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índice LA PANDILLA DE LA ARDILLA La pandilla de la ardilla .............................................................

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índice LA PANDILLA DE LA ARDILLA La pandilla de la ardilla .................................................................................................

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La rana que no se quería bañar .....................................................................................

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El acertijo del colegio ................................................................................................... 14 El niño cerezo ............................................................................................................... 20 Los tres lobitos y el ogro Achís ..................................................................................... 26 El acertijo de la carrera ................................................................................................. 32 El ratón y la flor ............................................................................................................ 38 La nieve........................................................................................................................ 44 El flautista de Dormilonia ............................................................................................. 50 El acertijo de las sillas ................................................................................................... 56 Los ruiseñores y el gorrión ........................................................................................... 62 Escuela de inventores .................................................................................................. 68 Ceniciento .................................................................................................................... 74

La pandilla de la ardilla El día parecía envuelto para regalo. Era el primer día de clase. A primera hora. Lo∫ alumno∫ y alumna∫ de primero de Primaria se pusieron en fila. Iban a visitar el colegio: el comedor, el patio, la biblioteca...

—¡Aquí hay de todo! —exclamó Aitor al final de la fila. —Hay hasta… hasta… —dijo Irene, señalando algo en el suelo. 2

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índice LA PANDILLA DE LA ARDILLA La pandilla de la ardilla ...................................................................................................... 2 La rana que no se quería bañar .......................................................................................... 8 El acertijo del colegio ........................................................................................................ 14 El niño cerezo .................................................................................................................... 20 Los tres lobitos y el ogro Achís .......................................................................................... 26 El acertijo de la carrera ...................................................................................................... 32 El ratón y la flor ................................................................................................................. 38 La nieve............................................................................................................................. 44 El flautista de Dormilonia .................................................................................................. 50 El acertijo de las sillas ........................................................................................................ 56 Los ruiseñores y el gorrión ................................................................................................ 62 Escuela de inventores ....................................................................................................... 68 Ceniciento ......................................................................................................................... 74

—¡Una ardilla! —apuntó Nora—. ¿Dónde irá? —¡Vamo∫ a ver! —dijo Ismael. Lo∫ cuatro niño∫ siguieron a la ardilla hasta un cuartito al fondo del pasillo. Allí había un montón de objeto∫ raro∫ y una chica. —¡Rasi! —exclamó la chica—. ¿Qué trae∫ por aquí? A ver… una avellana y cuatro amigo∫. —¿Rasi? ¿Se llama así? —preguntó Irene. tres

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—Sí, porque cuando la conocí estaba rascando en el suelo y sonaba “ra∫, ra∫”… —explicó la chica—. Yo soy Elisa. ¿Y vosotro∫? Debéi∫ de ser de primero porque aún no o∫ conozco… Aitor, Irene, Ismael y Nora se presentaron. —Yo soy la bedel. Y ademá∫ me encargo del mantenimiento del colegio. Y de Rasi. Elisa acariciaba a Rasi mientra∫ hablaba. —Apareció hace do∫ semana∫ y a vece∫ viene a verme. Pero no sé por qué. E∫ un enigma. La ardilla saltó de lo∫ brazo∫ de Elisa, corrió hasta una chistera que había en una estantería y empezó a arrastrarla. 4

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—Lo que sí sé e∫ que le encanta que le cuenten historia∫. ¡Igual viene por eso! —dijo Elisa—. El primer día vino cuando estaba leyendo en voz alta una obra de teatro. Me había puesto la chistera para ensayar y cuando acabé, descubrí a Rasi escuchando embobada. Rasi seguía arrastrando el sombrero. —Eso e∫ que quiere que le contéi∫ una historia. —Me encantaría —susurró Nora—. Pero no se me ocurre ninguna.

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—Ya te la soplará el sombrero —dijo Elisa cogiendo la chistera y poniéndosela a Nora. —¿E∫ un sombrero mágico? Por toda respuesta, Elisa guiñó un ojo. Con la chistera puesta, Nora notó que su cabeza se llenaba de palabra∫ que hablaban de lo que má∫ le gustaba: de animale∫ y de planta∫. Despué∫, Elisa le puso el sombrero a Ismael, y le llegaron historia∫ de lugare∫ lejano∫. —Yo también quiero —reclamó Aitor. Y sintió un remolino de verso∫, cuento∫ y cancione∫.

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Por último, le tocó el turno a Irene y ella notó el cosquilleo de un enigma por resolver. —¡E∫ verdad! —exclamó la niña dejando el sombrero en el suelo. En ese momento, la chistera se movió sola. —¡E∫ mágica! —gritaron lo∫ cuatro. —Sí, pero no tanto —dijo Elisa sonriendo. Y al levantar la chistera, quedó a la vista de todo∫ la traviesa Rasi.

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La rana que no se quería bañar

Nora, Ismael, Irene y Aitor salían al recreo cuando vieron una∫ pequeña∫ huella∫ de barro y la∫ siguieron hasta el cuartito. Allí estaba Rasi, sujetando el sombrero toda llena de barro. —¡Ahora no puedo, Rasi! —le decía Elisa—. ¿No ha∫ visto cómo se ha puesto todo con la lluvia? La ardilla soltó la chistera con cara de pena.

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Pero entonce∫ Elisa vio a la pandilla. —¡Seguro que Nora puede contarte un cuento! ¿A que sí? —dijo feliz. Y a toda prisa, colocó el sombrero a Nora y salió corriendo. Había una vez, hace mucho tiempo, una rana que se llamaba Teodora, aunque su∫ amiga∫ la llamaban Teo. Teo era distinta a la∫ demá∫, porque no le gustaba el agua. Mientra∫ la∫ otra∫ rana∫ saltaban, nadaban y se divertían, ella se pasaba el día sentada en el borde de la charca, comiendo mosca∫. Teo nunca bebía agua. Ni se mojaba la∫ pata∫. Ni se lavaba la cara. Pensaba que esto∫ hábito∫ no tenían ninguna importancia. nueve

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Un día, la∫ rana∫ de la charca se acercaron a ella y le dijeron que, como no nadaba y comía sin parar, estaba engordando mucho. La rana Teo no le∫ hizo caso. Se encogió de pata∫, miró hacia otro lado y le∫ contestó: —¿Y qué me importa? E∫ que no me gusta el agua. Al cabo de una∫ semana∫, la∫ rana∫ no paraban de hablar. Estaban muy preocupada∫. 10

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Al final, salieron de la charca y le dijeron a Teo que, como nunca se lavaba, le habían salido una∫ extraña∫ verruga∫ en la espalda. La rana Teo tampoco le∫ hizo caso. Se encogió de pata∫, miró hacia otro lado y le∫ contestó: —¿Y qué me importa? E∫ que no me gusta el agua. Pero aquel día Teo se quedó pensando en la∫ palabra∫ de su∫ amiga∫. ¿Y si tenían razón? ¿Y si era verdad todo aquello que le decían? A la mañana siguiente, la rana a la que no le gustaba el agua se levantó y, pasito a pasito, fue caminando hasta donde estaban la∫ demá∫.

