La Princesa y La Reina - George R. R. Martin

LA PRINCESA Y LA REINA, o LOS NEGROS Y LOS VERDES Por George R.R.Martin La historia de las causas, orígenes, batallas y

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LA PRINCESA Y LA REINA, o LOS NEGROS Y LOS VERDES Por George R.R.Martin La historia de las causas, orígenes, batallas y traiciones de la trágica masacre conocida como la Danza de los Dragones, relatada por el Archimaestre Gyldayn de la Ciudadela de Antigua. La Danza de los Dragones es el altisonante nombre que se confiere a la salvaje lucha interna por el Trono de Hierro de Poniente que enfrentó a dos ramas rivales de la Casa Targaryen desde el año 129 al 131 AC. Describir los oscuros, turbulentos y sangrientos eventos de este período como “danza” nos resulta grotescamente inapropiado; sin duda, la frase tiene su origen en algún bardo. “La Muerte de los Dragones” sería desde luego más adecuado, pero la tradición y el tiempo han grabado a fuego la denominación más poética en las páginas de la Historia, así que tendremos que seguirles la corriente al resto. Había dos principales aspirantes al Trono de Hierro tras la muerte del Rey Viserys I Targaryen: su hija Rhaenyra, la única descendiente viva de su primer matrimonio; y Aegon, el mayor de los hijos que le dio su segunda esposa. En medio del caos y la carnicería causada por su enfrentamiento, otros aspirantes a reyes reivindicarían también sus derechos, pavoneándose como titiriteros en un escenario durante una quincena o una luna, sólo para caer tan rápidamente como se habían alzado. 1

La Danza dividió los Siete Reinos en dos, ya que los señores, caballeros y el pueblo llano se manifestaron a favor de uno u otro bando y tomaron las armas contra el contrario. Incluso la propia Casa Targaryen acabó dividida cuando los parientes, amigos y descendientes de cada aspirante se vieron implicados en la pelea. Durante los dos años de lucha, los grandes señores de Poniente sufrieron terribles pérdidas y daños, como también sus banderizos, caballeros y el pueblo llano. Pese a que la dinastía sobrevivió, al final del conflicto el poder de los Targaryen había disminuido mucho, y el número de dragones que quedaban en el mundo se había visto radicalmente reducido. La Danza fue una guerra distinta de cualquier otra jamás librada en la larga Historia de los Siete Reinos. Aunque hubo marchas y cruentas batallas entre ejércitos, gran parte de la masacre tuvo lugar en el agua, y… especialmente… en el aire, ya que hubo enfrentamientos de dragón contra dragón, con diente, garra y llama. Fue también una guerra marcada por el sigilo, el asesinato y la traición, una guerra luchada en las sombras y los rincones de las escaleras, las cámaras del Consejo y los patios de los castillos con cuchillos, mentiras, y veneno. El conflicto, que hacía tiempo que permanecía latente, estalló abiertamente al tercer día de la tercera luna de 129 AC, cuando el rey Viserys, que estaba enfermo y postrado en su cama, cerró los ojos para echar una siesta y murió sin volverse a despertar. Su cuerpo fue descubierto por un sirviente a la hora del murciélago, cuando era costumbre del rey beber una copa de hidromiel. El sirviente corrió a informar a la reina Alicent, cuyos aposentos se encontraban un piso por debajo de los del rey. El sirviente reveló la terrible noticia directamente a la reina y sólo a ella, sin levantar la alarma general: la muerte del rey llevaba tiempo esperándose, y la reina Alicent y sus partidarios, los llamados “verdes”[1], se habían ocupado de dar instrucciones a los guardias y sirvientes de Viserys sobre lo que tenían que hacer cuando llegase el día. [1] En el año 111 AC, se celebró un gran torneo en Desembarco del Rey por el quinto aniversario de bodas del rey y la reina Alicent. En el banquete inaugural, la reina lució un vestido verde, mientras que la princesa iba llamativamente vestida en el rojo y negro de los Targaryen. Esto no pasó desapercibido, y desde ese momento se convirtió en costumbre referirse a los “verdes” y los “negros” al hablar del bando de la reina y el de la princesa, respectivamente. En el propio torneo, los negros salieron bastante mejor parados cuando Ser Criston Cole, que llevaba el favor de la princesa Rhaenyra, derrotó a todos los paladines de la reina, incluyendo a dos de sus primos y a su hermano pequeño, Ser Gwayne Hightower. La reina Alicent acudió enseguida a los aposentos del rey, acompañada por Ser Criston Cole, Lord Comandante de la Guardia Real. Una vez que hubieron confirmado que Viserys estaba muerto, Su Alteza ordenó que su habitación fuese sellada y que se apostasen guardias en su puerta. El sirviente que había encontrado el cadáver del rey fue hecho preso, para asegurarse de que no extendiese la noticia. Ser 2

Criston regresó a la Torre de la Espada Blanca y envió a sus hermanos de la Guardia Real a buscar los miembros del Consejo Privado del rey. Era la hora del búho. En aquel entonces, al igual que ahora, la Hermandad Juramentada de la Guardia Real estaba formada por siete caballeros, hombres de probada lealtad e indudable destreza que habían jurado solemnemente dedicar su vida a defender la persona y la familia del rey. Sólo cinco de los Capas Blancas se encontraban en Desembarco del Rey en el momento de la muerte de Viserys: el propio Ser Criston, Ser Arryk Cargyll, Ser Rickard Thorne, Ser Steffon Darklyn y Ser Willis Fell. Ser Erryk Cargyll (el gemelo de Ser Arryk) y Ser Lorent Marbrand, en Rocadragón con la princesa Rhaenyra, continuaban al margen de todo, sin saber nada, mientras sus hermanos se adentraban en la noche para sacar a los miembros del Consejo Privado de sus camas. Reunidos en los aposentos de la reina, mientras el cuerpo de su marido se enfriaba en el piso superior, estaban: la misma reina Alicent; su padre Ser Otto Hightower, Mano del Rey; Ser Criston Cole, Lord Comandante de la Guardia Real; el Gran Maestre Orwyle; Lord Lyman Beesbury, el octogenario Consejero de la Moneda; Ser Tyland Lannister, Consejero de Barcos y hermano del Lord de Roca Casterly; Larys Strong, apodado Larys el Patizambo, Lord de Harrenhal y Consejero de los Rumores; y Lord Jasper Wylde, apodado Barra de Hierro, Consejero de Leyes. El Gran Maestre Orwyle comenzó la reunión repasando los acostumbrados procedimientos y trámites necesarios a la muerte de un rey. Dijo: “El Septón Eustace debe ser convocado para que lleve a cabo los últimos ritos y rece por el alma del rey. Se debe enviar un cuervo a Rocadragón enseguida para informar a la princesa Rhaenyra del fallecimiento de su padre. Tal vez, ¿Su Alteza la reina querría escribir el mensaje, para suavizar estas tristes noticias con algunas palabras de condolencia? Las campanas siempre suenan para anunciar la muerte de un rey, alguien debería encargarse de ello; y, por supuesto, tenemos que comenzar los preparativos para la coronación de la reina Rhaenyra…” Ser Otto Hightower lo interrumpió. “Todo esto debe esperar”, declaró, “hasta que el asunto de la sucesión se aclare”. Como Mano del Rey, estaba autorizado a hablar con la voz del rey, e incluso a sentarse en el Trono de Hierro en ausencia del rey. Viserys le había otorgado la autoridad de gobernar los Siete Reinos, y “hasta el momento en el que nuestro nuevo rey sea coronado”, ese gobierno continuaría. “Hasta que nuestra nueva reina sea coronada” dijo Lord Beesbury, con tono mordaz. “Rey”, insistió la reina Alicent. “El Trono de Hierro por derecho debe pasar al hijo varón legítimo de mayor edad de Su Alteza”. La discusión que siguió duró casi hasta el amanecer. Lord Beesbury habló en favor de la princesa Rhaenyra. El anciano Consejero de la Moneda, que había servido al rey Viserys durante todo su reinado, y a su padre Jaehaerys el Viejo Rey previamente, recordó al Consejo que Rhaenyra era mayor que sus hermanos y tenía más sangre Targaryen, que el difunto rey la había escogido como su sucesora, que se 3

había negado repetidamente a alterar el orden de sucesión pese a las súplicas de la reina Alicent y sus verdes, que cientos de señores y caballeros habían prometido obediencia a la princesa en el año 105 AC, y jurado solemnemente defender sus derechos. Pero estas palabras cayeron en oídos de piedra. Ser Tyland señaló que muchos de los señores que habían jurado defender la sucesión de la Princesa Rhaenyra estaban muertos desde hace mucho tiempo. “Han pasado veinticuatro años,” dijo. “Personalmente no pronuncié ningún juramento. Yo era un niño en aquel momento.” Ironrod, el Consejero de Leyes, citó el Gran Concilio de 101, según el cual, el Viejo Rey eligió a Baelon en lugar de Rhaenys en el 92, entonces disertó extensamente sobre Aegon el Conquistador y sus hermanas, y la bendita tradición de los Ándalos, según la cual los derechos de un hijo legítimo siempre venían antes de los derechos de una hija. Ser Otto les recordó que el marido de Rhaenyra no era otro que el Príncipe Daemon, y “todos conocemos su personalidad. No se equivoquen, si Rhaenyra se sentará en el Trono de Hierro, será Daemon quien nos gobernará, un rey consorte tan cruel y rencoroso como Maegor. Probablemente mi cabeza será la primera cortada, no lo dudo, pero su reina, mi hija, pronto me seguirá.” La Reina Alicent estuvo de acuerdo. “Ni se salvarán mis hijos,” declaró. “Aegon y sus hermanos son los legítimos hijos del rey, con más derecho al trono que su cría de bastardos. Daemon encontrará algún pretexto para matarlos a todos. Incluso a Helaena y a sus pequeños. Uno de estos Strong le quitó el ojo a Aemond, nunca lo olviden. Él era un chico, sí, pero el hijo de su padre, y los bastardos son monstruosos por naturaleza.” Ser Criston Cole tomó la palabra. “Si le entregamos el reino a la princesa”, les recordó, “Jacaerys Velaryon gobernaría después de ella. “Los Siete salven a este reino si sentamos a un bastardo en el Trono de Hierro.” Él habló de las lascivas costumbres de Rhaenyra y la infamia de su marido. “Ellos convertirán la Fortaleza Roja en un burdel. Ni la hija, ni la esposa de ningún hombre estará segura. Incluso los chicos… nosotros sabemos lo que era Laenor.” No fue registrado lo que Lord Larys Strong dijo durante este debate, pero eso no era inusual. Aunque locuaz cuando era necesario, el Consejero de los Rumores atesoró sus palabras como un avaro atesora sus monedas, prefiriendo escuchar en vez de hablar. “Si nosotros hacemos esto,” advirtió el Gran Maester Orwyle al concilio, “ciertamente conducirá a la guerra. La princesa no se hará dócilmente a un lado, y ella tiene dragones.” “Y amigos,” Lord Beesbury declaró. “Hombres de honor que no olvidarán los votos que le juraron a ella y a su padre. Yo soy un anciano, pero no tan anciano como para quedarme dócilmente sentado aquí, mientras ustedes complotan para robar su corona.” Y diciendo así, se levantó para irse. Pero Ser Criston Cole forzó a Lord Beesbury a tomar asiento y le abrió la garganta con una daga. 4

Y la primera sangre derramada en la danza de los Dragones perteneció al Lord Lyman Beesbury, Consejero de la Moneda y Lord Tesorero de los Siete Reinos. Ningún disentimiento se oyó después de la muerte de Lord Beesbury. El resto de la noche se usó para hacer los planes para la coronación del nuevo rey (todos estaban de acuerdo que debía hacerse rápidamente), y preparando las listas de los posibles aliados y enemigos potenciales, si la Princesa Rhaenyra se negaba a aceptar la ascensión del Rey Aegon. Con la princesa recluida en Rocadragón, a punto de dar a luz a su otro hijo, los Verdes de la Reina Alicent disfrutaron de una ventaja; mientras más tiempo Rhaenyra permanecía ignorante de la muerte del rey, más tarde se movería. “Quizás la prostituta se morirá en el parto,” dijo la Reina Alicent. Ningún cuervo voló esa noche. Ninguna campana sonó. Se enviaron a los calabozos a los sirvientes que sabían de la muerte del rey. Ser Criston Cole tomó la tarea de encarcelar a “los Negros” que permanecían en la corte, los señores y caballeros que podrían sentirse inclinados a favor de la Princesa Rhaenyra. “No use la violencia, a menos que se resistan,” ordenó Ser Otto Hightower. “Los hombres que doblen la rodilla y juren lealtad al Rey Aegon no sufrirán daño alguno.” “¿Y aquellos que no quieren?” le preguntó Gran Maester Orwyle. “Son traidores,” dijo Ironrod, “y merecen la muerte de un traidor.” Entonces, Lord Larys Strong, el Consejero de los Rumores, habló por primera y única vez. “Deberíamos ser los primeros en jurar,” dijo, “para que no haya traidores aquí entre nosotros.” Sacando su daga, Larys, el Patizambo, la deslizó por su palma. “El juramento de sangre,” aseveró, “para unirnos igual hermanos hasta la muerte.” Y cada uno de los conspiradores hizo un corte en su palma y unieron las manos, jurando su hermandad. Solamente la Reina Alicent se excusó de jurar, considerando su feminidad. Cuando el alba estaba asomando sobre la ciudad, la Reina Alicent despachó a la Guardia Real para traer a sus hijos al concilio. El Príncipe Daeron, el más manso de sus niños, lloraba por la muerte de su abuelo. El Príncipe Un-Ojo Aemond, de diecinueve, fue encontrado en la armería, poniéndose la armadura para su práctica de la mañana en el patio del castillo. “¿Aegon es el rey?,” le preguntó a Ser Willis Fell, “¿o debemos arrodillamos y besar el coño de la vieja puta?” La Princesa Helaena estaba tomando el desayuno con sus hijos cuándo la Guardia del Rey llegó… pero cuando se le preguntó por el paradero del Príncipe Aegon, su hermano y marido, sólo dijo, “Él no está en mi cama, pueden estar seguros. Siéntanse en libertad de investigar bajo las mantas.” El Príncipe Aegon estaba con una amante cuando fue encontrado. Al principio, el príncipe se negó a ser una parte de los planes de su madre. “Mi hermana es la heredera, no yo,” dijo. “¿Qué clase de hermano robaría la primogenitura de su hermana?” 5

Sólo cuándo Ser Criston lo convenció de que la princesa ciertamente lo ejecutaría a él y a sus hermanos para ponerse la corona, Aegon vaciló. “Mientras esté vivo un legítimo Targaryen, ningún Strong puede esperar sentarse en el Trono de Hierro jamás,” Cole dijo. “Rhaenyra no tiene otra opción que tomar sus cabezas si ella desea que sus bastardos gobiernen después de ella.” Fue esto, y sólo esto, lo que persuadió a Aegon de aceptar la corona que el Pequeño Concilio estaba ofreciéndole. Ser Tyland Lannister fue nombrado Consejero de la Moneda en lugar del difunto Lord Beesbury, y actuó en seguida para apoderarse de la tesorería real. El oro de la corona fue dividido en cuatro partes. Una parte fue confiada al cuidado del Banco de Hierro de Braavos para ser custodiada; otra enviada con una fuerte guardia a Roca Casterly, y una tercera a Antigua. La riqueza restante sería usada para los sobornos y regalos, y para contratar a los mercenarios si fuese necesario. Para el puesto de Consejero de Barcos, Ser Otto miró hacia a las Islas de Hierro, despachando un cuervo a Dalton Greyjoy, el Kraken Rojo, el osado y sanguinario anciano Lord Segador de Pyke, ofreciéndole el almirantazgo y un asiento en el concilio por su obediencia. Un día pasó, luego otro. No se convocaron a los septones, ni a las hermanas silenciosas a la alcoba dónde estaba el Rey Viserys, inflado y pudriéndose. Ninguna campana sonó. Los cuervos volaron, pero no a Rocadragón. En cambio volaron a Antigua, a Roca Casterly, a Aguasdulces, a Altojardín, y a muchos otros señores y caballeros, quienes, opinaba la Reina Alicent, podrían simpatizar con la causa de su hijo. Se leyeron y examinaron los anales del Gran Concilio de 101, y se anotaron los nombres de los señores habían hablado por Viserys, por Rhaenys, Laena, o Laenor. Los señores congregados habían favorecido al reclamante masculino sobre el femenino por veinte a uno, pero había habido disidentes, y la mayoría de esas mismas casas podrían prestar su apoyo a la Princesa Rhaenyra si vendría la guerra. La princesa tendría a la Serpiente del Mar y sus flotas, juzgó Ser Otto, y quizás a los otros señores de las orillas orientales también: Lord Bar Emmon, Massey, Celtigar, y Crabb, quizás incluso a Lucero de la Tarde de Tarth. Todos eran de fuerzas menores, salvo los Velaryon. Los norteños eran una preocupación mayor: Invernalia había hablado por Rhaenys en Harrenhal, al igual que los señores vasallos de Lord Stark, Dustin de Fuerte Túmulo y Manderly de Puerto Blanco. Ni podría contar con la Casa Arryn, pues el Nido de Águilas era gobernado en el presente por una mujer, Lady Jeyne, la Doncella del Valle, cuyos propios derechos podrían aducirse al preguntársele de si debía ser apartada la Princesa Rhaenyra. Se juzgó que el mayor peligro representaba el Bastión de Tormentas, de la Casa Baratheon que había sido siempre firme en apoyar los derechos de la Princesa Rhaenys y sus niños. Aunque el anciano Lord Boremund había muerto, su hijo Borros era aun más beligerante que su padre, y los señores menores de las tierras de tormentas seguirían ciertamente dondequiera que él los llevase. 6

“Entonces debemos asegurarnos de que él los lleve hacia nuestro rey,” declaró Reina Alicent. Después de lo cual ella envió a por su segundo hijo. Así que no era un cuervo el que voló hacia el Bastión de Tormentas ese día, sino Vhagar, el más viejo y más grande de los dragones de Poniente. En su lomo estaba situado el Príncipe Aemond Targaryen, con un zafiro en el lugar de su ojo perdido. “Tu propósito es ganar la mano de una de las hijas de Lord Baratheon,” le dijo su abuelo Ser Otto, antes de que emprendiera el vuelo. “Cualquiera de las cuatro servirá. Cortéjala y cásate con ella, y Lord Borros entregará las tierras de tormentas a tu hermano. Si fallas...” “No fallaré,” resopló el Príncipe Aemond. “Aegon tendrá el Bastión de Tormentas, y yo a esta chica.” Cuando Príncipe Aemond partió, el hedor de la alcoba del rey muerto se filtró a través del Torreón de Maegor, y muchas locas historias y rumores diversos se estaban extendiendo a través de la corte y el castillo. Los calabozos debajo de la Fortaleza Roja habían tragado a tantos hombres sospechados de deslealtad, que incluso el Septon Supremo había empezado a preguntar por estas desapariciones, y después se envió un mensaje desde el Septo Estrellado de Antigua preguntando sobre algún desaparecido. Ser Otto Hightower, un hombre metódico, que siembre había servido como la Mano, quería más tiempo para hacer los preparativos, pero la Reina Alicent supo que no podían tardar más tiempo. El Príncipe Aegon se había vuelto fastidioso con la ocultación. “¿Soy el rey, o no?” exigió a su madre. “Si soy el rey, entonces coróname.” Las campanas empezaron a cercar en el décimo día de la tercera luna de 129 CA, doblando por el fin de un reino. Al Gran Maester Orwyle finalmente se le permitió enviar sus cuervos, y los pájaros negros tomaron vuelo por centenares, extendiendo la noticia de la ascensión de Aegon en cada lejano rincón del reino. Fueron enviadas las hermanas silenciosas para que preparen el cadáver para cremarlo, y a los jinetes sobre los pálidos caballos para extender la lamentable noticia a la gente de Desembarco del Rey, “El Rey Viserys ha muerto, larga vida al Rey Aegon.” Oyendo los lamentos, algunos lloraron, aunque otros se alegraron, pero la mayoría del pueblo llano los observó en silencio, confuso y cauto, y algunas voces clamaron, “Larga vida a nuestra reina.” Entretanto, se dieron prisa con los preparativos para la coronación. El Pozo Dragón fue escogido como el sitio adecuado. Bajo su poderoso domo los escaños de la piedra eran suficientes para sentar a ochenta mil, y los gruesos muros del hoyo, y el fuerte techo, y las altas puertas de bronce lo hacían defendible, si los traidores intentasen interrumpir la ceremonia. En el día designado, Ser Criston Cole puso la corona del hierro-y-rubíes de Aegon el Conquistador en la frente del hijo mayor del Rey Viserys y la Reina Alicent, proclamándolo Aegon de la Casa Targaryen, el Segundo de Su Nombre, el Rey de los Ándalos y los Rhoynar y los Primeros Hombres, Lord de los Siete Reinos, y Protector del Reino. Su madre Reina Alicent, amada por su pueblo, puso su propia 7

corona en la cabeza de su hija Helaena, la esposa y hermana de Aegon. Después de besar sus mejillas, la madre se arrodilló ante la hija, inclinó su cabeza, y dijo, “Mi reina.” Con el Supremo Septon en Antigua, demasiado anciano y frágil para viajar a Desembarco del Rey, le tocó al Septon Eustace ungir la frente del Rey Aegon con los aceites santos, y bendecirlo en los siete nombres de dios. Algunos asistentes, con la vista mas aguda que la mayoría, pudieron haber notado que había cuatro Capas Blancas acompañando al nuevo rey, y no cinco como era habitual. Aegon II había sufrido su primera deserción la noche pasada, cuando Ser Steffon Darklyn de la Guardia Real había huido de la ciudad con su escudero, dos mayordomos, y cuatro guardias. Bajo el manto de la oscuridad salieron por una puerta de la poterna dónde les esperaba el esquife de un pescador para llevarlos a Rocadragón. Llevaban consigo una corona robada: una cinta ornamentada de oro amarillo con siete gemas de colores diferentes. Ésta era la corona que había llevado el Rey Viserys, y el Viejo Rey Jaehaerys antes. Cuando el Príncipe Aegon había decidido llevar la corona del hierro-y-rubíes de su homónimo, el Conquistador, la Reina Alicent había ordenado guardar la corona de Viserys bajo llave, pero el mayordomo a quien confió la tarea, en cambio había huido con la corona. Después de la coronación, los miembros restantes de la Guardia Real escoltaron a Aegon a su montura, una criatura espléndida con las escamas doradas brillando y las pálidas membranosas alas de un color rosado. Sunfyre era el nombre de este dragón de dorado amanecer. Munkun relató que el rey voló tres veces alrededor de la ciudad antes de aterrizar dentro de los muros de la Fortaleza Roja. Ser Arryk Cargyll acompañó a Su Gracia al cuarto del trono iluminado con antorchas, dónde Aegon II subió los escalones del Trono de Hierro ante las miradas de mil señores y caballeros. Los gritos sonaron a través del salón.

En Rocadragon, no se oyó ningún grito de alegría. En cambio, los gritos hicieron eco de a través de los salones y escaleras de la Torre del Dragón Marino, hacia los apartamentos de la reina dónde la fatigada Rhaenyra Targaryen se estremecía en su tercer día de labor. El niño no debería nacer hasta el mes siguiente, pero la noticias de Desembarco de Rey le habían provocado a la princesa una furia negra, y su cólera parecía apurar el nacimiento, como si el bebé dentro de ella también estuviera furioso, y luchando por salir. La princesa chilló todas las maldiciones a través de su labor, rogando hacer caer la maldición de los dioses en sus medio hermanos y su madre la reina, detallando los tormentos que ella les infligiría antes de matarlos. Ella maldijo al niño en su interior también. “¡Fuera!,” gritó, arañando su hinchado vientre cuando su maestre y partera intentaron contenerla. “¡Monstruo, monstruo, fuera, fuera, fuera, FUERA!” Cuando la pequeña nació por fin, demostrada ser un monstruo de hecho: una criatura nacida muerta, torcida y malformada, con un agujero en su pecho dónde debía estar su corazón y un descascarado rabo cerdoso. La chica muerta se había llamado Visenya, anunció la Princesa Rhaenyra al día siguiente, cuando la leche de 8

amapola había embotado el filo de su dolor. “Era mi única hija, y ellos la mataron. Robaron mi corona y asesinaron a mi hija, y responderán por eso.” Y así la Danza empezó, cuando la princesa llamó a su propio concilio. “El concilio negro,” oponiéndolo al “concilio verde” de Desembarco del Rey. La misma Rhaenyra lo presidió, con su tío y consorte el Príncipe Daemon. Sus tres hijos estaban presentes, aunque ninguno había alcanzado la edad de masculinidad (Jace tenía quince años, Luke catorce, Joffrey doce). Dos Guardias Reales estaba con ellos: Ser Erryk Cargyll, gemelo de Ser Arryk, y un hombre de oeste, Ser Lorent Marbrand. Treinta caballeros, cien arqueros, y trescientos hombres armados constituían el resto de la guarnición de Rocadragón. Eso siempre se había juzgado fuerza suficiente para una fortaleza. “Como un instrumento de conquista, sin embargo, es de desear que nuestro ejército fuese un poco mayor,” el Príncipe Daemon observó agriamente. Una docena de señores menores y vasallos de Rocadragón, también estaban sentados en el concilio negro: Celtigar de Isla Zarpa, Staunton de Grajal, Massey de Piedratormenta, Bar Emmon de Punta Aguda, y Darklyn de Duskendale entre ellos. Pero el señor más importante que empeño sus fuerzas para la causa de la princesa era Corlys Velaryon de Marcaderiva. Aunque la Serpiente del Mar había envejecido, le gustaba decir que estaba aferrándose a la vida “igual un marinero ahogándose que se aferra a los restos de un barco hundido. Quizás los Siete me han conservado para esta última batalla.” Con Lord Corlys vino su esposa la Princesa Rhaenys, de cincuenta años, de rostro delgado y con arrugas, su pelo plateado con listas blancas, todavía feroz e intrépida como había sido a veintidós, una mujer a veces conocida entre el pueblo llano como “La Reina Que Nunca Fue.” Aquellos que se sentaban en el “concilio negro” se consideraban leales, pero sabían perfectamente bien que el Rey Aegon II los llamaría traidores. Cada uno ya había recibido una convocatoria de Desembarco del Rey, exigiendo a que se presenten en la Fortaleza Roja para jurar su lealtad al nuevo rey. Todos sus ejércitos combinados no podrían igualar el poder que Hightower podría presentar en el campo de batalla. Los “verdes” de Aegon también disfrutaban de otras ventajas. Antigua, Desembarco del Rey, y Lannisport, eran las ciudades más grandes y más ricas del reino; y los tres se proclamaron por los verdes. Cada símbolo visible de legitimidad pertenecía a Aegon. Él estaba sentado en el Trono de Hierro. Él vivía en la Fortaleza Roja. Él llevaba la corona del Conquistador, tenía la espada del Conquistador, y había sido ungido por un septon de la Fe ante los ojos de docenas de miles. El Gran Maestre Orwyle se sentaba en sus concilios, y Lord Comandante de la Guardia Real había puesto la corona en su magnífica cabeza. Y él era un hombre, lo que a los ojos de muchos lo hizo el rey justo, y su media hermana era la usurpadora. Contra todo eso, las ventajas de Rhaenyra eran pocas. Algunos señores más ancianos podrían revocar los juramentos que habían jurado cuando ella era la Princesa de Rocadragón y nombrada la heredero de su padre. Había habido un tiempo cuando ella había sido amada por los nobles y campesinos por igual, cuando la habían aclamado como el Deleite del Reino. Muchos señores jóvenes y nobles 9

caballeros habían buscado su favor entonces… aunque cuántos todavía lucharían por ella, ahora que era una mujer casada, con su cuerpo gordo y envejecido por los seis partos, era una pregunta que nadie podría contestar. Aunque su medio hermano había saqueado la tesorería de su padre, la princesa tenía a su disposición la riqueza de la Casa Velaryon, y las flotas de la Serpiente del Mar con más experiencia de guerra que todos sus enemigos combinados. Por último, pero lejos de ser algo menor, Rhaenyra tenía sus dragones. “También Aegon,” Lord Staunton señaló. “Nosotros tenemos más,” dijo la Princesa Rhaenys, la Reina Que Nunca Fue, quién había sido jinete de dragón por más tiempo que todos los demás. “Y los nuestros son más grandes y más fuertes, salvo Vhagar. Dragones crecen mejor aquí, en Rocadragón.” Ella los enumeró para el concilio. El Rey Aegon tenía a Sunfyre. Una bestia espléndida, aunque joven. Un-ojo Aemond montaba a Vhagar, y el peligro planteado por la montura de la Reina Visenya no podía ser ignorado. La montura de la reina Helaena era Dreamfyre, elladragón que había llevado a Rhaena, la hermana del Viejo Rey una vez a través de las nubes. El dragón de príncipe Daeron era Tessarion, con sus alas oscuras como el cobalto y sus garras y cresta y escamas de la barriga tan luminosas como el cobre batido. “Eso hace cuatro dragones con el tamaño para luchar,” dijo Rhaenys. Los gemelos de la reina Helaena tenían sus propios dragones también, pero recién salidos del cascarón; el hijo más joven del usurpador, Maelor, sólo poseía un huevo. Contra esos, el Príncipe Daemon tenía a Caraxes y la Princesa Rhaenyra a Syrax, bestias grandes y formidables. Caraxes era sobre todo terrorífico, y no le eran desconocidas la sangre y fuego después de Peldaños de Piedra . Los tres hijos de Rhaenyra de Laenor Velaryon eran jinetes de dragones; Vermax, Arrax, y Tyraxes estaban creciendo más grandes todos los años. Aegon el Joven, el mayor de los dos hijos de Rhaenyra y el Príncipe Daemon, comandaba a Stormcloud un dragón joven, aunque él tenía que montarlo todavía; su pequeño hermano Viserys iba por todas partes con su huevo. El propio ella-dragón de Rhaenys, Meleys la Reina Roja, se había vuelto perezosa, pero seguía siendo fiera cuando despertaba. Los gemelos del príncipe Daemon y Laena Velaryon podrían ser también jinetes de dragones. El dragón de Baela, el esbelto Moondancer de un color verde pálido, sería pronto lo bastante grande como para llevar a la chica en su lomo… y aunque el huevo de su hermana Rhaena había salido del cascarón, era una cosa rota que se murió a las pocas horas de surgir del huevo, Syrax había producido otra nidada recientemente. Le habian dado uno de los huevos a Rhaena y se comentó que la chica dormía con el todas las noches, y oraba por un dragón para igualar a su hermana. Es más, otros seis dragones hicieron sus nidos en las cavernas humeantes del Monte Dragón sobre el castillo. Estaba Silverwing, la antigua montura de la Buena Reina Alysanne; Seasmoke, la pálida bestia gris que había sido el orgullo y la pasión de Ser Laenor Velaryon; y el viejo canoso Vermithor, sin jinete desde la muerte del Rey Jaehaerys. Y detrás de la montaña moraban tres dragones salvajes, nunca reclamados ni montados por ningún hombre, vivo o muerto. Los campesinos los habían nombrado Sheepstealer, Fantasma Gris, y Caníbal. 10

