La conquista del Exito.pdf

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T.

hcycxó

VITULOS: 1. Inicíate correctamente en la vida ............. íi 2. El valor y la perseverancia........... ............. 16 3. Lecciones del dolor...................... ............. 23 4. La única fuente del optimismo.... ............. 28 5. Un puerto adonde arribar............ ............. 34 6. La dignidad del trabajo............... ............. 38 7. Ser o no ser'.................................. ............. 44 8. Atrévete a ser sensato................. ............. 51 9. El sentido de la honradez.......... ............. 55 10. La integridad, factor de éxito...... ............. 61 11. Vidas ejemplares.................. ....... ............. 69 12. Un carácter digno de ser imitado. ..............75 13. Piedras en el camino................... ..............79 14. El egoísmo y cómo vencerlo......... ............. 85 15. “Para que te vaya bien...” ........... ............. 90 16. El pesimismo, nuestro enemigo.... ..............95 17. La más extraordinaria de las conquistas ...99 18. Perdón y olvido..'........................... ............ 104 19. El radar infalible.......................... ............ 111 20. La esperanza suprema................. ............ 117 21. Mi plegaria por t i ......................... ............125

II PARTE: O i c U CAPITULOS:

22 .

Como la nave............................................. 131

23. La vida es lucha........................................ 134 24. Una actitud positiva.................................. 138 25. Cómo encarar la vida................................ 142 26. Vivir de verdad.......................................... 147 27. Alas para volar........................

151

28. Vivamos un día a la vez............................ 155 29. Frente a otro día....................................... 159

III PARTE: CAPITULOS:

^ f ' X P é ' C L C '(*

30. Hay que llegar............................................165 31. Se vende sueño..........................................169 32. Esperanza en el ideal............................... 173 33. El camino del triunfo................................ 177 34. Cuando se usan los talentos......................181 35. El precio del éxito..................................... 185 36. Para triunfar..............................................189

a sociedad ha confiado a los padres y a las madres una responsabilidad de enorme significación y oportunidades de valor inestimable, al encomendarles la formación del carácter de sus hyos y su educación para la vida. Pero la tarea, de por sí nada fácil, encuentra escollos adicionales en las corrientes de doctrinas liberales y desintegradoras que fluyen desde diversos países que ejercen gran influencia cultural en el resto del mundo, incluyendo los países latinoamericanos. Por ejemplo, la directora asociada de un centro de investigación sobre asuntos femeniles declaró: “En realidad no sabemos edu­ car a los hyos... Debido a que los hyos se educan dentro de la familia, no hay igualdad para ellos [igualdad entre niños y niñas]. Para criar a los hijos con igualdad debemos sacarlos del seno de la familia y educarlos fuera de ella”. ¡Imaginemos el impacto devas­ tador que la realización de estos planes absurdos tendría sobre los hijos! Erente a la fuerte marejada de delincuencia, sexualidad desviada, drogadicción, alco­ holismo y otros problemas que suelen empañar el ambiente del hogar y desviar la fami­ lia por caminos peligrosos, y hasta fatales, los padres responsables y amantes necesitan redoblar sus esfuerzos para salvar a sus hijos. La considerable demanda popular que siguen teniendo las "Cartas a mis hyos", de nuestro singular autor, nos ha impulsado a incluirlas en la primera sección de esta obra, conquista del éxito. En este libro ponemos al alcance del lector una valiosa ayuda. El l)r. Braulio Pérez, extraordinario maestro de la juventud, y durante muchos años director del prestigioso programa radial La Voz de la Esperanza, ofrece en estas páginas un valioso material orientador escrito especialmente para los hyos que van entrando en la difícil etapa de la adolescencia. En la segunda parte de esta obra "Vida", lo mismo como en la tercera, titulada "Juventud", se dirige también a todos los jóvenes que lo quieran escuchar. Los consejos y las enseñanzas que imparte se pueden considerar como una extensión de la voz cariñosa y aleccionadora de los padres, que corrige sin ofender y alienta sin limitar la libertad ni la iniciativa de los hyos. Deseamos que esta obra encuentre una entusiasta acogida entre los padres y sus hyos adolescentes y jóvenes, para que juntos se esfuercen por alcanzar la cumbre del éxito. Los editores

S

unca ha sido sencilla la tarea de la paternidad; pero a medida que la. familia moderna es atraída irremi­ siblemente hacia el vórtice del tor­ cer milenio, la crianza y educación de los hyos se hu vuelto una ver­ dadera obra de titanes. Alcanzar el éxito al frente de uno o más adolescentes no implica únicamente lograr que cumplan de 111 a 15 años sin abandonar la casa paterna. Lo verdaderamente osen cial consiste en el legado y el cultivo de un juego do valores y principios que reciban los adolescentes de »sus padres sin casi percatarse de sus elementos. Ms que los recaben confundidos en el amor liberante de sus progenitores, a su vez inmersos en la gracia del Señor. Mata es la meta do esta primera sección: “Cartas a mis hqosM .

N

^ jU ^ ^ ic tc r ¿ v c y c : Se dice que un gran rey de Persia lleva­ ba siempre consigo en sus excursiones alrededor de Ispahan, capital de su Estado, a su tesorero, para premiar las acciones virtuosas que presenciase. -¿Qué hacéis, buen anciano? -dijo a uno que estaba plantando árboles. -Planto nogales, ¡oh rey de reyes! -con­ testó. -¿Y para qué plantáis nogales cuyo fruto no alcanzaréis a comer? -P ara pagar mi deuda con los que plan­ taron aquellos cuyo fruto gusté en mi Juventud. El rey lo declaró acreedor a su premio. lia vida está delante de ti. Estás apenas pisando su umbral. Frente a ti están todas las posibilidades. Hay en tu ser energías sin límites y tus pies reclaman impa­

cientes el camino. Bendita sea la jornada que vas a comenzar. Pero antes que la emprendas, detente unos instantes, sólo los indispensables para considerar estas líneas. Y luego parte. Y que Dios sea con­ tigo. Entra a la vida reconociendo lo que le debes. Durante miles de años, millones de personas han luchado y sufrido para crear las ventajas de que tú has de gozar. Cuando recorras los nombres de los grandes benefactores de la humanidad, cuando medites en los nombres de los astrónomos, de los físicos, de los químicos, de los médicos, que con altruismo y desin­ terés dedicaron toda su vida a luchar con­ tra el arcano científico para desentrañar­ lo, o contra la dolencia que atormenta los cuerpos, recuerda que estás en deuda con

ellos. Cuando recorras las páginas de las grandes obras literarias de la humanidad, cuando en ellas recojas la experiencia de quienes las escribieron, y el secreto de la belleza que llama a tu corazón para enno­ blecerlo, recuerda tu deuda para con sus autores. Trabajaron para ti. Cuando goces de cada una de las ven­ tajas materiales que por ser tan comunes suelen pasarse por alto con tan grande indiferencia, recuerda a los incontables héroes anónimos que trabajaron para que tú gozaras de ellas. Hijo mío, estás en deuda con la humanidad y debes pagársela. Como el labrador persa a quien premió el rey, plan­ ta árboles de bien y de nobleza pensando que si tú no puedes gozar de su fruto, ya gustarán de él otros, así como tú hoy te beneficias con el esfuerzo de quienes a través de los años trabajaron para ti.

El arte de vivir consiste en hacer de la vida una obra de arte. El éxito no es el resultado de la casualidad sino del esfuerzo perseve­ rante e incansable. Lo que debe preocuparte ahora es la actitud que asumirás frente a los hechos que ocurran en tu vida. ¿De qué manera te situarás frente a las oportunidades, bue­ nas o malas, que surjan ante ti? ¿Permitirás que circunstancias fortuitas cambien totalmente el rumbo de tu exis­ tencia? Recuerda siempre que las cosas, intrínsecamente, tienen muy poca impor­ tancia y que lo que realmente vale es la actitud que adoptamos frente a ellas. Alguien ha dicho que “el arte de la vida consiste en hacer de la vida una obra de

arte”. Recuérdalo siempre. Te hará falta en el camino de la existencia porque más de una vez te asaltarán las tentaciones y las dudas. Pero no cedas a ellas, prosigue adelante con valor y entereza. Recuerda que el éxito no es el resultado de la casua­ lidad sino del esfuerzo perseverante e incansable. El hombre verdaderamente grande se distingue por su esfuerzo y su actividad, por la necesidad que siente de ensanchar en todo sentido su existencia, su nobleza y el radio de acción de sus obras buenas. Razón tenía José Ingenieros para decir: “La juventud se mide por el inquieto afán de renovarse, por el deseo de emprender obras dignas, por la ince­ sante floración de ensueños capaces de embellecer la vida. Joven es quien siente dentro de sí la floración de su propio des­ tino”. Hijo mío, adquiere fortaleza para que puedas sostenerte en los momentos difí­ ciles que, sin duda, tendrás que afrontar. Tres cosas te serán indispensables para ello: Primero, una inteligencia vigilante que te permita tener ideas claras. Luego, una imaginación generosa y mucho corazón para que puedas poseer ensueños hermosos. Y, por fin, y lo que es más importante, que busques la protección del Todopoderoso para que te ayude en la difí­ cil lucha de la vida. No se te ocurra pensar que para alcan­ zar un puesto noble y distinguido en la vida es necesaria una cuna dorada o rodeada de privilegios. Tu éxito depende de ti mismo. Recuerda, por ejemplo, que Rousseau fue hijo de un modesto relojero, que el célebre fabulista Esopo fue esclavo, que Cromwell fue hijo de un cervecero, que Epicuro y Tamerlán fueron pastores, que Franklin trabajó de cajista de imprenta, que Demóstenes fue hqo de un herrero, que Terencio nació esclavo, que

La senda de la vida invita tu esfuerzo palpitante. Goza del triunfo que te aguarda.

