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De tal padre, tal hija Por D.G. Laderoute En algún punto de la Carretera del Emperador… Daidoji Nerishma miró hacia la

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De tal padre, tal hija Por D.G. Laderoute

En algún punto de la Carretera del Emperador… Daidoji Nerishma miró hacia la lúgubre maleza que crecía a lo largo de la carretera al ir pasando la caravana del Clan de la Grulla que se encontraba escoltando. Entre el golpeteo de cascos de los bueyes de tiro y el retumbar y rechinar de los carros llenos hasta los topes de sacos de arroz, se esforzó por discernir qué era lo que había visto, u oído… Nerishma se lanzó hacia un lado, y la flecha dirigida hacia su rostro se clavó en un saco de arroz. Se recuperó rápidamente, alzó su lanza en forma de tridente y gritó, –¡Emboscada!¡Atentos! De entre la maleza comenzaron a salir hombres encallecidos, vestidos con ropas harapientas de campesino. De repente, Nerishma se encontró en combate cerrado con dos, no, con tres de ellos, que le atacaban con armas de campesino. Desvió frenéticamente los golpes y contraatacó en un torbellino de polvo, sudor, acero y confusión… La larga hoja de una naginata desprendió un reflejo plateado al golpear contra uno de los bandidos, después contra otro, y cortarles la garganta. Nerishma destripó al tercero, y luego se giró a tiempo para ver cómo alguien pasaba a su lado a toda prisa, haciendo ondular una túnica oscura cuya capucha se mantenía en su sitio gracias a un gorro cónico de paja. La figura encapuchada, a la que Nerishma reconocía vagamente como otro de los guardias de la caravana, derribó a un bandido detrás de otro sin apenas reducir el paso, con golpes de naginata aparentemente sin esfuerzo. Daba unos pasos, y caía otro bandido. Y otro. A lo largo del resto de la caravana los guardias acuchillaban y cortaban a sus atacantes, manteniendo su posición al tiempo que los rechazaban. Nerishma aferró su lanza y se apresuró a seguir a la figura encapuchada en dirección al frente de la caravana, decidido a no dejar combatir en solitario a su benefactor. Se puso a su altura justo a tiempo de ver cómo el guardia encapuchado se enfrentaba con un hombre delgado que blandía las espadas de un samurái, una katana en su mano derecha y un wakizashi en la izquierda. El hombre no llevaba mon alguno ni heráldica de otro tipo en su kimono pardo. Era un ronin, pues, y probablemente el líder de este grupo de bandidos. Nerishma se apresuró a acercarse a la figura encapuchada, que probablemente era también un ronin, un mercenario contratado para proteger la caravana. Pero la naginata, de la que caían gotas de sangre, le bloqueó el paso. Al mismo tiempo, una voz de mujer gritó al líder bandido, –¡Esta caravana tiene derecho a viajar por la Carretera del Emperador! ¿Cómo osas asaltarla? El ronin alzó sus espadas. –Esta gente y sus familias se muere de hambre. El arroz de esos carromatos se usará mejor llenando sus estómagos que en las casas de impuestos del Emperador. Así que hacen lo que deben. –No estás en posición de decidir algo así. Ni tampoco es excusa suficiente por los crímenes que habéis cometido hoy aquí. Sólo hay un posible castigo, la muerte. 11

