Las Puertas Del Infierno

Las puertas del infierno José Luis Díaz-Granados ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ Gustavo Petro Urrego Alcalde Mayor de Bogotá

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Las puertas del infierno José Luis Díaz-Granados

ALCALDÍA MAYOR DE BOGOTÁ Gustavo Petro Urrego Alcalde Mayor de Bogotá

SECRETARÍA DE CULTURA, RECREACIÓN Y DEPORTE Clarisa Ruiz Secretaria de Cultura, Recreación y Deporte Yaneth Suárez Acero Directora (e) Lectura y Bibliotecas Olga Patricia Omaña Herrán Mauricio Alberto García Segura Dirección Lectura y Bibliotecas

BIBLORED Mary Giraldo Rengifo Directora General Biblored

IDARTES Santiago Trujillo Escobar Director General Bertha Quintero Medina Subdirectora de las Artes Valentín Ortiz Díaz Gerencia de Literatura

MINISTERIO DE CULTURA Mariana Garcés Córdoba Ministra de Cultura María Claudia López Sorzano Viceministra de Cultura Enzo Rafael Ariza Secretario General Consuelo Gaitán Gaitán

Directora de la Biblioteca Nacional ASOCIACIÓN DE AMIGOS DE LAS BIBLIOTECAS, LA CULTURA Y LA EDUCACIÓN, BIBLOAMIGOS Francisco Duque Director Ejecutivo Regina Isabel Martínez Asistente Administrativa

EQUIPO BIBLIOTECA DIGITAL DE BOGOTÁ Sandra Angulo y Patricia Miranda Coordinación general Guido Tamayo Editor Óscar Torres Duque Jefe de investigación Milena Ramírez, Santiago Ortiz y Karla Villamarín Asistentes de investigación Tangrama Diseño gráfico y web Fundación Karisma Asesoría derechos de autor Equipo Conservación y Digitalización de la Biblioteca Nacional Digitalización eLibros Editorial, Iván Correa Diseño y producción eBook

Agradecimientos especiales a todos los autores e intelectuales que aportaron ideas y obras a este proyecto por su confianza y generosidad. © 1985, José Luis Díaz-Granados © 2014, SCRD-Idartes y Ministerio de Cultura

Edición digital: Bogotá, febrero de 2014 ISBN: 978-958-8321-83-7 (epub) Licencia Creative Commons: Reconocimiento-No Comercial- Compartir Igual, 2.5 Colombia. Se puede consultar en http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/co/### Usted puede copiar, distribuir, ejecutar y comunicar públicamente la obra, siempre que no haga un uso comercial ni la modifique. Para conocer el texto completo de la licencia visite http://creativecommons.org/licenses/by-nc-nd/2.5/co/ Todos los derechos reservados. Material de distribución gratuita con fines didácticos y culturales. Queda estrictamente prohibida su reproducción total o parcial con ánimo de lucro, por cualquier sistema o método electrónico sin autorización expresa para ello.

CONTENIDO Las puertas del infierno I ……………………………………………………………………...

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II ……………………………………………………………………..

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A Federico, piel de futuro

Un Ange, imprudent voyageur Qu´a tenté l´amour du difforme Au fond d´un cauchemar énorme Se débattant comme un nageur. Et luttant, angoisses funèbres! Contre un gigantesque remous Qui va chantant comme les fous Et pirouettant dans les ténèbres... Charles Baudelaire

I

¿Desea usted saber cómo es Bogotá en las horas de la madrugada después de haber llovido durante la noche? ¿Y cómo es la vida íntima de un poeta solitario, obsesionado por unos ojos femeninos, unos labios, una cabellera desordenada, unos pies blanquísimos con las uñas pintadas de rojo ardiente; obsedido, también, por los ángeles custodios, por los fantasmas de la historia, por los recuerdos de su infancia y de su adolescencia y, sobre todo, torturado por la idea de escribir una novela a manera de exorcismo? Entre usted aquí, pues, a este coctel luciferino, a presenciar una inacabable danza de ángeles y demonios que luchan, se aman, se estrangulan y se liberan a un mismo tiempo, en tanto que van lanzando como estrellas fugaces todos los sueños, todas las esperanzas y todas las tempestades del silencio. Siga usted y pruebe esta fruta. Es tentadora pero no prohibida. Aún no sabemos si los seres que habitan este libro y sus lectores encontrarán la salvación, o si por el contrario como los réprobos, pagarán condena eterna, muchas veces por pecados que no han cometido. Sé que en medio del río hay gruesas rocas que lo desvían del curso. Hay fieras, hay árboles caídos. En toda oscuridad hay un rayo de luz. Estoy ahora ubicado en este instante, sin mirar atrás, sintiendo a mis espaldas una larga bruma repetidora de esta misma silueta. Mi padre ¡qué loco y serio es! Hermoso: tiene un aire británico. Es extraño, distante, jocoso. Con eso está dicho todo. ¿Todo? Estamos sentados, de espaldas a la ventana de la calle. Hablamos de asuntos cotidianos. La negra nos trae un tinto. El cuarto es pequeño: un óleo anónimo del Buen Pastor domina desde el centro de la pared el llanto plañidero de varias mujeres vestidas de negro. Bebo un poco de tinto y coloco la taza junto a un cirio encendido. Al lado mío hay una mesa llena de flores, sufragios y telegramas: están en el mismo lugar donde antes me sentaba con mi padre a conversar de asuntos cotidianos. El patio es blanco. El patio es rosado. Las paredes blancas escarapeladas. Las baldosas rojas, rosadas, violetas. El patio desemboca en un zaguán que va a morir en la alcoba de las muchachas y en otro patio más pequeño donde hay una alberca y comienza una escalera de piedra. Entre más lejana, más borrosa; silueta fotográfica incesantemente repetida hasta disminuirse y volverse una pequeñísima cola en cuyo final o principio hay un feto, menos, un embrión, aún menos, algo minúsculo, un espermatozoide, menos aún, algo ardorosamente

mínimo, el átomo que fui, al empezar la vida intrauterina. Tres golpes, fuertes, en la ventana que da a la calle, rompen bruscamente el silencio de la madrugada. En su alcoba del segundo piso, José Kristián disimula el insomnio tratando de descifrar crucigramas y fumando hasta sentir sequedad en la garganta. Al oír los golpes queda en suspenso. Apaga la lámpara, da dos chupadas más a la colilla y la aplasta contra la pared. Oye cuando su madre avanza chancleteando hasta la puerta, la abre y conversa con alguien algo que se va llevando la brisa de la hora. José siente que suda torrencialmente. La puerta se cierra y la madre comienza a subir la escalera trabajosamente. Al llegar a la alcoba de José se detiene, abre la puerta e intenta cerrarla de nuevo como si se hubiera arrepentido. José enciende la lámpara y finge estar soñoliento, a pesar de que es evidente que acaba de fumar. ¿Qué? ¿Qué pasa?, balbucea. La madre da un paso hacia adentro, mira fijamente a José y al cabo de un minuto expectante dice, con el rostro grave: llamaron de Santa Marta para avisar que su papá murió. Sencillamente estoy despierto. Más temprano que nunca. He abierto los ojos con dificultad y siento que algo me recuerda algo. Tiemblo. Un leve soplo de emoción recorre mi cuerpo por dentro. Al rato preparo café y fumo sin cesar. Leo la prensa y poco después me quedo profundamente dormido hasta el mediodía. Cuando despierto estoy completamente angustiado. Donde hay vida hay muerte. Donde hay muerte hay resurrección. Cada día trae su noche. La noche, en su proceso, trae el alba. La noche es casi un amanecer, en su comienzo, luego va oscureciéndose, ocultando la luz, envolviendo la claridad. Cuando despierto y murmuro algo lo vuelvo a escuchar. Al afeitarme ante el espejo, lo veo con una expresión que me aterroriza de alegría. Yoli, con el pelo enroscado, grasiento, ojerosa ella, cubierta con una combinación rosada que dejaba al descubierto su sexo velludo, había recibido la reprimenda de la madre por haber golpeado al sobrinito con un martillo. El niño había denunciado a Yoli de estar haciendo el amor con el profesor Strong, un jamaican. ¡Vieja bruta!, exclamó Yoli iracunda: ¡miserable! Y abalanzándose encima de la anciana, la arañó y haló del cabello brutalmente hasta dejarla sin respiración, antes de arrojarla contra el piso de baldosín. El día anterior, con mucho sigilo, Yoli había llamado por teléfono a la mujer del yumeco. Ojo, señora, había dicho levantando las cejas finísimas, cuidando que la vieja y el niño no la escucharan. Mire: su marido anda con una flacuchenta amarillenta que debe estar tísica... Al otro lado del hilo, una voz gruesa de mujer fumadora, había respondido: Ah, sí, sí... pero, ¿quién es usted? ¿Aló? ¿Aló? Y Yoli colgó el aparato. Abrió los ojos algo asustada, luego abrió las piernas desnudas, levantó las plantas de los pies, sucias y vio que la anciana y el niño ascendían lentamente la escalera. Yoli, con calculada seguridad, tomó entre sus manos un diario y comenzó a leer sin perder la calma. Luego se levantó, se ventoseó ruidosamente y arrojó el diario contra el piso. Fue una escena de cine. Caminé dos cuadras en medio de una oscuridad poco común. La calle estaba débilmente iluminada por la luz de un poste lejano. Entre

dos árboles apareció caminando cabizbaja una figura femenina. Venía en dirección contraria a la mía. Hola, murmuré, ¿a dónde va tan sola? La muchacha me miró y sonrió coquetamente haciendo brillar los ojos. Era Floralba. ¡Hola! Exclamé. Le di la mano y nos dimos un efusivo beso. Hacía mucho tiempo nos habíamos dejado de ver. Su puso roja. Hola, ¿cómo estás?, saludó con vocecita cuidada. Vestía un abrigo gris oscuro que le alcanzaba a cubrir algo su barriga crecida. El rostro lindo, como el de Anaís Nin. Iba a la carnicería. Nuestras manos apretadas sudaron. Caminamos varias cuadras y junto al río Arzobispo nos besamos apasionadamente. Cuando regresamos al sitio de partida, entre los árboles, nos volvimos a besar. Te llamo mañana, oí que me dijo al despedirse. Bien espero. Y así fue. ¡Que se calle esa cacatúa! Siempre hacía sol en 1960: Danilo y yo vivíamos la ilusión inconsciente de habitar una casa de otra época, con fantasmas de una Europa conocida a través de libros y películas, a los que éramos fanáticos aficionados, en las bibliotecas de nuestros papás y en los cines baratos, como el San Luis, el Nuria y El Escorial. En esa casa leíamos dos gruesos volúmenes de un diccionario del siglo XIX, en donde buscábamos ávidamente palabras prohibidas. ¡Que ponga el culo el fraile! Por un peso yo había comprado un libro de poesía de Rafael Alberti que reunía tres obras del bardo español a quien acababa de conocer en Bogotá. Y ¡cómo daba de gusto leer por primera vez unos versos que nos hacían desternillar de la risa! Buenas noches hollín de la cocina, ¿dónde está la cocinera?, arde, besugo azul, en la salsera... Y estos otros: inodoro celeste, termosifón, bañera, Apolo en pantalones, sin corbata... Lecturas en el solar, con abundante vegetación, un gato negro con rayas doradas, hosco, maloliente, ¡saque ese perro de aquí!, reflejos del sol en la alberca. El sol es la verdad, ¿ah? Buenos días, portera (la portera, con su escoba de flores). Hervé Villard: Bogotá, Fundación, París. Para mí, escritor frustrado, intelectual neurótico y artista inestable en todos los órdenes, para mí, José Kristián, el retorno al cristianismo resultó mejor terapia que todos los libros, todos los psicoanalistas, todos los amigos y todos los afectos juntos. Y a través de Cristo podía llegar con absoluta seguridad a todas las metas que me había trazado desde mi primera juventud. Una noche de octubre, a los 33 años, Dios me reveló a través de San Agustín, que la verdad estaba en uno mismo. Y Cristo no se me separó jamás. Estaba en lo más recóndito de mí. A la semana siguiente ingresé a la Facultad de Teología y en julio conocí a Doris. Me dejó fascinado desde el primer momento. ¡Qué error! No puedo bajarla del pedestal. Me gusta como se ríe, como se pone seria, como camina, como baila, como me mira. La he llamado por teléfono durante dos meses y siempre ha encontrado una excusa, amable por lo demás, para no verme. Al fin, un viernes me llamó con el fin de invitarme a beber cerveza, según me contaron. En ese momento me extirpaban un ganglión de la mano derecha. Cuando salí de la clínica, corrí a llamarla, pero Doris había viajado a la Costa. Semanas después le hice la primera visita y se mostró afectuosa, muy simpática y cálida. Estaba preciosa. Todo iba bien, pero me dio por precipitar las cosas y le dije

que estaba enamorado de ella. Doris me miró sin decir palabra. Aquella belleza morena, india, me fulminó prácticamente con sus ojos profundos. Te llamaré un día de estos, José, dijo y me fue dando la mano en señal de despedida. Un sábado, sin embargo, la llamé como quien no quiere la cosa, con el fin de invitarla a una fiesta. Para mi sorpresa aceptó. Me sentí dominado y nervioso por culpa de esa pantera. Cuando estuve junto a ella me invadió un sentimiento de inseguridad, de angustia, de total inferioridad, que no pude explicármelo. Sin embargo, nos amacizamos durante el baile, nos besamos con ardor y aceptó todas mis tediosas palabras de amor. ¿Tanta felicidad me desconcertó? Nos despedimos al amanecer. Su aparente amor y sumisión me dejaron confundido y durante una larga semana no pude recuperar el equilibrio. Presentó un informe informe, o sea (¡oh mar! Omar), algo así como su versión de la subversión, un balance sin balancear, como una exposición (es decir, que fue posición, ex-posición) sin figura ni forma o algo semejante, Sem-E-Jante... Golpe del codo dado con el dado... Fue así como comenzaron mis 15 largos años de miserias y derrotas. La realidad era que no tenía confianza en mí mismo, en mi talento para escribir. Era una sensación muy extraña. Me decía: no vuelvo a escribir. Comuniqué un día a mis amigos: adiós a la poesía, al cuento, a la novela. Pero seguía escribiendo... El presidente se había encerrado en sus aposentos privados aquella jubilosa noche de junio después de haber recibido el homenaje de sus copartidarios asomado al balcón de Palacio y había escuchado una docena de discursos congratulatorios lo mismo que un hermosísimo soneto que lo conmovió que había improvisado el niño poeta llegado de la remota ciudad de Santa Marta del Mar llamado José Modesto del Carmen Granados y V., y a través de la muchedumbre de banderas rojas y de pancartas alabatorias y de loas públicas que arrojaban sus prosélitos junto con bocanadas de humo de cigarrillos baratos y de rocío alcohólico y después de terminada esa fiesta del espíritu como la calificó un diligente cronista oficial se despidió de abrazo de sus ministros y consejeros y edecanes militares, dio un golpe en los hombros de sus guardaespaldas y se encerró apresuradamente en la alcoba, donde lo esperaba Floralba con su carita angelical y su diente de plomo suavemente maquillada con cremas francesas y aromada con el más fino Chanel y qué carajo olía a puta de la diez y cubierta con una vaporosa camisa de dormir rosada que me regaló mi mamá para cuando me fuera a la luna de miel con una piernecita levantada con las uñitas de los pies blanquísimos completamente mal embadurnados de rojo encendido haciendo carita de coquetería pero que enseguida se notaba que estaba fingiendo porque si era verdad que era un demonio no podía ocultar su rostro de San Rafael Arcángel y entonces el presidente cerró con doble llave la puerta se tragó el llavero haciendo una morisqueta mágica y se arrojó velozmente a los pies de Floralbita divina, mi amor, mi chinita linda, estaba desesperado por verte mijita, Florecita, amorcito lindo y se fue de una vez desabrochando los pantalones y comenzó a lamer a su niñita de mi corazón como perro hambriento y ella Mefistófeles papito

cálmate no puedo no puedo Floralbita, reina mía, escúpeme la boca, azótame, háblame de tus amantes, mijita y después recíbeme, tontica mía, y sonríeme, y juguetea con mi pelo y ríete otra vez con tu risita local, putica barata de cine de barrio y dale otra vez, hazme olvidar esta politiquería de lagartijas borrachas de cagatintas mantecosos, de manzanillos lambeculos, hasta quedar exhaustos, mi amor, abre otra vez esos ojazos de ángel perverso. Floralbita de mi corazón, así así así, ay madrecita linda. Sasaima es una población de clima cálido situada a pocos kilómetros de Bogotá. No la conozco, pero sé por referencias que cuando Joyce escuchó por primera vez el nombre de este municipio (¿se lo nombraría acaso Valéry Larbaud, su íntimo amigo, el autor de la novela colombiana Fermina Márquez?), dijo que era tan hermoso que le gustaría ponerlo de título a un libro suyo. He salido del túnel del sueño a la cárcel de la libertad. Voy a encontrarme con lo que sé, con lo que siento, con lo que anhelo, con lo que amo. Voy a tener conmigo a mi contrario. Voy a librar una batalla con mi émulo, para así recrear una vez más la existencia, para probar la sabiduría y grandeza del alma humana. La pelota blanca de caucho, ya negra de lo puro sucia, corre en dirección al zaguán. Yo, ¿estoy solo? Pienso: yo soy yo y no otro. En serio, lo pienso. Jamás lo he olvidado. Siento conciencia de mí. Soy, me digo desde bien adentro. Sé que soy. ¡Oh sí!, dijo la liebre, sacando un reloj de su bolsillo. Mi reloj se paró a las cinco, de modo que siempre marca la hora del té. En aquel instante el lirón abrió un ojo y tras un bostezo, dijo todavía adormilado: tito tito capotito sube. ¿Tienes un tema para tu novela, José Kristián? Yoli ha decidido que debo escribir una novela. Quizás deba hacerlo sobre sexo. Fantasías y obsesiones sexuales. Un buen día, Yoli se tropezó con José Kristián en el corredor de un Ministerio y de inmediato entendió que entre ellos dos todo era posible y deseable. Yoli quiso seguirlo y lo hizo. Seguía esa figura quijotesca, esa mirada penetrante y ese deseo confesado. Una brumosa obediencia la hacía inclinarse de pronto ante el deseo de este hombre, que se convertía en una orden, incluso en una obligación. La creación es un libro, un poema en el cual, en cada verso, se rebela la gloria de Dios. Pero este libro requiere un lector; y el hombre es un lector que lee en lo creado y canta la gloria del Señor. Ya el instante pasó, ya se va formando a mis espaldas la silueta de mí hace un momento. La prolongada cola, si pudiese mirarla, es la cinta cinematográfica donde se nutren los recuerdos. La primera vez que entré en la oficina me cohibió la mirada burlona, felina, de una adolescente delgada y bonita. Siempre que me veía dejaba asomar sus dientes volados, agresivamente blancos, sin dejar de teclear en su máquina eléctrica. Al tercer día me dije: hoy no iré a la oficina. Si es posible, no volveré más nunca. No soporto la mirada burlona de esa gata insolente. Sin embargo, fui a trabajar. Pasó el tiempo y me fui acostumbrando a la rutina. Un día le dije: te pareces a la Virgen de Santa Marta. Ella rio complacida. Dos años después, Campanita, que así se llamaba la niña, no podía creer que por ella hubiera podido renunciar a mi pan de cada día. Una hora diaria contemplando tu cabellera

rubia, esperando siquiera que mires hacia atrás un instante. Siempre, por los lados de la avenida 19 andaba La Chunga. Cuando la estaba poseyendo me fijé bien en su rostro: pura india andina, de ojos pequeños y vivos, nariz aguileña, abundante cabellera negra, gorda y grandota de cuerpo. Se reía por todo. Muy simpática y hasta infantil. ¿Cómo te llamas? Y ella, con acento quechua: Rchosa, ¿Rosa? Sí. El coito fue lento por el exceso de aguardiente que habíamos ingerido y por la real falta de excitación. Hubieran sido preferibles unos cuantos tragos de vodka. ¿Y qués eso? Una bebida rusa o polaca. Se movía poco. Sólo sonreía cuando yo la miraba y luego se ponía a observar el cielo raso. Entre tanto, yo recordaba que hacía un mes había estado allí mismo, con otra ramera. Esta era diferente: tímida, casi sin vida. En cambio, Rosa era vital, alegre, madura. Me gustaba su modo andino de hablar sin alterarse, siempre serena y sonriente. Mire, Josesito, se me harrshoto la media. Hubo un instante de pesadilla cuando le miré el rostro en la penumbra y tuve la fugaz sensación de que me estaba tirando a Miguel Ángel Asturias. Cuando salimos del hotelucho entramos a un cafetín y pedimos cervezas. En el camino se nos agregó una linda sardina con acento afrancesado que, además exageraba, llamada Juliette: estilizada, cabellera rubia lisa, blanca y pálida de piel con un par de ojos verdes, felinos, que daban vida y belleza a ese rostro extraño. Tenía las orejas largas, feas, que ocultaba mal bajo el cabello dorado. Era bogotana, de padres franceses. No dio explicaciones sobre su origen, formación y militancia activa en la prostitución. Estoy jarta, dijo mirándome con ojos de fiera en celo, yo no nací para esto. Montones de caballeros como usted me ven y dicen: sálgase de esto, Juliette, yo la mantengo, me vuelvo su marido y la hago actriz de teatro. A propósito, señor, ¿cómo es su nombre? José, José Kristián. ¿A qué se dedica? Escribo. ¿Y qué escribe? Una novela. ¿De qué trata? De muchas cosas, Juliette. De ti, por ejemplo. ¡Ah que interesante! Ayúdeme. Enséñeme cosas, poesías, yo sé declamar; enséñeme a hacer teatro. Le pago si quiere. Realmente, Juliette me estaba embobando con su belleza y su cháchara. ¿Cuántos años tiene? 19 años, José. Soy escorpio. Soy celosa, celosísima. Por eso prefiero no tener marido. Siempre me toca insultar por teléfono a las mujeres que me contestan cuando los llamo. Ay, que soy su esposa. ¿y usted? ¿Yo? Soy la amante de su esposo. Y todo así. Juliette hablaba sin dejar de fumar y las manos le temblaban. Es que tomo muchas pepas. Por debajo de la mesa vi unos pies divinos, muy blancos, con las uñas pintadas de un rojo agresivo, aprisionados por finas correas negras. Le dije: alarga el pie un momento, Juliette. Ella, sumisa, lo colocó sobre mis rodillas y yo lo acaricié con ternura. Tengo cuatro hijos, una niña de 10 meses que sufre de ataques cardíacos. Don José: hágame su amiga, se lo ruego, lléveme mañana a bailar o a cine o a Monserrate, pero no a la cama. Todavía no. Quiero ser amiga suya. Ayúdeme a abandonar esta porquería. A los 28 años me interesé mucho por las conversaciones, lecturas y películas acerca del fenómeno OVNI. Desde luego, más por espíritu religioso que científico. De esto me doy cuenta ahora. Un día escuché

de labios del profesor Clemente Garavito la afirmación de que posiblemente esos extraños seres que nos visitaban procedían de la constelación de Las Pléyades y que eran sumamente espirituales y receptivos. Inmediatamente me encerré en mi alcoba y comencé a hilar pensamientos: estos seres son sin duda superiores a nosotros los terrícolas. Si reciben nuestros mensajes es porque tienen una altísima receptividad telepática. Entonces, ¿no son ellos los famosos santos y ángeles de que tanto nos han hablado durante siglos los curas y los libros religiosos? Nosotros les pedimos cosas y ellos nos las conceden. Nos protegen del mal, o en fin, hacen cosas que escapan a nuestra pobre razón. Durante dos o tres años tuve esa convicción más o menos tibia, sin alimentarla con mayor emoción. La última vez que hablé con Katia demoró exactamente 12 minutos en pasar al teléfono y cuando lo hizo trató de desconectarlo en tres ocasiones, pues mientras malhablábamos yo podía escuchar el horrible trrrack trrrack trrrack. ¿Cómo estás, Katia? Bien. ¿Me has pensado? No. ¿Por qué? Te noto rara. ¿Qué te pasa? No sé. (Pausas de infinitos silencios) ¿Vamos al cine? No. Me da jartera. O.K. Te dejo en paz. Me alegra mucho. Hasta luego, Katia. Hasta luego. Ahora pienso, encerrado en el baño, para que nadie pueda atestiguar que lloro, que un pobre diablo como yo necesitaba que, de pronto, una mujer me pateara y me colocara en el sitio debido, que me escupiera en la cara cuantas veces le diera la gana. He ganado mi merecido y tú ganaste un buen trofeo, Katia adorada. Ya borré tu nombre y tu número de mi libreta de teléfonos, arrojé al cesto algunos papelitos con tu letra y quemé todo signo, clave, nota, cosa o recuerdo que tuviera que ver contigo. Chao. Katia, adiós para siempre de mi corazón. Perdón, pero después de Joyce, es difícil mirar abajo. A tí te amo, Floralba, filósofa de campo, la de la vocecita cuidada, carita de bocadillo veleño, ojazos almendrados, divinos, vientrecito redondo, piel blanquísima, manos ásperas, rudas, vocecita, dientecito de plomo, teticas. Anaís Nin no hubiera encontrado en Francia un rostro más parecido al suyo, una expresión de ojos más exacta. Entre 1959 y 1979, José Kristián escribió aproximadamente una docena de libros jamás publicados, muchos de ellos arrojados al fuego recién los terminaba de crear; otros, perdidos en casas editoras de Hispanoamérica, y otros, los menos, por ahí guardados en el cuarto de San Alejo. Con Yoli, José demostró que era exactamente una mujer despótica y brutal lo que había deseado, y la relación fue realmente un éxito. La burguesita de la casa de enfrente se acerca a mí, en el paradero del trolley, y me dice de pronto: ¿Quiere que le cuente un secreto? Sí, respondo con gesto escéptico. Coloca sus labios en mi oído y estampa lentamente un beso tibio que va calentando mi mejilla derecha. Inmediatamente se retira y voltea la esquina. Yo me quedo estupefacto. El muchacho, de unos 25 años y de aspecto taciturno, caminaba sonriente con un hermoso bebé en sus brazos, mientras que su mujer, una bellísima tigresa de larga cabellera pelirroja le daba puntapiés en las nalgas con sus tacones puntilla y le gritaba, riendo: ¡arre, burrito, arre! Cenit, con la madera o cielorraso que lo separa de la cubierta general, bien de

propiedad común. Nadir, con la placa de concreto, bien de propiedad común que lo separa del primer piso y aire sobre el patio y antejardín en la zona del voladizo. Consciente de que sus impulsos sexuales se salían de lo normal, se puso a buscar la realización más próxima posible de su ideal: Yoli, la vampiresa perversa y despótica que lo tiranizaría y humillaría, que llegaría de hecho a dañarlo físicamente. Porque él había descubierto que el dolor era el preludio necesario del placer. Impovernment of the booble by the bauble for the boubble. Llámase cagarruta o cagaluta a cada una de las porciones, aproximadamente esféricas, del excremento del ganado menor y de ciervos, gamos, corzos, conejos y liebres. Y se denomina cagadero o cagatorio el sitio donde va mucha gente a exonerar el vientre. Y ya lo dijo el obispo: los proletarios del mundo unidos no pueden hacer andar a un paralítico. ¿José? Ahora gallinacea con cuanta mujer se le atraviesa. Hasta con esa bizca inmunda que vende lotería. ¿Pero cuál es su mayor deseo? Escribir tan solo una o dos líneas que condensen algo poderosamente cósmico, lírico, épico, dramático... ¡Dublín se quema! ¡Dublín se quema! ¿Y cómo va tu novela? ¡Uff! ¡Ni me hables...! ¡Desafío a cualquier físico nuclear o a cualquier arquitecto de catedrales góticas a que me imite! ¡Debe haber tal perfección, tal simetría, tal equilibrio, que a veces no sé cómo no náufrago entre tanta arena movediza! ¡Me provoca mandar todo al carajo y dedicarme a la culinaria...! ¿Por qué dices que toda mujer culona es chismosa? No sé, es una ocurrencia mía nada más, viejo. ¡Inocente mariposa! En el mismo instante en que yo correteaba a Luisa, la hembrita del servicio, Danilo voyereaba desde la ventana del segundo piso. Luisa luchaba con fuerza descomunal para liberarse de mis brazos que la aprisionaban sin tregua. De pronto, jadeamos, pero yo sentía la fuerza de sus dedos y uñas sobre mis ya débiles muñecas. Vi en ese instante a Danilo dar una vuelta de película de un cuarto al otro, como un felino, para observar mejor nuestra escena. Yo solté la risa y Luisa se desconcertó sin opinar. Seguramente pensó que era por ella... El anterior texto da una idea de lo que es un párrafo pésimamente escrito a causa del afán de estampar el demonio del recuerdo. De la citada escena lo que José Kristián quiso describir, y no logró satisfactoriamente, fue la vuelta que dio Danilo como un gato volteando la esquina, ¡Manes de Hemingway!, sigilosamente, pegado todo el cuerpo a la pared, incluida la cabeza, como un crucificado móvil; un acto cotidiano, sencillo, simple y que sin embargo atormentó al escritor durante mucho tiempo. A través de mis lágrimas vi como un sueño vidrioso la figura de Campanita, como una playa meridiana, oí mi remota voz de ansiedad sepultada, aquella sonrisa que no afirmaba ni negaba, aquella dulce ruptura. Entre tantas muchachas hermosas y buenas, tenía yo que enamorarme de una putica linda. ¿Usted sabe lo que es eso? Juliette está a punto de maraquearme. Una pasión permanente entre el ser y el no ser. Un temor a dar el paso adelante y al mismo tiempo una morbosa atracción hacia ese ser prohibido y marginado, misterioso y divino. Abandonar esta vida licenciosa es difícil por lo divertido y aventurero que tiene. Anteanoche, llevaba en

uno de mis bolsillos secretos seis billetes nuevos de 500 pesos y no me explico cómo hizo la putica esa para robármelos. Me quedé en la total miseria, sin saber cómo voy a comer en los próximos días. Sufrí intensamente, y sin embargo, no he podido renunciar a esta asquerosa costumbre de recorrer las calles más sombrías de Bogotá. Debo jurarme a mí mismo no volver a tomar una taza de tinto en un cafetín; no pasar ni un solo minuto en esos hotelitos tenebrosos, no beber una copa de aguardiente tentador, no volver a pensar en esas cosas, aunque se desconcierten mis amiguitas. ¡Debo cumplir el juramento de no volver a esas andadas! Así, de pronto, sin dar explicaciones a nadie, haciendo mutis por el foro, así, súbitamente, con la mano en el pecho, sobre mi atribulado corazón, con absoluta seguridad de mis actos, con voluntad, con fe, con alegría y con esperanza. ¿De qué murió mi padre? Los escasos médicos que ese día se encontraban en el pueblo, diagnosticaron infarto cardíaco unos; otros, derrame cerebral. Y hubo alguno que afirmó que las causas de su muerte sorpresiva fueron producidas por envenenamiento. ¿Por qué o por quién? No lo sé. No me importa y no quiero saberlo. Era el hombre más dulce, manso y bueno de este mundo. Era, ciertamente bohemio, parrandero, pero no le hacía daño a nadie. Era muy fino y su sentido del humor no tenía par. Carecía de enemigos serios. Y una última reflexión para que no vuelvas a esos sitios: témele a la sífilis, a la blenorragia, al chancro, a todas las enfermedades venéreas. El alto índice que se registra en Bogotá es alarmante. No vuelvas más, José, no vuelvas a buscar mujeres de la calle. Hazlo por lo que más quieras. No vuelvas más a esos sitios. ¡Júrame, José, que no lo volverás a hacer! La felicidad, de pronto, es tan simple; la encuentro escuchando los cantos vallenatos, clásicos, imaginando un amanecer en Tierra Santa, leyendo y releyendo a Gabriel García Márquez, a Germán Espinosa, a José Stevenson, bebiendo grandes tragos de vodka con limonada, días y noches enteros, con Dionisio Ángel y Samuel Arcángel, hablando de Yoli con Pepe Luis, de sus cualidades físicas y sus ocurrencias morales, y luego volver a escribir, a retomar el capítulo truncado, a releerme, a disfrutar de lo único que puedo hacer con alegría interior en esta dulce existencia terrenal, sin pensar en la responsabilidad de mañana y arrojando al cesto de la basura todos los compromisos, todos los deberes cotidianos y todas las obligaciones, como no sean las de escribir, las únicas que me he impuesto por encima de todo lo demás. Alicia me lo acaricia. Teresa me lo endereza. Ramona me lo succiona. Carlota me lo alborota. Carmela me lo congela. Irene me lo detiene. Edelmira me lo admira. Cleopatra me lo idolatra. Marvila me lo adormila. Berenice lo bendice. Popea me lo colorea. Rosita me lo achiquita. Doña Amanda me lo agranda. Tenías 12 o 13 años, José Kristián y deambulabas a las nueve de la noche cerca del palacio presidencial, seguramente soñando en ser un prócer, un patricio, como el repúblico que gobernaba entonces, cuando viste que las grandes rejas del portal se abrían y sobre ellas se volcaban decenas de reporteros. Los conocías de vista. Tú también volaste. Repartían un comunicado sobre implantación del estado de sitio y se declaraba

