La Audiencia Ha Escrito Un Crimen - AXN

MICRO-RELATOS DE MISTERIO LA AUDIENCIA HA ESCRITO UN CRIMEN © Derechos de edición reservados. Edición: Editorial Círc

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MICRO-RELATOS DE MISTERIO

LA AUDIENCIA HA ESCRITO UN CRIMEN

© Derechos de edición reservados. Edición: Editorial Círculo Rojo. VV.AA. Edición: Sony Pictures Television Networks Iberia S.L.U. Diseño de portada: © Sony Pictures Television Networks Iberia S.L.U. Maquetación y publicación: Círculo Rojo ISBN: 978-84-9140-397-5

Prohibida la reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de éstos.

Este libro no habría sido posible sin el apoyo y la colaboración entusiasta de los fans de la serie de AXN “Castle”. Gracias a todos nuestros espectadores que año tras año nos acompañan en esta increíble aventura por el mundo de la acción y el crimen.

1. ABIGAIL RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ – UNA MIRADA DISTINTA Gracias a su don, Lluvia pudo salvar la vida de Carolina. Llevaba dos meses detrás del hombre que la vigilaba en silencio. Carolina no lo sabía, pero aquel amable señor que le había reformado el salón también la vigilaba detrás de unas cámaras y micrófonos que él mismo había instalado. Era la forma perfecta de poder crear pequeños encuentros «espontáneos». Además, podía vigilar si tenía algún amigo masculino del que tuviera que encargarse. Lo que este hombre desconocía era que a él también lo vigilaban. Lluvia lo observaba de cerca para arruinarle el plan. ¿Cómo? Convirtiéndose en la nueva amiga de Carolina. Hacía veinte años que luchaba contra pequeños crímenes de forma anónima. Hacía veinte años que su ojo derecho se había vuelto verde después de ver desde su ventana cómo un hombre asesinaba a sus padres. Ella tenía tan solo cinco años cuando toda su visión del mundo cambió, y su ojo verde le mostraba un halo oscuro alrededor de las personas «malas» y claro alrededor de las «buenas».

2. ABRAHAM LÓPEZ ANTUÑA – SIN TÍTULO Peter Callaghan sabía que estaba rodeado, él era el último sospechoso por el asesinato de Clara Striker, cuyo caso pertenecía al inspector Ross Magnussen, el último antes de su jubilación. Se había complicado por la falta de pruebas y por las sólidas coartadas de los sospechosos. Sin embargo, ahora lo tenían; Peter Callaghan, un banquero arruinado gracias a la investigación de Clara y a su informe del continuo robo de dinero por parte de este, camuflado como donaciones falsas a empresas. Callaghan aprovechó los disparos para huir a través de la escalera que bajaba por su ventana, y una vez abajo empezó a correr, hasta que se encontró de frente con Magnussen, quien le apuntaba con su arma. Callaghan levantó rápidamente la suya, pero antes de siquiera poder llegar a apuntarle, ya estaba en el suelo con una bala en la cabeza procedente del arma de inspector. Ahí se acababa todo; el último caso para el inspector Ross y el tan ansiado descanse en paz para Clara Striker.

3. ADDY PEDRAZA – RECETA FINA Muerta en la cama del hotel con todo el cuerpo mutilado por veinte finos cortes. La única prueba, un pintalabios. Todo era confuso. La víctima parecía

un ama de casa, que, por la rutina y el estrés, había decidido tener una aventura, pero todo salió mal. Cuando los agentes investigaron las pruebas, encontraron que en el pintalabios había una huella dactilar que pertenecía a su amante, un joven chef que, para aprender el oficio de cocina, buscaba mujeres descontentas con su vida, las conquistaba y practicaba sus cortes con ellas, para así mejorar en su oficio.

4. ADOLFO RODRÍGUEZ TABOADA – LA CAJA Cuando el enmascarado empleado del exclusivo club londinense abrió la caja de bronce, el controvertido investigador de lo desconocido, Patrick Von Steiner, no esperaba ver la cabeza del barón Erich Von Kaplan, justamente la persona que le había citado. Tenía los ojos y la boca abiertos, y sobre la lengua una llave. Patrick encendió su pipa y dirigió una mirada escrutadora a los otros presentes en la sala. No cabía duda de que uno de los presentes había asesinado al aristócrata y se había apoderado del contenido original de la caja. Sacó de su bolsillo una estrafalaria brújula y anunció con convicción que era un detector de tecnología alienígena. Al momento, un caballero de mediana edad se levantó y echó a correr con un maletín, pero fue interceptado por el empleado. Al abrir el maletín, encontraron el móvil del asesinato, un artefacto alienígena que recordaba la concha de un caracol. El culpable confesó sin demora. Patrick, sonriendo, reconoció que su brújula había sido un efectivo farol.

5. ADOLFO TOSCANO CAÑIZARES – SIN TÍTULO —¡Sarah! ¿Me recibes? Creo que lo he conseguido. —¿Estás bien, Clark? Te perdí calle abajo, no podía seguirte... —Me han alcanzado, algo me han hecho porque no puedo ver y casi ni respirar... —¿Dónde estás? ¡Voy por ti! —No lo sé, perdí mi arma y he tenido que tirar de algo más casero. —Pero ¿estás bien? —Me siento débil, Sarah, pero lo he atrapado. Tengo mi navaja dentro de su estómago. Aún puedo sentir su sangre caliente resbalar por mi brazo... Tras estas palabras, Sarah y Clark nunca más pudieron volver a hablar... El asesino, al que no se le podía acusar de nada, había dejado de matar. En comisaría, los compañeros de Homicidios aún no se explicaban qué llevó a Clark a clavarse a sí mismo aquel pequeño cuchillo. Entre tanto, una nueva llamada alertaba de que aquel criminal había vuelto a las andadas.

6. ADRIÁN CLEMENTE ABAD – ESPERANZA Comprendidos entre cuatro lúgubres paredes, yacían los restos de una delicada y hermosa chica; era lo único que hasta ahora daba luz a aquel frío y

sucio sótano. Llevaba días esperando a ser rescatada, con el moho cómo único amigo y con un carcelero, el cual solo le daba esa putrefacta comida. Fueron unos últimos días angustiosos, en los que Sherezade pudo reconocer que se estaba marchitando y no duraría mucho allí. Intentó chillar, buscar una salida, pero lo único que encontraba eran las palizas de su opresor. Por otro lado, los inspectores Bassi y Greno estaban a cargo de una serie de homicidios. Tras estudiar durante meses las evidencias, habían acabado en una antigua nave. Derribaron la puerta y bajaron unas escaleras; entonces, se escucharon dos tiros: un compañero había derribado a un sospechoso. Tras una oscura puerta, encontraron su cuerpo, con un respirar tan leve que prácticamente era inaudible, luchando por no dejar su alma en esa cripta para el resto de la eternidad. Al fin, dieron caza al asesino y salvaron su vida.

7. ADRIÁN FUENTES AGUILAR – JAQUE MATE Jamás me enfrenté a un rival tan mortífero en todos los años que estuve en el cuerpo. Sus ataques fueron despiadados y sus defensas muy logradas. Movimos nuestras piezas, como grandes maestros, con sumo cuidado. Fue una batalla dura que perseveró durante años y nos desgastó a ambos por igual. No obstante, supe de mi derrota al verme a mí mismo desde la distancia permitir que mi rival abandonara aquel improvisado tablero y se marchara con una sonrisa burlona y sin ser capaz de exigirle la revancha. Antes de marcharme con un rumbo incierto y desconocido para mí, recé para que mi compañera pudiese poner fin a la supremacía mostrada en la partida por nuestro rival común. Más tarde, sin saber muy bien cómo, comprendí que mis rezos eran innecesarios, iban dirigidos a mi verdadero rival.

8. ADRIÁN MARTÍN DE MIGUEL – LA AUTOESTOPISTA Erick vio a la joven de pie en el arcén, bajo la lluvia. Detuvo su coche para que pudiera subir, tan solo murmuró un simple gracias antes de volver a arrancar el vehículo. No llevaban ni cinco minutos de viaje cuando la joven levantó la mano señalando un punto de la carretera. —En ese lugar moriste tú. —¿No tendrías que haber dicho que en esa curva me maté yo? —le respondió girándose hacia ella con una leve sonrisa en su rostro. Entonces vio el cuchillo y sintió la punzada metálica en su vientre. La joven agarró el volante con su mano libre y volvió a clavarle el arma varias veces más. Erick consiguió arrastrarse fuera del coche y vio como la joven se alejaba. Mientras sus ojos se cerraban, le pareció ver como la joven se difuminaba como la niebla.

9. ADRIÁN PORTELA – ROSAS NEGRAS, ASESINO DE ORO El carismático agente Jack Cox se disponía a asaltar el piso franco del

objetivo, como en tantos casos había hecho. Pero esta vez, no iba a ser como los demás. Jack iba solo. Su última pista lo había convertido en algo personal. El objetivo, un sociópata y asesino en serie, asesinaba sin ningún miramiento a mujeres de cabellos dorados, dejándolas encima una rosa Halfeti. En su última pista, Jack descubrió que este criminal, Yilmaz Bozkurt, estaba en la lista negra del FBI por varios trabajos como mercenario. Sin pensarlo dos veces, Jack tiró la puerta abajo. Bozkurt, muy ágil, cogió su arma y se cubrió. Jack quería a Bozkurt vivo, por lo que aguantó hasta que Bozkurt agotó la munición. Jack, al fin, tenía delante al hombre que dos años antes asesinó a su mujer en un atentado, y que cinco días atrás había secuestrado y asesinado a su hija, una joven rubia de veintidós años. —Me lo has arrebatado todo. Ya no tengo nada que perder. Ahora sabrás qué es el dolor —sentenció Jack, recargando su arma.

10. ADRIANA CORONIL – ÚLTIMO SUSPIRO Un día más, Serena se dirigía al trabajo; es médica, pero en Nápoles nada es fácil. Estudió fuera por imposición de su abuelo, que la quería lejos de la mafia después de que su madre muriera en extrañas circunstancias. Ella siempre preguntaba si de verdad fue un accidente. El día transcurría con normalidad hasta que llegó una paciente, una mujer con un principio de infarto. Actuó rápidamente y estabilizó sus pulsaciones antes de que apareciera su hijo. Enseguida se dio cuenta de que no era una paciente más, sino la madre de un mafioso. El hombre llegó escoltado, pero lo que más le llamó la atención fue su mirada. Tenía unos ojos negros y una barba perfectamente cuidada, vestía un traje de color gris. Se dirigió a Serena y le agradeció su labor con acento napolitano. Ella respondió que era su trabajo. Cuando se alejaba el joven, escuchó un disparo y lo vio en el suelo, junto a otros cuerpos más cayendo. Ella solo sintió un pinchazo en el estómago y cayó. Lo último que pensó fue: «No debí volver a Nápoles».

11. ADRIANA MORATINOS FLÓREZ– LOS HORRORES QUE LA NOCHE ALBERGA Aquella mañana, cuando me desperté, un sudor muy frío envolvía mi cuerpo. Sentí un olor muy desagradable, me acerqué a un espejo y vi que todo mi cuerpo estaba cubierto de sangre. En mi barriga tenía tres arañazos como símbolo de resistencia de una lucha muy fuerte. ¿A quién le había hecho algo así? Lo que más me angustiaba de todo era no acordarme de nada de lo que había pasado la noche anterior. Tal era mi desconcierto que decidí llamar a la policía y contarles lo que había sucedido. Ellos rápidamente, al verme cubierto de sangre, se pusieron a investigar y dieron con algo... Esa misma noche, una familia había sido asesinada de una forma muy cruenta. Me condenaron a sesenta años de cárcel en la prisión de máxima seguridad del Estado, de los cuales ya llevo cumplidos veinte. Aún sigo sin saber qué pasó aquella noche, y qué fue lo que sucedió en mi mente para matar a unas

personas inocentes. Siempre será un misterio para mí, y siempre me atormentaré por ello.

12. ADRIANA RÍOS – CAMBIO DE DOMICILIO Los inspectores entrevistan a la vecina. Tienen la denuncia de un hombre que asalta a adolescentes, lo buscan, lo arrestarán. Eran dos fincas, cada una con cuatro pisos, en el centro un patio circular; era una niñita con las manos y rodillas sucias a la que su padre acostumbraba pasear en bicicleta. De los ocho pisos, solo dos estaban habitados. La tarde soleada invitaba a jugar, había espacio para correr mientras mamá ponía orden en la nueva casa y papá volvía del trabajo. Pasillos y más patios, se hace tarde. La puerta de este patio se ha cerrado tras de mí y no sé cómo. Casualmente, Mariano estaba por ahí, el mozo de las fincas, un tipo al que le faltaba la mitad del dedo índice y algunos dientes; seguro que me ayudará. Intento abrir, el cerrojo está por fuera, Mariano se acerca y me eleva por los brazos, me empuja, me presiona con su cuerpo y siento algo, algo que me incomoda y me hace vomitar, consigo abrir la puerta, correr y llegar a los brazos de mi madre.

13. ADRIANA VERA – POR UN MOMENTO Parecía im0posible viendo su estado actual imaginarse que hace tan solo treinta años había sido una persona importante para la sociedad. Una pequeña decisión le llevó de ser un gran empresario a simplemente desaparecer, a vivir como una sombra. Pero hoy, después de mucho tiempo, quiso fingir, levantar cabeza y convertirse en algo que ya no era; solo por ella. Había vuelto a quedar con ella y por eso volvía a estar trajeado, en esa cafetería irlandesa que tanto les gustaba, y sin querer volvió a sonreír. Por un momento pensó que ya había saldado la cuenta de sus pecados del pasado y, aunque nunca podría llegar a perdonarse, al menos sí podría volver a ser feliz. De repente, vio un fantasma del pasado mirándolo a través del cristal de la gran ventana de madera, y supo que al fin descansaría; fue como una gran explosión que inundó la cafetería y después todo se tornó negro. Al final, solo quedó ella... y su llanto.

14. AGUSTÍN GONZALEZ-QUEL – HISTORIAS DEL CAFÉ CENTRAL Nadia siempre volvía al Central a beber por cada uno de sus tres difuntos maridos. Allí estaba, en la mesa del fondo; parecía esperar. Su primer marido cayó desde el balcón de su apartamento, sobre los acantilados, mientras ella tomaba copas con sus amigos en el pueblo. Un mal traspié con un sospechoso golpe en la nuca. El segundo resbaló en la bañera, golpeándose fatalmente con un grifo al caer. Le avisaron cuando salía del teatro, por supuesto, acompañada. El tercero cayó de un mirador, con testigos que situaban a una joven igual que Nadia pero morena. Por supuesto, Nadia

estuvo acompañada toda la tarde. Yo sabía que, además de heredera universal, era culpable. Decidí que hoy castigaría mi hígado en otro antro y salí. —Cuidado guapo, casi me pisas. —¿Nadia? —Veo que conoces a mi hermana. —Pensaba que era hija única. —Ella también hasta hace diez años, que quiso saber sobre su adopción y se encontró que era repe.

15. AGUSTÍN RODRÍGUEZ ANGUITA – UNA IDEA DISPARATADA Dos puntos distintos, misma hora, sin relación, mismo sistema y firma. Atados, de rodillas, disparo en la nuca, las letras f y h grabadas. Sin vestigios, sin testigos. —¡Vamos, Rick, di algo! —¡Lo tengo! —exclamó—. ¡Una secta masónica! Kathy miró atónita. —Para entrar, pasas una prueba, demuestras compromiso y das tú secreto. —Absurdo, pero no hay más. Kathy habló con Kevin. —Verifica sectas masónicas. —¿Es broma? —espetó—. —Es una teoría absurda, pero no tenemos nada —respondió Kathy. Javier lo confirmaba: —En la red profunda he dado con «Fe y Honor», en Brooklyn, estamos de suerte, esta noche hay reunión. El equipo SWAT entró. Las palabras fe y honor, poco más de diez personas describían un círculo alrededor de los nuevos integrantes, en sus manos dos Glock de color dorado, mismo calibre y modelo. —¡Quedáis detenidos! —Rick, a veces sirves para algo.

16. AGUSTÍN GARCÍA AGUADO – SIN TÍTULO La mujer caminaba por una oscura y solitaria calle. Sintió algo extraño en su interior, como si alguien la siguiera. Le pareció escuchar un ruido y aceleró el paso. Quedaba tan solo un cruce para llegar a su portal y, al doblar la esquina, quedó paralizada por la terrible imagen que apareció ante ella. Había sangre por todas partes. El detective Marín llegó a la escena del crimen esquivando unos cuantos curiosos que se agolpaban tras las cintas policiales. Echó un vistazo y vio lo que quedaba de una mujer con varios miembros amputados y un profundo corte en el cuello. El agente Aguirre parecía frustrado mientras le daba indicaciones a la forense. Marín le pidió información sobre la víctima y la testigo que avisó. —Ya no tenemos testigo. La han encontrado muerta a dos manzanas de

aquí —dijo su compañero—. Al parecer, el asesino juega sucio.

17. AIDA COLLADO SÁNCHEZ – INSPIRACIÓN El escritor se sentó delante de la libreta, con el brillo inequívoco de la inspiración en la mirada. Como de costumbre, eligió el bolígrafo de tinta roja, tomó una respiración profunda y comenzó a escribir. En su historia, un ingeniero químico frustrado, rechazado por el trabajo y el amor, encontraba su vocación en la muerte. Raptaba y desangraba vivas a sus víctimas: antiguos jefes, exnovias, amigos traidores. Recogía entonces la sangre y, con ella, creaba todos aquellos productos que no había sido capaz de crear durante su corta vida laboral: ácidos, aceites, corrosivos, detergentes, desinfectantes. El escritor se reclinó en su asiento y miró el bolígrafo, que había dejado de funcionar. Frunció el ceño y abrió la botella de anticoagulante que había junto a su libreta. Unas gotas serían suficientes para que volviera a escribir. Cambió de opinión. Sin su tinta especial, tendría que volver a salir, a cazar. Y con ello volvería la inspiración. Sonrió y dejó la botella en su sitio.

18. AÏDA PAZ – EL GRAN MISTERIO Alan descubre que está en un centro psiquiátrico. De repente, empieza a tener lapsus mentales de un accidente. Asustado, sigue investigando todas las habitaciones que están vacías. El edificio está abandonado. No para de oír ruidos y voces provenientes de los pisos superiores. Decide investigar más a fondo. Un hombre semidesnudo esta en un rincón, traumatizado. Alan le pregunta si está bien, y el hombre se gira lentamente. Clava su mirada y se dirige hacia él, gritando, Alan huye y logra meterse en una habitación; allí encuentra una tarjeta de identificación, es suya y gracias a ello consigue recordar todo lo sucedido: hubo un incendio en el centro y por ello una fuerte explosión.

19. AILEEN GUILLÉN – EN LLAMAS La única forma de deshacerse de todos aquellos pensamientos que lo atormentaban era plasmarlos en el papel. Era una experiencia catártica, que repetía una y otra vez. Pero su miedo más profundo lo acechaba cada noche, en sueños que se tornaban pesadillas. Las páginas de su diario recogían todos los crímenes que, desde aquella fatídica tarde de marzo, había presenciado. Aquel manuscrito era su tesoro más preciado, la llave hacia todos sus secretos. Ningún lugar era seguro. Tarde o temprano todo quedaría al descubierto. Nunca los habría delatado. Él no era quién para cambiar el curso de los hechos. Jamás se interpondría, no acabaría siendo otro de sus personajes, encarcelado eternamente entre aquellos folios desgastados. «7 de diciembre. Hora de la muerte: 23:59. El sujeto no presenta signos de violencia. Se aferra a un cuaderno y un encendedor. En la cubierta, la palabra

Sobreviviré en una desgarradora caligrafía en tinta roja. En la mesa de noche, un bote de pastillas vacío».

20. AINARA FERNÁNDEZ DE BLAS – ASESINATO EN EL AULA Maya, Iván y Rubén se dirigen a La Rioja a investigar un asesinato en la universidad a la cual va Alison, la hija de Iván. Al llegar allí, les espera la forense Ainara, que les ayudará a investigar el caso. Cuando entran en la universidad, van directamente al aula donde se encuentra el profesor de Psicología colgado de una cuerda. Empiezan a investigar y encuentran un papel donde pone: Te lo mereces. Mientras Ainara investiga las pruebas, los demás hacen preguntas. Alison cuenta que su compañera de habitación está muy nerviosa. El equipo se da cuenta de que en el despacho hay una cámara, la cual graba todo, y ven que el profesor mantenía relaciones con alumnas y una de ellas era Elena, la compañera de Alison. Se empieza a investigar y piensan que es el novio, pero no, en realidad es la madre de Elena la que lo mata.

21. AINARA HERRERO MIRÓN – LA BELLEZA DE LA MUERTE Las gotas manchaban el suelo. Rojo sobre blanco, caliente sobre frío. Los dibujos que el azar formaba al impactar la sangre contra las baldosas, el olor metálico, el color vivo de la muerte..., pero, sobre todo, era por el placer que sentía. La satisfacción de crear una obra de arte, algo para la posteridad. «Él nunca lo entendería. Mira, pero no ve; vive, pero no siente. Mas no debe enterarse, pues nunca lo soportaría». Se oyeron ruidos al otro lado de la puerta. No importaba, su cuadro seguía intacto. Las voces le llamaban, pero no reconocía las palabras. Decían un nombre: Joe Dickson. Sí, ahora se acordaba. Tenía que irse, llamaban al otro. Cuando abrieron de un portazo, él ya no estaba. En su lugar encontraron a Dickson, desconcertado, junto a un cadáver. «¿Qué ha pasado?», se preguntaba. Algunas personas no aceptan la belleza de la muerte.

22. AISHA VALMASEDA – CASI PERFECTO Hoy mismo me he convertido en un asesino en serie. Tres muertes en dos días. No ha sido nada fácil, pero aún no me han cogido. Mientras, sigo con mi vida normal. Me siento bien conmigo mismo y no tengo remordimientos. ¿Que por qué? Porque prácticamente todos los días confieso las muertes. Cuando conozco a alguien nuevo, cuando me llaman... Atte. Rick Mató.

23. AITANA MATEOS GURRUTXAGA – SIETE AÑOS Y ALGO MÁS Andrew Clark se aferraba a su arma como si no hubiera mañana. La vida

de su pequeña estaba en juego. Él y su mujer eran respetables inspectores que llevaban siete años intentando desmantelar la banda de narcotraficantes más temida de Nueva York, pero sus esfuerzos eran en vano. Andrew incluso llegó a pensar que había un topo en el equipo; sin embargo, desechó la idea por absurda. Sintió la cálida mano de su esposa en el hombro y entonces derribó la puerta con decisión. La niña de sus ojos jugaba tranquilamente con dos muñecas. Andrew observó perplejo. —¿Querías un topo? Aquí lo tienes —susurró su mujer suavemente mientras le colocaba el arma en la cabeza. Mil sombras lo envolvieron acelerando su corazón y haciéndole comprender. Todo era una gran mentira, su matrimonio era una farsa, él era una simple marioneta... Oyó ese clic, su perdición, su final.

24. AITOR MEDINA GÓMEZ – EL CIRUJANO Un paciente enfermo requiere tratamiento, en muchos casos de una intervención; una sociedad enferma no tiene posibilidad de medicación, requiere una intervención inmediata. El diagnóstico era grave, tuve que actuar. Pero en lugar de agradecer mi esfuerzo desinteresado por sanar a este grave paciente, me encerraron en esta mugrienta y lóbrega celda. Al igual que un organismo vivo tiene en ocasiones órganos que no funcionan a la perfección, cada organismo enfermo de nuestra sociedad, representados como personas, agravaba a cada minuto que pasaba aún más la situación. Por ello, yo extirpé cada organismo enfermo que detecté, que hacía poco a poco diezmar los latidos del enfermo corazón, de las cada vez más dificultosas respiraciones de mi paciente, endeble y cada vez más frágil. Un buen médico mutila una pierna para salvar un paciente si es necesario. Con el filo de la navaja en mi piel, y el sudor congelado resbalando y helando mi cuerpo, busqué mi escapatoria... Un daño colateral más.

25. ALBA BARTEL – EL CRIMEN PERFECTO Observo a los agentes de policía trabajar a lo lejos, desde un rincón los veo moverse con rapidez buscando pistas que les ayuden a encontrar al asesino que acabó con la vida de mi novio. Encontraron el cuerpo tras recibir una llamada anónima que les dio información sobre el crimen que se cometió una noche de intensas lluvias. Logro escuchar a un hombre de uniforme decir que parece el crimen perfecto, y no me extraña, jamás descubrirán al asesino, el agua borró las huellas, la bala fue extraída y arrojada al mar junto a la pistola utilizada y el lugar estaba desierto a estas horas. ¿Cómo lo sé? Simplemente, yo estaba ahí, yo hice la llamada, yo acabé con su vida, la vida de un maltratador. Sé que me llamarán a testificar, posiblemente haya algún clavo suelto por ahí, pero no me da miedo la cárcel, no... Todo aquello a lo que temía ya no se mueve

26. ALBA CLARO GARCÍA – INCONSCIENTE Tenía la sensación de que la cabeza le iba a estallar por culpa de la resaca y justo cuando se dispuso a desperezarse y a frotarse los ojos, la vio. Ahí estaba ella, inerte y fría, cubierta de sangre. Pese a la atrocidad de aquella imagen, su cuerpo parecía no responder. Seguía ahí tumbado, lánguido, con la cara girada, mirándola fijamente. Le parecía que aquellos grandes ojos verdes, vacíos de todo sentimiento, le escudriñaban preguntándole por qué. Leía en sus labios, ahora morados, un terrible reproche que aún no lograba entender. Todo en ella eran preguntas para las que Paul no tenía respuesta. Se miró las manos, estaban llenas de sangre. No pudo hacer más que mirarla de nuevo y susurrarle un «te quiero» que ella ya nunca escucharía, producto de un sentimiento de culpabilidad inexplicable. Justo entonces, supo que ya todo daba igual, hiciese lo que hiciese sería un error. Lo más sensato en aquel momento era abandonarse al llanto. Eran las nueve de la mañana y se sintió morir.

27. ALBA DE BENITO – EL PASADO SIEMPRE VUELVE Kate busca un nuevo escritor que la ayudase; por ello decide ir a la Universidad de Oregón en su busca. Allí encuentra a Paul, un joven casi licenciado amante de las novelas negras y con ganas de ser un gran escritor; a Kate le gusta su ambición, pero hay algo de él que no le da confianza. En la comisaría, con todos dándole la bienvenida, Kate decide preguntarle sobre su llegada a EE. UU. Su acento le delata. Paul llegó con seis años acompañado de sus padres y su hermano tras una interminable travesía en barco desde Riga. Tuvieron que pagar un alto precio para llegar a EE. UU.; debido a eso, no tenían dinero y por ello dejaron a su hermano en adopción; desde entonces, no sabe nada de él. Un aviso de asesinato les interrumpe. Cuando llegan a la escena, ya había un equipo de forenses, pero Kate les dice que el suceso fue en su distrito, así que ellos se llevan a la víctima, pero uno de los forenses decide acompañar a Lanie para estudiarla el cadáver. Este forense sabe más de lo que dice.

28. ALBA FAJULA – SIN TÍTULO Encontraron el cadáver en el muelle a las seis, apoyado sobre una caja de utensilios de caza submarina y con un arpón de cabeza basculante atravesándole el pecho. El vendedor de cacahuetes del club náutico fue quien dio el aviso y pronto se formó el cordón policial alrededor del cuerpo. Una caída desafortunada parecía la causa más probable, pero una denuncia por unas joyas desaparecidas, pertenecientes a un conocido del fallecido, confirmó otras sospechas. Habían encontrado un pasaporte falso en el abrigo del muerto, que pretendía huir con algo valioso y, aunque aún no estaba claro quién había asesinado al ladrón, al menos no sería difícil dar con las joyas. Encontraron el estuche bajo el asiento de la lancha con la que iba a huir el ladrón, pero, al abrirlo, solo hallaron unas cascaras de cacahuete, salpicaduras

de sangre y una postal del Caribe.

29. ALBA FERNÁNDEZ PARDO – LOS CELOS NUNCA LLEVAN A NADA, EXCEPTO A MATAR Dentro de la oscura y fría noche en Nueva York, se oyó un espantoso grito que resonó en cada esquina de la ciudad. Eran las dos de la madrugada y el teléfono de la detective Sidney empezó a sonar, era de la comisaría, se había producido un asesinato. Este caso era peculiar y de los que más entusiasmaba al compañero de la detective, Mike. El asesino les había preparado un pequeño juego. En el escenario del crimen encontraron un dedo del pie. Después de algunos análisis, la forense consiguió identificar a la víctima: era George Vásquez, un latino que trabajaba en la mejor universidad de Nueva York. Fueron a hablar con algún compañero suyo y descubrieron que se acostaba con una alumna, pero tenía coartada para esa noche. Investigando a la chica, descubrieron que tenía novio y era zurdo, como había dicho la forense por la forma de cortar; lo encontraron en su habitación con el resto del cuerpo, intentó escapar, pero fue inútil; Sidney se abalanzó sobre él. Otro caso resuelto.

30. ALBA GAONA ARÉVALO – PORCELAIN DOLLS Tania era una fanática de las muñecas de porcelana. Cada semana se acercaba a la tienda que hacía esquina al final de su calle, Bambole di porcellana, y compraba una nueva y sorprendente muñequita. Era viernes, y a Claire no le había dado tiempo a pasarse por allí todavía, por lo que debía darse prisa si no quería que cerraran y tener que esperar al viernes de la semana siguiente. Al llegar, empujó lentamente la puerta y sonó el dulce tintineo de las campanillas. El interior estaba muy oscuro, pero optó por ignorarlo y se aventuró al interior de la tienda para observar las nuevas adquisiciones. De repente, mientras iba andando por los largos pasillos, se quedó mirando una muñeca rubia con la tez muy blanca que le enterneció el corazón. Pero al acercarse para poder cogerla, descubrió que no era una muñeca, sino una pequeña niña de ojos verdes a la que habían disecado y colocado ahí.

31. ALBA GARCÍA ÁLVAREZ – LAS SOMBRAS DE DENI Viajábamos por la carretera secundaria de un pueblo. El asfalto estaba tan desgastado que parecía que la vieja furgoneta fuera a romperse. Mi compañero de viaje se llamaba Deni. Era un tipo alto y desgarbado, rendido ante una vida marcada por los excesos. Estaba quedándome dormida cuando una sombra en el parabrisas me alarmó. «Será un animal», pensé. Intenté volver a coger el sueño cuando la misma cara oscura pasó otra vez por mi lado. Era rápida, lánguida y transparente. La carretera se volvió gris. Deni

frenó y la furgoneta sonó con la brutalidad de un caballo descontrolado. Las sombras empezaron a rodearnos. Cada vez más intensas, más oscuras. Sentí tanto miedo que no fui capaz de gritar; la garganta se me quebró en mil pedazos. Deni estaba con las manos pegadas al volante y los ojos paralizados. No sé cuánto tiempo pasó hasta que fui capaz de deslumbrar la luz. La carretera estaba vacía, y en el asiento del conductor no había nadie.

32. ALBA GARCÍA DE TAPIA – SIN TÍTULO Kali corre con su larga melena dorada al viento. Sus estilizadas piernas se dejan ver con una ajustada falda de cuero y unos zapatos de tacón, que no le impiden salir como un rayo tras aquella sombra. Agitada, su respiración se puede escuchar en la tranquila noche de uno de los barrios más transitados de la Gran Manzana. Sus pensamientos son un completo caos. Su pequeño, secuestrado y asesinado dos años atrás, ha cruzado la mirada con ella al bajar del taxi, antes de perderse entre los edificios de la ciudad. Un sudor frío empieza a recorrer todo su rostro, mezclándose con las lágrimas, esas que ya no se esfuerza en contener. Al doblar la esquina, siguiendo los pasos de aquel pequeño cuerpo, se encuentra con un callejón sin salida y un desgarrador grito irrumpe en la tranquila noche. «¡Jackson!».

33. ALBA GONZÁLEZ RAMOS – EL MANIQUÍ Dentro del coche patrulla, el jefe de policía Jenkins recibe el aviso por radio de otro homicidio del asesino en serie que secciona a sus víctimas, y se dirige al escenario del crimen. Aparca el coche y el detective Pakinson se acerca a la ventanilla para advertirle de que se tome el día libre, porque los hechos le están afectando psicológicamente, debido a que su madre había perdido las piernas por una diabetes avanzada; el policía accede y se va. Entra en su casa, deja las llaves en la mesa de la entrada, recorre el pasillo y se dirige a una habitación con las ventanas tapiadas, llenas de piernas limpiamente cortadas en proceso de descomposición, apiladas en una esquina: saca de una bolsa de plástico dos piernas aún calientes, las acaricia y sonríe mientras dice en voz alta: «¡Mamá, ya estoy en casa, ahora subo a cambiarte!».

34. ALBA LEGAZPI – LA NOCHE QUE NO CENÉ CON SARA Desperté de una muerte agónica entre los recortes criminales de una oficina. Enfrente de mí, una drogadicta que no me importaba tanto como el sueño que me había hecho perder la noción del tiempo. Soñaba lo mismo desde hacía días. El disparo que paraba mi pulso me hacía tanto daño que no podía respirar cuando despegaba los párpados de todos los sitios menos de las sábanas. Evitaba dormir tanto como a Sara. Esa chica me obsesionaba desde que comenzó a trabajar en comisaría, pero ya no quería verla porque mi cadáver aparecía dentro de su casa en esa maldita pesadilla que me había

vuelto loco. No obstante, esa mañana, en uno de esos delirios a que me sometía mi vigilia cuando estaba cerca de ella, acepté una invitación para ir a su apartamento. La noche que no cené con Sara fue la última vez que la vi. Entré en su piso y, sin saber por qué, saqué la pistola del cinturón y apreté el gatillo; sin más, desde lejos, desde mi locura. La bala impactó en su cabeza. No hubo más sueños.

35. ALBA QUINTANA – ¿QUIÉN SOY? «¡Corre! ¡No pares! ¡No mires atrás! ¡Está ahí!». Fueron las últimas palabras que escuchó antes de que su corazón comenzara a sangrar. Una daga cuya inscripción era Ego atravesaba su cuerpo. Un grito estremecedor había despertado. Se cercioró de que todo continuara igual. Miró bajo la cama, tras la puerta, en el armario... No quedaba ningún lugar por examinar, salvo el más recóndito... Su mente. Al percatarse, tomó un bisturí y procedió a perforarse el cráneo hasta llegar al cerebro. Segundos más tarde, su cuerpo se desvaneció, sin pulso, pudo descansar. Transcurridos tres días, su cuerpo se regeneró, como solía hacer cada vez que se inspeccionaba tras una pesadilla. Pero la daga produjo un cambio. Al abrir los ojos, cogió una motosierra y se partió en dos, de tal manera que cada parte agarró todo tipo de armas para terminar la una con la otra..., hasta poner fin a la eternidad.

36. ALBERT FERNÀNDEZ ALMODÓVAR - SIN TÍTULO La puerta de un Mercedes blanco se abre abandonándola a la noche y la lluvia de París. Hace frío, se ciñe la gabardina y aprieta el paso. Luces rojas y amarillas se deslizan por sus ojos, como las lágrimas por sus mejillas, mientras el eco de sus tacones, sobre los adoquines, se aleja. Saca el móvil de su bolsillo y hace una llamada. Desde una ventana, un gato observa el cuerpo inerte de un hombre mecido por el Sena. Jack se acerca a la mesa y enciende la lámpara, tirando de un hilo. Desperdigados por doquier, recortes de periódicos y fotos, alguna taza vacía y, en el cenicero, miles de colillas imaginarias; Jack no fumaba, pero le gustaba imaginar que lo hacía. Enciende otro cigarro mientras tacha el último caso resuelto de la lista y cierra su libreta, recoge su chaqueta de cuero y sale a la calle dejando de fondo el zumbido de su móvil sonando sobre la mesa. Seis horas más tarde, lo único que tendría para encontrarla sería su voz en el contestador: «Necesito verte».

37. ALBERT MONER VALL – ILUSIÓN - SOSIES Estabas allí; sí, tú, el que lee entre líneas, tienes que recordarlo. Las puertas del tren se cerraron al unísono del pitido incansable que desconcierta por las mañanas a aquel que entrecierra los ojos. Te levantaste del asiento y casi sin esfuerzo proferiste un grito que sobrepasó las paredes de aquel túnel. Tras oír tu propio grito te asustaste y te arrodillaste entre los asientos. Lo

recuerdo. Las luces se apagaron como si todo lo conocido tuviese un desconocer; tras el placentero grito, pude escuchar el silencio producido por la gente dejando de hablar, de las páginas de los libros dejando de susurrar historias, de las botas inquietas por un examen a las doce del mediodía, de los niños jugueteando, de los besos de los enamorados. La luz regresó, todo era sangre, huesos y carne. Petrificado, cubierto de sangre, me levanté del suelo con la infalible ayuda del apoyo proporcionado por uno de los asientos y me dirigí hacia ti. Estabas allí.

38. ALBERT ZARZOSO GIMÉNEZ – NUEVA YORK, LA PURGA, AMOR ADOLESCENTE, DESAMOR ADOLESCENTE Y ASESINATOS DE GENTE QUERIDA Empezaron a sentir miedo; anochecía y estaban en un lugar no muy apartado de la ciudad, pero más bien tenían miedo de la purga. Subieron a un coche para ir a la otra punta de Nueva York para poder marchar de forma más segura. Eran cinco personas: una pareja, una madre y su hija y un hombre en busca de venganza. Se quedaron sin gasolina en mitad de la ciudad. Así que fueron a pie. Por el camino, asesinaron al hombre que iba con ellos. Decidieron seguir el camino y dejarlo en la acera. Después, mataron a la madre, y la hija, Agnes, no sabía qué hacer. La pareja la cogió y siguieron adelante para que no pasara nada más. Al llegar, se encontraron al antiguo amor platónico de Agnes, Albert. Él les llevó a su casa para ponerlos a salvo y pidió a Agnes si podían hablar solos un momento, en el balcón de la habitación; él le dio un beso, en los labios, y después de la pasión, Agnes le clavó un cuchillo de la cocina que había cogido antes de subir. Bajó fingiendo que le habían disparado desde fuera.

39. ALBERTO AGUADO – AMOR ESPÍA Estando Edelyn en la oficina, recibe una llamada: el agente Brooks (su padre) estaba en el hospital por intento de homicidio. Habló con el teniente Jhonto y se fue directa al hospital. Una vez allí, intentó hablar con su padre, pero no la dejaron. Estaba muy grave; no obstante, se coló y consiguió hablar con él. Antes de morir, le dijo que su prometido Shack era un espía holandés y su próximo objetivo era ella y debería huir. Edelyn se fue al aeropuerto y escogió como destino Nueva York, pero Shack, que iba siguiéndola, la secuestró. Se la llevó a su guarida, que estaba en Salamanca, aunque Edelyn pudo enviar una señal al detective Esnermes. Este rastreó el móvil de Edelyn, averiguó dónde estaba y se fue con refuerzos a su rescate. Al final, detuvieron a Shack, pero al cabo de unos meses se escapó, y salvaron a Edelyn.

40. ALBERTO CORDOBÉS RODRÍGUEZ – RUTINA

Lo que empezó hace dos semanas como un aparente caso de violencia de género había acabado conmigo allí. Estaba delante de toda la prensa, relatando cómo el hombre más poderoso de la ciudad, al que todos consideraban un santo por sus continuas campañas a favor del tercer mundo, había organizado el mayor cártel de la droga hasta ahora conocido. Habían sido unas semanas durísimas; estuve a punto de morir dos veces: la primera, en una explosión que sirvió para librarse de un almacén lleno de pruebas; y la segunda, por una bala que atravesó mi chaleco. Durante esas dos semanas, habíamos pasado de culpar al marido del asesinato a ver que de alguna manera la víctima estaba implicada en el cártel y que por ello había muerto. Y todo esto había empezado como un rutinario caso de violencia de género...

41. ALBERTO GUERRERO CORRAL – QUIEN RÍE EL ÚLTIMO... Los gritos de la mujer aumentaron al saber que la policía estaba en el edificio. Unos minutos antes, casi se había rendido al inevitable final, pero escuchar las sirenas le había otorgado nuevas fuerzas. El bullicio de agentes subía escaleras arriba, y ambos sabían que solo un minuto la separaba de la vida o la muerte. Empujó el cuchillo con fuerza y logró clavárselo en el hombro. Su grito fue desgarrador, pero no así el daño provocado. La policía estaba ya en la planta, casi al otro lado de la puerta. Desesperado, alzó el arma y atacó otra vez. Los brazos de la mujer impidieron su objetivo. La puerta se abrió de golpe inundando la habitación de una luz cegadora. Antes de poder asestar una nueva cuchillada, oyó unos disparos y cayó herido al suelo. El inspector Reynolds se acercó a él y apreció la risa satisfactoria de quien consigue cazar al asesino. Moriría pronto, pero sabía que su sonrisa desaparecería cuando descubriera los cadáveres de los niños en el cuarto contiguo.

42. ALBERTO GUTIÉRREZ LECHÓN – VENGANZAS DISFRAZADAS La música no paraba de sonar. Desde el principio de la rúa no había ido a ningún servicio improvisado, así que al llegar al espigón bajo la iglesia salí corriendo hacia el lugar más oscuro. Cuando encontré un hueco entre un egipcio fluorescente y un domador con plataformas, me coloqué cara a la pared y comencé el ritual para poder orinar. Al terminar, me di cuenta de que a mi izquierda tenía a Marcos, compañero de colla, que estaba en un estado lamentable debido a la bebida. Me acerqué a él para preguntarle si podría continuar el recorrido y, en ese momento, noté que algo grave le ocurría: había sangre en sus pantalones, vómitos y estaba empezando a tener convulsiones. Me asusté tanto que salí corriendo para avisar a los de la carroza, pero al llegar me encontré con más de la mitad de mis amigos igual que Marcos. Un dolor espantoso me invadió la cabeza, el estómago y el abdomen. Lo último que recuerdo es ver a Fátima venir hacia mí diciendo: «El tractorista nos cambió la bebida por algo mezclado con gasolina».

43. ALBERTO JIMÉNEZ LÓPEZ – SIN TÍTULO En una fría mañana de noviembre, los buzos del Cuerpo de Bomberos rescataban del río el cadáver del delincuente conocido como el Violador del Ensanche, el cual fue absuelto por falta de pruebas apenas quince horas antes. Era una imagen que figuraba en los más oscuros deseos de los familiares de las víctimas. Aunque el cuerpo estaba hinchado, no era lo más desagradable que veía el inspector Antonio Guerrero. El cuerpo tenía las manos y pies atados y una mochila rellena con piedras que hacía de contrapeso. No sufrió mientras se ahogaba, ya que un golpe en la cabeza con lo que parecía ser una piedra le había dejado inconsciente. Llevaría toda una vida buscar huellas dactilares en todas las piedras de esa zona. El inspector Guerrero solo esperaba que centrasen la investigación en los familiares de las víctimas y que no se investigase su falsa coartada.

44. ALBERTO LEIVA – CRUCERO SIN TIEMPO Simple casualidad del destino embarcarme en el crucero Win, casi mil pasajeros y doscientos tripulantes. Un crucero en el que se reúnen los ganadores de un concurso vía internet. La euforia del momento se fue a la hora de estar navegando, cuando apareció el primer cadáver. Un turista japonés en los baños con un martillo incrustado en la cabeza y una nota: Golpe de efecto. El miedo aumentó a la segunda hora, cuando un matrimonio australiano de unos treinta años apareció muerto en la cama de su camarote, también con una nota: Siempre juntos. A la tercera hora, el siguiente, un hombre de unos cincuenta años indonesio con la cabeza clavada en los colmillos de un elefante de porcelana con la nota: La carrera del miedo es la esperanza. Faltan diez minutos para la cuarta hora, y yo estoy en la cafetería bebiéndome una cerveza, intentando descubrir al asesino. Dejé el Cuerpo de Policía por estar exhausto, pero, por lo que parece, los detectives nunca tenemos descanso.

45. ALBERTO LUZARDO – TRES SOSPECHOSOS DE ASESINATO Una mañana, en una esquina del centro, allí estaba el doctor en el suelo, muerto con un bisturí en el cuello. Un día antes, su testamento había cambiado: ya no heredaría su hijo, sino el hermano y su amante, que había sido su última paciente, quien además le había jurado que se vengaría. La noche anterior se escucharon gritos en su habitación y había restos de lucha en el suelo. Cuando la detuvieron para interrogarla, tenía signos en su rostro de haber tenido una pelea recientemente. El ADN encontrado en las uñas de la víctima se correspondía con el de su hermano, quien tenía la coartada de que había estado toda la noche con su amante, también sospechosa. Las cámaras confirmaron que habían entrado en el hotel, pero no habían salido hasta la mañana siguiente. Su hijo fue detenido en el aeropuerto con acciones y valores propiedad de su difunto padre. Las pruebas de ADN confirmaron que eran de su hijo.

46. ALBERTO NIETO TAJUELO – ORFANATO DE LAS MANOS SANTAS Se cuenta de que en un antiguo orfanato, llamado Orfanato de las Manos Santas, hace mucho tiempo hubo una chica, Melisa, cuya maldad espeluznaba a cualquier psicólogo; solo tenía quince años. Tal era su maldad que, durante un año entero, amargó la existencia de una de sus compañeras, que terminó por suicidarse. «Prefiero no contaros los motivos». De pequeña, Melisa ya «apuntaba maneras», apuñalaba a sus mascotas con agujas, era macabra y ella misma reconoció que lo hacía por diversión. Decidieron internarla en lo que hoy en día se llama centro psiquiátrico. Pasado un mes, tenía tan atemorizados a los que allí estaban que todos ellos se la querían «quitar de en medio». Ingenuos, lo que no sabían era que ella planeaba sus muertes, envenenándolos poco a poco, haciendo que sus órganos explotasen. Ahora, todos los que pisan ese edificio, son envenenados. Nadie sabe cómo murió, pero cuentan que las almas atormentadas de las personas que mató la ahogaron lentamente, jugando con su cuerpo...

47. ALBERTO ORTIZ MARCOS – LOS SIETE PECADOS MORTALES El cadáver tenía marcado sobre su frente: SOBERBIA, y entre sus dientes una nota: El último pecador está cerca de ser juzgado. Sara se llevó las manos a la sien. No había podido salvar a la sexta víctima; de nuevo habían llegado tarde. Rodrigo llegó corriendo hasta ella. —Jefa, una testigo dice haber visto al asesino. —¿Dónde está la testigo? —Siguiendo al sospechoso. El coche policial salió a toda velocidad y en segundos se encontraron con la valiente civil, que les señaló un local abandonado que había frente a ellos. Sara y Rodrigo entraron con las armas desenfundadas. Se desplazaban a oscuras, cuando una silueta apareció ante ellos, apuntándolos con una pistola. Sara no tuvo más remedio que disparar y acabar con la vida de aquel individuo. Se agachó junto al cuerpo, una nota salía del bolsillo de su camisa: Buen trabajo. —¿Qué sucede, jefa? Sara iluminó con su linterna la frente marcada del asesino: IRA. —Acabo de ejecutar a la séptima víctima.

48. ALEJANDRO BRUGAROLAS SÁNCHEZ-LIDÓN – A MI LADO Si ella no hubiese mirado hacia arriba precisamente en ese momento, seguiría sin saberlo. Su nombre es Marta, era una simple asesora de empresas hasta ese día. Pensaba que era otra de las empresas que necesitaba de su ayuda por problemas fiscales o jurídicos; lo que no sabía es que esa empresa era una conocida tapadera de la mafia. Le Dohs, una de las familias más temidas de entre todas las de la mafia francesa, buscaba a Marta por el pasado de su padre, Franchesco Mercier. Franchesco era un ladrón de la más alta categoría,

robaba joyas, documentos, obras de arte. Un día le contrataron para robar un cuadro de una casa vacía, todo fue demasiado fácil, así que Franchesco se puso a investigar sobre ese cuadro y descubrió que pertenecía a la familia Le Dohs. Le había robado a una familia de la mafia; tan pronto como pudo desapareció, pero antes le dejó una nota a su mujer embarazada en la que decía: «Si algún día os preguntasen por mí, solo mirad al cielo». Y así fue cómo le conoció.

49. ALEJANDRO COTO AUGUSTO – EL LADRÓN DEL DEDO Aparece el cuerpo de un hombre sin vida en su casa con varios orificios de bala y el dedo índice derecho amputado salvajemente con unas tenazas. Se investiga y se descubre que ese hombre iba a desheredar a su único hijo por malos hábitos en su vida. Finalmente, se demuestra que el hijo no había sido, aunque este no se sorprendiera ni entristeciera de la muerte de su padre. Se sigue investigando y encuentran que en la empresa era poco querido por algunos trabajadores a los que no trataba demasiado bien. De nuevo, se les tiene como sospechosos, pero se demuestra que ellos no fueron aunque lo odiasen con todas sus fuerzas. Finalmente, se descubre que fue un amigo el que lo mató y acto seguido le amputó el dedo para desbloquear el iPhone 6 y así borrar unas fotos que este iba a mostrar a la mujer del amigo para demostrar su infidelidad.

50. ALEJANDRO CRUZ – LLEGAN TARDE —La una de la madrugada y aún no llega. ¿Le habrá pasado algo? —Tengo que encontrar mi reloj, ¿dónde lo habré dejado? —Papá, ¿has mirado en el armario, en tu joyero? —Ah; gracias, hija. —Mamá tiene que estar preocupada, llegamos tarde. —Tranquila, ya me conoce, sabe que estos actos sociales me ponen nervioso y siempre termino perdiendo la cabeza. —Un día de estos la vas a perder de verdad. —¿Señora De Blein? —La misma. —Tendrá que venir con nosotros. —¿Qué ha pasado, se trata de mi marido? ¿Y mi hija? ¿Ella se encuentra bien? —La informarán al llegar. —¿Pero cómo me han encontrado? —Había una nota dirigida a usted. —¿Una nota? ¿Qué ponía? —La verá al llegar. —Un momento. ¡Este no es mi marido! ¿De quién es esta casa? —Es la suya. —Jamás he vivido aquí. —Lleváosla, por favor.

—¿Pero tú la has oído, Percy? —Sí, claro, aún no ha asimilado que asesinó a su familia hace once años; ¿crees que se recuperará? —Lo dudo, lo dudo mucho.

51. ALEJANDRO CRUZ ESTEPA – LA MALDICIÓN DE LAS RUNAS Llegando a la sala de estar, algo pareció llamar su atención: una niña sentada en el suelo jugaba con unas runas de madera, lanzándolas una y otra vez. La muchacha asustada le preguntó: —¿Pequeña, te has perdido? ¿Cómo has entrado aquí? La niña giró la cabeza y miró a la joven con ojos de espanto. —El diablo ya tiró; te toca tirar a ti —dijo la niña. Sin saber por qué, la muchacha cogió las runas y las lanzó fuertemente. —Mira tu destino —dijo la niña. La joven miró el destino que le aguardaba, que decía: Ya viviste demasiado; hoy, la muerte vendrá a ti. La joven salió de la casa corriendo sin control alguno, pero, al girar la calle, no pudo ver el vehículo que se le acercaba a gran velocidad. La muchacha salió disparada y se golpeó la cabeza contra el duro asfalto, por lo que murió en ese preciso instante. Lo que nadie sabe aún es por qué la policía encontró una fotografía en la casa de la runa que sujetaba la joven en su mano, incluso después de muerta.

52. ALEJANDRO LILLO SÁNCHEZ – LA ESCENA ESTÁ SERVIDA El fiscal Finn era uno de los ciudadanos más respetados de la ciudad y ahora, sin embargo, solo quedaba de su existencia la silueta pintada en tiza sobre el suelo de aquel salón. Allí, el detective Kevin intentaba buscar una explicación a todo aquello. Habían encontrado al fiscal con el arma en la mano, una carta de despedida en la cartera y un tiro en la sien. Con las cerraduras de la casa intactas, el caso quedaba cerrado aquella misma noche. Pero algo llamó la atención de Kevin, que desapareció por una de las puertas laterales, segundos antes de llamar a su compañera. —Martin, ¿huele eso? —preguntó mientras entraba en la cocina. —Sí, huele a comida —contestó ella. —Huele a ternera bañada en el mejor de los tintos —aseguró Kevin mientras levantaba la tapa de una de las ollas que había al fuego— con ciertos toques de asesinato. —¿Cómo? —exclamó la agente sorprendida. —Asesinato, aquí huele a asesinato —contestó decidido—. ¿Quién se prepara la cena sabiendo que no va a cenar?

53. ALEJANDRO MONZÓN MEDERO – LA SUERTE DE JHON

11:00 p. m. Despacho del detective Jhon; cae la noche en Callosa City... Maldita sea mi suerte, otro día sin pena ni gloria, vaciando mi tercer vaso de whisky escocés, repaso facturas como único caso que tengo sobre la mesa; más vale que recoja todo antes de que me invada la melancolía de aquellos buenos tiempos, los malos tiempos. Cuando estaba a punto de irme, llaman a la puerta, un golpe tímido, indeciso... Extrañado por la hora y con recelo, invito al visitante a que pase; entonces la vi, una hermosa y casi angelical mujer, llevaba puesto un vestido rojo recién estrenado, que caía sobre sus perfectas curvas, clavó su mirada en mí, sollozando mi nombre dijo: «Mi marido ha desaparecido». Al llevarse el pañuelo hacia su mejilla, noté en su mano un detalle, la falta de su anillo de casada. Entonces me dije: «Vaya suerte, Jhon, este caso está resuelto antes de empezar».

54. ALEJANDRO PAREDES – EL ASESINO DEL OCASO Sentado en su escritorio, el detective Martínez pensaba que, esa noche, la ciudad de San Francisco podría dormir en paz. Por fin había resuelto el caso del Asesino del Ocaso. Lamentablemente, su compañero, el detective Gil, resultó ser cómplice en los asesinatos y el que informaba al departamento anónimamente. «La información del bastardo ayudó a salvar a un par de víctimas», pensó Martínez agradecido. Aunque el caso parecía estar cerrado, el olfato y la experiencia del detective le indicaban que eran tres los implicados. Sabía que no podía ser tan simple como parecía. No había encontrado la relación entre el asesino y su ahora excompañero, pero, al hacerlo, estaba seguro de que se llevaría una enorme sorpresa. Sí, San Francisco podría dormir tranquilamente esa noche, pero el detective Martínez repondría fuerzas porque intuía que en el próximo ocaso, continuarían los asesinatos.

55. ALEJANDRO RODRIGO ORCERO – ¿CÓMO LO HIZO? Celia escuchó un extraño ruido en la casa de Ehlei. Corrió hacia una de las ventanas desde donde se veía el salón y vio su cuerpo en el suelo. Antes de que pudiera reaccionar, el sonido de un coche arrancando la sorprendió. Solo podía ser uno. ¡El de Ehlei! Consiguió seguirle la pista hasta un puente que cruzaba un pequeño lago. Pero el Aston Martin desapareció entre las curvas. Celia despertó en el suelo de su casa como si todo hubiera sido un sueño. Fue a casa de su amigo, donde se amontonaban los coches de policía. Poco después se disponía a irse cuando un policía le pidió que le enseñara el coche. En el maletero, y aún ensangrentada, el arma del crimen. Celia fue declarada culpable de asesinato, y la viuda de Ehlei cobró el millonario seguro de su marido. Mientras Celia redactaba su declaración, el inspector Álvarez se dio cuenta de que era diestra y recordó que la mujer de Ehlei, Andrea, sí había redactado su testimonio con la mano izquierda. ¡Ella era la asesina! ¿Cómo lo hizo?

56. ALEJANDRO RODRÍGUEZ – SPIDERMAN En las inmediaciones de la línea policial, se encontraba el cadáver, colgado de una cuerda que estaba agarrada a uno de los andamios del edificio más próximo, en el que había un grafiti con una dirección; ¿sería la dirección del asesino previamente grabado con una de las cámaras cercanas? En realidad, tenía una forma cuando menos extraña de moverse, podía hacerlo por las paredes como el famoso héroe del cómic, Spiderman. Al finalizar la investigación, decidieron ir a la dirección escrita en la pared, un gran almacén cerca de los muelles; estaba oscuro, pero había indicios de que alguien vivía allí. Vieron un montón de velas apagadas junto con cerillas y un grupo de bolsas llenas de fotos, fotos de antiguos casos sin resolver. ¿Sería este el asesino de todos los misteriosos casos que rondaban los muelles? También había una nota de quien parecía ser el propietario del almacén: había escrito otra dirección, el edificio más alto de la ciudad, hogar de un Spiderman asesino.

57. ALEJANDRO RODRÍGUEZ MORENO – OTRA OPORTUNIDAD Tumbado sobre la acera, no pudo impedir que se le escapase una lágrima al darse cuenta de que la vida se le iba entre las manos y no podía hacer nada para evitarlo. Ese momento en que todos cuentan que tu vida pasa ante tus ojos fue cuando cayó en la cuenta de cómo la había desaprovechado. Siempre había buscado los caminos fáciles y rápidos que, junto a su buena apariencia, le habían llevado a lo más alto. Una altura que ahora veía que era ficticia. Ya que a pesar de todas las experiencias que había vivido, ninguna parecía tener sentido ahora; iba a morir en la más absoluta soledad. Entonces, intentó hacer memoria de en qué momento cambió su destino en dirección a ese pozo en el que ahora se hundía. Y como un castigo divino, se acordó de Anne, del amor que sentía por ella y cómo por esas fiestas «de trabajo» la dejó pasar; jamás había sido tan feliz como con ella, pero nunca se percató. Acababa de cerrar los ojos cuando alguien le cogió la mano. Entonces supo que volvería solo por ella.

58. ALEX BLAME – LA HUIDA La tormenta está en su apogeo. A pesar de ello, pisa un poco más el acelerador. Tiene que alejarse lo más posible. No debía haber ocurrido así. Unos gritos, un par de bofetones y recoger el dinero. Pero, maldito gilipollas..., tenía que haberse puesto gallito y sacar el bate. No tuvo más remedio... ¿Ahora qué le diría al jefe? El móvil suena, lo que provoca que salte en el asiento. Tras forcejear unos segundos lo saca... Es el jefe. Nervioso, jurando por lo bajo, aprieta el botón para contestar y en ese momento una ráfaga hace tambalearse al coche, agarra el volante y el teléfono se le escurre de entre los dedos. Maldiciendo, se agacha instintivamente por el aparato. El sonido de una bocina le hace levantar la cabeza. Demasiado tarde. Un camión se abalanza sobre él. Un volantazo y evita el choque frontal, pero

el enorme vehículo le golpea la parte trasera y sale disparado directamente contra un gran roble. Lo último que escucha es a su jefe cubriéndole de insultos desde el otro lado de la línea.

59. ALEX MARTINES I JOAN – SERENIDAD La antigua fábrica se mecía en silencio con el tenue azul del anochecer. Al fondo se oía algún grillo, algún pájaro. El comisario pensó que era un buen lugar para relajarse, a pesar del dulzón olor de la sangre. Se acercó un agente. —Parece profesional —comentó aquel. —No creo que se haya enterado de nada. El comisario asintió. —Esperaremos a la científica. Aquí se está tan bien... Uno podría quedarse para siempre. Pronto llegarán, con esa maleta en la que se desparramaron hace tiempo todos esos polvos y nunca se ha llegado a limpiar. El agente se dirigió al subcomisario, señalando con la vista el cadáver: —Dicen los forenses que se lo llevan. Un tiro limpio, diez metros, rápido. ¿Con quién iría a encontrarse el comisario aquí...? Mientras todos iban abandonando la escena, el comisario decidió que sí, que iba a quedarse allí, en ese lugar, sereno y placentero.

60. ALEX MERINO ASPIAZU – LA ESCENA MÁS BELLA Brenda admiró, no sin cierto sentimiento de culpa, cómo el color del cielo al atardecer hacía juego con la sangre derramada sobre la alfombra del salón. Había limpiado buena parte del parqué, pero sus viejas rodillas no le permitían estar agachadas por más tiempo y había decidido tomarse un descanso. Una no mata todos los días y menos a los setenta y ocho años. ¿Qué diría a sus amigas cuando le preguntaran por su marido? Que se lo había ganado a pulso, por supuesto. A la policía le diría que fue un acto de defensa propia: «Señores agentes, mi marido quería matarme de aburrimiento». Ella sabía que lo del cuchillo había sido excesivo, pero después de cincuenta años de matrimonio se contrae una tendencia por la grandilocuencia. Observó el rojo cielo, la roja sangre, sus rojas manos y pensó que era la escena más bella que sus cansados ojos habían contemplado.

61. ALEX MÍNGUEZ AMAT – SIN TÍTULO Eran las seis de la mañana; como cada día, él me trajo un café doble de crema; de buena mañana, sonó el teléfono, otro cadáver, esta vez en el parque. Cuando fuimos, la forense nos explicó que no se podía reconocer al cadáver de lo quemado y destrozado que estaba. Alex ya tenía la paranoia de que alguien llevaba un lanzallamas por la ciudad. La forense, gracias a los dientes,

nos dio una identificación: Barry Lane, cuarenta y cinco años, desaparecido en 2014; se sospechaba de su mujer, pero la hallaron muerta en la piscina de su casa. Barry trabajaba en Wall Street y era multimillonario; se supone que fue un robo que salió mal. Pasado un tiempo, Alex descubrió toda la fortuna: iría a parar a su hijo James Lane, que estuvo tres años en prisión. Lo interrogamos y confesó. ¿Lo hizo solo por dinero o porque sabía lo de la infidelidad...?

62. ALEXANDER CRUZ NOVOA – DEJÀ VU Dicen que cuando vas a morir, toda tu vida pasa por delante de tus ojos. No es verdad. Lo que en realidad ocurre es que el cerebro hace un repaso mental buscando si en algún momento hemos pasado por una experiencia parecida o igual a la que nos ha llevado hasta el punto de morir. Y si es así, seguir la misma estrategia utilizada entonces y sobrevivir. Esta vez, no iba a darse el caso. Esta vez iba a morir, y lo sabía. Nunca antes había pasado por algo así. Había estado al borde de la muerte en otras ocasiones, es verdad. Pero esta vez la pistola me apretaba la sien con mucha fuerza. No le temblaba la mano. En sus ojos no había duda. Iba a dispararme. Esa persona que me había salvado en otras ocasiones, la misma persona a la que había protegido siempre, sería mi ejecutor. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Y de repente, mientras miraba fijamente a los ojos de mi propio hermano, supe lo que iba a pasar a continuación. De repente, tuve otro dejà vu.

63. ALEXANDRE LEIRÓS GARCÍA – SIN TÍTULO La berlina atravesaba las calles de Boston. Dentro, el presidente iba acompañado por su hija Lucy y por Zavala, la capitana de policía —ella iba con uniforme—. El coche se paró en la entrada del palacio de congresos, donde una multitud coreaba a viva voz al presidente. En cuanto firmase el documento, sería abolida la ley 33. En el interior, un equipo de policías estaba repasándolo todo. Minutos más tarde, cuando ya se había calmado la multitud y el presidente se disponía a firmar, una mira asomó por el balcón, saqué mi pistola, me lancé contra el presidente, lo derribé y disparé al francotirador, pero este se me adelanté y disparó contra Lucy. Murió, pero yo le di a él, y se pudrirá en prisión el resto de sus días. Lo más curioso es que la bala tenía grabado un 33. Él no volvió a ser el mismo, ni yo tampoco; no puedo olvidar las trenzas rubias de Lucy.

64. ALFONSO INIESTA – LA SOMBRA Otra vez, aquella sombra detrás de la puerta. Esa era de las noches que había decidido presentarse. Susan la miró, ya sin miedo a fuerza de costumbre. Nunca contestaba a sus preguntas. La niña lo había achacado hasta ahora a que no tenía boca, aunque últimamente creía que la sombra estaba tan

asustada como ella misma lo había estado la primera vez que la vio. Decidió que había llegado la hora de acercarse a ella. Lentamente, se quitó la gruesa manta que la protegía del frío de la antigua casa y sintió el helado suelo bajo sus pies cuando se incorporó. Se acercó a la sombra, despacio, pero con decisión. La mancha oscura pareció acercarse a ella también. Justo en el momento en que el cuerpo de Susan y la sombra se juntaron, la niña lo comprendió todo. Ya nunca más temería a la oscuridad. Ella sería la oscuridad ahora.

65. ALFONSO LÓPEZ – EL COMIENZO Despertó sin tener claro cuánto tiempo habría dormido. La intensidad de la luz había disminuido considerablemente, pero era bastante probable que se debiera al hecho de encontrarse en el centro exacto de un bosque, cuyos árboles más altos impedían parcialmente la entrada de luz directa. Al tratar de incorporarse, supo que algo iba mal. A su lado, había un gigantesco charco de sangre y pudo comprobar con horror que el rojo elemento provenía de su cuerpo. A la altura del costado derecho, tenía una raja de considerables dimensiones. Alguien o, peor, algo, le había practicado una incisión casi quirúrgica a la altura de las costillas. Quiso gritar, pero no pudo. Tampoco le importó demasiado, ya que sabía que nadie podría oírle. Se incorporó como pudo y, llorando, se acercó a la laguna para tratar de limpiarse la herida aún sangrante. Le tranquilizó la voz de su compañera Eva: —Toma, Adán, muerde.

66. ALFONSO MANZANARES VICENTE – EL SIGUIENTE DE LA LISTA El detective atizó el mortecino fuego del hogar, lo que hizo bailar las sombras del salón, y se derrumbó sobre su sillón favorito. Había sido un día agotador en su pequeño gabinete londinense. A él habían acudido varios clientes, cuyos casos fueron despachados sin apenas levantar la cabeza del periódico del día. Tal fue el reto para el intelecto del investigador. Tras un leve suspiro, alargó perezosamente la mano hacia la pipa que reposaba en la mesita auxiliar de caoba, y encendiéndola con una cerilla, aspiró profundamente. Exhaló el azulado humo mientras sentía cómo se le cerraban los ojos, a causa, sin duda, del tedioso día que al fin acababa. En ese momento, una de las sombras de la sala se deslizó para perfilar la silueta de un hombre. Esbozando una media sonrisa, sacó un papel de su oscuro traje y tachó un nombre. —Ya están el comisario francés y el detective británico. El siguiente de la lista es... ¡Ah, monsieur le belge!

67. ALFONSO VIZCAYA SEOANE – DE TORERO A TORO —¿Qué tenemos, Kevin?

—El cadáver de un torero. Está el forense con él. —¿Qué nos cuenta el cadáver? —Pues a simple vista le faltan varias partes, como las orejas, ¡oléé...!, como si fuera un toro en el final de una corrida. —Un antitaurino dice Kathy; ¿tú qué crees, Rick? —Que un antitaurino no quiere violencia y aquí puede ser lo más evidente. En los vídeos del hotel entra solo, y a ese hotel no entra nadie sin habitación o sin autorización. —Pues tiene que ser alguien de dentro; tenemos que investigar a todos. —En la habitación de al lado había una mujer que salió esa noche rápido y no volvió a dormir a una habitación que cuesta dos mil dólares la noche. —Pues traedla. En el interrogatorio, al final, se derrumbó; era una persona muy famosa, y él era su amante, pero no quería que nadie se enterase. —Lo explicó todo: estaban jugando, se tropezó y se dio con la cabeza contra la esquina de un mueble. Como siempre le había contado que estaba muy amenazado, lo hizo así para que la investigación fuera por ahí.

68. ALICIA FERNÁNDEZ MARTÍN – BAD MOVES Su instinto la avisó de que algo no iba bien; era consciente de ello, pero ¿qué podría ser? Observó atentamente su entorno, fijándose en cada posibilidad, en cada parámetro, pero no logró averiguar qué era aquello que fallaba. El tiempo corría en su contra, podía notar como sus niveles de ansiedad se iban elevando, que con cada segundo que pasaba todo iba a peor sin saber cómo detenerlo... Se fijó en una pequeña zona a la que no le había prestado atención anteriormente y lo vio: «Un peón bien colocado es más poderoso que un rey», y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, su contrincante movió su ficha y le dio jaque mate; así finalizó la partida y quedó descalificada. No, definitivamente, los torneos de ajedrez de la comisaría no eran lo suyo.

69. ALICIA MACÍAS OCAÑA – EL MISTERIO DE CANNES Una noche, en la gran ciudad de Cannes, en Francia, Mrs. Gant se dispuso a darle el paseo diario a su querido gran danés, llamado Roy. De repente, el perro comenzó a correr rápidamente y se dirigió a un gran árbol que se encontraba al final del parque. Mrs. Gant, al ver su reacción, corrió tras él, y cuando llegó al lugar, su perro estaba tumbado en el suelo a causa de la carrera que se había dado. Gant se puso a observar a su alrededor para ver qué había atraído a Roy, pero no encontró nada. Siguió buscando y vio que detrás del árbol, justo en el lado derecho, había una nota con gotas de sangre en el suelo, en la que ponía su nombre. Se dirigió hacia ella y la cogió sin saber muy bien qué debía hacer... Cuando decidió abrirla, descubrió el mensaje que guardaba: ¡Si a la luna decides mirar, tu destino podrás comprobar! Mrs. Gant miró hacia arriba y vio un cuerpo sin vida en la copa

del árbol.

70. ALICIA NÚÑEZ ISAAC – EL MAR INMENSO La joven Lidia sale otra noche más a echar su carrera diaria por las playas de Miami para protegerse del calor y disfrutar del paisaje y la noche estrellada. Esa noche, Lidia pasa por una discoteca en la que ofrecen unas bebidas de frutas tropicales —sus favoritas— y decide entrar a relajarse un poco. Dos chicos altos y jóvenes se acercan para invitarla a bailar y tomar una copa; esto es lo último que se sabe de Lidia. Pasadas las veinticuatro horas, sus padres se empiezan a preocupar. La policía da con los dos chicos y ninguno dice saber nada de ella. Tras cuarenta y ocho horas, aparece un barco de los jóvenes con cabellos de Lidia. Los jóvenes admiten entonces haber abandonado a Lidia a merced de los conocidos tiburones de la costa de Florida. Se recorrieron kilómetros de la costa de las playas de Miami y, aun cuando no quedaba espacio para la esperanza, unos equipos de salvamento marítimo encuentran a una joven sobre una baliza flotante en mitad del mar.

71. ALMA MARÍA – NEGOCIOS PELIGROSOS Rick tiene un encargo de un cliente. Quiere que descubra el paradero de su hijo desaparecido (Brian). Casualmente, Kathy recibe una llamada de la comisaría. Un adolescente ha aparecido muerto en un parque. Rick va a la comisaría y se da cuenta de que el muerto es el chico de su cliente. Tras hablar con los familiares de Brian, aparecen culpables, unos enemigos de Brian. Tras interrogarles, se dan cuenta de que hay aspectos misteriosos: alguien lo controla todo. Se dan cuenta de que hay algo que se les pasa, algo importante. Rian y Espo van a investigar su apartamento y descubren que alguien ha estado allí justo antes y ven una sombra; la persiguen, pero se les escapa. Por suerte, Rick y Kathy encuentran una relación: el asesino es la persona que estaba al corriente de todo, Harry Marks, el socio de Brian. Este le debía dinero y, como Harry no podía más, le mató.

72. ALMU C. J. – REFLEJO ROJO El policía se levantó del suelo cubierto por la sangre de sus compañeros. A pesar de que el dolor de cabeza le taladraba las sienes, logró incorporarse, sacar su arma reglamentaria y apuntar hacia la puerta del cuarto de baño, donde escuchaba al asesino limpiarse los restos del crimen. El agente, sigiloso, evitó los cuerpos mutilados y abiertos en canal, tratando de no prestarles demasiada atención para no caer en el abismo de la locura; una sonrisa que parecía decir lo contrario dobló sus labios cuando pensó que tenía suerte de que el criminal le creyera muerto. Alzó la pistola, abrió la puerta y la vacía estancia débilmente iluminada le saludó. Gracias al espejo sobre el lavabo, descubrió la mancha de sangre

trazada en su frente. Recordó entonces lo ocurrido, una película en blanco y negro con adornos rojos. Claro que el asesino estaba allí, lo tenía justo delante, dibujado en el reflejo que le mostraba la verdad. Era él.

73. ALMUDENA IGLESIAS NAPOLEÓN – LA MALINCHE Pasada la medianoche, una pareja paseaba por la calle Hernán Cortés. Un grito les hizo parar en seco y seguir el sonido de auxilio de una mujer. Al llegar, no pudieron hacer nada por salvarla; la chica susurró «Marina» y ya no pudo decir nada más; yacía muerta con más puñaladas de las que se pudieran contar. Poco después, llegaría la policía y abriría el caso La Malinche, al descubrir que la chica era una arqueóloga especializada en la conquista española del Imperio azteca. Además, alguien había robado sus investigaciones, ya que esta conocería el paradero del abanico que Hernán Cortés le habría regalado a La Malinche tras convertirse en su amante. Posiblemente, el ladrón sería el mismo asesino o quizás no. Chris tenía un nuevo caso entre manos que resolver.

74. ALMUDENA LÓPEZ MOLINA – LOS OJOS ABIERTOS En la sala de archivo que servía de comedor en la comisaría, Abel depositó la piel del pescado sobre los ojos lechosos e inmóviles. Masticando, contempló el periódico: Mauricio salía de la cárcel. Su gesto cabizbajo impedía ver sus ojos, pero aún se le reconocía a pesar de haber perdido su aspecto rollizo. Abel recordó el escalofrío de las tardes después del colegio: comprar chuches en el kiosco del señor Mauricio era exponerse a miradas incómodas. El juicio con jurado popular le declaró culpable del asesinato de la pequeña Luci, aunque no había pruebas concluyentes. Abel pensó que él habría llevado el caso de otra manera, claro. Más abajo, se encontró con las trenzas de Luci, enmarcando su sonrisa mellada. ¿Qué iba a hacer? Era su hermano pequeño y no tenía intención de hacerle daño. Ella quería jugar, pero nadie la había invitado. Desde la página del periódico, esos ojos alegres zarandearon el recuerdo de Abel: aquel día no se habían cerrado bajo el primer puñado de arena.

75. ALMUDENA MOLINA GARCÍA – ¿EXISTE EL CRIMEN PERFECTO? Todo estaba planeado: su rostro, bien cubierto, para no ser reconocido; sus manos, enguantadas, para no dejar huellas; las suelas de sus zapatos, lijadas, para no dejar su impronta. Lo único que le quedaba era una víctima; entró en un pequeño taller mecánico de la zona y encontró a quien le iba a hacer más hombre ante sus amigos. Se acercó y, antes de que el señor pudiera reaccionar, un cúter había cortado su yugular. Con la boca seca y el cuerpo tembloroso, el asesino salió del lugar, aún sin poder creer lo que acababa de hacer por puro reconocimiento social, pero ahora iba a dejar de ser el chico

con el que el resto se divertía. Justo cuando sus piernas iban a dar el primer paso en el exterior, unos ladridos le hicieron mirar hacia atrás: un perro y una mujer ciega se encontró, a los cuales mucha importancia no dio.

76. ALVA MARINA BREZO – MARIONETA AL VIENTO Las gotas de sangre se mezclan con la lluvia, precipitándose sobre el capó de los coches que atraviesan el puente de Brooklyn en una noche de oscura tormenta. Ni un solo neoyorquino advierte el cuerpo suspendido en uno de los arcos dobles de las torres de cemento, que se tambalea víctima de los vaivenes del temporal. Cualquiera habría disfrutado de la vista mientras muere desangrado con un Stiletto incrustado en el hígado, pero las cuencas vacías le impiden ser testigo de la belleza de la ciudad, una auténtica lástima. El cielo amanece gris, con resaca de la noche anterior. El detective Rob Chambers camina a través del atasco ocasionado por el corte del paso del puente. Llega a la escena del crimen cuando el forense inspecciona el cadáver. Rob se agacha junto al cuerpo. Su teléfono suena y él contesta en voz baja: «Ahora no, hija, me estoy encargando de tu regalo». Aprovecha que nadie mira para limpiar las huellas del Stiletto, sonríe recordando la felicidad de Kitty cubierta de sangre...

77. ÁLVARO ABAD MUÑOZ – REENCUENTRO CON TAYSON En un día de verano, estaba el señor Frank con sus hijos dando un paseo por un campo de fútbol cuando de repente se oye un disparo. Los hijos, al oírlo, salen corriendo, pero su padre no tuvo la misma suerte y fue alcanzado. Rick, mientras prepara su desayuno, recibe la famosa llamada de su esposa Kathy. Mientras llegan a la comisaría, Rick sufre un accidente y es ingresado en quirófano. El culpable es un antiguo amigo de Rick, que se escapó: Yerro Tayson. Mientras sigue la investigación, Rick se va recuperando...

78. ÁLVARO DOTO – PRÁCTICAS DE LABORATORIO Hora de la muerte: en torno las 23:00. Varón blanco de unos veinte años, muestra signos de violencia y un disparo en la cabeza. Tras el reconocimiento dactilar, se conoce su identidad: Diego Méndez, estudiante de Medicina. Sin antecedentes penales, la gran incógnita que se nos presentaba era saber el porqué de su muerte. Fueron interrogados familiares y amigos sin éxito alguno, así que todas nuestras esperanzas para conocer el móvil estaban depositadas en el forense, que halló restos de LSD en el interior de sus cavidades nasales. Esto redireccionó por completo el curso de la investigación, pero lo que realmente nos hizo resolver el caso fueron unas escamas encontradas en la suela de sus zapatos. Seguir esta pista nos llevó hasta una fábrica abandonada de enlatado de sardinas donde habían montado un laboratorio de LSD. El fallecido era útil para proporcionar lo necesario en

su fabricación, sustrayéndolo de la Facultad de Medicina hasta que quiso dejarlo. Caso cerrado.

79. ÁLVARO FERNÁNDEZ ARJONA – HILOS SUELTOS... La mañana empezaba tranquila, sin complicaciones, cuando... llaman a Kathy, un informador anónimo avisa de un muerto en un muelle. Al llegar, se encuentra una especie de embarcación con un muerto en su interior; Kevin informa de que se trata de un narcosubmarino utilizado para pasar droga, lo que lleva a Rick a añadir: «Debe tratarse de narcotraficantes colombianos, vi un reportaje en la tele». Las cámaras de los alrededores no ofrecieron ningún dato, pero analizando los restos de droga en el interior se produjo una revelación. Cuando se le entregaron los resultados a Javi, fue inmediatamente a hablar con Rick. Tenían la misma procedencia que la del traficante Vulcan Simmons, el cual financiaba la campaña del senador Bracken. Se trataba de un tema peligroso. ¿Cómo reaccionaría Kathy? ¿Deberían decírselo? Esa discusión se acabó pronto, en cuanto Kathy entró exclamando: «¡Más vale que no me estéis ocultando nada!». No tuvieron más remedio: confesaron.

80. ÁLVARO VALHONDO – PLAZA ROSA BLANCA El detective Perceval se dirigía al descampado donde habían hallado el cadáver de otro niño. Nada más llegar, el agente Riddle le indicó el lugar donde se encontraba el cuerpo. Al igual que en los otros seis casos, el niño estaba tumbado, con una herida de bala en la cabeza y las manos entrelazadas en el pecho sosteniendo una rosa blanca teñida de rojo con la sangre de la víctima. Al acercarse, vio que había un trozo de papel: Tu hijo será el último. Corrió a su coche y se dirigió rápidamente a su apartamento. Entró de golpe con la pistola desenfundada y encontró a su ayudante apuntándole con su arma mientras sostenía una rosa blanca. De un disparo en el corazón, el cuerpo de Riddle caía inerte al suelo. Cogió a su hijo y, mientras salían, la rosa se iba tiñendo de rojo con la sangre del asesino.

81. AMAIA ETXANIZ – MI REGALO ESPECIAL Muchos cadáveres. Eso es lo que vi al entrar por la puerta. Ni siquiera me sorprendió. ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí, un niño de diez años? Sabía que era un castigo especial por todas las cosas malas que había hecho en los últimos meses. ¿Y qué mejor que matar a todos los amigos del niño? Solo podía imaginarme a dos personas haciendo algo así. Mi tío, el camello (había conseguido que perdiera unos veinte clientes), y el vecino, pues siempre cagaba en su jardín. Me enfadé, puesto que lo mío eran cosas de niños, y alguien se había pasado con su venganza. Volví a casa, a interrogar a mis sospechosos. En la puerta me encontré con mi hermano mayor, Leo.

—¿Te ha gustado la sorpresa, Billy? Abrí los ojos. —¿Fuiste tú? —pregunté. —Sí. Sacó la pistola y disparó.

82. AMANDA BULLONES PENDÓN – SIN TÍTULO Cada vez le costaba más respirar. Su vista comenzó a nublarse, al mismo tiempo en el que la boca se le llenaba de un familiar y desagradable sabor a sangre. Cerró los ojos un instante, sabiendo que, si los mantenía así durante mucho tiempo, no sería capaz de volver a abrirlos. De repente, vislumbró su figura. Brillaba con luz propia entre tanta oscuridad, pero había algo en la escena que le resultaba alarmante. Lo escudriñó de arriba abajo hasta que reparó en la leve sonrisa que adornaba su rostro, el broche perfecto para aquella escena tan inquietante. Empezó a acercarse. Al llegar junto a ella, se agachó hasta ponerse a su misma altura y le susurró algo al oído. Aquellas palabras hicieron que abriese los ojos de golpe y se le erizase el vello de los brazos. Un sudor frío empezó a recorrer su espalda e, inesperadamente, sintió una horrible presión en el pecho a la vez que aquellas manos que estaban rodeando su garganta apretaban más y más.

83. AMPARO FUENTES COBO – A OSCURAS Miro por la ventana, es tarde; «Silvia, siempre te pasa igual», pienso. Como siempre, me he quedado embobada con el papeleo; salgo de la oficina, no hay nadie en el edificio, no me extraña, son las 11 de la noche, está oscuro, intento encender la luz, pero no funciona, bajo por las escaleras de emergencia, que tampoco tienen luz suficiente, y me resbalo en un charco de agua, «¡Joder, mi blusa nueva!», me duele la rodilla del golpe, pongo la linterna del móvil para no matarme con estos tacones; tengo la sensación de que huele raro y de repente me asusto, me asusto mucho, tengo las manos llenas de sangre, me giro para mirar en el lugar en el que me he caído y ahí está el cuerpo de mi compañero David completamente degollado y cubierto de sangre; no puedo evitar soltar un grito y corro, corro lo más rápido que puedo, llamo a emergencias y al segundo tono contestan: —¡Ha habido un asesinato en oficinas Smith; por favor, vengan rápido! —grito. —Uno no, va a haber dos; eres la siguiente, Silvia.

84. AMPARO GONZÁLEZ CANO – ADELA Entra el sol por la ventana de Adela. Suena el teléfono, sin respuesta. —La víctima está delante del sofá, presenta tres puñaladas y cortes en las manos. En la mesa hay comida china, para dos, el tique es de anoche, no han

forzado la puerta ni las ventanas, en su agenda pone: Cena con Carlos. —¿Anoche estuvo en casa de Adela? —Sí, tenemos un caso en común. —Claro, y prefiere quedarse con toda la comisión del caso. —No, ¡somos compañeros! Además, tuve que irme por una emergencia, estaba viva cuando me fui. Llaman a la puerta. —Detective, hemos encontrado huellas de Manuel Estrella, fichado; están registrando su casa. Está aquí. —Señor Estrella, ¿conocía a Adela? —Salimos juntos. —¿Dónde estuvo anoche? — En casa, solo. — Me parece que anoche la acechó y sacó sus propias conclusiones. — Quiero un abogado.

85. AMPARO OLIVARES – EL HOMBRE DEL SOMBRERO NEGRO Mi avión había llegado con retraso al JFK; estaba inquieta porque tenía una importante reunión y el tiempo justo. Un único taxi amarillo se encontraba ante la puerta del aeropuerto, y cuando fui a cogerlo, alguien me dio un fuerte empujón y me tiró contra la pared. Una estilizada mujer de pelo rubio, vestida con un abrigo de visón, me miró con desdén y se subió al taxi. No me quedó otra opción que tomar el metro; todo el mundo en el vagón estaba leyendo la Biblia, pero nadie levantó la vista para mirarme. Me bajé en la estación de Lexington Avenue, un hombre con sombrero y abrigo negros comenzó a seguirme, aceleré el paso y él también, vi una puerta al fondo, traté de abrirla, pero estaba cerrada. De repente, una mano me agarró el hombro y una voz me dijo: «Despierte, señora, el avión acaba de aterrizar».

86. ANA ANDRÉS – CORRE El aire frío entraba y salía de sus pulmones en un breve y doloroso recorrido mientras luchaba por no perder velocidad. Torció a la derecha, hacia una calle más estrecha; sus frenéticos pasos lo delataron rompiendo el silencio nocturno. Soltó un taco, se paró y miró hacia atrás, jadeante y cubierto de sudor. Joder. Aún lo seguía, ¡maldita sea! Echó a correr de nuevo con un gemido casi desesperado. ¿Por qué no lo dejaba en paz? ¿Qué quería de él? Oía sus pisadas cada vez más cerca. Ah, no, no iba a cogerlo; fuera lo que fuese lo que quería... ni hablar. Apretó el paso y consiguió perderlo de vista entre varios callejones, hasta que llegó a una zona que conocía bien; sin perder un segundo, subió unas escaleras de emergencia y con toda la delicadeza que pudo cerró la puerta, resollando. Esperó. Y esperó. Al cabo de unos minutos, por fin, se tranquilizó. Se movió en la oscuridad y encendió una luz. La mirada aterrorizada de la chica, atada y amordazada a la mesa, le hizo sonreír.

87. ANA CANALDA MOREU – CONEXIONES Siguió caminando, cada vez más y más deprisa. Miró hacia atrás para ver quién le seguía, mas todas las voces que retumbaban en su cabeza no parecían provenir de ningún sitio. Por mucho que deseara parar, sabía que ellas no querían, y no podía dejar de hacerles caso. Descubrió algo que le dejó paralizada: no solo todas las voces eran la misma, sino que era su propia voz. ¿Cómo podía ser? Ella no estaba pensando esas cosas, o al menos no tenía sensación de ello. ¿Puede alguien pensar tantas cosas contradictorias a la vez? ¿Y se puede a raíz de estos pensamientos, que son sentidos como ajenos, experimentar sentimientos contrapuestos? Empezó a gritar, tratando de liberar la presión que sentía en el pecho. Pero nada salía por su boca, algo impedía que su voz se oyese. Su corazón empezó a latir cada vez más deprisa y comenzó a ahogarse en un intento fallido de darle el oxígeno que necesitaba. De pronto, su corazón se detuvo.

88. ANA CARREÑO – LO QUE LOS LIBROS ESCONDEN Eran las diez de la mañana; la víctima, Marion Sanz, apareció atada de pies y manos formando una cruz entre dos estanterías de la biblioteca pública. La cubrían únicamente un saco y su propia sangre, consecuencia de las múltiples incisiones que se observaban en sus arterias principales. Mi compañero, el inspector Llanos, y yo observamos cada detalle durante un rato, jamás habíamos visto un caso igual. Él, con una expresión de horror, comentó: —¿Qué clase de persona es capaz de hacer algo así y en un lugar tan público como este? —Debe tratarse de alguien extremadamente atrevido e inteligente, diría que no es su primera vez —contesté. —La policía científica no ha podido encontrar nada relevante, solo huellas propias de una biblioteca, en los libros y estanterías. Será un caso difícil de resolver si no aparecen más pruebas. «Por supuesto, así será, hice un gran trabajo; jamás podrán atraparme».

89. ANA CORELL GONZÁLEZ – TIEMBLA EUROPA Cada seis meses, desde hace treinta años, un grupo de ahora ancianas mujeres se reúne en un hotel de montaña a las afueras de la ciudad de Vaduz. Todas ellas, de distintas nacionalidades y religiones, han dedicado su vida al Servicio de Inteligencia Europeo. En los últimos meses, tres de ellas han fallecido. Por un indicio que hubiera pasado desapercibido a cualquiera, se han disparado las alarmas entre las demás, y han comenzado a investigar al temer por sus propias vidas. Saben que un enemigo común de épocas anteriores las ha localizado y desea venganza. Louis, una de las veteranas, ha citado junto a las demás a su sobrino, Michael Rick, colaborador de la policía americana y escritor de éxito de novelas policiacas para desentrañar junto a ellas, el misterio de sus vidas. Saldrá a la luz el secreto que esconden.

90. ANA CUESTA OCHOA – MONSTRUOS Siempre he estado solo. Es lo que pasa cuando tu pasatiempo es descuartizar gente. Hacerlo impunemente es muy sencillo, sobre todo si te aprovechas de personas que usan internet para ser infieles a sus parejas, ya que nunca dicen a dónde van. Es poético, satisfacer mis perversiones usando gente que busca satisfacer las suyas. No soy más que un monstruo que se alimenta de otros más débiles. Esta noche mi vida cambió. Mientras desmontaba a una de mis visitas en mi cocina, se fue la luz, pero eso no me detuvo, ya que veía bien. Pasada una hora, me sobresalté al ver entrar por la ventana a un encapuchado, con la clara intención de robar. La luz volvió en ese momento, y ambos nos vimos con claridad. Cuando ya casi esperaba tener otra víctima que desmontar esta noche, me sorprendí al ver brillar sus ojos y oírle decir: «¿Puedo unirme?».

91. ANA FERNÁNDEZ SORROCHE – EN BUSCA DEL ASESINO El bombero Jon Carter falleció esta madrugada en el jardín de su casa; su esposa Jane decide llamar a su amigo e inspector Carles. Cuando llegó el inspector, vio a su amigo acuchillado y con síntomas de haber sido drogado. Esta noche, Jon había realizado un evento en su casa para celebrar que había sido ascendido en su destacamento. Todos sus compañeros fueron invitados a la cena. ¿Quién es el asesino: su esposa, el compañero que esperaba el ascenso, el director del catering, amante de la esposa, o la camarera enamorada de su jefe?

92. ANA FRAN – TESTIGO PRESENCIAL Me quedé quieto, sabía que no debía hacer ruido; mi instinto me llevó a actuar así. Lo había visto todo y aún estaba jadeante, en estado de shock. Oí cómo entraron en la casa, cómo silenciosamente se acercaron a la cama y cómo le descerrajaron dos tiros mientras dormía. Me pareció atronador. Tengo un oído muy agudo, me lo habían dicho muchas veces. ¿Qué pasará ahora? ¿Qué hacer? ¿Huir, esperar; qué? No conocía mucho el barrio, solo la zona habitual. Sabía que ahí fuera había muchos peligros, el suceso de hoy lo confirmaba. Miré temeroso a mi alrededor, las salpicaduras de sangre lo inundaban todo. De pronto, llegaron ellos, las sirenas me avisaron. Un hombre se me acercó, inspiraba confianza y me acarició despacio. —¡No tengas miedo! —me dijo—. ¿Qué me podrías tú contar? —me preguntó. Y con cautela, mirándole a los ojos, agaché las orejas y le lamí la mano. 93. ANA GALLEGO – ¿ALEX ASESINA? Amanece en Nueva York. Alex se despierta aturdida en una habitación de hotel, con las manos manchadas de sangre. Se lava y sale de la habitación, pregunta al recepcionista del hotel si sabe algo sobre por qué ella está allí. La reserva estaba a nombre de su mejor amiga de la universidad, pero sigue sin

entender cómo llegó allí. Toma un taxi para llegar al loft y que Richard la ayude a entender qué ha pasado. Al llegar, él le da una mala noticia: su amiga fue encontrada muerta en el mismo hotel donde ella se había despertado. Llega la policía para preguntarle qué sabe de lo ocurrido; ella no sabe qué decir. Encuentran un cuchillo con la sangre de su amiga y las huellas de Alex y se convierte en la principal sospechosa. Rick pide ayuda a Kathy para descubrir qué ha pasado realmente. Todo apunta a Alex, pero Rick se niega a aceptarlo. Finalmente, descubre que el novio de la chica la había asesinado en un ataque de celos, y después había intentando incriminar a Alex.

94. ANA GÓMEZ – SIN TÍTULO Lágrimas caían por su cara. La había matado. En un ataque de furia, la había estrangulado. Se arrodilló junto a ella. —Perdón, perdón, perdón —decía entre lágrimas—; perdóname, mi amor, yo te quiero, no te quería matar —seguía repitiendo. La cogió en brazos, como si de una princesa se tratase, y la dejó cuidadosamente en la cama. No dejaba de llorar. La miró con profundo arrepentimiento y se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos, se los cerró. —Te quiero, mi amor —le susurró mientras la besaba por última vez—; adiós. Y sin mirar atrás, salió de allí, no podía más, no comprendía por qué lo hizo. Se dirigió a su casa, empezó a beber y, vaso tras vaso, se emborrachó. Se dirigió a la cocina, cogió un cuchillo y, repitiendo una vez tras otra que la quería, acabó con su vida.

95. ANA GONZÁLEZ CARNEADO – FALSAS APARIENCIAS Se celebraba la fiesta anual de recaudación de fondos en el emblemático hotel Negal; asistían los altos cargos y vecinos más influyentes con sus mejores galas e intenciones. Mientras estaban atentamente escuchando el discurso, se oyó un grito estremecedor. El cuerpo de un hombre yacía en la terraza. Inmediatamente, el jefe de seguridad, allí presente, se ocupó de la situación. Nadie conocía al fallecido ni constaba entre los invitados. Tras horas de registros y careos, todos empezaron a sospechar del que tenían al lado, de sus amigos, con los que hacía unas horas compartían banquete entre frívolas confidencias. A altas horas de la madrugada, cuando la situación se empezaba a poner complicada por la desconfianza y enfrentamientos generados, se abrieron las puertas; con recelos, todos salieron sin pronunciar palabra. Fue un año más tarde en la misma cita, ante la sorpresa y atónita mirada de todos, cuando el discurso lo pronunciaba aquel hombre supuestamente asesinado por uno de ellos.

96. ANA GUERRERO ARJONILLA – RABIA

Sentado en suelo, la pegajosa suciedad que se había adherido a su ropa le indicó la dejadez con la que se había tratado aquel lugar. Su mayor error fue confiar en que se enfrentaban a una persona marcada por una infancia desarraigada o repleta de abusos que pudieran justificar, de alguna retorcida manera, la crueldad de la que había demostrado ser capaz. Pero aquel hombre había crecido en un entorno feliz, fue su cerebro enfermo el que le proporcionó la excusa para transformar su mundo en aquel horror de sangre y éxtasis asesino en el que seis muchachos sufrieron en sus carnes la furia enloquecida de un ser trastornado. Se palpó el costado. La bala no había salido, se estaba desangrando. Se maldijo por no haber pedido refuerzos, nadie sabía dónde estaba. Lo último que vio antes de abandonarse a la negrura fue el rostro satisfecho del que le quitaba la vida. Rezó para que, de alguna extraña forma, su alma quedara pegada a aquel monstruo para atormentarlo.

97. ANA HERNÁNDEZ – CONJETURAS Después de volver del escenario del crimen, dejando allí al agente Cooper interrogando al portero, quien aseguraba no haber visto nada, los agentes Madison y Delco conjeturaban qué había sucedido, ya que no tenían ninguna prueba convincente. El crimen no habría sido planeado. El asesino, al cual la víctima le debería dinero, solo habría podido subir por la escalera de incendios sin ser visto. Al llegar al despacho, se habrían enzarzado en una acalorada discusión. Entonces, el asesino, en un ataque de ira, le habría clavado una navaja y se habría ido. De repente, llegó el agente Cooper, y antes de que ninguno de nuestros protagonistas pudiera explicarle lo que habían deducido, aclaró: —El portero ha confesado el asesinato. Dicho esto, se marchó por donde había venido y dejó a los dos compañeros sin palabras. La agente Madison rompió el silencio: —¿El portero? Pero si nuestro razonamiento parecía perfecto. —Sí —contestó el agente Delco—; qué pena que nada es lo que parece.

98. ANA LÓPEZ RACIONERO – MISERICORDIA Ya no oyes nada. El dolor dejaste de sentirlo hace horas, pero el sonido de tus huesos rotos y de los débiles latidos de tu corazón en tus oídos había pasado a ser lo más molesto desde que cesó aquel. La incredulidad de que pudiera estar pasándote eso a ti se había convertido en certeza, cuando, al respirar en busca de aire, tus pulmones se llenaban de sangre. Dejaste de luchar en aquel momento, pero yo te salvé del horror. Él provocó con su ira y su cuchillo que sintieras tu cuerpo pegajoso y húmedo. El ambiente se impregnó de olor a hierro mezclado con Aqua di Gio; esa fragancia que antes adorabas se tornó en un repugnante hedor. Entonces, llegué, miré tus ojos apagados, me reflejé en tus pupilas dilatadas y respondí a la petición que me hacían. Así, me puse los guantes que me regalaste y apreté tu cuello hasta que ambos pudimos oír cómo se quebraba tu hueso hioides. Calmé tu miedo y

ahora descansas en paz. ¿Verdad, mamá?

99. ANA LUCAS – HORROROSO CRIMEN El disparo resonó en la casa. El cuerpo se desplomó, provocando un golpe seco al tocar el suelo. La asesina se arrodilló ante él. En sus ojos, se podía apreciar el orgullo y la satisfacción del horroroso crimen. Le acarició la mejilla, aún caliente. Se paró a mirar sus ojos caramelo, sin vida, y aquel terror que expresaban. En sus labios, se dibujó una sonrisa torcida. La asesina cogió las grandes manos pálidas de él y observó cada uno de sus dedos. Se levantó, caminó hasta la ventana abierta de la habitación y se giró. Vio al hombre tirado en el suelo. Recordó sus anteriores asesinatos, las similitudes de todos esos hombres. Su orgullo creció al pensar lo que sus propias manos podían hacer. No sintió ningún tipo de remordimiento ni culpabilidad. No pensó en la vida de la víctima. No pensó en el dolor de la familia del joven, no pensó en nada. Finalmente, suspiró, se subió a la ventana y saltó a la calle, desapareciendo en la oscura y fría noche, pensando en su próximo asesinato.

100. ANA MOLINA GIL – ABISMO DE BIENVENIDA AL INFIERNO Fría madrugada de octubre en Londres; la joven detective Blake sale de su apartamento, con las manos en los bolsillos de su gabardina, mientras la lluvia la azota con fuerza. Todo parece igual que siempre al llegar a la húmeda estación de Underground, donde suele coger el metro en su trayecto a la comisaría; salvo que hoy, hay dos cuerpos ensangrentados y sin vida manchando el suelo de aquella ordinaria estación... Una nueva investigación, una nueva pesadilla. Veinticuatro horas más tarde, la detective entra en la sala para interrogar a la mayor sospechosa, Alycia Wilson, una hermosa mujer de unos treinta años, ojos azules y pelirroja; sus miradas se cruzan, hay fuego en ellas y Blake no puede dejar de pensar que la diferencia entre culpable e inocente es tan ínfima como la de ángel y demonio..., el abismo de bienvenida al infierno. Para resolver el caso, tendrá que permanecer en el precipicio, ver las llamas y no quemarse.

101. ANA PASCUAL SOLA – JAQUE MATE Y de nuevo, el último informe que apenas llevaba una semana en comisaría se unió a la pila de casos sin resolver que guardaba el detective Evans en el cajón de su despacho. Otro asesinato sucedido en extrañas circunstancias y todo su trabajo se iría al garete. Solo le quedaba una oportunidad para hacer jaque mate y no la iba a desaprovechar. El joven detective amaba jugar al ajedrez y todavía no era consciente de que pronto se enfrentaría a la partida más compleja de su vida. Un mes después, se encontraba en un callejón sin salida, con el asesino a tiro. En ese instante, se

dio cuenta de que debía enfrentarse a una de las decisiones más difíciles de su vida: disparar al hombre que había acabado con tantas vidas o simplemente dejarle escapar. No podía seguir pensándolo, así que simplemente cerró los ojos e hizo lo que tanto deseaba.

102. ANA PECHARROMÁN MUÑOZ – LOS AMORES DE HUGO Había una mujer sentada en el suelo. Una cuerda de guitarra oprimía el cuello del cadáver del tal Hugo. El vestido de encaje lleno de sangre y un gran corte en los dedos de ella revelaban el forcejeo. Y ella... Solo recordaba estar cenando en medio de una discusión tras descubrir que salía con otra mujer. Buen móvil para un crimen pasional. María observó el salón: la cena fría, el vestido echado a perder... Desde luego, no parecía premeditado. —María, la sangre de la cuerda coincide con la de la mujer. La criminóloga frunció el ceño. —¿La cuerda...? Es un crimen impulsivo. No habría perdido tiempo quitándole una cuerda a la guitarra... Algo no encaja. La llamada la sobresaltó. Había dos cuerpos más en el piso de arriba. Cuando llegó, sus compañeros ya habían hecho su trabajo. Observó una nota en una de las bolsas: Soy una fulana, y mi marido, un asesino. Nos lo merecemos. Te amo, Hugo. Él murió en el acto. Ella, desangrada por cortarse las venas tras una sobredosis de aspirinas.

103. ANA REYES – TÉ La primera tos llegó tras el té, un delicioso té inglés que inundó la habitación de un irresistible olor. Retumbó en el elegante salón apropiadamente adornado, acompañada por un grito desgarrador que se vio interrumpido por el desplome de varias personas. Caían como fichas de dominó, una detrás de otra. Más gritos y más desplomes. Y carreras sin sentido que acababan en llanto cuando se daban de bruces con la puerta cerrada. La gente miraba a uno y otro lado con el terror instalado en la mente mientras recordaban aquella invitación de remitente desconocido que les había llevado hasta allí. Al final, no quedó nadie en pie, salvo un apuesto joven vestido de un negro impoluto. Miró a su alrededor, se sentó en un sofá y se bebió aquel té inglés que destilaba cierto olor a almendras amargas. —Al fin y al cabo, el asesino siempre es el mayordomo, ¿no?

104. ANA RODRÍGUEZ – SIN MUERTO NO HAY ASESINATO La llamaban Misty, por la niebla del perpetuo cigarrillo en sus labios. Su nombre y origen eran un misterio sobre el que todos hablaban en la comisaría norte. Incluso decían que bajo su vestido ajustado y sin mácula se escondía una asesina implacable. Aquella madrugada fue diferente. Una

llamada avisó de un extraño suceso en un piso del centro. Sonidos metálicos, luces de neón intermitentes y un grito desesperado de horror. Cuando la policía llegó, Misty ya estaba allí. Su melena despeinada y el tacón roto de su zapato decían que algo no iba bien. ¿Estaba implicada? No había sangre, ni cuerpo vivo o muerto, solo desorden, la mesa del salón astillada y los ojos de Misty ahogados en el humo de su cigarrillo. Mientras la interrogaban, tras las cortinas se filtraban los primeros rayos de sol. Algo se había llevado al joven que vivía en aquel apartamento y Misty lo había visto, pero nadie creía su historia de hombrecillos verdes. El joven nunca apareció, y la verdad será siempre una incógnita.

105. ANA RUIZ DE EGUILAZ LODOSA – LA ÚLTIMA CENA Llaman a la puerta; son dos agentes de paisano, Alfredo los hace pasar. Silvia salió a una cena de trabajo y lleva dos días sin dar señales de vida ni responder al teléfono. En comisaría, localizan a sus compañeras, nadie sabe nada de ninguna cena. María, su mejor amiga, comenta que hace tiempo que no parecía ella, cree que se debe al chico nuevo, a Marcos. Los agentes se personan en su domicilio. Llaman a su timbre, pero nadie contesta. Prueban en la puerta del piso contiguo. —Ayer me lo crucé saliendo con dos maletas. Alguien le esperaba en un taxi. Cuando los agentes preguntan a Alfredo si sabe de alguien llamado Marcos, este se sobrecoge, busca en un álbum de fotos, lo gira y señala una foto. —¿Este Marcos? —Sí, ese... —Fue su primer novio.

106. ANA TORRES-ÁLVAREZ – EL GOLPE PERFECTO Lo de Nicolás parecía el golpe perfecto. Llevaba muchos años en ese aburrido trabajo de funcionario del departamento de recaudación, demasiado tiempo libre para pensar en un plan y poder sacar un buen pellizco que solucionara su vida. Todo estaba planificado hasta el más mínimo detalle y salió a la perfección. Eso pensaba Nicolás hasta que, en la huida, vio por el retrovisor de su coche que alguien le seguía. Hizo todo lo que pudo para despistarle sin llamar la atención, aunque, sin éxito. Al final, no le quedó más remedio que acelerar lo más que pudo y salir por la autovía. Finalmente, se deshizo de su perseguidor, pero, desgraciadamente, Rafa terminó siendo víctima de un fatal accidente. El hombre que siguió a Rafa volvió a su oficina algo enojado porque no logró su objetivo: no pudo hacerle entrega a Nicolás de la notificación en la que su tío Paco le nombraba heredero de toda su fortuna.

107. ANA VIZCARRONDO SABATER – TODO SERÍA PERFECTO Desde hace dos días, Julieta viene mucho a mi memoria. Recuerdo las palabras que el autor puso en labios de Romeo: «Enséñame a olvidarme de pensar». La gloria del artista, al fin y al cabo, es lo único inmortal en lo que creo, pero no puedo dejar de pensar: «¿Seré capaz, tal vez, como hizo ella de levantarme a tiempo?». Escucho los susurros quejumbrosos, adivino las caras compungidas, los gestos de dolor y ya, agotado, no intento rebelarme con mi suerte. No quiero que mis últimos minutos se pierdan en un pánico incontrolable. Merezco esto, seguro, lo merezco... Si ni siquiera sé quién habrá sido, de tantos enemigos que atesoro. Casi tantos como yo valgo en oro, aunque en mi caso de poco vale ahora. Si antes de la última paletada se disipase el efecto de la droga que me mantiene inmóvil, todo sería perfecto.

108. ANA BELÉN JIMÉNEZ ESTEBAN – ÚLTIMO ALIENTO Corro sin parar, algo me persigue, no se ven nada más que ramas y troncos caídos por el rugoso suelo; de repente, se empieza a escuchar una ligera música de fondo; es el despertador, abro los ojos y observo la hora, las siete de la mañana, me levanto, me tomo mi té y salgo a las frías calles de Nueva York. Espero a Declan en la esquina de siempre, hoy se está retrasando, miro el reloj, ya van diez minutos tarde, me canso de esperar y comienzo a andar camino de la universidad. Me adentro en un callejón que sirve de atajo, aquí hace más frío, noto algo detrás de mí, me doy la vuelta, son solo unas hojas moviéndose por el aire; doblo la esquina del callejón y ahogo un grito, algo me agarra por detrás y de repente estoy soñando, ya no hace frío, nunca más lo hará.

109. ANA CAMILA RODRÍGUEZ PINTO – EL PUZLE Al amanecer, el macabro espectáculo de un cuerpo masculino mutilado y fijado a un mural cuales piezas de un puzle. Comienzan las investigaciones y no hay rastro del autor. Clarissa, desde niña maniaco-depresiva, pues sus padres fueron asesinados, coleccionaba fotos de homicidios con los que hacía puzles; ahora, era periodista del telediario matutino; el día anterior al crimen, entrevista a un psicólogo, un charlatán egocéntrico; de vuelta a casa, lo ve adentrarse en su coche por una calle oscura y sola, lo sigue, baja del coche con una niña, es un pedófilo; Clarissa, indignada, coge un hacha olvidada en un rincón, mata al hombre, la niña huye, solo vio una sombra. Para encubrir el crimen, decide trocear el cadáver y pegarlo a un mural; luego, borra sus rastros de la escena, vuelve a casa, solo que ahora por una extraña razón su corazón sentía tranquilidad, había encontrado su destino.

110. ANA CRISTINA BARNÉS – EXPERIENCIA Todo en el lugar —la silla coja, la ventana abierta con restos de jabón y

el cubo con agua— indicaba que la llamada que los agentes habían recibido trataba sobre una muerte accidental: una mujer que mientras limpiaba perdió el equilibrio y se precipitó hacia la calle desde un séptimo piso. —Ha sido un suicidio —declaró el agente Rubén Navarro. Había hecho preguntas a los de la científica y realizó varias llamadas, una de ellas al forense que se encontraba abajo con el cuerpo—. El detalle más revelador son las zapatillas de la víctima perfectamente colocadas delante de la ventana; es algo muy común en suicidas, sobre todo en mujeres. Tampoco se han encontrado impresiones digitales en el cristal, así que no intentó agarrarse mientras se caía. Ni se ha hallado ninguna esponja ni aquí ni cerca del cuerpo. ¿Con qué limpiaba entonces? He llamado a los del seguro y su póliza no cubría el suicidio. Imagino que la familia ha montado toda esta escena para cobrar el dinero.

111. ANA ISABEL VARONA ESCOLAR – ENVIDIA El grupo vuelve entre risas y gritos hacia las luces del pueblo. Otra noche de fiesta. Ana ríe sonoramente casi con cada palabra de Mikel. Él es el líder sin duda. Si bien es un niño aún, su comportamiento y actitud son de hombre. Así le ven sus amigos. A su lado, Luis, amigo de Mikel desde pequeño, pero últimamente muy distanciado. Todos habían notado que la otrora admiración se había tornado en envidia. Si algo ansiaba Luis era la forma en la que Ana miraba a Mikel. Al entrar en el pueblo, una pelea de otro grupo rompe el momento. Mikel, Luis y los demás se meten a separar. Conocen a aquellos chicos. La pelea queda en una escaramuza. Todos miran a Mikel. «¿Qué pasa?», piensa él. De su estómago brota la sangre. ¿Quién le ha hecho eso? Luis le mira y entre lágrimas le abraza y le pide perdón. Mikel, malherido, suspira y se sienta. Lágrimas, nervios y un coche de la policía. Luis se acerca al coche y con una mueca de malicia en su cara se entrega diciendo: «Era cuestión de tiempo».

112. ANA MARÍA GÓMEZ ESPINOSA – MELODY No veo nada. Todo está en silencio. No sé dónde estoy. —¿Hay alguien? —digo, pero nadie me responde, salvo mi eco. Siento como el miedo se va adueñando de mí, cada vez tengo más frío. De repente, veo una luz brillante que me hace entrecerrar los ojos. —Oh, ya estás despierta —dice una voz masculina—, has aguantado, vaya. Se acerca a mí, y yo intento moverme, pero me doy cuenta de que estoy atada a una silla. —No lo intentes, no servirá de nada —dice él. —Déjame irme, por favor —respondo yo aterrada. Empieza a reírse y me tapa la boca. Oigo pasos a lo lejos. Se ve que él tampoco lo esperaba, porque mira hacia arriba desconcertado. De repente, me coge en brazos y me sube a lo que parece ser un salón. Llaman a la puerta,

pero lo ignora. —¡James Scott! —grita una voz femenina—. Abra, policía. —Como digas algo, te encontraré y nunca más dirás nada —me susurra antes de irse corriendo. —Vamos a entrar —grita la mujer, y después de un golpe, la veo ante mí —. Tranquila, Melody, todo ha pasado.

113. ANA MARÍA HERNÁNDEZ GARCÍA – LUNA DE SANGRE La luna ensangrentada fue la luz de esa noche, y el grito, la voz del viento. Nadia era el retrato de la herida nunca dicha, pero reflejada en la muerte de ese día. Scott se convirtió en el amor perfecto de los sueños de la princesa nunca coronada. Dilan se escondía en los rincones del palacio sin colmenas, de donde salió porque la muerte acechó esa mañana. Anna, el cuerpo sin vida que se postraba en el lecho del amor perfecto. Los cuatro en la misma habitación, sin suspirar ni llorar. La tensión del ambiente, el enemigo perfecto para la verdad del asesinato con arma blanca. El gemido delatador del asesino puso a Dilan como el único sospechoso, y el viento en sus susurros reveló el asesinato de las tres: «Dilan a sangre fría en el lecho del amor de princesas».

114. ANA MARÍA PERERA RODRÍGUEZ – SIN TÍTULO Un muñeco yace sobre la cama. Su cuello ha sido cortado. La mujer esculpe con delicadeza la singular sonrisa del nuevo juguete. La mano es el martillo; el cuchillo, el cincel. Viste a su nuevo muñeco, devolviéndole su aspecto intelectual. Limpia la escena del crimen y sale de la casa. El sol saldrá de un momento a otro. Clarise está a punto de volver de trabajar. Al llegar, encontrará a su querido muñeco apoyado en el cabecero, mirando sonriente hacia ella. Dentro del hueco donde debía estar el corazón, hay una nota: Nunca te perteneció.

115. ANA VANESSA BURGOS FERNÁNDEZ – ROMEO NO DEBE MORIR Grace, antes de ser asesinada, envió una carta a Rick, que desvelaba el nombre del asesino en un simple poema cifrado*. No comprendí el carácter de aquella persona. Ira, rabia, dolor... es lo que de él me decepciona, como a una hermana que no perdona. Karma, karma te la devuelva en una sola. Bobo que nada entendía. Lacra, lacra era solo lo que me decía. Amor era lo que yo sentía. Intenté demostrar, pero no me lo agradecía. Remordimiento, lo que me quedaría.

Rick supo el porqué de su asesinato: un amor no correspondido y, por eso, en su poema le culpaba a él, solo que Rick, por una mínima prueba en su poema —la palabra intenté—, vio que ella misma se mató y quiso culpar a Nick Blair. *Acrónimo del poema.

116. ANABEL PASQUÍN DURÁN – AMNESIA Cogí el teléfono cuando llevaba cuatro o cinco tonos. Me desentumecí y respondí, no sin antes limpiarme las manos de la sangre seca. No sé el tiempo que estuve medio catatónica ni lo que había pasado, solo vi el cuerpo ese en el suelo y deduje que se lo merecería. Traté de recordar la noche anterior y me era imposible. Quien estuviese en el suelo era irreconocible, al menos para mí. Me dolía la cabeza, mucho. No era resaca. No sé qué era, pero tengo demasiadas adicciones como para reconocer los efectos de todas y cada una de ellas. Ya limpiaré esto luego. Pediré ayuda, me deben favores. Colgué. Una arcada seca salió de mi estómago. Era mi madre. La noche debió de ser muy divertida si mi hermano no volvió a casa. Su pulsera la tenía el cuerpo ese; era él. No podía haber sido yo. No a mi hermano.

117. ANABEL TAGLIAFERRO – EL ÚLTIMO BESO Smith llevó el cuerpo de la mujer a la morgue, donde su esposo e hija esperaban. La esposa y madre yacía sobre la mesa. Iba a empezar la autopsia. El forense les informa de que tienen que marcharse. Su hija se tira encima y llora; el marido se despide de lejos y da media vuelta para irse, pero ella dice: —Papá, ¿no te vas a despedir de mamá como todos los días? ¿Por qué hoy tendría que ser diferente? Se acerca, duda, la mira, suelta una lágrima y sonríe tristemente. Se inclina y da un beso a su esposa en los labios; cómo negarle algo a su adorable hija. Sabía que debía haberlo hecho de otra manera y haber puesto la tetrodotoxina en otro lugar y no en el pintalabios. Ya podía sentir el cosquilleo de la parálisis en su boca. En pocos minutos, habría un segundo cadáver en la morgue.

118. ANAYKA BRAÑA SÁNCHEZ – SOSPECHA EN ROJO En un desolado páramo, encontraron a la víctima, otro día pegajoso en Lead, aunque el sol ya estaba en el ocaso. Adam Bennett y Preston Harris bajaron de su Ford Taurus al encuentro del forense. —Mujer de raza blanca de unos veinte años de melena pelirroja. Presenta un tatuaje en la muñeca con los números I:VIII. Adam se acercó a la escena. El cuerpo de la chica estaba sentado, apoyado en un árbol, con el pelo lleno de flores silvestres y vestida de blanco. Sus manos, como en plegaria, se unían por ramas y por encima de su cabeza, una

nota: Lucifer amare Rubeum, filia proximus est, Alan Taylor. —¿El pastor de nuestra iglesia? ¿Qué lazo los une? —El simbolismo parece ser la pieza clave para resolverlo. La ha colocado con delicadeza, pero le ha quitado la vida... Estamos ante un perturbado... —O quiere que lo creamos...

119. ANDER LÓPEZ DE ABECHUCO MARTÍNEZ DE RITUERTO – LA VIOLETA La inspectora María investiga la aparición del cadáver de una mujer sentada en un parque junto a su bicicleta. No hay huellas de violencia. Aunque descubre una flor violeta en su oreja izquierda. Ayer encontraron a un hombre muerto sentado al volante de su coche en un aparcamiento, también sin rastro de violencia. Y con una flor violeta en su oreja. Entonces recuerda que al hablar con su esposa vio una bicicleta igual en su casa. Investigando descubre que las víctimas pertenecían al mismo club cicloturista. Y hace menos de un año ambos se vieron envueltos en un atropello mortal a una niña que jugaba en un parque. La niña murió en un jardín de violetas. Exculparon a los ciclistas, pese a que no respetaron sus viales, ya que su abogado logró culpar a la niña por no tener más cuidado. La inspectora habla con el padre de la niña y descubre en su casa un terrario con varias ranas venenosas del Amazonas; basta con tocar su piel para morir en segundos. Finalmente, el padre admite los homicidios.

120. ANDER ORTEGA GUILLERNA – MISTERIO EN LA COCINA Observó atentamente la escena del crimen. Caminó con sumo cuidado para evitar alterar cualquier prueba; los rastros eran evidentes: el cuchillo, el mantel manchado y descolocado, aquel plato roto en el cubo de la basura y la cuerda colgada de la pared. Tras cruzar la cocina, pudo hacerse una idea de lo que allí había acontecido y cómo habían intentado torpemente eliminar cualquier prueba del delito. Tenía un sospechoso, pero no quería apresurarse sin haber analizado todas las pruebas. Cogió el cuchillo y lo examinó detenidamente. Analizó las manchas que había sobre el mantel. Fue entonces cuando vio la prueba definitiva: una huella. La miró fijamente y la reconoció; aquellos dedos solo podían ser de una persona. Se giró hacia la puerta y señaló al culpable. La culpabilidad se hizo notable en él, la vergüenza tiñó su cara y ella se sintió satisfecha por haber resuelto el caso del jamón desaparecido.

121. ANDREA ÁNGEL ALZATE – TRAICIÓN La alarma de su reloj pitó una vez. Era el momento de comenzar. Sofía sabía que su hermano llegaría tarde y sus padres estarían dándole la espalda a la puerta del salón, donde estaba preparada con un cuchillo gris, tan afilado

que cortaría las ramas de un árbol. Marcó, entró y pasó a su lado para darle un beso en los labios. El cuchillo tomó por sorpresa a sus padres. El grito que profirieron ambos la apuñaló también, como si fuera su cuello el que se abría o como si su sangre fuera la que se derramaba. Cuando su hermano llegó, toda muestra de dolor desapareció: golpeó su cabeza contra las escaleras, con rabia. A través de las ventanas, se vislumbraron las luces que impedirían que avanzaran. Marco parecía inquieto; Sofía creía que no continuaría con su pacto, le rajó el vientre y vio la vida apagarse en sus ojos. Ahora estaba sola y todos la habían traicionado, ya no podía avanzar. Solo quedaba una cosa: lo último que vio antes de morir fueron sus manos manchadas de sangre.

122. ANDREA ARIAS RODRÍGUEZ – CUESTE LO QUE CUESTE Golpeo con los dedos el cuero del sillón. Ya viene. Y sé lo que busca. No se lo pondré fácil. Hace rato que apagué todas las luces. Espero sentada, mirando hacia la puerta. Preparada para el momento en el que aparezca. De vez en cuando, la pantalla del móvil se ilumina sobre la mesita. Quiere que lo deje, pero juré protegerle. Se lo debo. Y lo haré. Cueste lo que cueste. Oigo pasos. Una fina línea blanca se cuela por debajo de la puerta. Desaparece unos instantes, oculta tras una sombra, justo antes de que la puerta se abra con un crujido. Camina despacio hacia mí. —¿Lista para morir, detective? ¿O prefiere entregarle? —Jamás. Disparamos a la vez. El fogonazo ilumina el salón unos instantes, lo justo para verlo sonreír. Un pinchazo agudo me atraviesa las costillas. Sobre la mesita, la pantalla del móvil vuelve a iluminarse.

123. ANDREA DEL RÍO – AMORES QUE MATAN Una adolescente, Nahiara, apareció muerta en la casa de su mejor amiga, Alison. La causa de la muerte había sido por asfixia y tenía restos de espermicida de un preservativo, por lo que había mantenido relaciones sexuales o había sido violada. Los detectives tenían un sospechoso, Iván, la reciente expareja de la víctima. Nahiara tomaba medicación para dormir. En la autopsia se vio que las había mezclado con alcohol, lo que le produjo un estado sedante. Por lo que pensaron que Iván, para vengarse, le dio alcohol con su medicación para poder manejarla y matarla. Pero él había sido visto en la calle en el momento del asesinato. Tras el registro del escenario, encontraron el preservativo usado en el cuarto del hermano de Alison, enamorado de Nahiara desde hacía años y siempre rechazado, por lo que la emborrachó para beneficiársela. Al ver su estado tras tomar alcohol y haberse acostado con ella a la fuerza, se asustó. Finalmente, el miedo a ser denunciado por ella le llevó a asfixiarla.

124. ANDREA FERNÁNDEZ SUÁREZ – CUANDO LA FICCIÓN NUBLA LA REALIDAD La inspectora Amanda Warren aguardaba junto al mostrador de una tienda de disfraces. Aquella mañana había encontrado dos cadáveres en una sala de fiestas. La escena parecía sacada de la Boda Roja, una de los momentos épicos de Canción de hielo y fuego©, la saga de George R. R. Martin. La dependienta le explicó que la noche anterior habían celebrado una reunión para fans de las novelas y que los cadáveres eran Margaret y John Kimber, madre e hijo. —Hace una hora me devolvieron un disfraz. Tenía manchas rojas, pero pensé que no era nada —recordó la dependienta. —¿Quién lo alquiló? —inquirió Amanda—. —Jaime Parker. Dos horas más tarde, Amanda tenía ante sí al culpable. No había duda alguna. Las manchas del disfraz correspondían el ADN de John. Jaime Parker, muy tranquilo, confesó el asesinato y alegó que simplemente había saldado una deuda pendiente.

125. ANDREA GARRIDO MUÑOZ – COTIDIANEIDAD «Se quedaron cortas las palabras y pasé a escribirte los silencios más sinceros que pude inventar. Lástima que decidieras que ya no había más que decir ni que escuchar. Las promesas de ayer esparcidas por el suelo junto a la ropa sucia del día que te marchaste aún guardan celosas el recuerdo de tu perfume favorito. Y entonces recuerdo tu voz recorriendo los pasillos mientras cantabas borracho esa canción, nuestra canción, la que siempre sonaba en la emisora de nuestras vidas. Y tu mirada, despeinada y pícara, cómplice cada mañana en el espejo en el que ya no te reflejas. Amor, tus sonrisas, las que un día fueron mías, siguen sobre la mesilla al lado del café que siempre se enfriaba mientras hacíamos el amor... No voy a mentir, te echo de menos, aunque ya siempre dolieras». —Mi madre tenía esto entre las páginas de uno de sus libros... —Hacer creer a uno mismo que no ha pasado es más fácil que aceptar la realidad. Recoge sus cosas, hay que estar en prisión en una hora.

126. ANDREA MARTÍNEZ BUADES – SIN TÍTULO Cara Bass, la famosa de moda, había sido asesinada una noche tranquila en un callejón oscuro. Las manchas de sangre dejaban un pequeño rastro hasta un contenedor donde encontraron el arma homicida. La policía buscó huellas y cualquier prueba que descifrara al asesino, pero tan solo encontraron las propias huellas de Bass. La investigación apuntaba a dos sospechosos: su novio, Max, y su mejor amiga, Marga. Ambos habían mandado cartas a la fallecida dos días antes de su muerte; ambos tenían motivos para matarla. Cara había descubierto el romance entre su novio y su mejor amiga, y ellos, a vista de los inspectores, habían actuado. Lo que

ningún detective logró descifrar es que la mismísima Cara Bass, a pesar de tener una vida perfecta, se había enviado ella misma las cartas y había planeado su muerte.

127. ANDREA PADRÓN VILLALBA – DESPECHO Lo tocó. Frío. El cadáver llevaba allí un par de horas. Como siempre, iba varios pasos por delante de ellos; de él. La policía llevaba tras su pista un lustro y contaban con muy pocos indicios para el tiempo que le habían dedicado a la investigación. Pero sabían que era la misma persona; una pauta nunca cambiaba: mujeres jóvenes, pelirrojas, envenenadas y veintiuna margaritas blancas en el pecho. Hacía tiempo que el detective Fernández se lo había tomado como algo personal. Sabía que era una vendetta contra él. Cuando el resto de compañeros abandonó el escenario, se tocó donde antes solía llevar una alianza y no pudo resistirse a decir en voz alta: —Ya, amor. Yo tampoco puedo olvidarme de las flores que te regalé en nuestra primera cita, ni del brillo de su pelo cubriendo sus pechos cuando nos encontraste juntos en la cama.

128. ANDREA SÁNCHEZ – BEYOND No aguanto ni un minuto más la presión. ¿Cómo es posible que no encontremos ninguna pista sobre el asesinato de Marsh Hell? Tengo a la lluvia como mi única acompañante, siempre fiel a mí, siempre a mi lado. Vuelvo al sótano de la casa de Marsh, pero nada, no encuentro nada, hasta que minutos después encuentro una hoja llena de agua. ¿No te has sentido ignorado? ¿No has visto llorar a tus amigos? Dime, hijo, ¿no te has sentido muerto? Mike Hell. No lo pensé mucho e inmediatamente llamé a mi compañero Beriak; podría ser una trampa o podría no serlo. Le dije a Beriak que buscara información sobre el padre de la víctima. —Encontramos las huellas de Mike en el cuerpo de Marsh, Dana, pero Mike Hell murió hace cuatro meses. Por lo que nos lleva a la incógnita, ya que estamos seguros de que el asesino de Marsh es Mike. Colgué. —Entonces, ¿quién es el asesino? ¿Sabes, querida? Solo una pequeña línea que separa el mundo de los vivos del de los muertos y estás a punto de conocerla.

129. ANDREA TEJERO – EL PAYASO DEL CUADRO Un día, la madre de la pequeña Eva compró un peculiar cuadro con un payaso. Eva, que es una niña curiosa, se acercó al cuadro y vio que el payaso tenía la mano cerrada y la cara triste. No le dio importancia, así que se fue a jugar. Al día siguiente, un grito despertó a la familia. Violeta, la hermana de

Eva, había aparecido asesinada en su cuarto. Nadie de la familia lo entendía. ¿Cómo podía haber sucedido algo así? Y lo peor de todo: ¿quién había sido? El payaso mostraba un dedo. A la mañana, otro grito. Álvaro, su hermano mayor, apareció también asesinado en su cuarto. El payaso mostraba otro dedo. Una noche, Eva decidió esconderse en la habitación de sus padres; lo que vio fue horrible. El payaso salía del cuadro y con un hacha los asesinaba. Ella, asustada, empezó a gritar. Él la miró, se acercó, la acorraló y de una risa y un hachazo, la mató. El payaso, esta vez, tenía una enorme sonrisa mostrando los cinco dedos.

130. ANDREA VARGAS LOBÉ – ADRENALINA Sobre la manta reposaban cuatro libros abiertos que indicaban que la tarde había sido más que productiva. La noche era ya cerrada, pero el calor era aún sofocante, o quizás era la adrenalina que sentía por reencontrarse con él lo que acaloraba a Joy. Cuanto más se acercaba, con más claridad podía vislumbrar lo que allí había. Los libros no eran lo único que descansaban sobre la manta, unos rizos rojizos daban la pista de que había una mujer dormida tras el duro trabajo. ¿O no estaba dormida? ¿Tenía los ojos abiertos? ¿Había una mancha de sangre sobre las páginas de aquellos libros? ¿O era todo producto de su imaginación? Joy pasó de largo, no se detuvo a comprobar si aquella mujer respiraba. Al fin y al cabo, tenía un cadáver que enterrar y no podía perder más tiempo.

131. ANDREA VIRGOS – ¿ESPERANZA PERDIDA? Fue en ese momento cuando me di cuenta de todo lo que perdí; ya no había vuelta atrás; me metí en la boca del lobo y este cerró las fauces conmigo en su interior; no debería haber visitado a esa mujer que decía ser mi madre; desde que la vi, supe que estaba metida en un asunto mucho más grande del que decía. Y ahora estoy aquí, sepultada en una pared, amordazada y sin demasiadas expectativas de que me rescaten; solo espero que alguien encuentre mi cuerpo e investigue todo aquello que yo no pude. Que sean capaz de averiguar por qué mi madre biológica estaba en semejante lío y, con ello, que la pueden sacar de él y pueda llevar una vida normal con esos niños que vi en su casa; no quiero que ellos tengan que pasar lo mismo por lo que estoy viviendo yo ahora. Aunque ella me abandonara, no les deseo nada malo, ya que sin quererlo estaban metidos en este lío desde que nacieron. Solo quiero... que sean... felices... Se desvanece sin saber que al otro lado de la pared esta su salvador.

132. ANDRÉS GUTIÉRREZ HERNÁNDEZ – EL CADÁVER DE SANTA CRUZ La sombra escondida esperaba impaciente a que apareciera su cita. El

inspector Burke llegó al lugar del crimen en casa del mafioso Viccino, sin creerse la versión oficial. Su compañero había muerto mientras destruía pruebas que le incriminaban como el topo al que buscaban desde hacía tiempo. ¡Imposible! Alguien lo había incriminado y asesinado. Con mucho dolor analizó la escena, vio que su amigo había escrito una C con su sangre. Él sabía qué significaba, era como una broma entre ambos; incluso muriendo había identificado a un criminal. Una ira incontrolable comenzó a crecer en su interior y salió en busca del asesino. Entró corriendo a la jefatura y el sonido de un disparo hizo que presintiera el desenlace. Se hizo lugar entre los agentes que se agolpaban delante de la oficina de su capitán, que se había suicidado. Miró impotente; hubiese querido ser él el que apretase el gatillo. Cansado y triste se dirigió al bar; el viejo truco de tomar whisky siempre funcionaba para engañar al corazón.

133. ANDRÉS POLLIO – EL VIEJO TRUCO Paloma tuvo que quemar casi toda su fuerza de voluntad en no aporrear la mesa. Miraba incrédula a su hermano, mientras este contaba los acontecimientos como si de una película se tratase. Ni un gesto o impresión ante la historia del maltrato de un niño de nueve años, su abuso y finalmente su muerte. Los cardenales, el golpe en la cabeza..., todo quedaba muy claro. Hasta la sangre, encontrada cerca de la fuente donde se halló, clamaba la culpabilidad de los padres. Al fin y al cabo, no tenían coartada, y el cadáver fue encontrado muy cerca de la casa familiar. «El artículo se escribirá solo», pensó; un trabajo fácil, demasiado fácil tal vez. Las piezas encajaban, pero el puzle resultante le sugería lo contrario. Su hermano era muy metódico, pero se le podría haber pasado algo por alto. Paloma no estaba segura de si esto era un producto de su razón o sus deseos. La noche se preveía larga.

134. ANDRÉS LLORENS GABALDÓN – ANTÍDOTO Sonó el móvil de la inspectora Maya. Un secuestro en el hospital central. Izan la puso al día. Álex Acosta, veintiocho años. Un celador vio cómo se lo llevaban. Álex padecía corea de Huntigton, una enfermedad degenerativa, y se sometía al FT37, un tratamiento experimental. Maya buscó al médico de Álex. En el despacho del doctor, la enfermera le dijo que no sabían nada de él. Maya llamó a la central para que lo buscaran. El doctor había usado su tarjeta en el aeropuerto. Fue fácil localizarlo. Estaba con Álex. Maya encañonó al doctor, e Izan lo arrestó. Todo cambió al oír al médico. Álex tenía tres tumores. Al recibir la segunda dosis del FT37, desaparecieron. En un tratamiento para una rara enfermedad, habían curado el cáncer. El doctor explicó que una farmacéutica los seguía. Cuatro hombres corrían hacia ellos con pistolas. Izan desenfundó y empezó un tiroteo. El doctor fue alcanzado. Antes de morir, le contó a Maya su plan. Llegar a Ginebra, a la OMS. Maya y Álex huyeron a salvar el mundo.

135. ANDRÉS OLLER DOMÍNGUEZ – CORBYN Y EL MISTERIOSO ASESINO Corbyn pertenecía a la Policía de Chicago. Llevaba tiempo ocupándose de un caso complejo. Los capos locales de la droga estaban apareciendo muertos en extrañas circunstancias, degollados con un arma tremendamente cortante, y con una orquídea blanca sobre sus inertes labios, en un escenario carente de pruebas. Evidentemente, eran ejecuciones selectivas. Cada vez que tenía un sospechoso que intuía que limpiaba el mercado de competencia, aparecía muerto en idénticas condiciones. La investigación dio un giro inesperado. Se centró en la orquídea, concretamente una Cymbidium. Creía que una persona tan meticulosa no la compraría, la cultivaría. Buscó en las afueras casas con invernadero. Una llamó su atención. Se personó allí. El dueño, comisario de policía retirado, se hallaba sentado en la puerta del invernadero, con una sonrisa por mueca, ofreciendo sus muñecas sin oponer resistencia. En activo no encontró forma de acabar con los delincuentes, siendo un adorable jubilado, sí.

136. ANDRÉS PASTOR – ERAM QUOD ES, ERIS QUOD SUM No podía evitar parpadear deprisa. Una rodilla, clavada en sus vértebras, lo empujaba a seguir creyendo que debía quedarse quieto. Delante, un cadáver le enseñaba una macabra sonrisa. Detrás, el nerviosismo lo apuntaba con un arma. Él, por su parte, seguía temblando, y no era el golpe en su nuca lo que lo provocaba. Olía a pólvora en el aire. Le secaba la garganta. Todo tenía una explicación lógica, pero no cabía en su cabeza. El golpe le había borrado la memoria; y las olvidadas justificaciones se habían roto al quebrar un aliento. Lo único que se sabía era asesino. Le quemaba la mano donde aún tenía sujeta el arma. En ese momento, la locura vino a hundirle; estaba en una pesadilla donde la garganta no gritaba. Lanzó lejos su pistola. Cayeron sus lágrimas. Seguía allí, bañado en sangre ajena, escuchando, a cada golpe de reloj, la detonación que lo liberaba. Fuera de los malos, o de los buenos, solo quería que la pistola rompiese el silencio en su nuca. Otra vida. Otra bala.

137. ÁNGEL ALONSO HERNÁNDEZ – EL CUARTO CERRADO El sonido del disparo quebró el silencio. El detective entró en el cuarto tras romper de una patada la cerradura que bloqueaba la puerta. Le invadió el olor a pólvora y luego descubrió, en el centro, un cuerpo boca abajo. Nada más. Echó un vistazo. Cuatro paredes oscuras le devolvieron la mirada. Arrugó la frente al comprobar la ausencia de ventanas, respiraderos u otra salida que no fuera la puerta. En el techo, el halo polvoriento de una bombilla caída sobre la espalda del cadáver. Lo examinó. Alrededor de la cabeza, donde el impacto de la bala había desgarrado la carne, un manto de sangre tomaba forma. «Eres un tipo caprichoso», pensó. «Disfrutas con este juego». De seguido sonrió: «Pero sé quién eres». El detective giró la cabeza y miró. Me miró. Sentí que el brillo acusador de sus ojos atravesaban las palabras y se

clavaban en mis pupilas. Me había descubierto; por eso cerré el libro de inmediato.

138. ÁNGEL BELTRÁN – VENGANZA A pesar de ser verano, la noche era algo fría. Apenas había estrellas, y un grillo escondido en alguna parte del jardín improvisaba una agradable banda sonora. Nada hacía prever lo que podía suceder de un momento a otro. Sentado en una silla de plástico verde, no podía dejar de mirarte. Justo enfrente, tú también estabas sentada, con tu melena rozándote los hombros, mirada tranquila y una 9 mm apuntándome.

139. ÁNGEL CANO GARCÍA – LA PERSECUCIÓN Tenía el corazón acelerado y me empezaba a faltar el aire cuando vi como ese cabrón giraba la esquina. Cuando llegué al cruce de calles, sujeté con las dos manos la pistola y respiré hondo antes de asomarme con el arma en alto. —Joder, Javi, aparta eso. Mi compañero bajó el arma y pensé en lo cerca que había estado de atraparlo y de quedarme sin cara. Nos comunicaron que habían acorralado al sospechoso en un edificio de oficinas y que algunos civiles habían quedado atrapados, así que nos dirigimos allí y nos preparamos para entrar. Mientras repasábamos el plan, rememoré todos los pasos que habíamos dado para atrapar al peor asesino en serie de la última década. En cuanto nos dieron luz verde, entramos y fuimos sacando a todos los civiles hasta llegar a la habitación en la que el objetivo se encontraba y, tras comprobar que no tenía intención de entregarse, derribamos la puerta y lo abatimos. No noté que me había alcanzado hasta que me di cuenta de que todos me miraban.

140. ÁNGEL LÓPEZ CAJA – LOS TALONES SOBRE EL SUELO Raixa había terminado de comprar, y se fue a buscar a su hija cuando llegó un individuo de metro ochenta y la apuñaló en la pierna. Su hija Alexandra salió corriendo y lo molió a patadas y a puñetazos hasta que lo mató. Fue a buscar a su madre y le hizo un torniquete; pidió ayuda. Y acudió un chico, el cual llamó a la Policía Nacional y se llevaron a su madre al hospital. Ella aseguró que había sido en defensa propia.

141. ÁNGEL MORALES – LA JUSTICIA DEL TALÓN Al agente del FBI Jerry Corrigan y su compañero Al se les asignó un caso de secuestro de un niño de siete años, hijo de un cirujano. La única pista que tenían era un vídeo de un hombre aparentemente cojo con el talón del zapato izquierdo reformado para poder caminar recto. Con la ayuda de uno de los analistas del FBI, pudieron localizar al zapatero que modificó el zapato

y así obtuvieron una dirección. No encontraron nada que pudieran usar. Al cuestionar al médico una vez más, pudieron deducir, por su fichero, que estaría en el desguace de vagones del metro, pues trabajaba allí. El niño fue rescatado ileso y, en la confrontación, el sujeto fue herido en el talón del pie derecho. Esto se puede describir como justicia poética pues ahora, quizás, podrá caminar recto.

142. ÁNGEL REDRUELLO ALCALDE – BAJO LAS SOMBRAS Caían las primeras sombras sobre el puente Don Luis I, que une Oporto con Vilanova de Gaia. Una mujer lo recorría con pasos presurosos, mientras contemplaba a su pesar la masa oscura en que se había convertido. Oyendo pasos detrás de ella, y sintiendo un escalofrío y una angustia irrefrenables, aceleró el ritmo. Su respiración se volvió jadeante, entrecortada por momentos. Mientras, casi corriendo, giró instintivamente su cabeza, distinguiendo una silueta enorme detrás de ella. En ese mismo momento, la luna llena se abrió paso entre las densas nubes, y un reflejo brillante se proyectó desde la sombra. ¡Horror! Un gigante con una mueca monstruosa que deformaba aún más su cara mantenía sujeto un cuchillo de grandes dimensiones. Ella se giró aterida de miedo y corrió como poseída por una fuerza sobrenatural. ¡Ring! Sonó un reloj, y ella se despertó envuelta en un sudor frío. «¡Dios!», pensó, y, arrullándose en el edredón, intentó dormir de nuevo.

143. ÁNGEL RODRÍGUEZ SUÁREZ – CRIPTOBIOSIS «Raúl Arjona, famoso asesino en los ochenta, muere en la cárcel tras una larga enfermedad». Esta noticia en la prensa llamó la atención del excomisario Gálvez, pues él mismo había llevado aquella investigación. Un juicio mediático cargado de presiones políticas hizo que pruebas circunstanciales sirvieran para conseguir una condena rápida y dudosa. Ni en su detención ni durante el proceso, Arjona intentó defenderse, no pronunció palabra, parecía sumido en un profundo letargo. Investigador y profesor frustrado, intentaba crear su propio campus macabro «coleccionando» estudiantes. «Arjona dispuso le fuera entregado esto al día siguiente de su muerte», dijo su abogado mientras le entregaba un sobre en la puerta de su casa; en él, Gálvez solo encontró dos palabras: PHYLUM TARDIGRADA. Al introducir estos términos en Google, el desconcierto aumentó. Todo cobró un extraño sentido tres días después; los periódicos abrían con el siguiente titular: «Asesinada estudiante de Bioquímicas».

144. ÁNGEL SÁNCHEZ CARBONERO – SIN TÍTULO El cuerpo desnudo de Marcus Wine yacía sin vida encima del equipo de aire acondicionado del 2º; en la ventana del 5º, cristales rotos indicaban

dónde ocurrieron los hechos. En la habitación del hotel registrada a nombre de Sonia Andrew, novia de Taylor Lewis, se encontraron varias pruebas que indicaban que ese era el lugar en que sucedió todo. Rápidamente, dieron con el señor Lewis, quien confiesa el asesinato y cuenta que le dieron un chivatazo en que decían que su pareja se «veía» con otro y la dirección. Al llegar allí y ver al amante desnudo, lo golpeo preso de la ira tirándolo accidentalmente por la ventana, pero juraba no saber el paradero de su novia, a quien no había visto desde aquella mañana. Caso resuelto, pensaban, pero cuando vieron que en los antecedentes del cadáver figuraban entre otros el abuso a una menor llamada Sonia Andrew y viendo que esta había desaparecido...

145. ÁNGEL VIDAL T. – INFORME FORENSE: FALTABAN VIDAS El dinero que Richard quería dejar a su exfamilia nunca llegó. Durante el atraco, disparó sin previo aviso a los policías; la única superviviente, aún muy malherida, devolvió los tiros. Informe forense: las balas fueron más rápidas que el cáncer. ¿Por qué entonces tanta sangre? Alberto podría decirlo. Pero Alberto hace mucho que se colgó en su casa, incapaz de compartir su ruina con su familia. Informe forense: el cuello no soportó el peso de tanta angustia. También Carlos podría contarlo. Había cruzado el charco hacía muchos años, buscándose la vida en América. Luego, con todas sus expectativas más que superadas, volvió a su tierra, a compartir esa nueva vida con sus vecinos. Pero un día su gran empresa quebró, y Carlos se quebró con ella. Informe forense: allá en su interior, su corazón se rindió. Cuando un gigante cae, todo tiembla a su alrededor. El efecto dominó derrumbó las vidas que habían querido construir. ¿Quién sabe cuántos más caerán?

146. ÁNGELA LIROLA FORNIELES – LA SALA DE INTERROGATORIOS El sonido de la nueva máquina de café la devolvía a la realidad y la apartaba de sus pensamientos, que le habían mantenido alejada del mundo real durante unos segundos. Había sido una noche larga, no había dormido nada y había perdido la cuenta del número de cafés que había tomado. Llevaba mucho tiempo esperando esto, pero, por muchos años a sus espaldas como detective, todos sus casos y experiencias no le ayudaban en este momento para afrontar lo que se le venía encima. Estaba nerviosa, ansiosa por saber la verdad, fatigada por la larga noche, pero estaba segura. Se sentía bien. A su novio de toda la vida lo habían matado en su último año de universidad delante de sus narices. Eso le había dejado huella para siempre. Y ni psicólogos ni medicamentos le satisfarían tanto como tener al asesino del amor de su vida en su gloriosa sala de interrogatorios.

147. ÁNGELES VALCARCE – LA ESCENA Él estaba perdido. Buscaba su mirada pidiendo ayuda, no podía hablar.

¡Qué extraño! Rick abraza a Kathy. Jones llora. Todos le miran, pero no le hacen caso. Buscan algo. ¿Por qué el inspector Rosi le estaba rodeando con tiza? Parece que el cielo también llora. ¿Qué dice Kevin? ¿A quién han disparado? Sigue sin poder hablar. ¿Por qué está en el suelo? El CSI Roberts le quita una, dos, tres fotos. ¡Menudo momento! ¡Qué inoportuno! Es la escena de un crimen.

148. ANGY ROGO – FIN DEL VUELO Ginger examinó el cadáver. El bello cisne había dejado de volar. Lewis entró en el teatro y al verla entendió por qué seguía haciendo esto a diario. Se centró en la bailarina y vio dos pequeñas letras pintadas con su sangre en el pecho: M. F. Interrogaron por ello a Madison Fay, enemiga declarada por haberle arrebatado el puesto de primera bailarina. Tuvo coartada. Y a Meredith Frank, directora del ballet y mentora de Madison, quien permanecía impertérrita ante lo sucedido. Tuvo coartada también. Fueron a ver a su profesor. Este respondía entre lágrimas a las preguntas de Ginger. Lewis, entretanto, observaba detalladamente cuando de repente se detuvo ante una foto de ellos y lo supo: Mine Forever, ponía. El profesor enamorado había sufrido su rechazo y ello le llevó a acabar con su vida. La pasión había cortado las alas del cisne. Entonces, Ginger le miró y le besó. Su caso más misterioso y oculto de los últimos tiempos se había resuelto también.

149. ANNA CANALDA – FRÍA VENGANZA Las 5:30 a. m.; recibo un whatsapp. Al abrirlo, me doy cuenta de que no conozco al remitente, sorprendiéndome el contenido: Lee las esquelas de hoy. Cuando salgo de casa, recojo el correo de la puerta y por mero interés voy a la página de las esquelas, donde solo hay una con mi nombre: John Carter Donovan, descansa en paz. «¿Qué clase de broma macabra es esta?», me pregunto. Sin dudarlo, llamo al periódico, donde una recepcionista con voz chillona me informa de que seguramente habré sido víctima de una broma de mal gusto y que ellos no tienen nada que ver. Entonces, caí en la cuenta de que aquella noche tenía la partida con los chicos y seguramente habrían sido ellos con sus bromas. Al anochecer, durante la partida, comenté que se habían pasado, pero me sorprendió su reacción de «somos inocentes». Horas después, salí con el bolsillo lleno de dinero. Caminando bajo la lluvia, no me doy cuenta y caigo en un agujero; desde lo alto veo una cara, es mi secretaria: —Te dije que te mataría, violador de mierda. Oscuridad total.

150. ANNA FUSTÉ – EN LA PARED El cuerpo de Sam yacía apuntando a la pared del callejón. —Murió cerca de las 2 a. m. por asfixia con este pañuelo.

—Debemos agujerear la pared. —Es una estupidez. —La pared nos llevará al asesino. Detrás de un ladrillo, encontraron la foto de un grupo de encapuchados. —Son de la cofradía de San Jorge, como los símbolos del pañuelo. — También encontraron un cheque—. Quien le mató quizá buscaba esto. Entre las personas de la cofradía, había dos relacionados con la víctima. Su hermano y un exconvicto, Jon. Jon y Sam habían cruzado muchas llamadas recientemente. —Dice que no conoce de nada a Sam, pero se ha puesto blanco cuando hemos mencionado las llamadas. ¿De dónde sacaría Sam el dinero? ¿Drogas? —Al inspeccionar el piso de Jon, encontraron una bolsa de droga y una libreta con los nombres de los camellos bajo su mando. Sam ente ellos. —Él me debía dinero y no me lo quiso devolver —confesó Jon—. Estaba dispuesto a hacerle un préstamo, pero me la jugó y me dijo que lo dejaba. No iba a aceptar ambas cosas.

151. ANNA GRAU CARBONELL – SIN TÍTULO Estaba trabajando en la librería-café del pueblo, como todas las tardes, cuando, de repente, entró un chico apresurado y empapado. Me llamó la atención su pelo rubio, que contrastaba con su vestimenta: iba de negro de los pies a la cabeza. No le había visto antes, lo cual era extraño, ya que no solemos tener nuevos clientes. Fuera llovía a cántaros, así que supuse que simplemente buscaba cobijo hasta que amainara un poco. Después de pedirme un capuchino, fue a coger un libro y se sentó en uno de los grandes sillones esmeralda que tenemos. No sé por qué, pero algo en él me intrigaba y a su vez me asustaba. Observé sus movimientos; a primera vista, parecía alguien seguro de sí mismo, pero cuando me fijé bien, vi que estaba algo nervioso y agitado. Desviaba la vista del libro a la calle cada cinco minutos. ¿Quién es este chico? ¿Por qué no le he visto nunca en este diminuto pueblo? Supongo que notó que le estaba observando y fijó la vista en mí. Su mirada era fría y penetrante; me estremecí.

152. ANNA PORCEL – SIN TÍTULO Entramos a la fuerza en la nave y nos damos de bruces con hileras e hileras de bonsáis de todas clases. —¡No os acerquéis! —grita Mark nervioso, con un detonador en la mano—. ¡No os acerquéis o quemo la nave! —Mark, tranquilízate —le espetó apuntándolo con el arma—. Suelta a Charles y a Jane. Podemos ayudarte. —No, ¡no podéis! Ya casi lo tengo. ¡Y no podéis frenarme! —grita, fuera de sí. —Hermano —le pide Charles—, déjalo. Por mucho que hayas modificado genéticamente estos bonsáis, no existe cura alguna para la

enfermedad de Anna. La vida a veces es cruel... —¡¡Cállate!! —le interrumpe—. ¡Tú no sabes nada! La quiero a ella. Ella es lista —señala a Jane con el dedo tembloroso—. ¡¡Ella sabe...!! Un disparo. —¡Oficial Max! —Me giro hacia él rápidamente. Y mientras Mark cae al suelo, todo se vuelve del color del fuego...

153. ANNA SILVA – MENSAJES EN LA NOCHE Me despierta un sueño extraño, donde aparece mi hermana y completamente asustada me grita que debo despertarme, que él viene a por mí y debo huir. Me levanto y me dirijo al baño, donde me mojo la cara con el pánico latiendo en mis venas. ¿Qué significa ese sueño, qué hace mi hermana allí, quién podría venir a por mí y por qué? Intento volver a dormirme, pero cada vez que cierro los ojos allí está ella, diciéndome que debo huir, que alguien viene, y sus gritos cada vez son más fuertes. Desisto y decido ir a la cocina a buscar algo de beber mientras pongo la televisión para distraerme. Me estoy quedando dormida en el sofá cuando vuelvo a soñar con ella, pero sus palabras cambian. «¡Ya está aquí!», me grita justo cuando siento como unas frías manos rodean mi cuello. —Primero una hermana y luego otra. Espero que tú luches más que ella.

154. ANNABEL NAVARRO – LA HABITACIÓN DEL PÁNICO Cuando despertó, le dolía la cabeza; al tratar de incorporarse, se percató de que había dormido en el suelo. La escasa luz que se colaba por una rendija cercana al techo apenas le permitía orientarse. Comenzó a palpar su cuerpo en busca de heridas; pero, a excepción de un bulto en la nuca, todo parecía ir bien. Extendió los brazos a su alrededor en busca de una pared que le sirviera de referencia, pero el mero intento de desplazarse unos pasos le obligó a sentarse de inmediato antes de caer en redondo. Inspiró y espiró con calma tratando de que su cuerpo volviera a la normalidad. Debía tratar de recordar sus últimos pasos; aunque no conseguía hallar una explicación. Un fogonazo de luz iluminó la habitación, cegándolo; y una voz ronca se dispuso a darle una respuesta: —¡Tío, menuda despedida de soltero! Pero ¿qué haces durmiendo en mi garaje?

155. ANNY ZORRILLA PAZ – OBSERVADO El público, horrorizado; un caballero, estrangulado y con ojos extraídos; la policía, desconcertada. Este asesino ya había acabado con quince vidas. Siempre el mismo modus operandi: asesinaba mujeres y hombres de edades de entre veinte y treinta años, estrangulándolos con una cuerda trenzada de nailon y luego les sacaba los ojos. Eso dio que pensar; el sujeto podría ser un

hombre de entre veinticinco y treinta años, con conocimientos médicos, puesto que las incisiones que realizaba en la zona ocular eran perfectas. La policía no estaba cerca de encontrar el asesino; por otro lado, en la morgue, el doctor Fred no se imaginaba lo cerca que tenía al asesino, de que él mismo estaba instruyendo a esa mente perturbada y con ansias de ser observado; no se imaginaba que el ayudante Parrish era otro, de que cuando perdía el conocimiento, otra mente ocupaba su cuerpo, siendo ese el verdadero asesino, el que necesitaba con ansias ser observado.

156. ANTINIO BAJUSTA – SIN TÍTULO Leí una vez que una bala de 7,62 mm disparada a una cierta distancia, que pasara a unos milímetros de tu cabeza, la reventaría por causa del efecto de diferencia de presión hidrodinámica. Al parecer, la bala al desplazarse crea un vacío alto que contrasta con la presión que ejercen los líquidos del cerebro hacia fuera de este. Esto me dejó bastante perplejo. Es decir, ¿que te pueden matar de un tiro sin acertarte? En un momento, comprendí la utilidad de los cascos de los militares (que no paran las balas), sino que sirven, entre otras cosas, para evitar este efecto, así como para proteger la cabeza de los restos de metralla tras las explosiones. La bala no variará su trayectoria, puesto que lo único que podría hacer que la variara es el efecto de la gravitación, que, fuera de entornos relativistas y con esa diferencia de masas, es despreciable.

157. ANTONI GUASCH – ASESINATO EN LA PRISIÓN Es asesinado el jefe de una banda en una prisión estatal por su banda rival. El grupo del jefe asesinado pide a la teniente Kathy y a su marido, el escritor Rick, que investiguen dicho asesinato. La teniente Kathy y los detectives Javier y Kevin se ven envueltos en un complot organizado por el senador Draker para terminar con la vida de la teniente Kathy, pero Rick, con su ingenio, atando conversaciones de otros reclusos y un guardián corrupto de la prisión descubre la trama. En el tiroteo, muere el senador Draker y el guardián, y hieren al inspector Javier, que está a punto de casarse con la médico forense.

158. ANTONI LOZANO RABANEDA – ATRACO AL BANCO Se disponían a entrar en el banco cuando les asaltó. La administrativa ahogó un grito al ver la pistola, y el interventor, fruto de los nervios, no atinó con las llaves, por lo que tuvo que ser él quien abriera la puerta. La sucursal es pequeña: ellos son todo el personal de la oficina. El ladrón, por la seguridad y sangre fría con la que actuó, les pareció experto y desenvuelto. Conocía las medidas de seguridad y sabía a qué hora se abría la caja fuerte. Ignoraban todavía la cantidad sustraída, pero sin duda sería importante, pues los primeros días de cada mes aumentaban las reservas de efectivo en

previsión del incremento de reintegros. Tras prestar declaración, se despidieron de los dos inspectores. Quedaron en pasar por comisaría, una vez recuperados del susto y realizado el inventario de lo sustraído, para completar la denuncia y tratar de identificar al agresor. Respiraron aliviados. Solo les quedaba deshacerse del cadáver del atracador y repartirse el dinero.

159. ANTONIA TORRES TORRES – SIN TÍTULO En medio del caos, ella sigue en calma. Por el recuerdo del que no pudo salvar. Por los ojos grises del hombre que le grita, amenazando con disparar, por la desesperación de las últimas semanas, por ella. Normalmente, una detective de Homicidios no interviene en un caso de secuestro, pero este en particular es especial, no es el primero, conoce al padre. Conoce el pueblo, tan suyo, tan lejano. «Suelta ese arma. No tienes por qué hacerlo»; su voz no tiembla, sus ojos azules no se apartan del niño. «¡He dicho que te apartes, zorra, juro que le mataré!»; esas palabras la activan, no va a permitirlo, alza la vista, no tiembla, dispara. Un tiro limpio, letal. Está muerto, el chico a salvo, pero el fuego la atraviesa, abrasador. Dejando oscuridad a su paso, falta aire, tiempo para una sola pregunta: ¿Quién ha disparado si el secuestrador está en el suelo?

160. ANTONIO ASENCIO PARRALO – DESTINOS ENFRENTADOS El trabajo le ha traído de vuelta. De pequeño, éramos uña y carne, pero él se fue y yo me quedé aquí. Hemos pasado mucho tiempo separados, pero ahora él ha vuelto, y le he preparado algo para darle la bienvenida. Cuando nos vimos esta mañana, parecía muy interesado, aunque me dijo que no podía entretenerse, ya que el trabajo no le dejaba mucho tiempo. —Llegas tarde. —El papeleo. Dime, ¿qué me has preparado? —Estos preciosos juguetes. —No entendí su expresión, no estaba contento—. ¿No te gustan? Podemos ir a por otras... —¡Por favor, suéltanos! —¡Cállate! El cosquilleo de mi mano producido al pegar a la chica me llenó de emoción. —¿Qué has hecho? —me preguntó mientras me apuntaba con su arma. Las esposas dañaban mis muñecas, no podía entender cómo mi amigo de la infancia, mi hermano, había acabado con mi juego favorito, al que llevaba tres años jugando. Crecimos convenciéndonos de que la familia era lo primero, no puedo entender cómo ha podido anteponer su profesión de poli.

161. ANTONIO CARO – SE ARMÓ LA GORDA Laura vivía en el barrio de Liesten y apareció muerta con dos anillos

como pendientes. No había pruebas, ADN o algo que permitiera investigar su muerte. Casualmente, Rick escuchó una conversación entre dos policías del barrio: hablaban del valor de los pendientes en una cara. Siguió a los policías y descubrió que un mensajero llegaba a casa de uno de ellos con un pedido de aretes. Avisó a su compañera y entraron en la casa del policía sin orden judicial. Encontraron un auténtico museo dedicado a pendientes del mundo y un diploma de certificación de estudios de forjador de metales. Uno de los polis les descubrió mientras estaban dentro de la casa e hirió gravemente a Rick. Una policía joven se ofreció a hacer de señuelo para cazar a los polis. Uno de ellos se la llevó a su casa y, cuando iba a apuñalar a la voluntaria, aparecieron Rick y el resto del equipo. Y...

162. ANTONIO CASANOVA – EL ACCIDENTE DE RICK Kathy estaba desesperada. Rick seguía en el hospital. Dos costillas rotas y varias contusiones por todo el cuerpo. Ya había recobrado el conocimiento, pero seguía sin querer hablar de lo que había sucedido. El escritor había aparecido inconsciente en el interior de un coche estrellado contra una farola. Junto a él, en el asiento del copiloto, un chico joven, que seguía en coma. En el asiento de atrás, un paquete con heroína. Entraron Kevin y Javier. —Kathy, es sobre el chico misterioso... —empezó Kevin. —El que apareció junto a Rick —continuó Javier. —Verás —metió cuña Kevin—, como está en coma, no sabemos su identidad, y parece estar mezclado en un asunto de drogas; el juez nos autorizó a realizar una prueba de ADN. —Sí, ya... ¿tenemos un nombre? —preguntó Kathy con ansiedad. —Un nombre no, pero sí un apellido —añadió Kevin, prorrogando el dar una respuesta definitiva. —¿Qué quieres decir? —preguntó Kathy. Fue Javier el que zanjó el asunto: —Es hijo de Rick.

163. ANTONIO CORNEJO RODRÍGUEZ – PAPÁ La observó mientras dormía ajena a todo y luego se acercó lentamente. Una vez a su lado, le acarició la cara casi con cariño, lo que hizo que se despertara. La miró a los ojos y, conteniendo las lágrimas, agarró con firmeza aquel joven cuello y comenzó a apretar. Ella intentó chillar sin éxito mientras pataleaba y lanzaba arañazos al aire. Sus ojos desorbitados suplicaban clemencia a aquel rostro por ella tan conocido. El agresor sintió en sus manos cómo controlaba aquella vida que se deshacía entre sus dedos mortíferos y apretó aún más. Unas lágrimas escaparon de los ojos de la víctima y, después de un último intento de lucha por sobrevivir, quedó exánime. Cuando todo acabó, le colocó los brazos en cruz sobre el pecho mientras rodaban por sus mejillas las lágrimas de la culpabilidad. La besó en la frente por última vez, le susurró «lo siento» y se marchó, dejándola

tumbada y sin vida. ¿Quién era aquel hombre y por qué buscaba el perdón de su propia víctima?

164. ANTONIO GUIJARRO VIUDEZ – DESALOJO FORZOSO Mike entró en la iglesia hacia su lugar de trabajo. Mientras caminaba hacia la sala donde daba sus clases de artes marciales, escuchó un disparo, exagerado por el eco producido entre las enormes paredes de la iglesia. Sin preocuparse del posible riesgo que podría repercutir sobre él, corrió hacia el lugar donde su intuición le decía que se podía haber producido dicho acto. Al llegar, se encontró con el cadáver de María, una de las ayudantes de cocina, tirada en el suelo del despacho del párroco, por lo que tras comprobar que María estaba muerta llamó a emergencias. Mientras la policía estaba en camino, aparecieron el párroco, el sacristán y los demás ayudantes de cocina. Cuando llegaron, se quedaron estupefactos. Tras unos minutos de espera, apareció la primera patrulla policial, que acordonó el lugar y llamó al Cuerpo de Homicidios para que llevase a cabo la investigación.

165. ANTONIO MARTÍN MARTÍNEZ – ERA, POL Y EL MISTERIO DEL ASCENSOR Era, una apasionada de las historias de intriga y suspense, acudió a Pol, un escritor famoso por su sentido innato para descubrir nuevos talentos; no salían de su asombro cuando, durante su corta pero intensa conversación sobre alguna serie de intriga que ambos seguían apasionadamente, un hombre de aspecto desaliñado se les acercó y con voz cortada les espeto: «¿Quién me ha encerrado en el ascensor?». Pol, estupefacto, miró a Era y, encogiéndose de hombros, le comentó a aquel hombre que en el edificio no hubo nunca ningún ascensor. El hombre, enfadado, los invitó a salir, y los tres anduvieron hasta el final del pasillo; efectivamente, no había ascensor, solo un intenso olor a azufre que Era no dudo en asociar a algún hecho demoniaco. Después de varios minutos de incertidumbre, Pol les invitó a pasar otra vez a su despacho. Al hombre, quien dijo llamarse Arcadio, se le pusieron los ojos como platos al oír un sonido inequívoco de un ascensor. Pol y Era temblaron, no entendían de dónde provenía.

166. ANTONIO MEJÍAS PASTOR – EN ESENCIA El comisario bajó la vista. —Es decir —concluyó dirigiéndose al detective Gómez—, que el asesino entró, se tomó un whisky con la víctima y, tras eso, descerrajó dos tiros a Amador, cogió su vaso y se largó sin dejar más rastros que la marca de la bebida sobre la mesa. ¿Es eso? —En esencia, sí —admitió el detective. —Entonces, no hay nada que pueda llevarnos al culpable.

—En esencia, no —volvió a repetir Gómez. —Y no tiene nada que ver que tanto usted como yo sepamos que Amador era un hijo de puta que había asesinado a su mujer, que lo había planeado concienzudamente y que se había librado por falta de pruebas, ¿no? —En esencia... —Sonrió el detective sin terminar la frase. El comisario cerró los ojos y pareció resignarse. —Será imposible encontrar al culpable. Gómez asintió y, en un gesto instintivo, llevó la mano a su arma, la misma que había visto Amador antes de morir y la misma que, sin haber funcionado la legalidad, había hecho justicia; en esencia.

167. ANTONIO MOLINES – SIN TÍTULO El asesino era el mayordomo, no había otra explicación posible..., pero no le gustaban los clichés... debía hacer algo, ¿pero el qué? ¿Hacer que se suicidara un multimillonario sin problemas aparentes? Tendría que empezar de cero, volver a escribir toda la historia y plantearla de otra forma. Mañana lo haría. Se va a dormir y, pese a que es temprano y ha tomado un café, está muy cansado... Alguien entra, busca algo y se va. Suena el teléfono, nadie contesta, el escritor continúa en la cama, durmiendo profundamente. Llaman a la puerta con insistencia, pero sin conseguir despertarlo. Los policías están investigando quién pudo ser el que disparó al escritor, pues presentaba heridas de bala en el pecho hechas a poca distancia; la hora de la muerte era alrededor de las 5 p. m., por lo que habría luz suficiente, pero había dos heridas. El arma homicida la encontraron en un basurero cercano; las huellas medio borradas se correspondían con un escritor de menos talento conocido del muerto.

168. ANTONIO MOLLEJAS CERDÁ – CUANDO TODO LO VES SIN VER NADA Ariadna estaba sentada en el bordillo, observando como todo había quedado destruido. Ese meteorito arrasó con todo, ya no quedaba nadie. De pronto, un ruido. Una carcajada de un niño. «No es posible», piensa ella; sin embargo, cuando se gira, contempla un niño de unos tres años. Él se aproxima a ella, sin dejar de reír. Ella lo mira extrañada y de pronto él se pone serio y, sin previo aviso, la abraza. Ella le corresponde y los dos juntos salen a la calle. Para el asombro de Ariadna, la calle estaba repleta de gente, pero eso no podía ser. Ella estuvo presente cuando ocurrió el accidente que acabó con todos y con todo. Sin embargo, allí estaba, viendo la calle repleta de niños jugando como si nada hubiese pasado. Rápidamente, suelta al niño y entra corriendo a su casa, eso no podía ser cierto, se lava la cara, y vuelve a salir. Ya no había nadie, no había niños. Entonces comprendió que se estaba volviendo loca con largos intervalos de terrible cordura.

169. ANTONIO OSUNA B. – OTRA NOCHE MÁS Escuchó el ruido de la cerradura y corrió a esconderse bajo la cama. Otra vez, otra noche más, su padre llegaba borracho. No soportaba el olor que emanaba, no soportaba su miserable presencia. —¡Hijo! —Era mejor salir. Con miedo y entre polvo se dirigió al salón con ganas de que esta vez fuera más rápido, más directo—. Siéntate a mi lado —su hedor era repugnante, le sentó sobre sus piernas y le abrazó—. Hijo, cuéntame qué tal te ha ido el día, cuéntame qué aprendiste en la escuela, cuéntame si hoy te enamoraste para poder ayudarte en tu vida y que no acabes despreciándola como hago yo. —Otra noche más, otra noche.

170. ANTONIO PÉREZ OMISTER – EL ENIGMA JFK Para conmemorar el cincuenta aniversario del asesinato del presidente John F. Kennedy en Dallas, una emisora de radio local emite un programa especial de participación ciudadana titulado: «¿Dónde estabas tú cuando asesinaron al presidente Kennedy?». El programa pretende que las personas que lo deseen puedan compartir sus recuerdos de aquel día con la audiencia. Sobre las 12:30, coincidiendo con la hora del magnicidio, se recibe la llamada de alguien que asegura ser el hombre que asesinó al presidente Kennedy. Tras reponerse de su sorpresa inicial, el locutor le dice al oyente: —Señor, sin duda se trata de una broma macabra. Todos los escolares de América saben que Lee Harvey Oswald, el hombre que disparó al presidente, fue asesinado dos días después de su detención por un exaltado. —Lo sé —responde el misterioso comunicante—. Pero yo no soy Oswald, evidentemente. ¡Soy el hombre que asesinó al presidente Kennedy!

171. ANTONIO RUIZ ANDREU – SOSPECHOSO PARA TODOS Allí estaba de nuevo. Llevaban cinco días vigilando aquel moderno edificio supuestamente habitado por una célula terrorista islámica y, como todas las madrugadas, el gigante encapuchado había aparecido. A las tres. Como cada noche. Fumando. Caminando sospechosamente despacio. Bajo la espesa niebla y en la penumbra de las escasas farolas. La figura de más de metro noventa, resguardado con la capucha y bamboleándose lentamente, le daba un aspecto siniestro entre los árboles que adornaban la calle. Cate cogió el micro. —Atención, Toby, tiene que salir. Inmediatamente. El detective salió del portal sosteniendo la correa del can en dirección a aquel misterioso ser por la acera opuesta. Quizá su mujer no le deja fum... ¡Bang! Un disparó rompió el silencio nocturno. —¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó la capitana. —Creo que sí. ¿Qué ha sido eso? El detective levantó la mirada. El espectro encapuchado había detenido el paso y su mano se apoyaba ahora en el tronco de un árbol. Se desplomó.

172. ANTONIO JESÚS MORALES RENDÓN – UNA GRIS MAÑANA DE ABRIL Cuando el dorado pomo, que inamovible permanecía expectante del peculiar espectáculo que aquella gris mañana de martes se le había ofrecido, comenzó a girar, ya era demasiado tarde. En su brillante lacado, desgastado en la parte superior por las manos firmes y rudas que día a día lo habían hecho dar vueltas y vueltas, se había reflejado unos instantes antes la danza del asesinato. En aquel pasillo, al que solo entraba luz por el ventanuco que comunicaba con el patio, se había mojado la plata del cuchillo de cortar las verduras con un rojo poco habitual para él, quedando marcadas a la vez las paredes sobre las que la dama inocente había ido a caer, realizando un dibujo mortal con el pincel del amante celoso que aquel día de abril su venganza había conseguido redimir. Y yo, un pequeño roedor, que sin pena ni gloria vivía entre los armarios de la cocina, fui, además del pomo, único oyente del comienzo de aquel caso, cuya resolución volvía de nuevo a ser: ¡fue el mayordomo!

173. ANUSKA MOSQUERA CORRAL – MI PULSERA Yo siempre la había odiado, por su ignorancia y por ser tan guapa, pero sobre todo por haberme quitado lo que más quería. Aquel día, simplemente sucedió. Ella estaba allí, sentada en una roca al borde del mar. Se notaba que estaba disfrutando del agua que las olas salpicaban en su cara una y otra vez. Se la veía feliz. Fue muy fácil al principio, no tuve ni que pensarlo, simplemente me acerqué en silencio por detrás y la empujé. Cuando miré hacia abajo, apenas estaba a un metro de distancia. Sangraba y gemía. Quise ayudarla, no sé por qué. Le di la mano y ella se sujetó fuerte a mi muñeca derecha, donde llevaba la pulsera. La siguiente ola llegó y tiró de ella. La arrastró con mi pulsera. Las vi hundirse rápidamente. ¡Se había llevado también la segunda cosa que más quería! ¡Se merecía hundirse en lo profundo y no volver a salir! Tres días después, mi pulsera apareció en la puerta de mi casa en la mano de un inspector de policía. Sin duda, era mía; papá me la había regalado al nacer ella.

174. ARACELI CARAVACA – EL CUADRO Nunca me he sentido tan pequeña en una habitación como hasta ahora, creando una situación de tensiones comparable a los abrazos efusivos que me daba una de las tías de mi madre, la cual había visto veces contadas, pero que había marcado mi vida. Aun estando en esta situación, incomprensible para mí, pienso en ella como una mujer débil, con mirada triste, que te hace pensar que su color había aparecido por las lágrimas retenidas haciéndolos más cristalinos con la edad. Sorprendentemente, había muerto hacia unos meses, a los ochenta y un años. La pobre murió como había vivido, sola, entre pinceles y pinturas, y por ello había llegado a esto. La mujer de abrazos fuertes y mirada asquerosamente triste, después de su muerte, me había dejado un

cuadro. Y es que, cuando la vi la primera vez, nunca pensé que acabaríamos así, pero ella sí. Y ahora miro el cuadro, donde una pequeña yo besa la frente de esa asquerosa vieja mientras arranco sus asquerosos ojos, tal y como había hecho meses atrás.

175. ARAITZ CLARAMUNT OREGI – NADIE Eran cinco los asesinos, pero ninguno fue arrestado. Suicidio.

176. ARANTXA ÁLVAREZ – OSCURIDAD Un silencio atronador. Cojo mi arma, sin dudar que puedo perecer. Parece imposible que no fueran más de dos años los que habían pasado desde que le entregaron aquella carpeta por primera vez. El caso que cambió su vida y que nunca debía cerrarse. ¿Fue un error? ¿Podría convencerme de que la atrocidad que se produjo nunca tuvo lugar? ¿Lo que hice? Todo había sido relegado a no más que recuerdos enterrados en mi cabeza. Al igual que todo rastro de huella, quedaron borrados con la tormenta y nunca nadie se había acercado a la verdad de aquella noche. Mi verdad. Hasta aquel día que, café en mano, vislumbré esa misma carpeta sobre mi mesa. Un nuevo caso como otros tantos y a su vez como ninguno al que me había enfrentado. El mío. No puedo arriesgarme, no ahora. Y por eso he acabado aquí, antes de que la investigación siga su curso y desentierre mis secretos, tan bien guardados hasta ahora. No, no lo hará. Oscuridad. Un silencio atronador. Una sombra. Un ruido. Un disparo.

177. ARELIS GUARAMATO DÍAZ – EL ESLABÓN PERDIDO Mientras ella hablaba por teléfono, él supone dos cosas: que las mujeres han evolucionado más rápido en la especie humana por la destreza de hacer mil cosas a la vez o que la conversación era tan aburrida y sin sentido que podía dedicar tiempo a pintarse las uñas. «Un día como cualquier otro», pensaba, todavía con las dos tazas de café y el cigarrillo humeante en la mano, esperando a que ella descolgara el teléfono y dedicara un minuto a sonreír y a preguntar por sus lentes extraviadas para leer el periódico del día anterior. En esa fracción de segundo, viene a su memoria el caso de la persona desaparecida; se sospechaba que era víctima de un crimen. Imaginariamente, recorre la escena y observa los objetos examinados: sin huellas dactilares, ni restos humanos para comprobar el ADN. Se da cuenta de que en su bolsillo izquierdo había olvidado una prueba. Un bostezo largo y contundente de ella le hace despertar del sueño matutino y darse cuenta de lo ocurrido.

