La Pascua de Los Sentidos - Anselm Grun

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BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, SJ

La Pascua de los sentidos

SAL TERRAE 2

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© Editorial Sal Terrae, 2014 Grupo de Comunicación Loyola Polígono de Raos, Parcela 14-I 39600 Maliaño (Cantabria) – España Tfno.: +34 94 236 9198 / Fax: +34 94 236 9201 [email protected] / www.salterrae.es Imprimatur: † Vicente Jiménez Zamora Obispo de Santander 15-04-2013 Diseño de cubierta: María Pérez-Aguilera www.mariaperezaguilera.es Fotografía de cubierta: Dani Villanueva Edición Digital ISBN: 978-84-293-2238-5

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Prólogo

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La pascua de los sentidos 1. El fin de los Ejercicios Espirituales es propiciar una experiencia de Dios original que emerja desde lo más hondo del ejercitante y se extienda por toda su persona integrándola. A través de diferentes modos de oración y discernimiento, meditación, contemplación, examen, oración vocal, etc., el encuentro con Dios va configurando la persona «a su imagen y semejanza», según se nos ha revelado en el Hijo encarnado, en la humanidad de Jesús de Nazaret. Con profunda intuición, Ignacio sabe que el centro de la persona está en el corazón. Cambiar la afectividad profunda es el objetivo de los Ejercicios Espirituales. Lo afectivo es lo efectivo. Cuando deseamos algo profundamente, toda nuestra persona se configura por dentro para conseguirlo y polariza nuestra relación con los demás y con la creación. Pero los Ejercicios nos cambian también la sensibilidad, la manera de percibir la realidad donde Dios nos ofrece incesantemente «la vida verdadera». En la oración prolongada se van removiendo los afectos, no para anularlos, sino para ordenarlos hacia la creatividad, la comunión y la vida en plenitud, para liberarnos, encontrar la propuesta que Dios nos hace en respeto a nuestra originalidad, y entregarnos a ella con toda pasión. No se trata de congelar la afectividad, de convertirnos en seres distantes y calculadores que se alejan de la vida para no contaminarse, sino de encender una gran pasión que nos unifique por dentro y despierte en nosotros un seguimiento radical de Jesús de manera creadora en medio de los cambios vertiginosos y profundos que nos zarandean, superando la dispersión y la incertidumbre que hoy socavan la vida. Desde ese cambio del corazón cambiará también nuestra sensibilidad, nuestra manera de percibir la realidad a través de nuestros sentidos, pues es el corazón el que ve. 2. Vivimos sumergidos en una «cultura de la seducción». Constantemente se inventan en laboratorios, y en salas de edición de revistas y televisiones, sensaciones cada vez más sofisticadas e inteligentes para que entren en nosotros a través de «la puerta de los sentidos», y se vayan alojando en nuestra afectividad profunda, inconsciente muchas veces, para controlar nuestra vida desde esa hondura difícil de desentrañar. En muchas ocasiones, el pensamiento ni se da cuenta de lo que entra por nuestros sentidos y se siembra en nuestra afectividad. Con las tecnologías más avanzadas, neuromarketing, se estudia el cerebro, para ver el camino que recorren dentro de nosotros las sensaciones, de qué manera se siembran en los surcos siempre abiertos de nuestras necesidades y cómo nos afectan para convertirnos en clientes de productos, admiradores de ídolos, fanáticos de espectáculos, partidarios de candidatos políticos... Los anzuelos digitales son cada vez más sofisticados. No intentan impactarnos de una manera pasajera, sino «fidelizarnos», transformarnos 5

en clientes seguros que no esperen la novedad de otras marcas, sino de una concreta de la que somos fieles y devotos seguidores precisamente en un mundo volátil y quebradizo donde las pertenencias y alianzas son débiles. Vivir en el impacto de las sensaciones seductoras genera en nosotros una manera de percibir la realidad que es superficial, cambiante como las modas que se reinventan al ritmo de las estaciones del calendario. Vivir en la moda no es solo una referencia a la ropa. Se ponen de moda estilos de vivienda, utilización del tiempo libre, marcas de vehículos, lugares de diversión, prácticas sociales... Frente al tedio de la superficialidad, el rostro siempre cambiante de las modas nos ofrece nuevos productos que nos deslumbran el tiempo suficiente para abalanzarnos sobre ellos, y para que pierdan su brillo cuando los nuevos inventos tocan a la puerta de nuestros sentidos en el hipermercado mundial en el que estamos sumergidos. Nuestros sentidos seducidos se van acostumbrando a percibir la realidad según los intereses que llevamos en el corazón, que son impuestos y ajenos. Nuestro «yo colonizado» percibe la realidad como los dueños quieren, para ponernos a soñar dentro de sus sueños y convertirnos en terminales fervorosas de sus ambiciones. 3. Existe otra dimensión de la realidad. En lo más hondo de todo lo que existe, debajo de las etiquetas, de las cáscaras, de la piel, trabaja constantemente el Espíritu de Dios haciendo nuevas todas las cosas desde dentro, no desde la seducción, sino desde una llamada a la libertad, no desde el consumo de productos con marcas de calidad que prometen la dicha y el prestigio social, sino desde la propuesta de elaborar nuevas realidades que responden a las necesidades más hondas del ser humano. Su oferta de vida nueva no se evapora en la volatilidad de la moda, ni ignora nuestras necesidades fundamentales, ni nos desconoce a nosotros mismos. Nos llama por nuestro nombre con nuestra historia. Una sensibilidad cautiva no puede percibir esta realidad última, pues los sentidos están condicionados por intereses impuestos, disfrazados de buenos y brillantes, escondidos en repliegues oscuros del propio corazón. Es el corazón el que ve. Nuestra afectividad profunda hace posible que podamos fijar los sentidos, contemplar y percibir lo que nos interesa captar de la realidad. Ante un paisaje un pintor ve todos los matices de los colores, un inversionista calcula los beneficios de una posible urbanización, un ecologista cataloga las especies que hay que preservar. Ante un jardín bien cuidado le dije a un amigo: «Aquí ya todo el trabajo está hecho». Estalló en una carcajada clamorosa y me dijo: «Está claro que tú no tienes ojos de jardinero». El que lleva en su corazón la pasión por Dios y por su reino, ve de qué manera Dios está presente y trabaja en cualquier coyuntura humana, qué novedad salvadora se va gestando en el misterio de las personas y de la historia. La mirada mística cree profundamente que no hay realidad dejada de la mano de Dios, y trata de encontrar de qué manera la asume Dios en cada momento. Toda realidad es

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sagrada y tiene un puesto en el plan de Dios. Ni podemos destruirla cuando no nos gusta, ni apoderarnos de ella cuando es bella y agradable. 4. A lo largo de los Ejercicios Espirituales, en el mismo proceso contemplativo que va ordenando nuestro corazón, también se va afinando nuestra sensibilidad. Contemplamos en Jesús la acción del Padre y él nos enseña a buscarla en toda situación. Aprendemos a mirar la realidad, a disolver la superficie dura o bella para encontrarnos con Dios, que entra en comunión con nosotros y nos invita a encarnar la vida nueva trabajando con Él. En la cueva de Manresa, Ignacio de Loyola hizo los ejercicios espirituales. Cuando estaba sentado frente al pequeño río Cardoner, tuvo una experiencia de Dios que le cambió la mirada. «Comenzó a ver con otros ojos todas las cosas» (Laínez). Tenía ojos nuevos. Ese cambio de la mirada no se dio de repente, sino que se venía preparando a lo largo de todo el proceso contemplativo de los Ejercicios Espirituales. Durante toda su vida volverá a esta experiencia fundante que le permitía ver la obra de Dios en el mundo convulso de su tiempo, superando los esquemas que lo aprisionaban en un presente deplorable. Esta percepción despertó en Ignacio una fortaleza y una creatividad que lo impulsó a trazar nuevos caminos en la Iglesia y en el mundo. La pascua de los sentidos hace referencia a esta transformación. Una manera vieja de percibir muere y nos hace sentir la privación de los estímulos del mercado con el desasosiego de un síndrome de abstinencia. Al mismo tiempo, una nueva sensibilidad va gestándose y nace, para percibir la presencia y la acción de Dios que nos encanta la vida. Este proceso es una pascua real. Algo sustancial en nosotros muere y resucita. Conminados a vivir constantemente con un auricular en el oído, una pantalla delante de los ojos en cada pausa, o un flujo incesante de novedades que nos distraen, quedarnos en silencio y empezar a contemplar una realidad que tiene que revelarse a nosotros y no la podemos manipular con un mando a distancia, con un clic al instante, supone un auténtico proceso de pascua, de dolorosa poda y de lenta apertura a nuevas realidades. El cambio de la sensibilidad no se hace de repente, como el que se pone unos lentes de colores delante de los ojos. A veces las realidades cotidianas pierden su lozanía o su maquillaje y necesitamos otra mirada más honda que perciba el encanto que bulle en toda criatura de Dios. En los Ejercicios Espirituales se van realizando estos dos procesos inseparables. El encuentro con Dios en la oración nos ordena el corazón, y nos cambia también la sensibilidad para percibir el mundo como Jesús lo veía, grávido del reino de Dios. La contemplación para alcanzar amor nos muestra la unión inseparable de los dos procesos. Hacia ahí confluyen los Ejercicios. Pedimos al Señor que nos conceda «en todo amar y servir» (EE 233). Miramos la realidad para descubrir a Dios actuando con amor servicial «en todo» y entramos en comunión con Él al servir «en todo» con amor.

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En este libro privilegio lo que nos ayuda a realizar este cambio de la sensibilidad. Calles que solo mostraban su dureza empiezan a transparentar la dignidad, los trajines que aturden revelan una búsqueda infinita y los rostros marcados por las privaciones son un dibujo que ha tatuado lentamente la fortaleza de la vida. La sensibilidad afinada resucita delante de nosotros situaciones y personas, las saca de la cueva oscura y les quita el sudario de muerte que las envuelve. La realidad no ha cambiado, pero nosotros nos asomamos a ella con la pasión de descubrir su verdad más honda, de sintonizar con sus mejores dinamismos y de unirnos al Creador discreto que abre el futuro a posibilidades fascinantes que nos hacen a todos realmente humanos. El encantamiento del corazón no llega desde estímulos de laboratorio que producen una dicha química en el cerebro, ni desde deslumbrantes fuegos artificiales en el horizonte de la noche hastiada, sino desde las realidades más enraizadas en el humus fecundo de la tierra, en el Creador. Ese era el deseo de Isaías en el tedio sin horizontes del exilio en Babilonia: «Ábrase la tierra y germine la salvación» (Is 45,8), la vida nueva corriendo por las venas de la tierra ajena de los dominadores que creían tener el control absoluto del futuro.

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1. Introducción a la oración Salir de las manos creadoras de Dios no fue una despedida. En ese instante comenzó para cada uno de nosotros un encuentro con Él que ya no tiene orillas. En esta vida y en la eternidad seguiremos adentrándonos en el misterio infinito de Dios. Orar es un encuentro personal con el Dios que nos ha creado a su imagen y semejanza. Nos comunicamos con Él. Hablamos y escuchamos. En esa relación existimos y crecemos. Como en toda comunicación personal existen muchas maneras de decirnos. La palabra nos expresa, pero en determinados momentos enmudece y surge el silencio, pues la palabra ya no es capaz de contener lo que llevamos dentro. El abrazo, el beso, la mirada comunican lo indecible en la acogida. El golpe, la mudez o la lejanía pueden significar el rechazo. Cuando nos sentimos consolados, con sabor en la oración y unificados por dentro, nos es fácil estar cerca de Dios y confiar en Él. Cuando experimentamos soledad, distancia, ausencia o tentación, entonces se nos hace difícil orar y tendemos a huir y a refugiarnos en algún oasis conocido en vez de seguir adentrándonos por ese desierto que parece devorarnos. La cultura actual negocia los espacios que nos alivian, nos distraen, nos divierten, promueve los instrumentos electrónicos que nos conectan de manera permanente con la «nube» del entretenimiento. No somos capaces de esperar a Dios mucho tiempo, somos impulsados a vivir en el instante. Pero nosotros estamos radicalmente hechos para el encuentro con un Tú inagotable y solamente en este encuentro halla nuestro corazón su sentido y su horizonte. Dios nunca se separa de nosotros, pues «en él somos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28). Pero a veces se esconde: «Tú eres el Dios escondido» (Is 45,15). Con todo, no se trata de perseguirlo en las ensoñaciones sin fin de nuestro mundo interior: «Yo nunca os dije: “Buscadme en el vacío”» (Is 45,19), sino de encontrarlo en la fidelidad a la vida, de permanecer en el Dios que hace nuevas todas las cosas. Si lo buscamos donde se rehace la vida rota, entonces el Señor nos dirá: «Aquí estoy» (Is 58,9). Con frecuencia nos alejamos de Él precisamente cuando estamos a las puertas de un nuevo paso. El desierto y la tentación nos asustan. Cuando llegamos al límite, a la noche, a la debilidad, nos sentimos perdidos, pero podemos estar al comienzo de una nueva etapa, de una purificación honda de nuestra ambigüedad radical que siempre se esconde a la sombra de nuestras motivaciones más evangélicas y tergiversa nuestra libertad.

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Necesitamos la purificación de lo que nos impide una comunión más profunda con Dios y con los demás. Podemos reproducir en la relación con Dios nuestra manera falsa de acercarnos a los otros. Para sentirnos seguros, dominamos a los otros, y podemos tener la pretensión sutil de querer tener también a Dios en nuestras manos cuando hemos actuado según sus leyes para que Él nos dé «lo que merecemos», lo que «nos toca» porque hemos cumplido lo acordado. Es un intento de controlar a Dios. A veces nos fusionamos con otros para no sentir la angustia y la soledad de nuestro ser original. De la misma manera pretendemos perdernos en Dios para no vivir la alteridad de ser nosotros mismos con nuestra propia libertad. La unión con Dios no nos absorbe, sino que nos devuelve a nosotros mismos con una autenticidad más honda. En otras ocasiones la cotidianidad desabrida nos aleja de Dios y nos acomodamos en las rutinas de la convivencia con sus rituales domésticos o litúrgicos. Pero Dios es amor ferviente. Somos la misma relación en todo encuentro y la falsa relación con los demás nos puede revelar la pobreza de nuestra relación con Dios. Dios es el que tiene la iniciativa para conducirnos por el camino único que recorremos cada uno de nosotros dentro de su corazón y en la construcción de su reino en nuestra historia. Nuestro misterio se une al misterio de Dios, tanto en la contemplación como en el trabajo. En estos salmos ofrezco algunos aspectos que nos ayuden a disponernos para un encuentro con Dios siempre abierto a plenitudes insospechadas. Las relaciones importantes para nosotros las cuidamos. Los encuentros de calidad se preparan siempre con esmero, tanto la disposición interior, como el arreglo del cuerpo y los detalles del espacio. San Ignacio propone en las anotaciones (EE 1-20) y adiciones (EE 73-90) algunas señales que nos pueden ayudar para hacer mejor los Ejercicios, para estar física, psicológica y espiritualmente disponibles para el encuentro con Dios, para abrirnos a su iniciativa de vida siempre nueva. La plenitud de este encuentro, que según Ignacio se da cuando Dios se acerca a la persona «abrazándola en su amor» (EE 15), nos dispone para una entrega plena a «la vida verdadera» (EE 139) que Él trabaja para todos. Algunas de estas anotaciones y adiciones tienen que ver con nuestra actitud interior para entrar en el proceso «con grande ánimo y liberalidad» (EE 5), otras se refieren a los estímulos que llegan a nuestros sentidos desde fuera y cuidan el espacio, las relaciones, el modo de comer, y algunas más nos ayudan a situarnos en el tiempo, distribuyendo sanamente las horas de sueño, de oración o de descanso. Estas indicaciones de Ignacio nos orientan de manera especial en el tiempo de los Ejercicios, pero nos ayudan también a lo largo de toda la vida. Necesitamos tiempos y espacios en los que cuidar un encuentro que nunca se detiene, que sigue vivo a lo largo de todos los días, en medio de todos los afanes y estímulos que desembarcan sensaciones en nuestros sentidos. En la cultura actual no nos basta con apartarnos de las personas, oficios y espacios habituales, pues en una pequeña memoria podemos llevar dentro gran parte de nuestro 10

mundo. Nuestro mismo cerebro puede haberse configurado con conexiones neuronales que nos dificultan pensar, contemplar y crear en gestaciones que suponen procesos lentos. Tal vez necesitemos un «ayuno digital» para recuperar un ritmo interior que nos posibilite un encuentro con Dios que no está vinculado a las conexiones vertiginosas y deslumbrantes de la red. Las modernas tecnologías de la comunicación nos ofrecen la posibilidad de estar permanentemente conectados, día y noche, con las personas que queremos. Siempre es posible recibir o enviar un mensaje. Solo si existe una verdadera relación esos mensajes son bien recibidos y fortalecen. Si la relación es mala, entorpecen y se borran sin abrirlos. La calidad de nuestra relación con Dios nos permitirá percibir y acoger con gusto las constantes señales de la comunicación de Dios con cada uno de nosotros, en una discreción que nunca nos abruma. ***

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Necesito «Por este nombre, ejercicios espirituales, se entiende todo modo de examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y mental, y de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirá» (EE 1). Necesito tu presencia, un tú inagotable y encarnado que llena toda mi existencia, y tu ausencia, que purifica mis encuentros de toda fibra posesiva. Necesito el saber de ti que da consistencia a mi persona y mis proyectos, y el no saber que abre mi vida a tu novedad y a toda diferencia. Necesito el día claro en el que brillan los colores y se definen los linderos del camino, y la noche oscura en la que se afinan mis sentimientos y mis sentidos. Necesito la palabra en la que te dices y me digo sin acabar nunca de decirnos, y el silencio en el que descansa mi misterio en tu misterio. Necesito el gozo que participa de tu alegría, última verdad tuya y del mundo, y el dolor, comunión con tu dolor universal, origen de la compasión y la ternura.

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Disponibles «Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para se acercar y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma bondad» (EE 20). He emigrado de mi casa hasta otro espacio y otro tiempo. Ya no llegan a mis sentidos con sus mensajes rituales, palabras, paredes y trabajos. Busco un cuerpo físicamente disponible, sin anclas que me amarren al fondo de mi inercia, y sin hervores en la sangre que programen invisibles mis hambres y mis goces. Deseo que mi espíritu no cierre las ventanas sobre las sombras de ayer, ni se tape los oídos ante el primer llanto del futuro que tiembla en su pesebre. Quiero que mi alma se abra al infinito, y que mi deseo alerta mire todo el horizonte; cuando Él llegue con su brisa zarparemos hacia su oferta aunque cruja la costumbre.

