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EDWARD H. FAULKNER

LA INSENSATEZ DEL LABRADOR “Dios está en su cielo En el mundo todo está bien”. B rowning

LIBRERIA “ E L A T E N E O ” EDITORIAL B U E N O S

A I R E S

ESTE LIBRO SE TERMINÓ DE IMPRIMIR EN » ARTES GRAFICAS « BARTOLOME U. CHIESINO AMEGHINO 838 - AVELLANEDA BUENOS AIRES EL DÍA 30 DE OCTUBRE

DE I945

Printed in Argentine

A

los

agricultores de hoy se les paga

para que trabajen en favor del suelo, compensando errores pasados; mi fina­ do padre, John Wesley Faulk ner, a quién dedico este libro, hizo mucho de eso rutinariamiente.

Η

mucha ayuda en esta . gran parte de ella me fué prestada sin querer. No dispongo de espacio para dar las gracias a todos los que de un modo u otro me ayudaron. Estoy especialmen­ te agradecido al Profesor Paid B. Sears, Jefe del Departamento de Botánica Oberlin College; a Russell Lord, direc­ tor de The Land; Garet Garett, articu­ lista de la especialidad en el Saturday Evening Post; Peter Vise her, editor y director de Country Life; Ollie E. , Superintendente de la asignatura en el Departamento de Educación del Estado, Columbus, Ohio; Charlotte Brooks, bi­ bliotecária ayudante Elyria Library y a Merrit Powell, administrador de la Lorain Country Farm Bureau Coope­ rative, Elyria, Ohio. Elios no son más que unos pocos entre todos los que me ayudaron voluntariamente. E. H. F. Ε

tenido

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libro se propone demostrar sucintamen­ te, que el arado de vertedera que se emplea en las granjas de todo el mundo tcivilizado. es el implemento menos satisfactorio para preparar el suelo, con el fin de producir cosechas. Tal vez esto suene a paradoja, si se tiene en cuenta que existe una ciencia de la agricultura desde hace casi un si­ glo, y que los científicos agrícolas, casi unánime­ mente, han empleado y aprueban el empleo deí ara­ do de vertedera. No obstante, la declaración hecha más arriba es verdadera y capaz de prueba. De hecho, los mismos hombres de ciencia sin propo­ nérselo, hari proporcionado gran parte de las prue­ bas. La verdad es que nadie ha adelantado jamás, una razón científica para arar. Más de un maes­ tro erudito ha pasado por trances de perplejidad, cuando en clase, los estudiantes le exigían que les demostrara porque no sería mejor introducir la STE

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materia orgánica en la superficie del suelo, y no enterrarla como lo hace el arado. Se ha supuesto como un axioma que arar era lo correcto, y sobre ese axioma se basó todo el conjunto de razonamientos referentes al modo de tratar al suelo. Pero, arar no es lo correcto. Si la aserción principal es insostenible, se deriva de ahí que podamos poner en duda, con justicia, la validez de cada teoría aceptada popularmente res­ pecto a una cosecha cualquiera, que se desarrolla ep una tierra preparada con el arado. Eso pro­ porciona virtualmente la oportunidad para hacer el examen crítico de todas nuestras teorías sobre el suelo, de modo que en este libro, se enfocará la gama de todas las teorías desarrolladas sobre el cultivo de las mieses, para su examen a la luz del descubrimiento de que arar es un error. Emprenderemos esta discusión, y siempre que ello sea posible, en «un lenguaje familiar para el lego, y en el transcurso del texto, cada vez que éllo sea necesario, introduciremos notas al pie, para explicar cualquier cosa que pueda estar fue­ ra del alcance del conocimiento del término medio de los lectores. A causa de la naturaleza del razo­ namiento en que >se basa este estudio íntegro, no es necesario recurrir a términos científicos; cuan­ do mucho se emplearán los más simples. Además, y aun cuando parezca extraño, en esto bay pocas ideas que no sean de conocimiento vulgar. La agricultura científica ha creado una cantidad in-

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mensa de términos ¡técnicos, como consecuencia de un error primitivo y fundamental, y ellos a su vez han originado sus propias confusiones. En verdad, puede decirse con exactitud que 1 error cometido en los orígenes, es la base de la mayor parte sino de toda la tecnología relacionada con la agro­ nomía actual. Una estación agrícola experimental tiene sus aplicaciones, pero es claro que éstas no ha­ brían abarcado el problema que se presenta en este libro, si los que trabajan el suelo no se hu­ bieran iniciado con una base falsa en el asunto de arar. Resumiendo, si se hubiese hallado el modo de mezclar con la superficie del suelo, todo lo que el agricultor entierra debajo de ella con el arado; si los implementos para plantar y cul­ tivar hubiesen ,sido proyectados para operar so­ bre la superficie del rastrojo resultante de mezclar con la parte superficial del suelo, paja, hojas, ta­ llos, tocones, malezas y zarzas, la producción de las cosechas hubiera sido tan automática y espontá­ nea, que posiblemente no se hubiera desarrollado la ciencia agrícola que conocemos ahora. En rea­ lidad, la hubiéramos necesitado poco. Desde cierto punto de vista, hemos creado nuestros problemas del suelo, nada más que para proporcionarnos el placer dudoso de resolverlos. Si originariamente no hubiéramos contrariado las leyes naturales arando la tierra, nos habríamos evitado los pro-

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blemas y los esfuerzos dispendiosos de tiempo y dinero que requiere su solución. Y apenas como una consideración inciden­ tal, nos hubiéramos evitado la erosión, los suelos ácidos, las inundaciones cada vez más frecuentes, el descenso de las napas de agua, la disminución de los animales silvestres, y los suelos de superfi­ cie compacta e impermeable. Hemos hecho la ca­ laverada de la agricultura científica. En efecto, la tal calaverada aparenta ser la contraparte cien­ tífica de lo que nuestros padres solían llamar “co­ rrer sus mocedades”. Es tiempo que nos modere­ mos e iniciemos la aplicación a nuestra agricul­ tura, de la misma ciencia básica que estamos em­ pleando desde hace tanto tiempo, en las fábricas, usi ias y talleres, de nuestra civilización razona­ ble tiente progresista. Nuestra nación ha equipado a sus agricul­ tores con un tonelaje de maquinaria por hombre, mayor que en ninguna otra. Hasta donde llega la historia, no se sabe de ningún otro pueblo que haya avanzado tan'rápidamente hacia el término de la destrucción del suelo con esa maquinaria, como nuestra población agrícola. Es difícil que alguien pueda enorgullecerse con este “record”. Además, tampoco es una comparación atrayente, cuando vemos que nuestros amigos los chinos y el paisanaje tan .a -menudo despreciado de los paí(1) 4047 m3.

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ses que llamamos atrasados, pueden producir sin maquinaria, más por acre (x) que el agricultor americano con su equipo primoroso. Toda persona razonable, que haya viajado mucho, confirmará esta afirmación. Ha constituido uno de los enigmas más per­ sistentes, el hecho de que un egipcio ignorante y empobrecido, que remueve la tierra con su antiquí­ simo palo encorvado, pueda producir más por acre que su vecino británico cuyo equipo está ajustado al minuto. La explicación está en el hecho de que el agricultor pobre no tiene medios para proveer­ se de un equipo que le impediría continuar culti­ vando la tierra con esos rindes elevados por acre. A su debido tiempo se explicará el significado ín­ tegro de todo esto. La afirmación de que todas das desazones con las cosechas, se originan en los campos del granjero, tiene un doble sentido. Los campos vír­ genes y las tierras boscosas que circundan su te­ rreno no dan señales de mortificación. Hasta la misma vegetación en las líneas de los alambrados parece medrar tan bien durante las sequías como cuando reina un hermoso tiempo. ¿Nos justifica­ ría esa observación, si nos preguntáramos si no es más bien la manera como los chacareros tra­ tan a sus campos, la responsable ,de la forma en que se comportan las cosechas bajo cultivo? Cier tamente, no debemos pasar por alto la posibilidad de que la clave de las aflicciones del chacarero,

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pueda encontrarse en el estudio comparativo de los suelos cultivados y vírgenes. Nuestras ideas convencionales sobre los pro­ cesos del desarrollo necesitan una revisión drás­ tica. Al estudio del crecimiento de las plantas se le ha -dedicado mucha labor experimental y mu­ cha meditación, pero en cambio, comparativa­ mente se le ha prestado poca atención a la parte que juega en el crecimiento animal y ¿vegetal, la transferencia real más o menos directa del ali­ mento vegetal que ya había sido empleado previa­ mente, es decir la transferencia del alimento des­ de un cuerpo sin vida a uno viviente. . Con frecuencia pensamos y hablamos sobre el crecimiento, como si éste fuera un proceso constructivo; sin duda que lo es, pero lo probable es que sin bastante reflexión, supongamos que el crecimiento tserá mayor y mejor, cuando para eso se emplean materiales que no han estado previa­ mente en los tejidos orgánicos. Con nuestro modo de pensar, suponemos que las mieses de nuestras granjas, obtienen del terreno una solución de mi­ nerales originada directamente de los minerales del suelo o de los fertilizantes que aplica el cha­ carero. No le prestamos mucha atención a la bio­ química del asunto. Sabemos sí, que toda cosa cu­ bierta por el suelo que sea descomponible, está sujeta a una descomposición más bien rápida, pe­ ro aparte de esto razonamos mal, porque no acep­ tamos flue los productos de descomposición son el

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material de elección, para el desarrollo de las mieses que crecen en su vecindad inmediata. En nuestra civilización materialista, hemos jyDrendidoasosji^^

cosa construida con materiales de desecho'. Poca gente querrá comprar un automóvil armado cor. repuestos usados, y lo mismo, un traje hecho con un género de lana artificial no alcanzará un pre­ cio alto. Nuestra desconfianza básica se traslada también ,a nuestra opinión sobre los materiales ne­ cesarios para el desarrollo de una planta. Esto no ocurriría, si hubiésemos hecho un poco de juicio crítico sobre el tema; pero no lo .hemos hecho así. Dejamos el tema entero a cargo de nuestros hom­ bres de ciencia. Ellos han aprendido los hechos, y en muchos casos han publicado sus conclusiones en libros y folletos, que cualquiera que se tome el trabajo de hacerlo puede leer; pero son pocos los que han hecho el esfuerzo necesario para pe­ netrar en el lenguaje técnico habitual de esos es­ critos. Esos Escritos, rara vez aparecen en la pri­ mera plana, ni constituyen encabezamientos, de modo qqe no nos molestamos en leerlos. Es evi­ dente que esto puede sernos perjudicial. Λ mucho de nuestro conocimiento sobre las relaciones nutritivas puede llamárselo académico. Cuando lo describimos estamos jugapdo con él, porque no lo desarrollamos para que tenga utili­ dad práctica. Esto es particularmente cierto res­ pecto a la nutrición vegetal. Sabemos natural-

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mente, que ningún animal puede subsistir sola­ mente a base de soluciones minerales en forma simple e inorgánica. No ingerimos nuestro calcio en forma de agua de cal, ni nuestro hierro en forma de tintura; por lo menos no lo hacemos en medida tan grande como para considerarlo asun­ to de nutrición. Nuestros conocimientos actuales indican que toda la raza humana y el reino ani­ mal íntegro, desaparecerían totalmente de la su­ perficie de la tierra, si se vieran privados de ese almacén orgánico que se llama reino vegetal; Siendo eso una verdad, para nosotros tiene una gran importancia el poseer una comprensión ca­ bal y práctica de las relaciones nutritivas entre las plantas y la tierra; esas relaciones son funda­ mentalmente necesarias para el bienestar animal, que incluye como es natural, el bienestar de la ra­ za humana. . . A los fines de esta discusión, nuestro razo­ namiento se simplificará, si pensamos que las so­ luciones inorgánicas que ocurren en el suelo, don­ de el agua está en contacto con minerales crista­ lizados, son alimentos primarios y nuevos para las plantas; y que las soluciones originadas en la des­ composición de los tejidos vegetales o animales son alimentos usados o de segunda mano. Es claro que éstos no son los términos técnicos para expre­ sar tales conceptos, pero aquí se demostrará que son útiles para que el profano comprenda como puede estimularse el crecimiento de las plantas.

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Además, es necesario decir que en la pi. e tica ea si nunca se encuentra en el suelo una solución or gánica totalmente desprovista de compuestos in orgánicos. Esto se debe a que el agua que absorbe el material orgánico en su proceso de descomposición, ya lleva consigo una pequeña carga de ma­ teria inorgánica. La desazón principal que nuestra agricultura implica, se debe a que nos hemos empeñado más y más en las técnicas difíciles para proveer a nuestros cultivos con materiales nuevos, en lugar de aprovecharnos totalmente de las medidas casi automáticas que toma la naturaleza para suminis­ trar raciones completas de segunda mano a las plantas. Llenamos de dificultades una tarea que pudo haber sido fácil. Varias circunstancias conspiraron para de­ formar nuestro punto de vista sobre la nutrición vegetal. Treinta años atrás, los chacareros no es­ taban tan familiarizados como ahora, con las po­ sibilidades que ofrecen los minerales inorgánicos como fertilizantes. Pero a medida que los fueron conociendo, y como los costos de los abonos quí­ micos de tiempo en tiempo se redujeron, su em­ pleo progresivo se ha hecho más fácil. Simultá­ neamente, parecía que los medios de devolver al suelo su materia orgánica se hacían más dificul­ tosos. De ahí se deriva como resultado neto, el que, por necesidad, se le preste más y más aten­ ción al suministro de minerales inorgánicos, y que

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no se tomen del todo en consideración las posibi­ lidades orgánicas. Los pocos párrafos anteriores esbozan los conceptos nutritivos básicos involucrados en este libro. No salen a luz nuevos descubrimientos téc­ nicos. Toda la discusión no se propone otra, cosa que reducir la información científica que posee­ mos desde hace décadas, a la que hasta ahora, no se le ha dado un empleo difundido, a términos prácticos que puedan emplearse en la huerta de cualquiera o en cualquier chacra. Durante décadas se conocieron y se recomen­ daron los abonos verdes. Pa,ra los lectores que en­ cuentren en ellos una novedad;' dirgqios ’.simple­ mente que los abonos verdes se cultivan para em­ plearlos como materia* orgánica descomponible en el suelo, donde crecieron. Durante años se aconse­ jó a los chacareros que hiciesen uso frecuente y regular de abonos verdes, con el fin de suplemen­ tar la provisión siempre insuficiente de abono ani­ mal. De acuerdo con esta idea, hace ya treinta años que los comisionados de los distritos rura­ les, estimulaban a los granjeros para que realiza­ ran su programa de mejoramiento del suelo, en­ terrando abonos verdes con el arado; después, al conocerse los resultados de las primeras experien­ cias, sobrevino el desaliento. Se comprobó que las aradas de abonos verdes eran un arma de dos fi­ los tan colosal, que en adelante todas las tentati­ vas para mejorar la productividad del suelo, no

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fueron más que expedientes cautelosos, en lugar de ser tentativas audaces para imitar el ejemplo perfecto, que daba la campiña natural. Parece que a nadie se lç ocurrió jamás poner en duda los efectos del arado de vertedera, que tenía la apro­ bación universal. En efecto, se modificó la doctrina prevalente y generalmente aceptada, con dos recomenda­ ciones comparativamente ineficaces: 1) entiérre-.i se temprano al abono verde, antes que se vuelva leñoso y difícil de podrirse; y 2) si por cualquier, razón no puede enterrarse temprano, antes de ararlo agregúesele un fertilizante nitrogenado. Siempre se reconoció, que aún esas recomenda­ ciones, no eran más que recursos provisorios. Es demasiado evidente que el centeno verde y otras mieses tiernas, deben tener un contenido mineral menor que cuando están más sazonadas. La se­ gunda recomendación de origen más reciente y a la que se supone más ventajosa, tiene una debili­ dad fundamental, y casi insubsanable, porque en la naturaleza no existe remedio completamente eficaz para ella. Se añade un fertilizante nitroge­ nado con el fin de apresurar la descomposición de la masa; de ese modo se quita el obstáculo que significa la materia orgánica, para que el agua de la profundidad del subsuelo continúe eleván­ dose hasta el suelo. \Ϋ aquí es necesario recordar, que cuando se entierran grandes cantidades de

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material absorbente, se agota el agua de las capas del suelo tendidas sobre ese material). Con ese ardid se apresura la descomposición, pero necesariamente los productos que la descom­ posición pone en libertad, están expuestos a colarse fuera del suelo con las primeras lluvias que caigan después de su liberación. Log coloides sólo pueden seriamente los productos—que la dcscompoaieióft pone en liberta^ están-expuestos-a-colarse fuera -del suelo con las primeras lluvias que caigan des-pues de su liberación. Los coloides sólo pueden retener un pequeño porcentaje de esas substancias nutritivas, y eso, en suelos que tengan bastantes coloides no saturados aún de elementos nutritivos vegetales. El resto debe perderse necesariamente, a menos de que por un azar feliz, las lluvias caídas sean insuficientes para arrastrarlos antes de que las raíces lleguen a salvarlos. Y todavía hay que recordar que en la mayor parte de los suelos, son pocas las raíces que alcanzan el piso del surco para realizar el salvataje. Más adelante se demostrará que el empleo de nitrógeno en esa forma, —recuérdese que es nitrógeno comprado—, es puro derroche de dine­ ro, ya que la naturaleza tiene una organización perfecta para suministrar a cada planta la canti­ dad exacta de nitrógeno que necesita. Y también se darán ejemplos, con ilustraciones de experien­ cias hechas en pequeña escala, de cómo en toda la

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naturaleza ocurre una transferencia de los com­ puestos orgánicos provenientes de las substancias muertas en descomposición, a lo que vive y está en desarrollo. Esas experiencias en pequeña es­ cala fueron suplementadas posteriormente con otras hechas en escala mayor. Las primeras fue­ ron realizadas durante la década pasada, en una pequeña huerta en la ciudad, y las últimas en un campo arrendado con ese fin, en la campaña. Es probable que la mayor parte de los hom­ bres de ciencia no estén mentalmente preparados para aceptar una idea tan nueva, sin pruebas ofi­ ciales. Paul B. Sears, constituye una excepción; en “Deserts on the March”, ha pintado así la nutri­ ción vegetal: “La faz de la tierra es un cementerio y así lo ha sicTo siempre. Cada cosa viviente, caundo muere le devuelve a la tierra lo que le pidió prestado para dar forma y materia a su breve jornada en la luz. De la tierra, a su debido tiempo, cada nuevo ser viviente recibe otra vez un préstamo de lo que mantiene la vida. Lo que la tierra presta, fué empleado por in­ contables generaciones de plantas y animales hoy muertos, y otras incontables lo requerirán en el «fu­ turo... Ningún vegetal ni animal ,ni tampoco nin­ guna clase de ambos, puede establecer un derecho permanente de posesión a los materiales que compo­ nen su cuerpo físico” (1).| (!) Deserts on The March, por Paul B. Sears (Norman, University of Oklahoma Press, 1935). 1.

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Así, sutilmente, Sears nos llamó la atención sobre un principio del desarrollo vegetal que no ha sido utilizado suficientemente, aunque su exis­ tencia académica cuando menos, ha sido conocida por la mayor parte de los hombres de ciencia. Se deduce de tal principio que la vida depende nece­ sariamente de que se apaguen otras vidas, de he­ cho, de poblaciones enormes. No nos agrada pensar que nosotros mismos somos asesinos, pero es difícil refutar el hecho de que si hemos de vivir, debemos serlo. Como seres civilizados o llamados así, nos cuidamos para que desde el comedor no se vea el matadero; pero a menos que seamos ve­ getarianos, nuestra existencia depende de que el matadero esté siempre atareado. Hasta el más es­ tricto vegetariano tiene que apagar muchas vidas, las de las plantas, si quiere retener la propia. Tales sugestiones pueden sonar a fragmen­ tos de sofismas filosóficos, sin embargo, las ideas que ellas involucran se adaptan tan bien al tema que tratamos, que es necesario que nuestro pensa·» miento las enfoque nítidamente. Siempre hemos aceptado teóricamente la interdependencia que existe entre todas las formas de vida; pero no he­ mos avanzado con la misma facilidad hacia el ra­ zonamiento de que los tejidos muertos contribu­ yen a formar nuevas vidas con su materia. Esta es la verdad solemne y necesaria, y cuanto más precozmente entre a formar parte de nuestro pen­ samiento, tanto más pronto podremos planear con

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inteligencia, el trabajo necesario para volver a crear los suelos de los campos de nuestras gran­ jas. Hemos hecho muchos remilgos para visuali­ zar al tejido muerto cuando se transforma en vi­ viente, aunque con cada bocado que comemos, de­ mostramos precisamente ese hecho. Seamos prác­ ticos, aunque el serlo nos cause dolores de estó­ mago. Las plantas por medio de sus raíces, estable­ cen puertas de entrada para los materiales nutri­ tivos que se encuentran en los residuos en des­ composición de las plantas del año anterior, y si se las deja por su cuenta, emplearán sin pérdida, cada átomo del material que las plantas muertas emplearon previamente. Como chacareros, no de­ jemos a los cadáveres de las plantas del año últi­ mo, en el lugar donde las raíces de las cosechas de esta temporada puedan invadirlos. En lugar de eso, enterramos tan hondo esos residuos de des­ composición, que pocas raíces podrán alcanzarlos. Al arar hemos impedido que nuestras mieses tengan sus mejores posibilidades de desarrollo. Es obvio, que parece haber llegado el momento de observar dentro de nuestros métodos de manipu-? lar el suelo, con el fin de copiar el estado presente en el bosque y en el campo, donde el arado no ha transformado el suelo. Plagiar los métodos de la naturaleza, no es un crimen. Tampoco se violan patentes y derechos de reproducción cuando se descubren los principios fundamentales y se los

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empl< a en el cultivo de la tierra. En verdad, si queremos una labranza mejor, todo lo que tene­ mos que hacer es recargar la parte más superfi­ cial del suelo con materiales susceptibles de podrirse. El resto lo harán los procesos naturales. El reino vegetal está organizado para revestir de verdor a la tierra, y dondequiera que el hombre no lo trastorne, es común que toda la superficie esté bien cubierta. En este libro se demostrará que núes ros problemas respecto al suelo, han sido en gran parte problemas psicológicos; que si se ex­ ceptúa nuestro sabotaje a los planes de la natura­ leza para el crecimiento de las plantas, no existe un problema del suelo. Hoy en día la ciencia sabe que los arroyos, torrentes y ríos que drenan las cuencas, arrastran desde las tierras de cultivo varias veces más ali­ mento para los vegetales, que el que absorben las cosechas durante el crecimiento, o los animales al pastar. La mayor parte de la pérdida es invisible, es decir, se pierde disuelta; esto tiene una impor­ tancia especial, porque las plantas sólo pueden to­ mar su alimento en solución. La porción erosio­ nada no disuelta, o sea visible, es la que llama la atención, simplemente porque es visible, pero co­ mo pérdida no tiene importancia, ya que debajo de la perdida hay existencias inagotables del mis­ mo material. Los daños que la erosión causa, son debidos principalmente a que ella rellena los can ces de las corrientes, los depósitos artificiales de

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agua y los lagos naturales, además de sepultar bajo una capa de légamo abigarrado, a las tierras que están aguas abajo, en el curso de los arroyos y de los ríos. Afortunadamente la técnica necesaria para prevenir la erosión, es precisamente lo que se requiere hacer para que el terreno sea más pro­ ductivo. Si restauramos las condiciones que pre­ valecieron en el terreno cuando era nuevo, de un solo golpe remediaremos la erosión y restablece­ remos la productividad. Durante años, los científicos han tenido con­ ciencia de que las pérdidas por lixiviación iban en aumento; pero hasta que la “National Resour­ ces Board” publicó su informe en 1934, pocos te­ nían alguna idea de la escala vertiginosa en que nuestros recursos minerales marchaban hacia el mar. Con el fin de despertar el interés general sobre el asunto, el Departamento de Agricultura de EE. UU. incluyó en la página 99 de su Anua­ rio de 1938 un gráfico que resumía las diferen­ tes clases de pérdidas. Y para aclarar aún más el asunto del desgaste de nuestras tierras, el de­ partamento contrató a Russell Lord, escritor ca­ paz sobre especialidades agrícolas, para que anun­ ciara los esfuerzos gubernamentales, dirigidos a detener la erosión, mediante demostraciones co­ adyutorias en las cuencias de varias regiones del país. En su informe Mr. Lord, da este resumen concreto de las cifras del informe de la National Resources Board,

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“El alimento para los vegetales perdido por lixi­ viación, es el que disuelto se filtra hacia la profundi­ dad y se pierde por vía de las aguas subterráneas... Las pérdidas minerales (nitrógeno, fósforo, potasio, calcio, magnesio, azufre) comprenden 19.500.000 to­ neladas consumidas por las cosechas y el pastoreo anualmente, y 117.000.000 de toneladas que la ero­ sión y la lixiviación arrebatan al terreno cada año. (2)

De paso, la urgencia de la situación que se refleja arriba, impresionó tanto a Mr. Lord, que ese año escribió y publicó, “Behold Our Land”, donde presenta más material interesante. La mayor parte del alimento vegetal disuelto que se escapa aguas abajo, tiene su origen en la materia en descomposición que entierra el arado. Esto parece ser una conclusión ineludible deriva­ da de hechos conocidos. Si ésta es la verdad, aun­ que no se tomara otra medida que impedir ese de­ rroche, nada más que con ello, seríamos capaces de incrementar grandemente la producción de la tie­ rra. Durante toda la duración de ese escape de alimento vegetal, tanto el terreno como la gente se empobrecen más y más, y además, sabemos que la gente tiene una propensión creciente a padecer de males que son debidos a la insuficiencia y carencia de ciertos factores esenciales en su régimen ali­ menticio. Por lo tanto, los caños de drenaje sub(2) N* 321, U. S. Departament of Agriculture, To Hold This Soil, por Russell Lord (Washington, Government Printing Office), 21.