178. ARIADNA PEINADO – LA PROMESA —«¡Morirás a mis manos, maldito bastardo!». ¿Te acuerdas, no? Lo

soltaste en nuestra segunda cita, cuando te tiré un cubo de agua encima. Luego te dije que te quería, te besé y lo olvidaste todo —me dijo él tras escupir sangre. Estaba atado a una silla y su mirada era irónica. Sonreía, pero la situación no tenía gracia. —No quiero hacer esto —le dije llorando; me temblaban las manos, pero debía seguir golpeándole con el bate. A cada grito suyo, mi interior se rompía un poco más. —O yo o tu hermana. Lógicamente, me has de matar a mí. No me importa dar la vida por ti. —¿¡Por qué han secuestrado a mi hermana?! —grité histérica. —Acaba ya, por favor. —Me miró suplicante—. Te amaré siempre, mi vida. —Y yo a ti. —Rompí el bate contra su cráneo con un gesto seco y caí llorando junto al cuerpo inerte del amor de mi vida.

179. ARIADNA VICENS MIRA – EL ABRECARTAS Un hombre apareció asesinado con un abrecartas clavado en el pecho, en correos. Descubrieron que era de Oslo. Los policías buscaron información sobre él, pero no encontraban nada que lo relacionara con el país. Pocos días después, se volvió a cometer otro asesinato, con un abrecartas clavado, pero de una mujer que era del lugar. De nuevo, se pusieron a investigar y no encontraban nada que tuviera algo que ver con el otro hombre o con correos. Consiguieron citar a su hija. Ella les dijo que sospechaba que su madre tenía un amante. La hija dijo que su madre se escribía con un hombre que no era del país, y, que hacía poco, se había divorciado de su padre. Ella pensaba que su padre lo había descubierto. — ¿De qué trabaja tu padre? —preguntaron los oficiales. —De cartero. Se dieron cuenta de que el asesino era el marido de la mujer, que mató al remitente y al destinatario de las cartas. El abrecartas que le clavó a su mujer era con el que ella abría las cartas de su amante.

180. ARLEX ALZATE – UNA OBRA MAESTRA —Lleva el caballete y la paleta con pinceles de trabajo al jardín, que por la tarde vendrá la modelo —dijo el pintor a su jardinero. La mañana del 8 de octubre llaman al inspector Octavio García, informándole de un asesinato en casa del pintor Simón Cortés. En el lugar de los hechos, García y su compañero Dylan Sánchez encuentran al jardinero junto al cadáver; sus manos ensangrentadas parecían culparle. Félix dice que al empezar su jornada encontró al pintor en el suelo con un pincel clavado en la tráquea. Los inspectores en su investigación acuden a las agencias de modelos, con el lienzo del pintor en la que aparecía una chica. En una de las agencias, una tal Sofía Tobalos coincidía con el perfil de la chica del lienzo. Los

policías, al llegar a la casa de Tobalos, la interrogan y deducen que estos se conocieron en la academia donde tuvieron una relación tormentosa. Cortés plagió la nueva técnica de Sofía, patentándola como propia, alcanzando la fama mientras Sofia quedaba arruinada.

181. ARNAU LÓPEZ SOLA – JACK EL DISPARADOR Todo empieza una tarde de sábado cualquiera, cuando la gente hacía sus cosas. Como ir a tomar un café, ir al cine a ver una película... Un sábado cualquiera. Pero lo que no sabía la gente es que se estaba a punto de cometer un asesinato... ¡Pum! Se oyó un disparo y luego silencio. Un silencio de pánico; de aquellos que parece que nunca pasan. Al cabo de unos segundos, se oyó un grito, y al lado un cadáver. Más tarde, apareció el forense Ken. No era un forense cualquiera, era el mejor forense de los cincuenta estados, una especie de Sherlock del siglo XXI. Ken, una vez en la escena del crimen, averiguó que se hizo el disparo desde la azotea del hotel Richmore, un hotel un tanto para ricos. Allí encontraron un rifle Barret y una bala disparada en el suelo... Se llevaron el rifle al laboratorio, pero nada, el asesino había desaparecido de tal manera que parecía que ese rifle se hubiera disparado solo. Cerraron el caso descontentos y con una familia destrozada...

182. ARTURO OTEGUI MALO – AFICIONADOS En la tintorería, la plancha parecía una enorme concha. Sonó la campanilla de la puerta y la joven cogió la corbata —con dos manchas rojizas — que le tendían: —Hola, Fernanda, a ver si esta vez también aciertas. Ella sonrió. —Pero, bueno, don José, a su edad... ¿Kétchup? Él aplaudió impresionado: —Ya ves, guapa, mi nieto. Eres mejor que los CSI de la tele. Al rato, apareció doña Inés con un vestido azul eléctrico, y un círculo más oscuro a la altura del pecho. —Buenos días, doña Inés. ¿Es vino? —Del más tinto que hay, hija, Sangre de Toro. Estaba a punto de cerrar cuando un hombre muy elegante entró y extendió una camisa sobre el mostrador. En el puño, dos pequeñas lágrimas de color rojo destacaban como rubíes sobre la nieve. Fernanda trató de impresionar a su nuevo cliente: —Esto es sangre, ¿eh? Él enarcó una ceja y asintió con gesto de apreciación. Fernanda no logró mover ni un músculo mientras el visitante cerraba la puerta con llave y bajaba las persianas muy despacio.

183. AURORA NOGUERAS SÁEZ – JAMÁS SE SABRÁ Se lavó las manos, dejando que el agua las purificara. Se las secó suavemente y salió, cuidando de que todo estuviera como había planeado: el cadáver descansando en la cocina. Bajó las escaleras de la entrada, cruzando la calle para tomar el café que tanto necesitaba por las mañanas. Eligió una de las mesas cercanas a la ventana y observó la casa de la que acababa de salir. Miró el reloj, esperando a que la aguja llegara a su destino. Tres. Dos. Uno. La casa explotó, trozos de madera y cristal volando por todas partes, envuelta en un mar de llamas. Sorbió su café sonriendo, ajeno al caos a su alrededor. La verdad jamás se sabría.

184. AURORA ROSAS – EL ASESINATO DE MALENA Se escucha una música de fondo, que indica que el parque de atracciones ha abierto. Una niña sola llama la atención de la gente, un pequeño de ojos azules se acerca para preguntarle si está bien. Cuando ve la sangre, grita llamando a sus padres, la niña está muerta. La detective Dindurra es la que lleva el caso. Ya se han recogido todas las pruebas y ya se ha hecho la autopsia, ha muerto desangrada a causa de tener la carótida seccionada; por la profundidad y el ángulo del corte, se puede estimar que el asesino es un hombre de entre 1,80 y 1,90 de altura. En una papelera cercana a donde se encontró el cuerpo, se ha encontrado un cuchillo ensangrentado que contenía una huella parcial. Dicha huella coincidió con la del padre de Malena; la descripción coincidía con la que dijo el forense. Él es el asesino.

185. AUXI ESTOQUERA – ASESINO POSICIÓN FETA Una mujer en un parque en posición fetal; de repente, una pareja paseando la ve y se asusta. Llaman a la policía y, cuando llegan, aún está viva, de milagro, ha sido violada, estrangulada y apuñalada, pero sigue viviendo a pesar de todo, hace poco rato que fue abandonada en el parque. Llaman a la científica y a crímenes especiales y la llevan al hospital más cercano, donde intentan que sobreviva a tanta crueldad marcada en su cuerpo. Marc y Reny se ocupan del caso y tendrán que averiguar quién es la mujer y quién es el agresor y posible asesino, ya que ella está muy grave y no saben si sobrevivirá. Muestran su foto en los periódicos y en la tele y así logran saber quién es, se llama Sabrina. Finalmente, no supera la agresión y muere; y ahora han de coger al asesino, ¿quién será? Ha dejado fluidos corporales y por ahí empiezan a buscar; dan con él, es ya un violador reincidente, le dan caza y le meten en prisión, lo llevan a juicio y lo condenan a cadena perpetua.

186. AUXILIADORA LÓPEZ PÉREZ DE GRACIA – BRILLANTE Y DORADO Unos dicen que el puente Pulteney fue el lugar escogido para su suicidio;

otros afirman que solo se trataba de una estratagema creada por el asesino. Por desgracia, ninguna de las dos teorías fue cotejada por la policía. El motivo: la falta de cadáver. Ni un pelo, ni un pañuelo, ni siquiera un pequeño rastro de sangre se halló en la zona, a excepción de un reloj dorado con la esfera de cristal rasgada y las iniciales del desaparecido. Nada, esa es la única palabra que hoy en día describe este caso. Pese a que haya quien alegue que hubo dos personas más con aquel caballero, una joven dama y su cochero. Pero, si a alguien interrogas dentro del pueblo, jamás conocerás otra versión que la del joven imposible. Transmitida de generación en generación como un incesante murmullo que no desea abandonar la pequeña ciudad de Bath.

187. AZUCENA MARCOS GARCÍA – HOMBRE MUERTO NO HABLA Doce eran ya las víctimas. Aparecían desnudas, degolladas y sin lengua. Al lado de los cuerpos, escrita con su propia sangre, se leía siempre la misma frase: Home morto non fala. En esta tierra plagada de supersticiones y leyendas, la gente murmuraba: «Pepa A Loba ha vuelto. Busca justicia y los condenados pagarán su deuda». Pero los casos no se resolverían persiguiendo quimeras y tenía que investigar. Llegué hasta una pequeña ermita, edificada en lo alto de una colina. En su interior, encontré al ermitaño que la custodiaba. Esperaba que me diera alguna pista. —Soy el inspector Santos e investigo los asesinatos del lugar. ¿Ha visto algún forastero por los alrededores últimamente? —«Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día». Salmos 35:28 —contestó fríamente. Saqué la pistola y apunté al anciano. Que los cadáveres aparecieran sin lengua permanecía bajo secreto de sumario.

188. BARBARA ALOS SUERO – LA NOVATA AGENTE KELLY Aquel día, Kelly no imaginaba que la visita a casa de su hermana sería el día que lo cambiaría todo. Hacía días ya que no la visitaba; como novata en la policía de LA, tenía poco tiempo libre. Al momento de llegar, notó algo raro, esas fotos mal colocadas en la estantería; siguió hasta llegar a la cocina, donde encontró el cuerpo sin vida de su hermana. Sintió como se venía abajo su mundo, pero, como policía, aunque novata, sabía que tenía que buscar pruebas, tenía buenos maestros, así que fue al primer sitio que llamó su atención, la estantería. Llamó a su jefe, el teniente Clarks, sus años de experiencia le ayudarían mucho; buscaron en toda la casa, sobre todo en esa estantería. Cuál fue su sorpresa cuando hallan una huella parcial; nunca imaginaría quién era el dueño de esa huella. El hombre más buscado por la policía había cometido un error, una huella parcial, y ella, aún una novata, conseguiría atrapar al despiadado asesino en serie, conocido como el Ángel, por cómo posicionaba a sus víctimas.

189. BÁRBARA HERMIDA CARRERA – LAS LÁGRIMAS DE UN ASESINO El capitán Hudson no recordaba cuántas horas llevaba en aquel coche patrulla cuando el 13-44 le sacó de la monotonía; homicidio en el 21 de Salem Street. Respondió al aviso, pero fue Sam Hudson quien llegó a aquella dirección. El camino de migajas rubíes le condujo hasta la mujer, su esposa, que le esperaba tendida en el suelo cubierto de escarcha carmesí. Las lágrimas del esposo cayeron sobre el escenario del crimen. Sin pretenderlo, se vio reflejado en aquellos ojos inertes, y su reflejo le devolvió la mirada; una mirada llena de lujuria, satisfacción y locura. Abrazó aquel cuerpo frío, sintiendo que aquellos brazos ya no devolverían sus abrazos. Pero una parte de él sintió placer al saberse su dueño, su verdugo; sintió el poder de separar el alma de la cáscara a la que aún sostenía. Solo entonces, el capitán Hudson conoció a Sam Hudson. Los detectives escoltaron a su capitán; aquel que lloraba por haberla perdido, sintiendo al criminal sonreír ante el recuerdo de la sangre caliente.

190. BEA HERVÉS ESTÉVEZ – INTRUSA Hacía meses que Alberto había tirado la toalla, pero una luz se encendió cuando volvieron los recuerdos de sus sueños. Disfrutaba anotando lo máximo posible al despertar y releyéndolo cada noche, aunque esos borradores inconexos estuvieran tan lejos de convertirse en su segundo libro. Pero la rutina impuesta por sus sueños se convirtió en pesadilla la mañana en la que Alberto abrió la libreta para escribir y observó una letra que no era la suya. Tras varios segundos sin reaccionar, el pánico se apoderó de él. Ni se parecía a su letra. No la había visto nunca. «Yo no escribí esto», se repetía, descubriendo que esa letra intrusa cubría más de una página. Se levantó a mojarse la cara, mareado; pero nada cambió al volver a enfrentarse a la libreta. Aquellos trazos seguían allí, desafiando a su entendimiento. Quiso calmarse pensando que quizás hallase una explicación entre las mismas líneas que aún no se había atrevido a leer. Encontró el comienzo, cuatro páginas atrás, y respiró hondo.

191. BEA MALORY ANDERSON – NINGÚN CASO ES FÁCIL 24 de diciembre, personas corriendo de un lado a otro, con prisas y sin darse cuenta del mal olor que había en el aire. Todos están demasiados ocupados con sus vidas, ninguno se percata de la realidad, a su lado había un asesino, un asesino cubierto de sangre de su última víctima. 25 de diciembre, todos los agentes se encuentran en el lugar del crimen, el olor a sangre podrida se encuentra en el aire y no deja respirar con normalidad. A unos metros de ellos, en el cordón policial, están todos los chismosos y, entre ellos, está el asesino admirando su obra. Rick mira hacia ellos y se percata de que uno de los ciudadanos allí reunidos tiene manchas de lo que parece sangre por toda la cara; él y Kathy se acercan y descubren que

Rick tenía razón, estaban delante del asesino, pero no podía ser todo tan fácil; al mirar a su lado, descubrieron que al lado del asesino había una persona igual a él. «¡Gemelos!», dijeron con horror, pero cuál de ellos era el criminal y quién era el cerebro...

192. BEATRIZ BERDUGO – JUEGO DE RAZAS Era 16 de mayo de 1989, un día normal en las afueras de California. Un cadáver fue encontrado en la calle, era un hombre blanco, rubio y de complexión delgada. Estaba cubierto por una pintura oscura, más bien marrón. La autopsia confirmó que había sido un asesinato. A partir de ese día, volverían a encontrarse otros tres cuerpos, todos con las mismas características. Parecía un juego en el que probablemente la víctima sería una persona de raza negra y habría sufrido las consecuencias del racismo. No se volvió a encontrar ningún caso parecido hasta el 16 de mayo de 1994, cinco años más tarde. Venganza, simplemente parecía venganza, como si alguien se hubiera enterado de quién era el asesino y le hubiese querido dar su merecido, pero desafortunadamente nunca se encontraron pruebas para relacionarlo con nadie, por lo que, ninguno de los dos casos se llegó a cerrar; siguen abiertos... esperando.

193. BEATRIZ CARVAJAL CASTILLERO – EL COLECCIONISTA DE NARICES —¿Qué tenían en común las víctimas? —preguntó Linda. —La nariz —respondió el detective Morgan—. Todas han aparecido prácticamente sin ella. —¿Sin nariz? —Linda no salía de su asombro. —Lo llaman «el coleccionista de narices» —continuó, aunque no debía dar demasiados detalles—. Al principio, intenté establecer una relación entre las víctimas, para comprobar si las elegía al azar, pero no existe ningún lazo aparente. No son todas rubias o morenas, no son todas delgadas ni familiares; tampoco tienen la misma edad... Solo sabemos que, después de matarlas brutalmente con un mazazo en la cabeza, les arranca la piel del hocico y la pega en una hoja de papel, indicando el tipo de nariz que es. Como si nos dejara una pista... —¿Y cuántos tipos de nariz hay? —inquirió Linda de nuevo. El detective Morgan se quedó pensativo, como si aquella pregunta le hubiera dado la respuesta al enigma que se escondía detrás del misterioso asesino en serie al que intentaban cazar.

194. BEATRIZ GALLÉ CORTEGOSO – LA HUELLA DEL CRIMEN Es una mañana tranquila. Yago, nuestro inspector, observa desde su despacho como todo transcurre con normalidad. No podría ser de otra

forma, después del caso que él y su compañera Helena acababan de resolver. Una mujer de treinta y un años fue encontrada en un parque cercano a la comisaría atada a una farola. Iba vestida con la ropa del trabajo y todavía conservaba su dinero, pues, claramente, no fue un robo. Investigando, supimos que era abogada y trabajaba en un reputado bufete llamado García & Co. Al hablar con su jefa, Sandra García, supimos que discutió con alguien y se marchó. No había huellas, pistas, sospechosos, nada. Pero no todo estaba perdido. No todo había sido analizado. Nos faltaba la farola. Seguía en el parque, nadie la había mirado ni buscado en ella algún rastro. Al mirarla más a fondo, encontramos la huella del secretario, Ricardo Montes. Estudiaron juntos, pero ella tuvo el éxito que él consideraba suyo y la envidió por eso hasta que encontró la manera de vengarse.

195. BEATRIZ MALDONADO – SIN TÍTULO La pluma dorada sobresale del bolsillo de la camisa del muerto. «Envenenamiento», dictamina el comisario Alcocer. «Cianuro», puntualiza. «La cara tan azul como su corbata», explica. Y la nota de suicidio confesándolo todo. De su puño y letra. Todo está claro. Entonces, ¿por qué no está tranquilo? Alcocer se toca nerviosamente la barba. Diez participantes en el Concurso de Escritores del Ateneo, ocho asesinados con la punta de la fina estilográfica clavada en el centro del corazón, ahora en manos de la científica. Mario Villegas, el escritor superviviente, presencia la escena con los hombros caídos. El premio se declara desierto, dicen. «Claro —murmura Mario—. Si no me necesitan, me voy». Alcocer se gira, despacio. Le ve desaparecer entre el caos. Un año después, Villegas gana el Planeta. En la entrevista, sonriente y con una pluma dorada en la mano, anuncia la firma de su libro: Crímenes perfectos. En la comisaría, silencio absoluto cuando Alcocer rompe el cristal de su despacho de un portazo.

196. BEATRIZ MARTÍN CORTÉS – EL CRIMEN PERFECTO El crimen perfecto es ese que no deja pistas, ese que no deja rastros. Ese en el que el asesino se esfuma con el alma de la víctima, como haré yo. Lo tengo todo estudiado, me sé a la perfección todos sus días de rutina, las entradas y salidas y el código de la alarma. Sé tanto de ella que podría decirse que soy su pareja, y quizás algún día lo fui, pero no hoy, no esta noche. Observo mi mano, donde descansa el cuchillo que usaré, no puedo dudar, no ahora después de tanto tiempo esperándolo. Entro y, poco después, ya estoy sentado sobre su cama, con sus ojos perdidos en la nada, vacíos de esa alegría que tenían y su cuerpo sin vida empapado en sangre. Cojo mi pluma, la que ella me regaló, y mojándola en su sangre, que ahora es mi tinta, comienzo a escribir. Siempre quiso ser protagonista de algo y por fin lo haré realidad: ella sería mi nueva novela, la muerta perfecta para la historia perfecta que empieza: «El crimen perfecto es ese que no deja pistas, ese que no deja rastros».

197. BEATRIZ PARRONDO – GUARDIÁN NOCTURNO La fugitiva corre delante de mí mientras pido refuerzos por la emisora, dando nuestra posición a todas las unidades móviles disponibles para que le corten el paso antes de que escape. Esta falsa enfermera se introdujo en una casa y, tras drogar a una anciana, le robó todas las joyas y el dinero ahorrado. Ah, el no pedir referencias nunca. Recorremos dos manzanas sin mirar alrededor mientras sorteamos farolas, personas paseando al perro y coches que nos pitan amablemente por saltarnos los semáforos. El turno de noche siempre depara alguna sorpresa: redadas a narcotraficantes, infiltración en clubes clandestinos, localización de gigolós y prostitución en parques, robos de carros de la compra en centros comerciales. Y otras noches es hacer papeleo sin fin. Mi maldición es sufrir fotosensibilidad; por eso, en mi comisaría yo soy el que trabaja de noche. Mis ojos no toleran la luz del día, y, sin embargo, veo con claridad en la oscuridad. Andrés Villalba, agente nocturno.

198. BEATRIZ RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ – LAZOS La última vez que se vio en esa situación pensó que no volvería a pasar por lo mismo. Pero allí estaba Lola, vaciando los armarios y metiendo su vida con Roberto en una maleta. Todo menos un pañuelo. Faltaban cinco minutos para que llegara el taxi que él mismo había pedido. Lo tenía todo pensado. Antes de irse, pasaría por el salón y lo miraría por última vez. Aunque estaba segura de que él, sentado en el sofá con los ojos muy abiertos, no le devolvería la mirada. Dicho y hecho. —Me voy, Roberto, no volveremos a vernos, no merezco lo que me has hecho. Tú, en cambio, sí te lo mereces. Dos segundos después, sonó un portazo. Y tres horas más tarde, los motores de un avión poniéndose en marcha. —Agente, infórmeme de la situación. —Varón, treinta y seis años, muerte por asfixia con un pañuelo de seda.

199. BEATRIZ TRIANO DIÁCONO – PERSECUCIÓN «¡Corre. Más rápido. Se escapa!». Son las palabras que la inspectora Sam se repite una y otra vez en mitad de la noche mientras persigue al asesino de su padre. Quiere atraparlo, ¡quiere matarlo! No consigue ver su aspecto, ya que lleva capucha, pero sea quien sea está a punto de ser descubierto. Ha llamado varias veces a su hermano, temiendo también por él, pero este no coge el teléfono. Pasan dos calles, tres... hasta que lo pierde de vista. Mientras decide qué camino seguir, oye un ruido. Otro. Vienen de detrás de ella. Sam agarra la pistola, cautelosa, y se gira de inmediato apuntando a la persona a la que le da la espalda, dispuesta a atraparla. Aliviada, ve a su hermano y va a abrazarlo justo cuando observa que lleva en la mano una capucha negra y la misma ropa que el asesino.

200. BEGOÑA PICAZO GARCÍA – EL VIRUS Voy a apagar el ordenador cuando de repente se abre una pestaña en la que aparece una pregunta: «¿Llevas gafas, Jorge?». Mientras contesto, me pregunto qué clase de virus es este y cómo sabe mi nombre. Decido no cerrarlo, la curiosidad humana es el peor enemigo. Ante mí van apareciendo otras preguntas: «¿Dinero, salud o amor? ¿Crees en Dios? ¿Te cortarías una pierna si con eso salvas a tu hermano? ¿Víctima o verdugo?». Por fin me sale la última pregunta: «¿Matarías a tus padres si intentaran matarte? Hay dos opciones: Sí, Sí...». —Hola, Jorge; mi nombre es Marina —me dice una mujer con bata—. ¿Te acuerdas del virus? Fue para probar tu salud mental, a lo mejor así confesabas tus crímenes... Sufres alucinaciones, pero nunca lo admitías; los policías querían medidas rápidas y por eso me llamaron a mí. Bienvenido al manicomio, Jorge.

201. BEGOÑA SÁENZ – EL METRO DE PULLROOT El investigador Phill Malton y la policía científica inspeccionan a un hombre de estatura mediana, cuerpo robusto y cabello castaño que yace sin vida en el andén de la estación. La llamada de un pasajero informando de que un señor se desplomó y permanecía inmóvil alertó a la policía. Presenta cortes en los párpados y tórax, y hematomas en las costillas. Informaba Phill Malton: —A pesar de las duras heridas que se observan en el sujeto, no opuso resistencia cuando fue atacado. El asesino simuló el movimiento de la víctima caminando, pasando así inadvertido, y lo recostó sobre el asiento. Las cámaras de vigilancia tampoco ayudan a identificar al autor del asesinato. Repentinamente, el suministro eléctrico es cortado y permanecen a oscuras. —Os habéis entrometido donde no debíais... —dijo una voz en tono descendente. —Iluminad. ¡¡Rápido!! Se escucharon alaridos acompañados de una estruendosa explosión en el metro que resonaba en el exterior. El pánico inundó la calle.

202. BELÉN CORTÉS PUCHAES – MI BATALLA Las primeras hojas de los árboles comenzaban a caer, y el jardinero se encontraba rastrillándolas. De repente, volvió la mirada en mi dirección y sonrió. Un gran número de criaturas comenzaron a emerger del bosque: ogros, troles, duendes... Dispuesta a pelear, invoqué a mi parte ángel y me coloqué en el alféizar dispuesta a echar a volar en cuanto me brotaran alas. La puerta de mi cuarto se abrió de golpe y tres trasgos me cogieron repitiendo que no era real y que trajeran mi medicación. Otro entró, me pinchó con una aguja y llamó por teléfono. —Lara ha sufrido otro ataque, intentaba saltar por la ventana, la enfermedad ha empeorado.

En ese momento, me fijé en las criaturas y vi que eran enfermeras. Mientras me quedaba dormida, lo recordé todo incluida la esquizofrenia con la que había nacido y de la que era esclava.

203. BELÉN ESTÉVEZ – SIN TÍTULO Estaba viendo Castle otra vez. Sentí como la sangre me subía a la cabeza, ni siquiera se enteró de que yo había llegado a casa antes de lo normal de lo metida que estaba en su serie preferida. Me acerqué al sofá muy despacio sin dejar de mirar la silueta de su cabeza recortada contra la pantalla. Cogí un cojín por el camino y, al llegar al sofá, se lo apreté muy fuerte contra la cara. Mantuve mi agarre contra su cara pese a su resistencia y, cuando sus manos cayeron laxas, me senté a su lado a ver el final del capítulo.

204. BELÉN FERNÁNDEZ MORA – NADIE ES INOCENTE —Por fin te encuentro, Nasicae. Esto termina aquí —dijo Steve. Entonces, empezaron los disparos. Un bidón fue alcanzado y la gasolina comenzó a cubrir el suelo. Finalmente, Steve fue alcanzado y agonizando en el suelo, dijo: —Así que al final te convertirás en aquello que tanto odias y juraste combatir; vivirás como un criminal el resto de tu miserable vida y, al final, te matarán o acabarás en la cárcel. Me satisface ser el causante de tu destrucción; lo que no conseguí en vida lo conseguiré en la muerte. —¿Sabes quién soy? —dijo encendiendo un cigarro. —El agente Nasicae. —No. Mi auténtico nombre es Roger Tagore, ese nombre debe sonarle más a alguien como tú. Esto solo fue una coma en mi vida. Volveré a mi casa y todo seguirá igual. Te enfrentaste a mí y por eso ahora estás muerto. ¿Qué pasa, Steve? A veces las cosas no salen como a uno le gustaría, ¿no? —dijo mientras dejaba caer el cigarro. —Impo... —intentó hablar. Entonces, su mundo terminó envuelto en fuego.

205. BELÉN BULLICH – UNA BALA CONTRA LOS LIBROS Para Diana era imposible imaginar estar en esa situación. Pero en su interior estaba feliz por haberlo conseguido. Cerró los ojos y se dejó caer. Mientras caía, recordó sus adquisiciones en estos últimos años. El primer Don Quijote, el borrador del libro de los hermanos Grimm, la historia nunca publicada del Lazarillo de Tormes... y, por último, el Codex Sinaiticus. Ese fue el que más le costó conseguir. Sonrió. No se arrepentía de nada. Cuando chocó contra el suelo frío, respiró con dificultad. Jamás pensó que una bala pudiera hacer tanto daño. El inspector Scott Green corrió hacia donde estaba el cuerpo moribundo de la pequeña Diana. Aún le sorprendía que una chica

de doce años pudiera haber robado tantas reliquias. Intentó parar la hemorragia que él mismo había causado. No quería que muriera, no siendo tan joven. Diana cogió la mano ensangrentada del inspector Green mientras negaba con la cabeza. —¿Por qué? ¿Por qué los robaste? —preguntó Green. Ella sonrió. —Porque adoro leer.

206. BELÉN CRESPO GARCÍA – OCCISO 13 de noviembre de 2008, Madrid. Sara, como cada mañana de fin de semana, se despertaba cuando la luz de un sol radiante interrumpía en su habitación, salió por un largo pasillo que conducía hasta la cocina para tomarse su café matutino, ese que le recargaba las pilas para llevar esa vida tan agitada que tenía entre la universidad y el trabajo como relaciones públicas de una famosa discoteca de Madrid. Caminaba por el pasillo con los ojos entornados cuando tropezó y se cayó al suelo; de inmediato, notó algo en sus manos, era un líquido espeso, se miró las manos y las tenía empapadas de sangre. Sus gritos cesaron y se quedó inmóvil ante el cadáver de un chico al que no conocía. El miedo se apoderó de ella. A continuación, un huracán de preguntas le vinieron a la cabeza. ¿Habría vuelto a matar?

207. BELÉN ESPINAR CUENCA – CONTROL Tomás había nacido un lunes 10 de enero muchos años atrás, y nada en su vida le había preparado para aquel día. Miedo, ansiedad, angustia, pánico, estrés, excitación, desesperación...; aquellos eran algunos de los sentimientos que Tomás podía notar a su alrededor. La gente solía reaccionar de diferentes maneras ante situaciones como aquella, cuando un chalado entraba en un banco cargado hasta arriba de C4 y con un detonador en la mano. Se preguntó cuántos de ellos tendrían familias, cuáles dejarían seres queridos detrás, cuántos dejarían deudas que ni sus familias sabían que tenían o pequeños animales que esperarían a sus dueños. ¿Su perro Max le añoraría? Sin embargo, todo eso daba igual cuando tenía el poder en aquel lugar. El que ejercía la persona que tenía la bomba pegada al pecho. Sobre todo importante cuando era Tomás quien tenía la mano en el detonador. Tomás había nacido un lunes 10 de enero; era simplemente poético que muriera el mismo día.

208. BELÉN NEIRA BARROS – MADE IN CHINA Felipe inspecciona el escenario del crimen. El cuerpo de la víctima se encuentra en una silla, enfrente del ordenador. La pantalla muestra las escenas de una película de los ochenta: Los Goonies. Por un momento, sigue la peli con interés, es una de sus preferidas; después, echa un vistazo por la

habitación. La típica leonera de adolescente cinéfilo. Los DVD originales se mezclan con las copias piratas. Chasquea la lengua. No puede culparle, el cine es muy caro. En un rincón de la mesa, un pequeño aparato conectado al monitor llama su atención. Es una CPU diminuta, china. El chaval sabía moverse. Al lado del miniordenador, un envoltorio vacío le da la llave del caso. Mira la ficha médica del joven y su expediente académico. Mira también el de su compañero de piso. Tiene al culpable. Felipe explica sus deducciones: el muerto no tenía ni idea de inglés, pero tú, sí. Muy listo al no comentarle que esas chocolatinas que pidió a China contenían cacahuetes. Era alérgico.

209. BELÉN PEREIRA ÁLVAREZ – EL FINAL Me levanté del sofá y, antes de cambiar de idea, me dirigí al cajón en que mi marido Juan escondía su arma. La cogí entre mis manos y la apunté hacia mi cabeza, no había vuelta atrás. Le había matado y tenía que asumir las consecuencias. Apreté el gatillo y el ruido fue ensordecedor... Mientras caía, exhalé mi último aliento y sentí el golpe de mi cuerpo contra el suelo. Sentí también como la tabla de madera sobre la que caía se desplazaba y dejaba al descubierto el pequeño alijo de droga con el que él traficaba. Bueno, mi último acto no solo serviría para librarme de sus malos tratos, también para que él fuese recordado como lo que realmente era: un drogadicto y un camello. Mi familia lloraría, su familia lloraría..., pero yo ya no volvería a llorar más.

210. BELSAH MASCARELL – SILENCIO EN SEPIA Se miraron y acordaron seguir calle abajo sin una palabra. La luz de las farolas iluminaba la calle en sepia, acentuando lo irreal de la situación: trece mil almas censadas y todas desaparecidas. Los coches, aparcados a ambos lados, eran la única prueba de vida. Siguieron avanzando hasta el cruce cuando un portazo les hizo desandar el camino, estallando en aquel silencio sepulcral como un cañonazo. Una carrera reverberó a su diestra, indicándoles el camino. Desembocaron en una plaza, donde focos de aspecto industrial vomitaban la misma luz mortecina. Tres escalones después, se hallaban en medio de aquel espacio, recorriendo el perímetro con la mirada. El portón de la iglesia les esperaba de frente y con una de sus hojas entreabiertas. Voló un disparo y un nuevo acuerdo tácito les hizo salvar las distancias. En cuanto entraron, dieron la misión por cumplida. Habían encontrado a todos los vecinos. Trece mil pares de ojos los recibieron apelotonados desde los bancos, y todos ellos estaban muertos.

211. BERNAT DALMAU – CRIMEN EN LA OSCURIDAD En aquella fría noche de invierno, Juan había liberado todo su odio contra Carlos y, como la cosa se complicó, lo mató. Muy asustado entonces,

se deshizo del cadáver en un bosque cercano y se fue a su casa. Cogió una maleta con algo de ropa y se subió al coche. Luego, recorrió las silenciosas calles de su pueblo y siguió la carretera hasta llegar a la ciudad de Sevilla. Allí fue a un hotel y estuvo un rato pensativo, sabía que nadie lo encontraría nunca y que había sido un crimen perfecto. La mañana siguiente fue a un bar a tomar un café y, cuando volvía al hotel, fue detenido por dos agentes de policía que le habían estado siguiendo. Entonces, se dio cuenta de un terrible error. Se había dejado su móvil en casa de Carlos. Desde aquel momento, sabía que lo encontrarían tarde o temprano.

212. BERTA BERMEJO GONZÁLEZ – CUANDO NO RECUERDAS NADA La luz entra por la rendija de una ventana. La cabeza le da vueltas y no recuerda nada de la noche anterior. Abre los ojos y se le acelera el corazón. Está tumbado en el suelo y está manchado de sangre; por desgracia para él, no es suya. No se lo piensa dos veces: busca el teléfono, pero no está. Durante unos instantes, duda en levantarse; finalmente, lo hace. Inspecciona el piso y decide ir a buscar a la policía. Tiene un estado demacrado y pálido. Parece culpable. El inspector, hombre con cara de pocos amigos, no para de mirarle y repetirle que, si no colabora, tendrán que detenerle. No le creen y él no recuerda nada. Pasan días, semanas, interrogación tras interrogación, terapia tras terapia, intentando recordar algo. La investigación sigue su curso. Finalmente, tras dos meses y veintitrés días suena el teléfono. El inspector Martínez le informa de que han detenido al culpable. Su amigo Pedro, quien había desarrollado una obsesión por él; no lo entiende, pero quiere saber qué sucedió.

213. BERTA FERNÁNDEZ – ÁNGEL CAÍDO Después de semanas sin casos, Rick y Kathy reciben el caso de dos muertes de chicas por sobredosis, dos muertes que se repetían una década después de las anteriores, solo que entonces se encontró al asesino. Estas dos muertas, Rebeca Johnson y Sara Philips, murieron pon una inyección en la ingle de distintas drogas, y fueron colocadas en edificios de Manhattan como si hubiesen caído del cielo. El detective que llevó el caso, Mark Miller, se jubiló después por estar afectado. Cuando Rick y Kathy hablan con las familias, les mencionan que ellas estaban en contra de las drogas e iban a manifestaciones. Cuando Rick, Kathy, Kevin y Javier reúnen las pruebas suficientes, descubren que apuntan al detective. Cuando van a hablar con él, después de una dura presión por parte de Kathy, confiesa que estuvo tan afectado que cuando vio que eran igualitas a las anteriores muertas, sufrió un cambio de personalidad, las secuestró y repitió los crímenes del primer asesino.

214. BERTA GUTIÉRREZ IBARLUCEA – JUGUETE DE CAUCHO Cuando llegan el inspector Ibarlucea y su equipo, la puerta del primer piso letra B está abierta. Los cojines del sofá en el suelo, una silla volcada, objetos repartidos por la estancia y, en el centro de la alfombra, Sol sobre un charco de sangre, con unas tijeras clavadas. Un agente indica que acaban de encontrar al perro de la muchacha deambulando por la cuarta planta, un schnauzer gigante. Tras inspeccionar, afirma contundente: «Aquí no hay asesinato. La señorita llega de pasear a su perro —por la correa tirada en el suelo junto al muñeco de caucho que acaba de comprar en alguna tienda—. Al cortar la etiqueta, el perro se pone nervioso reclamando su juguete. La empuja, tropieza con la alfombra y la silla y cae, clavándose la tijera en el pecho. El perro abre la puerta desde dentro al ver a su dueña en peligro y huye».

215. BERTA MARCH PUJOL – LECHO La neblina del callejón me dificultaba la visión. Sabía que ella estaba ahí, escondida. Alba. Podía oler su miedo, estaba tan cerca... rozaba mi destino con la punta de los dedos, lo notaba, como una suave caricia. En aquel callejón, había solamente un lugar en que poder esconderse, y sabía dónde su corazón desbocado se escondía. La pistola que llevaba en la mano me pedía a gritos que la liberara. Fijé mi objetivo en el escondite y me dirigí hacia allí. Ella estaba con la cara entre las rodillas, y cuando me vio aparecer, sus ojos se llenaron de lágrimas y con la voz temblorosa, acertó a decir: «Por favor... No lo hagas...». Se cubrió la cabeza con las manos, aunque creo que acertó a ver mi cara de satisfacción y la sonrisa de medio lado. Apoyé el cañón en su cabeza. Un solo disparo y su cuerpo se desplomó.

216. BEVERLY DELUNA – LA SALIDA David intenta escapar, acelera por la solitaria autopista nocturna, dos patrullas le siguen muy de cerca; una tercera patrulla se une a la persecución. David y Ariadna se ríen de los policías, van en un coche robado. Cuando se dan cuenta de que tienen que les persiguen, cesan las risas: —Lo siento, amor —dice David, y echa del coche en marcha a Ariadna. Esta cae a toda velocidad, el primer coche no puede esquivarla y la arrolla a su paso; se detienen. El agente Bellon y el agente Neira bajan del vehículo: —Cabrón, qué listo, con el atropello se pierden el testigo y las pruebas. Las demás patrullas se alejan; se escuchan las sirenas a lo lejos.

217. BIANCA RIVERA XANDRI – SE APAGARON CINCO ESTRELLAS El teléfono sonó de repente en mi despacho; eran las 2 de la madrugada, era un 462, un homicidio múltiple, teníamos que presentarnos en la escena del crimen con la mayor brevedad. Era una gran mansión; al atravesar la

puerta, ya notabas la frialdad que había en esa casa, se podía respirar el terror, olía a hierro, es el olor de la sangre. Cinco hijos, los cinco muertos, uno en cada habitación, y, como guinda del pastel, la madre se suicidó en la bañera. Su última cena fue un bote de pastillas con champán; ahora tendríamos que saber si fue realmente un suicidio. ¿Alguien mató a los hijos y la madre? ¿O simplemente se trataba de otra mujer trastornada por el dinero en el lujoso barrio de Beverly Hills...? Teníamos mucho trabajo esa noche.

218. BLANCA MACAZAGA – SIN TÍTULO Silencio. Lo único que lograba oír eran sus pisadas sobre el suelo de madera de la entrada; el resto era silencio. El detective comenzó a subir las escaleras, pistola en mano. Cuadros antiguos, cuyas escenas idílicas le recordaban a cómo encontraron los cadáveres, adornaban las paredes. Una sátira grotesca del trabajo de aquellos artistas. Todas mujeres, todas menores de dieciocho años; era como si el asesino quisiese robarles la juventud, aquella vida que nunca sería disfrutada. El forense las había revisado, todas las muertes habían sido por estrangulación. Habían interrogado a padres, amigos, profesores. Ninguno culpable. Hasta que lo hallaron, un pequeño desliz, un hilo de esperanza para dar fin a su reinado de terror. Llegó al final de las escaleras, y cruzó el pasillo hasta la última puerta. Una antigua moqueta silenciaba sus pisadas. Agarró el pomo de la puerta y lentamente lo giró. Escuchó el crujido de la puerta al girar. Su respiración se aceleró: «Imposible».

219. BLANCA MARÍA MONTERO CANDELA – CRIMEN EN LA ACADEMIA Una mañana más, dispuesto a entregarlo todo por el trabajo. La detective estaba esperándome en la escena. Esta vez, el crimen había sucedido en la academia de policía. Es curioso que un asesinato tan brutal tenga lugar donde se forja la futura protección ciudadana. Al llegar, todo el equipo se encontraba allí, y muchos habían comenzado sus tareas. Observando la estancia, descubrí que se trataba de un crimen caótico, el asesinato de un joven provocado por varias puñaladas irregulares. El muchacho había muerto desangrado, pero con los órganos vitales intactos. La primera teoría apuntaba a un crimen por parte de un primerizo. Un agente se dirigía a interrogar al alterado compañero de habitación de la víctima, un chico tímido procedente del mismo pueblo escondido a miles de kilómetros de distancia. Estaban en época de evaluaciones y se notaba que no había dormido. Sé que un crimen como este no puede resolverse en un solo día, pero también sé que algún día se sabrá toda la verdad...

220. BORJA BILBAO – LIMPIEZA A DOMICILIO

—¡Vaya masacre se ha producido aquí! —decía asustada Angie, con un acento marcadamente latino. —Tanto dinero en acciones y viviendo a todo trapo para morir así — quien lo decía no era otro que su compañero Sam. —Seguro que has mirado en internet todo lo referente a la víctima —le interpeló Angie. Y es que Sam era un friki de los ordenadores y le gustaba estar al tanto de todo. —¿Tú qué opinas, Marcus? —dijeron casi al unísono. Marcus era el joven del grupo y sufría de síndrome de Asperger. —Ha sido la mujer con un bate de lacrosse. No dijeron nada. Los tres eran del servicio de limpieza tras un crimen de la ciudad de NY. Días más tarde, Rick, Kathy y su equipo detenían a la mujer; le había matado con un bate. Cómo lo hacía Marcus, nadie lo sabe.

221. BORJA CALLEJAS – MARA Escucha cómo la muerte se desliza por su garganta, abrasando la tráquea oprimida. Silencio. Dos cantos perfectos, con sendas espirales azules sobre los ojos inertes. Así debe ser. Y así será una y otra vez. —Bien, señor Price... —Mara —me corta el detenido. —Señor Price; Hannah, Susan, Emma... ¿Por qué toda la parafernalia? —Verá, agente Adams, la escena es lo único que importa. Esas pecadoras... —Ya, pecadoras, bien. Pero usted encarna una figura pagana si no me equivoco. —Hay cosas que no pueden entender, cosas ajenas a su comprensión. Algo falla. Este tipo es idiota. No podría orquestar un asesinato tan exquisito ni de coña. Joder, eran casi obras de arte. Pero las huellas... —Y Virgil... Por fin. —¿Qué significa, Price? Ya lo mencionó en comisaría. —Virgil es... Un zumbido me rasga el tímpano y veo el orificio en la frente de Price. Hay sangre por todas partes. Suena mi móvil. Descuelgo: —Hola, Adams. Soy Virgil. ¿Está preparado para bajar a los infiernos conmigo?

222. BORJA HEREDERO CASTAÑA – CLASTER Hace frío. Bajo la lluvia levanto la vista del maletín y observo. Creo que no me ven. Creo que ya no me siguen, pero quién sabe. Creo que podría continuar, pero también esperar algo más. El agua me está calando hasta los huesos; los disparos, la sangre y el arrastrarse me han deformado el chaquetón, pero tengo lo que había ido a buscar, lo que mi obsesión me había hecho comportarme de aquella manera. Hacía tiempo que toda esa locura me parecía un guion escrito sin demasiado acierto ni interés. Como el

de ella. Todo esto era por ella, por ella y su jodido maletín. Echo otro ojo al mal iluminado callejón. Apenas puedo enfocar. Y el frío me sigue haciendo mella. Inunda mi cuerpo, obligando al poco calor que me queda a escapar por mi boca entreabierta. Ya nadie me esperaría en el trabajo, puede que ni ella me esperase ya. Aunque sí esperaba el maletín. Decido salir. Tal vez debería haber mirado algo más. Quién sabe si habría visto el cañón del arma apuntándome.

223. CANDELA SOLANES BUJ – JUSTICIA INJUSTA El resplandor metálico y el «trueno» de a continuación hicieron que Ian supiera que la muerte venía a por él. Frío era todo lo que sentía... Muerte era todo lo que aquel monstruo era capaz de dejar tras de sí. Si, al menos, con la suya conseguía justicia por todas esas inocentes a las que la vida les fue arrebatada solo por un macabro juego del destino, se sentiría realizado no solo como policía, sino también como ser humano. Asió su arma, apuntó y disparó. Silencio al fin... Cuando vio su cara de sorpresa y dolor, a la vez que este caía al suelo, le rogó a la muerte unos minutos más para contemplar su obra. Por fin, el mundo se había librado de uno de sus peores males. Mientras la muerte venía a por él, pudo ver cómo esas víctimas le sonreían agradecidas.

224. CAOBA LLAVE – PRUEBA GENÉTICA Sabía que había un fallo en el caso desde que entregó al acusado, y a la detective Carlota Alnova no le había fallado su instinto en toda su carrera, pero... todas las pruebas encajaban, había una testigo e información tanto forense como genética; no faltaba nada y, aun así, le llenaba por dentro un sentimiento de frustración y descontento que no podía explicar. Ese sentimiento perduró en su conciencia hasta que su pelo se volvió cano, sus movimientos torpes y su respiración, artificial. Cuando menos lo esperaba, apareció la doctora que testificó en contra de su marido en aquel tortuoso caso hacía años. Solo formuló una frase: —Yo, al ser mujer, no puedo ser diagnosticada sociópata; al contrario que mi marido. Le acusé y, con parecer débil y humilde, me creísteis y encarcelasteis a la persona equivocada. La ya anciana mujer se levantó y pulsó el botón de apagado antes de salir, dejando a la detective un último minuto para, en silencio, llorar por el inocente que había condenado.

225. CARLA GARCÍA CARDENAS – SEÑALES DE LA CABRA Fría y lluviosa noche. Sara Thomas viviría algo que cambiaría su vida para siempre. En las escaleras del metro estaba tirado el cuerpo de una mujer, sin ojos, con unas extrañas marcas talladas con un cuchillo en la cara y una

cruz hecha a fuego en su pecho. Era espantoso, lo más espantoso que había visto Sara en su vida; quedó en tal shock que después de vomitar solo le salió un grito ensordecedor y horrible que salía de su alma. Tan estruendoso fue el grito que asustó al dueño de una tienda de la calle. Al llegar, se quedó tan asustado como Sara, pero reaccionó y sacó a Sara de las escaleras en las que estaba tirada llorando y llamó a la policía. Ellos tuvieron claro que el asesino en serie apodado la Cabra siempre organizaba asesinatos rituales, de los que el propio Satán se sentiría orgulloso.

226. CARLA GRANDE – MIRADA ASESINA Me acerqué sigilosamente con el cuchillo en la mano. Me detuve cuando me miró. Vi sorpresa en sus intensos ojos verdes, aquellos que me habían dejado sin palabras la primera vez que los vi. Sus labios carnosos estaban entreabiertos, incapaces de articular ningún sonido audible. De un solo movimiento, seccioné con fuerza su garganta; sosteniéndola por los hombros, la posé suavemente sobre la gélida superficie. Una pequeña y solitaria lágrima se deslizó por su pálido rostro. La miré esperando encontrar miedo, pero tan solo vi mi reflejo, su mirada ya no mostraba sentimiento alguno. En ese instante, todo se detuvo, advertí las ruidosas sirenas en la lejanía. Extenuado y con el rostro salpicado con pequeñas gotas de sangre, me dejé caer al lado de su cuerpo inerte, esperando el tan deseado desenlace. Sentía que ese era mi momento, todo estaba a punto de acabar, o de empezar.

227. CARLA RIBERA BLANCO – A OSCURAS Sucedió... a oscuras. La puerta de la entrada crujió. Un ruido pesado, sordo, se arrastró desde la entrada hasta el pasillo y, a tientas, busqué la lámpara de la mesilla. Presioné el interruptor. Negrura absoluta. Temeroso, abandoné la cama..., con los nervios punzándome la nuca y un cosquilleo en los dedos. Un zumbido agudo, penetrante, me atravesaba los oídos. Era el corazón. Un eco de pasos se detuvo frente al dormitorio. El picaporte giró, la puerta chirrió. El silencio dio paso a murmullos desconocidos, a suspiros ahogados; afuera un perro ladraba, un coche aceleraba y el viento golpeaba mi ventana. Un sudor frío me sacudió la espalda. El espanto despedazaba mi cordura. Y, de pronto, vislumbré el inconfundible resplandor metálico, brillante, del cañón. El zumbido en mis oídos se hizo más intenso y claro, tanto como el percutor al accionarse. Una inspiración, el chasqueo del cargador, una espiración y, de la nada, un pálido fulgor que iluminó la estancia. De nuevo, oscuridad.

228. CARLES SANTACREU MANUEL – AL ACECHO El silencio se apoderó de esa casa en penumbra y solo se rompía con el silbido de una mujer, que, ausente y relajada, se había dejado acompañar por

esa paz, absorta, en un sofá. Por su espalda, una amenazante sombra urdía algo y, sigilosamente, iniciaba en complicidad con aquel entorno el ataque con la autoridad y frialdad propias de una persona muy capaz para aquella acción. Portaba algo afilado, acaso un punzón. La paz se iba a romper pronto en ese lugar. Pese a ello, la mujer seguía relajada, completamente ausente y alejada de esa realidad que iba a golpearla sin dilación. De repente, oyó un ruido, seco y estremecedor. Palideció. Los ojos le explotaban. Oía cómo su corazón bombeaba cada vez más fuerte. Ella creyó desvanecer por el shock y miró atrás para observar el inminente, frenético y duro ataque. Ian, su hijo, acababa de pintarle toda la pared.

229. CARLOS CARRETERO – SOLO ANTE EL PELIGRO Una fría gota de sudor resbaló por mi frente hasta caer en el polvoriento suelo de hormigón. Tenía que pensar rápido. Alrededor, yacían inmóviles todos mis compañeros. Estaba solo, completamente solo. Sentí como mi estómago se encogía y mi corazón se aceleraba de tal forma que me impedía distinguir un latido del siguiente. En ese momento, escuché el sordo sonido de unos pasos. Saqué el cuchillo y, al notar el calor de un aliento en mi cabeza, me abalancé sobre su cuello. Dejé el cuerpo atrás y avancé con sigilo. Solo uno más. Me asomé con cautela tras una enorme caja de madera. Ahí estaba, de pie, vigilante, pendiente de disparar al mínimo movimiento sospechoso. Era la hora. Rodé sobre mi espalda mientras mis dedos se deslizaban por la cartuchera desenfundando mi pistola. Quedé de rodillas frente a él y le abatí con un certero disparo. Al instante, una multitud de focos me cegaron. Ahí supe que era el fin. No había nada más que hacer. Las pruebas para inspector habían concluido.

230. CARLOS CIVICO CASTELLS – EL ASESINO ROJO Los expertos en criminología dicen que un asesino siempre vuelve a la escena del crimen, y yo no iba a ser la excepción. Efectivamente, allí me encontraba, detrás de una cinta verde y blanca en la que se podía leer: No pasar, línea de policía, observando qué pasaba alrededor de mi ópera prima, de mi gran obra de arte. Había conseguido crear el caos, el horror y la incertidumbre, solamente por venganza contra un inspector y un teniente que arruinaron mi vida. Veía como entraban y salían policías de la escena del crimen, uno más horrorizado que el siguiente, y yo, expectante, saboreaba cada momento y disfrutaba de cada cara horrorizada. Era casi perfecto, pero todavía faltaban los personajes principales. Y al final, aparecieron, el teniente De la Reina y el inspector Castillo. «Esto va por ustedes, espero que os guste mi obra». Y con ese pensamiento, una sonrisa torció mi rostro, me giré y me encaminé en dirección a mi refugio, pensando ya en mi próxima obra de arte. Soy el asesino rojo.

231. CARLOS FUERTES – RUTINA Y como de costumbre, me levanto, me pongo el reloj, me visto, me tomo un café rápidamente y salgo de casa. Al llegar al lugar de los hechos, una luz anaranjada que me indica el final del día y deja entrever debajo de unos columpios mi próximo caso de asesinato. Y es algo rutinario, porque ya son cuarenta años.

232. CARLOS GONZÁLEZ – EL ASESINO CULTO Protagonistas: Joham y Serena, pareja de recién casados en luna de miel. Un guiño a La fiebre del heno, de Stanislaw Lem; una anciana busca resolver el dudoso suicidio de su único hijo durante su luna de miel en Europa. Un anónimo benefactor invita a la pareja a un viaje por el viejo continente con la única condición de traerle una serie de souvenirs sin aparente relación. La pareja termina por ceder a la anciana, que se oculta detrás de un abogado que anónimamente la representa. La pareja, de viva imaginación, durante un juego de despropósitos que practican entre ellos, se sorprenden encontrando paralelismo entre su viaje, la novela de Lem y ellos mismos; como en su juego, deciden seguir los pasos hasta que por azar tropiezan y consiguen identificar a un asesino profesional que se inspira en la obra de Lem para que sus trabajos parezcan suicidios o muertes accidentales.

233. CARLOS MARÍN MARTÍNEZ – LA MUERTE INVISIBLE Como todo gran detective, siempre he soñado con resolver un caso de aquellos que suelen llamar «perfectos». En los treinta y tres años de mi carrera profesional, no he conseguido encontrarme con ninguno, tal vez sea mi destreza para resolver crímenes lo que lo ha permitido. Vivo solo, no tengo familia desde que murió mi esposa, en un apartado y secreto búnker que mandé construir, ingenuo de mí, en caso de un hipotético y absurdo apocalipsis zombi. Hoy se me ha ocurrido una locura: crear el crimen perfecto. Para ello, comencé a enumerar mentalmente, como si de una receta se tratara, los «ingredientes» que necesitaba. He estado intentando encajar las piezas hasta dar con la clave, durante horas y horas, con tanta concentración que se me olvidaba hasta el hambre y la sed. De repente, como si la diosa Minerva me iluminase, lo vi todo claro. Cogí mi Bodeo del 89 y acabé con mi vida. Nadie va a investigar mi muerte, porque no me van a encontrar, y nadie va a preguntar por mí.

234. CARLOS MEDINA NAVARRO – SIN TÍTULO Estaba viendo la televisión cuando escuché un grito en el piso de arriba que se diluyó rápidamente. Preocupado, dejé la televisión encendida y subí rápidamente. Toqué al timbre y salió un hombre al que no había visto nunca. Le vi un gran parecido a mí mismo. Le pregunté si todo iba bien y me dijo

que sí, que estaba viendo la televisión, pero miré por encima de su hombro y vi que la televisión estaba apagada, lo cual me extrañó. Volví a casa y llamé a la policía. Llegaron junto a una ambulancia. Bajaron con un cadáver, el cual parecía ser de una mujer. Le pregunté al policía por aquel hombre, pero me dijeron que no habían visto a esa persona. Se fueron y entré a mi casa para contárselo a mi mujer, percatándome de que tenía sangre en una mano, pero solo encontré más sangre y mi televisión apagada.

235. CARLOS PALOU – EL ASISTENTE DE RICK Rick abrió la puerta de su apartamento llevando una gran caja. Al verlo, Kate le preguntó: —¿No ibas a entrevistar a un asistente para que te ayudase? Rick, con una sonrisa, contesto: —Es lo que he hecho. He estado en la tienda de nuevas tecnologías de la Quinta Avenida y, después de un interrogatorio de una hora, he comprado a Nao. Como ves, es un pequeño pero inteligente robot de Alde Robotics, que habla once idiomas y está conectado por internet a la IA más potente del mundo. Es capaz de buscar en todas las bases de datos del mundo y responder a las cuestiones más complicadas en milésimas de segundo. Kathy dijo: —Pero no puede acompañarte a ninguno de los escenarios de los crímenes, por lo que no te podrá ayudar. Rick, con el robot desembalado y puesto sobre la mesa, le contesto: —Te presento a Nao, reconoce mi voz, solo habla conmigo y estará permanentemente en contacto mediante el móvil. El teclado y los ordenadores son historia ¡Estamos en otro nivel!

236. CARLOS PINEDA GARAYCOCHEA – OCULTO Dicen que no tiene piedad, que el dolor de sus víctimas es lo que le motiva a realizar sus actos, dicen que merodea desde las sombras, acechándote, siguiendo tus pasos hasta el momento en el que no seas capaz de escapar. Dicen que es paciente, arrancando capa a capa la humanidad de sus víctimas hasta dejarlas hechas una masa informe, ahogando llantos, gritos y gemidos de dolor con sus risas morbosas. Dicen muchas cosas del asesino del puerto y todas son suposiciones por los restos encontrados, mitos que se ha inventado la gente. Hoy sabré cómo actúa, hoy te tengo delante, pero me temo, al ver la oscuridad en tus ojos, que no viviré para contarlo; no puedo escapar, y cada paso que das hacia mí me hunde en el horror y la desesperación. De pronto, un haz de luz nace de las sombras y veo el machete un segundo antes de clavarse en mi costado... Tu historia seguirá con un «dicen».

237. CARLOS RIVEIRO DE LA PEÑA – ORO PARECE... Muelles. 00:30. Un barco llega con un valioso cargamento. La tripulación descarga diversas cajas y durante el proceso se ven sorprendidos por una banda de ladrones armados que, sin dudar ni un ápice, acaban con todos ellos, salvo uno, Trevor Neils, que se oculta colgado del muro hacia el mar. Cuando los ladrones se han llevado su botín, Trevor avisa a las autoridades del suceso. Poco tardaron en llegar al lugar de los hechos, pero Trevor ya no estaba allí. El detective, Jules Grimes, no entiende nada, ni las pistas allí halladas ni nada. Tras una trama inimaginable de desconcertantes pistas inconclusas, Grimes decide pedir consejo al alcalde, que no duda en contactar con Rick y ponerle al día sobre el caso.

238. CARLOS SOLANA CONTRERAS – TRIÁNGULOS Cuando Franck abrió el cajón donde guarda su arma, descubrió la nota manuscrita. Un escalofrío recorrió su espalda al leer el contenido. Como un cubo de agua helada impactando en su cara, el recuerdo de aquel caso volvió a su mente desde el oscuro rincón donde Franck lo mantenía encarcelado. La imagen de la rubia platino desnuda sin vida a la que habían arrancado la sección triangular de la piel del pubis se instaló de nuevo en su retina. Solo sus muchos años de servicio habían conseguido borrar aquel recuerdo de su primer caso como inspector. El hecho de que no hallaran nunca un sospechoso y que no se volvieran a encontrar víctimas con el pubis seccionado le hizo pensar que aquella era una partida que, aunque inconclusa, estaba ya ganada. Ahora, sentado en su despacho, le dominó el desconsuelo de saber que el rival jugaba con paciencia a un póker cruel en el que las cartas malas siempre están en tu contra. La nota decía: El círculo de los triángulos no se ha cerrado aún.

239. CARLOS SOTO ALONSO – EL CRIMEN DE LA CRUZ Todo empieza en una pequeña ciudad llamada Jerez de los Caballeros. Una pareja descubre el cadáver de una mujer crucificada en la cruz de la torre de una de las iglesias del pueblo. El detective de la Policía, Jesús, y sus ayudantes, Francis y Manuel, descubren que fue asesinada clavándole un cuchillo en el corazón. Investigando, descubren que dicha mujer estaba separada y con problemas psicológicos, tomando antidepresivos. Después de interrogar a su expareja, se dan cuenta de que todavía sigue enamorado y no sería capaz de matarla. Por casualidad, les llegan unas fotos donde la víctima se veía muy cariñosa con su psicóloga. Después de ver las fotos e indagar, descubren que ella no estaba enamorada, un móvil sólido para matarla. Más tarde, interrogaron a la psicóloga, la Dra. Patricia; dos horas más tarde, lo confiesa todo y es encarcelada.

240. CARLOS SUÁREZ–MIRA – DOS BALAS DE UN COLT De la comisura de sus labios pendía una grisácea colilla. De su Colt phyton plateado, calibre 357, un humillo azulado ascendía al encuentro de las lágrimas que se deslizaban lentamente por un rostro antes enrojecido de ira. Sus blancas manos habían acariciado por última vez aquellos cabellos ensortijados, negros como una noche de octubre, largos como un día en soledad. Una soledad que nunca quiso, pero que siempre lo persiguió. Esta vez le había alcanzado. Rosa se había ido. Sus labios rojos quedaron amoratados en un instante. Nunca más darían besos furtivos. No más susurros al oído. Cuántos secretos quedarían definitivamente atrapados en aquella boca libertina y divertida, cercana pero fría, alegre aunque sombría. Todos menos uno. El nombre de su asesino. Asesino de su amor y asesino del destino. Una bala para su dolor y otra antes para el mío.

241. CARLOS TORRALVA – ELLA Como cada día, esperaba el momento de verla pasar por delante de su trabajo; era portentosamente bella, caminaba segura y con brío, no podía dejar de mirarla. Ella se paró en el cruce para dejar pasar un vehículo que pasaba muy despacio. Él no podía creer lo que estaba viendo, la puerta corredera se abrió y engullo a la chica en unos segundos, tiró al suelo lo que tenía en las manos y salió a la carrera del local hacia el cruce; al llegar, pudo ver el coche que se alejaba deprisa, era color oscuro, no acertó a ver el modelo, pero sí la matrícula. Inmediatamente, se la apuntó en la mano y se dirigió tembloroso hacia la verdulería, dispuesto a llamar a la policía; al entrar, se quedó atónito. Ella estaba junto a la caja.

242. CARLOTA ESTEBAN – SIN TÍTULO Aparco enfrente de un edificio ruinoso. Delante de mí hay un cordón policial y varios agentes hablando entre ellos. Paso sin decir nada y me dirijo a la segunda planta. En su interior, me espera John, el agente en prácticas. —Todo apunta a que es un suicidio. —¿Estás seguro? —Creo que sí, señor. Me dirijo al cuarto donde aparece el cuerpo de una mujer de unos treinta años encima de la cama. —Hemos encontrado pastillas y una botella de alcohol por el suelo. Me acerco más y me pongo a observar el cadáver: sus ojos están abiertos exageradamente, su mano derecha agarra un bote de pastillas con demasiada fuerza y... Bingo. —¿Crees que en un suicidio como este habría sangre? —le pregunto. —¿Perdón? —Mira debajo de la cama. El chico me mira raro, pero obedece. —No creo que haya... —Se levanta rápidamente del suelo y me mira

sorprendido. —Que le den la vuelta y que venga la forense —le ordeno a otro policía. —¿Cómo lo ha sabido? —Hay cosas que simplemente se saben.

243. CARME CASTRO – SECRETOS Con cuidado, colocó la pistola en la mano sin vida, apuntando a la cabeza ensangrentada, la soltó, dejando que el arma cayera al suelo de cualquier modo. Cuando se descubre el cuerpo, y el jefe de policía, Roberto Alcalá, se hace cargo del caso, se confirma la muerte de Óscar Fuentes, hijo del empresario Salvador Fuentes (desheredado al reconocer públicamente su homosexualidad) y hermanastro de Isabel, esposa de Roberto Alcalá. Entra en el apartamento estornudando. —Salud. —Gracias, Pepe —responde distraídamente. Avanza descuidadamente hacia el cuarto de baño y retira un frasco de antihistamínicos del armario. Había olvidado que lo puso allí la primera vez que estuvieron juntos. Y cuando al fin se decide a acercarse al cuerpo sin vida de Óscar, el deseo de besarle, de acariciar su piel por última vez, es tan acuciante que le duele el alma. No debe, no después de haber borrado cualquier rastro de su presencia.

244. CARMELO DOMINGO ALONSO MARTÍN – CONVICCIÓN CRIMINAL El apartamento respiraba paz. Un maravilloso espejo dorado flanqueaba la entrada reflejando el acogedor espacio justo en el centro de la ciudad. El Ave María de Bach resonaba por la vivienda; el inspector se acercó al despacho y apagó el equipo. —¡Inspector García! —le avisó el sargento Cruz desde la habitación. Encima de la cama, el cadáver solo mostraba una limpia puñalada en el costado mientras la sangre goteaba aún sobre el parqué desde el colchón. —¿Un crimen pasional? —preguntó el inspector. —Su familia está de viaje, inspector; se presentarán mañana por la mañana en comisaría. —Señor Juan Cruz, si no es un amigo, será un bondadoso enemigo. Fue una dura mañana para el inspector. En la universidad, nadie parecía tener ninguna disputa con el recientemente fallecido profesor. Ahora, frente al espejo, el inspector García perecía un tipo abatido. «Sin Bach, Dios sería un personaje de tercera clase». Las palabras de Cioran resonaron en su cabeza. —¡Un crimen dogmático! —gritó.

245. CARMEN ARA – LA MUERTE DE UN TELEOPERADOR

Un teléfono sonaba, pero nadie atendía la llamada. Era un puesto independiente con su CPU, teclado, ratón y pantalla de trabajo, como todos los que había en aquel call center. En todos aquellos puestos había una persona hablando, mientras miraba la pantalla y tecleaba con frenesí a la par que movía el ratón. Sin embargo, en ese puesto seguía sonando el teléfono, pero el agente no respondía a la llamada. Su jefe directo se acercó para amonestarle y se quedó petrificado al descubrir que el agente estaba muerto y en la pantalla había un mensaje: ¡Estás despedido!, y en la mesa una nota con un nombre: Capitals Mobile... Y Rick dijo: «¡Eureka!».

246. CARMEN CAZORLA – PLÁSTICO MORTAL Recibí esa llamada que me dice que ha quitado una vida más de la Tierra. Este crimen no era como todos los demás: en el museo NYM, en el armario de los abrigos, estaba colgado de una percha el secretario Genry Cotts. Acudieron su mujer bibliotecaria Lana y su hermano Henry. Dijeron que era un desastre, tenía más enemigos que amigos. Lo encontramos, estaba ahí el vídeo que lo solucionaría. La forense descubrió que lo que había matado a Cotts era un plástico: la percha. Nadie había sabido descifrar el vídeo: había una serie de letras, pero nadie sabía qué significaban. Yo sabía lo que significaba el vídeo: Gerónimo se refería al libro infantil y M a museo: la biblioteca infantil del NYM. Lana era la asesina. Estaba engañando a Genry con su hermano, lo mató para no desprestigiarse. Una vez más se hizo justicia. La inspectora, Starly Star.

247. CARMEN CUEVAS GRANADILLO – SIN TÍTULO El comisario Herrero llega al lugar del crimen. El forense, junto a una mujer que yace en la ducha, le informa: «Electrocutada, lleva cinco horas muerta». Su hija, histérica, explica a los agentes y sanitarios que llegó del trabajo a las 14:00 y encontró el cuerpo. En ese momento, suena el móvil de la víctima, era su pareja, le informan de la situación, acto seguido entra un gato, que sube a la repisa donde estaba la radio, causante de lo que parecía un accidente; el agente toca la superficie y nota algo que parece grasa, le huele a comida de gato. Le preguntan a la hija, ella dice que su madre no cierra la puerta cuando se ducha, investigan el móvil de la víctima y ven numerosas llamadas de su hija; llega la pareja de esta, él está desconsolado y la hija entra en cólera, tienen una sospechosa.

248. CARMEN DEL CORRAL – EXPOLIO FALLIDO La cuerda de la polea ya tensa subía el ancla romana de quinientos kilogramos. Carlos apuraba a la gente que tenía en tierra, mientras él desde el agua guiaba la operación. El cabo Ramírez de la Guardia Civil recibía por

radio las coordenadas donde se estaba efectuando el expolio. Pedía refuerzos para la detención de la banda organizada, que estaba actuando desde hacía meses por las aguas del Mediterráneo. Con el ancla ya en el camión y una sonrisa de satisfacción en la cara, Carlos se dirigió a la cabina donde ocuparía el lugar del copiloto. Antes de poner un pie en el primer escalón, vio como sus hombres cargaban las ametralladoras y rodeaban el camión para su defensa. Poco tiempo le dio a reaccionar antes de sentir como el brazo le quemaba. Había recibido el primer disparo por el Cuerpo Especial de Asalto de la Guardia Civil.

249. CARMEN DEL RÍO RODRÍGUEZ – BRAM Siempre le había fascinado ese libro. La portada terrorífica, con el murciélago saliendo del cielo oscuro; le daba la impresión de que volaría hacia ella mientras dormía y le chuparía la sangre. Nunca se olvidaba de poner el libro boca abajo en la mesilla. Y soñaba con él, aparecido a los pies de su cama mientras le hablaba en sueños susurrando que sí, que ella era su princesa eterna, y se acercaba a su rostro, y ella sentía su frío aliento cerca del cuello. «¡Ale, levántate!», grité. No se oye ruido. Abro la puerta y lo noto. El frío de la mañana en mi cara, veo la ventana abierta, y con el rabillo del ojo la veo... Bueno, no veo nada, la cama vacía, y mi niña... ¿¿Dónde estás, Ale?? El libro continúa en la mesilla de noche, como siempre, boca abajo, para que no se escape el murciélago.

250. CARMEN EZQUERRO – CLARO DE LUNA Un ardor intenso en la nuca lo despertó como un jarro de agua fría. De su espeso bigote todavía emanaba el cítrico olor del cloroformo. Intentó moverse para averiguar dónde se encontraba, pero su cuerpo, tendido sobre una camilla, estaba sujeto por correas de cuero. Del pasillo provenía la más perfecta interpretación a piano de Claro de Luna, la cual le hacía presagiar su oscuro final. Su mente, al contrario que su cuerpo, vagaba entre especulaciones. Y al fin comprendió. Había dado con el asesino. Logró desenmascararle. Aunque, allí tendido, aferrándose a sus últimos suspiros de vida, entendió que la verdad sobre el Pianista jamás saldría a la luz. Pero su cuerpo se llenó de gozo. Había conseguido resolver ese entramado de pistas con tintes clásicos. Y ahora, una ahogada sonata calmaba con una triste agonía sus últimos anhelos antes de morir. Él era la última obra de arte de su propio asesino. Y no hay mejor forma de morir que teniendo a Beethoven como melodía de cierre.

251. CARMEN GUERRERO RIVERO – LA SOMBRA Julie Simons regresaba a casa tras una agotadora tarde de estudios con su compañero de clase, Richard Brackford. La tarde era tranquila, sin coches que

pasaban, ni niños que jugaran. Pero nada más girar la esquina, alguien agarró fuerte a Julie y la dejó inconsciente. Unas horas después, despertó en una vieja nave abandonada atada de pies y manos con la boca amordazada. Tenía heridas y sangraba. De repente, una persona se acercó a ella. No pudo identificarla, ya que iba tapada de pies a cabeza, pero Julie pareció reconocer una marca que vio entre los dedos que no estaban tapados. El agresor cometió otro error, empezó a hablar con ella. Entonces, le identificó; no daba crédito a lo que había descubierto. Él se dio cuenta de que ella le había reconocido y salió corriendo mientras una sombra le perseguía. Al día siguiente, Richard también apareció muerto.

252. CARMEN JIMÉNEZ FUENMAYOR – CASO CERRADO El detective le dio una calada a su cigarro mientras su compañero se ponía la chaqueta. —Entonces... ¿Caso cerrado? Aún con el cigarrillo en la boca marcó con un sello la carpeta de documentos. —Sí, caso cerrado. El compañero cabeceó un poco y se marchó, mientras que el detective se quedó analizando la resolución del crimen. Se habían encontrado a una mujer perfectamente maquillada y peinada en una cama rebosante de pétalos violetas de orquídea. El cuerpo desnudo había sido rociado con el mejor de los licores y no tenía marcas de resistencia ni agresión. Según la autopsia, había sido claramente envenenada. El asesino: su compañero de piso, alcohólico y con trastorno de personalidad. El detective guardó los documentos bajo llave y se quedó mirando la botellita de cianuro que sacó de su bolsillo. Sonrió. Todo había salido a pedir de boca. Después de todo, los policías son siempre inocentes..., ¿no?

253. CARMEN LOZANO – SOLO UNA PALABRA: ASESINATO Solo una palabra: asesinato. Frío asesinato. Causa: una puñalada trapera. ¿Que quién soy yo? James Jameson. Ahora que nos hemos presentado, os contaré cómo comenzó todo... Todo comenzó en Queens; la víctima: Dylan Cooper. No se sabía nada de él y así pasaron los días... Hasta que encontramos una nota: Paga o morirás. Buscamos huellas y encontramos unas: Sam Cooper, su mujer. La interrogamos, nada sacamos en claro, esta investigación es fantasmal... No hay pruebas. Me fui a mi casa frustrado, deseoso de relajarme, pero mi cabeza estaba en otra parte, seguía pensando que nos faltaba algo. De repente, me acordé... Ya sabía quién era el asesino. En la comisaría...: «¡Usted! Le mató usted, ahora comprendo todo, dígame cuáles fueron sus motivos para asesinarle, señora Williams».

254. CARMEN MARTÍNEZ DAMAS – ASESINATO O JUSTICIA Se asomaron a la pendiente. El coche estaba carbonizado. No quedaba mucho. Se pusieron los guantes, abrieron el maletero y allí estaba, con una mueca horrible en lo que quedaba de cara. Lo habían quemado vivo. Los dos se quedaron pensativos. —¿Y ahora qué hacemos? —Mató a cinco niños. —Sí, pero lo han matado. Tendremos que coger al asesino. —Yo no creo que sea un asesino, sinceramente. —Nosotros no somos jueces. Llamaron a la central para contar lo sucedido. —Encontramos el coche del sospechoso... Ha habido un problema... No, no está vivo... Escucharon sirenas. La operativa se pondría en marcha; en cuanto llegara la científica, podrían irse de allí. Una vez en su coche, los dos se miraron, pensaban en lo mismo. El vehículo que habían visto pasar de camino al lugar del suceso: un coche de policía. ¿Y ahora qué? ¿Asesinato o justicia?

255. CARMEN MATAS – EL INVIERNO, EL FRÍO, LA SOLEDAD... Y calló. Lo atravesé con el cuchillo sin pensar en lo que sucedería después. Con los ojos como platos y el aliento agitado, solté el arma, extendí los brazos y, evitando mirar hacia abajo, me quedé acostada... mirando al techo y a la misma vez a nada. Lágrimas irrefrenables brotaban de mis ojos... El cuerpo yacente sobre mí aún desprendía calor, calor que poco a poco se desvanecía con el frío del invierno. Miré hacia la ventana. Estaba todo en silencio, solo se oían en la lejanía algunos pájaros piando. Estaba amaneciendo. Las lágrimas cesaron. Aparté el cuerpo y volví a acostarme boca arriba, esta vez cerrando los ojos. Todo en calma. Sonreí. Abrí los ojos y giré la cabeza. Sin quitarle ojo de encima, no pude evitar volver a sonreír. Me levanté y, chorreando de sangre, me acerqué a la ventana. El invierno, el frío, la soledad... Nunca antes habían sido tan agradables.

256. CARMEN REY – LA SANGRE ERA LO PEOR El olor podía quedarse días enteros en la cabeza, aunque no recordases nada más del escenario, pero eso olor... En cambio, a lo que no era capaz de enfrentarse era a algo que prefería dejar en manos de sus compañeros. No podía soportar las miradas de los testigos presenciales, sobre todo si conocían a la víctima. Ese rictus entre el miedo, la sorpresa y la estupidez de verte enfrentado a una situación que no comprendes y que no te acabas de creer.

257. CARMEN ROJAS GÁLVEZ – SAVE HER

Ha perdido el contacto con su nueva compañera infiltrada. Livia Calahan es una joven agente del FBI. Apenas tiene veinticinco años, pero es una hacker experta, y su cometido es infiltrarse y acercarse al jefe de una mafia irlandesa anclada en Nueva York para acceder a su ordenador y poder conseguir las pruebas que necesitan para hundir su organización. Está a punto de conseguirlo cuando es descubierta, y Cohen O´Burn, el jefe de la organización, se la lleva a un almacén apartado en el que se dedica durante dos agónicos días a torturarla para que confiese. Dos largos días en los que la agente Jordan Shaw trabaja a contrarreloj con la colaboración de la capitana Kathy, de la comisaría 12, y el investigador privado Rick Jones, siguiendo los pasos de su compañera, en un intento desesperado de rescatarla sana y salva, tras la aparición del cadáver del contacto de Livia flotando en el East River. Dos días en los que reza para poder verla y decirle que la ama.

258. CARMEN SEGURA – SIN TÍTULO Amanecía cuando llegué a casa. Me serví un whisky y esperé. Aún tenía unos minutos, así que repasé cada detalle de aquella noche. Ocho años atrás no habría podido hacerlo, pero veintitrés asesinatos cambian a cualquiera y ya no me quedaban opciones. Resultó fácil entrar en su casa. Lo complicado fue obligarle a escribir la confesión. Al principio se negó, pero acabó escribiendo al dictado y después la firmó. Al leerla, vi que no le había temblado el pulso lo más mínimo, seguramente porque me creyó incapaz de dispararle. La dejé sobre la mesa y saqué las pruebas. Tenía de todas las víctimas, así que me aseguré de que llevaran sus huellas y las metí en un cajón del escritorio. Serían los trofeos de un asesino en serie. Tras un vistazo a la escena, salí por la puerta trasera, atravesé la calle que me separaba del coche, desierta a aquella hora, lo puse en marcha y me alejé. Por fin sonó el teléfono. Al otro lado alguien dijo: «¿Comisario? ¡No se lo va a creer!». Sonreí. Había salido bien.

259. CARMEN SEVILLANO – SIN TÍTULO Limpió la sangre del cuchillo con la lengua. Su respiración se ralentizaba, la sangre se extendía por el suelo y allí, de pie, dejando que se reflejara su cara en el filo, lo miraba como un niño a un juguete roto. Clavó su mano al suelo con el cuchillo para dejar que el dorso se paseara por sus labios, ahora resecos. Se colocó en cuchillas a su derecha y girando su cabeza le preguntó: —¿Aún tienes secretos? Dándose cuenta de que eran sus últimas palabras, contestó: — Solo uno más.

260. CARMEN MARÍA CALABUIG CUESTA – POEMAS MORTALES Todo empezó con un cadáver encontrado en las afueras, en una construcción del edificio de J. Parker. Este se encontraba colgado de la grúa.

Laura lee el periódico y encuentra esta noticia. Pensando que iba a intervenir, se fue. Llega a la escena, recibida por Abby. Se informa y se da cuenta de que el cadáver está completamente desnudo y es una mujer. Herida en la cabeza, puede que con un mazo. Se encuentran una nota con un poema; ha sido obra de un asesino en serie. Una hora después, un varón aparece muerto, desnudo en la playa. Dos poemas en total. Ambos tratan de la muerte. Esto le lleva a arrestar a los hombres de las tertulias de género negro. Miguel confesó sin mucha presión: «Pablo comentó en una de las tertulias un plan para animarnos. Su plan consistía en matar a dos víctimas, y jugar con vosotros, polis. Solo me ofrecí yo. Seduje a una mujer, le hice el amor (con condón) y la maté. Faltaba su parte, pero se asustó y se negó. Así que lo terminé. Maté a Pablo».

261. CAROL FORNAS – UNA CATRINA ENVENENADA Todo el mundo estaba alegre, un desfile espectacular, unos disfraces alucinantes. Llegó la carroza principal. Todos sabían quién era la Catrina; Aitana, la campeona de gimnasia rítmica, y cuando su cuerpo rodó por el suelo desde lo alto del trono, todos corrieron aterrados. Sin duda, la chica más popular del instituto había sido asesinada, y todas las pruebas recabadas por los inspectores Javier y Guillermo, con ayuda de la forense Amparo, apuntaban al delegado de deportes y a un envenenamiento. Un hombre casado y vengativo, que, al ser rechazado en sus pretensiones, no podía soportar que ella siguiera saliendo con su hijo en vez de preferirle a él... Le encontraron al fin en un callejón bebiendo y llorando como un niño perdido. Solo dijo: «Fue por amor».

262. CAROLINA CONEJERO – VERDE ALABASTRO La mañana del crimen había amanecido espléndida en el campus. El despacho del director, no tanto: la lámpara de alabastro, regalo de Stephen y Ali cuando hizo cuarenta años, descansaba ladeada sobre el parqué, aún encendida; las facturas que cada trimestre le facilitaba su secretario, Pablo, desparramadas junto a cristales rotos y píldoras recetadas para su depresión por el doctor Cubero. La caja fuerte, reventada, y las ramas verdes de esa planta que a ratos parece inmortal, desmadejada; sin rastro del mimo que Anton, el jardinero, le daba diariamente. Si el valor de una vida se mide en llantos, la suya salía barata: la calma reinaba en el funeral, a excepción de Ali, que parecía desconsolada. Todos sabían que aún estaba enamorada de él, o quizá ya no —se dijo— mientras pensaba en el dinero, guardado a buen recaudo, que se había llevado tras golpearle aquella noche con la preciosa lámpara verde —ironías de la vida— que ella misma había elegido con tanto cariño aquel aniversario.

263. CAROLINA FUKELMAN JABBAZ – BAJO LA LUZ DE LA LUNA LLENA Esta noche, la luna ilumina las solitarias calles de la ciudad. El único sonido que puedo oír es el de las gotas de lluvia chocando contra el frío asfalto y el de mi propio andar. Como si fuera un día cualquiera, salí de caza, ansiando encontrarme una vez más con el hombre que te alejó de mi lado. No con uno de sus secuaces, como había ocurrido hasta ahora. Ya estaba cansada de manchar mis manos con su sangre. Y aunque me pasé años encontrando únicamente pistas falsas, esta noche, por fin, logré hallarle. Por fin pude matarle. Puede que mis gotas de sangre también desaparezcan con la lluvia; y puede que pierda toda mi fuerza y me derrumbe aquí mismo. Pero estoy bien. No me arrepiento de nada. Puede que yo también me desvanezca, pero estoy contenta, porque puedo despedirme de ti en el mismo sitio en el cual nos conocimos. Bajo la luz de la luna llena.

264. CAROLINA JIMÉNEZ – INOCENTE Alguien de la casa tuvo que hacerlo, una persona fue estrangulada mientras dormía y no hay indicios de entrada forzada o forma de salida. Quien lo hizo ya estaba dentro cuando se fue a la cama. Siento pena por su pequeña hermana, Penélope, con los ojos tristes queriendo saber qué pasó, ahogando sus lágrimas en una vieja muñeca muy parecida a ella. La rabia e impotencia me invaden; ¿cómo tratar a los padres? Sin saber si son víctimas o criminales. Les interrogamos toda la noche, la niña se queda con unos vecinos, pero no consigue quedarse dormida, está muy asustada, alguien entró en su casa... Me llaman del laboratorio, se han encontrado fibras rojas en la garganta de la víctima. ¿Fibras rojas? De repente, casi sin pensarlo, la miro: Penélope no se ha separado ni un solo momento de su muñeca pelirroja.

265. CAROLINA NÚÑEZ MARTÍNEZ – DE NUEVO A LA RUTINA Sabes que han terminado tus vacaciones cuando te encuentras un cadáver en el portal. Lo primero que haces, llamar a tus compañeros para averiguar quién es y qué demonios le ha pasado. Te das cuenta de que es tu exnovio, Max, que te maltrataba, al que no habías reconocido por la paliza que le habían pegado. E inmediatamente piensas que menos mal que tienes coartada, porque podrían decir que habías sido tú por lo que te hizo pasar. —¿Cuánto hace que no hablas con Max, cariño? —me pregunta Oliver, mi nuevo marido. —Hace años, desde que interpuse la demanda, y no sé nada de él ni de quién podría haberle hecho esto —contesto. Después de días investigando sus cuentas, amigos y familiares, conseguimos más pistas, y descubrimos que su madre se habría enterado por su actual pareja que de verdad pegaba a las mujeres. Y que fue ella quien le pegó tal paliza hasta matarlo y lo dejó en mi portal como acto de

compensación hacia mí. Por lo visto, se sentía fatal por no haberme creído aquel día.

266. CAROLINA ZARCO – MONSTRUO El cuerpo de la mujer yace sobre los adoquines, aún húmedos, por la lluvia del día anterior, con varias puñaladas en el pecho y el cabello cortado a jirones, siguiendo el mismo patrón que las anteriores víctimas. No cabe la menor duda: el monstruo ha vuelto a salir de caza. —Tranquila, le atraparemos —le miento a Sarah, mientras el forense levanta el cadáver, dejando a la vista un charco de sangre. —Te juro que creí que la anterior sería la última, no sé cómo se nos pudo escapar. ¡Es como si siempre fuera un paso por delante de nosotros! — dice mientras masculla varias maldiciones entre los dientes—. Cada día estoy más segura de que el monstruo al que perseguimos es uno con placa de policía, pero pronto cometerá un error. Sarah tiene razón. El monstruo conoce a la perfección la metodología policial y sabe cómo escabullirse. Pero se equivoca en una cosa: el monstruo no cometerá ningún error. Lo sé porque soy quien mejor conoce al monstruo. Le veo todos los días en el espejo.

267. CATERINA CORTÈS PALMER – EL PISO DE ARRIBA Hacía una semana que Martina se había instalado en el segundo piso de una pequeña finca de tres plantas. Cada noche, escuchaba ruidos extraños provenientes de la vivienda superior. Una mañana se topó con la inquilina del primero, Teresa, una anciana viuda bastante sorda, y su hijo. —¿Podrían decirme quién vive en el tercero? —Nadie —respondió la mujer—. Desde que marcharon los Hidalgo, no se ha vuelto a alquilar el inmueble. Martina no dio crédito. No recordó esta conversación hasta que, entrada la noche, regresaron los sonidos. Sintió escalofríos. ¿Qué sucedía arriba? Subió los escalones sigilosamente. Encontró la puerta ligeramente abierta y en su interior vio a una chica atada y amordazada. La reconoció. La prensa había mostrado su rostro reiteradamente. La joven desaparecida... Inesperadamente, unos brazos la aprisionaron y golpearon. Notó que el mundo se desvanecía, pero, antes de desmayarse, apreció como el hijo de Teresa sonreía.

268. CECILIO GARCÍA – HAZLO TÚ MISMO El sistema no funcionaba. Nick hacía todo lo posible por arreglar el equipo que le regalaron roto Julie y Fredy. Siempre encontraba un reto en cada nuevo fallo, y este no iba a ser el primer portátil que se le resistiera. Solo tardó tres minutos en dar con el fallo; una vez arreglado, espió un poco en el

ordenador de su amigo. Sabía que Fredy era todo un manitas y quería ver si tenía algunas guías y direcciones que le pudiesen resultar útiles. Al final, se marcó unas cuantas webs, entre ellas una que llevaba por nombre Hazlo tú mismo. El día siguiente fue uno de los más tristes de su vida. Alguien se había colado en casa de sus amigos Julie y Fredy y habían asesinado a Julie. Todo hacia pensar que era un loco homicida que ya había actuado igual con otras mujeres. Cuando terminó el funeral, se fue directo a casa y abrió la web que había señalado de Fredy con la idea de montar un mueble. Al entrar en la página, vio que era una guía para copiar al asesino en serie que atormentaba la ciudad...

269. CELIA CASTAÑO ALONSO – ¿POR QUÉ? El otoño cubría de amarillo las hojas de los árboles. Ambos contemplaban como las gotas empañaban los cristales exteriores mientras que el vaho se incrustaba en los interiores. Llovía a cántaros. Una noche hecha para Alison y Elliot, solo para ellos, una noche especial calculada al milímetro que nada ni nadie podría estropear. Las copas de vino estaban medio vacías. El carmín, de un rosa pálido, impregnaba una de ellas. Ambos se encontraban en la bañera disfrutando de su noche especial. De repente, un disparo alcanzó la copa. Un grito de pánico se apoderó de la intempestiva noche, un grito sordo que concluyó en uno de verdadero terror: los ojos de él se clavaron en las pupilas de ella. La ventana se había abierto de repente, y dejó entrar al fuerte viento, que irrumpió en medio del silencio. Ni la noche era tan especial ni Alison amaba tanto a Elliot. Las razones solo ella las sabía. Porque de todos es bien sabido que el amor tiene razones que la razón no entiende.

270. CELINA LAURIJSSEN BUSTO – ¡BUM! ¿Por qué me sucede esto a mí? Hace tan solo unos cuantos días estaba graduándome, y ahora estoy corriendo como si me estuviese persiguiendo el mismísimo diablo, aunque no es que se le difiera mucho. Mi hombro ya no duele y dejé de sentir las piernas hace ya rato. Hasta la sensación tan pegajosa que tengo por todo el cuerpo, debido a la sangre de mis compañeros y la mía propia, dejó de importarme. Solo el sentido de la supervivencia, presente en cada uno de mis poros, sobresale y prevalece y ahora mismo me dice que me meta por el hueco que tengo a unos quince metros. El estruendo es cada vez mayor a mis espaldas. No voy a llegar. Solo tengo una última oportunidad. Una última bala. Un último esfuerzo. Dejo de correr, me giro y...

271. CELIVIR CÁRDENAS – NIEVE ROJA, SANGRE BLANCA Angustiado, andaba rápido entre la fila de coches, quería tener suerte y

poder encontrarlo antes de cruzar la frontera. Lo divisé en un coche negro; sus ojos cerrados me hicieron sospechar que seguro estaba drogado para que al autor del secuestro de mi hijo no le diera problemas. Un policía se acercó a nosotros. —¿Qué ocurre aquí? —Es mi hijo —le señalé—. Lo ha raptado —No es cierto —decía mientras bajaba la ventanilla—. Salga del coche. —Agente, mi hijo está enfermo, está dormido y... mire —señalé al suelo —: la nieve está roja. El agente abrió la puerta de atrás del vehículo y retiró la manta que tapaba a mi hijo. Al mover su cuerpo, pudimos comprobar que tenía una raja del cuello hasta el vientre y que dentro de él solo había polvo blanco de cocaína.

272. CÉSAR PEDRAZ – TODO ESTÁ OSCURO Me sentiría orgulloso si no fuera porque solo puedo percibir la sangre que me cala, la lluvia y las astillas que me clava el bosque en la cara. Pero estoy extrañamente feliz. No hará más daño. Ya no se mueve. Su sombra, entre aquellos matorrales; su postura, suplicante. Foto perfecta para portada..., je. Colocaría mejor el brazo roto, y un poco más de inclinación mejoraría el encuadre; mejor a contraluz, sí, mejor que no se vea el detalle..., je. ¡Me ha hecho daño! ¡Ni me puedo mover! Todo está oscuro. ¡Cómo duele, maldita sea! ¡Maldita lluvia! ¡Condenada noche! Debió de ser cuando levanté el brazo. Estaba esperándome y casi lo logra, pero tuve suerte de darle fuerte en la nariz, luego tres descargas y fin de la historia. ¡Venga, tío duro! ¡Aguanta!... En las series siempre llegan. Maldita sea, siempre llegan. ¡Venga, aguanta! ¡Venga! ¡Venga, aguaantaaaaaa! Siempre llegan, ¡¡joodeer!! Siempre... llegan...

273. CÉSAR GARRIDO – PERFECTO Las cosas han salido mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta cómo empezaron. Me da un poco de lástima la vieja, pero no podía permitir que contase por ahí lo que vio. Fue una torpeza por mi parte hacer negocios a la luz del día, lo sé. Tengo que tener más cuidado, pero, al menos esta vez, me he librado. Pobre... sabía que abriría la puerta sin dudar. ¿Por qué no? Soy alguien de confianza... Una vez dentro, fue fácil golpearla y dejarla sin sentido. Asfixiarla con su propio cojín me puso un poco nervioso, lo reconozco, pero, ahora que ha terminado, sé que ha salido bien. Huellas, ni una, por supuesto. Robar esa cajita de madera de mercadillo para dejar un hueco visible y un vacío sospechoso en el polvo me parece hasta gracioso. Y queda bien en mi mesita... Las ancianitas que tienen cosas de valor no deberían vivir solas, son víctimas fáciles de desaprensivos que entran a robar... Bueno, estoy contento, un problema menos. ¡Qué gran noticia que me hayan encargado a mí investigar el caso!

274. CÉSAR MARTÍN CASASOLA – ODIO ANIMAL Se acaba de ir después de darme un achuchón y un beso. ¡Dios, cuánto la odio! Odio su perfume, su sonrisa, su timbre de voz. De hoy no pasa, será el día. Me acerco a la mesa de la cocina donde deja las pastillas para adelgazar y los antidepresivos. Es una mujer de costumbres, costumbres estúpidas. Dejar los dos botes abiertos para acordarse de que tiene que tomárselas, sin percatarse de que tienen el mismo formato, lo único que denota de ella es que muy necia. Tiro las pastillas de los dos botes sobre la mesa y con una paciencia tibetana empujo cada pastilla al bote contrario. Según mis previsiones, en dos semanas morirá por un shock, ante mis ojos, sin saber qué le está ocurriendo. Cuando la encuentren tirada en el suelo, nadie sospechará de mí, porque quién va a sospechar... del gato.

275. CHARI ESCUDERO CARRATALÁ – UN PASEO PARA OLVIDAR Camino encogido con las manos metidas en los bolsillos, tan solo oigo el eco de mis pasos y algún ronquido lejano. De repente, unos gritos interrumpen mi paseo nocturno: —Te daré lo que quieras, pero, por favor... —¡Haberlo pensado antes de meterte en mis asuntos, querida Kate! Me acerco a la esquina del callejón de donde procede tan acalorada discusión y veo a una joven contra la pared. Su agresor, un hombre fornido vestido de traje, me da la espalda. A sus pies, decenas de papeles. Aunque no tenga mi placa, me sigo sintiendo el detective Lansbury; un policía nunca deja de serlo por más que le echen del cuerpo, así que, sin pensarlo un segundo, me abalanzo sobre él. Su navaja vuela directa a mi estómago, pero no siento ningún dolor... Los tres nos miramos sorprendidos y, antes de que abra la boca, el misterio se desvela bajo un cuchillo de atrezo. —¡Corteen! ¿Pero qué pinta ese tío ahí? Espero que no sea otro fan pirado. ¡Sacadlo ahora mismo de escena!

276. CHARO MARTÍNEZ SÁEZ – ALACRÁN Habían pasado meses desde que Dolan despertase del coma que le produjo la picadura de un escorpión mientras investigaba el paradero de la tumba de Cleopatra. En su dormitar, y como si fuera guiado por el alacrán, su cerebro trazaba un mapa con las coordenadas del hallazgo. Y ahora estaba allí, bajo el sofocante sol del desierto. Tenía que ser verdad. No podía ser un sueño. Siguiendo siempre el este de las dunas al viento, «donde la reina gira al oeste». Entonces la vio. Una gigantesca roca semejante a la reina del ajedrez se ladeaba hacia el oeste a pocos centímetros del suelo. Apartó la arena donde casi apoyaba la «corona» y tocó algo. Tosca, envejecida, irresistiblemente fascinante, apareció una argolla como en su mente. Tiró de ella como si los años no hubieran pasado. Ofreciéndole la entrada a la reina, como en un sueño o en la realidad.

277. CHELO BALTAR – SIN TÍTULO Las farolas iluminaban una pequeña distancia y, en cuanto el umbral de la luz se terminaba, solo se sentía el silencio y la oscuridad. Alguien me observaba. Miré atrás, pero no había nada. Caminaba, cada vez más deprisa, los latidos de mi corazón eran más intensos, me sentía como una presa, una presa del pánico pronunciando sus últimos pensamientos. Recorrí unos cien metros hasta que me encontré con un edificio abandonado y en ruinas. Mi instinto me decía que no, que era como un suicidio, pero en mi cabeza había una voz que impulsaba a todo mi cuerpo a entrar. Estaba oscuro y era frío, demasiado inquietante. Oí algo romperse a mis espaldas. Era una niña disfrazada de princesa. Se acercó a mí sonriente y me clavó un zapato de cristal. Mi último pensamiento no fue demasiado coherente. «Al parecer las gabardinas marrones y los pasamontañas han pasado de moda».

278. CHEMA DÍAZ SUÁREZ – PARANOIA No podía creer que estuviera de nuevo en la casa de los crímenes. Ahora, todo estaba limpio y recogido, pero su mente revivía el horror de aquella pesadilla. Al principio, solo se veía gente huyendo por pasillos y escaleras, poseídos por un espantoso pánico. Haciendo vanos esfuerzos por esconderse; en armarios, bajo las camas o tratando inútilmente de saltar por las ventanas. Y gritos, muchos gritos... Después, paredes y muebles bañados de sangre, cuerpos mutilados sin piedad esparcidos por el suelo, sin vida, con el terror a la muerte y a su despiadado asesino instalado en sus ojos. Y silencio, mucho silencio... Un ruido le sacó de sus macabros pensamientos. Unas llaves liberando la cerradura de la casa indicaba la llegada de los nuevos e ignorantes inquilinos. Voces de adultos y niños mezcladas entre sí delataban una familia numerosa. «Bien», se dijo. Su afilado cuchillo brillaba ansioso por revivir el pasado. Cuando la puerta se cerró, su rostro dejó escapar una perversa sonrisa...

279. CHRISTIAN DACOSTA VILLAR – DÍAS SIN ESPERANZA Las sienes le pulsaban como si un martillo neumático estuviese abriéndose paso a través de su cráneo. Tenía la boca pastosa, le dolía hasta la última de sus articulaciones y la propia luz resultaba molesta. En días como aquel, aborrecía su trabajo, aborrecía trabajar con resaca, aborrecía estar a las órdenes de incompetentes soberbios y corruptos cuyas hojas de servicio jamás se habían visto manchadas por la mugre de las calles. Escuchaba distraídamente a Carrie, la joven forense, mientras sus cansados ojos escudriñaban la bonita suite del hotel en busca de pistas. Gotas de sangre manchaban las paredes, los muebles destrozados hacían difícil moverse por la habitación. El cadáver le devolvió la mirada desde un rostro salvajemente desfigurado por tajos y magulladuras. Suspiró, mientras una náusea que poco tenía que ver con la resaca le subía por la garganta. «La misma mierda de siempre. Dudo que pueda tener fin».

280. CHRISTIAN VILLAR VÁZQUEZ – LA MUERTE DE LA SEÑORA VINCE No soy culpable, me obligó a matarla. Cuidaba a la señora Vince desde hacía cinco años. Su avanzada edad aumentó su odio por mí. Constantemente me insultaba. Pensé muchas veces en deshacerme de ella, pero nunca lo hice hasta aquel día. La señora Vince se despertó chillándome y pidiéndome el desayuno. Durante el desayuno, me esputó e instintivamente cogí un cuchillo y se lo clavé en la pierna. Comenzó a chillar y le corté el cuello. Me apresuré a esconder su cuerpo dentro del sofá y continué desayunando. Cuando terminé, la puerta sonó. Era la vecina preguntando por la señora Vince; le dije que se había ido de vacaciones. La invité a café y empecé a sudar. No oía nada, solo a la señora Vince chillándome: «Me mataste». Se me aceleró el pulso y comencé a vociferar: «Ella me obligó». Me desmayé y aquí me hallo, a punto de morir.

281. CHRISTIAN GABRIEL FERNÁNDEZ BIELSA – LA MUERTE DE LOS SEGUNDOS Ahora que he apagado el cigarrillo sin dejar ceniza encendida, podré mover las manecillas del reloj unos minutos atrás, aunque los segundos dejaron de avanzar después de firmar. Una noche, por asuntos del trabajo, tenía que ir al piso de una conocida para firmar unos documentos. Tranquilamente, recorrí una calle y antes de llegar encendí un cigarrillo. Me adentré al edificio y subí escaleras hasta encontrar la puerta decisiva. Ella me abrió la puerta y entré sin saludar. El silencio dominaba aquel piso hasta llegar al escritorio, donde esperaban los documentos. Ella se sentó delante de mí y me ofreció un bolígrafo, que cogí sin que mi mano herida temblara. Firmé sin dudar y cerré los ojos. Abrí los ojos, y el corazón de mi conocida que bailaba por segundos se detuvo, mientras la sangre empapaba el suelo. Era mi mujer, a quien llamaba conocida por la orden de alejamiento.

282. CINTA GARCÍA DE LA ROSA – OLVIDO SANGRIENTO Palpando la pared en la ensordecedora oscuridad, tocó una sustancia pegajosa. El intenso olor ferroso inundó su nariz y la animó a continuar. Tenía que salir de allí. No iba a quedarse para averiguar si su sangre se uniría a la que ya estaba sobre la pared. Se estremeció al pensar en lo que ese tipo podría hacerle cuando volviera. Había visto una colección de instrumentos afilados cuando ese monstruo le trajo la insípida agua sucia que se atrevía a llamar sopa. Siguió avanzando por la pared hasta que la textura cambió. Lo pegajoso se convirtió en algo frío y terso. ¿La puerta? Tenía que serlo. Tenía que intentar abrirla. Tenía que intentar escapar. Si iba a morir, no iba a rendirse sin luchar. El estruendo la asustó. Al otro lado de la puerta. Una maldición. Más ruido de cosas metálicas. Pánico. Empezó a temblar. El chirrido de la puerta al abrirse. Luz cegadora. —¿Preparada? Estarás muy guapa cuando te encuentre la policía.

Se acercó a ella y el olvido la dominó.

283. CLARA FALCÓ – MÚSICO HASTA LA MUERTE ¡Dios mío! —gritó una señora desde la última fila de la ópera. Cuando fueron a inspeccionar los guardas de seguridad, había un cadáver, pero no era cualquier cadáver... «¡Es Robert Patirson, el famoso músico!». Asignaron el caso a la famosa inspectora Laura, la mejor de todo el estado de Nueva York. Tardó tan solo unas horas en encontrar el primer sospechoso, pero ni el primero, ni el segundo ni el tercero eran sus hombres, no eran los asesinos. Después de echar un último vistazo en el salón de la ópera, cayó en ello, fue uno de la banda... Pero ¿quién? Pasaron dos años —sí, son muchísimos— hasta que un día la inspectora dijo basta. Reabrió el caso y se pasó semanas repitiendo todos los pasos. ¿Qué no encajaba? Thomas, uno de sus compañeros, dio en la clave: la chica que vio primero el cadáver... La interrogaron, y no tenía coartada. La investigó a fondo, pero nada, hasta que un día las cámaras de seguridad lo revelaron...

284. CLARA RIVERS – LA ARAÑA El caminar, lento y tranquilo, del señor Francisco y sus «buenos días» saludaban al barrio cada mañana. En su tienda, siempre dejaba la puerta abierta de par en par «para invitar a los clientes a entrar» y Julio, el policía del barrio, contestaba «para invitar a los ladrones». Este último se preocupaba cada vez más por el señor Francisco, tan confiado en que un día les daría un susto. El anciano cerró su oficina con llave, se sentó detrás de su escritorio y abrió con una pequeña llave el primer cajón. Sus ojillos ansiosos y anhelantes miraban fijamente sus trofeos. En una caja reposaban un pulgar, de un turista alemán; las uñas, aún con rastros de sangre y carne, de María, y los ojos de don Bartolomé, opacos tras la muerte. Su sonrisa, ahora más cruel y sádica, indicaba claramente quién era. Una araña esperando la próxima mosca que entrara en su tienda.

285. CLARISA GESTO ALONSO – LA CUERDA DE TRES HILOS El olor a sangre inundaba sus fosas nasales mientras clavaba un afilado cuchillo para despedazar la carne. Jamás se habría imaginado así cuando se preparaba para ser policía. Los huesos eran difíciles de partir, así que separaba los miembros por sus articulaciones, cortando los ligamentos. Había dejado la academia dos meses antes de graduarse. ¿Cómo iba a proteger a nadie si ni siquiera había podido salvar a su hermana? La sangre ya coagulada dejaba el suelo pegajoso. Se había enamorado del hombre equivocado. El que le lavó el cerebro y la llevó a la muerte con sus estúpidas creencias. ¿Qué tendría que ver Dios con una transfusión? Notaba las manos cansadas, pero seguía hundiendo el acero entre los músculos. Ahora era él el

que se había unido a esa secta, conviviendo con la misma gente. Con el tiempo, todos morirían; de momento, las dosis de veneno eran lo suficientemente pequeñas para que nadie sospechase del cocinero.

286. CLAUDIA CABALLÉ – UN AMOR IMPOSIBLE Eliot se dirigía al cumpleaños de su hermano Sam cuando tuvo un accidente con su auto. La policía comenzó la investigación, ya que en el maletero hallaron el cuerpo de una mujer. Era Beth, su novia. Ingresado en urgencias, el detective de Homicidios Preston lo interrogó. Eliot negó saber que ella estaba muerta y que su cuerpo se encontraba dentro de su auto. La autopsia reveló que había sido asesinada hacía cuarenta y ocho horas y que estaba embarazada. Lo único que confesó fue saber que Beth había tenido una aventura, pero que no sabía quién era él. Cuando al hospital acudió su hermano, el detective le preguntó si sabía algo de Beth. Este lo negó. Todo hacía pensar que por celos Eliot la había matado, pero, siguiendo pistas, la investigación dio un giro: el detective Preston encontró al culpable. Había sido Sam, quien en un arrebato de locura la asesinó, ya que esta, al saber de su embarazo, quiso terminar la relación para casarse con Eliot. Sam, enamorado, no soportó que Beth lo dejara.

287. CLAUDIA FERREIRA GUERRERO – LA REINA DE CORAZONES Observé mi reloj y aligeré los pasos, me arreglé la corbata, me saqué la sortija del dedo y lo guardé en el bolsillo de mi chaqueta; entonces, bajé al andén y allí estaba ella, pensé en invitarla a un café. «Podría hacerlo hoy», me dije, mientras me acercaba. Ella escribía en su diario cuando levantó la vista, sonrió, mi corazón estalló en mi pecho, simplemente hermosa, llevaba un colgante de un naipe de la reina de corazones; «elocuente», pensé; una turba de jóvenes salió de la nada justo cuando el tren irrumpía en la estación. Todos subieron a empujones y la joven dejó caer su diario, yo me apresuré en recogerlo, lo sujeté y la puerta se cerró tras de mí, la pude ver alejarse observándome fijamente. Curioso, abrí el diario en busca de un número telefónico, un nombre, algo que me llevara a ella, pero lo que había ahí me heló la sangre: nombres de hombres, teléfonos, historias macabras de torturas, arrancándoles el corazón, y en la última hoja una historia aún por escribir con un nombre: el mío.

288. CLAUDIA GARCÍA SANZ – SIN TÍTULO El detective estaba harto de aquel caso. Aunque le echaba la culpa al cansancio acumulado, lo cierto es que odiaba el hecho de que el asesino, un famoso mago venido del otro lado del charco, hubiese resultado ser tan escurridizo. No entendía cómo la gente podía quedarse tan perpleja, observando con la boca abierta como si fueran peces globo, mientras esos

mentirosos profesionales desplegaban su catálogo de trucos sobre el escenario. Y hablando de escenarios, el de este crimen era todo un enigma. Continuó dando vueltas alrededor del cuerpo que yacía en el suelo, revisó una vez más la chistera y el espejo del rincón, y se colocó en el centro. Se masajeó las sienes con suavidad y es entonces cuando lo escuchó: «Despierta». Alzó la vista y lo vio. Al escurridizo mago, sonriente. Y al público que aplaudía enloquecido. Y se preguntó si había sido detective alguna vez.

289. CLAUDIA GÓMEZ GUERRA – SIN TÍTULO El reloj marcaba las 3:54 y Jack se despertó de repente. La lluvia crepitaba contra el cristal de su ventana, y el viento rugía por todo Seattle. Se quedó tumbado boca arriba en la cama pensando en todo lo sucedido y, en ese instante, un ruido procedente del exterior hizo que sus pensamientos se paralizaran un momento, pero su cuerpo ya había empezado a trabajar. Se puso los zapatos y la cazadora, cogió su pistola y corrió hacia donde se originaba el ruido. La encontró en mitad del salón rebuscando entre las pilas de papeles sobre la mesa, pero Jack no quiso revelar su posición hasta saber el próximo paso que daría. Retrocedió unos pasos, tomó aire y salió a la captura de Rachel, pero entonces sintió algo frío y metálico reposando sobre su nuca. Jack se revolvió y consiguió inmovilizar a su atacante, dejándolo inerte en el suelo. Rachel tardaría poco tiempo en darse cuenta de que se encontraba sola, así que Jack se quedó entre las sombras esperando un movimiento para actuar.

290. CLAUDIA SAN EMETERIO GORDOA – CAFÉ Suavemente, el amargo néctar de color del ébano era consumido, y su cálida esencia, atrapada en una cárcel de cerámica violeta. Los ojos de la vida, protegidos con unas gafas, empañadas a cada sorbo. Uno de los tirantes de la camiseta se deslizaba por la suavidad del hombro. Los tristes rayos de sol formaban leves destellos en su rostro, y con los ojos cerrados intentaba absorber cada brizna de calor exenta en su insatisfecha rutina. Un inesperado sonido, un viejo saxofón, rompe el ritual de cada mañana. Creando una tibia sonrisa tras el ardiente brebaje. La ya fría bebida danzaba en un ajado recipiente, acompasada por una cuchara, creando una melodía que adormecía el ambiente. La oscuridad de la habitación se desvanecía con haces de luz que se colaban por la persiana, dejando ver un caótico desorden. Un caos reflejante de una carencia de tiempo y una ausencia de inspiración. Y cuando esta llegue, me permitirá otorgarle un final a esta breve historia.

291. CLAUDIA SILVESTRE MUÑOZ – RESTOS DE SANGRE EN LA PARED Un preso desaparecido. Una celda aislada del resto del mundo excepto

por aquellos densos barrotes que estaban por puerta. ¿Cómo podía ser que no hubiera rastro de él en la cámara de seguridad? Entró después de la cena en su celda, como todos los días, y nunca salió de ella. ¿Era esto un claro caso al estilo The Shawshank Redemption? No, no había ningún agujero por el que escapar. Kevin era un policía experimentado en la Brigada de Homicidios, pero este caso le estaba perturbando. ¿Escapó de algún modo? Si es así, ¿por qué había restos de sangre en la pared? ¿Tenía alguna simple explicación? ¿O formaba parte de algo más?

292. CLAUDIO BALEA SALES – DOBLE ASESINATO Era un viernes por la mañana. Estaba verdaderamente asustado por el asesinato de este miércoles. Un joven de veinte años llamado Alberto recibió tres balas en el pecho, dos en el brazo izquierdo y una en la cabeza. Se supone que a mí eso no me debería preocupar demasiado, dado que no llegué a conocer a la víctima, pero yo fui el único testigo del asesinato. Por ese motivo, la policía me interrogó; no le dieron más vueltas al caso y me creyeron a la primera. Al salir del cuartel, me dirigí andando hacia un bar y me di cuenta de que un hombre vestido con un chándal viejo y sucio me seguía, pero no le di la menor importancia y seguí mi camino; pensaba que era simple casualidad. Poco a poco, se iba acercando y empecé a ponerme un poco nervioso, hasta que, a mi lado, me dijo: —Puede que hayas dicho todo lo que viste, pero yo me voy a asegurar de que no cuentes nada más.

293. CLAUDIO ESTEBAN AZABAL SÁNCHEZ – EL JUEGO DEL CLUEDO La fuerte tormenta brindaba la noche de acción de gracias; todos quisieron trinchar el pavo, hasta el invitado de honor, Raúl, el prometido de Jésica. Un mujeriego prepotente, poco querido por el futuro suegro. No tardaron en saltar los plomos de la vieja casa. Armando, el padre de Jésica, salió a encender el generador de gasoil. Al reiniciarse la luz, Raúl yacía muerto encima de la mesa. Los gritos de Jésica ensordecieron a toda la familia. Empezó a culpar a su padre de envenenamiento, y este, a su hijastra Lourdes de pegarle con un plato, la cual había mantenido relaciones con él. Amanda, la hijastra, no tardó en culpar a la sirvienta de golpearle con el candelabro, que también cayó entre sus brazos, pero esta estaba segura de que había sido el novio de Amanda, asfixiándolo. Él sabía todo lo que pasaba. ¿Quién lo mato? ¿Cuál fue el arma?

294. CONCHA ARBO – PIENSA, PIENSA Me apena que el factor humano se esté quedando apartado, porque encontrar indicios tiene algo de intuición, un mucho de experiencia y un

bastante de suerte. Otro robo en un domicilio, la entrada sin forzar, el interior todo revuelto y bien registrado, dando con las joyas y el dinero de la casa. Esta gente no puede dormir con guantes, se los ha de poner antes de atacar la puerta. Pero tampoco muy pronto, pues llamarían la atención de algún vecino que se pudieran cruzar en el portal. Esto nos lleva al ascensor. Pero no la puerta de salida del piso en cuestión, donde ya han podido enguantarse, además de desconocer el piso exacto donde se han bajado, sino en el portal, puerta común. Encontraré muchas de todos los vecinos, pero qué demonios. La emisora avisa de otro robo y solo tengo una sola idea en la cabeza: la puerta del ascensor del portal. Los ordenadores echan humo. ¡Por favor! ¡Sí, un identificado! Por delitos de robo con fuerza. Sé quién eres; te estaré esperando.

295. CONCHI HENAREJOS – SIN TÍTULO «Tiroteo con rehenes a dos manzanas de vuestra ubicación». Alex hace un brusco giro y da media vuelta. Su hermano se sobresalta, pero lo disimula muy bien. Llegan al lugar indicado en un par de minutos. Ambos se ponen el chaleco antibalas. Matt ya sabía lo que era que un proyectil te atraviese la piel; Alex no, pero como si lo supiera, porque aquella bala era para ella, y le dolió más en el cuerpo de su hermano que en el suyo propio. Hombre de unos cuarenta años, con evidentes signos de trastorno psicótico. En otras palabras, imposible negociar, aunque eso Matt no lo sabe. Antes de que ella se dé cuenta, su hermano ya ha tirado el arma y está hablando con él. Todo pasa muy rápido y, en cuestión de segundos, Alex está en el suelo con una bala en la cabeza, la bala dirigida a su hermano.

296. CONCHITA SERRANO DUPRÁ – AMANECER CONTIGO Desperté complacida con el sol que entraba a raudales por la ventana. Te miré y pensé: «Otra vez amanezco a tu lado, amor mío». Sonreí y te dije: —Hemos pasado momentos muy malos, pero ahora vuelves a ser dulce conmigo, como cuando nos conocimos. ¡¡Te quiero tanto!! Me levanté con pesar de la cama para hacer el desayuno, arrugué la nariz y pensé: «No sé qué pasa, tendré que avisar a alguien porque hace unos días que hay muy mal olor, lo mismo es el gas. Vaya, oigo golpes en la puerta. ¿Quién será? Hay muchos hombres entrando. Eh, no pueden pasar. ¿¿Qué hacen?? ¡¡No me agarren!! ¡¡Socorro!!». Página de sucesos: Una mujer de unos treinta años asesina a su esposo y convive con él durante un mes. Los vecinos, alertados por el mal olor, avisaron a la policía, que se personó en el domicilio, donde ella misma les franqueó la entrada. Al parecer, tiene alteradas las facultades mentales, posiblemente por efecto de los malos tratos continuados por parte de su pareja.

297. CORA AC – TINIEBLAS —¿Y tú de qué te ríes? —He hecho aquello con lo que todos en esta comisaría soñáis, pero no os atrevéis a confesar. —¿De verdad crees que alguno de nosotros piensa en descuartizar, mutilar y asesinar a una persona? —¿Personas dices? ¿Desde cuándo la escoria es humana? Vamos, sabes lo que hacían, cómo dejaban a aquellos niños, cómo se te escapaban de entre los dedos por los tecnicismos... —El ojo por ojo no es el camino. ¡Deja de sonreír, me das asco! —¿Eso es lo que te dices cuando te miras al espejo? ¿Así haces frente a tu patética existencia? —... —No digas nada, no importa, hablaré yo, sabes que me gusta ilustrarte cuando andas en las tinieblas: te doy asco, sí, porque en el lugar más recóndito de tu mente, me admiras. Me necesitas, mi obra es todo aquello que tú mismo harías, pero que esa estúpida placa te impide...

298. CORA SERRANO BAQUEDANO – AL OTRO LADO El móvil vuelve a sonar. «Los del trabajo no me dejan en paz ni en mi día libre», pensé. —¿Sí? —contesté desganada. —Abre la puerta; no son formas de tratar así a tus invitados —contestó una voz que no supe reconocer al otro lado de la línea mientras sonaba el timbre. Colgué el teléfono en una décima de segundo y, con las piernas temblorosas, me fui acercando sigilosamente hasta la puerta de la calle. «Será el típico graciosillo», quería creer. Con la luz del descansillo aún encendida, pude distinguir en el suelo unas sombras. Sin lugar a dudas, alguien aguardaba detrás de mi puerta. La pregunta era quién. Volvió a sonar el timbre. —Vete de aquí o llamaré a la policía —fue lo único que se me ocurrió gritar. Pensé que había disuadido al sujeto cuando empezó a forzar la puerta. Cogí un cuchillo de la cocina y me acerqué muerta de miedo. En ese momento, sentí que no estaba sola. Unas manos me taparon los ojos.

299. COVA FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO Una fresca brisa marina le daba en la cara y le impedía pensar en lo que acababa de ver. Mejor olvidarlo cuanto antes. No sabía por qué le habían llamado si era conocido que estaba de vacaciones. Quizá era por esa fascinación suya con el asesino del libro, autor de aquel atroz crimen, pero necesitaba alejarse para aclarar sus ideas. Pero los criminales nunca descansaban, no pensaban en vacaciones. Solo en hacer su mal. No habían

encontrado nada que indicara cómo había llegado el asesino hasta allí, pues era un lugar alejado y con una carretera arenosa en la que se notaban todas las huellas, hasta la más mínima. Y lo había asesinado hacía menos de dos horas. Pero observando el acantilado, el inspector vio unas pequeñas escaleras que llegaban a la altura del agua. Y un pequeño barco se alejaba mar adentro.

300. COVA RODRÍGUEZ JUAN – SU ÚLTIMO CASO La agente Creevey sabe que la investigación se le ha ido de las manos; puede que sea una de las policías más brillantes del FBI, pero parece que no va a poder resolver ese caso. Eso es lo que más le molesta, saber que nunca descubrirá a la persona que se esconde detrás de esa red de narcotráfico y asesinatos, tirar a la basura el trabajo de los últimos dos años. Destapar esa red ha sido la única obsesión en su vida desde que aquella mafia le arrebató a su hermana. Cierra los ojos tratando de exprimir su última pista, el nombre de la empresa fantasma que le ha llevado a esa nave abandonada y por la cual ha descuidado su tapadera, dejando que descubran que es una agente infiltrada. Pero ahora, tirada en el suelo, desangrándose por la herida de bala del pecho y sin poder apenas respirar, un brillo de ilusión le inunda los ojos. Estirando el brazo, escribe con su sangre y sus últimas fuerzas el nombre de McMillan. Al final, sí que ha conseguido resolver su último caso.

301. COVADONGA MUÑIZ – EL EXCURSIONISTA Declan visitaba la zona de Tipperary en Irlanda, entró en un castillo y lo que allí se encontró fue aterrador. De una de las vigas colgaba el cuerpo de un hombre. En el lugar solo estaba el cuerpo y un pequeño charco de agua justo debajo de él. Todo parecía presagiar que se había cometido un asesinato. El cuerpo pertenecía a Trevor Robertson, conocido por regentar un bar. Hombre tranquilo y sin ningún conflicto. ¿Qué había pasado entonces? El inspector MacLolo no tardó en percatarse de un detalle: el charco. ¿Qué hacía allí ese charco? MacLolo se dio cuenta de que era lo que quedaba de un trozo de hielo que había servido a Trevor para suicidarse. Las deudas que acarreaba no le dejaron otra opción. Se subió en el hielo y este, poco a poco, se fue derritiendo hasta acabar con la vida del malogrado mesero.

302. COVI SÁNCHEZ – EN EL CRIMEN NO HAY DISTANCIA... Navidad en Nueva York. En un colegio privado, dos adolescentes jugando encuentran el cuerpo de un niño. Víctor, el inspector del caso, y Andrea, la forense, contemplan horrorizados la escena del crimen. El cadáver tiene una marca extraña. Algo no encaja. Ambos se quedan en silencio mientras piensan: «Sin pistas, sin sospechosos, y el único detective capaz de resolver aquel misterio vive a más de cinco mil kilómetros». ¿Quién les ayudará a desenmascarar al culpable?

303. CRIS BARBERO – EL CRIMEN PERFECTO El detective examinó la escena; una ventana rota, cristales esparcidos por el suelo, un charco de sangre manchando la alfombra de poliéster y una colilla en el suelo, al lado del sofá. Recogió la colilla guardándosela en el bolsillo. Aún no habían llegado los técnicos, así que siguió buscando pruebas que delataran al homicida. Por experiencia, sabía que el crimen perfecto no existía; sin embargo, este caso era peculiar. Para cuando llegaron los de criminalística, el asesino no había dejado ninguna pista.

304. CRIS HERNANDO GIMENO – VOZ EN OFF El sonido de las puertas del tren me devolvió a la realidad. Sentado en aquel lúgubre vagón, todavía sentía la emoción experimentada escasas horas antes. Por primera vez, mi corazón latía salvajemente, aullando, en cada pulsación, su libertad. Todo mi cuerpo seguía su compás, con el recuerdo de tan exquisito momento. La frescura que la brillante hoja dejaba en aquella alma me erizaba la piel. La perfección de cada movimiento entrelazado con la espesura del tinte rojo, que desprendía aquel ser. Nunca había experimentado una melodía tan excitante como aquel conjunto de gemidos entrecortados, acompasados por mi pincel. Por fin me sentía vivo. Con la satisfacción de mi nueva creación, había alcanzado el camino a seguir. Las carcajadas empezaron a surgir de entre mis labios; ya nadie me podría detener. El destino se puso en marcha, mientras abandonaba aquel lugar, que en el pasado fue mi hogar.

305. CRIS MOLINA CASTILLO – IGUAL Y DIFERENTE Cuando el cadáver de Frank, un delincuente reincidente detenido por tráfico de drogas, aparece en un callejón próximo al Madison, los detectives Will Russell y Christine Keller creen que podría tratarse de un ajuste de cuentas. Metódico y perspicaz, Will escruta minuciosamente la vida de Frank, esperando encontrar una pista que pueda esclarecer su muerte. Aunque sospechosos no faltan debido a su estilo de vida, ninguno de ellos es el culpable. El caso parece estar en vía muerta, cuando Christine sugiere otra posibilidad: ¿y si el objetivo no era Frank, sino su hermano Steve? Steve es un abogado matrimonialista, casado con una bella mujer, dos hijos y, lo más importante, gemelo de Frank. Las sospechas de Christine se confirman cuando, gracias a sus localidades próximas en el Madison, consiguen establecer una conexión entre Steve y el asesino, Ben Allen, que llevaba años planeando el crimen y que había jurado vengarse del abogado que representó a su exmujer durante su proceso de divorcio

306. CRISTIAN LORCA – HACER QUE PAREZCA UN SUICIDIO Después de ver la escena del crimen, la detective Sarah Lawrence encontró una cinta de vídeo; se veía que Josh Dilan (la víctima) decía: «Si habéis

encontrado esta cinta, es que me he suicidado». Después de ver la cinta, creían que ya estaba resuelto, pero a Sarah no le quedaba claro. El caso estaba cerrado, pero Sarah continuó investigando. En su camino por descubrir al asesino, se encontró con Cris Brown, que también estaba investigando el caso y le propuso a Sarah que investigaran juntos; ella aceptó. Unos días más tarde, Sarah averiguó que el lapsus de tiempo entre la fecha del vídeo y la de la muerte era exagerada. Descubrió que el vídeo fue grabado para gastar una broma y que el asesino la recreó. Se dirigió a la casa de la víctima una vez más para ver si hallaba algo que la ayudase. En su habitación, halló una nota: Los mejores amigos JD & CB. Algo que también ponía en el título del vídeo y a la vez eran las iniciales de Josh Dilan y Cris Brown.

307. CRISTINA ALONSO I GARCÍA – CON LA MUERTE EN LOS TALONES Era una oscura noche de diciembre. Corría, no sabía hacia dónde, pero corría, huyendo de su destino. No sabía dónde ir, dónde esconderse. De repente, se detuvo un momento y vio la entrada del metro. Sin pensarlo dos segundos, empezó a correr hacia allí, sin mirar atrás, sin mirar dónde pisaba. Cinco segundos más y hubiese llegado al metro. Tan solo cinco segundos. Pero allí la mataron, en plena noche, cerca de la parada de Winthrop Street. Iba con un vestido rojo informal, aunque le faltaba un zapato, concretamente un tacón de color negro del número 38. Llevaba la cartera y el anillo de casada, aunque este estaba en la mano y no en el dedo. El tacón que le faltaba fue hallado a veinte metros, dentro de un cubo de basura, impregnado de su sangre. La víctima tenía orificios causados por el tacón, lo que indicaba que era un asesinato no planeado. Y que la víctima conocía a su asesino y huía de él...

308. CRISTINA ÁLVAREZ RIVAS – EL ARTE NUNCA MUERE Una obra de arte, en todos los sentidos. Pinceladas precisas, perfectas. Colores vibrantes que en su conjunto le daban un aspecto siniestro y hermoso al cuadro. Una avalancha de sensaciones invade mi cuerpo. Asombro. Incredulidad. Rabia. Desolación. La imagen, mi caso de suicidio cerrado erróneamente hace un par de horas. Un hombre con una horca al cuello, una silueta a su espalda poniendo fin a su vida. Los ojos de él, apagados, sin ningún rastro de vida. En los de ella, determinación, frialdad, maldad. Los ojos de una asesina... Los ojos de mi hija.

309. CRISTINA ARPÓN MARTÍN – LA NOVELA Le dio un vuelco el corazón. En el mismo momento en el que supo lo que ese crimen ocultaba, su cuerpo quedó paralizado por el horror. Mientras observaba aquellas estremecedoras fotografías, un espasmo le recorrió la

columna vertebral. Su novela, la que ella había escrito y publicado varios meses atrás, yacía junto al cuerpo sin vida de un hombre, empapada en un charco de sangre roja y brillante. Se dio la vuelta y salió apresuradamente de la sala, con el aliento agitado. Sentía la necesidad de huir de allí, de respirar. Sin embargo, y por más que lo intentaba, no lograba quitarse esa imagen de la mente. Ella pensaba... estaba convencida, de hecho, de que ese libro era fruto de una historia de ficción, sacada de su propia imaginación. No obstante, la frase escrita a mano en la primera página en blanco del ejemplar era clara: Este relato no es una invención; el asesinato descrito en esta narración sucedió veinte años atrás...

310. CRISTINA B. NOGUERA I CUART – EL ASESINO DE LAS ESTACIONES La noche de San Juan; recibí una carta que me avisaba de un asesinato por cada estación del año. No me lo creí, hasta que al día siguiente encontré a un hombre quemado frente a mi casa, portaba un MP3; sonaba Verano, de Vivaldi. Pasaron los días y las pistas no me conducían a nada, hasta que el 30 de septiembre hubo un segundo asesinato por asfixia; también había un equipo de música; este reproducía Otoño, de Vivaldi. Me di cuenta de que la carta se haría realidad. Así fue, en invierno una mujer congelada cayó a mi balcón, mientras se oía esa maldita música, Invierno. En primavera, descubrí al asesino, por llevar la flor tatuada que envenenó a la cuarta víctima. Rebuscando entre su pasado, entendí que todo había sido planeado por mi novio, para vengar a su padre fallecido en un incendio en el teatro mientras interpretaba a Vivaldi.

311. CRISTINA CABASÉS REGAL – PÓLVORA Y SANGRE Los inspectores Erika River y Kurt Wilson habían entrado en el viejo motel de carretera decididos a interrogar al que creían que era el testigo clave para poder cerrar, de una vez por todas, el caso de los asesinatos en serie que se habían producido en la ciudad. El fuerte olor a humedad y moho del pasillo los envolvía mientras llamaban varias veces a la puerta de la habitación 147, obteniendo como única respuesta silencio absoluto. Kurt decidió tomar cartas en el asunto y se preparó para tirar la puerta al suelo de una patada. Erika puso los ojos en blanco y detuvo a su compañero, agitando delante de sus narices la llave que le había dado el encargado. El inspector no tuvo tiempo de sentirse avergonzado, pues a ambos se les heló la sangre tras abrir la puerta. Dentro de la habitación, olía a pólvora y sangre: era el olor a muerte. No fue necesario que vieran el cuerpo inerte del testigo para saber que estaba muerto y, con él, sus esperanzas de resolver el caso.

312. CRISTINA DEL BARRIO – LA MIRADA

¿Cómo sabes quién es un asesino y quién no? La inspectora Blake tenía su propia teoría. Los ojos; ese era su punto débil. La mirada de un asesino es fría y calculadora, sin alma, en pago a las demás que ha arrebatado. La inspectora la encontraba en cada criminal que encerraban, en cada caso que resolvían. Había sido testigo de masacres, de muertes horribles, solo por la ambición de un hombre. Y algunos de estos monstruos seguían en libertad, disfrutando de la vida que les habían quitado a otros. Realmente, ¿qué es un asesino? En respuesta a ese interrogante, surgieron muchas otras preguntas. Se preguntó cuándo había dejado de creer en la justicia. Y, sin más, se dio cuenta de que la mirada que tantas veces había encontrado en otros era un reflejo. Un reflejo de sus ojos. Los ojos de una bestia. Los ojos de un asesino.

313. CRISTINA GARCÍA LUCENA – EL FOTÓGRAFO VANIDOSO Dos meses y doce víctimas. La escena del crimen siempre era la misma: asfixiados con una cuerda común y una fotografía de sus ojos abiertos. Ni signos de forcejeo, ni huellas, ni ADN. Nada. Solo la foto. La inspectora Layla Harrison, rayando la desesperación, se fue a tomar unas copas a un pub alejado, donde no la conocieran. Tras varios chupitos de bourbon, se fijó que en el local había una muestra de un fotógrafo cuya temática era la mirada de las personas. Observó cada instantánea con detenimiento y, pese a su principio de embriaguez, vio lo mismo en todos los ojos captados. Tomó un café cargado y marchó rápidamente a comisaría. Recopiló las fotografías de las víctimas, las amplió y descubrió lo que había tenido frente a sus narices durante sesenta interminables días: la foto del asesino reflejada en las pupilas, el mismo de la exposición.

314. CRISTINA GONZÁLEZ – EL ABORTO Con esta ya van tres. Aún no tenemos pistas concluyentes que nos lleven a inculpar a nadie, pero sí tenemos un perfil. La causa de la muerte: asfixia; y todas ellas tienen algo en común: mujeres rubias, de entre treinta y treinta y cinco años, solteras, y que han sufrido un aborto. El asesino había marcado a las mujeres con un extraño mensaje en el vientre después de asfixiarlas: 13/02/2014. A simple vista parece una fecha, ¿pero cuál es su significado? El perfil es claro, el asesino ha padecido un daño psíquico producido por un acontecimiento trágico en su vida, quizá un aborto, el cual no puede superar e incluso considera que asesinando a aquellas chicas les está ayudando pues sería mejor estar muerto que seguir viviendo tras aquel funesto suceso. Probablemente, el asesino sea una mujer, con las mismas características que las víctimas.

315. CRISTINA GÓMEZ FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO Ahí estaba la prensa, junto con alguna gente morbosa y cotilla, agolpada

al otro lado de la cinta intentando vislumbrar algo de la escena del crimen que sería noticia durante días. Jay Redom era el vocalista más famoso de la última década. Y ahí estaba en el suelo, muerto. «Qué poético que muriera escuchando música», pensé cuando me fijé en el MP3 que estaba a su lado. «¿No fue un atraco entonces? Bueno, no es asunto mío, yo solo estoy aquí para transportar el cuerpo». «Parece triste», fue el primer comentario de la inspectora de policía. Se quedó observando el cadáver un buen rato mientras los otros polis le comentaban cosas. Hacía frío, deseaba que acabaran ya. «Sé quién es el asesino», me pareció escucharle decir. Extrañado, la vi agacharse a recoger el reproductor de música; en él sonaba su primer gran éxito, puesto en bucle. La única canción que no había cantado solo: Always together. En aquel momento, yo vi la tristeza en ella.

316. CRISTINA HAMMONS – SIN TÍTULO Susan caminaba por la calle sonriendo, pensando en la cara de Jane cuando había encontrado su ropa hecha jirones; había sido mejor que la que puso cuando le tiraron ese batido encima hacía solo dos días. Un ruido la sobresaltó, sonrió al ver que solo era Jane, la sonrisa se le congeló en el rostro cuando vio un cuchillo en su mano. En ese momento, Susan fue consciente del dolor que sufría Jane, de lo atormentada que estaba..., todo por su culpa. Intentó disculparse, pero ya era demasiado tarde, el cuchillo había atravesado su corazón. Jane se quedó paralizada, poco a poco fue consciente de lo que había ocurrido. Comenzó a llorar, su intención nunca fue matarla, el cuchillo tenía otro destino. Ella sabía que, después de aquella noche, su nombre aparecería en los periódicos; lo que no había previsto era aparecer siendo una asesina en lugar de una suicida.

317. CRISTINA HOM – SIN TÍTULO Por un descuido me palpitaba el pecho, me sudaban las manos. Tendría que actuar pronto. Todavía no sabía qué estrategia usar y no me quedaba mucho tiempo para pensarlo, los minutos pasaban y cada vez estaba más nervioso. Finalmente, me dieron la orden y, sin pensarlo, cogí la cuerda y salté. Mi destino era pisar tierra firme; cuando llegué al suelo, miré hacia delante, me encontré con hombres y mujeres con la cabeza tapada y maniatados. Los ladrones no se habían dado cuenta de mi presencia, así que decidí actuar: me oculté detrás del mostrador mientras daba la orden para que mi equipo bajase. Sin darme cuenta, pulsé el botón de la alarma que había en el suelo y se dieron cuenta de que estaba allí escondido. La simulación acabó y, como suponía, no había aprobado el examen para capitán de los GEO.

318. CRISTINA HUÉLAMO SANZ – DOBLE CELEBRACIÓN Nunca pude imaginar que el afán de poder iba a ganar al de amar... Por

ello, murió una mujer a manos de un mal galán. Su nombre era Marie, directora del magacín Fame; el del galán, he de averiguarlo. Mi mente no para de recordar: «Lewis, fan de Marie y Fame, despreciado por la reina del magacín. Un motivo de locura por el cual matar... David, subdirector de Fame y amante de Marie. Oscura verdad pudo llegar a ocultar... Charles, marido de Marie, descubridor de la deslealtad de su compañera de viaje. Honor y traición juró vengar...». Un cuchillo especial fue la causa del trágico final, hendiéndose tal metal en la tarta del veinticinco aniversario de Fame. Una sola persona manejó en ambos escenarios semejante arsenal, una persona de la que jamás terminé por sospechar. El poder de Fame ganaría al de amar... No es el único misterio a averiguar; mi nombre no he nombrado, pero tú has de investigar. Yace tanto en este relato como en la obra del Don Juan.

319. CRISTINA ISIDRO – SIN TÍTULO La sangre roja sobre la nieve blanca se extendía más y más. El cuerpo se encontraba cada vez más frío y lo colocó junto a los demás cadáveres. Una semana más tarde, la expedición al monte del Suicidio comenzó la ascensión hacia la cumbre. Pararon los científicos por una aldea al pie, para que les contaran los aldeanos las historias y leyendas de esa montaña. Querían desmontar el mito de que todo hombre que intentaba coronar esa cima se volvía loco. Al día siguiente, empezaron a ascender. Oyeron gritos y voces. Solo sobrevivieron dos de los siete que intentaron coronar la cima. Se encontraron con una grieta según seguían ascendiendo, ya con algunos problemas psicológicos, y uno de ellos se cayó por ella; el otro se congeló. El hombre vio una circunferencia dibujada con los cadáveres de sus familiares. Eso fue la gota roja de sangre que colmó la nieve blanca. No pudo soportarlo y... Y se despertó, dio un salto de la cama y se fue a dar una ducha.

320. CRISTINA LAGUNA – LA SOMBRA ESCONDIDA Era la cuarta víctima en un mes. El joven, de unos dieciocho años, yacía en el suelo (de un tono azulado); su sangre formaba un charco a su alrededor. El aviso lo había dado la anciana, vecina de abajo, a la que despertaron los ruidos. A diferencia de las otras víctimas (de entre veinte y veinticuatro años, trabajadores y sin aparente relación) el joven era estudiante universitario. El detective Denis Suárez, junto a su compañero, fue a la universidad. Una joven les dijo que Michael (la víctima) había hablado días antes con Mark Evans, un compañero suyo. Denis recordó que una de las víctimas también había hablado con él y que podía tener relación con las otras dos, así que buscaron al joven, pero tenía coartada. Investigaron las redes sociales de las víctimas y descubrieron que eran «acosadas» por un joven de la edad de la víctima llamado Nathan Swift, el cual estaba enamorado de Mark; el joven era muy celoso y no tenía coartada factible. Lograron detenerlo antes de

que saltara con la ayuda de Mark.

321. CRISTINA MARTÍNEZ TRIVIÑO – SIN TÍTULO Abrió los ojos con pesadez y vio que estaba tendido en el sofá y tapado con su manta de cuadros escoceses. ¿Cómo había llegado allí? Unos metros más allá, un gran charco de sangre empezaba a cubrir el cuchillo de cerámica que su suegra les había regalado para su último aniversario. ¿Qué había pasado? Se visualizó esa mañana eligiendo una corbata, besando a su mujer y yendo a su despacho. Recordó recibir una extraña nota donde se leía: Tu esposa te engaña, ve a tu casa. Evocó sus pensamientos mientras conducía hacia allí seguro de estar haciendo el ridículo. Revivió el momento en el que enfermo de celos cogió el cuchillo y se dirigió hacia donde se escuchaban sus voces. Volvió al presente y observó la expresión de horror en el rostro de ella mientras el hombre se limpiaba la sangre de las manos. ¿No estaban heridos? Entonces cayó en la cuenta. Sintió que el sueño se apoderaba de él y dejó que sus ojos se cerraran. Esta vez para siempre.

322. CRISTINA MENESCARDI ROYUELA – EL TOPO En la escena del crimen se hallaban los inspectores Torres, Rodríguez y la teniente Ros. Había dos víctimas de un tiroteo, un policía y una mujer boca abajo. Esto solo podía significar que iban a por el Cuerpo de Policía. Parece que había un topo y que estaban en peligro. Ros había estado toda la noche reconciliándose con su novio, y sabían que Torres había estado en casa con su mujer; eso dejaba como único sospechoso a Rodríguez. Ros intentó avisar a Torres, pero su mano translúcida atravesó la de él. No podía ser, no se había reconciliado con José, lo había soñado. Tenía que avisar a Torres como fuera, pero ahora ella no tenía coartada; mirándolo bien, daba igual, estaba boca abajo en la escena del crimen..., donde Rodríguez miraba fijamente a Torres, iba a ser el siguiente. Rodríguez era el topo.

323. CRISTINA PALACIOS – SIN FIN No tenía tiempo para quitarse el uniforme. No importaba. Al final, lo había conseguido. Después de estar años persiguiendo al más cruel, despiadado y violento de los asesinos en serie a los que se había enfrentado, lo había detenido. Deseaba llegar a casa para contarle a Mia la noticia y, por fin, poder dormir tranquilo. Mia se merecía recibir aquella noticia; ella era gran parte del éxito, por aguantarle noches en vela comentando el caso, sobrellevando las grandes ausencias y por permanecer en un segundo plano, asumiendo durante largos años su trabajo como detective. Se pararía en el 7/11 de la esquina, compraría Moët y celebrarían toda la noche este hito en su carrera. La luz se colaba por debajo de la puerta. Ella estaría dormida en el sofá. Sus llamadas no la habían despertado. Abrió la puerta. Se derrumbó. ¿A

quién habían encerrado? ¿Cómo podía haberse equivocado? Mia había pagado las consecuencias.

324. CRISTINA TOBES ESCOBAR – EL MISTERIO DE LA MUJER CASADA El mayor misterio en nuestra urbanización. Helen, de origen inglés, esa noche se tomó varias copas de más y comenzó a tontear con todo hombre que se le ponía delante. Hugo, el cocinero del bar cercano, se unió a la fiesta. Los vieron alejarse, no sin sonrisas socarronas de los presentes, ya que ambos estaban casados y sus parejas no fueron. Al amanecer, encontraron a Helen muerta a los pies de unas escaleras. Sacó dinero del cajero automático, pero no se encontró dicho dinero y tampoco tenía puesta la ropa interior. Cayó desde lo alto. Nadie supo qué pasó, si fue un accidente o fue un asesinato.

325. CRISTINA VIGO – SELFIE KILLER —«Dentro de veinticuatro horas, voy a matarme y el mundo entero lo podrá ver...». Esas fueron las únicas palabras que pronunció la chica. La mujer del policía se quedó boquiabierta. —¿Y qué pasó después? —No dijo una sola palabra más en toda la grabación. Aparecía en medio de la pantalla, sentada frente al espejo del baño y maquillada como la Catrina, sin soltar el móvil de la mano mientras una cámara de vídeo grababa a su espalda. Nuestro equipo rastreó la señal y dimos con la casa, un piso en el centro. —¿Quería suicidarse? —No, todo parece indicar que fue cosa de su pareja. Ella es adicta a publicar selfies en las redes sociales. El novio quiso vengarse, así que la obligó a posar frente al espejo durante un día entero antes de asesinarla. Ahora la prensa le llama el selfie killer. —¿La ha matado? —Lo intentó, pero conseguimos distraerle en el último momento. —¿Y cómo? El policía sonrió con una mueca burlona. —Le hicimos una llamada al móvil.

326. CRISTINA SOFÍA LÓPEZ MARTÍN – AMOR POR EL ARTE John tatuaba sentimientos, plasmaba formas de ser. Era uno de los tatuadores más cotizados de Madrid. Lo que el resto desconocía era su perfeccionismo extremo, no tenía límites. Jane fue la primera en descubrirlo, pues entró como cliente a su estudio y salió como víctima. Jane quería hacerse un tatuaje especial, algo que le marcase para toda la vida. John comenzó con el diseño, pero el resultado final le decepcionó, le faltaba esencia. No consiguió

plasmar lo que quería, por lo que ató a Jane en la camilla, le dijo: «Esto destrozará mi reputación», y acto seguido le inyectó una dosis mortal de veneno en el tatuaje.

327. CURRO CESTERO PECADOS – EN EL NOMBRE DEL PADRE Damián alzó su copa y dijo: «Tomad y bebed, que esta es mi sangre, que será derramada por vosotros. Del Hijo. Sara se acercó con temor, abrió la boca y tomó la comunión en forma de oblea. Y del Espíritu Santo. El coro alzó sus voces mientras sus ojos se inyectaban en sangre y sus manos se agarrotaban intentando aferrarse a la vida. El padre Damián sabía que ahora Sara estaría en paz con Dios por sus pecados. Amén.

328. CYNTHIA BARLEYCORN – ETERNA TORTURA Tengo que lavarme las manos, odio los pomos. Tres veces, tres estará bien, estaré limpia. Tres más, para estar segura. Una... dos... y tres. Limpias. Repasemos: me he duchado, me he lavado las manos tres veces y he recogido la habitación. Ya puedo abrir el correo. Solo la muerte nos salva del gran castigo que es la vida. Me parece absurdo cuando la gente mata por venganza... ¿Qué venganza? ¡Les haces un favor! La tortura, en cambio... Torturar a alguien durante días y dejarle vivo para poder acabar la obra con una tortura psicológica eterna. Debí haberla protegido... Yo cuidaba de ella, todo fue culpa mía. Repasemos: he alquilado la cámara frigorífica, solo se abre desde fuera y no estará encendida, está aislada, nadie oirá los gritos; un juego de esposas; he programado la llamada a emergencias dentro de tres días; seis ratas hambrientas. Todo listo. Mi gran obra, la eterna tortura. Esto está muy sucio, ¡necesito salir de aquí! Ahora recuerdo por qué compré las esposas.

329. DALIA TIZÓN PÉREZ – SIN TÍTULO Era innegable que la había querido. Pero que cometió un error también lo era. Ya no había nada que hacer. Sara siempre respetó la ley, ¿por qué no hacerlo ahora? ¿Para cubrir a Damián? No. Incluso debía agradecer que le había avisado de que iría a la policía a contarlo todo. Él llevaba años con esa red de tráfico hasta que esa chica llegó a su vida a torcerlo todo. Estaba recordando el aroma de su pelo y el lunar de su hombro derecho cuando masticó y tragó un trozo de carne antes de decirse en voz baja: «Te recordaba más dulce».

330. DANI CALVO – ÚLTIMO DÍA Cuando llegué a casa me la encontré, allí tumbada, en esa cama. ¿Cuándo se acabará esta tortura? Mi mujer, mi pobre mujer, enferma y sin que yo

pueda hacer nada para ayudarla. Pasan los días y cada día es peor, su cuerpo se muere poco a poco, el médico me dijo que se moriría pronto; cuando me lo dijo, no pude reaccionar, esas palabras me llegaron demasiado profundo. Empecé a llamar a todos los familiares, amigos, compañeros del trabajo, a toda persona que conociera a mi hermosa mujer. Empezaron a llegar los amigos, los familiares... Los reuní a todos en el salón para darles la horrible noticia. Cuando se la conté a mi suegra, empezó a llorar, y mi suegro intentó consolarla, pero su tristeza también le invadía. Mis amigos hablaron conmigo, ayudándome a mejorar en mi estado de ánimo. Llegó, llegó ese maldito día que yo esperaba con angustia; mi mujer abandonó este mundo. Y yo, tan triste como estaba, escribí esto para decir que me despido de todos.

331. DANI CASTRO – FUISTE TÚ Consiguió cerrar todos los accesos y quitar las señales de alarma. Pero algo se le escapaba. Luis, al escuchar los gritos y golpes, no se lo pensó, se escondió en el falso techo. Consiguió callar a los clientes del banco con violencia y gritos. Luis, agudizaba sentidos. Consiguió, después de varios intentos, la saca con unos tres kilos de monedas de incalculable valor, las dejó en la estantería, cerca de la salida trasera. Luis, asustado, vio la oportunidad. Alcanzó la saca con sumo sigilo y huyó por el boquete que dejaba el conducto del aire acondicionado. No consiguió convencer al juez de que él no tenía la saca y que escuchó ruido y alguien huía con ella. Luis contaba billetes.

332. DANI GUZMÁN – LA MANO DEL MUERTO El olor a pólvora inundaba las fosas nasales del detective Carcosa mientras contemplaba hierático la escena del crimen. Boston. Una taberna clandestina donde se bebía alcohol clandestino durante una clandestina partida de cartas. Cinco cadáveres: el policía corrupto, el gánster sanguinario, la corista jubilada, el periodista alcohólico y el tahúr codicioso. Sus ensangrentadas cabezas caídas sobre el tapete verde y, en el centro de la mesa, un revólver humeante. Sin testigos. Sin nada en común salvo una cosa. Él, el detective Carcosa. Y lo que le unía a esos desechos es que quería verlos muertos. En las cuatro cartas del asiento vacío había una pista: dos ases negros junto a dos ochos negros. La mano del muerto. El asesino había dejado una bala esperándole en un revólver humeante. Carcosa movió la pistola con un pañuelo y apuntó al asiento vacío. Asintió. Nunca darían con él. Su venganza había concluido.

333. DANI PEREIRA – BENDITO Y ODIADO ÁNGEL Maldita locura, veloz y enfermiza. Esa vesania consumía a cualquiera. Sus pasos marchaban por las lluviosas calles de la ciudad, esperando que algún día el trabajo liquidara el sufrimiento. Lamentable deseo para un hombre que

ejercía como bombero, labor altruista y arriesgada. Pero a pesar de su juventud, todo carecía de sentido. Se odiaba a sí mismo, y con motivo: lo echaba absolutamente todo a perder, los errores convertían toda superficie en zonas grises y moribundas. Vivir eternamente contigo es difícil en situaciones de tal calibre. Pero todo barco negro, astillado, que se hunde, puede ver la luz de ese faro puro, digno, que se eleva con serenidad entre las tinieblas. Se había autodestruido, pero podía estar seguro de la fe en ese faro. Resquebrajado en pedazos, debía y quería seguir avanzando, saltando todo obstáculo, sin volver a fallar. A nadie más. Él ya no importaba, pero sí lo que representaba en su vida. Todo demonio tiene su ángel. Nada, jamás, haría que renunciara a ella.

334. DANI RODRÍGUEZ – OTRA VEZ Entra gente en el vagón y levanto la vista. Justo enfrente, es ella. ¿Es ella? No, claro que no. No puede ser ella, es imposible que sea ella. Dios, ¿cuánto lleva ahí sentada? ¿Cómo no la he visto? ¿Es ella? ¡No! ¡No es humanamente posible! Tengo que... ¡Dios, me ha visto! ¡Ha barrido el tren con la mirada, me tiene que haber visto! Está disimulando... Claro, está nerviosa, tiene que estarlo, tiene que estar incluso más nerviosa que yo. ¡Se levanta! Baja. Tengo que... La tengo que seguir. La seguiré. Nunca pensé que la volvería a ver, a tener cerca, a... Rápido, las escaleras. Qué rápido va. Tengo que... ¿me habrá visto? No sé si... ¡Pero si me hubiera visto, hubiera dicho algo! ¿No? No me ha visto. ¿Dónde está? Tengo que... Dios, es imposible que sea ella... ¡No, al portal no! Ven, ven aquí, eso es. No, no, calla. Así. Eso es, no hagas fuerza, dame el cuello. Así, así, no dolerá, relájate. Dios, así, suave. Ya está. Ya acabó. No eras tú. Claro que no eras tú. No podías ser tú otra vez.

335. DANIEL ARIAS LIRIA – DEPENDE DE QUIÉN LO CUENTE Era él, un policía un tanto callado que, después de haber violado un par de leyes de los Estados Unidos de América para salvar a su familia de ir a prisión, se había quedado sin su puesto de trabajo, y tras salir de la cárcel, quiso contar su versión de lo que pasó, pues todo el mundo echaba pestes de él, porque el FBI había exagerado demasiado los hechos. Intentó comunicarse con el mundo a través de la prensa, la televisión, radio..., pero nadie le ofrecía un mínimo de apoyo. No se rindió a pesar de que nadie le quisiese ayudar y se le ocurrió una idea brillante: comunicar su historia a través de la escritura. Escribió un libro contando la verdadera historia; eso sí, cambiando el nombre de los personajes para no delatarse. Tras mandarlo a una editorial como anónimo, aprobar su publicación y haber pasado un mes del lanzamiento, un crítico literario opinó: «El agente de policía de este libro actuó como un verdadero héroe».

336. DANIEL BERNAT REYES – SU PROPIA PESADILLA Walter Matthews era un detective de Homicidios de Brooklyn. Su carrera estaba llena de grandes logros, numerosos casos complicados resueltos. Su vida cambió por completo cuando se topó con el Asesino del Alfa y la Omega, el cual mutilaba a sus víctimas de diferentes maneras, cada cual más espeluznante, y grababa en su piel esas letras del alfabeto griego. En su búsqueda, no encontró prácticamente pistas, y no ayudó el hecho de que no conciliaba el sueño con facilidad, y cuando lo hacía, tenía pesadillas extrañas. Finalmente, logró una pista que le acercaba al asesino, un testigo que afirmaba haberlo visto abandonando uno de los lugares donde se halló una de sus víctimas. Cuando fue a reunirse con el testigo, este señaló a Walter como el asesino. Comenzó a recordarlo todo: cómo asesinó a cada una de las víctimas, y comprendió que su mente lo había bloqueado todo. Los años persiguiendo asesinos le convirtieron en uno: él era el Asesino del Alfa y la Omega, era su propia pesadilla.

337. DANIEL CASTILLO MARTÍN – UN SILENCIO REVELADO El inspector Robert Burlow sabía que todo aquello no era posible. En el suelo de una de las calles más transitadas de la ciudad, un cuerpo reposaba anodinamente mientras la sangre coagulada se fundía con la escarcha matinal. —¿Sabemos quién es? —preguntó el inspector, sacando una libreta para apuntar todos los detalles de la investigación. Burlow sabía que las cuatro de la madrugada era una mala hora para salir a la calle. El alcohol, las drogas y el vandalismo poblaban los principales barrios bajos y se extendían por el resto de la ciudad como pólvora. —No, señor, no sabemos nada de la víctima —dijo el forense. El inspector sacó una bola transparente del interior de una bolsa y miró a través de ella. —Pero sí sabemos cómo murió —completó Burlow mientras veía las imágenes sucederse en el interior del cristal. Era la recreación del momento del crimen.

338. DANIEL HIDALGO CAMACHO – SIN MIEDO A LA LEY Me llamo Shane; el primer crimen fue difícil de digerir. Dos días después, aún soñaba con la primera víctima. Al tercer día, con mi segundo asesinato, todo desapareció. El miedo, las dudas, el por qué comencé con esto, todo se esfumó, y al sexto día, continué. Seis días, tres asesinatos. Una pelea callejera en la noche en un callejón oscuro con un desconocido, una prostituta en un hotel de carretera y una joven a la que primero secuestré y luego me atreví a torturar. Nada en común entre ellos, solo por el placer de matar. ¿Creéis que la policía me atrapará algún día? Yo no lo creo; lo que he empezado me gusta y no pienso parar.

339. DANIEL KOWALSKI BADIOLA – ENCERRADA Abrió los ojos. Layla no sabía cuánto tiempo llevaba sin estar despierta. Se sentía incómoda de yacer tanto tiempo en el suelo. No había ruido alguno. «Se han ido», sospechó. Notaba su pelo rígido. «Lleva demasiado tiempo sin lavar», reflexionó. Divisó migajas en el suelo. Empezó a comérselas desesperadamente. Sentía como no solo tragaba migas, sino también polvo. Pero no le importaba, tenía hambre. Se estremeció. Allí estaban, mirándola. Eran los de siempre. Se acercaron. La tocaron. Sentía cómo palpaban su cuerpo desnudo. Y sonreían. Constantemente lo hacían. Layla solo esperaba que parasen. «Siempre acaban parando». Pero esta vez, el más alto cogió la cadena de metal. «Sé qué viene ahora, ya lo he visto antes», pensó. La entrelazó con su cuello, y ella pudo ver cómo la cadena se tensaba. «Por fin volveré a reunirme con los míos», razonó, mientras la luz le deslumbró rápidamente. Layla emprendió su viaje, su viaje al parque con los otros perros.

340. DANIEL LÓPEZ – EL ASESINO Eran las diez de la noche en un viejo pueblo de Nueva York; de repente, cae un cuerpo del cielo. De una casa sale Peter, el cual reconoce el cuerpo: el muerto era su amigo. Al escenario del crimen llegó Wilson, un detective joven, pero con mucha experiencia, solitario y que se fijaba en todo. Wilson vio que el cuerpo tenía una marca de serpientes. Peter dijo que su amigo se estaba juntando con un chico muy raro al que le gustaban las serpientes, un tipo sin corazón, problemático y el principal sospechoso. Peter le dijo al detective que fuera a hablar con la novia de su amigo. De repente, se oyó un disparo a lo lejos y mató a Peter, pero no había nada ni nadie. Wilson fue a hablar con Rachel, la novia; ella le dijo el nombre del asesino, Owen. Al salir de la casa, esta explotó. Wilson se empezó a enfadar, investigó a Owen, él era bueno pero inexperto y fue a arrestarlo, pero, claro, este no se lo iba a poner tan fácil. Wilson sufrió muchos daños, pero logró acabar con el asesino.

341. DANIEL MARTÍN ESTÉVEZ – SIN TÍTULO Josh y Rose eran dos amigos de la infancia, que llevaban años juntos en la Policía. Desde pequeños, los dos sabían lo que querían ser, y desde entonces no han descansado en su afán por coger a los criminales. Ahora, su mayor y más complicado caso está delante de ellos: un autobús, una mujer asesinada y ninguna pista. Todo indicaba que el asesino no había estado en el lugar del crimen; el autobús estaba en marcha cuando la mujer murió, y no se vio a nadie sospechoso. Las cámaras lo desmostraron. Algo no cuadraba; este caso se complicaba a cada paso, tampoco había arma ni huellas. ¿Qué era el asesino: un fantasma o alguien muy meticuloso? Además, la mujer era una chica de unos veintiséis años. ¿En qué andaba metida?

342. DANIEL MONTOYA – SOFÍA Sofía me apuñaló. Fue en la misma cama en la que no hace ni una hora nos habíamos empapado con el calor más apasionado que habíamos compartido jamás. No entiendo nada. Incluso muerto sigo en esa habitación. Estoy flotando y la observo llorando sobre mi cuerpo. Yo también quiero desahogarme. Pero necesito una explicación ¿Qué hice? Aunque en estas vacaciones dijese algo terrible, incumpliera alguna promesa o me olvidase de alguna fecha importante, nos habríamos reconciliado en la cama. Como siempre. El viernes durante la cena hablamos sobre el amor. Sofía ironizaba diciendo que hay mujeres idiotas. Ella nunca lloraría por un hombre. Le bastaría con destruir todos los recuerdos. El resto de la semana apenas dijo nada. Siempre hablo yo. Pero ella es así. Intrigante y rara. ¡Vaya! Puedo verme a mí mismo acostado hace cinco minutos... ¿Hablo en sueños? Qué curioso. Y ella está despierta escuchándome... ¡Qué idiota! Se enteró de lo de Marta... aún así no lo entiendo. 343. DANIEL MORERA NAVARRO – ONCE AÑOS Hoy cumplo once años... Para mí es una fecha muy especial. Soy Raúl y vivo con mi papá, el mejor del mundo. Cada año, por mi cumpleaños, me da un regalo muy especial que voy guardando en mi colección. Este año, me ha dicho que va a ser diferente, que me estoy haciendo mayor y estoy ansioso por ver de qué se trata. ¡Estoy muy ilusionado! Además, estoy feliz porque creo que estoy enamorado. Lucía es una chica de mi clase, con unos ojos azules que hacen que me tiemblen las manos al mirarme. No soy capaz de saludarla, no me sale la voz, pero sé que me quiere, sus ojos me lo dicen..., son tan azules. ¡Papá ha llegado! Vamos juntos al sótano y me dice que esta vez elijo yo, que puedo elegir lo que sea de quién sea y será para mí. ¡Estoy excitado! Hasta ahora todos los regalos eran de mamá, pero esta vez no. De repente lo tengo claro: mamá me mira desde su caja del sótano y, al ver cada uno de los frascos con sus diez dedos, ya sé qué voy a querer por mi cumpleaños... Quiero que Lucía solo me mire a mí...

344. DARÍO REDOLFI – EL CONDENADO SIN LEY Conocido por su gran facilidad para engañar, también agresivo con su pareja, llegando a darle reiteradas palizas y amenazas, estafador y manipulador sobre toda persona directa e indirecta, aficionado al juego y a las prostitutas, sin trabajo fijo, vive de gente inocente e ignorante provocando en ellos daño psicológico y económico sin escrúpulos. Estos sucesos, cuyo protagonista se hace llamar el Chulo, darán una gran vuelta a su vida. Un día, es engañado por teléfono para el transporte de droga; estaría remunerado con cinco mil euros. Aceptó y dijo: «Tranquilo, yo vivo de esto». Charly, el mensajero telefónico, lo citó para entregarle el paquete. Una vez reunidos, el Chulo, sin saber la verdad, se preocupó. De repente, aparecieron de la oscuridad varias personas. La idea era llevar a cabo una desagradable y brutal

venganza: torturado, humillado y enjaulado. Lo dejaron a su suerte, sin piedad, lo que el Chulo jamás tuvo por nada ni nadie.

345. DARÍO CASADO – TRANQUILIDAD Tenía los ojos cerrados cuando escuchó el primer grito. No estaba pensando en dormir, pero sí le habría gustado disfrutar de un poco de paz y tranquilidad. «Este barrio está cada vez peor. Con las horas que son y vaya berridos», pensaba. Siempre pasaba igual. Cerraba los ojos, intentaba relajarse y disfrutar, pero nunca podía. Ya ni se molestaba en mandar callar; había aprendido que nunca hacían caso. Al estar acostumbrado, no le molestaba tanto como al principio, pero siempre que ocurría pensaba en si alguna noche tendría la suerte de no escuchar ningún grito. Al menos eran cada vez más débiles y espaciados. Pronto iba a parar. Quizá es cosa de las grandes ciudades y es inevitable pasar una noche en calma, sin ruidos. Cuando ya no escuchó más berridos ni notó más movimiento, por fin dejó de apuñalar a aquella mujer. «Algún día, alguna no gritará», pensó esperanzado.

346. DATA FRIKI – UNA MUERTE DULCE Y sentí que el sabor de sus labios..., su perfume, acababa con mi vida, pues no era tan solo ese embriagador aroma que llamamos amor, sino el propio y dulce veneno con el que estaban impregnados sus labios lo que terminó por matarme, una dulce muerte para tan desdichada vida. Era una noche lluviosa, hacía frío y estaba cansado. Salía de tomar una copa cuando una chica, de esas que ves una vez en la vida, se me acercó. Extrañado pensé: «¿Me habla a mí?». Tras invitarle a un par de Manhattans, una cosa llevó a la otra..., fue entonces cuando me confesó que su hermana murió atropellada «por mi culpa». Hacía años que ocurrió, casi no lo recordaba; en aquel entonces, yo bebía en exceso e iba hebrio. Y mientras ella confesaba que había estado planificándolo todo, cada momento..., me susurró al oído: «Te perdono». Y me dio un beso envenenado.

347. DAVID AGUILERA ROMÁN – EL ALMA JUNTO AL MAR Como cada noche, Jarod pasaba interminables horas a la orilla del mar. Su insomnio no le permitía otra cosa. La brisa marina y el golpeteo de las olas al menos le relajaban. Sin embargo, esa noche era distinta, sentía las gaviotas, las centelleantes luces de las farolas y el rumor marino mucho más fuerte, como si formara parte de él. Aquellos pescadores nocturnos no se giraban al oírle pasar tras ellos, y estaba ya tan agotado que decidió irse a casa. Tras llegar a la puerta, se dio cuenta de que no llevaba llave y decidió llamar. Su mujer y sus hijos no le contestaron, solo Pinky, el pequeño caniche que tenía por mascota, pareció percatarse de su presencia y se acercó a

olisquear a la puerta. Tras insistir varios minutos, resolvió entrar por la ventana baja de la habitación de uno de sus hijos; el enorme espejo del recibidor no le devolvió su imagen. Un sudor frío empezó a recorrer su espalda mientras su mujer irrumpía en llanto desgarrado: su cuerpo fallecido yacía asesinado sobre la alfombra.

348. DAVID ALVIRA SAINZ – VENGANZA A LARGO PLAZO Un niño encuentra a un hombre trajeado muerto en un pozo; sale corriendo hacia su casa a contarle todo a sus padres. El padre llama a la policía, que se dirige a la zona donde está el cuerpo; se dan cuenta de que no tiene ningún rasguño, contactan con el FBI, que después de investigar descubre que es el dueño de una importante empresa farmacéutica. Averiguan que en realidad utilizan la empresa para el tráfico de drogas y de mujeres utilizadas para la prostitución. Entonces, también descubren que detrás hay personas muy importantes a las que no les interesa que esto salga a la luz. Parece que el capitán del FBI es el que está al mando de todo, pero no es el asesino. Al profundizar en el tema, ven que hay una prostituta con quien el asesinado tuvo un hijo que vive en ese pueblo; van y lo detienen, después de encontrar un plan de asesinato para culpar al capitán del FBI.

349. DAVID APARICIO TRAVE – UN ASESINO DEMASIADO CONFIADO El inspector de policía Lucas se dirigía hacia otra escena del crimen. El forense John dijo que la víctima se llamaba Óscar Reyes Guzmán, de cuarenta y cuatro años, agente de bolsa; había muerto de un disparo al corazón; el arma se encontró a varios metros del cuerpo. Mi compañera Cristina llamó a la mujer de la víctima para comunicarle el crimen; esta no se lo creía. Mientras tanto, llamó John y dijo que en la pistola habían encontrado huellas, pertenecían a Héctor James Torres; estaba fichado por robo. Fueron rápidamente al domicilio del presunto asesino, la puerta estaba cerrada y no contestaba nadie, tuvieron que entrar a la fuerza, lo encontraron dormido. Entonces, se despertó; le preguntaron por el asesinato y dijo que le habían robado su pistola días antes. Lo arrestaron; estaba todo claro, la pistola tenía sus huellas y a Óscar le faltaban doscientos cincuenta mil euros, sacados horas después del crimen, encontrados en su casa en un bajo fondo del armario. «Héctor James Torres, queda detenido».

350. DAVID AVARO – EL TEMPLETE DE MANOR HOUSE El 9 de octubre de 1948, el coronel Hart y su esposa Lady Hart organizaron una fiesta, rodeados de sus amigos y más allegados, en su casa del sur de Inglaterra. Esa misma noche, los invitados vieron ir a la pareja al templete que se encontraba a orillas del lago. Unos minutos más tarde,

escucharon varios disparos procedentes del lugar. Rápidamente, fueron allí, donde encontraron en el suelo a Archibald y a Dorothea, muertos a causa de un disparo en la cabeza. Al lado del coronel había un revólver en el cual faltaban tres balas. El inspector Lexington de Scotland Yard revisó las pruebas halladas en el templete y llegó a la conclusión de que había sido un doble suicidio, aunque el testimonio de una invitada aseguraba que cuando salió a fumar había visto en los alrededores de la casa merodeando a un hombre desconocido. A falta de más pruebas, el caso se cerró. Unos días más tarde, en otra orilla del lago, apareció el cadáver de un hombre muerto por un disparo.

351. DAVID BOLIVAR – LA SOLUCIÓN El agente que dio el aviso abrió el maletero y allí estaba, yacía muerta sin signos de violencia. El inspector seguía allí, de pie, vestido con su abrigo oscuro de siempre y observando ahora el interior en el que solo podía ver a la víctima colocada en posición fetal, como si durmiese tranquilamente. Nada le llamaba la atención, excepto un pequeño detalle: un trocito de papel blanco que parecía que se le había caído a la víctima de su mano derecha, una esquina de una revista o similar. En aquel instante lo supo, aquel detalle cambió todo. Giró sobre sí mismo y miró hacia el final del callejón, donde esperaba su vehículo, caminó hacia él y en su mirada se intuía algo; una vez entró en el coche, sonrió y le cambió la mirada. Ya sabía a dónde dirigirse, iba a por él y esta vez no escaparía.

352. DAVID CANDIA RODRÍGUEZ – SUEÑOS ROTOS Ahí está ella, me mira con su vestido rojo de seda, una gran explosión me despierta, sobresaltado me asomo a la ventana con la imagen de la bella mujer todavía en mente. A centímetros del cristal, contemplo a un hombre empapado de sangre mientras otro, pistola en mano, lo mira de pie; entonces, pone fin a las súplicas del primero, el asesino levanta la mirada, no veo sus ojos, y yo bajo la persiana de golpe, me tumbo e intento retomar mi sueño, solo la hermosa podría hacer que olvide lo ocurrido hace unos instantes. Suena la puerta, sé que allí está el asesino, la abro con miedo; el delincuente tiene la cara cubierta con una capucha. Trato de salvar mi vida cuando descubro su cara, es ella, la mujer del vestido rojo; se abalanza en mis brazos y me explica que el hombre muerto es su novio. —Tuve que hacerlo, era un mal hombre, y yo te amo; era la única manera de poder estar a tu lado. Y yo no puedo dejar de pensar que destrozó mis sueños, sí, pero para hacerlos realidad.

353. DAVID CORO GARCÍA – TE LO ESTOY DICIENDO A TI

‒Solos tú y yo otra vez... ¿Ves a alguien más por aquí?... Nunca podrás escapar. Ellos aún no lo saben, pero tú, sí. ¡Yo lo sé! Los dos sabemos que lo hiciste... ¿Qué tienes que decir a eso? ¿No vas a decir nada? ¿Te da todo igual, no es así?... Vas a seguir leyendo esta mierda como si tal cosa... ¡Por el amor de Dios; tenía veinticuatro años! Lees así a este inspector en tu cabeza como cada día lo temes en cualquier llamada o en la puerta de tu casa, pero hoy ha sido en esta página. La casualidad siempre gana, no puedes darle esquinazo; preguntándote en secreto ahora mismo esa maldita frase del cine: «Are you talking to me?». ‒Claro que estoy hablando contigo, ¿con quién si no? Pero esto no es Taxi driver, jodido tarado... Acaba con esto, confiesa, obtén la paz, la libertad... El asesino eres tú.

354. DAVID CURTIELLA GARCÍA – ELLA. LA GUERRA Se encendió el último Camel que le quedaba. Botellas de whisky barato tiradas, fotos rotas, y colillas consumidas. Lo que sí oía era el sonido de la guerra que estallaba en el exterior. Bum, bum, bum, no paraba de perforarle los oídos, amenazando con arrancarle la poca cordura que le quedaba. Porque estaba allí sentado, consumiéndose como una vela de sebo. Al fondo la vio. La cama donde había yacido con ella, donde habían forjado sueños y risas. Pero ya no oía su risa, solo esa maldita guerra. Se había ido para siempre, si alguna vez llegó a estar. Hoy era su entierro. Le daba igual. Sus miradas hacía tiempo que se fueron. La guerra continuaba fuera. El cigarrillo se consumió al fin. La ira y la rabia le poseyeron. Rompió la botella más próxima contra la ventana. Gritó a la guerra de fuera. Con la rabia de su corazón desgarrado. Por unos segundos, se quedó ciego, sollozando y balbuceando su nombre. Entonces, miró por la ventana. No había guerra. La guerra siempre estuvo en su interior...

355. DAVID DÍEZ – MI PRIMER CASO Las balas silbaban a mi alrededor, los cristales caían al suelo; mi primer caso como inspector de Homicidios y ya estaba temiendo por mi vida; la capitana me advirtió de que sería difícil y de que la informara de mis avances; maldita sea la hora en la que escuché a Rick: «Podemos resolverlo, David, yo tengo contactos en la mafia que te pueden ayudar; además, tan solo es el hijo de un mensajero de la familia Di Pietro». Me iba a caer un buen castigo por haber traído a Rick, aunque esperara en el coche, pero, claro, solo si conseguía salir de detrás de la barra del bar de los Di Pietro, esquivar las balas y llegar al coche al otro lado de la calle; la situación se había vuelto bastante complicada. Las balas cesaron, unos pasos se aproximaban, y pensé: «Es hora de jugármela». Pero en cuestión de segundos, el SWAT estaba reduciendo a los tiradores, mercenarios para matar al mensajero que tenía el soborno destinado al juez del caso del Padrino Di Pietro; por desgracia, mataron al hijo.

356. DAVID FIGUERO MORALES – ABOGADOS, MALOS AMIGOS Todo se cernía bajo una luz rojiza aterradora, cuando un disparo zumbó en un milisegundo y dejó el cuerpo de Louis inerte en un callejón. A la mañana siguiente, la policía acudió al lugar del siniestro y, según la forense, le habían perforado la cabeza desde un kilómetro. Su cartera estaba intacta, por lo cual se descartaba el robo. Más tarde, investigando la vida de Louis, descubrieron que era abogado de un importante bufete, lo que extrañaba más. Recolectando la información de sus últimos casos, descubrieron que estaba investigando a un abogado de una gran multinacionalidad; si esta cerraba, perdería su empleo. Se llamaba Nathan y no tenía buena reputación. Tras localizarlo, y con una orden de registro, entraron en su casa y descubrieron un maletín propio de un francotirador; se estaba escapando por las escaleras traseras. Al herir a un policía, la inspectora cogió esa misma arma y le disparó, arrebatándole la vida.

357. DAVID GAGO – A VECES OCURREN ESTAS COSAS, CHICO Michael se reclina en su silla, abatido. Sostiene en la mano el retrato de un niño que alguna vez fue feliz. Con un clip, la engancha al primer folio de una carpeta marrón, llena de papeles y otras fotografías. Negando con la cabeza, la cierra. Camina hacia el archivo como quien lleva un ataúd a cuestas. Despacio, abre el cajón con la etiqueta «K–L» y la inserta cuidadosamente. Michael se niega. No quiere cerrar el cajón. No quiere cerrar el caso. No quiere rendirse. Todos le observan, enmudecidos. Solo el comisario, apoyado en la puerta de su despacho, se atreve a romper el silencio. «A veces ocurren estas cosas, chico». Con rabia contenida, Michael cierra el cajón de un golpe y abandona la comisaría. Conduce a toda velocidad hasta la guardería Wellington. Camina hasta llegar a la parte de atrás, cerca de los balancines. Michael se agacha y acaricia la silueta de tiza dibujada en el asfalto. Llorando, mira al cielo. «Kevin, lo resolveré. Te lo prometo».