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Liberación «... estando ansí apartado, no teniendo el entendimiento partido en muchas cosas, mas poniendo todo el cuidado en sola una, es a saber, en servir a su Criador, y aprovechar a su propia ánima, usa de sus potencias naturales más libremente, para buscar con diligencia lo que tanto desea» (EE 20). Libérame de las «sensaciones seductoras» que me colonizan con las marcas y me absorben en el sueño de sus amos. Afina mi «sensibilidad embotada» por estímulos inéditos y astutos que arrasan el susurro de tu oferta. Apacigua mi «voracidad audiovisual» de adicto sin domicilio y sin sosiego que te deja solo cuando te sientas en mi mesa. Líbrame de la «tiranía de las posibilidades» que me baraja en las encuestas de los dueños y anula tu propuesta que nunca se negocia. Distiende mis «entrañas impacientes» estremecidas por ritmos electrónicos que abortan en mí tus gestaciones. Alienta mi «intimidad desencantada» envuelta en las vendas de una queja que no espera resurrección de las heridas.

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En tus ojos «Un paso o dos antes del lugar donde tengo de meditar o contemplar, me pondré en pie, por espacio de un Pater noster, alzando el entendimiento arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira» (EE 75). Solo en tus ojos puedo leer quién soy y lo que valgo, mientras las demás miradas me zarandean en el vértigo del abismo o de las cumbres. Solo en tus manos crecer tiene el ritmo justo del sol en el oriente o de la madera en el tronco bajo la cáscara cómplice, mientras me quiere absorber el instante digital donde el vértigo seduce. Solo tu presencia, tus tiempos y tus ritmos, sin ansia ni porfía, despiertan mi secreto de vida interminable, donde mi futuro brota de tu misterio sin deudas y sin ancla.

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A veces «En el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga» (EE 76). A veces, en el oasis, arañamos la tierra blanda, nuestra, conocida, sin encontrar agua. A veces, en el desierto, sin buscarla el agua brota sola, libre, abundante, de la roca dura.

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Límite «Tres causas principales son porque nos hallamos desolados: ... la tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322). El silencio es el espacio para escuchar lo inefable. La espera es el tiempo para cultivar lo imposible. La noche es la pupila para ver lo invisible. El límite es la orilla para abrazar lo infinito.

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Página blanca «... todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322). Página en blanco, oído que me escucha sin el más mínimo ruido, retina que me acoge sin distorsión y sin juicio, espejo fiel y veraz en quien me digo, amiga que no apresa mis rasgos vacilantes, libertad que me ofrece todos los caminos, confidente gratuita si tacho, enmiendo y rompo, espera que no urge, regalo que no exige, herencia vegetal de bosques centenarios. ¡Cada día te ofreces más imagen del Dios tan silencioso y tan cercano en quien me escribo!

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Oquedades «El que da los ejercicios... deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor» (EE 15). Solo en tu silencio caben todas las palabras, y yo quiero sembrar en él los secretos que me horadan. Solo en tu noche duermen todos los colores, y yo quiero soñar mestizo con todas las diversidades. Solo en tu ausencia se inician todas las búsquedas, y yo quiero adentrarme sin fin en el horizonte de tus brazos. Solo en tu muerte recomienzan todos los finales, y yo quiero resucitar en ti las agonías que comparto. Silencio, noche, ausencia, muerte. ¡Tus oquedades maternales!

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Debilidad «... todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322). Es tan débil como el filamento de una lámpara, oruga trémula, mínima, protegida en su claustro de silencio y de cristal. Cuando la Luz le atraviesa en soledad la médula del hueso, se vuelve incandescente, arde entera en combustión, sin consumirse, urbana zarza de Moisés. ¡Ningún cable fuerte puede transfigurarse así!

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Soledades «Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para se acercar y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma bondad» (EE 20). No has llegado todavía pero yo sé que estás aquí. Nadie más podría retenerme en estas paredes de silencio expirando soledades. Mi deseo de tu encuentro sigue ahondando ausencia, y cuando te muestres seguirá tu presencia encendiendo mi deseo. En esta espera lenta se afinan mis sentidos. Un reflejo fugaz es un mensajero de la luz, y en el rumor más tenue ya hierve toda la vida. Al salir a los encuentros, en toda ausencia humana que deambula por las calles, se paraliza por los golpes o languidece en los rincones, te percibiré mejor a ti en mínimas señales, pues no puedes brillar tanto que ciegues mis sentidos.

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Estás callado «Asimismo es de advertir que, como en el tiempo de la consolación es fácil y leve estar en la contemplación la hora entera, así en el tiempo de la desolación es muy difícil cumplirla. Por tanto, la persona que se ejercita, por hacer contra la desolación y vencer las tentaciones, debe siempre estar alguna cosa más de la hora complida; porque no solo se avece a resistir al adversario, mas aun a derrocalle» (EE 13). ¡Estás callado! Tu silencio va conmigo día y noche, y tu ausencia me acompaña. En lo oscuro no te veo, pero siento tu angustia latiendo en mi costado. Se va rajando mi tierra seca como una boca que se abre para cantar mi sed y recibir tu agua. No retires tu silencio de mi vaso. Todavía mi certeza no ha bebido suficiente. ¡Señor, sigue callado!

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En tu audacia «Al que recibe los ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad» (EE 5). Hoy tu silencio es invernal, recubre la tierra limpio y mullido como una nevada donde todavía no ha esquiado la más mínima palabra. Desde lo alto de la montaña lanzaré toda mi existencia hacia la hondura con giros nunca imaginados, dialogando con los vientos, bordeando precipicios, y seré tu compañero en el riesgo vertiginoso de tu descenso a los abismos donde crecen nuestras vidas enraizadas en tu audacia.

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Tu paso «... entrar en la contemplación cuándo de rodillas, cuándo postrado en tierra, cuándo supino rostro arriba, cuándo asentado, cuándo en pie, andando siempre a buscar lo que quiero» (EE 76). A veces es el cuerpo, siempre alerta mientras duerme el alma, el que recibe primero tu llegada impredecible en medio de la noche. Has entrado sin ruido en mi casa cerrada, has distendido mis nudos y has abierto el último balcón de mis pulmones a la brisa. Tu levedad de aurora se ha encarnado por sorpresa. Entonces mi espíritu despierta y se da cuenta que has llegado. Me dejaste tu presencia encaminando tu visita por mis huesos y memorias, y ya te has ido en silencio dejando mi ventana abierta a todo el sol de la mañana.

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Busco tu novedad «... todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima, se llaman ejercicios espirituales» (EE 1). Busco tu novedad entre las presiones de mis enemigos que sofocan el corazón y depositan parálisis en el giro de mis decisiones. Busco tu novedad entre las expectativas de mis amigos que sin haberte escuchado han trazado mis rutas y me atan a ellas con cariño. Busco tu novedad entre mi hondura ambigua que me ofusca el corazón y se reviste de luces para adueñarse con astucia de mis sueños y tareas. Busco tu novedad entre la inercia terca de las instituciones programadas y sensatas que recogen a plazo fijo su cosecha esperada. Busco tu novedad entre ofertas de estrellas con brillo de paraíso al alcance de la mano mientras madura tu don en la sombra lenta. 25

¡Busco tu novedad! Mis viejos odres no resisten tu nuevo vino. No remiendes con tela nueva mi libertad gastada. Haz nuevo mi ser entero para que pueda acogerla.

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Siempre llegas «... todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322). Siento tu respiración en mi nuca. Cuando vuelvo el rostro para verte, dejo de percibir tu aliento. Navegas en mis sueños con música y brisa. Cuando controlo las velas para llevarte a mi bahía me encuentro soñando solo. Me fascina tu fantasía con los colores del alba. Cuando quiero apresar el rojo y convertirlo en mi anillo tu pintura se deslíe. Te asomas en el destello de los ojos gratuitos. Cuando intento engarzarlo en el collar de mis abrazos solo siento tu ausencia. Tu llegar es pasar siempre y siempre quedarte si mi hondura no es puño sino palma.

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Tu respuesta «Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para se acercar y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega, más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma bondad» (EE 20). Te grité una pregunta más grande que yo mismo. Quise tu respuesta al instante con un clic en el teclado. Pero me respondió tu silencio entre ausencias digitales. Cada día y cada noche la pregunta me horadaba con su filo de espiral taladrando mis saberes. En mi herida abierta sembraste una palabra nunca antes pronunciada, y la cubriste de silencio con la palma de tus manos. Al crecer dentro de mí, dilató mis certezas y ensanchó mi cuerpo para acoger su estatura. Solo cuando nació como palabra mía ya fue respuesta tuya engendrada en mis entrañas.

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Intimidad «Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta para se acercar y llegar a su Criador y Señor» (EE 20). En el encuentro contigo madura mi intimidad para acoger tu cercanía y para confiarte la mía. Si pretendo apresarte en el puño de mis vacíos se desvanece tu presencia. Si busco disolver en ti el riesgo de ser yo mismo me devuelves a mi libertad. Si te urjo claridades solo me ofreces tu luz para buscar en la sombra. Mi adentrarme en ti y tu adentrarte en mí, afina mi corazón para el compartir creador de intimidades humanas, sin apresar la belleza, sin fundir la originalidad, sin estrujar el misterio. El encuentro contigo nos configura las entrañas para que todo encuentro sea latido de tu cercanía, y devoción de alteridades.

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Hilar y tejer «En el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga» (EE 76). Hay un tiempo para hilar y un tiempo para tejer. Hay un tiempo para hilar, para ir sacando en soledad los hilos de la masa informe de lo posible con la yema de los dedos. Hay un tiempo para tejer, para ir trenzando los hilos en la miniatura de cada puntada como un sueño que crece. Sin hilar, solo se tejen fantasías impacientes. Sin tejer, solo se hilan hijos para la muerte.

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El límite de Dios «... abrazándola en su amor y alabanza, y disponiéndola por la vía que mejor podrá servirle adelante» (EE 15). En los límites donde yo acabo crece tu presencia como el más allá de mí mismo. Solo puedo ser ilimitado al adentrarme en ti. En los límites donde tú acabas crece mi presencia como el más allá de ti mismo. Solo puedes ser ilimitado al adentrarte en mí. Tu ser infinito es mi frontera y nada me detiene. Mi yo limitado es tu frontera y yo te detengo. ¡Humilde Amor que tanto te limitas para que en ti yo sea plenamente!

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Sin ti, sin mí «... más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota, abrazándola en su amor y alabanza» (EE 15). Sin ti, ¿quién soy yo, surco sin agua, bandera sin viento, antena sin ondas, playa sin olas? Sin mí, ¿quién eres tú, agua sin surco, viento sin bandera, onda sin antena, ola sin playa? Para ti, valió la pena necesitarme a mí para llegar a ser tú mismo en nuestra historia. Y para mí, ¿no valdrá la pena, necesitarte a ti para llegar a ser yo mismo en tu eternidad? ¡Has querido ser Tú en mí para que sea yo en ti, en una comunión donde crezcamos juntos sin orillas, sin ocasos!

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Existir en tu tiempo «Porque piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés» (EE 189). ¡Existir en ti, en tus afanes, a tu ritmo y en tu tiempo! Acoger lo nuevo en el instante justo en que aparece en mi fantasía, en mi diario, en mi espejo, en mi cuerpo; sorprende con su brote leve la corteza áspera de mis inviernos. Quemar mi presente al ritmo exacto de tu Espíritu, llama vertical e inmóvil en la altura de la vela, que arde sin consumirse en tu soplo imperceptible de respirar íntimo, o llama doblegada, horizontal, convulsa, casi arrancándose de la cera, por la pasión excesiva de tu Espíritu huracanado, que a ritmo de vértigo me quema y me devora disolviendo mi estatura. Darle un abrazo 33

y decir adiós a lo mío que ya es otro, y tiene que recorrer su propio itinerario, o despedir a lo mío en su último aliento, que ya cumplió su jornada para llegar eternamente hasta tu encuentro de tiempo sin relojes.

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Dios en nosotros «El que da los ejercicios... deje inmediate obrar al Criador con la criatura, y a la criatura con su Criador y Señor» (EE 15). Somos tu dicha en el beso, en la cosecha, en el canto. Somos tu fracaso en la bomba, en la alambrada, en la exclusión. Somos tu futuro en el perdón, en el sueño, en la semilla. Tú, en nosotros disfrutas tu dicha, asumes tu fracaso y alientas tu futuro.

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Vocación de fuego «No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (EE 2). Si tengo vocación de fuego, también la tengo de ceniza. Si en ti soy luz, también en ti soy oscuridad. En mí se esconden tu fuego y tu luz, hasta que en ti se enciendan mi oscuridad y mi ceniza.

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Cada mañana «No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente» (EE 2). Cada mañana me sumergiré en ti, agua de la vida, antes de ser alivio en el vaso, nutriente en el surco, juego en la fuente, sosiego en el lago. Cada mañana me afinaré en ti, palabra del Padre, antes de ser susurro al oído, discurso en el aula, anuncio en el viento, silencio en la escucha. Cada mañana me orientaré en ti, camino del reino, antes de ser paso en la calle, ruta en la frontera, pausa en la espera, salto en el aire. Cada mañana me reposaré en ti, sabiduría encarnada, antes de ser vigilia en el sueño, flecha en el arco, sutura en la herida, cansancio en tu mano.

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Cada mañana me miraré en ti, imagen del Padre, antes de ser alegría en el rostro, fuerza en los brazos, caricia en los ojos, luz en el barro.

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2. Principio y fundamento San

Ignacio empieza los Ejercicios Espirituales con dos afirmaciones: el hombre es criado para la vida en plenitud que llamamos salvación, entrando en un proyecto de amor y creatividad que recorre la historia, y las cosas son creadas para el hombre, para que le ayuden en esta misión que lo une al Dios creador. A continuación saca dos conclusiones: las cosas deben usarse o rechazarse en la medida en que ayuden o estorben para nuestro fin, y, para vivir de esta manera, es preciso crecer en una libertad que no se deja paralizar por los «espantapájaros» (enfermedad, pobreza, deshonor, vida corta), ni atrapar por las «seducciones» (salud, riqueza, honor y vida larga) [EE 23]. Aquí, Ignacio no solo hace un enunciado teórico, sino que describe la última verdad que ya se mueve por la entraña de todo lo real. Los Ejercicios son precisamente el encuentro con Dios que transforma nuestra libertad para vivir con pasión este proyecto creador que no excluye ninguna criatura. El principio y fundamento de nuestro futuro consiste en vivir constantemente arraigados en esta dimensión última de lo real, en el humus fértil de la tierra, en dejar que nos recorra por dentro, sin evadirnos de ella hacia paraísos alucinantes que ignoran el tiempo lento de los procesos, se apartan de las personas descalificadas y nos elevan en el vacío estéril de las seducciones. Al final de los Ejercicios, en la «contemplación para alcanzar amor», después de haber atravesado todas las realidades de muerte y de vida, y de haber descubierto ahí a Dios comprometido con nosotros, ya podemos comprender y contemplar cómo Dios está en todo y trabaja en todo con una discreción infinita. La dignidad de las personas y las cosas se alimenta de este amor sin límites que llevan en su entraña. Nuestra pasión será acercarnos con todos nuestros sentidos despiertos para acoger ese secreto último de la realidad que todo lo dinamiza hacia la vida en plenitud. La meditación del «Principio y fundamento» despierta nuestro «deseo» de vivir unidos a la pasión infinita de Dios por nosotros, y de unificarnos por dentro polarizando nuestra vida en el único objetivo que nos llama desde el único horizonte hacia el que todo camina. Amenazados por el sinsentido, la desintegración y la aventura de arder y consumirnos en el instante volátil, nos unimos al proyecto de Dios con todo su fuego y su ceniza. *** 39

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La luz «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado» (EE 23). Al principio era la Luz, una sola luz blanca que al pasar hacia la tierra por los ojos de Dios se abrió en un abanico con todos los colores de pieles y paisajes. Colores tendidos al sol de la mañana, colores que se tejen al cruzarse sus rutas en calles y mercados, colores que se funden en las pieles de los hijos, colores sospechosos envueltos en recelo. Todos guardan la memoria de la mirada que los hizo; todos siguen hoy llegando desde los ojos de Dios; todos anhelan la armonía de todos los matices. ¡Un día Dios podrá verse a sí mismo desplegado en esa curva de arco iris que recorrerá de punta a punta toda nuestra historia!

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Hombre y mujer «El hombre es criado» (EE 23). El día sexto Dios creó a Adam, el ser humano. En el centro de la creación, entre plantas y animales, Adam sintió la soledad como un hueco de costilla menos. Al verlo Dios tan solo, lo durmió, lo puso a soñar y creó su sueño, Eva, su compañera, igual a él. Al contemplar a Eva, Adam sintió el amor, llegó a ser hombre y supo quién era. Al sentirse amada por el hombre Eva sintió el amor y se supo mujer. El Hombre y la Mujer estaban desnudos, transparentes e iguales uno frente al otro, sin engaños que ocultar y sin vergüenza. 42

En el hombre y la mujer Dios nos deja su imagen de comunión fecunda entre iguales y diferentes, para llenar de vida toda la tierra.

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Punto de encuentro «... y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado» (EE 23). Soy punto de encuentro, del humus de la tierra que asciende en mí, y de la claridad del sol que baja hasta mí; de la oscuridad del misterio que nutre mi secreto, y de la luminosa existencia que alegra mis sentidos; del pasado que camina hasta el dintel de mi ahora, y del futuro que estrena mis sueños más puros; de mi ser único que me permite decir «yo», y del cuerpo del pueblo que me llama «nosotros». ¡Soy punto de encuentro, entero don que se recibe cuando se regala!

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Existir «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23). Existo en tu corazón; en mi carne y mi misterio palpitan tus latidos. Orquestas las órbitas de todas las estrellas para que yo pueda dar una mano, un paso, un beso. Entrañas de bosques en sombras y silencios generan mi nombre y buscan mis sentidos. Innumerables especies cantan, crían y trabajan el hogar de todos en cumbres, mares y sabanas. Como árboles andantes seres anónimos me regalaron su aroma mientras pasaban y morían. Dondequiera que voy hay nombres que van conmigo; para ver el brillo de tus ojos me basta soplar su ceniza.

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Desde dentro «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor» (EE 23). Ninguna imagen te pinta pero tú inspiras y sustentas las formas y colores que transpiran tu belleza. Ninguna palabra te explica pero tú alientas la verdad que rezuma agua eterna en el desierto de la boca. Ningún abrazo te abarca pero tú respiras en el pecho donde la vida agobiada descansa su cabeza. Ningún proyecto te contiene pero tú laboras sin receso en la punta de mi lápiz y en el embrión del universo.

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Criaturas «Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que leayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas cuanto le ayudan para su fin, y tanto debe quitarse dellas cuanto para ello le impiden» (EE 23). Hoy las criaturas me gritan que las suelte de mi puño, que las libre de mí mismo, de jaulas, orlas y museos. Me suplican con siluetas de danzas verticales en árboles y aromas, con la paciencia contenida de montañas en reposo, que las contemple y que las ame, porque quieren ser eternas. Añado a mi nombre apellidos cósmicos, brillos de rocas, ruedas dentadas, distancias siderales, circuitos electrónicos, saltos de delfines. Carne y sangre mía, los llevo dentro de mí viajando al Infinito.