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terráneo y el arado de vertedera, son sospechosos de complicidad en el delito de despojar a nuestro pueblo de parte de su derecho innato a una salud vigorosa, cuando se llevan desde el piso del surco elementos vitales, antes de que las raíces de las plantas sean capaces de salvarlos. Esta deducción parece tan lógica, que es difícil comprender porqué nunca se la investigó oficialmente. También parece un poquito jocoso, que se sugiera la necesidad de investigación en la mate­ ria, porque esta sólo implica que los hombres co­ pien las condiciones prevalentes en la naturaleza que da universalmente cosechas sanas, para que ellos también cultiven y recojan cosechas saluda­ bles. Esto se parece en buena parte, a sugerir a la madre de un recién nacido, que investigue la po­ sibilidad de alimentar a su bebé a pecho más bien que a biberón, como lo impone la costumbre. Por un ejemplo incontrovertible, ya sabemos que don­ dequiera que el hombre no se interponga, hay ve­ getación que se desarrolla espontánea. Necesaria­ mente se deduce que si el hombre puede reprodu­ cir en sus cultivos tal estado del suelo, que en la naturaleza produce resultados tan perfectos, · será capaz de producir en terreno cultivado, cosechas igualmente perfectas. Así, os presento algo tan antiguo en agri­ cultura, que por eso mismo puede ser conside­ rado nuevo. Es posible que toda la tesis sea de una evidencia tan clara que por eso mismo no nos

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hayamos dado cuenta. Yo necesité siete años para desprenderme de las ideas convencionales sobre sueles. Lo mismo que otras gentes instruidas en agricultura, había tratado en vano de combinar las piezas del rompecabezas para que la agricul­ tura fuera una ciencia sólida; entonces descubrí, gracias a ciertas experiencias, que el motivo de todas /as pesadumbres residía en la operación prelimin r a todas las experiencias, es decir en la operación de arar. Algo así como si yo tratara de formar la figura del rompecabezas, con las piezas patas arriba. Con la simple corrección del error básico, vale decir, entremezclando toda la materia orgánica con la parte más superficial del suelo, desaparecerán por arte de magia todas las difi­ cultades. En las páginas que siguen, se describen brevemente las experiencias mediante las cuales pudo llegarse a esas conclusiones.

II

¿QUÉ ES SUELO?

L a p r i m e r a estación agrícola experimental en el mundo, fue fundada en Inglaterra hace aproxi­ madamente un siglo. Tenía entonces como único objetivo, investigar la razón existente para que los suelos ingleses no produjeran cosechas tan buenas como antes, y descubrir cómo remediarlo. Ese fué el comienzo, y a partir de entonces, se han fundado instituciones similares en la mayor parte de los países del mundo. En EE. UU. existen más de 50 estaciones experimentales. Algunos estados sos­ tienen más de una, son independientes entre sí, aunque dependen todas del mismo gobierno. A excepción de unas pocas de estas clínicas, todas tienen como objetivo principal, el estudio de los problemas del suelo, y algunas han llevado a cabo trabajos experimentales sobre suelo durante 50 a 75 años, para demostrar el efecto de procedimien­ tos curativos conocidos.

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Un cortejo como ése, de esfuerzo organiza­ do y continuado durante tanto tiempo para deter­ minar hechos referentes al suelo, hace que apa­ rentemente no tengamos necesidad dev preguntar, en fecha tan reciente, qué es suelo. Sin embargo, como sucede con la electricidad y un número de otras cosas familiares realmente importantes, el suelo nunca ha sido definido con propiedad. Ni se ¡espere que se lo defina aquí. La esperanza del autor, es que, mediante este capítulo, se llegue a una comprensión más práctica del suelo que la que hemos tenido hasta ahora. Es indudablemen­ te cierto que si no pudiéramos manejar la elec­ tricidad mejor que lo que manejamos nuestro sue­ lo; jamás hubiésemos podido disfrutar del largo período de servicio eléctrico ininterrumpido que hemos disfrutado. De hecho, tenemos un conoci­ miento tan completo del manejo de la energía eléctrica, que ella casi nunca nos desilusiona. Por contraste, el suelo rara vez responde a lo que es­ peramos de él, a pesar de que durante generacio­ nes, los expertos han tratado de resolver sus pro­ blemas. Y todavía, recuérdese que el conocimiento de la electricidad es una cosa relativamente moder­ na. Hace apenas un poco más de cincuenta años, que Edison hizo brillar a su primera lámpara. Considérese lo que ha sucedido desde entonces. La electricidad ha llegado a ser el siervo ideal del hombre; es el único siervo que obedece instantá-

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neamente a la orden que se le da. Apretad simple­ mente un botón o la palanca de un interruptor, y al punto se presenta vuestro siervo. La energía eléctrica pudo ser enjaezada en esa forma tan sa­ tisfactoria desde la iniciación de los experimentos de Edison. Compárese ese asombroso progreso, con la ausencia casi completa de progreso básico en agricultura. Si se considera que el hambre im­ pulsó a los hombres a la acción, podemos deducir que el hombre inició el cultivo de sus propias plan­ tas alimenticias, tan pronto como se cansó de ambular para buscarlas en los lugares donde cre­ cían silvestres. Necesariamente esto debió ocurrir muy temprano en la historia de la raza. Nadie sabe cuán primitivamente ocurrió, porque los hombres hambrientos no podrían escribir histo­ ria; y hasta que se estableció una agricultura for­ mal, el hambre era a veces inevitable. Los suelos fueron cultivados, agotados y barridos por el viento mucho antes de los tiempos históricos, a juzgar por los números de ciudades sepultadas en lo que hoy es el desierto. La fundación de una eíudad en cualquier parte, presupone la existencia de una abundante producción alimenticia en la ve­ cindad, de manera que, cuando los arqueólogos tropiezan con las ruinas de ciudades sepultadas, construidas unas encima de otras, sabemos que en una época los suelos locales sostuvieron una población considerable.

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Y como es natural, se supondrá que un arte tan antiguo como la agricultura, ha alcanzado un grado de perfección primoroso. Cuando menos se supondrá que debe estar mucho más adelantado que un arte tan reciente como lo es el del empleo de la electricidad. Y sin embargo, la historia de la agricultura no es más que una serie continuada de fracasos y desilusiones. Jamás existió una ra­ za o un pueblo que perseverara para resolver los problemas del área que agotó. En lugar de eso, tan pronto como una raza cosechaba la crema d'e la fertilidad de una región, vendía o abandonada la tierra a sus sucesores, en procura de campos més ricos. La cita que sigue a continuación, escri­ ta durante los días de la fiebre del oro en Cali­ fornia, es interesante a este respecto. “Nos hemos echado encima algunas fatigas para probar en este informe, que con mil millo­ nes de dólares gastados juiciosamente, no podrían devolverse al millón de acres de tierra de la Unión agotados parcialmente, su riqueza en mantillo y la fuerza y fertilidad para la recolección de cose­ chas, que tuvieron en su estado primitivo”.1 Lo anterior atestigua con elocuencia el pro­ greso que había hecho el deterioro del suelo en América hace aproximadamente un siglo. Mu­ chos de nuestros mejores expertos estarán de t1) Informe del Comisionado de Patentes, 1849. [Citado en The Land, vol. I, N» 3 (Verano, 1941), 277.]

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acuerdo en que, frente a todos nuestros esfuerzos durante la generación pasada, nosotros apenas si hemos proseguido los nuestros. El promedio de rendimiento por hectárea para cualquier década que se elija, no será mucho mayor que el prome­ dio comprendido entre 1870 y 1880. Con seguri­ dad que deberíamos haberlo hecho mejor. Como es natural, todo el mundo está de acuer­ do en que deberíamos haberlo hecho mejor, y todo el mundo se alegraría si se le dijera cómo hacer­ lo, si es que existe alguien que lo sepa. La antigüe­ dad de nuestro conocimiento agrícola debió haber sido una ventaja, pero es aparente que no lo fué, porque jamás nadie superó los problemas del suelo que solía ocupar. En lugar de hacerlo, la gente rehuía sus problemas, y continuaba creando los mismos en un nuevo lugar. Por lo tanto, los Ame­ ricanos, como pueblo, no emprendieron en reali­ dad el estudio de la situación hasta que se ago­ taron las extensiones de terrenos mostrencos o para colonizar. En consecuencia, no hemos here­ dado conocimientos valiosos sobre el suelo. Aparte de la ventaja del tiempo, el agricultor tuvo otra ventaja evidente que no empleó jamás. Cada región boscosa que tenía ante sus ojos, era un ejemplo perfecto de conservación del suelo. Y se ha dicho que ver es creer. Sin embargo el agri­ cultor vió pero no creyó. Vió que las sequías no afectaban el follaje tierno y verde de los bosques vecinos, mientras sus cosechas sufrían por esa

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causa. Veía cómo las malezas comunes ocultaban los cercos de su maizal, mientras éste sufría por falta de agua. El tiempo que prevalece es el mis­ mo para el bosque, para los cercos y para los cam_pos del granjero; y sin embargo, ni la vegetación ¿ silvestre del bosque ni los yuyos de los cercos dan señales de sed. Casi universalmente se ha pasado por alto el ejemplo que da el campo sin arar, y la evidencia de que, ahí donde se detiene el arado, se detie­ nen los inconvenientes. Fijaos en la descripción maestra ^que hace un Americano primitivo' de la selva virgen: “Durante el día de hoy atraevsamos tierra muy buena. Los encantadores valles que se ven recuer­ dan al país egipcio. El pasto crece hasta ocultar a un hombre a caballo, y los ríos llevan a la mar un agua clara como el cristal. El pueblo destinado a una ubicación tan saludable será feliz, porque en ella vivirá hasta el fin de sus días con el corazón hen­ chido de satisfacción y alegría”. (2)

A menos de que se la corte o destronque, la floresta continúa desarrollándose lozana y exhuberante. Fué convirtiendo las hojas podridas y otros residuos que están justamente encima de sus raíces, en los nogales, robles, cerezos, gome­ ros y pinos más hermosos que puedan imaginarse. (2) Coronel, William Byrd (un plantador de Virginia) es­ cribiendo en 1728, con respecto a una inspección en el Dan River Valley [citado en The Land, vol. I, N9 1 (Invierno, 1941), 60].

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Empleando expresiones de la vida actual, la agra­ dable carpintería de vuestros pisos, el maderamen de los marcos de vuestras puertas y de otras partes de vuestras casas, está hecho en gran par­ te con material reacondicionado; con hojas y ma­ dera podridas y toda suerte de material en des­ composición. A medida que avancéis en la lectu­ ra, tendréis que tener presente este hecho. Es importante. Casi sin excepción cada cual ha tenido el pla­ cer de pasear por el bosque. ¿Habéis observado un árbol desarraigado?' ¿No os ha extraño que las raíces sólo han removido la capa superficial del suelo? Esto sucede porque las raíces alimentadoras están desplegadas en esa zona por nece­ sidad. Las raíces profundas proporcionan ancla­ je al árbol, para que resista al viento, pero las raíces tiernas y pequeñas de las capas superfi­ ciales del suelo, tienen a su cargo la ocupación sustancial de hallar alimento para él. No nece­ sitan buscar la profundidad, porque el agua profunda llega hasta ellas por capilaridad, en la misma forma en (pie la mecha de una lámpara lleva por capilaridad, combustible a la llama. Y el alimento que suministran esas raíces, es en su mayor parte material reacondicionado que queda en libertad, cuando se pudren las hojas caídas en el suelo del bosque. Como es natural, va incluido algún material nuevo que se disuelve en las rocas que están a mayor profundidad en el suelo; pero

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la mayor parte de los minerales que emplean las plantas que crecen en un ambiente como ése, de­ be ser de “segunda mano”. Cuando se observan las hermosas vetas de las maderas, resulta difí­ cil creer que están constituidas con material de sobras. Pero en realidad la naturaleza hace las cosas así. · Es este, entonces, el ejemplo luminoso de conservación del suelo que siempre pudo obser­ var el agricultor, si asi lo quería. Tal vez a cau­ sa de que estaba tan cercano y de que era tan evidente, no fué capaz de pensar que le estaba dando una lección que debería aprovechar. En el descuido del hombre para aprovechar la demos­ tración del bosque, hay algo más que un poquito de psicología; lo mismo sucede con la demostra­ ción significativa que ofrecen las praderas man­ teniendo" millares de animales, y que sin embargo año tras año ganan en fertilidad. Se necesita tiempo para apreciar en forma cabal este funda­ mento psicológico, porque él involucra las razo­ nes en que se basa la popularidad alcanzada por el arado. Aquí actúan junto con esos, otros fac­ tores humanos curiosos, que son inherentes a la índole del hombre. Entre los rasgos humanos innatos, que han servido para perpetuar el error en el negocio agrícola, uno de los que actúa más enérgicamente, es ¿a sensación incorregible que tiene la gente, de que puede ayudar al desarrollo de las plantas. La

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afirmación aparenta estar en desacuerdo con nuestro concepto básico. Pero en realidad, nadie puede hacer nada para ayudar a una planta que crece en su ambiente natural; cuando cultivamos plantas en un ambiente artificial, posiblemente lo mejor que podemos hacer es copiar con la mayor fidelidad lo esencial del ambiente natural. Recor­ dad cuanto os enorgullece el hermoso éxito de vuestro jardín floral o de vuestra huerta. Os imagináis que habéis ayudado realmente en su desarrollo a vuestras plantas; y en un sentido lo habéis hecho. Sin embargo es probable que las plantasteis en un ambiente que no les convenía, y después, inconscientemente proseguisteis sabo­ teando las medidas que toma la naturaleza para que las plantas prosperen. Tal vez no estéis solos a este respecto. Todo el mundo hace esencial­ mente la misma cosa y se siente tan orgulloso co­ mo vosotros, a pesar del error de sus procedi­ mientos. Puede ser que al lector le cueste creer, algu­ no de los hechos que voy a relatar, porque ellos revelan que estamos a oscuras en nuestras tenta­ tivas para cultivar plantas, y además porque nos­ otros observamos las cosas a la luz de nuestra experiencia de seres humanos. Sin embargo lo que tengo que contar es la pura verdad, e ilus­ trará mi punto de vista actual. Hace algunos años, durante un día feriado recorríamos con nuestra familia el bosque en bus-

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ca de heléchos, para plantarlos en algún rincón sombrío del muro de nuestra casa. Además de los heiechos, encontramos un pequeño abeto na­ cido de una semilla que cayó sobre la superficie muy plana de una piedra. No tenía ninguna co­ nexión con la tierra y sus raíces estaban cubier­ tas de hojas caídas. Admirado con el pequeño arbolito, lo recogí literalmente, ya que no tenía raíces en la tierra que resistieran, y lo llevé a ca­ sa para trasplantarlo. Como el sistema radicular estaba dispuesto en forma perfectamente plana, alisé el lugar con la azada superficialmente, puse en él al arbolito, cubrí de nuevo sus raíces con un montón de hojas que traje para ese fin, y lo di por trasplantado. Que yo sepa, jamás se le dió agua, excepto durante una temporada muy seca del primer verano. El árbol comenzó a dar señales de sufrimiento y entonces eché un cubo de agua alrededor de las raíces. Desde entonces se ha restablecido bien, sin que se haya hecho nada para ayudarle. A mediados de mayo o a principios de ju­ nio el 941, mi mujer se encaprichó con un arce de unos tres pies de alto, que vió en el cercado de un amigo nuestro, que distaba unas cincuenta millas de nuestra casa. Estaba en plena vegeta­ ción, cosa natural para la estación, de modo que podía suponerse que el trasplante sería un pro­ blema difícil. Nuestro amigo lo arrancó para nosotros, y lo metimos en el baúl del coche. A la mañana siguiente las hojas estaban muy mar-

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chitas pero tan verdes como siempre. Sumergí sus raíces en la pileta hasta que estuviera listo el hoyo para trasplantarlo. El lugar donde se cavó el hoyo era de lo más seco. No había señales cíe humedad, ni siquiera en el fondo, a dieciocho pul­ gadas de profundidad. A causa de la extremada sequedad, se llenó el pozo con agua. Se colocó entonces al árbol en el agua, y se volvió a relle­ nar el hoyo con la tierra excavada, echándola so­ bre las raíces poco a poco y despacio para que el agua no se desbordara. Cuando el hoyo estuvo relleno, el árbol estaba plantado. Durante todo el verano las hojas no dieron señales de que el trasplante hubiera causado algún perjuicio. De­ bo de agregar, que el modo de tratarlo no cons­ tituye una prueba tan fiel como la del abeto, por­ que mi mujer no pudo resistir a la tentación dte darle ocasionalmente agua al arce. Sin embargo, es cierto que pasó muchos días secos y calurosos sin ser regado. Hace ya mucho tiempo que ha llegado a ser axiomático para los hombres de ciencia, que los datos en que se funda una afirmación dada, no sólo deben ser correctos, sino que deben ser lo bastante dilatados, para que cuando la afirmación se generalice, quede eliminada dentro de límites razonables la posibilidad de error. El experimen­ to siguiente abarcó operaciones en escala mucho mayor; la plantación y el cuidado de un acre de plantas de tomate en cada uno de los años de 1939 y 1940. Durante las dos estaciones se plan-

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taron cada vez y en cada acre, más de 10.000 plantas, ry en cada estación prendieron virtual­ mente el 100 % de ellas. En cada una de las dos estaciones reinó un tiempo totalmente diferente, pero el buen éxito de las plantas fue muy seme­ jante. Cuando menos para mi satisfacción, el ex­ perimento estableció la importancia de dos prin­ cipios; primero, que es de desear que antes de iniciar el trasplante, el suelo esté asentado y apre­ sado como en su estado natural, y segundo, que no debe alterarse ese estado natural del suelo, si el trasplante puede hacerse sin alterarlo. De salida, se disqueó cuidadosamente el te­ rreno, para destruir cualquier vegetación que hu­ biese en el suelo en ese momento. En 1939, en primavera, sólo había una escasa cantidad de ma­ la;; hierbas. En 1940, estaba totalmente cubierto con centeno de tres pies de alto. La rastra de discos mezcló con la parte superficial del suelo, hasta al mismo centeno, tan completamente, que solo quedaron vestigios de una cubierta de vege­ tación. A continuación del disqueo de todo ese material descomponible, se marcaron las hileras en el terreno. Se empleó para ese fin, un instru­ mento especialmente proyectado para el caso, que no hacía más que apisonar y apretar de nuevo el s ,elo en el punto donde sería colocada la planta. Marchaba arrastrado por el tractor. Este imple­ mento al ejercer una compresión considerable en cada punto donde iría una planta, restablecía los

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contactos capilares que había roto el disqueo. (Para tener una idea objetiva del efecto de volver a comprimir el suelo, no hay más que recordar, cual sería el efecto de cortar la mecha por encima del kerosene de la lámpara, y luego volver a re­ unir los trozos con una costura.) La función natural del suelo como mecha, destruida tempo­ rariamente por el disqueo, era restablecida, en la columna vertical del suelo exactamente por deba­ jo del sitio donde se pondría la planta. Tenemos pruebas en abundancia de que este fué el efecto real de esa compresión. Aun cuando la superfi­ cie del suelo estaba seca, y el tiempo fué caluroso en 1939, el fondo de una gran cantidad de esas “huellas” denotaba humedad aún a medio día. listo no podría haber ocurrido, si la conexión ca­ pilar no hubiese sido restablecida por la compre­ sión. El trasplante se hizo en la forma más sim­ ple jxisible. Después de quitar la tierra adherida a las raíces de cada planta, se las colocaba en la “marca” preparada, se las cubría con la tierra suelta que estuviera a mano al lado de la planta, y se la afirmaba en su sitio apisonándola. No se intentó colocar a las plantas verticales. De eso se encargaría la naturaleza. Por eso se las dejó echadas en el suelo; pero no quedaron así mucho tiempo. Al caer de la tarde, cada planta tras­ plantada de mañana, sin una sola excepción, es­ taba vertical. Ni al trasplantar, ni después, se les

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dió agua. La columna de suelo comprimido por debajo del sitio donde estaba la planta, llevó ha­ da arriba el agua capilar del suelo, y de esa ma­ nera suministró la humedad en forma conveniente y continua. Es posible que ningún riego dado en el momento del trasplante, hubiera podido Igualar a esta provisión natural propia. De este modo, en lugar de pasar por un pe­ ríodo de marchitamiento, estas plantas (aun cuando en ciertos casos estaban marchitas cuando se las puso en el terreno) se enderezaron, y nunca más dieron señales de suirir por falta de agua, aunque el tiempo fuese seco. Y además, ' como una prueba adicional de la validez del mé­ todo, algunos de los botones que ya tenían las plantas al ponerlas en la tierra, fructificaron a menudo. Todo horticultor con experiencia, reco-· nocerá que esto no es común. En 1940, un muchacho de once años y yo, ayudados por mi hija, plantamos todo el acre en un solo día. Mi hija sacaba las plantas de los almácigos. Las condiciones de humedad fueron tan diferentes en 1940, que no se necesitó tanto . cuidado, y abreviamos la labor en todo lo posi­ ble. El muchacho colocaba las raíces en el sitio correspondiente, y yo les echaba encama una aza1a llena de tierra tan suelta como lo que pudo hallarse en un terreno tan empapado, que nos en­ terrábamos al caminar. Durante las cinco sema­ nas que siguieron al trasplante no se pudo carpir

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el terreno porque estaba mojado, y varias veces se anegó. A causa de tanta humedad las plantas tomaron un color púrpura o verde purpúreo. Sin embargo más tarde, a pesar de esta humedad exa­ gerada, se habló de este acre, como de la mejor plantación de tomates de la vecindad. Y las plan­ tas produjeron sin interrupción, desde que apa­ reció el primer fruto hasta que llegaron las pri­ meras heladas. Cuando -éstas llegaron, todavía tenían algunos de los más hermosos frutos. Esta descripción del método de trasplante empleado, demostrará en forma concluyente, que la alteración de las providencias naturales para llenar las necesidades de las plantas, no tiene re­ tribución, y que si es necesario alterar esas dis­ posiciones naturales, hay que restablecerlas a lo normal, antes de proceder al trasplante. En 1940 fué necesario deshacerse del centeno sembrado en esa tierra. Si se hubiera seguido la costumbre, se lo hubiese enterrado con el arado; y proba­ blemente durante un largo tiempo, o tal vez nun­ ca, ese año no hubiera sido posible iniciar en el terreno el cultivo de tomates con buen resultado. Después que los discos mezclaron el centeno con la parte superficial del suelo, pudo iniciarse in­ mediatamente la plantación marchando detrás del implemento que marcaba las casillas. No se le hizo así sin embargo, por temor al peligro de las heladas tardías, y se la postergó hasta una se­ mana después.

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Comparado con lo que aconsejan los abun­ dantes escritos sobre trasplantes, el método que empleamos nosotros, parecerá el colmo de la ne­ gligencia. Un granjero retirado que había leído algo sobre las nuevas teorías en que trabajaba yo, aprobó las ideas en general, pero cuando vió el extraño equipo empleado, (el “marcador de casillas”), y cuando observó que las plantas se colocaban de una manera tan poco ortodoxa, hizo la advertencia amistosa, de que esas plantas no crecerían jamás. Más tarde cuando nosotros re­ cogíamos los frutos, vino al terreno, y con una trueca de extrañeza reconoció que habíamos te­ nido el mejor conjunto de plantas que él había v sto ese verano. Lo que él tomó por negligencia, no era más que mi confianza plena en que el suelo se haría cargo del cuidado de las plantas, si nosotros no hacíamos nada para impedírselo. Su actitud men­ tal respecto a los trasplantes (lo mismo que la de todos los demás) se asemejaba a la de la ga­ llina clueca respecto a su desnaturalizada prole crtodoxo que se ha descripto. Las cosechas de la pri­ mera estación, no produjeron un rendimiento sa­ tisfactorio, porque había poca materia orgánica

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disponible para proporcionar los elementos nutri­ tivos necesarios. El terreno donde se disquearon las malezas para plantar las batatas, fué una ex­ cepción solitaria, y si el estado de los brotos que se plantaron hubiese sido bueno, hubieran dado beneficios esa temporada. A nuestros. lectores les intrigará la elección que hicimos de la batata como producción comercializable para esta latitud (a diez millas sola­ mente del lago Erie). Había observado que se desarrol aban bien en las huertas caseras, y sabía que antes se las plantó para la venta en la locali­ dad, y que rendían mucho más que el promedio de rindes en EE. UU. Una cosecha exótica que tu­ viera éxito, me ayudaría a triunfar en un mer­ cado dominado por algunos de los horticultores más capaces del país. Ningún novicio podría com­ petir con nombres hábiles en la producción de co­ liflores, coles, maíz dulce, o lechuga; pero yo es­ peraba qte gracias a un artículo que no tenía competenc a local, y que rendía bien, podría so­ brevivir y hacer algún dinero. Mi confianza se fundaba en que muchos años antes, yo había plantado batatas en pequeña escala en un terreno muy flaco, con un rinde que equivalía a mil doscientos “bushels” por acre. Y el hecho de que obtuve ese rendimiento prodigioso en un suelo preparado prácticamente con métodos idénticos a los que proyectaba emplear entonces, alentó mis esperanzas de repetir el resultado en

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escala más vasta. Aunque no lo logré, una esti­ mación cuidadosa del comportamiento de la plan­ tación, justificó algunas conclusiones constructi­ vas importantes. Teóricamente, las batatas para madurar, re­ quieren que no hiele durante ciento veinte días. Según los registros meteorológicos, en Ohio don­ de yo planté, transcurren alrededor de cuatro me­ ses entre la última helada de primavera y la pri­ mera de otoño. Sin embargo mis plantas en 1939, dieron una cosecha sazonada, exactamente en se­ senta días, probando así que el elemento tiempo no tiene tanta importancia, como la disponibili­ dad efectiva del alimento que las plantas nece­ sitan. Debido a que las plantas tuvieron una opor­ tunidad pobre, porque la materia orgánica no es­ taba bien mezclada con el suelo, así como también a que el progreso inicial de la mayor parte de ellas fué lento, rindieron apenas un poco más que el promedio de la región; pero como las que pu­ dieron iniciarse bien prosperaron rápidamente, era imposible pasar por alto la deducción de que, mezclando mejor con el suelo a la materia orgá­ nica, la cosecha hubiera sido tremenda. Este acre y medio solamente, podría haber pagado el gasto de maquinaria y el costo de la mano de obra de toda la chacra, dejando beneficios además. Tuvo igual importancia la comprobación que en este cli­ ma relativamente seco, las batatas se puedan al­ macenar inmediatamente después de cosechadas,

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sin secado, ni curación artificial, como lo necesi­ tan ¡as que se cosechan en el clima mucho más húmedo del sudeste. Las que yo coseché en 1939 se podían almacenar inmediatamente después de extraídas de ’ i tierra. En ninguna forma podría decirse que en otras estaciones, los tubérculos sa­ zonados estarían tan secos como los que yo cose­ ché ese año·; al contrario, es sabido que las batatas que se producen en mi zona de Ohio, se pudren con facilidad; sin embargo tal vez sea cierto que las batatas producidas principalmente con materia or­ gánica, sean menos húmedas que las que se pro ­ ducen en un suelo altamente mineral. Esta posi­ bilidad, merece que se la investigue. Yo tenía mucha fe en que, con la cosecha de batatas levantaría mi hipoteca. Por eso le dediqué a ellas cinco acres de la granja. Ninguna parte del terreno, si se exceptúa este primer campo, te­ nía una cantidad considerable de materia orgá­ nica, sólo había maciega. En los otros campos las plantas prendieron en forma excelente, pero a causa de que el terreno no tenía materia orgá­ nica, estos campos no produjeron tubérculos ven­ dibles. En 1940, las únicas batatas que se plan­ taron, lo fueron en el campo que dió mejor en 1939. Las plantas prendieron muy bien, por lo menos prendió un 90 por ciento; pero durante toda la temporada de crecimiento escasearon si­ multáneamente el calor y la humedad, para que las plantas dieran una cosecha satisfactoria.

