Libro Mujeres de Dictadores

Mujeres de dictadores atalaya 106 JUAN GASPARINI Mujeres de dictadores Perfiles de Fidel Castro, Augusto Pinochet,

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Mujeres de dictadores

atalaya

106

JUAN GASPARINI

Mujeres de dictadores Perfiles de Fidel Castro, Augusto Pinochet, Ferdinand Marcos, Alberto Fujimori, Jorge Rafael Videla y Slobodan Milosevic a través de los retratos de sus mujeres

1 EDICIONES PENÍNSULA BARCELONA

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del ?copyright?, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo públicos, así como la exportación e importación de esos ejemplares para su distribución en venta fuera del ámbito de la Unión Europea.

Primera edición: septiembre de 2002. ? Juan Gaspari, 2002. ? de esta edición: Ediciones Península s.a., Peu de la Creu 4, 08001-Barcelona. e-mail: [email protected] internet: http://www.peninsulaedi.com Fotocompuesto en V. Igual s.l., Còrsega 237, baixos, 08036-Barcelona. Impreso en Hurope s.l., Lima 3 bis, 08030-Barcelona. depósito legal: b. 33.485-2002. isbn: 84-8307-497-4

CONTENIDO

Prólogo, 11 Introducción, 17

MUJERESDEDICTADORES los amores de fidel castro, 61 lucía hiriart, 109 imelda remedios visitación romuáldez, 149 susana higuchi, 193 alicia raquel hartridge, 233 miriana markovic, 277 Índice onomástico, 321

En memoria de Héctor Chimirri

?El extremo mayor de la soberbia es creerse hijo de Dios? tomás eloy martínez, El vuelo de la reina, Alfaguara, Madrid, abril de 2002.

?La manera más razonable de servir a una causa no consiste en morir por ella, sino en sobrevivir? yasmina khadra, El otoño de las quimeras, Zoela Ediciones, Granada, noviembre de 2001.

PRÓLOGO

La dirección de una película o la jefatura de una orquesta implican para quien conduce orientar un conjunto de voluntades hacia un objetivo, siguiendo un plan reflexionado. Respetando el espíritu de una partitura y en torno a un libreto original, la creación en una obra literaria de naturaleza equivalente, se verifica en el periodismo de investigación en apelar a la metodología de una novela sin vulnerar la verdad histórica. Entre la reconstrucción del pasado inmediato y la trasmisión de acontecimientos del presente, la línea narrativa de estos retratos de mujeres de dictadores ha conocido sobresaltos diversos y placeres simultáneos. Constituye un viaje a países e historias diferentes, una búsqueda dentro de una considerable bibliografía, que ha impuesto indagar en múltiples artículos de prensa, remover expedientes judiciales, y hurgar en la infinidad de notas dispersas en los archivos de las agencias de noticias. A su vez, el conjunto de estos relatos se encuadra en los parámetros de un largo reportaje periodístico, reconstruyendo en la ficción los acontecimientos verídicos, desplegando entrevistas con protagonistas y observadores privilegiados, y hasta visitando lugares donde tuvieron lugar algunos episodios, siempre con el objeto de recabar la precisión de lo sucedido. Por tanto muchos han contribuido a la elaboración de estas crónicas, cuya responsabilidad final, sin embargo, solo incumbe al autor pues han sido escritas según mis convicciones y en total independencia con las opiniones de los que participaron en acopiar las pruebas documentales y testimoniales. Las reglas de trabajo han sido simples y muy conocidas: identificar quiénes son las personas que más saben de uno u otro tema y consultarlas, localizar dónde se encuentra la información para buscarla, seguir las pistas del dinero y del sexo que movilizan muchas de las pasiones humanas. Cotejando sin descanso todos los elementos recogidos, estos textos disponen de un respaldo en fuentes sólidas y debidamente contrastadas. La idea de este libro nació en Barcelona en la mente de mis amigos argentinos Héctor Chimirri y Horacio Altuna, que me inocularon el virus. Horacio es el descubridor de la foto de Javier Bauluz que engalana la cubierta, y además me brindó solidariamente su agudeza para captar las costumbres cotidianas y apreciar a las mujeres, célebres en sus tiras. Héctor me regaló solidariamente sus conocimientos de periodista y editor. Criticó algunos borradores de ciertos capítulos, acercó bibliografía y me señaló la editorial propicia, cuyo director, Pere Sureda, adoptó firmemente este proyecto. Un ataque cardiaco nos quitó sorpresivamente a Héctor Chimirri de entre nosotros el domingo 3 de febrero de 2002. A él va dedicado entonces este libro. La elección de los seis relatos que componen su desarrollo central combinan, en el arte de lo posible y en procura de lo eficaz, que las mujeres y sus maridos dictadores estuvieran vivos, y que no existieran biografías sobre ellas. Las excepciones han sido dos: de los cuatro amores esenciales de Fidel Castro reseñados, sólo Celia Sánchez ha fallecido, pero el relevante personaje masculino y la exuberante actividad sentimental que lo caracteriza justifican sobradamente ocuparse de uno de los jefes de Estado que han marcado el siglo recientemente extinguido y el comienzo del presente. El dictador Ferdinand Marcos murió en 1989 y junto con su viuda, Imelda Romuáldez, han merecido abundante literatura pero muy poca ha sido traducida al castellano. Generalmente, su publicación remonta a más de una década atrás, escaseando las noticias que siguen hasta nuestros días, una falencia que aquí se intenta colmar, con sus secuelas del lavado de los crímenes cometidos por una de las tiranías más extensas y sangrientas que enlutaran el continente asiático. Augusto Pinochet, Alberto Fujimori, Jorge Rafael Videla y Slobodan Milosevic, solventan sin retórica ocuparse de las mujeres que los han seguido, secundado, apuntalado y hasta sufrido en sus gestas signadas por el pisoteo de los derechos humanos y la invariable delincuencia económica. A modo de introducción este libro arranca con una especie de preámbulo donde se destacan varias mujeres de dictadores que jalonaron la primera mitad del siglo pasado, cuya selección ha recaído en los avatares sentimentales de algunos grandes sátrapas como Antonio de Oliveira Salazar, José Stalin, Adolf Hitler y Francisco Franco. El orden en su enumeración, como la ubicación posterior de las mujeres de los seis dictadores elegidos para cubrir la segunda mitad del siglo xx, es arbitraria y sólo obedece a criterios de equilibrio y dosificación en la compaginación de este libro. Para realizarlo conté con apreciables colaboraciones durante un intenso año reuniendo documentos, preparando informes, comprobando indicios, versiones y escándalos, algunas de tipo anónimo para evitar represalias. Mi amigo chileno Fernando Ruiz, que habita en Francia, ofició de documentalista y traductor para casi todos los casos del capítulo introductorio, siendo una mirada externa imprescindible en la elaboración de los seis retratos que componen el

cuerpo principal de este volumen. En las indagaciones sobre Oliveira Salazar, y en reunir la infinidad de publicaciones sobre los amores de Fidel Castro, la asistencia de mi amigo y colega cubano Miguel Rivero Lorenzo, residente en Lisboa, ha contribuido de manera irremplazable. La periodista cubana María de los Ángeles Simón Rodríguez en Ginebra y el colega argentino Alfredo Muñoz-Unsain en La Habana, han tenido a bien arrimarme detalles y darme valiosos consejos para el cierre de los romances del Comandante de la Revolución Cubana. Los periodistas Claudia Aranda y Marco Fajardo, desde Santiago de Chile, prepararon un informe pormenorizado sobre Lucía Hiriart y su esposo, Augusto Pinochet, y revisaron varias veces mi interpretación de la conducta de esa pareja infernal. Mi amiga y colega chilena Lorena Brander, domiciliada en Suiza, tuvo la paciencia de leer y comentar ese capítulo, trasmitiéndome puntos de vista que enriquecieron y simplificaron mi valoración. Leonor Pérez, ahora en España, pero destacada periodista en Perú durante la década en que Alberto Fujimori atormentó a ese país y a su mujer Susana Higuchi, con sus desatinos políticos, tuvo la paciencia de hacerme comprender las peculiaridades entre un dictador y una de sus víctimas predilectas: la madre de sus cuatro hijos, hoy diputada. Su informe fue completado con el apoyo de otros periodistas peruanos: Francisco Valdivieso y Ángel Paez en Lima, y Sandro Cruz en Ginebra. Mi admirado y joven colega argentino, Claudio Mardones, llevó adelante desde Buenos Aires una exploración difícil sobre Alicia Raquel Hartridge, esposa de Jorge Rafael Videla, consiguiendo una de las revelaciones más impactantes de este libro. Su informe ha vencido los obstáculos para hacer periodismo de investigación en Argentina, país devastado por una crisis generalizada. Para Slobodan Milosevic y Miriana Markovic trabajé con un significativo informe de la periodista serbia Natasa Ojdanic. Tomé además en consideración explicaciones y documentos que supo hacerme llegar mi colega y vecino en la sala de prensa de la Oficina de Naciones Unidas en Ginebra, Nefail Maliqi, de origen albanés, corresponsal del Bota Sot de Kosovo; y, por otra parte, me beneficié con las observaciones de la periodista italosuiza Luisa Ballin, especialista en los Balcanes. Para la dictadura conyugal de los Marcos utilicé archivos propios, sobre todo por los 13 años que consumió en Suiza la batalla judicial por la repatriación de la inmensa fortuna que amasaron en dos décadas de despotismo, un caso que me tocó cubrir periodísticamente para varios medios de prensa. Cabe subrayar que las autoridades diplomáticas filipinas retacearon responder a la requisitoria periodística, seña de la vergonzosa impunidad que todavía protege las atrocidades del feroz matrimonio. Debo asimismo una especial mención a Florencia Teruzzi, cuya labor no se limitó a una atenta corrección de estilo, sino que se extendió, generosamente, a un cuidado de todos los aspectos de la narración, junto con un aliento permanente para sacarla adelante. No puedo finalmente olvidar a los fotógrafos independientes, el español Javier Bauluz, el mexicano Humberto Salgado, el cubano Jorge Rey, el chilenosuizo Jorge Luis Cabrera y la austriaca Beatrix Stampfli. Tampoco al equipo de Ediciones Península, que se ha consagrado con eficacia y paciencia a la organización de la edición, su diagramación interna, la cobertura fotográfica, el diseño de las cubiertas y la distribución internacional de este libro que una vez más me ha hecho disfrutar de mi profesión, luchar y sufrir. A todos ellos vaya mi infinita gratitud. j. g. Ginebra, Suiza, 11 de abril de 2002.

INTRODUCCIÓN

Los clásicos de la sociología definen a las dictaduras como los sistemas políticos que se contraponen a las democracias liberales. Las engloban por haberse establecido y sustentado mediante una violencia excepcional, anormal e ilegítima, no obstante que algunas de ellas tengan inicialmente un espíritu progresista, al superar a las monarquías, tiranías o democracias formales que hayan enmascarado la dominación colonial, latifundista o monopólica. Destacan como una constante que las dictaduras surgen de crisis sociales, sea para precipitar la evolución en curso, como se ha visto en procesos revolucionarios con Vladimir Ilich Lenin en Rusia, Gamal Abdel-Nasser en Egipto y Fidel Castro en Cuba, o para frenarlos, siendo lo acaecido bajo Francisco Franco en España, Augusto Pinochet en Chile y Efraín Ríos Montt en Guatemala; unos u otros siempre al margen o contra los procedimientos legales preestablecidos. Concuerdan en que esos regímenes autoritarios se han mantenido por la fuerza, apoyándose en estructuras militares sostenidas por partidos únicos creados a tal efecto o dominando los preexistentes. Les atribuyen criterios arbitrarios de gobierno, suprimiendo las garantías y libertades de los ciudadanos. Indican que el conflicto permanente y agitador de la conciencia colectiva del ser humano entre ricos y pobres, privilegiados y excluidos, opresores y oprimidos suele sacudir el consenso político de los países. Entonces los aparatos de Estado son desbordados por la movilización social y política, haciendo inservibles las instituciones tradicionales, generando condiciones inéditas, repentinas o inesperadas, en donde suelen aparecer las dictaduras, casi todas buscando el amparo de los sectores sociales más desfavorecidos de la población. La indagación histórica y el reportaje periodístico han demostrado que el campo de rastreo es inconmensurable. Dictadores no son sólo los que gobiernan sin elecciones con salvaguardas de un Estado de Derecho, reprimen a la oposición y cercenan la libertad de prensa y opinión, sino también aquellos que supuestamente admiten instituciones o portadas legislativas, ejecutivas y judiciales de gobierno, cuando en realidad concentran el poder en sus propias manos, como un método extremo para sustituir el consenso que otorga la consulta electoral con transparencia democrática. La relativa popularidad de algunos dictadores antes de caer en desgracia, fugaz o permanente, vincula a lo largo del siglo pasado a los autoritarismos fascistas, nazi y comunistas. Detrás de fachadas populistas, nacionalistas y revolucionarias todos ellos siguieron credos absolutistas y autocráticos, violando persistentemente los derechos humanos y concentrando en un hombre la voluntad de decisión en la cúspide de las sociedades, haciendo uso de la violencia y aferrados a la norma de que para perpetuarse en el poder, el fin justifica los medios. En ese ancho universo, las mujeres de los dictadores formulan incógnitas en la literatura política. Sus actuaciones invitan a una lectura pendiente, quizá complementaria y tal vez diferente a la observada por sus maridos en la administración del poder. En cada pareja que adquiere notoriedad pública a raíz de uno de sus dos miembros, conocer a un cónyuge puede esclarecer sobre el otro. Este libro explora algunos retratos de mujeres de fin de siglo, que han acompañado sentimentalmente a Fidel Castro, Augusto Pinochet, Ferdinand Marcos, Alberto Fujimori, Jorge Rafael Videla y Slobodan Milosevic, pero antes de abordarlos vale sin duda la pena detenerse en otras que convivieron con dictadores más lejanos, los cuales irrumpieron con anterioridad a la Segunda Guerra Mundial. La elección de Antonio de Oliveira Salazar, José Stalin, Adolf Hitler y Francisco Franco se impone por las cualidades devastadoras de los mismos, debiendo a su vez recordarse que Europa nos ha procurado los más dañinos dictadores, pudiendo afirmarse con espanto que han sido los peores de todo el siglo. Viene a cuento para poner en cuestión teorías que afirman que los dictadores empiezan y terminan en el Tercer Mundo, acuñándose el cínico vocablo de dictaduras bananeras para banalizar a las que han azotado Asia, África y América Latina. Fue en la Europa de la Declaración Universal de los Derechos Humanos en donde se concibieron los refinamientos más truculentos para hacer del discurrir cotidiano una pesadilla intolerable. En los albores de este nuevo siglo Estados Unidos ha tomado el relevo de una enseñanza sintetizada y sistematizada en el Viejo Continente. La vida privada de los dictadores, si bien es abundante y rica en efectos novedosos, es muchas veces imprevisible. Las mujeres que vivieron bajo su cobijo compilan un catálogo de humillaciones y perversos equilibrios. Pululan en un universo afectivo opaco, en un clima enrarecido de pasión, dulzura y crueldad, donde suele resultar quimérico y absurdo señalar víctimas y verdugos. Preámbulos de dolor y epílogos de sublevación o dominación, carencias, culpas y mecanismos de sumisión, se enzarzan en la fauna y flo-ra de los dictadores. El egocentrismo, la arrogancia, el desamor y la manipulación, adornan el follaje. Escarban en los malos tratos, desanudando lazos de miedo, sometimiento y fascinación. El inventario de sufrimientos es interminable como probablemente lo sean las omisiones. El fanatismo de las mujeres que se han plegado a las peores causas de sus maridos también marca ciertos derroteros en una espiral de autodestrucción en que suelen reparar estas páginas. Mujeres

exquisitas, sensibles, creativas, inteligentes, dependientes, incultas o inexpertas, algunas con infancias difíciles, otras con tortuosas relaciones paterno-filiales, aceptando mansamente, en la extinción de la autoestima, su dilución en un hombre, al ser vampirizadas por los mitos, automutiladas en casamientos o aventuras libremente escogidas con el afán de trascender. Las fechas como subtítulos en el despliegue de los capítulos de este libro no son un capricho del autor sino una guía aséptica para ordenar cronológicamente el quehacer de cada uno de estos personajes, marcando hechos trascendentales o recodos significativos en la andadura de sus vidas. Eludiendo poner el acento en la narrativa de opinión, no es superfluo proyectar un vistazo de comprensión hacia el pasado y el presente. Antes que condenar, absolver o rehabilitar, es deber del periodista informar sobre las distintas facetas de todas estas mujeres, atadas al destino de los dictadores con los que intimaran en la trastienda del poder.

30 de julio de 1970 Cuando el 30 de julio de 1970 se realizaron las ceremonias fúnebres de Antonio de Oliveira Salazar, el hombre que condujo férreamente los destinos de Portugal durante cerca de 40 años, tres figuras principales seguían el féretro del fundador del denominado Estado Nuevo: su sucesor, Marcello Caetano; el ama de llaves, María de Jesús Caetano, sin parentesco alguno con el anterior; y su antiguo ministro de Relaciones Exteriores, Franco Nogueira, a quien muchos consideraban que debía haber ocupado la jefatura del Gobierno. María de Jesús le había dedicado los mejores años de su vida al occiso. No podía contener las lágrimas, mientras que Marcello Caetano trataba de mostrar pesadumbre, aunque en realidad debió experimentar una profunda sensación de alivio, pues desaparecía el fantasma que durante 20 meses siguió ?gobernando? el país, desde el Palacio de San Bento. La congoja hilvanaba, en el racimo de los servidores que rodeaban el catafalco, una de las mayores obras de teatro que podría haberse montado en los círculos de poder en el Portugal del siglo pasado, con ofrendas florales de medio planeta, entre las que destacaban las enviadas por el caudillo de España, Francisco Franco, y el presidente de Estados Unidos, Richard Nixon. En el verano de 1968, ya con 79 años, Salazar sufrió una caída de una silla en un antiguo fuerte frente al mar, en las inmediaciones de Lisboa, lo que le provocó un hematoma en el cráneo. Sometido poco después a una intervención quirúrgica para retirarle el coágulo, lo noqueó una complicación vascular cerebral, entrando en coma. El mismo Marcello Caetano, que aparentaba tristeza en el alboroto mortuorio, había sugerido a los servicios de urgencia del hospital que si de todas formas el paciente iba a morir, entonces ?podrían usar las máquinas? para salvar otras vidas. Pero Salazar no murió enseguida. Quedó prácticamente incapacitado, manteniendo cierta lucidez. Sus secuaces improvisaron la farsa de realizar algunas reuniones del Consejo de Ministros bajo su presidencia, aunque en realidad Marcello Caetano tenía ya en sus manos las riendas del poder, que a duras penas pudo mantener hasta el 25 de abril de 1974, cuando se produjo la Revolución de los Claveles y terminó la dictadura. Una antigua empleada del Palacio de San Bento, Mavilde Moreira, que acompañó a Salazar en sus últimos meses de vida, reconoció: ?Él sabía que ya no gobernaba, pero fingía que no sabía?. Contrario a la agonía por la que pasaron otros dictadores, como Franco, Stalin o Mao, Salazar expiró plácidamente el 27 de julio de 1970. Lo sofocó ?una embolia fulminante?. A su lado lo asistía María de Jesús, a la que conociera como criada en su época de estudiante en la Universidad de Coimbra, quien sería más tarde en Lisboa su ama de llaves, insertándose en medio de las habladurías sobre la vida sentimental de su amo, el cual nunca se casó. Sin embargo, durante la larga existencia de Antonio de Oliveira Salazar, hubo varias mujeres con las cuales mantuvo relaciones amorosas, aunque casi siempre fueron romances muy discretos, particularmente después que alcanzara la presidencia del Consejo de Ministros, el 5 de julio de 1932. Había nacido el 28 de abril de 1889 en el pueblo de Vimieiro, cerca de Santa Comba Dão, parte de una región agrícola situada a unos 230 kilómetros al noroeste de Lisboa. Descendiente de una familia campesina, de magros recursos, Salazar fue el hijo varón deseado por sus padres, que ya tenían cuatro hijas. Como muchas familias pobres de la época, la Iglesia Católica financió sus ocho años de estudios de seminarista en la ciudad de Viseu, 290 kilómetros al noroeste de Lisboa, adonde llegó con su hermana mayor Marta en 1905. Fue precisamente allí que surgió su primer amor juvenil con Felismina Oliveira, dos años mayor que él, tenida por una beata incorregible, en cuyo domicilio residía su hermana Marta. La atracción entre los jóvenes ocurrió inmediatamente de conocerse. Luego, Felismina comenzó a acompañar a Marta todos los sábados, durante las visitas a su hermano Antonio en el convento, encendiendo el deseo. Paulo Campos, su amigo íntimo por entonces, confesó que servía de mensajero entre los dos enamorados. Salazar le dijo una vez que, si Felismina lo aceptaba como novio, estaba dispuesto a dejar el seminario. Al tomar ella conciencia de los propósitos de Salazar se asustó, asimilándolos a una declaración pecaminosa. Felismina creía no tener el derecho de arrancar de la entrega a Dios a un joven que cursaba su primer año de Teología. No obstante, el coqueteo continuó. Felismina comenzó a compartir las vacaciones de verano con la familia de Salazar, en la casa de campo de Vimieiro. La muchacha cumplió 19 años junto a ellos, anotando en su diario: ?Oh Dios, aquello no era una simple amistad. Él quería imitar escenas amorosas, era amor lo que buscaba y yo cada vez tenía más miedo. ?Amar a un

seminarista!?. Adobando el sabroso escarceo amoroso empezó a terciar Herminia, la hermana de Felismina, quien no cesaba de advertirle que de-bía darle vergüenza que la vieran con Salazar, encubriendo que competía para conquistarlo. Herminia fue aún más lejos en sus esfuerzos, con el objetivo de romper las relaciones entre Felismina y Salazar. Con el ánimo de separarlos les escribió a ambos pidiéndoles que no se reunieran más en Vimieiro, al constatar que aumentaban los comentarios de los vecinos en Viseu. Al llegar las vacaciones del verano de 1908, Herminia se hizo invitar junto a su hermana a Vimieiro, donde Salazar era ya tratado por los campesinos como ?el señor cura? y tenía fama de gran orador. El desengaño de Felismina se produjo cuando percibió que había dejado de reinar en el corazón de Antonio, sorprendiéndolo en Viseu en compañía de Natalia de Sousa, hermana de un colega seminarista. Era evidente que Salazar galanteaba con otras mujeres y eso, para Felismina, fue un golpe demoledor. En 1910 Salazar advierte que no tiene vocación para dedicarse al sacerdocio, matriculándose en la Universidad de Coimbra como estudiante de Derecho. Habían terminado las relaciones amorosas con la beata Felismina, que le guardaba fidelidad, permaneciendo amarrada a él en sus pensamientos. Veinte años más adelante, Felismina Oliveira fue la primera mujer que ocupó en Portugal las funciones de inspectora escolar, cargo que la mantenía cerca de Salazar, a quien dirigía directamente innumerables denuncias. En una de ellas le decía: ?Ayúdeme a ser peligrosísima, que yo no tengo miedo?. La fe católica le había impedido ceder al asedio amoroso de Salazar y que se uniesen en matrimonio, pero durante toda la etapa de la dictadura lo secundó espiritualmente en la mística nacionalista y la defensa de la Patria ?amenazada por los comunistas?. Felismina terminó entregando su vida a ?la causa salazarista?. El dictador sacó provecho, y no sería la única mujer amada y utilizada para sus fines políticos. El 10 de octubre de 1910, cuando Salazar arribó a Coimbra, se proclamó la República Portuguesa. La famosa universidad que lo registraba como alumno era centro de choques entre estudiantes monárquicos y republicanos. En esos antros cultivaría amistades cruciales, como con Manuel Gonçalves Cerejeira, quien sería más tarde el cardenal patriarca de la ciudad de Lisboa, ejerciendo esas funciones mientras Salazar era presidente del Consejo de Ministros. El joven estudiante comenzó a frecuentar la casa de la pianista Gloria Castanheira y allí surgió un romance muy fugaz con una muchacha de 16 años, Julia Etelvina. Las clases de piano eran un pretexto para encontrarse y, como es habitual en estos casos, se juraron amor eterno. Salazar era cinco años mayor que Julia y esa diferencia de edad fue suficiente para que la madre de la joven cortara el romance cuando lo descubrió, echándole en cara al ex seminarista haber abusado de la confianza de la familia. La atracción por el piano le haría conocer, posteriormente en esa misma casa, otra mujer que lo deslumbraría. La extraordinaria belleza de María Laura Campos Paiva, esbelta, de ojos verdes, lo cautivó, aunque ella ya estaba comprometida con un comerciante de la ciudad de Oporto, con el que contrajo matrimonio. El casamiento no fue óbice para impedir que el católico militante Salazar preservara una relación tan íntima como secreta con María Laura. Codició a la mujer ajena y obedeció a las punzadas del deseo. En 1928, siendo ministro de Finanzas y gozando de amplias facultades otorgadas por el presidente, Oscar Fragoso Carmona, continuó sus amoríos con María Laura aprovechando que ella y su esposo se habían mudado a Lisboa. Salazar, presidente de facto, le encargó la decoración de su casa, fomentando encuentros furtivos. Los amantes osaban pasear por el centro de la capital, azuzando la crisis matrimonial de María Laura, que terminó divorciándose. El 31 de diciembre de 1929, antes que la separación fuera sancionada por la ley, Antonio y María Laura esperaron juntos el año nuevo en casa de él. Pero contra todo pronóstico Salazar no se casó con ella. En noviembre de 1931 la joven contrajo nuevas nupcias con un tío de su anterior esposo, mucho más viejo que ella, trasladándose a vivir a Madrid. El fragor sentimental con Salazar no amainó. Sigilosamente ella visitaba Lisboa y se reunía con Salazar en el hotel Borges, en el céntrico barrio de Chiado. En el diario íntimo María Laura anotó: ?Sólo en un encuentro se siente verdaderamente el amor y una ausencia prolongada es morir un poco?. Esa historia de amor terminó en 1934. Salazar había asumido dos años antes la presidencia del Consejo de Ministros y envió un emisario a Madrid, para que María Laura le devolviera toda su correspondencia. Al otrora religioso no le gustaba dejar rastros de sus devaneos amorosos. En realidad, todo parece indicar que la ruptura se debió a que otra mujer, María Emilia Vieira, había atrapado los sentimientos del dictador. Antonio Salazar se encontraba en ese período sumergido en múltiples tratativas políticas, neutralizando a la derecha más radical y congregando a su alrededor a un grupo heterogéneo de monárquicos, católicos y nacional sindicalistas de inspiración fascista, lo que sería el andamiaje de su proyecto de creación del denominado Estado Nuevo y de un sistema de partido único, la Unión Nacional. María Emilia tenía 37 años y Salazar 45 cuando se inició esta extensa relación, rodeada de interrogantes. Para la atmósfera reinante, ella desconcertaba con un tren de vida irregular. Era bailarina y le gustaba la vida nocturna. Los que la conocieron la describen como una mujer muy elegante y de bello rostro, con cabello y ojos oscuros. Residió bastante tiempo en París antes de trasladarse a Lisboa en 1934. Trajo a Portugal el arte de elucubrar horóscopos y vaticinar el futuro. Ocupó una casa muy cercana a la residencia de Salazar y parece que se conocieron en el vecindario, aunque otras fuentes menos probables trazan el itinerario de políticos o personajes célebres que le pedían horóscopos a María Emilia, como los eslabones para entrar en contacto con Salazar. Juntos atravesaron tiempos tumultuosos, con la Guerra Civil en España y, después, la Segunda Guerra Mundial. Salazar experimentó con María Emilia la doble moral de presentarse casto y puro para consumo externo, compartir en las sombras los

placeres del amor con una mujer de vida liberal y, por si esto fuera poco, capaz de hacer pronósticos acerca del futuro, algo que ha continuado marcan-do los cielos políticos de muchos dirigentes de toda calaña hasta nuestros días. La pasión entre ellos era impetuosa. María Emilia alquiló una casa en la playa de Azambujinha, muy cerca de Lisboa, que se convirtió en el lugar ideal para los discretos encuentros entre los amantes. La pareja no podría tener hijos pues, por razones que se desconocen, a ella le habían extirpado los ovarios. Una de las pocas notas que se conservan de sus comunicaciones con Salazar dice: ?no he salido de casa esperándole siempre? ?Lo veré el domingo? Tengo una ansiedad horrible de encontrarle? Hay cosas que sólo en secreto le puedo decir?. En estos años difíciles, primero Salazar dio todo su apoyo a Francisco Franco, durante la Guerra Civil en España. Los refugiados que escapaban de España hacia Portugal eran llevados a verdaderos campos de concentración y los sospechosos de pertenecer al ejército republicano eran entregados a los franquistas, que de inmediato los fusilaban. Durante la Segunda Guerra Mundial, quizá apoyado por los horóscopos y los consejos futuristas de María Emilia, Salazar jugó un papel de supuesta neutralidad en el conflicto. Fue un verdadero malabarista que logró inmensos beneficios económicos para Portugal, vendiendo a Hitler volframio y alimentos (principalmente latas de conserva de pescado) para las tropas nazis, que extendían su dominio por toda Europa y el norte de África. Paralelamente, Salazar toleró que algunos miles de judíos y otros perseguidos políticos pudiesen escapar de las hordas hitlerianas a través de Portugal. Los hoteles de Lisboa eran el centro preferido de los espías, tanto al servicio de los Aliados como de los nazis. En la famosa película Casablanca, cuando Humphrey Bogart trata de salvar a su amante, precisamente el avión se dirige a Lisboa, como escala previa del viaje hacia Estados Unidos. Con todo, Salazar fue un maestro de las alianzas a dos bandas. En 1939, las reservas de oro del Banco de Portugal se limitaban a 65 toneladas. Durante los cinco años que duró la guerra los cofres recibieron 310 toneladas de oro, lo que fomentó, ya en la década de los noventa, las acusaciones de que Portugal había blanqueado una parte del oro saqueado por los nazis en varios países europeos. Una comisión investigadora encabezada por el ex presidente socialista, Mario Soares, determinó en 1999 que el oro de origen alemán recibido por Portugal durante la Segunda Guerra Mundial fuera adquirido como contrapartida de ?un comercio legítimo, conocido y aceptado por los Aliados?. En toda esta etapa llena de convulsiones hasta el final del conflicto mundial, Salazar debe haber encontrado en María Emilia el refugio tranquilo y seguro, una compensación para su vida austera, presentada casi como la de un monje dedicado a la Patria. Los encuentros a escondidas pero frecuentes con la bailarina y cartomántica que había llegado de París eran como una válvula de escape para un personaje que llevó una existencia bastante solitaria, sin sujetarse al casamiento. Probablemente por ser arisco a las nupcias, no sería casual que en 1946, después de terminado el conflicto bélico, María Emilia buscara una pareja más honda y cercana, decidiendo contraer enlace con un periodista de Diario de Noticias. Sin embargo, y al igual que María Laura Campos Paiva, sus relaciones con Salazar perduraron, aunque en un secreto mayor. Poco después de su matrimonio, ella escribe al dictador: ?Se puede cambiar de vida, pero no se cambian los afectos que incendian el corazón?. En verdad, las relaciones entre María Emilia y Salazar se extendieron durante más de tres décadas. Primero como amantes, después en plano de amistad. Todos los meses, María Emilia le mandaba al dictador su horóscopo y la correspondencia entre ellos sólo cesó poco antes de que Salazar sufriese el accidente que le apartó del poder. En los archivos se conservan los horóscopos enviados por María Emilia en 1967 y 1968. En el de 1967, ella predice malos augurios a Salazar, que nació en el mes de abril, bajo el signo de toro, y le anticipa ?el riesgo de un accidente?. Después de terminada la Segunda Guerra Mundial, Salazar debió enfrentar una situación muy delicada con la victoria de las democracias en Europa y el aumento de la presión externa sobre su régimen de Estado Nuevo. El dictador tenía que mover sus piezas en el plano diplomático. Incluso en los momentos de intenso intercambio comercial con el régimen hitleriano, Salazar siempre mantuvo un puente con Inglaterra, viejo aliado de Portugal. Tampoco había roto relaciones con los miembros de la familia real portuguesa, que se encontraban en el exilio. En mayo de 1945, invitó a Portugal a la última reina, Amelia de Orléans y Bragança, que vivía en el Castillo de Bellevue, en Francia. Salazar le sugirió que trajese también a otras damas de la corte. Amelia de Orléans anotó en su diario: ?Homenaje del Estado. Es el propio presidente Salazar que me recibe, discreto y sonriente como yo lo imaginaba, y además atento a lo que establece el protocolo (que yo conozco tan bien). No sé lo que la Historia recordará del actual presidente del Consejo de Ministros. Pero quiero subrayar que fue él quien restauró el orden en mi país, que había caído en una loca y sangrienta anarquía??. La condesa de Sabugosa formó parte de la comitiva de la reina, acompañada por su sobrina, Carolina Asseca. A los 45 años, Carolina era una viuda encantadora, de cabello oscuro y ojos castaños. Educada en Inglaterra era la dama ideal de sociedad, que hablaba perfectamente inglés y francés. Y Salazar, a los 56, no había perdido sus dotes de conquistador: Carolina comenzó a recibir bellos ramos de flores, enviados por él. La reina Amelia regresó a Francia el 30 de junio de 1945, pero Carolina Asseca decidió quedarse durante un tiempo en Portugal. Durante el período que permaneció en Lisboa Carolina cumplió el papel de Primera Dama en las ceremonias oficiales y corrió el rumor de que ella y Salazar tenían planes para contraer matrimonio. Aparte de la relación sentimental y amorosa, Salazar utilizó a Carolina para objetivos políticos. Ella era una gran amiga personal del embajador de Gran Bretaña en Lisboa y

esto sirvió para ir recuperando las deterioradas relaciones con los Aliados, debido al apoyo que Salazar había brindado a Hitler. El romance fue efímero, apenas duró unos meses, pero fueron suficientes para ganar mayores simpatías del gobierno de Londres. El inicio de la Guerra Fría le ofreció a Salazar una excelente oportunidad para granjearse la amistad de Estados Unidos. Consiguió que Portugal fuera aceptado como miembro fundador de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), en abril de 1949. En la etapa final de la Segunda Guerra Mundial, al darse cuenta de que la correlación de fuerzas favorecía a los Aliados, Salazar había permitido que los británicos utilizaran, desde 1943, la base aérea emplazada en las Islas Azores. Como el gobierno de Washington se mostraba cada vez más interesado en estas instalaciones militares, a medio camino entre Estados Unidos, Europa y el Medio Oriente, Salazar aceptó negociar con los norteamericanos. En 1951, fue firmado el Acuerdo de Defensa entre Portugal y Estados Unidos para formalizar la utilización de la Base Aérea de Las Lajes, en las Islas Azores, por parte de la Fuerza Aérea norteamericana. También en esta etapa el dictador recibió la propuesta de una escritora y periodista francesa, Christine Garnier, para escribir un libro sobre su vida. Salazar accedió con la condición de revisarlo todo antes de que fuese publicado. En la primavera de 1951 la periodista francesa llegó a Lisboa. Alta, delgada, de cabellos rubios, vestía de manera muy elegante. Después de las primeras entrevistas para el libro, Salazar la invitó a volver, pero para disfrutar de vacaciones. A partir de ese momento, Christine pasó largas temporadas en Lisboa y también en la casa de Salazar, cerca de Santa Comba Dão. Las fotos que se conservan muestran al dictador en poses algo románticas junto a la francesa. Se aprecia que Christine debe de ser unos 15-20 años más joven que Salazar. Pero a los 62 años el dictador conservaba un aspecto atractivo, con pelo canoso peinado hacia atrás y prácticamente sin arrugas en el rostro. En una de las fotos, tomada en la casa de Santa Comba Dão junto a un estanque, aparece Christine muy cerca de Salazar, que le muestra una carta o algún documento. Curiosamente, las fotos fueron tomadas por el inspector de la Policía Internacional y de Defensa del Estado (PIDE), Antonio Rosa Casaco, el mismo que dirigió la emboscada y asesinato, el 13 de febrero de 1965, en las cercanías de Badajoz (suroeste de España), del general Humberto Delgado, que en 1958 se presentó como candidato de la oposición en elecciones presidenciales. Estudios posteriores han demostrado que Delgado, conocido como ?el general sin miedo?, ganó aquellas elecciones, pero el régimen se las arregló para escamotearle el triunfo, a través de un fraude generalizado. Las relaciones y los encuentros entre Garnier y el dictador portugués se sucedieron durante varios años. Cuando ella estaba de viaje, o en París, recibía rosas enviadas por Salazar. Una de las notas que le envió decía: Merci pour les roses qui m?ont profondement touché - ce son les plus belles roses du monde! Cuentan que Salazar era tan austero que cuando sus trajes se desgastaban un poco los mandaba a colocar al reverso, para seguir utilizándolos. Sin embargo, su pasión por Christine le llevó a cometer algunos excesos. Por ejemplo, ordenó al embajador de Portugal en Francia que invitara a la escritora francesa para que le acompañara a comprar un anillo, con el pretexto de que era para la esposa del diplomático. Cuando Christine hizo la selección, se llevó la gran sorpresa de que se trataba de una orden de Salazar y que el regalo era para ella. La joya había costado 420 dólares, una cantidad considerable para aquella época. Entretanto, el marido de Christine, Raymond Bret-Koch, sobrino nieto del descubridor del bacilo de la tuberculosis, había encontrado las cartas que Salazar enviaba a su esposa y solicitó el divorcio. Por la lectura de aquellos textos, él no tuvo dudas de que ambos eran amantes. Las notas de Christine que se conservan en los archivos de Lisboa son pocas, pero no dejan de ser fogosas. En una de ellas le escribe a Salazar: Joie de recevoir votre adorable lettre si impregné de vous! El romance continuó y, en abril de 1958, cuando Christine estaba realizando un reportaje en Senegal, se sorprendió al recibir tres cajas de vino tinto Dão, una de las regiones demarcadas de Portugal y donde aún residían hermanas del dictador. Era otro regalo de Salazar. Ya en la década de los sesenta, cuando Salazar tenía más de 70 años, la mujer que continuaba fiel a su lado, la única que le cocinaba y lo atendía personalmente era María de Jesús, la que resolvía todos los problemas prácticos de la vida real, la que acompañó llorando el sarcófago hasta su última morada el 30 de julio de 1970. Ambos dormían en el mismo piso del Palacio de San Bento y algunos criados especularon que las dos pupilas que tenía Salazar podrían ser hijas de una unión secreta entre él y su ama de llaves. Sin embargo, el tiempo demostró que se trataba de una fábula, pues cuando María de Jesús falleció en su modesto apartamento del barrio de Benfica, en Lisboa, se comprobó que había muerto virgen. En septiembre de 1999, el historiador portugués Fernando Rosas escribió: ?El dictador tenía aureola de santo, quería parecer casto, porque, por falta de tiempo para ser un buen jefe de familia, se había casado con la Patria. Mantenía con la Patria, tal como lo presentaba la propaganda, una especie de relación incestuosa: era marido y padre al mismo tiempo?. Con todas estas historias, y los documentos que se han encontrado en los archivos, queda claro que el ex seminarista se había dado cuenta, hacía mucho tiempo atrás, que su atracción por el sexo femenino y el éxito que tenía en las conquistas amorosas, hacían imposible que se dedicara al sacerdocio. La casa familiar cerca de Santa Comba Dão ahora está en ruinas, pero si sus paredes hablaran, seguramente se descorrería el velo del mito de la dedicación total y absoluta a la Patria. Antonio de Oliveira Salazar no sería el primero, ni el último de los dictadores, en cubrir su vida privada con un manto de misterio para sostener un mito.

2 de marzo de 1953 Corroborando esa leyenda que en la vida de los personajes importantes abundan los misterios, en la de Iosif Visarionovitch Djougachvili, más conocido como José Stalin, pueblan su entrada en este mundo. Ante todo, las fechas retenidas para su nacimiento son dos: el 17 de diciembre de 1878 y el 21 de diciembre de 1879, ambas en la ciudad de Gori, una pequeña aldea de 4.000 habitantes, en la región del Cáucaso, a 73 kilómetros al noroeste de Tiflis, la capital de Georgia. La paternidad se halla en entredicho. Oficialmente se la adjudican a Vissarion Ivanovich Djougachvili, un zapatero por cuenta propia, arruinado e inclinado a la bebida del mosto que abundaba en la región, a quien abatieron algún día del almanaque de 1909, al saldarse una reyerta en un bar en las que cargó las de perder. A los 24 años se había casado en segundas nupcias con Ekaterina Gavrilovna Gulladze, de 18 años, afectuosamente apodada Keke. Los dos primeros hijos del matrimonio, Mikhail y Gueorgui, perecieron antes de cumplir un año, hablándose de un tercero asimismo muerto prematuramente, todos por causas atribuidas al alcoholismo del progenitor. Golpizas y disputas que desembocaron en la separación de sus padres marcaron la vida del matrimonio hasta que el niño rondó los diez años, cuyos antepasados fueron siervos de los dominadores mongoles, turcos y persas, hasta que los rusos anexaran Georgia en 1801, declarando la emancipación de la servidumbre en 1864. Hija de campesinos pobres, Keke habitó con su hijo Zozo, quien se pondría el seudónimo de Stalin, en una humilde vivienda de dos piezas en Gori, hoy un museo. La morada atestigua la precariedad que hasta los 16 años el muchacho compartió con su madre, en la exigüidad de los escasos muebles, una mesa para acomodar alternativamente los libros, cuader-nos y el samovar, y las escuálidas camas de madera. Keke pudo sobrevivir y criar a su hijo porque fue acogida como nodriza de Alekandre Iakovlievitch Egnatachvili, cuyo padre el conde Iakov Egnatachvili, habría sido el verdadero padre de Stalin, según pretende su nieta Nadejda. Su hipótesis abreva en la enfermedad que llevó a la tumba a Vissarion Djougachvili, en 1890?cobrando además las vidas de los dos hermanos del futuro dictador?la cual debió también cegar a éste; subrayando el hecho significativo que Stalin convocó a su hermano de leche a colaborar con él cuando se adueñó del Kremlin. La educación privilegiada que recibiría Zozo abona relativamente la teoría de Nadejda, pues los orígenes casi miserables de su abuelo, con un padre fracasado y que se oponía a sus estudios y una madre sirvienta y lavandera, no constituyen una influencia objetiva para explicar su ingreso en el seminario de Gori a los ocho años, a pesar de la calidad del trabajo del alumno que prontamente fuera recompensado con una beca. Zozo egresó con las mejores notas, sorteando con éxito el cambio de lengua en la enseñanza del georgiano al ruso. Fue propuesto para continuar estudios de seminarista bajo el paraguas de la iglesia ortodoxa en Tiflis, a donde se mudó con su madre en 1894, pero la política lo atraparía sin retorno, dejando atrás la Teología el 29 de mayo de 1899 cuando tenía 20 años, sumergiéndose intermitentemente en la clandestinidad. Rebelde de ojos oscuros y penetrantes, de porte comparado con el célebre explorador ruso Prjevalzki, el adolescente que cuando niño llegó a desafiar a su padre con un cuchillo, para defender a su madre, se convertiría en un simulador ante una formación basada en la coerción de la rusificación forzada, regida por los castigos corporales y la invitación a la delación como se estila en muchos colegios religiosos. Forjó una personalidad desconfiada y vigilante, atraído por lecturas prohibidas, adaptando en su provecho una disciplina rígida y espartana. Tuvo como canalización literaria algunas incursiones en la poesía, aunque su apogeo intelectual fue la pasión por la revolución, entendida como la transformación de la sociedad vigente por otra mejor, el ideal que sería el combustible de su temeraria andadura. En noviembre de 1900 Stalin fue electo miembro del Comité socialdemócrata de Tiflis, mezclándose con la organización malograda de una huelga en los ferrocarriles. Su existencia entró en una cascada de deportaciones, encarcelamientos, fugas, militancia clandestina y lecturas revolucionarias. Privado de su libertad durante un año y medio a partir del 6 de abril de 1902, luego fue deportado por tres años a la provincia de Irkoutsk, en Siberia, escapando del inhóspito destierro para volver en 1904 al Cáucaso como prófugo. Hasta 1913 se le conocieron ocho arrestos, siete condenas al exilio después de purgar penas de prisión, y seis evasiones. Marcado en su rostro por una viruela que tuvo cuando niño, su salud no era fuerte, sin que por ello menguaran sus románticos trajines trufados de peligros, escribiendo sus editoriales en Pravda. En esos años y siempre con el objeto de conspirar contra la monarquía, viajó a Finlandia, Bélgica, Inglaterra, Alemania, Austria y Polonia, conociendo en esos periplos a Lenin. Fue durante ese lapso que aparece la primera mujer en su vida, una costurera llamada Ekaterina Semionova Svanidzé, alias Kato, con quien se casó según el rito ortodoxo y en una ceremonia privada celebrada por uno de sus antiguos compañeros de seminario. Ella lo llamaba Koba. La fecha del casamiento no acierta un año definitivo. Se señalan 1902, 1904 y 1906. Vivieron en Baku, tuvieron un hijo en 1907 bautizado Iakov, y la joven esposa murió a los 24 años víctima de una epidemia de tifus. Ocurrió en noviembre de 1908 y Stalin fue autorizado por la dirección de la penitenciaría donde estaba encerrado para asistir a las exequias. Su trayectoria prudente, aunque arriesgada y subterránea, dificulta posteriormente seguirle la pista a su vida afectiva. En 1911 se lo localiza alquilando una habitación en casa de María Kouzakova, una viuda con cinco hijos de rasgos nordeuropeos, rubios y blancos, que contrastaron con los caucasianos de un sexto hijo, Konstantin, que la mujer daría a luz en 1912, cuya filiación, se aventura, conduce a Stalin, sin existir confirmación oficial, no obstante que el joven pareció ayudado por

una mano oculta en terrenos donde su presunto padre reinó omnisciente. Alcanzó un considerable nivel intelectual, participando en la dirección de propaganda del Comité Central y en el Ministerio de Cinematografía, y Stalin intervino personalmente para rehabilitarlo cuando por un arreglo de cuentas patrocinado por el nefasto superpolicía Lavrenti Pavlovitch Beria lo expulsó del partido y se aprestaba a detenerlo. Por cierto, desde antes que Konstantin naciera, Stalin se trasladó a San Petersburgo, donde lo enredan en un romance con Valentina Lobova, una agente de la Policía Secreta que le facilitó pasar la frontera en 1912 para viajar a Helsinski y Cracovia. Valentina fue arrestada y deportada a Siberia y Stalin, al abrigo de la represión en el extranjero, adopta justamente ese célebre seudónimo. Para algunos se debe a la adaptación en ruso de ?hombre de acero?, mientras que para otros cuaja en letras el encuentro amoroso con una compañera de lucha llamada Ludmila Stahl. La insurrección de febrero de 1917 encuentra a Stalin condenado a cuatro años de exilio. Caído el zar, el 8 de marzo emprende el regreso por tren y se aloja en San Petersburgo, en casa del obrero Sergei Alliluyiev y su familia, un militante ferroviario, amigo y camarada de anteriores gestas políticas, quien también supo albergar en su casa a Lenin. El anecdotario enhebra un accidente fortuito que había sellado la amistad de Sergei con Stalin con mucha anterioridad pues este último, durante la preparación de una huelga ferroviaria en 1903, salvó de morir ahogada a Nadia, de dos años, una de las dos hijas de los cuatro vástagos de Sergei. El nombre completo de ella era Nadejda Alliluyev, nacida el 22 de septiembre de 1901, que al reencontrar en 1917, a los 16 años, a quien la había salvado de las aguas 14 años antes, se enamoró perdidamente de él, 22 años mayor que ella. Stalin abandonó la viudez y se casó con Nadia, recibiendo en 1919 una casa en Moscú otorgada por el partido tras el triunfo revolucionario. Tendrían dos hijos, Vasili nacería en marzo de 1921, y Svetlana el 28 de febrero de 1926. La joven esposa siguió estoicamente al experimentado marido revolucionario. Fue su secretaria en la dirección del diario Pravda, y su asistente cuando el gobierno de la insurrección de octubre de 1917 lo nombrara Comisario para las Nacionalidades, y luego responsable del frente sur en la guerra civil. Ella militó incluso en áreas del partido dependientes del propio Lenin y fue el nexo de Stalin con los retazos de su propia familia, con su madre, Ekaterina Gulladze, que no pudo asimilarse a la vida moscovita cerca de su hijo y volvió al Cáucaso, y con Iakov, el hijo de Stalin con la fenecida Ekaterina Semionova Svanidze, Kato, cuyas hermanas fueron amigas de Nadia. Iakov, solo seis años menor que Nadia, siempre se entendió muy bien con ella, no obstante las desinteligencias que llevaron a la ruptura con su padre, que lo dejó morir en un campo de concentración nazi al oponerse a canjearlo por un general alemán hecho prisionero en Rusia, considerando no equitativa la oferta de Hitler. ??No cambio un general por un soldado!?, dicen que exclamó. Nadia marcaría con la tragedia la vida de Stalin, una unión sentimental muy fuerte, vivida conflictivamente por ella, que buscó autonomía intelectual y política, sin desatender los rigores de la militancia por el ideal común, ni las pulsiones del amor. Acompañaba a su marido a los periódicos retiros en una dacha en Sochi donde él se sometía a regulares curas para restablecer su salud, vulnerable a la hipertensión y el reumatismo. Administraba su correspondencia y le era leal pero nunca asumió el papel oficial de esposa o Primera Dama, sin olvidar que mantuvo su apellido de soltera. Nadia no aceptó los privilegios del poder, insistiendo en vivir en las mismas condiciones del pueblo, negándose durante mucho tiempo al chofer y al auto de función que le hacía otorgar su cónyuge. En ese contradictorio contexto de intimidad en los sentimientos comunes y toma de respetuosa distancia en el plano político, Nadia dejó el domicilio conyugal seis meses después de nacer Svetlana, yéndose a Leningrado a vivir con sus padres. No existen explicaciones plausibles del inesperado gesto. Persisten las conjeturas. Las versiones abarcan desde la depresión posparto hasta los reproches y celos de una esposa algo solitaria y bastante colérica, hiperactiva en el militantismo, poco apegada a sus hijos, ante un marido grosero, brutal y muy ocupado desde que asumiera la Secretaría General del Comité Central del PCURSS en 1922, los dos envueltos en los avatares del poder político en cuyos intersticios se acechaban mutuamente, contaminando con sus propias poluciones la atmósfera de las maquinaciones. Stalin consiguió que volviera a su lado dos meses más tarde, antes de terminar 1926. Se amaban y temían perderse el uno al otro pero competían y se recelaban. Esgrimían diferentes actitudes ante los hijos: ella severa y exigente, él compasivo y cariñoso aunque falto de tiempo para el afecto y el ocio. Nadia argumentaba que su marido era condescendiente con Vasili y Svetlana, a los que ella prefería siempre ocupados en cursos y actividades organizadas por el partido, confiando el manejo de la educación a preceptores. Tal vez la necesidad de crecer intelectualmente condujo sorpresivamente a Nadia a ingresar a la universidad en 1929. La pareja estaba de nuevo en crisis desde un año antes, cuando el hijo mayor, Vasili, intentó suicidarse porque su padre le prohibió casarse con su elegida, Zoya. Aunque Stalin la terminó aceptando como nuera, reconciliándose con su hijo, el vínculo quedó dañado, introduciendo un elemento dramático de discordia en la pareja. Para peor a Vasili y Zoya se les mu-rió Galina, la hija de un año. La pareja no se repuso de la pérdida y Vasili erró sin destino en el organigrama del Ejército Rojo, muriendo de un coma etílico el 19 de marzo de 1962. En 1930 Stalin y Nadia vivían separados en Moscú, pero se carteaban, manteniendo un equilibrio epistolar pacífico entre ellos. Él ya se había desembarazado de sus competidores o adversarios dentro del partido (León Trotsky, Lev Kamenev, Grigori Zinoviev, Nicolai Bujarin, Alexei Rikov y Mikhail Tomski). Ella estudiaba en la Academia Industrial y le contaba las penurias cotidianas: el desabastecimiento, el alza de los precios y el deplorable funcionamiento de los transportes públicos, pidiéndole por alguna persona injustamente sancionada. Siempre inquieta por la salud de Stalin, acudía a su lado los veranos en la finca de

Sochi donde él recibía especiales cuidados por sus dolencias. La correspondencia de esos años denota el interés del uno por el otro, y el deseo de volver a compartir momentos juntos, y aparejar encuentros en lugares y fechas consensuados. El respeto y la atracción eran mutuos. No hay vestigios de diferencias políticas, ni de rivalidades personales. Él no se refería a los problemas de Estado y tomaba en serio los estudios de ella. Nadia lo trataba como a un protector a quien puntualizaba sus angustias de estudiante, solicitando alguna rara vez una suma ínfima de dinero para sus gastos corrientes. Los hijos estaban ausentes de esas cartas. Pero en 1932 la salud de Nadia se quebrantó. La atormentaban dolores inexplicables de cabeza y borrascas depresivas. Su hermano Pavel, que vivía en Berlín, le aconsejó un médico de esa ciudad. Nadia viajó para hacerse ver, sin que se interrumpieran sus cartas con Stalin, preocupado por la desconocida enfermedad que ella incubaba. Él narraba las dificultades de los hijos, confesándole que se aburría sin su cercanía, programando reencontrarse en ese verano de 1932 en la dacha 9 de Sochi una vez concluido el 16 Congreso del partido. Sus síntomas de abrupta tristeza y abrasadora melancolía no se disiparon en Alemania. A su vuelta tenía el humor trastocado y su insatisfacción continuaba. Intentó sosegarse pasando una temporada con sus hijos en casa de sus padres en Leningrado, sin remedio. Su descontento de ignotas raíces la hacía repetir que estaba harta de la vida, ? nada me interesa, todo me disgusta?. Stalin la llamaba por teléfono y ella no le hacía críticas ni desaires. Parecía desinteresada del mundo, acariciando la muerte porque le pidió a su hermano Pavel que le trajera un revólver de Alemania, una manera sutil de eludir los controles que Stalin podía ejercer sobre ella. Lo usó en su lecho solitario la noche del 7 al 8 de noviembre de 1932. Fue después de una recepción en el Kremlin para festejar un nuevo aniversario de la Revolución bolchevique. El secretario general del Partido Comunista y su esposa compartieron una de las mesas, en la que Nadia le arruinó la cena a Stalin. Contrariada por no haber conseguido una rosa amarilla para adornar sus cabellos, debiendo contentarse con una blanca, de repente ella lo increpó, montándole una escena ante los demás comensales, en la que se cruzaron injurias cuyo contenido nunca pudo ser fehacientemente reconstruido. Nadia se fue de la celebración bruscamente, agria y rabiosa. Stalin se retiró normalmente después de la sobremesa, en compañía de su cuñado. Ella dio un paseo alrededor del Kremlin con Paulina, la esposa de Vyacheslav Molotov, quejándose de su vida, antes de despedirse y volver cada una a sus respectivos domicilios. Más tarde llamó por teléfono a Stalin, que no quiso ponerse al habla. Al tomar conocimiento del desenlace, al día siguiente, él se derrumbó. Se sintió avergonzado y lo tomó como una traición personal. Mandó redactar un lacónico comunicado oficial aludiendo a una muerte repentina y mintió a sus hijos que la madre había perecido de una apendicitis aguda. El 10 de noviembre de 1932 por la tarde los acordes de ?La Internacional? envolvieron el ataúd, pero Stalin no estuvo presente en las honras fúnebres, que fueron pronunciadas por Nicolai Bujarin y Lazar Kaganovitch. Pasó página acallando a los exasperados parientes que él no podía frenar la ola de rumores. El 18 de noviembre Stalin agradeció públicamente las condolencias, ordenando a un escultor labrar un busto de Nadia sustentado en una rosa. Se sabe que guardó un álbum con fotos de ella. En los libros hay un solo rastro del reconocimiento de Stalin al suicidio de su mujer. Fue ante Beria. Le echó la culpa a Nadia de la decisión, concretamente a su mal humor. Desde un año antes de la muerte de Lenin el 21 de abril de 1924, Stalin era omnipotente en la Unión de Repúblicas Socialistas y Soviéticas (URSS). Del inexpugnable centro de gravedad del régimen, no han filtrado indicios serios que establezcan relaciones con mujeres, posteriores a Nadia, aunque los rumores mencionan a Vera A. Davidoya, destacada cantante del Bolshoi, cuyo talento y compañía Stalin apreciaba, pues disfrutaba mucho de la ópera y de sus encuentros con músicos y artistas. Se lo sindica también comprometido sentimentalmente con Rosa Kaganovitch, hija de uno de sus más estrechos colaboradores. Con todo, se lo recorta más bien replegado sobre sí mismo, abroquelado en el círculo reservado de las familias de sus dos esposas, los Svanidzé, de Kato, y los Alliluyev, de Nadia, con quienes tenía un hilo permanente de contacto mediante una línea telefónica directa y especialmente tendida a tales fines. Eugenia, la esposa de Pavel, hermano de Nadia, fallecido en 1939, se convirtió fugazmente en la confidente de Stalin, pero durante la Segunda Guerra Mundial ella se distanció, temerosa de las intrigas del Kremlin. No obstante, la lejanía física cavó su fosa entre Stalin, constantemente en Moscú a la cabeza del Estado asentado en los procesos judiciales de limpieza interna desencadenados a partir de 1936, en marcha hacia la guerra contra el nacionalsocialismo alemán en 1941, y sus parientes, guarecidos fuera de la capital. Las purgas generalizadas en todos el país y la trayectoria inestable de sus dos familias, se sucedieron al enclaustramiento y muerte de su propia madre el 4 de junio de 1937, a cuyo entierro no asistió. Ella se apagó sin entender, en los rudimentos de su cultura georgiana, quién era y qué hacía su hijo, lamentando hasta el final que hubiera dejado trunca su carrera de cura. Se extinguió en la parvedad de sus dos piezas, siempre en el número 10 de la calle Catedral de Gori, en las bucólicas colinas del Cáucaso, bañadas por las remotas tradiciones helénicas, romanas y cristianas de la historia de sus pobladores, que precedieran las costumbres de mongoles, turcos y persas. En tramas probablemente urdidas por sus espías y consejeros, por acción, error u omisión, Stalin diezmó a sus seres queridos en la orgía de sangre con que depuró el este europeo, satelizando repúblicas contiguas y operando un blanqueo o lavado ideológico y político sobre millones de personas que podría caratularse de genocidio, con motivos de equivalente calado a los de causas raciales, étnicas y religiosas. María, una hermana de Kato, y su esposo, Mariko, fueron condenados a largas penas de destierro, finalmente ejecutados en 1941. Alexandre Svanidzé, padrino de Nadia, fue fusilado, imputándosele colaboración con el trotskismo. Por precaución, la esposa de Iakov, el hijo de Stalin con Kato, detenido en Alemania, al que su padre no quiso

canjear por un general nazi, fue mantenida en prisión durante dos años. Alekis Kapler, pareja sentimental de su hija Svetlana, estuvo cinco años en la cárcel y otros cinco asignado a residencia fuera de Moscú. Svetlana obtuvo de su padre después la autorización para casarse en 1944 con un amigo de su hermano, de religión judía y apellido Morozov, con el cual tuvo un hijo de nombre José, como el abuelo, pero los cónyuges se divorciaron. Al separarse, la policía desvalijó la casa secuestrando las pruebas materiales del matrimonio. Svetlana volvió a casarse en la primavera de 1949 con Yuri Zdanov, de cuya unión nació en 1950 Nadejda, la nieta del dictador que rastreó los antecedentes que fueron tan útiles para los biógrafos. Al igual que con su nacimiento, existen dos fechas para atestar el acto final de Stalin. Su muerte oficial fue el 5 de marzo de 1953 en sus habitaciones del Kremlin, cuando ya hacía tres días que era cadáver fulminado por un derrame cerebral.

30 de abril de 1945 Adolf Hitler nació el 20 de abril de 1889 en Braunau-an-Inn, una pequeña localidad austríaca. Fue el menor de los cuatro hijos de Alois Hitler y Klara Pölzl, pero tuvo otros cinco medio hermanos fruto de otros dos matrimonios previos de su padre. Este aduanero de posición acomodada, que cambiara seguido sus puestos geográficos de trabajo, quiso vanamente que Adolf abrazara un ofi-cio de servidor del Estado, muriendo imprevistamente de un ataque cardiaco cuando el muchacho tenía apenas 14 años. Bajo el ala de su madre y de sus hermanas, el joven tuvo así el camino despejado para dedicarse al dibujo, que lo atraía profundamente, y a disfrutar de sus inclinaciones por el teatro y la música. En una de sus salidas musicales se enamoró perdidamente de una hermosa y fresca Stephanie, a la que le declaró su pasión en una carta, aparentemente sin respuesta, contentándose con verla pasear del brazo de la madre de ella por las calles de la ciudad en que vivía entonces: Linz. En 1906 hizo su primer viaje a Viena, quedando impresionado por la galería de pinturas del Museo Imperial, muriendo su madre al año siguiente, ?un golpe atroz?, según confesara en su célebre libro Mi lucha. A los 18 años, se instaló en Viena subsistiendo de la venta de paisajes gracias a su amigo August Kubizek, dibujante como él que lo siguió de Linz en la aventura y con el que compartió una vivienda. De esa convivencia Kubizek concluiría que Hitler era un misógino, una etapa de la que él escribiría que se endureció, en la que no se le conoció ninguna relación femenina. Adolf fue aceptado como alumno en el Conservatorio de Música de Viena. Empero, vio frustrados sus intentos para entrar en la Academia de Bellas Artes. Sus planes se interrumpieron porque de súbito debió abandonar la capital austríaca para eludir a la policía, que lo buscaba por no haberse presentado al llamado a filas ante el estallido de la Primera Guerra Mundial. Reinhold Hanisch, otro amigo de esos años en Viena, supo recordarlo con ?muy poco respeto por el sexo femenino?, inmerso en un estilo de vida ?estrictamente moral?, cercano a los predicamentos de algunas ideas en boga que preconizaban el celibato entre los hombres. Ese credo lo fomentaban los pangermanistas de Georg Ritter von Schönerer, un puritanismo que alentaba hábitos alimenticios sin carnes ni bebidas alcohólicas a fin de controlar las pulsiones sexuales, que condenaban además la homosexualidad y la masturbación. El 24 de mayo de 1913 el joven austríaco Adolf Hitler se instaló en Munich, alquilando un cuarto en la casa de un sastre, sobreviviendo de la pintura de edificios públicos y cervecerías que copiaba de tarjetas postales porque no le gustaba dibujar al aire libre. Su desprecio por el ejército de su país de origen lo enardecía, consiguiendo que lo declararan inapto para el servicio militar el 5 de febrero de 1914 debido a una enfermedad pulmonar que había contraído en su infancia. Sin embargo, el joven estaba bien dotado y su salud no se hallaba resentida. El 18 de agosto de ese mismo año se alistó como voluntario en el ejército alemán, peleando en el frente de la frontera belga hasta el armisticio del 11 de noviembre de 1918. Fue condecorado por su arrojo y sangre fría, moldeando una personalidad decidida; se abocó a la lucha por el poder político, eludiendo amistades y afectos íntimos. Esta impresión se confirma en la única relación sentimental sostenida que Hitler entabló en su vida, con Eva Braun, una empleada de la tienda del fotógrafo Heinrich Hoffmann, a quien conoció en octubre de 1929. Ella era la hija de un maestro de escuela, Friedrich Braun, y de Franziska Kronberger, nacida el 7 de febrero de 1912 en Munich. Eva y sus dos hermanas, Ilse y Margret, recibieron una educación cristiana en un colegio de monjas pese a que el padre era evangélico. Tuvieron el pasar tranquilo de una típica familia de clase media, con casa propia y automóvil. Ella siguió cursos de especialización en francés, mecanografía y contabilidad en un liceo de señoritas en la frontera austrobávara. En los libros se la describe traviesa y perezosa, a la que fascinaban las novelas de amor, las revistas de cine, coleccionar fotos e ir a cafés cantantes o escuchar jazz, soñando con ser actriz o bailarina. Fue su patrón Heinrich Hoffman que bajo el apellido de Wolf presentó Hitler a Eva Braun. La muchacha percibió con exactitud la mirada de deseo que posó Adolf en sus piernas cuando se conocieron. Hitler vestía un abrigo inglés de color claro y sostenía un gran sombrero de fieltro en sus manos. Eva era una muchacha de 17 años, alta, rubia, agradable y de ojos azules, ? con un encanto humilde, casi temeroso?, como abreviaría más tarde Ernst Hanfstaengel, jefe de prensa de Hitler. Ese día Hoffman le pidió a Eva que fuera a traer salchichas y cervezas de un mesón vecino. Como si el encuentro fuera premeditadamente preparado por los dos hombres, el empleador de Eva se eclipsó luego de la tienda, dejándola a solas con Hitler. Al principio ella no reconoció al presidente del partido nazi NSDAP, tal vez por el curioso bigote de Adolf. Hablaron de

música y de la vida cultural de Munich y el puente cimentado en esa ocasión no se rompería hasta que la muerte lo cortara el 30 de abril de 1945. Resistiría a un drama amoroso que se le atribuye a Hitler con su sobrina Geli Rubel, hija de su media hermana Ángela. El 18 de septiembre de 1941 Geli se quitó la vida de un balazo, al descubrir o no soportar que estaba embarazada de su tío. Adolf veía con cierta regularidad a Eva en su empleo. Le llevaba flores o bombones, besándole la mano al saludarla, susurrándole frases galantes. De su puño y letra le dedicó una de las postales con su foto que se vendían en el negocio, afiches en miniatura de la propaganda del partido nazi, una moda en la dirigencia política alemana de los años 30. Hoffman invitaba la pareja a su casa y no es posible situar la fecha en que se hicieron amantes, pero Eva se lo confesó a sus dos hermanas, junto al temor de ser abandonada. La tienda prosperó mudándose a nuevos y amplios locales en 1932, siempre en Munich, engrosando su plantilla de empleados. Con discreción Hitler solía llevarla a la ópera, al cine, o partían de pícnic por los alrededores, comiendo a veces en una hostería bávara de la ciudad. El papel de ella se notaba relegado, espasmódico. Continuaba viviendo con sus padres aunque paseaba con Adolf en los coches del partido y concurría subrepticiamente a su casa, llegando Eva a comentar a sus hermanas que tenían sexo sobre un sofá que aparecía en las fotos de prensa cuando Hitler recibía a dignatarios extranjeros. Asegurado por su colaborador Martin Bormann de que Eva Braun no tenía sangre judía en sus antepasados, Hitler la incorporó al decorado de su actividad política, llevándola alguna vez en su comitiva, en un coche con vidrios tintados reservado para sus secretarias. El semiclandestino noviazgo hizo crisis el 1 de noviembre de 1932 cuando Eva se quiso suicidar por vez primera, dejando una carta de despedida. Se descerrajó un tiro del revólver de su padre cuya bala se alojó a escasos milímetros de la arteria yugular, un incidente que el médico, cuñado de Hoffman, hizo creer que fue un error de manipulación del arma. Los celos por sus ausencias, y la falta de cariño hicieron eclosión. Eva anotó en su diario íntimo que estaba literalmente desesperada: ?ahora vuelvo a comprar somníferos que me ponen como en trance y no tengo necesidad de pensar tanto sobre esto ?, escribió. En la noche del 28 al 29 de mayo de 1935 reincidió con un segundo intento de suicidio con barbitúricos, dejándole una carta a Hitler cargada de reproches, quien pasaba meses sin siquiera llamarla por teléfono. Ella esperaba que Adolf cumpliera su promesa de sacarla de la tienda de fotos y le regalase una casita para que allí fundaran su nido de amor. Hitler estaba de gira inaugurando la autopista Francfort-Berlín, o celebrando el Día de la Navegación Alemana en Hamburgo, guardando un celoso secreto sobre sus desplazamientos por razones de seguridad. Los rumores de que Adolf se había enredado con una ?walkiria? fueron tomados en serio por Eva, que lo espiaba, descubriendo que compraba flores para otra mujer y la invitaba a comer. ?Al fin y al cabo, debería conocerme lo bastante como para saber que nunca le pondría ningún obstáculo si de pronto descubrie-ra que amaba a otra?, relató ella en su diario, preguntándose: ??por qué me martiriza de este modo y no rompemos de una vez??. Fue su hermana Ilse que por casualidad a la mañana siguiente golpeó en la puerta de su habitación en la casa paterna intentando devolverle un vestido prestado para un concurso de baile, quien la encontró inconsciente por una alta dosis de Vanodorm. Temiendo lo peor, por precaución, arrancó las hojas del diario íntimo de Eva del 6 al 28 de mayo de 1935 en las que se leía: ?Yo, la amante del hombre más grande de Alemania y del mundo?. El padre estaba enterado que su hija de 23 años tenía un romance con Hitler. Lo desaprobaba y se opuso a la solución que Eva pactó con Adolf luego del segundo suicidio frustrado, que fue irse a vivir con su hermana Margret, a un piso de la calle Widenmayerstrasse en Munich, cercano al domicilio de Hitler, que pagaba las costas y el salario de una doméstica húngara. Disgustado, el padre le escribió una carta a quien era ya canciller de Alemania desde el 30 de enero de 1933, pidiéndole intercediera para que Eva volviera a la casa familiar hasta que se casara, pero ella interceptó la misiva y la destruyó. Eva Braun dejó de contar con la compañía de su hermana, instalándose a vivir sola entre 1936 y 1945, en una vivienda unifamiliar construida en 1925 en un barrio residencial de Munich, la que Hitler puso a su nombre en 1938. Desde allí dio curso a una doble vida porque se la solía atisbar furtiva en el domicilio público del Führer en el valle de Oberslazberg llamado Berghof, una presencia medio oculta, entrando y saliendo por las puertas de servicio, no mostrándose ante los visitantes a pesar de que actuaba como dueña de casa con el personal de servicio. Por la noche cuando finalizaban las actividades oficiales de Adolf, veían films, incluso películas que la censura alemana prohibía por ser supuestamente dañinas para el pueblo alemán. Cenaban en la intimidad. Él prefería platos vegetarianos y no le permitía fumar. Conversaban cerca de la chimenea. Y bromeaban o leían los diarios. Ella le desaconsejaba tomar sol y era hostil a que él bailara en actos públicos, aunque jamás se mezclaba en el juego político y quizá fue su táctica para retener a Hitler, quien solía desgranar su fobia a que las mujeres se entrometieran en las discusiones políticas de sus maridos. Sumisa, Eva le anticipaba a su hermana Ilse que si Adolf la mandaba a un campo de concentración ?yo no te sacaré?. En 16 años de relación una sola vez Eva intercedió para salvarle la vida a alguien: el Doctor Eduard Bloch, médico de la madre de Hitler, pudo ser liberado de un campo de concentración y escapar de Alemania. Ambiguo y secreto, Hitler daba una imagen espartana y sacrificada ante sus próximos colaboradores que llevaron a Ian Kershaw, el último y más profundo de sus biógrafos, a afirmar que, sentimentalmente, era un ?casco vacío?. Magda Goebbels, esposa del ministro de Propaganda del Tercer Reich, opinaba que el Führer era ?inalcanzable, intocable, sencillamente no es humano?, mientras que su marido comentaba que no le conocía vida privada. La estela de Eva era, no obstante, identificada por

algunos que la vieron pasando inadvertida en el Congreso del partido en Nuremberg en el otoño de 1935, año en que dejó de figurar entre el personal de la casa de fotografías de Hoffman pasando a integrar el secretariado de Hitler en el partido, cobrando un salario. Adolf se ocupó personalmente de decorar la casa particular de Eva en Munich eligiendo las alfombras, los gobelinos, los muebles y objetos de plata, y los cuadros, incluyendo sus propias pinturas. Le regaló un televisor, y el VW que Ferdinand Porsche le había obsequiado para su cumpleaños. Los dos eran aficionados a la fotografía y disponían de muy buenas cámaras Agfa y Leica, y de una filmadora Siemens de 16 milímetros. Se preservaron de la hecatombe 33 álbumes de fotos de Eva y películas realizadas por ella en color sobre la vida de la pareja, con un viaje de incógnito de ambos a Austria, y una visita de Estado a Italia entre el 3 y 9 de mayo de 1938, en el que Eva se desprendió del séquito oficial y, saltándose el protocolo, rodó una película que le exhibió al Führer cuando volvieron a Alemania. Casi no hay fotos oficiales en que aparezcan Adolf Hitler y Eva Braun, salvo una instantánea de la tribuna de honor de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1936, ella en una fila por detrás de él. Prácticamente no existe correspondencia de él a ella, salvo alguna notificación intrascendente, un hábito en un Führer que pensaba ?que todo aquello que puede ser hablado, no debe ser jamás escrito?, adverso a las cartas porque ?siempre hay algo en ellas de lo que después podemos arrepentirnos?. El 2 de mayo de 1938, después de la anexión de Austria, Hitler redactó su testamento, depositándolo en la Cancillería. Manifestó su voluntad de legar sus bienes al partido, enumerando, sin embargo, a los beneficiarios de su herencia, encabezando la lista con Eva Braun, antes que su hermana Paula y su hermanastra Angela. El 1 de septiembre de 1939 Hitler desencadenó la guerra. Al acercarse el fatal epílogo, hubo un encendido cruce de mensajes escritos, tras que Adolf saliera ileso del atentado del 20 de julio de 1944 en que se lo dio por muerto. Inquieta, Eva telefoneó al cuartel general y no consiguió sosiego. Adolf le escribió con el ánimo de calmarla que estaba bien ?no te preocupes, quizá un poco cansado? esperando ?volver pronto a casa para descansar en tus brazos?, reconociendo tener ?una gran necesidad de paz, pero mi obligación para con el pueblo alemán precede todo lo demás?. Como prenda de entrega y gratitud Hitler le anunciaba el envío ?del uniforme de ese desgraciado día?, símbolo ?de que la providencia me protegió y ya no tenemos que temer a nuestros enemigos?. Firmaba A. H. ?de todo corazón?. Al borde del colapso ella le derramó el torrente que fluía de lo más profundo de su alma: ?Querido, estoy fuera de mí. Me muero de miedo, estoy próxima a la locura. Aquí hace buen tiempo, todo parece tan pacífico que me avergüenzo. Sabes que siempre te he dicho que me moriré si te pasa algo. Desde nuestro primer encuentro he jurado seguirte a todas partes, incluso a la muerte. Sabes que sólo vivo por tu amor. Tu Eva?. El 9 de febrero de 1945 Eva Braun celebró en Munich su cumpleaños con retraso. Fue una fiesta con un tono de despedida porque arreciaban los bombardeos. Puso fin a sus actividades sociales y pintó su coche de gris para camuflarlo si podía ser identificado, lanzándose al mes siguiente a atravesar Alemania por carretera para ir al encuentro de Hitler en Berlín. Adolf se emocionó con el gesto y trató de disuadirla que retornara a Munich pero ella no cambió de parecer. La pareja se instaló en el búnker subterráneo de los jardines de la Cancillería. El 13 de abril de 1945 hay constancias de que Eva Braun se informó ante el teniente general Gerhard Engel de cómo dispararse un tiro certero que la matara. Rechazó la posibilidad de escapar por vía aérea, en un avión previsto solo para ella listo para ser conducido por la mejor piloto femenina de Alemania. Parecía encajar con naturalidad el cañoneo constante con que el Ejército Rojo asediaba a la capital del Tercer Reich, mostrándose ?muy feliz de estar cerca de él precisamente ahora?. El 20 de abril fue el cumpleaños 56 de Hitler, que dos días después resolvía quedarse hasta el final en la capital. El 24 de abril Eva fue informada que de Munich solo quedaban ruinas. Dos días más tarde redactó su testamento. Legó a su padre el Mercedes cabriolet, a su madre la mitad de los abrigos de pieles, alfombras, dinero en efectivo y el gran cuadro del Führer. Su gran cantidad de perfumes, zapatos, ropas y alhajas las repartió en el papel entre sus hermanas y amigas. A su hermana Ilse le debía corresponder la casa de Munich, sus muebles y su VW. A su otra hermana Margret le dejaba sus escritos. La instruía que destruyera ?toda mi correspondencia privada y sobre todo las cosas de negocios?, pidiéndole fuera al Berghof, la residencia particular de Hitler en el valle del Oberslazberg, para que hiciera desaparecer también ?un sobre dirigido al Führer que se encuentra en la caja fuerte del búnker?. En cambio, ?las cartas del Führer y mis apuntes para las respuestas (cuaderno azul encuadernado en cuero) te ruego las envuelvas en material impermeable y las entierres. ?Por favor, no las destruyas...!?. El 27 de abril de 1945 un militar que se encontraba de servicio en el búnker describió a Eva ?sentada a la mesa de la antesala con Hitler y varios hombres de su entorno y charlaba con vivacidad. Hitler escuchaba. Ella tenía las piernas cruzadas y miraba abiertamente a todos los que hablaban. Al primer vistazo me llamaron la atención especialmente su rostro ovalado, dos ojos brillantes, una nariz clásica y un cabello rubio y hermoso. Llevaba un vestido gris entallado, que dejaba advertir las líneas de una mujer muy bien formada, unos bonitos zapatos y un hermoso reloj de pulsera guarnecido de brillantes en la esbelta muñeca. Sin duda era realmente una mujer hermosa. En todo caso, resultaba un tanto afectada y teatral en su forma de expresarse?. Adolf asistía a la agonía de la dictadura parda, desgarrado por la deserción del jefe de la SS, Heinrich Himmler, que se había conectado con los aliados para rendirse. Poco antes de la medianoche del 28 Hitler ordenó que se preparase la habitación de las conferencias en su búnker para una ceremonia. El oficial de registro civil Walter Wagner, que estaba afectado a una unidad militar cercana, fue convocado de urgencia para celebrar los esponsales del Führer y de Eva Braun, quien llevaba un

vestido de tafetán largo y cerrado y lucía sus más hermosas joyas. Los testigos en actas fueron los fieles Joseph Goebbels y Martin Bormann. La boda quedó asentada a las cuatro de la mañana del 29, sellando el casamiento ante la ley de contrayentes arios, en buena salud. Leídas las amonestaciones de rigor el ?Sí quiero!, precedió a la protocolización del documento, pero las confusiones y desórdenes de la macabra ceremonia sitiada por el enemigo soviético, se completaron recién después de medianoche. Eva casi olvidó su nuevo nombre de casada al empezar a escribir con B su apellido en lo que fue la primera y última vez que firmó como Eva Hitler, tan solo algunos momentos antes que en compañía del personal de servicio, cumplieron el rito de brindar por las nupcias y la felicidad de los novios. Hitler se apartó de la patética fiesta para dictar sus voluntades postreras. Consideró ?que había creído durante los años de lucha no poder asumir la responsabilidad de fundar un matrimonio, me he decidido ahora, antes de que finalice este mi camino terrenal, a tomar como mujer a aquella muchacha que después de muchos y largos años de fiel amistad quiso venir, voluntariamente, a la ya casi cercada ciudad, con el fin de compartir su destino con el mío. Es su deseo ir a la muerte conmigo, como mi esposa. La muerte no nos restituirá lo que nos robó a ambos mi trabajo al servicio de mi pueblo. Todo lo que poseo le pertenece?siempre y cuando tenga algún valor?al Partido. En caso de que éste ya no existiese, al Estado; si éste fuese aniquilado, ya no es necesaria otra resolución de mi parte. He coleccionado mis cuadros, comprados por mí durante el transcurso de los años, no para ser utilizados por motivos personales, sino siempre para la creación de una galería de arte en mi ciudad natal de Linz del Danubio. Sería mi deseo más cordial que pudiese cumplirse con este testamento. Como albacea testamentario nombro a mi más fiel partidario, Martin Bormann. Queda autorizado para adoptar todas las resoluciones definitivas y legales. Se le permite pueda separar del fondo hereditario todo aquello que posea el valor de un recuerdo, o que se precise para la conservación de una humilde vida burguesa, entregándoselo a mis hermanas, así como sobre todo a la madre de mi mujer, y también a los ya por él conocidos fieles colaboradores y colaboradoras, a la cabeza de los cuales se hallan mis viejos secretarios, secretarias, la señora Winter, etc... que durante muchos años me apoyaron con su trabajo. Yo, personalmente, y mi esposa escogemos la muerte, con el fin de evitarnos la vergüenza de una huida y de la capitulación. Es nuestro deseo ser inmediatamente incinerados en el mismo lugar en el que he realizado la mayor parte de mi trabajo diario durante un servicio de doce años a mi pueblo?. Puso su firma probablemente entrada la noche del 29 de abril de 1945. Los recién casados se fueron a dormir. Al despertar al día siguiente Eva le pidió a su doncella Liesl que la llamara ?señora Hitler?, encomendándole que el traje que llevaba en la boda y la alianza se las entregara a su amiga Herta. A poco de avanzada la tarde y avistando las primeras tropas soviéticas a unos quinientos metros del búnker los flamantes esposos acabaron suicidándose. Hacia las 15:30 horas del 30 de abril de 1945 él se pegó un tiro en la cabeza con su Walter 7,65. A su lado, ella se envenenó, dejando sin utilizar sobre su falda un revólver. Lo hicieron a solas recostados sobre un sofá, en una sala a la que debían llegar los ecos del bullicio de sus colaboradores y amigos, todavía bailando por el casamiento. Bormann mandó rociar ambos cuerpos con gasolina y los despojos fueron quemados en un patio de la Cancillería. Eva Braun estuvo casada con Adolf Hitler apenas unas quince horas, pero el responsable de la mayor conflagración europea en el siglo xx fue el hombre de su vida.