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Siempre nos esperas «El hombre es criado» (EE 23). Tú siempre nos esperas para comenzar de nuevo, cuando dejamos sin terminar una palabra insegura, un abrazo esquivo, un sueño imposible, cuando nos perdemos en los laberintos del propio corazón, de la noche ciudadana, del dolor ajeno, cuando detienen nuestro curso de río joven con un dique, con una helada, con un desierto. ¡Tú siempre nos esperas para comenzar de nuevo!

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Hermano cosmos «Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que leayuden en la prosecución del fin para que es criado» (EE 23). Hermano cosmos, al final de los tiempos, no te dejaré estrujado como un vaso desechable en la basura de la historia, después de beber en ti el agua de las fuentes y el vino de las fiestas, no te dejaré abandonado como una barca rota en la playa de los tiempos, después de atravesar tus mares anchos hacia las playas del amor, no te dejaré deshecho como un andamio inútil pudriéndose en el suelo, después de ayudarme a construir la belleza de torres y de puentes. Al final, viajarás en mí, alimento ya inseparable de mi alma y de mis huesos, en el encuentro sin fin del amor y de la fiesta.

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Creo en ti «Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas, en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás» (EE 23). Creo en ti, Señor de las raíces que alimentan mi estatura y de los frutos donde brilla tu fantasía, del fundamento donde se estabiliza mi vida y de mis alturas donde crecen tus afanes, de la interioridad que configura mi rostro y de mi exterioridad que te acerca a los sentidos, de lo germinal donde se gesta mi futuro y de la cosecha que genera nuevas siembras, del dolor que quema mi inconsistencia y de la alegría donde ríe tu dicha con nosotros, de la noche donde se recrea mi mañana y del día radiante de colores y miradas, del no saber 50

que hospeda mi novedad y del saber con tu sabor en la garganta, del fuera que siempre me incluye y del dentro con aroma del hogar, de la diferencia que ensancha mi vida y de la semejanza anuncio de comuniones inefables, del límite donde comulgo contigo y del abrazo abierto a todas las espaldas, de la ceniza memoria de mi entrega y del fuego que ilumina los instantes. ¡Creo en ti, Señor, humildad escondida, dentro infinito de todo sacramento, abrazo callado de mi devenir! ¡Creo en ti, Señor, en tu humilde epifanía en la brevedad de mi carne, rostro visible de tu cercanía, ahora inabarcable de tu misterio transparente!

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Solo en ti «Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23). Solo en ti mi cuerpo es mío y es universal, es flexibilidad de junco o tensión justa de arco o de guitarra. Solo en ti mi razón se despega de mi saber de andamios, y mi «no saber» brinca con júbilo de niño por la llanura de tu porvenir Solo en ti los huéspedes de mi memoria, alojados en ella para siempre, alegran su rostro endurecido, o disuelven con ternura sus halagos de nostalgia. Solo en ti mi fantasía descansa como brasa en la ceniza, o es incendio creador con los pinceles de la llama en la tela de la noche. Solo en ti mi corazón se unifica mientras una muchedumbre de nombres y de fechas me recorren por dentro, me agreden o me abrazan. Solo en ti 52

mis decisiones cotidianas son siempre de vida, cuando son agua pura en la roca, o lodo que se arrastra herido hasta el lago de tu casa. ¡Solo en ti!

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Raíces «Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23). Creceré en esta tierra donde me has plantado, con raíces fuertes para no ser un juguete del huracán que ya forma sus argollas en los mares del tormento, con raíces que crezcan hacia el agua de la vida en la oscuridad sin mapas con la lámpara en el pecho del deseo que ilumina, con raíces que envíen hacia las hojas y los frutos la vida que succionan regalada gota a gota del misterio de la noche.

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Alfa y omega «Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23). Eres la palabra que fecunda mi silencio, y eres el silencio en que se gesta mi palabra. Eres el centro de mi intimidad pero no me manipulas, y eres el Señor del universo pero no me paralizas. Eres la imagen del Padre a quien miro en ti, y el rostro humano en quien me veo a mí. Eres la sabiduría de Dios que nos vuelve locos, y eras la locura humana que nos hace sabios. Eres el comienzo de la creación de donde salimos cada día, y eres el final de los tiempos donde ya hemos llegado.

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Creer «Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados» (EE 23). Creer en ti es creer en mí en quien Tú crees. Esperar en ti es esperar en mí en quien Tú esperas. Sufrirte a ti es sufrirme a mí en quien Tú sufres. Amarte a ti es amarme a mí en quien tú amas.

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Todos «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23). Somos una mirada que se encuentra a sí misma en otros ojos, manos en el aire que se afirman y descansan en otras manos. El amor y el juego, el adorno y las palabras no son el fruto de seres solitarios. ¡«Tú» y «yo» en la distancia justa que nos distingue y nos une originales! Nos acostumbramos al rostro y a la ausencia, a los ademanes y los pasos de un pequeño grupo, entrelazamos los brazos en un círculo seguro, creamos un «dentro» cálido y un «fuera» al descampado y nos atrevemos a decir «nosotros». El «nosotros» necesario, de la misma sangre, del mismo credo, del mismo vino, de los mismos cantos, nos encierra sutil en su cáscara estéril. ¡Tiene que abrirse a lo innombrable! El aroma de los cedros, 57

la línea del horizonte, la claridad del mediodía y el soñar humano, no vuelven su rostro ni revelan todo su secreto cuando alguien les llama: «mío», «tuyo», «nuestro». ¡Su nombre es: «todos»!

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Diversidades «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23). Hay seres de la llanura, abierta como la palma de la mano. Son hijos de la luz y los contornos definidos, y se sienten seguros en sus caminos anchos sin curvas ni altibajos; llaman las cosas por su nombre, miran de frente a los ojos, y agradecen las palabras llenas de sol y verticales. Cuando se acerca por el horizonte un rostro embozado, enseguida quieren descubrir sus intenciones y su estirpe. Hay seres de los valles, y salen a la vida en la penumbra. Cuando los demás duermen, abren sus ojos de búho, los giran en todas direcciones y admiran la vida de la noche; se sienten seguros en las palabras difusas como follaje nocturno; su rostro amanece empapado con el rocío del misterio y esconde intimidades que invitan a la búsqueda. Nos sugieren otro mundo con su mirada de sombras, de bosque y de alusiones. ¡Bienaventuranza que entreteje el día y la noche, 59

la llanura y el valle, lo claro y la sombra, la línea y el misterio!

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Diferentes «El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23). Fiesta de jóvenes con síndrome de Down. Hoy tu diferencia ha subido al escenario vestida de fiesta. Colores de Caribe encendido giran al ritmo de la danza. Todas las miradas están fijas en ellos, eterno deseo humano de existir en otros ojos limpios, de ser mirados sin codicia de tiempo y de rango, con pausa y con amor. ¡Son sus minutos de estrella en el firmamento humano! ¡Al fin, también Tú eres mirado, en tus criaturas más queridas, Dios humilde, misterio de frágiles sonrisas y lentos ademanes! ¡Cuántos gestos perdidos que no se dirigen a nadie, son una plegaria que te busca en lenguaje cifrado, y tú los besas con ternura en su corazón incomprensible para los que estamos a su lado! A veces miramos con un filtro de recelo a estos profetas menores de la condición humana. Ellos manifiestan en el rostro lo que nosotros escondemos. 61

También nosotros somos un poco ciegos, parcialmente torpes, desconcertados, solos y perdidos entre la muchedumbre que esconde sus heridas en colores de camuflaje y pasos que resuenan. También nosotros estallamos en lágrimas repentinas en la soledad deshabitada y buscamos algún hombro, alguna caricia que nos sane. En algún momento del camino, desde el embrión humano, emprendieron una vía diferente. No están hechos para competir, ni negociar con astucia, ni ocupar los primeros puestos de las escalas humanas. No son negocio rentable donde invertir nuestra vida para buscar los intereses. Son seres gratuitos que despiertan nuestro amor más puro. ¡Qué bien los expresan los colores alegres, la danza, la música y el canto! Les has enviado ángeles que jueguen con ellos, que les enseñen el camino de la belleza y la sonrisa, para expresar la melodía que les suena dentro, los sana y los encanta.

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¡Nos dejan en el alma un beso de tu misterio que nos hace humanos!

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3. Primera semana En la primera semana de los Ejercicios nos enfrentamos con el mal moral que llamamos pecado y con toda la destrucción que desencadena. Si la plenitud de la existencia consiste en vivir enraizados en el fundamento de la vida que origina siempre nuevos principios, nuevos comienzos, el pecado consiste en cortarse de esa vida y confiar la dicha a nuestra frágil autonomía que se encierra en su orgullo estéril, que niega que somos limitados y solo podemos ser nosotros mismos en comunión con el Ilimitado y con los demás. Es fácil descubrir los efectos de la ruptura con Dios. Basta con abrir los periódicos o escuchar las noticias para darnos cuenta de todo el mal devastador que se establece en estructuras sociales con instituciones y personas que lo sirven y medran a su sombra. Para acercarnos al mal personal, recordamos nuestra propia historia, el proceso de nuestros pecados, los que hemos cometido y los que hemos padecido desde los demás, con heridas que a veces siguen sangrando a lo largo de la vida. Pero el pecado no es la última verdad. Más hondo sentimos el perdón que Dios ofrece y que restaura la vida, no como un remiendo de tela nueva en un paño roto y desgastado, sino como un tejido nuevo mejor que el anterior (cf. Mc 2,21). Ninguna realidad está excluida del perdón de Dios. Nadie queda al margen de su gracia. Setenta veces siete, siempre, el Señor recomienza con nosotros porque la fidelidad de su amor no puede ser destruida ni por los hornos de los campos de exterminio, ni por la constante mediocridad de nuestra vida maquillada de sensatez humana. El perdón de Dios experimentado en nuestra propia historia y en la vida de tantos a los que les cambió radicalmente la vida, nos ayuda a descubrirlo siempre ofrecido y activo en toda persona por más destruida que se presente. Una nueva sensibilidad se irá formando en nosotros, para que nuestros sentidos puedan descubrir cómo la misericordia de Dios se asoma en tenues señales, tanto en las vidas más corruptas como en la ambigüedad de los más justos y santos. No intentaremos perdonar simplemente porque hemos recibido un precepto de Dios, sino porque lo vemos a Él asumiendo con su perdón las vidas destrozadas por el pecado. En nuestra manera de acercarnos a las personas podemos reflejarles en nuestra mirada y nuestros gestos ese perdón ofrecido de Dios que ya vislumbramos en el centro de su barro. Es lo que Jesús reflejaba en sus encuentros con los que se sentían atrapados en el vértigo interior de su caída y en el menosprecio ciudadano, lo que impulsaba a los 64

pecadores abrumados por el mal y el sinsentido a acercarse a su persona con una confianza que les desarmaba todos sus mecanismos de defensa. Una nueva sensibilidad es necesaria, no solo para percibir ese amor de Dios que perdona a cada persona, incluso antes de que lo perciba y lo acoja, sino también para saber reflejarlo en la finura de nuestras expresiones inconscientes cuando nos encontramos ante los demás, cuando una pequeña expresión del rostro puede cerrar un encuentro o abrirlo hacia la comunión y el futuro. ***

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Conversión «Pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza de su divina majestad» (EE 46). Señor, pronuncio nombres que en mí no se han convertido en tu imagen, cargo golpes que en mí no se han convertido en tu ternura, me escuecen insultos que en mí no se han convertido en tu humildad, me cercan situaciones que en mí no se han convertido en tu esperanza. Conviérteme, Señor, en tu imagen, tu ternura, tu humildad, tu esperanza. ¡Conviérteme, Señor, en ti!

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El árbol del límite «Traer a la memoria... cómo después que Adán fue criado... y puesto en el paraíso terrenal, y Eva ser criada de su costilla, siendo vedados que no comiesen del árbol de la ciencia, y ellos comiendo y asimismo pecando...» (EE 51). En el sueño del paraíso brillan frutos hermosos en el árbol prohibido. Si los admiro crezco, si los devoro me destruyo. No podías crear otros infinitos, solo seres a tu imagen, limitados hombres y mujeres creciendo sin fin en el misterio de tu abrazo. El límite es la orilla de toda mi existencia, es el espacio de encuentro contigo y con todo otro; no es puerta de horno ante mi entraña seca, sino brocal de pozo que regala el agua. Si no acepto mi límite con suficiencia de ídolo, me lanzaré ciego sobre todo lo que luce, sin respetar lo ajeno y lo que tú cultivas para generaciones futuras; me abalanzaré sobre el tiempo atropellando los instantes; anularé las diferencias para no ver alteridades; nunca saciaré el hambre 67

de mi cuenta corriente, ni la mirada codiciosa sobre propiedades ajenas. Todos los éxitos y amores nunca llenarán mi odre roto. Si vivo el límite en comunión contigo y con todas las criaturas, crecerá todo mi ser en ti sin avaricia en la sangre, de rostros ni de aplausos, de metros ni de oficios.

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La ruptura «... ellos comiendo y asimismo pecando...» (EE 51). Adán y Eva rompieron con Dios y se sintieron vacíos. Para proteger su desnudez de cuerpo y de espíritu sin origen ni destino, se tejieron un vestido con hojas arrancadas al árbol del mercado, marcas florecidas, etiquetas cotizadas, firmas homologadas al alcance de los cheques, diminutos dioses manejables con fecha de vencimiento en el revés de su apariencia. Le dolió a Dios contemplarlos vestidos de mercancía seductora, de lentejuelas publicitarias, envueltos como cosas. Y se acercó en el paseo de la tarde vestido de brisa y de sosiego. Adán y Eva, por miedo a encontrarse frente a frente con el abismo del Amor, se escondieron entre matorrales a ras de tierra, exuberancias repentinas, hojarascas pasajeras, modas de estación. Pero en el encuentro el Amor les señaló con la mirada 69

el único paraíso prometido que ya estaba amaneciendo tras el perfil del horizonte, delante de sus ojos, más allá de los partos inciertos, de la consigna en el oído, del dolor del arado en la muñeca y de la distancia en la planta de los pies. Este mismo paraíso también ya corría ahora dentro de sus venas, mestizo y multicolor, y se deslizaba ágil y libre, paso a paso, por la médula nebulosa de la fantasía y de los huesos.

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Ilegales «Cuánta corrupción vino en el género humano...» (EE 51). El hambre y la violencia gestan emigrantes en el Sur. El ojo insomne del Norte vigila sus fronteras. Los espejismos en los desiertos africanos ya no dibujan oasis con lagos y palmeras, sino altos edificios de dicha y de cristal. Y en los montes y barrios de América Latina no solo convocan a la fiesta comunal las quenas y tambores. Ritmos ajenos cantan el dólar y la huida. Oleadas de emigrantes se arrancan de su campo. Las raíces al aire sangran tierra fresca. En lucha infinita nombres familiares arden en el pecho. Se orientan hacia el Norte y buscan a tientas pasar por el ojo de la aguja estrechando la existencia. Con su mirada de búho los vigilantes verán en la tiniebla las sombras sigilosas, y con el husmear de los radares perforarán la oscuridad, cómplice inútil 71

de la senda prometida. Las lanchas patrulleras les clavarán en la noche un arpón de luz en las espaldas clandestinas. ¡Cuántas historias flotarán ahogadas en el agua! ¡Cuánto anonimato se derretirá en los desiertos! ¡Cuántas ilusiones atrapadas en las redes de la selva! Algunos alcanzarán la tierra de sus sueños ajenos, seducidos. Como una nueva estrella de David clavada en la espalda y el costado, diana segura de desprecios y de rejas, a todos les impondrán el mismo nombre, el único nombre tatuado con láser en su piel oscura: «Ilegal».

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Etiquetas «Cuánta corrupción vino en el género humano...» (EE 51). Etiqueta comercial, en la esquina de las gafas como clave que cifra la mirada, colorido reclamo de atención en el frente de la gorra, pegada al cuerpo intimidad y talismán, como una condecoración sobre el pecho en la camisa, seductora en la cintura cabalgando a ritmo de cadera, con su garra de hilo en la costura vertical, certificado de éxito en la piel de la cartera, trotando en los zapatos, y a toda hora en el reloj. ¡Etiquetas! Siluetas elusivas en los sueños bailan y prometen, se embriagan en las fiestas, y secuestran cada día menudas decisiones. Los ojos del imperio a lomos de satélite dan vueltas a la tierra vigilando sus rebaños de reses tatuadas. Etiquetas, ¡carné de identidad! ¿Quiénes somos? ¿A quién pertenecemos?

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Minas «Cuánta corrupción vino en el género humano...» (EE 51). Sembradas por el odio a ras de tierra, sin surcos descifrables, agazapadas como fieras al acecho de inocencia, tensos sus músculos de plástico entrenado, pecado original de lutos y desgarros, sobrevivirán con su carga mortal a las firmas de paz, a los perdones, a los días sin odio, a la memoria curada. La bala asesina se agota en un instante. La mina mortal resiste en su inmóvil trayectoria. ¿Cómo es el corazón que puede diseñar, fabricar, vender, comprar, rifar, esa muerte ciega, impredecible, terca, que no sabe distinguir si la pisada que la toca es amiga o enemiga, si es de paz o es de guerra? ¡Tal vez un día cualquiera, inesperado y mercantil, explote la conciencia 74

y abra una rendija de luz entre muñones de ceguera!

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Instalación «El primer punto es el proceso de los pecados, es a saber, traer a la memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera mirar el lugar y la casa adonde he habitado; la segunda, la conversación que tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido...» (EE 56). Hoy no me han quitado nada, ni un sueño, ni una moneda, ni un segundo. ¿Estaré ya tan protegido que lo nuestro es solo mío? Hoy no me ha dolido nada, ni la cabeza, ni el alma, ni el bolsillo. ¿Seré ya un miembro anestesiado en tu cuerpo universal? Hoy no he inventado nada, ni una imagen, ni un abrazo, ni una pregunta. ¿Estaré ya tan muerto que solo quiero estar vivo?

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Narciso «Mirar quién soy yo...» (EE 58). Narciso contempla en el lago, enamorado de sí mismo, su imagen maquillada de siglo veintiuno. Para romper su propia complacencia, bastan las ondas sosegadas que se extienden en el agua por la piedra de un niño que juega su inocencia, por una brisa libre que inventa en el velero, por un ala que roza el agua en el baile de su vuelo. ¡Tan frágil espejo el de Narciso! ¡Tan frágil Narciso en el agua temerosa del juego, la brisa y el vuelo!

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Pretensiones «... qué cosa son los hombres en comparación de todos los ángeles y santos del paraíso» (EE 58). Perdón, Señor, por querer medir palmo a palmo el misterio, contar los destellos de la Vía Láctea y prestar mis sandalias al viento. Perdón, Señor, por pretender bautizar cada ola, ponerle nombre a cada grano de arena, desplegar mis velas controlando tu aliento, y navegar en tus mares buscando en el agua tus huellas.

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Yo solo, ¿qué puedo ser? «... mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios: pues yo solo ¿qué puedo ser?» (EE 58). Un día escogí ser reflejo sin sol, agua sin fuente, voz sin garganta y me perdí en mí. Tú me guardaste, sol en tus ojos, agua en tus manos, voz en tu oído y me encontré en ti. Desde entonces, Tú me iluminas, Tú me fecundas, Tú me pronuncias y te encuentro en mí. Yo solo, ¿qué puedo ser?

