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Por Juslin Achilli, Krai8 5lackwelder, 5rian Campbell, Will ttindmarch y Ari Marmell Vamp irocreado por Mark Qein•fia8en

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Por Juslin Achilli, Krai8 5lackwelder, 5rian Campbell, Will ttindmarch y Ari Marmell Vamp irocreado por Mark Qein•fia8en

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Créditos

Autores: Justin Achilli, Kraig Blackwelder, Brian Campbell, Will Hindmarch y Ari Marmell. Vampiro y Mundo de Tinieblas creados por Mark Rein•Hagen Diseño del Sistema Narrativo: Mark Rein•Hagen Desarrollo: Justin Achilli Edición: John "Superintendente Chalmers" Chambers Dirección artística: Richard " ¡ Dios mío!" Thomas Maquetación y tipografía: Ron Thompson Ilustraciones interiores: Mike Danza, Guy Davis, Rebecca Guay, Vince Locke, Matt Mitchell, Christopher Shy, Richard Thomas y Andy Trabbold Diseño de cubierta y contracubierta: Ron Thompson

Créditos edición española

Directores editoriales: Juan Carlos Poujade y Miguel Ángel Álvarez Traducción: Marco Antonio Fernández Coordinador de la línea: Carlos Lacasa Corrección: Vicente García Aguilera Maquetación: Carlos Lacasa, David Saavedra y Sócrates Rincón Impresión: Graficinco S.A. Filmación: Autopublish

La Factoría de Ideas. C/Pico Mulhacén, 24. Polígono Industrial El Alquitón. 28500 Arganda del Rey. Madrid. Teléfono: 91 870 45 85 Fax: 91 871 72 22 www.disrrimagen.es e-mail: GAM[ STUDIO [email protected] Apúntate a la lista ele correo sobre el Mundo de tinieblas en [email protected] Derechos exclusivos de la edición en espai'iol: © 2003, La Factoría de Ideas

Primera edición La editorial autoriza a fotocopiar las siguientes páginas para uso exclusivamente personal: 163-166 © 2002 White Wolf, !ne. Todos los derechos reservados. Queda expresamente prohibida la reproducción sin el permiso escrito de la editorial, excepto si es con la intención de escribir resei'las. Todos los personajes, nombres, lugares y textos mencionados en este libro son propiedad intelectual de W hite Wolf, !ne. La mención o referencia a cualquier otra compañía o producto en estas páginas no debe ser tomada como un ataque a las marcas registradas o propiedades intelectuales correspondientes. Dchidn a q1 rem;ític1. c-;rc pr1)ll11ctP '-l' rcc11micnd;1 .-;c\l,1 1...,;n;1 lect()rC'.-i :1dultos. 12 ISB'\ :8-1-8-121-'J 11-9

Dl'pi'>,ilo l.l'gal: \l-:',2-187-2003

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Índice Preludio: La conversión de Adam, o la inocencia conquistada Capitulo uno: El Imperio al anochecer Capitulo dos: Los clanes Capitulo tres: Personajes Capitulo cuatro: En pos de la puesta de sol Capitulo cinco: Narración Capitulo seis: Antasonistas

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A través de un intermediario, me había procurado alojamiento en la residencia privada de un lord de poca monta llamado Trobury, que vivía recluido en el campo y a quien ya no interesaba viajar a Londres. Aquellos agradables apartamentos, si bien eran sumamente acogedores, se encontraban decididamente apartados de cualquier vía de tránsito importante, al estar situados en un barrio que, evidentemente, había sufrido un considerable cambio de fortuna en los últimos afi.os. Los edificios situados a lo largo de aquella calle y las adyacentes no se encontraban convenientemente conservados, con lo que presentaban un aspecto pronunciadamente desaseado, incluso a la luz tenue de las farolas de gas. La calle carecía de ningún personaje remotamente digno de mención, lo cual no suponía una molestia en absoluto. Ni libertinos ni parejas de amantes suponían peligro alguno para mi bienestar, aunque, probablemente a la larga, yo sí lo supondría para el suyo. Por otra parte, si uno busca hallarse en una situación en la que se encuentre totalmente aislado de la mera posibilidad de correr peligro, entonces puede considerarse que las circunstancias lo han vencido y bien puede reconocerlo y ser enterrado con toda pompa y ceremonia. Saqué de mi bolsillo la llave de mi nuevo santuario. Tal y como había ordenado a mi intermediario, la elección de mi residencia había resultado de lo más peculiar, sobre todo en lo referente a los elementos más... inusuales. Recorrí la torre ancha y baja para asegurarme de que todo estaba en su sitio. El lugar era al mismo tiempo sencillo, sólido y modesto. Tal y como me había preocupado de especificar, estaba construido en piedra bastante maciza. Había solicitado, aludiendo a la agresiva crimina­ lidad de Londres, que rodas las ventanas góticas se cubrieran con tablas antes de mi llegada, en interés de mi seguridad personal. Desde el exterior, el lugar parecía más bien la torre de una prisión o una fortaleza abandonada. Tras dar mi aprobación al aspecto exterior, abrí el cerrojo de la enorme puerta de roble. La lámpara de aceite que había solicitado ardía tenuemente, y relegaba apenas las sombras a los rincones. La cogí y recorrí mis nuevas habitaciones. Las diversas cámaras estaban decoradas con lujo que rozaba en lo dionisiaco. Por todas partes podían encontrarse únicamente seda y terciopelo. Los afilados vitrales, que impedían ver las tablas, estaban forjados con gusto exquisito, y si me cansase de admirarlos, siempre podía cubrirlos con los cortinajes de terciopelo. Cada uno de los colores presentes era tan rico y profundo como podía permitirlo la naturaleza, y la habitación era hermosa, aunque las paredes se encontraban cubiertas de cortinas, tapetes y pinturas antiguas y recargadas hasta el punto de provocar una cierta claustrofobia. El espejo de cuerpo entero del tocador no hacía sino multiplicar la riqueza sensual del lugar. Tras instalarme convenientemente, me puse la capa y volví a adentrarme en la noche. Había mucho que hacer en aquella antigua y nueva ciudad. A medida que avanzaba a través de calles más concurridas e iluminadas, me parecía estar recorriendo un laberinto de prostitutas. Se apoyaban en los portales, y entraban en los callejones y salían de ellos en oleadas, como gatos, a menudo seguidas por los hombres de gesto inquieto a los que servían de entretenimiento. Una ramera joven y delicada tuvo la temeridad de interponerse en mi camino. "Bien vestidos venimos, sefi.oría. Demasiado elegante para estos lugares. Oiría que algo anda buscando. ¡Le gustaría venir a echar uno?". Fingí timidez, y alterné con mi mirada entre el suelo y su pecho, y ella, con mayor atrevimiento, me cogió de la mano. "Por Dios, qué fría, sefi.oría". "Seguro que podría calentármela, querida". "Y bien que podría. Tengo un callejón de lo más calentito ahí detrás para ensefi.arle, si no le importa seguirme. Le voy a calentar la mano de lo lindo". La seguí, para volver momentos después de aquel callejón sombrío, mucho más caldeado después del sacrificio. Pronto di con luces intensas y calles cargadas de gente, y el tono ahora rosado de mi semblante me sirvió de ayuda para caminar por entre los ciudadanos más honrados de Londres sin alarmar a los más supersticiosos. Tras haber saciado mi hambre, era momento de procurarme una compafi.era. No sería propio presentarme ante la sociedad nocturna de la ciudad sin una. Un caballero no puede encontrar compafi.ía apropiada entre la canalla. Por el contrario, me enorgullezco de poseer un gusto especialmente refinado para tales cuestiones. Nos acercá­ bamos rápidamente al solsticio de invierno, y aunque había oscurecido durante cierto tiempo, la hora todavía no era especialmente avanzada, y todavía había parejas que recorrían cogidas del brazo las arterias principales de tránsito. Las luces de aquellos lugares refinados, en los que las personas refinadas recorrían las refinadas calles vestidos con sus ropas más refinadas, parecían desterrar la niebla constante, el hollín y la tristeza por los que Londres era famoso. A lo largo de la extensión de aquellas

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calles, los pudientes se reunían con otros pudientes para intercambiar impresiones sobre los cochambrosos e iletrados no pudientes. Un hombre llamado Marx había escrito hacía poco un libro sobre tales cuestiones, por lo que éstas eran tema de conversación frecuente entra las clases altas, limpias e instruidas. Allí me hallaba yo, en aquel lugar, en medio de todas las parejas de paseantes, un ser de supersticiones y cuentos de viejas caminando entre ellos, observando su comportamiento exquisito, su agradable y vacua cháchara, sus modales formales y facundos, su flagrante hipocresía, sus deseos reprimidos e inconfesables. Un estudioso devoto del comporta­ miento cotidiano puede llegar a conocer hasta tal punto la naturaleza humana que, tras pocos años de observación, es como telepatía. Es lo que

permite a los médiums leer sus señales con suficiente habilidad como para fingir el je t'aime de ultratumba de un difunto ser amado. Es lo que acababa de permitir a un médico vienés llamado Freud escribir libros en los que se clasificaban las formas más comunes de histeria observadas entre las hijas de la burguesía acomodada. Asimismo, al no estar confinado a los límites de una sola vida humana, tenía oportunidad de observar el alma de un hombre o una mujer con todas sus máculas. A mi lado pasó un hombre con chistera. Era un hombre adinerado, casi sin duda un aristócrata. Su expresión era de ira apenas disimulada. Tenía intención de cometer un asesinato. A mi lado pasó una mujer de la mano de su marido. Ella le aborrecía, y, aún así, la familia de él le proveía de cosas que de otro modo no podría

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tener, y valía la pena sufrir sus manoseos nocturnos para poder llevar con ostentación aquellos diamantes en la muñeca, en los dedos, y en su dulce y delicada garganta. Una manzana más adelante, avisté una pareja joven. Ella era ingenua, idealista, con toda probabilidad virgen. Su sonrisa era absolutamente auténtica, y yo la deseaba. Hasta que vi a su prometido. Cuando lo observé más de cerca, fue su belleza, su inocencia lo que me llamó a gritos. En conjunto, los ingleses no son gente atractiva. Es una nación de mejillas rojizas, dientes torcidos y verrugas. La juventud, al gozar de buenos cuidados, ocasionalmente puede contener muchas de estas imperfeccio­ nes, pero al final, el tiempo termina echando a perder los esfuerzos del Narciso más desesperado. El encanto y atractivo de aquel joven eran deslumbrantes. La mucha­ cha con la que paseaba de la mano estaba completamente arrebatada por él... lo cual era comprensible. Su piel era delicada y suave, sus dientes derechos y blancos, sus ojos claros y de mirada cálida. Su cabello largo se encontraba ligeramente revuelto, aunque era igualmente sedoso. Los gesto de ambos delataban su entusiasmo, su deseo del uno por el otro. La fecha de su boda era inminente, probablemente en Navidad o Año Nuevo. Aquello resultaba un problema para mí. Iban a casarse, él iba a quedar comprometido, deshonrado, incapacitado para volar junto a mí entre la multitud de los pájaros nocturnos de Londres. Ella le susurró al oído, y él sonrió, y en su sonrisa se hallaba todo lo que yo quería extraer de él, y desde aquel momento, no podría conformarme con ningún otro compañero. Caminaban en busca de un coche. Debía llevar a casa a la delicada virgen, y depositarla fuera de peligro en manos de su familia. Les seguí en mi propio coche. Memoricé la dirección de su casa y el rostro de su padre al acudir este a la puerta principal para tomar de nuevo la custodia de su hija. Aunque fui incapaz de oír la cordial conversación en su totalidad, descubrí que se llamaba Annabelle. A su padre se le llamaba sencillamente "Míster Pfenning". Soborné a mi cochero para evitar sus sospechas cuando le ordené seguir al carruaje de mi presa, que se encontraba frente a nosotros. Al detenerse éste, tomé nota de nuevo de la dirección de la casa. No era tan suntuosa como la de los padres de Annabelle, pero aun así era impresionan­ te para un hombre tan joven. Ambos pagamos a nuestros respectivos conductores y salimos de nuestros coches al mismo tiempo. Comenzó a caminar en dirección a la puerta de su casa, y le llamé en voz alta. "Disculpe, caballero, ¡podría indicarme dónde se encuentra Trobury Tower? Acabo de llegar y soy incapaz de descifrar la distribución de esta maldita ciudad". No quiso prestarme oídos. Estaba demasiado ensimismado en su velada con Annabelle, pero el privilegio de ser un caballero victoriano comportaba un gran numero de obligaciones. En primer lugar se aseguró de que no era un criminal de ninguna índole. Mi sonrisa, más reconfortante que la de un vivo, le convenció de que aquello era imposible. Mi aire extraño, tal vez algún asomo de acento que podía haber adquirido desde que abandonase Londres, le intrigaron. "Creo saber dónde está, señor, pero hace años que ya no es la clase de lugar que un caballero de vuestra categoría querría visitar... al menos no de noche". Era incapaz de apartar la mirada de mi rostro. "¡Así es? En tal caso, os estaría enormemente agradecido si tuvieseis a bien acompañarme a cualquier establecimiento respetable que elijáis para poder comentar conmigo cualquiera de los demás cambios que haya experimentado la ciudad en mi ausencia". Olvidada ya su querida Annabelle, ahora sólo era capaz de verme a mí. Era demasiado inocente como para ocultar el asombro que mi atractivo había despertado en él. En el camino, me presenté como el Dr. Fordon Fortunato Fell, que acababa de regresar recientemente de largos viajes a las tierras más orientales de Europa. Aunque mi nombre le resultó curioso, tuvo la gentileza de no comentarlo.

Una vez en la fonda, le invité a un potente brandy, y le interrogué con respecto a la ciudad, sobre su compromiso matrimonial con la encantadora Annabelle, y sobre su profesión y los pormenores de ésta. Mi hermoso caballero se llamaba Killian, de nombre Adam. Irradiaba juventud e inocencia como la madreselva exuda fragancia. ¡Quién no habría deseado poseer a aquel muchacho? Incluso el gran Apolo quedaba superado por la belleza de su Jacinto. No era bebedor, por lo que su mente se aflojó a la segunda copa. "Sin duda, no estaríais dispuesto a guiar a un forastero en vuestra ciudad a sus habitaciones, ¡verdad?", pregunté. No hubo resistencia. Asintió y salimos de allí. Trobury Tower se encontraba a unos diez minutos de distancia en coche. Cuando le invité a pasar, fue incapaz de ocultar su fascinación. Tras cerrar con llave la puerta, le mostré mi lujoso refugio. Mientras él quedaba maravillado por los detalles del vidrio coloreado, me abrí las venas de la muñeca con una navaja barbera. Me aproximé a él por detrás, apreté mi cuerpo contra el suyo y coloqué mi muñeca goteante sobre sus labios y le dije "Torna esto". En aquel momento, no se negaría a nada para ganarse mi aprobación. Observé todos sus movimientos en el espejo que teníamo delante. Sus labios se cerraron, absorbió y sentí su cuerpo estremecerse contra el mío. Una media hora más tarde, lo dejé en la puerta de su casa. Mientras contemplaba sus hermosos ojos, le dije que nada de aquello había sucedido realmente. Que tras dejar a su encantadora Annabelle se había ido directamente a la cama, por lo que no había nada de qué avergonzarse. Su ausencia me dolió. Pasé el resto de la noche recorriendo las calles de Londres. Familiarizándome de nuevo, en la medida en que lo permitía la niebla, con mi ciudad natal y sus instituciones. Al volverse gris el horizonte en el este, volví a mis habitaciones. Dentro de Trobury Tower había una enorme cama con dosel de madera pesada y oscura. Debajo de ella se encontraba el ataúd en el que descansaba de día. Al comenzar mi segunda noche en Londres, me levanté y me alimenté rápidamente. Tras encontrar una taberna con una elientela convenientemente distinguida, me hice con un reservado en la oscuri­ dad del fondo de la sala. Silenciosamente, llamé a mi compañero. Mientras esperaba al hermoso Adam Killian, hice que la camarera trajese a la mesa una botella de Pernod Fils de color verde intenso, un vaso apropiado, la cucharilla para absenta, agua, y un cuenco de azúcar. Cuando Killian llegó, veinte minutos después, estaba furioso. "Mis más sinceras disculpas por llegar tan tarde, Dr. Fell. Debía despedirme de la querida Annabelle, y me vi acosado por no menos de tres de las condenadas libertinas que infestan esta ciudad maldita. Son una afrenta contra las buenas gentes de este lugar, y los sodomitas afeminados que se dan al vicio en las casas de citas son incluso peores, si tal cosa es posible". Su exasperación deformaba su belleza, por lo que procuré calmarle. "No denigres a las putas, Killian, sean del sexo que sean. He aprendido con el paso de los años que cumplen numerosas funciones y reciben una pobre recompensa por sus esfuerzos, simplemente por el hecho de no trabajar en fábricas, como las clases inferiores, ni en oficinas, como las clases privile­ giadas, sino en callejones oscuros. El trabajo es trabajo, Killian, por encima de toda moralidad elevada". Dicho esto·, creí oportuno cambiar de tema. "¡Alguna vez ha tenido el placer de beber absenta, Mr. Killian?". "No me sientan bien los aires de bohemio, Dr. Fell, así que no, no he tenido contacto con la llamada 'Hada verde'. "Pero", dije, "creo que le gustaría bastante, ¡no es así?". Olvidada ya su ira, recobró su belleza. Casi con timidez, desarmado por mi saber estar y afabilidad, dijo "¡te gustaría que lo hiciera?". "Mucho, querido Adam, mucho". "¡Me acompañarás?". "Ah, no podré. Hace tiempo que pasaron mis días de embriagarme con absenta, pero tú aún debes cultivar los placeres más exóticos". Con este comentario, vertí una generosa cantidad del licor esmeralda en su vaso, llené la cucharilla acanalada de absenta con azúcar, más del que

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Llegamos a nuestro destino cerca de una hora más tarde. Un joven indio nos abrió la puerta. Le sonreí atractivamente y dije "Venimos en busca de aires de inspiración, mi joven amigo". Nos guió hasta una cámara de proporciones moderadas, ocupada únicamente por abundantes almohadas de seda. En el centro del cuarto se hallaba una pipa de agua profusamente decorada. "Ahora, querido Adam, vas a probar sueños que nunca antes has conocido". El opio le afectó rápidamente y con fuerza. Pronto se reclinó sobre las almohadas, totalmente incapaz de seguir una conversación. Yo tenía asuntos que atender, pero di a nuestro anfitrión instrucciones de que no se despertase a Adam de su ensoñación hasta que regresase. Para entonces, mi hambre era ya aguda. Tomé un coche directo al hogar de Charles Pfenning. La encantadora Mrs. Pfenning estuvo absolu­ tamente feliz de dejarme entrar. Su marido, según me informó, estaba en el piso superior, leyendo en su estudio después de un día muy cansado. Le di las gracias y le dije que encontraría el camino yo solo. En cuestión de segundos, el Doctor Pfenning estaba contento de verme. "Esto es lo que recuerdas de esta noche", le dije mirándole a los ojos, "te has reunido en privado con tu hermana, la pura Annabelle, y en un momento de debilidad, has caído presa de sus encantos femeninos. La has forzado contra natura. Tu pobre hermana violada ha huido, sin duda para dirigirse a las autorida­ des, y ahora estás solo y desesperado, y esperas las consecuencias severas y justas de tu acción bestial". Su rostro se volvió de inmediato demacrado. "Es una situación difícil, Charles, pero anima esa cara. Como médi­ co", le propuse, "tendrás acceso a muchos... agentes aliviantes, ¿no es así? Remedios letales para liberarte de las consecuencias de tus acciones... ". Inmediatamente se lanzó hacia las botellas de su botiquín y comenzó a

buscar entre ellas. Le vi formular, mezclar y beber, y para cuando la buena (e inexplicablemente anémica) Mrs. Pfenning encontró a su marido muerto, ya no recordaba haber tenido un visitante. De vuelta a donde se encontraba Adam, pagué una generosa suma a una prostituta a cambio de coda su ropa. Estaba pálida como el papel, y evidentemente preñada. ¡Cómo deseé absorber su calidez! Contuve a la Bestia y la dejé marchar. Desnuda, se apresuró a la carrera hacia el cuchitril donde viviese, soi'iando con las hermosas prendas que compra­ ría al día siguiente. Una vez en el fumadero de opio, recogí mi carga y nos dirigimos de vuelta a TroburyTower, donde coloqué las prendas de la ramera sobre una silla en el tocador.Tras la gran puerta de roble de la torre, saboreé una vez más a mi nuevo compañero. Su sangre estaba condimentada con sueños, lo cual la hacía aún más dulce. Sus hermosos ojos relucían con languidez bajo sus largas pestañas. Me quité la camisa para evitar que se manchase, y volví a blandir la navaja barbera. Me tumbé junto a Adam, coloqué el brazo bajo su cuello, dejando que su cabeza soi'iadora colgase hacia atrás, separando los labios. Me corté en la garganta y apreté la herida contra su boca y lo sentí revivir debajo de mí. El abrazo con que me atrapó era fuerte, desesperado. Le di de beber hasta debilitarme. Si hubiese bebido más, yo casi seguramente habría caído presa de mis propios demonios interiores, y no iba a permitirlo. Le aparté y vi que sus ojos ya no se encontraban enturbiados por las fantasías. Estaban vivos, despiertos, conscientes. "Nos queda al menos un asunto que atender, querido Adam, antes de que termine nuestra gran aventura por esta noche. Vayamos a hacer una visita a tu antigua prometida". Fue el padre de Annabelle el que abrió la puerta en pijama. Estaba encantado de escoltarnos hasta el cuarto de ella, al igual que ella lo estuvo

de acompañarnos para dar un paseo en aquella noche de otoño tan agradable. El anciano nunca recordaría nuestra visita, y no tendría ni idea de cómo había salido de la casa su hija. Un coche nos llevó a los tres de vuelta a Trobury Tower. Una vez dentro, observé a la chica y le dije "Desnúdate". Hacía tiempo que le habían adiestrado a obedecer a los hombres. Ni siquiera dio un respingo. Mi hambre era cada vez más insistente, pero me negué a permitir que interfiriera con aquel... espectáculo. Observé a Adam, que parecía confuso, cargado de conflictos. "Dulce Adam, por favor, quítate la ropa". Dudaba, pero aceptó. Durante el tiempo que había pasado en Europa Oriental, había tenido la oportunidad de asistir a una actuación del ballet ruso, y si alguna vez hubo un hombre con cuerpo de bailarín, ese era Adam. Era tan perfecto como puede llegar a serlo la carne. "Ahora", dije, "tómala". No se movió. O bien su conciencia victoriana se rebelaba contra aquella idea, o no quería ofenderme. Prefería creer que se trataba de lo segundo, y aprecié su sensibilidad, pero aquello no serviría para mi objetivo final. Miré a mi amado, asentí en dirección a la desnuda Annabelle y dije "Viólala. Como harías en tu noche de bodas". Era más delicado aún de lo que yo deseaba. Contemplé, celoso, furioso, hambriento. Le animé a terminar la faena incluso con la mandíbula apretada de furia. Annabelle a ratos lloraba y se resistía, y a ratos gemía y cooperaba. Todo terminó en poco tiempo, y me alegré de ello. "Ve a lavarte", le dije a Adam. "Levántate", le dije a la chica, y ella me obedeció. La sangre virginal de Annabelle, ingrediente principal de un cocktail embriagador y primordial, empapaba el edredón y, entremezclada con otros fluidos, resbalaba todavía por su muslo. Me arrodillé frente a ella, limpié sus partes íntimas, y bebí de ella como no había bebido jamás de un recipiente. Le alargué las prendas de la ramera y le dije que se vistiese. Lo hizo de forma lenta e insegura, mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas pálidas. Adam volvió, con la mancha de Eva lavada completamente. Lo observé con orgullo. "Te he saboreado de muchas formas nuevas, Adam querido. ¡Beberías de mí otra vez?". Le alargué la navaja barbera. Dudó un momento, hasta que le pregunté "¡Dónde está tu amor por mí, Adam? ¡Bebe!". En un segundo me había arrebatado la navaja de la mano y se lanzó contra mí como un animal famélico. De no ser por mi flexibilidad diabólica, el navajazo me habría rebanado la mano. Aún así, me hizo un corte suficientemente profundo como para beber un buen trago prolongado y abundante. "Si, eso es. Torna cuanto puedas. Vacíame para que pueda vaciar completamente a la adorable Annabelle". Bebió hasta saciarse. Yo, por mi parte, llamé a la llorosa Annabelle y, sujetándola cerca de mí, bebí de ella hasta vaciarla. Su belleza era imponente en aquel momento. Mi pequeña cortesana ya nunca envejecería, nunca se vería arrugada y fea, nunca se vería obligada a soportar las indignidades del embarazo o el parto. Al amparo de la oscuridad, lanzamos su pequeño cuerpo en un callejón frecuentado por prostitutas. Caminé entre la niebfa, con mi compañero a mi lado. "Mañana por la noche te compraré unas hermosas ropas nuevas, y nos presentaremos ante Mithras para completar tu presenta­ ción en el submundo de la noche, querido Adam. Mientras permanezcas a mi lado, no morirás. Tu belleza nunca se desvanecerá. Si decides cantar, tu canción nunca tendrá fin, y en caso de que quieras bailar, bailarás para siempre".

