Libro La Hipnosis No Es Un Juguete

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La hipnosis no es un juguete (Comentarios desde una perspectiva académica)

Felix A. Castellanos Meza

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INDICE

Pretexto Proemio acerca de la hipnosis

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Contexto Introducción que nunca falta

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Texto Ignorancias comunes

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De lo bochornoso a la potencia mortal en el escenario

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Cuando la caja de Pandora se abre en un escenario

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Un legado místico, una tradición viva

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Un caldo de cultivo para las desgracias: la confianza

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El supuesto control mental que despoja de intenciones y voluntades

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¿El sujeto hipnotizado puede llegar a lastimarse y herir a otros?

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Postexto Comentarios finales…

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Pretexto

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Proemio acerca de la hipnosis

Marco Aurelio dijo: “Aprendí de Alejandro el gramático, el no zaherir a quienes se les fue un barbarismo, un solecismo o cualquier viciosa pronunciación; sino anunciar con maña aquella única palabra que convenía proferir, bajo la forma de una respuesta, de una confirmación o de una deliberación sobre el fondo mismo, no sobre la forma, o por otro medio apropiado de hábil sugerencia”. Quizá esta sería una de las alusiones más claras acerca del manejo del lenguaje para influir en otras personas. Una dinámica que con el paso del tiempo derivaría en lo que hoy se denomina “hipnosis”.

En la actualidad, es frecuente que al hablar de la hipnosis todavía se evoque una multiplicidad de imágenes que pueden surgir desde las películas en blanco y negro como la clásica de Svengali – el hipnotizador encarnado por John Barrymore en 1931- o las de El Santo – el enmascarado de plata- pelando contra personas y seres que son víctimas del control mental. La multitud de representaciones pictóricas puede involucrar al psíquico entrando en un estado hipnótico para comunicarse con los muertos. El místico y el terapeuta – sea lo que sea que implique el término en el universo de entusiastas sin acreditaciones académicas- esotérico que pretenden abordar los padecimientos de los visitantes a sus consultorios, mediante técnicas de inducción a un trance… En un rincón lejano y apartado del tumulto informático, hay dos conjuntos de retratos que parecen corresponder a un cosmos distinto: el profesional clínico – médico, psicólogo u odontólogo - que atiende a los pacientes mediante las técnicas hipnóticas y los investigadores académicos que trabajan en laboratorios para explorar los fenómenos hipnóticos. En esta época, al contrario de las anteriores, la información acerca de la hipnosis es enorme. Se ha pasado del vacío provocado por la ignorancia y se ha llegado al atracón informático. El problema radica en que la escritura dejó de ser un deber para los doctos y se transformó en una obligación mercantil para cualquier entusiasta que desee explotar las ignorancias de la gente. La mayoría de las personas gozan de una comilona sin fundamentos, adornada con mitologías urbanas y suposiciones. Algunos escritores – incluso

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académicos-, en el más lastimero de los casos –por la falta de ingenio que implica- , transcriben los cursos de otros, simulando que son trabajos originales y serios… sobre todo los que se relacionan con la Programación Neuro-Lingüística (o PNL). Estas dinámicas tarde o temprano conducen a redescubrir el Mar Mediterráneo cada diez años y llamarle de distintas maneras, como si fuera algo nuevo –como dice Emilio Ribes-. El panorama de la hipnosis se encierra en un ciclo enviciado donde predomina la exposición de beneficios esotéricos, se desvanecen las aplicaciones racionales de las técnicas en padecimientos clínicos y se descalifican los hallazgos derivados de procedimientos experimentales sus aplicaciones. Los últimos dos aspectos no se venden tanto en el mercado de baratijas conceptuales.

La intención de exponer que la hipnosis no es un juguete, no es introducirlo a un tema nuevo. Tampoco pretendo ser el vocero de LA VERDAD, como si todo lo demás no fuera cierto o careciera de sentido. Mi deseo es informarlo sobre un tópico casi ancestral que frecuentemente es prostituido por merolicos en actos desleales, mientras sus efectos sociales terminan por sabotear la intención nunca lograda del enciclopedismo (educar satisfactoriamente a toda la gente)…

Notará que, a diferencia de las modas editoriales en estos tiempos donde la información se convierte en los glóbulos rojos que fluyen por las venas de cualquiera, este no es un libro sobre la multitud de bondades que se obtienen mediante la hipnosis. Tampoco le ofrece recetas para transformarse en un auto-hipnotista o consejos baratos acerca de cómo aplicar la hipnosis (como en algunos textos de PNL). Todo lo contrario: expone los riesgos y peligros que hay cuando los factores específicos se reúnen en accidentes, incidentes o planes. Pero este libro no surge con el fin de alarmar a los lectores, nace para no tomar a la ligera esas calamidades que padece “la minoría” de sujetos que se exponen al uso de la hipnosis. Esa minoría, el segmento poblacional al que se supone que uno (o algún ser querido de uno) nunca llegará a pertenecer.

Se expondrá que, al igual que todas las herramientas de la humanidad – instrumentos quirúrgicos, marcos ideológicos, teléfonos celulares…- , la hipnosis por sí

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misma no representa riesgos y sus efectos secundarios adversos surgen del tipo de situación donde se emplea. Sin importar las circunstancias experimentales, clínicas y escénicas (o de entretenimiento) donde se articulan las situaciones hipnóticas, siempre habitan algunos riesgos para los sujetos que participan en las dinámicas hipnóticas (como lo indican Lynn, Myer y McKillop, 2000)…

Los fenómenos hipnóticos gozan de registros históricos extensos y de exploraciones académicas añejas… por fortuna o desgracia, estos materiales se refugian muchas veces bajo autores que están al margen de la farándula editorial, o en los grabados ancestrales (como Julian Jaynes lo hace notar en El origen de la conciencia a partir del rompimiento de la mente bicameral, 1976). Los materiales disponibles exhiben que la hipnosis alberga una parte muy importante de la esencia humana, una de las primeras relaciones de poder: un sujeto dispuesto a ceder el control de sus actos, un operador que induce al cuerpo ajeno para efectuar las acciones que conectan al espacio onírico con el mundo convencional… en otras palabras, el origen de la coerción – de contener, refrenar o sujetar a un individuo-. La belleza del comportamiento humano que organiza a las comunidades, se origina en el uso del lenguaje para superar las limitaciones físicas y temporales a las que está sujeto un individuo, en la hipnosis – como le llamamos en la actualidad a la capacidad de permanecer entre los sueños que inspiran y la vigilia que nos conecta-.

Emilio Ribes insiste: no hay que confundir los términos con los conceptos.

La hipnosis, pese a los sobrenombres ocasionales – imaginería, técnica de relajación, meditación trascendental…- y a los apellidos – experimental, clínica o escénicacarece de implicaciones lúdicas.

La hipnosis representa uno de los problemas fundamentales en las interacciones humanas: ¿Quién conduce y hacia dónde lo hace?

Hay que iniciar por algún lado para dar a conocer un tema… creo que es la esencia del ensayista literario y de los divulgadores científicos: los hermanos que actúan en

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distintas áreas, parece que realizan obras diferentes, pero nunca están separados... en estos tiempos de caos verbal, es pertinente rescatar lo que se supone “ya está superado” y comprender que las ideas no son del tipo de cosas que responden a esa mentalidad obtusa. Las ideas no se superan, se articulan.

La articulación de ideas nada propias ni originales que voy a exponer, se basa en los siguientes aspectos que el área de la psicología experimental ha demostrado a lo largo de la historia: a) La hipnosis involucra una condición biológica distinta al sueño y la vigilia, así como la evocación de comportamientos psicológicos llamados “fenómenos hipnóticos”: alucinaciones, catalepsias – inmovilidad en una parte o la totalidad del cuerpo-, amnesias, analgesias y/o anestesias… la hipnosis es algo que le ocurre al sujeto, le sucede, no depende de las opiniones, decisiones, intenciones… b) No todas las personas pueden ser hipnotizadas. c) De los sujetos hipnotizados, una pequeña parte de ellos pueden evocar con suma facilidad, una gama fenómenos hipnóticos con los que se pueden integrar patrones complejos de conductas: actuar como si se estuviera en una situación totalmente diferente a la inmediata. d) En cualquier caso de hipnosis, existe la posibilidad de que los sujetos se van afectados desfavorablemente. Algunos sujetos con cierto tipo de antecedentes son más propensos a estas consecuencias adversas. e) Los operadores (o hipnotizadores) menos calificados pueden llegar a promover más accidentes que los expertos. La experticia no significa años de práctica para hipnotizar gente en un teatro, significa saber qué hacer para no dañar y/o ayudar adecuadamente al individuo hipnotizado.

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Contexto

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Introducción que nunca falta…

Para abordar el tema, me gustaría responder a tres cuestiones que considero básicas y orientadoras acerca de la hipnosis: ¿Qué es? ¿Para qué sirve? Y ¿Por qué saber de esto podría serle útil?

¿Qué es la hipnosis? M. Dixon y J.R. Laurence, en su artículo Doscientos años de investigación hipnótica: ¿preguntas resueltas? ¡Preguntas sin responder! (1992) señalan que la palabra “hipnosis” fue acuñada por James Braid en 1841 para referirse a un estado fisiológico similar al sueño. Parece que el interés por el tópico se origina desde las intervenciones de Franz Anton Mesmer – que utilizaba técnicas para el control del magnetismo animal (un fluido responsable de los desequilibrios y balances corporales)-, quien consideró que hay un tipo de funcionamiento orgánico especial que produce una conducta diferente a la del estado de vigilia normal… Héctor González Ordi en su obra La hipnosis: mitos y realidades (2001) comenta que: “El término hipnotismo, y posteriormente hipnosis, fue introducido en la literatura científica por el francés Etienne Felix d’Henin de Cuvelliers en 1821” (P.25). El término pretendía hacer referencia a un estado de conciencia que era provocado por el uso de técnicas de sugestión – de un individuo que utiliza un discurso para persuadir a otro de realizar o no determinadas acciones-…

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Aunque la palabra “hipnosis” hacía alusión a ese estado fisiológico o de consciencia, el paso del tiempo lo ha convertido en un término del lenguaje ordinario que se aplica a diferentes tipos de eventos Así, el término “hipnosis” se emplea en diferentes tipos de situaciones. Se dice que “alguien está como hipnotizado” cuando prácticamente está “paralizado” o “sin prestar atención a otras cosas”; cuando se presta sumo interés a algo; cuando por fatiga, tedio o aburrimiento se permanece inmóvil; cuando alguien se está divirtiendo o gozando tanto de una actividad que ignora a los demás; cuando al estar confundido sin saber qué hacer llega a suprimir cualquier tipo de desplazamiento o gesticulación; ó cuando después de un evento sorpresivo y desagradable no se reacciona. También se dice que alguien “hipnotiza” a otros cuando causa “fascinación” (que frecuentemente implica la palabra “engaño”); cuando es seguido por los demás en una determinada empresa; cuando se le admira; cuando observa de una cierta forma a otra persona; cuando habla de una cierta manera; o cuando se permanece sin palabras ante una situación. Incluso se habla de “hipnosis colectiva”. Esta versatilidad de significados ha influido para que las investigaciones acerca de la hipnosis se orienten desde múltiples perspectivas (Yapko, 1995): como un estado fisiológico, una interacción social, un estado de conciencia alterado, relajación, fenómeno sociognitivo…

Me gustaría exponer una idea que encuentro pertinente para dar a entender qué es la hipnosis, desde una perspectiva meramente psicológica: imagine que no hay un vacío entre usted y las cosas que le rodean. Es un espacio que supera las limitaciones biológicas y físicas, está lleno de una entidad llamada “lenguaje”. El lenguaje lo cubre desde que usted nace, lo impregna con un nombre propio y luego le adjudica un pronombre: “yo”. Para 7

formar parte de una familia, un grupo o una sociedad, usted debe lidiar siempre con el lenguaje para que le permita tener acceso a objetos, personas, situaciones… incluso para descubrirse a sí mismo. Durante toda su existencia –la de usted-, el lenguaje será su compañero. Gracias a él tendrá y dejará de tener relaciones con experiencias, será capaz de conocer y no conocer. Tal vez uno de los peores legados que los psicólogos han otorgado a la gente, es suponer que el lenguaje es un proceso que se origina adentro del individuo. Relacionarse con el lenguaje para después relacionarse con el mundo, permite entender que cualquier deficiencia o problema se debe a la manera en que uno se relaciona con el lenguaje y no a mecanismos ocultos e invisibles. La hipnosis constituye una forma de organizar las relaciones con el lenguaje para evocar fenómenos específicos que intervengan las relaciones del individuo consigo mismo, con objetos, situaciones, otro individuo en particular y hasta con una sociedad. Mediante el lenguaje puede dejar de sentir dolor, evocar sensaciones placenteras que hubo en otros momentos, ver objetos ausentes como si estuvieran frente a usted, concentrar su atención en algo mientras el resto del mundo desaparece… La hipnosis es una herramienta ancestral: usar la guía del lenguaje para facilitar las mejoras en las habilidades de cacería, pelear contra espíritus y demonios, soportar operaciones quirúrgicas… la historia hubiera sido diferente, o tal vez, en muchas ocasiones, nunca hubiera sido.

(En esta idea va un intento de tributo al artículo de Emilio Ribes en el 2006: Human Behavior as language, some thoughts on Wittgenstein).

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Si se parte de esta idea, se puede decir que no hay tipos de hipnosis, mas bien hay distintos tipos de situaciones donde se aplica la misma fórmula - por así decirlo(Castellanos, 2009): un operador – o hipnotizador- con un sujeto hipnotizado – no dormido, ni despierto- que obedece. El operador, mediante el lenguaje, promueve determinadas circunstancias, induce al sujeto; el individuo hipnotizado ajusta sus acciones a las demandas del operador... se complementa un acto de sugestión (se necesitan dos partes que establecen una relación para que haya una sugestión. Las sugestiones no son sólo palabras). Hipnosis aplicada en situaciones experimentales, clínicas o escénicas.

Las exploraciones académicas de la hipnosis son diversas. Los autores que fundaron propuestas teóricas en el área experimental de la conducta hacen menciones o investigaciones sobre el tema: Jacob R. Kantor en Principios de Psicología (1924) expone que prácticamente todo el comportamiento humano tiene como base el aspecto de concentrar la atención en un objeto y descartar al resto, tal como ocurre en la hipnosis; Ivan Pavlov en Los reflejos condicionados (1927) plantea una fase distinta al sueño y a la vigilia donde hay un funcionamiento paradójico en la reactividad del organismo (fase paradójica o hipnótica); Clark C. Hull en Hipnosis y sugestionabilidad (1933) habla de los elementos que intervienen en la hipnosis, como el prestigio del operador; B.F Skinner en Conducta verbal (1957) menciona: “El mundo está por un tiempo reducido al estímulo verbal que está prácticamente en completo control del sujeto hipnotizado”(P. 160)… … En la historia de las investigaciones especializadas sobre los aspectos hipnóticos, se añaden mayores detalles y esclarecen los papeles de los factores que intervienen en los fenómenos hipnóticos: T. Sarbin y W. Coe en Hipnosis, un análisis psicosocial de la influencia de la comunicación (1974) examinaron a detalle cómo la influencia social evoca 9

fenómenos hipnóticos; E. Hilgard y J. Hilgard en La hipnosis en el alivio del dolor (1975) analizaron profundamente el manejo de la analgesia hipnótica… El individuo hipnotizado puede verse como si estuviera más dormido que despierto (como lo incitó W. Wundt en 1892 y sus precursores – James Braid y Franz Antón Mesmer, entre ellos-). Se ve así porque responde a lo que se le pide, sin negarse, como el individuo que responde a las instrucciones declamadas por una figura autoritaria (White, 1941; Barber 1969; Sarbin y Coe, 1974…). El individuo hipnotizado permanece en una condición fisiológica que se distingue del sueño y la vigilia… muchas búsquedas neurológicas lo han confirmado (Barker y Burwin, 1948; Sutcliffe, 1960; Kosslyn et al, 2000; Patterson y Jensen, 2003; Raz, Fan y Posner, 2005; Gruzelier, 2006; Raz y Bulhe, 2006). Quien está hipnotizado transita de manera estable entre los dominios de los sueños y de la conciencia a las demandas sociales, por eso habita en un trance. Actúa desde ese trance y no gracias a este. La condición fisiológica es necesaria, mas no suficiente, para articular un evento psicológico llamado “hipnosis”.

