Las corrientes del normalismo

Adriana Puiggrós () La fundación del debate pedagógico. En: que pasó en la educación Argentina. Ed. Kapeluz. (pp. 70-74)

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Adriana Puiggrós () La fundación del debate pedagógico. En: que pasó en la educación Argentina. Ed. Kapeluz. (pp. 70-74) Las corrientes del normalismo La Escuela Normal de Paraná fue la cuna de los normalistas, pero no les transmitió una ideología pedagógica homogénea. Ésa es, precisamente, una de las grandes virtudes de su fundador y de sus primeras autoridades. Ya hemos dicho que Sarmiento eligió a George Stearns, un liberal protestante, como primer director. Unos años después se incorporó Pedro Scaíabrini como director de estudios. Scalabrini era un profesor italiano muy culto que en una primera etapa adscribió a las ideas del filósofo espiritualista alemán Karl Krause y luego prefirió el positivismo. En su tránsito, Scalabrini transmitió la cultura de la época y, junto a un heterogéno conjunto de profesores, despertó la vocación docente en varias generaciones de alumnos. El carácter mítico, militante y misional del rol docente se acentuó durante la gestión del español José María Torres, quien sucedió a Stearns. Este último permaneció cuatro años en su cargo pero finalmente ni la sociedad entrerriana ni el gobierno de la Nación soportaron su liberalismo. Torres impuso criterios de orden y autoridad; aunque no era un positivista sino un conservador, es probable que esos criterios, rigiendo la formación de los docentes, hayan creado las bases para que el positivismo penetrara en el perfil normalista. Pero no alcanzaron para impedir que en las escuelas normales quedaran huellas de la pedagogía krausista que venía de Europa. El positivismo pedagógico elaboró modelos dirigidos a ordenar, reprimir, expuIsar o promover en la escuela sistemáticamente a población alcanzando la mayor correlación posible entre raza, sector social y educación proporcionada por el Estado. Algunos de sus voceros fueron Carlos Octavio Bunge, José María Ramos Mejía, Víctor Mercante y J, Alfredo Ferreyra. José Ingenieros escribió sobre el nombre argentino usando su formación médica positivista y biologicista. Sus libros fueron incluidos como lecturas pedagógicas. Los positivistas ocuparon cátedras en las universidades de La Plata y de buenos Aires. Pero entre los normalistas el positivismo no se expresó en forma ortodoxa sino mediada por los problemas cotidianos, las luchas políticas y las convicciones preexistentes. Es necesario recalcar que los docentes adscribían a la educación laica pero eran católicos, por lo cual el orden esencial que les ofrecía el positivismo no podía sustituir al orden cristiano. El normalismo rápidamente iba adquiriendo una cierta autonomía respecto de las políticas oficiales y la pureza de las teorías de la época. Ellas influían sobre el pensamiento y la actividad de maestros y profesores, quienes sin embargo gestaban posiciones propias en las aulas, las conferencias pedagógicas, las oficinas del Ministerio y de los consejos escolares, en las reuniones de las cooperadoras y en las escuelas normales. La corriente que llamaremos normalizadora, predominante en la docencia, se sentía apóstol del saber y consideraba que educar al ciudadano era una misión. La antinomia civilización/ 'barbarie' operaba en su pensamiento. Sus adherentes creían profundamente en la necesidad de la escuela pública y, aunque consideraban que la religión era el sustento del orden moral, adscribían con convicción laicismo. El método, la organización escolar, la planificación, la evaluación y la disciplina eran las nociones que organizaban su práctica. Poco a poco, esas categorías serían organizadoras de su identidad, lo cual tuvo como consecuencia que el vínculo que consideraban legítimamente pedagógico fuera necesariamente bancario (en el sentido en que usa esa categoría Paulo Freire). Eran profundamente sarmientinos; adoptaban las ideas de su mentor sin crítica y se sentían representantes de la civilización y combatientes contra la barbarie. Desde el Ministerio de Educación de la Nación y los ministerios provinciales pretendían que se clasificara todo en registros de asistencia y de conducta, en bitácoras, boletines de calificaciones y cuadernos de tópicos. Rodolfo Senet y otros pedagogos positivistas escribieron muchas páginas proponiendo distintos tipos de registros, formas de evaluación y selección y clasificación de los alumnos. Senet elaboró un diagrama disciplinario basado en la oposición delincuente/adaptado que organizaría la vida escolar. De ese modelo hizo derivar las series indisciplina= delincuencia= enfermedad; buena conducta= capacidad de adaptación= salud. Otorgó gran importancia a la herencia de las enfermedades, que incluía desde la sífilis hasta la predisposición a la locura, la idiotez y la degeneración, cuyos límites con la inadaptación escolar marcaba tenuemente. Víctor Mercante, quien había sido destacado alumno de la Escuela Normal de

Paraná, se interesó por hacer clasificaciones escolares, siguiendo una moda de Europa y Estados Unidos. Introdujo los laboratorios de paidología en la Universidad Nacional de La Plata y en las escuelas normales. En esos laboratorios hacía investigaciones experimentales para establecer correlaciones entre las medidas físicas, intelectuales, morales y culturales, para lo cual inventó numerosos aparatos. Su colega, el doctor Calcagno, siguió con esa tarea por muchos años. Algunas de las invenciones fueron el craneocefalógrafo, el hafimicroestesiómetro y el traquiantropómetro, con los cuales se proponían relacionar medidas físicas y educabilidad de los alumnos. Pretendían organizar grupos escolares perfectamente homogéneos, de los cuales se hubiera excluido a quienes no alcanzaran el perfil del buen alumno. La concepción normalizadora fue influida por el higienismo, una. corriente-médica y sociológica que tuvo mucho auge en la Argentina como consecuencia de las epidemias de cólera y fiebre amarilla de fines del siglo XIX. La preocupación por hábitos higiénicos, alimenticios y sexuales se acrecentó con la llegada de los inmigrantes, que veían bruscamente cambiadas sus condiciones de vida. Un grupo de médicos positivistas argentinos, muy vinculados a la oligarquía, ganaron poder dentro del Estado conservador y se impusieron en el sistema educativo. El más significativo, José María Ramos Mejía, presidió el Consejo Nacional de Educación desde 1908 hasta 1913, con profundo afán normalizador. Ramos Mejía planteaba que hacía falta dos generaciones de mestizaje para que se regenerara la raza que habría sufrido la influenica de la inmigración. En 1908 produjo un informe titulado La educación común en la República Argentina, que reflejó detalladamente la propuesta escolar del positivismo normalista, comprometido con el nacionalismo oligárquico. El Cuerpo Médico Escolar y otros organismos que se sucedieron orientados por el modelo médico escolar ejercieron eficazmente la selección de la población, la implantación de normas de conducta, la separación tajante entre salud y enfermedad. El higienismo avanzó más aun y penetró en la vida cotidiana de las escuelas, se instaló en los rituales, en la palabra de los maestros, en la aplicación concreta de la discriminación y la promoción. Los mobiliarios escolares fueron cuidadosamente seleccionados para prevenir la escoliosis de columna y garantizar que las manos limpias reposarían ordenadamente sobre los pupitres para evitar los contactos sexuales; el beso, tachado de infecciosos, fue prohibido, los guardapolvos eran impecablemente blancos, los libros desinfectados. La escuela se convirtió en un gran mecanismo de adaptación a las normas.