\J_J LA CONVrnSIÓN D[ ADAM

Estas tres palabras expresan los extremos de esta época. La palabra "gótico" procede de una tradición literaria que cobró importancia a mediados del siglo XIX. A finales de siglo, experimenta un cierto renacimiento, y muestra la persistencia y el aguante de los males antiguos de un mundo en evolución. La palabra "victoriano" hace referencia a la época en la que la reina de Inglaterra gobernaba un imperio que abarcaba todo el globo terrestre. Victoria lleva gobernando las ciudades vivas del imperio desde 1837; por lo tanto, pocos vivos recuerdan la época de antes de su reinado. En cuanto a la propia "era", a efectos de este libro, abarca casi dos décadas. La Era Gótica Victoriana comienza en 1880. Ese mismo año, una conspiración de maestros secretos guía a los fundadores de una nueva sociedad ocultista: el Dorado Amanecer. Aunque los impulsores originales del movimiento son humanos, los Vástagos pronto lo infestan, y encuentran nuevos métodos para ganarse novicios vivos. Más adelante, se extienden rápidamente por las sociedades secretas de la época. El renacimiento de las artes y las ciencias ocultas proporciona fabulosas oportunidades a los que son capaces de manipular a las fuerzas sobrenaturales... y terrores innombrables para los que son incapaces de enfrentarse a ellos. La era termina en 1897, al llegar a Londres un conde transilvano. Vlad Orácula susurra al oído de un escritor irlandés una historia que revolucionará el mundo y hará tambalearse a la Mascarada hasta casi hacerla pedazos. Al igual que su homónimo en la ficción, hace pedazos los confines entre ambos mundos, y deja tras de sí una estela de terror. Para cuando sobreviene la muerte de Victoria, la Era Gótica Victoriana ha llegado a su fin. Sólo a través de las sagas y las historias podemos recuperar la esencia de este mundo de ficción, y esa es la finalidad de este libro.

El Mundo de Tinieblas Bienvenido a otro mundo, cubierto de niebla y alumbrado por llamas. La historia de la Era Gótica Victoriana es como la de nuestro propio mundo, salvo porque los monstruos acechan en la noche. Podrían sobrevivir igualmente en las sombras de nuestro mundo, o al menos en las sombras de nuestro pasado. Las generaciones posteriores de vampiros consideran esta época la cumbre de su civilización invisible. Sin embargo, las brumas del tiempo son como la niebla de Londres: distorsionan todo lo que creemos percibir. A lo largo de toda la época, las zonas habitadas del mundo se pueden dividir en dos extremos: el mundo civilizado, alumbrado con gas, y las tierras bárbaras, alumbradas con antorchas. En las ciudades civilizadas, las grandes fachadas construidas de mármol y piedra están manchadas por el hollín de la Era Industrial. Por la noche, se manchan con la sangre de los inocentes. En las tierras bárbaras, los vampiros se convierten en las peores pesadillas de la humanidad. Se deleitan en la libertad de las costumbres de antaño y la potencia de su antiguo poder. Las historias Victorianas son floridas y recargadas; por lo tanto, los vampiros de la época sirven corno modelo de los ideales victorianos. Sirven como ejemplos de tragedia y de maldad ignominiosa con igual dramatismo. Algunos buscan la redención o la nobleza o el perdón, con lo que manifiestan algún tipo de certeza moral, a pesar de estar condenados a fracasar. Otros desafían a la misma civilización, y ponen en práctica acciones de inmoderada amoralidad, que superan incluso a las historias de terror más excesivas.

Qenacimienlo

Tal vez hayas visto este mundo antes. Tal vez te resulte demasiado familiar. Sin embargo, para poder comprenderlo totalmente, debes verlo bajo una luz diferente: una suave llama encendida durante milenios y sostenida contra la creciente oscuridad que la rodea. El siglo que viene casi apagará ese fuego. En las décadas posteriores, la tecnología revoluciona el mundo, la aristocracia se convierte en un anacronismo, el comportamiento caballeresco queda obsoleto, y las guerras mundiales asolan el planeta. Los idealistas de ese impetuoso mundo nuevo se vuelven más hastiados y degenerados aún, y olvidan la corrección y la etiqueta de la época victoriana. Olvida esas sombras de un pasado futuro. La Historia está aún por escribirse, y los protagonistas de nuestros autos sacramentales deben reescribirla a su propia imagen. Para recuperar el espíritu de esa época pasada, su misma esencia, debes morir y renacer: debes ver el mundo de nuevo como chiquillo de un vampiro. Un monstruo inmortal te ha desangrado completamente, tanto en espíritu como en cuerpo. Por alguna razón que eres incapaz de descifrar, ha absorbido tu sangre, y te ha dejado morir. A continuación, te ha transmitido una maldición por medio de la potencia de su vit::e, el poder de su sangre, y te ha condenado a un estado en el que no estás vivo ni muerto. Puede actuar como señor tuyo, e instruirte en la etiqueta y las tradiciones de la sociedad vampírica. O puede ser tu condenación, puede que te entierre vivo y te abandone para que luches por sobrevivir como un cadáver animado, una criatura "no-

ChFÍTULO UNO

muerta" sedienta de sangre humana. Sea cual sea el modo, si ha creado a otros chiquillos, puede que tengas que competir con ellos para asegurarte la supervivencia. Igual que los vampiros se alimentan de la humanidad, se explotan también unos a otros. Fíjate bien en quién confías. Si creías en la misericordia de Dios y la promesa del Cielo, entonces tu Dios te ha abandonado. En esta era, la fe es fuerte, y la condenación es absoluta. Los progenitores de tu raza se rebelaron por igual contra el hombre y contra Dios, y tú has heredado su pecado original. Es tu derecho de nacimiento, tu legado, tu herencia de sangre. Más que una simple infección o enfermedad, tu misma alma se ha marchitado bajo a ruina de la corrupción espiritual. Ahora, cada iglesia es un bastión de la fe, cuyos muros se han construido para mantenerte alejado. La cruz es una señal de la religión que te ha rechazado y denigrado, y que desea activamente tu destrucción. La luz del sol es para ti una maldición, ya que a través de tu bautismo de sangre has renacido como criatura de la oscuridad. El Abrazo pede haberte llegado en forma de bendición impía, pero pronto se conver­ tirá en tu maldición imperecedera. Serás el villano de esta historia gótica, bien como un loco que se oculta en las sombras o como un cruel señor que languidece en un castillo que se desmorona bajo la luz de la luna.Transido de angustia y atormen­ tado por los remordimientos, debes rechazar tu cruel destino con un genuino espíritu victoriano. Las calles alumbradas con gas de una vasta ciudad te llaman, y te ofrecen un alivio para la locura y la incertidumbre. Sin embargo, más allá de los confines de esta iluminación nacarina, la oscuridad de la tierra salvaje te llama también, con la promesa de nuevas revelaciones sobre la profundidad de tu degeneración. ¡Deberás apresu­ rarte hacia la luz o conquistar las tinieblas? Tras renacer, la primera elección que hagas determinará tu destino. ¿Fingirás ser un mortal en el mundo civilizado o descenderás al abismo de la degeneración monstruosa en las tierras bárbaras?

El mundo civilizado

El imperio de la Reina Victoria ofrece maravillas, incluso para los Condenados. Los motores infatigables de la industria impulsan las locomotoras y los barcos de vapor por alrededor de todo el mundo. Las redes de cables telegráficos unen países distantes en rápida comunica­ ción. La ciencia intenta redefinir el papel del hombre dentro del desfile de la evolución, pone a prueba los límites de la cordura humana y se esfuerza por contemplar la eternidad en el "éter lumínico" del espacio. Con parecida efervescencia, la clase alta del imperio de la Reina Victoria acarrea lo que Kipling llama la "pesada carga" de extender la civilización alrededor del mundo. El idealismo y el imperialismo son tan omnipresentes como la hipocresía. Los _héroes de ficción de este imperio victoriano defienden estos nuevos ideales con una pureza que pocos mortales pueden emular. Holmes emplea la razón para eliminar el crimen. Phileas Fogg recorre el mundo en 80 días. Los héroes de Veme viajan al centro de la Tierra, a los reinos de la luna y a una fortaleza aérea apropiada para un hombre que pudiera ser rey del mundo. Sin embargo, también encontramos en esta época al monstruo de Frankenstein en busca del sentido de su existencia en un mundo absurdo, al loco Nema que da la espalda a la humanidad en pos de un reino oceánico, y el hombre invisible, arrastrado a cometer actos bestiales en toscas demostraciones de poder sobrenatural. Incluso en la ficción, lo extremo de la psique victoriana es evidente. La capa alta de la sociedad emula a estos héroes. Desgraciadamente, sus homónimos, los habitantes empobrecidos y hambrientos de las grandes ciudades, otorgan poca importancia a los idealistas, salvo como demostraciones prácticas de proporciones dickensianas. Dentro del mayor imperio de la historia, la ignorancia y el sufrimiento están tan extendidos como la sífilis y la tuberculosis. Los niños barren el estiércol de las calles para que los caballeros puedan seguir inmaculados; muchos de estos niños mueren de enfermedades terroríficas mucho antes de

alcanzar la edad adulta. La Revolución Industrial acaba de comenzar, pero, de momento, no existen todavía medios mecanizados de produc­ ción en masa. Si se debe hacer un trabajo, hacen falta manos humanas. Hombres, mujeres y niños trabajan largas horas a cambio de un salario de hambre, y viven y mueren a la sombra de la máquina. En contraste asombroso con este mundo injusto y empobrecido, existe un afluente submundo, un mundo con sus propias leyes, por mucho que la policía insista en lo contrario. Allanadores y traperos, cerilleras y prostitutas, mendigos y ladrones, floristas y cazadores de alcantarilla... este desfile subterráneo vive y muere en las mismas ciudades de las damas y los caballeros victorianos, a veces a unas pocas manzanas nada más de sus ostentosos hogares. Los vendedores ambulantes arrastran carros de mer­ cancías por las calles, y sirven de vigilantes contra la policía y sus porras. Los ricos medran, mientras que los "desafortunados" perecen, a veces a manos de novedosos asesinos. Ni los no-muertos son capaces de igualar las atrocidades de asesinos mortales tales como el Envenenador de Lambeth o Jack el Destripador. El fuego y la fe no bastan para purificar este mundo de corrupción... o de maldad. La ciencia victoriana presenta su propia parte de hipocresía. Las ciencias han logrado mostrar cómo funcionan las leyes físicas de este mundo, pero no por qué. De este modo, charlatanes y visionarios se han apresurado a llenar un vacío espiritual. Incluso las damas ilustradas pueden consultar a un espiritista para tener la oportunidad de reunirse con seres queridos que han fallecido. Surge un gran número de nuevos cultos que desafían las creencias establecidas, a menudo impulsados por "maestros secretos" del saber sobrenatural. El saber teosófico hace exaltación de las maravillas de los reinos de Lemuria y de los ancestros hiperbóreos. La egiptología, la atlantología, el neo-druidismo... nume­ rosos ámbitos de estudio exótico y esotérico entran en boga. Las sociedades secretas ofrecen destellos vivientes de magia en un mundo donde la propia fe se ve desafiada. El misticismo y lo sobrenatural se convierten en modos secretos de entregarse a los tabúes. Los hombres y mujeres de la era victoriana hastiados de la tragedia buscan una vía de escape de la edad científica. La encuentran, y a menudo encuentran también el sufrimiento o la muerte a manos de los demonios de la noche que desean explotarles. Y es que, al igual que el submundo criminal acecha en el mayor imperio conocido desde la antigua Roma, los no-muertos prosperan dondequiera que florece el misticismo. Las ideas románticas de la muerte y la eternidad permiten a las criaturas de gran pasión seducir, y a veces destruir, a los que buscan una salida de la etiqueta victoriana. Igual que el adicto al opio se refugia en su antro de perdición para darse al vicio, los que fingen seguir las normas pueden dejarse arrastrar por sus instintos más bajos, y saciar su lujuria entregándose a los depredadores nocturnos. La agitada sangre del mundo civilizado depende de la vita: condenada de los vampiros. Los Vástagos poderosos constru­ yen imperios financieros, apadrinan al arte y a los artistas y protegen a los rebaños de mortales que se reúnen en sus dominios, pero el precio del progreso se paga con sangre.

Las tierras bárbaras Lejos de las elegantes metrópolis del mundo civilizado, sobreviven costumbres y supersticiones más antiguas. En las tierras bárbaras, los campesinos rústicos trabajan como siervos y sobreviven como colonos, como llevan haciendo más de un milenio. Por la noche atrancan las ventanas y echan el cerrojo a las puertas, ya que saben que los monstruos son reales. En las pocas ocasiones en que las criaturas de la noche se valen de la sutileza, es sólo para escapar de la ira de las multitudes armadas de antorchas y horcas. Como el nombrar las maldades hace que éstas cobren poder, pocos se atreven a mencionar abiertamente estos horrores. Incluso en los hogares de los ricos, los miedosos no se atreven ni a hablar entre susurros sobre los monstruos que se hallan entre ellos.

n IMnRIO AL MOCHmK

Los vampiros de estos dominios no aspiran en absoluto a la civiliza­ ción. Se regocijan libremente en el barbarismo, y los mortales temen a la noche. Una macilenta aristocracia surge de las cámaras ocultas de las mansiones modernas y los castillos en ruinas, y a veces manipulan a los gobernantes mortales como a marionetas. Sin embargo, a medida que se reducen los confines de sus dominios antaño feudales, actúan como últimos defensores de tradiciones tiránicas. Los invasores extranjeros han intenta­ do sin éxito hacerse con sus tierras, pero ahora sus imperios han caído a manos del propio tiempo, una fuerza a la que son inmunes por el mero hecho de que su fría carne no envejece. Sólo los mitos y las leyendas de su especie envejecen para mejor. Si bien los Vástagos de las tierras bárbaras cuentan con el poder de las supersticiones, éstas también los limitan. Allá donde las creencias están asentadas, la fe puede proteger a los virtuosos. Los que recuerdan el saber de antaño pueden armarse contra los peligros de la noche. En estos lugare , se pueden encontrar iglesias tan santificadas que el vampyr teme poner el pie en ellas. Los que buscan el horror encuentran a antiguos tan degenerados que la mera visión de una cruz cristiana basta para provocarles paroxismos de terror. En el caso de ciertos linajes de vampiros, los espejos no pueden captar su reflejo, y las corrientes de agua limitan sus desplazamientos. Sin embargo, por un cruel destino, la mayoría de los vampiros victorianos no sufren estas restricciones, y aprovechan estas ideas erróneas para engañar a los incautos. Interpretan­ do conscientemente sus papeles de villanos góticos, pueden aprovechar la ignorancia como un poderoso aliado. Otras siniestras criaturas acechan en las sombras: los brutales hom­ bres lobos, ghouls demoníacos y hechiceros corruptos son sólo meros ejemplos. Contra fuerzas sobrenaturales tan misteriosas y sombrías, unos pocos desesperados ven en los no-muertos a sus salvadores tenebrosos, y prefieren sus maldades en comparación con males mayores. Los aldeanos más resignados responden practicando ritos secretos, a veces sacrificando sangre y vidas a petición de los señores sedientos de la noche a cambio de misericordia. Los vampiros de las tierras bárbaras consideran que ésta es la relación apropiada entre depredadores y presas. Asolan y destruyen abier­ tamente, sin la discreción de sus parientes más cosmopolitas. Los más antiguos tal vez usen planes e intrigas maquiavélicas, pero una nueva generación de no-muertos rechaza todas esas sutilezas por considerarlas ineficaces, y se rebela abiertamente contra la humanidad y la ley mortal. .. y, con demasiada frecuencia, contra otros vampiros. Casi todos estos monstruos planean alzarse contra los protectores de los mayores rebaños mortales, los que se acumulan en las tierras civilizadas. En las ciudades de los hombres, la sangre se sorbe con delicadeza, cuando

debería correr libremente. Una vez que los guardianes de los dominios civilizados yazcan bajo tierra, el mundo quedará cubierto de sangre. Al recuperar las antiguas costumbres, estos monstruos desencadenarán una nueva era, en la que los señores de la noche reinarán abiertamente sobre · las grandes ciudades. Es lo justo tras siglos de ambición enquistada. Nadie define esta ambición como el propio Vlad Drácula, que intenta atravesar la frontera entre oriente y occidente, llevar la fuerza de las tierras bárbaras a Londres, el corazón mismo del mundo civilizado. Hacia el final de la era victoriana, la frontera entre ambos mundos se encuentra hecha pedazos, lo que da paso a una época de locura.

oociedades secretas

En la ficción gótica, los vampiros son criaturas solitarias por su propia naturaleza. Autores como Polidori y LeFanu celebraban s'u visión de estos monstruos como depredadores sigilosos y solitarios. Un vampiro puede optar por cazar en soledad, o alimentarse de un grupo selecto de mortales. Sin embargo, para unas criaturas que planean sobrevivir por toda la eternidad, la idea de pasar siglos aislados es una maldición mucho peor que la sed de sangre. Al enfrentarse a noches sin fin, los vampiros buscan entreteni­ mientos y distracciones. Como depredadores naturales, finalmente terminan por cazarse entre sí para su propia distracción, y compiten en materia de política, cultura e influencia. Las sociedades que crean son endebles fachadas erigidas para ocultar sus propios conflictos violen­ tos. Existen dos sociedades que definen estos conceptos mejor que nadie, ya que llevan siglos enfrentándose política y filosóficamente: la Camarilla y el Sabbat. Los vampiros victorianos que reciben el Abrazo en esta era trascen­ dental poseen visiones diametralmente opuestas del mundo. Para los vampiros de reciente creación, estas dos sectas políticas representan el Bien y el Mal de su tiempo. Existe la conjetura sobre que esta distinción sea una ficción representada por sus mayores. Los líderes de estas dos socieda­ des idean fábulas aleccionadoras sobre aquellos que se distancian demasiado de sus puestos asignados como conquistadores y villanos. Los vampiros antiguos no tienen demasiados problemas a la hora de adaptarse a sus tradiciones siempre cambiantes, pero en la Era Gótica Victoriana, estas dos sectas experimentan sutiles cambios que incluso los temidos Matusalenes ignoran para su propio riesgo. En la Era Gótica Victoriana, los arquitectos de estas sociedades han adoptado nuevas apariencias y amaneramientos. Sin embargo, también ocultan feas realida­ des, como un cadáver vestido con un corsé.

Iiistoria y misterio

Ante la perspectiva de jugar una crónica histórica, te encontrarás con una elección similar entre dos extremos. ¡Eres un devoto de los detalles victorianos, e insistes en la precisión histórica? ¡O el espíritu de la época basta para rescribir la Historia a tu antojo? Ambas formas de jugar a Vampiro son válidas. Si insistes en la precisión, existe una gran cantidad de obras de referencia que te ofrecen la oportunidad de gozar de toda clase de investigaciones. Los mapas detallados de las mayores ciudades deberían bastar para todo lo que necesites, salvo tal vez para situar la artillería. Para historias ambientadas en el corazón del imperio, un Narrador de recursos puede encontrar desde horarios de tren de Londres hasta listas de precios ajustadas hasta el último chelín. Sin embargo, en caso de equivocarte, recuerda que este mundo no es el nuestro, sino sólo una sombra de nuestro propio pasado. A no ser que decidas presentar los detalles de tu crónica en forma de disertación para sacarte el postgrado en Historia, lo interesante de ésta se encuentra en su esencia. Olvídate de los detalles. Si los acontecimientos se van sucediendo en el mundo gótico victoriano exactamente como lo hicieron en el nuestro, se pierde el misterio mismo que resulta esencial para el terror. A algunos Narradores sólo les interesa evocar el espíritu de la época, y se preocupan más del tema y la atmósfera que de los detalles exactos de ambientación y localizaciones. Su modelo no es el esquema de un libro de historia, sino los temas y las ambientaciones propios de un cuento o una novela. Sin embargo, si el juego es demasiado impreciso, la historia se pierde en el tiempo, y queda separada de los detalles que otorgan a la era victoriana su encanto. Si no te apetece memorizar fechas y precios, las obras históricas al menos pueden proporcionarte inspiración, y ésta aviva la imaginación tanto como cualquier obra de ficción. El Narrador deberá encontrar un equilibrio entre la atención minuciosa a los detalles y la improvisación histórica libre.