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Si se tiene en cuenta todo ese conjunto de pruebas, al parecer, la batata es una cosecha se­ gura en esta región, como no sea durante algunas estaciones casuales extremadamente frías, siem­ pre que el terreno superficial esté repleto de ma­ teria orgánica, y que el trasplante se haga correc­ tamente. Recuérdese que todas mis plantas ve­ nían del Sud, de Georgia, y que habían sido tras­ plantadas sin riego, después de haber estado en camino durante dos o tres días calurosos. Aún con esta desventaja, donde había agua capilar dis­ ponible en el momento de plantarlas, prendieron en forma excepcional. Por lo tanto espero conti­ nuar plantándolas en escala limitada. Que el pro­ ducto pueda ser almacenado sin secado artificial, no tiene importancia en esta zona, porque el mer­ cado de Cleveland, absorbe en toda época la pro­ ducción local de unos pocos Centenares de acres. En 1939, las batatas de primera calidad que co­ seché, tuvieron bonificación en el precio durante toda la temporada. Después de haber analizado el resultado de la temporada de 1939, puede suponerse sin temor de errar, que si la provisión de materia orgánica hubiese sido suficiente en todos los campos, con la cosecha de batatas solamente, el año hubiera deja­ do beneficios. Aunque perdí dinero en cantidad en 1939, no me desalenté. Como es natural, no po­ día preveer que la temporada de 1940 sería tan extremadamente lluviosa, en los meses en que se

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inicia la plantación, que ni siquiera se pudo tras­ plantar. Lo mismo ocurrió en toda la región. Nin­ guno c'e los agricultores pudo plantar una parte considerable de la superficie acostumbrada. Algu­ nos que prepararon varias veces el terreno y que basta distribuyeron el fertilizante, no tuvieron oportunidad para plantar, más tarde. Yo fui lo bastante afortunado para poder trasplantar los to­ mates, en el único día entre el 25 de Mayo y el 10 de Julio, en que el estado del terreno permitió ha­ cerlo. A mediados de Julio se plantaron varios campos con tomates que estaban listos para ser trasplantados a mediados de Mayo. Fué una tem­ porada inusitada desde todo punto de vista. Por lo tanto, como obtuve producto de dos acres sola­ mente, es natural que no hiciese dinero. El es­ fuerzo de la estación apenas dió con que pagarse. A semejanza de 1939, 1940 me dió algunas lecciones importantes, aunque me defraudara finincierame ite. Las condiciones meteorológicas, impidieron que se disqueara el centeno en el mo­ mento onveniente para hacer las plantaciones proyécta las. Con excepción de algunas cosechas menores, las entradas totales de la granja pro­ vinieron de los tomates, porotos y pepinos. Cada una de esas cosechas sufrió la desventaja del tiempo, pero en cada caso los resultados fueron alentadores y provechosos. La cosecha de 1940, en los alrededores de Cleveland, fué una desilusión. Muchos agriculto-

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res la consideraron como a la temporada más po­ bre en toda su experiencia. A la humedad más extremada, siguió la sequía, y de nuevo volvieron las lluvias; por eso se agrietaron muchos toma­ tes. Aunque en mi cosecha también hubo frutos como esos, en toda época pudieron recogerse to­ mates vendibles. La mayor parte de los agricul­ tores tuvieron que abandonar sus plantaciones tempranas, antes de que comenzaran a producir las tardías. Yo tenia en cultivo un acre solamente. A medida que avanzó la estación, aumentó el vi­ gor de las plantas, y hubo buena demanda por el artículo, con bonificación en el precio durante toda la temporada. A veces conseguí una bonifi­ cación de 25 céntimos por cuarto de “bushel”, por encima del precio máximo en el mercado de Cle­ veland. Una de las razones de esto, fué el peso excepcional del producto envasado. El peso “stan­ dard” de un cuarto de bushel es de unos siete ki­ los y medio. Mi cosecha de 1940 dió un término medio de peso mayor. Era común que el cuarto de bushel pesara ocho kilos y muchos alcanzaron a ocho y medio. La mayor parte de los tomates locales, en 1940, pesaron entre cinco y siete kilos por cuarto de bushel. El peso excepcional de los míos, y la calidad que eso indicaba, justificaron el premio que recibí. Por varias razones también fué extraordina­ ria la cosecha de porotos. Para empezar antes de que pudiera plantárselos, se había volcado en el

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terreno con la disquera centeno de seis pies de alto y cuando digo “volcado”, me expreso con exac­ titud En algunos lugares era tan espesa la capa de centeno que cubría la superficie, que en reali­ dad los discos no tocaban el suelo. No había nin­ guna solución para eso. Si se plantaban porotos en ese. terreno, debían plantarse a pesar de ese estado, y así se hizo. Se pasó el marcador sobre el terreno, espaciando las hileras a metro de dis­ tancia más o menos. En las partes en que el mar­ cador “caminó” encima de la paja sin ni siquiera romperla, se hizo eso a mano, y los porotos se plantaron en el terreno sólido, cubiertos con una azada de tierra de al lado, y fueron abandonados a su destino. El estado de las plantas era tan per­ fecto, que fue objeto de los comentarios de la gen­ te entendida en cultivos que vió el lote durante las semanas siguientes. Esto indicaba, para mí cuando menos, que un terreno primorosamente trabajado, no es esencial para las semillas. Com­ párese este método de plantar con el descripto por Ben Ames Williams, que yo cité en la página 51, tomado de “Come Spring”. Con el marcador que yo tenía, era imposible aproximar las hileras a menos de un metro, y por eso, parecía que se derrochaba terreno si solo se plantaban porotos; entonces planté también hi­ leras alternadas de pepinos. En esa forma los pe­ pinos quedaban conveniente espaciados, y yo tenía otro cultivo para recoger cosecha y para obser-

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vario. Las limitaciones que imponía la distancia, hacían difícil llevar la cosecha al mercado, y tam­ bién conseguir mano de obra para la recolección en el pueblo vecino; por eso, era bueno no sem­ brar más porotos que los que yo mismo pudiera recolectar. ‘Los pepinos tuvieron más valor como objeto de observación que como fuente de ingresos. Sin embargo, considerando que se trataba de un te­ rreno de labranza ordinario, convertido en huerta experimental mediante el disqueo en el suelo su perficial de una sola cosecha de centeno, no debe sorprender que los porotos produjeran mejor qué los pepinos. Los porotos se adaptan mejor que los pepinos a un suelo endurecido. En verdad los pepinos son muy exigentes en lo que se refiere a abundancia de alimento disponible, con prefe­ rencia productos de descomposición. En este sue­ lo crudo, sólo parcialmente preparado para una buena cosecha de pepinos, la calidad de los frutos que maduraron fué sumamente elevada. Cada pe pino tenía un color verde oscuro tan intenso, co mo si se hubiera desarrollado bajo circunstancias perfectas para el crecimiento. Varios almacenen ■ que compraron algunas cantidades, me dijeron que esperaban venderlos al precio de los de inver­ nadero. Eso no sería un fraude porque tenían la calidad de tales. Deducido de la calidad excelente de este fruto, puede afirmarse que todo terreno preparado mediante una serie de cosechas de abo-

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no verde, disqueadas dentro de la parte superfi­ cial, déberá producir pepinos de calidad insupera­ ble y en gran cantidad. Los porotos dieron una respuesta aún más notable, en este supuesto ambiente tosco. Además de la germinación perfecta que ya se mencionó, continuaron floreciendo en masa mientras hubo en e! meló agua disponible. Simultáneamente, y durante un período largo, varias semanas, las plantas tenían a la vez, yemas de flores, flores, chauchas verdes y chauchas listas para cosechar. Como es natural, la producción tuvo que ser co­ sechada durante un correspondiente período lar­ go. Se »ecesitaron cinco recolecciones; menos la última, todas fueron abundantes. Y, aún después que cesamos de cosechar, todavía maduraron bas­ tantes de los que se plantaron tarde, como para tener Je nuevo semilla para plantar una extensión de buen tamaño. No es común que los porotos florezcan, cua­ jen y maduren con esa persistencia. Se abando­ na a la mayor parte de las plantaciones de po­ rotos después de la primera recolección o a más tardar, después de la segunda. Un horticultor lo­ cal que tenía medios para regar y había empleado nitrógeno para estimular la producción de poro­ tos, parecía orgulloso al anunciar que había te­ nido que recolectar dos veces a las mismas plan­ tas,'después de haber regado y empleado nitró­ geno. Mi plantación produjo sin ninguno de los

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dos, aunque en ciertas épocas hubiese sido prove­ choso el riego a causa de la sequía. A mí me parece muy significativo el hecho de que estas plantas produjeran doscientos “bushels” de porotos ven­ dibles por acre, si se tiene en cuenta que las con­ diciones meteorológicas prevalentes fueron seve­ ras. Indica que si el terreno hubiese tenido tanta materia orgánica en la superficie, como para que su coloración fuera otra vez negra, hubieran cre­ cido plantas que comenzaran a producir en pri­ mavera, continuando en producción hasta las pri­ meras heladas de otoño. En todo esto, no se ha mencionado el hecho de que en 1940, en ninguna parte de la granja se utilizaron fertilizantes nitrogenados. Al recapi­ tular las consecuencias del plan, este hecho tiene suma importancia. Será evidente, para cualquier lector con experiencia, que sin un copioso sumi­ nistro de nitrógeno, no se hubieran podido produ­ cir cosechas como la que yo he descripto. Será igualmente claro, que un terreno de calidad or dinaria, no podría haber provisto el nitrógeno ne cesario para productos de huerta de buena cali­ dad. Siempre se esperan buenas cosechas sin el agregado de nitrógeno, en forma de algún abono químico, solamente de la tierra negra, enrique­ cida con materia orgánica en descomposición. En verdad, sin nitrógeno tal terreno no produce nin­ guna cosecha vendible. Hasta donde yo soy el res­ ponsable, estas plantas carecían de nitrógeno,

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porque había omitido su empleo intencionadamen­ te. Me sería difícil exponer las razones de esta omisión, pero en mi experiencia de muchacho, ha­ bía visto que con más frecuencia empleábamos el nitrógeno con exceso, que con parquedad, y que por esa razón sufrimos algunos reveses serios en la producción. A causa de estas experiencias des­ favorables con el nitrógeno, nunca he creído mu­ cho en las ventajas de su aplicación. En el próximo capítulo, tal vez el más ex­ traño dé todo el libro, se hallará la explicación completa, de cómo se las arreglaron mis cultivos, para conseguir una provisión suficiente de nitró­ geno. Aunque tiene a la vez algo del misterio de Aladino y de novela de fulleros, con todo, es una historia muy verídica. También se reserva para otro capítulo la historia de cómo estas plantacio­ nes derrotaron a los insectos y a las enfermeda­ des. El éxito no se debió al empleo de insectici­ das, fungicidas u otros medios de lucha con las plagas, porque no se empleó ninguno de esos auxiliares. El resultado neto de estos dos años de tra­ bajo en el campo, fué que por mi parte me con­ vencí que el hombre supone erróneamente que puede mejorar en realidad, las providencias que la naturaleza ha planeado tan bien para la nutri­ ción de las plantas. Frente a la necesidad de com­ batir a la vegetación competidora, con el fin de fomentar a las plantas que él favorece, el hombre

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ha sobrepasado temerariamente los límites de la corrección biológica, efectuando en el suelo ope­ raciones que malgastan los verdaderos alimentos de los vegetales, que requieren sus plantas. Lue­ go, las aflicciones que tiene, son la consecuencia de este error original. Mis experiencias han pro­ bado que para evitarse esas desazones, sólo nece­ sita volver a métodos que imiten a los de la naturaleza. Este es un descubrimiento del todo pla­ centero.

VII

SUELO A· MAQUINA

Puede decirse con gran parte de verdad, que si hemos permitido que degenerasen nuestros sue­ los, ello se debe principalmente a que ha existido una generosa provisión de suelo bueno en todas partes sobre la superficie de la tierra. La exis­ tencia de esas zonas fértiles y en particular el descubrimiento que hizo Colón en un momento oportuno, de unos pocos centenares de millones de acres extra, cuya existencia no era conocida ni sospechada antes del descubrimiento, hicieron más fácil el camino del hombre. Mientras preva­ leció ese estado, no era imperativo que el hombre aprendiera a proporcionarse un suelo cultivable' donde no existía ninguno. Sin embargo, ya es tiempo que se verifique la verdad. Dondequiera que antes exitió buen suelo, lo podemos volver a crear, y podemos ha­ cerlo así mediante la maquinaria. Toda excepción a esta afirmación categórica se deberá a errores

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humanos, así por ejemplo, tierras insostenibles, porque se obstruyeron las corrientes de drenaje natural, o desiertos de arena, porque se los des­ pojó de la arcilla que les conservaba el agua y mantenía a un nivel superficial conveniente a la napa de agua. Existe aún la seguridad de que a toda la categoría de las tierras que el agua ero­ sionó, por severa que haya sido la erosión, se les puede restaurar un suelo tan bueno como el que las cubría. Y mucho de eso mismo es aplicable a las tierras que erosionó el viento, o a los suelos agotados por el mucho cosechar o pastorear. La naturaleza no puso en todas partes la misma clase de suelo, precisamente. A causa de que actuaron fuerzas complejas en su creación, ha habido diversos suelos diferentes. No nece­ sitamos entrar en eso, a no ser, para decir que la única cosa que los suelos han tenido en común ha sido la materia orgánica en la superficie, o dentro de la parte superficial. No tenemos por­ que interesarnos en lo más mínimo, respecto a si tal suelo era lo que los científicos llaman un pod­ zol, o un suelo de pradera, o un chernozeno, o lisa y llanamente, tierra. Lo significativo para ca­ da uno de ellos en estado virgen, era la cantidad de materia orgánica que contenía, lo que implica también, las condiciones bajo las cuales la pro­ visión de humedad, permitirá el mantenimiento de una cierta cantidad de materia orgánica en el suelo.

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Ni siquiera es necesario que el suelo sea de tinte moreno para que produzca bien, aunque los suelos que la naturaleza ha hecho productivos, siempre revelan su calidad por la presencia de materia orgánica en descomposición, que es nece­ sariamente de coloración oscura. (La única excepción a esta afirmación, si en realidad es una excepción, es el área desértica fertilizada con rie­ go. Tal suelo es rico a causa de ios minerales que el agua trae de las profundidades del terreno, y que al evaporarse deja en el suelo). Como los suelos desérticos dependen de la irrigación, en realidad, quedan excluidos aquí. En un solo disqueo, puede introducirse en el suelo superficial, bastante materia orgánica como para que todo suelo común se haga productivo casi inmediata­ mente, aunque la materia orgánica incorporada en una sola vez, sea demasiado pequeña, para que ■ su descomposición influya sobre el color del sue­ lo. Eso fue lo que ocurrió en el suelo que labré en 1940. Con la rastra de discos le incorporé cen­ teno de tres a seis pies de alto, con el fin de que fuera el venero orgánico de materiales nutritivos para mis plantaciones. Jamás pude descubrir ni una sombra de tinte negro asociado con la descom posición orgánica, y sin embargo, las cosechas sé comportaron como si el suelo hubiera tenijó abundancia de fertilidad. La negrura del suelo virgen, es el resultado de un proceso acumulativo más o menos compli-

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cado, puesto que comprende depósitos anuales re­ petidos de residuos vegetales, y posiblemente ani­ males, subre Ja superticie, a lo cual se añade el efecco destructivo de una innumerable población biológ ca que vivió y murió en ese ambiente y que c mtribuyó a su vez a su enriquecimiento. .La resultante materia orgánica descompuesta y de color negro, depositada en la superficie e in­ mediatamente debajo de ella, y no en una capa impracticable a varias pulgadas de profundidad, conserva el agua absorbida por el suelo, justa­ mente en la zona donde tratan de procurársela las raíces de las plantas. La suposición de que durante centenares de años, nada ha alterado su superficie, no explica satisfactoriamente la fer­ tilidad del suelo. A este respecto hemos desarro­ llado teorías inútiles. Los hombres han llegado a creer, por ejemplo, que se necesitan siglos pa­ ra que se desarrolle un suelo productivo. La verdad satisiactoria, es que, un hombre con una yunta o con un tractor y una rastra de discos, puece mezclar dentro del suelo, en asunto de ho­ ras, suficiente material orgánico para lograr re­ sultados iguales a los que logra la naturaleza en décadas. I'n la naturaleza transcurrieron largos pe­ ríodos para que se desarrollara el P. M. O. del praco o del bosque, porque el entremezclamiento de la materia orgánica, estaba en lo principal, a cargo de las sabandijas y de las lombrices. La

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superficie del suelo era el ambiente de su hogar. Trabajaron lentamente pero con tesón, y des­ arrollaron esta primera condición esencial de toda vida; la salud del terreno. Esta ha sido necesariamente la verdad en la formación natural de los suelos en todas partes. Los pastos de las llanuras formaron capas más gruesas y más negras de materia orgánica super­ ficial, porque eran plantas anuales. Llovía cada otoño. Cada primavera surgía la nueva vegeta­ ción. Las plantas muertas se acumularon y fue­ ron trituradas por los seres vivos de la super­ ficie del suelo. Se necesitaron sólo unos pocos años para que este proceso creara el suelo resis­ tente que hallaron los colonos, cuando por pri­ mera vez emprendieron la gigantesca tarea de ararlo. No es sorprendente que en muchos casos, se necesitaran tiros de cinco yuntas de bueyes con ese propósito. . El bosque no deposita capas orgánicas tan profundas y tan negras. ¿Por qué? Porque la descomposición anual de las hojas era más com­ pleta y el material era empleado por los árboles que crecían. El agricultor que limpió el terreno, sólo logró los “mendrugos de la mesa” del bos­ que; no pudo ser de otro modo. Desnudado así de su velo de misterio el mecanismo natural de la construcción del suelo, en adelante no parecerá imposible que los hombres creen sus propios sue­ los, cuando los necesiten y donde los necesiten; y

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también debe recordarse que, cuando el suelo de una antigua selva haya sido restaurado a su pri­ mitiva feracidad, no habrá que esperar hasta que se pudran los troncos y las raíces, como ocurrió en otro tiempo, antes de que pueda labrarse el terreno con provecho. Más de un agricultor de las otras generaciones, se encontró con que cuan­ do desaparecieron esos impedimentos, el suelo ya no era productivo. El agricultor moderno tiene la gran ventaja de que puede, sencillamente, in­ corporar con los discos una cosecha de abono ver­ de, cada vez que opta por extraer y extrae una buena porción de productos de descomposición en la producción del primer año. Y el procedimien­ to se presta a una repetición infinita. Se nos refiere que los suelos eran muy dife­ rentes en sus orígenes históricos. Y tan diferen­ tes en efecto, que las diferencias influyen en su adaptación a cosechas específicas. La opinión más correcta es que esas idiosincrasias se des­ arrollaron con posterioridad a la destrucción del perfil de materia orgánica y cuando ésta hubo sido consumida. En buenos suelos vírgenes las restricciones a la producción se deben a factores climáticos, más bien que a las particularidades de los orígenes del suelo. Mi experiencia en el cultivo de batatas viene al caso; las plantas ha­ bían completado su desarrollo en dos meses en lugar de cuatro, en terreno vecino al Lago Erie, completamente fuera de su habitat normal. Se

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combinaron la presencia de suficiente materia or­ gánica en el suelo, una copiosa provisión de agua en la materia orgánica y la prevalencia· de un tiempo cálido y asoleado, para sobreponerse a mis factores adversos. Un virginiano, comprador lo­ cal de una cadena de almacenes, me había dicho que en la localidad no podían plantarse batatas con éxito. Yo no me inclinaba a creerle. Cuando sazonó la cosecha, me compró parte de ella, pa­ gándome una bonificación de 25 céntimos sobre el precio máximo que se pagaba corrientemente por los mejores tubérculos cosechados en el Sud. Personalmente dudo que un tipo de suelo se adapte mejor que otro a una cosecha dada, siem­ pre que cada suelo esté abundantemente provisto de materia orgánica dentro de la parte superfi­ cial. Nótese que se estipula una liberal cantidad de materia orgánica, y que ella debe estar dentro de la superficie. Si dos suelos así tratados están sujetos a condiciones climáticas similares, a pesar de lo diferentes que puedan ser en su origen, sus respectivos rendimientos se diferenciarán demasia­ do poco, para indicar una superioridad substancial de cualquiera de ellos. En otras palabras, las batatas, que definidamente prefieren suelos arenosos, producirán muy bien en arcillas apretadas siempre que primero se haya dotado con largue­ za a las arcillas, de una provisión abundante de materia orgánica en la parte superficial. ’ o ya 'he producido chirívias en arcillas duras trctadas

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así; el rendimiento llegaba a la cifra de 1220 bushels por acre. Comúnmente las chirivias se plantan en gredas arenosas. Isio estoy preparado para decir que el sim­ ple disqueo de materia orgánica dentro de la su­ perficie, del suelo, es la panacea para todos los estados adversos de él. Existen demasiadas con­ diciones musitadas, sobre las cuales yo tengo de­ masiado poco conocimiento. Mi conocimiento del suelo ¿o es lo suficientemente amplio, para justi­ ficar una generalización completa. Sin embargo, a mei os de que estemos dispuestos a poner en tela dí juicio la aplicación universal de teorías y principios, que durante generaciones demostraron ser útiles en otros campos, debemos admitir como posible, que a todos los suelos se les puede aplicar esta idea de mezclar materia orgánica con la su­ perficie, como remedio para muchas, sino para todas las desazones que tenemos con el suelo. También, el hecho de que todos los resultados pertinentes de las estaciones experimentales apo­ yan la idea, da mayor peso a la pretensión que adelanto. No tenemos ningún implemento que se adap­ te bien a la incorporación de materia orgánica dentro de la parte superficial del suelo, en todas las condiciones. La rastra de discos es una bue­ na herramienta para usarla en una diversidad de casos, pero, aun ella misma, tiene sus limitacio­ nes. No puede ser empleada en un suelo muy

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duro, aún cuando en tal caso trabaje con éxito a continuación del arado. Es difícil de manejar en terreno muy quebrado. A menos que se em­ pleen técnicas especiales, la rastra de discos no deja una superficie uniforme. Algunas de las di­ ficultades pueden resolverse, usando tracción me­ cánica; pero los agricultores que tienen caballos solamente, no lo podrán hacer. Sin embargo, hasta que alguien invente algo mejor, la rastra de discos es el único instrumento que puede sus­ tituir al arado en la preparación acabada de! terreno, (siempre que no sea césped) para cose­ char. Su empleo con ese propósito, es tan dife­ rente de su rol tradicional de alisar el terreno después de arado, que unas pocas insinuaciones, ayudarán al agricultor que quiera ensayarlo. Creo que una rutina como la que se da a continuación será la más eficaz: 1) Asegurarse de que los discos estén afila­ dos y libres de herrumbe. Tener todo el implemento en buenas condiciones de trabajo, todas las grase -as u otros medios de aceitar, bien llenos de lubrican­ tes. Esto último tiene importancia especial,, por­ que, como la rastra de discos no fué proyectada para un trabajo pesado como es el de romper campo, se la somete a esfuerzos inusitados, de modo que deberá mantenérsela siempre bien lubricada. 2)

siempre que lo que se trata de hacer, sea cortar el suelo con los discos. Al llegar al terreno desprén­ dase la sección trasera, después será útil en el trabajo final de rastrear para romper los terrones.