En resumen: la hipnosis es una situación donde el sujeto evoca una condición fisiológica y psicológica – distinta al sueño y a estar despierto - que le permite mostrar fenómenos conductuales atípicos e inducidos mediante el lenguaje.

¿Para qué sirve? La hipnosis ha demostrado tener múltiples usos. En el área experimental, la hipnosis tiene relación con los estudios que abordan el seguimiento de instrucciones y la diferencia entre el decir y el hacer (Cangas, 1998), la percepción desde la neurología (Kosslyn y col. 10

2000; Raz, Shapiro, Fan y Posner, 2002), la fisiología (Plavlov, 1927; Gruzelier, 2006), la elaboración de juicios en términos sociales (Wheatley y Haidt, 2005)… Tanto en el área experimental como en el área clínica, una de las principales aplicaciones y más explorada, es el manejo del dolor (Platonov, 1959; Hartland, 1971; Hilgard, 1973; Hilgard y Hilgard, 1975; Chaves y Barber, 1976; Kroger, 1977; Haley, 1994; González y Tobal, 1994; Yapko, 1995; Oakley y Halligan, 2002; Feldman, 2004; Appel y Bleiberg, 2005; Spiegel, 2007; Castellanos, 2009). La aplicación de técnicas hipnóticas permite una reducción o control de las molestias físicas que padece un individuo. La consecuencia: una mejor calidad de vida, sobre todo en fases terminales de trastornos degenerativos que requieren cada vez de mayores dosis de fármacos o aquellos casos donde la gente sólo detesta las inyecciones. Patterson y Jensen (2003) señalan que el uso de la hipnosis puede llegar a reducir los costos relacionados con medicamentos en los hospitales.

Hay trastornos que pueden intervenirse mediante la hipnosis, sobre todo los que involucran afectaciones en la piel (Kroger, 1977; Shenefelt, 2000 y 2002) y en el sistema inmune (Kiecolt-Glaser y col., 2001; Gruzelier y col. 2001; Wood y Col. 2003). Antes, cuando el lenguaje adquiría un rol somatomórfico en la vida de cualquier persona, se decía que el sujeto estaba “poseído” – con justa razón, por una forma de vida lingüística-. Ahora la gente llama al evento “tratorno psicosomático” – como si algo “adentro del sujeto” le causara estragos biológicos-. Robert Muchembled en Historia del diablo, siglos XII-XX (2000) expone a una entidad demoníaca que siempre habita afuera del hombre y le causa males. A veces la psicología puede ser muy perversa…

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Dentro de la psicoterapia, se ha demostrado que la gente puede resolver sus problemas de maneras rápidas y eficaces (Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Haley, 1994). No soluciona “mágicamente” las cosas, mas bien le permite a los individuos concentrar su atención en aspectos de un problema que usualmente quedan de lado y sirven para arreglar las cosas. En un seminario, Michael Yapko (2003) comentó que la hipnoterapia utiliza la misma lógica que la persona emplea para causar un problema: concentrar la atención en un aspecto de la realidad y dejar de lado cualquier otra cosa. Sin menospreciar las aplicaciones de la hipnosis para tratar problemas populares como el tabaquismo, la ingesta excesiva de alimentos, el insomnio… existe un padecimiento que ha llamado la atención de investigadores por las implicaciones que posee: El Trastorno de Estrés Pos-Traumático (TEPT). Fue registrado desde 1980 en el Manual de Diagnóstico Estadístico de trastornos psicológicos (o DSM, en inglés). El TEPT se describe como un trastorno de ansiedad. Emerge cuando la persona se expone a un suceso donde experimenta o atestigua un evento relacionado con la muerte o un daño grave. El individuo siente un miedo considerable, horror o desamparo al responder. El mayor síntoma son las reexperiencias persistentes del evento – como si volviera a sumergirse en el momento y lugar donde surgió la experiencia traumática-, aplanamiento emocional persistente – se muestra apático ante el mundo, por así decirlo- y la activación persistente de síntomas – como si el vínculo con la experiencia horrible se negara a abandonar la consciencia sel sujeto-. Los síntomas no disminuyen, causan angustia y deterioro en distintas áreas de la vida, o en otras palabras, el sujeto empeora, lejos de mejorar-. El TEPT genera alteraciones biológicas que a veces requieren el uso de fármacos en el tratamiento. Se dice que un tercio de las mujeres atacadas sexualmente llegan a padecer TEPT en algún momento de su vida y se encontraron rangos similares en los veteranos de la guerra de Vietnam (Norwood y 12

Ursano, 2002). Por desgracia, muchas veces el TEPT no se detecta y se subestima a los pacientes (Gersons y Carlier, 1992). No obstante, la hipnosis es una opción de tratamiento eficaz para estos pacientes (Stutman y Bliss, 1985; Solomon y Johnson, 2002). El TEPT es un caso de infidelidad íntima que sufre el individuo, cuando es arrastrado por el paso de su propia mente que viaja sin un cuerpo apasionado. La persecución lleva al sujeto, sin importar lo arriesgado de la travesía. Es el desligamiento funcional e involuntario del aquí y ahora, mientras una sociedad observa al preso de las experiencias privadas que se recrean.

En el área del deporte, la hipnosis facilita que los individuos mejoren su percepción al practicar alguna actividad de precisión, disminuyan la ansiedad en las competiciones y tengan un mejor control de las respuestas fisiológicas durante la práctica, entre otras cosas (Haley, 1994; Pates, Oliver y Maynard, 2001; Pates, Maynar y Westbury, 2001; Morgan, 2002; Fernandez Garcia et al, 2004). Cabe mencionar que en el caso de los deportistas profesionales, las capacidades desarrolladas por el entrenamiento son un factor que contribuye a la mejora de las ejecuciones motrices cuando los individuos son expuestos a una intervención hipnótica (Morgan, 2002). Estas capacidades implican un entrenamiento y conforme a los avances en las prácticas de ejecución de patrones cada vez complejos, el individuo elimina gradualmente las verbalizaciones previas o simultáneas a las ejecuciones para ocuparse de reducir tiempos e incrementar velocidades (Morgan, 2002). Fernandez García y col. (2004) han señalado a este aspecto de supresión de descripciones verbales previas o simultáneas a las ejecuciones motrices como “automatizar” los movimientos, y mencionan que las

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intervenciones hipnóticas facilitan esta automatización de movimientos que optimiza el desempeño del deportista. La hipnosis en el deporte es un vehículo similar a la mira del pistolero muscular que se convierte en un francotirador… la misma esencia que perfuma los actos finos del músico y el bailarín, es la fragancia hipnótica que destila un deportista de alto rendimiento.

En síntesis: la hipnosis se aplica en el área clínica para tratar ayudar a manejar síntomas y/o tratar determinados problemas. También se puede usar en el deporte. Por desgracia, la hipnosis no proporciona superpoderes.

¿Y por qué saber de esto podría serle útil? La hipnosis es tal vez la primera herramienta hecha de lenguaje, ha sido un utensilio popular para tratamientos, intervenciones clínicas y hasta para divertir a la gente. Suponiendo que tal vez, en alguna ocasión usted y/o sus seres queridos tomen parte en algún experimento, tratamiento clínico o en el peor de los casos, un espectáculo de entretenimiento, es prudente saber lo siguiente: Pese a cada tipo de situación hipnótica – experimental, clínica o escénica –, Steven J. Lynn, Eric Myer y James Mackillop (2000) indican que una parte de los sujetos que participan (del 8% hasta el 49%) muestra efectos secundarios negativos: dolores de cabeza, mareos, nausea, tortícolis. La mayoría (del 62% hasta el 85%) reporta experiencias agradables, como por ejemplo, la relajación. No obstante, hace falta investigación más detallada que se enfoque en el por qué algunas personas muestran esos síntomas. En mi experiencia, tanto en el área experimental como en la clínica, los sujetos que padecen alguna molestia pueden responder bien a una segunda inducción donde se les 14

insiste que pueden seguir relajando los músculos del cuello y que no se sabe si las incomodidades desaparecerán ahora o en unos momentos, de poco a poco. Esto implica invertir un poco más de tiempo en la persona y por supuesto, no dejar que el sujeto se vaya con un malestar de regalo. A veces hay sujetos que confunden los experimentos con sesiones terapéuticas y se debe tomar la decisión de respetar los lineamientos del estudio para no introducir variables extrañas -y canalizar al individuo a un tratamiento-, o enfocarse en el individuo por la gravedad de su problema -y descartarlo de la investigación-. Las molestias suelen pasar en minutos. Ahora bien, es muy probable que lo anterior no sea viable en un espectáculo donde haya más de una persona con molestias y se tengan varias funciones consecutivas; tampoco si el hipnotizador escénico – alias un veterinario, arquitecto, ingeniero…. – carece de una formación profesional para manejar casos de psicopatologías que requieran tratamientos más complejos que las recetas dadas en los cursos de Programación Neuro-Lingüística. Si a esto se le añade que un espectáculo se realiza con voluntarios de los que no se poseen las historias clínicas, podrían agravarse condiciones ya existentes o en el peor de los casos, crear problemas que no aparecerían bajo circunstancias normales.

Michael Yapko (1995) menciona que cualquier cosa que tiene la capacidad de curar también tiene la capacidad de hacer daño. La hipnosis es una herramienta que se tiene que tratar con cuidado y mucho, de preferencia. Hay riesgos que van más allá de hacer el ridículo en un espectáculo o tener una molestia en el cuerpo después de un experimento o sesión psicoterapéutica. El argumento “pero sólo es la minoría” es una justificación absurda para no tratar el tema y darle seriedad… ¿Quiénes pertenecen a esa minoría? ¿Sólo desconocidos? ¿Algún ser querido? ¿Uno mismo? 15

Pero no hay que adoptar el rol de un aldeano medieval atemorizado. Hay que mirar con sensatez a la hipnosis, desde los elementos que el mundo académico ha generado, pese a que algunos extraterrestres la utilicen en sus abducciones –un mundo sin ironías sería demasiado solemne y por consiguiente, intolerante-.

Para concluir: tener una visión que trascienda las leyendas urbanas y los discursos mediáticos, permitirá que usted y los suyos eviten diversos problemas innecesarios. De eso se trata exponer que la hipnosis no es un juguete.

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Texto

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Ignorancias comunes…

La hipnosis puede llegar a ser peligrosa (Rowland, 1939; Young, 1941 y 1954; Sutcliffe, 1960; Meares, 1961; West y Deckert, 1965; Conn, 1972; Kline, 1976; Mott, 1922; Loftus y Ketcham, 1994; Heap, 1996, 2000 y 2000a; Wagstaff, 2000; Stanley y Burrows, 2001; Wain y Dailey, 2010…). La causa más frecuente es el hipnotizador poco calificado, específicamente el operador escénico: entretiene con su analfabetismo ético e imprudencias a una audiencia, mediante la evocación indiscriminada de trances, ridiculizando a los participantes hipnotizados.

Paul F. Kost (1965) señaló que muchos de los peligros que se le adjudicaban a la hipnosis habían sido exagerados y que en realidad, se necesitan varios factores para inducir algún daño a las personas: la ignorancia, el entusiasmo desmedido, la falta de comprensión acerca de las bases en las relaciones interpersonales y los actos irresponsables de quienes la utilizan para divertir a otros. Factores que se encuentran en mayor medida al realizar un acto de hipnosis escénica o en el peor de los casos, en las sesiones hipnóticas que imparten los aficionados a la psicoterapia, pseudo-terapeutas o cuanto individuo sin preparación universitaria armado con cursos de PNL, lecturas del tarot, cartas astrales, runas… El uso accidental o planeado que una persona ignorante y sin escrúpulos puede darle la hipnosis, puede convertir a esta herramienta en algo nocivo, como si un bisturí en medio de una cirugía delicada, se transformara en un machete oxidado. Cuando se observa un show, es frecuente que el hipnotizador escénico diga que las técnicas son inofensivas y

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seguras… se ve al ingeniero, arquitecto, veterinario o merolico profesional disfrazándose de neurocirujano, con el escalpelo transformable en la mano.

Se puede decir que saber hipnotizar significa dominar las técnicas que permiten evocar fenómenos conductuales en las personas – alucinaciones, amnesias, anestesias y analgesia, movimientos involuntarios, distorsiones en la percepción del tiempo-... eso representa sólo el inicio de una maniobra terapéutica, no es una intervención especializada que por sí misma cure. William Kroger (1963) respecto al uso de la hipnosis en el área clínica mencionó: “las palabras pueden ser más devastadoras que las bacterias” (P.104)… debería de considerarse que son palabras lo que puede llevar o alejar a una persona de la mejoría. Son palabras lo que permiten el contacto con las prácticas saludables o con dinámicas en las que el bienestar se disuelve. Son sólo palabras que puede utilizar un profesional en el área de la salud o un hipnotizador escénico…

El hipnotizador escénico entretiene, es apto para ello. Es hábil para asumir la fama por inducir a los individuos hasta un estado hipnótico y para lograr que respondan para construir un show. Su competencia está delimitada por esos dos requisitos que impone la farándula. No está obligado a reconocer signos de trastornos o enfermedades, historias clínicas particulares para detectar propensiones o riesgos potenciales, farmacología, hacer diagnósticos. No está obligado a saber lo que dominan los clínicos o los investigadores. Así, como si fuera un escapista, el operador del espectáculo se libera de la camisa de fuerza que se teje con las responsabilidades sociales y puede argumentar que la hipnosis “es

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segura”, mientras su ignorancia le permite jugar con la multitud de factores que pueden gestar problemas.

A veces el despliegue de imprudencias escénicas no duerme al caer el telón ni al finalizar la transmisión de un programa. Hay hipnotizadores escénicos que saltan del teatro hasta el sillón de terapeuta y brindan consultas privadas a los incautos que desean un tratamiento hipnótico, a quienes desconocen la existencia de los títulos universitarios que se respaldan mediante las cédulas expedidas por el gobierno federal o estatal: los documentos que marcan la diferencia entre alguien que ha tomado en serio su rol en una sociedad donde hay leyes y el aficionado que insiste en autoproclamarse terapeuta gracias a la magia de certificados en PNL, medicinas alternativas y otro montón de papeles que pierden sentido cuando no se tiene una preparación académica formal… No, no estoy planteando un complot universitario/gubernamental que prohíba a los entusiastas de la hipnosis con “buenas intenciones” ejercer el papel de terapeuta que se han auto-adjudicado. Sólo insisto en lo dicho por Luís David Guzman (2007) al dar un consejo para los hipnotizadores de entretenimiento que aspiran a curar a las personas: “si usted todavía quiere sanar al enfermo tome la carrera de Psicología, Medicina, Odontología, o sea, prepárese” (P.81).

Por otra parte, Michael Heap (1996) ha insistido en que los teatros y auditorios no son los únicos lugares donde puede encontrarse operadores hipnóticos poco calificados. Hay que reconocer que no todos los hipnotizadores escénicos brincan a un consultorio para usurpar una función. Heap (1996) menciona el caso de una mujer de veintiséis años de edad que asistió a psicoterapia porque sufría de ansiedad y depresión. El terapeuta se presentó como un reconocido “psicoanalista”. La joven asistió a veintiún sesiones de terapia 20

hipnótica y el terapeuta insistía en que ella había sido abusada sexualmente durante la infancia, sin fundamento alguno. La paciente empeoró y por fin, un día, dejó el tratamiento. Al realizarse una investigación del supuesto terapeuta, se descubrió que sólo había tomado un curso de hipnosis por correspondencia y no poseía acreditaciones como profesional de la salud.