–La muerte nos llega a todos, –respondió el hombre, asumiendo una posición de combate que Nerishma reconoció como perteneciente a niten, el estilo de esgrima con dos espadas preferido por el Clan del Dragón. Nerishma dio nuevamente un paso al frente, decidido a ayudar a acabar con ese deshonroso perro ronin… y una vez más, la naginata le bloqueó el paso. Esta vez, su portador se giró. El rostro que le observó desde debajo de la capucha brillaba como el alabastro, un rostro de una belleza turbadora, rodeado de cabello del color de la nieve. Nerishma reconoció de inmediato ese rostro, y rápidamente dio un paso atrás, desconcertado. Era Doji Hotaru, Campeona del Clan de la Grulla, y su ama y señora. Nerishma comenzó a inclinarse de forma instintiva, pero Hotaru negó con la cabeza. –Mantén tu posición, samurái-san, y da un paso atrás. Agradezco tu deseo de ayudar, pero me encargaré yo misma de esto. –Po-por supuesto, Doji-ue. Como ordenéis. Se enderezó, todavía presto para asistir a su Campeona a pesar de sus órdenes y de la sorpresa, que aún le hacía sentirse atónito. Resultaba evidente que llevaba tiempo en la caravana, disfrazada con ropas de viajero. Pero, ¿por qué? ¿Y por qué se dignaba ahora a combatir con este ronin, un hombre tan inferior a ella en el Orden Celestial que bien podría ser un insecto? Pero estas preguntas no le concernían, por lo que dio un paso atrás. Hotaru se giró hacia el ronin y alzó su naginata. El ronin se inclinó ante ella, y la mujer hizo lo propio. Tras un instante, el hombre se lanzó hacia ella como un relámpago. Hotaru saltó a un lado mientras propinaba un golpe con su naginata, de mucho mayor alcance, obligando al ronin a detener su ataque. Pero el hombre se recuperó en un instante, y se coló bajo el arco de la naginata. Hotaru esquivó la katana por un dedo, pero el wakizashi le hizo un corte poco profundo en el brazo. Nerishma soltó un grito ahogado y dio un paso al frente de forma involuntariaMantén tu posición, samurái-san. Nerishma se debatía entre dos impulsos contrapuestos: ayudar a su Campeona, y obedecerla… Finalmente obedeció, al tiempo que apretaba los dientes. El ronin atacó una y otra vez, pero Hotaru era como el agua, y sus fluidos movimientos esquivaban los ataques. A pesar de ello, Nerishma comenzó a desesperarse ante la incapacidad de su Campeona para ganar la iniciativa… hasta que, abruptamente, lo hizo. Sus movimientos se hicieron de repente como el fuego, un torbellino de furia incineradora, pero canalizada con la sutileza del aire. Nerishma se dio cuenta de que hasta aquel momento simplemente se había limitado a engañar a su contrincante, animándole a lanzar sus ataques más poderosos para estudiar sus movimientos y contraataques. Y lo hizo en cuestión de segundos, aunque a él se hubiesen parecido minutos.

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El ronin retrocedió, tratando desesperadamente de evitar el torbellino de ataques de la naginata. Acabó encontrando un punto débil por el que atacar y se lanzó de lleno… pero era una finta, que le dejó desequilibrado y expuesto. Hotaru lanzó su naginata contra el hombro del ronin, infligiéndole un corte que le llegó hasta la clavícula opuesta. El ronin cayó al suelo entre borbotones de sangre, con la boca abierta en busca de un aire que nunca le llegaría a los pulmones. La Campeona del Clan de la Grulla no dudó, y su segundo golpe decapitó al ronin. Nerishma aguardó a que su Campeona se retirase de la confrontación. En lugar de ello, la mujer se limitó a quedarse mirando a su oponente caído. ¿Era posible que hubiese sufrido una herida de mayor gravedad de la que el hombre no se hubiera percatado? Comenzó a avanzar hacia Hotaru, diciendo —Doji-ue, sigo a vuestro servicio, si necesitáis— —No —dijo, al tiempo que lanzaba un golpe corto con la naginata para limpiarla de sangre, tras lo que se miró la herida. —He sufrido heridas peores entrenando con Toshimoko-sensei—. Miró en dirección a la caravana, y luego se giró hacia Nerishma. —Los demás bandidos huyen. Recoge las espadas del ronin, Daidoji-san, por si hay alguien que merezca que le sean devueltas. Y luego dejadnos volver a nuestro lugar en la caravana a esperar a que partamos de nuevo hacia Otosan Uchi. Nerishma se inclinó. —Hai, Doji-ue. No le concernía hacer preguntas. A pesar de todo, durante el resto del trayecto Nerishma tuvo que esforzarse mucho en ignorar el hecho de que la Campeona de su clan caminaba a unos pasos de él.