358. DAVID GARCÍA – CELOS Estaba en el trabajo cuando Antonio me dijo que quería sorprender a mi jefe Ramón con un álbum de fotos. Me dio una cámara para que le fotografiase cuando él le abrazase. Ramón apareció asesinado en su oficina. Pablo, el novio de Ramón, era el principal sospechoso, por ser muy celoso. Pero fue su hermano Santiago el que confesó el crimen. Santiago tiene una empresa que apoya al colectivo homosexual. En cuanto confesó, empezó a correr el rumor de que era homófobo. Su empresa vendía menos. Descubrieron que Antonio tenía una empresa del mismo sector que estaba aumentando sus ventas y que anteriormente estaba casi en quiebra. Antonio sabía que Santiago era protector con Pablo; unas fotos podían hacerle pensar que el asesino era su hermano. Con su empresa casi cerrada,

Antonio decidió forzar las cosas. Mató a Ramón después de entregarle a Pablo las fotos. Pablo vio las fotos y estalló en un ataque de ira. Cuando encontraron a Ramón, Santiago se entregó para cubrir a Pablo

359. DAVID GIMÉNEZ TEIRA – LA PRISA Sabía que no le quedaba tiempo. Ahora, a sus cuarenta años y después de haber dado tumbos por todos los garitos inmundos de la ciudad, el tiempo era finito y apremiante. Nadie imaginó que se hiciera detective privado. Nadie creyó que pudiera resolver ni un sudoku, pero, en contra de lo que pensaban su exmujer, su familia y todo el maldito mundo, estaba a punto de resolver su primer homicidio. Cierto es que la resolución del caso no había sido fruto de su pericia, sino más bien de un golpe de fortuna o infortunio. Conducía como alma que lleva el diablo. Se moría por vivir el momento de esa confesión triunfal con la que desenmascararía al asesino de ese pobre viejo que tuvo la mala suerte de estar en el momento equivocado en el lugar equivocado. Estaba herido, sangraba abundantemente, pero debía acabar lo que él había empezado. Llegó a comisaría con el rostro desencajado. La sangre de su ropa y el olor a alcohol le hacían parecer más un loco asesino que un hombre moribundo. —¡No lo vi venir, no lo vi! Está muerto. El viejo está muerto. Creo que bebí. No me acuerdo. Pero he sido yo, seguro. Le he matado, se me echó encima. Fue un accidente. No pudo decir más. Sus heridas eran mortales, pero al menos cerró su propio caso.

360. DAVID GONZÁLEZ – LA SOMBRA DEL DESCONOCIMIENTO Era de madrugada cuando el cuerpo de Alice, agente de policía, fue encontrado. Tenía la cara arrancada. Poco tardaron en ir a por su exnovio, Piero Badi. La policía lo habría creído, de no haber sido por los análisis que mostraron restos de piel bajo sus uñas. No podían estar más equivocados. Las pruebas de su inocencia estaban en un doble fondo en casa de Alice. Había esquelas de su padre, Alex Munch. Este perdió la vida a manos del señor Badi por motivos políticos. La rivalidad pasó a odio, y el odio a muerte. El caso se cubrió y nunca se hizo justicia. Hasta ese día, cuando todo el mundo veía al hijo de ese hombre ir a la cárcel, por algo que no había hecho. Pero nadie la descubriría nunca. Llevaba quince años tejiendo una red irrompible. Nunca olvidaría el cuerpo que tuvo que robar y maltratar, aprovechando su acceso a los datos federales para darle su identidad. Ahora estaba lejos y cambiada. Nunca volvería a ser quien era, pero no importaba. Había hecho justicia.

361. DAVID LACUESTA – UN ASALTO PARA DOS Ya habían llegado y estaba todo listo. Los dos miembros de la banda bajaron y fueron hacia la parte trasera del invernadero, donde sabían que estaba la plantación de marihuana. Cuando ya parecía que todo iba a salir bien, un vigilante les sorprendió y, sin pensar, abrió fuego contra ellos, por lo que estos empezaron a correr. Uno de los tiros acertó en la cabeza del más joven, de lo cual no se percató el compañero, que escapó, aunque con una herida en el abdomen. Moribundo, corrió hacia un lugar lejano y, una vez se había asegurado de que no le perseguían, llamó para que lo llevaran al hospital. Y de repente se desmayó. La herida lo había dejado bastante mal, y estuvo unos días sedado. Al despertar, solo quiso preguntar por su amigo, pero nadie sabía nada. La policía le preguntó y fueron a la zona del robo, donde encontraron un cadáver con el rostro desfigurado, que solo pudieron reconocer por un tatuaje que llevaba en el pie. Lo habían enterrado para que nadie supiera nunca nada.

362. DAVID LEÓN MONTERO – RITOS Y MITOS La calle estaba oscura; también era porque ninguna farola tenía por cometido iluminar un callejón húmedo y poco transitado. Me adentré por aquella boca oscura en mitad de los parpadeos azules y rojos que los coches patrulla proyectaban en todas direcciones. Mis pasos resonaron sordamente entre aquellas paredes frías y mojadas por la llovizna. Lo vi a pocos metros de mí, un bulto negro agazapado en el suelo que parecía moverse y palpitar como uno de esos extraterrestres de H. G. Wells. Pero no era un alien sacado de un tubo, era el inspector, vestido con su abrigo negro, agachado frente a la víctima. Era muy bueno en su trabajo, pero el apellido Florette no le daba mucha credibilidad. Todos los inspectores de Homicidios tienen sus ritos, algunos beben café y bollos, pero él solía meterse un dedo en la nariz y entonces se aislaba del mundo hasta acabar su trabajo.

363. DAVID LLOPIS JULIÀ – ASESINATO EN EL BRONX Era una noche fría; Martha me llamó y acudí a la oficina. —¿Qué tenemos? —Asesinato en el Van Cortland Park del Bronx. La víctima, llamada Carl, tenía veintiocho años. Fue apuñalado con una navaja alrededor de medianoche. No hay pistas ni huellas. —¿Tenemos algún testigo? —Sí, he interrogado a una tal María, que dice que vio a Carl con un chaval, al cual no pudo reconocer. —¿Tenía novia? —Sí, hablaré con ella. —¿Entonces está muerto? —Sí, lo siento. ¿Sabe si se llevaba mal con alguien? —No sé, hace dos días me llamó un tipo diciéndome que Carl le debía

dinero por asuntos de drogas. —Déjeme su teléfono para ver su número y localizarlo. —El teléfono le corresponde a un tal Mark, está en la sala de interrogatorios. En la sala... —Cuénteme. —Quedamos porque me debía dinero, discutimos, y le clavé una navaja. —Está usted detenido.

364. DAVID LLORET – SIN TÍTULO El viento silbaba. Rugía. Entraba por las grietas de la pared. Casi de forma imperceptible. Pero él ya no lo sentía. La sangre caliente manaba de su cuello y caía sobre el suelo, formando un charco a su alrededor. Murió pensando que nadie encontraría su cuerpo ni descubriría nunca a su asesino. La detective Fortress entró en el hangar abandonado seguida de Blast, que no pudo reprimir una sonrisa de satisfacción al ver el cadáver flotando sobre la sangre mientras ella evitaba hacer una mueca de aborrecimiento. Ya habían presenciado casos parecidos, pero este era distinto. Demasiado imperfecto. Tanto que parecía forzado. Había huellas por todas partes, el corte de la garganta era irregular. Y cuando la detective se acercó al cuerpo para verlo más de cerca, lo olió: el perfume de Blast. No tuvo tiempo de reaccionar. Entonces lo entendió: Blast ahora tendría la fama que siempre había deseado.

365. DAVID MACÍAS – ¿POR QUÉ DEJASTE A EDGAR? Lo descubrí todo, quizás antes de oírlo incluso y, como El canto de la Sibila, creo que esta historia me llevará a la muerte. No podía creerlo, mi marido entre lágrimas ayer me lo confesó: «Nuestro nuevo producto contiene manteca humana como elixir de la juventud». Corrí horrorizada a limpiarme la cara, porque nunca pensaría que mi rostro, ahora joven y terso, estaría cubierto con la grasa de mi querida ahijada de la selva del Chocó. Creo que sabías, que durante más de cinco años fui madrina de Yesquita, pagando sus estudios y sueños. La familia nunca entendió por qué murió su niña, encontrándola con seis centenes de oro español. Ahora puedo decirlo: mi marido es un asesino, no de esos de cuchillo y rostro tapado, pero sí de esos que pagan lo que sea para quitarte lo que tú más quieras. Sé que ahora está en EE. UU. ¡Ayúdame! Te quiere, Annaré.

366. DAVID MARTÍNEZ ALCAIDE – EL CRIMEN PERFECTO Mi arma, mi ingenio y pasar totalmente desapercibido. Solo con esto podremos seguro matar a cualquiera que queramos. Me llamo Thomas; me describo sobre todo como un chaval muy astuto e inteligente; primero, investigo a mi víctima, empiezo a conocer sus rutinas, defectos y debilidades.

Después, me dispongo a actuar. Antes de salir, me pongo los guantes de cuero, preparo mi arma minuciosamente para disparar con sigilo y me dispongo a ir a por la víctima. Todo ocurre tal y como lo imaginé, me desplazo sin ser detectado hasta su casa, está solo y no hay escapatoria. Estamos cara a cara. Veo como se deslizan en su rostro seráfico lágrimas de pánico y miedo. Mi arma penetró sus entrañas y, pócima de mi odio, la sangre empezó a brotar a borbotones. Está muerto, y yo sereno, porque sé que nadie podrá descubrir mi crimen, porque mi arma es perfecta, y mi crimen, insuperable. Tapé el arma y la dejé en la alfombra en la escena del crimen.

367. DAVID MIER – LA CASA DE LOS SUEÑOS, LA TIERRA DE LAS PESADILLAS Sí, y entonces llegó el día número siete. Siempre en siete. La joven Hannah, de apenas diez años, había reunido más pistas que yo. ¡Yo!, todo un agente del FBI, vapuleado por una neófita de la criminología. Aún con mis capacidades mentales... no oficiales, fui incapaz de nada mejor. Rendido a la evidencia, me alié con la hija de mi amiga desaparecida, alguien de futuro conspicuo a mis ojos. ¿Podría el orgullo remover los pilares, hasta ahora inexpugnables, de mi ser? Resultó que sí. Creo que me hice un poco más sabio tras el caso del Desollador. Anteanoche tuve otra pesadilla con la criatura como protagonista: sus ojos, siempre sus atormentados ojos, son los que me hacen despertar con un ahogado grito de angustia. Parece sacada de alguna sangrienta película sci–fi de los años noventa. Espera, alguien araña mi puerta. Me ha encontrado... ¡Llama a Phill! ¡Llama a todos!

368. DAVID MONEDERO – SIN TÍTULO La mujer abrió la puerta del ascensor y vio a su compañero apoyado sobre el marco de la puerta del domicilio. —¿No ha llegado nadie aún? —Yo, ¿te parezco poco? —¿Moto? —Claro. —Claro. Estando yo cenando aquí al lado, has llegado tú antes... Sacó dos guantes desechables. Él le hizo un gesto con la mano para que pasara primero. —¿Qué tenemos? —Quiero oír tu impresión sin que esté influenciada por la mía. En el interior todas las puertas estaban cerradas menos una, al fondo. —Está claro que es él. Nos lleva derechos a donde queremos ir. ¿Has mirado el resto? —Nada. Un dormitorio. Sobre la pared había un dibujo a carboncillo. Representaba el final de unas vías de tren. —Una vía muerta, ¿significa «final»? Quince dibujos, quince parejas

asesinadas, ¿y acaba así, sin más? —bajó su mirada hacia la cama de matrimonio. Un solo cadáver descansaba a un lado, apenas iluminado—. Qué susto, David tiene unos pantalones como esos. —No quiso ni girarse—. Espera, falta una víctima...

369. DAVID MORALES SARABIA – SIN TÍTULO Me hizo tanto daño; al principio no era capaz de pensar que me podía haber hecho algo así, a mí, que le había dado todo lo que tenía y más; todo mi amor, mi tiempo y tantas otras cosas que ya no voy a recuperar. Todo. ¿Y para qué? ¿Para que se fuera con ella? No, no pienso dejar que se lo lleve todo y me hunda, pienso hacer justicia, esa que no hay en los tribunales; hoy me voy a cobrar todo lo que le he dado. Las manos me sudan, está de espaldas, así será más fácil. La pistola casi se me escurre de la mano cuando la levanto para apuntar; malditos guantes. Es la hora, apunto a su cabeza, espero no fallar porque no tendré otra oportunidad, aprieto el gatillo. He desviado la mirada, ¿lo habré hecho? No lo sé, pero no se oye nada excepto el eco del disparo. Salgo sin mirar el cuerpo, no quiero verla así. Prefiero recordarla de otra manera; además, ya se encargará la policía de enseñarme cómo ha acabado todo.

370. DAVID MUÑOZ ÁLVAREZ – LAZOS DE SANGRE La habitación estaba bañada por la oscuridad de la noche. La luz de la luna dejaba ver sobre el suelo el cadáver de una bella mujer blanca atravesada por una ganzúa y rodeada de sangre. Ramsey y yo analizamos el escenario del crimen y llegamos a la conclusión de tres posibles sospechosos: el novio, el amante y la madrastra de la víctima. Esta última quedó descartada, ya que no tenía motivos firmes para matar. La coartada del novio se confirmaba a la perfección. Por lo que todas las pruebas apuntaban a que el asesino se trataba del amante. Cuando todo parecía resuelto, se confirmó la hora de la muerte, en la cual el amante no pudo asesinarla, ya que fue visto en un bar ahogando sus penas en tequila barato. Muchas dudas se despachaban sobre la comisaría, y optamos por volver a hablar con la madrastra, quien, tras un intenso interrogatorio, acabó confesando entre un mar de lágrimas que la mató, argumentando que su marido prestaba más atención a su hija que a ella misma.

371. DAVID PERIÑÁN YUSTE – PLÁSTICO Y PLOMO La oficial de la politsiya rusa, Stanislava Zubareva, pulsó el botón de su grabadora: dos tipos. Uno, muerto; el otro, inconsciente. Sin signos de violencia. Vestían unos impermeables de plástico transparente y unas toscas máscaras de fabricación casera hechas de... ¿plomo? Parecía que intentaran protegerse de algo. En el vehículo, había un par de bocadillos, un plano

industrial con la palabra PU garabateada en una esquina, varios fajos de billetes de mil rublos en una bolsa y seis ollas a presión fabricadas en acero. El camarada Mikhail metió la mano por la ventanilla y sacó uno de los bocadillos que venían envuelto en papel de periódico. «De carne, mi favorito», dijo mientras lo acercaba a su nariz. Stana lo miró y se fijó en algo más que el emparedado. En el envoltorio aparecía un titular de lo más interesante: «Cacerolas nucleares. Francia compra cuatro mil ollas a presión para almacenar plutonio». Stana comenzó a sonreír. —¿Te he dicho alguna vez, Mikhail, que eres un hacha encontrando pistas?

372. DAVID QUEIJO DÍAZ – EL LLORO POR UN ASESINATO Cuando entramos, vimos el salón con un río de sangre hasta la habitación y allí el cadáver de una mujer en ropa interior en el que sobresalía un cuchillo en su torso semidesnudo. Tras la puerta, se encontraba un niño empapado de sangre llorando por su madre. El móvil, en el suelo, a escasos metros del cuerpo sin vida de la mujer, y en la cocina, perfectamente ordenada, dos botellas de cerveza vacías. La sangre la había intentado limpiar el niño con una fregona vieja, tal como la usaba su madre, en una vana tentativa de borrar aquella funesta imagen. La cerradura de la puerta no tenía indicios de haber sido forzada ni se encontraron pruebas de que la mujer se había defendido. Fue asesinada por sorpresa, por alguien en quien confiaba.

373. DAVID SAIZ – VENGANZA ÁCIDA Amanecía lluvioso. Herbert Grossenberg disfrutaba de una gran vida tras la muerte de su madrastra, pero no podía dejar su trabajo en el museo, al menos hasta hoy. Vida normal, le habían recomendado. Habían pasado tres meses, y esa mañana se sentía más feliz que nunca, satisfecho de lo que hizo, mientras caminaba hacia el banco de Quantis, esa maldita ciudad costera que le vio nacer. Cobrar del seguro, trabajar y, por fin, largarse. Pero alguien no estaba de acuerdo. Una sombra seguía sus pasos, esperando su momento para cerrar el círculo. Una vida oculta, rastrera y anónima que iba a dejar atrás. El accidente, su imagen, seguían en su mente igual que veía al culpable a unos metros de distancia. Paciencia. Acabaría con su vida, igual que él terminó con la de su madre. Nada más rápido y efectivo que el ácido en un amanecer lluvioso.

374. DAVID SÁNCHEZ – EL PRIMER CASO DEL DETECTIVE SNOW El callejón era frío, y la mañana oscura. Andaba con paso firme acompañado por el humo de un cigarro, como cada mañana, hacia un nuevo caso. Acuclillado sobre el cadáver, como el personaje de Tolkien al que llaman Gollum, estaba el doctor Irons.

—¿Qué tenemos, Doc? —¡Adam! Se supone que estás suspendido, ¿qué haces aquí? —Déjate de monsergas, Archie, y dime lo que tienes. —Me buscarás la ruina si se enteran los de arriba. —Irons se puso en pie, tomó aire y comenzó a describir la escena—. Varón, blanco, sobre uno ochenta de altura. Según su permiso de conducir, tiene treinta y dos años y se llama Eugene Collins. Como ves, la bala entró por aquí y salió por la parte trasera de la cabeza, dejando ese bonito estampado —concluyó, tocándose entre los ojos. —¿Algo más? —Eso, amigo, es trabajo para ti. Snow apagó el cigarrillo y volvió a recorrer el callejón, adecentándose el traje y el sombrero. Ante él, Los Ángeles despertaba sin saber que había surgido un nuevo sheriff.

375. DAVID SÁNCHEZ MARTÍNEZ – EL OSCURO CALLEJÓN La puerta se cerró de golpe, provocando un ruido sordo que enmudeció a Jack. Apenas entraba luz en aquel oscuro callejón y le dolía aún el golpe en la sien. La lluvia empapaba su uniforme de policía, confundiendo en su rostro las lágrimas que resbalaban impotentes por sus mejillas al ver aquella esbelta pierna sobresaliendo del contenedor de basura. Estaba muerta. Se acercó a ella, la cogió entre sus brazos y la apretó fuerte contra su pecho. Era Sarah. Sí, era Sarah. James, su compañero, apareció de la nada, revólver en mano, y comenzó a dispararle. No sabía de dónde venían los disparos, pero se metió en el contenedor, ocultándose junto a ella, entre las bolsas de basura, cuando algo le tocó el hombro y le zarandeó. —Jack, cariño. Llegarás tarde a la comisaría. Jack se levantó exaltado y vio que era Sarah. La besó y fue a ducharse.

376. DAVID SANZ REQUENA – FINAL DE TEMPORADA Un cubo de agua fría en el rostro lo despertó. Sobresaltado, abrió los ojos, pero la luz de un potente foco le hizo apartar la mirada. Estaba amordazado y atado a una silla; se le aceleró el pulso, no lograba recordar cómo había llegado hasta allí. Oyó el sonido de unos pasos acercándose; entonces, dos oscuras figuras se le plantaron delante. En la mano de una de ellas, vio un brillo metálico; cuando oyó el clic del percutor, sintió un escalofrío. Ahora, como tantas veces había visto en las series de detectives, era cuando debían entrar los refuerzos a rescatarle, pero al parecer nadie iba a acudir en su ayuda. Mientras pensaba en aquello, logró deshacerse de las ligaduras de sus manos sin que sus captores se dieran cuenta. Aunque no contara con la ayuda de la chica detective, de ningún modo permitiría que aquel fuera su último episodio.

377. DAVID SUBIELA AGUILAR – SIN TÍTULO No se lo podía creer, ahí estaba él, sollozando de rodillas con las manos ensangrentadas frente a aquel cuerpo inerte. No podía creer que el cuerpo de aquel amor platónico con el que siempre había soñado estuviese ahora sin vida entre sus manos. No dejaba de mirar al cielo y lamentarse, mientras el corazón se le aceleraba cada vez más. No recordaba nada de lo que había pasado aquella noche, pero pronto tendría que averiguarlo si quería salir impune de aquel suceso que le inculpaba a él directamente. Se levantó bruscamente y echó a andar con paso ligero sin mirar atrás, secándose las lágrimas con las mangas de aquella camisa cubierta de sangre. «Esta vez no, no volverá a pasar, no permitiré que me vuelvan a quitar a nadie cercano a mí». De repente, un fuerte crujido sonó en su cabeza y le empezaron a pitar los oídos, no sabía qué sucedía y se tocó la cabeza. Pudo verse la mano ensangrentada, y su visión poco a poco se iba nublando hasta que su vida se desvaneció en un suspiro.

378. DAVID VÁZQUEZ PARGA – BOMBA FRATERNAL Mi última tarea como detective era proteger a Carlos. Decidí quedarme toda la noche delante de su casa, pero no vi a nadie. Al día siguiente, estaba muerto. Llamé a la policía y me interrogaron, pero acabé siendo el principal sospechoso. Decidí ayudarles a investigar para poder demostrar mi inocencia. En una de sus maletas, había pasaportes falsos, y en otra, partes de armas. En la base de datos, no había ninguna persona como él. En el periódico, encontré una foto y se la enseñé a los policías. Era de una calle donde había dos personas iguales a Carlos. El asesino estaba buscando a su hermano gemelo, pero dio con lo más parecido a él: Carlos. Luego faltaba comprobar quién entró sin que lo viera. Solo podía ser su hermano, que le esperaba en casa. Fue detenido en la ciudad, donde quería poner una bomba, y su hermano quería detenerlo.

379. DAYANA RODRÍGUEZ – AZABACHE Lauren se encontraba de pie, jadeante, con los ojos fijos en el suelo de su viejo apartamento. Llevaba un vestido verde de tirantes, estaba descalza y, aunque era invierno, parecía no tener frío. Era alta, blanca, bella. Tenía el pelo suelto y sus ojos grandes de color negro azabache eran lo que más resaltaba de su cara. Eran unos ojos duros, inexpresivos, que no parecían albergar sentimiento alguno en ellos. Los mantenía fijos en el suelo, delante de lo que hasta hace cinco minutos parecía ser el cuerpo de su amada. La sangre que había salpicado toda la habitación había formado un riachuelo que llegaba hasta sus pies descalzos; en su mano derecha, aún conservaba el arma con el que le había arrebatado la vida. De repente, la silenciosa habitación se llenó con el ruido del arma que caía de su mano, y con la mirada aún puesta en el cuerpo de su amada, una oscura sonrisa se le dibujó en la cara y dijo: «Son de color negro azabache, no negro alquitrán, querida», refiriéndose al color de

sus ojos.

380. DÈBORA GIL BARTRA – UNA FUNCIÓN DE MUERTE El humeante café poco a poco iba perdiendo su calor, mientras el inspector Carroll observaba las fotografías de las víctimas del asesino en serie que aún no habían conseguido apresar. Humedeció sus labios lentamente al mismo tiempo que contemplaba el desarrollo de la obra: Marie Queen, hallada decapitada en un parque mientras cientos de rosas rojas cubrían su esbelto cuerpo; Lynette White, descubierta dentro de una madriguera sosteniendo sobre su pecho un antiguo reloj de bolsillo, y finalmente Andrew Maniac, encontrado apuñalado en el jardín de una mansión abandonada, donde antiguamente tenían lugar fiestas del té. Pronto, el espectáculo alcanzaría el clímax, pero para ello faltaba su protagonista. Sonriendo, Carroll giró lentamente su silla, observando atentamente los retratos de las niñas escogidas colgadas en su pared mientras acariciaba suavemente el delicado vestido azulado, preguntándose cuál de ellas sería su Alicia, y cuál sería el escenario que daría final a su función.

381. DÉBORAH FERNÁNDEZ MUÑOZ – LA ÚLTIMA VÍCTIMA Los investigadores acudieron a mí, como de costumbre, cuando el caso se les atascó. Yo escuché su exposición de los hechos y observé las pruebas, tras lo cual me sumí en un silencio reflexivo. Estaba todo muy claro... ¡Era tan obvio! Sin embargo, les hice creer que estaba tan desconcertado como ellos, porque ¿qué clase de hombre sería si delatara a mi único hijo? Al llegar a casa me enfrenté a él, pero finalmente le aseguré que contaba con mi silencio. Aun así, esta copa de brandy que me ha ofrecido me parece sospechosa, de modo que he mezclado mi bebida con la suya en cuanto se ha descuidado. Ojalá, por una vez, mi intuición sea errónea. De no ser así, al menos me iré al otro mundo con la tranquilidad de saber que soy su última víctima.

382. DELVALLE MILLAN – OSCURA INDECISIÓN La tarde era más oscura de lo normal, y la noche se avecinaba contenida, fría, como un velo fantasmal. Escarlata conducía su vehículo, tras varias horas deambulando ansiosa y llena de inquietantes pensamientos, hasta que se percató de que no reconocía el lugar donde se encontraba. Paró bruscamente, descendiendo con cautela, pero atraída por una sensación estremecedora y a su vez cálida. Sus ojos se tornaron hacia una zona sombría, arbolada y con unos extraños inmuebles que desde el exterior se confundían. Dirigió sus pasos hacia aquel lugar sin control. El corazón le palpitaba incesante. Parecía no haber nadie. Olores, sensaciones comenzaban a perturbarla. Anhelaba encontrar lo que tanto ansiaba sin saberlo, y ellos sabían lo que era, conocían

sus sombríos deseos desde hacía tiempo, los cuales ya la dominaban. Su cuerpo no reaccionaba, oscurecía, agonizaba... Ya no tenía que indagar más: la Escarlata más siniestra era su pavorosa búsqueda.

383. DESEADA REDONDO LARA – LA PROTEGERÁS SOBRE TODAS LAS COSAS Conduzco a toda velocidad, tres coches patrulla me persiguen. El olor a sangre inunda el auto y por el retrovisor veo que me falta una oreja. ¿Qué coño ha pasado? Estoy mareado. Empiezo a recordar vagamente: Big Al, el mafioso al que estaba a punto de encerrar, me interroga mientras su matón me tortura. Quiere saber dónde está Ann; la única testigo, mi protegida. —Ya puedes matarme, porque no te lo diré. —Tengo un plan mejor para ti. Big Al se alejó riendo mientras me inyectaban algo. Mi cabeza da vueltas. El capitán me llama al móvil. —Pero, Brand, ¿¡qué has hecho!? ¿¡Estás loco!? Tiro el móvil por la ventana, no sé qué decirle. Hago memoria y me veo golpeando a alguien. Golpeo su cara hasta que mis puños dan contra el suelo. Me levanto mareado y empiezo a ser consciente de dónde estoy: es el piso de Ann. Muerta, a mis pies, está ella. La escopolamina deja de hacer efecto y resuena la risa de Big Al en mi cabeza. «Tengo un plan mejor para ti». Acelero. Big Al pagará por esto.

384. DESIRÉE CARRASCOSA – SIN TÍTULO En ese momento, Timothy se dirigió a su cuarto, serio, sin ningún gesto que ayudase a saber cómo se sentía. Al salir del shock emocional en que se encontraba, empezó a llorar, como nunca antes lo había hecho; se acababa de dar cuenta de que nunca más vería a sus padres. Al rato después, se preguntó a sí mismo cómo se encontraba. Sin duda, era una respuesta difícil. En un principio se sentía triste, obviamente, por la pérdida que había sufrido; por el contrario, era feliz al saber que se encontrarían en el cielo; también tenía miedo, miedo a decepcionarles, a no cumplir sus últimas palabras. «No dejes de ser bueno, Timothy». Al recordarlo, se prometió que nunca dejaría de serlo. Respetaría siempre su promesa para no defraudarles. Después de la promesa, volvió a llorar desconsolado por el asesinato de sus padres. Ya nada sería igual.

385. DESIRÉE GONZÁLEZ LORENZANA – EL MANUSCRITO OCULTO Ruido, caos, sangre, unos ojos ámbar preguntándome algo que no soy capaz de contestar..., oscuridad. La misma pesadilla. Sigo sin recordar quién soy ni por qué estaba en ese almacén. Desecho la idea, escribo a mi agente del FBI al mando para confirmar que estoy bien. Estoy distraída y casi me

atropella un taxi, tropiezo, caigo al suelo. Las imágenes acuden de repente a mi memoria. Alguien me sujeta por atrás y me arrastra al callejón. —¡Por fin has recordado! Ahora dime dónde guardaste la clave. —¿Por qué? —silencio—. Al menos dame eso. —Porque no debe salir a la luz, no se puede saber. —Pero habéis matado a personas inocentes. —Y seguirá siendo así. El manuscrito Voynich debe ser nuestro. —Jamás. —Entonces, morirás. Todo está acabado; después de todo, no puede ayudarme nadie. Esperaba escuchar el disparo que me mataría, pero no noté nada; ¿por qué? Abrí los ojos. Tirado en el suelo, en un charco de sangre, y mi guapo agente corriendo. —¿Estás bien? —Ahora sí —dije dándole un beso.

386. DEVA GARCÍA RUBIO – SIN TÍTULO Estaba confuso, desorientado, vagaba por las calles de Londres con la mirada perdida y las manos teñidas de rojo. «Clara, mi dulce Clara; cómo he sido capaz de hacerle algo así». Ahora veía lo que era, un frío y cruel asesino. Se llevó las manos a la cabeza intentando acallar las voces que lo acusaban. Aquellos impulsos que había contenido durante años habían aflorado y ahora sentía como su mundo se derrumbaba. «He matado a la única mujer que he querido, que me ha querido, y lo que es peor, he disfrutado viéndola morir». Recordó cómo la luz abandonaba sus ojos verdes, ahora fríos e inertes. Había sentido un inmenso placer hundiendo la afilada hoja del cuchillo en su delicada piel de porcelana, y se había deleitado oyendo cómo gritaba a causa del dolor. Ahora, todo aquello pesaba como una losa sobre su conciencia. Una losa que le arrastraría al fondo del Támesis. No podía vivir con la culpa y el dolor que atormentaban su alma, ahora fría y oscura, como las aguas del río.

387. DIANA ASENSIO MARTI – SIN TÍTULO Al entrar en el apartamento, allí la vi, en el suelo, desnuda, rodeada de agua. Corrí hacia ella, pero no había nada que hacer; estaba fría como el hielo. Y ahí fue cuando vi el cuchillo en su espalda. La solté de golpe, ¿quién le podría haber hecho eso? Llamé a la policía. Me tomaron declaración. Llegué a casa tarde, cansado y sin entender por qué me dejó de esa manera, sin un adiós. La policía me dijo que todo parecía un suicidio, que había congelado un cuchillo con agua y que lo dejó en el suelo y ella se tiró de una silla clavándoselo en la espalda. Me dirijo a mi habitación, tengo muchas fotografías de ella, la seguía a todas partes, le mandaba flores, cartas... Hasta que reaccione mirándome en el espejo. Ella se había ido por mi culpa.

388. DIANA GRAU FLÓ – SIN TÍTULO Era una fría noche, húmeda y cargada de niebla, pero para la inspectora Rose Fellon, no podía ser más calurosa. Se encontraba en pleno Hyde Park, observando el cuerpo mutilado de una joven, mientras intentaba controlar su respiración después de correr hasta la escena del crimen; se encontraba cerca de allí, y la llamada en plena noche había interrumpido su cena familiar. Llevaban meses detrás de ese asesino, nunca dejaba pistas, nunca podían encontrar más que un cuerpo ensangrentado cubierto de escarcha en algún exterior de Londres. Contempló detalladamente la escena del crimen, buscando algún rastro, intentando analizar los pasos del asesino. A unos tres metros del cuerpo, algo brilló ante sus ojos, se acercó y recogió del suelo un colgante con restos de sangre. Lo miró detenidamente y observó que en él había una huella. Sonrió interiormente y pensó que por fin estaban un paso más cerca de encontrarle.

389. DIANA GRCA SRZ – SIN TÍTULO En una pequeña localidad donde nunca pasa nada, dos policías a las puertas de la jubilación se enfrentan al terrible asesinato de la mujer más acaudalada del pueblo. Ramón y Pedro no tenían los medios de la gran ciudad, pero tenían la experiencia de los años. Por ese motivo, un estirado y presumido inspector con ganas de ascenso quiso ocuparse del caso. Después de varias especulaciones y encontronazos con Ramón y Pedro, llegó a la conclusión de que el asesino fue el hijo de la difunta, ya que se encontraba en la vivienda y no recordaba nada, debido a las sustancias que se había metido; tenía las manos llenas de sangre cuando le encontraron al lado de su madre. Sin embargo, Ramón y Pedro no estaban de acuerdo, ya que el pueblo era como una gran familia y se conocían todos. Así que, tras investigar por su cuenta, descubren que la difunta desheredaría a su hija si no dejaba a su pareja, que era un adicto al juego. Este confesó el crimen, sin tener tiempo de destruir el testamento.

390. DIEGO HERNÁNDEZ ROYO – PIEL NARANJA Llevo mucho tiempo sin ver el sol, sin disfrutar de una sonrisa. Aquí, todo el mundo está triste, enfadado o ausente. El martes pasado hubo un altercado y acabé manchada de sangre; fue una experiencia nada agradable: una especie de navaja atravesó una de mis mangas... Por suerte, todo terminó en un susto. Echo de menos el aire fresco y la libertad. No consigo recordar mi vida fuera de aquí. Creo que de vez en cuando me resetean en un lugar aterrador llamado lavadora. Voy perdiendo color cada día y mi piel naranja se estremece con cada latido lento y amargo de la persona a la que visto, alguien que mató a toda su familia envenenando el pavo de Nochebuena. No tuvo compasión de nadie, ni de sus tres hijos pequeños. Disfrutó viendo su agonía y, luego, se entregó en la comisaría. No soporto mi existencia junto a un ser tan despreciable; confío en poder escapar algún día de este horrible lugar. De

momento, sé que aún me quedan seis meses de condena en este corredor de la muerte...

391. DIEGO VIÑA – UNA NOCHE TRANQUILA Estoy en mitad del campo. Él está sentado en el porche de una casa; la luna está llena y no hay una pizca de aire. —¿No estás cansado ya? Su cara está iluminada únicamente por la tenue luz de una bombilla y la llama de su mechero. —Llevas un mes acosándome. Exhala el humo de su cigarro. —¿Acosándote? ¿Sabes cuánta gente ha muerto por tu culpa? —Tenías un invento; yo, dinero, y esos ciudadanos, muy mala suerte. —¡Todo funcionaba a la perfección! Si no hubieras empleado materiales baratos... —Duermo bien por las noches; gracias —me interrumpe—; ¿tanto te pesa a ti en la conciencia como para seguirme hasta aquí? —Sí. El disparo rompe la tranquilidad de la noche. Corro lo más rápido que puedo y me subo al coche. No miro atrás, pero no necesito huir de la única muerte que no me perseguirá.

392. DOLORES MIGUEL PICADO – MUÑECAS Los nervios recorren toda mi piel, mientras me convenzo de que el pánico no existe. Lo repito una y otra vez antes de iniciar una redada. Es la única manera de calmar mi miedo, miedo a zambullirme en una profunda oscuridad de la que no despierte nunca, miedo ante «el creador de marionetas», miedo a ser una muñeca más. Llevo años persiguiendo esa mente retorcida y a los cadáveres que va dejando a su paso, los cuales desaparecían al poco tiempo de ser descubiertos; años solo con un nombre. Pero esta vez va a ser diferente. Entro con paso firme, camuflándome en la oscuridad, buscando en cada habitación esperando encontrar algo, y finalmente lo consigo. En una habitación, un grupo de chicas sin ojos y con la boca cosida se amontonan como muñecas de trapo. Pero no consigo nada, unas palabras me hielan impidiéndomelo: «Laurence Flame, ahora eres de mi colección».

393. DOLORES NÚÑEZ MONTES – EL ROSTRO DE LA LUNA La noche acechaba a los eternos rezagados, deseosos de nuevas sombras bajo las cuales esconderse, mientras el silencio se veía ahogado por un gélido grito, de esos que parece que te arrebatan la vida, sin llegar a ser tú la víctima. Un grito que sí significó el final para la tierna Luna. Su rostro, transformado en perla, contrastaba con el rojo que cubría su cuerpecito. Sus ojos habían

perdido la vida, y a su enmarañado pelo le faltaba una de las dos coletas que antes habían enmarcado su rostro. No había pistas, rastros, ni conexiones. Nada. Asesinato perfecto. Pero mi ambición me llevaba más lejos. ¿Alguna conspiración? ¿La mafia? ¿Algo mucho más grande? ¡Si tan solo era una niña! Los nervios me amenazaban, así que decidí tomarme la pastilla y evitar otro brote psicótico. Como el de anoche. ¡No! No podía ser. Al sacarla de mi bolsillo, algo la acompañaba cuando abrí el puño. Lo que quedaba de un coletero que en su momento había sido rosa, teñido ahora de escarlata.

394. DOLORS USATORRE SALES – LOS DIAMANTES DEL PECIO Reimon preparaba la barca, y sus clientes se ponían sus trajes de neopreno y revisaban las botellas de buceo. El agente secreto Gerald, como cada sábado, saltó al agua con Lola sobre el Reggio Messina. Llevaban dieciocho minutos bajo el agua cuando del interior del pecio apareció un buceador a toda velocidad llevando una red que brillaba. Al entrar en su bodega, un color rojo los envolvió y, al momento, un cadáver apareció: era Ruano, ladronzuelo de la zona. Cuando ascendían, Lola notó un pinchazo de cuchillo en la pierna e intentó advertir a Gerald, pero este estaba intentando zafarse del grandullón que salió de la bodega. Finalmente, el agente pudo acabar con él y agarrar la red que contenía diamantes. Ya en el barco, Reimon esperaba apuntando con una pistola, pidiéndoles los diamantes. Gerald le lanzó la bolsa a sus pies, y al agacharse Reimon, el agente saltó sobre él golpeándole con un foco submarino. Ya en el puerto, la policía se llevó a Reimon, mientras Gerald y Lola se recuperaban.

395. DOMINGO NIETO FERNÁNDEZ – DOBLE CARA Era una noche oscura y lluviosa. Sobre la mesa, un ordenador y una copa de vino, y en mi cabeza, una sola idea golpeando como la lluvia sobre los cristales de la sala: ¿es Kate quien dice ser? Demasiados secretos, demasiadas situaciones extrañas me estaban haciendo pensar que Kate escondía algún secreto que no quería contarme y que me estaba complicando la noche. Sus dotes como modelo, el tiempo que pasó como agente del FBI y los conocimientos en idiomas me daban pie a creer que Kate era una agente doble instalada en EE. UU. con la única idea de infiltrarse en la seguridad nacional. Aunque también pudiera ser que dicha idea fuese fruto de un día agotador y mi falta de inspiración para mi nueva novela, a la que iba a llamar Doble cara. De repente, siento el frío acero de un cuchillo alrededor de mi cuello y una mano de hombre sobre mi boca. No me puedo mover. Vuelvo a la conciencia. Me encuentro en una sala vacía con Kate a mi lado. «Sí, soy todo lo que piensas, y tú, aunque no lo recuerdas, también».

396. DOMINGO A. QUINTANA DOMÍNGUEZ – ¿TE LA PASO?

—¿No me digas que se ha cargado al «Telapaso»? La pregunta retumbó en el salón recreativo Las Vegas, donde, en el centro de un nutrido grupo de adolescentes, yacía el cuerpo sin vida de un joven. —¿Le conoce, Sr. Inspector? —Por supuesto. Este tío es, o más bien era, lo más pesado que me he encontrado en mi vida. —¿Puede ser motivo como para cargárselo? —Depende. ¿Tú has llegado alguna vez a la penúltima pantalla de un juego, la que nunca logras superar, y en tu oreja tienes a un pesado repitiendo: «¿Te lo paso?». Pues imagina que le dejas tu última vida y lo matan a las primeras de cambio. Matarlo no sé, pero un buen escarmiento sí se le daba... —Entonces, ¿abrimos una investigación? —Tú mismo, pero aquí culpables son todos... y ninguno. No hablarán. Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.

397. DORALICIA CASARES DE LA ROSA – LA SOMBRA BAJO LA LLUVIA Robin corría a pasos agigantados por el oscuro callejón, moviendo los pies tan rápido que parecía que volara, huyendo de aquella sombra que acababa de arrastrar a su hermana al más horrible de los destinos. Las lágrimas de sus ojos se mezclaban con las gotas de la lluvia que acababan de empezar a remojar la ciudad. Ya no quedaba nada en este mundo, solo la soledad y la venganza: porque sabía que algún día se vengaría de la sombra para honrar la memoria de su hermana. Pero ese no era el momento de luchar, era el momento de ponerse a salvo; ya habría tiempo de pensar en venganzas cuando las cosas estuvieran tranquilas. Robin abrió los ojos, que estaban llenos de lágrimas, y vio el techo de su habitación. Los recuerdos de lo ocurrido en ese callejón eran vívidos. Miró la cama de su hermana: estaba vacía, y el cristal de la ventana estaba roto. ¿Había ocurrido aquello de verdad? Nunca lo sabría, pues la sombra apareció de nuevo para llevárselo esta vez a él consigo.

398. DORIAN ¿QUIÉN SI NO? – EL FIN JUSTIFICA... ¿QUÉ? Estamos erróneamente acostumbrados a pensar y deducir de forma lógica que si muchas pruebas apuntan a alguien, todo indica que ese único alguien es culpable; pero ¿y si todo estuviera preparado para que así lo pareciera? No quiero que te equivoques, mi historia no es de esas clásicas que todo el mundo espera, de esas en las que un hombre inocente es encarcelado de forma cruel. Lo curioso del asunto es que mi historia es una de esas en las que el inocente es culpable, pero no de ser inocente; me temo que es mucho más complejo que todo eso. Me consideraba una persona afortunada hasta que de la noche a la mañana mi mundo se vino abajo, nunca había empuñado

un arma, pero no dude en disparar cuando ellos aparecieron; me buscaban y desde entonces sigo escapando día a día, sin detenerme. ¿Estarías dispuesto a ayudarme, después de todo?

399. DULCE PINEDA DORADO – LA GATITA Me despierto, son las 7:30, mi marido ya se ha ido a trabajar. Me levanto para preparar el desayuno y dar de comer a Nala, nuestra gatita persa de cinco meses, que es como nuestra hija, pero no la encuentro por ningún sitio. Tras hora y media buscándola, comienzo a pensar que el vecino de al lado le ha hecho algo, ya que más de una vez ha venido quejándose de que mi gata se come las plantas de su jardín. Cuando me asomó a su patio y veo una mancha de sangre, me entra pánico. ¿Habrá sido capaz de hacerle algo a mi pequeña Nala? ¿Debería denunciarlo? Tras unos minutos reflexionando, decido que es lo mejor y denuncio la desaparición. En un principio, no lo toman muy en serio, pero tras mucho insistir consigo que un par de policías vengan a hacer unas preguntas al vecino. Al final, encuentro a Nala en el zapatero, durmiendo plácidamente, pero oigo mucho ruido en casa de mi vecino, así que me asomo por la mirilla y veo que se lo llevan detenido: había matado a su mujer.

400. DULCE VICTORIA PÉREZ – EL RELOJ DE CUERDA Nadie sabía cómo, pero en la comisaría apareció un antiguo reloj de cuerda. Las manecillas andaban, de pronto se paraban y tras unos instantes comenzaban de nuevo su movimiento. No parecía importarle a nadie aquel artilugio, hasta que comenzó a sonar. Un ruido chirriante y metálico acaparaba la atención de los allí presentes. En ese mismo instante, el teléfono sonó. Se había cometido un asesinato en la ciudad. A las cuatro horas, otra vez ese timbre, otra llamada y otro asesinato. A las seis y a las ocho horas, se repetía el mismo episodio. Al día siguiente, a las ocho cuarenta y dos minutos de la mañana, el reloj volvió a sonar. La vibración sobre la mesa hizo que levemente se desplazase y cayese al suelo, rompiéndose en varios pedazos. Las piezas rebotaron por el suelo. El teléfono sonó, habían encontrado muerto al asesino en extrañas circunstancias. Hora de la muerte: 8:42.

401. DUNE AYANE – MI SER SEMEJANTE La agente Cora interroga a sus padres que, recién, habían sufrido la desaparición de uno de sus hijos gemelos, pero sus ojos no lagrimean, lucen tranquilos. Carlos, en la sala contigua, se desmaya, en los brazos del agente David. Los padres lloran, el niño llama a su hermano: «Roberto, Roberto...». Estos sonrieron y dijeron que estaba allí con ellos, Carlos muestra su sonrisa y duerme. David les pregunta a qué viene tanta pena; los padres se miran y dicen que se preocupan por su hijo enfermo. —¿Y a Roberto quién le llora?

—Nunca hubo dos hijos, su hijo se imaginó a un ser semejante a él para soportar el dolor propiciado por ustedes y su enfermedad. Cora mostró unas imágenes donde se mostraba el cuerpo del pequeño magullado junto a un informe psicológico. Dos agentes entraron en la escena, los tomaron y se los llevaron de allí.

402. EDGAR AYET – SIN ALIENTO «No hay aliento, no lo hay. No puedo más», pensaba mientras se preparaba para la inminente muerte que le aguardaba. Un ruido la sobresaltó de nuevo. Intentaba respirar tranquila; intentaba que el martilleo de su corazón dejase de repiquetear en su cabeza, en su cuello, en sus sienes; intentaba, con todo su empeño, que él no la encontrase. Ella lo sentía, sabía que él estaba ahí, acercándose lentamente. Sabía que si la encontraba, estaba perdida. Cogió aire de nuevo, alzó la mirada más allá de la oscura calle en la que se había resguardado y vislumbró un lugar por donde huir. Angustiada, cerró los ojos, se santiguó y echó a correr. Corrió como nunca había corrido, corrió sin mirar atrás, corrió para salvar su vida. Corrió tan rápido, corrió con la adrenalina tan disparada que no fue consciente de nada. Alcanzó la salida, llegó, pero llegó muerta de un disparo.

403. EDGAR GONZÁLEZ – GOTA DE BREA Un conductor de autobús había sido asesinado, atropellado por un carro de supermercado. Hacía treinta y cuatro años, un científico del laboratorio murió atropellado por un autobús justo en el mismo sitio; murió justo el día en que documentó una gota, una gota de brea. La mañana del presente asesinato, se había documentado la cuarta gota. En 1927, se inició un experimento en la universidad donde había ocurrido todo, querían demostrar que la brea no era un sólido común, pues gotea lentamente. Ese científico tuvo un hijo que nació poco después de su muerte. Había sido detenido hacía doce años por robar equipos del laboratorio justo el día que habían documentado otra gota. Fueron a por él. —Llegan tarde. —Ha costado encontrar una relación entre usted y el asesinato. —A mí me ha costado mucho más. He perdido muchos años esperando una triste gota que me diese una oportunidad.

404. EDU PARRILLA – AULLANDO A LA LUNA SOLITARIA Soledad: «Pesar y tristeza que se siente por la falta, muerte o ausencia de una persona». Ese es el significado que conozco yo acerca de esta palabra en particular. Es lo que dijo mamá; en esos días, aún no sabía leer. Solo conocía una lengua, y el mundo resultaba más gigantesco que nada. No reconocía la realidad. En esos días, de un lejano pasado, aún creía que las personas solo

van a visitar a Dios al morir. Que iban a vivir con Él y entonces me esperaban para cuando pasase yo la «prueba». Suponía demasiadas cosas infantiles de las que me avergüenzo ahora mismo. Pero la verdad era que mi edad apenas rozaba seis años (bueno, solo podía contar con los cálculos de mis padres, ya que como vagabundos en la calle nunca nos beneficiamos de registro o notoriedad). Tarareo una canción de cuna mientras mi daga se hunde en el rostro de mi progenitor. Una leve patada es bastante para caer hacia el abismo infinito del acantilado. —Eso, por mamá. Una carcajada histérica se juntó a mis lágrimas.

405. EDUARD FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ – EL ENCADENADO Owen Hall creía que ya lo había visto todo, que a estas alturas estaría preparado para cualquier cosa y que nunca más se dejaría engañar por nadie. Pero, al entrar en la escena del crimen, su corazón dio un vuelco. Largas cadenas descendían del techo, en ellas colgaba el cuerpo de una joven, debía de tener entre veinte y veinticinco años. Lucía un precioso pelo rojo, piel blanca como la nieve, llamativas joyas y nada más; toda su ropa parecía haberse evaporado como si de agua se tratase. Por lo demás, hubo algo que le erizó la piel, miró al forense con cara de angustia, se aproximó, y le preguntó: —¿Podría decirme las causas de la muerte? Segundos después de haberle preguntado, vio como su rostro se enrojecía, seguido de un dolor intenso; al percatarse de que algo le pasaba, exclamó —¿¡Doctor!? Como si un cadáver no bastara, ahora se encontraba con dos. La situación le superaba, no pensaba con claridad, solo en una cosa. Correr.

406. EDUARDO DE LA CAL SANZ – SIN TÍTULO Todo comenzó un tranquilo lunes, pero lo que no se esperaba Aiden es que todo estaba por empezar. Cuando fue a desayunar, se encontró en el suelo muerta a la mujer más importante de su vida, su hija Shaila. Durante días sin descanso, tanto él como la policía, buscaron al asesino, pero no lo desenmascararon. Aiden, desesperado, llamó a la persona que más odiaba: su exmujer Charlotte. Entre ella, quien formaba parte de la policía, y Aiden comenzaron a investigar el asesinato de su propia hija. Pasaron meses y las pistas disminuían, pero indagaron en la vida de su hija y descubrieron que esta no era un angelito, sino que era de la banda más temida de la ciudad, «los exculpados». Aiden y Charlotte se infiltraron en la banda, descubriendo al fin que el autor del crimen era el novio de la criatura, quien lo hizo porque Shaila quería abandonar la banda para poder reintegrarse socialmente, es decir, poder cambiar. Pero estos no lo aceptaron y la mataron. Fueron encerrados, y Shaila fue vengada.

407. EDUARDO QUINTANA ARRANZ – ASCO Asco, siento asco por lo que me obligo a ver. Lástima. Me da pena cómo ha quedado. Arrepentimiento. No me arrepiento de nada. Orgullo. Lo que mejor me define y mi peor defecto. Miedo. Tenía mucho miedo de perderle. Dolor. No sé si lo que siento es dolor físico por las heridas que adornan mis brazos o por lo que me ha obligado a hacer. Lágrimas. Dos lágrimas bañan mi barba, caen y se diluyen en el charco de sangre. Gritos. Mi cabeza está llena de ellos, cuando ya hace minutos que calló. Profunda. La hemorragia no se detiene. Mío. Le dije que era solo mío. Cuchillo. ¿Cómo me ha podido clavar tanto un cuchillo de punta roma? Temblor. Empiezo a tener mucho frío. Amor. Tanto como le quiero no le hubiese querido nadie. Celos. Sabía que era muy celoso, me provocó. Rabia. Siempre he sentido mucha rabia, pero nunca he sabido por qué. Oscuro. Lo veo todo cada vez más oscuro. Muerte. Espero que nos veamos en la otra vida.

408. EDUARDO SANTAMARÍA CUESTA – QUERIDO AGENTE ROMERO Querido agente Romero: Siento comunicarle que esta será la última vez que le escriba, pues el cáncer ha ganado, ha sido más rápido que usted y me ha derrotado. Fue un placer cartearme con usted estos últimos diez años, y me gustaría poder decirle mi nombre para que cerrase mi caso, pero soy padre de familia, y ello podría perjudicar a mi querida hija. Aun así, como premio por haber sido tan buen interlocutor, aunque un poco maleducado a veces, le diré dónde he estado enterrando a todas las personas que he secuestrado y matado. Todos y cada uno de los pobres diablos que entregué a la parca mientras usted trataba de capturarme descansan no tan en paz en el jardín trasero de esa casa tan preciosa que tiene en la sierra. Le veo al otro lado, viejo amigo.

409. EDURNE RUBIO DELGADO – ANNA HEADER: AIRE EN LAS VENAS La doctora Dell. Lea Brooks. Paul Brooks. La exmujer de Joe. Lea dice que Joe abandonó a Rachel; desde entonces, siempre han estado peleando y con juicios. —Esto es lo que tenemos. —Header, tu hermana, quizás vio algo que pueda ayudarnos, ¿no? —Es probable. Espera. ¿Ariadna? Necesito que vengas a comisaría, ahora. —¿Qué ocurre? —Es sobre Joe. Vosotras estáis siempre allí, vigilando, ¿no? —Sí. —¿Y no viste a nadie, entrar? —La única que entra y sale es Lea. Me marché a sacar una analítica y cuando volví estaban con la RCP. Olvidé las jeringas en la habitación de Joe.

Pero no creí que fuera peligroso. —¿Y nadie entró? —No. —Chicos, buscad a Lea. Hay algo que no nos ha contado. —Espera, ¿crees que ha sido ella? A veces habla del daño que les hizo cuando se fue, pero jura que ha cambiado y que no se merece nada malo.

410. EDURNE TAPIA MÁRQUEZ – EL ENIGMA DEL TÉ Un grito agudo rompe la calma en la fría noche neoyorquina. Los vecinos inquietos ante lo que acaban de escuchar se apresuran a encender las lámparas y a mirar por la ventana. Apenas ha pasado un minuto desde que los residentes saltaran de la cama y ya se oyen las sirenas que anuncian la llegada de la policía. Los rumores empiezan a correr como la pólvora entre aquellos que han salido a la calle con lo puesto, y las miradas se dirigen al 8º C, donde la señora Morrison ha sido asesinada mientras disfrutaba de una taza de té inglés. Las semanas pasan, y la investigación de Kathy y Rick ha llegado a un callejón sin salida. Al otro lado del rellano, la noche del crimen, una joven desconocida esperaba a que todo se calmara para abandonar la ciudad y adoptar una nueva identidad. El juego había comenzado.

411. EIDER MARTÍNEZ SALVATIERRA – SHARBAT GULA La sala y el cadáver hacían suponer que el agente Alonso se encontraba ante un caso fácil; la seguridad del lugar era muy extrema, dada la importancia de los análisis que la Dra. Martín realizaba en él, y se basaban en la biometría con acceso por escaneo de iris. La complejidad llegó al descubrir que únicamente ella había accedido allí. Nada lógico podía explicar la situación. La doctora estaba a punto de lograr la definitiva cura del cáncer, pero ahora tenía un cuchillo clavado en el cuello. El agente investigó cualquier fisura posible para poder engañar a la biométrica, y la encontró en aquella niña de mirada verde intensa en la portada de una revista natural y cómo, años después, supieron reconocerla. El asesino pudo crear de forma artificial el patrón del iris de la doctora trabajando en un aeropuerto de los Países Bajos donde ella acudió, y cuyo servicio de aduanas controla de esta manera los accesos, y trabajó como sicario de empresas farmacéuticas poco interesadas en tal descubrimiento

412. ELENA CASTILLO GUIJARRO – LA TRAMA WALKER Tras la explosión de un coche bomba, Derek Walker fue detenido durante una persecución de choches de alta velocidad. En última instancia, los choches provocaron un accidente mortal que llevaría a la policía al descubrimiento del oscuro secreto cibernético vinculado a un caso de seguridad nacional. La familia Walker no pudo soportar ver a la policía

arrestar a Derek. Jennifer se volvió hacia su madre y ambas agacharon la cabeza, enterrando sus rostros en el serio, inmutable, y altivo tío Michael. —No es él, no es él; lo sé... lo sé —exclamó Jennifer. Ella sintió el fuerte abrazo de su tío Tom, conduciéndola hacia el coche, a través de las cámaras de los medios de comunicación. Muchos habían venido a ver al sobrino condenado del poderoso y respetado fiscal general del distrito, Michael Walker. Tres días más tarde, Jennifer fue a visitar a su hermano Derek. Destrozada, le susurró al oído: —Derek, no puedes ir a la cárcel por miedo a revelar el secreto... Morirás.

413. ELENA CORREAS – DIEZ MINUTOS Subimos silenciosamente las escaleras; ese sinvergüenza siempre va un paso por delante de nosotros. Se nos acaba el tiempo. En menos de diez minutos, le matará. Tengo la esperanza de que detrás de esa puerta se encuentre él, y por fin estar cara a cara. Jason tira la puerta y entramos con los ojos bien abiertos; si tengo que disparar, no me lo pensaré dos veces. Registramos todo el almacén y ahí está. Alice. Mi Alice. Se me iluminan los ojos. Estoy yendo hacia ella, con cuidado, cuando oigo disparos. Todos mis hombres han caído. Me giro y ahí está él, apuntándome. Noto en sus ojos la ira, y su boca esboza una sonrisa. Estoy sudando. Sé lo que va a pasar ahora. Mis hombres muertos, y Alice atada. Estoy sola. Sola contra él.

414. ELENA FERNÁNDEZ – MATAR DOS PÁJAROS DE UN TIRO Llegaba al portal de su casa, cuando se dio la vuelta al oír su nombre. Recibió un disparo mientras miraba con incredulidad a su mejor amiga. La encargada del caso es la detective Irene J., que rápido sabe quién es la asesina por la cámara situada en el portal del edificio. Piensa que el móvil del crimen son los celos por la situación del disparo, en el corazón. El marido de la asesina va a visitarla a la cárcel. —¿Cómo has podido matarla? —No seas cínico, ya sabes por qué, llevabais un tiempo viéndoos a escondidas. —Eso es mentira. —¿Y por qué estabas en su casa hoy? Te seguí y vi cómo entrabas para verla. Si no eres mío, no eres de nadie. —Estás loca, no tenía nada con ella. Al día siguiente, recibió la visita de Irene J. en su celda. —La amante de mi marido era mi mejor amiga, ¿verdad? —No, señora, no era ella. Se equivocó. Esa misma tarde, ella se ahorcó. Mientras tanto, su marido brindaba por el triunfo de su plan con su amante, el marido de la mujer asesinada.

415. ELENA GARZO – NO FUE UN SUEÑO Volvía del trabajo, tarde y cansada. Cuando el metro llegó al final de su recorrido, yo estaba dormida y nadie se percató de ello. El tren avanzó hasta el túnel para quedar aparcado el resto de la noche. Cuando me desperté, estaba oscuro, las puertas cerradas y nadie oía mis gritos. Después de una hora, aparecieron unas luces que alumbraban las siluetas de dos hombres uniformados. Grité y menos mal que no advirtieron mi presencia, pues empezaron a discutir. Uno de ellos sacó una pistola y mató al otro, arrastrando el cuerpo hasta que desaparecieron. Pasadas unas horas, el tren comenzó a moverse hasta detenerse en la estación. Se abrieron las puertas y corrí hasta que encontré a un empleado de seguridad, al que conté lo ocurrido. Revisó el lugar, pero dijo que no encontró nada y me sugirió, de forma amenazante, que me fuera a casa y que no me convenía comentar nada. Ese día leí en el periódico que un empleado había desaparecido con la recaudación del metro. No fue un sueño.

416. ELENA GRAU – DÍA DE SUERTE Marc lo había hecho otras veces..., concretamente nueve veces, por eso esta era especial. Preparó todo meticulosamente. Cuerda nueva, bridas, la sierra limpia, un CD con la canción In Pieces a punto, una broma para sus víctimas antes de ser descuartizadas. Llegó al bar y eligió a su presa. Una rubia bebiendo sola en la barra. Guapa. Parecía fácil. Y era su tipo. Se acercó y soltó un tópico, al que ella respondió con ironía. Bien; ya es mía. Bebieron y rieron juntos. No hizo falta insistir mucho para llevarla a casa. Juguetearon un rato... No necesitaba matarla todavía. Se parecía tanto a las otras... Ella le ató una mano al cabecero... Esto no va así..., cogió un pañuelo de seda y, tras acariciar su rostro con él, le ató la otra mano. No podía reaccionar... De repente, se sentía mareado. —¿Qué me... has... hecho? —Cloroformo..., soy una nostálgica. No fue su día de suerte.

417. ELENA LARA – RECUERDOS PARA PERDER EL CONTROL Pistola en mano, el agente amenazó al violador. —Piedad... —¿Piedad? —respondió. —Tengo una hija... —sus ojos empezaban a empañarse—. Si me matas, no serás el mismo. —Un brindis por los cambios. —Disparó. Tras ocultar su desastre, se lanzó al fin a la agente Olmos. Y para qué más detalles... Él se giró con suavidad al otro lado de la cama. Quiso despertarla a besos, pero estaba fría, no tenía pulso. Había algo nuevo en su mesilla. Una nota: Si no das con el asesino, como primer sospechoso, irás a la cárcel. El informador. Cubrió sus huellas, y el cuerpo apareció en un parque, según las noticias del bar que servía asquerosos cafés. Alguien había ahogado

al camarero después. Allí estaba la última nota: Yo también odiaba su café. Aquí, 1:00. Y acudió a la cita con su espejo. Preso de la locura, confesó que él era su informador y el asesino. —Pero era un violador... —dijo en su arresto. —Me temo que el código moral no es el legal, compañero.

418. ELENA MIRA – NACIMIENTO Mañana fría, taza de café y vistazo al periódico. Camino del instituto, con la cartera en la mano y la cabeza en una habitación con vistas al mar, todo era normal. Todo hasta llegar a la avenida central. ¿Por qué? La policía llevándose a Lidia, una alumna del instituto, manchada de sangre, y en el suelo a su lado Juan, su novio, apuñalado. Nunca me gustó ese chico para una chica tan dulce y de belleza increíble. Sentado en mi despacho, me invadió una duda terrible. Repasé el día. Por la mañana, hacía frío, no tenía pijama, cosa rara en mí; tomé café, cuando me desvela, y miré el periódico, cosa que nunca hago buscando... Corrí a casa, algo no estaba bien. Cuando entré, me encontré la ropa en el suelo de la entrada y un rastro de sangre hasta el baño. Mi respiración se iba acelerando. Allí estaba en el lavabo con su empuñadura de madera y manchado de sangre la navaja que siempre llevaba encima. Siempre salvo esa mañana. Me acosté, cerré los ojos y sonreí; en ese momento, deje de ser yo.

419. ELENA PANIAGUA – TRISTEZA EN LA ESCUELA En ese momento, Marcos se estremeció; la puerta del colegio estaba llena de coches de policía. Llegó más rápido de lo que sus nervios le permitían. Su sorpresa aumentó cuando Jesús, su compañero, le explicó que en el aula de 3º A habían encontrado a Gloria, su tía, maestra en el colegio desde hace más de veinte años muerta. Marcos lloró durante un rato, preguntó a otra compañera, Alejandra, quién había encontrado el cuerpo; esta le explicó que fue el secretario, don Álvaro. Cuando llegó, la luz del aula estaba encendida y fue a saludarla, encontró su cuerpo sentado, con unos exámenes entre las manos y la cabeza apoyada sobre la mesa, impregnada en sangre, ya sin vida. Se interrogó a varios padres y alumnos que habían tenido problemas con la maestra. No eran culpables. Los compañeros estaban extrañados, pero al final de la investigación salieron a la luz pruebas que llevaban años esperando en un viejo pupitre. Marcos fue detenido, ¡nadie podía explicárselo; él era el culpable!

420. ELENA PAZ – LA CLAVE Y entonces fue cuando sonó el despertador, pero Victoria ya estaba despierta contemplando la tenue luz que se abría paso entre las persianas de su habitación. Su respiración agitada y nerviosismo se debía a la carga de no

encontrar aún ninguna pista fiable que le aproximara al asesino de las pequeñas hermanas Miller. El insomnio se apoderaba de ella casi cada noche. El nudo se hacía aún más grande cada vez que los desgraciados padres de las pequeñas aparecían en la televisión, ofreciendo recompensas por conocer algún detalle más de aquel fatídico día. Pero todo eso estaba a punto de cambiar, ya que hoy iba a tener un encuentro con un drogadicto que pululaba siempre por la zona donde encontraron los cadáveres, y si las drogas permitían un poco de luz en su memoria, puede que esta sea la pista clave que desenmarañará por fin el crimen con menos pruebas con el que se había encontrado Victoria.

421. ELENA SORIANO – TRAICIÓN Hola; soy, bueno, era, Lucy Smith. Hoy cuento el día de mi asesinato. Era lunes por la mañana y salí a andar cuando un pañuelo abarcó mi boca y en cinco segundos me dormí. Me desperté en una habitación pequeña e iluminada, miré a mi alrededor, pero no vi a nadie. Debió pasar una hora cuando empecé a idear un plan de huida; primero, debía desatarme de aquella silla, luego salir con cuidado. Empecé a desatar el nudo cuando el pomo se giró y entró un hombre, no lo podía creer, era mi mejor amigo, Mike. Vi que alguien iba detras de él apuntándole con un arma y que le dejó atado; cuando aquel hombre con la pistola se fue, le conté mi plan a Mike. Un rato más tarde, conseguí soltarme y solté a Mike. La puerta estaba sospechosamente abierta y salimos, vi una habitación con ordenadores y mandé a Mike a vigilar mientras yo miraba las grabaciones. Entonces, le vi dando órdenes y lo comprendí; en ese segundo, noté un cuchillo atravesándome el pecho y morí. La policía desveló mi caso, y ahora descanso en paz.

422. ELI ARRANZ ORDÓÑEZ – EL ASESINO DE LA MÁSCARA Mientras el asesino de la máscara me apuntaba a la cabeza, recordé las técnicas de autodefensa que me enseñaron en la academia. En un rápido movimiento, conseguí arrebatarle la pistola de las manos; logrando así que los papeles se tornaran. Ahora era yo, la agente Selye Mendoza, la que lo apuntaba a él. Se quedó muy quieto mientras yo le gritaba que se tirara al suelo. No me hizo caso. Se acercaba cada vez más hasta mi posición, consiguiendo que yo anduviera hacia atrás. Maldito el momento en el que tropecé y caí de espaldas. Él se abalanzó sobre mí, consiguió así que la pistola se disparara accidentalmente, lo que me hirió de gravedad en el pecho. No recuerdo nada más, solo disparos, la voz de mi compañero y la sirena de la ambulancia.

423. ELI STANEVA – MUJER LOCA

Una mujer sola en una casa grande y oscura, lejos del pueblo más cercano, sin electricidad, sin dinero y apoyo moral, da a luz misteriosamente en su sótano a tres gemelos. Cae en un trastorno mental grave y decide que debería matarlos. Coge un hacha y comienza a golpear sus pequeños cuerpos, sangre por todos partes y cuerpos desmembrados. Sale de su sótano calmada: ha hecho un buen trabajo. Unas horas más tarde, oye desde el sótano a un bebé llorando; resulta que uno de los bebés sobrevivió y, arrepentida de lo que hizo, lo salvó y comenzó a cuidar de él. Pasaron veintiún años muy difíciles, con drogas y maltratos. Un día, se enteró de lo que había ocurrido y decidió vengarse de su madre de la manera más cruel.

424. ELIA SALINERO – EL BUEN SAMARITANO Cada noche, en el camino de vuelta de la fábrica, le veía. A esas horas, solía ir ya bastante borracho. De cuando en cuando, se apoyaba en alguna farola para recuperar el equilibrio y continuar hasta el siguiente bar. Un día, le seguí. Al cerrar el último bar, se dirigió a una pequeña casa al final de la avenida. Bajo la luz del portal, vi el dolor de su rostro reflejado en el cristal de la puerta. Sufría terriblemente, y me apiadé de él. Aquel jueves, al salir de trabajar, fui directamente hacia su casa. Eran cerca de las dos cuando apareció con paso vacilante. Parecía más borracho que los otros días. Abrió la puerta con dificultad y subió la escalera hacia el primer piso, donde yo le esperaba. —¡Tú! ¿Qué haces aquí? —He venido a ayudarle, padre. Sonreía cuando le empujé escaleras abajo. Ya no sufriría más.

425. ELÍAS NIETO MONTAÑA – EL SUSPENSE QUE TODOS NECESITAMOS Después de que el asesino en serie Charlie Kane cometiese su primer error en años, al detective Julian Kutcher no le resultó difícil encontrarle. Aquel revólver que tuvo que dejar tirado en la escena del crimen para poder huir resultó ser su fin, ya que así Kutcher logró conocer su identidad y el paradero de su piso, donde le sorprendería el pasado mes de febrero. El día 14 de aquel mes, ambos se encontraron frente a frente, y Kane, prefiriendo morir a tener que pasar el resto de sus días entre rejas, fingió sacar el arma que colgaba de su pantalón, sabiendo que Kutcher no tendría más remedio que dispararle, lo que le otorgó así la muerte que merece un asesino de su calibre. Irónico que aquel día terminase una relación como la suya, pues al fin y al cabo, cuando Kane murió, a Kutcher lo único que le quedó era la tortura de preguntarse cada día si mereció la pena ganar aquel caso, pagando el alto precio de perder el misterio que tanto agradecía tener en su vida.

426. ELICE MUÑOZ LUQUE – MUÑECOS DEL TIEMPO

Creíamos que teníamos el control sobre nosotros... Anne, una joven estudiante universitaria, sentía gran atracción por los fenómenos paranormales; en concreto, por los muñecos de vudú. Tanto es así que investigaba incansablemente hasta que una fría tarde de enero sonó el teléfono de la policía. Estaba muerta. Clark y Jane, dos inspectores de renombre de la oficina, se dirigieron al escenario del crimen. La chica había sido quemada viva. Después de muchas pruebas, ambos inspectores quedaron sorprendidos: había indicios de que ella misma se había incinerado. Decidieron dejar el caso como suicidio, excepto Clark. Él descubrió esta rara afición, por lo que sospechó de su implicación. Así que fueron a por el único que compartía este hobby con ella. El asesino intentó hacer vudú a los dos inspectores, pero fue retenido por la policía. Se declaró culpable. Mató a Anne porque empezaba a saber cosas que no quería compartir.

427. ELISA PINTO – UNA MUERTE EXPLOSIVA Llaman a la comisaría y coge el teléfono Javier. Un niño ha muerto en la clase de Química. Rick y Kevin se dirigen hacia el instituto, hablan con el profesor y les cuenta que estaban haciendo experimentos con agua y, de repente, ¡bum! Llaman a sus familiares. Nate, el chico muerto, estaba a punto de graduarse y era el típico niño de sobresalientes. Sin embargo, estas últimas semanas, sus amigos y novia le encontraban algo extraño: ya no salía con ellos, llegaba tarde a las clases... Rick llama a sus contactos en la mafia, piensa que se podía haberse metido en algún lío esta última semana. Su contacto le dice que ellos no le habían hecho nada, pero no le niega que estuviera dentro. Rick le hace una pregunta más: ¿su novia cómo está? Su contacto le responde que destrozada. Con esto Rick se da cuenta de que ha sido su novia del instituto. Ella reconoce que en un ataque de celos había preparado sodio y, al añadir el agua, se produjo una reacción química, una explosión.

428. ELOI GARCÍA – DESPERTAR Un parpadeo, dos. Luz desde arriba, me daña los ojos. Apenas puedo moverme. Un peso encima de mí, leve, presiona mi pecho. Oigo un ruido de fondo, un ruido constante y estridente. Intento alejarlo de mí. ¿Cómo he llegado hasta aquí? No recuerdo... ¿Qué hice? Me concentro. Un leve movimiento. ¿Un pie? No, una mano. Poco a poco voy cogiendo fuerzas. Recuerda. Has estado en peores situaciones. Concéntrate. Un dedo, otro dedo. Ya lo tienes. Puedes mover una mano. Prueba con la otra. Otra vez, un dedo, otro. ¡Sí! Puedes hacerlo, ahora por los pies. No puedo, ese ruido estridente..., quiero perderme. Me mantengo firme, no me dejo llevar, no soy de los que se rinden a la primera. Voluntad. Palabra que resuena en mi memoria, como si significara algo. Persiste, coge fuerzas. El ruido, ese ruido, no para. Se mete en mi cabeza, martilleándola. ¿Por qué yo? ¿Qué hago aquí? No importa. Lo intento con todo mi yo. La nada me llama; cuán fácil sería perderse. ¡No! ¡Lucha! Un parpadeo, dos. Abro los ojos.

429. ELY DELGADO – LA SONRISA DE EVELINE Sus ojos aún desprendían luz pese a la mirada perdida. Sintió como alguien le desabrochaba el reloj y después le pisaban la mano. El sonido de unos tacones alejándose retumbaron en el callejón y se diseminaron con el murmullo de la avenida Pío. Finalmente, su cuerpo respiró por última vez. Estaba tomando un café cuando oigo unos golpecitos en la puerta: —Buenos días, agentes, ¿alguna novedad? —preguntó la Sra. Luján. —Queríamos transmitirle personalmente las últimas noticias. Tras un mes de investigaciones, pensamos que su marido falleció a causa de un infarto mientras era atracado. El caso pasará a otro departamento —respondió Any. —Se lo dije, nadie querría mal para mi marido. Espero que encuentren al culpable. —Y despacio, cerró la puerta. Eve, la hija mayor, escuchaba en el salón. Con una sutil sonrisa, sacó del bolsillo aquel reloj. Cogió del trabajo la dosis justa de cloruro potásico, se lo inyectó y generó el infarto. Su padre jamás volvería a entrar en la habitación de madrugada.

430. EMI PADILLA DOMÍNGUEZ – EL TREN ENCANTADO Había ocurrido un asesinato en el tren y todos los pasajeros del segundo vagón eran sospechosos. La policía y los detectives estaban consternados, tenían miles de pistas que no les llevaban a nada. «¿Quién y por qué lo habrá matado?», se preguntaban. El difunto, a pesar de estar tres metros bajo tierra, tenía una sonrisa grabada en su rostro (o al menos eso parecía), su plan había salido a la perfección: las cartas dirigidas a él de los demás pasajeros, las huellas en su compartimento, los restos de sangre... Todo lo había dejado perfectamente preparado. La policía y los detectives nunca descubrirían que él era el mismo asesino que tan desesperadamente estaban buscando... ¿O realmente no era él el asesino?

431. EMILIO ALONSO FELIZ – EL DUELO Tras largos años de busca por fin pude enfrentar a mi enemigo. El guía me lo señaló con una sonrisa torcida: apenas se reconocían el rostro odiado y el torso, donde asomaban las costillas. Alrededor iban y venían las hienas escarbando en el lodazal del cuerpo destrozado. Furioso recordé los años de devoción consagrados a planear el enfrentamiento final sin imaginar que todo concluiría en el burdo azar de una muerte accidental durante una cacería: el ataque de un león iracundo que ignoraba ser el instrumento ciego de la justicia. Disparé con asco contra aquella cosa sangrienta. Después, para eliminar al testigo y para cargarme con una culpa ficticia que suplantara la culpa verdadera que llevaba en el corazón, disparé al atónito guía, que cayó sin un grito. Al atardecer, me entregué en el puesto de la Guardia Nacional a dos funcionarios sudorosos que escuchaban la radio y jugaban al póker bajo el ventilador. —Al oeste de la reserva lo encontrarán: he matado a mi enemigo.

432. EMMA VÉLEZ MARÍN – LA SOMBRA Son las 3 a. m., Amy se despierta en el sofá de su loft. Se ha quedado dormida viendo la televisión; el día había sido muy largo en la comisaría. La apaga y se dirige a la cocina. De pronto, una sombra pasa fugazmente por el pasillo. El piso está a oscuras y en ese instante la soledad le parece un inconveniente. Unos pasos en el salón la alertan de nuevo, así que Amy no se lo piensa dos veces y corre a su habitación. Abre el cajón de la mesita de noche e intenta coger su pistola 9 mm, pero no está. Sola y desarmada, no se atreve ni a respirar. De repente, una sombra sale de la nada y tirándola del pelo la lanza encima de la cama. La sombra se sube encima de ella y le aprieta el cuello. Ella intenta deshacerse de esa sombra que la tiene atrapada. Cuando empieza a perder el sentido, Amy despierta de un salto, está empapada en sudor y la televisión sigue encendida. Todo ha sido un sueño, pero por alguna razón, ahora las sombras de su piso la inquietan de una forma diferente.

433. ENCARNA MATELLÁN ALONSO – UN CASO DE MANUAL La gran actriz, Jane Doe, leía su guion; se abrió la puerta, alguien tiró de su muñeca, le tapó la boca y la durmió, la dejó caer en la bañera, que llenó de agua, enchufó el secador y la introdujo en el agua. En la comisaría sonó un teléfono, Prinks escuchó atentamente y colgó, cogió su gabardina y acudió al lugar del crimen. Sin indicios de violencia ni forcejeos, solo una huella en el cable del secador, que colgaba de la bañera. Interrogatorio rutinario, griterío de los fans desde el exterior, enemigos en su profesión y su amiga Berta, muy resentida: la víctima «le robó sus papeles». El análisis de la huella era de esperar: Berta. «Un caso de manual», afirmaba Brad. Prinks recordaba las palabras de Berta: «Me robó los papeles». «Típico entre actores, no tienen moral», seguía Brad. Nadie reparó que, entre los guiones de la Srta. Doe, había una partida de nacimiento en la que figuraba Berta Jan nacida en Ankara, en la misma fecha que Carla Priest. Su mejor «papel».

434. ENCARNA PARGA CERVELO – HAN MATADO A MI SOMBRA Esa noche fría y húmeda, las luces de las farolas eran las únicas acompañantes de mi huida. Observaban sin intervenir y no ayudaban con su luz a ocultar mi presencia. Al girar en la esquina, pegué mi espalda contra la pared y recuperé algo de aliento. No sabía hacia dónde ir. Mi miedo crecía a cada acelerado latido. Me seguían desde hacía horas, sin motivo aparente, sin yo tener conciencia del porqué. «¿Algo aleatorio?», me preguntaba. ¿Por estar en el sitio equivocado en el momento más inoportuno? Buscaban una presa indefensa y ahí estaba yo, sola, asustada, intentando apartarme de su trayectoria. Piensa, piensa, ¿a dónde puedes ir? Veo la boca del metro, intentaré alejarme y mezclarme entre la multitud. Bajo las escaleras, cruzo la barrera y no hay tanta gente como pensaba. Noto pasos y apuro los míos. La situación de las luces hace que mi sombra vaya por delante. Noto un silbido,

una presión y miro la pared. Un agujero a la altura del corazón ha matado a mi sombra, ¿o a mí?

435. ENCARNACIÓN CUART VERDERA – UN GRITO EN LA NOCHE Era noche cerrada, en la casa de los Hitcore se escuchó un grito en la habitación de su hijo; al instante, acudieron sus padres, viendo que el niño no estaba. Al llegar la policía, solo encontró las huellas de la familia y del servicio, pero ningún indicio de lo sucedido: el secuestrador había sido minucioso. Después de una meticulosa investigación por parte de la detective a cargo del caso, encontró la solución al enigma: el Sr. Hitcore era sobrino nieto de Charles Lindbergh y guardaba valiosos objetos de la gesta de su tío, y su primo Alex, que estaba arruinado, vio la oportunidad de hacer dinero con tal tesoro, a través de subastas en internet, por lo que aprovechando la gran amistad que los unía entró en la casa, secuestró a la criatura y la llevó a la casa de invitados, ahora vacía, creyéndose a salvo.

436. ENRIQUE ROSADO – DONDE TRES SON MULTITUD La esposa estaba insatisfecha, y la relación adúltera despertaba en ella un deseo olvidado. El amante subió al autobús, coincidiendo con un hombre al que conocía. Llegó el día en el que su misterioso amigo se ofreció para llevarle en coche. El marido tenía con su esposa una relación enrarecida, sobre todo en el dormitorio. El amante despertó con dolor de cabeza. Estaba sometido. La esposa encontró en la americana del marido unas facturas de hotel; tal vez él también estuviera siendo infiel. Iría al hotel. Entró y se dirigió al ascensor. La música que sonaba ralentizó su corazón acelerado. Salió y anduvo por el pasillo desierto hacia la habitación; se quedó parada frente a la puerta. Esta se abrió y una mano tiró de su muñeca hacia dentro haciendo que cayera. Ella gritó, y el amante en la cama intentaba desanudarse. La pelea alertó al personal, que pudo reducir al esposo. La acusación por secuestro y el delito de violencia de género evitaría en el futuro el contacto entre los tres.

437. ENRIC CARDONA – AMORES La oscuridad era su mejor aliada. Si notaba la presencia de alguien, se quedaba totalmente quieta, impasible, dejando que el tiempo le permitiera volver a la soledad. Nunca habría pensado que una mujer le cambiaría la vida. Dejaba pasar el tiempo, acompañada de su inseparable amigo, cuando de pronto notó un fuerte temblor que recorrió todo su cuerpo; había sido agredida y su compañero había saltado por los aires; cayó dentro del extraño habitáculo de su agresor. Una mujer gritaba y la insultaba, sin que ella fuera consciente de qué había pasado. No se sentía culpable, pero aquella mujer no

hacía más que chillar. Ella, sin poder articular palabra, no podía explicarle que era inamovible, que por más que quisiera solo podía moverse en contadas ocasiones y aquella no era precisamente una. Después de unos momentos de confusión, se dio cuenta de que era inútil, siempre sería culpable, por más que demostrara que ella era una columna; su amigo, un extintor, y que el coche llegó después.

438. ENRIQUE GARCÍA GONZÁLEZ – OJO POR OJO —Una única herida de arma blanca en la carótida. Diría que fue sobre las seis de la mañana, pero no te va a gustar cómo está el cadáver —dijo la doctora Parish. El cuerpo yacía de rodillas, con la cabeza en un barril con agua, teñida con su sangre, con la ropa de Rick. —Salta el buzón de voz de Rick. ¿Kevin, sabes algo? —Está en una nave abandonada del SoHo. Al llegar, se encuentran a Rick atado en una silla, sin su ropa, con una bata rota y varias heridas en el pecho. —¡Rick! Rápido, una ambulancia, tiene pulso. Kathy vislumbra una sombra, la persigue hasta una sala colindante y descubre su identidad —Hola, nuera. Por la mañana le han secuestrado. Yuan ya se ha llevado su merecido, nadie toca a mi hijo —contesta el padre de Rick. —No te muevas, me llaman. —Rick ha despertado —dice Jon. Al volver no está. En el hospital. —Tranquila, Kathy, estoy bien —contesta Rick. —Tu padre te ha salvado, se ha encargado de Yuan. Además, te manda recuerdos.

439. ENRIQUE GARCÍA PRADO – KITTY KILLER Un desconcertante criminal volvía a atacar en Nueva York. Cinco personas distintas habían muerto debido a pequeñas y certeras explosiones. En todos los casos, la puerta estaba cerrada. Ninguna ventana había sido forzada. Kathy y el inspector Velasco descubrieron que ninguna empresa de transporte había llevado un paquete, y las cámaras de seguridad de dos de las casas mostraron que nadie extraño había entrado el día de las explosiones. Las investigaciones estaban bloqueadas, parecían asesinatos mágicos, pero ni Kathy ni Velasco creían en la magia. Mientras la televisión informaba del crimen, German Crocs insertó una carga explosiva y un receptor de radio en el vientre de una gatita viva destinada a entrar en la casa de una nueva víctima. Kitty Killer atacaría de nuevo y su misterio crecía por momentos. Mientras llovía fuera, cinco gatos esperaban plácidamente su turno para entrar en una historia que ninguno entendería jamás.

440. ENRIQUE MORAL DE EUSEBIO – HAMBRE La noche era perfecta. Oscura, silenciosa y ni un alma en kilómetros a la redonda. Perfecta para lo que Rob se proponía. Al pie del árbol más cercano se encontraba su cena. Una joven que había tenido la mala suerte de entrar sola en el mismo bar que él. «Qué fácil es todo después de unas copas y una vuelta en el Mercedes», pensó sonriente. Repitió los mismos movimientos que cada semana, como si de un carnicero experto se tratara, y horas más tarde, estaba lista. De vuelta a Nueva York, con las bolsas de basura llenas de la exquisita carne en el maletero, Rob se regodeó: «Jamás me pillarán. Ni siquiera los policías de la 12. Es todo tan perfecto...». A la mañana siguiente, como cada lunes, cogió el Mercedes para ir a trabajar. En su oficina todos le saludaron. Sonriente, fue hasta su despacho, se sentó tras su escritorio. Sobre él, grabado en una placa, podía leerse: Robert Stewart, fiscal del distrito.

441. ENRIQUE VILLAR RODRÍGUEZ DE HINOJOSA – LOW COST Larry Mackormik, inspector de Homicidios de Seattle, se ajustaba su Sig Sauer en el pantalón de cuero mientras bajaba apresuradamente las escaleras de su desordenado apartamento. En la puerta, le esperaba su compañera Marie Foster. —¿Qué era eso tan importante? —preguntó Larry. —Tenemos otro cadáver, lo acaban de comunicar —respondió Marie. —¿La misma firma? —¡Ajá! —asintió Marie. Se hallaban inmersos en una investigación para detener a un asesino en serie, que ya había dejado un rastro de veintitrés víctimas con un modus operandi inconfundible: las estrangulaba y después les extraía piezas dentales, aunque nunca las mismas. La nevada hacía que las luces de los vehículos de emergencias crearan un ambiente irreal. Tras levantar la sábana, Larry exclamó: —¡Es el mismo hijo de perra! Mientras volvían a comisaría, una ráfaga de viento hizo caer una placa de nieve de una marquesina, dejando al descubierto un anuncio: Clínica Morton, implantes low cost.

442. ENYA GOÑI – PERFECCIÓN Llevaba una hora examinando el cadáver y la habitación en que había sido encontrado. El forense había dictaminado muerte por asfixia. El asesino, probablemente, había utilizado alguna cuerda o cable, pero, más allá de eso, todo estaba limpio: no era capaz de hallar el más mínimo indicio. —¿Y bien? ¿Acaso nuestro genial inspector ya ha resuelto el crimen? No tuve que volverme para saber que el capitán estaba disfrutando. Me odia solo porque soy mejor que él. Estaba esperando mi primer fracaso desde hacía tres años, y tal vez ese fuera el día. Me incorporé. —No. El asesino, por primera vez desde mi llegada a Homicidios, no ha

dejado nada. Nada. Salí de allí antes de seguir soportando la risa victoriosa de aquel imbécil. Sin embargo, mi derrota había sido relativa. Claro que había resuelto el caso, aunque nunca podría presumir de ello porque el asesino había sido yo.

443. ERIC GRANADOS – SIN TÍTULO Cogió la pistola con las dos manos, era la primera vez que sujetaba un arma. La analizó, apretó el gatillo, no hizo nada. Sacó el cargador; lleno. Volvió a intentar disparar, nada. El seguro, lo bajó. Disparó. El sonido que realizó le provocó un pitido incesante en los oídos. El retroceso hizo que se moviera unos centímetros. Sabiendo cómo usarla, se dirigió al lugar. Lo vio allí sentado, se detuvo a hablar con él unos instantes. Salió y esperó a que saliera. Se subió al coche, él hizo lo mismo. Era de noche, puso el vehículo en marcha sin encender las luces y lo siguió. Lo tenía delante y lo quería llevar al callejón, ese icónico callejón que les cambió la vida a ambos. Con la ayuda de las luces, lo dirigió hacia donde él quería. Se bajaron del coche. Ambos iban armados. Alzaron sus manos, hablaron, solo uno sabía quién era el otro y lo que le había arrebatado en aquel lugar. El disparo al unísono, así como el impacto en su pecho, el posterior desangrado y su muerte.

444. ERIKA GÓMEZ CARNICERO – SÍ O NO Noche de miércoles. James entra en casa y descubre a su mujer asesinada en el suelo con la mirada perdida. Asombrado por la escena, llama a la policía de Fuencisla. Cuando llegaron, el testigo ya no estaba, no había huellas en la casa ni pruebas que pudieran ayudar a encontrar al culpable, solo un cuerpo tendido en el suelo. La detective Wilson tenía solo un responsable: James, así que decidió indagar en su vida y buscarle por todos los lugares de Fuencisla, ya que solo habían pasado un par de horas y no podía estar muy lejos de su domicilio. Después de horas de búsqueda sin resultados, sacó un comunicado de prensa pidiendo a la ciudad su cooperación. La detective decidió volver a la escena del crimen y, para su sorpresa, allí estaba, era James, estaba ante su ordenador trabajando. La Srta. Wilson se acercó y habló con él. Este no entendía nada, no recordaba nada, James tenía doble personalidad, nadie podía culparle de tan atroz crimen. ¿O sí?

445. ERIS CAMINO PONTES – ALEXIA No sé si es de día o de noche. No sé si estamos en América o Europa. No sé si estoy bajo tierra o en el punto más alto de una ciudad. Solo sé que estoy viva. Y atada. La puerta se abre y la mujer entra. Me pongo de rodillas con la mirada hacia el suelo y espero. Conozco el procedimiento. El primer golpe es en el estómago, como siempre. Luego viene la cabeza, las manos, las piernas... siempre en el mismo orden. Cuando sé que ha terminado, espero a

que me haga la pregunta. «¿Aún recuerdas tu nombre?». «Mi nombre es Alexia». «Respuesta incorrecta». No oigo cómo lo dice, pero sé que lo ha hecho, siempre lo hace. Regresan los golpes con la misma secuencia. Estómago, cabeza, manos, piernas... Y se marcha, igual de indiferente que como ha entrado. Supongo que mañana volverá a hacerme la misma pregunta. Y mi respuesta siempre será la misma. «Mi nombre es Alexia». Y me secuestraron hace once años, cinco meses y siete días.

446. ERIS O’BRIAN – MEDEA XXI Veo como sus ojos se mueven de un lado a otro con desesperación. «¿Por qué no puedo moverme?», se pregunta. Por el veneno. Arma efectiva, arma de mujeres. No se ha dado cuenta cuando lo ha ingerido, pero no ha tardado en notar cómo se le adormecía el cuerpo. Ahora, tirada en la cama, espera mi siguiente movimiento. Me acerco y me siento a horcajadas. —Dime, ¿era así como le gustaba a él que lo hicieras? —le pregunto mientras me muevo encima de ella. Revoloteo de ojos, respiración acelerada. Supongo que sí. Lo bueno de este veneno es que no siente nada, pero lo ve todo. Por eso, no siente nada cuando deslizo el cuchillo por su carne rosada, o roja, ahora es roja. Sé que torturarla no arregla el engaño; sin embargo, cada lágrima de miedo que le cae es catarsis para mí. Ni siquiera es por celos..., es por poder, es porque puedo.

447. ESRAA KADRY – MI ENEMIGA – MSBP Soy Lina Aram, tengo diecisiete años, escribo en esta pared del baño de mi habitación del hospital, con la esperanza de que alguien pueda ayudarme. Todo empezó el día que murió mi hermana mayor, Sara; mi madre nunca lo superó. Hace tres meses, empecé a sentirme cada vez peor, los médicos no sabían qué podría ser y dejé de ir a clase. Mi madre se hizo cargo de mí y acabó siendo excesivamente protectora. Toda nuestra familia empezó a mostrarse más atenta y prestándose a ayudar en todo. Un día, mi madre dormía y quise arriesgarme a visitar a mi amiga Nadia. No tenía dinero, así que me acerqué al bolso de mi madre con la idea de tomar prestados veinte euros para el taxi. Mi sorpresa fue al encontrar un frasco de arsénico. Todo habría quedado allí de no haber sido por una nota que había también con las horas de mis comidas y la dosis de arsénico que debía llevar cada comida. Todo empezó a tener sentido; desde entonces, mis intentos por escapar han sido inútiles y, además, Lina, ¿qué demonios te crees que haces?

448. ESTEFANÍA ÁLVAREZ ALFÉREZ – EL LAZO DE TERCIOPELO ROJO El cuerpo se encontraba tendido en el suelo del apartamento, cerca de

una ventana entreabierta. El forense le proporcionó los detalles. La víctima era una mujer joven con una herida de bala en el pecho hecha a distancia. Tenía la cara desfigurada por laceraciones finas, todas post mortem. Sobre el cuello, se había encontrado un hilo de terciopelo rojo. El detective McMahon pensó en las cortinas de un teatro antiguo, en el vestido de una mujer. Era evidente que las personalidades no encajaban y que el crimen había sido perpetrado por dos agresores: uno, frío, y otro, pasional: fue el segundo el que desfiguró con un instrumento afilado el rostro de la víctima. La atención de McMahon voló hacia la ventana, donde una insinuante sombra en forma de herradura se tornó en la cola de un gato doméstico en posición de alerta. Prendía de su cuello un lazo deshilachado de terciopelo tan rojo como la sangre de sus afiladas zarpas. Sus ojos se dilataron como dos pozos negros. Querían su cara.

449. ESTEFANÍA GARCÍA GUIJARRO – VENENO FRATERNAL El grito de aquella mujer me alertó, así que corrí tan rápido como mis piernas me lo permitieron hacia la casa de mi padre. Acurrucada en el sofá, esperé su llegada. Era el único que me quedaba, así como el único capaz de protegerme del asesino que actualmente atormentaba las calles. Tomé la pastilla que me tendía y lo abracé; me sentí segura. Mientras me acariciaba, me dijo: —La pastilla contiene ictiotereol. —¿Qué? —susurré mientras notaba como mi cuerpo se agarrotaba. —No soy tu padre. —Tras esta confesión, mi cuerpo se negaba a obedecer mis órdenes y, justo antes de que todo se tornase negro, alcancé a escuchar—: Dulces sueños, pequeña.

450. ESTEFANÍA GÓMEZ DOMÍNGUEZ – EL ASESINO DE LA ROSA La inspectora Kathy y Rick empiezan a investigar varios crímenes en que el asesino deja una rosa en cada víctima. El culpable, desde que era pequeño, pasó por varias casas de acogida y tuvo una infancia muy perturbadora; su instinto asesino nació cuando mató a su perro, y a medida que fue creciendo quiso ir a más. Su primera víctima fue una chica, a la que, después de haber asesinado, violó. Después, siguió ese camino y a cada una le dejaba una rosa en la boca. Los inspectores y el escritor Rick investigaron hasta que llegaron a dar con varias pistas que les condujeron al asesino.

451. ESTER BASTIDAS RODRÍGUEZ – SIN TÍTULO Quién podría pensar que todo acabaría así. La mañana había empezado como siempre: un desayuno rápido en la oficina. Todos los abogados del bufé estábamos centrados en el caso de la señora Douglas. A su marido, el empresario del año, se le había ocurrido que la mejor forma de pasar más

tiempo con su amante era contratándola como becaria, como si eso no estuviese nada visto. Y ahora la señorita Rodríguez estaba muerta. Todo apuntaba como culpable a la señora Douglas; no tenía ninguna coartada, pero sí muchos motivos. La llamada del detective Lauper fue crucial para resolver el caso. Los celos y la torpeza de una compañera de trabajo de Anna Rodríguez dieron con la asesina. El señor Douglas era muy cariñoso y prometía amor, regalos y dinero a sus amantes. Felicity cometió el error de dejar en la escena del crimen una pulsera comprada por el señor Douglas; las huellas encontradas serían determinantes. El caso quedó cerrado, pero ahora nos tocaría llevar el divorcio del empresario del año.

452. ESTER MARTÍN – SIN TÍTULO Aisha y Edric, un día cualquiera en la comisaría del distrito de Alma (Canadá). Una mujer muerta en la cama de su apartamento sin signos de violencia aparente. En la casa, no ven ningún signo de allanamiento, todo está en su sitio. Ven a la mujer acostada, todo aparentemente muy normal. —¿Esto es muy raro? —dice Aisha. —Sí, totalmente, ¿qué habrá pasado aquí? Esta mujer no tiene signos de violencia ni nada similar; parece que ha muerto durmiendo. Los hermanos se ponen a investigar la casa. Edric ve un papel con un número de teléfono escrito en el suelo al lado de la papelera. Aisha ve por la ventana a una figura de un infante, que le mira fijamente. —¿Qué hace ese niño ahí? —¿Qué niño?

453. ESTHER CUESTA DE LA CAL – TRAVIESAS EN EL CAMINO El maquinista declaró no haber visto nada al encontrar el cadáver empotrado en la parte delantera de la locomotora. —Apenas un niño —apuntó la científica—. Lo empujaron —afirmó, señalando un pequeño hematoma reciente entre otros muchos por todo el cuerpo—. El impacto lo mató al instante. No lo iban a devolver al orfanato. Robando la comida y durmiendo en las estaciones no se estaba tan mal. Más ahora que había eliminado la pequeña sombra que, después de escaparse de una casa de acogida, se le había pegado y comido lo poco que le quedaba. Por primera vez desde la muerte de sus padres, se sintió poderoso; lo había convencido para ver pasar el tren cerca de las vías y, con un golpe en un costado, desapareció. Con las manos en los bolsillos y dando patadas al aire, siguió su camino sabiendo que lo volvería a hacer.

454. ESTHER FERREIRA COLLADO – SIN TÍTULO Después de un largo día, lo que más le apetecía a Steve era una ducha y

una cerveza sentado en su sofá. Cuando iba a meter las llaves en la cerradura para entrar en casa, le extrañó no oír las risas de sus hijas. Giró la llave. Entró. Su mundo se vino abajo. La escena era escalofriante. Sus hijas en el salón, tumbadas boca arriba con un disparo certero en el corazón, y su mujer en el pasillo, ejecutada, con un disparo en la nuca. De repente, Steve despertó sudoroso. Era ese sueño que se repetía una y otra vez. Después de ese fatídico 13 de enero, su vida cambió radicalmente. Steve salió a recoger el periódico y el correo. Había un sobre sin remitente. Sus ojos se abrieron como platos. Era una nota del asesino.

455. ESTHER GONZÁLEZ GARCÍA – EL ASESINO DE LAS SOMBRAS Como todas las noches, Julia salió a correr por el parque acompañada de su perro Lucas, cuando algo que brillaba en un pequeño riachuelo le llamó la atención. Julia se acercó a ver qué era y lo que descubrió la dejó paralizada: era el cadáver de un niño pequeño, de no más de diez años. El menor presentaba signos de haber recibido una brutal paliza, y justo cuando Julia cogió el teléfono para llamar a la policía, alguien la golpeó en la cabeza, dejándola inconsciente. El sujeto la cogió, la introdujo en una furgoneta y se la llevó lejos, dejando el teléfono de Julia en el lugar del crimen.

456. ESTHER LUNA CAÑETE – EL CERRAJERO DE HARRISBURG Ahí estábamos mi compañero Harry y yo adentrándonos en un nauseabundo sótano. Habían aparecido cuatro cadáveres entre los matorrales del lago. Les faltaba carne, como si hubieran hecho lonchas con ellos. Y, menos la que creíamos que era la primera víctima, todas llevaban en la mano un hueso tallado en forma de llave. De ahí que en la comisaría hubiéramos decidido llamar al asesino el Cerrajero de Harrisburg. Descubrimos que el hueso pertenecía siempre a la víctima anterior y que la forma de la llave correspondía a la casa de la siguiente víctima. Fuimos estrechando el círculo, que nos llevó a una casa a las afueras de la ciudad. No había ni rastro de Frederich Fisher, el supuesto Cerrajero. Al descender al sótano, encontramos restos de carne humana por todas partes. Al fondo, una chica atada con cadenas lloraba desconsolada. Al acercarme a ella, sonó el disparo de una escopeta. Harry cayó al suelo. Fisher nos apuntaba. Mi futuro y el de la pobre chica pintaba realmente mal.

457. ESTHER PERAL – SIN TÍTULO El cadáver no era más que el de un adolescente. Pero tenía en el rostro la imagen de quien ya ha vivido demasiado. Su nota estaba sobre la mesa; como siempre, pedía disculpas y decía: «Te quiero». Lo había visto en demasiadas ocasiones como para que le supusiera un problema. La gente se suicidaba cada día, y él tenía que investigarlo, simplemente para darse cuenta de que la

vida de esas personas quizá no fuera la mejor, pero tampoco era para matarse. No había excusa para el suicidio, no había que ser muy inteligente para darse cuenta de ello. Entonces, miró las muñecas del chico y arrugó el entrecejo. —¿Pasa algo, Aaron? —le preguntó su compañero. Él se fijó aún con más detenimiento en los cortes de las muñecas, que iban en descenso, de adentro hacia afuera, y no al contrario, como era normal. —Matthew, creo que tenemos un crimen.

458. ESTHER QUINTANO DEL OLMO – MI PRIMER CASO Allí estaba yo, sentado ante mi primer caso, tal vez el que determinaría mi futuro. Tenía que demostrar que el tiempo invertido había valido la pena. Para ello tenía en mis manos todas las pruebas y pistas que, junto a mi cerebro privilegiado, me llevarían a discernir, sin ningún tipo de duda, quién fue el asesino. Hace unas horas, nadie hubiese apostado por mí, pero ahora lo tenía. No me cabía la menor duda, servía para esto; mis pesquisas, mi observación de todo lo que había acontecido hasta el momento y mi increíble poder de deducción. Soy el mejor y sin duda seré un gran detective privado. —Vamos, Rick, te toca. —La señorita Amapola, con el candelabro, en el vestíbulo.

459. ESTHER SANTIAGO – LA OSCURIDAD DEL REFLEJO Se miraba al espejo y no se reconocía. ¿Quién es esa persona que con mirada perdida y penetrante me mira fijamente? Da miedo pensar que alguien más pueda ver lo que yo veo en este momento. Se retiró la sangre de la cara frotando lentamente, como si de jabón se tratara, y salió hacia su trabajo como cada mañana. —Buenos días, inspectora Sloan, ¿descansó anoche? Hemos amanecido con un triple asesinato. —Bien, ¿y qué sabemos? —Parece pasional, jefa. —Vamos a por ese cabrón —dice decidida Sloan. Cuando llegaron a la escena del crimen, algo no iba bien, a Sloan todo le parecía familiar. «Esto lo he visto antes», pensó. La casa bañada en sangre aún parecía gritar el horror allí vivido solo unas horas antes. «Parece que quien lo hizo tenía mucha rabia». Sloan se acercó al cadáver y se estremeció cuando vio la mirada vacía fija en el espejo frontal, miró hacia ese espejo y tembló al leer: No puedes escapar de ti misma, lo hiciste, lo volverás a hacer y te pillaremos.

460. ESTÍBALIZ LORENZO GONZÁLEZ – EL TERCERO, LA DIFERENCIA

La agente Rodríguez espera a que los forenses terminen su labor mientras se mueve nerviosa, tiene una de esas terribles sensaciones en el estómago. Al fin, es su turno de acercarse a la alcantarilla, donde se encuentra el cadáver; está algo hinchado, le han afeitado la cabeza, presumiblemente con una navaja, cuando aún vivía, dados los cortes visibles con sangre seca en el cráneo, la mirada perdida, con los ojos abiertos, la mandíbula desencajada con algo incrustado en la garganta, las manos atadas a la espalda. Debió de intentar gritar, murió asfixiado por aquello que le tapona la garganta, podría haber intentado respirar por la nariz, pero sus vegetaciones siempre se lo impidieron... Antes de derrumbarse, Rodríguez alumbra su garganta, se ha hecho una pasta de papel, pero está casi segura de que se trata de billetes. Apaga la linterna y se retira lentamente a una esquina donde nadie pueda verla vaciar su estómago entre arcadas. Es el tercer policía, es su compañero, es Daniel.

461. ESTRELLA VECINO – ESCAPANDO DE LA MUERTE El reloj de pared latía como el corazón del hogar. Sobre la mesilla, la luz de una lámpara se mezclaba con el sol que atravesaba las persianas en un baile de sombras, mostrando el retrato de una mujer abrazada a un bebé y un viejo calendario con una fecha marcada. En una vitrina con pistolas y cuchillos, un gato jugaba con un ratón muerto que se esfumó de repente, provocando un maullido asustado. En la cama, yacía la dueña, boca arriba, ensangrentada, músculos rígidos, fríos, un cuchillo clavado en su corazón y una horrenda sonrisa en los labios. Unas voces subieron en intensidad hasta pararse en la puerta para no perder detalle. La policía se abrió paso, ordenando despejar la zona. Avanzó hacia la anciana. Un grito desgarrador, seguido por una risa histérica, provocó una estrepitosa carrera. Un hedor asaltó sus sentidos apenas un segundo. Se detuvieron atónitos, agitados. No había nadie. —¡Fuera! Obedecieron y Sam regresó a la escena, pálida, porque no había ni rastro del crimen.

462. EVA AMAT – FORMACIÓN INCOMPLETA Otra mañana más. Suena el despertador y Andrea mira que Alex sigue durmiendo a su lado, se siente feliz de saber que una noche más se ha quedado a dormir con ella. ¿Será que no es solo sexo? Prepara el café y se ducha, le deja la taza en la mesita de noche y se despide de su novio con un beso, que hace que él se remueva entre las sábanas. Una breve nota: ¿Nos vemos esta noche? Al salir, ve en su móvil mensajes de sus compañeros. Ha habido un asesinato en la universidad. Una profesora ha aparecido muerta en las duchas del gimnasio. Andrea estudió Psicología Criminal, todo un reto frente a su familia, que no la apoyó en esa decisión. En su vespa roja se dirige hacia el recinto universitario. Polícias, estudiantes y periodistas se mezclan. Usa su sonrisa inocente y a la vez picarona para que un policía levante la

cuerda y la deje pasar. Un pie descalzo sobre el frío suelo delata la zona del crimen. La posición del cadáver, el ensañamiento en el cuerpo... está claro que esto es otro asesinato con mensaje.

463. EVA HERNÁNDEZ – CUIDADO CON LAS ESCALERAS Zapatos de tacón, medias de seda... Nada hacía presagiar que sería la última vez que Sara bajaría las escaleras de su edificio. Adriana y Leo, investigadores del caso, no daban crédito a lo que les contaba el forense. Su cuerpo se había desvanecido al salir del patio, allí murió, y como único signo extraño, unas manchas en sus manos. Nada tenía explicación y, por más que registraban su casa, no hallaban ningún indicio. Ninguna sustancia extraña ni nada parecido. Mientras bajaban por el ascensor, oyeron gritos de alguien que pedía auxilio. María había encontrado a don José en el suelo..., igual que Sara..., las mismas manchas. El forense confirmó que era un veneno vegetal... mortal al tacto. «Siempre bajaba por las escaleras», dijo María. Adriana se apresuró a pedir muestras del pasamanos... estaba envenenado. Cuando detuvieron al conserje, solo se le escuchó susurrar: «Llevo seis meses sin cobrar».

464. EVA RIUS – DEBERÍA REPLANTEARME MI VIDA Mi vida sería magnífica. Tendría un amplio y luminoso apartamento en el centro; un príncipe azul por novio; un buen trabajo y un coche acorde al buen sueldo; un fantástico grupo de amigos; y una maravillosa familia, digna de ser visitada todos los fines de semana. Esa sería mi vida, si no tuviese ya otra. Otra mucha más complicada y, desde luego, mucho menos brillante. Y una, ante todo, incomprensible; porque despertarse en una habitación ajena por los gritos de mis compañeros del NYPD aporreando la puerta, sin recordar cómo has llegado a ella, y encontrarte al lado de un atractivo hombre desnudo al que no conoces de absolutamente nada, más que desconcertante, es aterrador. Pero la cosa ya se sale de control cuando encuentras el cadáver del hombre vestido de Papá Noel que lleva acosándote toda la semana, escondido en el armario de la entrada, y tu jefe no deja de llamarte, al contrario que tu mejor amiga, que no te responde. ¿En qué momento mi día de permiso se convirtió en esto?

465. EVA TEJEDOR ALARCÓN – EL GATO DE SCHRÖDINGER Era la paradoja del gato de Schrödinger. Liz estaba en la caja, pero... ¿viva o muerta? Ambas respuestas eran válidas hasta que la abriera. El detective observó la caja que señalaba el asesino. Era de madera, grande (podría caber una persona) y con ventilación. Intentó concentrarse en escuchar algún sonido que proviniera de la caja, pero su propia respiración, trabajosa a causa de la mortal herida en su estómago, le impedía oír nada más.

Cuarenta y ocho horas sin parar. Sin dormir ni comer desde que se denunció la desaparición de aquella mujer. Ahora el asesino se desangraba en el suelo, herido de muerte. Pero él no estaba mucho mejor. Se moría. Necesitaba saber que había salvado a la víctima, pero tropezó y cayó antes de poder abrir la caja. Justo cuando dio su último aliento, un dedo salió por uno de los agujeros y tocó su mano. Sonrió.

466. EVA MARÍA EXPÓSITO RODRÍGUEZ – EN EL CEMENTERIO Eran las 22:00. Michel y yo llegamos al cementerio; unas horas antes, él propuso: «Iremos al cementerio, haremos fotos y buscaremos fantasmas». No me pareció mala idea. Andábamos en silencio; de repente, mi linterna se posó en una tumba, había un cuerpo. Espantado, llamé a la policía, fue una espera interminable. Dijeron que era un vagabundo. La inspectora, de unos cuarenta años, nos hizo preguntas y nos dejó marchar. Por la mañana, fui a ver a Michel a su casa, estaba lavando algo en el fregadero, miré, y él giró su cara, me miró. Salí corriendo, mi corazón latía aceleradamente, no sé qué me asustó más: si lo que brillaba en su mano o su rostro, pero no lo pensé, entre en la comisaría y hablé atropelladamente con la inspectora. Sé que arrestaron a Michel ese mismo día; él mató al hombre. En realidad, era algo relacionado con una herencia.

467. FABIÁN MARTÍNEZ BARREIRA – SOMBRA NEGRA Tic, tac, suena el reloj, tic, tac, llegó la hora. Odio el mundo y a la humanidad. Algunos me llaman psicópata, pero quién se cree con derecho a catalogar las mentes. Mientras tú lees, yo te observo; piensas que esto no es más que un relato, pero es mi obra maestra, mi juego de búsqueda y selección de víctimas, sabré que lo has leído y entrarás a formar parte de mi lista. Ahora ríes, pero dudas si será verdad lo que escribo; tu cerebro primitivo asimilará de forma inconsciente el peligro, quedará grabado a fuego en tu mente como toda la basura de anuncios subliminales que ves a diario. Tic. Por primera vez sientes miedo. Tac. Intentarás olvidar mis palabras esta noche, quizás hayas podido borrarlo de tu mente mañana o en unos días, pero cuando menos te lo esperes, yo estaré allí. ¿Serás el siguiente? Tic, tac.

468. FÁTIMA LLORENTE HARRAS – LA MUJER DE HIERRO En la penumbra se veía la sombra de una mujer; en un callejón oscuro, nadie sabía quién era, pero por cómo apareció el cadáver la apodaron: la mujer de hierro. Ahora tenían que investigar quién era y por qué la habían matado. Una vez en la morgue, supieron que se llamaba Atenea y que era una chica muy misteriosa, que solía pasear por las noches. Rick sugirió que quizás el asesino y ella se conocían de algo porque Atenea, a pesar de ser una chica misteriosa, no confiaba en extraños. La investigación les llevó a una

mujer que trabajaba en una oficina como recepcionista de un hotel; descubrieron que había sido ella. Tenían que demostrarlo, así que recopilaron pruebas y pudieron detenerla.

469. FÁTIMA OCAÑA GARCÍA – HACIENDO PAGAR Él salió a montar a caballo como cada día; no sabía que en aquel paseo acabaría su vida. Ella fue hacia el coche, cansada de trabajar. La inspectora Lara recibió el aviso de un doble asesinato: una decapitación y un coche bomba. Las pertenencias de las víctimas estaban en su despacho, una mujer de unos cuarenta años y un chico de unos veinte; ambos llevaban en su cartera la misma fotografía escondida, una fotografía juntos. La mujer tenía un hijo, Tomas, que había sido secuestrado de pequeño y que era el mejor amigo de su amante. Nadie podía imaginar que Tomas escondía un grave trauma. Su madre no quiso pagar el rescate del secuestro y fue él quien se escapó por su propio pie. Al conocer la infidelidad, algo dentro de él explotó, haciendo pagar por el sufrimiento que a él no le quisieron aliviar.

470. FEDERICO TORRELLA – PELO ROJO Alex miró el cuerpo desmadejado de la imponente rubia que yacía boca arriba, desnudo, sobre la cama deshecha, las pruebas no dejaban lugar a dudas, el estilete profundamente clavado entre los senos gritaba asesinato a los cuatro vientos. Ella debía medir al menos uno ochenta, y su pelo rojo, que flotaba sobre las sábanas de raso, dibujaba arabescos en el blanco de la cama como la sangre que fluía por su costado. Miró el pubis depilado, recogió una muestra de un fluido viscoso y blanquecino y pensó: «¿Sexo consentido que ha terminado mal?». Fue entonces cuando la vio, semiescondida debajo del cuerpo, tomó con cuidado la esquina de una foto en la que se veía en actitud muy cariñosa a la imponente pelirroja y, para su sorpresa, a Eva, su mujer. «¿Qué está ocurriendo?», pensó rápidamente y entonces recordó dónde había estado anoche, había sido él, comprendió que estaba perdido, lentamente subió el cañón de su vieja Astra hacia la sien. El cabo Gómez, de guardia en la puerta, escuchó un disparo.

471. FEFA MARTÍ MALDONADO – MUÑECA RUSA Juan encendió el ordenador dispuesto a acabar la novela. Era la tercera de la trilogía, y el éxito de las dos primeras había aumentado las exigencias de la editorial. Querían un final brillante, inesperado. Años antes, trabajando en periodismo de investigación, se había infiltrado en un cártel sudamericano. Abandonó al poco tiempo, asustado por la facilidad con que se despachaba a camellos y prostitutas, pero había tenido tiempo de conocer los entresijos del negocio. Con eso y con bastante imaginación, había montado las aventuras de

su personaje: un periodista escritor infiltrado en una banda de narcotraficantes y proxenetas. Tendrían un final inesperado: su protagonista escribiría el útimo capítulo sin sospechar que había sido descubierto y habían ordenado su muerte. Absorto en la escritura, Juan no oyó la puerta ni los pasos que se acercaron a su espalda. Tampoco el disparo silenciado que le atravesó la cabeza justo cuando escribía Fin.

472. FELISA MATILLA RODRÍGUEZ – SIN PRUEBAS Cuando llegué al despacho del abogado Stanford, el comisario Reeves estaba allí. Me dijo que había llamado un vecino, diciendo que oyó disparos. El cuerpo de aquel insignificante ser, que pocos meses antes me había contratado, yacía en el suelo. Me había citado minutos antes para revelarme claves trascendentes sobre nuestro caso. Sin duda, la muerte del abogado no había sido casual, y que el comisario estuviese allí, tampoco. Reeves nunca me cayó bien; yo sabía que el sentimiento era mutuo y, en ese caso, no se estaba esforzando en disimularlo. Mi suspicacia me decía que estaba ocultando algo, y a toda costa quería que me fuera de allí. Me fijé en que estaba un tanto desaliñado y en su chaqueta faltaba un botón, como si hubiese sido partícipe de un forcejeo, y si era así, lo más lógico es que estuviese por algún sitio de la estancia. Sí, estaba seguro de que lo que había pasado allí tenía que ver con Reeves; solo debía encontrar la forma de incriminarlo antes de que destruyese las pruebas.

473. FERNANDO CASTRO OTERO – CERILLAS No se arrepentía. Había sido demasiado divertido como para hacerlo. Todo había salido tal y como él había planeado: la muerte de la mujer, el rastro de pistas que apuntaban a quien él quería que lo hiciera, todas las conversaciones y sutiles manipulaciones al esposo de la víctima... Había manejado a la policía y a aquel idiota como un titiritero, viendo como aquel hombre se rompía en pedazos y buscaba en vano a un asesino que no estaba allí. La policía había sido bastante lista, lo reconocía, pero había llegado demasiado tarde. Daba igual que se hubiera descubierto todo. Daba igual que le hubieran atrapado. Su pequeña bala humana estaba en movimiento, y nadie impediría que llevara la muerte en su nombre. Algunos hombres quieren ver el mundo arder, y otros quieren ser quienes le peguen fuego. A él le bastaba con ser quien hiciera las cerillas. Y disfrutar del espectáculo.

474. FERNANDO CIMADEVILA BOTANA – ¿ASESINATO O SUICIDIO? Catorce horas. Lo han dejado claro. Ese es mi límite de tiempo. Aguardo paciente, amparado en la oscuridad de la noche, ocultándome entre las sombras del parque. Hay algo en este lugar que me resulta familiar. Se acerca. Distingo su silueta, recortada de manera intermitente bajo la mortecina luz de

las farolas. Pasa a mi lado sin percatarse de nada. No tiene tiempo de reaccionar. Sujeto con firmeza su boca y empujo la cabeza hacia atrás. Percibo un olor reconocible mientras el cuchillo le dibuja una línea carmesí sobre el cuello. Cae igual que las hojas de otoño sobre el césped húmedo. La luz de la luna ilumina su rostro... mi propio rostro, observándome con treinta años menos. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Catorce horas. Lo habían dejado muy claro. Catorce horas antes de que la corriente temporal me lleve de nuevo a mi presente..., donde ya estoy muerto.

475. FERNANDO DE LIS – HIPOCONDRÍA Deposité el café en el fondo de la papelera, no me gusta tirar las bebidas directamente por si queda algo de líquido. Metí la mano y sentí un pinchazo, y al sacarla vi sangre en el dedo. Perfecto. ¿Os he mencionado mi hipocondría? Llamé al chalet de al lado de la calle para que me dejasen lavarme. Al golpear la puerta, esta se abrió. ¿Hola? ¿Hay alguien? ¡Se han dejado la puerta abierta! Nadie contestaba. Vi el baño a la derecha y no perdí la oportunidad. Al aclararse mi dedo, descubrí que ahí no había herida. Salí del baño extrañado y un reguero de sangre llegó hasta mis pies. Pensé que alguien viviría solo y que podía haberle pasado algo, así que entré. Un cuerpo inerte yacía en el suelo con una herida en el cuello. Me acerqué aterrado y vi algo incrustado. Lo saqué, era un trozo de cristal.

476. FERNANDO ESPEJO ABADÍA – AMNESIA Me llaman de la policía para decirme que mi marido, cuya desaparición denuncié hace tiempo, ha aparecido ileso; al parecer, padece amnesia, afirman. Debería alegrarme por la noticia, pero en cambio me estremezco. Me aseguran que sí, que es él y tengo que fingir que los creo, aunque sé que es imposible. Cuando acudo a la comisaría y me llevan hasta él, veo que tiene un aspecto magnífico y le cojo con cariño entre mis brazos delante de todos los agentes. Solo estoy fingiendo: le recordaba mucho más feo y antes jamás le abrazaba. No tengo ni idea de quién es este individuo, aunque simulo estar feliz por el reencuentro. ¿Tratan de tenderme una trampa o es solo un impostor que quiere quitarme mi fortuna? Pues no lo conseguirán. Dejo que me crean satisfecha y me lo llevo a casa. Mientras el mayordomo nos sirve la cena, le miro con una sonrisa inocente. Esta noche iremos al bosque y le enterraré aún más hondo que la última vez. Mañana denunciaré que ha vuelto a desaparecer.

477. FERNANDO MARTÍNEZ GARCÍA – LA LLUVIA EN EL CRISTAL A gran velocidad, trataba de escapar del coche que me perseguía durante media hora. No quería ser el titular del Times al día siguiente. Fallece el inspector Casey Spek. Prefería el que realmente iban a publicar. Era rápido y

no lograba zafarme. Se me salía el corazón. Giro peligrosamente y me meto en un oscuro callejón. Mi perseguidor también lo emboca; veo sus luces por el retrovisor. Freno bruscamente, apago las luces, salgo del coche lloviendo y encaro mi arma contra el fantasmagórico conductor. «¡Policía! Baje del coche». Su cristal baja. Me quedo petrificado bajo la lluvia con el arma en alto. Son los dos ojos verdes de mi mujer los que me atraviesan como balas. —Cariño, ¿se puede saber a qué se deben estas tonterías con el coche? Te recuerdo que el alcalde nos espera en su fiesta por tu éxito. Llegamos tarde y mira cómo vas de mojado. Eres un desastre. En ese momento, deseo que hubiera sido un asesino; ahora sí que estoy perdido. Detener a Timoty Wallace requiere vacaciones.

478. FERNANDO MARTÍNEZ ZAMORANO – EL NOVATO Cuando el detective Martin se acercó para examinar el cadáver, vio unas huellas; parecían de unas deportivas. La cabeza estaba ligeramente ladeada y al lado había una piedra llena de sangre. Al llegar el jefe Varton, Martin, que se enfrentaba a su primer caso, le dijo: —El muerto es un hombre de unos treinta y tantos. Su asesino le ha debido de sorprender y le ha golpeado con una piedra en la cabeza, seguramente para robarle, porque no lleva cartera y por la huella encontrada yo diría que el homicida es un hombre de, aproximadamente, un metro ochenta de altura. Varton se inclinó sobre el cadáver para examinarlo; al cabo de un minuto afirmó: —Me temo que este hombre ha muerto de un paro cardíaco producido por un ataque de epilepsia agudo. La lengua le ha obstruido la tráquea, lo que ha provocado el paro y, posteriormente, se ha golpeado con la piedra al caer inconsciente. Lleva una chapa médica de epiléptico y las huellas, mi querido Martin, son de sus deportivas.

479. FERNANDO MIGUEL SANZ – MI CORDURA ES UNA LOCURA De pie, en aquel frío sótano, me miraba en el espejo como el joven Dorian Gray observaba su decrépito retrato, como un monstruo, consciente de mi locura. Ella, tumbada, decúbito supino, me clavaba su mirada, suplicando clemencia. Mi historia, la de un escritor frustrado que de repente publica la novela más exitosa de los últimos años. ¿Un golpe de inspiración? No, qué va. Mi reflejo y yo, mi otro yo, llegamos a un acuerdo: él me concedía su talento como escritor, lo que yo había perdido; a cambio, yo saciaba sus oscuros deseos, conseguir mujeres jóvenes. Mis novelas reflejan al detalle todas las atrocidades que mi amigo celebraba en sus macabros rituales, una coartada perfecta, la policía lo achacaba a un admirador obsesionado, incluso colaboré en mi propia búsqueda. Aquella noche fue diferente, me quise quedar a verlo, estaba excitado, nunca me había sentido así, poderoso. Esa noche me despedí de mi amigo, aquello era yo.

480. FERNANDO VALVERDE PERALES – UNA MAÑANA EXTRAÑA EN NUEVA YORK Era un día típico en la ciudad de Nueva York: estaba nublado y parecía que iba a llover. Era el habitual día en el que apetecía quedarse en casa viendo un partido de los Knicks con los amigos. Pero había algo extraño, estaba tumbado en el sofá y no recordaba muy bien la noche anterior. Supongo que anoche mi esposa, Rose, y yo discutimos, pues ya se había ido a trabajar sin despedirse de mí. Me dolía mucho la cabeza, así que me tomé una pastilla y un café, y fue entonces cuando recibí una llamada: «Capitán Johnson, debe venir enseguida, tenemos un homicidio». Notaba un tono de nerviosismo en la voz de la inspectora, así que cogí mi abrigo y salí afuera. Para mi sorpresa, el cadáver estaba en mi calle, y, asustado, salí corriendo temiendo que la víctima fuera Rose, pero resulta que la víctima era... ¿yo?

481. FERRAN BESORA MONTER – EL ARTISTA El olor dulce y a la vez amargo de la sangre sacudía el ambiente de la habitación. Una vez más, el artista había realizado una de sus obras; tal vez era esta la más preciosa. Hacía meses que me encargaba del caso y me había deleitado con las anteriores, pero seguramente la de hoy era su realización más sublime. Desde la puerta de la habitación, observaba y admiraba aquella nueva obra. Como un pintor que esparce sus óleos por el lienzo creando belleza, el asesino había hecho un gran trabajo: la colocación del cadáver y la sangre que dibujaba melodías por las paredes no eran casualidad. Todo respondía a un plan, todo respondía a un proyecto artístico. Un tenue foco apuntaba hacia el cadáver estratégicamente colocado en el epicentro de la habitación. Un baño rojo que se difuminaba en sus bordes lo delimitaba. Las paredes hacían a su vez de marco, salpicadas en exceso con la intensidad del rojo sangre que contrastaba con su palidez original. Admiraba a aquel asesino.

482. FRAN CAMPOS GUERRERO – MAÑANITA DE IMPREVISTO Y NOCHE PERFECTA Una mañana soleada en el centro de Madrid, el agente del FBI Frank Grimm se encontraba de camino con su Chevrolet Impala para ir a ver a sus hijos adolescentes, Colin y Tracy. Por el divorcio con su exmujer, Veronika, le tocaba hoy visitar a sus queridas y adorables criaturas, pero surgió un imprevisto: había un atasco que le impediría llegar al lugar. Entonces, Frank decidió salir de su vehículo y averiguar el motivo de tanto follón. Resulta que había un accidente múltiple a causa de una persecución de unos presos muy peligrosos, que habían escapado en el momento del traslado a la cárcel de más seguridad. Varios compañeros de profesión se encontraban en el hospital, muy graves, tras el terrible choque, a causa del que los presos consiguieron escapar. Frank no pudo ver a sus chicos ese día, pero logró encerrar a los delincuentes y lo celebró con una velada romántica con su pareja, Brianna.

483. FRAN GARCÍA MARTÍNEZ – HICE LO QUE PUDE Hice lo que pude, es lo que me repito una y otra vez mientras bebo de mi botella de whisky, pero no es verdad, podía haber hecho más. Jamás podré olvidar cómo me miraste por última vez; tenías el cuchillo sobre el cuello del monstruo que te había violado, solo pedías justicia, un movimiento y sería tuya, pero te lo impedí. Me diste el arma y te echaste a llorar, como la muñequita rota que eras, te abracé y todo se desmoronó; el muy desgraciado sacó un arma y te arrebató tu bien más preciado, tu vida, como antes habías perdido tu dignidad. Las lágrimas corren por mi cara; mi pistola está cargada encima de la mesa, junto a la botella y mi placa de agente; la aprieto contra la sien, doy un último trago de la botella y un último pensamiento corre por mi cerebro: hice lo que pude.

484. FRAN GINER – LA RESIDENCIA Estaban Kathy y Rick en lo que creían que iban a ser unas vacaciones tranquilas en Londres (Inglaterra) cuando les llama Alex: había ocurrido una desgracia, dos hermanos pequeños de un amigo suyo de la universidad que estaban estudiando en Londres habían muerto. Les pide por favor que intenten averiguar qué ha pasado. Se sabe que aparecieron muertos en el jardín de la residencia de estudiantes donde estudiaban; llevaban una vida normal y sin un pasado conflictivo. La causa de la muerte fue una caída desde su habitación, situada en el último piso del edificio; no había indicios de que la puerta estuviera forzada ni de lucha en la sala. Tras una investigación, los asesinos son dos miembros de la residencia, quienes traficaban con drogas y estaban metidos en asuntos de prostitución; estos jóvenes lo descubrieron.

485. FRAN MARTÍN TAMARIT – ASESINATO EN PARALELO Despertó sobresaltado, miró a un lado, menos mal, había sido solo un sueño, se dio la vuelta y su peor pesadilla estaba allí: una mujer semidesnuda con cuchilladas por todo el cuerpo y sangre brotando, ¿pero cómo podía ser? Frank intentó levantarse, pero se dio cuenta en ese instante de que era tetrapléjico. ¿Cómo? Ayer era un campeón, todos lo vieron ganar el cuatrocientos lisos de las Olimpiadas, ¿y hoy no puede caminar? Llegó la policía; ¿quién la había llamado? En un instante, se encontró esposado y en el calabozo, sin poder moverse y acusado de asesinato. Había muchas cosas que no entendía, ¿qué había pasado? Cerró los ojos y se durmió; en cuanto los abrió, se encontró una nota que decía: Lo siento, amigo; desde lejos vi durante años cómo eras el campeón que se llevaba todos los méritos, mientras yo me moría en este mundo; ahora sabrás lo que es ser Frank, el perdedor. Todos tenemos una vida paralela; esta ha sido la mía durante años: ahora me toca disfrutar.

486. FRAN MELGAR – UN GOL AL DESTINO Mundial FIFA, en EE. UU. España se concentra en el hotel Fantasy. A las 9, los jugadores se dirigen a los campos de entrenamiento cuando todos a lo lejos ven al portero de la selección, David De Vea, en una de las porterías. Su compañero Bata se acerca, ya que no acudía con el resto de sus compañeros para la charla del entrenador. Al llegar, se encuentra una realidad aterradora: el portero está atado a uno de los palos con las manos cortadas. Es ahí cuando comienza una dura batalla por localizar al culpable, aunque la inspectora Kathy y Rick tienen claro quiénes son los sospechosos principales de este asesinato: Javier Tasillas, al que echó del club de su vida, Sesc, con el que tenía una mala relación, y su novia Elisa, que fue la última persona en verlo. Aunque todos tienen coartada, Rick descubre las mentiras de Elisa, que tenía en su maleta somníferos y restos de la cuerda con la que ataron al portero. No soportaba seguir viviendo en Manchester.

487. FRANCISCO JAVIER OSSA – LA ENFERMERA Saioa está sentada frente a la caldera, viendo cómo se consume lentamente el cuerpo del hombre con el que hace unos momentos estuvo disfrutando. Reía plácidamente al sentir que todos sus planes de justicia y de lujuria salían a la perfección. Recordaba cómo hizo creer a su víctima que todo saldría bien. Los cuidados en la habitación cuando llegó con una herida en el estómago después de un atraco fallido. Saioa es una enfermera muy querida en el hospital por su entrega y devoción. «Qué guapo eres», le decía mientras lo paseaba en su silla de ruedas y lo conducía al sótano donde estaban las calderas; allí comenzó un apasionado romance. Saioa disfruta de su sexo y, al terminar, lo mira a la cara, le regala su mejor sonrisa, le da un tierno beso en la boca y le entierra un trocar en el corazón.

488. FRANCIS GARCÍA – EL HERMANO Oscuridad. Toda ella me rodea. El asesinato te hace culpable, pero, aunque muchos no piensen en ello, también, víctima. Ese estúpido tío, hermano de no sé quién que yo había matado. Encerrarme aquí... Ja. Enseguida llegarán mis compañeros del Cuerpo y me liberarán. Ese vengador se tragará toda la culpa sin conseguir nada. La luz se hizo en la habitación, el rayo de esperanza que estaba esperando. Pero no era la policía. Era ese hombre, con la ira rebosando en sus ojos. Me entra el pánico. Me grita que me arrepienta, le respondo que no tengo de qué, pero insiste y acabo cometiendo el error más grande de mi vida: «No me acuerdo quién de todos es, pero seguro que ese hermano tuyo se lo merecía; solo mato a quien me molesta». En tropel, entra mi equipo. Lo entiendo todo. Tras mi confesión, mis salvadores me llevan a la cárcel.

489. FRANCIS SELLÉS GALIANA – NADIE Sentada en un rincón bajo la ventana, abrazaba sus rodillas. Lágrimas y temblores acompasaban su respiración. Al fondo del salón, yacía inerte, marmóreo, él, su progenitor. La expresión de su cara, aún sin aliento, reflejaba atisbos de asombro y miedo. Juan León, inspector de zona, caminaba en círculos alrededor del cuerpo, mientras un policía delimitaba la escena. Del pecho del cadáver emergía una empuñadura plateada y la sangre espesa enlodaba el suelo. Sara se compadeció de la niña y colocó sobre sus hombros una manta. —¿Estás bien? ¿Tienes frío? —le preguntó. El mutismo por respuesta. —La puerta no está forzada, no hay indicios de robo —afirmó León. La casa se había convertido en un trasiego de personajes sacados de una serie de suspense. Murmuraban, discutían y opinaban sin cesar, elucubrando posibles líneas de investigación. Nadie observaba a la niña. Nadie se fijó en ella. Nadie percibió esa mirada fría y pétrea. Una sonrisa sarcástica se desdibujó en su cara.

490. FRANCISCA SASTRE PÁEZ – LA DETECTIVE LILIAN Y LA CARTA Lilian conducía por esa carretera oscura mientras no dejaba de llover. Disminuyó la velocidad y miró de reojo la carta que había recibido. Suspiró recordando que era de su amiga Bea, que le pedía ayuda. Iba a heredar una fortuna y pensaba que alguien quería matarla. En el sobre, incluía una foto de sus allegados: su marido, con el pelo rubio y gafas rojas; su prima, rubia y alta; y su amigo, un chico pelirrojo con gafas negras. Pasados unos kilómetros, vio a un individuo colgando un espantapájaros bajo la lluvia. Al aproximarse, ese ser se dio la vuelta y desapareció en el bosque. Se extrañó y, al pasar el muñeco, se le heló la sangre y paró en seco. Bajó del coche, sin importarle el agua, con una linterna y el arma en la mano. Cuando estuvo cerca, casi le fallaron las piernas. ¡Era el cuerpo de Bea! Horrorizada, dio un paso atrás y notó algo bajo sus pies. Al iluminar el suelo, encontró unas gafas rojas. No había podido salvar a su amiga, pero haría justicia. Se giró de golpe por un crujido.

491. FRANCISCA SUÁREZ ALEMÁN – SALERO MORTÍFERO —¡Ay! Tienes una vida bien amargada, te hace falta un poco de gracia — dijo burlándose de su pareja. —Salero, ¿dices? —¡Exacto! —Mi amor, estoy muy bien así, serio y sereno; quizás eres tú quien peca de liberal. —Mi cielo, me conoces, nunca cambiaré —decía mientras salía con su amante. Meses después, se hallan dos cadáveres en un motel. Según el informe

forense, la causa de la muerte es desconocida; sin embargo, hay índices altos de sal en sangre. Al presentar los cuerpos numerosos orificios por inyección, la hipótesis manifiesta una muerte por saturación de las células, es decir, al encontrarse estas en un medio hipertónico, tienden a conseguir la isotonicidad, y en su trayecto absorben demasiada sal, produciéndose la turgencia, y posterior muerte de las mismas. —Cariño, ¿no querías salero? Pues ahí tienes —dice con sarcasmo desde el sofá de su casa.

492. FRANCISCO BALLESTEROS – FE Me llamo Latino Malabranca Orsini, perdí la fe y ahora soy agente de policía en Nueva York. Le muestran fotografías. Cabezas destrozadas a golpe de maza mientras consumaban con ella; es culpable. Nos dejan solos. —Padre, no se acuerda de mí, la que despreciaron en el pueblo donde usted oficiaba. —Lo recuerdo. Recuerdo a Harry, cargado de alcohol y cocaína matando a su mujer e hijita a golpes de maza mientras dormían. Lo recuerdo acicalándose, yéndose con una prostituta, llevándose la maza. —Tuve dentro de mí a ese despreciable cerdo minutos después de que asesinara a su pobre hijita. Vinieron a preguntarme, me humillaron, me despreciaron, nadie se preocupó de mí, nadie me ayudó, nadie se preocupa de los desposeídos, ni siquiera usted. La miro, no me acuerdo de ella, no puede existir un ser tan maligno y despreciable sobre la faz de la Tierra, saco mi revólver, amartillo, apunto, iré a juicio, me condenarán, no importa, Dios lo quiere, se abre la puerta, oigo gritos, disparo, me vuelo la cabeza.

493. FRANCISCO DÍEZ HERNÁN –TESIS —¿Qué te parece? —Ni idea; ¿quién es este? —Se trata de Casalt, un especialista. He leído el informe, hábleme de ella. —Laura Guiral, treinta y nueve, título en Marketing, casada con la víctima, nadie les vio pelear nunca. —¿Le parece una persona despistada? —Desordenada, diría yo. Creo que lo hizo. —¿Cómo dice? —Bueno, ella es organizada, y da la apariencia contraria; busquen, seguro que está en un taller de teatro. Sabe fingir y tiene un gran autocontrol. Salió de su despacho cuando la cámara giraba, bajó por las escaleras traseras, no tomó el cercanías ni el metro por las cámaras. Cogió el autobús, quizás varios, cortó la valla, con tenazas pagadas al contado, simuló un robo y lo mató. Luego, hizo el proceso inverso. Busquen en las cámaras de tráfico de las paradas de autobús cercanas. —¿Y cómo puedes deducir todo eso?

—Cuando ha salido, después del último interrogatorio, ella ha pensado que había ganado y se ha relajado. —¿Y? —Ha cogido el informe que estaba encima de la mesa y lo ha ordenado, hoja por hoja.

494. FRANCISCO FREIJANES – PURA RUTINA Antón contempla minuciosamente el cadáver. Ni una señal, ni un signo de violencia. El suceso es reciente, la calle está vacía y nadie ha visto nada. Había caído desde el tercer piso y aquello era una inspección rutinaria. Se agacha sobre el cuerpo tirado boca abajo observando las manos, el cuello y el lado visible de su cara. Borja, el otro detective, le señala algo en la nuca; Antón asiente, parece una picadura. Es la marca del asesino en serie que buscan hace tiempo. Rápido, suben las escaleras, Borja tropieza con un empleado de la limpieza, llegan al supuesto lugar del crimen, para no hallar nada significativo. De pronto, al detective Antón algo le suena extraño. ¿Qué hace un empleado de la limpieza en un edificio abandonado? Piensa y vuelve escaleras abajo, aprisa; cuando llega a la calle, no encuentra a nadie. Ha vuelto a tomarles el pelo.

495. FRANCISCO GÓMEZ – CALÍGINE Todo empezó una noche sin luna. Me desperté en medio del parque, sin saber muy bien cuándo o cómo había llegado allí. Caminaba tiritando, ayudándome con la luz del móvil a buscar la salida, cuando de repente, en un recoveco, apareció la que haya podido ser la visión más atroz de toda mi vida. Un cuerpo de mujer, mutilado, descansaba en un charco de sangre, con la cara destrozada y un palo astillado clavado en el cuello. Esa visión me dejó en shock durante un tiempo que no sabría concretar, hasta que recordé que tenía el teléfono en la mano y, poco a poco, marqué el número de la policía. Minutos más tarde, empezaron a sonar las primeras sirenas, anunciando la llegada de los agentes, que, con presteza, registraron el lugar. Sacaron un DNI de debajo del cadáver, mientras me miraban incrédulos. Dios, es el mío, cómo pudo haber llegado hasta ahí. No podía recordar nada, y aun así, algo me decía, mientras me esposaban, que acababa de entregarme.

496. FRANCISCO MARTÍN – SIN TÍTULO El inspector Max cogió la servilleta. Quería limpiarse los restos del estupendo costillar que se había comido con su anfitrión, el señor Smith. Max sabía que no había comido un costillar tan jugoso nunca. Quería aprovechar la cena para obtener respuestas de Smith, su principal sospechoso e intentar cerrar el caso de la jubilada desaparecida, pero la cena transcurrió sin sorpresas y seguía sin obtener respuestas. Smith sacó una estupenda tarta con

sirope de fresa de postre. El sirope estaba un poco salado, pero Max se la comió toda, le encantaban los postres. Al terminar la cena, Smith preguntó qué buscaban de él. Max le dijo que pensaba que podría ser el asesino, pero no tenía pruebas. Smith sonrió y le invitó a volver cuando quisiera. Cuando Max se despedía de Smith, le entró sed y quiso agua fresca. Max se dirigió a la cocina y abrió el frigorífico. Había más costillares ensangrentados y jarras de sangre humana. Smith era el asesino que estaba buscando.

497. FRANCISCO ROMERO DE ÁVILA HERGUETA – LA BOTELLA DE LICOR Nueva York, 1920. El detective privado Frank Harris recibió como un mazazo la noticia del asesinato de su mejor amigo, el contable William Horner. La voz mecánica y pétrea que se escuchaba al otro lado del teléfono le indicó que el cuerpo aún estaba en su despacho. Era una invitación velada a ir, ya que Harris solía colaborar con la policía. Enjuagó su boca con café caliente, maquillando así un desagradable sabor a whisky que arrastraba de la noche anterior, cogió su sombrero y el gabán gris que colgaban de la percha y cerró la puerta con su nombre grabado en la cristalera, para dirigirse al lugar del crimen. Debía mantener la calma; ya le lloraría después. Una vez allí, comprobó que su amigo había sido asesinado con su propio abrecartas. Observó de un rápido vistazo el lugar y se detuvo en una botella de licor recién abierta. En ese momento, supo dos cosas: una; la identidad del asesino. Y dos; tenía poco tiempo para demostrarlo... o él mismo cargaría con el muerto.

498. FRANCISCO SÁNCHEZ SÁEZ – REENCARNACIÓN Encontró el cuerpo junto a la cama del motel. Se habían ensañado, como con los otros. Tenía los dedos amputados, también los genitales. Múltiples heridas por todo el cuerpo. Los dientes arrancados, igual que la cabellera. La ausencia de huellas dactilares y la cara completamente desfigurada tras horas de cruel tortura hubiera hecho muy difícil, casi imposible, la identificación, pero el asesino dejó la cartera de la víctima, al igual que con los anteriores. Se llamaba Robert Alvin y también sufría una discapacidad de nacimiento. Era el quinto cadáver que aparecía en dos meses y nadie sabía el porqué de estos terribles crímenes, por qué se estaba castigando a esta pobre gente. Recibió la llamada de Hou, una catedrática experta en religiones orientales. Le dejó una inquietante teoría y de pronto todo cobró sentido: «¿Y si el asesino pensaba que el karma no era suficiente castigo?».

499. FRANCISCO SANTOS – DIPLOMACIA EN POLVO Quería ser diligente en la embajada de su país en Madrid y abrió sin autorización la valija diplomática que de Caracas había llegado. Un paquete

sin identificación llamó su atención y pronto se dio cuenta de que algo raro ocurría: era droga. Sin protección, sabía que su vida corría peligro. Llamó de inmediato a un amigo periodista, con conexiones en la Policía española. Le contó, nervioso, todo al reportero y quedaron en encontrarse en Plaza Castilla. Nunca llegó. Su cuerpo flotaba inerte en el Manzanares la mañana siguiente. No sabía su asesino que, vía móvil, Ernesto envió a José fotos del paquete y su contenido, antes de encontrarse, también el nombre del responsable de la paquetería oficial a quien la DEA ya vigilaba. También apareció muerto este último, pero en una pensión del barrio de Tetuán. La mano peluda del narcotráfico había cruzado de nuevo el charco.

500. FRANCISCO TAMARIT RUIZ – EL GORRILLA El cuerpo sin vida de aquel gorrilla apareció una mañana de invierno bajo aquella furgoneta. La policía había acordonado la zona, empezaba a llover y la científica todavía no había llegado; la mirada del policía local se agudizó, conocía a aquel cuerpo de otras veces; simplemente, le había recriminado el hecho de ser gorrilla. Recordaba a Hassan, flaco y con aquellos pómulos y dientes salidos; el marroquí siempre tenía una sonrisa en la boca, un paisa agradable para que la propina fuera un poco mayor, aunque jamás pasaba de un euro. El gran charco de sangre indicaba un apuñalamiento, todo recaería en una pelea por el sitio, nadie indagaría un posible crimen racista, seguramente se criminalizaría su nacionalidad, raza y condición. Después, el juez de guardia autorizó el alzamiento del cadáver; fue la única vez desde que estaba aquí que estrenó algo nuevo, la bolsa brillante en la que se lo llevaron.

501. FRANCISCO JAVIER IRIARTE ZAPATA – EL CASO DEL ALLANAMIENTO DE MORADA La cerradura no estaba forzada y había sido una mujer con una figura magnífica, aunque no muy inclinada a hablar; de todo eso estaba completamente seguro. Pero no la suya, porque no se había adelantado: había vuelto dos días después, tal y como estaba previsto, y él había comprobado, hurgando en su bolso, en la tarjeta de embarque (tenía coartada). La vecina daba el tipo, pero hacía cinco años que no intercambiaban más que un breve saludo si se cruzaban. Claro, que también podría tratarse de alguna de sus compañeras de trabajo o incluso de las de su mujer o alguna otra conocida. Era un caso extraño... y el más difícil que se le había presentado al inspector de policía Moreau hasta que encontró el pelo imposible bajo la almohada. Aun así, no tenía claro cómo conseguiría, a partir del ADN, saber quién había estado con él, en su casa, cuatro días antes. Quizá fuera mejor así.

502. FRANCISCO JAVIER RODRÍGUEZ GRIMALDI – UN ASESINO EN LA FAMILIA

El cadáver se encontraba en buen estado. El lacerante hedor de la putrefacción de la carne aún no se había hecho presente. ¿Para qué llamar a un detective si el crimen estaba claro? Varón de diez años, sin problemas con la justicia y sin enemigos que deseasen su desaparición. Yacía tumbado sobre su cama con la mirada perdida propia de aquellos que han perdido su alma. Sus padres observaban el cuerpo atónitos con la vana esperanza de que este les devolviera la mirada. Aquel sagaz asesino había añadido una nueva víctima en su agenda. Estaba causando estragos entre los infantes de medio mundo, pero ahora era demasiado tarde para perderse en lastimeras culpabilidades. Otro niño había caído. Las charlas con sus progenitores, las risas por las calles, las visitas a la librería... Todo aquello había acabado también. Ajeno al velatorio emocional de sus padres, el joven tecleaba con majestuosa agilidad en la pantalla de su nuevo smartphone: No debimos comprarle el teléfono. Lo acabamos de matar.

503. FRANCISCO JUAN BARATA BAUSACH – FRANCISCO Y LAURA Francisco volvía a casa, su relación le entusiasmaba. Laura, le decía: «Busco inteligencia en mi compañero; si su cabeza no interesa, me quedo con lo vivido, prescindiendo de lo demás». Al llegar, reparó en la puerta abierta, llamó a Laura; extrañado, entró. Olor a formol... En la cocina, en el poyete un conejo desollado, moscas y bichos. Su putrefacción asqueaba, pura repulsión. Una habitación clausurada estaba abierta, tenía pinta de morgue con neveras para cadáveres. Había una vacía. Una premonición, abrió otras. Horrorizado, varios ¡cuerpos descabezados! Recordó aquella frase. Debía encontrarla. «Francisco, pasa»; era ella. Necesitaba saber, entró. Frascos, ¡cabezas flotando! «No debiste dejarme», susurró. Mudo de terror, Laura empuñó una catana. Un tajo. Su cabeza rodó. Recogiéndola, besó sus labios. La introdujo en un frasco. «Francisco, nunca debiste cambiar».

504. FRANCISCO MIGUEL MORAL MORENO – AMNESIA Abro los ojos jadeante. ¿Qué ha pasado? Me llevo la mano a la cabeza. Estoy sangrando. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí. «¡Corre!», dice una voz en mi interior. Me levanto y obedezco. Siento como si alguien me persiguiera. Comienzan a llegar imágenes a mi memoria de una chica tendida sobre el suelo. No sé quién es ni por qué duerme. ¡Huye! Doblo la oscura esquina y acelero el paso. Giro la cabeza. Un hombre corre tras de mí. Recuerdo... Él está ahí, sobre la chica. Separa un cuchillo de su pecho. ¡Dios mío! La ha apuñalado. No duerme, sino que está muerta... —¡Detente! —me grita el hombre—. ¡Policía! —Me giro desconcertado para mirarlo y alzo las manos—. ¡Suelta el cuchillo! —Las muevo asustado. ¡Bang! Me ha disparado. Caigo al suelo abrumado por el dolor. Ahora recuerdo... He sido yo... Yo la maté... Lo sien...

505. FRIDA MARIE UHRBOM – EL CADÁVER El cadáver no tenía nada especial a primera vista. Un varón blanco con dos agujeros de bala en el torso. Pero tenía algo diferente comparado con los demás cuerpos que llegaron a la morgue: aún era capaz de matar. El asistente forense Martínez no sabía aquel detalle. Él solo hacía su trabajo: recoger muestras de tejido, fibras, etc. Pura rutina. Quería volver a ser un agente de campo. Volver a investigar crímenes violentos. Pero últimamente, por su propia seguridad, estaba desterrado a aquel sótano de la morgue por tiempo indefinido. Soltó un profundo suspiro. Ojalá terminase aquello pronto y todo volviese a la normalidad. Fue lo último en que pensó antes de caer al suelo, intentando sin éxito llenar sus pulmones de aire. Su cara se volvió roja y sufrió varios espasmos por todo el cuerpo antes de que la vida por fin se le escapara.

506. GABINO HERNÁNDEZ VICENTE – UN LUNES CUALQUIERA Un lunes cualquiera, de un mes cualquiera, si no fuera porque hoy me jubilaba. Días de pesca en el lago, paseos con mi paciente esposa, pero... sonó el teléfono, la ciudad se quería despedir a lo grande: una mujer ha aparecido en su apartamento con el cuello cortado de extremo a extremo. Todo apuntaba al típico asesinato por despecho del marido o expareja. El apartamento estaba repleto de huellas del supuesto amante de la fallecida, todo lo que encontrábamos le pertenecía de alguna manera u otra. Como siempre, demasiado fácil; incluso el novato arrugaba la nariz, allí había algo que no estaba en su sitio. Los cuchillos no tenían marcas de sangre, el arma homicida no estaba en el escenario del crimen. Si no fuera por la visión que siempre me había impresionado, de la mejor detective de la ciudad, al pobre hombre le hubiera caído una buena. En la boca de la trituradora halló un cabello oscuro y largo, que resulto ser de la vecina envidiosa del tercer piso. Hola, jubilación; a pescar.

507. GABRIEL CIMPEAN – ÚLTIMAS PALABRAS Acostado con las pupilas al sol, cada siete segundos observo el reloj, esperando que el veneno hiciera efecto. Ya sabía que mi fin había llegado y también tenía constancia de quién era el culpable de tal acontecimiento. Pero estaba aliviado, sabía que este era el final que tanto me merecía y también que tanto deseaba. Su rechazo hizo desaparecer mi existencia, y su abandono, mi cordura. Supongo que el amor solo es para valientes, y yo no soy una uno de esos afortunados. Pero en lo único en lo que puedo pensar ahora es que dentro de treinta y siete segundos la volveré a ver. Volveré a ver a mi dulce y carmesí amor. Gracias, vida, por todo lo que me has dado, pero ya no te necesito; lo único que ansío es la muerte y por ello te dejo este pequeño adiós.

508. GABRIEL MULERO AGUSTÍ – CONTAGIO George conducía por las calles de la ciudad cerca de una comisaría. Una furgoneta en la esquina le llamó la atención y observó como varios hombres se encontraban junto a la entrada. Detuvo su vehículo en una esquina; de pronto, le sorprendió ver como uno de ellos, vestido con una larga gabardina oscura, parecía dar ordenes a los demás. Apareció entonces un coche policial, del cual descendieron varios individuos, que sacaron del maletero del automóvil algo envuelto en una especie de lona oscura. El corazón de George se aceleró al observar como el objeto se movía... ¡Allí había una persona! El hombre de la gabardina oscura señaló la entrada a la comisaría, y los hombres llevaron aquello al interior. En ese instante, el hombre de la gabardina se volvió, miró en dirección a George y señalándole dijo a sus hombres: —Cogedle... ¡No puede decirle a nadie lo que ha visto!

509. GABRIEL SANTIAGO CALVIÑO – HUELE Fue fácil determinar cómo hacerlo. Desde que decidí matarla, a mi mente vino todo; muchos libros policiales leídos. Una muerte infligida por ella misma sin saberlo, pero que al final fuera consciente de que fui yo. ¿Quién más puede saber que lee continuamente ese libro? Es algo nuestro, ni su novio lo sabe; la que él conoce no es real, solo yo conozco la real; pero de nada sirvió, quedé en la cuneta y tendrá que pagar. Tengo cómplice, pero eso nunca nadie lo sabrá, alguien tenía que poner la ricina en el libro, el mismo que yo, en un juego casi sádico, al regalárselo, rocié con mi perfume y sé que ella cada vez que lo lee, lo huele... Sé que ya está muerta... No he conseguido el crimen perfecto, no fue mi propósito; pronto sonará el telefonillo y se darán cuenta de que yo ya volé por la ventana.

510. GALDER KONTXA – ÚLTIMA ESPERANZA Jimmy se aferraba a la cristalera que le separaba de la habitación del hospital. Un hombre regordete y de cara ancha entró en el habitáculo extendiendo la mano, mientras, con un tono apenado, decía: «Duro, pero no inmortal». Jimmy miró el interior mientras los enfermeros retiraban las máquinas de su interior, dejándola vacía, solamente quedó la cama, habitada por un cuerpo sin vida. Sacó del bolsillo una ensangrentada placa policial y extendió el brazo para dársela al hombre. Este, rápidamente, retiró su rolliza mano, negando efusivamente con la cabeza; su cara, hinchada y gorda, esbozó una sonrisa mientras exclamaba: «No, es tuya, póntela». Tras colocársela en la pechera, miró dentro de la habitación, donde su cuerpo allí descansaba. Volvió la vista anonadado y el otro hombre le dijo: «Sí, eres tú, te han disparado esta mañana mientras atendías al aviso de un robo en una tiendecita del barrio. De veras fuiste un buen policía, pero ahora debes venir conmigo; di adiós».

511. GARIKOITZ ETXEBERRIA LACARRA – CONFUSIÓN O CONFESIÓN El frío puñal descendería con elegancia sobre el cuerpo de mi víctima. No haría falta sacarlo para que muriera. El arma blanca habría penetrado hasta cortar el corazón casi en dos. En ese último instante, ella, porque mi víctima sería mujer, buscaría aferrarse a la vida. Sus ojos se clavarían en los míos. Mi piel vibraría al tiempo que su cuerpo se quedase sin vida. La excitación embriagaría mis sentidos, como cuando tienes un orgasmo. Después, besaría sus finos labios, aunque más bien sería un suave roce, y dejaría su cuerpo delicadamente sobre la cama... O eso es lo que habría hecho, señor detective.

512. GELEEN SORIANO – LA LEYENDA DEL CAZADOR Era bastante fuerte, no soltó ni una sola lágrima mientras la torturaba. Un día de los cuatro que llevaba torturándola empezó a llorar y no paró, pasaron las horas y siguió llorando, yo me empecé a hartar y la maté de un solo disparo. Poco después, me llevé el cadáver frío a un bosque, donde lo encontró la policía de la comisaría 12. Al rato, entraron en mi casa, empezaron a gritarme y poco después me encarcelaron, pero, al tratarse de un asesinato perfecto, me tuvieron que soltar. Salió en todos los periódicos que yo, el cazador, asesiné a una joven sin futuro. Y por qué me la llevé a ese bosque, por qué la torturé, por qué la disparé solo por llorar, eso se lo preguntaban todos menos yo y la poli que me arrestó; lo único que no sabía era por qué eso la destrozó. Lo hice para que en el futuro se recordara siempre la leyenda del cazador, un asesinato perfecto y sin resolver, para que cuando cuenten historias de miedo, se escuche siempre esta leyenda.

513. GEMA DEL PRADO – RELATIVIDAD La mujer ya ha dejado de llorar cuando le descerraja el tiro entre los ojos. El cuerpo inerte cae al suelo con un golpe sordo amortiguado por la alfombra. Aún después de muerta, tras sus pupilas inmóviles, continúan bailando los virulentos fuegos de la ira incontenible. Matar al niño le resulta más fácil de lo que pensaba; fue muy buena idea la de cubrir la cabeza del nene con un capuchón. Un truco magnífico aprendido de un serial policiaco famoso por sus casos truculentos: para que luego digan que la televisión no es educativa. Federico Atienza yace desmadejado sobre su elegante sillón, con tres orificios en el pecho. Ay. Los tipos como él no deberían tener familia. Labriego aferra el paquete con la heroína adulterada, y sus manos enguantadas comienzan a tejer el escenario del crimen. La droga emerge. Su placa se hunde en las profundidades del abrigo gris.

514. GEMA HERAS CRUZ – VIEJOS FANTASMAS

Rose despertó sumida en la oscuridad de la noche. Miró su reloj y suspiró. Lentamente, salió de la cama para ir a la cocina. Un relámpago iluminó el pasillo cuando Rose se asomó. La tormenta se acercaba. Su cuerpo quedó petrificado en ese instante. Una oscura figura ascendía con sigilo por la escalera. Rose quiso gritar, pero su garganta seca lo impidió. Los ojos del desconocido se encontraron con los suyos. Con la mirada encharcada en sangre, sonrió a la mujer temblorosa mientras en su mano balanceaba el hacha de sus pesadillas. Rose retrocedió paso a paso, a la vez que la sádica figura caminaba hacia ella. Cerró con fuerza la puerta, aun sabiendo que no escaparía. Miró a su alrededor, pero nada podría ayudarle. Sabía que esto podría ocurrir. La colcha de la cama se tiñó de rojo mientras un trueno rompía el silencio de aquella noche.

515. GEMA RIVILLA MÁRQUEZ – CASO 57; ASESINATO EN EL CALLEJÓN Robert Pol era un empresario de unos cuarenta años, casado con una actriz llamada Alice Rose. Vivían en Los Ángeles. El Sr. Pol se dirigía a su oficina como un día normal, pero no lo iba a ser. Cuando se paró por una llamada telefónica, fue golpeado por un encapuchado y cayó inconsciente al suelo. Fue una trampa de su hermano para heredar el capital de su empresa. Cuando despertó, se encontraba en un callejón oscuro y sombrío, rodeado por tres miembros de una banda callejera y por su hermano. Entre los cuatro, le asesinaron y tiraron su cuerpo a un contenedor que había cerca. Dos días después, la Sra. Pol denunció su desaparición. El inspector de la policía Steve se encargó del caso. Después de un tiempo, el inspector lo descubrió todo.

516. GEMA SALINAS – PERDIDO. ENCONTRADO Perder, encontrar, el pan de cada día para un policía. Perder una pista, encontrar un culpable. Perder es lo que más hacía últimamente. Llaves, documentos, objetos personales y no tan personales, como la grapadora. Su compañero se sonreía cada vez que lo veía rebuscar por la mesa, las cajoneras o los bolsillos. A veces, incluso por la sala, oteaba en busca de alguien que nunca estaba. «¿Qué has perdido esta vez?». Pero Juan ya no se sonreía. A sus sesenta y siete años, todos en comisaría, por pena o por respeto a un viejo compañero, seguían la corriente a sus devaneos. Hasta que él mismo resolvía cada tarde el único caso que no deseaba resolver. Que su mesa ya no era suya, que no había casos a su cargo, que nuevamente se había dejado llevar por sus recuerdos y había vuelto a aquella realidad que fue el trabajo. Que habían secuestrado sus recuerdos. Y el culpable era el alzhéimer.

517. GEMMA ABAD – EL ACCIDENTE

El hombre yacía en la calle; un charco de sangre de su cuello desgarrado empezaba a rodearle. A su lado, una mujer abrazaba un hermoso pastor alsaciano, sentado ante el cadáver. Llora. En su mano, apretado fuertemente, el teléfono móvil. Apenas balbuceando: «Lo conseguimos... Lo conseguimos, Kala...». Al fondo, las sirenas de la policía ululando. El centro de la escena, ocupado por un extraño bozal, demasiado grande, situado grotescamente ante la cara del hombre, como si lo hubiera llevado puesto. Del teléfono salía la voz de la operadora: «No se preocupe, la policía está en camino, tenga calma». Los vecinos comenzaban a formar un círculo en torno a ellos. —Ha sido el perro, ha sido el... —¡Es su Pepo! Su perro protector. —Yo lo conocía, vivía aquí. —Ya no vivía. ¿La mujer era superviviente? ¿Víctima? La mujer formaba parte del proyecto Pepo.

518. GEMMA GARCÉS VALLE – PARÁSITOS LETALES La habían encontrado muerta. Apareció en el periódico, pero no fue un asesinato, fue una muerte tranquila. Una octogenaria, sentada en un banco de Central Park, aparentando dormir como si no hubiera un mañana. La cabeza reclinada hacia atrás, sostenía en las manos un libro, estaba leyendo un libro de Rick. Nada necesitaba explicación. No había ningún homicida en esto. Todo fue causa de una enfermedad. Una muerte normal. Rick se emocionó. Apareció en comisaría la sobrina de la fallecida; decía que fue intencionado. Pensaba que el exmarido de su tía la había matado. Analizaron ese libro de Rick y descubrieron un extraño parásito. Ese insignificante parásito soltaba un líquido sobre las hojas del libro y, al tocarlas, se metían en el cuerpo y obstruían los órganos vitales. Arrestaron a su exmarido porque confesó. Él le había regalado el libro.

519. GEMMA MARCO – CASOS QUE «ATRAPAN» Los casos de trata de mujeres con fines de explotación sexual aumentaban exponencialmente. Tener que luchar contra el abuso de chicas huyendo de la miseria, con la promesa de cumplir sus sueños, le removía las tripas. Esa noche hacía guardia en la carretera, para identificar a componentes de la red. Como siempre, llevaba su libreta para hacer borradores a acuarela. Dos figuras se acercaron al coche para presentarse. Eran las técnicas sociales, que venían a estas zonas para ofrecer apoyo a las muchachas. Esos ojos oscuros le trasladaron a uno de los paraísos dibujados en su bloc. Las protegería de lejos. Repentinamente, apareció una furgoneta negra y se llevó a algunas de las chicas. Las técnicas se giraron para advertirle. Él arrancó el coche y las recogió. Siguieron la furgoneta hasta el puerto, donde comprendió la inmensidad del problema. Volvería a comisaría para informar, pero este caso ya lo había «atrapado».

520. GEMMA POZO – SIN TÍTULO La fría mirada del ayudante del fiscal caía sobre su escuálido cuerpo casi derrumbado por el cansancio de un maratoniano interrogatorio. Ya no tenía ni la más remota idea de lo que sucedió aquella maldita noche. Recordaba las luces de neón de aquel antro que le servía de escape de su insignificante vida; recordaba a una chica que le sonreía desde el otro lado de la barra; luego, sus recuerdos se emborronaban según perdía la cuenta de las copas que había tomado. Ruido, risas, alcohol y un penetrante olor a tabaco. Más tarde, frío y sangre. En mitad de aquel callejón, la mirada de aquella joven se volvía a posar sobre él, pero esta vez era una mirada fría, sin vida. No podía soportarlo más, agachó la cabeza y firmó aquel documento, pagaría por sus actos y su conciencia podría descansar al fin. El ayudante del fiscal cogió la confesión y salió de la sala de interrogatorios. Mientras se encendía un Ducados, recordó el miedo en la mirada de aquella preciosidad al morir y sonrió burlonamente.

521. GEMMA LETICIA SAMINO ÁLVAREZ – LATIDOS DE CORAZÓN Ella corre. Thump, thump. Thump, thump. Thump, thump. Su piel está helada. No lleva más que un pequeño vestido de color rojo para que le trajera suerte en este nuevo año. Solo le ha traído dolor y sangre. Corre. Corre. Sus pies le duelen, se lamenta. Si sale con vida, no volverá a ponerse tacones. Dobla una esquina y trata de esconderse. Thump, thump. Thump, thump. Thump, thump. Oye un ruido y se agacha. Se quita los zapatos. El ruido que hace podría delatar su posición. En silencio, los deja en el suelo y mira. Nadie. Suelta un aire que no sabía que retenía en sus pulmones. Echa a correr por el pasillo, sin darse cuenta del desconocido que la apunta por la espalda con una pistola. Y entonces. Thump, thump. Thump, thump. Thump, thump. ¡Bang! Thump, thump... thump... thump...

522. GERMANA FERNÁNDEZ MAIRLOT – POR UNA MANO Era un día como otro cualquiera para el inspector Carlos López, y tenía que resolver un asesinato. Vivía en una ciudad tranquila, donde el índice de criminalidad era muy bajo. Se dirigió al escenario del crimen, y ahí estaba. En el suelo, yacía sin vida un hombre de mediana edad, pelo castaño y ojos azules. No tenía cartera, pero sí tenía un agujero en el corazón. En una calle cercana, una patrulla de policías encuentra a un vagabundo con un cuchillo ensangrentado y la cartera de la víctima. Ya había terminado, tenía el caso resuelto: un atraco que se torció. De repente, todo cambió, el vagabundo era diestro y el cuchillo que se utilizó era de cocina para zurdos. Solo había una persona zurda en la vida de la víctima, su mujer, cocinera de un restaurante del que era dueño y a la que estaba engañando.

523. GILDA RINALDI – CRIMEN SIN RESOLVER En la comisaría de Nueva York, la inspectora Gigi entraba cuando Gianluca, su compañero, la felicitó porque ya hacía un año que se había operado para convertirse en mujer. Entonces, fueron avisados de un asesinato. Cuando llegaron, encontraron el cadáver de una chica llamada Laura; había sido asesinada hacía veinticuatro horas, según la forense. Tenía veinticuatro disparos formando una C; Gigi ya los había visto en el cuerpo de Lucía, una chica que fue asesinada de la misma manera. Cuando llegaron a la comisaría, Gigi le comentó a Gianluca que ya sabía quién lo había hecho: Carlos, el asesino en serie. De repente, se oyó un disparo. Carlos estaba en la comisaría; le dijo a Gigi que todo eso era su culpa y se disparó. Gigi se quedó en shock porque no sabía de lo que hablaba, o eso creía ella.

524. GINÉS J. VERA – SIN PERDÓN No era el primer anónimo que recibía. Pensó que con el traslado se olvidaría de él. Lo guardó junto a los otros, preocupado. Quizá había llegado el momento de llamar a la policía, pensó. Hizo el amago incluso de descolgar el teléfono. Abrió el cajón de la cómoda y volvió a leerlos uno a uno; la misma frase amenazadora, la misma caligrafía resentida: Te vi hacerlo, pagarás por ello tarde o temprano, pederasta.

525. GIOVANI BÁEZ LÓPEZ – SIN TÍTULO —Es increíble que esto sea obra de una sola persona —dijo el hombre —. Nunca me habría imaginado una escena así. —¿Así cómo? Por cierto, ¿desde cuándo a los periodistas les dejan pasar a la escena de un crimen? —preguntó la inspectora Alexia. —No sabría cómo describirlo, quiero decir, así de macabra, como si alguien hubiese sido golpeado y despedazado por un león —respondió. —¿Cómo un león? —preguntó el subinspector. —Sí, a lo mejor un animal amaestrado o un hombre animal también podrían haber utilizado un tipo de arma especial —respondió él. —Claro, a Catwoman seguro que le encantaría tu idea; además, alguien así no pasaría desapercibido y no tenemos testimonio de alguien así. ¿Me puedes responder quién te ha dejado pasar? —preguntó la inspectora. —Ya estaba aquí cuando todo empezó —respondió el hombre. —¿Fue usted quien avisó a la policía? —preguntó el subinspector. —Yo no he dicho eso —respondió el hombre, mientras pasaba la banda policial y desaparecía entre la multitud.

526. GIOVANNA REJAS – SUSPIRO AZUL Ahí estaba ella, aturdida, vestida de azul, en medio del salón, cubierta de sangre y con un cuchillo en la mano. Al acudir el esposo a la llamada de su

mujer, la mujer de azul la encontró en el salón en estado de shock y se encontró también con una mujer muerta, tendida en el suelo con dos heridas de arma blanca. Los investigadores tratan de descubrir que, aunque todo incriminaba a la mujer, existían cabos sueltos, como una niña de ocho años, hija de la asesinada, ensangrentada, asustada en la habitación y con golpes en la cara, que llevaba un rosario en la mano. La mujer muerta era la exesposa, que vivía sola con la niña, a la cual golpeaba continuamente y la hacía pensar que era castigo de Dios y a los policías que era una posesión demoníaca. La madre fue víctima de abusos en su infancia por padres fanáticos, adoradores de Dios. La mujer de azul, al intentar defender a la niña, mata a la madre en defensa propia.

527. GISELA SOUSA DIAS – EL LÍDER SOSPECHOSO La reunión tuvo lugar cerca de la casa rodeada de una plantación de maíz; se trataba de hacer la selección dentro de un grupo de personas para vivir una aventura. Se notaba la inquietud en el aire, empezamos a sospechar que no se trataba de nada bueno; finalmente, llegó el líder de la convocatoria. Teníamos que hacer unas cuantas pruebas y escapar de un grupo adiestrado por él. Oí unos disparos y vi como uno del grupo se desplomó, conseguí despistar a mis perseguidores y huir de allí. Llegué a la entrada de una fábrica abandonada, entré y cerré por dentro. En la escalera, había un niño jugando, corrí hacia arriba buscando dónde esconderme; en ese momento, escuché un golpe fuerte en la puerta y recé para que nadie abriese. Me quedé en silencio hasta que oí como los pasos se alejaban. Salí corriendo del edificio después de asegurarme de que no hubiera nadie fuera y cogí el primer autobús que pasaba por allí.

528. GLORIA CAMPOS – EL PAPEL DE LA VIEJA Lo teníamos todo planeado al segundo. Erika llevaba trabajando en la casa de la vieja tres meses y ya teníamos la combinación de la caja fuerte. Solo nos faltaba la clave de la alarma. La vieja estaba podrida de dinero y no se fiaba de los bancos. Con este último golpe, nos podríamos retirar y largarnos de esta fría ciudad. Cada noche, la vieja conectaba la alarma mirando los números de un papelito. Era un golpe fácil. Erika consiguió el papel y nos pusimos de acuerdo en la noche y la hora. La maldita vieja, que no estaba tan senil como parecía, nos la jugó. Y ahora estoy aguantándote en esta mierda de cárcel. En el papel tenía anotado el código de coacción.

529. GLÒRIA BERBEL SANTAMARÍA – PIENSA, RÁPIDO... Han activado la alarma. Los rehenes se amontonan nerviosos en un rincón de la sala. Solo se oyen las respiraciones aceleradas y los latidos furiosos de sus corazones. Mi sangre se concentra en el cerebro y presiona

mis sienes. Piensa, rápido... Tengo que salir de aquí. No quiero herir a nadie. Este no era el plan... La bolsa está hasta los topes de pasta. Ya tengo lo que quería. El director da un paso adelante, me increpa... ¡Quieto, te digo que calles, déjalo ya! El disparo con mi ADP de combate se le incrusta en la frente. Cae fulminado al suelo. Los gritos de horror me ensordecen. Corro, corro sin parar. Los helicópteros de la policía rodean el banco. Mi máscara me protege; no me reconocerán, tranquilo. Tengo que salir de aquí, pero ¿por dónde? Piensa, rápido... Veo mi Lamborghini esperando, tengo que llegar hasta él. Salto por la ventana de atrás... Y cuando levanto la cabeza, veo tu sofá y tu cara de pánico. El mando que acabas de soltar cae al suelo. Este videojuego es muy real.

530. GONZALO ABAD ALONSO – ASESINATO EN LA CALLE REY El inspector Robles se dirigía hacia la calle Rey; acababan de informar de que una mujer de negocios había muerto en un callejón de aquella calle. Una vez allí, examinó el cadáver. —Hummm, no está muy fría, llevará muerta unas dos horas. Al estar en un rincón, la gente no se ha fijado en él; el asesino ha huido rápido. —¿Y cómo sabe que ha sido asesinada? —dijo el agente. —Mire estas marcas en el cuello y en los brazos; es obvio que ha sido un forcejeo. —¡Exacto! No me había fijado. Bien hecho, inspector Robles —dijo el agente. Robles investigó el caso y empezó a sacar conclusiones. Primero, que el asesino sería un hombre, porque las marcas que presentaba el cadáver eran de una mano gruesa, correspondiente a un hombre, y segundo, las huellas de unos zapatos castellanos en la escena del crimen. —El asesino es el asistente de la asesinada —dijo el inspector Robles. Los policías entraron en el despacho de la víctima y pillaron al asistente eliminando pruebas como documentos y fotos.

531. GONZALO HERNÁNDEZ VICIANA – SIETE SOSPECHOSOS Siete sospechosos. En la rueda de reconocimiento, había siete personas. Era una ocasión especial, porque a diferencia de las identificaciones habituales, donde la policía incluía a inocentes entre los sospechosos, en este caso las siete eran las sospechosas de un asesinato. Ocho personas habían salido a navegar en un barco. Siete habían vuelto, cubiertas de sangre suficiente como para dar por muerto al octavo pasajero. No se sabía quién era el desaparecido. Detrás del espejo, un testigo examinaba las caras una y otra vez. —No falta nadie —dijo extrañado. —Usted dijo que vio a todo el mundo subir al barco y escribió ocho en el registro —dijo uno de los detectives, cabreado por lo que oía. —Sí, pero no echo de menos ningún rostro —replicó el hombre.

Se miraron unos a otros. Si no podían demostrar que faltaba alguien, tendrían que soltarlos a todos. El detective cerró los ojos y dijo: —Ya sé por qué. Vio un rostro dos veces. El muerto es el hermano gemelo de uno de los sospechosos. Acertó.

532. GONZALO LAURA RIVERA – MATAR SIN HABER MATADO El cigarro se consume en mi mano mientras miro desconcertado aquel apagado anillo de bodas. Veintiséis años en el cuerpo y va a tener que ser este el caso que acabe conmigo. Me recuesto sobre el respaldo de mi vieja silla y repaso los hechos por última vez, solo una más. Teníamos cuatro sospechosos del asesinato de la señorita Clarence; James, su reciente, recientísimo, esposo; el señor Fergunhem, multimillonario y recientísimo suegro de la víctima; la señorita Samantha, amante de James y ex mejor amiga de la señorita Clarence, por razones evidentes; y por último, el frío y desalmado agente de bolsa de la familia. Tras meses de investigación y pistas que no llevaban a ninguna parte, descubrimos que realmente fue un suicidio. Pero no un suicidio normal, sino un suicidio que inculpaba a todas las personas mencionadas, pues todas eran causantes de dicha desgracia, cada una con sus motivos y a su manera. Solo hay un modo de superar esto: mitad perdonando, mitad olvidando. Adiós, hija mía.