Hay gente que asiste al show de hipnosis porque supone que va a mirar a otros. Algunos morbosos de la experiencia ajena, sin darse cuenta, terminan formando parte de los actos circenses. La intención original del viaje al espectáculo ya no guía el paseo, de hecho, se pierden las intenciones, la voluntad es otra y de otro. Como si fuera un aparente intento para evitar las burlas subsiguientes al evento, el “voluntario” puede señalar que su cuerpo no respondía a sus propias intenciones mientras bailaba con el escarnio. Habrá quienes utilicen el show como un pretexto para recibir atenciones, al mismo tiempo que se goza del escudo que da una involuntariedad fingida. Ellos no tendrán problemas al repasar una y otra vez la experiencia que lejos de ser desagradable, alimentará permanentemente su ego con las miradas y preguntas de los curiosos. Sin embargo, hay otros participantes “voluntarios” que no degustan las ofrendas de atenciones y recuerdos. Escribo “voluntario” porque los suben al escenario, sólo por haber entrado en trance, como si eso implicara que el sujeto desea participar, una correspondencia causa-efecto tan disparatada como decir que el chofer que se queda dormido cuando maneja un camión lo hace para provocar un accidente automovilístico. Paul C. Young (1941 y 1954) indicó que no parece haber una relación directa entre los rasgos de personalidad y la evocación del estado hipnótico, esto es, que pese a la actitud 21

de un sujeto frente a una situación hipnótica, los resultados pueden variar: un sujeto que coopera podría acceder al terruño hipnótico en una sesión y en otra no; un individuo que dice: “yo no quiero entrar en trance”, al momento siguiente podría adquirir un rol de sujeto hipnótico. J.P. Green (2003) señaló que el tipo de opiniones que tienen los participantes en los eventos hipnóticos, no implican que el sujeto pueda evocar un estado hipnótico. Esto responde a la pregunta: “¿Por qué si antes el individuo había dicho que no creía en la hipnosis, ahora está hipnotizado?”. Los argumentos de Young(1941 y 1954) y Green (2003) exhiben una realidad distinta a la confianza popular que se declama en los teatros: “Si uno no desea ser hipnotizado, entonces no se le puede hipnotizar”. En el área clínica, Milton H. Erickson brindó una riqueza de casos al demostrar que los sujetos pueden ser hipnotizados independientemente de lo que argumentan (Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Haley, 1994)… Con frecuencia Erickson demostraba lo inútil que es resistirse a ser hipnotizado. Hay una confusión al suponer que todos los individuos hipnotizados “deciden” como si estuvieran despiertos. Decir que “el sujeto decidió seguir mis órdenes cuando él estaba hipnotizado” es una metáfora: el sujeto hipnotizado sólo ejecuta las órdenes.

Evocar un estado hipnótico es como dormir: no es algo que una persona decida hacer y realice en el momento que dice, es algo que le sucede al individuo, un evento que le ocurre a la persona, que lo afecta. La gente no dice: “me voy a dormir cuando el conteo llegue al número tres… uno, dos, tres” y se duerme inmediatamente – si eso ocurriera, no existiría el insomnio-. La evocación del estado hipnótico involucra dos aspectos: las transiciones fisiológicas (Pavlov, 1927, Platonov, 1959) y los comportamientos psicológicos estables, 22

donde el sujeto reacciona a lo que padece como si fuera algo derivado de lo que el resto de la gente percibe (Kantor, 1924; Pavlov, 1927; Skinner, 1959; Sarbin y Coe, 1974; Yapko, 1995; Castellanos, 2009). Respecto a las transiciones fisiológicas, la hipnosis no corresponde a un estado de sueño, ni de vigilia. Es una provincia que sirve de frontera para ambos reinos, según las investigaciones de Ivan Pavlov en 1927, que nutren los argumentos de varios trabajos neuropsicológicos (Barker y Burgwin, 1948; Kosslyn et al, 2000; Raz, Fan y Posner, 2005; Gruzelier, 2006; Raz y Bulhe, 2006). Así como hay gente que tiene “el sueño pesado” o que “puede dormirse en cualquier sitio” y otros que simplemente no gozamos de esa característica – o un don en ocasiones envidiable-, hay gente que puede ser hipnotizada y otros que simplemente no. A eso se le denomina susceptibilidad hipnótica. Acerca de los comportamientos psicológicos estables que requieren una condición biológica hipnótica, es necesario aclarar que no todos los sujetos hipnotizados pueden responder a instrucciones específicas. A esto se le llama sugestionabilidad hipnótica. Un ejemplo parecido es cuando se le dice a una persona dormida: “Hay un mosquito en tu cara, ¡Dale un manotazo!”: habrá quienes continúen roncando y otros que, sin dudarlo, se golpearán el rostro. De acuerdo a los instrumentos que se emplean en el análisis de la “susceptibilidad hipnótica” (Weitzenhoffer y Hilgard, 1962) y la “sugestionabilidad hipnótica” (Barber, 1969), se puede proponer una matriz: individuos que no son susceptibles ni sugestionables, individuos susceptibles pero no sugestionables (que pueden evocar un estado hipnótico mediante palabras, pero no actuar en él),

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individuos no susceptibles pero sugestionables (que no pueden evocar un estado hipnótico mediante palabras, pero responden a las instrucciones), e individuos susceptibles y sugestionables (que pueden evocar un estado hipnótico y responder a las instrucciones). Los sujetos más susceptibles y sugestionables son capaces de articular patrones conductuales complejos, como por ejemplo tener alucinaciones, interactuar con ellas y modificar el significado de una situación (Young, 1954). En otras palabras, son los sujetos que forman parte del show hipnótico cuando no se utilizan ayudantes o “paleros” – gente que simula ser parte de la audiencia pero en realidad son parte del equipo de trabajo del hipnotista-. ¿Están mintiendo los sujetos cuando dicen que “no quieren ser hipnotizados” y después evocan dicho estado? No. ¿Suben al escenario para divertir a los demás a costa de hacer el ridículo? Algunos de ellos no, en especial los que de verdad están hipnotizados – lo de alta susceptibilidad y sugestionabilidad - y asisten con la idea de ver a otros hacer el ridículo. Helen Crawford y sus colaboradores (1992) emplearon veintidós sujetos que asistieron a una función de hipnosis escénica. La mayoría describió su experiencia como agradable: relajante, interesante, iluminadora… otros reportaron aspectos negativos: confusión, atontamiento, molestia, temor. Cinco sujetos demostraron amnesia parcial o total, a pesar de haber respondido a las sugestiones durante el espectáculo. Una persona fue incapaz de evocar amnesia, se sintió molesto y atemorizado durante todo el show. Otros cinco individuos creyeron que eran controlados por el hipnotizador. Según la Escala de Susceptibilidad Hipnótica de Stanford tipo C (Weitzenhoffer y Hilgard, 1962), todos los sujetos mostraron que eran altamente hipnotizables… Tal vez en un auditorio con más de 24

doscientas veinte personas, las cifras serían más dramáticas, ¡Pero no importa si se multiplica por diez o cien, seguiría manteniéndose una proporción minoritaria!

El problema de la hipnosis de entretenimiento radica en la multitud de elementos no controlados – o “variables” - que pueden originar un accidente. Los investigadores llaman variable a cualquier factor, en la ejecución de un experimento, que pueda facilitar o interferir con los resultados que se pretenden lograr. Las variables por sí mismas no existen, son aspectos descriptivos que los investigadores usan al analizar un evento, como por ejemplo la disposición de un sujeto o un tipo de antecedentes. No existen disposiciones o antecedentes que toman el autobús por las mañanas, una disposición es una forma de describir las actitudes que demuestra una persona mientras realiza una acción y los antecedentes son aspectos del sujeto que se organizan en torno a un evento que desea examinarse. En el ámbito de la psicología experimental – la que se hace para analizar la conducta humana – y de la psicología clínica – la que se realiza para atender con la mayor formalidad posible a los padecimientos y enfermedades que afectan a las personas-, se pretende controlar (delimitar mediante la observación) el mayor número de variables para exhibir estudios que procuren responder preguntas específicas: ¿Es bueno utilizar la hipnosis en casos de dolor crónico con duración de 7 a 10 años? ¿La hipnosis puede ser un tratamiento más económico que los fármacos – por ejemplo, los opiodies- en casos de trastornos degenerativos como el cáncer de seno? ¿La hipnosis puede ayudar a disminuir la ingesta de carbohidratos…? Las preguntas se hacen específicas e inteligibles para la mayoría de la gente, requieren el dominio de lenguajes técnicos que permitan manipular algún elemento determinado. 25

Los trabajos experimentales y clínicos siempre involucran a un operador – el que hipnotiza- y a un sujeto – participante de algún estudio o paciente de algún tratamiento-. ¿Por qué? La respuesta, aunque parece sencilla encierra complejidad: cuando se utiliza la hipnosis hay muchas variables… Cuando un investigador tiene contacto con un sujeto que desea participar en un experimento de hipnosis, se deben de considerar varias cosas para cuidar lo más posible la seguridad del individuo – un criterio ético fundamental en toda la experimentación con humanos-: el espacio donde se realizan los experimentos no debe de permitir interrupciones o influencias que provoquen una diversidad de comportamientos no pertinentes en torno a la tarea; se debe monitorear cada reacción favorable o desfavorable del participante de acuerdo al objetivo que se intenta cumplir; no toda la gente puede colaborar en los experimentos, hay criterios de exclusión – o aspectos que dejan fuera de las investigaciones a ciertas personas-; hay que seguir lineamientos para darle información al individuo… la lista de criterios es extensa. Un profesional clínico que busca realizar un tratamiento hipnótico, usualmente tiene en cuenta una serie de requerimientos: una historia clínica – padecimientos, propensiones, antecedentes familiares…-, trastornos e incidentes del sujeto; un diagnóstico claro y detallado que describa las condiciones del paciente; pruebas acerca de la conveniencia o inconveniencia para llevar a cabo determinadas intervenciones; dominar un repertorio de opciones adecuadas para el tipo de caso… una vez más, la lista es extensa. ¿Los investigadores y los profesionales clínicos pueden realizar experimentos o intervenciones clínicas en una sola sesión? A veces sí. Pudiera parecer “magia”. Es posible alcanzar un objetivo en un primer y único evento. Es razonable suponer que algunos aspectos como la preparación académica de años, las miles de lecturas, los millares de 26

horas en prácticas supervisadas, el ejercicio reflexivo fomentado por una preparación profesional con docentes especializados en áreas determinadas y otro montón de aspectos académicos, pueden llegar a facilitar –mas no determinar – que un profesional con formación académica especializada resuelva y/o prevenga, de manera casi inmediata, cualquier inconveniente que se le plantee en el dominio de su área. Milton H. Erickson fue uno de los mejores ejemplos en el área clínica sobre las soluciones casi inmediatas en las intervenciones hipnóticas. Hubo tratamientos de una sola sesión que están documentados (Haley, 1994). La eficacia de Erickson se debía a múltiples factores: un dominio envidiable del lenguaje, la propuesta de la hipnosis como un procedimiento que no necesita rituales inductivos, sus conocimientos extensos en medicina para diferenciar los padecimientos susceptibles a los tratamientos farmacológicos o a las intervenciones sugestivas… el hombre hacía parecer que sus actos eran sencillos, aún se le puede observar en videos que reviven sus destrezas hipnóticas. Así, un comentario, un guiño, un saludo, una acción de apariencia simple que ejerce un operador experimentado, encarna los conocimientos de lecturas, prácticas y reflexiones. Sin embargo, la destreza de Erickson para solucionar casos en el área clínica no fue suficiente para que organizara un planteamiento teórico o al menos, formal, en el análisis de los fenómenos hipnóticos dentro de un ambiente experimental (Young, 1954). Joseph Green y sus colaboradores (1990) comprobaron que una de las ideas principales de Erickson respecto al comportamiento hipnótico no correspondía con los hallazgos experimentales: el sujeto hipnotizado tiende a responder de manera literal. Por ejemplo, al decir: “¿Me puedes dar tu hora?” el individuo contesta “sí” en lugar de mencionar “son las tres de la tarde”.

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Pese a las diferencias de hallazgos que hay entre el área experimental y la clínica de la hipnosis, a fin de cuentas se pretende el control de variables en los eventos que se articulan en cada área (González y Miguel, 1994; Tortosa, González y Miguel, 1999). En las situaciones hipnóticas que se organizan dentro del área experimental o clínica, las interacciones uno a uno – un investigador o terapeuta con un participante o paciente a la vez – procuran medidas de seguridad para ambos protagonistas – el operador y el sujeto-. ¿Pero qué hay cuando la medida “uno a uno” se transforma en una proporción de decenas o cientos a uno? El control de variables desaparece. William Kroger (1963) señala que los riesgos de los eventos hipnóticos de entretenimiento radican en la imposibilidad de dar un seguimiento personalizado y adecuado, previo, durante y posterior al espectáculo, para cada asistente al show. Al añadir a más de un individuo hipnotizado en la fórmula operador-sujeto, es difícil saber a qué se le puede atribuir la exhibición de diferencias conductuales entre los hipnotizados: ¿Son las historias diferentes que hay entre los individuos lo que permite que una misma instrucción se interprete de maneras peculiares? ¿Uno de los sujetos trata de imitar al otro? ¿Las afectaciones en ambos sujetos facilitan o intervienen al tratar de obtener el mismo objetivo? ¿Coincidió la ingesta de algún fármaco o sustancia en el momento del evento?... ¿Qué es lo que ocurre con exactitud cuando un operador evoca estados hipnóticos en una audiencia numerosa? En este momento histórico, un cosmos de incertidumbres se puede resumir en la frase: “quién sabe”.

La desesperación por las curas rápidas y eficaces, llevan a las personas hasta las manos de los hipnotizadores escénicos o cualquier consultorio que diga “hipnosis” sin importar las acreditaciones… ¿Hasta donde existe la necesidad por una mejor calidad de 28

vida y en dónde emerge el hedonismo por la inmediatez? De haber un punto sin retorno, tal vez lo representaría nuestro cariño por nuestras propias ignorancias.

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De lo bochornoso a la potencia mortal en el escenario.

Lo que está en acto involucra aquello que se realiza en el momento. Lo que es en potencia implica todo lo que puede llegar a estar en acto. No hay potencias sin actos, ni actos sin potencias. Aristóteles en su obra Acerca del alma señala que “lo que es en potencia” no corresponde al mundo de las suposiciones infundadas, proviene de los razonamientos que se derivan de la experiencia. Hablar de los aspectos potenciales de la hipnosis no es partir de las suposiciones, es articular descripciones desde lo que ha ocurrido como sinónimo de “puede volver a ocurrir”.

En los últimos años, las demostraciones de los hipnotizadores escénicos se han tornado más dramáticas y potencialmente nocivas: antes se acostaba a un sujeto entre dos sillas y eso bastaba. Después, los hipnozadores usaban a los voluntarios catalépticos – acostados entre dos sillas- como bancas para descansar, ignorando las posibilidades de un desgarre en músculos lumbares o dorsales que, pese al efecto hipnótico, son fibras que no están diseñadas para sostener el peso de un humano sentado sobre el abdomen o tórax. Posteriormente, el hipnotizador camina sobre el sujeto hipnotizado que está acostado entre dos sillas, como si fuera un puente… quién sabe qué seguirá. Acerca de la falta de prudencia que exhiben muchos hipnotizadores escénicos, Ricardo Figueroa (2004, comunicación personal) con su característico humor negro, comentaba que algún día, él mismo se iba a dedicar a la hipnosis escénica, pero en lugar de poner entre dos sillas a los sujetos o atravesarles la mano con una aguja, haría algo más dramático: sacar una motosierra y amputarle una pierna a un voluntario, sin que el sujeto 30

exhiba dolor. Después de un baño de sangre a la audiencia, le pegaría la extremidad al participante – usando una aguja e hilo- para que salga caminando como si nada.