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Cuando llegó a la charca, se inclinó para ver su imagen reflejada en el agua. Y entonce∫ se dio cuenta de que su∫ amiga∫ tenían razón. Era má∫ grande que el resto de la∫ rana∫. Su piel estaba seca y áspera. Y tenía mancha∫ y verruga∫ por toda la espalda. —¡Pero si soy un sapo! —exclamó. Y acto seguido se metió en el agua. ¡CHOF! Nada má∫ acabar el cuento, Rasi empezó a limpiarse el barro. —¡Lo ha entendido! —dijo Irene. —Tendrá miedo de convertirse en una sapardilla —bromeó Aitor. Y aquella noche, en casa, ninguno de lo∫ amigo∫ dijo: “¿Hoy también toca baño?”. 12

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Mi diario de los Cuentos 1

¿Qué le habría pasado a Teo si en lugar de no bañarse, no hubiera salido nunca del agua? Elige y colorea.

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A la rana Teo le gustaba mucho comer mosca∫ y poco nadar. ¿Qué e∫ lo que má∫ te gusta a ti? ¿Y lo que meno∫?

Me gusta mucho No me gusta nada

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Haz un dibujo sobre el cuento.

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El acertijo del colegio

Sonó el timbre del recreo. —¡Sin correr! —decía el profesor. Pero un bichito muy peludo no hacía caso de la∫ norma∫. Rasi correteaba hacia el cuarto de mantenimiento. Y do∫ niño∫ y do∫ niña∫ iban detrá∫. Casi se tropiezan entre ello∫. Cuando llegaron, Rasi se subió sobre Irene. —¡Te toca, Irene! —dijo Elisa poniéndole la chistera—. Rasi te ha elegido para que le cuente∫ hoy un cuento. Irene sintió una gran responsabilidad. Má∫ que cuando la eligieron de portera en el recreo. Y comenzó a contar…

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catorce

Érase una vez una niña llamada Paula. Le encantaba jugar al fútbol. Por eso, siempre llevaba el balón para jugar en el recreo. Pero un día se le olvidó. —Te propongo algo —dijo su profesor ante∫ de empezar la clase—. Yo te dejo una pelota. Pero solo si averigua∫ un acertijo. —¡Acepto! —contestó Paula. El profesor miró por la ventana. Julio, el conserje del colegio, hacía montone∫ con la∫ hoja∫ caída∫ de lo∫ árbole∫. El profesor dijo: —Si tengo cinco montone∫ de hoja∫ grande∫ y do∫ montone∫ de hoja∫ pequeña∫, y junto todo∫ lo∫ montone∫, ¿cuánto∫ montone∫ me quedan? quince

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El libro de lecturas La pandilla de la ardilla para 1.º de Primaria forma parte del Proyecto Editorial de Educación Primaria de SM. En su realización ha participado el siguiente equipo: Autoría Begoña Oro (historia de la pandilla y cuentos de Irene), Roberto Aliaga (cuentos de Nora), Carmen Gil (cuentos de Aitor), Elvira Menéndez y Sara Álvarez (cuentos de Ismael) Edición Arantxa Tauroni Ilustración Beatriz Iglesias Diseño de cubierta e interiores Estudio SM Responsable del proyecto Nuria Vallina Coordinación editorial de Lengua Gema Blanco Coordinación editorial de Primaria Pilar Menéndez Camarena, Nuria Corredera Arana Dirección de Arte del proyecto Mario Dequel Dirección editorial Aída Moya

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© SM ISBN: Deposito legal: Impreso en la UE / Printed in EU

Este libro está impreso en papel procedente de bosques gestionados de manera sostenible.

—¡Qué fácil! —dijo Paula—. Sie… —Piénsalo bien —la interrumpió el profesor—. Solo tiene∫ una oportunidad. —De acuerdo, lo pensaré. El profesor y lo∫ niño∫ se sentaron. Paula no hacía má∫ que dar vuelta∫ al acertijo. —Pero profe… —dijo Paula. —Recuerda que para hablar, debe∫ levantar la mano ante∫. Son la∫ norma∫. Paula se calló, y pensó y pensó... Despué∫ se levantó a mirar por la ventana. Quizá sería má∫ fácil viendo lo∫ montone∫ del patio. El profesor le advirtió: —No puede∫ levantarte a mirar por la ventana en mitad de clase. Son la∫ norma∫. Paula se sentó, y pensó y pensó... 16

dieciséis

Estaba segura de que si lo veía con su∫ propio∫ ojo∫, daría con la respuesta. Mientra∫ el profesor escribía en la pizarra, salió de clase. Cuando el profesor vio su asiento vacío, salió a buscarla. Casi estaba al fondo del pasillo. —¡Está prohibido correr por lo∫ pasillo∫! ¡Y está prohibido salir sin permiso! Son la∫ norma∫ —dijo el profesor. Paula volvió a clase, se sentó, y pensó: “Vaya, no ha servido de nada. Y encima me he cansado un montón. No e∫ que me haya cansado tre∫ montone∫ ni siete, me he cansado un montón. ¡Claro! Porque si junto un montón con otro montón, hago UN SOLO montón. ¡Como si junto mil montone∫! Al juntarlo∫ siempre tengo…”. diecisiete

17

Entonce∫ Paula levantó la mano, esperó a que el profesor dijera su nombre y respondió: —¡Ya lo sé! Si junta∫ cinco montone∫ con do∫ montone∫, tiene∫… ¡UN montón! —Muy bien, Paula. ¿Y cómo lo ha∫ sabido? —Muy fácil. Porque no hay ninguna norma que prohíba pensar en clase. —¡Bien dicho, Paula! Y bien pensado.

—Y bien contado —añadió Elisa—. Pero ahora tenéi∫ que volver a clase. —¿Ya? —se quejaron lo∫ niño∫. —Lo siento. Son la∫ norma∫. Y, sin correr, volvieron a clase. A seguir pensando. Un montón. 18

dieciocho

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Mi diario de los Cuentos 1

A Paula le encanta jugar al fútbol. ¿Qué deporte e∫ tu favorito? Dibújate jugando.

2

¿Te gustan la∫ adivinanza∫ como a Paula? Escribe tu adivinanza favorita.

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Pide a un miembro de tu familia que te cuente una adivinanza e intenta resolverla sin ayuda. Escribe aquí la solución.

Solución: diecinueve

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3

El niño cerezo

—¡Cuento yo! —dijo Irene, cogiendo la chistera. —¡Yo aún no he contado! —exclamó Aitor. —A mí me gustaría repetir —susurró Nora. —Todo∫ queremo∫. Pero deberíamo∫ dejar a Aitor, que aún no ha contado —medió Ismael. Aitor, Irene y Nora se miraron. Rasi se subió encima de Ismael, y todo∫ a una le pusieron el sombrero. Ismael sonrió y empezó a contar… 20

veinte

Vivía en Japón un anciano que tenía lo∫ cerezo∫ má∫ bello∫ de la comarca. Pasaba tanto tiempo con ello∫ que aprendió su lenguaje. Una primavera, Sacura, el cerezo blanco, empezó a llorar flore∫. El suelo se llenó de pétalo∫ blanco∫. —¿Por qué llora∫, Sacura? —le preguntó el anciano. —Porque quiero ser un niño. Lo∫ otro∫ árbole∫ se echaron a reír: —¿Para qué quiere∫ ser un niño, Sacura? ¿Para tener pelo∫ en la cabeza en lugar de flore∫? ¡Ja, ja, ja! ¡Lo∫ árbole∫ somo∫ má∫ bello∫ que lo∫ niño∫! —Pero no podemo∫ saltar, ni jugar, ni correr… Ni no∫ dan beso∫ —contestó Sacura. —¡Ja, ja, ja! ¿Y para qué quiere∫ que te den beso∫? ¿Para que te llenen de saliva? veintiuno

