La Huella Ecologica

La Huella Ecológica Por: Ernesto Guhl Nannetti* Todas las actividades humanas consumen recursos naturales como espacio,

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La Huella Ecológica Por: Ernesto Guhl Nannetti* Todas las actividades humanas consumen recursos naturales como espacio, energía, agua, suelo, aire, plantas y animales y producen desechos y hacen uso de servicios ambientales, como la capacidad de autopurificación del agua o la de polinización natural de las plantas. En las últimas décadas el consumo desaforado e innecesario de los recursos naturales y servicios ambientales se ha incrementado de manera tal, que se ha puesto en peligro la estabilidad y la sostenibilidad de los ecosistemas y de los delicados mecanismos de funcionamiento y regulación del planeta. Como se reconoce ampliamente esta alarmante situación parte de la consolidación y el predominio de una noción equivocada del progreso y del bienestar, que se ha reforzado últimamente con decisiones como las tomadas por el presidente Bush relativas al calentamiento global y con las tendencias globalizadoras y uniformizantes. Estas decisiones y tendencias se basan en dos conceptos equivocados; en primer término el seguir suponiendo, contra todas las evidencias, que la naturaleza es inagotable y que su capacidad de restauración es ilimitada y en segundo lugar el correspondiente corolario de que el trabajo de la naturaleza es gratuito. Estimaciones hechas sobre el valor de los servicios ambientales que nos brinda la naturaleza, indican que este es casi dos veces superior al producto bruto del planeta. Sin embargo, la economía no involucra estos enormes costos, e incluso los califica despectivamente como externalidades, cuando en realidad bien podría ser al contrario y supeditar la acción humana al funcionamiento planetario. El concepto de la huella ecológica es una forma sencilla de apreciar y evaluar las necesidades de recursos naturales y de servicios ambientales que tienen los diversos países o regiones. Esta necesidad se expresa como la dimensión del “área ecológica” necesaria para proveer todos los recursos para realizar las actividades socioeconómicas de ese país, para disponer sus desechos y para remediar los efectos deteriorantes de los impactos ambientales que resultan de su actividad. Así por ejemplo, un ciudadano de los Estados Unidos requiere para vivir de acuerdo con los estándares promedio de ese país, una extensión de 5.1 hectáreas, un canadiense típico necesita 4.3 hectáreas, el promedio mundial de la huella ecológica per cápita de 1.8 hectáreas y en la India este valor es de 0.4 hectáreas, es decir 13 veces menos que en los Estados Unidos y 10 veces menos que en el Canada. ¿Pero esto que significa? ¿ Acaso que los ciudadanos de la India son 13 veces menos felices que los de los Estados Unidos o que están 10 veces menos satisfechos que los del Canadá? Indudablemente no es así. Incluso el auge de las religiones y modos de vida orientales en las sociedades más desarrolladas, como Norteamérica y Europa, señala la insatisfacción colectiva 1

