La Luna en Melilla

La presente obra, que consta de texto e ilustraciones, se imprimió por primera vez en Bubok a finales de diciembre de 20

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La presente obra, que consta de texto e ilustraciones, se imprimió por primera vez en Bubok a finales de diciembre de 2013. El texto es propiedad del autor, Joseluís Martín. En cuanto a las ilustraciones de Inma Ochoa, se encuentran bajo licencia Creative Commons del tipo “Reconocimiento- No Comercial- Sin Obra Derivada- 4.0 Internacional”. Cualquier persona es libre de reproducir en todo o en parte las ilustraciones de este libro siempre que: • • •

Se cite el origen y la autoría de manera clara. No se use para obras ni fines de tipo comercial o lucrativo. No se hagan obras derivadas de las ilustraciones.

La Luna en Melilla Un cuento ilustrado por

Inma Ochoa y escrito por

Joseluís Martín

RELATO PRIMERO:

¡La luna embotellada!

Dentro de una frasca de cristal, frente a la ventana, hay una luna como una brillante “C”, o sea, en finísimo menguante. La frasca es un botellón con paredes rectangulares, chato y con tapón de corcho, como los que aún se usan en los restaurantes baratos para servir vino de la casa. Botellón inverosímil, sin embargo, pues la luna que aprisiona no es una luna de pichiclás, sino la Luna, con sus cráteres y todo. LUNA:

¡ Ula, sahunai, pipirijaina: dola, dola, corronai !

BOTELLÓN:

(En voz baja) Yastá la loca esta con su jerga selenita.

LUNA:

¿Uña-sarcófago-helor-currutaca? Duri, duri, duri, dor. Físala, fásila, sífala, dina, tíkala, tíkala, tíkala, son.

BOTELLÓN:

Mira tía, tu rollo no marca un pimiento. O me hablas natural o me dejas a mi bola. A ver que te has creído. Los cacharros como yo no sabemos ni media de “lenguas espaciales”, pero no somos gi.. (hace un stop a mitad del taco y se gira como diciendo: “¡Bah!”).

LUNA:

(Habla a toda velocidad. Entusiasmada) Perdóname, ¡pero es que mañana empiezo el Ramadán! Y cuando estoy contenta me da por inventar lenguajes, por cantar a lo loco... Esto no lo entiendes ni tú ni nadie ¡es que no sirve para que lo entiendan, sólo para reírse! (Se ríe, como si las piedrecillas de una playa jugaran a ser maracas de agua). Mañana me haré nueva y me festejarán. Cada vez que el sol se vaya, saldrá Melilla a mirarme y a celebrarme:

“¡Está en cuarto!, ¡cuarto pasado!, ¡media ya!, ¡que esta casi completa!, ¡que llena!, ¡que ya mengua...!” Y a todos, musulmanes y cristianos o hebreos les pondré en la harera un reflejillo de nieve... Mientras habla, la luna se ensueña y el botellón aprovecha para mirar hacia atrás. Apoyada, derrumbada con una mejilla sobre la mesa, una cara morena de pelo canoso, como un pez tropical con un birrete blanco. Es Mohamed y ha bebido, un pecado para el musulmán, aunque menor. Borracho y desplomado sobre la mesa, sus ojos quedan a la altura de la Luna. Los entreabre. Su mirada filosa, perpleja, pasa a través del botellón y la ve allí, como impresa en el cristal. Sonríe dulcemente y se le caen los párpados. De repente, el botellón se bambolea y tintinea, como si le acabara de dar un infarto o de tocar la lotería. BOTELLÓN:

¡Para el carro!

LUNA:

¡Ah, vaya! ¿Y por qué, si puede saberse?

¿Por qué no puedo hablar, botellón tieso y soso y aburrido, que yo no me estaba metiendo con nadie y no tú, que te pasas el día emborrachando gente y... BOTELLÓN:

¡Tiempo muerto! ¡Me rindo! Sólo un segundo, mi niña... de plata.

LUNA:

(Sorprendida y algo ablandada por el piropo, pero poniendo todavía cara de enfado) ¡Ea! A ver ese “segundo”.

BOTELLÓN:

Que aquí, el Mohamed, estaba tan borracho que ha ido y me ha puesto el tapón sin darse cuenta de que no quedaba nada dentro.

LUNA:

¿Y...?

BOTELLÓN:

Pues, ¡la leche!, que sí que queda algo dentro.

