Kerri Maniscalco - Stalking Jack The Ripper 02 - Hunting Prince Dracula PDF

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Sinopsis Capítulo 1 Capítulo 2 Capítulo 3 Capítulo 4 Capítulo 5 Capítulo 6 Capítulo 7 Capítulo 8 Capítulo 9 Capítulo 10 Capítulo 11 Capítulo 12 Capítulo 13 Capítulo 14 Capítulo 15 Capítulo 16 Capítulo 17 Capítulo 18 Capítulo 19 Capítulo 20 Capítulo 21 Capítulo 22 Capítulo 23 Capítulo 24

Capítulo 25 Capítulo 26 Capítulo 27 Capítulo 28 Capítulo 29 Capítulo 30 Capítulo 31 Capítulo 32 Capítulo 33 Capítulo 34 Capítulo 35 Capítulo 36 Capítulo 37 Capítulo 38 Capítulo 39 Capítulo 40 Capítulo 41 Capítulo 42 Capítulo 43 Capítulo 44 Capítulo 45 Epílogo Material bonus Sobre la autora Créditos

En esta secuela best seller del New York Times al evocador #1 de Kerri Maniscalco Stalking Jack The Ripper, extraños asesinatos son descubiertos en el castillo del Príncipe Vlad el Empalador, también conocido como Drácula. ¿Podría ser un imitador... o el depravado príncipe ha sido vuelto a la vida? Siguiendo el dolor y horror del descubrimiento de la verdadera identidad de Jack el Destripador, Audrey Rose Wadsworth no tiene más opción que huir de Londres y sus recuerdos. Junto al arrogante y encantador Thomas Cresswell, viaja al corazón oscuro de Rumanía, casa de una de las mejores escuelas de medicina forense de Europa... y de otro notorio asesino, Vlad el Empalador, cuya sed de sangre se convirtió en leyenda. Pero el sueño de su vida pronto es manchado por descubrimientos llenos de sangre en los pasillos del amenazante castillo de la escuela, y Audrey Rose se ve obligada a investigar los asesinatos extrañamente familiares. Lo que descubre hace que sus temores revivan una vez más.

Para mamá y papá, Por enseñarme que innumerables aventuras se encuentran entre las páginas de los libros. Y para mi hermana, Por viajar conmigo a cada tierra misteriosa, real e imaginada.

¡Soberbia muerte! ¿Qué festín preparas en tu eternal morada, que has herido de un solo golpe y tan cruelmente tantas ilustres víctimas? —Hamlet, Acto 5, Escena 2 William Shakespeare

Vista general, Bucarest, Rumania, c. 1890

Traducido por Shilo Corregido por Vickyra

Nuestro tren rechinaba por las vías congeladas hacia los colmillos cubiertos de blanco de los Cárpatos. Desde nuestra posición en las afueras de Bucarest, la capital de Rumania, los picos eran del color de moretones que se desvanecían. Juzgando por la fuerte nevada que caía, muy probablemente estaban tan fríos como carne muerta. Un pensamiento encantador para una mañana tempestuosa. Una rodilla golpeó el costado del panel de madera tallada en mi vagón privado de nuevo. Cerré mis ojos, rezando para que mi compañero de viaje se durmiera otra vez. Un movimiento más de sus largos miembros podría destrozar mi crispada compostura. Presioné mi cabeza contra el acolchado asiento alto, concentrándome en el suave terciopelo en lugar de pinchar su ofensiva pierna con el broche de mi sombrero. Sintiendo mi molestia en crecimiento, el señor Thomas Cresswell se movió y empezó a golpear con sus dedos enguantados el marco de nuestro compartimento. Mi compartimento, de hecho. Thomas tenía sus propios aposentos, pero insistía en pasar cada hora del día en mi compañía, en caso de que un asesino en serie abordara el tren y desencadenara una carnicería. Al menos esa fue la historia ridícula que le había dicho a nuestra chaperona, la señora Harvey. Ella era la encantadora mujer de cabello plateado que cuidaba a Thomas mientras se quedaba en su apartamento en Piccadilly, Londres, y que estaba tomando su cuarta siesta del nuevo día.

Toda una hazaña considerando que no había pasado mucho tiempo desde el amanecer. Padre se había enfermado en París y había puesto su confianza y mi virtud al cuidado tanto de la señora Harvey como de Thomas. Hablaba demasiado de lo bien considerado que Padre tenía a Thomas, y qué tan convincentemente inocente y encantador podía ser mi amigo cuando el humor o la ocasión llegaban. Mis manos de repente estaban calientes y húmedas dentro de mis guantes. Interrumpiendo ese sentimiento, mi concentración se desvió del cabello castaño oscuro de Thomas y su abrigo chaqué hacia su sombrero descartado y periódico rumano. Había estudiado lo suficiente el idioma para entender la mayoría de lo que decía. Se leía en el encabezado: ¿HA REGRESADO EL PRINCIPE INMORTAL? Se había encontrado un cuerpo con su corazón atravesado con una estaca cerca de Braşov —el pueblo al que estábamos viajando— llevando a los supersticiosos a creer en lo imposible: Vlad Drácula, el príncipe muerto hace siglos, estaba vivo. Y cazando. Todo era basura destinada a inspirar miedo y vender periódicos. No existía tal cosa como un ser inmortal. Los hombres de carne y hueso eran los verdaderos monstruos, y podían ser detenidos bastante fácil. Al final, hasta Jack el Destripador sangró como todos los hombres. Aunque los periódicos todavía aseguraban que merodeaba las neblinosas calles de Londres. Algunos hasta decían que se había ido a América. Si tan solo eso fuera cierto. Una punzada familiar golpeó mi centro, robándome el aliento. Siempre era lo mismo cuando pensaba en el caso del Destripador y los recuerdos que evocaba. Cuando miraba fijamente al espejo, veía los mismos ojos verdes y labios rojos; las raíces hindúes de mi madre y la nobleza inglesa de mi padre aparente en mis pómulos. Por todas las apariencias externas, todavía era una vibrante chica de diecisiete años. Y aun así había sido un golpe devastador a mi alma. Me preguntaba cómo podía parecer tan entera y serena en el exterior cuando en el interior estaba azotada por la turbulencia. Tío sintió el cambio en mí, notando los errores descuidados que había empezado a cometer en su laboratorio forense en los últimos días. Ácido carboxílico que había olvidado utilizar cuando limpiaba nuestros bisturíes.

Especímenes que no había recolectado. Una ruptura serrada que había hecho en carne gélida, tan impropio de mi precisión normal con los cuerpos alineados en su mesa de examinación. No había dicho nada, pero sabía que estaba decepcionado. Se suponía que tenía un corazón que se endurecía frente al rostro de la muerte. Tal vez no estaba destinada a una vida de estudios forenses después de todo. Tap. Tap-tap-tap. Tap. Apreté mis dientes mientras Thomas golpeaba junto al resoplido del tren. Cómo la señora Harvey dormía con ese barullo era verdaderamente increíble. Al menos había tenido éxito en sacarme del profundo pozo de emociones. Eran del tipo de emociones que eran demasiado quietas y demasiado oscuras. Estancadas y pútridas como agua de ciénaga, con criaturas de ojos rojos acechando en lo profundo. Una imagen muy adecuada para el lugar adonde nos dirigíamos. Pronto todos desembarcaríamos en Bucarest antes de viajar el resto del camino en carruaje al Castillo Bran, casa de la Academia de Medicina y Ciencia Forense, o Institutului Naţional de Criminalistică şi Medicină Legală, como era llamada en rumano. La señora Harvey permanecería una noche o dos en Braşov antes de viajar de vuelta a Londres. Una parte de mí deseaba regresar con ella, aunque nunca lo admitiría en voz alta frente a Thomas. Sobre nuestra cabina privada, un opulento candelabro se balanceaba a tiempo con el ritmo del tren, sus cristales tintineando y agregando una nueva capa de acompañamiento a los golpes de staccato de Thomas. Sacando su incesante melodía de mis pensamientos, observé el mundo de afuera emborronarse con nubes de vapor y troncos sibilantes. Ramas sin hojas estaban revestidas de brillante blanco, sus reflejos brillando contra el pulido azul casi de ébano de nuestro tren de lujo, mientras los vagones de adelante se curvaban y se abrían paso por la tierra recubierta de escarcha. Me incliné, dándome cuenta de que las ramas no estaban cubiertas de nieve, si no de hielo. Atrapaban la primera luz del día y estaban prácticamente encendidas en el brillante amanecer rojizo. Era tan pacífico que casi podía olvidar… ¡Lobos! Me levanté tan abruptamente que Thomas saltó en su asiento. La señora Harvey roncó sonoramente, el sonido parecido a un gruñido. Parpadeé y las criaturas se habían ido, reemplazadas por ramas que se balanceaban mientras el tren avanzaba hacia adelante.

Lo que había pensado que eran colmillos brillantes eran solo ramas invernales. Exhalé. Había estado escuchando aullidos fantasmas toda la noche. Ahora estaba viendo cosas que no estaban ahí durante el día también. —Iré a… estirarme un poco. Thomas subió sus cejas oscuras, sin duda cuestionando —aunque conociéndolo, más probablemente admirando— mi insolente desestimación del decoro, y se inclinó hacia adelante, pero antes que pudiera ofrecer acompañarme o despertar a nuestra chaperona, corrí hacia la puerta y la abrí. —Necesito unos momentos. Sola. Thomas me miró fijamente un segundo más antes de responder. —Trata de no extrañarme demasiado, Wadsworth. —Se sentó de vuelta, su rostro cayendo un poco antes de que su semblante fuera de nuevo juguetón. La ligereza no alcanzó sus ojos por completo—. Aunque eso puede ser una tarea imposible, yo, por mi parte, siempre me extraño terriblemente cuando duermo. —¿Qué fue eso, querido? —preguntó la señora Harvey, parpadeando detrás de sus lentes. —Dije que debería tratar de contar ovejas. —¿Estaba dormida de nuevo? Aproveché la distracción, cerrando la puerta detrás de mí y agarrando mis enaguas. No quería que Thomas leyera la expresión de mi rostro. La que todavía no había controlado en su presencia. Vagué por el corredor angosto, apenas notando la pomposidad mientras me dirigía al vagón del comedor. No podía estar aquí afuera sin chaperona por mucho tiempo, pero necesitaba un escape. Al menos de mis propios pensamientos y preocupaciones. La semana pasada, había visto a mi prima Liza subir por las escaleras de mi casa. Una vista normal como cualquiera, excepto que se había ido al campo semanas antes. Días más tarde, algo un poco más oscuro sucedió. Estaba convencida de que un cadáver había estirado su cabeza hacia mí en el laboratorio de Tío, su mirada sin parpadear llena de desprecio por el

bisturí en mi mano, mientras su boca escupió gusanos en la mesa de examinación. Cuando parpadeé, todo estaba bien. Había traído varias revistas médicas para el viaje, pero no había tenido la oportunidad de investigar mis síntomas con Thomas estudiándome abiertamente. Había dicho que tenía que confrontar mi dolor, pero no estaba dispuesta a abrir todavía esa herida. Algún día, tal vez. Unos cuantos compartimentos más abajo, una puerta se abrió, arrastrándome al presente. Un hombre con cabello finamente estilizado salió de la cámara, moviéndose rápidamente por el corredor. Su traje era color carbón y hecho de fino material, aparente por la manera en que envolvía sus amplios hombros. Cuando sacó un peine plateado de su levita, casi grité. Algo en mis entrañas se estremeció tan violentamente que mis rodillas cedieron. No podía ser. Había muerto hace semanas en ese horrible accidente. Mi mente conocía la imposibilidad de pie frente a mí, alejándose con su cabello perfecto y ropa a juego, aun así, mi corazón se negaba a escuchar. Agarré mis faldas color crema y corrí. Hubiera reconocido esa zancada en cualquier parte. La ciencia no podía explicar el poder del amor o la esperanza. No había fórmulas o deducciones para entender, sin importar lo que Thomas aseguraba con respecto a la ciencia versus la humanidad. El hombre inclinaba su sombrero a los pasajeros sentados tomando té. Solo estaba consciente a medias de sus miradas anonadadas mientras corría tras él, mi propio sombrero inclinándose a un lado. Se acercó a la puerta del vagón de fumado, deteniéndose un momento para abrir la puerta exterior para desplazarse entre vagones. Humo se coló del compartimento y se mezcló con una ráfaga helada de aire, el olor lo suficientemente fuerte para agitar mis entrañas. Los sucesos del último mes habían sido solo una pesadilla. Mi… —¿Domnişoară? Las lágrimas llegaron a mis ojos. El corte de cabello y la ropa no pertenecían a la persona que creí. Limpié el primer rastro de humedad que se deslizó por mis mejillas, sin importar si se corría el kohl que había empezado a usar alrededor de mis ojos.

Levantó un bastón con cabeza de serpiente, cambiándolo de mano. Ni siquiera había estado sosteniendo un peine. Estaba perdiendo contacto con lo que era real. Lentamente retrocedí, notando la charla suave del vagón detrás de nosotros. El tintineo de tazas, los acentos mezclados de los viajeros, todo un crescendo acumulándose en mi pecho. El pánico hizo la respiración más difícil que el corsé envolviendo mis costillas. Jadeé, tratando de inhalar suficiente aire para calmar mis nervios revueltos. El ruido y la risa subieron a un tono estridente. Parte de mí deseaba que la cacofonía ahogara el pulso destrozando mi cabeza. Estaba a punto de vomitar. —¿Está bien, domnişoară? Parece… Me reí, sin importarme que se alejó de mí por mi arrebato repentino. Oh, si existía algo como un poder superior, estaba divirtiéndose a costa de mí. «Domnişoară» finalmente quedó registrado como «señorita». Este hombre ni siquiera era inglés. Hablaba rumano. Y su cabello no era para nada rubio. Era castaño claro. —Scuze —dije, forzándome a salir de la histeria con una disculpa exigua y una inclinación ligera de mi cabeza—, lo confundí con alguien más. Antes de avergonzarme todavía más, incliné mi barbilla y rápidamente me retiré a mi vagón. Mantuve la cabeza baja, ignorando los susurros y las risas, aunque había escuchado suficiente. Necesitaba recobrar mi compostura antes de que viera a Thomas de nuevo. Había pretendido lo contrario, pero había visto la preocupación arrugando su ceño. El cuidado extra en la manera en que me fastidiaba o molestaba. Sabía precisamente lo que estaba haciendo cada vez que me irritaba. Después de lo que había pasado mi familia, cualquier otro caballero me hubiera tratado como si fuera una muñeca de porcelana, fácilmente fracturada y descartada por estar rota. Thomas no era como cualquier otro joven, sin embargo. Demasiado rápido llegué a mi compartimento y tiré mis hombros hacia atrás. Era momento de usar la apariencia indiferente de una científica. Mis lágrimas se habían secado y mi corazón era un sólido puño en mi pecho. Inhalé y exhalé. Jack el Destripador no iba a regresar jamás. Una afirmación tan verdadera como cualquiera.

No había asesinos en serie en este tren. Otro hecho. El Otoño del Terror se había terminado el mes pasado. Sin duda alguna, los lobos no estaban cazando a nadie en el Expreso de Oriente. Si no era cuidadosa, luego iba a empezar a creer que Drácula había resurgido. Me permití otra profunda respiración antes de abrir la puerta, desechando todos los pensamientos de príncipes inmortales mientras entraba en el compartimento.

Traducido por Shilo Corregido por Vickyra

Thomas mantuvo su concentración tercamente fija en la ventana, sus dedos ataviados de cuero todavía tamborileando ese ritmo molesto. Tap. Tap-tap-tap. Tap. Como era de esperarse, la señora Harvey estaba descansando sus ojos de nuevo. Sus suaves aspiraciones indicaban que se había vuelto a dormir en los momentos en que me había ido. Miré fijamente a mi acompañante, pero estaba dichosamente inconsciente o pretendiendo estarlo mientras me deslizaba en el asiento frente a él. Su perfil era un estudio de líneas perfectas y ángulos, todos cuidadosamente vueltos al mundo invernal de afuera. Sabía que sentía mi atención en él, su boca curvada de más por el deleite de estar distraído. —¿Debes mantener ese miserable ritmo, Thomas? —pregunté—. Me está volviendo tan loca como uno de los desafortunados personajes de Poe. Además, la pobre señora Harvey debe de estar soñando cosas horribles. Dirigió su atención a mí, profundos ojos castaños volviéndose pensativos por un momento. Era esa mirada precisamente —cálida y tentadora como un parche de sol en un fresco día de otoño— la que significaba problemas. Prácticamente podía ver a su mente reflexionar sobre cosas atrevidas mientras un lado de su boca se levantaba. Su sonrisa torcida invitaba a pensamientos que la Tía Amelia hubiera encontrado completamente indecentes. Y la manera en que su mirada cayó hacia mis propios labios me dijo que lo sabía. Malvado.

—¿Poe? ¿Me arrancarás el corazón y lo pondrás debajo de tu cama, entonces, Wadsworth? Debo admitir, no es una manera ideal de terminar en tus aposentos. —Pareces terriblemente seguro de tu habilidad para encantar cualquier otra cosa que serpientes. —Admítelo. Nuestro último beso fue bastante emocionante. —Se inclinó hacia adelante, su atractivo rostro acercándose demasiado al mío. Hasta aquí llegó tener una chaperona. Mi corazón se aceleró cuando noté motas diminutas en sus irises. Eran como pequeños soles dorados que me atraían con sus encantadores rayos—. Dime que no te imaginas la idea de otro. Mi mirada recorrió rápidamente sus rasgos esperanzados. La verdad era, a pesar de cada cosa oscura que había pasado en el mes anterior, de hecho, que me imaginaba la idea de otro encuentro romántico con él. Que de alguna manera se sentía demasiado como una traición a mi período de duelo. —Primer y último beso —le recordé—. Era la adrenalina recorriendo mis venas después de casi morir a manos de esos dos rufianes. No tus poderes de persuasión. Una sonrisa malvada levantó por completo las comisuras de su boca. —Si encuentro una pizca de peligro para nosotros, ¿eso te tentaría de nuevo? —Sabes, te prefería más cuando no estabas hablando. —Ah. —Thomas se sentó de vuelta, inhalando profundamente—. De cualquier manera, me prefieres. Traté de ocultar una sonrisa lo mejor que pude. Tuve que haber sabido que el canalla encontraría una manera de llevar nuestra conversación a temas tan impropios. De hecho, estaba sorprendida de que le había tomado tanto ser vulgar. Habíamos viajado desde Londres a París con mi padre para que pudiera despedirnos en el impresionante Expreso de Oriente, y Thomas había sido un caballero encantador el viaje entero. Apenas lo reconocía cuando charlaba cálidamente con Padre sobre panecillos y té.

Si no fuera por la traviesa inclinación de sus labios cuando Padre no estaba escuchando, o las líneas familiares de su terca mandíbula, hubiera declarado que era un impostor. No había manera que este Thomas Cresswell pudiera ser el mismo chico molestamente inteligente con el que me había encariñado demasiado en este pasado otoño. Acomodé un mechón suelto de cabello azabache detrás de mí oreja y miré por la ventana de nuevo. —¿Tu silencio significa que estás considerando otro beso, entonces? —¿No puedes deducir mi respuesta, Cresswell? —Lo miré fijamente, una ceja alzada en desafío, hasta que se encogió de hombros y siguió golpeando el alféizar con sus dedos enguantados. Este Thomas también había conseguido persuadir a mi padre, el formidable Lord Edmund Wadsworth, para que me dejara asistir a la Academia de Medicina y Ciencia Forense con él en Rumania. Un hecho que todavía no podía ordenar por completo en mi mente; era casi demasiado fantástico para ser real. Inclusive mientras estaba sentada en un tren en ruta a la escuela. Mi última semana en Londres había estado llena con pruebas de vestidos y el empaque del baúl. Lo que dejó demasiado tiempo para que ellos todavía se conocieran más, parecía. Cuando Padre anunció que Thomas me acompañaría a la academia junto a la señora Harvey por su enfermedad, prácticamente me ahogué con el plato de sopa, mientras Thomas guiñaba sobre el suyo. Apenas tuve tiempo de dormir en la noche, menos considerar la relación formándose entre mi exasperante amigo y mi usualmente severo padre. Estaba deseosa de dejar la terriblemente silenciosa casa que abría paso a demasiados fantasmas de mi pasado reciente. Un hecho del que Thomas estaba demasiado consciente. —¿Fantaseando con un bisturí nuevo, o esa mirada es solo para cautivarme? —preguntó Thomas, alejándome de pensamientos oscuros. Sus labios temblaron por mi ceño, pero era lo suficientemente inteligente para no terminar esa sonrisa—. Ah. Un dilema emocional, entonces. Mi favorito. Lo observé tomar nota de la expresión que estaba tratando demasiado de controlar, los guantes de satín que no podía dejar de tocar, y la manera

tensa en que me sentaba en la cabina, que no tenía nada que ver con el corsé envolviendo la parte superior de mi cuerpo, o la mujer mayor ocupando la gran parte de mi asiento. Su mirada se fijó en la mía, sincera y llena de compasión. Podía ver promesas y deseos hilvanados a lo largo de sus rasgos, la intensidad de sus sentimientos suficiente para hacerme temblar. —¿Nerviosa por las clases? Los vas a encantar, Wadsworth. Era un leve alivio que a veces malinterpretara toda la verdad de mis emociones. Que crea que el escalofrío era completamente por nervios por las clases y no su interés creciente en un compromiso. Thomas había admitido su amor hacia mí, pero igual que con tantas cosas últimamente, no estaba segura de que fuera real. Tal vez solo se sentía en deuda conmigo por lástima tras todo lo que había pasado. Toqué los botones al costado de mis guantes. —No. No en realidad. Sus cejas se arquearon, pero no dijo nada. Regresé mi atención a la ventana y al crudo mundo de fuera. Deseaba estar perdida en la nada por un rato más. De acuerdo con la literatura que había leído en la gran biblioteca de Padre, nuestra nueva academia estaba en un castillo que sonaba un poco macabro localizado sobre la frígida cordillera de los Cárpatos. Era un largo camino desde casa o de la civilización, por si alguno de mis nuevos compañeros era menos que amable. Era seguro que mi sexo iba a ser visto como una debilidad entre compañeros hombres, ¿y si Thomas abandonaba nuestra amistad cuando llegáramos? Tal vez descubriría lo verdaderamente raro que era para una mujer joven abrir a los muertos y sacarles los órganos como si fueran nuevas zapatillas para probarse. No había importado cuando ambos éramos aprendices de Tío en su laboratorio. Pero lo que pensaran los estudiantes en la prestigiosa Academia de Medicina y Ciencia Forense podría no ser tan progresista. Manipular cuerpos era apenas apropiado para que un hombre lo hiciera, menos una chica noble. Si Thomas me dejaba sin amigos en la

escuela, me hundiría en un abismo tan profundo que temía que nunca podría salir. La chica correcta de sociedad en mí estaba reacia a admitirlo, pero sus flirteos me mantenían a flote en un mar de sentimientos en conflicto. Pasión y molestia eran fuego, y el fuego estaba vivo y crepitando con poder. El fuego respiraba. El dolor era un tanque de arenas movedizas; entre más una luchara contra él, más profundo te jalaba. Preferiría estar encendida que enterrada viva. Aunque solo el pensamiento de estar en una posición comprometedora con Thomas era suficiente para que mi rostro se calentara. —Audrey Rose —empezó Thomas, manoseando los puños de su abrigo de chaqué, luego recorrió su cabello con una mano, una acción verdaderamente extraña para mi usualmente arrogante amigo. La señora Harvey se movió, pero no se despertó, y por una vez deseé que lo hiciera. —¿Sí? —Me senté más recta, forzando al armazón del corsé a que actuara como si fuera armadura. Thomas raramente me llamaba por mi nombre, a menos que algo horrible estuviera a punto de ocurrir. Durante una autopsia hace unos meses, habíamos entablado una batalla de ingenios —que pensé haber ganado en su momento, pero ahora no estaba tan segura— y lo dejé usar mi apellido. Un privilegio que él también me concedió, y algo de lo que ocasionalmente me arrepentía cada vez que me llamaba Wadsworth en público—. ¿Qué pasa? Lo observé respirar profundamente varias veces, mi atención desviándose a su traje finamente hecho. Estaba vestido espléndidamente para nuestra llegada. Su traje azul medianoche estaba hecho a medida de una manera que hacía que una pausara para admirar tanto al traje como al joven que lo llenaba. Alcancé mis botones, luego me detuve. —Hay algo que he querido decirte —dijo, moviéndose en su asiento— . Creo… que es justo que te lo revele antes de llegar. Su rodilla golpeó el panel de madera de nuevo, y dudó. Tal vez ya se estaba dando cuenta de que su asociación conmigo sería un problema para él en la escuela. Me preparé para eso, el pedazo de cuerda que me amarraba a la cordura. No le pediría que se quedara y fuera mi amigo a través de esto. Sin importar si me mataba. Me concentré en mis respiraciones, contando los segundos entre ellas.

Abuela decía que la frase «Reconocido por su terquedad» debería estar inscrita en todas las tumbas Wadsworth. No discrepaba. Levanté mi barbilla. El resoplido de las ruedas ahora contaba cada latido amplificado de mi corazón, bombeando adrenalina hacia mis venas. Tragué varias veces. Si no hablaba pronto, me temía que iba a vomitar sobre él y su apuesto traje. —Wadsworth. Estoy seguro de que tú… tal vez debería… —Sacudió su cabeza, luego se rio—. Me has poseído verdaderamente. Luego estaré componiendo sonetos y haciendo ojos de ciervo. —La vulnerabilidad dejó sus rasgos abruptamente como si se hubiera detenido a sí mismo de caerse por un acantilado. Aclaró su garganta, su voz más suave de lo que había sido un momento antes—: Y no es el tiempo, ya que mis noticias son un poco… bueno, podrían ser una pequeña… sorpresa. Fruncí el ceño. No tenía idea hacia dónde se dirigía esto. Iba a declarar que nuestra amistad era irrompible o la iba a hacer a un lado de una vez por todas. Me encontré agarrando el borde de mi asiento, mis palmas humedeciendo mis guantes de satín una vez más. Se inclinó hacia adelante, preparándose. —Mi madre… Algo grande se estrelló contra la puerta de nuestro compartimento, la fuerza casi agrietando la madera después del impacto. Al menos sonaba de esa manera, nuestra pesada puerta estaba cerrada para controlar el estrépito del vagón del comedor. La señora Harvey, que Dios la bendiga, estaba todavía profundamente dormida. No me atreví a respirar, esperando que más ruidos siguieran. Cuando no hubo ninguno, me incliné hacia adelante en nuestra cabina, olvidando completamente la confesión sin decir de Thomas, el corazón latiendo al doble de la velocidad normal. Imaginé cadáveres alzándose de los muertos, derribando nuestra puerta con la esperanza de beber nuestra sangre y… no. Forcé a mi mente a pensar claramente. Los vampiros no eran reales. Tal vez era simplemente un hombre que se había permitido muchos tragos y se tropezó contra la puerta. O tal vez un carrito de postres o té se había escapado de un empleado. Supuse que inclusive era posible que una joven se hubiera tropezado por el movimiento del tren.

Exhalé y me senté de vuelta. Necesitaba dejar de preocuparme por asesinos que acecharan la noche. Me estaba obsesionando con convertir cada sombra en un demonio sediento de sangre cuando no era nada más que la ausencia de luz. Aunque fuera la hija de mi padre. Otro objeto golpeó las paredes fuera de nuestro compartimento, seguido por un grito amortiguado, luego nada. Los vellos de mi cuello se levantaron en punta, alejándose de la seguridad de mi piel, mientras los ronquidos de la señora Harvey se adicionaban a la atmósfera intimidante. —¿Qué pasa en el nombre de la reina? —susurré, maldiciéndome por haber empacado mis bisturíes en un baúl al que no podía acceder fácilmente. Thomas levantó un dedo hacia su boca, luego apuntó a la puerta, impidiendo cualquier otro movimiento. Nos sentamos ahí mientras pasaban los segundos en doloroso silencio. Cada tictac del reloj se sentía como un mes agonizante. Ya no podía aguantar un momento más de eso. Mi corazón estaba listo para estallar de sus confines. El silencio era más aterrador que otra cosa mientras los segundos se alargaban a minutos. Nos sentamos ahí, concentrados en la puerta, esperando. Cerré mis ojos, rezando para no estar experimentando un ataque de terror. Un grito cortó el aire, helando mis huesos hasta la médula. Olvidando los buenos modales, Thomas me alcanzó a través del compartimento, y la señora Harvey se movió al fin. Mientras Thomas agarraba mi mano en la suya, sabía que esto no era producto de mi imaginación. Algo muy oscuro y muy real estaba en este tren con nosotros.

Traducido por Shilo Corregido por Vickyra

Me levanté inmediatamente, observando el área fuera del tren, y Thomas hizo lo mismo. Los rayos mancillaban el dorado mundo en siniestros tonos de gris, verde y negro mientras el sol se alzaba sobre el horizonte. —Quédate aquí con la señora Harvey —dijo Thomas. Mi atención se dirigió a él. Si pensaba que simplemente me iba a sentar mientras investigaba, obviamente estaba más desquiciado de lo que me estaba volviendo yo. —¿Desde cuándo me crees incapaz? —Estiré el brazo más allá de él, tirando de la puerta del compartimento con toda mi fuerza. La maldita cosa no cedía. Me deshice de mis zapatillas de viaje y me preparé, con la intención de arrancarla de sus goznes si era necesario. No me iba a quedar atrapada en esta bonita jaula un minuto más, sin importar lo que estaba esperando para recibirnos. Traté de nuevo, pero la puerta se negó a abrirse. Era como todo en la vida: entre más se luchara en contra de ello, más difícil se volvía. De repente el aire se sentía muy pesado para respirar. Jalé con más fuerza, mis dedos demasiado lisos resbalándose sobre el enchapado de oro todavía más liso. Mi respiración se enganchó en mi pecho, quedando atrapada entre la rígida armazón de mi corsé. Tuve la necesidad salvaje de romper mi ropa interior, que se vayan al carajo las consecuencias de la sociedad correcta. Necesitaba salir. Inmediatamente. Thomas estaba a mi lado en un instante.

—No… creo que… seas… incapaz —dijo, tratando de abrir la puerta conmigo, sus guantes de cuerpo brindándole un poco más de control sobre el liso enchapado—. Por una vez quiero ser el héroe. O al menos pretender serlo. Siempre… me estás… salvando. Otro empujón en la cuenta de tres, ¿sí? Uno, dos, tres. Juntos la abrimos finalmente, y me lancé hacia el pasillo, sin importar cómo me veía mientras la multitud de pasajeros miraba fijamente, y lentamente retrocedieron. Tuve que parecer peor de lo que imaginaba, pero no me podía preocupar por eso todavía. Respirar era mucho más importante. Con suerte nadie de la sociedad de Londres estaba viajando en este vagón y me reconocería. Me incliné hacia adelante, deseando haber traído un vestido sin corsé, mientras inhalaba respiraciones poco cooperativas. Susurros en rumano llegaron a mis oídos. —Teapa. —Ţepeş. Inhalé rápidamente y me incorporé, retrocediendo inmediatamente cuando miré lo que estaba haciendo que los pasajeros estuvieran paralizados, sus rostros drenados de color. Ahí, entre el angosto corredor y nuestra puerta, había un cuerpo desplomado. Hubiera pensado que el hombre estaba intoxicado si no fuera por la sangre que se filtraba de una gran herida en el pecho, manchando la alfombra persa. La estaca que sobresalía de su corazón era una notoria indicación de asesinato. —Santos en el cielo —murmuró alguien, volviéndose—, es el Empalador. ¡La historia es cierta! —Voivode de Valaquia. —El Príncipe de la Oscuridad. Un puño se cerró alrededor de mi corazón. Voivode de Valaquia… Príncipe de Valaquia. El título dio vueltas en mi mente hasta que aterrizó en lecciones de historia y se plantó en el área donde vivía el miedo. Vlad Ţepeş. Vlad el Empalador. Algunos lo llamaban Drácula. Hijo del Dragón.

Tantos nombres para el príncipe medieval que había matado a más hombres, mujeres y niños de los que me atrevía a pensar. Su método de matanza era cómo recibía el apellido Ţepeş. Empalador. Fuera del Reino de Rumania, se rumoreaba que su familia eran criaturas malvadas, inmortales y sedientas de sangre. Pero de lo poco que había aprendido, la gente de Rumania se sentía muy diferente. Vlad era un héroe del pueblo que peleó por sus compatriotas, usando cualquier medio necesario para derrotar a sus enemigos. Algo que otros países y sus amados reyes y reinas hacían también. Los monstruos están en los ojos del que mira. Y nadie quería descubrir que su héroe era el verdadero villano de la historia. —¡Es el Príncipe Inmortal! —Vlad Ţepeş vive. «¿Ha regresado el príncipe inmortal?» El encabezado del periódico pasó por mi mente. De verdad que esto no podía estar pasando de nuevo. No estaba lista para estar de pie sobre el cuerpo de otra víctima de asesinato tan pronto después del caso del Destripador. Examinar un cadáver en el laboratorio era diferente. Estéril. Menos emocional. Ver el crimen donde había ocurrido lo hacía demasiado humano. Una vez era algo que había deseado. Ahora era algo que deseaba olvidar. —Esto es una pesadilla. Dime que esto es un horrible sueño, Cresswell. Por un breve momento, pareció que Thomas deseaba tomarme en sus brazos y calmar todas mis preocupaciones. Luego esa fría determinación se asentó como una ventisca descendiendo en las montañas. —Has mirado al Miedo en su horrible rostro y lo has hecho temblar. Vas a superar esto, Wadsworth. Vamos a superar esto. Ese es un hecho más tangible que cualquier sueño o pesadilla. Te prometí que nunca te mentiría. Pretendo hacerle honor a mi palabra. No podía apartar mi mirada de la creciente mancha de sangre. —El mundo es despiadado. Imperturbable a los atentos pasajeros a nuestro alrededor, Thomas apartó un mechón de cabello de mi rostro, su mirada pensativa.

—El mundo no es bueno ni cruel. Simplemente existe. Tenemos la habilidad de verlo de la manera en que decidamos. —¿Hay un cirujano a bordo? —gritó en rumano una mujer de cabello oscuro, como de mi edad. Fue suficiente para arrancarme la desesperación—. ¡Este hombre necesita ayuda! ¡Que alguien consiga ayuda! No podía soportar decirle que este hombre estaba más allá de toda ayuda. Un hombre con el cabello desarreglado agarró un costado de su cabeza, sacudiéndola como si pudiera remover el cuerpo con la fuerza de su negación. —Esto… esto… debe ser el acto de un ilusionista. La señora Harvey sacó su cabeza al corredor, sus ojos ensanchados detrás de sus gafas. —¡Oh! —gritó. Thomas rápidamente la acompañó a la banca en mi compartimento, susurrándole suaves palabras mientras iban. Si no hubiera estado tan sorprendida, hubiera gritado también. Desafortunadamente, esta no era la primera vez que me encontraba con un hombre que había sido asesinado minutos antes. Traté de no pensar en el cuerpo que habíamos encontrado en un callejón de Londres y la furiosa culpa que todavía me roía las entrañas. Había muerto por mi despreciable curiosidad. Era un monstruo horrible envuelto en delicado encaje. Y aun así… no pude evitar sentir una sensación frenética bajo mi piel mientras miraba fijamente este cuerpo, expuesto crudamente. La ciencia me daba un propósito. Era algo en lo que perderme, distinto a mis propios pensamientos locos. Respiré varias veces, orientándome hacia el horror frente a mí. Ahora no era el momento en que las emociones nublaran mi juicio. Aunque parte de mí quería llorar por el hombre asesinado y quienquiera que lo extrañaría esta noche. Me pregunté con quién había estado viajando… o hacia dónde se dirigía. Detuve mis pensamientos ahí. Concéntrate, me ordené. Sabía que esto no era obra de un ser sobrenatural. Vlad Drácula había muerto cientos de años antes.