20 de noviembre de 1975 Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo Franco nació en el puerto de El Ferrol, Galicia, España, en la madrugada del 4 de diciembre de 1892. Fue el segundo de los cinco hijos de Nicolás Franco Salgado-Araujo y María del Pilar Bahamonde y Pardo de Andrade, casados el 24 de mayo de 1890. Era una época en que España afrontaría traumáticamente las pérdidas de Cuba y Filipinas y el cuestionamiento de los valores imperiales, arreciando la crisis en esa zona de los puertos gallegos donde se asentaban las bases navales y astilleros del poderío marítimo que se derrumbaba. Francisco fue el más introvertido y astuto de los hermanos. Nicolás, el mayor, extrovertido y alegre, se pareció en su temperamento al padre, un contador de navío jovial y de ideas que se frotaban con el liberalismo y la masonería. El tercero, Ramón, audaz y generoso, precedió a las dos mujeres: Pilar, de carácter varonil y Paz, fallecida a temprana edad. La familia se domicilió en la propiedad que los Franco poseían desde el siglo xviii, en la calle Frutos Savedra 108 de esa ciudad, de la cual el padre se marchó a Madrid en 1907, detrás de las faldas de Agustina Aldana, una doméstica con la que formó una nueva pareja. La madre se hizo cargo de los hijos y fue, en el andamiaje cerebral del futuro dictador, el modelo deseado para España cuando tuviera el poder, para él un baremo de decencia y respetabilidad. La mujer asumió el abandono de su marido con serenidad y entereza, trasluciendo la resignación cristiana que predican los sacerdotes cuando surgen los contratiempos irreversibles en la vida. A los 15 años Francisco eligió la carrera militar a pesar de su metro sesenta y cinco de estatura y su voz atiplada, ingresando en la Academia de Infantería de Toledo. Su divisa era sanear una España ?enferma y ofendida por la pérdida de las colonias?. En 1909 las convulsiones sociales estremecían a la España del primer gobierno de Antonio Maura. La situación se degradaba. Los anarquistas se adueñaron de Barcelona por algunos días, furiosos contra las iglesias católicas y sus feligreses y pastores. La represión del Ejército fue despiadada. Conatos de asalto contra el embarque de tropas al África fogoneaban un

clima antimilitar en el país, dentro de una Europa que trastabillaba hacia la Primera Guerra Mundial. El 13 de julio de 1910, clasificado 215 sobre 312 candidatos, accedió al cuerpo de oficiales del Ejército, pasando a desempeñarse en su ciudad natal, El Ferrol. A los 19 años, como alférez, fue enviado a Marruecos, ascendiendo a teniente, ocupándose de una compañía, siendo herido en el bajo vientre en el curso de una refriega con los insurrectos moros. Trasladado a Oviedo para terminar su convalecencia, el destino castrense le depararía conocer a quien sería su esposa, Carmen Polo. El 11 de junio de 1902, en Oviedo, había nacido Carmen Polo y Martínez Valdés, según su biógrafa Assumpta Roura, una fecha que la Enciclopedia Británica corrige por la del 9 de ju-lio de 1900. Fue criada por su tía paterna Isabel Flores, secundada a su turno por una gobernanta inglesa y otra francesa, al perder a su madre poco después del último de los tres partos de sus hermanos Isabel, Zita y Felipe. En el colegio de señoritas donde estudiaba no pasó desapercibida la llegada del nuevo jefe de la guarnición de Oviedo, que vivía cerca de su casa, en el Hotel Paris, porque además era soltero y gustaba de pasear a caballo por la ciudad de 50.000 habitantes ostentando sus galones. En 1917 se lo presentó su tía Isabel en una comida social. Ella tenía 15 años. Era una chica más alta que él, espigada y bella, con el pelo negro en trenzas. A los 23 años, el Comandante más joven de España quedó prendado. La aparición femenina vino a quebrar el tedio de su faena cuartelera, circunscripta a formar oficiales, apartado de matar el ocio como sus camaradas de armas con el juego o la bebida. La relación que se entabló debió burlar la prohibición de los mayores de Carmen, liberales ariscos a los militares. Francisco consiguió eludir el cerco a través del hermano de un profesor suyo en la Academia Militar de Toledo, que era el médico de la familia Polo. Conectándose por recados enviados vía terceros o deslizados subrepticiamente por él en el abrigo de ella colgado en el perchero de un café donde se cruzaban ignorándose, hilarían encuentros fugaces. Los lazos epistolares serían intensos hasta que Felipe Polo, padre de la muchacha, fue puesto delante de la evidencia de las cartas por las monjas que educaban a su hija. Carmen se las apañó para convencer a su progenitor, formalizando el noviazgo a sus 16 años. Pero en 1920 las tareas militares de Franco lo alejaron de Oviedo. A los 28 años le encargaron de formar un batallón en Ceuta al estilo de los legionarios franceses, compuesto por delincuentes y criminales recientemente reclutados. Volvió a Oviedo en 1922, casándose con Carmen el 22 de octubre del año siguiente, celebrando una multitudinaria ceremonia religiosa en la Iglesia de San Juan Real de esa ciudad. Culminaban seis años de noviazgo y los historiadores aún hoy se preguntan si ella estaba enamorada de verdad o era más bien Franco el que estaba enamorado de ella. Acompañado de su esposa, retornó al África en 1926 para reprimir a los independentistas marroquíes, entrando al fin de ese año en la oficialidad superior, siendo instituido general de división y puesto al frente de la Primera Brigada con asiento en Madrid, el general más joven de Europa. En septiembre de 1928 nació María del Carmen Franco Polo, la única hija del matrimonio, sujeto de controversia porque las habladurías dificultaban atestiguar que se hubiese visto embarazada a la madre. Se comentaba que era una hija adoptada, pues Franco estaba impedido de cumplir sus deberes conyugales, secuelas de su herida en el bajo vientre en el frente marroquí. Otros reponían que Carmen no podía ser fertilizada adecuadamente. Se terciaba que la niña provenía de la unión de un hermano de Francisco con una sirvienta, justificando a la vez los rasgos de los Franco y el origen ajeno al general y su esposa. Mientras él culminaba la misión de fundir en una las cuatro academias militares de España en Zaragoza, y profundizaba su anticomunismo primario suscribiéndose a una publicación suiza, la Entente Internationale Anticomuniste, ella solía resbalar en el desengaño. Se le venían al suelo sus aspiraciones de rozar la nobleza y congeniar con intelectuales en tertulias, teatros y otras mundanidades. Su marido le parecía lo que en el fondo siempre había sido y ella no quería ver: un hombre tosco y sin educación, primordialmente interesado por las guerras y las armas. Depuesto el fascista José Antonio Primo de Rivera, el gobierno de izquierdas de Manuel Azaña cerró la Academia de Zaragoza en junio de 1930 y Franco recibió el mando de la brigada de infantería de La Coruña, subiendo a la jefatura del Estado Mayor del Ejército a fines de 1934, bajo el gobierno de derechas que encabezaba José María Gil Robles, descollando en la represión de una huelga de mineros en Asturias, que en 1935 causó un centenar de muertos, otro tanto de heridos, y 2.000 detenidos. Pero en febrero de 1936 Manuel Azaña recupera el poder y destina a Francisco Franco a las Islas Canarias, donde el general baraja la posibilidad de colgar el uniforme y presentarse al Parlamento, desechando finalmente la tentación por no sentirse seguro de ganar el escaño. A su vez, temeroso de perder el empleo militar, Franco duda de sumarse a la conjura para derrocar a la democracia por la misma razón, vacilando al no ver reunidas garantías de victoria. A mediados de julio de 1936, avanzada la conspiración y próximo el desenlace, Franco decide poner su mujer e hija fuera del Teatro Nacional. Financiado por un banquero amigo, Juan March, y protegidas por escoltas y un criado, Lorenzo Martínez Fuset, las envía de Canarias a Portugal, para allí transbordar a un barco alemán que las llevará a Le Havre. Las dos mujeres llegaron a París el 20 de julio de 1936, viajando de inmediato a Bayona, a casa de la familia de una de las gobernantas de Carmen Polo cuando era niña. Un día antes Franco se sublevó, arrebatando el mando de las unidades del Ejército de España en África, pidiendo a las potencias del eje aviones para transportar sus tropas a la Península Ibérica. El 12 de septiembre una junta de generales lo nombró Generalísimo en Burgos. Se hizo jefe de gobierno el 1 de octubre, a la edad de 43 años. Formó su primer gabinete el 30 de enero de 1938 en Salamanca, donde se reencontró con su mujer e hija. Venció a las Fuerzas Armadas de la República el 1 de abril de 1939, gracias

a la ayuda militar de la Alemania de Hitler y de la Italia de Mussolini. Sobre una alfombra de cadáveres, el Caudillo entró ese día triunfante en Madrid. El Papa Pío XII bendijo que desde España saliera la salvación del mundo. Con Francisco Franco quedó el tendal, y los sucedáneos de asesinatos, venganzas y fusilamientos, cárceles abarrotadas y el hambre extendiéndose en una población atemorizada, acomodaron una tiranía en el terror emanando de un hombre que solo decía ser responsable ante Dios y la historia. Carmen Polo no estuvo ausente de ese cuadro, escogiendo respaldar totalmente a su marido, negándose a interceder por ninguna de las víctimas. Se la describe como una mujer preocupada por las apariencias, con una gran cantidad de collares encima, ruda con los sentimientos, imbuida de ciertas imágenes de cómo debían ser las cosas. Su extrema codicia se unía a una gran frialdad, tamizada por una religiosidad extrema. El rosario vespertino y las misas diarias que ella comulgaba junto a él desde antes se instauraron en el Palacio del Pardo de Madrid donde fijaran aposentos el 15 de marzo de 1940, pasaron a integrar el libreto cotidiano hasta el fin de sus días. El Generalísimo firmaba las sentencias de muerte después del desayuno, mientras ella ignoraba los pedidos de clemencia de huérfanos, viudas, esposas, novias e hijos, parientes de los que su marido despachaba al cadalso. Su moral cristiana hervía en bailes de beneficencia y en limosnas que se encargaba de promocionar en actos de la Cruz Roja, precediendo su entrada por la Marcha Real, como si fuera la reina del país. Carmen fue la intendente del palacio dictatorial, mandando en la vida privada del Caudillo, y en la de su hija y siete nietos. Atendía también los haberes de ella y su esposo, haciéndolos fructificar como si Dios se los hubiera dado para mayor gloria. En 1942 hizo constituir a su medida el Patronato de Protección a la Mujer, o más vulgarmente conocido como la Obra españolísima, para ocuparse de la moral femenina y de las buenas costumbres corrompidas de tantas impurezas dejadas por los ?rojos?. En sus discursos aseveraba que el conocimiento analítico puede perturbar las finas arterias de la feminidad, y que el talento creador ha sido reservado por Dios para las inteligencias varoniles. Al escuchar por Radio Nacional de España al poeta de origen peruano Felipe Sassone recitar ?A Albertina de la Rosa/ le hiede mucho la cosa/ ?y quieren que no le hieda/si la fornica Albareda??, Carmen lo persiguió para meterlo en la cárcel, de la que se salvó gracias a su embajada en Madrid que le dio cobijo. Preconizando esos valores la dictadura de Franco se asemejaba a la de Hitler, en la consigna Kinder, Kirche und Küche (o sea, niños, iglesia y cocina). A pesar de que Carmen Polo promovía la causa nazi y el apoyo a la guerra de conquistas desencadenada por Hitler, el Caudillo retaceará el sostén abierto de España. Reunidos los dictadores en Hendaya el 23 de octubre de 1940, Madrid comunicará su apoyo a Berlín con el envío de la División Azul al frente ruso para combatir a los bolcheviques, sin dejar de mantener relaciones diplomáticas con las potencias aliadas en contra de Alemania y Japón. Franco no podía lanzar un país arruinado por la guerra civil a otra contienda internacional. Equilibrista en lo externo, seguía la misma norma en lo interno, conjugando los componentes del nacionalismo en torno a su figura, congregando a falangistas, juanistas, carlistas, monarquistas, católicos y conservadores. Implantó un régimen antiliberal y corporativo, una fórmula que le permitiría gobernar durante 36 años, muchos de ellos por decreto, suprimiendo las libertades democráticas y los derechos políticos y sindicales. Por lo demás hizo lo que otros dictadores para afianzarse en el poder: prohibió los partidos políticos, restringió la libertad de prensa, los libros y la expresión cultural en general, reafirmándose con un plebiscito el 7 de julio de 1947. Se vistió como sus predecesores y sucesores en un sitial cuya única legitimidad era el uso indiscriminado de la fuerza, haciéndose obedecer por el miedo. Creó su propia propaganda personal, atrayendo como un imán a quienes mejor consiguen un lugar en estos regímenes; los cínicos y oportunistas pues un dictador necesita criados, lacayos obedientes. La rutina de la vida conyugal solo se vio alterada por escasas disputas familiares y alguna rara desavenencia con la jerarquía de la Iglesia Católica. Carmen marcaba las reglas de la moral y corregía las desviaciones de sus allegados castigándolos con el alejamiento del centro de gravedad del poder. Al revés de su padre, el Caudillo dio la impresión de abstenerse de la presencia femenina en su entorno, manteniendo una relación en donde primaba lo espiritual con las cuatro mujeres de su vida: su madre, su esposa, su hija y su hermana. La fidelidad del Generalísimo para con su progenitora se puso en evidencia al morir su padre, quien nunca simpatizó con sus ideas políticas, protagonizando el incidente de prohibirle a su pareja, Agustina Aldana, asistir al funeral, confirmando su carácter despiadado para los que no pensaban como él. Preocupada por encontrarle un buen marido a su hija, Carmen deparó en la nobleza. Autorizó que se casara el 10 de abril de 1950 con Cristóbal Martínez Bordiu, marqués de Villaverde, nupcias de las que en tiempo reglamentario traerían a esta tierra a María del Carmen Esperanza de la Santísima Trinidad y de Todos los Santos Martínez Bordiú y Franco. Evidentemente, la abuela pensaba en el bronce de la posteridad con la restauración de la monarquía que pergeñaban con su marido, que se concretaría en el crepúsculo de la dictadura con la ley ordenada para votar a las Cortes el 22 de julio de 1969, designando al príncipe Juan Carlos de Borbón rey a la muerte del Caudillo. Indiferente a la realidad social circundante, Carmen transformó la modesta casa de los Franco en El Ferrol en una especie de museo, en la que puso en evidencia su gusto artístico por las antigüedades, haciéndose construir paralelamente un mausoleo en vida para perpetuar el linaje de los Franco en un terreno cedido por el patrimonio del Estado. A la relativa bonanza política que la dictadura gozó durante la guerra fría retejiendo sus alianzas con los países vencedores de la Segunda Guerra Mundial en nombre del anticomunismo, se sucedió el letargo de los años sesenta, en cuyos intersticios se fue gestando una oposición social a los hábitos tradicionales con la moda del bikini y los pantalones femeninos, incubando una

silenciosa pero creciente resistencia política. El independentismo vasco desbordó en la lucha armada, copiando los modelos que mamaran del guevarismo latinoamericano y la Revolución argelina. El 20 de diciembre de 1973 los separatistas de ETA le aniquilaron a Franco la pieza esencial de su dispositivo. El almirante Luis Carrero Blanco se desintegró por los aires de Madrid. Fue un golpe fenomenal asestado al régimen y a su líder. Correligionario desde los años en que ambos sirvieran en Marruecos, secretario de la presidencia y ministro de varias carteras que integró todos los gobiernos de Franco desde 1941 hasta su muerte, Carrero Blanco fue la eminencia gris del Caudillo, un ultracatólico y acérrimo antiliberal, su mano derecha. Fue justamente en ese año 1973 en que dimitió de la presidencia del gobierno, en beneficio del rey Juan Carlos, pero absorbido por sus obsesiones del poder se arrepintió y retomó sus funciones, hasta su muerte el 20 de noviembre de 1975. Carmen Polo lo acompañó hasta el final, acrecentando su influencia cuando él ya era una piltrafa humana, mantenido en vida casi artificialmente por los médicos. Heredó varias propiedades inmobiliarias, como el ?pazo? de Meirás, en La Coruña, y el palacio del Canto del Pico, en Torrelodones, y un título nobiliario, el de duquesa de Franco, otorgado por el Rey Juan Carlos nada más acceder al trono. Carmen Polo falleció en la indiferencia nacional el 6 de febrero de 1988 en Madrid. La hija del matrimonio, asimismo Carmen, demandó al Ministerio de Defensa del Reino de España en julio de 1998, reclamando una pensión como hija de militar. Su liviandad se había puesto de manifiesto en abril de 1978, cuando los servicios de aduana de España la descubrieron intentando sacar del país 38 piezas de oro y brillantes de casi dos kilos de peso. Se la multó por contrabando y se la redimió de una condena aceptando su versión que pretendía llevar las monedas a Suiza para montarlas en un reloj. Es también cierto que la hija del dictador no consiguió pensión alguna. No cumplía con los requisitos que exige la legislación de clases pasivas, que es ser menor de 21 años (ella contaba 71 en el momento de la solicitud) y que antes de cumplirla estuviera incapacitada para todo trabajo y pudiera peticionar el beneficio de la justicia gratuita. Ella creyó que debía sucederle la pensión de viudez de su extinta madre, al haber enviudado a su turno del marqués de Villaverde en febrero de 1998. El gobierno del Partido Popular que encabeza José María Aznar, en el que se han reciclado los nostálgicos del ?franquismo?, denegó, sin embargo, el reclamo en octubre de 1998. Como su padre era el general más condecorado de España, Carmen recurrió ante el rey invocando dos medallas individuales y la Cruz Laureada de San Fernando. El monarca, en tanto jefe de Estado, delegó en el ministerio de Defensa. La respuesta fue negativa, ofreciéndosele la alternativa de apelar en el fuero contencioso-administrativo, pero Carmencita no ha dado signos de querer acudir a los tribunales.

fuentes 1. Svetlana Alliluyeva, Vingt lettres à un ami, Éditions du Seuil, París, 1967. 2. Archivo de Diario de Noticias, Lisboa y revista Visao, Portugal, 27 de julio de 2000. 3. Felicia Cabrita, Mulheres de Salazar, Noticias, Portugal, 1999. 4. Correspondencia de Salazar en el Archivo Nacional. Torre do Tombo, Lisboa. 5. Jean Ellenstein, Staline, Éditions Fayard, París, 1984. 6. Antonio Ferro, Salazar, le Portugal et son chef, Grasset, París, 1934. 7. Joachim C. Fest, Hitler, Juventud y conquista del poder, Editorial Noguer, Barcelona, 1974. 8. Christine Garnier, Vacances avec Salazar, Grasset, París, 1951. 9. Miguel González, El País, Madrid, 11 de julio de 2001. 10. Adolf Hitler, Mi lucha, Editorial Antalbe, Barcelona, 1984. 11. Ian Kershaw, Hitler, vol. I-II, Ediciones Península, Barcelona, 1999 y 2000. 12. Lilly Marcou, Staline vie privée, Éditions Calmann-Lévy, París, 1996. 13. Werner Maser, Hitler inédit, écrits intimes et documents, Albin Michel, París, 1976.

14. Olga Merino, ?Vivir con un genio?, B y N Dominical, El Periódico de Catalunya, Barcelona, 24 de marzo de 2002. 15. Jesús Pardo, Las Damas del Franquismo, Ediciones Temas de Hoy, 2000. 16. Assumpta Roura, El misterio de la mujer de El Pardo, Ediciones Martínez Roca, Barcelona, 2000. 17. Paul Sérant, Salazar et son temps, Les Sept Couleurs, París, 1961. 18. Ana Maria Sigmund, Las Mujeres de los Nazis, Plaza y Janés Editores, Barcelona, 2000. 19. Lean-Louis Van Regemorter, Le Stalinisme, La documentation francaise, bimestral n°. 8003, París, junio de 1998. 20. José Luis de Villalonga, El Sable del Caudillo, Plaza y Janés Editores, Barcelona, 1999.

MUJERES DE DICTADORES

LOS AMORES DE FIDEL CASTRO

23 de junio de 2001 Fidel Castro vomitaba un líquido viscoso, mezcla de bilis y saliva. Su voz, con eterna disfonía, se había cortado en una arcada. Abrigado con su chaqueta verde olivo como si estuviera a la intemperie en un crudo invierno polar, sudaba a mares. El calor agarrotaba una Plaza de la Revolución en miniatura situada en el municipio de Cotorro, fuera de La Habana, palpitante de gente magnetizada por el Comandante del Movimiento 26 de julio. Aferrado a los bordes del pupitre, para no rodar por el piso del palco, sintió que la cabeza le daba vueltas. Trastabilló y se encogió por la punzada de dolor. Prestos, dos de sus asistentes vestidos con ropas de fajina militar, de correosos brazos, acudieron para impedir el majestuoso derrumbe. Nunca antes su vigor prodigioso había vacilado en público. Tenía 73 años. Ese 23 de junio de 2001, en el punto de inflexión de su maratónica oratoria, Fidel Castro debió de pasar revista a sus recuerdos. Creyó que iba a morir. De súbito, algunas de las mujeres que jalonaron su vida amorosa zigzaguearon por su pensamiento. Todo fue muy fugaz y el hombre que parecía iba a irse de este mundo se recompuso y no volvió sobre su discurso, prometiendo que lo haría esa noche, en un refrigerado estudio de televisión. Dio la espalda y se retiró con paso inseguro; nadie comentaría el traspié al día siguiente en la prensa local, aunque las fotografías dieron la vuelta al mundo. El actor volvería al escenario en otras movilizaciones revolucionarias como si nada hubiera pasado, pero esa sensación de vacío habitada por fantasmales mujeres no lo abandonaría. Sus siluetas galopando en la evocación lo habían llevado hacia atrás en el tiempo, y no se podría sacar más de encima aquella abrupta emoción. El 13 de agosto siguiente Castro cumpliría 74 años, acumulando casi cinco décadas como dirigente político, bregando durante nueve lustros por una revolución socialista en Cuba, la suya. Es el jefe de gobierno más longevo de la era actual y, excepto Getulio Vargas en el Brasil, nadie se aferró tanto a las palancas de un Estado como él. Antes de encabezar la primera revolución socialista en territorio latinoamericano, cuando era un estudiante de abogacía de 18 años, se incorporó como voluntario clandestino para voltear al dictador dominicano Leónidas Trujillo. Participó también en el bogotazo, al reventar las revueltas populares en Colombia, en abril de 1948, a raíz del homicidio del inigualable Manuel Gaitán. Desde el 26 de julio de 1953, al atacar el Cuartel Moncada con unas pocas decenas de seguidores, su almanaque político enhebró otros sucesos espectaculares. Encarcelado y condenado, indultado y refugiado en México, desembarcó el 2 de diciembre de 1956 en las costas de la Sierra Maestra, para terminar derrocando a Fulgencio Batista el 1 de enero de 1959. Desde entonces, no abandonó las riendas de Cuba y jamás cedió, a pesar de sus críticos, un liderazgo cuya sucesión es un campo de incertidumbre para 11 millones de cubanos. Propiciar un relevo mientras aún se encuentre con vida, no entra en sus cálculos, porque ?no se debe prohibir o negar el derecho de los viejos a hacer política?, como desgranara ante el nicaragüense Tomás Borge para su libro Toda la gloria del mundo cabe en un grano de maíz. Unos lo sindican como un autócrata empedernido, mientras que otros lo tienen por la postrera llama revolucionaria del Tercer Mundo. Detractores y partidarios se confunden en el desorden del interminable debate, tanto entre algunos intelectuales de Occidente, como en las naciones en vías de desarrollo. Trabajador incansable, obsesivo por los detalles, la leyenda reza que conoce datos inconcebibles de su país, desde la cantidad exacta de insulina que falta en los hospitales, hasta el número preciso de plazas en los hoteles turísticos de las playas de la isla. La extravagancia en el cuidado de su figura incluye el uso del rumor para desinformar acerca de él, sus familiares y desplazamientos, con la razonable justificación de contrarrestar los reiterados planes de atentados para matarlo, concatenados por la CIA o exiliados cubanos, alrededor de seiscientos de acuerdo a los censos periodísticos. Arrimarse a su esfera privada resulta, por consiguiente, una tarea complicada. No menos difícil es trazar algunos rasgos de su personalidad, o darle una categoría en los escalafones de los dirigentes políticos. ?Se trata de un caudillo?, ?héroe y jurista de los países pobres y oprimidos?, ?dictador o estadista? Probablemente, una miscelánea de todo lo anterior. Su preocupación dominan-te, en el crepúsculo de su gesta, parece ser su epitafio y quién lo escribirá. El juicio de la historia lo mantiene embrujado, caminando en círculos concéntricos, fatigando las baldosas de su hermética oficina en el Palacio de la Revolución. Se lo puede vislumbrar pidiendo té de manzanilla sin azúcar a cada rato, para contener el hambre, manoseando el tubo del inhalador nasal destinado a calmar los deseos de fumar. Entre sus ropas se adivinan las armas que suele disimular y, detrás de su

escritorio, el cuadro aderezado por un artista homosexual, ornamenta la escenografía. Los rasgos ?lombrosianos, de pómulos angulosos? pintan a un anciano erguido, alto, con barba entrecana, ?preparado para ser asesinado en forma permanente y acatar las vibraciones negativas de sus premoniciones y disponer a abrir fuego, sin contemplaciones ante cualquier asalto de duda?, como lo dibuja Norberto Fuentes, uno de sus tantos colaboradores caídos en desgracia. La exaltación de sus bravuras y ardores ha hecho de su fogosidad un factor de seducción extraordinario, que convoca mujeres a raudales, dentro y fuera de Cuba. Cuatro de ellas se distinguen, jugando cada una en sus propias circunstancias, un papel importante en la trayectoria de Fidel, aunque siempre en un plano secundario y, a veces, puramente utilitario. Aquel desmayo en el verano caribeño, arengando a las masas bajo el cielo plúmbeo de La Habana, reprodujo sus rostros en la nostálgica galería del Comandante. En la ceremonia secreta de su conciencia, puede que haya desfilado inicialmente la esposa oficial, Mirta Díaz-Balart, con quien se casó en 1948 y de quien se divorció en 1955. De esta unión surgió el hijo reconocido públicamente, Fidel Castro Díaz-Balart, que ha ocupado cargos importantes en el gobierno cubano. La amante insuperable en su período de militante y conspirador, anterior a las etapas decisivas de la lucha guerrillera fue Natalia ?Naty? Revuelta, una hermosísima rubia de ojos verdes salida de la aristocracia cubana, con quien mantuvo una relación escondida, porque ambos estaban casados. Con Naty tuvo a su ?hija rebelde?, Alina Fernández Revuelta, exiliada en Miami desde 1993 y que lo considera un ?tirano?. La fiel amiga, secretaria y compañera de la guerra de guerrillas y del triunfo revolucionario le tocó ser a Celia Sánchez Manduley, cinco años mayor que él, cuya cercanía conservó en una especie de matrimonio, sin llegar a contraer nupcias, extendiendo un vínculo de fidelidad intrigante hasta su muerte, debida a un cáncer pulmonar, el 11 de enero de 1980. Después del fallecimiento de Celia se casó con Dalia Soto del Valle, su discreta mujer del presente. Con Dalia ha tenido cinco hijos, compartiendo el lecho más de tres décadas. Si con Dalia tuvo cinco, los hijos de Fidel sumarían siete en total, tomando en cuenta otros dos que tuvo con Mirta y Naty respectivamente. Al menos es la cifra difundida casi subrepticiamente por la televisión cubana en 1999, pero su veracidad ha sido puesta en crisis por la existencia de otros dos hijos más, cuya identidad está prácticamente confirmada. De todas estas mujeres, sólo Naty Revuelta hizo escasas referencias públicas a sus enredos afectivos con Castro, apareciendo algunas cartas en el diario español ABC, admitidas como auténticas por Fidel.

23 de marzo de 1997 Reconoció haber escrito esas cartas con sentimiento y ?en la pasión de la distancia?, porque ?la distancia siempre engrandece el amor?. Lo dijo cuatro años antes de aquella descompostura durante su alocución en el municipio de Cotorro. En la penumbra de su despacho, quizá por única vez en forma pública, trajo a colación el impacto del sexo opuesto en su larga y tumultuosa vida. ? Soy un eterno enamorado del sexo femenino? me enamoro con facilidad, pero ahora de manera más platónica. Ningún amor es igual a otro. El amor tiene mucho de química y hay tantos amores como química. El amor también necesita tácticas. Es una contradicción, sin contradicción no se alimenta?. Aplicando el materialismo dialéctico a los amores, quizá para ejemplo de los nacidos después de la Revolución, reflexionaba de esta manera para Juventud Rebelde, el órgano oficial de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), brazo juvenil del PC. Lo hacía el 23 de marzo de 1997, después de cumplir 70 años, y se explayaba: ?hay amores más cortos, más largos, más pacíficos, pero siempre tiene que haber pasión. Yo era un poco tímido a la hora de enamorar a las chicas, aunque me gustaba más enamorar y no que me enamoraran. A uno siempre le gusta que lo enamoren, pero yo prefería enamorar, porque cuando me enamoraban, a veces yo me sentía acosado, no sabía qué hacer. Como que me molestaba que me asediaran. No es recomendable ni prudente que una mujer enamore a un hombre, aunque no deja de ser agradable, si a uno le gusta la chica?. Y Castro deducía que ?las mujeres nunca deben demostrarle a un hombre que lo quieren demasiado, porque cuando un hombre se entera de que están enamoradas de él, se da importancia. La indiferencia es lo más estimulante en el amor?. Destacando sus virtudes bélicas, Fidel mencionaba sus ?tácticas? en conquistas amorosas, desnudando su gusto por enamorar ?en lugares íntimos? y de lanzar cumplidos a las mujeres, siempre ?decentes y finos?. Al ser preguntado si era celoso, indicó que en la época de su juventud ?a uno no le gustaba que la novia saliera mucho a la calle, ni que se la miraran?, tal vez la clave para entender ese hacinamiento de sus mujeres en un cono de oscuridad para que, presuntamente, no se las codicien o se las roben. Desempacaba su artillería seductora, significativamente, unas semanas después de que el diario español ABC publicara algunas cartas sentimentales a Naty Revuelta, levantando un poco el velo acerca de la vida privada del más veterano estadista del mundo en el poder. Acérrimo defensor de su vida privada, Fidel ha llegado a extremos lindantes con la paranoia, ocultando lo concerniente a su familia como ningún otro líder o gobernante en el planeta. De hecho, no se menciona oficialmente el nombre de su esposa actual, ni de los hijos que ha tenido con ella, o con otras mujeres. Y ninguna de ellas ha conocido los entorchados de Primera Dama porque Castro las ha sustraído, de los deberes protocolares de su investidura. No es intrascendente consignar que cuando

un jefe de Estado visita Cuba acompañado de su esposa, quien cumple el rol de Primera Dama es Vilma Espín, la presidenta vitalicia de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), esposa de Raúl Castro, su hermano menor y ministro de Defensa. Brian Latell, uno de los principales especialistas de la CIA sobre Cuba y Fidel Castro, reconoce que ?la cantidad y la calidad de la información genuina sobre la vida privada de Castro es tan escasa que no tiene paralelo con cualquier otro país del mundo?. Si difícil y complicado resulta indagar acerca de las cuatro mujeres más conocidas en la vida de Fidel Castro, mucho más lo es en lo que se refiere a sus aventuras amorosas. Sin duda, fue sincero cuando declaró a Juventud Rebelde, que se enamoraba ? con facilidad?. De sus incontables romances pasajeros, el más sorprendente se produjo cuando apenas llevaba unos meses de casado con Mirta Díaz-Balart y conoció a María Laborde, ahora fallecida, con quien entonces militaba en el Movimiento 26 de Julio fomentando la sublevación contra la dictadura de Batista. De esa relación furtiva tuvo un hijo, menor que Fidelito, concebido después del asalto al Moncada y de purgar prisión, y antes de partir a México, en los mismos años de sus amoríos con Naty Revuelta. Se llama Jorge Ángel Castro. Este hijo es uno de los dos que no aparecen en la contabilidad de los vástagos del Comandante, según el documental exhibido por la televisión cubana en 1999, que fijó en siete a su prole. Fue el propio Fidelito quien le reveló este secreto a su media hermana, Alina, y le aclaró que el padre no supo que la mujer había quedado embarazada hasta mucho tiempo después, pero reconoció la paternidad y por eso lleva su apellido. De Jorge Ángel se sabe que está graduado en química y que es ?un joven muy tímido y callado?, según la descripción de Alina, cuya madre, Naty Revuelta, se convirtió en hada protectora. Cuando Jorge Ángel preparaba su boda con Ena Lidia, su novia, Naty ofreció que la fiesta tuviera lugar en su domicilio. Para el enlace, Fidelito ofició de padrino y Celia Sánchez puso a disposición una casa oficial de ?protocolo?, emplazada en el área conocida como El Laguito, en los suburbios de La Habana. En esta zona existen grandes residencias que son utilizadas por altas personalidades que visitan Cuba, o entregadas en usufructo, como se da con el escritor y periodista colombiano Gabriel García Márquez, uno de los pocos amigos de Castro. Durante muchos años, sólo fue conocida la existencia de Alina como única hija mujer de Fidel Castro. Sin embargo, en julio de 2001, se supo en Miami que allí residía desde hacía dos años Francisca Pupo, de 48 años, y que su padre era el mandatario cubano. Juanita Castro, la hermana de Fidel que vive en Estados Unidos desde la década de los sesenta y es propietaria de una farmacia, confirmó el descubrimiento. Agregó que Francisca se halla empleada en una guardería infantil. ?Es una persona muy discreta, muy privada?, manifestó Juanita, reconociendo que le había ayudado económicamente. Francisca se mudó a Miami en 1999, junto a su esposo, cuando ganó una visa en la lotería que organiza la Oficina de Intereses de Estados Unidos en La Habana. Evidentemente, como nadie conocía de su existencia como hija de Castro, fue habilitada su salida del país, lo que antes no había ocurrido con Alina, debido a las posiciones de enfrentamiento con su padre. Al hilo del relato de Lázaro Asensio, de 75 años, antiguo combatiente contra la dictadura de Batista, el episodio en el que fue concebida Francisca aconteció en noviembre de 1952. Fidel se encontraba en Santa Clara, articulando sus contactos insurreccionales, y pidió a Asensio que le prestase su auto. ?Castro y otro hombre que estaba con él y que no recuerdo su nombre se llevaron a pasear esa noche a dos jovencitas de Santa Clara. Siete años más tarde, después de terminada la guerra contra la dictadura, vino a mi oficina la joven que había estado con Fidel y la acompañaba una niñita. Me preguntó: ?Usted sabe quién es esta niña? Es la hija de Fidel Castro y la relación tuvo lugar en su auto?. Asensio aseveró que cuando se encontró con Castro en La Habana le expuso el tema y que éste le contestó: ?Es verdad, es mi hija?. Al estilo de los poderosos machos centroamericanos que construyen prole dispersa y luego la dejan a cargo de sus madres, para que todo quedara en familia, Fidel comisionó a su hermano Raúl para atender el asunto y la madre de Francisca, cuya identidad queda por averiguar, recibió una buena casa en Santa Clara y, según Juanita Castro, ?se casó con un hombre que adoptó a la niña y le dio su apellido?. Al revés de lo que sucede con Alina, la ?hija rebelde?, Francisca, se ha negado a hablar mal de su padre. ?Ella no se siente amargada y no quiere decir nada malo de Fidel. Es su padre y ella no quiere hacer declaraciones que lo perjudiquen. Y yo respeto su decisión?, arguye Juanita Castro.

14 de febrero de 1956 Existen otros romances pasajeros de Castro durante su residencia en México, a pesar de la vorágine en que lo envolvían el armado de la expedición en el yate Granma y la mítica insurrección guerrillera. Uno de ellos surgió en la casa del Che Guevara, quien se había casado con Hilda Gadea, el 18 de agosto de 1955. Fidel era un asiduo visitante y allí conoció a Lucila Velásquez, ami-ga de Hilda, durante una reunión de despedida ofrecida en su honor, ya que se marchaba a Estados Unidos a fin de recaudar fondos que necesitaba el movimiento revolucionario. Lucila era muy atractiva y se inclinaba por la poesía. Tuvo varios encuentros con Fidel y, evidentemente, se enamoró de aquel cubano locuaz y de verbo encendido. Gadea, ahora fallecida, contó que la joven una vez le preguntó: ?Hilda, dime, ?cómo fue que tú hiciste para capturar a Ernesto??. El Che, que escuchaba la conversación, respondió con una de sus ironías: ?Fue así: me estaban buscando en Guatemala para meterme preso y ella estuvo

en la cárcel por no revelar mi paradero. Me casé con ella en señal de reconocimiento?. No se sabe a ciencia cierta la nacionalidad de Lucila pero, los vestigios que perduran, la ubican como una amiga mexicana de la esposa de Guevara. El 14 de febrero de 1956, Día de los Enamorados, Castro se encontró con una compañera que había llegado de Cuba, de la que sólo permanece el nombre de Lucy. Fueron al cine junto con Melba Hernández y Jesús Montané, ambos ex asaltantes al Cuartel Moncada, que después se casaron. Melba comentó que Lucy era muy bonita y Castro no ocultó que estaba interesado en ella, no sólo por las informaciones que traía de Cuba, sino por su atractivo como mujer. Fidel se enzarzó en una historia pasional con Lucy, que tampoco duró mucho tiempo. Algunos de sus amigos y colaboradores de aquella época, señalan que la característica de Castro con las mujeres, era que les exigía que estuvieran tan interesadas en la política y la revolución como él mismo. Para esa fecha, tales parámetros cuajaban exclusivamente en Naty, pero ella había quedado en Cuba, abrigando en su vientre el fruto de su entrega al líder libertario. Otro flechazo de Castro en México fue con una joven mexicana de 18 años, de extraordinaria belleza y a quien apenas se ha podido identificar como Lilia Amor. La conoció en casa de Teresa ?Teté? Casuso, la hermosa intelectual cubana vinculada a las artes y las letras residente en México, que simpatizó con Fidel y copó la legación diplomática cuando el triunfo de la revolu-ción en 1959, expulsando al embajador ?batistiano?. Fidel quedó prendado de Lilia porque, a pesar de su juventud, demostraba gran madurez e inquietudes intelectuales y sociales. Según Teresa Casuso, el lance fue tan intenso que Castro le propuso matrimonio y ella llegó a solicitar el permiso de los padres. Fidel le compró una malla enteriza de regalo. Quería que sustituyese el bikini francés que ella usaba, porque esa prenda ?lo enfurecía?, una prueba suplementaria de la veracidad de sus dichos a Juventud Rebelde en 1997, acerca de cómo él era celoso con sus mujeres. Por cierto, el compromiso con Lilia duró poco más de un mes, dado que ella rompió para casarse con su novio precedente. La anfitriona Casuso hace hincapié en que cuando la muchacha notificó a Castro de la decisión, ?con ese terrible orgullo que él tiene, le dijo: cásate con él, que debe ser una persona más adecuada para ti?.

1 de enero de 1959 Después del triunfo de la Revolución, el 1 de enero de 1959, proliferaron las aventuras amorosas, no sólo de Fidel Castro, sino de todos los barbudos que llegaron de la Sierra Maestra y que eran disputados y cercados por las jóvenes cubanas. En esos primeros meses de efervescencia revolucionaria, circularon versiones de que uno de los incidentes amorosos de Castro fue con una exquisita modelo y reina de belleza cubana, conocida por el nombre de Norka. Pero, en esos años, el noviazgo de mayor notoriedad fue con la joven alemana Marita Lorenz, que llegó a Cuba en 1959 cuando tenía 19 años, en el buque crucero Berlín, del cual su padre era el capitán. Sucedió que Castro fue a visitar la embarcación y, según testimonió Jesús Yáñez Pelletier, en aquella época ayudante personal de Fidel: ?la muchacha quedó fascinada por el revolucionario y el Comandante encandilado con la belleza de la alemanita. Fue uno de esos fenómenos fulminantes, que los hombres conocemos bien?. En su libro Querido Fidel: mi vida, mi amor, mi traición, la propia Lorenz pretende que la relación sentimental duró siete meses, y que estuvo embarazada, pero le fue provocado un aborto. Entre tanto, Castro pernoctaba en el Hotel Havana Hilton y Lorenz tuvo que competir con Ava Gardner, quien realizaba una visita a Cuba para conocer al famoso guerrillero que había escrito una de esas páginas románticas de la historia latinoamericana. ?Una vez me encontré con la Gardner en el elevador del hotel, aunque él (Castro) nos colocaba en diferentes hoteles para evitar problemas. Estaba borracha y me dio una bofetada. Evidentemente, se sentía celosa de mí. Fidel destruyó mi vida, pero fue maravilloso?, declaró la alemana en una entrevista publicada el 6 del mayo de 2001, en la revista mexicana Proceso. Castro nunca desmintió este vínculo, que lo entusiasmó al punto de mandar emisarios a Estados Unidos para localizar a Marita, con quien mantuvo una relación que perduró durante un cierto tiempo. Las revelaciones de Lorenz acerca de su prolongado romance con Castro alcanzan algunos ribetes que merecieron se la comparara con Mata Hari. En su libro, ella afirma que, después, la CIA le encomendó asesinar a Fidel y, además, que ella estuvo involucrada en el atentado contra John F. Kennedy. Según la uruguaya Ivonne Ruocco, que participó en la producción de un documental titulado Querido Fidel, la historia de Marita, la alemana estuvo de visita en Cuba en 1981 y fue recibida por el mandatario cubano, su antiguo amante. Otro de los romances pasajeros de Fidel, que se comentó en La Habana en aquellos primeros años de la Revolución, fue con Lupe Véliz, una mujer alta, de cuerpo inigualable, que después se convirtió en dirigente de la Federación de Mujeres Cubanas. Posteriormente, Véliz se casó con el capitán del Ejercito Rebelde, Antonio Núñez Jiménez, conocido geógrafo y, en aquella época, lugarteniente inseparable de Castro en las continuas andanzas a todo lo largo y ancho de la Isla. El periodista alemán Bernd Ruland le adjudicó por entonces un corto matrimonio con Isabel Coto, una joven de Santiago de Cuba, unión entablada a principios de 1962, y que Fidel rompiera ?volviendo a sus viejos hábitos? alrededor de un año y medio después. Ruland identifica con anterioridad a la inglesa Jenny Isard, una muchacha de 23 años, que Castro conoció en el aeropuerto de Nueva York al concurrir a la Asamblea General de la ONU en septiembre de 1960, dando a entender que tuvo con ella una relación

pasajera en momentos que el jefe revolucionario, según se comentara en La Habana, ?disparaba sin desenfundar, rápido y con las botas puestas, sin mayores trascendencias?. Más recientemente, a finales de los años setenta, se supone que Castro tuvo algunos escarceos amorosos con la periodista norteamericana Barbara Walters, que estuvo en La Habana dos veces para entrevistarlo. Se asegura que después regresó más discretamente, en visitas privadas. Fidel había quedado seducido por la belleza de Barbara y por la agudeza de sus preguntas. Se dice que le encantaba tener largas discusiones con ella, como si buscara redimirla para su doctrina revolucionaria y comunista.

1999 Las más recientes alusiones oficiales del gobierno de Cuba so-bre las esposas del Comandante se remontan al documental Fidel, 40 años de la Revolución Cubana y de su líder, realizado en 1999 por la cineasta norteamericana Estela Bravo, quien reside en Cuba desde hace muchos años y presta servicios en el Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT). En ese documental, hablando de su vida personal, Castro abrevió: ?en ese sentido, reservé para mí una total libertad?. La película dura 75 minutos. Reconoce que los cubanos ?saben muy poco sobre la vida personal de Fidel?. Casi en un susurro, la realizadora desliza, con pudor, que el Comandante ?tiene siete hijos y está casado hace casi 30 años?. Debió ser una menuda sorpresa para los cubanos que lo pudieron ver en la televisión estatal pues, como se ha establecido, existen evidencias de que los hijos son nueve: siete varones y dos mujeres. Desde luego, la contabilidad de siete se basa en el presupuesto de que con Dalia Soto del Valle, trajeron al mundo cinco hijos varones, a los que se añaden Fidelito, fruto del matrimonio con Mirta Díaz-Balart y Alina, la hija con Naty Revuelta. A fin de cuentas, semejante entramado familiar no desentona con el peculiar personaje, sujeto de inagotables polémicas. Para algunos dirigentes del Tercer Mundo, especialmente africanos y árabes, es una suerte de héroe, un abogado de las causas de los países pobres. En las culturas asiática y africana, la avanzada edad del mandatario cubano lo convierten en símbolo de sabiduría y de mando. En el ficcionario de Manuel Vicent, el literato español cuyo hijo Mauricio es uno de los pocos corresponsales permanentes en La Habana, se lo contrasta con el Quijote, brotando el interrogante: ?qué habría pasado con el personaje de Cervantes, ?si hubiera plantado cara y resistido 40 años los ataques de un gigante tan desmesurado??, anticipando que ?tendría la simpatía de todos los románticos y utópicos de la Tierra, de los que se apuntan a las causas perdidas, de los resistentes y humillados, de los que nunca se suben al carro de ningún vencedor ni son partidarios del más fuerte?. Al cabo, en el gobierno norteamericano tienen a Fidel por un demonio. Empero, el 26 de abril de 2001, en una audiencia del Subcomité de Asignaciones de la Cámara de Representantes, Colin Powell, secretario de Estado de EE.UU., dijo que Castro ?ha hecho cosas buenas por su pueblo?, aunque agregó que se ha convertido en ?una estrella en declive?. Tercer hijo del segundo matrimonio de Ángel Castro, un terrateniente que llegó a la Isla procedente de Galicia, España, con Lina Ruz, una criolla cubana, Fidel tiene cuatro hermanos: Angelita, Ramón, Raúl y Emma, que se suman a otros dos de la unión en primeras nupcias de su padre con María Argota (Pedro Emilio y María Lidia). Nació en el poblado de Birán, antigua provincia de Oriente, el 13 de agosto de 1927, pero se lo anotó un año antes porque en 1941 era necesaria esa edad para matricularlo en el segundo grado del Colegio de Belén. Su papá desembolsó 100 dólares, arreglando lo ficharan en 1926. Hoy no tiene el más mínimo propósito de retirarse del poder. Para él los revolucionarios nunca se jubilan. El artista aspira a morir en escena resolviendo así el episodio final de una pieza de teatro que lo tiene por libretista. El escritor y periodista Manuel Vicent, lo bosqueja con ?la mirada un tanto apagada aunque recelosa y poseída de un lejano fuego, la barba entrecana que ha perdido la hirsuta fiereza de aquel joven airado, las espaldas ligeramente curvadas por el peso de la nuca, el andar alto y solemne, las manos blandas como de cíclope voluptuoso que se deja crecer las uñas, la mandíbula elevada siempre hacia la historia y un desafío en el dedo señalando al enemigo del Norte o dando lecciones al resto del mundo?. Le imputa un método de gobierno ? voluptuoso, con un carácter impulsivo?, que emana de un ?un ser tropical, convulso, taimado, galaico y testicular?. Uno de sus biógrafos, Tad Szulc, lo considera ?un fenómeno fascinante del presente siglo para el mundo occidental, cada vez más monótono y ceniciento, un hombre brillante, una figura romántica, siempre desafiador, espantosamente imaginativo, un rebelde imprevisible, maravilloso actor, maestro espectacular y predicador de los muchos credos que él preconiza?. Jugador de ajedrez y dominó, nocturno y contradictorio, ateo, egoísta y de repente generoso, Castro está muy lejos de ser un asceta, al estilo del patriota vietnamita Ho Chi Minh. Le place el whisky añejo Chivas Regal 12 años, saborear buenos vinos y hasta elaborar sus propias recetas de cocina, preferiblemente basándose en langostas o gambas, o preparar su sopa de vegetales, por más que sean platos fuera del alcance de su pueblo. En plena guerra revolucionaria extrañaba el vino y, cuando escaseaba, el tabaco, por más que el Ejército Rebelde tenía una fabrica artesanal de puros, indisociables con los campesinos que se iban incorporando a la guerrilla. Sus ocupaciones políticas han sido más importantes que ir a visitar a su padre, que murió sin verle durante varios años; o asistir a la boda de su hermano Raúl, el número dos de su dispositivo político, o visitar a su nieta, hija de Alina. Evocando su formación jesuita, el dicho popular lo viste de cura pecador que no puede prescindir de las mujeres, pero que

no las quiere cerca de la parroquia. Szulc califica ese desapego afectivo, desgajando que Castro no tiene ?ternura por nadie, ni siquiera por su esposa? y que él ?es un hombre apasionado pero que no siente ni cariño ni ternura. Vive al margen de todos los problemas humanos, excepto los suyos?. Tampoco tuvo compasión por los dos periodistas de la agencia oficial cubana Prensa Latina que se ocuparon de dar la noticia luego que Szulc publicara la biografía. El corresponsal en Varsovia, Carlos Batista, y un editor en La Habana, Carlos Iglesias Celestrín, fueron removidos de sus puestos por el reportaje.

12 de octubre de 1948 Fidel Castro Ruz y Mirta Díaz-Balart se casaron el 11 de octubre de 1948. Él acababa de cumplir 22 años y no había terminado los estudios de derecho en la Universidad de La Habana, iniciados en 1943. La ceremonia civil tuvo lugar en la residencia de los Díaz-Balart, en Banes, y uno de los testigos fue John J. Brickey, administrador de la United Fruit Company. Envuelto en actividades políticas y otros cometidos estudiantiles, Castro dedicaba poco tiempo a los estudios. Mirta estudiaba filosofía, también en la Universidad de La Habana, y conoció a Fidel a través de su hermano, Rafael Díaz-Balart, quien durante la dictadura de Batista ocuparía el cargo de viceministro de Gobernación, equivalente al Ministerio de Interior. Como la de Castro, la familia Díaz-Balart también era procedente de la provincia de Oriente y propietaria de grandes extensiones de campo. Quienes la frecuentaron en esos años juveniles describen a Mirta como ?una mujer muy bonita, de cabello oscuro, esbelta, con un cuerpo escultural?. Se enamoró perdidamente de Castro, lo que provocó discusiones entre los suyos, que por ser hacendados de derechas, estaban en las antípodas políticas de Fidel. Siendo el padre de Castro también un latifundista, conviene mencionar que su riqueza era bastante menor que la de los Díaz-Balart, que se codeaban con los representantes de la alta sociedad, tanto de Oriente como de La Habana. Fidel y Mirta pasaron la luna de miel primero en Camagüey y partieron el 2 de noviembre hacia Estados Unidos. Su padre le entregó 10.000 dólares para el viaje, una inmensa fortuna en aquella fecha. Castro gastó todo el dinero y al final se compró un automóvil Lincoln de color azul. Estuvieron varias semanas en Nueva York y otras ciudades, oportunidad en la que Castro compró los primeros libros de Marx y Engels, como El Capital, por ejemplo. Cuando regresaron a La Habana, alquilaron una pequeña habitación en una residencia de estudiantes, cerca de la universidad. La pareja vivía del dinero que el padre de Fidel transfería para sufragar sus estudios: 80 pesos mensuales, que en aquella época era un monto significativo, puesto que la paridad entre el peso cubano y el dólar se mantuvo hasta unos meses después del triunfo de la Revolución. El orgullo de Castro no permitía que fuese la familia de Mirta la que enviara dinero para la subsistencia. Resulta muy probable que hasta le haya prohibido a su esposa recibir cualquier ayuda económica. El 1 de septiembre de 1949 nació Fidel Castro Díaz-Balart, cuando todavía la pareja residía en la habitación del albergue estudiantil. Con posterioridad, se mudaron a un modesto apartamento en la calle Tercera, cerca del Malecón habanero. Castro tuvo que comprar algunos muebles, pero por el sistema de pago a plazos. El apartamento estaba emplazado frente a una estación de policía, y amigos de Castro de esa época estiman que fue escogido por razones de seguridad, ya que Fidel había tenido algunos problemas con miembros de mafias universitarias y estaba amenazado de muerte. En esa etapa de su vida, los problemas con las mafias se agudizaron, Castro se trasladó a Miami como medida de precaución y en esa ciudad permaneció durante tres o cuatro meses. Se desconoce si Mirta lo acompañó en este viaje, aunque lo más probable es que haya quedado en La Habana, atendiendo al pequeño Fidelito. Superadas estas asechanzas, Castro hizo un gran esfuerzo para aprobar las asignaturas que le faltaban, y se graduó como abogado en septiembre de 1950. Invirtió siete años en terminar una carrera que, normalmente, se hace en cinco. Junto a otros dos colegas establecieron un bufete de abogados. Empero, Castro se preocupaba muy poco por los problemas financieros del hogar, siendo Mirta y Fidelito quienes sufrían las consecuencias. En una ocasión, cuando uno de sus socios en el bufete visitó la casa, encontró a Mirta llorando en el suelo con Fidelito en los brazos. Se habían llevado todos los muebles porque Castro se había olvidado, o no había tenido recursos financieros, para pagar varias mensualidades. Fue este amigo y socio de Castro quien se encargó de buscar algún dinero para pagar parte de la deuda y que devolvieran los muebles. En la madrugada del 10 de marzo de 1952 se produjo el golpe de Estado encabezado por el general Fulgencio Batista. Ese día Castro estaba durmiendo en su casa pero, cuando se enteró de la asonada militar, se fue al apartamento de su hermana María Lidia. El golpe militar puso fin a la carrera política de Fidel Castro en las filas del Partido Ortodoxo, por el cual se iba a presentar como candidato a un cargo de representante en el Congreso. A partir de ese momento, se dedicó a denunciar a la dictadura ante los tribunales, y a los preparativos de actividades insurreccionales. Abandonó su trabajo profesional, para dedicar la mayor parte de su tiempo a reclutar jóvenes que después participarían junto a él en el asalto a la segunda fortaleza militar del país, el Cuartel Moncada, en la ciudad de Santiago de Cuba. Fue el 26 de julio de 1953, fecha que por su luctuoso saldo y su simbolismo rebelde embanderaría ulteriormente su propio movimiento político.

Durante todo ese período, entre marzo de 1952 y julio de 1953, Castro pasaba muy pocas noches en su casa, junto a Mirta, prefiriendo dormir en casa de su hermana María Lidia, o en los apartamentos de otros amigos, como medida de prevención. Estaba en marcha su plan subversivo, que incluía la compra de armas y prácticas de tiro, formando a los jóvenes militantes que estaban organizados en células y no se conocían entre sí. Casi ninguno de ellos supo, hasta el último minuto, dónde se realizaría la acción contra la dictadura. Ya a finales de 1952 la familia Castro se había mudado a un apartamento mayor, situado en la calle 23 n° 1.511, en el Vedado, un barrio de la mediana burguesía. Salvo esporádicas escapadas a un restaurante de comida china, era patente que al matrimonio le faltaban recursos financieros. Cuando unos amigos acudieron a la casa, se encontraron con que la electricidad había sido interrumpida. Para colmo, encontraron a Fidelito, a tan corta edad, penando de una infección grave en la garganta, con fiebre muy alta. Tuvieron que llevarlo a un hospital público, donde fue intervenido quirúrgicamente. Castro estaba dedicado a sus menesteres revolucionarios y no podía velar por la familia, que vivía gracias al dinero que seguía enviando su padre, desde la finca de Birán. La versión oficial es que antes de partir hacia Santiago de Cuba para dirigir el ataque al Cuartel Moncada, Castro fue a despedirse de su hijo Fidelito, que en aquel entonces había cumplido cuatro años. Como prueba de ello ha quedado una foto demasiado posada, en la que aparece el niño en brazos de su padre. Mantenida al margen de todos los prolegómenos del complot, Mirta no tenía noción de que su esposo se despedía para copar un cuartel militar, operación en la cual podía perder la vida. Tras el fracaso del asalto al Moncada, donde resultaron muertos o asesinados ulteriormente la mayoría de los participantes, fue el arzobispo de Santiago de Cuba, Monseñor Pérez Serantes, quien llamó por teléfono a Mirta para informarle que su esposo había sido capturado por el ejército de Batista, pero que se encontraba bien. Inicialmente, Castro fue trasladado hacia la cárcel de Boniato, en la provincia de Oriente. Allí recibió la visita de su esposa Mirta, aunque también le llegaron cartas de su amante, Naty Revuelta. Mirta y Castro también intercambiaron corresponden-cia en esa etapa, mientras se preparaba en Santiago de Cuba el juicio contra los asaltantes al cuartel militar. Con Mirta, las misivas eran para pedir libros como La filosofía en sus textos de Julián Marías, los Fundamentos de Filosofía de García Morente, novelas y las obras completas de Shakespeare, y tener noticias del niño; no eran, propiamente, cartas de amor. Al despedirse de ella en esas cartas, Fidel simplemente le escribía: ?Besos para el niño y para ti?. Fue la esposa la encargada de enviar el traje azul oscuro, los zapatos y la corbata para que Castro se presentase ante los jueces y pronunciara su alegato ?La historia me absolverá? ya que, como abogado, asumió su propia defensa. Condenado a 15 años de cárcel, fue trasladado a la prisión de Isla de Pinos, 30 millas al sur de las costas de Cuba, donde se convirtió en el preso 3.859. Hoy, este territorio es denominado Isla de la Juventud. Como esposa, Mirta estaba autorizada a realizar una visita mensual a Castro. Siendo su hermano Rafael viceministro de Gobernación (Interior) en el gobierno de Batista, era lógico que los guardias no la sometieran a registros muy minuciosos, que podían afectar la dignidad de una mujer, familiar directo de una figura influyente del gobierno. Fidel obtuvo provecho de estas circunstancias para que Mirta fuese la encargada de sacar hacia el exterior el texto de su defensa ante los jueces que, con su prodigiosa memoria, reconstituyó en la prisión. Dio instrucciones para que el encendido alegato ?La historia me absolverá? fuese publicado y distribuido y, así, comenzar la movilización de sus seguidores. Es llamativo que en esa etapa haya sido Mirta, antes completamente mantenida al margen de sus actividades insurreccionales, la mujer que sirvió a los fines políticos de Castro. Ella cumplió rigurosamente con la tarea y el documento fue publicado poco después. Durante todo este período en la cárcel de Isla de Pinos Castro escribía, al mismo tiempo, cartas para su esposa Mirta y para su amante Naty Revuelta. En una ocasión, el censor confundió las cartas y las colocó en sobres equivocados. Todo indica que ese hecho se produjo a finales de 1953, porque el 5 de enero de 1954 Castro aludía en una carta dirigida a la amante: ?No se me escapa que en ocasiones has leído cartas mías dirigidas a otras personas: eso de puro viva que tú eres, que además me lo has querido decir con mucha sutileza?. A pesar de tener conocimiento de la existencia de una amante, Mirta trató de salvar el matrimonio, se mantuvo fiel y continuó cumpliendo las misiones que Castro le encomendaba. El 17 de abril de 1954, Fidel escribió desde la cárcel una carta con instrucciones, enviada clandestinamente a Melba Hernández, una de las dos mujeres que participó junto a él en la tentativa militar de Santiago de Cuba. En esa misiva le decía: ?Mirta ofrecerá los medios de comunicación conmigo, cada vez que lo necesiten. Ella te hablará de un folleto de importancia decisiva por su contenido ideológico y las tremendas acusaciones que haré, a lo que deben prestarle la mayor atención?. Se refería a ?La historia me absolverá?. En junio de 1954, Castro escribió a un amigo: ?he pasado más de 3.000 horas completamente solo, excepto los breves momentos con mi esposa y mi hijo?. Mirta no sólo servía como correo. En una ocasión, Castro le dio la tarea de participar en un acto público y ella leyó en la tribuna un mensaje de su esposo, denunciando a Batista como ?un tirano? y ?un déspota?. En todo este período, ella compartía esas tareas revolucionarias con Melba Hernández y la hermana mayor de Fidel, María Lidia. El 17 de julio de 1954, Fidel Castro escuchó por la radio que el Ministerio de Gobernación había suspendido el empleo que ocupaba Mirta Díaz-Balart. En aquella época eran muy comunes en Cuba las denominadas ?botellas?: personas que aparecían

en las nóminas de los ministerios y cobraban modestos salarios, pero que en realidad no realizaban trabajo alguno. Es muy probable que el hermano de Mirta la haya convencido de que aceptara recibir una de esas ?botellas?, para aliviar su situación financiera, aunque Castro había pedido a su propia familia y a sus amigos que se ocuparan de su esposa y de su hijo. Cuando escuchó la noticia, Castro reaccionó airadamente y le pidió a Mirta que presenta-se una demanda por difamación. En carta a uno de sus amigos, Castro le decía que estimaba que Mirta era suficientemente inteligente para no dejarse seducir y recibir dinero del gobierno de Batista. Pero Castro estaba equivocado. Cuatro días después de transmitida esa noticia, su hermana María Lidia le informó que, efectivamente, Mirta recibía un salario del Ministerio de Gobernación. Sin transición Castro tomó la decisión de presentar la demanda de divorcio. Mirta, que había tolerado que su esposo tuviera una amante, que había cumplido las misiones que Castro le había asignado y que vivía en condiciones precarias consideró, evidentemente, que no tenía razones para seguir en esa situación. El proceso de divorcio se convirtió en una enconada batalla legal, ya que Castro exigía mantener la custodia del hijo, incluso argumentando razones ideológicas, pues la familia Díaz-Balart conservaba estrechos lazos con la dictadura de Batista, que él combatía. Por esa fecha, Mirta conoció a Emilio Núñez Portuondo, hijo del entonces embajador de Cuba ante Naciones Unidas, y se enamoró de él. En vista de la batalla judicial por el divorcio y probablemente buscando alguna tranquilidad, ella se trasladó con su hijo a vivir a Nueva York. Castro se indignó y exigió el inmediato regreso del niño a Cuba. ?Presumo que no ignoren que, para quitarme ese niño, tendrán que matarme y ni siquiera con eso... Pierdo la cabeza cuando me pongo a pensar en eso... ?, le confiaba a su hermana María Lidia en una carta del 29 de noviembre de 1954. En abril de 1955 mandó un ultimátum a Mirta: el niño debía estar interno en una escuela de La Habana, o él bloquearía todo el proceso del divorcio. La sentencia del divorcio fue dictada el 18 de junio de 1955. La custodia del niño, como es habitual en estos casos, quedó a cargo de la madre. Sin más tramites Mirta se casó con Emilio Núñez Portuondo, en octubre de 1956, y pasaron la luna de miel en París. Después, se radicaron en Nueva York. Por su parte, Castro no renunció a lo que él estimaba su derecho a educar a Fidelito. Esto dio lugar a un rocambolesco episodio. El 20 de noviembre de 1955, Castro se encontraba en Miami realizando una campaña para recaudar fondos, con el objetivo de preparar una expedición y desembarcar en Cuba. Su hermana María Lidia, que mantenía buenas relaciones con Mirta, la convenció para que permitiese que Fidelito, que entonces tenía seis años, fuese con ella hasta Miami, para encontrarse con su padre. Castro llevó al niño a uno de los actos con los emigrantes cubanos y en ese discurso dijo: ?Mi hijo está aquí. Si tuviera la edad necesaria, lo llevaría conmigo para la batalla?. En lugar de restituir el niño a Mirta, como había prometido, Castro lo llevó a Ciudad México, poniéndole el nombre de Juan Ramírez. No sería la única vez que Fidelito cambiaría de identidad en su azarosa vida. Entretanto, Mirta realizaba desde Nueva York infructuosas gestiones para localizar al niño y pidió a María Lidia que lo retornaran. El 24 de noviembre de 1956, cuando se preparaba para partir en la expedición hacia Cuba, Castro redactó una especie de testamento, en el cual señalaba: ?Dejo a mi hijo en la custodia del ingeniero Alfonso Gutiérrez y su esposa, Orquídea Pino. Tomo esta decisión porque no quiero que durante mi ausencia Fidelito quede en manos de los que han sido mis más feroces enemigos?porque mi mujer ha demostrado que ella es incapaz de alejarse de la influencia de su familia, mi hijo no debe ser educado bajo esas ideas?. Es de resaltar que Fidel seguía tratando a Mirta como ?mi mujer?, aunque ya se encontraban divorciados desde junio de 1955. Por su lado, la policía de Batista, muy probablemente en colaboración con la policía mexicana, había podido localizar el paradero de Fidelito. El 15 de diciembre de 1956, cuando el niño paseaba por un parque en compañía de Emma, otra de las hermanas de Castro, tres individuos se acercaron y le arrebataron a Fidelito, que entonces tenía siete años de edad. Poco después, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba emitió un comunicado acerca de que el niño Fidel Castro Díaz-Balart había sido recuperado y entregado a su madre, Mirta, después de haber estado secuestrado en México. En el otoño de 1958, Fidel Castro recibió en la Sierra Maestra al periodista Karl E. Meyer, del diario The Washington Post. Meyer le entregó una fotografía de Fidelito, quien ya había regresado con Mirta a La Habana, después de su estancia en Nueva York. Posteriormente, Fidelito estaba disfrutando en Nueva York de las fiestas de Navidad en compañía de su ?abuelo? (en realidad el padre del esposo de Mirta) , cuando el 1 de enero de 1959 supo que había triunfado en Cuba una revolución dirigida por su padre. Retornó a la isla el 6 de enero de 1959, en el mismo avión que el nuevo presidente de Cuba, Manuel Urrutia, quien iba a durar muy poco tiempo en el cargo, debido a sus discrepancias con Castro. Se desconoce quién acompañó a Fidelito en este viaje de regreso a Cuba, pero todo indica que fue un miembro de la familia Núñez Portuondo. En el aeropuerto José Martí de La Habana lo esperaban su madre, Mirta, acompañada por una vieja amiga de la infancia, Ann Louise Bardach, que en aquella época trabajaba en la agencia de noticias United Press International (UPI) y había llegado a Cuba el 2 de enero de 1959, para cubrir los acontecimientos posteriores a la caída de la dictadura de Batista. Fidelito llegó en el momento justo para encontrarse con su padre en el pueblo de Cotorro, el mismo sitio donde Castro se desvanecería 42 años más tarde, y participar junto a él en la entrada épica de los rebeldes a la capital cubana. Tenía entonces nueve años y Castro no sólo había ganado la batalla contra la dictadura de Batista, sino también el derecho de educar a su hijo a su manera. ?Importaba acaso una sentencia judicial de un tribunal de la dictadura de Batista, si él era ahora el libertador de Cuba? Muy pocos años después, Castro se sentiría el dueño de los destinos de la Isla.

La afirmación del nuevo dueño de Cuba no es exagerada. Cuando el periodista norteamericano del diario The New York Times, Herbert Matthews, preguntó a Celia Sánchez por qué no habían sido cumplidos algunos compromisos políticos, anunciados durante la lucha en la Sierra Maestra, Celia lo explicó en estos términos: ?En esa época, no sabíamos que nosotros y el Movimiento 26 de Julio seríamos tan populares. Al principio, pensábamos que deberíamos formar un gobierno con los Auténticos, Ortodoxos, etc. En lugar de ello, nos encontramos con el hecho de que éramos los dueños de Cuba, entonces ?para qué perder el tiempo??. Celia se refería de ese modo a los partidos políticos Auténtico y Ortodoxo, que formaban parte del movimiento de oposición a la dictadura de Batista. Fidelito otra vez cambió de nombre. Ahora comenzó a llamarse José Raúl Fernández y pasó a estudiar en escuelas de becarios de la revolución, bajo la atenta mirada de Celia Sánchez, la devota guerrillera y ayudante de Castro. La madre de Fidel Castro, junto a una de sus hermanas, se había trasladado a una residencia situada en la Calle 38 y Séptima Avenida, en Miramar, y Fidelito tuvo mayores relaciones con su abuela a quien, prácticamente, antes no había conocido. Mirta trató de permanecer en Cuba para no perder contacto con su hijo. Pero, a principios de 1964, ya se le hizo totalmente insoportable vivir bajo el comunismo, y se trasladó a España, donde aún reside junto a su esposo y otros hijos del matrimonio. Cuando José Raúl Fernández (Fidelito) fue a estudiar Física Nuclear a la Unión Soviética, Castro permitió que se encontrase con su madre en Madrid, en las escalas de los viajes entre La Habana y Moscú, durante los períodos de vacaciones. Según Bardach, Mirta ha podido visitar ?con cierta frecuencia? a su hijo y a sus nietos en Cuba y ha mantenido una relación ?amistosa? con Castro. Fidel Castro Díaz-Balart fue nombrado en 1980 presidente de la Comisión Cubana de Energía Atómica, organismo encargado, entre otras tareas, de supervisar la construcción de una planta para la producción de energía nuclear, cerca de la ciudad cubana de Cienfuegos, un proyecto abandonado. En 1992 fue separado de ese cargo, según dijo Fidel en Madrid al participar en una de las cumbres presidenciales iberoamericanas, ?por su incompetencia?, incidente que en el hijo no alteró seguir llevándose ?razonablemente bien? con el padre, por haber sido capaz de separarlo del estadista, y porque no ha tenido ? ningún tipo de pretensiones políticas?. Fidelito es actualmente asesor del ministro de Industria Básica, Marcos Portal, quien está casado con una sobrina de Castro. Fidelito es autor de Cuba en el Despertar del Tercer Milenio, que la prensa oficialista presenta como una obra que hace el balance de los problemas más apremiantes de la ciencia moderna y el pensamiento humanista, dedicada ?con amor? a sus padres, ?a quienes debo no sólo la existencia, sino la razón y el sentido de la vida?. Mirta Díaz-Balart vive actualmente en Barcelona y está casada con un médico español.

10 de marzo de 1952 ?Tenía unos ojos verdes que le comían la cara y se convirtió en una adolescente bella, rubia, de piel trigueña con cuerpo de criolla, y pronto en la mujer de moda, invitada por su risa de campana y su cintura de bailadora a todo acontecer social que celebrara La Habana?, así describe su hija Alina a la amante de Fidel Castro, Natalia ?Naty? Revuelta, mujer sumamente atractiva, educada en Estados Unidos y Francia, originaria de la alta burguesía. Estaba casada con el doctor Orlando Fernández, un famoso especialista en enfermedades del corazón. Antes del golpe militar de Batista, Naty Revuelta no conocía personalmente a Fidel, pero se había incorporado a la Liga de Mujeres Martianas, con cuya presidenta, Aida Pelayo, se la puede ver en una de las fotos que ilustra el presente capítulo. Se trataba de un ?Frente Cívico? vinculado al Partido Ortodoxo, al cual pertenecía Castro. Había escuchado muchas versiones acerca de las osadías políticas de Fidel, que venía despuntando como uno de los cabecillas más radicales de la oposición. Cuando el 10 de marzo de 1952 se produjo el golpe militar de Batista, ella mandó a hacer tres copias de la llave de su casa, para enviarlas a dirigentes de la oposición que pudiesen ser perseguidos por el nuevo régimen. Uno de los destinatarios era Castro, aunque no recibió la llave de inmediato. El 27 de noviembre de 1952, al celebrarse el 81 aniversario del fusilamiento de ocho estudiantes de medicina durante el período colonial, Fidel Castro era uno de los participantes en el tradicional acto que se realizaba en la Universidad de La Habana. Un amigo común (Jorge Valls) presentó a Castro a la joven Naty Revuelta, activista de las Mujeres Martianas, y el romance comenzó aquella noche, en la escalinata del alto centro de estudios. ?Nos reímos mucho en ese primer encuentro, y él me reiteró el agradecimiento por el gesto de la llave. Estaba lleno de energía vital y me pareció muy atractivo?, contó Naty. Se encontraron nuevamente en marzo de 1953. Fue en el domicilio de ella. La cita se acordó con un gran espíritu de complicidad por ambas partes. Fidel la llamó por teléfono para saber si podía visitarla en su casa y Naty aceptó. Dejó la sugerencia: ?mejor antes de las cinco de la tarde, porque es a esa hora que Orlando (su esposo) regresa del trabajo?. Según su hija Alina, cuando se vieron a solas su madre ?había perdido la noción del bien y del mal, y más que enamorada, embrujada, era capaz de meterse por Fidel en los más inescrutables entuertos?. La periodista brasileña Claudia Furiati afirma que Castro y Revuelta entablaron ?una íntima relación? desde el período anterior al ataque al Cuartel Moncada.

A partir de entonces, Revuelta pasó a cooperar activamente en los preparativos para el asalto al Cuartel Moncada. Vendió todas sus joyas y entregó todos sus ahorros a Castro. El montan-te superó los 6.000 dólares, casi una fortuna en ese año, con la cual se comprarían armas y se cubrieron otros gastos del grupo insurreccional. Su compromiso con la causa fue total y esto impresionó mucho más a Castro, que pasó a contar con ella para diferentes tareas. Pocas horas antes de partir hacia Santiago de Cuba, Castro fue a la casa de Naty y le entregó el texto del manifiesto que ella debía reproducir y hacer circular entre los principales dirigentes de la oposición, diarios y emisoras de radio en La Habana. Ella fue también la encargada de seleccionar la música y los himnos que serían propalados para llamar a la insurrección popular. Escogió, entre otras piezas, la Polonesa de Chopin y la sinfonía Heroica de Beethoven. La última visita de Fidel en La Habana, antes de partir hacia el Cuartel Moncada, fue de nuevo a casa de Naty, para recoger el original y varias copias del manifiesto, así como la música e himnos que serían transmitidos también desde la radio de Santiago de Cuba, porque Fidel estaba convencido de que ocuparían la fortaleza militar y se produciría un levantamiento popular contra la dictadura. Era tal la confianza de Castro en Naty, que ella fue la única persona que quedó en La Habana con pleno conocimiento de que el grupo se proponía asaltar la segunda fortaleza militar del país. Esto sólo lo sabían otros dos de los más cercanos colaboradores de Fidel. Poco después de las cinco de la madrugada, ella comenzó a cumplir la tarea de distribuir el manifiesto a líderes del Partido Ortodoxo y, entre otros, al director de la revista Bohemia. Naty supo del fracaso de la acción a través de los partes militares de la dictadura de Batista y vivió días de angustia. Se enteró que Castro estaba entre los que habían escapado, pero en La Habana se sabía que la Guardia Rural estaba asesinando a los que caían prisioneros. Castro salvó la vida y fue trasladado a una cárcel en la provincia de Oriente, desde donde intercambió algunas cartas con ella. Un teniente del ejército de Batista, que había sido colega de Fidel en la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, se le acercó para ver si necesitaba algo. Castro le pidió que alertara a Natalia Revuelta para que tomara precauciones, porque el Servicio de Inteligencia Militar (SIM) esta-ba interceptando las cartas. Ella se ha negado a revelar toda su correspondencia con Castro, pero se conoce que recibió una misiva, en noviembre de 1953, que termina así: ?hay cosas eternas, cual las impresiones que de ti tengo, tan imborrables, que me acompañarán hasta la tumba. Tuyo siempre, Fidel?. Otra de las cartas está fechada el 22 de diciembre de 1953 y en la misma le describe las condiciones en las cuales viven los insurrectos que cumplen condena en Isla de Pinos. Para ellos había sido habilitada un ala del hospital de la prisión: una galería de 40 metros de largo y 8 de ancho, donde instalaron una biblioteca y una academia de estudios. Fidel le decía a Naty: ?no resisto la idea de que pueda aumentar el sufrimiento de otra persona, menos aún cuando la quiero? y a continuación señalaba: ? prefiero que tú te ocupes de la música y luego compartas conmigo?, en un claro mensaje acerca de la añoranza de futuros encuentros. En otra carta, del 5 de enero de 1954, Castro le dice a Natty (escribía su nombre de esa forma): ?Fuiste tú precisamente la que me propusiste mantener en secreto nuestra correspondencia y yo lo acepté porque me pareció del buen sentido práctico ? el mejor día ese gran secreto lo va a saber hasta el gato?. La carta termina: ?a ti te pondré debajo de la almohada el más cariñoso recuerdo?. Ya a estas alturas se había producido el incidente del cambio de cartas. Naty recibió la que estaba dirigida a la esposa de Castro y de inmediato la puso en otro sobre y se la mandó a su destinataria. Revuelta está convencida de que aquello no se trató de un error del censor, sino de un acto planeado por el director de la cárcel. El ?Chino? Esquivel, un gran ami-go de Castro en esas horas, opina que fue el hermano de Mirta quien planeó el intercambio de cartas, con el objetivo de provocar el divorcio. El 31 de enero, Naty recibe otra carta de Castro, aún más apasionada: ?un beso es igual a otro beso, pero los amantes no se cansan nunca. Hay frases que son besos. Hay una miel que jamás empalaga. Ese es el secreto de tus cartas? no importa que tarde más en darte un abrazo muy apretado, tan fuerte que te estruje como una flor entre mis manos?. El 9 de febrero vuelve a la carga y le dice: ?La razón es fría como el hielo, la emoción caliente como la lava; aquélla es inútil en el terreno del afecto; ésta convence irrebatiblemente. Eres audaz y eso me gusta. Estoy encendido. Escríbeme, que no puedo estar sin tus cartas. Te quiere mucho, Fidel?. El 6 de mayo de 1955, en honor al Día de las Madres, el dictador Fulgencio Batista firmó el decreto de amnistía a los asaltantes del Cuartel Moncada. Castro, junto a todos sus seguidores, fue recibido en apoteosis en el puerto de Batabanó, al sur de Cuba. Una de las personas que estuvo en este acto de bienvenida fue Naty. Desde entonces, Castro y Naty Revuelta comenzaron a encontrarse discretamente en un apartamento alquilado a nombre de terceros. Una tarde, probablemente sin esperarlo, concibieron a Alina, que nació el 19 de marzo de 1956. Cuentan que Lidia, la hermana de Fidel, fue a observar a la bebé. ?Tiene los tres lunares en triángulo y una mancha detrás de la rodilla, esta niña es una Castro?, fue su dictamen. Lidia había compartido esas complicidades entre su hermano y la amante y siempre mantuvo estrechas relaciones con ella. Castro desembarcó en Cuba el 2 de diciembre de 1956, una expedición de 82 voluntarios que fueron diezmados y reducidos a 12 en el primer combate de Alegría de Pío. Pocos días después, el corresponsal de UPI en La Habana transmitió la noticia de que había muerto en el enfrentamiento con tropas de Batista. Naty estaba desesperada, pero frente a su esposo tenía que comportarse con normalidad. El doctor Orlando Fernández había asumido la paternidad de la niña. Según pasaron los días, como no fue mostrado el cadáver, aumentó su convicción de que Castro se encontraba sano y salvo. Según relata el periodista y

escritor Andrés Oppenheimer, en su libro La hora final de Castro, Fidel le pidió a Naty que se fuera con él a Sierra Maestra. No existe una fecha precisa de este episodio, pero lo lógico es que haya sido ya en el otoño de 1957, cuando los rebeldes tenían el control de una parte de esa zona montañosa de Cuba. Alina contaba entonces poco más de un año, pero Naty tenía otra hija con Fernández, que era sólo cuatro o cinco años mayor. Ella pidió al emisario que explicara a Castro que no podía abandonar a sus hijas, que eran muy pequeñas y necesitaban de sus cuidados. La reacción del Comandante fue: ?Naty perdió el barco?. Después del triunfo de la Revolución, Naty Revuelta se convirtió en una activa militante que casi siempre andaba vestida con uniforme de miliciana: pantalón verde olivo y camisa azul. En aquel tiempo es posible que haya revelado a su esposo las relaciones amorosas mantenidas con Castro, porque poco después de la entrada de los barbudos en La Habana, el doctor Fernández partió de Cuba hacia Miami con la hija que tenía con ella. Una vez separada Naty, Fidel se convirtió en un asiduo visitante a la gran residencia de la familia Fernández-Revuelta, ubicada en el Vedado. Casi siempre aparecía en horas de la noche. Alina recuerda que los escoltas llevaban alimentos a su casa, que procedían ?de la granjita del Comandante? (situada en la localidad de Cojímar, en las afueras de La Habana) y que cuando ella jugaba en el jardín, muchas veces se acercaban personas con cartas y le pedían: ?Por favor, niña, entrega esto a Fidel?. Ella evoca en su libro Alina. Memorias de la hija rebelde de Fidel Castro, que poco a poco las visitas de su padre se hacían más esporádicas. ?Pasó a visitarnos menos y en otras horas del día. Más adelante fue mi madre quien iba a visitarlo a él, en el Palacio de la Revolución? dijo la hija de Naty en una entrevista, publicada en abril de 1995 en la edición brasileña de la revista Playboy. En 1964, Fidel le propuso que fuese a trabajar a la Embajada de Cuba en Francia. Revuelta interpretó esta propuesta como ?una maniobra de Celia Sánchez? para alejarla de Castro. No obstante, fue a cumplir su misión en París, donde ella y Alina vivieron durante dos años. Evidentemente, esta estancia en París dejó en Alina, que tenía entre ocho y diez años, huellas indelebles. Habla con nostalgia de esa etapa de su vida y después trató obsesivamente de abandonar el país. A su regreso a Cuba, en 1966, Naty informó a Alina que Castro era su padre. Fidel propuso que adoptase su apellido, pero los trámites burocráticos demoraron y después fue la propia Alina, quien se ponía furiosa cuando Fidel se le aproximaba, la que se negó a aceptarlo. En esos días, prácticamente cesaron los encuentros y visitas de Castro. Otra mujer, Dalia Soto del Valle, se había convertido en ?la Primera Dama de Cuba?, pero en la total clandestinidad. Naty ocupó diversos cargos en Cuba, aunque ninguno de gran relevancia. Fue jefa de Documentación e Información del Centro Nacional de Investigaciones Científicas (CNIC). Estuvo casada durante un año, probablemente con un colega del CNIC, que su hija Alina sólo recuerda como ?muy buen mozo, pero que andaba siempre aplastado? (ni siquiera menciona su nombre). Posteriormente trabajó en los Ministerios de Comercio Exterior y de Cultura. Naty sigue siendo una leal seguidora de Castro y su propia hija la definió así en unas declaraciones, en mayo de 1997: ?es un personaje que me confunde más que el de él. A él prácticamente lo entiendo, pero a ella, me cuesta mucho más: esa mezcla de sacrificio por amor e ideología es extraña y revela una actitud medieval hacia el amor?. En febrero de 1999, Naty fue entrevista-da por Linda Robinson, periodista de la revista norteamericana U.S. News & World Report. Esta ha sido, probablemente, la única ocasión en la cual ella ha hablado con la prensa de sus relaciones con Castro. ?Fue una amistad amorosa y teníamos objetivos e intereses comunes?, confesó cuando ya tenía 72 años y estaba dedicada a catalogar obras de artistas cubanos y planeando una bibliografía de José Martí, poeta y héroe de la independencia de Cuba. Recordó que cuando Castro estaba preso en Isla de Pinos ella trataba de acercarle el mundo exterior: ?Yo ponía arena dentro de los sobres, le enviaba programas de un concierto, firmado por el director. Una vez le mandé una foto de un bailarín griego con una nariz pronunciada, que me recordaba su rostro, y le escribí: tú estabas allí, te vi bailar?. ?Siempre deseo tener conmigo algo de él. No puedo abandonar el país, porque entonces se olvidaría de mí?, dijo Naty en esa entrevista. Señaló que quizá ?algún día? se decida a escribir su propia historia, pero agregó que otras cartas que intercambió con Castro no serán publicadas mientras él se encuentre con vida. ?Yo quiero conservar mi vida privada y respeto la suya. Nunca quise que este asunto se conociera públicamente?, dijo en esa entrevista. Alina desliza tal vez la única confidencia de Fidel sobre su madre: ?Tu mamá tiene un defecto. Es demasiado buena. Nunca seas buena con ningún hombre?. Naty pasea actualmente su belleza otoñal de rasgados ojos verdes por ciertos salones oficiales, cuyo sustento proviene del Consejo de Estado. Vive sola en La Habana y el rumor popular le adjudica una personalidad ?catalizadora?, como se identifica a las mujeres de Fidel. Alina tuvo en Cuba una vida bastante inestable. Uno de sus cuatro matrimonios fue con un ciudadano mexicano, pero cuando pidió permiso para salir del país, e ir a residir a México junto a su esposo, le fue negado por las autoridades. De su matrimonio con un destacado bailarín del Ballet Nacional de Cuba nació, el 18 de diciembre de 1977, una de las nietas conocidas de Castro, Alina Salgado Fernández ?Mumín?, quien ha confesado que casi no conoció a su abuelo en persona, que sólo lo veía por la televisión. El 19 de diciembre de 1993, la hija rebelde de Castro protagonizó una fuga clandestina de Cuba, bajo una identidad falsa y usando un pasaporte español de otra persona, que tenía un gran parecido físico con ella. Escapó a Miami donde hoy anima una emisión de televisión para ?amplio entretenimiento de noctámbulos?.