David fue un simple pastor, que Gedeón fue sólo un labrador, que Homero fue un mendigo, que Lucano fue hijo de un alfarero, que Colón lo fue de un obrero, que Milton fue apenas un pobre escribien­ te, que Cervantes fue simple soldado. Podría alargar mucho esta lista, pero bas­ tan los nombres que he citado. Un origen humilde, más que desventaja, debe ser un motivo para luchar con tanto mayor empeño y nobleza. Tu éxito en la vida dependerá de que reconozcas ciertos principios que no es posible violar sin sufrir las consecuencias. En primer lugar no te sientes a esperar que llegue el momento favorable de hacer

algo digno: crea ese momento. Crea tú las condiciones y circunstancias que te permi­ tan producir el bien que sueñas. ¡Cuántos jóvenes tienen hermosos sueños y proyec­ tos de extraordinaria belleza y de induda­ ble valor! Pero todo eso se queda simple­ mente en sueños, en proyectos, que no pasan de allí, porque quienes los forjan esperan que la casualidad les depare la oportunidad de llevarlos a la práctica. Y la casualidad, hijo mío, es algo de lo cual no debe dependerse. Es menester crear las circunstancias que hagan posible la reali­ zación de nuestros más caros ideales. Esto supqné esfuerzo y trabajo. Pero quien no trabaja se roba a sí mismo. Solón dijo: “El que no trabaja debe ser juzgado por los tri­ bunales”. No rehuyas el esfuerzo. Sin él no hay posibilidades de triunfo. Y recuerda la orden de San Pablo: “Si alguno no quisiere trabajar, tampoco coma”. Pocos diccionarios pueden compararse hoy con el de Webster. Se le reconoce una indiscutida autoridad y vamos a él seguros de encontrar la información que necesita­ mos. Ese diccionario ha perpetuado el nombre de su autor como uno de los grandes eruditos contemporáneos, pero pocas personas piensan que para producir una obra de ese calibre, Webster trabajó 20 horas diarias durante más de cincuenta años. Hace algún tiempo conversaba con uno de los grandes músicos contemporáneos latinoamericanos. Había recorrido triun­ falmente los países de América y Europa y su nombre ocupaba los primeros lugares en los diarios, periódicos y revistas. Es, en realidad, un gran músico, un ejecutante que deleita a enormes auditorios y asom­ bra por la facilidad con que parece ejecu­ tar las partituras más difíciles. Le dije: “Es usted un genio”. A lo que él respondió: “Diga usted más bien que para poder tocar

como lo hago he practicado diez horas diarias durante veinte años”.

La costumbre de realizar las cosas pequeñas de la debida manera te llevará, necesariamente, a efectuar bien las cosas grandes.

Ya lo ves, hijo, el trabajo y el esfuerzo son indispensables. Esfuérzate, aprovecha todos los instantes de tu vida y verás cómo ésta te será dócil y sumisa. Concentra tus energías en una sola cosa. No trates de abarcar más de lo que puedas dentro de tus posibilidades o de tu capacidad. Sé incansable y no te dejes arrastrar por inútiles vacilaciones. A veces vale más la tenacidad que el genio, la perseverancia que la capacidad, porque en tanto que el genio y la inteligencia pueden vacilar en la lucha, cansarse y abandonar el terreno, la tenacidad prosigue poco a poco, pero con seguridad, hasta llegar a la meta deseada. Se dará el caso de que admires a algu­ nos de tus compañeros que deslumbran por su inteligencia y de quienes con justi­ cia esperan grandes cosas todos los que los conocen, pero al cabo de unos años, es probable que los veas reducidos a un nivel inferior al común y convertidos en materia más o menos amorfa. La explicación es muy sencilla. Había en ellos inteligencia, tal vez en sus mentes bullía el genio, pero les faltó tenacidad y perseverancia. No pusieron suficiente empeño en su trabajo. Ya lo dyo Cer­ vantes: “La diligencia es madre de la bue­ naventura”. El mundo nos devuelve única­ mente aquello que le damos. La ley de la Naturaleza es: Trabaja o muere. Quien

deja de trabajar muere intelectual, moral y físicamente. Trabaja, pues y esfuérzate. Y lo que hagas, hazlo bien. Sé cuidadoso hasta con lo que creas insignificante. La costumbre de realizar las cosas pequeñas de la debida manera te llevará, necesaria­ mente, a efectuar bien las cosas grandes. Por otra parte, el éxito depende más bien de las cosas pequeñas. Napoleón no descuidaba ningún detalle y a ello atribuía sus mejores éxitos. Una de las grandes debilidades del ser humano es este consejo: “Que si nos exa­ minásemos a nosotros mismos, cierto no seríamos juzgados” (1 Corintios 11:31). ¿Lo ves? no se trata de examinar a los demás, sino de juzgarnos a nosotros con igual o mayor severidad que la que usaríamos para con otros. Te he relatado alguna vez el caso de Federico, ¿lo recuerdas? Entró en la far­ macia, se dirigió al teléfono, pidió un número, y empezó su conversación. El bo­ ticario, quizás sin quererlo, escuchó sus palabras. -¿Hablo con el señor Martínez? Lo llamaba sólo para preguntarle si tiene empleo en su oficina para un muchacho. ¿Cómo? ¿Ya tiene un empleado? Pero, ¿no necesita otro? ¿No tendrá que despedirlo pronto? ¿Está completamente satisfecho con sus servicios? Muy bien, gracias. Federico colgó el receptor y se retiró. El bondadoso farmacéutico no pudo resistir el impulso de decirle:

“La diligencia es madre de la buenaventura”. El mun­ do nos devuelve única­ mente aquello que le damos.

Las semillas del triunfo se echan temprano en el surco de la vida.

- v ie desesperes, hijo, tendrás mejor i próxima ocasión. -Pero yo no me aflijo, señor. Al con­ ta b a -respondió Federico-. Verá usted. T: soy empleado en la oficina del señor Ih ró n ez. Me examinaba a mí mismo. Qae este sencillo relato te sirva de avenencia. Cuidado de ti mismo, exami­ n a s obras. M odus veces, en mis viajes transcontiantes que el avión se elevara a a s subes he visto a mecánicos y pilotos reaasa: prolijamente el aparato alado al cual bur ¿ confiarse las vidas de veinte, trein­ t a : -arenta o cien personas. Y no lo lanzala r aire hasta estar seguros de que todo en orden. Así, tú, hijo mío, repasa r . idiosamente tus motivos, tus fuerzas, a s ieales, tus posibilidades, tu espíritu é t tacha. tu diligencia, porque estás frente i j vida y ésta se te mostrará buena o ■Va según estés preparado para ella. No confíes en el día de mañana. Lo que re-res hacer, hazlo hoy, apoyado en la

sabiduría divina. Mañana traerá sus pro­ blemas, sus afanes y sus preocupaciones. Cumple diariamente tus deberes. Lucha cada día como si fuera el último que fueras a vivir, como si fuera tu última opor­ tunidad de llegar al fin que te propones. Si así obras desde tu juventud, desde ahora, hqo mío, estarás echando los cimientos de tu felicidad en esta tierra y en la venidera. Dijo La Bruyére: “La mayoría de los hom­ bres emplean la primera parte de su vida en hacer miserable el resto de ella”. Cuídate de ese peligro. Aléjate de todo aquello que pudiera dejar en ti un motivo de remordimiento. Es posible que en las siguientes cartas vuelva sobre algunos puntos considerados en ésta. Entre tanto recuerda que estás frente a la vida. No temas afrontarla con entereza, con virili­ dad. Deja que soplen los vientos, quemen los soles y mojen las lluvias. Todo esto te enseñará a ser fuerte, purificará tu cuerpo y tu alma y, no te quepa duda, te habilitará para triunfar.