Murmurando algo acerca del cuarto de máquinas, el pasajero con el cabello desaliñado corrió en esa dirección, probablemente para que el maquinista detuviera el tren. Lo observé serpentear entre el grupo de gente, muchos de los cuales estaban paralizados por el horror. —La señora Harvey se desmayó —dijo Thomas mientras salía del compartimento y sonreía tranquilizadoramente—. Tengo sales aromáticas, pero creo que es mejor dejarla hasta que esto… Observé cómo su garganta se movía con la emoción que estaba suprimiendo. Me arriesgué a la indecencia —pensando que la multitud estaba más preocupada por el cuerpo y no por mi falta de discreción— y agarré su mano enguantada en la mía antes de soltarla. No necesitaba decir nada. Sin importar cuánta muerte y destrucción uno se encontraba, nunca era fácil. Inicialmente. Pero tenía razón. Superaríamos esto. Lo habíamos hecho varias veces antes. Ignorando el caos que se estaba desatando a mi alrededor, me preparé para la imagen aborrecible y me divorcié de mis emociones. Las lecciones de atender una escena del crimen que Tío me había inculcado eran ahora memoria corporal, no necesitaba pensar, solo actuar. Este era un espécimen humano en necesidad de estudio, eso era todo. Pensamientos de la sangre, violencia y la desafortunada pérdida de vida eran puertas que se cerraron simultáneamente en mi cerebro. El resto del mundo y mis miedos y culpa se desvanecieron. La ciencia era un altar al que me arrodillaba, y me bendecía con consuelo. —Recuerda, —Thomas miró de arriba abajo el corredor, tratando de bloquear el cuerpo de la vista de los pasajeros—, es meramente una ecuación que necesita ser resuelta, Wadsworth. Nada más. Asentí, luego removí mi sombrero cuidadosamente y coloqué mis enaguas detrás de mí, doblando cualquier emoción extra junto con la suave tela. Mis puños de encaje negro y dorado rozaron la levita del fallecido, su delicada estructura una horrible contradicción a la dura estaca que sobresalía de su pecho. Traté de no distraerme por la salpicadura de sangre en su cuello almidonado. Mientras buscaba un pulso que sabía no iba a encontrar, volví mi atención hacia Thomas, notando que sus usualmente gruesos labios estaban presionados en una fina línea.

—¿Qué pasa? Thomas abrió la boca, luego la cerró cuando una mujer se asomó de un compartimento adyacente, con una inclinación altiva de su barbilla. —Demando saber el significado de… oh. Oh, Dios. Miró fijamente al hombre desplomado en el suelo, jadeando como si su corpiño estuviera restringiéndole de repente todo flujo de aire a sus pulmones. Un caballero del compartimento adyacente la atrapó antes que golpeara el suelo. —¿Está bien, señora? —preguntó en un acento americano, golpeando suavemente su mejilla—. ¿Señora? Una irritada nube de vapor siseó mientras el tren chillaba hasta detenerse. Mi cuerpo se movió de un lado a otro cuando la gran fuerza de propulsión se detuvo, el candelabro del corredor tintineando intensamente arriba. Su sonido hizo que mi pulso se acelerara a pesar de la quietud repentina de nuestro entorno. Thomas se arrodilló frente a mí, con la mirada fija en el recién ido, mientras me sujetaba con su mano enguantada y susurraba: —Mantente alerta, Wadsworth. Quienquiera que cometió este acto está muy probablemente en este corredor con nosotros, observando todos nuestros movimientos.

Una serpiente, una serpiente alada, y un dragón, c, 1600.

Traducido por Shilo Corregido por AnnaTheBrave

Ese mismo pensamiento también había cruzado mi mente. Estábamos a bordo de un tren en movimiento. Al menos que alguien hubiese saltado desde en medio de uno de los vagones y salido disparado corriendo por el bosque, todavía estaban aquí. Esperando. Disfrutando del espectáculo. Me puse de pie y miré a mi alrededor, tomando nota de cada rostro y catalogándolo para futuras referencias. Había una mezcla de jóvenes y viejos, simples y ordinarios. Hombres y mujeres. Mi atención se enganchó en una persona —un chico aproximadamente de nuestra edad con cabello tan negro como el mío— que se movió, tirando del cuello de su chaqué, sus ojos mirando del cadáver a la gente a su alrededor. Parecía estar a punto de desmayarse. Sus nervios pudieron haber sido por culpa o miedo. Dejó de moverse lo suficiente para encontrarse con mi mirada, sus ojos llorosos penetrando en los míos. Había algo turbado en él que hizo que mi pulso se acelerara de nuevo. Tal vez conocía a la víctima a mis pies. Mi corazón golpeó contra mi esternón al mismo tiempo que el maquinista gritaba una advertencia de que regresáramos a nuestros compartimentos. En los segundos que me había tomado cerrar los ojos y recobrar mi compostura, el chico nervioso se había ido. Miré fijamente al punto en donde había estado de pie antes de darme la vuelta. Thomas se movió, su brazo rozando sutilmente el mío.

Nos detuvimos junto al cuerpo, ambos silenciosos en nuestros propios pensamientos tumultuosos mientras internalizábamos la escena. Bajé la mirada hacia la víctima, con el estómago revuelto. —Ya había fallecido para el momento en que abrimos nuestra puerta —dijo Thomas—. No hay cantidad de suturas que puedan reparar su corazón. Sabía que Thomas tenía razón, pero pude haber jurado que los ojos de la víctima se agitaron. Respiré profundamente para aclarar mi mente. Pensé en el artículo del periódico de nuevo. —El asesinato en Braşov también fue por empalamiento —dije—. Dudo mucho que sean dos crímenes separados. Tal vez el asesino de Braşov estaba viajando a otra ciudad, pero encontró esta oportunidad demasiado tentadora para ignorarla. ¿Aunque por qué escoger a esta persona para matarla? ¿Había sido un objetivo antes de abordar? Thomas miró a todos, su mirada calculadora y determinada. Ahora que el corredor se estaba despejando, podía inspeccionar al fallecido en busca de pistas. Me rogué ver la verdad ante nosotros y no dejarme llevar por otra fantasía de un cuerpo volviendo a la vida. Juzgando por su apariencia, la víctima no pudo haber tenido más de veinte. Vaya pérdida sin sentido. Estaba bien vestido con zapatos pulidos y un traje inmaculado. Su cabello castaño claro había sido cepillado cuidadosamente a un lado y estilizado a la perfección con pomada. Cerca, un bastón con una cabeza de serpiente enjoyada miraba sin ver a los pasajeros que se comían con los ojos a su antiguo dueño. Era llamativo. Y familiar. Mi corazón palpitó mientras mis ojos viajaban a su rostro. Me tambaleé contra la pared, inhalando profundamente. No había prestado atención durante el caos inicial, pero este era el hombre que había confundido antes. No podía haber sido hace más de diez o veinte minutos. Cómo había pasado de estar vivo y dirigiéndose al vagón de fumadores a muerto fuera de mi compartimento era incomprensible. Especialmente cuando se parecía tanto a…

Cerré mis ojos, pero las imágenes grabadas ahí eran peores, entonces miré fijamente la herida de entrada y me concentré en la sangre que se estaba coagulando y enfriando. —¿Wadsworth? ¿Qué pasa? Sostuve una mano sobre mi estómago, deteniéndome. —La muerte nunca es fácil, pero hay algo… infinitamente peor cuando alguien joven es llevado. —La muerte no es a lo único a lo que temer. El asesinato es peor. — Thomas observó mi rostro, luego miró al cuerpo, sus rasgos suavizándose— . Audrey Rose… Me giré rápidamente antes que pudiera ponerle palabras a mi aflicción. —Mira qué eres capaz de deducir, Cresswell. Necesito un momento. Lo sentí cerniéndose detrás de mí, esperando lo suficiente para saber que estaba escogiendo sus próximas palabras con sumo cuidado, y tratando de no tensarse. —¿Estás bien? Ambos sabíamos que estaba preguntando más allá del fallecido que yacía a mis pies. Parecía como si pudiera ser lanzada a la oscuridad sin fondo de mis emociones en cualquier segundo. Necesitaba controlar las imágenes persiguiéndome día y noche. Lo encaré, cuidadosa de mantener mi voz y expresión firmes. —Claro. Solo recomponiéndome. —Audrey Rose —dijo Thomas suavemente—, no tienes que… —Estoy bien, Thomas —dije—. Nada más necesito un poco de tranquilidad. Apretó sus labios, pero honró mi deseo de no presionar en el asunto. Me agaché de nuevo, estudiando la herida e ignorando el sorprendente parecido con mi hermano. Necesitaba encontrar mi balance de nuevo. Localizar la puerta de mis emociones y cerrarla hasta que mi inspección terminara. Luego podía encerrarme en mis aposentos y llorar.

Alguien jadeó mientras desabotonaba parte de la camisa de la víctima para inspeccionar mejor la estaca. Los modales eran claramente más importantes que descubrir pistas, pero legítimamente no me importaba. Este joven merecía algo mejor. Ignoré a las personas que permanecían en el corredor y pretendí que estaba sola en el laboratorio de Tío, rodeada de frascos que olían a formaldehido llenos de muestras de tejido. Inclusive en mi imaginación, los especímenes animales parpadearon con sus ojos lechosos y muertos, juzgando cada movimiento que hacía. Flexioné mis manos. Concéntrate. La herida del pecho de la víctima era más repúgnate de cerca. Pedazos de madera se habían astillado, dando la apariencia de zarzas y sus tallos espinosos. La sangre se secó casi negra alrededor de la estaca. También noté dos líneas carmesí oscuro que habían escapado de su boca. No era sorprendente. Tal herida claramente causó un sangrado interno masivo. Si su corazón no hubiera sido perforado, probablemente se hubiera ahogado en su propia fuerza vital. Era una manera excepcionalmente horrible de morir. Un olor acre que no tenía nada que ver con el fuerte olor metálico de la sangre flotaba alrededor de la víctima. Me incliné sobre el cuerpo, tratando de localizar el olor transgresor, mientras Thomas ojeaba a los pasajeros restantes que nos rodeaban. Saber que podía deducir pistas de los vivos de la manera en que yo podía adivinar información de los muertos me calmaba. Algo sobresalía de las comisuras de los labios del fallecido, llamando mi atención. Por el amor de Inglaterra, esperaba que esto no fuera algo que mi mente hubiera conjurado. Casi me tropecé sobre la víctima mientras me acercaba todavía más. De seguro que había algo voluminoso y blancuzco introducido en su boca. Parecía ser de naturaleza orgánica, como una raíz. Si tan solo pudiera ingresar… —¡Damas y caballeros! —El maquinista había ahuecado sus manos alrededor de su boca, gritando desde el final del pasillo. Su acento indicaba que era de Francia. Esperado, ya que salimos de París—. Por favor regresen a sus cabinas. Miembros de la guardia real necesitan el área libre de… contaminación.

Miró nerviosamente al hombre en uniforme junto a él, que fulminó con la mirada a la multitud hasta que se devolvieron a sus cuartos privados, sombras hundiéndose en la oscuridad. El guarda lucía como de veinticinco. Su cabello era más negro que una noche sin estrellas y estaba cubierto de laca. Era todo ángulos, líneas afiladas y rasgos cortantes. Aunque nunca cambió su expresión insípida, la tensión se arremolinaba dentro de él, un arco tensado lo suficiente para disparar y matar. Noté duro músculo debajo de su ropa y callos en sus manos —asombrosamente sin guantes— mientras las levantaba y nos indicaba que nos retiráramos. Era un arma perfeccionada por el Reino de Rumania, lista para ser desatada contra cualquier amenaza percibida. Thomas se inclinó lo suficiente para que su respiración hiciera cosquillas en la piel de mi cuello. —Veo que es un hombre de pocas palabras. Tal vez es el tamaño de su… arma lo que es tan intimidante. —¡Thomas! —susurré severamente, horrorizada por su indecencia. Señaló la espada demasiado grande que colgaba de la cadera del joven, la diversión escrita en todos sus rasgos. Bien, entonces. Mis mejillas se calentaron mientras Thomas decía: —Y dices que yo soy el que tiene la mente en una alcantarilla. Qué escandaloso de ti, Wadsworth. ¿En qué estabas pensando? El guardia miró severamente a Thomas, sus ojos ampliándose brevemente antes de endurecer su mandíbula de nuevo. Miré entre ellos mientras se medían, dos lobos alfa dando vueltas y corriendo por dominar una nueva manada. Finalmente, el guardia inclinó levemente la cabeza. Su vos era profunda y retumbaba como una máquina de vapor. —Por favor regresen a sus aposentos, Alteţă. Thomas se quedó inmóvil. Era una palabra con la que no estaba familiarizada, ya que había empezado a estudiar rumano recientemente, por lo que no tenía idea de cómo lo había llamado el guardia. Tal vez era algo tan simple como «señor» o «tonto arrogante».

Cualquiera que hubiese sido el insulto, mi amigo no se quedó congelado por la sorpresa durante mucho tiempo. Cruzó sus brazos mientras el guardia daba un paso hacia adelante. —Creo que nos quedaremos e inspeccionaremos el cuerpo. Somos muy buenos husmeando los secretos de los muertos. ¿Quieres que te enseñemos? La mirada del guardia se dirigió perezosamente hacía mí, sin dudas pensando que una joven en un bonito vestido sería el completo opuesto de útil. Al menos en cuanto a ciencia o investigación concernían. —No es necesario. Pueden retirarse. Thomas se enderezó en toda su impresionante altura y dirigió su nariz al joven. No había pasado por alto la intención detrás de la ojeada del guardia tampoco. Nada bueno salía de su boca cuando tomaba esa postura. Probé la indecencia y agarré su mano. El guardia curvó su labio, pero no me importó. Ya no estábamos en Londres, rodeados de gente que podía ayudarnos a salir de problemas si Thomas agravaba a la persona equivocada usando su carisma usual. Terminar en un calabozo mohoso de Rumania no estaba dentro de las cosas que tenían un buen lugar en mis planes para esta vida. Había visto el lúgubre interior de Bedlam —un horrible asilo en Londres, cuyo nombre se había convertido en sinónimo de caos— y podía imaginar lo suficientemente bien lo que podríamos encontrar aquí. Quería estudiar cadáveres, no especies diferentes de ratas en una celda olvidada y subterránea. O arañas. Un río de miedo se deslizó por mi columna con el pensamiento. Preferiría enfrentar mis fantasmas que estar atrapada con arañas en un lugar pequeño y oscuro. —Vamos, Cresswell. Los jóvenes se miraron fijamente por un momento más, discusión silenciosa tomando lugar en sus posturas rígidas. Quería poner mis ojos en blanco por su ridiculez. Nunca entendería la necesidad masculina de preparar pequeñas parcelas de tierra para construir un castillo y gobernarlo. Todo el postureo sobre cada centímetro de espacio debe ser agotador. Finalmente, Thomas cedió.

—Muy bien. —Miró al guardia con los ojos entrecerrados—. ¿Cuál es tu nombre? El guardia sonrió una mueca cruel. —Dăneşti. —Ah. Dăneşti. Eso lo explica, ¿verdad? Thomas se dio la vuelta y desapareció en su propio compartimento, dejándome queriendo saber no solo acerca del cuerpo fuera de mi puerta, si no acerca del aura extraña que nos rodeaba desde que habíamos entrado en Rumania. ¿Quién era el amenazante guardia, y por qué su nombre había evocado tanta exasperación en Thomas? Dos guardias reales más flanqueaban a Dăneşti, que parecía estar a cargo, mientras ladraba órdenes en rumano y señalaba al cuerpo con movimientos precisos. Tomé eso como mi señal para irme. Cerré la puerta de mi compartimento y me detuve. La señora Harvey estaba acostada, su pecho subiendo y bajando en un ritmo constante que indicaba un sueño profundo. Pero no era su posición lo que me sorprendió. Un pedazo de pergamino arrugado estaba en mi asiento. Podría estar viendo cosas fantasmas de vez en cuando, pero estaba segura de que no había ningún pergamino aquí antes de descubrir el cuerpo fuera de mi puerta. Los escalofríos se tomaron la libertad de recorrer mi piel. Miré alrededor de mi compartimento, pero no había nadie más que mi chaperona dormida. Negándome a que el miedo me abrumara, caminé hacia el papel y lo alisé. En él estaba la imagen de un dragón, su cola enroscada alrededor de su grueso cuello. Una cruz formaba la curva de su columna. Casi la había confundido con escamas. Tal vez Thomas lo había dibujado, pero lo hubiera visto haciéndolo. ¿Verdad? Me dejé caer en el asiento, tratando de descifrar todo, deseando estar de vuelta en el momento en que lo único que me preocupaba era el ruido incesante de Thomas. Parecía que no podía estar segura de nada. Fuera de mi compartimento, escuché al cuerpo ser arrastrado por el corredor. Traté de no pensar en cómo los guardias estaban destruyendo cualquier evidencia que hubiera estado presente, mientras los sonidos de sus zapatos deslizándose sobre la alfombra se desvanecían.

Si alguien diferente a Thomas había creado la imagen del dragón, cómo había entrado él a mi compartimento y se había desvanecido sin que Thomas ni yo nos diéramos cuenta era otro misterio. Uno que me helaba las entrañas.

Castillo Bran, Transilvania, Rumania.

Traducido por Brendy Eris Corregido por AnnaTheBrave

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El Clarence —a menudo llamado Rugidor por todo el ruido que hacía— era tan cómodo como podría serlo un carruaje mientras golpeaba y empujaba durante horas en terrenos desiguales y subía las escarpadas montañas y colinas que salían de Bucarest. Por puro aburrimiento, me encontré fascinada por las borlas doradas que cubrían las cortinas de color púrpura oscuro. Dragones de oro estaban cosidos en la tela, sus cuerpos serpentinos y elegantes. La señora Harvey, milagrosamente despierta durante la última media hora más o menos, gruñó cuando saltamos sobre un gran hoyo en la carretera y tiró de su manta. Mis cejas se elevaron prácticamente hasta la línea de mi cabello cuando sacó un frasco de su abrigo con adornos de piel y bebió profundamente. Líquido claro se derramó sobre ella, llenando el pequeño espacio con un penetrante aroma que solo podía ser alcohol fuerte. Sus mejillas se tornaron de un rojo vibrante cuando frotó el líquido derramado, luego me ofreció el frasco grabado. Negué con la cabeza, incapaz de evitar que mis labios se movieran hacia arriba. Esta mujer me gustaba inmensamente. —Tónico de viaje. Para enfermedades relacionadas con el movimiento —dijo—. Ayuda con una constitución frágil. Y un clima miserable. Thomas resopló, pero noté que revisó su recién cambiado calentador de pies para asegurarse de que todavía producía calor. La nieve caía un poco más pesada cuanto más alto subíamos en las montañas y nuestro carruaje era bastante frío.

—La señora Harvey también usa su tónico de viaje antes de retirarse a su habitación. Algunas noches, cuando llegaba del laboratorio del doctor Wadsworth, había galletas recién preparadas en el vestíbulo —dijo él—. Con poca memoria de su parte sobre cómo se hicieron. —Oh, calla —dijo ella amablemente—. Me recetaron este tónico para el viaje. No vayas difundiendo verdades a medias, es impropio. Siempre recuerdo si cocino y solo tomo un sorbo después. Y hago esas galletas porque alguien tiene bastante gusto por lo dulce. No deje que le diga lo contrario, señorita Wadsworth. Me reí entre dientes cuando la amistosa anciana tomó otro sorbo de su «tónico de viaje» y se movió de nuevo bajo las gruesas cubiertas de lana, con los párpados ya caídos. Eso explicaba su impresionante capacidad para dormir durante la mayor parte de este viaje. Se llevaría muy bien con mi tía Amelia. A ella le gustaba beber licores antes de acostarse. Thomas estiró sus extremidades a lo largo, invadiendo mi asiento, aunque por una vez parecía no darse cuenta de su transgresión. Había estado inusualmente tranquilo la mayor parte del viaje. Viajar nunca le sentó bien y esta parte de nuestra excursión no le estaba haciendo ningún favor. Tal vez yo también necesitaba darle un poco del tónico de la señora Harvey. Podía brindarnos a ambos un poco de paz antes de llegar a la academia. Lo estudié mientras estaba preocupado. Sus ojos tenían un brillo lejano: estaba aquí conmigo, pero su mente no estaba cerca. A mí me estaba costando especialmente no pensar en la víctima del tren. O el extraño dibujo del dragón. Quería hablar con Thomas sobre eso, pero no quería hacerlo delante de nuestra acompañante. Lo último que necesitaba la pobre señora Harvey era exponerse a situaciones más espantosas. Cuando nos detuvimos para refrescar a nuestros caballos y almorzar un poco, ella casi no comió nada y se estremeció ante cada ruido de las ajetreadas cocinas de la posada. Thomas se quedó mirando el bosque y la nieve que caía fuera. Quería contemplar los enormes árboles, pero temía las imágenes que mi mente perturbada podía evocar. Animales corriendo a través de la maleza, cabezas decapitadas en picas. U otros trucos e ilusiones horribles. —¿Te sientes mal? Él lanzó su atención hacia mí.

—¿Es esa tu manera de decir que no me veo lo mejor que puedo? Sin querer, bajé la mirada a su chaqué. El tono medianoche de este y el chaleco a juego compensaban bien sus rasgos oscuros, aunque tenía la sensación de que era algo de lo que él estaba muy consciente. La forma en que su propia mirada se detuvo en mis labios confirmó ese pensamiento. —Luces apagado, eso es todo. —No me molesté en señalar que se estaba congelando en nuestro Rugidor alquilado y, si no estaba enfermo de fiebre, debería ponerse su abrigo en lugar de usarlo como una manta. Dejando ir esa observación, levanté un hombro y procedí a ignorarlo. Se movió hacia adelante, alejándose del enfoque de la señora Harvey. —¿No te has dado cuenta? —Golpeó sus dedos a lo largo de su muslo. Podría haber jurado que estaba creando una saga épica usando código Morse, pero no lo interrumpí—. No he tocado un cigarro en días. Encuentro que el exceso de energía nerviosa es... una molestia. —¿Por qué no intentas dormir entonces? —Puedo pensar en algunas cosas más intrigantes que podemos hacer para pasar el tiempo que no sea dormir, Wadsworth. Braşov está todavía a horas de distancia. Suspiré pesadamente. —Lo juro, si se te ocurriera algo menos repetitivo, te besaría solo por la estimulación intelectual. —Estaba hablando de algo completamente distinto. Algo de mitos, leyendas y otros temas notables para ayudar con tus estudios rumanos. Tú fuiste quien asumió que estaba hablando de besarnos. —Se recostó con una sonrisa satisfecha y reanudó su inspección del bosque mientras pasábamos lentamente—. Hace que uno se pregunte con qué frecuencia piensas en ello. —Has descubierto mi secreto. Pienso en ello constantemente. —No me limité a sonreír, disfrutando de la confusión jugando con sus rasgos mientras silenciosamente se desconcertaba por mi sinceridad—. Supuestamente estabas diciendo algo digno de mención. —Parpadeó hacia mí como si hubiera hablado un idioma que no podía identificar—. Difícil de creer, lo sé.

—Yo, siendo el noble espécimen que soy, te iba a contar sobre los strigoi. Pero disfruto mucho más desenterrar tus secretos. Escuchemos más sobre tus pensamientos. Se permitió un escaneo completo de mi persona, pareciendo arrancar mil detalles. Una sonrisa lentamente curvó sus labios. —A juzgar por la forma en que te has enderezado y la leve inhalación, diría que al menos estás considerando besarme en este momento. Traviesa, traviesa, Wadsworth. ¿Qué diría tu piadosa tía? Mantuve mi atención fija en su rostro, evitando el deseo de mirar su boca llena. —Cuéntame más sobre el stri-gai. ¿Qué son? —Strigoi, como «hoy» —dijo Thomas, con su perfecto acento rumano— . Son los no-muertos que toman la forma de aquellos en quienes confías. Aquellos a quienes estarías encantada de invitar a tu hogar. Luego atacan. Por lo general, es un familiar que ha fallecido. Es difícil para nosotros rechazar a aquellos que amamos —agregó en voz baja, como si supiera cuán profundamente esas palabras podían cortar. Intenté —y fallé— no recordar la forma en que se habían retorcido los miembros de mi madre cuando la electricidad se deslizó por su cuerpo. ¿Le habría dado la bienvenida de regreso desde el Dominio de la Muerte, sin importar lo asustada que estuviera? La respuesta me molestaba. No creía que hubiera una línea que uno no cruzaría cuando se trataba de aquellos que amaba. La moral se torcía al enfrentarse a un corazón roto. Algunas fisuras dentro de nosotros siempre serían irreparables. —Debe haber alguna explicación para esto —le dije—. Dudo mucho que Vlad Drácula haya resucitado de la tumba. Los no-muertos son simplemente historias góticas contadas para asustar y entretener. Thomas volvió su mirada hacia la mía y la sostuvo. Ambos sabíamos que a veces las historias y la realidad chocaban, con efectos devastadores. —Estoy de acuerdo. Desafortunadamente, algunos aldeanos no. Cuando los strigoi son vistos, toda la familia, o cualquiera que haya sido afectado, viaja a la tumba del ofensor, lo desentierra, le arranca el corazón podrido y lo quema en el acto. Oh —agregó, inclinándose hacia adelante—, casi lo olvido. Una vez que han quemado al «monstruo» no-muerto, beben

las cenizas. Es la única manera de asegurarse de que el strigoi no pueda regresar o habitar en otro huésped. —Suena un poco... mucho —le dije, arrugando la nariz. Una sonrisa se extendió lentamente por la cara de Thomas. —Los rumanos nunca hacen nada a medias, Wadsworth. Ya sea ir a la guerra o luchar por amor. Parpadeé ante la sinceridad en su tono. Antes de que pudiera comentar, el conductor silbó a los caballos y tiró de las riendas, deteniendo el carruaje. Me senté hacia adelante, mi corazón latía con fuerza cuando los pensamientos de bandas errantes de ladrones y asesinos pasaron por mi mente. —¿Qué está pasando? ¿Por qué nos detenemos? —Es posible que haya olvidado mencionarlo, —Thomas se detuvo y se puso tranquilamente el abrigo que había estado usando como una manta adicional antes de ajustar el ladrillo caliente para mí—, estamos cambiando a un carruaje más apropiado. —¿Qué...? —Caballos relinchando y campanas tintineantes interrumpieron mi siguiente pregunta. Thomas miró por la ventana conmigo, nuestro aliento creando remolinos opacos. Lo limpió con la manga de su abrigo y observó mi reacción, con una sonrisa tentativa en su rostro. —Sorpresa, Audrey Rose. O al menos espero que sea una grata sorpresa. No estaba seguro... Un magnífico trineo tirado por caballos se detuvo junto a nosotros, sus rojos apagados, ocres y azules pálidos eran un homenaje a los huevos pintados rumanos. Dos grandes caballos de color blanco puro exhalaron, su aliento soplando pequeñas nubes frente a ellos mientras atacaban la nieve. Llevaban coronas de plumas blancas de avestruz, sólo ligeramente debilitadas por el clima desagradable. —¿Tú... hiciste esto? Thomas miró de mí al trineo, mordiéndose el labio. —Esperaba que pudieras disfrutarlo.

Levanté una ceja. ¿Disfrutarlo? Era una escena sacada de un cuento de hadas. Estaba completamente encantada. —Lo adoro. Sin pensarlo más, abrí la puerta y acepté la mano extendida del cochero, deslizándome sobre el pulido anillo de metal antes de enderezarme. El viento soplaba con ferocidad, pero apenas lo noté cuando el cochero volvió al carruaje. Me aferré a mi sombrero y observé con asombro la espectacular vista que tenía ante mí. El conductor del trineo sonrió cuando me alejé del lado protector del Rugidor y pisé completamente la tormenta. Creía que sonreía. No había forma de decirlo con seguridad, con la mayor parte de su cara y cuerpo rojizos cubiertos para mantener alejados a los elementos ásperos. Hizo un gesto con la mano mientras Thomas se acercaba a mi lado, inspeccionando tanto el trineo como al conductor de esa manera calculadora suya. —Parece un medio de transporte tan razonable como cualquier otro. Sobre todo porque esta tormenta no parece que vaya a rendirse en poco tiempo. Debemos hacer un excelente tiempo. Y tu expresión valió la pena. —Me volví, con los ojos llorosos de gratitud, y observé cómo el pánico se apoderaba de él mientras yo sonreía descaradamente. Asomó la cabeza hacia el carruaje y aplaudió—. Señora Harvey. Hora de despertar. Déjeme que le ayude a bajar. Una brisa fría eligió ese momento para abrirse camino a través del bosque, haciendo que las ramas silbaran. Enterré mi cara en el forro de piel de mi capa de invierno. Estábamos en medio del bosque, emparedados entre picos de montañas en guerra. A pesar de que aún quedaban algunas horas de luz del día, la oscuridad se abrió paso a nuestro alrededor. Esta elevación era tan temperamental como mi amigo. Thomas hizo un gesto hacia nuestras vaporeras mientras ayudaba a nuestra acompañante a bajar del carruaje. Ella frunció el ceño a la nieve que caía y tomó un sorbo de su tónico. Thomas siguió mi mirada mientras viajaba de un árbol chirriante a otro. Había algo extraño en estos bosques. Se sentían vivos con un espíritu de algo ni bueno ni malo. Sin embargo, había un aura antigua, una que hablaba en susurros de guerras y derramamiento de sangre.

Estábamos en lo profundo del corazón de la tierra de Vlad el Empalador, y era como si la tierra quisiera advertirnos: respeten este terreno o sufrirán las consecuencias. Probablemente era un truco de la luz, pero las pocas hojas restantes parecían ser del color de heridas secas. Me pregunté si el follaje se había acostumbrado al sabor de la sangre luego de que se hubieran perdido decenas de miles de vidas aquí. Un pájaro chilló sobre nosotros y jadeé un suspiro frío. —Tranquila, Wadsworth. El bosque no tiene colmillos. —Gracias por ese recordatorio, Cresswell —dije dulcemente—. ¿Qué haría yo sin ti? Se volvió hacia mí con la expresión más seria que había presenciado. —Me extrañarías terriblemente y lo sabes. Así como yo te extrañaría de una manera que no puedo comprender, si alguna vez nos separamos. Thomas tomó a la señora Harvey del brazo, guiándola hacia adelante, mientras el conductor del trineo nos hacía señas para que nos sentáramos. Me quedé allí un momento, con el corazón acelerado. Sus confesiones eran entregadas de modo que, de hecho, me sorprendía cada vez. Permitiéndome un momento para tranquilizar mi corazón, acaricié el hocico aterciopelado del caballo más cercano a nosotros antes de subir al trineo. No era completamente cerrado como nuestro carruaje, pero había más pieles en el pequeño espacio de las que nunca antes había encontrado. Podía ser que no tuviéramos un techo cubierto, pero no nos congelaríamos con todas las pieles de animales para envolvernos. La señora Harvey se tambaleó en el trineo y se presionó contra un lado, dejando el resto del asiento libre para nosotros mientras acomodaba los calentadores de pies. Mi cuerpo se detuvo cuando me di cuenta de lo cerca que Thomas y yo tendríamos que sentarnos. Esperaba que el director no se quedara afuera para nuestra llegada; difícilmente sería decente encontrarme acurrucada junto a Thomas, incluso con una chaperona. Como si ese pensamiento cruzara su mente contaminada, Thomas lanzó una sonrisa pícara y levantó el borde de una gran manta con adornos de piel, dando palmaditas en el espacio a su lado. Apreté mi mandíbula.

—¿Qué? —preguntó, fingiendo inocencia mientras situaba las pieles a mi alrededor, acumulando un mayor volumen entre nosotros con un énfasis dramático en la construcción de una barrera esponjosa. Como era de esperar, la señora Harvey ya se estaba quedando dormida. Me pregunté si Thomas había hecho algún tipo de trato con ella para estar presente solo en forma física—. Simplemente estoy siendo caballeroso, Wadsworth. No es necesario que me lances esa mirada tuya. —Pensé que querías estar en tu mejor comportamiento por el bien de mi padre. Se llevó una mano al corazón. —Me hieres. ¿No se enojaría tu padre si te dejara morir de frío? El calor corporal es científicamente la mejor manera de mantenerse caliente. De hecho, hay estudios que sugieren que quitarse la ropa por completo y presionar piel con piel es el medio más seguro para evitar la hipotermia. Si caes presa de eso, usaré todas las armas necesarias para salvarte. Es lo que haría cualquier joven caballero decente. Me parece terriblemente valiente, si me preguntas. Mi mente traicionera se desvió a la imagen de Thomas sin ropa y dibujó una amplia sonrisa en mi compañero, como si estuviera al tanto de mis pensamientos escandalosos. —Tal vez le escriba a Padre y averigüe qué piensa de esa teoría. Thomas resopló y arrojó la manta sobre sus hombros, luciendo como un rey salvaje de bestias de algún poema homérico. Me acurruqué en un pelaje de gran tamaño, respirando el aroma de la piel broncínea de un animal y traté de no vomitar. No era el viaje más agradable, pero al menos llegaríamos a la academia antes de la medianoche. Soporté peores aromas mientras estudiaba cadáveres pútridos con Tío. Un poco de piel terrosa difícilmente sería demasiado por un par de horas más. Por extraño que fuera pensar en ello, echaba de menos el ligero olor a descomposición mezclado con la formalina casi todas las mañanas. No podía esperar para llegar a la escuela y estar rodeada de estudios científicos una vez más. Un nuevo ambiente podría curarme de lo que estaba sufriendo. Al menos eso esperaba. No podía continuar con las prácticas forenses si tenía miedo de los cadáveres reanimados.

Eché un vistazo a todas las pieles de color grisáceo, realizando una mueca —¿No es extraño tener tantas pieles de lobo? Thomas levantó un hombro. —A los rumanos no les gustan los grandes lobos. Antes de que pudiera aclararlo, el conductor cargó el último de nuestros baúles y subió a bordo. Dijo algo rápido en rumano y Thomas respondió antes de inclinarse hacia mí, su aliento incitando a la piel de gallina a levantarse. Me estremecí ante la inesperada emoción. —Próxima parada, el Castillo encantadores que estudian allí.

Bran.

Y

todos

los

malvados

—Estamos a punto de estudiar allí —le recordé. Se hundió en su manta, haciendo un mal trabajo en ocultar su sonrisa. —Lo sé. —¿Cómo sabes tan bien rumano? —le pregunté—. No sabía que hablabas con fluidez en otra cosa que no fuera sarcasmo. —Mi madre era rumana —dijo Thomas—. Ella solía contarnos todo tipo de cuentos populares mientras crecíamos. Aprendimos el idioma desde el nacimiento. Fruncí el ceño. —¿Por qué no mencionarlo antes? —Estoy lleno de sorpresas, Wadsworth. —Thomas tiró de la manta sobre su cabeza—. Espera una larga vida de desentrañar este tipo de delicias. Mantiene vivo el misterio y la chispa. Con un chasquido de las riendas partimos, deslizándonos sobre la nieve mientras nuevos copos pasaban a nuestro lado. El viento helado picaba en mis mejillas, expulsando lágrimas en riachuelos relucientes, pero no pude dejar de mirar el bosque a través de ojos entornados. De vez en cuando juraba que algo nos estaba siguiendo, pero estaba demasiado oscuro para estar segura.

Cuando escuchaba un aullido bajo, era difícil decir si era el viento o una manada de lobos hambrientos persiguiendo su próxima comida caliente. Tal vez el asesino vivo y los fantasmas de las víctimas de Vlad Drácula no eran las únicas cosas que inspiraban temor en este país. El tiempo pasó en minutos congelados y cielos oscurecidos. Viajamos por empinadas laderas de montañas y bajamos a valles más pequeños. Hicimos una parada en Braşov, donde —después de un gran debate sobre la cuestionable conveniencia de llegar a la academia sin chaperona— Thomas ayudó a la señora Harvey a conseguir una habitación en una taberna y nos despedimos de ella. Luego nos abrimos camino desde el pueblo hacia la cima de la montaña más grande que jamás había visto. Cuando finalmente alcanzamos su cima un poco más tarde, la luna se había levantado por completo. A su luz podía distinguir las paredes pálidas del castillo con torretas que una vez había sido el hogar de Vlad Ţepeş. Un bosque negro azabache lo rodeaba, una fortaleza natural para el hombre. Me pregunté si allí era donde Vlad había adquirido la madera que necesitaba para las víctimas que había atravesado. Sin preocuparme por ser impropia, me acerqué más a Thomas, robando su calor por varias razones. No lo había pensado antes, pero Braşov estaba muy cerca de nuestra escuela. Quien hubiera asesinado a esa primera víctima había elegido un lugar cerca del castillo de Drácula. Esperaba que no fuera un signo de que peores asesinatos estaban por venir. —Parece como si alguien hubiera dejado la luz encendida para nosotros. —Thomas asintió hacia dos linternas brillantes que podrían estar proclamando que eran las puertas de la guarida de Satanás, por lo que yo sabía. —Se ve... acogedor. Continuando por el camino estrecho que conducía desde el bosque y a través del pequeño césped, finalmente llegamos a una bendita parada fuera del castillo. Dedos de luz de luna se extendían sobre las agujas y se deslizaban por el techo, proyectando las sombras del trineo y los caballos en formas siniestras. Este castillo era extraño, y ni siquiera había entrado.