“Si hallasemos a los jinetes para dominar a Silverwing, Vermithor, y Seasmoke, entonces tendremos nueve dragones contra los cuatro de Aegon. Si pudiesen montar y volar en sus parientes salvajes, enumeraríamos doce, incluso sin Stormcloud,” la Princesa Rhaenys señaló. “Así es cómo ganaremos esta guerra.” Lord Celtigar y Staunton estaban de acuerdo. Aegon el Conquistador y sus hermanas habían demostrado que los caballeros y ejércitos no podrían enfrentar el fuego de dragones. Celtigar instó a la princesa a que volara a Desembarco del Rey en seguida, y redujera la ciudad a cenizas y huesos. “¿Y cómo eso nos servirá, mi señor?” Le exigió la Serpiente del Mar. “Queremos gobernar la ciudad, no quemarla.” “Nunca llegará a eso,” insistió Celtigar. “El usurpador no tendrá otra opción salvo oponérsenos con sus propios dragones. Ciertamente nuestros nueve deberán derribar a sus cuatro.” “¿A qué costo?” La Princesa Rhaenyra preguntó. “Le recuerdo que mis hijos estarían montando tres de esos dragones. Y no serían nueve contra cuatro. Yo no estoy todavía lo bastante bien como para volar durante algún tiempo. ¿Y quién montara a Silverwing, Vermithor, y Seasmoke? ¿Usted, mi señor? Lo dudo. Serán cinco contra cuatro, y uno de sus cuatro será Vhagar. Ésa no es una ventaja.” Sorprendentemente, el Príncipe Daemon estuvo de acuerdo con su esposa. “En Peldaños de Piedra , mis enemigos aprendieron a correr y a esconderse cuando vieron las alas de Caraxes y oyeron su rugido… pero ellos no tenían ningún dragón propio. No es una cosa fácil ser un jinete de dragón. Pero los dragones pueden matar a los dragones, y lo hacen. Cualquier maestre que ha estudiado alguna vez la historia de Valyria puede decirles eso. Yo no arrojaré a nuestros dragones contra el usurpador a menos que no tenga ninguna otra opción. Hay otras maneras de usarlos, buenas maneras.” Entonces el príncipe expuso al concilio negro sus propias estrategias. Rhaenyra debería tener una coronación propia, para responder a Aegon. Después mandarían a los cuervos, convocando a los señores de los Siete Reinos para declarar su lealtad a su verdadera reina. “Debemos luchar esta guerra con palabras antes de ir a batallar,” declaró el príncipe. “Los señores de las Grandes Casas sujetan la llave de la victoria,” insistió Daemon; “sus hombres y vasallos los seguirían.” Aegon el Usurpador había ganado la obediencia de los Lannister de Roca Casterly, y Lord Tyrell de Altojardín era un chaval lloriqueante oculto tras las faldas de su madre, que actuaba como su regente, quizás la mayoría del Dominio se aliaron junto con sus vasallos, los Hightower… pero el resto de los grandes señores del reino todavía tenían que declararse. “El Bastión de Tormentas estará con nosotros,” declaró la Princesa Rhaenys. Ella tenía la misma sangre por el lado de su madre, y el difunto Lord Boremund siempre había sido el más fiel de sus amigos. El Príncipe Daemon tenía buenas razones para esperar que la Doncella del Valle también pudiera traer el Nido de Águilas a su lado. Aegon buscaría el apoyo de Pyke ciertamente, él juzgó; sólo las Islas de Hierro podrían emparejar la fuerza de la Casa Velaryon en el mar. Pero los hombres de hierro eran notoriamente inconstantes, y Dalton Greyjoy amaba la sangre y batalla; podría ser persuadido fácilmente para apoyar la causa de la princesa. 11

El norte era demasiado remoto para ser de mucha importancia en la lucha, juzgó el concilio; cuando los Stark recogiesen sus estandartes y marchasen al sur, la guerra podría haber terminado. Qué dejaba sólo a los señores de los ríos, un grupo notoriamente pendenciero que gobernaba, por lo menos de nombre, por la Casa Tully de Aguasdulces. “Tenemos amigos en las Tierras de los Ríos,” dijo el príncipe, “aunque todavía no todos se atreven a mostrar sus colores. Necesitamos un lugar dónde ellos pueden reunirse, un lugar en el continente lo bastante grande como para alojar a un ejército de tamaño regular, y bastante fuerte para responder cualquier ataque que el usurpador pudiese enviar contra nosotros.” Él les mostró un mapa a los señores. “Aquí. Harrenhal.” Y fue decidido. El Príncipe Daemon conduciría el ataque en Harrenhal, montando a Caraxes. La Princesa Rhaenyra permanecería en Rocadragón hasta que hubiera recuperado su fuerza. La flota de Velaryon cerraría Gaznate, saliendo de Rocadragón y Marcaderiva para bloquear todo el transporte entrando, o saliendo de la Bahía de Aguasnegras. “No tenemos las fuerzas para tomar el Desembarco del Rey por asalto,” dijo el Príncipe Daemon, “no más de lo que nuestros enemigos esperarían capturar Rocadragón. Pero Aegon es un muchacho verde, y los muchachos verdes son provocados fácilmente. Quizás podemos estimularlo con un ataque precipitado.” La Serpiente del Mar comandaría la flota, mientras que la Princesa Rhaenys volaría sobre la flota para impedir que sus enemigos atacasen sus barcos con los dragones. Entretanto, los cuervos volarían a Aguasdulces, Nido de Águilas, Pyke, y Bastión de Tormentas para ganar la obediencia de sus señores. Entonces habló Jacaerys, el hijo mayor de la reina. “Nosotros debemos llevar esos mensajes,” dijo. “Los dragones ganarían a esos señores más rápidamente que los cuervos.” Su hermano Lucerys estuvo de acuerdo, insistiendo que él y Jace ya eran hombres, o casi, pero eso no importaba. “Nuestro tío nos llama Strongs, y afirma que somos bastardos, pero cuando los señores nos vean en el lomo del dragón, sabrán que son mentirar. Sólo los Targaryen montan los dragones.” Incluso el joven Joffrey joven asintió, ofreciéndose a montar sobre su propio dragón Tyraxes y unirse a sus hermanos. La Princesa Rhaenyra lo prohibió; Joff tenía solo doce. Pero Jacaerys quince, y Lucerys catorce; chicos fuertes y robustos, expertos en armas, que habían servido mucho tiempo como escuderos. “Si irán, irán como mensajeros, no como caballeros,” ella les dijo. “No deben tomar parte en ninguna lucha.” Y no hasta que ambos muchachos hubieran pronunciado los solemnes juramentos sobre una copia de La Estrella de Siete Puntas, había dado Su Gracia su consentimiento para usarlos como sus mensajeros. Fue decidido que Jace, siendo el mayor de los dos, tomaría la tarea más larga y más peligrosa, volando primero al Nido de Águilas para tratar con la Doncella del Valle, luego al Puerto Blanco para atraer a Lord Manderly, y por último a Invernalia para encontrarse con Lord Stark. 12

La misión de Luke sería más corta y más segura; él volaría al Bastión de Tormentas, dónde - era de esperar - Borros Baratheon le daría una cálida bienvenida. Al día siguiente se llevó a cabo una apresurada coronación. La llegada de Lord Steffon Darklyn, quien había abandonado la Guardia Real de Aegon, fue una ocasión de mucha alegría en Rocadragón, sobre todo cuando era sabido que él y sus leales compañeros (“cambiacapas,” los llamó Ser Otto, al ofrecer un premio por su captura) habían traído la corona robada del Rey Jaehaerys el Conciliador. Trescientos pares de ojos observaron al Príncipe Daemon Targaryen colocando la corona del Viejo Rey en la cabeza de su esposa, proclamándola Rhaenyra de la Casa Targaryen, Primera de Su Nombre, Reina del Ándalos, Rhoynar, y los Primeros Hombres. El príncipe tomó el título del Protector del Reino, y Rhaenyra nombró a Jacaerys, su hijo mayor, el Príncipe de Rocadragón y heredero al Trono de Hierro. Su primero acto como reina fue declarar a Ser Otto Hightower y a la Reina Alicent traidores y rebeldes. “En cuanto a mis medio hermanos, y mi dulce hermana Helaena,” ella anunció, “ellos fueron guiados por los consejos de hombres malvados. Permitiré que vengan a Rocadragón, doblen la rodilla, y pidan mi perdón, y yo salvaré sus vidas alegremente y los regresaré en mi corazón, porque son de mi propia sangre, y ningún hombre o mujer es tan maldito como un matarreyes.”

La noticia de la coronación de Rhaenyra alcanzó la Fortaleza Roja al día siguiente, para el gran disgusto de Aegon II. “Mi media hermana y mi tío son culpables de alta traición,” declaró el rey joven. “Los quiero capturados y arrestados, y los quiero muertos.” Las cabezas más serenas en el concilio verde deseaban parlamentar. “Debemos hacerle ver a la princesa que su causa es desesperada,” dijo el Gran Maester Orwyle. “El hermano no debe guerrear contra la hermana. Envíeme a ella, para que podamos hablar y alcanzar un acuerdo amigable.” Aegon no quiso ni oír hablar de eso. “El septon Eustace nos dijo que Su Gracia acusó al gran maestre de deslealtad y habló de arrojarlo en una celda negra “con sus amigos negros.” Pero cuando las dos reinas—su madre la Reina Alicent y su esposa la Reina Helaena—se pronunciaron a favor de la propuesta de Orwyle, el rey aceptó renuentemente. Así que el Gran Maester Orwyle fue despachado por la Bahía de Aguasnegras bajo el estandarte de paz, llevando un séquito que incluía a Ser Arryk Cargyll de la Guardia Real y Ser Gwayne Hightower de las Capas Doradas, junto con un grupo de escribas y septones. Las condiciones ofrecidas por el rey eran generosas. Si la princesa lo reconocería como su rey y le haría el homenaje delante del Trono de Hierro, Aegon II confirmaría su posesión de Rocadragón, y permitiría que la isla y castillo pasarían a su hijo Jacaerys después de su muerte. Su segundo hijo, Lucerys, sería reconocido como el justo heredero de Marcaderiva y las tierras y posesiones de la Casa Velaryon; a sus hijos con el Príncipe Daemon, Aegon el Joven y Viserys, se les daría lugares de honor en la corte, el primero como el escudero del rey, el último como su 13

escanciador. Se concederían los perdones a los señores y caballeros que habían conspirado con ella en la traición contra su verdadero rey. Rhaenyra oyó estas condiciones en sepulcral silencio, entonces le preguntó a Orwyle si él recordaba a su padre, el Rey Viserys. “Por supuesto, Su Gracia,” el maestre contestó. “Quizás puede decirnos a quién él nombró su heredero y sucesor,” la reina dijo, con la corona en su cabeza. “A Usted, Su Gracia,” Orwyle contestó. Y Rhaenyra asintió y dijo, “Con su propia lengua usted admite que yo soy su reina legal. ¿Entonces por qué sirve a mi medio hermano, el usurpador? Dígale a mi medio hermano que yo tendré mi trono, o tendré su cabeza,” dijo ella, enviando a los mensajeros de regreso. Aegon II era de veintidós años, era rápido para encolerizarse y lento para perdonar. La negativa de Rhaenyra para aceptar su regencia lo enfurecía. “Yo le ofrecí una paz honorable, y la puta la escupió en mi cara,” declaró. “Lo que pasará ahora será por su culpa.” Y así como él dijo, la Danza principió. En Marcaderiva, los barcos de la Serpiente del Mar pusieron velas desde Hull y Spicetown para cerrar el Gaznate, ahogando el comercio hacia y desde el Desembarco del Rey. Poco después, Jacaerys Velaryon volaba al norte en su dragón, Vermax, y su hermano Lucerys al sur en Arrax, mientras el Príncipe Daemon montó a Caraxes hacia el Tridente. Harrenhal ya había demostrado una vez ser vulnerable desde el cielo, cuando Aegon el Dragón lo había derrocado. Su anciano castellano Ser Simón Strong fue rápido para bajar sus estandartes cuando Caraxes apareció sobre la Torre de Pira del Rey. Además del castillo, el Príncipe Daemon de un golpe había capturado la riqueza nada insignificante de la Casa Strong y a una docena de valiosos rehenes, entre ellos Ser Simón y sus nietos. Entretanto, el Príncipe Jacaerys voló al norte en su dragón, invocando a Lady Arryn del Valle, a Lord Manderly del Puerto Blanco, a Lord Borrell y Lord Sunderland de Tres Hermanas, y Cregan Stark de Invernalia. Tan encantador era el príncipe, y tan terrorífico su dragón, que cada uno de los señores que él visitó declaró su apoyo a su madre. Si su hermano también tuviese el “más corto, más seguro” vuelo, se podría haber evitado mucho derramamiento de sangre y dolor. La tragedia que ocurrió con Lucerys Velaryon en Bastión de Tormentas nunca fue planeada, en esto todas las fuentes están de acuerdo. Se lucharon las primeras batallas en la Danza de Dragones con plumas y cuervos, con amenazas y promesas, decretos y lisonjas. El asesinato de Lord Beesbury en el concilio verde no era todavía extensamente conocido; la mayoría creyó que el su señoría estaba languideciendo en algún calabozo. Aunque en la corte ya no se vieron varias caras familiares, ninguna 14

cabeza había aparecido las puertas del castillo, y muchos, en silencio, esperaban que la cuestión de la sucesión podría resolverse pacíficamente. El Extraño tenía otros planes. Ciertamente sus pavorosas manos estaban detrás de la perversa oportunidad que reunió a los dos príncipes en Bastión de Tormentas, cuando el dragón Arrax llegó antes de la tormenta, entregando a Lucerys Velaryon a la seguridad del patio del castillo, sólo para encontrar a Aemond Targaryen allí, frente a él. Vhagar, ella-dragón poderoso del príncipe Aemond fue el primero en darse cuenta de su llegada. Un guardia que paseaba por las almenas de los poderosos muros del castillo asió su lanza en el súbito terror cuando ella se despertó, con un rugido que agitó los mismos cimientos de Durran el Desafiante. Incluso Arrax se acobardó ante ese sonido, nos dicen, y Luke debió usar su látigo para forzarlo a bajar. El relámpago estaba brillando al este y caía una pesada lluvia, cuando Lucerys bajó de su dragón, con el mensaje de su madre asido en su mano. Él ciertamente debió haber adivinado que significaba la presencia de Vhagar, y no se sorprendió cuando Aemond Targaryen lo confrontó en el Salón Redondo, delante de Lord Borros, sus cuatro hijas, el septon, y maestre, dos caballeros, guardias, y sirvientes. “Observe esta triste criatura, mi señor,” el Príncipe Aemond señaló. “El pequeño bastardo Luke Strong.” A Luke le dijo, “Estás mojado, bastardo. ¿Está lloviendo, o te measte de miedo?” Lucerys Velaryon sólo se dirigió a Lord Baratheon. “Lord Borros, yo le he traído un mensaje de mi madre, la reina.” “La puta de Rocadragón, quiso decir.” El príncipe Aemond se adelantó, e intento coger la carta de la mano de Lucerys, pero Lord Borros rugió una orden y sus caballeros intervinieron, separando a los príncipes. Uno trajo la carta de Rhaenyra al estrado, dónde su señoría se sentaba en el antiguo trono de los Reyes de la Tormenta. Realmente ningún hombre puede saber lo que Borros Baratheon estaba sintiendo en ese momento. Los relatos de aquellos que estaban allí difieren notablemente. Algunos dicen que el rostro de su señoría se torno rojo y confundido, como un hombre a quien su esposa hubiese encontrado en cama con otra mujer. Otros declaran que Borros parecía estar saboreando el momento, su vanidad se sentía halagada por tener a un rey y una reina buscando su apoyo. Todavía, todos dan testimonio y están de acuerdo en lo que Lord Borros dijo e hizo. Nunca un hombre de cartas, él entregó la misiva de la reina a su maestre quien crujió el sello y susurró el mensaje en el oído de su señoría. Unas arrugas aparecieron en la frente de Lord Borros. Acarició su barba, frunció el ceño a Lucerys Velaryon, y dijo, “¿Y si acepto lo que tu madre ofrece, con cuál de mis hijas te casarás, muchacho?” Él gesticuló hacia las cuatro muchachas. “Escoge una.” El príncipe Lucerys sólo pudo ruborizarse. “Mi señor, yo no estoy libre para casarme,” contestó. “Estoy prometido a mi prima Rhaena.” 15

“Es lo que pensé,” dijo Lord Borros. “Vete a casa, cachorro, y dile a la perra de tu madre que Lord del Bastión de Tormentas no es un perro al que puede silbar cuando necesita ponerlo contra sus enemigos.” Y el Príncipe Lucerys giró sobre sus talones para abandonar el Salón Redondo. Pero el Príncipe Aemond sacó su espada y dijo, “¡Detente, Strong!” El Príncipe Lucerys recordó la promesa dada a su madre. “Yo no lucharé contigo. He venido aquí como un enviado, no un caballero.” “Has venido aquí como un cobarde y un traidor,” contestó el Príncipe Aemond. “Yo tendré tu vida, Strong.” En ese momento Lord Borros se sintió intranquilo. “No aquí,” refunfuñó. “Él vino como un mensajero. Yo no quiero ninguna sangre bajo mi techo.” Así que sus guardias se colocaron entre los príncipes y escoltaron a Lucerys Velaryon fuera del Salón Redondo, de regreso al patio del castillo, dónde, bajo la lluvia, su dragón Arrax esperaba su retorno. La boca de Aemond Targaryen se torció de ira, y se volvió una vez más hacia Lord Borros, pidiendo su venia para salir. El Lord del Bastión de Tormentas se encogió de hombros y contestó, “no está en mí decirles qué hacer cuando no están bajo mi techo.” Y sus caballeros se alejaron, cuando el Príncipe Aemond se apresuró hacia las puertas. Afuera, la tormenta estaba rabiando. El trueno rodó por el castillo, la lluvia se desplomó en láminas segadoras, y de vez en cuando las grandes saetas del relámpago azul y blanco iluminaban el mundo tan brillante como el día. Era un mal momento para volar, incluso para un dragón, y Arrax estaba esforzándose para quedarse arriba cuando el Príncipe Aemon montó a Vhagar y lo persiguió. Si el cielo hubiera estado sereno, el Príncipe Lucerys podría haber sido capaz de alejarse de su perseguidor, pues Arrax era más joven y más veloz… pero el día era negro, y vino a pasar que los dragones se encontraron sobre la Bahía del Desguazador. Los guardias en los muros del castillo vieron explosiones distantes de llamas, y oyeron un chillido partir el trueno. Entonces vieron a las dos bestias juntas, con los relámpagos crujiendo a su alrededor. Vhagar era cinco veces más grande que su enemigo, el endurecido sobreviviente de cien batallas. Si había una pelea, no podría durar mucho tiempo. Arrax cayó, roto, para ser tragado por las turbulentas y tormentosas aguas de la bahía. Su cabeza y cuello aparecieron después en los precipicios debajo del Bastión de Tormentas tres días después, siendo un banquete para los cangrejos y gaviotas. También apareció el cadáver del príncipe Lucerys. Y con su muerte, la guerra de cuervos y mensajeros y pactos de matrimonio se acabó, y la guerra de fuego y sangre comenzó en serio. En Rocadragón, la Reina Rhaenyra se derrumbó cuando oyó de la muerte de Luke. Joffrey, el hermano menor de Luke (Jace todavía estaba lejos en su misión al norte) pronunció un terrible juramento de venganza contra el Príncipe Aemond y 16

Lord Borros. Sólo la intervención de la Serpiente del Mar y la Princesa Rhaenys impidió que el chico montase en seguida a su propio dragón. Cuando el concilio negro se sentó para considerar cómo devolver el golpe, un cuervo llegó de Harrenhal. “Ojo por ojo, hijo por hijo,” escribió el Príncipe Daemon. “Lucerys será vengado.” En su juventud, el rostro de Daemon Targaryen y su risa eran conocidos por cada ladrón, prostituta, y jugador en el Fondo de la Pulga. El príncipe todavía tenía amigos en los bajos fondos de Desembarco del Rey, y seguidores entre los Capas Doradas. El Rey Aegon, la Mano y la Reina Viuda, desconocían que él también tenía aliados en la corte, incluso en el concilio verde… y a un intermediario, un amigo personal en quien confiaba absolutamente, quién conocía los sumideros de vino y los agujeros de ratas que se ocultaban en la sombra de la Fortaleza Roja, igual que el propio Daemon los había conocido una vez, y se movía fácilmente a través de las sombras de la ciudad. A este pálido extraño él buscó ahora, por los caminos secretos, para poner en movimiento una venganza terrible. Entre los guisados del Fondo de la Pulga, el intermediario del Príncipe Daemon encontró los instrumentos convenientes. Uno había sido un sargento de la Guardia de la Ciudad; grande y brutal, había perdido su Capa Dorada por golpear a una prostituta hasta la muerte aunque en una furia ebria. El otro era un cazador de ratas en la Fortaleza Roja. Sus verdaderos nombres se perdieron en la historia. Son recordados como “Sangre” y “Queso”. Las puertas ocultas y túneles secretos, que Maegor el Cruel había construido, eran familiares para el cazador de ratas. Usando un pasadizo olvidado, Queso llevó a Sangre al corazón del castillo, ambos inadvertidos por los guardias. Algunos dicen que su cacería estaba destinada al mismo rey, pero Aegon era acompañado, dondequiera que iba, por la Guardia Real, y de todos modos Queso no conocía ningún camino dentro o fuera del Torreón de Maegor, salvo el puente levadizo tendido sobre el foso seco con sus formidables púas férricas. La Torre de la Mano era menos segura. Los dos hombres se arrastraron a través de los muros, evitando al arquero apostado en las puertas de la torre. Los cuartos de Ser Otto no eran de su interés. En cambio, se resbalaron en los aposentos de su hija, un piso más abajo. La Reina Alicent había establecido su residencia allí, después de la muerte del Rey Viserys, cuando su hijo Aegon pasó al Torreón de Maegor con su propia reina. Una vez en el interior, Queso ató y amordazó a la Reina Viuda, mientras Sangre estrangulaba a su doncella. Entonces se instalaron para esperar, porque sabían que era la costumbre de la Reina Helaena de traer a sus niños para ver a su abuela todas las tardes antes de ir a la cama. Ciega al peligro, la reina apareció cuando el crepúsculo estaba posándose sobre el castillo, acompañada por sus tres niños. Jaehaerys y Jaehaera de seis y Maelor de dos. Cuando entraron en los apartamentos, Helaena estaba sosteniendo su pequeña mano y llamando a su madre. Sangre obstruyó la puerta y mató al guardia de la reina, mientras Queso cogía a Maelor. “Un grito y todos se mueren,” dijo Sangre a Su Gracia. 17

Se cuenta que la Reina Helaena conservó la calma. “¿Quiénes son?” exigió a los dos. “Los recolectores de la deuda,” dijo Queso. “Ojo por ojo, hijo por hijo. Sólo queremos uno, para igualar las cosas. No queremos herir al resto de sus finas gentes, ni un pelo de ellos. ¿A cuál quiere perder, Su Gracia?” Una vez que ella comprendió lo que él quiso decir, la Reina Helaena suplicó a los hombres que la maten en cambio. “Una esposa no es un hijo,” dijo Sangre. “Tiene que ser un chico.” Queso advirtió a la reina que debía hacer su elección rápidamente, antes de que Sangre se aburriera y violara a su pequeña hija. “Elija,” dijo, “o los matamos a todos.” Arrodillada, llorando, Helaena nombró al más joven, Maelor. Quizás ella pensó que el niño era demasiado joven para entender lo que estaba sucediendo, o quizás porque Jaehaerys, el hijo mayor, era el primogénito del Rey Aegon y su heredero, siguiente en la línea al Trono de Hierro. “¿Oiste eso, pequeño?” Le susurró Queso a Maelor. “Tu mamá te quiere muerto.” Entonces hizo una mueca a Sangre, y el tosco espadachín mató al Príncipe Jaehaerys, tajando la cabeza del chico con un solo golpe. La reina empezó a gritar. Por extraño que pareciera, el cazador de ratas y el carnicero fueron fieles a su palabra. No dañaron a la Reina Helaena o a sus niños sobrevivientes, sino que huyeron con la cabeza del príncipe en la mano. Aunque Sangre y Queso le habían perdonado la vida, no puede decirse que la Reina Helaena ha sobrevivido ese fatal crepúsculo. Después de eso ella no comía, ni se bañaba, ni dejaba sus aposentos, y ya no podía mirar a su hijo Maelor, sabiendo que ella lo había nombrado para morir. El rey no tuvo otra elección que alejar al niño de ella y entregarlo a su madre, la Reina Viuda Alicent, para criarlo como si fuera su propio hijo. Aegon y su esposa durmieron en aposentos separados después de eso, y la Reina Helaena se hundió más, y más profundamente en la locura, aunque el rey rabiaba, y bebía, y rabiaba. Ahora la sangradura empezó en serio. La caída de Harrenhal por el Príncipe Daemon fue un gran sobresalto para Su Gracia. Hasta ese momento, Aegon II había creído que la causa de su media hermana era una causa perdida. Harrenhal hizo sentir a Su Gracia vulnerable por primera vez. Las rápidas derrotas subsecuentes en el Molino Ardiente y el Septo de Piedra fueron golpes fuertes, e hizo al rey comprender que su situación era más peligrosa de lo que había parecido al principio. Estos miedos se intensificaron cuando los cuervos regresaron del Dominio dónde los verdes se habían creído más fuertes. La Casa Hightower y Antigua estaban sólidamente detrás del Rey Aegon, y Su Gracia tenía el Arbor también… pero en otras partes del sur, otros señores estaban declarándose por Rhaenyra, entre ellos Lord Costayne de Tres Torres, Lord Mullendore de Tierras Altas, Lord Tarly de Colina del Cuerno, Lord Rowan de Sotodeoro, y Lord Grimm de Escudo Gris. 18