533. GORANE CANTALAPIEDRA YESA – DULCE VENGANZA La tarta estaba deliciosa. Suave y esponjosa, con ese decadente sabor a chocolate, tal y como a ella le gustaba. Agarró un tenedor y lo clavó en el generoso trozo que su marido se había servido hacía solo unos minutos y se puso a comer. Después de todo, Jim aún seguiría muerto cuando acabara. El cuerpo de su marido no iba a levantarse de la silla con el cuchillo cebollero clavado en el cuello para gritar a los cuatro vientos que su mujer, por fin, había tenido las pelotas de cargárselo durante una de sus frecuentes peleas. La sangre empezaba a secarse mientras ella observaba el dibujo que había formado en el mantel. No podía evitar pensar lo costoso que iba a ser limpiar todo aquel desaguisado o lo difícil que sería sacar las manchas de sangre de la ropa. Sonrió divertida, sacándose el tenedor de la boca y, tragando el último pedazo de pastel, meneó la cabeza. «Oh, Diane... —pensó—, no tendrás que limpiar nada nunca más».

534. GORKA ARTETA – MORS CERTA, SED HORA INCERTA El cadáver yacía sobre la resplandeciente superficie de la mesa de autopsias; la brillante sangre salpicaba el cuerpo y quedaba oscurecida sobre la superficie metálica. El detective examinaba recostado sobre la puerta de entrada la escena que se desarrollaba frente a él. El equipo forense sacaba

fotos del cadáver, manteniendo una prudencial, casi reverente, distancia con el mismo. Oía en el otro extremo de la habitación la conversación que su compañero mantenía con los vigilantes en torno a lo que podían haber captado las cámaras de seguridad. Otro forense llegaba en ese mismo momento y dirigía una fría mirada a la mesa, mirada que se turbaba lentamente. En sus manos, el detective sujetaba la nota que habían encontrado junto al cadáver: Mors certa, sed hora incerta. El asesino jugaba, con él y el lenguaje, con la fina ironía encontrada en el cadáver del mejor forense de la policía y su amigo, que yacía asesinado en su propia mesa. El detective se juró en ese instante que él ganaría.

535. GORKA LÓPEZ – ENTRE LÍNEAS El señor Denkel decidió estudiar grafología el día que su hija desapareció dejando una carta mecanografiada de despedida. Él nunca creyó que la firma fuese de ella. Por eso, empezó a analizar y estudiar por su cuenta el tipo de papel, la impresión, la tinta... Pero pasó el tiempo y tuvo que centrarse en la sintaxis, la gramática, el grafoanálisis y la psicología. Se convirtió en un experto; el mejor. Un par de trazos le bastaban para descubrir los secretos más íntimos de cualquiera. Trabajando como asesor de recursos humanos, descubrió a un asesino en serie analizando su carta de presentación. Así fue como lo reclutaron, y lo primero que hizo fue guardar su arma en un cajón. La desenfundó años después, en la universidad. Estaba dando una conferencia mientras un voluntario escribía en la pizarra; entonces Denkel sacó su arma y le apuntó a la sien. —¿¡Dónde está mi hija, malnacido!? —Está en casa cuidando a su nieto, profesor. —Pues dígale que llame a su madre; le hará ilusión.

536. GORKA UGARTE – SIN TÍTULO Desperté una hora antes de mi carrera matutina por un fuerte ruido que venía desde el jardín. Intrigado por ver qué podía haber sido, miré por la ventana y ahí lo vi. Un hombre vestido con un buzo azul y unos guantes negros de goma. Y por sus manos agarrado, un cuerpo. No un simple cuerpo, sino aquel de la que acababa de llegar al vecindario. Aquel de la que siempre saludaba con un agudo canto. No me lo podía creer. No sabía cómo reaccionar a aquella situación. Nunca había perdido a alguien a tan poco tiempo de conocerlo, y nunca habría creído que podía doler tanto. Hice de tripas corazón y, con teléfono en mano, por si todavía había algo que hacer, salí de casa y me acerqué lentamente al hombre del buzo. —Perdone, ¿el cuerpo que sostiene en manos tiene una mancha con forma de estrella en el pecho? —Sí, lo siento mucho, ¿es suya la golondrina? —No, pero me gustaría quedarme con el cuerpo. Me acompañaba cuando salía a correr.

537. GORKA ZUBIZARRETA SEGURA – J+D+I El juguetero hizo todo lo posible por salvar su tienda. La dentista nunca tuvo oportunidad de defenderse. Que se conocieran fue casualidad. Que yo, David Keegan, los detuviera, la máxima expresión de justicia poética. Santa esquivaba nuestra casa. No porque fuéramos pobres, sino porque mis padres creían que uno debía ganarse cada cosa que poseía. Habían acumulado una fortuna y no les supuso un quebranto arreglar mi boca, que había quedado como una escombrera después de aquel accidente con una bici (prestada). Decenas de visitas después, volví a sonreír, aunque no tuviera motivos. Su plan había funcionado durante años. El juguetero hacía pomperos que la dentista regalaba a los hijos de sus enemigos tras pasar por el sillón. Un cierre a prueba de niños y una gota de ácido cianhídrico en el jabón consumaban la venganza. Y así podrían haber seguido si yo no hubiera acudido a su consulta con mi hija Irene. Heredera de Keegan Toys, curiosa incorregible y dotada de un olfato extraordinario.

538. GRACIELA RODIÑO VILARIÑO – TOMA DE DECLARACIÓN Decenas de policías rodean la estación. Él y yo estamos solos dentro de aquel vagón abandonado. Sus hombros caídos parecen soportar el peso del mundo mientras, sentado, observa con insistencia algo que descansa sobre su regazo. La densidad del aire, viciado con el rancio olor de un viejo rencor, me impide respirar con normalidad y, sin evitarlo, le imploro en un gemido: —Dime dónde la tienes... ¿Dónde tienes a mi niña? A pesar de mi súplica de madre desesperada, una risa hueca, seguida de un mutismo ensordecedor, es toda su respuesta. Luego de una eternidad, sus labios se mueven al fin, dejando escapar una voz derrotada. —Tu empeño en separarla de mí la ha llevado a ese húmedo sótano. Pero el manto de tierra que es ahora su lecho conseguirá alejarla de tu asfixiante sombra. Jamás la encontrarás porque ya está esperándome en un lugar donde tus garras no llegan. El sonido de un disparo llena el vacío del tren, silenciando a ese psicópata que se lleva mis lágrimas con su vida.

539. GREGORIO J. FABIÁN BERJOYO – EL TESTIGO Lo vi, lo vi todo, pero nadie me pregunta. Vi a Gregory abrir la puerta tras una llamada amable; vi entrar al desconocido y apuñalarle. Vi a Agus acercarse al oír el ruido de la caída de Gregory en el parqué y vi cómo el intruso la golpeaba hasta matarla. Intenté detenerle, pero de un golpe me derrotó; semiinconsciente pude ver cómo robaba lo poco que teníamos de valor, cómo se fue igual que vino y cómo Peter, el vecino, vino a casa y telefoneó a la policía. Yo lo vi todo, pero nadie me pregunta, ni siquiera me escuchan, aunque grite, solo intentan calmarme. Soy Sansón, yorkshire terrier.

540. GUILLEM VARAS GRÀCIA – EL SECUESTRO Nueva York. En una fresca mañana, secuestran a Marta, la madre de Rick (María). La detective Kathy, con sus compañeros, Javier y Kevin, investigan el caso. Esa misma mañana, Rick recibe una llamada anónima pidiendo un rescate de un millón y medio de dólares. Rick llama a Kathy para decirle lo que ha ocurrido. Lo primero que hacen es mirar las cámaras del edificio donde fue secuestrada (en casa de Rick). Allí sólo estaba la hija de Rick, pero que por casualidad dormía en el momento de lo ocurrido. En la cámara del pasillo, se le ve la cara al secuestrador, el 3XA. Luego interrogan a la hija de Rick por si ella hubiese escuchado algo. Cuando estaban hablando con Tori, de repente llaman al escritorio de Kathy, lo coge y el que hablaba era el 3XA para decirle que si la hija de Rick no le entregaba el dinero del rescate, mataría a María...

541. GUILLERMO BARRUECO – UNA SONRISA El coche frenó repentinamente en aquel angosto y árido camino. La llamada era cierta. Josh salió del coche como una bala, dejando atrás a Suárez, que aún estaba sentado en el asiento del conductor. El corazón se le iba a salir del pecho, no podía correr con más fuerza. Jadeante, se arrodilló delante del cuerpo y se le quedó mirando mientras las primeras lágrimas empezaban a caer por sus mejillas. «Mi pequeña, ¿qué te han hecho?», decía para sí desconsolado. Estaba desnuda, tenía grandes moratones por todo el cuerpo, causados seguramente por el forcejeo previo a la muerte, y por si la imagen no era lo suficientemente grotesca, el asesino había cosido sus labios, de tal forma que, a pesar de su estado, te miraba sonriente. Josh estaba en shock mirando entre lágrimas aquella sonrisa. —¿Por qué lloras? Se la ve feliz —preguntó Suárez, confuso. Su mirada buscó el rostro de su compañero, pero solo encontró el sonido hueco de un disparo detrás de su cabeza.

542. GUILLERMO DE AZCOITIA GINÉS – SPETSNAZ El sargento Valo respondió al auricular del teléfono de su mesa. Mientras iba a la morgue, recordó el hospital militar donde sirvió en su juventud. Y precisamente por esa razón, lo llamó el forense, por la extraña herida mortal del cadáver. Al examinarlo solo dijo: Spetsnaz. El resto de la noche fue ardua, ya que tuvo que pedir algunos favores a amistades de dudosa reputación. Después de un par de botellas de vodka, obtuvo un nombre, y fue totalmente inesperado. Kelly notó al sargento Valo bastante taciturno. Como novata, sabía cuándo no debía hablarle, y menos si tenía la mirada perdida mientras acariciaba las placas que llevaba al cuello. Y apareció su antiguo compañero de milicia, detenido por usar un cuchillo ruso en un trabajito para su motor club. Valo y él se lo dijeron todo con una mirada; sobraban las palabras.

543. GUILLERMO GARCÍA BENITO – DOBLE VIDA Mientras subía las escaleras de la comisaría, me fallaron las piernas, me noté cansado y solo. Pero no sentía arrepentimiento por todo lo que había hecho en los últimos años. He presionado demasiado en los interrogatorios, colocado pruebas falsas; incluso he modificado a mi antojo el escenario del crimen. La verdad, no me importaba que la persona a la que encerraba fuera inocente; era gente sin hogar, la mayoría con problemas de drogas y sin familia. Solo me importaba resolver el caso, ser el mejor de la comisaría era mi meta. Estoy seguro de que mis compañeros me tenían envidia, ¿por qué si no revisaron todos mis casos y me pusieron vigilancia?, ¿por qué me lo ocultaron todos, incluso mi compañero? Fui descuidado, y me encontraron en casa de la que iba a ser mi nueva víctima, y a la vez mi nuevo caso, colocando minuciosamente todas las pruebas, cuidando todos los detalles. Ese día subí las escaleras de comisaría esposado. Me dicen que la profesión de policía no es compatible con la de asesino.

544. GUILLERMO GÓMEZ – UN SEGUNDO ANTES Un segundo antes de abrir los ojos, el inspector Sorenger supo que prefería mantenerlos cerrados. Recordaba retazos de la noche anterior. El bar de carretera al que les condujeron las pruebas forenses. La sonrisa complaciente de la dueña. La ausencia de pruebas incriminatorias en el lugar. La copa de un vino demasiado dulce. El brillo de la melena castaña de la agente Foster. Sus ojos somnolientos. El beso. Su ropa. Su piel. Su olvido. Un segundo antes de abrir los ojos, supo que el cuerpo a su lado estaba frío y ahogado en sangre. Que sus huellas estaban por toda la habitación, su saliva por todo el cuerpo. Un segundo antes de abrir los ojos, el inspector Sorenger supo que no tenía escapatoria, que su sospechoso principal era su asesino, que se había burlado mortalmente de ellos, que dos agentes ya llamaban a la puerta con insistencia, y que el último beso, aunque placentero, había sido también el más amargo.

545. GUILLERMO JARQUE TAMAYO – LA REDENCIÓN Llueve. No importa. Pronto veré al capitán y le diré que se equivocó, que encerró a la persona que no debía. Pasa continuamente en las películas: el primer sospechoso nunca es el culpable. Pero en este caso, sí. ¿Por qué en este caso sí? Encontraron pruebas incriminatorias y no buscaron más. Siempre hay que buscar más. Encontrarían cosas si buscaran más. Llueve. Remuevo la sopa mientras pienso en mil ejemplos en que el primer sospechoso no es culpable, y aun así lo detienen. ¿Mil? Bueno, igual no tantos, pero muchos. Cien. Puede que incluso doscientos. Siempre hay que buscar más. Se puede aprender mucho del cine. Me gusta el cine. Por eso me metí a poli. Me gustan los misterios. Me gusta buscar más. Llueve. Los guardias vienen a acompañarnos a las celdas. Guardo la cuchara disimuladamente mientras me levanto. Pronto veré al capitán. Se puede

aprender mucho del cine. Ahora solo necesito un póster de Rita Hayworth. Bueno, también vale de Raquel Welch. Pronto veré al capitán.

546. GUILLERMO MORERA – LUIS DEL HOSPITAL Había un reino en la selva que el rey quería para él, y sobre todo para la princesa, de la cual estaba enamorado, aunque ella no le hacía caso. También en esa zona se sacrificaba a la gente, los amarraban en el suelo y esperaban a que los cocodrilos hicieran el resto. Pero la princesa los cuidaba, les daba alimentos y comida como a los niños. Nunca más; así todo eran restos de los sacrificios. Cierto día, observó que el jefe la vigilaba y estuvo pendiente de él, hasta que la cogió, sin ella observarlo, y la mandó amarrar en el suelo para sacrificarla, porque no quería nada de ella. Al tiempo, él fue a ver si la habían matado, pero no vio ningún cadáver porque los cocodrilos la habían liberado. Corrió al bosque y nunca más apareció.

547. GUILLERMO PUEYO – REGRESIÓN —¿Es usted idiota? ¡Apártese! No podía perder el tiempo discutiendo con holandeses, y aún menos sabiendo que tenían a la pieza más importante de mi carrera profesional retenido como a un porrero cualquiera. —¡Ya le he enseñado mi placa, lárguese! —gritó.

548. GUILLERMO SEGURA SÁNCHEZ – UN CRIMEN INHUMANO El inspector buscaba una pista que le llevara hasta el culpable de todas aquellas desapariciones. Cuando encontró aquella pluma teñida con sangre, se quedó inmóvil. Escuchó algo moviéndose cerca de él, pero para cuando hubo girado su cabeza, la criatura ya no estaba. El inspector apenas alcanzó a vislumbrar una sombra. Ningún humano podría haberse movido así de rápido. Fingió estar distraído, mirando hacia el suelo. Pensó que su apariencia vulnerable bastaría para que la criatura atacase al creerse en una situación de ventaja. Se preparó para un enfrentamiento inminente. La criatura se abalanzó sobre el inspector, sacando sus garras y bufando. El inspector batió sus alas y salió volando rápidamente hasta posarse en una rama de un árbol cercano. Ya a salvo, miró a la criatura. Distinguió restos de plumas entre sus dientes. Se estremeció. Tenía frente a él al asesino que había estado buscando, pero no se haría justicia. Un pájaro nunca sería capaz de atrapar a un gato.

549. GUSTAVO OÑA – EL EPÍLOGO Encontraron el cadáver, impecablemente vestido, acomodado sobre un elegante sillón Chesterfield, que, imitando el cuero viejo, casaba a la

perfección con la adusta decoración de la estancia. La lúgubre escena era importunada por un tenue rayo de luz, que, burlando las lamas superiores de la persiana, atravesaba el gran ventanal, jugueteando en su camino con unas traviesas motas de polvo y acariciando, en su consumación, la tez pálida del cuerpo sedente. Acompasando tal baile, un tenue tictac aliviaba el silencio. Unas gafas de metal, de apariencia ligera, apuntaban, inclinadas, hacia las manos del personaje exánime, quien, en su postrer aliento, apoyaba un pesado libro sobre el regazo. Sus hojas componían un macabro lienzo, siendo la sangre salpicada la tinta que dibujaba caprichosas formas. Impelido por un presentimiento, uno de los agentes enfocó con su linterna el lomo de la obra; el título rezaba: Manual avanzado de explosivos: implantación en organismos vivos. El tictac cesó.

550. HARIDIAN DÍAZ – ¿SECUESTRO? Cuando pasé por delante de la casa de mi vecino Gregorio y vi la puerta entreabierta, supe que algo malo había ocurrido; él es demasiado precavido y jamás la hubiera dejado así. Me acerqué y lo llamé a gritos, no hubo respuesta. Lo encontré tirado en la alfombra blanca, ahora roja por la sangre, muerto. Tenía los ojos abiertos como platos, el miedo se reflejaba en su cara. Cuando intenté telefonear a la policía, no dio señal. Busqué a su perro, pero no apareció. Subí rápidamente para comprobar que su hijo Sergio, de dos años, estaba bien, pero... No estaba, ni había rastro en la casa de que hubiese vivido antes un niño. Sus muebles, accesorios, juguetes y ropa no estaban. Ahora que lo recuerdo, nunca vi personalmente a su hijo. ¿Realmente existió alguna vez? ¿Se lo había inventado? ¿Lo habían secuestrado? El único crimen que había ocurrido en esa casa, del que estoy seguro, fue la muerte de mi vecino Gregorio.

551. HÉCTOR NAVARRO DE JUAN – ELEMENTAL, MI QUERIDO WATSON Eric deambulaba mientras el humo del cigarro ascendía hacia el cielo. Sobre el pavimento descansaba el cadáver de aquella mujer; el cuchillo con las iniciales del restaurante de la esquina aún continuaba clavado en su estómago. —Ha sido el chef del restaurante —dijo Martínez. Al oír esto, Eric salió de sus pensamientos; con paso rápido se colocó enfrente de su compañero y con voz pausada dijo: —¿En serio? ¿Asesinarías a alguien con un arma a la que solo tú tienes acceso? De repente, rompió a llover, y el suelo empezó a teñirse de negro. Eric miró un poco más de cerca y vio unas letras negras que se emborronaban con la lluvia; tras esto, el detective Eric Stone abrió los ojos como platos y exclamó: —Elemental, mi querido Watson. Solo había una persona capaz de saber que esta señorita haría aquí hoy sus servicios y podría matarla; ella misma.

552. HÉCTOR LC – XII Tumbada en esa postura, tras el cordón policial no parecía la misma. Tal vez también tuviese algo que ver la cantidad de sangre que la rodeaba. —Por muchos años que te dediques a esto, no acabas de acostumbrarte. —¡No, no se veía con nadie! No tenía tiempo con los exámenes, siempre estaba estudiando... Es complicado tomar notas cuando la gente está tan alterada. Y su mejor amiga y compañera de estudios en la facultad de Medicina lo estaba; quién podría culparla. —Resolver esto va a ser más difícil que tirarse a una sirena —soltó el inspector jefe. Menudo payaso. Podría tenerlo delante y no vería una mierda. Mientras me marcho de la escena, miro mi última conversación en el móvil. —Ahora no tengo mucho tiempo; ¿por qué no seguimos hablando un poco más por aquí? Aquí solo puedo usar mi dialéctica, con lo que quedas a mi completa merced, porque digo yo que tú serás más de anatomía... —Ja, ja, bueno, venga, una caña rápida igual sí. Otra merced doblegada, otra escena con crimen.

553. HEIDI GARCIGA – DULCE MUERTE Siempre pensé en la forma en que mis ojos se alejaran de la luz por completo, pero nunca así. El amor me acariciaba, lentamente. Sus ojos azules me penetraban sin miedo, con alegría. La vi, por última vez, pero nunca pude decirle la verdad. Todo lo había hecho en vano. Sus marcan en el cuerpo perdurarían, al igual que su recuerdo; yo me encargaría de eso.

554. HELENA GONZÁLEZ ROLLÓN – HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE El cuerpo se encontraba descansando sobre el suelo de la habitación. La sangre bañaba toda la moqueta, convirtiéndola de blanco a rojo. La inspectora observaba a la víctima y cualquier detalle que pudiese mostrar. En la esquina del salón, frente a la ventana, un hombre de mediana edad, con la mirada perdida a la par que cristalina, sujetaba en sus manos ensangrentadas un objeto al que no dejaba quieto. —¿Quién es usted? —preguntó la inspectora. El hombre, sin responder, miró al frente, suspiró y giró, cediéndole un anillo a la inspectora; en el momento en el que las primeras lágrimas caían por sus mejillas, saltó por la ventana. La inspectora, sin poder hacer nada, miró el anillo: Daniel y Sonia. Aquel hombre, aquella noche, había dejado en aquella habitación las dos cosas que más le importaban: su vida y a su mujer.

555. HELENA RUBIO – LA CARTA

No era un fantasma quien surgió entre la niebla, aunque sí lo parecía con su caminar lento, las manos en los bolsillos de la gabardina y el sombrero gris de medio lado. El jefe de policía Álvarez se dirigía a casa mientras pensaba en el caso que acababa de resolver: el asesinato de Ángel Alcatraz y la carta enviada por el homicida. Recordó el texto: «Aquel día llegué temprano a la oficina para adelantar trabajo. Oí voces en el despacho del director. Cuando se hizo el silencio, vi cruzar a su secretaria con los ojos llenos de lágrimas. No sé el motivo, y después de tiempo sufriendo sus voces, decidí ponerle fin a esta situación. Todos sabíamos que le gustaba comer frutos secos. Coloqué unas semillas de ricino entre ellos, y el resto ya es conocido por usted. No me arrepiento de lo hecho, simplemente espero a que me encuentre y me detenga para relatarle detenidamente todo lo sucedió; hasta entonces... P. Carrera».

556. HELENA TRESPALACIOS CANTOS – NOVATA Mi nombre es Fernanda Rodríguez y esta mañana me sentí la policía más afortunada del mundo. Trabajar a las órdenes de la capitana Kathy, en la comisaría 12, una leyenda entre los polis de Nueva York, es todo un honor... Pero soy una novata. Eso me empujaba a ser valiente. Y la valentía te hace imprudente, y la imprudencia te puede hacer temeraria. Y allí estaba yo. En un olvidado almacén, arrinconada entre una pared de ladrillo y hormigón, y otra, enfrente de mí, de músculo y furia. Que su cocina de metanfetaminas se hubiera incendiado no ayudaba a mejorar nuestra reciente, pero intensa relación. Dos metros de afroamericano que sabían contar: «Tu Glock 37 es de diez balas, poli, y van diez disparos...». Sonreía mientras se acercaba..., y yo también. Porque soy novata y esta mañana cogí por nostalgia la Trejo de mi padre, la que usaba cuando era poli en Ciudad de México. Con su cargador de once balas...

557. HERIBERT HERMANO FORNOS – LA INTRIGA EN EL CAFÉ Aquella mañana me levanté entusiasmando, así que no desayuné, me vestí y, sin pensarlo dos veces, me fui a la calle a ver qué me deparaba el destino. Llegué a la cafetería, pero estaba cerrada; qué extraño, Tarsi nunca cerraba por la mañana, siempre decía que era cuando más dinero ganaba. Oí un chirrido estremecedor en el callejón de detrás del bar, me acerqué y pude observar que un líquido rojo salía de la puerta trasera; nunca la cerraba, era un despistado. La luz estaba apagada y las persianas bajadas. Cuando ya me adentré en la cocina, la puerta se cerró de golpe y se oyó un sonido de platos rotos. Pensé que eran unos ladrones que entraron a robar en el bar y Tarsi los sorprendió y lo mataron. De repente, se abrió la luz y todos exclamaron: «¡Sorpresa!». Era mi fiesta de cumpleaños. Aquella mañana casi muero yo del susto que me dieron.

558. HERNÁN ELVIRA – SIN TÍTULO —Esto es un robo que se ha torcido, jefe —aventuró Romerales. El inspector Carrere giró su rostro de cemento gris hacia el cadáver mofletudo, con americana de pata de gallo y la billetera vacía sobre el regazo, tendido en los servicios del bar Soriano, especialidad en champis a la plancha. —Nos iremos donde tú quieras, mi vida —suplica el hombre. Ella luce vestido escotado y maquillaje de barra americana. Cabello fosco en un moño Madame Butterfly apuntalado por dos finas agujas con remate de perlas cultivadas. —¡Anda, un ventajista! —chilló Romerales al descubrirle un naipe en la bocamanga—. Habrá desplumado al primo equivocado. Carrere, mientras, perseguía rastros de carmín por el cuello atocinado del difunto. —Con esto podemos empezar de nuevo... —insiste. Ella lo mira sin ver. —Menudo primo... —murmuró Carrere. Sus ojos KGB repasaban los picotazos ensangrentados por donde aparecía perforada, de parte a parte, la papada del jugador.

559. HORTENSIA MÁRQUEZ CHAPA – COMA Me preguntaba cuánto tiempo me tendrían allí tumbada. Miré al policía que parecía llevar el caso, y cuando fui a hablar, comprobé que no salía voz de mi boca, y que mis labios no se movían. El teniente Rojo le decía a su compañera, Ana Pérez, que parecía un robo que salió mal. «Nooo», grité en mi cabeza, que no, nadie me había robado, el bolso se quedó en la barra del bar Los Últimos, y no fue más que un simple tropezón, y mi cabeza fue a parar contra el bordillo; intenté levantarme y me volví a caer, con lo que me di un segundo golpe en el cráneo con el asfalto. Ellos seguían buscando un culpable, y el único culpable fueron unas copas de más y mi torpeza. Pero en aquel momento, oí al médico decir que estaba en coma, y que tendrían que buscar al culpable sin mi ayuda.

560. IBON MORAZA GARCÍA – EL IRÓNICO JUEGO DE LA SOSPECHA —Fue la señorita Amapola con el candelabro en la cocina —dijo el detective Rogers. —¿Perdona? —repuso el detective John Kendall—. Esto es un escenario del crimen real, Matt, no ese estúpido y viejo juego al que te encantaba jugar en la academia. —Lo siento, John, pero esta mansión, los invitados a la cena, el fiambre de la cocina y el candelabro ensangrentado...; si hubiese un mayordomo, créeme que sería mi primera opción. —El fiambre es el mayordomo —respondió John—, y todos los sospechosos afirman haber estado juntos en el comedor desde que la víctima

salió de la estancia para ir a buscar los postres, hasta que descubrieron su cadáver en la cocina junto al candelabro ensangrentado. Y teniendo en cuenta que el golpe lo tiene en la parte anterior de la cabeza... —¡El asesino es el mayordomo! —dijo entusiasmado Matt, fijando su atención en una profunda marca en el techo que parecía encajar con la forma del candelabro. —Desconozco si era un mal mayordomo, pero era un pésimo malabarista.

561. IDAIRA HERNÁNDEZ ACOSTA – LA NIÑA QUE DEJÓ DE AMAR De niños, todos pensamos que los adultos siempre hacen lo correcto, lo mejor para nosotros. Eso mismo pensaba Laura, como la mayoría de los niños. Si lo hubiera sabido antes, si alguien se lo hubiera dicho. Pero a sus nueve años, con el cuerpo sudoroso de su padre sobre ella, se le vino el mundo abajo. Ahora, diez años después, se miraba al espejo. Su expresión sombría no había cambiado desde ese día. Se frotó las manos con la esponja impregnada en lejía una y otra vez, hasta que sus manos sangraron. Solía hacerlo a menudo, con todo su cuerpo. Pero esta vez era especial. Sus manos estaban más sucias que nunca. Despegó la mirada del espejo y dejó las manos bajo el chorro de agua mientras observaba como la sangre se desprendía de ellas. Ahora solo era su sangre. Cogió el cuchillo e hizo lo mismo con él. Pensó que debería sentir tristeza o angustia, pero en su lugar sintió un enorme alivio. Por fin, su padre había pagado por lo que le había hecho.

562. IGNACIO GANDIA VENTURA – RITUAL DE MUERTE Le gustaba realizar aquel ritual con música clásica de fondo. Recogió de su maletín la macheta todavía manchada por la sangre del último que había pasado por su mesa y comenzó a cortar miembros. A pesar de que llevaba a cabo aquel trabajo dos veces por semana, no se acostumbraba al placer que le producía el paso del filo del cuchillo a través de la carne fría. Sabía que, tras unas pocas horas despedazando el cadáver, podría disfrutar del sabor de su carne. Tras sacarle las vísceras y depositarlas en un cuenco metálico, pasó a seccionar la cabeza. Pensaba que aquella parte del cuerpo no había servido de mucho en vida a sus dueños; si no, ¿cómo acababan sobre su mesa? Finalmente, cortó la cabeza de un golpe seco y la colocó sobre una mesa contigua con los ojos apuntando al techo mientras Mozart inundaba la estancia con su preciado Réquiem en re menor. Justo cuando el carnicero consiguió tener la canal del cerdo limpia, la hoja del cuchillo del asesino atravesó su pecho.

563. IGNACIO SÁNCHEZ SECADURAS – CIENTO CINCUENTA MINUTOS

Sabía que le quedaban menos de tres horas para resolver el caso. Exactamente, ciento cincuenta minutos. Y Dany andaba a ciegas, sin ninguna pista por la que seguir su investigación. Fue entonces cuando recibió la llamada que cambiaría el rumbo de la historia. De su historia. Alguien al otro lado del teléfono, con una voz rota y desgarrada, le recordaba lo sucedido aquella noche. El reloj corría en su contra; el tiempo se le acababa. Y al terminar de escuchar esa misteriosa voz, la luz vino sobre sus pensamientos. La manera en como había llegado a esa situación era secundaria. Lo único importante era encontrar el motivo por el que su mujer se hallaba encaramada en lo alto del puente con un cinturón lleno de dinamita. Y fue justo al dejar el móvil, cuando desde su despacho escuchó un gran estruendo que hizo temblar los cristales de la habitación.

564. IMANOL CASQUEIRO SÁNCHEZ – AULA FRÍA Claire despertó sobresaltada. Su cabeza parecía estallarle, y su visión era borrosa. Miró a su alrededor y todo su cuerpo se estremeció. Estaba en su aula, pero los pupitres estaban vacíos. Sus alumnos, tirados sobre el suelo de granito, no se movían. Se acercó a ellos, arrastrándose. Sus cuerpos, lívidos y fríos, yacían sin vida. Intento ponerse de pie, pero sus piernas no querían responderle, estaba completamente bloqueada. Después de varios intentos, se levantó y se acercó a la puerta. Estaba cerrada. Intentó forzarla, pero no lo consiguió. No tenía fuerzas. Fuera se oían voces. Había alguien que les podría ayudar a salir o igual eran los que los habían confinado a ese extraño mausoleo. Se acercaban. Ya no se oía nada. Silencio. De repente, un tremendo ruido echó abajo la puerta. Claire salió disparada. Al caer, notó un dolor agudo en su nuca y sintió como el frío se adueñaba de ella. El silencio volvió.

565. INA MOLINA PÉREZ – LA OTRA JUSTICIA Su conducta modélica en la cárcel, tratamiento psicológico voluntario para violadores, y las tres cuartas partes de su condena cumplida le habían facilitado un permiso penitenciario. Años atrás había forzado y estrangulado a aquella chiquilla pelirroja de apenas once años. Esta vez le habían cogido. Cuando abrió el buzón de su casa, encontró publicidad y una revista porno, de las que era habitual consumidor. Entró con su particular sonrisa torcida y se dejó caer en el sillón, dispuesto a disfrutarla. Antes de llegar al final, sintió náuseas y empezaron los incontrolables espasmos. Un espumarajo llenó su boca; luego, perdió el conocimiento, y horas más tarde, su corazón se detuvo para siempre. Ella había comprado la revista en un estanco lejos de su barrio. Su rojizo cabello cubierto por una peluca negra. Durante el juicio, había observado como el asesino de su hija se mojaba el dedo para pasar las hojas.

566. INÉS DE LA PUENTE SANTOS – UN ÚLTIMO ENSAYO

Un nuevo día, un nuevo caso para la inspectora Noa Lyford. Esta vez, la víctima es un actor de Broadway, John Pake, que ingirió amoniaco de una copa, ensayando la escena de la muerte de Romeo. Noa sospechaba de tres posibles asesinos: el director Tom Kurt, que había amenazado varias veces al difunto; el señor de la limpieza, Louis Craig, con acceso a productos con altos niveles de amoniaco; y Mary Raid, coprotagonista. Y en efecto, fue ella. Mary sentía como su fama iba cayendo después de tantos años siendo la mejor, y la de su compañero, subía. Eso, en palabras de la asesina, «la ponía enferma». He ahí el motivo. Pero ¿cómo lo hizo sin ser vista? La solución se presentó sola cuando vio los productos de limpieza abandonados por su dueño. De este modo, minutos antes del ensayo, Mary introdujo el brebaje sin percatarse de que una gota caía en su vestido, dejando una mancha, una prueba y una cadena perpetua.

567. INMA ARRIAGA ARCE – EL ANCIANO Las continuas muertes imaginarias del anciano, debido a su hipocondría, no cesaban. La presencia de una de las hijas, que ya se ocupaba de todos sus asuntos, era requerida siempre. Los demás habían huido. Una tarde, mientras la cuidadora estaba en los recados, el anciano apareció muerto. Al parecer, un golpe en la cabeza que podría haber sido producido por una caída, era el motivo. La puerta no había sido forzada. No había indicios de robo y la familia parecía no tener interés por la herencia. Pero ¿dónde y contra qué se golpeó el fallecido? Cuando la policía fue a detener a esa abnegada hija, a quien acusaron del crimen, esta espetó: «Por fin podré descansar y ser cuidada por alguien, aunque sea en la enfermería de la cárcel». Ella tenía cáncer; todos lo sabían, y a nadie parecía importarle.

568. INMA CARRASCO LEÓN – MI OSCURIDAD No encontraba ninguna salida. No sabía qué dirección seguir y no tenía claro qué debía hacer. Todo estaba oscuro. Lo único que se me ocurría era correr y rezar a cualquier Dios que me estuviera escuchando. Los ruidos cada vez estaban más cerca. Ahora que había conseguido salir de ese cuarto oscuro no podía rendirme. Solo tenía dos opciones: seguir huyendo o luchar. Mi padre me había enseñado a defenderme, y la ira iba creciendo dentro de mí. ¿Por qué me tenían aprisionada? Me llené de valentía, me giré y me enfrente a ese «algo» que me perseguía con un enorme grito. Abrí los ojos y la oscuridad se desvaneció. Sabía que lo había conseguido. Fui fuerte y vencí a mis miedos. Ahora era libre de temores y nada podría conmigo. Mi mente estaba tranquila; esta vez había vencido yo.

569. INMA HONRUBIA BORJA – MANO DERECHA Los asesinatos continuaban, y yo ya no sabía qué hacer ni por dónde

seguir investigando. En ese momento, tocaron al timbre de mi casa, me tapé el pijama con una bata y me acerqué a la puerta. Observé por la mirilla que lo único que había en el suelo del pasillo era una cajita. La abrí y dentro encontré un libro: el título era Búscame; no me sonaba de nada, pero al abrir la primera página cayó al suelo una foto, era un montaje de fotos de todos los asesinatos cometidos por «Mano derecha», así llamado porque siempre cortaba un dedo de la mano derecha a sus víctimas. Esa noche leí el libro completo y apunté todo lo que me parecieron pistas en un folio. Cuando lo acabé, me di cuenta de que las pistas me conducían a una dirección concreta. Me dirigí sin pensarlo dos veces. Allí lo encontré esperándome; yo, con la pistola en alto, y él, con el cuchillo con el que supuse que cortaba los dedos a sus víctimas. Los dedos estaban en la pared escribiendo mi nombre

570. INMA PIÑA HEDRERA – SIN TÍTULO El sabor a óxido de la sangre de mi boca me produce arcadas. Las ataduras de las manos me duelen, las de los pies me duelen. Pero quizá lo que más me duela sea el gran tajo que recorre mi cara de una esquina a otra. No puedo decir que me sorprenda. Sus delirios cada vez iban a más. Su medicación ya no hacía efecto, y yo fui demasiado estúpido o demasiado confiado. Ahora sé que el amor no es suficiente cuando al cuerpo lo gobierna una mente trastornada. La veo acercarse con ese gran cuchillo en la mano y comprendo que ya no hay nada que hacer. A pesar de todo, me sonríe. No puedo culparla. Lo mejor será irme sin rencor. Ella me dio la vida y ella me la va a quitar. Sonrío. Te perdono, mamá.

571. INMACULADA POLO VARGAS DE MACHUCA – LOS TACONES ROJOS Acompañado solo por mis pensamientos, me sorprendió el amanecer deambulando por el muelle del río, cuando, de repente, a lo lejos, vi sobre el suelo unas piernas de mujer terminadas en afilados tacones rojos que me sacaron bruscamente de mis cavilaciones. Comencé a acercarme con sigilo, miedo y curiosidad al mismo tiempo. Mientras llegaba, me rondaban posibles historias de un crimen sangriento. ¿Atraco, violación, venganza, celos...? Saqué el Sherlock Holmes que hay en mí y puse en funcionamiento mi cerebro detectivesco a su servicio. Mil preguntas se agolpaban ante mis ojos, dilatados por una creciente expectación. ¿Quién sería ella...? ¿Por qué...? ¿Cómo...? ¿Quién...? ¿Seguiría viva...? Cuando llegué a aquel oscuro rincón, gruesas gotas de sudor perlaban mi frente, a pesar del frío reinante, y con un temblor senil en mis manos levanté los cartones que cubrían el cuerpo de la infeliz... ¡Me quedé boquiabierto! Sonreí... Solo era un maniquí.

572. IÑAKY AION – LA MUERTE EN LOS HUESOS

Coulder irrumpió sin contemplaciones en la sala de autopsias. El forense, inclinado sobre su último cadáver del día, apenas levantó una ceja, reconociéndolo inmediatamente por su entrada y sus pasos. —¿Ya tiene algo para mí? El forense no se amilanó por el tono. Conocía a Coulder desde hacía tiempo y sabía que se debía a su desconcierto. Y no era para menos. La víctima tenía seis disparos en el pecho a bocajarro, como se veía por las quemaduras en los amplios orificios de entrada, pero no había orificios de salida y no habían encontrado ninguna bala en el interior, ni siquiera fragmentos. —Nada —y añadió inmediatamente—: pero al escanear el cuerpo, me pareció ver unas astillas de hueso en las trayectorias. —¿Y qué tienen de raro? —Míralas, ahí mismo las tienes. Evidentemente, no eran astillas corrientes. Las balas no habían tropezado con ningún hueso y no los podrían haber astillado. ¡Y su forma! Ahusadas, como... ¡balas! —¿Me estás diciendo que esas son las balas? —Sin duda.

573. ÍÑIGO BUENO – CELOS Y DESAMOR Juan Díaz es un inspector de la Policía, que llegó de Marbella a Madrid. Para investigar la muerte de un escritor multimillonario llamado Enrique, que había sido asesinado en su casa. Juan a la mañana siguiente fue a casa del escritor para interrogar a su personal: el cocinero Marcos, el mayordomo Jacobo y Ana, su mujer, eran los únicos que estaban en la casa en aquel momento. Marcos confesó que Jacobo estaba hasta las narices de Enrique, porque le hacía muchas faenas, y Jacobo juró matarlo. Jacobo confesó que él tenía razones, pero no le mató porque se estaba acostando con la mujer de Enrique en aquel momento. Tras varios días investigando la muerte de Enrique, Juan llegó a la conclusión de que no se había dado cuenta de algo muy importante. Enrique se enteró de que Jacobo se estaba acostando con su mujer y se pelearon, Jacobo asesinó a Enrique por Ana para llevarse toda la fortuna e irse a vivir juntos. El plan les salió mal y acabaron en la cárcel.

574. ÍÑIGO MORONDO QUINTANO – SIN TÍTULO El agente Rolando Cruz tenía mal día. Era el tercero desde la nefasta decisión de dejar de fumar. Al entrar a la comisaría, cruzó su mirada con la de una preciosa joven que esperaba a ser atendida en recepción. Soñó que habían asaltado su casa y matado a su novio. Soñó que él resolvía el caso porque encontraba en la escena unas colillas en las que nadie reparó. Soñó que ella le abrazaba para darle las gracias, pero él, profesional, guardaba las distancias. Soñó que ella regresaba a buscarlo a la comisaría unos días después para pedirle una cita. Soñó que salían y que se casaban. Soñó que viajaban por

medio mundo y soñó que, saturados de adrenalina, iniciaban una vida más reposada, reconfortada por cuatro hijos. Se puso el uniforme y regresó a la recepción. La chica seguía allí. El destino lo había querido así. La investigaría, descubriría dónde vivía y esa misma noche le contaría su sueño. Y si no lo compartía, la mataría, como a las demás.

575. IRATXE GIL ALONSO – LOS MUERTOS JUEGAN A LA VIDA —Tienes que dibujar con la tiza alrededor del cuerpo, con cuidado, sin salirte; si no, no parecerá un muerto. Ahora tienes que buscar la sangre. Mira, en esa pared hay unas gotas. ¡Oh! Allí hay una huella. Corre. Pon tu pie al lado. Es muy grande. Tuvo que ser un hombre. Tenemos que poner números al lado de las pruebas. Aquí. Aquí también. ¿Eso es un pelo? Puede ser del asesino. El muerto es rubio y este es negro. Cógelo con las pinzas y guárdalo para que lo analicen. Apúntalo todo en la libreta. Saca fotos de cualquier cosa que veas. Agente, dejen pasar a los de huellas. ¿De qué crees que ha muerto? Ponte a su lado y piensa mucho, míralo fijamente, arruga la frente y de repente se te ocurrirá. ¡Eh, eh, no puedes moverte, estás muerto! —¡Venga, chicos, ahora me toca a mí hacer de Castle!

576. IRENE ANGULO – SEDA VERDE Una respiración entrecortada se intercalaba con el sonido frenético y desesperado de unos tacones. El callejón se iluminaba intermitentemente por las luces de los coches, dejando ver la silueta que se alejaba precipitadamente de él. No tenía prisa, no llegaría lejos. Un mal paso y trastabilló. Su tobillo se torció acompañado de un crujido y de un golpe seco cuando cayó al suelo. Leves gemidos de dolor. El pañuelo de seda onduló en el aire con un vuelo elegante. El color verde envolvió el delicado cuello de la chica y lo abrazó. Lo abrazó con fuerza, como tantas otras veces había ocurrido. Notó el último halo de vida que se escapaba con un definitivo intento de conseguir una pequeña bocanada de aire. Las manos de uñas color carmín dejaron de agarrarlo. Se levantó dejando a su compañera de juego bañada por la suavidad verde. Había sido una de las mejores.

577. IRENE FDEZ–PEDRERA SANTOS – SIN TÍTULO Otra vez escuchando estupideces, bromas sexuales o fanfarronadas de sus conquistas. Maldita suerte soportar a este jefe. Pero no sabe mis intenciones, llevo meses rondando la idea, se acabó, lo haré. Tras semanas buscando los medicamentos para sofocar el deseo sexual, ya están inyectados en su botella de agua. Qué risa en unos días... Eso pensé hasta la primera convulsión. Cayó de la silla y se golpeó la cabeza: la sangre brotaba, se contorsionaba, sus pupilas se dilataban y el sudor bañaba su ropa. Alguien intentó sujetarle hasta que la espuma sanguinolenta comenzó a surgir de las comisuras de sus

labios. Un último espasmo y estaba muerto. Cogí la botella y la guardé, vi suficientes series policiacas como para saber que encontrarían el agujero de la jeringa. Lo extraño es que no sentí pena, ni miedo, ni siquiera repulsión; en cambio, un insólito placer me recorrió, más intenso al sexual. Mi pesadilla se acabó, me sentí liberada, eufórica. Esto podría ser solo el principio...

578. IRENE HERNÁNDEZ BORRÀS – SIN TÍTULO Nieve. Frío. París ha amanecido bajo un telón de hielo, y la ciudad parece más triste que nunca, al igual que ella. Su pelo, alienado, se agita frente a su rostro y muestra, a destellos, unos ojos pardos que desbordan confusión. Desesperada, alarga sus brazos en mi búsqueda, a la vez que un aliento gris emana de sus labios, probablemente por última vez. Bajo la mirada y observo cómo su vestido baila con el viento, que la envuelve enfurecido a medida que se precipita. La vida se mueve por impulsos, y cada uno decide cuál desea seguir. Sin embargo, esta vez soy yo quien decido el suyo. Y es con un impulso como termino su camino. En su fin se hace diminuta, como sus gritos, hasta que desaparece entre algodones. Hoy, en la ville lumière, se ha apagado una luz.

579. IRENE MÁRQUEZ – EL RETO No cerréis los ojos, puede ser muy peligroso. Tenéis que estar bien atentos a lo que pueda ocurrir esta noche. ¡Tic, tac! El asesino de los sueños. ¡Tic, tac! Llegará con sus tinieblas a vuestra profundidad. ¡Tic, tac! Todos están durmiendo. ¡Tic, tac! La ciudad viste de rojo. ¡Tic, tac! La policía nunca le atrapará; al menos, mientras estén despiertos.

580. IRENE MARTÍNEZ VELA – PERSECUCIÓN Respiraba agitadamente y avanzaba lo más rápido que sus piernas le permitían. La gente interfería en su carrera, dificultando su persecución. Él iba por delante de ella, demasiado alejado para su gusto. Obligó a sus piernas a ir más rápido, intentando acercarse a él. Giró a la derecha y entró en una calle vacía. Él se encontraba a punto de salir de la calle, pero esta vez no se le iba a escapar. Apuntó con el arma en su dirección y gritó con fuerza: —¡Policía! ¡Quédese donde está y levante las manos! Pero no hizo caso. Levantó su arma y apuntó. Sonrió con malicia y susurró algo tan bajito y rápido que no lo pudo entender. Su dedo se dirigió al gatillo y lo apretó. Sonaron dos disparos, y el sujeto sonrió con gracia. Aunque, como suelen decir, quien ríe último, ríe mejor. Su cuerpo cayó al suelo y en su cara se notaba la sorpresa. Se acercó al cuerpo, alejó el arma y sonrió. Aunque una solitaria lágrima se le escapó de sus ojos castaños. El hombre que estaba a sus pies era su padre...

581. IRENE PAZ GONZÁLEZ – PSICO Abrió la vieja puerta y allí estaba ella, al fin, pero no de la manera que él deseaba haberla encontrado... En sus años como inspector, nunca se había topado con nada igual. Tanta incertidumbre, tantas horas buscando incansablemente a la tercera víctima de este macabro asesino (apodado posteriormente como psico), a través de las pistas que este iba dejando. Luchando, incluso en varios momentos, el inspector Rivas consigo mismo para no abandonar la fe y darla por desaparecida, y todo ello para acabar en este desenlace trágico. Ella estaba muerta desde el principio, la joven Amanda era la tercera de una lista que, por desgracia, estaba todavía sin acabar.

582. IRENE PEREA ROMERO – ANOCHE ¡Ring, ring! Abro los ojos y, a pesar de la penumbra, me doy cuenta de que estoy en mi cama, en mi cuarto. «¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué pasó anoche?», son las únicas preguntas que pasan por mi mente. Miro a mi alrededor y todo parece estar igual que siempre, pero a la vez hay algo diferente, flota en el ambiente una pesadez extraña. Suena un goteo lejano e intermitente. Pongo la radio como cada mañana. Me levanto descalzo y voy hacia el baño a oscuras. Escucho que hoy ha ocurrido algo, ha desaparecido alguien. Es la chica de la cafetería que todos los días me saludaba y me sonreía. Una pena, me caía bien. Justo antes de llegar a la bañera, piso algo húmedo y pegajoso. «Qué raro, ¿me dejé ayer el grifo abierto?». Enciendo la luz y lo veo todo rojo. Sigo el recorrido de la sangre y allí está ella, sin vida, mirándome con los ojos vidriosos y vacíos... No puedo apartar la vista de su cadáver mientras me pregunto: «¿Qué paso anoche?».

583. IRENE ROMÁN ARTIAGA – EL TENEBRISTA La oscuridad de la noche devoraba la ya fría piel del cuerpo sin vida de una joven sin nombre, tan hermosa como la libertad de la que una vez gozó. Ahora, su nombre desaparece y abraza el olvido; el olvido de todo ser que tiempo atrás contempló su rostro y conoció su historia. Pero no pasará inadvertida; pronto los curiosos llegarán y se harán preguntas, pistas inexistentes serán rastreadas entre la niebla hasta que la agonía y la frustración devasten sus esperanzas, como siempre ha sucedido en nuestra vieja capital. Ella permanecerá solo para mí, lo hará siempre en la obra maestra que esta noche, la más oscura, terminó. Donde con pinceles dejó plasmado lo efímero de su inocencia y el amor que siempre le profesé desde el momento en que advertí su onírica mirada por primera vez, de una forma que el mundo consideraría macabra, en la que nadie más apreciaría su auténtica belleza.

584. IRENE SÁNCHEZ – SUJETO C45TL3 Son muchas las cosas que se pueden hacer con unas tijeras, pegamento

líquido y canela. ¡Qué tiempos aquellos en los que matar era un oficio digno y bien considerado por algunos! Algunas historias os fascinarían... Era una noche oscura y fría —lo sé, típica de novela— cuando sabía que se me presentaba por delante la misión de matar a los guardaespaldas del sujeto C45tl3 y torturarlo hasta conseguir la información confidencial deseada. Estaba en el lugar exacto, faltaban treinta segundos para entrar en el baño desde el conducto de ventilación cuando oí un ruido delante de mí. Entonces, la plataforma se rompió, y caí encima de uno de los vigilantes, dejándonos aturdidos, pero pude reaccionar a tiempo. Eliminé a los objetivos, pero no estaba el sujeto. Miré al techo, justo en el agujero del que había caído: se podían ver unos rasgos femeninos apuntándome con un arma.

585. IRIA BARRERA FERROL – SIN TÍTULO Una mañana de invierno, la cala más remota de la ciudad amaneció abarrotada, llena de curiosos, periodistas y policías. En la roca más alta, se advertía una figura colocada encima de una especie de mástil. ¿Quién podría despedazar un cuerpo humano y clavarlo entre palos de aquella manera, como si se tratase de un espantapájaros? El detective Aguirre se acercó al cuerpo y, tras repasarlo detenidamente, encontró entre su pelo una diminuta partícula de color amarillo; su experiencia le indicaba que se trataba de fibras de moqueta, y su intuición le decía que sería fácil encontrar su procedencia... No todo el mundo querría tener una moqueta de aquel amarillo tan vistoso, y él conocía a alguien lo suficientemente extravagante para tenerla y lo bastante desequilibrado para cometer aquella aberración, y esa persona se encontraba entre los espectadores en aquel momento.

586. IRIS CRENDE FERNÁNDEZ – SIN DESCANSO Luna nueva. Mi coche ha muerto definitivamente. Camino sin rumbo, y la oscuridad me absorbe como arenas movedizas. Me detengo, alerta; se oyen gritos, agudos, desesperados, entrecortados, que se debilitan poco a poco. Silencio. Un hombre surge de la maleza, su ropa oscura casi oculta la sangre que la impregna. Su cara: dos ojos sin expresión, fríos como el hielo. Ni el calor de la vida que se lleva pudo hacerlos renacer, ni el cálido sentir de su carne, ni su último suspiro pudo satisfacerle. Se dirige hacia su coche, pero antes se desviste, mete la ropa en una bolsa y limpia los últimos restos de la presa. Se marcha, como ignorando el suceso atroz. Su vida no se para, sigue. Y entre la hojarasca, yace un cuerpo: muerto, pálido, semienterrado; envuelto en un bucle temporal, donde el miedo, la desesperación y el horror se repiten sin descanso.

587. IRIS GARCÍA CANSECO – PRÓXIMO ASESINATO A LAS TRES Eran las diez al llegar a casa tras otro duro día en la comisaría. Un nuevo

caso del asesino al que los medios llamaban Conejo blanco, por el reloj de bolsillo con la hora atrasada que hallábamos en la escena del crimen. En él marcaba la hora de la muerte, y la policía siempre llegaba una hora después. Siempre tarde. En esta ocasión, todas las paredes de la habitación estaban cubiertas de sangre, y el cuerpo apenas era reconocible. Nunca el mismo modus operandi y nunca el mismo tipo de víctima. Aquellos relojes parecían ser la única pista que unía los casos. Me quité los zapatos y la ropa y me puse algo más cómodo tras una ducha solitaria y reconfortante; una copa de vino escuchando mi canción favorita aliviaría las tensiones del día. Miré la hora en aquel viejo reloj; todavía eran las doce. Lo ajusté, salí de casa y me dispuse a encontrar mi siguiente objetivo. Tenía tres horas de margen. Aún era temprano.

588. IRIS NÚÑEZ – PERDIDOS EN EL INFIERNO Es curioso cómo el oído se agudiza y los ojos se acostumbran rápidamente. Recordaba el olor de aquel desván como si fuera ayer. Los juguetes, desmayados, vencidos ante el paso del tiempo, parecían esperarme. No quería volver, no podía volver a sentir aquello, pero hoy era distinto. El falso valor que me daba el acero agarrotándose en mi mano y los años malvividos no eran suficientes. Me estalla el corazón. No es posible. Ahí estaba ella, en un rincón olvidado. Su larga melena tapaba un rostro inmaculado. ¿Puede ser realmente ella? En el momento en el que mi mano roza apenas el arma, ella desaparece. La música vuelve a mi cabeza; es imposible olvidar aquella cancioncita infantil. Estoy fuera, el aire se transforma en alivio. Subo en el coche y me aparto de aquel maldito lugar. Enciendo la radio y no puedo creer lo que oigo... Sí, era ella, la canción vuelve a sonar.

589. IRIS SIGÜENZA PRUJÀ – CALLEJONES OSCUROS Elisa lo miraba, con esos enormes ojos azules, sabiendo que aquel estúpido había caído igual que el resto de los anteriores. Ella amaba la noche, cada milímetro. Pequeños callejones oscuros, huecos imperceptibles en las paredes de ladrillo... Es cuando la ciudad duerme y cuando lo peor despierta en ella. Las sombras le ayudaban y no le faltaba nada de valor. Derek era ya el octavo. Los conocía en el mismo lugar, un simple cuchitril de bar donde todo hombre desearía con su mayor intensidad tener una mujer a su disposición y donde cualquier arma de mujer estaba al alcance. Así de fácil caía uno tras otro. Les cortaba las manos, provocando así su posterior muerte al desangrarse lentamente, y con ellas saciaba su sed de venganza hacia todo aquel que tocaba una mujer con la misma tentación con la que le miraba. Cada cadáver descansaba en un rincón de algún lugar que solo ella sabía. Mil asesinatos sin sentido para rematar mil crímenes perfectos que quizás no lo eran tanto. O tal vez sí.

590. IRMA PABÓN – ELA Y SUS AFECTOS El mayordomo de la casa Brosnan, en medio del caos mortuorio, recuerda que Ela, su hija y mano derecha, ha tenido el poder de derrocar los cimientos de esta casa y, aun así, prefirió la dilección a la avaricia. Su familia de sometimiento al final era su familia de sangre, y esto en la realidad revienta las raíces sociales

591. IRMINA MERINO VIDAL – EL ÚLTIMO CASO La inspectora Fernández sabía que su equipo no había sido lo suficientemente competente el verano del 95. Sin embargo, ahora ya no estaba tan segura. El caso había vuelto a abrirse hacía tan solo unos días y estaban muy cerca de encontrar al asesino. Veinte años después, descubrirían a quien había terminado con la vida del presidente del Gobierno y creado un crimen casi perfecto. Casi, si no fuera porque la inspectora Fernández no había contado con que habría formado tan excelentemente a su equipo antes de jubilarse que serían capaces de atraparla y meterla finalmente en la cárcel.

592. ISA GALVACHE LIMA – PERDIDO EN LAS SOMBRAS Sentí una gran opresión en el pecho, me costaba respirar. Solo deseaba no haber nacido, que la tierra me tragase. Percibía sombras acercándose y alejándose de mí, una voz me repetía una y otra vez: «Al fin se acabó tu agonía, lo has hecho bien, chico». A la vez, otra hacía de mí un monstruo: «Jamás volverás a sonreír, has jugado a ser Dios». Vuelve a sonar la primera voz. Se ríe, se ríe... ¿Por qué se ríe? Deseo fervientemente que pare ya. Hace un año me juré a mí mismo, Phillip Raid, que jamás volvería a desearle algo así a nadie. Pensé: «Solo por estar perdido no significa que esté perdiendo. Ahora me encuentro con la inspectora de policía más guapa del mundo y mi mayor confidente, mi psicólogo el señor William Fisher, por arrebatarle a otra persona lo más valioso que existe: la vida.

593. ISA LÓPEZ – SIN TÍTULO Otro día igual para Clara, abre los ojos y ve la penumbra de la habitación, había que levantarse para ir a trabajar, pero estaba tan bien en la cama... En fin, no queda otra. Se levanta, pone los pies en el suelo y siente frío... normal..., pero también mojado. «¿Se habrá meado el gato?», pensó. No le dio importancia y avanzó por el pasillo. Se dio cuenta de que se había dejado el móvil en la cama. Al volver, ve un rastro de huellas ensangrentadas. «¡Pero qué co...!», pensó. Ahí estaba, una pierna ensangrentada asomando por debajo de la cama. «No mires debajo, llama a la policía». Pero no llamó, no miró, solo cayó herida de muerte. —¿Por qué? Desde la penumbra, apareció una mano retirando el cuchillo de la

espalda de Clara y diciendo: —Atropellaste y mataste a mi hijo; te devuelvo el favor.

594. ISAAC ÁLVAREZ ÁLVAREZ – LA CRUZ —Se acabaron las sorpresas, John —digo, mientras palpo la cadena con forma de cruz que me regaló Amanda—. Eres nuestro. —¿Qué hora es, inspector? —Las doce y media. —Yo no estaría tan seguro. La puerta se abre, una brisa de aire caliente entra en la sala de interrogatorios, interrumpiendo la fría atmósfera reinante. —Inspector —dice el agente—. ¿Puede salir? Me indica que hay algo en recepción para mí. Cuando voy hacia allí, me cruzo con el agente Javier; me saluda con la cabeza. Al llegar a recepción, tengo la sensación de que algo va mal. Cojo el paquete y veo quién me lo envía. Es ese malnacido que me espera en la sala de interrogatorios. Y al abrirlo, siento que todo da vueltas y que mi vida cambiará para siempre. Corro hacia la sala mientras el contenido de la caja se desparrama por el suelo: una cadena con forma de cruz y el dedo con la alianza de Amanda.

595. ISAAC BOTELLA SERRA – CLIC Al principió aprendí que siempre hay un clic que precede al disparo. Algo que no sirve para nada, pero que es muy útil para quienes nos dedicamos a jugar a la ruleta rusa; por lo menos te da tiempo para decidir con qué pensamiento quieres morir. En dos minutos, recibiré la pistola de mi compañero, o lo que es mejor aún: me salpicará su sangre y eso querrá decir que he ganado una vez más. Cada partida me permite vivir un año y, al terminar cada una, me repito que es la última. Pero me encanta jugar. Un momento, aquí viene la sudorosa pistola. Hay un minuto donde dejan modificar apuestas, yo solo tengo que esperar apuntándome a la cabeza y ver la sonrisa asustada de los que se han salvado. Hay uno que hasta se meó encima antes de disparar. Espera, ¿eso ha sido un clic?

596. ISAAC PARRAS GARCÍA – LA NOCHE DE PESADILLA Era una noche de Halloween en la ciudad de Cleveland; el detective Robert y el compañero Dante vieron el primer caso de la noche en la calle trasera de un hospital abandonado. La víctima mostraba indicios de forcejeo en muñecas y marcas en el cuello de estrangulamiento. La forense, al llegar, nos dijo lo evidente, que no llevaba muerta mucho tiempo, sacó sangre de las uñas del cadáver, el asesino podría estar herido; la búsqueda de cualquier culpable por la zona era inútil, puesto que había muchas personas disfrazadas en Halloween. Caminamos hasta el coche cuando escuchamos un ruido en el

hospital abandonado; no tardamos en ir a investigar. Vimos el cristal roto y de fondo risas algo alocadas, entramos por él y fuimos hacia donde se escuchaban las risas: encontramos en un rincón a un hombre comiendo chocolatinas con una camisa de fuerza rota y un arañazo en la cara; fue detenido y llevado a un psiquiátrico.

597. ISABEL AYALA RODRÍGUEZ – FANTASMAS DEL PASADO Richard se paró en todos los espejos camino a la sala de conferencias. En uno se colocaba la corbata, en otro el pelo... hasta se le escapó una risita traviesa cuando Helena, su nueva superagente soltó su enésimo suspiro de exasperación. ¡Cómo disfrutaba sacando de quicio a esa mujer! En realidad, era una estupenda agente y le había organizado la gira de presentación por Europa, que, afortunadamente, llegaba a su fin. La sala de conferencias del St. Regis tenía vistas al Arno y a la preciosa Florencia, y Rick se prometió volver pronto con Kathy. En el salón abarrotado le esperaban los fans, la prensa y algunos representantes culturales, aunque entre la multitud pudo distinguir los ojos de la mujer que amaba, pero, no era ella, sino aquella que había marcado sus vidas, pensaba mientras miraba fijamente a su difunta suegra: Johanna Kathy.

598. ISABEL DA SILVA SOUSA – CRÓNICA Se halló en aquel lugar oscuro, reconfortantemente familiar, y con la certeza de que tenía que accionar la luz para encontrar lo que venía buscando. Se iluminó la estancia y procuró ser silenciosa. Tanteó el sitio y allí estaba. En el cajón del escritorio, podía sentir el objeto en su interior pidiendo liberación. Al sacarlo, entendió las prisas de su jefe al pedirle ir al apartamento de su exmujer; ella se había negado, pero, al final, había accedido con la amenaza de despedirla por actos lascivos en la oficina si no lo hacía. Observó el objeto pesado, de portada dura y hojas densas, con unas letras en el lomo que anunciaban algo terrible, y se vio abriéndolo en acto desafiante. Advirtió ruidos en la puerta. «Estoy perdida», pensó. Miró a su alrededor y solo encontró una ventana que daba a un patio. Las pisadas que se oyeron no eran las de una mujer. Fuertes y con decisión se acercaban a la puerta y no pudo pensar; saltó.

599. ISABEL DÍAZ RUIZ – MADRUGADA SANGRIENTA Un gran charco de sangre rodeaba el cuerpo de la chica. El asesino, enfrente del cuerpo, observando la magnífica obra que había conseguido. Se arrodilló ante ella y contempló su pálido rostro; de su bolsa cogió un ramo de hortensias blancas, las colocó en su pecho y también una nota que decía: Que descanse en paz. Le peinó con las manos su cabello desmelenado y con el móvil de la víctima llamó a la policía. «Añadidme un crimen más», dijo e

inmediatamente colgó. Se alzó y empezó a andar pensando que había cometido otro crimen perfecto, mientras a lo lejos yacía el cuerpo sin vida de la chica con los ojos abiertos como si observase pidiendo auxilio. Ahora buscaría su próxima víctima, pensando en qué le haría y cómo la asesinaría. Una madrugada cualquiera para alguien como él, sangrienta y divertida.

600. ISABEL FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ – AMANECER —Miró sigilosamente de lado a lado, procurando no agitar ni sus propias ideas, y así no dejar constancia de su presencia. No quería omitir ningún detalle, ni por alto ni por bajo. El recorrer ese estudiado terreno le era tan familiar que casi le era atractivo, hasta que se inundaba su mente como lo había hecho de sangre la extraviada bala de su SIG–Sauer. Nada previo era comparado a ese instante, en que la frialdad no conseguía romperse ni con un «Hey, detective, ¿quieres un expresso?», tan conocido y a su vez tan inesperado, ya que los segundos posteriores le iban a marcar toda la vida. ¡Pum!, se escuchó, mientras su dignidad se extinguía al apretar ese gatillo, eliminando tanto la única evidencia que restaba como la vida de su compañero, ese que, sorprendido, veía su epílogo a manos de esa mañana de otoño. »Y esta es mi teoría de lo sucedido en Woodsvery Woods. —Cuánto detalle; ¿qué has hecho esta vez, Bud?

601. ISABEL JIMÉNEZ GUTIÉRREZ – EL RETORNO El detective Ross Silver apareció jadeando en el oscuro callejón, con su inseparable ayudante Wilson Rodgers. Parecían alarmados, como si acabasen de ver a la muerte misma. Cogieron el primer taxi que vieron y fueron a su oficina. —¿Cómo no hemos podido darnos cuenta antes? —gritaba Silver—. Ahora tendremos que dar explicaciones a la prensa, y todo París pensará que somos unos farsantes —añadía. —Vamos a la redacción del periódico y se lo explicamos —decía Rodgers. Cuando entraron en el edificio, tan solo estaban dadas las luces de emergencia, que parpadeaban de forma siniestra. Ross y Wilson encendieron sus linternas y subieron por las escaleras. Cuando llegaron a la planta superior, encontraron a todo el personal del periódico muerto, con un cuchillo clavado en la espalda. Entonces, vieron escrito con sangre en la pared: El juego ha comenzado. Los dos se miraron y dijeron a la vez —Ha vuelto.

602. ISABEL NOTARIO – SIN TÍTULO Lo recordaba como si hubiera sido ayer. Mi último caso, un suicidio,

aparentemente. Era la quinta vez que se me presentaba la abuela de la víctima, suplicándome que lo investigara, así que decidimos reabrir el caso. Mujer, treinta y dos años, divorciada, colgada en el salón de su casa, ningún indicio de forcejeo o robo. Al realizar la autopsia, por el contrario, pude observar ciertas marcas alrededor del cuello, de estrangulamiento. También encontramos ADN de su exmarido en las uñas, pero, al interrogarle, comprobamos que tenía coartada. Después de eso, no conseguimos nada. Interrogamos a todo el mundo. Fueron semanas muy difíciles, exasperantes, más bien. Entonces, caímos en la cuenta de que tenía los ojos cerrados, el asesino la conocía y había dejado sus huellas al cerrárselos. Al parecer, la víctima se había vuelto a ver con su exmarido en los últimos días; su nueva novia lo descubrió y no debió de gustarle nada, por lo que decidió deshacerse de ella para siempre.

603. ISOLINA GONZÁLEZ – SIN TÍTULO Siempre quise ser policía. Ayudar a la gente, resolver crímenes, atrapar asesinos. Mi padre y mi abuelo lo eran. Desde pequeño me criaron para ello. Crecí escuchando las historias de los buenos dando su merecido a los malos. Era un crío, la inocencia me cegaba y me impedía ver la realidad: ¡sobornos, extorsión, corrupción! Nada de defender al ciudadano; lo que importa es hacerse rico, vivir bien. Me llevó dos años descubrirlo, quitarme la venda. Viendo el panorama, lo denuncié a Asuntos Internos: me llevé una reprimenda de mis superiores y todo siguió igual. Intenté contárselo a mi padre; a mi abuelo, también. «A veces hay que mirar para otro lado», decía uno. «Ensuciarse las manos para impedir que gane el malo es parte del trabajo», comentaba el otro. Acabé por perder la fe. Al menos, en mis dos años en el cuerpo aprendí muchas cosas que ahora me son útiles: dónde encontrar ciertos productos difíciles de conseguir; cómo ocultar tus huellas y no dejar pistas; cómo deshacerse de un cadáver...

604. ISRAEL DÍEZ SANTACOLOMA – UN TRABAJO SUCIO —Cielo santo —dijo Coughlin. —Virgen santísima —dijo Dooley —. Debe de llevar muerta cuatro o cinco días. —No menos de una semana —le corrigió Coughlin—. Tiene el cuerpo hinchado, como uno de esos globos que sobrevuelan el estadio durante la final de la Super Bowl. —¿Crees que ha sido ese cabrón que se dedica a estrangular prostitutas por todo Brooklyn? —De lo único que estoy seguro es de que es una maldita fulana de treinta pavos el polvo —afirmó Coughlin. —Registra el fiambre a ver si encuentras alguna identificación mientras voy a dar aviso a los de la científica y al forense. —Por el amor de Dios, Ray, siempre me toca a mí el trabajo sucio —

protestó Dooley—. Esto es asqueroso; con esta peste voy a echar la maldita cena. —Que te jodan, Jesse, pareces una jodida plañidera —dijo Coughlin—. Está vez lo haré yo, pero mueve tu gordo culo hasta el coche, coge la puta radio y da el aviso. Dooley se dio la vuelta y se alejó como un rayo en dirección al Chevrolet Caprice de color negro.

605. ISRAEL SANTAMARÍA CANALES – EL SUPERVENTAS ¡Cuántos afirman que no existe el crimen perfecto! Obviamente, si fuese de dominio público, dejaría de serlo por su propia definición. Pero ahora, al borde de la muerte y con una enfermedad terminal destrozándome desde dentro, lo diré alto y claro, rebosante de orgullo: yo he cometido no uno, sino trece crímenes perfectos. Y, no contento con eso, los incluí como asesinatos ficticios en mi saga de novelas policíacas protagonizada por el detective Augusto Núñez de Mendoza. Todos los detalles, sin excepción, podrán encontrarlos en mi nuevo libro, que verá la luz a título póstumo. ¿Por qué no llevarme el secreto a la tumba después de haber sido tan cuidadoso durante años? La duda ofende. Primero, por ego. Segundo, porque el morbo convertirá mi último trabajo en un best seller de los que hacen historia. Mi testamento, mi confesión..., la última aventura de Augusto... y también la mía... Atentamente: XXXXXXXXXX.

606. ITSASO ZARRABEITIEA BARRENETXEA – UNA FECHA ESPECIAL

El teléfono de la inspectora Fillmore recibió un mensaje de texto de un número privado: Chippewa Lake Park, Cleveland. Hora de la muerte 8:43 a. m. No dudó en acudir. Solo eran las 9:13 a. m. cuando el cadáver de una joven yacía sobre el suelo helado de aquel parque de atracciones que había cerrado sus puertas hacía casi cuarenta años. La joven había sido degollada, y su cuerpo seguía caliente. Sujetaba algo en la mano, parecía un trozo de metal. Entonces lo vio, había una fecha tallada, que tenía forma de medio corazón; 19–7–12. «Una fecha especial», pensó. Tras investigar la zona, encontró la documentación de la chica. Anne Maroon, veintiún años. Y el móvil desde el que se había mandado el mensaje. De repente, la pantalla del móvil cambió: Love kills. Antes de poder reaccionar, oyó un disparo. Eran las 9:52 a. m. cuando encontró el segundo cadáver. Un joven, suicidio. Tenía un trozo de metal en la mano, con forma de medio corazón y una fecha tallada: 19–7–12. Una fecha especial.

607. IVÁN CORTES – SANGRE DE MI SANGRE La noche era bella, puedo recordarlo. Vi la luna en el momento en que su

mano hizo estragos en mi cuerpo, con algo que no pude observar. Mi corazón retrocedió, un poco. Quería pedirle perdón, pero ahora tenía que vivir otra vida con ella, porque gracias a mí era así. Mi sangre, su sangre, se difuminó en las calles oscuras, a la vez que mi cuerpo se convertía en nada.

608. IVÁN JIMÉNEZ MARTÍN – LA NOTA DEL MARCO La inspectora Ana acude en compañía de su sobrino Iván, de diecinueve años, que en esa mañana estaba a su cargo, al piso 3 de la calle Mina, tras recibir un aviso de un posible asesinato. El cadáver aparentaba unos veinticinco años, vivía en un piso mediocre con poco más que un ordenador. Según los vecinos, Raúl era un chico tranquilo que se dedicaba a la informática y no recibía apenas visitas. Iván, entusiasmado por ayudar, descubrió una nota que se escondía tras el marco de una foto, en la cual había escrito varios símbolos mayas que nadie consiguió descifrar, excepto él. Al parecer, eran las iniciales de un grupo mafioso de la ciudad, e Iván los conocía de cuando se les relacionó con el asesinato de una profesora suya, cuyo caso no se cerró. Tras investigar, Ana se dio cuenta de que esa profesora de la que hablaba su sobrino era la madre de Raúl, y que este los investigaba para sacar a la luz todos sus asesinatos. Gracias a Raúl y los datos recogidos, la inspectora consiguió encerrarlos.

609. IVAN TAUB – SORPRESAS DE LA NOCHE Jorge va caminando por la calle en una noche de invierno con viento suave y gélido, cuando de repente divisa en el fondo del callejón una silueta de un hombre golpeando con su mano a otro en el suelo; al distinguir la punta de una lanza ensangrentada, pensó que estaban matando a alguien. No lo dudó; sin más, se abalanzó sobre esa figura, gritando para llamar la atención de los vecinos que se encontraban en sus casas. Al llegar, se encontró con un vagabundo, joven y malherido; se acercó y al verlo lo entendió todo: el vagabundo quiso coger una manta de la terraza del primer piso con una lanza que estaba tirada; al intentarlo, dio un mal golpe, la lanza se partió en su cabeza, disparando la punta para un lado y el palo para otro, y la manta quedó a medio caer, con lo que el movimiento del viento provocaba que pareciese que estaban matando a alguien.

610. IVÁN MÁRMOL RIVERO – RESACA Luz, ruido blanco y un sabor amargo; lo único que era capaz de captar con mis sentidos. Poco a poco, voy recobrando la consciencia y consigo ubicarme en el suelo de mi apartamento. Me levanto y, de forma errática, con un punzante bombeo en mis sienes, puedo llegar hasta el baño, solo para que las náuseas me hagan abalanzarme sobre la taza del váter. Con la ayuda de los muebles, puedo alcanzar el lavabo, abro torpemente la llave y empujo el agua

contra mi cara, me la llevo a la boca, esperando librarme de ese sabor tan amargo que me invadía. Me sorprendo al notar que, lejos de refrescarme, el agua me transmite un gusto cobrizo, algo salado. Observo mis manos mientras mi visión se vuelve de forma gradual más nítida y puedo apreciar una seca cobertura, de un rojo oscuro casi granate que, al contacto con el agua, la tiñe, formando manchas que flotaban hasta colarse por el desagüe. En ese momento, mi desordenada y ruidosa cabeza solo podía hacerse una pregunta: ¿Qué he hecho anoche?

611. IVETTE SANJURJO – LOS SECRETOS... Sofía estaba en su casa cuando de repente llamaron a la puerta; abrió y había un paquete, dentro había una rosa. La olió y la rosa soltó un gas mortífero, que la hizo derrumbarse en el suelo. El que entregó la rosa entró en la casa y llamó a emergencias. Cinco minutos después, vinieron unos cuantos policías y ambulancias. Cuando llegaron, vieron a Sofía en el suelo; el capitán James vio algo raro en la alfombra, la vio mojada, se acercó y notó el olor a lejía. Sospechaba que aquella alfombra debería contener ADN del asesino o alguna pista importante. Lo que él no sabía era el pasado oscuro de esa alfombra y de su dueña. Allí habían pasado miles de cosas.

612. JACK SPENCER SPÓSITO – REFLEJO DE UN ASESINATO Era una noche oscura y poco concurrida en Nueva York. Un hombre iba caminado hacia, probablemente, su apartamento, cuando una sombra salió de la nada y, en un charco, se reflejó el asesinato de ese hombre, mediante un disparo. Tras caer el hombre al suelo, una sombra salió corriendo por un sombrío callejón. Ya al amanecer, aparecen la espectacular inspectora de policía y su astuto compañero, Rick. Al esquivar a la multitud y bordear la cinta de policía, la inspectora Kathy pregunta por el cadáver. Ya en la comisaría, uno de los ayudantes le dice que un testigo vio a un hombre, pero justo, cuando cambió de calle, desapareció. Tras apuntar Rick sus peculiares teorías, el ayudante de la inspectora le dice que ayer leyó una revista en la que se hablaba de un hombre que desaparecía sin más. Tras leerlo, la inspectora decidió ir al lugar del crimen. Allí, de repente, apareció una sombra a la que Kathy le dijo: —¿Por qué, papá?

613. JACKIE VEYRETTE – DÉJÀ VU Temblaba de frío, mi cuerpo me parecía pesado; sin embargo, tenía la sensación de que flotaba en el aire. El ruido de unos pasos apresurados llamó mi atención: ¿quién se atrevería a pasearse en esta gélida noche y a esta hora tan tardía? Vi una sombra y, a la luz de la luna, apareció una cabellera rubia. De la nada surgió una segunda sombra, imponente, bloqueando la entrada

del callejón. Sabía muy bien que la lucha sería corta y desigual, ¡no había ninguna escapatoria! ¡Conocía perfectamente este callejón sin salida! Sentí el contacto de la pared fría contra mi espalda y el dolor de la hoja en mi pecho; la vida que se escapaba de mi cuerpo podía imaginar la incomprensión y la sorpresa en el rostro de esta desconocida. ¡Yo misma había sido la primera víctima de este loco asesino!

614. JADEITOR JADE – EL CHALECO —¡Suba al coche, Rafael! —¡Qué teatralidad! Empezamos bien. ¿Dónde vamos? Lo que más ilusión me hace del premio es el chaleco. ¡Es broma! ¿No pensáis hablar? Ya entiendo, el sigilo y el misterio del premio, pero digo yo que en este coche podríamos actuar con normalidad hasta que lleguemos. —¿Dónde está Bonaparte? —¿En París? ¿De qué habla? ¿Venís de AXN? ¿Quiénes sois? —El móvil que lleva era de Bonaparte. ¿Por qué lo lleva usted? —¿Este móvil? Me lo han dejado en la tienda de reparación mientras arreglan el mío. ¿Esto va en serio? ¿No sois de AXN? —No. O nos da una explicación razonable de por qué lleva ese móvil o se va a meter en un lío importante. Nuestro compañero ha desaparecido y usted lleva su móvil. Vamos a una comisaría del centro de Madrid. —¿A una comisaría? ¿Ahora? Adiós al chaleco.

615. JAIME AIT MORILLO – CADA MAÑANA Cada mañana me encanta escuchar el canto de los pájaros. Ella ha preparado el desayuno: tostadas, beicon, huevos, café. Siempre la primera en levantarse. Odio, cada mañana, el griterío infantil al despertar, las risas y el entusiasmo de la inocencia. Juegos matutinos previos a la jornada escolar. Furia. Cada mañana, la sangre. Calma. Cada mañana. Sonrío.

616. JAIME ALONSO – MUTIS ¿Bala en la cabeza? Trabajo. ¿Puñalada en el corazón? Amor. ¿Un extraño pitido resonando en su apartamento? MacGuffin. Solo tocó el frío suelo y voló del golpe rompiendo la mesa y rodando sobre los cristales desperdigados, pero ignoró su cabeza, su costado y el dolor, abalanzándose al acercársele lo suficiente. Ahora fue su rodilla doblándose en el sentido opuesto. Gozó del sonido de su cabeza contra el suelo, pero el dolor regresó con la presa en su costado. Golpes repetidos hasta quebrar el cráneo. Los dedos se aflojaron. En shock siguió el pitido hasta el cajón de su despacho, en donde guardaba la prueba de su último caso. Lo cogió y el pitido cesó. Regresando al salón, se lo encontró vacío y en silencio, salvo por el goteo de la sangre cayendo del libro en su mano dolorida. Deadly Heat. Cráneo

destrozado. Rodilla doblada en el sentido opuesto. Calvo, gigante, aterrador. La viva imagen del cadáver de su último caso. —¿Cómo es posible? Ella es la asesina... ¿¡Una semana más tarde!?

617. JAIME HERNÁNDEZ JIMÉNEZ – LA TRIADA PERFECTA —Señoría, es evidente que el acusado mató a la víctima. —Inspector, ¿en qué se basa? No hay restos de pólvora en sus manos, tampoco tenía un móvil para matar. —Señoría, éramos tres hombres en la sala, la víctima y sus dos sospechosos, solo un asesino. Se apagaron las luces y sonó el estallido; después, se oyó un cuerpo golpeando contra el suelo, se encendió la luz y ahí estaba el cadáver, y a unos metros, el arma sobre una mesita de café. —Así es, ambos acusados coinciden en eso, pero usted tenía pólvora en las mangas de su camisa, sin motivo evidente, de acuerdo, pero era su arma. No puede parecer más culpable. —Precisamente por eso. Nadie es tan idiota, llevo muchos homicidios a las espaldas y creo que sabría qué hacer para evitar la cárcel. Tres horas después, el inspector fue declarado inocente, y el otro sospechoso ingresó en prisión; a los tres días, se suicidó. Tres meses antes, este se había acostado con la mujer del inspector.

618. JAIME ORTEGA – MUERTE EN EL LAVADERO Yo soy Laura. Un día me desperté sin poder moverme, y en ese momento, recordé por qué estaba escondida en el armario... Esa misma noche había oído un ruido y creía que alguien había entrado en mi apartamento. Después, oí una voz de mujer que gritaba pidiendo ayuda, sonaba como la voz de mi hermana. Salí rápidamente del armario y fui corriendo hacia la cocina; después, vi a mi hermana muerta en el lavadero y me puse a llorar. Y desde ese momento, me convertí en policía.

619. JAIME VÁZQUEZ POVES – PACTO DE SANGRE Aquella noche llegué a casa y la puerta estaba abierta. En la cocina encontré una nota. Las llamé a voces. Recuerdo el frío y la luz de la lámpara del techo a medio fundir. Leí el mensaje. Decía que si quería recuperar a mi mujer y a mi pequeña debía asesinar al comisario, al de recursos humanos y a la asesora legal. Rosa, eres mi única amiga en la comisaría. Espero que entiendas por qué has tenido que morir. Lo siento.

620. JAIONE DEL CORTE – PRÓXIMA ESTACIÓN, ONIRIA 8:40, suena el teléfono, una voz al otro lado susurra la ubicación exacta de un cadáver: Lincoln Avenue 63. El sexto en seis meses, a escasos metros de

la comisaría, como en ocasiones anteriores. El cadáver muestra claros signos de violencia: le han cortado las manos y la lengua; parece un ritual satánico. Para nosotros, se trata de un asesino en serie más. Nunca deja huellas, y sus llamadas proceden de distintos móviles prepago, lo cual dificulta la investigación. Brad, mi compañero, me mira angustiado: «El sexto, Ed. ¡El sexto! ¡Se está riendo de nosotros!». Quizá debería darle la razón; al fin y al cabo, el patrón se repite una vez tras otra: la llamada, la ubicación, la hora del café. Claro, que nuestros pasos también lo hacen, como si de un déjà vu se tratase, y cada vez es más complicado confiar en alguien.

621. JARA SANTURDE – SIN TÍTULO Cuando Lucas se despertó esa mañana, no esperaba recibir la llamada de la policía informando de que su amigo Josh, desaparecido desde hacía meses, había sido hallado en un almacén cercano. Llevaba tanto tiempo buscando que había perdido toda esperanza de encontrarle vivo. Su amigo estaba en el suelo, con un disparo en el pecho y unas monedas alrededor, sello de una secta. La policía no haría nada; en ese barrio no importaban un chico muerto ni una secta, y Lucas sabía lo que pasaba, ya que habían trazado un plan para husmear por el escondite de esa secta. Escuchaban rumores sobre que el padre de Lucas era el líder, y los muchachos no tardaron en investigar. Días después, Lucas decidió espiar a la secta y lo que escuchó le dejó petrificado: habían matado a su mejor amigo por un cuadro desconocido, que escondía grandes y peligrosos secretos...

622. JAU GIMENO SIMO – CÓMO SOBREVIVIR AL CRUEL TEATRO DE LA VIDA Y SU EMPEÑO EN BAJAR EL TELÓN No sería una noche fácil; sentí como la oscuridad recorría mi cerebro. Solo habían transcurrido dos días de su pérdida, pero a mí me parecían diez, cien, mil años, una eternidad; me deterioraba al ritmo del alcohol, las drogas y las tres cajetillas diarias de veneno rubio que quemaban mis pulmones, pudrían mi hígado y apolillaban todas las neuronas que encontraban a su paso..., pero este infierno estaba a punto de terminar, y yo, de recuperar mi vida. Por la mañana, el destino llamó a mi puerta, o más bien Jhon, el cartero, quien me traía una nueva carta. ¿Otra demanda...? Todo parecía rutinario hasta que pronunció: «Rick, no tires el sello, sale el Beacon theater y me falta»... ¡Claro, el Beacon!, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Sabía que hasta las ocho nadie podía atenderme, decidí ir, pero mi reloj alargaba el tiempo, llegué, subí, corrí... y sin aliento en un rincón oscuro de objetos perdidos estaba mi amado iPhone... y con él la agenda de mi jefe, el bueno de Al...Capone; ¿quién si no?

623. JAUME GIRONELLA – CASO X

Un acto rebelde en un callejón oscuro lleva a un hombre a morir apuñalado fríamente por la espalda, sin poder siquiera articular una última palabra. Cuando el sol alza su manto brillante sobre la tranquila ciudad, una mujer encuentra el cuerpo inerte y ensangrentado, desgarrando el aire matutino con un grito de terror. Una llamada asustada alerta a la comisaría, movilizando a oficiales con gruesos uniformes al lugar del crimen, llevando con ellos un fuerte olor a café y vainilla. Forenses y detectives observan, buscan y memorizan cualquier indicio, cualquier fallo que el meticuloso culpable pudiese haber obviado. Posteriormente, una sala blanca, una mesa de madera y un interrogador exigente confunden e intimidan a más de uno. Hasta el momento clave en el que un error inocente y una acusación clara conducen al caso a un lugar realmente prometedor, con una sola respuesta y un solo culpable.

624. JAUME XAVIER NOGUERA I CUART – LA PESADILLA DE LA NIÑA Durante el sueño profundo de una niña, alguien entró en su habitación y, sin saber lo que ocurría, gritó. Sus padres enseguida vieron que la niña había desaparecido y sin dudarlo llamaron a la policía. Al llegar, no encontraron más que las huellas de la familia y el collar de la niña. Mientras la detective interrogaba a los padres, tristes y pensativos al intentar imaginar cómo ocurrió y al pensar en lo mal que estaría la niña. Entre tanto, del garaje de la casa de verano familiar no dejaban de salir gritos de socorro, pero nadie los podía escuchar. La policía no cesaba de buscar algún tipo de información para encontrar al maldito sinvergüenza que la raptó. Una noche, el vecino de la casa de verano vio entrar a un hombre en la casa, lo siguió hasta llegar a una habitación escondida y de repente escuchó: «¡Papá, otra vez, no!».

625. JAVI DOMÉNECH – EL REGRESO DEL CAPITÁN MONTGOMERY Un día, Rick y Kathy estaban investigando el caso de la reciente desaparición del capitán Montgomery. La capitana Tate les dice que acaba de llegar su mujer, que quería hablar con ellos. Esta les dijo que Montgomery tenía un chalet en una montaña donde tenía copias de su archivo policial. Cuando llegaron, abrieron la puerta de una patada y bajaron al sótano, entraron a la cueva, vieron una mesa con el archivo y al fondo, unas escaleras. Vieron una puerta, donde por debajo había luz. Al entrar, descubrieron que en ella estaba Montgomery vivo. Había sobrevivido al tiro que le pegaron en el pecho.

626. JAVIER ANDREO MORENO – PRUEBAS EVIDENTES Detesto cuando hay algo que no encaja en un caso. Tenemos un cadáver, Mariano Torres, un empresario al que la vida ha tratado demasiado bien,

hasta esta mañana, cuando un tipo ha entrado en su casa y le ha apuñalado. Un coche patrulla llegó al poco, avisado por la esposa del muerto, Elena Castro, encerrada en el cuarto de baño. ¿El motivo del crimen? El asesino, Tomás Ríos, era su amante. Crimen pasional, simple, sencillo, típico. ¿Y por qué no encaja? Pues por la versión de Ríos. Él asegura que Castro le pidió ayuda, que estaba en peligro porque Torres los había descubierto. Ríos llegó y lo vio cubierto de sangre, y lo mató. La sangre era del propio Torres, un corte al afeitarse. Castro asegura que Ríos miente, y le culpa de todo. Ahora, ella se va a forrar, y él va a ser juzgado por asesinato. ¿El crimen perfecto?

627. JAVIER CAMPILLO – EL SUMILLER Soy médico forense y examino a la última víctima del asesino en serie conocido como el Sumiller. El cadáver de ese psicópata, con la cabeza destrozada por un disparo de escopeta, yace a pocos metros. Él asesinó a Eva, mi ayudante. En parte fue culpa mía, porque le comenté que las heridas de las víctimas parecían haber sido causadas con un sacacorchos como el que usan los sumilleres; pero fue ella quien se lo contó a un supuesto amigo, periodista, y este publicó la historia y citó su fuente. Todo el mundo, hasta la policía, empezó a llamarle el Sumiller. Y a él no le gustó nada. —¡Tenían que llamarme el Hijo del Diablo! —ha confesado antes de volarle la cabeza. Miro mi reloj y calculo la hora aproximada de la muerte de su última víctima. No queda mucho. No puedo detener la hemorragia. Duele y tengo frío.

628. JAVIER CLIMENT JORDAN – SUEÑOS DEL PROFUNDO SUR Allí estaban todos. En formación. Plantados en mitad de la calle como si aquello fuera una plantación del profundo sur. Pensó entonces en el terror que debieron sentir aquellos negros desgraciados al ver aquellos uniformes del Klan tan blancos con aquellas capuchas imponentes. Algunos llevaban palos de metal, otros cruces de madera. Sus antorchas iluminaban la noche, dándole toques anaranjados. Pensó también en Dolores. Su Dolores. Él estaba preparado para cambiarlo todo. Con Matilde, su calibre 45 bajo el brazo, dispuesta a invitar a deliciosos combinados de plomo y pólvora al primer desgraciado que se moviera. El que debía ser su líder se adelantó. Con su traje barato y barba de cuatro días, no parecía rival para Henderson. Sin piedad, pensó él. Empieza el baile. De repente, una mano en su hombro. Una voz amarga: —¡Manolo, Manolo! Despierta, que está hablando el alcalde... «¡Bienvenidos a la Semana Santa!».

629. JAVIER DE PABLOS – SIN TÍTULO

Veinte segundos. A Jack le tiembla el pulso como el primer día en la academia. Una gota de sudor cae sobre su codo. Parpadea un ojo y vuelve a su posición inicial. No está cómodo. —Jack, recuerda que la prioridad es mantener vivo al presidente —le dice el inspector Kenney. Quince segundos. Todo se resume en un microsegundo... Y Jack lo tiene en su dedo índice. Se quita el transmisor de la oreja izquierda. Diez segundos. Gritos de júbilo. Nadie sabe lo que puede pasar. El presidente Henk sigue aplaudiendo y Jack lo ve como si fuese a cámara lenta. Bajan las pulsaciones. Cinco segundos. Todo se nubla en su mente. Solo piensa en estar con su familia a salvo. Quiere irse de allí, pero antes tiene que terminar el trabajo que le encargó Millner. Mantiene la respiración, se queda inmóvil y fija el objetivo. Calibre 50. Barrett. Cero segundos...

630. JAVIER FRANCO – ABEJAS EN EL ASCENSOR Recibimos un aviso procedente del 220 de John Street. Llegamos y nos recibe el portero, un ascensor se quedó atascado y, al reanudar la marcha, un hombre yacía muerto por un infarto a consecuencia del pánico. Dentro del ascensor, se había quedado atrapado el muerto; su mujer, que le acompañó en todo momento; y el hermano del portero, apicultor y socio del fallecido. El muerto tiene varios arañazos; dicen que debido al pánico se comenzó a arañar. Tomamos las huellas del lugar, y el forense se lleva el cuerpo para realizar la autopsia. La misma noche, el forense nos dice que hay grandes niveles de apitoxina en su organismo y entre tanta marca hay un pinchazo. Picamos a la puerta, no nos abrían, entonces miramos en la parte trasera, vemos a la mujer besándose con el hermano del portero. Los llevamos a comisaría, y ella nos confesó que su marido era un monstruo, la pegaba cada día. Él entró, ese día, en el ascensor violentamente y lo detuvo. La dosis de apitoxina fue mortal.

631. JAVIER GARCÍA CUESTA – MUERTE EMPAPADA EN ALCOHOL Javier, sentado en un sucio taburete frente a la barra de una tasca, se tambalea borracho mientras apura el quinto gin–tonic. Abandonado por su mujer, harta de estar sometida a la presión generada por la importante y secreta investigación del inspector, intenta ahogar las penas y los nervios en alcohol. De un trago, vacía el mugriento vaso y, con desprecio, solicita un nuevo combinado, próximo al agua de colonia. Sin embargo, el camarero considera que ya ha bebido demasiado e, ignorándole, accede a la parte trasera del local en busca de alguna mercancía rancia. El policía saluda al hombre que se sienta a su lado y baja la vista hacia su copa; no siente el frío acero de la navaja con que su compañero de barra le rasga la garganta. Se desploma sobre un charco de sangre; alcohol barato y serrín. «No quedarán impunes», piensa Javier al morir.

632. JAVIER JIMÉNEZ – EL COMPAÑERO Abrió la agenda para buscar el nombre de su nuevo compañero, aunque siempre le sobró la compañía. Cuando la necesitaba, recurría a prostitutas y whisky barato para solventar sus quince minutos de melancolía. Pero trabajar con alguien era otra cosa, para eso no estaba preparado. Además, su compañero le parecía un indeseable. Volvió a la agenda y buscó desde atrás, con desidia. Los nombres que llenaban las páginas eran de los hampones a los que había echado el guante o de los desgraciados a los que su arma puso freno. Pero el de su compañero seguía sin aparecer. Continuó peregrinando por el índice de su libreta. Despacio, hacia adelante. La g... la c... hasta que le detuvo un nombre. Estaba seguro de que era el de su nuevo compañero. Lo leyó casi balbuceando. Al–zhéi–mer. Entonces, recordó que no debía olvidar. Bebió un trago. El último. Levantó su arma y disparó.

633. JAVIER LASOBRAS – CIERZO Era un día de cierzo en Zaragoza, y la chica iba al trabajo apartándose el largo pelo de la cara. Entró al laboratorio, se quitó la chaqueta de lana y se preparó para empezar la jornada. Justo cuando se disponía a girar la válvula del gas que estaba apoyada sobre la estructura metálica, se oyó un grito y una fuerte explosión. En unos minutos, llegaron los cuerpos de seguridad a ver qué había sucedido. Una vez cumplidos los protocolos de evacuación, cierre de gases y corte de electricidad, la policía se puso a investigar el lugar. Cuál fue su sorpresa cuando comprobaron que todo había sido fruto de la casualidad. Resultó que una fuga de gas junto a la llave y la carga electrostática que la chica había acumulado y descargado sobre la superficie metálica habían sido las responsables de la explosión.

634. JAVIER MARTÍNEZ SEGURA – RELATO DE TERROR Ya lo había repetido como unas treinta veces: primero, por teléfono; luego, al agente que se desplazó al lugar; a las dos inspectores que llegaron después, y ahora estaba sentado frente a esa extraña pareja: él con aspecto de insufrible playboy, y ella, demasiado inteligente para ser solo otra inspectora. Jake todavía no entendía lo que había presenciado aquella noche. Salía como cada vez medio tambaleándose por la puerta trasera del pub cuando vio cómo aquella figura sacada de una historia de terror se desprendía del cuerpo de la chica. Era como si la hubiera dejado seca, tenía la cara completamente lívida, tan solo la sombra de lo que había sido. Aun así, lo más increíble para Jake era que después de aquella traumática escena, ese hombre, el tal Rick, parecía encantado de pensar que todo aquel horror fuera perpetrado por un vampiro; menuda noche de locos.

635. JAVIER MIRANDA MARTÍNEZ – CUANDO RECUPERÉ LA

MEMORIA Desperté con los primeros rayos del sol en un pequeño, oscuro y sucio callejón. En los diez años que llevo trabajando como investigador privado, nunca había vuelto a recaer en mi vieja adicción al alcohol, adquirida en el Cuerpo de Policía. Mientras me aseguraba de no tener lesiones físicas, pensé en el caso que estaba investigando: mi exmujer me había contratado para investigar los sucios negocios de su actual pareja. Decidí ir a verla, sabiendo que, al hacerlo, mis recuerdos junto a ella me dolerían más que el haber pasado la noche tirado en plena calle. Sin embargo, al tenerla delante, lo que me vino a la mente fue todo lo ocurrido la noche anterior. En este momento, solo me queda esperar que ella vuelva conmigo ahora que se ha quedado viuda, y espero que ni la policía ni ella descubran jamás al autor del crimen.

636. JAVIER MP – EL CAZADOR El cadáver chamuscado yacía tumbado sobre un mar de agua roja que se cobijaba en las entrañas de un apestoso callejón. Jason miraba fijamente con sus ojos marrones, su espesa barba negra y su resplandeciente calva besada por las primeras luces del alba. —¿De qué ha...? Un ruido atronador llamó su atención. Jason corrió hacia el ruido; Jessi, la nueva forense del departamento, lo siguió. Sus cabellos rojos danzaban al ritmo de sus pisadas. A la vuelta de la esquina, un hombre delgado intentaba escalar una alambrada. —¡Yo no he hecho nada! —No lo parece —dijo Jessi. —Fue el inquilino del quinto... Yo lo vi. Subieron al quinto piso con aquel tembloroso hombre vestido igual que el cadáver. Les explico su pasión por coleccionar moscas. Para ello utilizaban lámparas ultravioleta que «conectaban» a las farolas. Entraron dentro. Encontraron una barra de hierro con sangre y a un hombre divagando.

637. JAVIER NIETO ESQUINAS – ¿SUICIDIO? Allí estaba ella, tumbada en el suelo, inerte y fría como el hielo seco, no se veían signos de pelea; significaba esto que finalmente lo había llevado a cabo, se atrevió. Pese a que me lo había comentado alguna vez, nunca llegué a pensar que iba a ser capaz de realizarlo, era impensable que ella, tan simpática, alegre y soñolienta, se arrebatara la vida... No, esa no podía ser ella. Pero demostrándome una vez más lo bien que me conocía, había dejado una carta; los nervios me impedían leerla, pero el corazón me obligaba a hacerlo. En ella no ponía nada respecto a por qué lo había llevado a cabo, a por qué terminar así con la vida de un ser maravilloso. Pese a ello, al terminar de leerla, lo comprendí; realmente no había sido un suicidio, sino un homicidio, ella era la asesina y yo la víctima. Una asesina fría y calculadora, digna de un libro de Richard Castle que había conseguido matarme estando en vida y sin tan

siquiera levantar un arma; le había bastado con una simple pluma.

638. JAVIER PÉREZ DE COS – OTRA VEZ ESE EXTRAÑO RUIDO Aún recuerdo esa lluviosa tarde de abril. Sería en torno a las diez, cuando de repente sonó el timbre. Extrañada, me levanté del sillón, depositando el libro encima de la mesa. Agarré el frío picaporte de la puerta y la abrí unos centímetros. Menuda sorpresa, allí no había nadie, la calle estaba desierta. Pensando que el ruido había sido fruto de mi imaginación, regresé al salón y retomé la lectura. No había leído apenas tres hojas cuando el timbre volvió a sonar. Esperé inmóvil con la esperanza de que no se repitiera. ¿Quién podría ser en un día como este? Tal vez fuesen los hijos de mi vecina gastando una broma o alguien que necesitara mi ayuda. Pero entonces, ¿por qué se había escondido? El mismo ruido interrumpió mis reflexiones. Sigilosamente, avancé hacia la puerta; de nuevo, allí no había nadie. Salí al porche para tener más visión y, entonces, el timbre volvió a sonar. Sobresaltada me giré y fue en ese momento cuando me di cuenta de que este se había estropeado a causa de la lluvia.

639. JAVIER ROMERO BURGUEÑO – LA MUERTE CAMINA CONMIGO Redención. Es con lo que sueño todas las noches desde que maté a mi primera víctima. Su nombre está marcado a fuego en mi mente desde aquella fatídica tarde. Después de robar un banco, cuando pensaba que ya estaba todo hecho, que no pasaría nada, tuvo que aparecer él. No tenía escapatoria: era él o yo, la ley del más fuerte lo llaman. Yo no quise matarle, no era mi intención. Solo quería asustarle, que se fuera, pero no lo hizo; se quedó, me dijo que no saldría de esta, que me había atrapado. No contó con el demonio que llevo dentro, con mi deseo de hacer daño. Me arrepiento de haber comenzado la matanza, de haber dejado salir ese demonio que a partir de ese momento me acompaña permanentemente, pero ya es demasiado tarde. Desde entonces, la muerte camina conmigo.

640. JAVIER SANMARTÍN – GUÍA PRÁCTICA DEL ASESINATO PERFECTO Planeó su venganza valiéndose de lo aprendido en largas noches de series. Usar zapatos de cuatro tallas menos que nunca le relacionaran con las pisadas que dejaría en la escena del crimen. Quemar las yemas de sus dedos para impedir dejar alguna huella por despiste. Dejar el móvil en casa para evitar que el GPS interno delatara sus movimientos. Recopilar cabellos varios y el vaso de café usado por algún desdichado que arrojaría confundiendo a los investigadores. Olvidar el coche en casa y caminar hasta el objetivo por calles secundarias para evitar cámaras. Nada de tarjetas, solo efectivo; cejas

depiladas y pelo teñido. Tatuaje falso de banda del Este y aspecto siniestro; clavar el cuchillo con la izquierda pese a ser diestro. El verdadero check list del asesinato perfecto. Pero a mitad de camino, sus juanetes dijeron basta, y el dolor pudo más que su sed de venganza. Echó mano al bolsillo para llamar a un taxi. Nada. Sonrió. Demasiado aficionado para ser un asesino.

641. JAVIER SEBASTIÁN CERMEÑO – LA ÚLTIMA VEZ Me despierto. La cabeza me duele como un demonio. Me toco ligeramente la nuca y noto algo pegajoso. Está oscuro a mi alrededor, pero sin duda estoy en el sótano. Puedo oír sus voces en el piso de arriba, amortiguadas. No entiendo lo que dicen, pero sé que planean deshacerse de mí. Mi plan era sencillo. Primero, la mujer: una sola puñalada bastaría. Luego, las niñas: tan guapas, tan inocentes... Sería fácil, estando dormidas. Pero la mujer esquivó mi primer intento y gritó. Cuando conseguí acorralarla para terminar con ella, sentí un golpe y un dolor agudo en la cabeza. Antes de perder el conocimiento, las vi. Tan inocentes. El chirrido de la puerta me hace levantarme. Ya bajan. Mi mujer va delante. Me apunta con una pistola. Ni siquiera sabía que tuviera una. Más atrás, Jane, la mayor, lleva un hacha en la mano. Tras ella, Lily abraza un peluche; en otras circunstancias, hasta tendría gracia. Se detienen y me miran fijamente. Jane sonríe cruelmente. «Terminemos de una vez, papá».

642. JEANNETTE E. DÍAZ – SONIDO DE TACONES Una noche en un callejón, se oyeron tacones alejándose, mientras una mancha roja aparecía en el suelo, bajo un cuerpo inmóvil. Unos minutos después, el sitio estaba lleno de policías. Incluso el inspector Coop estaba allí. Los días siguientes, el inspector pasó sumergido en el caso, pero nada le estaba ayudando a coger al asesino. Ni siquiera se acercaba a tocarlo. Todo siguió igual, hasta que el sonido de unos tacones le despertó de su siesta, en el despacho. Al abrir los ojos, no vio a nadie, pero sí vio una nota: Siempre es el mayordomo. Aquello le hizo salir corriendo. ¡Ya tenía al asesino! Cuando llegó a la mansión Wilson, la hija del mayordomo le abrió la puerta. Coop entró pensativo y aquello le hizo perderse una prueba: el sonido de los tacones. Mientras, la puerta se cerró tras él. ¿Tenía al asesino? ¿O ella le tenía a él?

643. JENNIFER CARRIÓN MOZOS – MI HIJO Ver a mi mujer Melanie quieta y fría en la cama, rodeada de aquellas hormigas, me produjo un escalofrío. Acababa de llegar de trabajar y esperaba encontrarla haciendo el desayuno. Mis dos hijos, John y Henry, de siete y tres años respectivamente, estaban en sus cuartos preparándose para bajar a desayunar sin saber nada, aparentemente. Decidí llamar a mi exmujer, Anna,

que actualmente vivía con su nuevo marido, para que se quedara con ellos. Nuestro divorcio fue turbulento. Hacía tiempo que quería el divorcio; Anna, no. Discutimos ferozmente sobre ello. No firmó hasta que le dije que estaba enamorado de otra. Al final, incluso ahora nos guardaba rencor a Melanie y a mí. Anna siempre sufrió ciertos cambios de personalidad. Aún sigo sin creerme el resultado de este crimen, nunca pensé que mi hijo John asesinará a Melanie, que nos odiara tanto a causa del divorcio, que sufriera trastorno bipolar...

644. JENNIFER PORCAR VIVÓ – LETRAS PARA UNA CELDA Nostalgia, ese sentimiento asolador que me mantiene en vela hasta la madrugada y que me impide respirar durante las eternas horas de sol. ¿Por qué lo hiciste amor? Te amo como jamás nadie será capaz de amar; te rogué y supliqué. ¿Acaso no éramos felices? Te esperaré, te esperaré a pesar de que el sonido de las manecillas del reloj duelan como el palpitar de la sangre detrás de un cardenal. Sé fuerte, amor, no hay condena que sea eterna ni barrotes que puedan encerrar un alma pura. Necesito creerlo, tachar cada día que pasa en las hojas del calendario y rezar para no enloquecer. Pronto estaremos juntos de nuevo, pronto podrás tenerme entre tus brazos para jamás volver a soltarme; promételo, amor, necesito escucharlo. ¡Dios, cómo te necesito! Ya me despido, amor. Mi corazón será siempre tuyo. Hanna.

645. JENNY ALEXANDRA ZULUAGA ARÉVALO – ¿FAMILIA MODELO? Una mujer de cuarenta y cinco años poco amable aparece con un corte en el cuello. Está separada desde hace tres años; su exesposo es un empresario exitoso, y sus hijas de veintidós y dieciséis años viven con él (la menor estudia Biología y la mayor es residente médica). ¿Robo? Llaman a sus únicos familiares (su ex e hijas) y se evidencia maltrato familiar por parte de la difunta a todos los miembros de la familia, siendo la principal razón de la separación. La difunta hablaba con su ex hace un año y él le daba dinero mensualmente. ¿Chantaje o sexo? Reconquista. Ella quería volver a su familia; sin embargo, la hija menor no confiaba y estaba en desacuerdo... ¿Qué podía hacer ante la decisión de su padre al ver que su madre entraba nuevamente en «su hogar»? Todo se repetía... La madre las invitó para darles la noticia de que regresaba a casa, pero, al verse rechazada, atacó brutalmente a la mayor. De ahí que la menor cogiera una hoz de decoración y protegiera a su hermana...

646. JESÚS MULERO – HÉROES ANÓNIMOS —¡Sánchez! ¡Gutiérrez!... ¡Dónde coño están todos! El sargento Montoya gritaba desde la puerta del cuartel, estaba abierta de par en par. Al ver que nadie respondía, entró y solo encontró un charco de

sangre que brotaba de una esquina. Al mirarla, su rostro se llenó de terror y las arcadas se adueñaron de él. Sus seis subalternos yacían apilados. Pero lo peor estaba por llegar: de la puerta trasera apareció alguien con un pasamontañas; en sus manos, los explosivos incautados días antes. Instintivamente, se lanzó al suelo con suficiente velocidad para no ser visto. Sus peores temores se confirmaron. Aquellos explosivos serían utilizados en las fiestas, cinco hombres comentaban el golpe mientras salían cargados. Lo vio muy claro, solo una opción, un disparo bastó. Cinco segundos después, el cuartel junto al cuerpo del anónimo héroe estaban envueltos en fuego. Miles de vidas salvadas, aunque eso jamás se sabría.

647. JESÚS BLASCO DE AVELLANEDA – A VUELTAS CON EL ASESINO —El sonido repetitivo de las gotas de sangre golpeando en la roída moqueta que cubría el suelo de esa fría habitación de hotel no dejaba de martillear mi cerebro hasta anestesiarlo. Sin embargo, no podía dormir. No me quitaba de la cabeza la imagen de su cuerpo desnudo, sin vida, amarrado a ese ventilador de techo, dando vueltas y más vueltas. Sin duda, Helen no merecía acabar así. Cuando esta mañana salí a comprar a la ferretería, me sonrió, parecía feliz. La idea de pasar una noche romántica, solos, ella y yo, sin los niños, le había hecho mucha ilusión. Era como si de golpe fuésemos a recuperar el tiempo perdido. Yo solo quería que comprendiera lo mucho que me había hecho sufrir viéndola flirtear con otros hombres, nada más. —¿Está usted confesando el crimen, Joe? —Yo solo quiero que deje de dar vueltas. Dígale que pare, por favor. ¡Dígale que pare!

648. JESÚS CARMONA – MI VECINA Mi vecina era una mujer joven y algo libre en sus costumbres. Yo no tenía nada en contra de ella; además, me agradaba contemplar cómo se cambiaba de ropa y cuando se metía en la ducha. Una tarde, cuando volví del trabajo, encontré sus persianas cerradas. Me extrañó, pero no le di importancia. Fue a los dos días cuando ya lo encontré chocante. Como conocía su móvil, la llamé y, aunque sonaba, no me lo cogía. Eso me asustó y sin dar mi nombre verdadero avisé a la policía. Vinieron a la hora y encendieron las luces. Según nos comunicaron unos inspectores, al interrogarnos a los vecinos, la pobre murió a puñaladas. La investigación duró unos meses y al final cerraron el caso. Yo me cambié de domicilio; había encontrado otro piso desde el que se podía ver el trajín casero de otra joven.

649. JESÚS FELIPE DE ANDRÉS VELASCO – ASESINATO EN PRIMERA

PLANA ¡Bang! El sonido de un disparo retumbó en los pasillos de la sede del NYT. Eran las 2 a. m. y en la planta 47 Natalie permanecía aterrada en el umbral de la puerta de su jefe. Sobre el escritorio, la sangre formaba un charco en torno a la cabeza de McIan, un importante redactor. «¿Cómo? —se preguntaba—. ¡La puerta estaba cerrada, no había arma y el disparo se produjo mientras giraba el picaporte!». Y la cosa no acababa aquí; al ir a coger su móvil para avisar a la policía, encontró una pistola en el interior del bolso. Alguien pretendía incriminarla. Fue hasta el gran ventanal, estaba cerrado por dentro; el asesino debía seguir allí. Se escondió y esperó. A los pocos minutos, contempló asombrada cómo Arthur, que llevaba años tras el puesto de McIan, entrando furtivamente en el despacho, se dirigió a los conductos de distribución de aire y sacó un pequeño MP3, el origen del disparo. En ese momento la vio. Había descubierto la verdad; lástima que nadie más lo fuera a saber nunca...

650. JESÚS RUIZ – DOPPELGÄNGER Carlos apuraba los últimos momentos antes de que la biblioteca cerrase sus puertas. El examen al que se enfrentaba decidiría en gran parte el futuro que le tocaría vivir y por ello no quería desaprovechar un solo minuto de estudio. Abandonó el recinto ya de noche y decidió atajar por el parque para llegar a su casa. Lo primero en lo que se fijó fue en sus zapatillas, que asomaban por detrás de unos arbustos a medio podar. Su madre le había regalado unas iguales en Navidades y tuvo que fingir que le gustaban, a pesar del llamativo verde fosforito de los cordones. Según se iba acercando, su cara adoptaba una espantosa mueca de terror. Es algo difícil de evitar cuando estás viendo tu propio cadáver.

651. JESÚS LARRETXI – SUCEDIÓ EN EL MADISON 25 de diciembre, un día helador. Todos los años, la NBA reserva grandes enfrentamientos para un día tan especial y familiar, un Knicks contra Celtics en el Madison. Rick, después de años, lleva a Javier y Kevin al partido. Rick va de los Celtics, y Espo y Kevin, de Knicks; quieren vivir una velada de «hombres»: deporte, cerveza y bravuconadas. Comienza el partido y de repente un jugador de los Knicks se desploma en el parqué: muere. Rick empieza a farfullar teorías, apuestas, celos, deudas, malas relaciones... La capitana Kathy centra la investigación en el círculo cercano: novias, compañeros, asesores. Todos tienen motivo, pero ninguno es culpable. No resuelven el crimen observado por 18.200 testigos; la prensa y la sociedad critican la investigación. Descubren que un excompañero de equipo en el instituto vio truncada su carrera tras a una pelea en la que participó el fallecido. Simulando querer reconciliarse, lo envenenó antes del partido.

652. JESÚS MARÍA LARRETXI BURGOS – SECRETO DE CONFESIÓN Soy el reverendo Presley, soy escocés y católico. Estoy en la comisaría nº 12 de Nueva York. He acudido a la misma porque me han confesado un asesinato. Yo no puedo revelar lo confesado, pero acaban de detener a otra persona por el crimen que sé que no ha cometido. He pedido a la capitana Kathy que analicen excepcionalmente el lugar del asesinato, para buscar indicios de que había allí otra persona, porque yo les he garantizado que había otra, cuyo nombre no puedo decir en ningún caso. El inspector Kevin, como irlandés, me entiende; Javier, creo que también. Si encuentran algún indicio, podrán seguir con las indagaciones que les lleven hacia el culpable que yo conozco. Si no, tendré que jurar que el ahora detenido estuvo conmigo en la iglesia, en el momento del asesinato. ¡Con lo fácilmente que resolvía sus misterios mi admirado padre Brown!

653. JESÚS ÁNGEL MARTÍN SÁNCHEZ – TRACKING —Yo también quiero un chaleco como el del escritor —dijo Martin Coleman, mientras trazaba la ubicación del móvil del secuestrador al que el capitán buscaba. La señal se derivaba por varios servidores, desde Wall Street, hasta una pequeña zona residencial.

654. JESÚS MARTÍNEZ ANICETO – UN CASO SENCILLO Un destello y después oscuridad. Vuelve la luz y miro la escena. Una cutre habitación de hotel. Tendido en el suelo está él. Un cuerpo más, como tantos otros que he visto tras años de servicio. La sangre ha dejado de salir del agujero de su cráneo. Hace calor. Lo que era un rojo vivo ahora es un marrón oscuro que tiñe la moqueta, ya sucia antes de que él la cubriera con sus sesos. La puerta del baño está abierta y la luz, amarilla y titubeante, encendida. No necesito mirar para saber que en la bañera está ella, con su uniforme del colegio. Inmóvil, con los ojos cerrados. Dicen lo bonito que es ver a un niño soñar, pero ella no está dormida. Golpean la puerta. El volumen de la tele distorsiona las voces del pasillo, pero consigo distinguir la palabra Policía. Tengo que sacar mi placa y guardar el arma antes de que alguien haga una tontería. El pestillo está echado, así que tardarán en entrar. Esta vez, el caso se cerrará rápido. En el suelo está él, y recuerdo cómo suplicaba que no le matara.

655. JESÚS MESADO SÁNCHEZ – LA ROSA DE DOCE ESPINAS Todo este asunto me olía muy mal desde el principio. Primero, la desaparición de Helena; segundo, el robo de las joyas de su madre. Y por último, la rosa de doce espinas que hallamos en su apartamento. No era la primera vez que me topaba con una rosa similar, pero aquel caso ya estaba

archivado y más que enterrado. Nunca encontraron al asesino de mi madre, y la única prueba que dejó ese bastardo era esa maldita rosa. Estaba convencido de que eran la misma persona. Durante semanas, investigué todas las floristerías de la ciudad y solo en tres vendían ese tipo de flor, y únicamente por encargo. Se me hizo un nudo en el estómago cuando descubrí que mi padre era uno de esos clientes. Sin embargo, llegué muy tarde y solo encontré el cadáver de Helena junto a otra de esas rosas.

656. JESÚS REMIS – FLASHBACK Frente a la ventana de mi despacho —con un mensaje escrito: Felipe Colinas, detective privado— recuerdo cómo he llegado a este momento, acompañado del cigarrillo que se consume en mi boca. Fue por aquella extraña llamada. El teléfono sonó, a una hora en la que todos deberíamos estar durmiendo: el sombrero, el cenicero y yo. Una extraña voz, atenuada por algún ropaje, me dijo que acudiese a los laboratorios de Clonatech. La mosca que suelo tener tras la oreja se puso delante y acudí al encuentro de un hombre que salía huyendo del gótico edificio en que estaba el laboratorio. Chocamos, y el tipo dejó caer un teléfono móvil antes de salir pitando. Como aquello estaba más tranquilo que mi vida sexual, regresé a mi despacho. Termino el cigarrillo frente a la ventana y llamo al único número guardado en el teléfono. Utilizo mi sombrero para que no reconozcan mi voz. Alguien contesta al otro lado y le digo que acuda urgentemente a los laboratorios de Clonatech. Después, cuelgo y sonrío.

657. JESÚS SÁEZ VELASCO – WALTON AVENUE El disparo resonó en la avenida. Se apreció a un joven encapuchado huyendo por el patio de la casa de los Johnson. Empuñaba una M1911 de calibre 45 en su mano derecha. De nuevo, la policía empezó a recibir cientos de llamadas. Otro escalofrío recorrió el cuerpo del capitán Moore. Ya era la tercera familia asesinada esa noche en la Walton Avenue. ¿Qué ocurría en el Bronx neoyorquino? John Moore puso a su equipo en marcha. Walter examinó el escenario del crimen: nuevamente, un disparo a quemarropa, pero ¿qué tenían los Johnson, los Adams y los Baker en común? ¡Maldición! Otro disparo sonó dos manzanas más abajo. La cuadrilla se desplazó rápidamente hacia el lugar de los hechos. El sospechoso huyó de la casa, pero el capitán logró detenerlo y le arrancó la cazadora en el acto, la cual dejó al descubierto su cuerpo. John Moore palideció al conocer los planes de aquel joven: asesinar a una docena de familias más. ¿Y cómo lo sabía? Porque Henry Mills lo llevaba tatuado en la espalda.

658. JEZABEL GARRIDO MÁRQUEZ – UNA FAMILIA DE VÉRTIGO Al encontrar el cuerpo, parecía a simple vista un suicidio. Al investigarlo,

descubrimos que fue un asesinato. Al comenzar la investigación, creímos que había sido su compañero de piso porque habían tenido una discusión. Pero averiguamos que había sido el hermano de la novia de la víctima, porque unos meses antes habían empezado una relación, y este, al enterarse, se había enfurecido, por lo que echó a la novia y al hermano de su casa; al verse en la calle, idearon la forma de matarlo. Así, el hermano y la novia podrían salir indemnes y quedarse con la casa y el dinero de la víctima.

659. JOAN BURGUET – UNA BALA POR CADA LÁGRIMA Diario de Ángel. Al fin lo he conseguido; después de diez días acechando a ese criminal, he conseguido ajusticiarlo y vengar, así, a la pobre Andrea. Aún recuerdo la sensación que tuve el día en el que la forense me enseñó el cadáver mutilado de la muchacha. Desde ese momento, dediqué todos mis esfuerzos a encontrar al canalla que había profanado tal belleza. Con solo unas horas, supe que el asesino era el alcalde Sneider; lo sabía, pero no tenía pruebas. Sabía que había cubierto muy bien sus huellas, pero él no contaba con el hecho de que mis contactos me habían llevado hasta su hermana gemela. A cada día que pasaba, hacía que el alcalde viera una y otra vez a su preciada Andrea. Lo preparé todo para fingir un encuentro casual en un garaje. Supuse que él iría armado, así que esperé hasta el momento justo, el momento en que él puso el cañón de su revólver entre las cejas de la falsa Andrea para descargar las balas de mi Glock en su pecho y descubrir que mi odio hacia él seguía dentro.

660. JOAN CERVANTES I GÓMEZ – NO HABRÁ UN NUEVO PROMETEO El disparo le había pillado por sorpresa. Le sangraba el costado. La vida se le escapaba con aquel río rojo. Lo sabía de sobra. Era policía. Había visto a gente morir. —¿Hermano...? ¿Pero qué...? —gruñó cuando su cuerpo golpeó el suelo. Él sonreía—. Metiste el hocico donde no debías. Oh, no me mires así... Si te lo dije, vamos, sabes que lo hice. Te advertí que no te fiaras de nadie. Y si leíste lo que... —vio en sus ojos que no—. Oh, ya veo, ¿ni idea? ¿Ni siquiera comprendiste cómo funcionan las cosas aquí? ¡Pero qué idiota! —se echó a reír a carcajadas mientras se acuclillaba a su lado—. Verás, nunca ha habido verdad o justicia por aquí —su sonrisa era cada vez más siniestra —. Pero el emperador es tan bueno que no dejará que la sociedad lo sepa. Entiéndelo. Quiere su felicidad. Por eso, no podíamos dejar que tiraras de la manta. Ibas a liberar los males de la caja de Pandora, robar el fuego del Olim... —Su muerte lo interrumpió. Chasqueó la lengua. Odiaba que hicieran eso.

661. JOAN GALEOTE TENDERO – FLORES HUMANAS Conocer. Acosar. Afilar el cuchillo. Acechar. Perseguir. Esperar. Degollar. Enterrar el cadáver hasta la cintura en el parque más cercano... Hacer tres fotos. Cambiarse la ropa con la comprada justo antes. Salir corriendo tan lejos como sea posible sin detenerse. Esperar al amanecer sin llamar la atención. Entrar en la cafetería del lugar y ver las noticias. Intentar no reírse...

662. JOAN OLIVELLA SERRA – SIN TÍTULO Blake estaba esperando que llegase ese día. Como todas las mañanas, fue a buscar a su novia Susi, pero cuando llegó a su casa se encontró con la puerta abierta. Entró y vio a su novia estirada en el suelo; a su lado, había una calibre 45, la cogió silenciosamente y, cuando se dispuso a llamar a la policía, le pegaron un tiro a su móvil. Él, asustado, se escondió en el baño, cogió fuerzas y, sin pensarlo, cargó en brazos a Susi y salió por la puerta. Se paró detrás de un coche, esperando que alguien le ayudara, pero no había tiempo, porque ella se estaba muriendo en sus brazos. Se levantó y delante de él había un hombre encapuchado apuntándole con un arma. Blake, casi sin poder respirar, gritó que no le matara; el encapuchado se desenmascaró y le gritó: «¡Felicidades, Blake!». Y Susi se levantó y le felicitó.

663. JOAN PAU GARCÍA – EN EL ESPACIO EXTERIOR Estaban en pleno espacio y, al momento, el botón antigravedad se apagó. Oyeron un ruido fuera, y uno de los astronautas salió. Minutos después, había un charco de sangre en la entrada. El astronauta había sido asesinado. Con una llamada a la central, todo el equipo se puso en marcha. Judy McCarty, la inspectora, accedió a investigar el caso a kilómetros de distancia y ordenó enviar fotografías del lugar del asesinato. La víctima, Dylan Bucks, según los análisis, había muerto por un arma cortante clavada en la cabeza. En la visita que le hicieron a su hermana Shara, Judy observó una colección de cuchillos y echó en falta uno. De regreso, visionó las cámaras de seguridad de la nave y pudo ver cómo Shara entraba y clavaba un cuchillo en el casco de su hermano. Fueron corriendo a su casa y ahí estaba, sentada en el sofá. La inspectora McCarty le cogió las manos y la esposó.

664. JOANA RAQUEL ÁLVAREZ MARTEL – BLACK FILES La vida de cualquiera deja de ser normal y corriente cuando una persona extraordinaria entra en ella. Eso es lo que le pasó a nuestro investigador cuando ella apareció en su despacho. Se llamaba Vivien y ansiaba saber quién había asesinado a su marido. Derrick Jordan no dudó en aceptar el caso. Harold Benson había fallecido en circunstancias extrañas, y la policía fue incapaz de resolver el crimen. «Unos ineptos», según la señora Benson. Por

eso, había recurrido a uno de los mejores: Black Jordan. Así le llamaban. Le costó. Era una cadena muy larga, y empezar a seguirla por el eslabón más pequeño e ir ascendiendo no fue fácil. Cada eslabón era más grande. Tardó casi un mes en lograr resolver el misterio que envolvía a Vivien Benson. Era inteligente, mucho. Y también astuta. Por eso supo cómo, cuándo y qué hacer para que todo saliera tal y como ella lo planeó. Tal y como ella lo deseaba. Una viuda negra, según descubrió. Peligrosa, sensual, mortal... Ella era la asesina. Siempre lo era.

665. JOAQUÍN GAVILANES – REMINISCENCIA RASGADA Cada vez que cierro los ojos, oigo el crujido apesadumbrado mezclado con el barro que precipitaba con cada paso hacia los resquicios desgastados de las maderas del suelo. Todo ocurrió a finales de otoño cuando mi mujer preparó unas vacaciones a una cabaña cerca de un lago para evadirnos del papeleo que se acumulaba sobre nuestras mesas de la comisaría. Pactamos recoger las llaves en el bar más próximo a la casa. Al llegar allí, una señora extraña nos entregó las llaves y condujimos hasta la cabaña. Cuando vi la chimenea, fui a buscar leña al cobertizo mientras Gwen deshacía las maletas. De repente, advertí un grito; sin pensarlo, corrí al dormitorio, pero ya no estaba; alguien me golpeó y me dejó inconsciente. Desperté en aquel ruinoso bar con el ruido de las sirenas de la policía de fondo y mi coche aparcado fuera. Me tomaron declaración aunque no me creyeron, así que volví al lago; sin embargo, la cabaña ya no estaba. Entonces, sonó mi móvil, era un mensaje que decía: Tengo a tu mujer.

666. JOAQUÍN VICENTE VICENTE – LUCHADORA HASTA EL ÚLTIMO ALIENTO El inspector Antonelli se encontraba en la puerta de la casa donde se había producido el asesinato, cuando un toque en el hombro le sacó de sus cavilaciones; era su compañero, que le avisaba para entrar al escenario del crimen. Una vez dentro, pudo sentir e imaginar todo lo que había sufrido la víctima antes de morir: cómo aquel animal que era el asesino había jugado con ella, casi era capaz de oír sus gritos de angustia y desesperación; incluso casi sentía la presencia del asesino: cómo aquel ser había golpeado y arrastrado a la víctima por toda la habitación, cómo había quebrado los huesos de las piernas de la mujer para que ella no escapase. La mujer había opuesto resistencia, había arañado la alfombra, tenía los nudillos rotos y varios hematomas en los brazos, además de un palo de golf en su mano derecha. Aunque no fue suficiente, ya que el asesino consiguió partirle el cuello haciendo que exhalase su último aliento. El asesino tenía experiencia, no era su primer asesinato...

667. JOCABED PUERTO TERUEL – LA REINA DE CORAZONES Miraba fijamente a su última víctima, examinándola con descaro, sin ningún tipo de remordimiento. Más bien, permanecía allí, respirando profundamente el mismo orgullo que dejaba mezclarse en el aire. Seguía siempre el mismo patrón. Mataba a su objetivo sin muchas complicaciones. Ni siquiera lo planeaba de antemano. Lo que de veras disfrutaba era la presentación del crimen. Colocaba dos rosas con asombrosa minuciosidad. Ambas blancas, excepto una. Esta la teñía con la sangre del cuerpo inerte y tendido en el suelo. Esa obsesión la perseguía desde su menos tierna infancia. Cada vez que daba por finalizado el homicidio, veía a su madre tambaleándose con la mirada totalmente perdida y encendiendo la televisión para ver juntas Alicia en el país de las maravillas. Aunque a decir verdad, la única espectadora era la niña, ya que su acompañante sostenía unas pastillas y tragaba sin pensarlo dos veces.

668. JOE ANDALUZ ARREAGA – BRUJAS La tenue luz del sol penetraba entre los árboles; acariciaba las mejillas de Sophia, mientras secaba sus lágrimas. Trataba de explicar cómo su novio había aparecido esta mañana a su lado muerto. Mason estaba tendido sobre un recoveco de flores que eran mecidas por el viento matinal. Linares, México, había acabado con la vida del joven estudiante. ¿Qué habría podido pasar en tan solo unas horas? La joven explicaba que una anciana, horas antes de acampar en el bosque, les dijo que morirían si se quedaban allí, ya que las brujas salen del camposanto todas las noches. Tras investigar exhaustivamente y con las pocas pruebas materiales en el campo de investigación, todo señalaba a Sophia, pero, tras un análisis de sangre, se encontró una gran cantidad de noctamid en sangre, con lo cual estuvo dormida toda la noche. Algo se está escapando y no permite atar los cabos. Quizás la respuesta la tenga un cuaderno de rituales, lleno de anotaciones, encontrado a pocos metros del lugar del crimen.

669. JOEL FILTER GUTIÉRREZ – IDENTIDADES SORPRESA En el caso del senador Braken, hay un cabo suelto. Alguien de su organización no está encerrado y Kathy no puede dormir tranquila. Se pone en su búsqueda, de nuevo solo con sus compañeros Javier y Kevin, y por supuesto con el inoportuno Rick. Se les complica la tarea cuando Kathy se convierte en la persona buscada por los federales, acusada por falsificación de documentos civiles. Nadie sospecha de la capitana, pero las imágenes hacen justicia. Con Kathy escondida, se siguen cometiendo delitos que la inculpan; ahora buscan a una falsificadora de identidad. La búsqueda se alarga hasta que descubren a una Kathy que actúa diferente de lo normal, se mueve por zonas conflictivas y parece que esconde la cara. Kathy la encuentra y, a punta de pistola, le hace confesar que es su hermana gemela. Solo tiene que encontrar las pruebas para poder encerrarla.

670. JOHN CEDRIC ALIMPOLOS ORANA – EL ASESINO DEL PARAÍSO En una playa desconocida de un pueblo lejano, David Jones, un policía retirado, intenta resolver el crimen de un pasado no olvidado. Una noche, se acuerda del día de la muerte de su mujer; siempre se culpaba a sí mismo por no haberla protegido en aquel atraco. Tiempo después, David se encuentra con una chica de la que se había enamorado, y recuerda que ella estuvo en el lugar de la muerte de su mujer. Pero tenía un pequeño sentimiento hacia ella. Cuando la estaba investigando, dio con una prueba que la relacionaba con el atraco: encontró la pistola que se usó, así que con esas evidencias pudo resolver y vengar la muerte de su mujer.

671. JONE OCHOTECO MAYA – TIC TAC La famosa actriz Julia Sanders se levantó a las 6:50 como cada martes. «Un día más...», pensó mientras se ponía su carísimo collar de plata. Ella no lo sabía, pero en siete horas sería una muñeca de porcelana: tan blanca, tan sin vida. Hoy serás la protagonista, la protagonista de mi crimen. Siempre te sentiste diva... porque eras guapa y yo, simplemente lista... Tic tac, tic tac... A las 14:50 concretamente te tumbarás en la tumbona de la sala de belleza Ann’s para tu «momento de paz» semanal. Mientras la mascarilla acaricia tu cara, notarás un dolor punzante, no podrás respirar. El collar clavará sus perlas en tu cuello. El imán que sostengo en la habitación de abajo será más fuerte que tus ganas de vivir. Lo mejor será que nadie podrá saberlo. ¿Cómo, si la puerta está cerrada y no hay ventana? ¿Habrá sido el mayordomo también esta vez?

672. JORDI ÁLVAREZ GRANDA – NO TAN ACCIDENTAL Hay muchas citas que terminan mal, pero esta terminó con Laura muerta. Ni siquiera se dio cuenta al principio porque el veneno y el clímax llegaron casi a la vez. Cuando se le paró el corazón, simplemente se dejó ir. El médico certificó muerte por parada cardiaca; la policía no apreció signos de violencia. Ni siquiera la prensa del corazón elucubró sobre las causas del fallecimiento. La exmodelo y actriz era conocida por sus flirteos con las drogas, el alcohol y —se rumoreaba— con el sexo salvaje. Era lógico que los excesos le acabaran pasando factura. La investigación se cerró en menos de un mes, sin novedades. El funeral fue todo un show mediático. En algún lugar, lejos de todos los focos, el asesino sonreía tras la pantalla de un portátil. La transferencia se había realizado conforme a lo acordado. Un trabajo limpio y rápido. «Ojalá el mundo estuviera lleno de maridos celosos y adinerados», pensó. En ese momento, entró un nuevo correo en la cuenta que daba a sus clientes.

673. JORDI BARRIS – UN CLÁSICO El cadáver de Luis Bonín seguía sentado en el sillón. En el suelo, un vaso de cristal tallado había estallado vertiendo el whisky por encima de la moqueta. El inspector Blanch miraba la escena. De repente, la cara del muerto le recordó la del hombre que muere de sobredosis en Night Train, la desconocida película de Brian King. Como en ella, Bonín había muerto sin duda de una sobredosis. Solamente era necesario analizar el whisky caído. Mirando el lujoso vaso roto, el inspector recordó cuando Rick en Secret’s safe with me dijo: «El culpable fue el mayordomo». Alzando un poco la voz exclamó: «¡Deténganlo!». Con las manos cruzadas tras la espalda, se encaminó hacia la puerta. Si no fuera por el cine...

674. JORDI BARRUBES – EL ASESINO DE LOS OFICIOS Después de un año sin tener ningún patrón en los once asesinatos cometidos, la investigadora contempló una vez más la pared de su despacho, donde permanecían colgadas todas las fotografías de las víctimas y posibles sospechosos. Su experiencia en estos temas no le permitía dedicarle más tiempo o su reputación se vería afectada por sus altos cargos. Después de varias horas, encontró su nombre en forma de acrónico en las profesiones que ejercían las víctimas. Tras el descubrimiento, su pulso se alteró; no entendía nada. De repente, entró su compañero dándole la enhorabuena mientras la apuntaba con su revólver. La investigadora se giró de inmediato y se quedó mirando a la espera de lo que era inevitable. Le disparó sin compasión una y otra vez mientras le repetía: «Deberías acordarte de mí».

675. JORDI RAMOS PUIGJANÉ – LA SANGRE DEL DEMONIO Entremezclado con el olor de madera mojada, el hedor se extendía más allá de las escaleras. Subía lentamente, intentando retrasar lo inevitable. El pacto se cobraba su precio, pero era necesario: él era el único que podía detener al asesino de la cabeza cortada. Empujó la puerta, abriéndose con un leve chirrido. Una vez más, la estancia se hallaba helada, sin apenas luz y vacía; sus compañeros habían salido para dejarle trabajar, necesitaba conectar con Empusa. El cuerpo estaba tendido en medio de lo que parecía ser la estancia principal, completamente desmembrado y ordenado metódicamente. La mano izquierda colocada en la derecha; la derecha, en la izquierda, y ambos pies de la misma forma. Todo parecía invertido, salvo la cabeza, nunca aparecía la cabeza y esta vez no iba a ser la excepción. Trazó el pentagrama en el suelo y se preparó para la invocación; pronto entraría en trance, solo esperaba que Empusa le permitiera volver; si no, todo aquello habría sido en balde.

676. JORGE ALARCÓN DE MENA – LA CITA Samuel emergió de las sombras como un pez abisal. La vida lo había

tratado con crueldad, y él había devuelto cada golpe. Su cara mostraba que había perdido todas las peleas. Se acercó a la barra, miró al camarero y señaló su vaso con una uña irregular y sucia. La tragaperras arrojaba monedas a regañadientes, y la televisión confundía las pocas conversaciones con noticias de nuevas desgracias. Samuel miró la pantalla. No quiso sonreír, pero lo hizo. No era una sonrisa bonita la suya. Una muerte desconocida más en algún sitio. Alguien menos. Apuró el vaso sin satisfacción y volvió a su rincón. No debería haber entrado a ese bar, pero tampoco podía estar toda la noche vagando sin rumbo. No estaba allí por gusto y no lo estaría en ningún otro sitio. Puestos a que lo mataran, tanto valía esperar en ese antro como en cualquier otro.

677. JORGE ARRIMADAS – PARA LEONOR Cuando leas esto, estaré muerto. Lo escribo para explicarte por qué he decidido quitarme la vida. En el momento en el que tus ojos me envolvieron, se selló mi porvenir. Pero el de él, también. Al besarme, me hiciste dependiente de tus labios, y ya nunca permitiría que él pudiera seguir manejando tu destino. No lo hará nunca más. Murió como merecía, desangrado, como una bestia. Ahora, aún alterado y confundido, intento descifrar cómo he sido descubierto. Lo planeé todo a la perfección, y no he dejado pistas de ningún tipo. Es imposible que nadie lo supiera, nadie excepto tú y yo, mi amor. Llegar a nuestra cita, aún con su sangre en mis manos, y no verte me desconcertó. No iré a prisión. Estar allí sin ti sería un suplicio. La policía golpea mi puerta. Pero ¿cómo me han descubierto? Esta incógnita me acompañará a la tumba. Pienso arrojarme al vacío tan pronto como termine de escribir esto. Ya no podremos viajar juntos con el dinero del seguro como planeamos. Tendrás que hacerlo sola, mi vida.

678. JORGE BURGOS DE LA TORRE – CINCUENTA Y NUEVE MINUTOS Conduciendo mi viejo Volkswagen en medio de una tenue niebla, sentí un escalofrío que se expandía por mis entrañas, pues tenía el presentimiento de que nada bueno me esperaba ese día. Mientras conducía, con la mano izquierda en el volante y con un café largo en la derecha, recordaba los días en la universidad y cómo había acabado siendo fiscal, pasando por subinspector de policía y ahora en seguridad en el sector privado. Parado en un semáforo, recibí una llamada de un compañero para que fuese directamente a la sede central; acepté a regañadientes y, aunque era mi día libre, el trabajo me reclamaba. A nivel general, mis compañeros, la mayoría expolis, tenían un gran respeto por el trabajo desempeñado en la policía. Cuando llegué y vi la situación, entendí el motivo de la llamada: el cuerpo inerte de mi jefe yacía sobre la acera en un charco de sangre. Aunque la mayoría cree que se suicidó, yo no lo creo; sé que no fue así.

679. JORGE DÍAZ – SABOR AMARGO 1:03 a. m. Como cada noche, Fredy Jackson escribía en su pequeño blog de notas un breve resumen de cómo había sido su día, relatando una a una las cosas que le habían sucedido y los personajes con los que se había cruzado. Tras el primer sorbo de ese dulce, pero siempre en su punto, café colombiano, Fredy escuchó un estruendo que procedía de su habitación, algo poco común, pues desde que se marchó con diecisiete años de casa de sus padres siempre había vivido con él como única compañía. Curioso y algo temeroso, se dirigió hacía el cuarto, iluminando cada rincón del apartamento con la cegadora luz de su teléfono, luz que no sería capaz de percatar la sombra que detrás de él se aproximaba y que segundos después terminaría con su vida. En el buzón una carta avisaba: «Fredy, han vuelto, ¡huye!».

680. JORGE DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ – SIN TÍTULO Ese intenso olor metálico... Apenas recuperó la conciencia, reconoció el tacto de la alfombra entre sus dedos y, aun sin despegar su cara, creyó percibir un halo rojizo en ella. A duras penas, se arrastró entre la niebla de sus ojos a través de los escasos dos metros que le separaban de la pared y se recostó. Dirigió su mirada al frente. La alfombra estaba empapada. Y entonces le vio a través del ventanal, cargando su pieza de caza en la furgoneta frente a la cabaña... y recordó aquel ruido... y revivió el punzante dolor en su espalda... Al acercar su mano, notó cómo el calor abandonaba su cuerpo con flujo lento pero continuo. La brisa se colaba por el ventanal, refrescando su cara, prolongando lo inevitable. Tan solo alcanzó a ver la silueta de su esposa saliendo de aquella furgoneta y devolviéndole la mirada antes de oscurecerse su vista.

681. JORGE GARD – SIN TÍTULO El inspector Mateo era un bon vivant. Para investigar la muerte del maître del Costa Celeste, el mejor restaurante de la ciudad, no tuvo mejor idea que ir a cenar al lugar de los hechos. Tras degustar un salpicón con foie y compota de manzana, entretenerse con un panqueque de pollo trufado y deleitarse con un filete de kobe con patatas arrugadas, regado todo con un espléndido tinto reserva, observó el contoneo de la espectacular camarera que se acercaba con el carro de los postres. Su comentario al detective que le acompañaba fue: —¡Eso es un delito; fíjate qué bombón! —el carro ya estaba a la altura de su mesa cuando Mateo, dirigiéndose a su acompañante y señalando a la camarera continuaba su perorata—: ¡Esa mujer tendría que estar en la cárcel! —Inspector, ¡es usted un genio! ¿Cómo lo descubrió? —le preguntaba después el subordinado, perplejo aún por los efectos que las palabras de su jefe habían causado en la asesina, que se derrumbó llorando y confesándolo todo.

682. JORGE GUTIÉRREZ – SIN TÍTULO Sentada en su sofá preferido, con una humeante taza de café en la mano y el periódico donde la noticia ocupaba la primera página a sus pies, intentaba sobreponerse a las últimas veinticuatro horas. Si cerraba los ojos, podía sentir el frío metal de la camilla en su piel, la mortecina luz de los focos iluminando su frágil cuerpo desnudo, el tacto áspero del paño estéril, el intenso olor a antiséptico y la voz, sobre todo la voz, dulce y heladora de la muerte encarnada en el cirujano. Todo sucedió en un suspiro, el brillo del bisturí, el dolor lancinante en el costado, lágrimas resbalando por su cara... un grito, disparos, silencio... y la mirada de su verdugo vil, inhumana, animal, reflejo de todo lo oscuro que hay en el alma apagándose mientras se desplomaba a su lado. Bebió un trago de café amargo e intenso, miró por la ventana la calle mojada, donde la gente seguía con sus vidas, sabiendo que, gracias a ella, había un depredador menos y eso hizo que se sintiera reconfortada.

683. JORGE LLAMAS DOMÍNGUEZ – TU FUI, EGO ERIS. LO QUE TÚ ERES YO FUI; LO QUE YO SOY TÚ SERÁS Primero un drogadicto, ¿nota?: «De nada». Después, aquella prostituta: «Solo es el principio». También el camello personal de ambos: «No más vicios». Un adicto a las redes sociales que aireó una presunta relación entre las víctimas también murió con la garganta seccionada: «Un motivo menos para deprimirse». Cuando murió un agente, fue una provocación: «No temo a una placa». La sexta víctima, la psiquiatra Naya Bouquets, «Shhh...», fue la que diagnosticó mi Trastorno de Identidad Disociativo. Mi otro yo grabó un DVD antes de cortarle la garganta para explicarse: «Quiero garantizarte un ascenso resolviendo estos crímenes». No puedo entregarme, no soy un asesino. Pero no puedo quedar libre; lo que hay dentro de mí no es inocente. Fiel a su estilo, escribí mi nota, me metí el arma en la boca y disparé. El agente Cole examina el séptimo cadáver, su excompañero Vincent. Suicidio. Lo cierto es que se trata del asesinato del asesino a manos de un policía. ¿Mi nota?: «Fin».

684. JORGE SÁNCHEZ – LA OCASIÓN PERFECTA Se está asfixiando y después de probar los primeros auxilios básicos no consigo resultados. Se lleva las manos a la garganta y se arroja al suelo. Intentando pensar, me viene un repentino recuerdo de cierta película de terror; creo que... Cojo el primer bolígrafo que veo y vuelvo a su lado para practicar una traqueotomía de urgencia. Me arrodillo y palpo su garganta para hallar el punto exacto; debe de ser debajo de la nuez. Quito la mina del boli y clavo, ella abre los ojos sin gritos, desangrándose. Meses pensando cuál sería la mejor manera de matarla sin que pareciera un asesinato premeditado y resulta que hoy, sin tenerlo planeado, ha sido por accidente la ocasión perfecta. Nadie podrá decir que no hice lo posible por intentar salvarla; como mucho me atribuirán un homicidio por imprudencia y quizá

salga absuelto de todo cargo, pues según están las leyes...

685. JORGE VERDEJO LUDEÑA – SIN TÍTULO El inspector observó la escena del crimen. Los dos cuerpos se encontraban en el dormitorio, encima de la cama. Estaba atardeciendo; por la ventana entraba la poca luz que las cortinas dejaban pasar, iluminando la cama, las mesillas de noche y los cuerpos. El inspector se adentró en el cuarto y se apoyó en la cajonera que había delante de la cama. Observó los cuerpos. La mujer estaba tendida encima de la cama con los ojos abiertos, solo llevaba la ropa interior y presentaba una puñalada en el pecho. El hombre, tirado boca abajo y vestido solo con los calzoncillos, tenía el cuello cortado. En la pared se veía la salpicadura; había sido rápido. Entre los cuerpos estaba el cuchillo. El inspector se volvió, miró en el espejo que había encima de la cajonera, vio su camiseta y sus manos bañadas en sangre. Había resuelto el caso. Él los había matado.

686. JORGE VIEJO CASAS – THE END Fundido en negro. Poco a poco se va distinguiendo una puerta abierta a un jardín, que termina siendo perfectamente nítida. La cámara empieza a viajar y nos muestra el cuerpo tendido en el suelo, inerte, los zapatos brillantes, las perneras del traje gris, la trabilla del pantalón vacía, la camisa arrugada, el brazo extendido, buscando, no llegó a encontrar, el cinturón en la mano, el puño cerrado. La sangre fluye desde el pecho y avanza lentamente sobre el suelo de madera. El encuadre enseña ahora la boca abierta, el rictus de sorpresa, los ojos para siempre sin cerrar, el pelo finalmente despeinado. El travelling se detiene unos segundos, y se escucha el ruido del arma caer. Sollozos a lo lejos. La cámara gira sobre sí misma, dejando el rostro inmóvil fuera del cuadro. Vemos el arma, apuntándonos, pero el travelling no se detiene hasta que llega a ella, sentada sobre sus rodillas, con las manos tapando las lágrimas. Apenas se le oye decir: «Todos dirán que fue en defensa propia».

687. JORGE ZARAGOZA – SERÁ SOLO MÍO Amanece. Una paz absoluta inunda la estancia. El silencio de la habitación se quiebra por un sonido seco. La primera gota se escucha con una claridad pasmosa. Las siguientes se convierten en un arroyo que golpea la tarima. La sangre es espesa. Siente náuseas y una gran agonía. A duras penas es capaz de sostener en la mano un cuchillo. Tiene todavía caliente el recuerdo de su tacto y piel. Su boca subiendo por el cuello, besándole la mandíbula, el lóbulo de la oreja y pasando a la comisura de los labios. Su mano subiendo por el muslo hasta acariciar su ropa interior. Se le eriza el vello. Intenta recapacitar. No lo consigue. Solo flashes de la noche. Sus yemas humedecidas

le acarician todo el cuerpo. Se estremece de los pies a la cabeza. Desea sentirle dentro, moviéndose. Ahora, él yace en la cama sin vida. Se tumba a su lado y levanta el cuchillo. Lo baja con fuerza para hundirlo en el corazón. Todo se vuelve oscuro y, mientras la vida se le escapa, por fin, lo entiende.

688. JOSÉ DÍAZ DEL MORAL – EL ÚLTIMO REFUGIO La detective Wilson había seguido hasta un decrépito edificio al homicida responsable de acabar con la vida de Samuel King a los seis años. El temor a dejar escapar a un individuo capaz de cometer semejante aberración rondaba su cabeza cuando escuchó un estruendo. No advirtió que un proyectil había atravesado su cuerpo hasta que cayó al suelo y vio, en el ocaso de su agonía, al criminal empuñando un revólver. Su compañero llegó demasiado tarde. William cerró sus ojos. Había dejado que la maldad se impusiese, pero esta vez haría todo lo posible por corregir su error. Examinó el último párrafo y lo modificó para hacer que el asesino errase su disparo, dando una oportunidad a Wilson para esconderse y abrir fuego contra aquel desalmado ser humano, manteniendo así la ficción como el último refugio en el que el bien prevalecía.

689. JOSÉ FRAGUAS REGUERA – LOS MALVADOS VISTEN DE NEGRO Sdrago sin embargo siempre vestía tonos pastel. Incluso en momentos como aquel, en el que tenía a su gran rival y feroz perseguidor cercado, y a punto de dar el golpe de gracia. Apuntaba al detective Furano con un revólver de seis disparos, acorralándole contra un acantilado sin posibilidad de escape. —Recuerdo la última vez en circunstancias similares —dijo Sdrago. —Mal momento para encasquillarse el arma —replicó Furano. El criminal más buscado y el mejor inspector del cuerpo intercambiaron miradas casi cómplices, sonrientes, ante aquel antiguo episodio. —Por eso, ahora le apunto con un simple revólver, nunca fallan. Sdrago tenía las de ganar en esta partida de ajedrez, pero Furano seguía sonriendo. Abrió la mano derecha enseñando su contenido. —Incluso un revólver necesita balas... —Balas recubiertas de polvo de ántrax, inspector. Ahora debe elegir su muerte: un veneno lento o una rápida caída. Furano siempre decidía bien.

690. JOSÉ LÓPEZ COLOMA – LA HERENCIA —Bien, señor García. Su padre nos dejó una carta sellada que quería que usted leyera antes de proceder con la lectura del testamento. Así que, si no le importa... —Por supuesto que no. A ver... Bien, ya. Vale. Ejemm. «Queridos amigos y familia:

Me alegra que estéis todos aquí para lo que tengo que decir. Pero sobre todo me alegra que estés tú, Carlos, mi hijo. Algunos de mis mejores recuerdos son de cuando eras niño y echábamos un partido de fútbol. ¡Qué orgulloso me sentí el día que me ganaste de verdad por primera vez! Puede que no te acuerdes, pero yo sí. Por eso fue más duro y decepcionante ver cómo ibas creciendo y te transformabas en un avaricioso desgraciado. Profundamente egoísta y rencoroso. Adicto a todo tipo de excesos, que solo quería mi fortuna y estaba dispuesto a cualquier cosa por ella...». —Señor García siga leyendo; la policía ya está avistada. «... incluso a matar... me. Y por eso mismo, hijo mío, puse cámaras ocultas por toda la casa».

691. JOSÉ MORENO NAVARRO – CALOR PENETRANTE Nunca su encanto fue tan efectivo. Abrazada a él, al que hacía unos segundos intentaba torturar, ahora respiraba jadeante. —Ha sido increíble, preciosa; solo me remuerde la conciencia no haber podido detener a tu jefe. —No te preocupes; de todas maneras, el avión está punto de llegar a Londres. Ahora solo debes concentrarte en mí. Con un movimiento rápido de su mano, rompió la lámpara de la mesa en su cabeza. —Gracias, nena, era todo lo que necesitaba saber. Apartó el cuerpo inmóvil de encima de él. Su teléfono seguía hecho pedazos, así que rebuscó entre la ropa hasta encontrar el de ella. —¡Por fin! Sin dilación, escribió un mensaje al número que había estado repitiendo en su cabeza toda la noche: Detective, soy Jaime Moreno. Aterrizará en Londres en unos minutos. Tras vestirse y atar a Nina, deambuló por la habitación mirando angustiado el reloj. Se estaba empezando a desesperar, cuando sonó una alerta: Le tenemos. Y el dinero también. Te debo una copa.

692. JOSÉ PADILLA DOMÍNGUEZ – SIN TÍTULO No podía moverme de la silla; angustiado y atados de pies y manos, no podía pensar en nada. No sabía por qué me tenían allí; lo único que sí tenía claro es que algo bueno no me iba a pasar. Tras la puerta que tenía frente a mí, se empezó a escuchar un ruido muy desagradable. Algo metálico sonaba contra la pared. La ansiedad se apoderaba de mi cuerpo, empecé a sufrir temblores y un escalofrío me recorría por la espalda. El sonido se acercaba más y más hacia la puerta; antes de cerrar los ojos, pude ver como el cerrojo viejo y oxidado de la puerta se abría muy lentamente. Un hombre entró en la sala con una barra de acero en las manos, a un metro de mí, la levantó con la intención de pegarme con ella, pero algo le detuvo en seco. En ese momento, abrí los ojos y vi como el cuerpo inerte del hombre caía al suelo con un cuchillo clavado en la espalda. Frente a mí solo veía un pasillo muy largo y

nadie en él, no sabía lo que había ocurrido. No sabía quién me ayudo ni por qué.

693. JOSÉ SOLA RUBIRA – RICK EN ESPAÑA Se descubre un asesinato en un colegio de FP en un pueblo de la Costa Brava. Rick y Kathy se encuentran en él aprovechando que hay un simposio de los Cuerpos de la Policía a nivel mundial en la ciudad de Barcelona, y con la excusa de que Kathy participe, ellos aprovechan para realizar su viaje de luna de miel disfrutando de la playa y el sol de España. Los Mossos d’Esquadra solicitan a Kathy que colabore en la resolución del crimen. Han asesinado a un profesor de FP de Electricidad. A medida que investigan, descubren que el profesor tenía muchos enemigos por su carácter: la conserje, la directora, algún profesor... Al final, resulta que ha sido asesinado por las mujeres de la limpieza del centro; una de ellas había estado casada con el profesor y, en un arrebato de ira en una discusión, acabaron con su vida.

694. JOSÉ TRUJILLO MARRERO – LAS VACACIONES DE RICK Y KATHY Por su primer aniversario, Rick y Kathy se van de vacaciones a Gran Canaria. En una de sus visitas guiadas, su guía es secuestrada en la Plaza de Santa Ana, por una mafia rusa; ellos son los únicos testigos, por lo que tendrán que colaborar con la policía española para el esclarecimiento del caso, concretamente con el comisario Jorge Antonio y la subcomisaria María Santana. Cuando empiezan las investigaciones, descubren que la guía era una familiar huida de la mafia rusa de la familia Dimitri. Cuando interrogan a Vladimir Dimitri, él reconoce que la guía es su hija Rosana, pero que no tiene nada que ver con el secuestro. Ya en comisaría, Vladimir aprovecha para denunciar el secuestro de su hija, hecho que no convence a la policía, ni a Rick ni a Kathy.

695. JOSÉ VERA RODRÍGUEZ – LA TIENDA DE ANIMALES Seis semanas después de la aparición del coche de Anne Hart abandonado, sin más huellas que las suyas y sin señales de violencia, el sheriff de Cahill solicitó la ayuda del agente Key. Este, tras viajar todo el día, decidió visitar al señor Bill Hart antes de instalarse en el pequeño hotel del pueblo. Mientras el sheriff Gross les presentaba, Key observó en el garaje un cubo y plástico con restos de pintura. Hart les ofreció tomar algo, y Key aceptó un vaso de agua para aliviar el calor. Un gato orondo entró en el salón, el mismo de la foto de la mesa, con una Anne de ojos rojizos. Key leyó en las notas de Gross: Alergia. Dueño tienda animales. «La mejor carne para perros del lugar», añadió. Key corrió hacia la cocina. Vio el plato de carne y la leche en el suelo. En la basura, restos de fruta y pollo. En la nevera, verduras y la

botella de leche. En los armarios, café, pasta, pan. Se giró y dijo: —Señor Hart, quiero hacer una prueba de ADN a la carne para perros de su tienda...

696. JOSÉ ZAHONERO – HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE... O ANTES Algo no encajaba. Un cadáver, Carlos Polo, situado convenientemente en la vicaría de una iglesia madrileña con denotadas evidencias de tratarse de un exorcismo ritual, inculpaba al padre Ángelo directamente. El inspector Durán observó la escena con incredulidad al percibirla como sacada de un manual de criminología, por lo que decidió apartar sus prejuicios para llegar al fondo del asunto. Tras investigaciones e interrogatorios, encontró una relación inequívoca. El padre Ángelo impartió cursos prematrimoniales a la víctima y su prometida Karen. Durán pasó al más profundo de los asombros al descubrir que Karen y el padre tenían una aventura que desembocó en el cargo de conciencia de este y la ruptura de la relación. Por ello, por venganza y despecho hacia el párroco, quiso inculparlo del asesinato de su futuro marido. A veces, la animadversión y el resentimiento son más fuertes que el amor.

697. JOSÉ ÁNGEL FERNÁNDEZ – #MI_VENGANZA Alba Gayo @alga – 2 oct.@marco Los muebles, destrozados. Marc, muerto en la piscina. Mary Coral @marco – 2 oct. Ese hdp no tenía bastante con pegarme un tiro. Tranquila, seguimos buscándole. Mi pobre kanitxe! Dale una koz en los guevos d mi parte. Tus vecinos vieron un coche de policía antes de llamarnos. Está aki @alga! Es el kabron de Jaime! ¡Joder! Escribe bien @marco. ¡Aguanta! T está leyendo... Dice q maté a su padre en la manifa de 2009. Fue un forcejeo, Jaime. Se disparó y quedó tetrapléjico. No lo mató. Me deskubrio en las pruebas d tiro komparando las balas... me va a matar @alga! @jefe Entramos en tromba gritando ¡tira la pistola! y apuntándole. Sonrió y disparó a Mary en la frente. Disparamos todos. Chús Fermín @jefe – 2 oct. Dispara primero y pregunta después, decía ella en broma. Ni así la hubierais salvado @alga. Caso cerrado.

698. JOSÉ ANTONIO GRACIA – LA DECISIÓN Estaba convencido de que era el culpable; le observaba a través del espejo semiplateado, él no podía verme, pero intuía que era observado y a veces un rictus por sonrisa movía apenas sus labios. No tenía ninguna prueba, pero todos los indicios apuntaban hacia la misma dirección. ¿Cómo podría inculparlo? Él era el único beneficiado con la muerte de la víctima, y su coartada apenas se sostenía por elementos circunstanciales. Lo habíamos probado todo, desde aplicarle el tercer grado hasta el juego del poli bueno y

el poli malo, sin ningún resultado positivo. El tiempo se nos acababa y, de no mediar un milagro, tendría que ponerlo en libertad. Entonces, me decidí y entré en la sala de interrogatorios; su rictus se mutó en una mueca sardónica al contemplarme frente a él. Estuve mirándole fijamente durante unos minutos sin apenas parpadear, manteniendo la mirada fija; aparté suavemente la silla, rodeé la mesa que nos separaba y me puse detrás de él, puse la pistola en su sien y entonces cantó de plano.

699. JOSÉ ANTONIO HERRERA MARTÍN–DOIMEADIOS – CASTIGO POR BONDAD A Mat, un hombre bueno, familiar, trabajador, lo amenazan con matar a su único hijo de tres años, huérfano de madre, que falleció durante el parto, si no asesina a un importante director de banco, cuyos negocios son algo turbios, al hacerlos con el dinero de los clientes. Uno de estos afectados, Kevin, arruinado por el director, utiliza a Mat, que es su compañero de trabajo, a través de mensajes anónimos, para que haga el trabajo sucio sin que este sepa nada, por envidiar su vida.

700. JOSÉ ANTONIO MÁRMOL ZUMAQUERO – LA INTUICIÓN DE RISE El teniente Rise creía haberlo visto todo. La casa estaba cercada por la policía. Al llegar, un agente vomitaba mientras su compañero de la científica, John Forrest, buscaba pruebas. Al observar el cuerpo, no pudo evitar una mueca de horror, pero tenía que encontrar al asesino y se dijo a sí mismo que solo era un trabajo más... Los ojos de la víctima no estaban, y sus extremidades, amputadas y de nuevo cosidas, pero sus brazos estaban donde debían estar sus piernas y sus piernas estaban donde sus brazos. Era dantesco. Observó la habitación, cada detalle fue analizado. Su intuición era legendaria. En la cama, una pequeña mancha llamó su atención y su mente hizo el resto. El asesino, al quitarse el guante, puso el dedo sobre una gota de sangre. Avisó a Forrest y tomó aquella huella. Una sonrisa se dibujó en su rostro. Sabía que lo había cazado.

701. JOSÉ ANTONIO SOLÍS RUIZ – EL SÍMBOLO Ella corría bajo la noche y la lluvia con los zapatos agarrados con fuerza, sintiéndose perseguida y observada. La lluvia no dejaba de caer y no había nadie por la calle. Oyó un golpe seguido de un grito que retumbó entre las paredes del callejón... —Menuda noche —comentó el inspector Ulloa. —Es lo que dice el testigo, mmm, José Rodríguez o Ramírez, lo tengo apuntado. Estaba en el balcón cuando ella giró, escuchó los gritos y llamó — respondía Miriam. Ni cámaras ni nada. Estamos interrogando al tal José. Se

han encontrado restos en el cuerpo, pero no sabemos quién es ella. —Solo conocían dos cosas: ella era morena con el pelo liso y tenía un símbolo grabado en el pecho—. De Ramírez, nada. Ni una multa. —Mmm. Bien: una mujer, un símbolo, sin información y un testigo que no ha visto nada. Me gusta empezar cuando la cosa es fácil. Ulloa era así. Otra vez ese callejón. Los mismos pasos. Y allí estaba, delante de su cara todo el tiempo. Por fin sabían quién era ella.

702. JOSÉ ANTONIO TERRÓN MALAGÓN – ELECCIONES Mientras soplaba un colorido molinillo de viento, Andrew Shepard le encontró cierto parecido con su vida. Giraba poco a poco hasta perder el control, para al final detenerse y volver a girar. El exbróker neoyorquino no prestó atención a la puerta rota de su nuevo hogar, porque su cuerpo sintió las desagradables sensaciones que el mono de heroína empezaba a producirle, obligándole a ir al baño. Al ver su reflejo, se lamentó; vestía harapos en lugar de traje. No había una mujer risueña que le ayudase con la corbata ni le deseara buenos días con un beso; ella se había ido. Pero Shepard seguía sin apretar el gatillo del arma con el que tantas veces lo había intentado, siempre elegía vivir. Entonces, algo brilló en sus enfermas pupilas. Determinación; cambiaría, resolvería todas sus deudas con la mafia y la volvería a conquistar. Volverían a ser felices. Bang. Al igual que el molinillo, la vida de Shepard se detuvo. Para siempre. Alguien había elegido apretar aquel gatillo.

703. JOSÉ CARLOS GÓMEZ PÉREZ – JENNY Al llegar a mi apartamento, me encontré una sorpresa. En el rellano estaba García, un detective, y la puerta de mi vecina abierta. Ella tendida en el suelo. Ni rastro de violencia; el armario del baño contenía vitaminas, analgésicos y pastillas de tratamiento de hipoglucemia. Días después, el informe del forense certificaba la muerte por una carencia de glucosa. Las pastillas contenían un alto concentrado en sales, justo lo contrario del prospecto. Jenny tenía un sobrino, Patrick. Escasos estudios y sin trabajo definido. Visitaba lugares de ocio en la zona de residencia. Su economía no era buena. Visitamos a Patrick. García le hizo varias preguntas sin resultado, y decidí hacer un comentario. —Pobre Jenny; nunca fue la misma después de la noticia. —¿Qué noticia? —preguntó Patrick. —Estaba arruinada. —Eso es imposible, me aseguré de... —sentenció el sobrino. —¿De qué se aseguró? —intervino García. Fue conducido a la comisaría. Jenny era el salvavidas económico para su ya ahogado sobrino.

704. JOSÉ D. FERNÁNDEZ – ASESINO DESCUIDADO La policía estaba en una casa donde una señora apareció muerta en el salón. Se sabía que iba a vender su vivienda para trasladarse a la costa, donde el clima era mejor, pese a la oposición de su familia. En la escena del crimen, el detective descubrió que el asesino había tropezado en la alfombra, que estaba desplazada y se había caído contra la mesita volcada. Al ver la cojera del mayordomo chino, Wantu Triford, dedujo que al entrar precipitadamente a matar a la vieja, se produjo el accidente y que no recolocó el mobiliario para no ser sorprendido. El móvil: con el cambio de residencia de la señora, él iba a ser despedido y, si ella moría, la familia de la señora, que no quería vender, le permitiría conservar su puesto.

705. JOSÉ DIEGO SANTIAGO – BAILARINA MISTERIOSA Una gran tormenta retumba en la fría noche. Bajo una luz tenue y con velas a su alrededor, se encuentra Victoria dándose un baño; todo es vapor. De pronto, el agua cambiar de color, el rojo predomina por toda la bañera. Está empapada de sangre; envuelta en una toalla, se dirige a casa de sus vecinos. La puerta está medio abierta, la tormenta provoca un baile de luces; dentro de la casa, una luz temblorosa acompaña al hilo de una caja musical. Llega hasta el cuarto de donde procede el sonido, en una mesita se encuentra la caja sonando con una bailarina dando vueltas, el dormitorio está lleno de sangre, pero ni rastro de ningún cuerpo. Sale corriendo de la casa y llama a la policía. El inspector Carrillo interroga a la testigo en el lugar del crimen; Victoria ve desvanecer la sombra de una bailarina y se asusta. Carrillo pregunta qué le sucede. El hilo de la caja musical deja de sonar, la bailarina se detiene, un trueno golpea la casa, la luz se disipa...

706. JOSÉ ENRIQUE CENTÉN MARTÍN – EL PESO DE LA AMISTAD Víctor salió de la comisaría; no podía pensar en su interior, sus sentimientos se encontraban enfrentados entre el deber y la amistad. Deambuló evitando calles principales, necesitaba respirar la soledad que le hiciera reflexionar; le había pedido ayuda, refugiándose en su casa, apelando a la amistad y en la confianza de un amigo huyendo de los acontecimientos que parecían involucrarla, negó ser la responsable, y él la creía, pero debía demostrarlo. Séfora no era una asesina, ese animal pérfido del que con tanto gusto ha bebido la literatura; había nacido en el seno de una de las familias más poderosas y ricas del país y era la futura heredera de la fortuna familiar. Exculpaba a Séfora de su crimen, más por amistad que por convencimiento; el motivo pudiera ser un asunto de extrema gravedad, cuestionando a una familia de gran importancia, basados en la buena instrumentación de presuntos rumores unido a testimonios.

707. JOSÉ FRANCISCO LÓPEZ GUIL – A NO SER —Ya le advertí, querida, que los hombres no saben lo que quieren —me susurró al oído. Mientras, recogiéndola del suelo, la acomodó en su cajita de alpaca, la ocultó entre la seda azul turquesa de su sari y se alejó por la empinada escalera; hacia la tenue luz nocturna de la calle Gowen. El gélido aliento de la muerte me cubría ya como una mortaja, mientras el último mío se escapaba por las imperceptibles marcas que la violinista me había asestado como despedida. Aun así, en lo único que podía pensar en ese momento era en los irónicos comentarios que se harían acerca de la brillante inspectora Emma Britt, «el ojito derecho del comisario jefe» y el ridículo calzado con el que fue a morir. A no ser que... A no ser.

708. JOSÉ FRANCISCO LÓPEZ RODRÍGUEZ – QUERIDO DIARIO Aún recuerdo aquella noche. Según la versión oficial, aquel vecino que apareció tendido sobre la cama, atado y asfixiado, sufrió bastante en sus últimos segundos. Una lástima por el pobre chico. Sí, lo recuerdo. La policía se llevó a mi compañera de piso tras tomarnos declaración y registrar nuestra casa. A decir verdad, desde hacía un par de años le guardaba cierto rencor por lo que me hizo. Cierto es que fue algo imperdonable y, ahora que está encerrada, en cierto modo me consuela. Pobre muchacho. ¡Y qué tonta fue ella! Es increíble lo mucho que puede variar el informe de un forense, solamente incluyendo en la escena un par de cabellos, una ridícula cantidad de su desodorante y la saliva sacada de un asqueroso chicle desechado. Por fin, esa idiota pagará. Mejor aislada que muerta. Y lo mejor, jamás nadie sospechará de mí, de su mejor amiga.

709. JOSÉ IGNACIO TEJERO YUSTOS – LAKUA Muere la tarde en Lakua. Muere el sol rojizo y su sangre todavía está fresca en la alfombra. Mientras, el sargento Otxoa, al mirarlo otra vez, se estremece y se pregunta cómo alguien ha podido ser tan cruel para dejar allí, así, aquel cadáver. Parecía obra de un maniaco. El consejero Iriondo yacía inerte. ¿Un crimen pasional?, ¿venganza?, ¿asesinato visceral? Como si importara. Da igual, está muerto. Lo observa, busca más allá de lo que ve con sus ojos. Todos se figuraban quién era el artífice del macabro asesinato. Un odio incontrolable manaba de mi interior, creciendo, supurando por todos mis poros, empapando mi piel. ¿Cuál era su pecado? Ser acreedor del amor de mi propia madre. Suficiente... ¿o no? «¡Qué maldita obsesión!», pensé. Ya no seré ni detenido ni interrogado; tal vez, ni siquiera sospechoso. Ahora me siento libre de verdad, ¡definitivamente libre! ¡Eternamente libre! Descanso, muerto, al lado de mi amante. Triunfó el amor... al fin.

710. JOSÉ JESÚS LOU LUESMA – VEINTICUATRO HORAS Aquella nota no dejaba de sonar en su cabeza: «Se ahogará en veinticuatro horas». Repasaba las pistas, el zapato, su coche, su bolso, el contenido. Los cristales que resultaron ser de unas gafas que la secuestrada no necesitaba. Sonó el reloj, quedaba menos de una hora. Desencajado y sin dormir, buscaba un sentido a cada dato. Cada testigo, el encargado del garaje, la vecina que espiaba por la mirilla. El propietario de la plaza de enfrente que la amaba, aunque los vecinos se burlaban de él, y recordó un comentario: «Bonitas gafas nuevas...»; eran unas monturas de pasta reparadas. Y todo encajó, un forcejeo, las gafas y los pequeños cristales. Marcas de arrastre que vio al recogerlos (los zapatos); solo una atravesaba el carril que les separaba de las plazas de la derecha provistas de pequeños trasteros; de ahí las veinticuatro horas. Y dijo: «Rápido, ya está resuelto».

711. JOSÉ JUAN FERNÁNDEZ–TRUJILLO COLÓN – NOCHE FELIZ David sale del bar en el que acaban de celebrar que ya tienen al asesino, lo que le ha valido el ascenso. Arde en deseos de contárselo a su mujer y sus dos hijos; va a poder darles la vida que merecen. La noche avanza mientras llega a su hogar y decide posponer sus noticias. Pero al entrar, una canción suena de forma suave, recorriéndole, azarosa. La reconoce y sonríe mientras piensa que quizás la fiesta todavía no haya acabado. El sonido le sirve de faro, guiando sus pasos hasta el salón, donde la luz escapa a través de la puerta cerrada. Al abrirla, la luz le ciega, lo que ve lo mata. Su mujer e hijos cuelgan torturados y muertos en la pared, y a sus pies, un suplicante con los brazos extendidos alza el rostro, sonriente. Sus labios tirantes saborean un «he ganado» mientras el sonido del cuchillo, que resbala de su mano, se ve silenciado por el de una pistola saliendo de su funda. Canción y voz se hacen una mientras «nada más importa». Un solo disparo suena, pero dos son los muertos.

712. JOSÉ L. CANCELO ENRÍQUEZ – EL TRUCO MANIFIESTO La principal coartada del mago Escorpio era el espectáculo que había ofrecido ante decenas de personas en el mismo momento en que su exmujer había sido asesinada; y la única pista fueron los sesenta segundos que estuvo desaparecido durante la prueba de escapismo. Sin embargo, una muestra de su ADN estaba en la piel encontrada bajo las uñas de la víctima, y el portero del edificio juraba haberlo reconocido a pesar de la capucha del abrigo. Todas las pruebas apuntaban a que Escorpio había estado en la casa de su exmujer, asesinándola; y, al mismo tiempo, actuando en el teatro. ¿Podía un truco de magia permitirle estar de verdad en dos sitios a la vez? Pero, aunque un mago nunca revela sus trucos, el espectador que falleció por alergia a los somníferos sí que lo hizo.

713. JOSÉ LUIS CALVO BUEY – SIN TÍTULO En su niñez, mientras erraba por un dédalo poblado de minotauros en que jamás entró Teseo alguno, siempre imaginó que encontrarían su cuerpo yacente mordisqueado por las ratas en una fétida callejuela sobre un lecho de inmundicias. Ahora, a través del mismo cristal que refleja su faz demacrada por la tensión de la infructuosa huida de sí mismo, por el frenesí de la caza en que sabueso y presa acaban confundiéndose, observa las sombrías figuras armadas que convergen velozmente hacia él y comprende que el destino puede ser clemente. Empuña la pistola en un gesto que algunos interpretarán como una postrera rebeldía, como un último pecado de orgullo, pero que no es más que la calma aceptación de su sino, y sale al jardín, a la sombra de los rosales en flor, a la fragante hierba en la que espejea un sol radiante que preludia la noche eterna.

714. JOSÉ LUIS GARCÍA CONEJO – ASESINATO EN EL PARQUE El detective Williams todavía no tenía muy claro cómo se había producido el homicidio. Sabía que algo se le escapaba, pero no sabía que. Era de noche, y el cadáver estaba en un parque público, donde no hay cámaras ni testigos. El marido de la víctima prestaba declaración al agente, y decía que un encapuchado salió de entre los árboles, y tras pedirles el dinero, apuñaló a su esposa sin motivo, y se perdió en la oscuridad. Llamó al 911, pero, cuando llegaron, ya no pudieron hacer nada. No pudo identificarle, ya que estaba oscuro e iba encapuchado; solo le pareció que era de color, muy delgado y de baja estatura, sobre 1,50. Repasaba en su cabeza una y otra vez hasta que lo vio claro. La altura de la herida mortal era demasiado alta y profunda para que el asesino fuese tan bajo y débil. Revisó la mochila del marido, y encontró sangre en su interior, y tras mirar más detenidamente, encontró un falso bolsillo donde estaba la navaja, todavía ensangrentada. Tras enseñársela, lo detuvo.