Algunos autores clásicos en el estudio de la hipnosis experimental, como por ejemplo T.Sarbin (1965), W.B. Meeker y T.X. Barber (1971) entre otros, dedicaron algunos estudios a la hipnosis escénica. Sarbin (1965) indicó que un aspecto fundamental en la relación operador-sujeto dentro de una función de entretenimiento, es prevenir un incidente vergonzante – para el operador o hipnotizador-. Menciona el caso de un sujeto hipnotizado que fue sentado a unos metros de una mesa con cien mil dólares en efectivo. El hipnotizador le dijo al participante que podía tomarlo todo, no sin antes sugerir que no podría levantarse de la silla, sin importar lo que ocurriera. El sujeto no pudo levantarse para tomar el dinero. Según Sarbin, la influencia de los 40 millones de espectadores que miraban el show, impidió que el sujeto procediera a tomar el dinero que no era suyo. Para Sarbin esto involucró otro aspecto: el reforzamiento social, esto es, el reconocimiento de las acciones del individuo por la audiencia o el hipnotizador.

Existen otros aspectos sociales que intervienen en el comportamiento del individuo hipnotizado. Por ejemplo, el rol que juega el prestigio del operador en la influencia del sujeto. Cuando los individuos son hipnotizados por operadores que se les presentan como “profesores” o “doctores”, exhiben más fenómenos hipnóticos que cuando los hipnotiza un “estudiante” (Sarbin, 1965). Tal vez esto responda al porqué alguien preferiría ir con “el Grandioso Mesmero, hipnotista mundialmente reconocido” (sin importar que sea veterinario, arquitecto, ingeniero, o en el peor de los casos, sin carrera universitaria pero 31

con reconocimientos de PNL) en lugar de ir con el Médico Perengano o el Psicologo Fulanito (que también hipnotizan y tienen cédulas como profesionales de la salud, aunque no salgan en la TV). En relación a esto, Sánchez (2008) menciona que: “hay una casi completa carencia de una cultura de rendición de cuentas profesionales, especialmente en aplicaciones a los ámbitos de la salud y la educación. En efecto, lo mismo se atribuye a un psicólogo que interpreta sueños o la escritura manual que a uno que aplica técnicas surgidas de la investigación científica […] se añade un casi completo caos en los aspectos regulatorios del ejercicio de la profesión, particularmente en los niveles especializados. Así por ejemplo, si bien la legislación sobre ejercicio de la psicología en México protege el título, el ejercicio de la psicoterapia, incluyendo el otorgamiento de credenciales académicas, se encuentra en un notorio estado de indefinición. Se sabe de extremos tales como el otorgamiento de “diplomas” de terapeuta a personas cuyo contacto con una formación sistemática es nula. Se trata muchas veces de cursos de fin de semana a los que asisten personas con antecedentes que no incluyen siquiera la terminación de un bachillerato. Estos diplomados prácticamente fraudulentos, en el contexto de una población de usuarios que no tiene forma de distinguir un título universitario de una constancia de asistencia a un taller, y la falta de exigencia de cuentas profesionales referida antes, ha conformado un estado desolador de la profesión en la primera década del siglo veintiuno” (Pp. 248-249).

Meeker y Barber (1971) tras haber analizado algunas funciones de hipnosis escénica, encontraron algunos elementos en común. Entre estos se hallan:

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a) los hipnotizadores se basan en la alta incidencia de respuestas previas al estado hipnótico – o sea, la obediencia a las instrucciones-, b) tienen un procedimiento para seleccionar y depurar sujetos, c) la sugestionabilidad incrementada que se produce cuando dicen que la situación es “hipnosis”, d) factores socio-psicológicos (la presión que ejerce la audiencia para que un individuo cometa o no algún acto, por ejemplo). Además de estos elementos, algunos hipnotizadores también pueden utilizar: e) los “cuchicheos en el escenario” – se le pide al sujeto en privado que ayude a que la demostración salga bien, f) “falta al desafío” – dejar a la audiencia común de lado y utilizar sujetos entrenados-, g) usar individuos entrenados para realizar las hazañas más complejas, h) utilizar algunos trucos, como reflejos fisiológicos que producen conductas relacionadas con el trance hipnótico.

Lennis Echterling y David Emmerling (1987) investigaron los impactos de la hipnosis en estudiantes universitarios que participaron en un espectáculo. La mitad de ellos comentaron que disfrutaron el estado hipnótico y gozaron de efectos posteriores. Una quinta parte de los sujetos tuvieron una experiencia desagradable durante el show y después de haber terminado. Los autores señalan que, para algunos sujetos, la hipnosis escénica puede representar riesgos para algunas personas – o “una minoría” si se quiere continuar con el hincapié de este libro-.

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Lennis Echterling y Jonathan Whalen (1995) realizaron un experimento con estudiantes de bachillerato. Se evaluaron sus actitudes y creencias acerca de la hipnosis: algunos presenciaron un show y otros recibieron algunas lecturas. Después de tres semanas, se evaluaron los resultados: ambos grupos incrementaron su disposición para utilizar la hipnosis en tratamientos y disminuyeron sus creencias en relación a que los sujetos hipnotizados tienen poca inteligencia. El grupo que leyó incrementó la cantidad de creencias sobre la hipnosis, el aumento de la fortaleza interna y la creatividad. La lectura redujo la creencia de que el sujeto hipnotizado es un autómata bajo el dominio de las sugestiones, mientras que los sujetos que sólo asistieron al espectáculo incrementaron esa actitud. Por otro lado, T. Mott (1992) indica que en todas las aplicaciones de la hipnosis – experimental, clínica y escénica- puede haber efectos adversos en algunos sujetos. No obstante, los riesgos y los beneficios no están balanceados en los espectáculos.

Si los espectáculos hipnóticos pueden ser tan desfavorables para algunas personas ¿Por qué siguen en pie? El hecho es que las personas apoyan dichos eventos… pero ¿Quiénes? Una respuesta clara: Mackillop, Lynn y Meyer (2004) encontraron que en una audiencia de 67 miembros –o espectadores- y 7 participantes en el espectáculo, todos los espectadores incrementaron sus actitudes y creencias positivas hacia la hipnosis, mientras que todos los participantes exhibieron mejores actitudes hacia la hipnosis antes del show. Es evidente que siempre hay más gente que mira en lugar de participar en estos eventos.

A veces las consecuencias desfavorables de la hipnosis escénica pueden exagerarse. G.F. Wagstaff (2000) comenta un caso británico de 1998, donde un individuo sin 34

antecedentes de trastornos mentales demandaba al hipnotista escénico por inducirle esquizofrenia. El argumento para la demanda fue que el estado hipnótico era similar – psicológica y fisiológicamente- al de la enfermedad. Se alegaba que el espectáculo hipnótico podía incrementar la vulnerabilidad de la gente a padecer daños psicológicos que los orillaran a estados patológicos, si las personas no se encontraban bien des-hipnotizadas al terminar el show. Wagstaff señala que, pese a que en ocasiones las técnicas hipnóticas no se aplican con precauciones y cuidando los derechos de los participantes, no hay evidencia científica que demuestre episodios de esquizofrenia mediante la hipnosis en personas sin antecedentes de psicopatologías.

Es frecuente que los hipnotizadores escénicos utilicen a los participantes para divertir a la audiencia, a costa de la humillación del “voluntario”. Luís David Guzmán (2007) hace referencia de un evento televisivo que se transmitió a nivel nacional: “Apenas había pasado la mitad del 2006 cuando casualmente ví en la televisión mexicana una demostración en vivo de hipnosis escénica donde el sujeto era uno de los mejores comediantes del país, sugestiones más, sugestiones menos, en un momento determinado, para sorpresa de todos, el sujeto se orinó en sus pantalones. El hipnotista sólo pidió que lo dejaran en paz y acostaron al comediante. Aunque el aplomo del hipnotista estuvo presente, este es uno de los ejemplos de lo que no debe suceder nunca en una demostración bien llevada. El ridículo a la persona y la falta de respeto tiene que estar ausente” (p. iv). Si bien es cierto que este tipo de situaciones son poco frecuentes, a fin de cuentas ocurren… Luís David Guzmán también exhibe en su obra una fotografía (P.65) donde se muestra a un hipnotizador escénico, rodeado de ayudantes que supervisan a una persona 35

sostenida entre dos sillas. Se hace evidente que, mientras el hipnotizador está concentrado en hablarle al participante del show, los ayudantes están igual de hipnotizados que el sujeto cataléptico.

Un sujeto que se orina en los pantalones o los ayudantes que se duermen. No parece que la hipnosis mal empleada sea tan grave… ¿Qué riesgos podría haber en un escenario para transitar de lo bochornoso a lo que pudiera llegar a ser mortal? Hacer el ridículo frente una audiencia no es un problema si se le compara con la posibilidad de adquirir alguna infección cuando el hipnotista atraviesa con una aguja esterilizada la piel del sujeto para demostrar que “no hay dolor”. Pareciera que la mayoría de los hipnotistas desconocen que la piel humana se encuentra tapizada por bacterias y que el alcohol frotado por el médico no es para adormecer el sitio de la punción, es para tratar de inutilizar a la mayor cantidad de gérmenes.

Existen riesgos que se vinculan con enfermedades que pudieran tener algunos de los asistentes a los espectáculos. Por ejemplo, si se utilizan luces estreboscópicas, los epilépticos pueden tener un ataque (Guzmán, 2007).

William Meeker y Teodore X. Barber (1971) identificaron los elementos que utilizan los hipnotistas de entretenimiento para realizar sus funciones. Entre dichos componentes se encuentra la técnica de oprimir el cuello del sujeto para causar sopor – o técnica de presión en la carótida- que se utiliza para lidiar con sujetos que se resisten a entrar en estado hipnótico. Sin embargo, esta maniobra causa un síncope vagal que puede derivar en la muerte del individuo (Guzmán, 2007) 36

Ernest Hilgard (1992) ha indicado que uno de los peligros latentes al emplear técnicas hipnóticas es la disposición de algunos sujetos para no reportar verbalmente un dolor que indique daños serios. Esta idea se basa en el hallazgo de Sutcliffe (1960): algunos sujetos incrementan su tolerancia al dolor pese a daños padecidos, sólo para no afectar la relación con el operador. En relación a esto y de manera anecdótica, recuerdo una ocasión que miré por televisión el acto de acostar a un sujeto hipnotizado entre dos sillas. El hipnotista caminó sobre el hombre, usándolo de puente. Al salir del estado hipnótico, el participante se mostraba pálido y tambaleante. El hipnotista lo sentó en una de las sillas, le dijo que los efectos de la hipnosis pasarían casi de inmediato y le preguntó si recordaba lo que había pasado. El hombre dijo no recordar el suceso, mencionó que se sentía mareado y le preguntó al hipnotista si la cirugía de riñón que le habían practicado un par de semanas antes podría tener relación con el mareo… Michael Hepp (2000) comenta que en el Reino Unido las presentaciones de hipnosis teatral están reguladas. Pese a las regulaciones, se han presentado accidentes graves para la audiencia y participantes (por ejemplo, fracturas de extremidades, contusiones…).

Tracy O’Keefe en su obra Investigando la hipnosis escénica (1998) expone uno de los casos más controversiales sobre los posibles riesgos de la hipnosis de entretenimiento: Sharron Tabarn después de haber participado en un espectáculo de hipnosis murió “por causas naturales” (de acuerdo al reporte forense). Por un lado, la muchacha de veintitantos años no contaba con antecedentes de enfermedad, se puede decir era una mujer sana. Se halló una concentración atípica de prolactina – compuesto que surge cuando una persona sufre dolor-. La muerte implicaba una falla cardiaca. 37

La joven participó en el show que, después de hacerla cantar como Madonna y coquetear con la audiencia, terminó con el número de imaginar que se sentaba en una silla eléctrica y recibía una descarga. Según los testimonios, cuando salieron del teatro, la señora Tabarn dijo sentirse mal. Fue a casa para dormir. Tomó paracetamol – raro en ella-. A la mañana siguiente, su esposo fue a atender a uno de sus hijos y al regresar a la cama, la mujer estaba muerta. O’Keefe señala dos aspectos relevantes en la historia: El hipnotizador no le preguntó a Sharron si tenía alguna fobia y a la edad de once años, la participante recibió una descarga eléctrica que la dejó inconsciente. Los padres de la muchacha indicaron que desde ese evento, la joven no cambiaba ni siquiera un foco, por el pánico que le causaba la idea de quedar electrocutada. O’Keefe argumenta que hay razones suficientes para afirmar que una persona hipnotizable en extremo, podría llegar a morir por los efectos de imaginar una situación que le aterre en demasía. Michael Heap (2000) difiere y señala que no hay forma de comprobar que haya una relación directa entre los efectos de la hipnosis escénica y la posible muerte de los sujetos.

Los riesgos para el hipnotizador también existen. Luís David Guzmán (2007) menciona el caso de un operador que le fue practicada una operación de cráneo por un accidente en el espectáculo. Wetterstrand (1897) menciona un caso de finales del siglo XIX: un sujeto hipnotizado, bajo la supuesta instigación del operador, asesinó a una persona. La presión del juicio permitió que el acusado recobrara la memoria y señalara al hipnotizador. Este 38

último fue ahorcado. Uno puede preguntarse si tal vez fue una víctima inocente en lugar de la mente criminal tras el asesinato. Michael Heap (2000) comenta el caso de un sujeto hipnotizado en 1997 que demandó al hipnotizador por una supuesta disfunción sexual provocada desde la función en la que participó. Se comprobó que el sujeto estaba fingiendo. El juicio duró cuatro años y los cargos fueron desechados.

Según Fred Nadis (2001) a inicios del siglo XIX la hipnosis escénica se contemplaba con la creencia popular de la perfectibilidad del individuo y la sociedad: la posibilidad de mejoras inmediatas a través de las palabras. A finales del siglo XIX, se veía más como un acto de esclavismo que de liberación para el sujeto, los médicos expresaban sus preocupaciones sobre los posibles daños en la salud de los individuos, se procuró marginar en pro de una sociedad más sensata… ahora, a inicios del siglo XXI donde se televisan estos espectáculos, mi opinión es que algo no salió como se esperaba.

Podría ser claro que las piezas que intervienen en los eventos denominados “hipnosis” - sea el contexto de formalidad académica que goza de precauciones y consideraciones éticas, o el de una vulgar función circense – muestran que no se trata de un juguete.

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Cuando la caja de Pandora se abre…

Harold Wain y Jason Dailey (2010) exponen el caso de un soldado herido en la guerra, un año atrás. Las lesiones por un artefacto explosivo brindaron dolor neuropático – por el daño en los nervios, una molestia permanente- en un brazo y pierna. Como parte de la rehabilitación, el militar estaba con un grupo de pacientes en un viaje recreativo. Paseaban por una ciudad y entraron a ver un espectáculo de hipnosis. El paciente, sin planearlo, entro en un estado hipnótico. El hipnotizador escénico creyó que el sujeto quería pasar como voluntario - por el sólo hecho de haber sido hipnotizado – y lo subió al tablado. El soldado participó en un espectáculo de hipnosis. Al salir del auditorio, el “voluntario” reportó sentirse mal y los compañeros lo notaron enfermo. Una de las guías del viaje tropezó accidentalmente con él. El hombre le aplicó una llave militar en el cuello a la mujer, para intentar desmayarla. El resto del grupo intervino para salvarla. Durante tres horas, el paciente creía que estaba capturado por los enemigos y que la jaula donde lo habían encerrado se estaba llenando de agua, hasta que fue internado en el hospital. Después del evento, el militar recordaba sólo fragmentos del viaje y haber despertado amarrado en el hospital. No podía acordarse de lo ocurrido en la función hipnótica.