16 de febrero de 1957 Indudablemente, Celia Sánchez haya sido el ser humano más cercano en una etapa decisiva de la vida de Fidel Castro, la amiga devota e incondicional, la ayudante, la consejera en la guerra y la paz, la conciencia y el alter ego del mandatario cubano. En el proceso revolucionario, ninguna otra mujer, como Celia, ha tenido su nombre abiertamente asociado al de Castro, hasta que se produjo su fallecimiento, el 11 de enero de 1980, víctima de un cáncer pulmonar. Celia fue una de las cinco hijas del doctor Manuel Sánchez Silveira, un médico con ideas de izquierda que trabajaba en una central azucarera en la región de Manzanillo y Pilón, en la provincia de Oriente, al sudoeste de la actual provincia de Granma, en la zona oriental de la isla. Su hermana Flavia la recuerda como una niña ?seria, responsable, divertida, alegre, traviesa, todo a la vez, preocupada por proteger a los hermanos más pequeños y promotora de bromas colosales?. Su padre tuvo la iniciativa de llevar a Celia a la montaña más alta de Cuba, el Pico Turquino, para colocar allí un busto de José Martí, considerado como un apóstol de la independencia de Cuba. Seguramente, lo menos que podía imaginar el doctor Sánchez, era que años después su hija se convertiría en una figura legendaria de la lucha guerrillera, en aquel mismo escenario de la Sierra Maestra. Desde comienzos de 1955, a pesar de que no lo conocía personalmente, Celia comenzó a enviarle a Castro, que se encontraba entonces en la prisión de Isla de Pinos, alimentos y algunas golosinas. Simpatizaba con el ideario de aquellos jóvenes que habían participado en el fracasado asalto al Cuartel Moncada. Cuando Castro salió de la cárcel, ella se trasladó a La Habana para buscar contacto con el recién surgido Movimiento 26 de Julio (M-26-7) y ponerse a las órdenes de Fidel, para lo que fuese necesario. Castro se marchó al exilio en México, pero Celia se mantuvo en contacto con Armando Hart, uno de los representantes del M-26-7 en La Habana y ella le pidió a Hart que la trasladase a Ciudad de México, para participar en los planes constitutivos de la fuerza expedicionaria, desembarcar en Cuba e iniciar la lucha armada contra la dictadura de Batista. En el fragor de aquellas hostilidades, adoptó dos nombres de guerra, que utilizaría según las circunstancias, uno era ?Norma?, el otro ?Aly?. Castro fue informado acerca de lo útil que podría ser Celia Sánchez para los planes del desembarco en Cuba, pues conocía palmo a palmo toda la costa entre Niquero y Pilón, lugar propuesto para la llegada de los expedicionarios por Pedro Miret, quien había quedado a cargo de estudiar el terreno. La fecha escogida para el desembarco fue el 30 de noviembre de 1956 y Celia tenía preparado ?el Comité de Recepción? e, incluso, varios camiones para trasladar a los revolucionarios hacia las estribaciones de la Sierra Maestra. Pero la travesía del yate Granma se vio atrasada por una tormenta y los expedicionarios llegaron a las costas cubanas el 2 de diciembre de 1956, por una zona cenagosa conocida como playa Las Coloradas. Según Ernesto ?Che? Guevara, aquello no fue un desembarco sino un verdadero naufragio. El buque quedó encallado lejos de la costa, y muchas de las provisiones y armamentos no pudieron ser trasladados a tierra firme. El 13 de diciembre algunos de los expedicionarios se encontraron con el campesino Guillermo García Frías, un amigo de Celia de la infancia, que formaba parte del ?Comité de Recepción?, organizado por la leal colaboradora de Castro. A partir de ese momento se amarraron los contactos entre la guerrilla, en la Sierra Maestra, y la base en el pueblo de Manzanillo, en la antigua provincia de Oriente. El 16 de febrero de 1957 se produjo el primer encuentro entre Celia y Fidel Castro, en las estribaciones de la Sierra Maestra. En ese momento ella ya tenía cumplidos 36 años. Era una mujer soltera, delgada y atractiva sin llegar a ser una beldad, ?fuerte?, según el periodista alemán Bernd Ruland, que la conoció en 1969 vestida con uniforme militar de teniente, ?guapa, de pelo negro como el carbón, grandes ojos oscuros y un rostro pequeño y ovalado, cuyas facciones denotaban un temperamento apasionado pese a la suavidad de sus rasgos?. Claudia Furiati, periodista y biógrafa de Fidel afirma que el amor se dio ?a primera vista?, pasando a ser ?confidente, secretaria, mujer y sombra protectora?. Celia tenía características que serían muy útiles en la vida de Castro, como guerrillero y estadista. Ella era una persona sensible, inteligente, cultivada, eficaz y con gran sentido de la organización. Usaba en su tobillo izquierdo una pequeña cadena de oro, probablemente el símbolo de protección en alguna de las religiones africanas, tan comunes en Cuba. El encuentro se debía a que Celia preparó la entrevista de Castro con el periodista norteamericano Herbert Matthews, del diario The New York Times, quien se encargó de informar a la opinión pública mundial que Fidel Castro estaba vivo, desmintiendo en forma rotunda las informaciones divulgadas por la dictadura de Batista, acerca de que había muerto en el desembarco. En las conversaciones con Celia (a quien no había conocido antes personalmente), Castro se dio cuenta de que tenía ante sí a una mujer que no sólo compartía sus ideas y su filosofía política. Cuando le mostró su fusil con mirilla telescópica, ella se encargó de demostrarle también sus conocimientos acerca de armamentos. Castro estaba radiante y, desde aquel primer encuentro, surgió una identificación y complicidad que se mantendría entre ellos hasta la muerte de Celia. En abril de ese mismo año Celia regresó a la Sierra Maestra, con un equipo de la televisión norteamericana. En este caso acompañada por Robert Taber, de la Columbia Broadcasting System (CBS). Fidel no la dejó partir de inmediato y ella estuvo cerca de dos meses junto a él, en la lucha guerrillera contra Batista. Celia fue la primera mujer que tomó parte en un combate del denominado Ejército Rebelde, encabezado por Castro. Se trató del ataque al cuartel del ejército de Batista en El Uvero, batalla

librada el 28 de mayo de 1957. Pero, la necesidad del trabajo de Celia en la coordinación para el envío de armas y suministros a los guerrilleros la llevaron de nuevo a Manzanillo. Poco después, Fidel enviaba una nota dirigida a ?Norma? en la cual le decía: ?Tengo tantos recuerdos placenteros de tu presencia aquí, que tu ausencia me hace sentir un gran vacío?. En el verano de ese mismo año le mandó otra nota a Celia, después de haber recibido un nuevo uniforme: ?Voy a empezar la nueva campaña con el nuevo uniforme? Y tú ?por qué no nos haces una breve visita? Piensa en eso y trata de hacerlo en los próximos días. Un gran abrazo?. En el otoño de 1957, Celia abando-na definitivamente sus tareas en Manzanillo y se marcha hacia la Sierra Maestra. A partir de ese momento será la compañera inseparable de Fidel. De inmediato quedó encargada de las tareas de mantener todas las comunicaciones locales, nacionales e internacionales que necesitaba el Comandante. Gracias a ella se conservaron notas, órdenes a los grupos guerrilleros, proclamas y comunicados redactados por Castro, que Celia guardó como preciosos tesoros. Los dos vivieron juntos en una pequeña casa construida en La Plata, donde estaba situada la comandancia de la guerrilla. Al fondo de la casa tenían una especie de cuneta, para lanzarse en caso de bombardeo. La casa se conserva y puede ser visitada. Tiene un solo dormitorio, que compartían Celia y Castro, una habitación pequeña que servía de oficina, en la cual trabajaba Celia, y una especie de terraza, donde Fidel recibía a los visitantes. Según recuerda Arturo Aguilera, ayudante de Celia y chofer de un jeep que Castro utilizó durante la última fase de la campaña guerrillera: ?Los dos siempre andaban juntos, en esa etapa nunca se separaron?. Raúl Castro le escribiría en una carta: ?... Te has convertido en nuestro paño de lágrimas más inmediato y por eso todo el peso recae sobre ti, te vamos a tener que nombrar madrina oficial del destacamento?. Fidel le confesaba en una carta: ?Te has hecho indispensable para nosotros?. Norberto Fuentes, en su libro Dulces guerreros cubanos, comenta que Celia y Castro tuvieron ?una relación casi matrimonial, duradera, durante todo el tiempo de la guerrilla?, aunque Fuentes asegura que Celia era ?una lesbiana dura?. El fin del año 1958 es festejado de forma tranquila por Fidel y Celia en una central azucarera de la localidad de Palma Soriano, en la antigua provincia de Oriente. Allí se enteraron de que Batista había huido del país hacia la República Dominicana. A partir de ese momento, fue ella la encargada de los febriles contactos de Castro con otros jefes guerrilleros, viejos amigos y colaboradores, hasta ir formando el nuevo gobierno. La hija rebelde de Castro califica a Celia como ?jefa de despacho y bruja personal? de su padre, mientras que Furiati le adjudica ?una rara ascendencia sobre Castro?. Lo cierto es que cuando Fidel estuvo enfermo en 1959, la única vez que se publicaron noticias oficiales acerca de su estado de salud, porque todavía existía alguna prensa independiente, Naty Revuelta, acompañada de su hija, trató de visitar a Castro en la casa que compartía con Celia, en la calle Once, en el Vedado. Celia dio órdenes a los escoltas para que no las dejaran pasar. La ráfaga de celos que atraviesa la escena, muestra que sus relaciones con Castro mantenían ese contenido íntimo y sentimental, pues ella sabía que Naty era amante de Fidel. En el período previo a la famosa invasión por Bahía de Cochinos (Playa Girón para los cubanos), en abril de 1961, Castro dirigía las operaciones desde una casa de dos pisos, situada en la calle 47 del barrio residencial de Nuevo Vedado. En aquel momento, la comandancia se denominaba ?Punto Uno?. Celia fue una de las pocas personas que estuvo en todo momento a su lado, guisándole o preparándole su sopa preferida, de tortuga fresca. El día del desembarco de los invasores, Fidel dormía en el apartamento que compartía con Celia. Fue ella quien decidió nombrar Cohiba a los hoy famosos habanos, que en un inicio eran producidos sólo para el consumo de Castro, o para que éste los enviase como regalo a altos dignatarios. La investigadora Claudia Furiati estima que ?la vinculación entre Fidel y Celia tenía verdaderamente una fase conturbada. Ambos debían preservar una imagen pura y heroica como espejos de la revolución y esto les impuso que se mostraran sublimes y les invadió el afecto, haciéndolo incompleto con el paso de los años. Para Fidel, la falta de un amor común quedaría satisfecha con ?Lala? (Dalia Soto del Valle, su actual esposa), el amor secreto. Celia se dedicaba integralmente a él, o mejor, a la Revolución, sufriendo feliz?. Según Tad Szulc, ?las muertes de Guevara y de Celia representaron un terrible golpe para Fidel Castro, por la razón de que eran los únicos que se atrevían a contradecirlo. Lo que se ha desarrollado después es una serie de burócratas y yes-men, que buscan decirle a Castro lo que él quiere escuchar y no siempre la verdad?. En realidad, a los dos mencionados por Szulc se debería añadir el nombre de Haydee Santamaría, ex combatiente del Moncada, que se suicidó el mismo año que murió Celia, y que también era capaz de contradecir a Castro. Después de su muerte, Celia Sánchez ha sido, prácticamente, canonizada y existen hospitales y escuelas que llevan su nombre. Su solar natal, en la avenida Raúl Podio 111, en la ciudad de Manzanillo, es hoy un museo dedicado a recordarla, y en la casa que compartiera con Castro en el barrio de El Vedado, funciona un equipo que atiende y mantiene al día los archivos personales del Comandante, que Celia comenzó a organizar antes de morir.

1961

Según la versión casi oficial del documental transmitido por la televisión cubana en 1999, se trata de la esposa y compañera de Fidel Castro desde hace más de 30 años, pero es la persona de quien se conocen menos datos. Cuando ha aparecido en actos públicos junto al presidente cubano, ha sido en un plano secundario. Se sabe que existe, pero no hay un reconocimiento oficial explícito. La vida de Dalia se halla encubierta, una característica de ese sigilo que enmascara también, a la vista del público, los lugares de residencia del Comandante en Jefe. Los que la conocen dicen que proviene de la burguesía, que es una mujer alta, elegante, de nariz perfecta, pelo rubio y ojos verdes, como corresponde al tipo físico de las mujeres que siempre hicieron vibrar a Fidel Castro. No se sabe con exactitud la edad de Dalia Soto del Valle, pero se calcula que es entre 10 a 15 años más joven que Fidel. La foto que se exhibe en este capítulo, es una de las pocas que se le conocen. En línea con el escritor francés Jean-Pierre Clerc, según su libro Les quatre saisons de Fidel Castro (Editorial Seuil, 1996), el líder cubano y Dalia se casaron a principios de los años ochenta, pero todas las versiones coinciden acerca de que ambos viven juntos desde hace más de 30 años. Ello converge con la versión del diario español El Mundo del 12 de agosto de 2001, acerca de que el matrimonio sólo fue legalizado después de la muerte de Celia Sánchez. A propósito, el rotativo la cita como ?La señora de Castro? que ahora, en el ocaso de Fidel, comienza a aparecer en actos públicos, cerca de su marido pero sin fotografiarse junto a él, en el Festival del Habano, la subasta de puros que se celebra en el cabaret Tropicana para recaudar fondos en beneficio de hospitales, en un encuentro de béisbol entre los equipos de Venezuela y Cuba, o en una marcha en el malecón habanero frente a la Oficina de Intereses de Washington, vestida con camiseta verde y gorra para protegerse del sol. Castro conoció a Dalia Soto del Valle??Lala? para los íntimos?en el colorido pueblo de Trinidad, hoy provincia de Cienfuegos, donde su familia tenía una finca. El primer encuentro parece que se produjo en 1961, durante la campaña de alfabetización, siendo Dalia una de las jóvenes maestras que participaba en esa tarea, que movilizó a miles de estudiantes y profesores, para eliminar el analfabetismo. En aquellas horas Fidel llevaba una vida agitada, a veces reclamado por jóvenes mujeres y hasta artistas de cine, que se dirigían a La Habana para conocer al jefe guerrillero. Durante los primeros meses de la Revolución, Castro fijó aposento en el piso 23 del entonces Hotel Havana Hilton, poco después transformado en Habana Libre y ahora controlado por la cadena española Trypp. En marzo de 1959, Celia Sánchez se encargó de alquilar una espaciosa residencia en el poblado pesquero de Cojímar, a unos ocho kilómetros del centro de La Habana, páramo famoso desvelado por la novela de Ernest Hemingway El viejo y el mar. Esa casa de Cojímar era utilizada para reuniones, y allí se asentó una escuela para alfabetizar y ofrecer cursos de enseñanza primaria a un grupo de jóvenes que combatieron en la guerrilla, o sirvieron como mensajeros. Ésta era ?la granjita del Comandante?. Pero Fidel había quedado prendado de Lala, ?una cubana alta, de cuerpo bonito, una persona simple, pero con un toque diferente...? pasando ?a visitarla y dejó florecer el mutuo deseo entre ellos?, describe Claudia Furiati. Poco después, Celia se estableció en la calle 11 n°. 1007 entre 12 y 10, en el Vedado. Ésa sigue siendo la residencia oficial de Castro, según su carné de identidad. Es en ese barrio que Fidel acude a las urnas, cuando se realizan elecciones para el denominado Poder Popular aunque, para los miembros del Parlamento, hay una lista única de candidatos. Ese tramo de la calle 11 continúa cortado al tránsito por unas cadenas y guardias armados, como si el líder viviese allí junto a Dalia, su actual esposa, aunque en realidad ésa es hoy la sede del archivo personal del Comandante. En los primeros años de los sesenta, evidentemente, Castro tenía que multiplicarse para dar atención a su amante Naty, a su fiel ayudante y secretaria Celia y esto sin contar otros romances pasajeros. Las relaciones con Dalia comenzaron a través de citas esporádicas, hasta que ella se fue ganando el lugar privilegiado: la escogida y conquistada por el Comandante, a quien no le gusta que sean las mujeres quienes lo enamoren. Lo cierto es que el matrimonio Castro ocupa una residencia de dos plantas en la zona oeste de La Habana, cerca de la playa de Jaimanitas. La mansión no había sido terminada al momento del triunfo de la Revolución, en 1959, y fue diseñada de nuevo y acabada su construcción a fines de los años sesenta, incluyendo un refugio para caso de ataque nuclear. Una espesa selva de matas trepadoras cubre exteriormente las paredes de la casa, cuidadosamente podada alrededor de puertas y ventanas. Otros árboles frondosos, situados a su alrededor, hacen prácticamente imposible que la residencia sea vista desde el aire. Es el camuflaje perfecto ante cualquier ataque de los imperialistas norteamericanos. Es allí que Dalia sirve el desayuno a Castro que consiste, generalmente, en frutas frescas, filete de pargo a la plancha y yogur de búfala. En los alrededores de aquella casa, Castro tiene algunas crías de animales y una fábrica para la producción de quesos y yogures. Del matrimonio o unión con Dalia Soto del Valle, nacieron cinco hijos, todos varones, que se llaman Ángel, Antonio, Alejandro, Alexis y Alex, hoy con edades que oscilan entre los 26 y 38 años. Todos los nombres comienzan con la letra A, coincidencia que podría deberse a un tributo a Ángel Castro, padre de Fidel fallecido el 3 de octubre de 1956, a que el segundo nombre del Comandante es Alejandro, o a Alejandro Magno, estratega militar admirado por Castro; en todo caso, una manifestación del egocentrismo del padre mucho más indeleble que cualquier otra referencia biográfica. Lo poco que se sabe de los hijos es que casi todos estudiaron en la Escuela Lenin, un centro especial para la enseñanza secundaria y preuniversitaria inaugurado por el propio Castro en 1974, y que está reservado para jóvenes con altos índices de aprovechamiento escolar, pero donde son admitidos hijos de los principales dirigentes del país, aunque no cumplan con ese requisito. Las versiones que circulan acerca de

los hijos aseguran que Antonio se graduó de cirujano ortopédico, Alejandro y Alexis son programadores de computación y Alex es gestor de sistemas informáticos. Cuando el 23 de junio de 2001 Castro se vino abajo, aplastado por esa fatiga inesperada que le hizo pensar la muerte, Antonio Castro fue uno de los que en el palco se precipitaron para socorrer a su padre. Antonio, un cirujano ortopédico que trabaja en el hospital Frank País, y que acompañó a los deportistas cubanos a los Juegos Olímpicos de Sydney y otras competencias internacionales. Ángel es el más joven, con 25 años y, según informaciones procedentes de Cuba, de principios de 2001, estaba terminando los estudios de Medicina. Parece que es el único que todavía vive con sus padres en esa residencia, que está situada a la altura de la calle 230, en las afueras de la ciudad de La Habana. Sin embargo, otras fuentes aseguran que Alejandro también vive allí. Excepto Ángel y Alejandro, los otros hijos del matrimonio ya están casados, pero la cantidad de nietos que tienen Dalia y Castro es un secreto de los dioses. Sin embargo, se conoce que Fidelito, el primogénito, al que el diminutivo ya no le va, tiene dos hijos de su primer matrimonio con una rusa; su medio hermano, Jorge Ángel, es padre de cuatro y la media hermana, Alina, que tomó el camino del exilio y la disidencia militante, tiene una hija. Según relata de Alina, Fidel siempre trató de impedir las relaciones entre los hermanos. Señala que Castro les impone a los hijos que tiene con Dalia ? que proyecten una imagen de austeridad?, lo que resulta tarea difícil, pues andan acompañados por guardaespaldas.

19 de noviembre de 1996 No deben ser todas las que están, ni deben estar todas las que fueron, parafraseando al refrán. Escudriñar la lista de mujeres de Fidel es una labor que lo trasciende y habrá que esperar a su muerte y a las memorias que, ojalá, alguna de ellas se lance a escribir para ir cerrando el capítulo. Si en Cuba lo que es real y la ficción, el teatro y la vida, se conjugan como en un reflejo de cristales, las dificultades para distinguir una cosa de la otra se acrecientan mucho más cuando entran en liza sus mujeres: ardientes, hermosas y avasalladoras. Las que han sobresalido al costado de Fidel Castro alimentan el misterio. Mirta Díaz-Balart ha guardado un mutismo absoluto, lo que quizá ayudó a que pudiese seguir encontrándose esporádicamente con su hijo, Fidelito. Es de sobra conocido que cuando Castro es atacado o acusado adopta las más severas represalias. Quedarse tranquilos y callados es a veces la carta de triunfo de los cubanos que desertan u optan por el exilio, para lograr que sus familiares los puedan seguir al extranjero en el menor tiempo posible, aunque siempre deban esperar unos años, como castigo. Callada, Naty Revuelta conserva un espacio que se le respeta a cambio de una actitud recatada, pasando casi inadvertida en medio del temporal de su hija con Fidel, peleada con el padre. Celia Sánchez siempre se mantuvo en retaguardia y, a pesar de que fue secretaria del Consejo de Estado de Cuba entre los años 1976-1980, nunca se caracterizó por dar entrevistas a la prensa, aunque viejos combatientes que han quedado al margen del camino siempre contaron con su solidaridad. Los simples ciudadanos saben que una de las herencias que ella dejó fue el otrora hermoso Parque Lenin, en las afueras de La Habana, uno de los pocos espacios para la recreación de los cubanos y lugar para la compra, sin la tarjeta de racionamiento, de algunos artículos alimentarios. Dalia ha dedicado su vida a criar y educar a los hijos que tuvo con el Comandante en Jefe y, por razones de seguridad, o por esos recelos que Fidel confesó a Juventud Rebelde de que no le gusta que miren a sus mujeres, sus actividades permanecen en el círculo más reservado de los miembros de la guardia pretoriana de la Seguridad Personal de Castro, salvo sus recientes e inesperadas apariciones públicas. Algunos cubanos bien informados han podido identificarla en imágenes vertiginosas que la televisión ha transmitido de esos actos públicos: ?mira, aquella es la mujer de Fidel?. No obstante, este gusto genuino o impuesto por el secreto que rodea a sus mujeres, el reto para los historiadores y para el mismo Fidel es inconmensurablemente más arduo y complejo, pues abre una pista acerca de los afanes de los hombres para que sus huellas queden impresas en la historia. Al publicar en 1986 Fidel, una biografía crítica, el fallecido Tad Szulc definió que ? Castro es la quintaesencia del caudillo militar español, envuelta hoy en el manto de conveniencia del marxismo leninismo, que ofrece el raciocinio intelectual de que una ?revolución real? es imposible en un sistema electoral y que el comunismo autoritario es el instrumento necesario para implementarla?. Este libro es el intento más serio y documentado realizado hasta ahora sobre la vida de Castro, aunque se refiere de manera poco detallada a su etapa en el poder. Falta conocer la traducción al castellano de la biografía ?consentida? escrita en portugués por la periodista brasileña Claudia Furiati, como conclusión de diez años de trabajo, de la cual se han extraído algunos datos esenciales de su versión original para la presente investigación periodística. Acuñada por el propio líder cubano, la fórmula difiere de las ?biografías autorizadas?, porque Castro quiere reservarse la libertad de discrepar si entran en debate los dos volúmenes previstos para antes de finales de este año 2002. El interés se acrecienta porque Fidel aportó su colaboración, dejando husmear en sus archivos personales, y autorizó a que la autora se conectara con su séquito de incondicionales, especialmente con el difunto Manuel Barbarroja Piñeiro, vitalicio jefe de los servicios secretos cubanos. Tolerar veladamente una biografía, al borde ineluctable de su límite biológico, cuando los retratos literarios de Castro han agotado ediciones que siguen teniendo lectores insaciables en los confines más remotos del globo señalaría, por parte de él, un empeño por influir en la mirada retrospectiva por venir, un perímetro a escrutar del que, por supuesto, no están exentas las

mujeres, sumidas en la tenuidad. La voluntad de Castro para acondicionar su comparecencia ante de las próximas generaciones, puede ser rastreada a partir del 19 de noviembre de 1996, cuando peregrinó al Vaticano para encontrarse con el Papa Juan Pablo II, ?armado con la coraza interior del chaleco antibalas, made in Pekín, con un diseño de saco terrero, que le confería un aire de caballero desarbolado?, en la perspectiva de la fotografía literaria del escritor Manuel Vicent. Salvo accidente o vuelco histórico, Fidel no terminará su derrotero como Ceaucescu, sino como Mao, apoltronado en su sillón favorito en la cima del Consejo de la Revolución, pero ese relativo recaudo, estando vivo, no le garantiza el nicho anhelado en la iconografía del siglo xx cuando muera, ni que las mujeres que lo sobrevivan no tiren de la manta y lo dejen para siempre en una posición desagradable. Evidentemente inquieto por el juicio posterior de sus contemporáneos, Castro se debate en un laberinto. Debió ya resolver qué hacer con las huellas de sus días en los archivos, teniendo que arbitrar frente a la sugestión de lo imposible: inducir a que las piezas del rompecabezas se pongan anticipadamente por sus bordes. Tentado de seleccionar los retazos de su vida para uso del espejo de la historia, falta todavía mucho por conocer si ha obrado solapadamente acondicionando papeles, exaltando su recorrido de gloria, relegando al olvido la ignominia de las decisiones infelices. En ese galimatías, las mujeres podrían llegar a tener la palabra definitiva. A Fidel no se le pasa por alto. La sospecha se le hizo patente aquella tarde en la localidad de Cotorro, cuando creyó que le acertara el fogonazo letal. Desde entonces, sus amores no le dan resuello, danzando como murciélagos en el solitario castillo de sus recuerdos.

fuentes 1. Sebastián Balfour, Castro, Biblioteca Nueva, Madrid, 1999. 2. Tomás Borge, Un grano de maíz, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 1992. 3. Jean-Pierre Clerc, Les quatro saisons de Fidel Castro, Éditions du Seuil, Francia, 1996. 4. Alina Fernández, Alina, memorias de la hija rebelde de Fidel Castro, Plaza y Janés, Barcelona, 1997. 5. Jean-François Fogel y Bertrand Rosenthal, Fin de siècle à la Havane, Seuil, París, 1993. 6. Norberto Fuentes, Dulces guerreros cubanos, Seix Barral, Barcelona, 1999. 7. Claudia Furiati, Fidel Castro-Uma biografia consentida. Tomo I: Do menino ao guerrillheiro. Tomo II: Do subversivo ao estadista, Editorial Erevan, Río de Janeiro, noviembre de 2001. 8. Hilda Gadea, Os meus anos com o Che. Da guatemala ao Mexico, Ediçoes Dinossauro, Lisboa, 1996. 9. Juventud Rebelde, La Habana, Cuba, 23 de marzo de 1997. Cla- rín, Buenos Aires, Argentina, 19 de julio de 1998, 9 de enero de 2000 y 14 de agosto de 2001. El País, Madrid, España, 23 y 24 de diciembre de 1993, 22 de diciembre de 1996, 10 de octubre de 1999 ; 1 y 10 de julio, 12 de agosto y 1 de diciembre de 2001. Brecha, Montevideo, Uruguay, 17 de diciembre de 1999 y 25 de mayo de 2001. The Associated Press, Estados Unidos, 18 de febrero de 2000. Der Spiegel, Hamburgo, Alemania, 16 de abril de 2001. Proceso, México, 6 de mayo de 2001. Obchayia Gazeta, Moscú, Rusia, 22 de febrero de 2001. The Miami Herald, Estados Unidos, 29 de abril de 1999 y 8 de octubre de 2000. National Geographic, Estados Unidos, junio de 1999. ABC, suplemento cultural, Madrid, España, 21 de febrero de 1997. Agencia EFE, 13 de mayo de 1997. Playboy, edición de Brasil, abril de 1995. Insight, Estados Unidos, 14 de febrero de 2000. El Nuevo Herald, Miami, Estados Unidos, 11 y 12 de julio de 2001. El Mundo, España, 12 de agosto de 2001. U.S. News & World Report, Estados Unidos, 1 de febrero de 1999. Le Monde Diplomatique, París, Francia, diciembre de 1998. Jboline, diario digital brasilero, 22 de enero de 2002. 10. Jorge Masetti, La loi des corsaires, Stock, París, 1993. 11. Andrés Oppenheimer, La hora final de Castro, Javier Vergara, Buenos Aires, 1992. 12. Bernd Ruland, Las compañeras de los dictadores, Aymá sociedad anónima editora, Barcelona, enero de 1972. 13. Tad Szulc, Fidel, a critical portrait, William Morrow and Company INC, Nueva York, 1986.

14. Jorge Timossi, Los cuentos de Barbarroja, Ediciones Libertarias, Madrid, España, 1999. 15. Manuel Vázquez Montalbán, Y Dios entró en La Habana, Ediciones El País S. A., Madrid, 1998.

LUCÍA HIRIART

11 de septiembre de 1973 Una noche de junio de 1973 en Santiago, cuando el general Augusto Pinochet resolvía irse a dormir, su esposa Lucía Hiriart se le acercó, lo tomó de la mano y conduciéndolo hasta el dormitorio de los niños le dijo: ?ahí están sus hijos. Ellos caerán bajo la tiranía comunista por su culpa, porque usted no se atreve a actuar?. Pinochet la miró, inquieto y replicó: ?Me sorprende, señora, que después de tantos años casados usted ahora dude de su marido. Hay que tener mucha fe, porque las cosas se van a arreglar?. Envueltos por las respiraciones sosegadas del sueño, Lucía, Augusto, Verónica, Marco Antonio y Jacqueline, asistían silentes al acto en que su madre demolía las reticencias del padre militar, para que saltara a la cabeza del golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973 que enlutaría a Chile, derrocando al presidente constitucional Salvador Allende Gossens. La dictadura que erigió a Pinochet como líder duró hasta 1990. Censuró la prensa y la educación, abolió la actividad política y sindical, y expulsó de su geografía a un millón de ciudadanos. En 17 años eliminó a más de tres mil adversarios, asesinándolos clandestinamente o ejecutándolos tras parodias de juicios militares. Arrestó a cientos de miles, torturando cruel y masivamente a trescientos mil de ellos, dejando al resto en libertad vigilada o pudriéndose en cárceles, purgando largas condenas, sin garantías de respeto por los derechos humanos. Aquella noche de junio, Lucía sostenía la mano del general que fungía de segundo en la cadena jerárquica del Ejército, inevitable sucesor del Comandante en jefe, Carlos Prats. Su predecesor, René Schneider, había sido asesinado por un grupo paramilitar de ultraderecha que buscaba impedir la llegada de Allende al gobierno, quien sería elegido por el voto popular el 4 de septiembre de 1970. Este complot fue apuntalado por el Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger. Por entonces, Pinochet llevaba jinetas de general de División. Tras comandar las guarniciones de la capital, Santiago, fue promovido a jefe del Estado Mayor en 1972, antes de ser jefe adjunto del Ejército al nombrarse a Prats ministro del Interior en el gobierno de la Unidad Popular, coalición política orientada por Salvador Allende Gossens. Durante esos meses, Chile agotaba una grave crisis política. La oposición demócrata cristiana intentaba destituir al presidente constitucional desde el Parlamento, donde carecía de los dos tercios requeridos para llevarla a cabo. Estados Unidos, a través de la CIA, financiaba prolongados paros y huelgas de los transportistas y otros sectores gremiales, e interfería promoviendo descontento en la población, violando el derecho internacional y la soberanía de Chile. La escasez de alimentos propiciada por el acaparamiento de los comerciantes y la caída de la productividad, obligaba a los chilenos a esperar largas horas ante los almacenes, para satisfacer sus necesidades básicas. Al interior de la propia coalición gobernante, integrada mayoritariamente por socialistas y comunistas?que había obtenido un sólido aunque minoritario 42 por 100 de apoyo en las últimas elecciones parlamentarias de marzo de 1973?se debatía si la revolución socialista debía seguir por la vía legal o apoyarse con las armas. El presidente se inclinaba por llamar a un plebiscito para que las urnas arbitraran una salida política a la situación. En tanto, diversos sectores de la oposición pedían a gritos la intervención de los militares para liquidar al gobierno del socialista Salvador Allende. Pero el general Prats era impermeable a las presiones, convencido de que era necesario respetar la Constitución y no interrumpir el mandato presidencial legal. Por mantener esa postura prefirió renunciar el 23 de agosto de 1973, siendo reemplazado por Pinochet, que tuvo entonces la vía libre para el golpe. A principios de 1974, al rememorar en la Televisión Nacional ante un público femenino cuánto le costó convencer a su marido para que se embarcara en voltear a Allende, la confesión de Lucía fue rotunda. Aquella escena nocturna con sus hijos dormidos como testigos, destapada oportunamente por la prensa, no sólo tuvo lugar, sino que debió repetirse hasta que el marido se encarriló como ella quería. ?Yo le había dicho muchas veces, Mira, Augusto, yo no sé hasta cuándo los militares van a seguir aguantando a estos rotos (pobres). ?No te das cuenta de lo que significa el desabastecimiento? ?No te das cuenta de las colas? ?Dónde tienes puestos los pantalones? ?Me lo quieres decir? Terminó por hacerme caso?. El estrujón culpabilizando al marido, era su instrumento de dominación. Federico Willoughby, asesor de prensa de Pinochet durante años, afirma que Lucía ?siempre le estaba exigiendo que escalara, desde mucho antes del golpe. Ella es el único personaje influyente en él?. Según su biógrafo oficial, Manuel Araya Villegas, se añade Avelina, su madre, cuya figura se agigantó en Pinochet cuando su padre abandonó el hogar detrás de otra mujer. Lucía achacaría todos los males del país a los ? extremistas, ateos y perversos?, regañando a su esposo por no ser más enérgico con ellos, incluso doblegándolo en público. A

veces, lamentaba haberse casado ?con un milico? reprochándole que, de no ser su esposa, ?a lo mejor podría haber sido senadora, como mi padre?. A Lucía le debía irritar que el futuro genocida hesitara. Pinochet titubeaba no por fidelidad a Allende sino por temor a la derrota. La mañana del levantamiento de las Fuerzas Armadas, tardó en cambiarse el disfraz de leal al gobierno institucional por el de implacable déspota antidemocrático. Fue la Marina la que desencadenó la sublevación, arrastrando al Ejército y a la Fuerza Aérea. Pinochet se tomaba tiempo para traicionar. Nacido el 25 de noviembre de 1915 en Valparaíso, era el primogénito entre seis hermanos, hijos de Francisco, un funcionario de Aduanas de ese puerto chileno. Expulsado por mala conducta del Seminario San Rafael de esa ciudad donde cursaba la escolaridad primaria, Augusto fue enviado a un colegio religioso de curas franceses concurrido por hijos de familias adineradas. Su tosquedad y pésimo genio ornamentaron la libreta de calificaciones. Apodado ? el burro? por sus respingados colegas de clase, en virtud de las deplorables notas y de su risa equiparable al rebuznar de un asno, cultivaría una manera de hablar vulgar y hosca, que enmascararía, siendo adulto, la felonía y premeditación para administrar el crimen en su comportamiento político y militar. Los sicólogos rastrean el hilo conductor de su temible carácter, en la necesidad de tomarse revancha de su madre, por humillaciones sufridas cuando niño. A los duros castigos infantiles se sucedieron la coerción de sus educadores católicos y sus militares instructores, coronados por el autoritarismo con que lo subyugara su esposa, clave detrás del trono. Los politólogos se inclinan por la fórmula del fanatismo de los conversos. Habiendo sido el último en sumarse a los conspiradores, muchos de los cuales dudaban de él, Pinochet debió demostrar a sangre y fuego su compromiso con el movimiento golpista y lo lejos que estaba dispuesto a llegar. Los esfuerzos de su familia, proveniente de la clase media, para que Augusto lograse escalar socialmente mediante sus estudios, fracasarían de manera estrepitosa. Repitente reiterado en el secundario, su padre no quería resignarse a la reedición de su acotado destino de insignificante asalariado estatal. Ante los magros resultados de su hijo mayor, aceptaría la Escuela Militar como recurso postrero. La iniciativa fue de su madre, Avelina Ugarte, que ambicionaba verlo de uniforme y desfilando. Tras dos tentativas frustradas, ingresaría en 1933. En la época que comenzó su formación de oficial los militares estaban tan desprestigiados que no se atrevían a salir uniformados a la calle por miedo al repudio popular. A los cadetes se les prescribía vestirse de civil para los permisos dominicales. Sucedía que el país salía de una sangrienta dictadura, la de Carlos Ibáñez del Campo, general del Ejército, usurpador de la presidencia en 1927. Ibáñez fue desalojado de la presidencia por una insurrección popular en 1931, seguida por un interregno de anarquía política y social. Lo cierto es que hasta poco antes del golpe de 1973, los militares chilenos vivían marginados de los círculos del poder, constituyendo una suerte de ghetto social. Pinochet eligió la Infantería y su estela dejó la huella de alguien ?del montón?, un pasar inadvertido que se convertiría en su táctica para trepar en el Ejército, amoldándose aparentemente a las circunstancias para sorprender de pronto con un uso brutal e inaudito de sus prerrogativas de mando. El joven oficial sin porvenir rompió la regla de contraer matrimonio con la descendiente de una familia militar. En 1941 conoció a Lucía Hiriart, hija de un influyente político progresista, masón y antimilitarista, un letrado con otros dos hijos abogados, Luciano, notario, y Alberto, juez y director de empresas. El padre de Lucía jugó un papel preponderante en la restauración democrática del Chile posterior a 1931, con el desguace de la dictadura del general Carlos Ibáñez del Campo. Concretamente, Osvaldo Guido Hiriart integró la Junta Civilista cuyo objetivo fundamental era asegurar que los militares quedaran al margen del quehacer político. Fue ministro del Interior del presidente Juan Antonio Ríos (1941-1945), senador de la República y fiscal de la Corporación de Fomento (CORFO), el ente creado por ese gobierno para establecer en Chile un fuerte sector económico bajo control estatal. Con estos antecedentes y los referidos a sus propios hijos varones, no es extraño que el futuro suegro se opusiera inicialmente al noviazgo de Lucía con un teniente del Ejército, intrascendente y de cultura rasa, que acaso profesaba todas y ninguna identidad política, sin luces evidentes. Pero Lucía hizo trizas los sueños de un matrimonio mejor, optando por una tediosa y previsible rutina al costado de un oscuro militar, con continuos cambios de destino, y las naturales angustias anuales cuando se anunciaban las promociones y pases a retiro. Convenció a sus padres, para irse con un hombre indiferente a los placeres gastronómicos, que nunca fumó y apenas bebe alcohol, sujeto a horarios inclusive para las relaciones sexuales, obsesionado con la disciplina, la obediencia, la autoridad y las reglas de los escalafones castrenses, supersticioso e insomne, que para esa fecha tenía simpatías con un catolicismo integrista y se había suscrito a una revista pronazi existente en Chile: Ejército-Marina-Aviación, que dirigía el general prusiano Wilhelm Faupel, asesor de las Fuerzas Armadas en Argentina y Chile.

10 de diciembre de 1924 Dos años después del enlace, la pareja se trasladó de Santiago a Iquique, en el norte de Chile. Ella afirmó que la mudanza fue en 1945 y que tenía una gran fe de que le iba a ir estupendo. ?Vendí todos mis muebles, deshice la casa, porque además era difícil trasladarse con todo. Mis amigas me decían: ?Y si sale mal? Yo respondía: No puede salir mal. Esa fe la he tenido siempre en él.

Cuando discutíamos el futuro, me dijo que un día iba a ser Comandante en jefe. Yo le dije que tenía que ser por lo menos ministro de Defensa?, apretándolo entre su codicia y la ambición de llegar más alto. La seguridad de esta mujer puede asignarse a que, desde pequeña, como se ha consignado, estuvo muy cerca del poder político. Nacida el 10 de diciembre de 1924 en Antofagasta, una región desértica del norte de Chile, diría de su padre que ?se retiró muy joven de la política contingente. Él era un idealista, un caballero por sobre todo, y la política había comenzado a cambiar mucho, por lo que consideró que esa política lo había decepcionado?. Tal vez data de este período histórico la profunda desconfianza de Lucía hacia los partidos políticos y la democracia. A pesar de ello se inscribió en los registros electorales y participó varias veces de elecciones. ?Yo votaba por las personas que pensaba podrían ser el mejor presidente para Chile y generalmente ganaba la persona que yo había elegido. A veces me arrepentía de haberlo hecho? pero ya había votado?. Cuando Lucía se puso de novia, en septiembre de 1941, la familia residía en una casa quinta en el paradero 30 de la Gran Avenida, en el extremo sur de Santiago. El padre iba todos los días a las oficinas de CORFO, en Teatinos 20, a menos de una cuadra del palacio presidencial de La Moneda, en pleno centro de la capital. Ella era una colegiala regordeta de 16 años que estudiaba en el liceo de San Bernardo, un pueblo muy cercano, en cuyo cuartel desfilaba un oficial de 25 años, Augusto José Ramón Pinochet Ugarte, alias ?Tito?. El encuentro se dio en la plaza. Lucía participaba de una colecta para la Cruz Roja. Al verlo pasar ella se le acercó, pidiéndole una contribución. ?Lo que me atrajo fue la apostura. Tenía espléndida facha, como llamábamos. Era abanderado de la Escuela de Infantería. Durante un año no tuvimos nada más que una relación de miradas?, lapso en que Lucía rompió un romance con un cadete de la Fuerza Aérea, hasta que Pinochet ?logró que un amigo en común nos presentara en su casa. Desde ese momento seguimos unidos sentimentalmente?. En su lenguaje celestial, lo percibió como ?cariñoso, muy gentil, tímido nunca, más bien parco?, que se ?tomaba la vida en serio, con humor, que amaba a los niños, tierno de corazón, soldado a carta cabal, optimista, un hombre con mayúscula?. En sus memorias, el general sitúa el lugar del flechazo y da cuenta de la evolución del flirteo. Precisa que en el mes de septiembre de 1941 y ?en casa del gobernador de San Bernardo? le presentaron ?a la señorita Lucía Hiriart, con quien comencé a salir a la plaza por las tardes, cuando el servicio me lo permitía?, pasando a hablar seguido por teléfono ?con gran escándalo de los demás oficiales, que me pedían que hablara más corto, lo que se me hacía difícil?. Dados los nueve años que los separaban, en la guarnición era tema de chistes: ?los oficiales me empezaron a molestar cuando llegaba al comedor del casino y en voz baja decían: cuidado, ahí viene el infanticida. Pero las bromas no cambiaron mi voluntad de seguir saliendo con la damita del liceo a quien solía acompañar a la salida del colegio a las doce y media. En dos ocasiones fue observada la señorita Hiriart por la directora, a la que no le agradaba mi compañía. En una recepción de beneficio del liceo me vendieron la entrada y luego trataron de impedir que me acercara a ella. Mi dama le dijo a la directora que si su madre nada decía por salir conmigo, no podía ser ella la que se lo impidiera?. Para Lucía ?era un pololeo (noviazgo formal, pero antes de decidirse por un compromiso matrimonial) a la antigua. Siempre con una hermana o un hermano al lado. Augusto era interesante, pero un poco viejo para mí, porque teníamos bastante diferencia de edad y en ese tiempo se notaba: yo era una niña de colegio, él era todo un hombre?. Lucía fue la mayor de cuatro hermanos, los otros tres varones. Entre los siete y ocho años de edad, una fiebre reumática la tuvo postrada, por lo cual tuvo que aprender a caminar de nuevo bajo la tutela de su madre, Lucía Rodríguez Auda, quien ? personalmente me hacía masajes, ya que en Antofagasta no había aún máquinas eléctricas o instrumentos de rehabilitación. Fue una madre abnegadísima?. La familia se trasladó a la capital cuando ella cumplió 11 años. Lucía contaba que en el colegio fue una buena alumna, con facilidades para las matemáticas. Una vez terminada la educación media, según una versión oficial que circuló durante la dictadura, Lucía realizó estudios vinculados con la educación parvularia y la administración de empresas, una vaguedad difícil de confirmar. Desarrolló predilecciones por la danza, la música melódica, algunas óperas, la plástica y la artesanía. Le atraen los libros biográficos, de ciencias y arqueología. Es alérgica a los perfumes y para las fiestas prefiere los zapatos color rosa y los despampanantes sombreros. Su modista y su peluquera han conseguido que se desconozcan sus identidades, quizá para no emparentarse con el mal gusto que destila su indumentaria. Lucía llegaría a ser una compradora compulsiva de productos importados y, ya Primera Dama, se hacía abrir las tiendas libres de impuestos, por las noches, para desatarse a solas al desenfreno del consumo.

29 de enero de 1943 En el verano de 1942, los padres de Lucía invitaron al pretendiente al fundo El Trapiche, ubicado en la ribera norte del río Maule, muy cerca de Constitución, en el centro de Chile. Para Pinochet el viaje fue placentero llegando ?a casa de la familia Hiriart, donde fui recibido con todo cariño?. Pasó ?diez días muy agradables? y a pesar de que no le gustaba la leche, ?para quedar bien con la futura novia, rechazaba la copa de vino? tomando ?un jarro de leche al almuerzo y otro en la cena?, alegrando ?a mi futura suegra y a mi futura novia?, militantes ?de la Liga Antialcohólicos?.

En la anécdota despunta ese delirio que lo haría malignamente célebre, la de adoptar actitudes falsas ante otras personas con puntos de vista diferentes, para congraciarse con ellas haciendo creer que era otra cosa. El gesto anodino del jarro de leche se catapulta a mediados de 1971, supuestamente congeniando con Fidel Castro. Custodiando al líder cubano en su recorrido de visita a Chile le regaló, con una afectuosa dedicatoria, un compendio de geopolítica que escribiera en los años sesenta. Esa vena servil y complaciente, que encubría lo contrario, Pinochet la llevaría a su máxima expresión con los tres ministros de defensa de la Unidad Popular: Carlos Prats, Orlando Letelier y José Tohá. Conocedores privilegiados de su vileza, a los dos primeros los mandó matar en Buenos Aires y Washington, ?suicidando? al tercero en el Hospital Militar de Santiago, tras un penoso cautiverio en el penal de la Isla de Dawson, en la inhóspita patagonia chilena. La misma suerte le reservó al coronel Gus -tavo Cantuarias Grandón, simpatizante de la Unidad Popular, a cargo de la Escuela de Alta Montaña de la ciudad fronteriza de Los Andes, vecina de la provincia argentina de Mendoza, donde Pinochet puso a resguardo a su familia el día del golpe. En horas cruciales, esa maniobra lo posicionaba para huir al extranjero o cambiarse de bando si la asonada naufragaba. A Gustavo Cantuarias Grandón lo mataron el 5 de octubre de 1973 en la Escuela Militar, donde estaba detenido. Con artimañas de ese género, Pinochet haría germinar en Salvador Allende la idea de que era un militar ?constitucionalista?, para que le confiara la comandancia del Ejército, dándose después vuelta y clavando el puñal por la espalda. No desencaja que su madre exclamara: ?es tan tímido el Tito, tan sensible, que para imponerse tiene que matar a sus enemigos. Nunca mata lo suficiente. Siempre ha sido así?. No era un reproche. Casi centenaria, feliz con el destino militar que había alentado en su hijo, Avelina Ugarte le confesaría antes de morir que muchas veces lo había soñado presidente. No lo parecía en el verano de 1942, pololeando un año y medio con Lucía. Al pedirle la mano al padre, el futuro suegro exhaló algo de su reticencia pero terminó cediendo: ?Don Osvaldo, hombre muy agradable y bromista, no encontró nada mejor que hacerse el sordo. Después de molestarme un rato me dio un abrazo y me dijo que estaba contento de que su hija me eligiera a mí como esposo, pero que yo lo pensara muy bien. A la hora de la comida, nos servimos una copa de champaña por la felicidad de Lucy y mía?. Para ella, sus padres apreciaban ?mucho a Augusto, pero querían que esperáramos antes de casarnos, pues yo era tan joven, y me hacían ver que la vida de un militar era así, un poco de gitano, por los traslados de un lugar a otro. Yo, joven y enamorada, decía que me encantaba viajar?. No tanto, pensaría su madre que la sermoneaba por no saber hacer sus valijas. El matrimonio civil se concertó el 29 de enero de 1943 y la ceremonia religiosa se realizó el día siguiente, en la iglesia Sagrados Corazones de los Padres Franceses de la Alameda, en pleno centro de la capital, congregación en la que Pinochet había sido tan mal alumno. Cuando se pusieron los anillos Lucía estaba emocionada: ?No oía nada. Todo fue muy bonito, con muchos parientes, más de trescientos, soñábamos con una luna de miel fuera de Chile, pero como recién se había declarado la guerra contra Japón, el Ejército estaba acuartelado y los oficiales no podían salir del país?, razón por la cual debieron contentarse con algunos días en una pequeña casa de Quilpué, un balneario contiguo a Viña del Mar, a dos horas de auto de la capital, y otros en El Trapiche, el fundo de los padres de ella en el sur. Recién casados, los ingresos de la pareja eran paupérrimos. En línea con una biografía inédita de 1989, del historiador de la Universidad de Santiago de Chile (Usach), Eduardo Devés, ?necesitaron un financiamiento especial que no proviniese de los padres. Ése fue el momento en que Edgardo Portales, que había sido apoderado de Pinochet en la Escuela Militar, puso una propiedad a nombre de ellos?. Sin embargo, el dinero seguía sin alcanzarles, dado el nivel de gastos que imponía Lucía. Desesperado, Pinochet solicitó licencia al Ejército, pidiendo ?un permiso temporal para entrar a trabajar en una industria. Pero esta aventura no duró mucho. Al cabo de unos meses, desilusionado de su incursión en la empresa privada, volvió a la familia militar?. Por falta de medios la pareja tuvo que vivir un tiempo en una casa prestada, en la acomodada zona oriente de Santiago, hasta que en junio de 1943 se instalaron en un modesto y céntrico departamento en la capital chilena, en Dieciocho con Las Heras. Apenas salían a bailar, comer afuera o ir al cine. Lejos estaban de amasar propiedades por 17 millones de dólares, como disponen hoy a lo largo y ancho de Chile.

23 de agosto de 1973 Augusto Pinochet se caló la boina de capitán en 1946, año que estuvo signado por el inicio de la presidencia del radical Gabriel González Videla, encarando la última etapa de la hegemonía política que dispusiera en el acontecer político chileno el Frente Popular, fundado en 1938 por radicales, socialistas y comunistas. Al finalizar la Segunda Guerra Mundial estalló la Guerra Fría. Estados Unidos se alineó contra la Unión Soviética, forzando a los países aliados a hacer lo mismo. En todo el mundo comenzó una fuerte campaña anticomunista, que también tuvo repercusiones en Chile. González Videla no se sustraería, como era de esperar para un ex embajador de Chile en la Francia ocupada de Vichy. En 1948 promulgó la Ley de Defensa de la Democracia, conocida como ?Ley Maldita?, proscribiendo al Partido Comunista. Sus miembros comenzaron a ser perseguidos y

encarcelados en distintos campos de concentración del país. Pinochet se ocupó de uno de ellos, en Pisagua, cerca de Iquique, pero de acuerdo con el historiador Eduardo Devés ?fue tolerante y solidario con los comunistas detenidos, sin que ello le significase dejar de cumplir con sus obligaciones. En ningún caso los humilló o se encañó con ellos, al contrario, dialogó y colaboró?. La versión es confirmada por Manuel Muñoz Luco, ex capitán de Ejército que conoció a Pinochet en la Escuela Militar, en el sentido que ?fue muy estimado?, de talante ?reservado y poco dado a verbalizar sus merecimientos?. El ejemplo es relevante por contraste, pues dicho campo de Pisagua, a orillas del mar, en pleno desierto de Atacama, a unos dos mil kilómetros de Santiago, fue reabierto por Pinochet después del golpe de 1973. Ese estigma demuestra la evolución de sus convicciones a lo largo de más de dos décadas. En los años cincuenta Pinochet exhibía un temperamento prescindente de la política, instando a sus camaradas de armas a mantenerse al margen de los distintos movimientos políticos, para evitar poner en riesgo sus carreras. Esa norma la mantuvo hasta las vísperas de la conspiración contra Allende. Le pedía moderación a la prensa de extrema derecha y aumentaba el patrullaje militar en la capital, cuando las movilizaciones apuntaban a desestabilizar el gobierno de la Unidad Popular. No participó en el primer intento de rebelión contra el presidente por parte del Regimiento Tacna el 23 de junio de 1973, prometiendo subordinación al poder civil cuando lo nombraron Comandante en Jefe del Ejército el 23 de agosto de 1973. Fue allí que consideró le había llegado su hora, dando rienda suelta a sus instintos homicidas. Su marcha había sido ascendente, sin sobresaltos, lineal y regular, con baches en su formación intelectual, que resaltan en su hoja de servicios. En 1949 entró en la Academia de Guerra, siendo profesor de la Escuela Militar en 1951, obteniendo, sin embargo, su bachillerato recién en 1956, tres años después de haber sido ascendido a mayor. El grado de coronel le cae en 1966, arrastrando dos iniciativas malogradas de afianzar estudios de derecho. Llegó al generalato en 1969, dirigiendo primero la División de Iquique, antes que la de Santiago, preámbulos de la comandancia en jefe, antesala del expolio y el aniquilamiento de las libertades públicas y los derechos individuales. Cuando su marido entró al poder para matar, Lucía Hiriart lo celebraría sin remilgos. ?Sentí alegría en el primer momento. Nos habíamos liberado de la anarquía imperante. Por tres largos años el caos y el desorden habían imperado en nuestro pueblo. Luego aquilaté la tremenda responsabilidad que debería asumir, pues jamás pensé ser esposa adorno del presidente, adorno, sino activa, con claro sentido del papel que debía desempeñar para ayudar a mi esposo en su ardua tarea, que iba a comenzar a gobernar el país? apostrofando que ?si hubiera tenido que sacrificar mi vida por hacer posible la liberación de Chile del yugo marxista, lo habría hecho?. Su marido asumió la labor con ?devoción patriótica?, propalando un lenguaje sectario, el de los militares que se ven diferentes de los civiles, un grupo aparte con código superior al de los demás. Estoicos en su supuesto autosacrificio, estos forjadores de la Patria tienen en Chile el lema de la lealtad, el deber, la sujeción y la dedicación, consignas huecas de contenido que pueden significar todo y lo contrario. Se sienten depositarios de un orden de ?cofradía blindada? que debe acatar el conjunto de la sociedad, una casta que se atribuye la defensa de la soberanía y la integridad de la Nación. Esta filosofía desprecia los partidos políticos y las luchas sindicales, por efímeras, y le enrostra a la democracia ?vicios civiles?. Pinochet, exaltado por la fajina de la limpieza étnica para con los que veían la realidad de modo diferente, le hacía mesiánicamente de contrapunto a las diatribas proferidas por su esposa. ?Yo creo que todos venimos a este mundo a cumplir algo. Y eso creo que hay que hacerlo bien. Dios nos pone y nos da un papel. Hay que cumplir este trabajo bien, por insignificante que sea la tarea que se nos da?. Reflejando el tinte narcisista que adquiriría su discurso al irse adentrando en los tratos inhumanos, crueles y degradantes para con sus compatriotas, estimó que Dios lo había puesto ?ahí?, magia de ?la Providencia o el destino o como quieran llamarlo?, quizá por gracia de sus ?amigos, el destino me ha traído a este puesto, nunca lo ambicioné?, llegando incluso a inscribir su misión redentora para Chile, bautizándola como un anticipo de 16 años a la caída del Muro de Berlín, salvando tempranamente al país del comunismo. No por nada una biografía suya, escrita por su hija Lucía Pinochet Hiriart, se titula Pinochet-un pionero del mañana.

3 de marzo de 1985 Lucía Hiriart lo acicateaba tironeándolo a su antojo, porque la mujer de un militar ?le hace la mitad de la carrera a su marido?; el día que dejaran de influir sobre ellos ?va a ser medio trágico?. Tal fue así que ella quebró los cánones establecidos por los sociólogos de la ?femineidad clásica?. Sobrepasó la fórmula de limitarse a ser fiel a su esposo, sin competir ni brillar con luz propia. A su aire, marcaba posición disidente, siempre para peor. Daba un portazo en septiembre de 1977, abandonando la residencia presidencial por varios días, cuando Pinochet disolvió la DINA y destituyó a su jefe, Manuel Contreras, para aplacar las protestas internacionales por las atrocidades que este organismo de seguridad cometía desembozadamente. Disintió abiertamente con su esposo, yendo a casa de los Contreras para trasmitirles su lealtad. Del mismo tenor fueron sus reprimendas en 1984, exigiendo el Estado de Sitio para frenar las protestas populares, advirtiendo que si ella fuera gobierno, ?sería mucho más dura que mi marido?. Como prueba de su inclemencia, viene a colación el desopilante episodio narrado por la ex ministra de Justicia de Pinochet, Mónica Madariaga, a quien le tocó presenciar a Lucía ?correteándolo (a Pinochet) por el patio con una escoba para pegarle. De pronto, en el medio de la huida, a él lo picó una abeja. Pegó un grito. Ella se detuvo, lo calmó, le arrancó

la lanceta y cuando todo volvió a la normalidad, volvió a tomar el palo de escoba y le pegó ?. Sin duda Pinochet no era libre de elegir. A merced de su esposa, rígida, doméstica y artificial, cuando viajaban en avión y pedía vino, Lucía lo corregía: ?no, tráigale un juguito o agüita?. Los subordinados del general la temían, intuyendo su astucia como ariete manipulador, en su condición de mujer de un oficial del Ejército, la menos cosmopolita de las ramas de las Fuerzas Armadas. El 15 de septiembre de 1973 el coronel de Ejército, Alberto Labbé Troncoso fue designado alcalde de Las Condes, un barrio de clase alta de Santiago, donde sedujo como amante a la secretaria de la alcaldía. A Lucía le cayó muy mal esa relación extramatrimonial. No encajaba en ese círculo cerrado de mujeres de militares, inmerso en actividades determinadas y delimitadas. Pinochet no tuvo más remedio que exonerar a Labbé de sus funciones. Igual le fue al sacerdote estadounidense Gerald Brown, que pagó caro incordiar a Lucía, siempre sonriente, pero jamás indiferente. A fines de 1974 aterrizó como párroco en la iglesia de Santo Domingo, un balneario de clase media muy cercano a Santiago. Perteneciente a la congregación católica Holy Cross, fue elegido para oficiar, al menos una vez al mes, una misa en la hacienda vecina de Bucalemu, donde Pinochet solía descansar periódicamente en una finca. El párroco se hizo amigo del general, regalándole Nobody Dared to call it conspiration (?Nadie se atreve a llamarlo conspiración?), un libro que contenía una fuerte denuncia contra las empresas transnacionales y los banqueros judíos, a quienes se atribuía querer imponer un gobierno mundial. Perseverante en controlar todo lo que pasaba por las manos de su marido, a Lucía le desagradó la lectura. ?Augusto, es una pura lesera (bobada)?, le espetó punzante. Los roces entre la Primera Dama y Brown se instalaron sin vuelta. A ella le irritaba que le apeteciera ?harto (tanto) el whisky?. En octubre de 1975, cuando el clérigo daba el culto en su iglesia, asistió el ex presidente demócrata cristiano Eduardo Frei Montalva. Al término de la ceremonia el cura lo saludó cordialmente, gesto que fue puesto en conocimiento de Lucía. Al día siguiente se le comunicó a Brown que no regresara a Bucalemu. Un año después, cuando el coronel Julio Bravo tuvo la idea de proponer el retorno de Brown con sus misas, Lucía se opuso terminantemente. ??Por ningún motivo, Augusto! ?Ese cura bolsero (pedigüeño) que te tomaba todo el whisky y que se permitió besuquear al canalla de Frei no me vuelve nunca más a esta casa?. Pinochet bajó la cabeza y masculló: ?Bueno, Bravo, ya escuchó?. Al cabo de tres meses, Brown se repatrió a Estados Unidos y nunca más volvió a Chile. Los desplantes de Lucía llegaron al paroxismo con Henry Kissinger, secretario de Estado durante la presidencia de Richard Nixon, uno de los grandes aliados que tuvo la dictadura pinochestista. Cuando visitó Santiago en junio de 1976, con motivo de la Conferencia de la Organización de Estados Americanos (OEA), recibió un trato preferencial. En el ágape de rigor, Lucía Hiriart irrumpió con sus entorchados de magnificencia, en el estilo deslavado y acartonado que acostumbraba. Al promediar la recepción, un grupo de corresponsales extranjeros logró acceder a la sala donde la Primera Dama conversaba con Nancy Kissinger, y de manera poco amable, hicieron a un lado a la mujer de Pinochet para sólo fotografiar a la de Kissinger. Encapotada, lastimada en su dignidad y orgullo, la esposa del dictador fue a buscar a su marido, llevándoselo a la rastra: ?? Vámonos, Augusto, éste es el colmo de la mala educación!?. No es difícil imaginarla quejándose al oído en el coche blindado, acerca de la ?inaceptable? escena que le hicieran protagonizar, no habiéndole reconocido el sitial que juzgaba le correspondía. Eso, con Lucía Hiriart, no quedaría impune. Al día siguiente, en la audiencia con Kissinger, Pinochet no permitió la asistencia del embajador norteamericano David Popper y cuando se le plantearon cuestiones de derechos humanos, la conversación derivó en evasivas hasta darse por terminada. Algo similar sobrevino en 1978, cuando Chile estuvo a punto de entrar en guerra con Argentina, a partir de un fallo arbitral británico respecto de una disputa transfronteriza por unas islas en el remoto Canal de Beagle. Lucía Hiriart fue informada de que la esposa del embajador inglés arribaría en un Rolls Royce a un agasajo al que estaban invitadas. Sin contemplaciones, ella llamó de urgencia a un oficial de la Central Nacional de Informaciones (policía secreta): ??Capitán Mosquera tome todas las medidas del caso para que esta mujer no me llegue en Rolls Royce!?. Consternado, el oficial imploró. ??Y cómo lo hago, señora Lucía??. Ella enfureció: ??Ése es asunto suyo, capitán Mosquera!?. El agregado militar británico, puesto al corriente del capricho, subió a la esposa de su jefe en un taxi, aventando la tormenta. El viernes 21 de marzo de 1980 Lucía se embarcó junto a su marido y su hija Lucía, el canciller Hernán Cubillos y una numerosa comitiva rumbo a Filipinas. El dictador Ferdinand Marcos había invitado a Pinochet en visita oficial a su país. Se trataba de un acontecimiento especial, ya que el jefe de Estado chileno y su esposa sólo habían salido de América en una sola oportunidad, en noviembre de 1975, al concurrir a los funerales del generalísimo Franco en España. El largo viaje incluía varias escalas en el Océano Pacífico. A pocas horas de haber despegado de Santiago, Pinochet fue notificado de que la visita había sido cancelada. Hasta hoy es un misterio la causa por la cual Marcos decidió, a última hora, no recibir a su homólogo chileno. Algunas versiones indican que el gobierno filipino había sido fuertemente presionado por el presidente norteamericano, el demócrata Jimmy Carter, que había emplazado a Pinochet a penalizar al general Manuel Contreras y a la cuadrilla que bajo sus órdenes asesinó en Washington a Orlando Letelier, el ex ministro de Allende el 21 de septiembre de 1976, en un atentado con explosivos en el corazón de la capital estadounidense. Fuera como fuere, el viaje de regreso de la comitiva presidencial fue una pesadilla. En el avión la atmósfera era de irrespirable tensión y pronto, madre e hija, señalaron al canciller Cubillos como responsable del bochorno. Al hacer escala de

madrugada en el archipiélago de las Fidji, los trabajadores del aeropuerto se negaron a cargar combustible y aprovisionar comida. Después de arduas tratativas, los pasajeros fueron autorizados a descender del avión. Los funcionarios de Policía Internacional decidieron sólo hablar en fijiano y revisaron el equipaje de los viajeros hasta el cansancio. Cuando el presidente y su mujer se fueron a dormir al hotel Regent, les llovieron huevos y tomates lanzados por manifestantes. A las cuatro de la tarde el avión fue autorizado a levantar vuelo rumbo a Tahití, con la Primera Dama fustigando en voz alta la ineptitud del canciller y el servicio diplomático. Su hija Lucía hizo aflorar la teoría del chivo expiatorio: ?Al presidente lo engañaron. Le ocultaron información. ?Esto debe terminar! Había gente de la Cancillería que sabía de lo sucedido, pero prefirieron dar la espalda a la realidad. Les interesaban más sus puntos de vista que hacer caso a otros informes fidedignos que aconsejaban no realizar la gira. ?Esto debe terminar!?. Las opiniones de madre e hija, fueron determinantes para propiciar la salida fulminante del canciller Cubillos del gabinete dictatorial. La ira de Lucía Hiriart haría más estragos en las filas de su marido cuando el terremoto que se abatiera sobre Chile, un 3 de marzo de 1985. En Melipilla, una localidad cercana a la capital, el alcalde Rafael Morandé y un oficial de Carabineros que ejercía como gobernador provincial fueron los encargados de recibir la ayuda que llegó en varios camiones. Descargados los suministros, y en proceso de almacenado y clasificación, llegó al lugar la Primera Dama, quien exigió que todo el material fuera administrado y distribuido por la sede local de CEMA-Chile, una organización nacional de voluntarias femeninas que ella presidía. Morandé y el gobernador expusieron su desacuerdo. Para saldar el litigio, Pinochet tuvo que despachar al intendente metropolitano, general Osvaldo Hernández Pedreros, que destituyó al alcalde Morandé; por su parte el director de Carabineros, general César Mendoza, apartó a su subordinado, que obstaculizaba la voluntad de Lucía.

12 de junio de 1974 CEMA-Chile, la organización nacional de los Centros de Madres, fue la gran tribuna de Lucía. Su marido se la confeccionó a medida. Por decreto 226 del 12 de junio de 1974, se la transformó en Fundación Graciela Letelier de Ibáñez, recuperando la gesta del ?Ropero del Pueblo?, creado por la esposa del presidente Carlos Ibáñez (1952-1958), salteando de un plumazo las realizaciones de sus dos sucesoras, que el matrimonio Pinochet detestaba: María Ruiz-Tagle y Hortensia Bussi, respectivamente las mujeres de los ex presidentes Eduardo Frei Montalva (1964-1970) y Salvador Allende. Con el sello de entidad ?sin fines de lucro y de derecho privado?, Lucía pergeñó la retaguardia ideológica donde hiciera apogeo su identidad de vasallaje, típica de la familia de un militar y, a su vez, desarrolló el ejercicio del amo en el manejo del poder político desde la cúspide del Estado. Reservorio de las preferencias de una femineidad centrada en la familia, Lucía consagró CEMA-Chile a la beneficencia y a la caridad, paradigmas del rol adjudicado a mujeres con conocimiento del hogar y comprensión del dolor ajeno. A la par, capturó la Secretaría Nacional de la Mujer, dependiente de la Secretaría General de Gobierno, conectada directamente con su marido. Pasó, por tanto, a digitar un sinnúmero de instituciones femeninas de acción social, teniendo bajo su mando un ejército de miles de mujeres incondicionales que realizaban distintos programas de tipo asistencialista a lo largo del país, capacitando voluntarias, difundiendo los valores familiares, y destacando su importancia como madre, cónyuge y dueña de casa. Detrás del pretexto humanitario subyacía un estímulo restrictivo limitando a las mujeres en áreas tradicionales como la cocina, costura, artesanía y tareas domésticas, desalentándolas implícitamente a entrar a la universidad o a expresarse políticamente. Enarbolando exclusivamente valores ?patrios y familiares? Lucía borraba todo color político adverso, haciendo tabla rasa con los centros de madres y organizaciones de mujeres preexistentes, que fueron desarticulados y sus dirigentes perseguidas y detenidas. Con Pinochet las mujeres fueron reducidas a meras espectadoras del acontecer social y político, acarreadas como rebaños a presenciar actos de gobierno, monitoreadas por mujeres adictas al régimen que, además, eran vestidas con uniforme de color. Supervisadas y reprendidas por un sistema de premios, designaciones y castigos se les prohibió, en el ámbito del CEMA, hablar de política en las conversaciones, tratándolas como menores de edad, incapaces de ejercer su ciudadanía y tomar el destino en sus manos. Para implementar una megaoperación de control nacional de la mujer de semejante envergadura, Lucía se rodeó de un gran número de obsecuentes. A las esposas de altos oficiales de Ejército les pedía dos horas diarias de trabajo, aunque en realidad estas mujeres se implicaban mucho más, tal como consignara María Teresa Valdebenito de Contreras, esposa del general Manuel Contreras, patrón histórico de los servicios de inteligencia de Pinochet: ?yo trabajé durante dos años para CEMA, sin horario completo, porque en realidad no hay horario. Muchas veces yo llegaba a las diez de la mañana y continuaba hasta las tres o cuatro de la tarde?. En la práctica, CEMA se convirtió en una organización so-cial de voluntarias adeptas al régimen, practicantes del culto a la apariencia, cuyos puestos de decisión fueron confiados a las mujeres que golpearon a las puertas de los cuarteles, socavando con su batir de cacerolas en las calles el orden constitucional, movilizándose ante los domicilios de los altos mandos militares para que desobedecieran a la autoridad civil legítimamente investida por el voto universal. Congregó a las cónyuges de los alcaldes impuestos por Pinochet en las comunas, y a las mujeres de los oficiales y suboficiales de las Fuerzas Armadas que no podían

esgrimir excusas, ni de fuerza mayor, para no brindarse al ejército de Lucía. Sus subordinadas debían abstenerse de participar en Cáritas, la organización de la Iglesia Católica, adversa a la dictadura, desde la cual se conocían las denuncias de violaciones a los derechos humanos perpetradas por los esbirros de las fuerzas de seguridad. Desde 1978 Pinochet dotó a los CEMA de un suculento presupuesto, derivándole el 20 por 100 de las ganancias de la Lotería Nacional, mientras que los bomberos recibían el 15 por 100 y la Cruz Roja el 2 por 100. Sus finanzas terminaron horadadas por la corrupción. En el año 2000, una auditoria parlamentaria demostró que en sus balances faltaban ?claramente los beneficiarios de los recursos?, destacándose que fueron gastados arbitrariamente, desconociéndose si el dinero había servido para auxiliar ?al sector vulnerable de mujeres de bajos ingresos?.

8 de marzo de 1984 En honor de la ?marcha de las cacerolas? que en 1971 incitó a defenestrar a Allende, Pinochet y su esposa decidieron adelantar el Día Internacional de la Mujer del 8 al 2 de marzo. Las mujeres hostiles al régimen rechazaron el cambio, erigiendo el 8 de marzo de 1984 en fecha emblemática de la movilización femenina contra la pareja dictatorial. Apagado el eco de las cacerolas que minaron la estabilidad del gobierno democrático de la Unidad Popular, un nuevo estruendo de utensilios domésticos se apropió de las calles chilenas. Esta vez el griterío era proferido comunitariamente contra las Fuerzas Armadas, por haber cedido 13 años antes a un alboroto similar que descerrajó el arrase de la democracia. Heridas por la injusticia y la explotación, emergieron en Chile mujeres que se fueron aglutinando en un fenómeno de resistencia a los Pinochet. La Iglesia Católica supo dar amparo a esta incipiente articulación femenina, que también encontró acogida en los aleros de algunos partidos políticos de oposición. Proliferaron ollas populares, organizaciones no gubernamentales y las asociaciones de familiares de desaparecidos, donde predominaban mujeres ?porque la mayoría de los desaparecidos eran hombres?, como analiza Sonia Montecinos en el magnífico libro Madres y huachos. Esposas, madres, hijas, compañeras y hermanas se conocieron en interminables caminatas y listas de espera en hospitales, morgues y centros de detención, un peregrinar agotador y colmado de interrogantes y angustias. Esas mujeres estaban lejos de Lucía Hiriart. No cesan todavía en la búsqueda de la verdad de los seres queridos. En su reclamo, han llegado a encadenarse al Palacio de Justicia, realizando huelgas de hambre, afrontando la posibilidad de que las maten por manifestar con las fotos de los secuestrados en las calles, para frenar el avance de las tanquetas y los carros lanza-agua. Las cacerolas cambiaron de manos y el Día Internacional de la Mujer siguió siendo en Chile el 8 de marzo. Las mujeres lo celebraban para protestar, insubordinándose contra el matrimonio tiránico alzando sus manos, gritando ?las tenemos limpias?. Esas mujeres ocuparon el centro de la capital, armadas solamente ?con sus manos limpias?, en alto, frente a los fusiles de los uniformados. Sting le pondría su música y un lema: ?Ellas bailan solas?. En Chile tuvo compases de cueca. Nacida en el seno de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos, muchos eventos contestatarios a la dictadura fueron inaugurados con esa ?Cueca Sola?. Subraya Sonia Montecinos que ?se trataba de la evocación de la Patria, efemérides de la Independencia. La cueca es el baile nacional chileno que se baila en septiembre, y que tiene un carácter sensual de seducción y conquista entre mujeres y hombres. Es un baile de pareja?. Bailada solo por la mujer, esa cueca configuraba el duelo, ?lenguaje de una memoria, en donde lo femenino como presencia y lo masculino como ausencia se rearticulaban? retomando en el drama signos colectivos de identidad, siendo ?el movimiento de la madre, de la esposa, de la hija, de la amante o compañera que, restituyendo al hombre en su desaparición, lo hacían presente en su ausencia. La mujer baila sola para mostrar su viudez, su abandono, su lealtad al que partió, pero también para convocar su silueta perdida?. Lucía Hiriart las menospreciaba.