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Si se permite que siga a la sección delantera, mien­ tras esta trata de ir hondo, su peso se lo impedirá. 3) Cárguese la sección delantera con mucho peso, A consecuencia de esto se la somete a esfuer­ zos excesivos. El arado está proyectado para que busque por si mismo un cierto nivel debajo de la superficie, y por lo tanto no requiere que se lo car­ gue con pesos. La única fuerza que impulsa a la rastra de discos dentro del suelo es la gravedad. El peso se agrega a esta fuerza. 4) Ajústense los discos para que penetren en el suelo, es difícil decir hasta que profundidad, pero ensáyense ajustes a ángulos diferentes hasta ver cual es el efecto. No sorprenderse si al abrir melga no se ve que los discos hayan cortado con firmeza. Por lo común han penetrado ligeramente, poro como no vuelcan lo bastante a la tierra, no se nota. 5) Cuando se mezcla con el suelo abono ver­ de crecido y de mucha paja, como es el centeno, tiene importancia que se lo vuelque siempre en el mismo sentido y luego cruzarlo de nuevo con la ras­ tra cuando esté en el suelo; porque asi se corta la paja en trozos que pueden incorporarse con faciliidad. Como es natural, los discos deben estar bien afilados para este trabajo. También hay limitacio­ nes en la cantidad de centeno que puede trabajarse con la rastra por afilados que estén los discos. Aquí la mejor guía es la experiencia. No pueden formularse reglas. 6) Puede ser que un suelo arcilloso esté tan seco, que no ceda en absoluto a los discos. En tal caso, es posible que sea útil disquear. el terreno una primera vez, salga lo que salga. Así se volcará el abono verde, de modo que al estar en contacto con la superficie, mejore el contenido de humedad de

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ella. Más tarde, digamos a la semana, se hace una segunda tentativa con el fin de cortar la superficie, es probable que esta vez se tenga éxito. Si se fra­ casa también a la segunda vez, se esperará a que llueva. 7) Conviene que se les diga a los agricultores q'ue siempre lian usado rastras de discos dobles, que cuando emplean la sección delantera solamente, deben tratar de que en cada corrida, una mitad de la rastra se encime sobre la carrera anterior, así dejan el terreno alisado. Esto tiene mucha impor­ tancia cuando los discos cortan la superficie; como es natural, la tiene menos, si solo se disquea para voltear el abono verde. 8) Si se sigue la rutina esbozada más abajo, será posible que la labor sea uniforme, o cuando menos más uniforme que la q'ue resultaría de no seguir el método. Cualquiera será capaz de planear un modo de trabajar que convenga a su situación particular. El que sigue se ofrece como una su­ gestión, suponiendo que el campo es cuadrado o rectangular. Antes de cortar melga, decídase primero en que sentido se quieren dar todas las vueltas. Con algunos equipos se pueden dar más fácilmente hacia la izquierda, con otros a la derecha. Puesto que todas las vueltas se han de dar en el mismo, sentido*, es necesario determinarlo de antemano. Pártase siguiendo un lado del campo sobre linde. Cuando se llegue al extremo dése vuelta y sígase perpendicularmente más o menos una dis­ tancia igual a cuatro o cinco veces el ancho de la rastra. Entonces, dése vuelta y sígase una línea pa­ ralela a la primera dirección hasta el límite opuesto del campo y desde ahí vuélvase al punto de partida.

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Repítase siempre lo mismo, encimando la mitad de la rastra sobre el lado interior de la ras­ trillada precedente. En los finales es imposible ene.mar las rastreadas, puesto que, yendo en una dirección, el corte anterior estará a la derecha, O a 11 izquierda si se sigue la dirección opuesta. En los extremos se deberá hacer ese cambio de lados.

En los tres párrafos anteriores se dan nor­ mas sencillas para lo que puede llamarse una ru­ tina de disqueo en “espiral”. Si se comienza cru­ zando un extremo del campo, se progresa muy gradualmente hacia el otro extremo, mediante estas carreras que se sobreponen cada vez en la mitad del ancho de la rastra. También después de unas diez vueltas a la espiral, la rastra comienza a disquear sobre el lado que avanza hacia el otro extremo. En este momento uno puede preguntarse qué es lo que de­ be hacer. La contestación es continuar exactamen­ te lo mismo que cuando se comenzó, encimando cada vez la mitad de la anchura, hasta que se lle­ gue al extremo opuesto del terreno con la rastri­ llada que avanza. Ahí termina el trabajó, y en esa forma se habrán disqueado por duplicado las diez prineaas y las diez últimas vueltas, y por cuadru­ plicado todo el terreno comprendido entre ellas. Podrá suceder que al disquear por primera vez todo el campo en esa forma, éste ya se encuen­ tre en estado apropiado para darle la rastreada final. Sin embargo, yo he visto que para que el

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terreno quede suficientemente bien preparado, co­ mo para que después se pueda usar cualquier tipo de equipo cultivador, es mejor repetir el proceso exactamente tal como se lo indicó, excepto que hay que cruzar la dirección de la primera disqueada. Como es natural, si la rutina recién descripta, fue precedida por una pasada preliminar para voltear el abono verde, la cuádruple operación de disqueo, habrá reducido este material a trozos de 6 pulga­ das de largo. En este caso es posible que si se dan una o dos rastreadas con los dos cuerpos de la ras­ tra, el rastrojo quede listo para poder plantar. No se espere que tenga el aspecto uniforme que deja el arado, aun cuando se hubiese rastreado todo lo posible. Y cuando tenga el mejor aspecto posible, aquí y allá se verá alguna paja. Ni la falta de lisura perfecta, ni un ocasional pedazo de paja, se­ rán funestos para el empleo de los equipos comu­ nes, aunque al plantar probablemente será necesa­ rio, interrumpir de cuando en cuando la marcha, para sacar la paja acumulada en las zapatas de la sembradora. El poco de paciencia que habrá de te­ nerse respecto a esto, será recompensada más tar­ de con largueza, porque la cosecha estará menos expuesta a los efectos de la sequía, no requerirá absolutamente ningún fertilizante nitrogenado, y rendirá desproporcionadamente mucho más que los promedios habituales. Esto es cierto para cual­ quier clase de cosechas que se cultiven. Puede ser necesario que después de finali-

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zado el trabajo de disquear, tenga que pasarse la rastra de dientes para alisar el terreno; pero tam­ bién puede no serlo. Con certeza, no quedarán te­ rrones en el terreno. Si el tiempo es seco, tendrá importancia apretar el terreno con el rodillo, o un implemento corrugado, pero también puede hacer­ se un buen trabajo enderezando los discos y car­ gando la rastra. Debe hacerse lina advertencia respecto al cultivo. Yo casi arruiné una cosecha de maíz, por­ que, corro no vi que había bastante paja sin cor­ tar en la superficie, levanté ligeramente todos los caballones de maíz, cuando pasé el aporeador. En este campo el centeno había tenido seis pies de alto. No había sido posible enterrarlo del todo, y mucha parte quedó allí, ni siquiera estaba cor­ tado en pedazos. Si hay que vérselas con esa mis­ ma circunstancia, lo mejor es postergar el primer cultivo hasta que la paja haya tenido tiempo de desintegrarse lo bastante para no ser un impedi­ mento. No se necesitará mucho tiempo para eso, si llueve un poco. Si después de la siembra hace tiempo seco, habrá que esperar dos o tres sema­ nas. A este respecto el éxito es asunto de obser­ vación, y manipulación cuidadosa. Es natural que si las condiciones son las que termino de describir, no puede esperarse que la siembra se haga con el equipo común. Yo inventé un marcador a presión, para que fuera posible plantar en una superficie como esa. Después de

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pasar este aparato, hubo que sembrar a mano, pe­ ro la forma como creció la cosecha justificó el método manual. Pronto se verá que si el agri­ cultor puede espertar un rendimiento por acre, varias veces mayor que el habitual en un suelo regenerado de esa manera, está justificado que se conceda un cuidado más esmerado; o dicho de otro modo, si al renovar el suelo con abono verde, puede reducirse la superficie sembrada a un quin­ to, un tercio o a la mitad, para lograr un mismo rendimiento, el mayor cuidado, difícilmente es una concesión. Es de esperar que con el tiempo se inventen y se pongan en venta implementos apropiados. Mientras tanto yo preveo hasta cierto punto, la modificación de los planes que seguí en 1939 y 1940. En lugar de cultivar abonos verdes en can­ tidad suficiente para que su incorporación sea imposible con la rastra de discos, preveo emplear más de una temporada para que esté listo para dedicarlo a cosechar; para eso, después de ente­ rrar superficialmente un sembrado de centeno de dos o tres pies de alto, al principio de la primave­ ra, se sembrará algún abono verde que crezca en verano, para incorporarlo más tarde, y a conti­ nuación se volverá al centeno. Esto implicaría dos cosechas de abono verde cada año. No se ne­ cesitarían muchas de esas cosechas cortas, para que el suelo comience a ennegrecerse otra vez. Y por pérfido que parezca, espero que mientras esté

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en marcha esa tentativa, cada siembra irá acompañada de la correspondiente germinación de multitud de semillas de malezas. El disqueo de ma­ lezas verdes con cada incorporación de abono ver­ de, puede ser una manera excelente de reducir la vegetación de los yuyos. En un capítulo posterior nos extendemos más sobre esto. Puede ocurrir fácilmente, que un terreno sea tan refractario al disqueo, que en ninguna forma pueda incorporársele el abono verde. No suspen­ deréis por eso vuestros esfuerzos. No hay que en­ terrarlo con el arado. O, si se lo hace así, hay que volver a arar el terreno, y esta segunda vez, un poco más hondo. Si se ara dos veces, se habrá creado una condición de suelo superior, porque la segunda arada, habrá devuelto a la zona de las raíces la masa de abono verde. Una vez en esa situación, la rastra de discos, será capaz de alcan­ zarla y cortarla. Para su deleite, el que procedió así, se encontrará con que el trabajo no deja teru ¡es, de manera que las operaciones consecuti­ vas podrán abreviarse mucho. Arar dos veces no es un invento nuevo. Ten­ go amigos que recuerdan que los agricultores de una generación anterior, a menudo araban el tré­ bol de otoño, y después, en primavera, araban de nuevo para plantar papas. Aparentemente el mé­ todo resultaba bueno. Sin embargo, en invierno debió de haber ocurrido mucha descomposición bel trébol, y la pérdida por lixiviación de muchos

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de sus productos habría sido inevitable. Además, la descomposición de este material hacía posible en primavera una labor mucho más pulcra, que la que resultaba de arar el terreno dos veces en rápida sucesión. Más de un agricultor que se de­ cida a voltear con el arado una sementera de abo­ no verde, y a volverla a arar inmediatamente, se arrepentirá a los pocos surcos de la segunda ara- . da. El aspecto de la superficie resultante, desalen­ tará a los agricultores que se enorgullecen d.e la pulcritud de su labranza. i El motivo de desazón no es el aspecto de la su­ perficie, sino que está en nuestra noción de lo que es belleza. Se ha aceptado como axiomático, que arar constituye el preludio.de todas las operacio­ nes de labranza. Aun cuando durante muchos años se haya asociado la acción del arado con el deterioro de nuestra tierra, todavía no tenemos conciencia del hecho de que, para resolver el pro­ blema tenemos que dejar de arar; o que si que­ remos continuar con el arado, debemos hacer el trabajo de otra manera. Los métodos que emplea­ mos, cualquiera que ellossean, deben dar como resultado una superficie repleta de residuos que se pudran. Si es necesario, déjese que la super­ ficie del suelo use “barba” de material a la vista. Alguna vez un suelo en ese estado llegará a ser hermoso. “Pretty is as pretty does” no es un refrán nuevo. Aquí es especialmente aplicable, porque si lindo es lo que produce lindo, un campo

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lleno ;de pa ja a la vista, es capaz de un rendimiento de la más alta calidad. El abolengo de un suelo es un asunto de poca monta, en comparación con la capacidad actual de ese suelo, para proveer a las raíces hambrientas, con una solución enriquecida con abundancia de productos de descomposición. Para un terreno que no puede ser manipu­ lado con los discos, además de la doble arada, hay otra alternativa; dejarlo completamente en paz. Esto puede parecer el renocimiento del fra­ caso, pero no hay que prejuzgar. A un suelo in­ tratable, le ocurrirán muchas cosas mientras va descomponiéndose la sementera que produjo. La descomposición “in situ” de una cosecha de abono verde, servirá de granulación. Cuando del desgranamtente-hava^ adelantado lo bastante, un suelo arcilloso puede trabajarse como si fuera arena. Además, si la sementera en cuestión semilla, lo que hará toda vegetación anual, se resembrará en una forma natural; sin ninguna clase de labor, el agricultor contará con una cosecha voluntaria de abono verde. Cuando llegue el tiempo de disquearla, el manipuIeo de esta segunda cosecha será fácil. Admito con franqueza, que el párrafo prece­ dente· es una deducción basada en los efectos co­ nocidos de las prácticas descriptas. Por esta ra­zón la conclusión puede considerarse vulnerable. La mejor sugestión que puedo hacerle a quien quiera que se incline a dudar de la practicabili-

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dad del plan propuesto, es que lo ensaye eii una extensión de arcilla a la que se supone intratable. Yo he visto volverse tan tratable a la arcilla, en condiciones corno las que se sugieren aquí, que podía ser rastrillada como si fuera azúcar molí .la. Antes del tratamiento, la misma arcilla era an sólida, que si un hombre echaba todo su peso so­ bre una pala bien afilada, no conseguía dejar i na marca en la superficie. Por lo tanto, estoy seguro de que la experimentación por venir, apoyará mis pretcnsiones. El abandono del producto de la primera es­ tación, con el fin de dejar a cargo de la naturaleza la cura de los males, puede parecer un derroche de tiempo. La economía de esc procedimiento debe esperar la confirmación hasta que pueda obscr~ varse el resultado de las cosechas subsiguientes. El resultado eventual lo justificará o no. Yo con­ jeturo que los que conocen mejor los suelos, serán los últimos en dudar del resultado eventual, por­ que se conocen bien y se aceptan los efectos reno­ vadores de la materia orgánica en descomposición, porque provoca la granulación del suelo., Respecto a esto, lo único nuevo, es el método propuesto para conseguir ese efecto. Indudablemente la creación de suelo donde ahora no existe ninguno, mediante la incorpora­ ción a la superficie de materiales que se desarro­ llaron en ella, presenta muchas dificultades qtr no se tratan en este capítulo. La idea es demasiado

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nueva para (pie un solo estudioso sin padrinos, y en un solo período de labor experimental, la haya investigado a fondo. Es dudoso en extremo, que la nueva creación de suelos presente dificultades técnicas que no puedan ser superadas. El único requisito para fundar un nuevo sistema de labran­ za, es aparentemente, la investigación siguiendo una o ambas de estas dos direcciones a la vez: pri­ mero, la adaptación de nuestros implementos ha­ bituales para remover la superficie, a la tarea de incorporar cantidades liberales de abono verde; o segando, la invención de equipos nuevos, capaces de servirse de toda la materia orgánica, mezclán­ dola a la parte superficial. No debe perderse más tiempo, a causa de la realización de uno o de am­ bos objetivos.

VIII

EL REY TIEMPO DESTRONADO TODOS los agricultores y los estudiosos en agri­ cultura, están bien enterados de la influencia del tiempo en el crecimiento de las sementeras y plan­ taciones. Para el hombre de la ciudad, un día de sol fuerte en verano, puede ser un acontecimien­ to emocionante, porque proporciona condiciones ideales para hacer picnics, para nadar o para co­ lumpiarse. Para millares de agricultores cercanos, el mismo día puede ser la ocasión de un desastre, que abarque también a la provisión de alimentos en la que tienen un interés vital, tanto el habitante de la ciudad como el labrador. Las lluvias que llegan con retraso de un día para salvar a las pa­ pas, porotos y a la lechuga, afectan al productor y al consumidor, pero mucho más seriamente al primero. Siempre se consideró que el tiempo pertene­ cía a la categoría de los “actos de Dios”, y puede muy bien que sea así. Pero sin embargo también

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puede decirse: “Ayúdate que Dios te ayudará”. No se lograría nada aquí, si se trajera a colación el famoso debate entre el Servicio Forestal y la Oficina Meteorológica, respecto a si los bosques acrecientan las lluvias. Ni tampoco es este el lu­ gar para recordar las conjeturas de los hombres de ciencia, sobre el efecto que tuvo la deforesta­ ción de Inglaterra en los siglos XVII y XVIII, sobre el clima actual de las Islas Británicas. Pero si puede ser útil señalar, que el hombre tiene poder suficiente para alterar algunas de las con­diciones de humedad esenciales para él creci­miento vegetal; y que, por extensión, domina parcialmente alguna de esas condiciones. El hombre puede conservar o puede malgas­ tar la humedad caída del cielo. La tierra de la que tomó posesión, originariamente estaba cubierta en todas partes de una esponja de humus, a veves fragante, empapada de agua. La naturaleza mantuvo a través de las generaciones sucesivas de vegetales, y continúa manteniéndola todavía, don­ de el hombre no la altera, su cubierta destinada a captar el agua. Imitando a la naturaleza, el hombre pudo haber disfrutado de beneficios tales como nunca se atrevió a esperar, en cambio, al no hacer caso del ejemplo desplegado ante sus ojos, ha cortejado al desastre. Entre las condiciones meteorológicas que gobiernan el crecimiento de las cosechas, se ha considerado como la más importante a la hume-

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dad irregular. En lo que se refiere a la humedad, la literatura agrícola nunca ha reconocido la fun­ ción del colchón absorbente que encontramo: en todas partes en la naturaleza. A falta de un tér­ mino mejor, diremos aquí que ese colchón sirve como depósito. Los agricultores emparvan su heno en el campo, y lo dejan expuesto a toda la lluvia que cae. Saben que ninguna lluvia puede penetrar más allá de las pocas pulgadas más superficiales, porque primero deben llenarse los tejidos poro­ sos del forraje. Desde que cada pulgada de esta capa superficial, captará y conservará una pulga­ da de agua de lluvia, el heno subyacente está pro­ tegido de la lluvia. Sabiendo esto, deberíamos comprender que, disqueando dentro de la parte superficial del sue­ lo bastante materia orgánica, ésta será hasta su capacidad total, un depósito dentro del cual que­ dará retenida una gran parte del agua caída. Si se ha provisto al suelo de bastante material ab­ sorbente, como para retener una o dos pulgádas de agua, al caer la lluvia quedan retenidas uná o dos pulgadas de ella en la superficie. Como es na­ tural, esta masa esponjosa proporcionará a las ¿osechas, agua enriquecida con los minerales que toma del material en descomposición que la re­ tiene; de otro modo, sufrirán seriamente duran­ te los intervalos entre las lluvias. No teniendo este concepto del servicio que

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presta un manto de material poroso como ese, los científicos lian razonado respecto al agua en tér­ minos de movimiento capilar dentro del suelo principalmente. Y aún más extraño, algunos, a resultas de sus experiencias, han creído que en las capas superiores del suelo hay poco movimien­ to capilar. Si alguien duda de que tales conclu­ siones hayan tenido cabida en la literatura cien­ tífica seria, puede ser que le interese el relato de una conversación que tuve en septiembre de 1937, con un especialista en cultivos, conocido mío desde hacía unos veinte años. La conversa­ ción se desarrolló así, más o menos: Yo sugerí dudas respecto a la conveniencia de arar. Rápi­ damente me preguntó: “¿Qué hay de erróneo en arar·1, yo repliqué: “se interpone con la capilaridad’. La contestación llegó rápida: “las expe­ riencias demuestran que no hay tanto movimien­to capilar en el suelo como solíamos creerlo antes, es relativamente poco importante en muchos ca­sos, yo repliqué: “bueno, en el terreno sin arar debe haber bastante movimiento capilar hacia la superficie, como para mantener viva la vegeta­ción en los intervalos entre las lluvias”. La últi­ma palabra fué la mía. Las afirmaciones eran correctas. Tales ex­ periencias habían sido hechas. Lo mismo que to­ dos los experimentos sobre suelo, habían sido he­ chas en suelo arado. En el suelo arado, “el de­ pósito” para el agua, está a varias pulgadas de

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profundidad, puesto que al arar, literalmente se despoja a las capas superiores, del agua que les corresponde, al mismo tiempo que se interrumpe el movimiento de elevación del agua capilar del subsuelo. De esas experiencias no podían espe­ rarse otros resultados. Si los experimentos se hubiesen hecho en suelos donde va creciendo el pasto, la historia hubiese sido completamente di­ ferente. La misma desnudez de la tierra arada debe­ ría indicar la ausencia de agua capilar en la su­ perficie. Si el agua capilar estuviera presente, germinarían y crecerían las semillas, porque siempre las hay. ¿Han notado ustedes que en la mayor parte de las campiñas, el único suelo des­ nudo, es el que ha sido arado recientemente? Ha­ ce solamente unos meses que yo descubrí ese he­ cho sumamente significativo, aunque durante toda mi vida lo había visto a diario. Puesto que el terreno arado siempre está desnudo, y puesto que, prácticamente todos los otros terrenos, salvo areas parecidas al Sahara, están cubiertas con alguna clase de verdor, que no podría existir sin suministro de agua, se deduce, aun sin experien­ cias, que en las capas superiores del suelo, no hay agua capilar. Puede repetirse aquí, que mientras Dios, y no el hombre, gobierna el tiempo, no obstante, el hombre puede gobernar algunos de los frutos del tiempo, γ de éstos; tal vez sea el más impor-

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tante, la humedad natural de la superficie del suelo. A este respecto, antes que nada, es indis­ pensable captar la desemejanza en las relaciones del agua, que hay entre suelos arados y sin arar. A continuación hay que comprender, que el mis­ mo tiempo que mata la vegetación en terrenos ara­ dos puede hacer prosperar, o cuando menos impe­ dir que demuestre señales de sufrimiento, a la ve­ getación de los terrenos sin arar. La fase final, consiste en conectar lógicamente la importancia de la materia orgánica con el desarrollo vegetal, y las condiciones del tiempo bajo las cuales pueden prosperar las plantas. Para los fines de esta discusión, podemos su­ poner que toda superficie de suelo que se ha de­ jado sin arar es normal, como también cualquier suelo arado al que se le ha dado tiempo para reco­ brar su movimiento capilar de agua normal (a causa de que la materia orgánica que enterró el prado, desapareció por descomposición). Luego, toda la tierra de pradera y de pastoreo de lasgranjas, lo mismo que el terreno que ocupan los cercos, pueden incluirse en la campiña natural. Es campo natural, porque en su perfil no hay nada que impida que el agua se eleve hacia la superficie. Cualquier interrupción que provocó el arado en épocas anteriores, ha sido eliminada por la des­ composición. Aproximadamente, o del todo, el “potencial” de todos los suelos depende de las acumulaciones

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de mal erial perecedero disponibles en sus superfi­ cies. Juzgando con este patrón, casi siempre se­ ría verdad que los suelos yermos, no arados duranle muchos años, si es que alguna vez se los aró, serían más productivos que los suelos simi ares, incluidos regularmente en la rotación de la; sementeras. El suelo sin arar, tiene la venta a de que el empleo moderado de todos los productos de descomposición, ha sido la regla en él durante todo el periodo transcurrido desde que se lo aró por última vez. I'or otro lado a la tierra de pastoreo en rotación, se le lia quitado de la superficie, pe­ riódicamente, un porcentaje grande de su mate­ rial, lo que da por resultado un desgaste de-pro­ ductos de descomposición. Este desgaste delibe­ rado, aunque inconsciente, da como resultado un suelo inferior, donde antes la productividad era alta. El resultado final es la erosión, y cuando se ha iniciado la erosión, podemos estar seguros de que en la superficie no ha quedado mucho mate­queda, es casi idéntica a la que arrastraron los glaciares en su época. Un agricultor experimentado, deja durante unos pocos anos, una parte de su tierra para pastoreo con el fin de que se eleve su “potencial”. Cuanto más tiempo está en pastoreo esa superfi­cie, tanto más productiva es, al dedicarla a la siem­bra de maíz. Sin embargo, el período en que se la deja en reposo, no es lo bastante dilatado, para

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que se acumule una provisión de materia orgánica, que después enterrará el arado, suficiente para que vuelva a adquirir su estado de suelo virgen. En verdad, parece que el progreso cada vez es menor. Todavía no ha sido descubierto un ardid pa­ra obtener regularmente ganancias substanciales, en tierras· labradas en rotación continua cada tres o cuatro años. Es probable que existan algunos pocos casos excepcionales; pero esta es la regla general. Las acumulaciones que se hacen en el ínte­ rin, no alcanzan a compensar el derroche que hace la arada. En fin, la rotación del tipo descripto, no es un curalotodo para el suelo empobrecido, y lo que es más importante para la tesis de este ca­pitulo, tampoco crea las relaciones que son de de­sear en última instancia, para el movimiento del agua. En el capitulo anterior se demostró que un agricultor puede elevar bastante bruscamente la productividad de su suelo, con la simple interrupciór- de la agotadora operación de arar. Mezclan­ do con la parte superficial del suelo el material per icedero que enterraría con el arado, el agricul­ tor monta la escena para prácticas biológicamente económicas, desconocidas hasta aquí por la la­ branza moderna. Aparte de las cuestiones de nu­ trición vegetal, existen otros mecanismos mediante los cuales, la incorporación superficial de la ma­ teria orgánica concentra fuerzas al servicio de la

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vegetación, que son incapaces de operar cuando se ara el terreno. Cada tonelada de materia orgánica rrezclada con la superíicie del suelo, será capaz de conte ner mucha más agua absorbida, que la que podría contener si se la entierra a la profundidad del arado. “¿Por qué? Porque al no ser comprimida por tanto espesor de suelo, su volumen será ma­ yor, y es necesario recordar que la materia orgá­ nica retiene agua volumétricamente, mientras que los minerales del suelo tienen que retenerla sola­ mente adherida a las superficies exteriores ele sus partículas. El agua corre hacia el interior, de los fragmentos orgánicos, mientras que se escurre entre las partículas de arcilla, arena o cieno; lue­ go, podemos esperar correctamente, que todo ma­ terial absorbente, que trabajamos dentro de la su­ perficie del suelo, retendrá el agua de las lluvias con mucha más eficacia que el mismo material en­ terrado por el arado. Verdaderamente, la materia orgánica sepultada con el arado, recién tiene opor­ tunidad para captar y conservar el agua de la lluvia, después de que esta se haya abierto camino, a traves de varias pulgadas de cristales minera­ les. Por lo común, las condiciones son tales, que es más fácil que una parte del agua se derrame por la superficie, y no que toda el agua caída se abra camino hacia abajo, dentro del suelo. Lue­ go, esto significa que cuando toda la’materia orgánica se encuentra en la superficie del suelo, él

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es capaz de tomar agua desde arriba y desde abajo, y en mayor volumen, porque el volumen de la materia orgánica es mayor. Indudablemente los suelos negros origina­ rios que conocieron nuestros padres, pudieron ab­ sorber directamente y a la velocidad con que caía, varias pulgadas de lluvia en unas pocas horas. Es improbable que en esos suelos cuele mucha agt a a través de la zona superficial de materia orgánica. El mantillo de hojas liviano y mullido, o la capa esponjosa de las raíces de los pastos, se van llenando gradualmente con el agua de la llu­ via a medida que cae. Relacionado con esto, quie­ ro recordar el relato que me hizo uno de los agrónomos más conocidos de este país. Mientras inspeccionaba un suelo sumamente orgánico, cer­ ca de la cima de una ladera en la montaña, cayó un fuerte chaparrón. El declive de la cuesta era un poco menor de 45 grados. Los que están fami­ liarizados con la geometría convendrán de que se trata de un terreno bastante escarpado. El agró­ nomo permaneció allí durante toda la tormenta para observar el curso del agua a medida que caía. Dijo que hasta donde lo pudo determinar, no hubo derrame superficial. Y dijo además, que si se derramó alguna, no arrastró consigo nada de suelo. Entonces, disquear cosechas abundantes de abono verde en la superficie del suelo, es una manera excelente de crear precisamente en la su-

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perficie del suelo, una reserva de agua, de la cual la extraerán continuamente las raíces de las se­ menteras, hasta que la agoten. Es una incidida evidentemente mejor que el principio de permitir que el agua penetre hasta la profundidad del sue­ lo, con la esperanza de que la capilaridad la de­ vuelva a la superficie cuando se la necesite. Apar­ te de retener una copiosa reserva de agua en la zona délas raíces, la materia orgánica recibe cons­ tantemente agua capilar desde abajo, la cual reem­ plaza, cuando menos en parte, a la reserva de la cual la van absorbiendo las plantas. Esta provi­ sión de reserva, sirve para que las cosechas supe­ ren períodos largos de sequía, que de otro modo las perjudicarían seriamente. En una fuente como esa, hay agua disponible muchos más días duran­ te la temporada de crecimiento, que la que habría a la disposición, en el caso de que las condiciones superficiales fueran tales que permitieran el de­ rrame y el derroche de parte de la lluvia. He aquí, “conservación de los recursos naturales”. Sin embargo, esto no es más que una parte de la historia. El agua almacenada en la materia orgánica superficial, es empleada constantemente para ayudar a la descomposición del material que. la contiene. No sólo ayuda a esta descomposición, sino que disuelve y a su vez retiene los productos puestos en libertad. Por lo tanto, mientras haya agua retenida en los tejidos orgánicos, ella se va enriqueciendo continuamente con las sustancias.