Los aposentos de su hermana en el Palacio Imperial tenían una vista impresionante. Hotaru se percató de que los jardines bajo ellos habían sido preparados de forma impecable para la estación. El brillo fucsia del musgo rosado contrastaba a la perfección con los apagados colores crema y púrpura de las glicinas. Y el florecer de las primeras rosas proporcionaba un contrapunto amarillo y carmesí. Su esplendor rivalizaba con el de los jardines del distrito Chise en Otosan Uchi, donde se encontraba situada la embajada Grulla. Rivalizaban, sí, pero sin lugar a dudas no los superaban. Ahí: una ligera incompatibilidad de las rosas, un pequeño desequilibrio que la mayoría de samuráis pasarían por alto. En los Jardines Fantásticos de Kyūden Doji nunca se tolerarían este tipo de imperfecciones. Pero esos eran los jardines más perfectos del Imperio, siempre emulados pero nunca igualados. Ni siquiera aquí, en la Ciudad Imperial… Kyūden Doji. Hotaru se aferró a la repisa de la ventana, pero había dejado de ver los jardines. Ahora estaba viendo la sede ancestral de gobierno de su clan, un palacio de piedra blanca y gracia impecable, colgado sobre unas colinas desde las que se podía contemplar el Mar de la Diosa Sol. Las olas golpeaban de forma incesante contra la base rocosa, un golpeteo rítmico, profundo—

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Las colinas desde las que su madre se había arrojado al mar… las olas que la habían tragado y se la habían llevado… porque su padre, Doji Satsuma, la había impulsado a ello— Hotaru soltó la repisa al tiempo que sus pensamientos cambiaban de nuevo de dirección. Doji Satsume, que se había aferrado tozudamente al puesto de Campeón del clan durante años, incluso después de haber sido elegido como Campeón Esmeralda, el campeón personal del Emperador, comandante de las Legiones Imperiales y magistrado principal de Rokugán. Satsume, que había delegado el título de Campeón del clan en ella con reluctancia a instancias de sus cuñados, Kakita Toshimoko y Kakita Yoshi. Satsume, que había muerto justo cuando el Imperio más necesitaba al Campeón Esmeralda. Hotaru escuchó un golpeteo apagado tras ella, y dirigió allí su mirada. Enmarcada entre dos paneles shōji de papel perfectamente igualados, Doji Shizue dirigía una mirada desaprobadora a su gato, Fumio, que había tirado un pergamino de la mesa. Apoyándose en su bastón, Shizue puso el pergamino de nuevo en su sitio y ajustó ligeramente el arreglo floral ikebana que al parecer el gato también había descolocado. Hotaru no pudo evitar sonreír. Los aposentos de Shizue eran impecables, desde el suelo de madera de teca pulida proveniente de las lejanas Islas de la Seda y las Especias hasta el grupo de dibujos sumi-e en tinta a juego que decoraban las paredes. Aquí nunca habría algo como rosas mal emparejadas. Shizue cojeó al unirse a Hotaru al lado de la ventana mientras su bastón golpeteaba con suavidad. —¿Qué es lo que miras, Doji-ue? Hotaru disimuló —Los jardines, por supuesto. Resplandecientes bajo los rayos de la Dama Sol—. Con fingido desagrado, añadió —Y no hace falta ser tan formal como para llamarme “–ue” , hermana. No aquí, que estamos solas. —Si el protocolo es algo arraigado en las cortes Grulla, Doji-ue, aquí es una reacción completamente refleja. Sea como fuere… ¿Eso es todo lo que miras desde mi ventana? Hotaru dirigió su mirada de nuevo hacia los jardines mientras su sonrisa desaparecía, pero esta vez su mirada se dirigió por encima de ellos, por encima del muro del palacio y de los abigarrados tejados de la ciudad, hasta la extensión dorada de las lejanas Llanuras Osari. Por supuesto, no podía ver la sangre Grulla derramada en ellos durante su contienda con el Clan del León, pero sabía que allí estaba, secándose al sol de finales de primavera. Durante un instante Hotaru se planteó decir que sí, que eso era todo, pero en lugar de ello sacudió la cabeza. —No. Veo un Imperio turbulento. —Difícilmente se puede catalogar un ataque de bandidos como “un Imperio turbulento”, ni siquiera uno tan llamativamente cerca de la Capital Imperial. Hotaru se tocó la manga del kimono y palpó la venda oculta bajo el bordado de una grulla blanca sobre la pálida seda azulada. Un shugenja Seppun se había ofrecido a importunar a los kami elementales de Agua para acelerar la curación de su herida, pero ella se negó. Tal como había dicho al soldado Daidoji que había presenciado su combate con el ronin, había sufrido heridas peores entrenando con Kakita Toshimoko, su tío y vivaracho viejo senséi, y esas heridas sólo se las habían vendado… El ronin. El hombre era un criminal, y se había merecido la muerte. Pero… 44