Por un breve momento, anhelaba esconderme debajo de las pieles de los animales y regresar al pueblo bien fortificado y colorido, cuyas luces parpadeaban como luciérnagas en el valle que se encontraba debajo de nosotros. Tal vez viajar de regreso a Inglaterra con la señora Harvey no sería tan descabellado. Podía encontrarme a mi prima en el campo. Pasar tiempo juntas hablando y cosiendo artículos para nuestros ajuares no podría ser tan terrible. Liza hacía de las tareas más mundanas una gran aventura romántica, y la extrañaba mucho. Una punzada de nostalgia golpeó mi centro, y luché por no doblarme. Esto era un error. No estaba lista para ser empujada a esta academia construida para hombres jóvenes. Cuerpos de cadáveres en mesas y quirófanos. Todos esos recordatorios del caso que no podía superar. Un caso que había destruido mi corazón. —Vas a deslumbrarlos a todos, Wadsworth. —Thomas me apretó suavemente la mano antes de soltarla—. No puedo esperar a verte brillar ante todos. Yo incluido. Aunque sé amable conmigo. Finge como si yo fuera maravilloso. Aparté mis nervios y sonreí. —Una tarea monumental, pero intentaré ser buena contigo, Cresswell. Salí del trineo con fuerza renovada y subí las amplias escaleras de piedra mientras Thomas pagaba al conductor y hacía un gesto para que subieran nuestros baúles. Esperé a que me alcanzara, sosteniendo mis faldas sobre la nieve acumulada, sin querer pasar más allá de ese umbral sombrío sola. Estábamos aquí. Nos enfrentaríamos a mis demonios juntos. Una enorme puerta de roble estaba flanqueada por dos farolas, una aldaba gigante situada directamente en el medio. Parecía como si dos cuerpos de serpientes en forma de C se hubieran convertido en una cara melancólica. Thomas sonrió abiertamente a la aldaba. —Acogedora, ¿no es así? —Es una de las cosas más espantosas que he visto.

Cuando levanté la cosa terrible, la puerta se abrió con un gemido, revelando a un hombre alto y delgado con cabello plateado que caía como una sábana sobre su cuello y un ceño fruncido. El fuego crepitaba detrás suyo, dorando los bordes de su cara estrecha. Su piel oscura brillaba con un fino brillo de transpiración que no se molestó en limpiar. No me atreví a adivinar lo que había estado haciendo. —Las puertas se cierran en dos minutos —dijo con un fuerte acento rumano. Su labio superior se curvó como si supiera que luchaba contra la urgencia susurrada de dar un paso atrás. Podría haber jurado que sus incisivos eran lo suficientemente afilados como para perforar la piel—. Le sugiero que se apresure y cierre la boca antes de que algo desagradable salga volando. Tenemos un pequeño problema de murciélagos.

Traducido por Brendy Eris Corregido por AnnaTheBrave

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Cerré la boca de golpe, más por la sorpresa ante la escandalosa bienvenida que por conformidad. Qué hombre tan tosco. Inspeccionó a Thomas con una mueca igualmente paternalista pegada en su rostro. Aparté mi atención de él, temiendo que me convirtiera en piedra si me quedaba mirando fijamente. Por lo que sabía, era descendiente de las míticas Gorgonas. Desde luego, era tan encantador como Medusa, lo cual, me di cuenta, era exactamente a lo que me había recordado la aldaba de la puerta. Cruzamos la entrada y esperamos tranquilamente mientras el hombre caminaba hacia una doncella y comenzaba a instruirla sobre algo en rumano. Mi amigo cambió su peso de un pie al otro, pero permaneció en silencio. Fue a la vez un pequeño milagro y una bendición. Miré a mí alrededor. Estábamos parados en una cámara de recepción semicircular, y varios corredores oscuros se extendían a nuestras derecha e izquierda. En línea recta, una escalera bastante simple se dividía en dos, conduciendo a los niveles superior e inferior. Una enorme chimenea contrarrestaba las escaleras, pero ni siquiera el ambiente acogedor de la madera crepitante pudo evitar que la piel de gallina se levantara. El castillo parecía enfriarse en nuestra presencia. Pensé que había sentido una ráfaga de aire ártico venir desde las vigas. La oscuridad se aferraba a las áreas que el fuego no alcanzaba, pesada y gruesa como una pesadilla de la que no se podía despertar.

Me pregunté dónde guardaban los cuerpos que debíamos estudiar. El hombre levantó la cabeza y se encontró con mi mirada, como si hubiera escuchado mis pensamientos internos y quisiera burlarse de mí. Esperaba que la inquietud no se viera a través de las grietas de mi empañada armadura. Tragué saliva, soltando un suspiro una vez que apartó la mirada. —Tengo una sensación muy extraña sobre él —susurré. Thomas permitió que su enfoque se desviara hacia el hombre y la doncella, quien asentía con la cabeza a lo que fuera que le estaba diciendo. —Esta habitación es igualmente encantadora. Los apliques son todos dragones. Mira esos dientes escupiendo llamas. Apuesto a que Vlad los encargó él mismo. Las antorchas estaban encendidas y espaciadas uniformemente en toda la cámara. Las vigas de madera oscura bordeaban el techo y las puertas, recordándome a encías ennegrecidas. No pude evitar sentir que este castillo disfrutaba devorando sangre fresca tanto como su anterior ocupante había disfrutado derramándola. Era un escenario abismal para cualquier escuela, y especialmente para una que estudiaba a los muertos. Limón y antiséptico cortaban los aromas de piedra húmeda y parafina. Materiales de limpieza para dos propósitos muy diferentes. Noté que el piso en la cámara de recepción estaba mojado porque —asumí— otros estudiantes llegaron durante la tormenta. Las alas se agitaban desde los techos cavernosos, atrayendo mi atención hacia arriba. Una ventana arqueada estaba colocada en lo alto de la pared, con telarañas visibles desde aquí. No noté ningún murciélago, pero me imaginé unos ojos rojos mirándome. Esperaba evitar ver tales criaturas durante mi tiempo aquí. Siempre había tenido miedo de sus alas coriáceas y dientes afilados. La doncella hizo una reverencia y corrió por el pasillo del extremo izquierdo. —No esperábamos un cónyuge. Puede quedarse dos pisos más arriba a la izquierda. El hombre me despidió con un movimiento de su muñeca. Al principio lo había creído viejo por su cabello. Ahora podía ver que su rostro casi no

tenía arrugas y era mucho más joven. Probablemente tenía alrededor de la edad de mi padre, no más de cuarenta. —Los estudiantes forenses están en el ala este. O debería decir, los estudiantes que compiten por un lugar en nuestro programa forense están por este camino. Venga, —Hizo un gesto hacia Thomas—, me dirijo allí yo mismo. Le mostraré su habitación. Puede visitar a su esposa después de que terminen las clases. Thomas tenía ese brillo desagradable en sus ojos, pero esta no era su batalla para luchar. Di un pequeño paso delante y me aclaré la garganta. —En realidad, ambos estamos en el programa forense. Y no soy su esposa. Señor. El hombre desagradable se detuvo abruptamente. Lentamente giró sobre sus talones, un chillido agudo salió de las suelas de sus zapatos. Entrecerró los ojos como si no pudiera haberme escuchado correctamente. —¿Perdone? —Mi nombre es señorita Audrey Rose Wadsworth. Creo que la academia recibió una carta de recomendación de mi tío, el doctor Jonathan Wadsworth de Londres. He estado aprendiendo bajo su tutela desde hace bastante tiempo. Tanto el señor Cresswell como yo estuvimos presentes durante los asesinatos del Destripador. Ayudamos a mi tío y Scotland Yard en la investigación forense. Estoy bastante segura de que el director recibió la carta. Él respondió. —Ah sí. La forma en que lo dijo no era una pregunta, pero fingí no darme cuenta. —Lo es. Vi como el vacío dejaba la cara del hombre. Una vena en su cuello saltó como si pudiera estrangularme. Si bien no era extraño que una mujer estudiara medicina o medicina forense, él claramente no era una persona progresista que disfrutaba de la invasión de este club de chicos por chicas con encaje. Las mujeres que obviamente no sabían cuál era su lugar adecuado estaban en una casa, no en un laboratorio médico. Su descaro, asumiendo que estaba allí solo porque Thomas me trajo. Esperaba que no

fuera un maestro. Estudiar con él sería un tipo de tortura perversa que me gustaría evitar. Levanté mi barbilla, negándome a apartarme de su mirada. No me intimidaba. No después de lo que había pasado con Jack el Destripador el otoño pasado. Levantó una ceja en apreciación. Tuve la impresión de que pocas personas —hombres o mujeres— alguna vez se enfrentaron a él. —Ah. Bien entonces. No pensé que seguiría adelante. Bienvenida a la academia, señorita Wadsworth. —Intentó sonreír, pero parecía como si se hubiera tragado un murciélago. —¿Mencionó algo sobre competir por un lugar en el programa? — pregunté, ignorando su expresión agria—. Teníamos la impresión de que habíamos sido aceptados. —Sí. Bien. Qué pena para usted. Tenemos cientos de estudiantes que desean estudiar aquí —dijo, levantando su propia barbilla con arrogancia— . No todos ganan la admisión. Cada temporada organizamos un curso de evaluación para determinar quién se convertirá realmente en un estudiante. Thomas retrocedió. —¿Nuestros lugares no están garantizados? —En absoluto. —El hombre sonrió completamente. Fue una vista verdaderamente terrible—. Tienen cuatro semanas para probarse. Al final de ese período de prueba, decidiremos quién gana la entrada de tiempo completo. Mi estómago se apretó. —Si todos los estudiantes aprueban el curso de evaluación, ¿todos son aceptados? —Hay nueve de ustedes en esta ronda. Sólo dos lo lograrán. Ahora, entonces. Puede seguirme, señorita Wadsworth. Sus cuartos están en el tercer piso en la torre del ala este. Sola. Bueno, no del todo. Alojamos excedentes de cadáveres en ese nivel. No deberían molestarle... mucho. A pesar de nuestras nuevas circunstancias, logré una pequeña sonrisa. Los muertos eran libros que tanto mi tío como yo disfrutábamos leer. No temía pasar tiempo a solas con los cadáveres, examinándolos en busca de pistas. Bueno... no hasta hace poco. Mi sonrisa se desvaneció, pero

mantuve mi estremecimiento encerrado dentro. Esperaba controlar mis emociones, y estar tan cerca de los cuerpos podría muy bien curarme. —Serían más agradables que algunos. —Thomas hizo un gesto obsceno detrás de la espalda del hombre y casi me atraganto con una risa sorprendida mientras se giraba, fulminándolo con la mirada. —¿Qué fue eso, señor Cresswell? —Si insiste en saber, dije que usted era... Negué ligeramente con la cabeza, esperando transmitirle a Thomas la necesidad de que dejara de hablar. Lo último que necesitábamos era hacer un enemigo mayor de este hombre. —Me disculpo, señor. Pregunté… —Diríjanse a mí como director Moldoveanu o serán enviados de regreso a cualquier pozo de segunda del que hayan salido. Dudo que alguno de ustedes logre superar este curso. Tenemos alumnos que estudian durante meses y aun así no son aceptados. Dígame: si es tan buena en lo que hace, ¿dónde está Jack el Destripador, hmm? ¿Por qué no está en Londres cazándolo? ¿Podría ser que le tiene miedo o simplemente se escapó cuando se volvió demasiado difícil? El director esperó un momento, pero dudaba que realmente esperara una respuesta de cualquiera de nosotros. Sacudió la cabeza, su expresión aún más cansada que antes. —Su tío es un hombre sabio. Me parece altamente sospechoso que no haya resuelto ese crimen. ¿Se ha rendido el doctor Jonathan Wadsworth? Un fragmento de pánico desgarró mis entrañas, perforando cada órgano en su intento de huir, cuando me encontré con la mirada sorprendida de Thomas. Nunca le habíamos contado a Tío la verdadera identidad del Destripador, aunque sabía que había sospechado lo suficiente. Thomas apretó los puños a sus costados, pero mantuvo su molesta boca cerrada. Se dio cuenta de que yo sería castigada por su insubordinación o por la mía. En circunstancias diferentes, podría haberme impresionado. Era la primera vez que recordaba que se había contenido. —No pensé que tendrían una respuesta. Ahora, entonces. Síganme. Sus baúles los estarán esperando en sus aposentos. La cena ya se ha

servido. Lleguen a tiempo para el desayuno, inmediatamente al amanecer, o también se lo perderán. —El director Moldoveanu comenzó a caminar hacia el vasto corredor del ala este y luego se detuvo. Sin volverse, dijo—: Bienvenidos al Institutului Naţional de Criminalistică şi Medicină Legală. Por ahora. Me quedé inmóvil por unos segundos, con el corazón martilleando. Era absurdo que este hombre detestable fuera nuestro director. Sus pasos resonaban en la sala cavernosa como los gongs de la fatalidad sonaban en la hora del terror. Tomando una respiración profunda, Thomas deslizó su mirada hacia la mía. Serían cuatro semanas muy largas y tortuosas.

Después de dejar a Thomas en su piso, subí por la escalera solitaria ubicada al final de un largo y ancho pasillo que había señalado el director. Los escalones estaban hechos de madera oscura y las paredes de un color blanco pálido, sin ninguno de los tapices carmesí que habíamos pasado por los pasillos inferiores. Las sombras se extendían entre los apliques mal colocados y latían junto con mis movimientos. Me recordó a caminar por los desolados pasillos de Bedlam. Ignoré el aleteo de miedo en mi pecho, recordando a los ocupantes de ese asilo y la manera calculada en que algunos de ellos merodeaban tras las barras oxidadas. Como este castillo, ese edificio me recordaba a un organismo vivo. Uno que tenía conciencia y sin embargo carecía de un sentido de lo correcto contra lo incorrecto. Me pregunté si simplemente necesitaba un baño caliente y una buena noche de sueño. Las piedras y la madera no eran huesos ni carne. Moldoveanu había dicho que mis aposentos eran la primera puerta a la derecha, antes de que se marchara a Dios sabe dónde. Tal vez iba a dormir boca abajo en las vigas con el resto de sus parientes. Pude haber murmurado eso, y él se había girado, fulminándome con la mirada. Las cosas habían tenido un comienzo aplastante. Llegué al pequeño rellano que contenía mis aposentos y una segunda puerta un poco más abajo antes de que la escalera continuara subiendo. No se encendieron antorchas en ese extremo del pasillo, y la oscuridad era

opresiva. Me quedé allí, congelada, convencida de que las sombras me miraban tan atentamente como yo a ellas. Mi aliento salía en rápidas nubes blancas. Supuse que la frialdad se debía en parte a que el castillo estaba tan alto en las montañas, y en parte debido a los cuerpos que estaban siendo almacenados allí. Tal vez eso fue lo que me llamó la atención en la oscuridad. Cerré brevemente los ojos y las imágenes de cadáveres que se levantaban de las mesas de examen, los cuerpos medio podridos por la descomposición, asaltaron mis sentidos. Independientemente de mi sexo, si alguno de mis compañeros sospechara que tenía miedo de los cadáveres, sería la burla de la academia. Sin preocuparme más por eso, abrí la puerta y barrí con la mirada el espacio. A primera vista parecía que la habitación actuaba como sala de estar o salón. Como era el caso con el resto del castillo, las paredes eran blancas y con bordes de madera de color marrón oscuro o negro. Me sorprendió lo oscuro que se sentía incluso con las paredes pálidas y un resplandor crepitante en la chimenea. Los estantes para libros ocupaban la pared más pequeña y, a la izquierda, había una entrada a lo que supuse era mi dormitorio. Rápidamente crucé la sala de estar —adornada con un sofá de brocado— e inspeccioné lo que en realidad era mi dormitorio. Era cómodo y hecho para un erudito estudioso. Tenía un pequeño escritorio con una silla a juego, un armario en miniatura, una cama individual, una mesita de noche y un baúl, todo hecho de roble profundo que probablemente se había reunido en el bosque circundante. Una imagen de cuerpos perforados con estacas negras cruzó mis pensamientos antes de que pudiera desterrarla. Esperaba que ninguna de esas piezas de madera hubiera sido reutilizada en el castillo. Me pregunté si la persona que había empalado a ese hombre en la ciudad también había tomado ramas de aquí. Forcé a mis pensamientos a alejarse de la víctima en el tren y del papel. No había nada que pudiera hacer para ayudar. Sin importar cuánto lo anhelaba. Después de un rápido vistazo a la segunda puerta —sin duda el baño que el director Moldoveanu había dicho que estaba unido a mi habitación—

volví a centrar mi atención en la sala de estar. Vi una pequeña ventana colocada cerca de las vigas expuestas, mirando a la amplia gama de los Cárpatos. Desde aquí, las montañas eran todas blancas y serradas, como dientes rotos. Una parte de mí deseaba arrastrarse hasta la ventana y contemplar el mundo invernal que se extendía más allá, ignorante de mi preocupada disposición. No podía esperar para pedir agua tibia para el lavabo y enjuagar la arena del viaje. Pero primero necesitaba encontrar una manera de hablar con Thomas. Todavía no había tenido la oportunidad de mostrarle la ilustración del dragón que había encontrado y me iba a volver loca si no lo discutía pronto. Sin mencionar que sentía especial curiosidad por su extraña reacción al nombre de Dăneşti y quería preguntarle al respecto. Toqué el pergamino en mi bolsillo, asegurándome que era real y no un producto de mi imaginación. Me aterrorizaba que pudiera estar relacionado con el asesinato en el tren. No me atreví a considerar qué mensaje pretendía transmitir al ser dejado en mi compartimento. O quién podría haber estado escondido sin mi conocimiento. Me paré frente a la chimenea, permitiendo que su calor se envolviera alrededor de mis huesos mientras consideraba un plan. Una vez que habíamos entrado al castillo, Moldoveanu nunca declaró que teníamos un toque de queda. O que no se me permitía vagar por los pasillos. Sería un gran escándalo si se me descubriera, pero podría escabullirme a la habitación de Thomas en un… Las tablas del suelo chillaron en algún lugar dentro de mi habitación, haciendo que mi corazón golpeara contra mi pecho. Me asaltaron imágenes de asesinos que se arrastraban por los vagones del tren y dejaban notas crípticas con dragones en ellas. Él estaba aquí. Nos había seguido a este castillo y ahora me empalaría a mí también. Había sido una tonta por no confiar en Thomas mientras la señora Harvey estaba durmiendo la siesta. Respira, me ordené a mí misma. Necesitaba un arma. Había un candelabro al otro lado de la habitación, pero estaba demasiado lejos para arrebatarlo sin ser vista por nadie que pudiera estar al acecho en el dormitorio o en el baño. En lugar de acercarme demasiado a esas habitaciones sin un arma, saqué un gran libro de los estantes, lista para golpearlo en la cabeza de alguien. Golpearlos o aturdirlos era lo mejor que podía hacer. Mi enfoque se

desvió alrededor de la sala de estar. Estaba vacía. Completa y absolutamente vacía de cualquier cosa viviente, como ya lo había determinado. Un escaneo rápido de la alcoba me mostró el mismo resultado. No me molesté con el inodoro; probablemente era demasiado pequeño para contener una amenaza real. El ruido chirriante era probablemente el castillo asentándose. Suspiré y coloqué el libro de nuevo en su estante. Realmente iba a ser un terrible invierno. Estaba agradecida por la chimenea. Descongelaba mis nervios. Incluso en el espacio estrecho, el calor me hacía sentir como si estuviera en una isla en los trópicos en lugar de una torre solitaria en un castillo helado, escuchando cosas que no eran tan aterradoras como mi propia imaginación. Froté pequeños círculos alrededor del centro de mi ceja. Los recuerdos de los últimos momentos de Jack el Destripador en ese laboratorio abandonado por Dios cuando accionó el interruptor... Me detuve allí mismo. La pena necesitaba liberarme de su obstinado abrazo. No podía seguir haciéndome esto noche tras noche. Jack el Destripador nunca regresaría. Sus experimentos habían terminado. Al igual que su vida. Lo mismo se aplicaba a este castillo. Drácula no vivía más. —Todo es tan malditamente difícil —maldije para mí misma cuando me dejé caer en el sofá. Al menos pensé que estaba sola, hasta que alguien contuvo la risa detrás de una puerta cerrada. Mis mejillas se sonrojaron cuando agarré el gran candelabro y corrí hacia el cuarto de baño apenas iluminado—. ¿Hola? ¿Quién está ahí? Exijo que te muestres de una vez. —Imi pare rău, domnişoară1. —Una joven sirvienta se levantó bruscamente de su lugar cerca de la bañera, disculpándose cuando su trapo de limpieza se hundió en un cubo. Ojos grises me devolvieron la mirada. Llevaba una blusa campesina de color blanquecino metida en una falda de retazos con un delantal bordado—. No quería escuchar a escondidas. Mi nombre es Ileana. Su acento era suave y acogedor, un toque de verano susurrando a través de una desolada noche de invierno. El pelo negro estaba trenzado y enrollado debajo de la gorra de la doncella, y su delantal estaba manchado

1

Imi pare rău, domnişoară: Lo siento, señorita.

de cenizas, probablemente de la ardiente chimenea que había avivado antes de que entrara en la habitación. Solté un suspiro. —Por favor, no te molestes en llamarme «señorita». «Audrey Rose» o simplemente «Audrey» está perfectamente bien. —Miré a mí alrededor al baño recién limpiado. Las llamas líquidas se reflejaban en cada superficie oscura, recordándome que la sangre derramada atrapaba la luz de la luna. Como los fluidos corporales que se filtraban de las víctimas del evento doble de Jack el Destripador. Me tragué la imagen. El castillo estaba causando estragos en mi memoria ya morbosa—. ¿Te han asignado esta torre? El color floreció en su piel mientras asentía, notable incluso bajo capas de ceniza y mugre. —Sí, domnişoară... Audrey Rose. —Tu acento inglés es excelente —le dije, impresionada—. Espero mejorar mi rumano mientras esté aquí. ¿Dónde aprendiste el idioma? Cerré mi boca después de preguntar. Era una cosa terriblemente grosera para comentar. Ileana simplemente sonrió. —La familia de mi madre se lo pasó a cada uno de sus hijos. Era una cosa extraña para una familia pobre del pueblo de Braşov, pero lo dejé pasar. No quería insultar más a una potencial nueva amiga. Me puse a juguetear con los botones al costado de mis guantes y me detuve. Ileana levantó el cubo en su amplia cadera y señaló con la cabeza hacia la puerta. —Si no termino de encender los fuegos en las habitaciones de los chicos, estaré en un mundo de problemas, dom… Audrey Rose. —Por supuesto —dije, retorciendo mis manos. No me había dado cuenta de lo sola que estaba sin Liza y de lo mucho que quería a una amiga— . Gracias por limpiar. Si dejas algunos suministros, puedo ayudarte. —Oh no. El director Moldoveanu no lo aprobaría. Debo atender las habitaciones cuando están desocupadas. No la esperaba hasta un rato más. —Mi cara debe haber mostrado mi decepción. Su expresión se suavizó—. Si lo desea, puedo traer el desayuno a su habitación. Lo hago para la otra chica de aquí.

—¿Hay otra chica quedándose este invierno? Ileana asintió lentamente, su sonrisa se ensanchó para coincidir con la mía. —Da, domnişoară. Ella es la pupila del director. ¿Le gustaría conocerla? —Eso suena maravilloso —le dije—. Me gustaría mucho. —¿Necesita ayuda para cambiarse? Asentí e Ileana se puso a trabajar en mi corsé. Una vez que ella había terminado y yo estaba parada en mi camisa, le di las gracias. —Lo manejaré desde aquí. Ileana dio un golpe a la puerta con su cadera, luego me dio las buenas noches en rumano. —Noapte bună. Eché un vistazo al baño, dándome cuenta de que ella también había llenado la bañera con agua caliente. El vapor se elevaba en zarcillos, haciéndome señas. Me mordí el labio, contemplando el baño caliente. Supuse que sería demasiado impropio marchar a la habitación de Thomas tan tarde en la noche y no quería estar arruinada a los ojos de la sociedad debido a mi impaciencia. Y el dibujo del dragón todavía estaría allí por la mañana... Me deslicé fuera de mi ropa interior, sintiendo el calor familiar del agua hundiéndose en mis huesos cansados. Quizás las próximas semanas no serían tan horribles como había pensado.

Traducido por Masi Corregido por Dai’

La niebla se alzaba desde los árboles que rodeaban el castillo y se asentaba sobre las montañas, como la niebla en los callejones de Londres mientras yo me sentaba en el diván, tratando de no inquietarme. Ileana dijo que volvería para el desayuno, pero casi amanecía y todavía no la había visto. Por lo que sabía, podría haber sido detenida en otra parte del castillo. Mi pie rebotaba en el suelo. El director Moldoveanu me dejaría fuera del comedor si llegaba tarde. Mi estómago gruñó su propia desaprobación, mientras esperaba. Decidí que le daría dos minutos más antes de dirigirme al comedor. Necesitaría permanecer fuerte si tenía que sobrevivir las próximas semanas y mantenerme alerta. Entré a mi dormitorio y me quejé por los pocos artículos personales que había traído conmigo; en particular, una fotografía de Padre y Madre, tomada hace mucho tiempo. La puse en mi mesita de noche, sintiéndome un poco menos sola en este extraño lugar. Llamaron a mi puerta rápidamente mientras el sol bañaba en oro las montañas fuera de la ventana en mis aposentos de la torre. Dando gracias a los poderes que fueran, me moví rápidamente a la otra habitación y pasé una mano por mis faldas de invierno de color verde. Las voces susurradas se silenciaron en el momento en que abrí la puerta. Ileana llevaba una bandeja cubierta y sonreía a la joven a su lado. —Esta es la señorita Anastasia. Ella es la…

—La pupila del director Moldoveanu, o, como me gusta llamarlo, el hombre menos encantador en la historia de Rumania. —Ella agitó su mano y entró en mi habitación. Su acento era ligeramente diferente al de Ileana, pero conservaba una esencia similar—. Honestamente, no es tan malo. Simplemente es... ¿cómo se dice...? —¿Malhumorado? —proporcioné. Anastasia se rio, pero no hizo ningún comentario. Ileana sonrió. —Pondré esto por aquí. La seguí hasta el pequeño diván y la mesa mientras Anastasia inspeccionaba mis estantes. Era simple, pero bonita, con el cabello color trigo y unos brillantes ojos azules. Ciertamente sabía cómo usar sus activos para su ventaja, especialmente cuando mostraba esa sonrisa contagiosa. —¿Estás buscando algo en particular? —pregunté, notando la forma metódica en que su enfoque barría los lomos de los libros. —Estoy tan encantada de que estés aquí. Los chicos son... fără maniere. —Ella levantó un hombro, notando la confusión que debe haberse mostrado en mi rostro—. La mayoría no son muy agradables, ni educados. Quizás sea la falta de oxígeno. O de mujeres. Los hermanos italianos son la mayor decepción. Sus narices permanecen metidas dentro de sus libros en todo momento. ¡Ni siquiera miran en mi dirección! Ni siquiera cuando muestro mis atributos más preciados. Tomó un libro del estante y lo presionó, abierto, contra su rostro, caminando de forma exagerada, riéndose. Ileana dejó su atención en el suelo, con una amplia sonrisa. —Tenía la esperanza de que una novela gótica me ayudara a pasar el tiempo cuando estés en tus clases —dijo, haciendo el libro a un lado—. Por supuesto que Tío Moldoveanu no mantendría semejante frivolidad aquí. ¿Trajiste alguna novela gótica, de casualidad? Negué con la cabeza. —¿También estará asistiendo a las clases? —Por supuesto que no. Tío cree que es impropio para una chica de mi posición. —Anastasia puso los ojos en blanco y se dejó caer en el sofá con

un resoplido—. Aunque no me importa. Asistiré a algunas de las clases, aunque solo sea para molestarlo. No puede estar en todas partes a la vez. —¿Han llegado todos los demás? —Todos los que son de familias importantes lo han hecho, creo. Es un grupo pequeño esta vez. Se dice que Tío está... buscando sânge. —¿Por qué creerían que está buscando sangre? —pregunté. Ileana levantó la tapa de la bandeja, revelando pasteles y empanadas de carne, su atención pegada a ellos ahora. Cortésmente tomé un bocado de un sabroso trozo de pan relleno de carne y luego traté de no devorarlo entero. Lo que sea que fueran, estaban deliciosos. —Chismes del castillo que he escuchado mientras me aburría hasta la muerte. Hasta ahora, todos los que están en este curso son nobles o campesinos de los que se rumorea tienen vínculos con la nobleza. Nacidos bastardos. Nadie sabe cuál es el propósito de toda la realeza, si es que hay uno. Ni siquiera preguntes por los hermanos italianos. No han hablado con nadie excepto entre sí. No tengo ni idea de cuál es su historia. Anastasia se metió un poco de pan en la boca y gimió de placer. —Aunque algunos creen que es parte de su prueba —continuó—. Tío disfruta de los juegos y la intriga. Encontrar factores comunes que puedan ser beneficiosos para rastrear asesinos es una habilidad que cree que todos los estudiantes forenses deben poseer. —Me dirigió una mirada evaluadora—. Obviamente eres noble. ¿Cuál es tu apellido? —Wadsworth. Mi padre es un… —¿No hay vínculos con Rumania? Parpadeé. —No que yo sepa. Mi madre era en parte de ascendencia india, y mi padre es inglés. —Interesante. Quizás no todos descienden de esta región. —Anastasia mordió otro pedazo de pan—. Escuché que llegaste a medianoche con un joven. ¿Estás prometida? Casi me atraganto con mi siguiente bocado de desayuno.

—Somos… amigos. Y compañeros de trabajo. Anastasia sonrió. —Escuché que era bastante guapo. Tal vez me case con él si solo son compañeros de trabajo. —No estoy segura de lo que vio en mi rostro, pero rápidamente agregó—: Estoy bromeando. Tengo mi corazón puesto en otro, aunque él finge que no existo. ¿Cómo fue tu viaje hasta aquí? Una visión del cuerpo empalado cruzó mi mente. Dejé mi pastel de carne, de repente no tenía mucha hambre. —Terrible, en realidad. —Hice un recuento clínico del hombre en el tren y las lesiones que había sufrido. El rostro bronceado de Ileana se había vuelto pálido como el de un espectro—. No tuve la oportunidad de ver exactamente lo que había sido empujado en su boca. Sin embargo, era de naturaleza orgánica y era de color blanquecino. Sin embargo, el olor era... picante, pero familiar. —Usturoi —susurró Anastasia, con los ojos muy abiertos. —¿Qué es eso? —Ajo. He leído que es colocado en las bocas de quienes se cree que son... los ingleses los llaman vampiros. —Eso es en realidad de una novela gótica —resopló Ileana—. Aquí se acaba con los Strigoi de manera diferente. Pensé en la sustancia orgánica. Definitivamente encajaba con la descripción del ajo, y explicaba el olor. —Mi amigo dijo que los strigoi son quemados —dije con cuidado—. Y todos los afectados beben las cenizas. —Qué repugnante. —Anastasia se sentó hacia delante, ansiosa por obtener más información. Me recordaba a mi prima, excepto que donde Liza estaba obsesionada con el peligro y el romance, Anastasia parecía emocionada únicamente por la parte del peligro—. ¿Los campesinos todavía hacen tales cosas aquí? En Hungría, algunos aldeanos están atrapados en las viejas costumbres. Muy supersticioso. —¿Eres húngara? —pregunté. Anastasia asintió—. Pero, ¿también hablas rumano?

—Por supuesto. Lo aprendemos junto con nuestro propio idioma. También sé italiano bastante bien. No que pueda usarlo con tus compañeros de clase. —Se centró en Ileana. Observé la forma en que la doncella retorcía su servilleta en su regazo, haciendo todo lo posible por evitar la atenta mirada de Anastasia—. ¿Cómo identifican los aldeanos a los strigoi en la ciudad? ¿O es como una sociedad secreta? ¿Como la de los dragonistas? Mi atención volvió a Anastasia de golpe. Podría jurar que la ilustración estaba quemando un agujero en el bolsillo de mi falda. Por un momento, sentí la necesidad de proteger este dibujo, mantenerlo oculto para todos hasta que descubriera sus orígenes. Lo que no tenía ningún sentido, en absoluto. Desplegué el pergamino y lo puse sobre la mesa. —Alguien dejó esto en mi compartimiento del tren después del asesinato. ¿Acaso, sabes lo que significa? Anastasia se quedó mirando el dibujo. Me costaba mucho leer la expresión que estaba protegiendo. Pasó un momento. —¿Alguna vez has oído hablar de la Orden del Dragón? —preguntó. Negué con la cabeza—. Bueno, ellos son... —Es tarde. —Ileana se levantó de un salto y señaló el reloj en la repisa—. Moldoveanu me echará si no me pongo a trabajar. —Rápidamente recogió nuestras servilletas del desayuno y volvió a poner la tapa en la bandeja con un ruido que me provocó dentera—. Ambas deben ir a la sală de mese. Moldoveanu estará vigilando. —¿Quieres decir que el director no cierra las puertas del comedor después de cierto tiempo? Ileana me lanzó una mirada compasiva. —Hace amenazas, pero no las cumple. Sin pronunciar una palabra más, Ileana se apresuró a salir de la sala. Anastasia negó con la cabeza y se puso de pie. —Los campesinos son tan supersticiosos. Incluso la mención de cosas sobrenaturales los pone nerviosos. Ven. —Enlazó su brazo con el mío—. Te presentaré a tus estimados compañeros.