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de desecho que componían la materia orgánica. Y todo este enriquecimiento, se añade a los minera­ les que el agua capilar recogió y disolvió en la pro­ fundidad del suelo antes de ser absorbida por la materia orgánica. Podrá comprenderse con pres­ teza, que bajo estas condiciones, son varias las influencias que trabajan en común y con eficacia, y que no lo podrían hacer así, si la materia orgá­ nica estuviera colocada a 6 u 8 pulgadas de pro­ fundidad, hasta la cual, relativamente pocas veves, llegan las raíces. En este momento el lector tendrá que recor­ lar, que en el suelo arado el anhídrido carbónico liberado penetra en la capa superficial del suelo, y que este gas no podrá transformarse en ácido carbónico, a causa de la necesaria sequedad de las capas superiores. Con el nuevo procedimiento,, con toda la sustancia orgánica en la capa superfi­ cial hay abundancia de agua en la vecindad, para que se disuelva el anhídrido. Y desde que el áci­ do carbónico es uno de los mejores solventes naturales para los minerales, su acción sobre las partículas de roca cristalizada, libera con el fin de que los empleen las plantas, cantidades de potasio, fósforo, y otras sustancias nutritivas, que de otro modo no estarían disponibles. No estoy preparado para discutir hasta que punco esa liberación de minerales de la roca, povdiíc sustituir a las aplicaciones de fertilizantes químicos. Es una cuestión interesante y de mucha

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importancia. Todo agricultor querrá sabe;, y tiene derecho a conocerla, la contestación. Si es posible que el ácido carbónico liberado en desuelo, proporcione bastante cantidad de minerales extraídos de fuentes orgánicas, entonces sena inne­ cesario comprar fertilizantes minerales. Lo único que puede afirmarse con seguridad es esto: si un agricultor logra incorporar a su suelo bastante materia orgamca como para igualar la provisión que tenía el terreno cuando era virgen, puede en ese caso esperar razonablemente que recogerá co­ sechas máximas sin fertilizantes. Una manera fá­ cil de comprobar este principio, consiste en dejar fajas sin fertilizantes en todos los campos como ese. Cuando sea imposible distinguir esas fajas al cosechar, entonces, la necesidad de fertilizantes habrá desaparecido. Sin duda que en el transcurso de unos pocos años tendremos información oficial sobre ese punto. ¿Y, cómo podremos esperar que reaccione la planta en sí, a las condiciones óptimas descrip­ tas? Exactamente en la misma forma que reac­ ciona cualquier otro ser vivo a cantidades cons­ tantes de alimento. Las plantas establecen la mayor parte de sus millones de raíces en los frag­ mentos orgánicos. Aquí no hay ni la más ligera posibilidad de que se pierda el alimento destinado a ellas. En el mismo momento en que es liberado, el agua que lo contiene es absorbida por la raíz, y sube dentro de la planta. El asunto de arraigar

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profundamente a las plantas, tan ampliamente dis­ cutido durante los años pasados, no tiene más su razón de ser. Ahora cesa de existir la nece­ sidad de que las raíces penetren en la profundidad del suelo. Su provisión alimenticia está en la su­ perficie. El agua contenida en esta materia orgá­ nica está activamente empeñada en destrozar los tejidos muertos, con el fin de proporcionar ma­ teriales para construir la nueva vegetación. Tam­ bién están involucradas las bacterias, y sin ellas no podría ocurrir el proceso. En este caso se trata de una situación en que “todas las cosas actúan ' juntas para bien”. El proceso está tan estrecha­ mente entrelazado, que en ninguna parte queda la oportunidad para que se pierdan materiales nu­ tritivos. Las raíces que van a la profundidad, en esa situación, actúan en desmedro de la planta que representan; sólo son útiles como anclaje. Ahora será evidente que el hombre puede dominar en una considerable extensión a las llu­ vias que caen sobre su terreno, estación tras esta­ ción. Esta conclusión se apoya en razones que pueden resumirse así: mediante un manejo correc­ to del suelo, se puede conseguir que retenga la precipitación natural, exactamente en el sitio a cuyo nivel, las raíces de las plantas buscan nor­ malmente sus elementos nutritivos esenciales. La presencia de una masa orgánica en la super­ ficie, al disolverse enriquece en tal grado al agua que, volumen por volumen, el agua que la contie-

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ne produce más vegetación que el agua contenida en ios minerales solamente. El agua contenida en la masa orgánica está a la disposición de las plan­ tas, sin que haya oportunidad para que se pierdan o malgasten en ninguna forma las sustancias nu­ tritivas destinadas a ellas. Si se tienen en cuenta estos importantes fac­ tores, no es mucho suponer que diez pulgadas de lluvia pueden realizar tanto como lo que comun­ mente se espera de veinte. Del mismo modo, con lluvias abundantes puede ser fácilmente posible, producir varias veces más que lo que en término medio produce el país en conjunto. La verdad respecto al tiempo, es que el hom­ bre puede sacar todo el provecho de él, si así lo quiere.

IX

LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO El drenaje de suelos mal drenados y satura­dos que se destinan a cosechar, es una práctica bien fundada”. Es verdad. En efecto, el drenaje ¡subterráneo, probablemente está demasiado bien establecido en muchos lugares. Hemos instalado tantos caños de drenaje subterráneo, que han afectado adversamente, a la provisión de agua,, para no decir nada sobre el problema serio de los rendimientos de las cosechas. La sabiduría que çe va adquiriendo con la experiencia, nos dice que el drenaje subterráneo instalado donde no es im­ perativamente necesario, es el medio más seguro para disminuir el rendimiento de las cosechas. Tal vez las acusaciones más serias contra el dre­ naje subterráneo artificial sean estas: pri ñero, lo más probable es que el terreno donde cayó la lluvia necesitase el agua que se fué por los caños, y segundo, que es posible que el agua malgastada por los drenajes innecesarios, vaya a rqolesta p cop

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sus avenidas, a gentes inocentes aguas abajo, porque las crecientes no tendrían porque ser tan altas. Por lo tanto, el drenaje subterráneo es un factor de trastornos, en relación con los recursos locales de agua y las inundaciones repetidas con frecuencia. En consecuencia, todo aquel que esté interesado en eliminar un irritante lugar anegadi­ zo, tiene la obligación de mirar más allá de su necesidad inmediata, antes de decidirse a mandar agua adicional a las corrientes. ■ La cita que sigue a continuación, tomada del Anuario del Departamento de Agricultura do EE. UU. para 1938, indica que se coloca mucho drenaje subterráneo innecesario, con la aproba­ ción de los especialistas en labranza. “Durante algunos años los agricultores han visto que en campos buenos, los lugares bajos se anegaban, con pérdida de trabajo, semilla y abono químico, para no mencionar el valor rentístico del campo, que rara vez se toma en cuenta. Sin em­ bargo, poco o nada intentaron hacer para dre­ narlos, hasta que pasaron de los caballos a los tractores. Cuando la pesada maquinaria se atas­ caba en el fango, se decidieron a drenar. Dándose cuenta de que esto afectaba seriamente la venta de maquinaria agrícola, y probablemente con el deseo de mejorar la capacidad adquisitiva de los agricultores, un fabricante publicó un boletín so­ bro drenaje, (Drain the Wet Land por R, A. Hay-

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ne, Chicago 1921) aunque la compañía no pro­ ducía herramientas para drenaje. Estas citas indican el punto de vista autén­ tico, vigente entre los agriculturistas profesiona­ les, y prueban que en realidad, pueden colocarse instalaciones imprudentes de drenaje subterráneo, con la aprobación cabal de los consejeros en la­ branza. A decir verdad, una lectura cuidadosa del capítulo de donde se toman las citas, revela que no se hace ninguna prevención, para no excederse en lo que se considera una práctica excelente. Se saca la impresión de que el futuro éxito del granjero, depende en gran parte de la perfección con que se drene la superficie de cultivo. Por cierto que los autores no se alarman por temor de que se co­ loque demasiado drenaje en las granjas. Los “manchones anegadizos” dan la prueba visual de que aparentemente es necesario drenar con caños. Aparecen en terrenos que originaria­ mente no permitían que se estancara el agua, y a medida que transcurren los años, aparecen más y más de esos bajos anegadizos, en tierras que an­ teriormente no necesitaban drenaje subsuperfi­ cial. Antes de poder diagnosticar correctamente esa manía de drenaje excesivo, debemos saber lo que son en realidad esos manchones anegadizos, y porque aparecen donde lo hacen. Será útil para nuestro análisis, que tomemos en cuenta la apa­ rentemente falta total de comprensión sobre, los hechos del suelo, exhibida hace algún tiempo en

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una reunión de paperos. El incidente es ilustra­ tivo. En la tierra de uno de los paperos, se había presentado un problema de drenaje. Había des­ cubierto que el agua se estancaba en cierto paraje bajo. Sabía que no lejos del agua parada habíh un sistema de drenaje de caños. Cuando desapare­ ció el agua lo buscó, y se encontró con que el caño estaba directamente debajo del centro del charco. Mientras aún había agua parada, por la boca de salida corría agua, luego, éste no sólo no estaba obstruido, sino que fácilmente hubiera podido lle­varse el agua detenida. Y sin embargo, el agua permanecía durante días, encima mismo de esta línea de drenaje en actividad. El terreno en cuestión era arcilla maciza lacustre; a pocas millas de Lago Erie. Después del debate libre, el veredicto de la asamblea fué que, a causa de habérsela trabajado en exceso, o cuando estaba mojada, esta arcilla maciza se había comentado. En esas condiciones la arcilla sólo conduce agua por capilaridad y muy lentamente, de modo que este veredicto probablemente era correcto. De cualquier manera, encuadra bien dentro de la velocidad baja con que desapareció el agua detenida. El alisamiento del suelo que hace el arado de vertedera cuando el terreno está demasiado húmedo, repite la misma cosa que hace una marrana con el fondo de su revolcadero, cuando encuentra un poquito de agua detenida en

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él. Unta el barro revolcándose como un barril cue va y viene, en una forma que alisa eficazmente la superficie y la hace impermeable. La próxima vez que llueva, tendrá un hermoso lugar para re­ volcarse, y el agua permanecerá hasta que se evapore. Ninguna marrana que se respete, tra­ tará de hacer su revolcadero, a menos de que el lugar sea de característica mineral, completamen­ te libre de paja, marlos u otros residuos orgáni­ cos. Estos materiales drenarían el agua, a causa de que Ja estructura celular abierta de la materia orgánica es conductora del flujo de la humedad. Evidentemente estos granjeros tenían buen material para revolcadero de cerdos, y eso era justamente lo que no deseaban tener. No solo lo tenían al pie del declive, sino también sobre teda la pendiente alrededor del sitio anegado. Eviden­ temente lo que debían de hacer, era lo contra do de lo que hizo la marrana; debían proporcionar drenaje orgánico a la pendiente de los alrededo­ res de la parte anegadiza, para que el agua no convergiera a ese lugar. Su fe en el drenaje sub­ terráneo, y su firme creencia de americanos tes­ tarudos, de que cuanto más cuesta una cosa tanto más vale, les impedía pensar en esta solución sim­ ple y poco costosa de sus problemas. El agua que cae sobre las partes altas de un talud en declive, posiblemente no puede llegar al pie, si el suelo intermedio es absorbente. El suelo realmente absorbente no puede conducir

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agua sobre su superficie. Existen dos fuerzas que actúan para impedirlo; la atracción vertical de la gravedad por sí sola basta para llevar al agua dentro del suelo, siempre que la superficie del suelo no se haya hecho impermeable, y la atrac­ ción capilar de cualquier superficie absorbente re­ fuerza la acción de la gravedad. Supongamos que un techo está cubierto por un cojín de media pulgada de papel secante; ¿cuándo veremos cho­ rrear agua del techo? Por cierto que no veremos chorrear agua hasta que se sature el papel se­ cante. Este modo de pensar se aplica a cualquier declive, sobre el que acostumbra a correr el agua. Si el agua llega al bajo, lo hace solamente por­ que el estado de la superficie la obliga a derra­ marse. En relación con esto es muy interesante recordar las observaciones de un agriculturista eminente con quien yo discutía el problema. Yo le sugería que poca agua podría escaparse de un “suelo de abra”,1 y estuvo de acuerdo conmigo. Reforzó mi modo de pensar, dándome la infor­mación de que había visto “suelo de abra” en pendientes de 90 por 100, y aunque los vigiló du(*) Un suelo de abra es el que resulta de condiciones metereológkas que año tras año, arrastran a las hojas hacia el mismo lugar. Las laderas que están a sotavento, a todo lo largo de las cimas de los Montes Apalaquios, desarrollan suelos de abra, siem­ pre que las laderas de barlovento estén cubiertos de bosques que produzcan hojas. El incremento anual de hojas mantiene al suelo siempre abierto de modo que el agua no puede abandonar el sitio donde cae, hasta que toda la masa de suelo esté embebida total­ mente. La fertilidad de estos suelos es increíblemente elevada.

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rante una fuerte lluvia, no pudo observar nin­ gún derrame. Si el agua se rehúsa a derramarse sobre una pendiente del 90 por ciento cubierta con una ca­ pa de material absorbente, con seguridad que eso nos da la clave para resolver el problema del de­ rrame en los ligeros declives que cultivamos co­ rrientemente. Si pudiéramos hacer que las capas superficiales del suelo absorban hasta cierta pro­ fundidad, no tendríamos que preocuparnos por el derrame y la erosión, del mismo modo que nadie se preocupó con estos problemas, cuando el terre­ no era nuevo. En ese entonces ambos no eran problemas. Colocar un sistema de drenaje subterráneo en un terreno en el que se ha desarrollado una aparente necesidad de drenaje, es un asunto de trascendencia económica. El drenaje de caños cuesta mucho dinero. Bien hecha o mal hecha, también es costosa la instalación de los caños. Y a lo mejor, los resultados pueden no ser más que la desaparición de los síntomas del mal, que debió haber sido atacado con medios más correctos. Por cierto que en vista de la inversión' necesaria que suponen las instalaciones de drenaje subte­ rráneo, sería aconsejable algún trabajo previo, destinado a que el suelo de las pendientes que cir­ cundan la parte anegadiza se haga más poroso., antes de tomar la decisión de invertir en el te­ rreno un desembolso de dinero y trabajo, que por

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dría fácilmente igualar el valor previo del mis­ mo' terreno. En realidad, nadie sabe si es posible devol­vere al suelo su porosidad original. Sabemos que la materia orgánica que está en la superficie,·' como en los suelos de abra, impide prácticamente todo derrame, pero no tenemos manera de saber si será posible incorporar bastante materia orgá­ nica a un suelo, para hacer que absorba toda el agua de la lluvia. También sabemos que el costo actual de sembrar centeno y disquearlo en el te- rreno seria una bagatela comparado con el costo de una instalación de drenaje. Lo que sí es cierto, es que si se entierra una cosecha de centeno con el rado, no disminuye el derrame; de hecho, el derrame es mucho peor en un terreno que ha sido arado, y está desnudo porque se lo aró. Conocidos todos estos hechos, aparentemen­ te, y como operación preliminar, vale la pena ha­ cer la prueba de suprimir los bajos anegadizos, impidiendo que los derrames de agua lleguen has­ ta ellos, antes de iniciar la operación mayor; el drenaje subterráneo. La única manera de impe­ dir que el agua llegue al terreno bajo, es crear condiciones que la retengan en el sitio donde cae. Para que un suelo erosionado absorba el agua, puede ser necesaria la incorporación de varias co­ sechas de abono verde en la capa superficial. Pe­ ro aunque eso fuera necesario, económicamente sería preferible a gastar el dinero en drenaje sub-

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terráneo; porque si podemos conseguir que toda el agua pluvial que cae en el terreno, penetre en él, habremos hecho un trabajo perfecto de con­ servación de la provisión de agua. A causa de que hay una necesidad urgente de conservar el agua, debe mirarse sospechosa­ mente toda sugestión para hacer drenajes subte­ rráneos adicionales. Existen razones importantes para adoptar esa actitud: 1) En muchas partes del país, existe ahora una seria escasez de agua durante la- mayor parte del año. Las ciudades amplían el area donde ex­ traen su provisión, abarcando vertientes nuevas. La napa de agua en la mayor parte de las comunas agrícola, es notablemente más baja, porque en muchps casos ha habido que profundizar los pozos para alcanzar una napa qeu se aleja. 2) Las sequías son más comunes y de efectos más serios. Hablando en general, esto es cierto para la mayor parte del país. Antes de proseguir con el planeo de la instalación de nuevas líneas de drenaje subterráneo, deberán teerse en cuenta am­ bas condiciones. Cada una indica que las reservas de agua de la mayor parte de los vecindarios, en lu­ gar de ser demasiado grandes, son demasiado pe­ queñas. Parece una necedad proyectar la extracción adicional de agua en los sitios donde ya existe escasez, como lo indican el descenso de las napaé y la prevalencia de las sequías.

También deberá recordarse que el drenaje subterráneo es una puerta de salida permanente para el agua del suelo. Toda el agua que alcance el drenaje será conducida lejos. El drenaje puede

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instalarse con el solo propósito de llevarse en pri­ mavera, unos pocos cientos de galones de agua, estancados en un terreno bajo; pero está en su lugar durante los 365 días del ano. Con la misma libertad que se lleva el exceso de agua, está obli­ gado fatalmente a llevarse agua necesaria, a me­ dida que drena por él. ¿Cuáles son sus efectos sobre las innundaciones? Una sola instalación de drenaje subte­ rráneo, no va a influir en forma notable sobre la altura .de una creciente, pero en conjunto, la co­ rriente que fluye de todo el drenaje subterráneo de una cuenca dada, aumenta las avenidas que si­ guen a las grandes lluvias. En verdad, algunos suelos de textura suelta, antes de que se hayan asentado con firmeza después de la pulsación in­ vernal, cuando reciben las grandes lluvias de pri­ mavera, ofrecen en realidad tan poca resistencia filtrante al pasaje del agua, que cuando esta aban­ dona el drenaje subterráneo, todavía está fango­ sa. Esto es un testimonio elocuente de la velocidad couque el agua pluvial puede alcanzar las corrien­ tes·; aunque penetre en el suelo; así se suma a la destructividad de los desbordamientos. Con se­ guridad que esa rápida eliminación del agua que encuentra drenajes subterráneos, no puede ser be­ neficiosa ni para el labrador en cuyo terreno cae ni para el otro, cuya granja debe inundar en su camino al mar. Se considera que la instalación de drenajes

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subterráneos es una operación tan eficaz, cue cuando se los va a instalar, solo se plantea un in­ terrogante; la capacidad del granjero para finan­ ciar los costos de compra e instalación. Esta ma­ nera poco criteriosa de abordar el problema, se remonta al hecho de que los primitivos proyectos de drenaje, a menudo se amortizaron con el pro­ ducto de las cosechas del primer año posterior a su instalación. Estos proyectos estaban destinados a hacer descender lo que en realidad era la napa de agua, en terrenos de marisma. Las instalacio­ nes que se ofrecen corrientemente, tienen el ca­ rácter de expediente, y se las proyecta para corre­ gir trastornos que evidentemente fueron causados por el derrame. Si tenemos en cuenta que la gravedad tiro­ nea continuamente al agua del derrame para arrastrarla dentro del suelo, en el hecho de que a pesar de eso toda el agua no. penetra en él, tene­ mos una prueba de que a la superficie del suelo le ha ocurrido algo serio; porque originariamente todos los suelos eran tan absorbentes comó’ los suelos de abra. El cambio solo se explica per la pérdida de materia orgánica. La mecánica real de la situación, puede resultar más difícil de en­ tender, por las limitaciones visuales humanas. Las hormigas y otros seres que se arrastran, habitantes de la superficie del suelo, reconocen que las condiciones han cambiado. El cambio las afecta vitalmente. Algunos de ellos están obliga-

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dos a cambiar de habitat, a causa de que la materia orgánica ha desaparecido del suelo superficial. Cuando en los orígenes, los fragmentos de materia orgánica en descomposición separaron a los minerales del suelo, estas pequeñas formas de vida,, bien pronto fueron capaces de penetrar a traves de la superficie, debido al carácter poroso de' suelo. Una vez debajo de ella, encontraron agua y alimento en la misma materia orgánica. Muchas clases de esos habitantes de la superficie ahora son incapaces de penetrar en el suelo exclusivamente mineral, debido a su falta de porosidad. En una época contribuyeron al drenaje natural. Actualmente no lo pueden hacer con frecuencia. No está en nuestro poder remediar el defecto con medios artificiales, tales como el dre­ naje subterráneo. Nosotros los humanos, nos apercibimos de la presencia de materia orgánica en el suelo, porque el material carbonizado parcialmente descompues­ to, le comunica un tizne negro. Aunque no poda­ mos ver los fragmentos del suelo, los pasadizos que depara la porosidad, permiten a las pequeñas miajas de vida que existen sobre él y dentro de él, viajar por el subsuelo tal como nosotros viaja­ mos por el subterráneo. Cada tallo que haga sa­ liência, es para ellos otra entrada al subterráneo de la abundancia de alimento y agua. A causa de que estas pequeñas formas de vida dependen de li materia orgánica en descomposición, la desapa-

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rición de la materia orgánica de nuestros suelos, ha provocado un cambio completo en la fauna de la superficie. La comparación más casual del sue­ lo de la foresta, con la del terreno en erosión de nuestras granjas, demostrará que uno hierve de vidas diversas, mientras que el otro está casi des­ provisto de ellas. Entonces, con la desaparición de la materia orgánica en un suelo que anteriormente estaba bien provisto de ella, se llega a condiciones de su­ perficie, que en lo esencial son tan desérticas co­ mo el desierto mismo. Unicamente la prevalencia de lluvias mayores distribuidas razonablemente) durante todo el año, impide que los suelos del hú­ medo Este, sean tan estériles como los suelos del desierto de Arizona. En todo caso algunos son casi tan estériles. Cuando los centípedos, las la­ gartijas, se van de las tierras de labranza, lo ha­ cen respondiendo a un proceso natural, que con toda propiedad podría llamarse desalojo. El suelo puede mostrar todavía un poco de color negro, cuando la última de esas formas de vida desapa­ rece de él, pero su partida significa que la provi­ sión de materia orgánica se ha reducido en tal forma, que la superficie del suelo, en el futuro no es un habitat conveniente. El desalojo de las formas de vida minúscula, monta la escena para esos grandes problemas de drenaje, de los que se ocupa este capítulo. El remedio consiste en res­ taurar de inmediato el estado orgánico del suelo,

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y con él, la vida rebosante que depende del estado orgánico. Esto es equilibrio orgánico, que no to­ lera jamás que se creen condiciones que se supone que el drenaje subterráneo bonifica. Es evidente que si el agua es incapaz de tras­ ladarse desde el sitio donde cae, las partes anega­ dizas de los bajos, desaparecerán cuando no llegue agua para empaparlos. Y es igualmente obvio, qtv todas las obras de ingeniería que se proponen ahora para contrarrestar el daño hecho al terreno por la lluvia, no tendrán razón de ser. Excepto en los pantanos, el drenaje subterráneo será supérfluo. Y podrá prescindirse de las terrazas, que a nx*nudo son más costosas que el drenaje. Probablemente, sería una bella cosa, prelimi­ nar a toda acción concertada de los organismo gubernamentales para corregir el actual estado impermeable de la superficie del suelo, si cada agri­ cultor tapara las salidas de la mayor parte de mis líneas de drenaje. Esto daría al agua que ahora inunda los valles, una oportunidad para hundirse profundamente en el terreno, de donde la capilaridad podría extraerla de nuevo. Tal medida, reali­ zada por todos los granjeros de una cuenca de cerminada, tendría también importancia para au­ mentar la provisión de agua en los pozos de la comunidad. A más de un granjero le agradaria poder dedicar a sus cultivos, el tiempo que debe malgastar baldeando agua para sus animales. N