Hotaru no podía evitar comprender sus motivaciones, al menos en parte. Tres años atrás, un terrible tsunami había asolado la costa del Clan de la Grulla, destruyendo parte de sus tierras más fértiles. Nadie sabía cuánto tiempo pasaría hasta que se pudiera plantar arroz de nuevo, menos aún hasta que volviesen a producir con la abundancia por la que eran famosas. El pueblo estaba hambriento, y cuanto más tiempo pasase, más lo estaría. Shizue frunció el ceño —Hay algo que te preocupa de verdad, ¿no es así? —El ronin que lideraba a los bandidos no carecía por completo de honor. Su intención era la de conseguir comida para sus seguidores y sus familias. Por eso le permití morir en combate, como un samurái, en lugar de ejecutarle como a un vulgar criminal. —Bueno, pues tienes que contármelo todo. Siendo como soy narradora de la Corte Imperial, tengo necesidad constante de nuevas historias que contar. Esta no sólo divertirá a la corte, sino que también aumentará tu reputación. —El trabajo primero— dijo Hotaru, sacudiendo la cabeza —Pero sí, es cierto que un único ataque de bandidos no augura la perdición del Imperio. Sin embargo, cuando los bandidos son plebeyos que simplemente buscan comida…—se tocó de nuevo el vendaje —. Y la hambruna es sólo uno de los problemas a los que nos enfrentamos. Nuestras desavenencias con el Clan del León por la posesión de Toshi Ranbo continúan. De hecho, pronto tendré que viajar hasta allí para evaluar la situación. Al norte, los Dragón quieren nuestra ayuda para acabar con una secta creciente de apóstatas y herejes, pero poco podemos ofrecerles. Al sur, El Clan del Cangrejo está siendo fuertemente presionado en la Muralla del Carpintero, pero tampoco les podemos ofrecer mucha asistencia. Y cada día que pasa, el Clan del Escorpión controla más férreamente la Corte Imperial… Hotaru se obligó a detenerse —Pero, bueno —continuó—, el Imperio siempre se ha visto afectado por problemas, ¿no es así? A lo mejor lo que pase es que aún no me he acostumbrado a mi puesto. Hotaru movió con rapidez su Naginata para completar los movimientos finales de la kata llamada Hoja de golpe único y se detuvo, asumiendo una posición de descanso. Kakita Toshimoko asintió, de pie bajo un cerezo, abriendo su boca para decir… algo, pero Doji Satsume le cortó. —Muy bien, hija mía. Hotaru se inclinó. —Gracias, padre. —No me lo agradezcas —dijo Satsume, su rostro adusto como la piedra—. “Muy bien” no es más que un primer paso en el camino hacia la perfección… un lugar que visitar brevemente, pero en el que no demorarse. Y tú, Hotaru, parece que lo has convertido en tu hogar. Algún día dirigirás a nuestro clan. Si tu liderazgo es simplemente “muy bueno”, habrás fracasado. Eso había sido… ¿hace un año y medio? Pocos meses antes de que Satsume abdicase como Campeón del clan y de que Hotaru asumiese el puesto. Nunca le había escuchado hablar de la calidad de su liderazgo sobre el Clan de la Grulla, ni siquiera para decir que estaba siendo “muy bueno”. Y ahora estaba muerto. 55