—Suena como si una pequeña horda de elefantes estuviera corriendo por el comedor —le dije a Anastasia, mientras nos deteníamos fuera de las puertas un rato. Los pies pisoteaban y los cubiertos resonaban, y el sonido de una conversación despreocupada resonaba sobre el estruendo. —Ciertamente actúan como un grupo de animales. La ansiedad se abrió paso a través de los pasillos de mis entrañas. Eché un vistazo al interior de las grandes puertas de roble. Unos cuantos jóvenes estaban sentados en las mesas y otros formaban fila a lo largo de la ancha pared trasera para recoger las bandejas del desayuno, pero Thomas no estaba entre ellos. No tenía idea de cómo tan pocos hombres podían hacer tanto ruido en un espacio tan grande. El comedor era lo suficientemente grande, con los techos tan altos como catedrales, de color blanco y las paredes adornadas con madera oscura que seguían el mismo estilo que el del resto del interior del castillo. Mis pensamientos se centraron en los cuentos de hadas y folklore. Podía ver cómo un castillo como este serviría de inspiración para escritores como los Hermanos Grimm. Ciertamente era lo suficientemente oscuro como para invocar una atmósfera macabra. Intenté no pensar en Padre y Madre. Cómo nos habían leído esas historias a Nathaniel y a mí antes de acostarnos. Necesitaba escribirle a Padre pronto; esperaba que se estuviera sintiendo mejor. Su recuperación había sido lenta, pero constante. De repente, fui empujada contra la pared, saliendo de mi ensoñación y sorprendida de que alguien no solo hubiera chocado conmigo, sino que también se estuviera riendo como si eso no fuera una ofensa a una mujer joven. Anastasia suspiró. —Señorita Wadsworth, permítame presentarle al Profesor Radu. Le enseñará folclor local para completar su curso de evaluación. —Oh, querida. Ni siquiera la vi allí. —El profesor Radu agitó su pañuelo y sin darse cuenta tiró un pedazo de pan de su bandeja. Me incliné para recuperarlo al mismo tiempo que él, y nuestras cabezas chocaron. Ni

siquiera parpadeó. Su cráneo debía ser de granito. Me masajeé el bulto que ya se estaba formando en mi propia cabeza, haciendo una mueca de dolor— . Imi pare rău. Me disculpo, señorita Wadsworth. Espero no haber derramado mis gachas en ese precioso vestido. Me miré, aliviada de que no hubiera gachas ofensivas en mis faldas. Con una mano, sostuve en alto el pan caído y con la otra presioné cautelosamente el moretón que se estaba formando bajo mi cabello. Esperaba que me hubiera dado más sentido que quitado. Aunque ciertamente me dolía lo suficiente como para hacerme pensar en ello. —Por favor, no se preocupe, profesor —dije—. Lo único que está dañado es su pan, me temo. Y tal vez su cabeza, gracias a la mía. —No estoy segura de que alguna vez haya estado bien —susurró Anastasia. —Eh... ¿qué fue eso? —preguntó Radu, pasando su mirada del pan a Anastasia. —Dije que estoy segura de que todavía está delicioso —mintió. Arrancando el pan manchado de tierra de mis dedos, como uno podría arrancar una uva de la vid, le dio un mordisco. Esperaba que mi labio no se estuviera curvando como el de Anastasia; no quería revelar el disgusto que se agitaba en mi estómago. —Langoşi cu brânză —dijo con la boca llena de pan, con las cejas tupidas levantadas de forma apreciativa—. Masa frita con queso feta. Deben probar un poco... tomen. Antes que pudiera declinar educadamente, presionó un pedazo de pan en mis manos, aplastándolo cuando apretó mis dedos con entusiasmo. Hice todo lo posible por sonreír, a pesar de que un poco de grasa empapó mis guantes. —Gracias, Profesor. Si nos disculpa, tenemos que reunirnos con los otros estudiantes. El profesor Radu se subió las gafas sobre el puente de la nariz, dejando una mancha de grasa en una lente. —¿No se lo dijo el director? —Nos miró más de cerca, luego hizo un chasquido con su lengua—. Todos se están retirando ahora. Algunos

visitarán Braşov, por si quieren unirse a ellos. No quiere caminar sola por la montaña, ¿verdad? Los bosques están llenos de criaturas que roban a los niños del camino y se comen la carne de sus huesos. —Se chupó la grasa de los dedos en una muestra de modales medievales—. Lobos, en su mayoría. Entre otras cosas. —¿Los lobos se comen a los estudiantes? —preguntó Anastasia, su tono implicaba que no lo había creído ni por un instante—. ¡Y pensar que Tío no me advirtió en absoluto! —¡Oh! ¡Pricolici! Ese será el primer mito que se discutirá en clases — dijo—. Tantos rumores encantadores y leyendas folclóricas sobre las que criticar y discutir. La mención de lobos robando a niños enfrió mi sangre algunos grados. Tal vez había visto señales de ellos en el tren, y luego otra vez en el bosque cercano. —¿Qué es un prico… —Pricolici son los espíritus de los asesinos que regresan como gigantes, lobos no-muertos. Aunque algunos también creen que son lobos y que se convierten en strigoi cuando los matan. Espero que disfruten la lección. Ahora, recuerden, limítense al camino y no se aventuren en el bosque, sin importar lo que vean. ¡Hay muchísimos peligros espectaculares allí! Se balanceó al marcharse, canturreando una melodiosa melodía para sí mismo. Por un breve momento me pregunté cómo sería estar tan completamente perdido en las fantasías y los mitos. Luego recordé las fantásticas visiones que mi mente había producido en las últimas semanas y me amonesté a mí misma. —¿Por qué enseñan folklore y mitología cuando el curso dura solo cuatro semanas? —Todo es parte del misterio que deben desentrañar, supongo. — Anastasia levantó un hombro—. Aunque Tío cree que la ciencia explica la mayoría de las leyendas. Una declaración con la que coincidía mucho, sin importar cuánto despreciara estar de acuerdo con cualquier cosa que dijera Moldoveanu. Observé como el profesor dejaba caer su desayuno otra vez.

—No puedo creer que se comiera ese pedazo de pan —dije—. Estoy segura de que había un insecto muerto pegado a ello. —No pareció importarle —dijo Anastasia—. Tal vez disfruta de un poco de proteína extra. Me estremecí cuando el profesor se topó con otro estudiante, un joven corpulento de cabello rubio y con la mandíbula demasiado cuadrada para ser considerado guapo. —Ai grijă, bătrâne —le siseó el gigante a Radu, antes de abrirse camino hacia el comedor, empujando hacia un lado a un estudiante más bajito sin disculparse. Bruto desagradable. Mi rumano era lo suficientemente decente como para saber que le había dicho al anciano que tuviera cuidado. —Ese encantador espécimen es de la nobleza rumana —dijo Anastasia, mientras el chico rubio desaparecía en el comedor—. Sus amigos son un poco mejores. —No puedo esperar para conocerlos —dije secamente. Deposité el pedazo de pan empapado en aceite en un contenedor de basura y eliminé la mancha de mis guantes. Necesitaría buscar otro par antes de irme—. ¿Por qué crees que los estudiantes van a ir al pueblo? —No lo sé, ni me importa. —Anastasia alzó su nariz imitando un falso porte regio—. No me verás salir con este clima nevoso. Dudo que los otros se aventuren a ir lejos de sus cámaras. ¡Oh! Tenía la intención de preguntarle a Radu si podía asistir a sus lecciones. —Se mordió el labio—. ¿Te importaría si te alcanzo en un momento? ¿Te quedarás aquí? —Si no estamos obligados a ir, entonces no veo por qué saldría. Prefiero explorar el castillo. Vi una sala de taxidermia que me encantaría inspeccionar. —¡Extraordinar! —exclamó Anastasia, besando mis mejillas—. Te veré pronto, entonces. Una risa estridente hizo eco dentro de la sala mientras observaba a Anastasia apresurarse detrás de nuestro profesor. No importaba cuánto deseara no hacer esto sola, era hora de hacer frente a mis miedos y presentarme a mis compañeros de clase. Gradualmente. Por ahora mostraría mi rostro y tomaría las cosas con calma desde allí. Además, no

era como si no conociera a nadie. Thomas seguramente se aparecería muy pronto. Con la cabeza en alto, entré en el comedor. Cinco filas de mesas largas reunían a estudiantes curiosos que se quedaron callados paulatinamente, mientras caminaba al extremo opuesto de la sala. En una mesa se congregaban tres jóvenes, uno de ellos era el chico rudo y corpulento del pasillo. Otra mesa tenía dos chicos de cabello castaño que no se molestaron en levantar la vista de sus libros, probablemente los italianos. Su piel era de un rico bronce, como si provinieran de un lugar cerca del océano. Uno de ellos era el estudiante más pequeño con quien el bruto había chocado sin disculparse. Un joven delgado de piel marrón amarillenta oscura estaba sentado frente a un chico que llevaba gafas y tenía espesos rizos rojizos. Se disponían a centrarse en sus comidas, pero levantaron los ojos para quedarse embobados ante mi llegada. Mis mejillas se calentaron cuando el sonido de mis faldas balanceándose se elevó sobre sus susurros dispersos. Al menos tenía a Thomas. Incluso si tuviéramos que luchar por hacernos un lugar en la academia, podríamos luchar juntos. Y pasar el tiempo con Anastasia también era algo que ansiaba. Uno de los muchachos en la mesa del corpulento se rio a carcajadas, luego silbó como si yo fuera un perro para que me acercara. De todos los... Dejé de caminar y le dirigí una mirada severa, cortando su sonrisa con precisión. —¿Pasa algo divertido? —pregunté, notando el silencio que descendía sobre ellos como si fueran soldados que habían sido llamados a la guerra. Cuando no respondió, lo dije una vez más, en mi mejor rumano, mi voz sonaba alta ante el repentino silencio. Los labios del joven se contrajeron ligeramente mientras lo estudiaba. Su cabello era un tono más oscuro que el de Thomas, y sus ojos tenían un tono más oscuro de marrón. Su profunda tez oliva era seductora de la manera que mejor disfrutaba en un héroe oscuro. Era fuerte, aunque asumí que tenía una especie de rango, basado en lo que Anastasia había mencionado.

El corpulento, a un lado del chico de cabello oscuro, se rio, su labio superior curvado. Tenía la sensación de que era su expresión normal gracias a la genética, y no debería sentirme ofendida. Qué desafortunado para sus padres. Esperé a que el chico de cabello oscuro apartara la mirada, pero él fijó sus ojos tercamente en los míos. Un desafío para evaluar la facilidad con que podía romperme, o algo más insinuante, no me importaba. No toleraría ser acosada a causa de mi sexo. Todos estábamos aquí para aprender. Él era quien tenía un problema, no yo. Tal vez era hora de que los padres enseñaran a sus hijos a comportarse con las mujeres jóvenes. No nacieron superiores, sin importar cómo la sociedad los condicionara falsamente. Todos éramos iguales aquí. —¿Y bien? —Estoy decidiendo, domnişoară. —Arrastró su mirada perezosamente por cada centímetro de mi cuerpo, inspeccionándome de cerca, luego tosió en su mano, sin duda susurrando algo indecoroso, mientras el corpulento se echaba a reír. Un joven más delgado y ligeramente más pálido estaba sentado al otro lado, moviendo sus ojos del chico de cabello oscuro, a mí, luego a sus manos, su boca frunciéndose. Había algo en su estructura ósea que me hacía pensar que estaban emparentados. Sin embargo, su rostro era muy diferente. Echó un vistazo a su alrededor, como si estuviera siguiendo a una mosca que estaba aterrizando en diferentes lugares, y luego zumbando fuera de su alcance. Parecía tan familiar... Me quedé sin aliento cuando lo reconocí. —Tú. Te conozco. —Había estado en el tren con Thomas y conmigo. Estaba segura de ello. Había sido el pasajero nervioso al que había querido interrogar. Se movió nerviosamente en su asiento, mirando fijamente la veta de la madera, ignorándome por completo. Su piel pareció oscurecerse ante mi mirada. Casi me había olvidado del molesto chico de cabello oscuro, y casi extrañaba el fuego que iluminaba sus ojos, mientras me recogía las faldas y me dirigía a una mesa para mí sola.

Traducido por âmenoire Corregido por Dai’

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—Haces las mejores entradas, Wadsworth. La mitad de los jóvenes de aquella mesa ahora quieren casarse contigo. Tendré que trabajar el doble de duro en mis habilidades de esgrima para defender tu honor. Solté una exhalación mientras Thomas se doblaba en el asiento frente a mí, su plato con una alta pila de entremeses de diferentes regiones, seguramente destinado a complacer a estudiantes de toda Europa. Y dulces. La señora Harvey había tenido razón sobre su afinidad por los postres. Había estado tan distraída por el chico que estaba segura que estaba a bordo del tren que no había notado a Thomas cerca del bufet. —Difícilmente creo que eso sea cierto. Simplemente hice enemigos, es lo que hice. —Me robé un bizcocho de su plato después que untara crema abundantemente sobre él—. De cualquier forma, me desagradan todos los jóvenes de esa mesa, Cresswell. Todavía no necesitas cambiar tu escalpelo por un florete. —Cuidado, ahora. Has pronunciado los mismos encantadores sentimientos sobre mí. Me pongo celoso bastante fácil. Quiero tener un duelo, no derribar la academia o quemarla hasta las cenizas. Aunque eso, de hecho, podría mejorar la actitud de Moldoveanu. ¿Prometes que me visitarás en mi celda? Sonreí a pesar del tema e inspeccioné a mi amigo.

—Sabes que nadie podría molestarme tanto como tú lo haces, Cresswell. Por fortuna, se la pensarán dos veces antes de burlarse de mí de nuevo. —Estoy bastante seguro de que no será la última vez que se burlen de ti. —Thomas sonrió mientras cubría otro bizcocho con crema—. Los hombres disfrutan la caza. Ahora has probado que no eres fácil de ganar, lo que te hace un reto interesante. ¿Por qué crees que hay tantas cabezas montadas en las paredes? Mostrar los trofeos de tus logros es como decir «Soy fuerte y viril. Solo mira a esa cabeza de venado en el estudio. No solo lo cacé, arreglé la trampa y lo atraje hacia mi guarida. Aquí hay algo de brandy, vamos a golpear nuestros pechos y a dispararle a algo». —Entonces ¿estás diciendo que te gustaría atraparme y colgar mi cabeza cortada encima de la repisa de la chimenea? Eso es tan completamente romántico. Dime más. —Ahem. —Alguien aclaró su garganta, interrumpiéndonos—. ¿Les importaría si me siento aquí? ¿Vă rog2? Incluso estando sentado, Thomas de alguna manera se las arregló para mirar por debajo de su nariz al chico de cabello oscuro que se había reído groseramente de mí más temprano y que ahora estaba de pie junto a nuestra mesa. Ahora no había nada de alegría en la expresión de Thomas. —Si prometes que serás amable. —Thomas empujó lentamente su silla hacia atrás, las patas rechinando en protesta contra el suelo. No se movió lo suficientemente lejos para permitir que el joven se interpusiera entre nosotros. Me recordó qué tan alto era y lo largas que eran sus extremidades y cómo podía utilizar ambas cosas como otra arma en su arsenal—. Odiaría ver a la señorita Wadsworth avergonzarte. De nuevo. La tensión se acumuló en él en espesas ondas, tan oscuras y turbulentas que casi fui arrastrada por ellas. Nunca antes había visto a Thomas mostrar emociones tan fuertes y pensé que podría haber estado pasando algo más además de su molestia en mi nombre. Quizás Thomas ya se había encontrado con el chico de cabello oscuro y no había trascurrido de manera muy positiva.

2

Vă rog: Por favor.

No se necesitaba mucho esfuerzo para deducir que esto no terminaría bien. Lo último que cualquiera de nosotros necesitaba enfrentar era que Thomas fuera expulsado por lo que fuera que estuviera a punto de desatarse. Justo ahora, él era por completo el villano con el rostro de un héroe. —¿Cómo podemos ayudarlo, señor...? —permití que la pregunta colgara en el aire. Como si el infierno no estuviera desatándose a su alrededor, el joven se inclinó hacia mí en una forma íntima, y reconsideré quién estaba en peligro de ser expulsado de la academia. Thomas podría muy bien ser quien me contuviera de lanzarle una bien merecida bofetada. —Me disculpo por mi conducta de más temprano, domnişoară —dijo, su acento suave y rítmico—. También ruego por su perdón hacia mis acompañantes. Andrei, —Apuntó al bruto, quien asintió bruscamente en respuesta—, y Wilhelm, mi primo. Mi atención se arrastró de regreso hacia el joven pálido del tren. El color de Wilhelm era incluso más oscuro que antes. Un tono tan extraño. Parecía como si hubiera conseguido manchas de polvo rojizo en su rostro. Nunca antes había visto un salpullido tan horrible. Gotas de sudor se formaron en la línea de su frente. —Tu primo parece no encontrarse bien —dijo Thomas—. Quizás deberías ocuparte de él en su lugar. Observamos mientras Wilhelm levantaba un largo abrigo negro alrededor de sus hombros y se encorvaba hacia la puerta. Necesitaba hablar con él, descubrir lo que pudiera saber sobre la víctima del tren. El chico de cabello oscuro se movió en mi línea de visión. —Permite-mi să mă prezint. Eh... por favor, permítame presentarme apropiadamente. Ofreció una sonrisa tímida, pero se desvaneció un poco cuando mantuve mi expresión neutra. Si pensaba que usar su encanto en un nivel excesivamente alto haría que se ganara mi simpatía, estaba bastante equivocado. Se sentó más derecho y un aire de estatus lo recorrió como si fuera una capa de terciopelo acomodándose en su lugar.

—Mi nombre es Nicolae Alexandru Vladimir Aldea. Príncipe de Rumania. Thomas resopló, pero el joven príncipe mantuvo su mirada fija en la mía. Inhalé rápidamente, pero me aseguré de que la sorpresa no se mostrara en mis rasgos, asumiendo que había dicho su título con la esperanza de ver la reacción que había obtenido de otros hombres y mujeres jóvenes. Mi sospecha se confirmó cuando su sonrisa vaciló, luego se desvaneció por completo mientras más tiempo me quedaba sin reaccionar. No me permitiría ser tratada tan pobremente, luego extasiándome al siguiente respiro. Su título muy seguramente podría comprar muchas cosas, pero no podría comprar mis afectos. Toda la habitación pareció quedarse en silencio como un servicio de iglesia mientras esperaban que hablara. O me inclinara. Probablemente estaba rompiendo todas las formas de protocolo al no levantarme de inmediato e inclinarme en una reverencia. Sonreí dulcemente y me incliné. —Diría que es un placer conocerlo, Su Alteza, pero fui enseñada a no decir mentiras. Para evitar ser completamente indecente, ofrecí una ligera inclinación de mi cabeza y me puse de pie. La expresión del rostro del Príncipe Nicolae fue excepcional. Como si me hubiera quitado el guante y lo hubiera abofeteado delante de todos estos testigos. Casi sentí pena por él, probablemente era la primera vez que alguien lo había ofendido tan despiadadamente. ¿Lo que sea que hiciera con alguien que no estuviera a la expectativa de cada una de sus palabras principescas? —Señor Cresswell. —Asentí hacia mi amigo—. Lo veré afuera. El chico con los rizos rojos, sentado cerca, sacudió su cabeza mientras reunía mis faldas. No podía decir si estaba impresionado o indignado por mi audacia. Sin mirar atrás, salí de la habitación. Sonidos de repiqueteo de tenedores cayendo en los platos, mezclados con la profunda risa de Thomas, me acompañaron hacia el pasillo, donde me permití una pequeña risa. Incluso los hermanos italianos habían levantado su atención de sus estudios, sus ojos tan abiertos como placas Petri. Mi satisfacción se interrumpió cuando noté al Director Moldoveanu de pie cerca de la puerta abierta, una vena pulsando en su frente. Se movió

suavemente hacia mí y juré que una gran bestia alada estaba acechando detrás, garras rasgando la piedra. Parpadeé. Solo era su sombra, proyectada como enorme por la luz de la antorcha. —Cuidado de quién se hace enemiga, señorita Wadsworth. Odiaría que más tragedia le ocurriera a su ya fracturada familia. Hasta donde entiendo, el nombre Wadsworth y su linaje están casi borrados de la existencia. Me encogí. Padre había publicado un obituario más bien vago relativo a la muerte de mi hermano, aunque el director sonaba como si sospechara de un juego sucio. Me inspeccionó más de cerca, su labio echado hacia atrás en lo que era o una sonrisa o una mueca de desdén. —Me pregunto cuán fuerte permanecería su padre si algo terrible le sucediera la última hija que le queda. El opio es un hábito desagradable. Del cual es bastante difícil recuperarse por completo. Aunque estoy seguro que es consciente de ello. Parece ser alguien moderadamente inteligente. Para ser una chica. Espero haber sido claro. —¿Cómo es que...? —Es mi deber desenterrar cada dato sobre mis potenciales alumnos. Y me refiero a cada pequeña migaja. No cometa el error de creer que sus secretos siguen siendo suyos. Los descubro tanto de los muertos como de los vivos. Encuentro que la verdad paga bastante bien una vez que se descubre. Una espiral de miedo escurridizo se retorció en mis intestinos. Me estaba amenazando y no había una cosa que pudiera hacer al respecto. Me miró fijamente durante un segundo más, como si pudiera fulminarme con la mirada y que dejara de existir, luego se marchó hacia el salón comedor. Me desplomé solo después que se hubiera ido hasta el otro lado de la habitación. —El desayuno se ha terminado —anunció—. Pueden hacer lo que deseen durante el resto del día. Rápidamente corrí hacia mi habitación para buscar mi abrigo de invierno y un nuevo par de guantes, ansiosa por estar en el exterior de este miserable castillo y sus miserables habitantes.

Traducido por Smile.8 Corregido por Dai’

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—El Príncipe Pomposo podría no ser tu mayor admirador, Wadsworth. —Thomas me empujó con el hombro, haciendo un terrible trabajo en ocultar su satisfacción por mi nuevo enemigo mortal—. Una vez que Moldoveanu se fue, incluso rompió un plato contra la pared y se cortó los dedos. Sangre salpicada en los huevos. Muy dramático. —Suenas un poco celoso por no haber pensado en romper la vajilla primero. Me resbalé sobre un adoquín helado, y Thomas me estabilizó, dejando caer mi brazo lentamente y deteniéndose a una distancia casi respetable. La emoción estuvo presente en cada uno de sus movimientos. Estaba prácticamente saltando hacia Braşov, también conocida como la Ciudad de la Corona, de acuerdo con sus bromas sin fin. Había visto a Wilhelm escabullirse fuera del castillo, tambaleándose un poco aquí y allá, y corrí a buscar a Thomas. Deseaba hablar con el chico y preguntarle lo que había visto en el tren, a pesar de que parecía decidido a evadirme a toda costa. Su evasión solo hacía que su culpabilidad pareciera más probable. La piel de Wilhelm parecía un poco... no podía estar segura. El tono oliva parecía como si hubiera sido reemplazado casi por completo con manchas oscuras. Como si la fiebre hubiera causado un profundo enrojecimiento. Podría haber jurado que era incluso peor que en el comedor. Traté de pensar en cualquier infección conocida que pudiera causar dos

erupciones distintas, pero no podía recordar ni siquiera una. Ciertamente no era escarlatina, reconocería esos síntomas en cualquier lugar. Caminamos detrás de Wilhelm a suficiente distancia como para que no se diera cuenta o asumiera que nos dirigíamos a la aldea para nuestros propios fines. Quería estudiarlo, ver a dónde iba primero. Quizás después ganaríamos algo de información adicional. Si lo asaltábamos con preguntas ahora, seguramente cambiaría su curso. Le había contado a Thomas mis sospechas, y estuvo de acuerdo en que era la mejor acción a tomar. Mantuve mi atención en el suelo, observando las huellas que Wilhelm dejó en la nieve recién caída y los pasos grandes y constantes que había hecho. El trastabillar parecía haberse detenido, aunque un nuevo manchón de vómito humeante estaba justo fuera del camino. No lo inspeccioné de cerca y me alejé lo más rápido que pude. Quizás Wilhelm estaba simplemente de camino a ver alguien para un remedio para su dolencia. Aunque por qué iba a viajar hasta el pueblo y no preguntar por un médico en el castillo era extraño. Metí las manos en mis bolsillos y casi me resbalé de nuevo. Me había olvidado del pergamino con todo el alboroto en el comedor. Miré alrededor, asegurándome de que Thomas y yo estábamos solos en el camino, salvo por Wilhelm, quien estaba demasiado lejos para notarnos. Me detuve y hurgué en mi bolsillo, notando que el papel ya no estaba allí. —Dime que no renuncié a mi indecoroso hábito de fumar solo para que tú lo tomaras. —¿Perdón? —Palpé los bolsillos de la falda, los bolsillos interiores de la chaqueta de invierno. Nada. Mi corazón dio un vuelco. Si no se lo hubiera mostrado a Anastasia y a Ileana esta mañana, podría estar preocupada de que simplemente hubiera imaginado el dibujo. Giré los bolsillos hacia fuera, estaban vacíos. —¿Qué estás buscando, Wadsworth? —Mi dragón —dije, tratando de recordar si lo había colocado de nuevo en el bolsillo antes de ir al comedor—. Debo haberlo dejado en mis habitaciones. Thomas me miró por un momento con la expresión más extraña.

—¿Dónde encontraste este dragón? Estoy seguro de que todo tipo de científicos querrían hablar contigo y ver el espécimen. Lo suficientemente pequeño como para caber en tu bolsillo, también. Un gran descubrimiento. —Era un dibujo que estaba en mi compartimiento del tren —dije, dejando escapar un profundo suspiro—. Lo encontré después de que los guardias vinieran a llevarse el cuerpo. —Oh. Ya veo. —De repente se dio la vuelta y continuó hacia el pueblo, y me dejó con la boca abierta a su paso. Tomé mis faldas, consciente de no exponer ninguna zona por encima de mis botas, y corrí tras él. —¿Qué fue eso? Thomas asintió al arbusto y las zarzas en el borde del camino. Seguí su mirada y noté lo que parecían ser huellas frescas de un gran perro en la nieve cerca del borde del bosque. Parecían seguir el camino del vómito de Wilhelm. Esperaba evitar que ambos contrajéramos lo que sea que estuviera padeciendo, y el animal que lo estaba siguiendo. Vi al chico tambalearse de nuevo a lo largo del camino, casi llegando hasta la colina. Quería correr tras él y ofrecerle un brazo, de verdad no se veía bien. Thomas corrió a través de la nieve, manteniendo su atención en nuestro compañero de clase. —No queremos quedarnos atrapados aquí una vez que el sol se ponga más tarde —dijo Thomas—. Es invierno, y el alimento es escaso en el bosque. Mejor no tentar a nuestro destino arriesgándonos a un encuentro con los lobos. Por una vez, estaba demasiado molesta como para imaginar el bosque volviendo a la vida con las bestias. Aceleré, mi enfoque establecido por completo en Thomas mientras lo alcanzaba. —¿Vas a fingir que no pregunté por ese dragón? Se detuvo y levantó el sombrero de su cabeza, sacando el poco de nieve que había caído de las ramas por encima de nosotros antes de ponérselo de nuevo. —Si quieres saberlo, lo dibujé.

—Oh. —Mis hombros cayeron. Debería haber sido feliz porque no hubiera nada más siniestro en el dibujo, aliviada de que un asesino no se hubiera colado en mi compartimiento y dejado una pista provocadora. Y, sin embargo, no podía negar mi decepción—. ¿Por qué simplemente no me lo dijiste antes? —Porque no tenía intención de que lo vieras —dijo con un suspiro—. Parecía un poco grosero simplemente decir: «Perdona. Por favor no preguntes por el dragón. Es un tema muy delicado por el momento». —No sabía que dibujabas tan bien. Incluso mientras lo decía, algo empujó los bordes de mi memoria. Thomas encorvado sobre un cadáver en el laboratorio de Tío, dibujando imágenes muy precisas de cada autopsia, las manos manchadas de tinta y carbón que no se molestaba en limpiar. —Sí, bien. Es un rasgo de familia. —Era… precioso —dije—. ¿Por qué un dragón? Thomas puso su boca en una línea sombría. No esperaba que respondiera, pero tomó una respiración profunda y respondió en voz baja: —Mi madre tenía una pintura hecha así. Recuerdo mirarla mientras ella se estaba muriendo. Sin pronunciar otra palabra, se marchó por la nieve. Así que era eso. Habíamos llegado demasiado cerca de una valla emocional que había erigido hacía mucho tiempo. Nunca hablaba de su familia, y yo deseaba conocer más detalles de cómo había llegado a ser así. Me centré y me apresuré tras él, notando con una sacudida que Wilhelm ya no estaba a la vista. Me moví tan rápido como pude, a pesar de que parte de mí ahora se preocupaba por qué no había nada fuera de lo ordinario en el viaje en tren de Wilhelm. Se trataba simplemente de otra fantasía conjurada por mi maldita imaginación. Estábamos casi en Braşov, y estaba bastante harta de chapotear a través de la nieve y el hielo. El dobladillo de mi falda estaba empapado y estaba tan rígido como los dedos de los cadáveres. Llevar pantalones ceñidos y mi traje de montar hubiera sido una mejor idea. En realidad, permanecer dentro del castillo y estudiar las vitrinas de anatomía y las cámaras de taxidermia habría sido la idea más inteligente. No solo estábamos perdiendo el tiempo tras un chico enfermo, estábamos quedándonos miserablemente

fríos y húmedos. Estaba casi convencida de que podía sentir los zarcillos de preocupación de mi padre por contagiarme de influenza por mi sensibilidad. —Ah. Ahí está. —Capté vistazos de los edificios que Thomas señalaba, su sonrisa tornándose un poco más sincera. Nada más que destellos de color a través de los árboles de hoja perenne, pero la excitación urgió a mis pies a moverse más rápido. Después, mientras bajábamos por otra colina, vi plenamente la joya que había sido escondida entre las montañas escarpadas. Caminamos con dificultad por el camino cubierto de nieve, nuestra atención fija en el colorido pueblo. Los edificios estaban encajados como si fueran bonitas damas de compañía, sus exteriores pintados de salmón, mantequilla y un pálido azul océano. Había otros edificios, también, de piedra con techos de color terracota pálido. Una iglesia era el mayor espectáculo de todos, con su cúpula gótica apuntando a los cielos. Desde donde estábamos, podíamos ver su techo de tejas rojas extendiéndose sobre un enorme edificio de piedra de color claro con vidrieras de colores. Mis ojos picaron antes de parpadear mi asombro para alejarlo. Tal vez el viaje no había sido una pérdida de tiempo, después de todo. —Biserica Neagră. —Thomas Sonrió —. La Iglesia Negra. Durante el verano, las personas se reúnen para escuchar la música del órgano que sale de la catedral. También cuenta con más de cien alfombras de Anatolia. Es absolutamente impresionante. —Conoces los hechos más extraños. —¿Estás impresionada? No me molesté en señalar que había sido renovada tras un gran incendio, o que sus paredes ennegrecidas son la razón por la que recibió su nombre. No quiero que te desmayes. Tenemos un sospechoso por el que preguntar. Sonreí, pero me quedé en silencio, sin querer compartir mi temor de que esto fuera una tarea de tontos. Wilhelm probablemente había sido solo un pasajero en el tren y ya estaba enfermo. Una enfermedad explicaba sus acciones nerviosas; muy bien podría haberse sentido débil, y el estrés de ser testigo de un asesinato fue demasiado.

Caminamos en silencio, llegando finalmente a la antigua población. Tenía los pies entumecidos, pero ya no me sentía como si hubiera estado pisando fuerte alrededor de trozos de vidrio con solo mis medias. Liza estaría encantada con la forma en que la nieve estaba espolvoreada sobre los tejados, una pizca de azúcar electrificada por los rayos del sol. Tendría que escribirle más tarde esta noche. Reduje la velocidad hasta detenerme, escaneando las calles de adoquines por la capa negra que pertenecía a Wilhelm. Vi un aleteo de material oscuro desaparecer en una tienda con un signo que no podía leer. Se lo señalé a Thomas. —Creo que entró allí. —Muéstrame el camino, Wadsworth. Simplemente estoy aquí por mi fuerza bruta y mi encanto. Entramos en una tienda que vendía pergamino, revistas y todo tipo de cosas que uno necesitaría para escribir o dibujar. No era un lugar extraño para que un estudiante visitara. Wilhelm muy bien podría necesitar suministros para la clase. Me arrastré por los pasillos estrechos apilados con papel enrollado. Había un agradable olor a tinta y papel que me recordó a meter la nariz en un libro viejo. Las páginas antiguas eran un olor que debía ser embotellado y vendido a los que adoraban el aroma. Sonreí al dueño de la tienda, un anciano con una agradable sonrisa. —Estamos buscando a nuestro compañero. ¿Creo que entró hace un momento? El anciano frunció el ceño y respondió rápidamente en rumano, sus palabras demasiado rápidas para que las procesara. Thomas dio un paso adelante y habló con la misma rapidez. Siguieron hablando durante unos momentos antes que Thomas se volviera hacia mí e hiciera un gesto hacia la puerta. Al final había entendido de que hablaban, pero Thomas lo tradujo de todos modos. —Dijo que su hijo acaba de traer una nueva entrega, y nadie más ha entrado en toda la mañana.

Miré por la ventana a una línea de tiendas. Sus signos y ventanas dejaban claro qué mercancías vendían. Pasteles, tejidos, sombreros y zapatos. Wilhelm podría haber entrado en cualquiera de ellas. —Podríamos dividirnos y comprobar cada negocio. Dijimos adiós al dueño de la tienda y nos fuimos. Caminé hasta la siguiente tienda y me detuve. Un vestido hecho para la realeza estaba colgado con orgullo en el centro del aparador, robándome el aliento. Tenía un corpiño con incrustaciones de piedras preciosas de color amarillo pálido que gradualmente se estrechaba en tonos de mantequilla, luego blanco invierno en la cintura. Las faldas del vestido parecían como si nubes de tul blanco, crema y amarillo pálido se arrastraran unas sobre otras en la más magnífica pendiente. Estaba cosido a mano por una mano hábil, y no pude evitar acercarme para ver mejor. Presioné mi rostro contra el grueso y ondulado vidrio que me separaba de la prenda. Las piedras preciosas estaban derramadas por el corpiño de corte bajo, como estrellas contra la luz del día. —¡Qué exquisito arte! Es… el cielo. Es un sueño portátil. O la luz del sol. Era tan magnífico que me había olvidado de nuestra misión por un momento. Cuando Thomas no respondió o siquiera se burló por distraerme, me di la vuelta. Me estaba observando con profunda diversión antes de salir de su propio ensimismamiento. Enderezándose en toda su altura, señaló con el dedo pulgar a la siguiente tienda. —La línea del escote en esa belleza sin duda causaría un alboroto. Y un buen número de... fantasías. —Esbozó una sonrisa lobuna mientras cruzaba sus brazos—. No es que no puedas manejarte con hordas de pretendientes luchando por ti. Creo que te manejarías muy bien. Tu padre, sin embargo, dijo que te acompañara a todas partes y que te mantuviera alejada de los problemas. —Si eso es cierto, entonces no debería haberte pedido que me cuidaras. —¿Oh? ¿Y qué me pedirías? ¿Debo renunciar a los deseos de tu padre? El destello de un desafío inesperado iluminó su rostro. No había visto una expresión tan seria desde la última vez que me tomó en sus brazos y

permitió a sus labios la libertad de comunicar sin palabras sus deseos más profundos. Me encontré momentáneamente sin aliento mientras recordaba, en vívido detalle, la sensación y exactitud de nuestro muy equivocado beso. —¿Qué quieres de mí, Audrey Rose? ¿Cuáles son tus deseos? Di un paso hacia atrás, con el corazón palpitando. Quería más que nada contarle cuánto me asustaban mis recientes fantasías. Quería asegurarle que me curaría con el tiempo. Que de nuevo blandiría mi espada sin miedo de que los muertos se levantaran. Deseaba que me prometiera que nunca me encerraría si nos prometíamos. ¿Pero podía pronunciar tales cosas mientras él estaba siendo tan vulnerable? ¿Admitir que la fisura en mi interior estaba creciendo y que no sabía si alguna vez sería reparada? ¿Qué quizás acabaría destruyéndolo junto a mí? —¿Ahora mismo? —Di un paso más cerca, observando la columna de su garganta tensarse mientras asentía—. Me gustaría saber qué vio Wilhelm en el tren, en todo caso. Quiero saber por qué dos personas fueron asesinadas —estacadas en el corazón— como si fueran strigoi. Y quiero encontrar pistas antes de que tengamos otro potencial Destripador en nuestras manos. Thomas exhaló un poco demasiado alto para que fuera casual. Una parte de mí deseaba retirarlo todo, decirle que lo amaba y que quería todo lo que podía ver que ofrecía en sus ojos. Quizás era la peor tonta. Mantuve mi boca cerrada. Era mejor para él estar temporalmente consternado que permanentemente herido por mis vacilantes emociones. —Vayamos a cazar, entonces. —Ofreció un brazo—. ¿Bien? Dudé. Por un momento me pareció ver una sombra inclinarse hacia nosotros desde el edificio. Mi corazón se aceleró mientras esperaba que su dueño diera un paso adelante. Thomas siguió mi mirada, una arruga en su frente, antes de girarse de nuevo para inspeccionarme. —Creo que es mejor si nos separamos y encontramos a Wilhelm, Cresswell. —Como la dama desee. Thomas se me quedó mirando un momento demasiado largo, entonces me dio un casto beso en la mejilla antes que supiera lo que estaba haciendo. Se echó hacia atrás lentamente, la travesura parpadeando en sus ojos,

mientras yo miraba alrededor para ver si algún testigo había visto tal atrevimiento. La sombra que había jurado que se movía en nuestra dirección había desaparecido. Sacudiendo la sensación de ser observada por cosas que no podía ver, me admití que había sido superada por mi imaginación una vez más y entré en la tienda de ropa. Pilas de tejidos en ricos colores se derramaban de los rollos como si fueran sangre de seda liberada de su huésped. Pasé mis manos por los satenes y los finos tejidos mientras caminaba hacia el escritorio cerca de la parte trasera. Una mujer baja y oronda dijo hola. —Buna. —Buna. ¿Alguien ha estado aquí? ¿Un hombre joven? Muy enfermo. Um... foarte bolnav. La mujer de cabello gris no rompió su sonrisa con hoyuelos, y esperaba que entendiera mi rumano. Su mirada viajó sobre mí con rapidez, como si estuviera evaluando si tenía alguna serpiente oculta bajo las mangas u otros trucos sucios de los que debía cuidarse. —Ningún hombre joven por aquí hoy. En la pared detrás de ella, un boceto de una mujer joven me llamó la atención. Había una serie de notas alrededor de la imagen, escritas en rumano. Los escalofríos se apoderaron de mi piel. El cabello rubio de la mujer me recordó a Anastasia en cierto modo. —¿Qué dice eso? La dueña de la tienda apartó tiras de tela e indicó el calendario en su mesa, apuntando con sus tijeras a Vineri. Viernes. —Desapareció hace tres noches. Fue vista caminando cerca del bosque. Entonces nimic. Nada. Pricolici. —Eso es horrible. —Mi respiración se detuvo por un momento. Esta mujer realmente creía que un hombre lobo no-muerto merodeaba por la zona, en busca de víctimas. Sin embargo, era la idea de perderse en los terribles bosques lo que hizo que mis piernas se debilitaran. Esperaba por el bien de la chica que estuviera en un lugar seguro. Si la nieve y el hielo

hubieran caído durante toda la noche, le habría hecho la supervivencia imposible. Elegí unas nuevas medias y, después de pagarle a la dueña, sustituí mis pares empapados con ellas. Eran gruesas y cálidas e hicieron que mis pies se sintieran como si estuvieran envueltos en suaves nubes. —Gracias... multumesc. Espero que la chica aparezca pronto. Una conmoción afuera me llamó la atención. Vi hombres y mujeres corriendo por la calle de adoquines, sus ojos muy abiertos y sin parpadear. La amable dueña sacó un tubo de hierro de detrás del mostrador, con su boca en una línea apretada. —Vuelve, chica. Esto no está bien. Foarte rău. El miedo se cosió a mis venas, pero lo aparté. No sucumbiría a tales emociones aquí. Estaba en un nuevo lugar y no debía caer en los antiguos hábitos. Sin importar que algo fuera muy malo. No había nada de lo que temer más que nuestras propias preocupaciones. Estaba bastante convencida de que nadie estaba cazando a las personas por estas calles, especialmente durante el día. —Estaré bien. Sin vacilar, abrí la puerta, recogí mis faldas, y corrí hacia la pequeña multitud que había surgido cerca de un callejón al final de la zona comercial. Escalofríos invadieron las grietas de mi armadura emocional, deslizando sus dedos helados por mi piel. Cedí ante su insistencia y me estremecí en la luz menguante de la mañana. Otra tormenta se acercaba. Trozos de hielo y nieve caían bajo una nube gris enfadada, una advertencia de que vendrían cosas peores. Cosas mucho peores.