turbado el orden público en todo el territorio nacional. El oficial preguntaba a cada periodista su procedencia, y cuando te tocó el turno, tuviste la iluminación de recordar el título de un remoto periódico que tu abuelo materno había dirigido a principios del siglo en la extinta provincia de Padilla. ¡El Adalid!, dijiste, de Riohacha, y el oficial te extendió el boletín. (Sueño): cuando tenía 38 años, Álvaro era novelista paranoico. ¿Cuál Álvaro? Melánico, Pelagio, Patruno, Toribio, Paulato, Natalio, Audencio, Asturio, Isicio, Castino, Campeyo, Sinticio, Praumato, Montano, Bacauda, Exuperio, Adolfo, Monancio, Aurasio, Quirico, Sigiberto, Gunderico, Sinderedo, Urbano, Sunicredo, Concordio, Cixila, Epilando, Gumercindo, Wistremiro. Era un hombre cincuentón, moreno, simpático, y me decía distraídamente: ¿tu padre? Sí, tenía alma de hamaca. Esperanza volvió a sonreír. Luego dijo con sorna: ¿por qué será que las bogotanas ricas huelen a chompa de cuero? Pregúntale eso a Dionisio o a Samuel. No, ¿sabes que ellos tampoco me dijeron nada? Sus palabras textuales fueron: hay alusiones a mis relaciones con Yoli, fugaces y sin nombrarla, en mi libro de cuentos Los papeles de Dionisio, dijo el primero. Por su parte, Arcángel declaró: toda la historia de mis relaciones con Yoli está contenida en mi novela Los círculos concéntricos. ¡Ajá!, exclamó José Kristián: otro tanto te puedo decir yo: todo lo que fue y lo que no fue lo encuentras en mi novela Los colores del paraíso. ¿Satisfecho? En el café Lisboa, pequeño, estrecho, hediondo a aguardiente, orín y vómitos, logré sentarme y pasar un poco el malestar de la borrachera. Una copera se sentó inmediatamente. Ya salgo, papito. ¿Nos vamos a calentar un rato? Hola, dije. Era una mujercita de ojos achinados, piel blanca y mejillas rosadas, rostro infantil e inexpresivo. La voz era dulzarrona y hablaba como repitiendo una lección. Miré sus pies: las uñas torpemente cortadas aún conservaban algo de esmalte rojo. Vestía minifalda escocesa. Los muslos rosados estaban fríos lo mismo que el rostro, según comprobé al tocarlos. Vamos a dormir un rato, propuso sin emoción. Y agregó, como repitiendo una frase mecánica: nos calentamos y verá cómo le pasa el malestar. ¿Cuánto?, pregunté mareado. ¿El ratico o la noche? Un rato. Cien y cuarenta la pieza. Le tomé una mano. Era áspera y ruda. Caminamos cuadra y media. Yo, dando tumbos, ayudado de un lado por la mujer y del otro por mi paraguas. Atravesamos una larga y fastidiosa calle repleta de putas burlonas, algunas conocidas mías, hasta que llegamos a las residencias. Allí tocaban un bolero triste. Al pasar por la primera pieza, sobre unas cobijas raídas, una ramera abría sus lindas piernas a la incertidumbre mientras que una indiecita adolescente se acomodaba los calzones rojos y me sonreía con la mirada lánguida. Eugenia, que así se llamaba mi amiguita, me condujo a una alcoba sucia, sin adornos, maloliente. No había silla donde colocar la ropa, así que la pusimos en un rincón de la cama, que era un catre cubierto con una simple sábana y una cobija pequeña untada de semen reciente. Siempre inexpresiva, pero linda, simple, candorosa, se despojó del calzón, se acostó y se dispuso a recibirme. Yo rocé con la mía su mejilla fría y sentí

el olor a perfumito barato y a jabón Lux. En dos ocasiones le pedí que pasáramos la noche completa. Con 300 pesos más, dijo. Mientras la removía, Eugenia observaba el cielo raso, eludiendo una y otra vez las tentativas de besos en su boca. Como en un soliloquio aprendido me refirió la historia de su niña de 6 meses, de cómo preparaba los teteros y la dejaba al cuidado de una hermanita pequeña. ¿Está sana? Pregunté. Sí, señor, yo me cuido mucho. Luego de unos minutos silenciosos, agregó: para no tener críos hago el oginón. Nuevos instantes expectantes y otra vez la vocecita: véngase, señor. Y yo me derramé deliciosamente dentro de una Eugenia complaciente a última hora. La vida, dijo Santa Teresa, es una mala noche en una mala posada. Bardo, carpa amarilla, alucinógena, anda, solio de madrigal, virtud, Gertrudis, atataya laya bacataya erna, zalma, ardris, apurenza, el saco abuzinzeti, tercibario, simiótico, cuestión del astiquesio, zetio ziziriziqui fafafira. ¡Hum! 20 años de olor a aguardiente, limón, naranja, cigarrillos, y a la voz abolerada de poco a poco me voy acercando a ti... Iban, en la penumbra del cafetín rojizo, cabezas y cabezas y cabezas y Ramírez. Pasos y años vividos y soñados, los instantes que se alimentan en mí con la descomposición y el resentimiento, la exageración, la recreación de la realidad pasada y la reinvención de la existencia. Bebo café con leche, pan con mantequilla. Me lavo, me afeito, me miro seis veces más al espejo, Sonrío. Me peino, una, dos, tres veces. Miro el reloj. Salgo como todos los días, tomo la buseta y me coloco en el puesto de siempre. Llego a la oficina, Buenos días, bla bla bla. Saco la regla y trazo un cuadrado casi perfecto con el lápiz negro. Examino las cifras de la natalidad y la mortalidad. Esto no es coherente. Ahora (carraspera) después del almuerzo, dizque usted Coca-Cola brbrbrhum para mí. Ya vengo. ¿Cómo estás? Hola, ¿cómo estás? Hola Silvana. ¿Qué hubo José? En el Distrito mueren tantos niños por gastroenteritis. Mientras pensaba con alterada concentración en los senos de Yoli, en sus gloriosas redondeces otoñales, José Kristián elaboró un collage que contenía lo siguiente: un cóndor de Obregón; una pequeña foto de García Márquez; una secuencia de cuatro dibujos en blue de Charlot a manera de cinta cinematográfica; Pilar Pellicer, la hermosa actriz mexicana, protagonista de Susana San Juan; un fragmento de calendario chino; James Joyce escribiendo Ulysses; un grabado tolteca; una viñeta que representa revolucionarios marchando con armas y banderas y fragmentos de la partitura original de Marche des Marseillois; un tapete de los indios tayronas de la Sierra Nevada de Santa Marta; un retrato a colores de su Santidad Juan Pablo II: Carnaval o Máscaras, del pintor belga Ensor; grabado de Shakespeare; portada de El laberinto, de José Luis Díaz-Granados; estatuilla, ¿de Giacometti?; portada de Pedro Páramo, de Rulfo; cervatillo milenario; cielorraso de templo colonial de Quito; Pablo Neruda sobre las piedras de Chile; Naturaleza muerta, de Picasso; bostezo del pajarito sobre la casa de Tilín, de la tira cómica Carlitos, de Schulz; isla francesa sobre el Mediterráneo con regatas y mar azulísimo; y dolmen de Locmariaquer (siglo III-II a.c.). Usted sabe, una mujer así, Alicita Liddell, ¿12

años? Carajo, le hice de todo. Le lamí el cuerpo una medianoche antes de salir del país; recuerdo que al instante expulsó media docena de gusanos. Pero al hablar del instante se me escapa. Como burbuja de jabón se evade. Como bolita de mercurio corre. Cada instante, por Dios, cada momento, como la gota del océano, como el granito de arena del desierto, son parte de ese todo, casi nada. Yo amo intensamente la música de Satchmo, los corridos mexicanos, la opereta El murciélago, los valses de Lehar, el olor a pachulí, los periódicos dominicales, y tus inexpresivos labios, Nefertiti. La concepción católica sobre la aparición de Cristo en la Tierra es más sublime que la llegada de un extraterrestre. Transciende tiempo y espacio, sobrepasa las dimensiones conocidas. Sombra que siempre me asombras. Negra linda, le dije, lleno de deseo. ¿Entonces qué?, respondió con acento valluno y calculada coquetería. ¿Cómo te llamas? Me llamo Ruby, papi. ¿Cuántos años tienes? 18 años, nada más. La verdad era que representaba menos. Estaba semioculta en un rincón oscuro de la callejuela, llegando a la Avenida Caracas. Era la una de la madrugada. Ruby era morena de ojos rasgados y párpados grandes. Labios gruesos y nariz perfecta. Muy bella. Un cuerpo esbelto. Se cubría la minifalda amarilla con una falda verde oscura que se acababa de quitar. Tengo poca plata. Vamos, pues, mijo, pero me hace sabroso y se demora. Yo sonreí. ¿No estás enferma?, pregunté algo nervioso, pues hacía tres semanas me había curado de ladillas y hongos. Tranquilo, papi. Antier me hice examen de sangre. Al abrir sus piernas de ébano me dio un beso y yo le correspondí mientras ella clavaba en mis ojos su bellísima mirada. Métalo, pues, no tenga miedo. Vea, papi, yo soy seria. Estoy sana. Métalo, pues mijo. Nos amamos lenta y deliciosamente, una verdadera obra maestra del placer. Al terminar me dio abundantes y sonoros besos, y al cabo de unos minutos, sin habernos desenlazado, nos volvimos a amar, esta vez más prolongadamente. Me provoca quedarme para siempre contigo, le dije. Ojalá, papito, dijo Ruby con una sonrisa amarga y regalándome la más tierna de las miradas. Me fue imposible escribir un poema, agregar un capítulo más a mi novela. Fui incapaz de hojear una sola de las carpetas de teología; no pude, tampoco, leer la biografía de Henry Miller, de Widmer. Doris me rompió definitivamente el equilibrio. La adoro. Tres días de angustia, de ansiedad, de frustración. Sin sueño, sin apetito, sin alegría. A punto de romper a llorar en cualquier momento. A las siete de la noche decido llamarla. Su dulce voz al teléfono. ¿Por qué estás triste?, se sorprende. No respondo. Río torpemente. No, por nada. Es decir, no estoy triste, estoy angustiado. Doris, mi amor, te tengo en un pedestal... Ay, noo... Amor, te quiero cada día más, ¡Ohhh! Jamás me había sentido así, a pesar de mi larga experiencia en estos trastornos amorosos. Te quiero muchísimo, Doris linda, pero quiero sentir más pasión por ti y menos sentimientos de divinidad, Te quiero, te quiero, te quiero. En todo el día no he hecho nada, salvo un dibujito para ti. ¿Recuerdas que tú dijiste que lo nuestro era imposible? Eso me tiene atormentado. Después te vas para Cali. Por Dios, mi amor. ¿Qué hago? (silencios, silencios,

silencios). ¿Sabes qué pensé durante el día? Que rompiéramos. Es mejor así. Porque nos ilusionamos; yo siento que te quiero cada día más y más... y después, todo se rompe. ¿Ves? Doris ríe. José no es seguro que me vaya este semestre a Cali. Mira que yo también te quiero... Yo tampoco he podido concentrarme en el estudio, pero sólo nos podemos ver después del lunes. Ten calma. Ya podré verte con más frecuencia. Mañana te envío mi foto por correo, José... Sí, te quiero un poquito más que el viernes y que ayer y que esta mañana... Y me río mucho, cuando estoy sola, y me acuerdo de todas las cositas que me dices y que me hacen gozar y reír. Bueno, amor mío, te dejo en paz. Ya me siento mejor. Un poquito mejor. Que me pienses, que me quieras... José, yo no te olvido... Mi vida, un besote... Igual... Chao, chao... Bueno, ya es algo. Dios mío, gracias te sean dadas. Entro presuroso a la oficina. Como un autómata recorro el zaguán oscuro, ya anegado, a esa hora, de murmullos, pasos, cabelleras y fólderes. Marco la tarjeta en el reloj eléctrico como cualquier funcionario diligente y en un santiamén estoy abriendo la puerta de la penumbrosa oficina. Los muslos que descubres con descaro, Yoli. Cuando sabes que alguien te los mira, Yolita, te sonríes complacida y te haces la que no es contigo. Apúntate la bragueta (tos). Ahora necesito, O.K. Esta sí está muy bien montada con puntos y comas como estaba, sintió valquera parito, esquiámono muy bueno, eschiburrín malato tinio tomó muy serio, usted ni no busca mene medionaranja minimuy trescientos cuarenta noniguna porré no lo cambia bra si mmuemón casi indirecto ciento cincuenta litros clarorororohombre (pasos). En menos de un segundo, yo, José Kristián, recorro mentalmente la historia de la humanidad: la vivo como actor y espectador, la siento, la escucho, la huelo, la narro y la canto: desde que Jehová dijo: hágase la luz y la luz fue hecha. Sí, claro, en el principio fue el Verbo: después fue el Adverbio. La consagración de la primavera, Adán y Eva, y todo el período de la antigüedad egipcia, mesopotamia, persa, siria, palestina y fenicia. Vine al mundo en una casona de paredes blancas y amarillas. El hospital frente al mar Caribe. Cuando mi madre llegó a la sala de maternidad ya había coronado. Mi padre y el médico habían consumido un litro de whisky y en Santa Marta celebraban la víspera del Carmen con procesión, acordeones, tamboras, serpentinas y vacalocas. Al mes de nacido sufrí de asfixia, quedé morado, los ojos desorbitados, la temperatura helada. Muerto. ¿Muerto? A los 18 años me paseaba por los más oscuros burdeles, los más sombríos callejones y las más sórdidas zonas de tolerancia de Bogotá. Bajaba por la plaza de los Mártires hacia la plaza España: callejuelas repletas de putas baratas y personajes tenebrosos. Niños durmiendo en las esquinas, cubiertos por diarios y cartones, desamparados totalmente. Prostitutas que no alcanzaban los 12 o 13 años. Viejas brujas de 70 u 80 años que ofrecían sus arrugas y sus besos inútiles sin labios y sin dientes. A veces iba con Justo Gamboa, quien tenía su moza allí: una trigueña que siempre andaba acompañada de putas negras recién salidas de la cárcel del Buen Pastor. Había noches de mucha pobreza en que recorría la calle 10 entre carreras 10 y 14. Este

sector estaba conformado por laberintos penumbrosos y atrayentes. De día, me perdía entre sus interminables caracoles y terminaba haciéndome peluquear en alguna barbería barata del sector. Desde los 13 años conocía de memoria la zona, cuando por morbosa curiosidad caminaba entre las putas con algunos compañeros de colegio. La primera vez que una ramera me llamó, observé que le faltaban los dientes de arriba y sólo mostraba un par de colmillos manchados de nicotina. Era una mujer joven, pálida, pecosa, de larga cabellera negra y la barriga salida como si tuviera seis meses de embarazo, la falda gris muy ceñida y sin medias; mostraba unas piernas muy peludas. Desde el sardinel opuesto al que yo transitaba, gritaba: ¿vamos, mijo? ¿A dónde?, preguntaba yo entre tímido y curioso. Allí, al otro lado del río. Entre los árboles. Cuidado, susurraba mi compañero, esas viejas le cortan a uno las güevas. Y desaparecíamos de inmediato. Katia me hace sufrir. Me le declaré de manera tan rápida que se burla de mí. Me huye. No disimula la aversión que siente cuando me ve. Me da la espalda y camina velozmente. Si le digo: está lindo el día, me contesta con un ¿sí? y voltea el rostro para otro lado con gestos y ademanes nerviosos que demuestran fastidio. Me dio muy duro su negativa a ennoviarse conmigo. Es que después de mi separación de Margarita y, tras larga y borrascosa temporada de bohemia, he querido rehacer mi vida, pero hasta ahora sólo he encontrado fracasos y negativas: Doris, Katia, Tania... Sin embargo, no entiendo por qué Katia me acepta las invitaciones a caminar por aquí y por allá, a beber café o aguas aromáticas o Coca-Cola y Ginger. Por primera vez en muchos años he vuelto a perder el apetito. También he perdido el habla y sólo me doy cuenta que estoy vivo cuando alguien me llama la atención y me pregunta: ¿Qué le pasa? ¿Está ido? La verdad es que estoy desconcertado. No siento deseos de escribir, casi de vivir. La oración no me consuela. No me interesa mujer alguna. Cuando recuerdo a Doris me estremezco de emoción, de una emoción extraña, de una angustia latente, de una alegría remota. Es amor, es tristeza, es felicidad y melancolía al mismo tiempo. Perdí mi deseo sexual por ella en estos días. No la he llamado y no tengo la menor idea de lo que ella esté pensando o sintiendo. Veo los días y las noches de un color sombrío y me siento muy mal. ¿Qué ocurrió? ¿Me aceptó demasiado rápido? ¿La encontré demasiado superior, coqueta, capaz de darme dos o tres vueltas y dejarme desarmado? ¿No me siento capaz de conducir este romance con la princesita india, bella, que me tiene vuelto pedazos? ¿Qué hago Dios mío? ¿Me escapo y busco otra mujer? ¿La olvido para siempre? La única manera de yo ser feliz, declaró Samuel Arcángel a José Kristián, es la siguiente: irme a vivir fuera de Bogotá, pero no muy lejos de ella, donde haya correo y periódicos. Le daría a mis amigos muy íntimos la dirección, pero a los demás sólo el apartado postal. Encerrado como diría J. D. Sallinger, en una fortaleza blindada, simularía ser sordomudo, no vería a nadie de por allí, me aislaría de la sociedad durante años. Sólo conviviría con mi mujer, mis hijos, mis perros y mis gatos. Y mis gallinas. Claudia es mayor que Danilo y, desde luego, que yo. Recién salido Danilo del

Seminario la conocimos. Estudia bacteriología y vive en una pieza que le ha alquilado la señora Mercedes. Claudia es novia de los dos y nos obliga a acompañarla a misa. Me encanta su cola de caballo, sus pecas, sus ojos almendrados y sobre todo esa sonrisa que deja escapar un atractivo aroma de fresas frescas. Danilo y yo, comunistas militantes, hemos fundado luego un movimiento nacionalista y nos uniformamos con boínas y camisas kaki. Claudia se ríe de todo eso. El otro día, mirándola a los ojos, esos ojos felinos que rutilan ónix al mirarme, me di cuenta de que uno puede llegar a suicidarse por amor. A los 33 años se inició mi lento pero definitivo retorno al catolicismo. Comencé a estudiar libros cristianos con mucha fe y aunque no lograba entender racionalmente algunas cosas, las acepté irremediablemente, a la manera de los cristianos primitivos. Los dogmas católicos que me imprimieron en la infancia y todos los ritos de la iglesia renacieron más bellamente, con una dulzura que nunca llegué a imaginar. El amor a Cristo y los rezos devotos no eran ya una imposición que se llevaba a cabo de modo mecánico sino una convicción profunda de lo más recóndito de mi ser. A los pocos meses comenzaron a ocurrir los milagros. El milagro es uno de los brazos fuertes que sostienen la religión católica. El milagro puro, sorprendente, inexplicable, diferente de la simple sugestión mental y de los fenómenos parasicológicos, que yo ya había experimentado durante más de 10 años. Durante varias semanas me ocurrieron, sin cesar, milagros que revivieron en mí las creencias de la infancia y adolescencia juntas. También renacieron los episodios que antes me habían parecido ridículos y obsoletos: la misa, la penitencia, la comunión, las novenas, la celebración de la Semana Mayor, de la Navidad y de todas las fiestas de la cristiandad. El amor al Sagrado Corazón de Jesús, tan ridiculizado día y noche en Colombia por ser esta la única nación del mundo consagrada a Él; el amor y la devoción por la Virgen María, por los Santos Ángeles Custodios, los santos, las ánimas del Purgatorio y por el Sumo Pontífice, todo ello había retornado felizmente a mi vida. Y eso no es todo: la alegría infinita, el júbilo indescriptible de vivir, la asombrosa seguridad que se tiene para el estudio y el trabajo... son sensaciones nunca antes percibidas, pues si bien en la infancia se creía ciegamente en los dogmas, ahora la felicidad me invadía, a los 33 años, como una catarata que parecía que nunca iba a terminar. Yo sonrío. Hay un momento en la modorra de la oficina en que a nuestros ojos aparece un rayito de luz y es en la cursi esperanza que nos depara el sueño. Mi compañera torna a concentrarse. Entonces yo me encojo de hombros y me da cólico estomacal. Pero la depresión irracional causada por la excesiva adoración que siento por Doris, me la han consolado, por un lado, Tania con sus sonrisas amables y sus inocentes juegos eróticos, y Solita con su exquisita finura: ella ha sido quien más me ha consentido, y quizás por ella he vuelto a ser feliz y a tener confianza en mí. Hermosa película El imperio de los sentidos; me pareció de una ingenua pureza, de alto erotismo y mucha poesía. Hacia las dos de la madrugada, salí del cafetín en donde

acostumbraba terminar mis libaciones, luego de los rutinarios cocteles culturales. Estaba embriagado. Santa Inés comenzó a llamarme, imitando algún pajarraco legendario: ¡Josheshito...! ¡Josheshito...! Yo seguí derecho y crucé velozmente la esquina. Penetré por una callejuela solitaria que miraba hacia la luna llena y tropecé con la rubia bastonera. Hola, dijo con voz de chiquilla chillona. ¡Por Dios! Exclamé. Te había buscado durante meses, semanas, años. Soltó una risita nerviosa. Parecía un maniquí con peluca amarilla, minifalda gris y un rostro lleno de polvo blanco con el que ocultaba montones de granitos rojos. Hagamos el amor, dijo empujando rítmicamente su vientre hacia el mío. Entramos en el hospedaje Las Caricias. Yo pensé: bueno, al fin voy a saber cómo demonios es esta pelada. Ella me hizo seguir por un largo corredor hasta la alberca. Allí tomó un platón tosco y una vasija plástica. Los dejó en un cuartucho de luz lánguida y luego hizo una mezcla de jabón Fab y otras pócimas, y comenzó a restregarse la vagina hasta sacarse espuma abundante. Cuando notó que yo la observaba en silencio se rio y continuó su labor. Estaba un poco borracha. Me miró con alegría y dijo: esto me evita hijos, ji ji ji. Cuando nos acostamos eludió mis intentos de besos en la boca. Después, mijo. Hicimos el amor en medio de unos deliciosos movimientos que yo desconocía. ¡Suéltese, derrámese! Total: tres veces en menos de media hora. Ya basta, dije. ¿Cómo te llamas? Esperanza, ¿y usted? Eh, José, José López, mentí. No se vaya, José, me cae bien. Descansemos un rato. Si tiene sueño, duérmase, tranquilo. No, gracias, Esperanza. Después me roba y me deja sin para el taxi. Esperanza se rió nerviosamente. Nos acomodamos dentro de las cobijas y comenzamos a acariciarnos con ternura. De pronto, con mucha dulzura, dijo: me siento bien con usted, quédese y echemos otro polvo, ¿sí? Yo arrimé la mano hacia el bolsillo de mi chaqueta que yacía en un rincón de la cama y saqué un pequeño frasco de loción Brut, me unté en las mejillas y luego unté a Esperanza en el rostro, detrás de las orejas, en el pecho y en la vagina. Ji ji ji, era toda la reacción de la mujer. Después soltó una sonora carcajada y me abrazó fuertemente. A los 33 años ya había terminado un libro de cuentos y tenía escritas dos novelas. Primeramente, refugiado en el último cuarto del Tonel de Palermo al cual retorné tres años después, escribía en las noches, mientras Margarita atendía a sus padres que pasaban una temporada en Bogotá. Sólo me interrumpía, felizmente, el niño de dos años y medio, con su vocecita angelical que susurraba: papá... papá... Y hacía un gesto de que yo debía pasar al comedor. Y nos sentábamos a comer, generalmente un delicioso arroz de cebollas con carne de bistec, puré de papas y café con leche, mogollas con mantequilla y un poco de queso. Todo esto seguido de aromáticos cigarrillos ingleses. Cuando nos trasladamos a vivir a la Torre de la Rotonda, poco antes del rompimiento matrimonial, yo estaba dedicado a la confección final de mi primer libro de poemas, lo que ocupó prácticamente todo mi tiempo, incluso el de la oficina, hasta noviembre, cuando volví a ocuparme de mi novela comenzada. En enero de 1960 mi papá invitó a comer a un restaurante francés situado frente a La

Rebeca. Yo pedí Chateaubriand. Todavía tengo su delicioso aroma en el olfato y el sabor de su delicada carne en el paladar. De pronto pregunté: ¿Papá, Sartre come Chateaubriand? Sí, claro, respondió sonriente, algo ajumado por el brandy. Era el cumpleaños de mi mamá. Mi hermano mayor se había quedado estudiando para el examen de habilitación del día siguiente. Yo preferí la aventura de la invitación y, naturalmente, perdí el examen de aritmética. Papá, dije, yo tengo la pasión de comprender a los hombres. Mi padre se volvió hacia mí, sonriente, y muy cariñoso, levantando sus cejas abundantes, dijo: dile a tu amigo Sartre que él lo que tiene es la pretensión de conocer a los hombres... Eso es muy difícil, mijo. ¡Me gusta tanto esa mujer! Pensaba José Kristián. Es tan delicada y tan ignorante! ¿Y Yoli? ¡Ah, eso es otra cosa! Primero tuve que asegurarme de que mi estado mental y físico era normal. Durante tres días estuve rozando a cuanta mujer se me atravesaba en la calle o en el bus, y sentía fuerte alegría sexual, pero oprimido por el peso de una extraña depresión. Tres días más tarde todo volvió, felizmente, a su estado normal. Mi mayor aspiración, entonces, era la de que mi mejor potencialidad se manifestara con Doris, la enigmática. Dime, Esperanza, ¿cómo saben ustedes cuando un tipo tiene sífilis? Es decir, ¿cómo hacen ustedes para aceptar a cualquier tipo, sin saber si está infectado? Es un riesgo, ¿no? Sí, pero... una intuye... nosotros sabemos no sé qué, cuándo un señor está enfermo. Si tiene gonorrea echa baba todo el tiempo; si tiene sífilis se le mancha completamente la espalda; si tiene macetas, esto es, ladillas, tiene que rascarse todo el tiempo los pelos... Yo comencé a esculcarla por debajo del suéter y Esperanza rió sin poderse contener. Ayayay, gritaba. Tenía los senos pequeños, apretados por una especie de corsé en donde ella ocultaba dinero, papeles y una peinilla de carey. Ah, dije, me sirve para peinarme ahora. Comencé a tomarla del pelo. Ella reía sin descanso como una niña traviesa. Iba a peinarme y Esperanza cerró los ojos sin dejar de reír. Tengo caspa, bobo. Cuando intenté meter mi mano entre sus medias recogidas hasta debajo de las rodillas, se puso seria. No, dijo. Yo insistí y sentí algo metálico y frío. Era un cuchillo. La miré y sonrió con timidez. Saqué el arma y la contemplé con curiosidad. Estaba filuda y rutilaba peligrosamente. Esperanza volvió a sonreír. Es por si acaso, dijo. La arrojé contra la pared y tomé bruscamente su mano izquierda. En medio de mi borrachera comencé a mentir con tono de mago de barrio: Esperanza, vas a vivir más de 100 años. Tienes problemas con una anciana. Una niña de 10 años te piensa mucho. Vas a firmar documentos. Cuídate del hígado y del estómago. Has sufrido de los riñones. Estás fastidiada con un hombre de edad madura. Una mujer morena te quiere hacer maleficios. ¡Mi amor!, exclamó Esperanza con la mirada atónita y a la vez tierna: estoy muy borracha, pero repítamelo todo. Y mañana vuelva. Todo lo que me ha dicho es completamente cierto. Sólo le faltó decir que hace 8 años cogí una tuberculosis pulmonar, pero que a Dios gracias ya me curé. Qué impresión, José, ¿es que se llama? Yo sonreí. Vuelva mañana, repitió y comenzó a reír: me lee la mano otra vez y me regala el

perfumito... Y no le cobro nada por el polvo. Soltó la risa. Cuando me disponía a levantarme, me abrazó y comenzó a darme besos locos en el rostro, la cabeza, el cuello, los brazos, el pecho y la espalda. ¿Cuántos años tienes, Esperanza?, pregunté mientras me vestía. Ella sonrió sin mirarme: ¿De edad? 25. ¿De ser puta? 80... Los Santos Ángeles Custodios tienen la misión de ayudar a cada hombre a alcanzar el fin sobrenatural a que es llamado por Dios. La custodia de estos Santos Ángeles es una manifestación del amor de Dios a los hombres. Recordando a Joyce: besó los redondeados, sazonados, amelonados cachetes de sus nalgas, deteniéndose en cada redondeado, melenoso hemisferio, en su blanco surco profundo con una oscura, prolongada, provocativa melonmeloneante osculación. Desde ese momento, Yoli se abandonaría a un confuso deber sensual hacia el semiconocido José Kristián, con su facha de poeta melancólico y desueto. Esta circunstancia callejera, maravillosa, que estrechaba en silencio a un joven que casi acababa de abandonar la adolescencia con una vampiresa otoñal que transpiraba deseo por cada poro, se encontraba en un pie de igualdad que sometía a los dos a la misma deliciosa y lasciva necesidad: la de hacer el amor. Joe, what do you mean saying you wrote a novel? A novel huh. Amor castrado por el muro. Deseo cortado por el vidrio. Yo tenía 7 años. Clara 9. Eramos novios y nos íbamos a casar. Yo imaginaba que firmaría en las carátulas de los exfoliadores de papel bond: Clara de Kristián, así como lo hacía mi madre: Myriam de Kristián. Hablábamos de nuestro futuro matrimonio y jugábamos a ladrones y policías. Nos contábamos historias sobre la selva del Amazonas, historias que inventábamos sentados sobre los andenes, después de jugar gambetas, cuclí, y a la Vuelta a Colombia, con tapitas de gaseosas, y nos besábamos tiernamente en las mejillas con íntima emoción. Cuando peleábamos, ella me hacía dar la vuelta a la manzana a punta de trompadas. Una tarde, invitó a varios a amigos y a mí a jugar en su casa y la inundamos desde la alberca, quizá haciendo una guerra de piratas. La madre, furiosa, nos botó. Clara, con botas negras y una espada de plástico en la mano, exclamó: Bueno, que se vayan todos, menos Danilo... ¡Él es mi novio! A los 20 años me enamoré locamente de una maga existencialista llamada Violeta, de mi misma edad. Mientras asistíamos a la película La mujer casada, de Godard, juró amarme toda la vida. Me inspiró muchísimos y variados poemas y prosas líricas. Canté su rubia cabellera como no lo hizo jamás poeta alguno. Una noche, cuando una pareja de mexicanos insistió para que nos fuéramos a su apartamento a beber tequila, la dulce y bella sartreana me animó con un golpecito en el hombro, al tiempo que decía: anda, tranquilo. Yo me quedo con tu hermano mayor... ¡Él es mi novio! Explorada íntegra toda roja W abierta roja pared labios arqueados luz mía roja W cerrada signos de símbolos rojas murallas abertura toda ávida W templada chupadora explorada íntegra toda roja W fija diminuta grande gorda roja W trinche congelado murmullo prchrr rojo todo corazón mirada W luminosa savia puerta sideral roja casi nunca W adentro trunca derramada sola explorada íntegra toda roja W bandera piernas

invisibles delta cara roja rosada urna memoria ciega techo rojo W verdosa carnosa viento amoroso trozo completado explorada íntegra toda roja W afuera adentro ventanal desnudo rojo ya todo yo entra susurro pelo apenas toda W pestaña cicatriz faz silencio máquina inacabada explorada íntegra toda roja W hoyo profundo gélido no sabido fuerte W salvaje plum pas ay roja como rojo abierto aperitivo postres bulliciosa calma W roja toda íntegra explorada. Salí del apartamento del Antijovio, borracho, a la una y media de la mañana. La inmediata intención fue la de tomar un taxi en la carrera 10 con calle 19. El sector hervía de rameras, travestis, policías maleantes, fritanguerías, gamines, cafetines y puestos de tinto y cigarrillos. Bajé, paraguas en mano, por la avenida hacia la carrera 13. Una muchacha alta, morena, vestida de blanco, de ojos melancólicos, me dijo con voz ronca: papi, un cigarrillo. No fumo, mentí, y me acerqué. Le pasé los dedos por la mejilla y comprobé que era varón. Le di un golpecito en el hombro y le deseé suerte. En la esquina siguiente, una negra con peluca rubia y ojos encendidos, vestida de pollera plateada, con tufo a malestar hepático y a cigarro negro, llamó: ven, mi amor. Se acercó casi agresivamente y me tomó una mano con la suya callosa y con la otra comenzó a acariciarme el pecho y a tratar de robar mi cartera. A un gesto amenazador hecho con mi paraguas, el travesti se espantó. Unos gamines adolescentes observaban la escena desde la otra esquina muertos de la risa. Yo seguí mi camino sin mirar atrás. Pasé las festividades de Navidad y año nuevo completamente solo. Mi mujer y mi hijo las celebraron en Santa Marta, con toda la familia. Yo me encerré, me asilé de manera exagerada en el apartamento, apenas iluminado por una débil bombilla encendida en el comedor, con las persianas que dan a la calle cerrada, lo mismo que las puertas que comunicaban con el patio interior del edificio. Temía a los ladrones, a pesar de que era el tercer y último piso de una vivienda demasiado segura. Temía la visita de inesperados amigos y conocidos. Creía que los vecinos me espiaban, entonces evitaba toda clase de ruidos. No quería ser interrumpido para así escribir torrencialmente, sin ningún plan, por las mañanas, en las tardes, en las noches y en las madrugadas, comiendo tortillas de huevos fritos con cebolla y tomate, café con leche y carne asada; papas fritas de paquete, enlatados de atún, galletas Saltinas y muchas tazas de té con leche que acompañaba con bizcochos de chocolate con crema y abundante CocaCola. Mucho, demasiado tiempo había demorado en contestar tus muy queridas cartas, pero motivos muy ajenos a mis grandes deseos de escribirte, me privaron de ese placer. No se imaginan ustedes mis grandes angustias y preocupaciones por la desesperante situación que tuvieron que sufrir durante los meses de crisis económica de mi parte. Pero no todo podía demorar y al fin pude orientar mejor las cosas y espero mejorarlas en el futuro próximo. Estoy orientando otros trabajos para aumentar las entradas, a fin de que ustedes no carezcan de lo indispensable para vivir como gente decente. A esa me la comí, a esta también; a esta también me la comí, y a esa y a esa y a aquella y a la de más allá. Son mis putas. Todas mías. El