Doji Hotaru, indómita Campeona del Clan de la Grulla 66

Shizue se apoyó en su bastón. —Si me perdonas el atrevimiento —dijo—, te diría que estoy de acuerdo en que la novedad del puesto puede ser un problema. Mira, por ejemplo, tu llegada. Acabó siendo muy emocionante, pero por lo más sagrado, ¿por qué estabas viajando en esa caravana en lugar de con la comitiva oficial, como es debido? ¿Y en secreto, además? —Gracias a los bandidos ahora no es precisamente un secreto, ¿verdad? —dijo Hotaru, haciendo un gesto con la mano como para ignorar el asunto—. Simplemente deseaba llegar a Otosan Uchi de forma discreta, tener algo de tiempo para descubrir lo que pudiese de la muerte de Satsume antes de tener que enfrentarme a la inevitable pompa. —Una acción atrevida. Temeraria, incluso. Ciertamente no algo que padre hubiese hecho. Motivo, sospecho, por el que lo intentaste. Hotaru se limitó a mirar por la ventana. —Bueno —continuó Shizue—, habrías acabado encontrándote directamente con los magistrados Esmeralda y su investigación. La muerte de un Campeón Esmeralda no es una cuestión baladí. —Puede ser, pero ahora ya no importa, ¿verdad? Ahora no me queda otra elección que aceptar lo que sea que las fuentes oficiales estén dispuestas a compartir. Shizue soltó aire e hizo un ajuste minúsculo en otro centro de ikebana, este cerca de la ventana —Siguen existiendo fuentes relativamente extraoficiales disponibles, y tienes delante una de ellas. Después de todo, la habilidad más importante de un narrador es la capacidad para escuchar. —Muy bien ¿Y qué ha escuchado esta fuente relativamente extraoficial? —Que la muerte de Satsume continúa siendo un completo misterio. Parece que simplemente… se murió. Por supuesto, esto ha provocado todo tipo de especulaciones. —¿Cómo por ejemplo? —Hay quien dice que las Fortunas decidieron que le había llegado la hora de regresar al ciclo kármico. Otros sugieren otras causas más… siniestras. Hotaru entrecerró los ojos —Esta no es una de tus historias, Shizue. Los tintes dramáticos son innecesarios. Shizue sonrió y retocó mínimamente de nuevo el ikebana —Otra cosa que se me ha quedado arraigada, me temo. En todo caso, se dice que su muerte no fue natural ni accidental, y que ahora el puesto se encuentra disponible para los que los desean. —Si eso es lo que han descubierto los magistrados, exigirá un precio en sangre. —Y uno de los primeros en exigirlo será nuestro hermano. Hotaru suspiró. —Ciertamente. Kuwanan-kun no ha creído necesario esperar a que los magistrados completen su investigación. Ya está clamando sangre en nombre del honor de nuestro clan.

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Shizue se apoyó de nuevo en su bastón. —Satsume era tan padre suyo como lo era nuestro. Sospecho que su ira se ve también alimentada por el honor familiar. —inclinó a un lado la cabeza—. ¿Cómo espero que lo haga la tuya? Hotaru se giró de nuevo hacia la ventana. —La muerte de Doji Satsume, Campeón Esmeralda, es sin lugar a dudas una cuestión de extrema gravedad. Su muerte es una gran pérdida para el Imperio. Y si finalmente se descubre que fue asesinado, entonces sí, se pagará con sangre, y mucha. Puede que incluso haya guerra —miró hacia el jardín—. Sin embargo, la muerte de Satsume, nuestro padre… —se detuvo, con la mirada perdida en una charca de peces koi rodeada de coloridos hibiscos— Es posible que eso sea simplemente justicia, al fin. El silencio se mantuvo durante un largo instante. Finalmente, Shizue dijo —En última instancia, la muerte de madre fue su propia elección... —Una elección que nunca debería haberse visto obligada a hacer —saltó Hotaru, dándose la vuelta—. Padre prácticamente la empujó por ese acantiladoUn suave golpeteo contra la puerta le interrumpió. Shizue dirigió una mirada de confusión a Hotaru, y luego se dirigió cojeando hacia la puerta dejando atrás los paneles shōji. Abrió la puerta y se encontró a un sirviente que le hizo de inmediato una reverencia y luego se hizo a un lado, dejando entrar a otra persona. A Hotaru se le cortó el aliento al reconocer a la recién llegada. Bayushi Kachiko, Consejera Imperial de Rokugán… ...y la mujer más bella del Imperio. Hotaru, combatiendo el deseo de sonreír y estrechar a Kachiko en un fuerte abrazo, se limitó a inclinarse. Shizue hizo lo mismo, pero más profundamente, tal y como se correspondía a su posición en relación con la de la mujer que aconsejaba al propio Emperador. Al mismo tiempo, las dos asumieron de inmediato una imagen de perfecta formalidad. —Bayushi Kachiko-dono —dijo Hotaru-. Qué agradable sorpresa. ¿A qué debemos el honor de una visita de la estimada Consejera Imperial? Kachiko, toda una demostración de sinuoso carisma en negro y carmesí, se inclinó a su vez. —¿Cómo podría no presentar mis respetos a la honorable Campeona del Clan de la Grulla a su llegada a la Capital Imperial? —se detuvo a admirar uno de los centros de ikebana de Shizue, mientras sus dedos rozaban una ramita de gardenia, cuyo significado en hanakotoba, el lenguaje de las flores, era “amor secreto” —. Sin embargo, parece que se ha producido una ruptura significativa del protocolo, por lo que os presento mis más abundantes disculpas en nombre de la Corte Imperial. No recibimos una notificación apropiada de vuestra llegada a Otosan Uchi, y mucho menos de que ya hubieseis llegado. —No es motivo de preocupación, —dijo Hotaru. Los ojos de Kachiko centellearon a través de la minúscula máscara que los rodeaba y dejaba expuestas el resto de sus facciones, tan delicadas como la porcelana. —De ningún modo. Os aseguro que se tomarán las medidas apropiadas para corregir esta situación, de forma que en el futuro recibáis el reconocimiento debido a un Campeón de clan.