Traducido por flochi Corregido por Bella’

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Me agaché, lo suficiente para mirar entre la gente a medida que se movían alrededor de la escena. Mi primer vistazo a lo que les había llamado la atención fue un pie que le pertenecía a alguien yaciendo en el suelo cubierto de nieve. A juzgar por el tipo de calzado, a quien sea que los aldeanos miraban era un hombre. El pánico me penetró de nuevo cuando escaneé la multitud. Buscaba a un inconfundible joven alto. Uno con cejas rectas y una inclinación torcida en su boca. Thomas no se encontraba por ninguna parte. Él siempre estaba donde acechaban los problemas. Algo frío y pesado se reunió en mi centro. —No. Me abalancé como si no fuera más que una marioneta de una cuerda. Si algo le sucediera a Thomas… No pude terminar el pensamiento. El temor vibró en mis células. Usando mi estatura más pequeña, me abrí paso a través de los jovencitos a empujones, el terror dotándome de fuerza y una reserva de acero conforme serpenteaba a través de sus miembros. Empujé a uno cuando no se movió y éste se tropezó contra alguien más. Comenzaron a gritar en rumano, y por lo que interpreté, no estaban intercambiando cumplidos. Sabía que estaba siendo imperdonablemente grosera, pero si Thomas había sido lastimado, yo habría buscado a través de todo el país si tenía que hacerlo, dejando huesos y ceniza a mi estela.

Cuando el cuerpo finalmente apareció ante mi vista, apreté los dientes, conteniendo la sorpresa. Acostado sin vida estaba Wilhelm. Cerré los ojos, aliviada de que no fuese Thomas y me sentí horrible por ello. Era despreciable, y ni siquiera era la primera vez que había experimentado alivio a expensas de alguien más. Una vez que el monstruoso sentimiento pasó, giré toda mi atención al chico. No había una herida a simple vista desde donde estaba parada. A juzgar por la extrema quietud, supe que Wilhelm no respiraba; ningún vaho de aliento soplado en el frío aire. No obstante, parecía haber una ligera decoloración y espuma alrededor de su boca. Además de él desplomado, no había ninguna perturbación en la nieve a su alrededor. Nadie había intentado revivirlo o incluso tocarlo. No es que imaginara que lo harían. A menos que hubiera un médico cerca, nadie estaría entrenado. En todo caso, los aldeanos podrían tener demasiado miedo para acercarse. Los músculos en mi abdomen se retorcieron. Era tan joven. Debí haber confiado en mis instintos antes cuando él estaba evidentemente angustiado. Me moví más cerca, notando un juego de pisadas a pocos centímetros dirigiéndose por el callejón. Entrecerré mis ojos, preguntándome si era el camino que el asesino había tomado. Tal vez Wilhelm había muerto de causas naturales, aunque los jóvenes no solían desplomarse mientras caminaban por las aldeas. Claro, su piel tenía un tinte rojizo, pero no creía que hubiera estado tan enfermo como para tener una muerte repentina. Hojeé a través de páginas de teorías médicas y diagnósticos en mi mente. Un aneurisma no estaba completamente fuera de discusión, supuse; eso podría explicar la falta de herida y leve espuma en la boca. Pero no respondía el misterio de su decoloración. Alguien tendría que enviar por el director. Uno de sus estudiantes estaba muerto. Y no había mejor lugar para el examen forense que nuestra cercana academia. Al menos, esa era una tenue luz entre todo este horror. Me agaché, esforzándome para no tocar a Wilhelm y arriesgarme a contaminar la escena. Las lecciones de Tío entraron en mi cerebro. Si había malas intenciones involucradas, nuestro asesino probablemente estaba presente, mirando. Miré a la multitud, pero nadie resaltaba.

Hombres y mujeres, de todos los tamaños y edades, miraban con fijeza. Susurraban acusaciones en un su idioma extranjero, pero podía notar la desconfianza en sus rasgos. La manera en que entrecerraban los ojos, la manera en que muchos se persignaban o distraídamente tocaban artículos de culto en sus personas, como reafirmando la presencia de Dios aquí. Dejando al Señor fuera de la ecuación, intenté recordar cualquier otra enfermedad repentina que podría haberse llevado a mi compañero de clases. Dudaba que un infarto de miocardio lo haya matado. A menos que tuviera un corazón enfermizo desde pequeño. Una posibilidad tan fuerte como cualquier otra. Mi madre había sufrido de tal condición; tuvimos suerte que no fuese arrebatada de nosotros antes. Nathaniel había dicho que su voluntad de hierro había sido lo que la mantuvo con vida por tanto tiempo. Volví a mirar fijamente las huellas de pisadas, con mi estómago hundiéndose. Probablemente no tenían relación y Wilhelm había sucumbido de lo que sea que había estado padeciendo. El asesinato anterior que había ocurrido en esta aldea era contundente: un hombre había sido atravesado en el corazón por una estaca, no asesinado de alguna manera no identificable que parecía a casas naturales. —¿Tiene problemas de audición, señorita Wadsworth? Ante el sonido de la profunda voz de Moldoveanu, me giré del cuerpo y me puse de pie. Mis mejillas ardieron cuando me di cuenta que debió estar llamándome por durante algún tiempo para inyectarle ese veneno extra a su tono. El director ciertamente había llegado a la escena con rapidez. Todo su ser era imponente, cerniéndose sobre mí y el cuerpo a mis pies. Algún mecanismo innato me instó a retroceder un paso. Miré alrededor, buscando a Thomas. —No, director. Estaba pensando. —Claramente no es su punto fuerte, señorita Wadsworth. —La mirada del director Moldoveanu me cortó por la mitad—. Muévase a un lado y déjeme hacer el verdadero trabajo. Nunca antes, en toda mi vida había tenido un deseo tan feroz de atacar verbalmente a alguien. Ni siquiera tuvo que decir lo que insinuaba tan abiertamente: que los hombres pueden manejarlo mejor.

Una mujer cerca del cuerpo limpió las lágrimas del rostro de su niño, chillando algo que puso a la multitud a discutir de nuevo. Moldoveanu ladró órdenes en rumano para que todo el mundo permaneciera atrás, impidiendo que la multitud siguiera agitándose. —Apártese de mi camino antes de que muera congelado. —Apretó sus dientes y habló en inglés con lentitud, como si yo fuera una completa idiota—. Esto no es una excursión a la modista, aunque tal vez sea allí a donde verdaderamente pertenezca. El calor encendió mis mejillas una vez más. Di un pequeño paso a un lado, pero me negué a moverme al anillo exterior de la multitud. No me importaba si me expulsaba del curso por mi insubordinación. No sería tratada como si mi mente fuera inferior porque había sido bendecida con la capacidad de tener hijos. Me grité mentalmente dejarlo pasar, pero no podía obedecer la simple orden, al demonio las consecuencias. Me levanté. —Pertenezco a un bisturí en las manos, señor. No tiene derecho a… Por el rabillo del ojo, pude haber jurado que el dedo de la víctima se movió. Mi sangre se heló junto con las palabras groseras que quería decir al director. Pensamientos de máquinas eléctricas mortales, corazones accionados a vapor y órganos robados destellaron en mi mente. Todo a mi alrededor quedó inmóvil en un silencio ensordecedor: el tenor de voces murmuradas, la burla de Moldoveanu, los sollozos y rezos susurrados, mientras mi memoria me torturaba con imágenes del cuerpo sin vida de mi madre luchando por volver de la muerte. Todavía podía ver sus brazos y torso tambaleándose de la mesa. Todavía olía el olor acre de carne y cabello quemados flotando por el laboratorio. Dulce y asqueroso. Esa sensación horrible y ansiosa de miedo y esperanza mientras buscaba a tientas un pulso que hace tiempo se había detenido. Una persiana se soltó con una ráfaga de viento, golpeándose contra la pared cercana de una ventana ensombrecida que daba al callejón. Las cortinas revolotearon hacia dentro y casi estuve segura de haber visto una figura encapuchada desvanecerse dentro de sus sombríos pliegues. Me tambaleé hacia atrás, ignorando los maliciosos susurros de los aldeanos que atravesaban mi desmoronada pared emocional, y corrí.

Había pasado lo mismo casi cada vez que examinaba un cadáver. Necesitaba aire. Necesitaba dejar esas imágenes en paz o de lo contrario, me convertiría en el fracaso que el director Moldoveanu pensaba que era. Corrí doblando en la esquina y me detuve, jadeando al tiempo que miraba fijamente la pared de ladrillos. No era una persona religiosa, pero rogué no tener nauseas. No aquí, probablemente en frente del horrible director. Una lágrima se abrió paso por debajo de mi párpado. Si no podía encontrar una manera de hacer desaparecer mis fantasmas, no lograría pasar este curso y ganarme la admisión a la academia. Gruesas sombras como el alquitrán cruzaron mi vista y supe quién estaba allí antes de que hablara. Alcé una mano, deteniéndolo. —Si dices algo de lo que sucedió allá, no volveré a hablarte de nuevo, Cresswell. No me presiones. —Saber que no soy el único caballero al que le dice cosas tan encantadoras es reconfortante, Domnişoară Wadsworth. Aunque no completamente sorprendente. Me di la vuelta, sorprendida de encontrarme frente al Príncipe Nicolae. Un músculo latía en su barbilla como si estuviera conteniendo algo más grosero. Su expresión era una daga finamente afilada, cortando en cada sección de mi rostro donde aterrizaba. —He escuchado los rumores sobre su implicación con los asesinatos del Destripador. Aunque todavía no me he impresionado, la voy a estar observando. —Lentamente me rodeó—. La vi siguiendo a mi primo; no puede negarlo. Luego mirando su cuerpo como si se tratara de una delicia que probar. Tal vez le dio algo fatal. Me dijo que usted estuvo en el tren, viajando a Bucarest con él. Una oportunidad, ¿verdad? Parpadeé. Seguramente no creía que abandonaría el estudio de la muerte para crearla. —Yo… —Está blestemat —prácticamente gruñó—. Maldita. —Un sollozo interrumpió mis pensamientos mientras el príncipe de limpiaba furiosamente los ojos y se daba la vuelta.

Cerré la boca. Lo que sea que estuviera diciendo en este momento, la ira y las acusaciones… era el dolor el que hablaba. Atacaba. Buscando algún sentido en una parte de la vida sobre la que no teníamos control. Conocía demasiado bien ese sentimiento. Hice para alcanzarlo, y luego dejé caer mi mano enguantada. Este era un dolor que no quería compartir con nadie. Ni siquiera alguien que se consideraba un enemigo. —La… lamento su pérdida. Sé que las palabras son vacías, pero en verdad lo lamento. El Príncipe Nicolae alzó sus ojos hacia los míos y apretó los puños. —No tanto como lo lamentará. Regresó al callejón y me dejó sola temblando. Si no estaba maldita antes, ciertamente se sentía como si él hubiera liberado alguna oscuridad sobre mí con esa proclamación. Nieve y granizo comenzaron a caer un poco más pesadamente, como si el mundo estuviera ahora llorando mi eventual pérdida. Thomas se deslizó por la esquina en el mismo momento en que el príncipe salía del callejón, chocando su hombro contra el de mi amigo. Ignorando el desaire, Thomas caminó hacia mí, las comisuras de su boca hacia abajo ante lo que vio en mi expresión. —¿Te encuentras bien, Wadsworth? Estaba en una discusión interesante con el… panadero y vine tan rápido como pude. Mi aliento hacía vapor frente a mí. No deseaba saber por qué estaba peleando con un panadero. O si incluso era la verdad basada en su leve vacilación. Aunque fue difícil mantener cualquier sentimiento de preocupación con esa imagen ridícula invadiendo mi mente. —El Príncipe Nicolae piensa que soy responsable por la muerte de Wilhelm. Al parecer nos vio siguiéndolo y no le parecí lo bastante consternada por la vista del cadáver de su primo. Thomas se quedó inusualmente silencioso por un momento, estudiando mi rostro con cuidado. Luché contra la urgencia de moverme incómoda bajo su inspección. —¿Cómo te sentiste acerca de ver el cuerpo?

La nieve penetraba mi abrigo, provocando un escalofrío involuntario. Thomas hizo ademán de ofrecerme su abrigo de lana más caliente, pero negué con la cabeza, sin preocuparme por el trasfondo de su pregunta. De ninguna manera podría enfrentarme a esta academia y su infortunio si sabía que Thomas también dudaba de mí. —Me sentí como cualquiera estudiante de medicina forense debería sentirse. ¿Qué estás preguntando en verdad, Cresswell? ¿Piensas que soy incapaz, como nuestro director piensa? —Para nada. —Señaló el final del callejón, donde la multitud se estaba haciendo más grande a cada minuto—. Sin embargo, estar afligida o afectada por algo no te hace débil, Wadsworth. A veces la fuerza es saber cuándo preocuparte un poco por ti misma. —¿Es eso lo que debería hacer? —pregunté, mi voz mortalmente tranquila. —¿Si quieres la verdad? Sí. —Thomas se irguió más alto—. Creo que sería reparador para ti reconocer el hecho de que solo han pasado pocas semanas desde tu pérdida. Necesitas tiempo para llorar la muerte. Creo que deberíamos regresar a Londres, podemos aplicar para la academia de nuevo en primavera. Me quedé allí, mi mente dando vueltas. Seguramente Thomas y yo no estábamos teniendo una conversación sobre lo que él consideraba mejor para mí. Antes de que pudiera formular una respuesta, siguió. —No hay razón para que tengamos que estar aquí ahora, Wadsworth. Tu tío es un maestro excepcional y continuaremos aprendiendo bajo su tutela hasta que estés bien. —Respiró hondo como reuniendo coraje para seguir—. Le escribiré a tu padre de inmediato y le informaré nuestro cambio de planes. Es lo mejor. Barrotes imaginarios surgieron a mi alrededor, encerrándome. Precisamente esta era la razón para mi inquietud respecto a un compromiso matrimonial. Podía sentir mi autonomía escurriéndose entre mis dedos cada vez que Thomas ofrecía consejos sobre lo que debía hacer. ¿No era así cómo funcionaba? Los derechos y necesidades básicas eran lentamente minados por la idea de alguien más sobre cómo uno debería actuar.

Nunca sabría lo que era lo mejor para mí con alguien ofreciendo consejo no requerido a cada paso. Los errores eran una experiencia de la que se aprendía, no el final del universo. Así que, ¿qué si estaba cometiendo uno ahora, empujándome a seguir en vez de enfrentar los fantasmas del pasado? La decisión debía tomarla yo, no cualquier otro. Pensé que Thomas sabía eso sobre mí. Y una vez lo hizo, pero de alguna manera ya no pensaba con la cabeza. En alguna parte a lo largo de la línea, el señor Thomas Cresswell —o más bien, el autómata insensible que había sido acusado de ser— se había convertido en un hombre de corazón tierno. No podía soportar que se metiera en un papel masculino aprobado por la sociedad y me tratara como si fuera algo para ser protegido y mimado. Lo respetaba y admiraba y esperaba lo mismo a cambio. Sabía que necesitaba ser dura para hacerlo regresar a ser él mismo, aunque no me gustaba la tarea. Los corazones eran hermosamente feroces, sin embargo, cosas frágiles. Y no deseaba romper el de Thomas. —Si hay una cosa que deba escuchar, señor Cresswell —dije, mi voz firme y sin alterarse—, que sea esto. Por favor, no cometa el error de decirme lo que es mejor para mí, como si usted fuera la única autoridad en el asunto. Si desea regresar a Londres, es libre de hacerlo, pero no lo acompañaré. Espero haber dejado esto perfectamente claro. No esperé a que respondiera. Me di la vuelta y me dirigí al castillo, dejando tanto a Thomas y a nuestro compañero de clases caído atrás al mismo tiempo que mi corazón vacilaba.

Traducido por Cat J. B Corregido por Bella’

—Ileana dijo que el Príncipe Nicolae no ha hecho nada más que destrozar su habitación desde que trajeron el cuerpo de Wilhelm. Tu clase preformará la autopsia mañana, luego de que Tío lo inspeccione. Anastasia despidió a su doncella abruptamente y se puso de pie frente a su espejo, desenterrando pasadores de sus trenzas doradas y reordenándolas en un intrincado diseño alrededor de su coronilla. Su recámara era un poco más grande que la mía y se encontraba en el piso encima de nuestros salones de clases. Moldoveanu se aseguraba de que a su pupila no le hiciera falta nada. Era una indicación de que a pesar de todo tenía corazón. Mi nueva amiga parloteaba sobre las habladurías que rondaban por el castillo acerca del príncipe, pero me encontré divagando sobre el propio edificio. Mientras que la academia estaba mayormente vacía por las fiestas de Navidad, salvo por nuestro grupo de asistentes esperanzados y los esqueléticos empleados del castillo, los corredores que llevaban a estas habitaciones estaban llenos de recovecos y rincones que contenían tanto esculturas científicas como religiosas. Tapices que representaban empalamientos y otras escenas mórbidas colgaban entre los recovecos. Anastasia me dijo que eran eventos del reinado de Vlad, victorias inmortalizadas en esos pasillos. En un pedestal, se encontraba un tórax en una caja de cristal, en otro los pulmones. En uno que no me atreví a inspeccionar de cerca había una serpiente enroscada alrededor de una cruz. Algunas partes del corredor me

recordaban al laboratorio de Tío con su colección de especímenes. Otras secciones me ponían los pelos de punta. Aunque prefería estar perdida en mis pensamientos sobre el oscuro castillo que enfrentar la actual conversación sobre Nicolae. —La conducta violenta indica une inestabilidad emocional, según un diario que leí el verano pasado —dijo ella, sin inmutarse por el hecho de que yo no respondiera—. Probablemente afectará la estadía del Príncipe Nicolae aquí. Dudo que recupere la compostura antes de que termine el curso de evaluación. Una pena por él. No tanto por el resto de ustedes. Cotillear sobre el príncipe mientras él estaba de luto por la pérdida de su primo me hacía sentir culpable. Quería ganar un lugar permanente en la academia, pero no quería que mi entrada estuviese basada en una competición injusta. O falta de competición por una muerte repentina. Suponía que también me sentía un poco enferma por la forma en que le había hablado a Thomas antes de dejarlo en el callejón. El cuerpo sin vida de Wilhelm vino a mi mente. Tampoco podía dejar de preocuparme por la reacción que había tenido al ver el cuerpo. Cada vez que me acercaba a un cadáver, recordaba cosas que deseaba olvidar. Si no lidiaba pronto con esos terrores, no sobreviviría en la academia. Un hecho, sospechaba, que complacería al director Moldoveanu. Cambié de posición en el gran sofá, recorriendo los brazos de madera con mis manos enguantadas. —¿Por qué tu tío permite que entren mujeres jóvenes a la academia si detesta nuestra presencia? —Él no es técnicamente mi tío. —Anastasia agarró su diario—. Aunque lo habría sido si mi tía no hubiese sido asesinada. —Lamento oír eso —dije, sin querer entrometerme ni hacer preguntas escabrosas—. Perder a un ser querido es una de las cosas más terribles que una persona puede padecer. —Gracias. —Me ofreció una sonrisa triste—. Mi tía no estaba interesada en ser una dama mimada, encerrada y manejada por su marido. Moldoveanu la respetaba. Nunca la presionó para que permaneciera a su lado.

Anastasia se colocó un mechón de cabello detrás de la oreja, y yo agradecí la breve pausa en la conversación. Estaba momentáneamente asombrada. La situación de Moldoveanu con su prometida era muy similar a lo que me había hecho enojarme con Thomas. Eso no hacía que perdonara al director por su reprobable actitud, pero sí lo entendía un poco mejor. —Después de que encontraron su cuerpo, él cambió —dijo Anastasia—. Sé que es difícil de creer, pero él es tan frío porque cree que eso puede salvar una vida algún día. También es por eso que no tengo permitido convertirme en una estudiante, aunque él a veces me permite entrar a hurtadillas en las clases. Anastasia abrió su diario, y yo no la presioné en busca de más información sobre el asesinato de su tía. Miré alrededor en busca de una distracción y noté que un libro de frases en latín yacía abierto en la mesa frente a mí. Necesitábamos ser competentes en latín para pasar este curso. Otra cosa en la que yo necesitaba mejorar, aunque tenía un conocimiento decente y básico, gracias a las lecciones de mi tío. Los segundos pasaron lentamente en silencio. No podía dejar de ver la mirada de dolor en el rostro de Thomas. Tironeé del encaje de mis guantes. —Me pregunto cuál será la causa de muerte de Wilhelm. Tenía un color tan horrible. —Se me erizó la piel, pero apreté mis miedos en un puño—. No recuerdo haber visto un cuerpo en tal estado antes. —Espantoso. —Anastasia arrugó la nariz—. Olvidé que tú inspeccionaste el cuerpo antes de que mi tío te obligara a volver. Nunca he leído sobre síntomas como esos. —Empezó a hablar demasiado rápido en rumano para mi comprensión, luego apretó los labios—. Mis disculpas. Olvido que todavía no hablas un rumano fluido. ¿Te gustaría ir a la biblioteca? Quizás encuentres algo allí que explique esas extrañas condiciones médicas. —Tal vez mañana. Estoy cansada. —Me puse de pie y asentí hacia la puerta—. Creo que me voy a hundir en la bañera. Quizás podamos ir por la mañana. —¡Măreţ! ¡Hundirse en la bañera es una idea maravillosa! Puede que haga lo mismo. Adoro un buen baño.

—¿Nos vemos en el desayuno? —Por supuesto. —Las comisuras de sus labios cayeron hacia abajo por un segundo antes de que me ofreciera una gran sonrisa. Se tiró al sofá con toda la gracia de un saco de papas y tomó el libro de latín—. Trata de descansar un poco, fue un día trágico. Con suerte mañana será mejor.

Las antorchas del corredor ya casi se habían extinguido por completo cuando salí de la recámara de Anastasia. El aire de medianoche se mesclaba con ráfagas de frío ártico, haciendo que se me pusiera la piel de gallina mientras recorría el pasillo oscuro y vacío. Formas negras rodeaban las esculturas, más grandes que los objetos que protegían. Sabía que solo eran sombras, pero en luz suave y parpadeante, parecían criaturas sobrenaturales que me acechaban. Observaban. Me agarré las faldas y me moví tan velozmente como me atreví. De verdad me sentía como si estuviera siendo monitoreada. Por quién o por qué, ni siquiera me preocupaba saber. Unos ojos seguían mis movimientos; sentí su fuerza mientras me retiraba. No era probable, lo sabía, y, sin embargo, me tambaleé como un cervatillo con piernas débiles, consciente de que un predador me presionaba, sin ser visto. —No es real —susurré—. No es… Un pequeño crujido del piso de madera a mi espalda disparó la adrenalina en mis venas. Miré alrededor, con el corazón acelerado. Vacío. El corredor estaba ocupado solo por mis nervios. Ni una sombra se movía. El castillo parecía estar conteniendo el aliento conmigo, en armonía con cada uno de mis sentimientos. Me quedé de pie allí, congelada, mientras los segundos pasaban lentamente. Nada. Exhalé. Era solo un pasillo. No había ni vampiros ni hombres lobo. Ciertamente no había ninguna fuerza malévola acechándome. Solo mi desdichada imaginación. Me apresuré a seguir, el roce de mis faldas llevando a mi corazón al trote a pesar del intento de mi mente de alejar mis miedos.

Crucé el pasillo de los chicos y continué subiendo las escaleras hasta mi habitación en la torre, sin detenerme de nuevo hasta que sentí el suave clic de mi puerta al cerrase. Apoyé la espalda sobre la puerta y cerré los ojos. Un chasquido hizo que los abriera de nuevo, escaneando. Mi atención se centró en la chimenea, a las ramitas brillando casi blanco y anaranjado. El misterioso sonido no era más que la madera crujiendo en la chimenea. Un sonido normal que debería ser placentero en una noche ventosa. Suspiré, moviéndome hacia mi cama. Quizás si me acostaba y dejaba este día detrás, las cosas de verdad serían mejor por la mañana, como Anastasia había dicho. Cuando me adentré en mi habitación noté que algo estaba fuera de lugar. Mi cama no había sido toca, el armario y el baúl estaban cerrados. Pero en mi mesa de noche había un sobre colocado contra la lámpara de gas, con mi nombre escrito en una letra que reconocía tan fácilmente como la mía. Lo había visto escribir notas durante las autopsias con Tío todo este otoño pasado. Mi corazón se aceleró por una razón completamente nueva cuando la leí.

Ven a mi habitación a la medianoche. Siempre tuyo, Cresswell El calor crepitó bajo mi piel, estancándose en mi corazón. Ir a la habitación de Thomas a estas horas de la noche era… insensato, y probablemente me arruinaría. Estaba segura de que podrían expulsarme por eso. Sin mencionar la muerte de mi reputación. Ningún joven decente me querría como esposa, sin importar lo inocente que fuera la visita. Escabullirme en su habitación era mucho más peligroso que cualquier fantasma inmortal que vagara por este castillo, y aun así le temía menos. Quería ver a Thomas, disculparme por la forma en que había reaccionado exageradamente antes. Él no se merecía llevarse la peor parte de mi ansiedad. Empecé a caminar de un lado a otro en mi habitación, con la carta apretada contra mi pecho. No podía soportar el pensamiento de cómo reaccionaría mi padre ante mi nombre manchado, aunque una idea surgió

y no desistí. Si me preocupaba tanto la idea del matrimonio, entonces quizás que me atraparan esta noche no sería en realidad mi muerte. Podría ser mi renacimiento. Me observé en el espejo. Mis ojos brillaban de esperanza. Y de excitación. Había pasado tanto tiempo desde que había visto ese brillo de intriga. Sin pensarlo más, dejé mi habitación y me encontré golpeando la puerta de Thomas justo cuando el reloj del patio daba la medianoche. La puerta se abrió antes de que yo tuviera tiempo de dejar caer mi mano. Thomas me hizo un gesto para que entrara, y escaneó el pasillo detrás de mí como si esperara que alguien más estuviese dando vueltas por el corredor a estas horas de la noche. Tal vez él estaba tan nervioso como yo. Sutilmente inspeccioné la habitación. Su levita estaba tirada en una de las tres enormes sillas de cuero. Un servicio de té humeaba en una mesita auxiliar entre dos sillas. En un aparador había unos platos cubiertos de comida y una botella de vino. Parecía que Thomas estaba listo para alimentar a un pequeño ejército. Lo enfrenté, tratando de no notar el botón desabrochado de su camisa ni el rastro de piel que revelaba. —Thomas… debo disculparme… Alzó una mano. —Está bien, no tienes nada por lo que disculparte. —Oh —dije, dudando, pero llena de alivio—. Si no buscabas una disculpa, ¿qué es tan importante que me hiciste venir tan dramáticamente? Si insinuabas un encuentro amoroso, te juro que yo… no estoy segura de qué haría. Pero no sería placentero. —Necesitas trabajar en tus amenazas un poquito más, Wadsworth. Aunque la forma en que tus mejillas se sonrojan cuando dices «encuentro amoroso» es bastante divertido. —Sonrió de oreja a oreja ante mi ceño fruncido—. Muy bien. Te pedí que vinieras porque quiero discutir la muerte de Wilhelm. Nada demasiado romántico, espero. Me desplomé. Por supuesto.

—He estado tratando de pensar en enfermedades con sus síntomas, pero no he tenido éxito. Thomas asintió. —No lo estudié por mucho tiempo, pero parecía bastante pálido. Apuesto que no era solo por su enfermedad. Aunque quizás es algo simple, como el clima helado. Sus labios aún no se habían puesto azules, sin embargo. Bastante extraño. Incliné la cabeza. —¿Entonces sugieres algo un poco más siniestro? —Yo… —Se rio, el sonido me hizo enderezarme—. En realidad, no sé. No me he sentido como yo mismo desde que llegamos. —Thomas se paseó por el perímetro de la habitación, golpeteándose los costados con las manos. Me preguntaba si esa era la verdadera razón por la cual él había estado dispuesto a dejar la academia tan rápidamente—. Soy incapaz de hacer conexiones rápidas a síntomas y hechos. Es… desagradable. ¿Cómo la gente lo tolera… esta incapacidad para deducir lo obvio? Me las arreglé para rodar los ojos solo una vez. —De alguna forma nos las arreglamos para sobrevivir, Cresswell. —Es espantoso. En vez de seguir dándole el gusto, llevé la conservación de vuelta a la extraña muerte de Wilhelm. —¿Crees que podríamos haberlo ayudado? Sigo pensando que, si no lo hubiéramos perdido, podríamos haberlo auxiliado. Thomas dejó de caminar y me enfrentó. —Audrey Rose, no… —Buenas noches, Thomas —ronroneó una sensual voz desde la puerta. Nos giramos para ver a una joven mujer con cabello oscuro deslizarse dentro de la habitación. Su rostro era anguloso y delicado. Una contradicción que no era nada desagradable. Todo en ella, desde su cabello perfectamente arreglado hasta el enorme rubí en su gargantilla, gritaba

dinero y hedonismo. Y la forma en que se movía, con los hombros hacia atrás y el cuello arqueado, exudaban la seguridad de una reina. Alzó su pequeña nariz coqueta y sonrió hacia sus súbditos. Observé el rostro de Thomas iluminarse de una forma en que no había visto antes. Me escabullí hacia atrás, sintiéndome confundida. Era obvio que se tenían mucho afecto, y de cierto modo eso me hacía sentir incómoda. No me atreví a pensar mucho en el porqué. Thomas se quedó de pie allí como si estuviera fotografiando cada detalle de este momento para volver a él una y otra vez durante los fríos meses de invierno. Un poco de calidez a la que aferrarse cuando la nieve congelara su oscuro y pequeño corazón. Luego, sin advertencia, salió abruptamente de su aturdimiento. —¡Daciana! Sin mirar hacia atrás, Thomas se lanzó hacia la chica y la alzó en el aire para abrazarla, dejándome olvidada.

Traducido por Masi Corregido por Bella’

Mientras observaba a Thomas y a la belleza de cabello oscuro totalmente absortos en una charla susurrada, mi propio corazón se encogió dentro de mi celosa piel. Él podía cortejar a quien quisiera. Ninguna promesa había sido hecha o acordada. Y sin embargo... mi estómago se revolvía mientras observaba a Thomas con alguien más. Él podría ser libre de hacer lo que quisiera, pero eso no significaba que yo quisiera presenciarlo. Especialmente a medianoche en sus aposentos. Me quedé parada cerca de un sofá azul profundo, tratando de forzarme a sonreír, pero sabía que parecía demasiado frágil. No era culpa de la joven que Thomas le estuviera prestando tanta atención, y me negué a que no me gustara por mi recién descubierta inseguridad. Después de lo que pareció un año de lenta tortura, Thomas se libró de las garras de Daciana. Dio dos pasos hacia mí, luego se detuvo, inclinando la cabeza hacia un lado mientras me observaba. Me costó mucho esfuerzo no cruzar los brazos por encima del pecho y fulminarlo con la mirada. Observé cómo bebía hasta el último detalle, cada exclamación de emoción que no pude ocultar de su larga lectura de mí. —Sabes que esa expresión es mi favorita. —Sonrió ampliamente, y deseé que le ocurrieran cien cosas desagradables a la vez—. Tan encantadora.

Se acercó más, con un aire confiado en su andar, su mirada nunca abandonó la mía, prácticamente clavándome en el suelo como si fuera un espécimen en nuestro viejo laboratorio. Antes que pudiera detenerlo, levantó mi mano a sus labios y le dio un largo y casto beso. El calor subió desde mis dedos de los pies hasta la línea del cabello, pero no aparté la mano. —Daciana, —Sonrió petulante ante la reacción con la que me había fastidiado—, esta es la encantadora joven sobre la que he estado escribiendo. Mi querida Audrey Rose. —Mantuvo mi mano metida en su brazo y asintió a la otra chica—. Y esta es mi hermana, Wadsworth. Creo que viste su fotografía en el piso de nuestra familia en Piccadilly Street. Te dije que era casi tan hermosa como yo. Si te fijas lo suficiente, verás esos irresistibles genes Cresswell. Un recuerdo de ver la foto brilló ante mí, y la vergüenza cubrió mi lengua. Sabía amarga y asquerosa. ¡Qué tonto de mi parte! Su hermana. Le lancé una mirada miserable cuando quité mi mano, y él se rio abiertamente. Disfrutaba demasiado de esta situación. Me di cuenta de que había orquestado toda la escena para medir mi reacción. El muy malvado. —Es muy agradable conocerte —le dije, haciendo un terrible trabajo para mantener mi voz firme—. Por favor, perdona mi sorpresa; Thomas mantuvo tu visita en secreto. ¿También estudiarás aquí? —Oh, cielos no. —Daciana se rio—. Estoy viajando por el Continente con amigos en un Gran Tour. —Apretó el brazo de su hermano con amor— . Thomas se dignó a enviar una carta y me dijo que debía visitarlo si me encontraba en el área. Por suerte para él, estaba en Bucarest. —Mi prima Liza mostrará diez tonos de verde una vez que le escriba —dije—. Ella ha estado tratando de convencer a mi tía para que la envíe a un Gran Tour durante años. Juro que se escaparía con el circo si eso significara visitar nuevos países. —Honestamente, es la mejor manera de culturizarse. —Daciana me miró de arriba abajo, con una sonrisa astuta que encajaba con la sonrisa de su hermano—. Escribiré a tu tía y le rogaré en nombre de tu prima. Me encantaría tener otra compañera de viaje.