715. JOSÉ LUIS MARTÍNEZ OLIVEIRA – ¿VENGANZA? Suspiró profundamente y apretó el volante con fuerza. Las náuseas del principio por fin habían desaparecido, pero las ganas de llorar aún estaban presentes. Todavía recordaba como ayer había hablado con él y habían decidido quedar en la esquina para alquilar unas películas. Solo se retrasó unos minutos, ¡solo unos minutos! Y ahora, su mejor amigo se encontraba muerto en la misma esquina en la que siempre quedaban, con dos tiros en el pecho y una expresión de sorpresa. Volvió a suspirar y levantó la mirada hacia la carretera. No fue hasta que enfocó su vista que se dio cuenta de que sus ojos estaban empañados en lágrimas, y estas bajaban con rapidez por sus mejillas. Volvió a suspirar y se las limpió con rabia. Si Kevin estuviera vivo, le pediría que dejara de llorar y actuara, que dejara la tristeza de lado y siguiera adelante y, fue en ese momento en el que en su mente se plasmó la idea vengar la muerte de su amigo. Sí, lo vengaría, de una forma o de otra, vengaría a su

amigo...

716. JOSÉ LUIS MEDINA – CON EL AGUA AL CUELLO Una terrible tormenta acaecía aquella noche, y me daba auténtico pavor. Atada al mástil de aquel precioso velero, sin poder diferenciar si eran lágrimas o gotas de la abundante lluvia lo que cubría mi rostro. Había estado tan cerca de atraparlo después de tanto tiempo... Un rayo deslumbrante copó el cielo, seguido de su sonido ensordecedor, cerré los ojos asustada y, al abrirlos, allí estaba él. Un hombre atractivo a la par que despiadado. —Ha sido un placer, inspectora García —habló con su voz melosa y cautivadora—. Lástima que tenga que acabar así. Se alejó, sin apenas volver a mirarme. A lo lejos, escuché el ruido de un motor, el de la lancha en la que escapaba. El sonido fue alejándose cada vez más, a la vez que yo iba notando algo raro: el barco estaba inclinándose, se estaba hundiendo desde popa. El agua ascendía por mi cuerpo alarmantemente; cuando llegó a mi cuello, solo pude cerrar los ojos, escuchar y sentir aquella horrible tormenta; sería el único testigo de mi muerte.

717. JOSÉ LUIS SANTINI – UNA CARA COSTUMBRE —¿Qué ha sido? ¿Violencia doméstica? —dijo Mcquade al llegar a la casa. Era lo más común en ese tipo de crímenes. Un ricachón asesinado era un día normal. Su ayudante acaba de mandarle el mensaje del suceso y había acudido inmediatamente. Ambos subieron a la habitación a inspeccionar el escenario. El cuerpo yacía en el suelo con un disparo en la cabeza. —Quizás encontremos algo bajo los muebles —sugirió Brian, su ayudante. Cuando Mcquade se inclinó junto a la cama, se quejó de la incómoda funda de su pistola, como muchas otras veces, y la dejó sobre la mesilla. Al fin encontró lo que buscaba, un casquillo de bala. —Brian, este casquillo es de una Beretta igual que la tuya —dijo mientras se giraba y reparaba en que su arma ya no estaba en la mesilla. —Enhorabuena, inspector, ha resuelto su último caso —contestó antes de apretar el gatillo.

718. JOSÉ LUIS SÁNCHEZ – ASESINATO SOMBRÍO Irrumpieron en la escena a la que habían sido convocados. Tanto la detective Murray como su médico forense, Harrison, se miraron a la cara cuando vieron tal escenario. En esa noche, negra cual carbón, y solo alumbrada por la luz de la luna llena, enturbiada por la lluvia, vislumbraron cómo el cadáver de aquel hombre, mutilado y desangrado, como si un animal furioso y sanguinario hubiera dejado salir su instinto más básico, se

encontraba en uno de los lugares más recónditos del parque. Mientras intentaban encontrar pistas sobre lo ocurrido, Murray y Harrison observaron como el agua arrastraba incansablemente todo lo que podía servir como hilo para llegar hasta el asesino. Sin rodeos, empezaron a recoger lo que podían con sus manos tapadas con guantes, mientras la sangre de los trozos de su víctima descuartizada se filtraba por sus dedos.

719. JOSÉ LUIS TRESPALACIOS LÓPEZ – MARCADA Era incapaz de apartar la vista. Además, sobre el fondo negro, era poco menos que imposible ignorarlas. Rick, inmóvil, no ocultaba su sorpresa mientras Kate sonreía pícara. Un cubito de mi copa resbaló sobre el otro, rasgando el tupido silencio del salón, mientras la luz de los neones del garito de la esquina se colaba por las rendijas que la vieja persiana era incapaz de cubrir. No podía dejar de mirar y cuanto más lo hacía, más y más de aquellas odiosas señales se hacían patentes a mi cansada vista. No podía soportarlo más, así que, recurriendo a mis últimas fuerzas, tomé dos decisiones trascendentes. En primer lugar, hubiera despedido a la asistenta, caso de haberla tenido alguna vez. El negocio nunca había funcionado bien del todo y el mercado del esparto estaba frito. La segunda decisión era la importante: de inmediato, me levantaría y, con una gamuza, quitaría las marcas de dedos que llenaban la pantalla, y todo habría terminado al fin. Pero estaba tan cansado...

720. JOSÉ MANUEL CÁCERES ROSCO – NO IMPORTÓ EL AMOR Sonó el teléfono, un nuevo crimen que resolver. El detective Torres se dirigió al lugar indicado, una calle estrecha, oscura, allí se encontraba en el suelo el cadáver de una mujer con varias puñaladas y golpes. Dentro del bolsillo llevaba una autorización de una empresa de diseño, la más importante de la ciudad; la joven se llamaba Belén. El comisario interrogó a todos los miembros de la familia y compañeros de trabajo; todos tenían coartada para la noche del asesinato excepto su novio, con el que también trabajaba y luchaban por un puesto que ofrecía la empresa para trabajar en Nueva York. Interrogándole, el chico confesó que Belén esa noche le pilló espiando su proyecto para la empresa, discutieron fuerte y la envidia le hizo volverse loco: la apuñaló y golpeó en repetidas ocasiones. La ambición pudo al amor.

721. JOSÉ MANUEL GARCÍA AMAGO – MI VIDA DESPUÉS DE MI MUERTE Eran las seis de la mañana y, al arrancar el coche en el garaje, Mario pensaba en el monótono día que le aguardaba en el ministerio. Repasaba mentalmente los informes pendientes mientras esperaba que el portón se cerrase. De repente, un coche de policía se detuvo delante de él impidiéndole el paso y bajaron a toda prisa unos hombres uniformados, que, apuntándole

con sus armas, le indicaron a voz en grito que no se moviera. Segundos más tarde, cuatro disparos sonaron en el silencio de la mañana. Una mortal herida sangraba en el entrecejo de los cuatro falsos policías que yacían tirados en el suelo. Mario, pistola en mano, observaba que las luces del techo de la patrulla estaban instaladas en la parte de delante en vez de en medio. Lo ocurrido solo indicaba una cosa: su tapadera se había ido al traste y volvía a estar en activo.

722. JOSÉ MANUEL GIL NAVARRO – LA CULPA ES DEL GATO Ethan dejó atrás todo atado y bien atado. La habitación, revuelta; la ropa ensangrentada de parte del traje, envuelta y lista para quemar; el arma homicida, sin huella alguna; y el cadáver de su amante, tirado en el suelo, apuñalado y ensangrentado con el mismo cuchillo sin huellas. Cogió a su gato, al que siempre llevaba consigo, y cerró la puerta. Los agentes, la inspectora Heather y Markus, su extravagante y alocado ayudante, se dirigieron a casa del primer sospechoso, Ethan Waits. Tocaron a su puerta y él les abrió con su fiel gato en los brazos. —¿Sr. Ethan? —Sí. —Queda usted arrestado por el asesinato de Willian Sands. —¿Pero qué están diciendo? No tienen pruebas de nada, ¡¡esto es absurdo!! —Se equivoca, tenemos las huellas de un gato en la manga de su camisa, con la sangre y ADN de la víctima. —Ja, ja, ja. Seguro que si le tomamos las huellas al gato, serán las mismas que las de la camisa —dijo Markus. —Markus, por el amor de Dios... Otro caso resuelto por la extraña pareja.

723. JOSÉ MANUEL GÓMEZ RUIZ – ESTABILIDAD Inestabilidad laboral y una edad difícil, responsable de una familia en tiempos duros. Compito por justicia contra cientos, llevo años de preparación, estudiando y practicando. Me angustio por si fracaso. Examen. Lo consigo y soy el primero. El premio: un puesto de trabajo consolidado. Trabajo con una mujer herida, tratada injustamente por ser mujer y lesbiana. Me demuestra que es la jefa con su acritud. Expía en mí sus traumas porque odia a los hombres. El tiempo pasa, y su ira aumenta. No puedo escapar de este circo; pone en peligro mi logro conseguido y mi sustento familiar. No lo permitiré. «Persiana rota. 5ª planta». Subimos a una silla, y ella accede al vierteaguas. Asoma el cuerpo al vacío y se agarra al marco de la ventana. La miro. Un escalofrío me recorre el cuerpo; el estómago se cierra, y el corazón se acelera. Me asomo. Veo su cuerpo en el suelo con una postura de muerte. Mi corazón se calma; el aire vuelve a mis pulmones y una paz me hace sentir... estabilidad laboral.

724. JOSÉ MANUEL JIMÉNEZ GONZÁLEZ – LOS CELOS NO SON BUENOS CONSEJEROS Una joven aparece muerta en una playa de Miami. Cuando aparecen la policía y el forense, encuentran su cuerpo desnudo con marcas en el cuello; por lo tanto, la estrangularon. Después de llevarse el cuerpo para hacer la autopsia, los inspectores empiezan a buscar pruebas alrededor. Solo se encontró un anillo, que debía de ser del asesino. Luego, se dirigieron a la oficina forense para descubrir más datos. Se llamaba Jenny y vivía en Los Ángeles; tenía novio, llamado Clark Winston, que se hospedaba en Miami. Quien la estranguló dejó sus huellas en el cuello de la víctima y correspondían con las de su novio; también consiguieron saber que ese anillo era de compromiso, lo que hizo que los inspectores Malcolm y Heather fueran al domicilio del novio. Cuando llegaron, Clark se tumbó cuando le explicaron los inspectores lo que sabían. Confesó que la asesinó por celos, porque sabía que ella le engañaba con otro, un tal William, compañero de piso de ella.

725. JOSÉ MANUEL LASANTA BESADA – LÍNEAS PARALELAS Seis dieron en el blanco, perfilando hermosas curvas antes de que Martín errase el lanzamiento del séptimo cuchillo. Aunque, en opinión del inspector Blanco, fue precisamente aquel el certero. El objeto, un puñal de doble filo, describió una perfecta línea paralela al suelo, dejando una estela de horror y penetrando en el cerebro de Claire de forma limpia, previo paso por el globo ocular. Todo el público sufrió una conmoción excepto la rica heredera, que, situada en primera fila, fingió no obstante un espanto que en absoluto sentía. El camino que la llevaría de forma libre a los brazos de su amado quedaba así expedito. No contaban con la obstinación y sagacidad del inspector, que hurgó incansable en el pasado y el presente del público que llenaba la pequeña sala, y que descubrió lazos insospechados entre el lanzador y el tutor de la hermosa dama de la fila uno. A fin de cuentas, Martín solo había sido un desliz en la vida del naviero que un día adoptara a la joven de Carcassonne.

726. JOSÉ MANUEL PADÍN LÁZARO – LA BILLETERA No entiendo cómo nos ha convencido a todos para estar presentes en esta reunión. La joven del traje azul está retorciendo entre sus manos un pañuelo. Todos estamos escuchando la descripción de los hechos, aparentemente distraídos. El hombre obeso de mi izquierda está sudando y carraspeando. El detective sigue con sus desarrollos lógicos, pero para mí muy circunstanciales. Los demás integrantes de la reunión también se muestran nerviosos e incómodos; incluso el mayordomo parece más serio y rígido de lo normal. ¡Ah, vaya, la billetera! Así que fue allí donde la perdí. Pues menudo contratiempo. En cualquier caso, no creo que eso sea suficiente siquiera para acusarme. Aunque, claro, prácticamente ha refutado mi coartada; sería fácil que hubiese llegado a tiempo. Pero, bueno, mientras no encuentre

un motivo... que ya ha encontrado. Pues no sé cómo voy a salir airoso de esta.

727. JOSÉ MANUEL PALACIOS RODRIGO – SIN TÍTULO Con el pulso retumbando en sus oídos, Meggan entró en la habitación, aún en penumbra. Iluminó la estancia con la linterna mientras apuntaba con su arma, encañonando al vacío. —¡Alto! ¡Policía! —gritó. —Tranquila, novata..., baja el arma. Soy Powell. El detective Powell se inclinaba sobre la víctima, en medio de un charco de sangre. Meggan bajó el cañón del arma, con el corazón aún acelerado. Había tanta sangre que el aire tenía un regusto metálico. Contuvo una arcada antes de examinar el cuerpo. Una prostituta desmadejada, con la garganta cercenada. Otra víctima del Nightcrawler. —Aún está caliente; ese bastardo no puede andar lejos. Powell se apartó del cuerpo invitándola a acercarse. Meggan sintió una punzada de terror, levantó el arma y encañonó a Powell. Powell sonrió con complacencia. —¿Cómo lo has sabido? —murmuró Powell. —Estabas en medio del charco de sangre y no has dejado huellas al caminar. Ya estabas allí cuando comenzó a formarse...

728. JOSÉ MARÍA BENÍTEZ GARCÍA – RETORNO Se alegraba de regresar a la ciudad donde pasó su juventud a pesar de los trágicos recuerdos que evocaba. Fue paseando hasta el viejo puente y sintió un escalofrío; había algo amenazador en la vieja mole de piedra. De pronto, oyó su nombre y vio a una muchacha que lo llamaba desde la parte más alta. La voz sonaba extrañamente cercana. Escuchó, como hipnotizado, y dijo: «Sí, ya voy». Los periódicos dieron la noticia de que el nuevo profesor había puesto fin a su vida en el mismo lugar que lo hiciera, por su causa, aquella pobre muchacha tiempo atrás...

729. JOSÉ MARÍA LÓPEZ BELINCHÓN – LOS PRIMOS ASESINOS Rick y Kathy, tiene que resolver un nuevo caso. Se trata del asesinato de un matemático, que dice haber encontrado una fórmula que genera todos los números primos. Investigan un poco y descubren que dicha fórmula fue conjeturada por Riemann (matemático famoso) y encuentran que el Instituto Clay de Matemáticas ofrece más de un millón de dólares a quien pueda demostrar dicha conjetura. Investigan un poco en la vida del cadáver y localizan a tres personas, tres colegas matemáticos, que tienen motivos para poder asesinarlo (debido a que el muerto fue ayudado por estas tres personas y un día les comentó que descubrió la fórmula y no iba a repartir el dinero).

Los tres tienen coartadas viables, pero, al final, Rick se da cuenta de que todos intervinieron, ya que se pusieron de acuerdo a la hora de poner el veneno que lo mató.

730. JOSÉ MARÍA VÁZQUEZ ANA – MUERTE EN EL PARAÍSO Tras el juicio en el cual se dictó la orden de alejamiento para Peter, necesitaba una escapada. Las amenazas de muerte no me asustaban; lo conocía bien. O al menos eso creía. Todo había pasado demasiado deprisa. En cuestión de un año, había pasado del altar a un traumático divorcio. Los celos habían transformado al hombre más maravilloso del mundo en un monstruo. Ahora necesitaba poner tierra de por medio; además, siempre quise conocer Bora Bora. Allí, en aquella tumbona a orillas del Pacífico, me sentía libre por fin. El camarero me trajo un Blue Hawai. Me encantaba esa mezcla de ron con piña y naranja. Le di un buen trago, respiré profundamente y cerré los ojos. ¡Qué paz! En apenas unos minutos, empecé a sentirme mal, estaba totalmente aturdida. Miré a mi alrededor, estaba todo borroso. Pero pude reconocer la figura de aquel hombre con el que me casé antes de desmayarme.

731. JOSÉ MARÍA LUQUE ROJO – SIEMPRE LLEGA Con las manos sosteniendo el café y la mirada perdida, repasa su infancia, su fugaz adolescencia, la experiencia del instituto y la facultad de Medicina. Fue entonces cuando llegó el atractivo y prometedor cirujano: Matt. El pasaporte hacia la plena estabilidad. La magia de su matrimonio fue efímera. Las infidelidades, broncas, abusos y palizas eran tan comunes que los únicos momentos felices de Alice eran los que pasaba junto al ventanal, observando a los paseantes, imaginando sus simples, pero agradables vidas. ¿Cuándo llegaría su felicidad?, se preguntaba. El empleado de la agencia, con su carretilla, arrastra el baúl con destino al guardamuebles. —Tenga cuidado, ¡ahí dentro va mi pasado! —le dice al transportista. —Tranquila, señora. La entrega está garantizada. Nuestro lema es: «¡Siempre llega!». «Nunca mejor dicho», piensa Alice. En sus labios, un esbozo de sonrisa. Matt, narcotizado en el baúl, estaba a punto de iniciar unas largas, muy largas vacaciones.

732. JOSÉ MARÍA MORALES – LA PIEZA DEL PUZLE Cuando leí que habían asesinado a Saúl Mijan, supe que sería llamado a declarar. Mijan era director del museo del puzle. El detective Miranda me llevó hasta la sala central del museo, donde estaba el puzle del plano de la ciudad. Miranda sacó una pieza. —Encontramos a Mijan muerto sobre el rompecabezas; arrancó esta

pieza. Sabemos que tenía enemigos. También está Macías, el vicedirector del museo, que quería ascender a toda costa. Miré el tablero, el gigantesco puzle era un espejo en el que ahora me obligaban a reflejarme. Encontré la solución. —Los coleccionistas no vemos las piezas. Jugamos, en realidad, con espacios vacíos. No se fije en la pieza que Mijan arrancó, mire mejor la forma del hueco. Miranda se centró en el punto vacío: leyó entonces la forma de una M. Macías fue detenido. Desde entonces, cada mes me envía un pequeño puzle. Siempre descubro la forma de una pieza ausente: la inicial de mi nombre.

733. JOSÉ MIGUEL CRIADO MAYOR – EN BUENAS MANOS François se quitó el alzacuello al llegar con su furgoneta robada al control belga. Sabía que salir de la Alemania nazi no iba a ser fácil. Mientras hablaba con el que parecía el jefe, sin conseguir ocultar su nerviosismo, dos soldados abrían la parte de atrás. La cajita que tanto le había costado robar no podía..., no debía abrirse, pero ellos no lo entenderían. Rezó mentalmente para que no lo hiciesen, que no se fijaran en ella entre el resto de la carga y finalmente le dejaran seguir. ¿Qué probabilidades había? Era pequeña. Todo lo que había hecho podría no servir de nada. Tras este control llegaría, por fin, a un lugar seguro y la humanidad sobreviviría, al menos un poco más. El portón se cerró. —Puedes continuar, hijo... —un gran alivio le invadió y emprendió la marcha apresurada y torpemente—, pero nos quedamos con la caja. Y no me mires así, que lo estabas pidiendo. —Por el retrovisor no vio a los soldados con la caja; de hecho, cuando volvió la vista, tampoco estaba ya su jefe.

734. JOSÉ MIGUEL ROMÁN OÑATE – EL PRECIO DE LA JUSTICIA El precio de la justicia. ¡Jod...! Mierda... Los faros del Crown Victoria me alumbraban directamente a la cara y no podía ver nada, tan solo escuchar sus gritos de «¡Al suelo, ya! ¡Tira el arma!». Si Jackson hubiera calmado sus nervios y hubiera esperado tan solo un minuto más cuando escuchó las sirenas de los coches patrulla acercándose, quizás hubiera tenido una oportunidad... Joder, la verdad es que todo había salido mal... Realmente, no le podía culpar por ello. Lentamente, vi como al menos cinco figuras se acercaban apuntándome con sus armas y, finalmente, me empujaron contra el suelo y me esposaron. Sentí una gota de sudor frío recorriendo mi nuca. Me metieron en el coche y me leyeron mis derechos mientras yo solo podía mirar el cuerpo del cabrón al que había acabado de matar. Tantos años siendo poli y persiguiendo asesinos habían terminado por convertirme en uno de ellos. A veces, la justicia tiene un alto precio. Uno que yo había pagado con la sola esperanza de alejar a aquel asesino de las calles.

735. JOSÉ PASCUAL MONELL ZORRILLA – TÚ, YO... YO, TÚ... NOSOTROS 23:45. Vicky Hermans y Charles Coopers pasean por Central Park; ambos, inspectores de policía; ambos, enamorados; y ambos, con diferentes formas de resolver sus casos... Él, más físico y espontáneo; ella, perspicacia y análisis. De repente, un meteorito cruza el cielo y cae a pocos metros; de su interior se escapa un gas púrpura que hace que las mentes de los inspectores se intercambien. Mientras, en otra zona del parque, un hombre viola y mata salvajemente a una mujer vestida toda de cuero. Tras el desconcierto inicial, situaciones difíciles y cómicas, Vicky logra resolver el atroz crimen aprovechando el masculino físico de Charles, pues este le permite investigar en el selecto burdel Red, regentado por la atrayente dominatrix Lady Hatler, y que es exclusivo para hombres. Allí encuentra, provoca y consigue vencer al asesino en una feroz lucha cuerpo a cuerpo. Afortunadamente, el efecto del gas solo dura un día y todo vuelve a la normalidad tras la noche. ¿O no?

736. JOSÉ PEDRO GONZÁLEZ – EL CICLO Entré, y me encontré todo como lo había dejado, tuve la sensación de que nunca me hubiera ido, y si no miraba hacia la calle por algunas de las ventanas que adornaban la habitación, nadie en su sano juicio aseguraría que allí no hubiera pasado absolutamente nada en los últimos doce años. Rodé las cortinas, y la luz entró rebotando en las paredes; ahora sí se podía contemplar el desgaste del color en ellas, y el polvo que corría por la habitación como ocupas que acaban de recibir la noticia de que tienen que abandonar una vivienda. Todo lo cubría, incluso el aire, costaba respirar, me fui abriendo paso empujando con el pie los pedazos que había en el suelo que contaban cosas de lo que había sucedido allí. «Lo hice», me decía a mí mismo, «por ti», pero ya en mi cabeza dudaba si era realmente por ti. He cumplido la promesa que te hice el último día que estuve en esta habitación; sobre tu cuerpo bañado en sangre con el que me manché la mano, juré que tu asesinato no quedaría impune.

737. JOSEFINA PIÑATE MENDOZA – ERA UN JUEGO ¿Si me arrepiento? ¿Por qué habría de hacerlo? Su mirada, mientras brotaba la sangre, era como la del gato de mi hermano que se ahogó cuando lo lancé al lago, el muy tonto nunca aprendió a nadar. Estaba tan borracho que no sintió la inyección de lejía que le coloqué, se retorcía hasta que quedó como tieso; luego le até los brazos y las piernas para poder desprendérsela. ¡Lo juro! Por más que lo intenté, no pude arrancárselas. Por eso, decidí usar su propio cuchillo para separar brazos y piernas, pero tampoco lo logré, solo pude hacerle figuras y cortes por los brazos; en eso llegaron los gritos, todavía los escucho: «¡No, por favor! ¡Suelta el cuchillo!». Todos gritaban: «¡Deja a papá!», a lo que respondí mientras le acariciaba el cabello: «Ya despierta, papá, se acabó el juego, recuerda que hoy es mi doce cumpleaños».

738. JOSEL FERNÁNDEZ MARTÍNEZ – LA PRIMITIVA Juan Martínez estaba jubilado y vivía con su mujer Julia en Madrid. Julia era una mujer descuidada y no atendía bien a sus labores del hogar. Aquella mañana, como cada día, Juan estaba tomando un café y mirando el periódico. Fue pasando las hojas y se puso a leer los resultados del sorteo de la primitiva del día anterior. Su cara cambió de color al reconocer los números ganadores; siempre jugaba los mismos números y ya se los sabía de memoria. Salió corriendo del bar y se dirigió a su casa a recoger el boleto premiado que había dejado en el bolsillo de su pantalón azul. Su mujer no estaba en casa y salió a la terraza a fumarse un cigarro. Allí estaban sus pantalones, lavados y tendidos al sol. Cogió un cuchillo y esperó el regreso de su mujer, mirando con ojos llorosos al infinito.

739. JOSELYN VELOZ ORTEGA – EL TIEMPO LO DESCUBRIRÁ TODO Al morir mi madre el 20 de junio del año 2000, me tuve que ir a vivir con mi padre. Ellos se habían separado por incompatibilidad de caracteres. No quería estar con mi padre, ya que era un completo desconocido para mí. Después del entierro, mientras hacía el equipaje, cuando sacaba la ropa de los cajones, encontré una foto de mi madre sentada en un banco. Eso me hizo pensar en cómo había muerto; fue tan extraño que muriera de sobredosis, era ilógico. Cuando terminé de hacer la maleta, fui a la comisaría de policía; ahí estuve esperando al inspector Rodrigues en su oficina. Cuando estaba esperando, vi una foto de mi madre entre sus cajones, una foto que mi madre había perdido hacía mucho tiempo, y en ese momento lo descubrí: mi madre había conocido al inspector Rodrigues. Deprisa me apuré en sacar mis propias conclusiones y la verdad salió a la luz poco después: por una póliza de seguro que tenía mi madre, por si llegaba a morir, se descubriría al asesino. Fue él: el inspector Rodrigues.

740. JOSEMA FERNÁNDEZ – EL MONSTRUO DEL ARMARIO Odio a los críos, pero eso no pudo evitar que se me rompiera el alma al llegar a aquella casa. Dos niños, de unos ocho y once años respectivamente, llorando envueltos en los brazos de una agente, mientras esta intentaba convencerlos para salir de la casa con una promesa de chocolate caliente. Tras ver que al fin salían, me acerqué a inspeccionar la escena: dos personas, marido y mujer, inertes en el lecho conyugal. Les habían disparado mientras dormían. Pregunté si alguna puerta había sido forzada y si había indicios de robo, pero recibí dos negativas. Puertas en perfecto estado y joyeros y carteras en su sitio; ¿de qué coño iba aquello? Me comunicaron que encontraron los casquillos de bala dentro de uno de los armarios del dormitorio parental y salí a buscar a los niños en busca de alguna pista. Pero no estaban, ni ellos ni la agente, a la que de pronto nadie conocía. Nunca los encontramos. Supongo que la próxima vez, papi también debería comprobar su armario en busca de monstruos.

741. JOSUÉ RAMOS – TU WHISKY EN TU HONOR Su escritorio está vacío. Su máquina de escribir está en silencio. Su botella de whisky... La estoy terminando en su honor. La agencia no ha vuelto a ser la misma desde el día en que mi socio fue asesinado. Cuando empezamos, nos juramos que, si alguno de los dos caía, el otro se encargaría de convertir en un colador a su asesino. Uno de nosotros sería la venganza del otro. Pero ahora solo puedo echarle de menos bebiéndome su alcohol. Ojalá ella no se hubiese interpuesto entre nosotros. No debí haberlos matado.

742. JUAN ARIZA VALENZUELA – LATIDOS Pom. Pom. Pom. Pom. No debería haber estado aquí. Pom. Pom. Mi corazón va a doscientos. Tranquilo o no podrás abrir la caja. Pom. Pom. Pom. ¿Por qué estaba aquí? Vestido de negro, pasamontañas. Pom. Pom. ¡Quería robar! Pom. ¡No oigo los engranajes! Tranquilo. Respira. Pom. Pom. Pom. Si no me hubiera apuntado. Pom. Me cuesta respirar. Inspira..., espira... Pom. Pom. A ver, 6... 8... Pom. Pom. Qué casualidad que quisiera robar el mismo día, a la misma hora. Pom. Pom. Pom. Tuve que disparar. Oh, Dios, lo he matado... 5... Me duele el brazo derecho... Pom. Pom. 9... 2... 1... Pom. Pom. Pom. Se abrió... Pom. Pom. Pom. ¡Ohhh! Me falta el aire... Dios, ¿qué es ese ruido...? Pom. Pom. Pom. ¿La policía? Pom. Pom. Pom. Pom. Pom. Pom. ¡¡Qué dolor!! ¡Ayúdenme, por favor! Pom. Pom. Pom...

743. JUAN BEIRO CAAMAÑO – NEGOCIOS SUCIOS Desde el principio, él conocía la identidad del asesino. Por algo era el comisario, tal vez la persona más astuta de la ciudad. Y le había llegado el momento de actuar. Sabía que no podría detenerlo. El asesino era un personaje muy poderoso y escurridizo, capaz de destruir pruebas, sobornar policías, eliminar testigos... Así que debía «liquidarlo», como dicen los mafiosos. La noche era oscura y peligrosa. Sin embargo, la puerta estaba abierta. Nadie en la cocina. En la habitación principal, una bella mujer dormía despreocupada, totalmente ignorante de los «negocios sucios» de su marido. La siguiente habitación era la de las gemelas. Al final del pasillo, estaba el baño. Se encontró al asesino frente al espejo. Sus ojos de diablo... No podía dejar que reaccionara e intentara defenderse. Con un movimiento rápido sacó su pistola... y se disparó en la sien...

744. JUAN GARO – POR TI, POR ÉL, POR MÍ Una mañana muy temprano, en Barcelona, un repartidor encontró a un hombre de unos cuarenta años en el suelo, inmóvil, sobre un charco de sangre y una baldosa rota a su alrededor. Llamó a la policía y una patrulla se presentó inmediatamente. Revisaron todos los pisos; en uno de ellos, la

cerradura estaba forzada, no vivía nadie, así que entraron: lo que hasta ahora parecía un accidente cada vez se asemejaba más un asesinato. El fallecido era un inmigrante polaco, vinculado a las drogas. Contactaron con su familia para darles la terrible noticia. Al día siguiente, fueron a la casa del fallecido, pero solo encontraron los signos de una pelea. Localizaron el móvil de la mujer para comprobar que estaba bien. Siguieron el rastro del teléfono. Estaban allí, los dos, muertos. La madre mató a su hijo tras descubrir que ayudaba a su padre. Y al no poder contener su rabia por perder a toda la familia, se metió una bala por la sien derecha.

745. JUAN LOPETEGI – ARTE PURO Rebeca es una joven periodista que trabaja en un diario regional. Está especializada en temas de cultura, y en su indiferente columna Ars Artis escribe sobre las últimas tendencias. Analiza a través de la prensa digital al escultor y pintor Bacus, más conocido por sus provocativas performances tituladas con unidades gramaticales seguidas de un nombre incontable y abstracto. Rebeca se percata de que antes de la pequeña reseña a Bacus, la página de sucesos recoge la aparición de un cadáver en extrañas circunstancias. Van ocho. La policía siempre lo califica como crimen circunstancial. Pero ella traza un vínculo y una pauta en los hechos. La próxima muestra de Bacus, Complemento Circunstancial: Con ímpetu caótico, se expone en La Tabakalera de San Sebastián. Allí se dirige Rebeca. Cuenta con su amigo Unai, miembro de la policía local. Posiblemente, la siguiente víctima será un cincuentón, fornido, que visite la obra de Bacus. Así es, Bacus se inspira en la obra literaria de Dionisos.

746. JUAN M. GONZÁLEZ – DESDE EL MÁS ALLÁ Me llamo Pol, y estoy muerto... flotando en una piscina. La prensa dirá que triunfé con mi música y adquirí mala fama por mi carácter, hasta que la conocí. Nos presentó mi mánager. Por ella cambié de vida, dejé a mis amigos, me mudé a Pedralbes. Eso sí, aún bebo algo. En los conciertos, siempre está junto a mi mánager. Esta noche se ha ido de viaje, y él la ha acompañado al avión. Dirán que una vez solo he bebido tanto que he tropezado con el borde de la piscina... Fin del artículo. Pero no. Nadie les ha visto volver. Ella me ha sonreído, y él me ha tirado a la piscina, sujetándome la cabeza bajo el agua. He muerto feliz, pensando que ella no podía vivir sin mí. Nadie sospechará de ellos, pues estaban camino del aeropuerto. Un pinchazo justificará su retraso al avión. Unas lágrimas, su dolor. Y se casarán en unos meses. Todo fue un montaje para quedarse con mi dinero. Lo han conseguido. Cuando se casen, nadie se acordará de mí, ni de la piscina en la que me encuentro flotando, muerto.

747. JUAN MALPARTIDA – SOLA Iba sola por una calle oscura; ese día había salido tarde del trabajo, por culpa de su jefe, ese maldito jefe. Las farolas estaban apagadas, esa noche no había luna, reinaba una oscuridad completa. Le daba miedo ir sola por la noche, habitualmente cogía un taxi, pero no encontró ninguno. Oyó unos pasos tras ella, y al girarse, cesaron. Se asustó, tenía mucho miedo; cuando cruzó la calle y el sonido de los pasos aumentaba, la adrenalina subía, el miedo la atenazaba. Miró hacia atrás, pero no había nadie, solo oscuridad. Comenzó a ir más rápida, y los pasos aumentaron, estaba aterrada, el corazón palpitaba con fuerza y le costaba respirar. Giró al llegar a la esquina y encontró a una persona caminando por la calle, se acercó aliviada a pedir ayuda. No le dio tiempo a gritar, sus manos la cogieron del cuello y empezaron a apretar con fuerza, con ira, con rabia; el aire no entraba en sus pulmones, se fue quedando sin fuerzas, hasta que dejó de sentir nada.

748. JUAN PEDROSA LUNA – EL CADÁVER DEL VECINO Desde hacía varios días, el coche del vecino se encontraba parado y me resultaba extraño; llamé, pero no hubo respuesta. Vi tierra removida y decidí avisar a la policía, que no tardó en llegar y volvieron a llamar sin contestación. Conocía al vecino de algunos meses viviendo allí de alquiler y no sabía si tenía familiares. Con autorización judicial, forzaron la entrada. La casa estaba revuelta y encontraron rastros de sangre, excavaron la zona del jardín que les indiqué y a poca profundidad apareció el cadáver del vecino con heridas de arma blanca. Había rastros de consumo de drogas y, camuflados tras los arbustos, varios paquetes con marihuana. Días después, la prensa publicaba la detención de una red de tráfico de drogas, relacionada con el asesinato de mi vecino como cómplice de la banda. Por las huellas y paquetes de la vivienda, se había podido acusar del crimen a dos de los integrantes.

749. JUAN R. MÉRIDA – EL REFLEJO DEL ALMA Cuatro meses de investigación y lo único que tenían eran cuatro asesinatos con el mismo modus operandi, pero ninguna relación entre las víctimas, ni pistas. —No existe el crimen perfecto —dice Roosvelt—, pero llevamos cuatro. —Lo cogeremos —responde Foreman. —Hemos revisado las pruebas muchas veces y nada —continúa Roosvelt. —Esta chica pasó sus últimas horas de tiendas y haciendo fotos de escaparates —comenta Foreman con el teléfono de la última víctima en las manos al revisar una vez más las pruebas. —Era adicta a las compras, esas fotos son un reflejo de quién era — añade Roosvelt. —Eso es —espeta el detective. —¿Qué pasa? —pregunta inquieto su compañero mientras se acerca a él.

—Los reflejos, los escaparates, los hemos pasado por alto. La gente siempre va deprisa de un lado a otro, por lo que alguien podría salir en una, quizás dos de sus fotos, pero en seis, eso no es casualidad. Mira este sujeto. Chaqueta de ante marrón, gorra de los Knicks; tiene que ser él.

750. JUAN RODRÍGUEZ SÁNCHEZ – EL PERRO FANTASMA, PARTE 1 Una noche de invierno, Sara, una joven chica, iba en dirección a su casa, cuando en la carretera se encontró un perro malherido. Paró el coche y lo metió en el maletero sin resistencia del animal. Llegó a casa a toda velocidad; quería curar al pobre perro cuanto antes. Aparcó mal y pronto, abrió el maletero, sacó al animal y lo llevó al baño, donde tenía el botiquín. Lo curó como pudo y le hizo una cama improvisada en la bañera. El perro se quedó dormido, y ella, cansada, pensó en hacer lo mismo; si al día siguiente el can no se había recuperado, lo llevaría al veterinario. Saliendo del baño, oyó un ruido de la bañera, se dio la vuelta y miró: el perro había desaparecido. Ella se asustó y salió a la calle, no había rastro del animal...

751. JUAN SUÁREZ ALBENDEA – ASESINATO PROGRAMADO Una explosión en una casa con víctimas suele ser causada por un escape de gas, pero la investigación concluyó que había sido por un explosivo casero. La víctima presentaba quemaduras de tercer grado, cortes en las manos y trozos de plástico y metal incrustados por todo su cuerpo. Todo apuntaba a que se trataba de un paquete bomba. Sin embargo, el portero confirmó que la víctima no había recibido nada en los últimos días. Esto no lo había visto antes. Un dron bomba. Los cortes coinciden con la forma de las hélices de un dron y los fragmentos de su cuerpo eran del dron. La ventana de la escena del crimen estaba abierta, así que el dron se pudo colar en la casa por ahí. El asesino sabía dónde vivía la víctima y que estaría a esa hora en casa. Debía de ser alguien cercano. Descubrí que su cuñado fue detenido en 2010 por hackear el servidor de la empresa en la que trabajaba, de la cual la víctima era el jefe de seguridad, y que hace cinco días había salido de la cárcel. Ya tenía al asesino.

752. JUAN ANDRÉS VEGA LACHA – DONDE HABITA LA SOMBRA El inspector Herrera ordenó a ocho de sus policías cubrir las cuatro salidas de la fábrica abandonada, mientras que su compañero y él entrarían por la puerta principal. Poco después, ambos se separaron entre la inmensa oscuridad. El inspector encañonó a la nada de un oscuro pasillo, donde podía oírse a alguien. «¿El asesino —se preguntó— o tal vez los niños secuestrados?». Se adentró en el angosto pasillo con seis puertas a cada lado. Poco a poco comenzó a sentir a alguien respirar; quien fuera, estaba cerca. De una patada, echó abajo una de las puertas. En su interior, un grupo de niños

miraron esperanzados su placa de policía. Repentinamente, sus miradas se tornaron amargas. La pena y la frustración los inundaron, a la vez que dejaron de prestarle atención a Herrera para observar algo que estaba detrás de él.

753. JUAN ANTONIO CHULIÁN GUERRERO – CARA A CARA Faltaban menos de cinco segundos para la mayor batalla de mi vida; todas las esperanzas estaban puestas en mí. Tenía el honor de interrogar al mayor asesino de nuestro país. Todos me consideraban el peor agente de la comisaría, y probablemente tenían razón; no obstante, iba a ser yo. Tenía autorización para ser políticamente incorrecto, para saltarme normas, todos harían la vista gorda mientras consiguiera una confesión, aunque yo no tenía muy claro que lo fuera a conseguir. Fumando y bebiendo, entré en la sala dispuesto a comerme a ese canalla. Debía entrar como un ciclón, no podía dejarle pensar, pero me senté delante de él y no tuve más remedio que devolverle la sonrisa. Mis compañeros, detrás del espejo, no entendían por qué estaba siendo tan benévolo. ¿Qué podía hacer? Al fin y al cabo, era mi padre.

754. JUAN ANTONIO MARTÍNEZ ANDREU – REÍR PARA SIEMPRE Soy Kevin, inspector en la comisaría. Alguien había matado al dueño de un club de comedia. Había aparecido con la boca rajada dibujándole una sonrisa. También fue mi primer encuentro con la inspectora Lisa Martínez, una chica de México. El forense nos informó de que el cadáver no tenía gestos de pelea y que no lo mataron con el cuchillo con el que le habían hecho la sonrisa; le envenenaron con su propia medicación. En la medicación, había huellas de su ayudante. Él nos informó de que su jefe estuvo discutiendo con un hombre, pero que él solo le vio la espalda porque se fue en cuanto él llegó. Mi compañera tuvo la idea de revisar las cámaras de seguridad y allí lo vimos. Llamaron desde comisaría para decirnos cuál era la identidad del sospechoso y dónde vivía. Era Jeff Malcom. Jeff explicó que la pelea fue simplemente por su despido, pero dijo que el ayudante estaba allí. Había matado a su jefe porque decía que no tenía gracia. Le hizo reír para siempre.

755. JUAN CARLOS ASTINZA – LA CONFESIÓN Un golpe seco, abrupto, de los que enfrían el aire desatando la incertidumbre, rompió el espeso silencio, fruto, en parte, de la insonorización de la sala de interrogatorios. Matheus no creía lo que estaba pasando ante sus ojos. Llevaba una vida siendo uno de los mejores analistas de conducta, pero en este momento se quedó sin argumentos, vacío, incrédulo si cabe, intentando descifrar cómo, cuándo, dónde, consiguió el arma. No era su sangre, pero sentía que no había acabado sobre él por error; no era su

cuerpo, pero sentía el inconfundible dolor que deja un calibre 38 desgarrando la carne. Al instante, entraron Joe y Steve, arma en mano, pero ya nada se podía hacer. Matheus salió en silencio, buscando una explicación lógica a lo que acababa de suceder. En su mente, solo una frase más con la que convivir: «Yo lo hice, pero nunca sabrás por qué».

756. JUAN CARLOS MERINO – UN ASUNTO PENDIENTE Vistos de frente, en el interior del vehículo, hacían una pareja curiosa. Mike era un hombre corpulento, en torno a los cuarenta años, de rostro grueso y poco llamativo. Louise Fletcher era menuda, pero suplía su carencia de estatura con mucho carácter. Llevaba el pelo color castaño sujeto en una coleta y su rostro era algo aniñado. Ambos eran detectives de Homicidios. Mike llevaba ventaja y arrastraba varios años de servicio mientras que Louise acababa de «nacer» en el departamento. —¿De verdad te gustan las pelis esas de Chuck Connors? —le preguntó Louise. —¿Pasa algo con ellas? —el motor del coche gruñó al arrancar—. Y, además, son las de Chuck Norris. —No, nada, eso me dijeron, que te encantan esas pelis y que por eso eres un poli de acción. —¿Tienes algún problema con eso? —No, no, qué va... Bueno, ¿qué tenemos programado para hoy? —Hay que recoger a una poli y a un escritor que la acompaña, una especie de celebridad. Vienen a investigar un asunto pendiente.

757. JUAN CARLOS MUÑOZ MAÑAS – NO LEÁIS ESTA HISTORIA Nochebuena. Como un año atrás, solo en el salón, en completa oscuridad, se oye otra vez un ruido de campanillas dentro de la chimenea. El mismo Santa está ahí. Paralizado otra vez, solo puedo ver y oír: —Hohoho. ¿No quieres mis regalos? Te ofrecí el mejor que nadie te ha hecho jamás: la vida. Podías contar esta historia una sola vez o volvería para pedir que me lo devolvieses. —Sí, sí, es cierto, únicamente me pediste contarla a una sola persona y a él le quitarías la vida que me regalabas. Mi suegro murió esa noche. ¿Por qué lo leería? ¿Por qué lo estoy contando ahora? —Nadie puede leer esta historia sin morir, ¿no? —dice Santa mientras la vida se me va y él levanta su cruel mirada fuera de la página—. Te regalo la vida si lo cuentas una sola vez.

758. JUAN CARLOS OTERO – SIN TÍTULO La muerte del Sr. Brown no dejaba lugar a dudas. Viudo, se había reunido con sus tres hijos y sus parejas en una casa rural para celebrar su

ochenta cumpleaños. Lo que aparentaba ser un fallecimiento natural, la autopsia reveló ser un asesinato por asfixia: alguien le retiró el oxígeno al que permanecía conectado de forma continua y le cubrió con una almohada. Estaba claro que los hijos querían heredar lo antes posible, pero ¿quién le ahogó? Todos aseguraban haber estado juntos hasta la hora de irse a dormir, momento en el que estuvieron junto a sus parejas. Y, por supuesto, todos aseguraban haberse despertado junto a ella. Un detalle que el inspector Morgan averiguó durante el interrogatorio permitió descubrir que el hijo pequeño era insomne. Él recuerda haberse levantado para ir al baño y haberse encontrado con un intruso al que acorraló sobre la cama para proteger a su familia. Después de todo, no fue la avaricia, sino un sueño estúpido, lo que acabó con la vida del Sr. Brown.

759. JUAN CARLOS SAAVEDRA – SIMETRÍAS —No te puedo dejar más dinero. —Pablo sostenía la mirada de su hermano. —Esta vez es muy serio. —Carlos bebió y Pablo le imitó a modo de gesto simpático, una extraña fuerza les inducía a imitar los gestos del otro. Uno de esos misterios que entrelazan la vida de los gemelos. —¡Busca un trabajo! No puedes vivir solo de juegos y apuestas — hablaba cruzando la habitación—. Vives en pocilgas, ocupando edificios abandonados, no sé cómo me atrevo a beber de tus vasos. —Si nuestros padres hubieran repartido por igual la herencia del tío, no te daría tanto asco. —Pareces un personaje de una mala película. Carlos bebió, ambos bebieron, y terminaron la copa. Los hermanos, con su simetría de cuerpos y sentimientos, parecían atrapados con la imagen del otro, hasta que Pablo se derrumbó sobre el suelo resoplando. Carlos actuó rápidamente cambiando sus ropas con las de su hermano, y, dejando el gas abierto y un cigarrillo encendido, abandonó el edificio un minuto antes de que todo explotara.

760. JUAN CARLOS SORO GIGANTE – JAQUE MATE Periferia de Madrid. 03:00 a. m. Una patrulla ha localizado un cadáver, una mujer de veintiocho años. Aparece con las manos entrecruzadas, los ojos abiertos ensangrentados, el cuero cabelludo afeitado y el vello facial arrancado. La agente de Homicidios París se persona en el lugar y, examinando la escena del crimen, observa una nota que dice: «La partida requería el sacrificio de mi dama». Enseguida asocia este asesinato a otro acaecido un par de semanas atrás, en el que se localizó a la víctima de forma similar. París llama a su superior para informarle: «Tenemos un asesino en serie, el Asesino del Ajedrez». Van apareciendo otros cadáveres, siempre en el entorno de la universidad de Madrid, todos ellos caracterizados como fichas de ajedrez. Durante el

transcurso de la investigación, París colabora con un profesor de la universidad, que le indica que el asesino sigue los pasos de una partida ya jugada; al final, el profesor colaborador resulta ser el asesino, que es arrestado.

761. JUAN FRANCISCO PACHECO FILIP – EL ARTE MATA Lo sabía desde la primera vez que lo vio. Volvería a encontrarse con él. Siempre igual... Horrible, escalofriante, espantoso y, aun así, no podía apartar los ojos de aquel cuerpo sin vida, colocado de tal forma que semejaba una obra de arte. Un arte por el que siempre había sentido admiración. Samuel había conocido la escultura en su etapa de estudiante de Bellas Artes. Admiraba las manos que eran capaces de dar forma a un trozo de barro, a una enorme piedra o tallar un tronco. Pero aquello, por mucho que pareciese arte, no dejaba de ser lo que era: otro crimen esculpido por el mismo artista, el mismo asesino que, desde tiempos ancestrales, había modelado tales obras de arte, acabando con la vida de hombres y animales. Lo hacía en silencio, de manera sigilosa, haciendo del tiempo su aliado. Sus víctimas caían en sus manos sin darse cuenta, sin verlo llegar. Aunque sentían su presencia nunca llegaron a verlo. El frío.

762. JUAN JOSÉ LEÓN NAVARRETE – SÁTIRA ONÍRICA Medianoche. Aquel chico paseaba por esa pequeña senda común, ordinaria, invisible al resto, al igual que él. Quería cambiar eso, quería ser alguien, quería público. De repente, una chica se le cruzó sin mediar palabra. En ese momento, la locura y la fama llamaron a su puerta, y se produjo el estreno. Era su noche, todos los focos le apuntaban, se había transformado en un verdadero divo. El disparo retumbó por toda la zona, aludiendo a la grandeza del acto. Tras el chasqueo del percutor, el telón bajó, todo se volvió oscuro y se produjo una sacudida, una luz blanca, era de día: vuelta a la realidad. El chico se hallaba de nuevo despierto en la última fila de la clase, con la mente fría y esbozando una sonrisa cuando menos satírica. Bajando la mirada, agarró la pluma dispuesto a matar el papel. El crimen soñado derramará tinta esta vez.

763. JUAN LUIS MERA GÓMEZ – EL ASESINO DEL CÚTER Sentado sobre la tapa del váter de aquella cervecería irlandesa, oía cómo los policías de fuera se divertían, brindaban y bebían, mientras celebraban que por fin habían matado al Asesino del Cúter. Cinco víctimas, cinco camellos brutalmente asesinados. Él, en su improvisado trono, sabía que estaban equivocados. Quizás, al igual que las otras víctimas, aquel individuo merecía morir. ¡Había hecho tanto daño a tantos desgraciados! ¡Había destrozado a tantas familias con sus drogas! Pero jamás mató a nadie con el cúter, lleno de

restos de sangre de los asesinados, que encontraron en el bolsillo interior de su cazadora. Y lo sabía, porque era él quien los había matado. Después de regodearse en el error de aquellos policías, se decidió a salir. —Teniente O´Hara, ¿qué hacía ahí encerrado en el váter? Venga a tomar una copa. Después de todo, es usted quien ha mandado a ese hijo de puta al infierno. Niall O´Hara se sonrió y gritó al camarero: —¡Venga, una ronda, la pago yo!

764. JUAN MANUEL GARCÍA LÓPEZ – LOS PECADOS DEL PADRE Angustia y desesperación. Esas serían las palabras precisas para describir el ambiente de la comisaría desde hace dos días, cuando los Garrick trajeron una caja que alguien había dejado frente a su puerta. Dicha caja contenía dos mechones de pelo y una cinta en la que se escuchaba a una voz distorsionada decir: «Nunca habéis apreciado a vuestras hijas lo suficiente, hasta ahora, cuando ya es demasiado tarde. Os devolveré sus cadáveres en tres días, tiempo suficiente para apreciar lo que descuidasteis». Nuestra única pista es el sonido de un tren cercano que se escucha en la grabación. Mis compañeros siguen registrando los alrededores de la estación, pero yo sé que no encontrarán nada, es demasiado tarde. Me aseguré de introducir el sonido del tren para despistarlos. Perdí a mis hijos porque no fui un buen padre; ahora, haré que los Garrick paguen por el mismo pecado que yo cometí.

765. JUAN MARCOS ROCA TORRES – EL ULULAR DEL LOCO GORRIÓN QUE MUEVE 10 A LA IZQUIERDA Y HACE JAQUE MATE Interrumpida fue la tranquilidad de mi vida, azotada con repentina furia. Empezó aquel día de vasta lluvia por el de rostro pálido, mirada infinita y sonrisa descarnada. Allí donde me dirigía, él estaba, sin mediar palabra, siempre sonriente. Enfrente de mi hogar, al salir del trabajo, al ir de compras... Ese incansable ser nunca cesaba su vigilia. El crepúsculo del anochecer cerraba otro día. El miedo y la desesperación ya estaban integrados en mí. La policía nada podía hacer, él no dejaba rastro, no podían protegernos. Y de nuevo, su figura, aposentada en medio de la calle, tenía sus ojos negros clavados en mi ventana. No podía más. Cuchillo en mano y armado de valor me dirigí hacia él. Dos puñaladas le asesté, y la risa cesó. Pero, al volver, de nuevo estaba, ahora en mi habitación. Luego, en la de los niños. Los vecinos, al oír los gritos, llamaron a comisaría. Ahora, tras la seguridad de estas cuatro paredes blancas, le pregunto: «Doctor, ¿cuándo volveré a ver a mi esposa e hijos?».

766. JUAN PABLO DE LA PEÑA ELÍAS – HERMANO MENTALISTA Se levantan por la mañana con una llamada. Es un señor joven diciéndole

de forma misteriosa a la directora Kathy que se va a arrepentir de lo que sucedió con 3xA, que vaya al buzón de su casa. Van Rick y Kathy al buzón y se encuentran un sobre, en el que ven que hay un anillo ensangrentado y un papel con una dirección. Van allí y se encuentran la puerta forzada y una silla con una chica de espaldas maniatada y muerta. En el pecho, escrito con sangre, 3xA. En la comisaría, con Javier y Kevin mirando la pizarra, ven que no puede ser el 3xA, puesto que murió, pero que tenía un hermano que había estado estudiando psicología y mentalismo, por lo cual podía hipnotizar para matar...

767. JUANI CEBRIÁN SÁNCHEZ – DESDE OTRA VIDA Ana se miró en el espejo; era morena, tenía la carita redonda, piel blanca y preciosos ojos azules. Nadie había conseguido que, desde aquel fatídico día, volviera a sonreír; era un día de invierno y Nala, su perrita chiguagua, cayó en la piscina sin poder conseguir salir. Su madre le había dicho que la perrita siempre estaría con ella, permanecería en su corazón y no moriría nunca, pero la niña no la creyó. A Ana siempre le daba la sensación justo antes de dormirse que su perrita la lamía como hacía cada noche; entonces, era cuando su madre conseguía verla sonreír, pero cuando despertaba por la mañana, todo le parecía un sueño y volvía a estar triste. Un día, vio como un pajarito caía al agua y se movía con dificultad, sus alas se mojaban; llamó a su madre, pero esta no la oyó. Ana, viendo que iba a volver a pasar, salió corriendo a sacarlo, pero cuando llegó, el pajarito ya estaba fuera de la piscina; miró a todas partes y solo vio unas pequeñas pisaditas en el suelo.

768. JUANI HERNÁNDEZ MARTÍNEZ – JUSTICIA POÉTICA La detective Ivanna Sheppard entró en aquella casa sabiendo que era una trampa, pero ¿qué podía hacer? Tras años persiguiendo sus huellas, solo era cuestión de tiempo. ¿Por qué no admitirlo? Había sido un trabajo magistral. Una identidad falsa, pistas ficticias..., pero no existe el crimen perfecto, y esa noche sería el final. Sentía cierto alivio después de todo. Creyó ser capaz de cumplir con su cometido, pero los muertos comenzaban a pesar. Y esa noche... Aquella llamada fue un desafío, y ella no dudó en recoger el guante. No podía pedir refuerzos, así que lo enfrentaría únicamente con su pistola reglamentaria. Y allí estaba, en mitad del salón, apuntándola con su arma. Su compañero. —Josh, ¿tú? Justicia poética... —Tira el arma, Marjorie —pronunció él su nombre, el verdadero. —¿Cómo lo has...? —No importa, se acabó —respondió, impávido—. Entrégate. —No puedo —lamentó, y él lo supo. —¡No! —Colocó la pistola en su sien y disparó.

769. JUANJE ORTIZ – EL MISTERIO DE LA CRUZ CELTA Marylo necesitaba un paréntesis en su vida. Había encontrado un hotelito pequeño y acogedor en un pueblecito de costa. En cuanto se registró en recepción, salió disparada hacia su habitación con una idea en la cabeza: un buen baño, algunas botellitas del minibar y dormir. Dormir a pierna suelta, sin despertadores, sin obligaciones al día siguiente. Pero el día siguiente vino a su encuentro antes de lo que ella se podía esperar. A las nueve y media de la mañana, un dolor intenso en la parte interior del antebrazo derecho la hizo despertar. Casi a trompicones y con un dolor de cabeza insoportable, consiguió llegar al baño. Todavía medio dormida, advirtió que su brazo derecho estaba envuelto en un plástico como el que se usa en las cocinas. Al quitárselo, descubrió que le habían tatuado una cruz celta. En la habitación encontró sus ropas destrozadas y cubiertas de sangre. Una sirena sonaba en la lejanía; su vida jamás sería como antes, los acontecimientos iban muy deprisa...

770. JUAN JOSÉ DÍAZ CHICO – DIAMANTES MORTALES El inspector adjunto Theodor Dean —Te Den, para los chistosos— llegó desde Londres. Destinaron a una joven agente nativa para ayudarle. Perseguían a un peligroso fugado, que asesinó a dos policías cuando le custodiaban. Alguien ayudó. Aquí, en un hotel, habían golpeado a un extranjero y robado un maletín con millones en diamantes. Un todoterreno arrancó estrepitosamente, después de unos disparos. Había un muerto, el delincuente buscado. El huésped herido era un correo que llevaba diamantes. Resultaría cómplice del muerto en otros delitos. Planearon el robo, se autolesionó y mató a su socio; los otros ocupantes del todoterreno eran actores. Te Den se disponía a detener al correo; la agente le cubría el lateral. El sospechoso, escondido tras unos árboles, apuntaba al inspector. Entonces, oyó una voz de mujer: «¡Creí que reventaba!»; era la joven agente mientras se subía los pantalones. Se distrajo y el policía disparó primero.

771. JUANMA NAHARRO – UN SECUESTRO, UNA ELECCIÓN Y UNA EXPLICACIÓN 9:00 de la mañana. Rick despierta porque su teléfono ha sonado; una voz irreconocible dice que tiene a Jimmy, un viejo amigo de la universidad. Además, le dice: «O me devuelves los dos millones de dólares o mato a Jimmy. Ah, y también tengo a tu hija, así que deberás elegir: o Jimmy o Alex, y nada de policías; si no, mataré a los dos». Rick explicó la situación en la que estaba. Poco a poco recordó que en la universidad le prometió a un chico llamado Gerry que, si su carrera como escritor funcionaba, le daría dos millones de dólares. También, que hace unos meses se encontró con él, no recuerda ni cuándo ni dónde, pero sí sabe que si no le entrega los dos millones, aparte de matar a su amigo y a su hija, revelara a Kiki Hit que ayudó a esconder pruebas del asesinato de su madre, que en realidad todo

esto es una trampa para conseguir hundir la carrera de Rick, pero todas las pruebas apuntan a él y este es un nuevo caso para Kiki.

772. JUANMA RUIZ PARDO – EL CALOR DEL PASADO Se despertó sobresaltado; miró a su alrededor. El dolor de cabeza le impedía pensar con rapidez. Los recuerdos acudían torpemente: la llamada a comisaría cuando estaba a punto de acabar su turno, la voz femenina que sonaba en el auricular pidiendo auxilio, la carrera en coche, la puerta abierta, el interior de la vivienda a oscuras, la sangre en el suelo del salón al encender la luz, el golpe en la cabeza... De repente, se dio cuenta. No era la misma casa, pero la reconoció. Un caso antiguo: una mujer a la que encerró en circunstancias poco claras. En el suelo, frente a él, el cuerpo ensangrentado de un hombre. A sus pies, un cuchillo. Se miró la mano: también estaba manchada de sangre. De pronto, escuchó sirenas que se aproximaban. Ató cabos rápidamente. Se había tomado su tiempo, pero finalmente se había vengado de él...

773. JUDIT GONZÁLEZ – EL LADO OSCURO Era la peor escena que el inspector Reynolds presenciaba en mucho tiempo, y un incontrolable escalofrío le recorrió toda la columna. El cuerpo inerte de una joven mujer se hallaba en el suelo prácticamente irreconocible. El autor de tal obra se había desahogado asestando decenas de puñaladas en su pecho y rostro. Pero a su vez, su salvajismo se contraponía con la frialdad que le había permitido limpiar de sangre absolutamente todo el lugar. «Inspector, apenas hemos encontrado indicios del responsable de esta atrocidad». Claro que no. Había sido muy cuidadoso. Sabía perfectamente de qué modo trabajaba la policía científica. Ella lo iba a delatar. Le echarían del cuerpo, le arruinaría la vida y no podía permitirlo. Debía silenciarla. El crimen se le proyectó detalle a detalle en la mente mientras se inclinaba hacia el cuerpo comprobando que había hecho un buen trabajo. Exhaló calma; jamás lo sabrían.

774. JUDIT POSTIGO FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO «¡Corre, Corre!», se repite una y otra vez. Tiene que huir de aquel lugar cuanto antes, borrar aquellas imágenes que no dejan de aparecer en su cabeza. Tropieza, cae al suelo, queda tendida cuan larga es, tratando de escuchar algún sonido, pero su agitada respiración y el latido de su corazón palpitando en sus oídos se lo impiden. Se incorpora un poco, girando la cabeza en todas las direcciones y viendo como algo se acerca hacia ella. Intenta incorporarse, pero sus piernas, lejos de responder a su petición, tienen demasiado miedo como para correr, para huir de allí. Y en el instante en que ve la figura del hombre, con la ropa ensangrentada y el cuchillo teñido de carmesí, sabe que

ha llegado su hora. «Tranquila —dijo el hombre con una escalofriante voz—. Pronto te reunirás con él». Solo le da tiempo a cerrar los ojos y ver el rostro de su pequeño, antes de sentir el fino metal cortando su piel. Llevándole lejos de aquel monstruo que tanto había amado y todo le había arrebatado.

775. JUDIT SERRA MIRALLES – QUIEN ESCOGE MAL, MAL ACABA Empecé a limpiarme las manos. Esta vez había sido diferente, sin premeditación. Y esto me aturdía hasta cierto punto. Me alegré de tener todo meticulosamente preparado para el encargo; esto siempre era una garantía. Aun así, me repetí que no debería permitir más errores. ¿Pero qué culpa iba a tener yo? El cuerpo que yacía en el comedor era el culpable. Terminé con las manos. Ya habían adquirido un tono rojizo; no encontrarían ni un resto de sangre aunque alguien rebuscara en mi tejido. Caminé sigilosamente hasta llegar al umbral de la puerta del comedor. Iba desnudo completamente. Cogí la ropa del suelo (el pijama que llevaba cinco minutos atrás), pasé sin inmutarme cerca del cadáver extendido y aún caliente y tiré la ropa al fuego que crepitaba en la chimenea. Volví al umbral de la puerta y me apoyé con los brazos cruzados: tendría que encargarme del muerto. Bueno, se lo había merecido. ¿Quién entra a robar en el piso del mejor asesino de la costa este? Y sonreí maliciosamente.

776. JUDITH CAMPOS – VACÍO Ahí estaban, esos ojos color verde esmeralda mirándome fijamente; nunca pensé que me pudiesen mirar con tanto odio, con lo que yo los había amado... Esta traición que mi ser había sufrido no sería fácil de superar, pero esa sonrisa escondida tras la mata de pelo rojo me hacía pensar que ella nunca había sentido lo mismo que yo, lo que me llevó a plantearme si realmente he sido yo el que no he sabido amarla de verdad. El cielo llora, al igual que mi alma, por tener que acabar con la vida de esta criatura fría e insensible que hay ante mí. Se oye un disparo, solo uno y todo oscurece. Yo en el suelo, y ella ante mí sonriendo. Por supuesto que había conseguido desatarse, no esperaba menos de ella. Comprueba mi cargador. Vacío. Me pregunta por qué. Únicamente una sonrisa y una frase. Para salvar mi propia alma.

777. JUDITH JOVÉ – PEQUEÑOS Y GRANDES ENGAÑOS Esther y Marcos descubrieron al doctor Christian, cirujano plástico hasta que se jubiló; desde entonces estuvo aislado. Entraron en su castillo, parecía no haber nadie, hasta que escucharon un ruido. Le vieron esposado en una silla y lo soltaron. Esther y Marcos vieron que todo era muy raro, hasta que Christian los cogió, los esposó y comenzó a apuntarles con una pistola. Esther activó rápidamente su walkie talkie. Al rato, unos agentes entraron y sorprendieron a Christian antes de que apretara el gatillo. Soltaron a Marcos

y Esther de inmediato, pero lo que nadie sabía es que eran agentes secretos. Al poco, descubrieron que su hijo había sido asesinado por Christian.

778. JULEN URÍZAR COMPAINS – ACUÉRDATE DE LO QUE ESCRIBÍ PENSANDO EN TI En una pequeña hoja de papel, doblada y destrozada, estaba la solución de nuestro caso. ¿En ella podía Robert Johnson darnos la clave? No era tan fácil. Nunca me lo pusieron tan fácil y tan difícil a la vez. Inmediatamente, salí de comisaría con el corazón ametrallando mi pecho, como si cada pulsación fuera cada una de las balas que he disparado de la Glock 17 que llevaba en la mano. Ahí estaba él, en la farola de aquel parque oscuro, esperándome para redimir su culpa. —¡Arriba las manos! —chillé. —¿Ese cariño tienes conmigo? —dijo tranquilo. —¿Cómo puedes ser tan hijo de puta? Mataste a mi hijo. —¿Tu hijo? —sonrió—. Querrás decir nuestro hijo. No podía pensar, ni respirar; el nudo de mi garganta quería ahorcar a ese demonio. Con una lágrima en la cara, desarmé la pistola y disparé al aire. No podía matarle. Quería que se pudriera en la cárcel. —Nunca acabarás conmigo ni con lo que escribí pensando en ti —dijo, mientras se lo llevaban otros dos agentes.

779. JULI IGLESIAS MUÑOZ – DETRÁS DE LA PUERTA El señor Tana acostumbraba a encerrarse en su despacho a escribir todas las tardes. Su esposa, alarmada al no recibir respuesta cuando lo llamó para cenar, avisó a la policía. Cuando llegaron, tuvieron que romper la puerta para poder acceder a su interior. Una vez dentro, vieron al hombre tirado en el suelo. Todo estaba revuelto, parecía que hubiese estado forcejeando con alguien, papeles por todos lados, la lámpara rota y el bote con los lapiceros mordisqueados con los que escribía, por el suelo. El forense lo examinó y rápidamente descartó el infarto. Las pruebas apuntaban a un envenenamiento. ¿Pero cómo? Nadie había estado con él en la habitación y llevaba muerto casi toda la tarde. ¿Se había suicidado? Nada de eso; la asistenta, con la que tenía una relación, se cansó de promesas y pasó a la acción. Sabedora de sus costumbres, untó los lapiceros con veneno y fríamente esperó.

780. JULIA CARBONELL – SIN TÍTULO Llovía y era mi día libre. Estaba sola delante de un cadáver. Oía sirenas a lo lejos. ¿Qué había pasado? ¿Había asesinado a aquel hombre? Las sirenas estaban cerca, muy cerca. Cuando me quise dar cuenta, estaba esposada y dentro del coche que hacía unos minutos oía a lo lejos. El calabozo de la comisaría estaba oscuro, húmedo... ¿Qué hago aquí? Un policía me llevó a

una sala grande; me iban a interrogar. Mi mente iba acelerada, no recordaba nada de lo que había pasado, pero todo me señalaba a mí como culpable. Hubo algo que me despertó, empecé a recordar y me vi a mí misma matando a aquel hombre; era culpable. Iba de vuelta a casa, era de noche y vi que alguien me seguía. Cuando quise huir, un hombre se abalanzó sobre mí, saqué un abrecartas que llevaba en el bolso y se lo clavé sin pensar.

781. JULIA DUVISON PALENZUELA – DISOCIACIÓN Para Dante, aquella chica era ya su pequeño tesoro. Cada parte de su ser, cada centímetro de su piel y cada gota de su sangre eran ahora suyos. Los ojos verdes de Octavia ya no brillaban. Después de la larga búsqueda, por fin daba con unos que valiesen la pena. Unos que, curiosamente, siempre había tenido delante. Jack tenía los párpados cerrados, intentando huir del escozor de un dolor convertido en lágrimas. El frío en su piel provenía más bien del odio mismo que de un corazón tajado por su muerte. Apoyó la espalda contra la pared, deslizándose hasta tocar el suelo helado, donde se espesaba una sangre conocida. Octavia, su amiga, yacía a su lado sin vida. Las manos temblorosas de Jack intentaban borrar la oscura sangre ya seca entre sus dedos, sin éxito. Dante mataba por puro placer, disfrutaba con ello. Jack simplemente se dejaba llevar; ya no podía evitarlo, sabía que siempre iría acompañado de Dante, que era parte de él. «Porque el Dr. Jekyll no es nada sin Mr. Hyde», pensó.

782. JULIA PAGES – TUVE QUE DESAPARECER Cuando Jenner entró en la sala, estaba oscuro; sentía un escalofriante jadeo detrás del escritorio. ¿Qué era eso? Se acercó para averiguarlo y, de pronto, una extraña figura apareció de la nada. El rostro de Jenner se mostró pálido frente a lo que había visto; parecía haber contemplado al diablo. Era su excompañero de trabajo, al cual habían dado por muerto hacía dos años. Ella todavía no se lo creía, cerró los ojos y los volvió a abrir pensando que sería un sueño o una visión, pero no, él seguía allí, estaba asustado, sujetando un arma con su temblorosa mano izquierda. «¿Qué le ha pasado durante estos dos años?», fue lo primero que se le vino a la mente a Jenner. Cuando se calmaron los dos y dejaron atrás el estado de shock, él le contó el motivo por el que debía desaparecer.

783. JULIA PEREA ROMERO – SHHH... Habrán pasado ya unos veinte años desde que sucediese la desgracia. Como en otras ocasiones, Carl, Alice, mi primo Jake, su novia Amy y yo pusimos rumbo a una pequeña finca a las afueras que nos servía para abstraernos de la rutina. Aún recuerdo el horror que sentí al encontrar a Amy tirada en el jardín con un disparo en la sien. Amy había comenzado a ser la

novia de Jake meses atrás y, desde entonces, solo trajo problemas y conflictos entre nosotros. Todos teníamos motivos o, por lo menos, justificación para matarla. Carl siempre se había sentido inferior al lado de mi primo y no podía soportar que Amy lo sustituyera por él. Alice vivía enamorada de Jake desde el colegio y no entendía cómo Amy se había ganado su confianza tan pronto. Hasta el propio Jake tenía motivos para hacerlo sabiendo los rumores que circulaban de que Amy frecuentaba casas de otros hombres. Y yo no soportaba cómo se estaba cargando mi grupo de amigos. Hoy, sigo sin saber quién la mató... Sigo sin saber si fui yo...

784. JULIÁN GARCÍA MARCOS – LLUEVE Miro por la ventana, sentado a la mesa del salón. A mi izquierda, mi hijo Walter, cansado de humillaciones y menosprecios. A su lado, Andrew, mi socio. Consciente de lo bien que lo pasaba con su mujer, Silvia, que nunca asumió que no dejara a mi esposa por ella. Enfrente, mi Leonor. Aún no sé cómo pudo enamorarse de ese lunático. El padre de Victor era el empresario más prometedor del sur de Gales. Carmela, mi hija, aún me guarda rencor por casarla con ese idiota. Me odian. Todos. No, Ana me adora. No sabe que el foie no es un Perigord y que el beluga es caviar chino. No sabe que me ha servido una copa del último Borgoña de la bodega. No sabe nada. O sí... Su mirada se cruza, cómplice, con la de Andrew; Walter juguetea nervioso con sus cubiertos. Leonor me mira fijamente, y Victor aprieta la mano de mi Carmela. Cuando empiezo a tener dificultades para respirar y la copa de vino se derrama sobre la mesa, Silvia esboza una sonrisa. Todos lo sabían. Cianuro. Estaba arruinado. Ahora estoy muerto.

785. JULIÁN RABADÁN – MALDITA JUSTA Desde la calle, el sonido chirriante de una moto al pasar y la sierra eléctrica trabajando era un eco extraño de la realidad. Mientras, en la habitación, Indra se encontraba con la situación más extraña de su carrera. Dos asesinos habían tratado de matarse el uno al otro dejando un reguero de cadáveres por toda la ciudad. No era más que un juego para ambos. No era más que la lucha esencial por superar al otro, y él había terminado entre ellos dos como un niño confuso. Se sintió torpe, inútil y cansado; solo podía mirar aquella escena carente de sentido. Indra se dejó caer pesadamente. El anciano exhalaba sus últimos minutos de vida, por culpa del veneno, mientras dejaba caer la pistola aún humeante. El cadáver del chico con la diana en el pecho estaba tirado en el suelo frente a él con los sesos esparcidos por toda la habitación, aquella sonrisa sádica con la que murió. Indra se preguntó si algo de aquello tenía sentido o si simplemente este era el absurdo mundo real.

786. JULIÁN CARBALLEIRA FARIÑA – SI SE PUDIESE

Lo conseguí. Por fin, después de tantos intentos, logré viajar al pasado. Volveré a tener las mismas oportunidades y podré volver a verla. Iré a donde estaba la mañana que no pude hablarle. Me sentaré a su lado y le diré todo lo que nunca le dije. Ella me escuchará. Comprenderá que la amo. Admitirá que también me ama y ya, para toda nuestra vida, seremos uno. —La explosión fue brutal. ¡No puedo creer que siga vivo! —fue lo primero que escuchó el sargento Hernández al ver bajar la camilla que empujaba su amiga, y asistente médica, la doctora Fiz. —¿Saldrá del coma algún día? —preguntó él. Sin tiempo ni para un saludo. —Lo dudo. Pero ¿parece que sonríe? —Quizás ahora es feliz. —¡Antes nunca lo fue! —¿Qué pudo causar tremenda deflagración? —Eso te tocará averiguarlo a ti...

787. JULIÁN TEJADO FLORES – MIGUEL DUQUE NUNCA FALLA —Repasemos lo que sabemos —dije mientras mis compañeros policías y los acusados me miraban incrédulos—. La muerte se produjo por un raticida que estaba en el vaso donde el muerto bebió. Todos pudisteis cometer el asesinato: su amigo, que se había enterado de que se había acostado con su novia; la novia del muerto, por la infidelidad; o los dos camareros, que parecía que carecían de motivos. Es ahí donde nos equivocamos porque los asesinos fuisteis vosotros dos —dije con una sonrisita señalándolos a los dos —. Vosotros fuisteis los únicos que pudisteis meter el raticida que usáis en las bodegas del bar. Además, el porqué es muy sencillo. El muerto era banquero y hemos descubierto que por su culpa os desahuciaron de vuestra casa, jurasteis venganza, pero no os imaginabais que el muerto vendría a este bar y cuando lo visteis lo tuvisteis claro, cometisteis el asesinato. Los camareros confesaron. No hay caso difícil para Miguel Duque.

788. JULIO PÉREZ – SIN INSPECTOR NO HAY CIERRE Era una fría mañana de noviembre cuando fue hallado. Los forenses determinaron que murió por un disparo en la cabeza. Era el inspector de Sanidad Arturo Jimeno, conocido por ser una persona que cumplía las normas, casado con Ángeles y padre de Pedro. El inspector Serrano decidió ver las actividades laborales de la víctima y descubrió que cerró el famoso bar El Charro, cuyo dueño le amenazó. Aun así, tenía una coartada que lo hacía inocente. En el momento del crimen, Ángeles estaba hospitalizada, pues sufrió un accidente días antes. Los agentes fueron a informarle de la noticia, cuando vieron que Pedro tenía un coche demasiado caro para un universitario. Tras investigar, vieron que recibía pagos de los bares para eliminar los archivos que contenían información negativa de sus establecimientos y con ello evitar su cierre. Antonio se enteró,

y Pedro decidió matarle para no perder los diez millones ahorrados, pues él no sería sospechoso, ya que su padre recibía amenazas diarias.

789. JUNCAL VILA MORALES – EL SICARIO Cuando los policías llegaron a la escena del crimen, empezaron a estudiar a la víctima, pero al agente Molina tenía varias dudas. El cuerpo parecía el de un hombre de negocios rico que vivía en la parte más acomodada de la ciudad, así que era raro que apareciese en una zona donde abundaban los sin techo y delincuentes. Molina dio varias instrucciones a seguir. Registrarle. Tomarle las huellas. Y recoger cualquier prueba forense de los alrededores. Una vez en la comisaría, las huellas dieron un resultado inesperado: el de un hombre buscado por varios asesinatos. Y de repente, la pregunta que se hacía desde la mañana: «¿quién le había matado?» cambio por: «¿a quién quería matar?». Una de las agujas encontradas en la escena contenía ADN de un hombre muerto hacía ya dos años. ¿Y si una de sus víctimas sobrevivió y se vengó con antelación?

790. KAPEX7 FERNÁNDEZ CASTAÑO – INSOMNIO El sonido del casquillo al rebotar contra el suelo inunda el callejón. Una joven yace ante los pies de una larga sombra que guarda con celo el arma en el interior de su gabardina. El miedo me paraliza; intento moverme y mi torpe mano tira un trozo de ladrillo que descansaba en el alféizar de la ventana. Mientras la sombra se aleja, el ladrillo impacta en el suelo, se da media vuelta y me mira. «Mierda, me ha visto», exclamo en voz tenue para no empeorar las cosas; se ríe, la luz de la farola ilumina sus dientes y con paso firme se aleja. Son las cuatro de la mañana, la policía sigue en el portal y por fin consigo dormirme. Las cinco; un ruido me despierta, me levanto de la cama, salgo de la habitación y noto una intensa sensación de alivio, nada importa, miro hacia abajo y veo la hoja de un cuchillo de cocina rezumando sangre en mi pecho, ahora sí que tengo sueño.

791. KAREL FERNÁNDEZ SUÁREZ – EL MAFIASINATO «La ciudad de Nueva York no había vuelto a ser la misma desde el atentado biológico ocurrido en el año 2412. Manhattan es el único lugar habitable del estado. Solo los que viven allí han sobrevivido a la catástrofe...». The Washington Post. Brooklyn era un barrio fantasma. Tiendas vacías, casas deshabitadas... Pero aquel día apareció un cadáver y el inspector Mike Taylor estaba investigando su asesinato. Varón caucásico, treinta años, con moratones por el cuerpo producidos por una paliza. Ya en la comisaría investigaron su pasado y descubrieron únicamente un pariente vivo: su madre. El inspector la interrogó, revelando a la única persona que lo podría querer matar: un capo

de la mafia rusa. Al día siguiente, una patrulla fue a por él, pero huyó, provocando un enrevesada persecución a través de las calles, la cual acabó en un accidente mortal para el mafioso. Tras esto, registraron su casa, donde encontraron el arma que lo mató y pudieron dejar descansar al difunto en paz.

792. KEVIN MARCO DOS SANTOS – MUERTE AL ROMANTICISMO Rick sigue queriendo volver a enamorar a Kathy y contrata a un bloguero llamado M., el cual escribe sobre el amor, para que le escriba una carta a Kathy. Pero cuando Rick llega a la oficina de M., este se lo encuentra muerto con un golpe en la cabeza frente al ordenador. Rick inmediatamente llama a Kevin y Javier y les cuenta que ha habido un asesinato. Cuando los dos llegan, Rick les cuenta su plan. Javier encuentra la tarjeta de una mujer llamada Eva Zenatta, así que Kevin la investiga y, tras hablar con el socio de M., descubren que era una exnovia despechada. La llevan a comisaría y Kathy se entera de lo sucedido, pero cuando la interrogan dice que estaba en una fiesta con sus amigas, así que llaman al socio de M. y ven que la hebilla de su cinturón coincide con el golpe que tiene M. Cuando le interrogan, dice que lo mató porque era un fanático de Rick y no soportó la idea de que contratara a M.

793. KING DÍAZ DÍAZ – HOGAR, DULCE HOGAR Tras una discusión, coloqué a mi mujer en la mesa; tenía las manos ensangrentadas y limpié las huellas del cuchillo. Algo fue mal; perdí la consciencia durante varias horas; debí tomarme la copa de Mady. Una luz cegadora me despierta; es la policía, que está en casa. Me interrogan, me miran con cara de pocos amigos y me dicen que esa no es mi mujer, que es una prostituta. El policía, con cara de incredulidad, me dice que si no reconocí que no era mi mujer, que se había operado para parecerse a mi mujer, la cual llevaba varios días desparecida. Mi mujer me le había jugado, me estaba siendo infiel con mi hermano y encima de no haberla matado ella se iba a quedar con todo. Habiamos firmado un acuerdo por el que si yo volvía a la cárcel, ella se quedaría con todo.

794. KOLDO URIBE–ETXEBARRIA SANTACOLOMA – OJOS Ojos acuchillados de la chica que yace muerta en una tienda de ropa. Un detective investiga el crimen. En una foto de la víctima, se ven unos bonitos ojos verdes. La envidia puede ser el móvil. —¿Alguien tenía problemas con la víctima? —No. Salía con el que era su novio, pero ya se habían reconciliado. El detective se acerca a la mujer señalada, tiene los brazos cruzados. Los ojos del detective ven que esconde la mano derecha; le resulta sospechoso. Al

verle acercarse, se pone nerviosa. —Buenos días. ¿Le pasa algo en la mano? Asustada, intenta huir. Él le agarra la muñeca y ve un corte muy reciente. Tiene un cuchillo en el bolso, el arma del crimen. La víctima iba a casarse con el exnovio de la asesina; la envidia es el móvil. Las sospechas del detective se confirman.

795. LA LORA DE MEDINA – JANE DOE El detective O’Connor seguía dándole vueltas al caso. Jane Doe. Veintitantos, alta, rubia, guapa y de ojos azules. El sueño de cualquier hombre. ¿Cuál era el motivo para matarla? Sumergida durante días en un depósito de agua, todo posible rastro había desaparecido. Las yemas de sus dedos quemadas y sus dientes arrancados impedían identificarla, y su rostro no coincidía con ninguna desaparecida. Decidió seguir su instinto. Pidió a los medios que no informaran. El asesino se pondría nervioso y cometería un error. Siempre lo hacían. O‘Connor salió del anatómico con una pequeña esperanza. Nunca había abandonado un caso. No importaba la dificultad o los años que transcurrieran. Él era un tiburón, como le llamaban sus compañeros. El mejor en lo suyo.

796. LAFARMACIA DESDECASA – TIERRA HÚMEDA Los restos aparecieron en un bosque sobre la ría, donde se encontraban los castillos que vigilaban la ciudad. Era una finca abandonada que una pareja había heredado y en sus ratos libres limpiaban poco a poco. Bajo un gran castaño, encontraron algo duro y, al quitar la tierra, apareció un hueso bastante grande. Al llegar la policía, el forense le comunicó al inspector: —Son muy antiguos, y hay varios. El inspector recordó mirando hacia el mar que la batalla contra los ingleses había sucedido en aquella zona, y los restos no eran ni del siglo pasado.

797. LAIA RÍSQUEZ GUITERAS – EN ALGÚN LUGAR «Hace frío»; una brisa glacial me acaricia el rostro. Siento mi cuerpo entumecido, húmedo y mugriento. La luz que desprenden las estrellas me ayuda a vislumbrar la silueta inequívoca de unos árboles; siento la tierra humedecida bajo mi cuerpo. Mi mente, adormecida, intenta hallar respuestas, pero está en blanco. Mi noción del tiempo se distorsiona. Estoy confusa. Un dolor agudo recorre mi cabeza, junto con la imagen de una habitación oscura y lúgubre. Veo a Ana en el suelo, y mucha sangre; una risa siniestra de fondo. Luego, un destello seguido de un disparo. Deslizo mi mano por mi vientre hasta dar con lo que me temía. El horror me invade. Grito, pero solo sale un débil gemido; mi cuerpo ya no responde. Mis ojos pesan. Las luces

del alba empiezan a despuntar. Junto a mí yace otra chica. Su ropa me es familiar. «¡No puede ser!». Tiradas en medio del bosque, lejos de cualquier resquicio de esperanza. «¡Que alguien nos encuentre!». Mi súplica definitiva antes de sucumbir a mi último sueño.

798. LARA GUIO NOGALES – EL MODUS OPERAND iEstaba acorralado. Disponía de dos salidas. Una descansaba en su mano, incitándolo a hacerlo él mismo; otra se encontraba delante de él. Dos días antes... La llamada de aquella mañana había confirmado lo peor, se había producido otro homicidio. En la escena del crimen, había un revuelo poco común entre los agentes y los de la científica. En cuanto Sam se acercó al cuerpo que yacía en medio del callejón y echó el primer vistazo, supo inmediatamente de qué iba todo aquello. Mismo modus operandi, misma escenificación. Tenían un asesino en serie suelto por la ciudad. Durante los días siguientes, ella y su equipo hicieron lo que mejor se les daba: investigar cualquier insignificante detalle y perseguir e interrogar a los sospechosos, hasta que fueran capaces de dar con el verdadero sudes. Encontraron su paradero. Lo tenían apresado como la rata que era. Sam lo estaba apuntando con el cañón de su pistola, y él tenía una navaja en su mano derecha. ¿Quién de los dos sería más rápido?

799. LARA VIVES – EL ÚLTIMO BACALAO AL PILPIL Lara, una adolescente de tan solo dieciocho años, acaba de terminar el instituto tras recoger sus notas; corre emocionada para comenzar la búsqueda de universidad. Tras ver sus elevados precios, comienza a pensar formas de pago, buscando en internet algún trabajo; encuentra una joven adinerada que recibe abusos por su pareja y reclama: vendetta. Sería fácil hacerse pasar por una simple camarera, envenenar el bacalao al pil pil, retirarse así con una sonrisa y diez mil euros en el bolsillo como solución a su oscuro futuro.

800. LAURA A. – COMO TÚ Hacía frío. El viento soplaba, y la lluvia caía incesantemente. Lydia cruzó el umbral de la puerta hacia la oscura estancia con el abrigo cerrado y las manos enfundadas en guantes. Su paraguas estaba mojando todo, así que se dirigió al baño, encendió la luz y lo dejó en la bañera. Al darse la vuelta, se dio cuenta de que el lavabo estaba manchado de rojo, esparcido por todos lados. El suelo también estaba manchado, pequeñas gotas salían de la estancia. Lydia siguió el rastro y llegó hasta una habitación donde todo estaba hecho un desastre y había cristales por todas partes. Sus pensamientos empezaron a volar. Sintió un escalofrío y notó que alguien tiraba de ella. Se giró sobresaltada y, ahogando un grito, vio cómo su hermana, Alison, manchada

hasta los codos y con la mirada perdida, decía: «Lo siento, Lydia, yo solo quería pintarme las uñas como tú».

801. LAURA AYÉN VOUILLAMOZ – SIN TÍTULO Los días no pasaron rápido como las pelis nos hacen creer que pasan cuando alguien dedica todo su empeño en algo. Los días pasaron a golpe de hora y acumulación de minutos. Tenía que encontrarla y sabía cuál era el siguiente paso. Por la noche, las luces del coche se abrían paso en la oscuridad. Dentro, la radio no me dejaba oír los lobos que, en mi cabeza, aullaban a la luna. Hacía una hora que había abandonado la autopista para adentrarme en la montaña a través de una pequeña carretera llena de curvas y cicatrices en el asfalto. Quince años después, volvía a lo que había sido nuestra casa. Abrí la puerta. Una estancia llena de muebles cubiertos con sábanas y la silueta de un hombre en la oscuridad sentado en un balancín se recortaron ante mí. Solo el halo rojo de su cigarro bañaba su rostro mostrando una afilada sonrisa. La busqué con la mirada: «¿¡Dónde está!?». La lluvia acariciaba con miedo de molestar el pequeño ventanuco por el que él miraba: «Siéntate, te estaba esperando...».

802. LAURA BARBA MUÑOZ – SIN TÍTULO «Estimado señor Rick: He aquí la prueba de que tengo en mi poder las balas de los veintitrés crímenes neoyorkinos que en este momento ocupan su tiempo y la pizarra de la comisaría. Permítame ayudarle en su investigación: he coleccionado un alfabeto inverso de veintiséis apellidos de sus lectores más devotos, así como ustedes habrán coleccionado sus respectivos cadáveres. Actualmente, poseo desde la Z hasta la D: es usted mi C, su esposa mi B y yo la última letra. Escribámonos. A». Doblo la carta, la guardo en un sobre y la sello sin saliva. Me deshago de los guantes de látex y los deposito junto a los casquillos grabados y bañados en tinta, que, sobre la mesa, forman una fila tan solo rota por tres balas y un arma. Sonrío, dispuesto a afrontar el caos.

803. LAURA BENITO BLANCO – EL IMITADOR DE VOCES Las voces llegaban desde el exterior de la ventana, alegres, despreocupadas en la noche. Mientras, desde la misma ventana, en el interior de la casa, Lia intentaba hallar entre ellas la de su amigo Sam. Se acercó al cristal y buscó entre la oscuridad cuando de repente una voz familiar le habló entre susurros. Sacó la mano para alcanzar aquella voz y, de repente, frente a ella, una cara asomó por la ventana. Era una cara horrenda, con la mirada ida, con los ojos llenos de odio, que la hicieron estremecer. Dio un salto hacia atrás mientras aquel ser desprendía una risotada hueca. El asesino de las voces

estaba frente a ella, y la imitación que hizo de Sam solo podía significar que este estaba muerto. De repente, la risa cesó y una mueca llenó la cara del asesino, que se percató de lo que Lia tenía en sus manos. El brillo del arma llenó la estancia. —No contabas con esto, ¿verdad? —le dijo Lia—. Por Sam. El sonido de un disparo se oyó en la noche, y un cuerpo inerte yacía en el suelo.

804. LAURA BLANCO GARCÍA – LLEGÓ LA HORA DE LAS CONSECUENCIAS Desde el principio, sabía que ese caso sería diferente a los demás. Era una mujer, probablemente una prostituta; había sido estrangulada. Parecía un simple ajuste de cuentas, pero nada más lejos de la realidad. Cuanto más avanzaba la investigación, más horrible era el resultado. Su novio, un simple camello, y ella habían tenido un hijo, que habían abandonado en un orfanato a los tres años. A pesar de que sus padres querían una mejor vida para él, solo consiguieron que se convirtiera en un monstruo. Incapaz de olvidar el abandono de su madre, y tras una vida llena de abusos, decidió acabar con su sufrimiento dejando una nota que decía: Yo no pude ser libre, decidieron sobre mi vida y me han convertido en lo que soy.

805. LAURA CUBEDO – UN JUEGO MACABRO El olor a moho y humedad era tan intenso que apenas se podía respirar en aquel sótano destartalado. La luz de la bombilla parpadeaba, creando unas sombras extrañas y cambiantes. La madera iba crujiendo tras de mí, desprendiendo, si era posible, más humedad al ambiente. Tenía que encontrar la llave para escapar de allí. Mis ojos no paraban de subir y bajar por las estanterías cuando, de repente, lo vi: un fino hilo de sangre que caía... —¡Joder, qué susto! ¡Estaba a punto de pasarme el juego y justo se va la luz! Dejó el mando de mala gana en la mesa y bajó al sótano. Olía demasiado a humedad y no se veía nada. Alumbró un poco con una linterna y vio que alguien había cortado los cables. De repente, la puerta del sótano se cerró de golpe. Pasaron varios días hasta que los servicios de emergencia lo encontraron allí tirado, divagando. Ya en el hospital, seguía con la misma historia: alguien cortó los cables de la luz y le encerró en el sótano. Pero eso no tenía sentido. A no ser...

806. LAURA FONQUERNIE GONZÁLEZ – HÉROES EN SILENCIO Frío. Silencio. Oscuridad. Falta media hora para el año nuevo y el inspector Charles David se apresura a través de las abarrotadas calles de Times Square con el fin de poder celebrar el cambio de año con su familia, su

mujer Helen y su hija Ashley; no obstante, Charles nunca apareció. Helen llama a su marido: —Charles, ¿no vienes? —Sí, cariño, estoy de camino —responde—. ¡Socorro! —escucha la mujer a través del teléfono... —¿Charles? ¿Charles? —el inspector deja caer el móvil, que choca contra el suelo—. ¡Charles, ¿va todo bien?! Helen apenas escucha unas pisadas alejándose que golpean contra el suelo mojado, recordando al ruido de un niño chapoteando en invierno. Se intuye un forcejeo, unos gritos... ¿Una pelea? De repente, un ruido horrible, un disparo. Horas después, ¡ring! —¿Helen Johnson? —Sí, dígame. —Su marido ha sido asesinado intentando evitar un robo. —Llantos. Sollozos—. Lo lamentamos muchísimo, señora.

807. LAURA GARCÍA MEJUTO – SEGUNDAS PARTES A VECES SON BUENAS Ariadna. Cuarenta años. Madre de dos hijos. Ha tenido siempre todo lo que yo deseaba, incluido al padre de sus hijos. Cuando Álex y yo nos conocimos, surgió una conexión especial, solo interrumpida por la presencia de Ariadna. La excusa para no estar conmigo era siempre la misma: Ariadna. Por eso, decidí acabar con el problema. Contraté los servicios de un profesional para tener una coartada y llevar a cabo el crimen perfecto. Contaba con una gran ventaja. Trabajo en una funeraria, con dos hornos crematorios que me ayudaron a llevar a cabo el asesinato perfecto. Sin huellas, sin testigos y sin fallos. Morris se encargó de drogar y secuestrar a Ariadna después de haber dejado a sus hijos en el colegio. Asesinarla fue sencillo. Dos tiros silenciados directos al corazón. Ni siquiera se enteró. Y finalmente, lo más complicado fue introducirla en la funeraria sin ser vistos e incinerar el cuerpo sin dejar huellas. Para todos, Ariadna se fugó. Lleva tres años desaparecida, y yo, dos años felizmente casada.

808. LAURA GILL – CRIMEN DE PAPEL Había sido un día duro para el inspector Alan Frost. Su antiguo compañero, Mark, había sido asesinado un año antes, en pleno Londres. Se sirvió un whisky y se sentó delante de la ventana; con la mirada perdida, alzó la copa y pensó en Mark. De repente, sonó un disparo y un grito penetrante, que parecían venir del final del pasillo. Soltó la copa y se dirigió fuera. La puerta del piso 204 estaba abierta, alguien la había forzado. Ahí vivía Cora, una atractiva enfermera a la que Alan solía echar el ojo de vez en cuando. Pero ella no estaba, solo encontró un charco de sangre y una nota: Busca a la enfermera y

encontrarás venganza. Guardó la nota en el bolsillo, sacó las llaves del Ford Focus y bajó corriendo las escaleras. Nunca se hubiera imaginado que lo que vendría a continuación daría un giro inesperado a su vida.

809. LAURA GÓMEZ SÁNCHEZ – SIN TÍTULO La densa niebla impedía ver más allá. Ella no veía nada, solo podía oír, y lo que oía no le gustaba. Él lo veía todo, como la piel de sus brazos se erizaba, el ligero temblor en sus hombros, el aliento que escapaba de su boca hacia la fría noche, y esos ojos. Unos ojos que demostraban todo el miedo que sentía en ese momento. Ella sintió la presencia. «¿Hay alguien ahí?», dijo con voz trémula. No se escuchó nada. De repente, silencio. No se oye nada. Las hojas pararon su movimiento. El viento detuvo su incesante susurró. Los pájaros volaban furiosos desde los árboles buscando un lugar para escapar. La niebla comenzó a desaparecer poco a poco. Él sonríe. Sabe lo que está a punto de suceder. Ella deja escapar dos lágrimas de sus marrones ojos. Sabe lo que está a punto de pasar. Valerie se despierta empapada de sudor, respira agitadamente. Ha estado a punto, nunca ha estado tan cerca como esta noche. Sabe que la próxima vez no escapará. Y sabe que él la estará esperando.

810. LAURA HERNÁNDEZ COSTA – SIN TÍTULO Las extremidades inferiores de la víctima se agitaban desesperadamente mientras su cuello era apretado con fuerza por dos dedos pulgares que brillaban por la ausencia de higiene alguna. El agrio aroma de la desesperanza se disipaba cuando el último movimiento cesaba y los ojos enfocaban a un vacío infinito. La figura del hombre encendía el que sabía que probablemente sería su último cigarrillo, observando el inerte cuerpo que descansaba a sus pies en aquella oscura noche de noviembre. Cuando todo el tabaco quedó reducido a cenizas, el hombre se dirigió al cuarto de baño del apartamento, del que salió diez minutos después ataviado con su mejor traje. Tras echar un último vistazo a lo que él consideraba una obra maestra, abandonó el lugar. Ya en la calle, mientras caminaba sin rumbo definido y con la intención de no detenerse, el silencio de la noche era interrumpido por las sirenas que rodeaban el lugar y arrebataban el último aliento de vida al hombre de la sonrisa dibujada.

811. LAURA JIMÉNEZ – APARECIÓ EN EL LAGO El inerte cuerpo de Laura Sarandon flotaba sobre las orillas del lago Wind. —Hola, Rick —saludó Kathy. —Estamos de buen humor; ¿cómo murió? —dijo Richard. —Se está procediendo a la autopsia —respondió Kate. —Tomemos un café y entrevistemos a los sospechosos —espetó Rick.

Tras las investigaciones el caso era indescifrable hasta que los forenses explicaron que la víctima tenía marcados el número 23 y el 11. La mataron con 3 puñaladas a las 00:33 y después la arrojaron al lago. —Ya lo tengo —dijo Richard—. Su primer novio nació el día 23 de noviembre de 1980, precisamente 33 minutos tienen 1980 segundos. He descubierto que además se conocieron en el lago y estuvieron 3 años juntos. —Has visto demasiadas películas —se rio Kathy. —Comprobémoslo, busquemos a Steven —sugirió Rick. Tiempo después: —Bueno, parece que una vez más yo llevaba razón, ¡me debes una cena! —concluyó Richard.

812. LAURA MARTÍN – SABRÁS QUE HE SIDO YO No necesité ninguna de las pistas que se encontraron después, supe desde el primer momento en el que observé el cuerpo sin vida de aquel hombre, tirado en el banco del parque, que había sido ella. Lo supe porque, aunque nunca me dijo de quién hablaba, me había descrito aquella escena miles de veces: «Algún día me cargaré a ese capullo, le echaré veneno en su café de primera hora de la mañana y lo dejaré allí, en el banco más a la vista del maldito parque para que se muera solo y sin saber cómo o por qué; te juro que lo haré porque ni siquiera soporto que respire cerca de mí». Y luego añadía sonriendo con ese brillo de satisfacción en sus ojos: «Después, seguro que te llaman a ti para investigarlo, y tú sabrás que he sido yo, pero no dirás nada porque eres mi mejor amigo». Y, por supuesto, eso fue lo que hice porque no se le puede decir que no a alguien como Aisha.

813. LAURA MARTÍNEZ RODRÍGUEZ – GRACIAS Todas las pruebas conducían a él. Las huellas, el ADN, las declaraciones de los testigos... Estaba convencida de que él había sido el asesino de Matt, aquel marine al cual habíamos encontrado tirado en un callejón, como si fuera un despojo. No me equivocaba. Fue él. La última vez que vi su cara fue cuando nos cruzamos en el pasillo de comisaría, al ser acusado de asesinato. Fue un momento fugaz, en el cual nuestras miradas se cruzaron apenas unos segundos. Ese momento me volvía a la memoria una y otra vez durante el funeral del marine, al cual había sido invitada. Los veintiún disparos se escuchaban de fondo, mientras uno de los marines entregaba la bandera a su mujer. Fue en ese momento cuando noté como alguien tiraba de mi falda. Bajé la vista y entonces la vi. —Gracias por encontrar al que mató a mi padre.

814. LAURA MARTUSCELLI – EL PRIMERO Cuando vi el cadáver, no lo podía creer: había pasado otra vez. Con esta,

cinco muertes: dos mujeres y tres hombres. Todos en el mismo edificio. La policía estaba al caer. Llevaban viniendo durante un mes; ya eran como de la familia. Brenda: rubia, esbelta y más astuta que una zorra; Jason, un enano calvo con aires de Rick. Un mes y ya estoy harto de ellos, que «si el modus operandi es tortura...», que «si el móvil es la venganza»; que «¿cuál es el objetivo del asesino al extirpar los órganos no vitales de sus víctimas antes de asesinarlas?...». No callan. Aseguran que es un médico, por la técnica impecable que utiliza, aunque dolorosa. Creen estar cada vez más cerca. —Jason, ¡mira quién está aquí! Nuestro forense favorito. Llegas tarde, como de costumbre —me saluda Brenda. Incrédulos. Se creen que llego tarde, cuando he sido el primero.

815. LAURA MIRA LUCENDO – SOL DE OTOÑO —¡Arias! —¡Aquí! —oí a lo lejos. Me acerqué. Observé su cara marchita. El cuerpo del indeseable yacía sin vida a orillas del Tormes. Lo había estado pidiendo a gritos. —Este parece el escenario del crimen —dijo, distrayéndome, Páez, que recopilaba pruebas concienzudamente. Vi algo brillar bajo unas hojas... Lo reconocí de inmediato. «Maldita sea, ¡¿qué has hecho, Sara?! No, él ya no te hará más daño». Regresé a casa, triste, con el pendiente que le regalé unas Navidades, en mi poder. Aunque era horrible lo que había hecho, ¿cómo dejar que se pudriera en la cárcel por librarse de un ser tan despreciable? ¡Era mi hermana, por el amor de Dios! Tras el juicio, en el que nada se pudo demostrar, una tarde, al volver a casa, encontré un sobre en mi buzón. En cuanto estuve en la soledad de mi apartamento, lo abrí, ansioso: «Me has hecho libre», decía el mensaje. Lo celebré con un café irlandés. Bien hecho o no, lo único verdadero era que aquel sería nuestro pequeño secreto.

816. LAURA MORALES – SIN TÍTULO —Rachel, ¿qué ocurre? —Charlie se preocupó. Llevaba mucho tiempo mirando las fotografías del cadáver de la famosa actriz. —¡Fue Malcolm Bogard! —gritó ella de pronto. —¿Cómo? —El policía se cruzó de brazos y la observó. —Malcolm contrató a un detective para que averiguara quién mató a su esposa Linda, ¡pero lo que no entendéis es que lo hizo él mismo para limpiar sus huellas! ¡Él tenía una amante y Linda le descubrió! —Rachel, Derek Sullivan, el detective, tenía restos de sangre de Linda, y ella tenía la suya bajo las uñas; forcejearon. —¡Al contrario! —insistió—. Sullivan la encontró a punto de morir. ¡Intentó ayudarla! —Malcolm jura amar a su mujer... —habló Ray. —Si os fijáis en la mano de Malcolm, no tiene su anillo de boda.

—¿Cómo estás tan segura? —Charlie la miró fijamente. —Soy escritora; así lo haría yo. —Sonrió. Lo que faltaba. Otro escritor de novela negra.

817. LAURA ORÓ MARTÍNEZ – SINSENTIDO Había un par de cosas que Noah tenía bien claras. La primera, que llegaba tarde al trabajo, y la segunda, que era la primera vez que algo así le sucedía. Hacía un par de años que trabajaba en la Brigada de Homicidios, y podía presumir de ser el primero en llegar, día sí, día también. Empero, no sabía qué había sucedido esta vez. La mañana recién empezaba, y el asesinato había tenido lugar en un simple callejón apestado de basura y en el que la luz del sol tenía prohibida la entrada. ¿Acaso aquello era un tópico? No iba a quejarse, pero siempre esperaba encontrarse con algo más emocionante, para variar un poco. Sin embargo, esta vez no estaba encontrando nada de nada. Cada vez que se hacía con una pista, esta desaparecía segundos después, por arte de magia, y sus compañeros se limitaban a ignorarle. Cansado de aquel sinsentido y sin saber dónde más buscar, se acercó a la bolsa para cadáveres. Fue ahí cuando lo comprendió, todo conectó en su cabeza. El cuerpo no era otro que el suyo.

818. LAURA PADILLO PÉREZ – NIVEL 12: APOCALIPSIS Mark Taylor estaba dando tumbos por la habitación. ¿Y si lo hacía? La gente no merece vivir. La vida es escoria. El mundo está saturado de personas que no merecen vivir en él. Nivel 12: Apocalipsis. ¿Por qué no? El país está repleto de suciedad, nadie los echará en falta. Siete pecados capitales: envidia, lujuria, avaricia, gula, soberbia, pereza e ira. Yo acaparo todos. ¿Qué más dará? Mark salió disparado de su dormitorio. «No pienses, no pienses, no pienses. Nivel 12: Apocalipsis». Bajó las escaleras sin mirar atrás, lo tenía claro. El juego debía continuar. La televisión del salón estaba encendida y frente a ella su madre descansaba plácidamente en el sillón. «Volveré pronto, madre». Y, seguidamente, le dio un fugaz beso al cadáver. Cogió las llaves y salió a la calle con el arma cargada. Nivel 12: Apocalipsis.

819. LAURA PONS ALLÈS – ABREVADERO De repente, una extraña y fuerte mano le sujetó el brazo, mientras otra le empujaba la cabeza hacia el agua del abrevadero, golpeando la frente con el lateral y causándole un traumatismo que la dejó inconsciente. Hombre o mujer, su asesino había sido alguien con bastante más fuerza que ella. El agua extraída de sus pulmones contenía gran cantidad de ADN de caballo, entre otros, y las partículas de arena de cemento encontradas en el hematoma de la frente indicaban que la ahogaron en un abrevadero de obra, pero todavía les

aguardaba el trabajo más difícil. ¿Cómo una chica de ciudad, con ropa cara, tacones de quince centímetros y sin el más mínimo interés por los animales, había terminado ahogada en un abrevadero a cien kilómetros de su casa? El trabajo de Alice acababa de empezar...

820. LAURA RICO COSO – CAPÍTULO 13 Acabó el capítulo 12 y cerró el libro mientras lo dejaba sobre la vieja mesita, decidida a dormir; aquel libro era inquietante y misterioso a la vez. Reflexionó con la luz apagada sobre Henry, el protagonista principal. De alguna manera, lograba encarnarse en este siniestro personaje, y siempre tenía la sensación de estar presente en todos sus sangrientos crímenes. Cerró los ojos y se dejó caer sobre los brazos de Morfeo. De repente, estaba todo oscuro. Solo se oían gritos ahogados. Su mano sujetaba un objeto resbaladizo y su piel estaba siendo salpicada por una sustancia pegajosa. Su respiración entrecortada hizo que volviera de nuevo a la cama. Abrió los ojos y se prometió a sí misma no volver a leer aquel libro por la noche. Encendió la brillante lámpara y encontró sus blancas sábanas teñidas en rojo, el libro abierto por el capítulo 13 y cuerpos sin vida bañados en sangre que se hallaban por todo el suelo de su habitación.

821. LAURA ROJO UCAR – SIN TÍTULO La joven, que no alcanzaba los diecinueve años, percibió que el hombre del asiento de al lado escuchaba una canción antigua que le resultaba conocida. Le gustaba esa canción, aunque no conocía su título. Creía que era de los ochenta. Cuando cogió el metro, ese mismo hombre de la pegadiza sintonía se sentó delante de ella. Él se puso los auriculares y otra vez sonó aquella música. Era como si le intentase decir algo. Cuando el sonido terminó, volvió a sonar desde el principio. Y así repetidamente. Media hora después, la joven escuchaba la melodía mientras su acompañante apretaba las manos contra su cuello, robándole la vida.

822. LAURA SÁNCHEZ CASADO – EL CASO DEL IRLANDÉS Y LA ROSA Este caso era más difícil de lo que parecía. Las pruebas culpaban a la esposa, pero tenía coartada y había colaborado. Quedó libre bajo sospecha, pero ella también fue asesinada. Encontraron otra huella y al cotejarla apareció la imagen de una mujer. Cormac lo entendió. Salió a toda prisa; si lo que creía era cierto, ella desaparecería pronto. No tardó en llegar al apartamento. —¡Abra la puerta, Policía! —gritó, pero no cesó el ruido de objetos en movimiento. Estaba haciendo las maletas. Tiró la puerta y la apuntó con el arma; ella

se detuvo detrás del escritorio. —Déjelo, Rose. Lo sé todo. Sus huellas están en la escena del crimen, y su marido ha declarado que usted la odiaba y quería verla muerta. La mujer, acorralada, sacó una pistola. Era el arma homicida. —Mató al marido para inculparla, pero al quedar libre decidió matarla. Confiese y podrá hacer un pacto con el fiscal. —No va a encerrarme, me iré. Y no va a impedírmelo. Fuera del edificio, solo se oyó un disparo.

823. LAURA SÁNCHEZ MÉNDEZ – ESTÁ AHÍ Sara sabía que no debía moverse. Le había despertado un ruido muy fuerte que provenía del piso de abajo. Su instinto le ordenó que no se moviera. Escondida bajo las mantas de su cama, Sara oyó los sonidos del miedo. Voces que susurraban, puertas que se abrían, objetos que caían al suelo. Después, empezaron los gritos. Desde su escondrijo, Sara lo oyó todo. El siseo del machete al cortar el aire. El golpe del arma al cercenar la cabeza de su padre. El chillido angustioso de su madre, sus súplicas desesperadas. Y luego, el silencio. Sara se hizo un ovillo en la cama. Se tapó la boca con las manos para no gritar. Rezó para que el intruso se marchara de una vez sin reparar en su presencia. No tendría esa suerte. Angustiada, Sara escuchó los pasos del asesino acercándose a su habitación.

824. LAURA SANTOS GÓMEZ – SUEÑO O REALIDAD El teniente Rick acude a la comisaría y le informan de que, por su relación, la alcaldesa de Nueva York les ha designado a una nueva compañera: la escritora de misterio, Kathy. No les gusta nada al teniente ni a sus compañeros, que de mala gana se la llevan al lugar de un crimen. Nada más llegar, la escritora pregunta a todos y se dedica a tocar pruebas, por lo que el inspector la encierra en el coche. Ella aprovecha y se escapa por la ventanilla. Entonces, ve un coche en la acera de enfrente que hace fotografías de todo lo que está sucediendo. Ella cruza la carretera para coger la matrícula; la ven y los ocupantes del coche comienzan a disparar. El teniente tiene que sacarla del tiroteo. Ya en comisaría, verifican que el automóvil es de la mafia irlandesa; están a la espera de saber quién es el muerto para ir a hablar con ellos, pero Kathy se adelanta...

825. LAURA SIFFREDI MARIETTA – LA MUERTE HUELE A ROSAS Ni bien salió Alex del bar, el ahora occiso, dio tres pasos y cayó fulminado tras ella. Todos culparon a la hija de Rick. Kathy, preocupadísima, reconoció en el muerto un antiguo pretendiente de la joven. ¿Era la hija del famoso escritor una asesina? La prueba del crimen quedó sobre la mesa. Una inocente y romántica rosa roja que el muerto impregnó de veneno para

vengar su amor despechado. Alex solo se presentó para decirle: «Lo siento, Timy, nunca pude enamorarme de ti». Él, dolido, colmado de ira y venganza le dijo: «Llévate la rosa, Alex, no me hagas ese feo, es para ti, ¡llévatela!». Esa orden, de labios de alguien a quien ella nunca obedecería, le despertó el instinto heredado de su padre, y sin saber por qué, no quiso tocarla. Timy, furioso al ver que su plan se marchitaba como su macabra rosa, se apresuró a tomarla entre sus manos para dársela a Alex. La sangre en su pulgar le recordó el plan, y lo último que vio fue una melena pelirroja alejándose.

826. LAURA SUÁREZ NAVARRO – NO SÉ QUIÉN ERA Mentir a sus padres se había convertido en un requisito indispensable en su rutina. Era el precio a pagar para poder hacer aquello que le excitaba, aquello que le hacía sentir viva, aquello que le daba un motivo a su patética existencia: el BDSM. Para ella, era un estilo de vida, un pasatiempo, una ¿adicción? No lo sabía. Al principio fue difícil, confundía el complacer con el querer; sentía soledad, miedo. A veces, la sensación de estar haciendo algo prohibido le ocasionaba un sentimiento de culpa mayor que el sentimiento que le producía la adrenalina por el mismo hecho. Por ello, el chico que había conocido en un chat tuvo que insistir varias veces antes de que ella accediera a quedar una noche, subirse a su coche —el de un completo desconocido— e ir a su casa, sabiendo que desde el minuto cero quedaría a su merced, con grilletes en las muñecas y de rodillas. Su cuerpo sigue vivo, pero su alma quedó atrapada entre los barrotes de la jaula en la que su amo solía encerrarla.

827. LAURA TROVERO – CIBERMUERTE Tecleó tanto que se rompió los dedos, conoció a un extraño que le atraía hasta el éxtasis. Su ciberamigo tenía un secreto, pero Ana no lo sabía: confiaba en él como en su sombra negra y desnuda. Soltó un grito y su pantalla se apagó; ella no imaginó lo que ocurría, su corazón palpitaba a mil. Asustada, no sabía dónde ir; Marcos era un extraño ante todo. Su pantalla volvió a encenderse, un desorden total y manchas de sangre aparecían tras ella. Ha visto la mano que empuñaba el arma, la hoja de color plata manchada de muerte brillaba. Jamás sabría lo que había ocurrido, pero la imagen le perseguiría el resto de su vida. Fue ingresada en el hospital de las mentes perdidas; seguiría buscando la suya, mas no sabía dónde. Allí rompió las rosas de su corazón y se sentó a contemplar lo que pasaba...

828. LAURA VELASCO MARTÍN – EL ASESINO DEL CLUEDO Una foto imperceptible, una nota inquietante: El juego del cluedo. ¿Quién será el asesinado, dónde habrá muerto y cómo? ¿Quién será el asesino? Las pistas las posee usted, capitán Querrey, solo ha de encontrarlas. Buen juego, capitán. Firmado: Profesor Ciruela.

El capitán Querrey sale de su casa pensando en la maldita nota, cuando se da cuenta de que no lleva su pistola. Al subir las escaleras de casa, se escucha un disparo. ¡Dios, el gato! Sube corriendo y se aproxima a la puerta; en ella hay una pegatina redonda y morada. «¿Una ciruela? No puede ser...». Se decide a abrir, no hay luz. Llama a Missie, no aparece. Cuando entra al salón, una luz y un ruido lo inundan todo, solo siente dolor y sangre. El Profesor Ciruela descansa sonriente en el sofá; la pistola humeante aún reposa en su mano.

829. LAURA KATERINNE PARDO ÁLVAREZ – HE Pasaba la medianoche y la luz de aquella farola le mostraba aquello que se negaba a creer cierto. El cuerpo de aquel chico, con el que había compartido tanto de joven y que tan buenos recuerdos le traía, yacía tendido en el suelo totalmente cubierto de sangre. Tres laceraciones en el pecho con un arma blanca habían terminado con su vida, y ella sabía que se debía a esa mala decisión que él había tomado hacía ya tiempo, pero debía dejar de lado sus sentimientos y ser profesional. Después de la autopsia y de pasar el caso de Kyle a Kate, se detuvo a pensar en el día en que se separaron, en cómo decidió seguir a ese chico que nunca le había gustado y le perdió para siempre. Gracias a su amiga Lanie vio como ese amigo, que les había separado, era condenado por asesinato.

830. LEIRE GARCÍA ZAMORA – ME VES Y NO ME VES Tara se encuentra en el supermercado colocando paquetes en la sección de congelados que está junto a la pared. Huele algo extraño y decide ir a llamar a su amigo Daryl, que es el encargado. Son los únicos que están en la tienda, así que se aproximan al congelador pensando que puede que haya algún animal muerto, ya que hace mucho tiempo que la tienda está en malas condiciones, pero lo que no saben es que encima de ellos, en el conducto de ventilación, hay un cadáver reciente que pertenece a una mujer llamada Cassy. De pronto, encuentran gotas de sangre que caen del techo. Miran hacia arriba y ven que un dedo ensangrentado asoma desde el conducto de ventilación. Deciden llamar a la policía; comprueban todo, ven que no hay cadáver y que los dos encargados que estaban en la tienda han desaparecido. Lo único que encuentran es un pequeño anillo de color marfil.

831. LEIRE GÓMEZ – SIN TÍTULO «Hoy es el día», repite mi mente una y otra vez. Desayuno, llevo conmigo lo necesario y me dispongo a salir de casa. Reina el silencio y eso me pone nervioso. Mi mente no para de pensar; voy a acabar con una vida que se convertirá en polvo, en ceniza... Está a punto de suceder, la veo llegar, veo como esboza una sonrisa, está preparada, pero no para morir. Sale del

portal, tal y como esperaba. Se dirige al coche, pero lo que no sabe es que hoy no irá a trabajar. Me tiembla el pulso, apunto y sin pensármelo dos veces disparo y ¡pum! Despierto alarmado, otro sueño que me avisa de que el final está cerca. Otro sueño que me recuerda que no debo temer a una vida. Duermo, el día llegará y debo estar preparado.

832. LENY GUTIÉRREZ GARCÍA – TIEMPOS DE TORTURA La inspectora García estaba pensando en el extraño caso. Un cuerpo con múltiples heridas, mismo tamaño, profundidad y equidistantes todas entre sí. El subinspector Villa de repente exclamo: —¡Iron Maiden! —¿El grupo? —preguntó la inspectora. —No, el instrumento de tortura, la doncella de hierro. La forense le confirmó que tan siniestra doncella podría ser el arma homicida. Llamó al museo de instrumentos de tortura de Toledo, donde le notificaron que lo habían robado. Les mandaron una experta para orientarles. Para su sorpresa, era una monja, llena de arrugas, diminuta, encorvada y torva mirada. —No hace falta ningún artilugio, las mejores torturas son las más sencillas. En esto, llamaron: habían encontrado un cuerpo con un gran agujero en su estómago, la herida presentaba lo que parecían pequeñas mordeduras. —La tortura de la rata y el fuego —sonrió maliciosamente la monja—. La limpieza de esta sociedad corrupta ha empezado y somos legión, nadie puede pararnos.

833. LEONARDO RIVERA SEDEÑO – AMOR HACIA EL ORO Domingo 4 de octubre de 2009, 2:14. Una pareja adolescente, acurrucados el uno con el otro por el frío, vuelven a casa por una oscura calle. A la mitad, perciben a dos individuos en plena trifulca por lo que parece una bolsa negra; uno de ellos saca una pistola y dispara a quemarropa al otro varón y sale corriendo justo por donde caminaba la pareja, llegando incluso a rozar a la chica, con lo que algo cae al suelo. El chico aprecia un collar de diamantes. Inmediatamente, llaman a la policía. Una hora más tarde, y con toda la calle acordonada, llega la detective Ocloe. Tras fijarse detenidamente en las pistas, encuentra en el bolsillo derecho del ya fallecido varón, y presunto cómplice del robo a una joyería cercana, un móvil, registrado a nombre de su hermano. Una vez detenido el hermano del fallecido, se le interroga y la detective le sonsaca la información: él fue el que robó y más tarde mató a su hermano por las joyas.

834. LEONOR GARCÍA – EL JUEGO DEL ASESINO En un callejón sin salida se encontraba la llave que abriría un crimen. Un asesino había inventado el juego del crimen, donde la teoría era que a partir de una víctima se encontrarían enigmas cuyas respuestas te llevarían a una llave, con la que, resolviendo el último, conseguirías encontrar la puerta donde se escondía el asesino. No sería tan fácil atraparlo; el tiempo correría en tu contra. Desde que comienza el juego, hay un límite de tiempo; si no lo consigues, volverá a empezar, cobrándose otra víctima. Una tarde de abril, el reloj comenzó a contar, pues el inspector Niall Clark de la comisaría de Toronto había hallado a la primera víctima: encontró así el primer enigma que resolver. Con un equipo de tres personas, Conni, Mathew y Dereck, más la ayuda de una comisaría entera, lograron después de tres meses y cuatro víctimas asesinadas archivar el caso del «Juego del asesino».

835. LETICIA ARRIBAS – DOBLE CARA Pudo gritar, pero no gritó. Pudo luchar, pero no luchó. Alex se desplomó hacia atrás a causa de la fuerza del proyectil que la joven disparó, y James se volvió sorprendido para ver al hombre caer con las piernas extendidas de una manera grotesca y la mano levantada, aún sujetando el cuchillo. La sangre era de un color tan vivo que, de tener voz, habría gritado. Le miró. Le observó. Le escaneó. La joven enfundó su pistola y retrocedió conmocionada. —No iba a matarte —exhaló Alex con su último aliento. —Lily, despierta —susurró James. La joven se incorporó empapada en sudor y con el corazón desbocado. —James, Alex no... —pero no pudo seguir. Un dolor ensordecedor le hizo retorcerse. Bajó la mirada hacia su abdomen solo para ver como James le retiraba el cuchillo que le acababa de ensartar en su cuerpo. —James... —murmuró sorprendida. —No soy James.

836. LETICIA DE CASTRO CARRASCO – DESCRIPCIÓN DE UN ASESINATO Noto un olor dulce en la habitación; alguien me tapa la nariz y la boca, y el olor se intensifica. Pierdo el conocimiento. Despierto y estoy en una sala con poca luz; una sombra se acerca a mí. Se queda quieta y veo que en la mano izquierda lleva un cuchillo; en la otra, un bate. Estoy atada a una silla; no puedo moverme, la boca la tengo amordazada, no puedo gritar, solo puedo ver. Ver la cara de mi asesino, es él, al que buscan. Me clava el cuchillo en el estómago una y otra vez, como a sus otras víctimas, un total de veinte veces: mi sangre comienza a salir y forma un charco a mis pies. Sonríe, está disfrutando. Suelta el cuchillo y con el bate me golpea las extremidades, la cabeza. Empuja la silla y caigo al suelo. Quedó en un estado semiinconsciente. Cierro los ojos, estoy muriendo, mi asesino huye. Las

luces azules brillan en el exterior. Los inspectores John y Sarah, el forense Alan y los agentes Sam y Luca han entrado en la habitación. Pero todos llegan tarde. Soy su cuarta víctima.

837. LETICIA ORTIZ MARÍN – EL ÁNGEL CAÍDO Quinta muerte certificada del detective Smith en este mes. En la escena del crimen, símbolos religiosos hechos añicos y un crucifijo quemado. Tras llevar al laboratorio la muestra de ADN, el peritaje forense determinó lo esperado: el mismo asesino que en los cuatro crímenes anteriores. Tras unir cabos y decenas de días de trabajo, Smith creó una red de pruebas que le llevaron a un trastero de las afueras de la ciudad. Cogió su antiguo Mustang, localizó el local y abrió la puerta de un plumazo; allí estaba, vestido de sacerdote, con la cara pintada de blanco y cientos de instrumentos de tortura. Al verlo, el torturador levantó las manos y escapó por sorpresa y agilidad por el ventanal del trastero. Los intentos de derribarlo fueron fallidos. El detective le siguió, pero solo vio parte de su hábito doblando la esquina. Se le clavaron en la mente sus ojos inyectados en sangre. Muchos desencuentros sin éxito pasarían hasta que Smith lo viera entre rejas, pero llegaría su final algún día...

838. LEYRE BARÓN – #MUERTO Un joven aparece muerto, tirado en la playa; solo una palabra escrita en su frente: #Muerto. El ahora cadáver trabajaba en un gimnasio; obseso de la apariencia y el postureo, acosaba en las redes a todo el que él consideraba mejor que él, hasta el punto de que seguía a sus rivales por todas partes hasta que los pillaba en situaciones incómodas y vergonzosas; después, subía a la red las fotos para humillarlos. Alguien ha subido a YouTube el vídeo del cadáver, una mano le escribe en la frente mientras un móvil se cae y el reflejo deja entrever no uno, sino varios asesinos. El caso tiene demasiados sospechosos, pero si algo bueno tienen los obsesos con las redes es que comentan y fotografían todo. Las únicas pistas, su móvil y su último estado... ¡Fiesta rave en la playa; actualizaré mi estado desde el más allá!

839. LIDIA DUQUE ÁVILA – SIN TÍTULO Era una calurosa noche de verano, y un grupo de amigos disfrutaban de ella cantando, bebiendo y riendo cuando oyeron un escalofriante grito proveniente de un banco situado detrás de unos árboles cerca de ellos. Se sumieron en un profundo silencio; ninguno daba el paso, pero todos se preguntaban qué había sido eso. «¿Vamos a ver?». De repente, Carla se levantó valientemente y se dirigió hacia donde creía que había sido; los demás la siguieron en silencio y llegaron hasta un rastro de mucha sangre, pero... —¡No hay nadie! —exclamó David aterrorizado—. ¡Tanta sangre y ni cadáver ni asesino!

Carla, la más intrépida de ellos, comenzó a seguir el rastro de sangre, pero al llegar a un árbol, desapareció. Día tras día miraban en el periódico para ver si salía alguna noticia; volvían al lugar de los hechos, pero nada, no quedaba nada de lo que aquellos cinco jóvenes habían visto.

840. LITA CUTRÍN ARES – MUERTE HELADA Las calles de Madrid estaban desiertas. La inspectora Shaylen hacía la ronda de medianoche. El aire frío e invernal sacudía las ramas de los esqueléticos árboles, desnudos, solos. Divisó algo a lo lejos, una sombra negra, con los mismos trazos y curvas que un humano. Yacía en el suelo, desnudo, desfigurado. Se acercó y, a pesar de sus indefinidos rasgos, su ausente identidad y su moldeada cara, pudo ver el tatuaje que lucía en el pecho. El número 666 estaba grabado a fuego. «¡El diablo!», pensó Shaylen, pero esas ideas absurdas se desvanecieron de su mente cuando por arte de magia reconoció al putrefacto cadáver que algún día había sido un hombre. El capitán de la comisaría; era él sin duda. El diablo lo había acechado sin previo aviso. ¿Quién sería el siguiente? Se giró, una afilada estaca se le clavo en el pecho, en el punto exacto donde el corazón unía su parte izquierda con la derecha. Abrió los ojos y lo vio. Se retorció, pero él se había llevado ya su vida, su latido, su todo.

841. LOLA ARES LÓPEZ – SIN TÍTULO Año 1888. La vida del inspector jefe Reed era un poco monótona, solo era interesante cuando algún caso aparecía y le hacía ir a la calle a investigar. Y eso pasó un 31 de agosto cuando fue al East End de Londres a investigar el primero de una serie de casos sobre prostitutas muertas de diferentes maneras. Investigó tanto que se obsesionó con el modus operandi del asesino, que pensaba ya como uno. Su locura era mucha, tanto fue así que cierto día apareció una mujer asesinada a su lado, no se supo por qué, pero todos sus oficiales al mando supieron que el caso que habían denominado el caso de Jack el Destripador, le había dado doble personalidad. Y a raíz de esto, el inspector Reed fue llevado a una institución mental para ser tratado de su locura. ¿Se salvaría de ella o se volvería más loco todavía?

842. LOLA MADERO CALMAESTRA – DESTINO ESCRITO Sabía que lo que estaba viviendo ya se encontraba en su mente. Cada paso, cada instante era tal y como ella lo había leído, como Rick lo había escrito. El silencio opresivo, la casa vacía sin estarlo, los largos pasillos, que, como en un mal sueño, nunca acababan. La oscuridad, que se iba apoderando de todo lo que la rodeaba. No podía parar, no podía mirar atrás, el libro no lo permitía. Las palabras leídas la empujaban hacía delante, hacia lo no

desconocido. Sintió como un escalofrío la recorría; su cuerpo se paralizaba de terror; el miedo le impedía correr, huir, escapar de lo que sabía que iba a ocurrir. Un sonido, un lamento lejano, que no estaba en su mente antes de oírlo, le hizo reaccionar, despertar, luchar contra el pánico que la oprimía. Cambiaría el destino que Rick había escrito, sin saberlo, para ella. Tenía la certeza de que a él no le importaría que su libro tuviese un final diferente al que escribió. Tenía que sobrevivir; por ella, por él.

843. LOLA MORENO GUTIÉRREZ – ASUNTOS DEL PASADO Noche de lluvia y viento en el convento Clarens, al norte de Nueva York; hallado el cadáver de la monja Lisa Hall, en el cuarto de archivo. Un mes después, Carla Rogers sale de cena con unas amigas cuando a la salida del restaurante le disparan y cae al suelo; una vez en el hospital, el doctor Curtis Lewis le dice a Rick que ha tenido suerte; por unos milímetros no ha muerto, está fuera de peligro. Rick va al restaurante a indagar y observa una cámara en la acera de enfrente. Con la ayuda de Kathy, pide la cinta y ve a un hombre alto y moreno que dispara contra Carla; con mucha suerte ve que apoya su mano en el cristal de la ventanilla de un vehículo, y aún sigue allí. Sacan las huellas y es Robert Wheeler, nacido en Nueva York en 1970. Kathy prepara un dispositivo para atraparlo; esa misma noche van a por él y lo capturan en su casa, intentando quemar unos papeles del archivo del convento Clarens, y lo único que dice es: «Carla merecía morir por abandonarme; es mi madre».

844. LOREN – MARINA PASCUAL DURA – PENSÉ QUE NUNCA LO RESOLVERÍA... No lo podía dejar sin resolver; este no era un caso como otro cualquiera, era diferente, la víctima era la hermana de mi compañero, tenía que resolverlo por él. Hice todo lo que pude: entrevisté a posibles testigos, revisé cámaras, estuve días en la oficina, pero nada, ninguna pista. De repente, apareció por la puerta mi compañero con un vagabundo; encajaba con la descripción, alto, moreno..., pero su coartada encajaba, no salió del banco donde nos dijo que durmió, las cámaras lo demostraban, sé que tenía el posible arma homicida, pero en ella no había ni una sola huella. Es como si el asesino supiera lo que buscábamos y fuera un paso por delante de nosotros; eso me fastidiaba, pero justo cuando pensé que no lo conseguiría resolver, apareció mi compañero diciendo: «Tengo que confesar algo...».

845. LORENA ALONSO MADRIGAL – EL TESTIGO CIEGO ¿Quién ha asesinado a Pablo Ruiz? No hay ningún indicio en su casa, sin contar la puerta que rompió Emma Rodríguez tras su discusión. Pero ella no fue, también la han asesinado. Aunque no sin darme una gran pista, la nota: Encuentren el loro y encontrarán al asesino. Piensa Sara. Vaya, en este

apartamento no parece que viva ningún animal. ¿Y si no buscamos un animal? Emma estuvo en la cárcel por hackear las cuentas de aquel banco. ¡Buscamos una grabadora! ¡Loro! Así llaman a los reproductores de sonido en la cárcel. ¿Dónde guardaría una grabadora alguien paranoico al que quieren matar? Así que en el forro de la chaqueta, Pablo, eras muy listo. Habla lorito, habla: «— Joaquín, ¡¿qué hace?! —Tenía que evitar que gente como tú robará el banco. ¡Me destrozaste la vida! Pero ahora igualaremos marcadores». Joaquín, el portero, el último que vio a todos con vida.

846. LORENA BONIL ALÍAS – RABIA Una noche, Carla corría en medio del parque de la ciudad. Al día siguiente, fue hallada muerta en su despacho de abogados con el símbolo X. Los compañeros fueron interrogados y todos decían que era una compañera excelente. Los agentes buscaron pruebas y encontraron que murió por una cuchillada en el cuello. Además, solo había dos sospechosos: Jessica, su secretaria, por vincularla en cheques falsos; y Simón, el recepcionista, por coleccionar cuchillos. Después de interrogarlos, los agentes Ana y Pablo en el pasillo vieron en un cuadro una foto donde salía Carla con un premio en la mano. La policía reunió a todos los interrogados y contó la resolución del caso: Carla murió por haberle arrebatado el proyecto X a Amanda, una abogada, hermana de Simón, que se ahorcó nada más saberlo. Entonces, el acusado solo dijo que planeó asesinarla cuando vio el cuadro.

847. LORENA CANDEIAS REDONDO – SIN TÍTULO El agente entró en el apartamento por segunda vez. La luz era más tenue ahora, pero la sensación volvió a ser la misma. Un reguero de sangre discurría desde el pasillo hasta la habitación, donde parecía regresar al cuerpo del que emanaba. La chica tenía un corte profundo en la cabeza. Tenía los ojos cerrados y los brazos yacían inertes a ambos lados del torso. El agente rodeó el cadáver y se agachó a su lado. Estiró el brazo hacia adelante y su mano enguantada se enredó en su pelo. Inspiró profundamente. Sus compañeros daban vueltas a su alrededor, pero para él solo existía ella. Y, cuando estaba a punto de levantarse, su corazón latiendo despacio ante el placer de la escena, una mano muerta le agarró el tobillo. Bajó la mirada, y sus ojos se encontraron con los de ella. Seguía viva y le había reconocido.

848. LORENA CEBRIÁN LLES – SAL Y PIMIENTA Dicen que los gemelos idénticos tienen un vínculo muy fuerte. Eso puede ser algo hermoso o puede ser todo lo contrario. Como cuando tu gemela te culpa de la muerte de tus padres e intenta sabotear tu vida para que cumplas una condena que ella cree que mereces. Soy inspectora de Homicidios. Fue precisamente el asesinato sin resolver de mis padres lo que

me empujó a querer hacer justicia. Y también lo que hizo que mi gemela cayera en el abismo. Hoy ha sucedido de nuevo. Hay una víctima frente a mí y, junto a ella, un espejo de mano. Cuando me miro, veo a mi hermana. Es su firma, su manera de decirme que ya ha estado aquí. —Inspectora Condire —dice mi ayudante—. Hay varios testigos que vieron salir a una mujer joven sobre la hora de la muerte. Todos coinciden en que tenía el pelo... —¿Largo y moreno, flequillo, ojos verdes? —le interrumpo. —Sí —contesta él, confuso—. ¿Cómo lo sabe? —Porque es exactamente como yo soy —le digo—. Vas a tener que interrogarles tú... O me reconocerán a mí como la asesina.

849. LORENA ORTIZ SÁNCHEZ – A LA CAZA DEL COLORÍN En el barrio de Manhattan, esta noche ha tenido lugar el crimen de un joven empresario de la ciudad. El detective Hayden y la teniente Lucy Marin acuden al lugar de los hechos. —Estamos ante un homicidio —dice la teniente Marin. Así lo confirma el forense David Hale. Se trata del famoso asesino en serie conocido como el Colorín, ya que siempre deja una pluma perteneciente a esta ave en el lugar de los hechos. Tras años de espera y lucha, la teniente y el detective Hayden por fin tienen la oportunidad de pillar al asesino, gracias a que esta vez ha cometido el error: uno de sus pelos ha quedado en la piel de la víctima. Al analizar el ADN, consiguen descubrir su identidad: se trata de uno de sus compañeros de oficio, el detective Collins, que lleva una doble vida de policía y asesino.

850. LORENA SÁNCHEZ – NO HAY CRIMEN SIN CASTIGO El último pensamiento que cruzó por la mente de Mario Santos fue que el infierno existía. Ante él, se hallaba la mujer a la que había asesinado veinte años atrás. Y, aunque la ley le había exculpado por falta de pruebas, ahora el demonio venía a reclamar su alma. Así murió entre un charco de su propia inmundicia, fruto del terror más absoluto, aunque un forense dictaminaría que la causa fue un ataque al corazón. —Por fin se ha hecho justicia —dijo la mayor, caminando lentamente hacia su hija, que temblaba frente al cuerpo de aquel hombre al que no conocía, pero odiaba profundamente. —¿Hemos hecho lo correcto, mamá? —preguntó Lucía, que no solo compartía el rostro de su tía, sino también su nombre. —Sí, cariño. Este hombre le arruinó la vida a toda mi familia. —Gruesas lágrimas surcaron sus mejillas—. Y recuerda que ha sido su culpa quien lo ha matado. No tú. Lucía se giró por última vez y, secándose las lágrimas, pensó que no hay crimen sin castigo.

851. LORRAINE COCÓ – TRECE La sangre aún resbala caliente por las paredes, el olor nauseabundo de la muerte inunda todo el espacio. El cuerpo inerte, desnudo, con las manos y los pies clavados a unos tablones de madera, abierto en canal y con las vísceras por fuera. Identifico los riñones, cuidadosamente colocados a cada lado del cuerpo; los pulmones situados de idéntica manera, los intestinos entre las piernas y el corazón encima de la cabeza. Todo sobre un charco de orina. —Cas, avisa a los forenses, tenemos a la número trece. «La misma escena en todas las ocasiones», pienso cabeceando mientras mi mirada se pierde en el dibujo espeso que ha dejado la sangre sobre la fría superficie cerámica del suelo. Una sonrisa ladina se dibuja en mis labios. «Esta vez has cometido un error, un patético y estúpido error que me llevará hasta ti, monstruo. Tu macabro juego termina aquí».

852. LOURDES LA DIVINA MONJIL DÍAZ – VEINTICINCO AÑOS Ella iba de negro, con un vestido muy sensual; Óscar, con traje de chaqueta hecho a medida muy elegante. Era un sábado especial; hacían veinticinco años de casados. A Lourdes le encantaba cocinar y había preparado una gran cena, pero, al llegar al brindis del postre, se produjo un tremendo ruido; habían roto una ventana y entró un hombre encapuchado, hubo un forcejeo y se oyó un disparo. Oscar cayó al suelo al igual que el ladrón. Lucía corrió hacia el teléfono y pudo llamar a la policía, miró a Óscar y se sonrieron: una velada para no olvidar. Llegó la policía y se llevaron al ladrón, era ya un reincidente que se dedicaba a entrar en las casas. Todo quedó en un pequeño susto, una historia para contar a sus familiares y amigos. Vivir, disfrutar de la vida, porque nunca sabes qué va a suceder en el futuro y la vida es demasiado corta para perder cualquier segundo.

853. LUCÍA GARCÍA GÓMEZ – SIN TÍTULO Iba por la carretera en mi coche cuando algo se interpuso delante y tuve que frenar derrapando en la autovía. Me bajé y miré hacia atrás, allí no había nada. Me dirigí al bosque que había a un lado de la autovía y vi unas huellas enormes; no sabía en lo que me estaba metiendo, pero mi curiosidad era mayor. Alumbré con la linterna de mi móvil y seguí las huellas hasta un claro, miré hacia arriba y en uno de los árboles se encontraba una extraña criatura, digo criatura, porque en vez de manos tenía garras y una cola. La alumbré con la linterna y esta saltó aterrizando delante de mí. Me quedé aterrorizado, su cuerpo estaba lleno de sangre, así que lo más lógico hubiera sido huir de ahí, pero mis pies no se movían. La criatura se acercó y me olisqueó, sonrió y mis piernas por fin reaccionaron. Empecé a correr, pero la bestia enganchó mis ropas desgarrándome la espalda. Sus ojos azules brillando y una sonrisa perversa bajo la luna fue lo último que vi.

854. LUCÍA SIMÓN SEGURA – LOS NEGOCIOS DE UN ASESINATO En la tranquilidad de la noche, un fuerte estruendo perturbó el silencio de un bosque, dejando tras de sí un cadáver. Presentaba un disparo en el pecho procedente de una escopeta de calibre 36. Los detectives Lucy y Steve se encargan de investigar el caso. La víctima es John Hall, treinta y tres años. Cerca del cuerpo, se halla su teléfono con una serie de mensajes con la novia de su amigo. Hablan con Chelsea Allen y esta confiesa que tiene una aventura con John. Interrogan a Mike Roberts, y al preguntarle por el arma del crimen, este recuerda que el padre de Chelsea es cazador. Al registrar la casa de Jack Allen encuentran la escopeta del crimen y ropa manchada con sangre de John. Este confiesa el asesinato, diciendo que sus negocios con el padre de Mike eran más importantes que los sentimientos de su hija.

855. LUCÍA NIETO – SIN TÍTULO La melodía que se colaba por toda la mansión era pacífica y, sin embargo, no conseguía tranquilizar a la detective. Con la pistola desenfundada y seguida de cerca por Javier y Kevin, ascendía la escalera de caracol. Cada uno de sus pasos parecía estar sincronizado con las notas que el invisible pianista ejecutaba a la perfección. Cuando uno de los peldaños crujió bajo su peso, el primer disparo interrumpió la melodía. Los agentes se lanzaron a la carrera, mientras una vez más la música inundaba el edificio. En el salón principal, una jovencísima Beethoven deslizaba sus dedos de plata, haciendo que el piano cobrase vida. No intentó resistirse cuando esposaron sus delicadas manos. —¿Por qué? —le preguntó Kathy, observando el cadáver que yacía junto al piano. La joven sonrió. —Ya estaba condenado. Kevin la sacó de la sala mientras la detective se preguntaba cuántos ángeles exterminadores más se encontraría en su camino.

856. LUCÍA RODRÍGUEZ – A UN PASO DE LA VICTORIA Era el momento de apretar el gatillo. Me picaba la oreja derecha y La canción del Cola Cao me tarareaba la cabeza. Había imaginado la escena al detalle millones de veces y nada se ajustaba a lo que debía. Ese tío me lo había arrebatado todo y lo sabía, así que tenía tanto miedo como yo. Por primera vez en todos estos años, estábamos empatados.

857. LUCÍA VELASCO – ACCIÓN CONTABLE Lucy salió de su casa en la calle 47 y vio una furgoneta de cuya parte trasera manaba un hilo de sangre que había formado un pequeño charco en el

suelo. ¿Habría dentro un cadáver? ¿O más de uno? ¿Sería su oportunidad para convertirse en periodista de sucesos? ¿Descubriría el rastro de un famoso asesino? Ya veía su nombre en la portada del New York Post. Escribiría un libro de éxito como su ídolo Rick. Decidió no avisar a la Policía y se acercó a la puerta trasera de la furgoneta. Cubrió su mano con un pañuelo para no dejar huellas y abrió cuidadosamente la puerta, buscando encontrar los cadáveres y eso fue lo que halló: dos cadáveres de ovejas y unas facturas del carnicero que las dejó olvidadas... Abandonó sus sueños de escritora y volvió a su aburrido trabajo como contable. «Fue bonito soñar despierta», pensaba mientras entraba en el metro.

858. LUCY MONTERO CODINA – TRES VELAS Yo, Pitter Loos, soy repartidor desde hace veinticinco años y hoy tenía que volver a esa casa. Debo tocar el timbre tres veces para que me abra y así lo hice. Abrió la puerta, no me dio tiempo a ver nada, solo noté un calor inmenso en sus manos que, rápidamente, me hizo desvanecer. Sus pedidos eran siempre velas de todos los colores y aromas posibles; nunca sospeché ni pensé por qué. Cuando abrí los ojos, vi a mi alrededor figuras de cera de animales, desde moscas a caballos, desde fetos a adultos, cada una de un color y de un olor. ¡Era yo el siguiente...! Colocado estaba en una bañera programada a 70º C de calor y un escrito que decía: Las velas se consumen para dar vida a otras, y apareció él, un cuerpo quemado y rostro desfigurado. Vio mi chaqueta y se dio cuenta de que fui siempre su salvador; lo que yo no supe es que ya había conseguido su propósito, mi piel, encerarla para él y tenerme como triunfo en su pared. Hoy en día colecciono velas, ¡llamar tres veces para verlas!

859. LUESMANO ANÓNIMO – AYER, HOY... ¿MAÑANA? La dejaron pudriéndose en un callejón. Olvidada ya, sin cabeza, brazos ni piernas, nada queda hoy de aquella sublime diva. Qué espectacular lucía antaño, del east side los vestidos más bellos y caros, creando fantasías en el pasado, envidia de escaparates y tiendas centrando miradas de extraños sin un corazón que le cuide y atienda. Pero el lujo atrajo a las ratas; los diamantes, a las urracas. Arrebatada y hecha harapos, la sociedad le aprieta, le atrapa, le ha destrozado y poco a poco engullida fue quedando entre la suciedad y el fango; subió a lo más alto, cayó a lo más bajo. Un elegante detective de la mano paseaba con su perfecta esposa. Ella, mientras escuchaba frases jocosas, captó algo con su olfato policiaco, descubriendo un crimen a su lado. —¡Mira esto, Rick! Cómo han osado... Han tirado un maniquí de los años dorados. ¡Ay! Glamour enturbiado por las ventas por catálogo. Quedaría perfecta en nuestro cuarto. Pues no sufras más, pequeña, te hemos encontrado.

860. LUIS GIL BORRALLO – LA ESCENA Se apoyó el francotirador en la barandilla dorada y apuntó a la cabeza del senador, en el palco de enfrente, mientras la ópera sonaba, y la mujer salía. No se molestó en cubrirse el rostro, aunque sí había atrancado la puerta al entrar. Miró a la cámara de vigilancia. Sonrió, irónico. Alguien seguía intentando abrir la puerta a golpes. Inclinó el cuerpo. Mejilla afeitada, pulso frío. Disparó. El senador cayó, con la silla, hacia atrás. El equipo de asalto derribó la puerta, minutos después, revelando vacío el palco, a excepción del arma, aún apoyada en la barandilla. Enfrente, un único cadáver, que ya no sonreía. La pregunta parecía flotar en el café, días más tarde. ¿Cómo era posible que el tirador hubiese recibido su propio disparo desde treinta metros? Hojeó los periódicos. «Nunca le había gustado la ópera», declaraba la mujer del senador, en primera plana. Aún no había aparecido su cuerpo. «El fantasma de la ópera», decía otro titular. —Maldita prensa—masculló el detective Yaxley

861. LUIS MIGUEL CÁCERES PEDREÑO – UNA LABOR ARTESANAL Caminó alrededor del cuerpo inerte, tendido en el suelo bocabajo sobre un copioso charco de sangre que manaba de su pecho, analizando la situación, poniendo especial atención en no alterarla. William Stern tenía una opinión muy firme sobre el crimen: en absoluto era un arte. Podía ser ejecutado con meticuloso detalle o con desbocada pasión, pero jamás entendería que nadie pudiera compararlo con un arte. Era una opinión vieja, inculcada por una familia conservadora, reforzada con la pérdida violenta de un gran amigo de la juventud y constatada tras graduarse en la academia de policía. Quitó el silenciador. El crimen era una herramienta justificable, pensó mientras guardaba el arma con número de serie limado y se disponía a manipular todas aquellas insidiosas pruebas que sus compañeros forenses buscarían media hora después. Pero jamás degradaría sus principios hasta el punto de admitir que el crimen pudiera ser algo tan banal e intrascendente como el arte.

862. LUIS MIGUEL DE BLAS MUELA – LA VETA SANGRIENTA Cuando el tren pasó junto a la antigua mina, le vinieron imágenes de jornadas empujando vagonetas y, al acercarse al pueblo, creyó recordar caminatas con ganado hacia los pastos de la colina. En la estación, el factor le miró como si le conociera, y el camarero de la cantina le sirvió el café tal como le gustaba sin que lo hubiera pedido, pero lo más extraño fue la reacción de quienes se cruzaron con él por el pueblo: unos, saludando con respetuosa inclinación de cabeza, y otros, cambiando de acera o cerrando las ventanas. Cuando traspasó la puerta del hotel, notó un silencio repentino pese a los viajeros reunidos en el recibidor. Se acercó a la recepción y mientras esperaba echó una mirada distraída al periódico del mostrador. Fue entonces cuando vio la foto y el titular en grandes letras. Personajes: Simón Sing,

cartero. Mark Todd, ferroviario. Lana Todd, hostelera (y hermana). August Red, periodista. Jack Red, policía (y hermano). Grover, exminero, sin techo y borracho.

863. LUIS MIGUEL GARCÍA PATO – EL COMISARIO Cuando llegó a la escena del crimen, volvió a descubrir la macabra orgía de sangre que había contemplado otras nueve veces más. El cuerpo desmembrado de aquella mujer, cubierto en un mar de sangre, con los ojos vacíos de vida y una grotesca expresión de terror impresa en el rostro. En la pared de aquel tugurio maloliente, la misma palabra escrita en sangre: Sarmiocio. —¿Qué le parece, comisario? Otra igual. Y esa palabra. Algo se nos escapa, comisario, algo se nos escapa. Miró al agente con desdén, se volvió hacia la puerta de salida y, esbozando una sonrisa pensó para sí: «Claro que se os escapa algo, malditos imbéciles... ¡anagrama, jodidos ignorantes..., anagrama! Aspiró una profunda calada del cigarrillo que apuraba en la comisura de los labios y desapareció en la oscuridad del estrecho pasillo.

864. LUIS PEDRO FABIANI – DELITO PREESCRITO La jefa forense leyó el informe una vez más, incrédula, sabiendo que debía enviarlo, pero incapaz de hacerlo. El cadáver, encontrado bajo un abeto en la finca abandonada, se había conservado especialmente bien tras cinco décadas momificado por el clima adecuado, misteriosamente respetado por alimañas y microbios. Su estado les permitió determinar sin dudas todos los detalles: causa de la muerte, estrangulamiento; identidad de la víctima, Sandra Bolarda, una joven desaparecida en aquella época; identidad del asesino, gracias a unas muestras bajo las uñas: Andrés Marilia, un loco en régimen de día al que nunca se relacionó. Medio siglo antes, aquella información habría facilitado mucho la tarea de los que llevaron la investigación. Buscó en su bolso el libro La audiencia ha escrito un crimen. Releyó el relato «Delito preescrito» sin dejar de sorprenderse. Las coincidencias eran demasiadas. Y tomó la determinación de buscar al escritor.

865. LUISA ARENCÓN MOYA – UN ADIÓS INDOLORO Aquella situación se hacía cada vez más insostenible: años, meses, días, horas escuchándola quejarse por todo... Un humor de perros, acumulado tras años de sobrevivir en una dura guerra, había convertido a aquella anciana en un ser triste, taciturno, melancólico y con un carácter de mil demonios, incluso en sus últimos meses de vida. Yo la observaba, veía cómo le chupaba la sangre a aquella mujer que lo había dejado todo por ella, su hija, que había

desperdiciado sus años de juventud, su matrimonio, su felicidad, solo por cuidarla, y aquella vieja sin sentimientos nunca tenía ni un detalle de agradecimiento con ella... Pero yo había decidido que aquella agonía se iba a terminar. Aquella noche tomé entre mis manos aquel frasco de pastillas. Mis manos, temblorosas, iban machacando cada una de ellas, y después, aquel polvo lo mezclé con un yogur que yo misma le iba a administrar poco después. Fue un adiós indoloro, un adiós merecido, un adiós que no me volvería a dejar dormir nunca más.

866. LUISA LÓPEZ CORTIÑAS – PRINCIPIOS Pocas veces un final de Liga se presentaba más emocionante que la ruleta rusa. ¡Buen día para estar de guardia en la nueva comisaría! Con el empate, invadió mi despacho una forma de vida transparente y ensangrentada. Con tono inaudible repetía: «La he matado». El temblor de manos y el vacío en los ojos le delataban como aprendiz. Mi ayudante, el sujeto y yo, nos acomodamos en el coche oficial. Las esposas emitieron durante el trayecto una sinfonía agónica. El edificio estaba en el centro de la ciudad desierta. Cuarto sin ascensor, puerta de tres candados. Un insultante orden nos dirigía en silencio al dormitorio. Aparté con pudor la vista de las piernas desnudas. Inconfundible el cabello y el tatuaje de un unicornio azul sobre fondo rosa en el cuello, que un día la hizo desaparecer de la casa paterna. Cuando cerré sus ojos, que eran los míos, fue tan fácil sacar el arma y hacer diana en el punto invisible de la «i».

867. LUNA DÍAZ–ARAQUE RODRÍGUEZ – ¿QUIÉN FUE MI ASESINO? Las fiestas en la universidad son desenfrenadas y, al entrar en una de ellas, varias miradas recayeron sobre mí con odio, pero solo una persona se acercó. Era un chico que se había peleado conmigo por el «robo» de uno de sus trabajos, por el cual ahora era conocida y rica. Me ofreció una copa con un sabor y olor atrayente, pero se trataría de un alcohol fuerte, ya que con tan solo una copa me sentí mareada y temblorosa; con la segunda, todo fue a peor. Mi cuerpo temblaba, mis piernas flaqueaban y la saliva caía por mi boca. Me acerqué al baño, pero al entrar me topé con una chica cuyo novio la engañaba conmigo. Enfurecida al verme me empujó con fuerza, golpeándome la cabeza contra la pared y el espejo; me provocó una herida que empezó a sangrar rápidamente. Esta, asustada, salió corriendo y me dejó en el suelo; intenté levantarme, pero la falta de aire en mis pulmones me detuvo hasta que todo se volvió negro y frío. Respuesta: el muchacho de las copas la envenenó por venganza con cicuta.

868. LUNA OBÓN – LA VERDAD A TRAVÉS DE LA MENTIRA

Llevábamos más de dos meses de investigación y al fin resolvimos el caso. Todo comenzó en Florida, con solo una gota de sangre y un pendiente en casa de Serena, la víctima. A ella, la encontramos en una alcantarilla. Los sospechosos eran Tamara, su hermana; Edward, su novio; Iván, su exnovio, y Skyler, su mejor amiga. Tamara y Edward confesaron que estaban liados, dijeron que esa noche no la habían visto. Iván dijo que hacía mucho que no la veía, y Skyler, que la llamó quince minutos antes de su muerte para decirle que alguien la perseguía. Sabíamos que Tamara y Edward mentían, ya que sus vecinos los oyeron discutir; ellos dijeron que Iván llevaba tiempo persiguiéndola. Este también confesó que Skyler estaba con él cuando ella la llamó; luego, ella confesó que tras empujarla y abrirle la cabeza llamaron a Tamara y Edward. Estos se quedaron parados, pero ayudaron a esconderla, ya que veinte minutos antes discutían porque Serena se enteró de su relación oculta. Todos acordaron no decir nada.

869. LUZ ESTÉVEZ MARIÑO – UNA RECORDADA ESCENA Robert no creía lo que estaba viviendo. Carol abrazaba un elefante de peluche de su hija Iris. Por la noche, Robert y Carol cenaban y acostaban al pequeño BKevint. La desaparición sin explicación de su hija los atormentaba. Ben, el mejor amigo de Robert, pasaba varias horas en su casa. Aquella noche, oyeron un grito y fueron hasta la habitación de Iris. BKevint observaba el montón de muñecos y allí, en medio de ellos, vieron la carita de Iris. Robert llamó a sus compañeros de la comisaría 12. Kathy y Rick se sentían sorprendidos por lo sucedido; a su llegada, charlaron con Ben. Al entrar, vieron que aquello se parecía a una de las escenas de la película de E.T., en la que el protagonista era disfrazado de muñeco, era espeluznante. Comenzarían a interrogar a todo aquel que estaba en relación con Iris. Pero el asesino/a era alguien cercano a la chiquilla, no había duda. Así descubrirían quién había hecho todo esto. Como siempre. Pero estaba bien claro.

870. LUZ MARÍA GARZO – QUEDARSE EN LA CIUDAD Alberto pensó que era el momento de expandirse y enviar a uno de sus empleados a la capital para abrir una sucursal de su empresa. Reunió a sus trabajadores para contarles su proyecto, sin desvelar quién sería el elegido. Cuando Jesús llegó a casa, le contó a Sonia, su mujer, las intenciones de su jefe y la creencia de que sería Carlos el elegido. Sonia, que llevaba mucho tiempo deseando dejar la ciudad y macharse a la capital, se encaró con él, tachándole de inútil y servil y amenazándole con dejarle si no lograba el puesto. Jesús fue a hablar con Carlos para que rechazara la oferta, este se negó y le dijo que no iba a perder esa oportunidad por él. Discutieron y Jesús le golpeó, lo que provocó su muerte. Cuando encontraron el cuerpo, todos pensaron que había sido un accidente. En el funeral, Alberto habló con Jesús y le dijo que le había elegido para el puesto en la capital, pero que debido a la muerte de Carlos, no podía prescindir de él y debía quedarse en

la ciudad.

871. Mª ARACELI MEDINA CAUBÍN – LA CRISTALERA Sentado en su cocina, intentaba asimilar lo ocurrido escasas horas antes; nada más abrir la puerta, sintió la corriente de aire frío en todo su cuerpo, algo iba mal. Con solo poner un pie en su piso, pudo ver con horror cómo la colorida cristalera estaba rota en ínfimos pedazos. Llamó a su novia a gritos, pero no obtuvo respuesta alguna, así que se asomó con cuidado temiendo lo peor y allí estaba, tumbada en el pavimento, inmóvil, rodeada de cristales de colores. No dudó y llamó a la policía. La hipótesis más factible era un robo que había acabado en tragedia, ya que el caos que había en la casa y la ausencia de alguna nota descartaban el suicidio. Mientras, sentado en su cocina, sentía cómo le palpitaba en su bolsillo el sobre con su nombre que había recogido antes de llamar a la policía y desordenar la casa.

872. Mª SHEILA FERNÁNDEZ BARRIENTOS – SIN TÍTULO Me disponía a ver la televisión, tenía todo preparado: las palomitas y la manta. Escuché un murmullo extraño fuera, pero no reaccioné; de pronto, la puerta se vino abajo y entraron tres personas. Cuando llegaron hasta mí, puede ver tres armas que me apuntaban. Al verme, las tres bajaron con un signo de tristeza en los ojos. Pasado un tiempo, una mujer pelirroja me examinaba y hablaba con un hombre. Estuve atenta a la conversación: «Le han seccionado la garganta y la arteria carótida, no muestra signos de violencia ni agresión sexual. La hora de la muerte está entre las 2 y 3 de la mañana». ¿Estaba muerta? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo ¿Quién? Tenía muchas preguntas sin respuesta. Iba evolucionando el caso lentamente mientras yo reposaba en una sala fría y luminosa. Deduje por el tiempo transcurrido y algunos murmullos que escuchaba a algunos policías que no consiguieron resolver mi asesinato. No encontraban pistas suficientes para detener al principal sospechoso.

873. Mª JOSÉ FERNÁNDEZ NAVARRO – FANTASMA Parece un atardecer como cualquier otro, pero si te fijas un poco más en el contorno de las sombras, que las luces delimitan mientras oscurece, verás el día transfigurado que habita todavía en tu recuerdo, y la noche, no esta noche, será tu primer sueño. Hace ya tiempo que deberías estar muerto: heridas, accidentes, operaciones en hospitales... Cierras los ojos para dormir y luego te despiertas. Puedes predecir, pero da miedo. Ves desde la ventana la pulsión del hormiguero, la falsa apariencia de las cosas. El misterio no es la muerte (más tarde o más temprano todos moriremos), el misterio es el tiempo que habitamos y reconocemos. No sé cómo llegué aquí. Hay un sueño que olvido al despertar; quizá sea eso. Toda historia es olvido. Sí, las cosas perduran,

mientras la vida pasa. Yo estoy vivo, y tú estás muerto; lo adivino por tu silencio.

874. MABEL RODRÍGUEZ – UNA MENTE ATORMENTADA Serían las dos de la mañana, le acompañaba como cada noche el sonido lejano de las carreras de su hámster en la noria; se levantó sin luz, todo era calma, salvo su mente: el recuerdo de las duras conversaciones previas a la firma de las capitulaciones con Ernesto le atormentaba. ¿Qué se le había escapado? ¡Ring! «¿Quién es?». Miró por la ventana y vio el reflejo en el vídeotelefonillo de dos personas... «¿Ernesto, qué haces ahí...? ». Un destello, y un hombre al suelo. Pegó un grito y bajó; cuando llegó, no había rastro. «¿Qué fue lo que vi? ¿Qué me está pasando?». Al subir, se encontró a Ernesto en el suelo, muerto... Reparó que el hámster se había parado, tenía sangre en la jaula y un trozo de espejo... Por la ventana de su mente, pudo ver su reflejo y el de Ernesto.

875. MACA SÁNCHEZ – SIN TÍTULO Cuando me desperté, recordé todo lo que pasó. Me llamo Marta y soy inspectora de policía. Mi trabajo, esa sensación de saber que ayudas a la gente, con el simple hecho de investigar su vida. Tengo un hijo llamado Thomas, pero ahora no sé dónde está. Discutimos y se fue. Después de investigar un poco, descubrí que lo habían secuestrado. Pedí ayuda, pero no obtuve respuesta, hasta que apareció mi única esperanza: el jefe de la Policía Nacional. Recibimos la llamada de rescate. Querían sacar de la cárcel al mayor criminal de la historia. Tuve que hacer lo que pedían, no podía perderle, era lo único que me quedaba. Pero cuando hablé con el jefe de policía de la cárcel, alguien llamó a la puerta. Era Thomas. Se había escapado. ¿Cómo un chico de dieciséis años asustado es capaz de escaparse de gente que quiere matarle para conseguir lo que quieren?

876. MACARENA RAMOS MARÍN – SIN TÍTULO Está oscuro y la cabeza me da vueltas. No sé qué hora es o cuánto tiempo llevo corriendo. Estoy cansado. Le han disparado y yo no tenía que haberle visto morir. Ahora van a por mí. Ni siquiera sé si estoy yendo en la dirección acertada; lo único que veo son los enormes árboles de este laberíntico bosque. Oigo gritos y ladridos alejados, pero no tengo clara la distancia a la que podrían encontrarse; el pitido de mis oídos es cada vez mayor y más agudo. Tengo tanto miedo que no puedo ni articular palabra para pedir ayuda. Me están fallando las piernas. He tropezado y no consigo levantarme, sé que van a llegar en cualquier momento. Ya están aquí. ¡Boom! Oscuridad.

877. MADDI MONDRAGÓN, ALONSO – ASESINATO EN HALLOWEEN En una noche de Halloween, hubo un asesinato en Alaska. La víctima era un chico llamado Thomas; murió con una estaca de plata clavada en el corazón. Le encontró Maia. Thomas era de Nueva York, estaba de vacaciones. En la policía de NYC, había una mujer y dos hombres. Ella se llamaba Alex, y ellos Trip y Pol. Fueron a Alaska e interrogaron a Maia, que se encontraba en una fiesta. Interrogaron también a los amigos de Maia y dijeron que estuvo con ellos todo el tiempo hasta que se fue a casa después de la fiesta, como todos ellos, y en el camino encontró a Thomas muerto. Alex encontró a una pareja que todavía no había sido interrogada. Afirmaron que Maia mató a Thomas porque este no quería salir con ella. La policía le creyó y así fue. Maia mató a Thomas. Trip, Pol y Alex regresaron con Maia, que acabó la prisión de Nueva York.

878. MAGALI RODRÍGUEZ MÁTAR – AZUL SOBRE LAS VÍAS El siseo de una colilla apagándose en un diluido charco de sangre se alzó entre el continuo tamborilear de la lluvia. El escenario ya había sido procesado. Una nueva víctima, una nueva muerte para un asesino fantasma. Dana alzó la mirada hacia el perfil de su compañero que observaba con ojos apagados donde hacía un instante yacía la joven. —¿En qué piensas? —me preguntaba. Samuel miró hacia su derecha, por donde hubiera llegado el tren procedente del centro si no se hubieran cortado las vías. Dana esperó, sabía que su compañero tendía a las pausas dramáticas. —¿Por qué las mata en las vías del tren? —Es lo que tenemos que averiguar. —Podría dejar que las arrollasen las ruedas del tren, pero no. Las apuñala, las despedaza y las abandona en una cuidadosa puesta en escena con una rosa azul en los labios. Nos está diciendo algo. Sus ojos brillaron sombríos, como un cazador que se prepara para enfrentarse a un combate que lo destrozará hasta convertirlo en alguien nuevo.

879. MAGUI MARINELLI – EL LADO DESCONOCIDO DE LOS SUEÑOS No entendía por qué lo había hecho, no se reconocía ni a ella misma, sabía desde hace un tiempo que tenía un lado oscuro, pero nunca pensó que fuese a salir. La rabia, el temor, la adrenalina, todo al mismo tiempo... Sentía que le faltaba el aire, como si no pudiera seguir, pero a la vez una fuerza inexplicable la guiaba, como si ella no fuera en aquellos momentos la que tomara las decisiones. Lo había hecho, pero esperaba que nadie lo descubriera jamás, aunque una parte de su cabeza gritaba: «¡Ilusa, todo saldrá a la luz!», y nunca olvidaría aquella imagen en su cabeza. Aquellos ojos azules inexpresivos jamás volverían a brillar por su culpa.

¡Ring! Un sonido estridente martillaba su cabeza, todo daba vueltas, aunque agradecía que todo hubiese sido un sueño. Todo estaba oscuro y lo primero que notó fue un fuerte olor metálico que la alarmó, se incorporó apoyando los pies en el suelo, que estaba frío y pringoso; con temor encendió la luz y todo se volvió rojo. ¿Había sido un sueño?

880. MAITE HERNÁNDEZ – ¿QUIÉN LO DIRÍA? Existen muchos tipos de crímenes. Uno de ellos es más común de lo que mucha gente cree y muchas personas lo cometen. Es el crimen perfecto. Sin sospechosos, sin pistas, pero con una muerte. Se trata de esa gente que va a leer un libro y lee la última página antes de empezar. Ese es un auténtico crimen.

881. MANEL GUERRERO BUSQUETS – DOS CORAZONES No había sido la boda soñada para nadie. Sonia lloraba desconsolada mientras Julián hablaba con la policía. Encontrar un corazón humano atravesado por una pluma estilográfica en el baño del restaurante había dejado en shock a aquella pequeña población. Cuando sonó el teléfono del inspector Huertas y le dijeron que tenían una coincidencia de ADN, no pudo menos que sonreír. El ADN de la sangre en ese corazón pertenece a Fiodor Nicolaievich, cuarenta y cuatro años, ruso y residente en Lloret. «Vamos a su casa», le dijo a Castillo cogiendo las llaves del coche. Cubrieron el trayecto en poco más de una hora... Siendo temporada baja, no había un tráfico excesivo, y solo los peajes ralentizaron la marcha. Detuvo el vehículo en la puerta, una casa rodeada de un alto muro y cámaras de seguridad. Se miraron una última vez y pulsó el interfono. Una voz ligeramente nasal respondió al otro lado... —¿Diga? —Somos de la policía. ¿Es usted familiar del señor Nicolaievich? —Soy Fiodor Nicolaievich; ¿hay algún problema?

882. MANEL MONTERO – PERALES Manuel anotaba los datos para el atestado de tráfico. Sus pisadas hacían crujir los cristales del coche que acababa de chocar contra el pilar del puente que el conductor no había sabido esquivar. Olor a aceite caliente de motor y de lluvia que empapaba el asfalto, la cabeza de Manuel estaba en otro lado; su olfato policial le hacía presagiar la infidelidad de Silvia, su mujer, y meditaba encontrar un momento para preguntarle a lo Perales: «¿Y quién es él?». Enfocó al interior del coche y vio que la cabeza de aquel desdichado formaba parte del volante del deportivo; yacía hecho añicos. «Desgraciado, ¿dónde ibas con tanta prisa?». En el suelo se vislumbró la luz y el zumbido de un móvil; dudó, pero contestó. —¿Tardarás mucho en llegar?

Se apartó el aparato como si le quemara y miró el teléfono, esperó, sonrió y con voz gutural dijo: —Tardaré un poco. —Y colgó. Entre los cristales del suelo, el nombre de Silvia en la pantalla del móvil también crujió bajo su pisada. «¿A qué dedica el tiempo libre?».

883. MANUEL FUENTES – TERCERAS OPORTUNIDADES ¿Cuándo me empecé a mentir? La vida para mí ya no tenía ningún sentido. Lo tenía todo, pero me sentía vacío por dentro sin ella, y deseaba morir. Cada noche siempre lo mismo: caminaba por cada uno de los callejones de este lugar sin ningún rumbo. Cuando algo me paralizó. —No te inquietes, en un segundo acabaré —dijo una voz. Sentí la piel quemándose, el plomo me ardía por todo el cuerpo. Sentía esfumarse mi vida por segundos, los parpados empezaron a pesarme. No pude ver bien quién acababa con mi vida en aquel callejón oscuro, o eso creía. Pensaba que estaba muerto, pero al abrir los ojos vi que seguía vivo. No sé cómo podía ser; ya no estaba en aquel callejón. Y lo más raro: seguía en mi despacho, mirando el plano que acababa de concluir, pero no estaba acabado ahora. Mire mi reloj, aún no era la hora de mi muerte. Debía evitarla, y salí de allí dispuesto a vivir. Antes de oír esa voz de nuevo, con unos reflejos felinos lo desarmé, y la policía hizo el resto.

884. MANUEL GARROS SIERRA – MALEVAJE Los descubrió una tarde en un antiguo bulín del barrio viejo de Buenos Aires. La ingrata y el fulano estaban acostados en un destartalado catre. Él los miró un instante con rostro impenetrable. Luego le dijo al hombre: —Tranquilo, pibe. El Chema no es culpable en estos casos. Y luego a la mujer: —Vestíte, Catalina. Poco después, de regreso a casa, cruzan el Puente Alsina. Él, con un pucho apagado entre los labios. Ella, con lágrimas en los ojos, que le destrozan el rímel. Ya en su piso, llegó a la vitrola y puso un disco de Gardel. Tumbado en el sofá pidió suavemente: —Cebáme un mate fuerte, Catalina, y ven acá. Ella obedeció sin percatarse de que ocultaba la daga bajo el batín. Y entonces, besuqueándole la frente, con mucha educación, amablemente, la fajó de treinta y siete puñaladas.

885. MANUEL GRIS LORENTE – CON LA LUNA COMO TESTIGO Aquella noche, la luna era la única testigo de cómo las lágrimas de Jon se estrellaban contra el suelo. No podía creer lo que tenía ante él. Simplemente, no podía ser. Había pasado mucho tiempo pensando en el caso, tratando de

despejar todas las X dentro de la monstruosa ecuación, y el precio que había tenido que pagar había sido elevado. Su mujer y su hijo habían sido las víctimas números quince y dieciséis respectivamente, y a pesar de las palabras de su teniente, había decidido seguir con la investigación del Asesino del Collar, que era como la prensa había bautizado al hombre que Jon tenía en ese momento ante él. Ese psicópata que se estaba desangrando había arruinado la vida de veinte familias, y aun sabiendo que toda la ciudad iba a verle como un héroe, Jon no podía evitar sentir un vacío tan grande en el corazón que le obligó a levantar la cabeza y hundir sus ojos en la luna. Tenía que dejar de estar allí. Escapar lejos. Lejos del cadáver de su hermano: el Asesino del Collar.

886. MANUEL GUERRERO TORRECILLAS – PARAÍSO INTERRUMPIDO Hacía ocho años que la vida de Val cambió: el día que su madre apareció muerta en su oficina. Si por lo menos, hubiera podido conservar su colgante. Aquella lágrima de topacio azul era como una parte de ella, siempre con ella, olía a ella, pero el asesino decidió llevárselo como trofeo. Su vida se convirtió en un conjunto de desordenadas experiencias, hasta que conoció a Mike. Mayor que ella, le gustó desde el primer momento. Elegante, divertido, guapo, se sentía viva. Su segundo aniversario estaba muy cerca. Estaba muy emocionada, sabía que a su madre le hubiese encantado. ¿Qué le regalaría él? Cuando Mike llegó aquella noche, Val le esperaba con su regalo envuelto, ansiosa de que viera su nuevo iPad. Él se acercó y le entregó un paquetito delicadamente envuelto. Val lo abrió, rápido... y se le heló la sangre... Una lágrima de topacio azul con un olor muy familiar. Levantó la vista, ¿seguiría con la vida de ensueño que Mike le ofrecía o ese sería el último colgante que Mike regalaría en su vida?

887. MANUEL HOLGADO – ¿SON AFRODISIACAS LAS FRESAS? Pedrito Bertrán salió cansado de su adosado. Atardecía y el sol otoñal apenas calentaba. El puesto de helados brillaba al otro lado de la calle vacía. Pedrito se acercó sin prisas. Cuando su larga sombra rompió la blancura del puesto, el heladero levantó la cabeza. Sonrió, dobló un periódico y se incorporó. —Uno de nata bien grande. El heladero enjuagó la cuchara heladera, la metió en la cubeta y se inclinó para sacar una hermosa bola de blanquísima nata. —¿Lo quiere con algo más? —preguntó. Levantó la cabeza en busca de respuesta, pero se encontró con un cilindro negro apuntándole a la cara. —Con fresas rojas —contestó Pedro, y apretó el gatillo. Pedro se guardó la Smith–Wesson 310 en un bolsillo de la chaqueta. De allí sacó un gorro de tela blanca en el que otra sangre reciente apenas dejaba

leer Heladero, y lo tiró sobre los sesos que se desparramaban por el puesto. —No deberías vender helados en noviembre —dijo— ni dejarte el carné entre las piernas de mi mujer.

888. MANUEL LARA HERBÓN – EL FIN DEL GORDO Como cada día, llegué temprano al trabajo, a esas horas en las que uno sigue estando dormido pesé a los cafés y la escasa emoción de un nuevo día. Pero lo que escuché nada más llegar, me despertó al momento: el Gordo había muerto. Al principio pensé que había sido una muerte natural, ya que el Gordo era muy querido por todos. Además, si estábamos donde estábamos era gracias a él, y con su muerte nuestros trabajos pendían de un hilo. Quizás por eso lo habían matado; había diversos motivos para querer acabar con nuestra forma de vida. Por una parte, podrían haber sido algunos revolucionarios que querían enemistarnos internacionalmente, ya que el Gordo era todo un símbolo diplomático de unión entre países. Por otra parte, podría haber sido algún rival directo que no se conformara solo con una parte del pastel o incluso alguna asociación contraria a lo que hacíamos. Fuese quien fuese, parece que no sabremos nunca quién fue el asesino del Gordo, el queridísimo elefante asiático de nuestro zoo.

889. MANUEL RODRÍGUEZ MONCADA – UN PELIGROSO JUEGO Hacía ya seis meses que comenzó todo. Al principio, solo parecían accidentes fortuitos, pero todo dio un vuelco. Un detalle insignificante en el cadáver destinado a que solo yo lo viera, a que solo yo lo entendiera. Desde aquel momento, todo se convirtió en una carrera contrarreloj para mí; en un juego para él. Pistas en cada escenario del crimen me iban llevando a mi objetivo, me guiaban... aquí. A este momento en el que me encuentro al borde del abismo y en el que no encuentro salida. Aquí, sentado en esta silla mani... —¿Cómo se encuentra hoy, inspector Ávila? ¿Está disfrutando de su estancia en mi humilde morada? ¿No le apetece hablar? Lo entiendo, se siente abrumado por tantas atenciones. ¡Anda! Parece que tiene la ropa algo rota y manchada de sangre. No pasa nada, está bien para seguir jugando. —¡No! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude, por Dios! —Tranquilo, inspector, ahora será más divertido; ya lo verá. —¡No, no, no! ¡Aaaah!