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Mientras hablaba, cada uno de los movimientos de la Escorpión eran absolutamente deliberados y calculados. Desde la ranura de su kimono que revelaba una cantidad prácticamente escandalosa de sus piernas al andar, hasta la forma en la que ladeaba la cabeza lo bastante como para mostrar de forma apenas apropiada parte de sus hombros. Bayushi Kachiko era completamente efectista… y el efecto buscado era una seductora promesa de más. Hotaru lanzó una mirada a su hermana. —Shizue-san, a riesgo de dar por supuesta tu hospitalidad, ¿nos permitirías utilizar tus aposentos durante un breve rato? —Por supuesto, Doji-ue. Me proporcionará una excusa para disfrutar de los jardines antes de que se ponga la Dama Sol. Fumio-chan, no causes problemas a nuestros invitados. El gato parpadeó hacia Shizue, e inmediatamente después tiró un pincel al suelo. Shizue suspiró y luego se inclinó, se dio la vuelta y salió de la habitación, cerrando la puerta deslizante tras ella. Kachiko y Hotaru mantuvieron su aire de decoro cortesano durante un momento después de que saliese Shizue, y luego se dedicaron una cálida sonrisa. Kachiko dio un paso adelante, estrechó las manos de Hotaru con las suyas y abrió la boca para hablar. Sin embargo, antes de que pudiese comenzar, Hotaru la acercó hacia ella con la intención de besarla… Hotaru dudó, al pensar de repente en su esposo, ahora de camino a Shizuka Toshi para averiguar lo que pudiese en relación a un ataque pirata reciente y sobre Yoritomo, el hombre que lo había liderado. Hotaru se detuvo, y se limitó a mirar a los oscuros ojos de Kachiko. Un instante de silencio. Mi corazón, pensó Hotaru… seguro que Kachiko es capaz de oírlo, de lo fuerte y rápido que late. Finalmente, fue Kachiko la que rompió el silencio. —Bueno, Hotaru, ¿cuál es la verdadera razón de entrar a escondidas en la ciudad? —Kachiko le lanzó una exagerada mirada de sospecha fingida— ¿Estabas tratando de evitarme? —Por supuesto que no. Simplemente tenía la esperanza de tener algo de tiempo para mí, antes de que la inevitable pompa se enrollase a mi alrededor cual sofocante seda. Kachiko soltó las manos de Hotaru —¿Y para qué querías ese tiempo? Ahora llegó el turno de Hotaru de mostrarse juguetona. Dirigiéndole una tímida sonrisa, dijo —Bueno, puede que, en lugar de tratar de evitarte, lo que quería era tener algo de tiempo para pasarlo contigo. 99

