podría ser difícil a menos de que vengas después de la cena y digamos que vamos a hacer los deberes. Me moví cuando la luz se puso en verde, y conducimos sin hablar hasta que giré a la izquierda en Carroll Road, la manzana antes de la nuestra. Ya eran más de las seis de la tarde, por lo que serían más de las ocho cuando terminara de cenar y ayudara a cargar el lavavajillas. —Bueno, entonces los deberes en tu casa, pero ¿puedes hacerme un favor? Lleva esta cosa dentro contigo. Si mi madre la encuentra, las preguntas nunca terminarán. Me detuve en la acera para que pudiéramos cambiar de asientos y evitar que la madre de Trey sospechara que yo había sido la que había conducido todo el camino hasta Green Bay ida y vuelta. Throughout dinner, Mom attacked me with questions about whether or not I had tried on my dress for Homecoming recently to make sure it still fit, which earrings I’d be wearing, if Trey would be driving me to the dance, and what time I expected to be home. It was kind of baffling that she was putting so much more consideration into my attendance at the Homecoming dance than I was; I didn’t have the right answer to any of her questions because Trey and I hadn’t really made an action plan for getting to the dance yet. Durante la cena, mamá me atacó con preguntas sobre si me había probado mi vestido o no para

el baile de Bienvenida recientemente para asegurarme que todavía seguía cabiendo, qué pendiente estaría usando, si Trey nos llevaría al baile en su coche, y a qué hora esperaba estar en casa. Era algo desconcertante que estuviera poniendo mucha más consideración en mi asistencia al baile de Bienvenida que yo; no tenía respuesta para ninguna de sus preguntas porque Trey y yo no habíamos hecho realmente un plan de acción para ir al baile todavía. Después de que limpiara mi lugar, enjugara los platos, llenara el lavavajillas y lo pusiera a funcionar, tiré de mi mochila al hombro sin siquiera mirar qué libros me había llevado a casa. En la puerta de nuestra casa, grité por encima del hombro: —¡Voy a la casa de Trey para hacer los deberes! El sótano de los Emory no era nada comparado con el de los Richmond. Era uno de esos proyectos gigantes sin terminar, con el cableado a la vista sobre las paredes de yeso y un váter acomodado en una esquina en el suelo de cemento que habría sido destinado a una renovación del baño que el Sr. Emory nunca había terminado. Una bombilla desnuda colgaba de un cable desde el techo, y un sofá a cuadros manchado había sido posicionado en la pared junto a la escalera. Muchos juegos de mesa estaban apilados en una útil estantería. Todo el sótano olía a descomposición y el aire contra mi cara era húmedo. Sospechaba que había más arañas allí de lo que quería saber. Trey y yo nos dejamos caer en una vieja alfombra de trapo con las piernas extendidas y nuestras espaldas presionadas contra el sofá de cuadros. Él abrió el tablero de juego justo enfrente de nosotros. La visión de esta me hizo temblar. La palabra Sí estaba impresa en la parte superior izquierda y No estaba impresa en la esquina superior derecha. Las letras del abecedario estaban impresas en dos arcos ondeados y los números estaban reunidos debajo de ellas. Por debajo de los números la palabra adiós estaba impresa en letras mayúsculas. Trey colocó la tablilla de metal sobre la que tendríamos que poner nuestros dedos en el centro del tablero sobre la palabra Ouija, el cual estaba entre el Sí y el No en las esquinas opuestas. —Es del tipo barato, ¿verdad? —me preguntó con timidez—. Esto sólo podría ser capaz de comunicarse con espíritus de mal gusto. —Ja, ja —contesté secamente. Podíamos oír a sus padres arriba en la sala de estar viendo la televisión, pero parecía como si estuvieran en otra dimensión. No sabría decir por qué, pero la tabla Ouija en el suelo me aterrorizaba. Tenía miedo de poner el dedo en la tablilla de metal; una sensación de fatalidad me inundaba, como si estuviéramos a punto de abrir una puerta para dejar que las terribles cosas de otro mundo entrasen a nuestro vecindario. —No sé nada acerca de esto —admití en voz baja—. Ayer me pareció una buena idea, pero ¿qué si contactamos con algo y no podemos controlarlo? Trey se inclinó y me dio un suave beso en la mejilla. —El libro dice que este es nuestro mundo y tenemos más poder que ellos aquí. Los espíritus verdaderamente malvados podrían requerir a tácticas locas para asustarnos, pero debemos recordar que nosotros permanecemos aquí y ellos no lo hacen. Jamen W. Listerman escribió que tenemos que ser muy autoritarios con ellos. Decirles quién es el jefe. Decirles a los espíritus capaces de casi lanzarnos fuera de mi cama con pura fuerza que nosotros éramos los jefes parecía casi ridículo. Me hubiera gustado que en sótano de los Emory hubiese una chimenea como en el de los Richmond, de manera que si las cosas se salieran de control

pudiésemos echar el juego a las llamas, lo cual parecía ser un método viable para eliminarlo en las películas de terror. Seguí el ejemplo de Trey colocando mi dedo congelado junto al suyo. —Debemos calentarla primero —instruyó, y utilizó su propia fuerza para mover suavemente la tablilla alrededor del tablero en círculos. Después de un minuto más o menos de esto, miré hacia él para sugerirle que él debía tomar la iniciativa. Trey asintió con la cabeza y se aclaró la garganta. —Estamos tratando de comunicarnos con el espíritu que está visitando el cuarto de McKenna en la Calle Martha —dijo Trey con voz firme—. Pero sólo los buenos y bien intencionados espíritus son bienvenidos. Sentí una sensación de vibración muy sutil por debajo de mi dedo y no podía estar segura si Trey estaba tratando de asustarme o no, pero la tablilla parecía estar canalizando algún tipo de energía débil. Dio la vuelta sobre el tablero en un amplio arco y descansó sobre la palabra Ouija en la parte inferior. —Se supone que debemos de empezar con preguntas fáciles de Sí o No —me informó Trey—. ¿Hay alguien aquí con nosotros? —le preguntó al tablero. La tablilla, en una trayectoria lenta y tambaleante, se abrió camino hacia la esquina superior izquierda y se detuvo con su puntero tocando la S en Sí. Me estremecí. Trey me miró pidiéndome permiso para continuar, y yo a regañadientes asentí, sintiendo que la punta de mi nariz y mis brazos estaban congelados. La temperatura en el sótano parecía haber caído por lo menos seis grados durante el último minuto. —¿Eres el espíritu que ha estado tratando de hacer contacto con McKenna Brady? —preguntó Trey cuidadosamente. Mi corazón dio un vuelco cuando la tablilla tembló pero no se movió. —Ya está en Sí —le susurré—. Pregúntale otra cosa. —¿Qué puedes decirnos de Hannah Simons? La tablilla nos llevó hasta el centro del tablero, vaciló y se trasladó hacia arriba, hacia el No de la esquina superior derecha. —¿Qué significa eso? —me preguntó Trey no dirigiendo su pregunta a la tabla—. ¿No? —Tal vez es demasiado complicado para contestar de esta manera —sugerí, pero luego la tablilla comenzó a moverse de nuevo. Primero se arrastró lentamente hasta la F en el arco superior de las letras. Entonces se movió un poco más hacia la E y se detuvo. —E —dijo Trey—. Creo que podría saber a dónde lleva esto. La tablilla, como se esperaba, luego se trasladó hasta el segundo arco de las letras y permaneció con su puntero tocando la “V”. —Evil4. Lo tenemos —le aseguró Trey al espíritu. Él me miró y me dio un codazo—. Pregunta algo. Había una pregunta en mi mente, pero era demasiado terrible para preguntar. Si la respuesta 4

Evil: Malvada.

era lo que me temía que sería, no podría volver atrás, volver a cuando yo creía que Jennie estaba en paz estuviera donde estuviese. Sólo existiría el conocimiento de que su existencia se mantuvo más allá del punto en el que su cuerpo murió en el fuego y que ella estaba todavía presente en mi vida, me temía, con celos. Realmente no me gustaba la idea de dejar el sótano de Trey y caminar de regreso a mi casa sabiendo que Jennie estaba a mi alrededor, mirándome, detrás de mí. Después de vacilar un momento me di cuenta que Trey estaba estudiándome, esperando a que hablara, y seguramente sabiendo la pregunta que estaba en la punta de mi lengua. —Yo le preguntaré —me aseguró—. ¿Eres Jennie? La tablilla se dirigió a la esquina derecha de la tabla en el No. Solté un profundo suspiro de alivio, y el aire en mis pulmones salió con un silbido gigante. Era a la vez un enorme alivio y una tragedia desgarradora que mi gemela, mi otra mitad, no era el espíritu que intentaba tan duro llegar a mí. Lo que dejaba una cuestión realmente relevante: ¿Quién estaba tratando de ponerse en contacto conmigo? Trey leyó mi mente y preguntó: —Bien... ¿quién eres tú? La tablilla lentamente, de manera constante, llevó nuestros dedos a través del tablero hasta que se detuvo señalando la O. El dedo de Trey salió volando de la tablilla y él negó con la cabeza. —De ninguna manera, de ninguna manera. —murmuró. Para eliminar cualquier posibilidad de que estuviésemos malinterpretando al tablero, la tablilla comenzó a moverse sólo con mi dedo hacia la L. —Déjalo ir —dijo Trey. Levanté la yema de mi dedo y tan pronto como lo hice la tablilla se trasladó rápidamente por su cuenta a las letras L-I-V-I-A. Di un grito ahogado de horror. ¿Cómo podía moverse por sí misma? Me sentía como si lo que estaba viendo no fuese real. —El Lite Brite —pregunté con voz ronca—. ¿Fuiste tú? —La tablilla se deslizó hacia arriba aterrizando en el No. Los dos miramos a la tablilla que se quedó descansando en el tablero por un momento, conteniendo nuestras respiraciones por otro signo de movimiento. —Quizás ya se fue. —sugerí. Ante el tono de mi voz, la tablilla se deslizó hacia la E. Me aferré al brazo izquierdo de Trey casi sin respirar, mientras la tablilla anunciaba:

E-L-L-A-S-A-B-Í-A-T-O-D-O —Jesús —murmuré. —¿Morirán más personas? —preguntó Trey finalmente. Pude ver vapor escapar de sus labios por el aire frío que nos rodeaba. La tablilla nos dio la respuesta que más temíamos.

Sí. Adiós. Esa noche, después de que les hubiera dado las buenas noches con una rígida voz a los padres de Trey y caminado a través de nuestros patios traseros a mi casa, y Trey se hubiera deslizado a través de mi ventana, yo apoyé mi cabeza en su pecho y me quedé mirando la pared. —¿Qué hacemos con Hannah? —pregunté, sabiendo que Trey no tendría una respuesta—. ¿Cómo la detenemos? —No lo sé —dijo Trey, sosteniéndome protectoramente cerca con un agarre de hierro. —¿Cómo todo eso pudo haberlo hecho Olivia? ¿Está tratando de protegernos? ¿Ella sólo está buscando venganza contra Hannah? Las respuestas que Olivia nos había dado dejaban aún más preguntas. Una cosa era segura: Olivia no iba a visitarnos a mi habitación esa noche, pero incluso saber que no seríamos molestados por sus interrupciones no era suficiente para ponernos a cualquiera de los dos en un ambiente romántico. Parecía ser más y más el tipo de caso en el que nosotros tendríamos que ponerle fin a los planes de Hannah antes de que otro de nosotros muriera. Y esta vez, debido a que Trey y yo sabíamos qué iba a pasar, si no pudiésemos evitar que sucediera... seríamos en parte responsables. El personal del Ortonville Lodged se superó decorando lujosamente el salón de baile, que por lo general se utilizaba para la celebración de banquetes de conferencias de ventas para agentes inmobiliarios y equipos de ejecutivos minoristas. Las flores habían sido donadas por la misma floristería en Willow que había suministrado la mayor parte de los arreglos en el velatorio de Olivia, y habían colocado grupos de orquídeas y claveles teñidos de azul en todo el salón de baile, llenado todo el espacio con su fragancia. Una bola de disco estrafalaria pendía por encima de las cabezas, colgada de una araña de cristal, y serpentinas se entrecruzaban de una esquina del techo a la otra. Se había colocado una enorme mesa para el DJ, con altavoces escondidos en las esquinas de la habitación. Un fotógrafo había decorado el pasillo que llevaba a la sala de baile con un mirador y un telón de fondo de nubes, y las parejas posaban para las fotos y elegían accesorios divertidos de una caja que ofrecía collares de flores y faldas de paja. El tema de baile, elegido por la clase senior, era Paraíso Tropical. Teniendo en cuenta de que estábamos bailando en un salón de baile en el centro de Winsconsin los Top 40 hits, y oíamos el silbido del frío viento de otoño a través de las ventanas del hotel, el tema era un poco irreverente. Pero el instituto es completamente irreverente de todos modos, así que a nadie parecía importarle lo absurdo que era que estuviésemos pretendiendo mantener nuestro baile en Fiji. —Es como un auténtico Tahitian —bromeó Trey acerca de un aperitivo que ofrecía el buffet, bolas de palomitas de lavanda teñidas con colorante y castañas de agua envueltas en tocino servidas en pequeños palillos de dientes. Los sospechosos de siempre estaban presentes en el baile. La entrenadora Stirling sorprendentemente llevaba un vestido largo color gris-té y zapatos que no eran zapatillas de deporte. El Sr. Dean llevaba un traje marrón con corbata Paisley. El Director Nylander trajo a su esposa como cita, como solía hacerlo, y nuestro pueblo era tan pequeño que todo el mundo sabía que era farmacéutica en Rennicker Drugs y que Katie Wayline de primer año estaba cuidando a los dos niños Nylander esta noche. Sentí una punzada de vergüenza por mis viejas amigas, Cheryl, Kelly y Erica porque habían comprado intencionalmente vestidos idénticos. Habían llegado juntas al baile, sin cita, como un trío. Yo habría estado sentada en su mesa en el rincón más alejado, riendo y bebiendo vasos de ponche con un vestido verde bosque a juego, un

año antes. Mischa llevaba el pelo recogido y parecía una minúscula hada en su caliente vestido strapless color rosa cuando ella entró en el salón de baile del brazo de Matt, con Candance e Isaac justo detrás de ellos. Candance parecía tranquila y serena en un vestido verde-azulado de tirantes delgados y con el pelo encrespado alrededor de sus hombros como una estrella de cine. En el momento en el que los vi, sentí una punzada de resentimiento hacia Hannah, porque sabía que todos ellos habían conducido juntos al baile junto con Amanda y Brian. Tuve que recordarme a mí misma que me había ofrecido como voluntaria para ser la única que se mantuviera cerca de Hannah, incluso si eso significaba dejar de lado la diversión del grupo. Trey y yo nos quedamos a un lado de la sala de baile, observando en silencio a todo el mundo, juntando firmemente nuestras manos por debajo de la mesa donde nadie nos podía ver. Unos chaperones me habían interrogado con los ojos cuando entramos, claramente indicando que ellos nos consideraban algo así como una extraña pareja. Trey me había sorprendido con un corsage de rosas blancas; no tenía ni idea de cuándo tuvo tiempo para elegirlo o recogerlo de la floristería ya que habíamos caminando a casa juntos desde el instituto, pero sospechaba que su madre tenía algo que ver con esto. Durante todo el día había sentido un palpitante dolor de cabeza y sospechaba que algo importante iba a suceder en el baile. Todo el mundo había sido ruidoso en las clases durante todo el día, a la espera del gran evento de la noche, pero yo había estado perdida en ensoñaciones, atrapada con la guardia baja cuando me llamaron para describir el clima usando el tiempo futuro en español. Cuando había llegado a casa desde la escuela, estaba más irritada que feliz de encontrar que mamá había vuelto temprano a casa del trabajo, más que deseosa de ayudar a prepararme para la gran noche. Le había hablado bruscamente cuando ella había sugerido que rizara mi pelo y que la dejara maquillarme, y en última instancia se lo permití. Después de todo, ella había accedido a llevarnos a Trey y a mí al baile, y recogernos. —¿Es ella? —me preguntó Trey, tratando de ser discreto mientras asentía en dirección a la entrada del salón de baile. Hannah, luciendo francamente preciosa, estaba de pie nerviosamente en la amplia puerta de entrada al salón de baile, iluminado por el brillante pasillo detrás de ella. Llevaba el pelo suelto y ondulado, y su mini vestido azul claro le quedaba perfectamente. Más de un chico se giró a verla, y un momento después se le unieron Tracy y Michael, quien lucía más guapo de lo normal. Tracey y Michael habían entablado una alianza más bien sorprendente desde las elecciones estudiantiles, y en realidad hacían una linda pareja a pesar de cuán molestos eran los dos juntos. Tracey había hecho un esfuerzo impresionante con su pelo recogido con fuerza en un toque francés, mostrando su largo cuello. Pero fue Hannah quien, sin ninguna competencia real, se robó el show. —Sip, es ella —le confirmé. Finalmente, después de ir a buscar vasos de ponche y saludar a los otros estudiantes, las dos chicas se dirigieron hacia la mesa donde Trey y yo estábamos sentados, e hice mi mejor esfuerzo para darles la bienvenida con alegría. —¡Oh mi Dios, McKenna! ¡Estás preciosa! Me sonrojé, sobre todo porque el vestido color lavanda que había comprado hace más de un mes apenas parecía adecuado ahora que la noche del baile había llegado. Sentía como si hubiese sido otra persona cuando lo compré y me había encogido en casa cuando me miré al espejo. Mi madre había insistido tanto en que llevara sus pendientes de amatista, pero si bien las joyas que llevaba se sentían extravagantes en mí, no eran nada comparadas al exceso de joyas que llevaba

Tracy. Tenía joyas incrustadas en la peineta del pelo, pendientes de araña que casi llegaban a sus hombros y un enorme anillo de cóctel en la mano izquierda. Hannah llevaba el medallón de oro como siempre, pero un par de pendientes de delicados diamantes. Intercambiamos un par de elogios acerca de los vestidos de las demás y cotilleamos a medias sobre los vestidos que usaban algunas chicas de último año más populares. Asentí con la cabeza, pero no emití mi opinión, cuando se hicieron comentarios descarados sobre los vestidos de Cheryl, Kelly y Erica. Amanda Portnoy lucía fenomenal en un vestido de lentejuelas de oro que definitivamente no había sido comprado en cualquier tienda cerca de Willow. No podía dejar de preguntarme cuán magnífica hubiese lucido Olivia de haber vivido para asistir al baile. Tomó un tiempo para que la gente se aventurara a salir a la pista, pero una vez que se animaron ya estaban listos para festejar. Isaac desafió al entrenador Highland, el entrenador de fútbol masculino, a un baile y todo el mundo se aferraba a sus entrañas riéndose. El DJ tocaba “Celebration” de Kool & Gang y nadie se pudo resistir, nadie excepto Trey y yo. Seguíamos fijos en nuestros asientos comunicándonos, en su mayoría, con expresiones, observando. Esperando. —¡Chicos, vamos a bailar! ¡Es una fiesta! —nos gritó Tracy con la cara roja de saltar arriba y abajo durante “Rapper's Delight”. Ella me agarró por las manos y trató de levantarme de mi silla y llevarme a la pista de baile. —Nah, no soy una buena bailarina —me negué. —¡Vamos Trey, dile a tu chica que mueva los pies! —animó Tracy a Trey, como si fueran amigos. Trey no era del tipo de persona que aceptaba la falsa amistad, incluso si parecía mucho menos intimidante esa noche en un traje de lo que normalmente hacía en sus camisas a cuadros y chaqueta militar. —McKenna no quiere bailar —dijo con firmeza. —¡Bueno, ustedes se lo pierden! —nos advirtió Tracy, haciendo caso omiso de su amargura, trotando hacia la pista de baile con una sonrisa, donde Michael, aplaudiendo con sus manos, la estaba esperando. Trey me dio un codazo y asintió hacia la dirección donde Pete y Hannah habían entablado, lo que parecía ser, una conversación amistosa cerca de la ponchera. Pete parecía estar diciéndole que estaba muy linda y ella estaba encogiendo sus hombros desnudos tímidamente y colocando coquetamente una mano en su antebrazo. Pete lucía igual de guapo que siempre, usando un traje diferente al que usó en el velatorio de Olivia. Él había dejado colgada su chaqueta en el respaldo de alguna silla y tenía un clavel rosa metido en el bolsillo de su camiseta con botones. Mi corazón latía con furia mirando alrededor para ver si Candance o Mischa estaban viendo lo mismo; pero cuando mis ojos las encontraron en la multitud, ellas eran ajenas, bailando juntas. Pete. Así que tal vez atrapar a Pete era parte del movimiento de Hannah. Trey levantó una ceja. Estaba pensando lo mismo que yo. Alrededor de las 10 P.M., el Director Nylander se acercó al podio con dos sobres, y el DJ cortó la música después de que el baile lento terminara. but tonight the good time we’re having in each other’s company shows —¡Atención todo el mundo! ¡Atención! —dijo el Director Nylander, golpeando el micrófono para cerciorarse de que funcionaba. La multitud en la pista de baile se calmó, y Trey y yo cambiamos nuestras sillas para que pudiéramos ver el discurso del director. Se aclaró la garganta—. Me gustaría darles las gracias a todos ustedes por estar esta noche con nosotros y mostrar un admirable espíritu escolar. Ahora, sé que nuestro año escolar ya se ha visto

empañado por la tragedia, pero esta noche el buen momento que estamos teniendo en mutua compañía demuestra que los estudiantes del Instituto Weeping Willow tienen la fuerza para celebrar la vida de nuestra amiga perdida, Olivia Richmond, y seguir adelante con positividad. Hubo grandes aplausos; la gente estaba sorprendida de que él hubiese mencionado a Olivia por su nombre. —Después de mucha discusión con el profesorado de la escuela, se ha decidido que era correcto nombrar al rey y la reina del baile esta noche. Todos ustedes votaron hace unas semanas y no debería de ser sorpresa para ninguno de nosotros que la clase de tercer año votó a Olivia Richmond como su reina. Susurros llenaron el salón de baile. Nadie sabía exactamente qué esperar a continuación. —Ahora bien, aunque todos reconocemos que Olivia era un miembro muy querido de la comunidad del instituto, en interés por avanzar hacia el futuro, nos gustaría anunciar a la segunda finalista de este año como reina del baile y coronar a su rey. Ahora la emoción se estaba construyendo. El parloteo en el salón aumentó de volumen, y Trey y yo intercambiamos miradas confundidas. ¿Cómo podría haber un segundo puesto?, me pregunté. Todo el mundo en la clase de tercer año había votado a Olivia. Amanda, quien había sido reina del baile el año anterior, lucía indignada al otro lado del salón de baile, diciéndole algo directamente a Mischa. El Director Nylander abrió el primer sobre, con la entrenadora Stirling a su izquierda y el Sr. Paulson, el profesor del taller de madera, a su derecha. Se inclinó hacia adelante para hablar de nuevo por el micrófono, leyendo lo que decía el papel que había sacado del sobre: —La reina del baile de este año es... Hannah Simmons. No pude controlar mi reacción, me tambaleé hacia delante sobre mis pies y mi mandíbula cayó abierta. Trey se puso de pie detrás de mí y colocó sus manos sobre mis hombros para evitar que me alejara de nuestra mesa. La multitud estalló en aplausos de júbilo, y tuve que recordarme a mí misma que nadie más que Trey, Mischa, Amanda, Candance y yo teníamos realmente razón para estar molestos por la victoria de Hannah. Para todos los demás en la clase de tercer año, Hannah era la nueva chica misteriosa que había sido muy amiga de Olivia. Para ellos, probablemente era perfectamente natural que hubiera recibido más votos después de Olivia. Pero para nosotros, era claramente evidente que Hannah podría haber sido la única persona en toda la clase de tercer año que había votado por ella misma, y que ese un voto probablemente había sido suficiente para ganar su título de reina. Con incredulidad, vi como la multitud de estudiantes se acercaba a Hannah. Las chicas, con lágrimas de felicidad en sus ojos, le daban unas palmaditas en la espalda y la instaban a ir al frente del salón de baile hacia el podio. Hannah había cubierto su boca con las manos en sorpresa y estaba sacudiendo la cabeza como si ella simplemente no pudiese creer que su nombre había sido nombrado. La actuación era impresionante, de hecho, ya que era poco probable que ella estuviera realmente sorprendida. —Felicidades Hannah, y ahora nuestro rey del baile es... Peter Nicholson. ¡Felicidades, Pete! El Director Nylander estaba sonriendo radiantemente con orgullo hacia la multitud, mientras Pete se levantaba de la silla en la que estaba sentado, instado por los otros chicos del equipo de baloncesto. Él, a diferencia de Hannah, parecía estar avergonzado de haber ganado nada, y con picardía, tomó su lugar junto a ella. Después de saludarla con una tímida sonrisa, miró hacia el suelo, con las manos jugueteando nerviosamente.

—¡Así se hace, hombre! —gritó una voz masculina entre la multitud, causando que Pete asintiera a regañadientes en reconocimiento. —Algo va a suceder —dijo Trey—. ¿Lo sientes? De hecho sí tenía la sensación de que algo iba a suceder, pero no podía explicar cómo. La habitación todavía estaba caliente, pero el vello de mis antebrazos estaba erizado. Algo sobre estar de pie junto a Trey y escuchar los aplausos se sentía como un déjà vu. Entonces, un sentimiento de náuseas se apoderó de mí mientras escuchaba los primeros acordes de una canción que nunca esperé escuchar esa noche. Trey agarró mi mano y la apretó, dándose cuenta al mismo tiempo de lo que estaba sucediendo. “Soul Meets Body” de Death Cab for Cutie llenó el salón de baile de Ortonville Lodge mientras Pete ponía deliberadamente un brazo alrededor de Hannah y se inclinaban para ser coronados. Después de que el Director Nylander pusiera las coronas de plástico en cada una de sus cabezas, miraron hacia la multitud aplaudiendo, y lágrimas de alegría caían de los ojos de Hannah, teñidas de púrpura por el delineador de ojos, reluciendo bajo el foco que brillaba sobre ellos. Sentí como si estuviera en un sueño, en donde todo lo que estaba pasando estaba mal y lo único que podía hacer era mirar. A través de la multitud vi a Mischa y Matt. Nuestros ojos se encontraron, y ella se veía furiosa, lo suficientemente enfadada como para llorar. Matt tenía su brazo alrededor de sus hombros, y le estaba acariciando la mejilla, susurrándole al oído, tratando de calmarla. Los chicos de la clase de último año, con sus mejores trajes de los domingos, estaban cantando y gritando con los puños al aire. —¡Bésala! ¡Bésala! Pete se giró hacia Hannah, sonriendo con incertidumbre, porque no quería decepcionar a la multitud. Traté desesperadamente de recordar cuántas de nuestras sospechas acerca de Hannah habíamos compartido con Pete después del accidente y me di cuenta de que no le habíamos dicho nada en absoluto, queriendo ahorrarle angustia. Era muy probable que él sólo pensara que la locura de Candance fuera un efecto por su dolor a causa de la muerte de Olivia. Trey negó con la cabeza lentamente cuando la entrenadora Stirling y el profesor de taller de madera colocaron las bandas sobre los hombros de Pete y Hannah. Solamente, cuando Pete tomó la mano de Hannah y la levantó en señal de victoria sobre sus cabezas noté a Isaac tratando de sostener a Candance. Ella se retorcía de ira y gritaba hacia la parte posterior de la multitud, pero no podía oír lo que estaba diciendo sobre el volumen de la música. Todo el cuidado que había puesto en su apariencia estaba dominado por su rabia animal. Parecía monstruosa, arañando a Isaac para que la liberara, su cara roja. Él perdió el agarre de sus brazos, y ella corrió tan rápido hacia el podio que casi se tropezó con sus propios talones. Mientras se precipitaba hacia el frente de la sala de baile, empujando a cualquiera que estuviese en su camino hacia un lado, parecía una furiosa bala de cañón, rasgando a través de la multitud demasiado rápido como para que nadie pudiese entender qué estaba sucediendo. Hannah ni siquiera la había visto venir; había estado demasiado ocupada saludando soñadoramente a los estudiantes del baile. —Santa... —Trey se fue apagando. El baile de inmediato se convirtió en una escena de caos. Los profesores corrieron a separar a la rabiosa Candance lejos de Hannah. Pete y la entrenadora Stirling ayudaron a Hannah a ponerse de pie y mientras recobraba el equilibrio se dio cuenta de que su nariz estaba sangrando sobre todo el frente de su vestido azul-bebé. Su corona se había caído al suelo por el forcejeo, olvidada detrás del podio. Melissa, la chica que había conducido con nosotros a Kenosha la noche del accidente de Olivia, fue hasta la mesa del banquete y regresó con un montón de servilletas

suaves para presionarlas contra la cara de Hannah. Pete, preocupado por Hannah, lanzó una mirada furiosa a Candance cuando el Sr. Paulson la arrastró lejos. Varios profesores llamaron a la ambulancia y a la policía, por lo que en cuestión de minutos, las sirenas se oían fuera. Nadie dentro del salón de baile sabía muy bien qué hacer; todo el mundo estaba mirando a su alrededor con sorpresa e impotencia. La música había sido silenciada, y todo el gran salón de baile estaba lleno de los curiosos murmullos de adolescentes confusos. —Vamos. —Trey hizo un gesto para que lo siguiera, y luego me llevó por el codo a través de las puertas dobles que nos devolvieron al vestíbulo del hotel. Los huéspedes miraban con asombro a todos los adolescentes desconcertados que se derramaban fuera del salón de baile en sus trajes. Candance había sido arrastrada a la parte delantera del hotel, y estaba siendo retenida por el Sr. Paulson y uno de los profesores de física. A través de los ventanales del vestíbulo pudimos verlos, hombres adultos, luchando por frenarla mientras ella incansable y maniáticamente peleaba en un intento de liberarse de ellos. Vimos, aturdidos, su comportamiento. —Ella definitivamente no se ve como si estuviera en estado de hipnosis —observó Trey. Era cierto; Candance parecía más bien poseída que hipnotizada. Un paramédico le puso una inyección de algo, probablemente un sedante, y ella cayó flácida en cuestión de cuatro segundos, con las rodillas dobladas. Los paramédicos la atraparon antes de que cayera a la acera, y suavemente la colocaron en una camilla rodante antes de deslizarla en la parte trasera de la ambulancia. —Alguien, llame a un exorcista —se quejó una chica de último año mientras pasaba detrás de nosotros, saliendo del baile hacia el baño de damas en el pasillo. Tuvimos suerte de habernos dirigido camino hacia el vestíbulo de forma rápida, ya que detrás de nosotros otros chaperones y administradores del hotel impedían que los otros estudiantes salieran del salón de baile, instándolos a mantener la calma hasta que los profesores y médicos tuvieran la oportunidad de asistir a Candance. Isaac estaba entre ellos, y sus intentos de explicar que Candance era su novia y su cita no le ganaron el acceso al vestíbulo. —Todo el mundo mantenga la calma. —Oímos al Director Nylander diciéndonos a todos en el micrófono del salón de baile—. La noche todavía es joven. Trey y yo vimos como la ambulancia se llevaba a Candance lejos, siendo flanqueada de cerca por dos coches de policía. Detrás de nosotros pudimos escuchar la música comenzar de nuevo, y el baile continuó como si nada hubiera pasado. En lo que se refería a nuestros compañeros de clase, ellos habían presenciado una pelea de gatas explosiva, comenzada por una chica chiflada. Me quedé de piedra. Me sentía segura de que Olivia había utilizado esa canción para llamar mi atención, para que me diera cuenta de que algo importante sucedería en ese momento, y yo estaba furiosa conmigo misma por no entender la pista. —Simplemente no lo entiendo —me quejé con Trey, luego de que fuimos conducidos por la entrenadora Stirling de vuelta al baile—. ¿Qué viene después? —La muerte de Candance en el juego. ¿Cómo la describió Hannah? ¿Hay alguna posibilidad de que ella fuera a morir de camino al hospital o en el hospital? —me preguntó Trey. Tuve que pensar para poder recordar los detalles de la historia que Hannah había preparado para Candance. —Se ahogaba. En la playa. En aguas profundas. Trey puso su brazo alrededor de mí y me pellizcó el hombro con ternura.

—No hay realmente ninguna playa en Winsconsin a parte de las playas de roca alrededor de los lagos. Olivia debió haber querido que notásemos algo más. ¿Quizás que Hannah quiere a Pete? Eso es bastante obvio. Hannah y Pete estaban bailando un lento en ese mismo instante. No estaban bailando muy cerca el uno del otro, pero parecían estar teniendo una amistosa conversación, y eso era razón suficiente para que fuésemos curiosos. Hannah todavía se veía bastante bien a pesar de las manchas de sangre en la parte delantera de su vestido, que el agua carbonatada había hecho poco por eliminar. Me pregunté si Hannah había hecho originalmente planes para ir al baile con Mark Reagan, o sólo lo había mencionado mientras desarrollaba su plan a largo plazo para matar a Olivia y robarle a Pete. —¿Ves eso? —dijo una voz detrás de mí, y me giré para encontrarme a Mischa tomando el asiento junto al mío, mirando a través del salón de baile a Hannah. Ella estaba arriesgando la credibilidad de nuestra falsa pelea al hablarme, pero Mischa no estaba de humor para preocuparse—. Es Pete. Ella quiere a Pete. Creo que Hannah mató a Olivia sólo para salir con él. Como si su cabeza estuviera guiada por un poder místico, Hannah miró directamente hacia nosotros a través de la multitud e hizo contacto visual conmigo. Su expresión era una que sugería que estaba en problemas, en lugar de una de curiosidad acerca de por qué estaría conversando con mi supuesta adversaria en el baile. Ya sea que pudo discernir al instante que mi pelea con Mischa había sido falsa, o asumió que estábamos en el proceso de restaurar nuestra amistad, no me di cuenta. Lo que sí estaba claro era que ella no estaba feliz de vernos juntas. Mischa la fulminó con la mirada y gruñó. —¡Oh, mira eso! Alguien no está feliz de sigamos siendo amigas. Lástima. No más andar a escondidas, McKenna. Quiero que esa chica sepa que eres mi amiga también. Es demasiado peligrosa como para que tú estés cerca de ella. Estuve de acuerdo con Mischa. Hannah era obviamente inteligente. Pero estaba bastante segura de que no era sólo Pete lo que Hannah había querido tomar de Olivia. Era todo: la popularidad, la victoria del Consejo de Estudiantes, su novio... todo. Sólo necesitaba algún tipo de gran señal para comprender mejor por qué Olivia había tenido que morir para hacer todo esto posible.

CAPITULO 12 Traducido por mica :) Corregido por lavi Maude, la cachorrita, se sentó afuera de la puerta del baño y me ladró mientras me sacaba el maquillaje, más tarde esa noche. —No sé qué le pasa. Estuvo callada toda la noche —dijo mamá estudiando a la perrita. Maude me miró y ladró, y se giró hacia mi madre como diciéndole “¿Ves?” —Perro loco —dije bruscamente y caminé por el pasillo hasta mi habitación. Una hora más tarde, cuando Trey dio un golpecito en mi ventana, anunció: —No estoy seguro de que deba seguir viniendo. Mis padres saben que pasa algo. Mi aliento se atascó en mi garganta con miedo y pánico —¿Qué quieres decir con que lo saben? ¿Saben que vienes aquí? —Miré por la ventana a la casa de los Emory, la cual estaba oscura y en silencio por la noche. —Saben que estoy yendo a alguna parte. Mi mamá me sentó esta noche y me dijo que no querían fastidiarme antes de la gran noche pero que están preocupados por mi bienestar y que han notado que estoy saliendo a hurtadillas por la noche. —Se hundió en el borde de mi cama, no queriendo ponerse demasiado cómodo, mirándome para confirmar si debía quedarse o irse. —Mierda —proferí. Ya era bastante tarde. Podía oír a los grillos en el patio trasero y el tictac del reloj sobre la repisa de la chimenea de la sala de estar—. Tal vez todo esté bien. Ya tuvimos noticias de Olivia anoche, supongo que hoy me dejará en paz. —¿Estas segura? —preguntó Trey sin creerme. Realmente no quería que se fuera, pero ya era demasiado sospechoso que sus padres supieran exactamente a dónde iba todas las noches y no quería que se acercaran a mi mamá con la noticia. El calor de su cuerpo en la cama junto a mí se había vuelto familiar y estaba un poco aterrada de que Olivia fuera a enfurecerse ya que no me había dado cuenta de lo que quería que hiciera en el baile con sus pistas. Tomó mis manos entre las suyas y pasó los pulgares sobre la parte superior de mis dedos—. Realmente no quiero que duermas aquí tú sola. Miré alrededor de mi cuarto oscuro, hacia el estante con mis cajas de música y el otro estante con mis CDs y me encogí de hombros. —Puedo dormir en la sala de estar. Creo que es más seguro ahí. Una vez que Trey abandonó de mala gana mi habitación y trepó de nuevo a la suya por la ventana, tomé mi almohada, una manta y salí corriendo de mi cuarto lo más rápido que pude. Tan pronto como estuve ubicada en el sofá de la sala de estar, pude escuchar a Maude en el dormitorio de mi mamá gimiendo en voz baja para sí misma. Esperaba no haberla despertado; mi madre definitivamente cuestionaría por qué estaba durmiendo en el sofá de la sala de estar en lugar de en mi propia cama. Entonces, empecé a pensar en cómo en los reality shows de la televisión sobre cazadores de fantasmas, muchas veces los animales domésticos podían detectar la actividad paranormal que los humanos no podían ver con sus ojos y comencé a asustarme.