890. MANUEL SAMADA – PENSAMIENTOS REALES Desperté, y la extraña sensación seguía recorriendo mi cuerpo. La actitud que David tenía con Lucía me enfurecía. Había quedado para desayunar con ella y cuando llegué me contó que David estaba ingresado en coma; le habían dado una paliza la noche anterior. En ese momento, me preocupé, pero quizás no tanto como si hubiera sido otro amigo. Sin embargo, tras

desayunar, nos dirigimos al hospital para ver cómo se encontraba. Después de mucho insistir, logré que nos dejaran a mi novia y a mi ver a David. Entramos y de nuevo la extraña sensación invadió mi cuerpo. Me quedé paralizado por un instante cuando recordé que en muchas ocasiones yo mismo le habría dado una paliza; de hecho, esa noche cuando me acosté, lo había pensado de nuevo. Lucía me lo recriminaba tachándome de celoso. El informe médico parecía sacado de mi mente, todo lo que describía que le habían hecho era como yo lo pensé. Siento pánico, no sé si mis pensamientos son solo eso o hay algo de mí que los hace realidad.

891. MAR CAÑADILLAS ALMAGRO – COMPAÑEROS Los cuerpos se habían encontrado juntos, pero no habían muerto el mismo día. Las marcas que todos tenían indicaban que había sido la misma persona, la única persona que todas tenían en común. El asesino ya había sido arrestado y condenado a muerte por los horrores causados. Pero algo no encajaba, y precisamente por eso se encontraban en una situación tan incómoda, donde dos compañeros se apuntaban con sus pistolas. —¿Cómo te has dado cuenta? —Encajas perfectamente en el perfil; todas eran tu tipo. Tienes una navaja igual al arma homicida y nunca tenías coartada, porque no la necesitabas. Apenas mirabas los cadáveres, pero cuando lo hacías la mirada te brillada. Te conozco y sé que has sido tú. —Vaya, te enseñé demasiado bien. —¡¿Cómo has podido hacerlo?! Eran niñas. —Lo sé... —Bajó la mirada y comenzó a llorar. —Esto ya no se arregla con lágrimas. Me das asco, papá. —Un policía íntegro con una sola debilidad. —Violar, torturar y matar no es una debilidad.

892. MAR DUMONT MORÁS – SERVICIO A DOMICILIO La jornada había sido dura; Kate y Rick descansaban en el sofá viendo una película cuando escucharon un fuerte frenazo ante la puerta de su casa. Sobresaltados, se acercaron a la ventana y vieron como desde la puerta derecha del coche dejaban caer un cuerpo inerte en el suelo. Salieron raudos y comprobaron horrorizados que se trataba de Alex. La reanimaron y descubrieron rápidamente que mostraba signos evidentes de haber consumido drogas y alcohol. Rick pensó enseguida en Kevin, el extraño novio de la joven; algo no le gustaba de él desde que lo había conocido. Alex fue la clave para detenerlo. Lo llamó para pedirle que le suministrase más de lo que le había dado aquella noche. Kevin acudió a la cita, pero no volvió a ver a la joven. La agente Kathy y Rick lo recibieron en su nombre...

893. MAR GÓMEZ PÉREZ – MAMÁ DIJO QUE NO

Lucy en ese momento no pensaba en la prohibición de su madre. ¿Qué importaba si podía estar con Rick? La fiesta estaba acabando y era muy tarde, pero ella no tenía verdaderas ganas de irse. —¿De verdad no puedo quedarme? —Ya te lo he dicho, Lu, mis padres vienen mañana por la mañana. Lucy suspiró. Se despidió desganada y enfiló el camino a su casa. El cielo despuntaba ya el alba. «El camino corto», se dijo en un susurro. Entró por un pequeño callejón que daba directamente a su calle. Su madre siempre le decía que no fuese por allí, que había un maníaco que mataba a chicas jóvenes, pero ella nunca se lo había creído. «Mamá dijo que no», escuchó de repente. Aterrada, Lucy se volvió hacia la voz. Una figura negra con un cuchillo en la mano se acercó tan deprisa que no pudo huir. Sintió un punzante dolor en el abdomen y cayó al suelo. La figura siguió repitiendo las mismas palabras: «Mamá dijo que no». La capucha cayó, y Lucy vio la cara de su madre antes de cerrar los ojos.

894. MAR HORNO GARCÍA – COSAS QUE IMPORTAN Y QUE BALÍSTICA NO SABE Alguien dispara sin mucha puntería. Atravieso limpiamente el hombro de un hombre y termino empotrada en un pilar del viaducto norte. Un coche huye precipitadamente del lugar envuelto en el estridente sonido de los neumáticos. Algún testigo—siempre lo hay— habrá llamado a la policía. Mientras espero a que me retiren con sus pinzas para enterrarme en una bolsa de plástico junto a mi casquillo, echo la vista atrás y acepto haber vivido una existencia vacía. ¿No es el sublime destino de una bala incrustarse en el corazón de un hombre? Pues pongan de su parte, joder, pongan de su parte.

895. MAR MORAGUES – INFORMACIÓN PRIVILEGIADA Mensaje conciso: 23:00. c/Pardo, 25. 22:55. Sentada dentro del coche, el corazón se me aceleraba con cada minuto que pasaba y a cada segundo me asaltaban las dudas sobre si marcharme y no mirar atrás. Para él ya estaba todo perdido. Tal vez también fuera tarde para mí. ¿Y para quien me esperaba allí dentro? Bajé del coche intentando calmar el temblor de mi cuerpo, llegué a la puerta, se abrió de un leve empujón y se cerró de un portazo a mi paso. —¿Tú? —¿Sorprendida? Déjame contarte que todo lo hizo consensuado conmigo. Gracias a toda tu información pudimos comprar la mayoría de las acciones y tras su «suicidio» todo es mío; esto no debería haber acabado así si no se le hubiera ido de las manos y no hubiese intentado obtener más de ti que la información que pactamos. Después, noté el frío acero y la sangre manando de mi garganta.

896. MAR ROCA MERCADER – AMIGO FIEL Me encantaba pasear por el parque con mi perro, pero ahora lo evito. Mi mujer dice que me he vuelto un perezoso, pero no es cierto. Compré una cinta de correr en unos grandes almacenes y la utilizo todos los días, bajo la atenta mirada de esa bestia peluda, de color beis y cincuenta kilos de peso. No puedo contarle a nadie lo que ocurre. Me mataría. Acudí al veterinario con la intención de sacrificarlo, pero Buck tomó el control. El funcionario abre la puerta de mi celda, mi abogado está aquí. La policía ha descubierto que Anthony Meyers, el veterinario, y mi mujer eran amantes. Nadie cree mi versión. Me esperan veinte años de cárcel, en el mejor de los casos. Mi único consuelo: aquí no dejan tener mascotas, menos mal.

897. MARC DEOSDAD DÍEZ – ÚLTIMO MINUTO Sus cuerpos sudorosos se estaban entremezclando en una danza frenética. Las luces estallan. Ella se enganchó más a él, dejando sentir todo su calor. La música retumba. Él la besó con fuerza, con dolor. Una copa cae. Ella se aparta y, tambaleante, llega a la mesa. Un cristal roto. Ella solo tiene ojos para sus nuevos azucarillos y le oye, a él, gritando ronco la letra de una canción. Una cuerda se rompe. Ella se ve en el reflejo de la mesa de cristal. Llora. Ríe. Muere.

898. MARC FONTANILLAS–BAELLA – HABITACIÓN 712 Los pedazos de cristal ensangrentados estaban incrustados en el sofá blanco de la habitación 712. A unos pocos centímetros, tendido bocabajo y en el suelo, estaba el cuerpo desnudo de una mujer. En su dorso, blanco como la porcelana, reposaba su lisa y larga melena castaña, que escondía la herida mortal en la sien derecha. La tenue luz, que se colaba por la ventana, iluminaba una mesilla de noche con los cajones abiertos y revueltos. Cuando el inspector Lahoz llegó, no encendió la lámpara y se guio con su fiel linterna. Enfocó al rostro del cadáver y vio cómo descansaba en paz, ajeno al violento golpe que había sufrido. Con una lupa, el policía estudió cada centímetro de la cama. Bajo una almohada, halló un pañuelo impregnado con cloroformo y manchado con el mismo esmalte de uñas que llevaba la víctima. Las pistas empezaban a hablar. ¿Pero qué querían decir?

899. MARC JORDANA – MUY CERCA El detective de Homicidios James Miller desayunaba con su asesor, el psicólogo Taylor McMillan. Estaban sentados uno junto al otro, tomando sendos cafés a pequeños sorbos mientras discutían sobre los interrogantes del caso. —Hay demasiados enigmas en este último asesinato —dijo el detective —. Parece que nuestro asesino en serie está cambiando su modus operandi

solo para complicarnos la investigación. —Su inteligencia es asombrosa —repuso el asesor—, pero parece que además está convirtiendo esto en un juego. Se está divirtiendo. ¿Divirtiendo? —dijo el detective irritado—. Es simplemente un maníaco con demasiado tiempo libre, ¡un maldito psicópata egocéntrico que se ha vuelto completamente loco! —No —contestó secamente el asesor. Entonces, recogió un cuchillo afilado de la mesa, lo puso en el cuello del detective y lo agarró por los pelos de la cabeza—. No es que se haya vuelto loco, detective; en realidad, ya estaba loco desde hace tiempo.

900. MARC SECO VIEDMA – EL DESPERTAR DE RICK Mientras Rick iba andando por Central Park para despejar su mente de todas las últimas aventuras pasadas con Kathy, empezó a escuchar unos ruidos extraños. Mientras se adentraba al bosque iluminando el camino con el móvil, de golpe, dejó de oír los ruidos. Rick se quedó totalmente inmóvil para no alertar a la criatura que acechaba en la oscuridad. En ese momento, decidió retirarse poco a poco. Deseaba que no hubiera una rama en el suelo, pero entonces topó con algo de espaldas. Rick se giró poco a poco para descubrir a la criatura. Cuando se giró completamente, la criatura parecía humana; entonces abrió la boca para empezar a hablar y soltó las siguientes palabras con una seguridad aplastante: —Soy tu hijo. ¿No me reconoces? Rick, helado por lo que le acababa de decir, recordó de golpe todo lo que le había pasado en el año que estuvo desaparecido.

901. MARCOS GONZÁLEZ BLANCO – EL BAR Estamos en Lugo. Una chica llamada Rocío pasea por la noche en un callejón oscuro, de repente oye ruidos extraños y ve una sombra. Empieza a correr, y cuanto más corre, más cerca están los ruidos. Por fin, logra refugiarse en un bar. El agente González del FBI está tomando un café y le pregunta: —¿Qué te pasa? Rocío, respirando muy fuerte, le responde: —Oí unos ruidos extraños, vi una sombra y me entró miedo. Pensaba que me iban a matar. En aquel momento, los ruidos empiezan a oírse en el bar. Se va la luz y cuando vuelve aparece una persona muerta. El agente González empezará a investigar quién es el asesino y si está entre nosotros. Por eso, declara una cuarentena para que nadie salga del bar y pueda descubrir su identidad. Tal vez no imagina que el asesino es quien os está contando esto.

902. MARCOS MANZANO MARTÍN – FANTASMAS DEL PASADO Como cada mañana, Esteban miraba a través de su ventana las primeras luces del día, esperando que se enfriase su café, pero una llamada demasiado temprana iba a perturbar su tranquilidad. Todavía con sueño, se acercó a la escena del crimen. Aunque llevaba años en la Brigada de Homicidios, su cuerpo y su mente no se podían acostumbrar a ciertas cosas. El cuerpo aún estaba caliente. Pocas horas habían pasado desde el último aliento de la víctima. Presentaba magulladuras alrededor del cuello y una marca extraña en la mejilla izquierda. Esteban perdió el aire de los pulmones. El recuerdo de una joven le pasó por su memoria. Su único fracaso. Esa mancha en su expediente que no pudo resolver y ahí estaba otra vez. Cogió aire de nuevo y sacó fuerzas de su interior dolorido por el recuerdo. «Esta vez no. Esta vez lo atraparé». El asesino había desaparecido durante años y había vuelto. ¿Por qué? ¿Por qué ahora? Era el momento de cerrar, de una vez por todas, ese expediente. Se lo debía.

903. MARCOS PEDROSA SERRANO – EL CASO DEL ASESINO DEL TENEDOR Y EL CANARIO A TRESCIENTOS GRADOS Todo estaba preparado. El fuego crepitaba en la chimenea del hogar cuando Jack Machinran, el detective del bigote pelirrojo, se puso hasta los topes de LSD. Con las pupilas dilatadas propias de un felino asustado, apuñaló hasta en treinta ocasiones a su vecina del cuarto con un tenedor. A continuación, salió por la ventana, subió por la escalera de incendios y forzó la entrada del piso de Gregory, el anciano que vivía en el quinto. Tras asfixiarle y aparentar un robo, encerró a su gato en el baño y metió a su canario Spice en el horno. Con cuidado de no dejar ni una sola huella en el escenario del crimen, Jack abandonó el piso y bajó en el ascensor hasta la calle. Caminó hacia la tienda de ultramarinos más cercana y robó todo el dinero, amenazando al dueño con una pistola de juguete y una máscara de Justin Bieber ocultándole el rostro. Mientras volvía a casa horas más tarde, sonrió. «El caso del asesino del tenedor y el canario a 300 grados». Resolver aquel crimen iba a ser la bomba.

904. MARGA FERNÁNDEZ – CAFÉ CON CRIMEN Otro día en la comisaría. Era nuevo en el distrito, en el cual solo había problemas de robos y alguna riña, hasta que apareció un animal que estaba matando a inocentes, justificando que todos ellos tenían algo de culpables en el asesinato de su esposa. Había vuelto a actuar. Esta vez había mutilado los dedos a un periodista. En el escenario del crimen, las paredes estaban llenas de salpicaduras de sangre y había trocitos de dedos esparcidos por el suelo cerca del cadáver. El poco café que había tomado esa mañana se revolvió en mi estómago, ya que nunca había visto poco más que algún disparo o navajazo, pero en esta ocasión había un aliciente más, pues mi compañero Klarks me mostró una nota que el asesino había dejado: Él ha muerto por no escribir

sobre el caso de mi esposa. El siguiente serás tú, agente Cook.

905. MARGALIDA RAMON MARTORELL – EL LADRÓN DE NOVELAS «Las armas las carga el diablo», repetía una y otra vez la abuela intentando volar los pájaros de mi cabeza. El presentimiento del mal, al obsesionarme con las armas y novelas sangrientas no aptas para un niño. Odiaba las pelotas y camiones, jugaba a detectives, pistoleros, soldados, policías y ladrones. Con los años, la ficción se vuelve realidad y los juegos cobran vida. Investigo quién roba mis novelas negras y qué hace con ellas. Día a día sigo sus pasos bajo el manto gris de la fría soledad del invierno. Una noche lluviosa miro por la ventana y le observo leer emocionado uno de mis libros, esos que nunca llegaron a mi buzón, sentado al calor de la chimenea. Si desea jugar, jugamos los dos a criminales. Robar es un delito, igual que matar. «Aparece el cuerpo descuartizado de un cartero enfrente de la oficina de correos». El mundo despierta con la trágica noticia; al leerla en los titulares, retumban en mi cabeza las palabras de la abuela.

906. MARGARITA SOTO SOTO – SIN TÍTULO La cerradura estaba abierta, pero nada llamaba la atención a excepción de la puerta que separaba el recibidor del parking. La madera astillada y las manchas rojas que la salpicaban hicieron que un escalofrío recorriera su cuerpo. Lentamente, se acercó mientras sospechaba lo que iba a encontrarse: tendido en el suelo rodeado de sangre estaba su perro. Al acercarse, el vómito le subió a la boca: las tripas del animal estaban extendidas a su alrededor. Un ruido hizo que se diera la vuelta, y un hombre enmascarado con un hacha en las manos la observaba con unos fríos ojos azules que le resultaban demasiado familiares. Intentó ir hacia atrás, pero tropezó con el animal y cayó a su lado; su olor hizo que le viniera una nueva arcada y, mientras intentaba levantarse, el hombre se quitó el pasamontañas confirmando sus sospechas. Él levantó el brazo armado y lo dejó caer sobre ella, destrozando su joven rostro. El asesino se sentó en el suelo disfrutando del trabajo que tanto tiempo llevaba esperando

907. MARI CARMEN FERNÁNDEZ PALOMINO – CONFUSIÓN Rick no podía quitarse de la cabeza la mirada de Greg Palmer cuando el fiscal le preguntó ¿por qué? Acusado del asesinato de su familia, no fue capaz de articular una sola palabra en su defensa. Tras las alegaciones, el jurado, entre los que se encontraba Rick, se retiró a deliberar. Fue un veredicto rápido. Los testigos y las pruebas eran irrefutables, y Rick lo sabía; no tuvo más que votar culpable. Decidido a quitarse esa sombra de duda, con la ayuda de Kathy y su equipo, revisaron el caso. Fueron a la casa de Greg Palmer y, para su sorpresa, se lo encontraron allí. Tras un demoledor

interrogatorio de Kathy, este confesó. Edward, para quitarse de encima al prestamista Melvin, planeó un robo en casa de Greg, su gemelo. Alertada la policía, huyeron, confundiendo los testigos a los hermanos. Unas semanas después, Greg pudo abrazar a su hijo Ben.

908. MARI CARMEN FOMBUENA – LA BONITA MUERTE Tres personas. Tres disparos. La sombra escondida tras la escalera observa. Apunta. Uno. Dos. Tres. Disparos certeros hacen que el silencio lo inunde todo durante diez segundos; después, estallan los gritos. Despacio, ella se aleja, sin que nadie se pare a observarla. Se dirige hacia la proa del barco, mira hacia los lados y arroja la pistola al mar. Vuelve al salón y se acerca corriendo hacia los tres cuerpos tirados en el suelo. Llora desconsolada sobre el cuerpo del hombre más joven y pide ayuda a gritos aunque sabe que ya nada podrá salvarlo. Cuando la apartan a la fuerza del cuerpo lleno de sangre, solo puede seguir observando el líquido rojo que lo cubre todo y pensar cuán bonita es la muerte cuando nadie podrá nunca culparla de ella ni llegar a vislumbrar sus razones ni evitar las consecuencias.

909. MARI CARMEN MORENO – ¿DEFENSA PROPIA? Una vez leí que el crimen perfecto es el que nadie sabe que se ha producido. Yo discrepo. En mi opinión, esa idea se puede pincelar un poco más. La víctima tendría que ser alguien que no fuese nada inocente, un delincuente, un malhechor. Y, a poder ser, que pareciera un accidente o un suicidio, por supuesto. Hay que preservar los clásicos. Pero, por otra parte, se puede cometer un asesinato en el que, claramente, se sabe quién es el culpable y se pueda ir de rositas tras un juicio en el que la sentencia final sea inocente. Un asesinato en defensa propia. No «premeditado». Encontrarte en una situación en que es él o tú. ¿Me entiende? Pero no se confunda. Por mucho asco y odio que tuviese hacia ese mal nacido, soy incapaz de matar ni a una mosca. Estese tranquilo. Hay un delincuente menos en nuestra sociedad.

910. MARI PAZ PACIN – SIN TÍTULO Era él; lo había sabido desde el principio... Aquella mañana, nada más sentir cómo el primer rayo de sol acariciaba su cara, se levantó, más bien tarde, para lo que acostumbraba. Se preparó un café y se lo tomó, aprisa y sola, puesto que Josh se había ido de viaje de negocios el día anterior. Luego, se dirigió a la oficina para terminar con el trabajo atrasado del día anterior. No tuvo tiempo ni de encender el ordenador. Aquel hombre entró sobre las nueve de la mañana, escondido bajo un pasamontañas, ropa oscura, guantes y una pistola en la mano. Se acercó a ella y le susurró que le acompañase, sin hacer ruido. Ella obedece, asustada y confundida. Al salir, le ordena subir a una furgoneta azul con los cristales oscurecidos aparcada en la esquina de la

calle. No sabe si han pasado minutos, horas o días allí dentro. Pero al bajar, ve la imponente iglesia de San Michael frente a ella. Y Annie comprende que Josh es el hombre de su vida, y a partir de ese momento, lo será para siempre.

911. MARÍA ACOSTA DÍAZ – EL HERMANO DE RICK Las cuatro de la mañana, llaman a la puerta, Rick está despierto escribiendo el primer capítulo de un nuevo libro. No piensa en el peligro. Abre y su sorpresa no conoce límites: ¿es una broma? Un hombre igual de alto que él, vestido de la misma manera, con el mismo color de pelo, de ojos, con la misma nariz, la misma boca, le tiende la mano y dice: «Ciao, fratello, sono Luigi». Rick mira sobre el hombro izquierdo del hombre, sobre el derecho esperando ver a Kevin o Javier. El hombre sigue sonriendo. Es como tener un espejo justo enfrente. El hombre comienza a hablar en inglés y, sin que Rick pueda impedirlo, entra, se sienta en el sofá, cruza las piernas y golpea el asiento con la mano, indicándole que desea que se siente a su lado. Rick cierra la puerta y entre balbuceos hace caso al hombre.

912. MARÍA ANDUIZA NAVEROS – LA RED En la comisaría, llega una alerta: han encontrado el cuerpo de dos jóvenes en el maletero de un coche abandonado. Kathy acude con su equipo al escenario del crimen para identificar los cadáveres y valorar la escena del crimen; se dan cuentas de que son un hombre y una mujer que llevan desaparecidos más de dos años. El forense llega a la conclusión de que están bien alimentados y que no han sufrido abusos sexuales, pero han recibido una fuerte paliza y ensañamiento con ellos. El equipo empieza a investigar y hablar con sus familias. De pronto, se pone en contacto una agente de víctimas de trata de seres humanos, y se dan cuenta de que está relacionado. Parece, además, que hay una agente de incógnito implicada que ha desaparecido. Ahí está la clave. Rick llega más lejos y sigue la pista de la chica; finalmente, dan con la red y con los delincuentes.

913. MARÍA CASTEDO – VOY A POR TI Rodrigo se encontraba en la escena del crimen, llovía y eso iba a impedir mucho la investigación. El cuerpo se encontraba tendido en mitad de la calle, y la oscuridad se extendía por cada rincón del pueblo. La mano de la víctima sostenía lo que parecía ser una pequeña foto en blanco y negro. Al darle la vuelta, pudo ver que había unas palabras escritas: la tinta estaba un poco borrada, pero se distinguía perfectamente lo que ponía. Los recuerdos afloraron con fuerza, abriéndose paso como un huracán que arrasa con cuanto se le pone por delante, haciendo que reviviera cada instante de aquel día que había marcado su infancia. Era una foto suya con doce años, tomada

días antes de la noche en que asesinaron a sus padres. Al final del callejón, pudo observar una figura vestida de negro que se camuflaba en la oscuridad y que le miraba fijamente. Rodrigo no podría imaginar que a partir de ese instante las cosas habían vuelto a cambiar.

914. MARÍA CASTRO GARCÍA – MENTE PSICÓPATA Si lees esto buscando sangre y tortura, no te molestes. Eso es algo que me gusta dejar en la intimidad, para recordarlo plácidamente. El mundo se pregunta cómo funciona la mente de un psicópata; realmente, es muy fácil y muy complicado al mismo tiempo. Lo resumiré: no tienes sentimientos. De hecho, ese concepto se me antoja inverosímil. No hay nada que me importe tanto en este mundo como para que me preocupe. Lo sé, no tengo alma. ¿Pero para qué la querría? Antes de juzgarme, deberías plantearte que vivo mucho más tranquilo que tú, ya que nada externo me perturba. No digo que no experimente ninguna emoción, simplemente no siento empatía por nada vivo y, por lo tanto, matar es un pasatiempo como otro cualquiera. Aunque mucho más entretenido. Sin embargo, hay algo que me perturba, y es la razón por la que estoy escribiendo esto. ¿Cómo puede una persona que desprecia todo lo que es puramente humano, vivir, sabiendo que es humano? ¿Podrías responder?

915. MARÍA CEBALLOS MEDINA – JAQUE MATE Eric llevaba varios meses immerso en un caso difícil. Ya eran seis los asesinatos, todos ellos hombres. Habían descubierto que eran amigos en el instituto, la pandilla más conflictiva. La última víctima era Frank Jackson, apodado King; apareció muerto en su ático con el rey grabado en la piel. El asesino seguía un patrón muy estricto: los amordazaba y ataba a la cama. Eran estrangulados con hilo de pescar y, valiéndose de un cuchillo, dibujaba en el pecho de todos ellos una pieza de ajedrez, cada vez una distinta. Además, dejaba una nota con una rosa roja al pie de la cama. La pista que habían encontrado en este último cadáver era una gota de sangre en el tallo de la rosa, el único fallo del asesino hasta ahora. Mientras miraba el ordenador, encontró una noticia sobre una violación a la pequeña Camille Robbins hacía quince años; en ella aparecían los fallecidos, absueltos de todos los cargos. Eric estaba seguro de que su instinto no le fallaba. Camille era la principal sospechosa.

916. MARÍA CUESTA GÓMEZ – SIN TÍTULO Un plan detallado, con una ejecución estrictamente meticulosa. Salió del trabajo a las ocho en punto, como siempre. Lo seguí hasta su casa, donde su novela favorita seguía en su sitio, pero con un detalle en su interior. Cuando lo vio, me sentí orgullosa: su cara era de auténtico pavor. Tendríais que

haberla visto. Mientras estaba en shock, cerré la puerta y desenvainé a mi querido compañero de viaje, mi bien más preciado, el cual dejó unos preciosos surcos en su cuerpo esbelto. Atado de pies y manos no parecía tan valiente como antes. Mientras acariciaba su piel con el filo de mi arma, su vello se erizaba, una imagen cuando menos graciosa ante tan grotesca situación. Sangre y vísceras por todas partes. El paraíso. La hora de la venganza había llegado. Años planeando este momento habían dado su fruto. Al fin, volveré a conciliar el sueño.

917. MARÍA FERNÁNDEZ–TRUJILLO REY – SIN TÍTULO Cuando ven el cuerpo inerte tendido en el asfalto, montan el cordón policial de forma rápida y precisa. Aunque la primera corazonada es un suicidio, poco dura cuando se hizo patente que parte del cráneo había volado a causa de una bala. La pregunta flota en el aire, ¿quién era capaz de hacer eso y salir impune? Nadie se explica cómo alguien ha podido entrar en la comisaría y matar a un compañero; o peor: el asesino es uno de ellos. No hace falta recordar que el teniente Pérez no era muy querido entre sus compañeros, pues corría por boca de todos sus excesos de poder. Alguien de Asuntos Internos le protegía, pero nadie sabía quién. El sargento los llama a reunión. Todos se muestran inquietos mientras los mira, impasible. Pero son sorprendidos al escucharle decir: «Nadie debe saber nada; Pérez se ha suicidado y, por tanto, no vamos a buscar a ningún asesino». Intercambian miradas en silencio, y nadie se atreve a contradecirle. Algunos sonríen, pero todos están contentos.

918. MARÍA GONZÁLEZ HUERTAS – LE MATÉ PORQUE ERA MÍO Esven, un chico normal que asombra a todos por sus notas en la universidad, desaparece de la faz de la tierra. Nadie sospecha de nadie hasta que su novia Caroline hace algo que levanta suspicacias: entra en su casa, coge su portátil y se descarga unas fotos algo comprometedoras. En esas fotos sale con su profesora de Química en la cama, ligeros de ropa. Al cabo de unos días, la profesora aparece muerta en extrañas circunstancias en el apartamento de retiro. El chico tendrá que confesar a la novia por qué se lio con su profesora; si no, también morirá.

919. MARÍA GONZÁLEZ PAYANO – NEW YORK SKY En las sombras de las calles de Nueva York, mil y un peligros se ocultan. Esta ciudad puede ofrecerte todo lo que deseas y, al mismo tiempo, ser de lo más despiadada. Pero para mí y otros tantos neoyorkinos es nuestro hogar, es parte de nuestro ser. Como inspectora de policía, he prometido defender y proteger a sus ciudadanos, no solo por ser mi trabajo, sino por ser el destino que he escogido. Cada día llegan nuevos casos de homicidios,

donde encontrar al culpable y hacer justicia es el único consuelo que les queda a aquellas personas que, como yo, han perdido a alguien que amaban.

920. MARÍA NEIRA FERNÁNDEZ – SE SUBE EL TELÓN Al principio, solo había niebla, todo era blanco y mudo. El paisaje de la muerte. Así empezó aquella fría mañana de septiembre. Le gustaba mirar por la ventana mientras tomaba el desayuno. Se disponía a recoger cuando sonó su teléfono; al colgar, se dio cuenta de que estaba temblando. Habían encontrado el cadáver de una adolescente en un pequeño cobertizo. Llegó a la escena antes de las nueve de la mañana; la visión no podía ser peor. Habían maniatado a la chica, y estaba claro que la causa de la muerte habían sido los múltiples cortes que presentaba por todo el cuerpo: la sangre lo cubría todo. Sin embargo, eso no era lo peor, a la víctima le habían sacado los ojos, que reposaban en un pequeño cenicero lleno de colillas; se fijó en que una todavía humeaba. Y no era lo único que hallaron en el lugar: en la mano de la víctima, arrugado y empapado en sangre, había una pequeña hoja de papel. Un escalofrío le recorrió la espalda: Volvemos al juego: o me cazas o te cazo.

921. MARÍA OSTOS – SENTIMIENTOS ENCONTRADOS «¡Escóndete allí, detrás de la cortina! Y no salgas escuches lo que escuches... ¡Te quiero!». Esas palabras y su rostro surcado de lágrimas fueron la imagen que le perseguiría el resto de su vida hasta encontrar consuelo en la venganza. Corrió a esconderse tras la gran cortina del final del pasillo y, cuando los gritos cesaron y el silencio se apoderó del lugar, lo sintió acercarse. Pudo percibir el olor a sangre y horror que desprendía cada poro de su cuerpo mezclado con aquella fragancia que le resultaba tan familiar. Lo sintió frente a él, observándolo, sin darse cuenta de que sus cordones desabrochados asomando por debajo de su escondite lo delataban. Se impuso entre ambos un duelo de miradas y sentimientos contrapuestos, separados todavía por la fina tela, y transcurridos unos segundos que le parecieron una eternidad se marchó de allí..., dejándolo con vida, sabiendo que pasara lo que pasara nunca se arrepentiría de ello.

922. MARÍA PALOMINO CORTADELLAS – ¿SUEÑO O REALIDAD? Notaba mi pulso acelerarse. Veía mi obra de arte: el pecho de esa mujer abierto en canal. Pude ver los últimos latidos de su corazón; en un principio, eran rápidos, agitados, bombeando sangre a presión y poco a poco se fue ralentizando. Era tan bello ver tal fenómeno... Su último aliento de vida era algo tan preciado... y era lo que más me gustaba arrebatar. Pasé las yemas de mis dedos por sus mejillas para quitarle las lágrimas, empezaban a enfriarse. Ella es perfecta. «Tengo poco tiempo», pensé. La cogí en brazos y la senté en el banco del medio de la plaza. Le dibujé una sonrisa en la cara con

pintalabios rojo y le cosí los párpados para mantenerlos abiertos. «Hasta pronto», y me fui. —Despierte, es hora de su medicina —oí la dulce voz que últimamente acostumbraba a despertarme. Me encontraba en una sala vacía, en una habitación toda blanca. Destacaban la ventana con rejas y la puerta cerrada desde fuera. Mi ropa sin ningún complemento. ¿Soñando con la primera vez que maté? Sí.

923. MARÍA POZO – EL JUEGO NEGRO Sevilla, 5:07 de la madrugada. Sonó mi móvil y me levanté sobresaltada, era de la comisaría centro. —Soy Nora, cuéntame. —Soy García; se ha producido un crimen en Puerta de Jerez: un cuerpo ha aparecido flotando en la fuente. —Voy para allá. Me vestí corriendo, no me dio tiempo siquiera a tomar un café para espabilarme, tenía que llegar antes de que lo hiciese Criminología y dejara todo aquello patas arriba. Cuando llegué al escenario del crimen, me encontré con la forense. —Cris, ¿qué tienes? —Me dirigí hacia ella. —Las heridas en su cara reflejan la paliza que sufrió antes de morir; además, este agujero de su camisa parece una herida de arma blanca. Supongo que arrojarían el cadáver al agua para eliminar algún tipo de huella. —Gracias, Cris. ¿Habéis podido identificar el cuerpo? —Michelangelo Falconi, empresario italiano de treinta y nueve años. Basaba su vida en drogas, prostitución y juegos —dijo Javi, un psicólogo aburrido que me acompañaba a todos los sitios.

924. MARÍA RUBIO JIMÉNEZ – EL SOFÁ Era una noche como cualquier otra, una fría de invierno, de esas de quedarse en casa en el sofá. Pero Sara sabía que para ella no había sofá esa noche, ni en unas cuantas. Cuando se calmó un poco, decidió que lo mejor sería ir a ver a John; él sabría qué hacer. Con esta idea en mente, se puso lo primero que vio en el armario, dejando la ropa manchada y ensangrentada en una bolsa. Tenía que deshacerse de esa ropa o, si no, todo habría acabado más pronto aún. ¿Cómo había dejado que pasase esto? Ella era lista y nunca se metía en problemas. Pero esa vez fue distinto y no podía hacer nada para cambiarlo. Una vez preparada, cogió la bolsa con la y se sentó durante un minuto en el sofá. Sabía que nunca más se volvería a sentar en él.

925. MARÍA SÁNCHEZ PARENTE – LA CRIADA Su madre le había mandado que limpiase la plata. Era lo que más odiaba

del mundo. ¿Por qué no lo hacía la criada? Después recordó. Suspiró para aplacar su frustración. Luego frotó para satisfacer los exigentes deseos de su progenitora hasta que los tonos opacos y oscuros dieron paso al brillo y resplandor. Satisfecha, cogió una jarra de agua y salió al jardín a regar las rosas recién plantadas. Justo donde estaba enterrada la criada. A la que habían asesinado la semana pasada por no limpiar bien la plata.

926. MARÍA SANTOS LÓPEZ – LA DAMA VENGANZA Un día lluvioso en la ciudad de Nueva York; una joven de diecinueve años, Irene Chambers, salía del instituto en dirección a su pequeña agencia de detectives adolescentes. Era una joven bastante alta, de cabello castaño y ojos marrones, su carácter era el de cualquier chica de su edad, pero desgraciadamente había quedado huérfana diez años atrás, presenció el asesinato de sus padres con apenas nueve años. Ese mismo día, asistió a una fiesta en la que coincidió que ese hombre estaba invitado, pero no la había reconocido. En ese momento, hubo un gran apagón y se oyó un estrepitoso grito femenino; al volver la luz, un cadáver apareció en el suelo desangrándose. La mujer que gritó mencionó nerviosa que había caído del piso superior. Al acercarse la joven detective, examinó el cuerpo con ayuda de su acompañante y forense de la Policía, Henry Cruz, que era bastante guapo.

927. MARÍA VALDÉS – SIN TÍTULO Esa mañana, se arregló más de lo habitual, el día lo merecía. Besó a su mujer y encendiendo su primer cigarrillo sonrió al pensar en su agenda. Empezaba con una cita en la empresa con la directora comercial y sus interminables piernas. Hacía meses que las reuniones tenían un incentivo extra. Reservó mesa para comer con su secretaria en el restaurante junto a su despacho. Anticipándose, ayer dejó preparado el vino para su postre especial. Lo más duro del divorcio era no estar con su hija. Había aprendido la lección: las mujeres pueden conocerse en sitios inesperados. Hoy era su tarde y quizás, al dejar a la niña y desplegando su encanto, recordaría viejos tiempos con su ex. Para cuando llegó a casa tenía un nuevo propósito. Le relajaba fumar acompañado, pero esa maldita tos acabaría con él. Las cuatro mujeres rodeaban su féretro. Apenas cruzaron miradas al encontrarse en la sala de fumadores. Demasiadas horas. Nadie encontró la ricina en su sangre ni se supo jamás del cigarrillo mortal.

928. MARÍA ALCARAZ MAYO – SIN TÍTULO Lo único que se escuchaba en el corredor era el ruido sordo de las suelas de goma de sus mocasines contra el suelo y las respiraciones entrecortadas atrapadas en la oscuridad. Se alisó la falda mientras caminaba. Los pasos no anunciaban su llegada, pero estaba segura de que ella ya se habría dado cuenta

de que estaba allí. Respiró hondo y escuchó los muelles de una vieja cama en la última celda, la única que seguía iluminada. Cuando llegó, entrecerró los ojos para que no le molestara el brillo y esperó. Ella, con su melena rubia impoluta, se dio la vuelta lentamente y apoyó las mejillas en los barrotes: —Sabía que te enviarían a ti —exclamó en tono burlón. Había vuelto al infierno.

929. MARÍA ARQUES – UN PUENTE EN EL BOSQUE En el puente yacía el cuerpo sin vida del joven agente de seguros mientras Marta se dirigía al pueblo para notificar el suceso. Aunque esto no había ocurrido, alegaría que lo había matado para defenderse de un ataque sexual. Estaba segura de que era el psicópata que había acabado con la vida de seis mujeres, una de ellas íntima amiga suya, ya que había investigado a este hombre durante meses y sabía que tenía relación con todas las víctimas. La luna nueva no dejaba ver nada. Marta corría entre la espesura del bosque cuando de repente alguien la agarró por detrás. Pensó que el asesino había conseguido levantarse y perseguirla, pero no tardó en descubrir que se trataba del guarda forestal de la zona, que la violó, la mató y tiró su cuerpo al río. Sobre el puente, un inocente no volvería a despertar.

930. MARÍA CABALLERO GIL – UNA DIFÍCIL DETENCIÓN Tenían todas las pruebas claras. Habían descartado a los sospechosos principales, solo quedaba Max, que además no tenía coartada; la autopsia desveló que la víctima forcejeó con él antes de que le disparara en la azotea. Se presentaron en el domicilio de Max con la orden judicial y, al identificarse como policías, empezó a disparar contra ellos. Hirió a Carl en una pierna con una bala que atravesó la puerta; los refuerzos estaban preparados cuando ya no les quedaba casi munición. Tres policías mas, armados con escudos, consiguieron echar la puerta abajo y acercarse al asesino, le dispararon con la pistola taser y la descarga le hizo soltar el arma. Finalmente, le detuvieron y llevaron a declarar, no fue fácil sacarle la confesión, pero al agente BKevin no se le resistía nadie. Las pruebas de balística confirmaron que su arma fue usada en el asesinato, que unido a las pruebas anteriores le declaraban culpable. Consiguieron cerrar el caso con su declaración y posterior juicio.

931. MARÍA CASEIRO – CUATRO Tenía la maldita costumbre de esperar a que el teléfono sonara cuatro veces antes de contestar: uno, dos, tres, cuatro... El motivo no lo sabía. Supongo que el número cuatro siempre estuvo muy presente a lo largo de mi vida. Allí donde fuese, ahí estaba, esperándome. Toda mi vida supuse que era una coincidencia, una broma del destino, que jugaba conmigo como un niño con un cochecito de juguete. Sí, toda mi vida, hasta las 4:44 del 4 de abril del

2004. Aquel número dictaminó mi sentencia de la forma más fría posible cuando yo estaba cruzando la calle. Una luz, un ruido y, de repente, nada. Comprendí que esas pequeñas coincidencias de la vida siempre tenían un significado; en mi caso: la muerte.

932. MARÍA CRESPO CUTRÍN – COLECCIONISTA DE MUERTES Cuenta la leyenda que, cierto día de lluvia, un cadáver destrozado, literalmente, apareció enfrente de la catedral de Santiago de Compostela. La leyenda no debe de ser cierta, ya que apareció mucho antes de haberla construido, según dicen. El caso es que el cadáver, putrefacto y mohoso, estaba dividido en tres partes: cabeza, tronco y genitales. Según los forenses, después de haber analizado la tercera parte, se decidió que era un varón adulto, aunque no estaba muy claro. No pudieron localizar a la familia y lo enterraron por su cuenta en un pequeño cementerio de Lestedo, Boqueixón, A Coruña. A los dos días del entierro, se empezó a correr la voz por el pueblo de que aquel hombre no tenía identidad. Un día después, el cadáver desapareció, y no se supo más hasta finales del 2014. En diciembre, encontraron muchísimos esqueletos de diversos cadáveres de mil años de antigüedad, y otro de hacía tres... el supuesto coleccionista.

933. MARÍA DE LOPE – SU CUELLO, SU VIDA, EN MIS MANOS Tenía su cuello en mis manos. Con un simple movimiento, seco y certero, podría, si quería, cercenárselo. Él parecía no darse cuenta; su cara no expresaba ningún temor. Me miraba a los ojos, supuestamente tranquilo, y yo le devolvía la mirada aparentando la misma tranquilidad, aunque un ligero temblor me delataba. Sin premeditación, volvió el pensamiento envenenado... «Le tengo en mis manos, su cuello está ahí, ofreciéndose, susurrándome: haz lo que quieras conmigo». Mientras su yugular, expuesta y frágil, latía a un ritmo acompasado, imaginaba la sangre saliendo a raudales por el corte que yo misma le había infligido, un corte perfecto, de un solo tajo. Imaginaba su mirada en ese instante, ¿sería de estupor? Imaginaba la mía... ¿de qué sería mi mirada?... Sería una mirada de: ¡Lo he hecho! No sé cómo, ¡pero he sido capaz de hacerlo! O más bien sería de: ¿Cómo he sido capaz de hacerlo?, ¿por qué?, ¿por qué lo he hecho?... —Cariño..., ¡¡ehh!! Cariño..., ¿ya has terminado de afeitarme?

934. MARÍA DE SIMÓN – TROMPETA DE OTOÑO Todavía quedaba una pequeña mancha en la trompeta. La frotó hasta que desapareció, con cuidado de no rayar el metal. Había tenido mucha suerte de no dañarla con los golpes. Guardó el trapo, antes blanco, en el maletín donde tenía todo su material y sacó la gasolina. Oh, sí, ese iba a ser un buen fuego. Mientras iba echando a la parrilla los trozos de su vecino, se le venían a la

cabeza las imágenes del último concierto que había disfrutado aquel cascarrabias. No debería haberse quejado. Sonrió al recordar la mirada de sorpresa del anciano cuando empezó a tocar para él. El crujir de unos pasos sobre las hojas secas interrumpió su concentración. Había un perro detrás de él moviendo alegremente el rabo. A su lado, una chica sujetaba la correa con una expresión de horror en el rostro. Suspiró. ¡Qué inoportuno! Acababa de limpiar la trompeta...

935. MARÍA FERNÁNDEZ MILLÁN – MEMORIAS DE UN ASESINO ¿Somos malvados desde que nacemos? ¿Existe alguna predisposición genética que nos haga elegir el bien o el mal o es algo que adquirimos de manera externa? En mi caso, creo que ha sido una mezcla de los dos factores. Descubrí a muy corta edad que me gustaba ver cómo sufrían mis vecinos y amigos. Mi primera víctima fue especial para mí. La pequeña y tierna Amy; disfruté notando cómo temblaba su cuerpecito bajo el peso del mío. Siempre he sido bastante corpulento. El segundo fue Ted; no soportaba su voz chillona, así que una noche le callé para siempre. Después fue la coqueta Ava; tenía unos preciosos ojos azules, y disfruté sobremanera viendo cómo se apagaba la vida de esos ojazos. A lo largo de este tiempo, fueron muchos más, tantos que al final perdí la cuenta, aunque nunca sospecharon de mí, el viejo y gordo Carl. Ahora ya solo quiero descansar mientras espero a que llegue mi fin, tumbado tranquilamente al sol..., como nos gusta hacer a los gatos.

936. MARÍA GALLEGO – FIESTA Noches de vino y rosas las llamaron. Noches de sadismo más bien. Había un momento imperceptible en la velada en la que todo se tornaba oscuro y cruel. Ella insistía en ir, y yo la amaba tanto que me dejaba llevar, a pesar del terror que me producía. Temía aquel instante en el que la locura se apoderaba de ellos, se despojaban de la ropa, la cordura y mostraban su lado más perverso. Siempre me embargaba la misma duda. Y si le decía que no, ¿sería capaz de ir sin mí? No tenía valor para averiguarlo, así que agachaba la cabeza incapaz de oponerme a sus deseos. Aquella noche la locura o las sustancias que consumieron les llevaron a la barbarie. Aquella noche, el olor a sudor se mezcló con el olor de la sangre. Y la extraño cada segundo del día, pero a la vez respiro con alivio y osadía. ¿Usted lo entiende, doctor?

937. MARÍA GIL–TORESANO FERNÁNDEZ – LAS HUELLAS DE LA MUERTE Ya eran siete los casos con el mismo patrón: aparece en su domicilio una persona muerta a causa de finísimos y profundos arañazos en la carótida, simulando los de un gato, mientras la casa se encuentra llena de huellas de un gato persa negro, que pertenece a la víctima. El asesino tenía una gran fijación

por esos animales de tez oscura. La detective Fernández hizo un gran trabajo cuando, entre todas aquellas huellas de gato, encontró una huella parcial. «¡Bingo!», gritó. Pertenecía a Holgado, denunciada por agresivos comportamientos a raíz de que alguien entrara a su apartamento y descuartizara a su pequeño gato. Holgado no dudó en admitir su culpabilidad, mientras lágrimas de sangre se desparramaban de sus ojos detallando con ira la venganza que había llevado a cabo desde que algún indeseable le había despojado de lo único que amaba en su vida: su gato Michigan.

938. MARÍA HERNÁNDEZ BAJÉN – LOBOS La noche había caído sobre la capital, oscura y sin estrellas, como un negro manto. En un callejón estrecho, la luz de una farola titilaba, como queriendo desaparecer entre la bruma, al igual que la mayoría de los habitantes de aquella ciudad. Solo los lobos salían de noche, y aquellos que los cazaban. Sobre el suelo mojado había un cadáver, había sido colocado con inmenso cuidado, casi con cariño; una rosa descansaba en sus manos. La detective Jones se agachó sobre el cuerpo; un escalofrío recorrió su espalda, parecía que estaba durmiendo, pero ella sabía mejor. —Está donde nos dijo —afirmó al aire. Jones suspiró, la asesina estaba entre rejas, pero ese último cadáver era como una espina que se clavaba en su corazón. Si hubieran llegado antes... Era ese «si» lo que la carcomía por dentro. Jones se levantó, puede que ya no pudiera hacer nada por él, pero había otras personas a las que salvar. Sin una palabra, se adentró en la bruma, dispuesta a cazar a todos los lobos que la noche ocultara.

939. MARÍA HERNÁNDEZ DE LA VEGA – DE NUEVA YORK James, Simone James. Así se llamaba. Era amable pero reservada; decidida, pero siempre se paraba a pensar... Era una policía de Homicidios de España, pero, como en España no hay tantos asesinatos, no tenía mucho trabajo. Un día, llegó una llamada avisando de que había uno. «¡Por fin!», pensó ella. Pero, guapa, no te emociones, porque todo el mundo tiene sorpresas que mostrar. Llegaron a la escena del crimen, y vio al forense, un buen chico. Habían empezado una relación, intentando que nadie la descubriera, pero se notaba por las pequeñas miradas que se echaban. La mujer, de unos cincuenta años, tenía una corona hecha con lápices. Estaba vestida como si fuera la Estatua de la Libertad. Los lápices formaban la corona de siete puntas. Simone sabía lo que eso significaba. Le gustaba aquella ciudad. Llegaron a la comisaría, no había nadie. Siempre solía estar vacía y sola. Encontraron a la mujer, se llamaba Claudia Perdomo López. James sabía que no iba a ser un asesinato fácil de resolver...

940. MARÍA HERRERAS ORDÓÑEZ – ARPEGIO CORONARIO Plena dedicación expresada en caricias recorre el instrumento al estar en mis manos. La armonía me lleva al límite; viajo a través de la irrealidad. Ha sido demasiado esta vez, todo se tiñe de líquido fuego. Con la culpabilidad a flor de piel, bajo la vista y me acuerdo de ella, de cómo jugaba con su propio dolor jurándose odio eterno. Aprieto las cuerdas encarnando el frío metal en las heridas abiertas y una lágrima cae sobre mi mejilla; vivo enamorado de su desprecio.

941. MARÍA ORFILA DEL HOYO – PELIRROJA Me encuentro sentada en su sofá, y ella, tumbada sobre un lecho de sangre. Ella, la Pelizorra, como la apodaba por su pelo teñido de rojo, estuvo dos años intentando ligar con mi novio, en mis narices, como si yo no valiese nada, y no podía permitirlo. Aguardé años para vengarme. Le seguí la pista, acechando en las sombras, esperando mi oportunidad, hasta que hoy me colé en su casa. Cuando entró y me vio, supo lo que iba a pasar. Vi el terror reflejado en su cara de porcelana, y cómo lo disfruté. Intentó escapar, pero la bloqueé atacándola con un taser. Se quedó tumbada en el suelo, temblando por el efecto de la corriente, pero no me dio pena. Entonces, me agaché y le corté el cuello. Y aquí estoy, observándola exhalar su último aliento. Cuando todo termina me levanto, y diciendo: «Ahora sí eres pelirroja natural», cierro la puerta. A continuación, me dirijo a mi comisaría con la certeza de que este crimen nunca se resolverá.

942. MARÍA ROS – LA ALFOMBRA PERSA Nada más entrar en la habitación, algo le huele raro. Si tan solo pudiera encontrar la luz. ¡Maldita sea! ¿Qué hay en el suelo? Ha crujido, mala señal. ¡Bah! Seguro que puede pegarse de nuevo, y si no ya comprará otro. Meter la pata nunca ha sido un problema, el dinero arregla cualquier cosa. ¡Que le pregunten a Al Pacino! A tientas en la pared descubre el interruptor. Al fin. Arriba y abajo. Nada. Con un bufido avanza a oscuras. La puerta del despacho está entreabierta. Al final de la estancia, el fuego crepita, se consume. Y las orejas del sillón de terciopelo siguen alerta, cual vigía, de espaldas a la puerta. Hay algo que no encaja. La preciosa alfombra persa que le compró ha desaparecido. Decidido, avanza. A la altura del escritorio de pronto vislumbra una delicada mano en el suelo, encharcada. Sigue con la mirada el reguero de color oscuro y se la encuentra, como un despojo, aferrada al collar de perlas de la abuela. Las flores caen al suelo; ya no necesita las disculpas.

943. MARÍA AMELIA PRADO NORIEGA – EL TENIENTE SOÑADOR Ni pruebas de ADN ni GPS ni nada moderno; el instinto de los veteranos policías dejaría en ridículo a esos jovencitos presuntuosos. El

teniente Rando llegó en solitario al viejo almacén en que se oyeron los disparos y lamentó su estado de forma, demasiado Jack Daniels y demasiadas hamburguesas, pero se redimiría de una vez. Vio a Nori Smith, el famoso ladrón de bancos y a toda su banda, los detuvo sin hacer un solo disparo. Al llegar a la comisaría, la inspectora Kathy le besó apasionadamente... Se sentía envidiado. Por fin se acabaron los malos tiempos. Por fin era un héroe públicamente; por fin... sonó el maldito despertador. «A veces, la vida es mejor soñada», pensó en voz alta mientras se levantaba en el destartalado apartamento en que vivía en White Stones Street. La foto de Kate le hizo soñar despierto y ¿quién sabe? Quizás algún día...

944. MARÍA AMPARO CANTÍN SANZ – MALA MEMORIA Las doce de la noche y yo sin cenar. Encima hace calor y la humedad se me pega a la piel como un pañuelo mojado. Espera, ¡alguien sale! Cuatro horas de plantón puede que hayan valido la pena después de todo. Me han encargado seguir e identificar al sospechoso; entro en acción. Salgo del coche con sigilo y sigo a la figura nocturna que se adentra en la oscuridad más profunda de la ciudad. Está claro que tiene prisa, es como un fantasma sigiloso que va derecho hacia su objetivo. Entra en un hotel, sigo sus pasos, no hay luces, ¿qué pasa aquí? Un foco se enciende. Mis ojos tardan unos segundos en reaccionar... Cuando lo hacen, tienen ante sí a una bella mujer que se despoja de su gabardina sensualmente y me invita a sus brazos. Sigo sin verle bien la cara; espera: ¡es mi mujer! Feliz aniversario, cariño...

945. MARÍA ÁNGELES MERINO MOLINA – LA GRABACIÓN Un profesor saca una botella de agua con la ayuda del reponedor, se dirige a la sala de vídeo para preparar su próxima clase y se encuentra un cadáver en el suelo. Llama a la policía y esta comienza una serie de interrogatorios. Es sospechosa una amiga que se estaba viendo con el novio de ella y era la propietaria de la chaqueta que había junto al cadáver, y también un compañero muy rebelde de clase. El detective y el profesor del instituto se dirigen a la sala del crimen y encuentran una cinta de vídeo debajo de una baldosa. El profesor reconoce al asesino del vídeo porque es el encargado de reponer las máquinas expendedoras. Ellos ven en las grabaciones de las cámaras al asesino escondiendo la cinta en la máquina y a la chica sacando una lata de coca cola que desprende la cinta de la máquina. El asesino fue condenado por el asesinato de su familia y la niña.

946. MARÍA ÁNGELES MONTÁVEZ BESTARD – ASESINATO EN LA OSCURIDAD El café se enfriaba olvidado en la mesa. La luz alargaba sus figuras, volviéndolas monstruosas y terroríficas. El reloj marcaba el paso del tiempo,

sin parar, siendo olvidado por las personas que ocupaban la habitación. El humo inundaba sus pulmones, tranquilizando su pulsación. Necesitaba poner en orden todos sus pensamientos, todos los datos que había recopilado durante los últimos meses. Personas desaparecidas. Personas secuestradas. Personas olvidadas. La carpeta estaba abierta sobre la mesa de metal, pero sus ojos cansados miraban más allá de aquellas cuatro paredes. Buscaban una respuesta lógica, una respuesta que se resistía. Nadie había dormido en días, sus cuerpos estaban cansados, pero todos sabían que la culpa era suya. Esa persona que lograba hacer desaparecer a los demás sin dejar rastro, de esconder sus cuerpos y dejarlos perdidos en el olvido. Llevaba años trabajando desde la oscuridad, hasta que se descubrió. ¿Por qué? Nadie lo sabía.

947. MARÍA ANTONIA GARCÍA LIZCANO – LA ASESINA DE HOMBRES Era una mujer muy guapa, que fue violada, lo que la traumatizó. La convirtió en una mujer que odiaba a los hombres. Los conquistaba en los sitios más concurridos, se iba con ellos y los asesinaba. Eso la convirtió en una asesina en serie: la llamaban la Asesina del Hotel. Tras dejar tantas pruebas, Rick y la inspectora la descubren. Ella se comporta fríamente y solo responde: «Se lo merecían».

948. MARÍA AURORA CANO VAQUER – VENGANZA Entonces desperté de aquel extraño sueño, pero ¿dónde estaba? Se extendía ante mis ojos una penumbra que no denotaba nada bueno. Entonces lo recordé: alguien importante para mí había muerto y sabía que debía hacer algo para impedir que nadie más sufriera; no obstante, aunque me esforzase mucho por recordar, no sabía quién había muerto y, lo más importante, no conseguía recordar quién era el asesino. Al salir de aquella extraña habitación donde estaba preso, me encontré en la casa de mis padres. Corrí por todo el domicilio en su busca y los encontré estirados en la cama y, al fin, me pude relajar. Pero algo extraño había en aquella estancia... No se oía ninguna respiración. Alcancé la mano de mi madre y le tomé el pulso, lo mismo con la de mi padre, en las dos obtuve el mismo resultado: manos frías y sin pulso. Y ahí recordé por qué estaba encerrado en aquel cuarto y quién era la autora de aquella masacre. No cabía duda: Leila había acabado con la vida de mis padres en busca de venganza.

949. MARÍA BELÉN RACEDO – SIN TÍTULO Esta vez le mordí el cuello. Sus quejidos aumentaron vertiginosamente y, de repente, una fuerza descomunal me surgió de las mandíbulas y desgarré esa piel insípida y pestilente a perfume barato. Su vida se fue apagando, y sus

brazos inmóviles me rodeaban los hombros como si fuera una araña gigantesca que atacaba para defender sus huevos. Recogí mis cosas con lentitud; había gastado mucha energía y ya era tarde. Lo dejé en posición fetal, me pareció una forma de tratar de devolver ese cuerpo al polvo del espacio y, en ese charco de sangre, hasta parecía bailar algún tipo de danza india que imitaba a un chimpancé enorme cuando salta. Sigilosamente, aunque en ese edificio de mala muerte no había movimientos inesperados (solo vivían tres personas y todas eran o drogadictos o alcoholicos), hice pantomima de paranoide persecución y, al salir a la calle, ya a unos doscientos metros, me reí de mi acción; nadie me había visto, ya lo sabía.

950. MARÍA DE LOS ÁNGELES FRANCO BERNAL – SOÑANDO JUNTAS Laura, escondida y asustada, oyó cómo mataban a su hermana. Tantos años soñando juntas cómo serían sus vidas una vez acabaran la universidad, esfumados en cuestión de minutos. La policía nunca averiguó quién fue el asesino; es más, ni siquiera hallaron pruebas, solo el testimonio de Laura. Años más tarde, tres para ser exactos, en la universidad, el día de la graduación del último curso, Laura recibió un mensaje de texto de un número desconocido: ¡Estoy muy orgulloso de que hayas llegado hasta aquí! No entendía nada; creyendo que sería otro compañero de clase felicitándole por la graduación, respondió: ¡Gracias, felicidades a ti también! Laura estaba esperando junto a sus compañeros a que mencionaran su nombre, cuando de repente se desmayó. De fondo, se escuchaban gritos que desgarraban gargantas y lo que parecía gente ahogándose; los que podían hablar decían: «¿Qué has hecho? ¿Por qué lo haces? ¡Laura! ¡No, por favor!».

951. MARÍA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ GARCÍA – SILENCIO El silencio de después es algo que hay que saber apreciar. Toda esa quietud y tranquilidad después de un momento lleno de adrenalina y descontrol. Siempre hay un momento en el que todo a tu alrededor parece un poco caótico, pero, en realidad, está cuidadosamente preparado. Las flores encima de la mesa, la ventana que no recuerdas haber dejado abierta y la ropa cuidadosamente colocada sobre la cama que estás segura que no pusiste ahí. Ese momento es en el que el pánico empieza a aflorar lentamente. Es ahí cuando el pensamiento racional se va haciendo a un lado, dejando hueco a los instintos animales. Entonces, te giras y ves que la puerta del baño no está del todo cerrada. Coges lo primero que encuentras y vas hacia allí. Es un error común, lo reconozco, hacernos los valientes frente al peligro. Cuando te quieres dar cuenta, estoy detrás de ti. Me miras con desconcierto porque no me reconoces; es obvio. Me encanta ese último momento de terror en tus ojos. Y entonces, silencio.

952. MARÍA DEL CARMEN GARCÍA DOMÍNGUEZ – UN MUERTO EN MI FELPUDO Un caso más resuelto; Rick y Alex, se dirigen a su casa. —La verdad, nunca pensé que podría ser la mujer; parecía tan inocente —dice Rick. —Ya, y eso sin olvi... Papá, mira. Un cuerpo yacía en la entrada de la casa de Rick. —Parece un suicidio —comenta Rick. Un agujero de bala le atravesaba la frente. En una mano, la pistola; en la otra, una foto de su familia. —Papá, no toques nada —le advierte Alex. Sin hacer ningún caso, Rick le da la vuelta. Encuentra unos cortes no muy profundos, hechos, posiblemente, antes de efectuar el disparo mortal. Parecía tener forma de triskel, un símbolo celta usado como talismán para aliviar la fiebre y curar las heridas. En ese instante, Rick vislumbra una sombra al fondo del pasillo; al llegar, desaparece. Alex le avisa de un importante hallazgo. —¿Qué pasa, Alex? —pregunta Rick. —Debajo del cuerpo he encontrado una nota: Nadie toca a mi familia. De pronto, se escuchan las sirenas de la policía y Kathy aparece.

953. MARÍA DEL MAR ANTÓN MARTÍN – EL PUÑAL Cuando Adela vio el puñal por primera vez, no se sorprendió. Estaba acostumbrada a ver objetos de lo más extraño en la tienda de antigüedades de Antonio, su marido. Lo desconcertante fue encontrarlo enterrado en el jardín de su casa, mientras excavaba para plantar un nuevo árbol. ¿Quién y por qué había enterrado un puñal en su jardín?, se preguntaba con temor. Un ruido le despertó de su ensoñación. Antonio, siempre tan formal y previsible, regresaba del trabajo como todos los días, a la misma hora. Adela tuvo un impulso y, sin pensarlo, agarró con fuerza el arma entre sus manos, miró fijamente a los ojos de su marido y enrojecida, mostrándole el puñal, exclamó: —¡Me gustan los chicos malos! Antonio le devolvió la mirada. Un brillo intenso, desconocido, casi demoníaco, apareció en sus ojos. Adela sintió un escalofrío y supo entonces, con certeza, que algo nuevo nacía en sus vidas.

954. MARÍA DEL PILAR HERRERO MARTÍNEZ – NUESTRA BODA, SU FUNERAL Para nada me sentía una asesina; a pesar de haberle ofrecido un brindis tras un coito no muy largo con la tentación de la prohibición: uno, no ver a la novia antes de la ceremonia; y dos, hacerlo en los aposentos de la catedral. No pude evitar agarrar como pude la falda de mi vestido blanco, arrodillarme ante él y besar por última vez sus labios rosados. La parte masoquista de mí aún

parecía querer amarle. —Me enamoraste, me llevaste como gusano de seda que poco a poco va creándose mariposa robándome la calma. Pero algo ha cambiado y no titubeé en poner cianuro en tu copa. Esperé que las palabras fuesen con él allá donde vaya el espíritu, y como si fuese su repuesta inmediata, el vaho de su boca me pareció por vez primera el de un muerto helado. Muchos creen que se suicidó; mi suegra fue la única persona que relata haberme visto viva, con mi vestido de novia a las doce en punto, ante la magnífica puerta por donde se supone que saldría de la mano de mi esposo.

955. MARÍA E. MÁRQUEZ TORO – UN HOMBRE LOBO RABIOSO Andrés Martínez murió la noche del 31 de octubre. Un testigo presencial vio a la víctima perecer a manos de un hombre lobo. La madre contó que había estado trabajando para el capo de una banda, César Castro. Él explicó que eran amigos, que lo consideraba un hijo. El capo comenta que si el padre se hubiera enterado de la relación que tenía con él se habría enfadado, porque era muy severo con su hijo. Interrogan al padre y descubren que conocía la relación. Empieza a enfurecerse y a mostrar signos de ira. El padre confiesa que en un ataque de ira y de rabia salió disfrazado para vigilar al hijo y, al verlo con el capo, enfureció y le clavó un cuchillo a su hijo en la espalda.

956. MARÍA ISABEL GARRIDO CURES – LECHO DE CRISTAL —Pensaba que la caída bastaría —dijo él, mirando hacia la ventana por la que la había empujado. —Bueno —sonrió, y se le formó un hoyuelo junto a la boca—, con tantos cortes y cristales uno más ni se verá. Se agachó a su lado y hundió una navaja en su cuello. Varias horas después, un desconocido se acercó corriendo a los agentes. —Vosotros me habéis llamado —les dijo cuando lo sujetaron—. Soy su contacto de emergencia. —Henri Chasseur lo miró e hizo un gesto para que se acercase—. Soy Jean Tisserand, psicólogo —se presentó, mirándola. —Cielo santo, finalmente lo ha hecho —murmuró—... Ya lo había intentado antes, pero pensaba que podría ayudarla. Apretó los labios y se dibujó un hoyuelo en su mejilla izquierda. Henri volvió a mirar el cuello de la chica y frunció el ceño. —Cuando un cristal forma un corte así de profundo, es casi imposible que salga solo. —Si puedo... ayudar en algo —dijo Jean. El inspector Chasseur asintió con la cabeza. —No se quede muy lejos.

957. MARÍA ISABEL ROMAGUERA CERVERA – INFLEXIBLE El fiscal leyó un anónimo: «Yo he planeado la muerte de Joe S. y usted lo hizo posible. Pidió una receta extra de morfina, conseguí que sus huellas estuvieran en la caja y en el vaso donde se mezcló con el zumo. Yo puse la morfina en el zumo, no dejé huellas. Joe le dio el zumo a su mujer Mary, enferma terminal y heredera de una gran fortuna. Murió. Tiempo antes, Mary donó su fortuna a ONG’s. Joe nunca amó a Mary ni a su hijo no nato; solo amaba el dinero. Acabó en el corredor de la muerte y fue ejecutado hace seis días. Como fiscal, consiguió la condena por el asesinato de Mary. Joe era culpable de la muerte de su hijo. Empujó a Mary por las escaleras; tiempo después, le diagnosticaron leucemia. Esta carta se ha hecho pública esta mañana. Cuando fui a su despacho se negó a ayudarme por falta de pruebas por el asesinato de mi hijo. He conseguido justicia para mi hijo. Saludos, soy Mary. P. D. Me tomé el zumo con una sonrisa, y le di las gracias a mi asesino. Te espero en el infierno».

958. MARÍA JESÚS ARÉVALO JÚLVEZ – UN BAÑO MORTAL Adam era un joven universitario que trabajaba como cuidador del zoo de Alsh para poder costearse la carrera. Era lunes, y como todas las mañanas, nada más entrar al establecimiento, lo primero que hizo fue comprobar que todo estuviera en orden en el estanque de los leones marinos, ya que era la zona que más gente atraía. Al llegar a los alrededores, observó que algo raro estaba pasando, ya que los pequeños leones se encontraban nadando alrededor de lo que parecía una gran bola de masa negra situada en el centro del tanque. Adam se aproximó lentamente, y atrayendo hacia un extremo a los animales con diversos trozos de pescado, se sumergió en el agua para comprobar qué era aquello tan extraño. Cuando logró alcanzarlo, se dio cuenta de que una nube roja lo rodeaba, por lo que movió el objeto misterioso con sumo cuidado, reparando a su vez en que, en realidad, aquella excepcional entidad era asombrosamente el cuerpo inerte de Scott, el jefe de seguridad.

959. MARÍA JESÚS JEREZ JEREZ – ¡NO HAY COMO LEER UN LIBRO! Su mirada picarona lo dijo todo, y Leire no pudo decir «no». Era el tercer cuerpo con una hoja del misterioso libro entre sus dedos. Owen especulaba que era un libro con vida propia que mataba a sus víctimas de un «susto». Owen, jugando con la evidencia, abre el libro y, sin querer, rompe una de las páginas. La mirada de Leire fue fulminante. Sentimientos de enfado y miedo se presentaron casi simultáneamente cuando notó que, al romper la página del libro, se produjo una reacción química, permitiendo leer lo que estaba escrito. Al mismo tiempo, las manos se impregnan de un líquido que las anestesiaba. Pero eso no era todo; al romper la página, se pone en

funcionamiento un mecanismo de muchas agujas minúsculas que bombean aire dentro de las venas de las manos, produciendo una embolia. Esto explicaba la expresión de ahogo y sorpresa. «Un libro, un elemento tan importante para vivir, se volvía un elemento mortal e inexorable para su lector», pensó Owen, mientras notaba los pinchazos.

960. MARÍA JESÚS RODRÍGUEZ – EL MILAGRO INFELIZ Qué bien me encuentro, un día ideal. Las palmeras se mueven con la brisa marina, pequeñas olas mojan mis pies. Y el sol se va. Llamaré a mi padre y le contaré que pronto van a salir las estrellas. En el otro lado del mundo, Hugo recibe una llamada inquietante y dolorosa. Ha aparecido el cuerpo de su hija sin vida, en una fuente de colores. El shock es tremendo. Esta muerte inesperada los deja bloqueados. En la pequeña isla, Rosario sigue disfrutando de su momento interrumpido por una fuerte tormenta, que la deja incomunicada. Su padre llega al escenario del crimen, destrozado e incrédulo. La autopsia confirma que es su hija. Se celebra el funeral bajo un gran dolor. El momento no podía ser más esperpéntico al presentarse su hija viva. La cara desencajada, hay desmayos y llantos. Su madre reconoce que dio a luz a gemelas. Todos enmudecen.

961. MARÍA JOSÉ BLANCO MINGUELA – IDENTIDAD SUPLANTADA Notaba el sabor del pañuelo que había utilizado como mordaza poniéndomelo en la boca. Las lágrimas caían por mis mejillas, al mismo tiempo que luchaba por liberarme de las cuerdas que me mantenían atada de pies y manos. Mi respiración se agitaba momentáneamente cuando mis ojos se cruzaban con los suyos, y el pánico se acrecentaba en mi interior. Era igual a él. Su pelo, sus rasgos..., incluso su voz. El olor a putrefacción del cadáver que yacía a pocos pasos de mí me provocaban ganas de vomitar. Pero era más intenso el dolor que sentía en mi pecho al notar como el corazón se me desgarraba al presenciar aquel atroz asesinato. Lo había matado. Apartándolo de mi lado para siempre porque estaba enamorado de mí. Por eso tal parecido. Por esa razón me había secuestrado. Probablemente, esperaba que lo amase como lo amé a él. Estaba completamente loco y aquella locura me la había contagiado. Pero ya no tenía importancia lo que hiciese conmigo. Jamás despertaría de aquella pesadilla.

962. MARÍA JOSÉ GONZÁLEZ GRUESO – NUESTRA REGLA, NUESTRA LEY Mis amigas y yo somos como una mafia: te odia una, te odiamos todas. Esa es nuestra regla más importante. Mi nombre es Lana, líder de la banda asesina más peligrosa de Italia. Kia, Zoe y Paola son mis amigas; daría la vida por ellas. El hijo de los Cantoni, una rica familia, osó jugar con Zoe y debía

pagar por ello. En eso estábamos cuando la hija pequeña vino a dormir con su hermano. Al vernos, empezó a gritar, despertando a los padres, que no tardaron en llamar a la policía. Kia, Paola y yo acabamos encerradas en comisaría, esperando a la única chica de la banda capaz de burlar los sistemas de seguridad. La celda se abrió, dejando ver a Zoe; salimos de comisaría y subimos al primer coche que Kia pudo arrancar. Ya en la mansión de los Cantoni, Paola le entregó una 9 mm a Zoe, quien subió por la fachada y desapareció tras una ventana. A los pocos segundos, se escuchó un disparo. Alguien ha perdido la vida por atreverse a jugar con una de nosotras; alguien más conoce nuestra ley.

963. MARÍA JOSÉ OLIVERAS VALLEJO – LA PRESENCIA Estoy en casa preocupada, incómoda por algo, no sé, mi perro se levanta, mira fijamente hacia la puerta de la calle y empieza a emitir un leve gruñido, pero algo le hace retroceder. Yo me acerco y le digo que se aparte, miro a través de la rejilla, no veo nada, pero es verdad, siento algo, siento un escalofrío que me recorre todo el cuerpo, ¿qué hago, espero? La sensación de miedo se relaja, pero, de golpe, noto un aliento detrás de mi cuello, un calor húmedo, mi perro empieza a agitarse, se pone nervioso. Me voy al salón y me acurruco, tengo miedo, no puede ser, mi corazón empieza a latir fuertemente, veo una sombra a través de las cortinas, cojo el teléfono rápidamente y llamo a emergencias, hablo de forma entrecortada, susurrando; de repente, alguien se acerca hacia mí, no le puedo ver la cara, mi perro ladra de forma exagerada, voy corriendo hacia la puerta, pido ayuda, nadie me oye, de inmediato noto que me sujetan, no puedo hablar, me han tapado la boca, me tiran hacia atrás...

964. MARÍA JOSÉ PÉREZ – ED Rachel se acercó a la ventana y su mirada se perdió entre las gotas que caían en el cristal. No podía creer que se le hubiera escapado por segunda vez en tres meses, y por un error... ¿Error? Repasó mentalmente una y otra vez cada paso que había dado y no encontraba ninguno. Su compañero había llegado unos minutos después y la encontró inconsciente en el parque. ¿Quizás su error fue ir sola a por él? ¡No! ¡Lo tenía todo calculado! De pronto, lo vio claro... ¿Cómo había llegado su compañero tan pronto? ¿Cómo supo dónde estaba si ella no dijo dónde iba? ¿Por qué? ¿Su amigo y confidente desde que estaban en la academia? Sus lágrimas asomaron y sintió un dolor agudo... sangraba por el pecho. Se volvió rápidamente y allí estaba Ed, mirándola, con su pistola en la mano y lágrimas en los ojos.

965. MARÍA JOSÉ QUINTIAN PALOMO – EL OTRO RICK Rick recibe la visita de una antigua novia del instituto; le pide que

encuentre a su hijo, que lleva desaparecido varios días. Cuando lo encuentra, descubre que el chico está investigando el suicidio de su compañera. Decide ayudarlo y se da cuenta de la semejanza entre Xander y él. El joven periodista es impulsivo y con mucha imaginación a la hora de tejer historias. Así, sin saber si puede ser su hijo o no, y, sin decirle nada a Kathy, se sumerge en la búsqueda del culpable de un delito del que no hay pruebas. Según avanza la investigación, descubren que la muerta estaba investigando a unos policías corruptos que recibían sobornos de la mafia rusa. Después de correr mucho peligro, descubren que al final ¡no tiene nada que ver! Fue el amante del marido, por celos. Rick consigue unos cabellos de Xander y va a ver a Lanie.

966. MARÍA JOSEFA GARCÍA GARCÍA – INCÓGNITA Llegué agotado del hospital, no me apetecía hacerme nada de cena: unas conservas y algo de frutas sería suficiente. Puse el hervidor al fuego para tomar una infusión antes de dormir; prepararía todo en una bandeja para irme al salón y relajarme un poco. Ya lo tenía todo dispuesto, cuando me pareció oír unos pasos tras de mí, me giré, un hombre exhausto, de una palidez extraña, vestido con pijama de hospital y un cuchillo en la mano avanzaba hacia mí, y con voz reverberante dijo: «¡Ahora me toca a mí, este será mi quirófano!». En un gesto de defensa, cogí el cazo de agua hirviendo y lo arrojé sobre su rostro; ni siquiera se movió. Sentí el frío del acero en mi cuello y, dando un salto, me desperté. Me había dormido. Recordé el agua puesta al fuego y corrí a la cocina. Se me paró el corazón al ver el hervidor tirado en el suelo y el agua esparcida por todas partes; no lejos de allí, el cuchillo. ¿Sueño o realidad?

967. MARÍA LUZ CAÑETE SALDAÑA – UN DÍA DE SUERTE No sé cómo ocurrió, pero cuando regresé a la sala de interrogatorios, mi cliente estaba muerto. Todo había empezado unas horas antes; parecía un día mas, una guardia normal, pero todo se había complicado de repente. Tras recibir el aviso del colegio de abogados, acudí a la comisaría y, al entrar en la sala, algo me sorprendió. Al principio no supe qué, pero pronto lo identifiqué; ante mí, sentado y esposado a la mesa, estaba la persona que, años atrás, arruinó mi vida. Cientos de imágenes acudieron a mi cabeza y, lo supe: había llegado el momento que llevaba años esperando. Pese a todo, mantuve la calma y desarrollé mi labor profesional con absoluta normalidad. Seguimos el procedimiento habitual: aconsejé a mi cliente que no dijese nada en ese momento y que, a continuación, tendríamos la posibilidad de hablar a solas. Le observé detenidamente, no tenía ni idea de quién era yo... Cuando nos quedamos solos, inmediatamente pené que por primera vez en mi vida me alegraba de ser diabética...

968. MARÍA MERCEDES LAGE TEJERO – VIVO SOLA CON MI PERRO Caminaba a paso rápido, el repiquetear de sus tacones rompía el silencio reinante. Su corazón latía a vertiginosa velocidad, sentía el paladar seco y notaba una gota de sudor frío cayéndole por la espalda. Hubiera jurado que llevaban siguiéndola desde la estación. Lo notaba, lo sabía, lo sentía en el vello de la nuca. Por eso respiró hondo y sonrió aliviada cuando el tipo de la gabardina pasó a su lado adelantándola y la calle quedó completamente desierta a su espalda. Aminoró el paso, pensó en el cariñoso recibimiento de su perro esperándola en casa, su único compañero, su único amigo, su única familia. Vivían solos desde hacía cinco años. A los diez minutos metió la llave en la cerradura, le extrañó no escuchar al perro ladrar..., pero más le extrañó notar como la puerta era abierta desde dentro.

969. MARÍA MONTSERRAT SÁNCHEZ FERNÁNDEZ – LA ESTUDIANTE UNIVERSITARIA Ana era una estudiante universitaria en la facultad de la UDL, en Lleida. Una mañana estaba sentada en un banco, mirando hacia el río de la ciudad, cuando de repente oyó un chasquido a sus espaldas: «¿Qué ha sido eso?», pensó. Se giró y vio a alguien enmascarado que la llevaba a rastras hacia una furgoneta oscura. Su amiga Sara, que iba caminando un poco más hacia atrás, ya que se habían enfadado, vio como Ana era secuestrada por aquel hombre. Inmediatamente, dio aviso a la policía, con un ataque de histeria: —¡Acaban de raptar a mi amiga! ¡Por favor, estoy delante de la facultad! Al cabo de un rato, la policía se personó donde estaba Sara. Se la encontraron llorando, destrozada. Empezaron a hacerle preguntas: —¿Qué ha ocurrido? —Nos habíamos enfadado —respondió Sara— y nos separamos, ella se adelantó. Luego llegó una furgoneta de color azul oscuro, creo... se la llevaron... —¿Pudo verle la cara al secuestrador? —No. Llevaba máscara.

970. MARÍA OLVIDO LÓPEZ GASCÓ – INCONEXO Soy la detective Marie Logas, y todo empezó una fría noche de invierno. Estando patrullando por la calle mi compañero y yo, de repente, oímos un estruendo, y vimos a mucha gente correr. Ante la confusión de lo acaecido, Pablo y yo salimos para ayudar. Aquella situación era desgarradora, puesto que había muchísima gente ensangrentada, un coche en llamas y, por desgracia, no se pudo hacer nada por salvar la vida de dos personas. Tras descubrir que las dos personas fallecidas no estaban relacionadas entre sí, hallé en el lugar de los hechos una posible causalidad entre ellas, puesto que al parecer habían residido durante un año en la misma casa de acogida. Al analizar los datos en profundidad, descubrí que Pablo, también, convivió en ese hogar durante el mismo período, y que había utilizado la base de datos de

la comisaría para conocer la residencia actual de esas personas.

971. MARÍA PAZ GARCÍA CELADA – BAJADA AL INFIERNO Simons llevaba horas sentado en su mesa. Comenzaba a arrepentirse de haber insistido en llevar ese caso que todo el mundo consideraba un accidente de tráfico. A él, le olió a asesinato. Sonó el teléfono. El detective Francis había descubierto algo. Parker, el tipo que provocó el accidente, tenía los días contados. ¿Intentar suicidarse llevándose a otro por delante? ¡Absurdo! Decidió ir a casa de la víctima. Encima de una mesa, una foto. Sara dijo que eran su marido, su novio de entonces, Henderson, y ella. ¡Henderson era Parker! Voló al hospital, donde un maltrecho Parker dijo con odio al ver la foto: «He tenido una vida miserable. Si él no me hubiese quitado a Sara, la herencia de su padre habría pagado el tratamiento que necesito. ¿Sabe? ¡Le pedí ayuda y se negó! ¡Que me espere en el infierno, no tardaré en bajar!».

972. MARÍA RUIZ – SIN TÍTULO El hombre que te observa desde el espejo está hecho una mierda. Barba descuidada salteada de canas. Un cementerio de pútridos dientes. Una cicatriz nívea que surca y deforma su ya de por sí poco agraciado rostro. La nariz torcida, objetivo de puños dirigidos por mentes embotadas a causa del alcohol. Pómulos prominentes y profundas ojeras enmarcan dos cuencas carentes de toda humanidad. Ojos grises y cejas pobladas. Un escalofrío de placer recorre tu espina dorsal al recordar la noche anterior. Desde el momento en el que la viste cruzar la calle, desafiando a la gravedad sobre sus altos tacones rojos, supiste que tenía que ser ella. Y ahora descansa sobre tu colchón, adornando su cuello una flor a juego con los zapatos. Te acuestas. Una sonrisa trastornada asoma en tus labios al comprender que los verdaderos monstruos no se esconden debajo de las camas; duermen sobre ellas.

973. MARÍA SOCORRO SÁNCHEZ IZQUIERDO – LA VARIABLE La pila se tiñó de rojo mientras el agente de policía Roger se lavaba las manos. Pensó en lo que había hecho tras meses de premeditación, y en la única variable que le había salido de forma espontánea y que ahora descansaba en su bolsillo derecho. Al día siguiente, se dirigió a su comisaría, cansado ya de pensar en la jornada que le esperaba y en tener que ver a todos esos compañeros que le caían tan mal y por los que fingía tener simpatía. Por el pasillo, se cruzó con el agente Tanner. —¿Te has enterado del caso de la mujer de Queens? —La que le faltaba un dedo, ¿no? —dijo con aparente naturalidad. —¿Cómo sabes tú eso? Son datos confidenciales.

Entonces, Roger se dio cuenta de su error y sintió como el bolsillo le ardía como si tuviera vida propia, mientras le caían gotas de sudor por la frente.

974. MARÍA ÁNGELES BLAY MUÑOZ – SIN TÍTULO Volvió en sí, dolorida, ensangrentada y maniatada en un oscuro sótano. —¿Soy un fracasado, alguien insignificante? Sus mentiras morirán con usted. Jactándose frente a ella estaba el sujeto que buscó y provocó durante meses con la esperanza de que cometiese algún error. —He pensado en tantos finales posibles... Lástima que solo pueda matarla una vez. —¿Tendré el privilegio de algo original? Plagiar asesinatos de películas, algunas realmente malas a mi parecer, es algo falto de ingenio. Él apretó sus puños en un intento de contener su cólera. —Le habría reservado la escena de la ducha de Psicosis, pero por aquel entonces usted aún no era objeto de mi afecto. No obstante, prometo sorprenderla. Se marchó probablemente a ultimar los detalles de su macabro plan. Ella deslizó por la manga de la chaqueta una pequeña navaja con la que logró soltarse. Minutos después, él volvió y, tras un forcejeo, la agente Allen le seccionó la yugular y permaneció impasible viendo cómo agonizaba.

975. MARÍA ÁNGELES LÓPEZ – EL EXTRAÑO HOMBRE CARNÍVORO Una fría noche de invierno en Madrid, mientras andaba por la larga calle Fuencarral, de repente escuché gritos de auxilio y fui corriendo a un callejón que había a diez metros de mí. No tenía salida; entonces vi como un hombre mordía bestialmente a otro ser humano. El extraño se dio cuenta de que le había visto y me miró; no tuve otro remedio que salir corriendo mientras llamaba a la policía. Pasó media hora, vinieron y empezaron a preguntarme, les contesté como pude, me dijeron que les describiera al hombre extraño; lo hice. Liam, que es amigo mío y era ayudante de la policía, me estuvo informando toda la noche. Tuvieron que llamar al FBI, porque este caso era muy raro en España. Encontraron al hombre extraño, le gustaba comer carne humana, es decir, era un caníbal; podía haber más casos ahora de este tipo. Esa noche dormí un poco más tranquila, pero asustada por lo que podría pasar.

976. MARIANO GARZO – EN SU LUGAR Al enterarse de que solo le quedaban seis meses de vida, Carlos, un joven de treinta y dos años que trabajaba de dependiente en un supermercado, acudió a la comisaría a confesar su crimen. A los trece años, había matado y

enterrado a su amigo Luis. Contó, con pelos y señales, cómo había sucedido y acompañó a la policía al lugar donde se encontraba el cadáver. Al inspector Ruiz le llamó la atención que la confesión fuera tan detallada, pero que no hiciera ninguna referencia ni al móvil ni a ningún hecho contemporáneo con lo sucedido. Contactó con el padre de Carlos, que, a pesar de que llevaba más de tres años en paro, vivía desahogadamente gracias al dinero que su hijo le pasaba regularmente. Le contó que, cuando Luis desapareció, Carlos se encontraba en coma, aquejado por la enfermedad que ahora era la causa del fin de su corta vida, y que sus amigos Luis y Juan acudían a visitarle todos los días, hasta la misteriosa desaparición de Luis. Juan seguía viviendo protegido por su poderoso y adinerado padre.

977. MARI CARMEN RODRÍGUEZ MILÁN – EL BECARIO Melvin, el becario al que todos evitaban porque le gustaba meterse en lo que fuera, se esforzaba por caerle bien a Kevin; quería pertenecer a su equipo. Esos días investigaban asesinatos de mujeres que aparecían muertas y sin lengua a las puertas de iglesias. Como Peter enfermó, necesitaban ayuda para la investigación, y asignaron a Melvin como compañero de Carmen. La persona que buscaban era un asesino en serie, ya que eran cuatro de momento las víctimas. Tras semanas de investigación supieron que la relación entre las víctimas era que formaban parte de un grupo de ayuda para indigentes. Melvin pertenecía a uno de esos grupos y, aunque investigaron, los asesinatos cesaron y cerraron el caso sin averiguar nada. Melvin regresó a su casa, abrió la nevera y allí, en un frasco, se encontraban cuatro lenguas. ¿Seguiría matando cuando no le permitieran trabajar en algún otro caso?

978. MARIMAR BARROSO SÁNCHEZ – BEUCA Beuca llevaba días con el caso de un asesino en serie que le producía insomnio. Cada sábado aparecía un cuerpo en puntos distintos de la ciudad. Esas muertes tenían en común la falta de pruebas y las notas que dejaba en las manos de las víctimas. En el primer cadáver se leía: El Botijo no podrá hablar más; en el segundo: El Patito no podrá escribir más; y en el tercero: El topo no volverá más. Pensó en aquellas extrañas notas, parecían motes despectivos. Esos insultos se habían repetido en todas las víctimas. Hablaban del asesino. Recordó que en clase había escuchado expresiones así. Investigó los institutos y eran diferentes, pero si había algo que coincidía, más bien alguien, era su antiguo profesor de inglés. Había abandonado los tres centros porque los alumnos le acosaban e insultaban, entre ellos las víctimas. Beuca arrestó al profesor. Su venganza contra los alumnos había terminado.

979. MARINA CABALLERO – VENGANZA

Todo está oscuro. Por fin ha acabado. Las voces se han callado. Ella ya no se mueve. Por fin. La miro, me mira. Su alma ya no está en este mundo, pero parece que sigue aquí. Me observa, se ríe de mí, sabe que no la puedo ocultar a tiempo. Eso quiere, quedarse ahí, para que me encuentre la policía y acabar en la cárcel. Desgraciada, quiere arruinarme incluso muerta. Siempre me ha quitado todo lo que yo quería. Por eso ahora está muerta. Por eso ahora mi ropa está manchada con su asquerosa sangre. Por eso esa misma sangre mancha las tijeras que tengo en la mano. La sed de sangre se ha apoderado de mí, y las cosas han acabado así. Ahora ya no hay obstáculos. Por fin ha acabado; las voces han cesado. Mereció la pena. Todo para eliminarla.

980. MARINA MORENO OJEDA – OSERGER YRREJ NOSYT El recuerdo, las memorias, ese sentimiento, ese instante en el que comprendes que ya no puedes contigo mismo... El trauma olvidado. Un asesinato que nos cambiaría a todos por completo. Una penumbrosa calle, sucia y con un cadáver que nadie se esperaba. Una sola puñalada en los riñones, seguida de varios cuchillazos. Decimoquinto aniversario de la muerte de Johanna Kathy, y el episodio se repite. No han dejado ninguna pista, ninguna huella, nada. Ha sido un crimen rápido y limpio, y no hay nada con lo que relacionar. Simplemente, un cadáver, el de Martha Rogers. Debajo del cuerpo había una nota del asesino que decía: Oserger, Yrrej Nosyt. El asesinato era, por primera vez, el crimen perfecto, y como tal nunca fue resuelto. Porque nunca entendieron la nota, que girándola decía: Regreso, Jerry Tyson. Había vuelto... Volvió a jugar con nosotros, y esta vez nos dio fuerte...

981. MARINA SÁNCHEZ PASCUAL – REENCUENTRO Mientras Rick intenta recuperar a Kathy, investiga un nuevo caso; una chica de unos dieciséis años y su padre le piden que investigue la desaparición de su mujer, Sally, que lleva tres días sin contactar con ellos y están desesperados. Erik y Christine aseguran que no es normal en ella. Después de seguir una serie de pistas muy confusas, Rick averigua que Sally es en realidad Johanna Kathy, la madre de Kate, que tuvo que fingir su muerte y cambiar su identidad para salvar su vida y la de su familia, ya que Braken quería matarla. Rick, sin decírselo a Kate, busca y encuentra a Johanna con ayuda de su padre y sus contactos de agente secreto. Ambas se reencuentran, y Kate se siente muy confusa, enfadada con ella por no haber contactado, feliz porque su madre sigue viva y abrumada por su nueva familia. Pero sus enemigos les pisan los talones, así que dejan todo a un lado y trabajan juntas para acabar de una vez con esa gente que tanto interés tienen en hacerlas desaparecer.

982. MARIO CHAZETA SIRES – SANGRE AL AMANECER Museo de Arte Moderno de Nueva York. El pintor Daniel Miller inicia una exposición de sus obras más influyentes. Una mañana, un encargado descubre que el autorretrato más famoso del pintor porta una mancha de sangre nunca antes vista. Jason, perteneciente al cuerpo de inteligencia criminal del NYPD, es enviado a su casa para informarle. Al entrar, encuentra su cuerpo sin vida frente a su portátil aún encendido. Deteniéndose a observar qué estaba haciendo cuando lo asesinaron, descubre que iba a desvelar a alguien la existencia de su nueva obra maestra. Al bajar al sótano donde trabajaba, descubre que el lienzo del que hablaba había desaparecido y el caballete estaba roto. El asesino quería que encontrasen el cuerpo del pintor, por eso dejó aquella pista en el museo. ¿Quién asesinó y robó al famoso pintor neoyorquino?

983. MARIO CORDERO SÁNCHEZ – SUSPECT 0 Y en ese preciso momento, sintió un hueco en su estómago. LT. Virgil Vasquez llevaba horas y horas revisando informes y fotos del último asesino en serie. Revisando en su escritorio, no encontró nada más que una botella de Johnny Walker a medio acabar para saciar su hambre. Cogió un vaso y un poco de hielo del mueble–bar de su despacho y se dispuso a vaciar la botella. La incipiente tormenta que asolaba el estado de Maine comenzaba a golpear fuertemente contra los cristales. Vasquez se recostó sobre su acolchada silla de escritorio y retomó su investigación. Fue pasando una tras otra las fotos y se percató de que tenía las manos manchadas de sangre... Virgil no entendía nada; un rayo iluminó la estancia, sacando a relucir huellas de sangre por toda la habitación. En ese momento, lo tuvo todo claro: él era el asesino de su propio caso.

984. MARIO GARCÍA ALONSO – JAZZ. ¿EL DIABLO? Era un viejo músico de jazz, auténtico, marcado por la depresión y la tristeza que le asolaba desde la niñez. En una mecedora de hierros, improvisaba con su trompeta bajo la tenue luz de un farolillo. Apareció en la penumbra de la noche lo que parecía una silueta femenina. Se derrumbó, el viejo músico, sobresaltado, y corrió hacia donde se encontraba la mujer. Cuando llegó, lo único que consiguió escuchar antes de su último aliento fueron unas palabras casi ininteligibles que decían: «¡Ahora te toca a ti, viejo!». No pudo dormir en toda la noche; ¿quién iría a por él? Las dudas le atormentaban. Al día siguiente, en los periódicos no decían nada del presunto asesinato, no entendía nada... Cuando llegó a casa, cogió su vieja trompeta y, al soplar, fue muriendo lentamente bajo los efectos de un extraño veneno. Mientras los ojos, pesados como el plomo, se le iban cerrando, vio a aquella misteriosa mujer.

985. MARIO GUARDO GARCÍA – SUAVEMENTE ME MATA La noche es fría y las calles están desiertas. Camino de vuelta a casa; siento un fuerte golpe en la cabeza y caigo al suelo. Mientras intento reaccionar, oigo una voz, adivino una sombra. ¿Alguien intenta ayudarme? No. Noto como unas manos se aferran alrededor de mi cuello, unas manos ásperas, rudas, grandes y fuertes... Con la mirada turbia, aturdida aún por el golpe, pongo mi mirada sobre la suya. Su cara la he visto antes, pero no lo reconozco. Sus labios se mueven, me dice algo, pero no consigo escucharlo. Subido a horcajadas sobre mí, sus manos atenazan mi garganta, noto como se me acelera el pulso y me falta aire... Forcejeo, le golpeo, intento escapar. Empiezo a marearme mientras todo a mi alrededor empieza a desvanecerse. Entonces me doy cuenta. Desisto. Cierro los ojos. Exhalo mi último aliento. Luego, solo oscuridad.

986. MARIO RAMERI – SIN TÍTULO El día que sale la noticia de que Star Trips inaugura su primer viaje turístico a Marte, la policía se encuentra en un hotel el cuerpo sin vida de Sara, una secretaria de una multinacional que se dedicaba a suministrar alimentos y materiales a compañías aéreas. Revisando las llamadas enviadas y recibidas por el teléfono, encuentran que se repite mucho un número: resulta ser de Jorge Durán, redactor de una web de noticias. La víctima había contactado con él para pasarle información referente a conductas sospechosas de la empresa. Fénix está en la puja de un suculento contrato con Star Trips para ser los únicos suministradores de todo tipo de productos para los viajes al planeta rojo. Además, la policía descubre que Fénix había despedido a Sara por espionaje industrial. Después de que la policía descarte al consejero delegado de la multinacional como principal sospechoso, descubren a un periodista que había recibido pagos en su cuenta. Sara, al ser despedida, sospecha de él y quedan en el hotel.

987. MARIOLA RAMOS – DESTAPANDO AL TRAIDOR El detective A. J. sabía que no llegaría a resolver el asesinato de la joven Lisa, pero confiaba en que su compañera lograra descifrar aquel enigma gracias a sus investigaciones y las pruebas halladas por él. Sin más, sujetando con su mano derecha su pistola y con la izquierda, cubierta de sangre, presionando la herida de bala de su costado, esperó que llegara su fin sentado contra la pared de dentro de un viejo almacén. Tras encontrar el cuerpo de su compañero, aquel caso se convirtió en algo personal para la detective M. C., que ahora debía encajar todas las piezas para resolver ambos asesinatos. Pero ¿qué hacía siguiendo una pista solo en aquel lugar? ¡Claro! «Debió traicionarle alguien de su confianza», pensó. Aquel detalle le llevó hasta el asesino, el único que conocía todos los detalles del caso, y empujó a su compañero a la trampa en la que perdió la vida. Todo le apuntaba a él, al inspector E. S., quien cometió ambos asesinatos para tapar un crimen aún

mayor y que nadie podía imaginarse.

988. MARISA FERNÁNDEZ RIVERA – UNA DE PIRATAS Rick y Kathy, para celebrar Halloween, se disfrazan de piratas y salen a navegar en velero. En alta mar descubren flotando el cadáver de una mujer asesinada con un medallón del siglo XVII. Alarmados, vuelven a puerto, donde descubren que el cadáver corresponde a la Sra. Eli Spon, que era buscadora de tesoros. El rastro del medallón les lleva a confirmar que perteneció al tesoro del galeón San José, hundido en junio de 1708 en Cartagena, Colombia. Era evidente que cualquiera podía haberla matado por ese tesoro, valorado en cinco mil millones de dólares, pero la investigación les lleva a descubrir que su marido, el Sr. Pete Spon, que mantiene un romance con la Sra. Christine Lizt, conservadora del museo marítimo, orquestó su muerte para quedarse con la totalidad del tesoro. Los contactos de la Sra. Lizt podrían colocarlo en el mercado negro.

989. MARISOL RIVERO PÉREZ – LA PEREGRINA DESAPARECIDA De vacaciones en un viaje a España para hacer el Camino de Santiago. Cuando pasan por un hostal de peregrinos, la policía interroga a varias personas que han descubierto unas manos amputadas. Se enteran de que una peregrina americana como ellos ha desaparecido hace veinte días. Jane y Phill deciden hablar con la policía española por sí han averiguado su paradero y siguen su camino. Siguen las indicaciones del mapa, pero de pronto una flecha pintada en un pedestal les indica que deben cambiar la ruta. Siguen esa flecha y llegan a una casa que parece abandonada, y la única persona que la habita les parece huidiza y extraña. Deciden dar la vuelta aprisa para evitarlo y piensan que esto mismo ha podido pasarle a la peregrina desaparecida. A partir de ahí, deciden investigar por su cuenta y comprueban que ese hombre tiene mucho que ocultar...

990. MARKEL LÓPEZ ILARDUYA – MIKE, EL OPTIMISTA Mike, ante situaciones complicadas, pone buena cara y afronta todo lo que le venga. Incluso cuando raptaron a toda su familia y se los llevaron hasta México, él solo pensaba en las buenas vacaciones que se estaban pegando en un sitio muy soleado y con playas. Lástima que meses después le llegaron sus seres queridos. Lo bueno es que siempre se ilusionaba al ver las cajas, ya que no sabía qué partes de ellos contendrían.

991. MARKO ANTONIO MUÑOZ PIPAON – EL FIN DE MI CARRERA

CRIMINAL Es una Desert Eagle; la conozco bien, dicen de ella que es la más sexy de todas las armas de fuego. Su calibre doce con siete me está apuntando... Siento la inquisitoria mirada de su cañón, esperando escupir la bala que acabe con mi vida... Detrás de la mano que firme la sostiene, el rostro de Mike... Ese perro de los bajos fondos que parece tener siete o doce vidas y ningún escrúpulo. Aprieta la mandíbula sonriendo cruelmente... «¡Vas a morir!», me ha dicho, y mucho me temo que así va a ser... Suena como un trueno el rugir de la pistola... Durante una millonésima de segundo veo como la bala se acerca rauda hacia mí... Un letrero de neón rojo parpadea sobre la entrada del club. Dentro, los muchachos beben whisky...

992. MARTA BANZAS RODRÍGUEZ – ECOS DE MUERTE Ya estábamos discutiendo otra vez; él ya se había cansado de mí, sentí miedo, levantó la mano y con aquel paraguas me golpeó una y otra vez hasta que perdí el sentido. Estaba aterrada, sentía frío, y cada vez más dolorido, mi cuerpo se negaba a responder, oía como él se lavaba las manos y después afilaba un cuchillo. No sé muy bien qué pasó a continuación, pero fue mi maltrecho cuerpo el que me reveló que estábamos en el exterior; la brisa fría nocturna acariciaba mi cuerpo. Y entonces él rompió el silencio diciendo: «Adiós, Laëti». Un último golpe en la cabeza y un par de cortes en las muñecas. Dejé de respirar, y exhalé mi espíritu. Aquel hombre que decidió matarme, aquel que supuestamente me quería, corrió a la policía denunciando mi desaparición, con aspecto de víctima y amante esposo; por ello jamás sospecharon de él. Mi caso se cerró pocos años después por falta de pruebas, y mi nombre se perdió en el tiempo. Pues solo soy una prostituta que intentó rehacer su vida.

993. MARTA DOCIO – HISTORIA 47 En el bar Historia 47, que estaba junto al parque, hubo un asesinato la semana pasada. Un hombre paralítico, cuyo nombre era Roger Ramírez, asistía todos los sábados a las 20:30 a tomarse un whisky en las rocas porque había una camarera que le gustaba muchísimo, Alejandra. Un sábado, Roger le preguntó a Alejandra si quería beber algo con él, y ella lo rechazó y dijo que no le estaba permitido salir con clientes. Entonces, a Roger le dio tal coraje que en uno de sus estudios de la clínica del sueño, mientras dormía, salió a matar a Alejandra. Llevaba tres días desaparecida. BKevin, su jefe, contactó con la policía y fue así como descubrieron que era Roger Ramírez quien había asesinado a Alejandra. La policía detuvo a todo el personal de la clínica del sueño, puesto que se supo que habían sido cómplices.

994. MARTA FERNÁNDEZ – FRACCIÓN Solo buscaba una recompensa económica, que era lo único que llenaba mis tristes amaneceres, en los que los gritos de mi bebé no tenían un volumen superior a los de mi cabeza, esos que me atormentaban diciendo que accionar el gatillo era fulminar una vida humana. Tenía un desconcierto volando por mi cabeza, ese que no avisa del todo y es traidor al hacer relato de mi presencia, tal como indicaba esa repetitiva nota que era dejada cada día en mi portal. Recuerdo que tenía una mano congelada en contraste con la helada pistola que sujetaba en la otra. Lo que más me costaba de todo aquello era abrir las puertas de las casas, ya que, si lo hacía, se cerraba la de una vida, pero sin lugar a duda lo que más me impactaba era ver el rostro de ese individuo que veía su epílogo. Ya me había dispuesto a hacerlo cuando un cortocircuito atravesó mi mente en esa fracción de segundo, al ver las atónitas cejas de mi sobrino que se arqueaban mientras su mente buscaba un significado a lo que sus ojos contemplaban.

995. MARTA GARCÍA–BARDÓN – EL SEÑOR SMITH Todas las mañanas se despertaba con rasguños y arañazos esparcidos por el cuerpo. Los primeros meses pensaba que era por culpa de Mittens, su gato. Pero tras sacrificarlo, las heridas seguían apareciendo. En sus visitas al psicólogo Torben Smith, este le decía que seguramente era un problema de cabeza, que se lo hacía él mismo mientras dormía. Pero tras un año de heridas y arañazos, Noah Chambers apareció en su cama, muerto, con una gran herida en el pecho y un cuchillo a su lado. Los policías Andreas Larsen y Kim Maule, que investigaban el caso, descubrieron que hace cinco años, Noah, había tenido un accidente de tráfico en el que murieron Emily Fox y su hija. Después de hablar con la familia, decidieron ir a ver al psicólogo. Pero cuando llegaron a su consulta, él se había fugado, y allí solo había una nota. Torben Smith en realidad era Torben Fox...

996. MARTA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ – EXPOSICIÓN Recuperé la consciencia al sentir un leve escalofrío, suficiente para despertar todos mis sentidos inertes, esos que no lo habían estado en toda mi carrera en el FBI. Unos ojos azules me esperaban, incrédulos, bajo esa pared grisácea y unos débiles fluorescentes parpadeantes. Ese desconocido preguntó rompiendo el silencio: «¿Tú sabes de qué va todo esto?». No fue más escalofriante que lo que había sentido anteriormente, todo lo contrario, algo reconfortante. Mi mente no paraba de dar vueltas, pero mi cabeza, casi por instinto, se movió de lado a lado; nunca sabré si por negación o por una mera contracción. Todo pasó muy rápido, en ráfagas que no se hacían visibles del todo, nuestra única prioridad era salir de allí, pero fue desplomada por estas palabras que venían del interfono: «Toda la población está influenciada por el caso; despertadlos, esta investigación criminal solo depende de ellos».

—Bueno, esto sin dudar lo pongo en mi currículum —bromeó él intentando paliar nuestro estado de shock.

997. MARTA LIETOS ÁLVAREZ – ASESINATO EN EL TEATRO ¡Bang! Mientras el cuerpo sin vida del actor Leblanc se desplomaba, los gritos de horror y miedo inundaban el teatro. El pánico cundió, y los espectadores salieron de la sala rápidamente. Él creía que nadie le había visto cometer el crimen, pero se equivocaba: la detective García lo había visto todo desde el palco. Bajó lo más rápido que pudo hacia la platea, donde había visto al asesino vestido de acomodador. Cuando llegó, ya no estaba; aun así, por suerte para ella, ese no era el primer crimen que presenciaba en un teatro, así que, aunque le hubiese perdido de vista, sabía que probablemente se estaría dirigiendo hacia los camerinos para cambiarse. Cuando García entró allí, encontró al asesino apuntándole con una pistola. Poco más pudo hacer, aparte de llamar a la policía, ya que, para su sorpresa, el asesino acabó con su propia vida.

998. MARTA M. S. – SIN TÍTULO Los restos de Mark descansaban sobre la alfombra de su estudio. Los inspectores observaban el charco de sangre que se extendía bajo su cuerpo en contraste con la escasez de ese líquido en la herida de su pecho. Ni un arma, ni un motivo, ni una pista. Solo cientos de libros de poesía y ensayo decoraban las frías paredes. «Lógico: Mark adoraba la literatura», fue lo único que pudieron decir sobre él aquellos que le conocían. El caso se abandonó por falta de pruebas. Sin embargo, la clave para resolverlo seguía esperando a ser encontrada en el estudio de la víctima. Aquel trozo de papel en blanco, húmedo, tendido en el suelo, que de no ser por el líquido derramado habría rezado: Y me despido con la estaca de hielo que al derretirse borre de mi cuerpo la sangre y de mi mente el recuerdo de la vida.

999. MARTA MARTÍNEZ TEJERO – LA HERENCIA Le quedaba poco. La sangre manaba por su cuello como si de un manantial se tratara. Sus manos trataron de zafarse de las esposas que aprisionaban sus muñecas y de las cuerdas que ataban sus tobillos, pero era imposible. Sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad. Le resultaba familiar el aroma mezcla de tabaco y ambientador de lavanda. También el sonido procedente de la calle. Sabía dónde estaba. Recibir la noticia de la herencia de su tía había sido el detonante de todo. No tenía hijos, por lo que su hermano sabía que, en caso de fallecimiento, el heredero sería él. Tras meses de sentirse amenazada, llamó a la policía, avisó a su familia y amigos, pero nadie la creyó... Era su hermano, por el amor de Dios. La encontraron en un charco de sangre inconsciente. Su tía lo había previsto en el

testamento...

1000. MARTA ORDUNA CORTILLAS – SIN TÍTULO Se siente en lo más profundo de sus oscuras pupilas; su piel resquebrajada resiste sus últimos pasos mientras parece que su corazón bombea cada vez más lento. Siempre te acompaña su incesante vibrar, hasta cuando el más mínimo destello que entre la grieta de tu persiana se abre paso ha desaparecido. Dicen que el miedo siempre te llena y que, como el mar, todo se lleva aunque su agua salada te cure. Porque por mucho que huyas, igual que esa agua no se puede morder, de ella no puedes escapar.

1001. MARTA PINTOS VARELA – ROBERTO Un grito (agudo, espeluznante, sonoro) rasgó la noche. Horas atrás, esta había estallado sobre la colina, sobre la mansión, toda en silencio. Nada nunca volvió a ser igual. Los pasos se sucedieron, mientras los últimos ecos de voces dispares rebotaban por el hogar. La primera en llegar fue Alejandra, la criada, seguida por el mayordomo. El pulso le temblaba al abrir la puerta. La escena era dantesca: en la cama, bañada en sangre, estaba la señora Martínez, ya sin vida. Se les heló hasta el alma: a sus pies, sosteniendo un cuchillo que goteaba sangre, estaba Roberto (hijo del jardinero y asiduo de la casa desde el día de su nacimiento). Los dos miembros del servicio reprimieron sendos gritos, mientras Roberto se sentaba contra la pared, lívido y mudo. Siendo incapaces de sonsacarles una sola palabra, lo dejaron en manos de la policía.

1002. MARTA QUEMADA BUENO – DESTINO FINAL La noche ya nublaba las calles con su manto oscuro, y los adoquines del callejón resbalaban casi como en un certamen de patinaje sobre hielo. A la sombra de una farola se encontraban un par de zapatos de charol verde; a pocos metros, estaba el cuerpo que había llevado hasta allí a Amelia Knox. La joven detective apartó su melena azabache para luego estirar de sus pantalones de tiro recto y agacharse frente al cuerpo. Ella sabía que aquel caso no era como el de los demás. Ni una sola gota de sangre se precipitaba de su lugar. La mujer de piel de porcelana y azulados labios, desnuda de torso, reposaba en el suelo, rodeada por flores silvestres de todos los colores; sus ojos verdosos se mantenían vidriosos en un mirar a la nada, y su cabello castaño se repartía por el suelo como el halo de un santo. Aquella mujer parecería perfectamente viva de no ser por la marca de un rojo furioso en su cuello. Amelia estaba enfadada; aquel no era el primer caso y parecía que no sería el último.

1003. MARTA REQUENA – NOCHE OSCURA Sophie se dirige a su casa, está a tan solo dos manzanas, los zapatos de tacón le están destrozando los pies. Su miedo a la oscuridad hace que cada vez dé pasos más firmes y agigantados. A tan solo dos metros del portal de su finca, empieza a buscar las llaves en su bolso, remueve todo su interior y sigue sin dar con ellas; los nervios de encontrarse en un barrio oscuro, silencioso y aislado, le provoca que su corazón y su respiración se aceleren. Al fin las encuentra, frente a la gran puerta de madera tallada. Le empieza a temblar el pulso, lleva varios días con la extraña sensación de que alguien le observa, mete la llave en la cerradura, la gira bruscamente y se adentra, cerrándose la puerta tras ella. «Al fin», murmura, mientras palpa la pared en busca del interruptor de la luz. Al mismo tiempo que lo toca, siente una mano cálida y rugosa, alguien le susurra: «Te estaba esperando, Sophie». Un gemido seguido de un grito anulado por la mano del intruso se pierde en el silencio de la noche.

1004. MARTA RODRÍGUEZ SACRISTÁN – DOCE Doce chicas, doce sitios y doce muertes. Anya estaba perdida. En una noche, su mesa se había llenado con aquellos doce casos en los que solo coincidía la hora y el modus operandi. Anya miró a Miriam, su compañera. —¿Cómo pueden arrojar a doce chicas, desde doce ventanas de doce hoteles distintos, simultáneamente? Al revisar las cámaras de seguridad, vieron a doce hombres que vestían igual y lo único identificativo era el símbolo de sus chaquetas. A Anya le resultaba familiar, pero no recordaba dónde lo había visto. Los investigadores no encontraban pruebas y Miriam insistía en cerrar el caso. —Pero, Miriam, necesito la respuesta. Anya no quería rendirse, sabía que había visto ese símbolo antes. Al volver a casa, encontró a Miriam y a doce hombres a su alrededor. Ya recordaba dónde lo había visto, en Miriam. —Anya, aquí tienes tu respuesta. Doce balas impactaron en su cuerpo simultáneamente.

1005. MARTA SOLDEVILLA MARTÍNEZ – NOCHE ESTRELLADA Una joven pareja decide pasear por Hyde Park para ver las estrellas. De repente, oyen un ruido. Al ver qué sucedía, se atemorizaron, era un cadáver dentro de una canoa. El agente Carter se disponía a acercarse al lugar del crimen, mientras los detectives estaban con el testimonio de la pareja y otros testigos. A su paso, encontró pruebas y las guardó para posteriormente entregarlas en el laboratorio. ¡No podía creerlo! La víctima era Amanda Young, una prestigiosa abogada. Las horas pasaban y nadie daba con la solución. Examinaron el ADN hallado en la canoa y coincidía con un testigo. Se llamaba Eric; su expediente estaba limpio, sin antecedentes. Pero también

figuraba que Amanda había sido la abogada de su exmujer, la cual le dejó en la ruina por todas las mentiras que esta había inventado. No fue difícil encontrarle, fue a Hyde Park. Estaba desolado, se notaba que quería confesar. Esperó unos segundos y dijo: «Yo no quería matarla, solo quería recuperar mi vida».

1006. MARTA VALLS – SIN TÍTULO «¡Muere, muere, muere, muere, muere!», gritaba sin cesar. Me miró a los ojos y me clavó el destornillador una y otra vez. Con el pecho totalmente perforado, siguió su trabajo en mi rostro; me dejó completamente irreconocible. Hacía horas que no notaba dolor alguno. Mi asesino fue un joven con esquizofrenia paranoide. Esa mañana había vuelto de trabajar y me encontraba descansando en el sofá cuando llamó a la puerta. Le invité a entrar. Fue el mayor error de mi vida. Al padre del chico lo mataron con la misma herramienta y, al verla en la mesa, se abalanzó hacia mí. Empezó a perforar mi cuerpo al son de sus gritos; las paredes se llenaron de sangre y mi cerebro dejó de responder. Horas más tarde, se oyeron las sirenas de la policía junto con las de la ambulancia. Los agentes encontraron dos cadáveres: el mío y el del chico, quemado totalmente con ácido sulfúrico.

1007. MARTÍN DOMÍNGUEZ – SE LLAMABA JULIA La pobre chica no iba a llegar viva al hospital; nadie me lo especificó, pero la cara del paramédico era más expresiva que cualquier informe. El forense indicó que la herida tenía forma curva. ¿Quién tiene un cuchillo curvo? Y en ese momento lo recordé, los vi antes. Se suelen montar unos puestos de antiguallas en la plaza, y el otro día había unos rusos vendiendo entre otras cosas unos cuchillos con esa forma. Tras una conversación con los rusos, supimos que los cuchillos se habían vendido como el ron de garrafón, un viernes a las nueve de la noche. La sorpresa llegó cuando encuentro en mi despacho a un chico y el cuchillo en cuestión. El pobre infeliz lo confesó todo: al parecer, iba borracho y se encontró con ella, que volvía a su casa, él le tiró los tejos y ella le rechazó, con la mala suerte de que el nene era mal perdedor y le pareció buena idea vengarse. Lo peor es que la mató sin siquiera saber su nombre; por eso, se lo dije al esposarle: «Por cierto, se llamaba Julia».

1008. MARTÍN ALEJANDRO GARCÍA SASTRE – NOCHE EN EL BLUE SEA Desde el primer momento, mi relación con Eva había sido así: ella dominando la situación, y yo, dominado por ella. Era una adicción para mí, y deseaba satisfacerla en todo. Por eso no pude negarme cuando ella, descabalgando las gafas de sol de su nariz, me dijo: «No estaría mal asesinar a

alguien, a quien sea. Seguro que eso ha de darte un subidón que te cagas. Todo el mundo nos recordaría, pasaríamos a la historia, como Ted Bundy, como Betty Neumar...». Esa misma noche, siguiendo sus deseos, forcé la cerradura del apartamento 423 del Blue Sea. Ella yacía sobre la cama, durmiendo, enfundada en un camisón de raso. Saqué la navaja de mis jeans y acaricié la palma de mi mano con su hoja. Luego, instintivamente, como un animal, me abalancé sobre ella. Abrió los ojos, ojos de pánico, de muerte... Eva había desaparecido... No sé si realmente se llamaba así, y ciertamente, aunque quisiera, no podría ni siquiera describirla, porque, ahora que lo pienso, nunca vi más allá de sus ojos infinitos.

1009. MARTÍN JESÚS JEMES CUBERO – PERSECUCIÓN, INTERROGATORIO, INVESTIGACIÓN Persecución. El malo delante del bueno, como siempre. Callejón lóbrego. Dispara y el malo cae al suelo. Dale una del 44 e invadirá un país él solo. —Es una lástima... —dice quitándole la pistola al malo— que te quitaras la vida justo antes de que pudiera cogerte... El relámpago ilumina el callejón, la sangre se vierte y mañana, mañana volverá a salir el sol. Interrogatorio. La sala apesta a tabaco del malo. El malo no quiere soltar prenda. Las hostias le llueven hasta que se queda más suave que un guante. —Confiesa. El malo le escupe sangre a la cara. Mal hecho. Porra extensible y adiós rodillas. —Confiesa. Dale una porra extensible e invadirá un país él solo. Investigación. Nada encaja, todo es falso. El malo es el malo, y el bueno lo sabe. No hay pruebas. Dale pruebas e invadirá... ¿un país él solo? Esto se desvirtúa, como el papel que juega el bueno. Es bueno para sí mismo, piensa, pero también lo es el malo... —Ha entrado en mi mente. Saca la del 44 y se pega un tiro.

1010. MARU COSTAS COUSO – EL TRABAJO NUNCA DUERME Fuera hacía frío. Cómo odiaba ese momento, no quería salir. Aún recordaba el calor de su casa, los calcetines gordos, la manta medio aterciopelada, su vaso de vino y su libro abierto por la mitad, ese libro que la hacía sentir vigorosamente nueva. Pero el trabajo es el trabajo y un crimen no se resuelve solo, al menos no normalmente. Aquella noche, el panorama no era nada alentador: una joven muerta en mitad de un callejón sin salida y sin ningún tipo de identificación. —¿Cuánto tiempo lleva muerta? —preguntó Daphne a Sam, la forense. —Es difícil determinarlo, pero apostaría a que lleva entre cuatro y seis

horas muerta. «Nos espera una larga semana», pensó Daphne, aunque ni por asomo sabía lo que se le iba a caer encima. Por supuesto, resolvería el caso, pero muchas cosas más entrarían en juego, entre ellas la lealtad y su propia integridad.

1011. MASCA94 ÁLAVA – SIN TÍTULO Odio a mi jefa. Me paso el día odiándola. En mi mente, para relajarme, me la imagino muerta de mil maneras. Me veo el programa de mil maneras de morir solo para imaginármela a ella. Hace un momento, he abierto la puerta del almacén y allí estaba ella, tumbada boca abajo, en un charco de líquido rojo. ¡Por fin ha muerto! ¡Pero qué digo! Me culparán a mí, todo el mundo sabe que mis huellas están en el pomo de la puerta del almacén. ¡Me condenarán a muerte! En este estado hay inyección letal. Estaba temblando de miedo; ya me veía en el camino final, con el capellán de la cárcel, cuando una fuerte voz me sacó de mi ensoñación. —¡Idiota! ¡Ven y ayúdame, que me he caído con el bote de pintura roja! Era mi jefa. ¡Qué alivio!

1012. MATEO REDONDO CALONGE – EL ESCONDITE El olor a moho ascendía por las escaleras de aquel sótano; al apretar el interruptor, una bombilla alumbró a duras penas aquel recinto. A medida que bajaba las escaleras, el olor rancio fue incrementándose. El detective pudo vislumbrar unas pequeñas ventanas que estaban fuertemente atrancadas. Sus años de experiencia le habían hecho ser meticuloso en lo que miraba, por eso se había fijado que en aquella casa abandonaba hubiera una parte del jardín con la hierba más corta. Parecía que alguien pasara por allí de forma regular, haciendo un sendero. Automáticamente, pidió refuerzos; desconocía si aquella era la guarida del psicópata que estaban intentando localizar. Según el perfil que les habían dado, se enfrentaban a una persona fría, un cazador paciente, conocedor de las rutinas. En lo único que había duda era si era hombre o mujer, así como la circunstancia exacta que desencadenaba un odio que se traducía en las heridas que se encontraban en las víctimas, las cuales no tenían nada en común.

1013. MAXIME GARCET – ¿EL INFIERNO? SON LOS OTROS Ese odio, esos gritos en la cocina. Era todo falso. Culpar todo en vosotros es erróneo; siempre fui consciente de lo que hacía y por qué, y en ningún momento decidí pararlo. Podría haberme anulado por completo, no parcialmente, seguiríamos siendo felices. Pero no. Si lo miramos desde un aspecto lógico, yo soy la única culpable. Una egoísta que quería salvarse. Este ha sido el paso más difícil, créeme, dejar de culpar a lo ajeno. «Soy así porque

mis padres fueron malas personas». Mentira. Las consecuencias de mis actuaciones son catastróficas, lo sé, los cuerpos degollados en la cocina, pero lo sería aún más si fuera sin razón. Siempre me odiaron, Roberto, y yo he hecho todo para complacer a tu familia. Me dolía. «¿Cómo está hoy Mari Carmen? ¿Bien? Me alegro». Pues hoy no. Hoy elijo ser libre. Así que, por favor, entiende que cuando te dispare, sonría; piensa que todo esto no habrá sido en vano, me ha hecho feliz, y aquello es mucho más de lo que pueden pedir la mayoría de muertos.

1014. MBEL GARCÍA ESTEBAN – SIN TÍTULO En la noche del 15 de noviembre, la señora Martínez no podía dormir y decidió malgastar su tiempo delante del televisor, viendo anuncios de teletienda. A eso de las tres de la madrugada, un impacto en la ventana del salón la sobresaltó. Arrastrando pesadamente sus pies, se acercó al ventanal: un líquido caliente se deslizaba por allí. Armada de valor y con repugnancia, decidió asomarse al exterior, con el fin de averiguar qué era aquello. Un amasijo de plumas y vísceras se esparcía por todas partes, signos evidentes de un fallecimiento. Sin testigos, sin un móvil, con la alevosía de la noche, todas las pesquisas la dirigían a ninguna parte. Era probable que este caso se sumara a la larga lista de crímenes sin resolver. Muda de la impresión, tras el levantamiento del cadáver, la señora Martínez volvió a la cama, con la vana esperanza de conciliar el sueño.

1015. MARÍA DEL CARMEN OLIVA ÁLVARO – UNA HISTORIA EN OTRA VIDA Apostados en la puerta, había unos guardias esperando nuestra llegada. El doctor Ruiz y yo nos dispusimos a entrar en la habitación. Dentro pudimos vislumbrar el horror que nos esperaba; un cuerpo yacía sin vida postrado sobre la cama con una escalofriante escenografía. Dos grandes monedas de un dólar puestas donde antes se encontraban los ojos, y un pentagrama escrito a fuego en el pecho de un cuerpo totalmente desnudo. Pero lo que más perturbó mi mente... fueron unas pintadas repartidas por toda la habitación, hechas con sangre, y en las que se podía leer claramente: Tú serás el siguiente. Lo raro y curioso de este caso es que ya había oído esa frase días antes. En el apartamento de mi buen amigo, el doctor Álvarez, escuché una psicofonía que al parecer le estaba perturbando más de lo debido. Una cinta de casete giraba en el reproductor y se podía escuchar a intervalos de tiempo una voz jadeante que decía: Tú serás el siguiente.

1016. M. CARMEN RODRÍGUEZ MOLINA – UNA MUERTE OCULTA Una noche oscura, en un bosque no muy alejado de un orfanato, la luna brillaba intensamente, el viento soplaba con fuerza. Dentro de aquel orfanato,

se escuchaban ruidos cada vez más raros, una voz por el pasillo de las habitaciones; alguien gritaba: «¡Ayúdenme, me tienen atrapado en el bosque!». Parecía la voz de un niño. Esta voz alarmó a todas las monjas, que revisaron las habitaciones y se dieron cuenta de que uno faltaba, Mikel. Lo buscaron desesperadamente y, al ver que no lo encontraban, llamaron a la policía. Uno de los agentes, Roberto, pidió una foto para buscarlo por el bosque. Al llegar, aparcaron el coche, se bajaron y notaron que habían pisado algo pegajoso, pensaron que era chicle, pero al mirar al suelo vieron manchas de sangre. Allí entre dos piedras lo encontraron descuartizado. A su lado, había una nota que decía: Esto solo acaba de empezar; ahora voy a por ti.

1017. MELISSA PILAR CRUJEIRA – EFECTO CURARE Adam era el recepcionista del hotel Coldheart, el más famoso de la ciudad de Nueva York. Estaba colocando las tarjetas electrónicas de las habitaciones cuando llegó una pareja de recién casados; como era una hora un poco inusual, Adam los acompañó a su habitación, pero a Lucas le extrañó que fuera el recepcionista, así que no pudo evitar preguntar: —¿Disculpe, señor, por qué no nos acompaña un botones? —Lo siento, pero a esta hora los botones están durmiendo. —Y usted, ¿por qué no estaba durmiendo? —Tenía cosas que hacer. Bueno, señores, hemos llegado; espero que disfruten su estancia. Adam estuvo mirando las cámaras de seguridad hasta que ellos se quedaron dormidos, así que con la llave maestra entró en la habitación. Justo antes de que Lucas se despertara, él le inyectó Curare, mientras su mujer lo miraba con miedo. Empezó a torturarlos; gracias a su conocimiento del cuerpo humano, pudo estar horas así, hasta que al final les cortó a ambos la aorta.

1018. MERCÈ GARRIDO – CRIMEN EN LA BIBLIOTECA Antonio González jamás habría imaginado un despertar así. Eran las seis de la mañana, y una inesperada llamada le despertó de su profundo sueño. La inspectora García primero de todo le preguntó si era él el dueño de la biblioteca Letras Ordenadas y, a continuación, se encargó de comunicarle la noticia. El encargado acababa de hallar un cadáver en uno de los pasillos. La víctima, mujer de unos treinta años, permanecía en el suelo con un disparo en el pecho, y a su lado, el libro Letras muertas, del famoso escritor Sergio Gómez. La inspectora investigó el crimen e interrogó a los tres principales sospechosos: el encargado, el dueño y el marido de la joven. Todos tenían coartada. Al día siguiente, hallaron, en el libro que apareció junto al cadáver, huellas dactilares del autor. La inspectora decidió interrogarle, pero le resultó imposible, ya que este se había suicidado en su casa después de confesar el crimen en una carta, en la que reconocía ser el amante de la víctima.

1019. MERCÈ CALOMARDE – DESPERTAR PARA MORIR Es una mañana fría; el aire de la habitación huele a tortitas y beicon recién hecho. De repente, suena el teléfono y una mujer rubia contesta. —Diga, ¿quién es? —responde Mónica medio dormida. —Te queda una hora para morir si estás escuchando esto —dice una voz siniestra y amenazadora. —¿Perdone pero quién es? —contesta un poco más despierta y alterada. Se corta el teléfono... Mónica, con el miedo en el cuerpo, se dirige a comisaría para denunciar lo ocurrido, pero antes decide quedar con una amiga en la cafetería de siempre y contarle lo que ha pasado. Las atiende Alice, una camarera joven y simpática. Esperando, ve que hay alguien sospechoso observándolas desde el otro lado de la calle y se lo indica a su amiga con disimulo. Mónica decide acercarse. Al salir de la cafetería, un hombre tropieza con ella, pero no le da importancia. Está a punto de cruzar la calle, da un sorbo al café para coger fuerzas y cae al suelo, muerta, como decía la llamada de esta mañana.

1020. MERCEDES BARCO DEL RÍO – SE ACABA DE PRODUCIR UN CRIMEN Se acaba de producir un crimen. Esta frase podría, o más bien debería, sorprender, pero no es así. Continuamente, se están produciendo crímenes, y es por ello que la gente se ha acostumbrado y ya no causan demasiada impresión. Está bien, sí, de vez en cuando alguien comenta, con un cierto tono de espanto, que se ha producido un crimen por aquí u otro por allá, pero no muchas personas le dan importancia. Como resultado de ello, los jóvenes no son conscientes de que están cometiendo un crimen hasta que ya es demasiado tarde. Cambian la «b» y la «v» de sitio, omiten las «h» o se olvidan de las tildes, hasta que llega un momento en el que nos encontramos ante mensajes incomprensibles. Para entonces, la situación es ya irreversible y, si nos fijamos un poco, nos daremos cuenta de que nuestro mundo está lleno de delitos, delitos de los que nosotros somos las víctimas, y lo peor es que no hay solo un culpable: son varios y están por todas partes.

1021. MERCEDES FRANCISCO SÁNCHEZ – NIEVE ROJIZA Nieve teñida de rojo sangre. La del asesino, la de la víctima y la mía... El toque de los recuerdos me estremece al evocar la caza del criminal. Cuatro mujeres degolladas y desangradas. El mismo patrón. Todos eran sospechosos, sin conexión entre las víctimas y sin un móvil que nos orientara. El instinto policiaco nos guio hasta él. Roger murió en la persecución tras precipitarse por un barranco que acabó con su vida; Kimberly, mi otra compañera, escapó de milagro. El asesino era astuto. Si no fuera por Kevin, yo también habría muerto. Aún recuerdo el cuchillo contra mi cuello, la sangre deslizarse por mi piel y su aliento sobre mí. Kevin fue la distracción que me permitió escapar, justo para volverme y dispararle en la cabeza. Miré

sus ojos sin vida y me acerqué a mi colega. Estaba al lado de su última víctima. Observé sus ojos llenos de horror y no lo pensé. Me agaché y los cerré. Merecía un momento de paz mientras la nieve caía sobre su cuerpo y borraba el color de la sangre.

1022. MERCEDES JIMÉNEZ GARCÍA – SHOCK ANAFILÁCTICO «Shock anafiláctico con resultado de muerte, provocado por la picadura de un insecto no identificado». Así rezaba el informe de la autopsia de su compañero. Llevaban quince años trabajando juntos como policías, inseparables hasta el día de su muerte, cuando, practicando tiro en un paraje semidesértico, cayó convulsionando como pez fuera del agua que lucha desesperado por respirar. Pero su agonía fue fugaz, y el médico solo pudo certificar la muerte a su llegada. De vuelta a casa, tras el funeral, tomó una botella de whisky y se acercó a la mesa donde horas antes había dejado caer el chaleco antibalas de su compañero. Se lo había llevado a casa tras lo sucedido, y la viuda no había tenido ningún reparo en dejar que se lo quedara como recuerdo. Con un cuchillo, rasgó el doble forro interior y, con unas pinzas, sacó algo cuidadosamente. Sonriendo, se quedó observando al pequeño pero mortal insecto que había acabado con la vida de su otrora amigo.

1023. MERCEDES RUGAMA – LA TOXINA MORTAL Todo comenzó un 15 de enero de 1986; hacía frío, la calle se iba llenando copo a copo de nieve, las personas paseaban con tranquilidad, no sabían lo que iba a suceder. De un callejón estrecho salió un extraño hombre, parecía mareado, se iba balanceando. Al pasar al lado de una señora, se enganchó su abrigo con el bolso de esta, forcejeó y continuó. Avanzó un poco y se desplomó en menos de lo que tarda una persona en parpadear. La sangre que se hizo al caer teñía la nieve. Llegó la policía junto con el forense Peter. Los policías Eymi y Eduard iniciaron la investigación. El forense informó de que la causa de la muerte era envenenamiento. Eymi ordenó que averiguaran qué había comido ese día y localizasen a la señora del forcejeo. Eduard sugirió mirar las cámaras de seguridad de los comercios de la calle de los hechos para localizar a la señora. Una vez localizada y tras un largo interrogatorio confesó haberle inyectado toxina en el forcejeo. Quería terminar con su eterno chantajista...

1024. MERCEDES VILLANUEVA – EL RECUERDO PERDIDO Desperté en un hospital. Mi habitación, custodiada por policías. En mi cabeza, solamente tenía unas imágenes repetidas: Café Le Maçon; mis manos llenas de sangre, mientras sujetaba el cuchillo clavado en el pecho de una mujer (a la cual no reconozco); y esa mirada helada de aquel motero trajeado que se perdió en las sombras del puerto. No lograba recordar ni mi nombre,

pero la mirada del celador la reconocí al instante; era el hombre misterioso de la moto. Escapé del hospital y busqué ese café. Nadie me reconocía, excepto aquel hombre adicto a la máquina tragaperras y a su whisky barato. Se acercó y dijo: «Cuida de mi moneda favorita, Juliette». Justo un hombre (estilo Humphrey Bogart) chocó con él (el celador). Corrí tras él, pero una explosión dentro bar me dejó en el suelo mientras lo veía alejarse en su moto. ¿Por qué quiso matarme? ¿Quién era yo? ¿Una asesina?

1025. MERLYS GARCÍA MORA – EL REINADO DEL SILENCIO El silencio regía la indefensa noche implacablemente. Asolada por la lobreguez más absoluta y letal, la noche, únicamente, permitía divisar a lo lejos una tenue y titilante farola, pero con suficiente fuerza como para dibujar en la acera la sombra de un individuo. Un ser, un tanto familiar, que hubiera jurado que me contemplaba con rostro de decepción. En ese momento, no sabía quién era. Rápidamente, me olvidé del misterioso hombre y se desvaneció entre las sombras. De repente, un mero sonido derrocó al omnipotente silencio, acompañado de este, unas luces compuestas por dos colores se acercaban inexorablemente hasta mi posición. Por algún motivo que ahora desconozco, sentí la extraña necesidad de aproximarme a una laguna situada a unos metros de mí. Aunque no recuerde nada de mi vida aparte de este relato, cuando me encontré a la vera del estanque supe quién era aquel enigmático sujeto. Finalmente, callé para siempre; el silencio engulló la verdad y deambuló ubicuo por la faz de la Tierra.

1026. MICHEL PILIOUGINE – CROWLEY’S SON El maestro Tornieri yacía inerte en el vestíbulo del conservatorio, mostrando signos de muerte por estrangulamiento. Ya en el depósito, Sullivan informó al inspector Harrison de que el arma homicida fue una cuerda de algún tipo de instrumento musical y que los hechos tuvieron lugar a primeras horas de la noche. Según las pesquisas del ayudante Starkey, el día anterior hubo una sonada bronca entre el maestro y su discípulo más aventajado, William Campbell. El alumno, a pesar de tener un talento innato para el violín, prefería dedicarse a su grupo de música heavy, Crowley’s Sons. En la sala de interrogatorios, Campbell se mostró nervioso y tenso, aunque tenía coartada, pues estuvo tocando en un garito hasta altas horas de la madrugada. Comentó que su maestro estaba siendo presionado por John Winston, un anticuario de la ciudad, para que vendiera el preciado Stradivarius que heredó de su abuelo...

1027. MIGUEL ADROVER CALDENTEY – CIENTO SESENTA Y TRES ESCALONES Llevaba tiempo viviendo en ese barrio y su único entretenimiento durante

el regreso a casa era contar las veces que tenía que levantar el pie para subir un peldaño más. Hoy, su atención se centraba en el reguero de sangre que parecía dirigirse directamente a su bloque de viviendas. Cruzó el paso subterráneo, un charco oscuro indicaba que el herido se había detenido a descansar. Alguien lo había pisado, la huella de una zapatilla deportiva continuaba paralela al rastro de sangre. Estaban siguiendo al herido. Desenfundó su arma reglamentaria, se sentía más seguro con ella en la mano. ¿Debía pedir refuerzos o continuar solo? No tuvo que decidir. Los disparos rompieron el silencio. Empezó a correr y los vio: ella sostenía el arma, sangraba abundantemente por un brazo y lloraba. Supo que pronto cambiaría de barrio. Silvia acababa de matar al violador que durante meses había estado persiguiendo.

1028. MIGUEL CHAMIZO – UN EMBARAZO DE RIESGO Tim y Paul estaban en el bar La Guarida. Tras más de treinta años como detectives de Homicidios, jamás habían perdonado la birra de después, y no lo iban a hacer el día de la jubilación de Paul. «¿Cuál crees que ha sido nuestro peor caso sin resolver?», preguntó Tim. Ambos estuvieron de acuerdo en que había sido el de Jane Smith, una chica embarazada de ocho meses que había llegado al hospital pensando que el parto se había adelantado. En menos de una hora, tanto ella como su hijo nonato habían fallecido. El examen toxicológico reveló un alto contenido de cianuro en sangre. El único sospechoso fue el novio y padre del niño, aunque pronto se descartó. Los policías se marcharon del bar con mal sabor de boca al no haber podido resolver aquel caso. Ninguno hubiese imaginado jamás que la ultrarreligiosa madre de Jane había sido capaz de envenenar a su propia hija solo por haber decidido tener descendencia sin haberse casado antes.

1029. MIGUEL DE DIEGO RUIZ – APARIENCIAS El cuerpo aún caliente permanecía inclinado sobre el desgastado brazo del sillón cuando Ann lo encontró. Hacía dos días que la pareja se había alojado en aquella pensión. Su llamada a la policía no dejaba lugar a dudas. Era un crimen pasional. El rico y despechado marido, según la joven, les había perseguido por diversas ciudades antes de darles caza allí. La autopsia corroboró totalmente el relato de Ann, y el análisis de balística señaló al 9 mm de su esposo como causante de la muerte. La detención del marido se produjo en un hotel cercano al escenario del crimen. El hallazgo del arma asesina parecía poner punto final al caso. Sin embargo, alguien sospechó al ver que las fechas de alojamiento del marido eran siempre previas a las de la joven pareja. Se probó finalmente que habían sido ellos los que habían seguido al presunto culpable, y había sido ella la que, tras asesinar a su amante, se había reunido con su esposo para devolverle el arma que había sustraído de su casa y así inculparlo.

1030. MIGUEL FERNÁNDEZ MEDARDE – SIN TÍTULO El comisario Rodríguez leyó por segunda vez el informe. Al abrir la caja de cartón, la 9 mm que había dentro se había disparado sola. Al parecer, el asesino había instalado un mecanismo que accionaba el gatillo al levantar la tapa. Mientras evaluaba diferentes posibilidades, el agente Ruiz apareció por la puerta con el vídeo de la cafetería donde se había cometido el crimen. En las imágenes, un hombre con el rostro totalmente cubierto dejaba la caja disimuladamente sobre la mesa y abandonaba el local. Minutos después, la víctima entraba en la cafetería y se sentaba delante del mortífero paquete. —Hay algo escrito —observó el comisario. Al acercar la imagen, comprobaron que sobre el envoltorio de la caja había llamativas pegatinas con varios mensajes: No abrir, No tocar, Confidencial. Pese a ello, la víctima abría la caja y moría en el acto. —Parece algún tipo de experimento sociológico —dijo el agente Ruiz. —El asesino quería demostrar que la curiosidad mató al gato.

1031. MIGUEL MARTÍN – ESTADÍSTICA CRIMINAL Ser investigador privado es un 70 % intuición y un 20 % suerte. ¿El 10 % restante? Puntería, sencillamente. En estos momentos, el detective se ríe del último porcentaje: encañonar al maleante encapuchado a cinco metros de distancia le otorga un amplio margen para errar el tiro. El criminal descubre al fin su rostro, mostrando los fríos y bellos rasgos de una mujer entrada en los cuarenta. Maldición, una mujer. ¿Por qué tiene que haber siempre una mujer de por medio? Ella se acerca liviana, pero el cañón del revólver la observa sin inmutarse. Paso a paso, la delincuente se planta delante del detective y abre los labios de forma sugerente. Vale, quizás la ración de suerte del investigador haya subido hasta el 25 %. Ahora queda esperar a que su 70 % de intuición sea suficiente para descubrir a tiempo el cuchillo que ella esconde en la manga.

1032. MIGUEL NAVARRO GONZÁLEZ – EL EXTRAÑO CASO DE MIRANDA Desde hace meses, Miranda L. G. suspira, llora, tiene los ojos hundidos en grandes ojeras, las uñas tan comidas que ya no se las puede morder; una garra le atenaza el estómago, conciliar el sueño le es un tormento... Todo porque, nada más cerrar los párpados, le viene una pesadilla, siempre la misma: alguien recorre su casa portando un cuchillo con el que traspasa el corazón de su marido, degüella a su hijo de once años y luego al de tres. Su esposo entiende que es un aviso para protegerles de un asesino; por ello, acoraza la puerta de entrada, coloca rejas en las ventanas, contrata un servicio de alarmas y vigilancia... Leo en el diario ABC de hoy: «La pasada noche, la policía encontró a Miranda L. G. profundamente dormida en el salón de su casa tras haber apuñalado mortalmente a su marido y a sus dos hijos».

1033. MIGUEL SALANUEVA ACHIAGA – LOS ASESINOS PODRÁN HUIR, PERO SIEMPRE SERÁN ALCANZADOS Corría el año 1990 en la ciudad de Nueva York. Un asesinato de una joven mujer había traído al detective Sam Walkerfield al metro recién construido de la gran ciudad. La muchacha había sido asesinada de una manera atroz: decapitada y troceada; cada uno de sus restos fueron colgados en el puente de Brooklyn. Sam odiaba ese tipo de asesinos, odiaba el metro, odiaba Manhattan... Pero lo que más odiaba era ir vestido de incógnito. Aquellos atuendos le hacían parecer un payaso. La última vez que el asesino había sido visto era en los metros deambulando y, probablemente, buscando otra víctima. Es por eso que Sam se encontraba vigilando el metro. Finalmente, apareció. Corría con lo que parecía ser un bolso robado. El detective Walkerfield ni siquiera se inmutó, bastó con asestarle un gancho de izquierda repentino suficientemente fuerte como para estamparlo contra el tren que le dejó inconsciente. Entonces, Sam le miró y dijo: —Caso cerrado.

1034. MIGUEL SALAS CANO – EL JUEGO La pequeña Andrea juega en el patio de su casa. De repente, le cuesta mucho respirar y se duerme. Sueña con su madre, están jugando a pillar, pero mami corre mucho y no puede cogerla. Andrea se despierta, pero no puede moverse, está atada por las muñecas, y un señor con la cara tapada no para de decirle que no se preocupe, que la lleva con su nueva mami. La pequeña no lo entiende, ¿qué le ocurre a su mami para tener que cambiarla por otra? Andrea empieza a llorar y a chillar que quiere ir con su mami; el señor se asusta y le tapa la boca para acallarla, pero no controla su fuerza. La niña empieza a sentir que se duerme otra vez, pero en esta ocasión soñará para siempre que juega a pillar con mami.

1035. MIGUEL SEPÚLVEDA RÍOS – EL ÚLTIMO JUEGO Desde su flamante deportivo blanco, el movimiento sospechoso de aquel hombre alarmó su dormido sentido detectivesco. Decidió dejar el coche en aquel mismo lugar; no debía, pero aquello era Madrid, y la curiosidad era mayor que la segura multa. El sospechoso no se daba cuenta, o aparentaba no darse, de que era seguido por un hombre con pinta de bróker que estaba jugando a Rick; la diferencia entre el escritor y él es que él no conocía a nadie en la policía, y Richard, sí. Le estuvo siguiendo un buen rato a cierta distancia por calles que el sospechoso conocía muy bien, y él no sabía que existían. De pronto, al doblar una sucia esquina, se manchó el traje al apoyarse, y lo vio entrar en el bar al cual curiosamente se dirigía él al principio. En ese mismo instante, la sospecha y la tensión empezaron a crecer. Después de pensarlo un buen rato, se decidió a entrar y menos mal que lo hizo. Se dio cuenta del juego cuando le gritaron todos sus amigos: ¡Feliz cumpleaños!

1036. MIGUEL A. MATEOS CARREIRA – SIN TÍTULO La ciudad de Nueva York todavía no se había despertado. Las calles parecían inusualmente vacías con respecto a lo que era normal. Dave Richards conducía su coche a toda velocidad, mientras en el asiento de atrás Brenda Adams atendía a otro hombre. —¡Acelera, Dave! —¿Estás loca? ¿Quieres que nos detengan? Un par de minutos después, el coche se detuvo junto al cementerio de St. Paul; de su interior salieron las tres personas, una de ellas inconsciente. Dos horas después, la detective Saric se acercó caminando entre las tumbas. Sus compañeros le salieron al encuentro. —Hombre. Treinta y cuatro años. Sin papeles —dijo el detective Michaelson—. Tendremos que esperar por si aparece en alguna base de datos. Caminaron hasta el centro del trabajo de los policías. Sobre la lápida de una de las tumbas estaba el cuerpo, inerte. El forense, el doctor Alec Gorman, tomaba muestras de todo. Una testigo les habló de un coche y voces, de hombre y mujer. —¿Qué pasó allí? —se preguntó la detective Saric.

1037. MIGUEL ÁNGEL LABARTA SANZ – EL TEMPLO En el momento que entró en la sala, sintió cómo una opresiva atmósfera se cerraba a su alrededor. Antes de que sus ojos se acostumbraran a la oscuridad, notó como sus sandalias chapoteaban en algo viscoso. Al momento, comprendió que ofrecerse voluntario para investigar aquel extraño lugar no había sido una buena idea. Por fin acertó a ver varios bultos, amontonados frente a él; aferró el mango de la espada con su sudorosa mano y la sacó de su funda, el sonido reverberó por la estancia, sintió un escalofrío; lo siguiente que notó fue un golpe seco y frío en la espalda y se preguntó qué hacía esa punta de lanza ensangrentada asomada a través de su vientre; se desplomó pesadamente y, ya en el suelo, aún pudo intuir la sonrisa burlona de una calavera, después la oscuridad.

1038. MIGUEL ÁNGEL OJEDA GIRALT – NO PIERDAS LA ESPERANZA Richard, policía a punto de jubilarse, viudo y sin su hija, que desapareció cuando ella tenía ocho años, secuestrada por un grupo de narcotraficantes, se gastaba sus ahorros en el casino. Al salir, escuchó a lo lejos en una calle estrecha y sin apenas luz los gritos desgarradores de una joven. Corrió hacia donde venían los gritos, vio la silueta de una chica desplomándose en el suelo y alguien corriendo, alejándose de ella con su bolso en la mano; vio que se le cayó una tarjeta y en ella estaba escrito: No estás sola. Richard no entendía nada. Fue a socorrer a la joven y por suerte no estaba herida; solo se había desmayado. Cuando le vio la cara, no podía ser... ¿Era ella? ¡Su hija secuestrada!

1039. MIGUEL CARLOS GÓRRIZ FUERTES – SOLO Por fin me encuentro solo en la casa; mis víctimas descansan, nada las perturba. ¿O sí? Al fin y al cabo, ese va a ser su trágico final; sin embargo, para mí es un placentero desenlace, pero la soledad del verdugo no me llena; necesito algo más que el anonimato. Mi delito, si no es conocido, no tiene valor alguno; como buen psicópata, necesito de mi público y del placer de su sufrimiento, sin él mis acciones no tienen sentido. Por eso le escribo este whatsapp a mi hija, para que sufra y con ello mi placer aumente. Nadie puede detenerme ya; si no hubiese sido por mi afán exhibicionista, el crimen habría sido perfecto, porque realmente nadie sabía cuántos bombones había en la nevera.

1040. MIGUEL ENRIQUE LAGUNA RAMS – LA INTEMPERIE DEL VERANO PASADO La bruma brotaba a la intemperie en los vagones de Nueva York. Enrique, líder del grupo de estudio de su promoción de bachillerato, se deleitaba con la majestuosa visión de la «Oda a la libertad y a las leyes». Enrique y su panda visitaban el Empire State mientras se percataron de que no eran los únicos que habían ido por la experiencia de dormir allí; fue algo propuesto por los dueños. El cadáver de no hace más de unas horas ya se encontraba en un charco de fresca sangre derramada por la centésima planta de aquel rascacielos. No se lo podían creer, un caso más les aguaría la fiesta y el sosiego adquirido gracias a estudiar durante todo un año y aprobar la selectividad. De todas formas, no era un problema, ya que adoraban los casos policíacos, solo necesitarían tiempo de estudio y sería coser y cantar.

1041. MIGUEL JUAN BONNIN FERRER – CONFUSIÓN Al llegar al escenario y observar el cadáver, sentí un escalofrío y recordé mis peores pesadillas. El cuerpo presentaba claramente un disparo en el ojo y una bufanda roja le rodeaba ligeramente el cuello, junto a un revólver en el suelo. La presentación era exactamente igual a los casos que me habían estado atormentando los últimos dos años. En mis veintisiete años de experiencia como detective de Homicidios, no había tenido unos asesinatos en los que no se encontrara ni una pista, tan solo callejones sin salida. La policía científica certificó que los resultados de ADN de los restos encontrados en las uñas coincidían con el propietario de la huella encontrada en el arma. Parecía un caso resuelto. Al revisar el informe, mis temores se confirmaron: el ADN de los restos biológicos y la huella del arma pertenecían a Anthony Red, la víctima de hace un mes. Se repetía la historia. ¿Cómo un muerto había podido cometer un crimen al mes de fallecer?

1042. MIGUELO GUARDIOLA MARTÍNEZ – LA FUENTE Otro más este mes y ya van cinco. ¿Cómo demonios lo hace? ¿Cómo consigue meterlos ahí sin que nadie se entere? ¿Y qué le ha llevado a elegir este modus operandi? Debe ser un tipo enorme para hacer eso con tanta facilidad. No hay signos de lucha en ninguna de las víctimas, ni tampoco restos de estupefacientes. Es casi como, si en vez de ser obra de un asesino, fuera una moda de internet, que a la gente se le está yendo de las manos. Un reto absurdo más de tantos que hay. Pero no, sabemos que hay alguien detrás de todo esto, alguien que, de alguna manera inexplicable, consigue que sus víctimas entren en el baño de una discoteca abarrotada y permanezcan así, de rodillas en el suelo y empapados, con un brazo en la llave de paso y la cabeza metida en un urinario atascado, hasta ahogarse.

1043. MIKEL ZULUETA – PREDESTINADO «Hoy no va a ser el último día»; esas eran las ocho palabras que no dejaban de repetirse en mi mente. Noté la sangre de mis heridas de la nariz y del labio resbalando por mi rostro y recorriendo mi cuello. Los latidos podía contarlos dentro de mi cabeza, ya que parece que me ardía. Mis manos atadas detrás de mi espalda estaban ya dormidas porque el nudo me apretaba tanto que no dejaba pasar el riego sanguíneo. Mis párpados se caían poco a poco y yo intentaba no cerrar los ojos, repitiéndome una y otra vez esas mismas ocho palabras. No pensé que fuera posible, pero, de repente, se abrió la puerta del despacho de la tortura de golpe y apareció mi fiel compañero metiendo una bala entre ceja y ceja a los tres que me retenían casi sin darles tiempo a levantar su arma.

1044. MIKI TORRES – SIN TIEMPO PARA REACCIONAR Llegamos hacia las 16:00 a la cabaña. Dirk y Rachel ocuparon la litera, por lo que yo me fui directo a la cama individual. Aprovechando el espléndido día, ellos dos fueron a dar un paseo fraternal. Dirk estaba mal y no superaba su divorcio, así que le iría bien. Yo, por mi parte, me quedé durmiendo. Me despertaron unos gritos y dudé de quién podía ser, pues no había nadie en kilómetros a la redonda. Tardé un par de segundos en reconocer esa voz. Era Dirk. Entró aterrorizado y tembloroso en la cabaña. Venía solo. Algo iba mal. Intenté tranquilizarlo, pero fue imposible. Me contó, entre sollozos, lo ocurrido: «¡Mientras paseábamos... una piedra... mucha sangre!». Le pedí que se explicase mejor y prosiguió: «Empezamos a correr, y Rachel se tropezó y se golpeó la cabeza con una roca. Sangraba mucho y me asusté, no se movía...». Fuimos corriendo para arreglarlo, pero ya era tarde. Todo eso era demasiado para Dirk. No soportaba tanto sufrimiento. Empezó a correr hacia un barranco. Y saltó.

1045. MIREIA GURPEGI – UN RUBÍ NUEVO EN EL INSTITUTO Cuando Nuria se despertó aquella mañana, le dijeron que tenía un caso que solo ella podía llevar, dado que era la más joven de la comisaría. Un collar de rubí, expuesto en el museo local, había desaparecido durante una visita de su instituto. Y ella, colaborando con su tío Óscar, tenía que descubrir quién era el responsable. —¿Sabes qué? María, la que vino la semana pasada, está fardando de joyas nuevas. ¡Vaya presumida! —estaba diciendo en ese momento, al entrar en clase. Cuando lo vio, Nuria no se lo podía creer. ¡María llevaba el collar puesto! Por eso, al salir de clase, se puso a hablar con ella: —¡Qué bonito! —dijo, inocentemente—. ¿Puedo verlo? —Claro —dijo mientras se lo daba—. Me lo ha regalado alguien con un sobre que decía que lo llevara hoy. Falso. Pero cuando María le enseñó la carta, reconoció la letra. —Estas detenida —dijo, esposando a su mejor amiga. Luego, rebuscó en su mochila y encontró el verdadero collar. Caso cerrado.

1046. MIREI PUJOL – LA HISTORIA QUE DEBÍA SER CONTADA Si cuento esta historia es para que no caiga en el olvido. Nadie más se atrevió a seguir buscando, a mirar más allá, y ahora es cuando entiendo el porqué: para poder evitar lo que para mí ahora es inevitable, la muerte. Aquel día sucedió algo horrible: al ir al vestuario a cambiarme, vi a un hombre huyendo. Cuando fui a ver qué ocurría, encontré a mi compañera de la universidad tumbada en el suelo ensangrentada, la había apuñalado. Rápidamente, avisé al 112. Recuerdo a una policía, que se llamaba inspectora Swan; le expliqué lo que vi e identifiqué ante un dibujante al hombre. Aquello me llevó casi a la locura, necesitaba saber más, la policía cerró el caso por falta de pruebas, así que empecé mi propia investigación. Y hasta hoy. Lo he encontrado y lo he atrapado. Él ha empezado a gritar que no le matara. No entendía nada; de repente, he visto como él estaba muerto en el suelo, le habían apuñalado. No lo entiendo, tengo miedo, no puede ser, ¡fui yo! Y este relato termina con el suicidio del autor.

1047. MIREIA ROBLES CORT – INSEPARABLES Sus ojos destellaban miedo. Por fin la tenía delante otra vez, después de tantos años huyendo de mí... Mi reflejo estaba en el espejo de su habitación, como tantas veces cuando aún éramos amigas. Antes de que me fallara, antes de que se llevara lo más valioso para mí. Su rechazo fue su peor decisión, tenía que hacérselo pagar de alguna manera... El reflejo parecía un cuadro renacentista, la habitación había quedado impoluta, solo las sábanas de su cama estaban manchadas de su sangre. Mi yo del espejo me miraba arrogante y con sonrisa pícara, mientras me tomaba una copa de vino tinto, como en los

viejos tiempos, para despedirla. El pulso se me aceleraba conforme me daba cuenta de la situación, y mi conciencia volvía en sí. Tenía que salir de allí lo antes posible; su fantástico novio no tardaría nada en llegar, y se encontraría allí toda la escena... Puse la nota impresa donde «ella» dejaba a su novio, sobre el escritorio, y me fui. La suerte estaba echada para todos.

1048. MIREIA CASTILLEJO – HUMO Un 20 de enero, estaba paseando por las calles frías de mi pueblo, cuando de repente escuché que alguien gritaba mi nombre, me giré y era mi amigo Ben, a quien conocía desde hacía mucho; juntos nos dirigimos por el mismo camino, ya que él vivía a tres calles de mi casa. De repente, escuchamos un grito de lo que parecía ser una niña, y nos dirigimos rápidamente allí. Cuando estábamos a un paso de llegar, Ben y yo nos paramos de golpe y cogimos aire; lo único que puedo decir es que era aterrador: tenía la piel de gallina y todo parecía una pesadilla. Ben y yo encontramos a la niña, llorando, apoyada sobre el pecho ensangrentado de quien parecía ser su hermano, que estaba intentando coger lo que parecía ser su último aliento. Ese momento, esa imagen, nunca se fue de mi cabeza; por eso decidí relatarlo en un papel y quemarlo, para que se hiciera humo todo lo pasado, y el viento se llevase todo lo malo.

1049. MIRIAM BLANCO VALOR – «VENENO» EN UNA BOTELLA – POISSON IN A BOTTLE En una fiesta, el anfitrión cae muerto, envenenado. El fallecido daba la fiesta porque le había tocado la lotería. Entre los invitados, su hermana, que había caído en la droga; su mejor amigo, un empresario a punto de la bancarrota, y su mujer, que se acostaba con el fallecido; un amigo de la infancia, que vivía del dinero que ganaba tocando en el metro; el ex de su hermana; una compañera con la que trabajaba en un proyecto científico sobre la eterna juventud y una amiga de la universidad que estaba obsesionada con él. Parece que casi todos tenían motivos para matarle. Desatendió a su hermana, cosa que su ex no le perdonó; descubrió que su mejor amigo había defraudado; su amigo músico se enteró de que el décimo que perdió era el ganador y, por su cuenta, había conseguido resultados positivos sobre el proyecto científico. El veneno estaba en una botella de vino y todos bebieron. Pero el asesino puso antídoto en una tarta a la que el fallecido era alérgico... ¿Quién será el asesino?

1050. MIRIAM MORENO GÁZQUEZ – SIN TÍTULO Sonó un disparo. Noté una quemazón en el centro del pecho. Sentí el calor de mi sangre resbalando por la barriga. Dos horas antes, estaba impaciente porque mi compañero Roy llegara. Por fin habíamos dado con

una pista bastante sólida treinta y seis muertes después. El nombre que figuraba era falso. Ese almacén abandonado olía a escena de crimen. Roy seguía sin llegar. Tantas noches en vela dándole vueltas al caso. Hoy obtendríamos algo. ¡Lo sé! Una melodía irrumpió mis pensamientos. Es Roy. «Muy bien —dije—, nos vemos allí». Salí aprisa de la comisaría. Subí en mi coche y me dirigí al almacén. Había una furgoneta en la parcela. Roy aún no había llegado. Otra vez tarde. Decidí entrar. El candado de la finca estaba abierto. El hedor a sangre rancia se notaba nada más abrir. Una mesa metálica a un lado. Una jaula oxidada a otro lado. Avancé. Un ruido me hizo girar hacia la puerta. Sonó un disparo. El cañón del arma humeaba. Y ahí estaba Roy.

1051. MIRIAM SÁNCHEZ TREJO – PRIMERA MUERTE Estaba allí. Lo había encontrado. No podría escapar. Pero iba a dispararle. Iba a matar a esa chica. No podía permitirlo. ¡Debía hacer algo! Sonó un disparo. Le miré a los ojos, y él me miró. Sus ojos reflejaban odio, reflejaban sorpresa, reflejaban dolor. Su arma cayó al suelo, y él, tras ella. Me acerqué corriendo. La chica lloraba. Pero yo continué mirándolo. Sus ojos ya no reflejaban odio, ya no reflejaban nada. Estaba muerto. No, yo le había matado. Yo le había arrebatado su vida. Sí, era un asesino. Sí, iba a matar a una chica más. Sí, le había salvado la vida, pero a costa de otra. Caí de rodillas; el arma seguía en mis manos. Pronto llegaron los demás. Primero, sorpresa; luego, alegría. Las felicitaciones comenzaron a llegarme. Pero yo solo podía pensar en esa mirada. La primera muerte es la más dura, dicen. Recibiría ascensos, pero eso no podría hacerme olvidar su mirada. Policía, rezaba mi placa. «Asesina», pensaba mi mente.

1052. MIRIAM VELA PÉREZ – LA VENGANZA Paul se despertó ensimismado, cubierto de un baño sangriento. Mientras se incorporaba, sintió un extraño polvo en sus manos y el frío metal de la pistola que lo acompañaba. ¿Pero cómo había llegado allí esa arma? Él, que siempre había sido un puritano que había sentado la cabeza y estaba dispuesto a compartir su vida con una mujer de carácter noble. Todo era muy desconcertante, puesto que aún llevaba el pijama de la mañana. Intentó recordar lo que había hecho aquella mañana, pero la cabeza le daba muchas vueltas. De repente, le dio un vuelco el corazón y sintió como la cena de la noche anterior empezaba a querer escapar de su cuerpo, le repugnaba y horrorizaba lo que estaba viendo. Rose estaba tendida en el suelo con el cuerpo descuartizado. Sintió un escalofrío y la sangre se le heló. Lo último que vio fue cómo la limpiadora del hotel en que se hospedaba le clavaba un cuchillo sin piedad. Era Margaret, su antigua prometida. Que al fin lograba su gran venganza.

1053. MITSUKI MATSUMOTO – LA MUJER DE HIELO Las calles de Nueva York estaban heladas y cubiertas de nieve. Esa noche, unos jóvenes estaban haciendo botellón en el parque cuando uno de ellos vio algo realmente horrible: descubrió el cuerpo de una mujer congelada y torturada. Corrió y gritó hacia sus compañeros, que creían que era una broma. A la mañana siguiente, estaba la policía; los agentes Josh y Kat, en la escena del crimen, intentaban averiguar quién era la víctima. —¿Cómo ha muerto, María? —Kat —contestó la forense—, por lo que veo a simple vista, fue torturada hasta desangrarse y, después, fue congelada en esta forma angelical. Esta persona sufrió mucho hasta que murió. —Gracias, María. Después me cuentas cómo te fue la cita con aquel cachas. —Kat, María, queréis dejar eso. —Vamos, Josh, tú sabes que eres nuestro hombre. —Ja, ja, qué graciosas sois. Me parto con vosotras. Vamos, Kat, que tenemos que atrapar a un psicópata.

1054. M. JOSÉ MÁS GUTIÉRREZ – LA VIUDA NEGRA El cadáver descansaba sobre la camilla, en la sala de RCP del hospital. Se trataba de un varón caucásico de origen alemán de unos setenta años que veraneaba en la isla; al parecer, sin antecedentes. El médico decidió salir a informar a la familia, preocupado, ya que no podía asegurar el motivo del fallecimiento. La viuda, que aguardaba noticias ansiosa, no era el tipo de mujer que uno esperaba, cuadraba más con el estereotipo de femme fatale, y era varios años más joven que el finado. La consolaba un sujeto bien parecido, su abogado. Al planteamiento de la posible autopsia, la familia se negó por motivos religiosos; aducía patología previa. Una vez en el parking, la dama jugaba nerviosa con algo del interior de su bolso. Si nos hubiéramos acercado, habríamos visto que se trataba de una jeringa; la aguja ya había sido astutamente depositada en uno de los contenedores para agujas de urgencias.

1055. MÓNICA CASANOVA – MUERTE POR FORTUNA A sabiendas de que el amor que sentía era prohibido, se enzarzó una y otra vez en conquistarla a pesar de la negativa de la familia. Él, humilde; ella, rica; no podía ser. Un día, viéndose a escondidas, en los campos traseros de la casa de Rachel, escucharon un fuerte estruendo. Fue sola a ver qué sucedía. Encontró a su padre tendido en la moqueta encharcado en sangre. Asustada, salió a por Brandon. Llamaron a la policía. Estos veían al chico como principal sospechoso, ya que conocían los problemas de las familias. El forense señaló que un golpe en la cabeza con un martillo fue la causa de la muerte. Esto indujo a la policía a conseguir una orden de registro para la casa de Brandon, ya que su padre era albañil. Encontraron varios martillos, uno

de ellos con restos de sangre. Declararon padre e hijo: el adulto confesó. Su intención era conseguir que Brandon pudiera estar con Rachel para conseguir parte de su fortuna.

1056. MÓNICA ALFONSO NÚÑEZ – SEDA BLANCA Y CARMESÍ Nunca se había fijado en el tacto de la sangre hasta que una lluvia caliente y viscosa cayó sobre ella. Sonaron dos golpes: el primero, metálico; el último, sordo. Limpió sus ojos con los jirones de lo que meses atrás había sido su camiseta y contempló a su captor desangrarse en el suelo. Tras tanto tiempo en aquel antro, suponía haber visto todos los horrores imaginables. Se equivocaba, nunca había visto algo así. No era el primer degollado que veía; sin embargo, la precisión quirúrgica de la incisión le hacía estremecer. El responsable debía haber asesinado cientos de veces anteriormente, pues no había dudado siquiera un instante. Tuvo que obligarse a mirar al hombre que limpiaba cuidadosamente su arma y sus manos con un pañuelo de seda. Si había ido a buscarla, debía tener otros planes para ella, ¿no? Se forzó a sonreír y bromeó: —Supongo que no serás policía, ¿verdad? Una sonrisa divertida se formó en el rostro del hombre que, tras guardar el pañuelo, le tendió una mano impoluta.

1057. MÓNICA MUÑOZ GARCÍA – PUESTO VACANTE: SE BUSCA CAPITÁN Esta mañana, mi amigo ha sido asesinado. Era policía y murió en manos de su compañera Katia Benet, policía también. Tanto mi amigo como su compañera estaban compitiendo por un puesto como capitán de policía, y se podría decir que mi amigo fue culpable de su propia muerte. Anoche, al saber la decisión sobre quién sería el nuevo capitán, mi amigo le pidió a su compañera que fuese a su casa para pedirle que abandonase, pero no llegaron a un acuerdo y él acabó secuestrándola. Esta mañana, ella ha conseguido escapar, pero cuando él se ha dado cuenta, ha intentado matarla, aunque finalmente su compañera se ha defendido, ahogando a mi amigo y provocando un homicidio. La policía acaba de encontrar el cadáver, pronto encontrarán también mi sangre en la cuerda con la que lo ahogué y vendrán a por mí. Se acabó lo de ser capitana, y ya no tengo a mi mejor amigo a mi lado. Me arrepiento de ello, así que esta es mi confesión y mi nota de suicidio. Firmado: Katia Benet.

1058. MÓNICA PERNAS DE LA ROSA – LA TRAICIÓN Siempre me había preguntado cómo sería recibir un balazo, pero nunca pensé que respondería a aquella pregunta. Y allí estaba, tumbado en el suelo de aquel oscuro callejón, solo, mirando al cielo y preguntándome cómo

podía haber estado tan ciego. Llevábamos años tras aquel asesino en serie. En mi cabeza se amontonaban pruebas, interrogatorios, informes, fotografías, escenas del crimen... y ahora todo tenía sentido. ¿Cómo había podido no darme cuenta? La lluvia limpiaba mis lágrimas, mezcla de rabia y dolor. Notaba brotar la sangre. «¿Cómo pudiste ser tan imbécil, Rubén? Lo tenías delante de tus narices y no supiste verlo. Ahora seguirá matando, engañándolos a todos». Eran mis últimos minutos, y aun así no podía dejar de atormentarme pensando en las víctimas que morirían. Solo esperaba que su próximo compañero fuera más listo. «No te fíes, te traicionará», susurré al viento con la esperanza de que llegara a los oídos del detective que acompañase al asesino que fingía patrullar las calles.

1059. MONTSE PINILLOS BLANCO – INTRIGAS EN LA ESTACIÓN Una llamada anónima había alertado de un cuerpo sin vida en la estación de Drassanas, en Barcelona. Una muchacha de tez canela y pelo negro yacía sentada con los brazos en cruz, en el banco de la estación. No había signos de violencia en su cuerpo; sin embargo, había algo extraño en aquel lugar. ¿Qué hacía la joven sola, a esas horas y en una estación de tren en desuso? La inspectora Pinillos y su compañera Pérez fueron hacia los túneles mientras el equipo forense peinaba la estación. Cuanto más avanzaban en la oscuridad, mayor era la sensación desagradable de la humedad que se mezclaba con los olores del agua estancada. Cuando por fin vieron un punto de luz delante de sí, caminaron hacia él y... Silencio... «¡Corre!», gritó Pérez. Y las dos policías agotaron sus fuerzas para salir de aquel lugar. Pinillos se desplomó frente al cuerpo policial. Pérez, consciente de su suerte, alertó de unos cubos con líquido radioactivo y también se desplomó. ¿Qué estaba pasando en aquel lugar?

1060. MONTSERRAT ALBAREDA SEVILLA – MISTERIOSO ASESINATO EN EL CAMPUS Era una mañana soleada y por la ventana del sótano de la fraternidad May se colaban los primeros rayos de sol, que dejaban ver una escena macabra que nadie hubiera esperado. Dos cuerpos sin vida yacían atados y con signos de brutal violencia. Los agentes, al llegar al lugar de los hechos, inspeccionaron todo el perímetro sin encontrar nada concluyente para la investigación; todo era muy confuso, ya que por lo visto las jóvenes asesinadas, Mandy y Linda, eran compañeras de clase desde hacía poco y aparentemente no tenían nada en común. Además, lo que más confundía a los agentes era el modo violento de matarlas: rozaba claramente la tortura de un tipo de interrogatorio propio de los asesinos bien entrenados. La investigación tiene varios sospechosos, a los cuales se fue descartando por diversos motivos. Pero, por pura casualidad, el caso llega a su conclusión. Una de las madres había sido espía internacional, y uno de los altos cargos de espionaje estaba detrás de todo.

1061. MONTSERRAT CONTRERAS – AÚN HAY TIEMPO Cuando salió de aquel edificio, el sol le dejó casi ciego durante unos segundos. Tenía el antídoto. Fue hacia el coche. No la vio, solo notó el golpe. Ella intentó clavarle aquel puñal; él fue rápido y le arrancó el arma. Lo miró desafiante. —Yo no mato mujeres, no mato a nadie —dijo muy serio. Inmediatamente le dio un puñetazo y la dejó inconsciente. Fue hacia el coche. De repente, oyó un ruido detrás de él. —Deberías estar muerto —dijo la mujer. Se oyó un disparo, la mujer se puso la mano en el pecho, miró en dirección a aquel hombre y lo vio. Sabía que estaba herida de muerte, y descubrir que eran gemelos lo aclaró todo. Ya era demasiado tarde. Al muchacho le fallaron las fuerzas y cayó. —¡No, ahora no! —dijo el mayor, y agarró a su hermano antes de que llegara al suelo. Cogió la jeringa y con rapidez le inyectó aquel líquido que debería salvarlo; ahora solo era necesario que hiciera su efecto. Se quedaron allí abrazados, esperando que no fuera demasiado tarde.

1062. MONTSERRAT DÍAZ – UNA NOCHE MUY LARGA Todo comenzó el viernes por la noche cuando Adeline decidió ir al cine con su mejor amiga. Era una peli de los años sesenta, pero, cuando iba a salir, recordó que su coche estaba en el taller, así que lo mejor que podía hacer para no llegar tarde era coger ese atajo tan oscuro por el que no le gustaba pasar de noche. Fue su peor decisión; nunca llegaría al cine. No se imaginaba que a mitad de camino su vida iba a cambiar para siempre. Fue a las pocas horas cuando empezó su búsqueda. Ni Ángela, ni Kevin, ni siquiera su mejor amiga Anna podía imaginarse qué había pasado. Resultó extraño encontrar su mochila vacía y sus zapatos en aquel oscuro callejón. Nadie habló, nadie sabía nada. A partir de ese día, el callejón no volvería a ser el mismo. Mucha otra gente desapareció allí; siempre aparecía un objeto personal. Nunca se recuperó ningún cadáver. ¿Dónde estaban los cuerpos? Este caso se bautizó como Adeline y hasta hoy ya existen dieciocho desapariciones sin resolver. Un caso, sin duda, para Rick.

1063. MONTSERRAT GÓMEZ – COMISARÍA 12 El agente Smith aparece muerto; todo indica que se trata de muerte natural. Sin embargo, Rick persuade a Nany para que realice pruebas; mientras, Javier y Kevin, abatidos por la pérdida de Smith, se molestan con Rick al querer ver un crimen. Kathy y Alex reciben un anónimo con amenazas de muerte si ayudan Rick o hacen cualquier comentario. Asustadas, no dicen nada, pero Kathy, con sus medios en la comisaría, y Alex, en el despacho de su padre, llevan a cabo sus pesquisas, así como la forense, que encuentra en un análisis un componente de tetrodoxina.

En la comisaría, preparándose para el funeral, Javier y Nany comentan el comportamiento de Kathy y cómo llegó el veneno a Smith. Alex no oculta más tiempo la amenaza recibida. Finalmente, se descubre que el asesino es otro agente, que estaba resentido

1064. MONTSERRAT UCHA TEJIDO – ADIVINA QUIÉN ES: ¿TÚ O YO? Ruido, abro mis pesados ojos. Diviso tristemente a un puñado de personas sentadas cada cual en su silla. Poco a poco me hago con el lugar; ¿una biblioteca quizás? Estamos en círculo, conmigo somos tres varones y tres mujeres. De repente, se enciende una intensa luz en lo alto y a nuestros oídos llega una voz. Paulatinamente, nos va mencionando por orden y me doy cuenta de que tengo un número en mi pecho: el 3. Nos describe, una religiosa vocacional, un alto cargo policial, una... ¡por Dios! ¡Me estalla la cabeza! ¿Un juego? Cuesta seguirlo..., adivinar quién es el asesino. Ha comenzado ya... El nº 1 ha fallado; la luz se acaba de ir, luz de nuevo... ¡Dios mío, está muerto! Lo ha matado uno de los que estamos aquí. El nº 2 llora, no consigue contestar, nooooo... Mi turno... «Una monja; contrario, diablo...». —El 6 —grito.

1065. MORFEO MORFEO – LA CASA DEL ALMA Después del accidente con el coche, solo me quedaba una cosa por hacer: encontrar un lugar seguro en el que resguardarme de esa incesante lluvia. A lo lejos, parecía vislumbrarse una vieja casa abandonada. La verdad es que el lugar daba verdadero miedo: una carretera que desaparecía a donde no alcanzaba la vista, guardada por unos vigilantes con brazos pero sin pelo que se apostaban a sus costados. Al llegar, abrí la puerta de la entrada, un chirrido espeluznante puso mi cuerpo en alerta; la casa tenía un intenso olor a podredumbre con una humedad que se palpaba en el ambiente. Paso a paso subí las escaleras que accedían al segundo piso; el crujir de estas hacía estremecer a cualquiera. Una puerta se hallaba al fondo del pasillo medio abierta, algo parecía atraerme a ella. Al llegar al dormitorio, vi a un hombre de espaldas con aspecto desaliñado. Llamé su atención, y mi cuerpo quedó paralizado: cuando se dio la vuelta, vi que aquel hombre misterioso era yo mismo enfrente de mí.

1066. MUDE JAIME – UN DETALLE CON IMPORTANCIA Era el fin. Lo sabía y no iba a poder hacer nada para evitarlo. Allí, tirado en el suelo, sin fuerzas para alcanzar el móvil, lo veía todo cada vez más claro. ¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?! Su afición, su pasión desde joven, le iba a gastar una última broma macabra. Ella también lo sabía, y sus celos la guiaron sin escrúpulos a terminar su venganza sin remordimientos. Tres

años planeándolo no habían sido suficientes para atenuar su dolor. Solo tuvo que aprovechar su precaria salud y utilizar los conocimientos que él mismo le enseñó para tenderle una trampa mortal. En el fondo, casi le gustaba la idea de morir como Claudio, Séneca o Sócrates. Muertes solemnes de personajes ilustres que permanecen en la memoria. No estaba nada mal. Le quedaba la esperanza de que la inspectora Díaz fuese capaz de descubrirlo. De alguna forma, tendría que hacérselo saber. Con un esfuerzo agónico, estiró el brazo intentando alcanzar el diploma de su especialización. Sería suficiente. Lo entendería.