CAPITULO

OLI valer p ¡a perseverancia Vas a entrar en un mundo donde el éxito está en relación directa con el esfuerzo que se hace y con la manera como se lucha. Es ésta una de las épocas más difíciles de la historia. Vientos de mal soplan sobre la tierra y una ola de corrup­ ción parece invadirlo todo. Se vive en una perpetua agitación. Los hombres ya no se detienen ni siquiera para pensar. Se carece de tiempo para crear obras duraderas. Todo se hace a la carrera, sin pensar en el día de mañana y mucho menos en la eternidad. Por eso es absolu­ tamente indispensable que entres en esta lucha preparado para hacer frente a las múltiples situaciones que tendrás que afrontar y que nosotros, los que vivimos unas décadas antes que tú, desconocimos. Necesitarás valor, hjjo mío, para una lucha

como la que tienes frente a ti. Pero recuer­ da lo que te he dicho tantas veces acerca del valor. Valiente es el que realiza una obra que requiere arrojo y temeridad. Es valiente el que se precipita a las bridas de un caballo desbocado para detenerlo; es valiente el que a pesar del peligro se lanza a las vías de un tren cuando éste se acer­ ca, para salvar una vida; es valiente el que atraviesa las llamas de un incendio para rescatar a un ser viviente. Pero recono­ cerás que estos actos se cumplen, hasta cierto punto, en medio de la exaltación que provocan en quienes los realizan, cir­ cunstancias que los impresionan viva­ mente. El valor implica mucho más que esto. Horacio dijo: “Admiraré a quien no se avergüence de sus andrajos, a quien mude de fortuna sin inmutarse, a quien en la

prosperidad lo mismo que en la adversi­ dad, mantenga la actitud del varón fuerte”. Eso sí, hijo mío, es valor. Valiente es quien puede afrontar todas las alterna­ tivas que la vida presenta sin que se altere su espíritu, sin que merme su fe, sin que decline la intensidad de su lucha. Es valiente el que no vacila en rectificar una opinión equivocada, el que cuando se criti­ ca a una persona ausente es capaz de levantar su voz para defenderla. Es valiente aquel que no teme descen­ der hasta quien ha caído para levantarlo y ayudarle. Es valiente quien es capaz de pedir perdón cuando ha ofendido y quien sabe otorgarlo generosamente cuando se lo piden, i

El esfuerzo perseverante es garantía del éxito.

Es valiente aquel que no teme descender hasta quien ha caído para levan­ tarlo y ayudarle. Es valien­ te quien es capaz de pedir perdón cuando ha ofendi­ do y quien sabe otorgarlo generosamente cuando se lo piden.

Esta es la valentía del espíritu que implica muchísimo más que simplemente arrojo o temeridad. Recuerda el caso de aquel hombre que necesitaba contratar los servicios de un chófer y con ese fin puso un aviso en los diarios. Llegaron varios aspirantes y los fue sometiendo uno por uno a una prueba interesante. Le pregun­ tó al primero: -¿Cuán cerca de un obstáculo puede usted pasar con su automóvil sin tocarlo? -Señor -contestó sin titubear el inte­ rrogado-, puedo pasar a unos diez cen­ tímetros. -¡Márchese! No lo necesito -fue la respuesta. Al segundo le hizo la misma pregunta y éste dijo: -Creo que podría pasar a cinco cen­ tímetros y no tocar el obstáculo. Este también fue despedido. Llegó el tercero, a quien se le hizo la misma pre­ gunta, y respondió: -Señor, de ser posible, evitaría el obstáculo y pasaría lo más lejos que pudiera de él; pero si tuviera que acer­ carme, creo que lo haría sin rozarlo. Esta respuesta prudente y llena de inteligencia le significó la obtención del empleo que buscaba. Es que el arrojo y la temeridad no son los elementos esenciales

del valor. En él hay siempre inteligencia, firmeza, prudencia y entusiasmo perma­ nente. Recuerda que esos mismos hom­ bres, que a veces se lanzan en brazos de la temeridad, vacilan y retroceden frente a un sacrificio insignificante. Sé valiente en el más hondo sentido de la palabra. Alguien ha dicho que no podemos ser héroes en las grandes cosas si somos cobardes en las diarias y pequeñas. Mira siempre adelante, recorre con ánimo esforzado cada etapa de tu vida y no temas ni a la misma muerte. Mantente fiel a tu ideal y a tu fe. Recuerda estas palabras: “La mayor necesidad del mundo es la de hombres que no se vendan ni se compren; hombres que sean sinceros y honrados en lo más íntimo de sus almas; hombres que no teman dar al pecado el nombre que le corresponde; hombres que se mantengan de parte de la justicia aunque se desplomen los cielos” edu­ cación, pág. 54). Hyo mío, vive de verdad. Que el miedo no inhiba tus capacidades, ni detenga, o siquiera demore, tu marcha. Sé lo que debes ser. Obra como debes obrar de acuerdo con tu sana conciencia sin temer lo que la gente piensa de ti. Como Colón, no temas afirmar y vivir tu fe, aun cuando los demás la miren con indiferencia o hagan mofa de ella. Dijo Raymond B. Fosdick: “El valiente no siente miedo de soñar sueños que no tienen sentido prácti­ co. Piensa sus propios pensamientos, lee los libros que le recomienda su propio cri­ terio, desarrolla sus propias preferencias y es gobernado por su propia conciencia. “El hato puede pastar donde le plazca o desbandarse cuando guste, pero el que vive la vida intrépida no sentirá miedo cuando se encuentre solo”. Que tu valor sea firme e inque­ brantable. Pero sin rudezas. Y sin des­

plantes de ninguna clase. Que sea tranqui­ lo y hondo como un mar en calma. Que no tenga las características del torbellino que por donde pasa deja su camino sembrado de destrucción. Que tu firmeza inque­ brantable tenga la suavidad del terciopelo. Que nada detenga tu marcha valerosa. Esto, entendámonos bien, no significa que a veces tu corazón no tiemble. Significa que a pesar de ese temblor debes seguir adelante. Uno de los generales más desta­ cados de la segunda guerra mundial, el general Jorge S. Patton, decía: “Si la valen­ tía consiste en no saber lo que es miedo,

Levanta tus ojos al cielo, confía en el que todo lo hizo y en el que todo lo sus­ tenta, y marcha adelante con valor, fe y confianza.

5H La meta es premio feliz de quienes avanzan sin

timideces n i vacilaciones.

no he conocido nunca un hombre valiente. Todos los hombres sienten miedo; cuanto más inteligentes, más miedosos son. Es hombre valiente el que a despecho del miedo se fuerza a sí mismo a seguir ade­ lante”. En la antigüedad Josué tembló ante la responsabilidad que fue puesta sobre él. Moisés, el gran dirigente, acababa de morir. Y Josué fue elegido para sucederle. Bien sabía él las luchas que había tenido que afrontar el gran Moisés. Conocía la ingratitud con que lo había tratado aquel pueblo a quien tanto había beneficiado. Pero confió en el Todopoderoso y siguió adelante y triunfó porque supo sobrepo­ nerse a su temor, y porque confiando en la palabra del Supremo Creador, prosiguió hacia adelante sin timideces ni vacila­ ciones. Hqo mío, que ésa sea tu experiencia en la actualidad. Lucha como buen luchador.

No puedes evitar vivir en tu siglo, pese a todos sus problemas y a todas sus compli­ caciones. Pero no seas juguete de tu siglo. A tus contemporáneos no les des lo que aplauden, dales lo que necesitan, como decía Schiller. No te amilane el tamaño de la tarea. Una mañana del año 1859 un grupo de trabajadores estaba reunido en un lugar de la playa que más tarde se llamó Port-Saíd. Nada había en ese lugar sino la bandera egipcia sobre la arena. Un hombre se destacó del grupo, se descubrió y djjo: “En nombre de la Compañía de Suez, doy en este terreno el primer golpe de piqueta que abrirá a las razas del Oriente la civilización del Occidente”. Y clavó la piqueta en la arena. El hombre que pronunció aquellas palabras era Fernando de Lesseps. Ya sabemos que su piqueta abrió una de las grandes rutas del mundo. No se trata del tamaño del que entra en la pelea, sino de la intensidad con que es capaz de luchar. Y recuerda que, como ha dicho un estadista oriental: “Quien quiera sangrar menos en tiempos de guerra, ten­ drá que sudar más en tiempos de paz”. Así, en la lucha de tu vida, obra a tiempo. En los días difíciles llenos de problemas y de dificultades, no permitas que nada ni nadie te impida luchar como debes. Cuando Leónidas, el valeroso general espartano, fue informado de que los solda­ dos de Jerjes eran tantos que sus flechas obscurecían el sol, respondió: “Mejor, así pelearemos a la sombra”. Cuando hemos concebido un ideal, cuando una idea redentora ha penetrado en nuestro corazón, debemos vivir por ella, y, si es necesario, morir por ella. Cuenta la Condesa de Pardo Bazán que el Conde soñaba. Soñaba el Conde y se veía a sí mismo paseando en medio de un fron­ doso bosque. De pronto, oyó el estampido