LUNA:

Bueno, pues así tiene para cuando termine el Ramadán, para celebrar la Pascua del Cordero o la Pascua Chica.

BOTELLÓN:

Oye, no te columpies. ¿Tú qué quieres, que lo maten a palos? Una cosa es nuestro rollito de colegas, pero

“celebrar” con vinazo... Que iba a ser faltarle el respeto a los creyentes. Pero, sobre todo, es que lo que se le ha quedado dentro no es vino. ¡Eres tú! La Luna ya no dice nada. Empalidece y se le escapa un halo. Abre mucho el cráter Grimaldi...De repente, suelta un rayo límpido, delgadísimo y afilado como un témpano de hielo volador. El rayo atraviesa la botella, el cristal de la ventana, la penumbra de la noche, y le pincha en la punta del rabo a Lucifer, gatazo negro y callejero que hurgaba entre los contenedores del colegio “Mediterráneo”. LUCIFER:

¡Remiaooo! (Se revuelve, lomo arqueado, uñas fuera, mirada de tigre devorador de ballenas) ¡¡Fffuuuú!!¡¡Rrrrrr!!

Como no ve a nadie, se mira con curiosidad la punta del rabo: en ella ha quedado grabado un semicírculo amarillento, como un cromo en relieve fosforescente: ahora amarillento, ahora blanquísimo, ahora de azul brillante... Lucifer mira a su rabo, mira al cielo, mira a los edificios.

Por fin, sus ojos nictálopes, taladros de la noche, descubren a través de la ventana a la Luna embotellada. LUCIFER: ¡¡MIIIIIIAAAAAOOOOUUUU!! ¡¡MIIIIIIAAAAAOOOOUUUU!! ¡¡MIIIIIIAAAAAOOOOUUUU!! Salen de tras las señales de tráfico, descienden blandamente por los canalones, gotean misteriosamente de las cornisas, se columpian altivos para dar saltos imposibles y caen como si plegasen alas y se posaran. Amarillos, morados, ocres, azules, blanquinegros... En unos momentos, más de cien gatos de todos los tamaños rodean a Lucifer.

RELATO SEGUNDO:

Las chanclas de Salim y las gaviotas

Por la noche, las mil luces del Paseo Marítimo: farolas, letreros de bancos y telepizzas, azoteas y ventanas habitadas, los focos de los espigones... se reduplican en el mar negro, en el cielo negro, y disfrutan de su vida exagerada, del delicado escándalo que arman en silencio, dando a la playa de Melilla un aspecto radiante y refinado, como de postal francesa. Salim, agotado después de andar por las calles con su bandeja de almendras fritas con sal, ha lanzado sus chanclas de piscina con dos suaves patadas y se ha echado a dormir sobre la arena. Se cubre con un viejo anorak azul y enseguida se queda tan frito como sus almendras. Las chanclas, tiradas en la arena de la orilla, empiezan a parlotear, como suelen hacer cuando el sueño o la ausencia las liberan.

CHANCLA DERECHA:

Chungo día. Sudor chorreante. Muchos pasos. Echarnos aquí. Rachas fresquitas. Brisa chachi. Chan.

CHANCLA IZQUIERDA: ¡Qué claridad!, incluso cansadas: lindos reclamos, colores brillantes... ¿claro, no? Clap. CHANCLA D:

¡Vaya cháchara! ¿hermosa la noche? Basura a chorros. Echa un vistazo: chapas, muchos plásticos, papeles manchados, cristales que pinchan... Chap.

CHANCLA I:

Calma colega. Reclinada, agotada. Hay conchas clavadas, colmadas de magia, que el mar tecleando, recala en la playa. Cal.

CHANCLA D:

Me troncho. Derrochas palabras, colega chavala: tu miras la dicha, yo chisco con sombra. Chis.

CHANCLA I:

¡Gaviotas clamando! Colgaduras claras que se inclinan, se posan. Cultivos de espuma, blancor en las ondas. Clo.

CHANCLA D:

¡Cuidao no nos manchen, chafadas cagonas! Mucha alita blanca y churretes de cola. Chop.

Unas gaviotas se ponen a picotear en la orilla, alrededor de Salim y sus chancleteantes chanclas. De repente, como avisadas por el sonido de un cuerno silencioso, las aves levantan las cabezas a la vez. Hay un gran gato en la playa. Es negro y blanco. Ahora pueden verse cuatro o cinco más dispersos aquí y allá. Gatos y gaviotas se quedan paralizados.