Siguieron otros golpes: el Valle, el Puerto Blanco, Invernalia. Los Blackwood y los otros señores del río fueron hacia Harrenhal y los estandartes del Príncipe Daemon. Las flotas de la Serpiente del Mar cerraron la Bahía de Aguasnegras, y todas las mañanas el Rey Aegon tenía que recibir a gimoteantes comerciantes. Su Gracia no tenía ninguna respuesta para sus quejas, más allá de otra jarra de vino fuerte. “Haga algo,” le exigió a Ser Otto. La Mano le aseguró que algo era lo que estado haciendo; había urdido un plan para romper el asedio de Velaryon. Uno de los pilares principales de apoyo en la causa de Rhaenyra era su consorte, pero el Príncipe Daemon también representaba una de sus más grandes debilidades. El príncipe había hecho a más enemigos que amigos durante sus aventuras. Ser Otto Hightower, quien había estado entre los primeros de esos enemigos, había localizado por el Mar Angosto a otro de los enemigos del príncipe, el Reino de las Tres Hijas, esperando persuadirlos para moverse contra la Serpiente del Mar. Las demoras no le sentaban bien al joven rey. Aegon II tenía poca paciencia con las precauciones de su abuelo. Aunque su madre la Reina Viuda Alicent habló en defensa de Ser Otto, Su Gracia se volvió sordo a sus suplicas. El convocó a Ser Otto al Salón del Trono, rasgó la cadena de su cuello y se la echó a Ser Criston Cole. “Mi nueva Mano es un puño de acero,” alardeó. “Hemos terminado con eso de escribir cartas.” Ser Criston no tardó en demostrar su temple. “No debe suplicar el apoyo de sus señores, igual un mendigo que suplica por limosnas,” le dijo a Aegon. “Usted es el legítimo rey de Poniente, y ésos que lo niegan son los traidores. Finalmente aprenderán el precio de la traición.” El Consejero de los Rumores del rey Aegon, Larys Strong el Patizambo, había preparado una lista de todos los señores que se reunieron en Rocadragón para asistir a la coronación de la Reina Rhaenyra y sentarse en su concilio negro. Lord Celtigar y Velaryon tenían sus sedes en las islas; ya que Aegon II no tenía la fuerza en el mar, ellos estaban más allá del alcance de su ira. Sin embargo, aquellos señores “negros”, cuyas tierras estaban en el continente, no disfrutaban de tal protección. Duskendale cayó fácilmente, tomado por sorpresa por las fuerzas del Rey; el pueblo fue saqueado, quemaron los barcos en el puerto, y Lord Darklyn fue decapitado. El Grajal fue el siguiente objetivo de Ser Criston. Prevenido de su venida, Lord Staunton cerró sus puertas y desafió a los asaltantes. Detrás sus muros, su señoría sólo podría mirar como sus campos y bosques y pueblos fueron quemados, su ovejas y ganado y campesinos pasados por la espada. Cuando las provisiones dentro del castillo empezaron a escasear, él despachó un cuervo a Rocadragón, suplicando por socorro. Nueve días después de que Lord Staunton despachó su súplica, el sonido de alas correosas se oyó por el mar, y el dragón Meleys apareció sobre el Grajal. La Reina Roja, ella se llamaba, por las escamas de color escarlata que la cubrían. Las 19

membranas de sus alas eran rosadas, su cresta, cuernos, y garras refulgentes como el cobre. Y en su espalda, en armadura de acero y cobre, resplandeciente en el sol, montaba Rhaenys Targaryen, la Reina Que Nunca Fue. Ser Criston Cole no se desanimó. La Mano de Aegon había esperado esto, contado con esto. Los tambores pegaron una orden, y salieron los arqueros, y hombres con lanzas, llenando el aire con flechas y lanzas. Los escorpiones se doblaron para soltar saetas de hierro de la clase que había tumbado a Meraxes en Dorne. Meleys sufrió varias heridas, pero las flechas sólo sirvieron para hacerla enfurecer. Ella voló hacia abajo, escupiendo fuego. Los caballeros fueron quemados en sus sillas de montar y el pelo y piel y guarniciones de sus caballos subieron en llamas. Los hombres armados dejaron caer sus lanzas y se esparcieron. Algunos intentaron esconderse detrás de sus escudos, pero ni el roble, ni el hierro podrían resistir el aliento de dragón. Ser Criston estaba sentado en su caballo blanco y gritaba, “Apunten al jinete,” a través del humo y llamas. Meleys rugió, el humo se arremolinó de sus orificios nasales, el semental dio de patadas en su quijada cuando las lenguas de fuego lo engolfaron. Entonces vino un rugido en respuesta. Aparecieron dos formas aladas más: el rey a horcajadas sobre Sunfyre la Dorada, y su hermano Aemond en Vhagar. Criston Cole había preparado su trampa, y Rhaenys había venido, cogiendo el cebo. Ahora los dientes la redondeaban. La Princesa Rhaenys no hizo ningún esfuerzo por huir. Con un alegre grito y un crujido de su látigo, ella dirigió a Meleys hacia el enemigo. Sola contra Vagar, ella podría haber tenido alguna oportunidad, pues la Reina Roja era vieja y hábil, y experimentada en las batallas. Contra ambos, Vhagar y Sunfyre la sentencia era segura. Los dragones se enfrentaron violentamente a mil pies sobre el campo de batalla; las bolas de fuego estallaron y florecieron, tan brillantes, que los hombres juraron después que el cielo estaba lleno de soles. Las mandíbulas carmesíes de Meleys se cerraron alrededor del cuello dorado de Sunfyre por un momento, hasta que Vhagar cayó sobre ellos desde arriba. Las tres bestias fueron hilando hacia la tierra. Cayeron tan duramente que las piedras saltaron a media legua de las almenas de Grajal. Los más cercanos a los dragones no vivieron para contar el cuento. Los que estaban más lejos no podían ver, por las llamas y el humo. Pasaron horas antes de que se apagaran las llamas. Pero de las cenizas, sólo Vhagar subió ileso. Meleys estaba muerto, roto en pedazos por la caída. Y Sunfyre, la espléndida bestia dorada, tenía la mitad de un ala colgando de su cuerpo, aunque su real jinete había sufrido algunas costillas rotas, una cadera rota, y quemaduras que cubrían la mitad de su cuerpo. Su brazo izquierdo era el peor. Las llamas de dragones habían sido tan ardientes que la armadura del rey se había fundido en su carne. Un cuerpo que creían había sido de Rhaenys Targaryen se encontró después al lado del cadáver de su dragón, pero tan teñido de negro que nadie podía estar seguro de que era ella. La amada hija de Lady Jocelyn Baratheon y el Príncipe Aemon Targaryen, la fiel esposa de Lord Corlys Velaryon, madre y abuela, la Reina Que 20

Nunca Fue vivió intrépidamente, y se murió entre sangre y fuego. Ella tenía cincuenta y cinco años. Ochocientos caballeros y escuderos y hombres comunes perdieron sus vidas ese día también. Otro centenar pereció no mucho tiempo después, cuando el Príncipe Aemond y Ser Criston Cole tomaron el Grajal y mataron a la guarnición. La cabeza de Lord Staunton fue llevada al Desembarco del Rey y montada sobre la Puerta Vieja… pero fue la cabeza del dragón Meleys, arrastrada a través de la ciudad en una carreta, la que intimidó a la silenciosa muchedumbre del pueblo llano. Miles huyeron de Desembarco del Rey después, hasta que la Reina Viuda Alicent ordenó cerrar las puertas de la ciudad. El Rey Aegon que II no se murió, aunque sus quemaduras le trajeron tal dolor, que algunos dijeron que él oró por la muerte. Llevado de regreso a Desembarco del Rey en una litera cerrada para ocultar la magnitud de sus lesiones, Su Gracia no subió de su cama por el resto del año. Los septones oraban por él, los maestres lo asistieron con las pócimas y leche de amapola, pero Aegon durmió nueve de cada diez horas, sólo despertándose el tiempo suficiente para tomar alguna exigua nutrición antes de dormirse de nuevo. A nadie se le permitió perturbar su reposo, salvo a su madre, la Reina Viuda y a su Mano, Ser Criston Cole. Su esposa nunca lo intentó, tan perdida estaba Helaena en su propio dolor y locura. El dragón del rey, Sunfyre, demasiado grande y pesado para ser movido, e incapaz de volar con su ala herida, permaneció en los campos más allá de Grajal, arrastrándose a través de las cenizas igual algún gran gusano dorado. Al principio, se alimentó con los cadáveres quemados de los muertos. Cuando se habían acabado, los hombres, que Ser Criston había dejado para cuidarlo, le trajeron terneros y ovejas. “Usted debe gobernar el reino ahora, hasta que su hermano esté lo bastante fuerte como para tomar la corona de nuevo,” la Mano del Rey le dijo al Príncipe Aemond. Ser Criston no necesitó decirlo dos veces. Y así, un-ojo Aemond el Matarreyes se puso la corona de hierro-y-rubíes de Aegon el Conquistador. “Se ve mejor en mí que alguna vez en él,” el príncipe proclamó. Todavía Aemond no asumió el título de rey, si no que se nombró el Protector del Reino y Príncipe Regente. Ser Criston Cole seguía siendo la Mano del Rey. Entretanto, las semillas que Jacaerys Velaryon habían sembrado en su vuelo al norte, habían empezado a dar frutos, y los hombres estaban reuniéndose en el Puerto Blanco, Invernalia, Fuerte Túmulo, Tres Hermanas, Puerto Gaviota, y las Puertas de la Luna. “Si logran unir sus ejércitos con los señores del río que se congregaron en Harrenhal con el Príncipe Daemon, incluso los fuertes muros de Desembarco del Rey no podrían resistirlos,” advirtió Ser Criston al nuevo Príncipe Regente. Sumamente seguro en su propia proeza como guerrero y el poderío de su dragón Vhagar, Aemond estaba ávido de presentar batalla al enemigo. “La puta en Rocadragón no es la amenaza,” dijo. “No más que Rowan y estos traidores en el Dominio. El peligro es mi tío. Una vez muerto Daemon, todos estos necios que enarbolan los estandartes de nuestra hermana correrán de regreso a sus castillos y no nos inquietarán más.” 21

Al este de la Bahía de Aguasnegras, la Reina Rhaenyra también estaba pasándolo mal. La muerte de su hijo Lucerys ya había sido un golpe aplastante para una mujer desgarrada por el embarazo, el parto y su hija muerta. Cuando la noticia de la muerte de la Princesa Rhaenys llegó a Rocadragón, se intercambiaron palabras furiosas entre la reina y Lord Velaryon quien la culpó por la muerte de su esposa. “Debiste haber ido tú,” la Serpiente del Mar le gritó a Su Gracia. “Staunton envió a por ti, todavía dejaste responder a mi esposa, ¡y les prohibiste a tus hijos que se le unieran!” Todo el castillo sabía que los príncipes Jace y Joff habían estado ávidos de volar con la Princesa Rhaenys al Grajal con sus propios dragones. Era Jace quien ahora estaba al frente, a fines del año 129 CA. Lo primero que hizo fue nombrar a Lord de las Mareas la Mano de la Reina. Juntos él y Lord Corlys empezaron a planear un ataque al Desembarco del Rey. Atento a la promesa que había hecho a la Doncella del Valle, Jace pidió que el Príncipe Joffrey volara a Puerto Gaviota con Tyraxes. Munkun sugiere que el deseo de Jace de mantener a su hermano lejos de la lucha fue primordial en esta decisión. Esto no le sentó bien a Joffrey quien estaba determinado a demostrar su valor en la batalla. Sólo cuando se le dijo que estaban enviándole para que defendiera el Valle contra los dragones del Rey Aegon, consintió ir de mala gana. Rhaena, la hija de trece años del Príncipe Daemon y Laena Velaryon, fue escogida para acompañarlo. Conocida como Rhaena de Pentos, por la ciudad de su nacimiento, ella no era un jinete de dragón, su pequeño dragón se había muerto algunos años antes, pero ella llevó tres huevos de dragón al Valle, dónde oraba por las noches por su incubación. El Príncipe de Rocadragón también se preocupaba por la seguridad de sus medios hermanos, Aegon el Joven y Viserys, de nueve y siete años. Su padre el Príncipe Daemon había hecho muchos amigos en la Ciudad Libre de Pentos durante sus visitas, por lo que Jacaerys se comunicó al otro lado del Mar Angosto con el príncipe de esa ciudad que estuvo de acuerdo en criar a los dos muchachos hasta que Rhaenyra se hubiera afianzado en el Trono de Hierro. En los días finales de 129 CA, los jóvenes príncipes abordaron el barco Gay Abandon—Aegon con Stormcloud, Viserys asiendo su huevo—navegando hacia Essos. La Serpiente del Mar envió siete de sus buques de guerra como escolta, para asegurarse que llegaran a Pentos a salvo. Con Sunfyre herida e incapaz para volar y cerca de Grajal, y Tessarion con el Príncipe Daeron en Antigua, sólo dos dragones maduros permanecían para defender Desembarco del Rey… y la Reina Helaena, el jinete de Dreamfyre, pasaba sus días en la oscuridad, llorando, y ciertamente no podría contarse como una amenaza. Eso sólo dejaba a Vhagar. Ningún dragón viviente podría igualar a Vhagar por el tamaño o ferocidad, pero Jace razonó que si Vermax, Syrax, y Caraxes descendieran en Desembarco del Rey de repente, incluso “esa perra vieja canosa” sería incapaz de 22

resistirlos. Todavía era tan grande la reputación de Vhagar que el príncipe dudó, considerando de qué manera podría agregar más dragones a su ataque. La casa Targaryen había gobernado Rocadragón por más de doscientos años, desde que Lord Aenar Targaryen llegó de Valyria con sus dragones. Aunque siempre había sido su costumbre el matrimonio entre hermano y hermana y primo y prima, la joven sangre caliente no impedía a los hombres de la Casa buscar sus placeres entre las hijas (e incluso las esposas) de sus súbditos, los pueblerinos que vivían en los pueblos debajo del Monte Dragón, labradores y pescadores. De hecho, hasta el reino del Rey Jaehaerys y la Buena Reina Alysanne, la antigua ley de la primera noche había prevalecido en Rocadragón, igual que a lo largo de Poniente, que era el derecho de un señor acostarse con cualquier doncella en su territorio en su noche de bodas. Aunque esta costumbre era fuertemente resistida en otras partes de los Siete Reinos, por los hombres de un temperamento celoso por no asir el honor que les era conferido, tales sentimientos no se manifestaron en Rocadragón dónde consideraron a los Targaryen como seres más cercanos a los dioses que el común de los hombres. Aquí, las desposadas así bendecidas en su noche de bodas eran envidiadas, y los niños nacidos de tales uniones se valoraban sobre todos los demás, por lo que los Señores de Rocadragón a menudo celebraban el nacimiento con abundantes regalos en oro y seda y tierras para la madre. Se decía que estos afortunados bastardos habían “nacido de la semilla de dragón,” y con el tiempo simplemente eran conocidos como “las semillas.” Aún después de abolir el derecho de la primera noche, ciertos Targaryen continuaron jugando con las hijas de posaderos y las esposas de pescadores, por lo que las semillas y los hijos de las semillas eran abundantes en Rocadragón. El Príncipe Jacaerys necesitaba más jinetes de dragones, y más dragones, y hacia esos nacidos de la semilla de dragón él se volvió, jurando que a cualquier hombre, que podría dominar un dragón, se le concederían tierras y riquezas y se le otorgaría el título de caballero. Sus hijos se ennoblecerían; sus hijas se casarían con los señores, y este hombre tendría el honor de luchar al lado del Príncipe de Rocadragón contra el impostor Aegon II Targaryen y sus partidarios traidores. No todos los que avanzaron en respuesta a la llamada del príncipe eran las semillas, ni siquiera los hijos o nietos de las semillas. Unos cuantos caballeros de la propia casa de la reina se ofrecieron como jinetes de dragones, entre ellos el Lord Comandante de su Guardia Real, Ser Steffon Darklyn, junto con los escuderos, pinches, marineros, soldados, bufones, y dos sirvientas. Los dragones no son caballos. Ellos no aceptan fácilmente a los hombres en sus espaldas, y cuando se encolerizan o se sienten amenazados, ellos atacan. Dieciséis hombres perdieron sus vidas durante el intento por volverse jinetes de dragones. Tres veces más fueron quemados o mutilados. Steffon Darklyn recibió quemaduras mortales intentando montar al dragón Seasmoke. Lord Gormon Massey sufrió el mismo destino cuando se acercó a Vermithor. Un hombre llamado Silver Denys – cuyo pelo y ojos le hicieron creer ser un hijo bastardo del Rey Maegor el Cruel – 23

perdió un brazo por Sheepstealer. Cuando sus hijos intentaron vendar la herida, el Caníbal descendió sobre ellos, alejó a Sheepstealer, y devoró al padre e hijos. Aun así, Seasmoke, Vermithor, y Silverwing estaban acostumbrándose a los hombres y toleraban su presencia. Habiendo sido montados una vez, ellos estaban aceptando a los nuevos jinetes. Vermithor, el dragón del Viejo Rey, inclinó su cuello al bastardo de un herrero, un hombre muy alto llamado Hugh el Martillo, o Hugh el Duro, mientras que un guerrero de cabello pálido llamado Ulf el Blanco (por su pelo) o Ulf el Sot (por su bebida) montó a Silverwing, el amado dragón de la Buena Reina Alysanne. Y Seasmoke que había llevado una vez a Laenor Velaryon, aceptó en su lomo a un muchacho de quince años conocido como Addam de Hull, cuyos orígenes – hasta el momento – siguen siendo una materia de disputa entre los historiadores. No mucho tiempo después de que Addam de Hull se había probado volando sobre Seasmoke, que Lord Corlys fue tan lejos, como para presentar una petición a la Reina Rhaenyra para quitar la mancha de la bastardía de él y su hermano. Cuando el Príncipe Jacaerys sumó su voz a la petición, la reina accedió. Addam de Hull, semilla de dragón y bastardo, se volvió Addam Velaryon, el heredero de Marcaderiva. Los tres dragones salvajes de Rocadragón fueron los menos reclamados que aquellos que habían conocido jinetes anteriores; todavía los esfuerzos no daban frutos. Sheepstealer, un notablemente feo dragón “de un marrón barroso” había salido del cascarón cuando el Viejo Rey todavía era joven, y era aficionado a la carne de carnero, atacando los rebaños de Marcaderiva en Wendwater. Él raramente dañaba a los pastores, a menos que ellos intentaran interferir con él, pero, ocasionalmente, había sido visto devorar algunos perros ovejeros. Fantasma Gris, que tenía su nido en una alta grieta humeante en la ladera oriental del Monte Dragón, prefería los peces, y a menudo se le vio volar más allá del Mar Angosto, cogiendo las presas de las aguas. Una pálida bestia gris-blancuzca del color de la niebla mañanera, él era un dragón notablemente tímido que evitaba a los hombres y sus labores durante años. El más grande y viejo de los dragones salvajes era el Caníbal, que fue nombrado así, porque se le había visto alimentarse de los cadáveres de los dragones muertos, y descender sobre los criaderos de Rocadragón para tragarse a los dragones recién nacidos y huevos. Los supuestos domadores de dragones habían hecho esfuerzos por montarlo una docena de veces; su nido estaba lleno con sus huesos. Ninguno de las semillas de dragón era bastante estúpido como para perturbar al Caníbal (y quien lo era no vivió para contar el cuento). Algunos buscaron al Fantasma Gris, pero no pudieron encontrarlo, porque era una criatura huidiza. Sheepstealer evidenciaba ser el más fácil, pero seguía siendo una bestia viciosa, de mal genio que mató a más semillas que los tres “dragones del castillo” juntos. Uno que esperó domarlo (después de que su búsqueda del Fantasma Gris demostró ser infructuosa) era Alyn de Hull. Sheepstealer no quiso saber nada de él. Cuando él se alejó de las llamas del dragón con su capa ardiendo, sólo la acción veloz de su 24

hermano le salvó la vida. Seasmoke alejó al dragón salvaje, mientras Addam usó su propia capa para apagar las llamas. Alyn Velaryon llevaría las cicatrices del encuentro en su espalda y piernas por el resto de su larga vida. Todavía se sentía afortunado, porque vivió. Muchos de las otras semillas y buscadores que aspiraron montar en Sheepstealer han acabado, en cambio, en la barriga de Sheepstealer. Finalmente, el dragón marrón fue montado por la destreza y persistencia de una “pequeña chica de piel oscura” de dieciséis años, llamada Netty, quien – todas las mañanas – le daba una oveja recientemente sacrificada, hasta que Sheepstealer aprendió a aceptarla y esperarla. Ella tenía el cabello negro, ojos marrones, piel oscura, flaca, malhablada, sucia, e intrépida… y el primer y último jinete del dragón Sheepstealer. Y así fue como el Príncipe Jacaerys logró su meta. A pesar de todas las muertes y sufrimientos causados, las viudas que quedaron, los hombres quemados que llevarían sus cicatrices hasta el día de su muerte; se habían encontrado cuatro nuevos jinetes de dragones. A fines del año 129 CA, el príncipe estaba preparado para volar al Desembarco del Rey. La fecha que él escogió para el ataque fue la primera luna llena del nuevo año. Todavía los planes de los hombres no son sino juguetes para los dioses. Para cuando Jace tenía sus planes preparados, una nueva amenaza había aparecido del este. Los esquemas de Otto Hightower habían dado frutos; en la asamblea en Tyrosh, el Alto Concilio de los Triarcas había aceptado su oferta de alianza. Noventa buques de guerra salieron de Peldaños de Piedra bajo los estandartes de las Tres Hijas, doblando sus remos hacia Gaznate… y como la oportunidad y los dioses lo quisieron, el barco de Pentos el Gay Abandon, llevando a dos príncipes Targaryen, navegó directamente a sus dientes. Las escoltas enviadas para proteger el barco se ahogaron, o fueron capturados, y el Gay Abandon fue capturado. La noticia sólo localizó Rocadragón cuando llegó el Príncipe Aegon, aferrándose desesperadamente al cuello de su dragón, Stormcloud. El chico estaba blanco de terror, temblando como una hoja y apestando a meadas. De sólo nueve años, él nunca había volado antes… y nunca volaría de nuevo, porque Stormcloud estaba muy herido cuando logró huir, llegando con las puntas de innumerables flechas empotradas en su barriga y una saeta de catapulta insertada en su cuello. Murió dentro de una hora, con el siseo del chorro caliente de la negra sangre y heridas humeantes. El hermano más joven de Aegon, el Príncipe Viserys, no tenía ninguna posibilidad de escapar del barco. Un muchacho inteligente, él escondió el huevo de su dragón y cambió sus prendas por la ropa rotosa y manchada de sal, pretendiendo ser el grumete del barco, pero uno de los chicos de la nave real lo traicionó, y él fue hecho cautivo. Era un capitán Tyroshi quien comprendió a quién tenía, pero el almirante de la flota, Sharako Lohar de Lys, lo relevó pronto de su premio. 25

Cuando el Príncipe Jacaerys voló sobre la flota de galeras de Lys sobre Vermax, una lluvia de lanzas y flechas subió para encontrárselo. Los marineros de Triarchy habían enfrentado a los dragones antes, luchando con el belicoso príncipe Daemon en los Peldaños de Piedra. Eran hombres valientes; estaban preparados para encontrarse con el fuego del dragón con las armas que tenían. “Maten al jinete y el dragón se alejará,” sus capitanes y comandantes les habían dicho. Una nave fue alcanzada por el fuego, luego otra. Todavía los hombres de las Ciudades Libres siguieron luchando… hasta que oyeron un grito, alzaron las miradas y vieron más formas aladas viniendo del Monte Dragón y girando hacia ellos. Una cosa es enfrentar a un dragón, otra es enfrentar a cinco. Cuando Silverwing, Sheepstealer, Seasmoke, y Vermithor descendieron sobre ellos, los hombres del Triarchy sintieron que su coraje los abandonaba. La línea de buques de guerra fue destruida galera por galera. Los dragones cayeron como rayos, escupiendo bolas de fuego, azul y naranja, rojo y oro, cada una más brillante que la anterior. Un buque detrás del otro estalló o fue consumido por las llamas. Los chillidos de los hombres que saltaron al mar, amortajados en el fuego. Altas columnas de humo negro subieron del agua. Todos parecían perdidos… todos estaban perdidos… … hasta que Vermax voló demasiado bajo, y chocó contra el agua. Varias historias diferentes explicaron después de cómo y por qué el dragón se cayó. Algunos afirmaron que un arquero puso una saeta de hierro a través de su ojo, pero esta versión parece increíblemente similar a la manera en que murió Meraxes, hace tiempo, en Dorne. Otra historia nos dice que un marinero en el nido del cuervo de una galera de Myr lanzó un anclote, cuando Vermax estaba atacando la flota. Uno de sus dientes se encontró incrustado profundamente entre dos escamas, por la propia, considerable velocidad del dragón. El marinero había enrollado el cabo de la cadena sobre el mástil, y el peso de la nave y el poder de las alas de Vermax rasgaron un largo tajo dentado en la barriga del dragón. El furioso chillido del dragón se oyó hasta Spicetown, incluso a través del estruendo de la batalla. Su vuelo tuvo un fin violento, Vermax bajó humeando y chillando, arañando al agua. Los sobrevivientes dijeron que él se esforzó por subir, sólo para chocar precipitadamente en una galera ardiente. La madera se astilló, el mástil cayó, girando, y el dragón, agitándose, se enredó en el aparejo. Cuando la nave se hundió, Vermax se hundió con ella. Se comentó que Jacaerys Velaryon brincó de Vermax y se aferró, por unos instantes, a un trozo de los restos humeantes, hasta que algún arquero en un barco de Myr más cercano empezó a lanzarle flechas. El príncipe fue alcanzado una vez, y luego otra. Más y más hombres de Myr le disparaban flechas. Finalmente una le atravesó el cuello, y Jace fue tragado por el mar. La Batalla en Gaznate fue contada en la noche norteña y al sur de Rocadragón, y permanece en la historia entre las más sangrientas batallas marítimas. El almirante Sharako Lohar del Triarchy había tomado una flota combinada de noventa hombres de Myr, Lys, y buques de guerra de Tyrosh de los Peldaños de Piedra; sólo veintiocho sobrevivieron para cojear de regreso a sus casas.

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Aunque los asaltantes evitaron Rocadragón, sin ninguna duda creyendo que la fortaleza de Targaryen antigua era demasiado fuerte para ser asaltada, exigieron un gravoso peaje en Marcaderiva. Spicetown fue saqueado brutalmente, los cadáveres de hombres, mujeres, y niños fueron abandonados en las calles y sirvieron de alimento para las gaviotas y ratas y cuervos carroñeros; sus edificios quemados. El pueblo nunca se reconstruiría. High Tide también fue pasado por las antorchas. Todos los tesoros que la Serpiente del Mar había traído del este fueron consumidos por el fuego; sus sirvientes asesinados cuando intentaron huir de las llamas. La flota de Velaryon perdió casi un tercio de su fuerza. Se murieron miles. Todavía ninguna de estas pérdidas se sentía tan intensamente como la de Jacaerys Velaryon, el Príncipe de Rocadragón y heredero del Trono de Hierro.

Una quincena después, en el Dominio, Ormund Hightower se encontró cogido entre dos ejércitos. Thaddeus Rowan, Lord de Sotodeoro, y Tom Flores, el Bastardo de Puenteamargo, estaban presionándolo desde el nordeste con un gran ejército de caballeros montados, mientras Ser Alan Beesbury, Lord Alan Tarly, y Lord Owen Costayne habían unido sus poderíos para cortar su retirada a Antigua. Cuando sus ejércitos se cerraron a su alrededor en las orillas del río Vinomiel, atacando de frente y por la retaguardia, Lord Hightower vio desmenuzarse sus filas. La derrota parecía inminente… hasta que una sombra barrió el campo de batalla y un rugido terrible resonó sobre las cabezas, a través del sonido de acero contra el acero. Un dragón había venido. El dragón era Tessarion, la Reina Azul, cobalto y cobre. Lo montaba Daeron Targaryen, el más joven de los tres hijos de la Reina Alicent, de quince años, y escudero de Lord Ormund. La llegada del Príncipe Daeron y su dragón invirtió la marea de la batalla. Ahora estaban atacando los hombres de Lord Ormond, gritando maldiciones a sus enemigos, aunque los hombres de la reina habían huido. Al final del día, Lord Rowan estaba retirándose al norte con los remanentes de su ejército, Tom Flores estaba muerto y quemado entre las cañas, ambos Alans habían sido tomados prisioneros, y Lord Costayne estaba agonizando de una herida dada por la negra espada Orphan-Maker de Jon Roxton el Audaz. Mientras los lobos y cuervos se alimentaban de los cuerpos de los muertos, Lord Hightower agasajó al Príncipe Daeron con carne de uro y vino fuerte, contando la historia de un caballero con la espada "Vigilance" de acero valryio, llamándolo “Ser Daeron el Osado.” El príncipe respondió con modestia, “Mi señor es amable al decir eso, pero la victoria pertenece a Tessarion.”