con las formas de vida establecidas por el modelo dominante y la necesidad de buscar otras más humanas y más equilibradas con el entorno. Lo que las anteriores cifras muestran claramente es que existen diversas maneras de relacionarse con la naturaleza y de aprovechar sus recursos y servicios, para buscar la satisfacción de las necesidades individuales y sociales y que aquellas más virulentas para el medio ambiente son las que se han erigido como el símbolo del progreso y la meta del éxito individual, preconizados por la cultura occidental. Esta situación plantea la fuerte asimetría existente en el uso de los recursos naturales, ya que unas formas de desarrollo y de vida se hacen posibles a costa de otras, puesto que hay que reconocer, a pesar de que no se quiera en aras del espejismo del progreso basado en el consumismo y el desperdicio, la finitud y los límites de la oferta ambiental global. Así pues, los países desarrollados que alojan el 20% de la población del mundo disponen del 80% de los recursos naturales para mantener su nivel de vida, mientras que el 80% de la población mundial dispone apenas del 20% de ellos. En términos de la huella ecológica lo anterior significa que el Japón ha excedido la capacidad resistencial de su extensión territorial en un 730%, Bélgica en un 1400%, Holanda en un 1900% y Estados Unidos en un 80% a pesar de su enorme extensión territorial. Estos déficits de área son compensados con “importación” de áreas de otros países que producen los alimentos, o las manufacturas o los servicios ambientales que hacen posible que los países industrializados mantengan sus elevados patrones de consumo y su nivel de vida insostenible. Es decir que los países industrializados, tal vez con una o dos excepciones como Australia, presentan un déficit ecológico y de área que compensan con los flujos comerciales y de bienes y servicios ambientales provenientes de los países del sur, que se convierten en exportadores de estos bienes y servicios, representados en “área ecológica”, cuyo pago no se reconoce. En el caso colombiano no se han hecho análisis que permitan determinar la magnitud de nuestra huella ecológica, pero en una primera aproximación podría concluirse que si los 40 millones de colombianos tenemos una huella ecológica promedio de 2 hectáreas por persona, requeriríamos de una extensión del orden de 80 millones de hectáreas para mantener nuestra forma de vida y nuestra actividad actuales, lo cual convertiría a Colombia en uno de los pocos países que aún cuentan con una reserva considerable de área ecológica. Esta reserva sería de alrededor de 34 millones de hectáreas para completar su extensión continental sin incluir sus espacios marinos. De todas maneras esta gruesa estimación inicial debe ajustarse e incluir en ella los flujos de comercio de exportación e importación que pueden convertirse en área ecológica. Lo que se intenta señalar es que Colombia posee aún una capacidad ecológica de reserva, lo cual le confiere un recurso muy importante que debemos saber aprovechar. Sin embargo este cálculo promedio puede ser muy engañoso, como es la regla en nuestro país, si se consideran las diferencias regionales. Así por ejemplo, Bogotá con sus 6.5 millones de habitantes y su concentración de actividades, excedió hace mucho tiempo la capacidad de soporte que establecen sus propios límites y su “hinterland” y ha extendido su huella ecológica a la región 2

que la rodea, generando conflictos por el uso de los recursos naturales. Así por ejemplo “importa“ agua de la vertiente del Orinoco sin reconocer ningún pago por ello y “exporta” servicios y costos ambientales, como en el caso de la monstruosa contaminación de la cuenca baja del Río Bogotá, debida a los vertimientos que a el hace la ciudad, que afectan severamente la calidad de vida en los municipios ubicados aguas abajo de Bogotá. La pregunta obvia es la de qué se debe hacer para evitar que la demanda por bienes y servicios ambientales, propulsada más allá de lo posible por un modelo de desarrollo global asimétrico e insostenible, supere la disponibilidad de área ecológica que aún está sin explotar en el planeta. Expresando este interrogante de otra manera podría plantearse como que hacer frente a un stock de capital natural cada vez más escaso, sometido a unas presiones de uso que se incrementan día tras día, para mantener el funcionamiento del modelo económico dominante. Desde esta perspectiva se perciben algunas posibles salidas al dilema que empiezan a dibujarse en el horizonte de lo posible y que apuntan a reducir el tamaño de la huella ecológica.. Se ha venido trabajando en la búsqueda y aplicación de tecnologías y procesos más ecoamigables, que consumen menos recursos y producen menos desechos por unidad de producción. Estos esfuerzos son importantes y apoyan la sostenibilidad, pero difícilmente resolverán el problema de fondo, pues lo que buscan es hacer menos daño al medio ambiente, pero conservando un modelo económico perverso y equivocado. Incluso pueden crear el equívoco de que su utilización reduce los impactos ambientales y sobre esta base fomentar el consumo de forma tal, que su efecto benéfico se pierda en el panorama agregado de un mayor consumo. Se aduce también que el comercio y el crecimiento económico pueden reducir las presiones sobre el ambiente. El fomento a la competitividad y el triunfo de la eficiencia al evitar el uso excesivo de recursos naturales y de técnicas de producción y aprovechamiento que la comunidad internacional rechace por ser nocivas para el medio ambiente pueden actuar como un freno al deterioro planetario. Pero el argumento contrario, al igual que en el caso anterior, señala que estas estrategias no corrigen el problema de fondo y que además acentúan el predominio de un sistema asimétrico que busca mantener las actuales relaciones de poder y las formas vigentes de distribución de la riqueza, ignorando que la sostenibilidad implica también la equidad. Es más, se pierde la relación con el entorno al propiciar un esquema dominado por las multinacionales que carecen de “raíces” y en el que por tanto predomina la idea de crear “territorios sin poder al arbitrio de poderes sin territorio”. En el fondo se comprende que el problema esencial consiste en plantear como lo deseable, el crecimiento continuo de la economía basado en un consumo creciente apoyado en una base ilimitada de recursos naturales y servicios ambientales, lo cual es una hipótesis absolutamente falsa. Además la forma de vida actual predominantemente urbana y desarraigada de lo local, consolida el planteamiento cartesiano, que tanto daño ha hecho, de separar al ser humano del resto de la realidad como si no fuéramos parte de un todo integral e interdependiente, sobre el cual hemos intervenido de manera irrespetuosa y arrasadora. Como lo dice el profesor Ost, de la Universidad de Lovaina, hemos perdido la capacidad de reconocer nuestros vínculos con el 3