—Eso sería encantador —dije—. Aunque la tía Amelia puede ser un poco... difícil de persuadir. —Afortunadamente, he tenido experiencia con personas difíciles. — Miró a su hermano, quien hizo todo lo posible por fingir que no la había escuchado. Thomas se estaba sirviendo una taza de té al otro lado de la habitación, y sentí su atención en mí cuando Daciana me abrazó con fuerza. Su calor llenó los pedazos rotos de mi interior con ese breve contacto. No me habían abrazado de verdad en mucho tiempo. —Así que... —dijo ella, pasando un brazo por el mío—. ¿Cómo fue viajar con mi hermano y la señora Harvey? ¿Bebió de su agua tónica de viaje todo el tiempo? —Lo hizo. —Me reí—. Thomas fue... Thomas. —Es un tipo especial. —Me dio una sonrisa de complicidad—. Honestamente, me complace que no te haya asustado con sus místicos «poderes de deducción». Es realmente muy dulce una vez que superas ese exterior agrio. —Oh, ¿lo es? No había notado ese mítico lado dulce. —Aparte de esas paredes que erige a su alrededor, es verdaderamente una de las mejores personas del mundo —dijo Daciana con orgullo—. Siendo su hermana, solo puedo ser parcial, naturalmente. Sonreí. Sabía que él todavía estaba mirando, su atención era como una suave caricia desde el momento en que su hermana me abrazó, pero ahora yo fingía no darme cuenta. —Tengo curiosidad, ¿qué más dijo de mí? —Finalmente miré en su dirección, pero ahora él estudiaba atentamente su taza, como si pudiera leer las hojas de té y adivinar su futuro. —Oh, un montón de cosas. —¿Qué tenemos aquí? —interrumpió Thomas, tirando de la tapa de uno de los platos con un ruido sordo—. Hice que tu favorito fuera enviado, Daci. ¿Quién está hambriento?

Antes que Daciana pudiera contar más secretos, Thomas le ofreció una copa de vino y nos escoltó hasta una pequeña mesa. Daciana tomó un largo trago de su copa, su mirada se clavó en mí casi de la misma manera que la de Thomas hacía. La observé mientras ella miraba el anillo en forma de pera en mi dedo, una de mis posesiones más preciosas. Luché contra la tentación de esconder mis manos debajo de la mesa, para que no se ofendiera cuando no era mi intención. Su mirada se deslizó hasta el medallón con forma de corazón en mi cuello, otra pieza que casi nunca me faltaba. No estaba dispuesta a hablar de mi madre esta noche, ni permitir que mis pensamientos tropezaran en esos callejones oscuros de recuerdos traicioneros. —Perdóname —dijo—, pero, ¿tu afecto por la medicina forense tiene algo que ver con la pérdida que has sufrido? —Asintió hacia el anillo—. Supongo que ese diamante pertenecía a tu madre. ¿Y ese collar también? —¿Cómo... —Le lancé una mirada acusadora a Thomas cuando mi mano se movió inadvertidamente hacia el corazón abrochado cerca de mi garganta. —Tranquila. Es un rasgo familiar, Wadsworth —dijo él, colocando comida en un plato para mí—. Sin embargo, dudo que estés tan impresionada por mi hermana. Soy mucho más inteligente. Y mejor parecido. Obviamente. Daciana le lanzó a su hermano una mirada exasperada. —Discúlpame, Audrey Rose. Simplemente vi ese anillo y su estilo y asumí que tu madre había fallecido. No quise ofender. —Tu hermano se dio cuenta de lo mismo hace unos meses —dije, dejando caer mi mano—. Me tomó por sorpresa, eso es todo. No había mencionado que tenían la misma... capacidad de leer lo obvio. —Es un rasgo bastante odioso de hermanos. —Daciana sonrió—. ¿Te ha dicho algo al respecto? Negué con la cabeza. —Es más fácil extraer información de los muertos que hacer que Thomas se abra sobre sí mismo.

—Bastante cierto. —Daciana echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír—. Era un juego al que solíamos jugar de niños. En las fiestas, estudiábamos a los adultos que nos rodeaban, adivinando sus secretos y ganando monedas por mantenerlos para nosotros mismos. Los nobles no están interesados en hacer públicos sus asuntos privados. Nuestra madre solía organizar las fiestas más emocionantes. —Hizo giros con el vino dentro de su copa—. ¿Te ha dicho Thomas alguna vez... —¿Que tal vez el vino no es una buena idea con el estómago vacío? — dijo él, claramente esperando desviar la conversación de su madre. Pareció que el destino era fanático de Thomas cuando un golpe repentino nos interrumpió. Ileana entró y bajó la cabeza. —Sus habitaciones están listas, domnişoară. Daciana sonrió. —Fue maravilloso conocerte finalmente, Audrey Rose. —Le susurró algo a Ileana en rumano y me lanzó otra sonrisa—. Oh, puede haber una sorpresa esperándote en tus aposentos. Un pequeño regalo de mí para ti. Disfrútalo. —Tal vez debería acompañar a Audrey Rose de vuelta a sus habitaciones —ofreció Thomas inocentemente—. Sería prudente asegurarse de que esta sorpresa no tiene colmillos. Ni garras. —Buen intento, dulce hermano. —Daciana le dio una palmadita en la mejilla con amor—. Trata de mantener la apariencia de ser un caballero. Le di las buenas noches a Thomas mientras subía las escaleras en solitario a mi torre. Una vez dentro, la fragancia me golpeó de inmediato. Entré en mi cámara de baño y me detuve. Pétalos de flores, tan rojos que parecían negros, flotaban sobre el agua perfumada, y el vapor se elevaba en grandes soplos; alguien acababa de llenar la bañera y roció esencias embriagadoras. El regalo de Daciana eran pétalos perfumados, todo un lujo para una estudiante forense en las montañas. Me quité los guantes y acaricié suavemente la superficie del agua, disfrutando de las ondas que se formaron a la estela de mis dedos. Mi cuerpo gritaba de deseo. No podía esperar para sumergirme en el baño. Había sido

un día tan largo, y el cadáver de Wilhelm había sido horrible... Un baño lo enjuagaría todo, limpiando y calmando. Miré un reloj sobre la repisa de esta habitación. Eran casi las doce y media. Podía disfrutar dentro del agua durante media hora y estar en la cama antes de que fuera demasiado tarde. Sin pensarlo más, me desabroché la parte delantera del vestido y la dejé caer al suelo, agradecida de que fuera algo que podía hacer sin ayuda. Mi doncella de casa y yo habíamos elegido deliberadamente vestidos sencillos que podía arreglar por mi cuenta; No pensé que la academia ofrecería una asistente personal. Salí de mis capas de satén y me metí dentro del agua caliente, el líquido me envolvió como lava fundida mientras sujetaba mi cabello a mi corona y me hundía hasta mis hombros. El agua estaba tan caliente que mi piel se erizó al principio, sin saber si la nueva sensación era buena o mala. Era decididamente muy buena para mis músculos doloridos. Gruñí por lo calmante que se sentía. Después de unas cuantas respiraciones relajantes, mi mente se desvió a cualquier dirección de su elección. Por un momento escandaloso, me imaginé a Thomas sumergido en su propia bañera y me pregunté qué aspecto tendría la musculatura de sus hombros descubiertos cuando se encontraban con el vapor. ¿Me lanzaría una sonrisa arrogante como la que usaba en público, o ese raro atisbo de vulnerabilidad estaría presente en su sensual boca antes de presionarla en la mía? Con el corazón palpitando, salpiqué agua perfumada en mi cara. El canalla mantenía el poder sobre mis sentidos cuando ni siquiera estaba cerca. Recé para que no pudiera deducir mis fantasías lascivas en la mañana. Mientras empujaba esos pensamientos fuera de mi mente, los más oscuros llenaron las grietas. Cada vez que cerraba los ojos veía los cadáveres de las prostitutas asesinadas en los asesinatos del Destripador, con sus cuerpos destrozados salvajemente. Cuando estaba sola, revisaba sus escenas del crimen, preguntándome si había algo que pudiera haber hecho de otra manera. Alguna otra pista que hubiera pasado por alto que podría haberlo detenido antes. El arrepentimiento no traería de vuelta a los muertos, eso lo sabía, pero no podía evitar reexaminar repetidamente mis acciones

«Qué pasaría si» eran las tres palabras más trágicas que existían cuando se emparejaban. «Si solo» no era mejor cuando se unían. Si tan solo hubiera visto las señales antes. Quizás podría haber... Rotar-batir. Rotar-batir. Me incorporé del baño, el agua goteando ruidosamente desde mi cuerpo desnudo a la bañera. Cada gota parecía hacer eco en la pequeña cámara, disparando mi adrenalina como agujas mortuorias. Contuve el aliento y escuché atentamente, esperando que ese inconfundible sonido se revelara una vez más. Unas pocas ramitas se agrietaron y chisporrotearon en la chimenea, y salté, casi deslizándome sobre la superficie resbaladiza de la bañera. Respiré, luego salí, escuchando como la sangre golpeaba mis oídos. Nada. No escuché nada. No había corazón accionado por vapor. Ningún laboratorio siniestro. Ninguna maquinaria cubierta de carne. Solo mi mente se burlaba de mí con imágenes que deseaba olvidar mientras me movía entre el sueño y la vigilia. Levanté una mano temblorosa hacia mi cabeza, notando cómo mi piel ardía bajo mi toque. La piel de gallina mostrándose a lo largo de mis brazos y piernas. Esperaba no haber contraído lo que había destruido a Wilhelm. Miré a mi alrededor hasta que encontré mi bata del color de las orquídeas, colgando de un gancho en la puerta. Me puse la seda fría, luchando contra los escalofríos mientras salía de la cámara de baño. Estaba agradecida de no haberme mojado el cabello. Puse mis manos en mi corazón, deseando que mis nervios se calmaran. Y ahí fue cuando lo oí. Un sonido que no fue provocado por espectros que acechaban mis pensamientos medio dormidos. Voces susurradas vinieron de la habitación de al lado. Estaba segura de ello. La sala donde eran almacenados los cuerpos. Me moví tranquilamente hacia la pared del dormitorio y apoyé la oreja contra ella. Alguien estaba teniendo una pelea bastante acalorada, aunque era física, no verbal, por lo que pude deducir. Algo golpeó contra la pared, y retrocedí, mi pulso rugiendo. ¿Era un cuerpo? La curiosidad era una enfermedad que me acosaba y todavía no había encontrado una cura. Decidiendo que no averiguaría nada quedándome

donde estaba, me moví a la sala de estar, tomé un atizador de la chimenea y lentamente abrí la puerta. Apenas podía pensar con el coro de ansiedad cantando por mis venas. Afortunadamente, no hubo ningún crujido revelador cuando abrí más la puerta; mi corazón podría haber estallado si lo hubiera. Esperé un momento, escuchando atentamente, antes de meter la cabeza en el pasillo, el atizador aferrado con fuerza a mis manos llenas de sudor. Sin más vacilaciones, me arrastré por el pasillo, pegándome a las sombras, y me detuve ante una puerta parcialmente cerrada. Escuché el crujido del material, seguido de un suave gemido. Me imaginé algo horrible teniendo lugar. Lo que parecía ser una realidad a medida que los sonidos apagados provenientes de la sala se intensificaban. Alguien jadeó, solo para que el ruido se apagara, como una vela que se apagaba en la noche. Encontré mi propio aliento viniendo en agudas inspiraciones. ¿Nos había seguido aquí el asesino del tren? Tal vez el ruido del crujido era el sonido de un homicidio en progreso. Mi mente racional me dijo que volviera a la cama, que mi imaginación se estaba volviendo loca una vez más, pero no podía irme sin saberlo a ciencia cierta. Me moví hacia los ruidos, agarrando mi arma, mientras mi sangre se agitaba en mis venas. Estaba casi en la puerta de la morgue, que estaba abierta un poco. Me moví para echar un vistazo al interior. Un paso más. Mi respiración se detuvo, pero me negué a ceder. Me preparé para algo terrible y estiré el cuello alrededor del marco de la puerta. Destellos de otro momento cuando me arrastré a un lugar en el que no debería haberme arrastrado, cruzaron mis pensamientos. Hice una pausa, dándome otro aliento. Este no era el caso del Destripador. No iba a descubrir su depravado laboratorio. Parecía que nunca aprendería mi lección y buscaría ayuda antes de sumergirme en aguas turbulentas. Calmé mis nervios y empujé la puerta un poco más. Juraría que mi corazón estaba corriendo en la dirección opuesta. Gritaría tan fuerte como pudiera y empuñaría mi atizador. Entonces huiría. Me preparé para lo peor mientras miraba en el interior. Dos figuras estaban muy juntas, en un rincón oscuro, con las manos flotando una sobre la otra como si estuvieran... jadeé.

—Lo siento mucho. —Parpadeé, completa y absolutamente sin sentirme preparada para la imagen que tenía ante mí. —Pensé… Daciana se frotó la boca carmesí con la mano que tenía libre, con la cara enrojecida mientras soltaba las faldas apretadas en su otro puño. —Yo... puedo explicarlo.

Traducido por âmenoire Corregido por Carib

—Estoy tan... escuché ruidos y, y pensé, estoy terriblemente apenada —tartamudeé una disculpa, mi mirada viajando del cabello despeinado de Daciana hacia la mujer que había estado besando, sus manos todavía entrelazadas y sus faldas arrugadas. Arranqué mi mirada de su ropa revuelta, insegura de hacia dónde mirar. Estaba bastante segura de que la visitante misteriosa no vestía nada debajo de su camisa. Esos ojos color piedra parpadearon hacia mí... —¿Ileana? La sorpresa debe haber confundido a mí cerebro para no haber notado de inmediato que se trataba de ella. —Yo... no era mi intención... entrometerme. —Hundí mis dientes en mi labio inferior tan fuertemente que casi saqué sangre mientras Ileana se retrocedía— No vi... nada. Daciana abrió su boca, luego la cerró. —Yo... —Busqué algo que decir, algo para romper la tensión que se enrollaba a nuestro alrededor, ahogando las palabras, pero difícilmente sabía por dónde comenzar. Cada intento de disculparme parecía poner a Ileana cada vez más al borde. Temía que, si intentaba otra disculpa, podría salir corriendo de esta habitación y nunca más volver. Como recuperándose de su propia sorpresa ante el haber sido descubierta, Daciana repentinamente se enderezó y levantó su mentón.

—No voy a disculparme, si eso es lo que esperas. ¿Estás en desacuerdo con nuestro afecto? —P-por supuesto que conclusión—. Nunca lo estaría.

no.

—Parpadeé,

horrorizada

por

su

Miré hacia los dos cadáveres en las mesas cercanas cubiertos por sudarios blancos. Era un lugar mórbido para robar besos, aunque debería haber sido el lugar menos probable para ser descubiertas por los entrometidos habitantes del castillo. Y hubiera sido perfecto, si no hubiera aparecido. Mi rostro ardió. Estaba congelada por la indecisión sobre cómo salir de la morgue. Ambas chicas me miraron fijamente, luego se miraron entre ellas y deseé que el suelo se transformara en una boca gigante y me tragara por completo. Era una lástima que la magia realmente no existiera cuando una necesitaba un escape rápido. Todo mi cuerpo estaba ardiendo con la mortificación de haber sido atrapada espiando. —Yo... espero verlas a ambas mañana —dije, sintiendo como si fuera la persona más torpe en el mundo—. Buenas noches. Sin esperar por una reprimenda, salí rápidamente al pasillo y corrí hacia mis aposentos. Cerré la puerta y presioné mi espalda contra ella, cubriendo mi rostro ardiente con mis manos. Si Daciana o Ileana quería permanecer teniendo alguna relación conmigo ahora, sería lo más cercano a un milagro que se hubiera conocido en el mundo alguna vez. Tonta. ¡Fui tan ridículamente tonta al ser atraída por el señuelo de la curiosidad! Por supuesto que no había un intruso aquí, asesinando compañeros de clase. Jack el Destripador estaba muerto. El asesino del tren no tenía interés en cazar a estudiantes de la academia. Era momento de que aceptara eso y siguiera adelante con mi vida. Presioné mi labio inferior entre mis dientes, intentado colocarme en su situación. El escándalo que sucedería si una mujer no casada fuera atrapada a solas en la compañía de un hombre, arruinaría su reputación. Ser atrapada involucrada románticamente con otra joven… la sociedad, como la bestia despiadada que era, las destruiría a ambas y se deleitaría de hacerlas pedazos.

Me paseé por el pequeño tapete de mi habitación, dividida entre regresar para disculparme y encerrarme para siempre a perecer por la vergüenza y la pena. Finalmente, decidí meterme a la cama. No quería arriesgarme a interrumpirlas de nuevo en caso de que hubiera continuado donde se habían quedado cuando tan bruscamente las encontré. Una nueva ola de fuego recorrió mi piel cuando pensé en su beso. Era tan apasionado. Parecían estar perdidas en el alma de la otra. No pude evitar pensar estar en una posición similar con Thomas. Nuestro beso en el callejón había sido muy agradable, pero el peligro nos había reunido. ¿Cómo se sentiría tener mi cabello agarrado gentilmente en su mano, mi espalda presionada contra una pared, él enredado en torno a mi como las enredaderas alrededor del ladrillo? Todavía no sabía si quería algo para siempre —o si alguna vez sería del tipo que se casa— pero ciertamente los sentimientos se estaban volviendo... más claros. Parte de mí añoraba pasar mis dedos sin guantes por su rostro, aprendiendo cada curva de su estructura ósea en una forma íntima. Anhelaba la presión de su calor mientras su abrigo chaqué caía al suelo. Quería conocer cómo se sentía su cuerpo mientras nuestra amistad era bañada en aceite crudo y prendida en fuego. Lo que era completamente indecente. Desterré esa imagen de mi mente y jalé de las mantas hacia arriba. Tía Amelia ciertamente me obligaría a asistir a los servicios en la iglesia en su próxima visita, murmurando oraciones interminables, pidiendo por mi moral derruida. Tan mal como me sentía por haber sido superada por mi curiosidad, una sonrisa lentamente se extendió en la oscuridad. Era una de las primeras noches en semanas en que me estaba quedando dormida con pensamientos que no revoloteaban alrededor de artilugios eléctricos, prostitutas muertas y cuerpos destripados. Esta noche me dormiría con la imagen de ojos con destellos dorados y una boca traviesa. Y todas las formas maravillosas en que un día pudiera explorar esos labios en habitaciones oscuras y vacías. Nuestra pasión más brillante que todas las estrellas en el cielo. Los santos me arrastrarían al infierno.

Traducido por Ximena Vergara Corregido por Carib

Me levanté antes de que el sol se dignara a salir, paseando frente a la chimenea en mis aposentos. Mi falda de terciopelo era de un azul profundo para combinar con mi depresivo estado de ánimo. No estaba segura si Ileana vendría a desayunar, y la idea de perder a un conocido que acababa de hacer me hizo cambiar de guantes por segunda vez. Caminé hacia un lado, luego al siguiente, mis faldas crujían en su propia molestia. Anoche me dormí pensando mil formas de disculparme por mi intrusión cuando volviera a verlas. Esta mañana, ninguna parecía correcta. Me tapé la cara y me obligué a respirar. Liza habría sabido exactamente qué hacer si hubiera estado en mi lugar. Ella tenía un don para las situaciones sociales, y para ser una buena amiga. Me obligué a sentarme, tratando de no centrar mi atención en el reloj con cada segundo que pasaba. El amanecer llegaría pronto. Y con él se emitiría el juicio sobre mi curiosidad. Tal vez ahora me libraría de esa miserable aflicción. Un confiado golpe llegó unos momentos más tarde, mi corazón clamó en respuesta mientras corría por la habitación y abrí la puerta de par en par. Me eché hacia atrás, soltando un suspiro. —Oh, hola.

—No es necesariamente la reacción que esperaba, Wadsworth. — Thomas miró su chaqueta oscura y sus pantalones, ambos calzaban de manera correcta. Su chaleco a rayas también estaba muy de moda—. Tal vez debería haber ido con el traje gris en su lugar. Me veo bastante atractivo en ese. Miré hacia el pasillo, medio esperando que Daciana estuviera acechando detrás de él, preparándose para un ataque verbal a mi curiosidad. Suspiré de nuevo. El pasillo estaba vacío a un lado de Thomas. Finalmente fijé mi atención hacia él. —¿A qué debo el honor de tu presencia esta mañana? Sin ser invitado, entró en mi habitación e inspeccionó el espacio. —Acogedora. Mucho mejor que la imagen en mi cabeza de aposentos de la torre y doncellas necesitadas... bueno, tú no necesitas ser rescatada, pero yo diría que podrías hacerla un poco más entretenida. Se sentó en el sofá, cruzando una pierna larga sobre la otra. —Mi hermana me informó de la aventura que todas tuvieron la última noche. —Sonrió mientras el color corría a mi cara—. No te preocupes. Se levantará en un momento. No quería perderme la diversión esta mañana. Me están mandando un café turco. —Nunca me he sentido más desgraciada en mi vida. ¿Ella me odia? Thomas tuvo la audacia de reírse. —Al contrario. Te adora. Dijo que habías atravesado todos los tonos de color carmesí y habías adoptado un maravilloso tartamudeo. —Su tono claro se desvaneció, reemplazado por algo feroz. Aquí había un papel en el que no lo había visto: hermano protector—. La mayoría las habría observado como si estuvieran equivocadas por expresar amor. Falso, naturalmente. La sociedad en general es asombrosamente obtusa. Si uno busca en los demás sus opiniones, se pierde la capacidad de pensar críticamente por sí mismo. El progreso nunca se lograría si todos lucieran, pensaran y amaran de la misma manera. —¿Quién es usted, y dónde está el socialmente incómodo señor Cresswell? —Nunca había estado más orgullosa de mi amigo por su determinación de advertir verbalmente las faltas de la sociedad.

—Me apasionan esos asuntos —dijo Thomas, con un poco de ligereza en su voz—. Supongo que me he cansado de unos pocos gobernando a todos. Las reglas están restringidas por otros hombres privilegiados. Me gusta tener mis propias ideas. Todos deberían tener el mismo derecho humano. Además, —Me lanzó una sonrisa diabólica—, vuelvo loco a mi padre cuando hablo así. Sacude sus rígidas creencias de una manera encantadora. Todavía tiene que aceptar que el futuro será manejado por aquellos que creen como nosotros. Otro golpe llegó a la puerta. De alguna manera logré abrirla sin desmayarme de los nervios. Daciana me miró tentativamente, luego asintió con la cabeza a su hermano. —Bună dimineaţa. ¿Cómo durmieron? ¿Sucede algo emocionante? Me dio una sonrisa juguetona, y la tensión anudada en mi pecho se aflojó. —En verdad, no puedo disculparme lo suficiente —dije apresuradamente—. Escuché ruidos y pensé... no sé, me preocupaba que alguien estuviera... bajo ataque Thomas soltó una carcajada. Levanté una ceja cuando casi se cayó de su asiento. Nunca antes había sido testigo de tal ataque de emoción de su parte. Daciana simplemente puso los ojos en blanco. Estaba casi ronco cuando se calmó lo suficiente como para hablar. Si su risa sincera no hubiera sido tan fascinante, lo habría empujado con mi dedo. Ciertamente era más ligero aquí, más relajado consigo mismo y menos protegido de lo que estaba en Londres. No podía negar estar intrigada por este lado de él. —Me gustaría poder capturar la mirada en tu cara, Wadsworth. Es el tono rojo más entrañable que he visto nunca. —Cuando pensé que se había recuperado, volvió a reírse—. Bajo ataque en verdad. Parece que tienes un poco de trabajo que hacer en tu cortejo, Daci. —Oh, basta, Thomas. —Daciana se volvió hacia mí—. Ileana y yo nos conocemos desde hace bastante tiempo. Cuando supo que Thomas asistía a la academia, solicitó un puesto. Era una forma conveniente para que nos viéramos. Lo siento por haberte asustado. Debe haber sido horrible,

pensando que algo siniestro estaba sucediendo en la morgue. Especialmente después de los asesinatos del Destripador. Una expresión encantadora iluminó su rostro, y me maravillé de la punzada de envidia que se agitó en mis células. Quería que alguien tuviera tal mirada de anhelo mientras pensaba en mí. Respiré hondo y me calmé. No alguien. Thomas. Lo deseaba No me atreví a mirar en su dirección por miedo a mostrar esas emociones sin sentido. —Supongo que nos dejamos llevar un poco anoche —dijo Daciana—. Ha pasado un tiempo desde que tuvimos una noche entera solo para nosotras. Es solo que... me encanta de todas las maneras posibles. ¿Alguna vez has visto a alguien y sentiste una chispa en tu núcleo? Ella me hace querer lograr grandes cosas. Esa es la belleza del amor, ¿no es así? Saca lo mejor dentro de ti. Pensé en esa última parte por un momento. Si bien estaba completamente de acuerdo en que ella e Ileana eran buena pareja, también sentí que se podían lograr hazañas impresionantes si uno elegía permanecer soltera. La proximidad de una pareja romántica no debe interferir ni facilitar el crecimiento interior. —Estoy de acuerdo en que el amor es maravilloso, —Comencé lentamente, sin querer ofender—, pero también hay cierta magia en estar perfectamente contento con la propia compañía. Creo que la grandeza está dentro. Y es nuestra para aprovechar o desatar a voluntad. Los ojos de Daciana brillaron con aprobación. —En efecto. —Aunque podríamos hablar sin cesar sobre el amor —dijo Thomas en un falso suspiro—, tu cita de medianoche me está poniendo muy celoso. Un tercer golpe interrumpió a Thomas antes de que pudiera decir algo inapropiado. Se puso de pie, y una expresión seria cayó sobre él como si activara un interruptor de enfriamiento. Aunque su hermana estaba aquí, aún estaría mal visto que no tuviéramos un acompañante. Me tragué el miedo y respondí: —¿Sí?

—Bună dimineaţa, señ… Audrey —dijo Ileana, con las mejillas enrojecidas—. Yo… —Buenos días a ti también, Ileana —dijo Thomas a mi lado—. No sabía que trabajabas aquí hasta que apareció mi hermana, con los ojos muy abiertos y emocionados. Debería haber sabido que ella no estaba aquí para bendecirme con su brillante personalidad. Para mi asombro, Ileana sonrió genuinamente. —Es bueno verte también. —La sonrisa se desvaneció rápidamente— . Ambos son necesarios abajo de inmediato. Reunión obligatoria. Moldoveanu está en cierto estado de ánimo. No deberían llegar tarde. —Hmm —dijo Thomas—. Esto debería ser interesante. Tenía la impresión de que él está permanentemente en cierto estado de ánimo. Daciana se dejó caer en el sofá, apoyando sus pies cubiertos de seda sobre la mesa baja. —Suena encantador. Salúdalo de mi parte. Si me necesitas, estaré aquí, tumbada junto al fuego. Thomas puso los ojos en blanco. —Eres como un gato casero. Siempre durmiendo a la luz del sol o descansando ante un fuego. —Una traviesa mueca en sus labios me hizo sacudir la cabeza antes de que abriera la boca de nuevo—. Por favor, abstente de orinar en los muebles. Thomas nos sacó a mí e Ileana antes de que Daciana pudiera contestar, y me esforcé por no reírme de todas las cosas malas que gritaba en rumano a la puerta cerrada.

Cuando Thomas y yo entramos en el comedor, Anastasia ya se había insertado entre Nicolae y el gran bruto, Andrei. Levanté mis cejas ante su elección de asistir a esta reunión con su tío. Fue una maniobra audaz. Claramente ella no iba a permitir que Moldoveanu la excluyera de las intrigas del castillo. Imaginé que estar atrapada en su habitación todos los días sería insoportablemente aburrido.

Al igual que ayer, las mesas se llenaron con las mismas parejas. Me di cuenta de que no sabía el nombre de nadie más y resolví presentarme por la noche. El chico con rizos rojos sentado con el chico de piel oscura. Los hermanos italianos se encorvaron juntos, estudiando. Y Thomas y yo no estábamos seguros de dónde ubicarnos. Sin ceder a las miradas de reojo que Andrei le dirigió, Anastasia nos indicó con entusiasmo que nos sentáramos con ellos. Nicolae levantó su atención de su plato, mirando a medias en nuestra dirección. Thomas lo ignoró y se enfocó en mí. Sentarse con el príncipe parecía como si fuera la cosa más alejada de lo que quería hacer, pero me estaba dejando esa decisión a mí. Fue una oferta de paz después de su insistencia ayer de que regresáramos a Londres, y aprecié el gesto. Aunque no me gustaba la idea de hacerme la mejor amiga de Nicolae, tampoco quería seguir siendo enemiga. Si Anastasia tenía la fuerza de incorporarse al grupo contra los deseos de su tío, podría seguir su ejemplo. Nicolae tomó un pastel de carne, lo separó y empujó los pedazos alrededor de su plato. Nunca dio un mordisco. Una parte de mi se ablandó. Perder a un ser querido no era fácil y con frecuencia saca cualidades de las que no estábamos orgullosos. La ira era una pared tras la cual ocultar el dolor. Lo sabía de primera mano. Marché directamente a su mesa y me senté. —Buenos días. —Bună dimineaţa —dijo Anastasia con una voz alegre haciendo eco en la habitación casi vacía. Su vestido era un carmesí brillante, otra declaración. Una cuidadosamente elaborada para el máximo efecto. Se giró hacia Thomas, recorriéndolo rápidamente con la mirada—. Usted debe ser el guapo compañero de viaje. Thomas se deslizó en la silla a mi lado, con una expresión serena. —Con Audrey Rose, me gusta pensar más en mí mismo como el «guapo compañero de vida». Mi rostro ardió por su propietario uso de mi nombre de pila, pero nadie más pareció notarlo. Andrei resopló, luego rápidamente reprimió cualquier

otra risa cuando su mirada se posó en el asiento vacío junto a Nicolae. Mientras Anastasia conversaba con Thomas en rumano, miré a Andrei, preguntándome qué tan cercano había sido con Wilhelm. Círculos oscuros estropeaban su rostro, dejándome imaginar que estaba tomando las noticias tan mal como el príncipe lo hizo. Esto no podría ser fácil para ellos, sentados aquí cuando preferían llorar apropiadamente. Esperaba que el director fuera a dar noticias de retrasar nuestros cursos. Quizás había cancelado el período de invierno y nos invitaba a regresar la próxima temporada. Un poco de mí se hundió con el pensamiento. Nicolae se mantuvo pellizcando su pastel en pedazos, su mirada fija en algún lugar hacia adentro y muy lejos. Quería alcanzarlo y decir algo reconfortante, algo que quizás ayudara a curarme también, pero Moldoveanu entró en el comedor y el silencio cayó. Incluso Andrei se movió en su asiento, una o dos gotas de sudor salpicando su ancha frente. Moldoveanu perdió poco tiempo en cortesía. Comenzó a hablar en rumano, lo suficientemente lento para que yo captara gran parte de lo que estaba transmitiendo. Las clases debían comenzar de inmediato. Nos enseñarán en inglés, ya que era un idioma común para todos los países presentes, pero las lecciones también incluirían lecciones en rumano para aquellos que aún no dominaban el idioma. —Su primera lección será con el profesor Radu —continuó en inglés— . El conocimiento básico del folclor ayuda a la hora de investigar una escena en aldeas, donde la superstición puede anular la lógica y la sensibilidad científica. —Nos miró a cada uno de nosotros y me sorprendió ver que su desdén se dirigía a todo el grupo. Como si todos estuviéramos malgastando su precioso tiempo—. Debido al desafortunado fallecimiento de su compañero de clase, he decidido invitar a otro estudiante en su lugar. Llegará hoy. Un reloj dio la hora, lo suficientemente fuerte como para obligar al director a apretar los labios. Eché un vistazo a Nicolae, apretando su mandíbula. No podía imaginar estar en su lugar, escuchando mientras el director desechaba la muerte de su primo tan fácilmente. Parecía muy insensible invitar a un nuevo estudiante tan descuidadamente, como si Wilhelm simplemente se hubiera escapado y hubiera decidido no hacer la prueba.

Una vez que las campanadas se detuvieron, Moldoveanu se encontró con cada una de nuestras miradas. —Sospecho que algunos de ustedes pueden estar... distraídos por los eventos de ayer, y entiendo. La pérdida no se toma a la ligera. Tendremos una vigilia al atardecer para honrar a Wilhelm. El profesor Radu les dará más detalles. Inmediatamente después de su clase, se reportarán a su primer laboratorio de autopsia. Una lección de anatomía instruida por mí seguirá a eso. Pueden retirarse. Sin otra palabra, el director salió de la habitación, sus zapatos se inclinaron contra el suelo y sus pasos se desvanecieron por el pasillo.

Vlad Ţepeş, c. Siglo 16.

Traducido por flochi Corregido por Carib

—Los bosques que rodean el castillo están llenos de huesos. El profesor Radu no notó que la mitad de las barbillas de los estudiantes estaban bajando contra sus pechos conforme él pasaba a través de las páginas de su enorme libro de leyendas. Lo estaba leyendo para nosotros como si fuéramos bebés con niñeras, en vez de estudiantes serios de medicina. Ahora, requería un gran esfuerzo evitar que riera mientras nos entretenía con cuentos fantásticos de criaturas y príncipes inmortales. Lo que más quería era pasar directamente al estudio de laboratorio en el siguiente período. Había un cadáver esperando ser explorado y no veía la hora de poner mis nuevos escalpelos en él. Apenas dos semanas habían pasado desde mi última autopsia con Tío, a pesar de eso se sentían como dos décadas. Tenía que ver si podía dejar mis dificultades a un lado y estudiar a los muertos como solía. O si la manera en que había sido descuidada y estado aterrada de las anteriores apariciones me acosaría para siempre. No estaba tan ansiosa por asistir a la clase de Moldoveanu, aunque anatomía era un tema en el que sobresalía. Thomas movió sus largas piernas bajo su escritorio, llamando mi atención. Golpeteó su tintero con tanta fuerza con la punta de su pluma que temí que la tinta se desparramara sobre todo su pergamino. Otro golpeteo rápido hizo que la botella se tambaleara precariamente hasta que la agarró y comenzó a sumergir la pluma otra vez. Había estado más bien distante

desde que había escapado para hablar con Radu antes de clases, dejándonos a Anastasia y a mí desconcertadas por su rápida partida cuando salimos del comedor. —¿Han escuchado los rumores sobre Vlad Ţepeş viviendo en estos bosques? —preguntó el profesor Radu a la clase de alumnos medio dormidos. Exhalé. Honestamente, me sorprendía que alguien realmente se creyera estas ridiculeces. Anastasia me lanzó una sonrisa cómplice desde el asiento a mi lado. Al menos, no era la única en el salón que pensaba que esto era toda una sandez. Thomas rodó el cuello, atrayendo mi atención una vez más. Estaba inusitadamente apagado. Habíamos compartido la clase de Tío al comienzo de los asesinatos del Destripador y nadie pudo mantenerlo callado entonces. Normalmente, su mano se lanzaba en el aire tan a menudo que tenía la urgencia de sacarlo de la clase. Me pregunté si se estaba sintiendo enfermo. Intenté llamar su atención, pero fingió no notarlo. Sumergí mi pluma contra mi tintero, ojos entrecerrados. El día que Thomas Cresswell fallaba en prestar atención a algo, sobre todo mi atención, era un día problemático. La inquietud se deslizó en mis pensamientos. —¿Nadie ha escuchado los rumores? —Radu llegó hasta el final de un pasillo y volvió por el otro, su cabeza girando de lado a lado—. Encuentro eso bastante difícil de creer. Vengan, ahora. No tengan vergüenza. ¡Estamos aquí para aprender! Andrei bostezó ofensivamente en la primera fila, y el profesor prácticamente se desmoralizó ante nuestros ojos. Si no hubiera estado tan horriblemente aburrida, habría sentido pena por el anciano. Tenía que ser difícil enseñar ficción y mito a una clase más interesada en la ciencia y los hechos. —Muy bien entonces. Les contaré una historia casi demasiado fantástica para creerla. Nicolae se movió en su asiento. Pude notar que estaba intentando no ser demasiado obvio al observarme, pero estaba fallando considerablemente en su tarea. Wilhelm, tan desafortunada como fue su muerte, probablemente había muerto de una rara condición médica. No asesinado. Ciertamente ningún poder místico trabajó para asesinarlo en mi nombre.