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—No o∫ riái∫ de él —dijo el anciano—. Si Sacura quiere ser un niño, le ayudaré a conseguirlo. El anciano subió la montaña donde vivía el hada de lo∫ cerezo∫, y le ofreció un saco de arroz a cambio de que convirtiera a Sacura en un niño. Así lo hizo el hada, pero le advirtió: —Sacura tendrá que aprender a ser un niño porque nunca má∫ será un árbol. A la mañana siguiente, el anciano preparó a Sacura un magnífico desayuno. Pero el niño puso mala cara. —Yo me alimento de sol, tierra y agua de lluvia, anciano. —Eso era ante∫, Sacura. Ahora ere∫ un niño y lo∫ niño∫ necesitan comer. 22

veintidós

Sacura no desayunó y el anciano le dio un bolso de tela con queso, pan y un melocotón. El niño regresó a casa muy cansado, sin haber comido nada. El anciano le advirtió: —Sacura, si no come∫, no aprenderá∫ nada en el colegio ni tendrá∫ energía∫ para jugar. El anciano hizo pastelito∫ dulce∫ de arroz para cenar, y a Sacura le gustaron tanto que se lo∫ comió todo∫. Por la noche, el niño cerezo tenía dolor de tripa. —¡No tenía que haberme comido todo∫ lo∫ pastelito∫! Me han sentado mal —gimió Sacura. El anciano le dio una infusión y lo acostó. —Lo∫ niño∫ no pueden alimentarse solo de pastele∫, Sacura. Tienen que comer de todo si quieren estar sano∫ y fuerte∫. veintitrés

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—¡Ser niño e∫ muy difícil, anciano! ¡Pídele al hada que me convierta en árbol otra vez! —Eso e∫ imposible, Sacura. Pero si aprende∫ a cuidarte y a ser responsable, será∫ muy feliz siendo niño, ya lo verá∫. El anciano le dio a Sacura un beso en la mejilla. Y le pareció tan dulce, que exclamó: —¡Solo por este beso merece la pena ser niño! Sacura aprendió a comer, a jugar, a leer… Y poco a poco olvidó que había sido un cerezo. Cuando acabó, Rasi subió al hombro de Ismael haciéndole cosquilla∫ con la cola. —¡Qué suave! ¡Solo por esta caricia merece la pena contarte cuento∫! 24

veinticuatro

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Mi diario de los Cuentos 1

Sacura, el cerezo, quería correr y saltar. ¿En qué otra cosa podría haberse convertido para conseguirlo? Dibújalo y escribe su nombre.

2

Si pudiera∫ pedir un deseo como Sacura, ¿qué pediría∫? Haz un dibujo de tu deseo.

3

¿Qué e∫ lo que má∫ te gusta de ser un niño? Escríbelo.

Lo que má∫ me gusta e∫:

veinticinco

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4

Los tres lobitos y el ogro Achís Era la hora del recreo y la pandilla estaba en el cuarto de mantenimiento. Aitor se había puesto la chistera. —Perdón, hoy tampoco puedo quedarme —dijo Elisa—. Tengo que ir con mi hermano a llevar al médico a mi madre. —¿Tiene∫ madre? —preguntó Irene. —¡Pue∫ claro! Y do∫ hermano∫. —¿Y tú? —dijo Aitor acariciando a Rasi—. ¿Tendrá∫ hermano∫?

26

veintiséis

Y eso, ¿o fue el sombrero?, le dio una idea para su cuento.

Éranse tre∫ lobito∫ que habían decidido mudarse a vivir al bosque. —Yo me haré una casa de paja, que se termina enseguida —dijo el hermano pequeño—. Así podré darle vuelta∫ a este acertijo: “Luce de noche en el cielo con un estrellado velo. Pasea muy elegante llena, creciente o menguante”. Y e∫ que al lobito le chiflaba jugar a la∫ adivinanza∫. El lobo mediano se construyó una casa de madera. Como no tardó demasiado, se sentó a repetir trabalengua∫. “¡Qué galante e∫ Garabato! Con guante∫ color guisante, ¡cuánto le gusta a este gato estar guapo y elegante!” veintisiete

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El lobo mayor decidió hacerse una casa de ladrillo, con salón, dormitorio∫ y cuarto de baño. Y mientra∫ trabajaba, no dejaba de cantar: “Trabajo desde temprano en un hogar resistente, que sea fresco en verano y en invierno, muy caliente”. Y llegó la Navidad, y con ella, el frío. No muy lejo∫ de allí, el ogro Achí∫ daba vuelta∫ de un lado a otro, buscando un hogar en el que pasar la∫ fiesta∫. El ogro era famoso por su∫ potente∫ estornudo∫, capace∫ de mover montaña∫. Cuando Achí∫ llamó a su puerta, el lobo pequeño lo dejó pasar. Pero en cuanto el ogro estornudó, la casa de paja se vino abajo. Y lo∫ do∫ corrieron a casa del lobo mediano. Ni que decir tiene que al lobito le encantó recibirlo∫ en su casa de madera. Ya estaban decorando junto∫ el abeto cuando… 28

veintiocho

—¡Achí∫! —al ogro se le escapó un estornudo y la casa entera se derrumbó. —No te preocupe∫ —dijo el lobito mediano—, iremo∫ a pasar la Navidad a casa de nuestro hermano mayor. Así lo hicieron. ¡Qué contento se puso el lobo cuando lo∫ vio llegar! Enseguida empezaron a tocar la Ωambomba y cantar villancico∫. Y por má∫ que Achí∫ estornudó y estornudó, la casa de ladrillo permaneció en pie. Lo∫ tre∫ lobito∫ le curaron su catarro con una receta de su abuela y una buena dosi∫ de cariño.

veintinueve

29

Desde entonce∫ lo∫ cuatro son inseparable∫. Cuando el ogro se resfría, con su∫ estornudo∫ organizan viaje∫ en globo y barren del cielo la∫ nube∫ de tormenta. Y Achí∫ canta a toda∫ hora∫ esta canción: “¡Caramba! ¡Qué bien me encuentro! No fui tan feliz jamá∫. Abrazar a lo∫ demá∫ hace cosquilla∫ por dentro”. —¡Eh! ¡Yo también siento cosquilla∫ por dentro! —dijo Nora. En ese momento asomaron por el cuello de su vestido la∫ oreja∫ de la inquieta ardilla. —¡Rasi! —exclamó Nora echándose a reír. 30

treinta

4

Mi diario de los Cuentos 1

¿Qué casa e∫ la que má∫ te gusta? Rodéala.

2

Lee otra vez el acertijo del lobito pequeño. ¿Qué e∫? Escribe la solución y dibújala.

Luce de noche en el cielo con un estrellado velo. Pasea muy elegante llena, creciente o menguante.

E∫ 3

Al lobito mediano le encantan lo∫ trabalengua∫. Pide a tu familia que te enseñe uno. Escríbelo y juega a repetirlo cada vez má∫ rápido.

treinta y uno

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El acertijo de la carrera

—¡Ay, Rasi! —dijo Aitor—. ¡Está∫ empapada! Fuera llovía. —A la∫ ardilla∫ no le∫ importa mojarse —dijo Nora. —¡Pero a mí sí! —exclamó Aitor. Sobre su jersey se veían la∫ huella∫ de la∫ patita∫ mojada∫ de Rasi. —Ven, Rasi, corre —dijo Irene. Rasi fue hacia ella y, por el camino, arrastró el sombrero—. Yo te secaré ¡y te contaré una historia!