de un disparo; un instante después una paloma herida cayó a sus pies. Levantó a la infeliz avecilla, y mientras la contem­ plaba con infinita compasión se presentó el cazador, quien le dqo: -Conde, dame esa paloma; la he derri­ bado y me corresponde por la ley del bosque. -Dámela, cazador, permíteme que le salve la vida. -L a paloma es mía -insistió el cazador-, no te la daré. -Cazador, dame la paloma y a cambio de ella pídeme lo que quieras. -Bien -dijo el cazador-, te la daré si me das un trozo de tu carne que pese tanto como la paloma. -Concedido, cazador. El cazador con la habilidad propia del hombre del bosque improvisó una balanza y con su afilado cuchillo de caza se acercó al Conde, quien le dijo: -Corta, no temas. Cortó el cazador, pero la balanza indicó que la paloma pesaba más. -Corta más, cazador —dijo el Conde. Y el cazador cortó, pero la paloma pesa­ ba más. -Vuelve a cortar, cazador. No vaciles. Hizo aquel lo que se le indicaba, pero la paloma pesaba más. Por fin el Conde com­ prendió. -Cazador -le dijo-, ponme a mí, todo

“Si la valentía consiste en no saber lo que es miedo, no he conocido nunca un hombre valiente... Es hom­ bre valiente el que a despe­ cho del miedo se fuerza a sí mismo a seguir adelante”.

La mente, el corazón y los músculos deben trabajar siempre de perfecto acuerdo.

mi cuerpo, todo mi ser, en la balanza. Y cuando tal cosa se hizo, el Conde pesaba más. ¿Entiendes, hijo mío? No puede uno entregarse a un ideal sólo a medias y esperar que el éxito corone su esfuerzo. Debemos darnos íntegramente, y la bendi­ ción de Dios descenderá sobre nosotros. La vida es una lucha, pero una lucha que debe ser noble y honrada en todo tiempo y en cualquier circunstancia. Como es natural, para esa lucha debemos prepararnos. El actor no puede interpre­ tar su parte sin prepararse debidamente para ello. Debe conocer su cor\junto y sus partes; debe penetrar el alcance de cada sentencia y pasarla luego a través de su

propio corazón. Si esto es verdad en lo que se refiere a una obra teatral, o a una pieza musical, ¡con cuánta mayor razón debe­ mos prepararnos para afrontar con éxito el papel que tenemos que desarrollar en el escenario de la vida! No consideres superficialmente tu capacidad. Una mente despierta y ágil no podrá, sin embargo, crear obras duraderas a menos que esté sólidamente nutrida de conocimiento y preparación. No, la impro­ visación no es suficiente. No basta con sentirse uno seguro de sí mismo. Es me­ nester prepararse concienzudamente para la tarea que está delante. Esto es también un elemento de valor. Dijo Alberto Insúa: ‘Qué más querríamos sino que la cultura, como el sol, luciese de balde para todos. Minerva no dispensa sus favores sino a quienes le rinden culto”. Napoleón, uno de los grandes generales de todos los tiem­ pos, dyo: “A veces una batalla lo decide todo, y a veces la cosa más insignificante decide la suerte de una batalla”. No sigas formas anticuadas, materialistas o supers­ ticiosas. Recuerda que para la lucha de la vida necesitas la ayuda de un poder supe­

Aun el triunfo de la ciencia necesita de la sabiduría divina.

rior al del hombre. Levanta tus ojos al cielo, confía en el que todo lo hizo y en el que todo lo sustenta, y marcha adelante con valor, fe y confianza. Marcha sin temor, sin miedo. El temor es una de las causas más notables del fracaso de muchos hombres. Dice una leyenda, que cierta vez un peregrino oriental le pregun­ tó al cólera morbo: -¿Adonde vas? -¡A Bagdad, a matar a cinco mil per­ sonas! -contestó la epidemia. Pocos días después el mismo peregrino halló a la cólera que salía de la ciudad. -M e dijiste que ibas a Bagdad a matar cinco mil personas, pero en realidad ma­ taste cincuenta mil -observó el peregrino. -No -contestó la epidemia-. Maté a cinco mil como te dije. Los demás han muerto de miedo. Sé valiente, hyo mío; no cedas nunca ante el error y no faltes jamás a tu deber. El caballero Bayardo sitiado en la plaza de Meziéres por el Conde Nassau se negó a rendirse a pesar de haber sido abandona­ do por la mayor parte de la guarnición. Dijo: “No saldré de una plaza que el rey me

Que nada detenga la alegría inocente de tu entusiasmo. Avanza hacia el cumplimiento de tu futuro.

haya confiado si no es sobre un puente for­ mado por todos los cadáveres de mis ene­ migos”. El Conde se vio obligado a levantar el sitio. ¡Cuántos hay que tratan de explicar su falta de éxito diciendo que faltó ambiente para su obra! Esta no es más que la excusa de los perezosos y de los cobardes. Di tú, parafraseando al rey Sol: “El ambiente soy yo”. A los cadetes de West Point los instru­ yen en el sentido de que cuando se en­ cuentren frente a una montaña deben pasar por encima de ella, debajo de ella, a través de ella, o alrededor de ella, pero nunca detenerse frente a ella. Por fin, hijo mío, antes de terminar esta carta, permíteme que te diga algo más: frente a la vida, frente a la lucha que ésta implica, tu mente, tu corazón y tus múscu­

los deben trabajar siempre de perfecto acuerdo. Cuando el gran químico Faraday era todavía niño tuvo que vender diarios y periódicos para ganarse la vida. Una ma­ ñana, mientras aguardaba la edición ma­ tutina de un diario de Edimburgo, subió sobre el marco de una puerta y comenzó a pensar: “¿De qué lado de la puerta estoy? Mi cabeza y mis manos están de un lado y mi corazón y mi cuerpo están del otro. ¿De que lado estoy?” En ese momento alguien abrió la puerta con fuerza y, sin que pudiera evitarlo, el pequeño Faraday cayó todo él a uno de los lados. El golpe que recibió le enseñó, como dijo más tarde, que es necesario que la cabeza, el corazón y las manos estén siempre del mismo lado. Quiera Dios que esa sea siempre tu acti­ tud en la lucha de tu vida.

CAPITULO

Alecciones del dohr t^e.'vicLcr b iy c r : Entre los interrogantes que torturan sin piedad al ser humano, entre las preguntas que se levantan en la mente del hombre con tremenda insistencia, hallamos éstas u otras parecidas: ¿Por qué debo sufrir tanto? ¿Por qué el sufrimiento parece ensañarse conmigo continuamente? Estos “porqués”, y otros similares, atenacean con demasiada frecuencia el corazón del hombre. ¿Te verás tú también frente a ellos algún día? No te lo deseo. Pero me anticipo a esa posibilidad porque el dolor es el pan diario del ser humano, pan amasado con enfermedades, problemas, ingratitudes, fracasos y lágrimas. Y muy a menudo el ser humano llega al punto en que siente que no puede resistir más. Y bien, preguntémonos tú y yo: El pro­ blema del dolor, ¿tiene alguna solución?

¿Qué podemos hacer para evitarlo, o, por lo menos, para reducirlo en todo lo posi­ ble? Lo cierto es que en gran parte la solu­ ción de ese penoso problema está en nues­ tras manos. En primer lugar, hijo mío, cuando el sufrimiento llame a tu puerta debes analizar con honradez los motivos por los cuales sufres. Lo más común, y lo más humano, es buscar en los demás la explicación de nuestros sufrimientos. Resulta muy cómodo suponer que son los otros quienes provocan las condiciones que producen tanto dolor en nosotros. Por lo general, la ofensa, o la presunta ofensa, de los demás, nos hiere y nos lastima en la misma proporción en que hayamos desa­ rrollado nuestra susceptibilidad y nuestra capacidad de ofendernos. Se nos hiere en la medida en que damos lugar a la mani­

festación de nuestro amor propio. Y, claro está, en estas condiciones se sufre enor­ memente. En este caso, la cura de nuestro sufrimiento debe comenzar dentro de nosotros mismos. Si te hallares en esa situación, elimina de tu carácter aquellas cosas que hagan a tu amor propio sensible hasta la anormalidad. Reconoce que nues­ tra actitud hacia nuestros semejantes se refleja sobre nosotros mismos. Cuando pienses que los demás están contra ti, automáticamente, y sin que lo desees ni lo notes tal vez, tu actitud hacia ellos será reflejo increíblemente exacto de tu estado de ánimo. Y el problema irá ahondándose y haciéndose cada vez más difícil. En este caso debes proceder a la cura mental, con la ayuda del Todopode­ roso. Habla con las personas con quienes tengas dificultades y hazlo con franqueza, con amor, con tolerancia, con buena vo­ luntad, con sinceridad. Si te fuera nece­ sario pedir perdón, hazlo. Verás cómo todo cambia y las cosas adquieren su debida proporción. Y lo que antes parecía enorme se reduce a su tamaño natural.