Esperaba que el príncipe no difundiera rumores de mi supuesta maldición; ya tenía bastantes obstáculos propios que superar. —Los aldeanos creen que los huesos hallados en los bosques fuera del castillo son los restos de las víctimas de Vlad. Existen aquellos que han afirmado que su tumba está vacía. Y hay otros que dicen que ha sido llenada con esqueletos de animales. La familia real se niega a permitir a cualquiera exhumar el cuerpo o ataúd para asegurarse. Algunos dicen que se debe a que saben precisamente lo que encontrarán. O más bien… lo que no encontrarán. Existen aquellos que creen que Vlad resucitó de entre los muertos, su sed de sangre desafiando a la propia muerte. Otros afirman que simplemente es blasfemo profanar el lugar de descanso de un hombre tan importante. El profesor Radu siguió sobre la leyenda del príncipe inmortal. Cómo había hecho un trato con el Diablo y, a cambio de la vida eterna, necesitaba robar la sangre de los vivos y beberla fresca. Sonaba como la novela gótica de John William Polidori, The Vampyre. —Voievod Trăgător în Ţeapă, o, más o menos traducido, el Señor Empalador, se pensaba que bebía del cuello de sus víctimas todavía vivas. Tenía el propósito de inspirar temor en aquellos que buscaban invadir nuestro país. Pero la historia dice que su método preferido era sumergir pan en la sangre de sus enemigos e ingerirla de esa más… civilizada manera. —Oh, sí —le susurré a Thomas—. Comer sangre es más civilizado cuando uno moja su pan como si se tratara de un buen estofado de invierno. —En lugar de llamarlo un precursor al canibalismo. Primero uno bebe sangre, luego se pasa a saltear algún órgano —masculló Thomas—. A continuación, viene la salsa de sangre. —Científicamente improbable —susurró Anastasia. —¿Qué es improbable? ¿Salsa de sangre? —preguntó Thomas—. No mucho. Es una de mis favoritas. Anastasia pareció momentáneamente sorprendida antes de sacudir la cabeza. —Ingerir sangre de la manera que implica Radu llevaría a tener demasiado hierro en el sistema. Me pregunto si se bañaba en ella en su lugar. Eso sería mucho más lógico.

—¿Qué tipo de diarios lees? —pregunté en voz baja, mostrándole a Anastasia una expresión curiosa. Ella sonrió. —Hay un número limitado de novelas en este castillo. Me las apaño. —Desafortunadamente para el querido Vlad —dijo Thomas en un fuerte susurro—. Su flatulencia debió haber sido legendaria. Oculté mi sonrisa detrás de mi pluma cuando el profesor casi se tambaleó sobre sus zapatos otra vez. Pobrecito. Sus ojos se iluminaron como si Dios le hubiera ofrecido un brillante regalo con la forma de Thomas. Qué mal que Thomas no estuviera comentando agradablemente sobre el tema. Había poca cantidad de fantasía que podía soportar. En todo caso, estaba impresionada que le haya tomado tanto tiempo hacer un comentario. Al menos, Nicolae pareció estar levemente divertido. Era mucho mejor que esa fea expresión vidriosa que había llevado desde la muerte de su primo. —¿Alguien dijo algo? —preguntó Radu, sus cejas bien gruesas meneándose hacia arriba. Thomas tamborileó sus manos sobre su diario, pinchándose los labios como intentando evitar que sus comentarios salieran. Me enderecé; las cosas parecían estar poniéndose interesantes. Thomas era un geiser listo para estallar. —Estábamos hablando de flatulencia. Resoplé de la manera menos femenina, luego oculté la risita con una tos cuando Radu se giró hacia mí, ojos parpadeando expectantes. —Scuzele mele —dije—. Lo lamento tanto, señor. Estábamos diciendo que tal vez Drácula se bañaba en sangre. —Creo que está confundiendo a Vlad Drácula con la Condesa Elizabeth Báthory —dijo Radu—. A veces es llamada Condesa Drácula y se dice que se bañaba en la sangre de las sirvientas que asesinaba. Casi setecientas, si los informes son precisos. ¡Muy, muy desagradable! Sin embargo, otra buena lección. —¿Señor? —El chico de rizos rojos habló con acento irlandés—. ¿Cree que los relatos históricos de Vlad bebiendo sangre han sido confundidos con las leyendas?

—¿Hmm? ¡Ah, casi lo olvidé! —El profesor Radu se detuvo junto al escritorio de Thomas, pecho inflado con orgullo mientras enfrentaba a Nicolae—. Tenemos un miembro verdadero de la familia Ţepeş entre nosotros. Tal vez pueda arrojar algo de luz sobre estas leyendas. ¿El famoso Señor Empalador bebía sangre? ¿O ese mito ha surgido de las mentes fantasiosas de campesinos que necesitaban un héroe más temible que los invasores otomanos? El príncipe ahora estaba mirando hacia adelante, la mandíbula apretada levemente. Dudaba que quisiera entregar algunos secretos de la familia Ţepeş, especialmente si se rumoreaba que sus ancestros disfrutaban de placeres sanguinarios. Lo estudié detenidamente, decidiendo que no me sorprendería descubrir que disfrutaba beber sangre. —¿Qué hay de la Societas Draconistrarum? —interrumpió Anastasia, su enfoque desviándose hacia Nicolae—. Escuché que están en contra de tales mitos. ¿Cree que Vlad en verdad era strigoi? —Oh, no, no, no, querida niña —dijo Radu—. No creo en tales rumores. Vlad no era un vampiro, sin importar lo convincente que se vuelva un cuento. —Pero, ¿de dónde vinieron originalmente esos rumores? —insistió Anastasia—. Tienen que haber surgido de algún hecho. Radu se mordió el interior de su mejilla, pareciendo considerar sus siguientes palabras con más cuidado que antes. Era una expresión seria que todavía no había visto en él y estaba intrigada por el sutil cambio. No había pensado que fuera capaz de algo más que ser disperso. —Hubo un tiempo donde los hombres necesitaban explicaciones para tanta oscuridad y derramamiento de sangre durante tiempos de guerra. Culpaban rápidamente a cualquier cosa que no fuera su propia codicia por sus problemas. Y así se sentaron y crearon a los vampiros, criaturas siniestras que brotaban de las retorcidas profundidades de sus oscuros corazones, reflejando su propia sed de sangre. Los monstruos son solamente tan reales como las historias que les dan vida. Y viven siempre y cuando contemos esas historias. —¿Y los dragonistas comenzaron esas leyendas? —preguntó ella.

—No, no. No quise implicar eso. Me estoy enredado con mis mitos. Sin embargo, la Orden del Dragón es una historia para otro momento. —Se dirigió a un puñado de nosotros en la clase, aparentemente volviendo a ser él mismo—. Para aquellos que no tienen el conocimiento de ello, eran una sociedad secreta compuesta de una nobleza seleccionada. A menudo se llama Societas Draconistrarum, o, burdamente traducido, Sociedad de los Dragonistas. Luchaban para defender ciertos valores en tiempos de guerra e invasión. Sigismund, rey de Hungría, usó a los Cruzados como modelo cuando fundó el grupo. —¿Cómo se relaciona esto, señor? —preguntó Nicolae, su acento marcado expresando su desprecio. —La Orden cree que esta academia está enseñando a los hombres jóvenes, y mujeres, no me he olvidado de usted, señorita Wadsworth, ¡a ser herejes! He escuchado en muchas ocasiones que los aldeanos creen que, si Vlad estuviera con vida hoy, estaría horrorizado por esta escuela y sus enseñanzas blasfemas. Su familia eran cruzados del cristianismo, que es cómo se involucraron con la Orden. Todos sabemos cómo ve la sociedad a la práctica de cortar a los muertos para estudiarlos. El cuerpo siendo un templo y todo eso. Completa herejía. Tragué saliva. La sociedad recientemente también le había dado la espalda a Tío, despreciándolo por la práctica de autopsias. No entendían a los cuerpos que él abría en su mesa, o las pistas que podía descubrir sobre sus muertes. Radu contempló mi expresión afligida, sus ojos agrandándose. —¡Oh! Por favor, no se preocupe, señorita Wadsworth. El señor Cresswell me informó de la naturaleza sensible del caso del Destripador y sus perturbadores efectos sobre usted. Efectivamente no quiero alterar su frágil constitución, como el señor Cresswell advirtió. Durante un momento prolongado, un penetrante ruido resonó en mi cabeza. —Mi… ¿qué? Thomas cerró los ojos, como si pudiera callar las revelaciones de Radu completamente. Estaba débilmente consciente que ahora mis compañeros de clase estaban girándose en sus asientos, mirando como si una de sus obras preferidas estuviera siendo interpretada y el héroe estuviera a punto de caer.

—Oh, nada de qué avergonzarse, señorita Wadsworth. La histeria es una aflicción común en las mujeres jóvenes y sin casarse —continuó Radu— . Estoy seguro de que, si se refrena de agobiarse mentalmente, será emocionalmente adecuada pronto. Algunos de los chicos se rieron abiertamente, sin molestarse en ocultar su disfrute. Por dentro, el hilo que me ataba a Thomas vibró con enojo. Esta era mi peor pesadilla hecha realidad y no había nada que pudiera hacer para librarme de ello. —Audrey Rose… Apenas podía mirarlo, tenía demasiado miedo de ponerme a llorar, pero quería que viera el vacío abriéndose dentro. Me había traicionado. Le había contado a nuestro profesor que me había afectado un caso. Que mi constitución había sido dañada. Era mi secreto que guardar. No suyo para compartir. Su lealtad hacia mí obviamente no significaba nada. No podía creer, luego de haberle dicho que no interfiriera con mis decisiones, que iría por detrás de mí y compartiría información personal. Algunos compañeros más se rieron. El corpulento Andrei incluso fingió haberse desmayado por la sorpresa y requirió ayuda del chico de acento irlandés. Mi rostro ardía. —No se preocupen, clase. No creo que todos estén condenados debido a la ciencia que se practica aquí —continuó Radu, completamente ignorante de lo que había desatado—. Sin embargo, es difícil romper las tradiciones de los aldeanos. Tengan cuidado si van a Braşov solos. Oh… Supongo que ha habido una reunión sobre eso… Un reloj sonó en el patio, indicando el bendito final de esta tortura. Lancé mi diario y utensilios de escritura a un pequeño saco que había llevado. No podía marcharme de este salón lo bastante rápido. Si escuchaba algún comentario insidioso más sobre desmayos en sofás o histeria, reaccionaría en verdad. —¡Los estudiantes no tienen permitido salir a los terrenos sin supervisión! —gritó Radu sobre el clamor de los asientos siendo empujados de los escritorios—. No quiero a nadie siendo sacrificado por hereje. ¡Eso sería muy malo para nuestro programa! La vigilia se realizará al anochecer, no lo olviden.

Nicolae sacudió la cabeza hacia el profesor y lo rodeó en el pasillo. Thomas se detuvo junto a su escritorio, impedido de cerrar la distancia entre nosotros a causa de los estudiantes saliendo, su atención fija en mí. No esperé a que se acercara. Me di la vuelta y salí por la puerta tan rápido como pude.

Traducido por Brisamar58 Corregido por Flopy Durmiente

—Audrey Rose, por favor. Espera. —Thomas intentó alcanzarme en el pasillo justo fuera del salón de clases, pero me moví rápidamente. Dejó que su brazo cayera a su costado—. Puedo explicarlo. Pensé... —¿Oh? ¿Pensaste? —espeté—. ¿Pensaste que era una buena idea burlarte de mí frente a nuestros compañeros? ¿Quitarme autoridad? ¿No tuvimos una conversación similar ayer? —Por favor. Juro que nunca quise decir... —Exactamente. ¡Nunca quieres decir nada! —Thomas se tambaleó hacia atrás como si lo hubiera golpeado. Ignoré su aire herido, bajando mi voz a un áspero susurro cuando Anastasia caminó de puntillas a nuestro alrededor y huyó por el pasillo—. Te preocupas solo por ti y lo demuestras diariamente a través de tus malditas acciones. Guardas tus emociones, cuentos e historias para ti. Luego cuentas libremente a los demás mis secretos. ¿Tienes idea de lo difícil que es para mí? La mayoría de los hombres no me toman en serio por las faldas que llevo, ¡y luego vas y demuestras que tienen razón! No soy inferior, Thomas. Ninguna persona lo es. —No deberías... —¿No debería qué? ¿Tolerarte pensando que sabes lo que es mejor para mí? Tienes razón. No debería hacerlo. No entiendo cómo crees que tienes derecho a hablar por mí. Para advertir a otros de mi frágil constitución. Se supone que eres mi amigo, mi igual. No mi guardián.

Unas semanas antes, me preocupaba que mi padre me quitara a Thomas y los estudios forenses de la misma manera que mi hermano había sido arrancado de mis manos. No podía soportar la idea de estar sin él. No podría haber sabido que Thomas me traicionaría con el pretexto de proteger mis mejores intereses. Nunca hubiera predicho que él sería quien destruiría nuestro vínculo. —Juro que soy tu amigo, Audrey Rose —dijo con seriedad—, veo que estás enojada... —Otra buena deducción hecha por el infalible señor Thomas Cresswell —dije, incapaz de evitar lo mordaz de mi tono—, una vez dijiste que me amabas, pero tus acciones muestran una verdad muy diferente, señor. Requiero la misma posición y no aceptaré nada menos. El futuro del que no había estado segura de haber deseado nunca se hizo claro como un cristal transparente. Tenía razón en mis suposiciones. No importaba cuánto Thomas fingiera lo contrario, aún era un hombre. Un hombre que sentía que su deber y obligación sería hablar en mi nombre y establecer reglas si me casara con él. Siempre me socavaría de alguna manera con su «ayuda» irreflexiva. —Audrey Rose... —Me niego a ser gobernada por otra cosa que no sea mi propia voluntad, Cresswell. Permíteme aclararlo aún más, ya que obviamente no entendiste el punto anterior: preferiría perecer solterona antes que someterme a una vida contigo y tus mejores intenciones. Encuentra a otra persona para atormentar con tus afectos. Escuché a Thomas decir mi nombre mientras corría por el pasillo y bajé a ciegas por un tramo de escaleras circulares. Las antorchas casi se apagaron cuando pasé junto a ellas, pero no me atreví a parar. Corrí más y más mientras descendía la escalera de caracol, mi corazón rompiéndose con cada paso que daba. Nunca me había sentido más sola ni más tonta en toda mi vida.

El cuerpo rígido que yacía sobre la mesa de examinación me trajo más comodidad de lo que debería haber sido apropiado. En lugar de amonestarme por un comportamiento indecoroso, disfruté la sensación de control absoluto sobre mis emociones. Nunca tenía más confianza que cuando un escalpelo estaba en mis manos, y un cadáver esperaba con su carne abierta como el lomo de un libro nuevo y fresco para ser estudiado. O al menos, nunca había tenido más confianza en el pasado. Esta prueba era mucho más crucial para mí ahora, especialmente después de la intromisión de Thomas. Me centré en el cuerpo frío, mantenido decente con trozos de tela cuidadosamente colocados. Mi corazón se agitó un poco, pero le ordené que se calmara. No me quebraría durante este examen. Si fuera necesario, permitiría que la obstinación y el despecho me mantuvieran tranquila. —Fii tare —susurró alguien desde un lugar cercano en el quirófano— . Sé fuerte. —Miré hacia arriba, buscando la fuente. Probablemente era una burla gracias a la declaración de Radu de mi frágil constitución. Me demostraría a mí misma, más que a nadie, que era completamente capaz de realizar esta autopsia. Agarré el escalpelo, dejando de lado mis emociones mientras miraba al chico que había estado vivo ayer. Wilhelm ya no era mi compañero de clase. Era un espécimen. Y encontraría la fuerza que necesitaba para identificar su causa de muerte. Dar paz a su familia. Tal vez así podría ayudar a Nicolae a sobrellevar la situación: podría ofrecerle una respuesta sobre por qué y cómo había muerto su primo. Mis manos temblaron ligeramente mientras levantaba la hoja. Nuestro profesor, un joven inglés llamado Señor Daniel Percy, ya nos había mostrado la manera correcta de hacer una incisión postmortem, y ofreció a uno de nosotros la oportunidad de ayudar en la investigación de la muerte del señor Wilhelm Aldea. Dado que había completado tareas similares, fui la primera en ofrecerme voluntariamente para extraer sus órganos. Sospeché que Thomas estaba tan ansioso como yo por inspeccionar el cuerpo, pero no me desafió cuando levanté la mano. En su lugar, se sentó y hundió los dientes en su labio inferior. Estaba demasiado molesta con él para apreciar la ofrenda de paz. Él sabía que necesitaba hacer esto. Necesitaba superar mis miedos o

empacar mis baúles. Si no podía manejar esta autopsia, nunca sobreviviría al curso de evaluación. —Clase, tomen nota de las herramientas necesarias para sus autopsias. Antes de cada procedimiento, es importante tener listo todo lo que pueda necesitar. —Percy señaló una pequeña mesa con una bandeja de objetos conocidos—. Una sierra para huesos, un cuchillo de pan, tijeras de enterotomía para abrir los intestinos delgado y grueso, pinzas dentadas y un cincel. También hay una botella de ácido carbólico a mano. Nuevos estudios favorecen la práctica de la esterilización. Ahora, señorita Wadsworth, puede continuar. Usando una cantidad decente de presión, abrí el esternón con un par de cortadores de costillas. Tío me había enseñado su método en agosto pasado, y agradecí la lección mientras estaba en el quirófano, rodeada de tres filas concéntricas de asientos que se elevaban al menos a nueve metros en el aire, aunque mis compañeros de clase estaban todos juntos en el nivel más bajo. La habitación estaba mayormente en silencio, salvo por el ocasional arrastre de pies. Desde la esquina de mi visión, noté que el príncipe se estremecía. Percy le había ofrecido la opción de no participar en esta lección, pero se había negado. No tenía idea de por qué Moldoveanu no estaba inspeccionando el cuerpo por sí mismo o por qué lo había entregado para nuestros estudios. Pero Nicolae se quedó sentado, estoico. Había elegido no abandonar a su primo hasta que su cuerpo fuera sepultado. Admiré su fortaleza, pero no podía imaginar estar sentada en un procedimiento de este tipo para un ser querido. Ahora no podía evitar sentir su mirada en mí, tan afilada como la herramienta en mis manos, mientras derramaba secretos de la inesperada muerte de su primo. Durante la asistencia previa al laboratorio, supe que los hermanos italianos —los señores Vincenzo y Giovanni Bianchi— eran gemelos fraternos. Ya no miraban con avidez sus libros, sino el método con el que realizaba mi autopsia. Su intensidad era casi tan inquietante como la forma en que parecían comunicarse en silencio entre sí. Miré a mis otros compañeros de clase brevemente. El señor Noah Hale y el señor Cian Farrell estaban igualmente intrigados. Mi mirada comenzó a deslizarse en dirección a Thomas antes de que la detuviera. No me importaba mirarlo.

Abrí la caja torácica y obligué a mi expresión a permanecer serena mientras el olor de las vísceras expuestas flotaba en el aire. Un ligero olor a ajo estaba presente. Alejé las imágenes de prostitutas asesinadas. Este cuerpo no había sido profanado por un horrible asesino. Sus órganos no habían sido arrancados. Ahora no era el momento para pensamientos más allá de la mesa quirúrgica. Ahora era el momento para la ciencia. Corté a través de algunos músculos, revelando el saco alrededor del corazón. —Muy bien, señorita Wadsworth. El profesor Percy caminó alrededor del quirófano, alzando dramáticamente su voz. Era por completo un artista, un maestro que dirigía una sinfonía hacia un crescendo. El sonido de su voz golpeaba el exterior de la habitación como si su bajo fuera una ola que chocara contra la orilla. —Lo que tenemos aquí es el pericardio, clase. Tengan en cuenta la forma en que cubre el corazón. Tiene una capa externa y una capa interna. La primera es de naturaleza fibrosa, mientras que la otra es una membrana. Entrecerré los ojos. La cubierta del pericardio se había secado. Nunca había visto tal cosa antes. Sin que me dijeran que lo hiciera, saqué una jeringa de vidrio y metal de la mesa e intenté extraer una muestra de sangre del antebrazo del difunto. Retirando el tapón, esperé la consistencia espesa de la sangre coagulada… y salió vacía. Un jadeo audible recorrió el anillo inferior en la sala, haciendo eco como un coro cantando el ascenso de un alma al cielo cuando llegó a los niveles superiores. Percy señaló herramientas y procedimientos, esta vez en rumano. Retrocedí, mi mirada recorrió el cuerpo casi desnudo, demasiado concentrada en el misterio para sonrojarme. Y ahí fue cuando lo noté: la ausencia de lividez postmortem. Me agaché más cerca, tratando de encontrar un indicio de esa acumulación de sangre de color gris azulado que debería haber estado presente. Cada vez que una persona perecía, su sangre manchaba el área más baja del cuerpo donde se encontraba por última vez. Si murió mientras estaba acostado boca abajo y luego fue dado vuelta, la decoloración todavía estaría presente en su estómago. Busqué en cada uno de los costados de

Wilhelm y debajo de sus extremidades en busca de lividez. No pude encontrar ninguna. Su palidez era extraña incluso para un cadáver. Había algo muy mal con este cuerpo. —Está bien —dijo Percy, tomando una jeringa más grande—, a veces es un poco más difícil tomar una muestra del fallecido. Nada de lo que avergonzarse. Si no le importa. —Probablemente su débil constitución —murmuró alguien lo suficientemente fuerte como para que yo escuchara, y fingiera no hacerlo. Haciéndome a un lado, le di a Percy espacio para tomar su propia muestra, ignorando las risitas de mis compañeros de clase. Sacudí el extremo de mi jeringa, preguntándome cómo demonios no había podido extraer ni un poco de sangre de Wilhelm. El tamaño de la aguja no debería importar. Quería echar un vistazo a Thomas, pero no cedí a mis deseos. —Interesante. Percy levantó el brazo izquierdo y lentamente hundió la aguja en la delgada piel del codo del difunto. Cuando tiró del émbolo hacia él, no había sangre. El profesor juntó sus cejas y probó otro lugar. Una vez más, la jeringa salió vacía. Como era de esperar, nadie se burló de su incapacidad para extraer sangre. —Hmm —murmuró para sí, tratando de tomar muestras de cada extremidad. Cada vez, no logró extraer sangre. Dio un paso atrás, con las manos en las caderas, y negó con la cabeza. Unos cuantos mechones de cabello color jengibre cayeron sobre su frente de la misma forma en que las pecas se aparecieron sobre su rostro. —Nuestro misterio de muerte se profundiza, clase. Parece que a este cuerpo le falta su sangre. Me maldije por hacerlo, pero esta vez no pude evitar buscar la reacción de Thomas entre la multitud. Mi mirada se desvió de rostro sorprendido a rostro sorprendido, todos hablando entre ellos con inquietud. Andrei señaló el cadáver de su amigo caído, el terror golpeando cada uno de sus movimientos. Quería decirle que el miedo nublaría su juicio, que solo complicaría y retrasaría nuestra búsqueda de la verdad, pero no dije nada. Era un descubrimiento horrible.

Di vuelta lentamente, mis ojos recorriendo la sala de la torre, pero Thomas ya se había ido. Un destello de tristeza se encendió dentro antes de que pudiera extinguirlo. Era mejor así. Tendría que aprender a dejar de buscarlo por consuelo para el que no estaba equipado para dar de todos modos. El príncipe se inclinó sobre la barandilla y sus nudillos se pusieron blancos. —¿Hay marcas de strigoi en su cuello? —¿Qué? —pregunté, escuchando, pero no entendiendo una pregunta tan absurda. Me incliné y giré la cabeza de Wilhelm hacia un lado. Dos pequeños agujeros estaban cubiertos de sangre seca. Deslicé una mano por mi cabello trenzado, sin pensar en la caja torácica que acababa de abrir mientras lo hacía. Tenía que haber alguna explicación que no apuntara a un ataque de vampiros. Strigoi y pricolici eran cuentos; no eran científicamente posibles. Sin importar con cuánto folclor local nos haya alimentado el profesor Radu. Rodé mis hombros, concediéndome permiso para bloquear mis emociones. Ahora era el momento de adoptar el método de deducción de Thomas. Si un hombre lobo o un vampiro no han mordido a Wilhelm, ¿entonces qué lo hizo? Hojeé páginas de escenarios en mi cabeza, tenía que haber una explicación razonable para los dos puntos de su cuello. Los hombres jóvenes simplemente no caían muertos y perdían su sangre debido a causas naturales, y no estaba al tanto de ningún ser vivo que pudiera dejar esas marcas de mordidas. Negué con la cabeza. Marcas de mordedura de hecho. Esa era la histeria abriéndose camino en mi mente. Un animal no podría haber hecho esa herida. Era demasiado prolija. Demasiado limpia. Las marcas de dientes no habrían sido tan precisas al entrar en la carne. Ataques de animales serían brutales, dejando muchas marcas en el cadáver: carne desgarrada, uñas rotas, arañazos. Heridas defensivas habrían estado presentes en las manos, como lo había señalado Tío en casos de una pelea. Moretones. Los vampiros no eran más reales que las pesadillas. Entonces comprendí.

Las marcas podrían haber sido realizadas con un aparato funerario. Aunque no estaba segura acerca de qué método usaban los embalsamadores para extraer la sangre. —¿Hay marcas de strigoi en su cuello? —preguntó Nicolae de nuevo, con un tono exigente en su voz. Me había olvidado por completo de él. También había algo más en su tono. Algo teñido de espanto. Posiblemente incluso miedo. Me pregunté qué sabría de los rumores que estaban discutiendo los aldeanos. Que su antecesor vampírico había regresado de la tumba y tenía sed. El titular del periódico regresó a mis pensamientos. «¿Ha regresado el príncipe inmortal?» ¿Los aldeanos anhelaban en secreto a su príncipe inmortal? ¿Alguno de ellos había hecho todo lo posible para organizar esta muerte, drenando el cuerpo y dejándolo para la exhibición? No envidiaba a Nicolae en este momento. Alguien quería que la gente creyera que un vampiro había asesinado a Wilhelm. Y no simplemente cualquier vampiro, posiblemente el más sanguinario de todos los tiempos. Sin levantar la vista, asentí en respuesta a la pregunta del príncipe. Fue apenas un movimiento perceptible, pero fue suficiente. No tenía la menor idea de cómo resolver este enigma. ¿Cómo se había drenado la sangre de un cuerpo sin que nadie se diera cuenta? Habíamos estado en el pueblo por solo una hora más o menos. Ese era apenas el tiempo suficiente para llevar a cabo tal tarea. Y, sin embargo, ¿era posible para una mano experta? No tenía idea de cuánto tiempo tomaba drenar la sangre de un cuerpo. Susurros recorrieron todo el quirófano, y varios se dirigieron a mi lugar en el piso principal. Unos escalofríos me estremecieron la espalda mientras me erguía. Parecía que los aldeanos no estaban solos en sus supersticiones; algunos de mis compañeros también estaban convencidos de que Vlad Drácula vivía después de todo.

Querida Liza, Como has señalado —en varias ocasiones hasta ahora, no es que esté haciendo un seguimiento de esas cosas—, tu experiencia con asuntos de una naturaleza más... delicada es superior a la mía. Especialmente cuando

se

trata

del

sexo

débil.

(¡Bromeo,

naturalmente!) Para hablar con claridad, me temo que podría haber herido al señor Cresswell de una manera que incluso su valentía

tendría

problemas

para

recuperarse.

Simplemente... ¡me vuelve completamente loca! Ha sido un perfecto caballero, lo que es intrigante y enloquecedor. Algunos días estoy segura de que viviríamos tan felices como la reina con su amado Príncipe Albert. Otros momentos juro que siento que me arrebata mi autonomía cuando insiste en protegerme.

No obstante, volviendo al asunto en cuestión: regañé enormemente al señor Cresswell. Informó a uno de nuestros profesores de que mi constitución no era del todo robusta. Lo que no suena tan escandaloso, excepto que fue la segunda vez que intentó interferir con mi independencia. ¡Qué descaro! Nuestros compañeros estaban bastante divertidos, aunque yo estaba (y estoy) todo lo opuesto. Mi respuesta enojada puede haber alienado los afectos del señor Cresswell. Antes de que pidas los detalles escabrosos, expliqué —con bastante dureza— que preferiría morir sola que aceptar su mano. Si tenía intención de ofrecérmela alguna vez, ya no. Por favor ayúdame con cualquier consejo que puedas darme. Parece que estoy mucho mejor equipada para extraer un corazón que para animarlo.

Tu prima amorosa, Audrey Rose PD: ¿Cómo te va en el campo? ¿Vas a ir pronto a la ciudad?

Traducido por Flopy Durmiente Corregido por Brisamar58

ţă

Moldoveanu permaneció en el centro de nuestro pequeño grupo, su capa negra y su cabello canoso golpeando contra el viento cortante de las montañas mientras recitaba una plegaria en rumano. Nieve y hielo caían de manera constante, pero nadie se atrevió a quejarse. Justo antes que Moldoveanu comenzara la vigilia, Radu había susurrado que, si llovía en un funeral, era una señal de que el fallecido estaba triste. Estaba agradecida de que esto no fuera un servicio funerario, pero no sabía qué pensar del clima y lo que su lamentable estado indicaba sobre las emociones de Wilhelm en el más allá. Mi mente vagaba, junto con mis ojos, mientras Moldoveanu continuaba su discurso. Nuestro nuevo compañero, y el reemplazo de Wilhelm, era un joven llamado Señor Erik Petrov de Moscú. Parecía como si hubiera nacido del hielo. Ignoró la aguanieve cubriendo su frente mientras permanecíamos en un círculo en el césped de la entrada, nuestras velas parpadeando detrás de nuestras manos ahuecadas. Además de los profesores, había ocho de nosotros del curso de evaluación, más Anastasia. Thomas no se había molestado en venir. De hecho, no lo había visto desde que dejó la clase de Percy. Debido al mal clima, Moldoveanu había pospuesto nuestra lección de anatomía hasta después de la vigilia, y me preguntaba si Thomas se tomaría la molestia de asistir. Lo aparté de mis pensamientos y acomodé mi guardapolvo. La nieve se acumulaba debajo de mi cuello de todos modos. Parpadeé copos de mis pestañas, evitando lo mejor posible que mis dientes

castañetearan. No creía en fantasmas, pero sentía que era prudente no fastidiar a Wilhelm si estuviera mirándonos desde el más allá. Anastasia se acercó, su nariz roja y brillante. —Este clima es groaznică. Asentí. Definitivamente era horrible, pero también lo era la manera brutal en que Wilhelm había perdido su vida. Un poco de nieve y hielo no eran nada en comparación con el frío infinito en el que ahora residía su cuerpo. Nicolae miró hacia el bosque, sus ojos vidriosos con lágrimas no derramadas. De acuerdo al infinito suministro de cotilleos del castillo por parte de Anastasia, él no había hablado con nadie desde que se descubrió que la sangre de Wilhelm había sido extraída, aunque Andrei había intentado hablar con él varias veces, incapaz de dejar a su amigo sufriendo solo. Era sorprendente lo tierno que Andrei podía ser cuando había sido tan horrible con Radu. Aunque sabía que había varias facetas de una persona si uno buscaba lo suficiente. Nadie era completamente bueno o malo, otra cosa que aprendí durante el caso del Destripador. Un movimiento cerca del borde del bosque captó mi atención. No era nada más que un ligero movimiento, como si algo estuviera escabulléndose en las sombras. Imágenes de brillantes ojos dorados y encías negras atravesaron mi mente. Me reprendí internamente. No había hombres lobo rodeando nuestro grupo de luto, esperando para soltar un ataque calculado. Así como los vampiros no eran reales. Anastasia me miró, sus ojos abiertos de par en par. Lo había visto también. —Quizás Radu tenía razón. Quizás los pricolici están al acecho en el bosque. Algo nos está observando. ¿Lo sientes? Vellos se erizaron en la parte de atrás de mi cuello. Extraño que ella también hubiera pensado en los lobos. —Más probable alguien. —Eso es un pensamiento aterrador. —Anastasia se estremeció tanto que su vela se apagó.

—Debido al reciente descubrimiento con respecto a la muerte de Wilhelm —dijo el director con acento inglés, pasando rápidamente de recuerdos a negocios—, nadie tiene permitido salir de los terrenos de la academia. Al menos hasta que descubramos la verdadera causa de su muerte. Se impondrá un toque de queda para garantizar su seguridad. Sorprendentemente, Andrei intercambió una mirada con Anastasia. —¿Se ha realizado una amenaza contra la academia? —El acento de Andrei era grueso, fuerte. Le sentaba bien. Nuestro director respondió cada una de nuestras miradas; esta vez no había desprecio en su rostro. Si Moldoveanu estaba siendo amable, entonces algo peor que una amenaza venía por nosotros. —Estamos tomando medidas de precaución. Ninguna amenaza se ha hecho. Directamente. Moldoveanu nos hizo señas para regresar al castillo. Giovanni y Vincenzo fueron los primeros en subir la escalera de piedra y desaparecer adentro, ansiosos por encontrar los mejores asientos para la clase de anatomía. Sabía que debería sentirme excitada o nerviosa por esta clase, también. Esos dos puestos permanentes en la academia pendían delante de todos nosotros como si fueran huesos ofrecidos a perros salvajes hambrientos. Y aun así mis pensamientos seguían desviándose hacia el bosque. Me di vuelta, mirando las sombras moverse debajo de los árboles, mientras mis compañeros subían las escaleras. Me preguntaba quién estaba allí fuera, observando nuestro pequeño grupo, posiblemente cazándonos como presa. Algo siniestro le había ocurrido a Wilhelm. Mi imaginación, sin importar lo hiperactiva que estuvo últimamente, no habría conjurado un vampiro para drenarlo. Algún monstruo viviente le había hecho eso. Pretendía descubrir cómo. Y por qué.

—Cuando diga sus nombres, por favor identifiquen el hueso al que estoy señalando. —Moldoveanu caminó frente a la primera fila de la clase,

sus manos a la espalda como si fuese un militar—. Quiero evaluar su dominio de lo básico antes de pasar a lecciones más complicadas. ¿Entendido? —Sí, Director —respondimos todos. Noté que nadie se encorvaba o se quedaba dormido en esta clase. Todos estaban en los bordes de sus asientos, plumas derramando tinta, listas para garabatear sobre hojas en blanco. Bueno, todos excepto Thomas. Él estaba estirando su cuello, intentando conseguir mi atención. Presioné mis labios, ignorándolo. Ya hizo daño suficiente durante folclor. No deseaba que la situación volviera a repetirse en esta clase. Moldoveanu no era ni de cerca tan compasivo o atolondrado como Radu. —Audrey Rose —susurró Thomas cuando el director entró brevemente al cuarto de suministros—. Por favor, déjame explicar. Le dediqué mi mirada de furia como advertencia, cortesía de mi tía Amelia. Si arruinaba mis posibilidades de entrar en esta academia, lo mataría. Volvió a sentarse, pero no apartó su mirada de mí. Mantuve mi boca cerrada con fuerza, asustada de soltar una letanía de maldiciones desagradables hacia él. Miré hacia el frente, ignorándolo. Un largo pizarrón ocupaba la pared detrás del escritorio de Moldoveanu, su oscura superficie sin ninguna marca. El director sacó un esqueleto del cuarto de suministros y lo colocó a su lado. Tomó un señalador y comenzó a indicar cada parte que quería que identificáramos. Me acomodé en mi asiento, esperando no fallar en algo fácil. Thomas se movió incómodo, su mirada arruinando mi concentración. Agarré mi pluma, mis nudillos poniéndose blancos. —Señor Farrell, por favor nombre este hueso. Luché para no poner los ojos en blanco. —Eso es el cráneo, señor. —El chico irlandés enderezó sus hombros, sonriendo como si hubiera encontrado la cura para una enfermedad extraña y no indicar correctamente que eso era un cráneo. —¿Señor Hale? El siguiente, por favor. —Clavícula, señor.

La lección continuó de la misma manera. Cada estudiante recibía una pregunta completamente ridícula y sencilla, y me preguntaba si estaba equivocada respecto a la dificultad de esta clase. Luego Moldoveanu soltó abruptamente el señalador y volvió al cuarto. Regresó con una charola de lo que parecía ser huesos de pollo en frascos de un líquido claro. Olfateé el aire. No era ácido carbólico ni formol. —Señorita Wadsworth, venga al frente de la clase, por favor. Respiré profundamente, me puse de pie, y me obligué a entrar en acción. Me detuve ante el director, mi atención en los frascos en sus manos. Él me ofreció uno. —Observe y reporte sus hallazgos. Levanté el frasco hacia mi nariz e inhalé. —Parece ser un hueso de pollo sumergido en vinagre, señor. Moldoveanu asintió brevemente. —¿Y cómo afecta esa sustancia al hueso? Resistí la urgencia de morderme el labio. El aula estaba repentinamente tan silenciosa que mis oídos estaban zumbando. Todos tenían sus miradas fijas en mí, diseccionando cada una de mis pausas y movimientos. Reflexioné sobre la importancia del vinagre, pero mi atención estaba dividida en dos. Andrei se rio. —Parece que podría estar enferma, señor. ¿Cree que su constitución está dañada? Mi rostro ardía mientras la clase se reía de su burla. El maestro no hizo más que simplemente pestañear en su dirección, y ciertamente no me ofreció ninguna ayuda. Furiosa, comencé a responder, pero fui abruptamente interrumpida por Thomas, poniéndose de pie tan rápido que derribó su silla. —¡Suficiente! —demandó, su voz más fría que la tormenta fuera—. La señorita Wadsworth es más que capaz. No se burlen de ella.