Una ceja enarcada sobresalió por encima de la máscara de Kachiko. —Eso puede arreglarse. De hecho, debes permitirme que sea tu anfitriona esta noche. Acabo de recibir un sake de Ryokō Owari Toshi que estoy segura de que será la envidia incluso de alguien tan exigente como la Campeona del Clan de la Grulla. —Lo espero con ansia. Un instante después, Kachiko dio un paso atrás, y su comportamiento se hizo más formal. — Aunque me halaga pensar que te adentrarías a escondidas en Otosan Uchi sólo para pasar algo de tiempo conmigo, eso no es motivo para tu… injustificada discreción, ¿verdad? Creo que esperabas poder aprovechar el relativo anonimato, por breve que este fuese, para descubrir alguna que otra cruda verdad sobre la muerte del Señor Satsume. —Un plan evidente, entonces… y parece que no demasiado bueno. —Al contrario. Si por el camino no te hubieses visto involucrada en un indecoroso combate con bandidos, podrías haberlo conseguido. Hotaru dirigió una mirada irónica hacia Kachiko, la mujer conocida como la Dama de los Secretos. —¿De verdad? —Durante un tiempo. Con tiempo suficiente acabo por enterarme de todo aquello de importancia que pasa en la ciudad, pero con tiempo suficiente no es de inmediato— La expresión de Kachiko se tornó grave— En lo que se refiere al Señor Satsume… tienes mis más profundas condolencias, Hotaru. Era un gran hombre, y un siervo leal y honorable del Emperador. Será echado en falta. Hotaru quería aparentar estar –y sentirse— apropiadamente apesadumbrada, pero sólo lograba recordar las colinas cercanas a Kyūden Doji. —Será echado en falta, —logró decir finalmente. Kachiko entrecerró los ojos al escuchar el tono de Hotaru. —No es que me sean desconocidas las relaciones problemáticas con un padre… pero si me permites la presunción, el Señor Satsume está muerto, Hotaru. Odiaría que tu amargura le sobreviviera, al menos durante mucho tiempo. Hotaru dirigió su mirada hacia uno de los paneles shōji de Shizue, en el que había pintadas lúgubres montañas contra una rojiza puesta de sol. —No niego mi amargura. Pero es más que eso. Las circunstancias que rodean su muerte resultan… preocupantes. —Ah, sí… Por lo que sé, los magistrados Esmeralda continúan su investigación. ¿Puede que tu llegada en secreto haya tenido después de todo algún beneficio y oyeras algo que desconozca? Hotaru se giró para mirar al gato Fumio, que se había tumbado sobre una estera tatami cerca del pincel que había tirado. Si su interlocutora no fuese Bayushi Kachiko, Hotaru podría haber pensado que se sentía verdaderamente preocupada ante la posibilidad de que se le hubiese escapado algo… o incluso que le preocupase que se llegara a descubrir algo que no se debiese. Pero era Kachiko, por lo que le resultaba inconcebible que no supiese exactamente qué habían descubierto los magistrados Esmeralda hasta el momento. …se dice que su muerte no fue natural ni accidental, y que ahora el puesto se encuentra disponible para los que los desean.

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Hametsu, el hermano de Kachiko y daimyō de la familia Shosuro, era conocido por ser un experto con los venenos, más que capaz de hacer que pareciese que una persona simplemente… se había muerto. Aunque la relación entre él y Kachiko no era precisamente estrecha, la lealtad de ambos a su clan estaba fuera de toda duda. …cada día que pasa, el Clan del Escorpión controla más férreamente la Corte Imperial… Hotaru alzó la vista del gato y se encontró con Kachiko mirándole. —No —dijo finalmente Hotaru—. No he oído nada, aparte de retazos de chismorreos. Como todo el mundo, sólo puedo aguardar a que los magistrados Esmeralda concluyan su investigación. Una pausa, tras lo que Kachiko asintió. —Por supuesto. Mientras tanto, ¿tienes intención de permanecer en la capital? —Por ahora. Hay que preparar un funeral. En un primer momento había pensado celebrarlo en Kyūden Doji, pero creo que resultaría más apropiado hacerlo aquí, en Otosan Uchi. —Una decisión apropiada, sin duda. Si hay algo que pueda hacer para ayudar, sólo tienes que pedirlo. Hotaru estrechó la mano de Kachiko. —Gracias. Significa mucho para mí. Kachiko puso su otra mano sobre las de Hotaru. —Bueno, me encantaría quedarme, pero me temo que hay asuntos de la corte a los que tengo que atender. Pero espero verte esta noche. Hotaru no deseaba otra cosa que quedarse con Kachiko, pero se limitó a asentir. —Por supuesto. —Entonces enviaré a un sirviente con la hora. Hasta entonces… —Kachiko estrechó la mano de Hotaru durante un instante más, y luego la soltó para dirigirse hacia la puerta. Intercambiaron inclinaciones apropiadas, y después se marchó. Hotaru se quedó un momento simplemente mirando la puerta. Finalmente, se giró y se dirigió de nuevo a la ventana. Las luces y sombras del jardín habían cambiado con el movimiento de la Dama Sol, haciendo que pareciese un lugar completamente distinto. Sin embargo, su mirada se perdió de nuevo más allá, hacia el horizonte. Arrozales, vacíos y resecos… sangre en las Llanuras Osari… la oscuridad que golpeaba contra la Muralla del Carpintero… herejía y sedición… Si Rokugán era el Imperio Esmeralda, la esmeralda tenía un defecto: pequeñas grietas que amenazaban con alargarse y extenderse, hasta partirla y convertirla en polvo.

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