otro día, de puro ocioso me puse a hacer cuentas. Y me he acostado alrededor de cien putas por año. ¿Ah? ¿Cómo le parece? En un principio solía trabajar después de la medianoche hasta el amanecer. Siempre he tenido que hacer todo lo que existe bajo el sol, mientras escribo. No pido comprensión ni aceptación, sólo pido tolerancia. A los 9 años conozco el confín de los confines de la bahía. Aquí, el mar. La inmensidad azul, verde, plata. Aquello se pierde en una bruma de rocío. La vista no da para más. Semanas antes, desde el avión, tengo la visión maravillosa. Voy mareado. Mi padre lee una novela policíaca. De pronto, siento que me codea suavemente y murmura en mi oído: el mar. Y yo me estremezco de emoción ante aquel oleaje verde que tengo ante mis ojos. Pienso: yo creía que el mar era azul. Bajar la escalera a la una y media de la madrugada despacio, con la respiración entrecortada, para evitar que las pisadas hagan crujir los peldaños, sudando, el corazón queriéndose salir: ¡Puff! ¡Puuuff! Diez minutos en bajar una escalera que todos los días desciendo en cinco segundos. ¿Te gusta Sylvia Kristel, José? Llámala al 3769846, Estocolmo, Suecia. ¿Fueron 20 años perdidos, José Kristián? Tus pensamientos, tus más recónditos gestos, tus captaciones de la madurez propia y ajena, ¿de qué sirvieron? Has llorado mucho. Has sufrido en demasía. ¿Has hecho el ridículo centenares de veces? ¿Sufres a menudo los más crueles remordimientos? ¿Recuerdas con frecuencia tus caídas vulgares? ¿Te atormenta el recuerdo de tus padecimientos físicos? ¿Creíste en verdad, tener un enorme talento y lo dejaste perder en el ancho río amargo de la vida? ¿Cómo vas a hacer ahora, José Kristián, para recuperar tanto tiempo perdido? Fueron cuatro lustros ahogados en alcohol, intoxicados de café y nicotina, golpeados por amargas frustraciones afectivas, derrochados en centenares de miles de páginas, de poemas, cuentos, relatos y novelas cortas, quemadas, destrozadas, extraviadas y finalmente olvidadas. Hermano: A.*.L.*.G.*.D.*.G.*A.*.D.*.U.*. Este libro ha sido escrito a retazos, en estados de tensión, con ojos que espían por encima del hombro, con interrupciones frecuentes, con castraciones imaginarias y reales, con ruidos desastrosos, con jaquecas y neuralgias interminables, con aullidos desesperantes alrededor, sin concentración, en desorden, sin música y sin poesía. Debe, desde luego, haber una segunda y tercera mano. Opop opap capallo, muy malinhily malchick. Gothgored father dowon followay tomollow the lucky load to Lubin for make his throhonty bottomside pap pap pappa. ¡Esta es la alegría de vivir! Goethe afirmó que todo coleccionista es un hombre feliz. ¡Tamaña polla! Comienza con el gesto. Identidad. Música. Fijación paterna. Horóscopos. España: tan tararán tararán tantán tararán tantán tantán. Compañeras y compañeros, y mis 15, 16 y 17 años, en militancia silenciosa y lejana, marchando al paso de Anastasio Vargas. En la calle 18 lo veo por primera vez, vestido de gris, corbata roja, sombrero gris oscuro y paraguas en la mano. Él mira con ojos esquivos, pequeños y azules, a este niño que ya lo reconoce. En la mesa redonda sobre reforma agraria, en venerable claustro, por los días de Navidad, el poder discrecional, es todo lo que tenía que decir. El adolescente serio

lo escucha sin perder una sola de sus frases, uno solo de sus gestos; en la casa del Movimiento, a nosotros nos entregaron la mamá embarazada. Si pudiera retroceder nuevamente 20 años, y volver, acompañado de mi padre, a recorrer las calles de Bogotá, llenas de sol y edificios pequeños, con informes estadísticos bajo el brazo, y tomar café tinto en el Pasaje y soñar con ver mi nombre escrito todo con mayúsculas, en máquina eléctrica; otra vez el puente primerizo entre cuento y poesía, y tú, nuevamente tú, José Kristián, recorriendo las calles del centro, en las noches luminosas de neón y automóviles, siempre ocupado con periódicos impresos en mimeógrafos, dirigidos, redactados, diagramados, pagados y repartidos por ti, con pasión incontrolable, con la emoción recién nacida y la ilusión inmediata de tu figura importante. ¡Lindo 1959! Después todo es oscuro, muerto, silencioso. Es un proceso. Al filo de la medianoche se prepara para anunciar la nueva vida. Entonces llega la madrugada aún más oscura, la absoluta muerte que lenta y seguramente va rasgando tinieblas y torturas. Los rayos de la vida van entrando triunfales y de pronto, tras larguísima espera, suena la trompeta del alba con su himno de pájaros y gotas de rocío. Poco antes hay una luz crepuscular, parecida al ocaso: es la agonía del nacimiento. Luego aparece plena, orlada de oro, la vida matinal, la primavera... ¿Otra venérea? ¿Cuántas van? Ya ni recuerdo. ¡Qué vida! Y lo peor es que no se trata de una suposición ni de un sueño como me ocurrió la semana pasada cuando soñé que Pancho Lohlé y Juan el Bautista me llevaban a una farmacia antiquísima (hasta sentí sus aromas de droguería de mi infancia en el Barrio Santa Fe) y me hacían aplicar inyecciones de Kántrex mientras yo secretaba por el miembro chorros, cataratas de baba blanca y espesa. ¡Y qué alegría cuando despierto y contemplo la salud y la seguridad de mi vida! Pero esta vez no es pesadilla. Es verdad, ¡Qué vaina! ¿Quién sería? ¿Rosa, la Chunga? ¿La calentana bonita de ojos verdes? ¿La bizca de antenoche? ¡Todas son unas depravadas que les importa un comino enfermarlo a uno con tal de ganarse unos miserables billetes! Las cosas llegan juntas. Precisamente me decía Solita con su tono de niña inocente, que tenía casi dos meses de embarazo. Y su marido la botaría a patadas si se llegaba a enterar de nuestras relaciones. Imagínate el escándalo si llego a tener un bebé tuyo, José. ¡Horror de horrores! Cuanto antes debía abortar. Como fuera yo tenía que levantar unos 6 mil pesos, robados, prestados, regalados, ¡Qué sé yo! ¿Pero, ¿dónde diablos los iba a conseguir? ¡Qué fertilidad! Dos meses antes, Adela, la muchacha del servicio de los vecinos, había tenido que abortar, lo que me costó una fortuna que jamás había tenido en mis manos. ¡Ah vida! Y ahora con esta venérea. ¿La tercera? ¿La quinta? ¿La séptima? ¡Qué singulares sinfonías! ¡Cómo envidio a Beethoven, misógino, que jamás tuvo relaciones sexuales con mujeres! ¡Por Dios, qué ciclo este! Y como si fuera poco, hoy completo mi segundo día con un tremendo dolor de muelas que no logro localizar. Las caries han destapado totalmente dos piezas de abajo y el solo hecho de pasar saliva me hace sentir el más infeliz de la tierra. ¡Qué dolor tan infernal! Lo

único que he podido pasar es pan mojado con chocolate y eso haciendo malabarismos. Sí, claro, iré al dentista. Pero ¿cuánto me irá a cobrar? Yo estoy sin cinco en estos momentos, sudando la gota gorda. Además, el sacamuelas querrá arrancarme no sólo las muelas sino todo el dinero que pueda. Examinará detalladamente mi boca y encontrará tres muelas destruidas, caries en los dientes visibles de abajo y de arriba, en los colmillos y calzas caídas en otras muelas. ¿Y lo demás? ¿Y el insomnio? ¿Y los hongos? ¿Y el estómago? ¿Y las cuerdas vocales? ¡Ah caramba! Esto es lo que he sacado por ser bohemio. No soy escritor, ni vagabundo, ni amante, ni nada. Sólo una piltrafa humana, un trapo sucio, un animal enfermo. ¡Ayúdame, por Dios, Dios de mis dioses! A pesar de ser músico consagrado, pianista, director de orquesta y compositor, el samario Karol Bermúdez acaba de ingresar a la Facultad de Filosofía del Colegio del Rosario. En busca de lo absoluto seguramente alcanzará la gloria universal. Tania es un encanto. Tiene las nalguitas forradas, provocadoras, provocativas. Una cara más o menos bonita, los ojos almendrados y una piel de ataque. Pero me quiere de manera pura, como a un padre o a un hermano. Yo la abrazo, le acaricio su linda cabellera negra, le beso los labios, el cuello, los senos, sin problemas. Tiene unas teticas pequeñas redonditas. Vamos al cine y nos cogemos las manos. Mi emoción con ella es ilímite. Desde hace dos años andamos en estos jueguitos peligrosos sin que haya pasado a mayores. Ella tiene su novio, un antiguo sacerdote y ahora empresario de cine. Antier, dimos un paseo por el parque. A pleno sol, Tania se agachó a recoger unas margaritas. Obedeciendo a mis instintos primarios, le acaricié el trasero suavemente. Ella se volvió de inmediato y me clavó su mirada de gata furiosa y sorprendida durante una milésima de segundo. Pero nada más. Yo le di un rápido beso en los labios y ella sonrió como niña inocente. Me miró con ternura y me devolvió el beso en la mejilla. Luego, me entregó unas flores. Ahora, Solita. Dos meses atrás, Adela y once años antes, Loreta. ¿Ves? ¡Tres abortadoras por su propia voluntad! Y yo, pobre diablo de teólogo predicando en el desierto la gravedad del aborto. ¡No seas ridículo, José! La culpa es nuestra: mía por no tomar pepas o tuya por no usar condón. Me voy a arruinar con cada aborto y con cada venérea. Si son niñas bien, quedan embarazadas. Si son rameras, penicilina segura. Y si es la Venus de Milo, entonces a lo mejor no funciono. ¡Vida perra! Me veo vivir desde el momento en que inicié esta novela. Sus primeros esbozos, el continuo avance de las cuartillas en la máquina de escribir, el ir y venir de las hojas de block periódico, y luego el natural encantamiento, mientras el cerebro descansaba y volvía a tomar combustible. Había leído un ensayo de Will Durant sobre las intimidades literarias y personales de Joyce y, no sé por qué, pienso que allí nació mi idea de escribir esta novela, la primera de mi vida –pues los 5 o 6 intentos llevados a cabo a partir de 1962 se quedaron cortos y nunca pude avanzar más allá del centenar de cuartillas infladas, hasta esa noche de abril de 1976 cuando me refugié en el último cuarto del Tonel de Palermo y comencé a escribir como

alucinado–, la primera novela de mi vida, repito, que, terminada a los pocos meses, el pulimento la redujo a 60 páginas y fueron a integrar un libro de relatos que el editor Lohlé se llevó y guardó por espacio de dos años. Cuando me devolvió el manuscrito, ya había madurado en mi mente gran parte de la narración y la reescribí entre la última etapa de mi borrascosa época de pecador impenitente, buscapleitos, marido macabro, alcohólico y fumador empedernido, y el primer ciclo de mi nueva etapa cristiana, postoperatoria, desintoxicante y purificadora del amor. En poco menos de seis meses terminé una segunda versión de 129 páginas de la novela, que luego fue creciendo hasta llegar a las 185 cuartillas, esta vez más vital y jubilosa. Cuando por fin di por terminada la obra resolví archivarla un Domingo de Resurrección, para descansar un tiempo y dar comienzo a mi segunda novela, la cual desarrollé con la misma alegría con que escribí la anterior, pero a ritmo más lento, aunque igualmente intenso en la concentración y en la pasión. Entre abril de 1976 y agosto de 1980, me veo vivir momentos realmente deliciosos, apasionantes, con aventuras extraordinarias, noches marginales y divertidas y extensos días jubilosos. A los 18 años escribí el elogio de un presidente fugaz y éste me regaló 200 pesos. Meses después, obsequié a un judío millonario, admirador del Libertador, con un soneto a Bolívar. Me dio 150 pesos. Como Erasmo de Rotterdam, fui adulador de cocteles y matrimonios y llorón de velorios y aniversarios fúnebres. Y también, como el genial filósofo, no buscaba más que pretextos para continuar escribiendo en libertad. Aquella noche, Bogotá hervía de alegría, mujeres y billetes. Mi amiga era una boyacense coqueta y pintarrajeada. No pudimos acostarnos porque, por vez primera, no había una sola residencia disponible. Toda la ciudad haciendo el amor. O el sexo. Cerca de la iglesia de Las Angustias, timbré en un hospedaje con zaguán. Después de largo rato abrió la puerta una mujer malhumorada, fea y morena, con el cabello negro revuelto, con una combinación rosada por todo ropaje, que dejaba ver los pezones y el sexo velludo. ¡No hay pieza, es muy tarde! Mi amiga me miró y sonrió mostrando dos dientes de oro. Bueno, excúseme, dije sonriendo. Salí al zaguán hacia la calle y la mujer me siguió hasta la puerta. Tal vez haya algo dentro de una hora, dijo moderando el tono. El sexo y los muslos se le dibujaban provocativamente a la luz del farolito de la entrada. Mi amiga me tomó del brazo, dijo gracias y adiós, mientras la mujer se arreglaba el alborotado cabello con la mano derecha y abría las piernas distraídamente. Un día se cansó de narrar tanta historieta infantil para que nos durmiéramos y desempolvó un viejo álbum de poesías. Allí, con bella letra, copiaba los versos de los más famosos autores y los ilustraba con viñetas en acuarela. Como al álbum le quedaban hojas en blanco, decidí apropiarme de ellas. Ardo de fiebre. Bonjour, don Anselmo, Hola, Carmen. Bongiorno. Cómo amaneció don Samuel, José, cómo estás, hola Margarita, qué hubo, Máximo. Me siento, me escondo bajo los legajos de papeles inútiles. La taquicardia interrumpe el bienestar mañanero. Pero ¡Qué alegría! Yoli mi corazón atortolado, mi estómago ahorcado, Yoli, Yoli, por ti, todo

yo tiemblo de angustia feliz, no sé qué es, no sé qué siento. Tam tam ¿De 100 pesos? ¿Alajoi? Hoy, huy hermano (carcajada en do, re y sol) monohuevón notai hoy votro tipo querra amigo del más prrato menos mamenos antonó (ruido de silla giratoria) veo ¿ustedes tra chambiaron? ¿Toderoapamentos varo waxomara? Aquella noche rusa del siglo pasado cuando mi vieja tía, arropada con su pañolón de lana negro, bajó del tren que la traía de El Socorro. Por todas las puertas aparecían campesinos silenciosos cargando canastos repletos de aguacates, auyamas, berenjenas, tomates, gallinas adormiladas, pavos cenicientos y recuerdos frescos del paisaje de los sueños. Bordecitos con negro color de vestido un arropado cuerpo las a, dormir sin, acostado veo lo y mi padre mi en. Pienso. Blancos aires con sonríe y semicerrados ojos los Tiene. Mañana la de ocho responde le yo, pregunta, ¿estuviste tal Qué? Cansancio de vuelve él y hombre el en, palmadita una doy le. Sonrisa una parece pronto de y sonriendo está Aún. Ojos los abrir sin sonreír a... dormido quedado hubiera se si como. Y yo por ahí, observando, pensando, escribiendo con ojos y oídos lo que de pronto, alguien, cualquiera me obliga a interrumpir. Por favor, tal cosa, esto o lo otro. Hola, sí, no, nada. ¿Qué más? Todos los días tropezando con diferentes personas. Tiempo perdido. Vivo con mis padres y hermanos en la casa de mi abuelo materno: un veterano político conservador. Además es coronel de la Guerra de los Mil Días, escritor, historiador, académico, católico profundo, y no confunde la b con la v ¿Ah? El gallo de Alicante. Por favor, que no oiga el jovie... ¿Qué? Mi madre me cuenta: yo me arrodillé ante la imagen de la Virgen del Carmen y le pedí con todas mis fuerzas que te devolviera la vida; por eso tienes que llevar el escapulario hasta la muerte. A los pocos minutos reaccionó dentro de la capota de oxígeno. No sé si será por eso el terror que siento ante los espacios cerrados, a los ascensores, a los aviones, a los túneles, a los tumultos, a las salinas de Zipaquirá, al teatro Colón, and so on. Esperanza, mi Esperanza Inútil, mi bastonera gringa, estaba allí, junto a la puerta del hotel Casa de la Confianza, al lado del hospedaje. Ya, más juvenil, más linda, más muñeca, con unas medias largas blancas, con mallas, los calzoncitos blancos, con bolitas rosadas. ¡Hola, Gordo, qué milagro! Hola, muñeca. Cogidos de la mano caminamos por el zaguán hacia un patio de baldosas rotas. Me condujo a un cuarto iluminado por un bombillo. El techo estaba carcomido; las paredes descascaradas. La ventana, de rejas, cubierta por anchas tablas pintadas de rojo. Cuando me quité el saco me enredé con una tela de araña. Esperanza soltó una risita nerviosa. Nos acostamos. Ella me arropó, con una cobija gris de paño en cuya mitad estaba trazado el glorioso tricolor nacional. ¡Qué milagrazo, Gordo! Yo sonreí. Estaba en Barranquilla, mentí. Si quiere lo atiendo toda la noche. Ahí vemos, dije. A la luz del bombillo y del rayo que penetraba por las rendijas la pude observar con detenimiento, mientras ella hablaba lentamente de sus últimas hazañas. Era, en verdad, bella. Sus brazos, sus mejillas, sus muslos, sus nalgas y su piel, en general, eran suaves, perfectos. Los ojos negros, almendrados, tenían un brillo especial; la

nariz, chata, como la de un bebé. Los labios finos, untados de abundante rouge; la gran peluca rubia y el olor de polvo en su rostro eran lo único fastidioso. Sus manos pequeñas me acariciaban la cara con afecto, como si en verdad fuera su marido. Gordo, me decía sonriendo, léame la mano. A los amigos como usted los atiendo varias veces en la noche y sólo les cobro un polvo. Lo que más me fastidia son los pelados, los pollos. Pero qué carajo, casi siempre vienen borrachos y son fáciles de engañar. Por entre las piernas, por el chiquito. A veces les digo: me da pena, pero no los puedo atender por delante porque tuve un aborto la semana pasada. Y les doy chiquito. Y hace poco me asusté porque me salió un granito en el ano. Infección, claro. Me tomé unas ampicilinas y ¡adiós con eso! Ah, ¿la Gloria? ¿La sardinita de cara bonita? Claro, esa fue la que le prendió esa cosa. Con seguridad fue ella. Como es tan linda la putica esa y tan jovencita se lo pide todo el mundo. En cambio, las viejitas como la Isaura sí que es difícil que consigan clientes. Hay que tener cuidado con las infecciones, Gordo. Hace unos años me prendieron crestas. ¡Eso sí que duele, hola! ¡Quemarlas a palo seco! ¿El granito de atrás? Eso fue por usar los platones de Gloria y de Jenny, que viven infectadas. El Kántrex duele mucho, ¿no? Sí, gonorrea blanca. Así la llaman. ¿La sífilis? ¡Virgen Santísima! ¡Ni me hable de eso! Solo, muchas veces salía a respirar aire puro, conteniendo las ganas de fumar, con dificultad, pues no prendía un cigarrillo hacía más de 15 días, y sufriendo el drama lógico de las dudas y los tormentos que acompañan el retorno a una religión que había abandonado hacía muchos años. Cuando me separé de Margarita y retorné al refugio inicial, tenía bastante adelantada la segunda novela, Los colores del paraíso. A las cinco de la tarde salía de la oficina, me dirigía a Chapinero, caminaba largo rato, tomaba una taza de café con buñuelos, conversaba con personas diversas para tratar de extraerles un poco de sus mundos interiores, de sus gestos, colores, ficciones y vivencias, y luego regresaba a la casa donde me encerraba a escribir con prisa y sin pausa este nuevo libro narrativo. Oía cassettes de música peruana, la suite La guerra de las galaxias, los Bombones de Viena, de Anton Karas, porros y sambapalos de Noel Petro; Las cuatro estaciones de Vivaldi, regalo preciosísimo de mi prima Margarita Márquez Caballero; hablaba por teléfono con Doris, mi novia; con Ana, mi amiga intelectual; con Katia; me excitaba con Tania; pensaba en Solita; soñaba con Yoli, con la vulgarota de Raquel, con doña Lydia, con la perversa Lucrecia. Me emborrachaba con mis mejores amigos: buena vodka polaca, buen brandy Felipe II, excelente whisky escocés, magnífico aguardiente Cristal; sin fumar, entre sorbos de tintos con Coffee Mate y picadas de carne, queso, salchichón alemán, chorizos, arepas, papas a la francesa y críspelas. A las dos de la mañana habían hecho el amor cuatro veces y entonces se besaron y se quedaron dormidos. Aquí, por ejemplo, podría terminar la novelita rosa. ¿Verdad? Hay un problema, José: las novelas rosas no describen actos sexuales. Durante largas semanas, José y Ana María conocieron muchas posadas: Cardenal, Chapinero, Diamante, La Alameda, La Cabaña, Camelia, Manila, Montecarlo,

Morgan. Hacían el amor de todas las maneras. Ana María había rejuvenecido notablemente. Además estaba bellísima. A veces, se acostaban y se ponían a conversar de política, de cine, de cosas frívolas. Terminaban siempre haciendo el amor felizmente. Y así vivieron muchos meses hasta que José se alejó del mundanal ruido para escribir su obra capital en un pueblito del sur de Colombia, de donde reapareció sólo 6 años más tarde cuando publicó, con gran escándalo la novela grande, después de haber escrito durante 12 largos años un libro de cuentos y dos novelas preparatorias, obras estas que jamás se publicaron, pero que señalaron para José Kristián su verdadero destino literario. Y colorín colorado... El sustento de la pasión de Joyce y Nora reside en lo siguiente: la veneración a la pureza y el deseo de pervertirla. Hoy, después de muchos años, he retornado a Cristo mediante la asistencia a misa y haber recibido allí la comunión. Además, he declarado mi amor a Katia, en la última butaca de una buseta, luego de haber almorzado juntos en Chapinero, enrojecido de timidez y loco de emoción. Mi propósito sincero es el de amarla toda mi vida. Contemplando el horizonte a las 6 de la mañana, bajo una lluvia que lavaba el paisaje, observaba cómo las torres del centro internacional de Bogotá parecían navegar entre los altísimos árboles del parque de la Independencia. Cuando Hanna salió del baño yo le di un beso tierno en la mejilla y luego me di una ducha deliciosa. Agua hirviendo, y luego, gradualmente, agua fría y por último helada. Afeitada eléctrica. Aerosol en las axilas. En un santiamén estaba impecable frente a Hanna que no dejaba de mirarme con una sonrisa angelical. Tomábamos café negro, humeante, acompañado de torrejas de pan de centeno con crema de ciruelas pasas, cáscaras de naranja cristalizadas y miel de abejas suiza; un pedazo de queso y un vaso de agua helada. Hacia el oriente, Monserrate y Guadalupe surgían entre la niebla inaugurando un nuevo día bajo la lluvia persistente. Hanna terminó y dos minutos más tarde estaba trotando alegremente por la solitaria calle del parque, mientras yo la contemplaba con una sonrisa tranquila. ¿Era por fin feliz? No lo sé. ¿Cuándo lo sabré? La Santa Inés es loca como la Jenny. Imagínese, Gordo, que había un loco llamado Reloj, un tipo sucio, inmundo. Olía a pecueca, a chucha, huy, ¡qué horror! Ni por mil pesos que me ofreció lo acepté. ¡Ogg! ¡Qué asco! Y la Santa Inés lo lamió todo... ¡De pies a cabeza! ¡Esa es una loca asquerosa! Jenny es como bonita, sí, atractiva, pero loquita... Gloria, como le digo, es tan bonita que está permanentemente infectada. Entre más bonitas, más pedido, ¡y peor! Hasta hongos tienen. A mí me gustan los hombres entre 35 y 55 años. Que sepan hacerla a una el amor. ¡Ay qué rico! ¿Cómo será el amor? Dizque con amor se moja una más. Es que yo sí ando fría, ¿no es cierto, Gordo? Es que no me dan ganas. Hace unos años sí me daban ganas. Entre mejor familia tienen los señores son más raros: aquí han venido a que yo les pegue con una correa, hacen toda clase de cochinadas, que por el chiquito, ¡huy no! En cambio los pobres lo hacen normal, pero claro que muy mal hecho y con prisa. Sin cariño. Si quiere yo lo atiendo otra vez y no le cobro, Gordo. Venga y lo atiendo. A

ver, no, yo lo meto, deje, ji ji ji. Ay qué rico. Gordo. Así, así, así. Véngase cuando quiera. No tengo afán. No me quite la peluca. Ay, estas cobijas son un asco. Mañana mismo voy a comprar unas sábanas nuevas. Si quiere no me muevo, Gordo. A ver: cójame las nalgas. Eso, así, papito, bien, así, así... Venga mañana. No, mañana no porque es víspera de fiesta y eso es bueno. Pasado mañana es malo. No viene nadie. Y puedo descansar con usted toda la noche. Ah, y tráigame el Brut. Me fue tan bien aquella vez... Ese perfume me trajo buena suerte... Dentro de un año me retiro de esa vaina. Tengo ya dinero suficiente. Lo que no quiero es traer a mi mamá a vivir aquí. Claro que ella sabe que vivo de este negocio, pero no quiero que sus sobrinos y tías que la visitan, vengan aquí a enterarse de mis cosas. ¿Usted también se va a retirar de esto? ¡Pues asociémonos, Gordo! ¡Bueno! ¿Quién está rendijeando allí? (Ssssss). Eso nadie mira, es un marica que va a cambiar el bombillo del pasadizo. No se vaya todavía que usted habla muy sabroso. Tiene los brazos calientes y es muy rico. Usted es una persona decente. Con usted se pueden hablar cosas. Se ve que es instruido. Gente bien. Ji ji ji ¿Cómo es que hacen las enamoradas? Ahora no sé qué día había una en el otro cuarto que gemía y gemía (¿Jahh? ¿Ja Jaah?) ¿Lo excito con eso? ¿Mucho? Ji ji ji. Volvía y gemía y el hombre le echó como ocho polvos... ¡Imagínese, Gordo! Marita: solamente llevamos dos semanas saliendo, y ya nos sentimos amañados. Al principio todo fue expectativa e incredulidad. Una semana tomando cerveza en un segundo piso, viendo entrar y salir de misa a centenares de feligreses. En Polonia, te dije, los templos católicos se llenan de gente joven. ¡Y hay que ver a los miembros del Ejército Rojo arrodillados y persignándose! Más tarde, cogidos de las manos, nos besamos con alguna emoción. Evitábamos discutir de política, pero nunca pensamos en evitar el tema deliberadamente. Fuimos al cine, Marita, y estuvimos un poco escépticos sobre las especulaciones acerca del fenómeno OVNI. Te acaricié largamente las manos. Dos semanas preguntándote que si me querías, y tú, sin dejar de sonreír como muñeca inocente: no, no te quiero. ¿Me querrás un poquito? Trataré. ¿Verdad? No, mentiras. Quince días han pasado, Marita, y ya me he contagiado de tu serenidad. Yo sí te quiero. Amo tu sonrisa de gata, y tu caminar de cucaracha optimista. Amo tus ojos negros, tu piel trigueña y tus murmullos tímidos. Me preocupan tus noches en el automóvil, por la larga carretera solitaria. Te veo con el pelo negro, negrísimo, recorriendo avenidas entre la niebla, y te quiero. Sólo dos semanas, ¡y cuántas cosas nos esperan! Hacia las 4 de la tarde, domingo, en el barrio Sears, sentado en cómodas butacas con espaldar abultado, en el Cream Continental, contemplo, mientras tomo un delicioso sifón Germania, un lindo rayo de sol por entre las ramas de un árbol que cubre ligeramente las letras del nombre del supermercado. No podemos determinar con acierto y seguridad absoluta la figura humana de Jesús, afirma fray Antonio Alonso, pero poseemos datos esenciales que responden a la realidad, basados en la Sábana Santa, tal como fue fotografiada por Segundo Pío el 28 de mayo de 1898. El positivo que en la película apareció era el resultado

del negativo fotografiado en el lienzo, debido a las combinaciones físico-químicas y a las reacciones provocadas por el sudor y por los productos utilizados para embalsamar su cuerpo. De todos modos, para conocer a Jesús es imprescindible siempre la lectura continua del Evangelio, la meditación y el amor; sólo así podemos adentrarnos en el conocimiento de lo que Él era. Su primera novela nunca publicada era rematadamente mala, no tenía arreglo. No había forma, ni disciplina, ni narración discernible en su alocado discurso: sólo violencia, furia reprimida, una intencionalidad carente de intención, anarquía en su grado más absurdo... Entonces le dio por dedicarse a vivir. Recordó el consejo de Henry Miller a Anaís Nin: vivir es más importante que escribir sobre la vida. Dos días después de haber estado con Gloria, me llamó Solita y me puso cita en el Drive-In Marly, a las 4 de la tarde. Cuando llegué la encontré recién bañada, con un vestido sastre rosado muy sofisticado, gafas oscuras que le daban un aire lejano y su sonrisa dulce. Era una mujer de 35 años, altísima, delgada, de ademanes finos. La había conocido tres meses atrás cuando su esposo, un acaudalado industrial, me había llamado para encomendarme la redacción de unos documentos técnicos. Desde entonces habíamos simpatizado hasta el punto de que me había convertido en una especie de confidente de su distinguida esposa, doña Sola. Cuando oí su voz al otro lado del hilo, supuse el motivo de la cita. Me afeité, me locioné, muy eufórico, aunque algo nervioso y salí al encuentro de mi nueva aventura. Luego de cruzar algunas palabras cariñosas y sonrisas cómplices nos dirigimos en taxi a unas lujosas residencias cerca al Hotel Bogotá Hilton. Allí, sin preámbulos, Solita se arrojó en mis brazos en actitud de absoluta entrega. Hablaba y actuaba con enorme delicadeza, con dulzura ilímite. Nos arrojamos a la alfombra entre besos apasionados y caricias tremendas. Solita jadeaba, suspiraba y gemía exageradamente. Yo le murmuraba al oído: no tan duro. Pero ella no escuchaba. A los pocos minutos tuvo un escandaloso orgasmo, seguido de otro y otro. Ya calmada, abrió sus bellos ojos y me rodeó el cuello con sus brazos. ¿Me quieres?, preguntó. Ajá, respondí. Me dio un montón de besos en las mejillas, en la nariz, en los labios y luego me mordió varias veces el cuello y el pecho. Debieron ser muchos los orgasmos que experimentó Solita, pues me confesó que era la primera vez en su vida que en verdad se sentía plena. Subo por la calle 45 hacia la avenida Caracas. Hace mil años que vengo haciendo este recorrido. Su extensa vía de cemento o asfalto debe reconocer pisadas mías que la recorren desde hace más de 25 años. Uno de los primeros recuerdos de mi vida es a los 3 o 4 años. Caminaba de la mano de mi tía Chita, exactamente en la esquina de la calle 45 con avenida 42, cuando de pronto, del antejardín de una casa muy hermosa llena de pinos, apareció un Cadillac negro con una figura elegante pero borrosa dentro de él. ¡Mira!, exclamó mi tía: ¡El presidente Ospina Pérez! Hacia abajo, la Ciudad Universitaria tenía algo de futuro enigmático y de presente misterioso. Prados y prados y potreros y sabanas interminables. Los muchachos de la Patota de Milán me llevaban allí los