5 de octubre de 1988 Agazapada detrás del telón, Lucía Hiriart reaparecía en el centro de la escena nacional en las fechas decisivas, autónoma de su marido, inmisericorde, sacando provecho personal. El 11 de septiembre de 1980, se realizó en Chile un plebiscito convocado por la dictadura para suplantar la Constitución Nacional de 1925 y perpetuar su filosofía neoliberal y autoritaria en el poder, sentando las bases para que sus personeros preservaran la herencia política de Pinochet. Los próximos presidentes no podrían remover a los Comandantes en jefe de las Fuerzas Armadas, que se elegirían por mecanismos inherentes a la casta militar, aparejando un Consejo de Seguridad Nacional con participación de los jefes de Ejército, Marina, Aviación y Carabineros, que podía incluso vetar a un candidato presidencial surgido de elecciones democráticas. El futuro Senado tendría senadores designados por los militares con mandato de ocho años, y a los ex presidentes se les reservaban escaños vitalicios, uno de los cuales se destinaba a Pinochet, en la eventualidad de que dejara la presidencia. Lucía hizo campaña con su marido por el referéndum, en la cual estuvo prohibida la propaganda de la oposición. No hubo registros electorales, los locales para emitir

sufragios estuvieron bajo control del Ministerio del Interior, que no permitió la asistencia de observadores independientes. La tiranía se alzó con el 68 por 100 de los sufragios e impuso una nueva Constitución. La victoria sorprendió a los mismos Pinochet, que ante el temor de una derrota y para eternizar a Lucía en el sillón tronal de los CEMA, hicieron reformar la normativa, asentando que su jefa no debía ser la mujer del presidente sino la del Comandante en jefe del Ejército. En junio de 1982 comenzó la peor crisis económica que debió enfrentar la dictadura. Se devaluó la moneda y bajaron las persianas centenares de empresas. Pronto el desempleo sobrepasaría el 30 por 100. Junto con la recesión detonaron las primeras protestas masivas contra el régimen. Como su marido, Lucía se mostró despiadada frente al desastre que comenzó a enfrentar la clase media chilena y los más pobres. Ante todo, se mofó del diagnóstico ?de los representantes de políticas internacionales que han tenido la arrogancia de decir que Chile vive una crisis económica, lejos tan dramática como algunos países del mundo?, pero como no podía negarla y sentía que la situación cuestionaba al gobierno de su esposo, descargaba el fardo de la penuria en quienes la padecían: ?En la época de bonanza, cuando pasearon, gozaron bastante, compraron joyas, lindas casas... y ahora lloran. Ésa es la gente linda, que de linda no tiene nada. Que lloren. Se lo merecen?. Sangrando por la herida de una dictadura anublada por la desilusión y el desengaño, para ella las protestas eran ?acciones de fachada para crear caos, desorden, vandalismo. Protestan por la cesantía, es verdad que existe, pero se están tomando todas las medidas posibles para disminuirla. Con gritar, destrozar calles, viviendas, con el saqueo y robo no va a desaparecer, al contrario, va a producir mayor pobreza?. En la violencia que engendraba la política sostenida por su consorte, Lucía no veía otra cosa que ?una jauría de perros rabiosos, que pueden morder hasta a su propio amo?. Agitaba con grandilocuencia el fantasma del retorno del marxismo, personificado en Salvador Allende, resucitado según ella en la vuelta de algunos exiliados ?que vienen de vivir en países donde el aborto es legitimado por la ley, la pornografía está al alcance aún de menores, en donde salen a la luz revistas procaces, con insultos de igual calidad, y se les permite su distribución?. En esos términos reiteraba su balance al cumplirse diez años del golpe militar el 11 de septiembre de 1983. Con gran despliegue en el diario oficialista La Nación, explayó la autocomplacencia y la justificación de la dictadura. Estimó que con su marido no habían defraudado al pueblo. Consideró apresurado devolver el gobierno a los civiles, perdidos en sus ambiciones de poder, ?políticos desocupados?, que ??han soliviantado el espíri-tu de los ciudadanos con su retórica demagógica y desfachatada que por años se les ha oído?. Menospreció a la democracia constriñéndola a criterios aristocráticos, habilitando apenas a la población a solucionar sus problemas locales, como las calles sin pavimentar o la falta de canchas de fútbol, humillando a su pueblo, al que no le reconoció la estatura de elegir libremente un presidente y un modelo político para el país. Volviendo a la carga contra los exiliados, los trató de canallas. Justificó que hubieran sido echados del país, y que hubiera listas de personas que no podían reingresar. Desestimó las valederas razones de los refugiados, caratulándolos de ?autoexiliados?, quienes por haberse formado profesionalmente en Chile antes de escapar, debían estar ?agradecidos? ya que, con esa formación, les era factible abrirse camino en el extranjero. Lucía Hiriart anticipó en exclusiva, dos años antes, el plebiscito terminal que acabó con el reinado político de Pinochet el 5 de octubre de 1988. Las opciones eran dos: Seguir con Pinochet hasta 1997 (SI) o celebrar elecciones generales (NO). La Democracia Cristiana y el Partido Radical, pasando por ecologistas, socialdemócratas, socialistas y cristianos de izquierda, tejieron una alianza por el NO, a la que Lucía enfrentó movilizando mujeres bajo la consabida consigna de cerrarle la ruta ?a los marxistas?. Arengaba que al igual que en 1973 ?el destino de Chile? depende ?de las mujeres?. Blandía la amenaza del escarmiento, amenazando desde el catastrofismo, que el NO acarrearía ?una anarquía que no va a ser permitida?. Para ella el caos era inevitable, porque los partidos que se habían unido en el NO iban a terminar peleándose por ?la hegemonía?. Les vaticinaba una gran ceguera y no creía que esa conjunción de partidos fuera democrática, al suponerlos penetrados por ? terroristas o personas de ideas ateas totalitarias?. Acobardado por un tiranicidio fallido de la guerrilla del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, del que hacía poco había salido milagrosamente ileso, aislado internacionalmente y sin apoyo político del gobierno de EE. UU, Pinochet?el único dictador latinoamericano que permanecía en el poder además del paraguayo Alfredo Stroessner, quien sería depuesto en 1989?no pudo evitar la ejecución de una contienda electoral limpia y con garantías democráticas, dejando que los distintos actores políticos, sociales y culturales dieran a conocer sus argumentos por la televisión. La madrugada del sufragio, al verse perdido contrastando los resultados que debían darse a conocer, solicitó infructuosamente que la Junta Militar le acordara poderes especiales, que le fueron negados. No pudo sacar las tropas a las calles para ahogar, en el silencio de los cementerios, que había sido derrotado por 54,7 por 100 contra 43 por 100. Para Lucía fue, literalmente, un ?terremoto?. Incapaz de detectar las causas del descalabro en la actuación del propio régimen militar que incrementó la pobreza e hizo estragos con los derechos humanos, y abordar una autocrítica, sacó sus demonios por la boca. Despechada, desparramó el estiércol de su infierno mental y ametralló con reproches apuntando a Estados Unidos, ?una potencia mundial, que no nombraré pero que todos saben a cuál me refiero, porque ellos habían considerado que ya estaba bueno de militares, como son siempre los que barren en el patio trasero de su casa?. Y arremetió insidiosamente contra la Iglesia Católica, identificándola ?causa directa en la pérdida del plebiscito? por usar ?las coincidencias para influir en la

votación?. No era para menos, la Iglesia Católica en Chile socorrió a los perseguidos por la dictadura, asistió a los presos políticos, y brindó un espacio de acogida a la oposición creando primero un Comité Pro Paz, seguido por la Vicaría de la Solidaridad, bajo la conducción del legendario cardenal Raúl Silva Henríquez, que encuadró a obispos y sacerdotes en defensa de las libertades fundamentales y los derechos individuales. La mujer del dictador que más largamente asoló en la cor-ta historia chilena, dobló la apuesta y huyó hacia adelante. ?Los Misioneros de Pinochet?, una célula de nostálgicos de la criminalidad ideológica, abrió fuego y juntó veinte mil firmas, proponiendo la candidatura presidencial de Lucía Hiriart a las elecciones generales que, a consecuencia del referéndum, debían convocarse para el año siguiente. ?Si el pueblo lo pide, ella debería aceptar?, apostó César Retamal, cabecilla de esos misioneros. ?Si en otros países ha habido mujeres que han salvado su nación, por qué Chile no podría ser gobernado por una dama??, adjuntó Manuel Palma, secretario de estos Mesías, a los que se sumó el consejero nacional, Nicolás Díaz, con un ?se necesita amor y sacrificio, y ella sabe darlo?. Lucía no los acompañó en la cerrazón política y el globo de ensayo se desinfló en los folclóricos cielos de la extrema derecha chilena. Tal vez presintió que, del ridículo, nunca se vuelve.

11 de marzo de 1990 Al ver que le calzaban la banda presidencial al demócrata cristiano Patricio Aylwin, el 11 de marzo de 1990, Pinochet debió pensar en las cábalas que lo asediaban sin respiro. Marzo, en homenaje al dios de la guerra de los romanos, era un mes que le había sido más bien favorable. En el de 1933 había entrado en la Escuela Militar y en el de 1981 se instaló como presidente en el Palacio de la Moneda restaurado de los daños del bombardeo de 1973. Pero ahora asistía a la consumación de la derrota de su ministro de Hacienda y malogrado candidato para sucederle, Hernán Büchi, vencido por Aylwin, quien recolectó el 54 por 100 de los sufragios. Paradojas, o no tanto, en el continente americano, Büchi, que fue promocionado como un ?hacedor? de milagros en el terreno económico y, en tal carácter, visitó los países de la región durante los noventa, y ha sido convocado como uno de los asesores del presidente de emergencia de Argentina, Eduardo Duhalde, en enero de 2002. El relevo en la Moneda era consecuencia del plebiscito del 5 de octubre de 1988, un número 5 del que hasta allí se ufanara: cinco eran sus hijos, cinco era el bando militar mediante el cual decretó el estado de guerra interno que lo atornilló al poder, y eran cinco los centímetros: más alta su gorra que las de los demás generales del Ejército. Pinochet perduró como Comandante en jefe del Ejército por la reforma de la Constitución de 1980, realizada solo para beneficio propio hasta que, nuevamente un mes de marzo, el de 1998, marcó un hito en su foja política, cuando trocó los oropeles del más alto grado militar por la silla curul de senador vitalicio, una conversión automática, gracias también a la Constitución de 1980, que reservaba una banca de por vida en la Cámara Alta a todo aquel que hubiera sido presidente durante seis años. Con ese pase de magia, Pinochet dejaba atrás, sin riesgos políticos, 65 años en la institución castrense, 25 de ellos bajo su absoluto mando. Patricio Aylwin acometería una honesta limpieza de la carroña represora y corrupta enquistada en los servicios de inteligencia, reinstalando en la conciencia nacional la cuestión de los negocios turbios del clan Pinochet y sus acólitos. Nombraría al general Horacio Toro, ligado a los obispos católicos que bregaran por los derechos humanos, para reorganizar y adecentar la Dirección de la Policía de Investigaciones. La indemnidad imperante le había puesto los reflectores de frente a Marco Antonio Pinochet, el menor de los dos hijos varones del general, cuya madre lamentaba que no lograra ?sentar cabeza?. Cubierto a ultranza por el papá, el muchacho hacía de las suyas a raudales sin que le salieran al cruce. En 1975, se vio envuelto en un choque automovilístico en Santiago que le costó la vida a su acompañante, Natalia Ducci Valenzuela. La DINA lavó los rastros del accidente y arrojó el cadáver de la joven a una alcantarilla. En 1979 obtuvo en arriendo un apartamento en la capital chilena, propiedad de Erika Shaub, funcionaria de la Embajada de Estados Unidos. Marco Antonio presentó un aval del Banco de Chile que certificaba una renta mensual en 25.000 dólares, pantalla de su insolvencia que se pondría de manifiesto con los cheques que fue firmando para pagar el alquiler, todos devueltos sin fondos, fijando un domicilio falso en el contrato de locación. Los vecinos del apartamento se quejaban por el bullicio ensordecedor de las obras de refacción durante el día, fiestas a todo volumen por la noche, con borrachos excitados, a los alaridos, y mujeres que lloraban desconsoladamente. La dueña presentó una demanda por desalojo, constatando además que el hijo del general se había hecho construir un jaccuzi, colocando cortinas, alfombras y luces de colores que pendían del techo, decoración que se asemejaba a la de una estrambótica discoteca en derredor de una piscina romana. Para tapar el escándalo, el Comandante Ramón Castro, secretario privado de Pinochet, mandó librar un cheque por 200.000 dólares, con cargo a una cuenta del banco del Estado. Lucía Hiriart se vanagloriaba de que su marido había dejado el gobierno de su país libre de drogas. No debía referirse a las que presuntamente trasegara Focus Chile Motors, la compañía que enlazó a Marco Antonio con los carteles colombianos de la cocaína, y con Yamal Edgardo Batich, el primo chileno del narcoterrorista sirio Monzer Al Kassar, pariente del ex presidente argentino Carlos Menem, con residencia permanente en España, condenado en Ginebra por vender armas a los Balcanes violando el embargo de la ONU. Tampoco debía referirse a los abominables comercios de armas y de drogas que sellaran en la

nocturnidad la DINA y la CNI, siglas sucesivas de la policía secreta de Pinochet, en cuyas redes se insertaran unas 14 bandas distintas de narcotraficantes en el correr de 17 años de dictadura, siendo uno de sus jefes, Álvaro Corbalán, protector de su hijo mayor, Augusto Jr., por su parte involucrado en la fabricación de blindados con el chileno Carlos Cardoen, el mayor empresario de material bélico en la América Latina moderna. Augusto Jr. recurrió a su padre, para neutralizar los rumores acerca de 3 millones de dólares de comisiones ocultas por vender fusiles del Ejército, y para contrarrestar una acusación judicial por haber estafado al fisco en un millón de dólares en 1993, al operar como intermediario en la venta de una empresa del Ejército, donde ostentaba el grado de capitán. Dos años más tarde Augusto Jr. dejó impaga la compra de cuatro vehículos, integrando a su vez la lista de morosos por evasión fiscal al Estado por más de dos millones de dólares. Cuando el diario Clarín de Buenos Aires, resumió algunas de estas noticias, Marco Antonio y Augusto las desmintieron, prometiendo una lluvia de querellas judiciales que siguen brillando por su ausencia. El proclamado desapego por los bienes materiales aficha-do por Lucía se contradice con la declaración de bienes por 270 mil pesos que el dictador asumió en 1974, a poco de arrebatar el poder, un magro racimo de dólares, de cara al faraónico parque inmobiliario que dispone la familia en Bucalemu, Viña del Mar, Valparaíso, Santiago y El Melocotón, en una de las laderas de la cordillera de los Andes, cuyo financiamiento se desconoce, sospechándose la comisión de delitos en perjuicio del Estado. Todos ellos fueron comprados o construidos bajo la batuta arbitraria de la Primera Dama, obsesionada por el lujo, nadando en el despilfarro. Para la más conocida residencia particular de la pareja, situada en El Melocotón, un paradisíaco sector del Cajón del Maipo, a una centena de kilómetros al sureste de Santiago, ella llegó incluso a solicitar que la levantaran en un predio diferente al delimitado en los registros del catastro. Sus marchas y contramarchas en el diseño de los planos y en el programa de construcción encareció el presupuesto inicial, tensando el clima con el gabinete de arquitectos. A la casona la protegen 51 hectáreas de plantíos y bosques, y sus habitantes pueden guarecer-se en un búnker subterráneo artillado con ametralladoras pesadas, todo controlado por un circuito cerrado de televisión. Para borrar vestigios de los sucios negocios que rodeaban la obra, un grupo de desconocidos saqueó las oficinas del diario Fortín Mapocho, que se aprestaba a publicar el dudoso origen de los fondos conseguidos por la pareja para edificar el palacete. Su director, el abogado y hoy senador demócratacristiano Jorge Lavande-ro, fue golpeado y quedó en coma durante varios días. La documentación sustraída salió a luz por otro conducto. Quedó probado que Pinochet compró esas tierras de El Melocotón al Estado por un valor seis veces inferior al legal. Eso fue en 1984, brotando asimismo una transacción anterior de parecida naturaleza pero en sentido inverso, en la cual Pinochet compró a particulares un terreno en 1978, vendiéndoselo a las Fuerzas Armadas a un precio seis veces superior. Restan por conocer los fondos transitados por las dos cuentas bancarias detectadas en el extranjero, una en el Banco Riggs de Washington, y otra en la filial de las Islas Bermudas de la Standard Life Assurance Company de Canadá, uno de los mayores grupos de compañías aseguradoras del mundo. Seguidamente debe contabilizarse la operación que habría llevado a cabo en el sistema bancario helvético una ?fundación? de Liechtenstein, tapadera detras de la cual se agitan los espantojos de Augusto Pinochet y Margaret Thatcher. No es temerario reflotar que, por todo ello, sea preceptivo anexar los viajes a Suiza, Brasil, Uruguay y Estados Unidos de las dos Lucias Pinochet durante los años 80, con pasaportes diplomáticos falsos otorgados oficialmente a las edentidades apócrifas de María L. Rodríguez, para la madre, e Inés L. P. de Aravena, para la hija, según reposa en los inútiles anaqueles de un Juzgado de Santiago desde hace 12 años. La hipocresía de Lucía sobre la supuesta prescindencia de los bienes terrenales, preconizando ?los valores cristianos y morales con que me criaron a mí y fue criado mi marido?, tuvo el doble lenguaje en el aún no saldado debate sobre el divorcio en Chile, el único país de Occidente cuya legislación todavía no lo habilita. Sí, pero no. Lucía mantuvo la ambigüedad, un tema ?muy complejo?, que necesitaba una ley ?muy sui generis?, que no descartaba ?si es una cosa en buena forma, con estudios hasta religiosos?. Sus hijas Lucía y Jacqueline se han separado varias veces, amén de su hijo Augusto, herido de un balazo por su esposa para defenderse de los vejámenes a los que la sometía. El diplomático chileno Guillermo Martínez que se casó con Jacqueline en 1979, fue expulsado del hogar tres años más tarde, negándosele los permisos de visita que le correspondían con las dos hijas del matrimonio. Pensando que lo convocaban para encontrar una solución amigable, se apersonó ante el general Pinochet, que lo esperaba pistola en mano. ?Aléjese de mi hija. No lo queremos ver nunca más. Ya no pertenece a nuestra familia. Y mejor que lo haga, porque de lo contrario va a ser peor?, vociferaba el autócrata golpeando la culata contra el escritorio. Martínez no pudo ver a sus dos pequeñas y, para frenar un juicio por abandono del hogar del que en realidad lo habían echado, y para no pagar alimentos a las hijas que le prohibían ver, amenazó desde el extranjero con revelar secretos de la familia presidencial para que lo dejaran continuar viviendo en paz. Sin ambivalencias, Lucía apañaría a sus hijos contra viento y marea, su ?fuerza y debilidad; a veces soy una amiga, otras veces actúo como su consejera, jamás como censora?.

16 de octubre de 1998

El viernes 16 de octubre de 1998, pasado el filo de la medianoche, el sueño impune de Augusto Pinochet se desintegró en Gran Bretaña. Sus dos Lucías, madre e hija, le comunicaron la mala nueva muchas horas después de despertar de la morfina, suministrada para calmarle los dolores postoperatorios de una intervención quirúrgica por una hernia discal. Lo acompañaban en Inglaterra, en una gira privada, a la que había sido invitado oficiosamente como responsable de la Comisión de Defensa de la Cámara Alta, donde ocupaba una banca vitalicia desde el 10 de marzo anterior, cuando cedió reglamentariamente el mando a su sucesor como Comandante en jefe del ejercito, el general Ricardo Izurieta. Pinochet se encontraba en Londres desde el 22 de septiembre, recorriendo fábricas de armamento, comprando libros sobre Napoleón y tomando el té con Margaret Thatcher, hasta que las fisuras de sus cartílagos y la posibilidad de quedar inválido lo incitaron a una cirugía de urgencia el 9 de octubre. La lenta convalecencia fue cortada de un tajo por el juez español Baltasar Garzón quien, desde Madrid, ordenó la detención, por el sumario a su cargo caratulado ?terrorismo y genocidio en Argentina?. Paradójicamente, serían las denuncias propulsadas por aquellas mujeres solas que bailaban la cueca de la ausencia, las que aportaron las pruebas para solventar la captura. El 26 de abril de 1998, en efecto, la Asociación de Familiares de Detenidos y Desaparecidos Chilenos (AFDD), mayoritariamente compuesta por mujeres, elevó a Garzón una querella por la desaparición en Argentina de 94 chilenos. Eran algunas de las 12.000 víctimas del Plan Cóndor, la coordinación represiva enhebrada por Pinochet para ensamblar su dictadura con las de Argentina, Bolivia, Paraguay, Brasil y Uruguay, elucubrado en Santiago durante un cónclave de militares especializados del Cono Sur, que se extendió entre el 25 de noviembre y el 1 de diciembre de 1975. Como en Chile ?no se mueve ninguna hoja si yo no la estoy moviendo?, o ?sin que yo no lo sepa?, como rezan las dos versiones de su antológica frase de 1981, Pinochet creyó que estaba libre de culpa y cargo por los homicidios, torturas y ejecuciones clandestinas llevadas a cabo dentro de su país, desestimando las consecuencias de las perpetradas también por gavillas a su mando fuera de la geografía chilena. Para cerciorarse de que nada podía temer en el extranjero, en octubre de 1997 envió a Madrid al general auditor del Ejército de Chile, Fernando Torres Silva, con el objeto de averiguar la situación de los expedientes por violaciones a los derechos humanos que incoaba la justicia española de manera separada sobre Argentina y Chile. Con base legal en las convenciones internacionales en la materia, al haberse cerrado las instancias judiciales en Chile y Argentina en virtud de las leyes de amnistía promulgadas oportunamente en los dos países en 1978 y 1987 respectivamente, y no existiendo ninguna corte penal regional o internacional competente para sancionar esas atrocidades, los tribunales españoles empuñaban la jurisdicción universal que les otorgan a las cortes nacionales los tratados sobre crímenes de lesa humanidad como el genocidio y la tortura, reconocidos como tales en su propia legislación interna. En la Audiencia Nacional con sede en Madrid, el juez Manuel García Castellón instruía una causa sobre Chile y el magistrado Baltasar Garzón otra sobre Argentina. Torres Silva no advirtió indicios directos que pudieran inculpar a Pinochet en el procedimiento de García Castellón, descontando que Garzón tuviera elementos para imputarle a su jefe desde la Argentina, aconsejándole que viajara al Reino Unido sin temores, pero se equivocó. Las dos Lucías se erigieron en portavoces del dictador, que estuvo varios días sin hablar. Premonitorio, le había anticipado taciturno al periodista John Lee Anderson del New Yorker, que ?los dictadores nunca terminan bien?. Empero decía esto pensando que él sólo era ?apenas un aspirante?, fotografiándose en el Hotel Dorchester de Londres en los días previos a que la ley le cayera encima. Engreído y mirando de soslayo, sin revelar sentimientos, como si hubiera dejado de disfrutar de este mundo, Pinochet de pie quizá se sintió filmando una película, con la levedad de su mano derecha arañando el mantel blanco de una mesa donde se alineaban cuatro copas de cristal. Su esposa e hija lo reconfortaron en las horas aciagas, mostrándole sus declaraciones a la prensa, arropándolo como a un ?mártir?, un ?héroe nacional?, blanco de una conspiración del comunismo internacional?. Festejó su cumpleaños 83 el 25 de noviembre de 1998, con un regalo inesperado: la Cámara de los Lores no le reconocía inmunidad diplomática. Lucía sufrió un desmayo y el verdugo quedó postrado temporariamente en la inmovilidad, sabiendo que no podría detener el fallo que le sobrevendría por cascada, esto es el acuerdo para su extradición a España, que intervino el 24 de marzo de 1999, para peor en el mes que tanto bienestar le traía, sorprendente aniversario del golpe de Estado en Argentina. El juez Garzón había unificado las causas de Argentina y Chile en un solo sumario, siendo respaldado en el envión por el Tribunal Supremo de España. Lucía alucinaba. De repente oscilaba con bruscas subidas de presión o síntomas de pulmonía, llorando sin cesar, aturdida por visiones amarillas cuando leía. Se sumergía en pozos depresivos, ?terriblemente mal? y encerrada en la habitación matrimonial. Limaba las suelas de sus innumerables pares de zapatos, en los 200 metros cuadrados del suntuoso caserón que servía de cárcel al genocida chileno en la campiña del Reino Unido. No podía convencerse de ?que un senador de una república independiente, que no le debe nada a nadie, sea vejado de esta manera?. Tergiversando la realidad hacia hipotéticos fines pecuniarios de los familiares de los más de 3.000 muertos que contabiliza la dictadura chilena, supuestamente en búsqueda de una indemnización, ella tildaba de innoble el procesamiento penal contra su marido. Sin embargo, el mes de marzo retrocedería hacia los favores en las cábalas del tirano. El del año 2000 lo devolvió a Chile por ?razones de salud?, una decisión política del gobierno del primer ministro Anthony Blair, y de su entonces ministro del interior, Jack Straw, que anuló la extradición judicial

para que fuera juzgado en España, una medida tomada a contramano de las salvaguardas que antepone la jurisprudencia internacional.

8 de noviembre de 2001 Más de una centena de querellas judiciales contra el tirano se habían ido agolpando en los tribunales chilenos durante sus 509 días de estadía en Londres. Un nuevo presidente socialista habitaba La Moneda, Ricardo Lagos, acogido por una multitud jubilosa reclamando ??Juicio a Pinochet!?. La oposición de derecha, antes encolumnada detrás del dictador, registraba el 48 por 100 de los votos, pero tomaba ostensibles distancias del líder, admitiendo ?abusos? en el régimen militar y no entorpeciendo los mecanismos judiciales para esclarecer el tétrico pasado. La Corte Suprema nombró al juez Juan Guzmán, como ?Ministro en visita? para que instruyera todas las denuncias contra el ex dictador. Por una de ellas, que trazaba la huella sangrienta de una Caravana de la muerte, la Corte de Apelaciones de Santiago le quitó los fueros parlamentarios, confirmando su inculpación, dando luz verde para el procesamiento en su propio país. El 8 de agosto de 2001, la Corte Suprema validó la decisión, en el 55 aniversario de que se acordara la confirmación del tribunal de Nuremberg. Esa comitiva castrense subdelegaba el mando militar de Pinochet en el general Sergio Arellano Stark quien, secundado por una pandilla de varios oficiales, recorrió el país fusilando y haciendo desaparecer a 75 civiles detenidos por la justicia militar tras el golpe de Estado de 1973. Para Lucía fue ?injusto y cobarde. ?Por qué lo hacen ahora cuando está enfermo, después de haber sufrido en Inglaterra por causa de los chilenos?, ?Por qué no le hicieron un juicio político cuando inmediatamente dejó la presidencia? Esperaron hasta ahora, que estuviera viejo y enfermo y sin poder [...] ?es eso justo??. Por las exacciones abominables de la Caravana de la Muerte el juez Guzmán lo procesó como autor de secuestro y homicidio calificado, el 1 de diciembre de 2000, pero la Corte de Apelaciones de Santiago morigeró la figura por la de encubridor, lo cual no lo ponía al abrigo de un fallo condenatorio, más cuando en Chile el proceso es, según la vieja usanza, por escrito y sin celebración de una audiencia oral para dictar sentencia, procedimiento factible para un Pinochet moderadamente senil, lúcido y en sus cabales. En el afán de impedir castigo legal sus abogados alegaron, como en Londres, machacando en el delicado estado de salud del defendido. Las dos Lucías y Jacqueline partieron nuevamente en campaña, acusando al juez Guzmán del empeoramiento de los males físicos del déspota, alarmando que ?el panorama cambió, hay que estar preparados para todo?. Las mujeres Pinochet montaron un espectáculo, echando a rodar la noticia de su muerte, internando velozmente al octogenario en las vísperas que la Corte de Apelaciones de Santiago resolviera. Sus integrantes, por dos votos a favor y uno disidente, mordieron el anzuelo. Lo sobreseyeron temporalmente, el 9 de julio de 2001, ?por demencia senil?, un eufemismo que durmió la causa porque la enfermedad es irreversible a la edad de los que la padecen y cuyo cuadro biológico no permite avizorar mejorías para reiniciar el procedimiento. Pinochet volvió a su domicilio, ? estable y acorde a las condiciones de su edad?, reconoció Lucía, descartando inopinadamente Marco Antonio que su padre bordeara la muerte. Quedan pendientes otras 240 denuncias que lo apuntan en su país desde el 18 de enero de 1998 para esclarecer el pasado dictatorial, y dos pedidos de extradición formulados desde Argentina, uno por el Plan Cóndor, que lo hermana con los ex generales Jorge Rafael Videla, el uruguayo Julio Vadora y el paraguayo Alfredo Stroessner, y otro por el asesinato del general Prats en Buenos Aires el 30 de septiembre de 1974. El 5 de mayo de 2001 Lucía Hiriart presidió un acto de la Fundación Pinochet, asociación surgida del fanatismo de sus seguidores a ultranza, dirigida por un puñado de generales retirados, empresarios y antiguos colaboradores. Ante 2.000 adherentes entregó 23 medallas a quienes se habían solidarizado con su marido durante el ?vía crucis? de Londres, en presencia del general Ricardo Izurieta, Comandante en jefe del Ejército. ?En la vida de los grandes hombres siempre hay injusticias, siempre hay sacrificios que van más allá de lo que puede el ser humano permitirse para su salud, para su psiquis. Por desgracia es un problema terrible: todos los grandes hombres sufren?, lanzó Lucía, expresando su confianza en ?la justicia divina?. El 8 de noviembre siguiente volvió a la Fundación Pinochet para tomar juramento a ochenta jóvenes que se adherían al credo de su marido. Aprovechó la ocasión para calificar de ?traidores? a los depuestos diez oficiales de las Fuerzas Armadas que se negaron a reprimir cuando el golpe militar de 1973, que dos días antes habían demanda-do judicialmente al dictador por haberlos expulsado de las filas del Ejército. ?No han sido leales?, los guía ?la venganza? por ?haber sido alejados? de la institución, al negarse a participar en el régimen militar, improvisó Lucía con ahínco. Dos semanas después del exabrupto, ella festejaba feliz un nuevo cumpleaños de su marido en La Dehesa, la residencia en el barrio de Las Condes en Santiago. Augusto Jr., mayor del Ejército en retiro, distribuía un único regalo a los invitados, vinos etiquetados ?Don Augusto?, ?Doña Lucía?, ?Capitán General? y ?Augusto Pinochet?, en una rebosante reivindicación etílica de la pareja no obstante proclamadamente hostil al alcohol. El anciano escuchaba su canción favorita, el tema musical que adorara Adolf Hitler, Lily Marlene, que para halagarlo le cantaban sus nietos en alemán. Embutido en uno de sus atuendos preferidos de jubilado, combinaba los colores chillones: ambo color haba-no de lana, camisa amarillo patito y corbata verde, atravesada por la traba con la perla de la buena suerte. En su mano izquierda resplandecía el anillo de oro con piedra colorada,

impertérrito en el anular desde que asestara el golpe de Estado, símbolo de su signo zodiacal, Sagitario. Apenas audible, con su voz áspera de viejo caballo agradecía sonriendo; las manos apergaminadas por la vejez, tiesas en los posabrazos de la silla de ruedas. En los ventanales, tal vez se le volvía a aparecer la Virgen, esa imagen que dijo ver dibujada en los vidrios astillados del carro en que viajaba en 1986, cuando sobrevivió al atentado de la guerrilla abrazado a uno de sus nietos. Ahora, su mujer miraba a un verdugo decrépito. El azul metálico de sus ojos se había apagado. El peso de los 86 años le doblaba las espaldas, desarbolándole las cejas. El bigote escaso, otrora tupido, la cara abotargada, y el pelo cano aplastado por la gomina, bosquejaban los rasgos del infortunio. Fra-ses de antaño se reponían en la carpintería cerebral de Lucía Hiriart. ?Estoy demasiado identificada con mi marido en pensamientos y acciones como para hacerle críticas. Augusto es espléndido?, rumiaba para sus adentros. Habían resuelto que no pedirían perdón porque ?uno se arrepiente de lo que se siente culpable?. Concordaban en que ?sólo Dios puede juzgar?. No le cabían dudas: ?Augusto es inocente?; él ?nunca habría ordenado matar a alguien, ?no es capaz de matar un pájaro siquiera!?.

fuentes 1. Manuel Araya Villegas, Perfiles de honor, Santiago, 1984. 2. Pablo Azocar, Pinochet, Epitafio de un Tirano, Cuarto Propio, Santiago de Chile, 1999. 3. Norberto Bermúdez y Juan Gasparini, El testigo secreto, Javier Vergara, Buenos Aires, 1999. 4. Rodrigo de Castro y Juan Gasparini, La delgada línea blanca, Ediciones B, Buenos Aires, Argentina, 2000. 5. Ascanio Cavallo y otros, La historia oculta del régimen militar, Grijalbo, Chile, 1997. 6. Diarios El Mercurio, La Época, LAS ÚLTIMAS NOTICIAS, La Tercera, La Nación y El Mostrador (electrónico), Santiago; revistas La Huella, Ercilla, Punto Final, Hoy y Cosas; y canal Megavisión, 13 de enero de 1999, Chile. Clarín y La Nación y Página 12, Argentina, El Universal, México, El País y El Mundo, Madrid y Gatopardo, Colombia. 7. Víctor Farías, Los nazis en Chile, Seix Barral, España, 2000. 8. Mónica González, La Conjura, Ediciones B, Chile, 2000. 9. André Jouffé, Primeras Damas, Planeta, Santiago, 1999. 10. Sonia Montecinos, Madres y huachos, Editorial Cuarto Propio, Santiago, 1993. 11. Alfonso Néspolo Cova, La política: un factor de lenguaje militar, Universidad de Santiago de Chile, 1994 (Memoria para optar al título de periodista). 12. Augusto Pinochet, Geopolítica, Andrés Bello, Santiago, 19842. 13. Primer informe de la Comisión ética contra la tortura al Presidente Ricardo Lagos, Santiago, 21 de junio de 2001. 14. Dauno Tótoro, La cofradía blindada, Planeta, Chile, 1998. 15. Teresa Valdés y Marisa Weinstein, Mujeres que sueñan: Las organizaciones de pobladores en Chile (1973-1989), FLACSO, Santiago, 1989. 16. Patricia Verdugo, Los zarpazos del puma, Cesoc, Ediciones Chile-América, Santiago, 1989.

IMELDA REMEDIOS VISITACIÓN ROMUÁLDEZ

16 de octubre de 2001 ?Esto es, pura y simplemente, un asalto?, atinó a balbucear Imelda Romuáldez, viuda de Marcos, al imprimir sus huellas dactilares en el acta de inculpación que le notificaba el Sandiganbayan (anticorrupción en tagalo), tribunal especial filipino encargado de la lucha contra la delincuencia económica. La ceremonia penal le disgustaba. El 16 de octubre de 2001, en Manila, el sombreado de su maquillaje no podía esconder definitivamente las ojeras. El gesto contrariado de quien ha sido atrapado en flagrante delito le curvaba sus labios pintados de rosa. A los 72 años, la melena negra, corta y abundante, peinada hacia atrás, batida y abultada con un brillante fijador, acentuaba su tez aceitunada y el cuello sin alhajas. La incontinencia gastronómica se trasuntaba en sus redondeces de matrona y en esa bulimia que intentaba combatir. Nada permitía vislumbrar los achaques de la edad, la afección cardia-ca y los problemas circulatorios que la hacían deambular por tratamientos clínicos en Estados Unidos, Gran Bretaña y Arabia Saudita, ni las secuelas de la fractura craneana que sufriera en diciembre del año anterior resbalando en su domicilio. El prendedor con los colores patrios, azul, rojo y blanco se destacaba en la solapa izquierda del traje azul eléctrico sin botones, dejando entrever una casaca índigo, insinuando un busto todavía erguido. Se había sacado los anillos para prestarse al trance judicial, dejando desguarnecidas sus uñas teñidas de bermejo, con las puntas y las medias lunas previas a las cutículas recubiertas de un barniz mate color natural. Se la veía incómoda, cercada por policías con guayaberas blancas y Narciso Nario, el magistrado responsable de comunicarle la acusación, derivada de uno de los 35 sumarios incoados en Manila contra ella por enriquecimiento ilícito. Le imputaba desvío de fondos públicos por 600 millones de dólares, perpetrados cuando fue ministra de Vivienda de la dictadura conyugal que acometieron con su marido, Ferdinand Manuel Edralín Marcos, dominadores de Filipinas entre 1965 y 1986. La compulsiva Imelda, saldría ese día libre bajo la irrisoria fianza de 2.310 dólares. Habituada a esquivar la justicia, en 1993 logró que la Corte Suprema de Filipinas primero redujera a 12 años de reclusión una condena a 24 años de cárcel por estafa y apropiación ilegal de capitales, anulando finalmente las diligencias procesales contra ella, sin que pasara un solo día en prisión. Apodada la mariposa de acero o la rosa carnívora, de sulfurosa belleza y dureza de carácter, nadie logra acertar una cifra del botín que amasó con su marido, fallecido en el paradisíaco exilio de Honolulu el 28 de septiembre de 1989. El Estado responsabiliza al matrimonio de un expolio aproximado a los 5.000 millones de dólares, habiéndose recuperado menos de la mitad y sólo en cuanto a la titularidad de lo rapiñado dentro de Filipinas, quedando en la opacidad gran parte de lo aparejado en el extranjero, pero ninguna sanción penal la ha condenado en cualquier rincón del mundo por infracción alguna. Probablemente, la prodigalidad emanada de sus fabulosos bienes explique la impunidad de la que goza. ?Si uno conoce la envergadura de su fortuna no es verdaderamente rico. Yo no sé cuánto poseo. Eso da una idea de nuestra riqueza. Mi marido cuando era joven encontró un tesoro?, aventuró con desparpajo en marzo de 1998, cuando se postuló fugazmente por segunda vez a la presidencia, amagando recuperar por las urnas el poder perdido en la insurrección popular que los expulsó del gobierno doce años antes. En esa ocasión desistió de que un escrutinio arbitrara su popularidad para la primera magistratura, retirándose de la campaña electoral, dejando planear en los mentideros políticos que había pactado dar un paso al costado, a cambio de indemnidad judicial para con los incontables hechos de corrupción que mantienen vivo su tiránico pasado. Coincidentemente en ese mismo año, 1998, el Tribunal Federal de la Confederación Helvética reintegró a Filipinas 570 millones de dólares, expropiados de cuentas bancarias atribuidas a los esposos Marcos, una suma que aún está pendiente de resolución, para que sean asimilados al Tesoro Nacional o, si procede, destinarlos a indemnizar a las innumerables víctimas del horror que imperó bajo la dictadura. Los máximos jueces filipinos no logran consenso para pronunciarse sobre la cuantiosa devolución suiza, porque si dictaminaran la confiscación significaría la imprescindible condena contra los dos principales personeros de la dictadura, un fallo que, por su ausencia, hace cierto aquello de que es mucho más fácil culpar a un sistema que a un individuo. Por tanto, unos 9.539 damnificados a causa de los desmanes producidos en el reinado de la singular pareja, todavía esperan resarcimiento por los crímenes que sufrieron ellos mismos y sus familiares. Llegaron incluso a recurrir a los Tribunales de Hawai, la isla norteamericana en la que se refugiaron los tiranos entre 1986 y 1989, donde fueron sentenciados a pagar 2.000 millones de dólares a familiares de torturados, muertos y desaparecidos.

Imelda contuvo la avalancha prometiendo el desbloqueo de 150 millones de dólares congelados en Suiza, pero después se desdijo y, entre tanto, el veredicto quedó en la nada. Su sueño de ?vieja dama indigna? es tomarse revancha por haber perdido las prerrogativas y fastos del poder, viviendo en un lujo equivalente o superior al que ostentaba con su marido cuando gobernaban Filipinas. Ha reemplazado y ampliado su confiscada colección de 1.220 pares de zapatos, 219 de ellos se exhibieron en una muestra organizada en el Museo del Palacio Presidencial de Malacañán, como prueba del derroche con que se dispararon los Marcos. En el distrito de Marikina, en el barrio de Manila donde se concentra la industria zapatera, Imelda inauguró el año pasado su colección alternativa de 3.000 pares de su talla, ocho y medio, caros y más caros, de tacón alto y con plataformas de vértigo, a medida y de fabricantes anónimos, o de marcas famosas como Chanel, Christian Dior, Oleg Cassini, Ferruccio Ferragamo o Givenchy, algunos adornados con brillantes, otros munidos de luces de colores. ?Quienes supieron que tuve que dejar todo aquello en mi armario cuando nos exiliamos a Hawai no han dejado de enviarme zapatos. Ahora tengo más que antes porque la gente creía que me había quedado sin ninguno. No querían una ex Primera Dama descalza?, dijo en el discurso inaugural de la exposición. Siente que esos objetos ?son el símbolo del amor y del placer. Un buen zapato es un momento de gracia. Me dicen extravagante porque siempre quiero estar rodeada de cosas bellas, ropa, bisutería, ?a quién le gustaría vivir en un tacho de basura??. Con tal bruteza y descaro no resulta sorprendente que se destaque su rastrera ambición intelectual: que el término imeldífica, resuma todo lo inmoderada, frívola y maniática que ha sido y quede eternamente inscripto en los diccionarios. Megalómana, hoy contempla Manila a sus pies, divisando hasta la bahía desde una atalaya en un enorme rascacielos. Excesiva en el amor, en su creencia en Dios y en la belleza, propala a los cuatro vientos que es ?infinita?. Ojea su libro ?Círculos de vida, un inclasificable ideario de tapas rojas y lomos dorados ante la muda presencia de un bodegón de Gauguin y un abstracto Picasso. Difícilmente pueda reproducir en su solitario apartamento del piso 34 en la elegante torre Makati, en la zona más exclusiva de la capital filipina, lo que logró almacenar en las 54 habitaciones de la cueva de Alí Babá, como describe Malacañán el celebre periodista español, Manuel Leguineche. Tal es el nombre del Palacio de Gobierno, de esa perla asiática de 76,5 millones de habitantes, derramada en un exótico archipiélago de 7.150 islas. De tradición española por la colonización de tres siglos, la cultura anglosajona y sus modalidades violentas se impusieron con las ocupaciones norteamericana y japonesa en el siglo xx. En este país subsiste una guerra larvada entre musulmanes y cristianos corroyendo su existencia desde que el explorador español Ruy López de Villalobos las bautizó Filipinas en 1543, haciendo honor a Felipe II. En tagalo, Malacañán se traduce ?el hogar de los nobles?, otrora aposento de vicarios españoles y de gobernadores norteamericanos, cuyos entresijos de pasillos embaulan una capilla con una discoteca, rompiendo en galerías de mármol en las que cuelgan candelabros de plata, conectando bibliotecas de libros antiguos y grabados, pinacotecas con salones de piano y arpa, dormitorios con edredones de seda y almohadas de pluma de oca, despachos insonorizados, comedores y salas de ocio con mesas y sillas de jade, y alcobas tapizadas en roble, con mosquiteras protegiendo las camas. En los pliegues del vetusto edificio deslumbraban cuadros de Picasso, Degas, Monet, Matisse, Magritte, Francis Bacon, el Greco, Zurbarán, Goya, Rubens, Renoir, Cézanne, Brueghel el Joven, Franz Hals, Grandma Moses y Paule Gobillard. Edificado por el potentado español Luis Rocha en el siglo xix, Malacañan fue remodelado en 1979. Cuando se abrieron sus puertas a la curiosidad internacional pudieron verse los mil trajes de gala de Imelda con el calzado combinado, su corpiño antibalas, estolas de visón, centenas de vestidos, trajes, batas, chalecos antibalas, sujetadores, bragas, guantes, paraguas, miles de cajas con piezas de joyería, rubíes, zafiros, diamantes, collares, colgantes, prendedores, pulseras, relojes y gafas, y un vestidor de espejos en las paredes, el suelo y el techo. En el mobiliario se podían atisbar conos de la iglesia ortodoxa Rusa, estatuas de Shiva, copas Steben, espejos Luis XV, tapices de Aubusson, jarrones de la dinastía Ming, porcelanas de Limoges, alfombras de Tabriz, mantones de Manila, candelabros de Austria, corales labrados y grifería de oro, todo un legado de la cleptocracia de los Marcos. En sus oficinas conexas armaron el centro neurálgico para disponer de 182 automóviles Mercedes Benz, 42 aviones y helicópteros, 15 barcos, sin contar el yate presidencial de 85 metros de eslora y 2.700 toneladas, el Ang Pangulo, con 16 camarotes de lujo y helipuerto, asistidos por un convoy de doscientos sirvientes y alguaciles. La escenografía se hallaba inmersa en una atmósfera rococó, bajo constante semipenumbra, voluntad de Imelda para no arrugar su piel, con generadores de iones purificando el aire. Por doquier, los almohadones de pluma de ganso invitan al reposo, previniendo el cansancio de cohabitar con una opulencia acumulativa y opresora, al abrigo de la crudeza solar, y de la destemplanza de los huracanes que azotan regularmente la accidentada geografía del país. En todos los ambientes los postigos permanecían echados por los miasmas del río Pasigm, y para impedir la entrada de moscas e insectos de las villas miserias y las pirámides de basuras circundantes, parásitos de la civilización del desperdicio, humeantes de inmundicias, a la vista de los suntuosos jardines de orquídeas, palmeras y jazmines.

2 de julio de 1929

Imelda Remedios Visitación Romuáldez nació en Manila el 2 de julio de 1929, en el seno de la rama pobre de una de las familias insertas en la banca y en la propiedad de tierras de Filipinas, con aspiraciones aristocráticas. Hija del abogado Vicente Orestes Romuáldez y de su segunda esposa, Remedios Trinidad, su bisabuelo por parte de madre fue un franciscano de Granada llamado fray Francisco López, que había llegado como misionero en 1838 a la edad de 42 años e hizo pareja con una mestiza de antepasados chinos, Concepción Crisóstomo Talentín, también concebida por un clérigo. Imelda creció en Manila y en la Isla de Leyte, en la región de Visyas este, hacia el sur de Filipinas, donde su abuelo paterno fue alcalde, maestro y juez, viviendo precariamente en la ciudad de Taclobán, hasta en una choza de nipa. Cuando niña conoció las humillaciones de los desposeídos; atormentada por las privaciones y las arbitrariedades provocadas por un padre con fama de holgazán que no ejercía su profesión, dependiente de sus dos hermanos, también abogados pero adinerados. En 1926, a los cuarenta años, viviendo en una casa de su propiedad en el 278 de la calle General Solano de Manila, Vicente Orestes enviudó de Juanita Acerada, con la que tuvo cinco hijos. Volvió a casarse el 21 de mayo de 1928 con Remedios Trinidad, apodada Medy, una joven huérfana indigente del asilo de San Vicente de Paul, con la que tuvo seis hijos, siendo Imelda la primogénita, Meldita para los suyos. Sus tíos paternos: Norberto, juez de la Corte Suprema de Filipinas y Miguel, alcalde de Manila, le conseguían empleos estatales ficticios a Vicente Orestes para subsistir en su haraganería, hasta que un escándalo puso en entredicho la honorabilidad familiar, desmoronando la retaguardia financiera. Ocurrió que Estela, hija de Miguel, era la secretaria privada de Norberto, quien examinaba en el Tribunal Supremo a los licenciados en derecho. La prima de Imelda entregó secretamente las preguntas de los exámenes a su novio (otra versión dice que las vendió a un amigo). La noticia trepó a los diarios, y obligó a los Romuáldez a renunciar a sus cargos públicos. Norberto y Miguel clausuraron el bufete de abogados que regenteaban en Manila, capeando el temporal porque tenían fortuna, pero Vicente Orestes rodó en la pobreza al cerrarse las bocas de expendio de sus hermanos. En ese contexto, el malhumor y los reproches por la carencia de dinero y otras humillaciones por no ser aceptada como madrastra de los hijos de su marido con su anterior mujer, hicieron crisis en Remedios Trinidad, que abandonó a Vicente Orestes, llevándose consigo a Imelda, y su hermano menor, Benjamín, alias Kokoy. La mujer deambuló por varios domicilios con los dos pequeños. Terminó en un cuarto barato de la ciudad de Mandaluyong, donde se dedicó a la venta de embutidos al menudeo que ella misma preparaba, zurciendo y bordando ropa para afuera. A poco andar Vicente Orestes imploró la reconciliación y Remedios Trinidad cedió, a condición de vivir bajo el mismo techo pero separados. La convivencia se reinició con la esposa alojada en el garaje de la casa de la calle Gene-ral Solano y el marido dilapidándole sus ahorros y violándola por las noches, dando a luz cuatro veces más: nacieron Alita (enero de 1933), Alfredo (julio de 1945), Armando (marzo de 1936) y Conchita (diciembre de 1937). La madre fue desmejorando. Perdió la autoestima divagando en la introspección y la melancolía. Falleció el 7 de abril de 1938 en la Clínica Singian de Manila, con los signos de una neumonía, aparentemente inducida por el agotamiento físico y psíquico de su sexto y último parto, el de Conchita, que tuvo lugar en la sala de caridad del Hospital General de la capital. Su tumba permaneció invadida de malezas, incluso en tiempos que Imelda se convirtió en Primera Dama. Y antes que mandarla limpiar, no obstante preocupada por salvar las apariencias, hizo extender un certificado al hospital, que el parto de su hermana Conchita había tenido lugar en el pabellón pago de la maternidad del nosocomio. Desde que cobró celebridad, Imelda expurgó a Remedios Trinidad de sus declaraciones, quizá por sus orígenes modestos y sin alcurnia teniendo, por el contrario, palabras de reconocimiento para los Romuáldez, de apellido ilustre y con fortuna. Como si quisiera rescribir la historia de su desgraciada infancia, estas evidencias expresan sus intenciones de desconocer a su madre, porque ella no tenía linaje que infundiera respeto, rescatando a su padre, impoluto en el pedestal. Cuando Imelda tenía nueve años, Vicente Orestes vendió sus pertenencias en Manila y se instaló en la isla de Leyte, en una casa perteneciente a su hermano Norberto en la ciudad de Taclobán, calle del Gran Capitán. Eran 11 hermanos y la mayor, Lourdes, de 27 años, oficiaba de madre postiza. Usufructuando algunas rentas de bienes legados por su padre, Orestes subsistía a duras penas, hasta que, por precaución, la invasión japonesa en 1941 lo empujó a fugarse con sus hijos a un barrio rural de la cercana isla de Guinarona donde vivían unos primos. Al amenguar la represión nipona en 1942 retornó a Taclobán sin poder volver a habitar la casona de Gran Capitán, ocupada por oficiales del Imperio japonés. No le quedó más remedio que albergarse con todos sus hijos en una choza de la calle Real, aguardando el desembarco de los norteamericanos y la evacuación de los japoneses. Por no haber colaborado con éstos, aunque tampoco los combatiera, y en virtud de su apellido, Vicente Orestes recuperó en 1944 la residencia en Gran Capitán y obtuvo el decanato del Colegio San Pablo de Taclobán. Al estabilizarse con un salario mensual, pudo pagar a Imelda estudios secundarios emprendidos sin gran entusiasmo con los frailes benedictinos. La muerte de Norberto Romuáldez, obligó a Vicente Orestes entregar la casa de Gran Capitán al hijo del propietario, su sobrino Norberto Jr., volviendo todos al cobertizo de la calle Real. Condicionada por la pobreza circundante, Imelda soñaba salir de ese mundo, imaginando el paraíso si se hacía monja. Pero en los conventos no encontró ?ni flores ni música?, resultándole ? demasiado monótono, sin diversión alguna, así que decidí que aquello no iba conmigo?. La vía para escapar a la estrechez y la penuria permanentes la descubrió mirándose al espejo, luego que en 1948 la eligieran Rosa de Taclobán. A los 19 años había desarrollado un cuerpo apetecible y una faz atractiva. La solución estaba en ella, en saber utilizar sus atributos naturales para abrirse un camino de adulta: ?quiero ser célebre y poco importa cómo?, supo confesar en un discurso durante las fiestas de fin

de año en su colegio. ?Ser pobre es como andar desnudo. Sientes cada gota de lluvia que cae, cada soplo de viento. Cuando eres rico, tienes ropa, abrigo, paraguas, agua caliente. Ser pobre es como añadir un insulto a la injusticia?, recordaría años más tarde. Resuelta pues, se empeñó en alcanzar el cetro de Miss Manila y en hacerse conocer como singing, una cantante en tagalo.

14 de febrero de 1953 La adolescente que se hacía mujer tenía gustos simples: cantar, cocinar, ir al cine y a fiestas, leer Selecciones del Reader?s Digest, y dejarse adular por múltiples pretendientes que adivinaban debajo de sus vestidos holgados y un poco antiguos que le habían dejado sus hermanas, un cuerpo irresistible de 1,72 cm cubierto por esa piel mágica de las asiáticas, ?ni muy blanca ni muy negra, más bien dorada?, dejando asomar sus finas piernas. Tres novios marcaron su tránsito en Leyte, a los 20 años: Victoriano Chan, heredero de una rica familia china, dueña de la compañía que distribuía la electricidad, Justo Zibala, un médico protestante, y Dominador Pacho, terrateniente. A los 21 años Imelda era una chica popular, extrovertida, traviesa y audaz, presidenta del Consejo Estudiantil del Colegio San Pablo, que tenía un ojo puesto en la política, gracias a su primo Danielín, enrolado en el Partido Nacionalista, a quien escuchaba con atención cuando visitaba la isla. Al ver el acoso de tantos pretendientes, su padre prefirió enviarla a Manila, justamente a casa de Danielín, ya diputado nacional, casado y con tres hijas adoptivas. A los 23 años, en 1952, recién venida a la capital, Imelda se introdujo en el ambiente de sus primos, consagrado a las relaciones mundanas y políticas con las corrientes influyentes del país. La joven se incorporó a ese paisaje como anfitriona de reuniones en las que pudo codearse con la oligarquía. Desbordante de simpatía, con talento para la puesta en escena, rebozaba de fantasía. Desenvuelta para la copla, la espoleaban las clases de canto que comenzó a tomar en el Conservatorio de la Universidad Femenina, y su primer empleo consistió en promover un negocio de música vendiendo instrumentos y partituras, entonando melodías en alta voz para atraer clientes que pasaban por la vereda. Vicente Orestes desaprobó que su hija trabajara en una tienda al estilo café cantante, interviniendo para que otro de sus sobrinos, Eduardo, hermano de Danielín, en la presidencia de Rehabilitation Finance Corporation, la colocara a través de sus contactos en el mostrador de atención a los clientes del Banco Central. Tal vez un poco rústica y ordinaria, demasiado solícita para con los invitados de sus primos, asemejando a veces una criada, vestida de manera rancia, Imelda tuvo el golpe de suerte al conocer en esos ágapes a Ángel Anden, editor del suplemento dominical del Manila Cronicle, que la hizo tapa un día de San Valentín, el 14 de febrero de 1953. La foto y el texto de acompañamiento traslucían el símbolo del amor puro de una filipina inocente de ojos oscuros, delgada y de pómulos enjutos, serena y pensativa, el ideal de novia en esa jornada de los enamorados. La cobertura periodística fue el trampolín para su objetivo de acceder al trono de Miss Manila, la puerta de salida de la mediocridad a la que la condenaba su pasado paupérrimo y provinciano. El concurso de Miss Manila era el paso ineludible para aspirar a Miss Filipinas y luego a Miss Universo. El certamen de 1953 era el primero después de la Segunda Guerra Mundial, que sería considerado internacionalmente. Las bases se presentaban algo inciertas y el peso del alcalde en el fallo se suponía decisivo. La familia se opuso a su participación por deshonroso para el apellido Romuáldez. Imelda recurrió a la Universidad Femenina donde seguía cursos de canto, que promocionó su candidatura, enviando directamente su foto al alcalde, Arsenio Lacson, un mujeriego empedernido, que moriría años después en los brazos de una prostituta china, partido como por un rayo al caerle un infarto cardiaco en un burdel. La obsesión hizo eclosión en Imelda que visitó personalmente a personas influyentes de la capital para que la auparan al podio. No logró torcer el rumbo al tribunal que ungió Miss Manila a Norma Jiménez, de 20 años, hija del fiscal del Estado, Albert Jiménez. Obstinada, Imelda no dio por perdida la batalla. Mandó interponer una protesta, alegando que el voto del alcalde no había sido computado, y arremetió personalmente en una entrevista a puertas cerradas con él, obteniendo que sus dotes seductoras anularan el veredicto. Consiguió que Lacson se rindiera a sus lágrimas, desautorizando la nominación de Norma Jiménez, poniéndola a ella en carrera para el título de Miss Filipinas. La puja entre Lacson y los jurados levantó escozor en las revistas del corazón, desatando rumores de coacción e idilio a escondidas entre el alcalde y la perdedora. Como fuere, la decisión se mantuvo e Imelda debió contentarse con el título de Musa de Manila, un premio inventado a medida de las circunstancias, subiendo al estrado convocada por Lacson en el momento de la entronización de Norma Jiménez. En la leyenda escrita por Imelda, ella había sido proclamada ganadora. La portada del Manila Cronicle, las peripecias de la lucha por la corona de la más bella de Manila y sus breves incursiones como modelo de los costureros de Filipinas, arroparon a Imelda de notoriedad. Los acercamientos galantes de pretendientes para el casamiento se sucedían y una productora cinematográfica le ofreció un papel en una película, oferta que inicialmente aceptó. Aunque ya había pasado una prueba, debió renunciar al rol por una prohibición expresa de su padre, que denostaba las veleidades de actriz de Imelda como una degradación. A lo que no renunció fue a oficializar finalmente noviazgo con Aristón Nakpil, un joven arquitecto de 28 años, educado en las universidades de Harvard (Estados Unidos) y Fontainebleau (Francia) que había cometido el pecado de emborracharse y caer de rodillas en el altar ante un cura casándose inopinadamente de madrugada. La madre del novio había sido Miss Filipinas y congenió rápidamente con Imelda, embarcándose ambas en una

ensoñación: que la Iglesia anularía el matrimonio en ebriedad de Aristón. A los 25 años, aguardando que el Tribunal de Rota deshiciera las nupcias, Imelda acompañó a Paz, su prima política, esposa de Danielín Romuáldez a una sesión del Congreso, que el 6 de abril de 1954 era presidida por él. Ese día cambió el curso de su vida porque se cruzó en su camino un diputado de Ilocos Norte, elegido por el Partido Liberal, que la reconoció de inmediato por haber retenido su estampa de los periódicos. Era Ferdinand Edralín Marcos, de 36 años, quien había americanizado su nombre Fernando para ponerse en la dirección que soplaban los vientos neocoloniales de Filipinas, que se había independizado de Estados Unidos el 4 de julio de 1946.

11 de septiembre de 1917 Los antecedentes personales de Ferdinand Marcos tejen una intrincada trama de medias mentiras y semi verdades, una enredadera de indignidades y simulaciones, compaginando un rompecabezas que, por un lado, lo blanquea de un asesinato cometido para, presuntamente, vengar a su padrastro por afrentas políticas y, por otro, diseña los contornos de un hombre acaudalado antes de entrar en la política, rebatiendo de ese modo la acusación de haberse convertido en millonario a partir del poder presidencial. Los esbozos de su currículo autocomplaciente ya rodaban en 1954 cuando Ferdinand conoció a Imelda pero, debió aguardarse a la posteridad de su caída en 1986, para desactivar el montaje pacientemente urdido por él y sus acólitos. Su biografía delata el nacimiento en Sarrat, provincia de Ilocos Norte, en la isla de Luzón, la principal del archipiélago, el 11 de septiembre de 1917, con Mariano Marcos y Josefa Edralín como progenitores en los papeles. Ella, maestra, era siete años mayor que él, un matón elegante y mujeriego que, en rigor, no sería el padre real. Mariano aceptó casarse con Josefa y reconocer al bebé a cambio de una suma de Fernando Chua, el verdadero padre de Ferdinand, quien se plegó a las exigencias del clan familiar de buscar esposa en su región de origen, Fukien, según la tradición. En realidad, Fernando Chua no se desentendió de su vástago, erigiéndose en padrino y protector, tanto más que por ser juez en Laoag, capital de Ilocos Norte, sufragó los estudios de derecho de Ferdinand, a su vez interesado en la política al seguir el derrotero de su padre supuesto, Mariano, diputado nacional entre 1924 y 1928. Excelente tirador de pistola y rifle, el 20 de septiembre de 1935, a los 18 años recién cumplidos, Ferdinand no resistió a un impulso homicida y liquidó a Julio Nalundasan, el adversario político que se interpuso para la reelección de Mariano como diputado en 1930 y 1935. Calixto Guinaldo, uno de sus amigos presente en las cercanías del sitio de donde se atentó contra Nalundasan, lo denunció como autor del crimen, al revelar haberlo visto acercarse con sigilo a las inmediaciones del domicilio de la víctima, para dispararle agazapado en un descampado, des-de atrás y cuando la víctima se lavaba los dientes en el baño an-tes de ir a acostarse. El arma de la muerte era la calibre 22 reglamentaria utilizada en los campeonatos de tiro de la universidad, cuyo capitán de equipo era Ferdinand Marcos. Recién el 1 de diciembre de 1939, el tribunal de primera instancia de Laong lo condenó a 14 años de cárcel. El juez Fernando Chua, que había intercedido para que el proceso se retrasara casi cuatro años, cuando la sentencia fue firme, obró para que el director de la penitenciaria donde Ferdinand purgaba la pena le aliviara el cautiverio y pudiera perdigar un recurso ante el Tribunal Supremo, al tiempo que finalizaba sus estudios de derecho preparando los exámenes finales en prisión. La apelación de Marcos sobre vicios de forma y errores en el fallo de primera instancia fue retenida por el presidente del Tribunal Supremo, José Laurel, quien además desestimó el testimonio de Calixto Guinaldo que incriminaba a Marcos. La absolución en octubre de 1940 precedió el inicio de la guerra; Marcos supo adecuarse a la invasión japonesa sucedida en 1941, integrando una banda vinculada al hampa y el mercado negro. De apelativo Maharlika; entre sus miembros se juntaron los homicidas de Calixto Guinaldo, el testigo de cargo contra él. José Laurel, el magistrado que lo declaró inocente, fue presidente de Filipinas durante la ocupación nipona y Mariano, su fingido padre, fue ejecutado por colaboracionista al restaurarse la administración norteamericana en 1946. La deuda de gratitud con León María Guerrero, el fiscal que tan benévolamente no se opuso al perdón que decretó el juez Laurel, Ferdinand Marcos la saldó cuando fue presidente, nombrándolo su embajador en España. Con una ferretería de treinta condecoraciones por méritos de guerra, Ferdinand Marcos fraguó una leyenda de hazañas como un héroe de las guerrillas contra los japoneses entre 1942 y 1946, con abundante tropa a su mando y el cinematográfico relato de haber sido tomado prisionero y torturado. Quedó palmariamente demostrado que todas esas medallas se las hizo conceder cuando era miembro del Comité de Defensa del Senado, antesala de la presidencia de la Cámara Alta en 1963. En las memorias del general norteamericano Douglas MacArthur, que liberó Filipinas del yugo japonés, en los archivos estadounidenses y en los testimonios de los combatientes filipinos que lucharon contra el invasor, no aparecen vestigios de las valientes demostraciones de heroísmo de Marcos, ni que haya comandado columnas de resistentes o que fuera torturado. Se lo tilda, eso sí, de desertor, vinculado a los tráficos de chatarra y a la intermediación para cobrar pensiones de ex combatientes a Estados Unidos, operando en el mercado clandestino de divisas mediante su red Maharlika, una horda de un centenar de malhechores que colaboraba con Japón. Queda en la penumbra si es cierto lo pregonado infinidad de veces por Imelda, que su marido ya era inmensamente rico cuando la conoció en 1954, porque había encontrado un tesoro. Se trata del mítico oro de Yamashita, los despojos del pillaje

japonés en Asia durante la Segunda Guerra Mundial que nunca fue hallado, 1.000 toneladas de oro que Marcos adujo haberse apropiado gracias a un concurso de casualidades, sin jamás especificar detalles ni mostrar una brizna de nada. Estacionado en Filipinas y en espera de ser trasladado a Japón, ese cargamento descomunal de lo robado en monasterios, templos y bancos en Tailandia, Borneo, Birmania, China y Filipinas evaluado en 14.000 millones de dólares estaba siendo custodiado en Manila por el General Yamashita Tomoyuki y el almirante Iwabuchi Sanji, que lo dejaron enterrado en 72 escondrijos, fusilando a los prisioneros norteamericanos que cavaron las fosas, escapando a la deriva ante el avance de las fuerzas del general MacArthur. Los oficiales japoneses se llevaron los secretos a la tumba, pero dos de sus traductores filipinos, Leopoldo Jiga y Benjamín Balmores, sustrajeron mapas de los escondites. Tiempo después terminaron bajo la responsabilidad del teniente Marcos, enrolado en el Ejército de Estados Unidos luego de la victoria de MacArthur, quien chantajeándolos al arbitrar un litigio laboral que los concernía, se apoderó de los planos, atrapando al menos una parte del oro almacenado. El tinglado argumental no ha podido ser verificado. Un velo de misterio continúa embozando este episodio, en todo caso la coartada perfecta para que los Marcos hayan desviado la atención sobre la procedencia de sus inconmensurables bienes.

1 de mayo de 1954 Ferdinand Marcos sedujo y casó a Imelda Romuáldez en once días, al cabo una especie de carrera contrarreloj, ventilada hasta el hartazgo por las crónicas del sentimentalismo barato y el romanticismo cursi. Doce años mayor, intrépido para el flirteo, el incisivo diputado ilocano no reparó en el exceso de naturalidad, la falta de refinamiento y los dejos de tosquedad de la joven. Al unísono obedeció al astuto cálculo político de unirse con una mujer cuyo apellido acarrearía a su caudal del norte los votos del sur, y se dejó guiar por el estado de encantamiento en que lo puso la aparición de Imelda en el despacho de su primo, el presidente de la Cámara, aquel 6 de abril de 1954. Relajada y en sandalias, despreocupada por el recinto, comiendo pepitas de melón y lamiendo un helado, fastidiada por los mosquitos, a ella el encuentro con el legislador liberal la tomó desprevenida. Su noviazgo con Aristón Nakpil se mantenía incólume, no obstante la lentitud para que se disolviera el casamiento que le había costado una velada de ebriedad al promisorio aristócrata formado en Europa y Estados Unidos. Para Marcos el flechazo fue devastador. La cortejó de inmediato, haciéndole llegar dos rosas, una en prueba del amor naciente, la otra en testimonio de la eternidad de sus sentimientos. Dulces, chocolates y el repicar del teléfono darían las notas del pentagrama en los días siguientes, al ritmo de ramos de flores con versos de Walt Whitman, Omar Khayan y William Shakespeare. El periodista José Joe Guevara, del Manila Times, amigo de Marcos y presente en el Congreso cuando la pareja se conoció, fue quien convenció a Imelda para que, aprovechando el asueto parlamentario de Pascuas, compartiera con ellos unos días de esparcimiento en Baguio, un centro turístico con campos de golf y salas de baile a tres horas de auto de Manila. Era cuestión de socorrer a Marcos, quien rezaba a santa Catalina que no le hiciera perder a Imelda, puesto que nunca le había acontecido ?nada parecido con una mujer?. Ella se alojó en la Residencia de Gobierno en Baguio gracias a una reserva de su primo, jefe del Parlamento, y Guevara y Marcos, en el hotel Los Pinos. La Semana Santa estuvo fervorosa. El trío paseaba en un Plymouth blanco de Marcos, regalo de los comerciantes chinos al diputado por facilitar licencias de importación fraudulentas. Marcos no era católico pero simulaba devoción y concurría a las misas con Imelda. Ardorosamente le propuso matrimonio y Meldita finiquitó sus cavilaciones en la madrugada del Viernes Santo, luego de una conversación telefónica con Aristón Nakpil, quien perdió la partida acusándola, tiempo después, de no haberle jugado limpio. ?Te trataré como a una reina y serás feliz?, profetizaba Marcos, preocupado por evitar que llegara a oídos de Imelda su relación con la hispano-filipina Carmen Ortega, Miss Fotografía de Prensa 1949, con quien ya tenía un hijo. Ansioso, él desenvainó una licencia de casamiento en blanco para que Imelda la firmara. Jactancioso bromeaba: ?que más quieres, soy guapo y rico, no tengo vicios menores, no bebo, no fumo, sólo cometo un pecado, la política?. Imelda aparcó sus dudas y estampó la rúbrica. El Sábado de Gloria la pareja concurrió ante el juez Francisco Chanco? compañero de estudios de Marcos, justamente quien había facilitado el formulario de casamiento?y celebraron la boda con Guevara y Eugenio Baltao, dos testigos proporcionados por el novio. Al día siguiente ella telegrafió a su padre y de retorno en Manila, fijaron con su flamante marido la fecha del 1 de mayo de 1954 para solemnizar las nupcias religiosas y la recepción social. Fue en la Iglesia de San Miguel de Manila que Imelda reveló a la concurrencia los secretos del traje de novia diseñado por Ramón Valera, de quien ha-bía sido fugazmente modelo. Luciendo un conjunto de satén y nailon, velo de tul y una cascada de perlas esparcidas sobre el vestido, recibió la bendición divina. Se unió católicamente con Ferdinand Marcos, que se bautizó apurado en las vísperas para cumplir con el rito apostólico y romano, renegando con el gesto de sus creencias protestantes practicadas en la iglesia filipina aglipayana, y de sus aficiones al yoga tántrico. El presidente de Filipinas, Ramón Magsaysay, que había asumido la primera magistratura el año anterior catapultado por la CIA, les prestó, por cortesía, los jardines del Palacio de Malacañán para que dieran una fiesta por todo lo alto con 3.000 invitados. En la pantagruélica comilona se deglutió, a los postres, una gigantesca torta que reproducía el edificio del Parlamento, tal vez un simbólico adelanto de la voracidad con que los cónyuges saquearían los órganos del Estado. Ferdinand le regaló un brazalete con 11 diamantes, uno por cada día de

noviazgo, un anillo de compromiso con un diamante de diez quilates como una avellana, que Imelda muestra hasta el presente, y unos pendientes también de diamantes. Ella se limitó a unos gemelos de perlas. Partieron de luna de miel por cuatro meses alrededor del planeta. Fue durante ese periplo que Imelda echó a rodar la historia del tesoro abandonado por los japoneses y capturado por Marcos, puesto a resguardo en cofres bancarios de distintas latitudes. Este argumento fue la piedra angular de su defensa judicial de estos últimos años, descargando el fardo sobre su difunto esposo, quien no está más en este mundo para descorrer las cortinas de la verdad.

9 de noviembre de 1965 El aprendizaje de Imelda al costado de Ferdinand fue doloroso, hasta que saltó el cerco, se puso de su lado, incursionando en los vértigos del consumo y la usura inextinguible del poder. La risueña y bienintencionada provinciana asimiló con penas y llantos el concubinato de Marcos con Carmen Ortega, y los cua-tro hijos que terminó pariendo esa relación, que contaba con la aquiescencia de su suegra Josefa Edralín, una solidaridad que la enloquecía. Con moral quebradiza se encerraba en su habitación a escuchar novelas radiofónicas y tras conciliábulos con amigas, se resignó y sometió a la doble vida de su esposo, que se instaló a vivir con ella en el barrio San Juan de Manila, en la calle Ortega, a pesar de los celos que le despertaba ese apellido. El siquiatra del Hospital Presbiteriano de Nueva York la puso ante el dilema de separarse o aferrarse a Marcos, habiendo ya concebido dos de los tres hijos que tendrían: María Imelda, ?Imee?, en noviembre de 1955 y en septiembre de 1957 Ferdinand Jr., ?Bong Bong?. Le costó decidirse a sostenerlo en su lucha política y sacarle todo el jugo posible. Desconsolada pero dispuesta, se dejó inscribir en la coreografía de la vida matrimonial que imponía la carrera política ascendente de Marcos. Lo acompañó en la campaña proselitista para que en 1959 trocara diez años de diputado por la banca de senador. En 1960 tuvieron la tercera hija, Irene. El 1963 Marcos asumía la presidencia del Senado, antesala de la elección como presidente de Filipinas el 9 de noviembre de 1965. Ducho en la mentira, astuto e inescrupuloso, financiado por una mafia de contrabandistas de cigarrillos, Marcos se internó en una campaña por la presidencia sucia y venal que dejó un saldo de 117 homicidios políticos, a la que se lanzó cambiándose de chaqueta, pasándose del Partido Liberal al Nacionalista. El Palacio de Malacañán acogió a un mandatario sumergido en la venta de certificados de nacionalidad filipina a inmigrantes chinos, que negociaba solapadamente las reparaciones de guerra, pagaba con cheques falsos, engatusaba a compañías extranjeras quitándoles tierras, y le conseguía armas a Achmed Sukarno cuando combatía a los holandeses para independizar Indonesia. Imelda disolvía el tedio y el aburrimiento atendiendo invitados, aderezando mesas para desconocidos y se entrenaba en acaudillar criados y sirvientas. Promovió el cambio de nombre de la calle Ortega por el de Marcos para resarcirse de la envidia por las vi-das sentimentales paralelas de su marido. Se sobreponía al aislamiento prendiéndole velas a san Agustín y huyendo hacia adelante envuelta en los fastos protocolares. Aplacaba con la gula los sacudones de abatimiento y desánimo al compartir el quehacer cotidiano con un hombre que la engañaba constantemente con otras mujeres y quien reservaba sus mejores horas a la política. Sus afanes dinásticos la impulsaron a asumir los Ministerios de Urbanismo y Vivienda y la Gobernación de la región de Manila, creyéndose preparada para funciones de gobierno, quizá motivada por un complejo de inferioridad en virtud de sus orígenes humildes y a la luz de su limitada estatura intelectual, como persiguiendo borrar un pasado lúgubre con un presente atiborrado de responsabilidades políticas, en la magnificencia de la ostentación. En las cumbres del egocentrismo mandó demoler las casas de su infancia y adolescencia, en Manila y Taclobán, construyendo otras en las inmediaciones, haciéndolas museos, dando una escobada a los vestigios del ayer, adulterando sus antecedentes de cara al futuro. Bautizó Avenida Marcos la arteria de Sarrat, en Ilocos Norte, el feudo donde se criara su marido, remodelando la vivienda en una exposición permanente para curiosos y turistas, con las libretas escolares del dictador, sus fotos deportivas, y las medallas de mentidos méritos militares de Ferdinand en la Segunda Guerra Mundial. ?Los buenos negocios curan los peores decaimientos?, resumiría el exquisito periodista español Manuel Leguineche, al detallar cómo Imelda se fue amoldando a los credos de su esposo, acompasando el glamour con una cadena de cohechos, zalamerías, abrazos, canciones, discursos, llantos y adulaciones, tornando la elegancia social de los regalos en un engranaje de premios y castigos para juntar poder. Se reveló como una máquina de succionar votos, desplegando una actividad descomunal: insomne, con horarios a merced de su propia arbitrariedad, mudaba de vestidos hasta ocho veces en una misma jornada, mantenía centenares de entrevistas por semana y conducía un batallón de secretarias que respondían 2.500 cartas diarias. Imelda y su marido, en su exclusivo beneficio, malversaron desde el comienzo fondos públicos y otros extraídos de recaudaciones de beneficencia o de donaciones destinadas a quienes padecían hambrunas o terremotos en otras latitudes. Con el añadido de la sustracción sistemática de partes sustanciales de la ayuda financiera internacional acordada al Estado y de los créditos de los organismos multilaterales a las alicaídas arcas del Tesoro Nacional, los Marcos forjaron la famosa red de cuentas banca-rias suizas, antillanas, panameñas y en Hong Kong, Liechtenstein y Australia que los harían tristemente célebres, con los seudónimos de Jane Ryan para ella y William Saunders para él, o inmersos en una nube de sociedades de figuración en un sinfín de paraísos fiscales, secundados por una alucinante lista

de testaferros. El tándem utilizó capitales e información privilegiada de la presidencia comprando y vendiendo productos, tierras y empresas, anticipándose a las fluctuaciones de los precios en los mercados. Perpetraron transacciones espurias con la caña de azúcar, el ajo, la banana, el coco, la hotelería, las industrias farmacéutica, nuclear, petrolera, de la cerveza y del cemento, haciendo florecer un parque inmobiliario de 29 casas y apartamentos en Filipinas, especulando en las bolsas internacionales, comprando cuatro edificios en Nueva York evaluados en 350 millones de dólares (el Crown Building, el Herald Center, y los del 200 de Madison Avenue y de 40 de Wall Street), una mansión en Beverly Hills, una casa en Roma y un castillo en Nueva Jersey, más un ático en el barrio residencial de Kensington de Londres. El dúo cantaba en público, hacía beneficencia recorriendo infatigablemente el país, visitando hasta veinte ciudades por día, legalizando el juego y levantando la prohibición de las populares peleas de gallos, organizando un festival internacional de cine en Manila financiado por la proyección de cintas pornográficas. Vendían el espejismo del cambio y la revolución sonriente. Marcos daba el aspecto de frialdad que exigía la función pero se mostraba atlético, esbelto e intrépido y se jactaba de que su salario era sólo de 5.000 dólares mensuales. Sumisa, Imelda añadía el toque humano con un sentido grandilocuente de falsa modestia. Apelaba a escotes audaces y daba un sentido teatral a su belleza, acentuada con una carga considerable de cosméticos. Aunque había demostrando un sutil instinto para agitar el melodrama, sus verdaderos problemas pasaban por contrarrestar los excesos de la glotonería y el sobrepeso, sorbiendo cócteles de laxantes y anfetaminas para adelgazar, píldoras contra el envejecimiento y dosis permanentes de antibióticos para combatir una insanable infección que algunos situaban en torno a sus zonas pudendas; arisca al contacto directo con el agua, con paños húmedos aportados al chasquido de sus dedos por un personal solícito y apostado en rincones y recodos de sus fincas y albergues. Libros, películas y artículos de prensa sobre la idílica pareja presidencial se incrustaban como fuegos artificiales en el firmamento filipino a golpes de sobres con dádivas y talonarios de cheques que Imelda distribuía a granel. El apoyo diplomático y logístico a Estados Unidos en la guerra de Vietnam, resultado de la primera visita de la pareja a la Casa Blanca en el otoño de 1966, lo coronó un flujo de créditos del Fondo Monetario Internacional (FMI), del Banco Mundial y hasta del Pentágono, que fueron la estopa de un colchón financiero que hizo creer en la eterna abundancia nacional. El presidente Lyndon Johnson desbloqueó los capitales para reorganizar las fuerzas de seguridad en Filipinas, guarda pretoriana de un sistema de contención en la región, con 23 bases aeronavales en el archipiélago, artimaña geopolítica del malogrado Premio Nobel de la Paz, Henry Kissinger, a la sazón secretario de Estado norteamericano. Artífice de la ?teoría del dominó?, Kissinger encomiaba elevar un dique de contención que concitara la admiración de japoneses, coreanos del sur y formoseños de Taipei, mancomunados en el freno al comunismo, efervescente en Vietnam, Laos y Camboya, sólidamente atornillado en Corea del Norte y China. El fantasma de la propagación del comunismo en Asia fue blandido por Imelda para extorsionar a los altos cargos estadounidenses durante dos décadas. Salvo James Carter, fueron sus rehenes Lyndon Johnson, Ronald Reagan, Richard Nixon, Gerald Ford, George Bush cuando era vicepresidente y, por supuesto, Henry Kissinger, que inicialmente la detestaba pero que terminó rendido ante su desmesura.