Por la mañana, mis temores de que Maude había sentido el espíritu de Olivia tramando algo en mi habitación fueron confirmados cuando me asomé allí justo después del amanecer. Al principio, todo en mi cuarto parecía estar en su lugar, tal y como lo había dejado, pero luego casi salté de mi piel por la sorpresa cuando noté una palabra escrita en el espejo con una lápiz labial color ciruela que mi madre había dejado en mi dormitorio mientras yo me había estado preparando para el baile. Decía: NOHI El sábado por la mañana, Mischa tomó prestado el auto de su hermana y manejamos hasta el hospital de Ortonville para visitar a Candace. Hablamos alegremente sobre el baile de Bienvenida y de chicos, principalmente para distraernos de la gravedad de nuestra situación. Me dijo que pensaba que Trey y yo hacíamos una bonita pareja y se disculpó por haberse burlado de él en la fiesta de cumpleaños de Olivia. —Debes admitir que es extraño —insistió Mischa—, pero es sexy. Te concedo eso. —Está bien, es extraño, pero yo también lo soy —estuve de acuerdo. Mischa me contó que me había perdido un sombrío paseo a la casa de Bobby después del baile. Matt la había llevado a casa en el Audi de su papá después de que Hannah, Pete, Melissa, Jeff, Tracy y Mike apareciesen. Mischa no había estado de humor para una fiesta después de eso. —Quiero decir, en serio, ¿quién se cree que es? Le pedí a Matt que hablase con Pete, pero no son realmente amigos. Supongo que si a él realmente le gusta Hannah no hay mucho que podamos hacer al respecto, pero es que, ¡Dios! Está tan mal que vaya detrás del novio de Olivia cuando ni siquiera ha pasado un mes… —divagaba Mischa. La enfermera de la recepción en la sala de urgencias nos dijo que bajo ninguna circunstancia podíamos visitar a Candace porque había sido internada en un hospital psiquiátrico y nosotras no éramos miembros de su familia. —Esto es muy, muy importante —insistió Mischa—. Es como de vida o muerte. —Estoy segura de que lo es, cariño —dijo la enfermera condescendientemente—. Pero, tendrá que esperar hasta que ella salga. Afortunadamente, vimos a la madre de Candace en el estacionamiento antes de que nos alejáramos, salimos disparadas del auto de Mischa para interceptarla antes de que llegara a su propio auto. —¡Sra. Cotton! —llamó Mischa. La madre de Candace se detuvo antes de abrir la puerta del lado del conductor de su auto y pareció sorprendida al oír que la llamábamos por su nombre antiguo. Había sido oficialmente la Sra. Lehrer desde que todas estábamos en primer grado, pero nunca se sintió natural llamarla de esa manera. Parecía estar exhausta, con bolsas bajo sus ojos y estaba mucho menos arreglada de lo que normalmente solía estar, vistiendo una sudadera descolorida. Llevaba un café de la cafetería del hospital en una mano y las llaves del auto colgando en la otra. —Oh, hola chicas. Lo siento, ha sido una larga noche. No las reconocí hace un momento. —Realmente tenemos que ver a Candace —suplicó Mischa. —No creo que el hospital vaya a permitir eso. Candace está pasando una temporada difícil y no puede recibir visitas. Sigue obsesionada con la idea de que esa chica, Hannah, tiene algún tipo

de poder maligno a causa de ese juego que jugaron en la casa de Olivia hace unas semanas. Sus médicos piensan que el juego se ha convertido en una fijación; un rasgo típico de la psicosis que está sufriendo. No creo que sea beneficioso para ella ver a amigas de la escuela. —Mi padre es psiquiatra —elevé mi voz—. Dijo que usted debería llevar a Candace a la Universidad de Wisconsin en Sheboygan y hacer que la examine uno de sus antiguos compañeros de trabajo. Me dio el nombre de uno. —Le entregué el e-mail de mi papá que había impreso, el cual incluía la información de contacto del Dr. Felipe González. La mamá de Candace estudió el papel antes de meterlo en su bolso. —Gracias McKenna y agradece a tu padre también. Estoy llegando a mi límite con todo esto. Es sólo que ya no sé qué más hacer por ella. El papá de Candace y su madrastra llegarán de Green Bay esta tarde y debería tener una mejor idea de lo que va a ocurrir a continuación. En el viaje de regreso a Willow, luché con la indecisión de decirle o no a Mischa lo de todos los sucesos extraños que había mi casa y la conexión con Olivia que Trey y yo habíamos hecho con la tabla de Ouija. Realmente quería compartirlo, pero no quería acabar en la habitación contigua a la de Candace en el hospital psiquiátrico. Pero aun así, si había una posibilidad de que Mischa estuviera recibiendo mensajes de Olivia, entonces tal vez sus mensajes junto con mis mensajes nos conduciría a algún tipo de deducción sobre lo que teníamos que hacer para detener a Hannah. —¿Has estado notando algo extraño en tu casa últimamente? —pregunté con inquietud. Oí mi teléfono vibrando en mi bolso con un mensaje de texto y lo ignoré. Hannah me había estado enviando mensajes toda la mañana, queriendo saber si me uniría a ella y Tracy para ver una película esa tarde y aún no había reunido la energía para responderle. —¿Qué quieres decir con raro? —preguntó Mischa—. Mi hermana es básicamente una terrorista. Eso es raro. —Como... —Me quedé en blanco, sospechando que acercarme a este territorio era probablemente una mala idea—. Sólo acontecimientos inexplicables, sentimientos incómodos. Rareza en general. Mischa desvió sus ojos de la carretera para lanzarme una mirada de me-estás-tomando-el-pelo. —¿De qué demonios estás hablando McKenna? ¿Estás perdiendo el juicio también? No estoy segura de poder asimilar que mis dos mejores amigas estén locas. —No lo estoy, no lo estoy —insistí, avergonzada por cuán halagada estaba de que Mischa me reconociera como una de sus mejores amigas—. Es sólo... hay una palabra que sigue apareciendo en mi vida y no puedo explicarlo. ¿La palabra NOHI significa algo para ti? —Suena a japonés. —Mischa se encogió de hombros—. Como, Kodomo no hi es día del niño en Japón. Fue difícil ocultar mi consternación. Eso no parecía una gran pista y no sonaba como si Mischa hubiese estado observando cosas extrañas, como yo. Mischa me sorprendía por la gran variedad de cosas curiosas que guardaba en su cabeza, pero no había ninguna posibilidad de que Olivia hubiese aprendido a decir algo en japonés antes de su muerte. La adquisición de conocimientos no había sido precisamente una de las actividades favoritas de Olivia.

—¿En serio? —pregunté—. Así que, hasta dónde tú sabes, ¿esa palabra no tiene nada que ver con Olivia en absoluto? Habíamos parado frente a un semáforo en rojo antes de una intersección y Mischa me miró. —No sé de qué estás hablando McKenna. ¿Estás tratando de decirme que crees que estás recibiendo mensajes de Olivia... del otro lado? Respiré profundamente. —Antes de que Candace se volviera completamente loca, ¿te contó que le asustó que Hannah supiera lo de sus medios hermanos, a pesar de que ella no podía recordar haberlos mencionado antes? ―Le dije lo que Hannah me había dicho en la pista antes de que Olivia muriera, que los espíritus le decían cosas―. Sé que es poco probable, pero tal vez Olivia sea un espíritu ahora y esté tratando de decirnos cosas. Han sucedido cosas raras en mi casa y no soy sólo yo, Trey lo ha visto también. Creo que Olivia está tratando de advertirnos. Creo que… más cosas malas están por suceder. La luz del semáforo cambió de rojo a verde, pero Mischa vaciló antes de acelerar. —Tú seriamente, seriamente me estás asustando. Condujimos unas pocas manzanas más antes de que Mischa preguntara: —¿Qué clase de cosas malas crees que van a suceder? ¿Vamos a morir, como Olivia? Miré por la ventana mi pequeño pueblo mientras lo atravesábamos, no queriendo pronunciar las palabras que estaban en la punta de mi lengua. Allí estaba la florería, la tienda de alimentos, la pizzería que de forma fiable entregaba durante los inviernos nevados (Federico’s era un restaurante de pizza rival al otro lado de la ciudad que sólo ofrecía las pizzas para llevar durante los meses de invierno) y mientras pasábamos la escuela primaria pública, dije: —Mischa, tenemos que parar en la biblioteca. Necesito ver algo. Sin hacerme ninguna pregunta, Mischa giró a la derecha al estacionamiento de la pequeña biblioteca pública de ladrillos, sólo un poco más lejos de la escuela primaria. Había ido con mi madre toda la vida y nunca antes había prestado atención al ala posterior de la biblioteca, que se alzaba dos pisos y mostraba grandes ventanales del suelo al techo. Ahora que le estaba dando una mirada más detenida, esa ala de la biblioteca, que había sido agregada a la estructura original una década antes de que yo naciera, empequeñecía la estructura original y había sido diseñada en un estilo mucho más moderno. Era obviamente una adición al edificio original y habían puesto muy poco esfuerzo en hacer que pareciese una exención natural. —No lo entiendo. ¿Qué estamos buscando? Señalé el ala de la biblioteca y me volví hacia Mischa. —Adivina el abuelo de quién pagó por ese ala de la biblioteca. Tengo razones para creer que podría tener su nombre. Mischa entrecerró los ojos. —Vamos. Dentro, las dos nos quedamos estupefactas al ver la frase “Este ala de la biblioteca fue posible gracias a un regalo de Harold J. Simmons y familia”, junto con el año 1984, en una placa de

cobre fijada en la pared cerca de la entrada del ala en el primer piso. Pasé los dedos sobre el nombre del abuelo de Hannah lentamente. Esta era el ala de la biblioteca que contenía la sección infantil y arriba en el segundo piso, estaban organizados los libros de no ficción sobre arte, historia y drama. Mischa y yo dimos vueltas por el ala vagamente, a pesar de que habíamos caminado por esas filas de libros cientos de veces en nuestras vidas. Nos habíamos sentado en el salón de lectura de esta ala como niñas pequeñas, pronunciando los sonidos de las nuevas palabras mientras aprendíamos a leer completamente ajenas al poder que la familia de Hannah ya tenía sobre nuestras vidas. —Wow, la familia de Hannah debe ser escandalosamente rica —comentó Mischa, mirando hacia arriba al segundo piso de la biblioteca, el cual daba a la sección de lectura de la zona infantil—. Realmente nunca pensé demasiado en la biblioteca, pero construir esto no pudo haber sido barato. Nos sentamos en las filas de las computadoras en el salón multimedia y buscamos el nombre del abuelo de Hannah. Los resultados fueron tantos que no podíamos leerlos todos. Había sido dueño de una empresa de arquitectura y construcción, como mi padre recordaba, y parecía haber cientos de resultados de búsquedas sobre los contratos para su empresa y los edificios que habían construido desde la frontera con Canadá hasta Chicago. —¡Ooh! ¿Qué hay de este? —Mischa señaló un titular en la pantalla que decía, Disputa Testamentaria Sobre la Herencia Establecida de Simmons. Hice clic en el enlace y Mischa tamborileó con sus uñas largas la mesa en donde estábamos, ganándose una mirada de irritación del hombre sentado en la computadora de al lado, mientras esperábamos que la vieja noticia se desplegara en nuestra pantalla. Nuestros ojos devoraron la historia mientras una imagen y párrafos de texto se cargaban. Parecía ser que cuando el abuelo de Hannah murió, catorce años antes que su mujer, su testamento fue disputado por su ex socio de negocios alegando que había sido privado de su mitad de la fortuna. Harold Simmons no le había dejado nada a Arthur Fitzpatrick, ni una moneda de diez centavos, y él se mantuvo firme en que el testamento que el Sr. Simmons había dejado atrás era una falsificación, actualizado y firmado tan sólo unas semanas antes de su repentina muerte. La viuda de Harold Simmons, la abuela de Hannah, afirmó que todo el capital inicial para la empresa de construcción había sido liderado por Harold y que todas las ganancias eran contractualmente de él, basado en el acuerdo que los hombres habían hecho cuando iniciaron la empresa. Ella insistió en que a Arthur Fitzpatrick no se le debía nada más que el sueldo generoso que ya se le había pagado durante el tiempo que había trabajado con el Sr. Simmons. —Escándalo —susurró Mischa. La batalla se prolongó en la corte durante tres años hasta que finalmente un juez decidió a favor del Sr. Fitzpatrick, otorgándole una parte de la tierra, una fracción de los beneficios de las empresas y un contrato para completar uno de los trabajos más grandes sin terminar con su recién formada compañía. La foto que acompañaba la historia era del abuelo de Hannah, luciendo mucho más anciano y severo en comparación al hombre que recordaba haber visto en la pintura del salón de Hannah. Estaba un poco molesta por eso; quería ver una foto de la abuela rencorosa. La historia terminaba con citas del Sr. Fitzpatrick, así como también de la abuela de Hannah, Ann Simmons.

“Finalmente, el tribunal ha emitido una sentencia justa. Estoy impaciente por dejar esto en el pasado, y espero con ansias un futuro brillante para Fitzpatrick & Sons Contruction”, declaró el Sr. Fitzpatrick afuera del palacio de justicia del condado de Shawano.

“El Sr. Fitzpatrick pudo haber conseguido lo que quería, pero no descansaré hasta que la propiedad de mi familia haya sido devuelta a su legítimo propietario”, replicó la Sra. Ann Simmons. Me senté, un poco sin aliento. Así que la abuela de Hannah, quién había dejado su finca al padre de Hannah, había muerto con rencor. Ninguno de estos hechos en su valor nominal explicaba nada de lo que Olivia había estado tratando de comunicarme, pero finalmente sentía como si estuviese llegado a alguna parte. Le envié un mensaje con el enlace del artículo a Trey, y Mischa y yo continuamos buscando información. Arthur Fitzpatrick utilizó la tierra que había conseguido en la disputa en menos de un año después de la decisión del tribunal. La convirtió en una comunidad de condominios, y los vendió todos, lote por lote. El Sr. Fitzpatrick murió de causas naturales cinco años antes que la abuela de Hannah. Terminamos de leer su obituario en el Ortonville Courier y las dos negamos con la cabeza. Él había vivido con su esposa, tuvo varios hijos y nietos, pero al momento de su muerte se había mudado a California. —Esto ni siquiera podría tener algo que ver con su abuela —anuncié, no queriendo hacernos ilusiones de que estábamos frente a algo grande—. Hannah simplemente podría ser malvada, así de simple. Mischa no lucía muy convencida. —La abuela estaba buscando venganza, y no sabemos si la consiguió. Y ahora Hannah vive en su casa. Eso es algo. Es más de lo que sabíamos hace una hora. Discutimos sobre investigar cualquier tipo de conexión histórica entre las familias Simmons, Richmond y Portnoy o cualquier conexión entre Arthur Fitzgerald y cualquiera de las familias de mis amigas, pero después de unas cuantas búsquedas en la web los resultados fueron escasos. Mischa suspiró. —Los padres de mi madre vinieron aquí de Rusia después de la segunda guerra mundial. Mi papá creció en Minnesota y se mudó aquí cuando se casaron. Realmente no creo que haya conexión entre los Simmons y mi familia. Quiero decir, si los Simmons tuvieran una conexión con cualquier familia de esta ciudad sería con la de Tracy Hartford. Su abuelo fue juez del distrito durante millones de años. Si tenemos que leer todos esos títulos de propiedad y esas cosas, voy a morir de aburrimiento. Me está dando dolor de cabeza de sólo pensarlo. Mischa tenía una capacidad de atención demasiado escasa para calificar como un detective legítimo. Cerramos nuestra investigación en la biblioteca y condujimos a su casa para tratar de determinar nuestro próximo movimiento. Le contesté el mensaje a Hannah con una mentira, diciendo que estaba visitando a mis abuelos y que no sería capaz de unirme a ella y a Tracy para ver una película hasta el domingo. Sólo quería una tarde para mí, una tarde de chismes sobre el baile y ser una chica de tercer año de secundaria normal. Cuando llegamos a la casa de los Portnoy, Amanda nos convocó a su habitación, llamándonos tan pronto como oyó la puerta del garaje abrirse en la cocina. —¡Mischa! ¡Ven aquí! ¿Has visto esto? Trepamos por las escaleras hasta la habitación de Amanda en el segundo piso, la cual estaba prácticamente empapelada con imágenes de bandas de rock arrancadas de revistas. Estaba sentada en su escritorio, de espaldas a la puerta, completamente absorta en algo en su ordenador portátil.

Cuando entramos a su habitación, vimos que estaba mirando fotos muy poco favorecedoras de Candace atacando a Hannah en el baile la noche anterior, compartidas con ella en su página de Facebook. —Dios, mira eso. Candace se ve como una maniática. El cabello de Candace era un borrón, su rostro estaba enrojecido de ira y su expresión sólo podía ser descrita como demoniaca. —¿Quién publicó estas fotos? —preguntó Mischa a la defensiva. —Un grupo de idiotas del equipo de fútbol. Acabo de pedirle a Brian que quiten el tag de Candace. Pero Dios, ¿qué le pasa? —Amanda chasqueó la lengua. Si las imágenes eran terribles, los comentarios eran incluso peores. Eran mezquinos, brutales y muchos habían sido publicados por chicas y chicos que Candace probablemente había considerado amigos—. Me siento mal por Candace. Sé que ustedes la quieren, pero su vida en el instituto está totalmente acabada. Mischa entrecerró los ojos hacia la computadora y luego me hizo una seña para que la siguiera por el pasillo hasta su habitación. —No puedo creer que no pensara en esto antes. ¿Qué tal si tratamos de encontrar a chicos de la vieja escuela de Hannah y les preguntamos acerca de ella? —sugirió Mischa con los ojos brillantes. La idea me hizo sentir en conflicto. Parecía terriblemente astuto enviar correos electrónicos para que los chicos sacaran los trapos sucios de Hannah sin que ella lo supiera. Sin embargo al mismo tiempo, mi corazón se aceleró porque no habíamos pensado en probarlo antes y me pareció una manera bastante sencilla de averiguar si alguien había pensado que Hannah tenía algo que ver con los cuatro suicidios ocurridos el año anterior. Mischa se puso manos a la obra buscando en las páginas conmemorativas de los dos chicos fallecidos de los cuales sabíamos los nombres. Los padres de la chica que había sido capitana del equipo de animadoras en la escuela de Lake Forest habían creado un grupo privado llamado Recordando a Rebecca. No fuimos capaces de ver ninguno de los mensajes, pero podíamos ver algunos miembros del grupo, y le pedí a Mischa que detuviera el desplazamiento cuando la foto de un chico de nuestra edad cuyo nombre era Eric apareció en la pantalla. —Quédate ahí —ordené—. Este tipo. Hannah me dijo que salió con un chico llamado Eric y que rompieron cuando se mudó aquí por la distancia. Mischa miró la foto del atractivo y sonriente atleta con escepticismo. —Hannah dijo que su vieja escuela era muy grande ¿No crees que habría un montón de Erics en una gran escuela? No podía explicar cómo, pero tenía la sensación de que estábamos frente a la imagen del Eric correcto, el que había salido con Hannah. —Bueno, este Eric se preocupaba lo suficiente por Rebecca Shermer para unirse a su grupo de conmemoración. Tendría un poco de sentido que Hannah haya sido amiga de Rebecca Shermer si ella fue una de los chicos que murieron, ¿verdad? Y si Hannah estaba saliendo con Eric... Esa tarde, Mischa escribió mensajes un poco misteriosos a varios chicos que habían estado en las páginas conmemorativas de Rebecca Shermer y Josh Loomis, el estudiante de primer año que Hannah había cuidado cuando era pequeño, y a Eric. Les explicó que era una estudiante de la nueva escuela de Hannah en Willow, Wisconsin, que estaba planeando una fiesta sorpresa para

celebrar la victoria de Hannah en las elecciones al Consejo de Estudiantes. Les pidió a todos los que contactó que respondieran con discreción para mantener la sorpresa e insistió que aquellos que no pudieran asistir en persona mandaran sus mejores deseos y ella misma se encargaría de imprimirlos e incluirlos en una tarjeta que le presentaría a Hannah en la fiesta. Tuve que admitirlo, era un plan muy brillante creado por Mischa. No era probable que alguien dijera que quería asistir a la fiesta en persona y conducir todo el camino desde Illinois, y nosotras seríamos capaces de comprender mucho sobre cómo las personas percibían a Hannah por sus respuestas. Lo mejor de todo, era poco probable que alguien se comunicara con Hannah y le dijera que la gente de su nueva escuela preguntaba acerca de su pasado. Mischa también envió una solicitud para unirse al grupo de Recordando a Rebecca, pero sabía que era imposible que sus padres aceptaran a alguien cuyo nombre no reconocieran. —Escucha esto —me dijo Mischa horas más tarde por teléfono mientras veía la televisión con mi mamá—. He recibido tres respuestas hasta ahora. Molly Vega dijo “Realmente no conozco tanto a Hannah. Buena suerte con la fiesta”. Luego, Mike Goldsmith respondió y dijo, “No tengo nada bueno que decir acerca de esa chica”. Y luego... espera... Keeley Alden dijo, “Te aconsejo que te mantengas tan lejos de Hannah como puedas. Lamento que estés atascada con ella ahora, pero al menos ya no está en nuestra escuela”. —Extraño —dije. Envidiaba que tuviera una computadora en su propio cuarto y pudiera pasar toda la noche en Facebook; yo compartía la computadora con mi mamá y ella no pensaba que necesitase un iPad además de un teléfono. Cada vez que le decía que todos en la escuela tenían uno, me sugería que hablara con mi padre, y su respuesta siempre era que cuando él era niño, se entretenía con un estante lleno de libros de segunda mano y que gracias a eso había salido bastante bien. Mi madre me miraba por encima de su periódico en el otro extremo del sofá con vago interés. —¿Y ese tipo? ¿Eric? El novio, ¿no? Contestó y dijo, “No quiero tener nada que ver con Hannah Simmons. No vuelvas a contactar conmigo nunca más”. Acaba de actualizar todas sus opciones de privacidad, así que ya no puedo ver su perfil. ¡Sospechoso! Así que no éramos las únicas que habíamos descubierto que Hannah era, como mínimo, un amuleto de mala suerte. Desafortunadamente, nadie de la antigua escuela de Hannah volvió a escribirle a Mischa con nada más específico acerca de por qué les disgustaba tanto. No teníamos ninguna prueba concreta de que hubiese jugado con otro estudiante a “Ligero como una pluma, rígido como una tabla”, así que lo que había hecho en su antigua escuela para ganar una reputación tan negativa siguió siendo un misterio. Tras otra noche de dormir incómoda en el sofá, acepté ir a ver una película con Tracy y Hannah en el pequeño centro comercial de Ortonville el domingo por la tarde a pesar de la severa advertencia de Mischa. Temía encontrarme a solas con Hannah, temía estar en un vehículo en movimiento con ella. Era muy probable que hubiera una reprimenda reservada para mí después de haberme comunicado con Mischa en el baile de la noche del viernes y temía que cuanto más tiempo tardara en disculparme, más grave sería el castigo. —¿Está bien tu nariz? —le pregunté, tratando de sonar tan contenta como me fuera posible mientras subía al asiento trasero del auto de Tracy. La nariz de Hannah parecía estar bien, pero tenía moretones bajo sus ojos, en su mayoría enmascarados con el corrector de ojos de color porcelana. —Sí, está bien, no está rota, sólo me duele —dijo Hannah desde el asiento del acompañante.

—Lo siento mucho por eso. Candace está... fuera de control. Está en el ala de psiquiatría de nuevo. Quién sabe cuándo van a dejarla salir —dije, sintiéndome podrida hasta la médula por sonar como si estuviera contenta de que Candace hubiese sido encerrada. —Sí, cielos. Lo sé. Mi papá quiere que la expulsen de la escuela. Es un peligro para sí misma y para otros estudiantes —dijo Hannah distraídamente, cambiando las estaciones de la radio. Contuve mi comentario. Al llegar a la esquina de la Calle Martha, el terreno baldío se podía ver por la ventana del lado del pasajero de Hannah y Tracy comentó: —¿No es donde tu antigua casa solía estar? Sentí como si el viento me hubiese noqueado. Por supuesto que lo era, y pasaba por la esquina de mi propia calle todos los días, pero no podía recordar la última vez que alguien, de manera tan ignorante y superficial, me hubiera preguntado abiertamente sobre el incendio. El terreno vacío lucía humilde, cubierto de larga y amarillenta hierba muerta como siempre lo estuvo. —Uh, sí —dije incómoda—. Mis padres compraron una casa en la misma manzana en lugar de reconstruirla. —Dios, yo también compraría una casa nueva. ¿Quién querría vivir en un lugar donde ocurrió un incendio como ese? Quiero decir, ew. Es como la trama perfecta para una película de terror —dijo Tracy, fomentando mi creencia de que era la chica más insensible de este mundo. Cuando llegamos al centro comercial, estábamos quince minutos retrasadas para ver la comedia romántica que Tracy y Hannah habían utilizado como cebo para sacarme de casa. Hannah revisaba los horarios de las películas del cine en su teléfono con el ceño fruncido, insistiendo que no podía entender cómo habían puesto mal la hora en el sitio web del cine. —Probablemente sólo nos estemos perdiendo los anuncios —dijo Tracy con un encogimiento de hombros, pero cuando intentamos comprar entradas para la película que ya había comenzado, el adolescente lleno de granos del mostrador se negó a venderlas. Era domingo por la tarde y el cine estaba lleno de gente, las familias con niños pequeños circulaban a nuestro alrededor mientras tratábamos de decidir qué hacer. Nuestras opciones eran comprar entradas para la próxima función de The Scent of Love, que comenzaba casi tres horas más tarde, o ver alguna de las otras películas que pasaban por la tarde: dibujos animados para niños o la taquillera película de acción en 3D, ambas comenzaban dentro de media hora. —Supongo que podría ver Brethren —dijo Hannah—. Por lo menos hay chicos sexys en esa película.

Brethren era una película de acción de alta velocidad situada en el Oriente Medio sobre un grupo de agentes especiales que tomó la ridícula misión de asesinar al jefe de una organización terrorista. Compramos nuestras entradas y cada una tomó un par de gafas 3D de cartón del mostrador en el vestíbulo del cine. Hannah y Tracy se pusieron en la fila para aperitivos, y oí a Hannah decirle a Tracy que yo no iba a comer nada porque estaba preocupada por mi peso. Tracy asintió conscientemente. No pensé en nada más que cosas odiosas acerca de Tracy mientras compraba una enorme caja de palomitas de maíz para ella y le agregaba mantequilla de maní de la máquina autoservicio. La película era terrible, pero era exactamente el tipo de película que ganaría millones de dólares en la taquilla. Empecé a perder el interés después de los primeros veinte minutos, cuando quedó claro que la trama secundaria sobre dos de los agentes de operaciones especiales que no se

llevaban bien iba a arruinar cada escena crítica con cursis chistes destinados a ser divertidos. En la mitad de la película, los agentes especiales colocaban una bomba en un mercado al aire libre que provocó un incendio de rápida propagación al caer la noche, pasando de puesto en puesto, incinerando todo a la vista ya que los vientos calientes del desierto ayudaban al fuego a expandirse. El fuego arremolinándose en la pantalla, el crepitar de las llamas haciendo estallar la madera y lanzando chispas fue demasiado para mí. Es sólo una película, me recordé a mí misma pero podía sentir mi aliento cada vez más atascado y podía jurar que olía humo. El sudor se deslizaba por mi frente y mi corazón estaba acelerado. Arranqué mis gafas 3D, me puse de pie; sin siquiera disculparme, pasé por encima de Hannah y avancé a pasitos por la fila de asientos, desesperada por salir a la calle, lejos del rugido de las llamas. Una vez en el pasillo, me limpié la humedad de la cara con la manga de mi chaqueta de punto. Las musiquitas tontas de las máquinas de vídeo juegos desatendidas en el pasillo, mostrando sus tráileres de juegos, me consolaron mientras recuperaba el aliento. En el baño de chicas me eché agua fría a la cara. Incluso después de sentirme lo suficientemente tranquila como para volver a mi asiento esperé un poco más, estudiando mi reflejo en el espejo. Era una locura preguntárselo, pero, ¿Hannah y Tracy habían hecho que intencionalmente nos perdiéramos la función de The Scent of Love para tener que ver Brethren? ¿Hannah había sabido lo de la horrible escena de fuego gracias al tráiler, o a los comerciales? Debió haber sabido lo traumático que sería para mí ver una escena como esa, especialmente en 3D. Me encontré temiendo regresar a mi asiento en el cine, infantilmente deseando una vez más llamar a mi mamá para pedirle que viniese a buscarme. Momentos antes de abrir la pesada puerta para volver a entrar al cine, oí el teléfono sonando en mi bolso. Vi el nombre de Mischa aparecer en la pantalla y me retiré al pasillo para hablar con ella en privado. —Lo descubrí —dijo Mischa por teléfono. —¿Oh sí? ¿Qué? —pregunté, sintiendo que de alguna manera Hannah podía oírnos a pesar de que todavía estaba en el cine lleno de gente. —Candace me llamó. Se siente mejor y saldrá mañana por la tarde. Y adivina qué. Su padre decidió que necesita un cambio de escenario. La van a llevar a Hawaii —dijo Mischa, sonando muy satisfecha consigo misma. —Oh Dios mío, Mischa —dije, sintiendo náuseas, mi estómago sacudiéndose—. ¡Olas! Podría ahogarse en la playa. —Lo sé. ¿Lo entiendes? Nohi. Debió haber sido el mensaje de Olivia. Significa no H-I. No Hawaii.

CAPITULO 13 Traducido por Mica :) y por sanjhoe Corregido por 1Inna Esa tarde estaba cada vez más inquieta mientras el sol se ponía. El cielo se volvió de color rosa y luego de color oro y después empezó a oscurecer, sospechaba que desde que el Sr. Cotton había comenzado con los papeles para llevar a Candace a un lugar donde pudiese potencialmente ahogarse en las olas justo como Hannah había predicho, el espíritu de Olivia iba a estar violento. Eso tenía sentido para mí, porque Olivia había querido llamar mi atención en el baile con esa canción: Se suponía que debía haber impedido que Candace atacase a Hannah. Porque ese ataque la llevaría a un viaje a la sala de psiquiatría y su hospitalización había inspirado a su padre para reservar unas vacaciones. Todo estaba claro ahora, pero deseaba que Olivia hubiese encontrado una manera más fácil de comunicar lo que quería. —¿Irás a la cama pronto? —preguntó mamá en la sala de estar después de entrar a Maude de su último salvaje juego en el patio trasero. Su tono sugería que debería ir a la cama ya que era domingo por la noche y tenía escuela por la mañana. Estaba fingiendo estar completamente absorta en un programa de noticias en la televisión sobre un asesino en serie que había vivido en Crosse —Sí, solo quiero ver el final de esto —aseguré. —¿Estás segura de que deberías mirar algo tan espeluznante antes de dormir? Has estado dando vueltas últimamente. No creo que quieras tener pesadillas. Evitando el contacto visual con ella dije: —No voy a tener pesadillas. Estoy durmiendo muy bien. —¿Entonces por qué has estado durmiendo aquí en el sofá? —Levantó una ceja con escepticismo hacia mí antes de desaparecer por el pasillo—. Buenas noches, que duermas bien. No dejes que las chinches te piquen. —dijo ella. Cuando el programa finalmente terminó, me esforcé para ver otra media hora de late night talk show y luego apagué la televisión. Me sorprendió la tranquilidad inmaculada que había en la casa luego de que el murmullo de voces de los comerciales se hubiese silenciado. Encendí la luz del pasillo y apagué la lámpara de la sala de estar, ya comenzando a tener pensamientos acerca de lo que podría estar esperándome en mi habitación. Desde que Mude había llegado, comencé a dejar la puerta de mi cuarto cerrada porque ella tenía un implacable odio hacia mis zapatos y calcetines. Mientras la puerta estuviese cerrada, mi calzado estaría a salvo, pero creaba un momento de pánico en mí cada vez que existían motivos para abrirla y mirar dentro. En esa fracción de segundo, antes de que fuese capaz de encender el interruptor de la luz, mi corazón dejaba de latir con temor a lo que me podía estar esperando del otro lado. Me incliné contra la puerta para escuchar cualquier sonido extraño viniendo desde mi cuarto, y como no escuche nada sospechoso, giré el pomo de la puerta. Mi mano retrocedió y choco contra mi pecho antes de poder darme cuenta de lo que estaba sucediendo. Di un grito ahogado de sorpresa porque el pomo estaba hirviendo al tacto. Mis dedos se sentían chamuscados pero cuando miré hacia abajo en la oscuridad esperando ver ampollas creciendo, estaban bien. No había nada en la perilla de la puerta que sugiriera lo caliente que estaba. La pinché de nuevo con la punta de mi dedo índice y noté que todavía estaba caliente. Pensé mis opciones. Consideré tratar de salir por la puerta principal hacia la casa de los Emory, pero la puerta de entrada de nuestra casa sin duda haría mucho ruido. La puerta de atrás con su estruendoso chillido, también haría una notable cantidad de ruido. No había manera de salir por el garaje a menos que usara la puerta automática, lo que sin duda despertaría a mi madre de su profundo sueño. Antes de incluso echarle un vistazo a mi habitación, sabía que no iba a poder dormir allí esta noche, y la idea de dormir expuesta en el sofá e irritar a mi madre aún más no era muy

atractiva. Si era Olivia jugando conmigo, simulando fuego en mi habitación sólo unas horas después de haber estado aterrada por una escena de una película de incendio, era francamente cruel. Así que tomé la decisión de cruzar mi habitación lo más rápido que pudiese, deslizarme por la ventana y lanzarme a la casa de Trey. Usando la parte inferior de mi camiseta para proteger mi mano, giré el pomo y abrí la puerta, encontrando mi dormitorio sospechosamente tranquilo y fresco. Cerré rápidamente y bloqueé la puerta detrás de mí, de puntillas me deslicé por la habitación lo más rápido que pude, me deslicé por la ventana y la bajé de nuevo. Vistiendo sólo calcetines en mis pies desbloqueé la puerta de la valla que rodeaba el patio de atrás y abrí la puerta al patio de los Emory. Golpeé la ventana de Trey ligeramente con los nudillos con la esperanza de que todavía estuviese despierto. La habitación por detrás de las persianas ya estaba oscura. Justo cuando comencé a sentir pánico porque no contestaba y soplaba un viento frío, levantó la ventana y me sonrió. —¡McKenna Brady! Pero qué agradable sorpresa —bromeó. —¿Puedo entrar? Fue desorientador entrar en la habitación de Trey a oscuras. Tímidamente limpió una pila de ropa interior sucia del suelo y la arrojó en la parte posterior de su armario. La habitación tenía un olor salado, como a sábanas sucias o zapatos viejos del gimnasio. Cuando nos metimos en su cama estrecha y bajó la manta sobre mí advirtió: —Tienes que despertarte e ir a casa temprano en la mañana. Si mis padres te encuentran aquí, tu madre te matará y entonces tú serás un fantasma persiguiéndome. —Creo que está cada vez más fuerte. —Le conté lo del pomo de la puerta caliente y que Candace se iría a Hawaii con su padre en dos semanas, justo después de los exámenes parciales. —Bueno, eso tiene sentido. El libro dice que cuanto más aclimatado está un espíritu, como un fantasma, más a gusto se siente con sus poderes —explicó Trey con total naturalidad—. Probablemente esté probando sus habilidades. Pero no creo que sea lo suficientemente fuerte aun como para localizarte aquí. Hundió la cabeza entre mi cuello y mi hombro y empezó a besarme el cuello suavemente, haciendo que mis dedos se doblasen con deleite. De repente, me distrajo un ruido de rasguños que venía de su armario y me enderecé por el miedo. —¿Qué es ese ruido? —Es la caja de arena. Parches y su familia se han trasladado. Salí de la cama de Trey y tiré de la cadena que colgaba de la bombilla expuesta en su armario para encender la luz y así poder echar un vistazo. La gata madre y los gatitos del patio de los Emorys estaban acurrucados en una toalla de baño vieja. Con sus ojos dorados, la gata madre me miró y parpadeó con paciencia. La bola gordita de pelos que acababa de usar la caja de arena cruzó trotando a través de los zapatos de correr de Trey de nuevo hacia su madre haciéndose un lugar junto a sus hermanos. —¡Trey, tu mamá va a enloquecer! Estos gatos probablemente tengan pulgas y todo tipo de cosas. —Sí, lo sé, —dijo Trey en voz baja desde donde estaba sentado, sin camisa, en su cama—. No dejo que la gata de mi madre entre aquí solo por si se contagia algo de los otros gatos. Sólo es una de las muchas, muchas otras razones, por las que mi madre debería enojarse conmigo. Me acurruqué debajo de las mantas de Trey de nuevo junto a él y le dije de repente. —Hoy Hannah me engañó para ver una película con ella y Tracy, tenía una escena con fuego fuera de control que realmente me molestó. Tal vez no supiese que esa escena estaría en la película, pero mi intuición me dice que sí lo sabía. ¿Estoy totalmente paranoica? —Tal vez un poco paranoica —dijo Trey poniendo un brazo protectoramente sobre mí—. Muchas películas tienen escenas de fuego. —Sí, pero esa escena en particular parecía demasiado real. Me hizo tener un ataque de pánico. Tuve que salir del cine y serenarme, y toda la tarde me he estado preguntando lo mismo, una y otra vez ¿Por qué yo y no ella?