Cuando el sufrimiento lla­ ma a tu puerta deberás analizar con honradez los motivos por los cuales su­ fres... Muchas veces el sufrimiento es el crisol que nos purifica de la escoria y nos libra de todo aquello que perjudica nuestro carácter. Sin embargo, hay otra clase de sufri­ miento. Es, hijo mío, el que nosotros no

provocamos. Es aquel del cual no nos cabe la total responsabilidad. Ahí tienes, por ejemplo, el caso de José en la antigüedad. ¡Cuán dolorosa fue su odisea! ¡Aquel niño mimado estuvo a punto de ser muerto por sus hermanos, que al fin optaron por venderlo en calidad de esclavo. ¡Esclavo, hjjo mío! ¿Entiendes lo que es eso? Para sus dueños, José dejó de ser un ser humano para convertirse en algo vendible y comprable. Vino a ser simplemente “una cosa” que valía tanto como pagaran por ella. Y así llegó a Egipto, país extraño para él, en donde poco después la infamia y la calumnia lo arrojaron a una cárcel. Cuando el dolor te hiera, no te amilanes, no te rebeles. Compara lo que sufres con lo que sufrieron otros, con lo que sufrió José, y verás que todavía hay esperanza. Cuando la larga tormenta que azotó la vida de José pasó acrisolándolo y fortaleciéndolo, llegó a ser el gran José, cuyo ejemplo hace sen­ tir su influencia todavía hoy. El sufrimiento, no lo olvides hijo mío, puede cumplir en nosotros un fin nece­ sario. Es un crisol que nos purifica de escoria, que nos libra de todo aquello que perjudicaría nuestro carácter. Templa nuestra vida, nos ayuda a eliminar nuestro orgullo, nuestro amor propio, nuestro egoísmo que lo quiere todo para sí mismo. El sufrimiento nos enseña a confiar en Dios y elimina nuestra indiferencia hacia todo lo que es puro y elevado. El sufri­ miento purifica nuestro carácter del torpe orgullo de nuestra superioridad. Y lo purifica también del orgullo de nuestra espiritualidad. Porque, cosa absurda, podemos caer en el pecado de idolatrar nuestra propia bondad y nuestros propios méritos. El sufrimiento debe inducirnos a intere­ sarnos en los problemas y necesidades ajenos. Debe ayudarnos a ser menos duros

con una, pero ¿por qué no de rosas? AI despertar a la mañana siguiente encontró una cruz de rosas afirmada a su espalda, de manera que empezó el camino de ese día animado y contento. ¡Cuánto más agradable era la fragancia de las flores que el peso del hierro! Sin embargo, pron­ to comprendió que las rosas tenían espinas. Antes de haber avanzado mucho éstas comenzaron a clavarse sin misericor­ dia en su carne. Antes de llegar la noche, la sangre manaba abundantemente de su cuerpo en todo lugar donde las espinas se habían hincado. No siéndole posible avan­ zar más con su carga tan penosa oró de nuevo y dyo: “Oh Dios, veo que no puedo llevar la cruz de rosas. Es todavía peor que

LA CONQUISTA DHL EXITO

la do hierro, pero permite que en tu infini­ ta misericordia reciba una cruz de oro y te aseguro que seré feliz con ella”. Cuando se levantó a la mañana siguiente, halló que también esta vez su oración había sido contestada. De manera que emprendió encantado el camino del día, llevando sobre su espalda una resplandeciente cruz de oro. Pero antes de haber andado mucho rato, se vio rodeado de ladrones que lo asaltaron y lo hirieron. Le robaron su cruz de oro y lo dejaron como muerto junto al camino. Horas después, cuando volvió en sí, balbuceó una oración: “Padre miseri­ cordioso, devuélveme la cruz de hierro. Ahora comprendo que es la única que puedo llevar”. ¿Entiendes la enseñanza que hay en esta leyenda? No te quejes nunca de tus sufrimientos. No pierdas el tiempo compadeciéndote de ti mismo. El que lo hace revela falta de madurez. Por otra parte, la queja no es el remedio para el dolor. Aceptemos nuestras cargas con espíritu digno, con humildad, sin rebeldías. Y no caigamos en la debili­ dad de pensar que sufrimos más que los demás. Lo que ocurre es que a veces los demás no exhiben sus sufrimientos como lo hacemos nosotros. Saben sufrir, rodean su dolor de un ambiente de dignidad que lo aristocratiza. Recuerda que Sócrates decía: “Si los infortunios de toda la humanidad se pusieran en un solo montón y cada uno tuviera que tomar una porción igual, la mayoría de la gente se confor­ maría con tomar sus infortunios propios y marcharse”. Recuerda el caso de aquel soldado que desde hacía catorce dolorosos días, estaba solo en su habitación del hospital, después de haber sufrido una gravísima interven­ ción quirúrgica. Estaba compadeciéndose a sí mismo, cuando llamaron a la puerta, y alguien entró, apoyándose en un par de

muletas y arrastrando un pie. Miró detenidamente la habitación y luego, al volverse para retirarse, dijo: “Perdóneme, he sido muy descortés. Me he dejado llevar por mis recuerdos. Me hirieron en Francia y pasé cinco años tendido en esta misma habitación, sin esperanza de dejarla ja­ más. Pero ahora -declaró alegremente-, ahora estoy bien, gracias a Dios”. Cuando el ruido de las muletas se alejó por el corredor, el soldado que hacía sólo catorce días que estaba en aquella habitación tenía lágrimas en los ojos. Había comprendido que sus dolores, que sus sufrimientos se reducían a muy poco comparándolos con los de aquel optimista que acababa de salir. Hijo mío, recuerda que el sufrimiento puede acercarte al corazón de tu prójimo y puede, sobre todo, acercarte a Dios.

Aprende a decir con el poeta: Si el sufrimiento duro penoso ha de servirme para ir a ti, si los desprecios han de enseñarme que en ti tan sólo debo vivir, si tú has querido que llore tanto para que busque con­ suelo en ti, si cuanto quieres es todo bueno y tú has querido tomarme así, ¡vengan las penas y los pesares! ¡Jesús divino, quiero sufrir!

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^C^lu.c.^ictcr ¿vcycr: A menudo has oído decir que el mundo está lleno de maldad y que el mal se mani­ fiesta en todo lugar. Eso, sin embargo, no implica que no haya cosas agradables. La vida puede reservarnos placeres y alegrías que compensarán con creces todo lo que Imya en (día de ingrato y desagradable. No todo lo que nos rodea es malo; hay muchas cosus nobles; debes aprender a descubrir­ las y a vivir de acuerdo con el aspecto onnoblecedor y bueno de la vida. |Cuántas personas, ya lo habrás notado, viven como aplastadas bajo el peso de una congoja mortal! En algunos, ese estado de ánimo podría quizás explicarse, con­ siderando las vicisitudes y las penurias por las cuales tienen que pasar, pero muy a menudo se trata simplemente de debili­ dad de carácter. No encaran las diferentes

situaciones de su vida con criterio de vencedores. Se dejan aplastar por las cir­ cunstancias. El pesimismo llena sus vidas sin que hagan el menor esfuerzo por librarse de él. Es más, si observas bien verás que esas personas parecerían hallar un placer morboso en esa amargura de la cual evidentemente no quieren librarse. Parecerían, y valga la paradoja, hallar sa­ tisfacción en su tristeza. Aléjate, hijo mío, de semejante peligro. Busca los tonos claros y elevadores de la vida. En una habitación de colores opacos y fúnebres nos sentimos agobiados y ali­ caídos. Pero si abrimos una ventana para que entre el sol a raudales, el ambiente se transforma, y la luz realiza el milagro de vestir de gloria y optimismo hasta el rincón más obscuro. De igual manera, en

medio de todo lo agradable que te rodee, en medio del pesimismo, de la melancolía, de los fracasos, abre el ventanal más grande de tu corazón, para que entre por él toda la luz posible, para que ésta ilu­ mine toda tu vida. No te lamentes frente a la espina del rosal porque pueda herirte; más bien llena tus ojos con la hermosura de la rosa. Aspira su perfume y olvídate de la espina. A veces en la fisonomía de aquellos que nos rodean vemos solamente los sen­ timientos que les inspiramos. Cuando halles desagradable a todo el mundo, obsérvate a ti mismo, no sea que los demás estén reflejando como un espejo tu propio estado mental y moral. Cuando San Pablo dijo: “Estad siempre gozosos” (1 Tesalonicenses 5:16), estaba enunciando una sana y verdadera filosofía de la vida. l)yo Alberto Masferrer: “Nuestro más ele­ vado y constante deber es la alegría. Porque nadie da lo que no tiene. Si esta rosa embalsama el aire, es porque ella de sí es fragante. Si encanta con la pureza de su color y la tersura de sus pétalos, es porque ella de sí es tersa y divinamente coloreada.