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Señor, ten piedad «Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor» (EE 61). Señor, ten piedad. Un por ciento sumergido de mis creaciones y encuentros se desvía para amortizar los intereses de mis seducciones. Cauteriza, Señor, ese capilar por donde pierdo la sangre que tú me has regalado para otros corazones. Cristo, ten piedad. Un por ciento ajeno de los que se acercan a mí, paga una cuota robada para calmar mis vacíos. Sella Tú esa grieta mía que succiona a los indigentes como boca voraz el vino de sus quebrantos. Señor, ten piedad.

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Mis sentidos «Un coloquio a nuestra Señora, ... para que sienta el desorden de mis operaciones, para que, aborreciendo, me enmiende y me ordene» (EE 63). ¿Mis brazos son alas para iniciar el vuelo, o enredaderas que asfixian, medusas que envenenan? ¿Mis ojos son espejo para verte y para vernos, o anzuelo que seduce, hielo que congela? ¿Mi boca es manantial donde brota el agua fresca, o rancio panal de hiel, un arco con sus flechas? ¿Mi oído es ventana abierta hacia la vida, o bandeja ante el halago, candado ante la queja? ¿Mi olfato es plaza para acoger todas las flores, o un filtro que excluye, un espía que sospecha?

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Mendigo «Ponderar los pecados, mirando la fealdad y la malicia que cada pecado mortal cometido tiene en sí, dado que no fuese vedado» (EE 57). Sus cejas se levantan como arcos góticos; por sus ojos dilatados entra el mundo entero que no puede pasar por sus oídos sordos, y se asoma su intimidad que no puede expresarse por su boca muda. Al sentarse a mendigar en el pórtico del templo, los años largos de su vida arrastrada entre guijarros se remansan como un lago en su alma sin sonido. Cae una moneda en su caja de cartón desde otra mano pobre y se estremece. Le acerca un billete una mano cuidada, lo besa, bendice y mira al cielo. A veces, entre él y la gente apresurada revolotea una sonrisa y la guarda sin demora. Un aura de dignidad nunca perdida, sustancial, adorna su pelo revuelto y sus harapos. 82

Todo el que pasa ante él, algo mendiga: una excusa por la prisa, por lo poco, por lo nada, una súplica a lo alto, una respuesta clara al misterio de la vida. ¡Ahí sigue el mudo, regalando su presencia mientras entramos y salimos los mendigos!

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Tu perdón «Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz hacer un coloquio: cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que debo hacer por Cristo; y así, viéndole tal, y así colgado en la cruz, discurrir por lo que se ofreciere» (EE 53). No nos perdonaste con un decreto ajeno a nuestra piel de pecadores, sino en un encuentro de iguales con el rostro de Jesús en el abrazo. No nos esperaste en el templo en el rito solemne y puntual, Nos buscaste por caminos inciertos minados por legistas y bandidos. No protegiste tu santidad con guantes y mascarilla, bebiste en nuestros vasos y respiraste nuestro hastío. No llegaste impasible hasta el fondo del abismo, te hirió ver gente en la miseria y el nombre de Dios en el cuchillo. Te ajusticiaron como maldito. Al crucificar el Amor sin medida, los clavos perforaron tu perdón que sigue manando incontenible.

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Las manos del Padre «Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta agora, proponiendo enmienda con su gracia para adelante» (EE 61). Con tu mano rodeas el pabilo vacilante y proteges su llama del viento que arrastra los fríos del Norte. Con tu mano sanas célula a célula la herida de la caña quebrada por las botas de la competencia ciega. Veo arañadas tus manos de viñador por los sarmientos secos de una vida exitosa cortados en la poda. En los surcos de tus manos hay color de arcilla que delata tu oficio de perpetuo alfarero de nuestro barro. En tus palmas abiertas palpo los callos del bastón en tu búsqueda incesante para reunir en tu rebaño los perdidos en sus soledades.

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Oveja perdida «Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor» (EE 61). Yo cuento para ti, y al final de la jornada tú me cuentas. Me llamas por mi nombre. No soy un número exacto y manejable. Soy misterio tuyo y mío. Mira mi brevedad con tus ojos puros que ven en la tiniebla. No sé qué extravío se mueve por mi hondura. Estoy ausente, dividido, no sé en qué ni dónde, tal vez cerca de fauces de lobos o de abismos. Al final de tu jornada universal y larga, no te sientes al calor de los troncos que arden en tu casa. Sal a buscarme y hállame para que yo pueda encontrarme. Dime dónde estoy, si sueños ajenos me encantaron, o fantasmas propios me perdieron. He visto tantos golpes sobre ovejas extraviadas que el miedo me estremece. Hoy no basta con que silbes 86

para que yo salga a tu paso. Estoy cercado por la noche. Cárgame sobre tus hombros y yo me abrazaré a tu cuello. Condúceme al aprisco. Me encontraré con los demás y sentiré que a su alegría le faltaba mi nombre. Que el reflejo de tu mirada en los ojos fraternales me envuelva entero tejido como lana cálida en el hogar de tus desvelos.

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Esmeralda «Acabar con un coloquio de misericordia» (EE 61). Eres una gota de agua que se estrelló contra el asfalto, y estalló en mil pedazos dispersos por el suelo. ¡Ninguna mano experta podrá hilvanar ya con sabia cirugía tus brillos quebrados y devolverte tu armonía de joya transparente! Solo el Sol que te contempla, podrá bajar con su aliento cálido hasta tus residuos esparcidos, aspirarte de la muerte, concentrarte en la altura y echarte a volar de nuevo, nube ligera en tu estreno de azules infinitos. ¡Solo el Sol!

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Ausencia «Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta agora» (EE 61). Tu ausencia me acompaña fiel y llena de ti mis soledades. La siento tan mía, tan parte de mi alma, que cuando me ahuyento de mí mismo, de ti mismo, siempre espera mi regreso alojada en mis entrañas. Mi ausencia, ¿será también tu ausencia? ¡No me buscarías si yo no te doliese en algún lugar de tu costado! ¿Qué hueco vas cavando en mi misterio? ¿Qué tesoro buscas encontrar en mí para ofrecerme? ¡Hay tantos huérfanos de ausencia tuya en la abundancia! ¡Tu ausencia es mía porque Tú me la regalas, tiene mi nombre propio y ya está en el centro de mi dicha, y de tu dicha!

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Ten piedad «Acabar con un coloquio de misericordia..., proponiendo enmienda con su gracia para adelante» (EE 61). Las viejas pesadumbres de mi barro me enturbian la alegría de la fiesta. Todavía el agua de mis ritos no se ha convertido en vino nuevo. Me asaltan palabras fratricidas y corrompen mis encuentros. Todavía no he aprendido a beber veneno sin dañarme. Situaciones amenazantes me angustian el pecho y el futuro. Todavía tiemblan mis pasos al caminar sobre las aguas. ¡Señor del barro, de las palabras y las olas, ten piedad de mí!

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Alegrías «Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a Dios nuestro Señor» (EE 61). Hay muchas alegrías, la de cargar con muchos beneficios y la de danzar una existencia libre, la de vivir rodeado de prestigio y la de admirar todos los milagros, la de empuñar el poder respetado y la de estrechar la mano del pobre, la de hincharse repleto de fortaleza y la de irse disolviendo en el amor, la de acumular los regalos de la suerte y la de ser una dicha para los demás, la de ser llevado al sillón de los primeros y la de escabullirse hasta el banco de los últimos, la de construir el propio yo y la de regalarlo sin balanzas ni contratos. Una es la alegría codiciada, pasajera, que llevamos, y otra es la alegría regalada, eterna que nos lleva.

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4. Segunda semana En la segunda semana comenzamos la contemplación de la persona de Jesús, del Hijo que se ha acercado a nosotros en la fortaleza y la vulnerabilidad de la carne. El Hijo se ha hecho «uno de tantos» (Flp 2,7) en su descenso hasta el fondo de nuestra realidad. Dios llega hasta los sentidos de todos, de manera más cercana de los últimos, pues el Hijo se ha revelado en el oficio, la geografía, el lenguaje y las costumbres de los hundidos de la sociedad. Uno de los crucificados al lado de Jesús puede contemplarlo de cerca solo con volver la cabeza y sentir su bondad que respira jadeante, se desangra y muere en el mismo suplicio. El evangelista Juan nos invita a acercarnos al Hijo encarnado con todos los sentidos abiertos. «Lo que existía desde el principio, lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo que contemplamos y palparon nuestras manos de la Palabra que es la vida... es lo que os anunciamos ahora» (1 Jn 1,1-3). Cuando contemplamos a Jesús, la salvación que él es para todos entra dentro de nosotros y nos va transformando en el contemplado. La Trinidad contempla el mundo en toda su dureza. Existen muchas diferencias de personas que son la expresión diferente de matices de Dios que Él sustenta, pero no vivimos la complementariedad que refleja el rostro de Dios, sino la exclusión, el rechazo y la muerte hasta crear infiernos humanos de la más inaudita crueldad. Con la encarnación, Dios nos revela que Él asume con ternura infinita nuestro mundo desde siempre, desde dentro y desde abajo. Contemplar la vida de Jesús es entrar en el modo de actuar de Dios en medio de nosotros. Por esto, contemplar a Jesús no solo nos cambia el corazón para amarlo y seguirlo, sino también nos cambia la sensibilidad para percibir, en medio de todo lo que parece más inhumano, cómo Dios está presente salvando y sanando la vida. En la contemplación de la encarnación y del nacimiento, tal como nos la propone Ignacio, partimos de realidades duras: camino de una joven embarazada desde Nazaret a Belén, censo del imperio, tributo, rechazo social, inseguridad de unos desplazados por la fuerza y cueva de animales. Al final del día nos propone Ignacio sumergirnos con todos los sentidos en el misterio para «gustar... la infinita suavidad y dulzura de la divinidad del ánima y de sus virtudes y de todo» (EE 124). Empezamos la contemplación en un escenario de dureza y abuso de poder, y en el fondo de ese viaje contemplativo nos encontramos con la dulzura de Dios que le da sabor a toda nuestra existencia. Cuando el

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Padre mira la tierra, ya no ve solo la dureza sino también la presencia del Hijo que todo lo redime. El Hijo también miraba la realidad de la misma manera que el Padre (cf. Jn 5,20). Donde los demás solo veían situaciones sin salida, enfermos y pobres que en la mirada oficial de la sinagoga se sentían castigados por Dios e impuros, Jesús veía el dinamismo del reino que se movía por la hondura de su realidad como su verdad más honda. Aunque la dureza de la realidad le arrancase lágrimas en algunas ocasiones, esa visión le permitía afirmar que el reino estaba cerca, que ya estaba en medio de ellos. Por esto nos invita a bajar con él al fondo de todos los abismos, para transformarlos con la cercanía de la mirada, la palabra y el abrazo, sin quedarnos lejos protegiendo nuestros espacios de bienestar. El seguimiento del Jesús pobre y humilde del evangelio es bajar hasta la experiencia que recrea la vida. La segunda semana de los Ejercicios no solo nos ayuda a poner todo nuestro corazón en el seguimiento de Jesús, sino también a ver en la realidad el reino de Dios como su verdad más consistente y cómo todo puede abrirse a la vida. Este cambio de la sensibilidad es necesario para no acercarnos al mundo solo con condenas reiterativas e injustas, sino para anunciar por dónde apunta hoy la salvación de Dios, pues nosotros la percibimos ya ahora entrando por nuestros sentidos. ***

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Jesús de Nazaret «Pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento, mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad» (EE 91). Eres pan universal que bajaste del cielo subiendo desde el surco, y eres levadura inquieta, disuelves eternidad entre la harina y llenas la vida de preguntas. Eres horizonte que nos llama hasta lo más hondo del deseo desde la creación en ti reconciliada, y eres camino que se estrena en el sendero más pequeño que te busca saliendo de sí mismo. Eres fuego inextinguible que nos hace luz en ti y nos quema lo que estorba, y eres el agua de la vida que mana sin prisas en mi pozo y alienta rostros y desiertos. Eres el viento impetuoso que hincha las velas de audacia sobre el mar encrespado de amenazas, y eres brisa suave y tierna que se sienta en el fondo de mi barca y acaricia la piel arada de salitre.

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Adviento «Las tres personas divinas miraban la planicie o redondez de todo el mundo llena de hombres, y viendo que todos descendían al infierno se determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre, para salvar al género humano» (EE 102). El Hijo quiere encarnarse, busca un vientre maternal abierto a todo el misterio para empezar a crecer, busca una playa en espera desplegada ante el mar infinito para hacerse una ola, busca una duda en la cueva de una frente para nacer en el frío, busca una ausencia en la oquedad de un corazón para iniciar una historia, busca una lágrima rodando por la mejilla para encenderla por dentro, busca una ruta clandestina por el agua y el desierto para emigrar con los pobres, busca un pueblo vacío con rutina de muchedumbres para encantarlo sin fin.

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Ábrase la tierra «Asimismo mirando el lugar o espelunca del nacimiento, cuán grande, cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto y cómo estaba aparejado» (EE 112). ¡Ábrase la tierra y brote el salvador! En este corazón de niño recién nacido al frío y los abrazos, por obra del Espíritu se encarnó la Palabra que venía germinando en los surcos del cosmos, en las venas de la historia, y en las entrañas maternales de todos los instantes, desde el comienzo de los tiempos cuando el Padre todo amor inició la creación en su costado. No bajó el Hijo desde la altura limpio y sideral en un vuelo de emergencia. Brotó desde el abajo humano en Jesús de Nazaret, heredando en su pecho la sangre y el llanto, las alegrías y plegarias de las generaciones humanas que lo habían precedido y de todos los futuros, misterios anhelantes. Que no se abra la tierra para sembrar minas, enterrar los llantos de los justos, desaparecer los torturados, plantar codicias y sepultar los sueños 96

recién amanecidos. ¡Que se abra la tierra y brote para todos hoy con aroma de novedad estremecida y frágil, la epifanía irreversible en la piel de todos los colores, en el Jesús de todos los semblantes!

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El niño de la cueva «Ver a nuestra Señora y a José y a la ancila, y al niño Jesús después de ser nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos, contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me hallase, con todo acatamiento y reverencia posible» (EE 114). Niño de la cueva, silencio pleno donde la más cruda palabra cabe sin censura, cercanía expuesta en los brazos de María al beso o a la espada, debilidad de criatura donde la más pequeña ayuda es gota de suero necesario, breve estatura para que no abrume ninguna indigencia que se acerque, inicio germinal perforando la cáscara agotada de la historia, simplicidad de luz que armoniza en sí los colores armados de la tierra, palabra horizontal sobre toda la longitud de nuestra espera, quietud de brasa encendiendo la pasión de la existencia, misterio corporal 98

viniendo sin cesar a mis sentidos, amor que no se agota y sigue llegando hoy a nuestra orilla, ¡Jesús de Belén, Dios hecho «nosotros», alegre eternidad por nuestras venas!

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Encarnación «La natividad de Cristo nuestro Señor se manifiesta a los pastores por el ángel: “Manifiesto a vosotros grande gozo, porque hoy es nacido el Salvador del mundo”» (EE 265). En tu encarnación, nos enseñaste a descubrir en el corazón de lo real el don sin avaricia de ti mismo, la eternidad sin fin en la fugacidad del tiempo, el arriba de los cielos en lo más bajo de la tierra, el espíritu inasible en la entraña de la carne, lo divino sin límite en lo humano tan herido. En tu encarnación nos enseñaste a crear juntamente contigo giros nunca imaginados en lo más alto del surtidor, allí donde se encuentran, se unen y dialogan, el impulso hacia la altura y el reclamo de la tierra, en la curva justa donde el agua ágil alcanza su estatura, se detiene y comienza a doblar hacia el estanque.

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Abajo «Mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar, para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y a cabo de tantos trabajos de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para morir en cruz; y todo esto por mí» (EE 116). Tu vida corre hacia abajo como el agua, hacia los últimos espacios, donde se encuentran los nombres que han ido rodando hacia el abismo, cueva, pesebre, pastores, ¡Tú, Agua de la vida! Tu vida camina hacia abajo como la semilla, que se recuesta confiada en el humus fértil de los cuerpos que han desmenuzado sus días como abono esperanzado, Simeón, Ana, Isabel, ¡Tú, Pan de la vida! Tu vida se lanza hacia abajo como la luz, que se precipita desde el cielo hasta las sombras sin ruido donde aman los justos en el silencio del futuro, María, José, ¡Tú, Luz de la vida!

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El Hijo «Ver a nuestra Señora y a José y a la ancila, y al niño Jesús después de ser nacido» (EE 114). El Hijo llega hasta nosotros surgiendo desde dentro de una mujer de rostro abierto y de una angustia milenaria. El Hijo entra en nuestro suelo abriendo la historia desde abajo; es un servidor humilde que respira el aire denso. El Hijo llora sus inicios ofreciéndonos su frágil existencia; siempre la vida verdadera se afirma en otros brazos. El Hijo crece en nuestro pueblo desvelando lento su misterio; solo la muerte degüella de repente, la vida se construye poco a poco. El Hijo amanece en el oriente, juego inagotable de la aurora; el amor del cielo con la tierra crea los colores y la infancia.

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Navidad «Oler y gustar con el olfato y con el gusto la infinita suavidad y dulzura de la divinidad del ánima y de sus virtudes y de todo» (EE 124). Llegas precisamente ahora sin avisar tu itinerario. ¡Alguien te espera sin saberlo en la cueva de su pregunta! Llegas en la hora inevitable, urgente, de un parto maduro. ¡Habrá quien te acoja y detenga su agenda compulsiva! Llegas en las fronteras de la ciudad y del saber. ¡Hay un hueco frío en la cultura como en la noche de Belén! Llegas como misterio ante dogmas y consignas. ¡Abre nuestro «no saber» por donde puedas entrar! Llegas desde el Sur, mestizo, balbuciente. ¡Muchos se atreverán a oírte y a quererte! Llegas con la debilidad de un riesgo infinito. ¡Algunos se perderán contigo amando hasta el abismo! Llegas universal en el don sin medida de ti mimo. ¡A todos nos piden las entrañas un encuentro sin orillas!

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Hoy es Navidad «Hacer un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres Personas divinas, o al Verbo encarnado, o a la Madre y Señora nuestra, pidiendo según que en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí nuevamente encarnado» (EE 109). El adviento sin hijos de Blanca y Alejandro ha llegado hasta Belén; adoptaron a Nicole y a Nacho, gozo de Dios en pieles negras con apellidos blancos. Ha florecido la esperanza de Sara e Isabel en esta familia abierta que ha dicho sí a lo imposible. Nicole y Nacho ya escuchan las palabras esenciales que generan la existencia: hijo, hija, papá, mamá, hermano, hermana. La esterilidad del mundo rico cierra vientres maternales a vidas nuevas que puedan arañar su confort anestesiado; pero la búsqueda de un hijo ha dado a luz ahora la obra del Espíritu. Nicole es de Guinea y lleva en su sangre la historia africana de pueblos asaltados que duelen al borde del camino.