El repertorio de conductas y experiencias que posee un individuo, es uno de los factores que intervienen en la evocación de fenómenos hipnóticos (Evans, 1967; Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Haley, 1994; Morgan, 2002; Wain y Dailey, 2010). En el caso del 40

militar (Wain y Dailey, 2010) durante el tratamiento psiquiátrico posterior al incidente de la hipnosis escénica, las pruebas arrojaron evidencias de la capacidad que el paciente tenía para ser hipnotizado con facilidad y responder a instrucciones relacionadas con disociaciones – actuar como si estuviera en otro lugar y tiempo-. La historia clínica del paciente reveló que sufría de abusos durante la infancia – lo ridiculizaban con frecuencia-. El soldado reportó incremento de dolor, ansiedad y recuerdos espontáneos de lo ocurrido después de la función o flashbacks (imágenes vívidas que golpean súbitamente la conciencia del sujeto, que manteniéndose despierto, actúa como si se rompiera el vínculo entre la percepción y lo inmediato que le rodea. Los actos pierden el sentido para un medio social que no comparte las referencias a las que se responde).

Otros autores (Kleinhauz, Dreyfuss, Beran, Goldberg y Azikri, 1979) reportaron un caso parecido al del soldado: una mujer que, después de haber participado en un espectáculo de hipnosis, tuvo episodios disociativos que duraban horas y hasta días. Cuando ella era niña, sobrevivió a la segunda guerra mundial y por accidente, el hipnotista escénico le pidió que regresara a cierta edad – justo cuando ella y su hermana fueron acogidas por “Los Gentiles” (los creyentes de origen no judío que ayudaban a los perseguidos por los nazis)-. Sólo pasaron once años para que la mujer asistiera voluntariamente a un tratamiento psiquiátrico. Por fortuna, la dama recuperó la funcionalidad social.

Al inicio del libro se mencionó que el Trastorno de Estrés Pos-Traumático (TEPT) corresponde a un trastorno de ansiedad que se produce por haber experimentado algún evento cercano a la muerte o de gran daño potencial. Según algunos autores (Stuttman y 41

Bliss, 1985; Spiegel, Hunt y Dondershine, 1988) es posible que el mismo factor de alta hipnotizabilidad que demuestran los pacientes con TEPT sea lo que favorece su aparición… Dice Yapko (1995): “Cualquier cosa que tiene la capacidad de curar también tiene la capacidad de hacer daño” (P.33). ¿Hipnotizabilidad o TEPT? Dualidad de un posible factor que parece actuar como el dios griego Janus: mirando con dos caras hacia direcciones opuestas.

Yard, Duhamel y Galynker (2008) indican que el problema de los estudios que analizan las relaciones entre la hipnotizabilidad y el TEPT radica en que la susceptibilidad del individuo para ser hipntizado se evalúa después de que el TEPT apareció. Sin embargo, la idea que proponen Wain y Dailey (2010) es que las personas que han padecido experiencias traumáticas derivadas de situaciones violentas donde se pone en riesgo la vida - como por ejemplo una guerra, un asalto, un ataque, un accidente-, parecen susceptibles a evocar experiencias y efectos desagradables cuando se utiliza la hipnosis sin una dirección terapéutica. Si a esto se le añaden alta hipnotizabilidad, los resultados pueden empeorar.

El soldado del caso de Wain y Dailey (2010) recibió un tratamiento hipnótico que le permitió una rehabilitación satisfactoria. Por desgracia, también hay quienes padecen alguna consecuencia desfavorable por un evento hipnótico y evitan cualquier tipo de intervención clínica que lleve la misma nomenclatura.

Al explorar la manera en que se puede afectar la percepción de acuerdo a varias situaciones, Sundberg (1981) utilizó la prueba de Roschach – un instrumento donde se exhiben manchas de tinta a los sujetos para que las interpreten de acuerdo a la primera idea 42

que les evoquen-. En esta exploración, Sundberg descubrió que los pensamientos relacionados con agresividad y aspectos libidinosos (percepciones de asesinato, mutilación, actos sexuales, órganos excretores…) se podían incrementar en la prueba cuando los sujetos se exponían a la inducción de hostilidad artificial – cuando se les colocaba en tareas que derivaban en el padecimiento de frustración- o mediante la hipnosis. Esto implicaría que mediante el empleo de la hipnosis se puede predisponer a un sujeto para reaccionar de ciertas modos. No significa que “la hipnosis haga malas o perversas a las personas”.

Stanley y Burrows (2001) han indicado que el uso de las metáforas durante situaciones hipnóticas puede implicar riesgos, sobre todo, cuando los operadores carecen de preparación adecuada para manejar las reacciones adversas de los sujetos. El problema con las metáforas es que pueden interpretarse de distintas maneras, debido a la relación que surja entre la disposición, la historia del sujeto, la manera en que el operador sugiera directrices en la narración, entre otras variables que puedan intervenir. El uso de las metáforas en la hipnosis clínica puede verse con más detalle en el trabajo de Milton H. Erickson (Haley, 1994; Rosen 1991). Por desgracia, algunos “terapeutas” – como por ejemplo, algunos veterinarios, arquitectos, amas de casa, abogados… que emplean la PNL – tienden a creer que las metáforas son una panacea y abusan de su empleo, sin considerar las implicaciones que pudiera tener para el paciente.

A veces imagino la atención del sujeto en un estado hipnótico como si fuera un bulldog: La atención se concentra tanto en algo que no lo deja ir. Sin embargo, en cualquier momento, se puede volcar sobre otra cosa totalmente diferente y obstinarse en ella… La ventaja de los laboratorios y las prácticas clínicas es el control de variables. Se pretende que 43

la cantidad de elementos que puedan causar reacciones inesperadas sea muy limitada. En un show existen más posibilidades de que esta condición molosa se aferre a lo menos adecuado o conveniente. ¿A qué elemento ambiental y/o recuerdo va a reaccionar el sujeto? ¡Es imposible determinarlo si es un completo desconocido del que no se saben sus antecedentes y está en frente de más de cincuenta, cien o doscientas personas! En los procesos psicoterapéuticos no es raro que algunos sujetos hipnotizados se entristezcan o molesten por recuerdos o asociaciones que evocan accidentalmente (Haley, 1994, Yapko, 1995). La atención del operador clínico está totalmente enfocada en detectar esas reacciones, con la intención de interrumpir el estado hipnótico del paciente o de manejar la situación desagradable en beneficio de la persona… … ¿Por qué a un sujeto hipnotizado le podrían suceder accidentes desfavorables en torno a un evento que se supone, debería de estar enfocado en el bienestar? En el área clínica se ha formulado el concepto de abreacción. Aunque usualmente las abreacciones son entendidas como “emociones reprimidas” (Yapko, 1995) – por la herencia psicoanalitica de creer que hay “algo escondido en el sujeto”- se pueden ver más como una forma de conmoción, en el sentido que Gilbert Ryle (1949) menciona en su obra El concepto de lo mental: una afectación. Las afectaciones surgen de lo que el sujeto conoce y las situaciones donde se le ubica. Son las respuestas no efectivas ante una situación. Son el aspecto de la experiencia que se llama sentimientos o emociones. No son actos que se realizan, son padecimientos que ocurren bajo determinadas circunstancias… En las sesiones terapéuticas – y en algunas experimentales- hay individuos hipnotizados que, pese a las instrucciones bienintencionadas del operador pueden “llorar de la nada”, “agitarse sin motivo”, “hacer gestos de inconformidad”… Comenta Michael Yapko (1995): 44

“Incluso el clínico más hábil no sabe qué minas hay (…) Cada ser humano tiene una historia personal única y hace asociaciones idiosincrásicas con las palabras y las experiencias. Lo que parece un término neutral para una persona puede desencadenar alguna experiencia personal intensa en otra. Por lo tanto, la idea de hacer hipnosis sin producir nunca una abreacción es bastante improbable” (p. 212) Esto haría evidente que la hipotética seguridad – para los participantes- que se pregona en los espectáculos hipnóticos, no radica en los hallazgos experimentales y clínicos que se han venido comentando. Dicha seguridad ficticia es parte de la mercadotecnia que se emplea para dogmatizar a la audiencia. Es una propaganda que emplean los merolicos – persona que vende ungüentos y baratijas en las plazas públicas anunciándolas con promesas, anécdotas maravillosas, ofertas extraordinarias… una persona que habla mucho y dice poco, según el diccionario de mexicanismos (de la Academia Mexicana de la Lengua)- que se presentan ante la audiencia como si fueran merovingios- descendientes de Meroveo, el tercero de los primeros reyes francos que gobernaron Galia-.

La Comisión Real encabezada por Benjamín Franklin reportó los mismos hechos que Mesmer: la gente exhibía desmayos y hasta convulsiones mientras se le curaba. El sujeto que ya no es dueño de sus actos y se deja guiar por un operador- al que ha considerado como “apto” para llevarlo al bienestar-, exhibe conmociones que afectan su cuerpo, mientras el psiquismo hace mutis en la escena social con un desmayo… … Henri-Marie Beyle, alias “Stendhal” – escritor francés del siglo XIX – sufrió el impacto tiránico que asesta lo inefable cuando hace evidente que un vocabulario es finito ante el contacto con la belleza… El “síndrome de Stendhal” o “Síndrome de Florencia”: aceleración del ritmo cardíaco, ser huésped del vértigo, albergar la confusión, actuar como 45

si se le respondiera a cosas que no están ahí –alucinar- mientras uno se expone ante la belleza… no es extraño que una persona sensible pueda llegar a desvanecerse frente al arte. El síndrome de Stendhal es la conmoción que surge cuando uno se topa ante la belleza de lo inefable (los adeptos a las metáforas informáticas dirían que a uno se le satura la memoria RAM). ¿Stendhal padeció lo mismo que sentían los pacientes de Mesmer? Sería aventurado asegurarlo, aunque la reacción se parece.

El operador clínico atina dónde intervenir. El experimentador se dedica a estudiar los efectos hipnóticos en los parámetros de seguridad para en participante. El hipnotizador escénico utiliza a los otros como vehículos de entretenimiento y emplea a la audiencia para justificar sus actos… El “voluntario” del show ¿Qué padece? ¿Conmoción por la belleza o repudio a la incomodidad? Hay tantas variables en el escenario: una mueca inadvertida para el operador que mira a la audiencia o a las cámaras, un recuerdo que no se comparte, un semblante inmaculado por las luces del teatro… son aspectos que no ocupan lugar en el espectáculo circense. Mientras el hipnotizador alimenta su autoestima, el otro se resigna. He ahí la esencia de un momento histórico en una sociedad decadente y sin escrúpulos: cuando lo que podría aliviar o favorecer a unas vidas con predisposición o disposición a desafiar los supuestos convencionales, se utiliza para ganar un puñado de monedas y aplausos.

¿Quién termina por abrir la caja de Pandora, sobre todo, en la hipnosis escénica? Quien la porta y hace tributo al descuido que surge por la curiosidad, o el que es como Epimeteo, que tarde o temprano demostrará que nunca supo de lo ocurrido.

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Un legado místico, una tradición viva.

En 1897 A.P. Sinnett escribió: La literatura real del Mesmerismo. El trabajo es un análisis acerca del por qué Franz A. Mesmer tuvo problemas que se heredaron a la hipnosis: “Varias personas testificaron que Mesmer los había curado, sin embargo, los periódicos lo ridiculizaron y los médicos lo vilipendiaron. En 1781 él publico un trabajo titulado: Précis historique des faits relatiff au magnétisme animal. La oposición que encontró sólo estimuló su propio entusiasmo y lo llevó a proclamar el magnetismo animal como una panacea” (Pp. 6-7). Este hecho posee una implicación lamentable, no por Mesmer, sino por las personas que reportaron algún efecto de mejora que nunca fue estudiado. No obstante, es hasta el siglo XX cuando se le puso atención a los efectos que los individuos reportan en sus padecimientos clínicos. Uno de esos efectos se le denomina hoy como “placebo”, un evento que de alguna manera se ha relacionado con la hipnosis.

La historia del término “placebo” hace referencia a “complacer”, en el sentido de depreciarse. El término proviene del siglo XIV, utilizado en los funerales. Las aplicaciones registradas en medicina como una técnica para el manejo de los pacientes datan del Siglo XVIII, pero a mediados del Siglo XX el término fue interpretado como la incompatibilidad de resultados fisiológicos debidos a condiciones psicológicas (De Craen, Kaptchuk, Tijssen, y Kliejnen, 1999). Cuando se emplea un placebo en el área clínica, no se le dice al individuo lo que tiene que hacer en la situación, sino que más bien se le menciona lo que va a ocurrirle, lo que va a padecer de acuerdo a lo que le es suministrado (De Craen, Kaptchuk, Tijssen, y 47

Kliejnen, 1999). El efecto placebo corresponde a un evento donde el individuo se ve afectado fisiológicamente mediante el uso del lenguaje, esto es, que lo biológico es subordinado a lo psicológico – un efecto parecido a la hipnosis, sólo que en estado de vigilia-.

El mesmerismo sobrevivió en un ambiente de marginaciones y burlas. En 1808 el Dr. Pététin – uno de los discípulos de Mesmer- publica un libro titulado: “Electricité Animale” y cuando Eisdale lo revisa, indica que los casos del Dr. Pététin son suficientes para establecer la realidad de la clarividencia natural y se habla de facultades de percepción independientes de los sentidos ordinarios… antes de esto, los rituales acerca del magnetismo animal se enfocaban sólo en tratar de curar malestares y enfermedades (Sinnett, 1897). Eisdale publica en 1842 reportes de cirugías mediante técnicas mesméricas donde los pacientes no sufren ni están concientes de lo que les ocurre. Diez años más tarde, publica una obra sobre clarividencia (Sinnett, 1897). Las aplicaciones prácticas y los ejercicios literarios como el de Eisdale fueron comunes. Cuando el mesmerismo se hizo equivalente a la hipnosis, el tinte místico se filtró en las ideas populares acerca de las posibilidades que ofrecen las técnicas hipnóticas. De esta manera, en pleno siglo XXI todavía hay personas que suponen que gracias a la hipnosis, se pueden efectuar regresiones (incluso a vidas pasadas), recobrar memorias perdidas y sacar la verdad de la gente, gozar de aumentos inmediatos en la inteligencia, tener contactos con entidades sobrenaturales, por mencionar sólo algunas de las solicitudes más comunes en el área clínica.

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El riesgo potencial de estas creencias no habita en los marcos ideológicos por sí mismos, sino en la puerta que abre oportunidades al abuso o a los accidentes que se dan por la confianza desmesurada que un sujeto puede otorgar a un hipnotizador. Como Young (1954) menciona: “Entre más grande es la confianza, más grande el daño” (P.397).

En el área clínica se habla de “regresiones en edad”. Este procedimiento incita al sujeto adulto para que, mediante un estado hipnótico, vuelva a una fase de la niñez en donde puede reinterpretar o reproducir una experiencia específica. Con este procedimiento, el sujeto puede reestructurar aspectos de su personalidad (Erickson y Rossi, 1989). Desde una perspectiva meramente experimental, el procedimiento ha sido cuestionado (Young, 1954), aunque pudiera operar como una forma metafórica para solucionar problemas (Kroger, 1977, Ricardo Figueroa, 2000, Comunicación Personal). En las últimas décadas pareciera que ha proliferado la creencia popular de poder regresar hasta “vidas pasadas” y hacer lo mismo que en una regresión en edad. No hay evidencias científicas de que eso sea posible. Ricardo Figueroa (2000, comunicación personal) mencionaba que tal vez, en casos donde las personas tienen un marco ideológico serio – como por ejemplo, una religión como el budismo y no una moda populachera-, la regresión a vidas pasadas pudiera tener sentido como una herramienta metafórica que facilite algunos procesos terapéuticos a los pacientes. Nicholas P. Spanos y sus colaboradores (1999) realizaron un experimento donde se aplicaban técnicas hipnóticas para crear memorias falsas de la infancia. Se le pedía a los sujetos que recordaran su primer día de vida, asunto que evidentemente nadie puede recordar. Todos los participantes pudieron recordarlo o mejor dicho, inventarlo.