En Rocadragón, un aire de desaliento y derrota colgaba encima de la corte “negra” cuando fue conocido el desastre en Vinomiel. Ahora, Lord Bar Emmon incluso llegó a sugerir que quizás había llegado el momento de doblar sus rodillas a Aegon II. No obstante, la reina no quería saber nada de eso. 27

Sólo los dioses conocen realmente los corazones de los hombres, y los de las mujeres están llenas de misterio. Destrozada por la pérdida de un hijo, Rhaenyra Targaryen parecía encontrar nuevas fuerzas después de la pérdida de un segundo. La muerte de Jace la endureció, quemando sus miedos, dejando sólo su furia y su odio. Todavía poseía más dragones que su medio hermano, y Su Gracia resolvió usarlos ahora, sin importar el costo. Haría llover fuego y muerte sobre Aegon y todos aquellos que lo apoyaron, le dijo al concilio negro, lo quitaría del Trono de Hierro, o moriría en el intento. Una resolución similar se arraigó en el pecho de Aemond Targaryen, gobernando en nombre de su hermano, mientras Aegon estaba tumbado en la cama. Despectivo con su media hermana Rhaenyra, Uno-ojo Aemond veía una amenaza mayor en su tío, el Príncipe Daemon, y el gran ejército que él había reunido en Harrenhal. Convocando a sus aliados y concilio, el príncipe anunció su intento de llevar la batalla hacia su tío y castigar a los rebeldes señores del río. No todos los miembros del concilio verde favorecieron el osado plan del príncipe. Aemond tenía el apoyo de Ser Criston Cole, la Mano, y de Ser Tyland Lannister, pero el Gran Maester Orwyle le instó a enviar un mensaje al Bastión de Tormentas y añadir el poder de la Casa Baratheon al suyo propio, antes de proceder; e Ironrod, Lord Jasper Wylde, declaró que debería convocar a Lord Hightower y al Príncipe Daeron desde el sur, ya que “dos dragones son mejores que uno.” La Reina Viuda también estuvo a favor de dar el aviso, instándole a su hijo a esperar hasta que su hermano, el rey, y su dragón Sunfyre el Dorado estuvieran sanos, para que pudieran unirse al ataque. No obstante, el Príncipe Aemond no tenía intenciones de aplazar las cosas. Él no necesitaba de sus hermanos, o sus dragones, declaró; Aegon fue mal herido y Daeron era demasiado joven. Sí, Caraxes era una bestia terrible, salvaje y hábil y experimentada en la batalla… pero Vhagar era más viejo, más feroz, y dos veces más grande. Septon Eustace nos dice que el Matarreyes estaba determinado en que ésta debía ser su victoria; él tenía ningún deseo de compartir la gloria con sus hermanos, ni con ningún otro hombre. Ni podría esperar hasta Aegon II se levantara de su cama para alzar su espada nuevamente; la regencia y gobierno eran de Aemond. Quince días después, de acuerdo con su resolución, el príncipe montó desde la Puerta de los Dioses a la cabeza de un ejército de cuatro mil hombres. Daemon Targaryen era demasiado viejo y experimentado en las batallas como para permanecer ocioso y permitirse estar encerrado dentro de los muros interiores, incluso tan macizos como los de Harrenhal. El príncipe todavía tenía amigos en Desembarco del Rey, y las noticias sobre los planes de su sobrino lo habían localizado incluso antes de que Aemond hubiera partido. Cuando se enteró que Aemond y Ser Criston Cole habían salido de Desembarco del Rey, se dice que el Príncipe Daemon se rió y dijo, “Llegó el momento,” porque él había anticipado este momento hace mucho tiempo. Una bandada de cuervos voló desde las torcidas torres de Harrenhal. 28

En otra parte del reino, Lord Walys Mooton lideraba a cien caballeros desde Poza de Doncella para unirse con los semi-salvajes Crabbs y Brunes de Punta Zarpa Rota y los Celtigar de la Isla Zarpa. A través de los bosques del pinos y colinas amortajadas por la niebla, se acercaron al Grajal, dónde su súbita aparición tomó por sorpresa a la guarnición. Después de volver a tomar el castillo, Lord Mooton llevó a sus hombres más valientes al campo en cenizas al oeste del castillo, para acabar con el dragón Sunfyre. Los asesinos del dragón habían traspasado fácilmente el cordón de guardias, quienes habían sido dejados allí para alimentar, servir, y proteger al dragón, pero el propio Sunfyre demostró ser más formidable de lo esperado. Los dragones son criaturas torpes en tierra, y el ala rasgada del gran dragón dorado le impedía volar. Los atacantes esperaban encontrar a la bestia cerca de la muerte. En cambio, la encontraron durmiendo, pero el ruido de espadas y el trueno de los caballos la despertaron rápidamente, y la primera lanza que la golpeó la enfureció. Viscoso por el barro, enroscado entre los huesos de innumerables ovejas, Sunfyre se retorció y se enrolló como una serpiente, su cola azotó la tierra, enviando explosiones de llamas doradas a sus atacantes cuando intentó volar. Tres veces subió, y tres veces cayó a tierra. Los hombres de Mooton lo atacaron con las espadas y lanzas y hachas, infligiéndole muchas heridas dolorosas… todavía cada ataque sólo parecía enfurecerlo aún más. El número de muertos triplicó a los sobrevivientes que habían huido. Entre los muertos se encontraba Walys Mooton, Lord de Poza de Doncella. Cuando su hermano Manfyrd encontró su cadáver una quincena después, no quedaba nada, salvo la carne carbonizada dentro de la armadura fundida, repleta de gusanos. Todavía, en ninguna parte en ese campo en cenizas, repleto de cadáveres de hombres valientes y quemados e hinchados cadáveres de cien caballos, logró Lord Manfyrd encontrar al dragón del Rey Aegon. Sunfyre se había ido. No estaban allí sus huellas, como ciertamente las hubiera encontrado si el dragón se hubiera arrastrado lejos. Al parecer, Sunfyre el Dorado había volado de nuevo… pero a dónde, ningún hombre viviente podría decirlo.

Entretanto, el Príncipe Daemon Targaryen se apresuró al sur en las alas de su dragón, Caraxes. Volando sobre la orilla occidental del Ojo de Dioses, bien fuera de la línea de la marcha de Ser Criston, él evadió al ejército enemigo, cruzó el río Aguasnegras, luego giró al este, siguiendo el río hacia Desembarco del Rey. Y en Rocadragón, Rhaenyra Targaryen se puso una armadura de fulgurantes escamas negras, montó a Syrax, y voló igual una tempestad azotando las aguas de la Bahía de Agusasnegras. A una gran altura sobre la ciudad, la reina y su príncipe consorte llegaron juntos, dando vueltas encima de la Colina Alta de Aegon. La visión de ellos incitó el terror en las calles de la ciudad debajo, y la gente rápidamente comprendió que el ataque sería espantoso. El príncipe Aemond y Ser Criston habían dejado Desembarco del Rey indefenso cuando partieron para volver a tomar Harrenhal… y el Matarreyes había llevado a Vhagar, la bestia terrorífica, 29

dejando sólo a Dreamfyre y un manojo de dragones muy jóvenes para oponerse a los dragones de la reina. Los dragones jóvenes nunca habían sido montados, y la Reina Helaena, el jinete de Dreamfyre, era una mujer destrozada moralmente; la ciudad se había quedado sin dragones. Miles de ciudadanos corrieron hacia las puertas de la ciudad acarreando a sus niños y posesiones mundanas en sus espaldas, buscando la seguridad en el campo. Otros excavaron hoyos y túneles debajo de sus cabañas, oscuros agujeros húmedos, dónde esperaron esconderse aunque la ciudad fuese quemada. Los alborotadores brotaron del Fondo de la Pulga. Cuando se vieron las velas de los barcos de la Serpiente del Mar al este en la Bahía de Aguasnegras, dirigiéndose al río, las campanas de cada septo en la ciudad empezaron a sonar, y las chusmas surgieron a través de las calles, saqueando cuanto podían. Murieron docenas de personas, antes de que los Capas Doradas lograron restaurar la paz. Con el Lord Protector y la Mano del Rey ausente, y el propio Rey Aegon quemado, postrado, y perdido en los sueños de opio, recayó en su madre, la Reina Viuda, velar por las defensas de la ciudad. La Reina Alicent subió el desafío, cerrando las puertas del castillo y de la ciudad, enviando los Capas Dorados a los muros, y despachando a jinetes montados sobre los caballos más veloces para encontrar al Príncipe Aemond y traerlo de regreso. También ordenó al Gran Maestre Orwyle enviar a los cuervos a los señores leales, convocándolos a defender a su verdadero rey. Sin embargo, cuando Orywle regresó a sus aposentos, se encontró con cuatro Capas Doradas esperándole. Un hombre amortiguó sus gritos, mientras los otros le pegaban y lo sujetaban. Con una bolsa puesta sobre su cabeza, el gran maestre fue escoltado abajo a las celdas negras. Los jinetes de la reina Alicent solo consiguieron llegar hasta las puertas, dónde fueron apresados por mas Capas Doradas. Su Gracia no supo que los siete capitanes que custodiaban las puertas, escogidos por su lealtad al Rey Aegon, habían sido encarcelados, o fueron asesinados. En ese momento apareció Caraxes en el cielo sobre la Fortaleza Roja… y debido a su jerarquía y legajo, la Guardia de la Ciudad todavía amaba a Daemon Targaryen quien los había comandado antiguamente. Ser Gwayne Hightower, el hermano de la reina, segundo a cargo de los Capas Doradas, corrió hacia los establos con la intención de hacer sonar la alarma; pero fue asido, desarmado, y arrastrado ante su comandante, Luthor Largent. Cuando Hightower lo acusó de ser un cambiacapas, Ser Luthor se rió. “Daemon nos dio estas capas,” dijo, “y son doradas, sin importar de qué modo te las pongas.” Entonces clavó su espada en el vientre de Ser Gwayne y ordenó abrir las puertas de la ciudad a los hombres que bajaban de los barcos de la Serpiente del Mar. A pesar de toda la preciada firmeza de sus muros, el Desembarco del Rey se desplomó en menos de un día. Una breve lucha sangrienta se emprendió en la Puerta del Río dónde trece Hightower armados caballeros, estaban al frente de cien hombres armados que no pertenecían a los Capas Doradas; y duraron cerca de ocho horas los 30

ataques entre ambos bandos, dentro y fuera de la ciudad, pero su heroísmo fue en vano, y los soldados de Rhaenyra ingresaron a través de las otras seis puertas sin custodia. La vista de los dragones de la reina en el cielo quitó el valor a la oposición, y los restantes miembros leales del Rey Aegon se ocultaron, o huyeron, o doblaron la rodilla. Uno por uno, los dragones hicieron su descenso. Sheepstealer descendió encima de la Colina de Visenya, Silverwing y Vermithor en la Colina de Rhaenys, cerca del Pozo Dragón. El príncipe Daemon rodeó las torres de la Fortaleza Roja antes de derrumbar a Caraxes en el patio exterior. Sólo cuando estuvo seguro que los defensores no ofrecerían ningún daño, hizo una señal a su esposa, la reina, para que descendiera en Syrax. Addam Velaryon permanecía arriba, sobre Seasmoke, volando alrededor de los muros de la ciudad, los golpes de sus anchas alas correosas sonaba como una advertencia para aquellos debajo, de que cualquier desafío podría ser enfrentado con fuego. Comprendiendo ya que la resistencia era inútil, la Reina Viuda Alicent salió del Torreón de Maegor con su padre, Ser Otto Hightower, Ser Tyland Lannister, y Lord Jasper Wylde el Ironrod. (Lord Larys Strong no estaba con ellos. El Consejero de los Rumores había ideado un plan para desaparecer de algún modo.) La reina Alicent intentó negociar con su hijastra. “Juntas deberíamos convocar un gran concilio, como lo hizo el Viejo Rey antaño,” dijo la Reina Viuda, “y exponer el asunto de la sucesión ante los señores del reino.” Pero la Reina Rhaenyra rechazó la propuesta con desdén. “Ambas sabemos qué decidiría este concilio.” Entonces ofreció a su madrastra escoger: rendirse, o ser quemada. Inclinando su cabeza y reconociendo su derrota, la Reina Alicent rindió las llaves del castillo, y pidió a sus caballeros y hombres de armas bajar sus espadas. “La ciudad es tuya, princesa,” se informa que había dicho, “pero no la sostendrás por mucho tiempo. Las ratas juegan cuando el gato se ha ido, pero mi hijo Aemond volverá con fuego y sangre.” Todavía el triunfo de Rhaenyra estaba lejos de ser completo. Sus hombres encontraron a la esposa de su rival, la Reina Helaena completamente loca, encerrada con llave en su alcoba… pero cuando abrieron las puertas de los apartamentos del rey, sólo descubrieron “su cama, vacía, y su bacinilla llena.” El Rey Aegon II había huido. Tampoco encontraron a sus niños, la Princesa Jaehaera de seis años y el Príncipe Maelor de dos, junto con los caballeros Willis Fell y Rickard Thorne de la Guardia del Rey. Ni siquiera la Reina Viuda parecía saber adónde habían ido, y Luthor Largent juró que ninguno había atravesado las puertas de la ciudad. No había ninguna manera de alejar al espíritu del Trono de Hierro, sin embargo. La Reina Rhaenyra no descansaría hasta que exigiera el asiento de su padre. Así que las antorchas se encendieron en el cuarto del trono, y la reina subió los pasos férricos y se sentó donde el Rey Viserys se había sentado antes que ella, y el Viejo Rey antes que él, y Maegor y Aenys y Aegon el Dragón en los viejos tiempos. Con el rostro 31

severo, todavía en su armadura, ella se sentó en lo alto, cuando cada hombre y mujer en la Fortaleza Roja fueron traídos a su presencia y se arrodillaron a sus pies, suplicando su perdón y le juraron sus vidas y espadas y honor como su reina. La ceremonia siguió durante toda esa noche. Era casi mediodía, cuando Rhaenyra Targaryen se levantó e hizo su descenso. Y cuando su señor esposo, el Príncipe Daemon la escoltó por el salón, se vieron los cortes en las piernas de Su Gracia y en la palma de su mano izquierda. Las gotas de sangre cayeron al suelo mientras ella caminaba, y los hombres sabios se miraron entre sí, aunque ninguno se atrevió decir la verdad en voz alta: el Trono de Hierro la había rechazado con desprecio, y sus días sobre el serían muy pocos. Todo esto estaba ocurriendo cuando el Príncipe Aemond y Ser Criston Cole se adentraban en las tierras de los ríos. Localizaron Harrenhal después de diecinueve días de marcha… y encontraron las puertas del castillo abiertas, y el Príncipe Daemon y toda su gente desaparecidos. El Príncipe Aemond había llevado a Vhagar detrás de la columna principal, pensando que su tío podría intentar atacarlos sobre Caraxes. Él llegó a Harrenhal un día después de Cole, y esa noche celebró una gran victoria; Daemon y su “escoria del río” había huido en lugar presentar batalla, proclamó Aemond. No obstante, cuando lo localizó la noticia de la caída de Desembarco del Rey, el príncipe se sintió tres veces necio. Su furia fue terrible.

Hacia el oeste de Harrenhal, la lucha continuaba en las tierras de los ríos, cuando avanzó el ejército de Lannister. La edad y enfermedad de su comandante, Lord Lefford, había retardado su marcha a un arrastramiento, pero cuando se acercaron a las orillas occidentales del Ojo de Dioses, se encontraron un nuevo gran ejército. Roddy la Ruina y sus Lobos Invernales se habían unido con Forrest Frey, Lord del Cruce, y Robb Rojo Ríos, conocido como Bowman de Árbol de Cuervos. El número de los norteños era de dos mil; Frey lideraba a doscientos caballeros y seiscientos soldados; Ríos trajo a trescientos arqueros a la batalla. Y mientras Lord Lefford se detuvo por un breve lapso para confrontar al enemigo, aparecieron más al frente y al sur dónde Longleaf, el Asesino de Leones, y una andrajosa banda de sobrevivientes de las batallas anteriores se habían unido a Lord Bigglestone, Chambers, y Perryn. Cogido entre estos dos enemigos, Lefford dudó en marchar contra cualquiera de ellos, por miedo a otra caída sobre su trasero. En cambio retrocedió hacia al lago, acampó allí, y envío los cuervos al Príncipe Aemond en Harrenhal, pidiendo su ayuda. Aunque tomaron vuelo una docena de pájaros, ninguno nunca localizó al príncipe; Robb Rojo Ríos, quien se consideraba el arquero más fino en todo Poniente, los bajó con sus flechas. Más hombres de los ríos se vieron al día siguiente, liderados por Ser Garibald Grey, Lord Jon Charlton, y el nuevo Lord de Arbol de Cuervos, Benjicot Blackwood de once años. Con sus filas acrecentadas por estos frescos reclutas, los hombres de la reina estaban de acuerdo que había llegado el tiempo de atacar. 32

“Es mejor acabar con estos leones antes de que lleguen los dragones,” dijo Roddy la Ruina.

La batalla terrestre más sangrienta de la Danza de Dragones empezó al día siguiente, al amanecer. En los anales de la Ciudadela es conocida como "La Batalla de Lakeshore", pero aquellos hombres que vivieron para contarlo, siempre fue "Fishfeed". Atacado desde tres flancos, los hombres de oeste retrocedieron paso a paso en las aguas del Ojos de Dioses. Centenares se murieron allí, tajados, y luchando entre los juncos; cientos más se ahogaron cuando intentaron huir. Por el anochecer, dos mil hombres estaban muertos, entre ellos muchos notables, incluyendo a Lord Frey, Lord Lefford, Lord Bigglestone, Lord Charlton, Lord Swyft, Lord Reyne, Ser Clarent Crakehall, y Ser Tyler Colina, el Bastardo de Lannisport. El ejército de Lannister estaba destruido y asesinado, pero el joven Ben Blackwood, el pequeño Lord de Árbol de Cuervos, lloró cuando vio los cúmulos de hombres muertos. Las pérdidas más dolorosas fueron sufridas por los norteños, pues los Lobos Invernales habían solicitado el honor de liderar el ataque, y habían cargado cinco veces contra las líneas de lanzas de los Lannister. Más de dos tercios de los hombres que habían montado al sur con Lord Dustin estaban muertos o heridos.

En Harrenhal, Aemond Targaryen y Criston Cole debatieron respecto del mejor plan para responder los ataques de la reina. Aunque la sede de Harren Negro era demasiado fuerte para ser tomada por asalto, y los señores de los ríos no se atrevieron a poner un asedio por miedo a Vhagar, los hombres del rey estaban escasos de comida y forraje, y habían perdido hombres y caballos por hambre y enfermedad. Sólo se podían observar campos teñidos de negro y pueblos quemados desde los macizos muros del castillo, y las expediciones buscando forraje que se aventuraron más allá, no volvieron. Ser Criston insistió en un retiro al sur, dónde el respaldo al rey Aegon era más fuerte, pero el príncipe se negó, diciendo, “Sólo un cobarde huye de los traidores.” La pérdida de Desembarco del Rey y el Trono Férrico lo había enfurecido, y cuando la noticia de Fishfeed llegó a Harrenhal, el Lord Protector casi había estrangulado al escudero que entregó las noticias. Sólo la intervención de su amante, Alys Ríos, había salvado la vida del muchacho. El Príncipe Aemond optaba por un ataque inmediato a Desembarco del Rey. “Ninguno de los dragones de la reina es un rival para Vhagar,” insistió. Ser Criston dijo que eso era una tontería. “Uno contra seis es una pelea de necios, mi príncipe,” declaró. “Permítanos marchar al sur,” instó una vez más, “y unir sus fuerzas con las de Lord Hightower.” El Príncipe Aemond podría reunirse con su hermano Daeron y su dragón. El Rey Aegon había escapado de las garras de Rhaenyra, esto es lo que ellos supieron, y posiblemente podría haber ido a buscar a Sunfyre y se uniría a sus hermanos. Y 33

quizás sus amigos dentro de la ciudad, también podrían encontrar una manera de liberar a la Reina Helaena, entonces ella podría llevar a Dreamfyre a la batalla. Quizás cuatro dragones podrían prevalecer contra seis, si uno era Vhagar. El Príncipe Aemond se negó a considerar el “curso cobarde.” Ser Criston y el Príncipe Aemond decidieron partir por diferentes caminos. Cole comandaría su ejército y los llevaría al sur para unirse con Ormund Hightower y el Príncipe Daeron, pero el Príncipe Regente no los acompañaría. En cambio él quiso luchar su propia guerra, haciendo llover el fuego sobre los traidores desde el aire. Antes o después, “la reina perra” mandaría un dragón o dos para detenerlo, y Vhagar los destruiría. “Ella no se atreverá a enviar a todos sus dragones,” Aemond insistió. “Eso dejaría a Desembarco del Rey desnudo y vulnerable. Ni pondría en riesgo a Syrax, o a su dulce hijo. Rhaenyra puede llamarse reina, pero tiene las partes femeninas, el corazón débil de una mujer, y los miedos de una madre.”

Y así fue como el Hacedor de Reyes y el Matarreyes partieron, cada uno hacia su propio destino, mientras en la Fortaleza Roja, la Reina Rhaenyra Targaryen recompensó a sus amigos, e infligió salvajes castigos a aquellos que habían servido a su medio hermano. Se anunciaron grandes recompensas por la información que llevaría a la captura “del usurpador que se llama Aegon II,” su hija Jaehaera, su hijo Maelor, “los caballeros falsos” Willis Fell y Rickard Thorne, y Larys Strong, el Patizambo. Cuando eso no produjo el resultado deseado, Su Gracia envió grupos de cazadores, “caballeros inquisidores” para buscar a los “los traidores y bribones” que se habían escapado, y castigar a cualquier hombre que les habría ayudado. La Reina Alicent fue encadenada de la muñeca y tobillo con cadenas doradas, aunque su hijastra le perdonó la vida “por nuestro padre que la amó una vez.” Su propio padre fue menos afortunado. Ser Otto Hightower, quien había servido a tres reyes como Mano, fue el primer traidor en ser decapitado. Ironrod fue el segundo, todavía insistiendo que por ley el hijo de un rey debe venir antes que su hija. En cambio, Ser Tyland Lannister fue entregado a los verdugos para ser torturado, con la esperanza de recuperar algo del tesoro de la corona. Ni Aegon, ni su hermano Aemond habían sido amados por la gente de la ciudad, y muchos ciudadanos habían dado la bienvenida al retorno de la reina… pero el amor y el odio son dos caras de la misma moneda, y cuando más cabezas frescas empezaron a aparecer a diario en las púas sobre las puertas de la ciudad, acompañadas por cada vez más exigentes impuestos, la moneda se volteó. La chica que aclamaron una vez como el Deleite del Reino se había convertido en una mujer avara y vengativa, dijeron, reina tan cruel como cualquier rey anterior. Un bromista llamó a Rhaenyra “Rey Maegor con tetas,” y durante cien años después de esto “las Tetas de Maegor” era una maldición común entre los ciudadanos. Con la ciudad, castillo, y trono en su posesión, defendido por no menos que seis dragones, Rhaenyra se sintió bastante segura como para enviar a por sus hijos. Una docena de buques pusieron la vela desde Rocadragón, llevando a las damas de la 34

reina y a su hijo Aegon el Joven. Rhaenyra nombró al chico su escanciador, para que nunca pudiera estar lejos de ella. Otra flota salió de Puerto Gaviota con el Príncipe Joffrey, el último de los tres hijos de la reina y Laenor Velaryon, junto con su dragón Tyraxes. Su Gracia empezó a hacer planes para una pródiga celebración para marcar la instalación formal de Joffrey como el Príncipe de Rocadragón y heredero al Trono de Hierro. En la plenitud de su victoria, Rhaenyra Targaryen no sospechó que le quedaban pocos días. Y todavía, cada vez que se sentaba en el Trono de Hierro, sus hojas crueles hacían sangrar sus manos y brazos y piernas, una señal que todos podían leer.

Más allá de las paredes de la ciudad, las luchas continuaron a lo largo de los Siete Reinos. En las tierras de los ríos, Ser Criston Cole abandonó Harrenhal, marchando al sur a lo largo de la orilla occidental del Ojo de Dioses, con ciento treinta y seis hombres (la muerte, enfermedades, y deserción habían enrarecido las filas de los que habían montado en Desembarco del Rey). El Príncipe Aemond ya había partido, volando sobre Vhagar. Ya sin ataduras con el castillo o ejército, el príncipe tuerto era libre de volar adonde quisiera. Era una guerra como Aegon el Conquistador y sus hermanas habían emprendido una vez, luchado con fuego de dragón, haciendo que Vhagar descendiera del cielo de otoño una y otra vez sobre las desiertas tierras y pueblos y castillos de los señores del río. La Casa Darry fue la primera en conocer la cólera del príncipe. Los hombres que trabajaban en la cosecha fueron quemados, o huyeron cuando las cosechas ardieron, y el Castillo de Darry se consumió en un torbellino de fuego. Lady Darry y sus hijos más jóvenes lograron sobrevivir resguardándose en las bóvedas debajo del castillo, pero su esposo y su heredero murieron en las almenas, junto con dos veintenas de sus espadas juradas y arqueros. Tres días después, dejó humeante el Pueblo de Lord Harroway. Lord’s Mill, Blackbuckle, Buckle, Claypool, Swynford, Spiderwood… la furia de Vhagar cayó en cada uno, hasta que la mitad las tierras de los ríos estaban ardiendo. Ser Criston Cole también enfrentó los fuegos. Cuando él condujo a sus hombres al sur a través de las tierras de los ríos, el humo se elevaba por delante y detrás de él. Cada pueblo, al que llegaba, encontraba quemado y abandonado. Su columna se movió a través de los bosques de árboles muertos, dónde habían estado los bosques vivientes pocos días antes, cuando los señores de los ríos prendieron hogueras a todo lo largo de sus filas de marcha. En cada arroyo, estanque y pueblo él encontró la muerte: los caballos muertos, las vacas muertas, los hombres muertos, hinchados y hediendo, aguas fétidas. En otra parte sus exploradores se encontraron con un cuadro horrible: los cadáveres acorazados estaban sentados bajo los árboles en podridas prendas de vestir, en una burla grotesca de un banquete. Eran hombres que se habían caído en la batalla, cráneos sonrientes debajo de los timones oxidados y su verde y podrida carne desprendida de sus huesos. Cuatro días después de abandonar Harrenhall, empezaron los ataques. Arqueros escondidos entre los árboles, escogiendo a los jinetes rezagados y rastreadores. Más 35

hombres se murieron. Los hombres que se quedaron en la retaguardia y nunca fueron vistos de nuevo. Los hombres huyeron, abandonando sus escudos y lanzas para desaparecer en los bosques. Los hombres se pasaron al enemigo. En el pueblo de los Olmos Cruzados encontraron otro de los horribles banquetes. Familiarizados con cosas así, los jinetes de Ser Criston hicieron muecas y siguieron marchando, sin prestar atención a los muertos pudriéndose… hasta que los cadáveres saltaron y cayeron sobre ellos. Una docena se murió antes de que comprendieran que todo había sido una táctica. Y todo esto no fue sino un preludio, porque los Lores del Tridente habían estado reuniendo sus fuerzas. Cuando Ser Criston dejó atrás el lago, siguiendo la orilla de Aguasnegras, los encontró esperándolo encima de un cerro pedregoso; trescientos caballeros montados con las armaduras, y tantos hombres con lanzas; tres mil arqueros, tres mil rudos hombres de los ríos con lanzas, cientos de norteños blandiendo hachas, mazos, mazas con clavos y antiguas espadas de hierro. Anteriormente sus blasones volaron con los estandartes de la Reina Rhaenyra. La batalla que siguió era tan unilateral como cualquiera en la Danza. Lord Roderick Dustin levantó un cuerno de guerra a sus labios y sonó el ataque, y los hombres de la reina vinieron, gritando bajando del cerro, liderados por los Lobos Invernales en sus lanudos caballos norteños y los caballeros en sus corceles blindados. Cuando Ser Criston fue atacado y cayó muerto, los hombres que lo habían seguido desde Harrenhal perdieron el valor. Se desmadraron y huyeron, lanzando sus escudos a un lado. Sus enemigos vinieron después, reduciéndolos por centenares.