Trey me estudió por un momento, preocupado —¿Por qué Jennie y no tú? Asentí, incapaz de decir nada, temiendo que si lo hacía, lloraría. —¿No recuerdas nada de la noche del incendio? No sabía cómo Trey podía recordar cosas de esa noche y yo no. Era la que había sido devorada por las llamas, quien se había atragantado con el humo y quien había visto el techo venirse encima. —¿No recuerdas la razón por la cual tú no moriste en el fuego, junto a Jennie? —Buscó en mí una señal de reconocimiento. —¿Recuerdas esa noche? —No era del todo imposible que Trey lo recordara ya que había sucedido al final de su calle y era probablemente el acontecimiento más memorable que había sucedido en nuestra pequeña ciudad durante toda su infancia. —Recuerdo mucho de esa noche —insistió—. Mi madre me despertó porque olió humo. Recuerdo haberla visto correr a través de la puerta principal y por la calle en bata, y el cielo oscuro resplandeciendo a causa de tu casa en llamas. Le dijo a mi padre que me mantuviese en casa pero después de unos pocos minutos, él me puso mi abrigo y la seguimos hasta la esquina donde tu antigua casa solía estar. Tú estabas de pie afuera en la calle con tu perro, descalza, en camisón, viendo las llamas extenderse más y más. Tu perra estaba volviéndose loca. Ladraba muy fuerte, no dejaba que nadie se acercase a ti. Recuerdo que pensé que era raro verte de pie allí, sola. Siempre había pensado en ti y Jennie como un par, ¿sabes? Como dos calcetines que van juntos —¿Sabías que era yo la que estaba de pie allí y no Jennie? —pregunté sorprendida. Trey asintió. —Por supuesto, siempre pude diferenciarte. La postura de Jennie era diferente, tenía las cejas más pobladas y se mordía las uñas hasta la cutícula. Increíble, me dije a mí misma, Trey supo instantáneamente que yo había sobrevivido y Jennie no, pero mis padres no habían sido capaces de notar la diferencia entre nosotras. —No creo que jamás hubiese visto a una de ustedes sin la otra, antes de esa noche. Puedes preguntarle a mi madre si quieres. En ese entonces, solía decirle a todo el mundo que quisiese escuchar que el perro debió de haberte despertado y llevado afuera. Había intentado recordar esa noche con todas mis fuerzas, pero mis recuerdos eran los mismos de siempre: La presión insoportable del humo en mi pecho, el rugido de las llamas, y la urgencia de querer salir a la calle. ¿Moxie me había despertado? ¿Había entrado corrido como le gustaba hacer cuando era cachorra, había descubierto la manera de pararse sobre sus dos patas traseras para presionar el mango con las patas delanteras y abrir la puerta, inspirándome a seguirla hacia el césped? Realmente no lo podía recordar. Ni siquiera recordaba mucho sobre estar en la calle, a excepción del momento en que vi la silueta de mi madre emerger a través de la puerta con la pared de fuego de color naranja detrás de ella. Si la madre de Trey tenía razón y Moxie me había despertado, entonces ¿Por qué yo y no Jennie? ¿Moxie hubiese vuelto a la casa a despertar a Jennie si las llamas no hubiesen crecido tan rápidamente? Se había producido una fuga de gas en el sótano, el departamento de bomberos había llegado a esa conclusión durante su investigación. Por eso toda la casa había sido rodeada por enormes llamas tan rápidamente, podría haberse iniciado por cualquier cosa, incluso una pequeña chispa de electricidad estática. —Así que si te estás preguntando por qué tú y no Jennie, la respuesta es Moxie. Por alguna razón, ella fue capaz de despertarte, pero no a tu hermana. Es tan simple como eso, McKenna. No puedes cuestionarlo. Me quedé en silencio por un momento, pensando sobre la vida y la energía del universo y cómo algo tan simple como la sensibilidad de la piel a la húmeda nariz de un perro, había marcado la diferencia entre la vida y la muerte para mí y mi gemela. —Nosotros la tuvimos aquí en casa, sabes —dijo Trey—. Moxie. La cuidamos durante dos o tres semanas mientras tu familia se quedaba en otra parte. Pensaba que te alejarías para siempre, por lo que ella acabaría siendo mi perra. Negué con la cabeza sorprendida.

—No sabía nada de eso —admití. Las semanas siguientes al incendio eran un borrón para mí. Recordé claramente faltar a la escuela. Después de pasar un tiempo en el hospital y del funeral de Jennie, mi madre y yo fuimos a Missouri a quedarnos con mis abuelos por unas pocas semanas mientas papá se quedaba en un hotel en Willow y se ocupaba de los trámites del seguro. Recordaba muy poco acerca de esas semanas en Missouri, distintos tipos de extraños detalles: una colcha de retazos rojos sobre el sofá a cuadros para mí, sándwiches de pavo preparados por mi abuela con espesa mayonesa, a mi madre desaparecer detrás de la puerta cerrada de su dormitorio de la infancia, llorando durante horas y horas sin que yo pudiera verla. Pero ahora que trataba de recordarlo todo, estaba segura de ello: Moxie no estaba con nosotras. —Lo siento —me disculpe—, siento que no nos alejáramos para siempre. —No tienes que disculparte por eso —bromeó Trey empujándome con su brazo—, si te hubieses alejado para siempre en lugar de mudarte a la casa de al lado, hubiera visto a alguien diferente desvestirse durante los últimos años. Mis ojos se agrandaron y me quedé boquiabierta —¡Trey! —Probablemente a un tipo gordo y peludo —continuó Trey atormentándome Se inclinó y tomó mi cara entre sus dos manos y me besó justo en mi ceño fruncido por protestar. *** Extrañamente, Candace volvió a ser ella misma al otro día en la escuela. Era como si la promesa de un viaje a Hawaii hubiese llevado su locura a un lugar diferente. En la cafetería, evitó los ojos de Hannah y no pareció verse afectada por las burlas y las mofas de los chicos de las clases inferiores que habían oído hablar sobre su alboroto en el baile. Continué sentándome con Hannah, Tracy y Michael a la hora del almuerzo, pero no hice ningún intento de ocultar mi amistad con Mischa y Candace. Los exámenes parciales estaban a sólo dos semanas de distancia y las hojas de los árboles ya se estaban cayendo, me ocupé de los preparativos para la primera recaudación de fondos de la clase de tercer año. Mi objetivo era organizar un servicio de limpieza de patios para el fin de semana. Creé una serie de carteles alentadores para que mis compañeros se inscribiesen en turnos de seis horas para ayudar en nuestro “Rastrilla el dinero” para el viaje de esquí que Hannah había preparado. La cantidad de dinero que teníamos que conseguir para finales de enero era bastante desalentadora. Los niños ricos de nuestra escuela probablemente podrían pedirles a sus padres que les hagan cheques para cubrir su parte, pero todos los demás tenían que recaudar la mayor parte del dinero del viaje haciendo turnos. A nadie le gustaba hacer trabajos manuales, pero tenía la esperanza de que la gente aprovechara la oportunidad de pagar parte de su viaje con algunas horas de trabajo duro. Para mi gran sorpresa y alivio, los formularios de registro estaban casi llenos para el miércoles por la tarde a la hora del almuerzo, después de haber sido publicados tres días antes en la cafetería. Definitivamente parecía que los chicos estaban abiertos a la idea de trabajar en su tiempo libre para ir de viaje, la gran pregunta que quedaba era si la gente de la ciudad estaría interesada o no en contratar a chicos de secundaria para barrer sus hojas, podar el césped y podar sus setos. Vivíamos en un pueblo donde todas las familias gastaban miles de dólares en equipos para cortar el césped que guardaban en el garaje, así que era todo un reto conseguir que alguien estuviese dispuesto a pagar por ese servicio. La madre de Candace fue a buscarla a la oficina del director el jueves por la tarde para llevarla a Sheboygan y reunirse con el ex colega de mi padre, el Dr. González. Candace realmente había estado esperando con ansias ese examen, tenía la esperanza de que el Dr. González se pusiese de su lado en el tema de los sedantes y medicamentos antidepresivos que había tomado durante el último mes. Insistía en que las drogas cegaban sus sentidos y la hacían sentirse estúpida y estaba dispuesta a librarse de sus prescripciones. Mischa y yo caminamos con Candace a la primera planta antes de la hora del almuerzo y miramos a través de las tablillas de las persianas de la ventana de la oficina del director mientras ella saludaba a su madre. Intercambiaron

bromas con los administradores de la oficina antes de salir de nuevo al pasillo. La señora Lehrer se puso sus grandes gafas de sol tan pronto como estuvo en el concurrido pasillo, en un intento de evitar las miradas de los adolescentes curiosos. Candace, evitando también las miradas de todos, se dirigió hacia la salida oeste de la escuela, un par de puertas dobles que daban al aparcamiento de visitantes y se despreocupó de quién la miraba salir al mediodía con su madre. Durante toda la tarde estuve perdida en mis pensamientos preguntándome si cuando Candace regresara más tarde esa noche, sería capaz de proporcionarme algún tipo de explicación lógica y razonable para todo lo que había sucedido en las últimas semanas. Incluso a pesar de todas las pruebas que había reunido, parte de mí todavía pensaba que había algún tipo de explicación plausible para todas las rarezas que había presenciado. Mi padre me había enseñado que la lógica era la mayor defensa contra la duda y aunque estaba segura de que lo que había visto con mis propios ojos era real, quería desesperadamente una razón para que no fuese así. Como esperaba, Candace contactó con Mischa esa noche, antes de llamarme. Mischa me había enviado un mensaje de texto inquietante: “Está en negación total” diez minutos antes de que mi teléfono sonara. Sonreí cortésmente a mi mamá y me arrastré por el pasillo a mi habitación para hablar en privado. —Así que ¿Cuál es el veredicto? ¿Estás loca? —bromeé —Totalmente no loca. Me distraigo fácilmente y sufro síntomas típicos de dolor, pero me temo que eso es todo —suspiró Candace—. Siento decepcionarte No quería presionarla para obtener más información y arriesgarme a molestarla pero al mismo tiempo, estaba desesperada por saber más sobre la evaluación del psiquiatra a causa de las circunstancias de la muerte de Olivia. —¿Te preguntó sobre Olivia y el accidente? —Duh. Por supuesto que sí. Hablamos un rato acerca de las emociones por las que pasan las personas cuando alguien cercano a ellas muere. Todo ello tenía sentido. Me di cuenta cuando estaba contándole acerca de la fiesta de Olivia que no me acordaba muy bien de lo que pasó esa noche. Sigo pensando que Hannah es sombría. Pero a ver, ¿Cuán similar fue su historia de la muerte de Olivia a lo que realmente sucedió? No podía creer lo que oía. Era como si le hubiesen lavado el cerebro a Candace. Respiré profundamente en el otro extremo de la línea. —Estoy abierta a la posibilidad de que pude haber imaginado muchos de los detalles que más me estaban molestando. Un millón de objeciones surgieron en mi mente, pero me mantuve en calma no queriendo interrumpir cualquier consuelo que hubiese logrado alcanzar durante su reunión con el Dr. González. —No creo que realmente te imaginaras todo esto —comenté suavemente—. Mischa y yo estuvimos allí también y ambas pensamos desde hace semanas que Hannah estuvo involucrada en la muerte de Olivia. ¿Dijo algo sobre la posibilidad de que tal vez todas estuviésemos hipnotizadas para pensar cosas raras debido al juego? Candace hizo una pausa y luego dijo: —Honestamente, McKenna, no creo que sea saludable para mí seguir pensando en ese juego. Sólo quiero aprobar los parciales y volar a Hawaii. Eso es en todo lo que quiero pensar: en broncearme en Hawaii. Y no creo que sea una mala idea que hablaras con un psiquiatra, también. No lo tomes a mal, pero es posible que tengas problemas no resueltos debido a la muerte de tu hermana. Naturalmente me enfadé ante eso, y no podía dejar de preguntarme si esta era una especulación de Candace o si el Dr. González, quien no me había visto nunca pero sabía todo acerca de mí por haber trabajado con mi padre, se había creado esa opinión. Nuestra conversación llegó a su fin y Candace me preguntó si estaba preparada para la recaudación de fondos de esta semana. Me sorprendió que aquello siquiera estuviese en su mente. Candace había estado tan desconectada de la vida en la escuela durante las últimas semanas, que dudaba que hubiese leído los carteles o escuchado los anuncios de la mañana.

Mientras Candace parecía distanciarse en cuanto a la implicación de Hannah con la muerte de Olivia, la actividad paranormal en mi habitación parecía estar creciendo cada vez más. Había llegado a mantenerme despierta hasta altas horas de la madrugada con las luces encendidas esperando hasta estar absolutamente segura de que mi madre estaba dormida para trotar por el pasillo hacia el sillón de la sala de estar sin despertarla. Dormir en la habitación de Trey el domingo por la noche me había asustado lo suficiente como para no intentarlo una vez más; ya fuese porque el reloj falló o porque Trey lo apagó distraídamente después de que sonara la primera vez, nos quedamos dormidos. Los golpes de su mamá en la puerta me hicieron meterme debajo del edredón con la certeza de que en un futuro no muy lejano, tendría una conversación muy incómoda y sin fundamento con mi madre sobre sexo seguro. El viernes por la mañana, mi madre me estaba esperando con las manos en las caderas en la cocina cuando salí a beber jugo de naranja después de una noche sin descanso. —Cuando me levanté esta mañana, una de las estufas de la cocina estaba encendida y parecía haber estado ardiendo toda la noche —dijo con voz enojada apenas disimulada. Tenía una buena idea acerca de quién tenía la culpa, pero obviamente no podía contárselo; fingí interés y me di cuenta de que un área alrededor de la esquina frontal izquierda de la estufa se había oscurecido con el calor. —Lo siento —dije, no estando segura de qué decir—. Ni siquiera recuerdo la última vez que la encendí. Sabía que no debía negar que lo había hecho; sólo éramos dos en la casa y si culpaba al fantasma de Olivia, mi madre me ingresaría al manicomio más cercano para que me examinaran la cabeza antes de que pudiera decir “sólo estaba bromeando.” Estaba sorprendida de que Olivia se las hubiese arreglado para jugar con la estufa de gas, pero no de que se sintiese irritada por sus fallidos intentos de acosarme en mi dormitorio. Había bajado todas mis cosas de los estantes y había quitado las fotografías de mi habitación, estaban guardadas en una caja de seguridad junto con mis cajas de música y CD’s. Frustraba, Olivia estaba, obviamente, probando su fuerza en diferentes áreas de la casa y se me ocurrió que probablemente debería temer que pudiera probar sus trucos en la habitación de mi mamá. —Honestamente, McKenna —dijo mi madre con asombro, mirándome fijamente—. ¿Qué está pasando? Estás levantada a todas horas de la noche, haciendo cosas raras como esta. ¿Eres sonámbula? Y luego está la comida, y la pérdida de peso... Estoy muy preocupada. —No creo que sea sonámbula —dije, no estaba segura de cómo salir del aprieto en el que me había metido por el desastre de la cocina. Además, no me cría que hubiese perdido más peso desde el verano, y atribuí ese comentario a la madre de Hannah—. Pero supongo que todo es posible. Sinceramente, no recuerdo haber encendido la estufa. Mamá no se creía mi acto de inocencia ni por un segundo. —Tal vez todo ese asunto del Consejo de Estudiantes fue una mala idea. Si estás bajo demasiado estrés, tienes que renunciar a algo. —No es demasiado estrés —aseguré rápidamente—. Lo estoy disfrutando. —Pero mientras pronunciaba esas palabras, supe que estaba tratando de convencerme a mí misma tanto como a ella. Esa noche, Trey dijo a sus padres que iría a dormir a casa de un amigo y se deslizó a través de mi ventana con su mochila. Miró a su alrededor, observando mis paredes escuetas con asombro, sacudiendo la cabeza. —Parece que te estuvieses mudando —comentó. El espíritu de Olivia estaba extrañamente tranquilo, no había causado ninguna perturbación en absoluto. Era tan misterioso, que medio esperaba abrir la puerta de mi dormitorio en la mañana y encontrar que el resto de la casa había desaparecido. Por la mañana, mi despertador sonó al amanecer y deje a Trey durmiendo en mi habitación cuando mi mamá me dio un aventón hasta el centro comercial donde los jóvenes se reunían para el rastrillo. Hannah y Tracy ya estaban allí, esperando y bebiendo café con leche en el auto de Tracy. Mamá y yo habíamos llevado una mesa con patas plegables y afiches que Hannah,

Tracy, Michael, y yo habíamos hecho durante la semana, y Hannah y Tracy caminaron a través del estacionamiento para recibirnos mientras mamá sacaba la mesa del maletero. —Hola, señora Brady —dijo Hannah con una voz cantarina y cortés. —Hola, chicas —dijo mi mamá, desplegando las patas de la mesa. Me di cuenta de que no tenía idea de qué chica era Hannah y qué chica era Tracy. Hice las presentaciones rápido, impaciente porque mi mamá se fuera antes de que los voluntarios de la escuela comenzaran a llegar. —McKenna tuvo una gran idea. Es realmente un genio en idear maneras de recaudar dinero —dijo Hannah. Mi madre me miró con una expresión burlona. —No sé de dónde lo saca. Ciertamente no de mi lado de la familia. Treinta minutos más tarde, había un puñado de estudiantes deambulando por el estacionamiento para empezar su turno, y con carteles a lo largo del borde de la carretera para captar la atención de los autos que pasaban. Eran las nueve de la mañana y nuestros servicios estaban oficialmente disponibles para el día, de acuerdo a las horas de servicio que habíamos escrito en nuestros carteles, y la historia que se había publicado sobre nosotros en la Gaceta Willow. Los niños habían llegado con rastrillos, asadores, tijeras de podar arbustos y guantes de jardinería como se les había instruido, y ahora sólo esperaban ansiosos a los clientes. Traté de saludar con alegría a todos los que habían llegado a nuestro primer turno y me sentí un poco culpable cuando vi entrar el SUV negro de la mamá de Érica al aparcamiento. La madre de Érica me saludó en voz alta. —¡McKenna! ¡Has perdido tanto peso! ¡Nunca te habría reconocido! Me sonrojé furiosamente y me encogí, deseando que la señora Bloom no le hubiera recordado a todo el mundo en el estacionamiento que había pesado treinta kilos más el mes de octubre del año anterior. Agradecer a Érica y a Cheryl por venir tan temprano y trabajar en el primer turno fue particularmente difícil para mí, porque sabía que ninguna realmente necesitaba ganar dinero para pagar sus viajes de esquí. Estaban allí para volver a ganar mi aprobación, lo sabía. Me sentí avergonzada por su desesperación y también por mi propia reticencia a ceder y aceptar su amistad de nuevo. Mischa no estaría allí hasta el turno de la tarde porque tenía una reunión mañanera de gimnastas y Candace era demasiado imprevisible para contar para cualquiera de los dos turnos. En mi cabeza, una voz molesta me dijo ya sabes quiénes son tus verdaderos amigos, pero traté de ignorarla. —Muchas gracias chicas por el voluntariado —dije a las dos—. No estaba segura de cómo iba a salir esta mañana. A las diez de la mañana, varios autos ya habían estacionado en el lote para concertar servicios para el día. Yo, atendiendo la mesa de reservas con Tracy y Hannah, llevaba la cuenta de los chicos que queríamos asignar a cada cita. En parejas de dos, los equipos recogían hojas de papel en la que había escrito la dirección y el teléfono de la casa del cliente, y se iban a cortar el césped y podar arbustos con órdenes estrictas de no aventurarse en el interior de los domicilios de cualquier persona que no conocieran. Afortunadamente, nuestra ciudad era tan pequeña, que conocíamos a la mayoría de las personas que solicitaban nuestros servicios por su nombre. Enviamos a Jeff Harrison y Tony Fortunado del equipo de baloncesto a la casa de los Highlands para limpiar las cunetas de los suegros del entrenador. Sarah Chaney y Crystal Blomquist fueron a la casa del dueño de la tienda de comestibles más grande de nuestra ciudad para plantar crisantemos anaranjados y caléndulas. Un esposo y la esposa con un puñado de niños pequeños se detuvieron y pidieron tres chicos, alegando que tenían un acre de tierra y necesitaban toda la ayuda que pudieran conseguir. Era como un regalo estar realmente ocupada y perdida en pensamientos normales bajo el cálido sol de la mañana, por una vez, estaba ocupada con algo que no eran asuntos fantasmales. Cuarenta minutos después de que Jeff y Tony se marcharon en el auto con portón trasero de Tony, Jeff llamó a Hannah para informarle de que había una crisis. No podían llevarse el césped cortado ya que no tenían las bolsas requeridas por el departamento de sanidad de nuestra

ciudad, y los suegros del entrenador Highlands tampoco tenían en la casa. Estaban frente a una enorme montaña de hojas y no estaban seguros de qué hacer con ellas a continuación. —¡Bolsas! —gritó Hannah con la mano sobre su teléfono—. ¡Tenemos que enviar bolsas de basura a la carretera Longfield! Miré alrededor del estacionamiento sin poder hacer nada. Ya habíamos enviado a casi todos nuestros voluntarios de la mañana a cubrir pedidos. Inmediatamente, sentí pánico, pensaba que había sido organizada y prudente al pedirles a todos los voluntarios que trajeran sus propias herramientas. Ni siquiera se me había ocurrido comprar bolsas de basura con antelación. Me sentía tonta y mal preparada por haber pasado por alto algo tan fundamental. El centro comercial donde habíamos establecido nuestra operación para el día contaba con una tienda de helados, una tienda de donuts, una tintorería, un salón de belleza y un salón de aseo para perros. Ninguno de esos establecimientos eran los que, lógicamente, vendía cajas de bolsas de basura. Antes de que tuviese tiempo para formular cualquier tipo de plan, Érica se puso de pie frente a mí con una solución. —Puedo conseguir las bolsas —ofreció ella. Su padre era el gerente del gran hipermercado de hardware en el centro comercial más grande de nuestro pueblo, a pocos kilómetros de distancia. Como de costumbre, sólo tenía unos cuantos billetes arrugados de un dólar en mi billetera, seguramente no lo suficiente como para comprar las bolsas. —No tengo dinero en efectivo —dije, preguntándome cómo podría reaccionar mi mamá si la llamaba para que volviera al estacionamiento para traerme dinero para mi proyecto de la escuela, sobre todo cuando el día anterior había expresado su preocupación por mi papel en el Consejo de Estudiantes. —Está bien. Me encargo de ello —dijo Érica con entusiasmo. Cheryl ya estaba hurgando en su bolso para sacar las llaves del pequeño auto blanco de Cheryl. Se detuvieron en la casa de los Highlands al volver del centro comercial y dejaron una caja de bolsas de basura para Jeff y Tony. A su regreso, Érica me informó de que las varias cajas de bolsas que trajeron eran una donación de su padre. Una sensación de alivio corrió a través de mis venas. Sabía que después de ese día, iba a tener que pasar más tiempo con Érica, Cheryl, y Kelly. —Oh, Dios mío, es tan dulce por tu parte —dijo Hannah, tomando las manos de Érica entre las suyas y sonriendo con admiración. A diferencia de Olivia, Hannah comprendía que la clave de su popularidad suprema era hacer que todos la adorasen, incluso las chicas no populares, como Cheryl y Érica. No era que Olivia hubiese sido cruel con ellas; pero no las había considerado dignas de su atención. La gratitud de Hannah parecía genuina, a pesar de que me habría sorprendido que supiera los nombres de Cheryl y Érica. Tomándome completamente por sorpresa, Trey apareció en el estacionamiento alrededor de la una, cuando el turno de la tarde comenzaba. —¡Hey! —exclamé—. Ni siquiera eres de tercero. Me dio un beso en la mejilla y aclaró: —Oh, no estoy aquí para trabajar. Sólo para coquetear con las chicas. Me sonrojé y extendí la mano para entrelazarla con sus dedos. Con la excepción de mí, nunca había sido testigo de que Trey coqueteara con alguna chica. —Tu mamá entró en tu habitación después de dejarte aquí —dijo en voz baja, dando un paso más cerca de mí. —¡Oh Dios!, ¿Te vio ahí dentro? —No, por supuesto que no, pero estaba revisando tus cosas —continuó y esperó mi reacción. Al principio estaba furiosa, ¿quién no lo estaría? Pero entonces me acordé de nuestra conversación la mañana anterior y me di cuenta de que estaba siendo una madre diligente, asegurándose de que no estuviese escondiendo drogas en mi habitación. Rápidamente, traté de hacer un inventario mental de las cosas que había en mi habitación, para asegurarme de que no hubiese nada que pudiera despertar inquietudes. El tablero de Ouija estaba escondido en el sótano de los Emory, en la estantería de juegos de mesa enmohecidos. Nunca había llevado un

diario y como Trey generalmente entraba por la ventana en pijama, nunca se había dejado nada accidentalmente. Suspiré. —Creo que no hay mucho que pueda hacer para evitarlo. Le estoy dando un montón de razones para estar preocupada por mí. —Esa no es la parte rara —dijo Trey—. Dejó la puerta abierta cuando se fue y Maude entró. Esto me asustó mucho: el perro se sentó y se quedó mirando al techo, parpadeando y mirando. Sabe que hay algo ahí. Esto me heló; quería desesperadamente que Maude estuviese a salvo de los espíritus que trataban de interactuar conmigo. —¿Estaba ladrando? —No, en absoluto —dijo Trey—. Se sentó allí, como si estuviera viendo la televisión. Apenas si se dio cuenta cuando me fui. Mischa no llegó mucho después de que Trey comprase un helado y se fuese a casa. Amanda la trajo, casi media hora tarde a su turno, y atravesó el estacionamiento, andando directamente hacia mí y haciendo caso omiso de todos los demás. —Estoy aquí —anunció—. Pero, por favor, por favor, no me hagas hablar con ella. —Le dio a Hannah una mirada malvada de lado a través del estacionamiento, donde Hannah estaba acaparando la atención mientras hablaba con Jeff y Tony sobre su mañana de trabajo. Le encargué a Melissa que se hiciera cargo de mis funciones con Tracy, preparándome para ir al siguiente pedido que entrara. Mischa y yo observamos en agonía, nuestra conversación terminando abruptamente, cuando nos vimos el auto de Pete entrando en el estacionamiento. Como era de esperar, se bajó del auto y se acercó tímidamente a Hannah, colocando una mano suavemente en el hombro y besándola sospechosamente cerca de su boca. —¡Increíble! —murmuró Mischa, apretando el mango de su rastrillo—. Por lo tanto, ella realmente esta tras de él. Incluso se ve diferente a como era en septiembre. Recuerdo el primer día de la escuela pensando que era muy tímida y que podría sacarse más partido. Ahora lleva ropa diferente y más maquillaje. También me había dado cuenta de eso. Tal vez antes de la muerte de Olivia, Hannah había estado refrenándose, porque no quería que todos pensaran que planeaba derrocar a la reina. Pero ahora que la reina estaba fuera del camino, no era ni un poco tímida a la hora de batir sus largas pestañas y todos pensaban que era la chica más linda de Willow. La interacción de Pete con Hannah no fue la única sorpresa de la tarde. El siguiente auto que entró en el estacionando era un Mercedes negro conducido por nada menos que el Sr. Richmond. El padre de Olivia y de Evan era clásicamente guapo, y se quitó sus gafas de sol de aviador con un movimiento practicado, mientras salía de su auto. Sonrió directamente a Mischa y a mí; tenía el aspecto de un modelo de catálogo con su barbilla hendida y hombros anchos, llevaba un jersey de punto y pantalones de color caqui azul marino clásicos. —¿Pueden decirme chicas donde podría hacer un pedido para contratar un par de ayudantes para el jardín? —preguntó con una voz profunda, juguetona, que me hizo desear que mi papá fuera más como él y menos como un vagabundo de playa que tenía una grave crisis de mediana edad, enseñando dos clases a la semana, cuando no estaba repintado su barco. —Usted vino al lugar correcto —dijo Mischa en su voz especial, alegre, reservada para los padres. Como Mischa y yo ya nos habíamos comprometido a tomar la próxima tarea que entrara, nos subimos en el asiento trasero del Sr. Richmond y charlamos con él acerca de la escuela durante todo el camino. Mischa había sido amiga de Olivia durante mucho más tiempo que yo y el Sr. Richmond le hizo una letanía de preguntas acerca de sus padres, su hermana y lejanos planes para la universidad. Me encogí cuando vi la camioneta de Evan estacionada en la calzada. Naturalmente, los Richmond tenían un jardín delantero perfectamente arreglado, por lo que sólo podíamos ganar nuestros salarios rastrillando las hojas que habían caído de los árboles cerca de la acera y arrancando las malas hierbas entre los arbustos y alrededor de la casa. Me encogí mientras sacaba malas hierbas cerca de la ventana a través de la que Pete había besado

a Olivia en la noche de su cumpleaños. Luché contra el impulso de mirar a través de la ventana del sótano nebuloso de los Richmonds, no queriendo ver el lugar en el que habíamos jugado al juego de Hannah y revivir esos momentos en mi cabeza. Casi al final de nuestro trabajo en la casa Richmond, sentí una necesidad acuciante de usar el baño. No había ido desde temprano por la mañana cuando entré en la tienda de helados. Cuando el señor Richmond salió y dijo—: Parece que las niñas han casi terminado aquí. —Aproveché la oportunidad para preguntarle si estaría bien que usara su baño. Al entrar, me invadió la emoción por el familiar olor a popurrí de su vestíbulo delantero. A pesar de que el señor Richmond me había permitido entrar, me sentía como una intrusa astuta, tratando de ser lo más silenciosa posible, encogiéndome ante el sonido de mis propios pasos. Justo cuando estaba a punto de alcanzar el interruptor de la luz del cuarto de baño del primer piso, no estaba segura de lo que me inspiró, pero sentí una urgencia repentina e irresistible de correr por las escaleras hasta el segundo piso y usar el baño contiguo a la habitación de Olivia. La casa parecía silenciosa y vacía, aunque el auto de Evan estaba aparcado en el camino de entrada, pensé que podría ser posible que hubiera ido a alguna parte con su madre. Una vez que la idea de ir a la habitación de Olivia entró en mi cabeza, no pude sacarla. Era como si estuviese siendo atraída magnéticamente a ese rincón de la casa. Después de permanecer en el cuarto de baño en un estado de animación suspendida durante al menos treinta segundos, finalmente me di la vuelta sobre mis talones y me lancé al piso de arriba, mi corazón latía con fuerza. Me sorprendí al encontrar la puerta abierta de par en par en la habitación de Olivia. Por la tarde, la luz del sol inundaba la habitación a través de las ventanas, me maravillé de cómo se veía, sin cambios desde la última vez que estuve allí. El edredón blanco de Olivia todavía estaba extendido a través de la cama de matrimonio. Su osito de peluche Gund todavía flanqueaba sus almohadas como guardia. Una botella de perfume de ámbar-hued esperaba pacientemente en su tocador e impulsivamente levanté la botella de vidrio pesada hacia mi nariz para disfrutar de una bocanada del dulce olor de Olivia. Fotos de Olivia, Mischa, y Candace estaban metidas en el marco de madera alrededor del espejo unido a la cómoda de Olivia. En una imagen, Olivia sonreía brillantemente en los brazos de Pete y me di cuenta de que era una fotografía tomada en el Baile de Bienvenida del año anterior. Los montones de ropa que habían estado en el piso la noche del cumpleaños de Olivia habían sido quitados, y un unicornio de peluche, el tipo que podría ser ganado por lanzar dardos a los globos en Winnebago Days, estaba puesto en la mecedora de mimbre blanco en la esquina. De pie en el centro de la habitación, parecía que Olivia simplemente no estuviera en casa; como si pudiera entrar por la puerta en cualquier momento y preguntar qué estaba haciendo en su habitación. Haciendo caso omiso de mi vejiga, me atreví a abrir el armario de Olivia y vi el vestido sin tirantes de color cáscara de huevo que Olivia había comprado en la Tart, colgando en una envoltura de plástico transparente, como si nadie hubiera alterado nada en el armario de Olivia desde la mañana del gran juego. Pensé en Maude en mi propia casa, mirando hacia el techo y me di cuenta por qué me sentía como si Olivia pudiese atraparme in fraganti en su habitación en cualquier momento. Era debido a que era muy probable que su espíritu supiese exactamente dónde estaba. —¿Qué se supone que voy a hacer a continuación, Olivia? —pregunté en voz baja, mirando a mi alrededor—. No sé cómo evitar que Candace se vaya de viaje con su papá. Me tienes que dar algún tipo de señal. Utilicé el baño rápidamente, sin siquiera molestarme en encender la luz. Cuando abrí el grifo para lavar mis manos, observé que la botella con jabón líquido con olor a limón había sido sustituida por un plato de cristal con jabones blancos con forma de corazones. Entonces, el interrogante era: ¿Debía lavarme las manos con el jabón nuevo y dejar evidencia de que había estado en la habitación de Olivia, o simplemente no lavarme las manos? Después de dos horas de rastrillar hojas y arrancar malas hierbas, realmente quería lavarme. En un impulso, me lavé las manos rápidamente con uno de los pequeños corazones blancos cremosos y luego,

sintiéndome como una criminal, envolví el resto del jabón en un pañuelo de papel y lo metí en el bolsillo de mis jeans. Salí corriendo por las escaleras, no quería que ninguno de los Richmond me atrapara husmeando en la habitación de Olivia. En el exterior, el señor Richmond ya tenía el motor en marcha, estaba listo para llevarnos de vuelta al centro comercial.