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En los ojos de Nacho se esconden las argollas del tráfico de esclavos arrancados de África y llevados al trapiche del Caribe; en su memoria ancestral galopan los caballos y ladran los perros que cazan cimarrones. El final de los tiempos, la reconciliación de todo lo creado, crece aquí descalza y cotidiana. El futuro sin ocaso de Dios se estrena en cada paso. En las búsquedas oscuras de un mundo solidario, se han encendido dos estrellas. ¡Es Navidad, Dios ha llegado!

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Inicio «Ver a nuestra Señora y al ángel que la saluda» (EE 106). Los comienzos de Dios en la historia son pequeños, escondidos, nocturnos, eternidad sin testigos en corazones humanos. Una cuna de juncos en la corriente del Nilo, una llama de zarza en la soledad del desierto, el sí de una adolescente en la intimidad, un sueño para ser adivinado en la confusión de la noche, un profeta solo en el Jordán ante el futuro encarnado, una chispa luminosa al cruzarse dos miradas, un rubor en la mejilla al decir un nombre propio, un cuenco de agua fresca junto al brocal de un pozo, un vaso de vino en la mesa del publicano ladrón, un perfume de nardo ungiendo para la muerte. ¡Inicio infinito a la medida de nuestra pequeña estatura! ¡Regalo de la inmensidad que se entrega y no abruma! ¡Tú que dialoga y crece en la carne que lo acoge! ¡Respeto a lo que somos y a todo lo que seremos!

106

Humildad de Dios «Ya considerado el ejemplo que Cristo nuestro Señor nos ha dado para el primer estado, que es en custodia de los mandamientos..., comenzaremos, juntamente contemplando su vida, a investigar y a demandar en qué vida o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad... y cómo nos debemos disponer para venir en perfección en cualquier estado o vida que Dios nuestro Señor nos diere para elegir» (EE 135). Dios humilde, no puedes crear otros infinitos; pero llamas a la vida criaturas imperfectas; solo reflejan algo de ti, te dicen y te esconden. Somos una palabra tuya y nos pronuncias cada día en el diálogo de tu Espíritu con nuestra carne lenta. Somos tu canto alegre, barro convertido en vuelo, pero podemos ignorarte, explotar el infierno en medio de inocentes y desintegrar en un segundo tu filigrana de los siglos. Te nombramos a tientas, con palabras altaneras que pretenden encerrarte en cápsulas de orgullo endurecidas como balas. Siembras seres en proceso, desde el inicio mínimo hasta el mediodía brillante y la ceniza que se enfría y se barre del camino.

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Te conminamos a llegar a nuestros ritos con tus alforjas llenas para saciar nuestros vacíos, o nuestra impaciencia digital con su tarjeta de crédito. Pero tú has dejado tu huella en todo lo que creas, oquedad donde nos buscas disfrazado de luna o de caricia, fuente donde siempre llegas surgiendo del silencio de la piedra. ¡Dios humilde, humus de los siglos que mantienes vivo porque en él te entierras, donde todo comienzo echa sus raíces! ¡Solo al final, cada criatura será plena en tu Amor humilde que la llena! ¡Solo con todos Tú recibirás el abrazo de la dicha eterna que tu espalda espera!

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Babilonia y Jerusalén «Imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en aquel gran campo de Babilonia... en figura horrible y espantosa» (EE 140). «Considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso» (EE 144). El orgullo es humo. Crece en el aire y en los ojos ingenuos que lo admiran, o en los aterrados que lo temen. Sube hinchado con el impulso fantasmal de su propio vacío, se regodea y gira sobre su complacencia, se alimenta y dura mientras haya criaturas que se quemen por él sobre la tierra calcinada. Al final, se diluye en el aire nublando los horizontes, y sepulta en los pulmones la muerte de sus despojos. La humildad es agua mansa que se hunde y desaparece por las grietas angostas de los sequedales, desciende sin ruido a las tierras más hundidas, acuna las semillas, asciende por las raíces y es alimento y alegría en las flores y los frutos. La humildad es aliada 109

de la vida universal que Dios ha escondido en el misterio del futuro. ¡Baja, Dios humilde, en el agua del Espíritu para fecundar las semillas del Verbo en toda criatura!

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Humíllate conmigo «Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus siervos y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran ayudar en traerlos, primero a suma pobreza espiritual y, si su divina majestad fuere servida y los quisiere elegir no menos a la pobreza actual; segundo, a deseo de oprobios y menosprecios, porque destas dos cosas se sigue la humildad» (EE 146). Tú, Jesús humilde, nunca me has dicho: Humíllate ante mí, dobla la cabeza, el corazón, la vida, y esparce sobre tu rostro luto y ceniza. Tú me propones: Levanta la mirada, y acoge la dignidad de hijo en toda tu estatura. Humíllate conmigo y vive en plenitud. Bajemos juntos a la hondura sin sol de todos los abismos, para transformar los fantasmas en presencia y los espantos en apuesta. Únete a mi descenso en el vértigo y el gozo de perdernos juntos en el porvenir de todos sin ser un orgulloso inversor de éxitos seguros.

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Humillación amiga «La tercera es humildad perfectísima... por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» (EE 167). Con razón o sin razón, siempre a destiempo, sobre la piel de la estima pública y del sosiego íntimo, se derramó la humillación, veneno en las miradas, palabras pedernales, y se infiltró efervescente hasta los escondrijos de mi ambigüedad. La humillación con dedos líquidos anegó mi orgullo, diluyó apariencias y seguridades sin raíces, irritó amores propios disfrazados de servicio y chocó contra coyunturas olvidadas y rígidas. La humillación hostil, sin yo saber cómo, se fue convirtiendo en aliada de la bondad, se asentó en la calma de mi humus más profundo, y amiga humildad resucitada regresó a todos los encuentros en brotes simples de la vida. 112

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La humildad de María «Un coloquio a nuestra Señora por que me alcance gracia de su Hijo y Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera» (EE 147). La humildad canta y su melodía se extiende por todos los espacios y alegra las generaciones. Sus manos ajadas por los trabajos cotidianos danzan en el aire su dicha. Es una joven servidora con sus raíces de olivo en la tierra contaminada de la Nazaret sin nombre en la historia de Israel. Se siente existir en unos ojos que la miran con ternura y desde ahí llega ella cada instante hasta el centro de sí misma. Exultan de gozo sus entrañas y exalta al Dios que la mira. Está enteramente abierta a lo imposible, así como la boca del cántaro que lleva sobre el hombro acoge el agua de la fuente. Será la Madre de su origen, en el riesgo de alumbrar al Hijo en quien todo ha sido creado y por quien todo se abre a la Bondad de lo inaudito. Las instituciones de su pueblo no podrán contenerlo, empuñarán la espada y ella tendrá que huir de noche y esconderse en la sombra 114

de una vida de pobre y de esperanza. Y cuando las espinas y los clavos crucifiquen al Hijo como maldito, ella lo alumbrará de nuevo en medio de la comunidad, Madre del Resucitado por los siglos de los siglos. Los poderosos, ricos, grandes, con sus casas blindadas, caerán como ídolos de barro ante el empuje de esta vida que lleva en sus entrañas, pero los pequeños sin casa, sin puertas ni ventanas, con su existencia al descampado, horizontal como los surcos, arada por los trabajos y quebrantos, abierta al cielo, serán inundados y fecundos con el agua de la vida. A lo largo de la historia muchos pequeños y esclavos verán en el rostro de María los rasgos de su raza, de su dolor, de su exterminio, indios, negros, blancos, de oriente y occidente. La pintarán en sus telas, la tallarán en sus maderas, y en un fluir de romerías con colores de fiesta, la humildad de María alumbrará vida nueva entre los pobres de la tierra.

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Servidor de lo imposible «Pedir gracia para elegir lo que más a gloria de su divina majestad y salud de mi ánima sea» (EE 152). Un tornado repentino de expectativas ajenas me arrancó de la tierra, me elevó sobre mí mismo y puso a girar mis raíces en el aire estéril con la obsesión de los vientos. Yo amo el humus fértil que me configura; servidor humilde de lo posible, en su silencio lento cultiva el misterio de lo imposible.

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¿Quién podrá apartarnos? «... por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» (EE 167). ¿Quién podrá apartarnos de «la vida verdadera»? (EE 139). ¿Será mi ambigüedad que quiere gobernarme desde las hambres oscuras de mi yo clandestino? ¿Será el quebranto que rompe de repente mi salud y mi proyecto contagiando incertidumbre? ¿Será la seducción que brilla como ángel en el Olimpo estelar de los famosos? ¿Será el rumor que sentencia y descalifica la audacia del amor liberado de las modas? ¿Será el poder que no ha previsto en sus leyes la novedad de Dios que sorprende los programas? ¡Nada nos apartará del Amor que se regala! (Rom 8,35).

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Bautiza mis sentidos «Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita Madre, vino desde Nazaret al río Jordán, donde estaba s. Joan Bautista» (EE 273). No amanezcas, Señor, que todavía mis ojos no aprendieron a verte en medio de la noche. No me hables, Señor, que todavía mis oídos no logran escucharte en los ruidos de la vida. No me abraces, Señor, que todavía mi cuerpo no percibe tu piel en los saludos y la brisa. No me endulces, Señor, que todavía mi garganta no saborea tu ternura en medio de lo amargo. No me perfumes, Señor, que todavía mi olfato no huele tu presencia en el olor de la miseria. ¡Bautiza mis sentidos con el lento discurrir de tu gracia encarnada fluyendo por mi cuerpo!

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Enviados «Enséñalos de prudencia y paciencia: “Mirad que os envío a vosotros como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed prudentes como serpientes y símplices como palomas”» (EE 281). Jesús de Nazaret, pobre y humilde, Tú que nos envías «como ovejas entre lobos» (Mt 19,16) concédenos la gracia «de ser astutos como serpientes» sin ser hipócritas, y «sencillos como palomas» sin ser ingenuos, para encontrar «la puerta pequeña» (Mt 7,14) que nos abaja, y «el callejón estrecho» que nos despoja de la escoria pegada a los costados, por donde pasa ahora entre nosotros la novedad alegre de tu evangelio, que va reconciliando el lobo con la oveja.

119

No llevéis alforjas «Dales el modo de ir: “No queráis poseer oro ni plata; lo que graciosamente recibís, dadlo graciosamente”» (EE 281). ¡No llevéis alforjas, hinchazón de la piel enferma de codicia colgando de los hombros! ¡No llevéis alforjas! Solo hay que llevar lo que cabe en el pecho, lo disuelto en la sangre que se asoma en los ojos y fecunda los sueños! ¡No llevéis alforjas! Que no estorben para acoger los abrazos, cargar las ovejas perdidas y los nombres amanecidos al final de la noche. ¡No llevéis alforjas! El reino ya está donde lleguéis, y el reino os espera al regreso.

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Cerca «La Madre declara al Hijo la falta del vino, diciendo: “No tienen vino”; y mandó a los servidores: “Haced cualquier cosa que os dijere”» (EE 276). María en Caná adelantó tu tiempo hasta la alegría amenazada de una fiesta de bodas. La cananea en Tiro ensanchó tu espacio hasta el dolor extraño de una hija sin sosiego. ¡Dios de la vida, nuestra alegría y nuestro dolor son el metro y el calendario de tu corazón!

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Todavía «De cómo los apóstoles fueron enviados a predicar» (EE 281). Padre de Jesús, todavía tu hijo no ha regresado a casa, ni le ha llegado tu abrazo hasta los huesos. Tu hijo todavía te busca, orfandad culta del Norte, llaga que no sana del Sur. Tu hijo sigue abajo, vive fuera, anda errante, y muere solo con un grito que no cesa.

122

Guardar la vida «Derrocó las mesas y dineros de los banqueros ricos que estaban en el templo... A los pobres que vendían palomas, mansamente dijo: “Quitá estas cosas de aquí y no quieráis hacer mi casa casa de mercadería”» (EE 277). No puedo guardar mi vida en una caja de seguridad, ni en la cuenta secreta de un paraíso fiscal, ni entre paredes vigiladas por cámaras y espejos, ni en el frágil papel de las crónicas de moda, ni en la aprobación social que pronto se evapora. Yo solamente puedo guardar mi vida en el corazón de los pobres, en los cuencos de los ojos que tantean las aceras, en la inhóspita exclusión de emigrantes sin papeles, en la soledad helada de los que viven entre rejas, en el tedio de los últimos que nadie roba ni codicia. Porque ahí, en pobres, ciegos, solos, últimos, al entregar mi vida donde se pierde, la estoy guardando en ti, Dios pobre y cercano. 123

124

Alteridad «Llamó a los otros apóstoles, de cuya especial vocación no hace mención el Evangelio» (EE 275). ¡Hola, alteridad, Alteridad llena de gracia! Beso tu piel, multicolor mejilla innumerable de un solo rostro, del accesible y cálido infinito. El miedo, la sospecha y la codicia te han asaltado como una plaga de etiquetas mal-dicientes. Ante el calor de mi acogida, tu misterio se abre lento como flor de inéditos aromas. En ti crece algo mío, en mí crece algo tuyo, para ser tú y ser yo al ser nosotros con toda criatura. Diferencia que halagas o que dueles, con sonrisa de ángel en tus ojos, 125

o con rastro de infierno en tus heridas, bienvenida alteridad, ¡Alteridad llena de gracia!

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Milagro «Llama Cristo a sus amados discípulos y dales potestad de echar los demonios de los cuerpos humanos y curar todas las enfermedades» (EE 281). ¿Qué ha sucedido? De mí ha salido un poder que no conozco, un aliento sanador que no administro. ¿Qué has hecho en mí? ¿Qué has dicho desde mí? ¿Viajaste como un mendigo agazapado en mi palabra? ¿Te has asomado al balcón de mi mirada sin saberlo yo? ¿Se posó tu mano sobre su herida cuando toqué su hombro? Cuando me alejé, me siguió una estela de murmullos festivos, de palabras recién hechas, de asombro sin avaricia. Y me desvanecí sosegado como la niebla matinal, para que en mi ausencia te contemplasen solo a ti y se viesen solo en ti, único oriente, manantial de los colores y la luz.

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Luz sin sombras «Los exhorta para que usen bien de sus talentos: “Así vuestra luz alumbre delante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre, el cual está en los cielos”» (EE 278). Eres la luz, pero no una luz de sol que baña las criaturas en las orillas de la piel. No eres la luz que deslumbra las miradas, ni con tu fulgor diluyes todo lo viviente. Tú eres la luz que nos haces visibles desde dentro, amaneces cada día en el interior de los cuerpos por el oriente infinito de nuestro deseo, enciendes toda criatura y vuelves transparente el celemín que te encubre en nuestra noche. Toda luz crea sombras, pero tú eres luz que las disipa. ¡Tantas criaturas beben ansiosas cada noche su ración de luces pasajeras en vasos seducidos! Cuando yo las mire, ¿les brillará en mis ojos el reflejo amigo de tu luz, de su luz, que las habita y desconocen?

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Trinidad «Vino el Espíritu Santo y la voz del Padre desde el cielo afirmando: “Este es mi Hijo amado, del cual estoy muy satisfecho”» (EE 273). ¡Dios nuestro, Trinidad eres en tu hogar, y Trinidad soy por los caminos! ¡Origen en el Padre, de donde surjo sin receso, cuerpo en el Hijo, hermano universal sin exclusiones, comunión en el Espíritu, íntimo aliento sin distancias! ¡Trinidad soy al tejerme con tus hilos de humana eternidad en mi ir y venir de aguja creadora en tu tapiz!

130

Basta «Demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho hombre, para que más le ame y le siga» (EE 104). Basta una brasa para encender toda la noche. Basta un puñado de semillas para reverdecer toda la espera. Basta la mirada de un centinela para alertar toda la ciudad. Basta el grito de un pobre para movilizar toda la justicia. Basta la vida de un Hombre para reconciliar todo el universo.

131

Domingo de Ramos «Le salen a recibir, tendiendo sobre el camino sus vestiduras y los ramos de los árboles, y diciendo: “¡Sálvanos, Hijo de David; bendito el que viene en nombre del Señor!”» (EE 287). Por las calles empedradas de la capital Jerusalén desfilaba en días de victoria el poder armado, el fracaso del amor. Se prolongaba la mano en el filo de la espada, endurecían los rostros cascos metálicos, el orgullo flameaba en los penachos, y como cola de su manto lo seguía un cortejo de vencidos esclavos sangrando por las piedras. Pero hoy, un galileo pobre pasea el triunfo del amor en el burro de un amigo. Todo el amor contenido en la estrechez de su cuerpo y de su espacio breve, brilla infinito en su mirada y enciende esperanza en los rostros que contempla. Las aclamaciones del pueblo, sin amo y sin consigna, salen libres de los pechos acostumbrados a encerrarse, y vuelan entre los ramos, fiesta en la danza de palmas y de olivos.

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Las piedras sin sosiego de los altos edificios acogen ahora el júbilo y gritan como profetas sus viejas historias de injusticias y saqueos. ¡En la noche herida de la historia que jadea, con brillo puro de lucero el amor canta su dicha!

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El profeta «Acabada la predicación, porque no había quien lo recibiese en Jerusalén, se volvía a Betania» (EE 288). Hoy el profeta todavía se mueve por las eras tirando al aire trigo y paja. Pero ya se está formando la madera en el árbol, los clavos en la fragua, el esbirro en el poder y el odio en las entrañas. Cuando llegue la hora, estos demonios entrenados se abalanzarán sobre el justo desde todo el horizonte, y lo clavarán en los palos a las tres de la tarde. Por las llagas abiertas saldrá volando una muchedumbre de palomas danzando la libertad ante los ojos del espanto.

134

Jeremías «Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno dellos que honores...» (EE 167). Al apagarse el día un rumor airado contra el profeta corría por las callejuelas y se empozaba en los hogares cerrados. Y el profeta se preguntaba en su soledad insomne: ¿Habré dicho la palabra exacta al mezclarla con mi barro? ¿Se habrá infiltrado mi orgullo astuto en mis gestos y miradas? ¿Mi impaciencia habrá pretendido irritar la noche o adelantar la aurora? Pero el Señor le dijo acariciándole la frente inquieta: «La semilla de mi palabra germina en el barro humano, crece entre orgullos fríos y codicias calcinantes. Duerme en paz. Mi palabra solo salva al hacerse de esta tierra que la acoge y la devora».