1067. MYRIAM SAINZ – TENÍA RAZÓN El día que le conocí, no estaba segura de si iba a tener esa conexión, pero hoy he descubierto que sí: me ha salvado la vida. Supongo que eso es lo que hacen los compañeros forenses, pero esa bala no tenía que haberla recibido él. Yo estaba estudiando el escenario del asesinato, observando cada lugar minuciosamente para no cometer ningún error. Como en cada caso, me puse la música a tope en los auriculares y fui repasando cada variación de la realidad que pudo ocurrir. Me suelo evadir fácilmente y hoy he cerrado los ojos para introducirme en esas mentes y poder comprender lo sucedido en un tiempo pasado en ese mismo lugar. Mi compañero siempre me dice que estamos en la vida real y debería dejar de hacer eso porque no veo el peligro. Y tenía razón. No lo he visto. Ni siquiera lo he oído. Ha entrado el asesino por la puerta y ha sacado un arma. El cañón apuntaba a mi cabeza, pero ha llegado él con su porte y le ha disparado; no ha podido evitar recibir ese disparo.

1068. NACHO GARCÉS – MEGAN’S CRIME Era una mañana tranquila en uno de los mejores barrios de la ciudad, cuando de repente se escucharon dos disparos. Minutos después, llegó la policía y, al entrar, encontraron a un hombre muerto a balazos en el suelo. Los inspectores interrogaron a los vecinos, pero todos decían lo mismo: solo habían escuchado dos disparos. Pero Megan, la vecina de enfrente, no quiso hablar con ellos; se mostraba muy intranquila, como si algo le preocupara. Los inspectores empezaron a sospechar de ella y se la llevaron a la comisaría para interrogarla. Al principio no quiso hablar, pero después de un rato se derrumbó; confesó que ella había sido la autora del crimen y relató que su madre estaba enferma de cáncer y su última voluntad era ver al padre de su hija, pero él se negó. Días después, ella murió. Megan fue llevada a prisión.

1069. NACHO SARMIENTO GARCÍA – ¿QUIÉN ES EL ASESINO? María, cantante de ópera, representaba una obra en el Liceo. En un momento de la actuación, se comete un crimen en el escenario. Todo el

mundo se alarma, llega la policía y, cuál es la sorpresa, que no hay ninguna víctima; todo el mundo se pregunta qué ha pasado. Al ver la sangre, el supuesto asesino hace creer que ha sido todo imaginación de los presentes y deja en el ambiente la sensación de que en el teatro nada es lo que parece. La policía se lleva a algunos actores a comisaría, pero se dan cuentan de que no tienen pruebas en contra de ellos. Entonces pensamos: ¿qué es la realidad y que es la ficción? ¿Es producto de nuestra imaginación? ¿Qué significa imaginar? ¿Acaso la vida no es imaginar? Pues entonces, con nuestra mente, imaginemos el final de esta historia. El teatro es el vínculo de la creatividad. ¿Qué mayor creatividad que el lector cree su propio final?

1070. NATALIA DIOLOSA – HASTA SIEMPRE, DETECTIVE Estaba a punto de retirarse y, sin embargo, el detective Daniel Mateos se encontraba en la misma encrucijada que le había quitado el sueño siendo novato. Aquel primer caso no resuelto inquietaba su conciencia. Más aún sabiendo que las escenas del crimen se asemejaban tanto a las de aquel primer caso no resuelto: las víctimas, todas mujeres, vestidas de novia y junto a ellas un ramo de flores marchitas. Y lo que es más, el modus operandi era definitivamente el mismo. Aparentemente, las víctimas eran raptadas a la salida de una de las discotecas del centro y llevadas a las afueras. Durante la noche, las asfixiaba con el velo de novia y aparecían al día siguiente atadas a la columna exterior de la iglesia más cercana. Pero el detective se preguntaba: ¿por qué después de casi treinta años sin dar señales el asesino reaparecería? ¿Estaría enviándole un «regalo» de despedida o sería un simple imitador? Algo tenía por seguro, todo este asunto se había vuelto personal...

1071. NATALIA DOMÍNGUEZ SELLAN – LA MEDIA LUNA PINTADA Imagínate ser el protagonista de esta historia. Eres nuevo en la comisaría y te asignan el siguiente caso: cuatro personas han desaparecido y todas han sido secuestradas el día de luna llena. De repente, una de las desaparecidas aparece por la puerta de la comisaría y, antes de desmayarse, te susurra: «En el bosque está la solución». Así que allí os dirigís. Lleváis varias horas caminando sin encontrar nada cuando de repente te fijas en una roca que tiene dibujada una media luna y recuerdas una historia que te contaba tu abuela cuando eras pequeño: un hombre que pensaba que estaba maldito y que asesinaba a una persona todas las noches de luna llena sobre una piedra en la que había dibujada una media luna, ya que creía que colocando la mano de la víctima al lado y formándose de esa manera una luna llena, los dioses le acabarían perdonando. De repente, escucháis un ruido y ahí está el asesino, lleva consigo a una mujer, en cuya muñeca hay dibujada una media luna...

1072. NATALIA MARTÍNEZ VIZCAÍNO – TRES

Mabel observaba a su inconsciente marido, tendido en la camilla, desde la butaca. Tres puñaladas. Y seguía vivo. Abandonó apresuradamente la habitación, intentando asimilarlo. Cuando la llamaron del hospital, creyó que lo había perdido. Había estado haciéndose a la idea. Y ahora, el latido de su corazón se le antojaba molesto. El destino le había gastado una broma cruel, pensó, enumerando mentalmente sus moratones y cicatrices. ¿Iba su vida a seguir así? Clic. Una idea. Todavía podía cambiar su futuro. Regresó. Se acercó al mostrador para disculparse por su huida. Había una caja llena de jeringas; nadie notó que faltaba una. Volvió al habitáculo y esperó antes de mirar su premio. 100 ml. Esa cantidad de aire sería suficiente. Se había tragado muchas series, sabía cómo proceder. «Adiós, Rob». Salió, no quería estar presente cuando ocurriera. Avisó a la enfermera, la encontraría en la cafetería. Tiró algo a una papelera por el camino. Se merecía una copa. Mejor, que fueran tres...

1073. NATALIA MÉNDEZ SILVOSA – CRIMEN PASADO POR AGUA La tormenta hacía imposible el traslado del cuerpo. El asesino miraba al cielo desde la azotea, tranquilo, cubierto bajo un saliente, sin otra preocupación que la de no mojarse. Solitario por naturaleza, nadie iba a echarlo en falta. Pero la lluvia arreciaba y comenzaba a impacientarse. Su estómago rugía, quejándose por no haber comido nada en horas. El cadáver, sin apenas muestras de violencia, se encontraba al otro lado de un gran charco, y él realmente odiaba el agua y el viento. Miró al cuerpo preguntándose si merecía la pena esperar o si debería marcharse y encontrar otra víctima. Pero buscar otra víctima fue lo que le había hecho separarse de su presa sin ponerla a buen recaudo. Bufando frustrado, lamentándose por haber querido cazar a más de un ratón, el gato no tenía más remedio que tumbarse y esperar a que amainara la tormenta para poder saciar su apetito.

1074. NATALIA RUDILLA GONZÁLEZ – RESACA PASIONAL Todo terminó con una blanca niebla. Pablo despertó aquella mañana con resaca, y mil demonios martillearon su cabeza. Siempre tenía una aspirina a mano. Salió a correr para despejarse. El aire le hizo respirar mejor, y la ausencia de gente le gustaba. Imágenes bombardearon su mente... la fiesta, la música. Oscuridad. Recordó que Sofía no estaba en la cama ¿Regresaron juntos? Aquel hombre, el beso... Pablo se detuvo. Ahora recordaba. Su enfado, la discusión..., el cuchillo. Dios, ¿qué hice? Cuando llegó, vio a la policía y una ambulancia, pero... aquella no era su casa. ¿Desde cuándo había barrotes en las ventanas? Escuchó una conversación del inspector Cantero: «Ha vuelto a matar... Otra enfermera... Asustadas...». Huyó. Como siempre. Cada vez que despertaba con resaca, volvían los recuerdos; cada vez asesinaba a su esposa. Siempre había una enfermera que le recordaba a María. Saltaba la verja del manicomio. Siempre lo encontraban. Todo terminaba con la blanca niebla cuando lo sedaban.

1075. NATALIA SERRANO SOTO – ANTES DE QUE LA MUERTE OS SEPARE Amaneció un día gris, algo oscuro y triste para una boda. El cuadro que conformaba el vestido de novia colgando de la lámpara no dejaba espacio para la imaginación. El manto blanco y sangriento que adornaba las cortinas del salón nupcial marcó un antes y un después en la vida del trágico novio. En las horas previas... Fue a las 03:15. Mis habituales insomnios y yo nos hallábamos paseando por el hotel cuando, para mi desgracia, fuimos a dar con el horror hecho persona. Ante mis incrédulos ojos, pude contemplar como lo que parecía ser un hombre trajeado disparaba a quemarropa a una mujer que, sorprendida, mitigaba cualquier intento de salvación. Mi instinto me invitó a huir y fue a la mañana siguiente cuando, tras hallar el cuerpo sin vida colgando de la lámpara, las pruebas condujeron, para mi sorpresa, a un resentido y algo arrepentido novio. Con un hábil interrogatorio, pude pillarle confesando su propio crimen, resolviendo así lo que, si no, podría haber quedado oculto para siempre.

1076. NATALIA SUÁREZ MÉNDEZ – EL ASESINO DE LAS EMOCIONES Se encuentra el cadáver de una mujer con expresión alegre hace dos semanas, y mucha gente empieza a sonreír para luego suicidarse. Hace una semana, hombre muerto con expresión de miedo, y acto seguido, muchas personas presencian un final idéntico. La policía no sabe a lo que se enfrenta. Ahí es donde entro yo y mi grupo, dedicados a resolver casos con indicios paranormales, y ahora mismo estamos mirando el tercer cadáver. Su expresión muestra enfado. Había ofrecido resistencia. Al revisar el cuerpo minuciosamente, una de las uñas parecía tener un pequeño trozo de carne, ¿del asesino? Me levanté para pedir unas pinzas a mi compañero, pero de repente sentí una enorme ira fluyendo por mis venas, que hizo que cogiera mi pistola y destrozara su cabeza con la culata. De mi boca salieron unas palabras que me sentía obligado a decir: «Esto solo acaba de empezar». Me puse la pistola en la sien y, antes de apretar el gatillo, con voz temblorosa pude decir: «Mis actos serán recordados para siempre».

1077. NATHAN NELSON – HUELLAS El cuerpo de un hombre mayor yacía junto al de su esposa. La sangre había formado un charco, por el que el yorkshire había estado paseando. La luz del techo no funcionaba y, por la escalera, el hombre cambiaba la bombilla cuando fueron agredidos. Tras pasar la linterna por la habitación, Stevens iluminó el techo; su compañera preguntó con ironía si buscaba huellas ahí. —Mira esto. Ella alzó la mirada para quedarse tan perpleja como su compañero. El techo tenía huellas de perro ensangrentadas, como si el animal hubiera dado

varios pasos sobre este. Un técnico entró y dijo: —La entrada no fue forzada, y creo —levantó una bolsa con pastillas y papeles rotos— que la señora encontró esta carta de amor del marido a otra mujer y le dio una dosis muy elevada de pastillas para dormir. La escena encajaba: ella le pidió que cambiara la bombilla, él había perdido el equilibrio y, al caer, golpeó a su esposa y el mueble, causando la muerte a ambos. —¿Y las huellas del techo? Stevens se encogió de hombros.

1078. NEFTALÍ RODRÍGUEZ GONZÁLEZ – SOLO MÍA Nos encontramos en la ciudad de Nueva York. El inspector de Homicidios James Rodríguez se encontraba en la calle cuando oyó el grito de una chica. Fue corriendo hasta donde estaba y vio que un hombre la había apuñalado; rápidamente, cogió su móvil para pedir refuerzos, pero el sospechoso le vio y salió corriendo; el inspector Rodríguez fue tras él. —Connor, ha habido un asesinato en la doce con Brooklyn; estoy tras el sospechoso, manda refuerzos. —Tras decir esto, colgó y corrió tras el asesino—. ¡Policía, detente! —gritó mientras intentaba cogerlo. Tras una larga persecución, el inspector acorraló al sospechoso en un callejón sin salida. —Escúchame, no tienes escapatoria; entrégate —decía mientras le apuntaba con la pistola. —No lo entiendes —gritaba el asesino—. Ella era el amor de mi vida, y si no era mía, no podía ser de nadie; ahora estaré con ella. —Y de repente, sacó su cuchillo y se seccionó la yugular. Fue su caso más rápido.

1079. NEREA CRESPILLO – PERSECUCIÓN Nos miramos a los ojos. El tiempo se paró, y un rictus de terror invadió la cara del culpable. Sabía que le había pillado, que su crimen iba a tener castigo..., pero no estaba preparado para ello. Se giró en dirección contraria a la mía e intentó huir. Fui rápida, mucho; sabía que no se quedaría quieto ante la evidencia de haber sido atrapado y, cuando empezó a correr, yo ya había ganado terreno. Era escurridizo, ágil e inteligente, cambiaba de dirección e intentaba despistarme, pero, más sabe el diablo por viejo que por diablo, la experiencia jugó a mi favor. ¡Iba a pagar lo que había hecho! Ante la sorpresa de los dos, clavó sus ojos claros en mí... Su mirada gatuna me penetró y me quedé inmersa en ese océano azul. Sopesaba mis fuerzas y mi paciencia. Pero el destino quiso que resbalara, chocó contra el marco de una puerta y, en ese instante, pude atraparlo. Se resistió, pero lo sujeté entre mis brazos. «Gato malo», dije mientras le daba golpecitos en la cabeza con el dedo.

1080. NEREA GARAY – SIN TÍTULO Montado sobre mi caballo la observo. Recostada, su cabeza ladeada, las manos sobre su grácil cuerpo. Su rostro revela una gran dulzura, como pocas veces había encontrado en mi ruda vida. Mi caballo relincha inquieto; el sol se está ocultando y sabe que deberíamos marcharnos de allí. Pero yo no puedo dejar de mirarla. Agarro con fuerza las bridas y susurro las palabras exactas que devuelven la tranquilidad al animal. Durante un instante, el mundo se para. Su cabello rizado reposa sobre sus hombros. Envidio ese sosiego que transmite su rostro, esa paz imperturbable, la ausencia de dolor, rabia, ira o miedo. Sensaciones que me acompañan y, en ocasiones, me dominan. Emociones que me hacen vivir intensamente, como un caballo desbocado que rebosa energía, pero que no me permiten detenerme a saborear la vida. La envidio, a pesar de que mi fuerte corazón late intensamente, y ella, con las manos atadas con mi lazada perfecta, yace sobre las gélidas aguas del río, tranquila y muerta.

1081. NEREA HERRERO – SIN TÍTULO De nuevo las 23:00. Con este, ya eran cinco los días que Bea, Lucía y Adrián se habían tenido que quedar en la universidad intentando acabar uno de los muchos trabajos que tenían que entregar a finales de semana. Los tres charlaban tranquilamente cuando todas las luces se apagaron. Todos gritaron asustados. La puerta de la habitación se abrió lentamente. Tras un breve momento de silencio, alguien gritó. Bea, asustada, salió corriendo en un intento de llegar a la puerta principal. Estaba a punto de bajar las escaleras cuando otro grito la distrajo y provocó que cayera por las escaleras y quedara inconsciente. Hoy, Bea, Lucía y Adrián siguen asistiendo a clase. Ninguno de los tres recuerda absolutamente nada de aquel día. Lo único que ha cambiado son unos pequeños tatuajes en sus cuellos, donde se puede leer: Esto no ha hecho más que empezar.

1082. NÉSTOR GARCÍA ALONSO – PRESTIDIGITADOR EN SERIE Julie caminaba sola por la calle aquella noche. Estaba frustrada por no haber podido ligar en ninguna discoteca. Al girar una esquina, se chocó contra alguien y cayó al suelo. Al levantar la mirada, se encontró con un apuesto joven y le tendió la mano. La joven se levantó sonrojada y le pidió disculpas. Se pusieron a conversar, y él le dijo que era un talentoso mago y que, si le apetecía, le podía enseñar algún truco. Ella accedió y siguió sus pasos en la oscuridad. Llegaron a un teatro abandonado, donde el mago tenía su atrezo. Él le sugirió probar el famoso truco de serrar a una bella dama por la mitad, y ella accedió, nerviosa. Se metió en la caja y, entonces, el mago le esposó los pies, lo que le impedía moverse. Comenzó a serrar, y los gritos de la joven dejaron salir un chorro de sangre que goteaba de la caja. En su último aliento, la joven miró las butacas y vio cientos de torsos de mujeres. El

mago les dedicó una sonrisa y, con una reverencia, serró su cabeza, que cayó al público.

1083. NICOLÁS VICIOSO MÉNDEZ – LUCKY El cadáver descansaba a sus pies, descarnado y sin color, reclamando justicia más alto que si hubiera podido gritar. El asesino, literalmente, se relamía complaciente. En sus grandes ojos oscuros, no asomaban arrepentimiento o pesar; de hecho, parecía enormemente satisfecho. Su plan había sido de una ejecución brillante. Primero, rasgó el paquete de azúcar de la cocina y lo esparció, creando una distracción para su primer e inteligente obstáculo: la madre. —¡Lucky, como te vuelva a ver en la cocina, te corto los...! —gritó. Después, se dejó ver junto a los dos niños pequeños, Anita y Fer, hasta que llamó su atención y le persiguieron. No costó mucho despistarles. Libre de molestias, se encaminó con paso felino a la bonita urna de cristal llena de agua, arena blanca, un castillo rosa de plástico y un mofletudo pez llamado Burbujita.

1084. NIEVES REDONDO DEL ÁGUILA – EL LADRÓN DE CARAS Era su quinta víctima. Deslizó el bisturí y cortó, siguiendo la línea de puntos que había pintado sobre el bello rostro de la joven. La sangre acompañó el pulcro trazo, que, unos minutos después, se juntaba con el inicio de este. —Oh, tan bella... Susurrar no hizo que le temblase el pulso. Con sumo cuidado, prosiguió y comenzó a retirar la piel del rostro de la chica, al igual que había hecho con las otras cuatro anteriores. La primera vez fue un desastre por no haberla querido matar... Pero ya no cometería más errores. Colocó con delicadeza la piel sobre un trozo acartonado de tela. Cosió, hizo los huecos oportunos y se la colocó sobre su propia cara, mirándose a un espejo. —Sí, eres la más bella de todas. Podemos jugar un poco más —dijo, excitado. Entonces, la puerta del sótano se abrió de golpe. El hombre se volvió y dos certeros disparos le atravesaron el pecho. Se quitó la máscara, agonizando, y besó los fríos labios antes de que su último aliento diese por terminado todo.

1085. NIEVES V. RODRÍGUEZ – SIN TÍTULO Voy a morir. Ahora ya es tarde para arrepentirme; no debí entrar en el juego. Es tarde y la calle está vacía. Intento correr, pero el sonido de sus pasos tras de mí no cesa. Cada vez está más cerca. Me aferro al maletín como si el dinero fuera a protegerme. Nunca he sido muy listo. Un trabajo fácil,

recoger y entregar, sin preguntas, sin saber. Pero como todos, quise más. Tengo el pulso acelerado y me cuesta respirar. Un golpe seco y caigo al suelo. Puntos de luz se cuelan por la periferia de mis ojos mientras siento como mi camisa se empapa. Ya está, se acabó. Veo la punta de sus zapatos y por su movimiento sé que me va a golpear. La negrura de la inconsciencia tira de mí, y yo me dejo ir.

1086. NOE NONAE INO – VÍCTIMA Y TESTIGO La inspectora McCain entraba por la puerta del piso de la víctima. Hacía dos horas que habían encontrado el cadáver de Robert Anderson en un parque cercano. No tenían muchas pistas, ya que el escenario del crimen estaba limpio; como habían comprobado sus compañeros, el crimen se había producido en el hogar de la víctima. Papeles y objetos estaban desperdigados por el suelo, como si hubiera existido un forcejeo. McCain estuvo escudriñando todas las habitaciones del piso y, cuando entró en el despacho, pudo observar que en él se ocultaba una pizarra. Tras descubrirla, estuvo examinándola y pudo afirmar que se trataba de una investigación. La víctima estaba intentando resolver quién había matado a sus padres. En esos momentos, un agente le entregó documentación sobre Robert. En dichos papeles, había información que concordaban y ella llegó a la misma conclusión: él había encontrado a su asesino y al de sus padres. McCain solo tuvo que detener a Eduard Anderson, su tío.

1087. NOELIA CALVO GONZÁLEZ – PASIÓN A LA ESPAÑOLA La noticia copaba los medios: Thomas Jensen, el cantante de moda en Reino Unido, ha sido asesinado. El detective Patterson recibió una carta anónima: No todo es lo que parece. Atte.: La amiga de una española. Días después, recibió otra: Busca a la española. Atte.: su amiga. «¿La española?». Buscó noticias hasta que una le llamó la atención: «Thomas Jensen y su española». Contaba que Thomas tenía una relación con una desconocida que vivía en España. Encontró más artículos donde se decía que sus familias congeniaban estupendamente. Las IPs le llevaron hasta España. Encontró un blog donde se contaba la verdad de «la española», una fan de Thomas que se inventó una relación con él. Al hablar con Yara, la administradora, se dio cuenta de lo débil que es la mente humana. Todas las noticias eran inventadas por Claudia Ruiz. Fue a hablar con ella y, al verse acorralada, confesó. Soñaba con ser algo más que una admiradora. Thomas se enfadó, Claudia perdió los nervios y le empujo por las escaleras.

1088. NOELIA CARBONELL BERNAL – LA VENTANA Las farolas se oscurecieron de repente; la noche era fría, pero no tanto como los ojos del cadáver. Era una chica preciosa; no podía creer que se

hubiese lanzado por la ventana, pero eso era lo que decían las pruebas. Recordé la primera vez que la vi: una chica de la calle, guapa, joven y segura de sí misma. Le avisé del peligro de estas calles y se limitó a responder que eso era algo que no le ocurriría a ella y ahora... Recogí sus sandalias, un par de números más grandes que su pie, eso no podía ser; ella era muy presumida y siempre iba a trabajar perfecta. Le pasé las pruebas a mi compañera, las metió en una bolsa y apretó mi hombro; con su silencio me dijo que lo resolveríamos. Fuimos a su apartamento. Todo estaba perfectamente ordenado, pero Khloe no era así, la ventana estaba abierta y una nota de despedida en la cocina decía que no podía más, que esa no era su vida, que no podía seguir despertando por la mañana y ver en lo que se había convertido...

1089. NOELIA CARRASCO PULIDO – DIFÍCIL DE CREER Sin darme cuenta, estaba en el centro de un gran salón, por el cual se empezaban a mover los miembros de mi equipo. Mis músculos no respondían, estaba paralizado y sentía muchas náuseas. Creía que lo había visto todo durante los años que llevaba en el Departamento de Homicidios, pero me equivocaba. La imagen que se dibujaba ante mí parecía sacada de una película gore de esas malas que echan las noches de Halloween en la televisión. El color rojo bañaba el suelo y las paredes, donde se encontraban colgadas tres parejas, separadas por un extraño símbolo y cogidas de la mano. La piel de la cara había sido arrancada y el blanco de los huesos rotos que salían de la carne destacaba sobre el tono oscuro de la sangre. —He leído esto antes —dije incrédulo. Corrí al rellano y saqué el teléfono móvil. Marqué el número del inspector Evans, pero no daba señal. Junto a él, yo era el único que conocía ese relato; revisé su borrador. No quería creerlo, pero si no había sido yo...

1090. NOELIA FERNÁNDEZ – TAMBIÉN ES UNA VÍCTIMA Sus ojos brillaban de nuevo. Desde la distancia, sentado en la butaca, observaba a la muchacha tendida en la cama. El rostro de la chica transmitía paz y descanso, como si no hubiese sentido dolor o miedo. Como si nunca hubiese despertado de su sueño. Pero por desgracia, su sueño sería eterno. Él lo quiso así. Siempre quería ver en paz a sus víctimas porque su obsesión traspasaba la locura. Y entonces llora. Un escenario esperpéntico que se repetía crimen tras crimen. El miedo le ahoga y el dolor inunda su pecho. «El mundo sentirá lo mismo que me hicieron sentir a mí», susurraba una y otra vez mientras se encendía un cigarrillo. Desde que vio la muerte en los ojos de su hermana, Oscar dejó de ser Oscar para formar parte de las sombras. De repente, escuchó sirenas y esperó con entusiasmo a que fueran esos divertidos detectives que una vez estuvieron a punto de atraparlo. Se acerca a ella, presiona sus labios contra su frente y desaparece con la esperanza de que pronto acabe su propia tortura

1091. NOELIA LUCAS – ¿SOLO DOCE? Llevábamos meses detrás de él. Pero, al fin, cometió un error. Aunque aún, dos años después de haberle cogido, no sé si fue un error o simplemente se dejó atrapar. Había matado ya a doce jóvenes, o esas son las que conocíamos. Cuando lo cogimos, estaba a punto de matar a su víctima número trece; por suerte, Lara Alonso se consiguió salvar. Se hacía llamar el Hombre sin Nombre, pero a los ojos del mundo siempre sería Cristóbal Fernández. En el momento en el que fue capturado, se reía a carcajadas. Esa risa aún me retumba en los oídos. Le preguntamos numerosas veces por el paradero de sus víctimas, pero sin conseguir nada, pues solo encontrábamos partes de sus cuerpos. Sabíamos que era él, había pruebas, lo reconoció, pero jamás nos dijo dónde estaba el resto de los cuerpos de todas esas jóvenes desgraciadas. Finalizó con una pregunta: «¿Solo doce?».

1092. NOELIA MARTÍNEZ CAMPOS – EL PLACER EN LA ETERNIDAD La fina hoja se desliza por su cuello. Calma al instante la insufrible agonía que la pobre víctima ha estado lamentando desde su encuentro. Ve, con sus codiciosos ojos, la salvación transformada en vida deslizándose por la piel de la muchacha. Con suavidad, y sin perder detalle de la situación, aleja el arma. La luz de las farolas produce destellos en la hoja ensangrentada, el color vivo del infierno resplandece con tanta intensidad que él queda cautivado en la irrealidad. Un sentimiento de plenitud llena su pecho. Se siente completo. Siente que al fin ha encontrado su destino, un camino que conduce a las sombras. A lo lejos, las sirenas de los coches de policía retumban entre las calles. El asesino, absorto en el placer, cierra los ojos. No piensa dejar de saborear el dulce momento, ni mucho menos soltar el cadáver de lo que alguna vez fue su gula. Pero todo llega a su fin. La sensación de volar entre capas de grandeza se convierte en ceniza. Necesita aumentar la dosis.

1093. NOELIA RASCÓN – SIN TÍTULO La puerta chirrió cuando la última persona entró. Sus ojos se abrieron por la sorpresa, y su cara se contrajo en una mueca de terror. A pesar de creer haberlo visto todo, nada pudo preparar al detective antes de presenciar esa horripilante escena. Tuvo que sostenerse en el forense para no caer, pues sus rodillas parecían ceder al peso de su cuerpo. Sin apartar los ojos del cadáver, se puso a mi lado, con su labio inferior temblando y el horror aún reflejado en su rostro. —¿Es la tercera víctima? —preguntó. Asentí simplemente, pues la situación era tan solemne que parecía exigir el silencio más absoluto. —¿Han conseguido algo del cuerpo? ¿ADN, huellas, algo? Sus ojos parecían esperanzados, aunque se apagaron un poco cuando negué con la cabeza. Se mostró resignado.

—Vamos a pillarle; lo sabes, ¿no? —dije—. Debería haber detenido ya a ese tipo. Tendría que haber evitado esto. Me ignoró. —No te sientas culpable. El detective, frustrado, golpeó la pared con fuerza.

1094. NOELIA MARÍA GARCÍA GARCÍA – DESAPARECIDAS El investigador privado Tomás Roble se encontraba en la hemeroteca tecleando el ordenador en busca de pistas. Encontró una noticia en un viejo periódico que le llamó la atención: databa del 14 de abril de 1955. Hablaba de la desaparición de Alexia Ariño en la provincia de Pontevedra en extrañas circunstancias, una joven de quince años estudiosa y responsable con un diario secreto y dos iniciales: A y M. Nunca más se supo de ella. Su cuerpo jamás fue hallado. Compartía el mismo patrón que el de Kassandra Blanco, desaparecida en Madrid el 21 de agosto de 2015. ¿Qué llevaría a dos adolescentes de dieciséis años, familiares y sobresalientes, a escapar de su hogar? ¿Se habían marchado por voluntad propia? Sesenta años de diferencia y un secreto sin develar.

1095. NOÉMIE ANDRADE – FOUND Ahí estaba. Tras varios meses buscándole y teniendo en vilo a todo el Cuerpo de Policía de Nueva York, por fin habían dado con él. Los agentes iban llegando y se quedaban parados, atónitos, enfrente del cordón policial. Todos menos el inspector Jim, quien miraba la escena con cierto aire de enfado. Su metro noventa y cinco no pasaba desapercibido en medio de la agitación provocada por el hallazgo y su evidente descontento, todavía menos. —Inspector..., ¿qué le ocurre? ¿No se alegra? Por fin dejaremos los turnos dobles y podremos cerrar el caso! —le dijo su compañero. El inspector se inclinó hacia delante y le clavó su mirada gris, cargada de escepticismo, antes de contestarle: —Pues no sé... ¿Será porque al final todos nuestros esfuerzos no han servido de nada y porque nos lo han servido en bandeja? Treinta años de labor policial y una de las mentes más agudas del país le decían en su interior que eso no era el final, sino el principio de una larga pesadilla...

1096. NURI GELADA – ASESINATO EN CHICKEN’S WORLD Las 7:00. Claire se estaba terminando el café cuando de repente le sonó el teléfono, tenía un caso nuevo que investigar. Más tarde, llegó a la escena del crimen. Era el restaurante más famoso de la ciudad, y el cadáver era de Rick, el chef. Había muerto apuñalado con un cuchillo de la cocina, el cual no tenía huellas, pero tenía restos de guante de goma, así que el asesino tenía que ser

cocinero, ya que la goma era del mismo tipo del que se usa para hacer los guantes de cocina. Sarah, John y Alex eran los cocineros. Peinaron la cocina y encontraron un pelo negro; tenía que ser del asesino, y se lo debió de arrancar Rick para defenderse, porque al cocinar llevaban el gorro. Sarah era rubia, Alex, calvo, y John tenía el pelo negro. Efectivamente, John era el asesino. Confesó haber matado a su jefe porqué iba a despedirle.

1097. NURIA MORENO – HALO EN LA OSCURIDAD Eran las nueve de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas, y William se veía reflejado en el escaparate de una de ellas. Había perdido la noción del tiempo; no se dio cuenta de que a su alrededor estaba lloviendo, de que las gotas caían por su pelo oscuro. Vio como alguien se acercaba, era una figura conocida, era Odette. Traía paso relajado, y su pelo cobrizo relucía más de lo habitual bajo la luz de las farolas de la avenida. Se fijó en sus distantes y familiares ojos castaños, esos ojos que le siguieron durante tanto tiempo, y supo al instante que pasaba algo. Se dio la vuelta, la miró y no hizo falta decir nada más para saber que esa noche no iba a ser una noche tranquila; pocas noches lo eran. Se unió a ella y juntos, siempre juntos, fueron en busca de ese nuevo crimen.

1098. NURIA PÉREZ – EL PLATO MAESTRO Olivia tenía invitados a cenar. Era una ocasión especial: acudirían los dos mejores amigos de su recién asesinado esposo. Asar la maza de cordero que tenía guardada en el congelador le serviría para su propósito. Ambos comensales acudieron a la hora. Saludaron a la anfitriona y se sentaron a la mesa. —Espero que os guste. Era el plato favorito de Leo—dijo Olivia, colocando una enorme bandeja en la mesa junto con una fuente de sopa. Sirvió media porción a cada uno de ellos, un cazo de sopa para ella y se sentó. Después de lo ocurrido, no volvería a comer carne. —Seguro que sí. Venimos hambrientos. Últimamente, tenemos mucho trabajo en comisaría—dijo Lucas. A medida que comían, la cara de Olivia adoptaba un semblante más relajado y, por fin, terminaron de cenar. —Ha sido una cena maravillosa, pero tenemos que irnos. Tenemos algunas pistas y creemos que mañana se encontrará el arma homicida —dijo John mientras ambos amigos salían de la casa. «No sabéis lo cerca que habéis estado», pensó Olivia.

1099. NURIA RUIZ – CUERPO DE HOMICIDIOS No podían permanecer más tiempo allí escondidos; les encontraría como había encontrado a los demás. Alex acercó la oreja a la puertucha, pero no se

oía nada. Abrió una pequeña rendija por la que mirar; no había nadie, era ahora o nunca. Se cogieron de la mano dispuestos a escapar. La puerta principal estaba bloqueada. Giraron sobre sus pasos y se dirigieron a la puerta de la cocina, resbalando sobre la sangre casi coagulada del suelo. Llegaron hasta ella, salieron y corrieron hacia el bosque. Clara sacó su móvil, al fin con cobertura, y llamó a la policía, mientras una fría hoja atravesaba su joven y elástico cuerpo. Alex caía decapitado dos segundos después. Entonces, un chasquido, y... «Emergencias, dígame». La prensa se hizo eco de la noticia al día siguiente. Yo llevaría el caso, no había nada más placentero que perseguirse a uno mismo. Tenía una lista de perdedores a los que cargar el muerto; bueno, los muertos, en este caso. Qué puedo decir, me encanta mi trabajo.

1100. NURIA SANTAMARÍA – LAS DIEZ Y NUEVE MINUTOS Ella miró el reloj. El segundero avanzaba lentamente, parecía detenido, congelado. El reloj se negaba a marcar las diez y nueve minutos. Ojalá se hubiera congelado el tiempo hace cinco años cuando aquel conductor ebrio segó la vida de su hija, y la suya se rompió en mil pedazos. Volvió a mirar el reloj, solo faltaban unos segundos. Se obligó a no llorar, recolocó su peluca y se secó los ojos con cuidado; nadie la reconocería. Las diez y nueve minutos; levantó la vista del reloj y miró a la mujer que se acercaba, la sonrió, se le hacía cara conocida, pero no lograba ubicarla. Un fuerte golpe en el pecho le dejó sin respiración, el segundo lo tiró al suelo, como un muñeco de trapo. Vio la pistola humeante y miró atónito a la mujer con el rímel corrido. La reconoció, intento pedir perdón, pero ya estaba muerto.

1101. NURIA URIARTE SÁNCHEZ – UN HÁBITAT EN SILENCIO Era un día perfecto para John Garrit y su familia: ir al zoo con su hija Tara de ocho años y desconectar. La familia se preparó para ir en coche y, tras esperar, por fin llegaron a la puerta de madera del zoo. Al entrar, Tara estaba emocionada y, tras un intenso paseo, decidieron ir a la zona polar. Mientras sus padres descansaban, Tara fue al hábitat del pingüino; allí estuvo observándolos hasta que vio que un cuidador entraba, pero al instante se desplomó en el suelo. Tara se quedó de piedra viendo como los pingüinos saltaban sobre el cuerpo inerte y daban picotazos a su cara llena de pescado; en ese momento, llegó su madre y, cuando vio la escena, gritó horrorizada. Tras una alarmante llamada, la policía llegó y acordonó la zona. A la inspectora Linna le impactó la tranquilidad que tenía Tara. Ella le dijo que solo vio al señor caerse y no vio a nadie más. Se le identificó como Sean Kellion, trabajaba en el zoo desde hace cuatro años. Ahora le tocaba a Linna saber quién lo había matado y por qué.

1102. NÚRIA CALVO BUESO – JAVAAD El inspector Edward Cox se retiró del escenario del crimen para reflexionar sobre el asesino en serie. Se hacía llamar Javaad. ¿Cuántos varones en el estado de Nueva York se llamarían así? No habían encontrado relación alguna entre las víctimas hasta que a la vuelta a la oficina obtuvo una grata sorpresa. —Edward, la víctima que hallamos, Alyssa Evans, nos ha dado una oportunidad —informó Lewis, conforme el inspector entró a la sala—. Tuvo una pareja en la universidad cuyo nombre coincide con el del asesino. —Gracias, Lewis —contestó Edward mirando con sus profundos ojos verdes a su amigo y compañero. Edward solo tuvo que esperar a que su equipo partiera a la residencia del supuesto asesino. Transcurridos unos veinte minutos, el equipo se encontraba en el domicilio. La puerta cedió tras unos golpes, revelando un cuerpo inerte en el suelo. A su lado una nota: No puedo con el peso de la culpa. Tras él dejó el rastro de cuatro vidas truncadas.

1103. NURIA MARTÍNEZ TORRES – POR SIEMPRE JAMÁS De repente, vio sus manos ensangrentadas sujetando un cuchillo en medio de las calles de Manhattan. Era una madrugada fría; había dos cuerpos en la calle. Uno vivo y otro muerto. Su corazón latía al máximo, él la había matado. No se lo podía creer: era un asesino. Fue un arrebato, un solo instante, en el que se le fue la cabeza y salió tras ella. Su vida ya nunca volvería a ser la misma, había matado a su gran amor. Sentado sobre ese frío asfalto, empezó a recordar todo lo vivido. Sus ojos se llenaron de lágrimas y por su cuerpo tembloroso le recorrían escalofríos. Le vino a su cabeza cuando la vio por primera vez y rompió a llorar, a lágrima tendida. Seguía sentado en la calle, mientras la circulación empezaba a ser fluida. Sabía que sus horas de libertad terminarían pronto, cuando se acercó lentamente y la besó. «Pronto volveremos a estar juntos», le susurró. De repente, vio un camión acercándose, cuando la cogió en brazos y se dejó ir. Descansarían juntos por siempre jamás.

1104. NUSKA PEYRO – EL BRILLO Sabían que era el asesino, pero no podían probarlo. Impotente, la detective Shaper miró a su compañero. —Bueno, se acabó; nos ha ganado. —No, no se puede salir con la suya; tiene que haber algo —protestó el inspector Dorimo. —No tenemos nada. Se giraron para ver al sospechoso dirigirse a la salida. Dominique los miró y les sonrió, mientras pasaba su mano derecha por el pelo. El anillo que llevaba brilló por un segundo. —Un momento, por favor. No me había fijado en su anillo —dijo la

detective Shaper. La cara de aquel hombre, seguro de salir impune, cambió. —No lo llevaba, me lo dio cuando lo detuvieron, se lo acabo de devolver. Ahora nos vamos, no tienen pruebas —dijo su abogado. La detective sonrió. —Ahora sí. Acompáñenos, por favor; está detenido por el asesinato de Katia Eler.

1105. OIHANE ETXABURU – CUANDO TROPIECE Al levantarse para ir al instituto, nuestro chaval verá la hora, desayunará rápidamente, susurrará un «buenos días» a la habitación de sus padres y saldrá a toda prisa. Bajando las escaleras, comprobará si lleva su nueva compañera la navaja de muelle. Hará dos meses que ese loco está estrangulando por el barrio y querrá defenderse. Dará una vuelta enorme para ir a clase, pues habrá cordones policiales por doquier y acabará metiéndose por los callejones para evitarlos. Entonces, oirá un ruido sordo, como gorgoteos, y verá una figura familiar arrodillada sobre un joven que convulsiona. Al cruzarse las miradas, el instinto le hará salir corriendo para salvar su vida. Corre, corre. ¡Corre! Cuando tropiece y se caiga, sabrá que todo habrá acabado. Cuando el asesino llegue y le ponga el cable al cuello, una lágrima rodará por su rostro. Es normal. Realmente, pocas veces será tan desagradable ver a tu padre.

1106. OLATZ CONDE TURÓN – PROMESA CUMPLIDA Las sirenas eran lo único que perturbaba el silencio de aquella lluviosa noche de noviembre. La inspectora Williams se acercó al forense, que examinaba el cadáver con la tristeza dibujada en su rostro. —¿Qué tenemos, James? ¿Otro mendigo que ha perecido de frío? —No, Cyntia. ¿No recuerdas haber visto este rostro antes? La inspectora reparó en el rostro del joven que yacía sentado en la hierba, apoyado en el tronco de un gran roble en el parque de la ciudad. —Oh, Dios... Es el chico al que sacaron en las noticias hace unas semanas. —El mismo. Quedó con su amada en este mismo lugar, pero ella no se presentó. Sin embargo, prometió esperarla hasta el fin de sus días... Y cumplió su promesa. —Por lo visto, el amor ya no solo mata corazones de forma metafórica...

1107. OLGA ARENAS RODRÍGUEZ – NUEVOS AMIGOS, VIEJOS SENTIMIENTOS Cuando llegaron al lugar, Michelle le pidió a Rick que se quedase en el coche, pero no lo hizo; él no era de los que se quedaban sin hacer nada.

Ahora, sentado en aquella sala de espera, empapado en la sangre de Michelle, se dio cuenta de que sin Kathy se había vuelto más descuidado, más temeroso. ¿Cómo explicaría esto a los demás? Solo unas horas antes, seis hombres habían entrado a tiros en una oficina de correos, matando a cinco personas e hiriendo a ocho. Los asesinos huyeron en dos coches, no eran ladrones comunes, sus armas no eran convencionales, no se habían llevado nada... ¿Una oficina de correos? ¿Por qué aquella masacre por nada? Detrás de todo aquello, debía de haber algo más. Rick buscaba respuestas, pero sin Kate se encontraba perdido. Estaba enfadado, triste, confuso..., pero, al ver la sangre en sus manos, se dio cuenta de que podía perder a otra persona a la que quería, a su compañera, y esta vez sí sería culpa suya...

1108. OLGA CURES – MUERTE NO ACCIDENTAL —¿Por qué cree que fue asesinada la abuela? —preguntó la inspectora. —Porque en la segunda ronda tenía las gafas nasales puestas, el cabecero bajado y tropecé con las zapatillas —la auxiliar recitó sus razones del tirón. Como si lo tuviera que expulsar para vivir. Una musiquita se repetía cansinamente, en alguna parte de la residencia. —¿Eso qué significa? La auxiliar suspiró. —Maruja duerme semiincorporada, las gafas nasales las quité porque las tenía que cambiar y las zapatillas siempre las coloco bajo la mesita, no a los pies —finalmente añadió—. Ya no podía mover ni un pie. —Ya veo, alguien tuvo que hacerlo por ella. Mirando al agente, preguntó: —¿Han avisado a la familia? —Solo tiene un nieto. Llevan horas tratando de localizarlo. Pero no coge el teléfono. En ese momento, la inspectora supo quién era y dónde estaba el asesino.

1109. OLGA DÍAZ ESPINO – EL TRUEQUE Un día sombrío, el caminar se hace espeso, y sin poder controlar todas las emociones, se oyen pasos y tu cabeza empieza a enfriarse y te recorre todo el cuerpo; tus pasos aceleran la marcha igual que tu corazón. ¿Quién será? Por Dios, que no pase nada, que pueda ver otro amanecer. Ya no controlas tu cuerpo, te caes, vuelves la mirada varias veces, no tienes ni idea de qué estás mirando, pero no lo puedes controlar; ahí está, enfrente de ti. ¿Quién? Es la muerte, la ves, tiene unos treinta y tres años, no muy alto; intuyes que no es la primera vez que lo hace, manos fuertes, ya que me atrapa el cuello con una de ellas y al mismo tiempo con la otra clava su cuchillo una y otra vez sin decir nada. Solo mira porque, mientras a mí se me va la vida, a él se le llena la suya, es como un trueque: tú me das, yo te doy. Tu cuerpo se adormece poco a poco, tus ojos se empapan de lágrimas, caes al suelo y miras a lo alto del cielo, esperando que termine la agonía.

Porque la muerte pasó a mi lado. ¿Por qué a mí? ¿Y por qué no?

1110. OLGA GOIKOETXEA MAHILLO – UN ROSAL JUNTO AL BUZÓN El inspector Zabalza estaba absorto con los acontecimientos de los últimos días. Habían desaparecido todos los perros del barrio sin ninguna pista que le ayudase a arrancar, mientras en la comisaría las denuncias por desaparición de caninos eran cada vez mayores. Su mujer Eugeni, que siempre metía las narices en todos sus casos, esta vez, estaba entretenida en la cocina, cocinando y congelando como si no hubiera un mañana: filetes rusos, albóndigas, costillas asadas, pastel de carne. —¿Quieres desayunar unos huevos con carne picada? —le preguntó mientras terminaba de arreglarse para salir. —No sé lo que quiero, aunque algo de pescado no estaría mal. A propósito, ¿dónde vas tan temprano? —Nos hemos quedado sin bolsas de congelar, y voy cuanto antes, que luego me da más pereza. Al rato, Eugeni volvió cargada de bolsas y muy sonriente. Por fin, el precioso rosal junto al buzón volvía a brotar sin que la orina de ningún perro se lo secara. «Muerto el perro, brotó el rosal», pensó.

1111. OLGA GUTIÉRREZ TEJEA – CADÁVER AL PIE DE UN ÁRBOL Alice y Jackson estaban en el parque cuando este le dijo que veía algo raro en aquel árbol. Era un cadáver. Alice fue al parque, a ver si había algún testigo que hubiera estado por allí a la hora del crimen, mientras Jackson investigaba nombre, lugar de residencia... Cuando llegó, empezó a preguntar a varias personas. Nadie sabía nada. Se acercó al chiringuito que había cerca. Allí volvió a preguntar, pero no hubo resultado. Decidió sentarse a tomar algo y llamó a Jackson: él tampoco sabía nada. Luego, una señora mayor se le acercó y le dijo que estuvo en el momento del asesinato y que vio a un hombre que amenazaba a otro. Cuando Alice le enseñó una foto de Jackson, esta dijo que había sido él. Más tarde, Alice se reunió con Jackson. —¡Has sido tú! —le dijo Alice. En ese momento, se oyó un disparo que dejó la sala silenciada.

1112. OLGA MONTERO DÍAZ – CÓMPLICE El ruido sordo del disparo rompió el silencio de la noche. El cuerpo cayó al suelo apenas unos segundos después mientras la sangre lo abandonaba sin remedio. Una sonrisa maliciosa apareció en su rostro, igual que las otras veces. Ese rojo oscuro derramándose por el suelo, el pavor en los ojos de la víctima mientras la vida se le escapa sin poder hacer nada por evitarlo. Cada vez le gustaba más y aprendía a ser más cuidadoso. De repente,

notó como unos ojos se le clavaban en la nuca. Una gota de sudor frío hizo ademán de caer por su frente, pero él la contuvo. No había dejado que su víctima viera en él ningún signo de debilidad y no iba a permitir que ahora se vieran. Se giró con decisión y gesto chulesco y clavó su mirada en la de la testigo. Se miraron en silencio varios segundos. La pistola se elevó acompañada por la mano ejecutora y la apuntó. Pero en lugar de apretar el gatillo, el asesino imitó el ruido del disparo con la boca y le guiñó un ojo antes de volverse y marcharse sonriendo.

1113. OMAR GONZÁLEZ – SIN TÍTULO Con una bala es casi imposible sobrevivir a un tiroteo. Menos si tu rival es un sádico asesino. Y aún más, si cabe, si estás en su terreno: una vieja cabaña perdida en la espesura de un gran bosque. Aun así, cubierto tras una mesa que rezuma sangre seca, sangre derramada por los numerosos cuerpos desmembrados en ella, lo intentó. Cuento las balas que mi oponente dispara, compulsiva e innecesariamente. Cuando recarga, me incorporo, avanzo decidido y raudo hacia su cobertura y le descerrajó un tiro a bocajarro, generando una explosión roja que esparce sesos en un radio de cinco o seis metros. Comienzo a reír, una risa histérica, la del que consigue lo improbable. Lo que no espero, lo que transforma mi risa en un mudo silencio de puro pavor es ver que mi víctima no es el asesino, sino una mujer. Y lo que hiela aún más mi corazón y relaja de manera inevitable y vergonzosa mis esfínteres es la risa, aún más histérica y gutural, de quien, a mi espalda, aprieta un tubo duro y frío contra mi nuca.

1114. ONA GIRALT RUIZ – EL RUSO La inspectora Evans llegó al escenario y vio a la víctima muerta en un callejón. Se llamaba Micke Miller y tenía treinta y nueve años. Fue ejecutado hacia las 2:35 de la mañana. En comisaría, el detective Decker habló con la familia de la víctima. En el escenario, encontraron una huella: pertenecía a un asesino ruso llamado Joseph Polinski. Cuando fueron a su casa, también había sido ejecutado. Investigaron sus cuentas y vieron que hubo un pago a Polinski de treinta mil euros desde una cuenta en las islas Caimán. Al rastrearla, descubrieron que estaba a nombre de la víctima, pero que el pago se había efectuado cuando ya estaba muerta. En el ordenador había huellas de Rolland Ross, el padre de la mujer. Confesó que descubrió que Mike engañaba a su hija y contrató a Polinski para matarlo; luego lo mató para no dejar pruebas.

1115. ORI6L FERRAN – LIMÓN Me toqué el pecho. Sangraba. Sangraba demasiado, pero seguí corriendo. No me detuve; él nos seguía y un solo fallo nos podía costar la

vida, a ella y a mí. Corrimos un rato más, pero tuve que parar. Le dije que se fuera, y ella me miró con sus ojos azules con pena; le grité desesperado que se marchara antes de que nos cogiera, que yo lo detendría. Ella no quería abandonarme, pero tenía que hacerlo. Al final, se puso a correr, y yo anduve cinco minutos más antes de que él me alcanzara. Me empujó y me caí torpemente. Me miró con rabia, odio, ira, sacó la pistola y me apuntó, cerré los ojos pensando en ella y oí el disparo, el que señalaba mi fin. Pero nunca me llegó a tocar. Abrí los ojos. Ella estaba delante de mí con una pistola, despeinada y con una sonrisa de satisfacción por haberme podido salvar. Me abrazó, me dio un dulce besó en los labios y me miró a los ojos, con intensidad. Entonces, me dijo adiós antes de desaparecer en el bosque para siempre, dejándome a mí con su olor a limón.

1116. ÓSCAR GOÑI – LA PLUMA Y LA ESPADA La pluma es más poderosa que la espada. Lo había escuchado antes, creo que en una peli de Batman. Me dicen que fue un inglés quien escribió esa chorrada. El caso es que eso pone en el papel manchado de sangre que sostiene el cadáver. El tipo, un forense responsable de innumerables condenas, estaba presentando su libro ante más de cien personas cuando la luz se fue. Después del desconcierto general, cuando la sala se iluminó de nuevo, estaba muerto, con un cuchillo clavado en el pecho. Pero sonríe, mirando con sus ojos vidriosos el papel. ¿Falta un mes para mi jubilación, después de cuarenta años en Homicidios, y ahora tengo que resolver un asesinato con una frase? El asesino está aquí, entre el público, lo presiento. Me olvido de todo lo que me rodea y me obligo a pensar. El tipo era forense, no literato. La clave, tal vez, no está en lo que pone en el papel. Entonces, mirando al auditorio, veo a ese hombre. Se chupa un dedo, molesto. Me toca sonreír a mí.

1117. ÓSCAR HERNÁNDEZ – SIN TÍTULO Baker había conseguido escabullirse hasta el callejón. Llovía. Un gato rebuscaba entre los cubos de basura. Sobre su cabeza, una vieja escalera de incendios y el cartel luminoso del club. Calculó que tenía como dos minutos de ventaja. Después, echarían en falta el maletín. Corrió hacia la avenida. Derecha. Nadie. La lluvia apretaba. Izquierda. Nadie en el punto de encuentro. «Rachel aún debe estar dentro», pensó. Sintió como la primera bala atravesaba su hombro. Pasos acercándose. Silbido de balas rozando su cabeza mientras se desplomaba. —Os felicito. Tu amiguita y tú casi conseguís engañarme, pero ningún sucio poli va a volver a meter sus narices en mis asuntos. No en mi ciudad — dijo una voz familiar. Baker trataba de incorporarse. Uno de los tipos del club le apuntaba con su arma. El cañón humeaba. —Johnny, termina el trabajo y trae el maletín.

¡Bang! ¡Bang! —Rachel... —Tranquilo. La ayuda está en camino.

1118. ÓSCAR ROJO MATARRANZ – UN MAL DÍA —¿Por qué llueve tanto? Odio trabajar cuando llueve. —Vamos, Rober, en diez años como compañeros jamás te he visto trabajando de mal humor. ¿Ha pasado algo? —No, supongo que simplemente hoy tengo un mal día. —Bueno, hoy es un mal día para mucha gente —añadió Marco, el detective más experimentado de aquella curiosa pareja de investigadores de Homicidios. Aquellas palabras cambiaron la expresión del detective Rober, el cual miró de nuevo el cuerpo cubierto por una sábana que había en mitad de aquel pantano. —Solo tenía veintiún años; estudiaba enfermería —explicó Rober mientras revisaba sus notas. Marco se inclinó sobre el cuerpo y levantó parcialmente la sábana. —Un disparo en la cabeza. A sangre fría —comenzó Marco—. ¿Quién crees que ha sido; un exnovio? —Esta vez no, Marco. Esta vez, he sido yo. —¿Qué...? —respondió su compañero desconcertado mientras levantaba la vista, pero el arma que le apuntaba detuvo sus palabras. —Lo siento, Marco; odio tener que hacer esto. Bang.

1119. PABLO CANINO GUTIÉRREZ – AMENAZA EMOCIONAL La figura de Stephen Hawks se recortaba oscura y solitaria en la orilla del Hudson frente a las luces de la Gran Manzana. Detrás de él, dos policías retenían contra el suelo al fin a aquella desalmada y fornida bestia. Recordé entonces las palabras que me dijo el día que vimos el magullado cadáver de Emily Green: «Era joven, guapa, talentosa y seguramente feliz, y ahora no tiene nada. El culpable lo pagará». Lo había vuelto a hacer, había vuelto a cumplir justicia, pero no cabía en él la satisfacción propia de cuando resolvía un nuevo caso de asesinato. En sus manos sostenía la foto antigua que el asesino le había pedido que cogiera de su chaqueta, una niña que sonreía risueña. Cuando le dio la vuelta, descubrí inscrita sus iniciales junto con una fecha, la misma que figuraba en los viejos recortes de periódico que guardaba en casa sobre la niña desaparecida. Un pánico inusual lo invadió. Lo que dijo a continuación lo cambió todo: «Ellos la tienen y la matarán si sigo... Es Lucy, mi hija».

1120. PABLO FOLGUEIRA – SU PRIMERA VEZ Jack nunca había tenido una pistola en la mano y, la verdad, parecía que pesaba mucho más de lo que se había imaginado. Tampoco se había planteado nunca la posibilidad de disparar una, pero esta vez lo hizo. Sin pensarlo demasiado, deslizó su dedo índice por el gatillo y lo apretó. La detonación rompió el silencio de la noche y muy pronto pudo ver el humo que salía del cañón gracias a la luz de una farola. Se acercó al cuerpo que había caído al suelo, un cuerpo que para él era anónimo, y le registró los bolsillos. Para su sorpresa, encontró un teléfono móvil de última generación y un fajo de billetes que se guardó rápidamente en el bolsillo de su cazadora de cuero, sabiendo que muy pronto le serían útiles. Entonces, su madre lo llamó para cenar; salió del videojuego y apagó el ordenador.

1121. PABLO HERRÁN – SANGRE Y SILENCIO El cuerpo aún hedía a carne quemada; el arma del asesino obviamente era la pistola de rayos prohibida desde el año 2152. Era el séptimo asesinato de la semana en Splitmoon y el decimonoveno en ese mismo sistema planetario. Quienes habían visto al asesino no querían hablar de él y solo podemos discernir sobre su aspecto basándonos en las leyendas y rumores que se oían en las cantinas ciberestelares. Su apodo: el Escritor. Quienes no lo han visto, han oído hablar de él, y se dice que lleva un chaleco antibalas cuya procedencia y edad son inciertas, en el que se puede leer Writer. Durante generaciones, el chaleco ha pasado de padre a hijo hasta llegar a las manos de este conocido y perseguido justiciero. Perteneció a un policía del siglo XXI, cuya máxima era obrar bien y mantener el orden y la justicia hasta que un día fue declarado culpable por traición, un crimen que acuso a la familia Rick durante generaciones y que ha tratado de saldarse con sangre y desde el silencio.

1122. PABLO LAHOZ MACIÁ – SIN TÍTULO Cuando Michael se acercó a la casa, escuchó una suave melodía que venía de dentro. Abrió la puerta y, en ese momento, reconoció perfectamente la voz de Luciano Pavarotti interpretando Carusso. —¿Hola? ¿Rachel? ¡Soy yo! Avanzó unos pocos metros y sobre la mesa del salón vio una botella de champán metida en hielo, junto a una nota en la que ponía: Arriba. El detective sonrió y, tras coger la botella, subió por la escalera, iluminada por velas en los escalones, a medida que la voz del tenor cobraba más fuerza. Pero al llegar a la habitación, vio que la puerta estaba abierta y sobre la cama se encontraba su esposa, perfectamente tumbada, con la mirada perdida y la boca abierta. Michael dejó caer la botella al suelo. Se acercó al cuerpo sin vida y, junto a la almohada, encontró un dibujo del rostro de la mujer.

1123. PABLO TORÁN UMBERT – LO INEVITABLE «Un hombre no puede derrotar al sistema», pensaba mientras era conducido al estrado con las manos esposadas, un mono naranja y unos pasos cansados. A modo de despedida, el juez me dejó pronunciar unas palabras dirigidas al jurado. —Yo no lo hice —afirmé con toda la vehemencia que mis brumosos ojos apagados fueron capaces de imprimir—. No sé explicarles cómo estaban mis huellas en el arma ni cómo dos personas pudieron verme esa noche. Hoy van a condenar a un hombre inocente. —No pude mirar a mi familia. De pronto, al sentarme, lo entendí todo. Daba igual qué dijera, hiciera o intentara. Mis pasos iban a ir hacia el mismo sitio. No merecía la pena luchar, ni resistirse. De entre la gente, observé su sonrisa. «No puede ser», pensé. Durante un segundo, nuestras miradas se cruzaron y supe, por fin, la identidad del verdadero culpable. El rostro de estas cadenas. El causante de mi muerte en vida.

1124. PABLO MANUEL MORAL ROBLES – NOS APETECÍA TANTO La casa estaba en silenciosa oscuridad a su llegada. Había barro por todos lados, unos paraguas por el suelo formando charcos, el recibidor desplazado, las llaves fuera de su sitio... Un camino de pisadas de barro llegaba hasta el salón. Lo siguió guiándose con la luz que entraba de las farolas de la calle. Vio abrigos zarandeados sobre el sofá; en el suelo, los restos de lo que había sido su frutero favorito junto a una mochila medio abierta. Las huellas seguían hasta el estudio. La puerta estaba entornada, y una luz tenue salía de la habitación. Se temía que hubiera pasado aquello que la tenía intranquila estos días atrás. Tomó aire y abrió la puerta. Sus ojos no daban crédito a lo que presenciaba. Descubiertos, el más adulto con tono de pavor dijo: —Cariño, puedo explicarlo, sé que no querías que le compráramos la consola a Carlos, pero hoy estaba el día sin IVA y nos apetecía tanto...

1125. PACO DOMÍNGUEZ – SIN TÍTULO Su cuerpo yacía de pie, inmóvil, hasta que llegó la policía. El forense dedujo que había sido torturada con un tornillo, debido a que tenía el cuerpo repleto de pequeñas perforaciones provocadas por dicho objeto. El detective Christopher Jordan era el mejor de la ciudad en su oficio y había resuelto todos los casos que le habían asignado, pero este era diferente. La chica asesinada era su hija, Jennifer, de veinte años. A pesar de lo que estaba sufriendo en esos momentos, decidió encargarse del crimen y meter entre rejas al animal que había matado a la cosa que más apreciaba en el mundo. No había dejado una sola huella, por lo que tenían que empezar de cero. Sin embargo, el asesino no había sido muy inteligente, porque la había torturado en un parque, y en ese parque había cámaras. Su nombre era William Simmons y tenía un gran repertorio de asesinatos, secuestros y tráfico de

dinero. No había sido difícil para el detective pillar a Simmons, pero Jennifer no iba a volver.

1126. PALOMA BENÍTEZ – DANZA DE MEDIANOCHE Nadie podía ver a Isaiah, enfundado en su pulcro esmoquin, escondido entre las sombras de dos edificios tras la espesa cortina de lluvia. Desde el otro lado de la calle, veía cómo las luces de los coches de policía se reflejaban contra la marquesina del teatro. Era la cuarta vez que un anónimo informaba de una bailarina asesinada con aquellos salvajes cortes en la cara, y la detective Emma Avery estaba al cargo. Miró su reloj, faltaban unos segundos para medianoche y el Mustang azul dobló la esquina. «Siempre puntual, número cinco», sonrió tétricamente. Se abrió la puerta y la silueta de la detective saltó fuera del coche sin percatarse de la rápida sombra que se abalanzaba por su espalda. Un filo centelleó en la mano alzada de Isaiah cuando uno de los policías alumbró a la detective con la linterna... Un arma, gritos, disparos... Se había cumplido... Cinco cuerpos.

1127. PALOMA CEBALLOS REGEN – JURO VENGANZA «Mi nombre es Roy Jackson y confieso haber matado a mi mujer y a dos de mis tres hijos». Eso es lo que me obligaron a decir para que no matasen a mi tercer hijo ni a mis padres. Sabía que tarde o temprano pasaría; no siempre les podría proteger. Esto viene de cuando trabajaba como hacker para el Gobierno. Me enamore de otra hacker, que se quería ir de allí, y yo la acompañé para protegerla. Luego, nos tuvimos que separar para evitar peligros. Yo seguía realizando trabajos ocasionales, pero me propusieron uno relacionado con terrorismo y lo tuve que rechazar, ya que era demasiado arriesgado. Lo pagué muy caro. Llevaba dos meses en la cárcel y faltaba un mes para la sentencia. Solicitaron un vis a vis, y era Linda, ahora mi abogada y antigua hacker, la que reunió evidencias para sacarme de allí. Las pruebas fueron colocadas intencionadamente para que las encontrara. Al salir, mandé a mis padres y a mi hijo fuera del país, con unos buenos amigos. Lo siguiente sería preparar mi venganza.

1128. PALOMA COTRIBEL – LAS APARIENCIAS ENGAÑAN Le encontró sentado en su despacho, absorto, con la mirada perdida... No tenía que preguntar, ya sabía en qué estaba pensando: en Elsa. No la había vuelto a ver desde entonces. Se sentía turbado, ¡tantas emociones! «Sí, es cierto —se decía—, aquello solo duró unas horas». Se conocieron en un vuelo, no recordaba de dónde a dónde; sonrió. No debía ser importante, porque al aterrizar decidieron coger el primer vuelo que saliera hacia algún lugar más cálido. Corrieron por el aeropuerto como dos niños, cogidos de la mano. Ni siquiera habían recogido el equipaje, ¡ya comprarían ropa... si la

necesitaban! Al aterrizar, se separaron para arreglarse un poco en el destartalado baño del aeropuerto. Y no la volvió a ver. Hasta ayer. Sí, siempre pensó que le había utilizado para pasar el control de pasaportes, pero, de hecho, no sabía nada de ella. ¿Qué habría ido a hacer allí? Nunca sospechó que era, en realidad, una asesina a sueldo.

1129. PALOMA CUBEIRO VELÓN – UNA DESPEDIDA EN SILENCIO Salgo por la puerta trasera. No quiero mirarla. Me horroriza verla tendida allí, inerte. Me froto la cara con las manos, parece una pesadilla. Acelero el paso y entro en el coche. No deja de venirme a la mente la imagen de su rostro, con los ojos cerrados y expresión tranquila, apoyado sobre el colchón. Me hundo en el asiento, doy una calada al pitillo y noto como me resbala una lágrima. La oigo gritar y vuelvo al momento en el que hendí el puñal en su cuerpo. Lo veo como un espectador y siento escalofríos. Conduzco hacia la comisaría de la 63. Allí, por desgracia, ya me conocen. Entro despacio y todo el mundo me mira. Reconozco a la sargento que está detrás de ese cristal. Doy un paso más y me derrumbo, me quedo de rodillas y casi no noto como me ponen las esposas. Consigo articular un «Lo siento» antes de perder el conocimiento. —Dexter Cole, queda usted detenido, tiene derecho a guardar silencio, cualquier cosa que diga puede ser utilizado en su contra...

1130. PASCAL GALIBERT – EL TESTIGO No sé qué hago plantado aquí, en medio de este charco de sangre. Solo recuerdo que estaba en la mesa, presente en esta cena familiar a la cual ni pertenezco. No sé cómo empezó todo, ¡fue tan rápido! El hombre se puso a gritar, insultar y golpear a su mujer. Yo me quedé inmóvil. De repente, sentí que me agarraban y me levantaban sin ningún esfuerzo; todo daba vueltas y más vueltas. Luego, caí contra una masa inerte. A pesar de mi frialdad habitual, sentí el calor de la sangre recorrerme, su olor tan peculiar impregnándome. Entonces, todo fue aún más confuso. Ahora, medio atontado, oigo a lo lejos la sirena del coche de policía, el arresto del presunto asesino. Unas manos más delicadas me sacan del cuerpo de la mujer, me introducen en una bolsa con la etiqueta: «Cuchillo de cocina, arma del crimen».

1131. PATRICIA CANINO ACOSTA – HECHIZADO En medio de una noche cerrada, lentamente se fue sumergiendo en el lago helado. Sentía como si le clavaran cuchillos poco a poco y le costaba respirar. Sin embargo, no podía parar. Algo le impedía detenerse. Oía susurros lejanos que parecían gritarle algo, pero no conseguía descifrarlo. Unas lágrimas que le quemaban le caían por las mejillas. Siguió adentrándose

en el gélido líquido hasta que sus pies no tocaban el fondo. Su cuerpo, casi sin fuerzas, apenas flotaba. Los chirriantes susurros proseguían y sentía la gran tentación de dejarse llevar. De repente, una luz al otro lado del lago brilló en su dirección. Despacio, empezó a nadar hacia ella. Los susurros se convirtieron en gritos, y apresuró su marcha. El agua empezó a embravecerse y paró de repente. Algo le agarró la pierna y le hundió por completo. Lo último que vio fue su horripilante rostro.

1132. PATRICIA COLLAZO – ESO NO SE DICE Ya no podíamos contar con él. Eso me dijo mamá. Que se había ido, que lo olvidáramos. Nadie le ha vuelto a mencionar, pero su ausencia presente siempre lo ha enturbiado todo. En especial, los buenos momentos. Mi madre ha hecho lo posible para ocultarme la verdad. Pero mis ojos de niño grabaron su figura frágil afanándose con la pala a través de la ventana. Y sus manos sucias de barro al entrar en casa. Y el sollozo ahogado que nunca se permitió repetir. Mientras contenía la agitación simulando dormir, supe con la lucidez de mis seis años lo que mamá acababa de hacer. Por mí.

1133. PATRICIA DEL VALLE DEL RÍO – ESE ES MI TRABAJO Le advertí de que las pesadillas son de visitas nocturnas, que los remordimientos no desaparecen con tiempo y la culpa se presenta aun detrás de una causa justa. Lo único que me guardé fue que los monstruos no callan mientras estás despierto. Porque ese es mi trabajo: susurrar una y otra vez nombres.

1134. PATRICIA GONZÁLEZ – CUPCAKES El monótono gesto de abrir mi móvil fue alterado al recibir un mensaje desconocido que lo tenía todo menos sentido; decía: Bolígrafo, nueve letras divagando no tan perdidas como lo estaba yo. Le regalé unos segundos a ese número desconocido y luego mi compañero de trabajo me despertó de mis pensamientos preguntándome: «¿Qué tal te fue con la apendicectomía de ayer?». Espero que mi media sonrisa le valiese porque estaba aún pensando en aquello. Seguí con el tránsito de mi día y lo ocurrido esa mañana desapareció entre mis otras múltiples preocupaciones. Uno de los mejores momentos del día era la vuelta a casa, mi máxima realización era ver qué caras se le quedarían a mis hijos cuando les dijese que haríamos cupcakes. De repente, vi desplomarse a un joven de rodillas. Había perdido la consciencia, le miré la garganta y pensé en un envenenamiento. Al instante, no dude ni un segundo en hacerle una traqueotomía y mi mente se aclaró: «Asesino, ¿para qué quieres un boli si tienes un lápiz de recetas?».

1135. PATRICIA PÉREZ MEDINA – SIN TÍTULO Ariadne observa el viejo reloj de pie. Cada movimiento del segundero parece hacer eco contra las paredes de la cabaña, contra el interior de su cabeza —como una risa macabra regodeándose—. No logra dejar de temblar y en sus manos, empapadas de sudor, están trazadas las marcas de sus propias uñas. Ni siquiera alcanza a escuchar sus propios sollozos; los latidos de su corazón parecen de repente ensordecedores, cuales truenos en el interior de la habitación. Latidos que, al fin y al cabo, nunca apreció lo suficiente. Diez años ha tenido para prepararse para este momento y, sin embargo, es ahora, a las puertas del final, cuando es dolorosamente consciente de su ahogada respiración, del rojizo tono de su piel tras arañarse en su histeria, de la caricia de sus lágrimas sobre sus mejillas. Nadie lo aprecia lo suficiente. La campana marca medianoche. La puerta cruje tras ella.

1136. PATRICIA POMPAS GARCÍA – PUNTO FINAL El cadáver apareció recostado en la pared, junto a los inodoros de una reputada finca para bodas. Era un varón de treinta y tantos, caucásico. Para la sargento Mara Sash: muy mono. Del cuello del cadáver colgaba una liga de mujer. ¿Muerte por estrangulación? No. Apuñalamiento. El asesino le había dibujado con carmín rojo una diana a la altura del corazón y le había clavado una estilográfica. Mara entornó los ojos. El tío muerto era un novelista de éxito, famoso por probar en sus propias carnes las experiencias de sus personajes. ¿Podría ser que esa vez su costumbre le había pasado una factura que pagó con su vida? Examinó con mayor atención al escritor. Algo blanco asomaba de su boca. Con unos guantes de látex tiró y sacó el objeto. Era una servilleta, con un mensaje escrito en tinta negra: Te mato con lo que te ganas la vida y con lo que has arruinado la mía. ¿No querías experiencias nuevas para llevarlas al papel? Cuéntame, Jan, ¿quién se la ha clavado a quién?

1137. PATRICIA SANZ DOMÍNGUEZ – EL DOCTOR MORGUE La ira por verse incapacitado para licenciarse como médico forense llevó a Adrien Wright a hacerse con todos los utensilios necesarios para convertir el sótano de su casa de Long Island en una morgue y en ella realizar autopsias, como prácticas para su fracasada carrera universitaria, a dos chicas de veinticinco y treinta años, llevándolas engañadas a su casa después de una noche de fiesta. Las autopsias que Adrien practicaba no tenían nada que envidiar a las que pudiese realizar un especialista en su morgue. Comenzaba con la famosa incisión en Y para continuar con el peso de los órganos de cuerpo y finalizaba con una sutura perfecta de los cortes realizados. Las conservaba en unos arcones frigoríficos, cerrados con candado. La policía pudo detener a nuestro doctor Morgue gracias al aviso silencioso de una pulsera de seguimiento que llevaba la última chica a la que había llevado al sótano.

1138. PATRICIA SOTO HERMOSA – PORQUE PUEDO El salón está en penumbra. El nerviosismo me puede y no consigo evitar tamborilear los dedos sobre la barandilla con impaciencia. Tengo que calmarme o no saldrá bien. Un coche se acerca, veo los faros iluminar la estancia momentáneamente. El motor se detiene, y unos tacones repiquetean contra el pavimento. La puerta principal se abre y entra en el vestíbulo. Casi no puedo contenerme. Me acerco con cautela por detrás mientras observa confusa el panel de la alarma. Se da la vuelta con rapidez y, antes de que pueda gritar, ya le he clavado el cuchillo en el abdomen. Al fin. Su cuerpo empieza a perder fuerzas y caer inerte. La sangre caliente emana de ella y la siento correr por mi mano. Noto cómo gotea, cómo brota. Me mira angustiada, con lágrimas en los ojos. Empiezo a ver que la vida se escapa de ellos mientras balbucea «¿por qué?». Siento como la adrenalina corre por mis venas, el corazón me late más fuerte y una sonrisa se me dibuja en el rostro mientras le respondo: «Porque puedo».

1139. PATRICIA POTTO PA GONZÁLEZ – HAS PENSADO ALGUNA VEZ EN MATAR A ALGUIEN —¿Alguna vez ha pensado en matar a alguien, detective Luck? Su sonrisa le heló la sangre. En la sala de interrogatorios la tensión casi se podía cortar. El detective Luck había detenido a uno de los mayores asesinos en serie del país. En su buhardilla habían encontrado las fotografías de treinta chicas desaparecidas, todas con un mechón de pelo y un trozo de su ropa interior grapada, y ahora todo se venía abajo porque las pruebas se habían destruido en un incendio en los sótanos de la comisaría. Necesitaba los cuerpos y para eso necesitaba una confesión, y la necesitaba ya. —Señor Long, todo esto será más rápido si nos dice dónde enterró los cuerpos. —Vuelvo a repetirle la pregunta. ¿Alguna vez ha pensado en matar a alguien? Me han dicho que es una sensación de poder, de superioridad. Cosas que a usted no le vendrían nada mal..., detective Luck.

1140. PAULA BUSTOS MARTÍNEZ – SIN TÍTULO Saco mi revólver y entro en la habitación. Al fondo las veo. Sara y las niñas, tumbadas sobre un charco de sangre, y detrás, él. Cubierto de salpicaduras de sangre, mirándome con una extraña mueca en la cara, algo parecido a una sonrisa. Apunto. Es su fin. Aprieto el gatillo. Suena un disparo. Un crujido. Cristales rotos. Sin embargo, no muere. Sigue ahí. Las balas no matan reflejos del espejo.

1141. PAULA CALDERÓN – EL ASESINATO MARINO Un grupo de expertos en oceanografía investigaba con una cámara

especializada las orillas de Hawái, cuando de repente se toparon con una mujer de ojos bien abiertos atravesada por un palo de hierro a la altura del vientre. Lo más extraño no fue cómo murió; ¿por qué iba como una sirena? El capitán Johnson, junto a su equipo, llevó a cabo la investigación sobre el misterioso asesinato de la sirena. Intentando hacer caso omiso a las ideas de su compañero, que pensaba que el asesino fue su novio «sirena», resolvieron el suceso ese mismo día. Preguntando, investigando y viendo detalladamente las pruebas descubrieron que la sirena fue asesinada por su jefe. La víctima, Ariana Hill, trabajaba como secretaria del dueño de una de las cadenas de hoteles de aquella zona. Descubrió el porqué de tanto éxito de su jefe; demasiado ilegal. Estaba dispuesta a denunciarle en la misma fiesta de disfraces que celebraban, pero desgraciadamente no llegó a hacerlo.

1142. PAULA CAURÍN ADÁNEZ – POSTDATA: ¿Existe el crimen perfecto? ¿Realmente la casualidad puede hacerte matar a alguien? Esa misma noche resolví mis dudas, de un modo un tanto ocioso. Vi como un hombre apuñalaba cobardemente, pues lo hacía por la espalda, a una mujer. Ella se desplomó, y él desapareció. Mi impulso no fue socorrer a la mujer, sino ir tras él. Una vez lo alcancé, le pregunté el porqué, qué había sentido... No contestaba; cada vez estaba más nervioso, y yo, más excitada y neurótica. Su silencio me mataba, intentó huir, me llamó loca, me golpeó para escapar, pero se le cayó el cuchillo... Vi mi oportunidad, no sé aún cómo ocurrió, pero ahora era él el que estaba en el suelo y yo la que corría para desaparecer. Ahora ya lo entiendo todo, y no, no existe el crimen perfecto. Firmado: Una presa de su locura en una cárcel para asesinos.

1143. PAULA CRESPILLO ARRIAZA – SIN TÍTULO El viejo Jim venía en su coche de casa de Peter Brown. Acababa de pasar la bifurcación del camino que venía del mirador de las estrellas, cuando vio la primera zapatilla deportiva. Unos metros más adelante estaba la otra. Hacía tres años que se había jubilado de su trabajo de sheriff y fue su espíritu de sabueso lo que le obligó a parar a un lado de la carretera. Recogió las zapatillas y apenas tuvo tiempo de apartarse a un lado cuando pasaron como una exhalación el coche de Peggie Sue seguido del de su padre. No necesitó más de diez segundos para imaginarse lo ocurrido. A la mañana siguiente, se dirigió a la cafetería. No lo hacía solo por el hecho de tomar café, quería resolver el misterio. —Hola, Billy —dijo al entrar al establecimiento—. ¿Cómo andan esos pies? —¿Cómo dice, señor? —contestó el joven ruborizándose. —¿Todavía sales con Peggie Sue? —Sí, señor... Los tengo en carne viva. Tuve que correr 3 kilómetros desde el mirador. Pero... ¿cómo lo ha sabido? —Espíritu de sabueso.

1144. PAULA BLUE CHAMORRO ZABALZA – SUSPIRO DE PLACER En medio de la oscuridad, el teniente Neclay escruta la casa con su patrulla: solamente se ve luz en la ventana del segundo piso. El plan estaba claro: entrar, reducir y salir. Lo había hecho muchas veces y hoy no sería una excepción. Mientras, en esa habitación, Úrsula se mira en el espejo y peina su blanca melena con las manos ensangrentadas, preguntándose cuánto tardaría en volver a matar. A la señal, entran en la casa; el teniente primero. Nada en el piso de abajo. Neclay sube las escaleras con el corazón desbocado, algo va mal. Escondida en el pasillo, Úrsula espera a que se acerquen. No va a dejar que esto acabe tan pronto. Su mano no tiembla sosteniendo un fragmento del espejo... y rápidamente lo hunde en el cuello de aquel policía. El placer que siente matándolo dura lo que tardan en quitarle la vida: un suspiro.

1145. PAULA DÍAZ ALTOZANO – VOYEUR Había oscurecido. Estaba en el coche observando a una pareja que paseaba junto al río. Llovía, y el humo del cigarrillo se mezclaba con la humedad empañando los cristales. Miré el reloj, me recosté y encendí la radio: sonaba un tema de Lou Reed. Bajé un poco la ventanilla, el aire era irrespirable. Un hombre que parecía perdido se acercó a los jóvenes. Sacó una pistola y los apuntó. No podían verme. La cosa iba en serio; empezaba a estar nervioso. —El bolso, ¡vamos! El hombre lo cogió. Sin dejar de apuntarlos, empezó a andar hacia atrás. Me temblaban las manos. Escuché el ligero ruido del motor. El hombre corría en dirección a mi coche oculto. Iba a encontrarme. Me miró con una horrible sonrisa, abrió bruscamente la puerta y gritó: —¡Arranca! Entonces, varios faros se encendieron alrededor, y un policía golpeó con sus nudillos en la ventanilla, y mirándome burlonamente, exclamó: —¡Cuánto tiempo sin vernos! Estábamos detenidos.

1146. PAULA LÓPEZ PLAZA – EL HOMBRE SONRIENTE Quería salir de la ciudad lo antes posible. Sabía por las noticias que había un asesino en serie suelto por la ciudad y, finalmente, se produjo un asesinato en mi barrio. Ya no me sentía a salvo en mi casa, así que decidí irme de allí. Estaba asustado. Era de noche cuando tomé el coche. Conduje por la autopista sin detenerme un segundo. Mi coche no dejaba de hacer ruido. Me ponía de los nervios. De pronto, una de las ruedas se pinchó: tuve que parar. Tan solo unos minutos más tarde, un coche se paró junto a mí, y de él salió un hombre alto. Parecía agradable, pero no me fie de él: sonreía demasiado. Le expliqué lo ocurrido, y él propuso prestarme su rueda de recambio. Fue hacia su maletero, y yo le seguí. No me fiaba de él. Sonreía demasiado. Hecho todo, arranqué y me puse de nuevo en marcha. El coche del hombre

sonriente no hacía ruido, como el mío. La policía no tardaría mucho en encontrar mi coche. Tampoco el cuerpo del hombre sonriente dentro. Pero yo ya no estaría en la ciudad.

1147. PAULA MUÑOZ GÓMEZ – SIN TÍTULO Piel contra piel. Víctima y asesino. Supe que él estaba ahí incluso antes de abrir los ojos. Al parecer, no sabía que aquel viejo suelo gemía dolorido al menor roce. Giré, despacio, mi cuerpo en la cama y lo vi. Y él me vio a mí. Ni miedo, ni sorpresa, ni furia había en su rostro. Una calma, tan impropia del hombre, había en él. ¿Debía gritar? ¿Por qué? ¿Por mi vida? Si lo hacía, ¿qué pasaría? ¿Acaso mi pavor despertaría en él la compasión, la culpabilidad? Oh, ingenua alma mía si creía en eso. Él dio un paso y luego otro, mientras que con la mano hacía el gesto para que callara. Llegó a los pies de mi cama y me contempló satisfecho. No veía mi rostro, solo mi carne. Imaginaba el sonido del corte, del desgarro y del crujido. Y después, solo imaginaría el silencio que era la muerte. Yo solo pude hacer una cosa. Grité.

1148. PAULA PATTATA! – GOLIAT Su madre solía fumar a todas horas. A Amelia le gustaba la tarta de frambuesa. Solía tomarla cuando su madre le pedía que guardara un secreto. Acto seguido, le daba un toque en la nariz con la guinda del pastelito y sonreía con el labio partido. Con sus manos pequeñas, apagó el cigarrillo y chasqueó la lengua, como su madre hubiera hecho, al notar las manos sucias. Se las limpió contra los pantalones y rodeó el agradable y desgarrado sillón del centro del salón. No contenta con el resultado, pasó sus delgadas piernas alrededor del cuerpo que yacía en el suelo y se sentó sobre su rabadilla. Una mueca cruzaba el rostro de la niña, cuyas rodillas amoratadas besaban el suelo. Siempre había tenido mala letra. El inspector García jamás había visto una A tan mal delineada. El cuerpo del hombre yacía bocabajo en el salón. Ni rastro de la madre y la niña. Las dudas le invadían: ¿cómo podía tal criatura abatir a un cerdo de semejante tamaño?

1149. PAULA RÍOS DE LA FUENTE – TRAICIONADA La sensación de una mirada clavándose en su nuca activó su adrenalina cuando abandonaba el after hour por el callejón colindante. Un miedo helador que, contradictoriamente, la hacía sentirse viva. Se giró y aquella silueta se desvaneció como una bruma irrisoria. Apresuró el paso para escapar de la estremecedora penumbra, cuando escuchó otros pasos... Alguien la seguía. El escalofrío sacudió toda su espina dorsal, y se detuvo. El sonido de las pisadas que la acechaban también frenaron. Paralizada, podría sentir correr su sangre fuerte y afanosa, hasta dejarla sin aliento. Sin tiempo a pensar con claridad, su imprudente y osada curiosidad vencieron al terror y

se dio la vuelta. Observó a un varón completamente vestido de negro con algo metálico, afilado y brillante en su mano, amenazante. Ella advirtió familiaridad en su rostro, lo conocía. Suplicó sin entender por qué ella, y sintió algo punzante en su abdomen; el rojo intenso resbaló. Él marchó, condenándola al más fúnebre silencio.

1150. PAULA RODRÍGUEZ – VICIOS INCONFESABLES Mis víctimas están etiquetadas por orden alfabético. Siempre he sido un maniático del orden. El hedor que empieza a rezumar de los cuerpos me advierte de que debo comenzar con mi ritual antes de que alguien pueda intuirlo: primero, descuartizo las extremidades una a una, y después, vacío los órganos del tronco. Me detengo al llegar al corazón. Lo arranco de cuajo y lo guardo en el tarro de cristal con formol junto al resto. Colecciono corazones que no amarán nunca más, como el mío. Lo que empezó como una simple curiosidad, levantada por el paso del largo tiempo junto a los cadáveres, se ha convertido en una costumbre libre de remordimientos que me ayuda a desahogar mis pesares. Coloco las piezas, de la última prostituta que contraté, en la retorta y aspiro el olor mientras se queman. ¿Quién puede sospechar del solitario empleado de un crematorio?

1151. PAULA SÁNCHEZ MORALES – SECRETOS Y CONFESIONES Su cara es ancha, tiene una expresión de superioridad que intenta disimular con una falsa mueca de tristeza. Unas pequeñas arrugas se forman en su frente cuando abre la boca, y esos ojos..., ausentes e impenetrables, indican que esconde algo. El sospechoso tiene la nariz puntiaguda pero torcida hacia la derecha; ¿sufrió algún golpe durante su infancia o adolescencia? Una boca firme y labios blanquecinos. Cuello grueso y dientes amarillentos a la par que desiguales. Unas mejillas ocupan todo su rostro, el cabello sucio y graso le cubre las orejas. Es corpulento, y su estatura deja mucho que desear; no hablemos de su ropa, abandonada y pobre. —Entonces, ¿va a decirme lo que ocurrió aquella noche? —pregunta el detective muy nervioso y enfadado. —Es una historia muy larga. Solo puedo afirmarle que disfruté mientras le arrebataba la vida a esa joven que solo suplicaba y pedía auxilio.

1152. PAULA SÁNCHEZ PAZ – NI UNA PALABRA —Ya viene el evaluador. Tranquilo, Devlin, yo hablaré. —Agente Walker, como sabe, estoy aquí para... —Déjelo. Sé perfectamente para qué estamos aquí. Es la quinta vez que el agente Devlin y yo contestamos a sus preguntas. Devlin ha accedido a estar presente, pero solo yo hablaré. —Como quiera, Walker. Hablemos del tiroteo en el que usted y su

compañero, el agente Devlin, participaron el viernes pasado. —Por enésima vez, Usher, el sospechoso iba armado y amenazaba con abrir fuego. Estaba a tiro y lo abatimos. —Respecto a su compañero, el agente Devlin... —¿No he sido claro? Devlin ya ha contestado todas sus preguntas y no tiene nada que añadir. —De acuerdo, Walker. Es todo. (Fuera de la sala). —¿Y bien, Dr. Usher? —Desafortunadamente, el agente sigue sin comprender que su compañero no sobrevivió al tiroteo. Debe ser relegado provisionalmente.

1153. PAULA SUÁREZ FERNÁNDEZ – UN GOLPE Un chirrido. Lo que le pareció un portazo. Ya estaba totalmente despierta. Mentalmente, empezó a maldecir a sus ruidosos compañeros de piso. No se quería mover de su caliente cama, pero su incapacidad para dormirse sin estar la casa en completo silencio le obligó a ello. Subió las escaleras para ver qué pasaba y vio entreabierta la puerta en el techo que conducía al desván. Cogió la escalera del armario de la planta baja y subió. Lo primero que vio fue la ventana abierta y, pensando que el ruido provenía de fuera, se asomó. Lo siguiente que sintió fue un fuerte golpe contra el cemento. Lo último que el cerebro de Caroline procesó fue la imagen de su casera con las facciones desencajadas tras darse cuenta de que, al estar escuchando música con su MP3 mientras pasaba la aspiradora, había provocado la defenestración de su ya antigua inquilina.

1154. PAULA TIRADO MELENDRO – SIN TÍTULO Amanecía, pero yo veía el cielo de color rojo. El mismo color que envolvía los borrones y las imágenes dispersas; lo único que podía recordar de la noche anterior. Agarré la pala con fuerza para que no se me escurriera. El sudor y el polvo que había levantado al cavar me manchaban la cara. Me detuve antes de limpiarme con la camiseta; había olvidado por un momento la sangre que me empapaba y que iba tornándose cada vez más oscura. Continué agrandando el hoyo mientras lanzaba miradas rápidas a mi alrededor. Cuando acabé, me di la vuelta; él me estaba observando. Me quedé mirando la placa y la pistola que le colgaban del cinturón. Asintió levemente y arrastró el cuerpo para que yo lo metiese dentro. La metiese. Al caer, salió de la lona una mano inerte con el anillo de mi hermana perfectamente ajustado en el dedo anular.

1155. PAZ ALONSO ARIAS – SI YO APRIETO ESTE GATILLO Quitar vidas ya no suponía un dilema moral, y pagaban bien. El juez

Salazar era hombre justo, pero no debía llegar a cierto juicio. Todo estaba planeado: un robo fallido y consecuencias fatales para el juez. Él estaría solo, trabajaba hasta tarde. Aun tomándole por sorpresa, necesité varios golpes para acabar con sus forcejeos. Al darme la vuelta, ahí estaba. Carita blanca, descalza, chorretones en las mejillas. Salí corriendo mucho antes de que aparecieran las luces azules acompañadas de sirenas. Los escritores encuentran problemas escribiendo el comienzo de sus libros. Comienzos grandiosos, llenos de intención. Pero si lo que trazas en el papel es tu sentencia, ¿no es más ardua la frase de cierre? Si yo aprieto este gatillo, hallarán pruebas para cerrar el caso del juez y del que me contrató y me libraré de esta culpa y esos ojos hechos de lágrimas. Me llamo Rahul. Esta no es mi carta de adiós, sino una confesión.

1156. PEDRO CABO MEANA – UNA VIDA PARALELA Me llamo Antón Fisac, y he tenido una vida relativamente feliz. Me casé con Lucía con tan solo veinte años, y el negocio de mi familia nos permitió vivir desahogadamente, aunque sin excesivos lujos. Tuvimos dos hijos, Lucas e Irene, a los que vimos crecer, equivocarse, rectificar y casarse con parejas que en nada se parecían a nosotros. Nos encantaba el teatro, los paseos y la música de los Beatles. El 17 de mayo de 2056, el doctor Abbot probó por primera vez su máquina de desplazamiento temporal, viajando cuarenta y cuatro años al pasado con el objetivo de entregarse a sí mismo una combinación numérica. El flash de la nave en su nueva ubicación fue tal que un coche que pasaba cerca perdió el control y se estrelló; su conductor quedó en coma irreversible. Una semana después, el joven Henry Abbot ganaría el mayor bote de la historia de la lotería. De aquella tarde, solo recuerdo ir en mi coche a mi primera cita con Lucía y ver un destello de luz que me cegó por completo.

1157. PEDRO CASAS ALONSO – ENTRE COPA Y COPA Un cadáver yacía encima de la barra del pub irlandés Will & Friends. De su cabeza emanaba un hilo de sangre que, poco a poco, encharcaba el suelo del local. Una botella de cerveza, rota y con los extremos punzantes y teñidos de rojo, parecía ser la causa de aquel desastre. De repente, un hombre alto y musculoso entró por la puerta y se dio cuenta del extraño y tenso silencio que desprendía aquel lugar, habitualmente abarrotado de personas, música y alcohol. Avanzó lentamente hacia el lugar del cadáver. Pensando que era un borracho, lo zarandeó para pedirle explicaciones sobre la ausencia de actividad hasta que vio su mano manchada de sangre. Se asustó y dejó el cuerpo tal y como lo había encontrado. Antes de llamar a la policía, no pudo evitar fijarse en su rostro y descubrió aterrado una imagen que nunca le abandonaría: era... su hermano Mark.

1158. PEDRO DELACROIX DE–FAITH – CECIDIT BABYLON La negrura de la noche se desata tras el trasfondo de la incertidumbre. Adentrándonos en lo más obscuro del ser humano, hallando, donde no deseamos, su forma más deforme. Al entrar en aquella fábrica enorme y abandonada, vemos la obra macabra del Miguel Ángel del crimen, observamos atónitos su majestad tenebrosa. Un cuerpo sin brazos ni cabeza es expuesto a través de hilos que lo hacen colgar desde lo alto; en el suelo, su cabeza sirve para sujetar una tableta; al encenderlo vemos su rostro. Con una máscara nácar, dibujada entre ceja y ceja el tatuaje del Escorpión, comienza su discurso, su diatriba: «Cecidit, cecidit Babylon magna et facta est habitatio daemoniorum et custodia omnis spiritus immundi et custodia omnis bestiae immundae et odibilis; quia de vino irae fornicationis eius biberunt omnes gentes, et reges terrae cum illa fornicati sunt, et mercatores terrae de virtute deliciarum eius divites facti sunt!» Ninguno supo, mas yo sí. Volvían los tiempos de la ira. Enoc, detective.

1159. PEDRO DÍAZ – CANCIÓN DE MUERTE Había llegado a la séptima planta del hotel. Mike, el responsable de limpieza, empujaba distraídamente su carrito. Cuando se acercó al final del pasillo, sacó la llave maestra para poder entrar en la habitación 777. Abrió la puerta y entró. Un blues llenaba el aire de la habitación aunque no podía distraer a Mike del nauseabundo olor que le provocó arcadas. Avanzó buscando el desastre que le tocaría limpiar, pero no estaba preparado para lo que la escasa luz que se filtraba por las pesadas cortinas le iba a revelar. Un hombre terriblemente desfigurado le esperaba sentado en una silla. Desfigurado y destripado. Prácticamente reventado y ya sin sangre que corriera por sus venas, observaba el infinito. Mike descolgó el teléfono para llamar a la policía, alzó la vista hacia el viejo espejo roñoso de la pared y lo vio. Gracias a ello, pudo girarse sobre su eje a la vez que descargaba su puño cerrado hacia delante, rompiendo la mandíbula de alguien. Había tenido suerte. Esta vez.

1160. PEDRO HERRÁN COVIELLA – ¿POR QUÉ PAGAR? El detenido, de unos cincuenta y cinco años, estaba desecho; era la viva imagen de la desesperación, lloraba constantemente, tenía el lamentable aspecto de un ser hundido, deshecho. El guardia civil preguntó: —Cuénteme qué ocurrió. Él solo repetía que no vio al hombre hasta entrar en la calle; cuando quiso frenar, era demasiado tarde, todo ocurrió muy rápido. —¿Lo conocía? —preguntó de nuevo el guardia. —Todavía no sé quién es —dijo entre sollozos—; jamás lo había visto. Juan vio venir el coche, miró a los lados, pero no vio escapatoria; la calle, estrecha, le cerraba el paso a ambos lados. El golpe sonó sordo y crujiente a la vez. La última imagen que vio fue al conductor, con el gesto resuelto; la cara

era la de aquel empresario que se negaba a pagar los cincuenta y cuatro mil euros en negro que le debía y que no le debió prestar nunca. El guardia civil, dándole unas palmadas en la espalda, trató de calmar al detenido diciendo: —No se preocupe; el seguro se hará cargo de todo.

1161. PEDRO MONCLÚS PALMA – LA DUPLA ERA COLOSAL Las agentes Rebecca y Anaïs destilaron lo mejor, haciéndose con una fama letal para cualquier asesino. En el departamento eran conocidas como «viudas negras»; el pavor del malhechor al amparo de un error que nunca se produjo. Esta vez llegaron tarde para conseguir la prueba que encerraría por siempre al conocido como Melómano del CD. Rebecca desintegró la base de datos musical de la WRKO Radio Cincinati para descubrir el eslabón perdido. Una pieza musical que declaraba en su letra la forma y el fondo de su último asesinato. Anaïs, a punto de disparar el play en su reproductor, no cesaba de aminorar el ritmo, ¡hasta escuchar sus latidos! Lo tenía enfrente. ¡Disparó el play! Dejó escapar la pieza musical descubierta. Él subió lentamente los brazos y comenzó a cantar la melodía; se giró eternamente tranquilo y dijo: —Enhorabuena, no esperaba menos de vosotras. Anaïs maniató al asesino mientras Rebecca le apuntaba desde lejos. Así, las «viudas negras» acabaron con la leyenda.

1162. PEDRO DAVID BARDAJÍ MIGUÉLEZ – EL ROSA ES UN COLOR FUGAZ Supongo que Serena me advirtió desde el principio, cuando la vi, barnizada en aquel vestido rosa, desabrochar la comisaría hasta mi mesa. Entre dominical y venérea, pretendía liquidar, con la calderilla de un año, la fianza de un amante porcino que le prometió canjear sus moratones por un billete de avión a cualquier parte. Ahora, escupida sobre la acera, lo único artístico que le queda a Serena es un marco de tiza; las mujeres magnéticas terminan por atraer las balas. No puedo evitar sentirme culpable. La última vez que desperté sobre su vestido rosa, el gramófono agitaba aún los vermús de la noche anterior. La encontré desempolvando las esperanzas que guardaba encima del armario. «Cariño, por fin me voy, he apurado todos los malos hombres que quedaban en el listín telefónico». Me sopló su despedida desde la entrada; la mía fue a quemarropa. La voz profunda y rasgada de Edith Piaf envolvió a Serena mientras, vestida de rojo, fijaba su rumbo a través de la ventana.

1163. PEDRO PABLO PELLÓN PULIDO – «SOY EL GUARDIÁN DE LAS PALABRAS» Si consigues entrar en mí..., podrás encontrarlo todo: sabiduría, amor,

pasión, odio, mentira, verdad, dolor, sufrimiento, guerra, paz, armonía... Todo. Siempre desato pasiones; nunca dejo indiferente: unos me aman, otros me odian, me prohíben e incluso me queman. He inspirado revoluciones, cambio de regímenes, he servido de excusa para cometer los crímenes más atroces, pero también de mi interior han brotado los más maravillosos proyectos e ilusiones. Es verdad, soy un mercenario de la palabra, siempre me amoldo a las órdenes de mi creador, soy un fiel espejo de lo que él refleja. Sí, lo confieso, soy un libro.

1164. PEPE RAMOS – EN PRIMERA FILA Alice contemplaba la belleza de la ciudad desde la azotea del hotel Hilton. La vista era espectacular. La noche hacía horas que había tomado las riendas, y los miles de luces de los apartamentos, las oficinas y las tiendas lo llenaban todo con sus infinitos colores. Una foto digna de una postal. Sin embargo, sus ojos no disfrutaban de aquella bucólica visión, estaban bañados en lágrimas. Se acercó con paso tembloroso al borde del pequeño murete, que era lo único que se interponía entre ella y el asfalto setenta metros más abajo. Levantó los ojos al cielo, implorando, tal vez clemencia, por el acto que iba a cometer. Sin dudarlo, se arrojó al vacío. Un golpe seco fue lo único que se escuchó. Desde la esquina del edificio de al lado, John lo contempló todo, en primera fila. La dejó el mismo día que se iban a casar. Hoy.

1165. PERE MESADO – EL DOMADOR DE PULGAS El domador de pulgas, esposado entre dos policías, se impresionó ante la fotografía del cadáver de su mujer, cubierta de pústulas. —Yo la amaba, y creía que ella a mí. —Sollozaba. Días atrás, la había llevado moribunda a urgencias. Informó al médico de guardia con sorprendente exactitud: «Tripanosomos por insecto triatominio». Con un hilo de voz, ella le llamó asesino. La policía lo detendría más tarde en su caravana. Absorto, contemplaba sus insectos cuidadosamente clasificados, atesorados durante años de giras. Confirmó la acusación postrera de su mujer: había asesinado también al director del circo. Bastó con ocultar una tela infestada de chinches portadores bajo la cama de su apartamento. Los pequeños asesinos llenarían su cuerpo de pústulas, síntoma de una infección tan letal como de diagnóstico indescifrable. —¡Tuve que hacerlo! ¡Quería destruir mis insectos y despedirme! — gemía—. ¡Pero nunca sospeché que ella visitara su cama!

1166. PERE PUIGDEMASA SORIA – CELOS ENFERMIZOS Oscuridad; se oye el ruido de una cerradura y entra luz al abrirse una puerta. Una figura a contraluz se pregunta: «¿Dónde lo habré dejado?». La mano se dirige al interruptor de la luz y explota toda la vivienda. Edificio

destrozado del segundo piso hacia arriba. Karl Johnson, del Cuerpo de Bomberos, considera que la explosión ha sido provocada y, por lo tanto, es un doble asesinato. Colaborando con Kathy y Rick, descubren que el objetivo no era el inquilino del segundo piso donde se produjo la explosión, sino la vecina del cuarto. Una hermosa mujer, soltera. La explosión parecía un accidente. Gracias a la pericia de Karl Jonhson, el asesino no se había salido con la suya. El asesino limpió y ocultó sus huellas, pero finalmente las pistas les indicaron quién era la víctima, el asesino y el móvil: celos enfermizos de un exnovio de la víctima.

1167. PILAR LÓPEZ ESTEBAN – PERSONAJE SULLY Sully: un personaje que pertenece a Asuntos Internos y está infiltrado en la comisaría 12 para investigar la corrupción en la comisaría más importante de NY. Además, tendrá que trabajar con la capitana Kathy y su equipo, ya que tiene un gran talento para resolver crímenes. Me desperté con el olor a café. Me cambié y me fui a la oficina, aunque no pudiera ir. Cuando entré, vi algo raro, no estaba mi amigo Espo; vi a otra persona. —¿Quién eres y cómo te llamas? —Me llamo Sully, y me han destinado a esta comisaría desde la 54 hasta que uno de vuestros inspectores se recupere. Me fui corriendo a ver a Kevin, que se iba a un caso con Kathy. Me fui en su coche, mientras me contaba lo que había pasado. Llegamos a la joyería. Fuimos los dos hacia Kathy, y Sully además encontró una huella. Era de Frank Smith, un ladrón que ya no estaba en activo; pedimos una orden para revisar su casa. Encontramos todas las joyas.

1168. PILAR SANCHO GÓMEZ – VENGANZA CRUEL La música había sido su única razón de vivir y, tras muchos años de trabajo, por fin consiguió que su piano fuera escuchado. En vísperas de Navidad, tenía un concierto en el gran Berliner Philharmonie. Cuando acabó, el público en pie no cesaba de aplaudir, y el querido músico empezó a enviar besos con sus frágiles dedos, pero en dos minutos caía al suelo, muerto. Las teclas de su magnífico piano habían sido cubiertas de una sustancia mortal. En todos los informativos se preguntaban, sin dar crédito, por qué se puede asesinar a un maravilloso pianista. Las averiguaciones policiales estaban siendo complicadas y abarcaban a familiares, amigos y compañeros de trabajo... No tardaron mucho en encontrar antecedentes familiares nada agradables, ya que el abuelo del músico había formado parte de un grupo nazi; esos datos dieron pie a una búsqueda determinada. Entre los trabajadores del gran teatro, encontraron a un ayudante que había perdido a toda su familia judía a manos de dicho abuelo.

1169. PILAR VILLAGRASA – SIN TÍTULO Cuando Lola llegó a su casa, tras un día más de búsqueda infructuosa de trabajo, llamó a su madre. Buscó por las habitaciones. Nadie. En la puerta de la nevera, un cartel sujetado con algo de celo: Si quieres volver a ver a tu madre, manda quinientos euros a la cuenta... Lola palideció. Pedían rescate. Un secuestro exprés. ¿Qué hacer? ¿Llamar a la Policía? Si llamaba, lo mismo la matarían. ¡Qué horror! Comenzó a buscar dinero por toda la casa. Rompió su hucha. Reunió todo el dinero. Sí. Los quinientos euros. Fue al banco más próximo. En caja, ingresó el dinero en la cuenta indicada... Salió. Respiró hondo y volvió a su casa. Se sentó en el sofá. Sonó el teléfono. Se levantó de un salto: —Hija, ¿me has enviado el dinero? He ido a ver tus hermanos y me quedé sin blanca.

1170. PILI PARREÑO – LA CITA Ella miraba hacia la puerta. Sus ojos hablaban. Era como si me gritaran que me fuera de allí. No entendía qué pasaba. Dos minutos antes, sus risas llenaban la habitación y ahora el terror invadía el espacio. Me giré. Entonces lo entendí todo. Un hombre alto y moreno nos apuntaba con una pistola. ¿Quién era? ¿Qué quería? Decenas de preguntas sin respuesta inundaban mi mente. No decía nada, tan solo estaba allí de pie. Sonreía. Parecía que disfrutaba con lo que estaba viendo. Ella se puso delante de mí. —Él no sabe nada. Deja que se vaya. Todo sucedió muy deprisa. Una pequeña explosión, ella cae al suelo, la sangre lo inunda todo. Su asesino me mira: —Tranquilo, el mundo seguirá girando. Entonces se va. He visto pasar mi vida en pocos segundos pensando que se acababa, pero ahí estoy, paralizado, sin saber qué hacer. Una cosa sí tengo clara. Se acabaron las citas a ciegas.

1171. PILI RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ – FANTASMAS DEL PASADO Era una tarde fría de invierno y en las calles de un pequeñito pueblo retirado de la ciudad había pocas personas. La gente que habitaba aquel pueblecito temía salir a la calle porque se decía que había retornado un extraño antepasado del pasado, que había vuelto para vengarse de una persona de allí y terminaría con todo aquel que no le ayudara. Volvía para vengarse de su mejor amigo, por quitarle un tesoro muy preciado, que resultó ser su amor de la adolescencia y cuyo trayecto fue el de una familia ejemplar y adinerada, cuya vida le pertenecía. Ese misterio resultó ser una broma de mal gusto que le quisieron dar a esa persona por su aniversario con esa mujer con la que se casó, que trágicamente terminó con la muerte de ambos.

1172. PLÁCIDO ROMERO – CULPA Murió por mi culpa, sí. Esa noche le oí llegar y me escondí. Supe que estaba enfadado y que me pegaría, como había hecho otras veces. Salí corriendo. Mi ama dormitaba en el sillón. Le había esperado durante mucho tiempo con la mesa puesta. Acabó comiendo. Luego, me sacó a la calle. Paseamos. La última vez. Cuando volvimos, se sentó en el sillón y se quedó dormida. Ni siquiera le oyó abrir la puerta. La despertó a voces. Escuché sus gritos. Los golpes. Quizá debí salir. Sin embargo, soy un cobarde, lo admito. Me quedé hecho un ovillo al lado de la lavadora, temblando. Allí me encontró la policía. Me trajeron aquí. No paro de pensar que murió por mi culpa.

1173. PATRICIA A. ZÁRATE CÓRDOBA – QUIMERA HUMANA Los dos óvulos fueron fecundados simultáneamente. Ese momento podría haber devenido en una gran relación entre hermanos, pero algo falló. Uno de los embriones, no se sabe por qué, comenzó a absorber al otro hasta que solo un hermoso bebé vino al mundo con su terrible secreto bajo el brazo. Veintitrés años después, otro óvulo era fecundado, y otra vez el hermano no nacido le daría algo al nuevo ser: sus genes y el motivo que desencadenaría el futuro suceso. Dos pruebas: una por casualidad, la otra para descartar un error, pero ambas con idénticos resultados. Y Alicia, la flamante mamá, no pudo explicar por qué el ADN decía que Roberto, el enfurecido marido, no era el padre de su propio hijo. Imaginarla con otro hombre lo encegueció. La mujer en vano intentó defenderse; la confusión y la impotencia se mezclaron ante lo inevitable. Con fuerza, apretaron su cuello hasta que sin más oxígeno la oscuridad la envolvió.

1174. PURIFICACIÓN G IBEAS – IMPOTENCIA —Entonces, te esperamos —le había dicho Alberto. Pero cuando llegó, no había nadie. —Estarán dentro —pensó, dirigiéndose a la casa donde, en alguna ocasión, había visto meterse a la amiga de Alberto. —Ha regresado a su país —dijo el anciano que abrió la puerta, impidiéndole el paso. Algo en él le hizo comprender que no decía la verdad, pero, dándose cuenta de que era el marido, prefirió no insistir. Iba a marcharse, cuando el sonido del agua, desparramándose —repentinamente— por el suelo, le hizo comprender. —¡El baño, claro! —dijo en voz alta, empujando al viejo, que se golpeó la cabeza contra una silla. Entró y descorrió la cortina. El ruido que produjo le hizo más daño que el puñetazo que había dado al cornudo. Entonces los vio; dentro. Como si estuvieran bañándose... Pero estaban muertos. Desnudos y muertos. —¡Mierda!—gritó, impotente, cerrando el grifo.

1175. RAFA SALTO HERRADOR – EL CASO DE EMMA Y LA SALA GRANDE Era de noche; un grupo de amigos estaban sentados en una sala grande; entre ellos, nuestra protagonista y detective Emma. De repente, uno de ellos, Henry, cayó al suelo muerto. Para Emma solo había tres sospechosos, los amigos que estaban con ellos esa noche, es decir, Josh, Claire y Jeremy. Empezó a investigar uno por uno salvo a Josh, que también era policía. Al final, descubrió que del que menos sospechaba, es decir, Josh, era el asesino, ya que llevaba el mismo anillo que Henry. Josh, aun siendo policía, no cayó en el detalle de quitárselo provisionalmente. Al final, viendo que lo habían descubierto, Josh confesó que le mató para vengarse por haberle arrebatado a su esposa, y por eso cogió el anillo, porque le correspondía a él. Con esto, la detective Emma resolvió, como de costumbre, otro caso, y sus amigos Claire y Jeremy quedaron libres de cualquier sospecha.

1176. RAFA SÁNCHEZ – GÉMINIS Después de inspeccionar el cadáver, el detective de la policía pasó a revisar la habitación donde se hallaba el cuerpo, la cual le resultaba extrañamente familiar. Reparó en la luz parpadeante del ordenador que hibernaba. Lo puso en marcha y en la pantalla apareció la imagen de la habitación y un contador de tiempo en una esquina; la cámara web aún funcionaba. El policía puso el contador a cero y apareció la imagen de una mujer joven y atractiva que estaba grabando un mensaje. De repente, el detective se quedó sin respiración: en el minuto seis, pudo ver la figura de un hombre con pasamontañas que se acercó sigilosamente por detrás y acuchilló a la mujer que ahora yacía en sus pies. El asesino se quitó el pasamontañas y, al darse cuenta de que el ordenador estaba grabando, se quedó estupefacto y salió corriendo de la estancia. El policía casi se desmaya por la impresión y, mientras no acertaba a darle a la tecla de borrado, comprendió que todavía no estaba curado de su esquizofrenia.

1177. RAFAEL ALAMEDA LÓPEZ – EL VECINO OCULTA ALGO Carl y Eva no encontraban a su compañero Axel, no estaba en las oficinas de la policía ni contestaba a las llamadas. Justo antes de salir de comisaría, recibieron una llamada suya: había encontrado un cuerpo. Acudieron con el forense al lugar donde se encontraba. Todas las pruebas apuntaban a él, tenía las manos manchadas de sangre. Aunque él dijera que fue al ayudarla, los vecinos solo le vieron a él discutir y nadie más estuvo en la casa; ellos le tomaron declaración a su compañero, no recordaba mucho y decía que alguien le golpeó con un objeto. Carl y Eva investigaron la casa y descubrieron una trampilla. Axel, que conocía a la víctima, no sabía nada. Con cautela la abrieron, Carl y Eva bajaron y descubrieron un túnel de varios metros con bastante sangre en sus paredes, que llegaba hasta la casa de enfrente. El vecino que mintió, al decir que les oyó discutir, cambió toda la

investigación: fue culpable de asesinarla con un cuchillo.

1178. RAFAEL GARCÍA MARTÍN – ¿QUIÉN ERES, JOHN? El cuerpo desangrado de John Lattimer yacía en el fondo del callejón. Empezaba a clarear cuando llegó el detective Smith. Prendió un cigarrillo mientras miraba con desdén a su ayudante. —Le mataron para robarle —dijo este—. En su cartera no hay dinero ni tarjetas. Tan solo un documento de identidad. Smith torció el gesto. El cadáver permaneció en la morgue durante varios días sin que nadie lo reclamase. Nadie parecía conocerle. El anciano vivía en un apartamento minúsculo, donde una habitación hacía las veces de sala, dormitorio y cocina. En una repisa junto a la ventana un ejemplar de la Biblia y un pequeño transistor. Nada más. Ni papeles del banco, ni facturas, ni mucho menos un ordenador o un teléfono que rastrear. Ya se marchaban cuando alguien tropezó con una baldosa que se movía. Smith se agachó y, al levantarla, descubrió una pequeña caja de latón medio oxidada. En su interior, una fotografía antigua en sepia, un colgante y una llave. Smith sonrió. Por fin tenían caso.

1179. RAFAEL OLIVARES – SIN TÍTULO Las pesquisas llevaron al sheriff Carter y a su ayudante Melvin hasta aquel motel en un área de descanso de la interestatal. Al bajar del Buick celeste del 64, los agentes se dirigieron a recepción. Melvin extrajo de su billetera la foto del individuo al que andaban buscando —un tipo pelirrojo, cejijunto y con una llamativa verruga en la nariz—, y la puso ante los ojos del recepcionista. —Sí, lo recuerdo bien, se alojó en la 108 el martes pasado —les dijo con actitud colaboradora—; iba solo. Pagó en efectivo antes de tomar la habitación. No le oí marcharse; probablemente lo haría de madrugada. Tras unas cuantas preguntas más, los agentes decidieron continuar sus investigaciones en otra parte. Melvin retomó del mostrador su cartera, sin advertir que faltaban dos de los grandes, y guardó en ella la foto del presunto criminal. Se marcharon sin tan siquiera despedirse de aquel hombre: un tipo pelirrojo, cejijunto y con una llamativa verruga en la nariz.

1180. RAFAEL ORTIZ SERRANO – ASESINATO IMPERFECTO La reacción de Estefi ante la noticia del asesinato de su marido fue similar a la que tuvo cuando, meses atrás, el doctor García le diagnosticó paraplejia, que la dejaba en una silla de ruedas. Frialdad. John, harto de discusiones con Estefi, decidió pasar unos días en la casa del lago. Las cámaras de seguridad registraron a una persona vestida de oscuro que entró por la puerta trasera. Aprovechando que John solía dejarla abierta por el gato, entró y le golpeó la

cabeza mientras dormía con un atizador que el difunto tenía en la chimenea. La policía no pudo encontrar ninguna prueba. Ni un cabello ni una gota de sudor seca en el suelo. Nada para encontrar al asesino. Sin embargo, al inspector Ortiz le llamó la atención que el asesino supiera que la puerta trasera estaría abierta, y que encontraría algo con qué golpearlo. Varios días después de estar archivado el caso, vio como la viuda visitaba al doctor, se levantaba de la silla de ruedas y se besaban como si no hubiera mañana.

1181. RAFAEL RUIZ DÁVILA – INDICIOS Estaba claro. La sangre repartida por las sábanas del hotel como un Pollock amateur; era el primer indicio. Las heridas eran el segundo, además de ser causa de la sangre mencionada. Pero ¿cuántas heridas? Corte de cuatro centímetros en la mejilla derecha hasta la mandíbula. Laceraciones en las muñecas por marcas de cuerdas al intentar desatarse. Labio inferior roto. Cisura en la garganta que quedó a medio camino sin llegar a sesgar la carótida. Sangró, pero no para matar a la víctima, aunque sí para encharcar la cama. Siguiendo los hematomas repartidos desde la clavícula hasta el pubis, contaba una decena por senos, costillas, abdomen... No había indicios de agresión sexual, pero de eso se ocuparía el laboratorio. Y faltaba la reina del baile: incisión de arma blanca, seguramente la misma de los otros cortes, a cinco centímetros a la izquierda del esternón, perforando el corazón. Esa había sido la causa de la muerte. Homicidio. ¿El único problema? La víctima estaba en mi cama. A mi lado.

1182. RAMÓN SANCHA RODRÍGUEZ – ASUNTOS DE ESTADO Aquella mañana, la policía de Manhattan se quedó con un palmo de narices cuando los chicos de la CIA entraron como un elefante en una cacharrería y se llevaron el cadáver de la escena del crimen. Era un absurdo; ¿para qué querría la CIA el cadáver de un hombre de mediana edad, árabe y dueño de un puesto de perritos calientes en el Battery Park del Lower Manhattan? Lo único que pudo recoger la policía de la escena del crimen antes de que los chicos de negro del Gobierno hicieran su trabajo fue un puñal saudí con el que mataron al vendedor de perritos y una carta de póker. ¿Un Asesino de la Baraja? ¿Por qué interesaría eso a la CIA? Si no fuera porque era el mismo número de naipe que el ejército asignó a un dirigente del Partido Baaz durante la guerra del Golfo. ¿Conspiraciones?

1183. RAMÓN MORENO MACARRILLA – CARA A CARA Tengo a ese monstruo delante de mí. Esboza una sonrisa macabra; su rostro es el reflejo de la locura. Solo estamos él y yo, cara a cara. Después de mucho tiempo, he conseguido averiguar que él es el culpable y debo evitar

que siga matando a más gente. Sostiene una pistola con su mano temblorosa, pero yo también tengo una. Él quiere disparar y conseguir una última víctima. Yo quiero disparar y terminar con esto de una vez por todas. Nuestros dedos acarician el gatillo del arma, pero finalmente solo se escucha un disparo. El mío va directo a la cabeza. El suyo, también. Lo último que veo antes de caer es como el espejo del cuarto de baño se tiñe de sangre. Sé que ese monstruo no volverá a matar a nadie.

1184. RAMÓN ÁNGEL ARIAS SERRANO – NOCHE DE CAZA Otra noche de caza; calor, mucho calor. Íbamos todos menos el Cachichi; su padre se había refrescao demasiao esa noche, le había repasao la cara más de lo normal y le daba vergüenza salir señalado. Rápido vimos a nuestra víctima, a la luz de los neones del cabaret: buen vestir, paso inseguro y dejando detrás el humo de un buen habano y el olor de alcoholes caros y mujeres perfumadas. Le seguimos los mayores al frente y los pequeños corriendo a salirle al paso y pedirle unas perras; yo ya no hacía de pobre, yo ya tenía catorce y era machaca. Todo parecía ir de perlas; los pillos le pararon entre los haigas aparcaos, y al lao del suyo, le estaban pidiendo un pitillo y él se reía... Y la risa se convirtió en gritos y le llovieron puñetazos, patadas y manos rápidas... Le volvieron los bolsillos y pillé rapiña, un relojazo, y corrí, y oí ruidos, y sentí un pincho en los riñones, y enseguida, desde lo alto, vi a mis pequeños compis en el suelo, con sangre, y al borracho con fuego en la mano...

1185. RAMONA SOLÉ – SIN TÍTULO Ella les llevaba la compra cada semana. Subía las pesadas bolsas a la pareja del segundo, a la vieja del quinto y a veces al gruñón del sexto. Él las seguía desde hacía meses. Planificaba. Había llegado el día. La vieja no opuso resistencia, la golpeó y la encerró. Mientras esperaba, se imaginaba cómo sería tenerla desnuda, tocar su cuerpo, lamerla, penetrarla. Llegó puntual, gritó, la golpeó. Le ató las manos a la espalda, la tiró sobre el sofá, empezó a tocarla, a besarla, a romperle la ropa con desesperación. Gritaba, pero necesitaba oírla sufrir. Era un edificio lleno de viejos; no pensó que... Un crac resonó en su cerebro. El del sexto sonrió al ver los ojos de asombro y agradecimiento de la chica, la amordazó y continuó lo que él había empezado. Encontraron dos muertos. La vieja lo reconoció como el agresor, pero ¿qué más había pasado?

1186. RAQUEL BLANCO SOLER – LA SONRISA Me sonreía. Me entraron ganas de reír, como un demente. Supongo que es lo único que te queda cuando te están apuntando con una pistola y no tienes ninguna duda de que van a apretar el gatillo. Creo que una parte de mí

siempre lo había sabido, que su coartada en el fondo no se sostenía, que las huellas de sangre se correspondían con las de sus tacones. Joder, incluso puede que ya supiera lo que me esperaba al acudir a su llamada aquella noche. Y a pesar de ser el detective encargado del caso, a pesar de saber que aquella mujer había asesinado a sangre fría a su padre, cuando por fin llegó, primero el olor a quemado y después el dolor en el pecho, me alegré. Porque sabía que jamás hubiera podido entregarla. Y porque no me importaba morir mientras ella siguiera sonriéndome.

1187. RAQUEL BLASCO – EXITUS Nacho se despertó sudando y saltó de la cama como si su colchón estuviera en llamas. Había tenido un sueño extraño, de esos que parecen reales y tuvo un mal presentimiento. No era la primera vez que se levantaba con esa sensación; buscó su móvil, tenía que llamar a su novia. Raquel estaba en Argentina, asistía a un congreso médico de su especialidad, era médico de urgencias e iba a presentar una serie de casos clínicos que compartían una peculiaridad. Todos los pacientes habían estado clínicamente muertos durante quince minutos y habían recuperado los signos de circulación cuando ya les habían colocado el cartel de Exitus. Con suerte, la encontraría aún despierta; bendita diferencia horaria. No perdió más el tiempo y marcó...

1188. RAQUEL CABALLERO PÉREZ – EL PROFESIONAL Un callejón solitario, alejado de la masa egoísta que pasea por las alquitranadas calles de la ciudad. Y aquí me encuentro. Mirando el cuerpo tirado en el suelo hecho añicos. Sin vida. Sin ese aroma a vida que tan pocas personas logran apreciar. Analizando el lugar del crimen, buscando algún resquicio de imperfección, encontrarlo, volver a casa... y descansar de toda esta carroña. Sigo observando. Sus dedos destrozados de la impotencia de haber sido forzada. ¿Quizá haya un trocito de uña? No, solo piedras diminutas. El trabajo del asesino es impecable. La chica era preciosa. ¿Y en su pelo? Tampoco. Siempre me toca trasnochar... Pero soy un profesional. Venga, último vistazo. ¿Sus piernas? No. ¿Las medias? Desgarradas y sucias. ¿Sus brazos? Nada. ¿La calle? Totalmente limpia... ¿Cómo puede haber tanta belleza en algo tan macabro? ¡Majestuoso! Suenan sirenas policiales. Ya vienen... Hoy llegan antes. He terminado. Mañana será otra noche.

1189. RAQUEL CARRASCOSA RODRÍGUEZ – EN EL NIDO DEL CUCO Ella tenía el sobre en el bolso y caminaba como si no supiera que la estaban siguiendo. La iban a matar, pero ya no le importaba; solo quería comprobar ese maldito documento y acabar con todo lo que había empezado, pero para eso tenía que llegar a su piso. En realidad, ya sabía los resultados: el niño que ella había visitado en el psiquiátrico más caro de Nueva York,

cuyo tratamiento estaba siendo pagado por la herencia de su padre, no era su hermano. La prueba de ADN lo confirmaría. Se fue cuando él solo tenía dos años, pero sabía que aquel no era su hermano, por más que le insistieran. Nunca olvidaría su cara, sus ojos... No, aquel era otro niño. Todo se había complicado; ella había hecho demasiadas preguntas y ya estaba en el punto de mira de quien se estuviera quedando con el dinero de su padre, pero eso tampoco le importaba. Solo quería saber una cosa y ya no sabía si tendría tiempo: dónde estaba su hermano.

1190. RAQUEL DELGADO – LA ÚNICA PRUEBA El tiempo se agotaba, y tenía que encontrarlo. Era la única prueba que podían utilizar contra él en el juicio, pero no había rastro alguno de la foto que Ana llevaba en su cartera el día de su asesinato. El inspector sabía que él la tenía en alguna parte. No había aparecido ni en su domicilio ni en el lugar del crimen ni en la borda de los Pirineos donde habían encontrado el cuerpo de Ana. Pero sabía que estaba allí, que él no se desharía de un trofeo así. El inspector no podía soportar la idea de perder el juego, maldita sea, no era una simple partida de ajedrez. Las pistas que le dio eran falsas... o tal vez no. Subió corriendo la escombrera de la mina y allí, en la torre lo vio, un ladrillo de otro color, un poco más oscuro, más manoseado y estaba suelto.

1191. RAQUEL MARTÍN GALOTTO – SIN TÍTULO El inspector entra confiado. No sé por qué, pero eso me ofende un poco. No estoy en situación de ofenderme y lo sé, pero aun así me ofende. Parece creer que tiene el caso resuelto... Y entonces me doy cuenta: tiene el caso resuelto. No hay caso. Simplemente, una indigente ha matado sin querer al viandante despistado de turno mientras intentaba robarle. Es entonces cuando decido no hablar. El policía no hace más que repetirme que confiese y ofrecerme un abogado, pero ya he decidido. Él también ha decidido que yo soy culpable; así que yo he decidido que soy muda. Creo que aquello facilitó todo el proceso. Mi juicio fue de lo más tranquilo. Sí, tranquilo es el adjetivo adecuado. Quizá al pobre abogado de oficio que me asignaron le molestó. De todos modos, objetivamente, mi vida ha mejorado bastante: tengo comida caliente cada día y un colchón asegurado cada noche. Mi celda no está tan mal, y mi compañero no es desagradable. Creo que todos siguen pensando que soy muda...

1192. RAQUEL MONTIEL NÚÑEZ – SANGRE Me desperté con la boca seca y totalmente empapado en sudor. Me miré las manos instintivamente esperando encontrarlas bañadas en sangre. Suspiré aliviado al ver que no era el caso, pero algo dentro de mí me decía que algo horrible había pasado. Una pesadilla, solo había sido una pesadilla... Un

ruido a mi lado, como un gorgoteo, llamó mi atención. No pude soportar aquella visión, corrí al cuarto de baño y comencé a vomitar sin control. Cuando logré tranquilizarme, me miré en el espejo. El reflejo que me devolvía era dantesco. Mi rostro estaba cubierto de sangre, sangre que no era mía. Intenté recordar lo último que había hecho aquella noche sin éxito. Una copa, solo había tomado una copa y luego nada. Me habían tendido una trampa y sabía perfectamente de quién se trataba. Aseándome y cogiendo una de mis cuchillas, salí en busca venganza.

1193. RAQUEL NAVARRETE – IMAGINAR Cuando Tom contrató a su amigo Arthur como detective para que averiguara el paradero de su hermana, no imaginó todo lo que iba a descubrir. No imaginó los días y noches que pasarían en su antigua casa de la infancia, en la que ambos habían jugado de pequeños y en la que su hermana fue vista por última vez, ni tampoco las pistas que allí iban a encontrar ni los nuevos rincones de la casa que iban a descubrir. Solamente si hubiese podido imaginar los viles engaños a los que iba a ser sometido por parte de su amigo, quizás, ahora, tendría alguna posibilidad de salir de allí con vida.

1194. RAQUEL PÉREZ OSÉS – EL HEREDERO Después de coger el bastón impregnado en sangre, limpió su empuñadura de bronce en forma de caballo con el pañuelo de lino que llevaba grabado las iniciales de su abuelo en hilo dorado. Sonrió satisfecho mientras veía su vida reflejada en el metal: huyendo, pidiendo socorro, gritando, llorando, pero también persiguiendo, dando caza, atrapando, disfrutando. Cuánto le gustaba alcanzarlos. Cuánto le gustaba que le suplicaran. Cuánto le gustaba que sufrieran. Ahora, él era el que tenía el poder de decidir, él era el verdugo. De repente, un ruido, un leve movimiento, un olor nuevo. Otra presa. Se giró sobre sus talones y sintió el sonido de unos pies corriendo por las escaleras. «Continúa el juego», pensó.

1195. RAQUEL RODRÍGUEZ FUENTES – ROJO SOBRE BLANCO Albert, un escritor en horas bajas, hastiado de la relación que mantiene desde hace años con su prometida, decide dar un golpe de efecto a su vida... Planea el crimen perfecto: matar a Alice será una publicidad impactante e inédita para su nueva novela. Contrata a Alan, un actor en paro, que se hace pasar por sacerdote el día de su boda, y con una pistola de fogueo dispara sobre la novia mientras dice: «¡Os declaro marido y mujer!». El ruido es ensordecedor. Alan ha cerrado los ojos para disparar; cuando los abre, descubre a Alice en el suelo y la sangre en su vestido de novia. —¡Las balas no son de fogueo! Aterrorizado, mete la pistola en su boca y dispara. Albert, mientras

acerca sus manos a la cara de Alice, sonríe pensando en los titulares: «Escritor viudo ante el altar»... besa su frente. De pronto, desaparece su sonrisa... Alice aún respira...

1196. RAQUEL TEIRA CASAMAYOR – MAMÁ TIENE LA CLAVE El inspector J. J. Teira llegó a comisaría sin dormir apenas; tenía entre manos un caso de suicidio o asesinato que lo estaba volviendo loco. Después de tomar un montón de cafés, decidió que necesitaba un respiro. Salió a pasear y llegó sin pensar a casa de su madre, donde al menos comería bien. Tras los abrazos de su «pesada» madre, empezó a contar lo mal que estaba por culpa del caso. Al explicárselo, ella se echó a reír y le dijo que pusiera el DVD que le señalaba. «Tú pon el principio, tendrás la solución a tu caso». A los pocos minutos, saltó del sofá, dio un beso a su madre y le dijo: «¡Gracias! Qué suerte que te guste tanto R. Reford». En casa del suicida– asesinado encontraron un DVD. Su título: Los tres días del cóndor.

1197. RAÚL MATEOS BARRENA – A QUEMARROPA Amparado en la oscuridad de la noche, Daniel aguardaba con impaciencia la aparición de su víctima. Había llegado el ansiado momento de hacer justicia y consumar su venganza. Iba a matar al asesino de su padre. La puerta se abrió despacio ante su atenta mirada. Quedó sorprendido al ver a su víctima acompañada de un niño y vaciló un instante. Tan solo un segundo. Aquel asesino no tendría la menor oportunidad. Tampoco él se la había dado a su padre. Un tiro en la nuca que abatió a su indefenso progenitor. Daniel se acercó por la espalda y apuntó a la nuca de su objetivo. El disparo resonó como un cañonazo, y el criminal se derrumbó sin vida sobre el empedrado. El niño se giró con los ojos cubiertos de lágrimas. Daniel pudo leer el odio en su mirada. Una mirada que decía: «Has matado a mi padre».

1198. RAÚL CALVO – EL CASO MÁS FÁCIL DE BOGART El teniente Hammett me acompañó hasta la puerta de la mansión Chandler. —¿Así que fue un suicidio? —me preguntó. —Sí. Me contrató para averiguar si su mujer le era infiel. Supongo que no le gustó lo que averigüé. —Teniendo en cuenta el aspecto de la señora Chandler y el del viejo señor Chandler no me extraña. En aquel momento, los dos nos giramos para observar a la reciente viuda, en aquel momento llorando sentada en un sofá rodeada de comprensivos policías. Ni las lágrimas lograban quitarle la belleza. Por un instante, nuestras miradas se cruzaron. Luego, ella siguió llorando, y yo

seguí al teniente Hammett. —Supongo que este ha sido un caso bastante fácil para ti, ¿eh, Bogart? —Sí, Hammet, lo había sido. Tan fácil como convencerte de que un asesinato era en realidad un suicidio. Tan fácil como enamorarse de la señora Chandler.

1199. RAÚL GARCÍA CAMPOS – LA ÚLTIMA CENA Ya lo había hecho. Boris expiró con mis manos aferrándose a su frágil garganta. No sé cómo reuní el valor, tras meses resistiéndome a la idea misma. Aunque sabía que era inevitable. Había sido mi mejor amigo durante dos años, como de la familia. «Era su destino», me dije. Mi padre entró en la cocina y me miró taciturno. Me apartó del cuerpo tibio de Boris y, cuchillo en mano, se abalanzó sobre él con pericia de cirujano. Entre los dos, metimos los restos en el horno y suspiramos. No tardó en llegar el resto de la familia con su alegre alborozo. Nos sentamos a la mesa y engullimos como si fuera la última cena de nuestras vidas. Casi me había olvidado de Boris cuando mi madre lo trajo en una bandeja. Es duro admitirlo, pero debo decir que no había comido un pavo tan rico en toda mi vida.

1200. RAYCO VEGA – CASO CERRADO En un lúgubre almacén policial, el agente Murray recoge las pruebas del peor asesino en serie de la historia. Setenta y cinco almas habían sido desgarradas sin que las autoridades tuvieran la más mínima idea de quién era. Drenaba la sangre de sus víctimas, y en el segundo antes de su muerte, arrancaba a mordiscos las venas del cuello. Luego, descuartizaba los cuerpos y los repartía por los ríos y pantanos de la ciudad para que fueran encontrados. Cinco años habían pasado desde su último espectáculo, y la única pista fiable que tenían era un molde parcial de una dentadura, por lo cual, los medios le apodaron Drácula. Murray revisaba y almacenaba los archivos del caso cuando un recorte llamó su atención: «¿Dónde está Drácula? ¿Volverá?», a lo que él, con una sonrisa sádica, respondió: «Descansaba, pero ya es hora de volver».

1201. REBECA BERMEJO TOSTÓN – SIN MEMORIA Despertó una mañana de sábado y Melissa no estaba a su lado. «Qué raro —pensó—, siempre se despierta más tarde que yo». Fue al baño para intentar despejarse. La resaca era infernal y no recordaba nada de la noche anterior. Salió de la habitación dando trompicones y, huyendo de las ventanas, bajó con parsimonia las escaleras. —¿Mel? La noche de ayer fue demasiado, necesito cafeína. ¿Tú ya has desayunado? Seguía sin obtener respuesta. «Seguramente esté enfadada por lo de

anoche». Entró en la cocina con la esperanza de tomar un café y volver a la cama y allí estaba su novia. Muerta sobre la fría isla de mármol donde solían desayunar. —¿Mel? ¿Melissa? ¡Dios mío. Despierta, despierta, por favor! —dijo mientras la zarandeaba. De pronto, un flash cruzó su cabeza y comprendió por qué había un cuchillo en su mesilla de noche. «Tengo que deshacerme de ti».

1202. REBECA CARBALLO RODRÍGUEZ – WHISKY CON HIELO La habitación me resultaba asfixiante. Tenía los ojos rojos, el pelo alborotado y la espalda empapada en sudor tras varias horas de duro interrogatorio. —Se lo preguntaré por última vez, Caroline, ¿dónde está su marido? Ser sospechosa de la desaparición de mi marido me tenía agotada. En breve, me tendrían que soltar, y yo volvería a mi casa y me abriría una botella de vino. Sin él. —¿De verdad voy a tener que pedir una orden de registro? —gritó el inspector Flint. —Por enésima vez, mi marido me ha abandonado. Ese imbécil habrá cogido el coche y estará en casa de alguna de sus múltiples amantes — contesté de la forma más calmada posible. Aquella noche, cuando llegué a casa, decidí que en vez de vino tomaría un whisky. Fui al enorme congelador que compró él en enero a buscar unos cubitos de hielo. Metí la cabeza, aparté su mano de la bolsa de hielo y, tras haberme servido el whisky, le dije: —Feliz aniversario, cariño. Esta noche te llevaré al lago.

1203. REBECA FERRUZ ROLDÁN – RUIDOS A MEDIANOCHE Lucy estaba en su cama cuando empezó a escuchar ruidos que venían del salón, se tapó con la sábana porque era un poco miedosa, pero al no cesar los ruidos se levantó y se acercó. No se lo podía creer: un helicóptero estaba a la altura de su séptimo piso, y dos hombres de negro estaban intentando entrar por la ventana. Ella no lo dudó y cogió un jarrón que tenía encima del piano; nada más entrar, les lanzó el objeto y se puso a correr, escaleras abajo, gritando. Los matones la seguían; uno de ellos llevaba una pistola. En la calle no había nadie que le pudiera ayudar, así que siguió corriendo sin destino, ya que los nervios lo le dejaban pensar con claridad, pero los hombres fueron más rápidos y la cogieron. En ese momento se despertó; todo había sido una pesadilla.

1204. REBECA MAGÁN DÍAZ – PINK LADY El policía la miraba suspicaz, y ella correspondía con unos ojos firmes, a

la vez que delicados. —Agente, hacía años que no hablaba con mi padre. Ni siento, ni me interesa que haya muerto. Perdone, pero tengo que ir a trabajar. Al salir por la puerta de la comisaría, sacó una manzana del bolso y la mordió. Llevaba seis meses comiendo dos diarias, y ya no podía pasar sin ellas. Quizás era lo único que no había podido controlar de aquel plan. Hacía mucho que deseaba ver morir a ese borracho asqueroso. Desde que se metía en su cama, cuando era solo una niña. Pero gracias a una pareja de ancianos que charlaban en el metro había encontrado la forma. Les oyó decir que las semillas de manzana eran venenosas, que tenían cianuro. Después de eso, fue muy fácil. Solo había necesitado presentarse con una peluca rubia y un traje de fulana para entrar en la casa de su padre. El resto lo hicieron el vodka y 150 gramos de semillas. Sonrió al recordar que el cuento favorito de su padre era Blancanieves.

1205. REBECA MUÑOZ MAS – LA ROSA NEGRA Allí estaba, tumbada boca arriba, con la cabeza ladeada a la derecha. Llevaba un vestido blanco, con esa mirada perdida que tienen los cuerpos sin vida. La palidez por las horas que llevaba sin vida le confería una expresión melancólica. Sujetaba una rosa negra en la mano derecha, justo a donde estaba dirigida su mirada inerte. El efecto que creaba era como si la estuviera contemplando, sabiendo que sería lo último que vería. —Otra más —dijo Robert. —Ya van tres. Se ha tomado más molestias. El corte de la garganta es limpio, pero no lo hizo aquí, no hay suficiente sangre. Un sobre bajo el cuerpo: A la inspectora Becka. Como la rosa negra, bella y misteriosa, tan real como efímera. Igual que la vida. Tú también serás mía. Solté la nota, miré a la chica y, por un momento, me vi a mí misma ahí inerte, mirando por última vez a una rosa negra.

1206. REGINA GÓMEZ VERA – EN TU PROPIA CASA Sé que hoy vais a arrestarme. Lo sé porque tu estúpida compañera me ha enseñado la última pista encontrada, y sabía que os conduciría a mí. Y no me importa, me he divertido mucho durante siete años cometiendo un crimen al año, nunca más de uno. La planificación, la elección de la víctima, colocar las pistas que debíais seguir y, por supuesto, analizar el cadáver, que para eso soy una de las mejores forenses. Daba alegría a mi vida después de que mi niño desapareciera y no lograseis encontrar a su asesino. La venganza de veros fracasar año tras año era un placer indescriptible. Lo hacía por mi pequeño Mike y por mí. Y por vosotros. Inútiles. La grabación se cortaba ahí. Jack oía la cinta una y otra vez desde que arrestaron a su compañera. A su amiga. No entendía cómo la gente podía vivir con ese tipo de máscara. Se terminó la cerveza de un trago y se dispuso a destruir la maldita cinta. Tocaron a la puerta. Su compañera en prácticas le

traía más cerveza. Estaba aprendiendo bien.

1207. REME HERNÁNDEZ – FUTURO CONDICIONAL El día que Rowan acudió a InsCom parecía un día normal. La denuncia que puso la preocupada mujer de Paul llegó a su mesa el día anterior, como cualquier otra. Como el buen policía que era durante casi diez años, supo que Paul era poco sociable, que peleó duramente por un ascenso disputado entre dos candidatos, Eric, «el típico Ken», y él. No había rastro de Paul, ni cuerpo ni pruebas. Rowan se dirigió a casa de los padres de Eric para que firmasen la declaración según la cual Paul les había confesado que iba a iniciar una nueva vida. Les facilitó las pruebas: Paul había planeado un viaje y mantenía una relación a distancia con una tal Ann. Mientras pasaba al lado del corral de cerdos volvió a fijarse en sus ojos. En casa, Rowan se duchó otra vez, no lograba quitarse aquel olor; cuando dejas un cuerpo a merced de los cerdos, el olor se queda impregnado en la piel. Tenía que quitárselo, debía oler bien para la nueva vida que le prometió. Tembló al pensar en sus ojos..., en su cuerpo..., en su Ken.

1208. REMEDIOS ROMÁN CARMONA – EL REENCUENTRO Claudia no paraba de soñar con aquel hombre. Le veía en cada esquina, a todas horas y nunca le había escuchado decir ni una sola palabra, ni había visto su rostro completo. Tampoco tenía motivos para asustarse, pues podría ser un vecino del barrio, pero entonces, ¿por qué también se lo encontraba a quince kilómetros de casa, en el trabajo? Aquel hombre con aspecto vagabundo no podría trabajar donde ella. Una noche, Claudia había salido muy tarde del trabajo y desde el parking hasta su apartamento había un buen trecho. El hombre la seguía, y ella se daba cuenta aunque mantenía la calma. La joven, asustada, se escondió en una esquina, sacó su abrecartas del bolso y, en un acto defensivo, clavó el objeto en el cuello del hombre, que abrió la boca para decir una sola palabra: «¡Hija!». Claudia le quitó la bufanda y pudo ver un rostro muy familiar: el de su padre, al que solo conocía por una foto donde era veinticinco años más joven, que ahora quería reencontrarse con ella.

1209. RICARDO ARROYO PEÑA – VENGANZA INOCENTE BKevin, el protagonista, es un marido aburrido y cansado de su matrimonio con Selena, roto por la muerte de su único hijo Isaac. Tiene un romance con Valeria, esposa de su amigo Trevor, después de tiempo de reproches de Selena culpándole sin razón por la muerte de su hijo. Selena descubre el romance y decide vengarse de los dos para poder estar con Trevor, el verdadero amor de su vida.

Como Selena es enfermera, decide robar suero y administrárselo a BKevin mientras duerme, para extraerle muestras de ADN que le incriminen en el asesinato de Valeria cometido por ella. BKevin, después de tiempo, sigue sin entender cómo ha acabado en prisión. Recibe una visita de Valeria, que, habiendo pasado desapercibido en toda la historia, le confiesa haber sido la responsable de todo porque llevaba años de adulterio con Trevor. Así que BKevin libre de culpa se pudre en la cárcel.

1210. RICARDO SAAVEDRA – TAUROCATAPSIA Hacía tiempo que no acudía a una escena del crimen. Una hora antes, habían recibido una llamada informándoles de dónde podían encontrar el cuerpo. La víctima, una conocida activista antitaurina. El subinspector Arévalo había llegado el primero al recibir el aviso, y lo había llamado. —¿Es tanto? —Arévalo afirmó. La visión era dantesca, y retrocedió un paso—. ¡Por Dios! —exclamó. —¿Qué? Las salpicaduras de sangre de la pared formaban una cita bíblica. La víctima, en posición genupectoral, presentaba un estoque insertado en la nuca que discurría desde la zona proximal al distal saliendo por la nalga. El flash de una cámara le devolvió a la realidad, sobresaltándolo. Con la mirada inquirió a Arévalo, el cual asintió. —Sí, jefe, se trata de nuestro hombre. El mismo patrón —dirigiendo una mirada a la escena— y la referencia religiosa: «Y ninguno se presentará ante mí con las manos vacías». Toda una declaración de intenciones... — susurró.

1211. RITA QUINHER – MEDIA HORA ANTES Treinta minutos que pueden cambiar el curso de cualquier historia. Ane lo ve, anticipadamente. Nunca supo encontrarle una explicación, pero aprendió a vivir con ello, con esas imágenes sangrientas y oscuras. Son flashes que surgen, a su antojo, en sueños o al toparse con alguien. Dos minutos y ha llegado su metro. Encuentra asiento. Se distrae con los reflejos en la ventana. De repente, otras imágenes invaden el cristal como un cinematógrafo: ella aparca en el callejón de la casa. Se pone el sol. Él, desde enfrente, la acecha; es corpulento. Tira el cigarrillo y corre en su dirección. La golpea contra una pared y la sujeta por el cuello. Está congelada, sin más aire que el aliento pesado de su agresor. Le acerca el cañón de la pistola al estómago y dispara. Ella se desploma. Se lanza a por el teléfono móvil. Ha reconocido el lugar, y la comisaría está cerca. Marca y contestan. Narra, grita, llora; no quiere leer, mañana, la historia en el periódico.

1212. RITA S. NAVARRO – SIN TÍTULO

«Ese chaleco debe ser mío», pensaba mientras giraba la llave y entraba en casa. «Y si cae el cheque, mucho mejor». Ni siquiera se cambió de ropa. Fue directamente a sentarse frente a su portátil, pues sentía que, por fin, las musas estaban de su lado. Un crujido restalló en la estancia, pero enseguida quedó amortiguado por el frenético repiqueteo de las teclas. No podía dejar de escribir; sentía que debía terminar ese relato antes de centrar su atención en cualquier otra cosa. Tecleó el punto final y sintió que le invadía una mezcla de alivio y complacencia. Sonrío y levantó la mirada. Justo a tiempo para ver que, de entre las sombras, surgía el cañón de una pistola...

1213. RITA JACQUELINE AROCHA RODRÍGUEZ – CELOS MORTALES Una noche de invierno, Maika salía de tu oficina, camino de su coche, cuando una mujer se le acerca para pedirle la hora y, al girarse hacia ella, le dispara. A la mañana siguiente, Rick y Kathy disfrutaban de un delicioso y chocolateado desayuno, cuando una llamada inesperada les interrumpe: la importante abogada Maika Stevenson fue asesinada. Al llegar al sitio del crimen, el cadáver presentaba una serie de hematomas en manos y piernas, y dos tiros de balas en abdomen y pecho. El cuerpo llevaba encima documentación y dinero en su cartera. Mientras que Javier y Kevin buscaban testigos, Rick y Kathy interrogaban a su marido Bob Stevenson, que era un vendedor inmobiliario en la empresa más grande de Nueva York, pero no era culpable. En el cuerpo encontraron un pelo rubio, que pertenecía a la amante de su marido; ella había sido quien la había asesinado en un ataque de celos.

1214. ROBERTO CORELLA GARCÍA – MINTAKA —Tu turno ha terminado ya, pero el capitán ha insistido en que pases a ver al forense; échale un vistazo al fiambre antes de marcharte —te dijo. Entras en la sala y el cuerpo está tendido en la mesa de autopsias. Causa de la muerte: un disparo certero entre los ojos. El pobre diablo se encuentra con el pecho abierto en canal y con la mirada perdida. No llevaba ningún tipo de identificación; lo único, un tatuaje en la espalda formado por ocho estrellas. El forense te pasa una foto del tatuaje y, en ese instante, te quedas paralizada y un escalofrío recorre tu cuerpo. Llegas a casa y automáticamente te metes en la ducha como cada noche. El agua caliente no consigue calmarte esta vez, no paras de pensar en el tipo de la morgue, pero sobre todo en su tatuaje, porque es exactamente idéntico al que tú llevas en la espalda.

1215. ROBERTO TERROBA BERNAL – SIN TÍTULO Era complicado. El marido de la dueña de una mercería, con una aguja de hacer punto clavada en la yugular. Un reguero de sangre en el suelo de la tienda. La viuda sintiendo la pérdida del padre de sus hijos. Pero algo me

decía que ese sentimiento no era del todo real. En ningún momento, había dirigido la vista hacia el lugar del crimen. En vez de eso, había cruzado miradas con un hombre que había estado curioseando por el lugar. Ella tenía una coartada más que probada. Pero esas miradas... ¿Serían imaginaciones mías o habría sido un plan para deshacerse de aquel que molestaba en la relación con su amante? Esperaba que ella cometiera un error y pudiera probar que ese hombre y ella habían urdido el plan perfecto. La vigilancia de su casa daba su fruto. El hombre la visitó aquella noche. Por fin les podía acusar de asesinato.

1216. ROCÍO CAMINO MARÍN – LA ÚLTIMA CENA Estoy rodeado de ratas. Justo ahora mismo todos mis futuros herederos se ceban con mi comida, en «mi» celebración de ochenta cumpleaños, tras haber pasado un buen día en la playa de «mi» isla. Sé que, más allá de sus risas y caras falsas, todos desean que sea la última celebración, heredar y no tener que volver a verse entre ellos ni a mí. Dos de ellos lo desean especialmente. Hoy, uno de mis criados escuchó a dos de estas ratas planeando aprovechar mis paseos matutinos para dejarme inconsciente y tirarme al mar mañana por la mañana. Desgraciadamente, no pudo indicarme cuáles, pues se encontraba en el cuarto de calderas, y se asustó demasiado para salir hasta mucho después. ¿Por qué esas dos ratas no podrán esperar como las demás? Las veo alimentarse frente a mí y sonrío. ¿Qué mejor forma de acabar con plagas que con veneno?

1217. ROCÍO FERNÁNDEZ PAYO – AMOR CUÁDRUPLE Después de ser amantes durante un tiempo, John decidió que no quería divorciarse. En una de sus reuniones, se lo confesó a Clara, que, sin tomárselo a bien e insultándolo, salió por la puerta. Sin embargo, Sofía se enteró esa misma noche. Tres días después, encontraron a John muerto en un almacén después de haber recibido dos disparos en el pecho. Tras unas horas, Edd, que había sido llamado al mismo lugar, descubrió el cadáver y fue inculpado del delito. Mientras, en la casa de la víctima, Sofía confesó su inseguridad respecto a lo sucedido. Cuando localizaron a la esposa de John, esta ya estaba muerta. Gracias a fotos rotas del matrimonio y otros signos de pelea, arrestaron a una mentalmente inestable Clara. Tras confesar que había convencido a la otra mujer para matarlo y repartirse los ahorros del difunto, la condujeron hacía los calabozos, donde, en el camino, recibió un disparo de Edd. Era su mujer.

1218. ROCÍO HIDALGO – MI PRIMERA VEZ Esta vez no haré ninguna chapuza, no hay opción a fallo. Está todo estudiado. Pero sigue faltando él; sin víctima, no hay crimen; fui específica: le

repetí la hora y el lugar mil veces. Miro el reloj, las agujas van pasando, vuelvo a la primera noche; una sed de sangre se apoderó de mí. Sin lugar a dudas, uno de mis mejores trabajos e improvisado, nadie se lo esperaba. Sus cuerpos se esfumaron de la faz de la tierra y todo por un... «pequeño accidente». Aún siento la sangre caliente de mi padre recorriendo por mis manos, los lamentos de mi madre al verme; no me quedó otra solución que hacerla desaparecer a ella también. Si mi hermana hubiera colaborado, posiblemente su corazón seguiría latiendo, pero esos sollozos eran insoportables, tanto como el ancorar del reloj. Desde entonces, han pasado tantos «trabajos» por mis manos, tantos últimos alientos, que son sombras en mi memoria. Pretende imponer sus leyes y mezclarme con chusma. Craso error. Oigo pasos. Empieza el espectáculo.

1219. ROCÍO HITA OLOZÁBAL – LA OTRA CARA DE JAMES WALKER Mike se mira en el espejo. Se lleva las manos a su cara recién operada. La doctora ha hecho un magnífico trabajo; para los ojos ha utilizado unas lentillas de color y para el pelo, una peluca. —Debo felicitarte. Primera parte del plan, realizada con éxito. —¿Piensas ir a buscar a la detective? —Sí, no tenemos tiempo que perder. Tú te quedarás vigilando al verdadero periodista. El asesino en serie decide mostrarle a James su plan. —Hola, James. Este tiene un trapo en la boca, suelta un grito en cuanto ve que un idéntico James Walker se le acerca. —¡Estás loco! ¡Nadie se creerá que tú eres yo! —Eso ya lo veremos. Y ahora, si me disculpas, tu familia me está esperando. Adiós.

1220. ROCÍO BREA CONTRERAS – UN DÍA NORMAL El chorro de agua gélida le recorrió la espalda. No tardó en invadirle un frío intenso, difícil de soportar para la media, pero no para Edgar. Tomar una ducha bien fría era la mejor forma que conocía para mantener la cabeza en su sitio. Además, le ayudaba a liberar tensiones. Una vez pulcro y aseado, dirigió sus pasos hacia el salón. Este era un auténtico caos, como si una batalla campal hubiera tenido lugar. A Edgar no le agradaba el desorden, así que se puso manos a la obra. No tardó mucho en dejarlo todo como debería estar. Cuadros rectos, cojines mullidos, basura recogida... Se preguntaba cuál sería la mejor forma de quitar las últimas manchas cuando un sonido captó su atención. Esperó durante unos momentos, sin hacer ruido. Pero el timbre volvió a sonar, inflexible. Suspiró, resignado, mientras se dirigía hacia la puerta. Odiaba dejar una tarea a medias, pero no tenía otra opción. La sangre de la moqueta tendría que esperar.

1221. ROCÍO RUIZ SAMPERIO – DECLARADO CULPABLE El corazón iba a salirse de mi pecho; no podía continuar corriendo. Nada más parar, sentí sobre mí unas grandes manos agarrándome y arrojándome al suelo: estaba detenido. En el calabozo, no paré de darle vueltas, lo tenía claro, sabía lo que había hecho y no me arrepentía de nada. Hice lo que mi abogado me aconsejó. Solté ante el juez todas y cada una de las palabras que me había aprendido de memoria; lo confesé todo: «Sí, yo la maté. Me engañó y no pude soportarlo. Jamás podré perdonármelo...». La sentencia fue clara. Me cayeron dieciocho años de cárcel, aunque, si todo iba bien, saldría mucho antes. No me importaba. Solo deseaba que ella ya estuviera lejos, con su nueva identidad, en Argentina, disfrutando por fin de su nueva vida, alejada de las amenazas. Ojalá nunca más tenga que pasar miedo... Y ojalá me esté esperando y, por fin, juntos ser felices.

1222. RODRIGO MARCOS REYES – HALLOWEEN DE MUERTE EN EL FRÍO HUDSON El 31 de octubre, el joven Andrew Barney, de veinte años, oriundo de Queens y estudiante de Derecho en Columbia, abandonó Webster Hall, donde había estado con varios compañeros de universidad celebrando Halloween. Estuvo en compañía de Lauren Brown, de dieciocho, su novia y una amiga en común, Gisella Quintero. No se le volvió a ver con vida. A la mañana siguiente, apareció un cuerpo en el río Hudson. Los detectives Kevin, Javier y Luny identificaron el cadáver. Hablaron con los padres de Andrew y las dos últimas personas que le vieron con vida. Según las chicas, Andrew salió de la discoteca y se arrojó al Hudson, pero Lauren tardó dos horas en llamar a emergencias. Según la autopsia, el cuerpo presentaba heridas en la cabeza, brazos y piernas anteriores a la caída. A la mañana siguiente, los padres de Andrew contrataron a Rick para descubrir al asesino de su hijo. ¿Suicidio o asesinato? ¿Por qué Lauren actuó con indiferencia? ¿Quién es Charles?...

1223. RODRIGO RUIZ – EL CAMPO DEL HONOR Se le encontró, al pie de un pino piñonero, totalmente ensangrentado, con las ropas que le quedaban llenas de desgarrones. Su cuerpo y rostro estaban tan maltratados y repletos de tajos que fue increíblemente complicado identificarle. A su lado, estaba la lanza típica de los picaderos taurinos con el madero clavado en la tierra y alrededor de su asta, atado sin ningún cuidado, el pene cercenado del joven. —¡La prensa está que trina! ¡El mismo González va a hablar hoy en el Congreso sobre el tema! ¡Esto debe acabar! ¿Me oye? ¡Tenemos que detener a los degenerados que han hecho esto! —continuaba el capitán Gaite. —¡El torneo debe celebrarse! —¿El presidente? Eso significará más fondos, seguro —comenté, y di otro sorbo al carajillo.

—No bromee, Aller. Su sarcasmo me tiene harto. A mí, me la traía al fresco el torneo. Y es que había momentos (demasiados) en los que no sé si era España, la «España es así», o era cosa de toda la humanidad. Ese era el mayor misterio de todos.

1224. ROGELIO MARTÍNEZ STREIGNARD – ENCUENTRO Cuando me nombraron inspector y me asignaron la misión, no tenía ni idea de su casi infinita dificultad ni del tiempo que me llevaría cumplirla. Busqué a la maga incansablemente muchos años, y por fin la encontré sentada en un andén del metro de París. Parecía un poco envejecida, pero la conocí por la flor de lis grabada a fuego en su hombro derecho en castigo por una fechoría grave. Apenas me vio, escapó entre la gente. Yo la seguí lo mejor que pude e, inexplicablemente, la vi en la estación Ópera, esperando un tren de la línea Ópera–Nueva York. Corrí cuanto pude para alcanzarla, pero ella se montó en el tren que partía en ese momento. Alcancé a verla sonreír por la ventanilla trasera del tren. La línea Ópera–Nueva York por supuesto no existía, pero en ella perdí a la maga para siempre.

1225. ROSA CASTELLANOS MONTERO – VENGANZA Rick bebió lentamente una cerveza, de pie, mientras observaba la calle separando levemente los visillos de la ventana. Luego, con paso vivo, se dirigió al dormitorio y abrió el armario que le devolvió montones de trastos que rodaron por el suelo. Cogió el arma: una pistola automática de cañones recortados. Comprobó que estaban todas las piezas. Después la montó: le puso un cargador adecuado y el silenciador. Encendió el ventilador que colgaba del techo y colocó bajo él un sillón que tenía Andrew bastante viejo. A las cinco menos diez, se sentó a esperarlo. Sabía que no tardaría. A las cinco y siete, Andrew metió la llave en la cerradura sin notar que había sido forzada. Cuando entró, Rick descargó sobre él seis balas que lo dejaron en el sitio. Se levantó, guardó el arma donde estaba y se marchó. Nunca se debe dejar con vida a un traidor.

1226. ROSA RODRÍGUEZ – BURNOUT Aún temblando, cerró la puerta tras de sí y se aseguró de que nadie le viera. Y entonces, cuando se encaminaba hacia casa, le sobrevino una risa nerviosa. «Se acabó la pesadilla. ¡No me vapulearás más! El placer de verte estremecerte y percibir terror en todo tu cuerpo ha sido inconmensurable. Qué sensación sentir tus convulsiones mientras mis manos apretaban tu cuello. ¿Dónde ha quedado esa chulería? ¿Dónde? Apuesto a que no pensabas que fuera capaz de algo remotamente parecido. Tantos años de sometimiento, de miradas de suficiencia, de risas en los pasillos... Horas sin dormir, tics nerviosos... Pero ridiculizarme ante ella... Y ver tu mirada de sucia y vieja rata

lasciva...». Al día siguiente, se sintió un hombre nuevo. Incluso se atrevió a invitarla a salir y, sorprendentemente, ella aceptó. Entonces, vio un sobre en la mesa. «Me satisface recomendar a D. Javier para el puesto de vicepresidente ejecutivo...».

1227. ROSA MARÍA MODELO GUERRERO – AMNESIA Miro a mi alrededor y no veo nada; me siento mareada y dolida. ¿Qué ha pasado? No me acuerdo de este sitio. Me levanto como puedo y, agarrándome en los árboles que hay, intento orientarme; no reconozco nada de lo que veo. Unas huellas en el suelo llaman mi atención, parece que han arrastrado a alguien, las sigo y allí a lo lejos veo lo que parece un cadáver, me acerco y..., un momento, esta cara me suena: es el asesino en serie que andábamos buscando, pero ¿quién lo ha matado y qué hago yo aquí? Estoy confusa. Inmersa en mis pensamientos e intentando descifrar aquel enigma, oigo una voz que me llama... —Teniente Modelo, teniente Modelo, ¿está bien? Teniente... Esa voz... me resulta familiar. Intento seguirla, cada vez la oigo más débil, como si necesitase ayuda. Sin encontrar explicación alguna, allí está, atrapado, mi compañero, el agente Lucena.

1228. ROSA MARÍA SÁNCHEZ CÁNOVAS – DUERME, DEMONIO, DUERME... Los vecinos del tranquilo Hyde Park amanecieron conmocionados ante la noticia del asesinato de Dante, gerente del hospital veterinario de la zona. El cadáver yacía en el pasillo del hospital. Fue descubierto por Betty, la limpiadora, cuyos gritos alertaron a todo el vecindario. Todas las miradas se dirigieron a Adam, el veterinario de guardia, como principal sospechoso, dado que en el móvil de Dante había un mensaje del hospital solicitando ayuda urgente. Tras el interrogatorio, todas las miradas apuntaron hacia Lilith, veterinaria a la que Dante hacía la vida imposible. La gran sorpresa fue cuando se puso en evidencia el verdadero culpable, Roger, veterinario del consultorio satélite en Notting hill, de gran afinidad con Dante, que envió el mensaje desde el hospital y, cuando Dante entró, le fue muy fácil por su altura y fuerza, inyectar directamente en la yugular el eutanásico que provocó su muerte al instante. Ya no volvería a esparcir su ira sobre todos sus empleados.

1229. ROSALÍA GARCÍA LEZA – SIN TÍTULO Salí del apartamento lo más rápido que pude. No podía creer lo que había presenciado; miré hacia abajo, mi ropa estaba llena de sangre, tuve tan poco cuidado que cuando levanté mi cabeza, me golpeé contra un árbol. Me

desperté en una camilla, no sabía dónde estaba, no era un hospital y... Estaba atado de manos y pies. De pronto, entró un hombre por la puerta, llevaba una jeringuilla en la mano y se acercó a mí, me dijo que no dolería, estaba a punto de introducirla en mi cuello cuando se abrió la puerta de una patada, el hombre alejó la jeringuilla de mí y fue a coger un arma. Oí disparos, entraron y me dispararon, pensando que yo era el secuestrador, noté como la bala penetraba en mi pecho, dirigí mi vista hacia la herida, me estaba desangrando, se me empezó a nublar la vista, lo último que vi fue a un policía pidiendo ayuda. Cuando desperté, estaba en el mismo apartamento en el que todo comenzó, miré a mi alrededor y no vi nada, no había sangre, no estaba el cadáver, tan solo... yo.

1230. ROSALÍA OCIO CERVERO – CONFESIÓN INDUCIDA El obeso inspector que custodiaba al detenido escaleras abajo camino de la sala de interrogatorios emanaba un repugnante olor mezcla de sudor y linimento. El detenido reparó en ello, regalando una irónica sonrisa de desprecio. Otro mal paso en la vida le costaría, como siempre, un par de costillas rotas, alguna pieza dental y la cara desfigurada durante algunos días. Con suerte, se libraría de la ingesta gratuita del vomitivo aceite de ricino; nada que un exboxeador no pudiera soportar. Esta vez, el botín bien valía la pena. Ya en el sótano y sin miedo recorrió un largo pasillo. Cuando el policía abrió la puerta de una pequeña habitación en penumbra, le sorprendió ver en el centro a una joven atada a una silla, desnuda, con la cabeza gacha y una larga melena tapándole la ensangrentada cara. El policía le levantó la cabeza mostrándole su rostro. El terror se apoderó como nunca de cada uno de los poros piel mientras un susurro recorrió la estancia. —Papa, dile que no sigan y llévame a casa.

1231. ROSANA CASTILLO RODRÍGUEZ – JAQUE MATE Los inspectores Patrick y Anna se enfrentaban, en esta ocasión, a un singular caso. Seis ciudadanos de Vancouver habían recibido un mismo y misterioso correo electrónico: un tablero de ajedrez con una partida ya iniciada. Cada uno con una pieza diferente, representándolos, y como en el juego, a la espera del siguiente movimiento. Una broma anónima utilizada como pasatiempo, debieron pensar Patrick y Anna. Pero hubo más correos electrónicos, la partida proseguía, con una nueva jugada cada vez. Los inspectores centraron su investigación en establecer conexiones entre sus destinatarios (todos estaban vinculados al mundo del ajedrez), y en rastrear la IP del ordenador desde el cual se habían enviado los correos. Una vez localizada, no tardaría en descubrirse la identidad de su autor. Se trataba de un informático, experto en ajedrez, que nunca había ganado un campeonato, y que ahora buscaba su reconocimiento. —¿Un café, Anna? —dijo Patrick. —Solo si me invitas —respondió Anna.

1232. ROSANA FERNÁNDEZ – ARRÉSTELA Por fin solos... Me miras y te miro... Me analizas y te analizo. Solo uno saldrá de aquí con lo que realmente espera de la cita. Tus sudores fríos te delatan, así que nerviosa... Noto tus manos bajo la mesa, apretándose la una con la otra. Tu respiración agitada... Mantén la calma, nena, yo ganaré de todas formas. Comienzan las preguntas, qué, cómo, cuándo y por qué. Sabes cómo responder, no eres nueva en esto, pero se te olvida algo... Aquí mando yo. Sé que con un golpe en la mesa bastará... ¡bum! Sí, suéltalo todo... Me miras, te miro. Sí, acabas de perder. Agente, arréstela.

1233. ROSARIO REQUENA CORREOSO – TRÁGICA HUIDA Los disparos se oían cada vez más cerca y uno de ellos ya había roto la luna trasera, lo cual aún le hizo pisar más a fondo el pedal del acelerador hasta que, de pronto, y en el momento en que iba a coger una curva para cambiar de calle y perderles de vista, como si de un mal sueño se tratase, sintió (al mismo tiempo en el que uno de los coches implicados le adelantaba) que algo parecido a una flecha se le clavaba en el pecho como una puñalada. Era una bala perdida en el tiroteo entre atracadores y policía lo que había impactado en ella y le había hecho perder el control de nuestro coche, hasta acabar empotrada en una farola. Mientras las imágenes de nuestra vida, nuestra boda, los viajes, el nacimiento de Valentín y tantos momentos vividos pasaban como flashes por su mente, Valentín, ajeno a todo, elegía junto a su primo la que sería su única compañía a partir de entonces. De pronto, sonó el móvil de mi suegra con la peor de las noticias.

1234. ROSER CAMPÀS – PRÓLOGO A MI VIDA Tenía siete años cuando cometí mi primer asesinato. Solo tuve que hacer lo que veía en tantas series y películas. ¿Quén iba a sospechar de una niña dulce y amable? Había quedado con mi amiga Laura para ir a jugar a un descampado cercano a casa. Pensé que ella podría ser la primera. Nunca había matado, ni personas ni animales. Pero tenía curiosidad. Opté por una persona. Ese día salí de casa con un cuchillo de cocina escondido entre mis calcetines. Cuando llegó Laura, la convencí para entrar en una barraca y enseñarle un secreto. No esperé mucho; en cuando entró, saqué el cuchillo y se lo clavé a la altura del corazón. La mirada de Laura era una mezcla de sorpresa, miedo y dolor, mientras la sangre salía a borbotones de su pecho. En ese momento, no sentí nada especial. Fue al cabo de pocos años cuando volví a hacerlo, y más de una vez. Pero eso es parte de otra historia. Lo recuerdo mirando a través de las rejas de mi celda preguntándome dónde me equivoqué.

1235. ROUS CGZ – SALTANDO SIN VIDA

Revisó con la mirada a la víctima. Era una mujer de unos treinta y tantos tumbada boca abajo en una rara postura. Su largo pelo rubio le tapaba la cara, se entreveían sus grandes ojos verdes, fríos y opacos. — Suicidio —un agente le habló a su lado—. Los vecinos dicen que vieron como se asomaba a la ventana y después se lanzó al vacío. —Y si es un suicidio... ¿Por qué no hay sangre? Su voz ronca detuvo el mundo una milésima; sus compañeros sabían que tenía razón: caer desde un quinto y que no hubiera sangre solo podría indicar una cosa. —Esta mujer estaba muerta antes de caer. Tenemos que investigar cómo ha logrado saltar al vacío si ya estaba muerta. Levantó la vista y miró el edificio. Una ventana estaba abierta y dentro se veían agentes. Se encaminó hacia el portal.

1236. RUBÉN ÁLVAREZ GARCÍA – PLAN OCULTO Al fin llegó el día, y los tres amigos se adentraron en las oscuras y tenebrosas cuevas de Locking. Iban caminando entre fosas de agua y lodo, esquivando piedras y telarañas; solo guiados por la tenue luz de las linternas, cuando, en un instante inesperado, el último de los espeleólogos desapareció de repente. Intentaron rescatarlo, pero ni siquiera su equipo volvió a la superficie. Con el temor experimentado de no saber a qué se enfrentaban, continuaron a la espera de llegar a la zona base y contactar con el exterior. Pero antes de llegar, otro de los colegas fue también engullido por un fuerte remolino. El único superviviente a duras penas entre el frío y desconcierto pudo ponerse a salvo en una zona alta y pedir ayuda. Al otro lado del hilo, estaba su hermano, que había quedado en la superficie. Tras muchas investigaciones, y siguiendo su propio plan, se citó con quien creía que era su verdadero hermano en la antigua casa familiar para desvelar sus peores temores por tanto daño innecesario.

1237. RUBÉN BARLEYCORN – SIN TÍTULO El metal de las esposas rozaba sus muñecas. Dos agentes irrumpieron en la sala de interrogatorios. Uno de ellos se sentó; el otro permaneció de pie. —Quiero ver a mi marido, por favor —dijo desesperada. —Su marido no puede hacer nada. Señora Beltrán, está acusada de homicidio. —¿Qué? No... Yo no... —Empezó a llorar aterrorizada. —Sus huellas estaban en el arma —el agente que estaba de pie le entregó una bolsa de pruebas con un sobre dentro—. Díganos, ¿él se presentó en su casa y la intentó chantajear? Su marido tiene mucho dinero, ¿era eso lo que quería? —¡No recuerdo lo que pasó! —gritó entre sollozos—. Quiero ver a mi marido. Un día antes...

—Aquí tiene las fotografías, señor Beltrán. Su mujer se estuvo viendo con ese hombre, Marcos Salzar. —Lo sé. ¿Ha traído la escopolamina? —Sí, ¿usted mis cien mil euros? —Tenga. Estaba sentado en el sofá frente a un sobre y una taza de té cuando su mujer entró por la puerta. —Hola, cariño —la besó—. Toma, bebe. —Muchas gracias, cielo —le volvió.

1238. RUBÉN CAMPO OLÁIZ – EL ÁNGEL CAÍDO «Por favor, no lo hagas», repetía una y otra vez entre susurros. A pesar de estar en la azotea de un edificio a cientos de metros de Zack, tenía la inocente esperanza de que él pudiera escucharme. En mis trece años de francotirador, nunca había estado tan tenso al otro lado de la mira del fusil. Vi cómo se acercaba al Monumento del Ángel Caído, con la determinación que siempre le había caracterizado. Dejó el sobre morado tal y como temía que hiciera. Ese gesto acababa de demostrar que mi mejor amigo desde que entré en el CNI formaba parte de la organización criminal que llevábamos años intentando erradicar. Entonces disparé. Un tiro perfecto en el corazón. Zack cayó muerto. —Acabas de matar a un hombre inocente —escuché mientras alguien me empujaba al vacío.

1239. RUBÉN DE LA FUENTE JIMÉNEZ – ¡DEJANDO HUELLA! —¿Provocó usted el accidente del señor Blake? —No. —Las pruebas no indican eso. ¿Le prestó a la víctima su móvil? —Sí. —¿Tiene instalada en él una aplicación de rastreo en caso de emergencia? —Cierto. Preocuparme por mi amigo no es un delito. —Su amigo llevaba guantes que no le cubrían los dedos, por lo que al pulsar el botón de emergencia, debería haber dejado su huella en la pantalla; sin embargo, no aparece, ni en el botón de encendido. Pero en cambio, en esos lugares, encontramos las suyas. ¿Puede explicarlo? —Le recuerdo que es mi móvil. —¿Dónde estaba en el momento del accidente? —En casa, solo. —Los datos del GPS de su coche indican que se encontraba a menos de una milla del lugar de los hechos. —Manipulé el disco de la bicicleta que utilizaría en la bajada para provocar el accidente. Quería sacar a la luz una relación que mantuvimos en el pasado. Me chantajeaba porque sabía que estoy comprometido con la hija menor del senador McIlvennan.

1240. RUBÉN GARCÍA DOMINGO – MI NOMBRE ES FORMÁTICO... INFORMÁTICO Escritores, guionistas, ¡creadores todos! Si no sabéis cómo seguir una trama criminal, si no veis claro cómo hacer que A descubra que B es el malo de la historia..., tranquilidad, porque ha llegado (para quedarse) el personaje definitivo, el personaje que en tres minutos resuelve todas las dudas al protagonista; sí, es él, el informático. No sé si empezó con Lisbeth Salander..., pero en cada vez más novelas, series o películas aparece ese hacker informático, un poco inadaptado social (sic), al que le dan un dato sin mucha importancia, pide tiempo y, sin saber cómo ni por qué, te saca hasta el comedor donde celebró la primera comunión el asesino de turno. Solo se puede decir que el progreso es un gran invento, pero a saber dónde quedaría Sherlock Holmes en la actualidad; ¿quizá haciendo algún curso de informática para desempleados?

1241. RUBÉN GUTIÉRREZ BAJO – Y RECUERDEN: «¡HOY PUEDE SER UN GRAN DÍA EN NUEVA YORK!» La luz de la luna era todo cuanto osaba adentrarse en un salón dominado por una penumbra inquietante. Pero la densa respiración de un ser que contemplaba la ciudad a través del ventanal con un vaso de licor en la mano y una sonrisa perversa en el rostro vagaba también por aquella oscuridad. El plan había sido un éxito: nadie lo había visto merodeando por el edificio. Guantes para evitar las huellas. Capucha y pañuelo para burlar las cámaras. Y su frase..., mítica muletilla gracias a la cual su víctima lo reconoció en el ascensor... «¡Espera! —se alarmó de repente—. ¡Mi frase! ¿Cómo he podido...? Aunque esas cámaras no suelen tener micrófono, ¿no...?». Pero, por más que trató de calmarse, la contundencia con la que la policía derribó la puerta saturó de linternas su guarida y acabó con el estallido del vaso contra el suelo. Y así, aquel ser comprendió que su deformación profesional había dejado vacante el puesto de hombre del tiempo en el programa estrella de la cadena.