CAPITULO 14 Traducido por Mica :) Corregido por Megan17 Esa tarde, después de que Hannah proclamara que el día había sido todo un éxito (veintidós jóvenes habían incrementado sus fondos para el viaje de esquí, y la predicción del hombre del tiempo sobre lluvias durante la tarde no se había cumplido al final), acepté regresar a casa con Amanda y Mischa. —He estado pensando —anunció Mischa—, sobre lo que empezaste a contarme el domingo. Si es cierto que has sido capaz de establecer conexión con Olivia, entonces yo también quiero hablar con ella. Pensé en la tabla de Ouija en el sótano de Trey, y decidí que podría no ser tan mala idea dejar que lo intentara. Después de todo, Olivia había sido más amiga de Mischa que mía. Tal vez ella podría darle indicaciones más precisas a Mischa, aunque no pude evitar preguntarme que si ese fuera el caso, entonces por qué Olivia había estado merodeando en mi habitación en vez de haber fijado su residencia fantasmal en la casa de los Portnoy. —¿Trey y yo podríamos ir mañana por la noche? Tengo que trabajar durante todo el día en el Rake Sale, pero para las cinco habremos acabado. El domingo por la noche, Trey y yo caminamos por el pueblo hasta llegar a la residencia de los Portnoy, llevando la Ouija, en su caja, escondida dentro de una bolsa de compras, bajo una lluvia hosca. Él puso los ojos en blanco melodramáticamente mientras yo hablaba con el guardia que estaba vigilando la entrada a la comunidad cerrada de los Portnoy. —Hemos venido a visitar a los Portnoy —le informé—. Soy McKenna Brady. —El guardia asintió y llamó a los Portnoy para confirmar que esperaban visitas. —¿Qué se supone que mantienen fuera estas puertas? —reflexionó en voz alta Trey—. ¿Personas que no viven aquí, como nosotros? Sonreí, entendiendo a lo que se refería, pero no queriendo alarmar al guardia. Había relativamente pocos delitos en Willow, así que no tenía mucho sentido que hubiera una comunidad cerrada. La puerta servía para representar una barrera que había entre los ricos del interior y los no tan ricos del exterior, una especie de recordatorio físico para el resto del pueblo, nosotros vivimos aquí y tú no. El guardia nos dejó pasar y entramos en la comunidad, caminando otras dos manzanas, dejando atrás grandes mansiones con jardines bien cuidados hasta que llegamos a la casa de ladrillo en la que vivían los Portnoy. Mischa nos recibió en la puerta principal, comiendo helado directamente de la caja, causando que experimentara una fuerte punzada de resentimiento hacia ella por tener una figura tan diminuta. —Subamos a mi habitación —sugirió—. Mis padres no están. Subimos al segundo piso, y pasamos frente al cuarto de Amanda hacia el final del pasillo. La habitación de Mischa estaba decorada enteramente en diferentes tonos de púrpura, con alfombras lavanda y un caro edredón de terciopelo violeta sobre la cama.

—¿Han hecho esto antes? —preguntó ella con escepticismo mientras nos sentábamos en el suelo y Trey abría la Ouija. —Sí —admití—. Sólo una vez, para intentar ponernos en contacto con lo que fuera que estaba merodeando en mi casa. Estamos bastante seguros de que fue Olivia quien nos respondió. Mischa gruñó satisfecha con mi respuesta. Aún era temprano, ni siquiera era hora de cenar, pero ya comenzaba a anochecer a causa de la anticipada caída del sol, señal de que el invierno se acercaba rápidamente. —¿Deberíamos apagar las luces o algo? —preguntó Mischa. Trey asintió, a pesar de que ambos sabíamos que si Olivia quería manifestarse, los pocos fotones de una bombilla de ahorro energético no la iban a detener. Mischa se dejó caer entre nosotros después de apagar el interruptor de la luz, y los tres pusimos la punta de nuestros dedos índices sobre la tablilla. Un tenue resplandor naranja procedente de la lámpara de noche de Snoopy llenaba la habitación de Mischa, enchufada a la pared cerca de la cabecera de su cama. Trey explicó que teníamos que mover la tablilla sobre el tablero para que se calentara y convocar la actividad espiritual. —¿Esto va a dar miedo? ¿Debería ir al baño primero? —preguntó Mischa completamente en serio. —Deberías anunciar que estamos buscando a Olivia. Simplemente di, sólo los buenos espíritus son bienvenidos —instruyó Trey a Mischa, la irritación por su frivolidad audible en su voz. Sólo estaba siendo paciente y cordial por mí, lo sabía. Mischa miró en mi dirección, buscando la confirmación de que debía repetir aquellas palabras, y yo asentí para animarla. —Está bien —dijo, tomando una respiración profunda—. Estamos intentando invocar al espíritu de Olivia Richmond. Sólo los buenos espíritus son bienvenidos. Los tres nos sentamos sobre nuestras rodillas en silencio, sosteniendo nuestras respiraciones, durante casi un minuto, nuestros dedos inmóviles sobre la tablilla a la espera de que su repentino movimiento nos sobresaltara. Pero ya tenía un fuerte presentimiento de que nuestros esfuerzos iban a ser ignorados por el muno espiritual. La escena en su conjunto no estaba bien. Estaba demasiada alterada por los ruidos y la energía de la vida; el aire cálido que entraba por las rejillas de la ventilación era perfectamente audible, se oían los ladridos de un perro en la calle, podía oír la respiración constante de Mischa y oler su expectación. —No creo que esté sucediendo algo —anuncié—. Tal vez deberías probar tú, Trey. Me di cuenta de que Trey sospechaba lo mismo que yo; la casa de los Portnoy simplemente no era el lugar adecuado para convocar un espíritu, pero él nos complació y con voz firme dijo: —Solicitamos hablar con el espíritu de Olivia Richmond. Sólo son bienvenidos espíritus buenos y bien intencionados. Esperamos un minuto más, y sin que ella dijera ni una sola palabra, pude sentir la paciencia de Mischa agotarse. Finalmente se echó hacia atrás sobre sus talones y se cruzó de brazos. —Esto es totalmente estúpido y ridículo. Ni siquiera creo que hayan hablado antes con Olivia, chicos. Y no está bien que me mientan. Trey se pasó las manos por el pelo y el enfado que había sentido burbujear en él mientras

estábamos en el puesto del portero finalmente hirvió a la superficie. —Nosotros nos hemos comunicado con Olivia, pero para que esto funcione, cada uno tiene que tomarse esto muy en serio, y no tener frívolas expectativas de que se desarrolle un escenario de película de terror —espetó—. Cuando esto funcione, no habrá ninguna ráfaga de viento, o alguna música escalofriante de terror, o… Inesperadamente, sólo con mi dedo sobre la tablilla, esta comenzó a moverse a través del tablero. Tanto Trey como Mischa se callaron inmediatamente, observando como mi mano se desplazaba de una esquina a otra del tablero. El movimiento repentino también me tomó por sorpresa, pero incluso cuando intenté retirar la mano, no pude. Mi dedo parecía estar pegado a la tablilla, un esclavo a su voluntad. —¿Qué está ocurriendo? —preguntó Mischa con voz aterrorizada—. ¿Es algún tipo de broma? —No es ninguna broma, ¡no puedo levantar la mano! —exclamé. El miedo en mi voz la convenció de que no estaba bromeando. La tablilla se detuvo apuntando la letra S—. ¿Ves eso, Trey? S. Mischa se inclinó de nuevo hacia delante en un intento de colocar su dedo sobre la tablilla, y Trey la agarró del brazo para detenerla. —No lo hagas —advirtió. Después de unos instantes mis dedos se desplazaron hacia la letra T. Luego a la O. De esta pasó a la P. Mischa se llevó las manos a la boca sorprendida, y sus ojos se abrieron como platos. —¿Qué intenta decirnos? —Que detengamos algo —espetó Trey, señalando lo obvio. —¿Pero detener qué? —jadeó Mischa. Sentí sus uñas clavándose en mi hombro derecho—. ¿Que detengamos el juego con el tablero? ¿Que impidamos que Candace se vaya a Hawaii? ¿Que dejemos de intentar contactar con Olivia? ¿Que dejemos de molestar a Hannah? Pero la tablilla no especificó. Arrastró mi dedo mientras observábamos en silencio como se dirigía hacia la N, la O, y finalmente, la W. —¿Qué está diciendo? ¿Qué quiere decir con eso? ¿Que detengamos qué ahora? —chilló Mischa. —¿Eres Olivia? ¿Estamos hablando con Olivia? —pregunté desesperadamente al tablero. La tablilla se detuvo de manera alarmante sobre la palabra NO. Una hora más tarde, después de que la Ouija regresara a su caja y hubiera quesadillas cocinándose en el microondas de la cocina de los Portnoy, Mischa estaba furiosa por no haber sido capaz de hacer ningún otro tipo de conexión con el espíritu. —¡No es justo! Todos lo estábamos intentando. ¿Qué es lo que te hace tan especial para que sólo quieran hablar contigo?

Me mordí el labio y me encogí de hombros, sin tener ninguna respuesta para ella. No me reconfortaba mucho que el mundo de los espíritus me hubiera elegido a mí como la afortunada destinataria de sus mensajes esa noche. Sobre todo porque quienquiera que hubiese hecho contacto con nosotros esa noche no había sido Olivia, lo que significaba que había otros espíritus implicados, que de una manera u otra, me conocían. —Tal vez porque… bueno, ya sabes. —Mischa se encogió de hombros, sus ojos bien abiertos, y el ceño fruncido como si yo debiera saber a lo que se estaba refiriendo. Por mi expresión se dio cuenta de que no tenía ni idea—. Tu hermana. Quizás ella es como un conductor entre ellos y nosotros. Tal vez era ella, diciéndonos que nos detengamos. Deberíamos haber preguntado. Trey se aclaró la garganta, sugiriéndole a Mischa con ese gesto que debería dejar el tema. So if Jennie was going to figure out a way to get in touch with me, I would hope it would be to communicate about something other than Hannah Simmons’ little game —Mi hermana lleva muerta desde hace mucho tiempo —dije—, y yo nunca había tenido ningún problema con los fantasmas hasta este año. Así que si Jennie fuera encontrar una manera de contactar conmigo, esperaría que fuese para comunicarse por algo que no sea el pequeño juego de Hannah Simmons. Esa noche, me acosté en la cama de Trey con la mirada clavada en el techo, incapaz de dormir. ¿Por qué Jennie nunca se había comunicado conmigo? Si no había sido algo demasiado complicado o extenuante para Olivia lograrlo, entonces ¿por qué Jennie no había sido capaz de encontrar la manera de contactar conmigo?

CAPITULO 15 Traducido por Mica :) & Lavi Corregido por peke chan El lunes por la mañana el Sr. Dean me estrechó la mano, me dijo con sinceridad que mi venta había sido un gran éxito y que era un ejemplo brillante del tipo de ingenio que había buscado durante sus veinte años de carrera. El orgullo de su cumplido se desvaneció antes de que siquiera tomara mi asiento. Estaba muy mal preparada para los exámenes y lo sabía. Ni siquiera la promesa de un viaje de esquí en enero era suficiente para acorralar mis pensamientos durante las clases, cuando se suponía que debía de estar prestando atención. Todos los chicos en el instituto parecían estar rezumando energía extra esta semana; el viernes se inauguraba el carnaval Winnebago al oeste de la ciudad, cerca del lago y los seniors podrían pasear entre la multitud marcando a estudiantes de primer año con una F hecha con lápiz labial rojo, como un acto de iniciación de su entrada al instituto. El carnaval traía consigo una pequeña ola de crímenes extraños y el rugido de la música rock filtrándose por nuestra ciudad. Todos los años podía escuchar a los Def Leppard desde la distancia mientras intentaba dormir en mi habitación. Mi madre no era fan de los carnavales Winnebago, alegaba que no eran más que tres días al año en los que se juntaba la peste y la basura en nuestra ciudad. —¿Y si le rompemos las piernas? —Mischa preguntó en voz alta en gimnasia mientras dábamos nuestras vueltas, llevando puestas las chaquetas de otoño encima de nuestro uniforme de gimnasia. Nuestros ojos seguían a Hannah que iba al otro lado de la pista con Tracy luchando por alcanzarla. —¿Las piernas de Hannah? ¿Qué conseguiríamos con eso? —No las piernas de Hannah —corrigió Mischa—. Las de Candace. Dejé de caminar por la pista y sacudí mi cabeza con incredulidad. —¿De qué estás hablando? ¿Estás proponiendo que golpeemos a Candace con bates de béisbol? ¿Por qué deberíamos de romper sus piernas? Mischa se encogió de hombros. —Bueno, si tiene yesos en las piernas, no podrá meterse al agua. Tal vez no podamos impedir que vaya a Hawaii, pero podemos impedir que nade. Seguí caminando, notando los ojos de la entrenadora Stirling sobre nosotras mientras pasaba con sus portapapeles cerca de las puertas dobles del gimnasio. —Has perdido la cabeza. No quiero ser expulsada del instituto, o peor aún, ir a la cárcel. Después de la clase de gimnasia, la entrenadora Stirling me ladró mientras iba a los vestuarios. —¡Brady! Pase por mi oficina después de cambiarse. Necesito tener unas palabras con usted. Hannah, que se estaba cambiando cerca de mí, me miró preocupada. Una reunión privada con la entrenadora Stirling era raro y no auguraba nada bueno. Ni siquiera podía imaginar de qué quería hablar la entrenadora; nunca había tratado de mostrar aptitudes atléticas e hice todo lo posible por evitar llamar su atención.

—Hola —dije, golpeando suavemente el marco de la puerta de su oficina, donde estaba sentada en su escritorio, mirando la cobertura de ESPN de la WNBA en línea. Se giró al oír el sonido de mi voz y cerró el portátil. —McKenna. ¿Qué está pasando aquí? Parecía preocupada y no estaba segura de qué era exactamente lo que le daba razones para creer que algo estaba sucediendo. —No estoy segura de lo que me quiere decir, entrenadora —dije inocentemente—. No me está sucediendo nada. Se dio la vuelta hacia atrás en su silla de oficina y cruzó una pierna sobre la otra. —McKenna, no ha pasado desapercibido que has perdido una gran cantidad de peso durante el verano. Aunque te felicito por la intensificación de tus esfuerzos para ponerte en forma, tengo que decirte chica, suficiente es suficiente. Los pantalones se te están cayendo y tienes ojeras debajo de los ojos. Te he pedido una cita para que te reúnas con la enfermera Lindvall esta tarde, para que inicie la supervisión de tu peso. —La entrenadora Stirling se giró de nuevo en su escritorio y comenzó a escribir un pase rosa para mí. —Pero no estoy tratando de bajar de peso —afirmé—. Estoy comiendo mucho, lo juro. Estoy bajo mucho estrés. La entretenedora Stirling me entregó el pase rosa y me miró. —No descartemos, casualmente, trastornos de alimentación, McKenna. Por favor, repórtate con la enfermera Lindvall después del sexto período. Te estará esperando. Para mi disgusto, la enfermera del instituto me obligó a sufrir una conferencia de veinte minutos acerca de la pirámide de alimentos y una descripción exacta de cómo el cuerpo humano convierte la comida en energía. No tenía sentido decirle que estaba comiendo un montón, pero que probablemente estaba perdiendo peso por dormir ya sea en la cama de mi vecino o en el sofá, esquivando espíritus malignos. Me pidieron que regresara todos los viernes antes de entrar al aula durante el resto del semestre para evaluar la evolución de mi estado físico. Esta vez, ni siquiera pensé en que Hannah tuviese la culpa. La entrenadora Stirling estaba en lo cierto; a pesar de que ya no estaba haciendo la estricta dieta que había seguido durante todo el verano, tenía que poner mi cinturón un agujero más apretado de lo que había estado en septiembre, y tuve que admitir que mis mejillas lucían un poco demacradas. A medida que avanzaba la semana, empecé a tener sueños terribles sobre playas y Hawaii. Era imposible saber si Olivia estaba inspirando estos sueños, o si mi subconsciente estaba trabajando horas extras. Cuando abría los ojos por la mañana y me daba vuelta para mirar a través de mi ventana hacia la casa de Trey, veía que él ya estaba despierto, de pie, chequeándome. Una melodía de ukelele, que estaba segura que nunca había escuchado antes en mi vida, nada más que en mis sueños sobre Hawaii había comenzado a repetirse en mi cabeza constantemente. Se filtraba a través de mi cerebro y rugía en mis sienes, destruyendo cualquier posibilidad de que pudiese concentrarme en los días de preparación para nuestros exámenes, y tenía un volumen aún mayor el jueves y el viernes, cuando me senté en frente de las pantallas de los ordenadores de mis clases, mirando con la boca abierta las pruebas que no pude completar. Durante la mitad de la clase de Español, sentí el peso de una mano sobre mi hombro y miré hacia arriba para ver a mi profesora, la Sra. Gómez, estudiando mi pantalla. Cuarenta y cinco minutos de clase habían pasado, y sólo había rellenado las respuestas de las primeras cinco preguntas de la prueba.

—¿Está todo bien, McKenna? —preguntó en voz baja para no molestar a los otros estudiantes. —Tengo dolor de cabeza. —Me las arreglé para farfullar a través de los acordes del ukelele en mi cabeza, que hicieron desdibujar mi visión y pitar mis oídos. —Ve a la enfermería —comandó la Sra. Gómez. Así que me encontré de nuevo en la oficina de la Sra. Lindvall por segunda vez esta semana, extendida incómodamente sobre la camilla, intentando ahogar la música imaginaria en mi cabeza con ibuprofeno, mientras miraba al techo blanco. Aunque apenas podía concentrarme en nada, tenía la vaga sensación de haber suspendido todos los exámenes. El fracaso y la caída de las calificaciones del semestre serían una preocupación para la semana siguiente, después del carnaval Winnebago, después de que Candace abordara su vuelo a Hawaii con sus medio hermanos y su padre. Podría preocuparme por mis calificaciones después de que Candace volviera a casa de su madre, sana y segura. No mencioné mi bajo rendimiento en los parciales a mi madre para no darle aún más razones para preocuparse por mí. El viernes por la noche, fui al carnaval Winnebago con Trey, nuestros brazos entrelazados. Los sonidos provenientes de Tilt-o-Whirl, la música a todo volumen y el olor a palomitas de maíz eran una sobrecarga sensorial; me gustó todo eso para distraerme de lo que me temía que sucedería en los próximos días. —Creo, que por razones de seguridad, podríamos evitar subir a todas esas atracciones —dijo Trey mientras parábamos enfrente de la desvencijada vía de ferris, vacilando antes de entrar en la fila para comprar los tickets. Vimos a Hannah subir a un auto de pasajeros junto a Pete. Llevaba pantalones vaqueros ajustados de color rojo brillante y una chaqueta de color blanco que parecía nueva, su largo pelo oscuro colgaba hacia abajo por su espalda. Jeff y Melissa subieron detrás de ellos y un encargado tatuado cerró la puerta antes de que la noria empezara a girar para permitir que otros pasajeros subieran. Se veían como el grupo perfecto de amigos populares de secundaria, sin preocupaciones en el mundo. De todos los que estábamos mirándolos en la fila, sólo Trey y yo sabíamos que un complicado asesinato los había unido. En una ciudad tan pequeña como Willow, era una apuesta casi segura que en algún momento te encontrarías a casi todos los residentes en un evento tan grande como Winnebago Days. Pasamos a Mischa y Matt mientras esperaban en la cola para subir a la pequeña montaña rusa, llamada Zipper. Saludé a Mischa pero no me detuve a hablar con ellos; los carnavales eran para parejas y Trey y yo estábamos en nuestro silencioso mundo propio. Vimos al Director Nylander en uno de los stands de juego, tratando de tirar una moneda dentro de un frasco de vidrio para ganarle a su hija un león de peluche. Vimos e ignoramos a Tracy besándose con Michael en una mesa cercana a la parrilla dónde se podía pedir perritos y hamburguesas, y al entrenador Highland, su esposa y sus hijos pequeños moviéndose al compás de la música cerca del escenario, que se había armado para la actuación de Norwegian Wood, la banda local que hacía imitaciones de los Beatles. Pasamos varias veces por la cabina que había organizado como parte de los esfuerzos de recaudación de fondos de la clase de tercer año, en dónde Hailey West y Paul Freeman dibujaban caricaturas de personas a bajo precio, destinado para su cuota del viaje de esquí. La próxima noche, Nicole Blumenthal y un grupo de tercero vendería sidra de manzana y donuts que habían hecho en la clase de economía del hogar. Sabía que debía de estar contenta de ver a Hailey y Paul tan ocupados con los clientes, pero mis obligaciones del Consejo de Estudiantes parecían muy difíciles de controlar esa semana. Me alegré mucho de que la cabina fuese tan pequeña como para que no tuviese que quedarme allí, supervisando las operaciones. Cerca de una mesa donde estaba el PTA vendiendo rifas, cuyos premios incluían mantas cosidas a mano y servicios de salón provenientes del mismo salón de belleza local, vi a Evan Richmond mirando hacia

arriba a la noria, en donde Hannah estaba coqueteando y riéndose con Pete contra el cielo nocturno. Sólo podía imaginar lo que estaba pasando por su cabeza, observando al amado novio de su hermana muerta, pasar a una nueva conquista romántica ni siquiera un mes después de que se hubiera cavado la tumba de Olivia. No estaba segura de si Trey había visto lo mismo que yo vi, o si quería que lo hiciera, pero la expresión de dolor en la cara de Evan me golpeó como una bofetada en la mejilla. —¿Quieres que gane un espejo con la foto de Elvis para ti? —Me ofreció Trey en tono de broma, ya que pasábamos frente a un stand de juegos donde se podían ganar espejos de lujo por lanzar dardos a los globos. Los dos estábamos en calma, temerosamente hoscos, y yo lo adoraba por tratar de levantar mi estado de ánimo. —Nah —me negué—. Sólo sería otra cosa frágil en mi habitación que los fantasmas podrían romper. Trey me acercó más a él, con un brazo colgando sobre mis hombros y me besó en la frente. —Sabes, hay una posibilidad de que esto salga bien. Que la muerte de Olivia pudo haber sido un loca coincidencia y Candace estará en casa la próxima semana, sana y salva. Quería creerle, en serio. Pero él había estado con ella en ese auto. Había escuchado sus últimas palabras. —Sé que realmente no crees eso —dije, apretando su mano. Cuando nos paramos en la fila para comprar algodón de azúcar y Hannah me tocó el hombro para decirme hola, sentí un impulso irresistible de enfrentarme a ella. No por amor a Candace, sino por Evan. —Este carnaval es tan divertido —balbuceó. Pete, a su lado, con su clásica sonrisa puesta. Me tomó un segundo recordar que Hannah era una chica de la gran ciudad, y que probablemente nunca había visto un carnaval en un pueblo pequeño en toda su vida. —Disfrútalo, es lo único que sucede en todo el año —murmuré, realmente no me gustaba la sordidez del carnaval. De verdad que no me sentía con ganas de asistir esta noche, pero Winnebago era inevitable y tenía que hacer un chequeo al stand al menos una vez al día. —¿No han ido a la noria aún? ¡Es increíble! ¡Puedes ver las luces de Ortonville desde allí arriba! Traté de forzar una sonrisa. Había logrado ser cortés, e incluso a veces amable con Hannah durante la semana del baile. Algunas veces, incluso me había sentido a gusto con ella. —Tal vez vayamos más tarde. Tengo un poco de miedo a las norias de este carnaval. Cada año al menos una se rompe y hay algún tipo de crisis. Hannah miró a Pete para confirmar y él se encogió de hombros en confirmación. Le dio un manotazo en broma y dijo. —¡Pete! ¡No me dijiste ni una palabra de eso cuando subimos a la noria! —¡Es lo suficientemente segura! —insistió. Avanzamos hasta el hombre que vendía algodón y Trey abrió su billetera para pagar. El deleite de Hannah por el carnaval me desconcertaba, haciéndome tener ganas de gritarle que no tenía

derecho a disfrutar, de divertirse tanto, a tan poco tiempo de la muerte de Olivia, y con Candace dirigiéndose a su lugar de muerte profetizada por ella. —Candace se va mañana con su padre a Hawaii —mencioné, con mis ojos clavados en Hannah. Hannah levantó una ceja, pero disimulando que reconocía lo que estaba insinuando, felizmente respondió. —Lo sé. Espero que tenga su merecido descanso y tengo que admitir que estoy un poco celosa. Está haciendo frío a principios de este año. No me importaría pasar una semana en el trópico. Miré hacia ella sacudiendo mi cabeza. Mischa tenía razón. Simplemente era de corazón frío. Su indiferencia acerca de la vida de Candace desató una furia salvaje en mí, algo que había estado reprimiendo hasta entonces ya fuese por una pequeña esperanza ingenua de que Hannah no había tenido nada q ver con la muerte de Olivia, o por temor de su poder. Pero al confrontarla, noté que mientras Pete pagaba por su algodón de azúcar Hannah evitaba hacer contacto visual con Trey. Me pregunté de nuevo si sabía que Trey conducía el auto en el que murió Olivia y por qué no lo había advertido. O por qué no nos lo había mencionado cuando contó la historia de Olivia. Recordándome mi promesa de que sería más amable con Érica, Kelly y Cheryl después de que Érica me salvara con sus bolsas de basura, Trey y yo acordamos pasear con ellas para tomar unos batidos en Bobby’s antes de volver a casa. Estaban todas risueñas y algo nerviosas, presumiblemente porque un chico senior estaba entre ellas. Trey era notablemente más amable con ellas de lo que había sido con Mischa y le estaba realmente agradecida. El lunes después del instituto, mi madre me estaba esperando con los brazos cruzados en el pecho. —Siéntate. —Me ordenó cuando entré a la casa, señalando una silla de la cocina. Había, como era de esperar, suspendido mi parcial de español, así como también (un poco más sorpresivamente) suspendí mis parciales de cálculo y de química de laboratorio. Había sacado una C en el parcial de inglés y secretamente estaba un poco contenta, porque no me había molestado en terminar de leer La Ilíada. Pero mis notas eran una contradicción completa de mi carrera académica hasta el momento. Siempre había sido una chica de A, todos los años hasta ahora. —Bueno, en la mitad del examen de Español, tuve un dolor de cabeza muy fuerte y la Sra. Gómez me envió a la enfermería —dije nerviosamente, mordiéndome las uñas—. Me dijo hoy en clase que podía volver a hacerlo. —Por supuesto que vas a hacerlo. El Sr. Sobek me llamó esta tarde para decirme que tus profesores están preocupados por ti. Este es tu tercer año, McKenna. En un año a partir de este momento, tendrás que enviar tu solicitud para la universidad. No es el momento para dejar caer tus notas. Escuché pacientemente a mi madre, mientras continuaba hablando por un tiempo de la paga de mis estudios universitarios, de que necesitaba conseguir una beca, de su resentimiento por mi pérdida de peso y del escrutinio injusto de sus capacidades como madre por el personal de mi instituto. —Así que, dime, McKenna. ¿A dónde vamos desde aquí? —preguntó, mirándome, con los brazos extendidos y las manos cruzadas apoyadas en la mesa de la cocina—. ¿Es necesario que

vayas a un centro de rehabilitación para que vuelvas a comer? ¿Es necesario que veas a un terapeuta cada semana? Miré a mis pies. La única respuesta que se me ocurría, parecía tan perfecta que la solté. —Los padres de Candace Cotton se la llevan a Hawaii, debido a que está pasando un momento muy difícil con la muerte de Olivia. Creo que me vendría muy bien un cambio de escenario... —Estoy absolutamente de acuerdo contigo —interrumpió mi madre, impidiéndome pedir permiso para acompañar a Candace en su viaje y vigilarla—. Ya es hora de que tu padre intervenga y juegue un papel más importante en tu vida. No sé cuántas veces te he preguntado qué pasa este semestre. Eres muy reservada acerca de tus amigos, acerca de lo que haces con Trey todos los días después del instituto, acerca de por qué estás durmiendo todas las noches aquí en el sofá. Ya hablé con tu padre y vas a pasar la semana de Acción de Gracias con Rhonda y con él este año. Me encogí. Pasar una semana entera fuera, lejos de Trey en menos de un mes parecía difícil de superar. Tuve que reprimir el impulso de reprocharle lo de husmear en mi habitación, ya que eso la haría sospechar de cómo lo sabía, si había estado a más de una milla de distancia. —Bien —dije con voz débil. —Tu padre está esperando que lo llames esta tarde. Está en casa ahora ―informó mi madre. Llamé a mi padre desde mi teléfono, no queriendo que mi madre escuchara nuestra conversación. Incluso a pesar de ir a mi habitación para tener privacidad, dejé la puerta abierta unos centímetros porque tenía miedo de que si la cerraba, cualquier cosa podría suceder mientras estaba al teléfono. —Así que, ¿qué es todo esto, McKenna? —preguntó—. Tu madre me contó que te fue muy mal en tus parciales y que tu profesora de gimnasia piensa que tienes trastornos alimenticios. Al fondo, pude escuchar los graznidos de gaviotas y voces lejanas. Supuse que Rhonda y él estaban estirados en la playa viendo la puesta de sol, o descansando en su bote con su vecino. Luché por recordar cómo era la vida cuando papá vivía con nosotras, en los días pre-Florida. Había pasado tanto tiempo que realmente no podía imaginar cómo de diferentes serían las cosas si estuviera jugueteando en nuestro garaje, en lugar de estar a kilómetros de distancia. —No sé —murmuré. Parecía como si fuese la cosa más sincera que podía decir. No lo sabía. No sabía si Candace viviría, no sabía cómo la letra H se había formado en la tabla del garaje, no sabía cómo Arthur Fitzpatrick y la voluntad del abuelo de Hannah tenían nada que ver con el juego que habíamos jugado en la fiesta de Olivia, ni sabía por qué Hannah no había podido predecir una muerte para mí. —Cuando Rhonda te habló acerca de las calorías y tu metabolismo, nunca fue su intención crear una especie de obsesión enfermiza en ti. Cuéntame, niña. ¿Estás teniendo problemas? —Ningún problema con la comida —aseguré—. De sueño, sí. Pero con la comida, no. —Así que, ¿qué es? ¿Estás teniendo demasiado trabajo con el Consejo? ¿Ese chico de al lado, te presiona para hacer cosas que tú no estás lista para hacer? —Dios, papá, ¡no! Trey no me está presionando para hacer nada. Hablamos durante casi cuarenta minutos, pero no era capaz de encontrar las palabras exactas para decirle lo que realmente estaba pasando en mi vida. Me preguntó si había disfrutado los

Winnebago Days, sorprendiéndome de que aún recordara el evento anual. Tal vez no había borrado tantos recuerdos de sus días en Willow como supuse. Me informó que me compraría un billete para el sábado antes de Acción de Gracias y que pasaría nueve días enteros en Tampa. Rhonda quería conducir a Key West mientras estuviese de visita, e ir de excursión. Miré por la ventana, en donde el frío aire de la noche de otoño recogía las hojas secas y las hacía girar en forma de tornados en miniatura a través de la calzada de los Emory. Era difícil imaginarme cruzando un pantano caliente en cuatro semanas, llevando una camiseta sin mangas. El miércoles por la mañana, el instituto era un hervidero de chismes porque Hannah no sólo había tratado de entrar al equipo de animadoras, sino que era su capitana. Teníamos nuestra versión de animadoras del equipo de baloncesto en el instituto, pero la chica que había sido capitana del equipo junior durante nuestro segundo año, Hailey West, ni siquiera había entrado en el equipo este año. Mischa y yo intercambiamos ojos en blanco en el pasillo, ni siquiera necesitamos mediar palabras sobre el tema para saber que estábamos pensando lo mismo.

“No descansaré hasta que la propiedad de mi familia haya sido devuelta a su legítimo propietario” A lo largo de Cálculo I, estuve pensando en el juramento de la abuela de Hannah de no descansar hasta que todo lo que había pertenecido a la familia Simmons hubiese sido devuelto. El tercer año de Hannah estaba yendo perfectamente. Qué más podría querer de nosotras, pensé. No había nada que Candace tuviera y que Hannah pudiera posiblemente envidiar, así que no podía determinar qué podría ganar Hannah con la muerte de Candace. El viernes después de clase, Amanda y Mischa faltaron a su entrenamiento de gimnasia para llevar a Candace a Bobby's a comer patatas a la francesa y beber batidos de fresa. Nos sentamos en una cabina, viendo a Candace de cerca mientras devoraba sus patatas. —Vamos a ir a un tour en un volcán —anunció ella con su voz áspera, fuerte—. En la Isla Grande. Vamos a ir a una playa de arena negra y luego vamos a ver todas esas salidas de vapor volcánico en el Parque Nacional de Volcanes. —Los volcanes son geniales —animó Mischa—. Más volcanes, menos playas. Candace sumergió otra patata en su vaso de plástico de mayonesa y la metió en su boca. —Bueno, mi padre también quiere que probemos a bucear cerca de nuestro hotel, el cual es uno de los mejores lugares para bucear en el mundo. Va a tomar unas clases mientras estemos allí. Me envió como, un millón de páginas web para mirar. —Candace —dije calmadamente—, por favor no vayas al agua. Sabemos que has estado hablando con un psiquiatra sobre todo lo que sucedió con Olivia, pero tú no eres la única que piensa que lo que hizo Hannah fue real. Por favor, por favor, síguenos la corriente y sé cuidadosa. —¡Dios! —exclamó Candace, haciendo una mueca dramáticamente. —Promételo —insistió Mischa—. Promete que no irás cerca del agua. —Está bien, caray, lo prometo. Pero sabíamos que no nos estaba tomando en serio. Candace ya no tomaba nada en serio. Incluso había pasado un tiempo desde que había hablado por última vez sobre Isaac Jonhston, con el que había estado obsesionada durante la Bienvenida. Él había decidido que estaba loca y que no tenía solución poco después de que hubiera sido dada de alta del hospital, ya que no dejaba de

hablar sobre Hannah, espíritus y venganza. Candace debió de haber estado con el corazón roto por su ruptura, pero pasó de estar drogada por la medicación contra la ansiedad a estar bombardeándonos con detalles sobre su próximo viaje a Hawaii y apenas había hecho mención de Isaac. Llevamos a Candace a su casa, todo el tiempo tratando de llenar su cabeza con sugerencias de cosas sobre su vida en Willow que podría considerar hacer después de Hawaii. Cosas por las que vivir, tan desesperado como parecía. Las audiciones para la obra de invierno del instituto serían en Noviembre, y el club de teatro había elegido Mame!. Candace tenía una gran colección de pipas y fácilmente podría haber ganado el papel principal si se hubiera molestado en practicar mucho, pero la mención de las audiciones no le interesó mucho. Su decimoséptimo cumpleaños caía en diciembre y Mischa lanzó algunas ideas para la fiesta, pero Candace no estaba emocionada en pensar tan lejos en el futuro. Nos quedamos en el camino de entrada de su madre durante unos minutos después de que la viéramos desaparecer dentro de la casa. Ni Mischa ni yo dijimos una palabra, pero sabía exactamente qué estábamos pensando: nuestra visión de Candace en sus pantalones de pana rosa caminando por la calzada hacia su puerta principal, su cabello rubio ondeando al viento, muy bien podría haber sido la última vez que la viéramos. Ambas nos estábamos preguntando si había algo más que pudiéramos hacer, algo más que deberíamos hacer, para dejarle clara nuestra preocupación sobre su viaje. —¿Están listas chicas? —preguntó Amanda pacientemente. Mischa sacudió su cabeza, sus ojos vidriosos por las lágrimas. Noté que Julia apartó una cortina en el segundo piso de la casa y miró hacia abajo, a nosotras, mientras nos quedábamos en el auto. Su pelo oscuro creaba un acentuado contraste con la blanca cortina enmarcando la ventana. El padre de Candace la recogería por la mañana para llevarla directa al aeropuerto en Green Bay. No la veríamos durante ocho días. Recordé la horripilante descripción de Hannah de cómo el cuerpo de Candace sería encontrado y me estremecí. Deseaba con cada fibra de mi ser que Hannah estuviera equivocada sobre Candace, o al menos sobre su ahogamiento a esta edad, en este viaje. El sábado por la noche, mientras estaba sentada en la sala de estar frente a la televisión con La Ilíada en mi regazo, recibí un mensaje de texto de Candace. Acababa de aterrizar en Honolulu y estaba esperando un vuelo de conexión a Kona. Una foto que se había tomado estaba adjunta al mensaje. El sol estaba empezando a ponerse en Hawaii, con tonos rosas y corales de cielo sobre las copas de las palmeras. Ya había oscurecido en Winsconsin, hacía horas. Después de todo le respondí por favor mantente alejada de la playa. Esa semana, rechacé la oferta de Hannah de ir a su casa después del instituto para ver la televisión y hornear galletas, diciendo que estaba informalmente castigada hasta que subiera mis notas, lo cual no era una completa mentira. Su decepción era palpable, pero no sentí el más mínimo remordimiento. Sabía que todo lo que quería hacer era escucharse a sí misma hablar sobre su nuevo romance con Pete y su entusiasmo por haber recibido pompones y un uniforme de animadora. Se me ocurrió que su invitación llegaba en un momento extraño y que tal vez era una táctica estratégica para conducirme de nuevo a sus garras mientras Candace estaba fuera de la ciudad. Recordé mi primera impresión de Hannah en septiembre, a comienzo del año escolar; cómo había parecido ser tan humilde e insegura de sí misma, enrollando nerviosamente su largo pelo oscuro alrededor de su dedo. ¿Había sido una actuación? ¿Había estado intencionalmente tratando de convencernos de que era tímida y callada para ganarse nuestra confianza?