“ Dios es el único Gran Maestro en el inmenso taller donde se talla la piedra preciosa de la vir­ tud; y las facetas de esa piedra son la Bondad, el Sacrificio y la Sabiduría”.

“La suavidad, la fragancia y la luz son (ui ella constantes y rebosantes gracias, y espontáneamente se derraman y esparcen para dicha nuestra.

*Siente a Dios im tu vida. Que tu fe en él sea inquebra n tablaz. Este caso quizás no haya ocurrido mnca; sin embargo, sirve perfectamente >ara ilustrar el punto que estoy poniendo le relieve. Aleja de ti para siempre la nodorra y la pereza. Consúmate la fiebre le la actividad, del trabajo, de la acción.

Enfliérzate como la tencia dependiera de lo que estás haciendo en esos momentos, como si fuera lo más trascendente que existe en el mundo.

No estoy de acuerdo con todo lo que el 3onde de Keyserling escribió acerca de íudamérica después de un viaje que reali­ zó por esa parte del mundo. Sin embargo, my en el libro que escribió al respecto una lefinición que estoy tentado a creer que io acerca bastante a la realidad. Dyo que d Continente Sudamericano es el ‘Continente de la gana”. ¿Entiendes, hyo iiío? Es decir que cada uno trata de hacer o que se le ocurre, cuando se le ocurre y Mimo se le ocurre. Además, si no se tiene tanas de hacer una cosa hoy, ya se hará il.ro día. I’or supuesto, esto no se aplica a odas las personas, ni esta característica 38 tan marcada en unos países como en itros. Pero hay mucho de verdad en esa Afirmación. Que tu trabqjo sea siempre tu mejor Argumento. Razón tenía Enrique Kaiser para decir: “Cuando tu trabajo hable por

ti, no interrumpas”. Un jovencito de 17 años de edad fue cierto día a un edificio que estaban construyendo y pidió al encar­ gado de la obra que le diera trabajo. No parecía ser un muchacho muy fuerte en el sentido físico y el capataz que lo observó con ojo crítico le dijo: -Creo que no va a poder soportar este trabajo. Es muy pesado y usted no podrá mantenerse a la par de los hombres de más edad. El muchacho, que había estado obser­ vando durante un rato a los obreros, con­ testó prestamente: exis­-Sí, señor, efectivamente. Creo que no puedo hacer tanto como estos hombres podrían hacer. Sin embargo, le aseguro que haré tanto como ellos hacen. Por supuesto, consiguió el trabsyo que buscaba. Frente a la vida -y la vida es trabajoesfuérzate como si la existencia depen­ diera de lo que estás haciendo en esos momentos, como si eso fuera lo más trascendente que existe en el mundo. Y no rehuyas nunca ninguna actividad. Decía Teodoro Roosevelt: “Siempre que te pre­ gunten si puedes hacer un trabajo, contes­ ta: ‘Por cierto que sí puedo hacerlo’. Y en seguida ponte a aprender cómo se hace”. Por otra parte, no malgastes tu tiempo en cosas intrascendentes si puedes emplearlo en la realización de obras duraderas. Cuántas veces dedicamos empeño, tiempo y trabajo a cosas efímeras cuando podríamos estar realizando obras mucho más importantes, no solamente para nuestro carácter y para nuestra economía, sino para beneficio de aquellos que nos rodean. Hace algunos años un hombre de Nuremberg, Alemania, hizo un reloj con pequeñas pajitas. Todo era de piya: el estuche, las manecillas, las ruedas, el péndulo, etc., y todo el mundo se sentía

LA DIGNIDAD DEI. TIIAIIA.H

El trabajo honrado no conoce fronteras; supera toda clase de niveles.

admirado frente a esa obra. Entre el grupo de espectadores que un día observaba el reloj se hallaba un relojero suizo, quien le preguntó al que lo había hecho: -¿Cuánto tiempo cree usted que mar­ chará este reloj? -Dos años -contestó el otro-. No creo que pueda marchar más tiempo. -Y, ¿cuánto tiempo empleó en hacerlo? -Diecisiete años -fue la respuesta. ¡Diecisiete años para hacer un reloj que apenas haría un trabajo imperfecto durante sólo dos años, cuando hay tantas otras cosas más importantes y más nece­ sarias que reclaman nuestra acción y nues­ tro esfuerzo! Dios te bendiga, ligo mío, para que seas

capaz de actuar con el verdadero oiplrlti del trabsyo; para que sepas perfeccionar li acción y tu obra de tal manera que lo qu< realices satisfaga tu corazón y beneficie i aquellos que te rodean. Un obrero asistía emocionado al entle rro de un compañero. Lo acompañaba si nieto, un niño de doce años. De prontc éste le preguntó: -Abuelo, ¿de qué murió este hombre? -D e la más bella de las muertes -con testo el anciano-, murió de un accident* de trabajo. Embellece tu trabajo con tu buena dls posición y con tu alegría para realizarlo., y la bendición de Dios estará contlgc doquiera que vayas.

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^C^.c^^ictcr hiycr: Algunas veces he oído de tus labios, tunque quizás con otras palabras, el terri>le dilema que inmortalizara Shakespeare: ler o no ser. Me pregunto si te lo has apli­ cado a ti mismo y te has preguntado si terás algo o no serás nada en la vida, julones te rodean, ¿te recordarán con sim>atla y aprecio por el bien que les hiciste, » serás para ellos un recuerdo ingrato o piizás ni siquiera llegarás a impresio­ narles como para que te recuerden? Serás o no serás? ¿Será la tuya una per­ sonalidad atrayente basada en las cuali­ dades de tu espíritu, en el acervo de tu cul­ tura y, por encima de todo, en las virtudes cristianas que resplandecerán en cada uno de tus actos y en cada una de tus pala­ bras? ¿Se podrá contar contigo en la hora de la necesidad? ¿Serás lo que aparentes

ser o te limitarás a parecer? Cuando en día memorable, el entonces pastor de ovejas Moisés, escuchó la voz de Dios en el monte Horeb, allá en Madián, el Señor le dijo: “YO SOY EL QUE SOY... Así dirás a los hijos de Israel: Yo soy me envió a vosotros” (Exodo 3:14). En esa expresión “Yo soy", se encierra la personalidad divi­ na. Está abarcada en ella la infinita, todopoderosa y eterna personalidad de Dios. Dios es, por lo tanto obra. Vuelvo a preguntarte, hijo mío: ¿Serás tú lo que aparentas ser? Escribió Kahlil Gibrán: “Dije una vez a un espantapájaros: “-Estarás cansado de estar de pie y solitario en este campo. -Y respondióme: “-L a alegría de espantar es profunda y durable y jamás me cansa. “Dyele después de un momento de

reflexión: “-Verdad dices, porque yo también conocí esa alegría. —Respondió él: “-Sólo quienes están rellenos de p¿qa pueden saberlo. “Le dejé sin estar seguro de si me había adulado o deprimido. Transcurrió un año durante el cual se hizo filósofo el espan­ tapájaros. Y cuando junto a él pasé de nuevo, vi dos cuervos construyendo un nido bajo su sombrero”. La alegría de parecer, como la de espantar, la conocen sólo aquellos que, usando las palabras de Kahlil Gibrán, están llenos de paja. Y no debemos extrañarnos de que, por fin, los cuervos terminen por construir un nido bajo su sombrero.

Hay quienes pretenden ser sabios sin Dios. Es más, desechan irresponsable­ mente al Creador. Cuídate de no caer en ese peligro.