1242. RUBÉN IBEAS BARRIOS – EL TRIPLE ASESINO Le dejé escapar. El asesino era mi hijo.

1243. RUBÉN PACHECO HERRERA – LA CAZA Era una noche terrible con esta tormenta y la lluvia. Por fin llegué al Forbidden; allí podría encontrarle. En cuanto entre, escuché esa inconfundible voz angelical de mi amada Fiore. Me atrevería a decir que Fiore es la chica más bella de la ciudad. Su piel blanca como la nieve virgen, su cabello rojo como el fuego y sus ojos azules tan bellos como el mar sereno en el verano. Tomé asiento y hablé con Fiore. Allí, al fondo de la sala, estaba

Jackie Moonshine, el peor mafioso de esta ciudad. No hay crimen que no haya cometido ese desgraciado. Moonshine se levantó y salió al callejón; salí tras él, esta era mi oportunidad. —¡Eh, Moonshine! En cuanto giró, acabé con él; no podía matar a alguien por la espalda. —Esto es por nuestra hija; ahora estamos en paz. Fiore me beso y dijo: —Ya termino nuestra pesadilla, vayámonos.

1244. RUBÉN VÁZQUEZ – UNA MAÑANA DE PRIMAVERA El repiqueteo de las gotas de lluvia sobre las superficies de la ciudad produce música. Una música que se infiltra por todas las calles. Y en las calles hay chiquillos que no paran de jugar a la pelota y, aunque llueva, se ponen capuchas y evitan mojarse. Las madres se asoman a las ventanas para vigilarlos. Algunos padres están trabajando, otros viendo la tele, leyendo el periódico, preparando la comida o leyendo un libro, despreocupados. El sonido del motor de los coches fluye a través de la carretera. Se acerca la hora de la comida y la lluvia cesa. Los rayos de sol entran por las ventanas en una mañana de primavera; una mañana tranquila, insonora sin las gotas de agua. Llego a mi portal, a mi casa sin ascensor, y subo las escaleras hasta llegar a mi puerta. Está abierta, de par en par. Pregunto si hay alguien dentro. Sigo avanzando por el interior y a la altura del baño veo un enorme charco de sangre espesa, casi negra. Me aproximo y el cuerpo de un desconocido yace boca arriba.

1245. RUT NUEZ RODRÍGUEZ – MI DÍA Como siempre, desayunaba en Canary; Ruth optó por hacer caso a la llamada de la central, yo tenía que saciar mi necesidad de azúcar. Oí tiros e intenté correr. ¡Malditos donuts! Mi barriga y mi atuendo a lo Mike Hammer hicieron que pareciera un galápago; corrí lo más rápido que pude, pensé en Ruth, ella era todo lo contrario a mí, extrema delgadez, larguirucha, pero con gran fuerza física. Llegué y lo vi, era Akam, no lo dudé, tuve más confianza en mí que la propia física: «¡Alto!». Se giró, solo pude mirar con los ojos como platos el calibre de aquel arma; en ese momento, tropecé con mi gabardina, lo siguiente fue sentir mi cara, acompañada de mis ciento treinta kilos, raspando el firme y apostaría que mis talones tocaron la coronilla. Al levantarme desorientado los vi; no olvidaré las sonrisas al ver mi cara aplastada y magullada. Juraría que a ella se le escapó una lágrima mientras lo esposaba. —¡¿Estás bien, Pete?! Sí, confirmado, alguien lo grabó. Ya no soy poli, pero sí una estrella de YouTube.

1246. RUTH MORA – 23:00 Se apoyó contra la esquina del pasillo, el arma en la mano. ¿Cuánto tardaría en llegar? Miró por enésima vez la esfera del reloj. Las 22:56. Si no le alcanzaba antes de las once... El borrón que era Stradbërg devoraba los escalones de tres en tres. Por fin. Le dio un tramo de ventaja y subió tras él, sigilosamente, con cuidado de no ser vista. Casi no quedaba tiempo. Sabía lo que tenía que hacer; era el último de la banda que quedaba vivo, el único que podría ejecutar el plan. Habían llegado al mecanismo del reloj. Ya lo tenía. Stradbërg se giró bruscamente cuando le oyó quitar el seguro. —Asesina —escupió Stradbërg. —Y asesinado —respondió Cassandra. El disparo resonó en lo alto de la torre. Miró su mano, contrariada; ella no había llegado a accionar el gatillo. Su sangre salpicó la piedra. —Policía, ¡queda usted detenida!

1247. SABELA BOLLO LORENZO – AMNESIA Conseguí abrir los ojos. Tenía un dolor punzante en la cabeza. La noche había sido larga, apenas recordaba nada. Me erguí torpemente, observé a mi alrededor, estaba semidesnuda, tenía frío. Me metí en la ducha. Escuché la puerta de casa cerrarse, corrí a la entrada, suspiré, solo era mi padre. —Buenos días, Susan, traigo la comida. Asentí con la cabeza, volví a mi habitación, me vestí. Tras la comida, intenté dormir. Salté de la cama, sudorosa; había tenido una pesadilla: yo estaba borracha bailando; ella se acercaba muy nerviosa, me pedía que la acompañase a casa. En los acantilados me paraba. Me pedía perdón una, otra vez, otra vez. Había estado con él, me sentía rabiosa, ¡la empujaba! Sonó un móvil. —¿En el acantilado? Oí la puerta de mi habitación, se abrió y mi padre se sentó a mi lado. —Lo siento... Mis ojos se inundaron sin control. El llanto se transformó en silencio y sentí una tranquilidad inquietante.

1248. SAGRARIO CRUZ HERNÁNDEZ – IMAGINACIÓN Estaba muy asustada. No tenía ni idea de lo que estaba pasando. No sabía ni cómo ni por qué, pero no había duda de que alguien me estaba siguiendo. Miré disimuladamente hacia atrás mientras aceleraba el paso y rebuscaba las llaves en el bolso. Entré en casa y corrí lo más deprisa posible hasta meterme debajo de la cama, echando el pestillo de la puerta del cuarto. Pasados unos minutos, oí un estruendo: había cerrado la puerta; él estaba dentro de casa. Sus pasos cada vez se escuchaban más cerca. Intenté contener la respiración, pero él sabía dónde buscar. De una patada, tumbó la puerta de la habitación y se agachó hasta que su cara quedó a ras del suelo. Me sacó violentamente de debajo de la cama y me tiró al suelo. Me horroricé al ver que

sacaba un cuchillo. «Voy a morir», pensé. Agarré el cuchillo y lo hundí en mi pecho. La sangre comenzó rápidamente a brotar, formándose un gran charco. El hombre se había desvanecido. Yo era la única que estaba en aquella habitación.

1249. SALVA MOYA – CONFESIÓN —Si el muerto hubiera parecido más muerto, les hubiéramos llamado antes. Pero como estaba allí sentado, tan erguido, con esa cara de atención... —dijo el taquillero—. Si es que ni los muertos se mueren ya como antes. El taquillero miró al inspector con extrañeza y dio unos pasos atrás, dejándole que observara la escena. La estación de metro, que habría estado en ebullición en cualquier otro día, estaba ahora vacía y acordonada. —Será mejor que nos expliqué por qué lo hizo —dijo el inspector girándose hacia el taquillero. El hombre abrió mucho los ojos sorprendido para, un segundo después, hundir la cara entre las manos, sollozando. —¿Cómo lo supo? —preguntó al inspector, cuando el agente se lo iba a llevar esposado. El inspector sonrió y no contestó nada. ¿Cómo iba a decirle que había probado ese truco desde hacía años y esta era la primera vez que le daba fruto?

1250. SALVA PÉREZ – EL BIBLIÓFILO El señor West se sorprendió al ver la puerta del despacho entreabierta. Llevaba más de diez años como mayordomo del señor Price y nunca había visto esa puerta de ese modo. Cuando se acercó, en el suelo había un libro. El señor Price era tan minucioso que tenía los libros ordenados alfabéticamente en las altas estanterías. Leyó la portada: Ola de calor. De repente, una sustancia viscosa se deslizaba por su mano. El corazón aumentó sus latidos hasta alcanzar un ritmo que le hizo sentir un fuerte dolor en el pecho. Giró el libro y comprobó que estaba manchado de sangre. El dolor en el pecho aumentó cuando entró en la biblioteca y descubrió el cuerpo del señor Price sentado en su sillón de lectura con el rostro ensangrentado. Miró nuevamente el libro que sostenía en su mano y no dudó un ápice en saber quién lo había hecho: el bibliófilo.

1251. SAMANTA PAZ RECIO – SIN TÍTULO Cerré la puerta de golpe. Mis pulmones ardían debido a la escasez de oxígeno, mi pecho subiendo y bajando a toda velocidad con cada jadeo, y todo mi cuerpo temblaba como si hubiera tomado una dosis exagerada de cafeína, pero yo sabía de sobra que ese no era el caso. Con incredulidad, deslicé la vista hasta mis manos, que aún presentaban algunos retazos de

sangre, pues, aunque me las había lavado, lo había hecho rápidamente y a oscuras. En la penumbra, también pude darme cuenta de las gotas que adornaban mi ropa, y que estaban tornándose de color marrón al secarse. Tenía que lavarme a conciencia y deshacerme de esa ropa cuanto antes. Tirarla lejos, quemarla. Lo que fuera. Pero tampoco podía resultar demasiado sospechoso. ¡Maldita sea! Todo se complicaba por momentos y no sabía cómo iba a hacer para desvincularme de lo que acababa de suceder.

1252. SAMUEL ROJO ESCOBAR – ¿UN DÍA CUALQUIERA? Buenos días. No te voy a decir mi nombre. No hace falta. Aquí estoy yo, una persona cualquiera, un día cualquiera, frente al espejo, afeitándome como cada mañana. Conozco a hombres que dicen afeitarse cada tres o cuatro días. ¡Tres o cuatro días! Yo pagaría por eso. Reconozco que tengo demasiado pelo. Incluso siendo muy niño, ya se reían de mí por ello. ¡Qué mal me sentaba! Pero no creas que he crecido con un trauma ni mucho menos. Simplemente, sé que tengo bastante vello y, aunque no me guste, he aprendido a llevarlo. ¡Ah! ¡Otra cosa! ¿Has notado que las cuchillas cortan peor al salir versiones nuevas? Es decir, cuando salió la de triple hoja, las de doble dejaron de cortar bien, cuando antes sí lo hacían. Supongo que las empresas lo hacen a propósito. ¡Ups! ¡Lo siento! Tienes que saber que cuando me pongo a hablar de cualquier tema, acabo contándote mi vida entera. ¡Y encima me acabo de cortar! Bueno. Tampoco importa mucho. De todas formas, y aunque aún no lo sepa, hoy voy a morir.

1253. SAMUEL SECADES – OTROS TIEMPOS La oficina era un completo desastre. El aire estaba impregnado de un olor extraño, mezcla de whisky y sudor. En el cristal de la puerta apenas podían leerse las letras desgastadas por el paso del tiempo: Jack Spencer, detective privado, rezaba el orgulloso día que mandó grabarlas; ahora se leía un galimatías parecido a ack Spence, tectiv rivado que a Jack cada vez le hacía más gracia decir en voz alta durante alguna de sus borracheras. Aquel día no esperaba más que seguir dormido sobre el escritorio pasando la última resaca cuando una silueta de mujer se perfiló tras el cristal y entró sin llamar. Apenas veía uno de sus ojos azabache, el otro tapado por una melena rubia como el sol. Jack comprendió que se hallaba atrapado en un cliché de una época dorada, olvidada hace tiempo, cuando la mujer avanzó hacia él y susurró: —Busco a un detective. Jack rechazó el pinchazo de dolor en su cabeza y musitó: —Acaba de encontrar a uno.

1254. SANDRA ÁLVAREZ – ASESINO SILENCIOSO

Él, alto, robusto, apuesto... la asesinaba con cada palabra y caricia que le propinaba con la suavidad y delicadeza de un susurro y la brisa, eliminando cada centímetro de cordura que le quedaba al cuerpo inerte de su acompañante.

1255. SANDRA BARRACHINA – LOIS SMITH, RELATOS DEL MÁS ALLÁ Me propusieron que si conseguía colarme en un caso de asesinato y lo resolvía, ganaría una suma de dinero considerable. Lo acepté por el reto, pero ahora me arrepiento. La tarea de colarme en un caso fue lo menos costoso, pero resolverlo ya era otra historia. Porque siento decir que no se resolvió y, además, lo peor de todo: acabé siendo un fiambre. ¿Dónde me encuentro ahora mismo? En el limbo, en el mundo espiritual. Anclada a este mundo hasta que no limpie aura y pueda ir al otro lado. Que ni luz ni nada. Mi meta, acabar en otro cuerpo. Pagar mis actos egoístas y, en mi caso, ayudar a la policía a pillar a los malos. Soy como un GPS. ¿Cómo te crees que, cuando parece que no tienen solución para resolver el caso, de pronto les viene la inspiración para hacerlo? Pues ahí es donde entro yo. Que por arte de magia tienen una visión y lo resuelven. Hoy, feliz, porque al acabar el día tendré un cuerpo nuevo y creo que será de un escritor. Firmado: Lois Smith.

1256. SANDRA BLANCO – AMOR QUE MATA Él estaba de pie frente a ella, mirándola con los ojos llenos de furia. Ella estaba aterrada, aterrada del hombre que un día amó. Pensando que nada podría pasar; cerró los ojos, solo un segundo, pero bastó para cambiarlo todo. Con los ojos aún cerrados, sintió un cuchillo atravesarle el pecho. Abrió los ojos y vio su cara a centímetros de la suya, y con miedo, miró hacia abajo y vio que su amor apretaba un cuchillo contra ella. Cayó al suelo, mientras él seguía allí de pie, sin pestañear, con el cuchillo de la mano. Eva, que así se llamaba, sentía que su vida se le escapaba de las manos, como su corazón estaba dejando de latir. Sus ojos fueron lo último que vio; cómo la miraban de forma indiferente. Siempre sintió que él era el amor de su vida, pero solo fue el hombre que acabó con ella.

1257. SANDRA BURGALÉS – LA VIDA DE LA MUERTE Esa noche me dirigí a la calle Trafalgar a recoger el alma de una persona cuyo corazón dejó de latir. Todos dicen que provoco accidentes y que decido quién muere y quién vive. Pues no es verdad. Mi misión es acompañar durante el camino correcto a las almas acabadas de abandonar, para evitar que naufraguen en una vida que ya no les pertenece. Cuando llegué a mi destino, quedé afectada al ver el cadáver: un niño. Los padres lloraban desconsolados delante del oficial de policía. Comprendí que había sido un accidente. Se

golpeó la cabeza con la esquina de la mesa. Me acerqué cautelosamente al pequeño y, con mucho cuidado, cogí su alma y la acompañé allí donde debía estar. Lo más duro no es morir, sino el vacío que dejas a los demás. Algunos tardan más y otros menos, pero, al final, todos acabamos por salir adelante. Este es uno de los muchos trabajos que hago diariamente y a todas horas. Es duro ver lo que veo, pero alguien debe hacerlo; si no, no podríamos seguir viviendo.

1258. SANDRA CUENCA – EL SEÑOR DE LA NANA Ya viene. Ya se acerca. Sigiloso. Rodeando las esquinas, susurrando en el silencio: «Ya llegué. Ya llegué...». Su mente recordó los detalles más suculentos. Pintar su cuerpo con su propia sangre —aún caliente— le hacía salivar como si estuviera delante de la comida más apetitosa. Un cruce de miradas alertó a su instinto oscuro y perverso, que confirmó como un gran hallazgo. La puerta del despacho del inspector de Homicidios estaba entreabierta y se escuchaba: «... En el silencio. Ya llegué». —Ya llegué —finalizó otra voz. El inspector que tenía su silla vuelta giró al instante—: ¿Conoces la nana? —preguntó extrañado. —La cantaba mi padre cuando yo era un chaval —contestó inexpresivo. Se sostuvieron la mirada durante unos segundos, sondeándose. —Hay un nuevo caso. Ambos fueron a la escena del crimen. Allí estaba ella; tendida en el suelo, cubierta de un rojo plomizo. Desde su altura, se acuclilló, miró a un lado y a otro para asegurarse que nadie podía oír: —Ya llegué. Ya llegué...

1259. SANDRA GONZÁLEZ – SIN TÍTULO La mujer cierra la puerta tras de sí, desnuda. Se sienta en una silla enfrente del reloj de pie y abre mucho los ojos. Suena el reloj de cuco, se escuchan las campanas del reloj de torre del pueblo; siente cómo vibran sus arrugas y se levanta. La mujer sale del dormitorio y se duerme en la bañera. En las noticias, informan de la desaparición de dos de sus vecinos. Ella empieza a rezar sin alzar la mirada del reloj de pie, que se yergue en silencio en el centro del comedor, antes de concertar una cita con el relojero. Cuando despierta, están llamando al timbre. Abre la puerta y deja entrar al relojero. El hombre penetra y mira a los lados. «Pensé que solo tenía que llevarme uno de ellos», dice mirando alrededor, extrañado. La casa lleva tiempo abandonada y ambos relojes chirrían en el centro de la entrada cuando el relojero los examina. Suena el reloj de cuco, se escuchan las campanas del reloj de torre del pueblo y los relojes de pie entonan al unísono cuando decide llevárselos a casa.

1260. SANDRA PORRAS – CASO CERRADO Cuando el agente García encontró la nota de suicidio, no podía creerlo. Repasó mentalmente todo lo que recordaba de su compañero, pero nada que justificase lo que había hecho. Buscó hasta encontrar el recibo de un restaurante al que él no habría ido nunca. Comprobó el nombre que figuraba en la tarjeta y lo entendió todo. Para salvar a Sara, se había mezclado con policías corruptos que no dudaron en silenciarlo.

1261. SANDRA SIMÓ MEZQUITA – SEPTIEMBRE Alcàsser, un pequeño pueblo situado en Valencia, ha sufrido durante los dos últimos años una serie de pérdidas espantosas, pero esta última ha sido la que ha colmado el vaso. Ariadna, una chica de diecinueve años, sufrió el pasado septiembre una horrible pérdida que ni ella ni su padre podrán olvidar nunca. Ese mes. El mes en que termina el verano y da comienzo el otoño. El mes en el que los niños vuelven al colegio. En ese mes, Laura se despidió con una nota triste encima de la mesita de noche de su marido. Su vida se esfumaba, pero no sabía cuándo llegaría el día; por ello, guardaba su nota con ansia y desespero debajo de la almohada. Jorge, su marido, no sabía nada de lo que ocurría, pero cuando murió su esposa, se convirtió, junto al mayor tesoro que le quedaba a su lado, en detective.

1262. SANDRA TORRENTS – MUJER JOVEN, CAUCÁSICA, SIN IDENTIFICAR Su rostro había adquirido cierto tono azulado, contrastando notablemente con su carmín rojo cereza; su miranda penetrante hizo que sintiera un escalofrío recorriendo toda mi espalda. Eso sin duda me hizo reaccionar, levanté la mirada y contemplé todo el escenario. Vi a una mujer joven, caucásica, sin identificar, en su cuello había un pañuelo negro enroscado, las marcas de un posible estrangulamiento eran más que visibles. La forense determinaría la hora exacta de la muerte, pero, por el grado de lividez, no podían ser más de tres o cuatro horas. Sus uñas quebradizas y ensangrentadas, junto a ciertos arañazos, hacían entrever heridas defensivas. Sandra, la forense, estaba acabando su evaluación inicial cuando vociferó algo que no logré entender; entonces la vi sujetando con sus pinzas una ficha de casino. Me quedé helada. ¿El Asesino del Casino ha vuelto a actuar? ¿Por qué ahora, trece años después? ¿Será un imitador? Era el momento de volver a comisaría y ordenar un poco mis ideas.

1263. SANTI LÓPEZ FUERTES – ORO Se terminó. Todos los secuestrados consiguieron salir. No hubo víctimas ni heridos. Desde el primer momento, se pensó que no había ninguna posibilidad de evitar la tragedia... La mayor fábrica de anillos de oro

del mundo sufrió el pasado domingo un secuestro dorado. Mediante conductos subterráneos, se quería transladar el depósito de joyas de la nave central hacia un camión situado a escasos doscientos metros de distancia. Estaban implicados todos los directivos de la empresa sin excepción..., menos uno. Era el más infravalorado de todos, solo porque intentó robar una joya para una familia sin hogar que vivía cerca de su casa... Sí, fue Arthur. Gracias a que conocía el plan, consiguió hablar con la policía contándoles lo que iba a suceder. Nadie pensó que aquel que un día cogió una pieza tan valorada no sería capaz de seguir el plan con el resto. Quién puede valorar la culpabilidad de los demás...

1264. SANTIAGO EXIMENO – DE LIBRO El cuerpo del escritor yace sobre la máquina de escribir. —Está muerto —certifica el forense. La inspectora asiente y señala al variopinto grupo que espera, de pie, junto a la pared. Hombres y mujeres de mirada torva, que exhiben armas de todo tipo en sus manos. —¿Quiénes son? —pregunta la inspectora. —Los personajes de sus novelas, los villanos —responde uno de los agentes—. Asesinos todos ellos. Pensamos que podrían estar implicados. —Que se marchen. Son inocentes. —¿Inocentes? —pregunta el forense. —Así es —dice la inspectora—. Es evidente, ha sido un homicidio involuntario. Sus lectores son los culpables. Dejaron de leerle, de interesarse por sus libros, y eso lo mató. El forense asiente, y yo, asustado, dejo de escribir en el procesador de textos, levanto la mirada, la aparto durante un instante de la pantalla del ordenador y siento un escalofrío.

1265. SANTIAGO PALOMINO BAUTISTA – ASESINATOS A 240 DECIBELIOS Nueva York. «¡Aaaaaaaaaaaaahhhh!». Explotó su cabeza y dejó el apartamento como el escenario de una snuff movie. 12 de diciembre de 2014. Suena el teléfono. —Detective Miller, tenemos un cuerpo sin cabeza en el Kaufman Concert Hall, entre Lexington y la 92. El forense está de camino. Sangre. Lo más impactante era la gran cantidad de sangre esparcida sobre el escenario... Ya en mi apartamento, me serví un coñac en copa caliente. La víctima, Vladimir Sokolov, un virtuoso del violín. Su sonido... De repente, recordé la portada del periódico del día. Robo de un arma sónica, por Carlton Cahill, periodista especializado en el crimen organizado. «¡Eso es! — grité, mientras comprobaba los datos en el móvil: El asesi...». Gracias a su diario y su teléfono móvil, el asesino, perteneciente a la Bratva, yace entre rejas. Estas fueron sus últimas palabras, escritas con tinta y manchadas con

sangre. En honor al detective Miller. DEP. Por Carlton Cahill.

1266. SANTY MENOR – TACÓN DE AGUJA Eran las tres de la madrugada, y la niebla apenas le dejaba ver la antigua fábrica de acero. Hacía frío y la americana no era sustento suficiente para aplacar la humedad que se colaba por las rendijas de sus huesos. John intentaba caminar recto, pero era imposible. El alcohol estaba haciendo mella. De repente, la presencia de un cuerpo en mitad de la acera le hizo tropezar y besar el suelo. Tenía un agujero en la frente y la cara manchada de sangre. Un momento. John lo conocía. Era Patrick, un antiguo compañero de clase. Llamó a la policía, y los forenses le confirmaron que la herida era fruto de un arma blanca, posiblemente el tacón de un zapato. La tensión había rebajado su embriaguez, por lo que se dirigió a casa. Su mujer estaba inquieta. Algo iba mal. Y cuando John le contó su descubrimiento, Susan no pudo reprimir las lágrimas. Después de un rato, entre balbuceos, confesó. Había sido ella. Patrick era su amante, pero lo descubrió con otra y las consecuencias fueron fatales.

1267. SARA ANTONIO RODRÍGUEZ – EL ASESINATO DEL PERRO A MEDIANOCHE Domingo noche: ha aparecido muerto un concejal. Lunes, ocho de la mañana. Rick lleva a su perro Casper al parque para jugar con otros perros: ¡Cómo se liga! Casper corre hacia la zona infantil y, sorprendentemente, viene en su busca y le lleva hacia los columpios. Hay un perro muerto de una puñalada, y no uno cualquiera, ¡es Thor, el perro del concejal asesinado! Tras investigar el suceso, se sospecha de una concejala, compañera del muerto, que aprovechó un encuentro en el despacho para clavarle un cuchillo en el corazón. Thor la siguió por el parque, porque sabía que ella hizo daño a su dueño, así que le mató también. Tras interrogarla por los mordiscos en los brazos y piernas, confiesa. El muerto iba a denunciarla por prevaricación: se hizo rica por comisiones ilegales y mató al perro porque la reconoció.

1268. SARA DE MIGUEL – EL PLAN PERFECTO Esa noche la mató, con un cuchillo. Tenía que improvisar rápido. Pensó simular un allanamiento con robo. Rompió la cerradura, bajó a la basura y tiró el dinero y las joyas de María. Desordenó el piso. Cogió el mismo cuchillo y se hizo varios cortes con la mano izquierda para disimular. Se tomó un par de hipnóticos, para que no le doliera, y tener una buena coartada. A las nueve de la mañana, llegaría Ana, la asistenta. Descubriría el cadáver de María y su cuerpo malherido. Él se despertaría muy afectado en el hospital. Era el plan perfecto. Pero Ana esa mañana no fue porque estaba enferma. Dos días más tarde, los vecinos vieron la puerta forzada y llamaron a

la policía. Encontraron dos cuerpos desangrados. Las evidencias forenses y de análisis de la escena del crimen fueron concluyentes: asesinato y suicidio inusual. Desde luego, nada salió como había planificado.

1269. SARA DÍAZ PINAR – SIN TÍTULO ¿Eres tan valiente como para mirar a un pobre diablo? Sé prudente; los monstruos también salimos de día. No te asustes porque solo soy un animal salvaje que tiene hambre, procuro controlarme, pero soy insaciable. No puedo evitar mirarte; imagino tu olor, el tacto de tu piel... Al ver cómo me miras, sé que me lo vas a poner difícil, eso es lo divertido de la caza. ¿No lo ves como una manera de experimentar nuevas sensaciones? Cuando notes la sangre por tu cuerpo, me pedirás lo que me piden todas: la libertad, ingenua. ¿Por qué te lo iba a conceder? Shhh, querida, no te alarmes, este será nuestro secreto y, aunque no lo sepas todavía, te lo llevarás a la tumba antes que yo, así que déjame que me acerque; quiero llevar a cabo esta fantasía, oírte gritar y no de placer.

1270. SARA GALINDO GARCÍA – SIN TÍTULO Llego al hotel más elegante de la ciudad, camino hacia el ascensor, cabizbaja, por si hay alguna cámara, no quiero dejar pruebas. Subo sola mientras repaso el plan previsto. Cuando menos me lo espero, llegó a la habitación 503, respiró hondo y llamó. La puerta se abre y detrás de ella hay un hombre, un hombre joven, tiene que tener mi edad. Me mira de arriba abajo; cuando nuestras miradas se cruzan, sonríe y con un gesto hace que entre. Observo con detenimiento toda la habitación; sé que me está diciendo algo. A pesar de que no sé el qué, asiento. No tengo que dejar huellas; si las dejo, estoy muerta. No hay cámaras. Me siento a su lado, me sigue hablando y yo le sigo ignorando. Después de que se haya bebido tres copas, pienso que es mi oportunidad, me quito los tacones con la excusa de que estoy cansada, pero le clavo uno en la tráquea. Observo cómo muere; es una pena que me gane la vida haciendo los trabajos sucios de los demás.

1271. SARA HERRERAS CASTEL – EL ASESINO JUSTICIERO —¿Por qué le mataste? —volvió a preguntar Frank Miller refiriéndose al marido de la asesina. —Porque quería —respondió la mujer con un cigarrillo; un lujo para que testificará. —Has admitido el crimen, te felicito, pero quiero saber la razón — insistió el detective de Homicidios—. ¿No quieres reducir tu condena? —Un justo castigo para un justo asesinato —palpó la cruz que llevaba al cuello mientras echaba el humo lentamente—. Tenía una niñita, pero... —Se le quebró la voz.

—Lo lamentó —dijo el policía—. Ha sido vengada y disfruté cada puñalada que le di a ese hombre en el corazón hasta dejarlo hecho trizas. Él fue el verdadero asesino al matarla y enterrarla en el sótano junto con los otros niños —contempló la cara de sorpresa—. Vayan y caven. Hagan su trabajo por una vez. Frank tragó saliva y salió de allí sin saber quién era el auténtico asesino de esa historia.

1272. SARA HILLER VALLINA – TODO COMIENZO TIENE UN FINAL —Sé que fuiste tú. —¿Cómo puede ser? ¿Cómo me has encontrado? —¿Por qué? —No me hagas daño, por favor. Se oyen disparos. Pum. Pum. Se dice que todo comienzo tiene un final. Yo tardé dos años en encontrar un final a mi tragedia. Ahora, por fin, puedo descansar. Dejad que me presente: mi nombre es Lucía Díaz, tenía quince años y vivía en Madrid. Os preguntaréis por qué hablo de mi vida en pasado; pues, veréis, hace un par de años fui asesinada por alguien a sangre fría. Al ver que nadie movía un dedo, decidí encontrar al culpable por mi cuenta. Al principio no fue nada fácil, ya que soy invisible. Solo recordaba que era un varón de tez blanca, nada más. Comencé en el escenario del crimen, mi casa; al principio, me costó por la añoranza que sentía. Poco a poco fui reuniendo pruebas suficientes como para encontrar al responsable. Ahora me encuentro observando cómo yace el cuerpo del culpable. Yo solo quería hablar y saber el porqué, no que se suicidara.

1273. SARA JULÍAS – MÁXIMO RENCOR Cadáver apuñalado en plena calle de Broadway. Todas las pruebas culpan a Carla (madre de Rick). Conoce a la asesinada de hace muchos años y el ADN en el cadáver es de la propia Carla. En el entierro, antiguas compañeras la culpan y la desprecian. Investigando a la muerta, se descubre que había estado enamorada de Chet (antiguo novio de Carla). La nieta, Sarah, había cogido un antiguo vestido y un cepillo de los recuerdos de su abuela, que pertenecían a Carla, había frotado el vestido en su abuela y dejado un pelo en el cadáver, pero no se dio cuenta de que se le había caído una piedra pequeñita de su colgante. Cuando hacen las fotos, aparece Sarah con el colgante y Rick se da cuenta. Esta odiaba a Carla porque se había quedado con la herencia de Chet; estaba obsesionada con que si él le hubiera dejado ese millón, su abuela se habría curado del cáncer que la estaba matando y que le provocaba esos dolores que no la dejaban ni dormir. La asesinada le había pedido justamente lo que hizo.

1274. SARA KHALIFI MARGALEF – ASESINATO EN EL GRAND HOTEL Aquella llamada tan extraña hizo que avisara a mis compañeros Gonzalo y Samanta para ir hacia el hotel Grand Resort. Un cadáver sobre la alfombra de pelo de animal fue lo que vi al entrar. Un asesinato tan macabro solo lo había podido cometer un psicópata. Revisamos las cintas del hotel y nada, no había entrado ni salido nadie del hotel a esas horas de la noche, lo que nos lo ponía más difícil o, bueno, más fácil: había tenido que ser alguien del hotel. Tras comprobar otra vez las cámaras de los pasillos, no había duda de que habían sido manipuladas. Esto cada vez parecía más un crimen organizado y casi perfecto, salvo por el detalle de que no todas las personas en el hotel podrían manipular las cámaras. Tras detener al presunto asesino, el director del hotel, aún no encontramos la razón por la cual habría hecho tal cosa. Mientras lo interrogábamos, cabizbajo, vimos que contemplaba una fotografía que tenía entre las manos, donde se veía a un niño y a una niña. Lo cierto es que esa niña me resultaba muy familiar...

1275. SARA MARÍN VIZCAÍNO – JUICIO FINAL —Muchas eran las lágrimas que habían derramado sus ojos con tan frustrante e irritante tristeza, y yo, con profunda preocupación, decidí hacerla eternamente feliz —declaré contemplando su cicatrizante sonrisa, mientras sus vacíos ojos me miraban con anhelante amor, a través de aquella pantalla—. Me necesita, no se ha dado cuenta de eso hasta este momento, aunque yo lo sabía desde el principio; ahora es mía, es mi muñeca. —Culpable. —El sonido del mazo resonó en mi cabeza, evocándome el sonido de las campanas.

1276. SARA MARTÍNEZ CABEZAS – VIVIR O MORIR Mi nombre es Eric, soy del FBI y os contaré lo que realmente pasó: ojalá todo fuera una terrible y aparatosa pesadilla, pero lo que os voy a contar sucedió de verdad. Todos tenemos una simple pregunta cuando nos pasa algo y es: vives o mueres. Yo nunca me hacía esa pregunta hasta que mi peor enemigo me disparó de gravedad y mató a mi compañera Melissa. Todo empezó hace tres meses, cuando investigaban el asesinato de un joven matrimonio, de unos treinta años, en un polígono industrial donde por la noche no pasaba nadie. Hasta que al día siguiente un ciudadano encontró los cadáveres; nos avisaron, así que nos dirigimos hacia el escenario del crimen, allí cogimos pruebas y regresamos al FBI para analizarlas y así detener al asesino. Cuando íbamos a por él, nos disparó desde el tejado, a ella en la cabeza y a mí en el pecho, pero nuestros compañeros le mataron. Perdí a mi compañera, la mujer a la que amaba. Permanecí dos meses en coma, pero por fin ahora lo puedo contar.

1277. SARA MEDRÁN MEDRÁN – ELEMENTAL, MI QUERIDO HAWKES El detective Alan Hawkes estaba desolado. Con la llegada de la crisis, numerosas familias, antaño altaneras, habían tenido que prescindir del servicio, y la familia Ravenscroft era una de ellas. Y si no había mayordomo, ¿cómo demonios iba a resolver el asesinato de la aristócrata que en ese mismo momento estaba justo a sus pies, envenenada, encima de su ostentosa alfombra de oso polar?

1278. SARA PÉREZ DEL CAÑO – SIN TÍTULO Una niña salía del instituto; tenía trece años. Mientras caminaba, escuchaba su música favorita con los cascos en los oídos. Ella, como siempre, observaba todo lo que le rodeaba. Vio a unos señores mayores sentados en el banco hablando, apenas pasaban coches; entonces, se fijó en una furgoneta blanca, con los cristales tapados con trapos. Al principio, pensó que sería normal, pero al rato, no tardó mucho, volvió a aparecer por otro lugar, supo que la seguían. Echó a correr hasta entrar en un bar. Justo entró a tiempo antes de que consiguiesen capturarla. El hombre del bar, también algo asustado, llamó a la policía y volvió a contar los hechos y pistas del sospechoso.

1279. SARAH SUSANA MERCADO JUSTINIANO – SIN SOSPECHOSO Un cuadro era la seña. Imagen escalofriante. Un hombre con tres cabezas; una cara sin ojos, otra sin boca y la última cabeza no tenía rostro. Colores tétricos y apagados. Ver esa figura te hacía sentir un vacío, inquietud e incluso el más perceptivo vería la amenaza. El inspector Jack miró el cuadro de cerca buscando algo oculto, una pista. Nada. La escena de un crimen. Primero, la denuncia de un testigo asustado informando de haber encontrado el cuerpo de una joven. Pero cuando la policía llega, solo encuentran al testigo. —¿Cuántos van ya sin aparecer? —pregunta Ana, la nueva forense. —Veinte en diez años —responde el jefe de policía entrando en la escena. Observa el desorden de una pelea y mucha sangre por todas partes. — Sin cuerpo no hay delito —dijo alguien. Se volvieron en busca de esa voz. Solo se oyó la hoja de un cuchillo cortando.

1280. SARAY ARNILLAS FERNÁNDEZ – TRECE Sean entró con decisión en el pub y examinó a cada una de sus posibles presas. Sus ojos se clavaron en una mujer de pelo rojo: sus rasgados ojos negros, su cuello... comenzó a sudar. Se acercó a ella, aunque no hizo falta hablar demasiado; en cuestión de minutos, estaban subiendo a la habitación

del hotel. Él la desnudó. Sus dientes recorrieron cada centímetro de su hermoso cuerpo, sacó una cuerda de nailon y la enredó en las muñecas de la chica. Ella se soltó con picardía, lo empujó contra la pared y lo ató al pomo de la puerta. A Sean no le disgustó. Entonces, vendó sus ojos y algo frío rozó su pecho, sintió cómo rasgaba su piel y la sangre se derramaba. Después, el objeto penetró despacio en el tórax y ella lamió la sangre mientras Sean gritaba de dolor. No se detuvo. Volvió a clavar el puñal en su torso una vez y otra... Trece veces, el número con el que ella lo identificaba; su decimotercera víctima. Se limpió la sangre de los labios y sonrió; cada vez lo disfrutaba más.

1281. SELENE GONZÁLEZ PRADA – TORTITAS CON SANGRE Era un oscuro día en ese pueblo poco conocido llamado Rubiá. Era 16 de octubre; una pequeña niña llamada Laura cumplía nueve años, pero ese día cambiaría la vida de su familia. Su madre, como cada mañana, fue a despertarla, llevaba tortitas, y se encontró a su hija en la cama; la ventana había sido forzada. Ella estaba paralizada y fría; cuando su madre la destapó, vio que sangraba, sangraba mucho, resulta que tenía un puñal clavado en la espalda. Inmediatamente, dieron parte a la policía, que llegó allí en menos de diez minutos. Vieron el cadáver y la forense les dijo a los investigadores que había muerto lentamente, debido a que tenía múltiples puñaladas. La policía empezó a hacer perfiles sobre el asesino mientras los padres lloraban y lloraban. Cuando pensaron que las pruebas conducían a una persona se equivocaron, y así muchas veces, hasta que descubrieron al verdadero asesino: el padre.

1282. SERGI GARCÍA MANCHA – ALOJAMIENTO, DESAYUNO Y ASESINATO Erik Morgan, propietario de un motel que dirige junto a su anciana madre Helen, aparece muerto en una de las habitaciones de su establecimiento con un puñal en el cuello. Su mejor e inseparable amigo Max, un pastor alemán que ladra a todo el que entra en la estancia, es el único testigo de los hechos. Los agentes Julian Shine y Anne Stone se encargan de interrogar a la madre, único pariente cercano, así como a los clientes alojados. A pesar de que el crimen se cometió de madrugada, nadie oyó nada. Sin huellas en el arma homicida, la única pista recae en una marca circular en el suelo que la sangre ha conservado en perfecto estado. Tras días de investigación y sospechosos descartados, Julian da con la clave: ¿por qué nadie oyó ladrar al perro? Cuando Helen entra en la sala de interrogatorios para responder a unas preguntas, se sorprende al ver a Max allí. El perro, afable con ella, y la base circular de la muleta que lleva consigo son las pruebas que la condenarán.

1283. SERGI MARTÍNEZ TORRES – DISPARO AGRIDULCE Una noche estrellada se empezaba a mostrar en el cielo de Brooklyn, era una noche en la que el alumbrado de la calle era meramente decorativo. De repente, esa luz pasó a un segundo plano, una gran explosión invadió la calle. La gente huyó en todas las direcciones. En cuestión de segundos, la calle entera se vació, no quedaba ni un solo testigo cuando llegaron los Cuerpos de Bomberos y Policía. Rápidamente, extinguieron el fuego, y una caja apareció en medio de la nada. El inspector Smith esperó ver su contenido hasta que los artificieros hubieran terminado su trabajo. Se trataba de una caja robusta, ignífuga y cuyo interior contenía una nota. Demasiado tarde, se leía en esta. Se oyó una nueva detonación, un disparo invadió el ecosistema de la noche neoyorquina. Después un gran silencio, un cuerpo yacía en el suelo... La brillante carrera del inspector había llegado a su fin. El autor del disparo vengó así la muerte de su hermano, abatido por Smith.

1284. SERGI OREA VILÀS – RENOVATIO Desconcertado y con la mirada perdida, Rick contempló a la víctima. No había salido de su mente, sino de su corazón... Kyra. Sus ojos danzaban en todas direcciones, como miles de pájaros enloquecidos presintiendo la llegada de un enorme huracán. Tendida a sus pies, desfigurada y con la mano derecha amputada, su primer amor demandaba su atención. Súbitamente, una mujer aparece en escena. Bajo su brazo, el libro El asesinato a lo largo de la historia: evolución y métodos atrae la atención de Rick. Con la voz contenida por el miedo solo puede articular: —Me llamo Kessler, Lucy Kessler, y... este cuerpo es cosa mía. Boquiabiertos, observaron como aquella desconocida escritora y Kyra se asemejaban cuales dos gotas de agua. Katherine Jones, con las manos estremecidas y el labio inferior temblando, murmuró al vacío de la estancia: —Ahora, la partida prosigue con un nuevo jugador.

1285. SERGIO BALAGUER ORFAO – EL FOTÓGRAFO El flash iluminó un charco de sangre sobre el suelo: era un día nuevo en mi trabajo como fotógrafo policial. Vigilaba bien el encuadre, temperatura de color, diafragma, velocidad de obturación, enfoque y finalmente disparaba. Me dirigía a la siguiente pista, esta vez un revólver sobre la alfombra; de nuevo la misma obsesión: encuadre, color, diafragma, obturación, enfoque y disparo. Pasaba a la siguiente pista, mi ritual se repetía y se repetía de manera enfermiza. Detrás de mí, unos policías mencionaban al «Asesino en serie de la década», encuadre; siempre soñé con ser famoso, color; pero jamás nadie dio nada por mí, diafragma; mis sueños se hicieron añicos cuando nadie compraba mis fotografías, tuve que acabar trabajando para la policía, obturación; no tardé en darme cuenta de que era perfecto para preparar mis escenarios, enfoque; mis imágenes se cedían a los periódicos y horrorizaban a todo el mundo, sin saber que siempre estuve detrás, disparo.

1286. SERGIO BARBUZANO – SIN TÍTULO Nada más llegar, me está esperando la mujer que llamó a la policía. La miro de arriba abajo y creo que se está dando cuenta de que no me gusta madrugar un domingo simplemente porque su vecina tenga la puerta de la casa abierta y no le responda al llamarla. Al entrar, la imagen es tan parecida a otras que ya he visto que casi ni me inmuto. En el suelo del cuarto de baño, el cadáver de una mujer con la cara ensangrentada y llena de esquirlas de cristal, como si la hubieran golpeado contra el espejo mientras un par de fuertes manos apretaban su cuello hasta dejarla sin respiración, agarraba con su mano derecha un móvil en el que un tal Julio jefe le había mandado un whatsapp diciéndole cuánto le encantaban «sus besos ricos». Sentado en el inodoro, su marido, con los ojos clavados en ella, con una mirada desconcertada. Lo que me falta ahora es dilucidar si su desconcierto era por haber encontrado a su mujer muerta o por haber descubierto que tenía un amante.

1287. SERGIO GARCÍA HERNÁNDEZ – ASCENSO Su cuerpo se encuentra pegado al asfalto, sin vida. Rodeándole, un millar de cristales rotos. Su cara ensangrentada y sus ojos apagados. Las gotas de sangre empiezan a subirle por la cara hasta desaparecer bajo el cabello. Los cristales se elevan poco a poco, flotando por el aire; junto a ellos, el cuerpo sin vida del hombre. Sus ojos se abren de par en par, y un grito ahogado emana de su boca. Sigue subiendo junto al millar de cristales hasta llegar al noveno piso de un alto edificio. Se cuela por la ventana, como atraído por un imán, al mismo tiempo que los cristales empiezan a recomponerse. La habitación está en penumbra, y el hombre gira sobre sí mismo. De pronto, unos brazos lo agarran por la camisa y lo atraen hacia sí. Aún vivo, el hombre mira a su asesino a los ojos.

1288. SERGIO GUARDIA SAHÚN – SIN RESPUESTA No obtuvo respuesta alguna, pero lo volvió a intentar. Sabía que estaba dentro de la casa, escasos metros detrás de la puerta. «¡Policía de Nueva York!», repetía una y otra vez, sin suerte. Cuando de repente escuchó un ruido, tiró la puerta al suelo y entró. «¡Alto, Policía!». Justo cuando estaba a punto de apretar el gatillo de la pistola, le empezaron a temblar las manos, mientras un escalofrío le recorría todo el cuerpo. Se quedó paralizada, solo un instante, pero fue un instante crucial. El que más. No obstante, él tuvo más sangre fría. La sangre fría de un verdadero asesino y huyó a través de la ventana. Por suerte, era un primer piso y no se hizo ni un rasguño; empezó a correr sin mirar atrás. Se le había escapado. La inspectora se dejó caer al suelo abatida. Ahora mismo tendría aproximadamente la edad de su hijo fallecido, cuando él lo había asesinado. Hacía poco más de tres años de aquel trágico suceso, más de tres años esperando este día, pero ella no era como él.

1289. SERGIO HERNÁNDEZ RECIO – VENGANZA Hacía mucho que Darren esperaba ese momento; aún recordaba el día en el que encontró el cuerpo de su mujer al llegar a casa. Seguía sintiendo las lágrimas que cayeron por su rostro al ver esa imagen. El cadáver del amor de su vida, esa chica rubia de sonrisa angelical, tendida sobre la cama con una bala incrustada en el pecho. Una sola bala que había impactado en dos corazones, una bala que había acabado con dos vidas. Darren sabía que ya nada sería lo mismo. Cuando supo que era hijo de un asesino, tomó esa decisión. Abrió la puerta de la casa de sus padres y disparó como había hecho su padre tres años antes. Darren volvió a casa, echó un vistazo a la foto en la que aparecían su mujer y su madre, la guardó y se fue buscando una nueva vida, una nueva oportunidad lejos de allí.

1290. SERGIO LOZANO PALAZÓN – LA HABITACIÓN El padre de Mary entró el primero en la habitación. «Nosotros, el jurado...». Tres horas después, pidió un poco de agua. «... compuesto por doce personas justas...». Y volvió a entrar. «... a la vista de las pruebas presentadas...». Salió dos horas más tarde. «... y teniendo en cuenta las alegaciones de la defensa». Miró a su mujer y asintió con la cabeza. «... declaramos, de forma unánime, al acusado». La madre de Mary estuvo dentro cuatro horas. «... culpable de todos los cargos». La sangre no era suya. «Habiéndose documentado que los hechos se cometieron...». Entré en la habitación. «... en un periodo no superior a doce horas». Yo amaba a Mary y no me dejaron verla por última vez. «... instamos a su señoría a que haga cumplir...». Al entrar escuché una voz. «... de acuerdo con lo establecido por la ley...». «Utilice la lata de gasolina situada a su derecha...». «... la pena de doce horas en la habitación del Talión». «... Y a continuación coja el encendedor y...».

1291. SERGIO LOZANO SAURA – SECUESTRO Me desperté; todo estaba oscuro a excepción de una luz que asomaba por una puerta. Estaba encerrado en una habitación. Intenté levantarme, pero estaba atado de pies y manos. Escuché pasos fuera; la luz de la habitación se encendió. Era una habitación de color blanco, excepto por unas manchas rojas que había en la pared y en el suelo, que llegaban hasta la puerta, donde se perdían en el ahora oscuro pasillo. Era sangre. Estaba asustado. No recordaba cómo llegué ahí. Cuando me acordé... ¡Javi! Antes me encontraba en la calle con él, ¿sería suya la sangre? Tenía que salir y averiguar lo que había pasado. Me levanté y fui al pasillo, seguí el rastro de sangre, que me llevó a otra habitación con la puerta entreabierta. Entré. Javi yacía en el suelo sin vida. Me puse muy nervioso. Conseguí desatarme y empecé a correr. El asesino de Javi me encontró. Lo embestí y até. Encontré la salida, por fin estaba a salvo. El asesino fue a la cárcel, aunque perdí a mi mejor amigo.

1292. SERGIO LUQUE – LLEGAR PRONTO NO SIEMPRE ES LO MEJOR Llevaba el cuerpo descompuesto. Aquella mañana había llegado demasiado pronto y tuve que presenciar todo aquello... Cómo le partía el cuello, como si nada. Después, lo despellejó y empezó a trocearlo; yo estaba acostumbrado a la parte fácil y mi estómago no aguantaba aquello. Terminó de empaquetarlo y me lo dio, estaba deseando salir de allí. Me adentré en la circulación. No me gustaba mucho aquella parte de la ciudad; era demasiado sombría y encima estaba empezando a lloviznar. Diez minutos después, paré a comprar tabaco: fumar siempre me sentaba bien. Ya no me faltaba mucho para llegar a casa. Aparqué y lo llevé hasta la cocina. Lo fui colocando cuidadosamente en el horno. Lo programé cuarenta minutos a 250 °C. Me di una ducha; ya me sentía mejor. Lo coloqué en una bandeja y me serví una cerveza, me senté, le hinqué el cuchillo y corté un trozo, estaba muy jugoso, había valido la pena, cómo lo estaba disfrutando. ¡Aquel pollo estaba riquísimo!

1293. SERGIO MARTÍN – PÓKER DE ASES– INOS ¿Qué ocurre? Siento mi respiración y risas a mi alrededor. Oigo el murmullo de, como poco, ocho personas, pero ¡¡joder, qué pasa!! No puedo moverme y cada segundo que pasa me pongo más nervioso; intento recordar qué fue lo último que hice, pero no recuerdo nada... Espera, estábamos en una fiesta... Vine yo conduciendo mi Audi RS5, el último capricho que tuve, flamante, me encanta ese sonido al acelerar... Me vienen más recuerdos. Vine solo, pero me junté con... Dios, me duele la cabeza tanto. ¡Eso es!... Quizás bebí demasiado y estoy entumecido, tirado durmiendo la mona. Sí, es eso seguro y en breve se me pasará... Y ahora ¿qué ocurre? Las voces que sentía se han convertido en gritos, gritos de horror, me manchan con algo. No lo aguanto. ¡Parad ya! ¡Estoy aquí! ¡Ayudadme! ¡Soy yo, Anthony! El caso se resolvió rápidamente. Anthony falleció al administrarle sus amigos, como broma, un potente fármaco, ya que siempre se dormía a mitad de la partida de póker.

1294. SERGIO MARTÍNEZ VILLA – UN BUEN DÍA PARA DEJAR DE FUMAR Lo cierto es que Pinker y yo siempre pensamos que aquello no era el final, que el caso necesitaba más de nosotros. Cerrarlo del todo, sin cabos sueltos, sin posibles cómplices; pero el alcalde quería la foto, y los de arriba presionaron para tener un culpable y se lo dimos. No fallamos; el cazador de policías estaba entre rejas, aunque nunca desgranamos toda la historia. Ahora ya era demasiado tarde; ahora volvía para mordernos el culo. Otro cadáver a nuestros pies, abandonado en un almacén sin cabeza y bañado en gasolina, como en el resto de homicidios. Un patrón, un hábito, una de tantas pruebas que no conducían a nada. Ya ni notábamos el olor a carburante, formaba

parte de nosotros. Si Pinker hubiera estado fumando como solía hacer, no habríamos tenido tiempo de darnos cuenta. Tampoco sirvió de mucho. Miré a mi compañero por última vez y supimos que el cepo se había cerrado. El fuego comenzó a comernos por los pies; el cazador de policías añadiría otras dos cabezas a su pared.

1295. SERGIO PASCUAL MONTANÉ – EL PREMIO DE UNA MANO Martin y Rose por fin llegan al parque de atracciones. Parece ser que un chaval puso un dólar en la máquina de las pinzas y al intentar coger un peluche cazó una mano humana. Al abrir la máquina, apareció el resto del cuerpo, un hombre joven, sobre los veinte años, con un tatuaje en el brazo. Las huellas confirman que se trata de Barry Reeman, veintidós años, de Queens y con graves antecedentes para su corta edad. El tatuaje es identificado como el de una banda callejera. Rose y Martin hablan con el jefe de la banda, que reconoce a Barry, pero ya no era de los suyos. Sugiere que el muerto tenía problemas con ciertas familias de alumnos de un colegio, precisamente el mismo donde va el chico de las pinzas. Al preguntar a su madre, dice que conocía a Reeman, los padres detestaban su presencia en el colegio traficando. Justo en ese momento, su hijo se toca el brazo con cara de dolor y descubren un tatuaje de una banda rival. En la casa encuentran drogas. La madre le dice a su hijo: «Te dije que no vales para esto».

1296. SERGIO PÉREZ RODRÍGUEZ – PUNTOS DE APROXIMACIÓN Una fuerte ráfaga de aire helado me despertó en aquella lúgubre habitación de lo que parecía un hotel de las afueras; no recordaba nada. Tardé algo más de cinco minutos en recuperar la noción de quién era, me sentía adormecido, y no por el efecto del despertar de cualquier día. Torpemente, llegué al baño, pálido, traté de lavarme la cara con agua fría. No surtió efecto. Mi piel no percibía apenas el contraste de temperatura. A medida que pasaban los minutos, volví a recuperar mis sentidos y lo primero que me golpeó fue un fuerte dolor lumbar. Traté de palpar la zona para darme un pequeño masaje, pero fue inútil; mis brazos no eran capaces apenas de doblarse. Entonces, vi aquel espejo, aquel hortera y oxidado objeto nunca se borrará de mi mente, junto a esa cicatriz sangrante que tenía a la altura del riñón derecho. Fui presa de la desesperación y no supe qué hacer. Entonces lo vi. Una nota encima de la mesa llevaba mi nombre: Espero que disfrutaras de la noche; te ha costado un riñón.

1297. SERGIO SÁNCHEZ – JARDÍN VIOLETA Su pelo denotaba aspecto transgresor, incluso rayaba la vanidad. Ella, treinta y pocos, había sido acusada años antes de hurto sin violencia, pero la sentencia había sido expiatoria y quedó libre de culpas. Yo me disponía a

desenmascararla, tras recibir el chivatazo de un soplón amigo mío sobre aquella mansión del Upper West desvalijada días antes. La perseguí durante todo un día, cobijado en mi pequeño utilitario; ataviado con un gabán negro y gafas oscuras, me percibía invisible a los ojos del mundo. Su coche paró súbitamente en aquel bar de aspecto miserable; tras bajarse, le acercó un sobre con dinero a un hombre escuálido, sin mediar ninguna palabra por su parte. A pesar de la lluvia incesante, logré captar la cara del hombre con nitidez tomando instantáneas con mi Nikon recién estrenada. Él era el jardinero, había dejado la ventana del piso superior abierta, listo para perpetrar el robo. Todo se descubrió en el juicio oral posterior que le condenó. También que el jardinero era su padre.

1298. SERGIO SANZ – EL GATO El gato yacía inmóvil al borde de la calle en un charco de sangre. Nada de particular en una fría noche de diciembre si no fuera por la mujer sentada en el bordillo que lo miraba como hipnotizada. Se diría que un coche había atropellado a su gato, y ella lo contemplaba en estado de shock, pero la expresión de sus ojos era más bien de alivio y satisfacción que de dolor. Los cristales a su alrededor parecían proceder de la ventana rota del cuarto piso, pero ninguno de los dos tenía cortes. Solo los arañazos en los brazos, la cara de la mujer y su respiración, todavía agitada, mostraban que no se trataba de ningún accidente. Dentro de la casa, las latas de comida para gatos, abolladas y sin abrir, describían el escenario de una lucha a muerte por la supervivencia en la que solo uno podía ganar.

1299. SERGIO SOLANA – DESCONCIERTO El inspector caminaba con pasos apresurados por las desiertas calles bajo la incesante lluvia que empapaba su ropa y se alojaba en la parte superior del ala de su sombrero, provocando que esta cayera cada vez más hacia abajo por el peso del agua. Entró en el ruinoso edificio de ladrillos desvaídos y abrió la puerta de hierro que chirrió ante su contacto, y subió las estrechas escaleras de madera que crujían bajo su peso. En la última planta del viejo edificio había un pasillo iluminado solo por una bombilla titilante, que se mecía con las corrientes de aire que se filtraban entre las grietas de las paredes, y, al final de este, una puerta. Estaba carcomida e hinchada por la humedad y, tras ella, se oía un silbido y un refulgente haz de luz que se escapaba por debajo de ella. El inspector sacó su arma y, acto seguido, empezó a abrir cautelosamente la puerta.

1300. SHEILA AÑÓN BOLÓN – EL INFORME El taconeo amortiguado de los tacones de la inspectora Juana Carballo anunciaba su llegada a comisaría. Hoy ponía fin al caso que había llenado de

café sus noches y vaciado los días de su agenda. El repiqueteo de las teclas dejaría atrás un cruento asesinato, una doble traición y una madeja de mentiras y espejos que habían revelado facetas desconocidas de la condición humana. Después, regresaría a su impoluta casa, el rincón de su vida más ordenado, donde todo estaba en su sitio, donde no le esperaban sobresaltos, solo un buen plato de pasta y un gato cínico que la despreciaba y la mimaba a partes iguales. Pero antes tenía que limpiarse el estiércol de las botas y quitarse a sorbos el sabor a perfidia de la boca. Antes tenía que pagar una apuesta que había perdido, porque esta vez su instinto le había fallado.

1301. SHEILA EXPÓSITO – FALSAS APARIENCIAS Algo brilla en el suelo, entre los tacones de la víctima. —Una puñalada en el corazón —dice Abreu, arrodillado junto al cadáver. —Parece un cuchillo del siglo XIX. Lleva muerta poco tiempo —añade el forense. Hace quince minutos de la llamada. Anónima, claro. Miro de nuevo al novio, borracho, las manos llenas de sangre. Jura que intentó socorrerla. —Es el asesino, seguro —dice mi compañero. Yo no pienso lo mismo... Junto al joven llora la otra, la amiga. Pienso en su tarjeta: es anticuaria. No deja de mirar al novio. Con demasiada ternura. Es coqueta. Cuando se sabe observada, se arregla la caída del pelo. De otro modo no habría visto el rasguño de su oreja derecha. Falta el pendiente. Aquel brillo en el suelo me hace señas. Un cuchillo del XIX. Una anticuaria. Miradas muy tiernas. Sonrío. Caso resuelto. ¿Cuál será el siguiente?

1302. SHEILA MARTÍNEZ – MERCADO NEGRO Durante horas, el detective Jackson miraba los documentos. Había resuelto crímenes más difíciles, donde la policía corrupta manipulaba las pruebas. No obstante, el asesinato de una mujer a manos de su esposo le daba más quebraderos de cabeza. Preocupada le dije: —¿Has tenido problemas en casa? Te noto algo disperso. —No, con Celia estoy bien. Sabes que estoy investigando el caso del traficante de órganos. —Ella asiente—. Resulta que Alexandra, mi informante, se comunicó conmigo. Lo último que me dijo es el nombre de Jessica Parker. —Esa es nuestra víctima. ¿Qué significa esto? —Han querido echar la culpa al marido, pero si estaba relacionada con el tráfico de órganos... Jessica aparecía en varios documentos. Transportaban erizos de mar y productos exóticos; más, he corroborado las fechas de salida del muelle y no corresponde con las fechas que atracaban los barcos. Ambos nos miramos con complicidad y dimos el siguiente paso. Había que apretar más al marido en el interrogatorio.

1303. SHEILA MUÑOZ PÉREZ – SUSURROS DE UN SUBCONSCIENTE INTRUSO Marzo de 2013. Marta Salazar es encontrada en su piso muerta, se había suicidado. Una chica normal, poco sociable, que vivía lejos de su familia. Durante los meses siguientes, fueron apareciendo otras personas con una personalidad parecida a la joven, que se suicidaban sin motivo aparente. Para la policía, eran meras coincidencias. Cinco meses después, aparece en comisaría un joven atractivo, Alan. Pregunta por el inspector jefe Martín y afirma: «Soy el subconsciente de todas esas personas suicidas. Yo soy su asesino. Venían a mi bar, hablaba con ellos hasta que me cogían la confianza suficiente. Iba a sus casas, les investigaba y, cuando estaba seguro de que podía actuar, allá iba. Noche tras noche entraba en sus casas, les susurraba mientras dormían lo malos que eran para la sociedad, que no servían de nada y que estaban mejor muertos, hasta que ellos solos terminaban mi trabajo, con las venas cortadas, con una cuerda en el cuello, a los pies de las escaleras... Mis crímenes perfectos».

1304. SHERE CANDEAS REAL – ¿TRUCO O TRATO? Casi había caído la tarde. El reloj marcaba las ocho. Pronto no se vería, pero él no llegaba. Tendría que marcharse. No era un camino desconocido, pero siendo la noche de Halloween, seguro que alguien le daba un susto. Un año más, no había podido entrar en la mansión abandonada. ¡Este año había estado tan cerca! ¿Qué le habría pasado al vendedor? La noche se había cerrado. Los gritos de los chicos se oían a lo lejos. Se había cruzado con algunos buscadores de misterio en la vieja mansión. De repente: —¿Truco o trato? Notó la fría hoja del cuchillo deslizarse por su garganta, mientras le susurraban al oído: —Debías haberlo dejado estar. Te advertí que no siguieras removiendo el pasado. Esa casa tiene mucho más que ocultar que fantasmas. Ahora, tú serás uno de esos misterios. Nunca encontrarán tu cuerpo. ¿Quién iba a sospechar del viejo maestro?

1305. SHEYLA PEREIRA GONZÁLEZ – VENGANZA Y DROGAS Un día, a altas horas de la noche, en una ciudad de Palma de Mallorca, una mujer caminaba de la mano con su esposo y su perro. El animal corrió hacia un árbol, cuando de repente unos ladridos llamaron la atención de sus dueños. Para su sorpresa, se encontraron un cadáver sin manos ni ojos. Unas horas después, el matrimonio era interrogado por la policía. El detective de narcotráfico se llamaba José Hernández. Junto a su compañera, Anna García. Normalmente, un asesinato va al Departamento de Homicidios, pero no cuando se trata de un asesinato de un narcotraficante. José y Anna consiguieron unas pistas muy interesantes que los llevaban al nieto de un viejo narcotraficante de origen ruso desaparecido hacía cincuenta años. Así

que decidieron interrogarlo: Dmitry Morózov, de tan solo dieciocho años, organizaba la prostitución y era el jefe de la banda. Los detectives descubrieron que Dmitry había sido el que mandó matarlo por el asesinato de su novia, Giselle, la cual estaba embarazada de seis meses.

1306. SILVIA BAUTISTA QUINTANA – EL CRIMEN DEL TÉ Los vecinos del bloque escucharon un disparo justo a la hora del desayuno. Cuando la policía llegó, se encontró con el cadáver tirado en el suelo. Era Simón Bonet. Cuando Simón dobló la esquina antes de entrar a su portal, vio como la muchacha que caminaba delante de él caía al suelo. Era un hombre grande y escaso de iniciativa, pero decidió acercarse. El pulso era constante aunque débil. Estaba tan delgada. La levantó entre sus brazos y la metió en su casa; desde allí podría llamar a emergencias. La puso suavemente en el viejo sofá justo en el momento que ella abría los ojos. Le dijo que se llamaba Margarita y después de asegurarle que se encontraba bien se fue a la cocina a prepararle una infusión. Cuando se acercaba por el pasillo, con la tacita entre sus enormes dedos, ella le disparó. Margarita Delgado salió del centro penitenciario tras ver a un encapuchado suministrar una inyección mortal a su padre. La misma capucha que encontró sobre la mesita de aquel buen samaritano...

1307. SILVIA FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO Mi corazón sonaba con fuerza en mis oídos mientras corría tras el asesino. Había girado a la izquierda y lo perdí de vista. Me detuve en seco en la lluviosa calle a la espera de cualquier sonido que pudiera identificarlo. Y de repente, lo escuché, con su respiración agitada tras la esquina de un edificio. Lentamente, desenfundé la pistola y comencé a caminar sigilosamente hacia él, concentrándome únicamente en los latidos de mi corazón, que parecía querer delatarme. Cada segundo escuchaba su respiración más cerca de mí, ya lo tenía a escasos metros, el asesino que había matado a tantos policías, incluyendo a mi padre. Giré en la esquina y lo encontré con su sonrisa torcida, riéndose de mí, mientras me apuntaba con un arma al pecho. Sabía que era el momento, no tendría otra oportunidad, cerré los ojos y apreté el gatillo. El asesino cayó ante mí, desangrado, dejando caer una granada a mis pies... Incluso muerto, lo había vuelto a hacer...

1308. SILVIA GÓMEZ PUIGVERT – SIN TÍTULO Finalmente, confesó. Había seguido a las mujeres durante varios días aprendiéndose sus rutas y amistades. Después, las había atraído a zonas menos transitadas con cualquier excusa y, usando una Glock del 37, las había secuestrado, llevándoselas con una furgoneta que, tras el último crimen, había arrojado por un barranco. Tras violarlas varias veces, las había disparado en

la cabeza; sus rostros habían quedado irreconocibles y, además, había tirado los cadáveres a un pantano cercano a su casa de campo. El detective Campbell regresó a su hogar agotado por el interrogatorio. Ese caso había sido muy difícil, quizá porque todas las víctimas tenían unos rasgos parecidos a los de su esposa, fallecida en un accidente de tráfico con su amante. Puede que eso fuese tan falso como la confesión del hombre. Aunque nadie tenía por qué saberlo. Campbell bajó al sótano y sonrió calmadamente, observando los trofeos que había cogido de todas sus víctimas...

1309. SILVIA GORDILLO – SIN RESERVA Aquel lugar se parecía mucho al pueblo de La Mancha donde había pasado los primeros años de su vida. Y sin embargo, el cuerpo que había aparecido dentro de aquel remolque no le evocaba ningún recuerdo de los que guardaba de su infancia. Su instinto policial, moldeado con los años, le hizo ver que aquel hombre no había llegado allí por casualidad. El modo como el cuerpo descansaba sobre el suelo, el vidrio vacío de aquella exclusiva edición del mejor gran reserva de la bodega, era un macabro testamento de aquel hombre, que años atrás había sido el mayor y más reconocido productor de vinos del país. No había nota de suicidio. No era necesario. Tampoco había indicios de lucha o marcas de ligaduras, y la expresión de su rostro no trasladaba miedo ni rechazo. El cuerpo mostraba señales claras de haber sufrido un envenenamiento. Decidió irse. Y se fue.

1310. SILVIA GRIGUT – EL ÚLTIMO CAFÉ Esperando en aquella cafetería a que el tiempo pasara, un repentino grito hace saltar mi curiosidad. Al observar, veo una joven, de no más de veinte años, tirada en el suelo. Al examinar el cuerpo, el olor almendrado me confirma que el cianuro fue muy efectivo. Al levantar la mirada, observo a las dos posibles culpables: su amiga y la amable camarera. Observo sobre la mesa dos cafés con hielo, uno con dos y el otro con tres cubitos de hielo. Decido comprobar su olor, pero el olor almendrado que ansiaba encontrar no está. Me siento a pensar un momento mientras llega la policía y hace su trabajo. Sin embargo, no pasan más de dos minutos cuando un cliente de la barra arroja la luz necesaria para resolver el misterio. La solución resultaba obvia. El veneno está en el cubito de hielo que la víctima comió. Le conté al inspector mi teoría y, al comprobarla, se encontraron restos de veneno en el bolso de la amiga. Pruebas más que suficientes para cerrar este caso.

1311. SILVIA MENA TORRES – LA CABAÑA Susan y David iban a pasar un fin de semana romántico a las afuera de la ciudad, en una bonita cabaña donde poder dar rienda suelta a su pasión bajo el calor abrasador de la chimenea. A la mañana siguiente, David fue en busca

de leña y, cuando regresó, Susan no estaba. David gritaba exhausto sin obtener respuesta, la buscó por el bosque hasta que volvió a la cabaña. Susan no estaba en su mejor momento y David temía que hiciese alguna locura. Recordó que había un cobertizo; allí estaba ella, cubierta de sangre, con la mirada perdida, balanceándose adelante y atrás, y diciendo en voz baja...

1312. SILVIA RODRÍGUEZ SANZ – POR FIN HAY CAMBIOS EN LA RUTINA Apagó la televisión. El reloj marcaba más de la medianoche, y otro día más, se había quedado despierta viendo su serie favorita. ¡Cómo le gustaría ser como Kathy, más arriesgada, más audaz, y tener a alguien como Rick suspirando por sus huesos! Hacía ya más de seis meses que había terminado su instrucción en la Academia de Policía de Nueva York, y sus jefes lo único que hacían era mandarle a redactar informes. Ese día, como el resto, había terminado su jornada a la hora habitual, se había ido a casa, había sacado a su perro y se había puesto delante del televisor con una pizza y su serie favorita, dispuesta a ponerse al día con la nueva temporada. Sin embargo, cuando oyó que su teléfono sonaba con la melodía de la serie... —Buenas noches, capitán. ¿Ha ocurrido algo? —Buenas noches, agente. Siento molestarla, pero tenemos un caso y necesitamos su ayuda... Algo se encendió dentro de ella... ¿Podría por fin demostrar su valía? Pronto lo sabría.

1313. SIMO ILBAN – SIN TÍTULO En un cuarto sin luz, apagado y mustio, yace mi cuerpo, con lo que aún parece vida, una vida sonriente de mentiras. En cuanto la luz desaparece, lágrimas caen sobre mi rostro y sangre sobre mi piel. Esta lucha la tendré hasta el fin, esperando tumbado a que llegue y desapareciendo de esta tortura llamada vida. La chica del tren; era ella. Su oscuridad me atrapaba y apagaba mi alma, la rendición no paraba y consumía mi alma en cada delirio. Su mirada cambió mi vida como su belleza fría y sus ojos de cristal. Ella era el vaso de agua que calma la sed de verdades ocultas. Te encontré por las lágrimas que derramaba en cada delirio, en cada gota caía una letra para encontrarte. Usaste mi cabeza como un revólver, como una bomba atómica, me manejaste a tu antojo para matar a mis padres con mis propias manos.

1314. SIMON CAULFIELD – ALGO PERSONAL El día que le pedí matrimonio a mi futura esposa, la víctima recibía un disparo en la sien derecha. Hallaron el cuerpo el día que me casé, cuatro meses después. Cuando volví de la luna de miel, habían descartado el suicidio

y recibí el caso en mi mesa desordenada. Estaba inidentificable. Por el informe forense, tenía la edad de mi mujer y, posiblemente, como mi flamante esposa, sería huérfana: nadie había denunciado su desaparición. El vértigo de estar ante un caso tan anónimo y al mismo tiempo tan familiar me trastocó de un modo que pude intuir la locura de la implicación personal. Cuando dimos con una pista, la seguí como si me fuera la vida en ello hasta llegar al antiguo barrio de mi mujer, a su bloque de pisos y, finalmente, a su piso de soltera. No puedo decir que no notara algunos cambios en su personalidad después de prometernos, pero los achaqué a la presión de los preparativos de la boda y, después, estaba tan inmerso en el asesinato de mi mujer que no advertí la suplantación.

1315. SIMÓN NÚÑEZ VÁZQUEZ – GRACIAS, JACK Te estarás preguntando qué hago hablando contigo tan pronto... Vengo a agradecerte lo de ayer. Vale, lo admito..., arriesgarme a que cuatro guardaespaldas me dejasen seco por tener pegada una pistola a la cabeza del comisario de policía de Nueva York en la recepción en casa del alcalde no era lo que tenía pensado para pasar mi resaca habitual de los martes..., pero bueno, era eso o dejar que el muy gilipollas se librase de la muerte de Rachel por la cara. Y lo sé, amigo, puede que solo sea un detective del montón, pero un momento de lucidez en medio de mi normalizada ingesta de licor no lo desprecio ni yo..., así que cuando el fiscal que estaba en el salón acabó de tragar saliva y empezó a pedir que dejaran de apuntarme, comprendí que había entendido que la muerte de su hija solo la pudo cometer alguien con acceso a sus notas, o sea, su jefe..., por lo que era el único que sabía a qué hora saldría de la reunión en el ayuntamiento. Así que, mi querido Jack Daniels..., gracias.

1316. SOFÍA FERNÁNDEZ PARDO – CHICA EN MAL SITIO Y EN MAL MOMENTO Una mañana, una adolescente salía por la noche a una fiesta sin que sus padres lo supieran, y al acabar la fiesta, un hombre la cogió del cuello, la ahogó y luego le metió un cuchillo hasta el fondo del estómago. La inspectora Kristen fue a ver a la víctima junto su ayudante Taylor. Cuando Taylor la vio dijo: —Nos ha tocado un asesinato muy fácil. —Y además en un callejón —dijo la inspectora. La primera sospechosa fue su amiga Katy; dijo que ella solo la vio entrar a la fiesta. La inspectora le preguntó si iba sola, le dijo que sí, pero un hombre no paraba de perseguirla. Kristen le pidió una descripción. El hombre tenía barba, gafas y sudadera. A la mañana siguiente, volvieron donde estaba la fiesta y allí lo encontraron borracho en una esquina; lo llevaron a comisaría y confesó todo lo ocurrido.

1317. SOFÍA CÁRDENAS CORTÉS – BACH Cuando el detective llegó, se agachó para mirar esa figura inerte. Se agachó mirándole a los ojos sin reparar siquiera en el nivel poético de la sangre. No puede comprender. No puede meterse dentro del dolor. No sabe por qué le hice tragarse la tercera cuerda hasta que le atravesó la garganta, desde el interior hasta el exterior. Mediocridad inagotable. La sangre le bajaba lenta desde el cuello por la piel, como el arco deslizándose por el violín; una y otra vez. Estuve a punto de besarle mientras se separaba el cuello de la espalda. Puse mis manos en él igual que en la madera negra y en el extremo de la cuerda donde las yemas de los dedos tienen que apretar fuerte. La melodía exige dolor. Nadie te lo dice nunca. Tocar duele. El detective no lo puede comprender. Le maté porque nunca me dejaba terminar.

1318. SOL GEMIGNANI – DESDE DENTRO Ha pasado mucho tiempo desde aquel día, pero aún me acuerdo perfectamente de cada paso que di en mi investigación, la cual no conseguí finalizar, ya que el caso fue abandonado. El caso se centraba en un asesinato de una joven, Shannon, la cual permanecía en un psiquiátrico porque, según ella, «veía cosas». No se sabe por qué murió, ni los forenses lograron diagnosticarlo. Decidí infiltrarme en aquel psiquiátrico para intentar reproducir fielmente los pasos de Shannon; recibo ayuda desde la oficina para la que trabajo. Cuando entré, la única pertenencia que me dejaron tener conmigo fue este diario. Siguen pasando los días y lo único extraño que logro percibir es la medicación, la cual hace que pierda la cordura. Mis compañeros de habitación, tras tanto medicamento, desaparecieron del psiquiátrico. Dejé de recibir ayuda. No voy a poder seguir investigando. Soy la próxima en la lista. Si alguien consigue leer este diario, que intente cerrar este psiquiátrico.

1319. SONIA BASTÚS – MUERTE EN LA NEVERA Un golpe directo en el cuello. Un cuerpo que cae derrotado. Una burbuja en la arteria. Cuando el inspector llega, parece la muerte perfecta. Pero un error, un error es suficiente y los besos... los besos pueden llegar a ser mortales. —¿Por qué mató a su mayordomo, señor B...?

1320. SONIA CID FERNÁNDEZ – ENTRE LAS SOMBRAS Sangre. Todo lo que Charlotte veía era sangre. Manchas de sangre por todo el comedor, las paredes, el suelo. De pronto, todo su cuerpo se paraliza al ver a sus padres, con heridas de bala en el pecho, amordazados a una silla. Alguien se acerca sigilosamente por detrás, apuntándola con una Glock. Charlotte siente escalofríos, se gira y ve a alguien con un pasamontañas que la

observa con unos grandes ojos grises, como el cielo cuando anuncia una tormenta. Ella intenta escapar, pero el hombre la agarra fuertemente de la muñeca e impide su huida. Se acerca a ella y en un tono amenazante le susurra al oído: «Nos volveremos a ver, Charlie». Diez años después. Un hombre de ojos grises observa a una joven de veinticuatro años entrar en su casa. Sonríe, fue tan fácil. Por mucho que ella cambiase de nombre y de ciudad, siempre la encontraría.

1321. SONIA GÓMEZ GONZÁLEZ – ¿JUSTICIA? Otro asesinato de un maltratador. Pronto habría más maltratadores muertos que maltratadas. No es que me molestara, más bien al contrario. Había empezado a detectarlo hacía siete meses y no había ninguna prueba, nada. Pero todo coincidía: el muerto hace un seguro de vida a favor de la persona maltratada, lo paga a través de una cuenta bancaria y, meses después, muere asesinado. Sin ningún sospechoso. En todos los casos, se había investigado a la víctima de maltrato y su entorno familiar y en ningún caso había sido posible hallar un sospechoso. Lo único que nos había puesto sobre aviso era que, en todos los casos, la víctima del maltrato tenía un seguro de vida a su favor por una buena cantidad. Distintas técnicas, distintos entornos... Solo coincidía la violencia machista, el seguro de vida y el asesinato posterior. Parecía que alguien había decidido limpiar la ciudad de escoria...

1322. SONIA LAIN CORDENTE – Y ENTONCES SUCEDIÓ No recuerdo con exactitud qué día ocurrió, solo sé que ocurrió en primavera. John y yo estábamos en su despacho, como de costumbre; entonces, lo oímos, un golpe seco, y parecía venir del vestíbulo. John salió a averiguar qué había sucedido y me pidió encarecidamente que aguardara allí, pero tardaba demasiado en volver y decidí ir a buscarle. Salí sin apenas hacer ruido, y de repente me quedé paralizada al final del pasillo, la puerta estaba entreabierta y al otro lado un hombre encapuchado estaba golpeando a John mientras le gritaba algo en un idioma que no supe distinguir; no sabía qué hacer, aunque sí sabía que no podía permitir que le hicieran daño; regresé sin dudarlo al despacho con mucho sigilo, cogí la Beretta 92 que John escondía en su escritorio, volví sobre mis pasos, abrí la puerta de golpe, haciendo esta vez todo el ruido posible y conseguí mi objetivo: el agresor soltó a John por un momento y se giró hacia donde yo estaba; entonces, sin vacilar, cerré los ojos y disparé.

1323. SONIA MARTÍ GÁZQUEZ – DOBLE JUEGO Cerró la puerta llevando consigo un café. Se acercó a la ventana y sus garzos ojos se iluminaron. Las calles de Nueva York comenzaban a despertar.

Sonrió con sarcasmo antes de saborear el contenido de la taza. Como siempre, aquel negruzco líquido sabía a rayos. Tomó asiento en su despacho sabiendo que el hallazgo pronto sería descubierto. Había dejado el cadáver visible y era cuestión de minutos que algún transeúnte diera parte a la poli. Lo sabía porque siempre actuaba del mismo modo. De reojo, miró el reloj; cada vez faltaba menos. Se acomodó en el asiento y se deleitó con el asqueroso brebaje. Doce minutos más tarde, la puerta de su despacho fue abierta. —Inspector, nuestro asesino en serie ha vuelto a actuar —anunció su compañero McNeil. El inspector Staton asió la placa y el revólver de la mesa para partir con orgullo a su impoluta escena del crimen.

1324. SONIA RECASENS MÁRQUEZ – FLOR DE LIS Ed continuaba sin poder pegar ojo. Desde que vio a Jane Doe en el depósito de cadáveres, no podía creer que nadie la reconociera. La habían encontrado semienterrada en los escombros de una obra cerca de la comisaría. Llevaba tres días sin descansar y lo mismo les pasaba a sus compañeros, Dídac y Alfredo. No había pistas, no había sospechosos, pero algo les decía que no era un crimen cualquiera. El informe de la autopsia que Julia Thompson le había enviado a su teléfono decía que Jane estaba embarazada; su salud era perfecta, sin rastro de alcohol ni drogas. Presentaba traumatismos varios y señales de autodefensa. Andrea, la analista, le había informado de varios casos abiertos similares a lo largo de una década. Esta pista les sirvió para desempolvar los casos antiguos y descubrir un patrón. Todas las víctimas tenían el mismo tatuaje, una flor de lis. ¡Ahí estaba la pista! Ed supo en aquel instante quién era el asesino. El senador.

1325. SONIA SARRIA – DESDE NUEVA YORK, CON AMOR El vozarrón de la señora Cox anunciando que tenía correo fue suficiente para que al doctor William Talbott se le despegaran las sábanas. Era 4 de junio, y las noticias de Daniel habían llegado según lo previsto. ¿Qué mejor forma de empezar el día que leyéndolas? Lento y perezoso, el aún no tan ilustre doctor Talbott le abrió la puerta a su casera y arrancó la carta de entre sus rollizos dedos. Le regaló una sonrisa seca; al fin y al cabo, el sobre estaba intacto aquella vez. Abrió el sobre con cuidado y admiró la carta. Tenía la esencia de su Daniel por todos lados; en el papel arrugado, en las letras taquigrafiadas —¡solo Daniel podía ser tan retro como para escribir a máquina!—. Leyó la carta con avidez, como si él fuera a aparecer por terminar antes, y quizás fue a causa de esas ansias que tardó en comprender lo que Daniel le había mandado: una nota de suicidio. La conclusión le dejó sin aliento. Y ya sintió que desfallecía al ver que aquella firma no era la de su pareja.

1326. SORAYA ABELINO GOIKOETXEA – EN OTRA REALIDAD Había mucha luz en la habitación, y yo me sentía tranquila. Oía las conversaciones de la gente que estaba a mi alrededor. La ruptura de un hombre con su pareja, los problemas de otro con su hijo adolescente. Yo disimulaba, me sentía violenta. Sentía frío. Los dos varones seguían hablando, y uno de ellos me miró fijamente. Me empecé a poner nerviosa y decidí salir de allí. Pero en ese momento, se dirigió hasta mí y me miró nuevamente. Pero esta vez de frente, a la cara, durante unos segundos. Levantó una mano hacia mis ojos y todo se volvió oscuridad. Mi cuerpo empezó a zarandearse y oí un ruido estremecedor. Quise defenderme y no pude. Ya estaba dentro de la cámara frigorífica.

1327. SORAYA PUENTES MERA – DOCE Era pintor, también cirujano y experto matemático. Le gustaban los números, sobre todo los pares, aquellos números que se emparejaban entre ellos como bailarines sobre la pista de baile. Gabriel Adams era el perfecto mesías para colorear con pigmentos el lienzo de la vida, o así se veía a sí mismo. Su obra, impotente bajo sus vidriosos ojos azul verdosos, era simetría y simbiosis, belleza divina en un mundo sin color. Miró el reloj, empezaron a sonar las doce y comenzó el inesperado concierto. La madera se rompió a fuerza del primer violín, las pistolas sonaron entre ecos de violas y, bajo el énfasis de la sonata de Henry Purcell, el maestro artista cayó a los pies de su propia obra. Una figura humanoide que recordaba al célebre monstruo del doctor Frankenstein.

1328. SORAYA STUURMAN NAVARRO – OBSESIÓN Recibo una llamada y la historia se repite; pétalos ensangrentados, ese olor peculiar y un rastro de sangre hacia el dormitorio donde otra joven yace en la cama... Después de seis víctimas, por fin cometiste un error. Esta vez no pudiste reprimir tus impulsos, ¿verdad? Ahora los recuerdos de aquella noche me invaden. Tus constantes cambios de humor, tus ausencias repentinas e inexplicables y la obsesión por Amanda... ¡Dios! Ahora me doy cuenta, todas se parecían a ella... Espero impaciente los resultados del laboratorio. Quiero equivocarme, pero al abrir el sobre, mis sospechas se confirman: Gleen Friman. Aunque me aparten del caso, no voy a parar hasta saber la verdad, necesito explicaciones. Voy a tu casa, sus fotos y los recortes de periódico me rodean, llegaste demasiado lejos. Esas chicas no tenían la culpa de que Amanda te rechazara, no se merecían lo que les hiciste... Debo avisarla, corre peligro.

1329. STEVEN GUZMÁN – SIN TÍTULO

Era una fría tarde de invierno, la nieve caía sin cesar por las calles de París. John salía a dar su paseo matutino por el parque como de costumbre, le gustaba salir antes de hacer un examen importante, el cual decidiría si se convertía en un criminólogo o no. Llevaba mucho tiempo deseando serlo. A la temprana edad de diez años, John Zrenark observó cómo su padre, Blade Zrenark, era detenido por un delito que no había cometido y, tiempo después, fue asesinado en la cárcel. Su madre se sumió en el alcohol por el fallecimiento de su padre. John decidió en un futuro ser alguien que diera un verdadero significado a la palabra justicia. Desde ese momento, John ha ido esforzándose día a día por alcanzar su objetivo hasta aquella mañana, en la que mientras daba su paseo antes del examen, una furgoneta aparcó a su lado, salieron unos tipos armados y lo subieron a la furgoneta. John estaba con la cabeza tapada; varios minutos después, salieron de la furgoneta y allí estaba su padre...

1330. SUSANA DE LA DEHESA – LUCES DE NEÓN Llevo tanto tiempo observándote que ya perdí la cuenta. Todas las noches, las luces del club iluminan tus labios rojos, carnosos y sugerentes. Nunca faltas a tu cita nocturna. Te propuse cambiar de vida; te reíste de mí, me llamaste loco. Pero esta noche serás mía. Una llamada anónima y te diriges a mi hotel. Tus caderas se bambolean con cada uno de tus pasos; me vuelven loco. El corazón se acelera, no puedo esperar más. La puerta suena. Con pulso tembloroso, la abro. Tu cara pasa de la sorpresa al asco. Intento besarte y el estallido de tu mano contra mi cara resuena en toda la habitación. Te lanzo sobre la cama y mis manos rodean tu frágil cuello. Tus preciosos ojos se apagan. Pasan los días y oigo las sirenas de la policía. Unos pasos rápidos se oyen por el pasillo. Saco el revólver de la mesilla y me tumbo a tu lado. «Ya vienen, mi amor». De una patada abren la puerta, apuntándome con sus armas. Gritan que me detenga, pero ya es tarde. Te miro y aprieto el revólver apuntando a mi sien.

1331. SUSANA LÓPEZ REY – OJOS VERDES Sintió como un líquido frío le recorría las venas, abrió los ojos y vio unos ojos verdes casi extraterrestres. —Ha despertado —sintió que decía. «¿Dónde estoy?», pensó, a lo que le respondió—: ¿Recuerda la invitación al balneario, Sr. Rick? Sí, recordaba aquella extraña invitación, y cómo Kathy le había insistido. Recordaba esa mañana entrar en el centro, la habitación, tumbarse... —¿No recuerda nada más Sr. Rick? —le preguntó ojos verdes. No, no recordaba nada más. —No se preocupe, forma parte de un experimento de la CIA de comunicación mental. «¡¡Claro!!», eso era lo extraño, en ningún momento había pronunciado ni escuchado palabra alguna; sin embargo, se comunicaban.

—Cuando despierte, no recordará nada. «Sinceramente da igual —pensó—. Kathy nunca me creería». Silencio. Oyó una voz lejana —¡Sr. Rick! Abrió los ojos y vio unos ojos verdes casi extraterrestres. —Se ha quedado dormido durante el masaje. ¿Ha estado todo a su gusto?

1332. SUSANA P. MINAYA – LOS BRAZOS Había amanecido un día tristón. Kathy estiró sus delgados brazos, se restregó las legañas y esbozó media sonrisa a Rick, cuando le dijo: —Me voy, Rick, hoy me toca hacer de guardaespaldas. —Oh, cariño —dijo Rick, con voz burlona; si es de Miranda Kerr, avísame. —Mira que eres tonto —contestó Kathy. Esa tarde, en una sala del MoMa, Barack Obama y su esposa inauguraban una exposición, y Rick observaba a las celebridades y a su chica, que en un ángulo de la sala vigilaba como uno más de los guardaespaldas, cuando de repente vio a Donald Trump con su anticuado tupé, sujetando un móvil. Todo ocurrió rápido, el teléfono ocultaba un bisturí afilado que Donald pensaba clavar al estrechar la mano a Obama, pero Rick le empujó mientras gritaba: «Kathy, dispara». Tras los disparos, el presidente felicitó a Kathy, mientras que Rick no dejaba de mirar embelesado los magníficos brazos de Michelle Obama.

1333. SUSANA ROSSIGNOLI FERNÁNDEZ – POR LOS PELOS Hacerse abogado, como decía su madre, le habría ahorrado estar persiguiendo a un sospechoso en una noche gélida. Ser detective privado era duro. Leo lo sabía, pero este era un maldito atleta que solo salía de casa para correr. ¿Qué hacía todo el día encerrado? ¿Estudiar oposiciones? Su cliente, Joe, el Penas, no opinaba igual, y Leo y su arritmia intentaban conseguir una muestra de ADN para cotejarlo con el que Joe tenía de su mujer. Sabía que era inútil, pero había que hacer el paripé. Leo se chocó con el atleta, «uh, perdón», le arrancó un pelo y salió pitando. Un esbirro de Joe estaría mirando desde cerca. Seguro. Leo suspiró, sacó un pelo suyo arrancado previamente, lo metió en una bolsa y se acercó al bar de Joe. —Toma, Joe, si lo analizas verás que coincide con el pelo que encontraste; ese es el tipo que se tira a tu mujer.

1334. SUSANA SUÁREZ ARTIDIELLO – NADA ES LO QUE PARECE Toc... Toc... Toc... Tres golpes secos rompieron el silencio nocturno. Malcolm, aturdido aún por el brusco despertar, abrió la puerta de su hogar y

allí estaba... tirada, sola y pálida como el hielo. —En efecto, capitán —dijo la forense—, la mujer fue asesinada allí mismo, minutos antes de que la encontrara. Se llamaba Amy. Tenía una nota en su bolsillo con una única frase: Eres el próximo. Las huellas encontradas en el portal de Malcolm condujeron la investigación hacia Jonas, exnovio de la víctima. Su pasado violento, su drogadicción, además de su detención cuando merodeaba por el barrio del capitán, no hicieron más que confirmar todas las sospechas. El caso estaba cerrado, pero Malcolm no conseguía conciliar el sueño. ¿Qué tenía que ver él en todo lo sucedido? Algo se le escapaba. El cansancio acumulado cerró por fin sus ojos para abrirlos sobresaltado al minuto siguiente. Toc... Toc... Toc...

1335. SUSANA UZQUIANO MAROTO – SIN TÍTULO La inspectora Thea Spark y su compañera Elisabeth Farres habían sido localizadas para desplazarse hasta una de las calles de la ruta turística más famosa de Londres, la de Jack el Destripador. En menos de una semana, tres mujeres habían sido secuestradas, vestidas como fulanas de burdeles del siglo XIX y asesinadas. Todas seguían el mismo patrón: eran estranguladas, degolladas y finamente mutiladas con la afirmación forense de que carecían de algún órgano vital. Cada una de las mujeres inocentes había sido abandonada en las calles donde el verdadero Jack había asesinado siglos atrás. Aquel criminal estaba siguiendo sus pasos haciendo creer a la prensa que el verdadero Jack, desaparecido en sus tiempos, había vuelto. Finalmente, varios equipos de la comisaría se dividieron ocultándose en las dos calles restantes. Atraparon al asesino, un reputado neurocirujano. Por desgracia, fue tarde para la penúltima mujer. Ya había sido estrangulada.

1336. SUSANA VÁZQUEZ ANA – OBJETIVO EQUIVOCADO Subía tranquilamente las escaleras de su casa cuando lo vio. Frente a su puerta, en el suelo, aquel sobre marrón le hizo pensar que el final de su colección estaba cerca. Sonrió. Entró en casa, dejó las llaves sobre la mesa y abrió el sobre cuidadosamente. Recordó que Anna siempre se burlaba de él. «Eres un raro. Mira que coleccionar cartas de restaurantes famosos. ¿Para qué sirve eso? ¡Si no puedes ir a ninguno!». Pero en aquel sobre marrón no estaba la carta del restaurante Nirasawa. Una nota y un sobre pequeño era su contenido. Miró el remitente: desconocido. Miró la dirección: calle Luna, 9, 3º B. ¿3º B? Su casa era el 3º A. «Se han equivocado». Aun así, la curiosidad pudo más. Leyó la nota: Te has puesto al descubierto. Termina el trabajo. Elimina al objetivo. Tienes veinticuatro horas. Abrió el sobre pequeño. Era una foto suya cruzando la calle.

1337. TAKONES MANCHEGOS – SIN TÍTULO

Allí estaba. Otra vez a las ocho de la mañana y sin mediar saludo con ella. La miraba con desprecio y no respetaba nada, le pisaba su trabajo diariamente. Cuando tuvo su repugnante espalda a la altura de los ojos, levantó la herramienta de trabajo y le asestó un golpe en esa nuca gorrinera. Él cayó como un fardo al suelo. Para rematar la faena, le vació en la garganta una botella de lejía hasta que vio cómo escupía los pulmones. A ella, las consecuencias ya le daban igual; lo había dicho por activa y por pasiva: nunca le hizo caso. Esperó sentada en el portal de la finca a que apareciera la policía y, horas después, les repetiría como un mantra: «Se lo dije muchas veces. A Gervasia Sánchez, nadie le pisa lo fregao».

1338. TAMARA ALCALÁ JIMÉNEZ – LA CEGUERA A través de la ventana vi la mueca de terror que expresaba su rostro. Al momento, desapareció de mi campo de visión y se hizo la oscuridad. Aturdida, me tambaleé siguiendo el rastro de sangre que me conducía hasta el fatídico desenlace y horrorizada por la visión caí de rodillas. El pánico me inmovilizó, ella se levantó y en sus pies yacía el cuerpo sin vida de su penúltima víctima. Avanzó hacia mí con gesto siniestro. Las últimas palabras que oiría: «Contigo termina todo, Agatha» y mi última visión, su número de placa. Y la tiniebla se alzó para no marcharse jamás.

1339. TAMARA MORÓN – EL JUEGO Corría sin poder mirar atrás; si lo hacía, sabía que su destino sería trágico. La angustia y el miedo se estaban apoderando de ella y cada paso que daba iba siendo más y más inestable. Sus fuerzas y su voluntad se iban disipando. Los árboles, que podrían ser su único escondite, eran más bien un impedimento, ya que se encontraba en el lugar habitual de caza del arquero. Lo sabía por los dos últimos asesinatos que habían aparecido, y cuyos agentes habían encontrado tirados muy cerca de las entradas del Central Park. No había sido casualidad que ella estuviera allí. Había sido estudiado a conciencia por sus agentes, su más leal compañero y ella misma, pero como muchas veces pasa, no se puede estar siempre en la mente de un asesino, y este era más listo que todos ellos. La había increpado, desarmado, quitado la posibilidad de pedir ayuda y lo más importante en su diversión: le había dado la posibilidad de vivir unos minutos más. El juego con ella había empezado.

1340. TAMARA PASTOR – SIN TÍTULO Todo empezó con una llamada; me habían asignado un caso y me preparé para acudir a la escena del crimen. Allí estaba ella, tirada en el suelo, con la cabeza contra la acera rodeada de sangre, cerca de la salida trasera del hospital donde realizaba sus prácticas universitarias. Sin cámaras ni testigos, solo podía investigar a las personas de su entorno. Su formadora en el trabajo

dijo que, días antes de su muerte, escuchó una discusión entre ella y su excompañera de clase. Fui a interrogarla, y me contó que había sido porque le había quitado el lugar de prácticas y que fue una tontería. Pero el novio de la víctima aseguraba que ambas eran muy competitivas y se empeñó en demostrar que era culpable, lo que me hizo sospechar de él; entonces me enteré de que tenían una relación violenta y tormentosa, todo apuntaba a él. Hasta que me di cuenta: ese día, la chica salió antes de hospital, cosa que nadie supo, nadie salvo la mujer a la que sustituiría si conseguía el trabajo, su formadora...

1341. TAMARA PRIETO CANTELI – SIN TÍTULO Tras cinco años, recuerdo aquella noche como si fuese ayer. Me llamo Jimena y tenía veintitrés años cuando esto me sucedió. Una noche, salía de trabajar cuando me encontré con un hombre. Al verlo, un escalofrío recorrió mi espalda. Se colocó delante de mí, no me dejaba pasar y al intentar rodearlo me agarró; traté de defenderme, pero no sirvió de nada. Me arrastró hasta un hueco, era una sala con camas y utensilios de operación. Tras encadenarme a una camilla, empleando un bisturí, me hizo cortes en brazos y piernas durante lo que creí que eran horas. De repente, escuché voces y pensé que sería un cómplice; me equivoqué. Era la policía, venía a salvarme. Todo había terminado. Un compañero de trabajo había visto lo ocurrido y alertó a la policía. Ahora es mi pareja, mi amigo y mi salvador.

1342. TAMARA RAMAS BARROSO – EL DOLOR DEL AMOR Me dices que me perdonas, pero te giras y ya no me miras. Te hice tanto daño, pero aunque no me creas, cuando te veo marchar todo mi mundo se viene abajo. Siento como corro detrás de ti, pero no me muevo, es solo mi espíritu el que corre y quiere luchar por no perderte, y lucho, y sin darme cuenta estoy andando hacia ti. Apenas siento las piernas, pero si puedo estar cerca de ti, vale la pena cualquier esfuerzo. Y estoy justo detrás, te llamo y tú te giras. Y te miro y me miras y no hace falta decir nada, porque el amor que sentimos el uno por el otro habla por nosotros. Solo tú y yo. Solo dos personas que se aman, que no pueden vivir el uno sin el otro. Te tengo en mis brazos, y te beso y te digo con todo mi ser lo que siento, todo lo que he sentido en este tiempo que hemos estado separados. Y sí, han sido solo minutos, segundos, pero para mí ha sido todo un mundo, un mundo sin ti, un infierno al que no quiero volver. Y solo puedo decir gracias por creer en nuestro amor.

1343. TAMARINDO CONDE – ROBERT Corrían en busca de lo que habían raptado. Se lo habrían llevado y tenían que encontrarle. Buscaron por todos los rincones que se les ocurría.

Hasta que dieron con una mujer sospechosa. Era muy alta. Se presentaba amenazante, con los brazos en jarra y expresión desafiante. —Usted, señora. Sé que sabe dónde está Robert. ¡Confiese! —No me hagas repetirte lo que ya sabes —contestó la mujer. Los dos compañeros se miraron, incrédulos. —La señora no nos sirve de ayuda, agente Conde. Será mejor seguir con nuestra investigación. Siguieron andando, por todos lados, dando rodeos. Hasta que se fueron, siguiendo una pista, a un jardín trasero. ¡Había una sombra sospechosa! Sacaron sus armas y avanzaron con cautela. —¡Llegamos tarde! Encontraron a Robert, colgado de una cuerda, sujeto por las orejas. Intentaron bajarlo, pero no llegaban, no podían hacer nada por él... —¡Mamáááá! —Luna, Juan. Dejad el peluche.

1344. TANA GONZÁLEZ – ELEMENTAL —Tengo información que puede ayudarle, sargento. —¿Quién demonios ha dejado entrar a este tipo? Di órdenes expresas de que no dejaran pasar a este tocapelotas. Era obvio que el Sargento McPhee aún no había tomado su café y la almorrana le estaba dando por saco...

1345. TANIA ARRANZ – SIN TÍTULO Miró el cuerpo tendido sobre la acera y el charco escarlata que se había formado bajo su cabeza. Impresionado aún por la escena que tenía ante él esa mañana, confirmó que estaba muerto. Una señora gritaba sin parar en la acera, mientras dos agentes intentaban calmarla sin éxito. Pero él ya no oía nada, estaba concentrado en el caso, buscando pistas, testigos, sospechosos y motivos. De repente, una mujer se desplomó de rodillas ante el cadáver y lloró y lo abrazó sin permitir que los policías la separasen del cuerpo. Era su esposa. Quiso acercarse a ella, terminar con su angustia y decirle que aguantaría el temporal como tantas otras veces, pero no pudo, ya no. Porque aunque estaba allí, no podía tocarla, ni hablarle, solo verla sufrir e intentar resolver un crimen que nunca podría llevar ante la justicia. Se acercó de nuevo al cuerpo, su cuerpo, y se observó a sí mismo sobre la acera, con el charco de sangre ya seca bajo su cabeza. Lo confirmó de nuevo, no había duda, estaba muerto.

1346. TANIA GARCÍA GUILLÁN – ESPINAS DE SANGRE Un grito mudo despierta Madrid. Sofía se decide a empezar su jornada laboral, cuando en la trastienda de su peculiar floristería encuentra el cuerpo

sin vida de Pablo, su hermano. Aunque la policía comienza la investigación incluyendo a la propia Sofía como sospechosa, pronto queda descartada por un testigo que la sitúa en otra parte de la ciudad a la hora del asesinato. Un anillo encontrado en la escena del crimen lleva a la policía a investigar a Carlos, exnovio de la joven Sofía. El joven se derrumba por la presión ejercida por el inspector responsable. «Yo no quería», repetía una y otra vez el acusado. Las pruebas lo delataban y su confesión directa lo mete entre rejas. Solo quedaba una cuestión en el aire: ¿Por qué? Aunque la policía nunca tuvo la respuesta, Sofía, sí. La joven sabía que Carlos se moría por sus huesos, así que lo utilizó para que se manchase las manos por ella y así poder heredar todo lo que su madre les había dejado tras su muerte el pasado mes.

1347. TANIA GONZÁLEZ GARMENDIA – EL DESVÁN Frederick sabía que no debía cruzar aquel tenebroso pasillo, el cual no le conducía más que a las roídas escaleras de madera del desván. Y no servía de nada lo que yo pudiese decir, nada le podía persuadir; su obsesión por resolver el misterio familiar prevalecía. El detective Johnson, que escuchaba atentamente el relato de Margaret —esposa de Frederick—, recordó que las únicas huellas halladas en el escenario del crimen pertenecían a la rubia exuberante que estaba interrogando. —¿Y cómo explica que sus huellas acabaran en la moqueta verde aterciopelada del desván? —Acompañé a mi marido, no quería dejarle solo. Bajé con él y toqué la moqueta: estaba llena de sangre, así que la palpé; quería saber qué más podríamos encontrar en ella. —¿Una pista? —quiso saber el detective. Margaret, con una sonrisa maliciosa en el rostro, contestó: —Quién sabe, señor agente..., una pista o quizá un objeto contundente con el que acabar para siempre con la curiosidad de mi marido.

1348. TERESA GONZÁLEZ GONZÁLEZ – JUSTICIA PROPIA Y CIEGA En ese momento agridulce del final, recordó a Alex, observando el reencuentro del acusado falsamente de asesinato con su familia, abrazando a su adolescente hijo. Hijo porque le quiso desde el primer momento, cuando su esposa perdió a su vástago y aquel compañero de viaje les entregó en adopción a su recién nacido tras la muerte de su cónyuge en el parto. Pero ya había pasado, esas pruebas en su contra puestas por su cuñada, fundamentos que le acusaban de la muerte del padre biológico del niño. Lo que la hermana política pensaba erróneamente que sería la venta de fotos de pornografía infantil sobre su sobrino hechas por su cuñado. Aquel expadre solo buscaba una imagen de su bebé crecido y feliz. Fue entonces cuando aquellas palabras de Kathy tuvieron más sentido para Rick: «El problema de tomarse la justicia por su cuenta es equivocarse y dañar a inocentes».

1349. TERESA MARTÍNEZ – EL PUENTE Llegué al puente a la hora indicada: doce de la noche. Comprobé que no me habían seguido, incluso eché un vistazo al río por si acaso hubiera alguna barca sospechosa; nada, solo yo. Una llamada anónima recibida unos quince minutos antes en comisaría me había traído hasta aquí. Me fijé en una ondulante mancha amarilla que se acercaba. Era muy peligroso lo que iba a hacer, me jugaba mi reputación como mejor detective de Homicidios. La mancha se convirtió en un abrigo de paño amarillo limón llevado por una estilosa rubia que caminaba con apabullante seguridad sobre unos tacones de afiladas agujas de color negro. —¿Has traído el dinero? —me preguntó la diosa al llegar frente a mí. —Por supuesto —dije mostrándole el maletín. Ella se quitó el abrigo y me lo entregó, me lo puse para comprobar que era de mi talla. —Perfecto, aquí tienes lo acordado.

1350. THEIVANIXX CORES – LA REUNIÓN El señor Ramón, el cartero Fernández, la doncella Sara, el alcalde Juan, la señora Laura, el maestro Cesar, el farmacéutico Pablo y el filósofo Leonardo discutían en el salón. Todas las noches. Eran jóvenes con ansias de poder. Se reunían en el sótano del bar Necton (cerrado) para encontrar el modo científico de poder gobernar a toda la humanidad. Entre la discusión y la música, no se percataron de la ausencia del farmacéutico. El silencio golpeó la sala con un enorme apagón. Todos pensaron lo mismo, el farmacéutico había dado con el modo. Al momento, se organizaron y se repartieron los objetos y armas de las que disponían. Un cuchillo, una soga, una lámpara, un revólver, un palo y una llave antigua. La búsqueda duró toda la noche; la policía llegó al amanecer. El farmacéutico aparecía asesinado en la entrada del bar. ¿Quién fue el asesino?

1351. TOMÁS TORRES – EL LADRÓN DE ALMAS «SOULSTEALER» Y pum. Al instante, John se llevó la mano al pecho, y apenas dos segundos más tarde, se desplomó y cayó tendido sobre la alfombra, a la que le echó una última mirada, antes de que los latidos de su corazón se extinguieran. El sonido del casquillo rebotó en las paredes de toda la sala, dejando tras de sí un inquietante silencio, que acompañó a John en su último aliento. Grace se quedó helada. Poco a poco, cada uno de los pelos que recubrían su piel se erizaron, y poco tardaron en escapársele las lágrimas. El inspector le acercó un pañuelo, intentando así compadecerle. Pero a Grace, las intenciones del Sr. Darnwell no le interesaban lo más mínimo, y levantándose de la silla, y tras lanzarle al inspector una serena y afligida mirada, se marchó con paso firme.

1352. TOMÁS ALMOROX CRUZ – DEMASIADO CALOR —A ver si lo he entendido, Sr. Bercoff, quiere usted denunciar al gimnasio por haber perdido parte del rostro cuando cayó sobre las brasas de la sauna, debido, según usted, al mal estado del suelo de dicha sauna, ¿no? —Así es, señora. Yo estaba sentado en la sauna cuando... —Ya, ya, ya me lo ha contado antes, Sr. Bercoff. Otra cosa: según el informe del médico que le atendió in situ, la ambulancia acudió porque una monitora avisó de que un hombre se encontraba inconsciente en el suelo de la sauna y no por un caso de quemaduras. —Sí, bueno..., al intentar levantarme, resbalé hacia la monitora, ella se asustó y... —¿Entonces fue la monitora quien le empujó, no? Una pregunta más. En una radiografía tomada con motivo del accidente, parece como si se hubiera tragado usted algo con la forma de un pendiente. ¿Eso también fue un accidente, Sr. Bercoff?

1353. TONI TORRES LÓPEZ – NO TE VAYAS, HIJO Genio. Esa es la mejor palabra que describe a Peter, un joven de quince años. Varios centros de prestigio le han ofrecido becas para obtener un futuro mejor. Tras conocer la noticia, Peter corrió a contársela a su madre, y ella le pidió que se guiara por su corazón y que hiciera lo que creía que era justo. Salió de su casa para contarle las buenas noticias a su único amigo, tomando el camino más largo para llegar. Quince minutos después, tras encontrarse con algunos vecinos muy agradables, llegó a su casa. Le explicó sus opciones de futuro, pero de repente oyeron un grito desgarrador. Cuando llegaron, era demasiado tarde. La madre de Peter yacía en el suelo, degollada. Solo había una nota, supuestamente escrita por ella, que decía: No te vayas, hijo. Él sabía que su madre no la había podido escribir, mas la policía supuso que se suicidó por la tristeza de perder a su único hijo. Pero no fue ella, y el asesino, con ojos tiernos, animó delante del cuerpo a Peter, haciéndole sentir querido.

1354. TONY JIMÉNEZ – LA CAMA El pequeño Jim encendió la linterna. La luz iluminó gran parte del pasillo. Nada. No había nada. Un trueno le empujó a correr hacia su habitación y cerrar la puerta. Quedaban dos lugares donde los monstruos solían esconderse, y debía confirmar su ausencia antes de meterse en la cama. La puerta del armario escupió un largo chirrido cuando el niño la abrió. Iluminó su interior a toda velocidad, sin encontrar ninguna criatura extraña. A continuación, se agachó e inspeccionó bajo la cama, hallando juguetes desperdigados y cómics releídos, pero ningún ser abominable. Feliz y calmado, Jim apagó la linterna, la dejó sobre una de las mesitas de noche y se introdujo en la cama, sonriendo ante la calidez de las sábanas. Fue entonces cuando sintió algo más. Una respiración en su mejilla, un roce en el brazo,

algo moviéndose a su lado. Había revisado todos los escondites de los monstruos y se le olvidó el más importante: la cama.

1355. TOÑI BAEZA LLORCA – LAS POMPAS Elsa y Vicente, un matrimonio de mediana edad, cenaban en el porche de su casa de campo. La lluvia persistente formaba al caer pompas de agua sobre la tierra. Él cogió un cuchillo y avanzó hacia ella. —¿Me vas a matar? —le preguntó Elsa. —Sí —contestó Vicente—. Estoy enamorado de otra mujer. Elsa, le replicó: —Si me matas, esas pompas de lluvia te delatarán. Él sonrió, después se rio a carcajadas y, sin mediar palabra, le rebanó el cuello. Dos años después, estando Vicente con su nueva pareja María, en la casa de campo, empezó a llover. Él empezó a reírse a carcajadas. La mujer le preguntó varias veces el motivo de su risa. Vicente le confesó el crimen y el motivo de su risa, que su mujer pensaba que aquellas pompas de lluvia terminarían delatándolo. Y así fue, porque María le denunció; no quería acabar muerta.

1356. TOÑI LARA OSUNA – HUIDA PERSECUTORIA El eco de su gélida voz me arrastró a través de las estancias de su locura hasta el atrio, donde, presas en vitrinas de cristal, yacían las esculturas de sus agonizantes víctimas. Allí me esperaba y, por primera vez, me reveló la contradictoria naturaleza de su rostro, incendiado por unos desorbitados ojos que inyectados en sangre acabaron encontrando los míos, dejándome paralizado. El apenas perceptible vistazo que lanzó entonces al suelo fue seguido por mi controlada mirada justo hasta mis pies, donde encontré un fragmento de pergamino ilegible. Mas al alcanzarlo, aparecieron junto a mí dos sujetos. Uno, evidente cómplice, quiso entretenerme: «Entrégame eso, jamás lo alcanzarás». El otro..., mi nuevo inspector jefe, quiso detenerme: «Fin del juego, muchacho». Desconcertado, guardé mi hallazgo y reanudé la persecución de mi ahora alejado objetivo, huyendo de la recién desvelada corrupción. Mientras, la clave del caso dormitaba en mi bolsillo...

1357. TOÑI MEMBRIVES COLORADO – SETENTA Y UNO Levon y yo estamos delante de las cuatro maletas que nos ha traído la policía y no damos crédito. Dentro de cada una de ellas, hay una parte de la anatomía humana. Cabeza, brazos, torso y piernas. Cuatro maletas. Al hacer la autopsia e identificar los cadáveres, descubrimos que tanto la cabeza como las piernas pertenecen a una misma mujer, y el torso y brazos a un mismo hombre. Dos personas. Tienen en común un tatuaje, el número setenta y

uno, en las muñecas y en los tobillos. Un nexo de unión. Y ese nexo nos lleva a una organización que nos adentra en algo más místico, más misterioso, más cruel de lo que somos capaces de imaginar. ¿Te atreves a entrar en su mundo?

1358. TORCUATO JESÚS SOLER CUEVAS – SIN TÍTULO En una playa desierta, una señora llama a la policía; había un cadáver flotando en el agua. La inspectora Soler comenta con la doctora: —Doctora García, ¿cuál es la causa de la muerte? —Antes de morir, tuvo un forcejeo. Se ve por los traumatismos en los brazos, pero murió por una puñalada. —Bien, detective Puertas, ¿qué sabemos? —Tenemos su DNI. Se llama Sara, española, veintitrés años. La señora que la encontró vio a un hombre corriendo. Está ahí. —Se acerca al sospechoso y dice—: Cuéntamelo. —¿Cómo? —pregunta sorprendido el sospechoso. —¿Por qué la mataste? —Yo no lo maté. —Una señora te vio correr cuando su cadáver apareció. Si confiesas, reduciré los cargos. —Sara era mi novia. Sospechaba que me engañaba hasta que ayer los vi. —Comienza a llorar—. Fui a por él, y al final le di a ella. Cuando me di cuenta de lo sucedido, salí corriendo... Ahora me arrepiento. —Quedas detenido por el asesinato de Sara.

1359. TRIANA CRUZ – EL OBJETIVO Alex estaba revisando los informes del caso que estaban llevando, cuando recibió un mensaje que decía que debía estar en un viejo almacén abandonado a medianoche o su compañera moriría. Decidió no informar a sus superiores e ir solo, aunque eso le costara la placa. Tenía poco tiempo, así que cogió el arma y la cargó. Llamó a Jack, la única persona aparte de Michelle a quien le confiaría su vida, para contarle lo que iba a hacer; este le dijo que iría con él, pero Alex se negó. Si veían que había ido acompañado, podría hacer que les mataran. Le prometió que la sacaría de allí sana y salva y luego colgó. Llegó al lugar acordado, estaba oscuro, pero entró y lo inspeccionó. Justo a medianoche oyó pasos y sacó su arma. —Identifíquese —dijo apuntando al frente, pero nadie respondió. Vio a Michelle acercarse y comenzó a aproximarse a ella, pero se detuvo cuando vio un punto rojo en su cabeza. —Un paso más y la agente Blake muere —dijo una voz que le resultaba familiar.

1360. TRINIDAD GARCÍA – OJO POR OJO

Ana recibió un vídeo de Juan, el exnovio de su hija María, y quedó atónita al verlo. «¡Solo es un poco de sangre, a mí nadie me abandona!», decía Juan riéndose del sufrimiento de María mientras a esta se le escapaba la vida. Ana observó con impotencia la mirada húmeda de su hija, que le suplicaba ayuda. Él seguía burlándose, jactándose de su hazaña. Ana sufrió cada puñalada, se sintió morir con su niña. Gritó. El odio la poseyó. Lloró amargamente mientras ideaba un plan. Con el tiempo, Ana consiguió capturar a Juan. Le llevó a un lugar alejado, le colocó en la misma postura que él puso a María para matarla, colgado por los pies. Le asestó un corte en la yugular y le dejó desangrándose, abandonado a su suerte. Cuando la policía encontró el cadáver, halló una cinta de vídeo. La escena grabada era dantesca y se podía escuchar una voz femenina, calmada, una voz que revelaba años de dolor, de ira y cumplida venganza que decía así: «Disfruta de tu muerte; solo es un poco de sangre».

1361. TXEMA KRAZI CARTON HERRÁN – NORMAL «Parecía un tipo normal —aseguraba un cuarentón barbudo tras sus gafas de pasta—. «Siempre te saludaba con una sonrisa». «Dicen que se los comía —comentaba ante las cámaras la vecina del sexto, ilusionada por poder disfrutar de su momento de gloria—. ¡No me lo puedo creer, si era de lo más normal!». Ese tipo normal había matado a unas quince personas, y tres de ellas aún seguían empaquetadas en su nevera. Yo había perdido a mi mujer, mi placa y unos siete kilos. Me salió muy caro. Me obsesioné con darle caza, jugando a una versión macabra del gato y el ratón, pero al final lo atrapé. Quiero creer que fui más listo y no que cometió un error... Da igual, lo que cuenta es que lo detuve. Como cabía esperar, no se dejó atrapar fácilmente. Me regaló dos puñaladas en el abdomen y una estancia en el hospital. Yo, a cambio, lo mandé al otro barrio. Una pena. La prensa y los informativos ya están hablando de él. Solo espero que, si me mencionan, no digan de mí que soy un tipo normal.

1362. UNAI IBERGALLARTU – DIRECTO A LA CABEZA Nueve asesinatos. Nueve voces silenciadas con un arma policial robada. El detective llegó a casa después de rellenar el papeleo correspondiente. Se acercó a la cocina y sacó una botella de absenta. Bebió un largo trago, cogió un cuchillo e hizo una marca en su brazo, junto a otras ocho de parecida longitud. —Solo queda una más, y entonces seré libre. Me lo prometiste. —Nadie respondió—. Dime quién es y acabemos esto rápido. —Silencio. Se quedó blanco y dejó caer el cuchillo—. Está bien... Abrió un cajón y sacó un revólver. Lo apuntó hacia su cabeza. Inspiró. Espiró. Apretó el gatillo y todo quedó en silencio. A la mañana siguiente, la

forense declaró que la bala coincidía con los otros asesinatos. Miró con decepción a su anterior compañero y limpió con cuidado las diez marcas del brazo.

1363. UNAI SUSO – SECRETOS DE HOTEL El inspector Johnson se encontraba ante uno de los casos más difíciles de su carrera. A pesar de su larga trayectoria y gran experiencia resolviendo crímenes, nunca se había encontrado ante un reto semejante. Sus compañeros de criminalística realizaron una exhaustiva investigación, pero sorprendentemente no encontraron ninguna evidencia, ningún resquicio, nada que le pudiese ayudar. La autopsia del cadáver tampoco aportó ninguna prueba que sirviese de ayuda. Parecía el crimen perfecto, pero Johnson nunca se rinde. Tres personas se alojaron en el hotel la noche del asesinato, uno de ellos mentía, tenía que averiguar quién, pero en los interrogatorios no había conseguido obtener nada que le ayudase. Decidió volver al hotel. Al entrar, detectó algo de lo que no se había dado cuenta antes. El tablón de las normas había sido reemplazado recientemente; no encajaba con el estado del resto de elementos. En una de las normas pudo leer: «Lo que pasa en el hotel, se queda en el hotel».

1364. USOA SEDANO MAGALHAES – DULCE VENGANZA Por fin ha acabado la jornada, y Anna recuenta el dinero del cierre. La habitación estaba a oscuras hasta que unas luces se encendieron tras un gran estruendo que retumbó en el piso superior; ella subió en busca del origen, en las escaleras algo la sorprendió. Cae la noche, y la detective Smith se prepara para volver a casa cuando le informan de un caso. Cuando llega a la escena del crimen, dos cadáveres sin identificar. Ve a una joven al pie de la escalera, habrá que esperar los resultados del forense. En el piso superior, entre el amasijo de cajas, los restos de una ventana rota; entre el polvo, unas huellas que se dirigen hasta el segundo cadáver. Solo hay cámaras en el piso inferior, en la grabación se ve a dos mujeres y un hombre en diferentes momentos. La identidad de nuestro asesino es aún un misterio...

1365. VALENTÍN CASTEJÓN GARCÍA – UN DIAGNÓSTICO ACERTADO De repente, el suelo cedió bajo nuestros pies, y los veintitrés miembros de la expedición ártica Aurora nos precipitamos al vacío. Únicamente dos personas sobrevivimos a la caída. —Subiéndome sobre tus hombros, llegaré a ese saliente —dijo la doctora Kathy—. Desde allí puedo alcanzar el borde de la grieta y lanzarte una cuerda.

—Cierto —reconocí—. Trabajando en equipo, los dos podremos salvarnos. Cuando trató de utilizarme como apoyo, sus labios sensuales y carnosos quedaron al alcance de mi boca. Pero fue su cuello, bronceado y perfecto, el que despertó un deseo tan fuerte en mis entrañas que enseguida supe que no podría resistir la tentación. Ahora, mientras espero la muerte por hipotermia, pienso que también ella tiene parte de culpa en lo ocurrido, pues, hasta que ayer mismo me diagnosticó como psicópata desorganizado, nunca imaginé que la degustación de cierto tipo de carnes pudiera resultar tan gratificante.

1366. VALLE S. IZQUIERDO – INTERNET NO ES OTRA REALIDAD Nada más conectarme, una notificación saltó. Hice clic y abrí el mensaje. Mis ojos se movieron por la pantalla. Sonreí. Era él, de nuevo. El rubio de ojos verdes. El príncipe. Mi príncipe. Pude leer una dirección, una hora y un día. Casi salto de alegría. ¡Por fin! Cuánto había esperado. Enseguida, mi mente se puso en marcha y planeé la ropa, los zapatos... hasta el maquillaje que me pondría el próximo viernes, 13 de noviembre, a las 22:30 p. m. Miré la hora de nuevo. Aún quedaban ocho minutos para la hora indicada, pero ya estaba totalmente impaciente. Mis botas de tacón repiquetearon en el mármol de aquella entrada de restaurante. De repente, noté como algo se cernía detrás de mí. Unos dedos rodearon mi muñeca. Primero de forma suave, pero más tarde demasiado rígido para ser normal. Me giré rápidamente. Y lo que vi no fueron unos ojos verdes, ni un cabello rubio, ni a alguien de diecisiete años. Más bien todo lo contrario. Oscuridad. Tenebrosidad. Peligro.

1367. VANESA FERRER – SIN TÍTULO Ha sido un día duro, pero al final tuvo sus buenos resultados. La teniente Klee termina de dar la charla de agradecimiento por el trabajo de todo el Cuerpo de Policía para ayudar a resolver el caso. Acaban de capturar al asesino en serie de cuatro mujeres, todas torturadas y cambiadas físicamente, pues tenía una obsesión con su difunta madre: secuestraba a mujeres para convertirlas en ella. Es difícil entender la mente humana y las locuras que podemos llegar a hacer por un terrible dolor que nos destruye, perdiendo nuestra esencia. Los policías se disponen a marcharse a sus casas menos el inspector Diliberto. Junto a su compañero Feraud, deciden tomar una cerveza juntos. El bar está casi vacío, pero ello les daba más tranquilidad. Comentaban el día hasta que algo hizo saltar las alarmas de nuevo. «Atención a todas las unidades, se ha encontrado otro cuerpo idéntico a los anteriores en la Plaza Sexpartita». El caso aún no había terminado.

1368. VANESA GARRIDO ORMEÑO – EN EL FONDO DEL CAJÓN Todo comenzó cuando encontré en mis cajones el archivo de un caso

cerrado. La capitana Gates me explicó que ella también lo encontró; supuso que era importante para Montgomery. El caso consistía en el homicidio involuntario de una niña, alérgica a cacahuetes, tras ingerir un cupcake que le compró su madre. Le pedí a Alex y Rick que investigaran. Descubrimos que la madre se suicidó después de conocer la sentencia, y Alex se entrevistó con el padre: me hice pasar por una organizadora de reuniones de antiguos alumnos, alegando que necesitaba fotos de la víctima. En su habitación encontré un vídeo, donde su padre abusaba de su hija y amigas. La dependienta me aclaró que la madre preguntaba si los cupcakes tenían cacahuetes, recordando que la niña pidió para su padre uno de frutos secos. Después, me llamó la asistenta de la familia, conocida de Montgomery, asegurando que la niña estaba sola cuando lo ingirió. ¡Se suicidó! Desapareciendo, liberaba a sus amigas del «monstruo».

1369. VANESSA DOMÍNGUEZ – COMO HUMO QUE SE DESVANECE... Cogió el puro que reposaba en su escritorio con la mano derecha, mientras sostenía su robusto vaso de whisky con la izquierda. «Me he ganado este descanso» pensó. Después de todo, había logrado resolver el caso que tanto lo había enfrascado. La lluvia golpeaba las ventanas de la oficina del misterioso detective, provocando un incesante repiqueteo sobre el cristal. Mientras aspiraba el glorioso humo de aquel puro, observaba detenidamente su despacho. Aunque pequeño, durante uno de esos días de invierno en los que no paraba de llover, lo prefería con creces a su frío apartamento de soltero. Lo observó detalladamente... Sabía que no podría hacerlo mucho más. Entonces, todo empezó a desvanecerse como si se tratara del humo de aquel puro. La imagen de su oficina se esfumaba y volvía a verse yaciendo en aquel callejón..., sintiendo la brisa de la muerte. Pero un último pensamiento pasó por la mente de nuestro detective: al menos había logrado resolver el caso, aun a costa de su propia vida.

1370. VANESSA MERINO MAÑUECO – ¿ES REAL? Damon Graham, treinta y seis años, italiano, sospechoso de asesinato. En el interrogatorio, se mostró demasiado tranquilo y con cierta chulería, como dando por seguro que saldría indemne de allí; y su mirada... Había algo en su mirada azul hielo que le erizó los pelos de la nuca a Aila, la detective. Era como si pudiera verle desnuda, y eso la aterró. No tuvo tiempo de rememorar todo el interrogatorio, pues en el salón de su casa había alguien esperándola, mirando despreocupado por la ventana. Cuando Aila entró y lo vio, se paró en seco en la puerta, y cuando la figura de la ventana se giró, se le heló la sangre: una mirada azul que le desnudaba, sedienta de sangre, una sonrisa perfecta y unos colmillos más grandes de lo normal. Fue lo último que pudo recordar cuando despertó en el hospital una semana después.

1371. VANESSA SASTRE IGLESIAS – CIEGO Tras semanas de investigación, el agente Marshall debía enfrentarse a la dura realidad de detener por asesinato a la mujer que amaba. Al llegar a su apartamento, vio la puerta entreabierta y comprobó que no había luz, así que desenfundó el arma y penetró en el interior, apuntando a la oscuridad. En ese momento, emergió de entre las sombras una figura femenina portando un cuchillo. Desgraciadamente, sus reflejos no actuaron a tiempo y un dolor punzante se hizo latente. Miró hacia abajo y pudo ver el filo saliendo de su costado seguido de un chorro de sangre. Entonces, el haz de luz de la detonación iluminó momentáneamente la estancia y rompió el silencio, a la vez que un cuerpo caía al suelo. Marshall soltó el arma y cayó de rodillas, sabiendo que moriría al lado de aquella que jamás le amó. Realmente, no fue la oscuridad lo que le cegó.

1372. VANESSA SEIJAS ROMERO – CASO SIN RESOLVER Era una de esas noches que el calor no te deja dormir. El silencio de la noche, la oscuridad de los sueños y de repente un sonido: un disparo. Me incorporé de inmediato y miré a mi alrededor, lo habría soñado. Un vecino me lo confirmó: «Sí, anoche hubo un disparo en la casa nº 1. Un ladrón entró, y en el forcejeo asesinaron a la anciana del lugar». La anciana no vivía sola, su casa la compartía con un familiar. Solo podía hacer una cosa, averiguar lo que había ocurrido. Me adentré en el pinar cercano a la casa, la parte trasera estaba llena de huellas y una de las ventanas tenía un cristal roto. Ya estaba dentro; todo parecía tan siniestro y a la vez tan familiar, fotos caídas por el suelo, manchas rojas. Aquello era demasiado para mí. Era preferible dejar actuar al mejor policía que conocía: Silverio. Así qué le conté todo lo que tenía y pudimos hacer un retrato robot. Aquel no era un caso fácil, demasiadas dudas, sin pruebas definitivas, y nuestros sospechosos habían desaparecido.

1373. VANESSA YÁÑEZ – EL ÉXTASIS DE LA VENGANZA Solo podría haber sido una de ellas la asesina, pues eran las únicas que se habían quedado sin coartada. El anciano escritor yacía muerto en el sofá junto a la chimenea tras haber terminado su novela, Entre multitudes: juventud & drogas, desbordando lo que hubiera sido su última copa de vino. Mientras analizaban la muestra de vino, la psicóloga Catherine paseó su mirada por la habitación encontrando algo peculiar: la palabra Lo siento del reverso de la novela estaba violentamente tachada. Catherine observó de nuevo a la nieta y a la viuda del difunto. La primera tenía escalofríos, inquietud y agitación; la segunda fingía estar abrumada, encogida y afligida. —MDMA en la copa —exclamó su compañera. Catherine volvió a leer el título del libro y supo quién había sido. —No es fácil descubrir que tu dependencia es el experimento de un ser querido, ¿verdad? —dijo mirando fijamente a la asesina.

1374. VANIA LÓPEZ – ¿UNA CHUCHE? La inspectora López estaba en comisaría redactando el informe de lo sucedido en la Exposición Nacional Canina, cuando su jefe la interrumpió. —Nunca imaginé que los presentadores y los propietarios de los perros fueran tan competitivos. Cuéntame qué ocurrió. —Ni se lo imagina, señor. Una handler cayó fulminada mientras hacían la foto del Best in Show, el último pódium del día, en el que se escoge al mejor perro entre los mejores de cada grupo. Les pedí a los sanitarios que se la llevasen como si fuese un simple desmayo, porque había muchos niños. —¿Y cómo lo resolviste? —Ya sabe que me apasiona este mundo. Con los resultados de la autopsia, revise las chucherías del perro, muchos presentadores las sujetan con los labios; era alérgica a uno de los componentes que tenían. Lo había puesto la handler del perro que debía salir en su lugar; las roció con aceite de salmón, al que era alérgica. —Buen trabajo, inspectora.

1375. VERA EREMINA – BIENVENIDA DE NUEVO El estúpido sigo siendo yo. Nunca cambiaré. Y tú tampoco. Cuando leí el artículo sobre el último crimen, supe que habías vuelto. Esas señales. Eres una detallista. Por eso me conquistaste. Por eso te dejé marchar. ¿Recuerdas la última vez que nos vimos? Ni estabas preciosa ni llevabas un bonito vestido, no te engañes. El mono naranja estaba cubierto de sangre. Algunas salpicaduras de barro completaban el cuadro. Te limpié la lágrima que descendía por tu mejilla. Aquellos ojos demoníacos aún me tenían preso. Cien dólares, y ninguna palabra después, ya huías hacia la frontera. Te he seguido la pista. Allí no apareces en las noticias. Una leyenda surgida en un pequeño pueblo, un comentario en un bar de carretera o una historia para no dormir. No estás poseída como ellos piensan. Te conozco, he navegado en la tormenta de tu ingenio, hasta naufragar. Vuelve, abandona. Has dejado tu historia sembrada de cuerpos inertes e inocentes. Ya no te puedo salvar. Enfréntate a tu destino.

1376. VERENA QUINARIS – PRUEBA DE MUERTE El inspector de Homicidios Mason Cox trabaja en un nuevo caso; el asesino secuestra a su víctima, la mata, guarda su cadáver durante tres días y luego lo abandona en un lugar público. Ni huellas ni ADN... Nada. Anna se decide y se dirige al hospital, lleva varios días sintiéndose mal. La doctora Blanca Ruiz la atiende en urgencias. Está nerviosa, lleva varias horas esperando y Matt no deja de llamar, no quiere hablar con él. Solamente llevan saliendo apenas un mes, pero algo en él la inquieta. La doctora llega y le pide que pase a una sala donde le presenta al inspector Mason Cox. No entiende muy bien qué pasa hasta que la doctora Ruiz comienza a hablar. —Han encontrado en tu organismo un tipo de larva que solo se alimenta

de tejido muerto. La única explicación posible es haber estado en contacto con un cadáver o por transferencia. Anna intenta responder a todas las preguntas, está nerviosa. Le preguntan por Matt. No puede ser verdad: él es el asesino, y yo su prueba de muerte.

1377. VERO ARANDA GONZÁLEZ – FALSAS APARIENCIAS En apariencia era fácil: Toni encontró a la mujer en el suelo de la cocina, cubierta de sangre y con un cuchillo en el pecho. Los auxiliares se habían llevado al marido, quien había intentado suicidarse, pero su hija de diecinueve años había llegado antes de trabajar, a tiempo para pedir una ambulancia. Toni se fijó en que no había signos de lucha, la casa estaba ordenada y limpia. Los vecinos con los que había hablado no los habían oído discutir, ni gritar. Y si te degüellan por la espalda y el corte es profundo no puedes gritar, pero si te apuñalan, sí, y más si la herida no es mortal y mueres desangrada. Registró la casa en busca de un motivo, de algo que explicara la situación. Entonces, encontró en un cajón los ultimátums del banco y el seguro de vida. Y una carta que decidió guardar.

1378. VERÓNICA ARRABAL – VENGANZA LEJANA Edimar está en casa con sus hijas, de tres y cinco años, cuando en plena noche su exmujer llega gritando, borracha, aporreando la puerta y acompañada por un negro, su actual marido. Despierta a todo el edificio, llevándose a la fuerza a las niñas. Al día siguiente, cuando salía hacia el juzgado para reclamar la custodia de las niñas, Edimar es abordado por la policía para pedir explicaciones por la muerte de la mujer. Él, atónito, cae sentado preguntando por las niñas. Virginia, treinta y ocho años, colombiana. Aparece muerta en su casa con un cuchillo jamonero de veintidós centímetros que la atraviesa del esternón a la columna vertebral. Una vecina había avisado a la policía esa mañana al encontrarse a las niñas, solas y amoratadas en el portal. La puerta de su casa estaba cerrada por dentro y no había indicios de haber sido forzada. ¡Las niñas están en shock!

1379. VERÓNICA DEL EGIDO GRANDE – EL CUERPO Cuando llegó, lo primero que alcanzó a ver fueron las paredes. Estaba acostumbrado a visualizar escenas de crimen, pero a pesar de ello, aquella le pareció realmente extraordinaria. Comenzó con las paredes, no solo ellas invitaban al grito. El gran ventanal del piso estaba ligeramente abierto, las cortinas bailaban al son del viento de otoño y la penumbrosa luz de la noche caía sobre el cuarto. Sus ojos habían tenido la oportunidad de vislumbrar la sangre decenas de veces, observar la atrocidad en la mayor de sus plenitudes, y su persona había sosegado el anhelo de justicia de incontables familias. Pero esta vez todo era diferente: había sangre, sí, quizá más de la que un solo

cuerpo podía almacenar, había cristales rotos, puertas abiertas, el desorden natural de cualquier asesinato... Y en letras mayúsculas, con una cursiva negra, el camino abierto le esperaba, la primera pista, la simple frase decía: ¿Dónde está el cuerpo?

1380. VERÓNICA GARCÍA ALVES – NIÑA DE PAPÁ —Mike, ¡tenemos otro cuerpo! —¿Otro? ¿En la misma zona del parque? —Un poco más abajo. Maniatada, como las otras. Rubia. Joven, en la franja de los dieciocho a los veinticinco. Aunque podría ser aún más joven. —¿Más joven? Joder..., estoy harto de este caso. Está siendo demasiado duro para mí. —Oye, Mike, ¿te encuentras bien? Pareces cansado. —Anoche tuve que ir hasta el campus; mi hija me llamó porque necesitaba ayuda. —¿Ayuda? ¿Qué necesitaba a esas horas? —¿Esto es un interrogatorio? Fui al campus a ver a mi hija, ¿hay algún problema? —No, joder... Solo me preocupaba por ti. El parque está cerca del campus. ¿No te fijaste si había algo inusual por la zona? Si yo fuera tú, estaría preocupado. Todas las víctimas son muy jóvenes, viven en el campus... Todas rubias, muy similares físicamente entre ellas. Muy similares a tu hija. —No te preocupes por ella. Quiero demasiado a mi hija para hacerle lo que le hago a las otras. —¿¡Qué!?

1381. VERÓNICA MARCILLA – ENCAJAR LAS PIEZAS En unos minutos, comenzará el concurso de velocidad de montaje de puzles, pero nadie es capaz de encontrar a Ricardo Fernández, el organizador del evento. Se escucha un fuerte ruido detrás del telón del escenario. Un cuerpo sin vida está colgado de una cuerda. ¡Es Ricardo! El inspector llega a la escena del crimen. El forense informa de que Ricardo ha muerto asfixiado y que dentro de uno de los bolsillos de su chaqueta tenía un puñado de piezas de un puzle, pero no encajan. Investigando a la víctima, el inspector descubre que tenía problemas en su matrimonio; su mujer había descubierto que tenía una amante bastante más joven que ella, pero el inspector sabía que algo fallaba; ¿por qué tenía unas piezas de un puzle en su bolsillo? Finalmente, logró descubrir al verdadero asesino: era un antiguo concursante descalificado y hermano de la amante de Ricardo. Entre los dos habían planeado vengarse de Ricardo, pero este los descubrió y le asesinaron por ello. Las piezas encajaban al fin.

1382. VERÓNICA REDONDO MORENO – DESINTEGRACIÓN —¿Y dice usted que no volvieron a verla? —En efecto, señor agente, no la hemos vuelto a ver. A la mañana siguiente, como no bajaba, mi señora golpeó con suavidad en la puerta para preguntar si quería que le subieran el desayuno. Al principio no contestó. Mi esposa pensó que estaría dormida aún, pues la noche anterior parecía cansada, pero cuando más tarde subió de nuevo —preocupada, como usted comprenderá— golpeó con un poco más de fuerza y, entonces, con una voz que parecía brotar de su estómago, la señora A. respondió que no quería nada, que ya avisaría cuando tuviese hambre. Así fue: a media tarde hizo sonar el timbre, encargó algo de fruta y pan y pidió que lo dejásemos junto a la puerta. No volvimos a tener noticias de ella. Al día siguiente, percibimos un olor acre en el pasillo. Hace dos días, agente. Puede usted anotar que eso fue el lunes y hoy estamos a miércoles, y que la señora A. había desaparecido sin dejar rastro alguno. ¡Solo un puñado de cenizas sobre la cama!

1383. VICENTE BOADO QUIJANO – EL EXTRAORDINARIO CASO DEL HOMBRE DE LOS OJOS AZABACHE Sobre una mesa llena de papeles trabajaba fuera de sí Alonso de Quesada, con un lápiz en la oreja mientras se rascaba la cabeza, hacía aspavientos o soltaba discursos inconexos. Despreciaba cualquier novedad tecnológica, pues lo suyo era la investigación hecha a base de garabatos sobre un papel en blanco. Así habíamos resuelto el crimen del molino gigante y descubierto al violador de la calle Aldonza del Toboso. Nuestro último caso era un puzle de mil piezas. Un cadáver en el río al que le faltaba un solo dedo, la cara marcada desde la frente hasta la barbilla, los ojos de color azabache y una nota que ponía: Morí dentro de un pozo oscuro que rezumaba. A lo lejos, la voz quebrada de Alonso sonó inquieta: —¡Caso resuelto, Sancha! Jacín le mató, pues no era más que una estructura creada por su propia conciencia para asegurar su permanencia dentro del pozo maloliente. Nada más librarse de sus ataduras, inseguridades, miedos y complejos, murió asfixiado por sus ansias de libertad.

1384. VICENTE L. RUIZ – LA ÚLTIMA ESCENA DEL CRIMEN Me despertó el aviso de la comisaría. Miré el móvil: era cerca de mi casa, así que decidí ir a pie. Seguía cayendo la misma lluvia que bañaba la ciudad desde el día anterior. Me acerqué a la esquina, donde estaban aparcados un par de coches patrulla. Mostré la placa para cruzar la línea que mantenía alejados a los curiosos. Un uniformado —Johnson, creo que se llama— casi ni me miró cuando entré. Vi a la capitana examinando el cadáver, acompañada por su marido, el escritor. Es una situación curiosa, pero si al alcalde no le importa, no seré yo el que proteste. Los capitanes no suelen acudir a las escenas del crimen, pero la nuestra era detective aún no hace ni un mes: cuesta dejar las viejas costumbres. Algo no me gustó en esa escena del crimen. Me

dio la impresión de que había vivido todo aquello antes. El callejón cerca de mi casa, los cubos de basura volcados. Dos disparos en la noche. Me acerqué más. Nadie me dirigió la palabra. Miré el cuerpo. Era yo.

1385. VICENTE MUÑOZ LÓPEZ – SOLO UN INSTANTE Rick y Kathy, de escapada romántica; Alex, sola en casa; Carla, de gira. Lorwys llega de Europa, amiga de la infancia, y habitual en mensajes en las redes sociales. Salen de fiesta, club zona de los mataderos y perciben la presencia de un hombre que las acecha, Lorwys le explica a Alex que es su padrastro, que la ha seguido desde Europa y que abusaba de ella. Alex alerta a su padre y lo detienen e interrogan, mientras Javier y Brian lo investigan, sin resultados. Tras la investigación, perciben algo inquietante: el padrastro, fuera de sospecha, les habla de un diario online; consiguen acceder a la cuenta y, al unísono, gritan: «Alex» como contraseña. Después de su lectura, es evidente el amor, la obsesión, frustración y desequilibrio que sufre Lorwys. Ya en casa, Alex y Lorwys toman unas copas, la seda, la lleva a la bañera, donde pretende consumar su única opción; un instante cambia el dolor por el amor.

1386. VICENTE PONCE LÓPEZ – FRÍA Y DISTANTE Fría y distante. Así me miraba, con un brillo especial del que jamás me había percatado. Sus curvas eran más definidas que nunca, una mezcla perfecta de peligro y pasión, de aventura y riesgo. Fría y distante, como las noches de Nueva York, esas noches en las que mis investigaciones se hacían más sencillas en su compañía. Pero algo había cambiado: desde ese nuevo punto de vista, mi vida pasaba ante mis ojos a una velocidad de vértigo, como las persecuciones y las carreras que compartí con ella. Fría y distante, empuñada por un asesino que había conseguido arrebatármela y hacerla suya: mi pistola.

1387. VICENTE TORDERA – SETENTA Y DOS HORAS El suelo tenía un brillo intenso, el aire estaba frío y el agua escurría hacia las alcantarillas. Llegué cerca de las diez de la noche a casa de Rubén, un camarada de la escuela, y aquellos borrachos colocados con algo más ya se encontraban ahí. Sigo sin saber de dónde salieron, pero me quedé bebiendo cerveza con ellos, comentando las pendejadas del día, riendo de las chorradas de otros, me embriagué hasta que casi duermo; en la botella había algo que se movía, ¿cómo llegaron ahí esas pastillas? Más carcajadas. En algún momento me recupero y me encuentro rumbo a casa, zigzagueando, cansado, hambriento y mojado por la lluvia, dolorido por golpes que no supe ni cómo me los gané ni por qué pasó. En aquella pared, se refleja la luz intermitente de

una patrulla. Oigo a un niño llorar desesperadamente en alguna de estas casas; dos agentes me detienen, me interrogan, hubo un asalto, una trifulca, no sé nada. Intento llamar a casa y... ¿dónde está mi móvil?

1388. VICKY RUIZ – SIN TÍTULO Sus zapatos resonaban contra el pavimento mientras la vista se le nublaba y necesitaba apoyarse en las paredes para mantener el equilibrio. Para Frany, jugar con los hombres se había convertido en deporte. Seducir, desplumar y salir corriendo, todo en una noche, todo tan sencillo... Hasta ahora. Había tomado conciencia de sí misma sentada en el suelo de un callejón sucio, no sabía dónde había estado ni cuántas horas habían pasado desde que se acercara a aquel tipo en Murphy´s la noche anterior. Tenía que llegar a casa y retomar de nuevo el control de la situación. Esos pensamientos pasaban por su cabeza cuando su mirada recayó en el periódico recién expuesto en el quiosco junto al que pasaba. Las piernas dejaron de sostenerla y cayó sobre las rodillas mientras su rostro la contemplaba desde la portada y el pie rezaba: «Un año sin noticias».

1389. VICKY URESTE PARRA – LADY BLOODY Y entonces sentí el disparo. Desplomándome, alcancé a ver cómo la policía de Bridgeport irrumpía en mi sótano haciendo preguntas. La agente Bennett era ya una vieja conocida y tuvo la osadía de abalanzarse sobre mí exigiendo saber dónde había ocultado los cuerpos. Siempre he pensado que iba un paso por delante; mientras mi respiración se hacía más pesada y un charco de sangre cada vez mayor rodeaba mi cuerpo, reí para mis adentros sabiendo que así era. No tenían ni idea. La policía se centraba en pequeños detalles sin ser capaz de unir el rompecabezas, de admirar la total perfección de mi obra. Entonces, salió de las sombras Kiera, desaparecida y buscada por la policía durante años, supuestamente asesinada por mí. El entusiasmo inicial fue sustituido por horror cuando comprendieron sus intenciones. Kiera huyó por la puerta y apretó el pulsador. Todo explotó. Cerré los ojos y dejé que el frío viniera a por mí, con la certeza de que estaba muerta, pero ella continuaría con mi legado.

1390. VÍCTOR LLAMAS – UNA MALA DECISIÓN Alex Jones es secuestrada por un misterioso hombre enmascarado. Todo sucede una noche de lluvia a la salida de una biblioteca pública; el secuestrador esperó a que Alex se metiera por un callejón y la golpeó y metió en un Mustang del 68. El secuestrador llama a Rick con la voz distorsionada pidiendo un rescate de dos millones de dólares. A diferencia de los demás casos, Rick decide no comentarle nada a Kathy y se pone a investigar. Recuerda que el secuestrador pronunció una frase que a Rick le parecía

familiar. Tras hacer memoria, recordó que la solía decir un primo lejano llamado Mike. Rick fue a un almacén a las afueras de la ciudad, que estaba a nombre de Mike, donde este golpea y deja a Rick en el suelo mientras le apunta con una pistola. De repente, llega Kate, acompañada de Kevin y Javier. Mike dispara a Kate en el cuello, y después es abatido por Javier. Kate es llevada a un hospital en el que se debate entre la vida y la muerte.

1391. VÍCTOR RIERA – ÚLTIMA VOLUNTAD DE UN SEPULTURERO CONDENADO A MUERTE Cojo la pala y la hundo en la fría tierra. Resbala una lágrima por mi mejilla cada vez que entierro una hermosa dama. Hoy dejaré esta vida, y otro deberá empuñar la pala por mí. Un cacahuete y un refresco. Mi última cena. Un refresco para endulzar mis penas y un cacahuete para ahorcarlas. Mi destino es la muerte, siempre lo supe, pero si tiene que acabar, que sea como yo lo planeé y no sepultado por un penoso crimen que no cometí. Enterrados bajo los jardines de la iglesia de la Valle descansan cien ilustres, acompañados de la mano por cien hermosas damas. Asfixias y sollozos de cien mujeres que amé y odié; yo os enterré y dentro de poco dormiré junto a vosotras. Allí fuera. En alguna parte lejos de estos muros, hay una chica. Atada y posiblemente a punto de desfallecer. La buscarán, pero no la encontrarán. Preguntarán, pero nadie sabrá la respuesta; el único que la sabía yace muerto con las manos abiertas esperando su llegada. Si hoy se me castiga, que sea por amar y enterrar.

1392. VÍCTOR SIMIC DE TORRES – SIN TÍTULO 24 de noviembre de 2015. La policía recibe este mensaje: «Sí, yo la maté. Ahora que ya han pasado treinta años y mi delito ha prescrito, puedo confesarlo en esta carta. Llevábamos cinco años desastrosos peleándonos a diario y aquel 23 de noviembre no fue una excepción. Llegué a casa sobre las cuatro de la tarde, la hora usual. Ella, como siempre, me acusó de algo y empezamos a discutir mientras iba hacia la habitación. Me siguió hasta allí, como había planeado y, en un segundo, saqué su pistola (a la que le había puesto un silenciador) y le disparé en la sien. Entonces, seguí gritando como si continuáramos la pelea mientras le ponía el arma (ahora ya sin silenciador) y un poco de pólvora en la mano. Abrí el balcón de la habitación y encendí un petardo de mecha retardada. Usé un hilo para deslizar el pestillo con cuidado desde fuera, cerrando la puerta de la habitación, y salí de casa (todavía gritando) dando un portazo. Todos los vecinos lo oyeron. Tenía la mejor de las coartadas».

1393. VÍCTOR SOLANAS OUBIÑA – EL MAYORDOMO La mansión está muy silenciosa, oscura, triste. El mayordomo arregla

los detalles de su uniforme. La vela del candelabro ilumina vagamente la cocina. «Todo debe estar perfecto», se dice supervisando los cubiertos y la servilleta que rodean al cloche. No hay una sola luz encendida. Solo el candelabro situado en la parte delantera del carrito va iluminando la oscuridad hasta llegar al comedor. Sobresaliendo del butacón de madera se pueden apreciar los codos de la bata del señor. «Esta será mi última noche», dice el mayordomo. «Quién podía imaginar que el señorito se colgaría del balcón de su habitación o que la señora, experta nadadora, moriría ahogada en la bañera. Qué momentos más trágicos». Rememora sirviéndole el desayuno a los restos esqueléticos del señor. «Si la gente descubriese los cadáveres, dirían que ha sido el mayordomo». Sonríe. «Pero entonces, ya no serían crímenes perfectos».

1394. VÍCTOR SERRANO – IMPERDONABLE Suciedad, dos sillas en apenas quince metros cuadrados y dos almas perdidas. La ley oscurecida, su placa de policía sucia en el suelo. El culpable torturado firme a su propia ley. —¡Se lo merecían! Todos son responsables de sus actos. —La rabia hizo una pausa para dar paso al móvil de todo aquello—. Solo terminé lo que el Estado no supo hacer bien. Una bestia rabiosa amartilla un arma. Es el final, pues ya sabe que no se equivoca. En el fondo comprende a su presa, entiende, pero no comparte y por eso va a hacer lo mismo que aquella vil sombra desfigurada llevaba haciendo tiempo. Lo ha torturado como a un perro hasta saber que ha sufrido suficiente. Ahora, viene lo definitivo. No hay súplicas porque no son necesarias. Un alma podrida va a dejar el mundo, pero el equilibrio ha creado una nueva. Si ahora le dan caza a él, tal vez contagie a otro y, así, la batalla no terminará nunca. Tiene que ser un punto final. Un disparo suena. Tras unos segundos, otro más.

1395. VIRGINIA GARCÍA CABALGANTE – CAZADORES «Y van veinte». Sé que un día debo parar... Hace diez años que empecé, quizá uno más y me retiro aunque... Sentir la humedad de la sangre en mis manos, ese último latido que me da a mí. Esta vez fue fácil. ¡Ja! Ahí la dejé con cara de horror y tranquila a la vez. Adiós, nena. El bar estaba a rebosar; nadie me vio salir del pequeño almacén. Mi cama me espera, lo hice bien, necesito un descanso... —Ahí estás, zorra. —Ahí estás, cerdo, como un cadáver cazado. Quise evitarlo, pero él fue rápido, la chica ya está muerta, y aquí estamos con mi arma apuntándote al pecho. —Lo sabes. Sé inteligente y tira el cuchillo. Milésimas de segundo... —Vamos, tíralo. Te lo grito de nuevo. Lo siento por ti.

—No lo siento. Un solo tiro al pecho. Blanco. Ok, aviso refuerzos, vacío local. Cadáveres, al depósito. Mi cama me espera, lo hice bien, necesito un descanso.

1396. VIRGINIA GARRIDO – LA TORRE Desde el acantilado se podía ver la torre. Llevaba dos meses buscándola con la única ayuda de un viejo mapa y un nombre en la mente: Lalish. Sola en mitad de la nada me acorde sus palabras. «Ve a Lalish y destrúyela». Y después solo hubo silencio. Me habían explicado cómo poner las cargas, pero no acompañaron, tenían miedo. Lo preparé todo y me alejé lo suficiente. Mientras la torre caía, apareció una figura a lo lejos. Apenas parpadeé, y él estaba a mi lado. —¿De verdad crees que has conseguido algo? Legiones de hermandades vienen persiguiéndonos desde hace siglos, ¡y tú crees que nos has destruido! Crees que fue casualidad que tu amigo muriera, crees que fue el azar el que te trajo aquí —dijo riéndose—. El dragón verde tiene siete torres y te dejamos que destruyeras esta porque gracias a eso el país entero pensará que es el inicio de un ataque y la guerra comenzará. —Nadie se creerá eso; no hay barcos, ni aviones, ni soldados por ningún lado. Volvió a reírse. —No los necesitamos.

1397. VIRTUDES DÍAZ AGUIRRE – NO CONFÍES POR SI ACASO María Peréz trabajaba en una inmobiliaria. No conocía este sector, pero se implicó y consiguió formar un gran equipo que ofrecía información seria y asesoramiento a los clientes. María estaba divorciada y dedicaba su tiempo a su trabajo y familia. Un día, Lázaro, de Asturias, por trabajo conoció Benidorm y el microclima, sus playas y habitantes le llevó a la inmobiliaria. María, con su amabilidad y predisposición, quería conseguirle un apartamento vacacional, y Lázaro, abrumado por su encanto, la convirtió en su obsesión. Con intención de un acercamiento, solicitó que le acompañara al apartamento que le había ofrecido según las preferencias solicitadas. María quería cerrar la venta y satisfacer al cliente y accedió. Estando allí, la agredió... —Perdóname..., no he sido yo... —dijo—. Lo negaré. ¡¡Dúchate!!

1398. XABI RESMELLA – EL SECRETO DEL GEMELO Y MUERTA POR SU CAMELO Dave y Stuard, dos hermanos gemelos, son interrogados por la policía, debido a que uno de los dos fue el culpable de la muerte de Marie en el parque. Al ser los dos iguales, no consiguen diferenciar al verdadero asesino, ya que la única prueba que tienen son unas grabaciones. La policía empieza a

investigar en la vida de los dos gemelos, hasta que descubren que Dave hace dos años fue el causante de un incendio en Brooklyn. La policía fue a detener a Dave, pero cuando llegaron a su casa solo estaba Stuard y no sabía nada sobre su desaparición. Entonces, llegó una llamada de comisaría: «Ha desaparecido la hermana de Marie». La policía empezó a buscar relaciones, hasta que descubrieron que Dave, cuando era joven, tuvo dos relaciones, las dos en secreto, y entonces las dos hermanas se juntaron para humillarle. Tres horas más tarde, la policía descubrió que Dave tenía presa a la hermana en el edificio que incendió. Cuando entró la policía, la hermana estaba muerta, y a Dave le cayeron veinte años de cárcel.

1399. XANA MENÉNDEZ TORRES – AMOR DEMENTE La primera vez que la vi fue cuando se mudó al piso de enfrente; ese día no fui a trabajar, no podía dejar de mirarla. Me enamoré de ella desde mi ventana, y en nuestros encuentros «casuales» le pedí una cita y aceptó. Fue el mejor día de mi vida. Era tan bonita. Pero todo cambió, discutíamos por todo, y sin decirle nada volví a mi vida. Me parecía verla siguiéndome, hasta que dejé de verla y la eché de menos. Repetí mis encuentros con ella, tenía que estar en mi vida, le volví a pedir una cita y ella aceptó de nuevo, volvía a ser ella, la llevé a mi casa y la amé toda la noche. Por la mañana, volvimos a discutir y, en un arrebato, ella me clavó un cuchillo en el estómago. Fue entonces cuando me desperté y, aún tendidos en la cama, le dije: «Sabía que estabas loca; menos mal que te maté yo antes». —¿Me puede repetir cuándo sucedió todo esto? —Sí, agente; nuestra última discusión fue ayer en mi piso. —Hemos registrado su piso y, en realidad, llevaba fallecida varias semanas.

1400. XAVI ANDREU – AÚN SUEÑO CON ELLA A veces, cuando estoy en la cama, noto como se sienta a mi lado. El olor de su cuerpo recién salido de la ducha me embriaga y excita sobremanera. Siento como el corazón me palpita y las pulsaciones aceleran mi cuerpo. A veces, noto como su mano me acaricia la espalda; tal como lo hacía siempre, rozándome con sus uñas, de manera que me producía escalofríos. Y también como su mano me enreda el pelo jugando con mis rizos. Y siempre acaba igual; noto como me agarra de la cabeza y su voz fría y seductora me susurra: «Sé por qué me mataste».

1401. XAVI BOU TUBAU – SANGRE HELADA —¡Daniel, cierra la puerta! ¡Demonios, ciérrala! —exclamó casi gritando al entrar, mientras comprobaba que no había nadie detrás. —¿Qué ocurre? —dije obedeciendo.

—Creo que nos han seguido —murmuró preocupado, mirando cautelosamente por la ventana. William estaba nervioso, deambulaba sin rumbo por el comedor. Sentí miedo, jamás le había visto así. ¿Nos habrían descubierto? —¿No has oído pasos a tus espaldas? Estaba a punto de llamarle paranoico cuando le vi. En la penumbra del pasillo, había un desconocido armado con una ballesta. Ambos le miramos estupefactos. Él nos señaló con el dedo índice y dijo: —¡¿Quién me los robó?! ¡Dádmelos! —¡Fue Daniel! —Dulces mentiras —susurró el asesino, acertando la cabeza de William de un solo disparo. Su sonrisa me aterró más que el pobre cobarde cayendo muerto sobre mi moqueta. —Dime, Daniel —desenvainando un cuchillo—. ¿Quién se los llevó? Cuando levantó su sombrero y vi que le faltaban ambos ojos, supe que iba a morir.

1402. XAVIER CALVO – DEPREDADOR No puede evitar sentir nervios. Tensión. Ha estado observando durante semanas. Todas sus rutinas y costumbres. Y hoy es el día. Desliza una mano al bolsillo del pantalón y saca un pañuelo. En la otra mano el recipiente con el anestésico. Pronto se abrirá la puerta del ascensor, y él saldrá de su escondite. Solo unos segundos de forcejeo. Y tras tanto tiempo de preparación, la recompensa. Llevar a cabo todas esas fantasías que ha ido imaginando, mientras repasaba una y otra vez el plan. Nada iba a evitar que ese delicioso cuerpo fuera para su uso y disfrute. ¡Ahora! El ascensor inicia el descenso. Es el momento. ¡Espera! Un destello. A su derecha. Rápido y preciso. Una mano enguantada le cubre la boca, mientras el mundo se va apagando a su alrededor... Ha estado observando durante semanas. Sabía que sería hoy y no pensaba permitirlo. El cuerpo, ya sin vida, se desliza suavemente al suelo. La ve salir del ascensor y dirigirse al coche ignorante de todo. Sonríe.

1403. XAVIER VIDAL – LA PUERTA AL FINAL DEL PASILLO Nada podía prepararme para lo que me esperaba tras la puerta al final del pasillo. De poco iba a servirme ser el detective con más años de experiencia en el cuerpo, con el mejor historial de detenciones, un valor fuera de toda duda y la arrogancia necesaria para haber sobrevivido tantos años en aquel trabajo de locos. Algo en aquella situación me inquietaba. Avancé despacio por el largo pasillo mirando de reojo hacia cada puerta, gruesas gotas de sudor bañando mis pensamientos. La desgastada alfombra apagaba el sonido de mis pasos y tranquilizaba mi subconsciente, siempre alerta ante lo desconocido. Tantas puertas iguales, tanta vida latiendo tras ellas, lágrimas y esperanzas, sueños y decepciones. Llegué al final del pasillo y me detuve en silencio ante la puerta,

señalada con unas letras pequeñas doradas. Acaricié con el cañón de mi pistola aquel anagrama de latón, que parecía observarme desde su frialdad. Abrí la puerta bruscamente, de una patada, entré al WC y me senté.

1404. XURXO SUÁREZ PARDO – UNA BALA El trueno del disparo aún resonaba en mis oídos cuando vi a Anna en el suelo; la vida abandonaba su cuerpo. Me arrodillé a su lado sin saber qué hacer, sintiendo cómo su sangre, cálida y espesa, se escapaba entre mis dedos. A su lado vi una pistola. La cogí. Pesaba más de lo que esperaba, como si aquel trozo de metal contuviera el peso de la muerte. La sangre seca aún cubría mis manos, apoyado sobre mi coche en aquel descampado. No se me había ocurrido ningún otro sitio al que ir. Anna estaba muerta y todo el mundo me buscaba, creyendo que yo la había matado. ¿Por qué había huido? Me hice esa pregunta mil veces... Ahora sí que parecía un asesino. Mierda, ni siquiera había hecho el servicio militar. Jamás había visto un arma de verdad. Entré en el coche y saqué el arma de la guantera. Al mirarla, pude ver mis manos a la luz del amanecer. Pequeños puntos negros cubrían mi mano derecha. Olía a pólvora. Conseguí sacar el cargador. Solo faltaba una bala. ¿Qué te he hecho, Anna?

1405. YAGO SALA CARBONELL – EL DETECTIVE SEMPRO Y EL CASO DE LAS MORCILLAS Una vez más, Semproniano había conseguido descubrir al asesino, aunque no llegaron a tiempo de salvar a la última víctima, que yacía, desmembrada y lívida, por la total ausencia de sangre, sobre una mesa de acero inoxidable. Desconocía qué tipos de ritos efectuaba el serial killer con los miembros amputados de las rubias chicas que, para su desgracia, caían en sus manos. Los cuerpos que hasta el momento habían ido encontrando se hallaban depositados en un par de bolsas cada uno: en una, las vísceras; en la otra, la cabeza sin mácula alguna y los huesos prácticamente limpios del todo. La ayuda de Rufino resultó imprescindible para acabar dilucidando las macabras artimañas del asesino: —Sempro —dijo Rufino—, tienes que bajar al sótano. Este tipo era un gourmet. No veas la de jamones, butifarras, chorizos y morcillas que tiene colgando de las vigas. Y están más que buenos los embutidos. Sobre todo las morcillas. Tienes que probarlas.

1406. YAJAIRA BENAVIDES – SU SEGUNDA VEZ Me llamo Liz y fui asesinada a los dieciséis años, no sin antes ser violada, por segunda vez, y torturada. Me mutiló los brazos y las piernas, pero sobre todo me quitó el corazón y lo guardó en su nevera en un frasco. La primera vez que fui violada fue por el mismo hombre, solo que yo no dije nada; tenía

miedo, así que callé. Pero no me podía creer que lo volviera a hacer. Disfrutó con cada cosa que me hacía. Después de matarme, se sentó a admirar su obra maestra, pensando que aquello era lo único que lo podía satisfacer. Después, se deshizo de mí y me tiró a un lago dentro de una caja. Estaba seguro de que nadie lo cogería, hasta que un día dejó una pista, una pista clave para encontrarme, se dejó un brazo, qué rato después encontraría un perro. Cómo puede ser que una persona sea tan fría y admita que mató a violó por segunda vez a una niña y que disfrutó con cada cosa que hizo. Por fin, podía descansar en paz; por fin lo cogieron.

1407. YANIRA SANTANA LLARENA – EFÍMERA COMO UNA GOTA DE LLUVIA Soltó poco a poco la mano de Sophie, y la pistola cayó al suelo. Un accidente. Sí, eso había sido. Un desafortunado accidente. La ropa se pegaba a su piel, el cuerpo de su compañera reposaba muerto entre sus brazos. La sangre se filtraba por las grietas de los adoquines y se perdía en las entrañas de la gran ciudad de hierro. Con sentimientos enfrentados, lloró y gritó, una mezcla de rabia y liberación. Las sirenas llenaron el lugar, la ayuda llegó. Horas más tarde, la observaba tumbada en la camilla del depósito, ganaba palidez conforme avanzaba el rigor mortis, el rojo fuego del cabello que la caracterizaba estaba extinto. Su rostro no reflejaba que hubiera encontrado paz, y eso lo satisfacía. Ella ya no era nadie, no era más que un cadáver muerto y en breve putrefacto, un montón de huesos... Sus labios se curvaron en una mueca ascendente.

1408. YASMINA GONZÁLEZ ALMÓN – ACALAMBRADA El cuerpo de Lori se hallaba desnudo y frío sobre la mesa–camilla de la morgue del doctor Elmer. El viejo forense, con su larga barba blanca y su aspecto apacible, observaba el cadáver con una expresión curiosa, cuando de pronto entró el detective Shepard. —¿Qué le ha ocurrido, doctor? —le espetó bruscamente—. Necesito saberlo. Elmer dirigió la mirada hacia Shepard sin apenas variar su postura y soltó un amplio suspiro. —A pesar de que a simple vista no se observan signos de ningún tipo de agresión o daño, he descubierto en su pecho una minúscula punción. Ha recibido una descarga directa al corazón; esa es la causa de la muerte. —Entonces, doctor, ha sido un asesinato.

1409. YOEL LEY SOLÁ – LOS VECINOS PERFECTOS El sol nunca llegaba a aquel lado del jardín, y si lo hacía, lo hacía muy temprano, cuando no había nadie despierto que pudiese comprobarlo. La

costumbre de aquel barrio no era la de meterse en los asuntos de los vecinos. A nadie se le ocurría mirar por encima de la valla que delimitaba su jardín y el jardín de la casa de al lado. Por eso, cuando la policía llegó aquella mañana, todos se sorprendieron cuando se llevaron detenida a la joven pareja. Esa pareja modélica que saludaba siempre con una sonrisa cordial, esa que nunca discutía, esa que pasaba periodos de nueve meses fuera de la ciudad, y que después volvía con el mismo semblante amable de siempre. Esa pareja pefecta que ya había enterrado los cuerpos de tres bebés, en aquel lado del jardín al que nunca llegaban los rayos del sol.

1410. YOLANDA ALMANSA – SIN TÍTULO «Tropezar de nuevo con la misma piedra». Así titularía esa búsqueda infructuosa del asesino de turno que se esfuma ante los ojos de la policía. Aquella mañana, me pasé por la oficina a primera hora, para evitar patéticas despedidas de compañeros que, en el fondo, se alegraban enormemente de perderme de vista. Reducción de plantilla, una ruleta rusa que apuntó erróneamente hacia mí. Pura matemática, sobraba uno. ¿Era yo? Mientras recogía mi calculadora y mis caramelos de menta, Jaime dejó su café en la mesa contigua y musitó un saludo legañoso que me indignó. Si me hubiese visto muerto, ni se hubiese inmutado. ¡Cómo podía aquel ser inerte mantener su puesto! Mi abrecartas lo puso en el lugar que merecía. Al día siguiente, mientras tomaba una cerveza en el sofá, me comunicaron la prórroga de seis meses. Se entrevistó a todos los trabajadores. Otro caso más sin resolver.

1411. YOLANDA MARTÍNEZ – ¿LA SOMBRA ES MI VIDA? Me encanta este libro, es interesante, pero hay algo en él que me da mala espina. Paso las hojas y cada vez me entretiene más; cuando llegó a las hojas centrales no hay nada, tan solo color blanco y una especie de sombra negra que parece lejana, qué extraño. Anne, aunque quería seguir leyendo, debía ir a comprar. El camino de ida transcurrió con normalidad, pero, al volver, a lo lejos, una sombra negra llama su atención. «Qué gracia, parece mi libro», piensa; continúa su camino y siente una caricia en la mano, se estremece. Al llegar a casa, reanuda la lectura no sin antes mirar de nuevo las hojas centrales; se asusta, la sombra no está. Anne vuelve a sentir una caricia, levanta la vista, intenta gritar pero no puede. «Sígueme», dice la sombra negra.

1412. YOLANDA VILLANUEVA – SIN PENSARLO Odiaba a los borrachos, era algo visceral. Cuando los veía entrar en su bar, todo su mundo se revolvía. Aborrecía su perdida de control, de dignidad. Solía echarlos rápidamente a empujones si hacia falta; odiaba tocarlos. Regresando una noche a casa, tras el trabajo, cruzaba el puente del río de su ciudad, cuando oyó cantar a alguien, no podía distinguir bien la

canción, era una mezcla de éxito del verano y alguna típica canción etílica. Cuando se acercaba al puente, lo pudo distinguir con claridad, allí estaba, otro borracho, subido a la barandilla del puente en una postura de contorsionista, porque no acertaba a bajarse con la agilidad necesaria, y al pasar junto a él, no lo pensó, estiró el brazo y le dio un fuerte empujón casi sin moverse. El borracho siguió cantando mientras caía; de repente, un sonido sordo y el agua lo engulló. Y hubo silencio. Siguió caminando sin volver la cabeza, tranquilamente. Cuando llegó a casa, se metió en la cama y descansó.

1413. YOLI CORRAL SÁNCHEZ – LA VENGANZA La investigación del asesinato de Jared Walker había ocupado el último mes de la inspectora Dawson. No podía dejar de pensar en quién asesinó al joven corredor de bolsa. Las pistas apuntaban hacia su ambicioso compañero de trabajo, pero su coartada era firme. Repasó los motivos habituales para cometer un homicidio: los celos estaban descartados, la víctima no tenía ninguna relación romántica. Tampoco sufrió un atraco, pues encontraron el cadáver con la cartera, el móvil y el reloj. Entonces, recordó que un empleado de la cafetería donde solía desayunar le culpaba del suicidio de su hermano tras perderlo todo en una pésima inversión. Al registrar su vivienda, la inspectora encontró pelo del gato de la víctima en la ropa del camarero. Una semana más tarde, las muestras de ADN del camarero y las recogidas en las uñas del interfecto mostraron coincidencia al 100 % y fueron concluyentes. Era el momento de encerrar al asesino y celebrar una nueva victoria de la justicia sobre la maldad.

1414. YULEN MOLINA HERNÁNDEZ – NOVIEMBRE Noviembre era el mes que menos me gustaba, pero era el sábado más plácido en décadas. Pude percibir la seriedad del comisario Westbrook; no eran comunes casos así en Rockville. Entré en la sala de interrogatorios, donde esperaba un hombre vestido de negro. Parecía ansioso por jugar conmigo. Trató de mediar palabra, pero interrumpiéndolo, comencé a hablar sobre la prostituta asesinada anoche. —Cruzó la estación hasta el callejón. Vestía de rojo y su ternura cómplice era irracional ante aquella tétrica situación. —«Es ella», susurró una voz en mí—. Empuñé mi daga y... —¿Por qué confiesa? Me interrumpió esta vez él. —Pronto lo entenderá, inspector. Como si de una entrada teatral prevista se tratase, una agente se plantó en la puerta. —Inspector McGill, hemos hallado una nota alojada en la tráquea de la víctima. Habla de la localización de más cuerpos. El inspector clavó en mí sus coléricos ojos. Había comenzado la

culminación de mi pequeña gran obra.

1415. YVONNE COLOM BERTRAN – ¿FICCIÓN O REALIDAD? Él pisaba el acelerador aun sabiendo que su viejo coche no daba más de sí; ella se mordía el labio inferior y lo miraba fijamente, como si no hubiera nada más hermoso en el mundo. Las ganas de comerse a besos iban en aumento, pero, al girar la calle, un árbol inmenso les impedía el paso. Por suerte, había un atajo, podían coger el camino de tierra, tendrían que ir más despacio, pero llegarían a su ansiado destino. De repente, la cara de ella se estremeció al contemplar, a través de la ventana, como cientos de lápidas emergían entre los árboles. Bajo la luz de la luna pudieron ver una gran mesa de piedra donde yacía una mujer de pelo rojo y a su alrededor un grupo de gente, todos vestidos de negro. El más alto de ellos empuñaba una daga y la alzaba mientras recitaba algo indescifrable. Se miraron horrorizados y decidieron seguir su camino para llegar a casa, como tenían previsto. Al día siguiente, al pasar por el camino, no había ni rastro del diabólico escenario de la noche anterior.

1416. ZAIDA RAMOS ÁLVAREZ – HOMBRE DESCONOCIDO Era una noche de otoño. En el centro de Barcelona, cuatro amigas, Alicia, Sonia, Ainhoa y Lorena. Perfecta noche para iniciar una aventura. Se despertaron a la mañana siguiente, en medio de la calle, en el centro de Plaza España, todas menos... Alicia. ¿Dónde había ido Alicia? ¿Qué había pasado esa noche? Eran preguntas que se hacían. Intentaron recordar. Pasadas unas horas, cada una se fue a casa a descansar, pensando que Alicia habría vuelto a la suya a medianoche. De repente, Ainhoa llamó a las tres; tenía un notición. Decidieron verse en persona. A la media hora, estaban todas en lo alto del Arena. Ainhoa sacó su teléfono móvil y les enseñó una foto en la cual se veía una persona desconocida que se llevaba a Alicia a cuestas, como si estuviera dormida y no se hubiese dado cuenta. Desde lo alto del Arena miraron hacia abajo; parecía sorprendente, pero ahí estaba ese hombre.

1417. ZEBENZUI ISMAEL CHINEA LARA – GESTA, MÁS ALLÁ DE LA TINTA Entraron tras reventar la puerta. Nada se oía salvo la lluvia. El apartamento estaba oscuro y deshabitado. Avanzaron comunicándose mediante sus miradas veladas tras las tinieblas. Llegaron al pasillo donde se distribuían tres habitaciones y se separaron aún recelosos. No escaparía, no otra vez. Entró en la segunda habitación, vacía como el resto de la casa, salvo por una hoja de papel junto a la que ardía una diminuta vela. Acercándose a ella sin vacilar, la tomó en sus manos. En letras obsidianas, que reconocía ya fácilmente, podía leer: Fue inútil cuanto intentó. Lysa volvió a llegar tarde, y su

mundo se apagó. Fiel al escrito, sucumbió a la oscuridad. Despertó en el hospital; su compañero, sentado junto a ella, le explicó lo ocurrido. Una vez más, había escapado. No pudo evitar morderse el labio con rabia, mientras juraba que, aunque le costase su cordura, atraparía al escritor.

1418. 19-3105-28 ❤ RUIZ – TODO POR SALVARLA Pudo ver como él corría detrás del que había intentado asesinarla hacía solo dos días. Ahora, la persona a la que amaba estaba dándolo todo para poder capturarlo. Vio como se abalanzaba sobre el sospechoso, quien hacía tiempo había sido su amigo, y lo esposaba contra una farola. Pero su corazón empezó a latir mucho más fuerte cuando pudo ver que aquella persona, de la cual no se podía separar, cayó al suelo desangrándose apuñalado por el asesino. No podía dejarlo morir sin confesarle lo que sentía. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?