Mischa y yo nos sentamos juntas en la hora del almuerzo, en solemne silencio. La multitud de nuestra mesa se fusionó esa semana. El nuevo estatus de Hannah como novia de Pete le daba derecho a unírsele a la mesa anteriormente gobernada por Olivia. El martes, Tracy y ella se sentaron con sus bandejas del almuerzo sin ninguna explicación, ni disculpa. Mischa, teniendo al menos el sentido común de reconocer que enfadar a Hannah podría poner en mayor peligro a Candace, se deslizó a la otra punta de la mesa con Matt para estar tan lejos de ella como fuese posible, sin sentarse en otra parte. Incluso el genial y calmado Matt alzó una ceja el miércoles cuando de repente, Michael abandonó su mesa de compañeros de banda nerds y se unió a Tracy en la mesa de los chicos populares. Durante las clases, mi teléfono y el de Mischa vibraban al unísono con mensajes sin preocupaciones de Candace, enviados para ambas. Recibíamos y revisábamos las fotos y notas rápidas sobre cosas que comía en el buffet del desayuno en el hotel donde se estaba hospedando, y en el luau festivo al que su familia asistió en su segunda noche en la Gran Isla. Envió imágenes de platos llenos con salmón lomi lomi, cerdo Kalua, rodajas de piña fresca y ensalada de macarrones. Había imágenes de bailarinas en faldas de pasto y los collares púrpuras de Candace sobre la cómoda de su habitación del hotel después de una noche de diversión. El martes hubo imágenes de sus hermanastros pisoteando lava seca y negra en el parque de los volcanes. Y el miércoles, los mensajes se detuvieron abruptamente.

¿Qué vas a hacer hoy? Le envié nerviosamente un mensaje a Candace el jueves por la mañana cuando desperté. No hubo una respuesta antes de que Trey y yo comenzáramos a ir hacia el instituto. Sabía que era paranoico y tonto, pero mi corazón estaba latiendo irregularmente por el miedo. La realidad parecía una línea anormal de tiempo el jueves, con clases pasando lentamente y luego acelerándose de nuevo. Tuve un sentimiento inquebrantable de que exactamente lo que Mischa y yo habíamos estado esperando, estaba sucediendo; pero por supuesto, sin saber nada de Candace, no había forma estar seguras. La batería de su teléfono podría haberse acabado, podría haber tenido mala cobertura, podría haber decidido que estaba teniendo demasiada diversión como para mantenerse en contacto con nosotras. Cualquiera podría haber sido el caso, como la noche en la que murió Olivia, era imposible para mí concentrarme en otra cosa que no fuera mi sospecha irreprimible de que los eventos estaban ocurriendo y que estaban más allá de mi control. Cuando me senté en mi clase, me di cuenta de que la empalagosa música de ukelele que me había estado atormentando durante las últimas dos semanas, curiosamente se había detenido. Me había acostumbrado tanto a ignorarla, que era una sorpresa buscarla y no escucharla en mi cabeza. Era un enorme alivio que esa música finalmente se hubiera detenido, como dejar caer una pesada mochila de libros después de llevarla durante un largo camino a casa, pero aun así era preocupante. El fin de la música podría haber significado cualquier cosa, pero para mí era otra prueba de que ya no volveríamos a ver a Candace con vida. Cuando pasé junto a Hannah por primera vez ese día en el pasillo, me sonrió tristemente antes de saludar, y me pregunté si tenía alguna idea de lo qué le estaba pasando a Candace en ese mismo momento. Llevaba un hermoso suéter de cuello de tortuga gris de cachemira sobre una falda negra con detalles de cuero que le daban un estilo endiabladamente más punk rock de lo que realmente era. Ropa como esa no podía ser comprada en ningún centro comercial de Willow ni de sus alrededores; los padres de Hannah debían de haber pedido atuendos geniales por Internet para ella. Durante la clase de educación física, me eligió primera para jugar en su equipo de voleibol y tiró suavemente de mi cola de caballo.

—Tu pelo luce realmente lindo últimamente —me halagó—. Se está volviendo un poco más oscuro ahora que es otoño. —Gracias —murmuré, realmente no quería permitirme disfrutar de su halago. Me sonrió débilmente y por un segundo pareció como si tuviera algo que decir, pero luego cambió de opinión. La entrenadora Stirling sopló su silbato para ordenar a ambos equipos que fuesen a sus respectivos lados de la red y el momento se perdió. Cuando fuimos a cambiarnos al vestuario después de la clase, Mischa estaba extremadamente preocupada. —Todavía nada desde la noche del martes —dijo en un ronco susurro, no queriendo que Hannah la escuchara. Ambas habíamos estado recibiendo los mismos mensajes de Candace, así que eso no me sorprendió—. Ayer le envié diez mensajes y no respondió a ninguno. Estoy realmente, realmente empezando a asustarme. —¿Recuerdas el nombre del hotel en el que se hospeda? Mischa no lo recordaba y pasamos nuestra hora del almuerzo buscando hoteles en el área de Bahía Honaunau, tratando de encontrar algo que nos sonara familiar. El Kohala Orchid Village y Kohala lani Halili parecían familiares. Pedimos pases para el baño al monitor del comedor y desde el baño de mujeres, extrañamente vacío, llamamos a las recepciones de ambos hoteles esperando poder dejar un mensaje para Candace en su habitación. —Hola, me gustaría dejar un mensaje para la familia Cotton —dijo Mischa en su voz más madura después de marcar el número del Kohala Orchid Village. Asintió en mi dirección un momento después y luego regresó su atención al teléfono—. Oh, lo siento tanto. Debo de tener el número equivocado. Tuvimos más suerte con el Kohala Lani Halili. El recepcionista nos conectó a lo que esperábamos que fuese la suite alquilada por el padre de Candace. Con una voz temblorosa, Mischa dijo: —Hola, soy Mischa Portnoy llamando desde Willow para dejar un mensaje a Candace. McKenna y yo sólo queríamos saludarte y esperamos que te estés divirtiendo. Por favor, escríbenos tan pronto como tengas una oportunidad para hacernos saber que estás bien. —Tienen un sistema extraño de buzón de voz en el hotel —informó Mischa mientras colgaba. Pero no hubo respuesta durante la tarde. Cuando el timbre sonó a las 3:15, terminado la jornada escolar, Mischa habló con su hermana en el estacionamiento, taciturnamente anunciando que iba a faltar a otra clase de gimnasia. Caminamos hasta mi casa mientras Trey se quedaba en detención por fanfarronear en Física avanzada. —¿Sería raro si llamáramos a la madre de Candace para ver si ha hablado con ella hoy? — preguntó Mischa. Ambas estuvimos de acuerdo en que la respuesta a la pregunta de Mischa era sí, sería completamente raro. Mi madre había dejado una nota para mí diciendo que se había ido al campus para ofrecer tutorías en persona y que llevaría la cena. Encendimos la televisión y conversamos durante el show de vídeos musicales hasta que Mischa se aburrió y empezó a cambiar de canal. Fue sólo

entonces cuando encontramos el final de un comercial noticiero de la noche, durante el cual una guapa presentadora morena estaba diciendo: —Un adolescente fue arrastrado por el mar en un centro turístico popular en Hawaii. Más detalles a las cinco. Mi corazón se detuvo y mis extremidades se congelaron instantáneamente. Mischa jadeó como si alguien acabara de golpearla en el plexo solar, sacándole el aire. Un segundo después, el segmento de noticia desapareció, cambiando desvergonzadamente a un anuncio de una bebida energizante. Nuestras mandíbulas cayeron, dejando nuestros labios colgando, boquiabiertos. —Esto no puede estar sucediendo —susurré, mi pecho sintiéndose demasiado apretado para que siquiera pudiera inhalar normalmente. —Esa es la prueba, McKenna. ¡Es ella! ¡Está sucediendo de nuevo! —La voz de Mischa sonaba ahogada, ronca por la histeria. Estaba temblando en el borde del sofá, una capa de lágrimas coronaba sus ojos, liberadas en sus mejillas por un parpadeo. Mi mente se apresuró a buscar una razón alternativa para explicar la emisión que acabábamos de ver. Obviamente, no podíamos esperar hasta las cinco en punto para tener más información, así que encendimos el ordenador portátil que mi madre y yo teníamos en la sala de estar y retorcimos nuestras manos con ansiedad hasta que nos conectamos a Internet. Los principales sitios de noticias sólo ofrecían información básica sobre la historia y ni siquiera era aún un titular de primera plana. La prensa afirmaba que un adolescente estadounidense estaba perdido después de desaparecer en una playa en la Isla Grande de Hawaii, y las autoridades estaban esperando que todo fuese un susto. No se daba ningún nombre y ningún medio de prensa siquiera confirmaba que el adolescente que desapareció fuera una chica. No había nada concluyente en la historia que tuviera algo que ver con Candace; sin embargo, era una coincidencia demasiado grande. Discutimos una vez más si debíamos o no llamar a la madre de Candace y decidimos no hacerlo, no queriendo molestar a la Sra. Lehrer si, de hecho, sabía que había una búsqueda, o alternativamente fuéramos las portadoras de malas noticias si por casualidad no había oído hablar de lo que estaba sucediendo en Hawaii. Mi sangre se sentía fría en mis venas. No quería admitir, por el bien de Mischa, cuán acertado era mi sentido de la fatalidad. Trey llamó a la puerta principal antes de entrar cuando salió de detención, habiendo visto ya el titular de la noticia en los ordenadores del instituto. —¿Alguna noticia? —preguntó, aparentemente muy consciente de que ambas estábamos asustadas mientras esperábamos algún tipo de comunicación por parte de Candace. Dejó su mochila cubierta de garabatos en el suelo, junto al sofá y se sentó a mi lado. —Nada —informé. Se frotó la nariz y luego sugirió. —¿Han tratado, ya saben, de ponerse en contacto con ella? Mischa explotó contra él, su cara enrojecida. —¡Por supuesto que sí! ¡Hemos estado enviándole mensajes durante dos días, Trey! Trey se encogió de hombros y añadió. —Me refiero, ya saben, con el tablero. Sólo en caso de que no sea capaz de responder mensajes de texto ahora mismo.

—Eso es demasiado mórbido, ¿sabes? —espetó Mischa—. ¡Necesitamos ser positivos ahora mismo! Por lo que sabemos, esto es sólo parte del juego de Hannah, diseñado para asustarnos. No sabemos nada con certeza. —Los tres fingimos por un par de minutos concentrarnos en el reality show de mal gusto frente a nosotros, pero el aire en la sala de estar se estaba volviendo espeso con nuestros pensamientos. Todos veíamos pasar los minutos en el reloj digital en el descodificador, contando los segundos que faltaban para las cinco. —Trey —dije suavemente. —Traeré el tablero. Como la madre de Trey estaba en casa y podría preguntarse por qué de repente Trey pasaba tanto tiempo en el sótano con dos chicas, ambas más jóvenes que él y yo estaba renuente a introducir cualquier actividad espiritual adicional a mi propia habitación, nos pusimos nuestras chaquetas y caminamos rápidamente hasta la esquina. Había sido mi propia sugerencia que tratáramos de contactar con el mundo espiritual desde el descampado abandonado dónde solía estar mi vieja casa. Me había estado preguntando durante un tiempo si tal vez había una posibilidad de que Jennie se pusieron en contacto conmigo si la convocaba desde allí, pero no había encontrado el valor antes de esto para sugerirle a Trey que lo intentáramos. Esa noche, mi temor por Candace excedía mi temor por el descampado abandonado. Tenía un sentimiento enfermizo y escalofriante antes incluso de que dejáramos el tablero sobre la maleza de que ya sabíamos lo que le había sucedido a Candace. —¿Están listos? —pregunté a Trey y a Mischa mientras nos sentábamos alrededor del tablero en lo alto del césped. El sol estaba empezando a ponerse; el cielo sobre nosotros era de un amarillo pálido. Podíamos escuchar el ocasional zumbido de un auto pasando por la carretera rural detrás de nosotros; pero sabíamos que estábamos escondidos por la hierba del descampado y no le prestábamos atención al tráfico. Sentí la húmeda frialdad de la tierra debajo de mí, mojando la parte trasera de mis pantalones. Esta vez, Mischa parecía solemnemente preparada para comunicarse con los muertos. Su nervioso y risueño comportamiento era cosa del pasado, parecía tan cansada como yo me sentía. Los tres colocamos nuestros dedos en el planchette y lo movimos lentamente para calentar el tablero. Fui quién habló. —Queremos contactar con el espíritu de Candace Cotton, si efectivamente ha cruzado al otro lado. Sólo recibimos a los buenos espíritus. Esperamos. El viento soplaba suavemente, silbando alrededor de nosotros entre las desnudas ramas de los árboles en la Calle Martha. Por un segundo, olí un pequeño atisbo de invierno en el aire, el frío, el fuego rugiendo en las chimeneas en la ciudad. Luego sentí el planchette lentamente energizándose bajo mis dedos, alcé la vista para ver si Trey y Mischa también lo notaban. —Está aquí —susurró Mischa. El planchette se deslizó hacia la letra T y luego se detuvo. —Pregunta si es Candace —instó Mischa. Pero dudé, porque parecía que cualquier espíritu que se hubiera puesto en contacto con nosotros a través del tablero, ya tenía un mensaje que estaba tratando de entregar. El planchette lentamente, deliberadamente, se movió de letra a letra, deletreando dos palabras.

T-Ú-S-I-G-U-E-S

CAPITULO 16 Traducido por Mica :) & Maia8 Corregido por peke chan —Fueron unas corrientes de aguas revueltas. No había nada que pudiéramos hacer. Aguas

revueltas. La madrastra de Candace sonaba como un disco rayado el día del velatorio. Obviamente, había sido afectada emocionalmente por los acontecimientos de los últimos días y mientras Mischa y yo deseábamos que acabase de hablar, ninguna de las dos se sentía con la facultad para poner fin a su diatriba. Se veía como una versión más joven y delgada de la madre de Candace, rubia y bronceada, usando un vestido azul y blanco que parecía inapropiadamente informal para un funeral. El Sr. Cotton, quien era el que tenía la legítima posibilidad de callar a su esposa, parecía estar en un profundo sueño, mordiendo sus uñas, asintiendo con la cabeza para saludar a todos los que llegaban a la funeraria pero apenas diciendo una palabra a nadie. La madre de Candace, por otro lado, hervía en una esquina, acercándose a su punto de ebullición. Las venas de su cuello sobresalían como si fuesen barras de metal que sostenían su cabeza y sus hermanas pululaban alrededor de ella como abejas, tratando de calmarla. Parecía una mata de pelo rubio, con brazos oscilantes desnudos y piernas con medias negras. —¡Nunca la vimos hundirse! La marea sólo se la llevó hacia el mar. ¿Quién lo hubiese sabido? —continuó la madrastra de Candace, a pesar de que el padre Fahey, el sacerdote de Santa Mónica, quién estaba convocado para dar un corto servicio más tarde en la noche, estaba tratando de tranquilizarla—. Quiero decir, ¿quién piensa que la marea se va a llevar a alguien de un complejo que cuesta seiscientos dólares la noche? —¡Callen a esa mujer! —Escuché decir a la madre de Candace desde su rincón. Sus hermanas se abalanzaron, rodeándola con más fuerza. Mischa, Matt, Trey y yo nos sentamos en el mismo sofá floral que Mischa y yo habíamos ocupado durante el velatorio de Olivia. El memorial de Candace era muy diferente al de Olivia, el cual fue sombrío y respetuoso. Un segundo funeral para una estudiante de secundaria, seguido al de Olivia por unas pocas semanas, parecía ser más de lo que nuestro pueblo podía manejar. A finales de la tarde, se hizo evidente que los Richmond no vendrían a presentar sus respetos, probablemente porque sería demasiado difícil poner un pie en Gundarsson de nuevo, tan pronto. Al igual que en el velatorio de Olivia, el ataúd estaba cerrado y los arreglos florales eran tan abundantes que el director de la funeraria se había quedado sin lugares para ponerlos. Algunos estaban en el pasillo, que flanqueaba la entrada a la sala donde todo el mundo estaba reunido para el memorial de Candace. Su familia parecía interminable, con familiares altos y rubios de todas las edades, que se confortaban y traían tazas de café a la zona del salón. El velatorio se llevó a cabo el lunes, y las clases se habían suspendido para que los estudiantes pudieran asistir, pero debido al comportamiento errático de Candace en las semanas previas a su muerte, la participación fue significativamente menor que el número de alumnos que se habían presentado para el velatorio de Olivia. —La madre de Candace va a noquear a su madrastra —murmuró Mischa, impresionada por el potencial de violencia dentro de la familia Cotton.

—No creo que necesite ver eso. —Me levanté del sofá, alisé la falda de mi vestido negro, y momentos después Mischa se paró para seguirme por el pasillo hacia la sala de estar. Me sentí incómoda al ver a la madre de Candace en circunstancias tan terribles. Había estado conteniéndose desde la noche en la que se enteró de que Candace se había ahogado, la misma noche que nosotros habíamos usado la tabla de Ouija en el solar abandonado. Mi madre nos había llevado a la casa de los Cotton para ver si había algo que pudiéramos hacer para ayudar. O bien no lo sabía, o no recordaba esto, pero en un punto cuando Jennie y yo éramos pequeñas, mi madre y la madre de Candace habían jugado juntas en la liga de bolos de las damas de Willow. Tan pronto como la madre de Candace había llamado a mi casa para decirnos que era Candace quién aparecía en las noticias como desaparecida, mi madre insistió en que nos amontonáramos en el auto y condujo a su casa. Habíamos estado allí, en la cocina de Candace, manteniendo los ojos abiertos durante toda la noche con café muy caliente. A las tres de la mañana, una llamada procedente de Hawaii confirmó que el cuerpo de Candace había sido arrastrado por la marea alta a casi diez kilómetros de dónde había desaparecido. —Bueno —dijo la madre de Candace con una seriedad desconcertante—. Ahora lo sabemos. En el salón, encontramos a Julia comiendo de una bandeja de galletas con primos de su edad. Llevaba un vestido corto, con una capa de encaje negro sobre ella, parecía un poco provocativo para una chica que tenía trece años de edad. Me pregunté por un segundo si ese vestido había sido comprado para un baile escolar. Probablemente nadie había pensado en el momento en el que fue comprado el vestido que Julia terminaría llevándolo a un acontecimiento tan grave como el velatorio de su media hermana. —¿Cómo te va, Julia? —pregunté mientras me servía una taza de café. Julia había estado dormida cuando sonó el teléfono, temprano en la mañana del viernes. Mischa, Trey, mi madre, y yo nos habíamos sentado pacientemente y en silencio en la mesa de la cocina de los Cotton con una de las tías de Candace mientras su madre y otra tía subían a despertar a Julia en la madrugada para contarle la mala noticia. Nos fuimos y condujimos a casa de Mischa antes de que Julia bajase las escaleras y todos nos reportamos enfermos en el instituto el viernes. —Estoy bien —informó Julia, sus ojos luciendo un poco hinchados. Sus primos dijeron que iban afuera a correr en el estacionamiento y la abandonaron en el salón con nosotras. —¿Cómo lo está llevando el padre de Candace? —preguntó Mischa, añadiendo edulcorante sin calorías a su taza de café. Julia se encogió de hombros y se metió una galleta en forma de huella digital en su boca. —Se ve como un desastre total, supongo. Pero no lo sé. Realmente no lo conozco tanto. Él tuvo que identificar el cuerpo, ya sabes. Mischa y yo intercambiamos miradas nerviosas. Así que, muchos detalles de la muerte de Candace habían sido iguales a la historia que Hannah había contado en la fiesta de cumpleaños de Olivia, era fácil de suponer que la parte de que su cuerpo ya estaba en estado de descomposición se había hecho realidad, también. —Wow, eso es difícil —dijo Mischa suavemente, tratando de obtener más información—. Eso debe de haber sido terrible para él. —Si, bueno, sobre todo porque estaba todo gordo e hinchado y esas cosas. —Julia nos informó. Traté de recordar de nuevo cuando Jennie murió cómo había sido mi comprensión acerca de la muerte en ese momento. La información de Julia era probablemente un efecto de su incapacidad para comprender la finalidad de la muerte, la incomprensibilidad del hecho de que Candace nunca, nunca volvería de Hawaii.

—¿Quién te dijo eso? —pregunté. Julia cogió otra galleta y respondió. —Nadie. Eso es lo que dijo el diario. Pero el ataúd está cerrado porque mi madre dijo que cuando los cuerpos están en el agua durante mucho tiempo, se ponen hinchados y espantosos. Hannah no asistió al memorial de Candace el lunes, lo cual no era sorprendente, pero por otro lado, lo era. Me preguntaba el lunes por la noche si se atrevería a mostrar su cara a la mañana siguiente para el servicio de la oración antes del entierro. Los padres de Mischa se habían negado a dejar que pasase la noche del lunes en mi casa y aunque mi madre probablemente me hubiese dejado pasar la noche en la de ella, quería estar cerca de casa y de Trey. El espíritu de Olivia misteriosamente había dejado mi habitación en paz la noche del miércoles y fue asombroso para mí que hubiese decidido dejar de molestarme. Si la inquietud inicial había sido evitar que muriese Candace, yo había fallado, y tal vez eso significase que Mischa estaba en peligro. O tal vez el espíritu de Olivia estaba ocupado con la llegada de Candace al otro mundo. No sabía la razón, pero tenía la sospecha de que mi habitación no había experimentado actividad paranormal últimamente. Habría más, pero no había manera de saber cuándo. La noche del lunes, mi madre me presionó para tener una conversación incómoda y desagradable con mi padre, durante la cual él trató de convencerme para concertar una cita con el psiquiatra que se había reunido con Candace. —Estoy bien, papá. En serio. —insistí. Estaba ansiosa por enviarle un mensaje de texto a Mischa, apagar las luces de mi habitación y esperar a que Trey llamase a mi ventana. Hubo una pausa y pude oír la televisión en segundo plano en su lado de la línea antes de decir. —Dos de tus amigas cercanas fallecieron desde el principio del curso. Eso no suena como bien para mí. Pero bueno, ¿qué sé yo? Sólo soy profesor de psiquiatría y tu padre. —No, eres el hombre que nos abandonó —respondí distraídamente antes de darme cuenta de lo duras que debían de haber sonado esas palabras para él—. Lo siento, papá. —Retrocedí rápidamente—. Es sólo que ha sido un día largo. Sabía que había hecho algo de significativo daño, porque unos veinte segundos de silencio pasaron antes de que respondiera. —No, no, tienes razón, McKenna. Todas las razonas que tienes para estar enfadada conmigo están justificadas. Habló un rato sobre caer en un impulso egoísta, trató de convencerme de que su partida había sido realmente una cosa constructiva para mi madre, así como para él. No tenía ningún interés en escuchar sus disculpas esa noche. Estaba más preocupada por el orden en el que habíamos jugado al juego de la noche del cumpleaños de Olivia. Mi madre me llevó de vuelta a Gundarsson a la mañana siguiente, para el servicio de la oración, y optó por quedarse conmigo en lugar de esperar en el auto. A fin de cuentas, estaba siendo muy comprensiva con toda la situación, no me hizo preguntas sobre los problemas que Candace había estado teniendo después de la muerte de Olivia, y no remarcó la insistencia de mi padre acerca de que hablase con un psiquiatra. Tracy llegó el martes como una especie de embajadora del Consejo de Estudiantes, parloteando acerca de que era su responsabilidad social como Secretaria de Clase mostrar su respeto. Declaró también que Hannah tenía un severo resfriado y no podía asistir, a pesar de que realmente quería hacerlo. Mientras Tracy tranquilamente nos decía esto, sentí los músculos de Mischa contraerse, como un gato a punto de saltar. No tenía forma de saber exactamente lo que Mischa estaba experimentando emocionalmente, pero una

fría y restrictiva sensación de temor se había apoderado de mí. Mi cuerpo se sentía tieso. No me atrevía a llorar a pesar de que sabía que a extrañar a Candace terriblemente. Esta vez no había quizás en esto: estaba segura de que estábamos bajo algún tipo de maleficio o maldición. A pesar de que no tenía la energía para pensar cuáles serían mis próximos pasos sin dejar el velatorio de Candace, sabía que Trey y yo íbamos a necesitar ayuda para ponerle fin a todo esto. La enormidad de asumir lo de Hannah y lo que sea que la estuviese ayudando en el mundo de los espíritus era simplemente demasiado para considerar esa mañana lluviosa antes del funeral de Candace. Mi madre se puso de pie junto a mí en el cementerio cuando el Padre Fahey de Santa Mónica llevó a la pequeña multitud que se había reunido a recibir unas pocas oraciones en la tumba. Trey se puso a mi otro lado, sin apretar mi mano izquierda, dejando que su largo pelo oscuro cubriera casi toda su cara. El gran Isaac Jonhston limpió algunas lágrimas de sus ojos cuando bajaron el ataúd y negó con la cabeza. De vuelta a casa esa tarde, me cambié mi vestido negro y medias y me puse directamente mi pijama a cuadros, y me metí debajo de mis mantas a pesar de que aún había luz afuera. En el fondo de mi mente sabía que todavía no era ni la hora en que los padres suelen dirigirse a su casa desde su trabajo y que la banda de música del instituto todavía estaba practicando en el instituto, pero lo único que quería hacer era cerrar los ojos y bloquear al mundo. Quería despertar en otra ciudad, en otra vida, en otra realidad en la que nunca hubiese ido a la fiesta de cumpleaños de Olivia y en la que nunca me hubiese convertido en parte de esta pesadilla.

Tú sigues. ¿Quién seguía? ¿Qué quería decir el espíritu del solar vacío? Había negado que fuera Olivia, había negado que fuera Candace, ¿estaba vulnerable? ¿Estaba protegida del juego porque Hannah no había sido capaz de ver mi muerte? Pero incluso eso no era del todo cierto; Hannah había dicho que había visto fuego. ¿Qué haría mi madre, si perdía a la hija que le quedaba en otro incendio? En el medio de la noche cuando me desperté, Trey estaba allí y las luces estaban encendidas. —No se puede estar demasiado seguro ―dijo cuando parpadeé, tratando de averiguar qué hora era. —Lo que estaba en mi habitación se ha ido, por ahora —aseguré—. Si era realmente Olivia, fallamos. No entendimos las pistas con la suficiente rapidez. Ahora tienen a Candace. Trey me miró fijamente, directamente a los ojos y después de un rato preguntó. —La noche que jugaron al juego, ¿a quién le tocó después de Candace? —A mí. —Recibiremos ayuda y terminaremos con esto. El jueves mi madre me informó de que se dirigía al campus para dar su clase, pero volvería inmediatamente después y atendería sus horas de oficina por Skype, desde casa. No tenía que avisarme porque ya lo sabía; no me haría regresar al instituto esa semana si no quería, pero su paciencia no se extendería a la semana siguiente. La madre de Trey lo llevó al instituto y él de inmediato regresó a pie, llamó a nuestra puerta sin cesar hasta que me levanté de la cama y le abrí, todavía con el pijama puesto.

—Vístete —ordenó—. Tenemos que ir a ver a alguien. No hice preguntas, simplemente me puse unos pantalones vaqueros y una sudadera y seguí a Trey a través del aire fresco de la mañana en un largo paseo por la ciudad. Era un día de niebla, lo cual era común en Winsconsin en otoño. El instituto y la vida normal parecían estar a un millón de kilómetros de distancia. Mischa no me había enviado un mensaje de correo electrónico ni de texto desde antes de saber a ciencia cierta que Candace había muerto, pero sospechaba que también se abstendría de ir al instituto toda la semana. Nada parecía real. No estaba pensando claramente, estaba en un estado de distracción, siguiendo las órdenes que apenas podía oír. —Declare su asunto. —Una voz de mujer se dirigió hacia nosotros a través del sistema de seguridad en la puerta trasera del edificio rectoral de ladrillo detrás de la iglesia de Santa Mónica. Trey y yo estábamos temblando, en la escalera de cemento que conducía a la casa parroquial, la que albergaba las oficinas administrativas de la iglesia y de la vivienda del sacerdote. Estando allí, de repente me sentí muy expuesta a la luz del día nublado, con los ojos muertos de las estatuas de yeso de la Virgen María y San Agustín sobre nosotros. No me había sentido como si estuviera en peligro en el camino de nuestro barrio, pero ahora que estábamos parados en el perímetro del santuario de los terrenos de la iglesia, sentí una necesidad urgente de entrar en el interior. —Estamos aquí para pedirle ayuda al Padre Fahey con un asunto personal —afirmó Trey, agarrando mi mano con un poco más de fuerza. Una cámara de vigilancia se hallaba colocada a la vista sobre la puerta de la rectoría, presumiblemente debido a que la rectoría había organizado un comedor de beneficencia y de vez en cuando la gente que no estaba bien de la cabeza venía hacia esta misma puerta pidiendo ayuda. Nos pidieron nuestros nombres, Trey se los dio y luego nos dejaron entrar. —Jim, dos adolescentes están aquí para hablar contigo. —Una secretaria de pelo gris, usando un chaleco de punto sobre una blusa de poliéster floral anunció en su teléfono de escritorio tan pronto como entramos en la casa parroquial. Se sentó en un escritorio desordenado detrás de una ventana de vidrio con una ranura parecida a la ventana del cajero de un banco y señaló a un banco de madera frente a la ventana donde esperaba que tomáramos asiento. Nos sentamos en silencio y abrimos la cremallera de nuestras chaquetas por el aire caliente. Al final del pasillo a través de la puerta, en lo que era probablemente la cocina de la rectoría, olía a sopa y podíamos oír el estrépito de platos. —¿Cuál es la naturaleza de este asunto personal? —La secretaria nos preguntó a través de la ventana, con una mano sobre el auricular del teléfono. —Es privado —replicó Trey, mirándola. Un momento después, volvió a dejar el teléfono de nuevo sobre la mesa y nos dijo. —Él los verá ahora. Cuando nos paramos y caminamos hasta el final del pasillo, abrió la cerradura de la puerta y pasamos a la acogedora cocina de las oficinas de la iglesia. El Padre Fahey estaba junto a la estufa, usando una chaqueta de punto de lana y agitaba la sopa con una cuchara de madera. Un calendario mensual con una foto de la Catedral de Milán colgaba en la nevera junto con una serie de boletines de anuncios de la iglesia sujetos con imanes. Un reloj de cuco colgaba de una pared, fijado por encima de un cuadro con la imagen de Jesús con una lágrima rodando por su mejilla.

—Así que, un asunto personal y privado —dijo el Padre Fahey cuando entramos. Me sentí como un gigante en el momento en el que entramos en la pequeña habitación, el hombre viejo nos hizo señas para que nos sentáramos en las sillas de alrededor de la mesa de la cocina—. Déjenme adivinar. Están muy enamorados y quieren casarse pero sus padres piensan que son demasiado jóvenes. O, están muy enamorados y han cometido pecados y ahora están en apuros y necesitan mi consejo para saber qué hacer. —Ninguna de esas cosas, señor —dijo Trey sosteniéndome una silla para que me sentara a la mesa—. Mi novia y sus amigas del instituto jugaron a un juego de ocultismo y ahora algo malo las está matando, una por una. —Sacó su copia de Peticiones de los Muertos de su mochila y la puso sobre la mesa de la cocina. Sin siquiera voltear hacia nosotros, el Padre Fahey giró lentamente la perilla de gas de la estufa a su posición de apagado. Cuando el rugido de la sopa hirviendo se calmó, pudimos oír que una pequeña radio en el mostrador de la cocina estaba sintonizada en la estación de la charla matutina. —Estamos hablando de Candace Cotton y la chica Richmond, supongo. —Sí. —confirmó Trey. —¿Y qué les hace pensar que sus muertes tuvieron algo que ver con las fuerzas ocultas en lugar de simples actos al azar de la naturaleza? —preguntó pacientemente—. Vivimos en una sociedad en la que se cree ciegamente que siempre debe de haber una causa justa para el sufrimiento. Cuando las cosas malas les suceden a nuestros seres queridos o a nosotros mismos, encontramos consuelo en la idea de que hay una razón justa para esas cosas malas. Creemos que el tiempo revelará esas razones, porque no podemos entender que en este universo, los eventos ocurren al azar. No podemos cuestionar la voluntad de Dios. —Todas jugamos al juego en el cumpleaños de Olivia. Hay una nueva chica en el instituto que viene de otra ciudad y ella tuvo la idea. Ella inventó historias acerca de cómo íbamos a morir todas, y las historias se están haciendo realidad, hasta los pequeños detalles. Y cuando Olivia murió, algo empezó a rondar en mi dormitorio. Eso estaba tratando de dejar pistas antes de que Candace muriera. Estaba tratando de advertirnos acerca de lo que iba a pasar con ella. —Mi confesión era vergonzosa, traté de sonar lo más madura y seria que pude. El Padre Fahey puso una tapa de metal sobre la olla de la sopa y se giró hacia nosotros, con los brazos cruzados sobre su pecho. —Síganme. El sótano de la rectoría estaba revestido y alfombrado, pero todavía se sentía húmedo y estaba sin terminar. El Padre Fahey cerró la puerta detrás de nosotros cuando comenzamos nuestro descenso por la escalera que conducía a la planta baja del edificio. —Es parte de nuestra rutina de seguridad aquí en la iglesia. Vosotros estáis perfectamente seguros, lo explicaré todo cuando lleguemos abajo. En el otro extremo del sótano, más allá de una de las mesas de ping-pong, había una larga mesa rodeada de sillas y un conjunto de estantes repletos de cajas etiquetadas como útiles escolares de domingo, el Padre Fahey abrió una puerta de madera de aspecto sencillo con un tazón de agua bendita sobre una mesa junto a él. Metió los dedos en el tazón e hizo la señal de la cruz, y nos animó a hacer lo mismo. —Estuve en sus primeras comuniones. Sé que están familiarizados con esta rutina.

Los dos hicimos la señal de la cruz obedientemente y seguimos al Padre Fahey a través de la puerta. Mi corazón latía con rapidez ya que no tenía ni idea de lo que esperar al otro lado. En la fracción de segundo en la que el Padre Fahey tardó en encender la luz, me imaginé una tenebrosa escalera de piedra en forma de caracol que llevaba hacia abajo, hacia el núcleo de la Tierra, dirigiéndonos hacia las mazmorras o cámaras secretas llenas de instrumentos de tortura. Pero todo lo que vimos al otro lado de la puerta fue otro gran sitio, una habitación llana, con dos sofás de color naranja, una larga mesa marrón, estanterías de libros densamente pobladas, y lo que parecía una mesa de examen médico en el centro de la habitación. —Perdonadme por la dramática evacuación al sótano. —El Padre Fahey se disculpó, tomando asiento en la esquina en una silla que parecía pertenecer a una biblioteca. Trey y yo nos sentamos en el sofá frente a él y me relajé un poco cuando me di cuenta de que todavía olía un poco a la sopa de arriba y podía oír una corriente de aire caliente procedente de las rejillas de la calefacción central—. Tenemos dos sacerdotes ancianos que viven en el segundo piso por encima de las oficinas administrativas. El Padre Nowicki, es probable que lo recuerden; dictaba la misa a menudo cuando ustedes dos todavía estaban en catequesis. Sufrió un derrame cerebral hace dos años y las enfermeras visitantes lo atienden todo el día. También nos preocupamos por el Padre Adeyimi, un misionero de África, que se está recuperando de una cirugía del corazón. Deben de entender que los ancianos y los niños muy pequeños son excepcionalmente sensibles al mal y no puedo permitirme el lujo de exponerlos a cualquier cosa que hayáis traído. Así que es más seguro para nosotros discutir cosas de esta naturaleza aquí abajo, la cerradura de la puerta está puesta para que no nos interrumpan. Debía de parecer horrorizada y sorprendida por esto, porque nunca se me había ocurrido que los espíritus podrían estar a mi alrededor. O que las iglesias tenían habitaciones secretas, sin ventanas, en sus rectorías. —Los espíritus se aferran a las fuerzas que les resultan compatibles con sus necesidades — explicó el Padre Fahey—. Dijiste antes que algo rondaba en tu dormitorio. No se equivocan. Está manifestando sus poderes en tu habitación porque ha descubierto la manera de manipular la energía en ese espacio. Pero eso te inquieta. Las palabras del Padre Fahey me sorprendieron. Nunca había hablado de forma tan directa con un adulto de algo tan aterrador. No estaba haciendo ningún intento de endulzar la situación ni de asegurarme, como los adultos eran propensos a hacer, que las cosas no eran tan malas como parecían. —¿Puede verlo? ¿Está aquí conmigo? —pregunté, alarmada. Instintivamente me incliné y miré por encima de mi hombro. El sacerdote sacudió la cabeza con paciencia y cruzó las manos sobre el regazo. —No tengo ningún poder mágico, señorita Brady. Sólo soy un simple hombre. No hay varita mágica que pueda agitar para revelar si hay un hombre del saco detrás de ti. Pero como he dicho antes, los espíritus se adhieren a la energía de las personas. Tú quizás no tengas conciencia de que algo te sigue, pero hay una posibilidad de que esté contigo en todo momento. Trey movió el libro en sus manos y murmuró. —Comenzamos a hacer algunas investigaciones luego de la muerte de Olivia. Pensamos que quizás Hannah, esta chica del instituto, hizo una especie de trato con un espíritu y le ha estado entregando las almas a él. El Padre Fahey movió sus dedos en el extremo de la mesa cerca de su silla considerándolo.