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treinta y dos

Era sábado. Paula oyó el tic, tic desde la cama. Se levantó, abrió la persiana y miró por la ventana. Lo que se temía: estaba lloviendo. Fue a la cocina con cara de sueño. —¿Cuándo parará de llover? —se quejó. —Deja, deja —dijo su padre—. Ya era hora de que lloviera. ¿No ve∫ lo contento∫ que están lo∫ árbole∫? —Yo lo∫ veo igual que siempre. Bueno, mojado∫ —dijo Paula—. Y yo no estoy tan contenta. —Y eso, ¿por qué? —Hoy tenía carrera, papá. ¿No te acuerda∫? Su padre se acordó. La carrera era en el parque. —De momento, vamo∫ a desayunar. A ver si en un rato sale el sol. treinta y tres

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—¡Papá! ¡Ha parado de llover! —exclamó Paula cuando acabó el Ωumo. Hasta había salido el arcoíri∫. Paula y su padre fueron al parque. La∫ hoja∫ mojada∫ lucían un baño de plata. Lo∫ charco∫ reflejaban lo∫ dorsale∫ amarillo∫ de lo∫ corredore∫. Parecía que el sol hubiera bajado a jugar al parque. Pero lo∫ charco∫ no solo reflejan. Lo∫ charco∫ también… resbalan.

Paula corrió y corrió durante toda la carrera pero justo cuando estaba a punto de llegar a la meta, resbaló en un charco y cayó al suelo. —¿Te ha∫ hecho daño? —le preguntó su padre. —¡Pue∫ claro! —dijo Paula. Estaba enfadada—. ¿Cómo no voy a hacerme daño? 34

treinta y cuatro

—Bueno, yo sé de alguien que cae y no se hace daño... Pero Paula estaba demasiado disgustada como para pensar en ello. ¡Si no se llega a caer, habría quedado segunda! Paula se pasó el resto del día refunfuñando. Le dolía la rodilla. Y le dolía no haber llegado a la meta. —No le de∫ má∫ vuelta∫, Paula —le dijo su padre cuando fue a acostarla. Y se acercó a bajar la persiana. —Ahora le daba vuelta∫ a otra cosa, papá. ¿Qué era eso que dijiste? ¿Quién cae y no se hace daño? El padre de Paula sonrió. Volvió a subir la persiana y descorrió la cortina. Fuera estaba lloviendo otra vez. Era ya de noche, se veían la∫ luce∫ de la∫ farola∫ y la luna. —¿No lo adivina∫? Paula negó con la cabeza. —Cae una y otra vez —susurró su padre—. ¿Y a que no la ha∫ oído quejarse? treinta y cinco

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Entonce∫ se acercó a la cama, dio a Paula un beso en la frente y le dijo: —La lluvia, cariño. Cae la lluvia y no se hace daño. Paula sonrió. —¡Pue∫ se me ocurre otra cosa! —¿Otra cosa que cae y no se hace daño? —el padre de Paula se rascó la cabeza—. No caigo. —¡La noche! La noche también cae y no se hace daño. —¡Ah, ya caigo! —Pue∫ tú tampoco te haga∫ daño, papá. Y lo∫ do∫ se echaron a reír. —Se me ocurre algo —dijo Aitor—. ¿Y qué pasa si, en una carrera, adelanta∫ al último? —Fácil —dijo Irene—, que queda∫ el úl… ¡Eh! ¡Nadie puede adelantar al último! Si hubiera alguien detrá∫, ya no sería el último. —Casi pica∫ —dijo Aitor. Y todo∫, hasta Rasi, se echaron a reír, contento∫ como árbole∫ recién llovido∫. 36

treinta y seis

5

Mi diario de los Cuentos 1

¿Qué otra∫ cosa∫ caen y no se hacen daño? Rodea.

2

¿A quiéne∫, ademá∫ de a lo∫ árbole∫, le∫ hace falta el agua para vivir? Haz un dibujo y escribe su∫ nombre∫.

3

¿Qué suele∫ hacer lo∫ día∫ de lluvia? Escríbelo.

treinta y siete

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6

El ratón y la flor Rasi no se lo pensó do∫ vece∫. Fue directa hacia Nora. La niña estaba feliz. Le gustaba ponerse el sombrero y contar historia∫. Pero sobre todo, le gustaba estar con Rasi. —¡Ay, Rasi!—dijo Nora acariciándola—. Cómo me gustaría llevarte a casa conmigo. Rasi miró por la ventana hacia lo∫ árbole∫ del patio. —Pero te entiendo —dijo Nora—. Ere∫ como una flor. —¿Como una flor? —preguntó Irene extrañada. —¡Como la flor de este cuento! Entonce∫ Nora cogió la chistera y empezó a contar.

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treinta y ocho

Había una vez un ratón pequeñito y soñador. Tenía el hocico puntiagudo y uno∫ ojo∫ grande∫ y curioso∫. Por eso, lo miraba todo. Miraba la∫ nube∫, la∫ montaña∫ y el sol por la∫ mañana∫. Pero lo que má∫ le gustaba mirar eran la∫ flore∫. Todo∫ lo∫ domingo∫, en cuanto se levantaba, el ratón salía de su madriguera y atravesaba un río, un bosque y un valle para llegar hasta el Campo Colorido. Una vez allí, el ratón se sentaba sobre una piedra y contemplaba la∫ margarita∫. La∫ contemplaba durante hora∫. Porque lo que má∫ le gustaba del mundo a este ratón eran la∫ flore∫. treinta y nueve

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Un día, ante∫ de volver a casa, el ratón, que era muy ingenioso, tuvo una idea. Pensó que podría llevarse una margarita. Así la tendría a su lado todo el tiempo. Alegraría su madriguera y él podría mirarla siempre que quisiera. El ratón cortó una flor. La má∫ bonita. Se la cargó al hombro y regresó. Al llegar a casa, metió la flor en un jarro de agua. Aunque ya no era tan bonita como ante∫. Al día siguiente, lune∫, la flor estaba mustia. Y el marte∫, seca. El domingo, el pequeño ratón cruzó el río, el bosque y el valle, y volvió al Campo Colorido. Aún seguía queriendo llevarse a casa una margarita, pero esta vez no la cortó, porque sabía que si la cortaba, la flor se moriría. Así que eligió la má∫ bonita y arrancó la planta, con tallo y hoja∫. Se la cargó al hombro y regresó. 40

cuarenta

Al llegar a casa, metió la flor en una maceta, le echó tierra y la regó con un vaso de agua. Aunque ya no era tan bonita como ante∫. Al día siguiente, lune∫, la flor estaba mustia. Y el marte∫, seca. El domingo siguiente, el ratón cruzó el río, el bosque y el valle, y volvió al Campo Colorido. Aún seguía queriendo llevarse una margarita, pero esta vez no la cortó, ni arrancó el tallo, ni se la cargó al hombro. En lugar de eso, el ratón sacó un puñado de pincele∫, un lienzo y tubo∫ de pintura de todo∫ lo∫ colore∫. Eligió la má∫ bonita de la∫ flore∫ y se puso a dibujarla. cuarenta y uno

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Pintar una flor no era tan fácil como él creía. Pero, con mucha paciencia, consiguió terminar el trabajo al final del día. Al llegar a casa, colgó el cuadro en la pared. Era verdad: la flor alegraba su madriguera. Y él podía mirarla siempre que quisiera. Porque la flor seguía siendo tan bonita como ante∫. Y lo mismo el lune∫. Y el marte∫… Mientra∫ escuchaba la historia, Aitor había hecho un dibujo muy especial. Cuando terminó, se lo dio a Nora. ¡En el dibujo salía Rasi! —¡Me encanta! —dijo Nora—. Gracia∫, Aitor. Ahora Rasi estará siempre en mi habitación. —¡Hiii, hiii! —protestó Rasi. —Me parece que se está quejando de que le ha∫ sacado su lado malo —bromeó Ismael. —Tú no tiene∫ lado malo, Rasi —dijo Aitor. 42

cuarenta y dos

6

Mi diario de los Cuentos 1

¿De qué otra∫ manera∫ podría el ratón llevarse una flor a casa sin arrancarla? Dibuja tu idea y escríbela.