La Camarilla

Según las leyendas, en el siglo XV, los antiguos fundaron la Camarilla como medio para que los vampiros se protegiesen de la ira de la humanidad. En la Convención de Thorns, reconocieron formalmente siete linajes como pilares de su sociedad: los siete clanes de su especie. Establecieron las Seis Tradiciones, que llevan siguiendo durante generaciones, exigieron que todos aquellos que se encontrasen dentro de su alcance las obedecie­ ran, y las hicieron respetar con brutal eficacia. Por encima de todas esas leyes destaca la práctica de la Mascarada, la necesidad de ocultar todo rasgo de su existencia ante el vulgar populacho. Los más altos ideales de la sociedad de la Camarilla son la humanidad y el civismo que muestran los mortales. Para prevenir su propia aniquila­ ción, los vampiros de la Camarilla luchan por conservar la tímida llama de humanidad que han mantenido a lo largo de incontables noches. Aunque se ocultan en el seno de la humanidad, ostentan el mando del mundo civilizado en la sombra. Unidos en su convicción de no actuar como bestias monstruosas, se llaman a sí mismos simplemente "la Estirpe". La era victoriana es posiblemente la edad dorada de la historia de la Camarilla. A lo largo de la mayor parte de Europa, los Vástagos consideran a las principales ciudades civilizadas del mundo como su dominio. En la era de la luz de gas, el imperialismo carece de control, y la Camarilla se ha beneficiado enormemente de ello. El imperio de la Reina Victoria se extiende por todo el mundo, y gobierna tierras desde Hong Kong a Jamaica, desde Ciudad del Cabo hasta Londres o Delhi. Los Vástagos afirman con egoísmo ser los artífices de este expansionismo, al haber hecho retroceder a las demás criaturas de la noche para que los rebaños de "ganado" puedan crecer. Sea esto cierto o no, les ha permitido extender su política y sus tradiciones por todo el mundo. Aunque no cabe duda de que Londres es la joya de la corona de la

Camarilla, esta secta de vampiros ahora mismo domina más ciudades y territorios que de los que ha poseído nunca... y de los que nunca poseerá. Como símbolo de esta presunción, la sociedad de la Camarilla a menudo recibe el sobrenombre de "el Imperio", utilizado tanto para el reino de los Vástagos como para el de los mortales. La Camarilla victoriana define cuál es el lugar de cada Vástago dentro de la sociedad. La posición social es lo más importante, y a menudo se define tanto por el clan y el linaje como por las acciones. Los antiguos mantienen obligaciones sobre su progenie durante décadas, y castigan a los chiquillos descarriados que se apartan del camino. Las reuniones de vampiros de la Camarilla a menudo son acontecimientos muy formales y ostentosos, en los que se reconocen y refuerzan estas ideas. Aunque puedan adoptar la apariencia de la alta sociedad victoriana con todo lo que esto conlleva, desde bailes reales hasta safaris en África, son, en el mejor de los casos, pobres imitaciones de las innovaciones mortales. Los papeles que interpretan los participantes normalmente reflejan sus posiciones políticas. Bajo disfraces nuevos y elegantes, los que se conforman reciben alabanzas, mientras que los que se resisten quedan condenados ... o excluidos. Incluso cuando una pequeña sociedad de Vástagos se alía, lo hace siguiendo las costumbres y la tradición. Los Vástagos que llegan a depender unos de otros crean cuadrillas sociales que van más allá de los límites del linaje y la posición social. Sin embargo, cuando actúan incumpliendo las normas implícitas de su clan, linaje o generación, sus motivos se vuelven sospechosos. Las expectativas de la sociedad son elevadas. Los príncipes y antiguos consideran a ésta una época dorada porque poseen más poder del que han tenido en siglos. Han acumulado gran parte de este poder vilipendiando a sus mayores enemigos: el Sabbat. Las leyendas hablan de rivales de la Camarilla que conquistan y profanan tierra santa para su propia defensa, levantan de los cementerios ejércitos de

H IMrmo M ANOCHEm

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chiquillos recién muertos, e incluso hacen pactos con el propio Diablo para obtener poderes sobrenaturales. Los antiguos que exageran mucho estos y otros peligros justifican así la tiranía dentro de sus dominios. Al extender el miedo, advierten de la presencia de espías del Sabbat entre ellos, y hacen cumplir las Tradiciones a capricho, explotando una égida del terror. Cualquiera que no cumpla sus estrictas expectativas puede haber "caído bajo la corrupción del enemigo". Para los chiquillos de la Camarilla, la existencia es peligrosa. La naturaleza verdadera de un vampiro de la Camarilla se define por el conflicto entre un individuo y las expectativas de otros: su sire, su príncipe y su secta. Por encima de todo lo demás, es una sociedad en la que todo el mundo "sabe cuál es su sitio". Las creencias victorianas sirven como base de muchos estereotipos modernos. El desafiar estas expectativas equivale a cuestionar la sociedad misma. Al ser tan elevados los ideales victorianos, es una empresa que un vampiro ambicioso no puede evitar acometer antes o después.

El 8abbal

En 1394, los vampiros que se convertirían más adelante en los fundadores de la Camarilla celebraron sus primeras reuniones para conspirar, en respuesta a una conflagración conocida como Revuelta Anarquista, que había enfrentado a antiguos con neonatos, sires con chiquillos. Los soldados anarquistas dirigidos por un visionario Brujah asaltaron a varios de los jefes conspiradores. Poco después, varios chiqui­ llos rebeldes presuntamente destruyeron a los Antediluvianos Lasombra y Tzimisce, dos de los progenitores de la raza vampírica. Estos revolucio­ narios no-muertos organizaron una sociedad rival, el Sabbat, como desafío a todos los que les gobernaban. Desde aquel momento, los vampiros del Sabbat han abandonado toda pretensión de humanidad, y en su lugar siguen otros códigos de comportamiento vampírico. No ven la necesidad de fingir el civismo de los humanos. Se abandonan a su naturaleza monstruosa y blasfeman de obra y palabra contra todo aquello que la humanidad considera sagrado. Esta es la imagen que mejor define al Sabbat victoriano: la de rebeldes contra el hombre y contra Dios. Salvo por unos pocos dominios cultos en España e Italia, el Sabbat victoriano tiene como territorio las tierras bárbaras de Europa, y se alimenta de campesinos que conservan supersticiones y religiones antiguas como únicas defensas contra los Condenados. Como afirman algunos ocultistas victorianos bien versados, el hecho mismo de que los vampiros se reúnan en sabbats rituales indica que son enemigos de Dios, criaturas malditas que nunca conocerán la gracia del Cielo. Los ocultistas vampíricos están quizá algo mejor informados, y han observado que la estructura misma del Sabbat en conjunta está diseñada siguiendo en parte la de la Iglesia Católica, con una compleja jerarquía de obispos y arzobispos. Los vampiros más antiguos del Sabbat se deleitan en esta blasfemia, y preservan una de las sociedades secretas más antiguas del mundo. Los vampiros más jóvenes se preocupan más de las alianzas de sus manadas más pequeñas. Este término zoológico indica el desprecio que sienten estos vampiros por todo lo humano, ya que, después de todo, saben que son más que humanos. Muchas manadas se confabulan para destruir a los vampiros más antiguos. Al hacerlo, se aproximan más a Caín, el progenitor de su raza maldita; por esta razón, los vampiros del Sabbat se autodenominan Cainitas. Los antiguos del Sabbat están dispuestos a utilizar la secta como arma contra sus enemigos, por lo que la orden se conoce también como la Espada de Caín. Algunas criaturas verdadera­ mente poderosas consideran ingenuo al Sabbat por abandonarse a tales ansias monstruosas, pero esta demostración de solidaridad encaja con el espíritu mismo de los tiempos. En el viejo mundo, los Cainitas se ocultan de la ciencia y la luz, y se mueven furtivamente por entre los restos de reinos antiguos. No sólo representan las leyendas más monstruosas de su especie, sino que tam­ bién las inspiran. Incluso los eruditos de lo prohibido se apresuran a describir a estos vampiros como "malvados", pero, más concretamente, representan la maldad que uno ve celebrada en el terror gótico, materia

prima de panfletos escandalosos y noveluchas baratas. Cada una de las infamias que se extienden por el mundo civilizado sirve como arma contra los odiados enemigos del Sabbat: los vampiros de la Camarilla que se ocultan dentro de él, criaturas que fingen ser humanas. Los Cainitás preservan las antiguas costumbres de los verdaderos vampiros, y son los precursores de una nueva era de oscuridad. Mientras que un Vástago de la Camarilla dejaría vivir a una víctima por pura misericordia, un Cainita victoriano la mataría bebiendo profun­ damente de ella, y la arrojaría brutalmente de su lado. Mientras que un Vástago se enorgullecería de su comportamiento aparentemente caballe­ roso, un Cainita aspiraría a obtener una obra maestra del sacrificio, la mutilación o la carnicería sangrienta. Las historias de terror muestran a los vampiros como asesinos inhumanos que sacian sus deseos obscenos a expensas de vidas humanas. Los Cainitas del viejo mundo inspiran, igualan y sobrepasan esas expectaciones. Los vampiros del Sabbat del nuevo mundo son mucho más progresi­ vos. Algunos Cainitas han caído sobre América, Canadá y Méjico como una plaga. Sin freno alguno, han creado demasiados chiquillos en las principales ciudades, por lo que están ansiosos de asaltar repetidamente los pocos feudos de la Camarilla con los que se encuentran. Aun así, incluso en las Américas han comenzado a expandirse dentro de las tierras de los "salvajes de piel roja", y han adoptado los rituales y mitos de los nativos americanos. De un modo totalmente victoriano, los vampiros de la Cama­ rilla lo asocian a la degeneración, el mestizaje o la locura. El tratado más importante de la historia del Sabbat, el Pacto de la Compra de 1803, define la alianza de sus miembros contra quienquiera que se enfrente a ellos. El pacto les prohíbe luchar entre sí, por lo que se han dirigido hacia los territorios de sus mayores enemigos. Al hacerlo así, estos vampiros victorianos se han convertido en enemigos de la propia civiliza­ ción. Inician cruzadas constantemente contra los territorios civilizados, y hacen valer su voluntad mediante el fervor violento. Los más jóvenes dentro de sus filas no conocen otro tipo de existencia.

Aularcas y anarquistas

Gran parte del espíritu de la Era Gótica Victoriana viene definido por el conflicto de sus dos principales sociedades de no-muertos, aunque algunos de los Condenados evaden esta rivalidad imperecedera. Las Cruzadas del Sabbat sirven para unificar su propio poder, mientras que la Camarilla vilipendia y sataniza a sus enemigos para mantener la obedien­ cia de los jóvenes vampiros. Algunos sospechan que estos papeles dramáticos sirven para asegurar que los que ostentan el poder lo mantengan, indepen­ dientemente de su secta o afiliación. Otros hablan de vampiros antiguos que manipulan a los gobernantes de ambas sectas como piezas de ajedrez, y definen quién es negro y quién es blanco de acuerdo con sus caprichos. Pocos se atreven a profesar estas creencias abiertamente. Los escépticos albergan estas sospechas en la profundidad de sus corazones muertos. A los que se separan de las preocupaciones de la Camarilla y el Sabbat se les considera autarcas. Aquellos que se enfrentan activamente a ambas sociedades, con intención de asesinar o reformar a todos los que gobiernen, independientemente de su secta, son conocidos como anarquistas, y la sociedad misma es su enemigo. Dar la espalda a ambas sectas es una decisión peligrosa. La Camarilla afirma que todos los vampiros que existen dentro de sus dominios son miembros nominales de la secta, mientras que el Sabbat considera que todos los Vástagos que traspasan los confines de su territorio son enemigos de la Espada de Caín. En cualquier caso, autarcas y anarquistas rechazan la autoridad, ya sea de príncipes y primogenituras o de obispos y arzobispos. Insisten en que son capaces de coexistir sin estas afiliaciones. Como cabría esperar en la época victoriana, no se les tolera como marginados, sino que se les persigue como enemigos de la sociedad.

Conspiraciones

Los autarcas pueden entrar en los dominios de cualquier secta, pero, si lo hacen, deben mantener en secreto sus actividades. Por esta razón,

Le8ados de no-muerte

Todo envejece, pero hay cosas que nunca mueren. Los Vástagos y los Cainitas recitan sus árboles linajes para ilustrar lo cerca que están de Caín, el progenitor de su raza maldita. El número de generaciones entre un determinado vampiro y Caín determina su potencial para el poder. Los chiquillos luchan por cobrar importancia, pero como las generaciones más antiguas de vampiros han resistido durante siglos o incluso milenios, sus ambiciones se ven frustradas continuamente. Por esta razón, la jerarquía de los no-muertos victorianos sigue anquilosada, al menos hasta que los chiquillos destruyan a sus mayores o los abandonen completamente. Los Vástagos victorianos neonatos tienen menos de un siglo de antigüedad. La mayoría están separados del primer vampiro por 10 o 12 generaciones. La sola existencia de los neonatos de la Camarilla, orientados e instruidos profusamente en las Tradiciones y la etiqueta de los Vástagos, confirma el acierto de sus mayores al haberles seleccionado. Como parte de esto, los vampiros mayores intentan encajonarlos en una estructura de clases más rígida aún que la de los mortales. Los neonatos, poco conocedores de la aristocracia de los Condenados, deben cumplir con ciertas expectativas en cuanto a su dominio escogido, y participar en el torbellino de la vida social. El fracaso a la hora de cumplir las órdenes de sus sires puede tener como resultado una pérdida (si bien temporal) de posición. Cuando los neonatos se apartan de este camino recto y estrecho, cosa que sucede de forma inevitable de vez en cuando, la propia sociedad se vuelve contra ellos. Muchos esperan con anhelo que con la llegada del nuevo siglo estas tradiciones se conviertan en cosa del pasado. Los neonatos del Sabbat no se encuentran encadenados a tales cargas sociales. Aunque un obispo o arzobispo posea suficiente influencia como para destruirlos uno a uno, sabe que las manadas de neonatos Cainitas se encuentran mejor valiéndose por sí solas. Un Cainita de reciente creación goza del poder y la libertad que el mundo mortal de la época victoriana no podía proporcionarle. La política no le preocupa. Los Cainitas que habitan las tierras bárbaras rondan por donde quieren y matan a su antojo. Las inteligentes criaturas que se infiltran en las ciudades civilizadas se disfrazan bajo una aparente corrección, y planean lenta y silenciosamente provocar el caos en medio de las ciudades de la Camarilla. Los ancillae de la Camarilla han sobrevivido durante suficiente tiempo como para asegurarse puestos de autoridad dentro de las ciudades del mundo civilizado. Están ansiosos de que se reconozca su valía como responsables de muchas de las principales instituciones de las ciudades modernas, y al hacerlo, ignoran de forma flagrante a los mortales que son casi universalmente la verdadera fuerza motriz. Como guardianes de los lugares más preciados dentro de las metrópolis principales, o como manipuladores secundarios en puestos políticos de bajo rango, desean demostrar su lealtad y que se les reconozca por ello. Sin embargo, también se encuentran atrapados entre las distinciones de clase entre antiguo y neonato, y contemplan a ambos grupos con igual cautela. Los ancillae conspiran incesantemente contra los antiguos de las ciudades, en busca de una oportunidad de avanzar en un sistema político tan torpe como la antigua vita! que corre por las venas de los antiguos. Con considerable fervor, los ancillae observan también cuidadosamente las acciones de los neonatos, siempre con cautela, ya que ellos mismos podrían perder sus propias posiciones precarias de autoridad. Los antiguos de la Camarilla suelen ser los príncipes y primogenituras de las ciudades. Pocos son suficientemente viejos como para recordar la época anterior a las distinciones políticas entre la Camarilla y el Sabbat. Por esta razón, a menudo poseen lazos personales y secretos que trascienden tales fronteras. Mediante intermediarios de confianza, pueden reclamar favores prometidos o retomar conspiraciones iniciadas hace siglos. Si se les descubriese, los escándalos que tendrían lugar como resultado podrían aniquilarlos. Para distraer la atención, pueden optar por perseguir a vampiros más jóvenes que se opongan a ellos. Explotando los privilegios y el poder, exprimen las tradiciones anquilosadas de la sociedad hasta la última gota. El Sabbat no tiene ancillae. Los sacerdotes de la secta son los equivalentes más parecidos, ya que a menudo actúan como intermediarios entre las sedes de un obispado y los chiquillos a los que atienden. Los antiguos del Sabbat que tienen éxito ascienden a puestos de poder como curas ayudantes de esta Iglesia impía. A un antiguo del Sabbat no se le recompensa por años de servicio y complicidad, sino que debe enfrentarse a sus rivales para obtener el poder. Las ordalías, preservadas desde la Edad Oscura (juicios de fuego, llamas y combate ritual), demuestran quién es digno de un rango. En las tierras indómitas del nuevo mundo, los Cainitas han aprendido otros métodos de probar su fuerza, rituales que emulan a los de las tribus salvajes de las llanuras. La secta limita estos conflictos, y sólo aviva los fuegos de la confrontación lo suficiente para convertir a los antiguos en armas letales, en Espadas de Caín que golpeen a los debilitados defensores de las ciudades de la Camarilla. Los Matusalenes están bien ocultos durante la época victoriana. Si las leyendas son ciertas, el destino de las naciones depende de sus intrigas sin fin. Se dice que muchos reposan en el corazón de los grandes imperio de Europa, y que usan a las naciones como armas de su arsenal. Con su poder preternatural, manipulan a los antiguos de forma silenciosa e invisible para sus propios fines. Sin embargo, en unos pocos casos, los Matusalenes todavía participan directamente en los asuntos cotidianos, como lo hacían en la Edad Oscura. Por ejemplo, un famoso Matusalén Ventrue llamado Mithras ha ostentado el cargo de Príncipe de Londres durante siglos. Aunque muchos de sus asuntos de cada noche quedan en manos de su chiquillo, Valerius, los excesos de su principado han asentado una tradición que sobrevivirá hasta bien entrado el siglo siguiente. Los precursores de estos Antiguos, los Antediluvianos, han desaparecido hasta tal punto que la mayoría han llegado a dudar de su misma existencia. Sobreviven como símbolos de su época, representados de forma lúcida y brutal en las leyendas vampíricas. Desde los tiempos de la Biblia, estos dioses sangrientos se han alimentado de la humanidad y construido imperios durante un siglo para absorberles toda la vida al siguiente. Las maquinaciones insignificantes de sus descendientes lejanos no les preocupan. Tanto príncipes como arzobispos discuten por trivialidades como el poder temporal, pero los terribles Antediluvianos son atemporales. Esperan, pacientes y potentes, al fin de la civilización, el fin del mundo. Según se dice, cuando se levanten, la culminación de todo lo que han creado será el Infierno en la Tierra. Incluso los más sabios les temen, si bien secretamente, y esperan con nerviosismo las señales de su inminente regreso.

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se asocian en conspiraciones, alianzas encubiertas que sobreviven a las evoluciones del clima político. Dentro del Imperio también existen varios clanes independientes, que no deben lealtad más que a sí mismos, en todo caso. A diferencia de una manada o una cuadrilla, estas agrupa­ ciones no están sujetas a la definición por parte de los antiguos de la secta. Si, por ejemplo, un Brujah y un Gangrel llevan cooperando desde los tiempos más oscuros de la Larga Noche, puede que encuentren motivos para confabularse de nuevo, aunque uno acepte a la Camarilla y el otro la rechace completamente. Un Vástago o un Cainita incluso podría colaborar en una conspi­ ración más extensa de autarcas. Un príncipe puede conspirar con agentes infiltrados Ravnos para hacer de la existencia de un arzobispo un infierno constante. Un antiguo envidioso puede vender a su rival más antiguo a una secta de Setitas, especialmente si el plan tiene como resultado la aniquilación de éste. Siempre y cuando un vampiro posea los medios para manipular y explotar a otro, la intriga puede ir más allá de todos los límites de la filosofía sectaria. Algunos anarquistas afirman en voz baja que incluso los antiguos del Sabbat y la Camarilla son tan viejos que podrían aprovecharse del conflic­ to entre ambas sectas. Como el rango implica unos privilegios, un antiguo puede escoger comunicarse o interactuar abiertamente con antiguos de otra secta. Por ejemplo, un intelectual Ventrue puede pasar siglos deba­ tiendo con un Tzimisce que una vez le dio la bienvenida a su dominio. La política cambiante de los siglos no tiene por qué interrumpir su correspon­ dencia. Después de todo, las criaturas antiguas tienen grandes memorias. Un Malkavian que soliese armar escándalo con un Ravnos, un Toreador que antaño amó a una Lasombra, un Nosferatu que debe un favor a los Assamitas que le perdonaron la vida... este es el tipo de asociaciones que podrían durar siglos, pero deberían mantenerse en secreto en la era victoriana. En cuanto un Vástago o Cainita conspire con alguien ajeno a su secta, sus lealtades pueden ser objeto de sospecha. La transgresión se considera traición hacia la secta, y el escándalo puede acabar con el respeto que sus inferiores le profesaban antaño. Revelar las verdaderas lealtades de uno puede hacer daño a su posición social, un golpe casi fatal para alguien que deba competir por el poder con los no-muertos. Como cabe esperar, las conspiraciones funcionan mejor cuando se mantienen en secreto.

Monstruos caballerosos Ya se trate de un neonato que decida defender el Imperio o de uno que decida derrocarlo, la sociedad de la Camarilla es el modelo con respecto al cual se mide el resto de la política vampírica. Si un vampiro anhela la compañía de los suyos, debe adoptar la cultura de la Camarilla. Si realiza los rituales necesarios para unirse a los cultos del Sabbat victoriano, toda su existencia se verá definida por su deseo de destruir el Imperio.