—Suena plausible. ¿Pero a cambio de qué? ¿Por qué Hannah estaría al servicio de este espíritu? ¿Qué le daría a ella a cambio de su trabajo? —Popularidad —sugerí—. Es nueva en la ciudad y pasó de ser un poco tímida y tranquila a de repente convertirse en presidenta de la clase y capitana del equipo de animadoras. Y está saliendo con el ex-novio de Olivia. Es como si hubiese robado la vida de Olivia en cuestión de días. —¿Y esa chica estuvo involucrada en el juego que has jugado? —El Padre Fahey preguntó, de repente pareciendo estar mucho más intrigado por nuestras acusaciones ahora que estábamos en el sótano. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas. —Ella fue la que contó las historias de cómo íbamos a morir, fue idea suya jugar a ese juego. El sacerdote reflexionó sobre esto. —Por lo tanto, ¿esta chica recién llegada a la ciudad, jugó junto a todas vosotras a este juego y les dijo la manera en que tanto la chica Richmond como la chica Cotton pasarían al otro mundo con todo lujo de detalles? Asentí solemnemente, preguntándome si estaba pensando que Trey y yo estábamos locos. Trey levantó el libro que había traído con nosotros de nuevo. —Este libro sugiere que tal vez Hannah tiene vínculos con el mundo espiritual a través de un objeto. —Sí, bueno, así es como a menudo se hacen estas cosas —El sacerdote estuvo de acuerdo, recostándose en su silla de nuevo—. Sin embargo, no se crean que va a ser tarea fácil identificar el objeto. A veces, cuando un espíritu siente que tiene asuntos pendientes entre los vivos, se engancha en algún objeto de importancia y es capaz de ejercer control sobre las almas que viven a través de él. Esto no siempre es necesariamente un acto de maldad; a veces puede ser que el espíritu de un padre o de un abuelo mantiene la presencia entre los vivos para vigilar a un niño que están dejando atrás. Pero más a menudo, un espíritu recurre al engaño o al acoso hacia una persona viva para ejecutar acciones en nuestro plano de existencia. Si destruyen el objeto físico, destruyen la conexión. La cosa es averiguar cuál es el objeto exacto. Hay una buena probabilidad de que esta chica esté siendo manipulada sin que ni siquiera sepa cuál es el objeto en su vida que la está conectando con esta fuerza. Trey me apretó la mano. Esto es lo que habíamos venido a escuchar; había una manera de terminar el juego de Hannah. Incluso si la solución era difícil y peligrosa, sabíamos que teníamos que llevarla a cabo. —Pero debo advertirles algo, chicos —continuó—. Tal y como suena esto, esta chica, Hannah parece tener un acuerdo con un espíritu muy poderoso. Esta cosa no va a ser derrocada fácilmente y si se trata de ver la vida a través de los ojos de Hannah, entonces probablemente sabe que tú sospechas de ella y va a tener cuidado contigo. Van a tener que ser muy cautelosos. El Padre Fahey me pidió que repitiera lo mejor que pudiese las historias que Hannah había contado en la fiesta de Olivia y tomó extensas notas mientras yo trataba de no dejar de lado ningún detalle. Trey intervino durante mi narración de la historia de Olivia, ya que él la había vivido durante el accidente. Dudé después de terminar la historia de Candace y le dije: —Era mi turno después de Candace, pero cuando Hannah trató de contar mi historia, no podía ver nada. Dijo que sólo podía ver algo que tenía que ver con el fuego, pero no se veía bien.

—Interesante —comentó el Padre Fahey ajustando el marco de sus gafas—. Puede haber muchas explicaciones para eso, pero si para adquirir almas el espíritu necesita que antes se haga una predicción de la muerte de cada víctima, tiene sentido pensar que tal vez un espíritu en el otro lado esté interviniendo para protegerte. —Jennie —murmuré. Por supuesto, el Padre Fahey sabía que tuve una vez una hermana gemela. Él nos había bautizado y oficiado su funeral. —Si te acuerdas de las clases de catequesis, recordarás que creemos que todas las almas que han pasado por el cielo y el purgatorio son una parte de la unión espiritual con Dios. La iglesia triunfante, así es como nos referimos formalmente a las almas que han sido admitidas en el cielo y que pueden ser llamadas por los vivos buscando ayuda en la Tierra —explicó el Padre Fahey. Traté de recordar las clases de catequesis dictadas en los salones de clase en la escuela de Santa Mónica después de los servicios religiosos, pero no podía recordar nada sobre haber aprendido que podíamos contar con la ayuda de los muertos. Trey, un pensador mucho más crítico que yo, ya estaba resumiendo lo que el sacerdote nos estaba diciendo y sacaba sus propias conclusiones. —Así que, básicamente, nos está diciendo que creer en fantasmas es una parte fundamental de nuestra religión —dijo Trey dubitativo, con un brillo en sus ojos—. Y que los fantasmas pueden meterse con nosotros siempre que lo deseen. El Padre Fahey sonrió, aparentemente satisfecho con la interpretación de Trey acerca de su lección. —No usé la palabra fantasma. Pero en nuestra fe, creemos que las almas son eternas. Un alma que se ha dedicado a Dios, se sigue dedicando a Dios después de la muerte y puede interceder en nombre de los vivos. Continué contando mi recuerdo de la fiesta de Olivia, concluyendo con la premonición de la muerte de Mischa por asfixia. Nunca me habría puesto a pensar esa noche en casa de Olivia que acabaría en el sótano de una iglesia, reanudando mi educación religiosa; pero allí estábamos, haciendo exactamente eso. Después, Trey le habló al Padre Fahey sobre las dos veces que utilizamos la tabla de Ouija y el sacerdote negó con la cabeza en señal de desaprobación. —Les insto a los dos encarecidamente a que eliminen esa tabla lo más rápido que puedan. No hay manera de controlar qué tipo de energía pasa por algo así. Es una vergüenza que esos instrumentos del mal se vendan como novedades en las tiendas de juguetes. Son herramientas muy peligrosas y no deben de ser manipuladas por niños. Ambos nos encogimos. Si cualquier adulto que no fuera el Padre Fahey nos hubiera llamado niños, probablemente hubiésemos puesto los ojos en blanco y hecho caso omiso. —Pero si Hannah está poseída, ¿de qué manera se supone que tenemos que ganar cualquier tipo de ventaja sobre ella? Pienso que necesitamos algún tipo de orientación —objetó Trey en nuestra defensa—. Estamos como, impotentes contra ella. —Hannah no está poseída. La posesión tiene que ver con los demonios y los demonios son muy diferentes a los espíritus. Los demonios no suelen utilizar objetos a no ser que sólo quieran entregar mensajes y tormento. Porque, de hecho, los demonios son bastante fáciles de eliminar —dijo el Padre Fahey, agitando la mano hacia la mesa en el centro de la habitación. Por primera vez desde que habíamos tomado nuestros asientos en esa habitación, me di cuenta de su verdadero propósito. La habitación debía de haber sido utilizada durante los exorcismos. Tras un examen más profundo, observé que había lazos unidos a la mesa, como cinturones de

seguridad, en los puntos en los que podrían sujetar el pecho y las piernas de alguien descansando en la mesa, restringiendo sus movimientos. Las paredes estaban desnudas, desprovistas de cualquier objeto que pudiera ser arrancado y lanzado través de la habitación. El repentino conocimiento de que la gente poseída era exorcizada en este espacio y que los demonios habían sido puestos en libertad en el área en la que estábamos sentados, me hizo temblar. —No hay necesidad de tener miedo. —Me consoló el Padre Fahey, notando mi incomodidad—. Es un proceso sencillo. Y bastante común, también, lamento decir. Trey miró alrededor con recelo. —Esta sala se utiliza para... —Exorcismos. Sí —dijo el Padre Fahey despreocupadamente—. No quiero alarmaros, pero cada iglesia tiene su propio proceso para hacer frente a este tipo de cosas. Es un servicio a la comunidad, aunque aquí no se realizan con frecuencia. Esta habitación se limpia a fondo después de cada uso y admito que ha pasado un tiempo desde la última vez que tuvimos una cita aquí. La fuerza del diablo está en el miedo y cuanto más miedo tenemos más fuerte se vuelve. Los espíritus vengativos, sin embargo... ―se calló, se quitó las gafas y se frotó el puente de la nariz con los dedos—. Los espíritus pueden obtener su energía de muchas maneras. Las almas pueden llevar una gran cantidad de ira con ellos a la otra vida, así como un montón de ambición e inteligencia. Porque están entre aquí y… —Hizo un gesto con la mano hacia el techo y luego hacia el suelo—. Cualquier parte, pueden permanecer en el lugar que están durante todo el tiempo que quieran. Son los únicos que pueden desterrarse a sí mismos y por desgracia para nosotros, a veces los que tienen asuntos pendientes vuelven. —Por lo tanto, ¿no hay realmente una manera de deshacernos de ellos? ¿No hay cazafantasmas, no hay cánticos mágicos, no hay algo que los dirija directamente hacia la luz? —preguntó Trey, sonando desesperado. El Padre Fahey negó con la cabeza, un poco divertido por la pregunta de Trey. —Has visto un montón de películas. Compartimos con él todo lo que sabíamos sobre Hannah, la pelea de su abuela con Arthur Fitzpatrick, la vida de Hannah antes de su llegada a la ciudad y la casa grande en las afueras de la ciudad. Podía oír la desesperación en nuestras voces mientras tratábamos de darle sentido a todo y me pregunté si el sacerdote podría notar cuán urgentemente queríamos su ayuda. Necesitábamos a alguien más viejo que nosotros y más sabio para instruirnos, o por lo menos que creyera que con un paso en falso por nuestra parte, Mischa o yo íbamos a ser las siguientes en morir. —Bueno, te puedo decir esto —dijo, recostándose en su silla y cruzando las manos sobre su vientre—. Cuando los espíritus se adhieren a una persona en nuestro mundo, sólo pueden ver y experimentar el mundo a través de los ojos de ese siervo. Si tienen alguna debilidad en esta situación, es ésa: la visión limitada. De lo que has compartido conmigo, me permito sugerir que se centren en destruir todo objeto que conecte a Hannah al espíritu que la controla. No va a deshacerse de ella ni de cualquiera de nosotros, el espíritu siempre opta por seguir tratando de encontrar un canal que lo conecte a nuestro mundo, pero será un contratiempo bastante significativo que ralentizará al espíritu en un intento de poner fin a esto. Eso podría llevarles demasiado tiempo; podría ser demasiado peligroso. Incliné la cabeza con confusión, no estaba segura de si había entendido bien al sacerdote.

—Pero si destruimos el objeto, ¿cómo pondremos fin a la maldición que tenemos Mischa y yo? Eso no va a evitar que Hannah utilice a más gente en el futuro. —El objeto no sólo sirve como hilo conductor entre Hannah y el espíritu, sino que también sirve como medio por el cual la voluntad del espíritu se libera en nuestro mundo. Si Hannah está separada de ese objeto, o si es destruido, se interrumpirá la maldición. —Así que, ¿cómo sabemos cuál es el objeto? —preguntó Trey—. ¿Puede ayudarnos a resolver esto? Con la petición de Trey, la temperatura en la habitación pareció cambiar y el Padre Fahey cambió de posición. —Lo siento mucho, pero aparte de ofrecer mi asesoramiento, no puedo ayudarlos en absoluto en esta materia. Soy el director gerente de esta parroquia, el único sacerdote todavía capaz de dictar misa y dirigir la administración. Mis responsabilidades con la gente de esta ciudad y las personas que residen en este edificio son demasiado grandes para arriesgarme a cualquier tipo de... contaminación espiritual. Sentí dolor en mi pecho y mi garganta comenzó a cerrarse como si fuese a empezar a llorar. Trey y yo estábamos realmente solos en este desgraciado lío. La única persona que nos creía y que era capaz de ayudarnos, se negaba a hacerlo. Íbamos a tener que encontrar la manera de salvarnos a nosotros mismos, o más específicamente, a Mischa y a mí, por nuestra cuenta. El jueves por la noche, después de que mi madre llegase a casa, la madre de Candace nos sorprendió con una visita. Mi madre se puso a hacer café y la madre de Candace me entregó una bolsa de plástico después de tomar asiento en la cocina. —El padre de Candace trajo esto de regreso de Hawaii —explicó cuando acepté la bolsa—. Candace aparentemente compró esto para Mischa y para ti en su primera noche del viaje. Abrí la bolsa de plástico y vi lo que parecía ser un ukelele de juguete barato. La bolsa de plástico era de una tienda de regalos de Hawaii y un recibo arrugado estaba en el fondo de la bolsa. Pensé en la música que me había llenado la cabeza y me distrajo en los días antes de que Candace volara a Hawaii y luego en los parciales. Había sido la fuerte advertencia de Olivia y yo no había actuado. La madre de Candace se quedó en nuestra cocina, llorando y hablando con mi madre. Metí el ukelele en la caja de mi armario dónde había guardado mis otras problemáticas posesiones. Podía oler el humo del cigarrillo, el reconfortante olor de la compañía y podía adivinar que mi madre estaba probablemente consolando a la madre de Candace por la pérdida de una hija. No mucho tiempo después de que oyese el reloj sonando a la medianoche, Trey me envió un mensaje preguntando si quería que se acercara y le aseguré que estaba bien y que debía de permanecer en su propia habitación esta noche. A través de mi ventana, vi extraños patrones de luces por la calle y cuando me levanté de la cama para subir las persianas e investigar, vi a adolescentes vestidos de superhéroes caminando por los alrededores con linternas. Era Halloween y de alguna manera me había olvidado por completo de las vacaciones. Me subí a la cama, recordando vagamente que en septiembre pensaba en comprar algún traje de gato sexy o de conejito y hacer truco o trato por el barrio de los Richmond con Olivia, Candace y Mischa. La tristeza de la madre de Candace parecía llenar toda la casa, entrando a mi dormitorio y rodeándome mientras me quedaba dormida. El viernes me desperté sin ayuda del despertador y me vestí para las clases a pesar de que sabía que iba a sorprender a mi madre el hecho de que estuviese lista para volver. Antes de que

empezara la primera clase, me dirigí al aula del Sr. Dean y entré audazmente mientras Trey me esperaba en el pasillo con sus libros. —¿Sr. Dean? —pregunté, lo que provocó que me mirara por encima de los trabajos que estaba calificando en su escritorio—. Tengo malas noticias. No lo hice tan bien en mis parciales y quiero dimitir de mi cago de tesorera de la clase para centrarme en subir mis calificaciones. La expresión del Sr. Dean fue de asombro absoluto, pero me apegué a mi historia. Cuando puse la combinación en mi casillero y mascullé buenos días a Dan Marshall, pensé en cómo rápidamente mis prioridades habían cambiado desde el comienzo del año. En septiembre, asegurar mi popularidad había parecido más importante que cualquier otra cosa. Ahora, había abandonado voluntariamente mi único punto en común con el mundo de la gente popular, sin temor a cómo reaccionaría Hannah. Cómo iba a ser el año siguiente era algo que había dejado completamente al azar, si vivía el tiempo suficiente para experimentarlo. Mischa y yo acordamos que al mediodía abandonaríamos nuestra vieja mesa del almuerzo y nos sentaríamos en otro lugar. Paseamos por la cafetería junto a Matt, con nuestras bandejas vacías en nuestras manos y finalmente, después de considerar casi todas las opciones de la cocina de ese día, entré en la cola detrás de Mischa con un sándwich turco. —¿Eso es todo lo que comerás? —pregunté, notando que había devuelto su bandeja a la pila y no llevaba nada más que un brick de leche desnatada. —No tengo hambre —dijo ella. Después de pagar, entró a la zona de asientos, di un paso hacia adelante para pagar mi sándwich en la caja registradora y Matt, detrás de mí, dijo en voz baja: —No quiere comer. No ha comido nada sólido en días. —¿Por qué? —pregunté, tendiendo la mano para que el cajero me devolviese mi cambio. —Tiene miedo de ahogarse —dijo Matt, preocupado. Nos aventuramos fuera de la zona de asientos, el salado hedor de las patatas fritas y hamburguesas de pollo picantes se aferraba a nuestra ropa y pelo. Cuando encontramos un espacio al final de una mesa de estudiantes de segundo año y nos sentamos, nos miraron como si fuéramos locos. Al otro lado de la cafetería, sentí que las cabezas se daban la vuelta en nuestra dirección y no me pregunté demasiado lo que Pete, Jeff, e Isaac estaban pensando de nuestra repentina partida sin explicación. Observé a Mischa que estaba sentada frente a mí, mientras desenvolvía su pajita y la metía en su brick de leche. —Tienes que comer, Mischa —advertí—. Mastica lentamente si eso te hace sentir más segura, pero vamos, no puedes simplemente dejar de comer. Mischa parpadeó, miró a otro lado y casualmente apartó una pelusa o una pestaña perdida. —Es fácil para ti decirlo. No predijeron que te ahogarías hasta la muerte. Tú no tienes pesadillas acerca de no ser capaz de respirar... Mischa se detuvo en seco y cuando miré por encima de mi hombro derecho, vi a Hannah detrás de mí. Su postura y sus gestos eran agresivos, pero su voz intimidante sonaba inestable. Fiel a lo que Tracy había dicho en el velatorio de Candace, hablaba como si hubiese estado sufriendo un resfriado y su nariz estaba rosa y seca por el intensivo uso de pañuelos.

—¿Por qué están sentadas aquí? Hay sitio en la mesa —dijo. Llevaba un hermoso suéter nuevo de marca, con un cuello con capucha elegante, era de cachemira multicolor salpicado de hebras de hilo de oro fino. Un jersey así no podía haber sido barato y sirvió como un inoportuno recordatorio de que la familia Simmons era rica—. Y el Sr. Dean dijo que dejaste Consejo de Estudiantes. No lo entiendo, McKenna. Lo pasamos tan bien planeando cosas para este año. —Mataste a Candace —dije con firmeza, pero lo suficientemente bajo como para evitar que los estudiantes de segundo año del otro extremo de nuestra mesa nos escucharan. Aunque sabía que era el momento para hacerle frente, tal como Trey y yo habíamos discutido; deseaba que no fuera tan inflexible acerca de evitar la cafetería durante nuestra hora del almuerzo compartido para que no tuviera que dirigirme a ella sola. Decidimos que podría ser más fácil distraerla de nuestra verdadera intención asegurándonos de que fuera consciente de que estábamos enfadados. Había llegado el momento para que todos dejásemos nuestro andar a escondidas—. Por no hablar de que a Olivia también, ya es evidente. Luché contra el impulso de apartar la mirada de ella, que estaba tan incómoda como la situación, vi cómo se volvía roja y se esforzaba por encontrar las palabras adecuadas para responder. Torció el tobillo, sus labios se fruncieron, los apretados dedos de sus manos fueron colocados sobre sus caderas. Su malestar ante mi confrontación era tan evidente como lo era el mío por tener que enfrentarla. —McKenna, sabes que eso es irracional. No estaba siquiera cerca de Hawaii cuando Candace murió. Y tampoco estaba cerca de Olivia cuando murió. Un ser humano no puede controlar el clima. No puedo controlar el océano. —Todas sabemos que eres responsable de lo que nos está pasando. Tenemos algo muy especial planeado para ti, estamos esperando a ver qué haces a continuación. Hannah abrió la boca para hablar, pero las palabras no salieron. Sus ojos se movían desde los míos a los de Mischa a través de la mesa. Después de un momento de vacilación, recuperó la compostura. —¿Esto es algún tipo de amenaza? —preguntó con altivez. —Será mejor que creas que lo es, Hannah. —Vamos a matarte —espetó Mischa, tomándonos a Matt y a mí completamente por sorpresa— . Si te mueres, se rompe el hechizo. No tengo miedo a matarte para salvar mi propia vida. Trey y yo no le habíamos dicho a Mischa lo de la visita al Padre Fahey, ni nuestro plan para determinar que objeto que perteneciese a Hannah servía como conexión con el espíritu. Su comentario acerca de matar a Hannah estaba completamente fuera de lugar, pero sirvió para un propósito perfecto: distraer a Hannah de lo que Trey y yo teníamos en mente. La cara de Hannah se drenó completamente de color. Su expresión se desvaneció y giró sobre sus talones para volver a nuestra antigua mesa. No vimos lo suficiente como para ver la reacción de todo el mundo sentado allí cuando explicó por qué no la acompañábamos. —¿Estás loca? —pregunté a Mischa—. ¡Puede ir a ver al director y decirle que estás amenazándola con hacerle daño! ¡Puede ir a la policía! —Bien —dijo Mischa con firmeza, tomando un sorbo de su leche—. Lo digo en serio. Voy a estrangularla con mis propias manos. Si voy a morir, entonces quiero que ella muera también.

Matt puso un brazo alrededor de sus hombros y la besó en un lado de su cara, pero me di cuenta por el tono de Mischa y su calma que no estaba bromeando acerca de esto. En clase de gimnasia, traté de ser enviada a la oficina de la enfermera alegando calambres, pero la entrenadora Stirling frustró mis esfuerzos porque me informó de que el ejercicio era tan bueno para los calambres como el Tylenol. A principios de esa semana, antes del regreso de Mischa al instituto, sus padres habían hecho lo mismo que los padres de Candace, cambiaron su horario de clases para evitar que pudiera coincidir con Hannah, excepto en el almuerzo. Me hubiera gustado ser más honesta con mis padres sobre lo que estaba pasando en el instituto y pedirles que hicieran lo mismo por mí, pero sabía que si le pedía a mi madre que cambiara mi horario, me enfrentaría a un asalto de preguntas escépticas. Me puse el uniforme de gimnasia rojo y negro en una fila de taquillas diferente a la que generalmente usaba para evitar a Hannah y Tracy. Me puse la sudadera con capucha de color gris en el último momento, porque empezaba a hacer frío afuera. En la pista, corrí a mi propio ritmo, evitando los ojos de todo el mundo. Me concentré en la letra de la canción que sonaba en mi iPod hasta que, sin lugar a dudas, oí que me llamaban. —¡McKenna! Hannah estaba detrás de mí, caminando a paso ligero. Rápidamente, me di cuenta de que Tracy estaba a mitad de camino alrededor de la pista, corriendo, así que saqué los auriculares de mis oídos y escuché. —¿Qué? —pregunté. —¿Por qué de repente estás tan enfadada conmigo? —preguntó, sonando sinceramente desconcertada sobre el cambio en nuestra amistad desde la semana anterior. —Esto no es repentino, Hannah —dije con severidad—. Estaba dispuesta a considerar la posibilidad de que la muerte de Olivia fuera una coincidencia. Pero no ahora que Candace se ha ido también. Estoy detrás de ti, sé lo que estás haciendo y creo que estás enferma. Vas a sentarte, ver morir a todos y todo el tiempo fingirás ser completamente ajena a lo que está pasando. —No —dijo Hannah, sacudiendo la cabeza—. Todos no van a morir y no tengo ningún control sobre lo que ha pasado. —Dime una cosa —dije, de pie y frente a ella, sin importarme quién nos viera discutiendo en la pista—. Cuando llegó mi turno, ¿por qué no viste mi muerte? —No me acuerdo —afirmó Hannah rápidamente—. Eso fue hace semanas. —¡Lo recuerdas y sabes exactamente por qué! —acusé. Hannah miró a su alrededor salvajemente, pero le estaba exigiendo una respuesta. —Porque tú ya has muerto —dijo finalmente, con la mayor naturalidad. Su respuesta me sorprendió tanto que comencé a andar de nuevo sólo para estar lejos de ella, sólo para ganar un poco de distancia de esas palabras. Aturdidamente, mis dedos atascados en mis auriculares comenzaron a ponerlos en mis oídos, y la música sacó pitando la reacción frenética en mi cabeza.

Ya has muerto.

Podía escuchar a Hannah clamando mi nombre cuando me eché a correr, pero no me detuve. ¿Significaba eso que Jennie y yo compartíamos un alma? ¿Acaso murió la mitad de mí junto con ella? ¿Y si hubiera muerto en lugar de ella, y por algún extraño giro de la naturaleza, seguía caminado por ahí? ¿Si estaba técnicamente muerta, este era el por qué había sido mucho más fácil para el espíritu de Olivia llegar a mí en lugar de a Mischa? Y lo más importante: ¿estaba eximida de la maldición? La idea de que podría ser inmune a la maldición hizo que mi núcleo interno resplandeciera de alegría. Si Hannah no tenía poder sobre mí, entonces no tendría que preocuparme por lo que le pudiera pasar a mi madre si de repente me moría, o de la reacción de Trey. De repente, la promesa de seguir viviendo hizo el aire de la mañana más fresco, la luz del sol más cálida, la música en mis oídos aún más espectacular. Pero casi tan rápido como el alivio inundó mi sistema nervioso, me acordé de que Mischa no era inmune. Y todavía no tenía la menor idea de cómo salvarla. Después del instituto, Mischa y Trey me encontraron en mi casillero. Mischa planeaba invitarse ella misma a mi casa para hacer los deberes y evitar tener que ir a la práctica de gimnasia con su hermana, quién estaba esperando en el estacionamiento, presumiblemente con el motor en marcha. —Sólo espérame aquí —instruyó Mischa desde las puertas del instituto, antes de que saliera corriendo con su chaqueta negra a través del aparcamiento hacia la ventana trasera del Volkswagen GTI de su hermana. Trey y yo vimos cómo las hermanas discutían; finalmente, Amanda puso el auto en reversa y se retiró de su plaza de estacionamiento. Gritó algunas palabras de despedida a Mischa, que parecían haber sido “espera a que mamá y papá se enteren”. Mischa se encogió de hombros cuando se reunió con nosotros cerca de las puertas del instituto, ajustando la correa de su bolso de estilo mensajero de cuero por encima del hombro. —¿Está todo bien? —preguntó Trey. —Bien —dijo Mischa con voz cantarina—. Mi hermana no entiende que ir a gimnasia no parece muy importante para alguien que está a punto de morir. Un momento después de que esas palabras salieran de la boca de Mischa, las puertas rojas del instituto se abrieron detrás de nosotros y nos encontramos cara a cara con Hannah. Hubo un momento de incómodo, repugnante silencio, mientras los cuatro nos examinábamos mutuamente. —Hola —dijo finalmente Hannah tímidamente hacia nosotros y luego se volvió y levantó la mano para protegerse los ojos del sol mientras miraba a través del abarrotado estacionamiento buscando algo. —Creo que le debes a Trey una disculpa. —Mischa elevó la voz, previniendo a Hannah de salir corriendo. Hannah la miró, sorprendida. —¿Por qué? —Sabías que iba a ser Trey quién conduciría el auto la noche que Olivia murió —intervine—. Y no le dijiste ni una palabra. Trey miró a sus pies, incómodo por haber sido empujado a una pelea de chicas.

Hannah batió sus pestañas salvajemente y dijo. —No sé de qué estás hablando. —Pero me di cuenta por el tono de su voz que sabía exactamente de lo que estábamos hablando. —No seas ridícula, Hannah. Trey lo sabe; lo sabe todo. —Di un paso hacia ella, estudiándola, tratando de determinar qué ítem en su persona podría haberle dado su abuela. ¿Su bolso vintage Louis Vuitton de cuero Speedy? ¿La encantadora pulsera de su muñeca? ¿Podría la clave de nuestros problemas ser algo tan esquivo como un frasco de perfume, una niebla de magia que Hannah se rociaba cada mañana?—. Con una llamada telefónica, podrías haber evitado la muerte de Olivia. Todo lo que tenías que haber hecho era prevenirle y podrías haber salvado su vida. Olivia lo sabía. Trey dijo que justo antes de que se estrellaran contra el camión, estaba rogándole que se detuviera. Los últimos momentos de su vida los pasó con terror y todo eso es por ti. Acusarla de manera tan directa parecía tener un impacto emocional en ella. Probablemente no había pensado demasiado sobre cómo su inacción había tenido como resultado la muerte de dos amigas. Probablemente habría estado tan preocupada de tan sólo seguir las órdenes que le habían dado, que había pasado por alto sus propias responsabilidades como ser humano moral. —Tienen que creerme, chicos. No sabía que iba a ser él —dijo Hannah, con ojos suplicantes por misericordia. Su voz era casi chillona; estaba tan desesperada que no dudé de ella—. Ellos no me mostraron su rostro. —¿Por qué debemos de creerte? —espeté. No me creía que los que le habían permitido ver la muerte de Olivia hubiesen ocultado la identidad de Trey—. Si le hubieses advertido, Olivia todavía estaría viva. —Pero de eso se trata —farfulló Hannah. Las puertas del instituto se abrieron detrás de ella y un aluvión de chicos de primer año corrieron por delante de nosotros hacia una mini furgoneta aparcada, conducida por la madre de alguien. Hannah esperó hasta que se alejaran antes de continuar—. No estoy autorizada para advertir a nadie. No tengo que cambiar lo que va a pasar. Ellos no me dejan ver lo suficiente como para tratar de detenerlo. El impacto sobre todo lo que nos había dicho era tan sorprendente, que ni siquiera sabía cómo continuar interrogándola. Y me pareció extraño que asegurase que había varios espíritus que la mantenían informada en lugar de uno sólo. Me quedé sin habla por un segundo mientras mis pensamientos trataban de ordenar todo lo que Hannah acababa de decir. Traté de recordar el consejo del Padre Fahey: No traten de averiguar las motivaciones del espíritu. Sólo céntrense en

el objeto que la conecta con el espíritu. —¿Qué quieres decir con que te permiten ver las cosas? ¿Quiénes? —pregunté—. Y tú lo sabías. Si esto ha ocurrido antes, entonces ¡sabías que Olivia iba a morir! —Mis labios estaban formando palabras, pero yo estaba tratando de escanearla con mis ojos. ¿Era un objeto en su bolso que no podíamos ni siquiera ver? ¿Mischa y yo teníamos que entrar al vestuario de gimnasia para revolver el contenido de ese bolso de cuero? ¿Era algo que tenía escondido en su dormitorio? No... Tenía la corazonada de que era algo que había traído con ella a la casa de los Richmond la noche de la fiesta de Olivia. Los ojos de Hannah se inundaron de lágrimas que rodaron por sus mejillas y no hizo ningún intento por secárselas. —No sé, no estoy segura. Nunca sé qué va a pasar exactamente.

—¿De qué estás hablando, Hannah? ¡Lo que dices no tiene sentido! ¿Quién te muestra las cosas? ―preguntó Mischa, a punto de explotar. Hannah respiró hondo y miró alrededor del estacionamiento sospechosamente. Canciones de rap se filtraban a través de las ventanas cerradas de los autos, puertas se cerraron y hacían sonar bocinas en la esquina dónde los chicos con impaciencia esperaban su turno para salir del aparcamiento. —Te diré lo que quieras saber, pero no aquí. —Será mejor que lo hagas —advirtió Mischa—. Porque fuiste tú la que nos sugirió que jugásemos a ese estúpido juego en primer lugar, nos debes muchas explicaciones. La pista estaba abandonada a esa hora, aunque a través de los árboles que separaban los campos, se podía ver y escuchar al equipo de fútbol practicando para su partido ese fin de semana, Hannah le había dicho a Tracy que iba a pasar el rato con nosotros y declinó la ida a casa, ya cuando estábamos en nuestra caminata desde el aparcamiento por el camino de cemento que conducía al campo de fútbol, podíamos oír a Tracy enviar furiosamente mensajes de texto a través de los zumbidos que emanaban de su bolso. Nos pusimos de pie cerca de la pequeña fila de gradas y me estremecí, deseando tener el lujo de al menos una semana más de calor antes de la temporada de invierno. Trey se sentó en la fría grada de aluminio de más abajo, pero Hannah se quedó de pie, agarrando su pequeño bolso de cuero, dando patadas a la hierba seca bajo sus pies mientras hablaba. —Empezaron a mostrarme cosas hace un tiempo. Ni siquiera recuerdo exactamente cuándo comenzó —dijo Hannah lentamente—. No me pregunten quiénes son porque ni yo misma lo sé. ¿Espíritus, fantasmas? ¿Fantasmas amistosos, fantasmas malvados? No lo sé. Nunca he sentido miedo de ellos y nunca me han hecho daño. Algunas situaciones hacen que sea más fácil para mí ver lo que quieren que vea, como el juego, por ejemplo. No es fácil de explicar nada de esto, de verdad. Me dicen cosas pero realmente no escucho voces. Me dejan ver las cosas, pero no es lo mismo que ver estas gradas. —¿Qué tipo de cosas te dicen que debes de hacer? —pregunté. Una ráfaga de viento agitó las hojas secas de los árboles que rodeaban la pista. La pregunta hizo que Hannah se incomodara y recorrió sus uñas antes de responder. —Hablar con ciertas personas. Preguntarles sobre sus vidas. Y ofrecerles leer sus palmas. Inmediatamente me sentí enferma. No era la primera vez que Hannah había jugado a este juego. ¿Quién sabe cuánto tiempo llevaba haciéndolo, cuántas vidas se habían tomado? —¿Cómo Josh Loomis y Rebecca Shelmer? —preguntó Mischa con una ceja levantada. Hannah no parecía ni un poco sorprendida de escuchar esos nombres. —Supongo. —Se encogió de hombros—. Mira, no me di cuenta al principio que lo que les sucedió estaba conectado conmigo. Josh fue siempre un niño con tendencia a la depresión. Es terrible decirlo, pero nadie se sorprendió cuando se suicidó. No me dijeron que si leía su palma estaría abriendo la puerta para que sucediera. Quiero decir, lo vi pasar en mi cabeza, pero cuando me dijeron que hablara con él pensé que si tal vez le daba un poco de atención, o mostraba algún interés en él, podría evitarlo. Pero eso es todo lo que hago, lo veo en mi cabeza, cuando me dejan. Es como una puerta que se abre y las cosas comienzan a pasar.