135

5. Tercera semana En el seguimiento de Jesús nos encontramos con el sufrimiento y la muerte del justo que desgarra el corazón, y con los sentidos golpeados por la visión de la sangre, el grito del dolor extremo, el sabor amargo en la garganta y el abrazo extenuado de los más vulnerables. Es el desafío doloroso de la afectividad y de los sentidos. Ignacio nos invita a contemplar los sufrimientos de Jesús, lo que padece en su humanidad. Sintonizamos con su angustia interior en Getsemaní que va ahondándose a lo largo de la pasión hasta el grito de la cruz: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (Mc 15,34). El cuerpo fue destrozado por las torturas. Su identidad ciudadana fue arrasada por las injusticias de los tribunales que pretendían eliminar su nombre y borrar de la historia su vida de hombre justo. El Padre mismo se calla y aparentemente no hace nada mientras eliminan al justo. Pero también nos invita Ignacio a contemplar el sufrimiento de Jesús «en la humanidad» (EE 195), en su cuerpo que todavía peregrina por la tierra. Al acompañar al pueblo, también nos encontramos de muchas maneras con las mismas torturas que destruyeron a Jesús. Algunas vidas son conocidas y su muerte provoca la indignación de la opinión pública. La mayoría son seres anónimos, cuerpos irrelevantes disueltos en las rutas clandestinas de las migraciones, vidas solitarias que se apagan en catres sin medicinas y sin familiares, seres marginales donde no llega ni el interés ni la noticia, pueblos declarados no viables que apenas asoman sus cabezas para respirar entre las arenas del desierto que avanza inexorable sobre sus tierras y su historia. Cada uno de nosotros vivimos procesos pascuales que de alguna manera participan de la «noche oscura» de Jesús, que llevan dentro el dolor del pueblo, de las personas cercanas ante las que casi no podemos hacer nada y de lo incomprensible de nuestras propias biografías. Si apartamos los ojos de los crucificados, no podremos ser testigos de la hondura de su pasión y nunca comprenderemos la profundidad de su resurrección. Tampoco percibiremos lo que ya conmovió al centurión romano mientras iba agonizando Jesús y que le hizo exclamar: «Verdaderamente era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Cuando apartamos los ojos y las manos de los que no tienen ni apariencia ni figura (cf. Is 52,14), estamos empobreciendo también la experiencia de la resurrección. Los sentidos tienen que beber el zumo amargo de la propia noche y sufrir la evidencia de que el justo es encerrado en la sepultura, de que quienes lo ajusticiaron son 136

los únicos que hablan, brindan y celebran. Si huimos hacia otros espacios, otros rostros y otros brazos, no podremos vivir la pascua de los sentidos y solo veremos seres ajusticiados y situaciones sin salida de las que huiremos siempre hacia los paraísos artificiales y las resurrecciones virtuales. Solo quien tiene sentidos abiertos para la pasión podrá acoger en ellos los rumores más leves de la resurrección, hasta que la evidencia del Resucitado congregue a los amigos de Jesús en una comunidad que salga a las calles de Jerusalén y anuncie para todos que el Crucificado está vivo y que está en medio de ellos compartiendo la mesa, el pescado, la brisa del lago y el camino. ***

137

Compartid «Después de haber comido el cordero pascual y haber cenado, les lavó los pies y dio su santísimo cuerpo y preciosa sangre a sus discípulos, y les hizo un sermón, después que fue Judas a vender a su Señor» (EE 191). «Haced esto en memoria mía». Compartid el pan, el vino y la palabra. Cuando el fracaso parezca desmembrarlo todo, cada persona, cada grupo, como cuatro caballos al galope tirando del vencido hacia los cuatro puntos cardinales, cuando el hastío vaya plegando cada vida aislada sobre sí misma, contra su propio rincón, pegadas las espaldas contra muros enmohecidos, cuando el rodar de los días arrastrando confusión, estrépito y consignas, impida escuchar el susurro de la ternura y el pasar de la caricia, cuando la dicha te encuentre y quiera trancar tu puerta sobre ti mismo, como se cierra en secreto una caja fuerte, cuando estalle la fiesta común porque cayó una reja 138

que apresaba la aurora, amanece más justicia, y la solidaridad crece, reuníos y escuchad, compartid el pan, compartid el vino, dejad brotar la dicha común y sustancial, el futuro escondido en este recuerdo mío inagotablemente vivo.

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Pan y palabra «... y les hizo un sermón» (EE 191). Hay palabras sin golpes de azada, ni sol en la piel, ni fermento en las entrañas, ni piedras de molino, ni fuego de horno, ni aroma de ternura. ¡Hay palabras que no son pan! Hay panes que no tienen sosiego, ni miran a los ojos, ni llaman por el nombre, ni abren el rostro, ni comparten el alma, ni saben a infinito. ¡Hay panes que no son palabra! Yo busco un pan que sea palabra en el encuentro. Yo busco una palabra que sea pan en el desierto.

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Abandono «Considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría destruir a sus enemigos y no lo hace, y cómo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente» (EE 196). En el palo vertical de la cruz se iba mezclando la sangre de Jesús con la sangre seca de otros condenados que impregnaba la madera de maldición y de fracaso. «¿Por qué me has abandonado?» Ese grito de vértigo precipitado hacia el abismo resuena hoy vivo en sueños sin vuelo y en manos crispadas sobre el clavo tosco de la propia soledad. Entre el Hijo y el Padre, distancia sin medida en el desamparo de la cruz, y comunión sin fisura en el don de sí mismos, el grito en el Padre y el Padre en el grito. Entre una y otra orilla de tu misterio yo me abandono con los brazos extendidos, no sé si para volar o para ser crucificado, en el don sin medida de ti mismo en mí mismo.

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Demasiado tarde «Considerar cómo todo esto padece por mis pecados, etc.; y qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). La muerte llegó temprano a la vida de Jesús. Pero las cruces y los clavos, los sables y las balas siempre llegan tarde. Ya las palabras del profeta se gestaban escondidas en los cuerpos maternales bajo el silencio impuesto donde los poderes armados no podían encontrarlas.

142

Otras cruces «Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad» (EE 195). Jesús de Nazaret, no todos cuelgan de una cruz como la tuya, clavada en la geografía y en la historia de la ignominia, con un pueblo sin palabras pero con ojos de testigo, y con generaciones humanas que te contemplan, te aman y veneran tu imagen en cuellos, templos y destinos. Pero hay muchos que arrastran cruces atornilladas cada día en los hombros y el cerebro, y desangran su amargura sin llantos, sin amigos, gota a gota, paso a paso, por el suelo que pisamos con prisa que no mira. ¡Solo existen en el hogar de tu corazón herido que nunca cicatriza!

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Amor tan golpeado «Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad» (EE 195). Hasta tus sentidos llega el dolor humano, por tus venas y tus sueños se adentra en tu corazón y ahí busca un espacio donde reclinar su frente. ¡Humaredas de vida quemada, gritos sofocados de tortura, alaridos y estrépitos de guerra, angustias de almohada sin testigos, quejidos de brasa que se agota, desiertos de soledades mudas! ¿Tantos siglos de dolor humano no te han amargado el amanecer, no han disuelto una gota de hiel en el paladar de tu palabra, no han lastrado con desencanto el vuelo creador de tu Espíritu? Insondable Amor tan golpeado, tú acoges cada dolor humano, le enjugas las lágrimas, dentro de ti lo besas, lo resucitas, y en el hueco de nuestras llagas tu Espíritu lo siembra de noche, semilla de alegría, paz, ternura.

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Reconciliación «Todo esto padece por mis pecados» (EE 197). La sangre del justo y la del malvado pasan por tu mismo corazón. La espalda del que golpea y la que recibe el latigazo son parte de tu mismo cuerpo. En tus lágrimas lloran el dolor del bueno y la confusión de su agresor. Tu misma ternura abraza el rostro de tu madre María y el que reparte tu túnica. En tu corazón no hay excluidos, en tu cuerpo todos cabemos, en tus lágrimas todos lloramos, en tu ternura todos existimos. ¡Déjame entrar contigo, Señor, en tu misterio, y vivir en el hogar de tu pasión donde reconcilias lo imposible!

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Comunión infinita «Considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría destruir a sus enemigos y no lo hace, y cómo deja padecer la sacratísima humanidad tan crudelísimamente» (EE 196). Si el latigazo acaba en la espalda del que lo recibe, si el hambre solo duele en el cuerpo del excluido de la mesa, si el desprecio solo humilla el nombre del emigrante, ¡qué solos estamos en la noche de este mundo! Pero si el latigazo, el hambre y el desprecio estallan en tu propio corazón, ¡qué infinita compañía nos arropa y nos revive!

146

Mano taladrada «Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad» (EE 195). Entre la bala suicida y la piel de la frente, entre la espalda esclava y el látigo negrero, entre la cabeza insomne y la almohada confusa, entre la aguja con droga y la vena del adicto, entre la pluma del corrupto y el papel donde firma, entre el pie clandestino y la arena del desierto, siempre se extiende tu mano taladrada que resucita la vida.

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Ahora «Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). ¿Cuándo se enderezará esta curva del camino que no me deja ver el horizonte? ¿Cuándo acabará de pasar sobre mi cabeza la ola que me mantiene sumergido? ¿Cuándo se ensanchará este callejón estrecho que nos oprime a unos contra otros? ¿Cuándo extinguirá sus vientos este huracán espeso que angustia, ruge y rompe? Tú eres el Señor en este «ahora» que va gestando en tiempo justo un «después» que herede tus sueños y el empeño de los justos.

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Pascua «Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). Aquí estoy, Señor, cociéndome entero en este horno lento para ser pan crujiente en los dientes de mis amigos y de mis enemigos. Aquí estoy, Señor, fermentando mis entrañas en esta bodega oscura para ser vino dorado en los labios sin beso de mis amigos y de mis enemigos. Aquí estoy, Señor, disolviendo mis horas en esta soledad de surco para ser follaje fresco en la cabeza calcinada de mis amigos y de mis enemigos. ¡Aquí estoy, Señor, contigo, tu amigo y tu enemigo!

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Tiempo de poda «Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). El hacha cayó afilada sobre la rama verde y la cortó con golpe seco. La savia llegó hasta el borde, encontró su cauce roto y se derramó sobre la tierra con lágrimas de ausencia. La savia detuvo su carrera, hizo una pausa, un duelo remansado, un silencio de futuro, y lentamente se concentró bajo la corteza cotidiana; abrió una ventana en su pasado seguro, en su ruta endurecida, y empezó a construir mirando al sol, milímetro a milímetro, un nuevo camino hacia la flor, una nueva esencia hacia los frutos. Los días cortados se deshacían en el suelo alimentando las raíces.

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Tu yugo «Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). Tú eres el que carga el dolor del mundo. Te encuentro bajo la carga y pongo mi espalda junto a la tuya, los dos uncidos por el mismo cuero con nudos eternos bajo el mismo yugo.

151

Aferrarse «Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). Me aferro al ayer como una gota de agua que cuelga, brilla y tiembla en el filo de la hoja seca antes de desprenderse hasta la tierra fértil.

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Como un parto (cf. Jn 16,21) «Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197). El fondo del dolor no es la muerte de los que huyen de él avivando al correr el fuego que arde en sus espaldas, no es la desazón íntima del que se blinda contra él mientras el gusano lo corroe bajo la cáscara dura, no es la mano herida del que se revuelve contra él golpeándole el rostro de noche y pedernal, no es la sumisión que se arrastra con recelo bajo caparazón de tortuga por el lodo del marasmo. El fondo del dolor es el abrazo maternal al recién nacido, es el llanto primero de la ternura de Dios.

153

Muerte «Fue llevado el cuerpo al sepulcro y untado y sepultado» (EE 298). Bien sabe la tierra cómo trabajar la muerte. El humus parece un ciego montón torpe y derramado, pero abre los brazos de madre y de acogida. Guarda con pausa lo que ya no podemos ni oír ni acariciar, y lo dejamos a su suerte. En su secreto, de tacto delicado, la tierra va destruyendo la muerte misma hasta el último gramo. La transforma, y la eleva de nuevo al sol, el beso y los colores. Porque la vida, el misterio eterno que somos y advenimos, no se maneja con palas afiladas ni sobrios crisantemos. Solo ella misma conoce los gestos nunca revelados del Encuentro sin sombra de distancias ni de olvidos.

154

Última etapa «Acabar con un coloquio a Cristo nuestro Señor» (EE 198). Mis sentidos se despiden sin pausa y sin estridencias. Mi cuerpo palpa rigidez donde danzaban mis sueños. La nada avanza callada por capilares y neuronas. Tallas en mis durezas tu última filigrana. Crece en mis nuevos vacíos tu fantasía más pura. Cada pérdida mía ya resucita en otros corazones. Todo mi yo gotea hacia tu eternidad. Lo que se ausenta de mí lo voy encontrando en ti.

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Cristo de Javier «Acabar con un coloquio a Cristo nuestro Señor» (EE 198). ¡Con ternura me miran tus ojos cerrados! Me piensas, me sientes en algún espacio tuyo entre la madera y el pecho. Bajo tus cejas de arco me abres un cauce de río fresco y claro. Mis ojos no encuentran en tu rostro zurcido ni una mota de ira, ni un residuo de rabia, ni un surco de desencanto. La sonrisa en tu boca de labios hinchados, crece desde tu hondura inaccesible a los golpes, invulnerable al escarnio. Llegan los peregrinos de todas las razas buscando el secreto de la alegría nueva, herencia universal, que paseó Javier por las orillas del mundo. ¡Veo tu cabeza inclinarse sobre el pecho del Padre; veo en tu mejilla macerada la caricia de su mano, veo todos los pueblos bajo tus párpados!

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Adelina «Un coloquio... a la Madre» (EE 199). Cuando llegó la muerte ya no tuvo nada que llevarse. Ya toda su vida estaba repartida, regalada en discreción con aroma de pan tierno perfumado en el horno con sarmientos secos, y el fervor ágil de sus pasos hacia el templo en cada aurora. En las tardes de otoño medía las espaldas de los hijos que crecían y tejía la lana y la ternura. Y en las mañanas de verano cargaba la cesta de frutas con perfumes y colores. Palabras esenciales y sentimientos veraces con sazón de laurel. En su vida urbana siempre alentaba un trasfondo vegetal de viñas, flores y trigales. El discurrir de cada día se insertaba gota a gota en un hilo incesante de doméstica plegaria. Cuando llegó la muerte ya toda su vida crecía en rostros familiares, se movía en la destreza 157

de otros dedos. Ya había enviado sus últimas sonrisas sin remitente de inversor a la espera de respuesta. Cuando llegó la muerte ella ya vivía en el ahora eterno del Amor y estaba al mismo tiempo aquí y en todas partes. La muerte llegó tarde, y en su puño de mármol labrado solo se quedó con las cenizas.

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6. Cuarta semana El Resucitado habla al corazón de sus amigos en su «oficio de consolar» (EE 224) con una alegría que sana las heridas del pasado y abre el futuro con un encanto capaz de relanzar el sueño de Jesús. Los discípulos van acogiendo poco a poco esa experiencia nueva que los sorprende en su postración mientras permanecen encerrados en la casa de puertas y ventanas trancadas por miedo a los judíos. Las sensaciones del Resucitado llegan a los sentidos de los discípulos. Hasta los más incrédulos, como Tomás, son invitados a posar la yema de los dedos en las heridas de Jesús y de toda la humanidad para sentir en ellas el palpitar de la resurrección. Llagas innumerables esperan en el cuerpo de la humanidad esos dedos que reconocen con ternura la dignidad de las víctimas y se ponen a su servicio. El Resucitado busca a sus discípulos donde están perdidos. Pronuncia un nombre propio que llega al oído de María Magdalena cuando busca en medio del jardín (cf. Jn 20,16), y es un desconocido que hace camino hacia Emaús con los discípulos con el que se puede compartir el desencanto que impide reconocer en las «habladurías» de las mujeres lo nuevo que comienza en Jerusalén (cf. Lc 24,24). Los discípulos tienen que regresar a la Galilea de la vida cotidiana, hogar de los primeros sueños junto al Nazareno. La resurrección tiene sabor de pescado asado sobre brasas y compartido entre amigos en la orilla del lago después que el desconocido bendice con una pesca abundante una jornada de trabajo estéril (cf. Jn 21,9-10). El Resucitado envía el don de su Espíritu en Pentecostés. Llega de manera diferente a la originalidad de cada discípulo, pero es el mismo en todos, transforma a cada persona y las une a todas en una comunidad que tiene visibilidad en la historia, que llega a los ojos, a los oídos y al abrazo de los judíos y más tarde de todos los pueblos, con un mensaje de vida y de futuro que desafía los poderes establecidos en sus lógicas de muerte. La comunidad continúa en la historia la visibilidad del Hijo. El Crucificado es el Resucitado. La cruz no se ilumina desde fuera con efectos de escenario, sino desde dentro, desde la transfiguración que crea en nosotros la luz del Espíritu que todos llevamos en la interioridad de nuestro barro (cf. 2 Cor 4,7-12). La resurrección se vive como una experiencia que se va haciendo lentamente en los discípulos y que solo en el compartir comunitario se comprende con todos sus acentos. El corazón la acoge y los sentidos se van afinando poco a poco para verlo en toda situación. Es un «ver creyente». Las experiencias de las muertes propias y ajenas que 159

han resucitado nos ayudan a comprender lo que significa la nueva presencia de Jesús y podemos percibirla en mínimas señales. La fe en la resurrección no es solo un artículo del credo, una obligación de catecismo. Es la experiencia de una presencia del Crucificado que ahora está vivo de otra manera, porque nunca se resucita siendo igual que antes de morir, como un regreso al pasado. A ese pasado nos aferramos a veces, como personas y como institución, con nostalgia que no se resigna a perder posiciones seguras, sin la audacia de dejarnos sorprender por lo nuevo que surge de las muertes acogidas en las manos del Padre. No resucitamos, somos resucitados, pues ya caímos antes hasta el fondo, hasta el desvalimiento absoluto. Otros nos tienen que enterrar y otros nos tienen que reconocer y acoger para reflejarnos en su mirada que el Señor nos ha resucitado. Cuando reflejamos a los demás que percibimos las señales de la vida nueva allí mismo donde ellos solo ven muerte y sepultura, en su propia persona, en la comunidad o en las situaciones sociales, les estamos abriendo el espacio donde se atrevan a acoger la resurrección que ya ha comenzado «dentro», en todo golpe, con la discreción de Dios. A veces la espera del «tercer día» puede ser larga, pero la resurrección ya comienza en el mismo instante de la muerte. Esa fe nos permite mirar cada día a los crucificados de la historia sin apartar la vista de sus vidas trituradas, como el que espera la llegada de un amigo. ***

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Pascua «Después que Cristo espiró en la cruz... descendió al infierno, ... sacando a las ánimas justas, ... y resucitado, apareció a su bendita Madre en cuerpo y en ánima» (EE 219). Sazonado el silencio con aroma de olivares, saturado el pecho de ausencias y rumores, la angustia nocturna te prensó en el huerto hasta la sangre. Después llegaron desde el poder de las espadas y las leyes, los clavos y desprecios hasta tu carne joven taladrada en el madero. Al fin quedaste inmóvil, desgajado del Padre y del pueblo en desconcierto, tus restos vacíos recogidos en lienzos, viajando hacia la nada, puro imposible en el sepulcro, reducido a piedra sobre piedra. Cuando somos llevados a golpes hasta el final de lo que somos, brotas en nuestra carne muda, ternura desde lo hondo de la herida, como perfume de futuro que se filtra por las rejas hacia la aurora universal. ¡Pequeño amor humano si no sabe de silencios nocturnos 161

y desgarros! ¡Pobre amor humano si no ha resucitado desde tumbas selladas y sudarios! ¿Cómo resucitar sin haber muerto? ¿Cómo morir sin ser resucitado?