La piedra falsa puede no diferenciarse mucho en su apariencia de la verdadera, pero para el ojo experto, no habrá con­ fusión posible. En todo caso, sometidas a la prueba, la falsa será falsa y la verdadera será verdadera. Tú no quieres parecer, hijo mío, sino ser, ¿no es cierto? Voy a indicarte algunas cosas que ca­ racterizan a quien verdaderamente es. Alcanzarás o no alcanzarás una posición que, desde el punto de vista humano, parezca destacada. Eso, al fin y al cabo, no tiene importancia, porque ¿quién puede asegurar que ante los ojos de Dios la vida del opulento sea más valiosa que la del que carece de todo? Por eso debes ser

siempre humilde y respetuoso para con loi demás. Con tus modales, expresa hacli todos una cortesía nacida en tu corazón Jamás hagas diferencias. Se cuenta qu< cierto día el rey Luis XV salía de Versallei con su preceptor. Un lustrabotas, que esta ba a la puerta, se quitó el sombrero a paso de Su Majestad sin que éste conten tara el saludo. Pero el preceptor lo hizo. -¿Cómo -preguntó extrañado el rey es que saludáis a un perdulario? -Señor -contestó el preceptor , pre fiero saludar a un perdulario a que dlgai que un perdulario tiene más educaclói que yo. Dice un proverbio malayo: “Los buenoi modales no pueden comprarse ni vender se”. Y el filósofo Séneca afirmó: “Trata i tu inferior como quieres ser tratado por ti superior”. Escucha también las siguiente! palabras de W. M. Thackeray: “Ya vengar la riqueza o la necesidad, el bien o el mal acójanlo de buen grado los Jóvenes 3 ancianos. Inclinen su frente ante h Soberana Voluntad, acomodándose a ellí con ánimo alegre. El que desee ganar e promedio, vaya en buena hora a perder < a conquistar según pueda. Mas, ya Iriim féis o caigáis vencidos, sed, por Dios, slem pre caballeros”. Comprenderás que al hablarte d< cortesía y buenos modales, no confundí estas cosas, ni debes hacerlo tú, con os< barniz de urbanidad con que muchas per sonas tratan de aparentar lo que no son La cortesía a que me refiero es la que nací de un corazón sabio “según Dios”. Es h que brota de un corazón que se ha nutridí en las fuentes de la sabiduría divina, qut es lo único que puede transformarnos ei lo que realmente debemos ser. Dijo Vlvei (pie no debe pasar un día mi que n< hayamos leído, oído o escrito algo con qiu se acreciente nuestro saber, nuestro JuIcU

,A CONQUISTA DEL EXITO

i nuestra virtud. Pues bien, h\jo mío, para ilcan/ar este fin, ¿qué mejor fuente que el ibro escrito por Dios mismo? ¿Qué mejor pie la Sagrada Escritura? Sólo ella puede lurte verdadera inteligencia y hacerte •cálmente sabio, porque es el Libro inspiado. Es el Libro en el cual se manifiesta a sabiduría de Dios. El Salmista pregunta / a la vez responde: “¿Con qué limpiará el oven su camino? Con guardar tu palabra” [Salmo 119:9). Y agrega más adelante: ‘Lámpara es a mis pies tu palabra, y lum­ brera a mi camino" (Salmo 119:105).

La seguridad de ser proviene de quien se llamó: “Yo Soy”.

La Sagrada Escritura debe serlo todo para ti. Contiene cuanto necesitas para satisfacer todas las necesidades de tu alma. Sé (pie te agradan las aventuras; pues recréate, entonces, en la vida de Abrahán, el hombre de una fe inque­ brantable «pie deja su tierra, su parentela, sus propiedades, sus planes, sus ideales; y en dias cuando viajar no era tan fácil como hoy y pocos se alejaban del lugar donde habían nacido, Abrahán, obediente a la orden divina, salió sin saber adonde iba. Toda su vida fue una fascinante aventura. Ahí tienes a Daniel que de simple cau­

tivo, llegó a ser, con la bendición de Dios y por su integridad, segundo en el reino uni­ versal de Medopersia. Ahí está Moisés, el gran legislador hebreo, y posiblemente uno de los perso­ najes más grandes que hayan vivido sobre esta tierra. Esclavo al nacer y bajo la sen­ tencia de muerte decretada por el Faraón, era, antes de los cuarenta años, el presun­ to heredero del trono de Egipto. Pero cayó de su alto pedestal para convertirse en un simple pastor de ovejas, ocupación que dejó para convertirse en el gran caudillo y legislador del pueblo escogido de Dios. Ya te hablaré de él más adelante. Y también lo haré de José, cuya vida es realmente inspiradora. San Pedro, San Pablo y otros personajes de la Sagrada Escritura merecen toda nuestra veneración. El estudio de cómo vivieron estos hombres te ayudará a ser, en lugar de sólo parecer. Pero el centro de la Sagrada Escritura es Jesucristo. No voy a entrar en este momento en la vida de Jesús de Nazaret. Doy por sentado que la conoces, como también conoces los detalles de la vida de otros personajes del Libro Divino. Vé a la Sagrada Escritura y en ella descubrirás el secreto que los hizo grandes. Te repito, toda la Sagrada Escritura gira en torno a Jesucristo. Tú sabes que el Antiguo Testamento enseña cómo Dios dirigió a su pueblo antes del advenimiento de Jesús a esta tierra. Sabes también que ese advenimiento se prefiguraba en el antiguo culto, mediante el sacrificio de animales que representaban al Hijo de Dios que moriría en la cruz por salvar a la humanidad. Y vino el Maestro. Los Evangelios describen su nacimiento mila­ groso, su vida luminosa, su inmenso amor, y culminan con la historia del monte Calvario. La conoces y sé que la amas.

Todo eso está en el Libro Divino en cuyas páginas puedes hallar consejo, sabiduría y dirección. Quizás convenga que nos detengamos un instante en este asunto de la sabiduría. Dice el rey Salomón: “Sabiduría ante todo: adquiere sabiduría: y ante toda tu posesión adquiere inteligencia” (Proverbios 4:7). Quien quiera ser grande debe ser Une el potencial de tu vida con el poder de Dios, sabio. No quiero decirte entonces serás quien debes ser con esto que debes ser un pozo de ciencia, o una enciclopedia de los de la mayoría. Ser sabio, cristiana conocimientos humanos. Quiero decirte mente hablando, es algo más profundo y i que debes tener a Dios en tu corazón la vez más simple. La verdadera sabiduríi porque “el principio de la sabiduría es el consiste en respetar a Dios, en tenerh temor de Jehová” (Salmo 111:10). Quiero constantemente en nuestro pensamiento decirte que dentro de tus posibilidades en obrar como sabemos que a El le agrada debes saber todo lo necesario para vivir de en cumplir sus ordenanzas, en respetar si una manera útil para Dios, para tus seme­ nombre en todo tiempo. jantes, y para ti mismo. José Ingenieros La sabiduría humana es útil, pero ei escribió: “Un brazo vale cien brazos cuan­ falible e incompleta, sobre todo cunnd< do lo mueve un cerebro instruido”. descarta a Dios. Se dice que Denis Cuchi! Eurípides dijo lo mismo hace muchos si­ preparó un estudio sobre Química y lo pie glos y casi con las mismas palabras: “Vale sentó a Pasteur. El trabajo comenzaba cor más un entendimiento que muchas las palabras: “Se sabe que..." manos”. -¿Qué es lo que se sabe? -interrumpí! Vuelvo a lo que te decía hace un Pasteur al leerlo-. No se sabe nada. instante: Ser sabio, desde el punto de vista -¡Pero, señor -contestó Cochin- lo qu< de Dios, no significa simplemente poseer he citado es un trabajo de usted! una suma de conocimientos superiores a -No importa -replicó Pasteur-. Y( podría haberme equivocado. Empieci usted de nuevo. El único que sabe de verdad es el grai Alguien ha dicho que la Yo Soy, Dios. Los hombres descubren leyei vanidad es una hinchazón e inventan maravillas, pero los principio! de algo que no ha logrado que rigen esas leyes y esas maravilla) ser y que se hincha para provienen de Dios. No olvides esto, h(|< recubrir su vacío interior. mío. Hay quienes pretenden ser sabios sil Dios. Es más, desechan al Creador

,A conquista del éxito

Cuídate de no caer en ese peligro. Pregunta el patriarca .Job: “¿Es sabiduría 'entender con el Omnipotente?” Y agrega: ‘El que disputa con Dios, responda a esto” Job :m;:ir>). No es posible desechar a Dios. Frente al peligro, muchos que se decían ateos lian clamado al Señor y le han pedi­ do ayuda. Tal vez diga alguien que eso es id resultado del temor y que nada prueba en favor de Dios. Dile que se equivoca. Dile que lo que realmente ocurre es que en ese momento, frente al supremo peli­ gro, esas personas dejan de ejercer el con­ trol a que tienen sometido su corazón y su naturaleza íntima; y la conciencia, liberta­ da de su mordaza, grita desde el fondo del ser, con la fe que las teorías materialistas, a pesar de todo, no pudieron matar. Ese que clama, ese que pide, ese que implora a Dios, ese, Iqjo mío, es el verdadero indi­ viduo que se manifiesta, por fin, tal como es. Quien pide el auxilio de Dios no es cobarde, sino valiente. Existe en el corazón de todo ser humano, en el tuyo también, un elevado sentido del deber, de la justicia, y un