No podía dejar de mirarla. Oír su afirmación de que creyó que podría prevenir un suicidio simplemente prestándole a un chico de un grado inferior un poco de atención era un poco exagerado, pero Hannah, por lo menos la versión de Hannah que habíamos conocido en septiembre, podía ser tan ingenua y protegida que supuse que era posible. —¿No te diste cuenta después de que se suicidara que habías hecho que sucediera? —preguntó Mischa, no creyéndose ninguno de los actos de inocencia de Hannah. —¡No! De ningún modo. Imagínate si estuvieras en mi lugar. ¿Realmente sumarías dos más dos? Es como... ¿y si la señora que trabaja en la caja registradora del comedor muriera mañana? ¿Creerías que su muerte está relacionada con una hamburguesa que compraste, o el billete de cinco dólares que le diste? ¡No! —Y entonces, ¿qué pasa con Rebecca? ¿Te diste cuenta cuando murió? ¿O es que las cosas no encajaron en su sitio hasta el tercer funeral, o el cuarto? —espetó Mischa. Hannah enderezó su postura y echó los hombros hacia atrás, cada vez más a la defensiva. —Hey. Rebecca era mi amiga. No sabía que iba a hacer lo que hizo. No soy un monstruo, ya sabes. —Dos enormes lágrimas se abrieron paso por encima de sus párpados inferiores y rodaron por sus mejillas. Las limpió con sus dedos de forma rápida, y se sonó la nariz con un pañuelo que sacó del bolsillo de su chaqueta—. Sabía que tenía mucho dolor, guardaba una gran cantidad de secretos. No creí que alguna vez... —Por lo tanto, tengo que saberlo. ¿Tus padres se fueron de Lake Forest a causa de todos los problemas que has causado allí, por eso vinieron a vivir a Willow? —pregunté. Por tan sólo una fracción de segundo, Trey levantó la vista desde las gradas y miró a Hannah. Ella le devolvió la mirada y habría jurado que observé algún tipo de comprensión entre ellos. Tan rápido como sus ojos se encontraron, Hannah apartó la mirada hacia la valla que rodeaba la pista. —Las cosas que sucedieron en Lake Forest no fueron culpa mía —Hannah insistió—. ¡No he cometido ningún delito! Mischa resopló. —La forma en que lo vemos es que eres causante de esto —acusó Mischa, dando un paso hacia adelante y clavando la punta de su dedo en el pecho de Hannah—. Mataste a Olivia, mataste a Candace y ahora soy probablemente la próxima. La última vez que lo comprobé, el asesinato era un crimen. Tú tienes que hacer que termine. Tenía un poco de miedo de Mischa. Estaba actuando de forma salvaje, pero de nuevo, si hubiera creído que mi muerte era la siguiente en la cola, podría haber estado actuando con un mayor sentido de urgencia. —No creo que lo entiendas, Mischa —dijo Hannah, sonriendo nerviosamente, clavando las manos en los bolsillos de su abrigo—. No puedo cambiar lo que vi. Yo no maté a nadie. No sé cómo hacer que todo se detenga y tampoco veo una línea del tiempo de cuándo sucederán las cosas. Por lo que sé, estás destinada a ahogarte con algo cuando tengas ciento cinco años. Esto no trajo ningún consuelo a Mischa. Cruzó los brazos sobre el pecho y bajó la vista a Hannah.

—No quiero ahogarme hasta morir ni ahora, ni nunca. Y si voy a morir, me siento cómoda llevándote conmigo. Quiero ser clara contigo. Si no haces que esto pare, te mataré. Estaba helada hasta la médula por la convicción de Mischa y traté de no darme la vuelta y mirarla. A mi izquierda pude escuchar el jadeo y el resoplido de su respiración enfadada. La verdad era que tenía una considerable fuerza en la parte superior de su cuerpo por el entrenamiento de gimnasia durante diez años. Si quería hacer daño a alguien, podría. Si quería matar a alguien y quería mi ayuda, no estaba segura de cómo iba a responder. Aunque creía a Hannah en sus afirmaciones de que no sabía cómo poner fin al juego, no creía su versión de que era completamente inocente por completo. Creía que estaba siendo guiada a través de esta confrontación. Le decían qué decir, cómo despistarnos. Los ojos de Hannah se lanzaron más allá de nosotros; seguramente se preguntaba si la perseguiríamos si huía a través de la pista, de nuevo hacia el aparcamiento, donde el último bus llegaría de un momento a otro para recoger a los chicos que se quedaban en el instituto haciendo horas extras para actividades extracurriculares. Tal vez sus espíritus controlaran sus palabras, pero no podían controlar sus pensamientos, probablemente estaba pensando en ese momento que si Mischa se abalanzaba sobre ella, sería un fracaso. —¿Cómo propones que lo haga, Mischa? —preguntó—. No sé cuántas veces lo he dicho, chicos, no tengo ningún control sobre esto. —Convoca a tus espíritus. Haz que lo arreglen —exigió Mischa. La voz de Hannah se estremeció. Estaba al borde del llanto. —No funciona de esa manera, lo juro —insistió—. No puedo convocarlos. Sólo vienen a mí en circunstancias específicas, o de forma aleatoria cuando les da la gana. Mischa y yo intercambiamos miradas decididas. —¿Quieres decir, como si fuéramos a jugar Ligero como una pluma, rígido como una tabla? ―sugirió Mischa. Hannah cambió su peso de una pierna a otra. Debajo de ella, la grava se había desplazado, el asfalto de la pista crujió. —Sí. O si llevamos a cabo algún tipo de sesión de espiritismo. Pero incluso eso no es una garantía. En realidad nunca les he pedido que hicieran algo por mí. No aceptan solicitudes. Sólo vienen, me muestran cosas y se van. La boca de Mischa se tensó, seria. —Entonces jugaremos al juego de nuevo para traerlos de vuelta y les diremos que han cometido un error. Hannah me miró como si fuera a protestar, y luego dijo con cuidado. —Pero el juego no va a funcionar de nuevo. Ya me mostraron tu muerte. Si vienen otra vez, sólo podrían mostrar una repetición, o puede que se enfaden.

—Vamos a jugar al juego con Trey. No han contado su historia —sugirió Mischa. Trey miró a la grava y Hannah negó con la cabeza lentamente. —Ellos no tienen una historia para él. —Entonces, con McKenna. No mostraron su muerte —recordó Mischa. Los ojos de Hannah se abrieron de par en par con terror y me miró para salvarla. Por mucho que no quería participar en el juego de nuevo, no era el momento ideal para informar a Mischa de que Trey y yo teníamos otras ideas sobre cómo derrotar a Hannah. —Está bien —Hannah estuvo de acuerdo—. Mañana. —Mañana no —Mischa negó con la cabeza—. Esta noche. En mi casa a las ocho en punto. Quiero acabar con esto tan pronto como sea posible. Podría estar muerta mañana, ¿recuerdas? —¡Esta noche no puedo! —objetó Hannah—. Es el cumpleaños de mi madre y tenemos un montón de gente que viene. No puedo salir a hurtadillas. —Entonces, está bien. Mañana. Mi casa. El labio inferior de Hannah tembló un poco antes de que estuviera de acurdo. —Después del partido. Es apenas el segundo partido de la temporada. Tengo que estar allí. Los brazos de Mischa salieron volando a los costados con exasperación. —¿Estás diciendo que un partido de baloncesto es más importante que mi vida? —Un zumbido llegó desde el interior de su bolso y miró su teléfono para encontrarse un mensaje de texto de Matt. Después de leerlo, dijo—. Está bien. Mañana después del partido, si eso es lo mejor que puedes hacer. Todos estaremos aquí mañana por la tarde en las gradas, por lo que ni siquiera pienses en desaparecer con el equipo o en ir a Bobby’s o algo así. Estaremos esperando por ti. Mischa se volvió y se dirigió hacia la puerta que conducía de nuevo hacia el estacionamiento, a través de la cual pudimos ver a Matt aparcar el Honda de su madre para recogerla. Hannah y yo nos quedamos en silencio, con Trey sentado detrás de nosotros, todos esperando a que Mischa estuviera fuera del alcance de su oído, antes de reconocer nuestro miedo mutuo al juego al que nos habíamos comprometido jugar. —¿Crees que realmente me va a matar? —preguntó Hannah después de que Mischa se metiera en el auto de Matt. —Podría —murmuré. Las cosas podrían haber sido diferentes después de que Olivia muriese. Pero la muerte de Candace lo cambiaba todo. Me sentía tan segura como que sentía el viento soplar; Mischa estaba condenada, al igual que mis otras dos amigas lo habían estado—. Mira, no estoy muy emocionada por jugar a ese maldito juego de nuevo, pero estoy dispuesta a intentarlo, porque me preocupo por Mischa, cosa que obviamente tú no haces, Hannah. Hannah miró al suelo otra vez y me sorprendió con un sollozo incontrolable en voz alta. Cuando sus ojos se encontraron con los míos de nuevo, se llenaron de lágrimas y su nariz estaba roja.

—No quería decirle a Mischa esto, pero su plan no va a funcionar. Ya sabía que el juego no ayudaría a romper la maldición, al igual que Trey, pero puse las manos en mis caderas. El frío de noviembre soplaba a través de mi chaqueta ligera, por lo que me hubiera gustado haber sacado mi abrigo de invierno de la parte posterior de mi armario esta mañana. —¿Y por qué? —Porque —comenzó Hannah—, te lo dije. Cuando jugamos en la casa de Olivia y fue tu turno, los espíritus me enviaron mensajes extraños. No me podían mostrar tu muerte, porque ya había pasado. La puerta ya estaba cerrada. —Bueno, no estoy muerta, estoy aquí —espeté, Trey se puso de pie y me tomó por el brazo. —Hemos terminado aquí —anunció a Hannah—. Vas a perder el autobús. Trey y yo caminamos a casa sin decirnos mucho. —Esa chica está loca —murmuró cuando llegamos a la esquina de la calle Martha—. No le hagas caso sobre lo de que estás muerta. —Sé que no estoy muerta, estoy aquí —insistí—. Pero tal vez Jennie y yo compartamos un alma, ¿sabes? Tal vez las gemelas idénticas, como nosotras, son como una sola alma, partida por la mitad y eso es lo que ve Hannah cuando trata de leerme. Trey seguía sacudiendo la cabeza. —Cada uno tiene su propia alma y la tuya está muy bien. No le hagas caso. Realmente no podemos creer nada de lo que dice. Estaba viendo sus reacciones en la pista. Ellos, o lo que sea que esté detrás de esto, le estaban diciendo lo que tenía que decir. —¿Qué pasa con el objeto? —pregunté, ya que era una vía de acción mucho más segura que volver a jugar a Ligero como una pluma, rígido como una tabla. Pero para evitar iniciar el juego de nuevo, íbamos a tener que encontrar el objeto y destruirlo antes de la noche del día siguiente—. ¿Alguna idea? —Nada —dijo Trey—. Mi única conjetura sería algo que guarde en su bolso, porque lo mantuvo bastante cerca de ella todo el tiempo que estuvimos hablando. Quería preguntarle si había algo que quisiese decirme de Hannah y él para poder dejar descansar mi curiosidad acerca de ese momento que habían compartido en la pista. Pero no sentía que fuera el momento adecuado para interrogarlo. Teniendo en cuenta el nivel de confianza que había depositado en él a lo largo de las últimas semanas, la idea de que tuviera información secreta sobre Hannah era demasiado para soportar. A la hora de la cena, mi madre me hizo un montón de preguntas acerca de mi día, obviamente tratando de ser una madre bien informada. Estaba distraída mientras le proporcionaba respuestas adecuadas sobre mis clases, con pensamientos perdidos en cavilaciones sobre los objetos y el más allá. Maude estaba siendo una molestia, primero pidiendo un trozo de pastel de pollo y luego rascándose sin cesar en la puerta corrediza que conducía a la terraza.

—¡Muy bien! —exclamó mamá finalmente, encendiendo de un tirón el interruptor en nuestra pared de la cocina para inundar nuestro patio trasero con luz y abrir la puerta para que Maude pudiera correr al patio. Casi una hora más tarde, me puse mis zapatos y mi chaqueta para tratar de traer a Maude a la casa después de que se negase a volver cuando mamá la llamó. —Tiene que haber un conejo o algo —teorizó mi madre. Mis ojos se acostumbraron a la oscuridad antes de que pudiera ver el cuerpo de Maude en el rincón más alejado del patio, cavando en algo. Hacía mucho frío afuera, con el hielo formándose sobre la hierba y maldije al cachorro por arrastrarme fuera de la casa. Cuando vio que me acercaba se emocionó, corriendo en círculos alrededor de su excavación, no lejos de donde Trey y yo habíamos enterrado a Moxie. —¿Qué estás haciendo aquí, chica mala? —pregunté. A medida que me acercaba, me di cuenta de que el agujero que había cavado y que estaba tan ansiosa por mostrarme, no era muy profundo. Medía unos cuatro centímetros de ancho y tenía una forma extraña. De pie sobre él, me di cuenta de que el cachorro había escarbado un agujero en nuestra hierba que parecía inequívocamente un corazón. Maude me ladró con entusiasmo, como si me dijera, “¿Ves?” Y entonces la claridad me golpeó como una bofetada inesperada en la mejilla. Los suéteres. Dado que el tiempo se había vuelto frío, Hannah había estado usando suéteres nuevos todos los días. Todos ellos eran de lana gruesa y hermosa cachemira que cubría su cuello. Había llevado cuellos sueltos con capucha y jerséis de cuello apretado, de cuello alto canalé y un cuello de embudo de marfil que había mostrado su figura, incluso antes de la muerte de Candace. Pero ahora estaba cubriendo el medallón de oro que había mostrado tan claramente durante las semanas más calurosas del año escolar. Ya fuese porque inconscientemente evitaba poner el medallón en nuestras mentes, o porque había estado vistiendo intencionalmente los suéteres con la esperanza de que olvidásemos que lo había estado usando todos los días desde el comienzo del año escolar, no estaba segura. Pero me había olvidado por completo, hasta que Maude me lo había recordado. Volví a pensar en el plato de jabones en forma de corazón en el cuarto de baño en la casa de los Richmond y en cómo había estado inclinada compulsivamente a utilizarlos. Y entonces me di cuenta de que si estaba “muerta”, como afirmaba Hannah o no, tenía tanta ayuda del otro lado como ella, si no más. Era posible que Jennie, Olivia, Candace o incluso Moxie hubieran guiado a Maude fuera para activar esta cognición visual. Era ese medallón, ese medallón en forma de corazón, lo que conectaba a Hannah con los espíritus. Estaba absolutamente segura de ello.

CAPITULO 17 Traducido por Josh Corregido por peke chan Al día siguiente era sábado, lo cual era una obvia complicación para nuestro plan de quitarle el medallón a Hannah. En cualquier escenario que podía imaginar, el momento más oportuno para arrebatarle ese medallón habría sido en el vestuario de las chicas, antes de la clase de gimnasia. Cuando Trey y yo nos acurrucamos debajo de mis mantas, considerando lo que podría llevar al día siguiente, me sentí un poco aliviada de que si el escenario del vestuario antes de la clase de gimnasia no era una opción viable, al menos podría contar con la ayuda de Mischa y Trey. ¿Qué pasaría si lo alcanzaba y el broche no se rompía? ¿O si pasaba algo aún más horrible, y la cadena dorada cortaba la piel del cuello de Hannah? Sentí con fuerza que estábamos al borde del final con respecto a Hannah, pero seguramente ella debió de sentirlo, también. Por mucho que estuviera dispuesta a arreglar las cosas una vez por todas, estaba aterrorizada. Oí vibrar mi teléfono a una extraña hora, e instintivamente me senté a contestar. Era Mischa, en un estado inconsolable. A mi lado, Trey se incorporó y se frotó los ojos. Le di un toque en el hombro y le dije que se volviera a dormir. —¿Alguna vez piensas en lo que se sentirá al morir, McKenna? —preguntó Mischa. Su voz era cruda y sonaba como si hubiera estado llorando durante horas. —Claro —confesé—. Todo el tiempo. Me lo he preguntado por un largo tiempo. Creo que es pacífico. Con la parte de la luz blanca llena de gracia, e ir a la deriva hacia ella y luego la sensación de total serenidad y alegría. Creo en todo eso. —No le dije que creía en todo eso porque tenía qué hacerlo, porque no podía soportar pensar en que después de todo el dolor y los horrores que había sufrido Jennie, no había nada, no estaba en un lugar mejor. —Yo no creo eso —Mischa contrarrestó—. Cuando mi abuela murió, mi padre me dijo que toda la vida se compone de una serie de neuronas disparando en nuestro cerebro que nos hacen percibir la energía que nos rodea. Cuando morimos y esas neuronas dejan de moverse, no queda nada. Sólo negrura. Nada. Eso es lo que será de nosotros cuando muramos. Hubo una larga pausa y traté de no dejar que sus palabras hicieran demasiado impacto en mis pensamientos. La idea de que todo el mundo supiera que quien fallecía era lanzado al vacío, era demasiado dolorosa como para considerarla. —Sabemos que eso no es cierto. Olivia se acercó a mí. Ella no estaba en la nada. —¿Qué está pasando? —preguntó Trey atontado. Lo espanté, sabiendo que el estado emocional de Mischa le molestaría. —No quiero ser un fantasma enfadado. Quiero quedarme con mis padres y ganar una medalla en los Campeonatos de Gimnasia y quiero ir a la universidad Lacrosse y casarme con Matt y ser madre. ¿Cómo fue que todo esto sucedió? ¿Por qué jugamos a ese estúpido, estúpido juego? ¡Quiero regresar atrás! ¡Yo no quiero morir, McKenna! Podía escuchar la sinceridad en su súplica y no tenía respuesta para ella. No sería justo asegurarle que no moriría. Olivia y Candace ya lo habían hecho.

—Estamos tratando de arreglarlo, Mischa. Estamos tratando. Mientras subía a la cama, me pregunté si había comido algún alimento sólido en todo el día. Si no averiguábamos la manera de evitar la muerte de Mischa, podía morir de hambre. Incluso con el brazo de Trey envuelto alrededor mío, la ahora familiar bajada y subida de su pecho contra mi espalda, ambos envueltos en los olores y las texturas de la habitación de mi infancia, sentí que toda la seguridad que había conocido la mayor parte de mi vida estaba a punto de desaparecer. Traté de asegurarme de que eran sólo los espíritus de Hannah, tratando de asustarme porque sabía lo que tenía que hacer. Pero en lo profundo de mi corazón, me sentía segura de que estaba al borde de un precipicio. Una vez aparté las mantas y salí de mi cama por la mañana, mi vida nunca volvería a ser la misma. El estacionamiento estaba lleno a las 1:00 P.M. incluso una hora antes de que empezara el partido de baloncesto contra Angelina High School. Entré en el aparcamiento al volante del Cívic de la Sra. Emory con Trey en el asiento del copiloto. Mischa se sentó en el asiento de atrás, desafiando la orden de Matt de quedarse en casa y lejos de Hannah. Por lo que ella sabía, estábamos en el juego para evitar que Hannah desapareciera sin volver a jugar al juego. Trey y yo habíamos decidido que sería mejor para ella, y para nosotros, abstenernos de decirle lo del medallón y nuestro plan para robárselo a Hannah. Se comportaba de manera tan errática que no había forma de saber lo que podría hacer si las cosas iban mal. También sabíamos que nuestro plan era básicamente inexistente y que íbamos a tener que estar listos para entrar en acción en cualquier momento durante la tarde, ante cualquier oportunidad que se nos presentara, sin importar las consecuencias. Tan pronto como me puse cuidadosamente en el espacio menos concurrido de la parte posterior del campo, sin confiar totalmente en mis habilidades de conducción, Trey dijo: —Mira. El Audi blanco de la madre de Hannah estaba estacionándose en el aparcamiento. Al final resultó que bajar un carril para buscar un espacio vacío cerca de la entrada oeste del instituto nos permitió ver a Hannah, de perfil, detrás del volante. Llevaba los pompones negro y rojo del uniforme del equipo y después de aparcar, se aplicó brillo de labios. Miró su reflejo en el espejo retrovisor y salió del auto, lanzando su bolso de lona sobre su hombro derecho y cerrando casualmente el auto detrás de ella con el mando a distancia en su llavero. Su largo pelo negro, recogido en una cola de caballo, pasó de izquierda a derecha mientras se dirigía al instituto y desaparecía detrás de las puertas rojas. —Ugh —resopló Mischa—. Tiene el descaro de estar de buen humor. Pero Trey y yo no le hicimos caso y taciturnamente compartimos el mismo pensamiento: que ya llevaba el uniforme puesto. Si se detenía en el vestuario ahora, no sería nada más que para guardar el bolso y calentar con el resto del equipo. Necesitaba que estuviera allí durante al menos unos minutos para tener éxito, para encontrarla con la guardia baja y quitarle ese medallón. El elemento sorpresa era crucial para mí. —Vamos —dijo Trey—. No puedo creer que casi me gradué sin asistir a un partido de baloncesto. Puse los ojos en blanco, a sabiendas de que hace unas semanas Trey nunca, nunca hubiera asistido voluntariamente a un evento deportivo escolar. Dentro de las puertas del oeste del instituto, fuimos recibidos por dos chicas de primer año sentadas en la mesa de venta de entradas.

—Las entradas están a cinco dólares cada una —dijeron felizmente las chicas, estampándonos las manos con un cuño de goma roja, dejándonos la palabra PAGADO impresa en nuestra piel para asegurarnos nuestra readmisión. Los pasillos estaban extrañamente vacíos ya que era fin de semana y sin luz para disuadir a los chicos de Angelica High School de que exploraran nuestro pequeño instituto durante el partido. Un pequeño rugido de festividad venía del gimnasio, donde la música del baile estaba siendo bombeada por el sistema de sonido, se vendían palomitas y refrescos, y los padres de fuera de la ciudad estaban buscando asientos en las gradas. Nos abrimos paso por el gimnasio y miramos hacia lo alto de las gradas, al final había asientos poco visibles en el lado donde los padres de Pete ya habían extendido sus abrigos y sus bolsas con sus hermanos más jóvenes y la madre de Jeff estaba haciendo ajustes a su cámara de vídeo. Mis hombros ya se sentían fríos y entumecidos por lo que habíamos venido a hacer. Subimos las gradas y nos sentamos en la parte superior en un rincón, esperábamos que Hannah no nos viese mientras ejecutaba números de baile con el equipo. Durante unos minutos nos sentamos y absorbimos toda la actividad del gimnasio, ninguno de los miembros del equipo de las animadoras del instituto había salido a la pista. —¿Dónde está? —preguntó Trey en voz alta. —Probablemente en el vestuario, pasando el tiempo y calentando. Por lo general los equipos comparten el vestuario de las chicas —informó Mischa, que tenía una visión única sobre la situación de los equipos que comparten nuestros recursos del instituto como miembro del equipo de animadoras durante la temporada de fútbol—. Por lo menos en los partidos de fútbol en casa, es lo que pasa. El equipo de animadoras del instituto visitante utiliza el vestuario al mismo tiempo que nosotras y tratan de no hablar las unas con las otras. Mi estómago se encogió ante la idea de tener que entrar en el vestuario y recibir las miradas curiosas de las chicas, no sólo del equipo de Weeping Willow, sino también del equipo de Angelica. Más testigos. Más gente tratando de detenerme si Hannah gritaba pidiendo ayuda. Más problemas para que Trey entrara si tenía que seguirme hasta allí y potencialmente observar a las chicas del instituto visitante desnudas. —¿Crees que el equipo bajará a los vestuarios de nuevo durante el partido? —preguntó inocentemente Trey a Mischa. La música que sonaba a través del altavoz del gimnasio se desvaneció para dar lugar a una canción de baile, lo que significaba la entrada del equipo de Willow, que estaba tomando formación. Hannah, cuyo uniforme ceñido encajaba a la perfección, se puso de pie en el centro con las manos en las caderas, sonriendo con orgullo. El resto del equipo tomó sus posiciones detrás de ella, poniendo sonrisas demasiado exuberantes e inclinando sus caderas. —Probablemente después del descanso para refrescarse —reflexionó Mischa cuando empezó la rutina de baile. Después del tiempo de descanso. Tenía sentido. El equipo local presumiblemente realizaría una rutina entusiasta durante al menos cinco minutos. La rutina de apertura fue escandalosamente subida de tono. Casi no podía creer que estuviese en un partido de baloncesto de un instituto de Winsconsin con todas las poses sugerentes, el parpadeo y el balanceo de pechos que estaba viendo. Más de un padre silbó y las madres susurraban desaprobadoramente desde las gradas. El ritmo de la música llenaba todo el gimnasio y los aficionados empezaron a pisar fuerte las gradas al ritmo de la música. A Hannah le encantaba la reacción del público y su nueva identidad, la más auténtica. No había rastro del

florero tímido que habíamos conocido en septiembre. La chica que lideraba los pasos de baile ese día parecía más alta que la Hannah que conocíamos, más dispuesta que ella, irradiando confianza. Parecía una chica que tenía todo lo que quería y no estaba asustada de nada. Parecía, me estremecí al pensarlo, invencible. A lo largo de la coreografía, me quedé esperando a que Hannah nos ubicara en las gradas y se reuniera con mi mirada. Desde que me senté en el gimnasio tenía una sensación inquebrantable de que Hannah sabía que estábamos presentes y por qué estábamos presentes. Cuando fuera a los vestuarios, estaría esperándome. No había absolutamente nada que pudiera hacer, mientras la música sonaba, mientras las chicas de equipo continuaban sacudiendo sus traseros, así como sus pompones, para prepararse. Y sin embargo, sus ojos no se desplazaron hacia donde estábamos. La coreografía terminó con un mortal hacia atrás y la apertura de piernas en horizontal de Hannah; cuando los aplausos llenaron el gimnasio, mis ojos se enfocaron en una sola cosa: el rayo de luz que se reflejaba en la cadena de oro alrededor de su cuello. Llevaba el medallón. Simplemente estaba escondido debajo de su apretado suéter de poliéster negro del equipo, casi imperceptible a la vista. Trey había visto ese brillo también, y me dio un codazo suavemente. El equipo se sentó a unos pocos metros de nuestro equipo de baloncesto que entraba al gimnasio para recibir una ronda de aplausos. Desde nuestro punto de vista, podíamos mirar directamente hacia la cabeza de Hannah, para verla reír y compartir secretos con las chicas de su equipo. Cuando Jeff y Pete se enfrentaron a los dos delanteros de Angélica, ella se enderezó, poniendo mucha atención, las manos cruzadas sobre su boca en anticipación. Cuando Pete hizo la primera canasta de la tarde desde casi la mitad del campo, Hannah se puso de pie en menos de un segundo, con los brazos en el aire, animando. Cuando el árbitro le marcó una falta a Pete por haber empujado a un delantero del Angélica accidentalmente, ella frunció el ceño y expresó su frustración a la chica sentada a su lado, una estudiante de último año llamada Annie, cuyo hermano estaba en el equipo de baloncesto. Al final del primer cuarto, Weeping Willow ganaba por nueve puntos y los padres salieron de las gradas para ir a los baños y comprar refrescos, mientras los entrenadores de ambos equipos daban a sus atletas una charla. El equipo del Angélica realizó su primera coreografía, luego el equipo de nuestro instituto se puso en pie y entonó una rápida canción de animación. En menos de cinco minutos, el árbitro hizo sonar su silbato, convocando a los dos equipos de chicos larguiruchos a volver al partido. Nunca había asistido a un partido de baloncesto del instituto, porque la banda y la guardia de honor sólo iban a los partidos de fútbol, dónde apenas era capaz de seguir las reglas del juego. Quince minutos más tarde, cuando el segundo cuarto llegó a su fin, Angélica se las había arreglado para empatar el marcador. Nuestro equipo se había vuelto un poco perezoso. Todos los equipos en nuestra región eran propensos a subestimar al equipo de baloncesto de Angélica porque su ciudad era tan pequeña que era difícil imaginar que pudiesen reunir a un puñado decente de jugadores cada año. Pude ver la frustración del entrenador Simon, el entrenador de baloncesto, mientras se paseaba delante de su equipo sentado, buscando las palabras mágicas para inspirarlos para dar un poco más. El equipo de animadoras de nuestro instituto se levantó y se fue del gimnasio por la puerta del otro lado de la enorme sala, que daban al pasillo por el cual se accedía a las escaleras que conducían a los vestuarios. —Voy al baño —anuncié a Trey y a Mischa, sabiendo que si Hannah estaba en movimiento y el partido en medio tiempo, era nuestra mejor oportunidad para enfrentarla, dado que estaría fuera de las gradas y de pie en los pasillos del instituto.

—Yo también —dijo Trey, poniéndose su abrigo verde de nuevo, en lugar de dejarlo en la grada. Miré impotente a Mischa, preguntándome lo que haríamos si insistía en acompañarnos, pero sólo se encogió de hombros y siguió bebiendo su refresco dietético. La acústica del frío pasillo fue un cambio agradable. Los padres charlaban a nuestra izquierda en la cola para comprar refrescos y palomitas de maíz. Más allá, el pasillo se curvaba alrededor del perímetro exterior del gimnasio hacia las escaleras que conducían a los vestuarios. En la otra dirección, las máquinas expendedoras brillaban y zumbaban, y más allá de ellas el pasillo conducía a la entrada oeste del instituto, por donde habíamos entrado y comprado nuestros tickets. —Por aquí —instó Trey en voz baja, tirando de mí hacia la última máquina expendedora de la fila mientras que el equipo de animadoras daba la vuelta a la esquina. Con cautela, se inclinó hacia adelante para echar un vistazo al equipo cuando entraron al gimnasio. La música estaba comenzando para la coreografía del medio tiempo y se deslizó hacia adelante, deteniéndose en la puerta por la que acababan de pasar para verlas reunirse para su coreografía. Las espaldas de las chicas estaban hacia nosotros, habían formado una V en el centro, cada chica estaba en cuclillas sobre sus rodillas, balanceando la frente en el suelo, esperando para empezar. Cuando la música empezó, cada chica desplegó su cuerpo con gracia. Un remix de baile de Cry Out de la artista de hip hop, Tiny J sacudió el gimnasio junto con su línea de bajo. Una vez que todas las chicas estuvieron en pie, comenzaron a bailar al unísono y la multitud se volvió loca. Era difícil dejar de mirarlas, puesto que era evidente que el equipo había practicado mucho esa coreografía y que iba a ser mejor que cualquier coreografía que se hubiese ejecutado en el gimnasio de nuestro instituto. Pero Trey se volvió hacia mí y reorientó mi atención. —Debemos ir abajo y esperar. Asentí y miré hacia las chicas por última vez. Hannah había lanzado de forma espectacular sus brazos al aire y se dio la vuelta justo a tiempo para mirar directamente hacia mí, como si hubiera sabido todo este tiempo que había estado allí de pie. Su cara era tan inexpresiva como una hoja de papel y un momento después continuó con la coreografía de baile como si no me hubiera notado, pero lo entendía. Ella sabía que el momento había llegado. Sabía que iba a por ella. Mi corazón latía en mi pecho como si hubiera en mi caja torácica un animal salvaje atrapado tratando de escapar. La mirada en sus ojos me decía que si no iba a por ella ahora, ella vendría a por mí. —No sé. No creo que esperar en el vestuario sea lo mejor —murmuré nerviosamente a Trey, mientras me arrastraba desde el pasillo hacia las escaleras que conducían a la entrada del vestuario. Los padres y los maestros se cernían cerca de la puerta ya que la presentación continuaba, prestándonos poca atención a medida que avanzábamos hacia la oscura sala sin luz. —Es lo más seguro, McKenna. Es un espacio pequeño con sólo dos formas de entrar y de salir. Voy a ir contigo —dijo Trey tratando de convencerme. —Ella lo sabe, Trey —protesté, escuchando cómo mi voz sonaba histérica—. Sabe que vamos a estar ahí abajo. ¡Estoy asustada! Trey puso sus dos manos sobre mis hombros en un intento de calmarme. —McKenna, escúchame. Esto lo es todo. Todo lo que tenemos es esta única oportunidad. Todo depende de esto. Lo sabes. ¡La vida de Mischa depende de que consigamos quitarle ese medallón!

La música del gimnasio me impedía concentrarme y visualizar lo que sabía que teníamos que hacer: bajar las escaleras, entrar al vestuario de las chicas, escondernos en algún lugar como las duchas hasta que oyésemos al equipo entrando y luego atacar. Ese había sido el plan en mi cabeza desde la noche anterior, cuando lo había pensado con tal detalle que me imaginaba sintiendo la cadena de metal contra la palma de mi mano cuando rompiera el cierre, olía el aroma a limón de la limpieza del vestuario y me imaginé saliendo de los vestuarios, medallón en mano. Pero ahí era donde terminaba la fantasía. El Padre Fahey nos había dicho que teníamos que destruir el relicario. ¿Cómo íbamos a destruir algo de oro en un estacionamiento? ¿Cómo habíamos pasado por alto ese detalle tan crítico hasta ahora? —No está bien, Trey. El escenario no es el correcto. Podría alejarse de mí y salir por la otra salida, al gimnasio. Nunca la atraparía entre tanta gente. Además, es más rápida que yo y entonces se habría echado todo a perder. Nunca tendré una segunda oportunidad si le ataco con tantos testigos y se escapa —divagaba. Su expresión era de profunda decepción; tenía ganas de confiar en sus instintos, pero todo se sentía muy mal. Se veía tan increíble en ese momento, con sus pálidos ojos azules suplicándome, su boca era tan de color rosa y sensual, que estaba abrumada con el asombro de que habíamos estado durmiendo en la misma cama tantas noches, y nos habíamos dado poco más que un beso. Luché contra la tentación casi irresistible de olvidarme de Hannah y arrastrarlo hacia la parte trasera del auto de su madre para rasgar su ropa, para finalmente ceder a la oleada de deseo que había estado reprimiendo durante semanas. Como si algo más estuviera operando en mi cuerpo, vi mi propia mano ascender y acariciar su suave mejilla, mi pulgar presionando su labio inferior. —¿McKenna, qué estás...? No sabía lo que estaba haciendo. Era como si mis pensamientos estuviesen siendo suplantados por algo o alguien más. Como si fuera una marioneta gobernada por alguna otra fuerza. Y entonces me di cuenta de que, probablemente, era eso exactamente lo que estaba pasando. El espíritu que controlaba a Hannah estaba tratando de distraerme de lo que tenía que hacer, y estaba haciendo un muy buen trabajo. —Lo siento —dije, ruborizándome y recuperando el control de mis pensamientos. Debía de haber parecido una completa loca, primero en pánico y cobarde, y luego queriendo lanzarme sobre Trey con tanta fuerza—. Algo está jugando con mi cabeza. No quiero esperarla escaleras abajo. Realmente creo que es una mala idea. En el gimnasio, pude escuchar el final de la canción. Los aplausos iban en aumento y los pies estaban pisando fuerte en las gradas. El sonido era ensordecedor. Sentí como si mis tímpanos fueran a explotar y en ese momento sólo quería correr y salir hacia el estacionamiento, lejos del ruido. —McKenna —dijo Trey con firmeza, sacudiéndome. Antes de que tuviera la oportunidad de recuperar el control sobre mí misma, el equipo de animadoras estaba saliendo del gimnasio, dirigidas por Shannon Liu, estudiante de último año, todavía brillando intensamente por la emoción de la actuación. Todo el equipo revuelto y junto delante de mis ojos era como un pulpo salvaje con veinte piernas desnudas y pelo largo de todos los colores, hasta que mis ojos se posaron en una chica en el corazón del grupo: La hermosa chica con los ojos azul hielo. Hannah. Sin siquiera pensar en qué estaba haciendo exactamente, sin siquiera darle una fracción de segundo para mirar hacia arriba y verme a mí y a Trey acechando en las sombras del pasillo,

salté hacia delante. Me moví demasiado rápido como para que Trey me detuviera, demasiado rápido, incluso, para detenerme y no actuar de manera tan impulsiva y temeraria, estaba poniendo en peligro todo. Ni una palabra salió de mis labios cuando tiré todo el peso de mi cuerpo sobre Hannah, golpeando también a Stephani de Milo y estrellándola contra el suelo de baldosas. Abordé a Hannah, empujándola hacia atrás y cuando golpeamos el suelo, agarré su medallón, apretando los dientes al sentir mis dedos envolverse alrededor de la cadena de oro que desaparecía bajo el jersey. —¡Hey! ¡No! ¡Ayuda! —Hannah gritó tan pronto como se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Estaba encima de ella, inmovilizándola en el suelo con las rodillas apretadas contra sus hombros. Estaba segura de que estaba haciéndole daño, pero no disponía de tiempo para preocuparme. La cadena era sorprendentemente resistente pese a que el oro parecía delicado y antiguo. Tiré de la cadena lo suficientemente fuerte como para romper el cierre, estaba segura; sin embargo, justo cuando pude sentir el metal a punto de romperse, noté unas fuertes manos bajo mis brazos, tirando de mí hacia atrás. Fui separada de Hannah con tanta fuerza, que sentí el collar deslizarse a través de mis dedos y quedé boquiabierta cuando vi el corazón con relieve colgando del delicado hilo de oro regresando bruscamente a su lugar, sobre el suéter de Hannah. —Por el nombre de Dios. —El entrenador Simon gritó detrás de mí. Reconocí la voz del entrenador de baloncesto de los muchachos a pesar de que nunca había intercambiado palabras con él antes. Incluso antes de que mis pies tocaron el suelo para que pudiera estar en pie por mi cuenta, detrás de mí, Trey abordó al entrenador Simon desde el lado, tirándolo al suelo. Caí sobre ellos puesto que el entrenador Simon aún me agarraba con fuerza, pero recuperé el equilibrio más rápido. Volviéndome sobre mis pies, de repente quedé libre y me volví para ver a Trey luchando para mantener al alto y calvo entrenador en el suelo. —¡Corre, McKenna! —gritó Trey. Y así me di la vuelta y vi a Hannah levantarse. Hubo conmoción en todas partes, otros maestros y padres corrieron hacia Trey y hacia mí, pero nada iba a detenerme. Con determinación diferente a cualquier suministro de energía que jamás había sentido antes en mi vida, cargué contra Hannah como un tigre, corriendo más allá de las otras chicas del equipo. Fue lo suficientemente rápida como para escapar del agarre de mis dedos y corrió hacia la escalera que conducía a la entrada del vestuario a toda velocidad. Estaba a unos pocos pasos detrás de ella, saltando los escalones para alcanzarla, pero torpemente olvidé un escalón. Con una sensación enfermiza en el estómago porque sabía que cada parte de mi cuerpo estaba a punto de empezar a doler muchísimo, caí sobre la espalda de Hannah. Cayó de bruces por al menos cuatro escalones y rebotó dos más, amortiguando la caída con los brazos extendidos. Con más velocidad, caí encima de ella, seguramente lastimando su espalda y hombros y rodé el resto de las escaleras plegada como una bola, sintiendo cada saliente contra mi caja torácica, hasta que golpeé el suelo en la parte inferior. Respiré profundamente, segura de que el calor que sentía en mi frente era sangre y antes de darme un momento para adaptarme al terrible dolor de mi espalda y costillas, vi a Hannah correr hacia los vestuarios. Al oír pasos y voces preocupadas gritándome desde la parte superior de las escaleras, preguntándome si estaba bien, me esforcé por levantarme. La única lesión grave que había sufrido en toda mi vida había sido un dedo roto en séptimo grado, pero sabía que si estaba de pie, no podía estar demasiado herida a pesar de que no podía recordar haber caído por las escaleras así antes.