2

El ratón comprende que la mejor manera de cuidar a la flor e∫ dejarla en el campo. ¿Qué hace∫ tú para cuidar la naturaleza? Escríbelo.

3

Juega a ser pintor como el ratón y dibuja una flor. Escribe su nombre o inventa uno.

cuarenta y tres

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7

La nieve Rasi estaba acurrucada dentro de la chistera. —¡Qué raro! No sale —dijo Irene. —¿Será que hoy no tiene gana∫ de cuento? —preguntó Aitor. —¡Eso e∫ imposible! —dijo Elisa. Tenía razón. Por fin Rasi salió corriendo hacia Ismael y se metió dentro de su camiseta. —¡Será que tiene frío!—dijo Ismael—. Ven, Rasi, que te caliento con una historia. Aquel día Jan no tenía gana∫ de jugar. Se sentó en un rincón del patio de su nuevo colegio desde donde podía ver el campo. Era febrero y estaba precioso y muy verde. Pero Jan echaba de meno∫ la nieve.

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cuarenta y cuatro

Él venía de Noruega y allí, durante el invierno, todo era blanco: el campo, lo∫ árbole∫, la∫ casa∫… ¡incluso el pelo de Jan! Aunque su pelo seguía blanco todo el año. La piel de Jan también era muy blanca y su∫ ojo∫ muy azule∫. Aunque era un poco tímido y nunca levantaba la voz, destacaba en el patio del colegio porque era má∫ alto que lo∫ otro∫ niño∫. Por eso, su∫ amigo∫ Ileana y Pepe lo vieron enseguida y fueron a buscarlo. —Mañana e∫ mi cumpleaño∫ y todavía no ha nevado —se lamentó Jan. —Aquí en Málaga rara vez nieva —le explicó Pepe. Jan se sorprendió mucho. Ese era el primer invierno que pasaba en España. —En Noruega, el día de mi cumpleaño∫, mi∫ amigo∫ y yo hacíamo∫ una batalla de bola∫ de nieve. cuarenta y cinco

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Se le veía tan triste que Pepe e Ileana no sabían qué hacer. De pronto, la niña recordó algo: —Mi abuela me contó que cuando ella era niña, en Rumanía hacían un baile para llamar a la lluvia. Se llamaba Paparuda. Aunque Ileana había nacido en España, toda su familia venía de Rumanía. —¿Y en qué consistía ese baile? —Jan estaba realmente interesado. —Se ponían una falda de rama∫ y cantaban y bailaban por el pueblo. Cada vez que llegaban a una casa, lo∫ vecino∫ le∫ lanzaban agua para animar a la∫ nube∫ y que empezara a llover.

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cuarenta y seis

—¿Tú cree∫ que eso funcionará para que nieve, Ileana? —¡Claro! Si en lugar de agua lanzamo∫ nieve, ¡seguro que nieva! El problema era que Pepe e Ileana no sabían cómo conseguir nieve. Pero de repente, tuvieron una idea. Le pidieron a la directora del colegio que le∫ ayudara a usar la trituradora de papel y se pusieron a trabajar. Al día siguiente era el cumpleaño∫ de Jan. En cuanto empezó el recreo, Ileana y Pepe se pusieron una∫ falda∫ muy graciosa∫ que habían hecho ello∫ mismo∫ con papel de periódico. Salieron al patio y comenzaron a cantar: —¡Que nieve, que nieve y que vuelva a nevar! ¡Así con la nieve podremo∫ jugar!

cuarenta y siete

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Su∫ compañero∫, que ya estaban avisado∫, le∫ lanzaron lo∫ trocito∫ de papel que lo∫ niño∫ habían triturado la tarde anterior. Durante uno∫ segundo∫, cayeron tanto∫ trocito∫ de papel blanco que parecía que estaba nevando. Despué∫, todo∫ lo∫ niño∫ comenzaron a cantar, a bailar y a lanzarse nieve de papel entre ello∫. ¡Se divirtieron muchísimo! Por la tarde, Jan, Ileana y Pepe recogieron todo el papel que había quedado en el suelo del patio. —No importa que no haya nevado —le∫ dijo Jan a su∫ amigo∫—. Gracia∫ a vosotro∫ lo he pasado muy bien. ¡Ha sido un cumpleaño∫ fantástico! Y en ese instante, le cayó un pequeño copo en la nariz. ¡Estaba empezando a nevar! Ismael se levantó y se asomó a la ventana. Rasi seguía refugiada en su camiseta.

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cuarenta y ocho

Le habría gustado ver el recreo cubierto de nieve. Pero hay algo que le habría gustado aún má∫: jugar con su∫ amigo∫ a tirarse bola∫ de nieve.

7

Mi diario de los Cuentos 1

¿Tiene∫ amigo∫ de otro∫ paíse∫? Escribe su∫ nombre∫ con ayuda de tu familia y dibújate con ello∫.

Nombre:

Paí∫:

Nombre:

Paí∫:

2

¿Qué otra∫ cosa∫ podrían haber hecho lo∫ amigo∫ de Jan para que dejara de estar triste? Imagina y escríbelo.

3

Si tu∫ amigo∫ decidieran darte una sorpresa, ¿qué te gustaría que hicieran?

cuarenta y nueve

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8

El flautista de Dormilonia

Rasi acercó la chistera hasta Aitor sin dejar de chillar. —¿Qué te pasa Rasi? —le preguntó Aitor acariciándole la cabeza. Pero Rasi no era la única que parecía inquieta. Nada má∫ ponerse la chistera, Aitor oyó chillido∫ de ratone∫, croar de rana∫, canto∫ de ruiseñore∫, trino∫ de canario∫, zumbido∫ de mosquito∫… ¡Menudo guirigay! De repente, en su cabeza, sonó una flauta. Como por casualidad. Y Aitor empezó a contar. 50

cincuenta

En Hamelín, la pequeña Blanca abrió la caja de galleta∫ y de su interior salió un ratón. Y e∫ que en el pueblo empezaron a aparecer ratone∫ por todo∫ lado∫: ratone∫ entre lo∫ pliegue∫ de la∫ cortina∫, ratone∫ debajo de la∫ cama∫, ratone∫ encima de la∫ mesa∫, ratone∫ dentro de lo∫ bote∫ de arroz… Hasta lo∫ sueño∫ de lo∫ hamelinese∫ estaban lleno∫ de ratone∫. —¡Menudo problemón! —se lamentaba la alcaldesa. —Yo tengo la solución —dijo un señor con gorro picudo al que nadie conocía—. Con mi flauta me lo∫ llevaré de aquí. El flautista entonó una hermosa melodía que hizo que todo∫ lo∫ ratone∫ caminaran tra∫ de él. Y se lo∫ llevó tan lejo∫ que ninguno volvió jamá∫. La fama del flautista atravesó valle∫, subió montaña∫, recorrió sendero∫ y llegó hasta Dormilonia. cincuenta y uno