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En otro trabajo, Spanos (1994) abordó la creación de recuerdos falsos mediante la hipnosis. Se analizaron los supuestos casos de vidas pasadas, abducciones por OVNIS y abusos sexuales en rituales satánicos. Los resultados son desesperanzadores para los creyentes de las memorias reprimidas e inquietantes para quienes abusan de la hipnosis: las personas comunes y corrientes, sin antecedentes de psicopatologías pero con disposición a creer en esas cosas, pueden crear recuerdos falsos y tener la certeza de que son verdaderos.

En cuanto a recobrar memorias perdidas y/o sacar la verdad de la gente, se ha demostrado que los recuerdos no son estáticos, sino que son susceptibles a modificarse mediante las repeticiones y/o el tiempo. La hipnosis sólo facilita que los recuerdos se alteren y los individuos desarrollen certeza sobre lo que suponen “ocurrió de verdad” (Loftus, 1979; Loftus y Ketcham, 1995). Estas suposiciones de los hipnotizados generalmente corresponden más a las sugerencias intencionales o inadvertidas que brindan los operadores, que a las conjeturas propias de los individuos, debido a que, cuando alguien olvida detalles acerca de un evento, tiene mayor disposición a “rellenar los huecos” con cualquier tipo de información (Shacter, 2001). En uno de los experimentos más reveladores acerca de la invención de recuerdos falsos mediante la hipnosis (Loftus y Ketcham, 1995), se les pidió a los participantes – estudiantes universitarios- que recordaran cuando eran niños y se perdieron en el centro comercial. Los individuos argumentaban inicialmente que no recordaban el evento y se verifico con sus familias en secreto que eso nunca hubiera sucedido. Se les encargó a los participantes que trataran de recordar el evento. Al paso de dos semanas, todos los participantes reportaban haber recordado el incidente. Por desgracia, la misma lógica aplica

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para implantar recuerdos falsos de abuso sexual, traumas de la infancia y otras dificultades que pueden disminuir la funcionalidad del sujeto… Los recuerdos pueden inventarse mediante la hipnosis: esta razón ha sido suficiente para que en la mayor parte de Estados Unidos esté prohibido el uso de la hipnosis durante los interrogatorios. Uno de los casos más extremos fue el de un padre de familia que se le acusó de haber realizado misas negras en el patio de su casa y abusar de su hija cuando era niña. El hombre se confesó culpable. Años después, se descubrió que el señor había sido hipnotizado durante el interrogatorio para “recordar” lo sucedido. A partir de las preguntas que le hacían, generó recuerdos falsos… ¿Por qué el individuo aceptó su culpabilidad? Porque el individuo no podía diferenciar entre un recuerdo falso y uno que surgiera de alguna experiencia real. Tiempo después, los abogados encontraron evidencias de que el jefe de familia no estuvo en la ciudad durante las fechas en que la hija alegaba el abuso… Esto plantea otra duda: ¿Por qué su propia hija lo demandó por abuso sexual en la infancia? La razón: ella había ido con una terapeuta que hacía regresiones mediante hipnosis. La terapeuta descubrió que todos sus pacientes habían sido abusados durante la infancia… o sea que todos – más de cien individuos - padecieron los recuerdos de violaciones inexistentes (Loftus y Ketcham, 1995). Los peligros de este tipo radican en los sujetos altamente susceptibles y sugestionables, vulnerables al error más diminuto en la aplicación de un procedimiento hipnótico. Los antecedentes, las predisposiciones de cada sujeto y los operadores poco calificados que poseen grandes egos, se añaden a la receta para las desgracias...

La superstición de gozar los aumentos inmediatos de la inteligencia por medio de la hipnosis es algo común. Puede recordarse a la ciudad de Guadalajara en México, aquel 51

Viernes 10 de Diciembre del 2010. La SEJ- Secretaría de Educación de Jalisco- recibió un impacto memorable respecto al acto de un hipnotista escénico en una escuela secundaria. Un diario hizo dos publicaciones: “La SEJ abrió una investigación por el caso ocurrido en la Secundaria Anexa a la Normal Superior” – el 13 de Diciembre del 2010, por Ignacio Pérez Vega en el diario Milenio – y después “SEJ no ha prohibido la hipnosis en escuelas” – el 15 de Diciembre del 2010, por Maricarmen Rello-… ¿Hago propaganda al periódico? Mejor debería de ofrecer un homenaje a José Luís Jiménez Castro, reportero de Notisistema- por avisarme de la situación vial a cada mañana, gracias a las bondades de la radio local (para el reconocimiento del reportero hay que escuchar Director de escuela secundaria anexa a la Normal Superior explica contratación de hipnotizador en http://www.notisistema.com/noticias/?p=327071). El subtítulo de Maricarmen Rello (Milenio, 15 de Diciembre del 2010) fue: “Los seis alumnos afectados tras una función en la secundaria anexa a la Normal Superior tendrán apoyo de psicopedagogía”. Sólo queda esperar que la formación académica de los psicopedagogos haya contemplado el manejo de técnicas hipnóticas para lograr revertir los efectos que cualquier ignorante haya promovido en los adolescentes. Hasta el momento, en el país, no hay universidad que incluya la asignatura de “hipnosis” en la formación de psicólogos, médicos o dentistas. Los adolescentes son un tópico intrigante para los estudiosos del funcionamiento cerebral. David Walsh (2004) en su obra de divulgación ¿Por qué ellos actúan de esa manera? justifica las conductas de los jóvenes mediante la inmadurez neurológica… tal como Julian Jaynes lo hizo con la especie humana en 1976 con su trabajo El origen de la conciencia a partir del rompimiento de la mente bicameral. La diferencia es que Jaynes osó interpretar la historia de la humanidad en una forma distinta – insinuando que las entidades 52

divinas y diabólicas que hostigaban a las personas, desaparecieron gracias a la invención de la bombilla eléctrica-, mientras Walsh fue respetuoso de una lógica mentecata que domina la investigación científica y que abunda en el siglo XXI: atribuirle al cerebro la causalidad del comportamiento humano. En el mundo no hay cerebros controlando cuerpos, hay gente que toma el autobús, come, trabaja… Los datos neurológicos son necesarios pero no suficientes para analizar el comportamiento humano, pero eso es otro tema. Ahora bien, ¿Para qué utilizar la hipnosis en una escuela? A veces las personas pueden confundir “lo creativo” con “lo inteligente”. Es necesario señalar que hay una diferencia. Ribes (2002) menciona que una conducta creativa muestra variación pero no es efectiva para lograr un objetivo, mientras que una conducta inteligente exhibe tanto variación como efectividad. Se puede decir que la creatividad puede ser necesaria, mas no suficiente, para tener un comportamiento inteligente. Vladimir Raikov (1976) examinó la posibilidad de incrementar el comportamiento creativo en sujetos hipnotizados, en comparación a quienes no podían evocar un estado hipnótico. Las actividades fueron dibujar, tocar instrumentos musicales y jugar ajedrez. Los resultados mostraron que los individuos hipnotizados exhibían mejoras al realizar las tareas, mientras que los otros sujetos mostraron una ejecución casi sin variaciones. Sin embargo, no hay evidencia de que la hipnosis incremente la inteligencia o las habilidades de las personas. Lo que puede llegar a modificarse, es la disposición de alguien para estudiar algo que no domina (Kroger, 1963). En todo caso, como sucede en la práctica de algún deporte, se pueden controlar afectaciones que intervienen en el desempeño óptimo de una tarea (Morgan, 2002).

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Otro riesgo de la hipnosis para el sujeto es la estafa. No todos los hipnotizadores son personas bienintencionadas. Decía Ramón López Velarse en su ensayo La derrota de la palabra acerca del oficio de las letras: se ha vuelto una industria de chalanes y filón de trapaceros. Tal descripción podría emplearse para explicar el origen de las estafas cotidianas que padecen los solicitantes de tratamientos hipnóticos. Quienes tratan de ocupar el sitio de un bufón y ofrecen consultas psicológicas, o quienes son aficionados al mundo de la psicoterapia – veterinarios, ingenieros, arquitectos, abogados o supuestos filántropos sin títulos universitarios en el área de la salud, todos con sus diplomas de PNL, reiki, constelaciones familiares…-. En el área clínica no son extraños los casos de personas que fueron sometidas a tratamientos hipnóticos extensos y/o costosos, que lejos de resolver sus problemas, sirvieron para complicarlos más. Aprovecharse de las ignorancias y los entusiasmos de los demás es deleznable, vivir de ello es detestable y tal vez no haya ningún “able” – en castellano o inglés – para designar al que explota las esperanzas de quienes solicitan el fin o control de algún padecimiento. Un amigo, Guillermo Aréchiga (2002, comunicación personal), mencionó que en la consulta médica es frecuente recibir los casos de personas desahuciadas que migran de los tratamientos “alternativos” otorgados por supuestos “terapeutas” - que utilizan diversos métodos, entre ellos la hipnosis –. Cuando el farsante nota que su cliente no responde al tratamiento y se deteriora más (física y económicamente), evita todo contacto. Los pacientes se quedan sin sus terapeutas, sus terapeutas los abandonan como el que no tiene pizca de humanidad y abandona a un perro herido en la calle. El paciente, además de su enfermedad, carga con la culpa de haber hecho algo mal para que la hipnosis no lo curara del cáncer, el SIDA, un pie afectado por la diabetes… 54

A veces, las oportunidades reales de mejora o curación para los enfermos, mediante los tratamientos adecuados, se quedan de lado por las promesas de quienes prostituyen la hipnosis con tal de ganarse unos billetes.

El reporte de la Comisión Real que Benjamín Franklin y sus colaboradores redactaron en 1785 dice en una de sus páginas que los efectos vistos por los rituales mesméricos no responden al magnetismo animal, si no que corresponden a una persuasión anticipada que puede operar desde la mera fuerza de la imaginación, como si los efectos observados en algunas personas correspondieran a mentiras generadas desde el ocio. Ahora, en pleno siglo XXI, hay gente que aún subestima el impacto de los trastornos psicosomáticos, del lenguaje operando sin acierto sobre las funciones del cuerpo. La historia se encuentra llena de ironías.

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Un caldo de cultivo para las desgracias: la confianza.

Una semana después del experimento de Rowland (1939) – el de los sujetos hipnotizados a los que se les ordenó sujetar a las serpientes y arrojar ácido a una persona-, se le preguntó a una de las participantes hipnotizadas el porqué había tratado de arriesgarse. La mujer respondió que no recordaba el experimento y suponía que si ella había hecho algo, era porque había confiado en que el investigador no permitiría que ella recibiera algún daño.

La confianza en términos conductuales, puede entenderse como la disposición del sujeto para llevar a cabo las indicaciones del operador. No es lo que causa o provoca que una persona realice algo o no, es una forma de describir las acciones: la gente hace las cosas confiando, no significa que uno primero confíe y luego actúe, se confía mientras se actúa.

En el área experimental se ha demostrado que la confianza de los sujetos hacia los operadores puede facilitar que se evoquen ciertos fenómenos (Sarbin y Coe, 1974; Patterson y Jensen, 2003). En el área clínica, la confianza se considera un factor básico para realizar cualquier intervención hipnótica (Hartland, 1971; Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Kroger, 1977; Haley, 1994).

González y Miguel (1994) han indicado que parte de las discrepancias que hay entre los hallazgos del área experimental y la clínica, se deben a que la confianza del sujeto hacia el operador puede verse afectada por el tipo de situación. En otras palabras, la efectividad 56

de las instrucciones recibidas varía si alguien está en un experimento o en una sesión clínica. No es lo mismo una condición sujeto-experimentador que una paciente-terapeuta. En el primer caso, el individuo participa en un estudio del que puede desligarse en cualquier momento. Cuando el sujeto asiste a un experimento, lo hace por curiosidad o morbo. Coopera en el experimento de un investigador. Hay un vínculo etéreo En el segundo, la persona se relaciona con el operador debido a un problema que lo afecta y pretende resolver. El evento clínico involucra padecimientos y suposiciones que se enfocan en solucionar dificultades personales. Coopera en una situación propia. Hay un lazo que surge de lo privado. La situación que involucra una condición paciente-terapeuta puede llegar a facilitar la aparición más frecuente o más variada de fenómenos hipnóticos y comparada con el caso sujeto-experimentador, hay más disposición para actuar.

Patterson y Jensen (2003) señalan que el sujeto se hace más susceptible y sugestionable con la práctica, esto es, que entre mayor número de eventos se realizan con un sujeto, puede evocar con mayor facilidad algunos fenómenos hipnóticos. Los individuos que demuestran un alto índice de susceptibilidad y de sugestionabilidad, son los que generalmente pueden demostrar mayor cantidad de fenómenos hipnóticos en poco tiempo, algunos de manera inmediata. Un ejemplo de susceptibilidad y sugestionabilidad extrema (naturales, sin ensayarlas): El año es 1947. Montague Ullman reporta el caso de un soldado que está ciego. Al verificar que las estructuras biológicas que generan la vista se encuentran en buenas condiciones, se procede a realizar una sesión hipnótica. El combatiente recupera el sentido que traduce los fotones en imágenes. 57

En una sesión posterior, Ullman hipnotiza al militar y lo sugestiona para que imagine una quemadura en el dorso de la mano – el paciente tiene antecedentes de herpes-. Pasa una hora… Inicia el surgimiento de una ampolla, similar a la consecuencia de una quemadura de segundo grado: se dañan la primera y la segunda capa de piel, puede haber pérdida cutánea, hay hipersensibilidad al aire, es una ampolla de agua, con dolor sin tocarla, puede supurar líquido… la bolsa dérmica inició su aparición al final de la sesión de una hora y se formó en su totalidad después de cuatro horas.

La confianza – del sujeto hacia el operador – que facilita la aparición de fenómenos hipnóticos, no es exclusiva del área experimental y la clínica. Las funciones en teatros se basan en este aspecto. La falta de conocimientos precisos acerca de cómo abordar a una persona que pueda sobre-reaccionar o de atención pertinente a los miembros de una audiencia - que pudieran ser hipnotizados inadvertidamente – puede terminar en accidentes (Kroger, 1963).

La confianza del sujeto durante la hipnosis no representa un riesgo en sí, el problema lo representan quienes la utilizan: una persona sin preparación que emplea técnicas hipnóticas puede incitar dificultades a los sujetos que hipnotiza, debido a manejos inadecuados de situaciones, padecimientos o enfermedades (Meares, 1961; Loftus y Ketcham, 1995; Heap, 1996 y 2000a; Stanley y Burrows, 2001).

La combinación de una persona sin formación académica suficiente para lidiar con imprevistos en las situaciones hipnóticas, más un individuo susceptible y sugestionable en 58

exceso, puede derivar en un mal rato – en el mejor de los casos- o en afectaciones severas – en el peor de los escenarios-.

Para algunas personas, la desesperación y las incomodidades al padecer un problema orillan a tomar acciones impulsivas, como depositar la confianza en terapeutas que pudieran llegar a presentar soluciones mediante la hipnosis. Las acreditaciones universitarias y gubernamentales para ejercer una profesión no sustituyen la confianza que un sujeto puede tener en un operador, sin embargo, sería buena idea que formaran parte esencial de ella, para reducir las probabilidades de daños. Se debería de corroborar que el terapeuta cuente, con al menos, un titulo universitario – y no una constancia de algún taller o curso de un instituto, academia o centro carente del respaldo universitario- en el área de la salud (medicina, psicología).

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El supuesto control mental que despoja de intenciones y voluntades.