domingos, como mascota mientras practicaban fútbol. Hernando Reyes era superestrella del equipo Independiente Santa Fe, que desde entonces ha sido mi onceno favorito. La portería la armaban de la siguiente manera: de un lado, un bulto grande de ropa, y del otro, me colocaban como un Buda obediente, como estatua miedosa, con un gesto tembloroso en la boca, a mis 3 años, que indicaba que me moría por romper a llorar. Muchos años después estudiaría parte del bachillerato muy cerca de esos prados legendarios. Y muchos años más tarde laboraría como funcionario de una entidad estatal situada en lo que entonces era una virginal lejanía en ese mar verde y remoto de la infancia. Fue entonces cuando, como por una especie de milagro, comprendí lo que en realidad era el oficio de escribir y miré profundamente a mi interior. Fue entonces, también, cuando conocí el amor hasta los más hondos abismos, desde el simple y juguetón idilio platónico hasta la más fantasmagórica aventura pasional. ¡El amor, sí, ese fruto ondeante, secreto, irremediable! Conocí el dolor, la más íntima tragedia espiritual, la más terrible soledad afectiva, la más borrascosa noche psíquica de la existencia; anduve cerca de los grandes dolores físicos, muy próximo a la agonía, en las mismas narices de la muerte. Y siempre la dualidad: la vida interior, los pensamientos felices, el amor febril, la poesía, el vino sagrado. Y por el otro lado: la dura cara de la realidad, la belleza hostil, el trabajo fastidioso por el pan de cada día... Y yo como un niño pienso: ¡Qué importa, soy feliz! El lobo se irritó de tal modo que se deslizó por la chimenea para comerse a los tres cerditos dentro de la casa. Pero ellos lo habían oído cuando bajaba y rápidamente hicieron fuego y pusieron a hervir un gran caldero de agua. Cuando el lobo llegó por la chimenea, cayó en el agua hirviendo y los cerditos taparon el caldero. Entonces cocinaron al lobo y se lo comieron, y vivieron siempre felices. Estar con la raya castradora que pasa invisiblemente por los ojos del alma. Que mañana me va a sancionar el director; que el lunes me entregan los resultados del examen de sangre; que el miércoles me operan el tumor de la laringe; que el viernes debo dictar una conferencia; que el abogado lo citó en el juzgado y debe ir a las dos a rendir indagatoria; que el martes debe ir donde el dentista; que el jueves a las tres es la entrevista con el jefe de personal, que a las cinco y media es la cita con esa muchacha que te agrada tanto, pero que a la vez le temes; ¡Qué vaina! Nunca es hoy, nunca es ahora, nunca es ya, siempre hay que esperar un día y una tarde y una noche y muchos días y muchas tardes y muchas noches para salir de algo que nos quitó el sueño, nos robó el hambre e hirió momentáneamente la alegría. No temáis, dijo Cristo en tono suave y a la vez solemne, luego de que Pedro con la cabeza sobre su pecho le había rogado que se quedara en la Tierra: Nunca os abandonaré. ¡Yo estaré con vosotros hasta la consumación de los siglos! Mi padre se levanta y me invita a salir. Los hombres se han quedado dormidos y yo coloco la botellita de ron Caña en el bolsillo trasero del pantalón. Caminamos noche arriba, pasando por la estación atestada de niños en cueros y racimos de bananos, hasta llegar al salón de cine en donde se ha

organizado un baile. Mi padre se encuentra con Anastasio Vargas y unos compadres de cabuyita y se acomoda con ellos en un rincón de la sala. Yo recorro tímidamente la bulliciosa pista, oyendo la tambora que golpea con delicia mis oídos. Dieciocho años de edad, solitario, impenetrable, poetastro sentimental con delirios de grandeza. Mensajero, primero de una casa alemana de fotografía, luego de una firma importadora de discos de propiedad de unos judíos neoyorquinos. De ahí en adelante, hasta los 33 años, más o menos, transcurre mi borrascosa carrera de autor fracasado, de azotacalles, de empleado ocasional, de locutor fallido, de bohemio. Todas estas informaciones me tienen muy preocupado y espero que a mi regreso te pueda organizar en debida forma. No puedes ni debes de ninguna manera abandonar los estudios. Tú no tienes idea del fracaso que te espera en la vida. Antes, en tiempos fáciles, se podía formar uno solo, sin mayores estudios de escuela o universidad, pero hoy son distintas las cosas y la vida es más exigente. De modo que piensa mucho sobre este particular. Espérame de todas maneras. Este libro, como toda construcción, está hecho de desechos y de piedras preciosas, de pinceladas de amor y de golpes de odio, de vacíos, de adornos, de pedazos de cosas, de veces, de entusiasmo barato y de concentrada dedicación. Pero sobre todo, está construido sobre la base de una enorme alegría. Campanita es alta, delicada, rubia y bella. Camina como deslizándose suavemente por los corredores. En el mundo de mis afectos, esta gatica tiene un lugar especial. ¿Me ama? No lo sé. La intriga del amor es una de las causas del movimiento de la historia. Deidad egipcia (Ra), vestal de mi país, diosa azteca, walquiria escandinava, virgen dorada, Campanita, tan bonita, le digo, Campanita, toda preciosa, toda bella, ay, cómo es, vocecita del viento, cosita, césped, melodía transparente, sonrisa, amanecer, teticas (mgrrr), sinfonía Coral (ruido de carreta en el patio), oda a la alegría, me erizo hoy especialmente, no sé por qué (alguien silba la Novena sinfonía), se abre, se cierra una puerta (carraspera), mmntoi nnnvedo denmmmmnllises másrándese tor de todoo stempos (se suena las narices), cómo le habrá ido en su consulta médica, qué le habrán hecho a la princesita, ella, tan frágil, tan sutil, no, no la toquen que se deshace mi gatica, pobrecita. El candidato oficial del partido es Anastasio Vargas. Será la primera vez en mi vida que apoye un gobierno de mi país. San Ildefonso: obispo natural de Toledo que se distinguió en la defensa de la virginidad de María Santísima, la que, valiéndose de él, realizó algunos milagros, entre ellos, el de imperecedero recuerdo, cuando bajó a colocarle la celestial casulla y posó su divino pie sobre la piedra que guarda la catedral, y que con unción religiosa veneran las generaciones desde el año 666. A los 5 años soñaste con el presidente Laureano Gómez. Tú, José Kristián, lo soñaste, en medio de tu eterna devoción por tu padre que era liberal, y un temor reverencial hacia tu abuelo conservador. Era la época de la Violencia. El doctor Gómez, en una escena de película en blanco y negro, te había preguntado en tono imperativo, aunque sonriente: ¿Usted es liberal o conservador? Liberal, le habías respondido entre audaz y juguetón. ¿Cómo? ¿Qué dices?, había

preguntado el presidente, haciéndose el bravo, y con un guiño en el ojo izquierdo, ¡Liberal!, repetías, y soltabas una carcajada infantil, en medio de la natural turbación del abuelo. Ni un minuto más. Nos levantamos. Cuando me iba a poner el pantaloncillo, ella hizo un gesto negativo y me entregó un platón. Cuando lo tomé con mis manos, derramó agua aromática de canela, tibia, sobre el miembro. Repitió la operación tres veces, luego me entregó una toalla. Mientras me secaba le besaba los muslos y las mejillas. Ella, inexpresiva. Tienes ojos achinados, dije. ¿Y eso qué es?, preguntó. Como los de los chinos, dije y ella rio por primera vez, mostrando una hilera de dientes blancos, perfectos. Tomé sus manos rocosas y las besé. Adiós, señor, dijo, y se perdió por el angosto corredor de la sombría casona. En la carrera 3a. me abordó una jovencita blanca, bonita, muy risueña y como locata, disfrazada de bastonera norteamericana y con una peluca amarilla que le daba un aire a Mae West. La minifalda era tan cortica que los calzones rojos estaban a la vista. Venga, hola, dijo, y ahí mismo tomó mi mano y la llevó a los calzones. Hola, dije. Venga y me toca, dijo y soltó una risita infantil. Entró conmigo al zaguán de la casa y me llevó los dedos a su sexo, completamente lubricado. Yo pensé: ¿Estará loca? ¿Enferma? ¿Será ninfomaníaca? ¿Será una pomada? ¿Blenorragia? ¿Cómo te llamas?, pregunté. Esperanza, dijo sin dejar de reír como una niñita loca. Me miró entrecerrando los ojos coquetamente y comenzó a cantar: Esperanza Inútil... Ahora vuelvo, dije. Ella respondió que bueno y continuó riéndose. Mi padre tiene 38 años (El Paralelo 38, comenta bromeando mi abuelo el 3 de octubre de 1950). Es funcionario de las Naciones Unidas. Su mundo es ejecutivo, moderno, urbano. De las paredes de su oficina cuelgan cuadros estadísticos, mapas de Colombia en relieve, un diploma de abogado y un mosaico universitario en donde hay más profesores que alumnos. Fuma Pielroja y toma café tinto en abundancia. Trabaja siempre con lápiz Mirado, número 2. Habla bien el inglés y su biblioteca es casi totalmente compuesta de libros de pasta anaranjada editados por el Fondo de Cultura Económica: Maurice Dobb, Josué de Castro, etc. Viste trajes cortados a la medida. Huele a Jean-Marie Farina y a zumo de zanahorias. Usted es un gran hombre, le digo entre broma y serio, imitando la tonalidad de un orador. Si, don José, me responde sonriendo. Soy el embajador ante la Corte de Saint-James. ¿Y qué más? ¿Presidente del mundo? Muy bien, muy bien. Y usted, don José, es un hombre útil y conspicuo. ¡Larry wich shanricó shangoch? Yes... ¡El nené sabe inglés! ¡Olrreight! ¡Olrreight! Papá: le mandé un cuento a GOG y no me lo publicó... ¿Cuál cuento? Uno titulado El zapato rojo. Ese no lo conozco. Tenía groserías, era sobre un gamín, un embolador... Ah: ¡Quién sabe qué porquería mandó...! ¿Cuáles te gustan? Bueno... ¡La casa, Los cuatro cirios, Ziruma...! ¡Eso de Originalidad y realismo, sí no vale cinco! Bien, bien. Quiero que mi libro se llame 1960. ¿Ah? Muy bien, muy bien, don José... Papá. Ajá. Hay una negra que siempre que me ve, me dice: adiós, don José. ¿Hombre? ¿Y eso te hace llorar? Sí papá. Compadre padre si la luz se apaga, en la penumbra yo te

llamaré, y hasta el final pronunciaré tu nombre: Manuel José... No tengo paz. No tengo paz. Doris, tan ardorosamente deseada, tan difícil, tan infranqueable, casi se me entrega anoche, de manera súbita. De todas formas nos besamos. ¡Qué manera de ser tan conmovedoramente dulce!... ¡Ah vaina! Y perdí la paz... ¡Y no sé si te amo o qué demonios es lo que siento, Doris linda! ¡Por donde quiera que voy estoy mirando tus ojos orientales, tus pepas tristes, enigmáticas, tus ojazos de india sensual, divina...! Tomo dos lápices negros. Me levanto y les saco punta en el aparatico que cuelga de la pared del frente. Pero este país sí no se compone. ¿Otra vez? Pero es que, vea esta vaina, don José, un hombre mata a sus siete hijos y se va a bailar a un cabaret. Hasta festivo el tipo. ¡Cuánta tragicomedia, Yoli!, me olvido de ti por fragmentos de segundos, de nuestra cita, el encuentro más esperado de mi vida hasta ahora. Yoli, Yolita, cuatro años esperando poseerte. Pero, ¿será verdad tanta belleza? Tanto sueño infantil, tanto delirio de grandeza, tanta ilusión primaveral, ¿los has dejado enlodar durante 20 años? Primavera anhelada anocheciste, montaré tu potranca de azahares, cóndor secreto el cóndor fugitivo. Los temas obsesivos de José Kristián, en la narrativa, eran, en un principio, callejones sin salida, con gatos negros y tarros de basura, nocturnos, niños subidos en el tejado de la casa, lodazales recorriendo calles y avenidas por inundación, la plaza del pueblo, el alcalde militar con amoríos secretos, el cura, la muchacha con trenzas, ojiverde, el linchamiento, el villorrio texano, la playa de Ciénaga, Andrés Lobo, el Libertador, Gala, Emilia, Aminta, el doctor Samuel Iglesias, médico alcohólico, personaje de la aristocracia venezolana perdido en la Guajira, el doctor Anastasio Vargas, el espejo o el jefe, víctima de un atentado cometido por el niño protagonista de la historia, colmenitas donde se bebe ron junto a la polvorienta estación bananera, los diálogos, el martirologio, hombres a caballo, chafarotes de mostachos, cafés, peleas a botellazos, el abuelo coronel, matriarcas, mujeres etéreas, musas inmediatas, y su padre, siempre su padre, él, siempre, José K... En una esquina, junto a la ruleta clandestina, se destaca una tiendecita alumbrada por un bombillo que cuelga de la mitad de un cable. Es una caja de madera de tres metros de largo por uno y medio de alto, en donde a duras penas cabemos. Hay dos hombres más, borrachos, que nos saludan con euforia. ¿Cómo diablos me saco esta tenia infinita en forma de palabras? Sí, quiero transmitir la emoción de las loterías en Aracataca, el 16 de julio, prohibidas, pero vigiladas por la policía (?), la lucecita, el grupito, los muchachos con los pies descalzos, polvorientos, mujeres tetonas con ollas de pescado en la cabeza, ¡Bonito gordo fresco!, el verdor de los árboles a la luz de las pequeñas bombillas, el rumor del río, un camino en la hondonada, el olor y el sabor del calor, ¡ah, tanta frustración ante el papel en blanco! Me confesaste que eras feliz. Y es más: me dijiste que yo te hacía feliz. Alzaste tu copa de aguardiente y me dijiste: ¡brindo por ti, hombre de éxito! Yo sonreí, te besé, te acaricié, te olí, te hice reír una vez más y tú, de pronto, me diste un beso apasionado y breve. Cuando me miras me pongo nerviosa, dijiste y soltaste una carcajada infantil. No sé qué

hacer ahora, Doris. Veo que mi larga experiencia amorosa no me sirve para nada. Estoy vencido. Me siento derrotado frente a tu pedestal de reina. Y lo que es peor: siento que te adoro con todas las fuerzas de mi espíritu. ¡Humm! Creo que es el tipo que más se ha arrastrado por el fango, que más ha naufragado en las alcantarillas de esta Ciudad del Águila Negra... Es un bohemio: el poeta anda con los zapatos rotos... es una rata de caño... está viviendo con una prostituta en la 23... vive borracho de lunes a lunes... lo vi tirado en la plazoleta del Rosario ayer a las 9 de la mañana... ¡Ah, qué bien saberlo ahora que se las tira de príncipe! Tu problema, Samuel, no es ese, sino tus victorias sobre Yoli, ¿no es verdad? ¿Cuáles victorias? Estás errado, Pepe Luis, por ahí no es la cosa... Pregúntale a Dionisio Ángel y él te podrá comprobar que desde hace siglos no me interesa la fiera esa. Pero, bueno, aquí entre nos, y es que esto importa para mi historia: ¿te acostaste con Yoli? Hombre, hombre, esas cosas no se cuentan... A veces pienso que tú eres la mujer elegida Tania y que cuando sonríes lo haces a manera de una seductora invitación no sé aún si para pecar o simplemente para que te dé un beso inocente pero así y todo siento una todopoderosa atracción hacia tu rostro felino tus senos pequeños y tu cuerpo delgado y macizo porque si todos los días y todas las tardes nos excitamos ardientemente llega un momento en que uno sueña con eso que no ha tenido la oportunidad de poseer pero que quizás pueda llegar a hacerlo ahora mismo mija linda o dentro de 15 años si tenemos suerte Tania mía adorada deseada Tania de mi corazón divina niña mía vecinita coqueta ardorosa adolescente de mis pensamientos diurnos y nocturnos. El arenal, tas, tas. El arenal, tas, tas. Silba pero no silba, canta pero no canta. ¡Tas! (Puntapié), pendejo. Su Excelencia está en Armero, ¿no? Sí... Ratoncito Pérez se cayó en la olla, Cucarachita Martínez lo llora y lo llora. Si no te portas bien, Josesito, te roba el muñequero. Doris me dijo que me quería un poquito. Bailamos, bebimos, estuvimos con las manos cogidas durante seis horas, iluminados tan sólo por una débil bujía de color rojo. Aceptó mis besos, mis caricias, mis homenajes. La excité pero yo no logré excitarme. Como si unos misteriosos y subterráneos cables me gobernaran las sensaciones, estaba tenso, con una opresión permanente que impedía gozar de las delicias de su compañía. ¿Qué me ocurre con Doris? Siempre había soñado tener una mujer como ella, física y espiritualmente. Y ahora que la tengo entre mis brazos, me siento angustiado, temeroso, paralizado. Me desespero. Rompo a llorar. Soy un perro torturado y delirante. Quiero rezar, pero no logro concentrarme. La depresión sube o baja durante la tarde. Llueve. Estoy locamente enamorado de Doris. ¡ah! La olvidaré. Suspiro fuertemente. Pienso en ella. ¡Dios mío, Dios mío, qué me pasa! Afuera canta la lluvia, ay Lilí, ay Lilí, ay ló. Ahora, José Kristián, añoras tu hogar de otros tiempos, el calor de la música suave en el tocadiscos, tú en el mecedor. Margarita frente a ti comentando los sucesos cotidianos que más los apasiona; tú, consintiendo al niño que se te ha acomodado en las piernas para dormir, ella levantándose a preparar dos tazas de café con crema, mientras afuera llueve.

Añoras esa vida tranquila, serena y risueña, ahora que te sientes inseguro, solo, insatisfecho y angustiado, visitando rameras tres veces por semana en las esquinas más tenebrosas de Bogotá, después de haber bebido aguardiente y abundante cerveza, soportando frío y lluvia y amagos de atracos y de carcelazos, eludiendo enfermedades venéreas y pescándolas de vez en cuando, encontrando cada día, nuevamente, cada tarde y cada noche, la cara gris, terrosa, cuadrada, de la más espantosa soledad. Ya no tienes a quién contarle tus pequeñas grandes cosas leídas o vividas, ni a quién leerle tus nuevos poemas, ni los capítulos de tu novela, ni tus cuentos, ni tus artículos periodísticos. Estás en el lodo, José Kristián, pobre diablo bohemio, escritorzuelo anónimo. Sin embargo aún conservas la esperanza de una vida mejor. Doris: he pasado la noche en vela, no, mejor en duermevela, pensando en ti. Hacía por lo menos siete años no había vuelto a enamorarme, y de súbito tu imagen me trae alegría y angustia. No sé qué me ha pasado porque he estado antenoche contigo, toda la noche, hasta la madrugada, bailando, bebiendo, besándote, sin sentir deseo sexual, pero sí una enorme alegría, un extraña alegría, insegura, dependiente, quizás temeroso de que algo te desilusione de mí. ¡Parece que fuera castigo de Dios a tanto desenfreno sexual! ¡No, qué tonto soy, amor! Sé que todo esto es fugaz; pero mientras se sufre se viven minutos, horas, días, semanas y meses insoportables. Pero hoy mi día es excepcional, maravilloso. Hago esfuerzos por mantenerme paciente y sereno, pero el café y el cigarrillo han comenzado a hacer estragos. Leo mecánicamente el informe complementario, pero no: debo concentrarme. Frente a mí: ta ta ta tacle tacle (timbre) y nuevamente el tecleo. El desarrollo de los trabajos y la presión de la demanda conducen también a una grande imprevisión de parte de la estadística en general. Es que de sólo verte, desde el primer día, Yoli, se me eriza la piel. Hoy es 3 de octubre: me besarás, me halarás el cabello, me patearás con tus botas guerreras mientras yo te beso, te acaricio, te lamo las rodillas, los muslos, las piernas, los pies... En estos momentos, el Excelentísimo Señor Presidente de la República, doctor José Kristián, se dirige inesperadamente a la sede de la Embajada de Inglaterra, acreditada ante nuestro país. El motivo de la sorpresiva visita no ha sido aún revelado, pero esperamos que al término de ella, la Oficina de Información y Prensa de Palacio, expida el comunicado correspondiente. Luciérnaga del mar. Campanita: os amo. Yoli: me pudres. Mis amigos: Dionisio, Orlando, Samuel, José Luis. Mis amantes: las once mil y una ninfas de la calle. Doris: me anulas. Esperanza: te alabo. Tania: te deseo. Mis libros: uno de poemas, dos de cuentos, tres novelas, uno de miscelánea, uno de memorias, y uno de ensayos. La tatarabuela de José Kristián se llamaba Altagracia Grafaz. Era negra, nacida en la República Dominicana y descendiente de esclavos traídos desde Dahomey. La otra tatarabuela era hija de un prisionero francés que había logrado fugarse de Cayena. Ella se llamaba Milene Demonjout. Yoli se levantó y se miró desnuda al espejo. Retrocedió 25 años y se vio linda, bien formada, sus caderas mórbidas, sus piernas largas, su busto levantado y la

femineidad que le saltaba por todos y cada uno de los poros de su cuerpo... Esperaba a José desde hacía varios años. Ese famoso 3 de octubre procedió a ponerse su bonito pijama de raso azul celeste, ancho y holgado en las perneras. Buscó una bata corta, de una tela casi transparente, y como una auténtica ingenua se miró al espejo. Tenía el cabello suelto, la mirada cálida, incitante; como andaba descalza buscó unas chinelas... Se sirvió vodka y esperó... Con Adela, el problema no se acabó con el aborto. Me llamaba a la oficina a las 9 de la mañana, puntualmente, hablaba en tono monosilábico y me exigía cada día grandes sumas de dinero. La operación fue horrible, don José. Eso fue una carnicería atroz. Estuve tres días con fiebre y hemorragias. Primero me apliqué Pitocin, pero no sirvió de nada. Me costó 600 pesos cada inyección. ¡Ay, no sé qué hacer! Mi hermana dice que usted debe cubrir absolutamente todos los gastos. Amenaza con ir a su casa y armar tremendo escándalo. Exactamente fueron 33 días con sus noches, torturado minuto a minuto, silencioso, con deseos de huir, de pegarme un tiro, de gritar hasta el abismo infinito del universo mis dolores, angustias y derrotas. Si me llevaba a la boca un pedazo de bizcocho o si iba al cine o si me disponía a leer un libro ameno, la telaraña negra de la infelicidad castraba de inmediato mi alegría. No pude más. Mis fuerzas se agotaron y reaccioné violentamente. Recordé los episodios ocurridos tres meses atrás: en completo estado de embriaguez fui a buscar a la empleada doméstica de la casa vecina que iba a trabajar cada tercer día. Todo fue fácil. Era una mujer muy alta, desgarbada y belfa. Edad: 25 años. De alguna manera se efectuó el coito, y al terminar, mareado y ya corroído por el remordimiento, me fui a dormir. Adela era amante de un estudiante de Mecánica Automotriz. La volví a ver sólo dos meses más tarde cuando me llamó por teléfono para informarme que estaba embarazada. Sí, don José, pero me voy a hacer operar. Desde entonces comenzó la persecución por tierra, mar y aire. Una mañana cuando me dirigía a la oficina vi que Adela venía de la panadería y le dije: venga acá, Adela. Miré un instante al cielo y murmuré Señor, rodéame de ángeles custodios. Le dije: Adela, usted me está haciendo chantaje. ¡No sea miserable! No, don José, no diga eso. He gastado más de 15 mil pesos en inyecciones, en derechos de clínica, en citas médicas. Pero, Adela, si es así la estafaron. Sí, señor, creo que me estafaron. Pero qué hago. Debo toda esa plata. ¿Y las amenazas de escándalo? Mire, Adela, tenga estos 4 mil pesos. No puedo darle más. Creo que es suficiente. ¡Huy no, mi hermana dice que usted debe cubrir todos los gastos, porque usted me sedujo, es el culpable...! ¡Carajo!, exclamé; ¡dígale a esa harpía que venga a hacerme el escándalo! ¡Háganlo! ¡Y si quieren llevar el asunto a la justicia, procedan! ¡No solamente no les tengo miedo a usted ni a su hermana, sino que no me importa! ¡Procedan! Realmente nunca supe si fue sueño o realidad esta monstruosa pesadilla de 33 días con sus noches. A Adela no la volví a ver jamás, pues al poco tiempo viajó con su familia para el Putumayo, de donde era oriunda. ¿Cuántas estrellas brillan por las noches? Más copos hay en una tempestad de nieve, que

piedras en el cauce de un río, que pecas en una cara pecosa, que hojas en un árbol y que granos de arena en el desierto. ¡Su Alteza Real, el Príncipe José Kristián...! ¿Sí? ¡Perdone, usted, Alteza, pero su comportamiento es de un verdadero canalla! ¡Entiende? Sí, un poco. ¡La verdad es que no me importa...! Y si prefiere, señor, le ruego que se vaya... ¡Por favor! Yo no sé por qué estoy aquí. Yo soy un hombre fino, odio el bullicio, la vulgaridad, los ruidos importunos. Amo la meditación, la música suave, la lectura de los grandes autores de la literatura universal. En cambio, Yoli es grotesca, ignorante, vulgar. ¡Qué sé yo! Somos polos opuestos. Bueno, bueno. Tú también tienes tu fondo ordinario, ruidoso, grosero... También te gusta la parranda con su música escandalosa y todo, los libros pornográficos y las revistas eróticas, las malas compañías y... doña Yolanda, a su vez, tiene su fondo de delicadeza de belleza sutil, de sensibilidad hacia cosas puras... Son iguales... Somos opuestos.... Somos iguales... Son opuestos... Iguales... Opuestos... Igualesopuestos... ¡La misma cosa, viejo! En el sopor vi y olí visiones y olores horriblemente perfumados, ventanas cuadradas color crema, rosadas, blancas, y yo ahí, asfixiado, hacia la muerte o hacia el nacimiento, como una mosca o zancudo queriendo escapar del cemento que comienza a endurecerse. ¡Ah pesadilla! Al fin comencé a despertar completamente borracho, hablando incoherencias, pidiendo que me guardaran la bolita azul que me habían sacado de la mano derecha... Sentí angustia. Me dije: para qué tanta agonía si finalmente morimos... Y quise morir cuando me condujeron, totalmente mareado, y con el brazo enyesado, a la sala de recuperación... A las 7 de la noche se oían los pasos de los fieles que iban para misa a la parroquia de Santa Teresita. César Amaya tomó entre sus manos un álbum grande, y se quedó observando prolongadamente la foto de mi padre, vestido de smoking, sonriente, danzando con mi madre seguramente un fox-trot. ¡Qué buen mozo!, dijo Amaya. ¡Y qué elegante!, agregó sin dejar de contemplarlo con una sonrisa infantil. Yo lo imité. Ignorábamos que en ese mismo instante, mi padre agonizaba en un pueblo de la Costa. Atormentado por el violento dolor de cabeza, tratando de desintoxicar el alcohol ingerido durante la tarde, desesperado y luego resignado ante la proximidad de su fin, se arrojó sobre la cama. Alguien le oyó balbucir entre lágrimas: mi hijo... mi hijo del alma... Padre qué fue de tanta, tanta dicha... Tú te dijiste: así entré en el periodismo. Y te lo repetiste muchas veces. Te veías a ti mismo, solitario, adolescente, caminante infinito de todas las calles bogotanas, asiduo visitante de la sala histórica del Museo Nacional, de la sala infantil de la Biblioteca Nacional, de la Quinta de Bolívar, soñador romántico de hazañas heroicas, te veías convertido en un famoso periodista. Quizás la frase te había parecido bonita desde que se te metió en la cabeza. Pero sabías que no habías entrado en el periodismo la noche en que el edecán presidencial te alargó un boletín de prensa. Habías entrado mucho antes y por puertas más grandes y gloriosas. Habías sido un periodista precoz, ciertamente. Desde los 12 ó 13 años te habías trazado el más bello de los destinos: escritor, periodista, poeta, académico,

jurista, literato, catedrático, orador, parlamentario, diplomático... Sueños y sueños y sueños y sueños, José Kristián: desde los 5 años dibujabas en el papel mamarrachos en colores y pegabas torpemente con goma las fotos de Colombia Botero Pombo, Maruja Cotes Blanco, Linda Falqués, Carmiña Moreno, y le colocabas de título: El Sol. Fue tu primer periódico. Luego pintabas con gran ingenio historietas a la manera de las de Walt Disney, con personajes creados por ti : El Bobo, el Bobito, el Bobitico; el primero tenía una diente en forma lanceolada; el segundo dos, y el tercero tres dientes; Pachito, Casita, el Ratón Supersónico... Habías fundado un país llamado Tatay, situado en una remota isla en el Océano Pacífico, cerca de Chile, con un mapa en forma de delta, de corazón o de puño cerrado. Ciudades principales: Ciudad de Tatay, Santa Rita, Madegón. Departamentos: Faldas, Zambalema. Moneda: la viola. Libertador: el general y almirante Juan Ramón Pungan. Dictadores: el general Rodolfo González Ibarra, el general Gonzalo Tamayo y el general Roberto Ordóñez, sobrino del primero. Presidentes letrados: Alberto Guerrero, Felipe Restrepo Gómez, Juan Ospina Pardo, José Cabarría Méndez, Manuel Moreno Méndez. Presidentes banqueros e industriales: Alberto Valencia Montaña, ingeniero agrónomo; Gabriel Pardo Herrera, economista. Políticos y mandatarios de extraordinario carisma: Diomannessi Bassís, Ramón Valdés Lozano, Pedro Lucas Roncallo. Y un general rebelde, Presidente de la República en Armas: Ramón Gutiérrez Alves. Bandera: verde, rojo, verde. Escudo: parecido al de Colombia. Constitución cuasi monárquica. Dos partidos tradicionales. Países vecinos: Langai, inventado por tu hermano mayor; Bostejuden, Laly y Rotería. Y un célebre actor cómico: “Colmillos”. Yoli: tú eres un útero que piensa. Después de los recuentos preliminares de los censos de población, edificios y vivienda, el más importante y complejo es indudablemente el agropecuario, porque de las cifras que se derivan... Aquella noche terminé discutiendo en un bar con unos empleados judiciales. Me apoderé de una mujercita insignificante. Tuve lagunas. Desperté metido en una cama sucia con la ramera, sin saber qué hacer, cómo ordenar mis sentimientos. La mujer, que parecía una horripilante máscara, dormía profundamente. Con sumo cuidado me levanté y me vestí. Miré por última vez a la fea durmiente, arrojé sobre las cobijas unos billetes y hui. Cuando me fue a ver, el señor Kristián acumulaba toda una cadena de sufrimientos sin nombre: al borde la muerte, volcánicos dolores de muelas, disentería amibiana, pérdida de la voz, pataletas, sinusitis, tucutucos, delirantes fiebres, dipsomanía, nicotomanía, insomnios, paranoia, intentos de suicidio, hongos, neuralgias, jaquecas. Se trata de definir mi vida. Estoy perdido. ¿Hacia dónde va mi poesía? ¿A dónde mi novela? ¿Qué hago con mis cuentos? ¿Qué hago con mi periodismo? ¿Y las incursiones en la política? No sé cuál es mi voz, mi mundo, mis personajes. No sé a quién amo ahora. Ando como un perro aturdido, como un loco errante en busca de una luz entre tantas tinieblas. ¿Y Dios? ¿Me habrá abandonado nuevamente? ¡No, no puede ser! Una semana

después recobré la alegría. En ese momento leía Les fleurs du mal, de mi amado Baudelaire. ¿Y El laberinto? La segunda edición aumentada se publicó en forma privada. Un ejemplar para el amadísimo Pontífice Juan Pablo II, otro para el presidente de Colombia, otro para Margarita, otro para Víctor Raúl Haya de la Torre en su lecho de enfermo, otro para el novelista Luis Fayad, otro para Campanita... Y los demás, poquísimos, enterrados en arcanas, laberintos y grutas insondables... Fundamos un movimiento llamado el Nuevo Orden. Éramos nacionalistas. Nos inclinábamos a orientar una política parecida a la del Mariscal Tito, Gamal Abdel Nasser y Nehrú. Danilo tenía 15 años, yo 13. Recorríamos Chapinero con uno o dos compañeros incondicionales, con boinas verdes sobre las cabezas peluqueadas a lo Humberto, vistiendo camisas kaki, pintando puertas y paredes con tiza, dibujando el símbolo del movimiento que era una N horizontal sobre una S recta, que significaban: nacionalismo y socialismo. Hacíamos el saludo falangista, y luego nos encerrábamos en el cuarto de estudio que Danilo tenía en el tercer piso de su casa y representábamos escenas políticas imaginarias, desarrollábamos guerras, invasiones y golpes de Estado en naciones inventadas o reinventadas, improvisábamos dramáticas entrevistas en la cumbre, con frases célebres también inventadas, todo esto mezclado con tomaduras de pelo a personajes de la vida real que nada tenían que ver con nuestros asuntos y que bien podía ser Juan Diego, nuestro compañero de estudios y militancia, como Jean-Paul Sartre, quien pasaba a ser una mascota que se colaba por tubos inesperados para salvar al presidente de un atentado, por ejemplo. El idilio de Ana María con José Kristián fue apasionado e intenso, antes de convertirse en una relación normal, exquisitamente equilibrada, como quizás durante muchos años no lo soñó el atormentado escritor. En los primeros meses vivían de la sorpresa, de la expectativa, de la aventura. Iban al cine, a la función vespertina, comían algo ligero, tomaban Águila o Costeña frías, comían helados, y se besaban y excitaban interminablemente, en medio de largos silencios, de murmullos y balbuceos infantiles. Ana María renunció a su trabajo y vivió por algún tiempo de sus ahorros. ¡Cómo va tu novelita rosa, José? Ahí va, más o menos. ¿Sabes? No me gusta. La voy a quemar y luego la reescribiré. Los primeros libros que recuerdo haber leído fueron las Aventuras de Tom Sawyer y Robinson Crusoe. Eran, ciertamente, lecturas tardías, por cuanto yo tenía algo más de 11 años. Durante mi infancia no había leído sino poesía, eso sí, muchísima poesía y comics, historietas de Walt Disney y de Walter Lanz, Paquín: el Sprit, Billiken, El Peneca y casi me sabía de memoria los 20 tomos del Tesoro de la Juventud. Coleccionaba álbumes de deportistas, de artistas mexicanos y de cuentos de Disney. ¡Y qué emoción abrir el diminuto paquetito! Aparecía en papel fino y en colores perfectos la figura de Alicia o del Pato Donald, y el caramelo y la estampa exhalaban al mismo tiempo un delicioso aroma. Hacia los 13 años leí con pasión, abstraído durante largos días con sus noches, Un billete de lotería, de Julio Verne; Una hora antes del amanecer, de

Maugham; El piloto negro, de Conrad; Romancero gitano, de García Lorca; El estudiante de la mesa redonda, de Germán Arciniegas; Agostino, de Moravia; La tragedia de mi vida, de Wilde; La hojarasca, de García Márquez; He visto la noche, de Manuel Zapata Olivella; algo del Teatro de Sartre, y el cuento Campamento indio, de Hemingway, una de las obras más bellas que he leído en mi vida... Yoli tumbada en la cama, jadeaba sin cesar. Cuando le di el primer beso, ella me acarició suavemente y a los pocos minutos estábamos seriamente excitados. Comencé a poseerla con pasión. Jadeó de tal manera que pensé que iba a perder el sentido. Al cabo de un instante, Yoli me arañó la cara y el cuello, luego me mordió, gimió, pedaleó con sus piernas en el aire, me apretó y finalmente soltó un delicioso alarido que despertó a los perros de la vecindad.