Nobleza obli8a: El príncipe victoriano

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Si una próspera ciudad victoriana ejemplifica la sociedad de la Camarilla, su príncipe es el parangón de sus creencias y sus prácticas. Con los modales equilibrados de un caballero victoriano, debe seguir la tradición al pie de la letra. Por supuesto, es igualmente posible que un príncipe sea una ambiciosa dama, que busque el poder y el respeto que nunca pudiese obtener en vida. En cualquier caso, el fracaso de un príncipe constituye una invitación al caos. En muchas ciudades, los vampiros más antiguos insisten en mantener la misma estabilidad que los vivos esperan bajo el reinado de Victoria, y transigen en obedecer a los

mismos príncipes durante siglos. príncipe de uno es cuestionar todo el orden social. La sociedad asigna posiciones para que uno sepa cuál es el lugar que le corresponde. De este modo, los victorianos saben que la palabra de un príncipe es ley. Antes de que esta sociedad culta alcanzase su cenit, los príncipes conspiraban para apropiarse de vastos dominios. Al acumular más tierras, los tiranos de la Edad Oscura sólo atraían a más rivales, con lo que debilitaban su poder. El príncipe victoriano es más precavido, y toma como dominio una sola ciudad. En ella, todavía puede vigilar a grandes rebaños de ganado mortal, junto con los Vástagos que se reúnen para alimentarse de ellos. A diferencia de sus predecesores, es mucho más probable que se entere de casi cualquier transgresión que tenga lugar dentro de sus domi­ nios. Bajo esta máscara de civismo e impiedad, se esconde su verdadera personalidad, y él mismo oculta sus escándalos y lucha por con¡rolar sus deseos y sus pasiones. Es, en el mejor de los casos, un monstruo caballeroso. Por lo tanto, mediante sus maquinaciones, debe engañarse a sí mismo de un modo tan eficaz como a todos los que le rodean.

Clanes

Un príncipe llega al poder tras heredar ciertas propiedades desea­ bles y carismáticas por medio de la sangre misma que recorre sus venas muertas. La educación y el derecho por nacimiento definen el carácter, después de todo. De modo similar, los vampiros victorianos pueden juzgar rápidamente a un Vástago por el linaje de su sire. Los príncipes definen su mundo "moderno" en contraste con el barbarismo de la Larga Noche, la edad oscura de la sociedad vampírica, y la Guerra de Príncipes que tuvo lugar tras ésta. Hace mil años, los vampiros seguían muchos caminos filosóficos, pero la Camarilla ha sobrevivido por valorar la humanidad y el secreto por encima de todo. Del mismo modo, cada clan posee ciertas expectativas y obligaciones. Cuando un chiquillo se presenta por primera vez a un príncipe, a menudo recita su descendencia, y se define no por lo que haya hecho, sino por qué ancestros han obrado sobre su propio carácter. El indicador más claro de su calidad reside en su clan, la "familia consanguínea" que lo ha escogido como progenie, para que pueda llevar la esencia de ésta en sus propias venas. Por supuesto, ésta es una presunción muy victoriana. Los Vástagos aspiran a labrarse sus propios destinos. Al actuar como indivi­ duos, inevitablemente se rebelan contra la sociedad vampírica. La gran mayoría de los vampiros victorianos son criaturas estáticas y complacientes con el estatus quo. Si ha de haber héroes entre los de su especie, invaria­ blemente serán los vástagos que se enfrenten a ellos. Por contraste, la Camarilla victoriana depende de la idea de que cada clan esté a la altura de los ideales de al sociedad. Cuando un chiquillo descarriado desafía a su educación, los vampiros de la ciudad del príncipe deben castigarlo. Aún cuando contravenga la menor de estas tradiciones, se encontrará con un justo desafío, y si va tan lejos como para desafiar sus normas, debe ser destruido. Los chiquillos a menudo aprenden esta lección por la fuerza. Es mucho más fácil para los sires el comenzar su correcta educación enseñando a sus chiquillos los siete linajes legítimos de vampi­ ros: los siete clanes de la Camarilla descritos a continuación.

Los clanes de la Camarilla en la época victoriana

A los Brujah se les considera revolucionarios, intelectuales e impredeciblemente violentos. A medida que las masas crecientes de la humanidad quedan reprimidas por medio de la política, la pobreza y la inmundicia, el Clan Brujah está ansioso por explotar su discordia, y apoya a cualquier movimiento destinado a acabar con el estatus quo. Los Brujah se ven atraídos hacia los movimientos modernos de activismo político, desde el anarquismo y el sindicalismo hasta el comunismo y el colectivismo. Para estos vampiros, ésta es la era de la Sociedad Fabiana,

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Bakunin y los primeros herederos del legado de Karl Marx. En conse­ cuencia, muchos se consideran el proletariado de la sociedad vampírica. En habitaciones ocultas, debaten con entusiasmo cómo liberar a la humanidad, aunque sólo sea por su propio interés. A menudo, en su fervor, los Brujah se vuelven unos contra otros por su egoísmo y fanatis­ mo, pero cuando están unidos, estallan con violencia vengadora, y envían oleadas de desacuerdo por toda la Camarilla como una cartera llena de nitroglicerina en una habitación abarrotada. Los Vástagos tradicionales los consideran Chusma. Su naturaleza violenta es útil para fines militares; por lo tanto, algunos príncipes toleran su presencia como soldados a los que recurrir cuando se acerca la amenaza de una Cruzada del Sabbat. Los Vástagos poco convencionales los valoran por su idealismo intelectual, aunque éste a menudo ensalce las virtudes del estrato más bajo de la sociedad. Los vampiros Gangrel vagan por la tierra salvaje. Aunque su forma es humana, se sienten mucho más emparentados con las bestias indómitas que con la raza humana. A medida que han ido llegando a las ciudades principales poblaciones cada vez mayores de Vástagos, los Gangrel han conservado sus antiguas costumbres, y merodean por vastos dominios, en los que se alimentan. Esto hace peligrar su existencia misma, ya que los Gangrel son de los primeros en darse cuenta cuando los enemigos de la Camarilla se ponen en marcha. Sin embargo, estos Vástagos no han dado la espalda completamente a la humanidad. Suelen volver con frecuencia a las ciudades donde gobiernan los príncipes, ya que anhelan la compañía de otros como ellos. Incluso el vampiro más animal sabe que si abandonase completamente la Camarilla, su lenta degeneración hasta convertirse en monstruo sería inevitable. Los vampiros victorianos tradicionales esperan que estos animales protejan las fronteras que rodean sus dominios, y sean conscientes de los peligros para sus ciudades. Estas bestias no deberían ser tan groseras como para cazar presas mortales dentro de sus dominios, sino que deberían pasar el tiempo peinando el campo en busca de problemas. Esta actitud no difiere de la que tendría un siervo dentro de una hacienda hacia los encargados y \·igilantes de la propiedad. Los príncipes toleran la ayuda de los Gangrel si se contentan con trabajar como cazadores y guardianes; a muchos se les admite como cocheros, mensajeros y guardaespaldas. Los Vástagos poco convencionales ven a los Gangrel como iguales, conscientes de que sus afilados colmillos y garras bien podrían ser útiles en caso de llegar el peligro al interior de sus refugios en las ciudades. Los Malkavian victorianos son los maestros de la mente. Como la ciencia vicroriana explora la naturaleza del intelecto hasta los límites mismos de la cordura, estos vampiros esperan con ansia sus revelaciones. En el pasado fueron profetas de la oscuridad, pero erudiros como Freud han otorgado un nuevo sentido a su locura. La demencia ya no se considera una amenaza, y los alienistas victorianos han encontrado métodos nuevos y atrevidos para estudiarla. Igual que analizan a sus pacientes en salas de estar (o los hacen entrar en manada en manico­ mios), los Malkavian manipulan de forma invisible a doctores y pacientes, con un conocimiento que llevan instilado en su misma sangre. Cuando se hallan.en grupos mayores, utilizan este mismo conocimiento con otros Malkavian, y observan con éxtasis la locura concentrada. Los Vástagos tradicionales se refieren a este clan en conjunto como un grupo de Lunáticos, criaturas peligrosas a las que tal vez se debería atar corto. La mayoría son capaces de fingir cordura durante períodos prolon­ gados de tiempo, pero cuando se ven presionados, sus afecciones se manifiestan de forma fea y desagradable. Por muy bien que puedan imitar el comportamiento correcto, la demencia surge de ellos como una agitada tempestad. Sin duda, sus esfuerzos por comprender la locura mortal son poco más que un intento superficial de presentarse a sí mismos como algo distinto de lo que son. Los vampiros poco convencionales valoran el conocimiento y la perspicacia de los Malkavian. Si se es capaz de compren­ der el funcionamiento de su locura, a menudo se obtiene una perspectiva reveladora sobre la situación de uno mismo.

Los Nosferatu se sienten atraídos por la miseria y la corrupción de la época. La maldición del vampirismo los convierte en criaturas horrendas; por lo tanto, se ven arrastrados a los territorios más desagradables del submundo victoriano. Las clases más bajas de la humanidad se cazan una a otras por una insignificante oportunidad de sobrevivir. Cuando su sangre corre libremente, los Nosferatu corren en tropel a alimentarse. Una vez que ha pasado esta sed de sangre, se organizan con astucia sobrenatural. A lo largo de toda la época, muchas de las ciudades principales expanden su infraestructura bajo tierra, desde los canales arqueados del Athenium londinense hasta los trenes subterráneos de la Gotham victoriana. Los antiguos y primogenituras Nosferatu han llegado a considerar estos nuevos territorios sus reinos privados. Curiosamente, pocos príncipes tienen el valor de desafiar estos dominios, ni el poder de expulsar a los habitantes de sus reinos. Por lo tanto, los príncipes aceptan tales jactancias para atraer lo menos posible la atención de los Nosferatu. Los Vástagos tradicionales consideran a las Ratas de Cloaca alima­ ñas, especialmente al ser tan difícil saber cuántos son en realidad dentro de cada ciudad. ¡Quién sabe qué planes inmundos conciben bajo tierra? ¡Con quién hablan cuando desentierran secretos que ningún príncipe ni primogenitura es capaz de encontrar? Aunque su habilidad para reunir estos datos hace de los Nosferatu una posesión valiosa para un príncipe astuto, invitar a uno a una reunión social es una locura. La mayoría de los Vástagos cree, al estilo más puramente victoriano, que el horrible aspecto exterior de un Nosferatu refleja la corrupción moral que se oculta dentro de su alma, del mismo modo que un frenólogo puede advertir la señal de una mente criminal en la frente inclinada de un degenerado. Los Vástagos poco convencionales son incapaces de perdonar tal laxitud moral, pero pueden encontrar formas innovadoras de aprovecharla. Algunos Nosferatu torturados se esfuerzan eternamente por alcanzar metas humanas como forma de expiar los pecados que los han condenado a un destino tan cruel. Al darles la oportunidad de hacerlo, puede obtenerse algún bien de la maldad que yace dentro de estas criaturas bestiales. Sin embargo, hay que recordar que las Ratas de Cloaca son las criaturas más bajas y bestiales de la Raza de Caín. Es justo y acertado el que la sociedad les imponga el estigma del ostracismo social. Los Toreador abundan allí donde medran los mortales y su arte. Estiman a la humanidad más que ningún otro clan, aunque no la emulen tan bien como les gustaría. Los Toreador dominan el intrincado baile de la alta sociedad, y a menudo afirman dirigirlo. Les gustaría hacer de pastores de la humanidad, aunque a veces sólo para alimentarse del rebaño y saciar su hambre de vida. El arte refleja las más altas aspiracio­ nes de la sociedad victoriana, y, por ese motivo, los Toreador atesoran los logros artísticos. Se ven atraídos hacia las luminarias del mundo artístico como polillas a una llama, y ansían la llama de brillantez que poseen los artistas vivos. Desgraciadamente, muchos Toreador han perdido estas cualidades vitales. Los vampiros son criaturas estáticas por naturaleza, reliquias de un tiempo remoto, y la mayoría carece del fuego de la creatividad mortal. Sus figuras han quedado conservadas en carne inca­ paz de morir, pero no pueden por más que maravillarse ante el estado vital transitorio. La carne de los Toreador, como los edificios de mármol Elíseos que protegen, se ha enfriado, pero la sangre de hombres y mujeres apasionados los mantiene calientes. Los Vástagos tradicionales reconocen a este clan como uno de los pilares que sostienen la estructura social de la Camarilla, pero, en secreto, consideran a los Toreador Degenerados indulgentes y hedonistas. Se mancillan escandalosamente a sí mismos al mezclarse con demasiada libertad con el rebaño de la humanidad, lo que les permite verse dominados por la pasión. Lo que no pueden sentir, lo obtienen de sus víctimas vivas. Por supuesto, fue uno de ellos, Rafael de Corazón, el que habló tan elocuentemente al fundarse la Camarilla, por lo que sus descendientes deberían ser bienvenidos, aunque sólo sea para mantener las apariencias. Los Vástagos poco convencionales saben que los Toreador poseen conocimientos de la sociedad humana que sus mayores casi han

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olvidado. En ocasiones inusuales y maravillosas, incluso pueden recupe­ rar las pasiones que poseyeron en vida. Los Tremere conservan una sociedad de místicos y hechiceros con siglos de antigüedad. Para ellos, esta edad constituye un renacimiento de lo oculto, y siguen y documentan con pasión su evolución. Visionarios como Blavatsky, Whyte, Gardner e incluso Crowley siguen diferentes reflejos de la luz del verdadero conocimiento. Los hechiceros Tremere estudian sus innovaciones y las adaptan a sus propias prácticas de taumaturgia. Para la Casa Tremere, ésta es la edad de la espiritualidad, la teosofía, la Masonería y el Dorado Amanecer. Muchas de estas órdenes hablan de maestros secretos que les guiarán hacia el conocimiento mayor. El Clan Tremere está preparado para llenar este vacío espiritual y actuar como maestros iluminados que elevarán a eruditos selectos al estatus de no­ muertos, esclavizarán a los que puedan alcanzar la grandeza algún día y cazarán a los demás. Durante siglos, han actuado como usurpadores del conocimiento y el poder sobrenaturales. Los Vástagos tradicionales saben que estos Brujos han acumulado un considerable poder dentro de la Camarilla, y han formado un frente unido contra todos aquellos que pudieran cuestionar a sus antiguos del Consejo de los Siete de Viena. Por supuesto, el cabecilla de dicho consejo, el propio Tremere, ha desaparecido, sumido sin duda en letargo durante siglos, a causa de sus acciones blasfemas. Los Vástagos inteligen­ tes son conscientes de que los Tremere se traicionan constantemente unos a otros en sus planes para hacerse con el poder dentro del clan, por lo que se debe vigilar con cautela a todos ellos. Los Vástagos poco convencionales saben que el dominio de la Taumaturgia de los Tremere es un arma potente, que muchos chiquillos blanden lealmente para apoyar a sus aliados ajenos al clan. Sin embargo, los Tremere, más que ningún otro linaje, deben situar su lealtad hacia el clan por encima de cualquier otro vínculo. Los que explotan el conocimiento secreto del

clan o lo enseñan a otros deben volver a Viena para que se les "instruya" correctamente en materia de obediencia. Los Vemrue victorianos son la aristocracia de la noche, procedente de dinastías nobles. Muchos de los líderes vivos del mundo son descendien­ tes suyos. Aunque unos pocos Ventrue proceden de la elite de la economía y la industria, actualmente sufren el desprecio de los que siguen tradiciones más antiguas y nobles. El mundo civilizado de muchísima importancia a la posición social, y nadie demuestra las virtudes (o la necedad) de la clase alta de la sociedad como el Clan Ventrue. Los Vástagos tradicionales reconocen a los Nobles como la aristocra­ cia de los no-muertos, e incluso inventan ficciones según las cuales las diferentes dinastías Ventrue poseen distintos ideales. Los vampiros de la Camarilla pueden alabar al clan en conjunto, pero los individualmente los maldicen en secreto, ya que recuerdan los deslices y defectos de cada uno con gran detalle. Los Vástagos poco convencionales no se escandalizan demasiado ante un Ventrue que escoja no gobernar, aún si debe dedicarse a una profesión tan indigna como participar en los negocios o la industria.

Clanes y apariencia

A los vampiros del mismo clan se les llama consanguíneos, ya que comparten la misma sangre. Al igual que la sociedad victoriana insiste en que en parentesco transfiere ciertas ventajas intangibles de una generación a otra, los antiguos de la Camarilla insisten igualmente en que los chiquillos de sus clanes deben mostrar estas inclinaciones. Los chiquillos soportan estoicamente que se les defina por estos estereotipos, ya que saben que es su sino. Dentro de sus propias cuadrillas, puede que no toleren demasiado estas expectativas, pero se enfrentan a incontables obstáculos para ganarse el favor de sus sires si no siguen estas tradiciones en público. Hacer lo contrario equivale a cuestionar la propia sociedad, con lo que el vampiro sería poco más que un monstruo solitario según las víctimas

aterrorizadas de las que se alimenta. La Camarilla quiere hacer ver a un vampiro victoriano que, sin el aprecio de su secta, no es nada. Uno de los motivos de estas elevadas exigencias de conformidad es, obviamente, el temor al Sabbat. A los chiquillos se les enseña a ser cautos, ya que es bien sabido que el Sabbat puede enviar espías al corazón mismo de una ciudad de la Camarilla. Este temor está en cierto modo justificado, pero, por otra parte, muchos antiguos que aún recuerdan las noches antes de que se fundase su secta, todavía deben favores a vampiros que puedan haber escogido otro camino político o colaboran con ellos. Por medio de una flagrante doble moral, los antiguos no sólo recurren al temor al Sabbat para mantener la obediencia de sus chiquillos, sino que les prohíben incluso hablar con los Cainitas. Cuando se descubre a un antiguo en comunicación con la Espada de Caín, la revelación es escandalosa, pero su posición le otorga un privilegio y una inmunidad que los chiquillos sencillamente no tienen. Los antiguos de un clan pueden tratar a los vampiros consanguíneos como su familia, y afirmar representarlos en las reuniones sociales más elevadas. En realidad, no es así. Según la etiqueta victoriana, varias de esas clases deben cumplir ciertas responsabilidades para con el orden social. Con el entusiasmo de la nueva época, cada vez más chiquillos se rebelan contra estas convenciones. Puede que finjan obedecer a los mayores cónclaves de su especie, pero cuando nadie les vigila, siguen sus propios planes en secreto. En agudo contraste, para granjearse el favor de sus mayores, los chiquillos prometedores defienden los ideales de sus sires, y usan este recurso para combatir, poner en evidencia y destruir a los chiquillos pródigos.

El saber cosmopolita

Cuando uno llega a una nueva ciudad, debe seguir ciertos protoco­ los. Tras presentarse al príncipe, un "huésped" puede averiguar dónde se reúnen habitualmente los de su especie. Aunque los Vástagos de cada ciudad tienen sus propios refugios, los más importantes poseen unos pocos lugares para beneficio de los chiquillos. Estos lugares normalmente no son exclusivos de ningún clan en particular. Se puede invitar a uno de estos lugares a un vampiro de cualquier clan o generación. Sin embargo, como cabría esperar, cada grupo de Vástagos consanguíneos puede tener un lugar concreto preferido. Los salones son lugares de moda en los que los Vástagos idealistas intercambian opiniones sobre los asuntos de la era moderna. Muchos están situados peligrosamente cerca de lugares de reunión de los vivos, tales como cafés, restaurantes refinados e incluso de las propiedades de mortales

adinerados esclavos de los no-muertos. En habitaciones privadas, guarda­ das cautelosamente por criados, se comentan con elocuencia las políticas y rivalidades de los Condenados sentados en tomo a vasos de vino o tazas de café que nunca se consumen. Los salones más afamados pueden estar vigilados como Elíseos. Los más escandalosos sufren las críticas de las arpías de la ciudad, y se cierran inmediatamente. Los que tienen más éxito suelen ser los dirigidos y financiados por los Toreador. Los clubes de caballeros son otro refugio para los adinerados, ya que muchos hombres prominentes prefieren la soledad que pueden disfrutar retirándose a un club privado. La afiliación es exclusiva, por lo que no es ninguna casualidad el que muchos ancillae creen clubes que sólo abran sus puertas de noche, y a los que sólo se pueda acceder siendo no-muerto y de un linaje exclusivo. Entre los mortales, los clubes se forman según prefe­ rencias en cuanto a política, aficiones, servicio militar, entusiasmo por determinados deportes o incluso basándose en los criterios antisociales del Club Diógenes (donde no se permite a ningún miembro hablar en voz alta). Tras una fachada similar, los clubes de los Vástagos poseen requisitos de admisión más exclusivos aún, algunos relativos a logros alcanzados hace siglos. Los clubes más exclusivos sólo reconocen a ciertos antiguos del Clan Ventrue, pero puede que toleren a regañadientes a los chiquillos que se encuentren bajo su tutela. Las capillas poseen una atmósfera más enrarecida, de mayor esencia espiritual. Los templos y las logias atraen a curiosos amantes del conoci­ miento prohibido, pero en ciertas sociedades secretas sólo se permite entrar al santuario de una capilla a los miembros más importantes. En muchas de esas órdenes, los miembros mueren y renacen en un bautismo de sangre, tras prestar juramentos de obediencia a sus nuevos amos. Existen unos pocos Vástagos afortunados a los que también se permite iniciarse en la Taumaturgia, y que ponen en práctica diversos rituales de varias escuelas y sendas de magia diferentes. Los Tremere a menudo ven con malos ojos a cualquier Vástago o Cainita que se atreva a dirigir una capilla sin su bendición. De hecho, muchas de las capillas apadrinadas por la secta tienen como condición de iniciación el realizar un juramento de sangre. Los llamados rookeries, o "nidos de cuervos" son lugares en los que se reúnen los desamparados. Las masas empobrecidas desesperadas por en­ contrar refugio se hacinan para dormir por docenas o veintenas. Esos lugares antihigiénicos y malsanos se convierten en caldo de cultivo para las alimañas y las enfermedades. La miseria es tan monumental que la mayoría de los mortales embotan sus sentidos con alcohol para soportar lo que les rodea. Algunos de estos lugares de hacinamiento se encuentran en los pisos superiores de los edificios, a menudo están conectados de un edificio a otro

Opción narrativa: Posición Individual

En la sociedad victoriana, ascender a una casta superior en el orden social es un proceso arduo, pero es posible. Para los fines mucho más simples de la narración, la Camarilla victoriana se puede dividir en tres estratos sociales: una clase baja, una clase media y una clase alta. En esta posición influye principalmente por el clan del personaje, pero el pertenecer a un linaje noble o realizar acciones notables puede permitir a un aspirante al éxiro superar estas distinciones. En términos de juego, esta aspiración se ve reflejada por el Trasfondo de Posición. Los Narradores que deseen añadir más detalle, pueden tener en cuenta las siguientes indicaciones. La clase alta: la mayoría de los Ventrue y Toreador pertenecen al estrato superior de la Camarilla victoriana. Para ser un verdadero aristócrata vampiro, un personaje debería pertenecer a uno de estos clanes, participar activamente en los asuntos de la secta y tener al menos un punto en el Trasfondo de Posición; de lo contrario, será de clase media. Un Tremere o Gangrel con Posición 5 también pertenece a la clase alta. Un Ventrue o Tcreador con Posición 5 es un parangón de las virtudes de la Camarilla. La clase media: Los T reinere y Gangrel son la "burguesía" de la secta. Los Brujos han perjudicado a la reputación de su clan al inmiscuirse repetidamente en asuntos de ocultismo, mientras que muchos Gangrel han elevado la imagen de su clan por encima de la de burdos rústicos al arriesgar sus existencias en defensa de los dominios de la Camarilla. Para ser de clase media, un personaje debe participar activamente en los asuntos de la secta. Up Malkavian con Posición 3 pertenece a la clase media; uno con Posición 5 es de clase alta. La clase baja: Los· Brujah, Malkavian y Nosferatu constituyen la clase baja de la secta. Sufren tanto desprecio a causa de sus ambiciones que han creado sus propias sociedades dentro de la Camarilla, y reconocen ideales que pueden parecer crípticos para la aristocracia de la secta. Un Brujah con Posición 5 sigue siendo, en el mejor de los casos, de clase media. Salvo que preste un servicio excepcionalmente meritorio a la Camarilla, un Nosferatu tiene pocas oportunidades de avanzar en la sociedad.