BLANQUINEGRO:

¡Calma, ninias, que no venimos a cazaros!

GAVIOTA 1ª:

(Como preparándose para echar a volar, pero sin moverse, con mucho cachondeo) ¡Vaaámonos!

BLANQUI:

¡Que no, que esta vez es verdá! Además, que ni vosotras os vais a separar ni nosotros cazamos juntos, que somos mu nuestros, (cabeceando) ¡ufff!

GAVIOTA 2ª:

¡Si no os fiáis ni para cazar juntos, ¡Ruaaaj! ,cómo nos vamos a fiar nosotras!

BLANQUI:

(Dándose cuenta de que las aves no huyen y disfrutando del momento, con calma) Por dos o tres cosillas. Pa empezar porque no tenéis nada que perder: no nos acercamos más, que os sobran alas y mala leche pa volaros; y a más, que sois

unas cotillas y no os vais a quedar sin saber qué hacemos un puñao de gatos colaborando en algo (y me cagüen mis bigotes, que no habéis visto na todavía). GAVIOTA 3ª:

¡Trrres! ¡Has dicho trrres!

BLANQUI:

¡Ah sí! (Pausa. Aparte: ¡Serán cotillas!). Rrrrr (Nueva pausa. Mirándose las uñas, comienza a hablar suavemente y va elevando el tono). La tercera es que hay... LLA-MA-DA-DE-LU-NA.

Todas las gaviotas a la vez se ponen a graznar y cotorrear. El guirigay es enorme, pero ellas se entienden perfectamente y, además, las cuatro que forman los puntos extremos de la bandada ni parpadean vigilando que los felinos se estén quietecitos. Luego hablan a toda prisa una detrás de otra:

GAVIOTA 4ª:

Hemos decidido que lo de la “llamada de Luna” tiene que ser una trola.

GAVIOTA 5ª:

Sí. Sólo en las canciones infantiles se dice: “Si gran Sol o loca Luna Necesitaran ayuda, Con un rayo me dibujen Su silueta en mi ser. Y olvidando las heridas de quien come y es comido acudiré con mi vida a esa llamada de Sol, a esa llamada de Luna.”

GAVIOTA 6ª:

Convéncenos ahora mismo de que no es una trampa... ¡Ruaajjj! ¡Ruaajjj! (Las gaviotas ahuecan las alas y flexionan ligeramente las patas)

BLANQUI:

(Sonriendo) ¿Ahora mismo? Vale, venga: ¡míralo bien!

El gato arlequinado mueve blandamente la cola, de cuyo extremo surge un destello que, dejando un rastro blanquísimo en el aire va hacia el cristal de un botellín de cerveza semienterrado en la arena, rebota y choca con el cuello de la Gaviota 6ª. Los gatos no se mueven. Las gaviotas levantan el vuelo. La 6ª quiere preguntar a sus compañeras qué le ha hecho ese gato tramposo, pero cuando sus compañeras ven la figura de un semicírculo como un cromo fosforescente en su cuello, no pueden ni chillar. Y no hace falta. Al mover su cabeza, la figura mágica de su cuello lanza un relámpago hacia el mar, y éste lo devuelve multiplicado en abanico: ahora hay una luna finísima, en cuarto menguante en cada cuello de gaviota.

RELATO TERCERO:

Las cucarachas del Gurugú

Azulea la noche agonizando contra la montaña de basura. Detrás, mole oscura, el Gurugú, que todo lo mira, con el castillejo que le hace de corona un poco ladeado, como si fuese un rey pasotilla. Varias columnitas de humo levitan con desgana, huellas del incendio inacabable que los mejainiks1 entablan cada mediodía contra el vertedero. Los millares de jirones negros plastificados salpican como un oscuro sarampión, invasión marciana de matojos cenicientos, la falda del monte. Pero antes de que el desnivel se tome en serio su vocación de montaña, se extiende la explanada del basurero marroquí.

1

Funcionarios de policía marroquíes. Especie de guardias civiles.

Por debajo, hacia poniente, el incomprensible Barrio Chino (no es ni barrio –sólo unas casitas apiñadas a los lados de una calle sin asfaltar-, ni chino -más bien bereber de pura cepa-); más allá la Cañada, con sus casitas de belén escalonadas al azar en las laderas. Siguiendo la línea del horizonte hacia el sur, las playas de juguete de Melilla, el hormiguero-frontera de Beni-Enzar y el comienzo de la Bocana. La Bocana, fajín de doble filo entre largas playas mediterráneas color de azafrán y el barroso pantano de la Mar Chica, donde los langostinos meditan sobre un verdín encallado de barcas. Acuden hoy leves nubes de gaviotas al olor del basurero. Aroma magnífico, ácido, ofensivo. Tan intenso que sólo un perro pardo sucio y amarillo, con mirada de besugo octogenario, consigue vivir allí sin asfixiarse. Y las cucarachas.