II

Mi padre enciende un cigarrillo y se queda pensativo. Por el espejo yo lo observo: es un cincuentón de cabellos castaños con algunos hilos plateados. Sus ojos claros, dulces, bajo las cejas completamente canas, están protegidos por anteojos de armadura de carey y no pueden ocultar una juguetona alegría. Se vuelve hacia donde yo estoy y sonríe. Muy bien, muy bien, don José, murmura, y vuelve a fumar. ¡Qué hermosa sensación de padre! Mi madre es bella. Junto a ella todos nos sentimos seguros. Pinta cuadros al óleo muy hermosos y esculpe con greda. Aquí tengo frente a mí un busto de Voltaire que ella esculpió cuando tenía 20 años. Mi padre siempre ha admirado esas aficiones de ella y cuando viajó a los Estados Unidos le trajo una caja de pintura. El Papa, ¡Oh sí, el Papa! ¿Cuántas divisiones tiene el Papa? Díganle a mi hijo José que mis divisiones son legiones de ángeles en el Cielo. ¡Por Dios, José Kristián! ¡Tetello! ¡Tetello! Cuando regreses habrás leído esto, mi poeta adorado. Es mejor que sea a solas. Así podrás verificar el valor de lo que siento. Ha pasado casi un año desde la primera de las cartas y su actualidad es impresionante. Este año no nos ha traído muchas cosas buenas, pero, mi amor, ¿qué más que la dicha de estar juntos? Lo demás viene, te lo juro que no demora. Tan grande será nuestra vida y nuestra felicidad, que a ratos hemos creído perderla. Pero no, es el principio lógico para una felicidad con bases fuertes y que nos unirán hasta más allá de la vida. Cuando me levanté a orinar sentí un fuerte ardor y vi cómo una secreción comenzaba a brotar en medio de la angustia. ¡Qué vaina!, exclamé. ¡Solita! Eran las 7 y 30 de la mañana. Muy temprano para llamarla. ¿Cómo hacer para prevenirla? ¿Habrá contagiado a su marido? ¡Mierda!, volví a exclamar mientras me daba golpes en la frente. Era la tercera vez que me contagiaban en menos de 6 meses. Diez años atrás una ninfómana me había infectado con una blenorragia que me duró 10 meses. ¡Merde, merde, merde!, maldecía desesperado. ¿Sería Gloria! ¿O sería la pelaita de la 14? ¿O la Chunga? ¿Jenny? ¡Qué vaina! Comencé a calmarme a medida que el agua caliente de la ducha purificaba mi cuerpo. Y tenía que contagiar a Solita, ¡a esa sílfide...! A las 8 y 30 me arriesgué a marcar el número del teléfono, con un dedo listo para colgar en caso de oír una voz diferente. ¿Aló? ¿Sí? Qué hubo, soy yo. Hola querido. Te desapareciste, ¿no? Tengo que hablar contigo, Solita, es urgente... ¡No! ¡No me

digas que es para eso...! ¿Para qué Solita? Algo relacionado con salud, ¿no es cierto? Sí, Solita, ¿por qué? Siento rasquiña... Soltó una carcajada nerviosa. Ajá, ¿Qué debo hacer, José? Escucha atentamente lo que te voy a decir... Bueno... ¿Has tenido contacto con tu esposo en estos días? A ver... a ver... No, la última vez fue antes de lo nuestro porque él salió de gira... ¡Alabado sea Dios! ¿Y qué más? Bueno te vas inmediatamente adonde el médico... ¡Huy, qué susto, y qué le digo, qué pena..! Aguarda, Solita: le dices que tu esposo fue contagiado en una de esas giras frecuentes que realiza por el país y que te puso en conocimiento del hecho. El médico te recetará penicilinas o qué sé yo y cuando tu esposo regrese le inventas alguna cosa... en fin, es por el bien de todos... pero ¡por favor! No tengas contacto con él durante una semana por lo menos... Ja ja ja, me haces reír, José, nunca me imaginé... Esto no tiene nada de risible, Solita... Ja ja ja, parece una novela cómica, ja ja ja... ¿De veras te produce mucha risa, Solita? ¡No creas, José, tengo ganas de llorar, ja ja ja...! Con el susto de estar contagiado con monilias y otras cosas que impidieran la rápida curación de la venérea, me sometí a doloroso y fastidioso tratamiento que el médico había ordenado: 10 inyecciones de Ampicilina y 20 tabletas de Bactrim, ¿Y si no estaba? No sé qué demonios pasaría, acaso masajes prostáticos o qué sé yo... Invadido de angustias infinitas, de interminables pavores y remordimientos incontables, viví una torturante e insomne semana hasta que cesó la secreción. Llamé a Solita. A mí también me cesó, dijo riendo nerviosamente y agregó ¡Qué horror! Ja ja ja... Tu hermano mayor había fundado Langai. Se peleaba. De 15 guerras, Tatay sólo había ganado una. Tenías además un hermano imaginario, Martón Kristián; y eras la madre de un osito morado llamado Capón, y de Rito, un conejito gris. Habías inventado –y quizás ha sido el héroe más duradero y sólido de tus sueños infantiles–, un personaje mitológico, héroe nacional contemporáneo, un superego del país, el hombre más importante de Tatay, llamado Pedro Lucas Roncallo, una especie de Haya de la Torre, liberal, autoritario y único. Para describir la unión sexual que aún no podías concebir a los 4 años, creabas una graciosa figura literaria que aludía a dos niñitos pegados. Cristianos de todo el mundo, este era Jesús de Nazareth: talla: 1.83; peso: 83 kilos; frente: espaciosa; cabellos: largos y ligeramente ondulados, probablemente de color negro; nariz: alargada; típicamente judía; boca: de labios finos, más bien pequeños; barba: corta y partida en dos; tórax: de sobria conformación atlética; cintura: más bien estrecha. Da una impresión austera, fuerte, ascética. Parece dormido más que muerto. Y con una expresión que revela autoridad y dulzura, comprensión y energía. Y sobre todo... un solemne misterio. Porque era más que un hombre. Esa tarde sentado en el consultorio de mi otorrinolaringólogo, me disponía a leer una revista en cuya portada sonreía el Papa Juan Pablo II, cuando una señora me llamó la atención. Mire, me dijo, qué simpáticas estas recetas de cocina. Y me enseñó unas deliciosas albóndigas en salsa, que a todo color, ilustraban las páginas centrales de una publicación. La mujer, blanca y fina, muy pulcra, pero de sobria elegancia, no muy

hermosa, pero atractiva para mi gusto, sonrió. Dije alguna necedad. La culinaria es arte o algo así. O que cada cocinera tiene una energía especial. Seguimos conversando sobre la energía. Ni un solo momento dejamos de interesarnos mutuamente. Finalmente me dijo que era la primera vez que confiaba cosas íntimas a alguien. Ni siquiera a su esposo, dijo con gran dignidad. No sé qué me ha ocurrido. Esas son cosas que escapan a nuestro raciocinio, afirmé muy serio. Y agregué: pero es muy agradable. Nos despedimos muy cordialmente sin que yo supiera su nombre ni ella el mío. Han pasado tres, tal vez cuatro años, y no he podido olvidarla. Mi papá me trajo un vestido de vaqueros de Hopalong Cassidy. Es negro, con dibujos de toros, lazos y cactus. Trae pañuelo rojo rabo-de-gallo, un lazo blanco con línea espiral negra y revólveres de fulminantes. El Niño Dios me trajo una pistola roja, de boca muy gruesa, con un resorte dentro de ella que dispara una bolita. Danilo es dos años mayor que yo: tiene 9 años. Cuando se me dañó la pistola, la otra noche, Danilo me la arregló. Entonces sellamos un pacto de amistad. Viajo a mi tierra por primera vez desde que nací. Las reliquias aún susurran palabras. Adoro a Tita, mi tía abuela. Siendo yo tan pequeño puedo cargarla. La nonagenaria, antaño rígida figura de la austera sociedad samaria, es ahora un guineíto paso que se distrae haciendo abanicos con las hojas con que se fabrican los ramos para el Domingo de ídem. Le doy montones de besos, besitos, le sobo la cabecita tierna. Ay, bbbijijito. Las novias me alegran el corazón. Una emoción profunda de pensar que Jacqueline se casará conmigo algún día. Habla y ríe con vitalidad. Es bonita, blanca y regordeta como lo es Adrianarrubia 6 años más tarde, como lo es Margarita 16 años después. Jugamos al banquillo. Los primos sospechan. ¡Ajá! ¿No? El que pierda le tiene que dar un beso a Jacqueline. Ella se pone roja. Ríe con alegría desbordante. La botella de Coca-Cola vacía da vueltas en medio de nosotros. Los hermanitos españoles gritan de júbilo. No sé si es que han puesto energía mental, tan pura en la niñez, pero el caso es que termina señalándome. Aplauden frenéticamente Mau, la Nena, la Mamy, Astrid, Juanita, Jaime... Le doy un beso a Jacqueline, entre sonrisas y timideces, y ella me ofrece la mejilla como una muñeca alegre. La niñez. He descuidado un poco la teología. Tantos problemas domésticos, tantas frustraciones interiores, fugaces, sí, pero dolorosas, no me han dejado tiempo ni tranquilidad para dedicarme a esta ciencia de Dios que me gusta tanto. Ahora que me equilibre emocionalmente me entregaré por entero al estudio del Antiguo Testamento y a la Iglesia de Jesucristo. Entre tanto, tomaré café con crema y me alimentaré bien, porque vendrán días de intenso trabajo, no sólo en la oficina, sino en la redacción de la novela, en los artículos para los diarios y revistas, y en la lectura de los textos teológicos. Y además, un poco de amor... ¡Prepárate, José Kristián, para ser feliz...! Era una mujerzuela grotesca, gorda y muy pintarrajeada. Desde el primer momento se notaba que estaba desequilibrada mentalmente. Vestía un traje verde como de acróbata de circo, dejando al descubierto un vientre redondo, unos muslos macizos y muy blancos y

unas tetas grandes que mostraban apenas las puntitas moradas de los pezones. Era alta y gruesa. Me empujó hasta el último cuartucho del hotelito y ordenó: ¡bueno, sáquese el machete! Ella misma, bruscamente, fue metiendo los dedos por entre la bragueta. ¡Ahora verá! Se sacó las dos cajas de dientes y comenzó a succionar intermitentemente, con suavidad, con un arte delicioso y tenebroso, a la vez. Luego me atrajo hacia ella y quedamos acostados sobre un colchón duro, bajo la débil luz de la bombilla del cuartucho. ¡Un momento! Comenzó a blasfemar y a buscar por todas partes la botella de aguardiente. La encontró debajo de la cama. Se despojó de las medias negras y con ligas como las de las coristas de la década de los años 30 y levantó hacia el cielo raso unas piernas bien formadas. En las uñas de los pies brillaba un color rojo encendido. ¡Venga!, exclamó mientras bebía un trago de la botella. Abrió completamente las piernas y me abrazó con furia. Mientras efectuábamos el coito comenzó a maldecir y a exclamar incoherencias con los ojos desorbitados. Desde que Doris me llamó y concertamos una cita para las 11 de la noche, me comenzó una angustia inexplicable. Estaba emocionado, pero ansioso, inseguro. A medida que pasaban las horas la angustia crecía. Cuando pasé por ella estaba linda. Yo era consciente de que estaba provocativa, con un corte en la mitad de la falda que haría privar de deseo a cualquiera. Sin embargo, mi inapetencia crecía minuto a minuto. ¡Qué absurdo! Llevaba más de 3 meses en plan de nerviosismo agudo ante esta mujer que amaba sin que pudiera darme a mí mismo ninguna explicación. Bailamos hasta que amaneció. A estas alturas comencé a experimentar fuertes deseos de estar con ella. A las 6 de la mañana entramos a la alcoba, preparada especialmente para una inolvidable ocasión. Tomamos un trago de ginebra inglesa y bailamos música ranchera. Cuando me disponía a descansar un rato, Doris me rodeó el cuello con sus brazos morenos y me arrojó suavemente al piso alfombrado. Caí encima de ella. Me despojé del pantalón y quité lentamente sus prendas íntimas. Doris miró hacia el cielo raso y se quedó en silencio. Cuando traté de poseerla sentí súbitamente que mi cuerpo se anestesiaba por una misteriosa materia negativa. Mis instintos se negaban a dar rienda suelta a su natural derroche de sensualidad. Un hombre como José Kristián, convertido en un muñequito angustiado. Se apoderó de mí una tremenda ansiedad mientras Doris fijaba su mirada en el bombillo que colgaba en la mitad del techo. ¡Por Dios! Dije, ¿me he estado enamorando de una imagen? ¡Tanta ilusión, tanta obsesión, termina en esta enorme frustración? Por favor, José, no vuelvas a decir que me quieres. Sí, Doris, te quiero. ¡No, no! Hablemos otro día. Sí, levántate. Vistámonos. Bien, bien. Nos vemos otro día. A los 18 años leí por primera vez Las palabras, de Sartre. Creí que por mucho tiempo no volvería a leer un libro. Tal era mi alegría, mi satisfacción y mi identidad con esa pequeña obra maestra. ¡Huy, José, usted si se pega unas desaparecidas del diablo! ¿No? La última vez me dijo: ya vengo, y hasta ahorita. Cómo le parece. Si usted supiera, gordita. La última vez me prendió ladillas. Como no sabía mucho de eso, tuve que echarme Cresopinol o Flit, no recuerdo. Ah, dijo la

mujer riendo, son macetas. Y agregó: no eche paja, yo nunca he tenido esas cosas. Eso quién sabe con quién se metió y ahora viene a echarme la culpa a mí. En fin, eso se cura con cualquier matamoscas. Bello despertar dominical con el paseo matinal El trineo, de Leopoldo Mozart, con fondos de relinchos, ladridos y ruidos de cascos. Tus versos maravillosos, le gustaron mucho al alcalde, y se admiró de su autor de 15 años. Como ves, por este y por muchos otros detalles de tu producción intelectual, todos los que te tratan admiran tu inteligencia y ven en ti, a pesar de tus pocos años, una interesante personalidad en formación que asegura un gran porvenir. Acuérdate de don Gustavo Santos. La muerte repentina de mi padre, el desamor, la miseria, el hambre, el miedo, la traición, la indiferencia, el rechazo, el olvido, la soledad y la humillación repetida y recreada repetida y recreada repetida y recreada. Vestía con desaliño, aunque en el fondo deseaba usar a diario trajes de etiqueta, y su cara de santo triste movía a la compasión de sus semejantes. Cáncer en la garganta, en la laringe... Las cifras son aterradoras. ¡Humm! Un hilito fugaz de angustia. ¡Y yo que fumo tanto! Calma, muchacho, controla tu nerviosismo. Es cierto que un día como hoy no se repite con frecuencia, pero serénate, compañero. ¡Oh! 3 de octubre. Sí, ya están borrachos los monosílabos. Bueno, don Anselmo, mire, aquí a molestarlo. Cifras, cifras, cifras. Ester en persa es estrella. El facultativo me miró con simpatía. Su voz era suave, casi femenina. Perdone la pregunta, señor Kristián, ¿Por qué se separó de su esposa? Bueno, dije sin convicción: no nos entendimos. Chocábamos por todo. Tonterías, pero que con el tiempo se van volviendo males crónicos. El médico sonrió. Mire, me dijo, usted está muy joven. Tiene toda la vida por delante. Además ya goza de algún prestigio. Dedíquese por completo a su carrera, mientras torna a equilibrar su vida. Y no vuelva más a esos sitios inmundos, porque realmente degradan. Además, no sólo por el peligro de las enfermedades uretrales o gonocóccicas sino por los ambientes. Allí atracan, merodean locos, vagabundos, homosexuales, travestis, rameras de la peor ralea, seres perdidos, peligrosos, enfermos mentales y físicos de toda condición. No, por favor, señor Kristián, no vaya a dañar su vida. En cuanto a sus nervios, si quiere le mando hacer un examen serológico para que esté tranquilo. Pero le aseguro que está bien. No muestra síntomas de nada anormal. Medite mucho sobre todo esto y trate de enderezar su vida. Y verá que dentro de poco tiempo será un hombre nuevo. Tania me llamó hacia el mediodía y me pidió que la invitara al cine. Claro, muñeca, le dije. Nos vemos en la cafetería junto al teatro Palermo. Bueno, dijo con voz cautivadora al otro lado del hilo. Lo que pasa es que en el Palermo dan Castillos de hielo, y yo la vi antier... Pues vamos al Trevi, dije. Poco después de las 3 estábamos sentados en el lujoso salón, viendo Sonata otoñal. ¡Carajo!, exclamé en mitad de la película. ¡Qué buen cine! Tania me miró confundida, sonrió y me apretó la mano. Bergman totalmente derramado de neurosis, sus soledades, sus melancolías, sus victorias, su cristianismo y sus colores veermerianos. El teatro repleto, el cine magistral, Tania y yo, cuasi enamorados. A

la salida caminamos por la carrera 13 hasta llegar a la calle 56. Entramos a la Cafetería Colonial y bebimos cervezas. Conversando de una y otra cosa intranscendentes, decidimos convertirnos en novios. Algo forzado, ¿no? Pues probemos, dijo Tania. La dejé en taxi cerca de su casa y yo me dirigí al centro de la ciudad. En la calle 24 me detuve y busqué a Jenny. Complaciente, sensual, descomplicada, diría que hasta amorosa. Pero no estaba. Había otra, Sandra, jovencita, con unos ojos verdes de ataque, aunque algo estrecha. Con esta linda boyacense había estado durante el último fin de semana. Pero ahora Sandra andaba ocupada. Bebía cerveza con tres hombres de mal aspecto en una oscura mesa de café. Una ramera muy maquillada, me dijo: la Jenny está en la Comisaría. Hoy pasó por aquí la policía y se llevó a todo el mundo. Sandra, Gloria y yo nos salvamos de puras chepas. Fuimos directamente a un cuartucho sombrío y en realidad me sentí con pocas ganas. Sin embargo, hicimos un buen trabajo. Al terminar tuve náuseas. La mujer tenía mal aliento y olía a pies. Además temí que pudiera tener hongos o ladillas. Y durante el coito yo había tenido la impresión de que ella tenía una verruga o tetica de carne dentro de la vagina. De allí salí corriendo pensando en Tania, asqueado de haber estado con esa bruja. ¡Por Dios! ¿Habrá algo más bello que el Concierto en Fa, de Gershwin? Caminando a toda prisa vuelvo el rostro para mirar a una linda mexicana de la que ya me habían hablado, y en ese momento trastrabillé del modo más estúpido. Casi me caigo y para colmos no pude ver a la escultural muchachona. ¿Qué me pasó? ¿Qué ocurrió realmente? ¿Exceso de alcohol? ¿Fue una pesadilla? Pero José, ¡cómo se te ocurre tratar de hacer el amor con una mujer que adoras como a la Virgen Santísima! ¡Trágate tu machismo, regodéate de vergüenza, de humillación, macho ridículo, te quedó grande esa hembrota, marica, eras muy poco hombre para ella, idiota, ahora rumia la más grande derrota de tu vida, tú que te las das de que nunca pierdes. Ya no puedes ser el mismo, José Kristián, otro ser humano ha nacido en ti, quizás más grande, más viril y más hermoso. No desfallezcas ahora, no reniegues de Dios, acuéstate, duerme un poco, pon tu mente en blanco, deja pasar el día y pisotea los remordimientos; tolera como sea ese malestar ocasionado por el exceso de licor, y borra, haz el esfuerzo de borrar esas imágenes negativas que han matado la relación afectiva más angustiosa, pero al mismo tiempo más hermosa de estos últimos años. No vale la pena seguir atormentándote con esa pesadilla. Son bloqueos mentales, censuras del inconsciente o qué se yo, impedimentos sicológicos que escapan a nuestra razón, a lo mejor un analista tumba todos estos mitos de un pastorejo, pero ahora vas a consolarte como sea, vas a descansar y te vas a reponer pronto. Ya verás, José. Dele, dele, gran pendejo, es que yo tiro con todo, con perros ¿no sabe? Con leprosos, les he besado las llagas, me he metido botellas, huyy, sí, lápices y velas, he tirado con lesbianas, ¿usted no sabe? Le hice soltar 6 veces a una negra jovencitica con sólo unas cuantas lamidas, pobrecita, ja ja ja. Duro, duro, dele hasta que se venga o si no lo mato y me meto la botella... ¡ay

ay ay... muy bien, dije jadeando: he terminado. Ahora lárguese, dijo la mujer completamente borracha. Se levantó en cueros, bebiendo a pico de botella y comenzó a bailar en un solo pie. Se llamaba Santa Inés. Ulelolayle lolayle lolay ulelolá ulelolayle lolayle lolayle. Sandokán cantaba un día así, sí sí sí, Sandokán. En Cerdeña un rey había que mataba a quien quería. Se le puso en la cabeza destronar al Gran Sultán. Rataplán por delante, rataplán por detrás. Chivito no quiere salir del rincón. Ya salió, salió Chivito, Chivito, ya salió, salió de aquel rincón. Indere güirigüik quing gok (bis). Faltando diez minutos para las 5 hubo movimiento entre los dolientes. El calor había cedido y de pronto unos señores, graves y solemnes, se disponían a sacar el ataúd de mi padre hacia la calle. Un tío, entre las cabezas que se movían entre la sala de velación y la puerta de la calle, me dijo: ponte el saco. En la calle Grande, el ataúd fue colocado dentro de una carroza antiquísima, con penachos en las esquinas del techo y grandes ventanas. A ritmo lento, lentísimo, la carroza andaba mientras que en la torre de la Basílica se escuchaban las campanadas enlutadas de las 5 de la tarde. ¡Por Dios, José, qué párrafo más mal escrito! Pues sí que voy a cumplir esta promesa, Samuel: no volveré a pisar un burdel, ni a buscar una ramera, ni siquiera a tomar un tinto o un trago en una zona de tolerancia. Se acabó. ¡Adiós a todo eso! Entre 1959 y 1979 han sucedido centenares de hechos en la historia mundial, en la continental, en la nacional y, naturalmente, en la personal. ¿Qué es lo primero que me viene a la mente de ese idílico año de 1959? Mi periodiquito, que en un principio fue manuscrito, luego, elaborado con imprenta de caucho, más tarde, escrito a máquina con copias en papel carbón y finalmente, editado en mimeógrafo. ¡Qué alegría salir de esa estrecha oficinita, olorosa a tinta y a papel stencil, a las 7 de la noche, donde una buena señora que jamás olvidaré me entregaba 50 ejemplares de El Ciudadano o de Colombia Libre! El primero era liberal y frentenacionalista; el segundo, fruto del otro, era socialista, gaitanista y finalmente, comunista. En menos de un año milité en el movimiento fundado por Gloria Gaitán y luego en la juventud comunista, fugazmente también. ¡Qué enorme diferencia entre la actual existencia de mis 33 años y las proyecciones de mi infancia! De niño conocí a una muchacha vestida de negro, ojos de gata y trenza rubia. Sus tías me presentaron: este es el poética. La niña, simpática, sonrió. Eran burgueses empobrecidos. Yo sentí, instintivamente, un poderoso deseo de protegerla. Era feliz con mis pensamientos. Mi cerebro era un libro de aventuras permanente. Aquella niña murió al poco tiempo. Yo soñaba con las vecinas y me imaginaba desnudándolas y rozándoles el sexo, haciéndoles toda clase de caricias eróticas, pero nunca penetrándolas, pues no tenía conciencia de esto. Somos aviadores, militares, marinos. Padecemos el temblor congelado de la primera confesión. Ayudamos en la misa a cargar el Divino Niño durante la Novena de Aguinaldo. Y al fondo, bella, dulce, celestial, la Virgen del Carmen. Alegría. Primeras dudas místicas, panderetas, dramas mal disimulados, regalos, discriminaciones amistosas, época crítica de mi padre. Conozco el fanatismo, la

imitación, la idealización de seres, de héroes, de cosas. Mis compañeros se van yendo a los seminarios. Yo quiero ser sacerdote carmelita. Esto me dura algunos años. Danilo se va para Zipaquirá. Enrique a El Mortiño. Saavedra a El Poblado. Me siento triste. Muy solo. Me uno más a Orlando, mi primer amigo; luego a Ernesto, más tarde a Oscar. Orlando habla inglés. ¡Él está con los yankees! ¡Bravo! ¡One, two, tree, four, five, six, seven, eight, nine, clock! ¡Rock around the clock! Elvis preside el furor. Me quedo solo. Mis compañeros se han ido a cobrar la quincena. Tumultos. Iré después. Cierro los ojos, solo, enmudecido. Es mi silla. Es mi castillo. Mi bus. Mi caballo. Mi camarote. Es una casa con alas. Mis ojos tienen dedos como llamas suavísimas: te acaricio con ellos. Yoli adorada, serenata secreta. Yolita, Yoli mía, Yolanda, Yolly, Dolly, Molly... cuando penetra un antígeno en el organismo, éste reacciona creando anticuerpos. En el esquema están representados los sucesivos contactos (A) de los linfocitos pequeños (1) con el antígeno. Los linfocitos crean inmunoblastos (2); luego, células, plasmáticas (3). Estas, al madurar, inician síntesis de anticuerpos (4). ¡Cortapicos y callares para los preguntones! Mi hermano mayor tiene una inteligencia prodigiosa: hace periódicos, inventa tiras cómicas, fabrica aviones de cartulina, diseña gigantescos automóviles marca Menol, con trazos y nombres futuristas. Dice que cuando sea mayor será ingeniero y vivirá en Canadá. Tania y yo comimos helados de mora y fresas. ¿Qué hacemos?, me dijo con inocente picardía. Ya sé, dije. Caminamos unas pocas cuadras y entramos al teatro Imperio. Era la primera vez que veíamos cine rojo. En colores. Daban Los amantes de Chicago, sobre gánsteres en 1927, en doble con Pasiones juveniles, película alemana. Ambas cintas altamente excitantes. El salón estaba colmado de hombres maduros y de adolescentes. Cada uno sentado en la última silla, junto a la pared del cine y nadie más en la larga hilera de puestos. Minuto a minuto, sin tregua, empleados del teatro caminaban mirando en la oscuridad a todos y cada uno de los espectadores. Se sentaban, se ponían de pie, iban al baño, no había quietud. En un corte encendieron sorpresivamente las luces y delante de nosotros un hombre calvo besaba con pasión a un adolescente con rostro de niña. Cuando terminó la función invité a Tania a unas residencias. No, José, dijo con la mayor ternura. Todavía no. Además es tarde y debo irme para la casa. ¿Por qué tienes afán? Porque mi mamá sabe que estoy contigo. ¿Y qué pasa, Tania? ¿Luego tu mamá no me quiere? Sí te quiere, José, pero insiste en que tú eres casado. ¡Pero demonios! ¡Si todo el mundo sabe que estoy separado hace más de un año! Si, José, pero comprende que mi mamá piensa con criterio de hace 40 años... Cuando supo que iba a verme contigo me dijo: ¡Por Dios, Tania, no salgas con ese hombre...! Y también viví el ocio, el ocio vacío del haragán, que nada sueña ni piensa ni espera, ocio que engendra ocio y que apenas nos deja tiempo para mirarnos un rato al espejo para contemplar allí el espectáculo de una triste oscuridad. Y conocí los hombres, al Hombre, en todas sus facetas, ese ser tan iluso, tan secreto, tan hermoso, de quien se puede esperar siempre lo mejor, a pesar del

cúmulo de infamias que atesore en su alma. ¡Cuántas cosas me tuvieron viviente y cuánta vida tuve en tan pocas cosas! Me refiero a tus dos últimas cartas y especialmente a la última, en que me informas de las novedades de tu mamá. No tienes idea de lo preocupado que estoy con la salud de ella, pero creo que le pasará pronto. A ella le escribo con ustedes. Mucho me alegra la recuperación de tus estudios; yo lo sabía que así tenía que esperarse. No desmayes. La vida es tenacidad para salir avante en cualquier propósito. Por eso no te atengas con los cuatro años de bachillerato. No te desesperes porque para todo lo bueno hay tiempo y lugar. Objetos de penetrante olor como son el pie y el cabello, son elevados a la categoría de fetiche, después de renunciar a la sensación olfativa desagradable. Existen realmente emociones de oficina: estar aquí, como yo ahora, a la expectativa del encuentro, del amor, del placer, de no sé qué. Me duele un poco la cabeza. Dos empleados están casi encima de mí contando centenares de hojas plegables de propaganda estadística. El conteo es eterno y deseo que se vayan cuanto antes para poder englobarme, que es lo que más me gusta. Los demás han salido a almorzar. La hora acorralada de la siesta de los pueblos. ¡Ay de aquel que haya bebido alcohol anoche! Pobre tipo: lo considero sinceramente a esta hora. ¡Discheis, dschoch, ueve, cien, van doscentos! Ylaíja compró una casa prulla dalla toroloencontré iejas (ttraolettrtracletttracle) él hace póngale usted todos nos estamos cocinando y jirifaga camín tooees aurita os hablamos con mucho gusto. Su vida privada no le pertenece. Y José Kristián no sólo tiene el derecho de defender esa vida privada sino que es deber del público respetarla, ya que la libertad de un individuo debe terminar en el preciso punto donde comienza la del prójimo. Estaba orgulloso de su habilidad para interpretar los sueños y los pronósticos y de ver la suerte por las cartas, y le gustaba mucho que le predijeran su suerte y le leyeran las líneas de la mano. Al final de su vida llevaba colgado del cuello un Escapulario que su madre le había legado. ¿Por qué no asistió don Thomas C. Stevenson, decano del Cuerpo Consultar en la Ciudad Heroica, a la recepción del excelentísimo señor presidente de la República, general don Rafael Reyes? Porque estaba enfermo. ¡Hip! ¡Hip! ¡Hip! ¡Hurrah! Qvo dvce discordia et ingrventia detvmescvnt bella tellvs vbere sinv fvndit segetes religio pax artesqve florent in vrbem patriae principem... Daría un brazo por estar frente al rostro de yeso de Nefertiti o por beber una botella de vodka polaca junto a Pamela en un rascacielos bogotano. ¿Qué es este hilito frío que me recorre el cuerpo? Ah, Yoli, sí, por fin la voy a poseer. Debo apuntarlo: 3 de octubre. Desde que la vi la deseé. ¡Cuánto tiempo! ¡Cuánto trabajo! ¿Cómo se escribe Abisambra? ¡No sea tan prosista, hombre! Al año siguiente, mi primo tiene bozo incipiente. Mis amigos se han afeado: los rostros se les cubren de espinillas y granitos rosados. La ciudad, sucia. La gente se ha vuelto seria. A los 5 días regreso a Bogotá. Media hora antes de partir hacia el aeropuerto, me llaman: José, José. Era Jacqueline, en la esquina de la calle Grande. ¡Hola! Soy feliz. Pero ya es demasiado tarde. Todo ha cambiado. ¡Tanto anhelar aquel retorno! En Bogotá, dos años antes:

noches enteras, durante meses, rezando por volver a Santa Marta. Virgen del Carmen, haz que vuelva pronto. Te lo ruego. ¡Quiero volver mañana mismo a Santa Marta! Sólo la literatura despertaba en él verdadera fascinación, que es bien sincera a pesar de su gusto literario, pues tenía pasión por la literatura barata y las novelas eróticas... A los 10 meses lo encontró su mamá, una mañana, haciendo bolitas de caca y llevándoselas a la boca; se le alcanzó a sacar una del paladar. Le encanta que le pongan gafas ahumadas para mirar como un gran señor. Sobre el carácter de mi hijo José, debo anotar que revela tenerlo un poco agrio; a los 11 meses, cuando gana una rabia, se pone rojo, estira los brazos y se tira contra el suelo, cuando no revienta lo que tiene en sus manos. Lo mandé al colegio de su hermano mayor a ver si se aquietaba. Quedó fascinado y llora para que lo lleven; pero la maestra tuvo que regresarlo a los pocos minutos, porque estaba insoportable; tiraba del cabello a los otros niños, se paraba encima de los pupitres y gritaba, y por último, no dejaba en paz a su hermanito, quien no podía atender a las clases por estarlo controlando. Nuestro Señor, ahora lo amo más que nunca, lo adoro, es mi único Dios. Nosotros, mundanos miserables, qué le hicimos a ese joven apacible y bueno... Como afirmó que era rey, en vez de coronarlo de diamantes y esmeraldas, le colocamos una horrible rosa de espinas; y en lugar de trono, lo crucificamos en un par de maderos en medio de dos ladrones. ¿Ah? Y siempre las tristezas del alma sufridas en silencio infantil, en profunda intimidad, con un dolor puro de niño que nunca expresó. Mi padre, siempre pensativo, me consentía, decía que sí a todo lo que yo anhelaba, pero siempre lejano, como un dios venerado y remoto. Mi poeta adorado: en vista de que pasan las horas y tú aún no llegas, entre las mil cosas que pude hacer, escogí, con amor infinito, el leer las cartas para mí, de hace casi un año. Tratar de decirte con palabras lo que siento, es poco. Las lágrimas me invadieron lo mismo que una emoción sin límites. No fui capaz de seguir, las tres primeras que leí fueron suficientes. Pienso que lo más extraordinario que ha sucedido en mi vida eres tú, y realmente así es. Como siempre, el mundo tuyo, hoy común para los dos, me acompaña. Cuando sales, mi vida, siento el vacío más grande y soy incapaz de moverme de este sitio que tanto adoro y que tanto significa para los dos. El cartujo come solo en la celda, menos los días festivos. La abstinencia de carne es tan absoluta, que no puede usarla ni para salvar la vida de un monje. A las 6 de la tarde la campana toca el Angelus, rezan Completas en privado, y se acuestan para levantarse a las 11 de la noche; rezan en la celda los Maitines del Oficio de Nuestra Señora, y al segundo toque de campana se presentan en el templo a cantar el Oficio Divino hasta las 2 de la mañana, en que vuelven al lecho para levantarse a las 5. Sensaciones indescriptibles: rincones de ricas casas bogotanas, chimeneas, olor a dulce de papayuelo o de piña, aroma de café, de miel, de picadura de pipa inglesa, colores de muebles antiguos de comedor, carmelitos, de libros encuadernados en cuero marrón o crema oscuro, botellas de licor añejo, color aceite. Escribí una novela a los 10 años, una nouvelle a los 17. De ahí en adelante, una docena de

novelitas sobre diversos temas y conformadas en diferentes estructuras. Mi primera novela, a los 30 años. Monseñor Ragonesi, delegado apostólico en Colombia, posee toda mi confianza, afirmó Su Santidad, y agregó: su hermano se casó con una buena mujer de Dibulla, llamada Antonia Valdeblánquez, y viven aquí en Roma. A Joyce le decían: cuídate, no fumes, no bebas, no te metas con esas mujeres, no seas goterero. ¡Ah, no me jodan! A él no le importaba; en el fondo se sentía tranquilo porque lo único que valía era la literatura. Tomo el estilógrafo Parker de mi mamá y escribo una serie de palabras casi incoherentes, las cuales voy partiendo en versos, a la manera de los textos que mi mamá ha copiado en el álbum. Y al igual que ellos, ilustro mi creación con una casita, un camino y un cóndor volando. Alguna vez fuiste al Colegio de María Auxiliadora, y al respirar aquel aire ascético y solemne, imaginaste que estabas en Roma. A eso se agregaba que tu primita era italiana. Llorabas de terror cuando tu madre cantaba una extraña canción para que te durmieras: león sabanero, león sabanón, te llevaste mi cuchi cuchi, león ladrón... Sabor a agua de panela con leche y a avena con leche: señora Santa Ana, por qué llora el niño, por una manzana que se le ha perdido... Las tiras cómicas del Diario Gráfico, la cuna azul en el rincón, fiebre nocturna, cajita de galletas de dulce con una tapa azul celeste regada por millares de estrellas y el saludo cariñoso de Chita... Papá José tiene dos vacas, una en Sevilla y otra en Cataca... Después de muchos años de no hacerlo, volví a ver una película de vaqueros. Claro que ahora son muy distintas a las que daban cuando yo tenía la edad de mi hijo. Esta de Dios perdona, pero no Trinity, con Terence Hill y Bud Spencer, es más sofisticada, con cierto aire de rock y hasta con una linda música de jazz. Cuando entierran a un tal Bill San Antonio aparecen cuatro negros con sombreros cocos interpretando un blue bellísimo. Fui con mi hijo y pensé que se iba a aburrir. Pero gozó como nadie. Claro está que hizo por lo menos mil preguntas durante la proyección. Esta tal Gloria ha sido hasta ahora la mejor. Tiene 17 años, es morena clara, tiene ojos castaños, piel suavísima y labios gruesos pintados de rojo encendido. Sus muslos, su trasero, sus pequeños senos, su sexo, todo es paradisíaco. Hacer el amor con ella es comprender la licitud cósmica del placer total, es la creación de Dios en toda la plenitud de su alegría, es la felicidad risueña, clara, maravillosa. Gloria: yo no te amo, pero me da miedo seguirte frecuentando. Por favor, decepcióname. Chao. No tenías más de 6 años cuando te metiste al sótano con una niña de 13, vestida de rojo, y ella te sentó sobre un tarro de lata, también rojo, enorme y cuadrado, de galletas “El Sol”. Se subió rápidamente la blusa y te hizo chupar dos granitos rosados que colgaban de sus pechos blanquísimos. La hermana menor, de 8 años, también vestida de rojo, hacía lo mismo con tu hermano mayor que tenía 11. El padre de ellas era conductor de trolley. Solía vestir pantalón de paño carmelita, camisa de kaki, corbata negra y kepis del mismo color del pantalón. Al subir al tercer piso, luego de las aventuras del sótano, lo miraste acostado con su uniforme, leyendo el periódico

despreocupadamente. Luego, descendiste al segundo piso con tu hermano, y le dijiste a tu padre que querías ser conductor de trolley. Eran las 6 y media de la mañana. La llovizna teñía de gris sombreado el aposento. Silencio en la fría ciudad. Te me apareciste con el vapor reconcentrado de muchas horas de sueño. Recuerdo que cuando me llamaste: ¡José! y yo aún no sabía si era un susurro o era un sueño, te llamé: Katiuska, tomé tu rostro entre mis manos y sentí un vaho putrefacto que salía de tu boca. Tus ojos de fiera en celo brillaban y tu sonrisa perversa era una invitación a pecar. ¡Qué furor! Rápido, dijiste, ahora salgo a comulgar y todavía no me he confesado. En la calle, un grupo de mariachis rompía el silencio matinal: ese lunar que tienes Cielito lindo junto a la boca... Pienso en Yoli, en Campanita, en mí mismo, miro hacia el futuro, recuerdo la infancia, la adolescencia, leo viejas cartas de mi padre, cartas y papelitos de Margarita, consulto enciclopedias, ojeo revistas y libros de miscelánea, releo el Ulysses, de Joyce, las Memorias de Speer, libros de teología cristiana, leo publicaciones sensacionalistas, morbosas, examino la parte histórica del Larousse, miro desvestirse una mujer en la vecindad, escucho música de Haendel, leo cuentos del Tío Rico MacPato, Tribilín, el Pato Donald, Michey Mouse, Lorenzo y Pepita, Woody Allen, hablo por teléfono con Karol Bermúdez, me enredo en una página de Beckett, cambio dos o tres palabras son Solita, deseo a Yoli, a Tatiana, a Floralba, quiero tomar leche, comer arequipe, pan con mantequilla, beber kumis, brandy Felipe II, Coca-Cola, escucho música marcial de la princesa Filipina Carlota, la hermana compositora de Federico el Grande, pienso, no pienso, me enamoro: ¡Oh Dios mío, que bello y grande y adorable eres! Es posible que su aislamiento tenga como origen una auténtica incapacidad de adaptación social que se exige a los integrantes maduros de nuestra sociedad. Al fin me decido a ir a cobrar la quincena. No digo una palabra. Abro la puerta y salgo. Avanzo a paso rápido y nervioso por el prolongado zaguán, doblo una esquina y encuentro una fila interminable de funcionarios. Delante de mí está Carlotica, tan bonita y tan perfecta, con sus espejuelitos bien puestecitos y una barriguita como de veinte meses. Sin que se dé cuenta me acerco y le huelo el cabello. Rico. Intento cogerle las nalgas, pero me arrepiento. La cola avanza aceleradamente. Van y vienen los compañeros de oficina. Carlotica no habla. Mira solapadamente a uno y otro lado. Debe ser cobarde. Me gusta. Estudios fallidos. Épocas felices, muy felices en el colegio. Dos, tres, cuatro años, Círculos de amigos, compañeros de alegres años. Pemán R. Cafés: El Cristal, La Giralda, La Piñata, La Cabaña, Faraones, Colonial. Vida bohemia, Afición por el derecho constitucional. Militancia revolucionaria liberal. Noches de gallos y copas de aguardiente. Autodidacto. Como Homero, me he ilustrado a mí mismo, y un dios inspira mis cantos. En la minuciosa cronología kristiana (o kristina) hemos hallado hasta el momento estas casas habitadas por el poeta: Casa de las Reliquias, Raíz del Júbilo, Caño 47, La Casona, El Sótano de Santa Fe, La Casona, El Tonel de Palermo, Caño 65, El Tonel de Palermo, Torre de la Rotonda, y nuevamente el Tonel de Palermo. Ida y vuelta.

Mar y páramo. En meditaciones sobre la negritud, el surrealismo, la estadística, la Navidad, Adrianarrubia, cigarrillos con boquilla, cafetería La Giralda y otros detalles, a los 16 años decidí para siempre la manera como daría a conocer mi obra poética. Los años siguientes fueron de espantosos fracasos, calamidades, dolores físicos y espirituales, derrotas y penosas aventuras. Hasta que un día, cuando menos lo pensé... José Kristián, Kristos Janié, Siros Tajenik, Staj Kinesori, Kresi, Jitanos, Estivi Jasoker, Renato Seiskij, Joan Kitirsés, Kit Naorijses, Jis Stone Kiar, Janet Skirosi, Jean Sostikri, Kean Jrisosti, Rito Sin Sekaj, Nikasej Ortis, Nikasio Jerts, Rotes Nijiska, Kent Rosjisía. Sergei Einsestein no se contentó con realizar las proezas cinematográficas que bien le conocemos: Acorazado Potemkin, Octubre, Que viva México, ¡Sino que pretendía filmar el Ulysses y El capital! Entré al templo hacia las 6 y media de la tarde. Estaba oscuro. Un coro de monjas cantaba música angelical cerca del altar mayor. Por un instante me sentí en la Edad Media y fui feliz. A los pocos minutos encendieron las luces gradualmente hasta que el templo quedó completamente iluminado. La misa iba a comenzar. Entonces yo miré hacia el confesionario que tenía cerca y al ver al sacerdote me dispuse a hacer el examen de conciencia. Veinte minutos más tarde recibí a Cristo, volví a mi puesto y cuando concluyó la misa me fui para la casa a esperar cosas mejores. Al llegar donde Dionisio Ángel, jadeando, pues vive ahora pegado al cerro de Monserrate, le cuento que acabo de hacer el amor con una muchacha parecida a Gloria, pero que me sacó de quicio. Apenas inicié el acto sexual me dijo: Bueno, hágalo a mil porque tengo que cumplir una cita. Y miraba el reloj con impaciencia. Yo le pregunté: ¿cuántos clientes ha recibido hoy? Me miró con recelo, y respondió: ¡Uff! ¡Como cuarenta! Y soltó una carcajada ronca. Era bonita y morena, de ojos negros, grandes, las piernas peludas y sólo 16 años. El cabello, negro, corto, le olía mal. ¿No siente ardor?, pregunté. Me miró por el rabillo del ojo: ¿Y por qué me va a arder? ¿Luego para qué cree usted que tenemos esa cosa? La muchacha hacía gestos de angustia. Le hice ver que estaba demasiado lubricada. Ella se río y se encogió los hombros. Es que me acaban de echar uno y no tuve tiempo de lavarme... ¡Joder! Me levanté en el acto y me vestí, indignado y nervioso. ¡Cuídate!, me dijo Dionisio, después de escuchar mi relato. Yo por eso prefiero masturbarme cuando estoy reprimido. Anoche, agregó Dionisio, me masturbé delante de la muchacha que viene a lavar la ropa. ¿Y ella qué cara hizo? Sonrió. Ya por lo menos tolera mirarme, lo que antes no hacía. Ja ja ja. Dionisio hizo que partiera en dos un limón muy grande e indicó que lo exprimiera totalmente sobre el glande y luego me lo frotara suavemente. Así lo hice y quedé un poco más tranquilo. No vuelvas donde esas putas, José, insistió. Es peligroso, te pueden atracar, apuñalear, qué se yo. Cuídate, José, búscate una sirvienta buenamoza o en último caso báñate con agua helada o flagélate, como hacía San Francisco de Asís. Poder ver París ha sido el sueño de toda mi vida. Cuando me repuse del susto del regaño que debería ocurrir cuando mi mamá llegara, comprobé que la fiebre había desaparecido. Había escrito mi primer

poema. Seguí escribiendo sin descanso y recité mis composiciones en un programa sabatino de la radiodifusora nacional. La última vez que lo hice fui interrumpido por un oficial. ¡Suspendan el programa!, ordenó a Nerón Rojas, y yo, pequeño y pálido, gordo, peinado con gomina, vestido de paño azul oscuro y corbatín negro, con la boca abierta, la recitación suspendida en el verso: Y los pájaros se van..., alcancé a escuchar a mis 7 años, algo que jamás se borraría de mi memoria: ¡Cayó Laureano! Las Fuerzas Armadas han asumido el poder. ¿Cling? (ruido de silla giratoria) ¡Esa cosa pojemplo den bus ese pallí podriós que tanta la cultura chisjuemadre! ¡Tene faca togojogojojó togo tojogogojó jojooó! Tanta y tanto. Tauclí de tailei. Hay que arreglar esta situación (alguien se suena la nariz en la oficina vecina) quemás la tamarillo marilixo. La sirvienta parando el oído: pajumbajumba. ¡Ay, los calzones de Lucerito! Yoli, al fin te decidiste a dármelo. Oye, dime, ¿cuáles vales? Debes ser muy dulce. Mueve bien las caderas esa pelirroja. ¿Un presidente corrompido? ¿Por qué no? Los ha habido peores. Caminé calle abajo por toda la 20, desde la iglesia Las Nieves hasta la carrera 12. Había mucha gente a las 10 de la noche. Me acerqué a una improvisada estufa callejera donde calentaban tinto y asaban arepas de maíz con queso y mantequilla, mazorcas, pinchos y cocinaban huevos. Compré una arepa. Me quemé la lengua y pedí una Popular. No hay, señor. Entonces una Colombiana. Luego pedí otra arepa, y me fui. En la esquina, una niñita ojiverde me dijo con vocecita chillona. ¿Entonces qué? ¿Vamos? Yo la miré bien. ¿Pero cómo? Tendría 12 años a lo sumo. Su cabeza me daba en el ombligo. No tenía senos. Era diminuta y bonita, pecosa, amonada. Pura campesina paisa. Los tragos me daban vueltas en la cabeza a pesar de las arepas. ¿Cómo te llamas? Lía, dijo. Cobro 100 pesos... Y lo de la pieza. ¿Cuál pieza? pregunté bromeando. Ahí, dijo señalando un sombrío hotelucho. Entramos. Ella hizo un ademán al muchacho de la portería y luego me ordenó en voz baja: páguele. Nos acostamos. Le acaricié los muslos rosados y me dispuse a poseerla con emoción. Lía, con sus ojitos verdes, me miraba expectante. ¿Cuántos años tienes? 15, dijo. ¿Cuántos? 15, repitió. Ah bueno, me dije, y respiré con satisfacción. Pareces de 10, Ji ji ji. Bueno, supongo que no tendrás hijos, ¿no? Sí, tengo una niñita de 6 meses. No estaba mal del todo. Se movía bien y yo no quería terminar. Cuando creí que iba a culminar me contuve y ella sonrió con aire inocente. Pasaron dos o tres minutos mecánicos y sin poder contenerme eyaculé sin misericordia. En ese instante percibí cierto olor excrementicio y miré a Lía a los ojos. Ella los cerró y esperó a que yo terminara de soltarme del todo. O se había defecado o se había limpiado mal y con el sudor trascendía la hedentina. No lo supe ni quise tampoco indagarlo. Me dio un rollo de papel higiénico y ella se secó la vaginita con otro rollo. Me miró tímidamente, esperó a que me vistiera y antes de que me pusiera el saco dijo adiós y por primera vez la vi sonreír diabólicamente, antes de desaparecer por la puerta del cuartucho. Inmediatamente me lavé las manos con abundante jabón hasta hacer espuma y me las olí una y otra vez. Olían a niño recién nacido. Mi primer intento de novela trató

sobre los últimos 10 días de un personaje notable de un pueblo, a quien su mejor amigo había traicionado para dominar totalmente al municipio. Lo atiende un médico polaco, el doctor Janoski, y entre Andrés Lobo, que así se llama el notable o El Padre del Pueblo, y el facultativo, filosofan de manera similar a como parece que lo hicieron el Libertador Simón Bolívar y su médico de cabecera, el francés Alejandro Próspero Réverend. ¿Qué obras me influyeron en esta novela escrita a los 16 años, aproximadamente? De una u otra manera, La muerte de Artemio Cruz, de Carlos Fuentes, El rey viejo, de Fernando Benítez, y La casa grande, de Álvaro Cepeda Samudio. Estaba viendo la película El día más largo del siglo y comía un delicioso chocolate con leche Baby Johnny’s. No habían transcurrido cinco minutos de iniciada cuando se me presentó, con lujo de detalles, todo el desarrollo del relato. Me hallé de pronto desesperado y deseando que terminara pronto la película para salir corriendo a sentarme frente a la máquina y escribir todo el rollo. Pero como estaba invitado por mi novia, a quien le había declarado el amor apenas hacía dos horas, no tuve valor para abandonar la sala y tuve que aguantarme, dentro de la mayor ansiedad, el filme más largo del siglo. Cuando escribí las diez primeras cuartillas, sentí el más grande placer literario que haya experimentado hasta ahora. Más nunca he vuelto a sentir la alegría de ese lejano día de enero de 1963. La obrita fue terminada en junio y perfeccionada a comienzos de 1964. En abril tuve la osadía de enviarla a un editor. Este me respondió que aún no era novela, pero que sin embargo me encontraba bien dotado como escritor. Con mi amigo Justo Gamboa intercambiábamos nuestros textos primigenios. Hubo un momento en que la gente leía con amor y/o terror los cuentos de Justo Kristián y/o saboreaba con alegría y/o desgano los poemas de José Gamboa. ¿Bien? Primeras novelas entre alcohol y cigarrillos, café negro bien cargado e insomnios interminables. Comienzo de los duros años de aprendizaje. Rechazos, laureles y olvidos. Crece el poeta. Comúnmente llamamos cristal al vidrio incoloro y transparente con el que se hacen copas, floreros y otros adornos, pero en mineralogía la palabra cristal designa las formas en que se presentan algunas sustancias sólidas si sus átomos se hallan dispuestos según modelos definidos. Estoy muy feliz con el aplastamiento de la invasión cubano-yanki. El pueblo cubano se impuso y el mundo socialista ha correspondido con energía al ataque pirata de los invasores. Creo que Fidel Castro quedará más consolidado y el pueblo democrático de Cuba será su mejor seguridad y garantía de estabilidad. En vano he esperado la publicación de Ziruma. Ahora tendría más actualidad, por tratarse de un tema o ensayo clasista. Yoli, Molly: he probado todas las clases de sueños. En próximas horas juntaránse corpus nostros fin realizar forma humana soñados placeres divinos semper negatos seres triste condición (punto) Nada falta sólo pasen horas larguísimas este tres october hacen mi desesperación materialice gritos invisibles (punto) Con cópula nostra llegaré máxima cumbre heme trazado largo ancho preciosa mía existencia (punto) Aguardando prontísimo encuentro despídese momentáneamente amante

amantísimo (punto) Besos et versos José K. A eso de las tres de la madrugada, después de haber llovido intensamente, Bogotá se asemeja a una película mexicana de los años 50. ¿Tal vez de Buñuel? Se ven calles centrales de la capital absolutamente vacías y limpias, con las avenidas y los sardineles brillantes y a lo lejos un horizonte neblinoso que separa los edificios de cartón. A esas horas, entre el sector de Los Mártires, La Candelaria, San Victorino, hasta la Avenida 19, Bogotá no tiene nada que ver con la realidad. Y si ha llovido, la ciudad se envuelve en una corriente extraterrenal que puede causar a un mismo tiempo sensaciones de ansiedad y de purificación. Yo domino totalmente a Bogotá. ¡Ah, esta ciudad mía! Con mi padre en Chivolo, Rinconhondo, Caracolicito. La amistad íntima. Compañero de aventuras, parrandas, viajes, mentiras y alegrías. Allá conozco personalmente a Anastasio Vargas. Mi padre me lo presenta. Hace cuatro años estoy inscrito en su movimiento político y lo he visto en muchas ocasiones, pero ahora, mi emoción no tiene límites. Estoy cerca de él durante los discursos. Bebemos ron Caña en vasitos de cartón. La llorona loca no está en Tamalameque sino en el Palacio de San Carlos. Por ahí está Tobías Enrique Pumarejo... Se murió, se murió mi alazanito (bis). Se canta El amor amor, paseo vallenato de origen riohachero o jamaiquino, que cantaban los revolucionarios durante la Guerra de los Mil Días. Más tarde lo volveré a encontrar. Metido en el estrecho taxi, el señor Rondón forcejeaba entre su obesidad y el vestido ceñido, tratando de buscar y de encontrar algunas monedas que le faltaban para pagar la tarifa. En la acera, don Tito aguardaba con una sonrisa resignada, mientras introducía los dedos en el bolsillo del chaleco, listo a aportar el dinero necesario. La receta de José Kristián es deliciosa y sencilla: hervir los gusanos cinco minutos para purgarlos. Luego arrojarlos en aceite caliente. Quedan crujientes como las papas fritas. El patriarca de Alejandría, el archimandrita de Siracusa, el monarca de Etiopía, el cenobiarca de Egipto, el etnarca de Chipre, el llerarca de Chía. ¿Sólo tres novelas? Veámos: Portrait of the Artist as a Young Man, Ulysses y Finnegans Wake. A la fiesta de disfraces llega vestida de Alegría; parece un traje hecho para la fantasía: cuelgan, desde la cintura, serpentinas multicolores en cuyas puntas brillan cascabeles de plata. Bailo con ella y le robo un cascabel. Cta, llamo a Adrianarrubia, en mis escritos. Me desvelo por primera vez a los 15 años, tratando de pintar su rostro y siempre me resulta la cara de Virginia Woolf. ¡Oh que amor! Minuto a minuto idealizando cada metro de su piel, de sus palabras, de sus recuerdos, hasta que huye a no sé donde, creo que a Australia o a Nueva Zelanda. Yo me acerqué a paso rápido, temblando, apoyado en mi paraguas. Ella vestía suéter rojo y bluyines muy ceñidos. Las nalgas redondas se movían en coqueto vaivén que parecía fuera a romper el overol. A los pocos minutos le igualé el paso y murmuré a su oído: te ves muy linda en colores. Ella me miró entre desconfiada y sorprendida, y al instante sonrió. Al hacerlo, de perfil, pude ver el fierro que sostenía un puente dental. El rostro estaba picado de viruelas y la cabellera rubia, casi roja, la recogía en una

improvisada y mal hecha cola de caballo. Te he visto mucho, durante años, le dije, en el bus, en la calle, en cine, en cafeterías, con minifalda, vestida de negro, de largo, etcétera... en fin... Volví a sonreír. La gente nos miraba como animales raros. En verdad, era una mujer muy atractiva. Y además tenía un rostro de vampiresa que atraía de veras. Vestía pantalones tan estrechos que caminaba con dificultad como si estuviera estrenando zapatos: ¿Cómo te llamas? Yolanda, dijo. ¿Te puedo llamar por teléfono?, pregunté inmediatamente. No, contestó. Volvió a sonreír y agregó: soy casada y mi marido es muy celoso. ¿Es de armas tomar? Pregunté. Podría haber problemas. Bien... Yoli, así me dicen mis amistades. Yoli, repetí. Pero... ¿podemos tomar algo? No, dijo sin dejar de sonreír. ¡Nada! Entonces, ¿cuándo te puedo volver a ver? No lo sé. Al llegar a una esquina, Yoli se detuvo y me tendió la mano... Solamente en la calle, así como hoy... Pero no sé cuándo... Esta libertad no me la arrebata nadie. Estas meditaciones peligrosas estarán siempre acompañándome. No me comprometo con nadie. No me afilio a causas emocionales. No gasto mi salud en acompañar jefecillos resentidos. No malgasto mi talento en redactar anuncios previamente olvidados. No me autocondeno a que me amarren estas manos con que escribo. Parapapá: papá. Tetelelo metemelo tetelelo metemelo tetelelo metemelo amor pasión verdad besos versos labios senos patas tibia boca hola oreja vista ahora pelos medias puta toto dodo toto toto dodo todo todo todotodo. También pasan personas de las cuales no es fácil distinguirse con claridad. Me acusan de plagiario, de saqueador de literaturas antiguas y modernas. ¿Y qué? Soy devoto de mi padre y reverencio su memoria. Esta es la verdad, amigo, no hay lenguaje capaz de comunicarnos con otro ser; cada uno de nosotros sólo entiende su propio lenguaje. El pelo negro, largo y desordenado, se enredaba entre mis dientes. Al fin terminamos entre convulsiones y besos furiosos. Minutos después ¡qué desafuero!, nuevamente, Katiuska me untaba de su hálito mórbido ¡Por Dios! ¡Por Dios! Me enloquecía de amor. Ah, Katiuska, no te olvido. Felipe heredó la capacidad creadora del hermano mayor. Es un excelente arquitecto, fotógrafo e inventor de cosas. Ha creado un coito sexual en lenguaje de computadores. Nada, absolutamente nada le aburre, salvo la poesía, por lo cual está destinado a ser un hombre feliz. Desesperado, rompí la promesa de no volver a donde mis amiguitas. Me sentía inseguro, deprimido, hecho un guiñapo. Habiendo caminado desde las 9 de la noche un trayecto que habría vencido a cualquier atleta, desde la calle 45 con carrera 19 hasta la calle 63 y de allí hasta la 19 con carrera 5a., y luego de haber ingerido con tres amigos media docena de botellas de aguardiente ecuatoriano, y después de haber bebido abundantes tragos de ron con Coca-Cola en un cafetín subterráneo de la avenida Caracas con calle 23 en donde bailé música disco durante cuatro horas seguidas, me dispuse a emprender mi prueba de fuego. A las 8 de la mañana, sin haber probado nada sólido, salí del cafetín completamente mareado y me dirigí a la calle 19 en busca de Juliette o de otra amiga. Llegué, claro, demasiado tarde. O demasiado temprano. Todas habían

desaparecido: debían estar soñando con arcángeles comiendo chocolates o estarían bostezando junto a un cliente borracho que les contaría historias de pueblos remotos o de parajes irreales. En la callejuela, soñolientas, conversaban sentadas en los peldaños de las puertas, siete u ocho mujeres pintarrajeadas y con ellas dos travestis. En la esquina había una treintona, de aspecto distinguido, muy parecida a la hermana de un antiguo compañero de colegio. Arreglamos el negocio y en pocos segundos entramos a un hotelucho de mala muerte. La mujer fue directamente hasta la alberca. Atravesamos un zaguán hediondo de orines y llegamos a un patio donde se arrumaban trastos viejos, que al amanecer, bajo un cielo azul purísimo, parecía una escena de calma posterior a una batalla de la Segunda Guerra Mundial. En la alberca, la mujer tomó un platón y una jarra de plástico que contenía agua caliente. Penetramos en un cuartucho dividido en dos por una improvisada pared de cartón que permitía escuchar los ruidos, chasquidos, murmullos y movimientos de la pareja vecina: Bueno, hola, apúrele que ya está haciendo tiempo. Espere mona... No joda, eso fue que usted ya se vino y está jadeando... Cállese, más bien... ¡Pucha vida, hombre! Apure, que ahora viene la patrona a pedir la pieza... Bueno, espere, monita, ya casi, muévase, muévase... (Hondo suspiro). Mi amiga se despojó de las medias y dejó al descubierto su sexo en medio de las piernas llenas de moretones y venas varicosas. Levantó las rodillas y volteando el rostro hacia el lado izquierdo se dispuso a recibirme. Cerré los ojos y pensé en Doris, luego en Tania, en Solita, en Yoli, pensé también en Juliette, en todas las mujeres que lograba recordar y la fui penetrando, luego que ella se untó un poco de saliva para facilitar la operación. Paredilla de por medio se escuchaba una voz de mujer, diferente de la anterior: No me hagas cosquillas. Déjese besar... aquí en la boquita... No me joda... Con esa boca beso a mis hijos... No, ¡que no! ¡Ay tan pura! Bueno, apure y hágale y no perdamos más tiempo. Espérese, hola, a que se ponga más tieso. Ah, no friegue. Entonces búsquese otra o págueme otros 200... Se escucharon jadeos persistentes y traqueteos de la cama. No pude contenerme y eyaculé felizmente. La mujer apretó la vagina con ritmo zigzagueante y el final fue dichoso. Ambos sonreímos. Por primera vez en muchos meses, en largos y oscuros meses, yo había vuelto a sonreír. Solícita, me lavó con agua caliente y luego se agachó, se hizo una limpieza brusca y rápida con papel higiénico. Bueno, me dijo en la puerta del hotel: que le vaya bien. Afuera el sol picante teñía la calle de luminosa plata. Salté a una buseta feliz y vacío como si me hubieran extraído una dolorosa muela. Me senté junto a una joven recién bañada y comencé a hacerle la charla, animado por mi reciente victoria. Se dirigía al trabajo muy risueña. Cuando me despedí de la joven me di cuenta que había comenzado para mí un nuevo ciclo de felicidad. La vida de esa chiquilla era un infierno: Yoli no solamente la azotaba, sino que la arrojaba al piso de cemento, se ponía sus zapatillas de tacón puntilla y empezaba a torturar a la pequeña al tiempo que lanzaba gritos histéricos. ¿Yoli de Kristián? ¡Cómo sería eso! Zonn roto ooohoda, ¡qué mente! El origen del nombre Margarita se halla en el idioma persa,

de mervarid, que significa perla. La sala de espera es deprimente, van y vienen inválidos; a las enfermeras se les transparenta la ropa interior. Son simpáticas, algunas bonitas. El señor adusto de bigotes, que se halla a mi lado, espera que le practiquen una rectoscopia. La señora regordeta y nerviosa será operada de várices. Me enseña sus piernas verdosas y yo apenas alcanzo a ver sus muslos blancos y esponjosos. ¿Y yo? Aquí dice: laringoscopia directa y extirpación concepto patología. Descanso un rato viendo pasar hombres y mujeres de todas las edades y condiciones: elegantes, en piyama, en camilla, con esparadrapos en la cabeza, médicos, señoritas morenas, padres con niño reciente. Señor, me llaman. No hay camas. Vuelva la próxima semana. Pero, señorita... Nada más que decir. Hace días no fumo y estoy desesperado. Recaigo. Abandono el cigarrillo el 5 de diciembre. Eso me gusta. Ella me gusta. Delante de ella, dos funcionarios refieren cuentos verdes, flojos. No me gustan. Hola, sí. Llega el turno de Carlotica. Recibe el cheque a prudente distancia de la ventanilla, pues la barriga no le permite acercarse más. Sonríe. Me mira y enseguida pone cara de trompada. ¿Y qué? Ya le olí el pelo y por un instante casi que le toco las nalgas sin que se diera cuenta. Mi cheque está ahí esperando. Lo pido: código, nombre, cédula. Tras de mí hay 12 personas. En la ciudad universitaria hay un laguito silvestre, inmóvil, anegado de millares de alverjitas. Me digo: voy a coger una y ¡blubb! ¡Hombre al agua! ¡Se hundió José! Glouggloug, abbloug, glug, jarajajajá (coro) ni una hebra de pelo, me contaban después, ha quedado en superficie. Es una pesadilla húmeda. No tengo tiempo para asustarme. Apenas habrá pasado un segundo. Ahí o en el cerro. Caminamos mucho, somos exploradores, bandidos, aventureros o simplemente niños. A veces soy novelista a lo Hemingway, o corresponsal de guerra, también a lo Hemingway. Escalamos el cerro con arrogancia. Desafiamos los abismos y nos sumergimos en lagunas heladas en los cerros de Chapinero. Nos sacamos los pipís y los comparamos durante algunos minutos. Nada más. Me siento limpio, puro, reluciente: es como si hubiera vuelto a nacer. He puesto con eso, simbólicamente, punto final a mi lejana infancia y a mi solitaria, infeliz, odiosa y estúpida adolescencia. ¡Qué desasosiego! De pronto estar tumbado sobre la cama a punto de llorar! No creer en nadie ni en nada... Hace dos horas, a las 7 de la noche, José, caminabas por la calle 57 entre carreras 16 y 17, y junto a un puesto de discos de tercera mano que contemplabas extasiado, sentiste, de pronto, el obligante deseo de volver a mirar y viste el rostro otoñal de una Ingrid Bergman que te devoró con los ojos y pasó por entre tú y los discos, velozmente. En la esquina te miró de reojo y tú sentiste nuevamente, después de varias semanas, la picazón de la conquista... Esta vez te hallabas tímido, decaído, inseguro... La mujer se detuvo en un kiosko de manzanas y tú no fuiste capaz de hablarle... Seguiste derecho hacia el almacén de rancho y compraste una cajetilla de chicles, saliste y, justo, en el paradero del trolley, frente a la iglesia del Divino Salvador, viste a la hermosa y ansiosa mujer venir a paso rápido, con su suéter blanco y sus pantalones de pana oscuros.