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Resucitó «Considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» (EE 223). En la tarde del viernes las instituciones del poder exterminaron de la tierra al justo vulnerable. En el cuerpo de Jesús expresaron su deseo de reducir a polvo su carne y su memoria. El espíritu de Jesús ardió como una antorcha de fracaso, de angustia y de abandono de Dios. Y ante tanta injusticia el Padre se calló con un silencio de hielo que congeló la historia. La mañana del domingo el Padre engendró la Palabra que abrió toda realidad a la esperanza infinita. El espíritu de Jesús experimentó el abrazo que siempre estuvo a su lado sin distancia ninguna. El cuerpo resucitado llevó hasta la eternidad los golpes, las caricias y la tierra de los caminos.

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Y en medio del poder sorprendió una comunidad de pobres y de excluidos que fecunda todos los siglos.

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Solo el amor «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Se rasgó la carne de Jesús con la lanza, las espinas y los clavos. Buscaban con el filo del hierro abatir su primavera. Entró el dolor humano en la intimidad de Dios. ¡Del corazón del Padre no salió el rayo que degüella! Al tercer día alboreó la paz caminando sobre el lago, luz inasible para los cepos, alegría a borbotones en las tinajas rituales, libertad inmune a los mercados y los mapas. ¡Solo el Amor convierte la tumba, el grito y el ocaso, en útero de nuevas claridades!

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Tomás «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Posa tu mano en la herida del pecho atravesado, toca la muerte del corazón, las angustias abismales, los amores sin destino, los golpes del alma que nunca cicatrizan. Mete tus dedos en las manos taladradas por el ácido corrosivo de los trabajos duros, por los cepos injustos, por las siegas sin salario. Acaricia con la yema de tus dedos los pies perforados de los emigrantes sin más tierra que la pegada en sus heridas en cada paso errante. No tengas miedo de palpar la huella de lanzas y de clavos. ¡Tus dedos sentirán en el fondo de cada herida un latido del Resucitado!

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Resucitar «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Resucitar no es una piel envejecida que se estira en el quirófano, sino una presencia que ilumina cada arruga con su historia, no es un golpe en el alma que se anestesia con drogas, sino una caricia que sana la memoria y la carne, no es un desencuentro entablillado para salvar apariencias, sino un abrazo infinito que teje las diferencias, no es un robo a los pobres legalizado con indultos, sino un fuego que separa la justicia de la escoria, no es el oasis final para olvidar pesadillas, sino un vino añejado en las bodegas del camino. Porque todo lo que nos golpea a ti también te hiere, y al abrirse en ti a la vida también en nosotros resucita.

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A imagen y semejanza «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). ¡Humanidad creada a imagen y semejanza de Dios! ¡Dios crucificado a imagen y semejanza humana! No hay más que una cruz, donde Dios y la humanidad se desangran juntamente hasta la última gota. No hay más que una resurrección donde Dios y la humanidad estrenan juntos la vida eterna desde la primera ternura. Dios y la humanidad mueren juntos en plena vida, y resucitan juntos en plena muerte. ¡Humanidad creada a imagen de Dios, y a semejanza de Dios humanidad resucitada!

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Único amor «Considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» (EE 223). El golpe del martillo sobre los clavos de la cruz se unió al que cerraba para siempre la argolla en el cuello de un esclavo. Los soldados entrenados para matar al galileo justo tenían amputada la misma parte del alma que los jefes de los campos de exterminio. Pilato que sentenció al inocente por razones de estado estudió en la misma escuela que todos los déspotas del mundo. La sangre de Jesús que empapó el madero se unió a la sangre sin memoria de los crucificados antes que él. El mismo Amor del Hijo que no lograron matar el Viernes tampoco han podido aniquilarlo ningún otro día del calendario. ¡Solo existe un cuerpo, un día, una sangre y un único Amor que lo sufre todo y lo resucita todo!

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Desperdigados «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Como semillas lanzadas al aire, morimos desperdigados por los meridianos de la tierra y los números del calendario. Morimos solos, uno a uno, sin reemplazos. Morimos inevitablemente, como vuelo que aterriza con sosiego, o fulminados en la altura. Pero resucitamos juntos y al mismo tiempo, orquestados todos en el ahora eterno del Amor.

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Eternidad «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). No tiene la oruga vocación de crisálida sino de mariposa. No tiene el grano de trigo vocación de raíz sino de pan en la mesa. No tiene el embrión vocación de soledad sino de abrazo universal. ¿Me arroparé con la tierra para dormir resignado con vocación de sepultura?

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Beso de Dios «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). El fracaso le explotó con estridencia, le escaldó la piel, la aureola pública, y le encogió el futuro. Tú te estremeciste dentro de él con ecos de martillo taladrándote la carne y la memoria. Colocaste tu mano de reo liberado sobre su insomnio de viernes y calvario, y la ternura empezó a manarle como un beso en cada nombre, en cada sueño, en cada herida.

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En tu resurrección «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Somos una imagen de calles y pantallas que solo al sumergirnos en el alba de tu fantasía encendemos cada amanecer la originalidad de los colores. Somos una pasión de afinidades y desgarros que solo en tu corazón respiramos la armonía primera y última de todas las diversidades. Somos una palabra de propuestas y de escuchas que solo en tu exacto decirte encarnamos en el rostro la densidad del silencio y la agilidad de las letras. Somos un empeño germinal y definitivo que solo en tu creatividad fecundamos la historia con la fidelidad de las raíces y la novedad de los vientos. Somos una esquirla del dolor humano que solo dentro de la herida de tu pecho abierto alisamos nuestras aristas y reposamos con sosiego. Somos una alegría 173

hija de la pascua que solo en el amor de tu eterno presente ya resucitamos todas las muertes mientras vamos de camino.

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Último día «Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224). Un día, el silencio será el punto de llegada de todas las razones, el reposo será el último gesto de todos los proyectos, la claridad será el abrazo universal de todos los colores, la alegría será la única herencia de todos los encuentros. ¡Aquel día, último y primero, todo lo vivido desde ti, nombres y materias, alteridades y trabajos, avanzará eternamente en ti ya humano sin escorias!

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Acoger una vida cerrada «Considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión, parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» (EE 223). En el camino, tierra pisada, encontré una semilla rara, acerada cáscara brillante, cerrada sobre sí misma, hermética defensa, seguro el gesto, certera la palabra, todas sus costuras bien selladas. Para saber quién era y hacer vida su secreto estéril, abandoné la curiosidad del niño que revienta su juguete, o la del sabio bisturí que disecciona y aprende de la muerte, o la pregunta experta calculada como un lazo que atrapa el paso confiado. La enterré en el mejor rincón de mi jardín sin alambradas, la dejé abrazada por el misterio de la tierra, del cariño del sol alegre y del respeto de la noche. Y brotó su identidad más escondida, verdes hojas primero, temblorosas, asomándose al borde de la tierra recién resquebrajada. pero al fin se afianzó sobre sí misma y fue un surtidor de vida esperanzada. Al verla toda ella renacida al pleno sol, 176

con su melena de hojas a todos los vientos desplegada, supimos al fin quién era, todo su secreto vivo, suyo y libre.

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7. Contemplación para alcanzar amor «En todo amar y servir» (EE 233), pedimos en la «Contemplación para alcanzar amor». Aquí se concentra todo el proceso de los Ejercicios y se abren las puertas de la vida ordinaria para que podamos vivir en medio de la realidad con un corazón encantado y con una sensibilidad afinada para descubrir a Dios «en todo». La contemplación no se limita a ver a Dios en lo hermoso, lo fuerte, lo inteligente, lo sano..., sino en todo, pues no hay realidad pecadora, ni criminal ni débil donde Dios no esté y donde no pueda ser contemplado. Hemos bajado hasta el fondo del pecado en la primera semana y lo hemos encontrado en los márgenes del poder establecido que crucifica al justo Jesús en la tercera semana. Ninguna realidad humana, por dura que sea, queda al margen de esta contemplación. Dios ama todo lo que existe con amor tierno y servicial. Nos invita la contemplación a mirar cómo Dios está presente en todo y comunicándose con nosotros, es decir, dándose y recibiéndose de nosotros. Dios no nos salva y nos lleva a la plenitud de la vida desde una distancia aséptica, sino desde dentro y desde abajo de las situaciones humanas, las más bellas y las más injustas. Ahí lo encontramos trabajando, «ad modum laborantis» (EE 236), como el campesino doblado con fatiga sobre los surcos de la tierra. No hay modo de adentrarse en el encuentro de Dios sin salir a las calles y plazas a descubrirlo para unirse a su trabajo liberador de las mejores posibilidades humanas que se encuentran presas por cualquier tipo de cadena. Esta manera de acercarse a la realidad no se acaba en esta contemplación final de los Ejercicios, sino que es un modo de ser que se aprende y en el que hay que «ejercitarse» de manera habitual. Para mantener esta sensibilidad espiritual afinada es necesario cuidarla en todas las circunstancias de la vida ordinaria. Ignacio de Loyola dice que hay dos aspectos en los que los jóvenes jesuitas que se están formando deben ejercitarse constantemente: 1) «Todos se esfuercen de tener la intención recta, no solamente acerca del estado de su vida, pero aun de todas cosas particulares» y, al mismo tiempo, 2) «sean exhortados a menudo a buscar en todas cosas a Dios nuestro Señor» (CC 288). Aquí se resume el fruto de los Ejercicios. Un corazón sin intenciones desordenadas, y una sensibilidad que busque y halle a Dios en todas las cosas. Los jóvenes jesuitas «se pueden ejercitar en buscar la presencia de nuestro Señor en todas las cosas, como en el conversar con alguno, andar, ver, gustar, oír, entender y 178

en todo lo que hiciéremos, pues es verdad que está su divina Majestad por presencia, esencia y potencia en todas las cosas» (Ignacio de Loyola, «Carta al P. Brandao», 1 de junio de 1551). Como consecuencia de esta contemplación de Dios en la realidad, la devoción no se reserva solo para la oración o las ceremonias litúrgicas, sino también para el encuentro con los demás. «En manera que considerando los unos a los otros crezcan en devoción y alaben a Dios nuestro Señor, a quien cada uno debe procurar de reconocer en el otro como en su imagen» (CC 255). Es el sabor de la cotidianidad. También pide Ignacio que se examinen al final del día de estos dos aspectos. Es muy importante esta indicación porque cuando el día acaba, las vivencias están muy frescas todavía y pueden ser rescatadas de un anonimato distraído dándoles nombre. Al regresar a los encuentros, tareas y espacios habituales, será más fácil percibir los signos más discretos de la actuación de Dios. La realidad se convertirá en un sacramento que nos hable de Dios aunque nosotros estemos concentrados en nuestros trabajos. Con frecuencia constatamos que nuestra bondad y nuestra justicia son «medidas», limitadas y podemos desalentarnos (EE 237). Pero hay que sentirse siempre en comunión con el Ilimitado, de quien surgen constantemente nuestras posibilidades de la misma manera que la claridad viene del sol y las aguas del manantial. Son imágenes de origen, no de distancia, pues en el Señor existimos. En la medida en que vamos contemplando la realidad de esta manera, los espacios habituales nos van descubriendo su dimensión más profunda donde Dios crea la vida nueva sin receso. Ser «místico de ojos abiertos» no es tener visiones sino una nueva visión de la realidad. La realidad puede seguir siendo la misma fuera de nosotros, pero para nosotros es distinta, pues percibimos su dimensión más honda y creadora. Pero hay que formar los sentidos contemplativos para «ir contra» las miradas impuestas. No solo las tierras y casas tienen dueño, sino también las sensaciones que nos invaden en la cultura de los sentidos. Cuando le decimos al Señor: «Toma y recibe toda mi libertad...», no solo estamos ofreciéndonos para la misión, sino también para un encuentro en que Él vaya ordenando nuestro corazón y transformando nuestra sensibilidad. A lo largo de los Ejercicios Espirituales se ha ido transformando nuestra sensibilidad. No necesitamos huir hacia los paraísos artificiales de la dicha química, de la distracción digital o de los espacios reservados para las élites del mundo. Miramos el mundo de frente, porque nuestra sensibilidad puede descubrir en el fondo de todo lo que vive la presencia activa de Dios que impulsa todo lo real hacia posibilidades infinitas. Asomarse a la realidad, mezclarse con ella, es sumergirse en la vida de la Trinidad que nos ha incluido desde siempre en el centro de su intimidad. *** 179

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Al borde de la calle «Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir» (EE 233). Mírame, Señor, al borde de la calle mientras corre la vida. Estás pasando sin cesar en la piel mulata de la gente, pero no te veo. Eres la última consistencia de cada espalda que se dobla, pero no te abrazo. Es nuestro y tuyo el olor de la pobreza, pero no te huelo. Eres una gota de ternura en cada paladar enamorado, pero no te saboreo. Alientas el giro de las ruedas y el grito de la dignidad, pero no te oigo. ¡Ten piedad de mí, pobre mendigo de Absoluto! Sustenta mi vigilia hasta el instante exacto en que se disuelva la superficie de las cosas y te reveles a mis sentidos que tú afinas en la espera.

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Recreación «El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y así, por el contrario, el amado al amante» (EE 231). El aire que me envuelve tiene la talla de mi cuerpo y me acompaña siempre. El mar conversa conmigo, conozco el humor de sus olas y la voz de sus colores. Mi paisaje cotidiano me llama por mi nombre con el eco de mi historia. Los ojos del universo me miran y su beso universal nunca se aleja de mi mejilla. Toda la creación llega fiel a la cita de mis sentidos y de mi búsqueda infinita; es tan pleno don en cada yo que es nuestro, y habla a cada tú con su propio acento.

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Estoy naciendo «El primer punto es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene, y consequenter el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede, según su ordenación divina» (EE 234). Estoy naciendo en este instante desde todo mi pasado y desde tu presente, heredero de los siglos que han doblado sus espaldas sobre surcos y cimientos, hijo de los sueños que desafiaron las fronteras de la ciencia y los guardianes. Todas las criaturas acuden concertadas por el pulso de tu Espíritu a mis sentidos despiertos, en una sola melodía de agua, tierra, aire y fuego que me recorre por dentro. Posibilidades infinitas en mis pulmones de arcilla. Esporas de eternidad en las burbujas del tiempo. Bienvenida de ojos abiertos a todas las biografías. Certeza de tu gestación en lo íntimo de todo dentro.

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Quisiera «Mirar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos dando ser, en las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad» (EE 235). Quisiera pegar mi oído a la piedra dura para escuchar tu latido, descorrer la cortina de los ojos ajenos para ver cómo me miras, estrechar la piel curtida de la mano agrietada para palpar tu cercanía, percibir el anhelo de la noche perfumada para oler cómo respiras, saborear el secreto de la alegría en sazón para gustar tu dicha.

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En el origen «Mirar cómo Dios habita... en mí» (EE 235). Cuando abro los ojos para verte en lo real, ya te veo antes en el deseo que inicia mi mirada. Cuando pregunto por ti a las criaturas de la tierra, ya te escucho antes en el silencio donde nace mi pregunta. Cuando acerco mi mano para tocarte en otro cuerpo, ya te percibo antes en el origen de mi carne peregrina. Cuando sorbo el agua para llenarme de tu vida, ya te saboreo antes en la sed que abre mi garganta. Cuando aspiro los olores de tu paso por los montes, ya te olfateo antes en la paz que distiende mis pulmones.

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Ojos de cuna «Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235). Todo está delante de los ojos, al alcance de una mirada. En cada realidad pequeña late el mismo misterio. No hay que taladrar la superficie con esfuerzo de clavo. No hay que golpear la fruta hasta que abra sus poros. No hay que hacer un «clic» de técnica y de mando. Sumergidos en el afán diario, solo hay que esperar con alba presentida un segundo, un día, cien años. La realidad trabaja sus entrañas, y anda buscando ojos puros, despiertos, sosegados, de cuna, para regalarnos el misterio en la alegría de su parto.

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Miradas «Mirar cómo Dios habita... en mí... haciéndome entender» (EE 235). Hay miradas gratuitas que nutren, y hay miradas hambrientas que devoran. Hay miradas soleadas que desentumecen, y hay miradas invernales que tullen, Hay miradas hondas como pozos, y hay miradas ligeras como chubascos. Una mirada amiga puede saltar un abismo, una mirada odiosa puede levantar un muro. En el espejo de unos ojos pueden hallarse los perdidos, en el espejismo de unos ojos pueden perderse los seguros.

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Si el cuerpo supiera «Mirar cómo Dios habita... en mí dándome ser, animando, sensando y haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a la similitud y imagen de su divina majestad» (EE 235). ¡Si el cuerpo supiera quién eres Tú! ¡Si la razón le transmitiera a la oscuridad de la carne tu buena noticia! ¡Si te abriéramos las cinco puertas de los sentidos, en este océano tuyo de aromas y sabores, de brillos, cantos y caricias donde vivimos sumergidos! ¡Si la sangre se tiñera del color de tu encuentro y llevara este fervor hasta la última célula por la angosta discreción del capilar más diminuto! ¡Si las honduras viscerales sincronizaran contigo sus prisas y sus pausas! ¡Si desalojaras de este templo tuyo a los mercaderes que negocian nuestras hambres y riquezas en el atrio sagrado, con el susurro clandestino o la obsesión publicitaria! ¡Si nuestro cuerpo 188

supiera, y se fuera convirtiendo todo entero, aquí y ahora en un gesto sencillo del Infinito tan humano!

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Eternidad en los sentidos «Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235). En palabras, mercados y lamentos escuchan los oídos afinados rumores del Indecible. En miradas, colores y noches ven los ojos despiertos destellos del Invisible. En encuentros, frutos y amarguras gusta el paladar mendigo sabores del Inaccesible. En caricias, brisas y ardores siente la piel estremecida ternuras del Infinito. En perfumes, primaveras y pobrezas respira el pecho hospitalario aromas del Inasible. Entra Dios por los sentidos y se cobija en nuestra hondura. Ya somos su morada eterna, carne transida de Absoluto.

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Tus rumores «Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235). Me bastan los reflejos del sol temblando en la bóveda del puente, el frescor del pozo subiendo desde el agua inaccesible, la música del viento nocturno entre las hojas intocables de los pinos, el perfume fugitivo que se deshila en el jardín, una gota de dignidad deslizando su dulzura en mi garganta. ¡Me bastan! No puedo contemplar el sol de frente, ni vivir sumergido en el fondo de las aguas, ni pulsar con mis manos la sonora compañía de la noche, ni perfumar de fiesta todas las rutas ajadas de la vida, ni adelantar un solo segundo el brindis de todo el universo. ¡Me bastan los rumores que te acercan y te esconden! ¡Me bastan tus rumores!

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Rocío «Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis. Así como en los cielos, elementos, plantas, frutos...» (EE 236). Amanece y el sol va encendiendo una a una las gotas de rocío; a tientas, como frutos de la noche crecieron armoniosas asidas al filo de las hojas. Ahora brillan como una sementera de perlas y de luces. Si las tocas, mueren. Si las contemplas, brillan. Arden y se consumen regalando una belleza que no puede engastarse ni en el oro, ni en la prisa.