CUCARACHA 1ª:

¡Aquí farta leche...! ¡Tú me l´arrobao, segoro!

CUCARACHA 2ª:

¡Questablando? ¡Lo que te pasa es tu tasiega y no t´enteras, so pasmá!

CUCARACHA 1ª:

¡Miraa... No te pasa ni un pelo, que ti via...

CUCARACHA 2ª:

¡Inmash!2

CUCARACHA 1ª:

¡Babash!3

Y se enganchan a pelear entrechocando antenas y patas con ruido recrunchante. Son dos buenos ejemplares de cucarachas del Rif, que suelen ser “rubias” -esto es, rojizas-, de impresionante tamaño y alas muy solventes. El perro-zombie del vertedero camina olisqueando torpemente unos metros por encima de la pelea. Tropieza con una lata de Tomate Orlando, trastabilla y desentierra un teléfono móvil cascado. Intenta olerlo, pero acaba dándole con el hocico a los botones. El móvil se ilumina.

2 3

“Por tu madre...”, en tamazight, lengua bereber. “Por tu padre...”, también en tamazight.

MÓVIL:

S M STA CABANDO LA BATER. KEDAMS N LA TOPO O NO ?

PERRO:

Grrr. ¿Warf? Mmmmmm. ¿Warf?

MÓVIL:

YO SI NO VA NABILA NO M DEJAN.

PERRO:

Mmmmmmmmm.

MÓVIL:

KE D GAVIOTAS, NO?

Solamente el simbolito de media luna queda iluminado en la pantalla troceada del teléfono. El perro se aparta asustado y la luz se proyecta un instante hacia el cielo, antes de rodar de lado. De la nube de gaviotas que ya giraba en círculos alrededor del vertedero, desciende una en brusco picado hacia el aparato. Las cucarachas dejan de pelear, pensando que el pájaro va a por ellas y pasan corriendo sin fijarse ante el destello de la pantalla. Con un hábil movimiento, la gaviota planea y embarca en su pico a ambos insectos. No le ha resultado difícil, pues una letra “C” fosforescente figuraba sobre los caparazones de las dos rubias pendencieras.

El ave levanta el vuelo y toda la bandada enfila hacia los barrios de “Cabrerizas” y “Tiro Nacional”, rumbo a la plaza del Rastro.

CUCARACHA 1ª:

¡ Por to corpa, ya l´amos liao otra ves!

CUCARACHA 2ª:

¿Pero que dise? ¿Tú qué: te jalas to y loego vas ka mí y me dises de chorisa?

CUCARACHA 1ª:

¡Po si es verdá! ¡Chorisa! ¡Podría!

CUCARACHA 2ª:

¡Inmash!

CUCARACHA 1ª:

¡Babash!

RELATO FINAL:

La luna desembotellada

Lucifer, subido en lo alto de un contenedor, posa su mirada en la acolchada congregación de sus iguales, más de cien felinos lentos y perezosos como la cuerda de un arco bien tensado. El asfalto terroso y bacheado del barrio del Rastro, al rozarlo la suave luz del alba rifeña, empieza a desanudarse el vendaje negro de la noche. Levantando sus ojos a los tejados, el gatazo comprueba cómo la bandada de gaviotas ha colonizado todas las azoteas de la placita, cual apaches erguidos y apretados que aparecieran sin ruido llenando el horizonte. Satisfecho, pero ocultando cierta prisilla que le va entrando al ver el poco tiempo que les queda, toma la palabra y busca la ayuda del eco desde su garganta:

LUCIFER:

“Fuerte y ágil, leve y rápida, pequeña y potente: Gato, gaviota, cucaracha.” Así fue la llamada. ¿Estamos todos?

Una gaviota se deja caer, planea con elegancia y se posa entre los gatos, que despejan círculo respetuosos. Abre el pico. Dos cucarachas caen rodando, se voltean para estar patas abajo y se quedan aterradas mirando a su alrededor. GAVIOTA PORTADORA: No sé para qué van a servir estas dos verduleras, pero aquí las dejamos. CUCARACHA 1ª:

¿Verdolera? ¡Questablando esta?