Nuevamente pasó delante de ti y nuevamente, también, fracasaste. En la esquina de la calle 56, la mujer volvió el rostro por última vez y sólo era una silueta negra débilmente iluminada por las bombillas de los carros que ahora desaparecía velozmente hacia la desesperanza... Eso fue hace dos horas, José Kristián. Desde entonces te hallas torturado. Cuando intentaste seguirla, ya con todas las fuerzas de tu alma, fue tarde, muy tarde. Por eso te hallas así, tumbado, vacío, deprimido... Cada cinco minutos te vuelve, como en una instantánea cinematográfica, el rostro, la mirada penetrante, el paso huracanado de esa pantera sorpresiva, y tú sientes una opresión en el pecho, una sensación de vacío y de derrota, una definitiva gana de llorar... ¡Luz, más luz! Liberal: (del lat. liberalis), adj. Que obra con liberalidad. 2. Dícese de la cosa hecha con ella. 3. Expedito, pronto para ejecutar cualquier cosa. 4. Arte liberal. 5. Que profesa doctrinas favorables a la libertad política de los Estados. Apl. a pers. ú.t.c.s. Háblable a tus amigas de tu antigua amiga Thamar; dile a tu novio que pronto me conocerá. Ah, pero qué dicha haber vuelto a amar a Solita. Es la amante más bella que he tenido en mi vida. El placer de su amor no tiene par. Se me está convirtiendo en obsesión. Le dije que la amaba como nunca lo había experimentado. Ella sonrió como una muñeca ingenua y me picó un ojo. Exactamente lo mismo siento yo, José. Y nos confundimos en un prolongado beso de amor. Lo que fue ayer llanto hoy en gozo se convierte. No hagas mucho caso de lo que el mundo llama victorias o derrotas. ¡Sale tantas veces derrotado el vencedor! Sine me nihil potestis facere! Luz nueva, mejor, resplandores nuevos, para mis ojos, de esa Luz Eterna, que es el Santo Evangelio. Y agrega monseñor Escrivá: ¿Pueden extrañarme mis... tonterías? Meta yo a Jesús en todas mis cosas. Y, entonces no habrá tonterías en mi conducta: y, si he de hablar con propiedad, no diré mis cosas, sino nuestras cosas. Seguramente se había calumniado a José K..., pues sin haber hecho nada malo, fue detenido una mañana. Esta es la casa del abuelo materno de José Kristián, donde transcurrió su infancia, su adolescencia y su primera juventud. Junto al patio está la cocina: es un cuarto pequeño con piso de baldosas y paredes que en otro tiempo fueron amarillas, pues ahora están negras de humo y grasa. Allí, José amó, acarició, besó, forcejeó, mordió, arañó y fue arañado, mordido, forcejeado, besado, acariciado y amado por 18 empleadas domésticas, flacas, gordas, morenas, blancas, pelicortas, de trenzas, bogotanas, cundinamarquesas, boyacenses, llaneras, santandereanas, y hasta costeñas. Una que otra tolimense y una negra tumaqueña que duró tres días. En este pequeño aposento cabría, entero, mi pequeño mundo caribe y andino: todo huele a hollín sobre las cucarachas, a carbón quemado, a tierra dulce, plátano asado, a arepas fritas, a sopa espesa, a leche descremada, a arroz ahumado, a carne sudada, a manteca seca, a papa salada (esa que parece el rostro de un viejo mulato que ha dejado de afeitarse más de tres días), a dulce de guayaba, café recalentado, a cebolla cabezona, a ají picante, a chocolate espeso, a agua de panela, a loza sucia, a piel, a rico, a dedos chupados, a pies, a taza, a plato, a caca de gato, a 88 cosas. En

el colegio, nuevas amistades. He estado en más de cuatro colegios. ¡No soportamos a este niño! Anda con dos muñecos de trapo, Rito y Capón, y tiene revolucionada la clase. Luego, en el instituto fundado por el profesor Romaña Valencia, matemático chocoano. La catedral de Burgos y Romeo y Julieta, la gorda Mayorga, Lovi el checo (¿Kafka?), la Casa Lituana, el horror a la guerra (¿a cuál guerra?), el terror dulce de algo que viví antes de nacer, avenida Caracas entre calles 19 y 20, Doris, Patiño, el cine Ariel, donde me masturbé a los 13 años viendo a Martha Mijares en una película mexicana, la iglesia de las Angustias, la visión del primer cadáver: un sacerdote muerto, expuesto con todos sus ornamentos y vestiduras sagradas, la canción Cabeza de hacha, el Ministerio de Agricultura, el café Caracas, el almacén Donde Sancho, Maruja Matamoros, las señora Teresa, Tocayo Ceballos, la señora Zoilita, Billy y George y Beatriz, la Princesita... Además, la cariñosa protección paterna. Sentado sobre las rodillas de mi padre soporto la burla de mi hermano. Muy bien, don José, dice mi papá, usted es el novio de la hija del tranviario. Y nos llevan a la Quinta de Bolívar porque debemos saludar a un ilustre visitante: el general Paul E. Magloire, presidente de Haití. Después de nuestra separación matrimonial, Margarita le comentó a alguna vecina que cuando yo iba a visitarla ella se hacía la dormida para que me fuera lo más pronto posible. La pequeñez del mezquino hace más leve la gravedad de la verruga. ¡Pero qué mezquina es a veces la verruga! La multitud se había arremolinado en la playa. ¡Se hunde Labrandoff! ¡Se hunde Labrandoff! Gritaba, llorando y excitada, la gente, frente a la bahía más hermosa del mundo. La tarde era bella, a las 3 de la tarde, al contemplar ese cielo gris rojizo, el mar bramando en confusa lucha contra la tempestad del cielo. El vapor se hundía lentamente. Una niña, confundida entre aquella multitud expectante, contemplaba el dramático espectáculo, mientras escuchaba en el laberinto imaginario de su oído el vals de Fausto de Gounod. Papi, papi, ¡una yumeca con una falda cortiquitica...! ¿Y qué hace allí la yumeca? Pues está esperando bus. Una noche entré solo a un bar de Chapinero, lleno de lucecitas rojas y con pista de baile. Una indiecita tosca y simpática, de cara ancha y morena, se sentó a mi lado. Se llamaba Yma. Tomamos abundantes tragos de ron con CocaCola y nos dedicamos a bailar largo rato. Nos amacizamos y besamos sin tregua. Ella me decía al oído: así, poco a poco es que me gusta, sumercé. Yo soy muy lenta. Ya, borracho, vi que entraron varios agentes de policía y las mujeres gritaron en coro: ¡La parca! No sé por qué razón se armó la trifulca. La reina, así la llamaban, era Berenice. Tuvo un violento altercado conmigo por razones que todavía ignoro. Era alta, pálida, bellísima, despectiva, orgullosa y siempre vestida de negro. Terminó golpeándome la frente cerca de la ceja derecha, con una botella de CocaCola. Caí sobre el rincón de la mesa y sólo alcancé a ver a Yma tratando de defenderme, arañando a Berenice y un instante después, a un agente de policía llevándose a Yma, a empujones. Envuelta sobre el cuello se llevó mi hermosa bufanda londinense, regalo de Kewi, una rubia bailarina brasileña. Al día siguiente,

en medio de un insólito bar en calma, iluminado por un incómodo sol de 8 de la mañana, terriblemente adolorido, desperté babeando, sobre una mesa húmeda y olorosa a ron, limón, Coca-Cola, a vómitos, a perfume y a no sé qué otras cosas. Al tratar de levantarme para abandonar el sitio, una voz aniñada me detuvo: señor, debe pagar su cuenta. ¿Ah? Yo no sabía dónde estaba parado. ¿Cuánto es?, pregunté entrecerrando los ojos. Y un hombrecillo lampiño contestó: mil doscientos pesos, señor. ¿Qué? Yo sólo debo tener 500. El hombrecito se encogió de hombros. Me esculqué los bolsillos y para mi sorpresa sólo hallé unas cuantas monedas de cinco centavos. Fue un instante en que por única vez deseé morir. Con el dolor del golpe, un desesperante dolor de cabeza, y el dolor moral de hallarme en esas circunstancias, me tumbé de nuevo sobre la silla con la esperanza secreta de que todo resultara ser un sueño. José Kristián, poeta, periodista y escritor público: político anónimo. ¡Cuánto te apasiona la política! ¿Prefieres leer una biografía de Haya de la Torre que una novela de Jorge Amado! De todas maneras, pensé, aquí hay algo interesante. Yoli me había preguntado el nombre. Yo le regalé un cuadernillo con mi poema más conocido, pero no comentó nada. ¿Tú eres tolimense?, pregunté, sin que cesaran las fuertes palpitaciones del corazón. No, sonrió Yoli, mirándome a los ojos con expresión de picardía. Soy llanera, de Arauca, pero de la Arauca venezolana. Tomemos algo, le dije. No, insistió. No puedo. Mira, vivo allí, y señaló un edificio amarillento al fondo de un callejón. Bien, dije, y le extendí la mano. Al contacto con la suya, no pude contener la emoción. Yoli me miró sin dejar un momento su sonrisa de perra perversa. Espero volver a verte, dije. Tanto anhelar este instante, no es poca cosa realizarlo... Yo también espero volver a verte, dijo ella. Soltamos las manos y quedé paralizado mientras la veía desaparecer por la angosta calle. Son las 12 de la noche. Se abre una puerta. Entra un hombre. Coge un cuchillo. Y le hecha mantequilla al pan. Se preparaba el general Uribe Uribe para organizar una nueva embestida a las tropas legitimistas, cuando llegó a su campamento un joven de 18 años llamado José María Valdeblánquez, quien más tarde sería teniente coronel, enviado por el general Florentino Manjarrés con una propuesta de paz. Uribe la aceptó el mismo día. Como consecuencia de esa aceptación, se firmó entre los jefes revolucionarios y los gobiernistas un armisticio, el día 18 de octubre de 1902, a fin de poder discutir en más calma las bases de un tratado de paz. Valdeblánquez llegó vendado al campamento revolucionario. Más tarde sacó de las alforjas de su mula ron cubano y cigarrillos Legitimidad. Ulelolayle lolayle lolay ulelolá comprende niña que la vida es buena. ¡Por Dios José Kristián! ¡Tetello, tetello! Cuando regrese ya habrás leído esto, mi poeta adorado. Es mejor que sea a solas. Así podrás verificar el valor de lo que siento. Ha pasado casi un año desde la primera de las cartas y su actualidad es impresionante. Este año no nos ha traído muchas cosas buenas, pero, mi amor, ¿qué más que la dicha de estar juntos? Lo demás viene, te lo juro que no demora. Tan grande será nuestra vida y nuestra felicidad, que a ratos hemos creído

perderla. Pero no, es el principio lógico para una felicidad con bases fuertes y que nos unirán hasta más allá de la vida. Ah sí, José Luis me había enseñado su novela primigenia. Allí estaba la palabra más larga del mundo que aparece jamás en la literatura. Inventada por él, tiene 131 letras y se lee así: Cán-ti-ca-ma-to-ria-me-li-fluo-hi-dris-cen-te-si-ma-lé-vo-lei-bo-lea-do-ra-da-clasta-ci-tur-noc-tám-bu-la-to-rió-nic-tá-lon-gi-tu-di-na-la-ti-noa-me-ri-ca-na-dien-se -gun-do-ge-ní-ti-da. Significa poco más o menos: “Poema a la amada con sus virtudes y sus defectos”. Esa vagina era la locura: gruta de jabón, pez de espuma, pétalo de ostras. Estaba muy borracho. La Novena de Aguinaldo se había convertido en fiesta bailable. José Kristián había estado muy divertido, simpático y complaciente. De pronto, no pudo más y cayó tumbado sobre un sofá. Su novia lo llamó dulcemente. Con dificultad, José se incorporó y atendió el llamado de la niña. Eran novios desde hacía 6 días. Entre dos hermanos de ella y un amigo lo llevaron hasta la cama del hermano mayor. Le quitaron el saco y lo arroparon. Apagaron la luz y José sintió que un carrusel en blanco y negro giraba alrededor de su cerebro. Minutos más tarde se quedó dormido y soñó que una torrencial catarata manaba desde su estómago atropelladamente. La pesadilla se prolongó por varios minutos y luego se transformó en cataclismo, terremoto, huracán, ciclón y maremoto. En la madrugada creyó despertar en medio del mareo de la embriaguez que lo vencía y lo horrorizaba a un mismo tiempo. Pero solamente quería morir, no despertar jamás, sepultado bajo toneladas de tierra que antes hubiesen abierto sus entrañas para tragárselo definitivamente. Cristiano, na: adj. y s. Que está bautizado y profesa la religión de Cristo: los cristianos se dividen en católicos, protestantes y cismáticos. Propio de la religión de Cristo o perteneciente a ella: virtudes cristianas. Fam. Español, en contraposición a otro idioma: hable usted en cristiano. Fam. Persona: no se ve un cristiano por las calles a esta hora. ¿Cuentos quieres niña bella? Tengo muchos que contar: de una sirena del mar, de un ruiseñor y una estrella, de una cándida doncella que robó un encantador, de un gallardo trovador y de una odalisca mora, con sus perlas de Bassora y sus chales de Lahor... He ahí un libro total: Cántico, de Jorge Guillén: es hermoso y perfecto, no se parece a nada. El 12 de octubre de 1968 me dejé crecer la chivera. Con los años aumentó. Más tarde me dejé el bigote y la barba. En 10 años me afeité unas tres veces esos pelos, pero fue una característica de mi primera juventud: era una mezcla de El Greco, el Caballero de la Triste Figura, Juan Ramón Jiménez, D. H. Lawrence, Manuel Díaz-Granados Pumarejo y yo mismo. El abuelo nos llevaba los Viernes Santos bajo la lluvia bogotana, a la procesión del Santo Sepulcro. Era patético, en verdad, ver el cadáver de Cristo, llevado en andas, lentamente, por encapuchados que marchaban al paso de la Marcha fúnebre, de Chopin. El abuelo se persignaba con signos mecánicos y convincentes. Pidan tres gracias, les decía a los nietos. Y nosotros las pedíamos, totalmente ensombrecidos, dramáticamente invadidos por la fe. Llorábamos. Era todo lo contrario de lo que ocurría tres días después. El domingo todo era luz y

alegría a las 9 de la mañana, cuando aparecía, en sentido contrario de la ruta seguida el viernes, el Resucitado. Era un Cristo multicolor y sonriente que saludaba a la multitud con su diestra en alto. La Banda Nacional entonaba cantos marciales y algunas gentes aplaudían alborozadas la victoria final de Jesucristo. Cuando terminaba la procesión, mi abuelo nos compraba unas enormes galletas Wafers, paletas de mora con leche y algodones de azúcar, y a las 11 íbamos a matinal al teatro Faenza, donde rifaban juguetes, y los niños participábamos en recitales y cantábamos: Ahé, ahé, ahé, pajarito... para finalmente sumergirnos en el mundo de Lassie o en La colina dorada. Las puticas: ¿Vas lejos, bicho raro? ¿Cómo está tu pierna del medio? ¿Tienes un fósforo? ¡Eh!, ven aquí a que te la ponga dura! Mi hermano se niega a besar los clavos de Cristo, y la vicerrectora, una flaquitica de espejuelos y mandíbula prominente, le jala las orejas y ordena arrodillarse ante los Santos Clavos: ¡Erizo, cretino, seriote! En el liceo de mis paisanos soy feliz: es el año alegre, lleno de sueños. Fumamos a los 8 años y nos pillan. Retorno a la casa: mi madre anegada en lágrimas. José es bueno en el fondo, lo que pasa es que tiene malas compañías... ¡Ese tal José Luis! Al dirigirse al puerto... ¡Ups! ¡Un velero a proa! ¡Cuidado! Doblaré a estribor. ¡Walterio Duck! ¡Bien, Boty! ¡A estribor, bien! Se puso frente a mí. Chocaremos. ¡Gruff! Anda en un bote de goma. ¡Cuac! ¡Pato al agua! Mantente a flote... Trato de hacerlo... ¡Agárralo! Un salvavidas... Cuidado: no quiero perder mi caña. Un imán en vez de un anzuelo. ¿Qué quieres pescar? Un tesoro, naturalmente... Muchos barcos cargados de oro naufragan en estas costas... ¡Mira cómo lo lanzo! ¡Zip! ¡Zing! ¡Zip! ¡Estás loco! Señor Kristián: su sensibilidad estará particularmente receptiva y predispuesta a iniciar relaciones nuevas, pero sobre todo el amor será el sentimiento que más satisfacciones le dará. Si le asaltan ideas fatalistas, arránquelas con fuerza de su mente. Su inteligencia y capacidad creativa estarán adquiriendo las mejores influencias. Su imaginación será frondosa. Aprovecha este ciclo. Gracias Yolandita. Solamente para exóticas: originalísimo strapless que termina en un anchísimo pantalón de bordes recogidos. Sin la pluma en el cuello y las sandalias plateadas, no se atreva a ponérselo. Joyce McInney, la estructural belleza que en 1973 obtuvo el título internacional de Miss Mundo, se ha convertido en prófuga de la justicia al desaparecer después de haber sido acusada de secuestro y violación del misionero mormón Keith Anderson. La beldad trasladó, con ayuda de una amiga, al mormón a su residencia en los alrededores de Londres, donde, amarrado de tobillos y brazos, fue seducido. San Pedro, galileo, primer papa de la Iglesia Católica Romana, fundó la Iglesia de Antioquía y trasladó la cátedra a Roma en el año 41. Celebró un Concilio en Jerusalén, que prohibió los ritos judaicos y gentílicos. Estableció el orden de recibir el bautismo y celebrar la misa. Dispuso el ayuno de Cuaresma. Murió mártir el 29 de junio del año 67. José Kristián narra, sueña, medita y protagoniza la historia. Habla de sí mismo en el presente –oficina, vida, recuerdos que contempla en el momento, rememora los episodios sexuales más interesantes de los últimos años lo mismo que los ajenos

que conoce; se entrega a la contemplación religiosa y da los pasos necesarios, en lectura y oración, para su conversión al catolicismo–, habla de su pasado, infancia, y/o adolescencia, en tiempos pretérito y presente. Habla de sí mismo proyectándose en el sueño. Habla en tercera persona como si fuera el personaje de otro cuento, es decir, que habla de sí mismo con admiración y repugnancia, como si un biógrafo estudiara su vida, lo cual, ciertamente, lo deleita. Su ideal sexual es Yoli, una bestia, una vampira, una supermujer con la cual se va a encontrar el día de la narración, el 3 de octubre, después de desearlo durante más de 4 años. En tu día, mañana, te deseo muchas felicidades. No tienes idea de la contrariedad tan grande de no estar a tu lado compartiendo tus caricias y la felicidad de tu cumpleaños. Cuando llegue te llevaré muchos regalitos. Por hoy te mando una bonita guayabera, que espero te quede buena. Creo que te habrás portado bien con tu mamá. Mira que ella sufre mucho con mi ausencia y tú debes consolarla con tu buen comportamiento. Recibe mil besos de tu papá que te adora. No tuve más remedio que refugiarme en esta novela (¿novela?) con la agresividad del maniacodepresivo. Me clava sus ojos negrísimos mi adorada Yola, esos ojos penetrantes rodeados de pestañas largas y comienzo a excitarme de manera asombrosa. ¡Oh mujer, me enloqueces! Tengo que trazar otro cuadrito. Fríjoles. A ver veinte páginas pasadas a limpio mecánicamente (risas). Es increíble, no hay un solo error. Coloco al final la fecha de hoy: 3 de octubre (el timbre del teléfono, incesante; alguien silba a lo lejos). Al año de edad cantaba La marcha nupcial, de Mendelsshon y el Duérmete niño, duérmete tú, cambiando de tono en la voz, maravillando a todos por el gran oído que posee. A los diecinueve meses de edad: le fascina cantar La raspa, un son de moda en Bogotá. Hace dibujos muy buenos y canta todos los porros de actualidad como La múcura, Mi compae Lorencito, El picaflor, y otros más (a los tres años). No temas, José, los negros te traen buena suerte. Hay plagio, saqueo, imitación de grandes autores, de poetas mediocres, de documentos no literarios, de revistas cursis, de libros sagrados, de por ahí y de por allá, y copias y variantes de obras del propio Kristián. ¿Cómo piensas titular el libro? Tengo algunos títulos en proyecto: Las olas sagradas, Ondulaciones, Los círculos concéntricos, Mar multicolor, Los ángeles endemoniados, Las máscaras, Cordillera sedienta, Travesía celeste, Carnaval silencioso, Los colores del paraíso, Agua murmurante, Las quejas del demonio, Peldaños hacia el alba, El espía de Dios, La última hora del primer día, Memoria 33, Las puertas del infierno... Madre Coraje, le he dicho. Ella sonríe sin entender. ¿Es bella, no? En varias ocasiones la he visto desenjuagando el trapero sobre el balde, agachada, con las piernas blanquísimas abiertas, dejándose llevar por el peso de su enorme barriga, y me ha permitido verle un culo redondo, pálido, provocativo, apenas ligeramente forrado por el delta desteñido de su calzón azul claro. Es sólo un instante, pero me da para soñar y hacer proyectos durante horas y horas. Cuando llego a la casa escucho Leonilde, el pasillo de Morales Pino. Cierro los ojos, me palpita el corazón, me

pudro de alegría. Leonilde, Leonilde... Oye Josef, tú que eres literato, dime: se escribe shampoo o champú. Champú, hombre. Y la sonrisa idiota en mis labios. Déjeme, déjenme solo, con mis pensamientos. Ah, vaina, me tiraron todo. A ti te delatan tus ojos mórbidos, enfermos, trastornados, Yoli, tus dientes teñidos de humo, cariados, dañados. Dicen que en los dientes se conocen las gentes. Adrianarrubia, Mariangélica, Alba de Siempre, Manuel José, La Bruja de Dios, la Clandestina, la Innominada, Satchmo, la Novia, la Diosa, la Rosa, James Joyce, Alicia, la Imposible, la Primavera, Campanita, la Princesita, Federico, la Princesa de Verano, la Araucana, la Erótica, Fraulein, la Compañera, el Capitán de Colombia. Pasos seguros sobre el piso del corredor. Ruido de pocillos de tinto, tos de transeúnte apresurado. Alguien hace sonar dos bolígrafos como palitos de tambor. Suena la puerta de alguna oficina, sisiquor (bolero), pasos, silencio, murmullos, tres voces en la habitación vecina, tres o cuatro voces susurrantes: vaos a coernos a la posa del arico canoohnrrohouh dee ter nastetas si a la ves ala. Sí, sí, sí. E tala chocha, urrr! Io siquestioi cansado noola? Garbanzos. Toneladas, libras, cáspita, no joda, mi tinto, echemos una cana al aire. Yolita, mi cafecito, vamos... El suculento plato de jaibas me alegra que las musas lo hayan acompañado, y después, en la calle, en el aeropuerto, de espaldas, de perfil, la noche en que su nombre es escogido contra la voluntad de los monarcas, de la gran prensa, de los multimillonarios, lo tengo aquí grabado: las sirenas de los carros suenan por las calles como gritos de júbilo. Lo felicito. El jefe cumple 60 años. Hay acordeoneros, mariachis, whisky por toneladas, ¡qué alegría! Es la campaña más alegre de las últimas décadas. Nunca había llorado yo tanto de alegría. Grita un borracho: ¡Viva el partido liberal! Más de 35 funcionarios tomando tinto, gaseosas, aguas aromáticas (música ecuatoriana, trío Los Embajadores, el cóndor tricolor, el celador hace sonar el silbato como una quena intranquila), desayunos, huevos pericos, haciendo cola, en grupo, run run. Hoy voy a poseer la mujer de mis sueños. ¡Qué susto! Si tu supieras, Margarita, me tragarías completamente. Tú no estás mal, tampoco, ¿quieres tinto? No, Manzana. ¿Ah si? Postobón. Finalmente, el colegio de la señora Mercedes, la profesora nariñense que quiero como a una madre. Estamos: Samuelito, Ángel, Tatayo y Cancino. ¡Ah!, y además, los nuevos panties de El Nardo traen costuras impalpables, ¡nunca se marcan!, invisible e higiénico refuerzo de algodón en la entrepierna y suaves resortes afelpados que miman delicadamente la piel. Rita Hayworth: ¡el rostro más bello del cine! El viejo es viudo y vive con cuatro hijas solteras: ellas nos han ayudado a vivir, las queremos mucho. Una de ellas arregla los problemas con las tetas. Mi padre nunca exterioriza sus preocupaciones. Yo veo su figura fina y perfecta, a media luz, en las noches lluviosas, fumando un cigarrillo tras otro, sin decir palabra. A menudo regresa de la calle completamente borracho. Se despeina el cabello plateado y se torna gracioso y tierno. Mi padre ha cumplido 44 años. Ha trabajado mucho en investigaciones económicas lo mismo que en la supervivencia del partido liberal.

Pero ahora bebe demasiado. ¿No te preocupa morirte?, le dice mi madre. ¡En absoluto!, responde sonriendo. Aquí está mi mejor obra, dice señalándome. La alegría amorosa de la reina Nefertiti, el paseo vallenato La herencia, de los hermanos Zuleta, la poesía de mis compañeros de La Generación sin Nombre, la bella figura de Celmira, el genio musical de Arnaldo García Guinard, venezolano universal, las voces de los Trovadores de Cuyo, la mirada de mi padre a la noche alucinante de la Zona Bananera, la alegría solemne de mi primer libro, mis veintidós años, mis papeles, mis viejos dolores, mi antiguo matrimonio, mi primer hijo, mi actual felicidad y mi futura parábola de amor. El deseo de liberarse del peso mortal de la responsabilidad es uno de los tantos, totalmente irrealizables que acompaña a los seres humanos. Esto, claro está, no lo invalida como tema literario. Pescado frito con salsa de tomate y albahaca: aceite, dos cucharadas de pedacitos de cebolla, seis tomates medianos, cortados en cuñas, dos cucharadas de vinagre, una cucharadita de albahaca, media cucharadita de pimienta, un kilo (dos libras) de filetes de pescado, un huevo, dos y media tazas de migas frescas de pan, una cucharadita de sal y tallos de perejil para adornar. José Kristián es un escritor – ¿mediocre acaso?–, con delirios de grandeza, de modo que, familiarizado con las biografías de los autores más célebres, narra en tercera persona tanto su vida como todo lo que le rodea, relato que cuenta de manera desordenada. La historia es fiel al pensamiento, caótico, algunas veces insistente en un tema, otras, apenas toca un hecho y lo olvida, pero siendo consciente de que lo trivial y lo trascendental, juntos, hacen parte de la vida. ¿Quién es realmente José Kristián? Para unos, un amoral, un depravado, un loco. Para otros, un caballero, un excelente miembro de familia. Y para otros, un gran poeta, un mozo inteligente, un hombre tierno. También, un idiota, un tímido, un alcohólico, un mujeriego, un acomplejado, un místico, un niño, un impostor, un Casanova. Parece ser que el corazón de la novela, el centro de su obra poética, el eje de sus meditaciones literarias, es su padre. ¿Ángel o demonio? ¡Averígüelo Vargas! Ropa interior Marinella, deliciosamente femenina. Cartas del padre en una época precisa, pero en la obra, sin tiempo. Amor, idolatría hacia el padre. ¿Remordimientos? Tal vez. Demonios políticos y estéticos. Venenos, dardos, sátiras. Frases, sensaciones, climas. Así como Ulysses es un libro de vigilia, Finnegans Wake lo es de los sueños. El héroe es un tabernero de Dublín; nacido en esa ciudad, lleva en sus venas sangre celta, escandinava, sajona y normanda y, mientras sueña, es cada uno de sus antepasados y todas las personas del mundo. El vocabulario de esta novela consta, fuera de las preposiciones y de los artículos, de palabras compuestas, tomadas de los más diversos idiomas, inclusive el irlandés y el sánscrito. No es sino comenzar no más con los ojos sonreirá seguro cómo te fue en esa oficina piojosa ah caramba salta de ahí ven a vivir conmigo yo te mantengo tú me lavas la ropa, los platos, los calzones, en fín, tú sabrás themm themm themm (borgorigmos) ¡jarajá! Bien o mal no sé no recuerdo no me importa lo único que quiero es estar como ahora sentir la picazón, el escozor en los nervios en todo el

cuerpo de pensar que ya se aproxima el placer (tecleo de máquina) Muaam, tocar coneledatos quiera llegará mmr mmr mmr (afuera, la música) murmullos imposibles de detectar sonidos que pueden traducirse a la palabra escrita imposible la aproximación (ruido de papel estrujado limpiando una mesa) mareo incipiente. Romanza de amor; qué guitarra hecha de tu rostro marchito, las cuerdas de tu fina cabellera, Laura, saeta en la noche, murmullo asordinado que siempre está caminoteando en mi corazón. Doña Tania es tan parecida a Katiuska que José Kristián está perdidamente enamorado de ella. Dicen los decires que ella, esposa de un alto funcionario y madre de seis preciosos chicos, le corresponde. ¿Tú quoque, Martha? Todas las grandes novelas de nuestra época comenzaron por hacer exclamar al lector: ¡Esto no es una novela! (Carpentier). Charlotte Rampling vive con dos hombres a la vez. Se casó con uno de ellos y luego se divorció. Llamábanse hidalgos los hijos de gente noble, aunque pobre. En la capital continúo con el periódico. Le envío un ejemplar al presidente, dedicado a él. Es un letrado. Hombre sacro, remoto, carismático, mítico, gélido y sin mácula. Me responde con una tarjeta muy hermosa y estimulante. (¡Albricias y noticias! ¿Qué? ¿Apareció mi tortuguita? No, te contestó el presidente!). Gloria Gaitán dirige un movimiento liberal de izquierda. Debe andar por los dieciocho años. Es la mujer más bella que he conocido. Ingreso al bachillerato: periódicos, programas culturales, concursos, toma de la perifonía del Camilo, asistencia a reuniones juveniles y a manifestaciones antinorteamericanas. Ardo de emoción revolucionaria. Catedrático que toma Lux Kola. Comienzo a escribir cuentos dos años antes. Sonetos. Luego, en serio, la poesía (cigarrillos El Nacional: Camilo, Saúl, José Manuel, Pepe). Mi soledad se inicia junto al solar del Tonel de Palermo, espeso de pasto, piedras, lodo y tesoros enterrados, con el libro Cal y Canto, de Alberti, leído con Danilo en la casa más vieja y solitaria del mundo, pensando en el cuarto de estudio de Sartre, en la biblioteca de Gaitán, en la casa de Neruda, en el mariscal Tito, en Napoleón, en Montecuculli, en Bolívar, en el sabor de las papas fritas recién hechas, el café negro y el cigarrillo Pielroja acabado de salir. Más tarde, ensayos; luego, una biografía del expresidente Darío Echandía. Después, una deliciosa noveleta, luego otra y otra. Y siempre, antes y después, la poesía. ¡Qué es ese murmullo de befa entre la gente! ¡Cogepuerco, pasacharco, llévame al morro! Mi deseo se exaspera al contacto de la piel de esa super-hembra, de mis brazos que se aprietan alrededor de su cuello. Levanto sus cabellos desordenados, negrísimos, y muerdo la nuca rugosa. El grito de placer de Yoli resuena en toda la manzana. Ocurre un hecho extraordinario en mi vida: conozco a Rodrigo Placeres. Entonces me limité a echarme y me puse a dormir, feliz, porque sabía que no iba a morir. Pago, hacemos la cola. ¡Qué escote! Tienes buenas tetas, Márgara, pero muy buenas. Espero que me seduzcas algún día. Yo soy muy flojo. No, y tú tampoco te mereces el trabajito. Ese lunar, por ejemplo, ese belfo prominente... No, más bien trabájame tú a mí. Hazlo algún día. Yo terminaría comiéndote. Seguro. Ya casi, Yoli, ya casi. No me hables de política, sólo