51

A lo∫ dormilone∫ le∫ encantaba dormir. Dormían desde que se ponía el sol hasta que se escondía la luna. Y por la tarde disfrutaban de una buena siesta. Pero desde hacía una semana algo extraño estaba ocurriendo. El pueblo se había llenado de animale∫ verde∫ de enorme∫ boca∫ y ojo∫ saltone∫, que daban salto∫ sin parar, atrapaban insecto∫ con su∫ larguísima∫ lengua∫ y croaban durante toda la noche. Eran nada má∫ y nada meno∫ que ¡rana∫! Y junto con la∫ rana∫ habían llegado ciento∫ de pájaro∫: ruiseñore∫, golondrina∫, canario∫, jilguero∫…. Y entre el croar de la∫ rana∫ y lo∫ trino∫ de lo∫ pájaro∫, lo∫ dormilone∫ no podían pegar ojo. —Que se callen de una vez —gritaban. —El flautista no∫ librará de animale∫ tan ruidoso∫ —dijo el barrendero. Con una dulce canción, el flautista atrajo a rana∫ y pájaro∫ y se lo∫ llevó muy lejo∫.

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cincuenta y dos

—¡Qué silencio! —exclamaban sonriente∫ lo∫ dormilone∫. Pero la paz se vio interrumpida por uno∫ molesto∫ zumbidos: Zzzzzzzzzzzz. —¡Me ha picado un mosquito! —gruñía un dormilón. —Y a mí —protestaba otro. Pronto, Dormilonia se llenó de mosquito∫ que Ωumbaban junto a la∫ oreja∫ de lo∫ dormilone∫ sin dejarle∫ conciliar el sueño. ¡Y tenían roncha∫ hasta en la punta de la nariz! —Lo∫ pájaro∫ y la∫ rana∫ comen insecto∫ —explicó el hijo de la panadera—. Y como o∫ lo∫ habéi∫ llevado a todo∫… Lo∫ dormilone∫ comprendieron que todo∫ lo∫ animale∫ eran importante∫ y pidieron al flautista que lo∫ hiciera volver. ¿Que cómo consiguieron dormir? Muy fácil: ¡con tapone∫ para lo∫ oído∫! cincuenta y tres

53

Cuando Aitor terminó el cuento, Ismael dijo: —Todo∫ lo∫ animale∫ son importante∫, pero hay uno que e∫ especial. —¿A quién te refiere∫? ¿A Aitor? —bromeó Irene. Pero no hizo falta que Ismael respondiera nada. Al momento, Rasi fue corriendo hacia él gritando “hiii, hiii” que, en idioma ardilla quiere decir: “¿te refiere∫ a mí?”. —Sí, Rasi. ¡Claro que me refiero a ti! 54

cincuenta y cuatro

8

Mi diario de los Cuentos 1

Dormilonia se llama así porque su∫ habitante∫ duermen mucho. ¿Cómo se podrían llamar esto∫ otro∫ pueblo∫? Inventa un nombre para cada uno.

En

todo el mundo viste

de rosa. En todo∫ su∫ habitante∫ cantan y bailan sin parar. 2

¿Qué otro∫ instrumento∫ podría haber tocado el flautista? Dibuja y escribe.

3

¿Qué animale∫ te gustaría que llenaran tu ciudad? Escribe su∫ nombre∫. cincuenta y cinco

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9

El acertijo de las sillas

Elisa intentaba poner orden en el cuarto de mantenimiento. Mientras, Rasi correteaba alrededor de la pandilla sin acabar de decidirse.

—Ojalá tuviéramos un sombrero para cada uno —se lamentó Aitor. —Tienes razón —dijo Irene.

—¡Lo que me faltaba! —se quejó Elisa—. ¡Con el poco espacio que tengo para tantos trastos! ¿Dónde iba a meter cuatro chisteras? La ardilla dejó de dar vueltas y se subió encima de Irene.

—Bueno, pensándolo bien, tener un solo sombrero no está tan mal —dijo la niña. 56

—Claro, como te ha tocado a ti… —se quejó Aitor.

cincuenta y seis

La madre de Paula estaba cansada de llamarla.

—¡Paula! ¡Te he llamado ya tres veces! ¡Tenemos que irnos!

“Tres”. Justo eso es lo que tenía a Paula distraída. Su amigo Iván le había contado un acertijo y Paula no paraba de darle vueltas.

De camino a casa de la abuela, Paula seguía pensando la solución. El acertijo decía así: “En una sala de espera, hay tres sillas de madera, dos padres y dos hijos, y todos se sientan.”

—¿Se sientan dos juntos? —había dicho Paula. Pero Iván le había dicho que no. Cada uno se sentaba en una silla diferente. “¿Cómo puede ser?”, se preguntaba Paula. “Necesitarían cuatro sillas”.

cincuenta y siete

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Un delicioso aroma la sacó de sus pensamientos. —¡Bizcocho! —gritó Paula en cuanto su abuela abrió la puerta. —Bueno, me gusta más que me llames “abuela”. Paula se echó a reír. —¿De qué es? —preguntó la madre de Paula. —De manzana. Es que tenía por ahí tres manzanas y… —explicó la abuela—. Pero antes del bizcocho, tengo otra cosa. —¡Croquetas! —gritó Paula a su abuela. —Casi me gustaba más cuando me llamabas “bizcocho” —bromeó la abuela—. Es que tenía restos de cocido y… —¿Has visto cómo recicla tu abuela? —dijo la madre—. ¡Hasta la comida! Paula se sentó en una de las tres sillas metálicas de la cocina. Tenía delante el plato blanco con las croquetas. Las contó. Había seis. Fácil: dos para cada una. La madre de Paula también se sentó. —Las croquetas que hace Enrique son estupendas —dijo—. Pero tú… ¡Tú haces las mejores croquetas del mundo, mamá!

58

cincuenta y ocho

—¡Mamá! —repitió Paula mirando a la abuela.

—Y dale con llamarme cosas raras —dijo la abuela, sentándose en la silla que quedaba libre—. Ni “bizcocho”, ni “croqueta”, ni “mamá”. Soy tu abuela. A-bue-la.

¡Claro! Paula se acababa de dar cuenta: su abuela no solo era abuela. También era la madre de su madre. De hecho, ahí mismo, en esa cocina, había solo tres personas ¡y tres sillas!, pero había dos madres (su abuela y su madre) y dos hijas (su madre y ella). Paula se levantó a abrazar y besar a su madre. —Hija, abraza a tu abuela, que es la que ha hecho las croquetas. —Sí —dijo Paula—. Ahora abrazo a tu madre. ¡Pero es que tú acabas de resolver el acertijo!

cincuenta y nueve

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—¿Sabéis? —dijo Nora—. Me alegro de que haya un solo sombrero. Si cada uno tuviera una chistera, no escucharíamos los cuentos de los demás.

—Tus cuentos molan, Irene—reconoció Aitor—. Yo a tus cuentos les daría la medalla de oro.