mundo natural y de aceptar los límites que nos impone como parte de un sistema integral y cerrado. La conclusión, que se hace más evidente cada día, es la de que la solución a esta situación de desequilibrio debe originarse en un cambio de paradigma basado en un nuevo contrato social, en el que se replanteen la relación y la jerarquía entre los derechos individuales y los derechos sociales, en el que se entienda que los derechos y las responsabilidades deben ir de la mano y en el que se rescate y se ubique en el mas alto nivel el valor del interés colectivo y el sentido de lo público. En el campo ambiental este nuevo paradigma se debe hacer evidente en la forma de entender las funciones sociales y ecológicas de la propiedad, en el respeto a los recursos naturales y al medio ambiente superando la visión simplista y equivocada de que son bienes de libre acceso puestos a disposición del hombre en el gran supermercado planetario, y entenderlos como partes del sistema en que vivimos, como un todo limitado, armónico e interdependiente. Así por ejemplo uno de los grandes inventos del siglo pasado que transformó las formas de vida y liberó de las restricciones espaciales al individuo como es el automóvil, puede convertirse en un enorme problema social y ambiental si se utiliza inadecuadamente y de manera excesiva como ha ocurrido. Aquí debe hacerse el balance entre los derechos individuales a la movilidad sin restricciones y los derechos colectivos a disfrutar de un ambiente sano y a mantener un entorno con dimensiones humanas, mucho mas igualitario y propenso al disfrute de la vida urbana. La materialización de estos nuevos conceptos requiere cambios culturales profundos que permitan la transformación de las actitudes y comportamientos de la sociedad, mediante la apropiación de una visión diferente de su relación con la naturaleza y de su papel en ella, lo cual es una tarea enorme y de largo plazo por lo cual debe emprenderse de inmediato. En el corto plazo, se requiere una diferente forma de gestión ambiental mucho más proactiva, participativa e integral, que permita mediante el uso combinado de instrumentos económicos, como los precios realistas de los recursos naturales y los cobros por contaminación, una normatividad más estricta y moderna inspirada en el predominio del bien común sobre el interés particular y el conocimiento y la gestión a partir de lo local y lo regional, que es donde se materializan los problemas ambientales, que seamos capaces de aprovechar y mantener las ventajas y el potencial que nos resta de nuestro patrimonio ambiental colectivo para superar las desigualdades y la pobreza. *El autor es ambientalista de vieja data, catedrático, fue Viceministro del Medio Ambiente y actualmente dirige el Instituto Quinaxi para el Desarrollo Sostenible..

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