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por pasadizos, o situados muy cerca del subsuelo de las ciudades. Uno de los más notables antros de este tipo, el nido de cuervos de St. Giles, en Londres, abarca varias manzanas. Como cabría esperar, estos lugares también son escondrijos perfecros para depredadores indiscriminados, incluyendo a los Nosferatu, a quienes encanta observar este sufrimiento. Los manicomios son zonas de recreo para los locos. Sus habitantes no­ muertos acechan invisibles, y examinan los extremos de la existencia humana. Para ellos, la verdad no se encuentra en la religión ni en la profecía Cainita, sino en la revelación de la propia mente. En estos lugares, los Vástagos experimentan con sujetos mortales, y a veces dirigen a médicos mortales impulsados por las mismas pasiones. Los Malkavian, evidentemente, están familiarizados con estos dominios, y vienen y van a voluntad, pero se sabe que han llegado a encerrar a otros en lo más profundo de los confines de sus celdas creadas personalmente. Las universidades atraen a la intelectualidad. En sus contornos, los vampiros filosóficos debaten ideas imperecederas. Los vampiros antiguos a menudo incluyen las universidades en sus dominios, y celebran reuniones privadas en las que se pueden intercambiar conocimientos convencionales y sobre ocultismo. Bajo la apariencia de sociedades secretas, algunos incluso invitan a mortales a compartir tales disquisiciones, aunque por medio de ciertos poderes sobrenaturales pueden hacerles olvidar que tan siquiera tuvieron estas conversaciones. En este entorno enrarecido abun­ dan los debates políticos radicales. Los intelectuales Brujah a menudo se enfrentan en estos foros, como púgiles que dan vueltas en un ring de lona. Desgraciadamente, a los chiquillos de temperamento demasiado arrebata­ do estos debates les resultan demasiado cautivadores, y en demasiadas ocasiones recurren verdaderos intercambios de puñetazos. Las casas de mala nota son las guaridas pecaminosas de las bandas de criminales y otras instiruciones del submundo victoriano. En esros lugares, los maleantes planean sus abruptas tácticas, se comercia con artículos robados y los jóvenes infractores de la ley aprenden los trucos de la profesión. Por supuesto, una casa de mala nota también puede servir como terreno de captación para aquellos que sirven a los no-muertos de un modo más amplio. Estas zonas de actividad ilegal a menudo están protegidas por maleantes al acecho: mendigos, vagabundos, "golfillos" y granujas listos para avisar a sus benefactores invisibles cuando se presenta el enemigo. Por supuesto, dependiendo de a quién sirvan, pueden estar atentos a la llegada de las autoridades, de cazadores o incluso de vampiros rivales. Muchos sirven como recurso a clanes independientes de vampiros, incluyendo los Giovanni y Setitas, que se describen más adelante. Las necrópolis victorianas son por definición ciudades de los muertos, y como tales, fascinan a los no-muertos. Los cementerios poseen un gran poder y simbolismo religiosos, especialmente en la Era Gótica Victoriana. Los legados mortales sirven para preservar para toda la eternidad monu­ mentos de mármol que representan demostraciones excesivas de aflicción. Los victorianos se enfrentan a la cuestión de la muerte con la pompa y el exceso habituales. Con entusiasmo similar, los vampiros que se reúnen en estos lugares emplean ciertos ritos innombrables, aunque muchos chiqui­ llos ni siquiera saben de ellos. La reanimación de carne muerta, los horrores del entierro en vida, rituales ocultos practicados furtivamente en comple­ jos mausoleos... en un mundo en el que los vampiros son reales, pueden existir cosas aun más blasfemas. Tanto cementerios como iglesias son el tipo de lugares sagrados que uno esperaría que el Sabbat profanase. Los seguidores más tradicionales e incondicionales de la Camarilla tiene claro que sus enemigos llevan a cabo sus iniquidades como rebelión contra el propio Dios. La propia estructura de su sociedad es un acto sofisticado de blasfemia, y se rumorea que los Cainitas más poderosos venden su alma a las fuerzas demoníacas a cambio de poder sobrenatural. Aunque los Vástagos se sienten descon­ certados, o incluso reciben heridas en terreno sagrado, tienen bastante claro con qué fin intentan los enemigos de la civilización profanar estos lugares sagrados. Si algunos antiguos mantienen su humanitas para intentar ganarse la misericordia de Dios, esto sin duda no se puede

comparar con el sufrimiento que espera a los sabbats de vampiros que traicionan completamente estos nobles ideales.

Le8ados de vitcE

Los vampiros civilizados valoran los méritos de la creación de descen­ dientes, no para el transcurso una vida, sino para toda la eternidad. Cansado de los placeres pasajeros de una vida cazando presas humanas, un vampiro victoriano busca a un mortal digno de recibir el don, pero, sobre todo, que pueda soportar el peso del Abrazo. Por supuesto, el entramado mismo de la sociedad Victoriana se basa en la importancia de la estructura de clase. Se tiene en gran estima a la clase alta, el modelo de la sociedad mortal, ya que se cree que ciertos rasgos deseables se transmiten de una generación a la siguiente. Así sucede con los Vástagos, ya que uno realmente no se "une" a un clan. Cada chiquillo hereda un legado, y, por lo tanto, debe representar las virtudes victorianas que respeta ese legado. Incluso el Nosferatu más bajo y degenerado busca a un chiquillo que pueda soportar la carga de la no-muerte con fortaleza moral y coraje (o c;on astucia bestial, dependiendo del carácter de su sire). La creación de chiquillos también es una de las maneras que tiene la sociedad de los Vástagos de adaptarse a la era actual. Los Vástagos engendra­ dos durante la edad victoriana conocen bien su cultura. Aunque a los chiquillos rara vez se les tiene en tanta estima como a sus mayores, a veces se les considera expertos en lo referente a la sociedad humana actual. Por lo tanto, los antiguos no sólo emulan las modas de los mortales de los que se alimentan, sino que también escogen a sus descendientes como ejemplos de éstas. Desgraciadamente, los vampiros son criaturas estáticas por naturaleza, y conservan muchas de las virtudes y afinidades que demostraron en vida. La misma chispa de brillantez que un sire espera albergar en el mundo nocturno de los vampiros se desvanece en comparación con las innovaciones del mundo iluminado por el sol que habitan los humanos.

Qefu8ios y dominios

Un chiquillo antes o después debe hacer valer su independencia creando un lugar seguro que sea sólo suyo. Aunque los viajes sin duda ensanchan la mente, un vagabundo no puede ganarse el mismo respeto que un urbanita que se ha hecho un lugar propio en la ciudad de su elección. La posición social de uno queda definida no sólo por el linaje y la compañía, sino también por el emplazamiento del refugio, el lugar a donde regresa al amanecer para escapar de los rayos despiadados del sol. Gangrel que duermen en la tierra misma en los bosques, Tzimisce refugiados en ataúdes con la tierra de su país natal, Ventrue rodeados por criados escogidos en sus terrenos oscuros... cada vampiro busca a su manera propia un refugio en el que pueda descansar del alboroto del mundo mortal. Todo refugio tiene unas necesidades básicas. El menor rayo de sol puede hacer que un vampiro estalle en una frenética conflagración, por lo que su refugio debe mantenerse tranquilo y totalmente a oscuras durante el día. Debería estar aislado, de manera que se impida al mortal más curioso interrumpir (o descubrir) el letargo somnoliento del vampiro. Aunque una estaca clavada en el corazón no puede matar a un vampiro, un cazador que encuentre a uno dormido puede paralizarlo de este modo. El refugio también debe ser seguro, especialmente cuando sale el sol, ya que el vampiro despierta torpemente, especialmente si su semblante es bestial o monstruoso. Los urbanitas opinan que el refugio debe ser apropiado al carácter del vampiro, ya que si se visita o se descubre el lugar, éste dará pistas sobre el Vástago que reside en él. Los vampiros más antiguos van más allá en este último criterio, y toman el control de la zona que rodea su refugio. Sólo los vampiros más poderosos e influyentes pueden hacerlo, especialmente en la época victoriana. Este territorio no es sólo una zona de responsabilidad, sino también el límite geográfico de la autoridad del Vástago. Los vampiros no "controlan" estas zonas de por sí, pero, siguiendo la costumbre, los que deseen entrar deben pedir permiso al vampiro que las posea.

Un chiquillo debería limitarse al vecindario que rodea el refugio, ya que tomar posesión de mucho más terreno una invitación al desafío a cualquier que pase por allí. Un antiguo puede poner a prueba el valor de un chiquillo simplemente dejando una tarjeta de visita a los criados de éste, mientras que un príncipe podría culpar al chiquillo de cualquier actividad sospechosa o peligrosa que tenga lugar en sus dominios. Un príncipe, por definición, ostenta la posesión de los vecindarios más grandes, populosos y prestigiosos de la ciudad que tiene a su cargo. Sin embargo, ya pasaron las noches en las que se podía tomar como territorio propio una vasta extensión de terreno. Esta arrogancia se considera particularmente anticuada, y, teniendo en cuenta el peligro de intrusión por parte del Sabbat, muy poco práctica.

Caza y humanidad El vampiro tiene sed de sangre humana, y debe aprender a templar esa ansia. La caza no es un mero medio de obtener sustento, sino un arte. Los Vástagos de esta época no se alimentan simplemente de sangre. Profanan a sus víctimas, y saborean la muerte lenta de éstas. No sólo les absorben la sangre, sino que las sacrifican sobre el altar de la inocencia. Tanto los Cainitas degenerados como los monstruos civilizados encuentran en la emoción de la caza un ejercicio que aguza la mente y acelera la san­ gre. Los verdaderos siba­ ritas de lo terrible no se contentan con sacrificar desconocidos al azar, sino que buscan una fuente de vitre que pue­ dan explotar durante días o semanas o meses. Esa es la moda de esta época. Hombres y mons­ truos conviven unos junto a otros en este mundo. Cuando cae la noche, las distinciones se desvanecen en la nie­ bla de Londres. La luz de gas que ilumina estas cacerías nocturnas obliga a guar­ dar discreción. Salvo por unos pocos lugares ade­ lantados iluminados con lámparas eléctricas, todas las reuniones crepusculares de los humanos tienen lugar a la luz del fuego. Como bien saben los no-muertos, los vampiros incapaces de controlar sus pasiones caen en frenesíes de carnice­ ría innombrable cuando se enfrentan a aquello que temen, incluyendo una de las pocas sustancias capaces de dañarlos: el fuego. Las criaturas mons­ truosas sucumben a paroxismos de terror ante la mera visión de una llama, por lo que aquellos que se encuentran rodeados perpetuamente por la luz de gas deben controlar sus pasiones. En el mundo civilizado, hace falta ser comedido para practicar la caza con luz de gas. Los Vástagos indiscretos pueden poner en práctica abiertamente poderes sobrenaturales cuando cazan, o incluso cuando matan a sus recipientes. Estos necios incautos se convierten en los mismos monstruos de la ficción gótica. Los mortales saben que los vampiros, en caso de existir, deben mantenerse por medio del asesinato. Los Cainitas del Sabbat fomentan esta reputación matando a sus víctimas como si fueran ganado. En las tierras bárbaras, esta clase de ostentación es totalmente factible, ya que los campesinos no pueden armarse convenientemente contra los

señores de la noche. Sin embargo, en el corazón de Londres, una masa de populacho armado y educado puede volverse rápidamente contra el asesi­ no con el que convive. Los vampiros civilizados guardan respeto a otros ejemplos de ficción. Consideremos la Carmilla de LeFanu, donde una tentadora no-muerta traba amistad con una joven en la flor de la vida. Al enseñarle extrañas sensaciones nuevas, la vampiresa la va corrompiendo a lo largo de muchos meses, hasta que la propia chica está más muerta que viva. Ten en cuenta a Drácula en la novela de Stoker, que va absorbiendo lentamente la esencia vital de la prometida de Harker a lo largo de muchas semanas. Al ser esta una época de romanticismo, los vampiros románticos se ven atraídos hacia los mismos recipientes una y otra vez. Puede que incluso consumen su unión ofreciendo a la víctima el Abrazo, bautizándola en la oscuridad y condenándola finalmente para toda la eternidad. Este es un ideal verdaderamente victoriano, y, como muchos otros, a menudo se deforma terriblemente. Las criaturas de la noche más prácticas se alimentan donde y cuando pueden. El viajero solitario puede caer presa de un Gangrel vagabundo. Un pobre desgraciado puede poner fin a su sufrimiento sometiéndose al Beso de un Nosferatu. Los Ventrue a menudo sorben poco a poco la sangre de la aristocracia mientras que los Tremere pueden ayudarse de la sangre ofrecida de forma ritual. Los Vástagos que buscan el olvido se embriagan con vitre contaminada con absenta, opio o láudano, "persiguiendo al Dragón" por medio del flujo sanguíneo de mil víctimas. El sabor de la sangre puede apreciarse de numerosas formas exóticas, suficientes como para saciar los gus­ tos esotéricos adquiridos a lo largo de incontables mordiscos. En las historias gó­ ticas, un villano puede limitarse a representar los pecados del héroe, ya pro­ ceda ese pecado origina­ riamente de su antepasa­ do o se trate de los errores y defectos de su propia personalidad. La ficción bien podría tener cierta base práctica: los vampiros parecen sentirse atraídos hacia presas que contra­ vengan o definan los defectos de su propio personaje. Puede que se mate apresuradamente a una víctima que pueda despertar lástima, inspirar rabia o poner en tela de juicio la existencia misma del vampiro. Tras este acto de asesinato, el depredador asediado por los remordimientos puede permitir a la víctima agonizante probar la propia sangre del vampiro, con lo que se crea como resultado otro chiquillo. De este modo, la caza es más que un medio de sustento. Los vampiros pueden buscar durante siglos a la víctima que realmente sea merecedora del Abrazo.

El banquete de a.lma.s

Caín, maldecido por Dios, fue el primer vampiro. Su leyenda crece con cada generación. Los chiquillos victorianos sienten hacia él una admiración casi religiosa, ya que según la leyenda, el Todopodero­ so destruyó su alma, con lo que le vedó para siempre la entrada en el Reino de los Cielos. No puede haber mayor maldición que perder toda esperanza de salvación.

EL IMfEKIO hL MOCHECEK

Según las leyendas de la Camarilla, los vampiros capaces de ascender a estados de "humanidad perfecta" pueden renunciar a los pecados de su carne no-muerta y volver a estar en gracia con Dios. Un alma pura redime la carne muerta mediante ritos místicos de resurrección, conocidos como "suspiro de la Golconda". Está pendiente de debate si esto es cierto o no es más que un sueño creado para manipular a chiquillos idealistas. En cualquier caso, los Vástagos esperanzados lo toman como una señal de que hay una oportunidad, por muy insignificante que sea, de que se puede redimir un alma vampírica. Los vampiros victorianos a menudo insisten en que, a pesar de estar corrupta su carne, sus almas a{m subsisten. Los Vástagos antiguos también insisten en que sus enemigos del Sabbat conocen los rituales del Amaranto, prácticas blasfemas que les permiten consumir el alma de los vampiros a quienes destruyen. Tras asesinar a un vampiro más antiguo (concretamen­ te, uno de menor generación), consumen la sangre de su víctima, con lo que le roban el poder de su alma. Como este rito constituye la más negra de las traiciones, normalmen­ te se conoce como diablerie, y se persigue a quienes lo practican. Al diabolizar a un vampiro más antiguo, un seguidor del Sabbat roba de forma patente el poder de éste, con lo que rebaja su generación y se acerca más a Caín. Esta es una de las razones por las que se condena a los sabbats de monstruos como villanos, ya que no sólo amenazan los dominios de la Camarilla, sino las mismas almas de los Vástagos. Es impensable que un Vástago de la Camarilla victoriana cometa tal crimen. Los que poseen instintos sobrenaturales pueden detectar un aura malsana alrededor de un diabolista. Según la costumbre conocida como la Tradición de la Destrucción, se debe eliminar a estos villanos. Sin embar­ go, como de costumbre, existe cierta hipocresía. Se sospecha que el mismo fundador del clan de los Brujos, el propio Tremere, ascendió a las filas de los 13 Antediluvianos devorando el alma de un Antiguo. De un modo típicamente victoriano, se enseña así a muchos chiquillos que todos los Tremere llevan en su interior esta vena de maldad, que, por otra parte, aparece subrepticiamente reproducida en los otros seis clanes de la secta.

Vínculos de san8re

Los Antiguos a menudo olvidan mencionar que poseen sus propias variantes, si bien debilitadas, de los ritos diabólicos. A pesar de lo que puedan haber dicho los eruditos romanos, la sangre no es simplemente vida, sino también una medida del alma de uno. Cuando un vampiro bebe de las venas de otro, se convierten en almas gemelas: el siervo queda vinculado a su nuevo amo, esclavizado hasta cierto punto. El acto de consumir la sangre de otro define los roles de dominio y sumisión. A veces se conoce al amo como regente, mientras que el siervo se convierte en un mero esclavo. Si el esclavo se alimenta tres veces de la sangre del regente durante el transcurso de al menos tres noches, se convierte en subordinado suyo para toda la eternidad... o eso es lo que dice el rumor. En realidad, los vínculos de sangre se debilitan con el tiempo, pero los antiguos no suelen acceder a contarle esro a sus chiquillos, a no ser que demuestren su resistencia al consumo de su propia vita: de gran potencia. Con la exacerbada sensibilidad victoriana, este vínculo de sangre ha alcanzado nuevas cotas de simbolismo romántico. Ahora es la última moda el celebrar grandes fiestas para chiquillos que honran a sus mayores al someterse a los vínculos de sangre. Aceptar un vínculo de sangre se considera equivalente a aceptar el lugar de uno en la sociedad. Aunque a los chiquillos se les enseña a honrar a sus sires, es poco sorprendente que la idea de verse esclavizados por toda la eternidad los aterrorice. El vínculo de sangre, que a menudo se ve como un castigo, se ha convertido en un poderoso incentivo para someterse o, al menos fingir sumisión. A la mayoría de los Vástagos se les enseña que un vínculo de sangre sólo se mantiene cuando un vampiro mayor mantiene la esclavitud de uno más joven. Como gran parte de lo que se dice en la sociedad de la Camarilla, esto es mentira. Los vínculos de sangre secretos no están reconocidos por los rituales de la sociedad, y, por lo tanto, pueden ser mucho más terroríficos. Los

CAfÍTULO UNO

vínculos creados furtivamente a menudo desafían las exigencias de la sociedad. Un chiquillo puede esclavizar a un antiguo, si ambos llevan a cabo las acciones necesarias, y el vínculo se mantendrá tan firme como cualquier otro. Con la suficiente dosis de traición e intriga, un loco puede esclavizar a un cuerdo, un campesino pede explotar a un noble, o el consejero de una primogenitura puede ser regente de su príncipe. Mediante el poder de la sangre, una mujer vilipendiada por la sociedad victoriana puede cobrar poder sobre los hombres que la han difamado. Una vez que el esclavo se somete al regente, el ritual los vincula en una unión sanguínea. Como cabría esperar, estas posibilidades no se comentan en compañía de gente distinguida. Al mostrar públicamente lo que se consideran vínculos de sangre "correctos" entre sire y chiquillo, o antiguo y neonato, se refuerza la estructura de la sociedad. En este momento, las capillas Tremere insisten en que todos sus iniciados lleven a cabo dos de estas alimentaciones con la sangre de cada uno de los siete antiguos del clan. La ocasión va acompañada de la parafernalia de los altos rituales. Aunque los antiguos puedan afirmar que la Camarilla puede ofrecer la salvación a las almas de sus chiquillos, no comentan el riesgo a que se exponen. Un chiquillo insensato pronto se puede ver esclavizado por los mismos antiguos que le dieron el Abrazo.