—Querrás decir la de plata, detrás de tus cuentos —dijo Irene con modestia. —¡He dicho de oro! —dijo Aitor.

—No, ¡de plata! —contestó Irene.

Nora, Ismael y Elisa pusieron los ojos en blanco.

—Hiii, hiii—dijo Rasi, que en idioma ardilla, quiere decir “yo creo que estaríais empatados”.

60

sesenta

9

Mi diario de los Cuentos 1

¿De qué otras maneras podría haber llamado Paula a su abuela? Escribe el nombre de los platos y completa el último.

2

Juega a ser Paula y resuelve esta adivinanza.

Entre mis hojas se esconden hadas, piratas y duendes. Cuando me lees de noche, sin darte cuenta te duermes. 3

E∫

Ahora inventa tu propia adivinanza y dibuja su solución.

4 Lee la adivinanza a tus familiares. ¿Han adivinado de qué se trata? sesenta y uno

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Los ruiseñores y el gorrión

Rasi no había dudado en arrastrar la chistera hasta Nora.

—No, Rasi —dijo Nora—. No es buena idea. Hoy no se me ocurre nada. —Vamos, Nora —dijo Aitor—. Inténtalo.

—Sí —la animó Ismael—. Tus cuentos son fantásticos.

—Venga —dijo Irene—. Ponte la chistera. Seguro que te chiva algo. Nora se la puso.

—¿Qué? —preguntó Irene—. ¿Ya te dice algo? 62

—No dice ni pío —dijo Nora—. Aunque… ¡Espera!

sesenta y dos

Hace mucho tiempo, en lo más profundo del bosque, vivía una familia de ruiseñores. Era una familia muy querida por el resto de animales, porque todos ellos, primos, tíos y abuelos, formaban un coro ¡y eran grandísimos cantores! Cada día, al salir el sol, la familia de ruiseñores se colocaba en su rama. Ordenaban las partituras, se aclaraban la garganta… y cantaban las más bellas canciones hasta bien entrada la noche. Un día de primavera, se posó junto a ellos un pequeño gorrión. Y allí permaneció, con el pico abierto, hasta que el coro dio por terminada la función. Mientras recogían las partituras, el gorrión se acercó y les dijo: —¡Yo quiero aprender a cantar!

sesenta y tres

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Uno de los ruiseñores, el director del coro, le explicó al gorrión que para cantar así era necesario ser un ruiseñor. Pero que, si escucharles cantar le hacía feliz, podría ir a verlos siempre que quisiera. El gorrión fue al día siguiente, y al otro, y al otro…

Desde entonces, asistió a todos los conciertos. No faltó ni un solo día. Pero el gorrión no se limitaba solo a escucharlos. ¡Qué va! Se esforzaba por aprender a leer las partituras y entender los ritmos de los trinos, porque quería aprender a cantar.

Pasaron los años. Llegaron nuevos ruiseñores al coro y otros se fueron retirando. Pero el gorrión, ya adulto, seguía allí, posado en una rama del mismo árbol, estudiando partituras y memorizando, en su pequeña cabeza, todas y cada una de las canciones. Los demás gorriones no entendían su empeño por la música. Y a veces, él tampoco… Después de todo no era un ruiseñor, y nunca podría cantar como ellos. 64

sesenta y cuatro

Un día, el director del coro no se presentó. Era muy anciano, estaba enfermo, y no pudo levantarse del nido.

Pero la vida continuaba. El coro debía seguir alegrando al bosque y a todos sus animales. Así que colocaron las partituras sobre los atriles, comenzaron a cantar, y aquello que sonó, sonó tan mal, que hasta el gorrión tuvo que taparse los oídos con las alas. —¿Qué haremos ahora, sin un director? —se lamentaban los ruiseñores. —¿Alguno de nosotros sabe dirigir el coro?

Pero no, nadie sabía. Hasta ahora, solo se habían ocupado de sus lindas voces y de sus trinos. El gorrión dio un paso al frente. —¿Puedo intentarlo yo?

Lo intentó. Y triunfó. Y desde entonces, el coro de los ruiseñores, en lo más profundo del bosque, cuenta con un gran director. Que, además, es un gorrión. sesenta y cinco

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Irene, Ismael y Aitor se pusieron a aplaudir. Les había encantado el cuento. —¿Ves como tenías que intentarlo? —dijo Aitor.

—Cada vez me gustan más tus cuentos —dijo Ismael. Rasi dio una voltereta.

—¡A Rasi también le ha encantado! —dijo Irene—. Has triunfado, Nora. Y a Nora se le puso sonrisa de gorrión. (Si es que los gorriones sonríen.)

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sesenta y seis

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Mi diario de los Cuentos 1

¿Alguna vez has conseguido hacer algo bien que al principio no te salía? Dibújate haciéndolo y explica lo que era.

2

Pega una foto de cuando eras pequeño o dibújate y escribe tres cosas que ahora haces mejor que entonces.

3

¿Qué quieres ser de mayor? ¿Crees que te costará conseguirlo? Explica por qué.

sesenta y siete

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Escuela de inventores

Rasi no sabía a quién dar la chistera. La arrastraba en círculos rodeando a los cuatro niños. Parecía dudar entre dársela a Aitor o a Ismael. Se paró delante de uno, luego delante del otro, y así varias veces. Al final pareció decidirse por Aitor. —¡Bien, Rasi! —dijo Aitor, estirando la mano hacia el sombrero—. Los cuentos de Ismael son un rollo. Pero entonces Rasi cambió de idea. Volvió a empujar la chistera y se la dejó a Ismael. —Pues parece que los tuyos sí que son un rollo, Aitor —dijo Irene—. A Rasi no le gustan. —Lo que a Rasi no le gusta es que os faltéis al respeto —contestó entonces Elisa—. Ni a mí. En ese momento Ismael empezó a contar.

sesenta y ocho

Escondida en el desierto del Sáhara, que está al norte de África, hay una escuela muy especial. Es un colegio para jóvenes inventores. Está dentro de una burbuja de cristal gigante que lo protege de la arena y del calor del desierto. Y nadie puede ver la escuela, porque el cristal brilla tanto que deslumbra a todos los que miran desde fuera. Era el último día de curso. Se había organizado una gran fiesta y el director iba a entregar un premio al mejor inventor del año. Los niños esperaban muy nerviosos en el salón de actos para conocer quién era el ganador. —Creo que voy a ganar yo —dijo Malika—. Gracias a la máquina para escurrir nubes que he inventado, nunca más habrá sequía. Malika era de un pueblecito de Marruecos en el que casi nunca llovía por eso se preocupaba mucho por la falta de agua. —Aprietas este botón y las nubes sueltan hasta la última gota de agua —explicó Malika a sus compañeros. —¡Mi invento es mejor! —protestó Chang.

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Era un niño muy inteligente que había venido desde China a estudiar a la escuela de inventores. Todos lo miraron muy extrañados.

—Si escurres las nubes, no quedará agua para los que no puedan tener tu máquina —dijo Chang—. Es mucho mejor mi aparato de colorear paisajes. —¿Para qué sirve? —se interesó Manuela, que era española. —Con mi máquina, se puede cambiar el color de los paisajes —explicó Chang orgulloso—. Pintar el cielo de amarillo, la hierba de morado o el desierto de verde. Malika no estaba de acuerdo. —A mí me gustan los paisajes tal como están —dijo la niña. —¡El mejor invento es mi máquina de dar besos! —exclamó Manuela. Malika y Chang la miraron extrañados. —¿Para qué sirve? —preguntó Chang. —Pues para dar besos y abrazos… —respondió Manuela. —Los besos y los abrazos no sirven para nada —dijo Malika. 70

setenta

—Pues a mí me gustan, ¡y me hacen feliz! —protestó Manuela.