CUCARACHA 2ª:

¡Sssssh! ¡Calla, que no t´entera del rollo! ¡Qu´eres más tonta que comerse la cáhcara d´un sumbo1!

CUCARACHA 1ª:

¡Ah, que tú también me sigue insortando? ¡A que me via ´cabar cag...

1

“Sumbo”: Chumbo, higo de chumbera. La cáscara está llena de espinas.

CUCARACHA 2ª:

(Sin hacerle caso) ¡Iamada de Lona! Mi aboela ma dicho una ves qu´a las robias nos va tocá un día. La Lona se va de joerga, na más. Y arguna vese... ¡Pero er So! ¡Qué dise! Siempre ta pabilao, no se lía la cabesa.

CUCARACHA 1ª:

Tú sí que m´estás liando la cabesa a mí. ¿Iamada de Lona?

LUCIFER:

(Interrumpiendo a las cucarachas con voz impresionante, para que todo el mundo le atienda) ¡Falta menos de una hora para que el sol borre la llamada de Luna! (Pausa. Gran expectación). Y la llamada es de socorro. Está encerrada. Dentro de una botella y dentro de una casa (bufidos y resoplidos de desánimo).

Sí, ya sé que botellas cerradas y casas con gente son malos enemigos nuestros. Y además, aunque la saquemos de ahí, no podrá subir al cielo con luz. Está en último día de menguante y se disolverá como azúcar en el té. (Arruga el ceño y hace otra pausa). Si queréis, lo dejamos, pero... estar sin luna sería un mal rollo, ¿o no? En el patio hierven los comentarios de la fauna dispareja. Algunos sonríen ante la idea de no tener que maullarle más a la luna llena, otros enseñan alterados las cicatrices de sus últimas correrías con los humanos, hay gaviotas alarmadas por la segura variación de las mareas, una de las cucarachas se troncha con la idea de fastidiarles a los enamorados la cursilería de “luna y velas”...

Los corrillos opositores empiezan a hacerse burla, malmirarse, bufarse, insultarse. La cucaracha roja 2ª deja a su compañera en el jaleo y se acerca a un trozo de varilla para colgar la cortina del baño que hay tirado en el suelo. Toma impulso y sopla, produciendo un sonido oscuro y potente. CUCARACHA 2ª:

¡Vamo a ve! ¿Yo tengo pinta miedica, eh? (Sin esperar respuesta, por si acaso, sigue rápidamente) ¿La tiene mi companiera? Aquí n´hay na qu´ablá. Si lagaviota y logato se cagan de miedo, vale. ¿La cocaracha arrobia nos vamoscondé? ¡Qué pasa, que os vais a tapá la marca d´ayudá? Por mi aboela qu´anque sea yo sola, via sacá la Lona de la buteia, de la casa o de la madre que... Tú, gato, ¿Cuala é la casa?

LUCIFER:

(Sonriendo) ¡Primero las cucarachas, luego las gaviotas y nosotros al final! ¡Tumbar, abrir, destapar! ¿Está claro? ¡Pues a muerte! ¡Fouuuuuuufff!

En el horizonte marino, el sol anaranjea el agua empujando para salir. El gato negro, todavía arqueado por el bufido, levanta su cola y en la punta tatuada de luna rebota el primer rayo del día y va a meterse por la ventana de un tercer piso, en el edificio de enfrente. Desde dentro algo refulge en blanco por un instante. Como al toque de una varita mágica, sin sonidos, en un parpadeo, la asamblea de animales se difumina entre las sombras del amanecer. Dos cucarachas en fila se acercan a la pared de un bloque de viviendas y, mientras lo hacen, se les van uniendo vertiginosamente afluentes individuales, de tríos, cuartetos... Cuando alcanzan la pared son unas veinte. Mientras suben el primer piso, la fila de cucarachas rubias cuenta ya con unos doscientos ejemplares.