En el Día de la Doncella por el año 130 CA, la Ciudadela de Antigua envió a trescientos cuervos blancos anunciando la llegada del invierno, pero éste era el gran verano para la Reina Rhaenyra Targaryen. A pesar del descontento de los ciudadanos de Desembarco del Rey, la ciudad y corona eran suyas. Por el Mar Angosto, los Triarchy habían empezado a destrozarse. Las aguas pertenecían a la Casa Velaryon. Aunque la nieve había cerrado los caminos a través de las Montañas de la Luna, la Doncella del Valle había demostrado ser fiel a su palabra, enviando a los hombres por el mar para unirse a los ejércitos de la reina. Otras flotas trajeron a los guerreros del Puerto Blanco, liderados por los hijos de Lord Manderly, Medrick y Torrhen. El poder de la Reina Rhaenyra aumentaba, mientras el del Rey Aegon había menguado. Todavía ninguna guerra puede contarse como ganada cuando los enemigos permanecen invictos. El Hacedor de Reyes, Ser Criston Cole, había sucumbido, pero en alguna parte del reino Aegon II, el rey que él había hecho, seguía vivo y libre. Asimismo, la hija de Aegon, Jaehaera. Larys Strong, el Patizambo, el miembro más enigmático y hábil del concilio verde, había desaparecido. El Bastión de Tormentas todavía estaba en manos de Lord Borros Baratheon, un enemigo de la reina. Los Lannister también habían estado entre los enemigos de Rhaenyra, aunque con Lord Jason muerto, y la parte mayor de la caballería del oeste asesinada o dispersada, Roca Casterly estaba en el desorden considerable. 36

El Príncipe Aemond se había vuelto el terror del Tridente, descendiendo del cielo para hacer llover fuego y muerte en las tierras de los ríos, desapareciendo luego, sólo para atacar de nuevo al día siguiente cincuenta leguas más lejos. Las llamas de Vhagar redujeron a cenizas Sauce Viejo y Sauce Blanco, y Hogg Hall a piedras teñidas de negro. En Merrydown Dell, treinta hombres y trescientas ovejas se murieron por el fuego del dragón. El Matarreyes regresó entonces inesperadamente a Harrenhal, dónde quemó cada estructura de madera del castillo. Seis caballeros y dos veintenas de soldados perecieron intentando matar a su dragón. Cuando se expandieron las noticias de estos ataques, otros señores observaban el cielo con miedo, preguntándose quién podría ser el siguiente. Lord Mooton de Poza de Doncella, Lord Darklyn de Duskendale, y Lord Blackwood de Árbol de Cuervos enviaron mensajes urgentes a la reina, pidiéndole que envíe a sus dragones para defender sus pertenencias. No obstante, la más grande amenaza al reino de Rhaenyra no era Uno-ojo Aemond, si no su hermano menor, el Príncipe Daeron el Daring, y el gran ejército sureño liderado por Lord Ormund Hightower. El ejército de Hightower había cruzado el Mander, y estaba avanzando lentamente hacia Desembarco del Rey, aplastando a los leales de la reina dondequiera que estuviesen tratando de impedir su avance, y forzando a cada señor a doblar la rodilla y adicionar su propia hueste. Volando sobre Tessarion por delante de la columna principal, el Príncipe Daeron había demostrado ser inestimable como explorador, advirtiendo a Lord Ormund de los movimientos enemigos y atrincheramientos. A menudo, los hombres de la reina desaparecían al vislumbrar las alas de la Reina Azul en vez de enfrentar el fuego del dragón en la batalla.

Enterado de todas estas amenazas, la Mano de la Reina Rhaenyra, el anciano Lord Corlys Velaryon, sugirió a Su Gracia que había llegado el tiempo de hablar. Él instó a la reina que ofreciera perdones a Lord Baratheon, Hightower y Lannister, si ellos doblaban sus rodillas, juraban su lealtad, y ofrecían rehenes al Trono de Hierro. La Serpiente del Mar propuso permitir que la Fe se encargara de las acusaciones contra la Reina Alicent y la Reina Helaena, para que ellas pudieran pasar el resto de sus vidas en la oración y contemplación. Ella podría tomar a Jaehaera, la hija de Helaena como su pupila, y a su debido tiempo casarla con el Príncipe Aegon el Joven, ligando las dos mitades de la Casa Targaryen juntas una vez más. “¿Y qué de mis medio hermanos?” Rhaenyra exigió, cuándo la Serpiente del Mar le expuso este plan. “¿Qué de este falso rey Aegon, y el matarreyes Aemond? ¿Me harías perdonarlos también, a ellos, que robaron mi trono y mataron a mis hijos?” “Perdónalos, y envíalos al Muro,” contestó Lord Corlys. “Déjalos tomar el negro y que vivan sus vidas como los hombres de la Guardia de la Noche, ligados por los sagrados votos.” “¿Qué es los votos de juramentos rotos?” La Reina Rhaenyra exigió. “Sus votos no les preocuparon cuando tomaron mi trono.” 37

El Príncipe Daemon apoyó los recelos de la reina. “Los perdones a los rebeldes y traidores sólo sembrarían las semillas de las futuras rebeliones,” afirmó. “La guerra acabará cuando las cabezas de los traidores estarán montadas en las púas sobre la Puerta del Rey, y no antes.” Aegon II se encontrará con el tiempo, “escondido debajo de alguna piedra,” pero ellos podían y debían llevar a la guerra a Aemond y Daeron. Deben destruirse los Lannister y Baratheon también, para poder entregar sus tierras y castillos a hombres que habían demostrado más lealtad. “Otorgaríamos Bastión de Tormentas a Ulf Blanco y Roca Casterly a Hugh el Martillo,” propuso el príncipe… para el horror de la Serpiente del Mar. “La mitad de los señores de Poniente se volverán contra nosotros si somos tan crueles como para destruir a dos antiguas y nobles casas,” dijo Lord Corlys. Le tocó a la reina escoger entre su consorte y su Mano. Rhaenyra decidió tomar un camino medio. Ella enviaría mensajeros al Bastión de Tormentas y Roca Casterly, ofreciendo “condiciones justas” y perdones… después de haber acabado con los hermanos del usurpador que estaban en el campo en su contra. “Una vez que estén muertos, los demás doblarán la rodilla. Matando a sus dragones, yo podría montar sus cabezas en las paredes de mi salan del trono. Dejaré que los hombres los observen por los años por venir, para que puedan conocer el costo de la traición.” Desembarco del Rey no debía quedar indefenso, eso era seguro. La Reina Rhaenyra permanecería en la ciudad con Syrax, y sus hijos, Aegon y Joffrey, no deberían ponerse en riesgo. Joffrey, de trece años, estaba ávido por demostrar ser un guerrero; y cuando se dijo que Tyraxes era necesario para ayudar a su madre a proteger la Fortaleza Roja en caso de un ataque, el chico juró solemnemente hacerlo también. Addam Velaryon, el heredero de la Serpiente del Mar, también permanecería en la ciudad, con Seasmoke. Tres dragones eran suficientes para defender Desembarco del Rey; los demás entrarían en la batalla. El príncipe Daemon llevaría a Caraxes al Tridente, junto con la chica Nettles y Sheepstealer, encontraría al Príncipe Aemond y Vhagar y acabaría con él. Ulf Blanco y Hugh Hammer volarían a Ladera, a unas cincuenta leguas al sudoeste de Desembarco del Rey, la última fortaleza leal entre Lord Hightower y la ciudad, para ayudar en la defensa del pueblo y castillo y destruir al Príncipe Daeron y Tessarion.

El Príncipe Daemon Targaryen, y la pequeña chica oscura llamada Nettles, intentaron cazar a Uno-ojo Aemond sin éxito. Se habían situado en Poza de Doncella, debido a la invitación de Lord Manfryd Mooton que vivía aterrorizado de que Vhagar descendiera en su pueblo. En cambio el Príncipe Aemond atacó a Stonyhead, en las colinas de las Montañas de la Luna; a Sweetwillow en Forca Verde y Sallydance en Forca Roja; redujo Bowshot Bridge a las ascuas, quemó Old Ferry y Crone’s Mill, y destruyó Bechester, desapareciendo siempre en el cielo antes de que los cazadores pudieran llegar. Vhagar nunca se demoraba por mucho tiempo, y ni los sobrevivientes estaban de acuerdo a menudo hacia donde el dragón había volado. 38

Cada amanecer Caraxes y Sheepstealer volaban de Pozo de Doncella, subiendo muy alto sobre las tierras de los ríos cada vez ensanchando los círculos con la esperanza de descubrir a Vhagar debajo… sólo para volver derrotados al crepúsculo. Lord Mooton se atrevió a sugerir que los jinetes de dragones dividieran su búsqueda, para cubrir la superficie dos veces. El Príncipe Daemon se negó. Vhagar era el último de los tres dragones que habían venido a Poniente con Aegon el Conquistador y sus hermanas, le recordó a su señoría. Aunque era más lenta de lo que había sido un siglo antes, ella había crecido tan grande como el Terror Negro. Sus fuegos eran bastante calientes para fundir la piedra, y ni Caraxes, ni Sheepstealer podrían igualar su ferocidad. Sólo juntos podían esperar combatirla. Y por eso él cuidó de tener a la muchacha Nettles a su lado, día y noche, en el cielo y en el castillo.

Entretanto, al sur, la batalla llegó a Ladera en el río Mander, un prospero pueblo dedicado al comercio. El castillo en lo alto del pueblo era robusto pero pequeño, guarnecido por no más de cuarenta hombres, pero miles más habían venido de Puenteamargo, Granmesa, y del sur más lejano. La llegada de un fuerte ejército de señores de los ríos aumentó sus tropas, y atiesó su resolución. Todos relataban que las fuerzas reunidas bajo los estandartes de la Reina Rhaenyra en Ladera sumaban cerca de nueve mil hombres. Los hombres de la reina eran fuertemente excedidos en números por Lord Hightower. Sin ninguna duda, la llegada de los dragones Vermithor y Silverwing con sus jinetes eran muy bienvenidos por los defensores de Ladera. Poco pudieron ellos saber sobre los horrores que les esperaban.

Cómo y cuándo y por qué se ha vuelto conocido como las Traiciones de Ladera sigue siendo un tema de mucha discusión, y la verdad de todo lo que pasó probablemente se conocerá nunca. Al parecer, es cierto de aquellos que inundaron el pueblo, huyeron antes de la llegada del ejército de Lord Hightower, pero en realidad era una parte de ese ejército, una avanzada para infiltrar las filas de los defensores. Aun así, sus traiciones habrían sido contadas como nimias, si no fuese por Ser Ulf Blanco y Ser Hugh Martillo, quienes escogieron este momento para cambiar su fidelidad. Como ningún hombre podía leer ni escribir, nunca sabremos qué movió a los Dos Traidores (como la historia los ha llamado) para hacer lo que hicieron. De la Batalla de Ladera sabemos mucho más, sin embargo.

Seis mil hombres de la reina se formaron para enfrentar a Lord Hightower en el campo, y lucharon valientemente durante un tiempo, pero una lluvia de flechas de los arqueros de Lord Ormund aguó sus filas, y un ataque ensordecedor por su caballo de guerra los fracturó, enviando a los sobrevivientes a correr de regreso hacia los muros del pueblo. Cuando la mayoría de los sobrevivientes estaban seguros dentro de las puertas, Roddy la Ruina y sus Lobos Invernales salieron de una puerta de la poterna, vociferando el terrorífico alarido norteño de guerra cuando barrieron en torno al 39

flanco izquierdo de los asaltantes. En el caos que siguió, los norteños se abrieron camino a través de diez veces su propio número hacia dónde Lord Ormund Hightower estaba sentado en su caballo de guerra debajo del dragón dorado del Rey Aegon y los estandartes de Antigua y Hightower. Como los cantantes lo cuentan, Lord Roderick estaba ensangrentado de la cabeza a los pies, cuando llegó con el escudo astillado y el yelmo resquebrajado, todavía tan ebrio de la batalla, que ni siquiera parecía sentir sus heridas. Ser Bryndon Hightower, el primo de Lord Ormund, se situó entre el norteño y su soberano, cercenándole el brazo del escudo de la Ruina desde el hombro con un terrible tajo de su espada… todavía el salvaje Lord del Fuerte Túmulo siguió luchando, matando a Ser Bryndon y Lord Ormund, antes de morir. Los estandartes de Lord Hightower fueron volcados, y los pueblerinos gritaron en su gran alegría, pensando que la marea de la batalla había virado. Ni siquiera la aparición de Tessarion por el campo los desanimó, porque sabían que tenían dos dragones propios… pero cuando Vermithor y Silverwing subieron en el cielo y soltaron sus fuegos sobre Ladera, esa alegría se transformó en alaridos. Ladera fue envuelto en llamas: las tiendas, casas, septos, la gente, todo. Los hombres se desplomaban quemados desde la caseta del guardabarrera y almenas, o tropezaban chillando a través de las calles igual antorchas vivientes. Los Dos Traidores azotaron el pueblo con látigos de llamas de un extremo al otro. El saqueo que siguió era tan salvaje como cualquiera en la historia de Poniente. Ladera, el próspero pueblo de mercaderes, fue reducido a cenizas y ascuas, para nunca ser reconstruido. Miles se quemaron, y otros tantos murieron ahogados, cuando intentaron nadar en el río. Algunos dirían después, que eran los afortunados, pues no hubo piedad para los sobrevivientes. Los hombres de Lord Footly arrojaron sus espadas y se rindieron, sólo para ser amarrados y decapitados. Las mujeres del pueblo, que sobrevivieron los fuegos, fueron violadas repetidamente, incluso las chicas jóvenes de ocho y diez años. Pasaron a los ancianos y a los chicos por la espada, mientras los dragones se alimentaron con los retorcidos cadáveres humeantes de sus víctimas.

Aproximadamente en este momento llegó una maltrecha barcaza mercantil de nombre Nessaria, cojeando al puerto debajo de Rocadragón para efectuar las reparaciones y cargar provisiones. Ella había estado retornando de Pentos a Vieja Volantis, cuando una tormenta la desvió del curso, dijo su tripulación… pero a esta canción común de peligro del mar, los Volantenes agregaron una nota anómala. Cuando Nessaria giró hacia el oeste, el Monte Dragón apareció por delante de ellos, grande contra la puesta del sol… y los marineros vieron a dos dragones luchando, sus rugidos retumbando desde los empinados negros precipicios de las humeantes laderas orientales de la montaña. En cada taberna, posada y burdel a lo largo del muelle el cuento fue relatado, retocado, y adornado, hasta que cada hombre en Rocadragón lo había oído. Los dragones eran una maravilla para los hombres de Vieja Volantis; la vista de dos en la batalla era algo que los hombres de Nessaria nunca olvidarían. Los nacidos y engendrados en Rocadragón habían crecido con tales bestias… aun así, la historia de los marineros excitó su interés. 40

A la mañana siguiente algunos pescadores locales llevaron sus barcazas alrededor del Monte Dragón, y volvieron para informar sobre señales de los restos quemados y rotos de un dragón muerto al pie de la montaña. Por el color de sus alas y escamas, era el cadáver de Fantasma Gris. El dragón estaba rasgado en dos pedazos y había sido devorado parcialmente. Al oír estas noticias, Ser Robert Quince, el obeso, amable y afamado caballero, a quien la reina había nombrado castellano de Rocadragón a su partida, fue rápido en acusar a Caníbal como el asesino. La mayoría estuvo de acuerdo, porque el Caníbal era famoso por atacar a los dragones más pequeños en el pasado, aunque raramente tan salvajemente. Algunos entre los pescadores, temiendo que el asesino podría regresar y atacarlos la próxima vez, propusieron que Quince despachara a los caballeros a la morada de la bestia y acabaran con él, pero el castellano se negó. “Si no lo molestamos, el Caníbal no nos molestará,” declaró. Para asegurarse, prohibió pescar en las aguas debajo la ladera oriental del Monte Dragón dónde yacía el putrefacto cadáver del dragón.

Entretanto, en la orilla occidental de la Bahía de Aguasnegras, la noticia de la batalla y traición en Ladera había alcanzado Desembarco del Rey. Se dijo que la Reina Viuda Alicent se rió cuando la oyó. “Todo lo que han sembrado, ahora van a cosechar,” ella prometió. En el Trono de Hierro, la Reina Rhaenyra empalideció y se desmayó, y ordenó cerrar y trabar las puertas de la ciudad; de aquí en adelante, a nadie le sería permitido entrar o dejar Desembarco del Rey. “No permitié a ningún cambiacapas en mi ciudad abrir mis puertas a los rebeldes,” proclamó. El ejército de Lord Ormund podría estar fuera de sus muros al día siguiente, o el día después; los traidores, semillas de dragón, podrían llegar incluso antes. Esta perspectiva excitó al Príncipe Joffrey. “Déjalos venir,” el chico anunció, “yo me los encontraré sobre Tyraxes.” Tal comentario alarmó a su madre. “No lo harás,” declaró. “Eres demasiado joven para la batalla.” Aun así, ella le permitió permanecer en el concilio negro para discutir qué era lo mejor para tratar con el enemigo que se estaba aproximando. Seis dragones permanecían en Desembarco del Rey, pero el único dentro de las paredes de la Fortaleza Roja era su propio ella-dragón de la reina, Syrax. Un establo en el patio exterior fue vaciado de los caballos y entregado para su uso. Las cadenas pesadas la sujetaban a la tierra. Aunque se tardaba bastante tiempo moverla del establo al patio, las cadenas le impedían salir volando sin jinete. Syrax se había acostumbrado durante mucho tiempo a las cadenas; sumamente bien alimentada, ella no había cazado durante años. Todos los otros dragones estaban contenidos en Pozo Dragón, la colosal estructura que el Rey Maegor el Cruel había construido estrictamente para ese propósito. Bajo su gran domo, se habían tallado cuarenta enormes bóvedas subterráneas debajo de la Colina de Rhaenys en forma de un gran anillo. Las gruesas 41

puertas férricas cerraban estas cuevas artificiales por ambos lados; las puertas internas enfrentando las arenas del hoyo, la apertura exterior enfrentaban la ladera. Caraxes, Vermithor, Silverwing, y Sheepstealer habían hecho sus nidos allí antes de salir volando para batallar. Ahora moraban cinco dragones: Tyraxes del príncipe Joffrey, Seasmoke el gris pálido de Addam Velaryon; los dragones jóvenes Morghul y Shrykos, ligados a Princesa Jaehaera (huida) y a su gemelo el Príncipe Jaehaerys (muerto)… y Dreamfyre, el amado de la Reina Helaena. Desde hace mucho tiempo existía la costumbre de que por lo menos un jinete de dragón resida en el hoyo, para ser capaz de subir en defensa de la ciudad en caso de presentarse esa necesidad . Cuando la Reina Rhaenyrs prefirió mantener a sus hijos a su lado, ese deber recayó en Addam Velaryon. Pero ahora se elevaron voces en el concilio negro cuestionando la lealtad de Ser Addam. Las semillas de dragón Ulf el Blanco y Hugh el Martillo se habían deslizado al lado enemigo… ¿pero eran los únicos traidores entre ellos? ¿Qué de Addam de Hull y la chica Nettles? Ellos también habían nacido bastardos. ¿Podrían confiar en ellos? Lord Bartimos Celtigar pensó que no. “Los bastardos son traicioneros por naturaleza,” dijo. “Está en su sangre. La traición viene tan fácilmente de un bastardo, como la lealtad de los hombres de nacimiento legítimo.” Él instó a Su Gracia detener inmediatamente los dos jinetes de dragones de baja cuna, antes de que también pudiesen unirse al enemigo con sus dragones. Otros estuvieron de acuerdo con su sugerencia, entre ellos Ser Luthor Largent, comandante de la Guardia de la Ciudad, y Ser Lorent Marbrand, Lord Comandante de la Guardia Real. Incluso los dos hombres del Puerto Blanco, el aterrador caballero Ser Medrick Manderly y su inteligente y corpulento hermano Ser Torrhen, instaron a la reina a desconfiar de ellos. “Es mejor no darles ninguna oportunidad,” dijo Ser Torrhen. “Si el enemigo gana dos dragones más, estamos perdidos.” Sólo Lord Corlys habló en defensa de las semillas de dragón, declarando que Ser Addam y su hermano Alyn eran “verdaderos Velaryon,” los herederos dignos de Marcaderiva. En cuanto a la chica, aunque podría ser fea y estar sucia, había luchado valientemente en la Batalla de Gaznate. “Igual que los dos traidores,” respondió Lord Celtigar. Las apasionadas protestas de la Mano habían sido en vano. Se habían despertado todos los miedos y sospechas de la reina. Ella había sido traicionada tan a menudo, por tantos, que era rápida en creer lo peor de cualquier hombre. La alevosía ya no tenía el poder de sorprenderla. Ella la había estado esperarlo, incluso de aquellos que amaba más. La Reina Rhaenyra ordenó a Ser Luthor Largent conducir a veinte Capas Doradas al Pozo Dragón y arrestar a Ser Addam Velaryon. Y de este modo hizo que la traición engendrase más traición, para la destrucción de la reina. Cuando Ser Luthor Largent y sus Capas Doradas montaron a la Colina de Rhaenys con la orden de aprehensión de la reina, las puertas del Pozo Dragón se abrieron sobre ellos, y Seasmoke extendió sus pálidas alas grises y tomó vuelo, con 42

el humo subiendo de sus orificios nasales. Ser Addam Velaryon había sido prevenido a tiempo para poder escapar. Frustrado y furioso, Ser Luthor regresó en seguida a la Fortaleza Roja, dónde irrumpió en la Torre de Mano y puso sus ásperas manos sobre el anciano Lord Corlys, acusándolo de alevosía. El anciano no lo negó. Amarrado y abatido, pero todavía silencioso, él fue bajado a los calabozos y arrojado en una celda negra para esperar el juicio y la ejecución. Mientras tanto, las historias de la matanza en Ladera estaban extendiéndose a través de la ciudad… y con ellas el terror. Desembarco del Rey podría ser el siguiente, comentaba la gente. El dragón lucharía con el dragón, y en ese momento la ciudad se quemaría ciertamente. Temerosos del enemigo aproximándose, centenares intentaron huir, sólo para ser alejados de las puertas por los Capas Doradas. Entrampados dentro de los muros de la ciudad, algunos buscaron el resguardo en los profundos sótanos contra la tormenta de fuego que temieron estaba viniendo, si bien otros se volvieron hacia la oración, bebida, y los placeres entre los muslos de una mujer. Por el anochecer, las tabernas de la ciudad, burdeles, y septos estaban repletos a reventar de hombres y mujeres que buscan solaz, o escape, o intercambiar cuentos de horror.

Una clase diferente de caos reinaba en Ladera, a sesenta leguas al sudoeste. Aunque el Desembarco de Rey se acobardó por el terror; los enemigos a los que temían, todavía seguían marchando hacia la ciudad, pero los leales del Rey Aegon se encontraban sin dirigentes, asediados por la división, conflicto y duda. Ormund Hightower estaba muerto, junto con su primo Ser Bryndon, el principal caballero de Antigua. Sus hijos permanecían lejos en Hightower a mil leguas, y, además, eran chicos verdes. Y aunque Lord Ormund había llamado a Daeron Targaryen “Daeron el Osado” y alabó su valor en la batalla, el príncipe todavía era un muchacho. Siendo el más joven de los hijos del Rey Aegon, él había crecido a la sombra de sus hermanos mayores, y valía más siguiendo las órdenes, que dándolas. El mayor de los Hightower, que permanecía con el ejército, era Ser Hobert, otro de los primos de Lord Ormund, a quien se le asignó el cuidado de la caravana del equipaje. Un hombre “tan robusto como lento,” Hobert Hightower había vivido sesenta años sin distinguirse, no obstante ahora él presumió de comandar el ejército por el derecho de su parentesco con la Reina Alicent.

Raramente algún pueblo, o ciudad en la historia de los Siete Reinos a sido sometido a tan largo, o cruel, o salvaje saqueo como Ladera después de Las Traiciones. El Príncipe Daeron se sintió enfermó por todo lo que vio y ordenó a Ser Hobert Hightower ponerle fin a esto, pero los esfuerzos de Hightower demostraron ser tan ineficaces como el hombre. Los peores crímenes eran aquellos cometidos por los Dos Traidores, los jinetes de dragones de baja cuna, Hugh el Martillo y Ulf el Blanco. Ser Ulf se entregó completamente a la embriaguez, ahogándose en vino y carne. Aquellos que no le agradaron fueron entregados a su dragón. El título de caballero que la Reina 43

Rhaenyra le había conferido, ya no le bastaba. Ni tampoco cuando el Príncipe Daemon lo nombró Lord de Puenteamargo. White tenía un premio mayor en la mente: él deseaba nada menos que una sede en Altojardin, declarando que los Tyrell no habían tomado ninguna parte en la Danza, y por consiguiente deberían ser tratados como traidores. Las ambiciones de Ser Ulf deben considerarse modestas, comparadas con aquéllas de su compañero cambiacapas, Hugh el Martillo. El hijo de un herrero, Hammer era un hombre grande, con las manos tan fuertes, que se decía que era capaz de torcer las barras de acero de las antorchas. Aunque principalmente inexperto en el arte de la guerra, su tamaño y fuerza le hicieron un enemigo temerario. Su arma predilecta era el un martillo de guerra con el que daba golpes aplastantes, mortales. En la batalla él montó a Vermithor, una vez la montura del Viejo Rey; de todos los dragones en Poniente, sólo Vhagar era más viejo, o más grande. Por todas estas razones, Lord Hammer (como se llamaba ahora a si mismo) empezó a soñar con coronas. “¿Por qué soy un lord, cuándo puedo ser un rey?” le dijo a los hombres que empezaron a reunirse a su alrededor. Ninguno de los Dos Traidores parecía estar ansioso de ayudar al Príncipe Daeron para apurar un ataque a Desembarco del Rey. Ellos tenían un gran ejército, y tres dragones además, sin embargo, la reina tenía tres dragones también (como bien sabían), y tendría cinco si el Príncipe Daemon regresaba con Nettles. Lord Peake prefirió posponer cualquier avance hasta que Lord Baratheon pudiera enviar sus huestes desde el Bastión de Tormentas para unírselos; aunque Ser Hobert deseaba retirarse al Dominio para llenar sus suministros muy disminuidos. Ninguno parecía estar preocupado de que su ejército estaba encogiéndose todos los días, fundiéndose igual el rocío de la mañana, cuando cada vez más hombres desertaban, robando en las casas y cosechas, con todo el pillaje que podrían llevar.

Largas leguas al norte, en un castillo sobre la Bahía de Cangrejos, otro señor se encontró también resbalando al borde de una espada. Del Desembarco del Rey llegó un cuervo trayendo el mensaje de la reina a Manfryd Mooton, Lord de Poza de Doncella: él debía entregar la cabeza de Nettles, la chica bastarda, que se decía se había vuelto la amante del Príncipe Daemon y a quién, por consiguiente, la reina había juzgado culpable de alta traición. “Ningún daño se le hará a mi señor esposo, el Príncipe Daemon de la Casa Targaryen,” Su Gracia ordenó. “Enviádmelo de regreso cuando se cumpla el hecho, porque le necesitamos con urgencia.” El Maestre Norren, guardián de las Crónicas de Poza de Doncella, relató que cuando su señoría leyó la carta de la reina, temblaba tanto, que perdió la voz. No retornó hasta que hubiera bebido tres jarras de vino. Entones Lord Mooton envió a por el capitán de su guardia, su hermano, y su campeón, Ser Florian Greysteel. Él rogó a su maestre también estar presente. Cuando todos se habían congregado, les leyó la carta y pidió su consejo. 44

“Esta cosa se hace fácilmente,” dijo el capitán de su guardia. “El príncipe duerme al lado de ella, pero él ha envejecido. Tres hombres deberían ser suficientes para dominarlo si él intentara interferir, pero yo llevaré a seis para asegurarme. ¿Mi señor desea que esto se haga esta noche?” “Seis hombres, o sesenta, todavía es Daemon Targaryen,” objetó el hermano de Lord Mooton. “Un trago con somníferos en su vino de la tarde sería el curso más sabio. Cuando despierte, la encontrará muerta.” “La muchacha es solo una niña, no obstante culpable por sus traiciones,” dijo Ser Florian el anciano caballero, gris, canoso y duro. “El Viejo Rey nunca habría pedido esto de ningún hombre honorable.” “Éstos son tiempos inmundos,” Lord Mooton dijo, “y esta es una opción inmunda que esta reina me ha dado. La chica es una invitada bajo mi techo. Si yo obedezco, Poza de Doncella será maldecida para siempre. Si me niego, nosotros seremos los traidores y destruidos.” A lo que su hermano contestó, “El probable que seremos destruidos por cualquier opción que tomemos. El príncipe está muy apegado a esta niña oscura, y su dragón siempre está cerca. Un señor sabio los mataría a ambos, antes de que el príncipe haga arder Poza de Doncella en su furia.” “La reina ha prohibido hacerle algún daño a él,” Lord Mooton les recordó, “y asesinando a dos invitados en sus camas es dos veces infringir las reglas, que asesinar a uno solo. Yo seré maldecido doblemente.” Luego suspiró y dijo, “Desearía nunca haber leído esta carta.” Y Maester Norren, dijo, “Quizás usted nunca lo hizo.”