La aristocracia de los no-muertos

La civilización requiere sólo gobierno. Los antiguos de la Camarilla ostentan el dominio de las ciudades de los hombres, y hacen valer la concordia social mediante leyes draconianas. Al igual que los Vástagos pueden reflejar los rituales del refinamiento y la elegancia, su contrato social normalmente se usa como apoyo para otras creencias mucho más antiguas. Los antiguos no pueden "gobernar" realmente estas ciudades, pero sí las explotan para su propio interés. Si un chiquillo desea beneficiar­ se de las ideas, el arte y, sobre todo, la sangre de las grandes ciudades, debe seguir la "ley de sangre" establecida por la aristocracia de los no-muertos. El príncipe de una ciudad recibe el asesoramiento de un consejo de primogenitura. En las mayores ciudades, un príncipe que sea astuto reco­ noce a una primogenitura para cada uno de los mayores clanes de su dominio. Sin embargo, no existe garantía alguna de que cada uno de los clanes se vea representado. El concepto mismo del consejo se basa en la vanidad comunal. En teoría "representan" a los vampiros de cada clan. En la práctica, cualquier asomo de democracia es pura apariencia. El consejo en realidad asesora al príncipe en los asuntos del momento, normalmente en aquellos que afectan a cada clan. Cada primogenitura puede afirmar que su clan está unificado, pero esta afirmación es poco más que una manera de privar a los subordinados de su individualidad. Con demasiada frecuencia, la Camarilla victoriana los esclaviza a la vez que les otorga poder. En caso de que un chiquillo estuviese en desacuerdo con un Vástago de este augusto consejo, puede que sufra el golpe del "látigo" de una primogenitura, un ayudante del consejo asignado para hacer respetar la lealtad. Unos pocos idealistas creen que, debido a la relación por medio de la sangre, los vampiros consanguíneos deben apoyar las ambiciones de su primogenitura. Sin embargo, la mayoría de los látigos son hipócritas en el mejor de los casos y marones en el peor. Aceptar las exigencias de tu clan puede servir como recurso... o convertirse en una pesada carga. La primogenitura de cada lugar a menudo es quien establece las diferen­ cias. Los vampiros novicios saben que pueden dirigirse a ella para pedir consejo, ya que las primogenituras pueden asesorar con maestría sobre "lo que creen los clanes", pero el favor se debe devolver en especie, tal y como exige la sociedad. Muchas de las obligaciones sociales de este tipo más onerosas las definen las arpías de la ciudad, los Vástagos obsesionados con los escánda­ los relacionados con la posición social. Asisten a las fiestas y funciones de la Camarilla dentro de la ciudad, reconocidas por el favor de un príncipe (o a veces en lugar de éste). Como vigilantes del discurso aceptable, alaban y se escandalizan de acuerdo con sus caprichos. Poseen grandes memorias, y se apresuran a señalar cualquier contravención de la etiqueta social.

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Aunque esto pueda parecer trivial, el apoyo de los antiguos puede depender de las bendiciones de las arpías, ya que estas imparten la aprobación de toda la sociedad en conjunto.

Tradiciones ancestrales

La costumbre nunca es algo absoluto. Es un arma que blanden de forma totalitaria los que ostentan el poder. La sociedad de los Vástagos se fundó tomando como base las Seis Tradiciones, un código de "ley" social defendido desde la Edad Oscura (e incluso antes, según algunos historia­ dores de la Estirpe). Aunque los inmortales Vástagos son criaturas estáticas, incapaces de envejecer, sus costumbres dependen en gran medida de las situaciones. El príncipe interpreta estas costumbres de acuerdo con la ituación, y, si es astuto, hace cumplir sin piedad sus interpretaciones. Las palabras de cada norma varían poco con el paso de los años, pero cada generación las explota de formas distintas e innovadoras. La primera Tradición: la Mascarada No revelarás tu verdadera naturaleza a aquellos que sean ajenos a la Sangre. De hacerlo, se te negará la Sangre. Aunque la mayoría de las personas normales no pueden demostrar fácilmente la existencia de los vampiros, puede que aun así sospechen que existen estos monstruos. El miedo a menudo evita que expresen lo que sospechan. La sociedad puede rehuir a los que profesan abiertamente tales creencias. Para los victorianos, la superstición es fuerza. Aunque la ciencia arrastra inexorablemente a las tinieblas a los horrores no vistos, hasta el urbanita más hastiado puede sentir su presencia todavía. Los caballeros bien educados pueden mofarse de los cuentos fantásticos en la seguridad de ~us salas de estar bien iluminadas, pero sin duda volverán hacia atrás la mirada mientras viajan en el carruaje de vuelta a casa. En esta atmósfera cargada con el escalofrío de la sospecha, un vampiro solitario que se delate como monstruo podría revelar las vastas conspiracio­ nes de los no-muertos. Después de todo, las sociedades secretas sólo pueden sobrevivir si siguen siendo secretas. En un momento en el que la guerra contra el Sabbat está en su punto álgido, esta Tradición demuestra la gran diferencia que existe entre ambas sociedades. Los Vástagos creen que revelar la existencia de los vampiros al mundo mortal sería desastroso para la propia civilización. Los Cainitas victorianos objetan que los vampiros deberían ocupar su puesto por derecho como amos de la noche y, de este modo, competir por la supremacía en los dominios de la Camarilla. Ya que la creencia en lo sobrenatural, o al menos la sospecha de su existencia, es tan evasiva, muchos chiquillos están dispuestos a soportar los caprichos tiránicos de príncipes despiadados si esto les mantiene a salvo y en secreto. Por estas razones, "destruir la Mascarada" es el delito más grave que puede cometer un Vástago. No es de extrañar, por lo tanto, que sea una de las acusaciones más fáciles de utilizar con las que cuenta un príncipe para eliminar a sus enemigos. Hacer uso abiertamente de un poder sobrenatural es la transgresión más clara, aunque un príncipe puede afirmar que mantener el contacto social con los mortales o con ciertos aspectos de la sociedad mortal puede poner en peligro la seguridad de su ciudad. Comu­ nicarse con el Sabbat puede considerarse también una violación de la Mascarada, pero sólo si los antiguos no son (de forma demostrable) culpables de esa actividad. También está de moda actualmente que un Vástago romántico tenga un amante mortal. El riesgo de ser descubiertos hace más dulces aún los placeres de la carne y la sangre. Los Toreador cuentan historias trágicas sobre amantes a los que se descubre y destruye. Aquellos que revelan los poderes de la Sangre sellan así su propia condenación, ya que los suyos los persiguen y los destruyen. Los victorianos son inmisericordes cuando se trata de hacer cumplir la Primera Tradición. 1 o hay clemencia para los que borran todas las huellas de su delito, ya que ese mismo acto muestra la inmoralidad del villano que cometiese dicho delito. Los mortales supersticiosos tal vez prefieran olvidar estos horrores, pero los Vástagos no suelen hacerlo, especialmente si con estos castigos pueden destruir a un enemigo. Por lo tanto, los vampiros victorianos no sólo deben ocultar las r�mas de la Mascarada a los mortales, _sino que

vampiros. Un necio que cometa este delito una vez puede ser suficiente­ mente insensato como para cometerlo de nuevo. Debido al misticismo de la época, los peligros más mortíferos a que se enfrenta un vampiro al contravenir la Mascarada no proceden del peligro de represalias por parte de los mortales, sino del sentido de la "justicia" de los antiguos. La Segunda Tradición: Dominio Tu dominio es tu responsabilidad. Todos los demás te deben respeto cuando estén dentro de él. Nadie puede llevarte la contraria en tu dominio. Durante la Larga Noche, un vampiro podía matar de forma justa a otra criatura simplemente porque ésta había entrado en su dominio. Como ahora las grandes ciudades albergan veinte o más no-muertos, estas luchas territoriales ya no resultan prácticas. En lugar de esto, ahora el príncipe es superior entre iguales. En la edad victoriana, una ciudad o región bajo la protección de un príncipe se convierte en su dominio inmediatamente después de "ocupar el trono". Los vampiros antiguos no pueden tomar posesión sin la protección de un príncipe de otros territorios más que los que rodean sus refugios. De hecho, asignar un dominio es una de las formas más seguras que tiene un príncipe de reconocer a los que apoyan su mandato. En estas asignaciones, hace responsables a ciertos antiguos de un territorio determinado. Asimismo, lo que da, también lo puede quitar. Los antiguos también pueden considerar "esferas de influencia" dentro de su dominio, especialmente si corresponden a un vecindario que circunda sus refugios. Por ejemplo, un antiguo de los Brujah puede obtener el dominio sobre el transporte y la navegación de una franja de río, o el dominio de la medicina por parte de un Malkavian puede extenderse a un hospital o sanatorio. Los chiquillos no suelen ostentar estor privilegios, y si ponen en tela de juicio este sistema, nunca los recibirán. Algunos príncipes astutos han comenzado a reconocer ciertos territo­ rios como dominios de un clan en particular. "Los salones de esta ciudad son dominio del Clan Toreador", puede opinar un Degenerado, "porque siempre han sido nuestros". De un modo similar, cuando Robert Peel creó la fuerza policial de Londres en 1829, los Ventrue de la ciudad se unieron para declarar a la policía parte de su dominio. Por lo tanto, cualquier ataque contra un oficial de policía constituye un ataque a los Ventrue de Londres, una tradición que ha continuado vigente durante décadas. Cada vampiro de un clan comparte la obligación de proteger el dominio de éste; un Vástago que rechace su llamada a las armas no debería esperar de su clan apoyo ni favores. La Tercera Tradición: Progenie Sólo engendrarás a otro con el permiso de tu mayor. Si creases a otro sin el consentimiento de tu mayor, tanto tú como tu progenie deberéis morir. Dentro de la Camarilla victoriana, un aspirante a sire no sólo necesita el permiso de su propio sire antes de crear un chiquillo, sino también el de su príncipe. Esto no sólo refleja la necesidad de preguntar si puede existir otro vampiro en la ciudad. La progenie debe ser digna de heredar el linaje del clan. Si el chiquillo no reúne esta condición de modo satisfactorio antes de que su sire lo "libere" (tal como define la Cuarta Tradición), puede ser destruido. En muchos casos, príncipes y primogenituras ven en un chiquillo un recurso para alcanzar sus objeti­ vos antes incluso de que la criatura reciba el Abrazo. Como los príncipes justifican la ostentación de poder absoluto sobre sus dominios, hacen cumplir su interpretación de esta norma con una convención brutal: el azote. A los Vástagos existentes en las afueras de una ciudad se les concede el derecho de peinar el campo de_ los alrededores en busca de vampiros que se oculten del príncipe. Se espera que los Gangrel realicen esta labor siempre que cazan fuera de la ciudad. Es una costumbre antigua, tan antigua como la Primera Ciudad, pero algunos jóvenes Gangrel recalcitrantes creen que se trata de una convención nueva. Sin duda, cuando sean mayores podrán mostrarse ofendidos por esta explota­ ción. Tal vez éstas y otras expectativas de la Camarilla puestas en los Gangrel puedan pasar de moda como resultado. Si se encuentra a un vampiro que no se haya presentado al príncipe y no pueda demostrar un linaje aceptado, se le deberá llevar ante el príncipe

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y la primogenitura para aceptar su juicio. Estas cuestiones suelen ser breves, y tienen como resultado la destrucción del infractor "por parte de la sociedad". A continuación se hace honor al cazador que encontró al criminal y lo llevó ante la justicia. Esto es una posible analogía de cómo se valora más a un perro de caza que a un mero perro doméstico. Esta costumbre anima a todos los chiquillos a obedecer estrictamente las Tradiciones, aunque sólo sea por el bien de su propia supervivencia. La Cuarta Tradición: Responsabilidad Aquellos que crees son tus propios chiquillos. Hasta que tu progenie deba ser liberada, deberás dirigirlos en todas sus acciones. Tú deberás sufrir por sus pecados. Un sire es responsable de su chiquillo hasta que éste quede "liberado", lo cual suele suceder cuando se le presenta ante el príncipe. Los vampiros victorianos pueden hacer esperar a sus descendientes años antes de este acontecimiento (un tiempo especialmente largo para algunos). Durante este tiempo, el chiquillo debería correr riesgos y hacer sacrificios por su clan cuando así se le exija. En caso de apartarse del buen camino, el príncipe no tiene ninguna obligación de reconocer sus derechos, y otros vampiros pueden matarlo o alimentarse de él como mejor les parezca. Por supuesto, hacer esto provocará la ira del sire, por lo que es un privilegio del que rara vez se suele hacer uso. Cuando el chiquillo queda liberado, se le denomina formalmente "neonato". Incluso entonces debe seguir cumpliendo con sus obligaciones. En cierto sentido la obligación para con su sire queda complicada por la obligación para con su clan. Las peticiones que puedan hacer los antiguos pueden ser tan sencillas como patrullar una zona de dominio e investigar posibles violaciones de las Tradiciones, entregar correspondencia perso­ nalmente o incluso representar a un antiguo en un acontecimiento social que tenga lugar lejos de un dominio seguro. Puede que un antiguo cruel ordene a su chiquillo realizar tareas que vayan más allá de los límites de las Seis Tradiciones. Si el neonato "se aparta del camino", la justicia de la Camarilla lo deshecha o lo destruye, como una herramienta prescindible. Lo bien que responda un neonato a las exigencias de los antiguos influye sobre su posición dentro del clan y de la ciudad. Las peticiones más difíciles ponen a prueba la lealtad de un Vástago o crean un conflicto de intereses. Si el sire de un Vástago posee una gran ambición, puede que su príncipe tenga que sofocarla. Como resultado, puede que un neonato goce del favor de su sire, pero sufra el odio de su príncipe. Puede que se exponga a un gran riesgo por el antiguo de un clan, pero se gane la enemistad de otro. Estos conflictos entre cuadrilla y clan y entre clan y príncipe definen el carácter mismo de los vampiros victorianos. La Quinta Tradición: Hospitalidad Honra el dominio de los demás. Cuando llegues a una ciudad desconocida, deberás presentarte ante aquel que la gobierne. Si no se te acepta, no eres nada. Un vampiro que viaje a una ciudad nueva debe presentarse al príncipe (y, en algunas ciudades, también a un antiguo o una primogenitura de su clan). Los victorianos a menudo cumplen este requisito con rígida y calculada formalidad, acompañada de un recitado del linaje y la ascenden­ cia. Las ciudades más grandes pueden exigir que los visitantes se presenten al príncipe la noche que lleguen (y posiblemente a varios antiguos en el transcurso de una semana). Muchos Vástagos mantienen correspondencia regular con los antiguos de las ciudades que pretenden visitar, con lo que se preparan para esas eventualidades. Las cartas formales de presentación, las tarjetas de visita enviadas por esbirros y las reuniones convenidas de la alta sociedad fomentan la movilidad social... y la supervivencia. El viajero que no esté convenientemente preparado arriesga su existencia misma. Si un rebelde huye de una ciudad y sobrevive, puede que se le destruya en el siguiente dominio que visite porque no ha preparado una presentación adecuada. Si el príncipe está sobrecargado de obligacio­ nes, puede que designe a un miembro de una primogenitura para recibir a los visitantes en su lugar, lo que provocará una pérdida más grave aún de posición si el visitante no es capaz de averiguar esto con suficiente tiempo.

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Desincentivar a los neonatos para viajar libremente sirve para mantenerlos en su sitio apropiado dentro de la jerarquía de una ciudad. La paranoia intensifica estas tensiones cuando los Vástagos de una ciudad temen al Sabbat. Se puede confundir a un recién llegado con un enemigo, o, cuando menos, con un espía o simpatizante. Si no se cumple la tarea con suficiente rapidez, un príncipe puede hacer uso de la Segunda Tradición para acosar, cazar o castigar al transgresor. Un príncipe tiene el derecho (no, ¡el deber!) de enfrentarse a cualquiera que entre en su dominio sin invitación. Puede incluso que le niegue la hospitalidad, especialmente si tiene algún prejuicio o guarda rencor hacia un clan en particular o el chiquillo de un determinado sire. Los vampiros antiguos están por encima de estas cuestiones. A menudo se consideran inmunes a esta obligación por el hecho de no reconocer la autoridad del príncipe por encima de la suya. Los vampiros independientes, como los Ravnos o Giovanni, pueden mofarse de la autoridad de un príncipe, especialmente si sólo "están de paso" por su dominio. Los autarcas desafían abiertamente estas reglas, y no sólo recha­ zan los privilegios de la hospitalidad, sino que incluso tientan a la suerte al arriesgarse a su propia destrucción. Los chiquillos desgraciados a los que se da el Abrazo y se abandona ignoran estas distinciones, hasta que el azote da con ellos y les obliga a reconocerlas... o los destruye por completo.

La Sexta Tradición: Eliminación Se te prohíbe destruir a otro de tu especie. El derecho de eliminación pertenece sólo a tus mayores. Sólo el más antiguo de entre vosotros podrá invocar la caza de sangre.

En su sentido original, esta tradición otorgaba a un sire el derecho de destruir a su progenie, tal y como mantiene la costumbre de la Estirpe. Los victorianos han extendido el significado del término "antiguo" para incluir también a los príncipes. Por lo tanto, el príncipe puede designar la destrucción de cualquier otro Vástago dentro de su dominio si éste ha ,iolado alguna de las Seis Tradiciones. Si otro vampiro destruye a un ástago sin hacer uso del Derecho de Eliminación, este acto se considera equivalente al asesinato. Por supuesto, esto se aplica sólo a los Vástagos, y, más concretamente, a los reconocidos por el Derecho de Responsabilidad. La posición social controla la balanza de la justicia. Cuanto más alta es la posición social o la generación de un Vástago, o incluso su clan, más rápidamente acudirán los sabuesos del príncipe en busca de su presa. Los Vástagos tradicionales han tomado esto como una licencia para destruir impunemente a autarcas y anarquistas. Un príncipe sensato no tolerará la existencia de estos marginados, ya que de hacerlo envilecería su propio Derecho de Eliminación.

La ley del talión y la caza

Ojo por ojo y diente por diente, dice el gran libro. Un príncipe es tan fuerte como lo sea su sentido de la venganza justa. Por lo tanto, debe asesinar a aquellos que se opongan a las Tradiciones. Todas los que oigan esta llamada tienen la obligación de prestar ayuda a los cazadores en un ejercicio expedito y brutal conocido como caza de sangre. Los Vástagos saben que sólo un príncipe puede invocar esta "ley del talión". Este honor no se concede todavía a los antiguos, y ciertamente tampoco a los ancillae. Los Vástagos de una ciudad, extendidos por ella como una red, siguen el rastro a su presa. Como en la época victoriana la velocidad de las comunicaciones y los viajes es limitada, los cazadores deben ser rápidos. Si se retrasan lo mínimo, es posible que se les escape la presa. _\lgunos príncipes han llegado a considerar este "deporte" como moda, y, por lo tanto, hacen uso de él con regularidad para mantener entrenados a us cazadores. Sin embargo, incluso en los dominios vigilados con más crueldad, este acontecimiento a menudo es poco más que una forma mortífera de expulsar de la ciudad a un Vástago descarriado de la Camarilla, para que no vuelva nunca. A los asesinos eficientes se les alaba como sabuesos del príncipe. Para muchos Brujah, Nosferatu y Gangrel de linaje dudoso, ésta es su oportuni­ dad de que se les considere algo más que simple Chusma, Ratas de Cloaca

o Animales. Aunque todavía se respeta la Mascarada, las clases inferiores todavía disfrutan estas ocasiones con la pasión de la caza del zorro inglesa. En las pocas ocasiones en que se atrapa a la presa, se lleva al monstruo ante el príncipe para su juicio, tortura o ejecución inmediata, dependiendo del carácter de éste. A pesar de lo civilizada que finge ser la Camarilla victoriana, cuando un príncipe se encuentra en el punto máximo de su crueldad, la distinción entre la brutalidad de una caza de sangre en el corazón de Londres y la práctica monstruosa de empalar cuerpos en lanzas en un tirsa transilvano es meramente académica. La Bestia Interior adopta numerosos disfraces, pero el rostro de la brutalidad permanece inalterado. Los excesos y la brutalidad de la caza de sangre victoriana actualmen­ te son el último grito, aunque algunos se preguntan cuánto tiempo más durará. De momento, los príncipes explotan su fuerza y citan precedentes de la ley del talión como justificación razonada. Como cabría esperar, ese mismo exceso, combinado con la posición social baja de un chiquillo y las interpretaciones despiadadas de las Seis tradiciones, han animado a mu­ chos a buscar alternativas al servicio en la Camarilla. Al enfrentarse a la injusticia, puede que los neonatos conspiren en secreto con vampiros más independientes... o caigan presa del proselitismo del Sabbat.