Elizabeth Anscombe (1957) realizó uno de los tratados filosóficos más reconocidos acerca de la intención. En su obra, señala que un acto intencional es aquel que responde a una razón para actuar, esto es, que involucra la anticipación a determinadas consecuencias. Algunos autores (Barber, 1969; González Ordi, 2001) suponen que los participantes en las situaciones hipnóticas son capaces de “decidir” qué hacer o no – como si sus actos fueran intencionales y previeran las consecuencias. Para estos autores, los participantes en una situación hipnótica colaboran, en el sentido de lograr un mismo fin con otro individuo –u operador-.

Si se considera que el sujeto puede evocar un estado hipnótico sin que las opiniones o la actitud inicial sean relevantes (Young, 1941 y 1954; Green, 2003) y que eso facilita la respuesta satisfactoria a las instrucciones del hipnotizador, se podría decir que el individuo hipnotizado no goza del control en el evento. Sería como decir que un paciente anestesiado en el quirófano, que habla durante la operación, puede escoger cabalmente el tema discursivo con el que va a deleitar a los médicos, ¿A qué reacciona el sujeto anestesiado en el quirófano para hablar incoherencias? Tal vez ni él lo sepa. No es extraño que al despertar no recuerde lo sucedido, habló cuando estaba anestesiado. Esto involucra el concepto de “memoria dependiente del estado”.

El concepto de “memoria dependiente del estado” hace referencia a que la capacidad para recordar un evento está delimitada por la condición en la cual ocurrió. Por ejemplo, en un experimento se dieron cervezas a los individuos y posteriormente se les 60

proporcionó una lista de palabras que debían memorizar. Al pasar los efectos del alcohol, los sujetos realizaron una prueba y no pudieron recordar las palabras de la lista. Una vez más - por el bien de la ciencia- se les dio el néctar de cebada y bajo los efectos etílicos, los sujetos pudieron recordar varias palabras (Catania, 2007). Si el comportamiento hipnótico involucra una condición biológica diferente al sueño y la vigilia, resultaría lógico pensar que buena parte de los sujetos no recuerden lo ocurrido, así como hay gente que no recuerda sus aventuras oníricas.

Los trabajos de Milton H. Erickson en el área clínica demostraron que los individuos pueden entrar en un estado hipnótico sin percatarse de ello, realizar modificaciones conductuales en dicha condición y salir de ella sin recordar lo sucedido. Algunos autores señalan que ese mismo patrón también puede utilizarse para configurar situaciones donde el individuo realice actos en contra de su propia integridad y la de otros (Rowland, 1939; Young, 1954; Loftus y Ketcham, 1994; Heap, 1996; Wain y Dailey, 2010).

Estar hipnotizado no es del tipo de cosas que uno hace, mas bien le ocurre, le sucede… si se intenta adjudicar la responsabilidad de una afectación al sujeto, se comete un error: sería como preguntarle a alguien ¿por qué te provocas el dolor de cabeza? – como si la persona, de manera intencional o voluntaria, hiciera cosas para obtener el dolor- o ¿por qué dejas que te de sueño? – como si uno provocara el momento para ir a dormir-. Con mucha frecuencia, los sujetos hipnotizados que participan en los experimentos y en las intervenciones clínicas dicen: “no me di cuenta de…” (Rowland, 1939; Young, 1941 y 1954; Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Haley, 1994). El reporte verbal de ejecuciones 61

motrices “involuntarias” por parte de los individuos que han sido hipnotizados, es considerado como una de las características más sobresalientes que acompaña al comportamiento hipnótico (Woody, Bowers y Oakman, 1992; Dixon y Laurence, 1992; Holroyd, 1992; Catena, 1994, Kirsch y Lynn, 1998; Tortosa, González y Miguel, 1999).

El individuo hipnotizado comenta: “mi mano se movía sola”, “yo no quería que se levantara mi brazo pero simplemente ocurrió”, “mis dedos se estiraban sin que yo se los pidiera”, “juro que yo sentía que le estaba acariciando la cabeza a mi perrito y nunca me di cuenta de que fuera el otro participante”… vestigios conductuales de actos que se organizan en una situación diferente a la que perciben los que no están en trance. Esta diferencia entre lo que el sujeto dice y hace ha contribuido a plantear la existencia de simuladores en los experimentos.

Simular, no fingir, ni mentir… Los sujetos “simuladores” en el área experimental, son aquellos que de acuerdo a la aplicación de escalas para evaluar el grado de susceptibilidad o sugestionabilidad, obtienen resultados bajos. A dichos individuos se les instruye para que actúen como si estuvieran hipnotizados y se emplean en grupos de sujetos experimentales para realizar estudios con procedimientos de doble-ciego (Dixon y Laurence, 1992). En otras palabras, se utilizan simuladores para examinar la eficacia de procedimientos y los aspectos- o variables- que dependen de los experimentadores y de los participantes. Hilgard y Hilgard (1975) señalaron que los estudios enfocados en el análisis de la anestesia hipnótica constituían una forma eficaz de diferenciar los sujetos simuladores de aquellos que estaban realmente hipnotizados. En estos estudios, se mostró que los sujetos 62

que están hipnotizados exhiben mayor tolerancia al dolor que los simuladores, ante estímulos como descargas eléctricas, presión táctil o frío extremo. Por otra parte, algunos autores han señalado que la conducta del simulador es falsa y que si no difiere de aquella de los sujetos altamente susceptibles, entonces el procedimiento experimental otorga las claves para que los simuladores mimeticen exitosamente la conducta de los sujetos altamente hipnotizables (Orne, 1959; Dixon y Laurence, 1992)… El problema con el concepto de “simulación” es que se ha tratado como si se estuviera haciendo referencia a algo fingido. El término “simular” proviene de semejar, y “fingir” proviene de heñir, amasar; modelar; representar; inventar. Para simular es necesario partir de un modelo específico para otorgar algo semejante, más no idéntico; para fingir no es necesario un modelo, ya que fingir implica otorgar una forma. Por ejemplo, simular un desmayo implicaría un procedimiento donde uno se desploma de manera sistemática y en partes para evitar lastimarse; fingir un desmayo puede implicar buscar un sillón cómodo para dejarse caer súbitamente. Simular tampoco es equivalente a imitar. Cuando un sujeto actúa de manera idéntica al comportamiento que otros sujetos exhiben o han exhibido, entonces se dice que el sujeto está imitando, no simulando. Imitar proviene de reproducir, representar. Por ejemplo, cuando uno imita un desmayo, lo hace de manera idéntica a como ocurrió en alguien más. Simular no es equivalente a mentir. “Mentir” implica decir lo contrario, esto es, algo que es exclusivo de la conducta verbal. Continuando con el mismo ejemplo, uno no puede mentir un desmayo, ya que el acto de desmayarse no corresponde a lo verbal. Cuando se dice que alguien simula que está hipnotizado, correspondería identificar si el sujeto actúa en relación a las instrucciones otorgadas por un experimentador en un momento previo a la fase de prueba, o si se actúa en relación a las instrucciones otorgadas 63

por un operador en el momento de la prueba. En todo caso, el concepto de “simular” carece de sentido en el análisis del comportamiento hipnótico, ya que para simular se requiere actuar de una forma semejante a la de un sujeto hipnotizado y esto deriva en un absurdo. Si el comportamiento hipnótico involucra una condición donde lo social no gobierna, ¿cómo se podría establecer un vínculo convencional entre la conducta del simulador y la de los sujetos hipnotizados?... en términos más sencillos: ¿Cómo podría alguien despierto simular los padecimientos de alguien hipnotizado? Por eso Hilgard y Hilgard (1975) demostraron que no se puede en el caso de la anestesia. Se ha señalado que la presencia de un experimentador que observa a los sujetos que son inducidos a un estado hipnótico, puede afectar el desempeño de los simuladores pero no a quienes evocan dicho estado (Kirsch y col, 1989).

Continuando con la involuntariedad… En la antigüedad, los reportes de actos involuntarios contribuyeron a que se relacionara el comportamiento hipnótico con enfermedades mentales y posesiones demoníacas (Wundt, 1892; Hull, 1933; Kroger, 1963; Sarbin y Coe, 1974; Jaynes, 1976). El problema de la involuntariedad en las ejecuciones motrices de los individuos hipnotizados no corresponde a lo que algunos autores mencionan como sentimientos que acompañan las respuestas de los sujetos (Kirsch y Lynn, 1998), corresponde más bien, a una forma de descripción verbal de lo realizado en el estado hipnótico.

Lo “involuntario” en las acciones del sujeto hipnotizado se parece a lo denominado “percepción subliminal”: la respuesta a elementos que el individuo no puede describir verbalmente. Goldiamond (1958) señaló que en el caso de los estudios sobre “percepción 64

subliminal”, el efecto podía corresponder a una discrepancia o asincronía en la forma de identificar correctamente un estímulo y la designación verbal. En los experimentos de Goldiamond (1958), aunque la gente podía identificar correctamente figuras (lo cual implica el aspecto perceptual y motriz del comportamiento) las personas no lograban elaborar una descripción verbal acerca de a qué estaban respondiendo. Tal efecto parecía como sí literalmente “lo verbal se separara del resto del comportamiento”, y como tradicionalmente se emparejan a la consciencia con las descripciones verbales, entonces se supuso que había “algo oculto de la consciencia”.

Dentro del área clínica, se ha mencionado que las ejecuciones motrices involuntarias en el estado hipnótico, pueden caracterizarse por movimientos espásticos, esto es, que la fluidez en un movimiento como por ejemplo, levantar una mano, se ve interrumpida por pequeñas pausas, como si algo lo forzara y lo detuviera (Erickson, Rossi y Rossi, 1976).

El concepto de “involuntariedad” en las ejecuciones motrices se encuentra estrechamente relacionado con aquello que fue denominado “procesos ideo-motores”: el individuo hipnotizado no puede inhibir la movilidad de alguna parte del cuerpo cuando se le pide que “solamente piense en esa parte del cuerpo” (Kroger, 1963). Los movimientos involuntarios de una parte del cuerpo también pueden fungir como un indicador de algún problema o padecimiento durante las intervenciones hipnóticas (Erickson, 1954).

En el trabajo de Milton H. Erickson se ha hecho mención del empleo de instrucciones en forma de “hablarle a una parte del sujeto”, como una forma de relación lingüística que facilita la sensación de “involuntariedad” en las ejecuciones motrices de los 65

sujetos (Erickson, Rossi y Rossi, 1976; Haley, 1994; O’Hanlon, 1993). Por ejemplo, cuando se le dice al sujeto hipnotizado “tu mano por sí misma comenzará a levantarse” o “una parte de tu mente cerrará tus párpados en unos momentos” se facilita la experiencia de sentir como si algo controlara la mano o los párpados. Situación que difiere a decir: “levanta tu mano” o “cierra tus párpados”. Esta forma de instrucción – “hablarle a una parte del sujeto”- puede evocar fenómenos como la anestesia, cuando el sujeto está hipnotizado pero no cuando está totalmente despierto (Castellanos, 2009).

Catena (1994) mencionó que el aspecto de la involuntariedad en los reportes verbales sobre las ejecuciones motrices, posee relación con las instrucciones y la exclusión o inclusión de aspectos que se presentan en ellas… un sujeto actúa de manera “voluntaria” en relación a un aspecto que señala el hipnotizador, pero excluye “involuntariamente” otros elementos que pudieran intervenir en sus acciones… No obstante, el concepto de “voluntario” e “intencional” no corresponden a lo que hace un sujeto hipnotizado. El individuo está respondiendo a instrucciones específicas pero en una dimensión que no se encuentra en los parámetros convencionales habituales… el comportamiento del sujeto hipnotizado es como si fuera un Julio Verne en una época donde nadie logra ir más allá de lo inmediato, tal vez por eso las demostraciones conductuales rayan en lo extraordinario: no sentir dolor cuando se supone que debería de padecerlo, alucinar, olvidar algo inmediato…

Ahora bien, existe relación entre “imaginar” una actividad motriz en un estado hipnótico, la ejecución motriz descrita como “involuntaria” y la optimización de las ejecuciones motrices en tareas donde se requiere de precisar un movimiento para la 66

obtención de un logro. Las situaciones relacionadas con el deporte son un ejemplo de esta relación (Haley, 1994; Pates, Oliver y Maynard, 2001; Pates, Maynar y Westbury, 2001; Morgan, 2002; Fernandez Garcia et al, 2004). Mediante la imaginación de los movimientos en el estado hipnótico, los sujetos perciben con mayor detalle los aspectos no efectivos – sensaciones y emociones- de las ejecuciones motrices que facilitan la mejora en el rendimiento (Pates, Oliver y Maynard, 2001; Pates, Maynar y Westbury, 2001). Esto permite que los aspectos no efectivos en las ejecuciones motrices – como la ansiedad o el padecimiento de alguna molestia- queden de lado (Morgan, 2002). Cabe mencionar que el estado hipnótico por sí mismo no mejora las ejecuciones motrices, más bien la tarea de imaginar los movimientos en primera persona es el aspecto que facilita la optimización en las ejecuciones. Sus efectos se ven incrementados cuando se emplea un estado hipnótico (Morgan, 2002). En el caso de los deportistas profesionales, las capacidades desarrolladas por el entrenamiento constante son un factor que contribuye a la mejora de las ejecuciones motrices cuando los individuos son expuestos a una intervención hipnótica (Morgan, 2002). Estas capacidades implican un entrenamiento en el cual, conforme a los avances en las prácticas de ejecución de patrones cada vez complejos, el individuo elimina gradualmente las verbalizaciones previas o simultáneas a las ejecuciones para ocuparse de reducir tiempos e incrementar velocidades (Morgan, 2002). Fernández García y col. (2004) han señalado este aspecto de supresión de descripciones verbales previas o simultáneas a las ejecuciones motrices como “automatizar los movimientos”, y mencionan que las intervenciones hipnóticas facilitan la automatización de movimientos que optimiza el desempeño del deportista. 67

En los casos de la hipnosis aplicada en deportistas, sería difícil encontrar que el sujeto diga que una ejecución “es involuntaria”, porque el evento hipnótico se organiza en torno a la misma actividad que se está analizando. Esto es, se le pide al individuo hipnotizado que se sitúe en la práctica del deporte, no en otro contexto. Podrá omitir las verbalizaciones, pero eso no significa que su cuerpo por sí mismo ejecute alguna maniobra.

Emilio Ribes (1990 y 2006) señala que el individuo entabla relaciones con su mundo por medio del lenguaje. Estas relaciones cambian si las condiciones biológicas se modifican. De esta manera, los sueños corresponden a relaciones lingüísticas que son interpretadas de manera distinta a cuando el mismo individuo está despierto. Como experimento casero, si su pareja habla dormida, háblele y verá como le responde locuras que no tienen relación con lo que usted dice. El sujeto que habla dormido entabla distintas relaciones con el lenguaje debido a su condición biológica.

Se ha mencionado que, durante el estado hipnótico, la exhibición de actos involuntarios y potencialmente nocivos, se deben a la interpretación que el afectado realiza a partir de cómo se presenta la situación y las instrucciones que plantea el hipnotizador (Young, 1954; Kroger, 1977; Hilgard, 1992; Heap, 1996 y 2000; Wain y Dailey, 2010). Si el hipnotizador modifica las referencias para comparar “esto está mal, no debo hacerlo” el sujeto no puede detenerse y reflexionar. Por ejemplo, si el hipnotizador presenta la situación como “un ataque de ratones gigantes” y le da la instrucción de “huir” al sujeto, no sería extraño que el individuo salga corriendo, sin importar que se estrelle en una pared o caiga del escenario, tal como ocurrió en un caso de hipnosis escénica en Inglaterra (Heap,

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2000a). Tal vez se podría obtener el mismo tipo de respuesta al darle un palo al participante hipnotizado y solicitarle que golpee la piñata – al referirse a la cabeza de otro sujeto-.