Lo que se dijo después de eso se desconoce. Todo que nosotros sabemos, es que esa noche, el maestre, un hombre joven de veintidós años, se encontró con el Príncipe Daemon y la chica Nettles en su cena, y les mostró la carta de la reina. Después de leer la carta, el Príncipe Daemon dijo, “las palabras de una reina, la obra de una puta.” Entonces sacó su espada y preguntó si los hombres de Lord Mooton estuvieran esperando detrás de la puerta para aprehenderlos. Cuando el maestre le dijo que había venido solo y en secreto, el Príncipe Daemon envainó su espada, diciendo, “Usted es un mal maestre, pero un buen hombre,” y entonces pidió que los dejara solos, ordenándole que “no diga una palabra de esto al señor, ni a nadie hasta el día siguiente.” Cómo el príncipe y su chica bastarda pasaron la noche bajo el techo de Lord Mooton no fue registrado, pero cuando llego el alba, aparecieron juntos en el patio, y el Príncipe Daemon ayudó a Nettles a ensillar a Sheepstealer una última vez. Era su costumbre alimentarlo cada día antes de volar; los dragones son dominados más fácilmente por su jinete cuando están llenos. Esa mañana ella le alimentó con un carnero negro, el más grande en toda Poza de Donclla, embutiendo la carne en su garganta ella misma. Cuando montó sobre su dragón, sus prendas de cuero estaban manchadas con sangre, recordó Maestre Norren, y “sus mejillas estaban manchadas con lágrimas.” Ninguna palabra de adiós se dijo entre el hombre y la doncella, pero cuando Sheepstealer plegó sus coriáceas alas castañas y subió en el cielo del alba, Caraxes levantó su cabeza y pegó tal bramido, que estrelló cada ventana en la Torre de Junquillo. Desde una gran altura sobre el pueblo, Nettles dirigió a su dragón hacia 45

la Bahía de Cangrejos, y desapareció en las neblinas de la mañana, para nunca ser vista de nuevo en la corte o el castillo. Daemon Targaryen simplemente regresó al castillo el tiempo suficiente para tomar su ayuno con Lord Mooton. “Ésta es la última vez que me verá,” le dijo a su señoría. “Le agradezco su hospitalidad. Permita que se conozca a través de todas sus tierras que yo volaré hacia Harrenhal. Si mi sobrino Aemond se atreve a enfrentarme, él me encontrará allí, solo.” Y así, el Príncipe Daemon partió de Poza de Doncella por última vez. Cuando se había ido, el Maestre Norren fue a su señor y le dijo, “Tome la cadena de mi cuello y áteme las manos. Usted necesita entregarme a la reina. Cuando yo advertí a un traidor y le permití escapar, me volví un traidor también.” Lord Mooton se negó. “Guarde su cadena,” dijo su señoría. “Todos somos traidores aquí.” Y esa noche, los estandartes de la Reina Rhaenyra, que volaban sobre las puertas de Poza de Doncella, fueron descolgados y los dragones dorados del Rey Aegon II ocuparon su lugar.

Ningún estandarte volaba sobre las torres ennegrecidas del arruinado castillo de Harrenhal, cuando el Príncipe Daemon descendió del cielo para tomar el castillo. Unos intrusos habían encontrado el resguardo en las profundas bóvedas y celdas del castillo, pero el sonido de las alas de Caraxes les obligó a huir. Cuando el último se hubo ido, Daemon Targaryen paseó solitario por los cavernosos salones del asiento de Harren, sin más compañero que su dragón. Cada noche, al crepúsculo, él acuchillaba el árbol corazón en el bosque de dioses marcando el paso de otro día. Todavía podrían verse trece marcas en ese árbol de azud; heridas viejas, profundas y oscuras, y todavía, los señores que han gobernado Harrenhal desde los días de Daemon, dicen que vuelven a sangran todas las primaveras.

En el decimocuarto día de la vigilia del príncipe, una sombra apareció sobre del castillo, más negra que cualquier nube de paso. Todos los pájaros en el bosque de dioses tomaron vuelo aterrados, y un viento caliente fustigó las hojas caídas en el patio. Vhagar había venido por fin, y en su lomo montaba el príncipe Un-Ojo Aemond Targaryen, en armadura negra como la noche y ribeteada en oro. Él no había venido solo. Alys Ríos volaba con él, su largo cabello negro vertiéndose detrás, su vientre inflado con el niño. El Príncipe Aemond rodeó dos veces las torres de Harrenhal, entonces Vhagar bajó en el patio exterior a cien yardas de Caraxes. Los dragones se miraron ominosamente, y Caraxes extendió sus alas y siseó, las llamas bailando en sus dientes. El príncipe ayudó a su mujer bajar del lomo de Vhagar, entonces se volvió para enfrentar a su tío. “Tío, he oído que has estado buscándonos.” “Sólo a ti,” respondió Daemon. “¿Quién te dijo dónde encontrarme?” 46

“Mi señora,” contestó Aemond. “Ella te vio en una nube de tormenta, en un charco montañoso al crepúsculo, en el fuego que encendimos para cocinar nuestra cena. Ella ve mucho y más, mi Alys. Eres un necio al venir solo.” “Si no estuviera solo, tú no habrías venido,” dijo Daemon. “Aun así aquí estas, y aquí estoy. Has vivido demasiado tiempo, tío.” “En eso estamos de acuerdo,” Daemon contestó. Entonces el príncipe mayor indicó a Caraxes doblar su cuello y subió firmemente en su lomo, mientras el príncipe más joven besó a su mujer y se acercó a Vhagar, teniendo cuidado de sujetar las cuatro cortas cadenas entre el cinturón y silla de montar. Daemon dejó que sus propias cadenas se balanceen en el aire. Caraxes siseó nuevamente, llenando el aire de llamas, y Vhagar contestó con un rugido. Como uno, ambos dragones brincaron al cielo. El Príncipe Daemon subió a Caraxes rápidamente, azotándolo con un látigo con puntas de acero, hasta que ambos desaparecieran en un banco de nubes. Vhagar, más viejo y mucho más grande, también era más lento por su mismo tamaño, y ascendió más gradualmente, ensanchando los círculos elevándose encima de las aguas del Ojo de Dioses. Era el atardecer, el sol estaba cerca de cenit, y el lago estaba tranquilo, su superficie brillando como una hoja de cobre pulido. Arriba y arriba ella voló, buscando a Caraxes, cuando Alys Ríos, situada sobre la Torre de la Pira del Rey en Harrenhal, miró hacia abajo. El ataque llegó súbito como un rayo. Caraxes se zambulló sobre Vhagar con un chillido penetrante, que se oyó alrededor de una docena de millas, cubierto por la luz intensa de la puesta del sol, y por el lado ciego del Príncipe Aemond. El Blood Wyrm atacó al dragón más viejo con una fuerza terrible. Sus rugidos resonaron por el Ojo de Dioses, cuando ambos se trenzaron y rasgaron entre si, oscuros contra el cielo rojo como sangre. Así de brillantes eras sus llamas que los pescadores debajo temieron que las nubes habían cogido el fuego. Enroscados, los dragones fueron cayendo hacia el lago. Las mandíbulas de Blood Wyrm se cerraron sobre el cuello de Vhagar, sus negros dientes hundidos profundamente en la carne del dragón más grande. Mientas las garras de Vhagar le abrían su barriga, y los dientes de Vhagar le arrancaban un ala, Caraxes mordió más y más profundamente en la herida, mientras el lago se acercaba debajo de ellos a una velocidad terrible. Y fue entonces, los cuentos nos dicen, que el Príncipe Daemon Targaryen giró una pierna por encima de su silla de montar y brincó de un dragón al otro. En su mano tenía la Hermana Oscura, la espada de la Reina Visenya.. Cuando Uno-ojo Aemond lo miró aterrorizado, manoseando las cadenas que lo ataban a su silla de montar, Daemon arrancó el yelmo de su sobrino y clavó la espada en su ojo ciego, tan duramente, que la punta salió por la parte de atrás de la garganta del joven príncipe. Instantes después, los dragones golpearon el lago, enviando una ola de agua tan alta, que se decía que había sido tan alta como la Torre de la Pira del Rey. Ni el jinete, ni el dragón podrían sobrevivir tal impacto, dijeron los pescadores que lo habían presenciado. Ni lo hicieron. Caraxes vivió el tiempo suficiente para arrastrarse hacia la tierra. Destripado, con un ala colgando de su cuerpo y las humeantes aguas del lago envolviéndole, Blood Wyrm encontró la fuerza para arrastrarse hacia la orilla del lago, expirando bajo los 47

muros de Harrenhal. El cadáver de Vhagar se zambulló al fondo del lago; la sangre caliente de la herida abierta en su cuello hizo hervir el agua en su último lugar de descanso. Cuando fue encontrado algunos años después de finalizar la Danza de Dragones, los huesos acorazados del Príncipe Aemond aún permanecían encadenados a su silla de montar, con el puño de la Hermana Oscura clavado profundamente a través de la cuenca de su ojo. El Príncipe Daemon murió también, de eso no podemos dudar. Nunca se encontraron sus restos, pero hay corrientes raras en ese lago, y también peces hambrientos. Los cantantes nos dicen que el príncipe mayor sobrevivió a la caída y después regresó con la chica Nettles, y pasó el resto de sus días a su lado. Tales historias crean canciones encantadoras, pero una historia pobre. Era el día veintidoseno de la quinta luna del año 130 CA, cuando los dragones bailaron y murieron sobre el Ojo de Dioses. Daemon Targaryen tenía cuarenta y nueve años el día de su muerte; el Príncipe Aemond sólo veinte. Vhagar, el más grande de los dragones de los Targaryen desde la muerte de Balerion el Terror Negro, había contado ciento ochenta y un años sobre la tierra. Así había muerto la última criatura viviente desde los días de la Conquista de Aegon, que el crepúsculo y la oscuridad de la maldita sede de Harren Negro habían tragado. Algunos testigos lo relataron antes de que la noticia sobre el Príncipe Daemon y su último lugar de la batalla se volviera extensamente conocida.

En Desembarco del Rey, la Reina Rhaenyra se encontraba más aislada que nunca con cada nueva traición. Addam Velaryon, sospechoso de ser un cambiacapas, había huido antes de que pudiera ser interrogado. Pidiendo el arresto de Addam Velaryon, ella había perdido no sólo un dragón y un jinete, si no la Mano de la Reina también… y más de la mitad el ejército que había navegado desde Rocadragon para apoderarse del Trono de Hierro eran, de hecho, los hombres juramentados a la Casa Velaryon. Cuando se conoció que Lord Corlys languidecía en un calabozo bajo la Fortaleza Roja, ellos empezaron a abandonar su causa por centenares. Algunos se dirigieron a la Plaza de Cobble para unirse las multitudes reunidas allí; aunque otros se resbalaron a través de las puertas de la poterna, o encima de los muros, intentando regresar a Marcaderiva. Ni podía confiar en aquellos que se quedaron a su lado. Ese mismo día, no mucho tiempo después del ocaso, otro horror visitó la corte de la reina. Helaena Targaryen, hermana, esposa, y reina del Rey Aegon II y madre de sus hijos, se arrojó de su ventana en el Torreón de Maegor, muriendo empalada en las púas férricas debajo que bordeaban el foso seco. Ella tenía veintiún años. Por el anochecer, un cuento más siniestro se estaba contando en las calles y callejas de Desembarco del Rey, en las posadas y burdeles y comercios, incluso en los septos santos. Se murmuraba que la Reina Helaena había sido asesinada delante de sus hijos. El Príncipe Daeron y sus dragones estarían pronto en las puertas, y con ellos el fin del reino de Rhaenyra. La vieja reina estaba decidida a que su media hermana más joven no debía vivir, así que había enviado a Ser Luthor Largent, quien había cogido a Helaena con sus grandes y fuertes manos y la había arrojado por la ventana hacia las púas debajo. 48

El rumor del “asesinato” de la Reina Helaena pronto recorrió la mitad del Desembarco del Rey. Que tal rumor se haya creído tan rápidamente, mostraba a las claras que la ciudad se había vuelto contra su reina una vez amada. Rhaenyra fue odiada; Helaena había sido amada. Ni la gente común de la ciudad se había olvidado del cruel asesinato del Príncipe Jaehaerys por Sangre y Queso. El final de Helaena había sido misericordiosamente veloz; una de las púas se clavó en su garganta y ella murió sin un sonido. En el momento de su muerte, encima de la Colina de Rhaenys, su dragón Dreamfyre subió de repente con un rugido que agitó el Pozo Dragón, agitando las cadenas que la confinaban. Cuando la Reina Alicent fue informada de la muerte de su hija, ella desgarró sus vestidos y envió una maldición horrible a su rival. Esa fue la noche en la que Desembarco del Rey se alzó en un sangriento tumulto.

El alboroto empezó en las callejas y callejones de Fondo de la Pulga, cuando los hombres y mujeres fluyeron de las tabernas, los hoyos de ratas, y tiendas de comida por centenares, furiosos, ebrios y asustados. De allí los alborotadores se extendieron a lo largo de la ciudad, reclamando justicia para los príncipes muertos y su madre asesinada. Se volcaron carretas y carros, las tiendas y casas se saquearon y quemaron. Los Capas Doradas, que intentaron sofocar las rebeliones, fueron abatidos y golpeados salvajemente. Nadie fue perdonado, de nacimiento alto o bajo. Arrojaron basura a los señores y los caballeros fueron jalados de sus sillas de montar. Lady Darla Deddings vio a su hermano Davos apuñalado en un ojo cuando él intentó defenderla de tres ebrios que intentaron violarla. Marineros impedidos de regresar a sus barcos atacaron la Puerta del Río y lucharon con la Guardia de la Ciudad. Le tomó a Ser Luthor Largent y cuatrocientas lanzas poder dispersarlos. Por entonces la mitad de la puerta había sido tajada en pedazos y cien hombres estaban muertos o agonizando y un cuarto de ellos eran los Capas Doradas. En la Plaza Cobbler se oían los sonidos del alboroto desde cada distrito. La Guardia de la Ciudad había llegado con todo su poder de quinientos hombres ataviados en negras cotas de malla, gorras de acero, y largas capas doradas, armados con espadas cortas, lanzas y garrotes con clavos. Se formaron en el lateral sur de la plaza, detrás de una pared de escudos y lanzas. A la cabeza montaba Ser Luthor Largent en un caballo de guerra blindado, con una larga espada en su mano. La vista de él fue suficiente para enviar a centenares de regreso a los callejones y callejas y calles laterales. Cientos más huyeron cuando Ser Luthor ordenó avanzar a los Capas Doradas. Sin embargo, diez mil se quedaron. La presión era tan espesa, que muchos, quiénes podrían haber huido, se encontraron incapaces de moverse libremente, eran empujados y pisoteados. Otros avanzaron, con los brazos en alto, y empezaron a gritar y maldecir, cuando las lanzas avanzaron al golpe lento de un tambor. “Dejen pasar, malditos necios,” Ser Luthor rugió. “Vayan a sus casas. No se les hará ningún daño. ¡Vayan a sus casas!” 49

Algunos comentaron después, que el primer hombre que murió era un panadero que gruñó de sorpresa cuando una punta de lanza agujereó su carne y vio que su delantal se ponía rojo. Otros afirman que era una pequeña chica, pisada por el caballo de guerra de Ser Luthor. Una piedra voló de la muchedumbre, golpeando a un lancero en la frente. Se oyeron gritos y maldiciones, llovieron palos y piedras y orinales desde las azoteas; un arquero en la plaza empezó a soltar sus flechas. Una antorcha fue arrojada a un guardia, y rápidamente su capa dorada estaba ardiendo. Los Capas Doradas eran hombres grandes, jóvenes, fuertes, disciplinados, bien armados y bien acorazados. Por veinte yardas o más, su pared de escudos los sostuvo, y ellos cortaron un camino sangriento a través de la muchedumbre, dejando muertos y agonizantes a su alrededor. Pero eran sólo quinientos, y se habían reunido docenas de miles de revoltosos. Un guardia cayó, luego otro. De repente los alborotadores estaban pasando a través de los huecos en las filas, atacando con cuchillos y piedras, incluso con los dientes, pululando encima de la Guardia de la Ciudad y alrededor de sus flancos, atacando desde atrás, arrojando tejas desde los techos y balcones. La batalla se volvió galimatías, se volvió matanza. Rodeados por todos lados, los Capas Doradas se encontraron desbordados y derribados, sin el espacio para manejar sus armas. Muchos se murieron por las puntas de sus propias espadas. Otros fueron rasgaron en pedazos, pateados hasta la muerte, pisoteados, tajados con las azadas y hachas de carnicero. Ni siquiera el terrorífico Ser Luthor Largent logró escapar de la carnicería. Empuñando su espada, Largent fue jalado de su silla de montar, apuñalado en los intestinos, y apaleado hasta la muerte; su yelmo y cabeza estaban tan aplastados, que fue reconocido sólo por el tamaño de su cuerpo, cuando los carros de los cadáveres vinieron al día siguiente. Durante esa noche larga, el caos siguió en la mitad de la ciudad, aunque señores y reyes extraños, en medio del desorden, reñían por el liderazgo. Un caballero errante llamado Ser Perkin del Fondo de la Pulga coronó a su propio escudero Trystane, un jovencito de dieciséis años, declarando que era un hijo natural del difunto Rey Viserys. Cualquier caballero puede hacer a un caballero, y cuando Ser Perkin empezó a nombrar caballeros a cada mercenario, ladrón, e hijo de carnicero que se reunieron bajo el astroso estandarte de Trystane, aparecieron centenares de hombres y chicos para plegarse a su causa. Al repuntar el alba, los fuegos estaban ardiendo a lo largo de la ciudad, la Plaza Cobbler estaba repleta de cadáveres, y las bandas de hombres sin ley recorrían el Fondo de la Pulga, irrumpiendo en los comercios y casas y atacando a cada persona honrada que encontraban. Los sobrevivientes Capas Doradas se habían retirado a sus cuarteles, aunque los caballeros callejeros, reyes bufones, y dementes profetas gobernaban las calles. Se asemejaban a las cucarachas; los peores huían antes de la primera luz del día, retirándose a los agujeros y sótanos para dormir sus borracheras, distribuir sus pillajes, y lavar la sangre de sus manos. Los Capas Doradas en la Puerta Vieja y la Puerta del Dragón siguieron bajo el mando de sus capitanes, Ser Balon Byrch y Ser Garth El Labio Leporino, y al mediodía habían logrado restaurar 50

alguna semejanza de orden en las calles al norte y al este de la Colina de Rhaenys. Ser Medrick Manderly, llevando a cien hombres del Puerto Blanco, hizo lo mismo en el nordeste del área de la Colina Alta de Aegon, debajo de la Puerta de Hierro. El resto del Desembarco del Rey permanecía en caos. Cuando Ser Torrhen Manderly llevó a sus norteños a Hook, encontraron la Plaza de Fishermonger y River Row repleta de caballeros callejeros de Ser Perkin. En la Puerta del Río, el harapiento estandarte “del Rey” Trystane volaba sobre los almenas, mientras que los cuerpos del capitán y tres de su sargentos colgaban de la caseta del guardabarrera. La restante guarnición del “Mudfoot” se había ido con Ser Perkin. Ser Torrhen perdió un cuarto de sus hombres abriéndose camino de regreso a la Fortaleza Roja… todavía la sacó barata, comparado con Ser Lorent Marbrand, quien llevó a cien caballeros y hombres armados al Fondo de la Pulga. Dieciséis volvieron. Ser Lorent, Lord Comandante de la Guardia de la Reina, no se encontraba entre ellos. Por el atardecer, Rhaenyra Targaryen se encontró dolorosamente asediada; su reino en ruinas. La reina se había enfurecido cuando supo que Poza de Doncella se había unido al enemigo; que la chica Nettles había huido y que su propio amado consorte la había traicionado, y ella tembló cuando Lady Mysaria le advirtió de la llegada de la oscuridad, que esta noche sería peor que la anterior. Al alba, cien hombres la asistieron en el Salón del Trono, pero, uno por uno, se marcharon. Su Gracia oscilaba entre la furia y desesperación, aferrándose tan desesperadamente al Trono de Hierro, que al atardecer ambas manos estaban ensangrentadas. Ella ordenó a Ser Balon Byrch de los Capas Doradas, capitán de la Puerta de Hierro, enviar cuervos a Invernalia y al Nido de Águilas implorando por más ayuda; ordenó el decreto de proscripción contra los Mooton de Poza de Doncella, y nombró al joven Ser Glendon Goode Lord Comandante de la Guardia de la Reina. (Aunque de sólo veinte años de edad, y un miembro de las Espadas Blancas, Goode se había distinguido durante la revuelta en el Fondo de la Pulga. Era él quién devolvió el cuerpo de Ser Lorent, para impedir que los alborotadores lo saqueen.) Aegon el Joven estaba siempre junto su madre, pero raramente decía una palabra. El Príncipe Joffrey, de trece, llevaba puesta la armadura de escudero y le pidió a la reina que le permitiera montar al Pozo Dragón y montar a Tyraxes. “Yo quiero luchar por ti, Madre, como lo hicieron mis hermanos. Déjame demostrar que soy tan valiente como ellos.” Sus palabras sólo ahondaron la resolución de Rhaenyra, sin embargo. “Valientes eran, y muertos están, ambos. Mis muchachos dulces.” Y una vez más, Su Gracia le prohibió al príncipe dejar el castillo. Con la puesta del sol, los bichos del Desembarco del Rey salieron más una vez de sus agujeros de ratas, boquetes ocultos y sótanos, en cantidades aun mayores que la noche anterior. En la Puerta del Río, Ser Perkin festejaba con sus caballeros callejeros con la comida robada y luego los llevó por la orilla del río, saqueando los muelles y almacenes y cualquier barco que estuviese amarrado. Aunque el Desembarco del Rey alardeaba de muros macizos y robustas torres, estos habían sido diseñados para rechazar los ataques del exterior de la ciudad, no desde el interior de sus muros. La 51

guarnición en la Puerta de los Dioses era especialmente débil, cuando su capitán y un tercio de sus hombres habían muerto con Ser Luthor Largent en la Plaza Cobbler. Aquellos que quedaban, muchos heridos, fueron superaron fácilmente por las hordas de Ser Perkin. En menos de una hora, la Puerta del Rey y la Puerta del León también estaban abiertas. Los Capas Doradas habían huido de la primera, aunque la otra, la de “los leones” había sido destrozada por la chusma. Tres de las siete puertas de Desembarco del Rey estaban abiertas a los enemigos de Rhaenyra. La amenaza más horrible a la regencia de la reina evidenció estar dentro de la ciudad, sin embargo. Por el anochecer, otra muchedumbre se había reunido en la Plaza Cobbler, dos veces más populosa y tres veces más terrible que la noche anterior. Igual que la reina, la chusma estaba observando el cielo con miedo, temiendo que los dragones del Rey Aegon llegarían antes del amanecer, con un ejército detrás. Ya no creían que la reina pudiera protegerlos. Cuando un manco profeta loco, llamado el Pastor, empezó a delirar en contra de los dragones, no sólo contra los que estaban viniendo a atacarlos, sino contra todos los dragones por todas partes, la muchedumbre, medio enloquecida también, lo escuchó. “Cuando los dragones lleguen,” él chilló, “sus carnes serán quemadas y ampolladas y se volverán cenizas. Sus esposas bailarán en prendas de fuego, chillando cuando arderán; lujuriosas y desnudas bajo las llamas. Y verán llorar a sus niños pequeños, llorando hasta que sus ojos se derretirán y resbalarán como jalea por sus caras; hasta que sus carnes rosadas se vuelvan negras y crepitarán en sus huesos. El Extraño viene, él viene, él viene, para flagelarnos por nuestros pecados. Las oraciones no pueden frenar su furia, no más que las llamas de dragones pueden apagar las lágrimas. Sólo la sangre puede hacerlo. Su sangre, mi sangre, tu sangre.” Entonces él levantó el muñón de su brazo derecho, y apuntó hacia la Colina de Rhaenys detrás de él, al Pozo Dragón, negro contra las estrellas. “Allí moran los demonios, allí. Ésta es su ciudad. ¡Para hacerla suya, primero deben destruirlos! ¡Para limpiarse de pecado, primero deben bañarse en la sangre de dragón! ¡Sólo con la sangre los fuegos del infierno se apagaran!” De diez mil gargantas subió un grito. “¡Matarlos! Matarlos!” Y como alguna inmensa bestia con diez mil piernas, los corderos del Pastor empezaron a moverse, empujando y avanzando, ondeando las antorchas, blandiendo espadas y cuchillos y otras armas más rudimentarias, caminando y corriendo a través de las calles y callejas hacia el Pozo Dragón. Algunos lo pensaron mejor y se marcharon a sus casas, pero por cada hombre que se alejó, aparecieron tres más para unirse a estos asesinos de dragones. Cuando alcanzaron la Colina de Rhaenys, el número de revoltosos se había duplicado. En la cima de la Colina Alta de Aegon, al otro lado de la ciudad, la Reina observaba desplegarse el ataque desde el techo del Torreón de Maegor con sus hijos y miembros de su corte. La noche era negra y nublada; las antorchas tan numerosas, que era como si todas las estrellas hubieran bajado del cielo para atacar el Pozo Dragón. 52

En cuanto se había enterado de la noticia de que la enfurecida muchedumbre estaba en marcha, Rhaenyra envió a los jinetes hacia Ser Balon en la Puerta Vieja y hacia Ser Garth en la Puerta del Dragón, ordenándoles dispersar la chusma y defender a los dragones reales… pero con la ciudad en tal tumulto, era bastante dudoso creer que los jinetes habían logrado pasar a través de la muchedumbre. Aun cuando pudieran hacerlo, los leales Capas Doradas eran demasiado pocos para tener cualquier esperanza de éxito. Cuando el Príncipe Joffrey suplicó a su madre permitirle montar con sus propios caballeros y los del Puerto Blanco, la reina se negó. “Si ellos toman esa colina, esta será la siguiente,” dijo. “Necesitaremos cada espada aquí para defender el castillo.” “Ellos matarán a los dragones,” dijo el Príncipe Joffrey, angustiado. “O los dragones los matarán,” su madre dijo, impasible. “Déjalos quemarse. El reino no los extrañará por mucho tiempo.” “Madre, ¿que si ellos matan a Tyraxes?” dijo el príncipe joven. La reina no lo creyó. “Ellos son bichos. Borrachos y necios y ratas del canal. Una poco de fuego de dragón y ellos correrán.” A lo que Champiñón, el bufón de la corte respondió, diciendo, “Borrachos pueden ser, pero un hombre ebrio no conoce el miedo. Necios, sí, pero un necio puede matar a un rey. Ratas también, pero mil ratas pueden derrumbar un oso. Yo lo vi pasar una vez, allí en el Fondo de la Pulga.” Su Gracia retrocedió hacia los parapetos. Sólo cuando los guardias en el techo oyeron el rugido de Syrax, no habían reparado en que el príncipe se había escabullido. “No,” oyeron a la reina decir, “yo lo prohíbo, lo prohíbo,” pero en el mismo momento que lo dijo, su dragón salió volando del patio; por la mitad un latido del corazón apareció encima de las almenas del castillo, luego se lanzó en la noche con el hijo de la reina aferrado en su lomo, con una espada en la mano. “Detrás de él,” Rhaenyra gritó, “todos ustedes, cada hombre, cada muchacho, a los caballos, a los caballos, persíganlo. Devuélvanlo, devuélvanlo, él no sabe. Mi hijo, mi dulce, mi hijo…” Pero era demasiado tarde.