23 de septiembre de 1972 El 23 de septiembre de 1972 Marcos decretó la Ley Marcial y puso Manila bajo vigilancia militar, fabricando una genérica insurrección armada desencadenada por seudo atentados provocados por los servicios de inteligencia, que manejaban sus dos hombres de máxima confianza: su abogado, Juan Ponce Enrile, transfigurado alternativamente en ministro de Interior y de Defensa; y Fabián Ver, chofer, secretario privado y finalmente jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, para algunos medio hermano de Marcos por parte de padre. El autogolpe era una estratagema para encubrir y gobernar mediante decretos presidenciales, alertando sobre un complot incorpóreo e ilusorio, propulsado por una armada imposible de divisar en la neblina institucional y política. La providencia vino en auxilio del contubernio: el desequilibrado o manipulado Carlito Dimahilig, quiso matar a cuchillo a Imelda el 7 de diciembre de 1972, pereciendo en el intento perforado por los plomos de los guardaespaldas. Ferdinand aprovechó la repercusión del atentado para instalar el miedo en la población, sin que la gente pudiera discernir el peligro invocado para justificar la disolución de las cámaras legislativas, el arresto de dirigentes de la oposición, la proscripción de los partidos políticos y el bloqueo de la salida del país de las personas, según el antojo policial. Instauró la pena de muerte y la censura de prensa, suprimiendo en sus funciones al vicepresidente Fernando López, aboliendo el habeas corpus. En esta ocasión fue detenido el senador Benigno Siméon Ninoy Aquino. El ex periodista recuperó la libertad ocho años después, consolidando el liderato de la oposición desde su confinamiento en Boston, Estados Unidos. Su asesinato en 1983 en el aeropuerto de Manila, al retornar del exilio, obra de un comando a las órdenes de Fabián Ver, marcaría la hora final de la dictadura. Para ello, los estragos debían calar hasta la médula de la nación filipina. Marcos se emplearía sin contemplaciones. Con la Ley Marcial de 1972 acaparó los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial y lanzó una caza de brujas contra los reporteros que se habían animado a destapar su escabrosa aventura sentimental con la actriz norteamericana Dovie Beams. Las crónicas

oreaban además el derroche de las recepciones babilónicas en Malacañán, con las fuentes de los jardines desbordando de champagne, el financiamiento oculto de la campaña de Richard Nixon desde Manila, la represión ilegal y la práctica sistemática de la tortura denunciada por la Iglesia Católica, instalando incluso una ?cámara negra? en las catacumbas del Palacio Presidencial, en la que los verdugos bajo las alas de los Marcos, piloteados por el siniestro Capitán Rodolfo Aguinaldo, secuestraban a los miembros de la oposición aplicándoles el zap-zap (descargas eléctricas en los genitales), el water cure (asfixia por inmersión en recipientes o inodoros con agua), el teléfono (golpes en los oídos con las palmas de la mano), el baggy (la bolsa de plástico en la cabeza ahogando al detenido) la ingestión de ratas muertas o de las propias orejas de la víctima cercenadas a machetazos, las sevicias sexuales y los bastonazos en las piernas y en el estómago. El nepotismo del régimen mediante el instantáneo enriquecimiento de parientes y amigos del presidente y la Primera Dama era un desquicio. La parentela hacía y deshacía. Pululaban facciones parapoliciales autónomas teledirigidas por cada uno de los cónyuges que se vigilaban mutuamente. Se superponían las revelaciones sobre el pasado de Imelda en una biografía no autorizada escrita por la periodista Carmen Navarro Pedrosa, quien fue empujada a emigrar a Londres por desnudar que la mujer más poderosa de Filipinas abominaba de su madre porque había sido pobre y que no había llegado virgen al lecho nupcial con el polígamo Ferdinand. Sirviéndose de ese caos Marcos cerró 60 periódicos y 292 emisoras en las provincias, y la capital se quedó sin varios diarios y semanarios en inglés, en filipino, en chino y en español, siendo asimismo clausuradas una agencia de noticias y siete cadenas de televisión. Las Órdenes Generales de la Ley Marcial se plasmaron en una nueva Constitución Nacional, que archivó la vigente de 1935, promulgando otra a su imagen y semejanza el 31 de marzo de 1973, adoptada mediante un referéndum espurio celebrado en asambleas en cada aldea (barangays), bajo el amedrentamiento de las fuerzas de seguridad. La Carta Magna a medida habilitaba la presidencia de Marcos más allá del final del segundo mandato que expiraba el 30 de diciembre de 1973, fundando con visos de perennidad un ?autoritarismo constitucional?, concepción acuñada en el léxico desvertebrador de Imelda y Ferdinand, victimarios de la República de Filipinas. Probablemente rezagada en seguirle el tren sexual a su marido, eventualmente interesada por otros hombres o mujeres, aquejada por un sentimiento de inaudita impotencia que los rumores catalogaban de ?virginitis?, Imelda retropopulsaba su hedonismo en el extranjero. Incapaz de estarse quieta, como si la invadiera una topofobia, asumía interminables misiones de embajadora plenipotenciaria, desplazándose en hasta cuatro aviones cargados con vituallas, una comparsa de ochenta amanuenses de estrambóticos oficios, y un cardumen de ?damas azules?, sus asistentas femeninas multiuso. Para bloquear las guerrillas maoísta e islamista, y para incrementar los intercambios comerciales, peregrinó a Pekín y La Habana, suplicando a Mao Tsé Tung, Deng Shiao Ping y Fidel Castro, saltando a Trípoli y Bagdad reclamando a Moammar Gaddafi y Sadam Hussein, obtenien-do la dulcificación de su imagen, reclinándose en el Vaticano delante de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II. Caprichosa y antojadiza, un genio para el disimulo, se codeaba con las realezas europeas, asiática y arabo persa, frecuentando al secretario general de la ONU, Kurt Waldheim, e intimando con artistas de cine, preferentemente anglosajones, como George Hamilton, Tony Curtis, Peter O?Toole, Sylvester Stallone, Angie Dickinson, Elisabeth Taylor y Gina Lollobrigida, entre otros. Con artilugios buscaba afanosamente doctorados honoris causa a su marido, y candidatos de la nobleza para casar a sus hijas Imee e Irene. Sólo la Universidad de Michigan le ofreció laureles al dictador filipino y las hijas se casaron con grises personajes locales, sin trascendencia mundial como quería la madre. Tomás Manotoc, divorciado en la República Dominicana de Aurora Pijuán, una modelo filipina de escaso éxito con la que tuvo dos hijos, jugador de golf y entrenador de baloncesto, apuesto y despreocupado, desposó a Imee el 4 de diciembre de 1981 en Arlington, Virginia, a escondidas de sus suegros. La osadía le costó al deportista ser raptado 42 días por pandilleros de Imelda, empeñados en que renegara de las nupcias. Manotoc fue liberado in extremis ante la amenaza de Imee de revelar la localización de cuentas bancarias secretas de sus padres en el extranjero. El 11 de junio de 1983, Irene, de 22 años, contrajo matrimonio con Gregorio Araneta, de 35, el hijo sin brillo de un aristócrata coleccionista de objetos de arte. El banquete de boda que duró tres días dilapidó 10 millones de dólares. La puesta en escena comprendió el reacondicionamiento de la localidad de Sarrat donde se llevó a cabo, de la que era oriundo el presidente. Al anclaje de un hotel flotante en las costas cercanas del Mar de China donde se alojaron los comensales, se agregó la construcción de un aeropuerto para acarrear a las celebridades. El ambiente festivo era colonial, con carruajes tirados por caballos y una Iglesia Católica retocada y decorada como en el medioevo, adornada con flores traídas de Honolulu. Los fraudes electorales de la dictadura se sucedían, agigantando a Benigno Aquino como referente de la oposición que, encarcelado y desafiante con su arma de la huelga de hambre, impactaba en las clases populares y en la prensa extranjera. La depredación en Filipinas era espantosa. Estremecían las violaciones de los derechos humanos aglomerando 6.000 presos políticos pudriéndose en penitenciarias infectas, con el 90 por 100 de los trabajadores filipinos ganando salarios por debajo del mínimo nivel de subsistencia. Las ejecuciones extrajudiciales se multiplicaban, abarcando hasta uno de los médicos personales de Marcos, el Dr. Potenciano Baccay, que cometió el desliz de comentar las dolencias del presidente a terceros. La estrella de Imelda y Ferdinand empalidecía. El 5 por 100 de la sociedad, unas 400 familias, controlaba el 95 por 100 del país. Los matrimonios en la miseria prostituían a sus hijos para subsistir. En 1981 la población rondaba los 56 millones de habitantes, conteniendo 500.000 chicas de alterne y 40.000 niños explotados por la pornografía, la pedofilia y el proxenetismo. El 40 por

100 de los fallecimientos se atribuían a la desnutrición y el hambre, pues se consumían muchas menos calorías que en 1960. El 70 por 100 de la niñez estaba mal alimentada. La mitad de los habitantes de Manila carecían de agua potable. La deuda externa del país escalaba a 28.000 millones de dólares, la fuga de capitales y el paro hacían estragos. Todo iba peor para la gente, en vías de pavorosa degradación, pero a Marcos no le importaba. Se creía inmortal y por encima de toda sospecha. Su efigie de 30 metros en la ladera de una montaña testimoniaba su delirio de grandeza. Protegido por un amuleto con una astilla de madera mágica colgándole del cuello, y respetando la cábala del siete para todos sus pasos cotidianos, Ferdinand oía voces sobrenaturales, registraba mensajes telepáticos y tenía percepciones extrasensoriales que gaseaban los malos auspicios. Sin embargo, no pudo evitar el declive. Un lupus eriematosus le comía las energías. Esa inmunodeficiencia irreversible del sistema parecida a la artritis le descalabró el sistema linfático. Vanamente aspiró a sanarla con ?cirugía psíquica?, una medicina manual que le practicaba un curandero que lo trataba a manos desnudas: Juan Labo, un brujo de su pueblo. Ante el riesgo de su muerte a corto plazo, concedió poderes presidenciales a un Comité Ejecutivo; el sanedrín, integrado por 12 miembros, encargado de velar por la sucesión, el Comité era encabezado por Imelda, seguida de Bong Bong, Irene e Imee. Una alarma cardiaca planteó el riesgo de que Benigno Aquino muriera en su celda de Fuerte Bonifacio. El presidente de Estados Unidos, el demócrata James Carter, que exigía respeto por los derechos humanos en el mundo, había horadado la resistencia de los Marcos a la ingerencia de la jurisdicción universal en la materia. La familia Aquino consiguió una oferta norteamericana de refugio político y el Centro Médico de Baylor en Texas fue propuesto para operarlo y colocarle una válvula mitral. La pareja despótica cedió, permitiendo el exilio en mayo de 1980. Antes que clemencia, el gesto presidencial demostraba la ausencia de pruebas para mantenerlo privado de su libertad, condenado a muerte en suspenso, acusado de asesinato y subversión armada. La cuenta hacia atrás del régimen activó el reloj de la historia.

21 de agosto de 1983 El 17 de enero de 1981, Marcos levantó el estado de excepción. Advirtiendo el fin de la tiranía, Benigno Aquino comenzó a preparar su retorno a Filipinas. En mayo de 1983, al sentir que el retorno era irreversible, Imelda trató de disuadirlo. Lo convocó a uno de sus apartamentos en Nueva York, en el Waldorf Towers, para anticiparle que el Gobierno no podía garantizarle la seguridad, pero el político opositor insistió en un retorno pacífico, movido por la necesidad de estar en su Patria, sintiendo la muerte cercana por la agudización de sus problemas cardiacos, sobreviviendo gracias a un marcapasos: ?mis días están contados, quiero volver a casa?, recalcó. Imelda cambió de registro ofreciéndole varios millones de dólares para que desistiera. Aquino torció la conversación pidiéndole que le gestionara su pasaporte, una promesa que la Primera Dama formuló con la punta de los labios, sin concretarla. Acuciada por el deterioro de la salud de su marido, su preocupación esencial era la sucesión presidencial, a la que aspiraba antes que cualquiera de sus tres hijos. Programaba un golpe palaciego ni bien falleciera su esposo, el cual necesitaba mantener a Aquino en el exilio. Imelda se postulaba como regente de Bong Bong, Presidente a los 28 años, cuyas habilidades eran el judo, la natación y montar a caballo, con el apoyo de las Fuerzas Armadas encarnadas en el puño de hierro del general Fabián Ver. Tenía por contrincantes a los generales Fidel Ramos y Ponce Enrile, ministros claves del gabinete de su marido, proclives a decapitar al clan Marcos y a sus seguidores, en consonancia con Estados Unidos, abriendo una transición a una democracia que le despejara camino a Benigno Aquino hacia el poder. Inmutable a estas pujas siempre inmutable, Marcos continuaba fiel a la divisa ?si no puedes comprar algo se impone destruirlo?. Por decreto, el 31 de julio de 1983 ratificó la condena a muerte de Aquino. Éste tomó conciencia de que debía acelerar sus planes y resolvió estar presente en el país para incidir en el desenlace y evitar un baño de sangre. Dobló la apuesta y fijó públicamente la fecha de su vuelta para el 21 de agosto, adelantando que viajaría con el seudónimo de Marcial Bonifacio: el nombre para burla de la Ley Marcial, el apellido para grabar a fuego la cárcel filipina donde Marcos lo recluyera durante ocho años. Aquino partió del aeropuerto de Nueva York el 13 de agosto de 1983, haciendo escala en Tokio, Hong Kong y Singapur. Probablemente para enrarecer pistas cambió dos veces de avión: en Kuala Lampur y Taipei. En la capital de la China nacionalista se entrevistó con algunos periodistas, entre ellos su cuñado, Ken Kashiwahara. Antes de embarcarse en el vuelo 811 de China Airlines, telefoneó a su esposa que lo aguardaba en Manila, Corazón Cory Aquino, de soltera Cojuangco, una de las 400 familias que, al igual que la de su marido, integra el círculo pudiente y dominante en Filipinas. Varios reporteros lo acompañaron en el tramo hasta Manila. Un equipo de la televisión japonesa filmó los preparativos para descender del aparato una vez que aterrizaran. Aquino le regaló el Rolex de oro que portaba en la muñeca a su cuñado periodista, se calzó el chaleco antibalas y salió a la húmeda y calurosa intemperie de las 13 horas y cinco minutos. Descendió la escalerilla del Boeing 727 rodeado por tres agentes policiales filipinos que subieron a la cabina para protegerlo, interponiéndose a los fotógrafos y camarógrafos que lo seguían, como si hubiera sido planificado que no debían existir testimonios gráficos de lo que sobrevendría ocho segundos después de que se cerrara la puerta del avión detrás de ellos, cuando salieron con Aquino casi en andas. Una multitud de diez mil personas aclamaba al retornado por fuera de las vallas de seguridad cuando éste pisó el suelo nacional y

sonaron los balazos. Uno dio en la nuca de Aquino matándolo en el acto. Aparentemente fue descerrajado por un desconocido que lo aguardaba en la pista, infiltrado o que formaba parte de la guardia que debía acompañarlo para hacer los trámites de aduana, aunque el disparo seguramente partió de alguno de los tres escoltas encargados de preservar su vida. El tiroteo sucumbió también al hipotético agresor; Rolando Galman, al que despacharon en frío con los detalles de la conspiración por confesar en sus entrañas, y cuyo cadáver daba la impresión que no era más de este mundo desde bastante antes, empero ?plantado? en el lugar del crimen para enmascarar la verdad. A esa hora Marcos estaba supuestamente enfrascado en la redacción de un libro, la coartada que desorientaba sobre las complicaciones renales de su enfermedad terminal: estaba bajo tratamiento de diálisis, postrado en cama, débil y drogado con calmantes. Imelda almorzaba con aduladores y bufones en Via Mare, un restaurante cercano al centro cultural confeccionado a su medida en la propia Manila. Juan Ponce Enrile, ministro de Defensa, que se pronunciara días antes contra la venida de Aquino por las conjuras que se tramaban en su contra, jugaba al golf. El general Fabián Ver estaba en los cuarteles de la policía secre-ta en Fuerte Bonifacio. Esa noche Marcos habló por la cadena de radio y televisión. Con el rostro abotargado por la cortisona, erigió al sempiterno comunismo en chivo expiatorio del martirologio de Aquino. Su voz monocorde, agotada por los dos transplantes fallidos de riñón, disculpó a la dupla sospechosa por excelencia: Imelda y el jefe de Estado Mayor de las Fuerzas Armadas y de Malacañán, el general Fabián Ver. Ambos habían sido captados en pleno diálogo, pocos días antes, diagramando el fin de la vida de Aquino, según trascendidos recogidos por la prensa, provenientes de una de las de las ?damas azules? de la corte ritual de la Primera Dama. El general Ver gozaba de su confianza: se había ocupado de la seguridad de Imme cuando estudiaba en el extranjero y Bong Bong era compañero de correrías de su hijo, Irwin. Tres millones de filipinos acompañaron a Benigno Aquino hasta su última morada, bajo la lluvia y el temporal, durante once horas de marcha. Los funerales fueron un plebiscito político antidictatorial. Marcos nombró al juez Enrique Fernando para dirigir una comisión investigadora del homicidio, pero el magistrado renunció por la manifiesta voluntad gubernamental para que nada fuera esclarecido. Lo reemplazó la Comisión Agrava, que el 2 de diciembre de 1985 lavó, de culpas y cargos, a su mujer, al general Ver y sus acólitos, 25 militares en total.

26 de febrero de 1986 Presionado por las circunstancias políticas, Marcos debía convocar a elecciones y su propósito era consolidarse en un nuevo mandato con fachada democrática. Lanzó la fecha del 7 de febrero de 1986. Corazón Aquino, viuda de Ninoy, tomó el lugar de su difunto esposo. Se constituyó en alternativa nacional y popular a la dictadura, abrazando una alianza entre obreros, desposeídos y marginados, con los ricos y la clase media, bendecida por la potente Iglesia Católica conducida por el arzobispo de Manila, el cardenal Jaime Sin, atizando la movilización pacífica. Estados Unidos envió al senador Paul Laxalt en misión, para convencer a Marcos que respetara las reglas de juego institucional y que no trampeara en las votaciones. Disminuido, orinándose encima continuamente, el tirano delegó los esfuerzos de la campaña en su compañero de fórmula, Arturo Tolentino, irritando a Imelda que codiciaba ese puesto. Cory Aquino se impuso a pesar de la intimidación militar efectuada por las tropas que custodiaban los locales donde se votaba, declarándose vencedora al día siguiente. El gobierno alteró los datos de las urnas, desconociendo el triunfo de la opositora. La Iglesia Católica tomó partido confirmando la victoria de Cory. Marcos le cerró el paso haciéndose proclamar presidente con los votos de los dos tercios de las cámaras parlamentarias, el 15 de febrero, pretendiendo reemplazar con una argucia legislativa el resultado de las elecciones. Se sucedieron movilizaciones multitudinarias en apoyo de Cory Aquino. Los manifestantes que portaban estandartes amarillos, el color de la campaña, colmaron Filipinas desde el 16 de febrero, cincelando el punto de saturación social y política para con un régimen demoníaco. El presidente norteamericano Ronald Reagan era informado permanentemente por el observador destinado a seguir la evolución de la coyuntura, el senador Richard Lugar. Inquieto por la inestabilidad en un país clave de la región, Washington envió a un mediador, Philip Habib, para que los contendientes negociaran un pacto que destrabara el pleito y apaciguara la transición entre un presidente saliente y otro entrante. Cory rechazó cualquier compromiso. El informe de Habib provocó que el 19 de febrero, por 85 votos contra 9, el Senado de Estados Unidos desconociera la nueva entronización de Marcos. Ante él Habib insistió el viernes 21. Adujo que una salida era posible acordando el alejamiento de los generales Fabián Ver y Juan Ponce Enrile de sus funciones, y la promoción del general Fidel Ramos, patrón de la Gendarmería, mejor visto por la oposición. De inmediato Ponce Enrile anticipó que el lunes 24 entregaría su demisión al presidente, dejando prever que durante el fin de semana no ocurriría nada trascendental. Entre el sábado y el domingo, Ver e Imelda argumentaron ante Marcos para declarar nuevamente la Ley Marcial y barrer con Ramos y Ponce Enrile. Enterados, éstos notificaron telefónicamente de la confabulación a los embajadores de Estados Unidos y Japón, Stephen Boswort y Kiyoshi Sumia. Lo hicieron sabiendo que sus líneas estaban intervenidas por Ver, maniobrando así para que desistiera de sus intenciones y, a su vez, evitar ser arrestados. El sábado 22 hirvió en conciliábulos. El cardenal Sin manifestó su apoyo moral a Ponce Enrile y Fidel Ramos, que en sorpresiva conferencia de prensa, al caer la tarde,

renunciaron a dúo, denunciaron el fraude electoral cometido por Marcos y ofrecieron su colaboración a Corazón Aquino para restaurar la democracia. La iniciativa de ruptura de dos de las piezas claves del régimen encontró a Imelda y Fabián Ver en el casamiento del hijo de un militar adicto, como si no percibieran las señales del ocaso. Mientras los dos volvían a las apuradas a Malacañán, Corazón Aquino sopesaba las verdaderas razones de la decisión de los dos militares que se alejaban de Marcos y se atrincheraban en sus respectivos cuarteles. Consultado el cardenal Sin, Cory llamó a la movilización, con la consigna, ?Basta Ya!, ?Es demasiado, reemplacémoslos!, en tagalo, Sobra na!, Tama na! Palitan na! Con Imelda en llanto y abandonando la escena, Marcos habló al país. Reconoció una rebelión militar en marcha, adjudicándole su jefatura a un tal capitán Morales, en una especie de discurso para ganar tiempo, como parte de una jugada de distorsión. La multitud copaba las calles bloqueando la circulación, impidiendo imaginar el traslado de tropas sin que sobreviniera una masacre. Inmovilizada en el Palacio Presidencial, Imelda vociferaba a diestra y siniestra. El general Ver era intimado a rendirse por Ponce Enrile, a cambio de no bombardear Malacañán, evaluando una solución militar. Al despuntar la madrugada del domingo, con un crucifijo en una mano y un bolso con dólares en la otra, la Primera Dama vestida de negro montó en un Mercedes Benz seis puertas y fue a implorar al cardenal Sin la salvación del régimen. El prelado aceptó los dólares para sus obras de caridad, escuchó en silencio y luego la acompañó a la puerta, aconsejándole que rezara. El domingo 23 por la mañana la Casa Blanca emitió un comunicado firmado por Ronald Reagan, manifestando su simpatía por Corazón Aquino y fijando como condición a Marcos, para cualquier solución, que no empleara la violencia. Perdido por perdido, Fabián Ver despachó tres batallones de marines para reducir los focos insurreccionales de Ponce Enrile y Ramos. La población arrojaba flores al paso de los soldados instándolos a desobedecer las órdenes. Ver dio la orden de retirada y cambió de táctica para el lunes 24 por la mañana, organizando la represión de la gente que inundaba las calles con gases lacrimógenos, pero las fuerzas antimotines se dispersaron, desertando en riada, agitando pañuelos blancos ante las cámaras de televisión del mundo entero. La Aviación fue enviada por Marcos para atacar a los ?traidores?, pero los aviones despegaron, dieron media vuelta y volvieron a sus bases. A las 14:30 horas de ese lunes Marcos celebró una conferencia de prensa, rodeado de Imelda, sus hijos y nietos. ?La situación está bajo mi control y todo va a entrar en orden rápidamente?, sentenció. Como si respondiera a la vuelta de tuerca de Ronald Reagan, que le aconsejaba renunciar al hilo de cables de agencias noticiosas, al rato Marcos se puso otra vez delante de la televisión, esta vez solo y anticipó: ?Voy a defender el Palacio y el Gobierno hasta mi último suspiro y hasta mi última gota de sangre. Mi mujer está a mi lado, tampoco ella quiere que nos vayamos. No tenemos intención de escapar al extranjero ?. El senador norteamericano Paul LaxalT lo llamó a las 5 de la mañana del martes 25 aconsejando que partiera dignamente, ofreciéndole ser recibido en Estados Unidos. ?Estoy decepcionado, hasta Reagan me abandona?, repuso y colgó, levantando la vista para ver llorar a Imelda. El vacío de poder se abrió como una fosa. Corazón Aquino se instituyó Presidente de la República a las 10:30 horas de la mañana de ese 25 en un acto sobrio, en un country club de la capital. Marcos convocó al cuerpo diplomático para su propia ceremonia de investidura una hora más tarde, pero nadie concurrió a Malacañán. La pareja salió al balcón y saludó a unos pocos seguidores, cantando a dúo Dahil sa Iyo (?A causa de ti?), una de sus canciones preferidas. Desesperado, el ladino ensayó una finta. A las 19:15 horas simuló dar un paso al costado, para no retroceder. Anunció a la servidumbre y a sus colaboradores que se iban por tres días a su retaguardia de Ilocos Norte, para ponerse a resguardo de las hostilidades, desde donde indudablemente pensaba contragolpear. La pareja hizo 32 maletas con sus efectos personales, vaciando Malacañán de documentos comprometedores y embutiendo 10 millones de dólares en efectivo en una de las valijas. A las 21 horas Marcos parlamentó con el general Ted Allen, al mando de las fuerzas estadounidenses estacionadas en el país, para arreglar el itinerario y la comitiva que lo acompañaría en el traslado hasta Laoag, la capital de Ilocos Norte. Convencidos de que nadie les torcería sus designios y que el respaldo de Estados Unidos para que su clan permaneciera en Filipinas era inquebrantable, Ferdinad, Imelda, los tres hijos, el general Ver y los guardaespaldas de ocasión subieron a un helicóptero que se alzó de un campo de golf vecino, posándose a los pocos minutos en la base Clark, al borde del volcán Pinatubo, cerca de Manila. El trasbordo al aparato que los depositaría en el desti-no definitivo se demoró varias horas. A las 5:12 de la mañana del 26 de febrero de 1986, el avión levantó vuelo con los Marcos y 23 de sus secuaces. Según éstos fueron engañados, pues en vez de rumbear hacia Ilocos Norte, el Starlifer de la USAF se posó en la Isla de Guam, archipiélago de las Marianas, en Hawai, territorio de Estados Unidos. La suerte estaba echada.

24 de marzo de 1986 Las lamentaciones a coro de Imelda y Ferdinand por haber sido engatusados por los norteamericanos tienen su fundamento. Al llevar en su equipaje las pruebas documentales de la expoliación, corriendo el riesgo de que se las quitaran autoridades extranjeras al pasar las fronteras, solventan su versión de que no tenían previsto abandonar Filipinas. Entre tanto, los papeles del enciclopédico despojo les fueron incautados por los empleados de aduana norteamericanos en Honolulu y su síntesis

comunicada al despacho oval de la Casa Blanca, donde su contenido haría tronar relámpagos diplomáticos. El presidente Reagan dispuso que la mejor manera de inyectar ayuda financiera al nuevo gobierno de Corazón Aquino pasaba por recuperar y repatriar lo robado por los Marcos a Filipinas. El FBI le cursó copia del expediente a Cory. La presión de Washington sobre el Consejo Federal suizo, el gobierno colegiado de siete miembros de la Confederación Helvética, se hizo patente a los pocos días, dado que en la banca suiza anidaba el centro de gravedad de la fortuna de Ferdinand e Imelda. El obstáculo residía en que ninguna ley le permite al poder ejecutivo del país trasalpino inmiscuirse en los asuntos bancarios. El secreto es infranqueable, salvo cuando existe una investigación penal, sea nacional o extranjera, no siendo entonces el caso. Ante la envergadura del escándalo que goteaba en la prensa, acerca de lo encontrado en el equipaje de los derrocados dictadores en Hawai, y frente a la urgencia estadounidense derivada de sus pretensiones hegemónicas para solucionar problemas regionales en el planeta, el Consejo Federal tomó una medida excepcional, innovadora, acordada entre los siete ministros en la noche del 24 de marzo de 1986. Lo hicieron de improviso, en una sala reservada del Hotel de Ville de Berna, a los pocos minutos de levantarse de la mesa, en la cena de gala ofrecida en honor del presidente de Finlandia, Mauno Koivisto. Su colega suizo en ejercicio, Alphonse Egli, consultó con sus pares, todos del mismo nivel pues la figura presidencial en Suiza es protocolar y rota anualmente entre los integrantes del Gobierno. Un informe del departamento jurídico del Ministerio de Exteriores que le fuera alcanzado por uno de sus asistentes al promediar la recepción, fue aportado por el titular de la cartera, Pierre Aubert. Los siete hombres (dos radicales, dos demócratacristianos, uno de la Unión Democrática del Centro, y dos socialistas) tenían, aparentemente, las manos atadas. No había razones judiciales para actuar. Ningún sumario penal contra los Marcos era instruido ni en Suiza ni en el extranjero. El cuadernillo de la Constitución Federal pasaba de uno a otro y la decisión fue, empero, cobrando forma. El 26 a la mañana la perla tallada dos noches antes brilló tenuemente en un escueto y lacónico comunicado. La línea 8 del artículo 102 del Preámbulo Constitucional le otorgó base legal a la inédita providencia. El Consejo Federal debía velar por los intereses de la nación fuera de ella, ?observar sus relaciones internacionales? y ?encargarse de sus relaciones exteriores?, reza el texto abrochado por los helvéticos en 1848 para soldar sus 26 cantones. En ese contexto, temerariamente, el Gobierno ordenó el congelamiento de las cuentas bancarias suizas controladas por los Marcos, a título preventivo. Para algunos significó una intromisión del poder político en esferas que competen a la economía privada y a los Tribunales; para otros, una saludable sanción contra la arrogancia de la oligarquía bancaria helvética, santuario de los capitales en fuga y el dinero sucio. Un entretelón explica la resolución nocturna y a toda velocidad del Consejo Federal un lunes, no pudiendo esperar a su reunión semanal de los miércoles. La urgencia se debió a que ese lunes 24 por la tarde, el capitán del Ejército de Filipinas, Miguel Guzmán ?testaferro de los Marcos, con poderes en regla extendidos por Imelda y Ferdinand una semana antes en la base militar de Hickam, en Hawai, donde residían? desembarcó en el despacho de Ernest Scheller, el gerente de las cuentas de los Marcos en el Crédit Suisse. La cita había sido pedida por Bong Bong telefónicamente el 22 desde una cabina pública de Honolulu, fijándose como contraseña la numeración del registro de conducir de Guzmán. Estupefacto, el mercenario vio inutilizada su misión en las oficinas centrales del banco en la Paradeplatz de Zurich, que dilató cumplir las instrucciones escritas de los derechohabientes de las cuentas de transferir los haberes al Export-Finanzierung Bank de Austria hasta que se expidió el Consejo Federal por la noche. Era el fin de un largo viaje Honolulu-Los Ángeles-Francfort-Viena-Zurich que fracasó en su intento de sustraer los cuantiosos saldos de las cuentas de los efectos de la medida cautelar helvética que Marcos debió presentir en su exilio dorado, o que el gobierno suizo tomó a las apuradas informado por el banco de las intenciones de los Marcos. La primera escaramuza de una batalla política y judicial que duraría 13 años había tenido lugar. Las entrañas de los baúles desfondados en Honolulu habían sido puestas bajo la lupa de los analistas de aduana estadounidenses: 2.300 páginas de 1.500 documentos. El banco preferido de los Marcos resultó ser el Crédit Suisse, el segundo establecimiento del país, a tal punto que uno de sus directores fue cónsul honorario de Filipinas en Zurich durante la monarquía de Imelda y Ferdinand. Le siguieron la Société de Banque Suisse, hoy fusionada con la Union de Banque Suisse (UBS), y otros cuatro bancos más. Los seudónimos de William Sanders y Jane Ryan arrebozaban a los cónyuges en la titularidad de algunas de sus 30 cuentas, siempre con el emblemático número siete en su formulación cifrada, imprescindible para el clarividente tirano. Otras cuentas habían sido camufladas por anstalten (fundaciones), constituidas en el Principado de Liechtenstein, o por sociedades fantasmas de Panamá (Sandy, Charis, Rubric, Aurora, Avertina, Palmy, Rosaly, Wintrop, Vibur, Lazano, Carmelo, etc.), todo ello gracias a estudios de abogados, y a prestanombres (el traficante saudita de armas, Adnan Khashoggi y varios filipinos: el magnate azucarero Roberto Benedicto, el monopolista de las plantaciones de coco Eduardo Cojuangco, el industrial Enrique Zobel). En una enredadera de transacciones de doble compensación y lavado de dinero, pivoteando en la fiduciaria suiza Fides, dependiente del Crédit Suisse, se reciclaban los capitales que los Marcos bombeaban desde Manila, por sumas que justificaron la devolución a Filipinas de 570 millones de dólares en 1998. Los técnicos estadounidenses y filipinos establecieron el origen criminal de los capitales que alimentaron esas cuentas, extraídos de las parti-das de fondos reservados destinadas a los servicios de inteligencia, de los sobornos pagados por siete multinacionales japonesas, de las indemnizaciones de guerra desembolsadas por el Japón o de créditos militares otorgados por Estados Unidos, de las comisiones ilegales pagadas por la firma norteamericana Westinghouse Electric para construir una central nuclear en Filipinas, de la apropiación ilegal de 215

empresas filipinas consumada por Marcos al decretar la Ley Marcial en 1972, y de la ayuda del Banco Mundial para disipar el hambre en Filipinas, un país cuyo barómetro marcaba un Producto Nacional Bruto (PNB) de 677 dólares por habitante, clasificado en el puesto 143 de la economía planetaria. Guy Fontanet (demócratacristiano de Ginebra) Moritz Leuenberger (socialista de Zurich) y Sergio Salvioni (radical del Ticino) fueron los tres letrados elegidos por Cory Aquino para librar combate contra los abogados de los Marcos en Suiza, que interpusieron 43 recursos ante el Tribunal Federal con el objeto de impedir la restitución del dinero pillado, y de la documentación bancaria anexa, lo que permitió descubrir conexiones en Filipinas con 215 empresas cómplices o tributarias. Los magistrados helvéticos debieron sentar jurisprudencia para devolver los 570 millones de dólares porque las reglas desglosadas de la Convención Europea de la Ayuda Judicial, a la que Suiza adhiere, exigen la existencia de un fallo condenatorio previo en el lugar donde se perpetró el crimen económico, es decir Filipinas, para que los haberes patrimoniales detectados en sus cuentas bancarias helvéticas, sean confiscados y repatriados. Como los tribunales filipinos no tomaban esa decisión, lo cual todavía no han hecho, los jueces suizos ordenaron mediante dos resoluciones del 6 de abril y 10 de junio de 1998 la devolución de los fondos a una cuenta de la Corte Suprema de Filipinas, en Manila, ad referéndum de la requisición que debe dictaminar un tribunal de ese país, constatando que ?la procedencia delictuosa de los fondos?, ante las informaciones recogidas, ?no podía ser puesta seriamente en duda?. Establecieron como condición que se les notificara oportunamente dicho fallo, que se respetaran en el proceso los derechos de la defensa, y que se tomaran en consideración los reclamos de los acreedores de los Marcos que se personaron en Suiza, como así también a las víctimas de las violaciones de los derechos humanos perpetradas por la dictadura que tienen justo derecho a reclamar una indemnización por tales sufrimientos.

4 de noviembre de 1991 Con gran pompa, los Tribunales de Nueva York abrieron un sumario contra los Marcos en 1987 por desvío de fondos públicos y de préstamos inmobiliarios, estafa, y robo de obras de arte, coinculpando al saudita Adnan Khashoggi por ayudar a la pareja a esconder la titularidad de célebres pinturas de Cézanne, el Greco, Renoir, Picasso, Gaugin, Magritte y otros, y a disfrazar mediante las sociedades de utilería, Lastura Corporation de la Antillas Holandesas y Benefico Investment de Panamá, que no eran los propietarios de inmuebles por 350 millones de dólares en suelo norteamericano, principalmente en el distrito de Manhattan, en Nueva York. La muerte de Ferdinand Marcos en 1989 perturbó el proceso que se saldó el 2 de julio de 1990 con el remate de inmuebles, alhajas y cuadros pertenecientes a los Marcos en favor del Estado de Filipinas, reportando 60 millones de dólares. Por falta de mérito se decretó el sobreseimiento de Adnan Khashoggi e Imelda quien, para festejar esa pena redimible por multa, cumplió su promesa de arrastrarse de rodillas por el atrio de la Iglesia de San Patricio en Nueva York. Le prendió 21 velas a la Virgen y se disparó a festejar su 61 cumpleaños al restaurante Manila de Nueva York, un espectáculo en dos actos retransmitido hasta el cansancio por las cadenas televisivas estadounidenses. El 31 de julio de 1991, la presidenta Cory Aquino autorizó a la viuda de Marcos volver a Filipinas. Al día siguiente se conocieron 56 cargos contra Imelda, surgidos de las pesquisas en curso de la Comisión Presidencial para el Buen Gobierno (PCGG, según su sigla en inglés), encargada de discernir sobre los bienes de los Marcos, y de las indagaciones del Procurador General, Francisco Chávez. Imelda retornó el 4 de noviembre, abocándose a contratar un batallón de abogados para defenderse de las acusaciones de corrupción y evasión fiscal, aceptando candidatearse para presidente en las elecciones previstas para 11 de mayo de 1992, sin que se autorizara la inhumación de Ferdinand en su tierra natal de Ilocos Norte. La libertad bajo una fianza que Imelda no se decidía a pagar, suscitó su arresto el 29 de enero de 1992 a la salida del Hotel Plaza de Manila donde se alojaba, para que sufragara la caución estipulada por la Justicia en 6.000 dólares. Extendió una promesa escrita con cargo a una de sus cuentas en el extranjero, volviendo a las pocas horas a zambullirse en la campaña electoral. Encabezó la lista del partido fundado por su difunto marido, el Movimiento por la Nueva Sociedad (KBL). Cory no se presentó nuevamente, pero dio su apoyo al General Fidel Ramos, que ganó con el 25,3 por 100 de los votos contra el 3 por 100 de Imelda quien, en un relegado cuarto puesto, no logró reavivar los rescoldos populistas del antiguo régimen. Tuvo por consuelo la elección de Bong Bong como diputado por Ilocos Norte. Ramos asumió la presidencia el 30 de junio y confirmó en enero de 1993 el corte de las negociaciones con Imelda y sus hijos para pactar el doble retorno consentido por ambas partes: la momia de Ferdinand Marcos y su platal. La erupción del volcán Pinatubo y el tifón que devastaron Filipinas ese año deslizaron el anochecer en los cielos de Imelda. El crepúsculo se incineraría en la volatilidad del tiempo. Imelda asistió como espectadora cuando Joseph Estrada sucedió a Fidel Ramos. Sagazmente iría hilvanando su retiro progresivo de la política, regateando el afianzamiento de su impunidad jurídica. Entre 1998 y 2001 Estrada se llevó 80 millones de dólares de las arcas del Estado, siendo removido de la presidencia y encarcela-do el 25 de abril de 2001. Como si se repitiera el ciclo, que al corrupto masculino Marcos le sucedió la reparadora mujer Aquino, Estrada fue suplantado por Gloria Macapagal Arroyo, a la sazón su vicepresidenta, que debió encarar la

reconstrucción de Filipinas, todavía pendiente. Invulnerable al cataclismo que ha sido su vida, sentada en su sillón favorito en la torre Makati de Manila, Imelda ojea el álbum familiar, sin percibir que ya es parte de un pasado que se traga el olvido. El dineral acopiado en Suiza quema en los cofres de la justicia filipina desde 1998, que no sabe qué hacer con ella sin herir a los personeros de la trama urdida por los Marcos. Ferdinand duerme por la eternidad refrigerado en un sarcófago de vidrio. A cada foto que desfila bajo su mirada ausente, le va poniendo su epígrafe. ?Yo tengo una responsabilidad divina, al margen de los votos. Es la responsabilidad de una madre?. ?Yo he sido la madre de este país y quiero se-guir siéndolo?. A su difunto marido, inhumado fuera de Filipinas, embalsamado en Honolulu lo revive como ?un romántico, un idealista, un verdadero demócrata?. Sonríe para nadie y se exhorta: ?Yo estoy comprometida con Dios, la belleza y el amor?. ?No tengo ambiciones políticas. Sólo quiero servir a mi pueblo?. Filipinas, uno de los 35 países más pobres de la tierra, la conmueve. ?Mi amor por la gente es más o menos igual, pero por los pobres es más intenso?. Concluye que está ?por encima de la lógica y la razón? y que es, insiste, ?infinita?. Horrorizada por su soledad, frígida o menopáusica, mascullando estas incoherencias desopilantes termina sus días, anegada de riquezas ilegítimas, no interesada seriamente en nadie que no sea ella misma.

fuentes 1. Michel Harper, Imelda Marcos la rose carnivore, Édition 1, París, 1990. 2. Manuel Leguineche, Filipinas es mi jardín, Serie Reporter, Ediciones B, Barcelona, diciembre de 1989. 3. Philippe Madelin, L?or des dictatures, Fayard, París, 1993. 4. José Luis Vila San-Juan, Época, Madrid, 2 de agosto de 1993; Soledad Alameda, El País, Madrid, 22 de febrero de 1992; Juan Ramón Iborra, El Periódico de Catalunya, Barcelona, 9 de junio de 1996; Alfonso Palomares, Tiempo, Madrid, 15 de junio de 1998; Juan Jesús Aznáres, El País, Madrid, 10 de noviembre de 1991; Frederic Porta, Panorama, Madrid, 2 de abril de 1990; Lluís Amiguet, La Vanguardia, Barcelona, 13 de agosto de 1990; Joaquín Luna, La Vanguardia, 5 de noviembre de 1991; Jean-Loup Reverdier, Le Point, París, 8 de abril de 1991; Denis Masmejan, Le Nouveau Quotidien, Ginebra, 16 de enero de 1998; Henri Roth, Tribune de Genève, Ginebra, 22 de junio de 1998, y Juan Gasparini, Interviu, Madrid, 28 de febrero de 1987; Pagina 12, Buenos Aires, 30 de junio de 1987; Tiempo, Madrid, 20 de mayo de 1991; El Periódico de Catalunya, 11 de noviembre de 1991. Cables de las agencias EFE (España), AFP (Francia) y ATS (Suiza). 5. Jean Ziegler, La Suisse lave plus blanc, Seuil, París, febrero de 1990.

SUSANA HIGUCHI

24 de julio de 2000 ?Sí Juro!, la frase retumbó en las paredes del Congreso peruano. El 24 de julio de 2000, Susana Higuchi, la ex esposa del presidente Alberto Fujimori, se reincorporaba a la política, pero esta vez, por la voluntad de la ciudadanía y en las filas de la oposición al padre de sus cuatro hijos. El 9 de abril precedente había sido elegida parlamentaria de la República, diputada, recolectando más de un millón de votos. Asumía como resultado de las elecciones generales que renovaron las cámaras legislativas y el poder ejecutivo nacional, escrutinio que invistiera a Fujimori para un controvertido tercer mandato presidencial. La designación para altos cargos de una pareja desgarrada por un dramático divorcio, alimentaban una guerra subterránea que enfrentaba política y sentimentalmente a marido y mujer, ambos descendientes de japoneses inmigrantes en el Perú a comienzos del siglo xx. La pelea conyugal ocasionó un episodio de sofisticada discriminación y violencia entre un presidente acomplejado y una Primera Dama que lo superaba en inteligencia, y estatus social. El estallido del matrimonio reveló un escándalo de traición y venganza en el marco de una dictadura constitucional que expolió al país, satanizó a sus críticos, matando o haciendo desaparecer a 5.000 personas en 10 años y 10 meses de poder absoluto. El 24 de julio de 2000 Susana Higuchi retornaba a la política en un ambiente caldeado. Su ex marido se apoderaba por tercera vez de la presidencia del Perú a través de un proceso electoral preñado de irregularidades, con falsificación de firmas en la inscripción de su candidatura y un despliegue mediático sin precedentes. Con recursos del Estado se financiaron órganos de prensa que abrumaban a la opinión pública con páginas policiales y noticias escabrosas, que informaban preferentemente acerca de obras asistenciales del gobierno para paliar la miseria y desprestigiar a los adversarios democráticos. Según la Constitución de 1993, elaborada durante el primer gobierno de Fujimori, el presidente sólo puede ser reelecto una vez de manera consecutiva, lo cual quiere decir que puede gobernar durante dos períodos, cada uno de cinco años. Sin embargo, en 1997 y antes de que concluyese su segundo mandato, Fujimori logró que la mayoría favorable de la que disponía en el Congreso ?interpretara? la ley electoral, estableciendo que recién en el 2000 postulaba por segunda vez, anulando el primer mandato de 1990 a 1995, trastocado por el autogolpe de Fujimori de 1992, que suspendió las garantías constitucionales, disolvió el parlamento y enmudeció a la justicia. Mientras escuchaba los juramentos de los demás diputados Susana Higuchi repasaba mentalmente los acontecimientos. Recorría con sus ojos el antiquísimo recinto, paseando la mirada por las concavidades de la majestuosa cúpula, circunvalada por paredes recubiertas de mármoles y granitos, en las que destacaban cuadrigas, cariátides y capiteles. El almanaque de sus recuerdos se detuvo ocho años atrás, el 5 de abril de 1992, dos años después de que su esposo fuera por primera vez elegido presidente del Perú. Apoyado por un gran sector de las Fuerzas Armadas, Fujimori sacó ese día los tanques a las calles con el pretexto de extirpar los vicios de la democracia y cauterizar la hiperinflación. Clausuró las cámaras legislativas, bajando las persianas del Poder Judicial y el Ministerio Público, amordazando la prensa. Adujo una supuesta conjura desestabilizadora concebida por los parlamentarios del APRA, partido comandado por Alan García Pérez, su antecesor en el cargo, exilado en ese momento en Venezuela. Dijo que jueces y fiscales estaban corrompidos, estigmatizándolos de pusilánimes frente al fenómeno terrorista del extremismo indigenista de Sendero Luminoso y del MRTA, Movimiento Revolucionario Tupac Amaru. El golpe de Estado de 1992 le dio los resultados esperados. La élite política fue domesticada mansamente, al calor del tráfico de influencias, prebendas y sobornos, y Fujimori normalizó su dictadura en 1995, consiguiendo la reelección. Queriendo prolongar por tercera vez su mandato mediante nuevos comicios en el 2000, extremó sus manipulaciones, precipitándose en el abismo de la ilegalidad, vísperas de la desintegración del régimen y su calculada huida al Japón. Susana Higuchi se venía recortando como uno de los personajes protagónicos de la tensa coyuntura. El 9 de abril de 2000 fue elegida diputada por el Frente Independiente Moralizador (FIM), haciendo campaña contra su ex marido. Fujimori compitió con Alejandro Toledo, El Cholo, líder de Perú Posible, que había conseguido recrear en su imagen la figura del Pachacuti, el inca prometido para la resurrección del Perú. El icono tenía analogía con el Sutmani que en 1990 permitió a Fujimori conquistar la conciencia colectiva de la mayoría indígena del electorado, venciendo al escritor Mario Vargas Llosa en sus aspiraciones de aposentarse en la emblemática Casa de Pizarro, el palacio presidencial en Lima. El 9 de abril, al cierre del escrutinio, Toledo se imponía con holgura en los sondeos, pero esa noche el conteo lo daba inesperadamente

derrotado. Se desencadenaron tres días de protestas populares, conjugando el repudio de todos los estratos sociales, forzando a Fujimori a dar marcha atrás en el fraude. Los enviados de la Organización de Estados Americanos (OEA) mediaron entre los candidatos, pactándose una segunda vuelta electoral, para la que Fujimori prometió la introducción de un mecanismo informático fiable, que pudiera calcular a prueba de trampas los cómputos finales de la votación. A la cabeza de Perú 2000 Fujimori volvió a la carga, redoblando los gastos publicitarios al ritmo de la technocumbia con que animaba sus presentaciones en público, en las que comenzó a ser abucheado y blanco de piedras y tomates. Pocos días antes de la segunda vuelta, súbitamente la OEA retiró sus observadores al constatar que el software que daría los resultados no había podido demostrar su eficiencia e idoneidad. Toledo reaccionó convocando la marcha de Los cuatro suyos, en alusión a la división administrativa del antiguo Imperio de los Incas, y se retiró de la contienda ante la falta de salvaguardas internacionales. Fujimori siguió solo y ganó, abriéndole las compuertas a la ira de todos los segmentos de la población que precipitaría su fuga aérea al Japón el 16 de noviembre de 2000. Tres meses antes Susana Higuchi era ajena al bullicio de la ceremonia de investidura de los parlamentarios. La suya no estaba manchada por la caza y compra de voluntades emprendida por Fujimori para arrancar la mayoría entre los 120 parlamentarios, al haber obtenido sólo 52 escaños con los sufragios. Los gritos de vendidos y las lluvias de monedas que cayeron sobre los once tránsfugas que aumentaron a 63 las bancas leales al cuestionado presidente no apuntaban a esa diminuta mujer quien mano sobre la Biblia, prometía cumplir las leyes de la Constitución que su ex marido tantas veces había transgredido. La flamante diputada que denunciara los actos de corrupción del gobierno de su cónyuge, estaba emocionada. Sus dos hijos varones, Hiro Alberto y Kenyo Gerardo, prefirieron no concurrir, pero Keiko Sofía y Sachi Marcela, quizá por solidaridad femenina, asistían de pie en la galería oficial del Parlamento al juramento de su madre como legítima representante elegida por el pueblo. Los rostros de las muchachas reflejaban ternura cuando la madre, aún arrodillada en el reclinatorio de terciopelo rojo en el que tomaba la banca, levantó la vista, encontrándolas en el hemiciclo aplaudiendo a rabiar. ?Estoy muy contenta de que mis hijas hayan estado conmigo y espero no defraudarlas pues ellas son también parte de los 25 millones de peruanos sin ninguna distinción porque la pobreza, la necesidad y la educación no tienen colores políticos, por lo tanto trabajaré por todos los peruanos?, declaró Higuchi al salir del Congreso. Fujimori debió verlo todo desde alguno de los televisores de su búnker en el Servicio de Inteligencia Ejército (SIE), donde tenía reservado un aposento de 500 metros cuadrados, su guarida en los momentos de tensión. En semejante estancia se rodeaba de teléfonos, monitores de televisión y del inseparable Vladimiro Montesinos, el jefe de los servicios de inteligencia, su compañía permanente desde que Susana Higuchi fuera excomulgada del entorno palaciego a raíz de las denuncias que profirió contra el régimen. Fujimori estaba asociado con Montesinos en un sistema de contraprestaciones mutuas. Le cubría las exacciones de enriquecimiento ilícito, vínculos con el narcotráfico, comercio ilegal de armas, peculado, torturas y asesinatos, a cambio de que el amanuense le reuniera, a cualquier precio el sostén político para saquear el Estado. Montesinos hizo de los servicios secretos peruanos el vertedero de las inmundicias políticas de la dictadura, para corromper a los sectores políticos hostiles y desplegar la censura a la prensa. El presidente lo protegía para que usara la fuerza y la coerción en dimensiones vertiginosas, retribuyéndole con una fortuna personal que supera los 200 millones de dólares detectados en cuentas bancarias suizas. Pero al temer que la tiranía cleptómana fuera excretada del gobierno, Fujimori destruyó el andamiaje articulado con Montesinos. Apelando a la traición como venganza por la sujeción a la que terminó sometiéndose para perdurar en el poder, se comportó exactamente igual que en la resolución de su crisis matrimonial.

28 de julio de 1938 Bautizada con el primer nombre castizo y el segundo propio de la tierra de sus ancestros Susana Shizuco Higuchi nació el 26 de abril de 1950. Castellanizar la identidad se hizo costumbre entre los descendientes de japoneses desde 1934, cuando el gobierno peruano dictó una serie de leyes que impedían su actividad comercial y que legaran herencias a los suyos. Susana fue la última de los cuatro hijos de los Higuchi Miyagawa, una ?Shizuco? de carácter inquieto que contradecía el significado de su nombre, ? tranquilidad?. Su madre era enfermera. Su padre, Koshio Higuchi, llegó al Perú con la ola de inmigrantes japoneses que se inició en 1899, atraídos por contratos con las haciendas azucareras (dekasegi), o por los ?llamados? de parientes y amigos (yobiyose), concertando muchas veces ?matrimonios por retrato?, casamientos en los que el varón desde Perú elegía a su esposa en Japón por fotografía. En Perú, Koshio Higuchi cambió su nombre de pila por Tomás. Procedía de la prefectura de Fukuoka, donde era comerciante. En Lima consolidó su posición económica debido a la cadena de recauchutadoras de neumáticos El Sol que estableció en el popular distrito de La Victoria. Susana creció dentro del negocio, trabajando ?en el mundo de las llantas desde muy niña ayudando a mis padres?. Se destacó en los estudios secundarios, concluyéndolos a los 15 años en el colegio estatal Señora de la Asunción Gran Unidad Escolar Mercedes Cabello de Carbonera. Cinco años después se graduó como ingeniera

civil en la Universidad Nacional de Ingeniería, especializada en hidráulica, sin menguar su colaboración en el negocio familiar, emprendiendo estudios de inglés e informática En 1974, a los 24 años, luego de un breve noviazgo de cuatro meses, se casó con Alberto Kenyo Fujimori, que significa ? Sol Inteligente?, un modesto ingeniero agrónomo 12 años mayor que ella. Tímido, desarraigado de la comunidad japonesa en Perú, para esa época él se dedicaba a la enseñanza de las matemáticas, una ciencia que le permitió acercarse a Susana con el pretexto de resolver juntos acertijos con los números. Él despertó en ella un sentimiento muy especial por el parecido con un hermano menor fallecido fortuitamente en 1972, el favorito de Susana, su ?asesor? y ?confidente?, que al igual que Alberto no fumaba ni bebía alcohol. El futuro dictador ha dicho haber nacido el 28 de julio de 1938, Día de la Independencia Nacional de Perú, pero ja-más se ha encontrado una partida de nacimiento que lo certifique, desconociéndose el lugar exacto donde vino a este mundo. Campesinos pobres, sus progenitores eran oriundos de Kumamoto, terruño cercano a Fukuoka, de donde provenían los Higuchi, boyantes comerciantes. El papá del presidente, Naoichi Minami, llegó al Perú en 1919. Fue adoptado por Kintaro Fujimori y mudó su apellido, dedicándose al oficio de sastre. En 1943 viajó al Japón para desposar a Matsue Inomoto con quien, de retorno en el Perú tendría cuatro hijos; Rosa la mayor, Santiago y Pedro, los menores, precedidos por Alberto Kenyo, en honor a un hermano de su madre. El padre reanudó su profesión de sastre en Lima, pero las cosas le salieron mal, así que intentó sin mayor suerte hacer fortuna plantando algodón en una chacra alquilada en los suburbios de la capital, luego abrió una florería y con su familia probaron también con los neumáticos, razón por la cual conocieran a los Higuchi, muy activos en el ramo hacia 1950. El matrimonio de Fujimori con Higuchi no contó con la aprobación de los padres de ella, por la pobreza del novio, un pretendiente inferior, en orden a la tradición oriental de las castas. Empero, la pareja se mantuvo unida durante casi 20 años. Hasta 1990 todo era felicidad: ?Alberto y yo nunca peleamos?, insistía Susana, que adjudicaba a su esposo querer una docena de hijos; tuvieron cuatro. Invirtiendo el orden de las costumbres, fueron bautizados con el primer nombre japonés y el segundo castizo. Durante aquel período Susana fue la influencia dominante en la familia y la que financiaba el hogar, abriéndole incluso una cuenta bancaria a su marido para sus gastos personales. Como ingeniera ella tenía mayores ingresos que Fujimori, dedicado a la enseñanza universitaria, al ser profesor de matemáticas recibido en una universidad agraria de Lima La Molina con dos años de especialización suplementaria en la Universidad de Wisconsin de Estados Unidos. Susana ejercía su profesión en Construcciones Fuji, la empresa que creó a poco de casarse en 1974, dedicada a edificar y vender casas familiares. Ataviada con jeans y pesadas botas, la mujer de frágil apariencia, despertaba al alba para manejar a los obreros. Compraba terrenos, diseñaba y construía viviendas que luego vendía. El terremoto ocurrido en el Perú en el mismo año de la creación de Construcciones Fuji terminó favoreciendo a los Fujimori. Alberto fue designado por la universidad para supervisar la construcción de aulas prefabricadas en reemplazo de las destruidas y Susana acababa de presentar su tesis sobre construcciones de este tipo, por lo que le fue encomendada la elaboración de los planos. Con el mismo empuje, el matrimonio extendió sus actividades pecuniarias a la enseñanza. Fundaron la Academia preuniversitaria Wisconsin, para reforzar la preparación de los estudiantes que habían finalizado la formación secundaria con debilidades y aspiraban a ingresar en la universidad. Para Susana fueron tiempos de gran armonía y esfuerzo conjunto, ?Alberto era muy tierno, un marido ejemplar, muy cariñoso y condescendiente, aunque extremadamente celoso, por esa época lo compartíamos todo, incluso corregíamos exámenes juntos hasta las 3 de la mañana metidos en la cama?.

10 de junio de 1990 Al margen de los negocios familiares, Alberto Fujimori continuaba enseñando matemáticas en la Universidad Agraria de La Molina, siendo nominado rector el 12 de mayo de 1984, tras un intento fallido en 1977. Para promocionar su visión de los temas agrarios se aproximó a la política. En 1985 invitó a visitar la universidad al entonces presidente, Alan García, quien luego lo recomendó para dirigir el programa televisivo Concertando dedicado a temas agrícolas, y que al ser trasmitido por la señal del Estado lo hizo darse a conocer durante dos años hasta en los rincones más remotos del país. En 1987 La Molina le resultó pequeña al ingeniero, escalando a presidente de la Asamblea Nacional de Rectores Universitarios. En el transcurrir de 1988, le asaltó la ocurrencia de aspirar a la presidencia del Perú, ?para terminar con la corrupción en la administración publica, la crisis económica, la manipulación de los políticos?; preocupaciones que en sus diez años de mandato se agudizarían, contra las cuales terminó rebelándose Susana, lanzándose a la arena política para enfrentarlo. Era de notar que Susana no apreciaba las crecientes relaciones de Alberto con los círculos políticos, tal vez uno de los motivos del deterioro de la pareja que para 1989 daba signos de agotamiento. Los cónyuges no esconderían el pacto de seguir viviendo juntos bajo la fórmula japonesa del Ketanai-ricon, un divorcio afectivo en el que se mantenía el domicilio y la convivencia con los hijos. No resulta por tanto extraño que a Susana se le planteara el hecho consumado de la postulación de su

marido a la presidencia a fines de ese año 1989, tomando conocimiento por Máximo San Román, futuro vicepresidente de Fujimori, de la creación de Cambio 90, el partido que arrebataría el poder al año siguiente. A pesar de las desavenencias conyugales y del recelo de Susana por el entramado político que envolvía a su marido, el manifiesto sostén que brindara al candidato de Cambio 90 quizá se deba a sus consultas con una vidente. Son conocidas las creencias de Higuchi en lo sobrenatural y el mágico remedio verbal que le brindó una de ellas para que cesara el llanto interminable y sin consuelo de uno de sus hijos. En una de esas conversaciones, la profetisa le anticipó que su marido ocuparía un sillón muy grande. Susana creyó inicialmente que se refería al rectorado de la universidad agraria que Alberto conquistaría poco después. Al ir a agradecerle la premonición, la adivina percibió en su caja craneana un sillón aún más grande, y Susana cayó en la cuenta al poco tiempo que se trataba de la jefatura de todos los rectores del país en la que se encaramaría su marido, pero enorme fue su sorpresa al escuchar que aún había un sillón todavía más grande por ocupar, que Higuchi no imaginó que sería el de presidente de la República. Con ?paciencia oriental? Fujimori supo aprovechar de la cercanía de su mujer durante la campaña, para dar una imagen de familia unida y armoniosa compartiendo los trajines del hogar. Mostrando una esposa independiente y autónoma, labró una efigie de marido ejemplar. Trasmitió el mensaje de un peruano que, preservando sus propios valores, era igual a todos los demás. Diluyó los prejuicios que pudieran atribuirle respecto de la pulsión dominante del hombre oriental sobre su mujer y echó abajo la silueta de profesor frío e inaccesible que destilaba su temperamento político, mostrándose un padre comprensivo que compartía con sus hijos tanto los deberes escolares como los juegos infantiles. Con Susana tejieron abiertamente una imagen de estrecha complicidad en el telar de la lucha electoral. Ella lo acompañó constantemente, llegando a afrontar sola al periodismo cuan -do Fujimori quería eludir citas con la prensa, haciendo célebre la anécdota que el candidato no se haría presente a un encuentro con los medios de comunicación por estar indispuesto: ?Mi marido ha comido bacalao y se ha intoxicado?, dijo cortando por lo rápido. De paso, Alberto puso a los Higuchi a su servicio. Susana reunió ahorros con su padre y le proporcionó 1.200.000 dólares para financiar la marcha hacia el poder. Fujimori documentó la deuda, firmando dos convenios donde estampó asimismo sus impresiones digitales, pero a la hora de pagar ya era presidente. Negó todo, adujo falsificación de su firma y maniató a los tribunales para que el reclamo no fuera admitido a trámite judicial. Recién cuando se despeñó su gobierno y escapó al Japón, la justicia le otorgó razón a Susana, dando curso a su demanda, demasiado tarde para que fueran a cobrársela a Tokio. En la precariedad material e intelectual, con una audacia sin límites y trasluciendo una seguridad y una calma absolutas, Fujimori armó un equipo de gente desconocida, apoyado en corrientes evangelistas, con pastores que recorrían el país. Hablaba por radio todas las mañanas a las comunidades indígenas que lo reconocían como ?el Chino?, así popularizado en el programa televisivo sobre las cuestiones agrarias del Perú, al que le facilitó llegada el presidente Alan García. Surgido de improviso y proveniente de la nada, ?ridículo y a la vez admirable?, como lo dibuja el politólogo peruano Hernando de Soto, Fujimori mantuvo un discurso en el que no atacaba a sus adversarios, en especial a Mario Vargas Llosa con quien disputaría la segunda vuelta, preocupado ante todo de recalcar que él era ?otra cosa?, y que el resto seguía siendo más de lo mismo ya conocido. No definió programa de gobierno hasta quince días antes del escrutinio, y cuando lo hizo se pronunció vagamente en favor de ?una economía de mercado libre dirigida por el Estado?, dando a entender que la potencia económica del Japón lo apuntalaba. Insistió en generalidades como que el éxito del país se obtendría a través de la educación, creando el ?Fujimóvil?, un tractor con el que iba a todas partes a pronunciar sus arengas. Explotó su facilidad de contacto directo con la población, una ventaja que tuvo desde siempre con Vargas Llosa, un hombre habituado a las torres de marfil de los medios literarios, reacio a ir al encuentro de la población. El candidato Fujimori especuló sabiamente con las diferencias de sus contrincantes, explotando el odio entre el presidente saliente, Alan García y Vargas Llosa, confesando que se manejaba ?como si estuviera frente a un tablero de ajedrez?, priorizando lo técnico sobre lo político, tanto en su lenguaje como en la elección de sus colaboradores. Fujimori esculpió su propio personaje: parco, serio y reservado para la tarea electoral, dicharachero y campechano con la gente corriente. Austeramente se fue modelando como una promesa en un Perú caótico y corrupto, haciendo mella con su slogan ?honradez, tecnología y trabajo?, martillando con la convicción que sólo él era el ?cambio?. El 8 de abril de 1990, en la primera vuelta, Vargas Llosa consiguió el 27,6 por 100 de los sufragios, contra el 24,5 por 100 de Fujimori. Para la segunda vuelta, el FREDEMO de Vargas Llosa apeló a la ?guerra sucia?, desempolvando historias escarpadas del pasado de Fujimori, ocasión en la que entraría en juego el ?monje negro? Vladimiro Montesinos, sacándolo del atolladero. El 10 de junio de 1990, Fujimori derrotó a Vargas Llosa. Su ascenso portaba el mensaje de un nikkei (descendiente de japoneses) que justamente vencía a la oligarquía blanca para promocionar el milagro japonés, futura fuente de ayuda financiera y tecnológica. Su llegada a la presidencia de un país hispanohablante, prometiendo expandir los intereses diplomáticos y económicos de Japón en Latinoamérica lo sentó en el sillón presidencial de Perú, de acuerdo al oráculo de la pitonisa que le calmara el llanto a uno de sus hijos.

28 de julio de 1990

Vestida con uno de sus elegantes trajes sastres que haría moda como Primera Dama, guarecida detrás de sus grandes anteojos, Susana Higuchi observaba medio ensimismada cómo le era ceñida la banda presidencial a su Alberto, escuchándolo prometer que ejercería con responsabilidad la primera magistratura del país. Ese 28 de julio de 1990, Día de la Independencia del Perú y cumpleaños de su marido, lo acompañaba en el viejo y suntuoso edificio del Congreso peruano. Sus famosos ojos negros miraban azorados desde la galería para los invitados de privilegio, como el desconocido Vladimiro Montesinos, conducía la coreografía en la tribuna durante el traspaso del mando de la República. Susana rebobinaba en su memoria los escollos que debieron sortear en las vísperas de la victoria. Tenía patente las circunstancias en que Montesinos irrumpió entre ellos. Poniendo las piezas en su sitio era menester retrotraerse a poco antes de la primera vuelta, cuando Vargas Llosa acusó a su adversario de comportamientos indecentes. Le endilgó haber violado a una alumna de la Universidad La Molina donde fuera rector, de procurarse tierras estatales haciéndose pasar por un campesino sin recursos, y de evadir el fisco en la compraventa de bienes inmuebles, motor de la empresa conyugal de Higuchi con Fujimori. Uno de sus asesores, el sociólogo Francisco Loayza, le recomendó al abogado Vladimiro Montesinos para desgonzar la denuncia. Se trataba de un consejero del fiscal de la Nación, Hugo Denegri. Nacido en la ciudad peruana de Arequipa el 20 de mayo de 1945, los turbios antecedentes de Montesinos quedaron relegados a segundo plano ante la habilidad que demostró para neutralizar las alegaciones contra el hombre que sería ungido residente pocos días más tarde. ?Recíbelo, nunca pierde?, le aseguró Loayza al candidato. Susana también acudió a la primera entrevista, la noche misma en que Fujimori se ubicó segundo en el primer round de la competencia electoral contra Vargas Llosa. Al escuchar los análisis y remedios que Montesinos sacaba de su chistera, con copias de documentos confidenciales que nadie sabía cómo se los había procurado, ella le susurró a su esposo: ?es el hombre más inteligente que he conocido?. Vladimiro Montesinos había sido capitán del Ejército del Perú, expulsado en 1976 por haber viajado a Estados Unidos con documentación apócrifa y sin informar a la superioridad, ocasión en la que entregó a la CIA secretos militares de su gobierno, relativos a la compra de armamento soviético por parte del presidente del Perú en ejercicio, Juan Velasco Alvarado. Por abandono de destino y falsificación de permiso para trasladarse al extranjero, Montesinos purgó un año de cárcel, siendo raleado de las Fuerzas Armadas. Se recicló estudiando abogacía, entrando a trabajar en el bufete de su primo, Sergio Cardenal Montesinos, especializándose en la defensa de narcotraficantes y de policías peruanos cómplices, logrando que militares implicados en atroces violaciones de los derechos humanos fueran inauditamente exculpados judicialmente. Gracias a estas prestaciones, recompuso velozmente sus lazos con el Ejército, cultivando contactos en el Ministerio Público, deslizándose en la trama del Servicio de Inteligencia Nacional (SIN). Sinuosamente se estabilizó como esbirro de la CIA, tal como lo certificara la propia secretaria de Estado del gobierno norteamericano Madeleine Albrigth. Arteramente le robó el estudio jurídico y la mujer a su primo, y se hizo amigo del general Jorge Torres Aciego, jefe de la central impositiva del Perú. Con esas conexiones desnaturalizó los expedientes fiscales contra Fujimori montados por Vargas Llosa, interviniendo para que se le retribuyera la ayuda prestada al general Torres Aciego con el Ministerio de Defensa. Entre las dos vueltas Fujimori y Montesinos se veían cara a cara todas las noches, fijando la táctica y la estrategia con las que conquistarían la presidencia. Se le pegó a Fujimori como un siamés y en la comida de la victoria asestó el golpe espectacular que generó un clima de inseguridad y de dependencia hacia él: logró que Fujimori desistiera de cenar para celebrar el triunfo, delante de todos los comensales que habían colaborado en la campaña, afirmando taxativamente que lo querían envenenar. Bajo su influencia el presidente estableció de inmediato residencia en un departamento del Círculo Militar, alarmado por la supuesta infidencia que su guardia pretoriana estaba infiltrada de agentes que deseaban asesinarle. Montesinos tuvo por recompensa la conducción de los servicios secretos por encima de sus jefes nominales, lacayos que con su servidumbre lo encumbraron como un superministro sin cartera, al cual no se le podía pedir cuenta de sus actos porque formalmente no ejercía cargo alguno, sombra de Fujimori. Su influencia y predominio en el radio presidencial fueron atronadores e inclementes. Hizo a un lado al sociólogo Loayza que le había abierto las puertas de la Casa de Pizarro, intercediendo para que en Perú imperara una política neoliberal que empobreciera a la población, y alejó a Susana de su marido, convenciendo paralelamente a Fujimori a que pusiera a sus hijos mayores a estudiar en Estados Unidos para que supuestamente no fueran blanco del terrorismo. Con tristeza Susana evocaría que a su marido Montesinos ?le cambió mucho el carácter además el tiempo que dispusimos desde entonces para estar juntos se acortó y nos descuidamos el uno del otro?.

5 de abril de 1992 En marzo de 1992 Susana Higuchi rompió lanzas con Alberto Fujimori, denunciando a los dos hermanos y a la cuñada del presidente, de sacar provecho de las donaciones de ropa usada provenientes de Japón, que tenían como destinatarios los desposeídos del Perú. Los acusó de venderlas en comercios ?y sólo llevan estropajos a las poblaciones de escasos recursos del

país, lo bueno lo venden a tiendas?. Lamentó que ella no pudiera hacer nada para impedirlo ?porque sólo soy la esposa del presidente y no tengo ni voz, ni voto?. Fujimori ordenó de inmediato una parodia de investigación judicial, reiterando su línea de conducta y el plan moralizador que enarbolaba para el país, pero salió enseguida de viaje al Japón en su primera visita oficial dejando a la Primera Dama en Lima, marcando con el gesto la desaprobación frente a la acusación de Susana. En ausencia de Fujimori el Ministerio Público echó cerrojo al sumario, y, sin tardar, Susana morigeró su testimonio. Desvió hacia el periodismo el origen de la información, aclarando que la ropa era distribuida por una ONG llamada Apenkai, al parecer un ente por encima de toda sospecha. Con el tiempo se supo que detrás de esa organización operaban los Fujimori acusados por Higuchi. Se conoció a su vez más adelante, que la noticia del desvío de la ropa había sido filtrada por Leonor La Rosa, agente del Servicio de Inteligencia, la que se rebeló ante lo que estaba sucediendo y yéndoselo a contar a Susana. Ambas serían víctimas de la dictadura. En diferentes fechas fueron conducidas al ?Sótano? del Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE) para ser torturadas con el objeto de torcerles la voluntad. Lo lograron con Susana, consiguiendo que en más de una oportunidad diera marcha atrás en sus denuncias. Ello no disminuyó la hostilidad de la recua presidencial, que le quitó el soporte protocolar para sus labores humanitarias. Hasta allí había realizado 35 viajes al interior del país, colaborando como ingeniera y Primera Dama en tendido de redes de agua aportando a la fundación Niños del Perú, obteniendo financiamiento para 27 aldeas que albergaban a menores en estado de abandono. A Leonor la torturaron hasta dejarla tullida, internada clandestinamente en un hospital al mismo tiempo que arrojaran descuartizada en un descampado a Mariella Barreto, también empleada del SIN, que perdió la vida por razones análogas a las que movilizaron a Leonor. Cuando ésta fue descubierta maltrecha por una periodista de televisión que filmó y emitió un reportaje sobre su estado, le cayó encima la imputación penal de revelar secretos oficiales. No le quedó otro camino que refugiarse en Suecia, a donde viajó con un salvoconducto del ACNUR para protegerse de Montesinos, un exilio que Fujimori trató de evitar chantajeándola con dinero. Correspondería al presidente Alejandro Toledo desagraviar a Leonor La Rosa. El 18 de febrero de 2002 la indemnizó con 120.000 dólares, otorgándole una pensión médica vitalicia. Ahora Leonor La Rosa es la única testigo que confirma el cautiverio y las sevicias con que atormentaran a Susana Higuchi en ?El Sótano?, a la que le tocó llevarle comida a su celda, donde permanecía a oscuras y desnuda, por órdenes de Montesinos y con el consentimiento de Fujimori. Éste dice hoy que estas alegaciones son mentiras y que las marcas de descargas eléctricas en el cuero cabelludo de Susana provienen de un tratamiento oriental para dejar de fumar llamado Moxibustionen que consiste en aplicar sobre distintas partes del cuerpo un cocimiento hirviente de hiervas. Pero el 5 de abril de 1992, Fujimori daba otra vuelta de tuerca. Se disparaba disolviendo las instituciones de la República, un rocambolesco autogolpe mediante el cual acalló a la oposición. Susana que vivía maritalmente con él fue sorprendida por la noticia. Esa noche su esposo la invitó a ver televisión, surgiendo en la pantalla con solemnidad, para suspender la vigencia de la Constitución, dando paso a un gobierno ?de Emergencia y Reconstrucción Nacional?. Y cuando ?me preguntó qué me parecía su decisión le dije que no estaba de acuerdo, eso es propio de una dictadura?. El castigo no se hizo esperar. Por temor a que hiciera declaraciones contrarias Fujimori la sometió a un tratamiento preventivo, otra vez en ?El Sótano?. Años después ante la inminente caída de Fujimori, se decidió comenzar a contar lo que le había hecho, desgranando con voz cansina: ?me silenciaron, si no dije nada en contra del 5 de abril fue porque no pude, me encerraron de nuevo en el SIN y me torturaron?. Le devolvieron la libertad pero su espíritu quedó fisurado. Con el ánimo agrietado, en efecto, el 8 de mayo renunció al ofrecimiento que había aceptado cuatro meses antes, de postularse para la Alcaldía de Lima. El 23 de mayo siguiente la fiscalía de la Nación archivaba las diligencias por la venta de las donaciones de ropa provenientes del Japón. Al otro día, Susana leería un comunicado justificando el golpe, al que catalogó de ?respuesta histórica para revertir el rumbo del Perú?, una medida ?bastante difícil para mi esposo, pero la tuvo que tomar para superar la democracia irreal en la que se vivía?.

20 de julio de 1994 Limitada a las tareas de la Fundación por los Niños del Perú, la agenda pública de Susana en 1993 se fue reduciendo hasta llegar a un promedio de entre cuatro o cinco actividades al mes. Su presencia se desvaneció en los medios. El primer signo tangible de la crisis del matrimonio apareció en la prensa el 14 de diciembre de 1993. En esa fecha los esposos suscribieron la disolución de la sociedad ganancial que aún los ataba a las empresas y bienes conyugales. Fue Vladimiro Montesinos quien mandó despertar en plena madrugada a Susana, notificándole que el presidente la esperaba en su despacho. ?Cuando bajé en pijama, me encontré con Vladimiro Montesinos, quien me dijo que era necesario que firmara unos documentos?. La discusión duró toda una jornada. En la noche siguiente Fujimori reconoció en el texto a su mujer la titularidad de cuatro propiedades, una en el distrito de San Borja, dos en La Victoria y un fundo en Huacho al norte de Lima, y anotó la deuda de 1.200.000 dólares contraída con Susana y su padre para solventar la campaña electoral. En el instante de firmar Susana vio que su marido inscribía una rúbrica distinta a la conocida, razón por la cual le pidió que imprimiera sus huellas digitales, y que una de sus secretarias asistiera en calidad de testigo además de Montesinos. Fujimori aceptó, lo cual no lo privaría de esgrimir años después la versión de que su firma había

sido falsificada, congelando la demanda judicial de su mujer hasta que abandonara el poder. Si el presidente creyó que cediendo en el plano material lo que por justicia le correspondía a su mujer?algo que admitía?lograría acallarla en el plano político, grande sería su desilusión. Como si un plan por etapas hubiera sido compaginado previamente, y al igual que con la separación de bienes, la iniciativa del divorcio también partió de Fujimori y no tardó más que unos pocos días en echarla a rodar: a comienzos del 94, los periódicos le dedicaron grandes títulos. Susana se opuso, esgrimiendo su fe cristiana y la voluntad de reconciliarse con su marido, manteniendo las apariencias protocolares, mostrando su calidez y cordialidad junto a su esposo en las ceremonias, tomándolo de la mano o dándole furtivos besos en la mejilla. Su réplica se cocinaba a fuego lento. Sería política y destinada a disputarle la presidencia a Fujimori, razón por la cual creó su propio partido político, Armonía Siglo XXI. Preparando el lanzamiento, dijo públicamente no querer volver a ser Primera Dama aunque Fujimori fuera reelecto en las elecciones generales del año siguiente, anhelando ?dar la posta a alguien con mayor ímpetu?. Y calificó al presidente de autoritario, aclarando que se refería a su actuación ?fuera del ámbito familiar?. Sus pronunciamientos eran elípticos pero certeros. Susana no decía quién ponía trabas en su camino, pero informaba que el gobierno no cumplía con la entrega de la ayuda social a la Fundación por los Niños del Perú que ella conducía, a la que Fujimori hizo además recortar sus alcances, impidiendo que las empresas que contribuyeran con ropas y alimentos pudieran deducir los importes en las planillas fiscales. Al tiempo, compitiendo contra la popularidad creciente de Susana, el presidente recorría el país y distribuía ayuda humanitaria presentándose como un benefactor. Fujimori mantenía un alto grado de credibilidad por la captura del jefe de ?Sendero Luminoso, Abimael Guzmán, la reducción de la inflación y el beneplácito de los organismos crediticios internacionales por el plan económico puesto en marcha. Asfixiada en su labor humanitaria por el vacío que le hacía el aparato presidencial orientado por Montesinos, el 13 de agosto de 1994, Susana enfrentó los designios humillantes de su marido. El SIN la seguía, constatando esa noche que había acudido a visitar al jurista Raúl Ferrero, pidiéndole asesoramiento. Por un lado ella buscaba consejo para efectuar una serie de nuevas denuncias contra miembros del gabinete de su marido. Tenía en la mira al primer ministro, Efraín Goldenberg, que nadaba en el negocio de equipos de microfilmación con órganos del Estado para favorecer a su empresa ?COMSA?, y a la viceministra de Justicia, Miriam Schenone, que hizo tasar su casa por el doble de su valor real, de manera que al pedir una hipoteca, se le acordara una sobredimensionada. También a Raúl Víttor Alfaro, ministro de la presidencia, que indujo la aprobación de medidas por el Ministerio de Vivienda, fagocitando fondos destinados a la construcción del complejo habitacional Pachacutec, que debía dar viviendas para 50.000 familias. Víttor Alfaro desviaba partidas hacia una caja secreta de Fujimori, con la que se financiaban campañas proselitistas, sobornos y regalos que el presidente distribuía en todo el país. Circunstancia agravante: Pachacutec terminaría constituyendo una gran estafa. Se caería a pedazos en una cascada de quiebras, siendo ayer como hoy un arenal donde no hay ni agua potable. Y por otro lado, Susana Higuchi también necesitaba consultar a Ferrero si había alguna jurisdicción internacional a la que pudiera acudir con el fin de objetar la ley promulgada el 20 de julio de 1994, que prohibía a los parientes y cónyuge del primer mandatario postularse para cualquier cargo político, contra la que había recurrido días antes en los tribunales locales, descontando que sería aplastada por la sujeción de la judicatura a la voluntad de Fujimori. Susana estaba urgida de despejarle el camino a su partido, e implementar sus planes presidenciales para las elecciones del año siguiente. De retorno a Palacio esa noche muy tarde, habiendo platicado con el abogado Ferrero, al querer ingresar con su vehículo a la residencia, se le impidió la entrada. La guardia le comunicó que Fujimori había dado orden de ?que el auto circule por Lima?. Susana no acató. Sentada en las escalinatas contiguas a la reja, convocó al periodismo. Al arribo de las unidades móviles de prensa las puertas se abrieron y Susana pudo entrar a Palacio donde, sin embargo, los ujieres le notificaron que sólo podía ir a su oficina, cerrándole el paso para que no se dirigiera a su habitación. Enojada, ella amenazó con volver a la calle. Tampoco la dejaron. Tomó el teléfono, llamó a uno de los periodistas que habían quedado en la vereda y delante de los oficiales que la rodeaban gritó: ?me tiene encerrada, estoy en la oficina y no me dejan salir para hablar con ustedes?. Sus alaridos no surtieron efecto. Quedó enclaustrada en su despacho donde durmió en los sillones. Al despertar concedió una entrevista telefónica al diario El Comercio declarándose una prisionera de su marido, denunciando que sus hijos habían sido secuestrados y llevados al Servicio de Inteligencia Nacional (SIN).

23 de agosto de 1994 Harta de presiones, desgarrada por ?una lucha interna entre la pasión y la razón?, resuelta a hacer respetar ?los derechos de una persona en el Perú?, Susana avisó a sus hijos y a su esposo que se iba a casa de su amiga Renée Odría ?para cambiar de aire?. Alegó necesitar ?pensar, meditar lo que voy a hacer, pero pronto volveré a Palacio?. Temeroso de perder el control y fiel a la consigna oriental de someter a su mujer bajo su voluntad, Fujimori aprovechó un desplazamiento con sus hijas Keiko y Sachi a la inauguración de un tramo de carretera en Arequipa, para pedirle ante las cámaras de televisión que volviera al seno familiar y

a sus obligaciones de Primera Dama. El encaro se hizo más ostensible días después, delante de las cámaras de un programa femenino, anticipando que se llevaba los cuatro hijos consigo en un viaje oficial a Colombia porque no podía dejarlos solos estando la madre fuera de Palacio. La insidia y la difamación se encadenaron haciéndole sentir el acoso y la enemistad de su propio chofer, que obedecía a Montesinos y se negaba a conducirla a donde ella quería, o del personal de Palacio que tenía instrucciones de no acatar sus órdenes. Los colaboradores de Fujimori repetían sin cesar que Susana Higuchi era de ?carácter difícil?, que no había solucionado el complejo de inferioridad por ser la menor de su familia, y que las denuncias proferidas canalizaban su afán de notoriedad. Ella salió al cruce advirtiendo que la querían declarar loca y maníaco-depresiva para dominarla. A su estilo, Fujimori lo confirmó. El 24 de agosto de 1994 la ?disolvió?. En una corta alocución televisiva a la Nación, anunció que le quitaba las funciones de Primera Dama. Explicó que ?utilizada por personajes de su entorno?, se elucubró ?una campaña de desprestigio y confusión contando con la deslealtad de mi cónyuge?, con el objeto de ?suscitar escándalo? a sus espaldas. Desmereció los casos de corrupción denunciados por Susana, a la que clasificó de ?inestable e influenciable?, sintiéndose chantajeado por ella. Higuchi le respondió con algo de sorna. Dijo estar segura de que no quería ser más Primera Dama por haber defraudado con su labor, porque el gobierno no ponía a su alcance los medios suficientes para revertir el hambre y la pobreza. Le negó a Fujimori estar bajo influencia de otras personas, pues no tenía colaboradores, destapó que los casos de corrupción denunciados los puso en conocimiento previo de su marido y como éste no reaccionaba los hizo públicos, achacándole salirse de tono y pasar vergüenza con un gesto anodino, dado que si no se divorciaban y al no ser el de Primera Dama un cargo político, Fujimori no la podía dimitir de un plumazo televisivo. Fujimori enfureció y Susana quedó prácticamente encarcelada en Palacio, rodeada de vigilantes todo el día. A los hijos se les mudó domicilio al Cuartel General del Ejército. Las mujeres de los ministros y parlamentarios que solían acompañarla todos los martes por la tarde para rezar el rosario, dejaron de hacerlo. Su amiga Renée Odria, que le había dado refugio en su casa cuando sus reyertas conyugales, no tenía entrada para verla, al igual que su hermana Celsa y sus primas Rosario y Cecilia, y su abogada, encargada de darle consejos legales para resolver los pleitos. Susana resistía en el silencio del encierro presidencial. Personal del Ejército soldó las puertas de Palacio de la calle Pescadería por donde entraba la gente que Susana recibía pero ella no se amilanó. Salió a uno de los patios que daban al exterior, y tras las rejas cerradas con pesados candados agradeció la presencia de un grupo de mujeres que habían acudido a mostrarle su solidaridad, recibiendo de ellas un ramo de flores. Para desmentir el aislamiento de su esposa, Fujimori hizo entrar subrepticiamente un equipo de televisión adicto que la filmó a escondidas caminando por los pasillos, haciendo tomar escenas con el menor de sus hijos, Kenyi, en las escalinatas de una de las entradas como si el niño viviera allí cuando, en verdad, residía en el Comando del Ejército. Y el presidente promovió también declaraciones públicas de su hija mayor, Keiko, diciendo que su padre era ?un hombre ideal?. A quemarropa, lanzó un nuevo argumento para desarmar la artillería de Susana: sus reclamos obedecían a la desesperación de una mujer despechada al haberse enterado de que su marido tenía una amante la cual, además le había dado un hijo, dejando, sin embargo, en la oscuridad a la mujer y al niño que podían probar la veracidad de sus dichos. Susana mantuvo inalterable su línea de defensa. Las discrepancias con Fujimori ?son de principios, son de tipo político y de ninguna manera voy a entrar en otras discusiones. No quiero que el pueblo confunda las habladurías cuando la lucha fundamental es en contra de la corrupción?. Varios organismos de defensa de los derechos humanos impusieron en su favor presentando un habeas corpus. El Ministerio Público no dio lugar, no queriendo tampoco investigar las denuncias de corrupción contra los ministros avanzadas por Susana en los medios. Por otra cuerda la jueza en lo civil, Natividad Lucas, ni entró en materia ante la demanda de Higuchi presentada por cinco abogadas feministas, para que al amparo de la ley de violencia familiar, Fujimori fuera exhortado a cesar la agresión síquica que con gran despliegue instrumentaba desde los aparatos del Estado contra su mujer.