El aspecto involuntario de las acciones potencialmente nocivas, corresponde a perseguir un fin en una situación que difiere de la colectiva. Se podría decir que esa también es la base de la analgesia hipnótica: el sujeto puede permanecer como si estuviera, por ejemplo, descansando en la playa, mientras se le practica alguna intervención quirúrgica. El sujeto no evita el dolor en la operación, más bien responde a una situación diferente a la inmediata – estar entumido en la playa, tener adormecida la boca por haber tenido un hielo, sentir que dejó una pierna en la sala de su casa…- .

“El sujeto tiene el control de la situación” este argumento, en muchas ocasiones, alienta a los individuos más hipnotizables para tomar parte en los espectáculos como “voluntarios” – aunque los suban al escenario- y le da poder a los hipnotizadores escénicos para ridiculizarlos. Cuando el hipnotizador escénico dice: “Si el individuo sube al escenario, es porque desea participar”, me recuerda la lógica perversa de “yo sólo ofrecí dulces al niño y él se subió a mi auto”… coincido con Milton Kline (1976): la hipnosis escénica puede ser considerada como una forma de abuso psicológico para un segmento de la población.

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¿El sujeto hipnotizado puede llegar a lastimarse y herir a otros?

Es el año 1939… Loyd Rowland publica un artículo que pretende responder a la pregunta añeja de este apartado. Su experimento consiste en exponer personas hipnotizadas ante condiciones de riesgo: sujetar a una serpiente de cascabel. El reptil está cautivo en una habitación equipada con un vidrio grueso que no se percibe. Los sujetos del experimento son cuatro voluntarios que fueron hipnotizados antes y exhibieron fenómenos hipnóticos: alucinaciones, amnesias, contracciones musculares. Se hipnotiza por turnos a los participantes. En la primera parte del experimento, se le pide a cada uno de los participantes que tome “una soga” – la serpiente - que está ubicada en frente ellos. Sólo un individuo no trata de alcanzar la víbora (se sospechaba durante todas las sesiones que él nunca estuvo hipnotizado). Los otros sujetos intentan alcanzar a la aparente cuerda y al toparse con el cristal, buscan la manera de obtener el supuesto objeto. El experimento se suspende y nadie sale herido. En la segunda parte, la víbora deja la escena y el experimentador la sustituye. El hombre toma asiento del otro lado del vidrio imperceptible, como si estuviera leyendo. Se traen a otros dos sujetos hipnotizados y por turnos, les presentan un vaso con ácido sulfúrico. Los participantes ven la acción del líquido en un trozo de zinc. Se les pide que arrojen el contenido del vaso en la cara del señor que está leyendo. Ambos lo hacen.

En 1941 Paul Young cuestiona el experimento de Rowland y dice que los sujetos actuaron contra su propia integridad y la de otra persona sólo por obedecer al investigador. Para Young la hipnosis no es relevante en la situación y el asunto parece ser más bien una 70

falsificación de una situación hipnótica. Menciona la insistencia de Milton H. Erickson acerca de la hipnosis como un procedimiento inofensivo. Sin embargo, la idea del individuo hipnotizado que puede seguir al pie de la letra las instrucciones –potencialmente nocivas-, esparce dudas.

El mero acto de seguir instrucciones hasta sus últimas consecuencias... Miilgram en 1969 publica su obra Obediencia a la autoridad. Sus experimentos demuestran que las personas más comunes – amas de casa, practicantes de algún oficio, vendedores- pueden llegar a transformarse en agentes de daño para cualquiera. Los participantes controlan un dispositivo que supuestamente proporciona descargas eléctricas a un desconocido – un actor con electrodos, que finge padecer los efectos de la energía que viaja por los cables-. El experimentador insiste en incrementar la intensidad de los choques, el desconocido se retuerce y pide a gritos que el estudio se detenga, el participante continúa apretando los botones aunque el desconocido se vea desmayado… La justificación del participante: No dejaban de decirme que siguiera oprimiendo el botón. De esta manera Milgram explicó el por qué de los horrores que cometió el nazismo en la segunda guerra mundial y el potencial catastrófico que esto implica para cualquier sociedad, incluso la americana (la segunda parte de sus comentarios no lo hicieron popular en los medios). Aunque Milgram (1969) no empleó procedimientos hipnóticos en sus experimentos, abordó uno de los factores que intervienen en la hipnosis: el seguimiento instrucciones. La diferencia entre el estudio que realizó Milgram y los eventos que se denominan “hipnosis” es una condición biológica que puede facilitar (mas no determinar) la evocación de ciertos fenómenos – alucinaciones, anestesias o analgesias, rigidez muscular, entre otrosen algunos individuos. De esta manera, un participante de los estudios de Milgram articula 71

su respuesta a las órdenes directas del experimentador (“oprima el botón”), mientras que en los experimentos hipnóticos un participante reacciona en torno a la situación que el operador articula (“imagine que…” es como si realmente ocurriera). El sujeto hipnotizado padece los efectos incitados por el hipnotizador: el adormecimiento de una mano, la imagen o el sonido de un objeto que no se encuentra presente, el olvido de algún dato relevante…

Un acto de sugestión hipnótica implica obedecer, pero no todas las acciones de obediencia son hipnóticas. Frederick Evans en 1967 propone que en realidad no hay diferencia entre la disposición a seguir instrucciones cuando se está despierto, dormido o hipnotizado: algunas personas pueden seguir cierto tipo de instrucciones (relacionadas con movimientos, evocar sensaciones, amnesias, alucinaciones) y otras no, sin importar su condición. Según Evans (1967) la hipnosis no provoca las respuestas en las personas, sólo facilita que algunos sujetos puedan evocar fenómenos que yacen en su repertorio conductual. Por ejemplo, quien tiende a relajarse con facilidad sin importar las situaciones, podría responder a esa petición del investigador, mientras que un sujeto que usualmente no lo hace, difícilmente podría exhibir esa conducta. William Kroger (1963) menciona: “Cuando una persona hipnotizada realiza actos antisociales, no es porque el hipnotista tenga poderes especiales, sino porque existe una folie à deux”. (p.99). Añade que se requieren de varios factores para que una conducta antisocial ocurra bajo hipnosis, entre otras cosas: la motivación -disposición hacia algo-, el juego de roles – alguien que funja como hipnotista y otro que adopte la función de sujeto- y la inclinación al exhibicionismo (por parte del sujeto y del hipnotista). Estos aspectos, comenta Kroeger, no pueden evaluarse en el momento de una función teatral y por eso la situación puede ser riesgosa. 72

Hay que insistir en la pregunta: ¿Las personas hipnotizadas pueden llegar a lastimarse y herir a otros? Algunos experimentos (como los realizados por Milton H. Erickson) responden con un “no”. La razón para esto corresponde a un artificio: los investigadores utilizan procedimientos que involucran la protección de los participantes (Young, 1954). No obstante, Young (1954) menciona que, pese a las precauciones extremas que se tienen en los laboratorios, nunca falta algún sujeto que logre provocar accidentes, o fallas en los procedimientos que pueden afectar a los investigadores – sobre todo si se trabaja con serpientes de río y ácido-.

El investigador clínico y el experimental tratan de demostrar que los procedimientos hipnóticos son seguros, como si los accidentes o los infortunios para los sujetos no ocurrieran. Héctor González Ordi (2001) indica: “Tanto los estudios de laboratorio como la experiencia clínica cotidiana aportan suficiente evidencia que los individuos hipnotizados pueden dejarse influir por las sugestiones hipnóticas hasta el límite que ellos mismos consideren permisible; cualquier intento a través de la hipnosis por transgredir normas éticas y morales dependerá más del sujeto que del hipnotizador” (p.89). No obstante, es necesario insistir en que los accidentes y abusos serios hacia los sujetos hipnotizados, aunque no suceden con mucha frecuencia, lo cierto es que sí ocurren.

¿Pero qué hay del experimento de Rowland (1939) con la serpiente y el ácido? Aunque no lesionó a los participantes, el estudio mostró los aspectos de un evento 73

potencial: la unión entre un hipnotista que brinde las instrucciones equivocadas -sin importar la intención- a los sujetos menos convenientes - o con mayor disposición para realizarlas-. Cuando Rowland repitió la primera parte del estudio con cuarenta y dos personas sin hipnotizar, sólo una se dirigió hasta donde el vidrio le permitía. La participante comentó que lo hizo porque supuso que el animal era falso. Cuando se le demostró que estaba vivo, la actitud de la mujer cambió. Young (1954) repitió el experimento de Rowland. Los resultados fueron similares. De ocho sujetos hipnotizados, siete obedecieron las instrucciones de arrojarle ácido al experimentador.

Entonces… ¿Las personas hipnotizadas pueden llegar a lastimarse a sí mismos y a los demás? El sujeto hipnotizado actúa de acuerdo a una situación distinta a la inmediata. Se podría decir en términos metafóricos que sus actos responden a intenciones, razones, motivos, deseos, pretensiones… pero ubicados en parámetros y condiciones diferentes a las que se observan fuera del estado hipnótico. Los actos no son intencionales ni razonables desde la situación que el resto de la gente percibe. Paul C. Young (1954) comenta el caso de un soldado en La Segunda Guerra Mundial al que se le hipnotizó para que creyera que su mejor amigo era un espía nazi. Se le pidió que observara con atención uno de los párpados de su compañero y le vería una svástica tatuada – que en realidad no existía-. Al salir de la habitación, el soldado fumó un cigarro con su amigo y al fijar la vista en el rostro de su compañero, lo atacó. Le gritaba que era un espía. Se tuvo que volver a hipnotizar al sujeto para que volviera a la normalidad. 74

Al repetir la pregunta: ¿Las personas hipnotizadas pueden llegar a lastimarse a sí mismos y a los demás? Los eventos estudiados en un ambiente controlado de investigación experimental y/o de tratamiento clínico señalan que es posible si no se controlan ciertas variables. En un show donde la atención está concentrada en divertir y la preparación académica está ausente, sólo queda pedir que no sea demasiado frecuente.

Hablar de los riegos de la hipnosis es como tratar el tema de los niños que se hieren con armas de fuego: ¿No saben que están cargadas o fingen ser inmunes a las balas? El impacto de una pregunta mal planteada no disuelve los círculos viciosos, los perpetúa… los niños se hieren con armas de fuego sólo porque están jugando.

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Postexto

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Comentarios finales… En 1972, Jacob Conn publica un estudio con los resultados de los tratamientos hipnóticos a tres mil pacientes psiquiátricos. No encontró evidencias de que las intervenciones hipnóticas provocaran algún tipo de trastorno mental. Resultados similares obtienen William Coe y Klazina Ryken (1979) al realizar pruebas con doscientos estudiantes… la lista de experimentos y autores que proclaman la seguridad de la hipnosis se extiende a lo largo de la historia, tanto en el área clínica como en la experimental. Sin embargo, dichos resultados están delimitados por un factor en común: el aspecto éticos de no situar al individuo en condiciones que representen riesgo para su integridad. Hay que tener en cuenta que cualquier tipo de hipnosis – experimental, clínica y escénica- posee riesgos de efectos secundarios desagradables para los sujetos, como lo mencionaron Steven J. Lynn, Eric Myer y James Mackillop, (2000). Los únicos escudos que pueden tener los sujetos altamente hipnotizables y con alguna predisposición a sufrir problemas mediante las técnicas hipnóticas, son el comportamiento ético y la preparación académica profesional del hipnotizador. W. Dryden y C. Feltham (1992) indican que algunos terapeutas “alternativos” – que usan la astrología, el tarot, las filosofías orientales…- emplean la hipnosis como herramienta en sus tratamientos y es frecuente que las personas la acepten en las consultas... ¿Qué podría ocurrir en esas sesiones? Thalia Wheatley y Jonathan Haidth (2005) demostraron que al hipnotizar a los sujetos para sentir algo desagradable en torno a una situación en la que se deben de argumentar razones, los individuos son más severos en sus juicios: “no sé (por qué está mal), sólo lo está” – comentan los participantes. La mentalidad de los sujetos hipnotizados 77

nubla cualquier posibilidad de escape a las condenas inflexibles que se relacionan con aquello para lo que fueron entrenados. El hipnotizador conduce al sujeto… ¿Pero hacia donde? Tarde o temprano la conducta del hipnotizado lo demostrará y no el discurso del operador.

De acuerdo a lo expuesto, se puede notar que el campo de la hipnosis carece de lugar para los aficionados con buenas intenciones: los cursos por correo, los diplomados en PNL y los talleres con los mejores hipnotizadores escénicos del mundo, no sustituyen la preparación académica de un profesional debidamente certificado. Las amas de casa, los ingenieros, los arquitectos, los veterinarios, los abogados y todo aquel que no ha pisado el aula de clase universitaria donde se forman médicos, psicólogos, dentistas y enfermeras, tal vez deberían de optar por ingresar a las carreras universitarias… o si sus agendas no se los permiten, encontrar un pasatiempo que no involucre un daño potencial a otras personas.

Por otra parte: ¿Se debería de eliminar la hipnosis escénica? No lo creo, ¡No sería buena idea para la economía del entretenimiento! Una de las posibles soluciones a este problema implica una paradoja: al capacitar a los operadores escénicos se incluirían aspectos éticos que, por definición, imposibilitarían la existencia de estos espectáculos. Otra solución sería prohibir la entrada a los sujetos altamente hipnotizables y con antecedentes de experiencias traumáticas, lo que no garantizaría que los sujetos altamente susceptibles, sin experiencias traumáticas, no puedan llegar a confundir un recuerdo falso creado accidentalmente por el hipnotista escénico… podría impedirse que los sujetos altamente hipnotizables participaran en el espectáculo, no

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obstante, eso implicaría la desaparición del espectáculo mismo – sería mas bien un show de gente actuando como si estuvieran hipnotizada- … Considero que sólo hay que hacer ajustes al sostén económico que sirve para los aficionados que se dedican a la hipnosis escénica. Si la intención es fungir como el dueño del show, una alternativa acorde a esto podría ser que el operador escénico se presentara auto-hipnotizado y demostrara todas las bondades de la hipnosis en un espectáculo del mismo tipo que hace con los demás sujetos. Servir como fakir ante los ojos de la audiencia y ser coherente al demostrar el poder de la hipnosis en su propia persona: que la gente lo atraviese con agujas y lo use como puente entre dos sillas, o que presente todo un performance donde él se convierte en la estrella de moda que canta y le coquetea al público, para después salir del trance y no recordar sus ejecuciones. Los morbosos podrían asistir y permanecer seguros, mientras el hipnotizador escénico no perdería el sustento teatral.

En cuanto a los aficionados que se dedican a la hipnosis y se autodenominan “terapeutas”, sólo queda promover en los posibles solicitantes de “las terapias” que por favor, antes de tomar la decisión de permanecer en el consultorio de algún supuesto profesional: 1. Exijan que el “terapeuta” les muestre su TÍTULO UNIVERSITARIO donde se le acredita como médico, psicólogo o profesional del área de la salud. 2. Exijan que el “terapeuta” les muestre una cédula profesional (estatal o federal) que coincida con la carrera que menciona el título. 3. Exijan que el “terapeuta” les muestre un documento que avale el estudio formal y dominio de las técnicas hipnóticas.

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¿Esos tres papeles garantizan que todo saldrá bien? Definitivamente no, pero al menos reduce las probabilidades de ser timado, estafado, herido, ridiculizado, enfermado, abusado…

La hipnosis no es un juguete. Es una situación donde un sujeto adquiere poder social gracias a que el otro confía. Dicho poder es tan grande que va más allá de estar despierto o dormido, se ubica en una situación donde los propios sueños y aspiraciones pueden manipularse. La hipnosis es un lugar donde el desamparo y la indefensión nunca deberían de presentarse, mucho menos deberían de estar el escarnio o el engaño. Ni por error debería limitarse a un acto bufonesco para la esclavitud escénica. La hipnosis, nuestra herramienta ancestral hecha de palabras y de transiciones vigilo-oníricas, puede ampliar los panoramas acerca de nuestra propia naturaleza y cortar las ataduras con el padecimiento más tiránico de la historia: el dolor. La hipnosis no es un juguete.

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