No pretenderemos comprender la atadura entre el dragón y su jinete; las cabezas más sabias han ponderado ese misterio durante siglos. Sabemos, sin embargo, que los dragones no son caballos, para ser montados por cualquier hombre que arroja una silla de montar en su lomo. Syrax era el dragón de la reina. Ella nunca había conocido a otro jinete. Aunque conocía al Príncipe Joffrey por la vista y olor, una presencia familiar manoseando sus cadenas no provocó ninguna alarma, sin embargo, el gran ella-dragón amarillo no quería sentirlo a horcajadas sobre ella. En su prisa por estar lejos antes de ser detenido, el príncipe había subido en Syrax sin el beneficio de la silla de montar o látigo. Su intento, debemos presumir, o era volar con Syrax a la batalla o, más probablemente, cruzar la ciudad hasta Pozo Dragón y soltar a su propio Tyraxes. También, quizás él quiso soltar a los otros dragones del pozo. 53

Joffrey nunca alcanzó la Colina de Rhaenys. Una vez en el aire, Syrax se retorció debajo de él, luchando por liberarse de este jinete poco familiar. Y desde abajo, las piedras y lanzas y flechas volaron hacia él de las manos de los alborotadores, incluso enloqueciendo aún más al dragón. A doscientos pies sobre el Fondo de la Pulga, el Príncipe Joffrey se resbaló del lomo del dragón y se zambulló a la tierra. Cerca de una juntura de cinco callejas, el príncipe tuvo un sangriento final. En primer lugar, él chocó contra un techo empinado, antes de rodar y caer otros cuarenta pies entre una lluvia de tejas rotas. Nos dicen que su caída le rompió la espalda; los fragmentos de tablas llovieron sobre él como cuchillos; que su espada se soltó de su mano y agujereó su vientre. En el Fondo de la Pulga, los hombres hablan todavía de la hija de un fabricante de velas llamada Robin, que acunó al destrozado príncipe en sus brazos y le dio consuelo cuando él se murió; pero hay más de leyenda, que de historia en ese cuento. “Madre, perdóname,” Joffrey dijo supuestamente, con su último aliento… aunque los hombres todavía discuten de si él estaba hablando de su madre la reina, u orando a la Madre. Y así pereció Joffrey Velaryon, el Príncipe de Rocadragón y heredero al Trono de Hierro, el último de los hijos de Reina Rhaenyra y Laenor Velaryon… o el último de sus bastardos por Ser Harwin Strong, dependiendo en que verdad uno escoge creer. Y así, mientras la sangre fluía en las callejas del Fondo de la Pulga, otra batalla bramaba alrededor del Pozo Dragón, encima de la Colina de Rhaenys.

Champiñón no estaba equivocado: de hecho, los enjambres de ratas hambrientas derrumban toros y osos y leones, cuando son suficientes. No importa a cuántos el toro, o el oso pudieran matar, siempre hay más, mordiendo las patas de la gran bestia, aferrándose a su barriga, corriendo por su espalda. Y eso ocurrió esa noche. Estas ratas humanas estaban armadas con lanzas, hachas, garrotes con clavos, y con cincuenta clases de otras armas, incluyendo arcos y ballestas. Los Capas Doradas de la Puerta del Dragón, obedeciendo la orden de la reina, emergieron de sus cuarteles para defender la colina, pero se encontraron incapaces de pasar a través de la chusma, y retrocedieron, aunque el mensajero enviado a la Puerta Vieja nunca llegó. El Pozo Dragón tenía su propio contingente de guardias, pero eran pocos, y fueron pronto sobrepasados y asesinados, cuando la chusma acometió a través de las puertas (las puertas principales muy altas, reforzadas con hierro y bronce eran demasiado sólidas; pero el edificio tenía algunas entradas menores) y entraron, trepando por las ventanas. Quizás los amotinados esperaban matar a los dragones mientras dormían, pero el estruendo del ataque lo hizo imposible. Aquellos que vivieron para contarlo después, relataron los gritos, el olor de sangre en el aire, el ruido de las puertas de roble y hierro astilladas bajo los golpes de bastos espolones e innumerables hachas. “Raramente tantos hombres corren tan ávidamente hacia sus piras fúnebres,” escribió después Gran Maester Munkun, “pero una locura se apoderó de ellos.” Había cuatro dragones alojados dentro del Pozo Dragón. Cuando entró el primero de los agresores, saltando en las arenas, los cuatro se despertaron, despiertos, e irritados. 54

Ninguna de las dos crónicas está de acuerdo en cuántos hombres y mujeres murieron esa noche bajo el gran domo del Pozo Dragón: doscientos o dos mil. Por cada hombre que pereció, diez sufrieron quemaduras y aun así, algunos sobrevivieron. Entrampados dentro del hoyo, cercados por los muros y cúpula, y sujetos con gruesas cadenas, los dragones no podían volar lejos, o usar sus alas para evadir los ataques y atacar a sus enemigos. En cambio, lucharon con los cuernos y garras y dientes, girando igual los toros en un agujero de ratas del Fondo de la Pulga… pero estos toros podían respirar fuego. El Pozo Dragón se transformó en un infierno ardiente, dónde los hombres ardientes se tambaleaban gritando a través del humo, la carne desprendiéndose de sus huesos ennegrecidos; pero por cada hombre que se moría, aparecían diez más, gritando que los dragones debían morir. Y los mataron, uno por uno. Shrykos fue el primer dragón en sucumbir, matado por un guardabosques conocido como Hobb el Picapedrero, quien saltó a su cuello, golpeando su hacha en el cráneo de la bestia y Shrykos rugió y se retorció, intentando expulsarlo. Hobb, enlazando sus piernas alrededor del cuello del dragón, necesitó siete golpes, y cada vez que su hacha bajó, rugió el nombre de uno de los Siete. Fue el séptimo golpe, el del Extraño, que mató al dragón entrando a través de las escamas y huesos en el cerebro de la bestia. Según los relatos, Morghul fue asesinado por el Caballero Ardiente, un enorme bruto en pesada armadura, quien corrió precipitadamente hacia la llama del dragón con lanza en la mano, empujando repetidamente la punta en el ojo de la bestia, incluso mientras el fuego del dragón había fundido su armadura de acero que lo encajonó y devoró la carne en su interior. Tyraxes, del príncipe Joffrey se retiró a su yacija, nos dicen, asando a tantos asesinos de dragones, que corrieron hacia él, que su entrada pronto fue intransitable por sus cadáveres. Pero debe recordarse que cada una de estas cuevas artificiales tenía dos entradas, una enfrentando las arenas del hoyo, y la otra la ladera, y pronto los alborotadores irrumpieron por “la puerta trasera,” aullando a través del humo con las espadas y lanzas y hachas. Cuando Tyraxes se giró, sus cadenas lo enredaron en un tejido de acero que fatalmente limitó sus movimientos. Media docena de hombres (y una mujer) afirmaron después haber impartido el golpe mortal al dragón. El último de los cuatro dragones del pozo no murió tan fácilmente. La leyenda dice que Dreamfyre había roto dos de sus cadenas despajes de la muerte de la Reina Helaena. Ahora hizo estallar las ataduras restantes, arrancando los postes de los muros, cuando la chusma se le acercó, arremetiendo con dientes y garras, rasgando a los hombres en pedazos, mientras soltaba sus terribles fuegos. Cuando más hombres se acercaron, ella tomó vuelo, rodeando el interior cavernoso del Pozo Dragón y atacando a los hombres debajo. Tyraxes, Shrykos, y Morghul mataron a muchos, sin duda, pero Dreamfyre mató a más, que los tres juntos.

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Centenares huyeron aterrorizados de sus llamas… pero centenares más, borrachos o furiosos o poseídos por el valor del Guerrero, siguieron atacando. Incluso en la cúspide del domo, el dragón estaba dentro del alcance del arquero y lancero, y las flechas y lanzas volaron dondequiera que Dreamfyre se volvía; en tal lugar cerrado algunas pocas también se incrustaron a través de sus escamas. Siempre que ella girara, los hombres atacaban, apuntando a su espalda. Dos veces el dragón voló hacia las grandes puertas de bronce del Pozo Dragón, sólo para encontrarlas cerradas y obstruidas y defendidas por filas de lanzas. Incapaz de huir, Dreamfyre volvió al ataque, quemando a sus atormentadores, hasta que las arenas del pozo estaban sembradas con cadáveres carbonizados, y el aire era espeso por el humo y el olor de carne quemada; pero todavía volaban las lanzas y flechas. El final llegó, cuando una saeta de ballesta picó en uno de los ojos del dragón. Medio ciega, y enloquecida por una docena las heridas menores, Dreamfyre extendió sus alas y voló rectamente hacia la cima del gran domo en un último desesperado intento de irrumpir en el cielo abierto. Ya debilitado por las explosiones del fuego del dragón, el domo crujió bajo la fuerza de impacto, y un momento después la mitad se derrumbó, aplastando al dragón y a los asesinos de dragones bajo toneladas de piedras y cascotes. El Ataque a Pozo Dragón fue concluido. Cuatro de los dragones de los Targaryen estaban muertos, aunque con costo horroroso. Todavía, el propio dragón de la reina seguía vivo y libre… y cuando los quemados y ensangrentados sobrevivientes de la carnicería en el hoyo salieron tropezando de las ruinas humeantes, Syrax descendió sobre ellos. Mil chillidos y gritos recorrieron por toda la ciudad, mezclados con el rugido del dragón. Encima de la Colina de Rhaenys, el Pozo Dragón llevaba una corona de fuego amarillo, ardiendo tan luminoso, como el sol. Incluso la reina tembló, cuando miró; las lágrimas brillando en sus mejillas. Muchos de los que acompañaban a la reina en la azotea huyeron, temiendo que los fuegos engolfarían la ciudad entera, incluso la Fortaleza Roja encima de la Colina Alta de Aegon. Otros fueron al septo del castillo para orar por la salvación. Rhaenyra envolvió sus brazos alrededor del último hijo sobreviviente, Aegon el Joven, arrimándolo furiosamente contra su pecho. Ni lo habría soltado… hasta el espantoso momento cuando Syrax se cayó.

Desencadenada y sin jinete, Syrax podría haber volado fácilmente lejos de la locura. El cielo era suyo. Ella podría regresar a la Fortaleza Roja, o abandonar la ciudad completamente, o volar hacia Rocadragón. ¿Era el ruido y fuego que la atrajeron a la Colina de Rhaenys, los rugidos y gritos de los dragones agonizantes, el olor de la carne ardiente? No podemos saberlo, no más del porqué Syrax escogió descender en las chusmas, rasgándolos con dientes y garras y devorar docenas, cuando ella pudo fácilmente hacer llover el fuego sobre ellos desde arriba, pues en el cielo ningún hombre podría dañarla. Sólo podemos informar lo que pasó. Se cuentan muchas historias contradictorias sobre la muerte del dragón de la reina. Algunos la acreditan a Hobb el Picapedrero y su hacha, aunque, ciertamente es un probable error. ¿Realmente el mismo hombre podría matar a dos dragones en la 56

misma noche y de la misma manera? Algunos hablan de un arponero anónimo, “un gigante empapado en sangre” quién brincó del domo roto del Pozo Dragón hacia el lomo del dragón. Otros relacionan a un caballero de nombre Ser Warrick Wheaton que acuchilló una ala de Syrax con una espada de acero valyrio. Un arquero llamado Frijol exigiría ser el causante de su muerte, alardeando en muchas tabernas, hasta que uno de los leales de la reina se cansó de su lengua meneante y se la cortó. La verdad del asunto nadie nunca lo sabrá, excepto Syrax que murió esa noche.

La pérdida de su dragón y de su hijo dejó a Rhaenyra Targaryen cenicienta e inconsolable. Ella se retiró a sus aposentos aunque sus consejeros siguieron conferenciando. Todos estaban de acuerdo en que el Desembarco de Rey estaba perdido; necesitaban abandonar la ciudad. Renuentemente, Su Gracia fue persuadida de abandonarla al día siguiente, al amanecer. Con la Puerta de Barro en las manos de sus enemigos, y todos los barcos a lo largo del río quemados o hundidos, Rhaenyra, y un pequeño sequito de seguidores, salieron a través de la Puerta del Dragón, pensando ir hacia la costa de Duskendale. Con ella montaban los hermanos Manderly y cuatro Guardias de la Reina sobrevivientes, Ser Balon Byrch y veinte Capas Doradas, cuatro damas de compañía de la reina, y su último hijo sobreviviente, Aegon el Joven.

Mucho y más también estaba pasando en Ladera, y hacia allí debemos volver nuestra mirada luego. Cuando la noticia de la insurrección en Desembarco del Rey alcanzó al ejército del Príncipe Daeron, muchos señores más jóvenes quisieron avanzar enseguida hacia la ciudad. Sus jefes eran Ser Jon Roxton, Ser Roger Corne, y Lord Unwin Peake… pero Ser Hobert Hightower aconsejó cautela, y los Dos Traidores se negaron a unirse a cualquier ataque, a menos que fueran consideradas sus propias demandas. Ulf el Blanco, se recordará, deseaba que le fuese concedido el gran castillo de Altojardin con todas sus tierras e ingresos, aunque Hard Hugh Martillo no deseaba nada menos que una corona. Estos conflictos llegaron a la ebullición cuando Ladera supo tardíamente de la muerte de Aemond Targaryen en Harrenhal. El Rey Aegon II no se había visto, ni se había oído hablar de él desde la caída de Desembarco del Rey en manos de su media hermana Rhaenyra, y muchos temieron que la reina lo había matado en secreto, ocultando el cadáver para no ser condenada como una matarreyes. Con su hermano Aemond también muerto, los verdes se encontraron sin reyes y sin líderes. El Príncipe Daeron era en siguiente en la línea de sucesión. Lord Peake declaró que el muchacho debería proclamarse en seguida como el Príncipe de Rocadragón; otros, creyendo muerto a Aegon II, deseaban coronarlo. Los Dos Traidores sentían la necesidad de un rey también… pero Daeron Targaryen no era el rey que ellos quisieron. “Necesitamos a un hombre fuerte para liderarnos, no a un chico,” declaró Hard Hugh Martillo. “El trono debe ser mío.”

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Cuando Jon Roxton el Intrépido exigió saber con qué derecho presumía llamarse a sí mismo un rey, Lord Martillo contestó, “El mismo derecho que el Conquistador. Un dragón.” Y de verdad, muerto Vhagar, el dragón viviente más viejo y más grande en todo Poniente era Vermithor, una vez la montura del Viejo Rey, ahora de Hugh el Duro, un bastardo. Vermithor era tres veces más grande que Tessarion, ella-dragón del Príncipe Daeron. Ningún hombre que los vio juntos pudo negar que Vermithor era la bestia más terrorífica. Aunque la ambición de Martillo era impropia para uno nacido en tan baja cuna, el bastardo poseía algo de sangre de Targaryen indiscutiblemente, y se había demostrado feroz en la batalla y generoso con aquellos que lo siguieron, desplegando la clase de grandeza que atraía a los hombres hacia los líderes como un cadáver a las moscas. Ellos eran la peor clase de hombres, eso era seguro: mercenarios, ladrones armados caballeros, y canallas; hombres de sangre corrompida y nacimiento incierto que amaban la batalla por sus propios motivos y vivían para la rapiña y el pillaje. Los señores y caballeros de Antigua y el Dominio se sintieron ofendidos por la arrogancia de la demanda del Traidor, sin embargo, ninguno más que el mismo Príncipe Daeron Targaryen, quién se puso tan furioso, que arrojó una jarra de vino en la cara de Hugh el Duro. Aunque Lord Blanco se encogió de hombros, como si esto fuera una pérdida de buen vino, Lord Martillo dijo, “los muchachos pequeños deben ser más corteses cuando los hombres están hablando. Yo pienso que su padre no le pegó bastante y a menudo. Tenga cuidado pues yo no cometeré ese error.” Los Dos Traidores se alejaron juntos, y empezaron a hacer planes para la coronación del Martillo. Al día siguiente, cuando Hugh el Duro apareció llevando una corona de hierro negro, provocó la furia del Príncipe Daeron y sus señores de nobles cunas y caballeros. Uno de ellos, Ser Roger Corne, hizo una broma derribando la corona de la cabeza del Martillo. “Una corona no hace a un hombre un rey,” dijo. “Debes llevar una herradura en tu cabeza, herrero.” Fue una broma tonta. A Lord Hugh no le sonó divertida. A su orden, sus hombres derribaron a Ser Roger, después de lo cual el bastardo del herrero clavó no una, sino tres herraduras en el cráneo del caballero. Cuando los amigos de Corne intentaron intervenir, las dagas y las espadas fueron desenfundadas, dejando tres muertos una docena de heridos. Eso estaba más allá de lo que los señores leales del Príncipe Daeron estaban dispuestos a soportar. Lord Unwin Peake y Hobert Hightower, este último un poco renuente, convocaron a otros once señores y caballeros a un concilio secreto en el sótano de una posada de Ladera, para discutir lo que podría hacerse para refrenar la arrogancia de los jinetes de dragones de baja cuna. Los conspiradores estaban de acuerdo en que sería una cuestión simple deshacerse de Blanco, quién estaba borracho la mayor parte del tiempo y nunca había mostrado cualquier gran proeza en armas. Martillo representaba un peligro mayor, pues últimamente se rodeaba día y noche por los lameculos, seguidores del campamento y mercenarios ávidos de su 58

favor. Les serviría de poco matar a Blanco y dejar vivo a Martillo, Lord Peake, señalo; es imprescindible que Hugh el Duro sea el primero en morir. Largamente y ruidosamente fueron presentados los argumentos en la posada bajo la señal de los Abrojos Sangrientos, cuando los señores discutieron el mejor modo de lograrlo. “Cualquier hombre puede ser asesinado,” declaró Ser Hobert Hightower, “¿pero qué de los dragones?” Dado el tumulto en el Desembarco del Rey, Ser Tyler Norcross dijo que Tessarion debería ser suficiente para permitirles retomar el Trono de Hierro. Lord Peake contestó que esa victoria sería más cierta con Vermithor y Silverwing. Marq Ambrose sugirió que primero deberían toman la ciudad, entonces deshacerse de Blanco y Martillo una vez que la victoria había sido asegurada, pero Richard Rodden insistió que tal curso seria deshonroso. “No podemos pedirles a estos hombres que viertan su sangre con nosotros, y asesinarlos después.” John Roxton el Intrépido estableció el fin de la disputa. “Mataremos a los bastardos ahora,” dijo. Después, que los más valientes de nosotros reclamen a sus dragones y los hagan volar en la batalla.” Ningún hombre en ese sótano dudó que Roxton estaba hablando de él. Aunque el Príncipe Daeron no estaba presente en el concilio, los Abrojos (como se llamó a los conspiradores) eran renuentes a proceder sin su consentimiento y bendición. Owen Fossoway, Lord del Salón de Sidra, fue enviado bajo la capa de la oscuridad a despertar al príncipe y traerlo al sótano para que los conspiradores pudieran informarle de sus planes. El príncipe - una vez gentil - no solo no dudó cuando Lord Unwin Peake le pidió la autorización para la ejecución de Hugh Martillo Duro y Ulf Blanco, sino que ansiosamente estampó su sello. Los hombres pueden trazar y formar planes, pero deberían orar más y mejor, ya que ningún plan hecho por el hombre ha resistido jamás los antojos de los dioses. Dos días después, en el mismo día que los Abrojos planearon atacar, Ladera se despertó en la negra noche por los gritos. Fuera de los muros del pueblo, los campamentos estaban ardiendo. Columnas de caballeros acorazados habían llegado del norte y el oeste, provocando matanzas; estaban lloviendo nubes de flechas, y un dragón estaba atacando, terrible y feroz.

Así empezado la Segunda Batalla de Ladera. El dragón era Seasmoke, su jinete Ser Addam Velaryon, determinado a demostrar que no todos los bastardos eran cambiacapas. ¿Por qué volvió a tomar Ladera de los Dos Traidores cuya traición lo había manchado? Los bardos dicen que Ser Addam había volado desde Desembarco del Rey hasta el Ojo de Dioses, dónde aterrizó en la sagrada Isla de los Rostros y fue aconsejado por el Hombre Verde. Los eruditos no se ponen de acuerde sobre ese hecho, y lo que sabemos es que Ser Addam voló lejos y rápido, descendiendo sobre los castillos grandes y pequeños cuyos señores eran fieles a la reina, para reunir un ejército. Muchas batallas y escaramuzas ya se habían luchado en las tierras regadas por el Tridente, y había escasos castillos y pueblos que no habían pagado su deuda de sangre… pero Addam Velaryon era implacable, determinado y locuaz, y los señores 59

del río supieron más de los horrores que habían ocurrido en Ladera. Cuando Ser Addam estuvo listo para descender en Ladera, él tenía a casi cuatro mil hombres detrás. El gran ejército acampado alrededor de los muros de Ladera excedía en número al de los asaltantes, pero había estado demasiado tiempo en ese lugar. Su disciplina se había vuelto laxa, y las enfermedades habían hecho estragos también; la muerte de Lord Ormund Hightower los había dejado sin un líder, y los señores que desearon comandar en su lugar no se ponían de acuerdo. Así que insertos en sus propios conflictos y rivalidades se habían olvidado de sus verdaderos enemigos. El ataque nocturno de Ser Addam los tomó completamente desprevenidos. Incluso antes de que los hombres del ejército del Príncipe Daeron supieran que estaban en una batalla, el enemigo ya estaba atacando, reduciéndolos cuando salían tambaleándose de sus tiendas, tratando de ensillar sus caballos y ponerse su armadura, abrochando sus cinturones de las espadas. La mayor devastación produjo el dragón. Seasmoke bajaba atacando una y otra vez, lanzando llamas. Pronto cien tiendas estaban ardiendo, incluso los espléndidos pabellones de seda de Ser Hobart Hightower, Lord Unwin Peake, y del propio Príncipe Daeron. Ni siquiera el pueblo de Ladera fue perdonado. Las tiendas y casas y septos que se habían salvado la primera vez eran engullidas por el fuego del dragón. Daeron Targaryen estaba durmiendo en su tienda cuando el ataque empezó. Ulf Blanco estaba dentro de Ladera, durmiendo la borrachera en una posada llamada el Tejón Obsceno que él había tomado para sí mismo. Hugh Martillo también estaba dentro de los muros del pueblo, en la cama con la viuda de un caballero muerto durante la primera batalla. Los tres dragones estaban fuera del pueblo, en los campos más allá de los campamentos. Aunque se hicieron todos los esfuerzos para despertar a Ulf el Blanco de su ebrio letargo, se demostró que fue imposible despertarlo. Él había rodado bajo una mesa y roncó durante toda la batalla. Hugh Martillo respondió más rápido. Vestido a medias, descendió por la escalera al patio, requiriendo su martillo, armadura y un caballo, para poder irse y montar a Vermithor. Sus hombres corrieron para obedecerle, a pesar de que Seasmoke había incendiado los establos. Pero Lord Jon Roxton ya estaba en el patio. Cuando él vio a Hugh Duro, Roxton vio su oportunidad y dijo, “lord Hammer, reciba mi pésame.” Martillo se volvió, mirándolo ceñudo. “¿Por qué?” exigió. “Moriste en la batalla,” Jon el Intrépido contestó, blandiendo a Orphan-Maker y empujándola profundamente en la barriga de Martillo, antes de abrir al bastardo desde la ingle hasta la garganta. Una docena de los hombres de Hugh Duro vinieron corriendo para verle morir. Incluso una espada de acero Valyrio como Orphan-Maker es poco útil para un hombre cuando se enfrenta con diez hombres. Jon Roxton el Intrépido mató a tres antes de ser asesinado. Se dice que él murió cuando su pie se resbaló en las entrañas de Hugh Martillo, pero quizás ese detalle es demasiado irónico para ser verdad. 60

Existen tres relatos contradictorios acerca de la manera en que murió el Príncipe Daeron Targaryen. Las mejores afirmaciones relatan que el príncipe salió tropezando de su pabellón con sus prendas ardiendo, sólo para ser reducido por el mercenario Trombo el Negro de Myr quien clavó su daga en su cara. Esta versión era la preferida de Trombo el Negro, quien la relató a los cuatro vientos. La segunda versión es más o menos la misma, que el príncipe fue matado con una espada, no una daga, y su asesino no era Trombo el Negro, sino algún desconocido quien ni siquiera comprendió a quién había matado. En la tercera alternativa, el muchacho valiente conocido como Daeron el Emprendedor no fue asesinado, sino que murió cuando su pabellón ardiente se derrumbó encima de él. Desde el cielo, Addam Velaryon podía ver que la batalla se convierta en su victoria. Dos de los tres jinetes de dragones enemigos estaban muertos, pero él no tenía manera de saberlo. Sin embargo él podía ver a los dragones enemigos, indudablemente. Desencadenados, se mantenían más allá de los muros del pueblo, libres para volar y cazar cuando lo quisieran; Silverwing y Vermithor se enrollaban a menudo entre sí en los campos al sur de Ladera; aunque Tessarion dormía y se alimentaba en el campamento del Príncipe Daeron al oeste del pueblo, a sólo cien yardas de su pabellón. Los dragones son criaturas de fuego y sangre y los tres despertaron cuando la batalla floreció a su alrededor. Un arquero hizo volar una saeta hacia Silverwing y dos docenas de caballeros a caballo atacaron a Vermithor con las espadas, lanzas y hachas, esperando matar a la bestia mientras estaba medio dormido y sobre la tierra. Ellos pagaron esa tontería con sus vidas. En otra parte en el campo, Tessarion se arrojó al aire, chillando y escupiendo fuego, y Addam Velaryon giró a Seasmoke para encontrársela. Las escamas de un dragón son principalmente (aunque no completamente) impermeables al fuego; ellas protegen la carne más vulnerable y la musculatura debajo. Cuando un dragón envejece, sus escamas se espesan y se tornan más duras, proporcionándole aun mayor protección, como también sus llamas arden más calientes y más feroces (donde las llamas de un dragón recién nacido pueden hacer arder la paja, las llamas de Balerion o Vhagar en la plenitud de su poder pudieron y fundieron acero y piedra). Cuando dos dragones se encuentran en el combate mortal, por consiguiente, a menudo emplearán otras armas que su fuego: las negras garras igual hierro, largas igual espadas, y filosas como las navajas de afeitar, mandíbulas tan poderosas, que pueden cortar a través de la armadura de acero de un caballero; los rabos igual látigos cuyos azotes quebraban los carros a las astillas, rompían la espinas, y enviaban a los hombres a cincuenta pies volando en el aire. La batalla entre Tessarion y Seasmoke era diferente. La historia llama la disputa entre Rey Aegon II y su hermana Rhaenyra la Danza de Dragones, pero sólo en Ladera los dragones danzaron realmente. Tessarion y Seasmoke eran dragones jóvenes, más ágiles en el aire de lo que habían sido sus hermanos más viejos. Una y otra vez se acercaron entre sí, sólo para que uno u otro virara alejándose en el último momento. Volando igual águilas, inclinándose igual halcones, se rodeaban, chasqueando y rugiendo, escupiendo fuego, pero nunca de cerca. Una vez la Reina 61