La piedra falsa puede no diferenciarse mucho en su apariencia de la verda­ dera, pero p a ra el ojo experto, no habrá confu­ sión posible. En todo caso, sometidas a la prueba, la fa lsa será fa lsa y la ver­ dadera será verdadera.

arraigado concepto moral. Pero, óyelo bien, ese sentido del deber y de la justicia, ese concepto moral, no lo tenemos porque hayamos nosotros decidido tenerlo. No es el resultado de alguna disciplina a que nos hayamos sometido. Es algo inherente en cada ser humano. Forma parte de nuestro ser, lo deseemos o no. Nos habla en la voz que oímos dentro de nosotros cada vez que estamos frente a la tentación. Te habla a ti también en la voz que se levanta dentro de tu ser cada vez que estás a punto de obrar mal. ¿Quién lo puso en ti? ¿Quién lo puso

Que el conocimiento no sea sino un medio para llegar (i Dios.

en todos los seres humanos? Sólo pudo hacerlo un Ser moral. Sólo pudo hacerlo Dios, en quien se originan la justicia, el deber y la moral. Lo puso en nosotros el Creador supremo y todopoderoso que nos ama con amor infinito y eterno. ¿Recuerdas el caso de aquel astrónomo que tenía un amigo que no creía que el mundo hubiese sido hecho por Dios? El astrónomo hizo un planetario que era una representación del sol en torno al cual se movían los planetas, y lo mostró a su amigo. -E s muy ingenioso, muy interesante. ¿Quién lo hizo? -Nadie lo hizo. -¿Qué? ¿Que nadie lo hizo? Eso es imposible. -¡Oh, sí! -insistió el astrónomo-. Se hizo por casualidad. -Pero eso no es posible. Como broma está bien, pero no esperarás que te tome en serio. -¿De veras, mi buen amigo? —dyo el astrónomo-. ¡Y tú esperas que yo te tome en serio cuando me dices que el universo y nuestro sistema solar, del cual este planetario es apenas una imperfecta y minúscula reproducción, se hicieron por casualidad! Dios está en todo. Dios lo hizo todo. El es la sabiduría suprema, inagotable y eter­ na. Búscala siempre, hijo mío, búscala en las páginas de la Sagrada Escritura, para que realmente seas y no sólo parezcas. Si lees el libro del Eclesiastés hallarás en el primer capítulo las siguientes pala­ bras: “Porque en la mucha sabiduría hay mucha molestia; y quien añade ciencia, añade dolor” (Eclesiastés 1:18). ¿A qué sabiduría se refiere Salomón? No a la de Dios, sino a la que los hombres consideran como sabiduría, y que es la única que, por lo general, persiguen. ¡Cuántas personas

se confunden en el laberinto de los conocimientos humanos y terminan por perder de vista lo esencial! Terminan por creer que la sabiduría es el fin en sí misma, cuando en realidad no debe ser más que un medio para llegar a Dios que es la Verdad Suprema. Así se confundiría quien pensara que el trabajo del carpin­ tero no es producir una mesa o una silla, sino simplemente hacer virutas. Querido hyo, recuerda que no es sabio el vanidoso. Alguien ha dicho que la vanidad es una hinchazón de algo que no ha logrado ser y que se hincha para recubrir su vacío interior. No olvides esta ingeniosa definición. Ya te he dicho antes, que debes ser humilde. Se dice que una tarde al pasar Napoleón frente a una esta tua de San Pedro se descubrió ante ella.

“Un brazo vale cien brazos cuando lo mueve un cere­ bro instruido“Vale más un entendimiento que muchas manos”.

Un general que lo acompañaba y que se tenía por ateo, le preguntó por qué hacía esa reverencia, a lo que contestó el Em­ perador: “Saludo a este pobre pescador porque formó un ejército más numeroso que el mío y, sin fusiles ni cañones, ejerció en el mundo más imperio que yo”. Reconoce los méritos ajenos y adquiere verdadero valor. No te conformes con apariencias. Que Dios te bendiga, hijo mío, y te dé la sabiduría que te ayude a ser lo que Dios espera de ti, lo que tú mismo quieres ser, y lo que los demás tienen dore cho a esperar que seas. Sé el individuo único que estás llamado a ser.

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¿viycr: Hace muchos años el gran poeta romano Horacio decía: “Atrévete a ser sen­ sato, Empieza hoy. El que pospone la hora de vivir como debe es igual al rústico que para pasar un río aguarda a que acabe de correr toda el agua”. No olvides nunca este consejo. Frente al problema que para ti representará vivir de acuerdo con tus con­ vicciones, estas palabras pueden serte de verdadera ayuda. Ya descubrirás que con frecuencia en la vida hallamos toda clase de trabas. Verás cómo muchas veces, suje­ tos a un estado de cosas, o de alma, o de conducta, no es fácil sacudir la inercia y preferimos dejarnos estar en la condición en que nos encontramos, a sabiendas de que al hacerlo cometemos un error. Nos falta valor para ser sensatos. Seguimos en la Inacción, conscientes de que debié­

ramos remover de nosotros todo aquello que nos impide obrar de acuerdo con la verdad y la conciencia. A veces se entabla en el corazón una lucha entre la concien­ cia, que nos insta a reaccionar como debe­ mos en el tiempo en que debemos hacerlo, y nuestro temor a lanzarnos a una acción que podría crearnos dificultades y, tal vez, impopularidad. A veces, cuando por fin nos decidimos a obrar es ya demasiado tarde. Pasó nuestra oportunidad y debe­ mos seguir arrastrando nuestra medianía. Si estas verdades son de inmenso valor en lo que se refiere al aspecto material e inte­ lectual de la vida, ¡de cuánto más valor son cuando se aplican a nuestro problema espiritual y al hecho de que podríamos librarnos de las mil trabas y prejuicios que pliegan nuestras alas espirituales y nos

impido» ascender a la cumbre desde la cual podríamos mirar cara a cara al mismo .sol! Debes atreverte a hacer las cosas en el momento en que debas hacerlas y como deban ser hechas. ¡Que nunca te falten la decisión y el valor necesarios para hacer una resolución que te aleje del mal y que ponga tu corazón y tu conciencia a tono con el bien! Y una vez hecha esa resolu­ ción, atrévete a vivir de acuerdo con ella todos los días de tu vida. No te bastará con desear ser bueno. Con la ayuda de Dios debes serlo. Ya decía Napoleón: “No se ganan batallas con buenos deseos”. En una carta anterior te he hablado acerca del valor. Pues bien, para ser sen­ satos cuando los demás desprecian el

serlo, hace falta valor. Que éste no te falte nunca. Atrévete a luchar contra la media­ nía, contra la vulgaridad, contra la rutina, contra el dejarse estar. Te he citado más de una vez las palabras verdaderamente inspiradas, que dicen: “En las vocaciones humildes de la vida hay más de un traba­ jador que sigue pacientemente la rutina de sus tareas diarias, inconsciente de que hay en él facultades latentes que, puestas en acción, le colocarían entre los grandes del mundo” (La educaión,pág. 81). ¡Cuántas personas no se atreven a seguir los dictados de su conciencia y pudiendo ser grandes, sobre todo grandes ante los ojos del Todopoderoso, siguen viviendo una vida infructífera, sordos al llamamiento del bien y de la nobleza,

Atrévete n hacer Im cosas en el momento oportuno y hazlas como deban ser hechas.

ATREVETE ASER fiCNSAT 4

Disponte a ser un fanal de luz en medio de las nocturnas tinieblas

miopes ante las magníficas y conmovedo­ ras oportunidades que les presenta la vida! SI te atreves a ser sensato verás que lo que parece imposible, se convierte en una realidad. Decía La Rochefoucauld: "Hay pocas cosas verdaderamente imposi­ bles, y más que los medios para lograrlas, nos hace falta realizar el trabajo nece­ sario". Si, hUo mío, atrévete siempre a recha­ zar el mal y a llamarlo por su verdadero nombre. El mal, aunque se vista con ropa­ jes atrayentes y se lo disfrace con una aureola de falsa luz, sigue siendo mal. El buen juicio, la sensatez, te dirá que debes rechazarlo, que debes alejarlo de tu vida.

¡Cuántas veces no solamente no se lo re chaza sino que hasta se lo mima y se 1 protege! Atrévete siempre a ser fuerte contra e mal. No sigas la línea del menor esfuerzi No te dejes llevar por el ejemplo de lo necios. Atrévete a negarte a escuchar l que tus oídos no deban oír. Se capaz d negarte a hablar lo que tus labios n deban pronunciar. Niégate a pensar lo qu no deba contaminar tu mente, ni debilita) la. Decídete a vivir de acuerdo con t1 espíritu del bien, claramente trazado el las páginas del Libro Divino. En esas pág ñus sagradas hallarás el valor para utr< verte a vivir según los principios de lajui

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