LA FALSEDAD DEL DRENAJE SUBTERRÁNEO

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todos los vecinos taparan sencillamente todas las instalaciones de drenaje subterráneo, es probable que descubrieran que en adelante no tendrían que baldear agua. Esto sería sólo uno de los numerosos bene­ ficios. El aumento de la provisión de agua para los sembrados y plantaciones, sería el más impor­ tante. Con ello podría apresurarse el desarrollo de las plantas, y se acortarían los períodos entre las lluvias, cuando las plantas sufren por falta de agua. Hay otros beneficios menos evidentes pero no menos importantes, que seguirían a la oclu­ sión de las líneas de drenaje subterráneo. Sin em­ bargo para evitar (pie se repitieran los manchones de terreno empapado, sería bueno que el agricul­ tor trabajara dentro del suelo que rodea esos manchones, una cosecha de abono verde, antes de ocluir las salidas. Cuanto antes transformemos en historia antigua muchas de nuestras prácticas de labrar el sudo, más pronto nos claremos cuenta de que, de­ bajo de nuestros pies y en casi todas las partes en la tierra por donde querramos caminar, yace casi literalmente el Jardín del Edén. Todavía no hemos comenzado a horadar el barril de las po­ tencialidades Tlel sucio para producir cosechas ·

¿QUÉ HAY SOBRE TIPOS DE SUELO? CUANDO Colón y los exploradores que le si­guieron, vieron nuestra tierra por primera vez, respecto al suelo, no existía nada que permitiera distinguir esas variantes en aspecto y comporta­miento, que hoy se designan como tipos de suelo.* Aun varias generaciones después de la invasión europea, hubiera sido imposible determinar, si la mayor parte de los suelos vírgenes, eran arcillosos, rocallosos o arenosos principalmente. Toda la faz de la tierra estaba cubierta y mezclada con una masa de materia orgánica tan manifiesta, que desafiaba los mejores esfuerzos del hombre para descubrir la distribución característica de los componentes minerales del suelo. En ninguna parte, o casi en ninguna parte, los suelos podrían haber sido clasificados en categorías más específicas que los amplios grupos generales, conocidos hoy como suelos de bosques, de campos de pastoreo, desérticos e intermedios. Los tipos de suelo

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tal como nosotros los conocemos ahora, han lle­ gado a ser discernióles gradualmente, a medida que ha ido desapareciendo el negro disfraz de ma­ teria orgánica. Así que los suelos se han hecho improductivos a causa de la remoción incompen­ sada de materia orgánica, nos ha sido posible cla­ sificarlos en un sistema complicado de grupos y subgrupos, de aspecto y comportamiento caracte­ rísticos y totalmente diferentes. Aquí no se hará ninguna tentativa para es­ clarecer el asunto de la clasificación del suelo, que es sumamente técnico. Para esa información, el lector puede remitirse actualmente a un libro muy ameno sobre la materia, escrito por un hombre cuya familiaridad con el tema, probablemente es única en este país. Charles E. Kellog, Jefe de la Inspección del Suelo del Departamento de Agrh cultura de EE. UU. publicó a fines de 1941, su “The Soils That Support Us”. (Los suelos que nos sostienen). En mi opinión no hay a mano una fuente más asequible que esa, donde el lector pro­ fano-pueda adquirir una información correcta so­ bre el tema. Después de haber leído el libro de Mr.' Kellog, el lector que desee informaciones más detalladas sobre los tipos de suelo caracte­ rísticos de una determinada región del país, en­ contrará muchos datos útiles en “Soils and Men”; el Anuario del Departamento de Agricultura de EE. UU. para 1938. Todavía puede obtener más deta les, sobre zonas más limitadas, un condado

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por ejemplo, consultando el mapa del suelo de di­ cho condado, si es que se publicó alguno. Aquí nos ocuparemos de determinar, como se puede rehabilitar a los suelos perjudicados, sin tener que esperar la repetición de los procesos naturales, que originariamente los crearon. En la naturaleza, la creación del suelo es muy prolon­ gada. La gente amenazada hoy por el hambre y la carestía, mira con aprensión la supuesta nece­ sidad de devolver los suelos agotados al bosque y al pastoreo, y esperar varias generaciones, hasta que llegue la época en que sea posible limpiar y desmontar los nuevos suelos para la labranza. No aparece con claridad, la forma en que podrán subsistir en el Ínterin las generaciones interme­ dias. El pesimismo que demuestran muchos de nuestros estudiosos del suelo más eminentes, tie­ ne amplia justificación. El presente capítulo se propone mitigar los temores engendrados por esos tristes presagios. Cuando en el asunto de la conservación de la fertilidad del suelo, se estudia la historia del pensamiento sobre el tema, en los últimos tre ita* años, se justifica que entre los científicos haya cundido el pesimismo. Este período, ha sido tes­ tigo, y principalmente aquí en los EE. UU., de los esfuerzos más activos que se han conocido en el mundo, para devolverle al suelo su capacidad productiva original. Un número de ideas contri­ buyeron a iniciar la ola de interés nacional por

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el mejoramiento del suelo. Es un hecho estable­ cido, que la población rural declinaba invariable­ mente, mientras crecía la urbana. Se ha pronosti­ cado sin reservas, que dentro de unas pocas dé­ cadas, la población del mundo podrá ser dema­ siado grande, para la capacidad de producción de ali.nentos de nuestros suelos. También ha ido crecit ndo la convicción de que la ciencia química pu ide guardar el secreto de la fertilidad perma­ nente del suelo. Esas influencias contribuyeron a la creación de organismos apadrinados por el go­ bierno, con el propósito de dar a los labradores una información general, sobre la necesidad de prácticas definidas para velar por el mejoramien­ to del suelo. En una forma universal, las medidas que se recomendaban, en un punto u otro, invo­ lucraban desembolsos de dinero. Además, pronto fué evidente que es mucho más fácil mantener la fertilidad de los suelos que aún producen buenas cosechas, que restaurar la capacidad productiva de los suelos que han perdido del todo su tizne negro original. Durante varios años, el gobierno no poseyó medios para ayudar financieramente a los agri­ cultores. Para que un granjero pudiera hacer* lo que se le recomendaba, era necesario que tu­ viese dinero o crédito. No se le dió ninguna ayu­ da a una multitud de granjeros que la necesita­ ban. El resultado fué que sin propornérnoslo, desarrollamos una serie más o menos estratifi-

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cada de clases agrícolas con tendencias precisas a la especialización. Así se esbozaron varias cla­ ses. Algunos agricultores generales se hicieron in­ vernadores, otros tamberos, otros avicultores y etcétera. En cada clase, algunos conservaren un mínimo de labranza general, mientras completa­ ban el equipo mecánico necesario para su especia­ lidad. A causa del progreso que se hizo en esa dirección, se creó una interdependencia entre los granjeros, quienes además, tuvieron que depender en forma creciente, de la población urbana, para satisfacer necesidades que anteriormente proveíah por sí mismos. En esa forma se desarrolló un tipo de agricultura comercializada, para no de­ cir industrializada, que practicaban los mismos agricultores que originariamente eran capaces de seguir las instrucciones de los comisionados ru­ rales. Mientras progresaba esta cruza en un grupo afortunado financieramente, en el otro extremq de la escala, y en una forma igualmente eficaz, tenia lugar una degeneración. Gentes cuyas tie­ rras habían perdido la mayor parte de su materia orgánica, se veían en tales dificultades, antes de que se iniciara el programa agrícola del gobierno., que no pudieron seguir las instrucciones más im­ portantes de sus consejeros. Tenían buena volun­ tad, pero muy pocos entre ellos tenían suficiente dinero para dar comodidades a sus familias, y no

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podían ahorrar nada para dedicarlo a mejorar el suelo. El reconocimiento tardío de la relación ne­ cesaria entre la degeneración del suelo, y la falta de dinero para mejorarlo, dió por fin como resul­ tado la creación de medidas legales, para ayudar a los agricultores en apuros a rehabilitar sus tie­ rras. Ahora existe un número de organismos en condiciones de ayudar a los agricultores, quienes pueden obtener préstamos para muchos proyectos, que antes no se lograban. En situaciones desespe­ radas, hasta pueden hacerse donaciones de ayuda? En efecto, las leyes del Congreso y las reglamen­ taciones de su aplicación, son tan liberales, que abarcan todas las condiciones concebibles de apre­ mio en agricultura, y que algunos de los varios organismos pueden socorrer, siempre que pueda hacérselo con dinero. La intención del Gobierno no fué entonces, ni lo es ahora, darle tanta expansión al programa actual de rehabilitación, como para que incluyera a todos los agricultores cuyas tierras la requie­ ran ; una empresa tan vasta, exige más dinero que todo el que pudiera arrebañar el gobierno más ri­ co del mundo, mediante impuestos. Se espera que las instituciones de crédito privadas, se hagan cargo de la tarea en las localidades necesitadas, donde funcionan. En efecto, en ciertas regiones esto ya se está haciendo en pequeña escala. Sin embargo, en las regiones del país donde la nece-

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sidad de mejorar el suelo es más aguda, los ban­ cos locales, como es natural, reflejan la pobreza de sus clientes los agricultores. Por lo tanto, ro es una solución muy evidente para este primo .·diálísimo problema de la rehabilitación del sudo. Todavía puede prestársele consideración a otros aspectos del asunto. Debe admitirse que el costo de producción por acre, aumenta con medi­ das que exigen la formación de terrazas y otros medios para impedir el escurrimiento superficial del agua. Las terrazas son proyectos de ingenie­ ría cuyo costo por acre, puede alcanzar fácilmente el valor previo del acre de tierra, cuando se los proyecta para tierras empobrecidas. Su construc­ ción puede duplicar la inversión que hizo el gran­ jero en su terreno, sin que sea el punto de par­ tida para el incremento de la productividad. Y puede recordarse que, donde se supone que la ne­ cesidad de terrazas es imperativa, su construcción debe preceder a otro acondicionamiento del suelo. Este acondicionamiento subsiguiente, por lo co­mún requiere aplicaciones de cal, cultivo de legu­ minosas, tratamiento con fertilizantes básicos, eh· algunos casos el agregado de los llamados ele­ mentos vestigiales, y otras operaciones costosas, tales como el traslado de los cercos, la plantar ón de césped u otros medios de proteger las salidas del agua, etc. El párrafo anterior incluye mucho material cuyo comentario necesitaría notas al pie. Tal vez

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sea más útil y directo remitir al lector a los muchos boletines gubernamentales que dan las ex­ plicaciones lúcidas, de los varios pasos que com­ prenden los programas habituales de mejora­ miento del suelo. Una serie reciente lleva enca­ bezamientos que hacen uso de la expresión “De­ fensa del suelo” y que dedican un boletín espe­ cial a cada región importante del país. Para in­ formación completa sobre las medidas que ofi­ cialmente se consideran necesarias, con el fin de que nuestros suelos gravemente erosionados recu­ peren su alta productividad, se recomiendan los siguientes boletines publicados por el Servicio de Conservación del Suelo del Departamento de Agricultura de EE. UU.: Farmers’ Bulletin· N? 1789, Terracing for Soil and Water Conservation. Farmers’ Bulletin Ν'' 1813, Prevention and Control of Gullies. Farmers’ Bulletin N9 1795, Conserving Com Belt Soil. Farmers’ Bulletin N9 1809, Soil Defense in the South. Farmers’ Bulletin N? 1810, Soil Defense in the Northeast. Farmers Bulletin Nv 1767, Soil Defense in· the Piedmont.

Es obvio que, a mejor andar, nuestros pro­ gramas convenidos de mejoramiento del suelo, ncluyen en casi todos los casos un desembolso de dinero. La suposición básica de que los alimentos

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extraídos del suelo por las cosechas deben ser re­ puestos, supone también que el empleo de fertili­ zantes es una “virtud” en su acepción más am­ plia, y los fertilizantes cuestan dinero. Después viene la cal, la cual es considerada un prerrequisito para la siembra de leguminosas en la mayor parte de las situaciones, y comprar cal cuesta di­ nero, y todavía cuesta más dinero su aplicación. Podría compilarse toda una lista de recomenda­ ciones de las cuales una o más, serán exigencias que “deben” y no que “pueden” cumplirse en ca­ da proyecto de mejoramiento del suelo. Y sin ex­ cepción, en cada caso va involucrado un desem­ bolso de dinero. Como se indicó previamente, los agricultores que se han beneficiado en realidad con la labor de los comisionados rurales y el pro­ grama de extensión agrícola, han recibido auxi­ lio, porque en cierto grado podían ayudarse a sí mismos. También gastaron una buena parte de sus beneficios en desembolsos para fertilizantes, cal, semillas de leguminosas, medios de inocula­ ción, etc. Como consecuencia, ha aumentado con­ siderablemente el costo de explotación por acre. Esto no significa precisamente un aumento en el costo por unidad de producto. Es- más probable que casi signifique lo contrario. De ahí, y a cau­ sa de los rendimientos elevados, que parezca jus­ tificado que estas personas hayan vuelto a ente­ rrar con el arado las ganancias. Como resultado

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el terreno se ha vuelto más productivo, y por lo tanto es un terreno más valioso. Si suponemos que el programa actual conti­ núe, es aparente que los granjeros que han sido los principales beneficiarios del programa de ex­ tensión, continuaran sacando provecho de eso, porque están mejor capacitados para adoptar to­ da recomendación nueva, que exija desembolso de dinero. Como eso es tan aparente, se le presta po­ ca· atención a la necesidad de mejorar su situa­ ción. Bajo la manera actual establecida para ha­ cer las cosas, están en la situación más favore­ cida; por eso se consideraría una necedad preocu­ parse por ellos, siendo que hay tantos otros en di­ ficultades económicas serias. Por lo tanto nadie siente ansiedad respecto a los corifeos de la agri­ cultura, que parecen tan firmemente atrinche­ rados. Con seguridad absoluta, ahora puede decirse, que la supuesta posición firme de nuestros agri­ cultores más progresistas, en realidad, está desti­ nada a transformarse en la más precaria. La di­ ficultad está en que se han ido a las nubes. Han aprendido a hacer ganancias con las papas a cin­ cuenta céntimos el bushel, por ejemplo; serian in­ capaces de ganar nada, si las papas se vendieran cuando mucho, a la mitad de ese precio. Los agri­ cultores progresistas están aparejados para una alta producción, de un producto que comparativa­ mente tiene un costo alto. Cuando sus vecinos,

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cuya pobreza anterior les impidió cumplir con los requisitos corrientes para mejorar el suelo, se en­ cuentren con que pueden producir el doble de “busehls” por acre, que lo que cosechan la mayor parte de los granjeros, y que lo pueden hacer sin ninguno de los desembolsos corrientes, eí mercado reaccionará con el descenso de los pre­ cios, frente al aumento de la producción. Cierta­ mente, la ruina de hombres que ahora son nues­ tros mejores agricultores va a dar la prueba de este acontecimiento. Con toda probabilidad el acontecimiento vendrá casi sin anunciarse, porque es probable que aun muchos años después de la época en que los primeros argicultores comiencen a trocar el arado por la rastra de discos, todavía continúe enseñándose el programa actual. No ocurrirá un cambio importante en los precios del mercado, hasta que haya un volumen suficiente de los nuevos productos a bajo costo, que justi­ fique las reducciones en los precios. El resultado final podrá ser un desastre para los que ahora es­ tán en la situación más favorecida. Exactamente cuantas de esas personas, que actualmente son los “leaders” respetados de las actividades del “Farm Bureau” y “Grange Work”, y en muchos casos el sostén principal de la propaganda agrícola del gobierno, serán capa­ ces de amortizar sus hipotecas y salir a flote sol­ ventes de una trampa económica como esa, no está del todo claro. Es difícil comprender como

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harán para adquirir conciencia de su compromiso, antes de que sea demasiado tarde, porque hasta ahira (comienzos de 1943) no hay indicios de cue haya en perspectiva, cambios en el programa. Sin embargo, hay pruebas de que los científicos del gobierno, se están preparando sin prisa, para lo que importa una agricultura sin arado. El “ór­ gano de la casa” del Servicio de Conservación del Suelo, “Soil Conservation” trae desde hace dos años, artículos sobre las ventajas de la incorpo­ ración superficial de la materia orgánica. Por lo menos una comisión en el Congreso, está ente­ rada de que es inminente un cambio. En una ieunión de hombres de ciencia y fabricantes de maquinarias, realizada en Chicago a fines de 1941, se discutieron las posibilidades de proyectar implementos para la incorporación superficial. Las recientes investigaciones realizadas por el Bureau of Plant Industry, sobre suelos y ferti­ lizantes, presumiblemente han sido erigidas apre­ suradamente como la base experimental necesaria pa a que se justificara el nuevo programa. Pre­ sumiblemente, todo esto se va haciendo sin tomar disposiciones para rescatar la vanguardia del ré­ gimen actual, cuando la nueva guerra relámpago de las cosechas a bajo precio, alcance a los mer­ cados desmoralizados. Para el lector, puede no ser bastante clara la magnitud del peligro. El profano corriente puede no reconocer el hecho de que no hay una necesi-

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dad urgente de maquinaria nueva para pasar del arado a la incorporación superficial. Ese es justa­ mente el punto. Con el fin de prepararse para ob­ tener los beneficios del nuevo régimen inmediata­ mente, solo es necesario una cosa, educar al agri­ cultor respecto al error de arar y respecto a que la rastra de discos correctamente manejada, pue­ de preparar completamente el terreno para las co­ sechas. Cuando los agricultores estén informa­ dos de que pueden en realidad, mezclar tremenda^ cantidades de materia orgánica dentro del suelo con la rastra de discos; que lo pueden hacer sin' temor de ser víctimas del “tiro por la culata” que siempre acompaña a la acción de enterrarlas con el arado; que entonces podrán producir cosechas mucho mejores y mayores que las que jamás ha­ yan visto, ni que se hayan atrevido a esperar, entonces, la mayor parte de ellos comenzarán a poner a prueba la nueva información, mediante la experimentación privada. De ahí en adelante en poco tiempo, dejarán de tener importancia ios ti­ pos de suelo y todos los tratamientos costosos que les corresponden. Si las personas que hoj for­ man la columna vertebral de la agricultura co­ mercial, resultan ser los rezagados en adquirir la nueva información, lo serán a su pesada costa. Buena parte de este capítulo puede haber pa­ recido una divagación que se apartaba del tema de la clasificación del suelo, más bien que una discusión de él. La razón es que estamos discu-

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tiendo asuntos ¡prácticos, y no académicos. No', puede existir la menor duda de que, cuando se ha despojado a los suelos de su manto natural de materia orgánica, surgen como masas de mi­ nerales desemejantes y divergentes. Es del todo natural que esas áreas de arena, de cieno, de ar­ cilla, o de lo que sea, se comporten de diferente! modo cuando se plantan con diferentes cosechas. Aú:i es posible, que los mismos suelos, cuando se los revista con materia orgánica copiosa y bien mezclada, rindan cantidades diferentes, porque son tipos de suelos ligeramente diferentes. Sin embargo una diferencia de unos pocos “bushels” por acre, cuando la producción media, es de cien o más “bushels” por acre, es un asunto menos se­ rio, que cuando el rendimiento diferencial se basa en promedios comprendidos entre diez y veinticin­ co “bushels” por acre. Si se considera nuestro dominio de la maqui­ naria, no favorece a nuestra reputación, el hecho de que los orientales producen cosechas de cuatro a diez veces mayores que nosotros en tierras que en algunos casos son inferiores a las nuestras. Pero el hecho es ese, y si lo hacen así, es porque! cuando menos en parte, han comprendido las ver­ daderas exigencias del manejo del suelo. Nosotros deberíamos producir tanto como ellos, en tierras que producen de diez a quince bushels de maíz por acre, por ejemplo, particularmente en las áreas húmedas de nuestra zona maicera.

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Con la excepción de algunos tipos raros de suelo, como los podzols de agua subterránea, que tienen oculta su materia orgánica por varias pul­ gadas de arena suprayacente, y tal vez otros tipos anormales de suelo que son desconocidos pa­ ra mí, deberíamos ser capaces de sobrepasar a cualquier otro pueblo del mundo en producción por acre, en la mayor parte de la tierra que du­ rante generaciones ha estado en cultivo en este país. Hace mucho tiempo que somos superiores en la producción por hombre, a causa de nuestro empleo de maquinaria. Cuando hayamos comen­ zado a hacer a máquina lo que hemos creíd > que tenían que hacer las sabandijas y las lombrices de la superficie hasta entonces (entremezclar ín­ timamente la materia orgánica con las capas su­ perficiales), automáticamente, nos encontraremos a la cabeza en el mundo, en producción por acre también. Actualmente es imposible preveer los cambios económicos que seguirán necesariamente a este cambio fundamental en nuestras relaciones con el suelo. Lo que es cierto, es que serán vastos.

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.Actualmente los problemas relacionados con la fertilidad del suelo son muy graves, sin em­ bargo puede ser que no lo sean para los autores del futuro, tal vez para ellos serán más bien di­ vertidos. No obstante, la actitud seria con que les hacemos frente en la actualidad, está totalmente justificada, porque muchos agricultores america­ nos, lo mismo que sus colegas del extranjero, lu­ chan a brazo partido con los problemas que origi­ na el mal manejo del suelo. Sin embargo, cuando se haya restablecido el equilibrio y seamos capa­ ces de repasar los desatinos apenas excusables de la agricultura científica, nos será satisfactorio comprobar que, a pesar de la lucha del hombre durante generaciones con las ridiculeces que él mismo se creó, descubrió la verdad por último. Desde el punto de vista agrícola, nos hemos serenado en una forma parecida a la de los mari­ neros náufragos, sedientos durante días, mientras

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andaban a la deriva en la boca del Amazonas. Nuestros suelos están llenos de alimento ve­ getal disponible. No existe en absoluto la necesi­ dad de fertilizantes comerciales. Anuálmente, la naturaleza puede poner a la disposición de las plantas, suticiente alimento como para producir varias veces lo que producimos ahora. Nuestra era actual de cosechas decrecientes, sólo puede ex­ plicarse por el hecho de que al arar, batimos y mantenemos en una esclavitud improductiva, a suelos que si no fueran molestados por el hom­ bre, producirían continuada y vigorosamente. Du­ rante largo tiempo, hemos sabido que las “seis pulgadas superiores” del suelo, contienen bastan­ tes elementos de los menos abundantes para ali­ mentar a la vegetación, como para producir co­ sechas máximas durante unos cuatrocientos años. ¡Cuánta mayor cantidad habrá en reserva en las sucesivas capas subyacentes desde aquí hasta la China! Existen infinitas posibilidades para que estos suelos que hemos agotado, produzcan con abundancia. El hombre moderno no ha visualiza­ do los altos rendimientos que surgirán del suelo tan pronto como se coopere plenamente con la naturaleza. En el pasado hemos creído que colaborába­mos con la naturaleza sin embargo, ni siquiera hicimos uso de hechos conocidos, que la mayor parte de los estudiantes de las escuelas superio­res, adquieren al comienzo de sus carreras. Hasta

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que pongamos en acción estos principios, difícil­ mente podremos decir que colaboramos con la na­ turaleza. En lugar de eso, hemos trabajado con propósitos opuestos al esquema que hace posible la existencia y el crecimiento de las plantas. Es lo mismo que si hubiésemos tratado de alimentar los peces de un acuario, desparramando su ali­ mento sobre la tapa de cristal. Hace treinta años, en la Universidad de Kentucky, unos estudiantes preguntaron por qué es necesario aplicar fertilizantes al suelo, si éste está ricamente dotado de los mismos elementos que contienen los fertilizantes. La contestación íué, que los minerales del suelo eran muy difí­ ciles de disolver, ya que si así no fuera, no esta­ rían en él. Esto sonaba a lógico. Nos permitió comprender que, aunque en el suelo existe fós­ foro, los sembrados podrían sufrir fácilme te, si sólo puede disolverse un cuatro por ciento de la relativamente pequeña cantidad de fósforo del suelo, cada estación. En esa forma se nos satis­ fizo con explicaciones que parecían razonables,; pero que no tomaban en cuenta la frugalidad con­ tradictoria de la campiña natural. Alrededor de nosotros, en todas partes, hay pruebas de que si no se molesta a la superficie de la tierra, ella produce una vegetación más sana y más fuerte, que la de la parte que se cultiva. Salvo que ocurran reveses como los incendios, ca­ da año los* árboles de los terrenos boscosos se ro-

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bustecen más, y bajo la corteza de cada árbol, se añade una nueva capa de madera. Evidente­ mente, en el suelo hay minerales disponibles en abundancia para estos árboles; al sucederse las estaciones la disponibilidad cada vez es mayor, a pesar del fuerte impuesto que significa el creci­ miento de la madera, los animales silvestres que pastan en el terreno, y las otras gabelas que en conjunto deben igualar o sobrepasar el drenaje de Amento vegetal en el terreno cultivado. Con las hierbas de las llanuras, se alimentaron innumerables búfalos, caballos salvajes, vacunos silvestres, cabras, ciervos y otros animales. Millones de esos animales fueron nutridos por la vegetación del terreno inculto de la pradera. Al proveer alimentos para esta multitud, el suelo subyacente empleando los minerales insolubles, hizo crecer una vegetación de hierbas, que en mu­ chos lugares ocultarían a un hombre a caballo No se aplicó fertilizante artificial, no se aró, no se cultivó, no hubo ni una de las “contribuciones ventajosas”, que hace el hombre en beneficio del crecimiento vegetal; sin embargo, en esas llanu­ ras, se encontraba el más asombroso desarrollo de hierbas nutritivas que jamás se vió en el mun­do. Bien podemos preguntarnos¿cuál es la ayuda conque contribuye el hombre? Podemos reconocer el hecho, de que cuando el hombre da lo mejor de él, no contribuye abso­ lutamente con nada al crecimiento de las plantas,