Son suficientes: Lucifer levanta la mirada. Una gaviota desciende en picado y, pegada a la pared del edificio que escalan los insectos, pasa simulando dar un corte con el ala en el río escarlata y crujiente. Las cucarachas que quedan por debajo del gesto, se lanzan al suelo, chocan, dan la vuelta y se enredan en pendencias silenciosas. Segundos después, han vuelto a desaparecer. A la luz incierta del alba nadie podría distinguir entre la leve caravana y una sombra en los ladrillos. Por los ajustes mal encajados la ventana absorbe y desparrama en el interior de la habitación a las invasoras. Sin perder un instante, con un suave zumbido que no despierta a Mohamed –aún desplomado sobre la mesa- aterrizan junto al botellón, rodeándolo. La mayor parte del grupo empieza a empujar, mientras las demás cucarachas sujetan la base por el lado opuesto. Como derrocamiento de la estatua de un dictador odioso y por fin, expulsado, va cayendo lentamente el cristal. “¡Ey, cuidao!”, quizás esté diciendo mientras lo arrumban de cara –de tapón- a la ventana.

Enseguida, una docena de gaviotas comienza el asedio sonoro. Enfilan hacia los cristales cerrados, hacen chocar sus picos violentamente y remontan el vuelo. Una y otra vez. Mohamed sale de su modorra creyendo que graniza, pero pronto se da cuenta de la violencia de los golpes y se incorpora. Farfulla algo que nadie oirá y se tambalea acercándose a la ventana. Las gaviotas cesan de golpear pero siguen revoloteando alrededor del tercer piso. Mohamed lucha con los postigos de madera despintada y abre la ventana. Sombras ágiles, seda oscura, acariciando más que escalando, repasan hacia arriba el canalón que hay junto a la ventana. Al aturdido Mohamed se le cuelan cuatro gatos por el vano que dejan sus brazos extendidos. Se gira sin conciencia clara de lo que pasa y contempla la ejecución final de este comando felino. De un salto, en la mesa. Un rodeo y tres masas sobre el botellón. Lucifer, más serpiente negra que gato, muerde el tapón mientras sus compañeros sujetan y tira.

Resuena, tomándose el relevo a sí misma, de mezquita en mezquita, la llamada del muecín. La oración de la mañana. Mohamed guiña sus ojos, heridos por el naciente esplendoroso. Después, se acerca a la mesa, levanta la frasca de vino que debió tirar en la borrachera de la noche y, mirándola, mueve de un lado a otro la cabeza. En el cielo hay una luna como una brillante “C”, en finísimo menguante. Esta noche sólo se adivinará su tímida silueta de “O”. Luna nueva. Luna de Ramadán.

Fin

Joseluís Martín Joseluís Martín, madrileño residente en Segurilla, un pueblecito de la Sierra de

San

Vicente,

es

escritor

polifacético, poliédrico, multifactorial, policlínico y archipolimórfico. Pese a dedicarse a la docencia (es profesor de Lengua y Literatura en la Escuela

de

Arte

Talavera,

el

pobrecito), saca tiempo y ganas para experimentos

literarios

y

lúdico-festivos, entre los que destacan dos poemarios (Rubaiyat, Árbol de Poe, Málaga, 2012, y La única certeza es el desierto, Málaga, Árbol de Poe, 2013) presuntamente recuperados de la obra del ínclito poeta persa Azad Daulati, reelaborados junto a Sergio Franco. En un futuro cercano se espera una tercera y definitiva entrega de la obra del persa maldito, así como una antología de relatos y poemas propios, recogidos de sus experiencias a lo largo y ancho de la geografía física y vital de Martín, que se extiende desde la placidez verde y rumorosa de Gredos y los valles de Ávila y Cáceres hasta el tornasol de los hormigueros humanos de Melilla o Madrid.

Inma Ochoa Inma Ochoa (Madrid, 1974), es oriunda de Miguel Esteban, en La Mancha profunda.

Aunque

por

diversas

circunstancias sus peripecias laborales se han dirigido a la educación infantil, su vocación y dedicación han sido siempre el dibujo, la ilustración y todo lo que tenga un componente artístico en general, lo que la llevó a los estudios de Decoración Cerámica a la Escuela de Arte Talavera. Aunque ha colaborado en multitud de proyectos de decoración, ilustración u obra gráfica, este libro es su primera obra literaria ilustrada editada, aunque puede destacarse su colaboración tanto en las ilustraciones interiores como en la portada del disco La piel de un pueblo (2012), sobre el folklore de Segurilla, donde reside. Entre sus colaboraciones, destacan sus diseños para la marca de camisetas personalizadas decorazón (https://www.facebook.com/pages/De-Corazón/580367062052713) Como curiosidad, para Joseluís Martín y Sergio Franco realizó un par de retratos de Azad Daulati, uno de los cuales fue reproducido en la portada de La única certeza es el desierto.

Ilustraciones para La única certeza es el desierto Ilustraciones para La piel de un pueblo