me interesa el estilo literario. Entramos a una droguería en el barrio Pablo VI. Solita sonrió y dijo: mejor espero afuera. Había tres señoras. ¿A la orden? Por favor, cuatro tabletas de Dristán. Con mucho gusto. Cuando las señoras salieron, dije en voz baja: ¿Preservativos? Tomamos un bus repleto. Solita, protegida por mi brazo, recostaba la cabeza en mi pecho. ¿Estás excitada?, pregunté sonriendo. ¡Humm! ¡De sólo pensar en lo que vamos a hacer...! Me miró con sus ojos azules y susurró en mi oído: ¡Ojalá llueva fuerte! Su deseo se hizo realidad. En una calle céntrica nos bajamos y corrimos, ella tras de mí, hasta llegar a un chalet que yo ya conocía. Una adolescente, muy bonita, vestida de negro, sonrió con picardía. Sigan, dijo, y nos condujo a una pieza confortable con baño privado. Allí, nos arrojamos sobre la cama, y nos dimos besos locos y caricias apasionadas. ¡Ay, Joselito! ¡Amor, amor...! Me sentía completamente transportado a otra dimensión. El placer era en extremo paradisíaco. Solita abría y cerraba los ojos y reía con júbilo. Hicimos el amor prolongadamente, con pasión y alegría. Cuando terminamos estábamos empapados de sudor y saliva. Exhaustos. Felices. No dejábamos de besarnos. Solita, le dije con tono solemne, este es el mejor coito de mi vida. Ella soltó una carcajada nerviosa. Te lo creo, José, estás pleno. Se nota que estás bien. Además, estás bello. ¡Estás buenísimo! Y volvió a reír. ¡Oír al doctor Echandía recitar en francés un poema de Racine...! El general Santander es Eduardo Santos de 1810. ¿En qué se parecen los presidentes de Venezuela y Colombia? En que el de Venezuela es López Contreras y el de Colombia es López con tragos. Señor Kristián: siendo virgen, si mi novio me roza con el pene en la vagina y eyacula afuera, ¿puedo quedar embarazada? Gracias. Yoli II. Es el amargo reconocimiento que se impone a todo escritor, de que, sea lo que sea, lo que haga, siempre es menos, a fin de cuentas, de lo que se supone. Pero hay el ello, al lado de la amargura, algo dulce. Si no hay triunfo final definitivo, hay, eso sí, pequeñas escaramuzas en las que se puede vencer. Una buena escena, un rasgo cómico, una ironía punzante. Son palabras de Irving Wallace. Muy contento estoy con tu última carta, en la cual me informas, entre otras cosas, que la libreta del tercer trimestre no es ni sombra de la del año pasado. Te felicito. Mucho me ha complacido la actuación tuya en el centro literario del colegio y que tu hermanito ya sepa leer y escribir a la perfección. Espero estar pronto con ustedes y de esa manera compartir la inmensa alegría y satisfacción de ver coronada la primera etapa de estudios fundamentales de tu hermano mayor. La próxima semana concluyo el informe de Gobernación que nos está quedando bastante bueno. Como estoy apurado de trabajo no te escribo largo, pero ya tendremos oportunidad de conversar mucho. La víbora de cascabel, propia de América Central y del Sur, debe su nombre a los anillos de la cola que hacen un ruido particular cuando el reptil se mueve. Siendo aún patriarca de Venecia, Juan Pablo I escribía cartas al Messaggero, dirigidas a personajes célebres como Mark Twain, Santa Teresa de Lisieux, Pinocho, G.K. Chesterton y el rey David. Su sucesor, Juan Pablo II, es poeta y filósofo. El día de su entronización se dirigió a la

ciudad y al mundo en once idiomas. En Navidad lo hizo en veinticuatro lenguas diferentes. Y al año siguiente, el Domingo de Resurrección, saludó a la humanidad en treinta y tres idiomas. Las monjas dicen que este hombre, devoto de la Virgen Negra de Czestochowa es más guapo que Cristo (!). Luciani es un santo. Wojtyla es un hombre de Estado. Sí, lo sabía, 3 de octubre y nosotros en este hotel de lujo, como nunca lo soñamos, perdidos en medio de un bosque bogotano, remoto, bajo la luz verde de una discreta lámpara, bebiendo whisky en las rocas, y tú y yo amándonos como locos. Yo mordiéndote, lamiéndote, besándote, brusco, suave, cerebral, animal, tú diciéndome frases puras, bestiales, vulgares, amándonos como jamás nos amamos, tú lamiéndome la oreja, susurrando, José, me enloqueces, me vuelves loca, qué hago, por Dios, me estoy chiflando, esto es la locura, en fin, una, dos, tres veces, perdiendo la noción del tiempo, otro sorbo de whisky, una chupada de Kent, jadeando besos, los cabellos húmedos, los cuerpos sudorosos, las sonrisas, los ojos cemicerrados, la alegría, la plenitud, la felicidad total de existir. Tú y yo. ¡La locura...! ¿Por qué Marsolaire me tutea y al rato me dice usted? (risas tontas, ruido de pocillos al enjuagarse, sonido de pasos femeninos, de tacones de plataforma, zancadas de hombres serios, pisadas de apolos subdesarrollados). A pesar de los excesos, José Kristián es capaz de mantener una secreta disciplina con respecto a su trabajo literario. Y la cita con Yoli: el placer hecho verdad y angustia, hoy 3 de octubre. El mandatario tiene enredos con la esposa de un diplomático asiático. ¿Verdad? Sí, eso dicen, y a la gente hay que creerle. Es una vieja fabulosamente rica, prima hermana de La Begum y heredera de no sé cuántos pozos de petróleo. ¡Ajá! ¿Cierto? Tú sabes que el presidente Kristián es medio literato y le gusta lo exótico. El esposo de la tipa está ahora de viaje por el Pakistán o por la India, no sé bien, y mientras tanto la mujer se quedó ahí, y tú sabes ¿no? La tentación, la ocasión. Y... cuando el río suena... Cuando grande voy a ser militar. Me fascinan los desfiles marciales, las revistas aéreas, el paso de ganso, y luego, el Cadillac negro, descubierto, y mi general vestido de gala, cubierto por una capa napoleónica, la banda tricolor sobre su pecho glorioso y la mano derecha, enguantada, saludando a la multitud que lo aclama jubilosa. Ahora soy geógrafo. Coloco el mapamundi sobre el barcito azul claro, junto a varios lápices, un libro y un cuaderno. Pienso en Astrid, mi amiga noruega, y soy ingeniero y también veterinario. Me como este plato de tallarines con abundante salsa de carne y soy ingeniero aeronáutico. Si pruebo ciertas panelitas de leche con maní, soy ceramista. Si como papas fritas, en fósforo, soy arquitecto. Si me devoro un hamburgués barato, con arepas, soy escritor. Soy Henry Miller. Si bistec de lomito, con arroz blanco y puré de papas, puedo ser, indistintamente, abogado de vocación tardía, James Joyce, poeta surrealista. Si bebo mucho café tinto y fumo cigarrillos ingleses Three Castle, soy alto funcionario de organismos económicos internacionales. Ahora no lo sé. Fui escritor y poeta en mi primera juventud. ¡Ah! Boto mucha corriente. Genero plusvalía. Es divertido, ¿no? Escribo desde los 13 años y me retiro cada tres meses

para dedicarme a la política. Más chistoso, ¿verdad? Esta vida es un plato. Ruido de máquinas, timbres telefónicos, murmullos opacos, y siempre lo mismo, así llueva, llovizne o granice, haga sol o no haga nada, sea de mañana o de tarde, pero de esta manera se maneja lo inmanejable en este lindo país colombiano, a través de nosotros, torpes e inteligentes, ignorantes o sabios, y siempre la misma vaina por toda una centuria. Hombre de carácter sencillo, era capaz de enfurecerse cuando veía atacada su tranquilidad. José le había limpiado los pies con su lengua, a Yoli. Luego se incorporó y comenzó a chupetearle el rostro al tiempo que ella, con los ojos cerrados, le mordía las mejillas y pateaba el aire hacia el cielo raso. Después de muertos, mi padre y mi abuelo siguen dictándome no sólo estas narraciones, sino también poemas, canciones, vocablos, oraciones, gestos y aspavientos. Tu retrato me mira desde donde no estás. ¡El Corazón de Dios! ¡Cuán bueno, tierno y ardiente debe ser! Siendo como es el Sagrado Corazón de Jesús, por la Encarnación, no sólo de un hombre sino, con toda verdad, el Corazón de Dios, ¡cuán sublimado queda el corazón humano de Jesús! El Papa Bonifacio IX, napolitano, quien reinó de 1389 a 1404, despreció un remedio de su enfermedad por ser contrario a la pureza. La adolescencia de Kristián fue poco vital. Pero leía y observaba mucho. Había que aprender a conocer a los hombres y sobre todo, a prescindir de ellos. La Tierra gira sobre sí misma alrededor de un eje imaginario cuyos extremos son los polos (arriba). La inclinación del eje terrestre origina las estaciones (izquierda, arriba) y también las largas noches polares. Durante medio año, o sea el tiempo que tarda la Tierra en recorrer la mitad de su trayectoria, un polo está iluminado continuamente mientras el otro queda en la oscuridad. Lynda Carter, La Mujer Maravilla, es por encima de todo, un personaje libre, que en ningún momento pierde su independencia. Y su belleza física nada tiene que ver con este hecho. De manera que este papel no está basado en la voluptuosidad de Lynda. Cabello lindo, sin riesgos, champú Halo, línea de belleza para su cabello. Señor jefe de personal: de la manera más atenta le comunico que no he vuelto a firmar el control de asistencia, ni pienso volverlo a firmar, por cuanto hoy he encontrado allí deliberadamente, una biliosa raya negra que de alguna manera significa censura, reproche, impedimento para firmar; muy respetuosamente le deseo inquirir si esa manera de sancionar está contemplada en algún reglamento, ley, norma, precepto, regla, disposición, contrato, orden, mandato, instrucción o estatuto de seguridad de este organismo. Atentamente, S.S., José Kristián. Sección de Redacción. La autocastración llega al colmo: primero me angustio cuando veo una mujer hermosa; si hago el amor con ella, me siento culpable y comienzo a sentir dolores y ardores muy extraños; fuertes dolores musculares, circulatorios, nerviosos, qué sé yo; me duran largos meses. De pronto desaparecen; entonces llega el complejo de que me han contagiado alguna enfermedad; y así me paralizo de angustia y ansiedad un día tras otro, semana tras otra. ¡El infierno! Por lo poco que he leído de esta novela, José, me doy cuenta de que es un libro equivocado. El inicial

propósito redentor se desvía en determinado momento y los ángeles del paraíso van directamente al infierno. La aventura no tiene otra salida que la derrota o la muerte. Todos sus personajes –o el único–, fracasan. No hay premio, no hay victoria final, como se preveía a la mitad del relato. Fracasaste en tu propósito teológico, José, y lo que es peor, en el narrativo. En algún lugar de la historia echaste a perder el optimismo, el deseo de luchar, la esperanza. José Kristián se condena. Su estoicismo final no tiene premio; el fanático jubiloso de antaño se convierte en un escéptico sin salida al porvenir. El poeta, el escritor, el periodista de relativo éxito, el Don Juan que entusiasma a sus vecinas, el amante de las prostitutas bogotanas, el aprendiz de teólogo católico, el oficiante de astrología y psicoanálisis, el novel político, el joven esposo de una esplendorosa caribeña, el cariñoso padre de un precioso bebé, el atildado funcionario estatal, el enigmático personaje de Palermo, ha fracasado estruendosamente. Creador, hombre y personaje de la novela, todos a una, caminando hacia el paraíso, se desviaron súbitamente y cayeron al abismo de la derrota en plena juventud. Lo lamento, José. Ensaya otra vez. Prueba a escribir otro libro. Lárgate. Abandona todo y busca nuevos horizontes. Ándate para el Amazonas que está cerca de Bogotá. Vuela a Nueva York, la ciudad de tus sueños. O a Ciudad de México o a Buenos Aires, dos de tus monstruos idealizados. O a París, mil veces venerado en Baudelaire, y más modernamente en Henry Miller. O vete de polizón hasta Dublín, la ciudad perpetuada en el planeta Ulysses... ¡Ah! José, reconoce que esta novela es la historia de mil derrotas: ¡es el poema del fracaso, la oda a la angustia, el himno de la frustración! Acuérdate de Neruda cuando dijo: ¡búscate una moza robusta y déjate de tonterías! No sé, a veces pienso que este libro es mi espíritu y por lo tanto resulta más interesante que el mundo. Tal como Joyce lo concibió, Stephen Hero había de ser un libro autobiográfico, una historia personal, por así decirlo, del desarrollo de un espíritu, de su propio espíritu, así como de su progresiva absorción de sí mismo; un registro de lo que había sido, la descripción de cómo había emergido del jardín jesuítico de su juventud. Procuraba verse a sí mismo objetivamente, adquirir una divina serenidad para observar al niño y al joven que llamaban Esteban y que en realidad era él mismo. (Gorman, pág. 133). Recorro momentos sombríos que me han venido ocurriendo día tras día, sin tregua, inyectándome de un pesimismo irremediable. De nada vale la energía positiva, el optimismo irracional. Cada mañana me despierto esperando qué nuevo aletazo sobreviene: luego del fracaso amoroso con Doris vino la serie de tormentos reales e imaginarios que me azotaron, me paralizaron, me ataron, me patearon y me acomplejaron durante dos largos y procelosos años. Los insomnios. Luego las dolencias físicas, las terribles jaquecas y neuralgias, los horrorosos dolores de muelas, los chantajes y escándalos, las infinitas deudas de dinero, la ruina física y moral, los tres intentos de suicidio en medio de las más horrendas depresiones, las borracheras con amanecidas en los sardineles más tenebrosos de Bogotá, los

atracos a manos de raponeros, putas y trasvestis, y además, por si fuera poco, las deudas ficticias, las sorpresas negativas, que debo reintegrar tres mil pesos al tesoro nacional, porque sí, que la edición de mi libro de poesía se aumentó en mil ejemplares y, por tanto, la tarifa aumenta en 15 mil pesos más, que las inyecciones de penicilina cuestan en total dos mil pesos, incluyendo la de ella, que el médico de abortos cobra una suma astronómica... ¡Dios mío! ¡Dios mío, realmente, me has abandonado...! Por un lado, las uñas pintadas de los pies para que te encandilen los ojos, José; los dedos limpios y relucientes, blanquísimos, lo mismo que mi cara, mi dulce cara aromada con Chanel, Josesito. Las plantas de los pies sucias, sudorosas entre la piel rosada, ¿ah? No seas tonto, Yusuf, ven a mí pronto. El miedo es un azote detenido. Lo siento tan a menudo que ya me he convertido en un hombrecillo trémulo, casi que en exhombre. Pero cuando el miedo se transforma en odio, acumulo todos los viejos resentimientos, todos los malos recuerdos, todas mis porquerías archivadas y de exhombre, de trémulo, de escarabajo, me convierto de súbito en superhombre, en coloso, en gigantesca mole. Como quien dice: el putas. El putas caballo negro vestido de azucenas, salido del sobaco de la Santísima Trinidad. De una mirada fulminamos a los seres que nos hacen la vida invivible. Pienso: cuando sea grande, cuando sea poderoso, cuando tenga a mi lado una compañera que comparta conmigo la alegría –¿lo oyes, Nefertiti?–, y la tristeza de nuestro tiempo, ese día, sí, ese día respiraré con tanta alegría que de un soplo desaparecerán los centenares de hormigas que tanto tiempo me arruinaron sin misericordia. Y el amigo cienaguero, borracho, me decía, tratando en vano de abrir los ojos: el que quiere trabajar, trabaja, el que no quiere trabajar no trabaja; el que quiere beber bebe, el que no quiere beber no bebe. Entre tanto, su compadre sostenía un confuso monólogo anticolombiano: no joda, decía, este país es la mierda. Todo anda al revés, parece un parque. Es que es una finca, no joda. ¿Quiere decir que esto no es un país?, preguntó el cienaguero. No hombre, ¡qué va a ser país...! Y agregó, indiferente: ¡si es que hasta da risa...! Nadie le para bolas a la vaina, no joda. Hay que rayarse los cojones, coño. Este último era, en efecto, adúltero y concubinario. La última vez que hice el amor con Solita sentí la mayor alegría de mi vida: hicimos de todo, dimos rienda suelta a nuestras más recónditas y morbosas pasiones: nos besamos, nos escupimos, nos abofeteamos, nos lamimos, fuimos bruscos, tiernos, salvajes, dulces y terminamos a las seis de la mañana absolutamente agotados, después de un encierro de doce horas, plenos, jubilosos, con ganas de besar el mundo y las estrellas, la seguridad de que nunca jamás volveríamos a conocer goce similar ni pareja ni amor tan sublime y tan humanamente perfecto. ¡Oh Solita, mi amor, mi reina adorada, mi muñeca tierna! ¿Y qué sería de Doris? ¡Y de Adrianarrubia, mi primera musa, mi primer amor, mi arcángel platónico? De pronto pensé escribirle a Margarita e hice mías unas palabras de Henry Miller: me sentía tan desdichado por haberla perdido que había decidido iniciar un libro sobre ella, un libro que la inmortalizaría. Dije que sería un

libro como nadie había visto antes. Seguí divagando extáticamente, y de repente me interrumpí para preguntarme por qué me sentía tan feliz. Lleritas... Lleritas... En la mitad de la calle 18 entre carreras 12 y 13, se hallaba solitaria una ramera muy elegante, vestida de necia y verde, peinada en salón de belleza, hermosa, muy blanca, con una ceja levantada y el labio inferior altivo. La miré a los ojos y me excité como nunca. Vamos, le dije. Y pensé: dos o tres veces cuésteme lo que me cueste. ¿Cómo te llamas? Ruth... Ah, sí, todas se llaman Ruth... Sonrió. La puerta del hotelito estaba abierta y subimos una angosta escalera, atravesamos rápidamente los peldaños y entramos por un estrecho y pequeño corredor en donde salían adolescentes bonitas con viejos verdes. Siga aquí, me ordenó la altiva mujer. En el cuarto de paredes de cartón apenas cabía una cama. No había más: ni una silla, ni una mesa, ni un cuadro. Ruth entró con un platón de aluminio, con agua tibia, y un rollo de papel toillete. Cuando se quitó mecánicamente los slacks, sentí que me excitaba al máximo. Me monté y ella esquivó la cara. Olía a pelo recién bañado y a perfume fino. Me excité más. Terminé muy rápido. Cuando ella intentó apartarme para limpiarse la detuve. Otra vez, murmuré. Son trescientos más, dijo fríamente. Alargué el brazo para atraer el pantalón que se hallaba en un rincón del camastro y saqué tres billetes de 200 pesos. Tenga, le dije, echemos dos polvos más. Ruth sonrió, colocó los billetes entre la pulsera del reloj y comenzó a desnudarse. Tenía lindos senos. Comencé a besarle el cuerpo, los muslos, el sexo, luego el pecho, los senos el cuello. Le lamí el rostro como animal salvaje. Ella, sumisa, se dejó hacer todo. La poseí de nuevo, demorando el ritual. Por favor, le dije, termina tú también. Sonrió y murmuró ¡Humm! Si quiere véngase, dijo. Y me vine deliciosamente. Creo que aullé un poco. Me sentí bien. Luego inicié el tercero. El sexo de los dos era una sola masa aceitosa sin sentido. Fue demorado, y tuve ganas de pensar en Solita para venirme a plenitud. Sonreí con alegría. Estaba empezando a conocerme. ¿Cuándo pasamos la noche completa, Ruth? Cuando quiera, mijo. Pero sólo unas horas. Nunca amanezco. Se sentó sobre el platón y comenzó a limpiarse. Luego me limpió suavemente con abundante papel higiénico. Cuando quiera después de las siete. Si no estoy es porque estoy tirando con un cliente. Me espera. O es que estoy en el café de enfrente. Me espera o entra y se toma unas polas mientras se calienta. O.K., Ruth. Hasta pronto. Hasta luego, señor. ¿Te das cuenta? Una vida así. Imposible esperar la ayuda de Dios. Pero... ¿por qué no? Durante muchos años fui azotacalles. Espero ser, durante otros, azotamundos. ¿Liberal? Pero ello equivalía a adoptar a los veinticinco años opiniones caducas, afiliarse a movimientos a los que la muchedumbre abucheaba, aceptar el peso de faltas cometidas cincuenta años antes. Esta noche, de pronto, la luz viene a invadirme; perforando la niebla se instala en mi silueta; alas son como labios las formas de mi júbilo, moderado y sin límites, torpe y embriagador, y así voy transitando hacia la matinata de esta nueva aventura que enriquece mi tacto con sus ojos pequeños y su olor celestial; lo que fue llanto es oro, lo que fue desamor es

beso en la tiniebla y lo que fue agonía es campana de amor. Es el trago que me gusta a mí, es el trago que yo mando aquí, por eso no se preocupen que esto lo paga Roberto Ruiz... (Bis). Mi padre siempre me decía: desde hace muchos años estoy con la idea de escribir una novela como Canaima, de Rómulo Gallegos... Relataría todas mis aventuras en La Guajira cuando fui a trabajar en el censo del 38... Con frecuencia veía al viejo coronel Valdeblánquez apuntando frases: para la democracia colombiana más vale un presidente muerto que un presidente fugitivo; palíndromes: dábale arroz a la zorra el abad; versos patrióticos: hoy es 20 de julio, celebran hoy 72 auroras...; versos simplones: Bolívar Libertador, que libertó con su espada, Colombia, Nueva Granada, Perú, Bolivia, Ecuador...; anagramas forzados: Guillermo León Valencia: ciencia, valor, león muy gallo; José Tadeo Monagas: caga mojón de gato; versos verdes: en cierta lengua holandesa al ojo lo llaman cri, que de por llamarse así, en su nación se profesa; más abajo en Portugal hoyo llaman el del culo...; anagramas: Juan Manuel Iguarán: una mula guajira; Juan Caro: un carajo; Carlos A. Valdeblánquez: blancos árboles de cal...; equívocos célebres: decía don Miguel Antonio Caro: mi hijo toma trago y a mí me irrita; charadas elementales: mi prima, una nota musical; segunda y tercia: auxilio para los estudiantes; el todo: una dulce y sentimental niña que toca el piano con gran inspiración: Rebeca. Todos estos apuntes los escribía en los reveses de cartones de Corn Flakes. También manejaba un esqueleto humano de cartón, con piolas, llamado Canuto: el muñequito bailaba al son de un ritmo arrítmico de la invención del abuelo: tirarira tirarira rirarirarararira...; y por último, entre otras mil cosas, el porro... a Gaira, a Gaira, a Gaira conocerás; en Gaira, en Gaira, en Gaira te quedarás...; cuando cumplió veintidós años, en los albores del siglo XX, escenificaba, a domicilio, en las épocas del carnaval en Riohacha, un juguete cómico de su invención titulado Antoñeta... Ochenta años más tarde, el menor de sus nietos exclamó con sorna: ¡Qué familia de locos! Nos fregamos, Santa: acabo de ver a jovie cuando tomaba un rroca con la naveci... No, no puede ser. Y bueno, ¡qué le habrá visto el viejo a esa mujer tan fea! Si, nadie entiende... Pero netie cacu. Ah, sí, y Lelouch siempre genial, simple, no pierde tiempo, es preciso. Lino Ventura comenta a su compinche: ¿cuántas niñas trabajan en la joyería? Cuatro. ¿Lindas? Lindas. Sí (en dúo). Mi hijo dice: voy a escribir un periódico (dice: peródico) o muchos periódicos (dice: peródicos) ¿Te gusta esta canción? Revoleá, revoleá, revoleático, Francisco el Matemático... Sí, papi, en seguida me acuerdo de ti... Dice mi hijo: estoy escribiendo un libro. ¿Cómo se llama? El laberinto de colores. Ya lo verás. ¿Lindo? Lindo. Sí (en dúo) Con el cheque en la mano (idea) abrir una cuenta de ahorros. Frente al edificio hay más de tres bancos, a ver, a ver, me gusta ese: Banco Francés e Italiano. Cruzo el corredor que me lleva a la ancha escalera, con temor de que me vea el director general, ¡Ajá! ¡Se va a escapar! ¿A dónde va? ¡Hola! pero, qué va. Nunca me ha dicho nada, son sólo ideas, paranoia; yo camino muy mal, doy brincos a cada paso, las piernas me tambalean, ahora no sé si saludar a

Betty, a veces me dice: sumercé; comemos dulces y tal, y en ocasiones se hace la sueca: yo paso como un bólido y tengo la sensación de que estoy caminando como un canguro. Penetro en la vagina, en algún lugar de tu alcoba, de tu piel, de tu mente enferma, alucinada, trastornada, los calzones rosados (La cerezo rosa). Y crece el olor único de nuestros cuerpos mórbidos y aceleran el tiempo en ritmos y palomas y se lamen las ropas, los labios y los sexos en carrusel de ímpetus y de círculos salvajes. Así de vuelta, cabizbajo, buscando un caracol. ¡Oh amor mío! Estás erizada toda tú, amorosa vampira que besa, muerde y huye, dejándome impregnado de tu misteriosa sustancia. Luego, nuevamente el azul, sol, un segundo, luego noche. El período tinita, Menfis, las pirámides de Egipto, Tebas, la invasión de los Hiksos, Tutmés III, Ramsés, Cambises, la dinastía de Ur, la fundación de Babilonia, Hammurabi, el imperio hitita, Nínive, Suppiluliuma, el imperio caldeo, Nabucodonosor, Cartago, Darío, Jerjes, Julio César, Cleopatra, Marco Antonio, el Minotauro, los arios, la guerra de Troya, Homero, el Imperio de Agamenón, el Estado etrusco, Confucio, la gran Muralla China, las guerras médicas, Espartaco, Solón, el siglo de Pericles, Filipo de Macedonia, Demóstenes, la guerra del Peloponeso, los treinta tiranos, las batallas de Farsalia y Accio, César Augusto, alias “Octavio”. Cierro el libro. Corroboro la fecha: 3 de octubre. Respiro. Tiemblo serenamente (alegría). En seguida me di cuenta de que el azar o más bien mi genio bueno, me había conducido al lugar donde la felicidad me esperaba y donde estaría hasta el último de mis días al amparo de los juegos de la fortuna. La interpretación gráfica del Arca de Noé ha sido motivo de infinidad de cuadros y grabados. Aquí vemos una ilustración perteneciente a una Biblia luterana del año 1564 en la que observamos a Noé, de rodillas, escuchando las órdenes divinas, mientras sus familiares y las parejas de animales suben al Arca. Para usted todos mis libros, poeta de Palermo, menos estos seis: Finnegans Wake, de Joyce; Los trabajos de Persiles y Sigismunda, de Cervantes; El otoño del patriarca, de García Márquez; Al otro lado del río y entre los árboles, de Hemingway; Las uvas y el viento, de Neruda; y Apolo Pankrátor, de Pardo García. Y secretamente, me quedo también con A Treasury of the World’s Best Loved Poems, antología anónima que recoge poemas desde Christopher Marlowe hasta Sam Walter Foss. Salvo estos, poeta, puedes llevártelos todos. Siempre he estado en esquinas filudas, al borde del ser y del no ser, entre la medida de los campanarios y la dulce cápsula del aburrimiento; siempre he estado perdido sin el horizonte del amanecer, penetrado de angustia y miseria, en el laberinto de mi poesía, sin tener salida ni respiro, derrumbado ante el odio y el tedio, destrozado por mil corazones y despedazado en la desesperanza. Siempre, siempre yo he estado en la niebla, pero ahora, vivientes, yo les juro que el tiempo será camarada de mi sed saciada, de mi amor completo, yo cantaré jubiloso, seguiré cantando, brotando de nuevo entre el humo, saliendo sutil y perfecto de mi laberinto de oscuras raíces. No queriendo nada y no abrigando ambición alguna, me parecía que para ser dichoso sólo necesitaba una alcoba, una

cama, una mesa de escribir, lápiz, papel y un crucifijo. ¡Jesucristo, Señor, tú partes la historia en dos! Y que todo sea por el amor que siento por Dios, por Colombia, por mi padre, por mi familia y mi descendencia, y sobre todo, por la poesía. En verdad, me he dedicado a saquear centenares de poemas, frases, párrafos y dichos de autores y de obras consagrados universalmente. En esa forma he logrado convertirme en un autor cuya obra será consagrada universalmente. A su aflujo, dócil, como a la busca de la medianoche, en un henchirse muy lento de las grandes aguas del sueño, cuando las pulsaciones de alta mar tiran con suavidad sobre las guindalezas y sobre los cables. Todo empieza y termina en una sola gota de existencia. ¿Qué es usted: tipo o apache?, golosa, gambetas, cuclí, pajita en boca, dar y no recibir, hablar y no contestar, el beso robado, ladrones y policías, el mecano, el tinkertoy, el bócholo, los magos de las fiestas, el cine de las primeras comuniones, las piñatas de los cumpleaños, el consomé, el ponqué negro, las sorpresas, las bodoqueras de tubo y de pitillo plástico, para bodoques de papelitos de Selecciones y de maíz pira o maíz millo, respectivamente, las espaditas hechas con alfileres y cables eléctricos, las tapas de gaseosas para jugar en los bordes de los sardineles a la Vuelta a Colombia: se les introducía un número sacado del calendario de Pielroja, se les colocaba un pedacito de vidrio encima y se rodeaba con neme. Algunas películas memorables: Alicia en el país de las maravillas, Escuela de sirenas, Los nuevos ricos, Eco de tambores, Ahí vienen los tanques, Paralelo 38, Abbott y Costello contra el hombre y el monstruo, Sinfonía de París, Lilí, Todos los caminos conducen a Roma, Los tres caballeros, El siete machos, El portero, El bombero atómico, Caballero a la medida, Abajo el telón, Magdalena, Nido de águilas, Proa al sol, Guillermo Tell, Oliver Twist, Miguel Strogoff (en tres versiones diferentes) La furia de Tarzán, Tarzán y las amazonas, El Mártir del Calvario, Jesús de Nazareth, La sargenta... Ha cesado el coctel luciferino. ¿Ganaron los demonios? ¿Ganaron los ángeles? Sólo Dios lo sabe. De todas maneras, una tibia brisa de aire fresco parece que comienza a recorrer el paraíso. ¿Cuál es ahora mi destino? ¿Estoy contra la pared? ¿Estoy ante un nuevo horizonte purísimo? Solo, pleno, vencido pero fuerte, joven aún, con muchas fuerzas creadoras, con voluntad para volver a amar, con centenares de poemas, cuentos, novelas, artículos, en la mente, para empezar de nuevo, para nacer y renacer y revivir. Por ello es por lo que he dedicado este libro a la próxima civilización. La estatua de Bolívar matizaba de frescura este calor. Bolívar es el mejor poema del Caribe. La época en que vivimos está señalada por sucesos que parecen indicar que el mundo está fuera de control. Piense en esto: Terrorismo internacional. Inflación fuera de control. Guerras y rumores de guerras. Más crímenes e inmoralidad que nunca antes, no obstante a pesar de las circunstancias y los titulares de prensa, nuestro mundo no está fuera de control. De acuerdo con el plan de las profecías bíblicas, el futuro se está desplegando en la forma predicha por Dios hace unos tres mil años. Y en una noche, la noche de la apertura de la campaña profética de Kenneth Cox,

usted verá por sí mismo, gracias a una presentación audiovisual deslumbradora, qué lugar ocupa nuestra época a la luz de las profecías bíblicas. Haga un viaje fascinante por los corredores del tiempo. Vea cosas que usted nunca ha visto anteriormente y descubra el significado de los sucesos de nuestro tiempo. Mientras se desarrolla el programa de la noche, usted escuchará el paso de los segundos en el reloj profético de Dios... comprenderá por qué se levantan y caen naciones... y adquirirá vislumbres valiosos de nuestra época tumultuosa... ¿Qué es? Unos comentaron de manera tajante: ¡la CIA! Otros dijeron: locos místicos.. Lenin lo previó para la agonía del imperialismo... Otros dijeron: sencillamente místicos protestantes de los Estados Unidos. Siempre han existido predicadores alarmistas que andan anunciando la inminencia del fin del mundo... Y yo, José Kristián, teólogo, observo simplemente, sigo paso a paso la marcha del mundo, observo con atención la guerra de Irak e Irán, el incendio de la refinería de Abadán, la más grande del mundo, la peregrinación de millones de musulmanes a la Meca en este agitado octubre de 1980, los incesantes gritos de ¡Alá es nuestro Dios y Mahoma su profeta!, mientras se reúne el Sínodo de Obispos de Roma, bajo la dirección del papa Juan Pablo II, en donde se ha recibido con salva de aplausos a la madre Teresa de Calcuta y al legendario Dalai Lama... Veo, observo, escucho, siento... Escritor, poeta, narrador, periodista, teólogo, hombre intemporal, universal, patriota americano, cristiano, Ese soy yo. Soy joven y aún debo aprender... Estoy marcado por mil derrotas, por males de toda índole, por tristezas infinitas y por fracasos fecundos. Mi pasado es una horrible cárcel de agonías permanentes. Felizmente ya no existe. Se envolvió como un caracol de humo y huyó hacia otras dimensiones del tiempo y del espacio... Hay alegría y esperanza, entre tanto: mi patria, tiniebla maloliente, verá pronto la luz; el mundo será libre de cadenas; la paz retornará, y se abrirá una escena multicolor mostrándonos la nueva humanidad... De este caos sale un mundo renovado. El pueblo oprimido es Dios mismo en marcha hacia el porvenir. ¡Alabado sea el pueblo! ¡Loado sea mil veces Dios! ¡Alabada sea eternamente la alegría de los pueblos del mundo! ¡Qué grande es, por Dios, el universo! ¡Qué poca cosa soy! El mediodía se acerca. La hora señalada se apronta. El instante esperado comienza a invadirme. Estoy derrotado, pero feliz. ¡Ay soldadito! Se cierra con cerrojos un extenso, dulce y amargo trozo de mi existencia. El más importante por todo lo que significa de aprendizaje y formación para la alegría de vivir. Por ello es que mis sufrimientos hacen ya parte de la felicidad. José Kristián: da gracias a Dios que te ayudó, y gózate en tu victoria. ¡Qué alegría más honda, esa que siente tu alma, después de haber correspondido!

Bogotá, 1976 - 1982