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y que cuando peor anda, destruye rápidamente las excelentes condiciones para el desarrollo, con la ilusión de que está nutriendo a sus plantaciones. Millones de agricultores pagan su contribución a los minerales nutritivos del suelo en forma de fer:. tilizantes y abonos; pero al manipular el suelo’, lo obligan a que pierda por el piso del surcó del arado, cantidades muchas veces mayores que la que contribuyen, de manera que, el efecto bien entendido de su trabajo, es privar a sus semen­ teras del sustento que la naturaleza proporciona tan generosamente a toda la vegetación. En los capítulos anteriores se demostró la forma en que la operación de arar, despoja a las plantaciones de sus legítimos productos de des­ composición. Este es el momento de demostrar cómo hace el terreno abandonado a sus solas fuer­ zas, para producir mucho mejor que cuando lo labran los agricultores. Mediante el análisis de las condiciones físicas, biológicas y químicas crea­ das por el arado debajo de la superficie, podre­ mos demostrar definitivamente, exactamente, por qué el agricultor nunca fué capaz de igualar a la campiña natural, en terrenos que se deterioraron hasta un grado cualquiera. La discusión es algo técnica, pero es necesaria para entender el pro­ blema. Las condiciones que favorecen la descompo­ sición son las mismas que favorecen el desarrollo de aquellas bacterias que son los agentes de la des-

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composición. Como es natural, sabemos que esas bacterias son más activas dentro de ciertos lími­ tes de temperatura, con un cierto grado de hume­ dad, en presencia de una provisión alimenticia conveniente y en presencia de una cierta cantidad de aire que puede ser abundante o restringida. También sabemos que es difícil imaginarse con­ diciones más favorables que las que comúnmente existen justamente debajo de la superficie del suelo. Al arar, el agricultor coloca la materia des­ componible, en el ambiente más favorable para que se descomponga completamente, y con rapi­ dez. La misma materia orgánica es el alimento. En la naturaleza siempre existen bacterias. Du­ rante la mayor parte del año, las condiciones de humedad y temperatura, están dentro de lo que los bacteriólogos llaman límites óptimos. Por lo tanto no debe sorprender si unas pocas semanas o meses después, no pueda reconocerse cualquier cosa que el agricultor entierra con el arado. Al descomponerse, desapareció. Toda materia, cuando se pudre produce un gas más pesado que el aire; es el anhídrido car­ bónico. Si en el agua de un pozo hay algo en des­ composición, el aire del pozo es desplazado. En la parte vacía de un silo a medio llenar, se acu­ mula anhídrido carbónico. En los pozos y en los silos, han muerto muchas personas por ignorar que debajo del aire superficial estaba este gas mortífero. El humo de una hoguera, está consti-

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tuído principalmente por anhídrido carbónico, pe­ ro el calor del fuego, proporciona, la fuerza para elevarlo. En ausencia de esa fuerza, el anhídrido se acumula debajo del aire impulsándolo hacia arriba. Cuando el arado entierra materia orgá­ nica en cantidad suficiente, crea una zona de des­ composición que es más bien continua, y a una profundidad aproximadamente uniforme. Esta masa en descomposición, libera constantemente anhídrido carbónico, durante todo el tiempo que dura la descomposición. El anhídrido carbónico, debe llenar el suelo expulsando gradual y com­ pletamente al aire que ocupaba los espacios entre las partículas del suelo. No hay otra alternativa, porque debajo de la tierra que removió el arado, no existe una fuerza como la del calor del fuego, que se lleve al anhídrido. Nunca se pensó, que tuviera importancia el hecho de que la materia orgánica en descomposi­ ción debe llenar totalmente al suelo con anhídrido carbónico. En verdad, el hecho parecía tan poco significativo, que en los cursos sobre suelos ja­ más se lo enfatizó. Mi trabajo de, prueba en el campo en 1940, demostró en forma con Iuyente que respecto a eso, se había pasado por alto algo que tenía importancia. Había una prueba concluyente de que mis plantaciones, obtenían su nitrógeno casi exclusivamente del aire atmosiérico. Esto no hubiera tenido nada de particular, si mis plantaciones sólo hubiesen sido leguminosas, por-

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que desde hace mucho tiempo se sabe que las le­ guminosas, emplean el nitrógeno que las bacterias nitrificantes que parasitan sus raíces, obtienen del aire. Las únicas leguminosas que tenía ese otoño eran porotos. Las otras plantaciones eran tomates, pepinos, cebollas, papas, coles y lechugas. Todas estas plantaciones, tanto las leguminosas como las que no lo eran, prosperaron igualmente bien, aunque ese año no se empleara nitrógeno en ninguna parte de la granja. Además, el terreno sólo era capaz de proporcionar una pequeña parte del nitrógeno usado en la vegetación, y la única materia orgánica que se le suministró, fué centeno enterrado por disqueo. Para los hombres de ciencia, es una cosa sabida que cuando se en­ tierra centeno de tres a seis pies de alto con el arado, hay que esperar varias semanas para ini­ ciar la plantación en ese terreno. Y también es bien sabido que, para que se descomponga rápi­ damente una masa de material como ese, enterra­ da con el arado, es necesario enterrar junto con ella, una cantidad generosa de un fertilizante ni­ trogenado. En mi granja no se llenó ninguno de esos requisitos; y sin embargo, todo lo que planté, tuvo todo el nitrógeno que necesitó, durante to­ da la temporada de crecimiento. Hubo abundan­ cia de pruebas de que esas plantas que no eran leguminosas, tuvieron acceso al nitrógeno atmos­ férico, tan completamente como lo tienen las le­ guminosas que se desarrollan en los ambientes

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más favorables. Es evidente que debió prevalecer alguna condición inusitada, para que esto sea verdad. La única condición inusitada, fue que toda la descomposición ocurrió bajo circunstancias que proporcionaron sin interrupción abundante nitró­ geno a las bacterias mirificantes saprofitas (son las que no requieren un huésped viviente, que les dé los hidratos de carbono necesarios para suplementar el nitrógeno que extraen del aire). Desde 1901, se sabe que en el suelo existen esas bacte­ rias. En muchos laboratorios se comprobó su ca­ pacidad para acumular nitrógeno en el laborato­ rio, pero a esos resultados no les cupo otro destino que cargarse de polvo en los estantes, porque ja­ más se le ocurrió a nadie, obligar a estas bacte­ rias, a “comer” materia orgánica al aire libre Cuando la descomposición ocurre en el fondo del surco, el nitrógeno como componente atmosférico está excluido, por lo tanto se les niega a estas sa­ profitas mirificantes su nitrógeno atmosférico;· De mis priiebas en el terreno se deduce que, si la materia orgánica se pudre al aire libre, estas bacterias son tan eficientes como sus allegados parásitos, para acumular nitrógeno. Además, al ni­ trógeno acumulado, no se le ofrece la oportunidad para que se pierda, porque las raíces de.las plantas lo emplean tan pronto como mueren las bac­ terias y entran a formar parte de la masa en des-~

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composición. Las plantas obtienen su nitrógeno, casi directamente.Este descubrimiento significa que de aquí en adelante nadie necesitará comprar nitrógeno para fei Lilizante. También significa que nadie necesi­ ta sembrar leguminosas, con el fin de beneficiarse con el nitrógeno que ellas acumulan en el suelo. Todavía más, desde que en el terreno se emplea cal, porque crea condiciones mejores para las le­ guminosas, en adelante los agricultores tampoco^ tendrán que comprar cal para tratar sus suelos. Por lo tanto, un pequeño descubrimiento permite interrumpir un gasto considerable en la labranza. Nadie comprará cal y fertilizantes nitrogenados, ni plantará legumbres para enterrarlas con el ara­ do, si sabe que sus cosechas pueden conseguir ni­ trógeno atmosférico, sin esta incomodidad y sin aquel gasto. Sin embargo, esta no es toda la historia. Los vegetales no pueden vivir únicamente con nitró­ geno. Deben tener a su disposición cantidades re­ lativamente pequeñas de muchos minerales cuya única fuente es el suelo. La descomposición de la materia orgánica desempeña una fupción impor­ tante en la liberación de esos minerales, de los cristales relativamente insolubles que han resisti­ do la influencia de los fenómenos meteorológicos desde el comienzo de los tiempos. La misma mate­ ria orgánica contiene algunos de esos minerales, que a medida que ella se descompone, quedan en

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libertad y son captados por las raíces de las plan­ tas. Durante el proceso de descomposición, se des­ prende anhídrido carbónico gaseoso, que al disol­ verse en el agua se trasforma en ácido carbónico. El ácido carbónico es el mejor solvente natural conocido para los minerales que son necesarios como alimentos de las plantas. El ácido carbónico reduce rápidamente a carbonatos, u otras formas utilizables, a aquellos minerables que en presen­ cia de agua solamente, se disuelven con mucha lentitud. Cuando los materiales orgánicos se descom­ ponen a la profundidad del arado, en el fondo del surco, el agua que está por debajo, se ve impedida para ascender a las capas superficiales del· suelo. (Esto es especialmente cierto, cuando la cantidad de material orgánico es tan grande, que separa completamente el subsuelo del suelo su­ perficial). A resultas de esto, el terreno se seca rápidamente, permanece seco durante todo el pe­ ríodo de descomposición. A causa de esta seque­ dad del suelo, por falta de agua, no se forma ácido carbónico a medida que queda en libertad el anhídrido, quien con el tiempo sé escapa de la masa mineral, sin haber contribuido a la di­ solución de> los minerales que la vegetación ne­ cesita. En el suelo disqueado, la situación es total­ mente diferente. El agua del subsuelo, puede elevarse hasta la superficie del suelo, o hasta donde

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la capta y la absorbe la materia orgánica. Como el movimiento del agua se hace sin restricciones en toda la masa del suelo, siempre el agua está presente, para que cada vez que ocurre alguna descomposición, el anhídrido carbónico que ella genera se disuelva. Del suelo no se escapa ningu­ na cantidad de anhídrido, y la mayor parte se transforma en ácido carbónico. Este ácido pone en libertad a los minerales que las plantas utilizan, rué de otro modo serían casi insolubles, y que son tan necesarios en las granjas. Mediante es­ tas reacciones químicas en el interior del suelo, tan simples y bien conocidas, la misma materia orgánica va recorriendo su largo camino, para proporcionar los minerales que de otro modo el agricultor tendría que comprar embolsados ¿Puede la materia orgánica en descomposi­ ción en la superficie del suelo, poner en libertad bastantes minerales para rendimientos máximos? La contestación, en conjunto, parece depender de la cantidad de descomposición orgánica que se va produciendo durante la temporada de crecimien­ to de la vegetación. Yo no puedo afirmar que en un terreno dentro de cuya parte superficial se hayan disqueado grandes cantidades de materia orgánica, puedan esperarse rendimientos máxi­ mos sin la aplicación de fertilizantes artificiales. Lo que doy por seguro, es que cuando los agricul­ tores inicien el proceso de rejuvenecimiento del suelo, restaurándole materia orgánica a su super-

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ficie, muy pronto descubrirán que el rendimiento no puede aumentarse con el añadido de fertilizan­ tes, por grande que sea la cantidad que se añada. Esta opinión se basa en experiencias y observacio­ nes hechas durante pruebas estrictamente no ofi­ ciales. Al parecer, es del todo razonable esperar que la cantidad de minerales liberados durante cada periodo de cultivo, será suficiente para pro­ ducir cosechas máximas, siempre que el volúmen j de ácido carbónico generado por la descomposi­ ción sea adecuado. Puede sugerirse, nuevamente a juzgar por la experiencia, que las cosechas máximas actuales, comparadas con las que en realidad se obtendrán disqueando cantidades importantes de materia orgánica, quedarán empequeñecidas. Yo ya he cosechado más de mil “bushels” por acre, bajo condi­ ciones como las que estoy describiendo, sin fer­ tilizantes, ni correctivo alguno del suelo, como no fuera materia orgánica en abundancia. Cuando los agricultores y hombres de cien­ cia, comiencen a experimentar con este plan de labranza, quedarán sorprendidos y desalentados con el aspecto de las plantas durante el período de crecimiento. Plantaciones destinadas a produ­ cir un rendimiento doble o triple del habitual,, tendrán un aspecto del que solo podrá esperarse un rendimiento mediano. Durante tiempo seco y ventoso, en especial, el color no será el verde in- ' tenso que estamos acostumbrados a asociar con

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una vegetación sana. Aun durante los períodos húmedos y favorables las cosechas sin fertilizan­ tes nitrogenados, tendrán un aspecto del todo or­ dinario. Más de un agricultor, al no ver el color verde oscuro, querrá atestar a sus sembrados con fertilizantes nitrogenados. Sin embargo, si es pru­ dente, esperará con paciencia hasta ver cuál es el resultado final sin emplear nitrógeno. Ese re­ sultado, lo complacerá más allá de toda medida, considerando que toda su experiencia pasada lo inducía a esperar una cosecha mediocre. Cuando compruebe un gran aumento en el rendimiento, podrá maravillarse, pero también estará capaci­ tado para analizar los resultados. Este fenómeno se explica con sencillez. Du­ rante el periodo que pueden recordar las perso­ nas que viven ahora, los fertilizantes contenían algún nitrógeno. En los primeros fertilizantes destinados al cultivo de cosechas de consumo co­ rriente, por lo general el nitrógeno no pasaba de un dos por ciento, o sean veinte kilos por tonela­ da. El fertilizante se aplica a razón de cien a ciento cincuenta kilos por acre cuando más, o sea dos a tres kilos de nitrógeno; con esta pequeña cantidad, lo único que se conseguía era “anun­ ciar” al fertilizante, manteniendo el color verde oscuro de la sementera hasta la llegada del calor. Entonces se culparía a la sequía o a cualquier otra circunstancia, de la pérdida del color. Por lo tan­ to podremos concluir que, nuestro juicio sobre el

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significado de un color verde saludable se había apartado del buen camino, a causa de nuestra ex­ periencia con los fertilizantes. Los agricultores y los científicos experimen­ tados, saben que si una sementera crece demasia­ do lujuriosa durante las primeras semanas, cuan­ do abunda el agua, lo probable es que antes de la cosecha, las condiciones meteorológicas impidan que ese crecimiento se mantenga. Siempre que se queman las hojas del maíz, ha ocurrido eso. Es común que cuando el agricultor ha puesto en el terreno nitrógeno en exceso, la lluvia sea sufi­ ciente durante unas pocas semanas, y entonces el crecimiento es extraordinario. La secuela casi in­ evitable es la sequía que interrumpe el flujo libe-' ral de alimentos hacia la planta. Entonces la plan­ ta está obligada a cercenarse a sí misma, porque al morir las hojas, los materiales nutritivos dis­ ponibles, pueden sostener al resto de la planta. Por lo tanto las hojas abrasadas del maíz no son ningún misterio, por el contrario, debe contarse con ellas como resultado de ciertas prácticas de fertilizar. En el aire hay abundancia de nitrógeno; el sueló tiene prácticamente cantidades ilimitadas de minerales nutritivos. Con los nuevos procedimien­ tos es posible utilizar las fuerzas naturales para que el nitrógeno y los minerales estén a disposi­ ción de las plantaciones. Por lo tanto, en adelante

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tendremos que interrumpir los envíos de hulla a •Newcastle, porque fertilizar suelos que ya tienen hundancia de alimento para las plantas, no supo­ ne otra cosa que eso.

XII

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La hipótesis de que el medio ambiente influye sobre las enfermedades de los vegetales, y el per­ juicio que les causan los insectos, no es nueva. Ya en los albores de la literatura agrícola, los autores aceptaban que cuando mejores eran las condiciones pfira el crecimiento de las plantas,; tanto menores eran los riesgos de enfermedades y perjuicios por insectos. Sin embargo, desde 1910 hasta la fecha, ha sido difícil que los trabajos so­ bre temas agrícolas, expresaran esta teoría. Contemporáneamente con el agotamiento del suelo, los perjuicios por enfermedades e insectos han sido más onerosos; esto es una verdad. Co­ mo es natural, esto podría ser cierto sin ser sig­ nificativo, pero existen muy buenas razones para suponer que ambas cosas están relacionadas entre sí. Muchos granjeros recuerdan la época en que no existía el escarabajo de la papa de Colorado, ni la cochinilla de San José, ni otros insectos y tizo-

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nes tan comunes actualmente. Estas personas tam­ bién pueden recordar que en esa época, sus ara­ dos separaban una zona superficial de suelo casi negro del subsuelo amarillento. Hoy, ese suelo negro superficial ha desaparecido; al mismo tiem­ po han aparecido muchas especies nuevas de in­ sectos, y los que ya existían se han multiplicado. En el mismo período, ha aumentado el número de enfermedades vegetales, y se ha exaltado su vi­ rulencia. Luego bien podemos preguntar; ¿el am­ biente, o sea el suelo, es un factor en su interven­ ción? Desde hace tiempo se piensa que ciertas enfermedades humanas y animales se deben al medio ambiente. En los Estados Unidos los anquilostomas existen en el sud solamente, y en par­ ticular, en la región del sudeste. La malaria solo ocurre donde el mosquito Anopheles está presente. La pelagra y otras enfermedades por carencia de ciertos factores, son consideradas desde hace tiempo endémicas en ciertas localidades. Donde se encuentran esas enfermedades, no ha sido difícil relacionarlas con el medio ambiente. Durante los años recientes se ha adquirido un dominio mejor de las enfermedades por ca­ rencia, por que se dispone de más alimentos pro­ tectores. Sin embargo parece que a la par de esa mejoría, ha declinado el valor nutritivo de los ali­ mentos que producen el promedio de las tierras. Gracias al descubrimiento de las vitaminas, pue-

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de enfocarse mejor el asunto. Cuando recién se comenzaron a conocer las vitaminas, se creía que ciertos alimentos contenían determinadas vitami­ nas en abundancia. Se decía que la yema de huevo era rica en ellas. Hoy se sabe que el alimento que consume la gallina afecta seriamente al contenido vitamínico de la yema de huevo. Se consideraba que la manteca tenía una potencia uniforme de vi­ tamina A. Descubrimientos más recientes han de­ mostrado que el contenido vitamínico de la man­ teca y de la crema de leche, depende en gran parte, de la cantidad de pasto o de otros alimentos inten­ samente coloreados de que pueda disponer la vaca, y que ellos la proveen de esta vitamina esencial. Ni la vaca ni la gallina, crean las vitaminas que transmiten al consumidor de sus productos. Cada animal debe ser provisto de ellas con el alimento. Estos descubrimientos alarmantes, que los alimentos que consideramos uniformemente ricos en sustancias salutíferas, en ciertos casos pueden ser deficientes, han desplazado la atención hacia las plantas como fuentes normales de provisión de vitaminas para el animal. Este asunto se trans­ forma en una cadena complicada de causas y efectos: leche - vaca - forraje seco - pasto verde granos - suelo. En otras palabras, en última ins­ tancia, la culpa de toda deficiencia recae sobre el suelo. Luego descubrimos que al mismo tiempo que las enfermedades por carencia disminuían en las

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ío alidades donde habían sido más serias, parece extenderse el area donde ellas ocurren. En años muy recientes se hallaron enfermedades por ca­ rencia donde antes no existían, y exactamente al mismo tiempo descubrimos que la capacidad del suelo, fuente primordial de vida para nutrir eocorrectamente a las plantas, ha declinado severa­ mente. Nosotros dependemos de las plantas. Los americanos, en su modo característico, cuando se enfrentaron con este dilema recurrie­ ron a las farmacias para adquirir vitaminas. Sin duda que el desarrollo de las vitaminas sintéticas, ha postergado el desastre para mucha gente; pero no parece necesario pagar por algo sobre cuyo va­ lor quedan dudas, cuando si se modifica el medio en que viven nuestras plantas, podremos devolver­ le la riqueza en vitaminas que tuvieron antes. La lógica de este punto de vista es ineludi­ ble, sin embargo, oficialmente no se lo ha investi­ gado con el fin de determinar si prueba ser ver­ dadero en los hechos. Existen datos experimenta­ os que prueban la relación causal entre la vaca alimentada en forma completa y la leche rica en vitaminas y otras sustancias nutritivas. Los expe­ rimentos han demostrado que únicamente los ali­ mentos buenos, en cantidades y proporciones co­ rrectas, pueden alimentar apropiadamente a la vaca. En grado igual estamos seguros, con el apo­ yo de amplias pruebas experimentales, de que ir icamente un suelo capaz de suministrar a las

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plantas, suficientes sustancias nutritivas combi­ nadas correctamente, puede crear alimentos dota­ dos de los elementos necesarios para dar la salud al hombre o a los animales. En otras palabras, te­ nemos todos los elementos necesarios para razo­ nar del buen suelo hasta la salud mejor, o del sue­ lo pobre hasta las más terribles enfermedades de los animales que consumen los productos áel sue­ lo; pero no hemos reunido esos elementos en un todo, necesario para llegar a la conclusión ló­ gica. Nuestro razonamiento agrícola se encuentra todavía en un estado que se asemeja al que tenía en este país el transporte de pasajeros, antes de que las líneas férreas existentes hubiesen sido agrupadas en los grandes sistemas transcontinen­ tales. Hoy, deberíamos ser capaces de hacer el viaje íntegro, desde el punto de partida (suelo bueno o empobrecido) hasta el término (salud buena o pobre) sin tener que hacer paradas lo­ cales. En mi labor de prueba, y posteriormente en mi trabajo de campo, descubrí que las condiciones del suelo parecían ser los factores determinantes de la extensión con que los insectos y las enferme­ dades afectaban a las plantas. La evidencia era tan convincente, que para verificar la idea en el campo y en vasta escala, observé cuidadosamente su acción en las cosechas de artículos de consumo corriente. Los resultados en el campo, confirma­ ron totalmente las deducciones primitivas. Estoy

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seguro de que la presencia o ausencia de las en­ fermedades de los vegetales en determinados te­ rrenos se relaciona con el estado del suelo, y que del mismo modo se relaciona la incidencia de in­ sectos perjudiciales. Otras conclusiones no pare­ cen posibles si se considera el extraño comporta­ miento de los insectos, y la falta de enfermedades en mi terreno preparado incorporándole grandes cantidades de abono verde con los discos. Pero a pesar de la existencia de esta cadena de pruebas experimentales, no podemos aceptar como verda­ dera esa decisión no oficial, hasta que haya sido demostrada mediante pruebas oficiales correcta­ mente conducidas. Las estaciones experimentales han sido fundadas con esos propósitos, y de ellas debemos esperar las pruebas. Aunque la presencia o ausencia de insectos y enfermedades, no parezca ser necesaria para este razonamiento, si puede determinarse hasta qué grado el comportamiento de ambos es un índice fiel del estado del suelo donde crece la planta, ello será útil para un propósito importante. Si se com­ prueba que el comportamiento de los insectos, y en fermedades es un índice perfecto, como debe­ ría suceder si ambos dependen del medio ambien­ te, el agricultor tendría a su disposición un método completamente nuevo para probar el estado del suelo. Cuando quiera que los insectos infesten sus cultivos, o los ataquen las enfermedades, sabrán

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de inmediato que sería útil darle más tratan: iento con abono verde. Puesto que en la agricultura y horticultura corrientes, la lucha contra'toda clase de plagas va incluida en lo inevitable, uno puede preguntarse: ¿en qué forma un método de preparación dd sue­ lo puede provocar un cambio beneficioso a este respecto? Antes de aceptar la idea, tenía que ha­ llar la respuesta a la pregunta que me hice. La respuesta era difícil de hallar. Los expertos en suelo, no habían hecho ninguna experiencia ofi­ cial en terreno preparado con la incorporación su­ perficial de grandes cantidades de materia orgá­ nica. Si en los lotes experimentales era necesario deshacerse de mucha materia orgánica, todos se araban. Se consideraba que el disqueo sólo era po­ sible donde había poca hojarasca o residuos dé la cosecha. Por lo tanto, los resultados de las esta­ ciones experimentales, no proporcionaban para el caso nada que fuera un apoyo directo. Me pareció necesario suponer que durante la descomposición de una cantidad considerable de materia orgánica, el suelo se enriquecía a causa de la acumulación de los productos dé la descom­ posición. Λ medida que se descompone la mate­ ria orgánica quedan en libertad minerales del suelo y elementos minerales adicionales que for­ man parte de los compuestos orgánicos que com­ ponían el material viviente. Según el carácter del material orgánico, la descomposición puede ser

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lenta o rápida. En ambos casos, si no están pre­ sentes las raíces en el momento en que se liberan los productos de descomposición, estos elementos de segunda mano, con seguridad, serán arrastra­ dos cuando caiga la primera lluvia. La única ma­ nera de impedir su pérdida, consiste en tener raí­ ces de plantas en desarrollo continuamente pre­ sentes, a medida que se opera la descomposición en el suelo. La naturaleza se encarga de eso en los terrenos donde no interviene el hombre. Están pre­ sentes siempre las raíces; por lo tanto no hay ali­ mento vegetal que se pierda. En la chacra, las raíces salvadoras pueden ser las de los porotos, pepinos o cualquiera otra cosecha que quiera plantar el agricultor. Las raí­ ces de esas plantaciones absorberán agradecidas la mayor cantidad que les sea posible de esos pro­ ductos de descomposición. Puede suponerse razo­ nablemente que la solución de suelo que esas raíces obtienen de la materia orgánica en descom'posición, sea diferente de la que encontrarían a su disposición en un suelo puramente mineral, donde no se está pudriendo nada. El material en descomposición enriquece la solución del suelo, de modo que cada unidad de líquido puede suminis­ trar varias veces más alimento vegetal que la misma cantidad de agua proveniente de un suelo al que la descomposición no enriquece. Esto no es más que sentido común. Se deduce que, cuanto mayor es la existencia

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de material descomponible en el suelo, más rica será la solución que absorben esas raíces, y que cuanto más rica sea la solución absorbida la sa­ via de la planta tendrá mayor contenido mineral. Partiendo de esto, es fácil suponer que las varia­ ciones en la riqueza de la savia de la planta afectan el poder de atracción de ella sobre sus parásitos habituales. Puede resultar que si el contenido mi­ neral de la savia es alto, su contenido en azúcar sea menor, y por esa causa la savia sea desabrida. Es posible, por ejemplo, que los coleópteros del pe­ pino, se mueran de inanición por falta de jugos sabrosos, aun cuando su planta huésped esté disfrutando del alimento más rico posible, pro­ porcionado por la descomposición que va ocurrien­ do en el suelo. A esta teoría no le falta base científica, aunque no se le haya dedicado investigación cien­ tífica. Sabemos que al variar la humedad dispo­ nible en el suelo y el tratamiento fertilizante, también varía la composición de los jugos en el interior de las plantas. Este hecho fué estable­ cido por los Dres. Kraus y Kraybill en el 1918; durante una generación los estudiantes de horti­cultura usaron como obra de consulta su infor­me. No hay ninguna duda de que los cambios en la constitución de la planta, se originan en los i E. J. Krand y H. R. Kraybill, Vegetation and Reproduc­ tion, with Special Reference to the Tomat. (Oregon Bulletin 149, 1918).