11 de septiembre de 1994 El domingo 11 de septiembre de 1994, Susana Higuchi concluyó contra su propio deseo que debía divorciarse si quería preservar su seguridad física personal y postular a la presidencia. Aquella madrugada en Palacio recibió la señal que faltaba, para pensar en otra vivienda, a solas. Una lámpara de la habitación contigua a donde dormía reventó, escupiendo una llamarada. Toda el ala oeste de la residencia presidencial quedó a oscuras. Susana se cubrió con una bata de felpa y salió en busca de auxilio. Los roedores que pululaban por los entresijos de los sótanos y techos enloquecían con sus chillidos. A las corridas el intendente trajo un electricista, que diagnosticó agua estancada entre las habitaciones como causa del cortocircuito. El riesgo de incendio era real y el hecho de que una mano extraña incentivara el peligro la pusieron en guardia. En los diarios de esa mañana los sondeos de opinión le daban el 35 por 100 de las voluntades favorable en el Perú para suceder a su esposo el año siguiente. Susana hizo sus valijas y se presentó en la comisaría más cercana, dejando sentado que abandonaba el domicilio conyugal, dando como nueva dirección Ayala 1510, San Borja, Lima, sede de la academia preuniversitaria que animara con su marido. Pesaba apenas 35 kilos

y en el acta policial dejó constancia de que quería llevarse los hijos con ella pero que no podía porque no vivían más en Palacio, estando ese día con su padre en Brasil ?sin mi autorización?. Montesinos y el SIN le impidieron comunicarse con ellos y, por supuesto, con Fujimori, a quien había decidido enfrentar también en el sacrosanto terreno protegido de los desmanes y excesos que se cometían bajo el pretexto de la lucha contra el terrorismo. Higuchi no dudó en solidarizarse con las víctimas de los ? escuadrones de la muerte?, que bajo el mando de Vladimiro Montesinos, escarnecían y yermaban el país. Fue dando los nombres de los militares de esos grupos, condecorados por Fujimori, responsables de matanzas que, varios años más tarde y una vez depuesto el régimen motivarían una decisión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos declarando sin efecto jurídico la Ley de Amnistía promulgada por Fujimori para blanquear esos grupos, responsables de gran parte de las 5.000 desapariciones perpetradas en el Perú en esos años.

9 de abril de 1995 ?Le envío mis felicitaciones al señor presidente y le deseo todo el éxito en su nueva gestión, porque de su éxito depende el de todos los peruanos?, borbotó Susana en una radio, luego de la victoria electoral de Fujimori para un segundo mandato. Ese domingo 9 de abril de 1995 debió de ser uno de los días más tristes de su revesada cronología política. Frustrada y vencida, la televisión mostraba apenas una tenue sonrisa en su rostro demacrado, surcado por las amarguras de una batalla perdida: ser candidata y disputarle la presidencia a su marido. A la salida del local electoral, sola y sin sus hijos, que acompañaban al padre en la emisión del sufragio, Susana recobraba algo de su energía criticando al gobierno, dejando caer una gota de esperanza en el mecanismo electoral. ?A pesar de los cuestionamientos hechos al proceso electoral no sólo por mí, sino también por los demás candidatos, creo en la democracia y por eso vengo a votar con la esperanza de que los peruanos sean los ganadores y de que los personeros de las diferentes tiendas políticas pongan su cuota de sacrificio para poder obtener un resultado transparente?, comentó al minuto de depositar la papeleta en la urna. Su marido se había empeñado a fondo para no tenerla como adversario. Hizo plegar a la justicia peruana e ignoró a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el órgano continental competente en la materia, que alegó en favor de su esposa. La cronología espantaba pero en la impunidad en que se sumergía Fujimori, su soberbia y arbitrariedad se hicieron moneda cotidiana, aplatanando a la clase política. ?Es un Leo típico, muy autoritario?, había explicado Susana a la prensa al anunciar su candidatura, al día siguiente de abandonar Palacio aterrada por los destellos de bombillas de luz que explotaban de madrugada, desesperando a los roedores que habitaban cloacas y altillos de la morada presidencial. Los signos exteriores del lujo de la Casa de Pizarro que decoraran su diario vivir, dieron paso a los lúgubres aposentos de su academia preuniversitaria. El 12 de septiembre de 1994 los medios de prensa convocados para conocer los fundamentos de su candidatura presidencial, tuvieron por escenografía las paredes y los muros desnudos de las aulas de Wisconsin, donde enseñara con su marido cómo preparar los exámenes para acceder a la formación universitaria. Los periodistas pudieron ver el ropero de plástico donde guardaba su escasa ropa, dos mesillas en la cabecera de la cama, con los retratos de San Miguel Arcángel y la Virgen de la Merced, una lámpara de lectura y un ejemplar de la Constitución política del Perú. El tocador era un mueble en el que antes reposaba una computadora. Una fotografía de la Inmaculada Concepción dominaba la estancia, clavando la vista en el frío piso de cemento, no pasando desapercibida una alfombrilla al costado del lecho. En el hueco del dintel de la ventana, Susana había improvisado un pequeño altar con efigies de la Virgen María, y del niño Jesús. En un rincón del cuarto, la hornilla eléctrica atestiguaba que allí se preparaban y calentaban alimentos y bebidas. Con ese telón de fondo, Susana enhebraba las incontables denuncias: el comercio infame con la ropa usada donada por el Japón, sus líneas telefónicas intervenidas y el robo de documentos de su despacho de Primera Dama, la volatilización de 4 millones de dólares del proyecto habitacional Pachacutec para alimentar las finanzas espurias de su marido, el recordatorio de la compraventa de equipos de microfilmación con los ministerios concretada por la empresa del primer ministro Efrain Goldenberg, las constructoras de los amigos del gobierno que se beneficiaban con los contratos del Estado, los antecedentes nefastos de Vladimiro Montesinos, ayudando a huir narcotraficantes de la cárcel o falsificando sus partidas de nacimiento para hacerlos pasar por menores de edad y sustraerlos de la justicia, constituían las hojas de un expediente actualizado que ese mismo día depositó en sede de la presidencia y en la mesa de entradas del Parlamento del Perú. El gesto precedía su aceptación para postularse a la primera magistratura, pronosticando que a Fujimori le daría ?una pataleta?. El presidente perdió los pedales al enterarse. ?Es una boba?, espetó. Con aire clínico detalló que su esposa actuaba así por padecer un problema hepático, el cual la hacía reaccionar sin medir las consecuencias de sus actos. A sabiendas Fujimori mentía. Conocía que su esposa padecía ?hiper-tiroidismo?, lo que le ocasionaba pérdida de peso y el deseo de gran actividad física, pero sabía que su hígado gozaba de buena salud. Enojado, vislumbrando que debería manipular la ley para apartar a Susana de su camino político, Fujimori se aisló en un cierto ostracismo. Sus viajes al extranjero quedaron exentos de conferencias de prensa y en sus giras por el interior del país, estaba censurado que los periodistas le preguntaran por la competidora Higuchi, que lo

golpeaba sin piedad en el flanco débil de la corrupción. ?Él dijo que sería implacable y ya vemos cómo están las cosas?, apostillaba ella desafiante. El 24 de septiembre, Susana entró en campaña, mientras la autoridad electoral tenía su candidatura en estudio, en el contexto de la nueva ley que promulgara Fujimori prohibiendo a los familiares sanguíneos del presidente y a su esposa aspirar a cargos públicos. Descontando que los jueces locales no le darían razón, Susana elevó una demanda de inconstitucionalidad de esa ley a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), cuyos fallos son vinculantes para los países integrantes de la OEA. Rápidamente la CIDH ordenó medidas cautelares, exhortando al gobierno peruano a aceptar la inscripción de la candidatura de Higuchi. Los sondeos de opinión mostraban su ascenso, ubicándola en tercer lugar de las preferencias, pisándole los talones a Fujimori y a Javier Pérez de Cuellar, ex secretario general de la ONU, que volvía a la política activa en su país de origen. El 18 de octubre de 1994, el Jurado Electoral se pronunció de manera sesgada. No se refirió a la ley cuestionada por Susana, dado el respaldo de la CIDH. Eso sí, invalidó la inscripción de Higuchi, decretando que de las 133.927 firmas presentadas para apoyar su candidatura, cubriendo el requisito de las 100.000 firmas que exigía la norma constitucional, sólo se le reconocían 11.851. ?El fraude electoral ha empezado en el Perú?, terció Susana. Montesinos adquirió la notoriedad de rigor, acusado de tergiversar las planchas de firmas, fomentar un apagón en Lima para borrar datos de las computadoras del controlador electoral, apuntando por elevación a su marido por haber mandado tachar nombres de mujeres que la sostenían firmando con sus apellidos de casadas. ?Nuestras diferencias son de principio, no son conyugales?, subrayaba Susana. Descendiendo a los infiernos, Fujimori anunció que el papel de Primera Dama pasaba a ser cumplido por su hija mayor, Keiko Sofía de 19 años, la que, sin embargo, estudiaba en Estados Unidos. Higuchi asimiló la noticia sin atizar el odio. Dejó de costado la reivindicación de divorciarse, replanteando la reconciliación conyugal, pero postergándola a una fecha ulterior al 28 de julio de 1995 cuando entrara en funciones el nuevo presidente, o Fujimori viera prolongado su mandato una segunda vez. Sin embargo, la inquebrantable mujer no renunciaba a la contienda electoral. Aliada con el Frente Militar Policial, conformado por efectivos militares y policiales en retiro aterrados por el rumbo que le imprimía Montesinos al accionar de las fuerzas de seguridad, Susana relanzó a su Armonía Siglo xxi, proponiéndose como parlamentaria en las próximas elecciones donde tenía vedadas sus aspiraciones presidenciales. La alianza se llamó Armonía-Frempol. La Junta Electoral volvió a inhabilitarla, floreando que la lista no contenía los 120 candidatos para el parlamento que exigía la Constitución. La agrupación recurrió la medida y exigió los cinco días que otorgaba la ley para enmendar los eventuales errores. Empero, la apelación le fue negada. En protesta, Susana Higuchi entró en huelga de hambre. El 17 de enero de 1995, en las puertas del Jurado Electoral que le negaba la entrada, vestida con un traje de dos piezas color verde esperanza, Susana anunciaba que dejaba de comer. Bajo la persistente llovizna limeña el torrente verbal irrumpía en los medios. ?Les voy a demostrar cuán ladrón es mi marido?, mascullaba. Llegó la noche y le alcanzaron un poncho para abrigarla del frío. Una caída de la presión arterial hizo temer un desmayo. Los médicos se precipitaron a su lado y aconsejaron internarla en un hospital, pero ella se opuso. A la intemperie, abrazada a sí misma, saboreaba inquebrantable en la aflicción la decisión discriminatoria, firmando el documento en que negaba ser hospitalizada, haciéndose totalmente responsable de lo que pudiera ocurrirle a su salud. Aguantó hasta el día siguiente en que se documentó que Armonía-Frempol quedaba fuera de carrera. Al leer la resolución, una ola de rabia se apoderó de sus entrañas. La marea de la hipertensión, la taquicardia, y la deshidratación hicieron estragos. Con una neumonía declarada fue llevada de urgencia a una clínica. Su marido quiso recuperar esta situación desgraciada apurándose a notificar que había sido él quien envió una ambulancia para hacerla atender. En el hospital quedó en observación. Su cuerpo estaba marcado por cicatrices de operaciones anteriores, una extirpación de nódulos en un seno, en la mano izquierda y en la garganta practicados hacia 1992, precedieron la obturación quirúrgica de una úlcera sangrante en 1994. Pese a la insistencia de los médicos, se negaba a comer. Llamaron a sus hijos Keiko e Hiro, que estaban estudiando en Estados Unidos para que aceptara una taza de caldo y un vaso de jugo de frutas. Atento a un eventual descenso de su popularidad Fujimori mandó traer a Keiko para que le hiciera compañía, montando una descomunal operación en los medios de comunicación para exagerar el calor familiar en su convalecencia. Susana se repuso y al abandonar el hospital reinició la pelea con la frase preñada de asechanzas: ?Aún quedan cosas más fuertes contra el mandatario que yo no he dicho aún y que sólo revelaré en el momento adecuado?. Su marido, presa de celos políticos, corregía la historia, contando a la prensa internacional que había tenido que echar a su mujer de Palacio, cuando en realidad fue Susana la que lo abandonó. Enardecido, Fujimori puso a sus hijos como pararrayos: ?Si se quiere saber quién actúa correctamente es suficiente con preguntarse por qué mis hijos están conmigo y no con su madre?. Amarga, Higuchi confesó que él la había querido matar, sin que de sus labios brotaran pormenores. ?Ya no amo a mi esposo, me es indiferente, pero sufro porque no he podido preguntarle a mis hijos por qué han preferido permanecer con su padre, no me permiten acercarme a ellos?. Entonces, por primera vez a regañadientes, admitió que el divorcio era inevitable: ?no quiero seguir casada con la corrupción?, se lamentó. La CIDH intercedió para que su lista de legisladores fuera aceptada, una petición desestimada por el Jurado Electoral, que fabricó siete errores para justificar su proceder. El 1 de marzo de 1995 la Junta Electoral hizo irrevocable el fallo. Impotente, Susana dio la contienda por finalizada pero, para

arruinar la victoria que pergeñaba su marido, el 3 de abril de 1995, prometía retornar a la arena de las elecciones postulándose a la alcaldía de Lima que elegiría nuevas autoridades antes de finalizar el año. Y como el conflicto limítrofe con Ecuador por la Cordillera del Cóndor había desatado las hostilidades, Susana Higuchi se llamó a silencio para no perjudicar la investidura presidencial en una guerra donde estaba en juego la soberanía nacional por un litigio territorial.

14 de junio de 1995 La fugacidad de los planes políticos de Susana, entrelazados con sus marchas y contramarchas sentimentales con Fujimori, entraron en las turbulencias judiciales el 14 de junio de 1995, al enfrentar la demanda judicial de su marido, dando como causales la ?injuria grave?. El presidente presentaba documentos y vídeos como prueba y reclamaba la patria potestad de sus cuatro hijos, en ese momento dispersos: Kenyi el menor vivía en Palacio con su padre, Hiro continuaba sus estudios en Estados Unidos y las dos mujeres, Keiko y Sachi estaban con la madre, cuya salud se resquebrajaba. Susana era reacia al divorcio civil. Prefería la separación religiosa, pero el arzobispo de Lima, cardenal Augusto Vargas Alzamora, le empedraba el camino de obstáculos, anticipando que si hacia la demanda?ella deberá demostrar que desde el comienzo, su unión matrimonial fue nula, lo cual no es tan fácil?. Encerrada a cal y canto en la academia, pasaba su tiempo orando, consumiendo los 15 días de plazo que le otorgaba la justicia para entablar el procedimiento de divorcio. El 26 de julio, dos días antes que Fujimori reasumiera el mando Presidencial para su segundo mandato, Susana aceptó divorciarse, ?sin que ello signifique admitir la veracidad de los hechos expuestos en ella ni sus fundamentos jurídicos?, haciendo hincapié en que con su conducta se había manifestado contra las acciones del Presidente y no las de su esposo. Por tanto aceptaba divorciarse por mutuo disenso, no por la injuria grave que le enrostraba Fujimori. En su escrito Susana reintroducía la separación de bienes pactada en 1993 sobre los cinco inmuebles y el fundo agrícola, pidiendo al juez designado, Germán Aguirre Salinas, que dictaminara de inmediato ?la suspensión de los deberes de cohabitación?. Sobre los cuatro hijos, al ser Keiko e Hiro mayores de edad, Higuchi exhortó al juez a pronunciarse sobre la tenencia de Sachi y de Kenyi, todavía menores, rogando que escuchara sus opiniones. Sobre el régimen alimentario Susana proponía que el magistrado lo determinara en virtud de los ingresos de cada uno de los cónyuges. Como Hiro y Keiko estudiaban en Estados Unidos, una solución salomónica transitoria intervino rápidamente. Kenyi se quedaría con el padre y Sachi con la madre. El pleito se mantenía indisoluble sobre el fondo, ya que el juez inclinó la balanza hacia Fujimori en detrimento de Higuchi. Susana apeló el 4 de septiembre de 1995 y obtuvo razón. El juez desoyó a su tribunal de tutela, desechando revocar el fallo, motivando un segundo recurso de Susana quien, en plena campaña para la alcaldía de Lima, le tendía la mano al presidente. En su recorrido por los mercados urbanos el 24 de octubre, socarrona les decía a la gente del mercado Señor de los Milagros, uno de los santos que concita mayor devoción en el Perú, que estaba allí para ver si el cielo le enviaba una ayuda que concitara un acercamiento matrimonial. El profundo catolicismo, el rencor y la remota tradición nipona le tironeaban su fuero íntimo, haciéndola reticente a romper una unión que los formulismos atávicos del Oriente disponían que debía continuar no obstante la extinción del amor. Los dioses y Fujimori estaban en otra cosa. No escucharon los ruegos de Susana. La justicia en primera instancia hizo suya, definitivamente, el 16 de noviembre de 1995, la petición del presidente. Dictaminó el divorcio por injuria grave e Higuchi se desplomó. Conectada a una sonda, con máscara de oxígeno y en una profunda depresión, sumida en un sueño sedado, fue la foto de cubierta de los medios peruanos el 1 de diciembre de 1995, obtenida en la sala de terapia intensiva del Hospital Loayza de Lima. Susana salió en carne y hueso a disipar la cortina de humo. ?No sufro dolencia alguna, sólo estuve en el hospital para un chequeo de rutina por mis tiroides?. El 28 de diciembre de 1995, Susana continuó perdiendo terreno político. Aceptó ceder el mando de la Fundación para los Niños del Perú a su hija mayor, Keiko, quien ya ejercía de Primera Dama. La salud de Higuchi empeoraba. Un fuerte dolor en el pecho la empujaba de nuevo al hospital en esas fiestas de fin de año, estando sus hijos varones con el padre y las mujeres a su cabecera, pero seguidas por un torrente de guardias presidenciales. Repuesta, consagró los meses de enero y febrero a preparar su recurso extraordinario ante la Corte Suprema contra el divorcio por injuria grave. El 28 de febrero de 1996 pidió la casación para ?que se subsanen los vicios procesales en los que se ha incurrido desde que acepté allanarme al pedido de divorcio de mi esposo y se arribe por fin a una sentencia legal que declare la disolución de nuestro vínculo conyugal sin necesidad de violar principios fundamentales que sustentan nuestro Estado de Derecho?. A los tres meses, los jueces de la Sala Civil de la Corte Suprema de Perú, por cuatro votos contra uno, hicieron cosa juzgada el divorcio por injuria grave, condenando a Susana Higuchi al pago de una multa por los costos originados en la tramitación de la sentencia.

17 de mayo de 1997

Golpeada por su derrota en el divorcio Susana dio un paso atrás en la controversia política, optando por no postularse a la alcaldía de Lima, manteniendo en cambio una guerra de baja intensidad contra las medidas del presidente. El resto de 1996 pareció enfrascarse en la redacción de sus memorias, anunciando dos tomos. En el primero prometía incluir la campaña electoral de 1990 y su paso por la Casa de Pizarro, anticipando nuevos datos para su denuncia sobre la reventa clandestina de ropa usada donada por el Japón, añadiendo una partida de 180.000 dólares esfumada en los redaños del poder, una velada acusación suplementaria contra la hermana del presidente, Rosa Fujimori, esposa del embajador del Perú en Japón, Víctor Aritomi. Los líos conyugales ocuparían tanto el primero como el segundo volumen, rematando éste último con los entretelones de su trun -ca experiencia electoral, tanto por aspirar a la Presidencia como a la alcaldía de Lima. Sus labores literarias no le impidieron pronunciarse en contra de la creación del Ministerio de Promoción de la Mujer y Desarrollo Humano, a su entender una estratagema propagandística de Fujimori para capturar la voluntad de las mujeres más pobres en trueque por la adhesión política al régimen. Tampoco estuvo ausente de las peripecias del copamiento de la Embajada de Japón por parte del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru (MRTA), el 17 de diciembre de 1996, una ocupación que duró cuatro meses, saldada en un baño de sangre el 22 de abril de 1997. Lo condenó vivamente criticando a Montesinos, pues fue sorprendido por el ataque a pesar de indicios concordantes que indicaban que algo se tramaba para ese día en la gran fiesta en que se celebraría el cumpleaños del emperador Akihito de Japón, una conmemoración equivalente al ?día de la raza? de la milenaria estirpe de Yamato. En esos meses Susana Higuchi no dejaría de patentizar el ?extravío? de los registros de la guardia presidencial en el Palacio de Gobierno. Allí estaban asentados los movimientos de espionaje del personal de seguridad, en el monitoreo de su trayectoria política. También en ese período asumiría la defensa pública de Ana Kanashiro, la jefa del Instituto de Bienestar Infantil, destituida e intempestivamente encarcela por supuestos delitos de peculado en perjuicio del Estado, que resultaron falsos, un escándalo que obligó a Fujimori a otorgar la gracia presidencial para aventar sospechas de un arreglo de cuentas entre sus hermanos y Montesinos en las cloacas de la presidencia. El 17 de mayo de 1997 Susana fue captada nuevamente por los flashes, esta vez en el patio de la Universidad de Boston, en Estados Unidos. Su hija Keiko se graduaba como administradora de empresas. La madre estaba feliz y escuchó sin inmutarse cómo su hija faltaba a la verdad en el discurso de recepción del diploma, agradeciendo a su abuelo materno haberle financiado los estudios. Ambas sabían que no era cierto, pero la mentira piadosa había sido pactada para cubrir a Fujimori, que con su sueldo de 2.000 soles al mes, bastante menos de mil dólares, no podía financiar la formación universitaria en el extranjero de sus hijos de la que hacía gala. Era Montesinos quien pagaba desde una cuenta secreta en Panamá, un dato que recién saldría a la superficie cuando cayera el régimen tres años más lejos. En abril de 1998 la autobiografía se hacía esperar. Sobre esa incógnita, Susana amenazaba con aspirar por segunda vez a la alcaldía de Lima, reinstalándose en el quehacer político, pero fue nuevamente vilipendiada por la autoridad electoral que no le reconoció a su movimiento, Armonía Siglo XXI la cantidad de firmas necesarias para ser admitido. Para candidatearse tuvo que esperar hasta las elecciones de 2000, con la dictadura en bancarrota, y ya divorciada, fuera del alcance de la arbitraria ley que impedía a los familiares y cónyuge del presidente postularse. Recién entonces el Jurado Electoral la aceptó que se presentara en una lista para diputada.

19 de noviembre de 2000 En medio de la agonía del poder ejecutivo encabezado por su ex marido, Susana Higuchi fue investida parlamentaria el 24 de julio de 2000. Se puso a trabajar en un proyecto de ley que venía acuñando de larga data, el de un plan de vivienda que le permitiera a los peruanos de menos recursos acceder al sueño de la casa propia. No por ello desatendió el fogoneo de sus denuncias contra la corrupción, apuntando al nepotismo del presidente que aparejara una exención impositiva relativa a la importación de autos usados, en beneficio del principal comerciante en la materia, su hermano Santiago. Susana sostuvo al candidato presidencial de la oposición, Alejandro Toledo, objeto de una campaña de demolición por parte de su ex marido y del ?monje negro?, Montesinos. Keiko, virtual Primera Dama en su reemplazo por voluntad de Fujimori, tomó partido por su madre contra Montesinos, pidiendo públicamente a su padre que lo destituyera. Paralelamente, Susana aceptó por primera vez ante la prensa relatar las sesiones de tortura a las que había sido sometida a lo largo de esos años, para hacerla desistir de intencionalidad política. Con el tiempo llegaría a enumerar unas quinientas. Su relato era desgarrador. La aplicación de la picana eléctrica, golpes y sesiones de electroshock que llegaron a durar semanas enteras hasta dejarla en coma, segaban la lectura de los títulos de los titulares. ?No sé si la orden de que me maltrataran vino del propio Fujimori, lo cierto es que siempre han querido

silenciarme, he sido amenazada en múltiples oportunidades por el propio Vladimiro Montesinos, porque yo sabía muchas cosas que ahora están saliendo a la luz?. Se refería por enésima vez a los negociados de la ropa usada, a los constantes viajes al exterior de los familiares de Fujimori con equipajes rebosantes de dólares, al autogolpe de 1992 perpetrado por su marido para eternizarse en el poder, a la represión ilegal, los enrredos con el narcotráfico y la compra secreta de armas. Paralelamente, no podía olvidar la disolución de su matrimonio y la descomposición familiar, y el uso de sus hijos como elemento de presión algo que, a juicio de Susana, tuvo a Montesinos como un perverso mentor. ?Montesinos no sólo fue el causante de mi divorcio, sino que además destruyo a mi familia, desde que él apareció en nuestras vidas todo se fue al tacho, no sé cómo embaucó a mi ex esposo y nos sustituyó a todos los que en un inicio éramos los colaboradores de Fujimori, luego confabuló en mi contra y me fue haciendo a un lado hasta que logró que el lazo que nos unía se rompiera, incluso me puso en contra de mis hijos lo cual fue muy doloroso. Ahora estoy preocupada por la seguridad de Keiko y creo que su vida corre peligro. Le he dicho que se vaya del país pero no quiere?. Fujimori le había disputado los hijos a partir del uso del poder y del dinero. Manipuló los tribunales para divorciarse según sus intereses doblegando a Susana, descargando el fardo de la autoría de la agresión en ella, absolviéndose de los agravios. Dispuso que el poder legislativo dictara una ley para inhabilitarla políticamente. Conspiró armando una gran traición para vengarse por la condición superior de Susana, situación que se revelaba claramente en los planos material e intelectual. Al inicio del matrimonio ella era la inteligente y la que tenía el dinero, y eso le resultó insoportable a Fujimori porque le impedía cumplir su rol social según los preceptos tanto en la sociedad oriental como occidental. Abusando de su esposa la usó, se apropió de todo lo que le correspondía, y luego la reemplazó por Montesinos que le aseguraba poder y dinero, que no lo humillaba porque era hombre y socio, pero al que también exprimió y, cuando ya no le fue útil, también lo desechó, vengándose. Porque fue probablemente Fujimori el que filtró el primer vladi-video que llegó a la prensa el 14 septiembre de 2000, mostrando al congresista opositor Alberto Kouri vendiéndose al gobierno por 15.000 dólares desembolsados por Montesinos. Puesto en evidencia, Montesinos escapó a Panamá el 23 de septiembre de 2000. Volvió a Perú, desafiante, exactamente un mes después, tratando de chantajear al todavía presidente Fujimori para negociar su impunidad, pero la quiniela no arrojó los resultados esperados. Se difuminó por vía marítima hacia Venezuela, perdiéndose las huellas el 29 de octubre. El 16 de noviembre siguiente Fujimori optó por una salida similar, asegurándose un refugio político en Japón, desde donde envió su renuncia tres días más tarde por correo electrónico. El 10 de diciembre de 2000 se acostó a dormir como peruano en el Hotel New Otani de Tokio, despertando al otro día con la nacionalidad japonesa. A las pocas semanas se fue a vivir a un cómodo apartamento vecino, en alguno de los treinta pisos del Garden Tower del barrio de Okasaka, donde, a los 63 años, recibe las asiduas visitas de una esbelta y desconocida mujer, cuya blancura no ha pasado desapercibida. Sostenido por los nostálgicos del fascismo inherente a ciertos dinosaurios del Partido Liberal Demócrata (PLD), hegemónico en la política nipona, Fujimori no tiene razones para inquietarse. La buenaventura le sonríe. Almas afines velan por el flamante ciudadano asiático. Sus relaciones políticas parecen bien estructuradas. La escritora de novelas sentimentales Ayako Sono, vinculada al ultranacionalismo japonés, su esposo, Shumon Miura, el universitario Kazuo Ijiri, partidario del expansionismo nipón, el alcalde de Tokio, Shintaro Ishihara, adicto al neocolonialismo asiático, y el diputado del pequeño partido Alianza Liberal, Torao Tokuda, le han conseguido financiamiento para el sustento diario y el portal de Internet con el que, transoceánico, navega en aguas de la política peruana, supuestamente valorando la oportunidad de dar un zarpazo y resurgir como por encontamiento en Lima. Anuncia un libro autobiográfico de su lucha contra el terrorismo, subiéndose a la pasarela de moda que instauraron los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Lo protegen el actual primer ministro, Junichiro Koizumi, la Cancillería y el ministro de Justicia, Masahiko Koumura quien, además de otorgar a Fujimori la nacionalidad japonesa cuando había sido recibido como Presidente del Perú -hecho que fuera reconocido por el Parlamento y el emperador- restituyó la nacionalidad japonesa, con velocidad de prestidigitador, a Victor Aritomi, ex embajador peruano en Tokio y cuñado de Fujimori, salpicado por el tráfico de ropa usada denunciado oportunamente por Susana Higuchi. El 23 de junio de 2001 Montesinos fue capturado en Caracas y extraditado a Perú, amenazando con otros treinta mil vídeos como el que mostraba al congresista Kouri pasándose de bando por un puñado de dólares, con el propósito de atajar y disolver las imputaciones de narcotráfico, enriquecimiento ilícito, comercio ilegal de armas, abuso de autoridad, defraudación tributa-ria, torturas, usurpación de funciones de mandatario, tráfico de influencias y asesinatos por las que está procesado y en detención preventiva. Bajo las cámaras ocultas del SIN, chapoteaban en el fango de la corrupción funcionarios en activo, políticos oficialistas y de la oposición, artistas, periodistas y magistrados, pautando diez años de saqueos de almas y bienes. El autor de semejante producción fílmica dijo haber obedecido órdenes de Fujimori y fustigó a Keiko por haberle robado el vídeo que el movimiento político liderado por su madre, vía el congresista Fernando Olivera, encendió en los televisores peruanos el 14 de septiembre de 2000, marcando el fin de la dictadura. Hoy afronta unas 160 querellas, que se añaden a 52 sumarios ya incoados, que lo involucran en ilícitos del más variado calado junto con otras 500 personas, con un botín calculado en más de 270 millones de dólares depositado en cuentas suizas, arrastrando también a la cárcel a su amante, Jaqueline Beltran. Denunciado por la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos (CONADEH), organismo que agrupa a más de 30 ONG por genocidio, tortura,

terrorismo, lesiones graves y homicidios calificados, a los 56 años, Montesinos podría percibir, fácilmente, un horizonte encarcelado por el resto de sus días. El panorama es momentáneamente mucho más halagador para Fujimori exiliado en Japón, país que al reconocerle la nacionalidad, niega su extradición. Diego García Sayán, ministro de Justicia en el gobierno de transición presidido por Valentín Paniagua, que sucedió a Fujimori, es ahora canciller del flamante presidente democrático, Alejandro Toledo, quien finalmente el 7 de junio de 2001 tuvo elecciones limpias y ganó. García Sayán es un jurista peruano que ocupa funciones en el sistema de derechos humanos de la ONU y no es ajeno al pedido de extradición de Fujimori por crímenes de lesa humanidad. La imputación que ya ha vehiculizado tres pedidos de captura por la Interpol se basa en las convenciones internacionales contra la tortura y el genocidio, y en la Convención Interamericana contra la Desaparición Forzada de Personas. La solicitud parte de una moción constitucional votada por el Parlamento, a consecuencia de una comisión investigadora que calculó en 5.000 los desaparecidos y nombró una Comisión de la Verdad para esclarecer el pasado, declarando la ?la incapacidad moral permanente de Fujimori?. Al ex presidente se lo sindica como coautor de matanzas de estudiantes y pobladores con falsos justificativos antiterroristas, y se lo señala también como responsable de grupos paramilitares en cuyo mando delegó a Vladimiro Montesinos, que en uno de los terribles vídeos, como dirigiéndose a la cámara oculta, le hace puntería al sillón de cabecera de la sala especialmente acondicionada diciendo, ?todo sale de acá?, donde minutos después Fujimori tomaría asiento al entrar en escena. Declarado reo en rebeldía por la Corte Suprema del Perú en agosto de 2001, su renuncia por correo electrónico fue rechazada, réplica que redundó en el reforzamiento de la persecución penal por abandono del cargo e incumplimiento de los deberes de presidente. Este desenlace no pudo ser imaginado por Susana Higuchi el 24 de julio de 2000, al asumir como diputada. Ella juró como parlamentaria en nombre de su familia, por los peruanos, la verdad, los niños y los ancianos. Le debe a la historia la prometida autobiografía y deberá dilucidar si el camino político que le falta por transitar, ahora sin Fujimori como enemigo, cobrará otra dimensión que el ya recorrido.

fuentes 1. Sally Bowen, El expediente Fujimori, Perú Monitor, Lima, 2000. 2. Diarios El Comercio, La República, Liberación, Síntesis, Tiempos del Mundo y Expreso, Lima y semanario Caretas, Perú, notas de Leonor Pérez en el diario Milenio de México, diario Clarín, Buenos Aires, El Periódico de Catalunya, Barcelona y El País, Madrid. Cables de la agencia española EFE.

ALICIA RAQUEL HARTRIDGE

24 de marzo de 1976 ?De ninguna manera me pienso mudar hasta que no saquen el cadáver de ésa?. La voz de quien oficiaba de dueña de casa se hizo notar por encima del bullicio. Habían pasado algunos meses desde que el 24 de marzo de 1976 fuera derrocado el gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón en Argentina, pero el dictador Jorge Rafael Videla tardaba en mudarse de la guarnición militar de Campo de Mayo, la más importante del país, a la quinta presidencial de Olivos, ambas en puntos distantes de los alrededores de Buenos Aires. Las razones de la espera provenían de su esposa, Alicia Raquel Hartridge, que una tarde posterior al golpe de Estado, recibía a familiares y amigos, para celebrar el cumpleaños de su nieto, hijo de María Cristina, la mayor de sus siete hijos. En el grupo predominaban mujeres y algunos pequeños, arremolinados entre sillones y mesas como le gustaba a la anfitriona. Tomaban té, refrescos y comían galletitas dulces y sándwiches. Atendía a los convidados una empleada de 14 años, devota y silenciosa. La conversación ilustraba una escena de gente paqueta y de piel blanca, servida por una muchacha de tez mate y precariamente vestida. La deslavada escenografía la constituían los lúgubres decorados de un gabinete del Ejército, en el cuartel más protegido de la Argentina. Estaban todas las ex compañeras de colegio de María Cristina, que había viajado con su hijo desde la norteña provincia de Tucumán. La despectiva referencia estaba dirigida a los restos de Eva Duarte de Perón, ?Evita?, aquella joven actriz de radioteatros salida de un pobre hogar campesino de la provincia de Buenos Aires, quien se convertiría en la mítica esposa del general que reinó durante cuarenta años en la vida política argentina. El 26 de julio de 1952, a la edad de 33 años, Evita sucumbió a un cáncer. Embalsamada, la difunta soportó vejámenes y tétricos traslados desde el derrocamiento de Perón en 1955. Exhumada de una bóveda apócrifa en un cementerio italiano, le había sido devuelta en 1971, cuando el líder ?justicialista? culminaba su exilio en Madrid, de donde la mandó repatriar en 1973, una vez reinstalado en la primera magistratura. Esa tarde de 1976, descansaba en la capilla de la residencia presidencial de Olivos, junto al propio Perón, muerto el 1 de julio de 1974. El odio de Alicia Raquel Hartridge para con Evita no fue lo único que dejó sorprendidas a las concurrentes al refrigerio. El esmero de la sirvienta que se ocupaba de grandes y pequeños llamó la atención, hasta que alguien preguntó quién era. Con ella, Alicia fue también transparente en sus impiadosos afanes: ?Es adorable, quiero hacerme cargo de esta niña y estoy tratando de que la madre me conceda la tutoría. Le he dicho y no quiere saber nada. Es una barbaridad, no entiendo por qué. Esta chica, donde vive, no tiene ninguna posibilidad de nada y acá conmigo va a estudiar y yo la voy a hacer alguien útil?. Una interlocutora osó replicar que la madre tenía razón, estimando normal que no quisiera, porque su pobreza no era motivo para perder a su hija. Alicia Raquel no se amilanó. Recalcó que era normal que otro ser se desprendiera de su hijo si no le podía dar un rumbo conveniente y correcto en la vida. Con el transcurso de los años, una de las invitadas comprendería que había sido testigo privilegiada de frases reveladoras de la cruel filosofía que animaba a la esposa de uno de los triunvi-ros de la Junta Militar gobernante. Denigrar el calvario de Evita, venerada por varias generaciones de argentinos, cuyos restos fueron vehículo de represalias, venganzas amenazas y tráficos de índole diversa durante casi veinte años, convalidaba la apropiación del cuerpo del adversario político, practicado con Eva Perón por las dictaduras militares precedentes, multiplicado por miles en el fenómeno de los desaparecidos, que atropelló la Argentina pisoteada por las botas de Videla. Y pronunciando esas palabras, en ese lugar y fecha, apuntando a la muchacha que atendía la fiesta, la esposa del tirano añadía su profundo desprecio por la maternidad ajena, de la que hiciera gala el régimen militar de turno, ensañándose con una compatriota fruto del mestizaje, ?los negros?, como los estigmatiza la humillante jerga de las clases dominantes en Argentina. Las dos anécdotas abrevaban en el origen humilde, tanto de Evita como de la sirvienta de los Videla. Confluían en disponer la propiedad de las personas oriundas de un sector político o social diferente, tenido por más débil y considerado inferior, susceptible, por su número, de cuestionar el poder de la élite gobernante de la que formaban parte Alicia Raquel Hartridge y sus amigas. Pero lo sucedido cobraba ribetes macabros porque acontecía a pocos metros de un centro ilegal de detención. Tales mujeres y niños departían muy cerca de la maternidad clandestina que funcionó en el perímetro de Campo de Mayo, que abrigó

uno de los principales campos de concentración en el que las Fuerzas Armadas implantaron su sistemático plan para adueñarse de unos 500 hijos de desaparecidos. Campo de Mayo congrega el destacamento más numeroso del Ejército a unos 30 kilómetros de la Capital Federal. La dictadura comandada por el teniente general Videla, había implantado en su interior uno de los 340 centros ilegales de detención que operaran entre 1976 y 1983. Lo denominaron El Campito, ?lugar de reunión de prisioneros?, con dependencias aledañas para interrogatorios y torturas conocidas como La Casita. Allí funcionaba también el Hospital General 602, que en la actualidad lleva por nombre ?Dr. Juan Madera?. Ahí tenían lugar los partos de la detenidas, cuyos hijos serían dados en adopción secreta a integrantes de las Fuerzas Armadas o al círculo de sus allegados, pasando a eliminar sin transición a sus verdaderos padres. De momento se han reconstruido 182 casos, consiguiéndose la restitución de 71 de aquellos bebés a sus familias sanguíneas. Forman parte de los 15.000 desaparecidos que el Estado ha censado a lo largo de casi dos décadas desde que se recuperó la democracia, de los 30.000 que se calcula han sufrido ese trágico destino. Ahora, a 26 años del comienzo de las atrocidades que su esposa aludiera con su elíptico lenguaje, Jorge Rafael Videla, por haber sobrepasado los 70 años de edad, cumple arresto domiciliario. Sus peripecias judiciales han sido fragosas. En 1985 fue condenado a reclusión e inhabilitación absoluta y perpetuas, por la Cámara Federal de Buenos Aires, que lo encontró culpable de 66 homicidios agravados por alevosía, en concurso real con privación ilegal de la libertad, acrecentada por amenazas y violencia en 306 ocasiones, aplicación de tormentos en 93 oportunidades, en concurso real con torturas seguidas de muerte en cuatro de esos casos, y 26 robos. La Corte Suprema de Argentina confirmó el fallo en 1986 y Videla fue a una confortable prisión militar hasta que el otrora presidente constitucional, Carlos Menem, lo indultó el 30 de diciembre de 1990. Sin embargo, su puesta en libertad quedó trunca el 10 de junio de 1998, al imputársele el apoderamiento de una decena de menores hijos de desaparecidos, y supresión de sus identidades, justamente en las instalaciones militares de Campo de Mayo. Pero el adueñamiento y cambio de identidad de bebés nacidos en cautiverio, delitos imprescriptibles para la legislación internacional, no habían sido tomados específicamente en consideración en la condena a cadena perpetua contra Videla y sus correligionarios de las Juntas Militares en 1985. Asimismo, estas figuras no fueron incluidas en las leyes de amnistía promulgadas en Argentina en 1987, ni por las gracias presidenciales de 1990. Y a la nueva inculpación se la inscribió en otro contexto, como usurpador del poder político en tanto presidente de la Nación. El juicio de 1985 y por ende el perdón de Carlos Menem, se circunscribían a sus responsabilidades como ex Comandante del Ejército. Además, el 10 de julio de 2001, Videla fue procesado por la Asociación Ilícita Agravada, formada por los gobiernos militares del Cono Sur para ejecutar un plan represivo continental, el denominado Operativo Cóndor. Concretamente, se le imputa su presunta incriminación en la colaboración represiva tejida por las dictaduras de Paraguay, Chile, Uruguay, Bolivia, Brasil y Argentina, concertando un sistema coordinado para eliminar físicamente a sus opositores durante la década de los setenta. El sumario es instruido por el juez Rodolfo Canicoba Corral en los tribunales federales de Buenos Aires. Junto con Videla se hallan implicados los ex dictadores de Paraguay y Chile, Alfredo Stroessner y Augusto Pinochet, y varios militares uruguayos,(Julio Vadora, Guillermo Ramírez, José Nino Gavazzo, Manuel Cordero, Jorge Silveira, Enrique Martínez y Hugo Campos Hermida), chilenos (Pedro Espinosa y Manuel Contreras) paraguayos (Francisco Brites, Pastor Milcíades Coronel y Benito Guames) y argentinos (Eduardo Albano Harguindeguy y Carlos Guillermo Suárez Mason). Jueces de Italia, Alemania y España, lo han inculpado por desapariciones de ciudadanos de esos países en particular, y por delitos de jurisdicción universal como el genocidio y la tortura. El ostracismo actual de Jorge Videla es absoluto. Vive en un departamento de un quinto piso en el 639 de la avenida Cabildo, en la Ciudad de Buenos Aires, y es su mujer Alicia Raquel quien todos los meses retira de una sucursal bancaria la pensión que le corresponde como oficial del Ejército destituido, equivalente a la de un fallecido. No recibe utilidad por Presidente de la Nación. La justicia le negó tal beneficio debido a que atentó contra el orden constitucional y la ley rige para los ex Jefes de Estado electos bajo imperio de la Carta Magna. Sus únicas declaraciones públicas, después de conducir los tramos más espantosos de la barbarie, las emitió en 1993. Fue en una cena de camaradería con sus colegas de armas, en la sede de la Asociación de Socorros Mutuos de las Fuerzas Armadas. Reprobó que la sociedad lo erigiera en ?chivo expiatorio? para ?pagar supuestas culpas?. Argumentó ante los nostálgicos del crimen que lo escuchaban, que no deberían costear o retribuir a la Nación por haber ejercido la represión, ?sino haber cobrado un precio?. Éste debió ser, también, su mensaje a la treintena de manifestantes que fueron a saludarlo, desde la calle, en el aniversario del golpe militar el 24 de marzo de 2001. Los actores de telenovela Fernando Siro y Elena Cruz (candidata a diputada por Alianza para la República, el partido animado por el ex ministro de Economía Domingo Cavallo, causante principal de la actual crisis argentina) aparejaron la manifestación. Videla salió al balcón para saludar. A su derecha, como de costumbre, estaba su mujer, Alicia Raquel Hartridge, sonriente, posando para la posteridad.

7 de abril de 1948

Desde el comienzo de su juventud y carrera militar, hasta en el encierro domiciliario presente, a los 77 años, Jorge Videla es blanco de la más virulenta condena social, a la que no pudo eludir ni en sus días de libertad cuando revindicó reembolsos por haber reprimido. Siempre tuvo a su lado a esa mujer, cínica e implacable detrás de un antifaz de bondad, y que fue la primera mujer que conoció apenas salió del Colegio Militar en 1944, cuando tenía 20 años. Alicia Raquel Hartridge Lacoste conoció al teniente Videla cuando era una joven estudiante de magisterio, cuya madre había muerto de cáncer cuando ella tenía diez años. Hija de un conservador descendiente de ingleses, nació en Morón, provincia de Buenos Aires, el 28 de setiembre de 1927. Durante el verano de 1946, antes de que su padre fuera designado embajador en una confusa tarea diplomática, lo acompañó a El Trapiche, un pequeño pueblo de la provincia de San Luis, en el noroeste del país, de bellísimos parajes y con un clima único en la región. Samuel Hartridge y sus dos hijas mayores, María Isabel y Alicia Raquel, iban invitados a pasar unos días en la casa de vacaciones del caudillo del partido conservador de la provincia, Reynaldo Pastor, quien veinte años más tarde cobraría estatura internacional como embajador argentino en Portugal, durante la dictadura militar que el general Juan Carlos Onganía instauró en 1966, tras derrocar al presidente Arturo Illia. Transcurridas las celebraciones para acoger el nuevo año 1946, el subteniente Videla también llegó al pueblito, desde su destino castrense en Salta, provincia del noroeste argentino, a pasar otro verano en la residencia de descanso que su padre tenía desde el año 1940. Amigo de los Pastor, Videla tenía la misma edad que Carlos Washington Pastor, el hijo del caudillo, regresado de la Fuerza Aérea y que durante la dictadura de Jorge Rafael fue designado ministro de Relaciones Exteriores y Culto. Los dos muchachos recibieron expectantes la llegada del invitado con sus dos hijas porteñas y las conocieron en una fiesta de agasajo, en la capital de la provincia. Al hilo de los encuentros furtivos de las vacaciones, el aviador conquistó a María y el subteniente sedujo a Alicia. Las dos parejas se casaron. Jorge y Alicia lo hicieron el 7 de abril de 1948, después de un año de noviazgo durante el cual el joven pasaba a buscarla por su domicilio en Morón, en los suburbios de Buenos Aires, llevándola a pasear con la autorización de su tío Raúl Calcagno que, ante la repetida ausencia de su padre por sus actividades diplomáticas en el extranjero, oficiaba de tutor junto con su esposa, hermana de la madre fallecida de Alicia Raquel. Su tía le señaló que Jorge Rafael era muy feo, flaco y narigón, y que le costaba creer que se iba a casar con ese hombre tan poco atractivo. Contra todos los pronósticos familiares, la hija del recién nombrado embajador en Turquía contrajo enlace, a los 19 años, con el descendiente de una familia de militares de neto corte conservador. Jorge Rafael Videla había nacido el 2 de agosto de 1925 en Mercedes, provincia de Buenos Aires, y portaba los nombres de sus dos hermanos mellizos muertos de sarampión en 1923. Sus padres, Rafael Eugenio, capitán del Ejército y María Olga Redondo, ama de casa, le inculcaron ese estilo ascético que lo haría patéticamente famoso, y que enmascaraba un temperamento sanguinario, artífice del drama que se abatió sobre la Argentina. Su formación católica y el aspecto glacial que trasmitía, ? elusivo y penumbroso? en sus modales, disimularían la impronta bárbara de sus antecesores, estancieros de la pampa húmeda y militares fieles a sus designios, que en 1879 exterminaron a los originarios indígenas que poblaban el pedazo más rico del suelo nacional. El teniente general Videla no sería un pobre hombre, situado por una casualidad histórica en el centro de gravedad de la más salvaje dictadura latinoamericana, sino el heredero de una generación de cristianos inquisitoriales, alentados por las ideas más reaccionarias que han mantenido en intermitente desestabilización a la Argentina. En su condición de presidente de facto entre el 24 de marzo de 1976 y el 29 de marzo de 1981, se adhirió por escrito a la Confederación Anticomunista Latinoamericana. Celoso de la disciplina y de los reglamentos, soldado hasta la exasperación, no trascendería por sus luces de estadista, sino por la catástrofe que desencadenó. Investido de la redentora fajina que le encomendara el Ejército, de la cual no se arrepiente, desconoce los órganos judiciales que lo han condenado, desechando, en junio de 1987, pedir la autorización que se acuerda a los reclusos para asistir al sepelio de su madre. En el naufragio de su vejez prosigue un perpetuo presente, trotando en la cinta fija de su apartamento porteño.

verano europeo de 1947 En la biografía escrita por los periodistas argentinos María Seoane y Vicente Muleiro, Videla se empeña en destacar que no tuvo vocación ni formación política. Acentúa una supuesta inclinación ideológica por la no-política que, en verdad, encubre una voluntad de poder concreta y nefasta, como se verá emerger en el apogeo de su desempeño militar. La armadura doctrinaria de Videla tuvo génesis en las influencias que recibió de sus padres, de Reynaldo Pastor y del padre de Alicia que, hasta su muerte, fue quien cebó en su hija el más febril antiperonismo. En esa atmósfera, la nota biográfica de Samuel Alejandro Hartridge es relevante. Nieto de uno de los primeros marinos mercantes ingleses, enarboló la bandera argentina para conseguir una de las

iniciales matrículas de navegación que otorgó el Ministerio de Marina, en la segunda mitad del siglo xix. Samuel tuvo por abuelo materno a un ingeniero inglés que revistó en la Armada. Enrolado en el Ejército Argentino, obtuvo el grado de coronel tras la Campaña del Desierto mediante la cual se aniquiló a los indígenas, sellando el dominio colonizador de los descendientes de españoles, sobre los aborígenes oriundos del territorio argentino. Criado en una familia que nunca se apartó del temple flemático, heroico y conservador, Samuel se insertó en las conexiones de su familia con la oligarquía terrateniente que había derrocado al popular presidente Hipólito Irigoyen, el 6 de septiembre de 1930. Este golpe de Estado tuvo por cometido retomar la senda del modelo agro exportador de la Generación del 80, en el siglo anterior, que estructuró la dependencia neocolonial del país, sujetándolo a los intereses británicos. Desde 1932 hasta 1946, el padre de Alicia, con su título de profesor de Física y Química como única habilitación profesional, deambuló por varias reparticiones estatales de las sucesi-vas administraciones de la ?década infame? que ensombrecieron a la Argentina, luego de la caída de Irigoyen, en 1930. Fue el gobierno militar del general Edelmiro J. Farrel instaurado en 1943, el que lo invistió, dos años más tarde, como delegado consejero a la Conferencia de las Naciones Unidas de San Francisco. Si bien su paso por la recién nacida ONU fue muy breve, la experiencia lo acercó a su destino deseado: pertenecer al Servicio Exterior de la República. A pesar de su íntimo origen conservador, gracias al cual recalara temporariamente en el directorio del Banco Central, uno de sus puestos en aquella época, el peronismo no significó para él impedimento alguno. El mismo presidente Juan Domingo Perón y su canciller Juan Atilio Bramuglia lo nombraron, el 10 de diciembre de 1946, Enviado Extraordinario y Ministro Plenipotenciario de Primera Clase. El Senado acordó el pliego y el profesor Hartridge quedó al mando de la Legación Argentina en Turquía, a partir del 2 de abril de 1947. Radicada en Ankara, a 200 kilómetros de Estambul, la ofici-na diplomática en manos del nuevo embajador remitía a Buenos Aires informes económicos y políticos sobre la situación en el Cercano Oriente. Cada 15 días, los consejeros de la oficina diplomática examinaban los movimientos geopolíticos de los países comunistas y describían, en detalle, las posibles conspiraciones que veía la embajada norteamericana por parte del bloque soviético. De todos los informes notificados durante los dos años que este despacho estuvo bajo el paraguas del padre de Alicia Raquel, ninguno lleva su firma y, en su legajo personal, sólo se consignan pedidos de traslados por enfermedad y discordias, comunicadas a la Cancillería a raíz de los desastres que le hacían los miembros de carrera de la dependencia diplomática bajo su jefatura. Los desplantes se presentaban desde todos lados y, quizá uno de los más duros, fue la respuesta que recibió a su pedido del 27 de junio de 1947. La petición, dirigida al Ministro de Relaciones Exteriores solicitaba autorización para viajar a Roma ?con el sólo propósito de saludar a la señora del Excmo. Presidente, doña Eva Duarte de Perón, en su visita al Santo Padre y al gobierno de Italia, y si me fuera permitido, incorporarme a su séquito?. El telegrama, que no tardó en llegar, le participaba escuetamente que no era necesaria su presencia junto a la Primera Dama. A lo largo del verano europeo de 1947, entre junio y agosto, Evita recorrió en tren y avión España, Italia, el Vaticano, Portugal, Francia y Suiza. Varios diplomáticos en sus puestos europeos se desplazaron para formar parte de su comitiva, de la que estuvo ausente Samuel Hartridge. La indiferencia que había en Buenos Aires ante su actuación, se transformó en curiosidad cuando llegaron las reiteradas críticas a su personal, y los descargos de sus subordinados. Uno de ellos, Jorge Escalante Posse, previno a Buenos Aires sobre la deteriorada salud de Hartridge ?posiblemente por el clima de altura de esta ciudad y tal vez por motivos familiares, ante la soledad en que se siente, a su edad, alejado de sus hijos, que le hace reflejar un disconformismo permanente?, deduciendo que ello explicaría ?actitudes agresivas, como la que acaba de efectuar ante Vuestra Excelencia al formular apreciaciones sobre los funcionarios, que prestamos servicios en esta jurisdicción y que no coinciden, en absoluto, con la realidad?. El cónsul general en Estambul, Carlos Rafael Piñeyro, de paso por Buenos Aires, se explayó sobre el ?panorama anormal? que atravesaba Hartridge al frente de la embajada. A mediados de noviembre de 1948 sometió un informe, en el contexto de su mandato, ya que por debajo del rango consular que ostentaba, cumplía órdenes como agente de la División de Informaciones de la presidencia, germen del Servicio de Inteligencia con que se dotaría el Estado después de 1955. Había llegado a Estambul hacía menos de un año y venía de cumplir una ?misión reservada? en Dinamarca encargada por el presidente Perón, cuyo propósito era el traslado de alemanes desde Copenhague hasta la Argentina. Denunciado por la prensa internacional, Perón lo desplazó a Turquía, en donde Piñeyro colaboró con una investigación sumarial que había comenzado en Buenos Aires y que involucraba a Hartridge. Resultó que a partir de una denuncia del senador mendocino Alejandro Mathus Hoyos y de un ex cónsul en Beirut, la Dirección Nacional de Migraciones abrió un sumario por corrupción, duplicación de radicaciones y turbios manejos en el ingreso al país, de miles de ciudadanos europeos que escapaban de la crisis de posguerra. Con la ayuda de un inspector de embajadas y legaciones, el senador pudo desenterrar una estructura vinculada a la política inmigratoria antisemita del gobierno peronista, destapando las intervenciones de la presidencia para el ingreso de alemanes al país, entre ellos varios oficiales de la SS.

Con posterioridad al viaje de Piñeyro a Buenos Aires, en los finales de 1948, y al tiempo que la Dirección de Migraciones emprendía diligencias, una inspección del Ministerio de Relaciones Exteriores viajó a Turquía. En febrero de 1949 Hartridge fue indagado en Ankara; el resultado del examen aparejó su destitución el 6 de abril de 1949, debiendo volver a la Argentina. La ayuda de Reynaldo Pastor no frenó la desazón. Un memorando secreto de la Cancillería, en abril de 1951, revela que todo ocurrió ?a raíz de las graves denuncias formuladas? por el inspector que interrogó a Hartridge, sin dar, no obstante, detalles. Su informe fue extirpado de los archivos, probablemente cuando Washington Pastor ocupó el cargo de ministro de Relaciones Exterio-res de Videla, a fin de blanquear el pasado del padre de Alicia Raquel Hartridge, indudablemente relacionado, de una forma u otra, con la marejada de nazis que entraron a la Argentina después de la Segunda Guerra Mundial. En la actualidad, sólo pueden leerse dos comunicaciones banales de enero de 1949, en las que Hartridge apercibía a una agregada por su deficiente conocimiento del idioma francés, aunque en la foja de servicios de ésta no ha quedado registrada ninguna sanción, encontrándose, por el contrario, halagos escritos por el propio Hartridge. Las huellas sobre la remoción del padre de la muchacha que para esos días contraía nupcias con Videla, no son detectables en los archivos oficiales del Estado argentino y Alicia Raquel Hartridge dice ante quienes la quieran escuchar, que su padre fue embajador argentino en el Reino Unido, toda una falacia. A más de 50 años de lo ocurrido, evidentemente no se conocerá nunca lo que realmente aconteciera. Persisten los indicios que invitan a las conjeturas. El inspector que fue a interrogarlo a Ankara era un brigadier de la Aviación, Carlos Mejía, íntimo amigo del senador por la provincia de Mendoza, en el oeste del país, Alberto Mathus Hoyos quien, como se ha visto, motorizó la investigación a instancias de una extraña denuncia detonada por el consulado argentino en Beirut, cuyo contenido se desconoce. Se ha podido rastrear que el expediente por corrupción que se abrió para esclarecer los hechos protagonizados por Hartridge, que permanecen en las sombras y se suponen delictivos, recibió el impulso decisivo de Juan Atilio Bramuglia, el histórico canciller del presidente Perón, en sus sucesivos gobiernos de 1945 a 1955. El resto continúa arcano, en los paisajes del misterio. Menospreciado por Evita que no lo quiso en su comitiva y separado del servicio exterior por lóbregas delaciones, el profesor Hartridge volvió a Buenos Aires a finales de abril de 1949. Alicia Raquel lo aguardaba con una buena noticia en los brazos. Tres meses antes, el 5 de febrero de 1949, había nacido la primera hija del matrimonio, María Cristina. Al acoger a su suegro en el puerto de Buenos Aires, Jorge Rafael Videla integraba el cuadro de oficiales del Colegio Militar y le faltaban dos años para regresar como capitán.

7 de octubre de 1951 En virtud de los ascensos en su carrera y luego del nacimiento de su segundo hijo, Jorge Horacio, el 16 de mayo de 1950, los Videla se trasladaron a vivir a Hurlingham, cerca del Colegio Militar y de Campo de Mayo, en el cordón suburbano que rodea la capital argentina. En un chalet austero y acorde con las limitadas posibilidades de un militar de rango medio, Alicia Raquel ocupó cómodamente el rol de ama de casa de una familia que prometía ser numerosa. La pareja recién llegada tuvo cabido en la vida comunitaria del lugar, a través de la Iglesia. Como fervientes practicantes católicos, cumplían con creces todos los requisitos sociales para que sus vecinos los pudieran afianzar como modelo de familia. De aquella época surgen imágenes de Alicia Raquel cumpliendo, rigurosamente, el papel de esposa que trajinaba el hogar de un adusto militar. Sus vecinos la recuerdan como una mujer sociable, enérgica, dedicada al cuidado de su casa, de sus hijos y pendiente de los deseos de su marido. Con el paso de los años y los sucesivos embarazos, los estudios de magisterio quedaron relegados por la dedicación a su familia. Los primeros años de permanencia en Hurlingham serían de duro trance para los dos. A finales de enero de 1951, siete meses después del nacimiento de su segundo hijo, ella volvió a quedar embarazada de un varón. Los biógrafos de Videla revelan que, en el transcurso del nuevo embarazo, Alicia Raquel debió ser intervenida por una hernia. En esos años, la anestesia que se utilizaba para las operaciones quirúrgicas tenían un gas que, posiblemente, afectó el desarrollo cerebral del feto en gestación. Con esa secuela, Alicia Raquel dio a luz a Alejandro, su segundo varón y tercer hijo, el 7 de octubre de 1951. El niño nació con una delicada discapacidad mental que fue obstinadamente ocultada, pero que marcó a los padres para toda la vida. Una de las mejores amigas de Alicia Raquel llegó a vivir al barrio en 1951, a tres cuadras de distancia de su casa. Josefina Silveyra se había casado con un joven músico que tenía la misma enfermedad que el famoso escritor argentino Jorge Luis Borges, y estaba quedando progresivamente ciego. Ella y su esposo Carlos, alias Pampa, hicieron buenas migas sobre todo con Alicia Raquel, en tanto Videla era más parco. Como los dos matrimonios tenían hijos en edad escolar, se turnaban para llevarlos a la escuela. Al calor de los cruces cotidianos, los Silveyra evocan la activa militancia católica de los Videla recién llegados. Ya por 1955, los habitantes de la zona se habían organizado para tener una iglesia en el barrio. Alicia Raquel, fiel a su sociabilidad y empeño por relacionarse, fue la tesorera de la asociación de vecinos, mientras que Josefina y su marido ofrecían su casa para realizar reuniones, a fin de recolectar los fondos necesarios. Carlos Pampa Silveyra perdió completamente la vista y no podía movilizarse solo para recibir

las donaciones. Por tanto, los Videla lo subían al auto familiar y, con el por entonces capitán como chofer, recorrían todo el barrio consiguiendo aportes que lograran cubrir la suma necesaria para la construcción de la iglesia. La tarea llevó años de esfuerzo y Josefina señala que Alicia Raquel se hacía tiempo para todo, incluso para preparar los postres y las tortas que le gustaban a Jorge Rafael, que no era de mucho comer. Los lazos entre ambas familias se acrecentaron. Videla apadrinó al hijo mayor de los Silveyra en su ingreso al Liceo Militar, y Josefina concurría a Campo de Mayo a consolar a Alicia Raquel, quien sufría deformaciones de piernas y caderas, por el calcio que le daban en los embarazos. En 1980, cuando Carlos Silveyra, a los 57 años, se graduó de sicólogo, la Primera Dama se dirigió personalmente al colegio donde trabajaba, y le dejó en la secretaría un reloj para ciegos como regalo, con una cálida dedicatoria adoleciendo de una falta de ortografía: Pampa, para que lusca en su muñeca (debió escribir luzca). Los hombres ahondaban en confidencias. El Pampa Silveyra le pidió y consiguió que Jorge Rafael como presidente, reformara una norma educacional relativa a los profesores de ciegos como él, para garantizarles el pago de un suplemento de salario. Las mujeres comentaban las noticias de la represión. Alicia Raquel se inquietaba ante la posibilidad de que a su marido lo manipularan. Decía tener ?miedo de que a Jorge lo hayan elegido presidente para usarlo, ese es mi temor; que lo estén usando ?, descartando que el régimen hiciera desaparecer personas: ?vos no lo creas porque se han ido al exterior?. Cuando Josefina le acercó, por escrito, un caso concreto, Alicia Raquel se desentendió. Le pedía incidiera por el hijo de su amiga Mercedes Calvo de Ricci, que daba clases de catequesis en Margarita Belén, en la norteña provincia del Chaco, detenido sin causa ni control judicial y puesto a disposición del Poder Ejecutivo. La respuesta deletreea y definitiva fue el silencio. Pero lo que más perdura en la memoria de los Silveyra son los recuerdos religiosos. Consignan que, con la iglesia de Hurlingham construida, el matrimonio Videla se involucró aun más con el compromiso católico, incluso el futuro dictador se transformó en el monaguillo y colaborador del sacerdote que oficiaba las misas de fin de semana. El militar leía salmos y versículos que no demandaban ser pronunciados por el párroco oficiante. En el vecindario explican la contrición cristiana de la pareja, por el terrible dolor que ocasionaba la presencia de Alejandro, quien progresivamente empeoraba, al punto de que permanecía constantemente encerrado. Josefina, que charlaba seguido con Alicia Raquel y es una de las pocas personas que vio al niño, cuenta que ?tenía un rostro muy hermoso, era rubio y vegetaba todo el día. El problema era que al crecer se fue poniendo más violento y Alicia Raquel decía con angustia y desesperación que no hallaba manera de controlarlo en algunas situaciones. Para ella y para Jorge era una prueba que Dios les había impuesto en la vida y a la que ellos le iban a hacer frente a cualquier costo?.

1977 Pero Alicia Raquel no era la única que cuidaba de su hijo enfermo. La Congregación de las Hermanas en Misiones Extranjeras funcionaba a pocas cuadras de la casa de los Videla, y algunas de ellas trabajaban con un grupo de 30 discapacitados. El grupo era coordinado por un primo hermano de Alicia Raquel, el cura Ismael Calcagno, quien estaba a cargo de la Casa de Catequesis de Morón y era el confesor de Jorge Rafael. Las monjas francesas Leonie Duquet y Alice Domon secundaban al clérigo en las labores caritativas que impulsaban. Como parte de los programas se realizaban campamentos a los que concurrían personas discapacitadas, para realizar prácticas en algunos talleres pedagógicos. Allí iba Alejandro, enviado por sus padres, quienes en ese tiempo tenían la esperanza de que el niño mejoraría, o que encontrarían un remedio homeopático para su mal, a pesar de la oligofrenia que le habían diagnosticado. Las actividades abarcaban el aprendizaje de la lectura y la fabricación de limas para uñas, cuyos paquetes se ponían a la venta. Al recibir el primer pago destinado a los niños, se hizo una fiesta a la que asistieron los padres. Además de ocuparse de Alejandro, el equipo en el que estaban Duquet y Domon auxiliaba a Julia, una prima de Videla que enviudó muy joven. Su marido había muerto de tuberculosis y Julia, que ganaba muy poco dinero con su trabajo, no podía sostener a sus cuatro hijos. Las monjas recibían a los niños por la mañana, les daban el desayuno, el almuerzo, la merienda, los bañaban y a la noche los mandaban a su casa. Relatan vecinos de Hurlingham que Alicia Raquel sintió mucho alivio con el apoyo de las monjas, que mitigaban la sobrecarga de su vida hogareña, por lo que les profesaba una enorme gratitud. Esos mismos conocidos de los Videla, no pudieron con su asombro cuando se enteraron que, entre el 8 y el 10 de diciembre de 1977, dos monjas francesas habían sido secuestradas junto a otros siete militantes de derechos humanos, entre ellos una madre de Plaza de Mayo. Sabían que esas religiosas habían estado en Hurlingham durante los años sesenta. Rememoraban que habían cuidado al hijo oligofrénico del después presidente de la Nación, descontando que Videla y su esposa Alicia Raquel harían algo por salvarlas. Alice Domon y Leonie Duquet fueron raptadas en una Iglesia de la Capital Federal, por un comando de la Marina del que formaba parte el posteriormente conocido capitán Alfredo Astiz, siendo alojadas, torturadas y luego asesinadas en el campo de concentración de

la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (ESMA), en Buenos Aires, todo bajo jurisdicción ?antisubversiva? del Primer Cuerpo del Ejército, del que Jorge Rafael Videla era Comandante en jefe. El núcleo próximo a los Videla en la localidad de Hurlingham, quedó estupefacto ante la total falta de solidaridad del teniente general y su esposa para con las religiosas francesas, cuyos cadáveres jamás fueron localizados. Esta actitud reconocía un precedente. Se lo puede reconstruir mediante el testimonio de la escritora y periodista María Lidia Sostres, que conocía a los Videla a través de su padre, Victoriano Sostres. En su relato lo modela ?flaco hasta el hueso por culpa de la tiroides, que siempre le mantuvieron un cuerpo alambre y nervioso. Contrastaba con su esposa, una linda mujer hasta la cintura donde se desbordaba en carnes y piernas elefantiásicas. Los conocí en el secundario. Como corresponde a una familia católica ella lo cursó en un colegio de monjas españolas?. Nuevamente sería el apostolado religioso el que enramaría la relación, expone María Lidia. ?Los Videla, con sus siete hijos, de los cuales yo conocí a seis, ya que Alejandro estaba internado por problemas de salud mental, fueron los coordinadores de un grupo de jóvenes que se reunían una vez al mes a discutir problemas que les preocupaban?. Alicia Raquel lideraba las reuniones con los adolescentes y quienes asistían la retratan como una mujer con los signos del catolicismo más recalcitrante. Ella les planteaba temas como la muerte, la verdad, los noviazgos, y los asistentes la soportaban porque la cita les servía de pretexto para salir a bailar más tarde. Los padres de María Lidia se hicieron amigos de los Videla, participando mancomunadamente en el Movimiento Familiar Cristiano (MFC). ?El marido pasó a ser Videlita para mi papá. Los unía una misma generación de jazz y fox-trot, los mismos conceptos para educar a los hijos, sobre todo si eran hijas y un inocultable orgullo de clase media con posibilidades de ascenso profesional y personal?. Los adultos tenían sus encuentros de matrimonios, sin coordinadores, entablando amistades personales. La pareja del contador Horacio y Hebe Pupé Palma se sumó al movimiento, intimando con los Videla. La escritora Sostres narra que ?Horacio Palma era por entonces contador y administrador de unos campos en Mendoza, un católico rebelde, decidido y confeso hombre de izquierda. Coincidía con mi padre en la irreverencia y en los análisis sociales, no así en el desdén nunca bien disimulado sobre los militares que cada tanto lo enfrentaban con Videla, único exponente de los uniformados en el grupo. Sin embargo, jamás las palabras desbordaron ni ofendieron a nadie. Porque eran generalidades. Mi padre se destacaba por ser directo, enfático hasta la pasión cuando defendía o estaba convencido de algo, y era el artista, el hombre de letras, curioso lector de política, economía y filosofía. Tenía una universalidad que no poseía Videla, pero que sí tenía Palma, que no era, a diferencia del militar, un militante católico, nunca lo vi comulgar, aunque a veces asistía a misa. Su relación con la iglesia siempre fue complicada y tortuosa. Creo que nunca dejó de querer tener fe, y se aferró a ella hasta sus últimos días para poder franquear el umbral del espanto de la propia muerte?. En cambio, ?Videla y su esposa, tenían todo resuelto, el mundo se dividía en dos: malos y buenos, blanco y negro, creyentes y ateos. Para ellos, para su propia autoestima y para poder dormir en paz con la conciencia, comulgaban todos los domingos. Con su misal bajo el brazo, y el gesto atemorizado y recogido, Videla jamás exultaba y aparentemente comprendía a todos y todo. Estaba a salvo de sospechas, porque sus ideas eran simples y lineales. Palma se hacía notar por bregar junto a su mujer para insertar en la dignidad del trabajo a los provincianos que venían del interior a engrosar villas miserias de la zona?. Horacio Palma cayó en la madrugada del 11 de enero de 1977, raptado por los mismos esbirros de la ESMA que arrasarían con las religiosas francesas once meses después. Su hija Mónica, no olvida que, tras hacer prisionero a su padre, le permitieron telefonear dos veces a su hogar. La familia esperó en vano el tercer llamado y la aparición con vida de Horacio, quien había frecuentado la casa de los Videla, invitado a comer los excelentes platos que cocinaba Alicia Raquel. Incluso, cuando Hebe Pupé Palma comenzó a estudiar servicio social, la hija mayor de Videla, Cristina, cuidaba a Mónica y a sus hermanos por ofrecimiento expreso de Alicia Raquel, la vecina ejemplar tan querida por el barrio. Antes de la desaparición de Horacio, los Palma tuvieron un amargo anticipo de lo que sería la actitud de los Videla. Según relata Mónica, la hija de Horacio y Hebe, a fines de 1975 su padre se incorporó al Movimiento Familiar Cristiano de Palomar ?y ahí conocen a Francisco Tito Palacios, delegado de las Juventudes Obreras Católicas (JOC), que desaparece el 11 o 12 de diciembre de 1975. Era católico y peronista. Cuando sus victimarios fueron a buscarlo, como él no estaba, detuvieron a sus familiares en la casa y se quedaron aguardándolo. Esperaron horas y cuando llegó se lo llevaron. Hebe Pupé Palma y Victoriano Sostres fueron a ver a Videla. Les dijo que debían haber sido los grupos de extrema derecha de la Alianza Anticomunista Argentina, la AAA, que él no podía hacer nada; y los dejó, apurado, porque tenía que ir a misa?. Tras el luctuoso 11 de enero de 1977, Victoriano Sostres resuelve insistir al devenido Presidente, esta vez por su amigo Horacio Palma. Su hija María Lidia lo detalla: ?Fue mi papá quien se acercó a hablarle a Videla por Palma. Al regreso, mi padre tenía un gesto de contrariedad que se convertiría en una enorme tristeza. Nunca había imaginado encontrarse con ese Videla que le dijo Pero ché, me pedís por un comunista. Papá se indignó y le dijo a mí no me importa si es comunista o no es comunista, fue compañero nuestro, vos estuviste en su casa, él estuvo en la tuya. Videla lo miró y le respondió: pobre Pupé. María Lidia agrega: ?Videla no le mintió, jamás lo hacía, era un cruzado y por lo tanto era el dueño de la verdad. Le informó que si lo tenían los paramilitares él no podía hacer nada, porque no los manejaba, pero además no valía la pena porque

era comunista?. Después de 1983, todos supieron que Horacio fue visto entre los prisioneros del campo de concentración de la ESMA, y que su secuestro se hizo para obligarlo a firmar la documentación de propiedad de unos terrenos en Chacras de Coria, en la provincia de Mendoza, lindante con Chile, bienes por valor de alrededor de 20 millones de dólares que, a través de una forzada y ficticia venta, pasó a ser propiedad de la recua vinculada al almirante Eduardo Emilio Massera, miembro de la Junta Militar que encabezaba Videla. Como se corroboró en el juicio que lo condenó a cadena perpetua en 1985, pruebas recogidas y expuestas descarnadamente por sus biógrafos Seoane y Muleiro, no hubo paramilitares ni fuerzas que escaparan al radio del comando en jefe durante la dictadura capitaneada por Videla. El teniente general se había transfigurado en una máquina de matar y de mentir. Asumiría que el poder ?no fue difícil para mí, no hubo ningún descontrol. Yo sabía todo?.

Año nuevo de 1956 El peregrinaje de los Videla para sanar a su hijo Alejandro no conoció fronteras. La familia se despidió de Hurlingham con los saludos del año nuevo de 1956. Ascendido al rango de mayor, Jorge Rafael se incorporó como asesor de la delegación argentina en la Junta Interamericana de Defensa, en Washington. En la capital estadounidense confirmaron que no existía solución para la enfermedad del niño. Le diagnosticaron que su cerebro no se había desarrollado normalmente durante su gestación, y que ya no lo haría. El mal era irreversible. Los médicos norteamericanos recomendaron que el joven fuese internado en un lugar conveniente, para aliviar las alteraciones que iría sufriendo, ya que el cuadro de oligofrenia profunda combinada con epilepsia, progresaría paulatinamente. Alicia Raquel desembarcó en Washington con su cuarto hijo, Rafael Patricio, nacido el 6 de mayo de 1953, hoy oficial del Ejército. En un país para ella prácticamente desconocido, sin hablar el idioma, con la terrible carga en sus espaldas de Alejandro, indomable en su locura, comenzó a gestar su quinto hijo. El 25 de enero de 1958 dio a luz a María Isabel, que llevó el nombre de su madre, muerta de cáncer cuando ella tenía 10 años. Dos meses después Jorge Rafael terminó su misión en Washington y la familia retornó a la Argentina, pasando a integrar la Subsecretaría de Guerra como oficial de Estado Mayor. La familia recuperó su casa y las relaciones en el barrio de Hurlingham, exhibiendo los signos exteriores de la vida normal que llevaban antes del viaje a los EE.UU. Volvieron a encontrarse con sus amigos del Movimiento Familiar Cristiano, con el matrimonio Silveyra, y Alicia Raquel inscribió a su hijo Alejandro en los talleres organizados por las monjas francesas que dos décadas después serían víctimas de la dictadura de su marido. El resto de los hijos nacerían en ese paraje suburbano. El 7 de febrero de 1961, Alicia Raquel tuvo su sexto hijo, Fernando Gabriel, y cinco años después vendría el séptimo e inesperado embarazo. Como una curiosa marca del destino, Pedro Ignacio, el menor, el más parecido a Videla, nació el 24 de marzo de 1966, exactamente diez años antes de que su padre comandara el último golpe de Estado en la Argentina del siglo xx. A diferencia de sus hermanos, Pedro Ignacio no tuvo ocasión de convivir con Alejandro y presenciar el empeoramiento y sus brotes violentos. Casi dos años antes del nacimiento del último de los Videla, el 28 de marzo de 1964, Alicia subió a Alejandro al viejo Renault 4 L que tenían y, con el teniente coronel al volante, llevaron al joven a la Colonia Montes de Oca, un hospital para enfermos mentales sin recursos económicos y para personas abandonadas, ubicado a 100 kilómetros de la Capital Federal. Sus vecinos y amigos consultados recuerdan que, hasta que dejaron Hurlingham, los Videla visitaban a su hijo adolescente de alrededor de 15 años de edad. Si bien ninguno se atrevió a hacerles comentarios al respecto, de eso no se hablaba, tampoco tuvieron noticias del joven hasta que pasaron muchos años. ?Desde que lo internaron?manifiesta una vecina que prefiere preservar su nombre?nunca hablaron más de él, como si hubiera desaparecido, nadie lo nombraba, ni siquiera supe de su existencia cuando Videla era presidente, porque siempre hablaban de siete hijos, pero mostraban a los seis y al jovencito ni lo mencionaban, después entendí por qué?, reflexiona la mujer, impresionada por lo que se enteraría años más tarde.