Sin tiempo que perder, corrí hacia el vestuario. Mi cadera izquierda se estrelló contra el marco de la puerta cuando entré, soltando otra sacudida cegadora de dolor a través de mi cuerpo. No esperé a que el dolor se extendiera por todo mi lado izquierdo y seguí a Hannah en el frío, calmado vestuario, perdiéndola de vista al momento en el que entré mientras corría hacia una fila de armarios azules. Doblé la esquina sin cuidado, dándome cuenta allí de pie, insegura de a dónde se había ido, que fácilmente podría haberme estado esperando, lista para golpearme con un cubo de basura o algo. Por un instante me quedé inmóvil, apenas si me atreví a respirar, tratando de oír desesperadamente cualquier ruido que pudiera indicarme la dirección en la que se había lanzado. Ese segundo pasó y no había oído nada más que los pasos y las voces de las chicas y los padres siguiéndonos hacia los vestuarios. Tenía que actuar con rapidez; no me podía arriesgar a ser detenida por los padres. Desde el mismo momento en que había rozado el colgante, sabía que tenía que sentirlo en mis manos otra vez. Era como si mi piel estuviera hambrienta de él, anhelándolo. A mi derecha, vi la fila de cubículos de baños azules más allá de la pequeña sección amurallada que servía como la oficina de la entrenadora Stirling. Era posible, pero no probable, que Hannah pudiera haber entrado en uno de los baños para esconderse de mí, pero no podía permitirme el lujo de perder unos segundos verificando. A mi izquierda estaban los bloques de baldosas blancas de las duchas, sus paredes eran lo suficientemente altas sin duda para que Hannah entrase para esquivarme. Más allá de las duchas, estaban las hileras de taquillas y luego las puertas dobles, cerradas desde el interior los fines de semana, que daban a la pista. Al no tener más opción que ponerme en movimiento, después de un momento de vacilación me dirigí hacia el último cubículo de duchas, escuchando las voces de las otras personas desde el gimnasio persiguiéndome hacia el vestuario. En cuanto metí la cabeza en la zona de la ducha, escuché unas ligeras pisadas delante de mí y me lancé fuera del cuadrado de la ducha, justo a tiempo de ver las puertas dobles balanceándose. Salí corriendo con todas mis fuerzas por esas puertas, encontrando una nueva explosión de energía, dejando los vestuarios justo cuando entraban las chicas del equipo, siguiéndome. En el exterior, mis oídos se acostumbraron a la tranquilidad de la tarde. Estaba lo suficientemente frío como para sobresaltarme, lo suficientemente frío como para que el aire oliera a nieve. Delante de mí, por lo menos a tres metros y poco, vi a Hannah caminando hacia la puerta que conducía al estacionamiento. Miró por encima del hombro sólo una vez, con el pelo oscuro ondeando, para evaluar qué tan cerca de ella estaba. Al llegar a la valla, se agarró a la puerta que era lo único que le impedía correr a través del estacionamiento y la encontró sorprendentemente atascada. Detrás de ella, vi claramente que había un candado y una cadena asegurando la puerta, presumiblemente para evitar que los visitantes de fin de semana usaran la pista del instituto. Pude escuchar el gruñido de frustración de Hannah mientras pasaba sus dedos sobre la cerradura una fracción de segundo y luego sin perder tiempo hizo lo que nunca pensé que haría: Ponerse a escalar la valla con la diminuta falda de animadora. —Oh, vaya —murmuré para mí misma. Ralentizándome hasta detenerme bruscamente en la parte inferior de la valla justo cuando Hannah estaba a dos pasos de su ascenso hacia la cima, extendí mi mano y agarré su pie izquierdo con la intención de tirar de ella hacia abajo, pero en lugar de hacerla vacilar, se aferró a la valla con más fuerza. Tiré más fuerte por segunda vez y me tomó por sorpresa cuando saltó para derribarme con una feroz y furiosa mirada en sus ojos. Caí hacia atrás, golpeándome con el asfalto y al instante supe que me había golpeado el coxis. Mientras me encontraba en el suelo, Hannah me dio una brutal y poderosa patada en la barriga, sacándome completamente el aire. Jadeé y me di la vuelta sobre mis manos y rodillas mientras comenzaba a escalar la valla por

segunda vez, e incluso antes de siquiera recuperar el aliento, estaba de pie, en un intento de alcanzarla. Sólo que esta vez, la cogí por sorpresa. Esta vez, fue su cuerpo el que cayó al asfalto con un golpe desagradable y su cabeza la que golpeó contra el suelo. Fue cuando sus ojos parpadearon lentamente, reorientándose, mientras trataba de averiguar lo que había sucedido y cuan herida estaba, que alcancé esa maldita cadena de oro alrededor de su cuello y tiré con todas mis fuerzas. —¡Ay! —Sus dedos volaron a la parte posterior de su cuello, donde, sin lugar a dudas, la cadena se había clavado antes de que el cierre se rompiera rasgando su suave piel. Con el medallón agarrado con fuerza en mi mano derecha, escalé la valla tan rápido como pude, siendo muy consciente del estado de aturdimiento de Hannah en el asfalto debajo de mí. En el momento en el que llegué a la parte superior de la valla, las chicas del equipo nos habían alcanzado; mientras que la mitad se agachó para ayudar a Hannah a ponerse en pie, la otra mitad infantilmente sacudió la parte inferior de la valla en un intento de hacerme caer. Lancé una pierna por encima de la parte superior y di dos pequeños y cuidadosos pasos, antes de saltar. Aterricé firmemente con un golpe seco que hizo que un dolor agudo serpenteara por mi espalda desde el coxis y limpié la sangre de mi ojo derecho. Perdí una fracción de segundo mirando por encima de mi hombro izquierdo sólo para ver que la furia de Hannah había regresado, estaba haciendo retroceder violentamente a sus compañeras de equipo que intentaban ayudarla. Un pie envuelto en un zapato de baile de cuero negro se metió en un agujero en la valla de aluminio y en cuestión de segundos, Hannah había llegado a la parte superior de la valla, como si una fuerza sobrenatural la hubiera levantado. Ahora era mi turno de correr, correr tan rápido como pudiera. Los únicos pensamientos en mi cabeza mientras corría eran nebulosas, impresiones de colores que sugerían el inmenso dolor que sentía. Tenía las llaves del auto de la madre de Trey en el bolsillo derecho de mis vaqueros negros, pero la única manera de conseguir atravesar el estacionamiento hasta el Cívic era a través de los autos aparcados. Había una posibilidad de que Hannah alcanzara el auto más rápido que yo, e incluso si no lo hacía, no me gustaba la idea de irme sin Trey. A partir de ahí, no sabía a dónde ir o qué hacer con el medallón. Afortunadamente, en ese momento, a través de las puertas del instituto, Trey salió corriendo, seguido de Mischa. Trey me vio y luego vio a Hannah persiguiéndome; rompió en una impresionante carrera abordando a Hannah desde el lateral, golpeándola. —¡No te levantes! —advirtió mientras retrocedía y comenzaba a correr en la misma dirección que yo, hacia el auto estacionado de su madre. Los padres y profesores de ambos equipos, Willow y Angélica, habían presenciado el asalto de Trey a Hannah. El entrenador Simon estaba entre ellos, sosteniendo un pañuelo ensangrentado sobre su nariz. Varias madres corrieron hacia Hannah, quién obedeció a Trey y no hizo ningún esfuerzo por levantarse del suelo. Mientras que ansiosamente cambié el medallón de mi sudorosa palma derecha a mi mano izquierda para que pudiera meter la llave en la puerta del auto, miré hacia arriba para ver el desorden que había causado en el estacionamiento: Animadoras llorando y gritando de rabia al otro lado de la valla cerca de la pista, los padres avanzando entre los autos aparcados hacia Trey y yo. Y Mischa de pie, sola, en lo alto de la escalera que conducía a la entrada oeste. —¡No mires, sólo conduce! —ordenó Trey. Me metí en el lado del conductor del auto y encendí el motor para poder abrir la cerradura de su lado. Se metió en el auto y cerró la puerta segundos antes de que el padre de uno de los jugadores de baloncesto llegara al auto y gritara. —¡Fuera del auto en este momento, vosotros dos! ¡Ambos están en un montón de problemas!

Traté de ignorar la voz del hombre y dejé el medallón en el separador de plástico, detrás de la palanca de cambios. Trey se abrochó el cinturón de seguridad y dijo con confianza. —Vámonos. Salí del estacionamiento lo más rápido que pude, un poco impresionada con mis propias habilidades de conducción hasta que oí el crujido del metal y me di cuenta de que me había echado hacia atrás un poco demasiado y le había dado a la esquina trasera del auto de al lado. Sin molestarme en mirar lo mal que estaba, llevé el Cívic de la Sra. Emory hacia la entrada del estacionamiento, sin querer desperdiciar tiempo en conducir alrededor de los vehículos estacionados para salir de manera apropiada. Hice un giro ilegal a la derecha y pude ver a un padre enfadado a través de la ventana del lado del pasajero, con la cara roja y los puños en alto. Cerca de las puertas del edificio del instituto, parecía que los preocupados padres ayudaban a Hannah a entrar cojeando hacia el interior.

CAPITULO 18 Traducido por Val Nox Corregido por peke chan —¿A dónde vamos? —pregunté a Trey, aterrorizada, apenas deteniéndome en la señal de stop al final de la calle antes de lanzar el auto en un duro giro a la izquierda, sin señalizar. Mi pulso estaba acelerado, sentía como si estuviera sudando copos de hielo. Mis palmas estaban tan resbaladizas que temía no poder ser capaz de controlar el auto. —Tenemos que destruir esta cosa —murmuró Trey, agarrando el medallón para examinarlo— . ¿Cómo destruimos un medallón de oro? En la siguiente esquina giré a la derecha y me uní al tráfico, dirigiéndome a la carretera rural que era nuestra mejor apuesta para salir de los límites del pueblo rápidamente. Casi inmediatamente después sentí una cálida oleada de alivio al mezclarnos con los otros autos conduciendo a velocidades normales, pero escuché sirenas detrás de nosotros. Las sirenas sólo podían significar una cosa en un sábado por la tarde: alguien en el instituto había llamado a la policía y venían detrás de nosotros. —¡Oh, Dios! —exclamé—. ¿Crees que debería detenerme? —Um, sólo agrediste a otro estudiante, yo sólo le di un puñetazo a un profesor y sólo huímos de la escena del accidente. Realmente no creo que debas detenerte justo ahora —aconsejó Trey. —Cierto —concordé, cambiando de carril de manera impulsiva y bloqueando a alguien a mi izquierda, que tocó la bocina con rabia hacia mí. Quería mantener la mayor cantidad de vehículos posibles entre nosotros y el auto patrulla. Usando sus minúsculas uñas mordidas, Trey logró abrir el medallón e hizo un sonido que era una mezcla entre ups y guau. Aparté mis ojos de la carretera por una fracción de segundo para ver que había un pequeño mechón de pelo dorado, del color de la miel, en el medallón. Se había desenroscado en el momento en el que Trey separó las dos mitades del corazón. —No sé si esto es asqueroso o genial —murmuró. Pensé inmediatamente en el retrato del pasillo de los Simmons, con la abuela de Hannah, su pelo rubio perfectamente peinado, sonriendo con tanta elegancia. Mi recuerdo de esa paciente sonrisa de repente me parecía inquietante. En la pintura, la abuela Simmons no recibía huéspedes en su sala de estar con esa sonrisa. Me decía, a través de la agrietada pintura, que su paciencia podía llegar a durar más que la mía. Podía esperar un muy, muy largo tiempo para su venganza sobre los que habían ofendido a su familia. Fuimos recibidos por otros dos autos patrulla cuando giré a la derecha en la carretera rural que se dirigía fuera del pueblo. Al ver nuestro auto, los policías encendieron sus sirenas y los remolinos de luces rojas y azules en la parte superior de sus vehículos iluminaron la tarde. —Realmente no me gusta esto —dije a Trey con voz temblorosa. Ya me preguntaba si alguien había llamado a mi madre para informarle de que había una salvaje caza policial por mi captura en curso.

—Sigue conduciendo. —Trey se rascó la cabeza y dijo—: Los lagos. Si podemos llegar hasta la autopista County, más allá del aeropuerto, podemos tirarlo por el puente colgante del lago White Ridge. Eso estaba muy lejos de dónde estábamos. El viaje hasta el lago Shawano y el puñado de pequeños lagos a su alrededor duraría casi treinta minutos, conduciendo rápido. No estaba segura de si mis nervios y mi capacidad de conducir podrían aguantar tanto tiempo. La carretera rural tenía sólo cuatro carriles, dos carriles dirección este, que era la nuestra, y dos carriles en dirección oeste. Si la policía trataba de obstruir nuestro paso, no tendría ni la menor idea de cómo reaccionar. El otro dato relevante era que teníamos menos de un cuarto del tanque de gasolina. —Trey, no sé si vamos a llegar tan lejos —dije, demasiado asustada para siquiera llorar. —Piensa en Mischa —alentó Trey—. Tenemos que intentarlo al menos. —¿Pero crees que tirar el medallón en aguas profundas va a ser suficiente? —pregunté. Me habría sentido mucho mejor si hubiéramos hecho los preparativos necesarios para lanzarlo en un recipiente de ácido o en un incinerador lo bastante caliente como para fundir el precioso metal. Pero eran las tres de la tarde de un sábado en las afueras de Winsconsin; ¿cómo diablos encontraríamos algo así?—. El oro no se oxida. —Creo —supuso Trey lentamente—, que si sólo lo ponemos en un lugar donde Hannah nunca sea capaz de encontrarlo de nuevo, estaremos en mejores condiciones que ahora. Y este pelo se desintegrará en el agua. Así que, si es el pelo el que contiene el poder, eso es fácil de tratar en este momento. Rebuscó en el bolsillo de su abrigo hasta que encontró una caja de cerillas. —¡Trey! ¡Estoy conduciendo! —chillé, superada por mi miedo al fuego. No quería oler a pelo quemado o ver humo en el auto conmigo mientras tenía que estar concentrada en la escandalosa velocidad a la que conducía por la carretera rural, mientras los tres autos patrullas con las sirenas resonando nos perseguían. —Es la policía. Deténganse. El oficial de policía del auto más cercano detrás de nosotros había bajado la ventanilla y nos ladraba órdenes a través de un megáfono. —Está bien —aseguró Trey—. Si quemo el pelo ahora, estaremos a medio camino de terminar con el trabajo, incluso si la gasolina se acaba. Tenía razón, así que respiré hondo e hice mi mejor esfuerzo por ignorarlo mientras encendía el borde de la dorada cerradura. Los pelos se rizaron y se ennegrecieron rápidamente, llenando el auto de un repugnante olor dulce y un montón de humo. —Todo listo —dijo Trey, bajando su ventana lo suficiente como para deslizar la mano izquierda a través de ella y tirar las cenizas restantes. —Están bajo arresto. Estacione el vehículo a un lado de la carretera. Delante de mí, a unos doce metros, había un camión maderero, llevaba una pila de árboles recién cortados asegurados con una elaborada red de cuerdas y ganchos. Ocupaba más de un carril y pasar iba a ser imposible sin desviarse al carril oeste, en dirección contraria. —¿Qué hago, qué hago? —pregunté a Trey.

Trey colocó una firme mano sobre mi muslo derecho para calmarme. —Estate atenta por si ves un hueco en el tráfico del carril contrario, luego entra en ese carril y acelera. Escuchando, lo miré y añadió: —Y reza todo lo que puedas para que no haya un auto justo en frente del camión cuando lo rodeemos. Respiré profundamente después de que un Volvo azul pasara zumbando más allá de nosotros a la izquierda y lancé el auto de la madre de Trey al carril contrario, pisando a fondo el acelerador. Casi a unos cien metros por delante de nosotros, cruzando a la misma velocidad que íbamos, un Kia marrón se nos acercaba, amenazando con golpearnos de frente si no era capaz de adelantar al camión maderero y unirme de nuevo al carril este. Por alguna inexplicable razón, el conductor del camión maderero aceleró y no creía que fuera capaz de adelantarle antes de que el Kia se estrellara contra nosotros. —¡Jesús! —grité. En el último segundo antes del impacto contra el Kia, me di cuenta de que si trataba de interceptar al conductor del camión a la velocidad a la que viajaba, él se pondría detrás de nuestro Cívic. Me desvié aún más a la izquierda hacia el segundo carril en dirección oeste, pasando muy cerca de un Jetta en sentido contrario. Mi estómago dio un vuelco al oír el horrible chirrido de la grava bajo las ruedas girando. Nos habíamos desviado hacia un lado, pero afortunadamente había recuperado el auto antes de que se hubiera estrellado contra los pinos que bordeaban la carretera. —Oh, Dios mío —susurró Trey, su voz llena de terror por los golpes a lo largo del auto sobre la grava. Se aferraba al asiento del auto con ambas manos, el medallón seguía escondido en la palma de su mano izquierda. —Estamos bien. Puedo con esto —exclamé, incapaz de creer que no nos habíamos estrellado con los autos en sentido contrario que acabábamos de esquivar, los cuales habían frenado de golpe después de que pasáramos, derrapando y se detuvieron en medio de sus respectivos carriles. Sin tráfico inmediato en sentido contrario, ya fuera en dirección del carril oeste, golpeé el acelerador una vez que volví a ponerme sobre el pavimento, si querer presionar demasiado al auto mientras seguíamos en la grava suelta. Nos disparamos hacia el camión maderero y su conductor pisó los frenos. Detrás de nosotros, escuchamos el chirrido distante de los autos de policía que también frenaban en seco para evitar chocar contra la parte trasera del camión. A diferencia de las escenas de persecución de las películas, las cadenas que sostenían los troncos en la parte trasera del camión no se rompieron, provocando el caos y la destrucción de los autos de policía. Pero la distracción me dio el tiempo suficiente para pasar por delante de una camioneta Chevy y ganar una considerable ventaja a la policía. —Eso ha sido impresionante, pero creo que más tarde, cuando tengamos tiempo, voy a mojar mis pantalones —confesó Trey. Forcé una sonrisa. Sólo tenía mi licencia desde agosto y llegados a este punto, estaba bastante segura de que después de mi loca carrera hacia el lago White Ridge, nunca volvería a tener una licencia de conducir. Pasó menos de un minuto antes de que escucháramos las sirenas alzándose detrás de nosotros otra vez y la situación se volvió más grave aun porque había dos autos de policía esperándonos en el cruce, a unos tres kilómetros antes de entrar en la región del lago. A pedido de Trey, seguí

a través de la intersección sin parar y los dos nuevos autos de policía se unieron a la persecución detrás de nosotros. —Esos dos llegaron un poco tarde a la fiesta —bromeó Trey. Casi quería llorar de alivio al pasar el charco más pequeño de agua en el grupo de lagos que se encontraban al norte del Lago Shawano, el cuerpo de agua más grande del sur. Delante de nosotros, pude ver la línea de metal verde del pequeño puente que abarcaba toda la extensión del lago White Ridge. Estábamos tan cerca. Tan cerca. Y el Civic se detuvo. La aguja del tanque de gasolina se balanceó hasta detenerse encima de la E, lo que indicaba que nuestra suerte se había agotado y que finalmente nos habíamos quedado sin gasolina. De hecho, era probable que hubiéramos conducido el último kilómetro completamente sin gasolina. —¡No, no, no! —grité, golpeando mis palmas contra el volante por la frustración. —No hay tiempo que perder. Vamos —instó Trey. Me entregó el medallón antes de salir corriendo del lado del pasajero del auto. Seguí su ejemplo, oyendo a los autos de policía deteniéndose con chirridos detrás de nosotros, sin duda dejando rayas de caucho negro en el asfalto. —¡Es la policía! ¡Están bajo arresto! ¡Les ordeno que se detengan y pongan las manos sobre la cabeza! Ignoré las órdenes de la policía mientras que Trey y yo corríamos los últimos metros hasta el centro y dudé sólo por un segundo, bajando la vista hacia las profundidades grises del lago. Parecía especialmente sombrío ese día bajo las miserables hojas de los árboles que coronando los bordes del lago durante el invierno. Sintiendo el peso del frío metal del medallón en mi mano derecha, me incliné hacia atrás y lancé el collar de oro tan lejos como pude a la gran masa de agua que había debajo. Se hundió sin siquiera hacer un chapoteo y momentos después sentí las fuertes manos del policía en mis brazos, esposándome. Me giré hacia Trey a mi izquierda, que también estaba siendo esposado y llevado de vuelta hacia el auto de policía. Tenía esa perfecta sonrisa suya, esa preciosa y extraña sonrisa que sólo yo conseguía ver, la sonrisa que había reservado para mí desde que éramos niños. Se había acabado, por fin.

EPILOGO Traducido por Val Nox Corregido por Onnanohino Gin Nuestra modesta casita de la calle Martha parecía sorprendentemente diferente cuando llegué para pasar las vacaciones de invierno. Era más pequeña de lo que recordaba, y eso que hacía sólo seis semanas antes la había visto encogerse hasta perderla de vista a través del parabrisas trasero de nuestro auto. Por primera vez, noté que las tejas del techo necesitaban un poco de atención, la pintura marrón de nuestras persianas se descascaraba, y nuestro pequeño buzón de metal se oxidaba en una esquina. Sabía que no era la casa, sino más bien mi punto de vista el que había cambiado durante las semanas que estuve lejos, pero aun así era inquietante ver mi casa de la infancia por primera vez desde un nuevo paradigma. *** Mamá había puesto una cantidad inesperada y poco característica de esfuerzo en decorar los arbustos delanteros con relucientes luces blancas de Navidad. Sentí nostalgia en la boca del estómago, recordándome que no había ninguna razón para extrañar la casa cuando me encontraba justo allí, donde pertenecía. No tenía sentido insistir en el hecho de que volvería a Michigan en sólo diez días. —Es bonito —comenté desde el asiento delantero del auto mientras nos deteníamos en el camino de entrada. Lo dije en serio. Las luces se veían muy lindas y era conmovedor verla tener algo de espíritu festivo para variar. No podía recordar a mamá pegando recortes de Santa Claus en las ventanas delanteras antes. Hizo que mi pecho doliera un poco el pensarlo siquiera, pero tal vez que me hubieran enviado lejos había sido bueno para ella. —Fue idea de Glenn —dijo, sonrojándose un poco. De algún modo, casi un milagro, mamá había coqueteado con el veterinario de Maude en las semanas que yo había estado ausente, en el internado de Michigan. Al final resultó que habían sido compañeros de clase en la Universidad de Sheboygan en el programa de postgrado de veterinaria y Glenn se había divorciado recientemente. Considerando las muchas, muchas leyes que Trey y yo habíamos roto durante nuestra pequeña ola de crímenes en noviembre, tuve suerte de que el juez de distrito me condenara a asistir a un programa de modificación de conducta, también conocido como la cárcel de mínima seguridad para chicas. Mi nueva escuela era horrible, pero aún peor que los uniformes, la mala comida, las camas incómodas y el estricto toque de queda, era no tener ningún control sobre mis comunicaciones privadas. No se permitían los teléfonos en la Escuela para Niñas Dearborn, ni tampoco el uso de Internet sin vigilancia. Mi única comunicación con Trey durante las últimas seis semanas habían sido diez minutos en llamadas telefónicas las noches del domingo en el teléfono de prepago de un pasillo muy público. A mí me habían enviado a un reformatorio en Michigan, pero Trey había sido condenado a asistir a una academia militar más al norte, en la frontera canadiense. No había programas para chicas que se hubiesen metido en tantos problemas con la ley en el estado de Wisconsin como yo, así que mi mamá había tenido la opción de enviarme a dos escuelas, una en Michigan y la otra en Minnesota. Le había rogado al juez que lo reconsiderara, alegando que no tenía

absolutamente ninguna explicación de mi conducta de ese fatídico sábado que no fuera el del grave estrés postraumático de sufrir la pérdida de dos amigas cercanas en tan sólo dos meses. El juez no creyó sus súplicas a mi favor y lo que es peor, el hombre de mediana edad había parecido afectado por el dramatizado testimonio de Hannah, que había recordado entre lágrimas los acontecimientos del dos de noviembre. Aunque no faltaban instalaciones de corrección del comportamiento al estilo militar para los chicos en Wisconsin, los padres de Trey no habían estudiado las opciones y habían elegido la primera institución de la lista proporcionada por su abogado, deseosos de acabar con el asunto, apaciguar a la corte y seguir adelante con sus vidas. Había mariposas en mi estómago cuando entré en la casa, sabiendo que sólo sería cuestión de horas hasta que Trey llegara a casa a la mañana siguiente. Apenas habíamos tenido tiempo de darnos un abrazo de despedida antes de ser enviados a nuestras respectivas escuelas en noviembre; ninguno se atrevía a arriesgarse a mantener un contacto adicional frente a la posibilidad de un castigo mayor. La casa olía como siempre, débilmente a café y tostadas. Maude había crecido considerablemente; su cabeza ya casi llegaba a mis rodillas. —¿Hay algo especial que te gustaría para la cena? —preguntó mamá. Había un millón de cosas especiales que quería para la cena, cualquier cosa excepto las sosas patas de pollo asadas y el pastel de carne que servían en Dearborn. Habían pasado cuatro semanas desde mi última comida de verdad, una enorme ensalada que había disfrutado en el aeropuerto de Florida con papá y Rhonda cuando me habían enviado de regreso a la escuela después de pasar Acción de Gracias con ellos. Pero a pesar de que me habría encantado responder “pizza de espinaca y pescado de Federico’s”, no quería ir hasta allí y correr el riesgo de toparme con alguien. No tenía ni idea de lo que pasaba en el instituto Weeping Willow. Mischa había sido transferida por su propia insistencia a St. Patrick’s y me había escrito cartas detallando su doloroso ajuste a la vida bajo el reglamento de las monjas. Amanda seguía en Willow ya que sólo estaba a un semestre de graduarse, pero tenía la sensación de que censuraba gran parte de la información que compartía con Mischa sobre los rumores de la escuela. Cheryl y Érica me habían enviado largas cartas escritas a mano cubiertas de pegatinas e ilustraciones de cosas que sucedían en la escuela, pero no se preocupaban por la vida de la gente popular. Cheryl había empezado a salir con Dan Marshall y la mayoría de sus cartas eran sobre sus citas y lo mucho que le gustaba. Puse las maletas en la cama de mi habitación, de repente muy consciente de lo agotada que estaba. Me dolía la espalda, mi cuello se sentía tenso y la ansiedad de las últimas semanas de estar en un dormitorio ruidoso lleno de chicas que habían ido a parar allí porque se habían quedado embarazadas, vuelto adictas a las drogas, golpeado a sus hermanos, o huido de casa en varias ocasiones, se posó sobre mis músculos. Nunca me sentí amenazada o en peligro en Dearborn, sobre todo porque Trey me había estado entrenando a través de su experiencia. —No trates de hacer amigos —me aconsejó durante nuestra primera y breve llamada telefónica—. Mantén la cabeza gacha. Actúa de forma tonta si otras chicas tratan de hacerse tus amigas. No hagas nada para destacar. El esfuerzo consistió en recordar no sonreír, evitar levantar el brazo en clase cuando sabía las respuestas y generalmente, tratar de permanecer invisible. E incluso evitar las segundas porciones de alimentos que parecían ser motivo de pelea en la cafetería de la residencia. Era extraordinariamente agotador. Pero, finalmente, estaba en casa, en mi propia habitación, sentada en mi familiar colcha y recostándome. Me estiré, extendiendo los brazos como un águila, recordando con una punzada de caliente deseo la última vez que Trey se había deslizado por mi ventana para pasar la noche en mi cama. Había sido la noche anterior a que derrocáramos a Hannah, la noche antes de que el medallón se hundiera hasta el fondo del lago

White Ridge. Cerré los ojos con fuerza y traté de imaginármelo allí, esa aburrida baratija dorada, oscura y fría, encajada en la parte inferior del lago, muy por debajo de las aguas blancas y plateadas, descansando en las profundidades del lago durante el invierno. Me consolaba pensar en eso, en que había aterrizado en alguna parte, lejos de las manos de Hannah. Podría haberme quedado dormida sólo durante unos segundos, pero fui traída de vuelta a la realidad en un instante cuando repentinamente escuché una música inesperada. Era una versión mecánica, ligeramente fuera de ritmo de “Es un Mundo Pequeño Después de Todo”, eso era tan escalofriantemente familiar, que apenas podía creer lo que estaba escuchando. Me enderecé y miré la estantería por encima de mi cama, donde la caja de música de cerámica que me habían regalado cuando era niña se encontraba inexplicablemente de vuelta en su lugar. Había guardado todas mis cajas de música en el otoño para evitar que el espíritu de Olivia jugueteara con ellas, y las había dejado en una caja, en el estante superior de mi armario. Mi mandíbula se abrió, mirando la caja de música con la bailarina girando lentamente y tocando su melodía, que sonaba más rota y melancólica que nunca. —¿Mamá? —grité, muy alarmada—. ¿Tú has puesto todas las cajas de música de vuelta en la estantería? Mi madre apareció en mi puerta en cuestión de segundos, como si hubiera estado esperando en el pasillo para que la llamara. —Sí —admitió—. Tu habitación parecía tan vacía y desolada mientras estabas fuera. Puse algunas de tus cosas de la infancia de vuelta en su sitio para que pareciera como si no estuvieras tan lejos. Espero que no te importe. Negué con la cabeza, sin querer que sintiera el peligro en mi habitación que yo ya intuía. —No, en absoluto —aseguré—. Oye, ¿qué tal si pedimos una pizza para llevar de Federico’s? —Gran idea —concordó—. ¿Espinaca y pescado? Una vez que estuvo de vuelta en el pasillo, me arrastré por encima de mi cama para silenciar la caja de música, mi corazón latía como si hubiera un ladrillo golpeando mi caja torácica en repetidas ocasiones. Tenía que ponerme en contacto con Trey, pero no había manera de hacerlo hasta la mañana cuando llegara a casa a Willow. Los diminutos pelos marrones en mis antebrazos estaban de punta y pude sentir un hormigueo en la parte trasera de mi cuello. No podía negarlo. Lo habíamos arruinado todo, a lo grande. Olivia estaba de vuelta para asegurarse de que lo supiéramos. El medallón no era el objeto que ataba al espíritu con Hannah. Había sido un señuelo y lo veía tan claro al sentarme de nuevo en mi cama que quería golpear la pared con rabia. En mi cabeza, recordé aquel día de noviembre, cuando le quitamos el medallón a Hannah, cómo permitió que sus preocupados padres la asistieran en el estacionamiento mientras Trey y yo salíamos a toda velocidad en el auto de su mamá. Si el medallón hubiera sido el objeto correcto, nos habría seguido. Nos habría perseguido todo el camino hasta el lago White Ridge. Habría tratado de correr hacia nosotros en la carretera. Inhalé profundamente, tratando de calmarme y ordenar mis pensamientos. Trey y yo habíamos estado tan aliviados de deshacernos del medallón y ser libres de la maldición del juego, que nunca se nos ocurrió que hubiéramos fracasado. Pero por supuesto que habíamos fallado; el medallón era un engaño que mirando hacia atrás ahora, resultaba obvio. Y ahora ambos estábamos en situaciones en las que sería infinitamente más difícil continuar investigando a Hannah. Todas estas semanas, Mischa había estado en peligro y no lo sabía. ¿Quién sabía cuánto tiempo le quedaba? ¿Quién sabía cuánto poder había acumulado Hannah en el mes que había estado

libre de mis interrupciones? ¿Quién sabía si había jugado el juego de nuevo, prediciendo las muertes de Tracy, Melissa, y la nueva generación de chicas populares que se habían apoderado de la secundaria? Pero si no era el medallón, ¿qué podría ser? ¿Qué otro objeto podría haber atado a Hannah al espíritu oscuro de su abuela? Me levanté y caminé hacia mi ventana, escuchando el silbido de calor proveniente del radiador de vapor por debajo del alfeizar. Al otro lado del camino, pude ver las luces encendidas en la casa de Trey y a su hermano menor poniendo la mesa para cenar. Me preguntaba cómo estaban los gatitos que Trey había dejado al cuidado de su hermano. Me pregunté si el resurgimiento de Olivia haría que nunca volviera a disfrutar de una noche tranquila bajo las estrellas, cuidando a los gatitos y esperando un beso de Trey. Y entonces mis ojos se reenfocaron mientras mi cálido aliento dejaba una mancha de vapor en mi ventana. En esa bocanada de vapor, vi una línea trazada con quizás la punta de un dedo. Me aparté y durante unos minutos observé cómo el calor húmedo del radiador llenaba la mitad inferior de la ventana con más vapor. Había una inconfundible imagen dibujada en la ventana, posiblemente destinada para que la viera en un momento como este, cuando el vapor del vidrio me lo revelara. La imagen dibujada era un esquema en bruto de una casa, con una simple forma de caja, la puerta descuidadamente dibujada y la chimenea sobresaliendo de su techo inclinado. Caí de rodillas ante la terrible comprensión de cuán equivocados habíamos estado Trey y yo. Nunca fue el medallón el que conectaba a Hannah con el espíritu de su abuela. Era la casa, esa magnífica casa a las afueras de la ciudad.

FIN...

PROXIMO LIBRO LIGHT AS A FEATHER, COLD AS MARBLE McKenna y Trey vuelven a Willow por Navidad, sólo para descubrir que la maldición no ha terminado; Hannah sigue siendo una amenaza para sus compañeros y la vida de Mischa pende de un hilo. Además, McKenna sigue recibiendo mensajes de espíritus del más allá... Y no todos son amistosos. A medida que McKenna, Mischa y Trey se acercan a la verdad, los espíritus se vuelven más agresivos. ¿Por qué habré jugado a ese juego? Se pregunta McKenna una y otra vez. Pero la verdadera pregunta es: ¿De verdad vale la pena seguir? Y más aun, ¿Qué vida le espera a ella y a Trey en caso de que sobrevivan a la maldición? Casi todas sus amigas ya están muertas y el resto de los habitantes de Willow la consideran una loca peligrosa de la que más vale alejarse. Pero la vida de Mischa está en juego y en su corazón, McKenna sabe que no puede quedarse sin hacer nada y ver morir a la última de sus amigas.

SOBRE LA AUTORA ZOE AARSEN Zoe Aarsen es escritora y diseñadora gráfica americana, nacida en el Medio Oeste. Está convencida de que su piso está habitado por todos y cada uno de los fantasmas de los gatos y hámsters que ha tenido. Visita el blog de Zoe Aarsen en: http://zoeaarsen.wordpress.com Sigue a Zoe @ZoeAarsen

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