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En el amor «En todo amar y servir» (EE 233). Está fuera de los capiteles de la fama, de las pieles cautivas, de los méritos como apellidos, de los puestos blindados, de las geografías seguras. Está dentro del humus de la historia, de las relaciones veraces, de las miradas indigentes, de los servicios sin remitente, de la creatividad sin amarras. ¡Está tan fuera de sí misma que ya vive en el dentro de todo! ¡Está tan extraviada y viva, que está perdida en el Amor!

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Dentro «Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra» (EE 236). Tu único sueño corre por las venas de toda la diversidad de lo real. Tomo el pulso de cada criatura y palpo tus latidos tan discretos. Cada sudor que moja las aceras brota de tu frente traspasada. Bebo una gota de vida cotidiana y viajas hasta la hondura de mis huesos. Sube y baja el pueblo en tu mirada con unción de liturgia nunca escrita. El sol también amanece cada día por el centro del asfalto negro. Cuanto más recorro nuestras calles en tu abrazo más me adentro.

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Vida contaminada «Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas» (EE 236). Respiramos la cultura que nos envuelve a todos, el oxígeno que nos da vida y los virus que nos socavan. Bebemos las relaciones que llegan a nuestro rostro, el agua que nos hidrata y las bacterias que nos minan. No podemos andar por la calle con una máscara en la cara que nos aparte del pueblo para filtrar los cantos y los besos. No podemos huir al vacío de la soledad y la asepsia donde no hay vida ni muerte luchando por el futuro. Al acoger en nosotros la vida contaminada, te acogemos a ti, que estás dentro de la vida, y la purificas con tu aliento en el horno ardiente de nuestra intimidad.

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Comunión cósmica «Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis» (EE 236). I Huésped tuyo en este bosque de tus afanes milenarios, con qué rapidez acudes a todos mis sentidos grises y arañados. Ocre, rojo, blanco, salpicados sobre el verde de todos los matices, me buscan alegres y me inventan por dentro con gozo y primavera. Aromas sin etiqueta me llegan con derroche desde el humus y las hojas. Me dejan en la garganta un sabor de familia reunida para la fiesta. Rumores de libertad, cantos alados de colores inventan música en mi cuerpo concertado. Campesinos sin paga resucitan en los senderos y me ofrecen su mano amiga de podas y plantaciones. ¡Tú me recreas! Me llevo dentro el bosque como un abrazo inasible. 196

Hecho ya parte de mí en tu eternidad se adentra. II A fuego lento el sol calienta un árbol de corteza cenicienta sin flores y sin hojas. En este tronco, ¿está incubando el sol una primavera de flores y de frutos, o lo está secando para que caiga a tierra y sea el abono fértil de otras floraciones? Entre vida y vida, ¿dónde está la muerte? III Día y noche, amenazante, llega el rumor de la ciudad que nunca se detiene filtrado por hojas y distancias; suena a crepitar de horno que abre sus fauces de fuego hacia los árboles que crecen, amenaza como sierra con su ejército dentado de acero y de avaricia para cortar en segundos caobas de cien años; ruge con motor obsesivo en la compulsión de su girar; ni mira dónde lo llevan, ni sabe bien a dónde va. 197

El bosque fiel trabaja la vida sin descanso, pero la codicia ciega lleva compulsión y fuego en sus entrañas seducidas con el fermento de la muerte. IV Bajo las hojas secas no hay minas ni violencia para el paso confiado. Aquí solo explota la vida en las semillas enterradas. En la curva de los senderos no hay redes al acecho, sino intimidades sin explorar que besan la existencia. En la punta de los cipreses no hay huida hacia lo alto, sino tierra que sube al cielo en búsqueda de horizontes. En las ramas de las palmas no hay lanzas amenazantes, sino brazos de bailarina que nos invita a una danza. V Crecen los troncos como la búsqueda de monjes en sus claustros verticales. Se abren en adoración los capiteles de las palmas, y las copas despliegan su liturgia de bóvedas trémulas. En este monasterio sin testigos de cedros, caobas y laureles, 198

la creación entera trabaja, canta, ora y reparte vida eterna por las venas del mundo. VI Sumergido en el bosque camino por la hondura íntima de su oleaje verde que se mece en las alturas. Aquí te comunicas conmigo por todos mis sentidos, música y color, tu mano de brisa en mi piel, aromas primigenios, proximidad cósmica y ternura compartida. Este instante original nunca antes había existido ni lo habías pronunciado. Está siendo creado para mí. En esta soledad humana solo yo puedo acogerlo y alojarlo para siempre en mi novedad sin fin. No dejaré en el aire tu mano extendida, ni tu palabra susurrada, ni tu beso, ni tu vino. Ya caminas dentro de mí y tu presencia me recorre por los últimos capilares de mi misterio abierto al soplo de tu caricia. VII

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Esta palabra tuya es humilde y anterior a minaretes y campanas, a catedrales y pagodas, a textos sagrados y minuciosos rituales. Presencia sustancial sin apellidos ni banderas, es creación surgiendo aquí y ahora mismo rompiendo aguas, tierras, semillas, cortezas y horizontes, es lenguaje para todos creando la mudez común y reverente del asombro. Todos aspiramos el mismo aire perfumado sobre nuestras cabezas como incienso puro. Todos asentimos al dogma universal de la vida que se regala sin pedirle a nadie su credo o pasaporte. Todos comulgamos el brillo del sol en el haz de las hojas, generosa multiplicación de peces fugitivos en el aire sobre olas vegetales. Todos tomamos en la mano este pan sin propietario que nunca agota su belleza, ni raciona su sabor, ni degrada su aroma. Todos los fieles a la vida 200

acuden a este templo tuyo y nuestro para la celebración de tu ritual humilde con vocales cotidianas. VIII Esta es la primera comunión de tu sabiduría ofrecida a todo paladar humano. Después ofrecerás el pan de tu locura expuesta para todos los siglos en el cerro seco del calvario. Tanto se ahonda la vida en tu muerte temprana, que ya corre tu sangre por los veneros secretos donde se hunden las raíces de la comunión humana. ¡Un temblor de resurrección estremece los silencios de las plantas y las rocas!

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La calle «Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis» (EE 236). I Va pasando sin cesar el sacramento multicolor de la calle cotidiana. Por esta arteria de tu cuerpo la sorpresa de las libertades crea liturgia sobre las aceras. Mis ojos merodean por las cáscaras. ¿Son muy confusas las imágenes, o mis ojos son turbios todavía? ¡Vuelvo a esta orilla una y otra vez tan seguro de tu paso! ¡Ya estoy vislumbrando al que espero ver, al Invisible! II Se descorcha incontenible la puerta de la escuela con un estallido de burbujas. Adolescentes repentinas afianzan su autoestima ensayando sus pasos, estiran su cuerpo de caña verde y miran la sorpresa de su perfil en los ojos transeúntes y en los cómplices cristales. 202

Amores de manos enlazadas adornan las esquinas, prisas de negocios resuenan en el paso firme, impaciencias ilegales miran de soslayo, esperas exhaustas se sientan en el umbral de la casa y sumergen los pies agrietados en el agua de la vida que discurre por la acera. ¡Rueda la vida! Carros viejos y dignos cabecean y resisten, autobuses confortables pasean bienestar exclusivo, sillas de inválidos empujan su victoria, coches de niños mecen la inocencia, veloces patines juveniles arriesgan fantasías. Un viejo limosnero extiende el brazo al aire como su última rama viva. La vida tenaz y minuciosa remienda las ropas, los autos antiguos, las relaciones heridas, la esperanza desgarrada. A todos nos llega la vida por el hondo abismo del alma en el don de existir desde ti sobre el asfalto. III Navego en la calle sumergido en tu misterio 203

entre oleadas de rostros, expresiones diferentes de tu inagotable iniciativa. Desde los ojos florecidos, miradas como mariposas llevan de pupila en pupila el polen de la dicha. Un rumor de eternidad acompaña el arrastrarse de tantos pies distintos, con eco de éxodos bíblicos apagados sobre arena de desiertos sin caminos, de etnias acosadas que huyen por las selvas hacia la tierra prometida. Te buscamos a ti mientras vamos leyendo el nombre de la calle en las esquinas. Esperamos tu luz en la pausa obligada del disco rojo como un sol de negativa metálica. IV Ha llegado contigo la intimidad y el descanso en la noche que se acerca; con oscuridad envuelves el horizonte, los hogares, los rumores, y arropas los sueños con mano maternal sobre las frentes. Luces amarillas rojas, verdes, blancas, 204

estáticas, parpadeantes, son el panel de un monitor que tú auscultas sin pausa con ternura de enfermera. Algunas voces nocturnas, desaforadas, disonantes, dan estocadas al aire, luchan contra sus fantasmas, revientan la noche, hieren el silencio; no esperan respuesta, solo oírse a sí mismas y escucharte a ti cerca dentro de su propio grito para sentirse existiendo en su naufragio. Los harapientos sin hogar se pasean por calles desiertas como sueños sin censura, buscan tu puerto de pórticos seguros donde amarrar su noche. V Yo comulgo cada día con este sacramento, me santiguo cada mañana en estas aguas bautismales, digo mi veraz homilía de pasos, silencios y miradas, y unjo con mis ojos las frentes que se agotan. Releo cada noche palabras tuyas y encarnadas. Sobre el caos y el abismo sigues pronunciando nombres propios, y por las líneas de las calles sigues escribiendo tu palabra 205

con caligrafía morena. Y cada caminante espera oír tu voz: «Tú eres mi hijo amado, en quien me complazco».

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Hacia el Resucitado «Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis» (EE 236). Todo se mueve hacia el encuentro contigo, Jesús resucitado, la roca haciéndose cristal y la espiga hacia la mesa, la estrella en su órbita y el gusano en su capullo, la primera gota de lluvia y la última de un suero, el niño que estrena su paso y el anciano que se apaga, la indignación del justo y la paciencia del orfebre, el ojo en el laboratorio y la azada en el surco, la caricia en la piel y la ceniza en el orgullo, el pecador hacia la vida y el justo hacia el servicio, la institución de paso lento y la intuición en el instante. Porque tú, Jesús resucitado, eres el mismo impulso desde dentro de todo, y eres el único horizonte que atrae los deseos y los pasos 207

de todo lo que existe.

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Aeropuerto «Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235). ¡Tantas diferencias de un solo rostro! ¡Tantas rutas de un solo destino! ¡Tantos colores de un solo tejido! ¡Tantos equipajes de un solo tesoro! ¡Tantos corazones de un solo latido!

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Debilidades «Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc.; así como del sol descienden los rayos, de la fuente las aguas, etc.» (EE 237). ¡Pequeña pavesa de sarmiento en trayecto fugaz desde la hoguera en medio de la noche! ¡Vuelo contenido de la flor cautiva de su tallo, sol vegetal multicolor! ¡Frágil oruga sobre la hoja en su luminosa levedad atravesada por la luz! ¡Tembloroso filamento en el interior de la lámpara incandescente claridad! ¡Débil existencia humana, fuego, color, luz, claridad, ardiendo en el Absoluto!

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Sumas de la vida «Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc.» (EE 237). Dos y dos son cuatro. Es el tiempo de la madurez. Pensamos, actuamos, triunfamos. Nos sentimos dueños de la vida y de nuestros propios recursos. Lógicos, seguros, consecuentes, invertimos y ganamos. No comprendemos la pesadumbre de los que arrastran sus gemidos. Pero llega un día en el que dos y dos suman tres, uno, cero... Nos encontramos con los límites de las personas concretas, de las instituciones, de nuestras propias creaciones, de nuestra misma biografía. No nos cuadran las cuentas. La confusión genera preguntas: ¿Qué hago? ¿Qué sentido tiene mi vida? ¿Me equivoqué de camino? Es el tiempo de la fidelidad. Aprendemos a andar con los remiendos al aire, a querer a las personas con sus manías recurrentes, a entregarnos a las instituciones tan lentas y metálicas, a acoger la sombra de la vida. En un momento inesperado mana la ternura y otras cuentas. 211

Dos más dos son siete, diez, cuarenta, una suma innumerable. Más allá de los límites está la vida incontenible sonriendo por encima de cercas y de clavos. El dinamismo último de todo lo que vive está despierto, universal. Empiezo a sumar como propio lo que antes veía como ajeno, y lo mío se lo reparten tantos que me siento inacabable. En el regalo azul del mar flota escrito mi nombre. La mirada descubre plenitudes asomándose por las heridas. Llegó la gratuidad sin cuentas que nos acoge a todos en sus brazos infinitos.

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Desde el amor «Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad, piedad, misericordia, etc.» (EE 237). Fátima y Fernando. Solo desde el Amor brota el amor y enlaza almas y cuerpos desde la primera luz que se alumbra en dos miradas sorprendidas. Después nos recorre por dentro, despierta sueños, aligera cargas y en cada paso insinúa una danza. Los propios límites irrumpen a destiempo con amenazas y lamentos, pero el amor mana más hondo, disuelve el moho de las sombras y construye ventanas de cristal en los boquetes abiertos. El futuro desconocido seduce o aterra, pero el amor engendra hijos, hogares, utopías, y los va gestando en el silencio encarnado. Después los regala en el tiempo maduro. El amor verdadero es fiel. No se quema en el instante como una bengala azul en la oscuridad de los tiempos. En las ausencias y distancias 213

se estira la existencia hasta el infinito y el tiempo nos deja un sabor de eternidad donde adentrarnos siempre. El deseo encendido se viste de fiesta y dice: solo, siempre, todo, nada. La alianza de dos vidas será posible y cierta si hunde sus raíces donde el Amor originario ilumina la mirada.

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Concierto universal «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes; a Vos, Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad; dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta» (EE 234). Con mi ser cercenado por decisiones afiladas como la flauta de bambú cortada joven, o tambor ahuecado a golpes de machete, yo seguiré entonando mi propia melodía al ritmo de tu música de montes y de olas, de ruidos del hogar y de estruendos siderales, de tornados obsesivos y de viento dulce entre las hojas, de motores urgentes y de flores sin prisa en el balcón de la tarde, del crujir instantáneo del hielo que se rompe, y del lento rasgarse de la arena en el desierto. Y perderé con gusto mis acentos en tu propia melodía, en ese concierto de la creación entera, donde hasta los golpes del martillo sobre el clavo, y los estruendos armados de los gritos y las guerras serán rescatados 215

del miedo y de la muerte, para ser sonidos fuertes en tu ágil melodía de resurrección morena con todos los acentos.

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Todo y nada «Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer» (EE 234). El tiempo con su lento roer y un vendaval repentino me dejaron sin nada. En el fondo de la nada descubrí el Todo que sustentaba mi ser como Él mismo, desde Él mismo, en Él mismo. Desde el Todo me llegó todo. Al quedarme sin nada, dejé la nada, y se abrieron mis manos para acogerlo todo sin apresar nada. El que es poco va cargado de mucho, y añade a su apellido títulos y posesiones. El que es mucho necesita poco, y añade a su ser todo lo que regala. ¡Para iluminar todos mis tiempos y todo mi ser bastó solo un instante, todo y nada!

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Pan reconciliado «Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo, enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina majestad» (EE 233). Sostengo en mis manos el pan blanco y redondo, traspaso su apariencia y veo en sus entrañas, la tierra que acoge la semilla, el agua que la nutre, el sol que la madura, el aire que la limpia, el trabajo del campesino, el riesgo de la siembra, la amenaza del trueno la alegría de cosecha, los sueldos en conflicto, la especulación de los precios, los transportes del mercado, los impuestos evadidos, la harina entre los dedos, la levadura que fermenta, la brasa en el horno, el amor sobre la mesa. En el pan blanco y redondo en lo alto de mis brazos, en el horizonte de los tiempos, contemplo sin fin, el cosmos y el esfuerzo al fin reconciliados, la historia humana purificada en el misterio, el punto de llegada 218

hacia el que todo peregrina, y la herencia de los siglos hecha cuerpo enamorado.

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Índice Portada Créditos Prólogo

2 3 4

La pascua de los sentidos

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1. Introducción a la oración

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Necesito Disponibles Liberación En tus ojos A veces Límite Página blanca Oquedades Debilidad Soledades Estás callado En tu audacia Tu paso Busco tu novedad Siempre llegas Tu respuesta Intimidad Hilar y tejer El límite de Dios Sin ti, sin mí Existir en tu tiempo Dios en nosotros Vocación de fuego Cada mañana

12 13 14 15 16 17 18 19 20 21 22 23 24 25 27 28 29 30 31 32 33 35 36 37

2. Principio y fundamento

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La luz Hombre y mujer

41 42

220

Punto de encuentro Existir Desde dentro Criaturas Siempre nos esperas Hermano cosmos Creo en ti Solo en ti Raíces Alfa y omega Creer Todos Diversidades Diferentes

44 45 46 47 48 49 50 52 54 55 56 57 59 61

3. Primera semana

64

Conversión El árbol del límite La ruptura Ilegales Etiquetas Minas Instalación Narciso Pretensiones Yo solo, ¿qué puedo ser? Señor, ten piedad Mis sentidos Mendigo Tu perdón Las manos del Padre Oveja perdida Esmeralda Ausencia Ten piedad Alegrías

66 67 69 71 73 74 76 77 78 79 80 81 82 84 85 86 88 89 90 91 221

4. Segunda semana

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Jesús de Nazaret Adviento Ábrase la tierra El niño de la cueva Encarnación Abajo El Hijo Navidad Hoy es Navidad Inicio Humildad de Dios Babilonia y Jerusalén Humíllate conmigo Humillación amiga La humildad de María Servidor de lo imposible ¿Quién podrá apartarnos? Bautiza mis sentidos Enviados No llevéis alforjas Cerca Todavía Guardar la vida Alteridad Milagro Luz sin sombras Trinidad Basta Domingo de Ramos El profeta Jeremías

94 95 96 98 100 101 102 103 104 106 107 109 111 112 114 116 117 118 119 120 121 122 123 125 127 128 130 131 132 134 135

5. Tercera semana

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Compartid Pan y palabra

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Abandono Demasiado tarde Otras cruces Amor tan golpeado Reconciliación Comunión infinita Mano taladrada Ahora Pascua Tiempo de poda Tu yugo Aferrarse Como un parto (cf. Jn 16,21) Muerte Última etapa Cristo de Javier Adelina

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6. Cuarta semana

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Pascua Resucitó Solo el amor Tomás Resucitar A imagen y semejanza Único amor Desperdigados Eternidad Beso de Dios En tu resurrección Último día Acoger una vida cerrada

161 163 165 166 167 168 169 170 171 172 173 175 176

7. Contemplación para alcanzar amor Al borde de la calle Recreación Estoy naciendo

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Quisiera En el origen Ojos de cuna Miradas Si el cuerpo supiera Eternidad en los sentidos Tus rumores Rocío En el amor Dentro Vida contaminada Comunión cósmica La calle Hacia el Resucitado Aeropuerto Debilidades Sumas de la vida Desde el amor Concierto universal Todo y nada Pan reconciliado

184 185 186 187 188 190 191 192 193 194 195 196 202 207 209 210 211 213 215 217 218

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