8ociedad Cainita

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El mundo gótico victoriano se define por agudos contrastes. Fuera de las "tierras civilizadas" del Imperio, la Espada de Caín se ha alzado para caer sobre el corazón mismo de la Camarilla. El Sabbat victoriano no cree que exista ninguna razón para ocultarse de la humanidad. En lugar de esto, estos vampiros preferirían someter a la humanidad. Un Cainita no finge ser mortal. Se abandona libremente a su naturaleza monstruosa. Si son ciertas las afirmaciones de la Camarilla, el sacrificio de inocentes, la corrupción de lo virginal y la profanación de terreno sagrado son altos rituales para el Sabbat. Con su característica arrogancia, la Camarilla victoriana retrata los terrenos ajenos a su influencia a grandes rasgos. Lo que los Vástagos no comprenden, lo condenan. Sin embargo, los antiguos han vislumbrado unos pocos fragmentos de verdad. El Sabbat victoriano se opone a la propia civilización. Tras haber conocido la libertad que la rígida sociedad del Imperio no tolera ni comprende, los chiquillos del Sabbat aprecian en gr:m medida las incorrecciones que la Camarilla condena. Aunque los antiguos más sabios del Sabbat aconsejan discreción, especialmente después del Pacto de Compra, que ha servido, al menos supuestamente, para el fin de cambiar la orientación de la secta, ésta se ha visto invadida por una nueva generación de vampiros depravados que veneran todo lo que es impío. Como esteras que rechazasen el convencio­ nalismo, los chiquillos del Sabbat juegan con fuego. Les entretienen los ritos salvajes, el opio y la absenta, la blasfemia baudeleriana y los intentos aparentes de fingir degeneración sexual. De sus viajes a oriente traen delicias orientales, que van desde las complejidades del tatuaje asiático hasta grotescas torturas desconocidas. Sin embargo, lo que empieza como declive del mundo civilizado se convierte con demasiada frecuencia en una espiral descendente hacia el abandono todo lo humano. La locura defini­ tiva y la libertad definitiva están entrelazadas inexorablemente. Los Cainitas no Reciben el abrazo y la instrucción de los chiquillos, desde luego, no con los extensos periodos de tutela en cuanto a etiqueta y buenos modales a que se someten los Vástagos. En lugar de esto, el fervor se les inculca con los Ritos de Creación. Al chiquillo se le sacrifica, y a continuación se le hace pasar por umbrales nuevos de experiencia por medio del placer y el dolor. Una vez que un mortal privado de sangre consume la vitae! de un vampiro, los ritos le permiten atravesar la frontera ente el mundo de los vivos y una existencia monstruosa. En esta era bárbara, uno de los Ritos de Creación comunes consiste en enterrar vivo al novicio, con lo que se le obliga a luchar por su no-vida abriéndose paso con las garras hasta la superficie. El chiquillo, debilitado y cansado, se ve asaltado y sometido a la fuerza, después de lo cual comienza

EL IMnKIO AL MOCH[C[K

el siguiente rito deshumanizador. Aunque éste es un método muy extendi­ do para inculcar la lealtad al Sabbat, especialmente cuando una Cruzada se encuentra en su punto álgido y se necesitan tropas de asalto, no es en absoluto el único. La creación de un monstruo a menudo es una experien­ cia altamente personal, creada a la medida de la víctima. Una Toreador del Sabbat puede enseñar a su amante nuevos roles de dominación y sumisión, y demostrar así conocimientos que una verdadera mujer victoriana nunca se atrevería a profesar. Un Malkavian del Sabbat podría usar la clarividen­ cia y la tortura para privar a la mente de un novicio de su frágil cordura, y crear lentamente un monstruo bestial y demente. Los antitribu Tremere sucumben a rituales de dominio demoníaco, mientras que los antitribu Brujah dotan a sus chiquillos de una nueva fuerza obligándoles a sacrificar a los mismos campesinos a los que defendían anteriormente. La creatividad corrupta destruye la identidad anterior del chiquillo, y lo libera de las restricciones de la mera humanidad. A medida que el nuevo vampiro recobra un pellizco de cordura, puede que opte por aliarse con otros que hayan sufrido tanto como él. A continua­ ción, se somete a la Vaulderie, una ceremonia en la que los Cainitas comparten su sangre en un cáliz comunal.Tras deleitarse con la sangre de los de su propia especie, conforman una manada dedicada a una cruzada contra la propia humanidad. Los Cainitas odian tener que ocultarse de la humani­ dad. No pueden comportarse abiertamente como vampiros, debido sencillamente al número de criaturas inferiores (incluidos los Vástagos). La Vaulderie confirma que la primera lealtad de un Cainita es para con los suyos. Los Vástagos negarían rotundamente que exista ninguna libre elec­ ción al someterse a la Vaulderie, lo cual es una acusación irónica teniendo en cuenta la explotación constante a que tantos neonatos de la Camarilla se ven sometidos por parte de sus sires. La práctica de la Vaulderie pone de relieve claramente el desprecio del Sabbat para con la sumisión voluntaria que practica la Camarilla, el suicidio de someterse a los Antediluvianos y la opresión que practican los antiguos Vástagos. Un chiquillo Vástago puede verse obligado a formar un vínculo de sangre con un antiguo de confianza, pero una manada crea este mismo vínculo de lealtad de forma voluntaria entre todas las bestias que corren con ella. La liberación de la Vaulderie es tan profunda que el chiquillo puede olvidar todas las preocu­ paciones pasajeras que tuviese antes del ritual. Es una forma muy diferente y casi espiritual de "renacimiento".

Qevolución eterna

Cuando los Fundadores propusieron la sociedad de la Camarilla, los sabbats vampíricos la denigraron. Era evidente que se trataba de un medio para que los Antiguos mantuviesen esclavizados a sus descendientes. Los líderes del movimiento eran meras marionetas que hacían cumplir la voluntad de sus amos en la sombra. Su sociedad, por lo tanto, se ha vuelto anquilosada y sumisa, y mantiene a los vampiros jóvenes sometidos como siervos de una aristocracia ilegítima y eterna. Las leyendas sugieren que llegará una noche en la que los Antediluvianos despertarán para destruir a las criaturas que ellos mismos crearon. Los Cainitas afirman que la Camarilla mantiene la docilidad de sus jóvenes para que cuando los Antediluvianos se despierten, los vetustos vampiros puedan destruir y devorar a los Vástagos con poca o ninguna resistencia por su parte. La Espada de Caín desea derrotar a estos antiguos. Cuando una Cruzada del Sabbat pone en peligro un dominio de la Camarilla, los líderes de la manada usan rituales de diablerie para atenazar a los antiguos Vástagos y robar el poder de su sangre. Cuando una manada destruye a su víctima, el banquete de almas roba el espíritu de su víctima. Cada vez que un vampiro joven diaboliza a un antiguo, rebaja su generación. De este modo, las manadas de Cainitas se acercan a Caín, y cobran fuerzas para la noche en que acaben con los propios Antediluvianos. Los vampiros del Sabbat se deleitan con estas ruines ambiciones. Por supuesto, si no aprenden a comportarse de un modo más sutil, puede que se delaten como peligros evidentes a los que se deba destruir. Si no obtienen cierto grado de éxito inmediato, perecerán.

Vaulderie

Mientras que los vampiros de la Camarilla hablan de guardar sus almas contra la Bestia, los sacerdotes del Sabbat practican ritos de unidad espiritual entre los Cainitas. Éstos, una vez creados, forman manadas, que a menudo merodean como monstruos y hacen lo que se les antoja. Para mostrar su alianza común, practican el rito de la Vaulderie, de compartir las almas. El sacerdote de la manada presenta un cáliz en el que cada vampiro contribuye con una parte de su sangre. A continuación se pasa dicho cáliz de un miembro a otro de la manada, para que todos puedan alimentarse de él. Los resultados son parecidos a los del vínculo de sangre de la Camarilla, pero, en este caso, los miembros de la manada no quedan sometidos unos a otros, sino aliados entre sí. Según se dice, tras alimentarse de este modo muchas veces, el vampiro sustituye lentamente su propia identidad, y su propia alma, por la esencia de la manada.

Obispos y arzobispos

Los arzobispos son al Sabbat lo que los príncipes a la Camarilla. En la mayor parte del viejo mundo, siguen la tradición medieval de gobernar vastas zonas de tierra indómita como sus dominios. En zonas menos seguras, una ciudad sin un arzobispo poderoso posee una sede de obispos enfrenta­ dos entre sí, normalmente de dos a cinco, dependiendo del tamaño de la ciudad. Las zonas muy inestables cuentan también con un consejo de Prisci, que con demasiada frecuencia usan su influencia dentro de la secta para disputarse las riendas del poder. Si un obispo (o arzobispo) posee poder, es porque ha derrotado a todos sus rivales en desafíos formales. El viejo mundo se somete lentamente a las ambiciones de la Cama­ rilla debido a una falta de liderazgo claro en la política. Sólo unas pocas ciudades europeas han quedado corrompidas por las cruzadas del Sabbat, pero unos pocos Cainitas reverenciados vigilan ciudades enteras en el viejo mundo y hacen de ellas parodias del antiguo Imperio de la Camarilla. En el nuevo mundo, especialmente en Estados Unidos, los neonatos de la Camarilla han informado sobre manadas del Sabbat que capturan peque­ ñas ciudades muy apartadas de la civilización. Los Cainitas de Norteamérica han comenzado a adoptar creencias primitivas, y a adaptarse a las prácticas de los salvajes. La supervivencia de la secta podría de estas innovaciones. El Sabbat ha comenzado a adoptar la parafernalia de una orden religiosa, especialmente en las principales ciudades que ocupa en la actualidad. Desde las remotas ciudades de Escandinavia y España hasta las tirsas y knezates de Transilvania, la secta profana y corrompe lugares sagrados, y los usa como templos para sus ritos atroces. Cada arzobispo (o sede de obispos) dirige a varios sacerdotes del Sabbat que pastorean a manadas de ambiciosos Cainitas, y les inspiran la lealtad, el fervor y la obediencia debidos. Los que no respetan esta obediencia vuelven a terri­ torio salvaje, y demuestran por qué la verdadera fuerza de la secta se encuentra oculta en zonas rústicas y bárbaras.

Clanes Cainitas Los Tzimisce son los amos por antigüedad de Europa Oriental, señores no-muertos que someten a los campesinos que explotan. Aterrorizan a tirsas y knezates tradicionales mediante demostraciones nocturnas de poder sobrenatural, aprisionan territorios antiguos en sus poderosas zarpas y los guardan de la luz entrometida del mundo moderno. El tiempo no los ha alterado. Las tradiciones antiguas de la Edad Oscura todavía subsisten dentro de sus dominio , y poseen el poder necesario para destruir a codo aquel que insista en lo contrario. Como monstruos amenazantes en torres escarpadas de castillos destartalados, son tan eficaces en su dominio que sus reputaciones incluso se comentan en voz baja en los territorios civilizados. Estos demonios son la fuente de muchas de las ideas de los mortales civilizados sobre la naturaleza legendaria de los vampiros victorianos. Los fanáticos religiosos del clan han tomado las creencias del Sabbat y han insertado en ellas sus propias herejías. Los antiguos ingeniosos han perfeccionado antiguos rituales para transformar sus propios cuerpos en

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variantes obscenas de la fisiología convencional, y han dado forma a su carne para convertirse en criaturas blasfemas. Invalidan las teorías de Darwin al demostrar que incluso los brotes más horrorosos del proceso evolutivo pueden florecer. Del mismo modo, infestan territorios que la Camarilla es incapaz de proteger, y los rehacen a su propia imagen envenenando la tierra misma con sus hechicerías casi míticas. En marcado contraste con la brutalidad de los Demonios, losLasombra son los maestros de la intriga en la sombra, incluyendo la política del Sabbat. Los líderes religiosos del clan recuerdan sus días en vida como funcionarios de las cortes mortales o de la iglesia, antes de sucumbir a las tentaciones del poder y el mal. Los amos de la política dirigen a sus descendientes en Italia y España, y se aferran desesperadamente a reinos que los Cainitas más jóvenes han rechazado. El clan degeneró en el mal cuando un antiguo dirigió a una manada de seguidores en el asesinato y la diablerie del su fundador, con lo que demostraron la virtud de destruir a los superiores de uno. Manipulando incluso las tinieblas que los rodean mediante el poder de la sangre, los Guardianes conspiran para utilizar la misma traición contra sus amos Antiguos. Los clanes antitribu son distorsiones de los ideales de la Camarilla. Los antitribu Gangrel son salvajes de terror victoriano, más bestias que hombres, y la mayoría de las veces de aspecto terrorífico, como resultado de su inclinación por los instintos animales. Los antitribu Malkavian afligen a sus víctimas con locura, y extienden la demencia como una peste por en poblaciones tanto naturales como sobrenaturales. Los antitribu Toreador son tan hermosos como crueles, igualmente insensi­ bles o torturadores para con sus amantes mortales. Losantitribu Nosferatu suelen despreciar estos intercambios sociales, ya que el deleite bestial, la explotación de los pobres y la observación de la fealdad de la época resultan mucho más atractivos. Antes de que las revoluciones convulsionen la secta, el Sabbat alberga aún verdaderos anacronismos medievales. Durante la era victoriana, \a; antitribu Ventrue son un clan marginado, y aceptan a los antitribu Brujah guerreros como aristocracia de su secta, y luchan durante décadas por superar el estigma de su clan. Los antitribu T remere son reliquias de una era difunta, que aun buscan los poderes que la no-muerte puede depararles al manipular la magia. Aún así, el Sabbat victoriano es suficientemente fuerte como para soportar estos cambios, e incluye a muchos clanes en uno a la vez que preserva la libertad... a cualquier precio.

Los independientes

Tanto la Camarilla como el Sabbat se encuentran complicados en rituales sangrientos y políticas traicioneras. Por lo tanto, no es de extrañar que algunos rechacen ambas uniones, y se mantengan fieles a sí mismos por encima de todo lo demás. Llegada la época victoriana, han emergido varios clanes independientes políticamente significativos por derecho propio. Los Seguidores de Set se reúnen como nidos de víboras, y penetran arrastrándose en lugares ocultos por todo el mundo. En las tierras civiliza­ das, han comenzado a aprovecharse del nacimiento de una nueva ciencia arqueológica: la egiptología. Los mitos y leyendas egipcios ocupan un puesto preferente en las creencias de muchos estudiosos de lo oculto victorianos.Tras las expediciones arqueológicas de Sir Petrie en la década de 1880, y las excavaciones de Akhenaton, aumenta el interés por la egiptología. Los nombres de los dioses egipcios se hacen famosos en círculos académicos. Sin embargo, al mi mo tiempo, Egipto se ha conver­ tido en terreno de confrontación entre Inglaterra y Francia. Dos imperios se disputan el control de una nación que no comprenden. Al igual que los estudiosos victorianos han encontrado nuevas revelaciones en la magia y el ocultismo estudiando el saber egipcio, las Serpientes poseen conoci­ mientos ocultos anteriores a la Camarilla, la Primera Ciudad e incluso la condenación de Caín. Según sus creencias heréticas, Set creó lo que ellos consideran el clan más antiguo y original a su imagen. Los cultos de Setitas en la edad victoriana preparan al mundo para el momento en que pueda

rehacerse el Imperio a imagen de Set. Los mortales a quienes explota el clan han perdido cualquier signo de comedimiento victoriano, ya que a menudo son adictos en secreto a las sustancias, los servicios y las activida­ des degeneradas que les proporcionan los hijos de Set. Los cultos Setitas poseen templos ocultos en la oscuridad, donde pueden pronunciarse los nombres antiguos y conservarse las viejas costumbres. A medida que aparecen los nidos de estas serpientes, intentan recuperar reliquias sagra­ das que han sido robadas, debilitar a las religiones que desafían a su dios, reconquistar las colonias de Gran Bretaña en Egipto y volver a hacerse con el mundo para mayor gloria de Set. Los Ravnos son los herederos no-muertos de las tradiciones nómadas, y vigilan a compañías de viajeros mortales que recorren Europa. Estos vampiros se mueven entre las ciudades y el campo con igual libertad, y nunca se quedan suficiente tiempo como para sufrir del todo el desprecio de los príncipes, las maquinaciones del Sabbat o las consecuencias de sus acciones. Los Mentirosos se sienten furiosos al ver que el mundo no tiene lugar para ellos, y se cobran venganza en los que ostentan el poder, y reservan tanto a príncipes como a arzobispos el "Trato": planes destinados de desatar el rencor y la tristeza a su paso. La; Giovanni están unidos por un acto de traición. Durante el renacimiento italiano, sus ancestros mortales se convirtieron en maestros de las artes nigrománticas. Sus atrevidas innovaciones atrajeron la aten­ ción del progenitor Antediluviano de un clan olvidado, un culto a la muerte fascinado por los misterios crípticos de la tanatosis. Los Giovanni se unieron y conspiraron para diabolizar a los antiguos del clan, con lo que se ganaron un puesto infamante entre los no-muertos. Después de esto, los Nigromantes dieron el Abrazo a generaciones de descendientes e incorpo­ raron nuevas familias a su conspiración eterna. Con su ambición característica, los Giovanni y sus familias aliadas han extendido su influen­ cia dondequiera que la vigilancia de la Camarilla se ha relajado. Con su dominio de las artes ocultas, los Giovanni convocan a los mismo espíritus de los muertos para alimentarse de sus enemigos. Al estar tan extendida la obsesión con el espiritualismo en esta época, cada año que pasa, las sombras y los espectros encuentran más fácil de evadir la frontera entre los mundos, lo que proporciona más poder a los Giovanni. Los Assamitas son un enigma para la Camarilla, ya que rara vez se los ha visto, salvo en leyendas... y en pesadillas. Como clan de vampiros de Oriente Medio, mantienen viva una cultura mucho más antigua que la Camarilla o el Sabbat. Los Vástagos dan por hecho que saben todo sobre estos "asesinos morenos", y los denigran con epítetos racistas. Sin embargo, estos chiquillos no saben de los secretos del clan: sus siglos de saber sobre la magia de sangre árabe, su dominio de las disciplinas ocultas del sonido y el silencio y de las culturas de los no-muertos árabes, sociedades secretas sorprendentemente parecidas a las de los Vástagos. Como parte del Tratado de Tiro, los Sarracenos se sometieron a una maldición: los hechiceros Tremere celebraron un ritual que les incapacitaría para prac­ ticar la diablerie. Los Vástagos ignorantes no sospechan que varios Ventrue antiguos, como parte del tratado, han formado una alianza secreta con los maestros del clan, cuyos firmantes prometen mantener sus cuchillos apuntando a las gargantas de sus enemigos comunes.

Cuadrillas y conspiraciones

Como cabría esperar, los vampiros más antiguos recuerdan el tiempo en que no había Camarilla ni Sabbat. Se refieren a ese período como la Larga Noche o la Guerra de los Príncipes, el período entre la caída del Imperio Romano y el Renacimiento. Algunos chiquillos sospechan que pudo haber un tiempo en que sus antiguos llevasen a cabo intrigas sin los límites de las sectas y la política modernas. Están muy en lo cierto. Como la edad conlleva sus privilegios, algunos antiguos aún siguen comunicán­ dose e incluso negociando con los representantes de otras sectas. Estas alianzas cada vez están menos de moda, hasta el punto de que se han convertido en asociaciones ocultas que han sobrevivido al paso de los años.

EL IMrEKIO AL hNOCHmK

Una cuadrilla no puede sobrevivir a estos cambios, sino que se les denomina de forma vergonzante como conspiraciones. Los conspiradores victorianos han adoptado el dramatismo de la época. Como sus actividades entrañan grandes riesgos, incluyendo el posible ostracismo de la sociedad en sí, muchos actúan con la pasión de sociedades secretas. Como la traición puede invitar a la condenación, muchos practican rituales sangrientos que harían palidecer a los de la masonería, o el Hellfire Club. Por separado, las acciones correspondientes a una conspiración pueden depender de mensajes enviados por intermedia­ rios condicionados, correspondencia encriptada y cifrada y, en algunos casos, transmisiones y convocatorias telepáticas. Cuando se reúnen, los conspiradores refuerzan su alianza mediante actos rituales. Los Tremere (y Setitas) suelen ser los mejores sumos sacerdotes de estas celebraciones. Los participantes pueden simplemente alimentarse de la misma víctima esco­ gida, compartir sangre de animal de un cáliz consagrado, rezar a un dios de otro modo olvidado, o someterse al mismo amo.

Le8iones de caballeros extraordinarios

El cazador victoriano es un icono de la época. Con la perspicacia de Sherlock Holmes, el coraje de Mina Murray y la determinación de Van Helsing, los cazadores mortales luchan por recobrar las ciudades de la humanidad. Ya vayan armados de escopetas, bastones de estoque o garro­ tes, cubiertos con gorras de cazador o capas de estilo lnverness, son modelos singulares de valor. Muchos cazadores echan mano de la espada y la pistola para vengar a los seres queridos que han sido víctimas de la depredación de los vampiros. Los que se dedican por entero a estas hazañas tienen fama de ser enemigos incansables. Por otra parte, tendrían que serlo para dedicarse a ellos. Una vida de venganza tiene el riesgo de dañar la reputación de uno, la seguridad económica y la posición social de uno. Los cazadores más mortíferos son devotos estudiosos del ocultismo, ya que buscan las verdades sobre el temido vampyr. Unos pocos incluso poseen sus propias armas sobrenaturales, ya se trate de espiritistas, psíquicos o guerreros de Dios (algunos ocultistas denominan a estos poderes Númenes). Los cruzados especialmente religiosos consideran a los vampiros instrumentos del Adversario, la encarnación misma del mal. Para ellos, no sólo están en juego las vidas, sin,·· · 01 I", 1.,, .,\mas de las víctimas de los vampiros. Con la aparición de las nuevas ciencias y de"111•, , •l, tni C!Q¿)0 �tó 0 lo welfo. 'fev90 l60cfovo, fuv90 0b�evfo, fuv90 opio... Pod,e,.tno� PQ¿)0r el ti,e,.tnpo ev 0v0 �­ plivdido felicidad b0�t0 qve b090 qve 0limvfor 0 l0 c:0c:bill0. Ob, vo m b09Q¿)C:Q¿)o. �ólo m �to9 dej0vdo llevar por t0 bellez.0. 'f0 bellez.0 9 tni �ed. -f+r0vc:� Gib�ofl Copplewbifu, el Corvi­ c:ero de l9eic:�fur�bire

Aunque los confines del imperio de la Reina Victoria podrían incluir algunas de las vistas más gloriosas que jamás hayan deleitado a los ojos de los mortales, también albergan algunos de los seres más nauseabundos que jamás hayan surgido de ellas. En el subsuelo de las calles, acechando bajo los muelles, ocultos en las sombras y tras las agujas góticas de las Iglesias corretean los abominables Nosferatu. Ésta es una época de pudientes y no pudientes, y las Ratas de Cloaca ciertamente encaman la difícil situación de los segundos. El destino de los Nosferatu, resignados a sus propios dominios mugrientos y mal vistos por prácticamente todos los demás Vástagos, es básicamente el mismo que desde hace tiempos inmemoriales. Sin embargo, los Nosferatu nunca han sido vampiros que se acobarden ante lo que el des­ tino les depara, y en la época victoriana se encuentran tan robustos como siempre. Siguen siendo los amos sin discusión a la hora de ocultarse de la mirada de aque­ llos quienes no desean que les vean, y esta habilidad les permite también hacer acopio de información, al es­ tar ocultos para los sentidos menos aguzados. Cuando se quiere informa­ ción, uno va a las Ratas de Cloaca, todo el mundo lo sabe. Sin embargo, lo que no tanta gente sabe es el potencial que poseen algunos Nosferatu para la humanidad ilimitada. Parece ser que la Maldición de Caín que los desfigura físicamente también tiende a provocar una simpatía que rara vez se encuentra en otros miem­ bros de la Estirpe. Éste no es siempre el caso, y un intruso que suplique clemen­ cia en el dominio territorial de una Rata de Cloaca y espere escabullirse sano y salvo bien podría terminar bastante va­ puleado, cuando no incluso hallar la Muerte Definitiva.