18 de octubre de 1968 El 17 de enero de 1966 Jorge Rafael Videla alcanzó el grado de coronel, y en diciembre de ese mismo año fue incorporado al Comando del Estado Mayor de Ejército. El 18 de octubre de 1968 el militar llegó a Tucumán con mando de tropa, como segundo Comandante de la V Brigada de Infantería con asiento en San Miguel de Tucumán, la capital provincial. Toda la familia se mudó a esa ciudad, con excepción de Alejandro, que quedaría internado en la Colonia Montes de Oca para siempre. Alicia Raquel decoró sobriamente el departamento de función que le correspondía a un militar de la jerarquía de Jorge Rafael, muy cercano a las oficinas del comando donde comenzaría a trabajar inmediatamente. Con Videla al mando de las guarniciones militares en Tucumán, su esposa se dedicó a desarrollar las relaciones públicas que el cargo de su marido traían aparejadas. La esposa del jefe de la brigada era, en Tucumán, una figura pública que debía participar de la vida social de la ciudad, al mismo nivel que la esposa del gobernador, estrechando lazos con las mujeres de las familias tradicionales y de los

terratenientes azucareros. Los contactos se enriquecían con facilidad debido a la conocida camaradería de su esposa, que cultivaba su amabilidad, más cuando se trataba de explotar el posicionamiento social que ellos tanto esperaron y que, en su momento, disfrutaron mucho. Alicia se transformó en miembro automático de varias organizaciones de beneficencia, entre ellas la Liga Argentina de Lucha Contra el Cáncer (LALCEC). Además de anudar un compromiso caritativo, pertenecer a este tipo de organizaciones acarreaba una inserción social con cierto prestigio. De ese modo, el intercambio con mujeres de la sociedad tucumana era fluido, y las reuniones muy asiduas. Entre las señoras que participaban descollaba una mujer viuda y madre de un hijo universitario, activa para las quermeses y partidas de canasta. Al año siguiente de la llegada de Videla, el único hijo de la señora tucumana había terminado sus estudios en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Tucumán y se había graduado como abogado. Era uno de los cofundadores de las células que engendrarían las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), la vertiente guevarista de las cuatro corrientes guerrilleras peronistas que, en octubre de 1973, convergerían en Montoneros. De sus primeros contactos con Alicia Raquel, cuando la veía en su casa, el combatiente clandestino que mantiene la costumbre de su temprana juventud de salvaguardar su identidad en el anonimato, reflota treinta años después sus impresiones. ?Mi madre, desde el punto de vista social, era una gran jugadora de canasta, en casa se hacían permanentemente campeonatos de canasta en los que participaban hasta 20 mujeres. Alicia Raquel Hartridge de Videla era una de ellas. Me impresionó como una mujer amable, de clase media, típica esposa de militar, católica, muy preocupada por sus hijos, con pensamientos reaccionarios, de caderas muy anchas, con un rostro agradable y en ese momento signada por el hijo enfermo que tenía internado en Buenos Aires. Él era el tema recurrente de sus conversaciones?. En 1969, la dictadura militar iniciada por el general Juan Carlos Ongania llevaba tres años de omnímodo poder político, subyugando al peronismo que acumulaba 14 años de proscripción. Subterráneamente evolucionaban las tendencias guerrilleras rurales y urbanas, fermentando el estallido latinoamericano de la lucha armada que cobraría forma en Argentina a través de una guerrilla marxista con influencias trotskistas, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) y los Montoneros, que abrazarían el peronismo desde la trinchera del nacionalismo revolucionario. La experiencia socialista cubana se proyectaba como referente de un movimiento mundial que rompía con los paradigmas teóricos de las diferentes alas de la izquierda. Con la intervención a las universidades, Onganía y su entorno de cursillistas y tecnócratas pusieron en marcha, sin quererlo ni saberlo, un proceso en el que, a lo largo de tres años, los estudiantes se politizaron aceleradamente. La comunidad universitaria estudiantil de todo el país se constituía en esos años como un actor social decisivo, se acercaba en términos ideológicos y políticos a la clase obrera. El hijo de la señora inclinada por las partidas de canasta entre damas, no era ajeno a ese proceso vertiginoso, en el que coincidían jóvenes cristianos, comunistas, peronistas e independientes, catalizado por la figura espectacular del argentino Ernesto Guevara. Actuaba ilegalmente en la red en gestación de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), una organización político militar que estaba promoviendo su frente en Tucumán antes de saltar a la luz pública al año siguiente, operando en todo el país. Un comando conformado con militantes desprendidos de la guerrilla rural de los Uturuncos, que fue desarticulada poco antes en los montes aledaños, reforzado con gente de lo que después sería el ERP, perpetró en Tucumán el asalto al Banco Comercial del Norte, pero sus autores fueron detenidos. Se corrió la voz que, bajo tortura, alguno de los prisioneros había confesado que las FAR también se estaban armando en la provincia, entregando, presumiblemente, ciertos datos de sus integrantes. Preocupados por saber lo que el Ejército represor podía llegar a saber de ellos, la FAR le recomendaron al abogado e incipiente guerrillero hacer un acercamiento indirecto al coronel Videla, para averiguar qué información manejaban. Diligente para las relaciones sociales, Alicia Raquel misma lo llevó ante su esposo, presentándolo como un hijo profesional de familia respetable que quería hacerle algunas consultas. El coronel lo escuchó explayarse sobre su recorrido académico: ?desplegué el ardid diciéndole que otras personas que competían conmigo iban a tratar de desprestigiarme diciendo que yo soy un hombre de izquierda, peligroso. Yo me presenté como un buen chico que estudiaba y que no tenía antecedentes políticos. Le subrayé que me preocupaba mi futuro. Videla lo acepta y se compromete a solicitar un informe de inteligencia sobre mis relaciones?. A los pocos días el coronel ?me leyó tramos del informe que le habían preparado. Decía que yo era un alumno brillante que no tenía militancia política, y que era casi un genio jurídico. Señalaba que las posturas ideológicas que se me conocían eran de una cierta simpatía al peronismo, pero en un marco democrático. Me hacían aparecer como un conservador católico, que siempre apoyó un gobierno firme, de respeto a las normas?, pero no había información que, se suponía, habían arrancado a los prisioneros por el robo al Banco Comercial del Norte. Gracias a la cita que le tramitó Alicia Raquel, el miembro de las FAR no sólo pudo conocer datos vitales para su militancia, sino que, comprobó con claridad, el nivel de compromiso de Videla con el espionaje social, constatando el embrionario terrorismo de Estado que iba cobrando forma. A diferencia del rígido ?reglamentarista? con límites éticos que la prensa venía esculpiendo como imagen de Videla, esta maniobra de infiltración pudo corroborar cuán incrustado estaba el jefe de la Brigada con asiento en Tucumán, en el aparato castrense dedicado al control social y a la represión. Pero eso no fue todo.

La descripción de la personalidad de Videla que, de primera mano, tuvieron las FAR, levanta una punta de la manta sobre sus convicciones ideológicas y políticas enmascaradas, sin embargo, en las manifestaciones públicas que el personaje propalaba en los espasmos de su campaña dictatorial. ?A partir de ahí yo tuve dos entrevistas con Videla, porque había visto en el despacho en el que me recibía una gran cantidad de libros de contrainsurgencia. Tenía una biblioteca con mucho material. Decido avanzar y le hablo de los libros. Videla ve que me intereso, y yo le aseguro que me importa conocer esa bibliografía. Él se exalta dentro de su introversión y me dice: Qué alegría que me da Ud. porque este es un tema importante, llevo años tratando de que la gente se dé cuenta del peligro en el que estamos, qué bueno que un muchacho como Ud. se interese por esto, me alegra?. A partir de esta situación, el guerrillero consiguió el permiso de Videla para usar su biblioteca, argumentando que quería hacer un trabajo escrito sobre la guerrilla, una especie de tesis de doctorado sobre el asunto. El coronel, más gentil todavía, le permitió el acceso a la biblioteca del Círculo Militar. El abogado pudo registrar toda la información que barajaba un miembro del Estado Mayor del Ejército en plena ofensiva contrainsurgente, una posibilidad que, por definición, para cualquier militante de los grupos armados, resultaba impensable. Al concluir sus lecturas, hubo una última reunión con Videla, donde abordaron teóricamente el asunto. ?Esa vez me dijo una frase con la que me dejó con la boca abierta: Aquí avanzamos en una situación de guerra revolucionaria, pero el verdadero problema no está en la izquierda, la izquierda es muy débil y nunca va a ser un problema para nosotros ya que es sumamente manejable, aquí el problema son los negros y hay que impedir a toda costa la unión entre la izquierda y los negros. Porque si se llega a esa unión estaríamos ante problemas muy graves que no sé si podríamos controlar?. La sorpresa del interlocutor de Videla se debió a que, en ese tiempo, las FAR tenían al peronismo, es decir los negros del discurso del coronel, como sujeto histórico, en el contexto de un análisis marxista. Esta formación guerrillera planteaba que la izquierda clásica no estaba en condiciones de disputar el poder, pero si las organizaciones armadas se aliaban con este sujeto histórico, la correlación de fuerzas cambiaría drásticamente. El universitario tucumano ató cabos: ?Me di cuenta de que me estaba diciendo el discurso de las FAR desde el otro lado. Confirmó la corrección de mi análisis político?. Cuando los miembros de las FAR estuvieron al tanto del informe quedaron asombrados y esperaron que no todos fueran así, porque las respuestas de Videla demostraban cierta solidez intelectual que nadie le había reconocido, ya que ?siempre fue tomado como un tipo tosco y sin grandes brillanteces?. Las FAR dieron por concluida la misión de penetración y acopio de información con Videla, y el abogado tomó distancia del coronel. A más de tres décadas de esa experiencia, al reconstituirla, la sorpresa no se disipa, revirtiendo ciertos aspectos en la hoja de servicios del oficial: ?en una fecha tan temprana como 1970, en días previos al asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu, el ex dictador que derrocó a Perón en 1955, y la aparición de los Montoneros, este hombre veía que el verdadero problema era la lucha guerrillera integrada con sectores amplios del peronismo. Cabe entonces una reflexión acerca de si este hombre fue elegido para esto. Él hizo una carrera interesante, estuvo en la Junta Interamericana de Defensa, en un puesto de enlace con todo el aparato norteamericano, en el abanico de los ejércitos continentales. No creo que el Ejército argentino fuera a mandar a un militar anodino a ese espacio estratégico, y que ese oficial se haya convertido por casualidad en Comandante en jefe, porque cuando el hombre sale de Tucumán donde la guerrilla se formaba con prisa y sin pausa, sale con esa visión de que el peligro eran los negros asociados con los marxistas, la columna vertebral de la hipótesis de guerra de la dictadura de las Fuerzas Armadas que se instalaría en el poder seis años más tarde. Todos los diagnósticos militares planteaban que los focos de guerrilla rural actuarían en el norte, donde Videla estuvo afectado estudiando la cuestión. Después de Tucumán Videla asume como director del Colegio Militar y quizá eso no nos diga nada pero la mayoría de los Comandantes en jefe antes pasaron por la dirección del Colegio Militar, que es considerada un ascenso estratégico para saltar al Estado Mayor y la comandancia. A pesar de sus características personales, no es incorrecto pensar que en Washington haya sido elegido como hombre de confianza?. Cuando el guerrillero de esta anécdota fue detenido en la huida del asalto a un banco en Rosario, en 1971, en la rueda de canasta en Tucumán alguna señora comentó que Alicia Raquel no lo podía creer. Llegó a oídos de ella, que Videla dijo: ?Y, a ese muchacho lo deben haber drogado para meterlo en la guerrilla?.

29 de marzo de 1976 Videla volvió a Tucumán cinco años más tarde, pero como Comandante en jefe del Ejército. Durante la Navidad de 1975 le tocó visitar las tropas que operaban en la selva de esa provincia, en el bautizado Operativo Independencia, puesto a rodar para ? aniquilar a la subversión? por el enclenque gobierno constitucional de Isabel Martínez de Perón. La presidenta en ejercicio la había asumido en julio de 1974, al morir su esposo, el general Juan Domingo Perón, reconducido como presidente pocos meses antes. Azotada por la fenomenal descomposición galopante del Estado, ella había cedido a las presiones de las Fuerzas Armadas para desatar su furia contra el avance de la guerrilla, una de las obsesiones de Videla. Con su bendición, en esa víspera de la Nochebuena de 1975, el Ejército dejó plantados los primeros 14 centros de tortura, bajo la férula del carnicero: el subalterno general Antonio Domingo Bussi.

A esas alturas, Videla conspiraba para desalojar a María Estela Martínez de Perón del Poder Ejecutivo nacional, y Alicia Raquel lo secundaba, como Judas, acompañando a la presidenta en su lecho de enfermedad, al tiempo que Jorge Rafael afilaba el cuchillo de la traición constitucional. Al agravarse su estado de salud, ocasionado por úlceras sangrantes, la jefa de Estado se fue de ?licencia? a Ascochinga, en las sierras de la provincia de Córdoba, en el centro del país, desde comienzos de septiembre hasta el 15 de octubre de 1975. Las damas de compañía eran las tres esposas de los jefes de Estado Mayor de Ejército, Marina y Aeronáutica. Una vez más, Alicia Raquel, apelando a las máscaras de la hipocresía, se destacó dando pruebas de sus dotes de camaradería, siendo la que más se acercó a la viuda de Perón, entre las tres mujeres de militares que profesaban, al unísono, un gran desprecio por la mujer que sus maridos se aprestaban a expulsar del gobierno y meter en la cárcel. Casi nada ha trascendido de los entretelones de esos días que congregaran a aquellas cuatro mujeres en la esquizofrenia del poder, salvo infidencias del personal de servicio, señalando a ?la señora rubia de las piernas gordas? siempre al lado y al oído de la presidenta, llamando permanentemente por teléfono a Buenos Aires donde su marido compaginaba el introito del golpe de Estado. Mientras la presidenta convalecía en las serranías cordobesas, Jorge Rafael Videla presionaba en Buenos Aires al presidente provisional, Italo Luder. Logró ampliar el Decreto n° 261, firmado por María Estela Martínez para reprimir, haciendo promulgar a Luder los Decretos 261 S y 2.772, que recogían su propuesta de desechar variantes que no contemplaran el exterminio masivo de la ? subversión?. Alicia Raquel hizo un tratamiento para adelgazar, y puso su silueta más a tono con las nuevas funciones de Primera Dama que estrenó a las 18 horas del 29 de marzo de 1976. Con Lucas Horacio, uno de sus 19 nietos en brazos, lloró emocionada ante las cámaras de televisión y los fotógrafos en la miranda que permite ver, desde arriba, el Salón Blanco de la Casa Rosada, asistiendo al calce de la banda presidencial de Jorge Rafael Videla. En la ceremonia Alicia Raquel tenía a su lado a todos sus hijos, salvo a Alejandro, entonces fallecido. Vestida a la moda británica, lucía faldas sobre las rodillas, el pelo corto hasta la base del cuello, y un par de lentes inmensos, exagerados para su rostro delgado y sus rasgos afilados. Supo desenvolverse como figura ornamental del protocolo y se relacionó con todas las esposas de los hombres fieles al presidente. Sin embargo, no hablaba trivialidades, estaba al tanto de las pujas de poder y llevaba los mensajes que su marido no podía comunicar. Apenas logró que sacaran los restos de Eva Perón de la residencia de Olivos, Alicia Raquel ocupó la histórica posición en el hogar presidencial, en apariencia armonioso y sólidamente constituido. Dejaba que los fotógrafos propagandistas del régimen hicieran su trabajo, retrataran a sus nietos correteando por los jardines, o compartiendo el té por las tardes con amigas, teniendo por asidua concurrente a Elvira Bulrich, esposa del jerarquizado ministro de Economía, Alfredo Martínez de Hoz, un matrimonio de la más rancia oligarquía argentina. Aceptó festejar su cumpleaños en Mercedes, ciudad natal de su marido, paseándose con su suegra por la ciudad. Inauguró el Mercado de Hacienda en compañía del secretario de Agricultura y Ganadería, Jorge Zorreguieta, padre de la futura reina de Holanda, Máxima Zorreguieta. Distribuyó promesas de progreso a la población de Mercedes como si fueran caramelos, zurciendo una postal de la demagogia dictatorial. Ninguna de esas imágenes ha sido preservada en los archivos presidenciales cuyo desguace, antes de dejar el poder, los militares realizaron con prolijidad castrense. Las instantáneas pueden rastrearse en revistas y diarios de la época. No han quedado tampoco vestigios de una de esas tertulias, entre cuyas invitadas se encontraba la esposa del embajador argentino en Venezuela, Héctor Hidalgo Solá, un civil salido de las filas del Partido Unión Cívica Radical, a quien Videla había predestinado como su futuro ministro del Interior. Alicia Raquel se acercó a su invitada y le susurró: ?Decile a tu marido que se cuide mucho de Massera; es un hombre peligroso que le puede traer problemas?. Eduardo Emilio Massera era el Comandante en jefe de la Armada y competía con Videla, a quien quería arrebatarle los atributos presidenciales. En unas de sus visitas a Buenos Aires, el embajador Hidalgo Solá fue secuestrado y asesinado por la guardia pretoriana de Massera, el 18 de septiembre de 1977. A Videla el homicidio lo dejó impávido. Su mujer estaba enterada o presumía el desenlace por anticipado, como en el proemio de la caída de María Estela Martínez de Perón, o en las capturas de sus amigos desaparecidos, Horacio Palma y las monjas francesas. Con el mismo canibalismo con que la dictadura deglutía aliados y opositores, Alicia Raquel se encargaba de ignorar los pedidos de piedad por la desaparición de gente que clamaba por los suyos. El 24 de mayo de 1976 le llegó un telegrama a Olivos, pidiéndole intercediera ?para que se extremen esfuerzos que permitan que mi marido, Héctor Gutiérrez Ruiz, presidente de la Cámara de Representantes del Uruguay, pueda volver a su mujer, sus cinco hijos y al hogar cristiano que pudimos preservar de las tormentas políticas al amparo de la generosa hospitalidad argentina. Este telegrama no está destinado a hacerse público. Quiera Dios que podamos agradecerle la vida entera lo que haga por nosotros. Muchas Gracias. Matilde Rodríguez Larreta de Gutiérrez Ruiz?. El envío de ese telegrama fue toda una odisea. Gutiérrez Ruiz y Zelmar Michelini, también legislador uruguayo, habían sido secuestrados seis días antes en presencia de sus esposas e hijos, en sus viviendas del refugio porteño, donde se cobijaron desde el golpe militar en Uruguay, en 1973. Las mujeres quisieron formular denuncias en la policía, que no fueron aceptadas, dejando constancia de la razzia ante un escribano público. Como los documentos de identidad fueron incautados por los raptores de su marido, Matilde debió obtener una certificación de su ?extravío? para poder despachar el telegrama a Alicia Raquel Hartridge de Videla, que lo rechazó.

El líder nacionalista del Partido Blanco uruguayo, Wilson Ferreira Aldunate, esperaba a Matilde en su domicilio con la infausta noticia de que había aparecido el cuerpo sin vida de su marido. Las tribulaciones de esa mujer al cabo de seis días en busca de su esposo para tratar de frenar la muerte, se describen fragmentariamente en una carta que ese mismo sábado 24 de mayo, Ferreira Aldunate le envió a Videla. En la misiva le detalla que ?cuando la señora de Gutiérrez Ruiz llegó a su casa ya hacía dos horas que todas las emisoras de radio difundían un comunicado de la Policía Federal dando cuenta del hallazgo de los cadáveres. Usted no consideró necesario contestar ninguno de los mensajes que se le dirigieron. Ninguna autoridad o miembro de su gobierno expresó su pena o presentó sus condolencias a los familiares de estos huéspedes ilustres de la República Argentina, vilmente asesinados en su suelo. Y nadie pensó siquiera en notificar a las familias de las víctimas, para evitar que recibieran la noticia en la calle, leyendo los diarios y oyendo la radio. La única referencia que tuvieron de Ud., Sr. presidente, fue la notificación de que el telegrama que se le dirigió recién fue entrega-do el día 24 y de que su señora, Sr. presidente, se había negado a recibir el que le estaba destinado?. La carta del afamado dirigente político uruguayo que debió emprender el camino de un segundo exilio, pues los victimarios de Gutiérrez Ruiz y Michelini lo perseguían sin cesar, se extiende en las humillaciones suplementarias sufridas para recuperar los cadáveres de sus compatriotas, las agresiones de los jueces civiles cómplices de la dictadura, aventurando un final que Videla no iba a tener. A modo de saludo de despedida de la Argentina, Ferreira Aldunate le escribe a Videla que ?cuando llegue la hora de su propio exilio si busca refugio en el Uruguay, un Uruguay cuyo destino estará nuevamente en manos de su propio pueblo, lo recibiremos sin cordialidad ni afecto, pero le otorgaremos la protección que Ud. no dio a aquellos cuya muerte hoy estamos llorando?. Empero, estas previsiones no se cumplirían, ni siquiera cuando asumió Raúl Alfonsín el 10 de diciembre de 1983, fecha en que se conmemoraba el Día Internacional de los Derechos Humanos. Cinco días después tampoco pensó en irse, cuando el Decreto 158 ordenó el procesamiento de los Comandantes de la dictadura. Probablemente, en esas circunstancias, Alicia Raquel comenzó a sentir la zozobra que le irrigaría toda la extensa restauración democrática argentina, aunque en esa jornada se limitó a responder a un periodista: ?Le digo lo mismo que le dije a todos los demás: Él está bien, muy sereno. No nos pensamos ir del país?. Wilson Ferreira Aldunate se equivocó en su predicción. No obstante, Videla erró e, infinitamente, para mucho peor. Debió pensar que no terminaría juzgado, condenado y nuevamente procesado por el cúmulo de crímenes que se agolpaban en los juzgados. La ejecución de la cooperación represiva de las dictaduras del Cono Sur, que 25 años más tarde se le imputaría a Videla, despuntaba con aquellos asesinatos de los uruguayos Michelini y Gutiérrez Ruiz. Era el Plan Cóndor que Videla selló con Pinochet a finales de noviembre de 1976, en Viña del Mar, Chile. Esa fue la única oportunidad en que Alicia Raquel se cruzó con Lucía Hiriart de Pinochet. Las Primeras damas de facto le dieron el aspecto doméstico y dócil al tratado Continental de la Muerte Programada, presentándose a la prensa caminando por la ciudad balnearia de la costa del Océano Pacífico, saludando a la gente y retratándose para el celuloide, rodeadas por un batallón de guardaespaldas.

21 de junio de 1998 Con la caída del régimen militar, Alicia Raquel comenzó a abominar del periodismo. Concluido el juicio a las Juntas Militares, en 1985, que a su marido le valió la reclusión a perpetuidad, espetó: ?Está bien, está bien. Podría haber sido peor. Lo podrían haber condenado a muerte. No existe la pena de muerte, ya lo sé, pero la podrían haber inventado. ?Se inventan tantas cosas!?. En adelante se impuso silencio hasta que, en 1996, una periodista española, Carmen de Carlos, le pudo hacer una entrevista, la única que se le conoce después de haber sido despojada de los fastos dictatoriales. Recién llegada a la Argentina como corresponsal del diario ABC de Madrid, Carmen llevaba cuatro meses en Buenos Aires, cuando se propuso intentar entrevistar a Jorge Rafael Videla. Al comenzar 1996 lo llamó y le contestó ?su mujer, entonces yo pregunté por el general Videla, me hice un lío y luego pregunté por el Comandante y ella me dijo: no, no, no, acá no hay ningún comandante, tampoco hay ningún general. Me presenté, le dije que era corresponsal del ABC de Madrid y quería entrevistarlo. Ahí me dijo, acaso Ud. querrá hablar con el Sr. Jorge Rafael Videla, bueno, como Ud. quiera, ?Ud. es su mujer? Sí soy su mujer, me respondió enojada?. Sin tregua, la periodista le solicitó una entrevista con su marido. Alicia Raquel le anticipó que no era posible. Y se largó a dialogar sin darse cuenta de que estaba dando el primer reportaje en las últimas dos décadas: ?Yo le pregunté de todo, un poco para caracterizarla. Al principio contestó con cierta agresividad pero fue cambiando. Hacía notar su talante, una mujer de carácter fuerte, que no pide permiso para hacer las cosas, habla mucho, muy rápido. Es como una mujer con los pantalones bien puestos, se nota que es madre de familia numerosa, acostumbrada a llevar varios chicos con vara dura, es la mujer soldado perfecta?.

Hábilmente Carmen de Carlos abordó los temas urticantes: ?Al plantearle lo de los desaparecidos, ella hablaba mucho de la religión, insistía en que era muy católica, consideraba a todos los desaparecidos como subversivos y los despreciaba. Sobre los bebés nacidos en cautiverio y dados en adopción ilegal por las Fuerzas Armadas, decía que no creía en eso, que podría haber ocurrido algún caso pero que de todos modos sus padres los iban a educar como terroristas o guerrilleros?. En un recodo del soliloquio, Alicia Raquel torció sus declaraciones por una tangente perversa, mintiendo maliciosamente porque ?dijo que ella había perdido un hijo, dando a entender que se lo habían matado. Y responsabilizó a las madres de los desaparecidos por la muerte de sus hijos capturados por las Fuerzas Armadas, explicando que si ellas los hubieran educado bien esos hijos no se habrían descarriado. De cualquier forma ella afirmaba que tenía alguna amiga con familiares desaparecidos y que rezaban juntas. Se amparaba permanente en la fe?. Alicia Raquel Hartridge no perdió hijos a causa de la represión, ni porque hubieran sido blanco de la guerrilla y tenía a su marido ?por un hombre austero, que vivían con muy poco dinero, sólo con la pensión que le daban y que con eso no tenían ni para empezar?. Argüía que nunca había codiciado la riqueza, ni los lujos, pero que con lo que recibían ?vivían en la miseria?, y que la población la aceptaba sin remilgos cuando se la cruzaban por la calle. Evocaba que el día que nombraron presidente a Jorge Rafael Videla, fue el más triste de su vida. En impresión de Carmen de Carlos, Alicia Raquel era una mujer abroquelada en la religión, ciega ante los crímenes de la dictadura, machacando que no existían, revindicando que ?los métodos que se utilizaron fueron los únicos que había?. Al hablar del marido, trasuntaba que era capaz de hacerle creer ?que el que manda es él?; por lo demás es una mujer ?rápida e inteligente, sin piedad, y al mismo tiempo muy pía?. Del futuro ella esperaba conmovida se le reconociera a su esposo ?el valor y sus sacrificios?, teniéndolo por un ?mártir?, que salvó al país ?del abismo?, concluyendo que debían pasar por un valle de lágrimas ?para ganarnos el cielo?. Pero Carmen quedó sensiblemente golpeada al descubrir, tiempo más tarde de aquella extensa conversación telefónica, la gran mentira acerca del hijo que Alicia Raquel le dio por asesinado cuando, en rigor, sus padres fueron quienes lo abandonaron hasta su muerte, y a quien los vecinos de Hurlingham recuerdan aún hoy, aunque no saben muy bien qué pasó con él, que ?andaba como un animalito?. Coincidiendo con la celebración del Día del Padre, el 21 de junio de 1998, el periodista Miguel Bonasso publicó en el dia-rio Página 12 su reportaje sobre el doloroso destino de Alejandro Videla, discapacitado, muerto con tumba desconocida. Leyendo la crónica el país conoció que el joven había sido internado en la colonia siquiátrica Montes de Oca, como algunos sabían, pero que el matrimonio lo había dejado en condiciones infrahumanas y que en la última etapa de su vida el chico no recibía ninguna visita. Alejandro Videla murió en el establecimiento el 1 de junio de 1971, por un edema agudo de pulmón provocado por una insuficiencia respiratoria. Se supone, sin certeza alguna, que pudo ser enterrado en el mausoleo familiar de los Videla, en el cementerio de la ciudad de Mercedes, pero no hay placa alguna que lo resalte. No ha sido posible saber si se le reservó una tumba en la quinta que se atribuye a los Videla, cuyo paradero sería en los alrededores de Mercedes o en El Trapiche, en San Luis. Se sabe, eso sí, que en esa fecha Videla había salido de Tucumán para comandar la III Brigada de Infantería en Córdoba, antes de tomar las riendas del Colegio Militar. Vivía atenazado por una ecuación desgarradora. No sabía si era peor ir a visitar al hijo, porque aun cuando él y su mujer veían dónde lo dejaban, arrancaban su auto y volvían a casa sin él. La muerte fue ocultada, como con los desaparecidos de su régimen político y sólo él, su mujer y los demás hermanos, saben dónde está su sepultura.

15 de abril de 1977 Sin embargo, el regalo del Día del Padre para Videla, no terminaba allí. Escarbando en el pasado, la crónica de ?Página 12 destapaba que un militar que había trabajado en el nosocomio donde sucumbió Alejandro, lo había conocido y supo los detalles del tramo final de su atroz existencia. El suboficial mayor Santiago Sabino Cañas guardó el secreto por años, hasta que el 15 de abril de 1977 secuestraron a su hija María Angélica, de 20 años, en La Plata. Agotada la búsqueda en todos los lugares posibles, Cañas resolvió enviarle una carta a Videla en donde le pedía información sobre el paradero de su hija y le recordaba: ?Mi general, apelo a sus sentimientos humanos y cristianos y en memoria de ese hijo suyo que tenía internado en la Colonia Montes de Oca, para que me dé una información sobre el paradero de mi hija Angélica?. Videla no acusó recepción, ni dio respuesta. La represión continuó abatiéndose sobre los Cañas. En agosto de 1977 desapareció otro hijo, Santiago Enrique, de 26 años. Un grupo del Ejército llegó a la vivienda de su primera esposa, María Angélica Blanca de Cañas, y tiroteó las paredes. En el lugar estaba la mujer de 62 años, militante del Partido Peronista Auténtico (un desgajamiento de los Montoneros) con su hija María del Carmen Cañas de 23 años, embarazada de 3 meses y con dos niños de dos años, sobrinos de María Angélica. Ésta, a los gritos, logró que cesaran los disparos, entregó a los niños y fue acribillada junto a su hija, reza en sustancia una segunda carta de Cañas a Videla.

Desbordado por la masacre, que fue disfrazada en los dia-rios como un enfrentamiento con extremistas, inmediatamente Cañas reiteró a Videla su petición de entrevista. Hizo falta una tercera carta para que Videla lo atendiese, el 15 de junio de 1978. En la entrevista le contó, llorando, sus padecimientos. Videla también rompió en lágrimas. Los dos sollozaron a sus hijos con la salvedad de que a Alejandro Videla nadie lo secuestró sino que sus propios padres se encargaron de esconderlo y abandonarlo hasta la muerte. Después de consolarlo, Videla reiteró su consabido discurso de que no estaba en sus prerrogativas hacer nada. Videla volvería a llorar pero solo, en su celda de la Cárcel de Caseros en Buenos Aires y en el Día del Padre de 1998, al leer en Página 12, que la historia de su hijo Alejandro salía en un diario. Destrozado por la publicación, se hundió en el desconsuelo cuando consumía el decimoquinto día de prisión. La persecución judicial se reiniciaba, sindicándolo como autor mediato de la apropiación de hijos de desaparecidos nacidos en cautiverio, dados en adopción ilegítima por decisión de los militares, cesando la gracia del indulto presidencial de 1990. La historia nuevamente lo atrapaba. En el mismo cotidiano Videla pudo leer una solicitada de la agrupación Hijos, integrada por hijos de desaparecidos que, recordando a los suyos en el Día del Padre escrachaban que ?los genocidas que los desaparecieron, los asesinaron, los encarcelaron y los obligaron al exilio nunca sabrán este ensancharse del pecho, de este orgullo de ser sus hijos. Nunca sabrán el significado de un amor tan grande que es capaz de trascender las generaciones e impulsarnos a continuar la lucha contra las injusticias, las desigualdades, el silencio, el olvido y la impunidad. Tampoco conocerán nunca nuestro olvido ni nuestro perdón. No olvidamos, no perdonamos, no nos reconciliamos. Perpetua a Videla y a todos y cada uno de los genocidas y sus cómplices. Restitución de la identidad de nuestros hermanos apropiados. Reivindicamos la lucha de nuestros padres y sus compañeros por una sociedad más justa. Un abrazo muy fuerte a todos los hijos que ya son padres y a todos los padres que siguen luchando por el juicio y castigo a los asesinos de sus hijos. Por la identidad y la justicia contra el olvido y el silencio?. En esos días el llanto vencía con facilidad a Jorge Rafael Videla. Dos semanas antes, cuando le comunicaron su detención en Tribunales, al transportarlo al establecimiento penal en el que conseguiría, finalmente, el arresto domiciliario por su edad en vez de permanecer allí como un delincuente cualquiera, el otrora patrón de la vida y la muerte de los argentinos, sintió que se le abría un cráter en el alma, tal vez el peor momento de su período de convicto. Alicia Raquel no estaba en el calabozo ambulante para sostenerle la mano. Las rejas móviles que le mareaban los ojos permitían adivinar un rostro deformado por la desesperación. Las cámaras de televisión lo asediaron hasta que lograron mostrar lo que realmente ocurría en la camioneta celular de la Policía Federal Argentina (PFA): Videla gemía sumido en el desamparo, rodeado por militantes de derechos humanos que impedían la salida del vehículo y le tiraban huevos al interior de la celda móvil. Fuera de sí, el anciano asesino temblaba y gimoteaba mientras las cámaras no le quitaban su teleobjetivo de encima. La escena, reproducida por todas las cadenas del país, sacudió a su mujer y le produjo una crisis de nervios ante la impotencia de sus hijos militares, o la jerarquía de las Fuerzas Armadas que no podían mediar para impedir el escarnio. Ese día, la prensa se cobró los años de silencio de los Videla. La secuencia del derruido genocida que salía lloriqueando de Tribunales y entraba desdeñado y contrito a la cárcel fue la mayor derrota sufrida por el inmutable ex general, que había aguantado impávido la condena social que lo embestía. Esa vez no pudo contener la virulencia del pasado y el golpazo lo derrumbó. Su esposa tardó un poco más en naufragar en la decadencia moral. Alicia Raquel había sufrido desencajada la nueva detención de su esposo y el regreso a las visitas carcelarias la ponían otra vez a prueba. Entre el dolor y la humillación, debía acostumbrarse de nuevo a un estricto cronograma de visitas y, cuando preparaba la del Día del Padre, abrió el diario y el fantasma del hijo oligofrénico le estalló en las retinas. Lloró tenaz. Al día siguiente no pudo contener su ira y contestó a la prensa en dos oportunidades. La primera vez lo hizo por teléfono y desmintió que hubiera tenido un hijo en la Colonia Montes de Oca, pero la segunda vez, quizá sobrepasada por la situación, la mujer respondió las consultas periodísticas a los gritos, por el portero eléctrico de su edificio, y dijo: ?Yo he tenido siete hijos, pero mis hijos no son míos, son de Dios. Dios me los dio y se los puede llevar cuando tenga ganas. Me llevó uno, me mandó uno enfermo, me lo regaló 19 años y nos mandó un ángel a nuestro hogar. Lo que quiere ese diario (por Página 12) es deshacer la familia, pero no nos van a deshacer?. La periodista insistió si era cierto que había tenido ese hijo enfermo y Alicia Raquel alzó histérica el tono. ?No por Dios, no fue oligofrénico, murió a los 19 años, hoy tendría 46. Lo cuidé yo con mi marido. No nos van a deshacer. ?Nooo!?. El martes 23, Página 12 ajustó las tuercas periodísticas. La tapa del diario estaba dedicada a ella. Como nunca había ocurrido en toda su vida, Alicia Raquel era el centro de la noticia más descarnada, y que revelaba una fibra íntima y desconocida de la pareja. Bajo el título ?Las Patas de la Mentira?, el matrimonio Videla aparecía concurriendo a misa. Era una foto del pasado lejano, porque por esos días el jefe de familia estaba encarcelado junto con un grupo de presos acusados de corrupción, y Alicia Raquel, la silenciosa y casi anónima mujer que acompañó al dictador Videla desde tiempos remotos, se precipitaba en el centro de la escena aplastada en su impotencia. De allí en adelante no sería más la ignota esposa del ex presidente de facto; por el contrario, se haría famosa como la madre que dejó morir a su hijo oligofrénico en una colonia siquiátrica para desamparados. En la conciencia colectiva se hizo, por cierto, trágicamente inolvidable por sus propios motivos, más allá o más acá de los miles de desaparecidos que llevaron a su esposo al estrellato del crimen internacional.

15 de febrero de 1976 La reposada y alegre vida que Alicia Raquel llevó como Primera Dama entre 1976 y 1980, se vio vapuleada por dos atentados, en los que la guerrilla falló en matar a su esposo. El primero fue el 18 de octubre de 1976. Los Montoneros calcularon mal el tiempo para detonar una bomba en el palco de un desfile militar en Campo de Mayo, en el que Videla pasaba revista a las tropas. Videla se retiraba del acto, alejándose lo suficiente para que no lo desintegrara la carga explosiva que dejó un boquete de 50 metros a la redonda. El segundo aconteció el 18 de febrero de 1977, en el aeropuerto militar de Buenos Aires. Tuvo por autor al ERP, que sólo consiguió hacer detonar la mitad de los 104 kilos de trotil colocados al fin de la pista de despegue, haciendo cimbrar al avión en el que el presidente iba hacia la Patagonia con su ministro de Economía, Alfredo Martínez de Hoz. Alicia Raquel tuvo raptos de pánico que se apaciguaron. Tal vez su reacción habría sido otra si se hubiera concretado el tercero, en el verano de 1976, antesala del golpe de Estado. El montonero Norberto Habegger, hoy desaparecido, dirigía entonces una célula abocada al trabajo sindical, cuando por casualidad repararon, por conexiones de uno de sus miembros, que el teniente general Videla, concurría inexplicablemente varias veces por semana y durante las horas diurnas a un edificio en pleno centro de Buenos Aires, ubicado a cien metros de la Embajada de Estados Unidos. El único sobreviviente de aquella célula, cuyo nombre será preservado, testimonia, 25 años después, que logró entrar al edificio y desde el balcón de un apartamento del quinto piso perteneciente a un amigo, pudo chequear que Videla frecuentaba a una mujer que aparentemente vivía en la planta baja, quedando la custodia aguardándolo en el patio. A la luz del día, Videla pasaba algunas horas adentro, y luego se retiraba sigilosamente. El 15 de febrero de 1976, el comando montonero logró armar su plan, pero la celada fue abandonada porque se temía que no saldrían vivos de una zona con mucha vigilancia, y teniendo que atacar a un militar rodeado por una nube de guardaespaldas. ?Quién era esa misteriosa mujer que atraía como una abeja al general Videla? Se ha podido contrastar en fuentes concordan-tes y convergentes que se trató de una amante. Se llamaba Lyda Lombardi. Hija de agricultores y ganaderos reaccionarios nacida el 16 de julio de 1917 en Alberti, provincia de Buenos Aires, Lyda había sido docente rural, jubilándose a sus 50 años. Afincada en el barrio de San Telmo, en Buenos Aires, subsistía de su renta, redactaba poemas y fabricaba flores de papel que vendía personalmente en un puesto de la Feria de Artesanías, al lado del aljibe de la Plaza Dorrego, cerca de su apartamento del cuarto piso de Bernardo de Irigoyen 1.082 de la Capital Federal. Afiliada al Partido Conservador, asistía regularmente a los actos públicos de la derecha política en la Argentina, conociendo al entonces coronel Videla el 16 de septiembre de 1968 en salones del Estado Mayor del Ejército, al conmemorarse el decimotercero aniversario de la Revolución Libertadora, eufemismo que identifica el golpe militar que derrocó al gobierno constitucional de Juan Domingo Perón en 1955. Lyda mantuvo su soltería pero la relación con Videla ?fue la más importante que tuvo?, aunque ?ella no era una competidora de la esposa, no lo reclamaba por más que lo quisiera, nunca lo disputó?, según un miembro de su familia sanguínea. Se veían a escondidas en la Casa Rosada cuando él ejerció la presidencia, y Lyda lo visitó y cruzaron cartas durante la purga de su condena a cadena perpetua interrumpida por los indultos presidenciales de Carlos Menem en 1990, aparentando ser una amiga y admiradora ideológica ante Alicia Raquel, que debió consentir el romance en la ambigüedad de las cosas que se saben y no se dicen. Lyda desanudó la ligadura sentimental justamente en ese año, una decisión que pareció liberarla de la reserva con la que se refería a su amado, ?uno de los hombres más importantes del país?. Su separación fue ?una manera de defender lo suyo?, coinciden sus allegados. Enérgica, activa y de fuerte carácter, Lyda Lombardi no lamentaba haber declinado de formar pareja y tener hijos. En su corazón estaban ausentes las amonestaciones. Sólo cabían halagos para el general Videla por su caballerosidad y patriotismo. Varias fotos de él adornaban su vivienda. Una velaba en la cómoda, cerca de la mesa de luz cuando le llegó la muerte el 2 de enero de 2001. Videla supo del fallecimiento pero no solicitó al juez el permiso legal para asistir al sepelio, ni comunicó sus condolencias a los deudos. Lyda fue cremada y sus cenizas esparcidas debajo de un árbol añoso, al costado del aljibe de la Plaza Dorrego. Resta por revelar su correspondencia con Videla. Seguramente, Alicia Raquel supo o no quiso imaginar esta saga en un esposo temeroso de Dios, que comulgaba todos los domingos, católico hasta la médula, incapaz de mentirle, e impensable pecando de adulterio, fornicando a sus espaldas.

fuentes 1. Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto de Argentina sobre Samuel Hartridge, legajo personal letra H, Carpeta Turquía de 1946 e Informes de la Legación Argentina en Ankara, Caja 8/1946. Sumario Administrativo de la Dirección General de Migraciones, Expediente 295342, Buenos Aires, Argentina. 2. Norberto Bermúdez y Juan Gasparini, El testigo secreto, Javier Vergara, Buenos Aires, 1999.

3. Cables de la agencia española EFE. Comunicado del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), Argentina, 11 de julio de 2001. 4. Carmen de Carlos, ABC, Madrid, España, 24 de marzo de 1996. Carlos Ares, El País, Madrid, 4 de marzo de 2001.Tomás Eloy Martínez, El País, Madrid, 24 de marzo de 2001.María Seoane, El Mundo, Madrid, 15 de julio de 2001. Miguel Bonasso, Página 12, Buenos Aires, 21, 22, y 23 de junio de 1998. Semanario Las Bases, Montevideo, Uruguay, 19 de mayo de 1985. 5. Rodrigo de Castro y Juan Gasparini, La delgada línea blanca, Ediciones B, Buenos Aires, 2000. 6. Entrevistas a María Lidia Sostres (27 de agosto de 2001), a Carlos Silveyra (10 de octubre de 2001), a Josefina Silveyra (10 de octubre de 2001), a uno de los fundadores de las FAR (23 de junio de 2001), a Carmen de Carlos ( 28 de agosto de 2001), al exmontonero que integró el equipo operativo que iba a matar a Videla (junio de 2001 y enero de 2002), y a un familiar directo de Lyda Lombardi (6-3-2002). 7. Juan Gasparini, Montoneros final de cuentas, Ediciones de la Campana, La Plata, Argentina, 1999; y La pista suiza, Legasa, Argentina, 1986. 8. Beatriz Gurevich, Proyecto testimonio (revelaciones de los archivos argentinos sobre la política oficial en la era nazi - fascista), Editorial Planeta y DAIA (Centro de Estudios Sociales), Buenos Aires, Argentina, Parte II del Tomo I, 1998. 9. Tomás Eloy Martínez, Santa Evita, Planeta, Buenos Aires, 1995. 10. Alfredo Sayus y Fabián Domínguez, Apuntes del Horror. Los años setenta en Hurlingham y su influencia en la vida nacional, Ediciones del Pilar, mayo de 2001. 11. María Seoane y Vicente Muleiro, El dictador, Sudamericana, Buenos Aires, 2001. 12. Jean Ziegler, Oro Nazi, Planeta, Buenos Aires, 1995.

MIRIANA MARKOVIC

19 de julio de 2001 Esta vez no la esperaban con ofrendas florales ni trato de jefe de Estado. Su vuelo a Holanda había sido considerado una cuestión privada. Aterrizaba con una visa que expiraba a los tres días. Los servicios competentes de los Países Bajos debieron requerir acuerdo de los demás miembros de la Unión Europea porque su nombre figuraba en la lista de personas cuyo ingreso estaba prohibido. El traslado en un avión de línea regular que la trajo desde Belgrado, y el trayecto del aeropuerto de Ámsterdam a la cárcel en un coche policial con vidrios polarizados, hundían su espíritu en la desazón. Separada de los periodistas, el caldo de cultivo de sus encendidas diatribas políticas, Miriana Markovic viajaba en condiciones que debía juzgar oprobiosas. Sin ansias, sus ojos corcoveaban por la costura suburbana que transcurría a su lado camino a la prisión de Scheveningen. Visitaba por primera vez a su marido, detenido por el Tribunal Penal Internacional para la Antigua Yugoslavia (TPIY), establecido en 1993 por el Consejo de Seguridad de la ONU, encargado de sancionar las atrocidades constatadas en las guerras de los Balcanes. La esposa de Slobodan Milosevic se hallaba sumida en el calvario desde el 28 de junio de 2001, fatídica fecha en que el gobierno serbio entregara al exdictador al TPIY, imputado de crímenes contra la humanidad cometidos en tres guerras que, de Croacia al Kosovo, pasando por Bosnia-Herzegovina, se sucedieron entre 1991 y 1999. Miriana peticionó para verlo. Le otorgaron nueve horas de visita para cada uno de los tres días autorizados, pero sin intimidad conyugal. Los encuentros en una habitación especialmente acondicionada, se realizarían bajo control de un circuito de televisión del centro penitenciario y en presencia permanente de un testigo que comprende el serbocroata, para aventar los temores de que el matrimonio sucumbiera a la tentación de suicidarse, como los padres del ex presidente, sumados en la desgracia a la controvertida muerte de la madre de Miriana. Prisioneros del ojo controlador, no se abrazaron eufóricos como en la antecámara de las conferencias partidarias. El diálogo estuvo exento de los preparativos para los recursos la retrotrajeron a los aplausos de los actos públicos que convocara como presidenta de la Fundación para la Integración Europea. Sin fastos ni estridencias, inadvertida por los reporteros que montaban guardia a la entrada, producida a las 11 de la mañana, Miriana partiría hacia las cinco de la tarde, a bordo del vehículo policial con ventanillas tintadas que la trajera. Los retoques de su maquillaje para evaporar los surcos del llanto no figurarían en las lacónicas columnas que imprimiría su estela en la prensa del día siguiente. Raudamente, dejará atrás 39 acusados de los peores delitos en las guerras que desmembraron Yugoslavia, recluidos en celdas de lujo con baño privado, ordenadores, televisión vía satélite, máquinas de café, periódicos internacionales, asistencia sicológica, sala de recreación contigua, teléfono público y patio para pasear dos veces diarias durante una hora. Volverá una vez por mes, vigilando la evolución de las dolencias circulatorias y cardiacas de Milosevic, acarreando los documentos para preparar su defensa, reconfortándolo con sus consejos y presencia, y dándole noticias de la evolución de las querellas penales contra ella y su nuera, Milica Gajic, que se han presentado en Belgrado. Desde antes de llegar Miriana sabía que la primera cita iba a ser dura. Slobo la hacía objeto de sus furias, alineándola junto al país y el partido. No habrá sido extraño que las nueve horas le resultaran demasiadas para soportar las iras de quien no quiere comprender cuánto está pasando también ella. Vestida en las gradaciones de los grises y los negros, algo desaliñada en ropas holgadas que disimulan su obesidad, la mujer parecía perdida en la cerrazón mental. Pálida, ojerosa, su cabellera oscura le rozaba los hombros. Ninguna cana asoma a sus 59 años, probablemente enmascaradas por el teñido; esos cabellos que ha solido venerar peinándoselos tantas horas, gesto que algunos siquiatras insertan en los desarreglos de su personalidad. Se escruta en el pequeño espejo que porta en la cartera que cuelga del hombro y, envuelta en la penumbra, la imagen acrecienta su ruina. No distingue los beneficios de la cirugía estética que en 1996 le realizaron en el quirófano de la Academia Médico -Militar de Belgrado eminentes cirujanos italianos, contratados con absoluta discreción por el embajador serbio en el Vaticano, Djcilo Maslovaric. Al igual que Slobo, Miriana está frenética con quienes la han convertido en un monigote contra el que se puede proferir toda ofensa. Qué lejos le debe resultar aquel otro 28 de junio, el de 1989, cuando con su marido representaban la gran esperanza totalitaria, en pos del avasallante triunfo electoral del nacionalismo serbio que ambos encarnarían el 20 de noviembre siguiente, abalanzándose sobre los puestos de mando en Belgrado. En esa suerte de poder bicéfalo que a partir de entonces ejercieran, la

simbiosis ideológica repujaría una fatal repartición de roles. Slobo se convertiría en uno de los monstruos políticos del fin del siglo pasado; Miriana, en la eficiente socia de un gobierno mesiánico. Compartirían la decadencia de las dictaduras manejadas por personajes que han llegado tarde a las glorias, escudados en los supuestos intereses de campesinos y proletarios. Con los vítores de dos millones de serbios hirviendo en su radio auditivo, Milosevic prometió a su pueblo, ese 28 de ju-nio de 1989, que nunca más sería maltratado. En el devaneo de protector esperado para la construcción de la Gran Serbia, sus propias palabras servirían para el epitafio que se acuñaría en los doce años siguientes. Ella debió corregir su mensaje que los serbios siempre habían ganado en la guerra y perdido en la paz. Hoy debería convenir que constituyó un error, si no llegó a intuirlo cuando las palabras brotaron de sus labios. Se extraviaron en plena borrachera de ilusiones, acariciados por los efímeros laureles de la concentración multitudinaria que promocionó a Slobodan Milosevic hacia la cumbre de todos los poderes en Yugoslavia: los partidarios trenzados con los estatales. A Miriana se le escapó que esa afirmación podía ser funesta, con las incidencias agravantes de dos antecedentes históricos, que, hilvanando en el recurrente 28 de junio, calzaban en la catástrofe. Uno, infinitamente más lejano, en 1389, cuando el Ejército otomano venció a las tropas del príncipe serbio Lazar Hrebeljanovic y sus aliados. Fue en Kosovo, antesala de una invasión generalizada que instauraría casi cinco siglos de reinado turco en los Balcanes. Otro, más cercano, en 1914. Fue en Sarajevo, cuando el joven serbio-bosnio, Gavrilo Princip, mató al archiduque austro-húngaro Francisco Fernando, asesinato al que se le atribuye la provocación del inicio de la Primera Guerra Mundial. Se culpa así a un serbio de engendrar el paradigma del comienzo de una conflagración planetaria, que acarrearía la descomposición de los imperios continentales, el asalto colonial sobre África, la explosión del comunismo y el fascismo, desembocando en la Segunda Guerra Mundial. Kosovo y Sarajevo configuran los extremos de un eje simbólico para diseñar, por encima del tiempo y del espacio, la tumba política de Slobodan Milosevic. El conflicto étnico con los musulmanes en Bosnia-Herzegovina y Kosovo tapiza su lápida, trazando un paralelismo en su trama islámica con el revés soviético en Afganistán, preludio de la caída de la URSS. Hilando estas similitudes, se urden los enigmas de cuatro 28 de junio que han sido aciagos para los serbios. El victorioso día de 1989, escala del ascenso de Milosevic a la presidencia serbia y al control del PC, para reconvertirlo en ?socialista?, encerraba, no obstante, la clave de un fracaso tan significativo como los dos que lo precedieron, prólogo a su vez del que sobrevendría doce años después, cuando a él lo encarcelaran bajo la égida del TPIY. Empero, para ser atrapado por la justicia internacional, se necesitaría la incubación del largo e infeliz manejo de las presidencias serbia y yugoslava. Entre tanto, Miriana se obligó a percibir que el 28 de junio anidaba un mal presagio. Le fue menester conjeturar que, al margen de toda superstición contra la que el materialismo dialéctico inmunizaba, los astros guardaban misterios que la ciencia aún debía desvelar. Sus furtivas y sucesivas citas con magos y astrólogos debieron de agrietarle la coraza, blindada a las asechanzas de la espiritualidad. Rememorando las huellas históricas y los indicios personales de un matrimonio volcado a la política, contuvo su verborragia y no le abrió su corazón al temible Slobodan Milosevic, que reservaba su rencor para con ella, denostándola por no ser capaz de mantener viva su presencia en el pueblo que lo había venerado. Miriana aceptaba en silencio llevar y traer mensajes y gacetillas humillantes para ella, que tenía su propio partido, estaba en libertad y obligada a escuchar a su marido argumentar triunfos morales, cuando el mundo lo tildaba de sátrapa balcánico. El día siguiente a ese 19 de julio de 2001, no fue mejor. Tuvo que preparar la grabación en la que Slobo denunciaba como traidores a sus correligionarios de la cúpula del Partido Socialista Serbio (PSS); su mano derecha, Branislav Ivkovic; el secretario general, Zoran Adjekovic, y Zivadin Jovanovic, el presidente interino, quienes según Milosevic no se alzaron para impedir su extradición al TPIY. Sin duda, era tarde para que el partido se deshiciera de esa gente, a la que ella asimismo odiaba, no pudiendo privarse de pensar en el momento que abominaría de ellos, en un escarnio que sería público. La defenestrada Primera Dama se encargaría de relevar a los que practicaban una ?cómoda parcialidad? para con el ?vencedor moral? de la causa serbia, debiendo infiltrar, a cambio personas de su órbita. Rumiando la colusión, sospechaba que su marido no asumía la verdadera gravedad de la situación. Su actitud la irritaba. No estaba dispuesta a representar eternamente el papel de heroína vengadora. La historia le había reservado mejores recompensas y ella no era una cualquiera. Su augusto linaje comunista la asimilaba a la nobleza de las monarquías europeas. Su presencia como académica y escritora no se extinguiría a causa de su esposo, subrayaba para sus adentros, en una manifiesta expresión de independencia que las élites de su país supieron valorar. En la terrible soledad de sus pensamientos, Miriana se alentaba para dar batalla contra la adversidad. Mantener en pie su fisonomía pública, cincelada en la épica y en la ingenuidad de la vetusta literatura del viejo campo socialista, sería una tarea hercúlea. Estaba dispuesta a mantenerse firme. No podía ser de otra manera para ella, un típico producto dinástico de la burocracia comunista devenida en mafia. Jamás se rendiría. Bajo el aura romántica de su idílica vida matrimonial, insistiría en su aspecto de Primera Dama socialista diferenciada de las de occidente, insertas en la beneficencia. Ella era la expresión de un estereotipo que se originó en los regímenes del este europeo: camaradas heroicas plantadas frente al enemigo, que conocieron a sus maridos en la lucha, destacándose por sus aportes teóricos al socialismo. Pruebas al canto, enumeraba, frunciendo un gesto adusto. Su contribución al edificio intelectual del marxismo-leninismo, versión balcánica, no era desdeñable: licenciada en sociología en la Facultad de Filosofía de la Universidad de Belgrado, un

doctorado en la materia coronó su formación, inyectando su propia visión de las ciencias sociales en dos manuales de estudio, que sus alumnos de esa asignatura en la Facultad de Matemáticas de la citada universidad siguen a la letra. Mantuvo su apellido de soltera a rajatabla y no le gustaba que la llamaran esposa del presidente, ni ella se refería a él como su marido. El presidente era una cosa, ella otra, y el matrimonio estaba por fuera de la militancia. Sus giras a Rusia en los años noventa, amparada por el clan Yeltsin, cultivarían una peculiar ortodoxia ?internacionalista?. Bregaría por un bloque mundial antinorteamericano que anhelaba articular con Rusia, Bielorusia, India, y China. Fue ?mundialista y antiburocrática?, como le gustaba definirse. Independiente pero quizá un poco candorosa, frágil y tímida, perdía fácilmente el control de sus palabras. Tenía una asombrosa facilidad para llorar por alegría o dolor, como su adicción a los calmantes y a los tratamientos antidepresivos en establecimientos especializados, cuando el curso de los acontecimientos se apartaba de su programación política. Así las cosas, esta Markovic conseguiría honores universitarios en Ucrania y en la Academia Rusa de Ciencias Humanas, cumpliendo funciones en su Centro Internacional de Investigaciones sociopolíticas de países eslavos. Igualmente en la universidad moscovita de Lomonosov, dirigiendo, con patente de académica, publicaciones ruso-yugoslavas. Escondidos en el trasfondo, lejos de la luz pública, yacían los negocios turbios, el lujo y la corrupción, el tráfico de influencias para saldar cuentas políticas domésticas, la megalomanía, y la atroz complicidad en el genocidio.

1 de abril de 2001 Esa mujer de casi sesenta años, de 162 centímetros de altura, envejecida, vestida con el medio luto de invierno que acostumbraba, entrando a la cárcel de la ONU en Holanda visitaba por segunda vez a su marido como presidiario. La primera se situaba 110 días antes en una helada tarde del mes de abril de 2001, entrando en la bien defendida Prisión Central de Belgrado. Se la vio sin adornos amarillos en sus cabellos para que no le trajeran mala suerte. Fetichista, en su dedo anular el anillo de piedra de la luna tampoco había faltado a la cita porque ?la Luna es un planeta que protege?. Un guardián la escoltaba, ayudándola a llevar una pesada maleta con ruedecillas transportando artículos imprescindibles: ropa, pijamas, medicinas, cepillo de dientes y, probablemente, otras cosas que alguien podría necesitar al encontrarse lejos de su casa. Se hubiera podido pensar que era el mínimo equipaje para cualquiera que emprendiera un viaje. La valija estaba destinada para quien ya había estado más de 24 horas detrás de las rejas, cuyo laberinto consistía en fatigar los recintos espirituales y materiales de la incertidumbre. Desde luego, esa visita particular en un extraordinariamente frío día primaveral, ni siquiera se habría notado si el preso no hubiera sido el ex presidente de la República Federal Yugoslava, Slobodan Milosevic y su primer visitante la ex Primera Dama Miriana Markovic. ?Qué le habría deparado el horóscopo a esa mujer en aprietos, que creía en las estrellas para resolver lo que un gobierno o un ministro no podían? Milosevic fue arrestado al alba del domingo 1 de abril de 2001, por presuntas infracciones de malversación de fondos, abuso de poder y resistencia a la autoridad. La historia abrió así un nuevo capítulo para 9 millones de habitantes de ese país europeo en medio de los Balcanes, incluyendo a Milosevic y su familia, sus hijos Marija y Marko, que fueron arrastrados a los lodazales de la deshonra. Aunque los años de gobierno quedarían marcados por altibajos a través de las sacudidas entre crisis, conjuras y agresiones, el naufragio final era predecible. No había sido fácil asegurar su supervivencia como presidente y le fue imposible neutralizar el desmoronamiento. Postergando lo inevitable, pasó casi tres meses en la Prisión Central de Belgrado, sin alcanzar a doblegar el argumento de que si le otorgaban la libertad provisoria no había riesgo de fuga, y que entre sus planes no esta-ba buscar el exilio en el extranjero. En ese contexto intervino el TPIY consiguiendo extraditarlo a su sede en La Haya. Fue saca-do de Belgrado en un helicóptero serbio hasta Tuzla, en Bosnia-Herzegovina, donde lo subieron a un avión militar británico que lo depositó en Holanda, al despuntar la madrugada del viernes 29 de junio de 2001. La caída de la pareja fue inapelable. Ante todo electoral, pues la coalición de los partidos de Slobo (los socialistas del PSS) y Miriana (los neocomunistas del JUL) mordió la derrota en las urnas el 24 de septiembre de 2000 por el DOS, una alianza opositora que congregó al SPO de Vuk Draskovic, al DS de Zoran Djindjic, al GSS de Vesna Pesic y al PDS de Vojislav Kostunica. Milosevic intentó torcer el escrutinio, convocando a una segunda vuelta para el 8 de octubre siguiente. La movilización popular le cerró el paso tomando el Parlamento el 5 de octubre, empujándolo a dimitir solemnemente el 6 de ese mes en una alocución televisiva. Conservó el liderazgo de su desprestigiado partido, mediante un congreso extraordinario celebrado en diciembre de 2000, pero no pudo soportar el peso de los cargos provenientes del TPIY, que forzaron su arresto del 1 de abril de 2001. Su entrada en la prisión de Belgrado puso en evidencia que tergiversó la promesa de no entregarse vivo. La decisión de extraditarlo tres meses más tarde a La Haya, reflejó el impacto demoledor de las gravísimas violaciones a los derechos humanos de las que se lo responsabiliza. Una resolución del Tribunal Constitucional de la Federación Yugoslava bloqueando su deportación, fue barrida por el gobierno serbio encabezado por Zoran Djindjic quien, con el apoyo de 21 de sus 23 ministros, no consultó al presidente yugoslavo Vojislav Kostunica, arrojando a Milosevic a la jurisdicción penal dispuesta por las Naciones Unidas.

Carla del Ponte, la fiscal del TPIY, tiene registrado a Milosevic en sus actas por ?instigar, planificar, ejecutar y ayudar? brutales violaciones a los derechos humanos de albanokosovares, croatas y musulmanes bosnios entre 1991 y 1999. Miriana no es ajena intelectualmente a que su marido, en el afán de construir la Gran Serbia, haya sido el artífice ?de una empresa criminal colectiva?, presunto culpable de medio millón de homicidios, entre ellos millares de ancianos y niños. La lista de sus víctimas la completan miles de deportados, torturados, ejecutados, añadiéndose decenas de miles de mujeres abusadas sexualmente, y el arrase de viviendas y edificios de interés cultural. En el horizonte judicial se distingue la pena máxima: cadena perpetua.

7 de septiembre de 1944 Miriana Markovic nació el 10 de julio de 1942 en los suburbios de Pozarevac, un pueblo de la parte central de Serbia, donde también vino a este mundo Slobodan Milosevic el 29 de agosto de 1941. Allí se conocieron, cuando ella tenía 16 años, y el destino los mantendría unidos hasta que la cárcel los separó. El retrato de la mujer más poderosa de la historia serbia, cargada de riqueza, aparente felicidad y sucesos literarios tiene sus zonas grises. Ella misma se abocó a promover esos contrastes desde que irrumpió en los ambientes políticos y universitarios, a horcajadas de las décadas de los ochenta y de los noventa. Apodada ? Baca? entre los íntimos, diminutivo de Miriana en serbio, antes había sido ?Alicia en el país de las maravillas? por la sobreprotección que le brindaran sus abuelos maternos durante la niñez y la adolescencia. Recibió elogios por Día y noche (Dani i Noci), parte de su diario íntimo anticipado por entregas en el semanario serbio Duga (Arco Iris), convertido en best-séller en 1994. Modeló una figura de feminista devota del hogar, entregada a su vocación militante y siempre rodeada de hombres. Las fotos captan su mirada angustiada y, muchas veces, con una llamativa flor blanca anidada en sus cabellos. La mujer dirigente se distinguió por arropar hábilmente el nacionalismo serbio con un internacionalismo antinorteamericano, tendiendo un nuevo puente con la ex URSS, de la cual el patriarca yugoslavo, Josip Broz, Tito, supo alejarse distanciándose de José Stalin en 1948, justamente el 28 de junio. La leyenda oficial insiste en que Miriana es una presa eterna de la melancolía. Incluso en su apogeo político, un velo hilado por un dolor profundo ha cubierto permanentemente sus rasgos. Ese manto contra el que han luchado en vano siquiatras a los que ha consultado con asiduidad, pasando incluso alguna temporada internada en un hospital para enfermedades nerviosas, no se ha despegado de su tumultuosa existencia política. Las trágicas peripecias de su nacimiento prosiguieron en una sufrida niñez y adolescencia al cuidado de sus abuelos maternos. Desde ese período la embarga un anhelo insatisfecho: vincularse con algo intangible de su madre, quien murió en extrañas circunstancias dos años después del parto. La versión atribuida a Miriana sobre los dramáticos acontecimientos abre una brecha de misterio en Pozarevac, el pueblito donde continúan arcanos los secretos familiares. El férreo hermetismo del aguerrido comunismo de los suyos no ha permitido, todavía, que emerja la verdad. En el abigarrado círculo áulico sobresa-lía su padre legal, Moma Markovic, que se unió a los partisanos, siendo por ello ungido héroe nacional después de la guerra, y que llegó a ser director general y redactor en jefe de Borba, un famoso diario de Belgrado. Lo secundaba su tío, Draza Markovic, reconocido como un notorio comunista, antes y después de la guerra. Completaban el cerrado núcleo Vera Miletic, madre de Miriana, integrante del grupo de partisanos de Pozarevac, y su tía segunda, Davorjanka Paunovic, alias Zdenka, prima-hermana de su madre. Dragomir Miletic, padre de Vera y abuelo de Miriana, era hermano de Bisenija, madre de Davorjanka, la mítica secretaria personal de Tito durante la guerra, y que fuera su amante hasta su muerte, marcándolo sentimentalmente para el resto de su vida. Con padres y tíos guerrilleros y comunistas luchando en la clandestinidad contra la ocupación nazi, también resulta épi-co el relato incompleto acerca del nacimiento de Miriana. Cuando la dio a luz, su madre era estudiante de literatura francesa y lenguas. La apodaban ?Mira? como nombre de guerra, diminutivo de Miriana. El parto se sitúa en un bosque cercano a Pozarevac, asistido por un joven estudiante de medicina, Moma Markovic, dado por padre del bebé. Separada de la madre, sin conocerse a ciencia cierta quién se hizo cargo de inmediato, correrán meses de sombras hasta que la niña quede en manos de sus abuelos maternos. Ascendida a secretaria general del Partido Comunista, en Belgrado, en agosto de 1943, Vera fue capturada por la Gestapo el 5 de octubre de 1943, un año y cuatro meses después del parto. Fue torturada en el campo de concentración de Jajinci, en Belgrado, donde se registra su muerte por fusilamiento el 7 de septiembre de 1944, a tan sólo un mes de la liberación de la capital yugoslava por las tropas soviéticas. Tenía apenas 24 años. El reconocimiento de la paternidad de Miriana por parte de Moma Markovic se concretó recién diez años después, y quien nunca confirmó su presencia en el parto, abriendo un signo de interrogación sobre la identidad de su verdadero progenitor. El enigma se ensancha con la ausencia de Miriana a la ceremonia fúnebre que precedió al entierro de Moma, en agosto de 1992; el cual nunca quiso exculpar a Vera de los rumores que la ha-cían colaboracionista de los nazis, al ser aprehendida y torturada por la Gestapo. Tampoco esclareció si pudo ser arrancada de las garras del ocupante alemán por los partisanos, quienes se habrían negado a socorrerla por traidora. A su vez, perdura otro bronco entresijo. No se sabe por qué Miriana no ha podido entablar

relaciones normales con sus tres medio hermanas y con su medio hermano Branko, frutos de matrimonios posteriores de Markovic ahondando el abismo con quien es tenido por su padre. Estas miserias familiares se inscriben en la tormenta de recelos que señalan a Markovic como testaferro del padre real de Miriana, que no sería otro que el propio Josip Broz, Tito. Al menos, ésta es la hipótesis que ha planteado Vidosav Stevanovic, en su biografía política de Slobodan Milosevic. En línea con su relato, el mujeriego Tito, amante de Davorjanka Paunovic, habría dejado embarazada a la prima-hermana de ésta y su gran amiga, Vera Miletic. La madre de la niña le habría otorgado otra identidad, por las funciones del padre real y porque el vitalicio presidente yugoslavo vivió maritalmente con Davorjanka hasta la muerte de ella en 1946, sin dejar descendencia. Fue enterrada en el parque de Beli Dvor (Templo Blanco), la residencia oficial de Tito en el barrio de Dedinje en Belgrado, el antiguo palacio del reino unido de los monarcas de Serbia, Croacia y Eslovenia. Stevanovic resume que Miriana nació en el campo de concentración nazi de Jajinci, en los alrededores de Belgrado, donde la madre cautiva fue seducida por uno de sus verdugos, huyendo ambos a Alemania, rehaciendo sus vidas con otras identidades. La narración confirma que la niña habría sido entregada a sus abuelos maternos. Su nombre significa ?la que aspira a la paz?. Vera le dejó una carta fechada algún día de junio de 1944, donde dice: ?yo espero que mi hija esté viva... quisiera que en recuerdo mío llevara una flor en su pelo en memoria de su madre... Siempre pensé en esa idea de que la flor pudiera ser una conexión, un pensamiento común más entre ambas...?.

diciembre de 1958 Los papeles autobiográficos de Miriana, publicados y comentados por la literatura serbia, localizan el inicio del idilio con Slobodan Milosevic en las vísperas de las fiestas de fin de año de 1958 en el liceo de Pozarevac. Como en la prosa romántica, el viento y la nieve azotaban el poblado. Ella acababa de notificarse de un ocho en historia, encontrándose Slobo?traducción masculina de libertad?en medio de las tareas del comité de organización de los eventos de finalización de cursos. Apurada por conseguir prestada en la biblioteca la pieza de teatro Antígona, él la acompañó por los helados pasillos. En el trayecto del trámite quedó prendado de su ?límpida y sincera tristeza?, uniéndosele para siempre en el deseo de aliviarla. Se descubrieron dos seres ?perfectamente armoniosos y complementarios?. Juntos partieron a Belgrado becados por el Estado, él para estudiar derecho, ella sociología. En Pozarevac, los vecinos les llamaban ?Romeo y Julieta?. En algún recodo de sus calles declinaron las aspiraciones de Miriana por ser directora de teatro y cine, tomando por los senderos de la política siguiendo a su marido. La familia de Slobodan, de origen montenegrino, había emigrado a Serbia al fin de la Segunda Guerra Mundial, estableciéndose en Pozarevac. La madre, Stanislava Koljensic, se desempeñaba como maestra. El padre, Svetozar Milosevic, oficiaba de profesor de teología y de idiomas serbio y ruso. En el hogar se discutía por el comunismo. Ella, una ardiente activista, lo defendía. Él lo detestaba, algo coherente en un religioso ortodoxo de convicciones fanáticas, excomulgado en tanto sacerdote al terminar la Segunda Guerra Mundial, por denunciar a sus colegas ante las nuevas autoridades. El divorcio sobrevino cuando los dos hijos?Slobo y Borislav, su hermano mayor?eran aún adolescentes. El padre retornó a Lijeva Rijeka, el pueblo de Montenegro de donde provenía. A fin de los años cincuenta se quitó la vida, metiéndose una bala en la cabeza en un descampado al que concurría para celebrar misas con piedras que asemejaban figuras humanas. La madre quedó en Svetozar, llegando a ser directora del liceo local. Lejos de sus hijos, que partieron a Belgrado a encarrilar estudios universitarios, Stanislava se ahorcó a fin de la década de los sesenta, sin dejar razones escritas ni orales de su acto, irremediablemente perdida en los meandros de la desesperación. No pudo ver a Slobodan adueñarse del poder serbio ni a Borislav servir a Tito como embajador en Argelia y más tarde a su hermano como agente de inteligencia, negocios y diplomático en Rusia. La muchacha, Miriana, emergía de una niñez traumática. Sus abuelos maternos, Dragomir y Jelisaveta Miletic, la habían acaparado en Pozarevac, adoptándola como una hija, pues Vera y su hermano Mihalo Mika habían muerto en la guerra. La primahermana, Davorjanka, amante de Tito, enlutaría nuevamente a la familia con su precoz fallecimiento en 1946. Para unos se debió a una tuberculosis. Para otros, fue a causa de una conspiración de los propios servicios de inteligencia yugoslavos, que la habrían eliminado para rescatar a Tito de la dependencia absoluta a la que lo tenía sujeto. Por fuera de estas elucubraciones, los abuelos y la niña anudaron un fuerte lazo de convivencia cuando los czetnik, opuestos tanto a los comunistas como a los invasores alemanes, irrumpieron en la vivienda buscando a la madre y a la beba. La anécdota pinta al jefe del comando, el Duque Vojvoda Nikola Kalabic, sentado sobre un cajón que supuestamente almacenaba solamente madera para el fuego del hogar, interrogando al abuelo, al tiempo que la criatura de dos meses de edad dormía disimulada entre la leña, adentro del baúl. Si los ruidos la hubieran despertado, su llanto habría sellado su muerte y la de sus abuelos, que negaban todo vínculo con su hija y su nieta. La emblemática casa, comprada en 1938 por Dragomir y Jelisaveta, permanecerá bajo vigilancia de los czetnics durante la guerra, llegando a ser también blanco de las bombas del ocupante alemán. Varios años duraron los rastrillajes para detectar minas en su cercanía al concluir las hostilidades en 1945.

Los abuelos, muy apegados a la niña, se opusieron a que Miriana pasara temporadas con su padre, entre tanto mudado a Belgrado. En su diario personal ella describe como una pesadilla las vacaciones veraniegas junto a su padre Moma, y sus medio hermanos, entre los que sobresalía Ljubica, periodista en la agencia oficial de prensa Tanjug que se convertiría luego en directora de la agencia de prensa independiente Beta, y Branko Markovic, economista. Las relaciones se quebraron cuando la política se mezcló en la vida familiar. Su tío Draza no vio con buenos ojos que Slobodan Milosevic alcanzara la Secretaría General de la Liga de Comunistas serbios en 1986, y a que bajo su influencia los comunistas se reciclaran en socialistas, nombrándolo presidente del nuevo partido, el 16 de julio de 1990. Miriana pidió el arbitraje de su padre, que apoyó a Branko en detrimento de Slobodan. La afrenta fue imperdonable. Cuando falleció Moma Markovic, el 7 de agosto de 1992, Miriana sólo le rindió un fugaz homenaje de despedida antes de que el ataúd fuera inhumado, negándose a participar de las honras fúnebres. Tres años más tarde, al fallecer su medio hermano Branko, de una crisis cardiaca, Miriana no comunicó condolencias a nadie. Consagrada a la memoria de su madre y a su marido, el choque con su padre fue frontal y los desgarramientos irreparables: él murió sin lavar a Vera de las manchas de colaboracionismo y, para peor, se opuso a que Slobo atrapara el máximo sitial político que lo catapultaría al poder en Serbia, en los escombros de Yugoslavia.

otoño de 1968 El glosario de Miriana y Slobodan fotografía la primera fantasía política de la pareja una tarde de otoño en 1968 cuando, aprovechando un día de franco en la guarnición de Zadar, en las orillas croatas del Adriático, Milosevic paseaba con Markovic mirando vidrieras. Se habían casado el 14 de marzo de 1965. Él se había recibido de abogado en 1964 y cumplía con el obligatorio servicio militar. Graduada en sociología, ella viajaba desde Belgrado para visitarlo. La temporal separación inflamaba el desasosiego entre ellos, preservado en un manojo de cartas cubiertas por un papel floreado, que aún permanece en los archivos de la pareja. Vestido con el uniforme del ejército, del brazo y por la calle, Slobodan detuvo la marcha por el interés de Miriana en observar un afiche de Tito en uno de los escaparates. Hablando para el auditorio de su marido, ella afirma que dijo: ?Un día, la fotografía de Slobodan estará ahí, tal como la de Tito ahora?. La casa de Pozarevac legada por los abuelos maternos de Miriana será el hogar de la pareja, donde se criarán los hijos, Marija y Marko, el sitio predilecto para las vacaciones, práctico además para los padres por la cercanía de Belgrado. Slobodan solía ir y volver en el día a sus oficinas de la capital, cuando entre 1968 y 1978 dirigió Technogas, la compañía petrolera del Estado, o al integrar en los cuatro años siguientes el Consejo de Administración del Beobank, la entidad bancaria yugoslava de ahorro, préstamo y comercio de los belgradenses. Miembro de la dirección de la Liga de los Comunistas, en 1984 Milosevic alcanzará la jefatura del partido en Belgrado. El 17 de julio de 1985 se postulará a la presidencia de los comunistas, conquistando el cargo al año siguiente. Estos pasos previos marcarán su profesionalización en la política, irresistible ascenso a la conducción del gobierno serbio, una vez dimitido su titular, Ivan Stambolic, el 1 de diciembre de 1987. En la casona de Pozarevac Miriana cultivará un amor efervescente para con sus hijos; un orgullo adorado ?pues son muy valerosos y tienen un sentimiento patriótico muy fuerte?. En su diario personal quedarán traslucidas la admiración por el talento y cualidades de sus vástagos. De Marko escribió que es ?un joven valeroso en su corazón, e imaginativo en los negocios?. Reveló su emoción cuando el muchacho la telefoneaba desde su automóvil para decirle simplemente que la amaba, contando como una grata extravagancia las cuatro duchas diarias del joven. A Marija le dedica párrafos que resaltan sus dotes de encanto, con individualidad, inteligencia y conciencia. La presenta como intrépida tanto para vestirse como para mostrar sus convicciones políticas e ideológicas, sintetizando: ?yo siempre supe que tendría una hija bonita y valerosa?, reconociendo que le puso ese nombre en homenaje a la legendaria heroína serbia de la Segunda Guerra Mundial, Marija Bursac, paradigma del valor y la energía. Lo cierto es que Marko nunca gustó de los estudios. A duras penas consiguió un diploma de una universidad privada cuyo dueño, Bagoljub Kar97c, fue amigo de los padres, y mecenas internacional de Miriana en la publicación de sus libros fuera de Yugoslavia, también inductor para insertarla como miembro honorario en universidades rusas. ?Nosotros somos una familia europea moderna?, ha resumido Miriana. Padres e hijos coincidían en los gustos por los programas televisivos de entretenimiento, prefiriendo por igual los grupos de rock Bjelo Dugme (Botón blanco), bosnios de Sarajevo, Novi Folsili (Nuevos Fósiles) y Magazin, croatas de Croacia. Marko dio rienda suelta a sus apetitos por las carreras de autos, las armas de fuego y el comercio. Su cadena de tiendas libres de impuestos en las fronteras yugoslavas le permitieron ganar mucho dinero: diez millones de marcos alemanes al mes, según los cálculos de la prensa yugoslava. Se hizo importador especializado en artículos de lujo y cigarros. Varias boutiques le pertenecen y se ufanaba de ser dueño, en Pozarevac, de su propia y despampanante residencia, de un bar, de un negocio de equipos de radio y de una panadería; y de la discoteca más grande de los Balcanes, que bautizó Madonna, estampando una enorme estrella roja en su puerta. Sus 19 accidentes automovilísticos son antológicos, como su yate de origen griego, al que se le adjudica el valor de cinco millones de marcos alemanes.

Por su lado, Marija no escondió su repugnancia por los estudios, cambiando varias veces de colegio. Se recibió en una escuela de turismo, casándose muy joven con un diplomático 13 años mayor que ella, de quien se divorció rápidamente. Su incursión en el periodismo no ha sido para nada brillante. Pasó casi desapercibida en el cotidiano Politika y en su revista dominical, Politika Illustre, puestos obtenidos gracias a que era amante de Hadzi Dragan Antic, el redactor en jefe inyectado por su madre. Antic adquirió más tarde una estación de radio y televisión llamada Kosova, fundada por el mismo Bagoljub Karic que dirige la universidad privada que concedió una licencia de ?gestión? a su hermano Marko, trampolín internacional para los libros y los honores académicos de su madre. Marija no usa peines de color amarillo, por consejo de Miriana, para que no le traigan mala suerte y su inestabilidad afectiva ha taladrado la prensa amarilla con una colección de amantes que, además del lecho, han gustado de las mieles del poder. ?No me caso y no estoy embarazada?, respondía provocadoramente. Ostenta portación de armas y protagonizó algún zafarrancho cuando detuvieron a su padre para llevárselo al TPIY. Con una botella de brandy y una sobredosis de calmantes circulándole por el torrente sanguíneo, disparó cinco proyectiles al aire de un revólver 38 Smith and Weson, ?por disgusto y pretendiendo torcer una realidad adversa, horadando ?el cielo morado a balazos desde el patio de la casona presidencial. Al igual que su hermano, una fortuna incalculable la matricula con una pléyade de testaferros, cuyos tentáculos alcanzan Suiza, Gran Bretaña, Chipre y Australia. La arrogancia y la defensa acérrima de los padres unen indisolublemente a Marko y Marija, que lloraron al ver Underground, la laureada película de Emir Kusturica. Miriana y Slobo parecían ser encarnados en una patética pareja que esclaviza a inocentes en la oscuridad de un sótano y la ignorancia de los tiempos. Marija podría suscribir las declaraciones de Marko a la revista NIN: ?Con, o sin mi padre, yo soy todavía joven, guapo y valeroso. Siendo un intelectual joven yo no veo ninguna buena razón para justificar mi conducta ante aquellos que representan una capa moral y política decadente de la sociedad?. Los dos hijos han coincidido en que las acusaciones contra Slobodan y Miriana lanzadas por sus actuaciones políticas son meros ?celos?. La vivienda de Pozarevac guarda bajo llave los vestigios de cuatro generaciones, trayectorias de antepasados y descendientes de Miriana. Desde que Milosevic cayera en desgracia, sus ocupantes la han dejado librada a los apagados crujidos del abandono. Las puertas permanecen cerradas, los postigos echados, y Marko, quien solía pasar de tanto en tanto acompañado por sus escoltas personales mientras sus padres continuaban en los fragores del combate político en Belgrado, se ha internado en la clandestinidad desde el 6 de octubre de 2001, probablemente refugiado en alguno de los dos países donde se concentrarían el grueso de las ?inversiones? familiares: China y Rusia. En todo caso, a Pozarevac ya no puede regresar. Sus bienes inmuebles visibles han sido saqueados. Y junto a seis de sus amigos, ha sido inculpado de proferir amenazas de muerte contra un miembro de la oposición política a sus padres, delito penado con seis años de cárcel. En tanto, se lo señala como el máximo potentado económico de Serbia y animador de la red de transacciones opacas de la familia, detrás de sociedades pantallas, cómplices, intermediarios y una abultada retaguardia de cuentas en la banca helvética. Los nuevos gobernantes serbios calculan el botín en 4.000 millones de dólares. Miriana niega en bloque, pero en el sumario que Slobodan Milosevic dejó abierto en Belgrado, se lo acusa de adquisición ilegal de dos viviendas y de apropiación de bienes del Estado, malversación y fuga de capitales. Al margen de todas esas peripecias del lavado de dinero, en los jardines de la casa de Pozarevac continúan creciendo las azucenas blancas, la flor preferida de Vera, que Miriana suele llevar en su cabellera como reconocimiento a su madre.