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cambios que ocurren en las sustancias nutritivas disponibles en el suelo. Es claro que no podemos saber lo que piensan los insectos en lo que se re­ fiere a tener sus plantas huéspedes favoritas so­ brealimentadas con minerales originados por la descomposición. Sólo podemos conjeturar, que la savia es menos apetitosa para el insecto, porque lo deducimos de la observación; ellos prefieren las plantas escasamente alimentadas, a las que lo es­ tán bien. Si esta teoría es sostenible, la raza humana es afortunada en extremo. Porque a causa de es­ ta relación entre el insecto y su provisión alimen­ ticia, se hace posible mejorar la provisión huma­ na, mediante el verdadero método para matar a los insectos. Aparentemente las enfermedades ceden aún en forma más completa que los insectos, frente a las condiciones de ambiente que son más favora­ bles para el crecimiento de las plantas. No soy capáz de adelantar una razón valedera respecto a esto Sin embargo, es aparente, que la superficie de la hoja de las plantas bien nutridas, está me­ jor fortalecida para impedir la entrada de las in­ fecciones. Esta mayor resistencia a las infeccio­ nes, puede explicarse admitiendo que existiera una diferencia de textura superficial en la hoja de las plantas bien nutridas, comparada con la de las plantas que crecen en terreno flaco. De este modo la resistencia natural de las plantas bien nu-

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tridas y sanas, tiene una explicación perfecta­ mente lógica. Es razonable creer que los insectos y las en­ fermedades, únicamente medran en un medio .,ue les conviene, lo mismo que ocurre con otros teres vivientes. Aún más, parece que el ambiente mejor para la enfermedad y el insecto, es el más po­ bre para la planta huésped. Y que las condiciones que favorecen el desarrollo de la planta huésped, son intolerables para los insectos y las enfer­ medades. Los hombres de ciencia con quienes discutí esta teoría no se inclinaban a concordar conmi­ go, porque aún pensaban que el tipo de suelo ,ería un factor importante, y dudan que la expe­ riencia fuera la misma con otros tipos de suelo Yo pretendo que la única condición determinan te, es la incorporación de grandes cantidades de materia orgánica en el suelo superficial; que cualquier otro tipo de suelo tratado así, daría re­ sultados similares, siempre que las otras condicio nes no fueran menos favorables que las de las ex­ periencias de 1940. (Puedo decir verídicamente que desde el 12 de julio de 1940, hasta que llega­ron las heladas, las condiciones fueron tales, que fué necesario abandonar muchas otras plantaciones de porotos en el vecindario donde prosperaron los míos.)

XIII

LABRANZA SIN MALAS HIERBAS

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E doy cuenta cabal, de que parece fantásti­ camente imposible decir que alguna vez podremos hacer labranza sin la molestia de las malas hier­ bas. Tantas generaciones de agricultores han estado atareadas con las malezas, que se las da por concedidas. En todos nuestros planes de labranza hemos considerado que los yuyos son un mal ne­ cesario. Y los moralistas aún pueden considerar que son una bendición, porque el trabajo nece­ sario para frenar su crecimiento, mantiene a los agricultores alejados del mal. En esa forma irreflexiva, hemos aceptado) a las malas hierbas como algo inevitable. Tal vez. puedan ser más vulnerables de lo que creemos. Al igual que todo ser viviente, cada mala hierba como individuo, debe morir en cierta época. Ninguna es eterna, aunque algunas especies sobreviven varios años cuando no se las molesta. Cada

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especie debe tener la oportunidad de reproducirse para perpetuarse. Si se impide la reproducción, h especie puede extinguirse. Ocurre que la mayoría de las malas hierbas causantes de desazones en la labranza son anua­ les. es decir, que cada año deben originarse de semillias de la generación precedente. Desde que estos yuyos se propagan por semilla, es obvio que el método más seguro para eliminarlas del terre­ no de labranza, consiste en impedir que maduren. Nadie negará esta afirmación, pero, todo el mun­ do sabe que aunque el problema parezca plan­ teado con tanta lógica, la solución no es tan sim­ ple. Todos conocemos la constancia del trabajo de los agricultores, año tras año, para mantener sus tierras libres de maciega, y sin embargo, aun en el terreno del agricultor más cuidadoso, se pro­ pagan los yuyos. Sin embargo, esa misma cir­ cunstancia no es tan misteriosa como aparenta ser. Sin darnos cuenta de que lo hacíamos, cada vez que arábamos la tierra enterrábamos semi­ llas para recuperarlas en el futuro. Podemos cul­ tivar el maizal, mientras el cultivador pueda pa­ sar encima de las plantas de maíz sin dañarlas, pero tenemos que interrumpir el cultivo tan pron­ to como el carpidor destroce los tallos. Después que cesa el cultivo, transcurre un período de va­ rias semanas, durante las cuales todos los yuyos que escaparon a las carpidas pueden madurar. To­ dos ellos semillan. Existe además la posibilidad

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de que en el último cultivo el carpidor haya traído a una posición favorable, a semillas que germina­ rán, y a su vez semillarán en la media luz del um­ broso maizal. Si nos damos cuenta que las malezas realizan su labor más eficaz para perpetuarse, después que nos vemos obligados a interrumpir la tentativa de lucha contra ellas en el terreno, será menos misterioso el saber cómo se las arreglan para no extinguirse. Si se ara el terreno después de cosechar el maíz, el arado puede enterrar millones á semi­ llas por acre, pero también trae a la superficie millones de semillas enterradas por las aradas pre­ cedentes. Hasta puede suceder que las que esta vez trae a la superficie el arado, sean las que en­ terró tres años atrás, después de la siega del fo­ rraje. Aunque después de la siega del heno, el terreno quedara “ocioso” fué produciendo una do­ cena de diferentes clases de plagas anuales para los terrenos de labranza. Al cabo de tres años de enterradas las semillas están listas para germinar; será necesario cultivar más tarde el maíz que se siembre, para luchar contra las plantas originadas de esas semillas. Luego, cada vez que aramos 1a tierra, for­ mamos una reserva de semillas de malezas, que resucitamos con la arada siguiente. Así se crea un círculo vicioso. Mientras continuemos con r'«estro sistema de arar el terreno, a menos que adoptemos medidas drásticas para tener a raya a

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las malezas, lo que hacemos es anular continua­ mente toda labor buena iniciada a continuación de la arada precedente. Puede repetirse que so­ mos las victimas de nuestro propio sistema de ma­ nejar el suelo. Es necesario que no persistan tales condicio­ nes. En verdad, podemos impedir casi brusca­ mente la propagación de malezas anuales en nues­ tros campos, si decidimos no alternar cada pocos años nuestra base de operaciones. Evitaremos crear condiciones favorables para que germinen las semillas que enterramos con la última arada, si las dejamos en paz donde están. Por otra parte, las semillas cuya germinación favorece la acción le disquear la cubierta de abono verde, pueden ser tenidas a raya con razonable facilidad. Sin embargo, no debe suponerse que se eli­ mina del todo la probabilidad de que crezcan maezas en una propiedad manejada correctamente, perqué muchas veces el viento y los pájaros transportan frutos y semillas. El éxito presupone la aplicación de medidas de “control” por parte de codos los agricultores y en un área de gran exten­ sion. Por igual, razón, no deben quedar .fuera de ía cuenta las parcelas escolares, los campos pú­ blicos, y todos los otros predios similares. El ex­ terminio de las malezas en una sola propiedad, dará resultados muy positivos, pero mienfras las propiedades que la rodean estén considerablemen­ te contaminadas, el trabajo de exterminio no pue-

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de interrumpirse. He aquí mis sugestionas para extirpar las malas hierbas: Siémbrese el terreno con una cosecha de abo­ no verde; en otoño será de centeno, y en prima­ vera una que convenga para el verano. Déjese crecer la sementera hasta que el abono verde al­ cance la altura necesaria para incorporarla con el equipo de que se dispone. Si las malezas que cre­ cen en el sembrado de abono verde empiezan _ a florecer, es necesario e importante que el abono verde se incorpore al terreno de inmediato. Sin embargo, son pocas las malezas que florecen con suficiente rapidez, como para apresurar la incor­ poración del abono verde. Bajo las condiciones co­ munes de labranza vigentes en la región húmeda, del país, será posible obtener una cosecha de in­ vierno y otra de verano para incorporar al suelo junto con las malezas sin semillar, y en poco* tiempo se habrá conseguido de nuevo la fertilidad del suelo, al mismo tiempo que se ayuda al terre­ no para que se desembarace de las malezas, quie­ nes a su vez, crean la necesidad de carpir y culti­ var los sembrados y las plantaciones. Si en esta discusión se mencionó el centeno a menudo y en forma destacada, no es porque sea el único abono verde conveniente, sino porque se adapta a la mayor parte del país, mejor que cual­ quiera de las sementeras de invierno. Se pueden emplear con éxito muchas otras mieses, que debe­ rán usarse en las regiones donde dan tan bien o

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mejor que el centeno. También pueden variarse las de verano para adaptarlas al clima de la bille­ tera del agricultor. Si un chacarero tiene semilla de mijo, sería una mala política de su parte, can­ jearla por porotos de soja para sembrarlos como abono verded de verano. Recuérdese que si en lu­ gar de enterrar el abono verde con el arado, se lo disquea en la parte superficial del suelo, no se necesita que sea una leguminosa, para utilizar a fondo el nitrógeno atmosférico; por lo tanto^ no existe una razón para preferir una leguminosa como abono verde. Si el agricultor no tiene nin­ guna clase de semilla, y el terreno está cubierto de maciega, puede disquearla antes de que florezca; en esa forma tiene material orgánico apropiado. Cuando se disquee la maciega, toda la parte de ella que se pudra, será ventajosa, y mejorará el suelo para la cosecha de abono verde por venir. Es imposible determinar de antemano cuán­ tas cosechas de abono verde habrá que incoi porar al suelo, para que el terreno se ennegrezca otra vez; lo que hay que hacer, es continuar hasta que se consiga eso. Deberán emplearse en rápida sucesión abonos verdes de invierno y verano, hasta que el suelo llegue a ser sumamente gra­ nuloso y absorbente. También es difícil predecir cuántas veces será necesario incorporar al terreno las malezas sin madurar, antes de que las semen­ teras de abono verde se vean libres de malas hierbas, pero con el tiempo se alcanzará el estado

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que se desea. Como los disqueos sucesivos, sólo afectan a las mismas pocas pulgadas de suelo, se conseguirá que brote hasta la última semilla con­ tenida en él. Si más adelante crecen yuyos, se de­ berá a las semillas que lleva el viento, o á las que llegan al terreno en tratamiento, traídas por otros medios de transporte. Si se supone que las malezas pueden ser teni­ das a raya, también puede pronosticarse la supre­ sión de muchos trabajos de labranza. Si puede dominarse a las malezas en una forma tal que no compitan con las plantaciones en el consumo de la provisión· alimenticia del suelo, va sin decir, que no serán necesarios los cultivos y las carpidas. Para justificar esta previsión existen razones im­ portantes, entre las cuales ésta es la más evidente: puesto que las raíces de las plantas siempre tien­ den a desarrollarse muy cerca de la superficie del suelo, el cultivo no puede hacerse sin cortar estas raíces. La destrucción de las raíces, en ninguna manera beneficia a la planta misma; por lo tanto si las plantas no sufren la competencia de los yuyos, la supresión del cultivo será obliga­ toria. Plabitualmcnte se espacian los surcos a la distancia de tres a seis pies, y en parte, eso se hace para permitir la destrucción de las malezas que crecen entre los surcos. Si se sabe de ante­ mano que van a brotar pocos yuyos, es obvio que puede disminuirse el espacio que separa a.

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los surcos hasta un mínimo compatible con la' disponibilidad de alimento que existe en el suelo. Por lo común, las plantas en el surco se colocan a una distancia menor que la que separa a los surcos entre sí. Las papas se plantan a la dis­ tancia de doce a dieciocho pulgadas en el surco, y los surcos se especian de tres a cuatro pies. Si no se interponen las malezas, las papas pue­ den plantarse juiciosamente a no más de dieciocho pulgadas en ambas direcciones. La distribución ideal, sería espaciar las plantas nada más que lo sufiicente para que sus raíces ocuparan totalmen­ te los intervalos que deben existir entre ellas. En esa forma se impediría la pérdida de alimento que la descomposición pone en libertad dentro de un suelo donde no hay raíces que lo absorban. A esta altura, vale la pena tomar en consi­ deración un hecho importante. Las plantas al cre­ cer toman del suelo en peso, nada más que una dícima parte del material que extraen del agua y del aire; esa misma proporción se mantiene en la composición de su substancia cuanto están se­ cas. Por, lo tanto, en cien “bushels” de maíz que pesan aproximadamente 2800 kilos, el suelo habrá contribuido con 280 kilos más o menos. Si todos los cien bushels fueran el rendimiento de un acre, el grano por si mismo solo habría extraído de ese acre 280 kilos de material. Si se quemaran cien kilos de maíz las cenizas resultantes pesarían al­ rededor de 280 kilos. Evidentemente se deduce

LABRANZA SIN MALAS HIERBAS

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que las cosechas no pueden agotar al terreno en forma indebida. Si como se indicó en el capítulo undécimo, podemos utilizar los ácidos del suelo originados en el proceso de descomposición de la materia orgánica para disolver minerales, y a las bacterias nativas del suelo para incorporarle el nitrógeno atmosférico, podremos producir cose­ chas varias veces más abundantes que las actuales; esto apenas si es un asunto de técnica juiciosa. Manejado correctamente, el terreno de labranza puede bastarse a si mismo casi en la misma forma en que se ha bastado el suelo de la campiña natu­ ral, porque cuando se lo administra correctamen­ te, el terreno de labranza se mantiene aproxima­ damente en el mismo estado en que está siempre el suelo en la naturaleza. De las reorías que se exponen en este capítu­ lo todavía no se ha dado una demostración com­ pleta, pero actualmente están en marcha expe­ riencias con el fin de probar las afirmaciones que se hacen aquí. Ahora no puede predecirse cuando estarán terminadas, puesto que no tenemos una base para saber positivamente, cuanto tiempo se necesitará para agotar la existencia de semillas de malezas en las pocas pulgadas superficiales del suelo, o cuando comenzará el suelo a ennegre­ cerse de nuevo. Sospecho que se necesitarán de dos a cinco años. En ese Ínterin, se plantarán y se disquearán, antes de que florezcan las malezas,

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dos cosechas sucesivas de abono verde cada año. Recién entonces, estaremos en situación de hablar del “cuando” lo mismo que “como” exterminar para siempre a las malas hierbas.

XIV

LA MADRE TIERRA PUEDE SONREIR DE NUEVO

capítulos precedentes, hemos demostra­ do que el arado de vertedera, era el villano del drama agrícola mundial. Aquí en los EE. UU. es sospechoso de despilfarrar desde el piso del surco, suficiente alimento vegetal como para sos­ tener cosechas con las cuales podría alimentarse a la mitad de la población mundial. En otros paí­ ses el “record” no está definido con tanta, clari­ dad, pero en ninguna otra parte las vertederas que se usan en general, alcanzan el tamaño que es co­ mún en los EE. UU. Cuanto más “grande y me­ jor” es el arado, más desvastadores son sus efec­ tos. El arado será justipreciado asi oficialmente, eso ocurrirá con el tiempo, y entonces la agricul­ tura americana pasará por una revisión drástica. Apenas si es posible pintar o insinuar una acuare­ la en términos más fieles, que la perspectiva de En

los

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dehesas más verdes en todas partes. Con ese espí­ ritu pues, emprendo ahora la predicción de algu­ nos cambios que provocará el nuevo esquema agrícola. Literalmente, los prados del país serán más verdes, las mieses crecerán con un aspecto mejor, y la atención que deberá prestárseles, será incon­ mensurablemente menor que la que se les prestaba por lo común en el pasado. De nuevo, y en igual medida, nuestros alimentos tendrán la misma abundancia de vitaminas y minerales que tuvieron a ites del arado; y en consecuencia, indudablemen­ te jiuestxa_saluds£rajm tensiones provocadas por la civilización, y nuestias vidas serán más cómodas. Este es el lado favorable del cuadro. Es ad­ misible deducir de la experiencia histórica, que to­ da la gente no se beneficiará por igual, especial­ mente en las fases iniciales del cambio. Una transformación tecnológica, siempre trae apare­ ad os ajustes defectuosos temporarios, que desde uv- punto de vista individual, hasta pueden ser ci nsiderados verdaderos desastres. Por eso, cuand'»iniciemos la aplicación de nuestros nuevos prin­ cipios agrícolas, que significan la cooperación con las fuerzas eternas del crecimiento, en contra de las cuales actuamos hasta aquí, mucha gente se verá afectada adversamente. La posición de al­ gunos llegará a ser del todo insostenible, hasta que

LA MADRE TIERRA PUEDE SONREÍR DE NUEVO

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la sabiduría del gobierno encuentre una solución satisfactoria. La confusión más rápida y perceptible ocu­ rrirá en el campo económico, o más específica­ mente, en la estructura de los precios de los productos de las explotaciones agrícolas· que nc han avanzado en el sentido del cambio. Tan pronto como lleguen a los mercados, cosechas varias ve­ ces mayores que nuestros promedios habituales por acre, los precios declinarán. Esto no signifi­ cará necesariamente que los perdidosos vayan a ser los que practican la nueva agronomía; sus costos de producción serán tan bajos, que su po­ sición mejorará grandemente. Sin embargo eso significa que los que no se beneficien con los nue­ vos métodos, sufrirán, y los que ahora considera­ mos productores marginales, lo perderán todo. Además, será necesario analizar cor un pen­ samiento renovado, a la así llamada, ¿conomía de la abundancia. Existe algo así como un límite máximo de la cantidad de alimento que pueden consumir la población de los EE. UU., y las po­ blaciones actualmente desnutridas de las otras par­ tes del mundo. Por esa razón, cuando los nuevos métodos agrícolas tengan una aplicación general, tal vez sea necesario reducir la superficie dedicada a la producción de alimentos primordiales. Tam­ poco es del todo improbable que si el. terreno tratado con los nuevos métodos, el primer año produjo cinco veces más, produzca el segundo año

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LA INSENSATEZ DELLABRADOR

diez veces más. De modo que tales posibilidades, excluyen la previsión de una curva económica del todc eficiente, mediante la reducción del área sembrada. ¿Qué haría el granjero, con los acres que le quitó al cultivo de una cosecha determina­ da? Hasta ahora, se le aconseja que dedique el exceso de superficie, a la producción de mejoradores del terreno. Si se recuerda el principio* básico del nuevo método agrícola propuesto en es­ te libro, se verá con claridad que los antiguos mé­ todos de mejoramiento no tendrían aplicación. De ahí, que se presente un “impasse”, si se recu­ rre a los métodos tradicionales para hacer frente a un exceso de producción. El resultado, en parte, será que los magos de la química tendrán una oportunidad para poner manos a la obra, y encontrar el empleo económico de las grandes superficies que en el futuro ya no serán necesarias para producir alimentos. Puesto que si se emplean los métodos que propone este li­ bro, el terreno producirá materias primas al costo de una simple fracción del costo previo, I09 químicos verán abrirse ante si vastas oportunidadades para perfeccionar y producir incontables mercaderías y artículos, para los cuales pronto habrá un mercado entre productores y consumi­ dores de artículos manufacturados. Además, debe recordarse en relación con es­ to, que hemos estado viviendo literalmente de tiempo prestado. Considérese a que velocidad se

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han explotado los bosques. Si hemos gastado mu­ cha más madera que la que la naturaleza nos per­ mite emplear para cosas tradicionales que cono­ cemos, es probable que los nuevos usos que se ha­ cen de la madera, y que se desarrollaron en los últimos diez años, agoten nuestros bosques a una velocidad todavía mayor. El porvenir de los ma­ teriales hechos a base de madera, está muy ínti­ mamente ligado con la perspectiva de tener super­ ficies que puedan ser devueltas a los bosques, gracias a que, mediante los nuevos métodos agrí­ colas, habrá disponibles tierras que hoy se desti­ nan a producir alimentos primordiales. También hemos sido manirrotos al distribuir las reservas de petróleo. El pensamiento .de que nuestras grandes reservas de hulla puedan suplementar a nuestras reservas menguantes de petró­ leo, apenas si es tan afortunado como pensar que nuestros excesos de tierra puedan destinarse a la producción de materiales fácilmente destilables para combustibles, y de esto se desprende e co­ rolario de que el desecho de las retortas de las destilerías, puede volver a la tierra como ferti­ lizante. Entonces, pasaremos por una experiencia, por la que el mundo jamás pasó en lo que se re­ fiere al suelo; cosechar anualmente sin que éste pierda sus virtudes. Eorque ahora, según se des­ prende del contenido de este libro, se pondrá en claro que cosechando se construye suelo en lugar de destruirlo.

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LA INSENSATEZ DEL LABRADOS

Otras influencias actuarán para modificai? el paisaje Americano. Con la invención de equipos mecánicos convenientes para que el habitante sub­ urbano los emplee en el lugar donde está su mora­ da, con la intención de conseguir los alimentos que necesita su familia, se puede esperar que las poblaciones urbanas, se transformen apacible­ mente en comunidades suburbanas. En esto, como es natural, no hay nada de nuevo, si se exceptúa que lo que hasta ahora fué un capricho que podía proporcionarse el que tenía una posición econó­ mica buena, estará al alcance de la mayoría. De ese modo, la descentralización de las poblaciones que los industrialistas alientan por razones de efi^ncia y de salud individual, y las autoridades militares por exigencias de la defensa nacional, bien puede llegar a ser una realidad. Nos evita­ mos discutir los efectos beneficiosos sobre la ci­ vilización Americana, porque están a la vista con toda claridad. No basta que tengamos en vista provisiones de alimentos suficientes para eliminar la angustia histórica, que la perspectiva de- los déficits siempre cdusó en el hombre. Produciendo alimentos más baratos, podremos avanzar más, con el fin de disminuir el costo del “standard" de vida en el mundo. Hasta ahora nos hemos jactado del alto patrón de vida en América. Pero no nos cuidamos de interpretar esa pretensión nuestra, ai la luz del costo de nuestra hazaña. En los altos costos de

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nuestro “standard” de vida actual, figuran en lu­ gar prominente los alimentos y otros productos agrícolas. Además existe una relación estrecha entre el costo del pan del hombre, y el de cualquie­ ra otra cosa que produce. A pesar de que los eco­ nomistas y humanitaristas repudian la teoría de los salarios basados en el costo de las subsisten­ cias fv justamente por eso), tal vez no se haya de- ^ dicado bastante atención, a los desembolsos. desporcionados que exigen los productos del suelo, y a la relación de estos con el costo de la mano de obra, en cada otro campo de la actividad humana. Si fuera posible descartar todos los. otros beneficios derivados de un método agrícola revi­ talizado, todavía habría uno atrayente, y este es el bienestar físico del hombre mismo. Los ali­ mentos son la fuente de las vitaminas, proteínas, hidratos de carbono, grasas y minerales, gracias a los cuales el hombre vive. Este, prospera o vive enfermizo, proporcionalmente a la disponibilidad de esos factores esenciales en los alimentos que le proporcionan las chacras y las huertas del campo. Tanto los agrónomos como los dietólogos, saben que un suelo donde se agotaron esos facv.ores, pro­ duce alimentos carentes de los productos finales que exigen los seres humanos. No es mucho es­ perar, que si se le devuelven a nuestras tierras los ingredientes vitales necesarios para producir co-' sechas lozanas, suculentas, vigorosas y saludables, pueda elevarse enormemente la vitalidad del hom-

242

LA INSENSATEZ DEL LABRADOR

bre, se puedan reducir o eliminar las enfermedades por deficiencias, y se pueda prolongar la duración de la vida. Aunque no se tuviera en cuenta ningún otro resultado, este sólo, justificaría la necesidad de una nueva agricultura, que en realidad es muy antigua.

FIN

I N D I C E

Pags.

Capítulo I. II.

Margen de error

9

Que es suelo................................................

29

III.

El suelo no se erosiona

49

ιν„

Tradiciones del arado .

69

V.

“Investigación” : Sin padrinos·.. formal

VI. VII. VIII.

................................................·

In-

. 87

Prueba en escala de campo

105

Suelo a máquina.........................................

129

El rey tiempo destronado .

149

IX.

La falsedad del drenaje subterráne

165

X.

¿Qué hay sobre tipos de suelo? ,

181

197

XI.

Hulla para Newcastle . .

XII.

Las plagas hacen mutis

213

XIII.

Labranza sin malas hierbas

225

XIV.

La madre tierra puede sonreír de nuevo

235