Qesumen

Los Nosferatu llevan haciendo uso de su negocio de intercambio de informa­ ción desde siempre, por lo que cualquier Vástago puede recordar, y la época victoriana desde luego no va a cambiar esto. De hecho, el progreso tecnológico de los tiempos ha proporcionado a las Ratas de Cloaca cada vez más opor­ tunidades de intercambiar sus vetustos fragmentos de información. El telégrafo hace que la comunicación

entre las madrigueras de los Nosferatu sea extremadamente fluida, el ferrocarril permite a los colegas Nosferatu visitarse con menos problemas durante los viajes por territorio salvaje, y el ocultismo emergente de la época incluso permite a los pocos hechiceros Nosferatu existentes intercambiar sabiduría por medios más arcanos. Sin embargo, los Nosferatu no son sólo simples espías. Muchos de los iconos de la época, como los barrios bajos y las mansiones apolilladas también atraen su atención. Lo que • no tienen de bello, lo compensan en versatilidad, y se adaptan a los desafíos y a los cambios de los tiempos con una velocidad casi imposible para un Vástago. Aunque muchos no-muertos permanecen bloqueados debido a su condición de Condenados, los Nosferatu reaccionan con velocidad a los cambios en el mundo que los rodea. Aunque sea propio de los Ventrue y los Toreador ir por ahí haciendo cabriolas y emocionándose al pensar en los legados perdidos de sus ancestros de las noches de antaño, las Ratas de Cloaca saben que para formar parte de un mundo que avanza inexorablemente, uno no puede permitirse ser un anacronismo. Los Nosferatu, amos del mundo ani­ mal superados sólo por los Gangrel, suelen ostentar el control sobre las criaturas de las ciudades. No suelen convertirse en señores de los dominios de los bosques. En lugar de esto, sus esbirros bestiales son las alimañas y otras especies repug­ nantes de las comunidades de los mortales. Aunque un Gangrel pueda hacerse señor de los lobos, una Nosferatu puede proclamarse reina de las moscas o señora de las ratas; los Vástagos con me­ dios más elevados no suelen apreciar la diferencia, pero ésta es importante para los que se sumergen en la inmundicia de las ciudades. Mientras que los Brujah poseen pa­ siones y causas que seguir, los Nosferatu suelen tener intereses, y lo único que diferencia ambas cosas es el grado de im­ plicación emocional del Vástago en cuestión. Los Nosferatu prefieren las afi­ ciones, los campos de estudio, las corrientes de pensamiento; sus fines tienden a lo práctico, e incluso a lo temporal o secular. Has­ /,J7 ta cierto punto, esto refleja su naturaleza. Después de todo, buscan información, o tal vez un vehículo externo que les permita evitar

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LOS CLAN[S

la introspección. Aún así, los Nosferatu se cuentan entre los Vástagos más astutos (al menos, los que no entran dentro del vilipendio que les depara el mundo victoriano) en muchos casos, y en otros, entre los más sensatos.

Dominio

Los Nosferatu, que a menudo deben mantenerse de sobras, metafó­ ricamente hablando, en lo que se refiere al dominio, sienten un perverso deleite al escoger los emplazamientos más horribles que pueden encon­ trar para sus dominios y refugios. Naturalmente, su sobrenombre da una falsa impresión sobre sus gustos en este sentido, y muchos se resignan a ocupar refugios bajo las calles, pero eso no quiere decir de ningún modo que todas las Ratas de Cloaca hagan del lodo del sistema de desagües su reino. Algunos escogen lugares apartados, tales como iglesias abandona­ das o los hogares olvidados de familias venidas a menos, para mejor aislarse del desprecio de otros Vástagos. Otros prefieren la mugre y el bullicio de las ciu­ dades, y habitan en nidos de cuervos en medio de los ba­ rrios de mala fama, bajo los muelles de las vías acuáticas y dentro de esas partes de las ciudades por las que las gentes honradas harían mejor en no pasar. Aún otros se distraen el aislamiento de sus cuerpos deformes retirándose del mun­ do en otros sentidos, y se unen a los monjes escolásticos de monasterios en activo o jue­ gan al leproso y el señor ante los nobles rurales que todavía mantienen sus tierras. Los Nosferatu, más que ningún otro clan, adaptan la naturaleza del depredador soli­ tario al mundo floreciente de las ciudades. Mientras los Brujah forman proles descen­ dientes de un solo sire, bajo las calles de las ciudades se han formado madrigueras enteras de Nosferatu, compuestas por todas las Ratas de Cloaca des­ ven tu radas que decidan permanecer allí y no despertar demasiado la ira de sus compañeros. Tal vez la desgracia compartida es menos, o tal vez la mentalidad de los Nosferatu tiende al punto de vista de "nosotros contra ellos". Sea cual sea el caso, las Ratas de Cloaca son los Vástagos más dados a cohabitar en un solo dominio, o a permitir ciertos "solapamientos" de terreno que sólo se aplican en su caso. Varios territorios parecen dar una idea de preeminencia Nosferatu, pero la carestía .relativa de príncipes y otras luminarias entre las Ratas de Cloaca implica que, incluso en los puestos de poder de los Nosferatu, dicho poder procede de algo externo a los canales de tradicionales de la Cama­ rilla. Se rumorea que, en Roma, por ejemplo, existe un enorme número de Ratas de Cloaca, tal vez suficiente como para considerarse un "reino", por usar la jerga Nosferatu, pero la fuerza de la fe que conspira para mantener a los vampiros en su lugar en una ciudad tan sagrada, sin duda sugiere que su caso es único. Por lo demás, en todas partes hay grandes y terribles Nosferatu que crean dominios en los que merodear sin rivales, como monstruos de la noche, mientras los mortales que los rodean se mueven sigilosamente por miedo a despertar a la Bestia que camina entre ellos.

Aunque esta clase de dominios son los más frecuentes en las tierras bárbaras, las regiones del Imperio algo apartadas de las intrigas principales de la Camarilla también contienen estos horrores rústicos. En ciudades civilizadas, casi siempre se reconoce a un Nosferatu como ser importante entre sus iguales. La disparidad entre las Ratas de Cloaca da color a sus relaciones: el más antiguo normalmente es el más respetado, y de igual modo ostenta el título de primogenitura si el príncipe reconoce ese puesto a los Nosferatu. Por debajo de él (para respetar el sentido de vaga jerarquía que siguen de forma casi incongruente las Ratas de Cloaca), unos pocos ancillae desperdigados tal vez se disputen las pocas influencias que puedan quedar, mientras que los neonatos se dedican a graznar y sisesarse entre sí y a otros Vástagos por los pocos despojos que no importan ni a los ancilla. De hecho, esta podría ser la causa del fenómeno de anidamiento entre los Nosferatu: ¡Por qué molestarse en tomar posesión de una cloaca propia cuando todos los piso­ teados pueden unirse (al menos a ojos de los demás) y hacer que su dominio en co­ mún sea mayor que la suma de las partes?

Intereses

Los Nosferatu se llevan sus influencias e intereses allá donde pueden, lo que a menu­ do es, rencorosamente, a donde otros Vástagos les per­ mitan. Aunque no es inaudito que un Nosferatu se establez­ ca como benefactor de las artes, becario de una escuela (mediante intermediarios, por supuesto) o consejero de un aristócrata, éstas son más bien excepciones. En la mayoría de los casos, los Nosferatu se ven relegados a las filas del submundo o las masas de los desamparados. Los proxenetas y las madames Nosferatu se aprovechan de las casas de meretrices; los ladrones en­ vían a sus pillos escurridizos a robar a otros pobres. Los jefes criminales de poca monta ven­ den mercancía robada en la calle o usan sus poderes de ofuscación para colarse en casas y museos y robar los objetos ellos mismos. Raro es el osferatu que supera la ruina infligida sobre él por el Abrazo. El mundo victoriano depende demasiado del valor de las aparien­ cias como para siquiera considerar que algo tan aparentemente demoníaco como un Nosferatu no sea el horror infernal que aparenta ser. En vista de esto, las Ratas de Cloaca tienden a tomar una decisión pronto, y ésta determina el carácter de sus personalidades en la no-vida desde ese momento en adelante. Algunos Nosferatu se toman al pie de la letra la mentalidad victoriana, y se convierten en encarnaciones de las maldades más negras que represen­ tan visiblemente. Estos Nosferatu son verdaderos horrores, e infligen dolor y consternación sólo por la emoción indirecta que eso les produce, y se echan a graznar siempre que otra maldad se les pone por delante. Estas Ratas de Cloaca suelen ser los matones y los terrores de sus respectivos nidos, y se ceban incluso en otros Nosferatu cuando no tienen delante un objetivo mejor. Afortunadamente, éstos rara vez acumulan influencia o de valor o duración permanente, y pronto quedan abatidos por el peso de su

propia maldad. A la postre terminan destruyéndose a sí mismos u obligando a otros a hacerlo. Cuando no caen en las garras de la Bestia poco después de convertirse en criaturas tan malvadas, pocos de sus compañeros de clan tienen algún escrúpulo ante la posibilidad de convencer a otros Vástagos de que sólo es cuestión de tiempo hasta que lo hagan, y que es por el interés de todos el librarse de ellos cuanto antes. Potros Nosferatu se deslizan hacia el otro extremo del espectro. Entre estas Raras de Cloaca se cuentan los gentiles ermitaños que siguen códigos e moralidad casi imposibles para negar sus naturalezas bestiales, los -nobles salvajes" de las tierras bárbaras o los que simplemente desmienten la imperante moralidad victoriana de presunción y autocomplacencia. Algunos de estos Nosferatu incluso están considerados entre los demás Vástagos como verdaderos santos. La verdad de esto sigue siendo cuestio­ nable, por supuesto, ya que, ¡qué santo se mantiene con la sangre de otros? �in embargo, la sabiduría y la fuerza de voluntad que demuestran estos _ ·osferatu da fe de la fragilidad de los prejuicios victorianos, al menos en cuanto al carácter. Del mismo modo, estas ratas de cloaca rara vez se forjan influencias de gran valor, pero esto se debe más a la falta de contacto que a un deseo apóstata de echar a perder el mundo para que esto se asemeje a 51.1 propio semblante monstruoso. La mayoría de los Nosferatu están en algún punto medio del espectro, 'I" ocasionalmente sucumben a los ardides de la Bestia, pero normalmente rambién reconocen el valor del Hombre interior. Aún así, el mundo rupira en su contra debido a su fealdad, y sus intereses suelen estar donde - . osferatu pueden acumularlos razonablemente: en los puestos inferio­ ;es de la policía, en el bajo vientre infecto de la sociedad, entre los que se ,ítúan por encima de las preocupaciones pasajeras ( como los que se unen a órdenes monásticas o se lanzan al estudio de las ciencias) o incuso fuera completamente del modelo social, convertidos en autarcas con el deseo de conducir sus propias existencias como mejor les parezca.

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¿El Jubileo de Diamante'? Ro seáis absur­ dos. Rosotros no vemos muchos diamantes por aquí abajo. desgraciados. Vemos el fango que no queréis. la porquería que tiráis por los desagües v los restos que dejáis porque no podéis molestaros en limpiar por donde pa­ sáis. �ois derrochadores. orgullosos v estúpidos... ¿y tenéis el valor de mirarnos por encima del hombro'? 'Una noche todo eso cam­ biará... v hasta entonces. volveremos por cualquier medio que tengamos. -Des eoates. expatriado parisino del do­ minio de francois Villon

LOS CLMfS

El Clan de la Rosa se ha asociado durante mucho tiempo con la riqueza, la comodidad y los atavíos externos de la opulencia. Por lo tanto, no sorprende a nadie que los Toreadores medren durante las noches de la época victoriana. Ya se tratase de asistir a una velada aristocrática o de conspirar contra otros Vástagos, los Degenerados disfrutaron durante este período de las mayores comodidades. Como pastores de � los mortales (al menos en sus mentes), la grandeza de la época se debe en gran parte a ellos. � ,í;.1/';,. En realidad, los Toreador se han abierto paso ' como siempre. Aunque el término "pastor" podría tener un halo de verdad, los Toreador sencillamente son los más dados a seguir las corrientes de los mortales, aunque rara vez las provocan ellos. Aunque el mecenazgo de los Toreador ciertamente pueda dar credibilidad a una moda o a un movimiento cultural, especial­ mente en el caso de los Degenerados, extremadamente influyentes, estas corrien­ tes se originan entre los propios mortales. Como parásitos, los Vástagos no hacen más que seguir lo que ven, y los Toreador son los más hábiles a la hora de hacerlo. Aunque otros no-muertos contemplen las oleadas cambiantes del mundo mortal, lo admitan o no, los Degenerados normalmente son los que más tienen que ver con los comportamientos humanos que siguen los Vástagos. En la mayoría de los casos, los Toreador atraen la atención sobre este punto sólo cuando hace falta. Como veteranos de la Yihad, la sutileza está a su favor, y aunque puedan pavo­ nearse y posar, esto se debe en gran medida a un deseo de aparentar ineficacia ante los demás. Los que ven más allá de la fachada de los asuntos de los Vástagos comprenden el verdadero poder que ostentan los Toreador. Los Degenerados pueden crear o destruir el destino social de un vampiro al ver su com­ portamiento de un modo desfavorable o cambiar la opinión de los Vástagos sobre las tendencias que sigue. En una sociedad tan dependiente de la opinión de los demás como es la victoriana, los que pueden ma­ nipular la opinión popular poseen mucha más influencia de la que sospechan los incautos.

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Qesumen

Como intermediarios entre el mundo de los vivos y el de los no-

muertos, los Toreador tratan con mortales individuales con mucha más frecuencia que cualquier otro clan. Aunque otros Vástagos pueden asociarse con el ganado aquí y allá, el tráfico con los mortales es el negocio exclusivo de los Toreador. Se asocian con grupos e individuos; contemplan el curso de la opinión mortal y se asocian con ella para poder tener "la voluntad del mundo a nuestro favor", como dijo un estimado miembro del clan. Los estrechos contactos de los Toreador con el mundo mortal

mente como en con1unto. La propia Camanlla surgió en gran parte como resul­ tado de la influencia de los Toreador. El príncipe de una de las ciudades más importantes del mundo, París, perte­ nece al clan Toreador. Aunque pude que los Ventrue vayan a la cabeza, sus deberes resultarían mucho más difíciles sin el apoyo de los Dege­ nerados: el poder pertenece a los que son capaces de manipular la opinión pública lo suficiente para apoyar sus propios deseos. La práctica del Abrazo por parte de los Toreador a veces es una virtud y a ve­ ces es un inconveniente. Muchos Degenerados es-

cogen a sus chiquillos a lo loco, y dan el Abrazo a mortales hacia los que se sienten apasionadamente atraídos. Estas coqueterías rara vez producen ástagos que se estimen a sí mismos demasiado. La pasión es fugaz, y los ampulosos romances tan endémicos de la época victoriana han producido muchos Toreador que han recibido el abrazo de forma negligente. Por otra pane, la pasión de los Degenerados también llena las filas del clan con una diversidad que no se encuentra a menudo en otros clanes. Un Toreador puede enamorarse brevemente de alguien a quien no considere para el Abrazo, y luego introducir involuntariamente a ese individuo en el mundo Je los Vástagos. De esta forma, lo que podría parecer un error apasionado en realidad ensancha los horizontes, tanto del clan como de los Vástagos conjunto. Ciertamente, el Clan Toreador es uno de los más cosmopo­ ' una vez que el observador astuto aprende a ver más allá de los aeotipos cuidadosamente cultivados de benefactores del arte y aristó­ anacrónicos. Esto no quiere decir que todos sus chiquillos aparezcan � resultado de un capricho poco meditado, sino simplemente que ede con suficiente frecuencia como para llamar la atención de ciertos á:5ta.gos observadores. Algunas relaciones entre chiquillos y sires se ollan durante décadas o incluso siglos; éstas son la materia de la oda Toreador y la adoración gótica.

OffitnlO Al ser uno de los clanes más poderosos y preeminentes, los Toreador se arredran al tomar posesión de los dominios más prestigiosos de una ciudad. Compiten entre sí con los Ventrue (y los ocros pocos Vástagos ca­ paces de mantenerse "a su altura") por territorios de primera calidad. Por ejem­ _ lo, un antiguo discreto con numerosos terrenos ramo dentro como fuera e una ciudad, así como erechos de uso de los te­ rrenos de caza preferidos e un príncipe probable­ mente ostente más influencia que un alboro­ cador miembro de una primogenitura cuyo pro­ pio dominio consista en poco más que el vecinda­ rio en el que tiene su refugio principal. Una palabra de este segundo tiene sólo el peso que otros le otorguen, mientras que el antiguo más prominente, si bien más sutil, habla con la evidente ventaja de la experiencia próspera. Este concepto, visto más de cerca, delata la estrecha relación entre posición social y el concepto de dominio para los Toreador. Esto a menudo resulta frustrante para los neonatos y ancilla que se ven desafiados, cuyos antiguos ya han arrebatado lo que parecen ser todos los dominios impor­ tantes. Sin embargo, llegados a este punto, entra en juego la notable aptitud de los Toreador para vigilar el mundo mortal. Un antiguo puede haber hecho presión para que su museo privado se declare Elíseo (¡y a fe mía que fue una gran hazaña 1 ), pero el neonato es más dado a oír la "voz de la calle" sobre un nuevo teatro al que llegan en manada los mortales eminentes. Si ese neonato puede solicitar al príncipe el dominio sobre este lugar, la posición importante que tiene para los mortales de la ciudad se traduce en la agradable distinción por parte de los Condenados, y ese neonato está en el buen camino para establecerse. Son inusuales los Toreador que comparten dominios, especialmente de acuerdo con el Abrazo. En opinión de la mayoría de los sires, una vez que un chiquillo ha aprendido las costumbres de los Condenados, está mejor

solo. Si se queda en el dominio de su sire, sólo resulta un estorbo, y, posiblemente, implique una competición por unos recursos que ya son limitados, mientras que actuar por su propia cuenta y hacerse un nombre tiene un afectará positivamente a la opinión de su sire sobre él. Aunque sólo los sires más duros o insensibles arrojan de su lado a los chiquillos sin antes instruirles sobre las costumbres de los Vástagos, los Degenerados suelen animar a sus chiquillos a "volar por sí solos". La fuerza de los Toreador se encuentra repartida por el Imperio, y varios bastiones de poder eclipsan a otras ciudades que se aproximan a ellos en grandeza. Por ejemplo, París: ¡a quién más que a los Toreador podría pertenecer? Muchas otras parces de Francia se cuentan también entre los dominios de los Toreador, aunque ninguna eclipsa a París. En España, donde la influencia de los feroces Lasombra va menguando, los Toreador se van iluminando progresivamente. Italia también alberga varios territo­ rios fuertes del clan, que se enfrentan por sí solos a las depredaciones del Sabbat. Edimburgo resulta un contrapunto Toreador ante el Londres Ventrue, y aunque Inglaterra ha sobrepasado históricamente en importan­ cia a Escocia de forma global, pocos pondrían en duda la fuerza o la importancia de ese feudo de los Degenerados.

Intereses

Los ajenos al clan los llamarían egoístas, codiciosos o incluso avariciosos, pero los T oreador reconocen la envidia en cuanto la oyen. De hecho, poseen intereses no muy diferentes a los del propio Imperio: mejorar sus propias posi­ ciones es sencillamente uno de los beneficios adi­ cionales de llevar la cultura al resto del mundo y a los Vástagos que lo habitan. Los Toreador partici­ pan en la política prácti­ camente sin competencia entre los Vástagos aparte de los Ventrue. Muchos prínci­ pes proceden de este clan, como la gran mayoría de las arpías y otros cargos de im­ portancia social predomi­ nante. Los Degenerados se encuentran entre los defen­ sores más numerosos del Elíseo, y a menudo fornen- r tan la expansión de los lugares protegidos bajo esa distinción. Sólo la ciudad más pequeña (o tal vez una ciudad que carezca de una población significativa de Toreador) carece de primogenitura de este clan, y algunas ciudades poseen más de una. Aparte de la política, la sociedad sigue siendo la savia vital del Clan Toreador, y los Degenerados se encuentran en la cúspide de todos los estratos sociales. Desde los nobles, embajadores, aristócratas y consejeros situados en lo más alto de la sociedad hasta el influyente clero, los líderes 1 1 de las florecientes clases medias y los respetados especialistas del centro hasta los cabecillas criminales, estafadores y alborotadores de las capas bajas de la sociedad, los Toreador se mueven con gran gracia a la cabeza de sus respectivas clases. De este modo, juegan a un juego peligroso, ya que deben acumular suficiente influencia para competir con sus iguales en cuestiones de posición en el clan y en la Yihad en el ámbito general, a la vez que ocultan su naturaleza vampírica a aquellos a quienes frecuentan. Aunque esta no es de ningún modo una característica definitoria del clan, muchos Toreador, tal vez la mayoría, poseen alguna influencia en el campo de las artes. En la mayoría de los casos, esta influencia llega como resultado de su interés superficial en las corrientes sociales, pero en muchos casos, los Toreador practican individualmente algún arte propio. Más que

LOS CLANES

en ninguna época pasada ( ya que muchos Toreador antes de la época victoriana eran más artesanos que artistas), con la posible excepción del renacimiento, el período gótico permite a las chispas de la creatividad llamear dentro del corazón de los Toreador. No es casualidad que esta participación de los T oreador en la creación personal del arte en cualquier forma -poesía, literatura, arte gráfico o cualquier otro- tenga su auge durante un período en el que se la fomenta. En no poca medida, el interés de los Toreador imita las corrientes sociales de los mortales en cualquier momento. Muchos Degenerados se sienten fascinados por las nuevas direcciones que adoptan la medicina y la psicología, y unos cuantos charlatanes ocultistas han sido desenmascarados o aupados a lo más alto por los Toreador que tuviesen algo que ganar de su fracaso o su éxito. Aunque muchos de ellos consideran la política mortal aburrida o distraída (ya que, quién tiene tiempo para la política mortal cuando los Condenados la practican con mucha más habilidad), pocos pondrían en duda que los propios políticos ostentan una influencia importante, y que utilizar dicha influencia para los fines propios de uno tiene su valor. Del mismo modo, algunos Toreador colaboran con movimientos e instituciones sociales, como los Fabianos (y sus homónimos del Sabbat entre los antitribu Toreador), la Iglesia, células marxistas formadas en Alemania y los partidarios de la teoría de la evolución, más que con individuos clave de dichos movimientos. En lugar tomar bajo su dominio a uno de los líderes de estos movimientos, los Toreador se convierten en figuras respe­ tadas en estas organizaciones (aunque no suelen ser líderes, ya que son propensos a despertar la atención no deseada) y tiran de sus hilos, al menos en el ámbito local. Una vez más, los Toreador son tal vez los mejores de entre todos los Vástagos a la hora de seguir las tendencias mortales, por lo que también reconocen la importancia de mantenerse apartados de la mirada de las personas inadecuadas.

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