19 de noviembre de 1990 El estallido de la carrera política de Miriana Markovic hizo eclosión en el Centro de Conferencias de Belgrado (Sava Centar), el 19 de noviembre de 1990, al darle el envión fundador al Movimiento de la Unión Comunista por Yugoslavia (SK-Porkrte za Jugoslaviju). Ese día unos 5.000 comunistas ortodoxos, oficiales del Ejército y dirigentes que habían quedado al margen del partido oficial, ya bajo las alas de su marido, la nominaron ?ideóloga, bajo el piadoso cargo de directora. Slobodan no manifestó animadversión con la noticia, como si la aparición de una nueva formación política que buscaba nuclear a los serbios de izquierda que no se sentían convocados por el PSS que él conducía, formara parte de un dispositivo a su servicio, siendo el flamante engendro obra de su esposa. Miriana mantuvo inicialmente un perfil bajo, pero la apuesta política era considerable: hegemonizar a toda la izquierda externa al partido socialista de Milosevic. Lo conseguiría el 23 de julio de 1994, también en el Sava Centar de Belgrado, pergeñando el JUL (Jugoslovenska Levica), la ?alianza de la izquierda yugoslava?, una conjunción de 23 partidos de la galaxia neocomunista serbia. Milosevic no faltó al acto inaugural. Las Fuerzas Armadas, un resorte clave en las estructuras serbias de poder, apuntalaron la aparición del JUL. La implantación en otras esferas nacionales se extendió como mancha de aceite hacia los empresarios, funcionarios estatales, hombres de negocios y nostálgicos del estalinismo, a los que sucederían los aprovechadores de las guerras en las que los Milosevic embarcarían a Serbia. Paradójicamente, a pocos meses de la demolición del Muro de Berlín en 1989, en tanto la ex URSS desmantelaba sus vetustos partidos comunistas, nacía en la vecindad serbia un movimiento neocomunista cuya sigla definitiva acuñada cuatro años más tarde, el JUL, apelaba al renacimiento comunista. JUL pulsaba en las conexiones patrióticas de los serbios, fundandose en

julio de ese año, mes que también conmemora el levantamiento en armas de los partisanos yugoslavos contra el ocupante nazi, mes de nacimiento de Miriana y de su hijo Marko. ?Lo llamé JUL a propósito, porque el lado izquierdo del mundo es más bonito y más humano. Hay más justicia en esa parte del mundo, que es un lugar para soñar y amar a los otros?, apostrofaba ella, que veía en el mes de julio ?un dedo del destino?. Miriana neutralizó sin retraso el interrogante que planeaba sobre los dos partidos que se repartían los favores del viejo tronco comunista serbio, reduciendo sus diferencias a los puntos de vista de una pareja que destilaba unidad doctrinaria y un clima de entendimiento en el que ambos se reprochaban, jocosa y mutuamente, tener más contactos en el partido del otro que en el suyo propio. Miriana afirmaba que ?el hecho que mi marido es un líder del Partido Socialista Serbio y yo de la Coalición Comunista no tiene nada que ver con la tolerancia sino con la emancipación?. El 9 y 23 de diciembre de 1990 Slobodan ganó las dos vueltas de las elecciones legislativas en Serbia y Montenegro. El movimiento de Miriana fue su apoyatura estructural, operando como un partido de cuadros. De sus filas, y más tarde de las del JUL, saldrían los embajadores, gerentes de compañías, directores de medios de comunicación y la élite de los ministerios de gobierno. A la par, el PSS, piloteado por el propio Milosevic, actuaba como partido de masas, convocando sulfurosos actos multitudinarios para dar curso a sus consignas agitadoras. Los dos partidos concordaban en una disciplina centralista de hierro, más rigurosa que la media de los tradicionales partidos comunistas del este europeo. Entre los bastidores del gobierno, Miriana asumiría funciones de copresidente. Desde la trastienda se hizo cargo de la relación con los medios de comunicación, quitándole atribuciones al Ministerio del Interior. La práctica sistemática de la censura fue su lema. Vertiendo amenazas veladas y blandiendo represalias mantuvo a todos los medios de comunicación bajo su tiránico paraguas. El negro humor popular la sindicaba como la verdadera redactora en jefe de Politika, el prominente y más antiguo cotidiano de Belgrado, que, por pánico, obedecía a Miriana aplicando la autocensura en sus páginas. El chiste callejero rebautizó al diario Julka por su obediencia al JUL, con la curiosidad de que su redactor en jefe durante el apogeo de los Milosevic en el poder, como se ha visto, fue Hadzi Dragan Antic, uno de los compañeros sentimentales de Marija Milosevic, hija de Miriana y Slobodan. A su vez, una batería de relaciones promovió que los libros que dieron celebridad a Miriana fueran traducidos al ruso, chino, búlgaro, inglés, griego, húngaro, japonés, albanés, italiano, tamil, persa y turco. Se trata de Respuestas, Noche y Día y Entre el este y el oeste, un muestrario de sus opiniones de toda índole: ecológicas, astrológicas, políticas, económicas, financieras, culturales e históricas, muchas de ellas recogidas previamente por la revista Duga (Arco Iris). Diplomáticamente, es de notar que la pareja presidencial no acostumbraba viajar junta al extranjero. Miriana prefería desplazarse sola, como una especie de ministro sin cartera en misión, enviada especial de su marido a Moscú, Pekín, Kiev, Bucarest, Sofía, Bratislava, Atenas, Nueva Delhi, Londres y Lubiana. En las negociaciones de guerra en Ginebra, Suiza, durante 1993 y 1994 y en 1995 en Dayton, Estados Unidos, Milosevic, asistió siempre sin su esposa. Ella dejaba planear la ambivalencia en sus declaraciones: ?Si una mujer es capaz de destruir al mejor hombre, si ella puede comprometer a aquellos que poseen calidades mejores que ella, para mejorarse individualmente, entonces, semejante mujer merece ser un líder?. Lo cierto es que Slobodan la consultaba constantemente; una prueba flagrante aconteció en Dayton donde, durante las negociaciones con el presidente Bill Clinton y con los otros dos presidentes yugoslavos, el croata Franjo Tudjman y el bosnio Alia Izetbegovich, Milosevic telefoneaba a su mujer a cada rato para determinar qué actitud asumir, como si no supiera qué hacer estando solo. Consecuentemente, no resultó casual que el 22 de noviembre de 1995, al bajar del avión que lo traía de Estados Unidos con los acuerdos de Dayton en su equipaje, Miriana y sus dos hijos esperaban a Slobodan en el aeropuerto de Belgrado, tal vez la única ocasión en que un acto oficial reunía a toda la familia delante de la televisión del mundo entero.

23 de julio de 1997 La instalación de la familia Milosevic en el Palacio presidencial de Dedinje, llamado el Castillo Blanco, inauguró un período fastuoso irrigado por intrigas subterráneas. La otrora residencia de los reyes, transformada en búnker del mariscal alemán Alexandar Ler durante la ocupación nazi, fue luego el aposento del presidente vitalicio, Tito. Lo compartió inicialmente con su concubina, Davorjana, tía segunda de Miriana, que falleció en 1946, y luego de casarse, en 1952, con Jovanka Budisavljevic, que lo acompañó hasta su muerte el 4 de mayo de 1980. Reconstruido completamente un año antes de que Slobodan, Miriana y sus hijos tomaran posesión del lugar el 23 de julio de 1997, el complejo comporta varios chalets rodeados de espacios verdes. Entre los parques se erigen el mausoleo donde descansan los restos de Tito, la tumba de Davorjana, una mansión de huéspedes, el pabellón de caza obsequiado por Eslovenia y varios edificios habitacionales. Los Milosevic ocuparon tres de ellos. El cuerpo de guardias de Dedinje, con sus elegantes uniformes azules acogió al rutilante presidente yugoslavo, elegido por el voto el 17 de noviembre de 1996. Miriana hacía realidad aquel sueño enfrente de la vidriera de Zadar en 1996, cuando pronosticó que su marido llegaría a la primera magistratura. El protocolo volvía con sus entorchados. El Mercedes Benz seis puertas de Tito retornaba a las calles de Belgrado con otro pasajero quien, empero, no se animaba a descender ni a mezclarse con la multitud, temeroso que lo mataran. Los hijos de Miriana y Slobodan festejaron la mudanza. Marija organizó una gran fiesta en

un club de Belgrado. Marko se tiñó el pelo de plateado y desplegó una desbordante velada gratuita en su discoteca de Pozarevac. Miriana justificaba el exhibicionismo, escribiendo en su diario como si le hablara a solas a Slobodan: ?Querido, eso es lo que a las personas les gusta?, poniendo sin transición una nota de nostalgia: ?yo recuerdo con tristeza esos días cuando mi familia vivía en un apartamento modesto. Yo no sé por qué dejamos ese lugar feliz. Recordaré siempre nuestra mudanza como algo doloroso e innecesario?. En rigor, los Milosevic nunca vivieron en la precariedad. Desde el 26 de julio de 1991 eran propietarios de un suntuoso chalet en Belgrado, comprado a un precio módico, cuya veloz adquisición dejó incógnitas imborrables. También de una cómoda vivienda en el 33 de la calle Tolstojeva de la capital serbia, remozada como nueva, con cargo a una cuenta gubernamental. Resta por dilucidar la titularidad no desmentida de una mansión en las afueras de Atenas, tasada en 1,5 millón de dólares, como lo han sugerido los medios de comunicación griegos, un país al que los Milosevic solían concurrir en supuestos planes de vacaciones en varias oportunidades. Puertas adentro, en Dedinje, raramente pudo entrar la prensa. Se supone que la pareja presidencial prosiguió con su tren de vida, monótono y poco animado. Los discos románticos rusos ambientaban la soledad del poder. Intramuros, parecían hacer puntería todas las conspiraciones. La angustia por el atentado, fue el hilo conductor del libreto en la agenda de las conspiraciones. Slobodan dirigía personalmente el equipo de seguridad presidencial, pero Miriana desconfiaba de cada uno de sus guardaespaldas. Temía un complot y olfateaba la delación política por los rincones. Ella insistía en que, con la llegada a Dedinje, la deslealtad fulminaría a su marido. Sostenía que ?un héroe es primeramente abandonado por sus propios admiradores, el resto los sigue... aquellos que crearon al héroe, que apoyaron al héroe, y compartieron con él las mismas convicciones nacionales y políticas, todos ellos traicionan a su héroe?, como si los demás codiciaran la destrucción de su esposo. La defensa política, sin grietas, que hacía de su marido, no exceptuaba la confrontación y, en la cima del poder, los dos caracteres exponían sus diferencias. Slobodan y Miriana frecuentaban esferas diferentes, tenían amigos distintos. La conexión matrimonial se irrigaba de amor, rivalidad, poderío y el gusto compartido por el dominio del otro. Reñían hasta el límite en que se pusiera en peligro el poder que disfrutaban, porque Slobodan y Miriana hicieron todo siempre juntos, en pos de una meta común. La selección de ayudantes y colaboradores descerrajaba fricciones. Era exaltado por muchos que veían en él el paradigma de tales o cuales ideas aunque, a fin de cuentas, Milosevic nunca abrazó de manera resuelta unas u otras. Tanto los nacionalistas como los comunistas, los religiosos o los laicos, esperaron todo de él, que los decepcionó sin vueltas. En su descargo, ella advertía que ?la ideología nunca significó tanto para él como para mí?. Confesó no haberle escuchado decir ?yo moriré por el socialismo o por el nacionalismo?, a los que, empero, se había consagrado. A diferencia de su hermano Borislav, que ensalzaba sus orígenes montenegrinos, Slobodan siempre se consideró un serbio, animando una identidad yugoslava hegemonizada, justamente por la preponderancia serbia. Mantuvo los símbolos de fachada como los feriados y el himno yugoslavo, pero el nacionalismo guió su acción política. Slobodan Milosevic ha sido un gran explotador de personas. Se sirvió de ellas sin importarle la procedencia o su identificación política, con tal de satisfacer sus deseos de poder. Mantuvo como principio no dejar que nadie se le acercara demasiado en su actividad política o lo comprometiera en su afección. Con Miriana fueron por igual obsecuentes y también enemigos de los comunistas y de los anticomunistas, enredándose con héroes y traidores, nacionalistas y yugoslavos, extremistas y pacifistas, religiosos e inmigrantes. Él navegaba entre la astucia y el engaño, combinando la arrogancia con la cobardía. Ella lo sostuvo con su lenguaje etéreo cuando él propulsó la violencia para resolver los litigios, y lo apuntaló al capitular frente a la cercanía del poderío militar de sus adversarios. Slobodan amaba poseer armas aunque nunca las usaba. Sus fuentes preferentes de información eran policiales y, por supuesto, los consejos de Miriana, omnipresente en los instantes de tomar las decisiones. Autócrata, pendenciero, Milosevic prefería el caos para funcionar como dirigente y sacar tajada de las situaciones. Era tan desconfiado que mantenía en secreto hasta sus vacaciones, por más que luego se supieran sus períodos de descanso en la isla de Brac, próxima a la costa adriática, en el lago Nor, en Serbia, o en Kupari, en las playas dálmatas. Hábil en el corto plazo, no prodigaba esfuerzos al futuro. Incapaz de concentrarse en las lecturas, le otorgaba apenas algún momento a la música melódica. No dejaba rastros escritos de sus decisiones y le molestaba que tomaran apuntes de las reuniones en las que participaba. Prefería las audiencias a solas, sin taquígrafos ni traductores. Sólo tenía palabras de halago para su mujer, cuyo retrato reemplazó al de Tito en uno de los salones de Dedinje. Miriana y Slobodan se parecían en la seguridad de sí mismos que trasmitían y en la ambición sin límites que canalizaban sus actos. Ella era más espectacular que él en sus declaraciones políticas, tal vez dopada por cierto cinismo, ejemplificado en sus extravagantes declaraciones de amor al mundialismo y al izquierdismo. Influyente ante su esposo en la administración del poder matrimonial que le imprimieron a la política, fuentes concordantes designan a Miriana dando luz verde para los nombramientos firmados por su marido, un verdadero filtro para apartar a la gente que ella consideraba que no debía llegar hasta él. Engreída, confirmaba que si su marido no se acogía a su punto de vista, tendría ?la guerra?. Ensalzaba con determinismo las virtudes superiores de todo izquierdista, pero era una mujer de aparato, detestada por las clases pobres invocadas en sus arengas, que la veían desvinculada de sus problemas cotidianos. Menospreciaba a la gente corriente y se regodeaba en las frases huecas de los

manuales marxistas, fatuidades de una militante que a los 16 años ya se decía comunista, y que defendió a Serbia como su último bastión en Europa.

24 de octubre de 1997 En el reinado de semejante arbitrariedad, Miriana sentía rondar la muerte. No la tranquilizaba ni la música, su preferencia cultural. Se preguntaba ??Por qué cada cincuenta años alguno de mi familia tiene que ser detenido y después muerto??. Enlazando con el homicidio de su progenitora, en su diario Miriana se respondía diciendo que ?en este 1997 parece que ese mismo destino me amenaza, alguien quiere mi vida, como hace tanto tiempo obtuvo la de mi madre... yo no sé si enfrentaré este destino o mis hijos también serán víctimas?. La ansiedad por ver llegar esta confirmación, no fue satisfecha con un rayo mortal sobre alguno de los dos miembros de la pareja presidencial. Se abatió sobre Zoran Todorovic Kundal, el único amigo incondicional reconocido por la propia Miriana. A las 8 de la mañana del 24 de octubre de 1997, el joven multimillonario y secretario del JUL, el movimiento capitaneado por Miriana, fue alcanzado por una ráfaga de ametralladora al descender de su lujoso Mercedes Benz para saludar a un amigo, en camino a las oficinas de Beopetrol, su empresa de hidrocarburos. El desconocido que lo asesinó, hiriendo gravemente a su amigo Sinisa Stankovic, se dio a la fuga. Zoran Kundal tenía 38 años y era rico. Depositaba una confianza absoluta en Miriana, manteniendo una complicidad profunda. Entre los papeles de su legado testamentario, aparecieron versos dedicados a Miriana. Se escuchaban y respetaban mutuamente y en los corrillos la relación era considerada sentimental y apasionada; ella era casi 15 años mayor que él. Miriana decía abiertamente que Zoran sería el sucesor ideal, si Slobodan Milosevic se retiraba de la acción política. La noticia del homicidio sorprendió a Miriana en la India, promocionando sus libros. Aturdida, sólo atinó a repetir varias veces. ?No es posible...?. Se encerró en un hotel de Madrás durante un día y medio. Ella permaneció en la India y estuvo ausente del entierro, al que asistió Slobodan que, emocionado, vertió lágrimas por el amigo de su mujer, con el que parecía no simpatizar y polemizar seguido. La semblanza que dejó la prensa de Zoran Todorovic Kundal es la de un hombre calvo, dicharachero y molesto, irritante en la discusión. Miriana se despidió mediante una carta que depositó en la embajada yugoslava en Nueva Delhi. La confesión fue quemante: ?Querido Zoran, nunca hasta ahora había estado yo tan lejos de ti pero al mismo tiempo tan cerca. No puedo volver a Belgrado desde el sur de la India y decirte mi último adiós... ni siquiera puedo imaginar que no puedo estar contigo, nunca más, tú que has sido durante 15 años mi mejor amigo. No obstante, te estoy enviando un mensaje por sobre estas montañas y el océano... nunca me separaré de ti. Yo te extrañaré mientras viva. Por favor no nos olvides a todos los que quedamos aquí, yo te prometo que me ocuparé de ti. Y no estés enfadado conmigo por algo que yo me oponía a concederte. Ahora tienes mi perdón. Siempre ayudabas a todos incluso a aquellos que no lo merecieron. En esto nosotros éramos similares. Me mantendré muy cerca de tu esposa y amaré a tus niños como amo a los míos. Hasta pronto, Miriana?. Al retornar días después a Belgrado, Miriana se hizo conducir directamente del aeropuerto al cementerio para inclinarse ante la tumba de Zoran Todorovic Kundal. Cuál era la naturaleza de ese vínculo tan estrecho. ?Cuál fue el pedido que ella no le concedió? Miriana nunca respondió a estos interrogantes. Estigmatizó a la nebulosa de las mafias como autoras del crimen. ? Ellos disparan al país... Fue un tiro contra Serbia, Yugoslavia, la paz y la dignidad?, aseguró. Con el naufragio de los meses, las murmuraciones de una relación extraconyugal se estancaron. La idea dominante que iguala a Slobodan y Miriana es que ninguno de los dos ha teni-do sexo fuera de la pareja. Los ribetes públicos de la vida privada que mantuvieron al pernoctar en el palacio presidencial fueron restringidos, concurriendo sólo a lugares donde compartían fugaces momentos con sus partidarios. No se los solía ver en teatros, fiestas, cines, estadios o restaurantes. Ante los demás y cuando no se ceñían al protocolo presidencial en recepciones oficiales, se mostraban de la mano; ante las curiosidades acer-ca de cómo funcionaba una pareja con tanto voltaje político, las respuestas remitían a que tanto el uno como el otro se sentían ? perfectos?. Las fallebas para acceder a los aposentos de Dedinje se cerraron doblemente después del asesinato de Zoran. Uno de los pocos ágapes que se traslucieron en la crónica mundana fue el lanzamiento, en el palacio presidencial, de uno de los libros de Miriana, Entre el este y el oeste, celebración en la que Slobodan estuvo particularmente cariñoso. ?Gatita, brindo por su libro y porque quiero que usted me ame para siempre?, y levantó una copa al decirlo. Ella le respondió que lo amaba porque él la amaba. La última cobertura de prensa de la vida en el Castillo Blanco, mostraba algunas fotos de Miriana sentada en un sofá con su nieto Marko, hijo de Marko y su esposa, Milica Gajic, en una sala decorada de blanco. La abuela y el nieto posan en esa morada ?calma y silenciosa?, llena de ?expectativa?. Se observan vasijas con flores artificiales, una chimenea y un enorme globo terráqueo. Miriana saltaba, arbitraria, entre los mismos temas de sus libros: la belleza de la naturaleza, los misterios del universo, el cielo y las estrellas, las ropas que usaba cuando joven, o las colas de los ahorristas en los bancos para retirar las economías volatilizadas por el régimen de su marido. Pudo haber sido en cualquier semanario. Fue en la revista Vreme del 15 de marzo de 2001, faltaban dos semanas para la hecatombe y la entrada a prisión del efímero locatario dueño de casa.

28 de febrero de 1998 La impronta de Miriana en los discursos de Slobodan ha sido detectada por los observadores políticos yugoslavos. La ferocidad nacionalista los ha hermanado, oponiendo al nacionalismo serbio el nacionalismo de sus enemigos en las otras repúblicas y provincias yugoslavas. El estilo, las convicciones y los propósitos de Markovic se reconocen en los textos pronunciados por Milosevic, un bagaje que la propia Miriana reflotaría en sus editoriales de prensa y en los reportajes periodísticos. El dato tiene un valor suplementario porque los analistas políticos buceaban en sus relatos para adivinar las intenciones políticas de su marido, arisco a las entrevistas de prensa, reacio a redactar documentos y discursos políticos. Ella no ha sido ajena a las estratagemas de la táctica de dividir a los adversarios, ni estuvo ausente de las grandes decisiones que marcarían el trágico derrotero de Slobodan: la suspensión de lo esencial de la autonomía del Kosovo, el 27 de marzo de 1989, la llave para entender el secesionismo esloveno y croata, génesis de las guerras que destruirían Yugoslavia. La clave del ascenso fulgurante de Milosevic se encuentra, ineludiblemente, en Kosovo, una de las dos provincias autónomas de Serbia, pero de mayoría albanesa, junto con Voivodina, que concentra habitantes de procedencia húngara. Milosevic hizo de la causa de la minoría serbia en Kosovo, su arma preferida de batalla. Atizó la movilización hacia concentraciones multitudinarias antialbanesas desde 1987, insertando la reivindicación en el corazón de Belgrado, el 18 de noviembre de 1988, coronando su campaña el 28 de junio de 1989 en Kosovo, en el 600 aniversario de la batalla perdida contra los turcos, con alrededor de dos millones de personas en el público. El miedo de los serbios a ser expulsados del Kosovo electrizaba las multitudes arengadas por Milosevic, quien promovió el despido de funcionarios albaneses, la disolución de sus instituciones locales, y el cierre de medios de comunicación. La reacción albanesa al recorte de su autonomía en Kosovo, con la modificación de la Constitución de Serbia, desencadenó una rebelión que no estuvo exenta de desmanes, excesos y de la destrucción de monumentos religiosos ortodoxos. La réplica ordenada por Milosevic se canalizó en una sangrienta represión. La intervención militar serbia en la provincia, operada entre el 28 de febrero y el 1 de marzo de 1998, fue la respuesta a su declaración de independencia, al erigirse en séptima República de la Federación Yugoslava el 7 de septiembre de 1990. La detonación de la crisis tuvo por efecto colateral que Eslovenia y Croacia, otras dos repúblicas en las mismas condiciones que Serbia, estimaran que el pacto federal había sido violado por ésta última, con la abrogación de las autonomías para Kosovo y Voivodina. La atmósfera acicateó los enfrentamientos que se comenzaban a encadenar. En abril de 1990, Eslovenia y Croacia eligieron presidentes independentistas: Milan Kucan y Franjo Tudjman. Por referéndum, los dos países decidieron separarse unilateralmen-te de la Federación Yugoslava. Eslovenia votó el 23 de diciembre de 1990. Croacia el 19 de mayo de 1991, desconociendo que una semana antes la minoría serbia de Krajina había resuelto, en las urnas, tomar su propio camino independiente, contrario a la voluntad croata. Milosevic se opuso a la marea independentista atacando militarmente los dos países. Sus tropas incursionaron en Eslovenia el 27 de junio de 1991, y en Croacia el 27 de agosto de 1991. Yugoslavia se cayó a pedazos. A su turno, Macedonia organizó el referéndum de independencia, el 7 de septiembre de ese año. Bosnia-Herzegovina siguió la corriente, el 1 de marzo de 1992. Las guerras en Eslovenia, Croacia y Bosnia-Herzegovina, relegaran en el tiempo que Milosevic desencriptara la cuadratura del círculo que lo esperaba en el Kosovo desde el inicio de su mandato. El desafío se pospondría hasta que se verificaran sus derrotas militares en Eslovenia y Croacia, y que los Acuerdos de Dayton en 1995 saldaran el cese al fuego en Bosnia-Herzegovina con un reparto étnico entre serbios y croatomusulmanes. Al bosquejo de una Gran Serbia, englobando Serbia, Montenegro, Macedonia, Eslovenia, Kosovo y parte de Bosnia-Herzegovina, se le superpuso la sombra de una Gran Albania, unificando Albania, Kosovo y territorios en Montenegro, Macedonia y Grecia. La puja geopolítica hizo eje exactamente en Kosovo, donde los dos mapas se confunden, en el punto que dos edificios imaginarios reivindican, cada uno, como su exclusivo centro de gravedad. Los reclamos de pertenencia de Kosovo para unos y otros se fundamentan en criterios demográficos, históricos y religiosos; se entremezclan con el enorme interés militar en el control de la región, un nudo ancestral de comunicaciones terrestres. Hasta hoy no ha podido pactarse de manera concluyente una fórmula consensual de vida común o de separación de los dos pueblos que perduran en el dominio de la composición étnica de sus habitantes. El repudio es mutuo y, evidentemente, los serbios han fracasado en tomarse revancha con la estrategia elaborada por Slobodan Milosevic, que diseñó la ocupación militar permanente como solución definitiva en 1998, desencadenando los ataques de la OTAN, cuyo corolario ha sido la cárcel de Sheveningen, tal vez su habitáculo de reflexiones hasta que terminen sus días. Es indudable que la historia ha sido adversa a los serbios en el Kosovo. Los descendientes de los naturales balcánicos resistieron a lo largo de los siglos la asimilación a otros pueblos. Los originarios illyrienos, prósperos y sin credo tuvieron varios siglos de paz antes de Jesucristo, siendo invadidos y dominados por los romanos, bizantinos y visigodos, hasta que, entre los siglos vi y viii (DC), los eslavos entraron en la escena balcánica. En los tres siglos siguientes se operará la metamorfosis hacia

una nueva configuración detrás del nombre de albaneses, divididos entre Roma y Constantinopla en cuanto a la fe católica u ortodoxa. La ocupación otomana entre 1389 y 1912 traerá aparejada la conversión a la religión musulmana, que configura hoy en día la creencia del 90 por 100 de los 2 millones de habitantes. Al cabo, los vaivenes históricos hicieron de la zona más rica y desarrollada del Estado serbio medieval, la más pobre y subdesarrollada del Estado serbio moderno. Para sacarla del atolladero, los planes actuales de la ONU procuran instaurar por mecanismos democráticos, en un plazo de tres años, la cohabitación de los intereses enfrentados. A partir del escrutinio del 18 de noviembre de 2001 se han abierto las puertas hacia la ?autonomía sustancial? que preconizan las Naciones Unidas. Los independentistas moderados de Ibrahim Rugova recolectaron el 46,29 por 100 de los votos, contra el 25,54 por 100 de los independentistas radicales de Hashim Thaci. La minoría serbia consiguió el 11 por 100 de los votos, pero tiene reservados 10 escaños adicionales en el parlamento de 120 bancas. Rugova no dispone de la mayoría absoluta y deberá tejer alianzas para gobernar la provincia, en la que los derechos de la minoría serbia y las presiones de los reciclados guerrilleros de Hashim Thaci, independentistas irredentos, concitan un enigma político: cómo resolver uno de los litigios más antiguos de la historia europea. Milosevic quiso despachar el antiquísimo pleito por la fuerza, pero fracasó. ?Lo conseguirá la ONU buscando una solución democrática?

24 de marzo de 1999 Al atardecer del 24 de marzo de 1999, el secretario general de la OTAN, Javier Solana, anticipó que las bombas caerían sobre Serbia. ?El ataque a Yugoslavia es un intento para defender los valores morales de la Europa del siglo xxi?, dijo y firmó la orden de ataque. Milosevic se negaba a retirar sus tropas de Kosovo y a negociar un acuerdo político con los albanokosovares para pacificar la provincia. Los 19 miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte decidieron emplear la fuerza militar, habiendo fracasado en el auspicio de dos instancias de negociación en Francia. Milosevic había ganado tiempo, cediendo una reducción de sus efectivos militares ante la amenaza de la OTAN del 13 de octubre de 1998, sin abandonar, no obstante, su política de represión. El 15 de enero de 1999, en efecto, la masacre de 45 civiles albanokosovares en Racak replanteó la necesidad de una intermediación externa para solucionar el conflicto. Entre el 6 y el 23 de febrero de 1999, en Rambouillet, ninguna de las dos partes en pugna aceptó las propuestas internacionales, pero entre el 15 y el 19 de marzo de 1999 en París, los albanokosovares se plegaron al plan occidental, manteniendo los serbios su rechazo. Cinco días más tarde, Milosevic conocía el tableteo de la tecnología bélica de punta desarrollada por la OTAN. La escalada fue veloz. El 3 de abril un tapiz de explosivos aplastó los centros neurálgicos de Belgrado. La lluvia mortífera se hizo incesante hasta que, el 19 de mayo, Milosevic aceptó entrar en materia, sobre la base de un acta de rendición que el G8, las siete potencias occidentales más Rusia, le habían hecho llegar 13 días antes de la mano del ruso Victor Chernomirdin y del finlandés Marthi Ahtisari. Sin darle respiro, el 27 de mayo el TPIY dictó su primera inculpación contra Slobodan Milosevic por crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad, sellando irreversiblemente su suerte. Entre 300 y 800 aviones lo tuvieron en la mira durante los 78 días de bombardeos incesantes, pero la pareja presidencial y la hija mujer, Marija, supieron guarecerse en uno de los túneles del palacio de Dedinje, construido especialmente por Tito, quien temía una invasión soviética. La alcoba visible de los Milosevic en la residencia del Castillo Blanco voló por los aires, pero el misil no encontró a nadie en su interior. Marko, el hijo varón que solía desfilar por las calles vestido de militar se escondió en Pozarevac. Cuando le recriminaron que sólo se vestía por figuración ya que, en verdad, había sido declarado inepto para el servicio militar, desvió la atención financiando la construcción de Bambyland, un centro de recreación juvenil. Lo entendía como su ?mejor manera de ocuparse del futuro de los jóvenes?, gestando la truculenta secuencia de un país bombardeado, con la gente amontonada en los abrigos antiaéreos, mientras se edificaba un lugar de esparcimiento. Cuando hubo que capitular, Miriana acompañó a Slobodan a parlamentar con los partidos de la oposición. ?Debemos aceptar el ultimátum porque nosotros no tenemos ninguna otra opción?, barbotó. El 3 de junio se empezaron a firmar los papeles. Se interrumpieron los bombardeos a cambio de que Serbia retirara sus tropas de Kosovo, aceptando el retorno de los refugiados y reconociendo la autoridad de una fuerza militar internacional de paz en este territorio, la KFOR, dotada de 35.000 hombres de distintas nacionalidades, para que garantizaran la normalización de la provincia. Slobodan habló por televisión. ? Estimados ciudadanos yo les deseo una paz feliz?, como si la catástrofe que concluía, en realidad no hubiera existido. La ONU tomó rápidamente cartas en el asunto. El Consejo de Seguridad emitió el 10 de junio de 1999 la Resolución 1.244, que otorga a las Naciones Unidas la administración provisoria de Kosovo, para poner en práctica la ?sustancial autonomía? de la provincia serbia dentro de la nueva Yugoslavia. La guerrilla separatista del Kosovo, el Ejército de Liberación Kosovar (UCK, Ushtria Clirmtare Kosovës) se desmilitarizó, aceptando transformarse en un partido político, sustituyendo de hecho la vía armada para sus aspiraciones independentistas. La exhumación de cadáveres da cuenta de 2.108 cuerpos de albanokosovares enterrados clandestinamente luego de ser asesinados; vale decir antes, durante y después de los ataques de la OTAN, mientras que una fosa común con 14 serbios masacrados, pone en relieve una contradepuración étnica. El maligno fruto del fanatismo

antiserbio se solventa, además, en múltiples denuncias que permiten contabilizar 400 asesinatos y 500 desapariciones, y el destierro para cerca de 400.000 de ellos que evacuaron el Kosovo mayoritariamente después de la intervención de la OTAN. Los estragos abarcan la quema de libros en serbio, la demolición de 63 iglesias y los monumentos al zar Lazar, al rey de Montenegro, Pepetr Petrovic Njegos al lingüista Vuk Karadzic. Los daños infligidos por la OTAN a Serbia son inmensos. Fuentes británicas los estiman en 60.000 millones de dólares, 2.000 muertos y 6.000 heridos, amén del agravamiento de la situación de casi 900.000 desempleados en todo el país, y unos 80.000 belgradenses que deambulan en la miseria, en cuyo contexto debieron además abrigar a 226.000 no albaneses que huyeron de Kosovo. Los serbios, por su parte, calculan pérdidas que alcanzan los 150 billones de dólares. Para Miriana se trató de una ?guerra especial hecha mediante la prensa?, conducida por los ?círculos conservadores de Occidente o por quienes tienen interés en ocupar ese territorio?. Por resistirse ?contra esa moderna forma de colonización?, Milosevic fue presentado como un demonio, consideraba Miriana. Para recuperar popularidad, Slobodan dispuso 5.000 condecoraciones de funcionarios de gobierno, militares y responsables de los medios de comunicación. En el crepúsculo de su actuación presidencial se autoproclamó el ?insumiso de los insumisos?. Mandó construir un muro de cemento alrededor del palacio de Dedinje, para protegerse de la ira ciudadana, como si el reproche más temido no hubiera sido haber hecho la guerra por un Kosovo proserbio, sino haberla perdido. En esos días de derrota, Miriana continuaba exultante: ?Yugoslavia consiguió, como nunca antes, un lugar prestigioso en la historia mundial?. De un largo tirón se incriminaron en espantosos crímenes colectivos que el matrimonio descalifica, por la supuesta incompetencia del TPIY y porque ambos se sienten candidatos a un premio por haber propiciado la paz y luchado contra el terrorismo. En su cómodo calabozo de Sheveningen Slobodan Milosevic se siente el ingeniero de una gloria por venir. Para Miriana, esa reclusión la conecta con los vampiros de su madre; es ?la Gestapo de la época moderna?, reseña. El furibundo nacionalismo con el que el comunismo extemporáneo y en bancarrota fue travestido, se difuminó en el delirio por construir una Gran Serbia, extendida ?hasta allá donde se encuentre la última tumba de un serbio. Tal era el diseño de la pareja, en el cual Miriana deposita en su marido la victoria moral contra la falsificación de la historia.

12 de febrero de 2002 A las 9:30 de la mañana del 12 de febrero de 2002, flanqueado por dos guardias vestidos de azul de la ONU, Slobodan Milosevic hizo entrada en la sala de audiencias del TPIY en La Haya, en lo que puede reconocerse como el primer caso de comparecencia de un jefe de Estado ante un órgano legal de justicia por los presuntos crímenes cometidos durante su mandato. El comienzo del proceso IT-02-54 ha sido muy esperado. Alistado por 1.109 empleados de 74 países congregados por las Naciones Unidas, es conducido por 23 jueces de los cinco continentes que, a un costo de 110 millones de euros, juzgan los delitos de lesa humanidad perpetrados en la década anterior en los Balcanes. El mentón en alto, la sonrisa velada de quien se siente superior al prójimo y los movimientos medidos por saberse observado, Milosevic calcula sus ademanes para la posteridad, recorriendo las imágenes que regan todas las televisiones del mundo. Miriana Markovic sigue el proceso desde Belgrado, y no asistió al inicio de este acto final de su marido. Se ha abstenido de hacer declaraciones, aunque el presidente de su partido del cual continúa siendo diputada, el JUL, Sinisa Vucinic, ha amenazado a quien acepte testimoniar contra Milosevic en La Haya. Miriana ha conseguido visa para reanudar las visitas a su esposo durante el juicio, que se reducirán con restricción a horarios matutinos a los fines de semana para respetar los horarios de las audiencias de lunes a viernes. Vestido con saco oscuro, camisa celeste y corbata azul con oblicuas y espaciadas líneas celestes, Slobodan Milosevic escucha y toma notas, pero elude cruzar la mirada con la acusación, encarnada en la procuradora Carla del Ponte. Tiene delante a la otrora fiscal general de la Confederación Helvética, que a pedido del juez español, Baltasar Garzón, exhumara una retaguardia de cuentas bancarias que montaran en Suiza represores argentinos. Por turno, corresponde al juez británico Richard G. May, presidente del colegiado de tres magistrados de la Cámara de Primera Instancia, coordinar con sus dos colegas de Jamaica y Corea del Sur, dirigir las sesiones y dictar sentencia, de la que se excluye la pena de muerte. Una cohorte de letrados nacionales y extranjeros se agolpan en las cercanías, discurriendo por los meandros colaterales de una defensa que Milosevic todavía no delega. El francés Jacques Vergès, el inglés Steven Kay, el holandés Mischa Wladimroff, el norteamericano Ramsey Clark y los yugoslavos Branislav Tapuskovic, Zdenko Tomanovic y Dragoslav Ognjanovic, agitan en los pasillos en nombre de un Comité Milosevic, sin duda alentado por el portador del apellido para desplegar un contraproceso en los medios de comunicación contra la OTAN y Estados Unidos, reclamando entre otros los testimonios de Bill Clinton, Jacques Chirac, Tony Blair, Lamberto Dini, Gerhard Schröder, Helmut Kohl, Madeleine Albright y Javier Solana. Hasta ahora el TPIY ha dictado once condenas en treinta y un juicios finalizados, cinco absoluciones y, con Milosevic, son diez los acusados que están siendo juzgados en distintas etapas de los procedimientos, todos ellos actores de empresas criminales colectivas, urdidas por serbios, croatas y musulmanes. Del lado serbio, a Carla del Ponte le falta capturar, por supuesto, al general Ratko Mladic, verdugo de Srebrenica, al siquiatra y poeta de origen montenegrino Radovan Karadzic, sitiador de Sarajevo, al actual presidente serbio Milan Milutinovic, y a una treintena

de otros genocidas, destacándose Dragoljub Ojdanic, Vlajko Stojiljkovic y Nikola Sainovic, estos cuatro últimos encausados junto con Milosevic. Anthony Blair y Jack Straw, en representación del gobierno de Gran Bretaña, impidieron en 2001 que Augusto Pinochet fuera juzgado en ejercicio de la jurisdicción universal asumida por España, que invocó desde su Audiencia Nacional los imprescriptibles delitos de genocidio y torturas llevados a cabo y amnistiados en Chile. Quedaría sólo la ONU y la tenacidad de la fiscal suiza del TPIY Carla del Ponte, cuyo país retrasara su adhesión como Estado miembro del sistema de Naciones Unidas hasta el 3 de marzo de 2002, para que al menos un dictador, de los tantos que asolaron la humanidad después de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, enfrente una corte penal debidamente constituida para responder por la barbarie engendrada en sus decisiones políticas a la cabeza de un gobierno en el siglo que acaba de concluir. Con voz monótona, sacudida esporádicamente por el enojo, el paso del tiempo y el peso de los kilos se advierten claramente en el hablar cansado y displicente de Slobodan Milosevic. Sin renegar de nada, asume con desgano el papel que le ha deparado la historia. Desprovisto de la fuerza de convicción que se le conociera en sus intervenciones orales cuando detentaba el poder, su determinación y elocuencia reaparecen en los contrainterrogatorios a los testigos de cargo, o en sus párrafos de denuncia a los prejuicios antiserbios, a la propaganda, la desinformación, la ignorancia y la satanización de la que se siente objeto. Avejentado a los 60 años, de escaso de pelo entrado en canas, meticulosamente peinado y afeitado, mofletudo y algo ojeroso, impoluto y por momentos ostensiblemente aburrido, extraviando sus ojos en los rincones de la enmoquetada sala, Milosevic se vio enumerar los sesenta y seis cargos, plasmados en un acta oficial de Naciones Unidas de 43 folios, referida a tres escenarios del horror: Kosovo (1999), Croacia (1991-1995) y Bosnia-Herzegovina (1992-1995), según el orden cronológico en que se le notificaron las inculpaciones. En Kosovo es pasible de los delitos de expulsión, desplazamiento forzado, asesinato, muerte, y persecución por razones políticas, raciales y religiosas, sobre una población de 800.000 hombres y mujeres de origen albanés, ilustrado con seis anexos que citan nominativamente los restos identificados de alrededor de quinientas víctimas, que perecieran porque el Ejército Ser-bio les aplicara el uso de la fuerza y la violencia, el bombardeo de municipalidades, incendios y demolición de caseríos y edifi-cios religiosos, violaciones sexuales y ejecuciones. En Croacia las imputaciones de persecución, exterminación, muerte y homicidio intencional engloban exacciones que golpearon unos 200.000 civiles croatas y no serbios en Vukovar, Eslavonia Oriental, Krajina, Erdut, Saborsko, Vocin, Skabrnja y Dubrovnik, detenciones arbitrarias, trabajos forzados, torturas, tratamientos crueles, inhumanos y degradantes, destrucción y pillaje de bienes públicos o privados, encolumnándose en dos anexos divididos por ciudades, cerca de novecientos cadáveres reconocidos con nombre y apellido. En Bosnia-Herzegovina lo alcanzan los crímenes de genocidio y complicidad en el genocidio, por la detención en campos de concentración y muerte en gran escala de un sin fin de musulmanes y croatas en diferentes regiones de ese país, persiguiendo, expulsando, discriminando, deteniendo en condiciones infrahumanas, torturando, reduciendo a servidumbre, violando sexualmente a mujeres, privando a la población de la ayuda huma-nitaria internacional, atormentando, asesinando y apropiándose o destruyendo los bienes de incontables no serbios, contabilizándose 61 centros de detención, corroborándose la expulsión forzada de población civil en 45 puntos, localizando con exactitud los lugares, las fechas y las cantidades de asesinatos de prisioneros en casi 1.500 casos y de más de 6.000 personas que no habían sido detenidas. Para Milosevic toda esa álgebra obscena se apilaba en los basurales del olvido. Impasible, taciturno y distante, no trasuntaba que en su memoria quedaran residuos empíricos de estos actos. Carla del Ponte sostiene fueron planificados, ordenados y conocidos por él, quien no hizo nada para impedirlos y castigarlos. Este razonamiento sigue los eslabones de la cadena de mandos que, siempre según la fiscalía, conducían a las presidencias de Serbia y Yugoslavia ejercidas a su turno por Milosevic. Como si lo aquejara un desdoblamiento de personalidad, su conciencia no registraba vestigios de las representaciones estampadas en papel que le eran leídas. Sin la más remota posibilidad de salirse del esquema, al no haber conciencia del acto, no podía esperarse compunción alguna, ni arrepentimiento. En esos días del gélido invierno de 2002 en Holanda, cuando se encarrilan los dos años de proceso previstos por la ONU para enjuiciar a Milosevic, la requisitoria de la fiscalía y los alegatos de la defensa están dando cuenta del fin de la instrucción y el inicio de las audiencias. No se conoce con exactitud el número ni la totalidad de las identidades de los testigos que han sido convocados. Se suponen más de trescientos, un abanico de vícti-mas, responsables de gobierno y de la OTAN, y una treintena de ex colaboradores del acusado que quieren declarar con la intención de depurar responsabilidades, varios de ellos bajo protección sumarial para evitar represalias. La unificación de los tres expedientes en que se dividía el acta de acusación para un juicio único por las atrocidades infligidas en Croacia, Bosnia y Kosovo han significado una derrota para Milosevic, que ha ensayado argumentos diversos en los meses transcurridos desde su detención hasta la vista oral, incluyendo una solicitud formal de libertad provisional que le fue denegada en dos ocasiones, antes y después de comenzar el juicio, y una demanda en curso ante el Tribunal Europeo de Derechos Humanos de Estrasburgo, por las condiciones de su entrega al TPIY por parte del gobierno serbio, sin que se agotaran las instancias nacionales yugoslavas de recurso judicial. Milosevic no le reconoce validez a este Tribunal de la Haya, al no estar refrendado por la Asamblea General de la ONU o por una conferencia internacional reunida a tal efecto, considerándolo ?ilegítimo y parcial, a su entender un mero instrumento del Consejo de Seguridad de la ONU, con el poder de veto que allí ejercen Estados Unidos, Rusia, Gran Bretaña, China y

Francia. Involucró a los tres jueces en una ?conspiración demoníaca, calificándolos de ?animales, y manipulados por los servicios de inteligencia británicos que habrían falsificado las pruebas para ensombrecer el legado de su gobierno y disculpar a la OTAN, como parte de una agresión contra la nueva Yugoslavia. Descargó en el belicismo croata, en el extremismo islamista de los bosnios y en el terrorismo de los albaneses kosovares la responsabilidad del baño de sangre que cubrió el desmembramiento de la antigua Yugoslavia, una treta para desviar la atención de cómo enfrentó él esos fenómenos. Como si todo le estuviera permitido para ejercer réplica, comparó su conducta con la de Estados Unidos en Afganistán para erradicar el régimen talibán y sus tentáculos terroristas. Impasible, aparentemente hastiado, pareció dar razón a Carla del Ponte, que lo trató como el diablo en persona. Desapegado y mudo, ha debido escuchar que, para él no han sido determinantes doctrinas e ideologías en las motivaciones del ?salvajismo medieval que caracterizó su gestión del poder, sino su ambición desaforada ?al precio de indecibles sufrimientos para quienes se oponían a él o representaban una amenaza para su estrategia. Detrás de sus actos Carla del Ponte no encontró ideales, ni convicciones personales. Tampoco ?patriotismo, honor, racismo o xenofobia; más bien ?una crueldad calculada que sobrepasa ? las fronteras de la legitimidad de la guerra. Inmisericorde le ha enrostrado que la construcción de una Gran Serbia a costa de la supremacía étnica y la deportación y el exterminio de amplias franjas de las demás minorías han sido un pretexto ?en la retórica de un discurso obsoleto, la exaltación de un nacionalismo agresivo exclusivamente animado ?por la búsqueda del poder personal. Ha sopesado que ?los abusos del acusado no pueden justifi-carse en las matanzas de la OTAN consignadas en la exculpa-ción proferida por Milosevic, que no fueron tales para Carla del Ponte, no obstante los ?fallos en los bombardeos que sin embargo, siempre según la procuraduría, no tenían por blanco a la población civil, una opinión que no comparte el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) y algunas ONG que reclaman a la fiscalía entrar en materia y abrir un nuevo capítulo en las investigaciones del TPIY. La lectura histórica de los hechos que se le imputan, es diferente para Slobodan Milosevic. En los compases ensayados en su réplica, para la cual trocó su corbata azul y celeste por otra con los colores de la bandera nacional yugoslava, autodefensa que se extenderá a lo largo de los meses venideros al ritmo de los elementos materiales que se vayan presentando públicamente, invirtió su papel de acusado en el de víctima. Se erigió en un pacificador castigado por resistir ?a la peor tiranía que haya amenazado a la humanidad, sin atreverse a entrarle a saco, prefiriendo una alusión oblicua a través los nombres de Bill Clinton y Madeleine Albright. Refutó ser el gran animador del proyecto de una Gran Serbia, apelando a la Constitución de la República Federal de Yugoslavia promulgada el 28 de abril de 1992, en la que se deponen ambiciones territoriales en los países balcánicos vecinos, otorgándose garantías para la composición multinacional y plurireligiosa de su población integrada por serbios, albaneses, turcos, húngaros, rumanos, búlgaros y retenes. Hizo hincapié en la implicación del extremista musulmán de origen saudita Osama bin Laden en un terrorismo albanés que abatió en el Kosovo a un gobierno multiétnico compuesto por serbios, albaneses, musulmanes, turcos, goranes, egipcios y gitanos, para reemplazarlo por mercenarios que desencadenaron hostilidades matando más albaneses que serbios, sin mencionar cifras, ni dar la identidad de los victimarios, y sin desvelar de dónde provenían y a quién respondían, salvo la vaga mención de una nebulosa mafia albanesa expandida en Europa, y de la guerrilla separatista del Ejército de Liberación Kosovar (UCK). Denunció una diabolización del pueblo y gobierno serbios, de su familia y de su persona, con el propósito de ?lincharlo en los medios de comunicación, en venganza por haber ?frenado a la OTAN, como el objetivo de fuerzas exteriores esclavistas y neocolonialistas que han sometido al Kosovo, que teledirigen un gobierno ?títere en su país, y que también empujaron a Croacia y a Bosnia-Herzegovina a independizarse. Excluyó que durante los conflictos y bajo su presidencia se hayan tomado represalias contra musulmanes, croatas y albaneses que vivían en Serbia, criticando severamente a las fuerzas militares extranjeras estacionadas actualmente en los Balcanes, que violarían las resoluciones de la ONU, permitiendo el ?salvajismo de los terroristas albaneses. Rechazó que hubiera provocado la deportación de albaneses de Kosovo en 1998 y 1999, eximiendo de esa huida masiva de la población al Ejército Serbio y culpando de la misma a los insurgentes del ELK, que golpeaban, mataban y aterrorizaban a la población para que abandonaran sus casas y no volvieran, englobando estos hechos en una estrategia preconcebida inducida por la OTAN para propiciar los bombardeos en Serbia. Desmintió que ese Ejército Serbio haya desenterrado cadáveres de personas de otras etnias en Kosovo para llevar los restos a Belgrado y así borrar pistas de limpieza étnica, admitiendo que ?individuos o grupos pudieron haber cometido crímenes, como ocurre en el resto del mundo. Para él, todos saben ?que esto es un proceso político que no tiene nada que ver con el derecho, negándose a responder a las acusaciones, precisas y concretas. Son ?un océano de mentiras, resumió en sustancia, como si operara una demencial sustitución de víctimas, en la que los muertos por la OTAN reemplazaran, perdonaran, justificaran u ocultaran los que liquidaran la segregación racial y la limpieza étnica en la que se reservó un rol preponderante. Disparó contra la OTAN, por ?fomentar la disolución de países pluriétnicos en Europa como la Unión Soviética, Checoslovaquia y Yugoslavia, instigados por Alemania y Estados Unidos, que en Serbia destruyeron ?más escuelas que tanques. Con apoyo de reportajes televisivos y fotos atrajo la atención sobre los sufrimientos y asesinatos de civiles bajo los ataques aéreos de la OTAN en Ser-bia, al menos 500 de acuerdo al censo de Amnistía Internacional, causa de unos 90 bombardeos contabilizados por Human Rights Watch, indicios que configuran una asignatura pendiente para la fiscal Carla del Ponte. Indudablemente ahí radica su

flanco débil en este expediente penal, dadas las sospechas fundadas so-bre la voluntad deliberada de la Alianza Atlántica de canalizar en su acción punitiva la intencionalidad de infracciones que sancionan los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 que protegen a heridos, enfermos, prisioneros y personas civiles en tiempos de guerra. A todo esto, ?tendrá el único dictador del siglo pasado que ha podido ser juzgado una sentencia justa, si los procedimientos encaminados en La Haya arriban al puerto propicio? ?Resistirá el TPIY la ofensiva de la defensa de Milosevic que cuestiona su legalidad internacional, la autoconstitución desde el Consejo de Seguridad de la ONU, la redacción de sus normas y reglamentos, el acceso a las fuentes de información del procedimiento y la transparencia de su financiamiento? ?Podrá Carla del Ponte probar penalmente que la argamasa de atrocidades que se produjeron en los Balcanes coincide con la definición de genocidio establecida por la Convención internacional en la materia, y que la responsabilidad individual de Milosevic, mediata o directa, es irrefutable? Los funcionarios judiciales de la ONU prevén que alcanzarán estos objetivos antes de los dos años fijados como meta para conseguirlo. Para entonces habrá entrado en vigor la Corte Penal Internacional definida por Naciones Unidas en Roma el 17 de julio de 1998, que ya ha reunido más de los 60 Estados necesarios para su ratificación, y que sigue chocando con las reticencias de Estados Unidos, China, Rusia e Israel. Pero ese tribunal universal no tendrá competencias retroactivas. Se ocupará de los dictadores del mañana. Dejará impunes a los de ayer, algunos de los cuales fueron acompañados sentimentalmente por las mujeres que han desfilado en el presente libro con Miriana Markovic.

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Acerada, Juanita, 154 Adjekovic, Zoran, 281 Aguilera, Arturo, 97 Aguinaldo, Rodolfo, 171 Aguirre Salinas, Germán, 221 Akihito, emperador, 223 Al Kassar, Monzer, 136 Albright, Madeleine, 205, 312, 317 Aldana, Agustina, 50, 56 Alfonsín, Raúl, 264 Allen, Ted, 181 Allende Gossens, Salvador, 109, 110, 111, 117, 120, 125, 126, 128, 131 Alliluyev, Nadejda, 31,34, 36, 37, 38, 39 Alliluyev, Pavel, 36, 37 Alliluyev, Sergei, 34 Altuna, Horacio, 12 Amor, Lilia, 71, 72 Anden, Ángel, 158 Anderson, John Lee, 140 Antic, Hadzi Dragan, 293, 297 Aquino, Benigno, 171, 173, 174, 175, 176, 177, 178 Aquino, Corazón, 176, 178, 179, 180, 181, 182, 185, 187 Aramburu, Pedro Eugenio, 258 Aranda, Claudia, 13 Araneta, Gregorio, 173 Aravena, Inés, L.P., 138, véase Lucía Pinochet Araya Villegas, Manuel, 111 Arellano Stark, Sergio, 143 Argota, María, 75 Aritomi, Victor, 227 Asensio, Lázaro, 69, 70 Asseca, Carolina, 27 Astiz, Alfredo, 249 Aubert, Pierre, 183 Aylwin, Patricio, 134, 135 Azaña, Manuel, 52 Aznar López, José María, 57 Baccay, Potenciano, 174 Bacon, Francis, 153 Bahamonde y Pardo de Andrade, María del Pilar, 49 Ballin, Luisa, 14 Balmores, Benjamín, 163 Baltao, Eugenio, 165 Bardach, Ann Louise, 84, 85 Barreto, Mariella, 207 Batich, Yamal Edgardo, 136 Batista, Carlos, 76 Batista, Fulgencio, 64, 68, 69, 77, 79, 80, 82, 84, 85, 86, 87, 88, 90, 95, 96 Bauluz, Javier, 12, 14 Beams, Dovie, 171 Beethoven, Ludwig van, 88 Belén, Margarita, 247 Beltrán, Jaqueline, 228

Benedicto, Roberto, 185 Beria, Lavrenti Pavlovitch, 33, 38 Brickey, John J., 77 Blair, Anthony, 142, 312, 313 Bloch, Eduard, 44 Bogart, Humphrey, 26 Bonasso, Miguel, 266 Bong Bong, 166, 174, 175, 178, 184, 188 Borbón, Juan Carlos de, véase Juan Carlos I Bordiu Franco, María del Carmen, 55 Borge, Tomás, 64 Borges, Jorge Luis, 246 Bormann, Martin, 42, 47, 48, 49 Boswort, Stephen, 179 Bramuglia, Juan Atilio, 241, 244 Brander, Lorena, 13 Braun, Eva, 41, 42, 45, 46, 47, 49 Braun, Friedrich, 41 Braun, Ilse, 41, 43, 47 Braun, Margret, 41, 43, 47 Bravo, Estela, 74 Bravo, Julio, 123 Bret-Koch, Raymond, 29 Brites, Francisco, 237 Brown, Gerald, 123 Broz, Josip, 286, 288, 289, 290, 291, 298, 301, 309 Brueghel el joven, 153 Büchi, Hernán, 134 Budisavljevic, Jovanka, 298 Bujarin, Nicolai, 36, 37 Bulrich, Elvira, 261 Bursac, Marija, 292 Bush, George, 170 Bussi, Antonio Domingo, 260 Bussi, Hortensia, 126 Cabrera, Jorge Luis, 15 Caetano, Marcello, 20, 21 Caetano, María de Jesús, 20, 21, 30 Calcagno, Raúl, 239, 248 Calvo de Ricci, Mercedes, 247 Campos Hermida, Hugo, 237 Campos Piva, María Laura, 23, 24, 26 Campos, Paulo, 21 Canicoba Corral, Rodolfo, 237 Cantuarias Grandón, Gustavo, 117 Cañas, María Angélica, 267 Cañas, María Angélica Blanca de, 268 Cañas, María del Carmen, 268 Cañas, Santiago Enrique, 268 Cañas, Santiago Sabino, 267 Cardenal Montesinos, Sergio, 205 Cardoen, Carlos, 136 Carlos, Carmen de, 265

Carrero Blanco, Luis, 56 Carter, Jimmy, 125, 175 Castanheira, Gloria, 23 Castro, Ángel, 75, 101 Castro, Jorge Ángel, 68, 69, 102 Castro, Juanita, 69, 70 Castro, Ramón, 136 Castro, Raúl, 68, 70, 76 Castro Argota, María Lidia, 75, 79, 82, 83, 90 Castro Argota, Pedro Emilio, 75 Castro Díaz-Balart, Fidel 66, 78, 79, 80, 83, 84, 85, 86 Castro Ruz, Angelita, 75 Castro Ruz, Emma, 75 Castro Ruz, Fidel, 12, 13, 17, 18, 63-105, 117, 172 Castro Ruz, Ramón,75 Castro Ruz, Raúl, 75 Castro Soto del Valle, Alejandro, 101, 102 Castro Soto del Valle, Alex, 101 Castro Soto del Valle, Alexis, 101 Casuso, Teresa Teté, 71, 72 Cavallo, Domingo, 238 Ceaucescu, Nicolai, 104 Cecilia, prima de Susana Higuchi, 213 Cervantes Saavedra, Miguel de, 75 Cézanne, Paul, 153, 186 Chan, Victoriano, 157 Chanco, Francisco, 165 Chávez, Francisco, 187 Chernomirdin, Victor, 309 Chimirri, Héctor, 12 Chirac, Jacques, 312 Chopin, Frédéric, 88 Chua, Fernando, 161 Clark, Ramsey, 312 Clerc, Jean-Pierre, 99 Clinton, Bill, 298, 312, 317 Cojuangco, Eduardo, 185 Contreras, Manuel, 122, 125, 127, 237 Corbalán, Álvaro, 136 Cordero, Manuel, 237 Coronel, Pastor Milcíades, 237 Coto, Isabel, 73 Crisóstomo Talentín, Concepción, 154 Cruz, Elena, 237 Cruz, Sandro, 14 Cubillos, Hernán, 124, 125 Curtis, Tony, 173 Davidoya, Vera A. 38 Degas, Edgar, 153 Delgado, Humberto, 29 Denegri, Hugo, 204 Deng Shiao Ping, 172 Devés, Eduardo, 118, 119

Díaz, Nicolás, 134 Díaz-Balart, Mirta, 65, 68, 77, 78, 80-86, 89, 103 Díaz-Balart, Rafael, 77 Dickinson, Angie, 173 Dimahilig, Carlito, 170 Dini, Lamberto, 312 Djindjic, Zoran, 284 Djougachvili, Galina Visarionovitch, 36 Djougachvili, Gueorgui, 31 Djougachvili, Iakov Visarionovitch, 33 Djougachvili, Iosif Visarionovitch, Stalin, llamado también zozo, 13, 18, 21, 29, 31-39, 286 Djougachvili, Mikhail, 31 Djougachvili, Svetlana Visarionovitch, 34, 35, 39 Djougachvili, Vasili Visarionovitch, 34, 35, 36 Domon, Alice, 248 Draskovic, Vuk, 284 Duarte de Perón, Eva, 233, 242, 244, 261 Ducci Valenzuela, Natalia, 135 Duhalde, Eduardo, 135 Duquet, Leonie, 248 Edralín, Josefa, 160, 161, 166 Egli, Alphonse, 183 Egnatachvili, Alekandre Iakovlievitch, 31 Egnatachvili, Iakov, 31, 39 Engel, Gerhard, 46 Engels, Friedrich, 77 Escalante Posse, Jorge, 242 Espín, Vilma, 68 Espinoza, Pedro, 237 Esquivel, el Chino, 89 Estrada, Joseph, 188 Etelvina, Julia, 23 Evita, véase Duarte de Perón, Eva Fajardo, Marco, 13 Farrel, Edelmiro J., 241 Faupel, Wilhelm, 114 Felipe II, 152 Fernández Revuelta, Alina, 66, 69, 74, 86, 87, 90, 91, 92, 93 Fernández, José Raúl, véase Castro Díaz-Balart, Fidel Fernández, Orlando, 86, 87, 90 Fernando, Enrique, 178 Ferreira Aldunate, Wilson, 263, 264 Ferrero, Raúl, 210, 211 Fidelito véase Castro Díaz-Balart, Fidel, Flores,Isabel, 51 Fontanet, Guy, 185 Ford, Gerald, 170 Fragoso Carmona, Oscar, 23 Francisco Fernando, archiduque austro-húngaro, 280 Franco Bahamonde, Francisco, 13, 17, 18, 20, 21, 25, 49-57 Franco Bahamonde, Nicolás, 50 Franco Bahamonde, Paz, 50

Franco Bahamonde, Pilar, 50 Franco Bahamonde, Ramón, 50 Franco Polo, María del Carmen, 52, 55 Franco Salgado-Araujo, Nicolás, 49 Frei Montalva, Eduardo, 123, 126 Fuentes, Norberto, 65, 97 Fujimori, Alberto, 12, 14, 18, 193-229 Fujimori, Hiro Alberto, 196, 219, 220, 221 Fujimori, Keiko Sofía, 196, 212, 213, 218, 219, 221, 224, 225, 226, 228 Fujimori, Kenyo Gerardo, Kenyi, 196, 220, 221 Fujimori, Kintaro, 198 Fujimori, Pedro, 198 Fujimori, Rosa,198, 223 Fujimori, Sachi Marcela, 196, 212, 220, 221 Fujimori, Santiago,198, 225 Furiati, Claudia, 87, 95, 97, 98, 100, 104 Gaddafi, Moammar al, 172 Gadea, Hilda, 70 Gaitán, Manuel, 64 Gajic, Milica, 304, 278 Galman, Rolando, 177 García Castellón, Manuel, 140 García Frías, Guillermo, 95 García Sayán, Diego, 228 García Márquez, Gabriel, 69 García Morente, 80 García Pérez, Alan, 194, 200, 202, 203 Gardner, Ava, 72 Garnier, Christine, 28, 29 Garzón, Baltasar, 139, 141, 312 Gauguin, Paul, 152, 186 Gavazzo, José Nino, 237 Gil Robles, José María, 52 Gobillard, Paule, 153 Goebbels, Joseph, 47 Goebbels, Magda, 44 Goldenberg, Efraín, 210, 217 Gonçalves Cerejeira, Manuel, 23 González Videla, Gabriel, 119 Goya, Francisco de, 153 Greco, 153, 186 Guames, Benito, 237 Guerrero, León María, 162 Guevara, Ernesto Che, 70, 71, 95, 98, 256 Guevara, José Joe, 164, 165 Guinaldo, Calixto, 161, 162 Gulladze, Ekaterina, 34 Gutiérrez Ruiz, Héctor, 262, 263, 264 Gutiérrez, Alfonso, 83 Guzmán, Abimael, 210 Guzmán, Juan, 142, 143 Guzmán, Miguel, 184

Habegger, Norberto, 271 Habib, Philip, 179 Hals, Franz, 153 Hamilton, George, 173 Hanfstaengel, Ernst, 42 Hanisch, Reinhold, 40 Harguindeguy, Eduardo Albano, 237 Hart, Armando, 94 Hartridge, Samuel, 238, 240-242 Hartridge Lacoste, Alicia Raquel, 14, 233-235, 237, 238, 242-245, 248, 252, 253-273 Hartridge Lacoste, María Isabel, 238 Hemingway, Ernest, 100 Hernández Pedreros, Osvaldo, 126 Hernández, Melba, 71, 81, 82 Herta, amiga de Eva Braun, 49 Hidalgo Solá, Héctor, 261 Higuchi, Celsa, 213 Higuchi, Koshio véase Higuchi, Tomás Higuchi, Susana, 193-229 Higuchi, Tomás, 197, 198 Himmler, Heinrich, 47 Hiriart, Alberto, 113 Hiriart, Lucía, 13, 109, 111, 113, 115-117, 118, 119, 120, 121, 123, 124-132, 134, 136-141, 143-145, 264 Hiriart, Luciano, 113 Hiriart, Osvaldo Guido, 113, 118 Hitler, Adolf, 13, 18, 25, 28, 34, 39-49, 53, 54, 144 Hitler, Alois, 39 Hitler, Ángela, 45 Hitler, Paula, 45 Ho Chi Minh, 76 Hoffmann, Heinrich, 41, 42, 43, 45 Hrebeljanovic, Lazar, 280 Hussein, Sadam, 172 Ibáñez del Campo, Carlos, 112, 113, 126 Iglesias Celestrín, Carlos, 76 Ijiri, Kazuo, 227 Ilich Lenin, Vladimir, 17, 33, 34, 38, 101, 103 Illia, Arturo, 238 Irigoyen, Hipólito, 241 Isard, Jenny, 73 Ishihara, Shintaro, 227 Ivanovich Djougachvilli, Vissarion, 31 Ivkovic, Branislav, 281 Izetbegovich, Alia, 298 Izurieta, Ricardo, 139, 144 Jiga, Leopoldo, 163 Jiménez, Albert, 159 Jiménez, Norma, 159 Johnson, Lyndon, 169 Jovanovic, Zivadin, 281 Juan Carlos I, 56, 57 Juan Pablo II, 104, 172

Julia, prima del general Videla, 248 Kaganovitch, Lazar, 37 Kaganovitch, Rosa, 38 Kalabic, Vojvoda Nikola, 290 Kamenev, Lev, 36 Kanashiro, Ana, 224 Kapler, Alekis, 39 Karadzic, Radovan, 313 Karadzic, Vuk, 310 Karic, Bagoljub, 292 Kashiwahara, Ken, 176 Kay, Steven, 312 Kennedy, John Fitzgerald, 73 Kershaw, Ian, 44 Khashoggi, Adnan, 185, 186, 187 Khayan, Omar, 164 Kissinger, Henry, 110, 123, 124, 169, 170 Kissinger, Nancy, 124 Kohl, Helmut, 312 Koivisto, Mauno, 183 Koizumi, Junichiro, 227 Koljensic, Stanislava, 289 Kostunica, Vojislav, 284, 285 Koumura, Masahiko, 227 Kouri, Alberto, 226, 228 Kouzakova, María, 33 Kronenberg, Franziska, 41 Kubizek, August, 40 Kucan, Milan, 306 Kundal, Zoran Todorovic, 302, 303, 304 Kusturica, Emir, 294 La Rosa, Leonor, 206, 207 Labbé Troncoso, Alberto, 122, 123 Labo, Juan, 174 Laborde, María, 68 Lacson, Arsenio, 159 Laden, Osama bin, 317 Lagos, Ricardo, 142 Latell, Brian, 68 Laurel, José, 162 Lavandero, Jorge, 137 Laxalt, Paul, 178, 181 Leguineche, Manuel, 152 Ler, Alexandar, 298 Letelier de Ibáñez, Graciela, 126 Letelier, Orlando, 117, 125 Leuenberger, Moritz, 185 Liesl, doncella de Eva Braun, 49 Lollobrigida, Gina, 173 Loayza, Francisco, 204, 206 Lobova, Valentina, 33 Lombardi, Lyda, 272, 273

López de Villalobos, Ruy, 152 López, Fernando, 171 López, Francisco, 154 Lorenz, Marita, 72, 73 Lucas Horacio, nieto del general Videla, 261 Lucy, un amor de Fidel Castro, 71 Luder, Italo, 260 Lugar, Richard, 179 Luis XV, 153 Macapagal Arroyo, Gloria, 188 MacArthur, Douglas, 162 Madariaga, Mónica, 122 Magritte, 153, 186 Magsaysay, Ramón, 165 Maliqui, Nefail, 14 Manotoc, Tomás, 173 Mao Tse Tung, 21, 104, 172 March, Juan, 53 Marcos, Ferdinand Jr., véase Bong Bong Marcos, Ferdinand, 12, 18, 124, 125, 149, 160-188 Marcos, Imelda, 12, 149, 150, 151, 155, 156, 158, 160, 162- 188 Marcos, Irene, 166, 173, 174 Marcos, María Imelda, Imee, 166, 173, 174, 178 Marcos, Mariano, 160, 161, 162 Marías, Julián, 80 Markovic, Bisenija, 287 Markovic, Branko, 290, 291 Markovic, Draza, 286, 290 Markovic, Miriana, 14, 277-319 Markovic, Moma, 286, 287, 290, 291 Markovic, Ljubica, 290 Martí, José, 84, 92, 94 Martínez, Enrique, 237 Martínez, Guillermo, 138 Martínez Bordiú, Cristóbal, 55 Martínez de la Hoz, Alfredo, 261, 271 Martínez de Perón, Isabel, 233, 259 Martínez de Perón, María Estela, 233, 259, 260, 262 Martínez Fuset, Lorenzo, 53 Marx, Karl, 77 Maslovaric, Djcilo, 279 Massera, Eduardo Emilio, 252, 262 Mata Hari, 73 Mathus Hoyos, Alejandro, 243 Matisse, Henri, 153 Matthews, Herbert, 85, 95 Maura, Antonio, 50 May, Richard G., 312 Mejía, Carlos, 244 Mendoza, César, 126 Menem, Carlos, 136, 236, 273 Meyer, Karl E., 84 Michelini, Zelmar, 262, 263, 264

Miletic, Mihalo Mika, 290 Miletic, Dragomir, 287, 290 Miletic, Jelisaveta, 290 Miletic, Vera, 286, 295 Milosevic, Borislav, 289 Milosevic, Marija, 284, 292, 293, 294, 309 Milosevic, Marko, 284, 292, 292, 294, 296, 299, 304, 309 Milosevic, Slobodan, 12, 14, 18,277-319 Milosevic, Svetozar, 289 Milutinovic, Milan, 313 Minami, Naoichi, 198 Miret, Pedro, 94 Miura, Shumon, 227 Mladic, Ratko, 313 Molotov, Paulina, 37 Molotov, Vyacheslav, 37 Monet, Claude, 153 Montané, Jesús, 71 Montecinos, Sonia, 129 Montesinos, Vladimiro, 196, 197, 203-210, 212, 214, 215, 217, 218, 223-226, 228, 229 Morales, capitán filipino, 180 Morandé, Rafael, 126 Moreira, Mavilde, 21 Morozov, apellido del esposo de Svetlana Stalin, 39 Moses, Grandma, 153 Mosquera, militar chileno, 124 Muleiro, Vicente, 240, 252 Muñoz Luco, Manuel, 120 Muñoz-Unsain, Alfredo, 13 Mussolini, Benito, 53 Nadia, véase Alliluyev, Nadejda Nakpil, Aristón, 159, 160, 164 Nalundasan, Julio, 161 Napoleón, 139 Nario, Narciso, 149 Nasser-Abdel, Gamal, 17 Navarro Pedrosa, Carmen, 171 Nixon, Richard, 20, 123, 170, 171 Nogueira, Franco, 20 Norka, modelo relacionada con Fidel Castro, 72 Núñez Jiménez, Antonio, 73 Núñez Portuondo, Emilio, 82, 83, 84 O?Toole, Peter, 173 Odria, Renée, 211, 213 Ognjanovic,Dragoslav, 312 Ojdanic, Dragoljub, 313 Ojdanic, Natasa, 14 Oliveira, Felismina, 21, 22 Oliveira, Fernando, 228 Oliveira, Herminia, 22 Oliveira, Marta, 21 Oliveira Salazar, Antonio de, 13, 18, 20-30

Onganía, Juan Carlos, 238, 255 Oppenheimer, Andrés, 90 Orléans y Bragança, Amelia, 27 Ortega, Carmen, 164, 166 Pablo VI, 172 Pacho, Dominador, 157 Paez, Ángel, 14 Palacios, Francisco Tito, 251 Palma, Hebe, 250, 251 Palma, Horacio, 250 Palma, Manuel, 134 Palma, Mónica, 250, 251 Paniagua, Valentín, 228 Pastor, Carlos Washington, 239 Pastor, Reynaldo, 238, 240, 243 Paunovic, Davorjanka, ?Zdenka?, 287, 288, 290 Pelayo, Aida, 86 Pérez de Cuellar, Javier, 218 Pérez Serantes, 80 Pérez, Leonor, 14 Perón, Juan Domingo, 241, 243, 244, 258, 259, 272 Pesic, Vesna, 284 Petrovic Njegos, Pepetr, 310 Picasso, Pablo, 152, 153, 186 Pijuán, Aurora, 173 Pino, Orquídea, 83 Pinochet, Francisco, 111 Pinochet Hiriart, Augusto, 109, 136, 137, 138, 144 Pinochet Hiriart, Jacqueline, 109, 138, 143 Pinochet Hiriart, Lucía, 109, 121, 138, 140, 143 Pinochet Hiriart, Marco Antonio, 109, 135-137, 143 Pinochet Hiriart, Verónica, 109 Pinochet Ugarte, Augusto, 12, 13, 17, 18, 109-145, 237, 264, 313 Piñeiro, Manuel, llamado Barbarroja, 104 Piñeyro, Carlos Rafael, 242, 243 Pío XII, 53 Polo, Felipe, 51 Polo y Martínez Valdés, Carmen, 50, 53, 54, 56, 57 Polo y Martínez Valdés, Felipe, 51 Polo y Martínez Valdés, Isabel, 51 Polo y Martínez Valdés, Zita, 51 Pölzl, Klara, 39 Ponce Enrile, Juan, 170, 176, 177, 179, 180 Ponte, Carla del, 285, 312, 313, 315, 316, 317, 319 Popper, David, 124 Porsche, Ferdinand, 45 Portal, Marcos, 86 Portales, Edgardo, 118 Powell, Colin, 75 Prats, Carlos, 110, 117, 144 Primo de Rivera, José Antonio, 52 Princip, Gavrilo, 280 Prjevalzki, Nikolái Mijaílovich, 32

Pupo, Francisca, 69 Ramírez, Guillermo, 237 Ramos, Fidel, 176, 179, 180, 187, 188 Reagan, Ronald, 170, 179, 180, 181, 182 Redondo, María Olga, 239 Renoir, August, 153, 186 Retamal, César, 134 Revuelta, Natalia, 66-69, 71, 74, 80, 81, 86-89, 91-93, 97, 100, 103 Rey, Jorge, 15 Rikov, Alexei, 36 Ríos Montt, Efraín, 17 Ríos, Juan Antonio, 113 Ritter von Schönerer, Georg, 40 Rivero Lorenzo, Miguel, 13 Robinson, Linda, 92 Rocha, Luis, 153 Rodríguez Auda, Lucía, 116 Rodríguez Larreta, Matilde, 262 Rodríguez, Manuel, 133 Rodríguez, María L. H., 138 véase Lucía Hiriart Romuáldez, Alfredo, 155 Romuáldez, Alita, 155 Romuáldez, Armando, 155 Romuáldez, Benjamín, 155 Romuáldez, Conchita, 155 Romuáldez, Danielín, 157, 158, 160 Romuáldez, Eduardo, 158 Romuáldez, Estela, 155 Romuáldez, Imelda véase Marcos, Imelda Romuáldez, Lourdes, 156 Romuáldez, Norberto, 154, 155, 156 Romuáldez, Paz, 160 Romuáldez, Miguel, 154, 155 Romuáldez, Norberto Jr. 156 Romuáldez, Vicente, 154, 155, 156, 158 Rosa Casaco, Antonio, 29 Rosario, prima de Susana Higuchi, 213 Rosas, Fernando, 28 Roura, Assumpta, 50 Rubel, Geli, 42 Rubens, Peter Pauls, 153 Rugova, Ibrahim, 307, 308 Ruiz, Fernando, 13 Ruiz-Tagle, María, 126 Ruland, Bernd, 95 Ruocco, Ivonne, 73 Ruz, Lina, 75 Ryan, Jane, véase Marcos, Imelda, 168 Sainovic, Nikola, 313 Salgado Fernández, Alina, ?Mumín?, 93 Salgado, Humberto, 15 Salvioni, Sergio, 185

San Román, Máximo, 201 Sánchez Manduley, Celia, 12, 66, 69, 85, 91, 93, 95-100, 103 Sánchez Silveira, Manuel, 93 Sanji, Iwabuchi, 163 Santamaría, Haydee, 98 Sassone, Felipe, 54 Saunders, William, véase Marcos, Ferdinand Scheller, Ernest, 184 Schenone, Miriam, 210 Schneider, René, 110 Schröder, Gerhard, 312 Seoane, María, 240, 252 Shakespeare, William, 80, 164 Shaub, Erika, 135 Silva Henríquez, Raúl, 134 Silveira, Jorge, 237 Silveyra, Carlos, llamado Pampa, 246, 253 Silveyra, Josefina, 246, 247 Simón Rodríguez, María de los Ángeles, 13 Sin, Jaime, 178, 180 Siro, Fernando, 237 Soares, Mario, 26 Solana, Javier, 308, 312 Sono, Ayako, 227 Sostres, María Lidia, 249, 250, 251 Sostres, Victoriano, 249 Soto del Valle, Dalia, 66, 74, 98, 99, 100, 101, 102 Soto, Hernando de, 202 Sousa, Natalia de, 22 Stahl, Ludmila, 33 Stallone, Sylvester, 173 Stambolic, Iván, 292 Stampfli, Beatrix, 15 Stankovic, Sinisa, 302 Stephanie, mujer que enamoró a Hitler, 40 Stevanovic, Vidosav, 288 Sting, 129 Stojiljkovic, Vlajko, 313 Straw, Jack, 142, 313 Stroessner, Alfredo, 133, 144, 237 Suárez Mason, Carlos Guillermo, 237 Sukarno, Achmed, 167 Sumia Kiyoshi, 179 Svanidzé, Alexandre, 39 Svanidzé, Ekaterina Semionova, 33, 34 Szulc, Tad, 76, 98, 103 Taber, Robert, 96 Tahtcher, Margaret, 138, 139 Tapuskovic, Branislav, 312 Taylor, Elisabeth, 173 Teruzzi, Florencia, 14 Thaci, Hashim, 307 Theotokopoulos, Doménikos, véase Greco

Tito, véase Broz, Josip Tohá, José, 117 Tokuda, Torao, 227 Toledo, Alejandro, 195, 207, 225, 228 Tolentino, Arturo, 178 Tomanovic, Zdenko, 312 Tomoyuki, Yamashita, 163 Tomski, Mikhail, 36 Toro, Horacio, 135 Torres Aciego, Jorge, 205 Torres Silva, Fernando, 140 Trinidad, Remedios, 154, 155, 156 Trotsky, León, 36 Trujillo, Leónidas, 64 Tudjman, Franjo, 298, 306 Ugarte, Avelina, 111, 112, 118 Urrutia, Manuel, 84 Vadora, Julio, 144, 237 Valdebenito de Contreras, María Teresa, 127 Valdivieso, Francisco, 14 Valera, Ramón, 165 Valls, Jorge, 87 Vargas, Getulio, 64 Vargas Alzamora, Augusto, 221 Vargas Llosa, Mario, 195, 202, 203, 204 Velasco Alvarado, Juan, 204 Velásquez, Lucila, 70, 71 Véliz, Lupe, 73 Ver, Fabián, 170, 171, 176, 177, 179, 180 Ver, Irwin, 178 Vergès, Jacques, 312 Vicent, Manuel, 74, 75, 104 Vicent, Mauricio, 74 Videla, Alejandro, 245, 247, 248, 252, 253, 266, 267, 268 Videla, Cristina, 251 Videla, Fernando Gabriel, 253 Videla, Jorge Horacio, 245

Videla, Jorge Rafael, 12, 14, 18, 144, 233-273 Videla, María Cristina, 233, 244 Videla, María Isabel, 252 Videla, Pedro Ignacio, 253 Videla, Rafael Eugenio, 239 Videla, Rafael Patricio, 252 Vieira, María Emilia, 24, 25, 26 Villaverde, marqués de, véase Martínez Bordiú, Cristóbal Víttor Alfaro, Raúl, 210 Vucinic, Sinisa, 312 Wagner, Walter, 47 Waldheim, Kurt, 173 Walters, Barbara, 74 Whitman, Walt, 164 Willoughby, Federico, 111 Winter, 48 Wladimroff, Mischa, 312 Yáñez, Pelletier, Jesús, 72 Yeltsin, Boris, 282 Zdanov, Yuri, 39 Zibala, Justo, 157 Zinoviev, Grigori, 36 Zobel, Enrique, 185 Zorreguieta, Jorge, 261 Zorreguieta, Máxima, 261 Zoya, 35, 36 Zurbarán, Francisco de, 153