En ese momento el director subió al escenario y todos se quedaron en silencio. —El ganador del concurso ha sido ¡Miguel! —anunció el director. Nadie aplaudió. Todos estaban muy extrañados porque Miguel había presentado al concurso una hoja de papel impresa por las dos caras. ¡No podían creer que fuera el ganador! —¿Qué es esa hoja de papel? —le preguntaron Malika, Chang y Manuela. —Son las instrucciones sobre cuándo y cómo usar vuestros inventos —explicó Miguel—. Hay que dejar siempre un poco de agua en las nubes, pintar los paisajes con los colores de la naturaleza y dar un abrazo cuando alguien está triste o se encuentra solo. —¡Todas las máquinas son maravillosas si se usan bien! —añadió el director. Malika, Chang, Manuela y el resto de los niños aplaudieron al ganador.

setenta y uno

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Cuando acabó de contar el cuento, Aitor se levantó a abrazar a Ismael. —Es… Por si te sentías solo —dijo Aitor.

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No lo ponía en el manual de instrucciones de Miguel, pero los abrazos también sirven para pedir perdón.

setenta y dos

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Mi diario de los Cuentos 1

Inventa y escribe un nombre para cada invento.

2

Si hubieras participado en el concurso, ¿qué invento habrías presentado tú? Escribe cómo se llamaría y para qué serviría.

3 Algunos inventos cambian la vida de las personas. Pregunta a tus familiares en qué ha cambiado su forma de vivir desde que existen los móviles. setenta y tres

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12

Ceniciento

—Hoy es el último día del curso, así que será también ¡el último cuento del curso! —dijo Elisa al recibir a la pandilla.

Todos estaban tan nerviosos que se cogieron las manos. Rasi se lo pensó un poco antes de empujar la chistera hacia Aitor. —Sombrero, sombrerito mágico —dijo Aitor—, haz que cuente un cuento fantástico. 74

Y entonces empezó a contar.

setenta y cuatro

A Ceniciento le encantaba escribir. Le chiflaba viajar con la imaginación a través de la historia. Lo mismo inventaba cuentos de un troglodita amigo de un mamut, que de un astronauta que subía en cohete a la Luna. Pero como era el más pequeño de sus hermanos siempre le tocaba hacerlo todo en casa.

—Ceniciento, deja de escribir y corta leña —le pedía su hermana mayor.

—Ceniciento, espabila, poda los rosales —le ordenaba su hermano mediano. Un día, Ceniciento recibió una invitación para la presentación del libro de su escritora favorita, Berta. Y cuando ya estaba a punto de salir… —Ceniciento, ordena el desván —dijo su hermana. Con tantos cachivaches, tardaría horas.

—¡Esto lo arreglo yo! —oyó a sus espaldas. Era la tía Flora—. Para eso he hecho un cursillo online de hadas madrinas a domicilio. “Soy el hada Mari Flora y los hechizos adoro. Que quede el desván ahora como los chorros del oro”.

setenta y cinco

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Tras dar unas vueltas, todo quedó más desordenado que antes.

—Bueno, tengo que perfeccionar mi magia. Pero no te preocupes, yo me encargaré del desván. Ahora vamos a buscarte un medio de transporte.

Ante los ojos asombrados de Ceniciento aparecieron, uno tras otro, una bicicleta eléctrica, una carreta, una carabela, un ferrocarril, un automóvil y un avión supersónico. —Mejor me quedo con la bicicleta eléctrica —dijo Ceniciento—. Y salió volando, es decir, pedaleando, hacia la fiesta. —¡Vuelve antes de las doce del mediodía! —le gritó Flora. Al llegar a la librería donde se celebraba la presentación, Ceniciento se dio cuenta de que cada invitado tenía que narrar un cuento. Él contó el de un caballero con armadura que vivía en un castillo. —¡Me encantan tus historias! —le dijo Berta. Y los dos charlaron animadamente durante horas. 76

setenta y seis

A las doce en punto, Ceniciento salió corriendo y perdió su cuaderno. Cuando Berta lo abrió, leyó el principio de un cuento: “A la princesa Teresa le aburría ser princesa”.

Tantas ganas le entraron de saber el final, que recorrió la comarca entera para dar con Ceniciento. —Dime qué le pasó a Teresa —le pidió en cuanto lo encontró. “Dejó, al hacerse pirata, a la corte turulata. Y con parche, barco y loro, se fue en busca de un tesoro”.

—Cuéntanos más —le rogó su hermana, que había escuchado el cuento desde detrás de la puerta—. Yo barreré la casa. —Eso. Y yo limpiaré el polvo —dijo su hermano que también había estado escuchando.

Desde entonces, Ceniciento y sus hermanos comparten las tareas del hogar. Todas las noches, Ceniciento les cuenta un cuento. Y a menudo reciben la visita de Berta, que les trae pastel de nueces.

setenta y siete

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—Enhorabuena, Aitor —dijo Elisa cogiéndole la chistera—. Enhorabuena a todos. Me han encantado vuestros cuentos.

—Dirás enhorabuena a la chistera —dijo Aitor—. Ella es la que nos ha ido soplando los cuentos.

—Os contaré un secreto —dijo Elisa sonriendo—. En realidad, la chistera no es mágica. Los mágicos sois vosotros. Vosotros, como Ceniciento, habéis hecho magia con las palabras cada vez que habéis inventado una historia. —¿Entonces la chistera no hacía nada? —preguntó Irene.

—Creer que la chistera es mágica os dio la fuerza para intentarlo. Rasi se subió encima del sombrero. 78

—¡Y Rasi os dio la inspiración! —dijo Elisa sonriendo.

setenta y ocho

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n tos e u Mi diario de los C 1

Si tuvieras un hada madrina, ¿qué le pedirías? Haz un dibujo y explícalo.

2

¿Qué otra cosa podría haberle pasado a la princesa Teresa del cuento de Ceniciento? Inventa otro final.

3

¿Cuál ha sido tu personaje de la pandilla preferido? Dibújalo y explica por qué.

setenta y nueve

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El libro de lecturas La pandilla de la ardilla para 1.º de Primaria forma parte del Proyecto Editorial de Educación Primaria de SM. En su realización ha participado el siguiente equipo: Autoría Begoña Oro (historia de la pandilla y cuentos de Irene), Roberto Aliaga (cuentos de Nora), Carmen Gil (cuentos de Aitor), Elvira Menéndez y Sara Álvarez (cuentos de Ismael) Edición Aránzazu Tauroni Ilustración Beatriz Iglesias, Ariadna Reyes, Daniel Montero (cubierta) Diseño de cubierta e interiores Estudio SM Responsable del proyecto Nuria Vallina Coordinación editorial de Lengua Gema Blanco Coordinación editorial de Primaria Pilar Menéndez Camarena, Nuria Corredera Arana Dirección de Arte del proyecto Mario Dequel Dirección editorial Aída Moya

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

© SM Impreso en la UE / Printed in EU

Este libro está impreso en papel procedente de bosques gestionados de manera sostenible.