Azul desapareció en un banco de nubes, sólo para reaparecer un momento después, detrás de Seasmoke chamuscando su cola con un estallido de llamas cobalto. Entretanto, Seasmoke rodaba y giraba. En un momento estaba debajo de su enemiga, y de repente giraba en el cielo y volaba detrás de ella. Más y más alto volaron los dos dragones, mientras centenares de hombres los observaban desde los techos de Ladera. Una que las cosas que se comentaron después, era que el vuelo de Tessarion y Seasmoke parecía más una danza de apareamiento que una batalla. Quizás lo era. La danza se acabó cuando Vermithor subió rugiendo en el cielo. Casi cien años más viejo y tan grande como los dos dragones jóvenes juntos, el dragón de bronce con grandes alas color canela estaba furioso cuando tomó el vuelo, con la sangre humeando de una docena de heridas. Sin jinete, él no distinguía entre amigos o enemigos, así que soltó su furia en todos, escupiendo fuego a ambos lados, de derecha a izquierda, quemando a cualquier hombre que se atrevió a echar una lanza en su dirección. Un caballero intentó huir y Vermithor lo cogió con sus mandíbulas, mientras su caballo siguió galopando. Los señores Piper y Dedding, sentados juntos encima de una baja elevación, fueron quemados con sus escuderos, sirvientes, y los escudos juramentados cuando la Furia De Bronce los divisó. Un momento después, Seasmoke cayó sobre él. De los cuatro dragones en el campo ese día, sólo Seasmoke tenía un jinete. Ser Addam Velaryon había venido a demostrar su lealtad destruyendo los Dos Traidores y sus dragones, y aquí estaba uno debajo de él, atacando a los hombres que se le habían unido para esta batalla. Él debió de haber sentido que era su deber protegerlos, aunque ciertamente supo en su corazón que su Seasmoke no podría igualar al dragón más viejo. Ésta no fue ninguna danza, sino una lucha a muerte. Vermithor había estado volando no más de veinte pies sobre la batalla cuando Seasmoke lo golpeó chillando desde arriba derribándolo al barro. Los hombres y chicos corrieron aterrorizados o fueron aplastados cuando los dos dragones rodaron y se rasgaron entre sí. Los rabos chasquearon y lanzaron golpes al aire, pero las bestias se enredaron, así que ninguno pudo liberarse. Benjicot Blackwood observó el forcejeo desde lejos sobre su caballo a cincuenta yardas. El tamaño y peso de Vermithor eran demasiado para que Seasmoke pudiera competir, dijo Lord Blackwood muchos años después, y él habría rasgado al dragón gris ciertamente en pedazos… si Tessarion no se hubiera caído del cielo en ese mismo momento para unirse a la lucha. ¿Quién puede conocer el corazón de un dragón? ¿Era simplemente la avidez de la sangre que hizo atacar a la Reina Azul? ¿El ella-dragón vino a ayudar a uno de los combatientes? ¿En ese caso, a cuál? Algunos afirman que la atadura entre un dragón y el jinete es tan profunda, que la bestia comparte los amores y odio de su amo. ¿Pero quién era el aliado aquí, y quién el enemigo? ¿Un dragón sin jinete distingue el amigo del enemigo? Nunca tendremos las respuestas a esas preguntas. De toda esa historia lo que sabemos es que tres dragones lucharon entre el barro y sangre y humo del Segundo Ladera. Seasmoke fue el primero en morir, cuando Vermithor clavó sus dientes en su cuello y rasgó su cabeza. Después el dragón de bronce intentó volar con su premio en 62

sus mandíbulas, pero sus alas rasgadas no pudieron alzar su peso. Después de un momento él se derrumbó y murió. Tessarion, la Reina Azul, duró hasta el ocaso. Tres veces ella intentó subir al cielo y tres veces falló. Al final de la tarde ella parecía estar tan dolorida, que Señor Blackwood convocó a su mejor arquero conocido como Billy Burley que se situó a cien yardas (más allá del rango de los fuegos del dragón agonizante) y envió tres flechas a su ojo, cuando ella cayó desvalida en la tierra. Al crepúsculo, la lucha finalizó. Aunque los señores del río perdieron menos de cien hombres, reduciendo a más de mil hombres de Antigua y el Dominio, el Segundo Ladera no podría considerarse una victoria completa de los atacantes, pues ellos no tomaron el pueblo. Los muros de Ladera todavía estaban intactos, y una vez que los hombres del rey se habían retirado al interior y cerrado sus puertas, las fuerzas de la reina no tenían manera de hacer una brecha, carentes de equipos del asedio y dragones. Aun así, descargaron una gran matanza sobre sus desconcertados y desorganizados enemigos, quemando sus tiendas, quemando o capturando casi todos sus carros, forraje y comestibles y tres cuartas partes de sus caballos de guerra; matado a su príncipe, y acabado con dos de los dragones del rey. A la mañana después de la batalla, los conquistadores de Ladera fueron vistos fuera de las paredes del pueblo buscando a más enemigos. Los cadáveres estaban sembrados alrededor de la ciudad y entre ellos yacían los cadáveres de los tres dragones. Uno permanecía: Silverwing, el dragón de Reina Alysanne había subido al cielo cuando empezó la carnicería, rodeando el campo de batalla durante horas, volando en los vientos calientes que subían desde los fuegos debajo. Descendió al anochecer, aterrizando al lado de sus primos muertos. Después, los cantantes dirían de cómo ella alzó el ala de Vermithor tres veces con su nariz, como si quisiera hacerle volar de nuevo, pero esto es una fábula. El sol creciente la encontraría volando indiferentemente por el campo, alimentándose con los restos quemados de caballos, hombres, y bueyes. Ocho de los trece Abrojos habían muerto, entre ellos Lord Owen Fossoway, Marq Ambrose y Jon Roxton el Intrépido. Richard Rodden, con una herida de flecha en el cuello moriría al día siguiente. Cuatro de los conspiradores permanecían, entre ellos Ser Hobert Hightower y Lord Unwin Peake. Y aunque Hugh Martillo había muerto, y sus sueños de majestad con él, aún quedaba el segundo Traidor. Ulf Blanco había despertado de su sueño ebrio para descubrir que era el último jinete de dragón, y el amo del último dragón. “El Martillo murió, y tu chico también,” le dijo, supuestamente, a Lord Peake. “Todo lo que te queda soy yo.” Cuando Lord Peake le preguntó por sus intenciones, Blanco contestó, “Nosotros marcharemos, justo cómo querías. Tú tomas la ciudad, y yo tomaré el maldito trono, ¿qué te parece?” A la mañana siguiente Ser Hobert Hightower lo llamó para ajustar los detalles del ataque a Desembarco del Rey. Él trajo dos cubas de vino como regalo, uno rojo de Dorne y uno de oro de Árbor. Aunque Ulf el Sot nunca probaba un vino que no le 63

gustaba, era conocido por tener una inclinación por las más dulces vendimias. Sin duda Ser Hobert esperaba que bebiera a sorbos el rojo agrio, sin embargo Lord Ulf bebió de un trago el oro del Árbor. Todavía, algo sobre el comportamiento de Hightower—estaba sudando y tartamudeando y era demasiado cordial, el escudero que los sirvió testificó después —encendieron las sospechas de Blanco. Cauto, él ordenó que se aparte el rojo de Dorne e insistió que Ser Hobert comparta con él el oro de Árbor. La historia tiene pocas cosas buenas que contar sobre Ser Hobert Hightower, pero ningún hombre puede poner en duda de cómo murió. En lugar de traicionar a sus compañeros Abrojos, él permitió al escudero llenar su jarra, bebió profundamente y pidió más. Una vez que Blanco vio a Hightower beber, Ulf el Sot fiel a su nombre, vació tres jarras antes de empezar a bostezar. El veneno en el vino eran suaves. Cuando Señor Ulf se durmió para nunca despertar, Ser Hobert se levantó tambaleándose e intentó vomitar, pero era demasiado tarde. Su corazón se detuvo una hora después. Luego Señor Unwin Peake ofreció mil dragones de oro a cualquier caballero de nacimiento noble que pudiera domar a Silverwing. Tres hombres aceptaron. Cuando el primero se quedó sin un brazo y el segundo murió quemado, el tercer hombre lo reconsideró. Por ese tiempo el ejército de Peake, los remanentes del gran ejército que el Príncipe Daeron y Señor Ormund Hightower habían liderado desde Antigua, estaba cayéndose a pedazos cuando los desertores huyeron de Ladera con todo el pillaje que pudieron llevar. Asumiendo la derrota, Señor Unwin convocó a los señores y sargentos y ordenó la retirada. Addam Velaryon, nacido como Addam de Hull, acusado de ser un cambiacapas, había salvado Desembarco del Rey de los enemigos de la reina… al costo de su propia vida.

Todavía la reina no supo nada sobre su valentía. El vuelo de Rhaenyra desde Desembarco del Rey había sido asediado por obstáculos. Las puertas del castillo de Rosby se cerraron antes de su llegada. El joven castellano de Lord Stokeworth le concedió su hospitalidad, pero sólo durante una noche. La mitad de los Capas Doradas desertó por el camino, y una noche su campamento fue atacado por los hombres rotos. Aunque sus caballeros alejaron a los asaltantes, Ser Balon Byrch fue tumbado por una flecha, y Ser Lyonel Bentley, un joven caballero de la Guardia Real, sufrió un golpe en la cabeza que quebró su yelmo. Él pereció delirando al día siguiente. La reina siguió hacia Duskendale. La Casa Darklyn había estado entre los partidarios más firmes de Rhaenyra, pero el costo de esa lealtad había sido alto. Sólo la intercesión del Ser Harrold Darke persuadió a Lady Meredyth Darklyn de permitirle el ingreso a la reina dentro de sus muros (Darke era un pariente distante de los Darklyn, y Ser Harrold había servido una vez como escudero del difunto Ser Steffon), y sólo con la condición de que ella no se quedaría por mucho tiempo. 64

La Reina Rhaenyra no tenía oro ni barcos. Cuando había enviado a Señor Corlys a los calabozos, ella había perdido su flota, y había huido de Desembarco del Rey aterrorizada por su vida, sin más que unas monedas. Desesperada y temerosa, Su Gracia se tornó más gris y macilenta que nunca. Ella no podía dormir y no comía. Ni podía soportar estar separada del Príncipe Aegon su último hijo viviente; día y noche, el muchacho permanecía a su lado, “como una pequeña sombra pálida.” Rhaenyra fue obligada a vender su corona para poder comprar el pasaje en un buque mercante de Braavos, el Violande. Ser Harrold Darke le aconsejó buscar refugio con Lady Arryn en el Valle; aunque Ser Medrick Manderly intentó persuadirla de acompañarlo y a su hermano Ser Torrhen al Puerto Blanco, pero Su Gracia se negó. Era inexorable en regresar a Rocadragon. Allí encontraría los huevos de dragón, les dijo a sus leales; debía tener otro dragón, o todos estaban perdidos. Los vientos fuertes empujaron el Violande más cerca de las orillas de Marcaderiva de lo que la reina podría haber deseado, y tres veces ella pasó a una corta distancia de los buques de guerra de la Serpiente del Mar, pero Rhaenyra tuvo cuidado de no dejarse ver. Finalmente el Braavosi llegó al puerto debajo del Monte Dragón. La reina había enviado a un cuervo con la noticia, y encontró una escolta que la esperaba cuando desembarcó con su hijo Aegon, sus señoras, y tres caballeros de la Guardia Real, todos los que quedaban de su grupo.

Estaba lloviendo cuando la partida de la reina desembarcó, y había poca gente en el puerto. Incluso los burdeles del muelle parecían oscuros y abandonados, pero Su Gracia no prestó atención. Enferma de cuerpo y espíritu, destrozada por la traición, Rhaenyra Targaryen sólo quería regresar a su propia sede, dónde imaginó que ella y su hijo estarían seguros. Nada hizo sospechar a la reina de que estaba a punto de sufrir la última y más dolorosa alevosía. Su escolta, cuarenta hombres fuertes, era comandada por Ser Alfred Broome, uno de los hombres que habían permanecido en Rocadragón cuando Rhaenyra había lanzado su ataque en Desembarco del Rey. Broome era el más antiguo de los caballeros en Rocadragón, después de haberse unido a la guarnición durante el reino del Viejo Rey. En consecuencia, él había esperado ser nombrado castellano cuando Rhaenyra fue a asir el Trono de Hierro… pero Ser Alfred poseía una disposición sombría y maneras agrias que no inspiraban afecto, ni confianza, por lo que la reina lo había omitido a favor del más afable Ser Robert Quince. Cuando Rhaenyra preguntó por qué Ser Robert no había venido a recibirla, Ser Alfred contestó que la reina vería a “nuestro gordo amigo” en el castillo. Y ella lo hizo… aunque el cadáver carbonizado de Quince estaba quemado más allá del reconocimiento cuando lo descubrieron, colgando de las almenas de la caseta del guardabarrera al lado del mayordomo de Rocadragón, el Maestro de Armas, y el capitán de los guardias. Sólo por su tamaño lo reconocieron, pues Ser Robert había sido enormemente gordo. Se dice que la sangre desapareció de las mejillas de la reina cuando vio los cuerpos, pero el joven Príncipe Aegon fue el primero en comprender lo que eso significaba. 65

“¡Madre, huya!” él gritó, pero era demasiado tarde. Los hombres de Ser Alfred se abalanzaron sobre los protectores de la reina. Un hacha le cortó la cabeza de Ser Harrold Darke antes de que su espada pudiera salir de la vaina, y Ser Adrián Redfort fue apuñalado por la espalda con una lanza. Sólo Ser Loreth Lansdale se movió bastante rápidamente para atacar en defensa de la reina, reduciendo a los dos primeros hombres antes de ser matado. Y así murió el último hombre de la Guardia de la Reina. Cuando el Príncipe Aegon cogió a la espada de Ser Harrold, Ser Alfred apartó desdeñosamente la hoja. El chico, la reina, y sus señoras marcharon a punta de lanzas a través de las puertas de Rocadragón al patio del castillo. Allí se encontraron cara a cara con un hombre muerto y un dragón agonizante. Las escamas de Sunfyre todavía brillaban como oro batido en la luz del sol, yaciendo desparramado sobre las fundidas piedras negras de Valyria del patio, y se veía claramente que era una cosa rota, el que había sido alguna vez el dragón más magnífico que había volado los cielos de Westeros. El ala desgarrada por Meleys colgaba de su cuerpo en un ángulo torpe, aunque las cicatrices frescas a lo largo de su espalda todavía humeaban y sangraban cuando se movió. Sunfyre estaba enrollado como una pelota cuando la reina y su grupo lo observaron. Cuando él se revolvió y levantó su cabeza, las grandes heridas eran visibles a lo largo de su cuello, dónde el otro dragón había rasgado partes de su carne. En su barriga las viejas costras habían reemplazado las escamas, y su ojo derecho era sólo un agujero vacío, encostrado con sangre negra. Uno preguntaría, como Rhaenyra ciertamente lo hizo, cómo todo esto pudo haber pasado. Nosotros sabemos mucho más ahora que la reina. Fue Lord Larys Strong, el Patizambo, quien sacó al rey y sus niños fuera de la ciudad cuando el primero de los dragones de la reina apareció en el cielo sobre Desembarco del Rey. Para no atravesar ninguna de las puertas de la ciudad, dónde ellos podrían ser vistos y recordados, Lord Larys los llevó a través de algún pasaje secreto de Maegor I el Cruel que sólo él conocía. Era Señor Larys quien también decretó que el grupo de los fugitivos debía dividirse, pues aun cuando uno fuese cogido, los otros pudieran lograr salir. Se le ordenó a Ser Rickard Thorne entregar al Príncipe Maelor de dos años a Lord Hightower. La Princesa Jaehaera, una dulce e ingenua chica de seis, fue puesta a cargo de Ser Willis Fell, quién juró llevarla a salvo al Bastión de Tormentas. Ninguno sabía adónde el otro estaba destinado, y de este modo no podría traicionar al otro si fuese capturado. Y sólo el propio Larys supo que el rey, despojado de su galas y envuelto en una capa de pescador manchada de sal, había sido escondido entre una carga de bacalao en un esquife de pesca al cuidado de un caballero bastardo con familiares en Rocadragón. Una vez que ella comprendiera que el rey había huido, Patizambo razonó, Rhaenyra seguramente enviaría a sus hombres a buscarlo… excepto en un barco que no deja ninguna estela en las olas, y los pocos cazadores pensarían buscar a Aegon en la propia isla de su hermana, en la misma sombra de su fortaleza. 66

Y allí Aegon había permanecido, escondido e indemne, embotando su dolor con vino y ocultando sus cicatrices de las quemaduras bajo una pesada capa, y Sunfyre no lo siguió a Rocadragón. Nosotros podemos conjeturar que le hizo regresar al Monte Dragón. ¿El dragón herido era, con su ala rota medio-sanada, guiado por un instinto original de regresar a su lugar de nacimiento, a la montaña humeante dónde él había salido de su huevo? ¿O él se dio cuenta de la presencia del Rey Aegon de algún modo en la isla, y a pesar de las largas leguas y mares tormentosos, voló para reunirse con su jinete allí? Algunos hasta ahora piensan que Sunfyre se dio cuenta de la necesidad desesperada de Aegon. ¿Pero quién puede presumir de conocer el corazón de un dragón? Después de que el nefasto ataque de Lord Walys Mooton lo llevó del campo de cenizas y huesos fuera del Grajal, la historia pierde de vista a Sunfyre por más de medio año. (Ciertos cuentos en los salones de los Crabb y Brune sugieren que el dragón pudo haberse refugiado en los oscuros bosques del pino y cuevas de Punta Zarpa Rota por algún tiempo.) Aunque su ala rora se había remendado bastante para que él pudiera volar, había sanado a un ángulo feo, y seguía débil. Sunfyre ya no podía volar, no podía permanecer en el aire durante mucho tiempo, y podría, por necesidad, esforzarse a volar distancias cortas. Todavía, de algún modo, él había cruzado las aguas de Bahía de Aguasnegras… pues era Sunfyre al que vieron los marineros en el Nessaria atacando al Fantasma Gris. Ser Robert Quince había culpado al Caníbal… pero Tom Tangletongue, un tartamudo que oía más de lo que decía, había recorrido Volantis, tomando nota de las veces que mencionaron las escamas doradas del atacante. El Caníbal, como sabía bien, era negro como carbón. Y fue así que los Dos Toms y sus “primos” navegaron en su barco pequeño para buscar al asesino del Fantasma Gris.

El rey quemado y el dragón mutilado, cada uno encontró un nuevo designio en el otro. Desde una yacija oculta en las cuestas orientales desoladas del Monte Dragón, Aegon se aventuró cada día al alba, volando de nuevo por primera vez desde el Grajal, mientras los Dos Toms y su primo Marston Aguas habían regresado al otro lado de la isla para buscar a los hombres dispuestos a tomar el castillo. Incluso en Rocadragón, por mucho tiempo la sede y fortaleza de la Reina Rhaenyra, ellos encontraron a muchos desconformes con la reina por razones buenas y malas. Algunos estaban afligidos por sus hermanos, hijos, y padres matados durante el Sembradio, o durante la Batalla del Gaznate; algunos esperaban conseguir un botín o promoción, aunque otros creían que un hijo debía venir antes que una hija, otorgándole el justo derecho a Aegon. La reina había llevado a sus padrinos de boda con ella a Desembarco del Rey. En su isla, protegida por los barcos de la Serpiente del Mar y sus altas paredes de Valyria, Rocadragón parecía inexpugnable, por lo que la guarnición de Su Gracia, que la defendía, era bastante pequeña, compuesta de hombres que se juzgaba eran poco necesarios: los ancianos y chicos verdes, retardados y lisiados, hombres que se recuperaban de las heridas, hombres de lealtad dudosa, sospechados de ser cobardes. 67

Por encima de ellos Rhaenyra puso a Ser Robert Quince, un hombre competente, envejecido y gordo. Quince era un partidario firme de la reina, todos están de acuerdo, pero algunos de los hombres a sus órdenes eran menos leales, albergando ciertos resentimientos y rencores por viejos agravios reales, o imaginarios. El más prominente entre ellos era Ser Alfred Broome. Broome demostró ser el más deseoso de traicionar a su reina a cambio de una promesa de señoría, tierras, y oro una vez que Aegon II recobrara el trono. Su largo servicio en la guarnición le permitió aconsejar a los hombres del rey sobre las fuerzas y debilidades de Rocadragón; los guardias que podrían sobornarse, o persuadirse, y a quienes debían matar, o encarcelar. Finalmente, la caída de Rocadragón duró menos de una hora. Los infames hombres de Boome abrieron una puerta de la poterna durante la hora de fantasmas para permitir a Ser Marston Aguas, Tom Tangletongue, y sus hombres resbalarse en el castillo inadvertidamente. Mientras una banda tomó la armería y la otra capturó a los guardias leales de Rocadragón y al Maestro de Armas; Ser Marston sorprendió al Maestre Hunnimore en su colonia de grajos, para que ninguna noticia del ataque pudiera escapar con el cuervo. El propio Ser Alfred lideró a los hombres que irrumpieron en las recámaras del castellano para sorprender a Ser Robert Quince. Cuando Quince trató de bajar de su cama, Broome insertó una lanza en su pálida barriga con un empujón tan fuerte, que la lanza salió por la espalda de Ser Robert, a través del colchón de plumas y paja .

Sólo en un aspecto el plan falló. Cuando Tom Tangletongue y sus rufianes tiraron abajo la puerta de la alcoba de Lady Baela para tomarla prisionera, la muchacha se resbaló fuera de su ventana, corriendo por las azoteas y bajó por los muros, hasta que llegó al patio. Los hombres del rey habían tenido el cuidado de enviar a los guardias que custodiar el establo, dónde los dragones del castillo habían sido guardados, pero Baela había crecido en Rocadragón y conocía los pasillos en el interior y exterior. Cuando sus perseguidores la alcanzaron, ella ya había soltado las cadenas de Moondancer y atado una silla de montar. Así que ocurrió que cuando el Rey Aegon II voló con Sunfyre encima de la humeante cresta del Monte Dragón e hizo su descenso, seguramente esperando hacer una entrada triunfante en un castillo en manos de sus propios hombres, con los leales de la reina matados o capturados, se encontró con Baela Targaryen, la hija del Príncipe Daemon y Lady Laena, e intrépida como su padre. Moondancer era un dragón joven, verde pálido, con los cuernos y cresta y membranas de sus alas perladas. Aparte de sus grandes alas, ella no era más grande que un caballo de guerra, y pesaba menos. Era muy rápida, sin embargo, y Sunfyre, aunque mucho más grande, todavía se esforzaba con un ala malformada, y tenía heridas frescas de su lucha con el Fantasma Gris. Se encontraron en la oscuridad que viene antes del alba, sombras en el cielo iluminando la noche con sus fuegos. Moondancer eludió las llamas de Sunfyre, eludió sus mandíbulas, y sus garras, entonces giró alrededor y rasgó al dragón más grande desde arriba, abriendo una larga herida humeante en su lomo y rasgando su 68

ala herida. Los observadores debajo habían relatado que Sunfyre estuvo tambaleándose en el aire, luchando para conservar la altura, mientras Moondancer giró y regresó a por él, escupiendo fuego. Sunfyre contestó con una explosión de llamas doradas tan brillante, que iluminó el patio debajo como un segundo sol, una explosión que tomó a Moondancer justo en los ojos. En ese momento el dragón joven quedó ciego, no obstante siguió volando, cayendo de golpe sobre Sunfyre en un enredo de alas y garras. Cuando ambos cayeron, Moondancer atacó repetidamente el cuello de Sunfyre, rasgando bocados de carne, aunque el dragón mayor hundió sus garras en su bajo vientre. Cubierta en fuego y humo, ciega y sangrando, las alas de Moondancer pegaron desesperadamente cuando ella intentó separarse, pero a pesar de todos sus esfuerzos fue cayendo lentamente. Los observadores en el patio corrieron por su seguridad, cuando los dragones cayeron de golpe en la piedra dura, todavía luchando. En la tierra, la agilidad de Moondancer era poco útil contra el tamaño y peso de Sunfyre. El dragón verde pronto quedó inmóvil. El dragón dorado gritó su victoria e intentó subir de nuevo, sólo para derrumbarse en a la tierra con sus heridas vertiendo sangre caliente. El Rey Aegon saltó de la silla de montar cuando los dragones todavía estaban a veinte pies de la tierra, rompiéndose ambas piernas. Lady Baela se quedó con Moondancer todo el tiempo. Quemada y maltrecha, la muchacha todavía encontró la fuerza para deshacer las cadenas de la silla de montar y arrastrarse lejos, cuando su dragón se enroscó en los estertores de la muerte. Cuando Alfred Broome blandió su espada para matarla, Martson Aguas le quitó la hoja de su mano. Tom Tangletongue la llevó al maestre. Y así el victorioso el Rey Aegon II ocupó el asiento hereditario de la Casa Targaryen, pero el precio que pagó era horrible. Sunfyre nunca volaría de nuevo. Él permaneció en el patio dónde había caído, alimentándose del cadáver de Moondancer, y después de ovejas que mataban los guardias. Y Aegon II vivió el resto de su vida sufriendo grandes dolores… aunque en su honor, Su Gracia se negó a beber la leche de amapola. “No recorreré ese camino de nuevo,” dijo. No mucho tiempo después, cuando el rey estaba en el gran salón del Tambor de Piedra, sus piernas rotas vendadas y entablilladas, el primero de los cuervos de la Reina Rhaenyra llegó de Duskendale. Cuando Aegon supo que su media hermana estaría volviendo en el Violande, ordenó a Ser Alfred Broome que preparara una “bienvenida conveniente” para su regreso al hogar. Todo esto ya lo conocemos. Nada de esto lo sabía la reina, cuando bajó a tierra, cayendo en la trampa de su hermano. Rhaenyra rió cuando vio la ruina de Sunfyre el Dorado. “¿Quien hizo esto?” dijo. “Debemos agradecerle.” “Hermana,” llamó el Rey desde un balcón. Incapaz de caminar, o incluso estar de pie, él fue había llevado allí en una silla. La cadera estrellada en Grajal había vuelto a Aegon encorvado y torcido, sus rasgos -una vez guapos- se habían vuelto hinchados por la leche de amapola, y las cicatrices de las quemaduras cubrían la 69

mitad de su cuerpo. Todavía Rhaenyra lo reconoció en seguida, y dijo, “Estimado hermano. Yo había esperado que estuvieras muerto.” “Después de ti,” Aegon contestó. “Eres la mayor.” “Me agrada saber que recuerdas eso,” contestó Rhaenyra. “Al parecer somos tus prisioneros… pero no pienses que nos retendrás por mucho tiempo. Mis señores leales me encontrarán.” “Si exploran los siete infiernos, quizás,” respondió el Rey, cuando sus hombres alejaron a Rhaenyra de los brazos de su hijo. Algunas historias dicen que era Ser Alfred Broome quien la sostenía de su brazo; otros nombran a los dos Toms, Tanglebeard padre y Tangletongue hijo. Ser Marston Aguas era un testigo también, vestido en una capa blanca, pues el Rey Aegon lo había incluido a su Guardia Real por su valor. Todavía ni Aguas, ni ninguno de los otros caballeros y señores presentes en el patio dijo una palabra de protesta cuando el Rey Aegon II entregó a su media hermana a su dragón. Sunfyre, se dice, no parecía mostrar ningún interés por la ofrenda al principio, hasta que Broome pinchara el pecho de la reina con su daga. El olor de la sangre despertó entonces al dragón, que olfateó a Su Gracia y la bañó con una explosión de llamas, tan de repente, que la capa de Ser Alfred cogió el fuego cuando brincó lejos. Rhaenyra Targaryen tuvo tiempo para levantar su cabeza hacia el cielo y chillar una última maldición a su medio hermano antes de que las mandíbulas de Sunfyre se cerraran a su alrededor, rasgando su brazo y hombro. El dragón dorado devoró a la reina en seis mordiscos, dejando sólo su pierna izquierda debajo de la espinilla “para el Extraño.” El hijo de la reina miraba horrorizado, incapaz de moverse. Rhaenyra Targaryen, el Deleite del Reino y Reina por Medio año, pasó por este velo de lágrimas el día veintidoseno de décima luna del año130 después de la Conquista de Aegon. Ella tenía treinta y tres años de edad. Ser Alfred Broome sugirió que también asesinaran al Príncipe Aegon, pero el Rey Aegon lo prohibió. Sólo de diez años, el chico todavía podría ser valioso como rehén, declaró. Aunque su media hermana estaba muerta, ella todavía tenía partidarios en el campo con los que debería negociar, antes de Su Gracia pudiera esperar sentarse en el Trono de Hierro de nuevo. Así que el Príncipe Aegon fue esposado por el cuello, muñeca y tobillo y llevado a los calabozos debajo de Rocadragón. Las damas de compañía de la difunta reina, siendo de nacimiento noble, fueron encerradas en las celdas en la Torre del Dragón Marino, a la espera del rescate. “Se acabó el tiempo de la ocultación,” declaró el Rey Aegon II. “Dejen volar a los cuervos para que el reino se entere de que la fingidora está muerta, y su verdadero rey llegó a casa para reclamar el trono de su padre.” Todavía incluso los verdaderos reyes pueden proclamar algunas cosas más fácilmente que cumplirlas. En los días que siguieron a la muerte de su media hermana, el rey se aferró todavía a la esperanza de que Sunfyre pudiera recuperarse lo suficiente como para volar de nuevo. En cambio, el dragón sólo parecía debilitarse más y más, y pronto las heridas en su cuello empezaron a heder. Incluso el humo que 70

exhalaba tenía un hedor nauseabundo y hacia el final él ya no comía. En el noveno día de la duodécima luna de 130 CA, el magnífico dragón dorado - que había sido la gloria del Rey Aegon - murió en el patio de Rocadragón dónde había caído. Su Gracia lloró. Cuando su pesar había pasado, el Rey Aegon II convocó a sus leales e hizo planes para su retorno a Desembarco del Rey, para reclamar el Trono de Hierro y reunirse una vez más con su señora madre, la Reina Viuda, quien había surgido triunfante por fin sobre su gran rival y sobreviviéndola. “Rhaenyra nunca fue una reina,” el rey declaró, insistiendo que de aquí en adelante, en todas las crónicas y archivos de la corte, su media hermana sea nombrada sólo como “princesa,” el título de reina era reservado sólo para su madre Alicent y su finada esposa y hermana Helaena, “las verdaderas reinas.” Y así fue decretado. Todavía el triunfo de Aegon demostraría ser tan efímero como agridulce. Rhaenyra estaba muerta, pero su causa no se había muerto con ella, y nuevos ejércitos de los “negros” estaban en marcha, incluso luego de que el rey había vuelto a la Fortaleza Roja. Aegon II se sentaría en el Trono de Hierro nuevamente, pero él nunca se recuperaría de sus heridas, no tendría ni alegría, ni paz. Su restablecimiento soportaría sólo seis meses.

La historia de cómo del Segundo Aegon cayó y fue sucedido por el Tercero, será contada en otro momento, sin embargo. La guerra por el trono seguiría, pero la rivalidad que empezó en un baile en la corte, cuando una princesa vistió de negro y una reina de verde se ha acabado, y con esto concluye esta parte de nuestra historia.

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