Si ya estaba avergonzada, no fue nada en comparación con la vergüenza absoluta en la que me estaba ahogando ahora. Moldoveanu se dio vuelta, mirando a Thomas como si de repente un lagarto tuviese la habilidad de hablar. —Eso será todo, señor Cresswell. —Señaló la silla derribada—. Si no puede sentarse en silencio, entonces tendrá que retirarse. Señorita Wadsworth, mi paciencia se está agotando. ¿Qué le podría pasar a un hueso en vinagre? Sangre todavía estaba arremolinándose en mi cabeza, pero estaba demasiado enfadada para que me importara. Mis pensamientos repentinamente se aclararon. Ácido. El vinagre era un ácido. —Se debilitaría. El ácido es conocido por erosionar el calcio fosfato, lo que hace que el hueso sea más flexible también. Los labios de Moldoveanu casi se curvan en una sonrisa. —Príncipe Nicolae, identifique qué articulaciones se correlacionan con que movimientos en nuestros cuerpos. Exhalé y regresé a mi asiento, furiosa de que Thomas me hubiese hecho hacer el ridículo delante de nuestros compañeros otra vez. Intencionalmente o no, estaba haciendo un buen trabajo arruinando mis posibilidades en este curso de evaluación. Durante el resto de la clase, mantuve mi mirada fija en mis notas, asustada de otra tontería que Thomas podría hacer a continuación.

—Mi hermano me rogó para que hablara en su nombre. Daciana arrastró la silla de escritura de mi dormitorio y la colocó ante el sofá. Anastasia se nos uniría en una hora aproximadamente, pero por ahora éramos solo Ileana, Daciana, y yo. Una bandeja con comida permanecía intacta frente a nosotras. Había perdido el apetito. Les indiqué que se sentaran en el sofá y me senté en la silla opuesta a ellas. No quería hacer comentarios de mi frustración con Thomas, pero Daciana no iba a aceptar mi silencio.

—Se siente fatal. Honestamente no creo que haya pensado en el efecto de sus acciones. Thomas ve el mundo en ecuaciones. Un problema para él tiene una solución. No entiende de emociones, pero lo está intentando. Y dispuesto a aprender. No me molesté en señalar que, si estaba tan interesado en aprender, entonces hubiera tomado nota la primera vez que tuvimos una conversación respecto a su implicación en informarme de lo que debo hacer. Y entonces probablemente no hubiera hecho una escena en la clase de anatomía. En lugar de expresar mi exasperación, simplemente dije: —Necesito algo de tiempo. —Comprensible. Nunca lo había visto tan… afectado antes. Lo único que hace es dar vueltas en su dormitorio. ¿Quieres que le pase un mensaje antes de que me vaya? Negué con la cabeza. Realmente apreciaba el intento de Daciana por enmendar nuestra amistad, pero ahora no era el momento. No permitiría que problemas externos afectaran lo que vine a hacer, mejorar mis conocimientos forenses y ganar un lugar en la academia. Iba a lidiar con distracciones personales después de que asegurara mi futuro con uno de esos puestos; no me iba a sacrificar a mí misma ni a mis metas. Ni siquiera por Thomas. Era algo que sentía que nadie debía hacer, especialmente una mujer. El compañero correcto me apoyaría y entendería eso, incluso si anhelaban que las cosas funcionaran otra vez. En este momento, necesitaba entender cómo nuestro compañero había perdido hasta la última gota de sangre de su cuerpo. Cómo ocurrió en menos de una hora. Y cómo su cuerpo había sido arrojado en el medio de la aldea sin ninguna pista o testigo. Aunque suponía que el director probablemente habría preguntado sobre eso mientras inspeccionaba la escena. Odiaba que Tío no fuera parte de este caso. Hubiera estado justo a su lado mientras hablaba con los investigadores, no enviada de regreso a la academia a esperar. Incluso el Detective Inspector William Blackburn, y sus muchos secretos, me había incluido durante los crímenes del Destripador. Ileana yacía acostada en el regazo de Daciana, sus ojos medio cerrados mientras Daciana deslizaba los dedos en su cabello. Hablaban acerca de a dónde Daciana se iba a ir de viaje próximamente, qué familia

iba a visitar. Sus voces eran suaves, afectuosas, impregnadas con un poco de tristeza ante la idea de no verse por un tiempo. Su distracción permitió que mi mente vagara nuevamente sobre lo que había visto en la aldea. La manera en que Wilhelm había sido dejado. La falta de desorden en la nieve alrededor de su cuerpo. Era como si hubiera sido arrojado desde una ventana cercana… Salté de la silla y paseé de un lado a otro frente a la chimenea, algo estaba desmoronándose y fusionándose en mi mente, pero no podía dar sentido a la combinación de piezas. —¿Todo está bien? —preguntó Daciana. —Me disculpo —dije—. Solo estoy pensando. Sonrió y volvió a hablar con Ileana. Recordé la figura que creí haber notado en la ventana sobre la que se había convertido en una escena de crimen. La persiana que se había golpeado contra la pared, llamando mi atención hacia arriba. Qué extraño que las persianas hubieran estado abiertas durante la tormenta. Menos extraño si ese fuese, de hecho, el lugar desde donde el cuerpo había sido arrojado. Un golpe sonó en la puerta, alarmándonos a todas desde nuestros respectivos lugares. Ileana y Daciana rápidamente se separaron. Anastasia entró, saludando a Ileana y sonriéndome ampliamente antes de estudiar a Daciana desde cerca. No la esperaba hasta dentro de un rato, aunque estaba aprendiendo rápidamente que Anastasia bailaba a su propio ritmo en la vida. —¿Eres la hermana del guapo? Daciana entrecerró sus ojos. —Si te refieres a Thomas, entonces sí. ¿Y tú eres? —Soy la chica deseando robárselo. —Anastasia lanzó su cabeza hacia atrás y rio—. ¡Solo bromeo! Tu expresión fue maravillosa. —Me señaló—. Sin ofender, Audrey Rose. Daciana frunció los labios. Solo podía imaginar lo que quería decir. Sabía lo sorprendida que me sentí ante la franqueza de Anastasia al principio. Anastasia sabía lo que quería y no era tímida en decirlo. Un

aspecto admirable para una mujer joven siendo criada por el estricto director. —Creo que sé dónde fue asesinado Wilhelm —dije, esperando aligerar la tensión. Rápidamente les conté sobre la persiana, la ventana abierta, y la figura oscura. No omití ningún detalle acerca del estado del cuerpo o las huellas que llevaban al callejón adyacente. Como si quien sea que lo hubiese arrojado del edificio lo hubiera examinado antes de escabullirse. Anastasia se había quedado completamente inmóvil. Ileana tocó una cruz que sacó de debajo de su camisa bordada, y Daciana se levantó y se sirvió un poco de vino de una licorería que había traído a hurtadillas. Una vez que terminé de informarlas, Daciana dejó su copa, con preocupación en su rostro. —Si fue arrojado desde una ventana, ¿no se hubiesen fracturado algunos de sus huesos? Alcé un hombro. —Posiblemente. Es algo para investigar a fondo, pero no he visto ninguna indicación de huesos rotos o moretones. La caída no fue tan alta, y si ya estaba muerto… —No terminé la oración. Ileana parecía enferma. —Bueno, creo que alguien necesita averiguar a quién pertenece esa casa —dijo Daciana—, independientemente de cualquier cosa, es una pista muy intrigante. Debes decirle al director. Anastasia se rio. —No debería hacer una cosa así. Deberíamos investigar por nuestra cuenta. Si mi tío es informado, entonces él descubrirá secretos, pero no los compartirá. —Envolvió mis manos con las suyas—. Esta podría ser tu oportunidad de mostrarle lo valiosa que eres. Te rog. Por favor no le cuentes esta teoría. Déjame ayudarte. Entonces verá que las mujeres jóvenes son capaces de cosas así. Por favor. Me tragué mi respuesta inicial. Ella muy bien podía estar en lo cierto. Si le contáramos a Moldoveanu sobre esto, nos obligaría a quedarnos atrás mientras él investigaba. ¿Luego qué? No compartiría nada con nosotras. Ni siquiera reconocería nuestro papel ayudándolo con el caso. Luego estaba el

asunto de no tener permitido salir de los terrenos de la academia; probablemente lo usaría como una excusa para dejarnos atrás. —Por ahora mantendremos esta información para nosotras —dije—, pero debemos investigar en la aldea pronto. Daciana e Ileana intercambiaron miradas preocupadas, pero pretendí no darme cuenta. Tanto Anastasia como yo necesitábamos esto. Anastasia besó mis mejillas, sonriendo triunfal a Daciana. —¡No te arrepentirás! Pero mientras deseaba buenas noches a mis amigas y deseaba éxito a Daciana en la próxima parada de su Gran Tour, no pude evitar sentir que Anastasia estaba terriblemente equivocada.

Cánula y sondas

Traducido por florff Corregido por Flopy Durmiente

Llamas como de dragón rugían contra el protector de la chimenea en la pequeña sala de mi dormitorio vacío. Las observé, medio hipnotizada, mientras mi libro médico presionaba contra mis piernas, casi haciéndolas picar con entumecimiento. Nuestra parte de Rumania tenía dragones en todas partes que mirase. Los candelabros por todo el castillo. Los tapices en los pasillos. Las esculturas en el pueblo y las insignias en los carruajes. Sabía que «Dracul» se traducía como dragón y asumí que simplemente eran un homenaje a dos líderes temibles, Vlad II y Vlad III. Tomé nota mental para preguntarle al profesor Radu si también tenía algo que ver con la misteriosa Orden del Dragón. Quizás los dragones ocultaban pistas. De lo que no estaba segura, pero parecía una buena pista que investigar. Quizás la Orden estaba detrás de la muerte de Wilhelm. Quizás estaba atacando miembros de la nobleza o familias que ya no mantenían valores cristianos. Suspiré. Era bastante rebuscado. Ni siquiera sabía si la Orden aún existía. Quizás no eran más que rumores y cuentos de pueblerinos que se decían para que la gente se comportara mucho después de que su brutal príncipe hubiese perdido la cabeza por los turcos. Moví mis piernas, esperando recuperar algo de sensibilidad en mis pies. Mi libro de prácticas mortuorias tenía el tamaño de un gran gato doméstico, pero era una compañía mucho menos placentera. Tampoco

ronroneaba ni emitía invitaciones desdeñosas para acariciarlo detrás de las orejas. En lugar de eso, ofrecía información y fotografías que me habían parecido perturbadoras. Los diagramas estaban hechos en blanco y negro, mostrando exactamente cómo extraer la sangre de un cuerpo y como coser la boca para propósitos funerarios, que requería una costura desde la barbilla atravesando las encías y hacia el tabique. Un boceto incluso aconsejaba el uso de vaselina para evitar que los párpados se abrieran. Los afligidos miembros de la familia probablemente colapsarían ante la vista de los ojos o las mandíbulas de sus seres queridos abriéndose de golpe mientras el sacerdote los llevaba de la muerte al cielo. Particularmente no querría ser testigo de algo así. Una lengua seca sería bastante espantosa, una oscura babosa dejada durante horas al sol del desierto. Era mejor dejárselo a la imaginación. Había visto bastantes cadáveres en el laboratorio de Tío para saber bastante bien que la mayoría de la gente preferiría que les ahorrasen esas imágenes, especialmente cuando se trataba de las personas que amaban. Dejé de detenerme en pensamientos sobre los que había perdido, pasando al siguiente capítulo del libro. Las páginas eran gruesas y ásperas en los bordes. Era un hermoso tomo, a pesar de la materia sobre la que trataba. Inesperadamente, imaginé a Thomas sentado conmigo, señalando los detalles que a la mayoría les pasarían inadvertidos mientras estudiábamos estos libros. A pesar de que me había permitido unas pocas miradas robadas, lo había evitado durante las lecciones de folclor de Radu y los ejercicios de anatomía de Moldoveanu. Él no parecía verse bien en ninguna de las dos clases. Cerrando esa línea de pensamiento, me enfoqué en mi libro. No estaba tan familiarizada con las prácticas mortuorias como lo estaba con las autopsias, así que había tomado prestado el libro de una de las bibliotecas mientras me dirigía a mi habitación después de clase. De acuerdo con las funerarias, insertar una cánula —un largo tubo— en la arteria carótida y después obligar a salir los líquidos por medio de la gravedad, era el mejor método de extraer la sangre y otros fluidos corporales. Luego, los funerarios movían los fluidos masajeando desde los pies del fallecido hacia sus corazones sin latido. Lo que parecía un horrible montón de trabajo para que alguien haga mientras la gente estaba paseando por calles en una atareada tarde en Braşov. Apostaba a que hubiera habido

una gran cantidad de alteraciones en la nieve alrededor del cuerpo de Wilhelm. Seguramente algunos fluidos o sangre habrían salpicado el suelo. Su cuerpo tenía que haber sido movido después de la extracción de sangre. Simplemente no había manera de que él hubiera pasado por todo esto donde había sido encontrado. Todavía creía firmemente que esa casa con la persiana abierta podría contener pistas. Cada vez me convencía más de que un aparato mortuorio fue el método usado para drenar su sangre; sin embargo, no respondía a la pregunta de cómo había muerto. Si había sido asesinado, habría tenido alguna clase de herida externa. Estrangulamiento habría tenido signos evidentes, petequias hemorrágicas presentes en el blanco de sus ojos, decoloración alrededor del cuello. Su cuerpo estaba libre de todo eso. Excepto por las supuestas marcas de mordiscos, no podía recordar ninguna evidencia concreta que mostrara que había sido asesinado. Dudaba que hubiera permanecido de pie sin hacer nada y permitiera que le drenaran la sangre sin luchar, así que las «marcas de mordisco» probablemente no fueron la causa de la muerte. No parecía descabellado creer que le hubieran dado opiáceos. Quizás esa clase de toxina habría sido la causa de su erupción. Mientras mi mente vagaba por la extrañeza del cuerpo sin sangre de mi compañero de clase, mi corazón exigía que Thomas viniera y discutiera esto conmigo inmediatamente. Le dije a mi corazón que olvidara esta súplica. Resolvería este misterio sola. Incluso aunque sabía que era capaz de lograr esta tarea, no podía negar el vacío que me rodeaba. Daciana ya estaba de viaje alrededor del continente, y Anastasia era incapaz de venir a mi habitación por el libro que estaba estudiando. Ella afirmaba que eso podría ayudar en el caso de Wilhelm. Ileana estaba ocupada con sus tareas y me negaba a poner su posición en peligro porque me sentía sola. ¿Dónde estás cuando te necesito, Prima? Aún estaba esperando por la carta de respuesta de Liza, esperando que pudiera ofrecerme algún muy necesitado consejo en el asunto entre Thomas y yo. El romance era para ella lo que la ciencia forense era para mí, y deseaba que pudiera estar aquí ahora para ayudarme a navegar por esta tormenta de emoción. Despreciaba estar tan distraída durante un momento tan crucial. No importaba con qué frecuencia ordenara a mi cerebro a formular teorías

científicas, él tercamente empujaba de regreso a Thomas y a la inquietud que sentía. Necesitaba resolver esa situación, solo así podría concentrarme. Suspiré, sabiendo que no era exactamente la verdad del por qué quería abordar el problema. Lo extrañaba. Incluso cuando quería estrangularlo. No me preocupaba esto ni un poco, pero era preferible a los otros pensamientos invasivos que había estado teniendo. Como si esperasen ser convocados, los recuerdos del asesinato más atroz del Destripador asaltaron mis sentidos. La manera en que el cuerpo de la señorita Mary Jane Kelly había sido destrozado... me detuve justo allí. Cerré el libro y me dirigí a la cama. Mañana me levantaría y estaría fresca. Mañana lidiaría las consecuencias de nuestra pelea. Por ahora, me ocuparía de mis propias heridas. Thomas estaba en lo correcto en una cosa: necesitaba sanarme a mí misma antes de poder dirigirme a alguien o algo más. Bajé las sábanas, a punto de deslizarme en su calor, cuando un golpe sonó en mi puerta. Me quedé sin aliento. Si el señor Thomas Ridículo Cresswell estaba llamando a esta hora indecente, especialmente después de su comportamiento reprensible... Con el corazón revoloteando traicioneramente, abrí la puerta, con las amonestaciones muriendo en mi lengua. —¡Oh! No eres en absoluto quien pensé que serías. Anastasia estaba vestida por completo de negro y tenía una sonrisa diabólica en sus labios. —¿Quién, te ruego me digas, asumiste que estaría aquí a esta hora? —Agarró mis manos y nos deslizó en un torpe vals—. ¿Seguramente no el galante señor Cresswell... hmmm? ¡La intriga! ¡El escándalo! Debo admitirlo, siento envidia de tu vida secreta. —Anastasia, ¡sé seria! ¡Son casi las diez de la noche! —Mi sonrisa no me hizo ningún favor—. ¿Qué rayos estás haciendo fuera de la cama? — Miré su atuendo otra vez, recordando que hubo una vez en que también usé un vestido de luto—. De hecho, parece que en lugar de eso debería preguntar ¿dónde estás planeando escabullirte? —Estamos a punto de investigar la escena de muerte de Wilhelm. — Se metió dentro de mi dormitorio y sacó un par de piezas de ropa oscura de

mi baúl—. De prisa. La luna está llena y el cielo está bastante claro. Tenemos que ir a Braşov esta noche. Tío me dijo que llamaría a los guardias reales; llegarán mañana y eso hará que escabullirse sea un poco difícil. —Me observó por encima de su hombro—. Aún estás interesada en buscar en esa casa, ¿no? —Por supuesto que lo estoy. —Asentí, tratando de no pensar en las criaturas en el bosque. Monstruos que tan solo eran tan reales como nuestras imaginaciones. Y la mía estaba intentando poblar el mundo con lo supernatural—. ¿No deberíamos esperar hasta la luz del día? Los lobos podrían estar afuera cazando. Anastasia soltó un bufido. —El profesor Radu simplemente te está llenando la cabeza con preocupaciones. Sin embargo, si tienes mucho miedo.... —Permitió que la burla y el reto colgaran entre nosotras. Negué con la cabeza, y sus ojos brillaron con orgullo—. ¡Extraordinar! —Me lanzó la ropa oscura—. Si tenemos suerte, quizás nos encontremos con el príncipe inmortal. Un paseo a medianoche con el encantador Drácula suena delicioso. —Deliciosamente morboso, quieres decir. —Me deslicé en el vestido negro y abroché una capa ribeteada de piel a juego sobre mis hombros. Antes de marcharnos, arranqué un alfiler de sombrero de mi tocador y lo enganché en mi cabello. Anastasia me sonrió, desconcertada, pero no me preguntó por ello. Lo que era bueno. No deseaba decirlo en voz alta, pero ciertamente esperaba que no nos encontráramos con nadie que estuviese sediento por nuestra sangre. De hecho, preferiría nunca posar mis ojos sobre el Príncipe Drácula.

Anastasia había tenido razón; el cielo estaba claro de nubes y nieves por una vez, y la luna estaba tan brillante que no necesitábamos una lámpara o linterna. La luz de la luna hacia destellar la capa de nieve, brillante y reluciente en secciones. La temperatura, sin embargo, era incluso más fría que la del laboratorio del sótano de Tío donde inspeccionábamos los cadáveres.

Avanzamos de prisa por el muy desgastado sendero que conectaba la academia con el pueblo más abajo, nuestra procesión en su mayoría silenciosa salvo por los ocasionales sonidos de la naturaleza, y nuestra respiración jadeando. Estábamos manteniendo un paso brutal, esperando alejarnos del castillo tan rápidamente como fuese posible. Las sombras parpadeaban sobre nuestras cabezas mientras las ramas de los árboles se quebraban y crujían. Traté de ignorar los vellos erizándose en mi nuca, y la sensación de estar siendo inspeccionada de cerca. No había lobos. Ni cazadores manteniendo el paso tras nosotras, inmortales y salvajes. Nadie para degustar nuestra carne y desgarrándonos en formas irreconocibles. La sangre silbaba en mi cabeza. Por segunda vez esta noche, una horrible imagen del cadáver de la señorita Mary Jane Kelly cruzó por mi mente, como solía pasar cuando me imaginaba algo verdaderamente brutal. Su cuerpo había sido destrozado por Jack el Destripador hasta que apenas parecía nada humano. Cerré los ojos durante un momento, obligándome a mantenerme calmada y serena, pero el sentimiento de ser observada persistía. El bosque era encantador durante las horas del día, pero en la noche era peligroso y traicionero. Juré no volver a abandonar mi habitación en la oscuridad de nuevo. Los hombres lobo y los vampiros no son reales. No hay nadie cazándote... Vlad Drácula está muerto. Jack el Destripador también ha fallecido. No hay... Una rama se quebró en algún lugar cercano, golpeándose contra el suelo, y mi cuerpo entero se entumeció. Anastasia y yo nos juntamos, abrazándonos como si pudiésemos ser destrozadas por una fuerza malévola. Escuchamos en silencio durante unos pocos instantes, esforzándonos por oír cualquier otro sonido. Todo estaba en calma. Excepto mi corazón. Galopaba en mi pecho como si estuviese siendo perseguido por criaturas sobrenaturales. —El bosque es tan malvado como Drácula —susurró Anastasia—, juro que hay algo ahí fuera. ¿Lo sientes? Gracias a Dios mi mente no era la única que estaba conjurando bestias hambrientas siguiéndonos al pueblo. La piel de mi nuca picaba mientras el viento remontaba.

—He leído estudios que dicen que los instintos humanos se agudizan bajo presión —dije—, nos ponemos en sintonía con el mundo de la naturaleza para sobrevivir. Estoy segura de que solo estamos siendo tontas ahora, aunque las lecciones de Radu parecen mucho más plausibles bajo una capa de oscuridad. Advertí que mi amiga no hizo ningún comentario más, pero tampoco aflojó su agarre sobre mí hasta que no llegamos a salvo a Braşov. Como esperaba, el pueblo estaba tranquilo, todos sus ocupantes dormidos en sus casas color pastel. Un aullido resonó en la distancia, su triste nota encontrando otro cantor mucho más lejano. Pronto un coro de lobos alteró la calma de la noche. Tiré de la capucha de mi capa y miré al castillo que vigilaba de pie sobre nosotros, oscuro y melancólico a la plateada luz de la luna. Había algo allí afuera, esperando. Podía sentir su presencia. ¿Pero qué estaba cazándonos? ¿Hombre o bestia? Antes de que pudiese perderme por la preocupación, dirigí a Anastasia al lugar donde el cuerpo de Wilhelm había sido arrojado. —Allí. —Señalé a la casa que bordeaba la escena del asesinato y su ventana, aquella cuya persiana estaba ahora fuertemente cerrada y colocada en su sitio—. Juro que la persiana estaba floja la última vez que estuve aquí. Anastasia frunció los labios y se centró en la oscura casa. Me sentí ridícula, de pie allí en medio de la noche, cuando la realidad me golpeó. No podía estar segura de que la persiana de verdad había estado floja, o que siquiera hubiese visto una silueta observando la multitud desde la ventana. Por lo que sabía, podría haber sido otro fantasma soñado por mi imaginación. La histeria, al parecer, era el detonante de cada uno de mis episodios. —Lo siento —dije, señalando hacia el edificio perfectamente común y corriente—, parece que estaba equivocada después de todo. Vinimos hasta aquí para nada. —Podríamos asegurarnos de que no hay nada que ver —dijo Anastasia, empujándome hacia la puerta delantera—, describe otra vez lo que pasó. Quizás hay algo con lo que podríamos empezar desde allí.

Una idea tomó forma lentamente mientras fijaba la atención en la puerta, con la cabeza inclinada a un lado. Saqué el alfiler de sombrero de mi cabello, sabiendo que estaba a punto de cruzar una línea moral que nunca antes había considerado cruzar. Pero Anastasia tenía razón; habíamos venido hasta aquí, nos arriesgamos a la ira de Moldoveanu, puse potencialmente en peligro mi puesto en la academia, y aún teníamos que regresar a nuestras habitaciones en el castillo mientras evitábamos la furia de los lobos y directores. No importaban las consecuencias, no podía regresar a la academia sin saber. Mi corazón se aceleró, ahora no por miedo, sino por emoción. Era muy problemático ciertamente. Di un paso adelante y agarré el pomo de la puerta con una mano, clavé el alfiler de sombrero dentro de la cerradura girando el cilindro hasta que oí un bonito clic. —¡Audrey Rose! ¿Qué estás haciendo? —dijo Anastasia con voz escandalizada, mirando a nuestro alrededor—. ¡Probablemente hay gente durmiendo ahí dentro! —Cierto. O podríamos encontrarla abandonada. —Di un silencioso gracias a mi padre. Cuando había estado consumido por el láudano el año pasado perdía las llaves con frecuencia, obligándome a aprender el arte de forzar cerraduras. Antes de esta noche, no había pensado en usar un alfiler de sombrero para tales propósitos ni por un instante. Recoloqué el alfiler en mi cabello y me detuve, esperando ser descubierta, el pulso rugiendo en mis venas. De una manera o de otra, íbamos a resolver al menos un misterio esta noche. Había sido testigo de alguien mirando por la ventana hacia afuera, o no. Lo que significaba que o bien había pistas que podían ser encontradas, o no las había. En cualquier caso, no podía continuar corriendo de las sombras. Tomé una respiración profunda, ordenando a mi cuerpo a relajarse. Era momento de abrazar la oscuridad y volverse más temible que cualquier príncipe cazador de la noche. Incluso si eso significaba que tenía que sacrificar un poco de mi alma y valores morales para llegar allí. —Solo hay una manera de estar segura —susurré antes de pasar por el umbral de puntillas y desaparecer en la oscuridad.

Traducido por Smile.8 Corregido por Flopy Durmiente

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Dentro de la pequeña casa, no había fuego en la chimenea y el aire era casi tan frío como afuera. El frío se deslizaba por los cristales de las ventanas y mi espalda mientras caminaba hacia donde surgía el pequeño haz de luz de luna. Incluso en la casi completa oscuridad pude ver que la vivienda era un desastre. Una silla volcada, papeles esparcidos alrededor, cajones abiertos. Parecía como si alguien o varias personas hubieran saqueado el lugar. Anastasia inhaló bruscamente detrás de mí. —¡Mira! ¿Eso es... sânge? Me di vuelta y me quedé mirando la gran mancha de color rojizo en la alfombra. Escalofríos se arrastraron lentamente por mi cuerpo. Tenía la horrible sensación de que estábamos paradas en el mismo lugar donde la sangre de Wilhelm había sido sacada a la fuerza. Mi corazón latió a doble tiempo, pero me forcé a investigar como si fuera Thomas Cresswell: fría, sin sentimientos, y capaz de leer las piezas que habían quedado atrás. —¿Lo es? —preguntó de nuevo Anastasia—. Podría vomitar si es sangre. Antes de que pudiera responderle, mi atención se posó sobre una jarra rota. Con mucho cuidado recogí un trozo de su cristal, y presioné mi dedo en un lugar carmesí oscuro. Lo froté entre mis dedos, notando su pegajosidad. Mi pulso palpitaba por todo mi cuerpo, pero probé el líquido

seco, bastante segura de lo que iba a encontrar. El labio de Anastasia estaba en una mueca cuando le sonreí. —Es algún tipo de jugo —me limpié la mano con la parte delantera de mi capa—, no es sangre. Mi amiga seguía mirándome como si hubiera cruzado alguna línea demasiado indecente como para siquiera comentarlo. Busqué dentro de mí, encontrando que el hormigueo de emoción aún permanecía bajo la superficie, una corriente subterránea de electricidad haciéndome sentir más viva que en mucho tiempo. —¿Qué crees que ha pasado aquí? Miré alrededor del espacio de nuevo. —Es difícil conjeturar nada con certeza hasta que encontremos una lámpara. Abrí las cortinas de la ventana, permitiendo que más luz de luna entrase. Anastasia cruzó la habitación con rapidez y encontró una lámpara de aceite que no había sido destruida en el caos. Con un rápido silbido, la luz amarilla llenó el espacio, y una trágica historia apareció ante nuestros ojos. Botellas de bebidas alcohólicas cubrían el suelo en la pequeña área de la cocina desde la habitación principal. Algunas estaban rotas, y todas estaban vacías. A juzgar por la falta de olor en el aire, nada de alcohol se había desparramado, lo que me llevó a deducir que alguien había estado bebiendo bastante. Tras una segunda inspección, la habitación que había pensado que había sido saqueada probablemente simplemente había sido desordenada por quien fuera que hubiese bebido todos esos licores. Quizás habían estado buscando otra botella de la que beber y se habían enfadado cuando encontraron que la casa estaba vacía. Anastasia localizó otra lámpara antes de empezar a inspeccionar las otras habitaciones. Tomé una fotografía, sorprendida de encontrar una en una casa como esta, después di un grito ahogado. En la fotografía, la misma joven que había sido descrita como desaparecida en el boceto en la tienda de ropa le sonreía a un bebé. Su marido estaba de pie con orgullo tras ellos. ¿Podría haber sido

ella la que consumió todas esas bebidas? Y si se hubiera intoxicado y hubiera salido a caminar por el bosque sola... Anastasia volvió, blandiendo un libro. La cruz en su portada indicaba que era un volumen religioso. —Nadie en el dormitorio, pero esto parecía intrigante. —No te llevarás eso, ¿verdad? —Miré el libro mientras ella hojeaba las páginas; probablemente era algún tipo de texto sagrado. Los ojos de Anastasia se agrandaron mientras negaba con la cabeza. Dejé la fotografía y señalé hacia la puerta. —Debemos salir —dije—, fue un error colarnos aquí, no creo que este lugar tenga nada que ver con la muerte de Wilhelm. —O tal vez sí. —Anastasia sostuvo el libro de nuevo—. Acabo de recordar dónde he visto este símbolo antes.

—Parece una lectura pesada para antes de acostarse. Alejé mi atención del libro de anatomía contra el que prácticamente había tenido pegada mi nariz. Un día entero había pasado desde mi aventura con Anastasia, y no había ocurrido mucho. Thomas y yo todavía no habíamos hablado, Radu estaba tan entregado a la tradición de vampiros como siempre, y Moldoveanu tenía la intención de hacer mi tiempo en el castillo tan miserable como fuera posible. Sonreí tímidamente mientras Ileana dejaba una bandeja cubierta, después se sentó en el borde de la cama. Lo que sea que estuviera bajo la tapa olía absolutamente divino. Mi estómago gruñó de acuerdo mientras dejaba mi libro sobre la mesa. —Le pedí al cocinero que hiciera algo especial. Se llama placintă cu carne şi ciuperci. Como un pastel de carne con setas solo que sobre un trozo de pan. Quitó la tapa de plata de la bandeja e hizo un gesto sobre la pila de tartas del tamaño de una palma. Había media docena de ellas, más que suficiente para las dos. Busqué un tenedor y un cuchillo, pero solo vi

servilletas y platos pequeños. Iba a tomar uno de ellos, luego me detuve, mi mano flotando por encima. —¿Podemos…? —Adelante. —Ileana hizo el gesto de agarrar uno y tomar un bocado— . Tómalo y cómelo. A menos que sea demasiado vulgar. Comer con las manos debe parecer de monos. No lo pensé. Lo llevaré de nuevo a la cocina, no hay problema si prefieres otra cosa. Me reí. —En realidad no, en absoluto. De pequeña, solíamos comer pan y raita con nuestras manos. Tomé un bocado, maravillándome de los tonos salados de carne perfectamente sazonada con champiñones cortados en cubitos, mientras se derretían como mantequilla en mi lengua. La capa externa del pan tenía burbujas carbonizadas que sabían a humo de madera. Tomó gran parte de mi fuerza de voluntad no rodar mis ojos o gemir de pura felicidad. —Esto es delicioso. —Pensé que te gustaría. Traigo una cesta entera cuando visito a Daciana. Su apetito es casi tan abundante como el de su hermano. —La sonrisa de Ileana se desvaneció un poco, convirtiéndose más en un ceño fruncido. Aposté que estaba triste porque Daciana se había ido—. No dejes que sus delicados modales te engañen. Es toda de acero. La he visto terminar toda la cesta ante una mesa de nobles. Se escandalizaron, pero a Daciana no le importó para nada. El ligero ceño había desaparecido, reemplazado por una mirada de gran orgullo, y no pude evitar sonreír. Me preguntaba si ella y Daciana se habían conocido en la casa de algún noble donde Ileana estuviera trabajado, pero no quería entrometerme preguntando. Era su historia que contar cuando y si quisieran. —Probablemente podría acabar con toda la bandeja ante la reina y no lamentaría ni un solo delicioso bocado. Comimos en agradable silencio, y bebí el té que Ileana también había traído. Explicó que los rumanos no solían beberlo, pero estaba siendo

complaciente con mi preferencia inglesa por esta bebida. Estuve agradecida por la compañía. Anastasia había enviado una nota diciendo que estaría en su habitación durante toda la noche, leyendo el misterioso libro religioso. Creía que el símbolo en su portada era uno de la Orden, pero yo era escéptica sobre el hecho de que la mujer desaparecida del pueblo hubiera sido parte de esta banda de caballería antigua. Rompí mi tercer pan relleno en trozos, pensando en cómo Nicolae había hecho lo mismo un par de días antes. Me preguntaba si había comido en absoluto, o si seguía consumiéndolo el dolor. Para detener esos pensamientos, decidí repentinamente pedir consejo. —Yo… me encuentro incierta sobre considerar un futuro con Thomas, dado nuestro reciente desacuerdo —dije lentamente—, ¿te preocupa… que un futuro con Daciana quizás sea imposible? —No puedo predecir lo que traerá el futuro cuando puede que no haya mañana. Cualquier número de cosas podrían suceder. Dios puede decidir que ha tenido suficiente de nosotros y hace borrón y cuenta nueva. —Barrió las servilletas de la bandeja, viendo como caían al suelo sin ceremonia—. ¿Sí? Bebí un sorbo de mi té, dándole vueltas a lo que había dicho mientras el sabor herbal brillante corría por mi garganta. —Sin duda, es prudente planear diferentes posibilidades para el futuro. ¿No deberíamos tener algún tipo de objetivo hacia el cuál trabajar, incluso si el camino que tomamos es desconocido? —Debes seguir a tu corazón. Olvídate del resto. —Ileana se levantó y recogió los platos y las servilletas usadas—. Thomas es humano y cometerá errores, y ¿siempre y cuando se disculpe y sea algo con lo que puedas vivir? Vale la pena amarlo hoy. Es también digno de perdón. Nunca se sabe cuándo te lo podrían arrebatar. Un cosquilleo de miedo recorrió mi espalda. No quería contemplar tales cosas. Thomas y yo estábamos temporalmente en desacuerdo, y viviríamos para resolver nuestras diferencias.

—Somos un par bastante serio en esta noche ventosa, Ileana. Entre mi libro mortuorio y esta conversación, apenas puedo esperar a ver cómo el resto de la noche se desarrollará. La sonrisa de Ileana fue reemplazada por una expresión más seria. —La familia de Wilhelm llegará en la mañana para llevar a su hijo a casa para sepultarlo. Están muy enfurecidos de que su cuerpo... fuera profanado. —¿Cómo lo sabes? —Los sirvientes debemos permanecer desconocidos e invisibles mientras nos ocupamos del castillo y de sus ocupantes. Pero eso no quiere decir que no veamos o escuchemos. O contemos chismes. La sala de los sirvientes siempre está zumbando por algún nuevo escándalo. Ven. Te mostraré algunos pasajes secretos. Si deseas, puedes colarte por los pasillos vacíos. Es mi parte favorita de este trabajo. Seguí a Ileana a la habitación de lavado, donde sacó una llave de su delantal y luego empujó en un armario alto de la esquina al que previamente había prestado poca atención. Dentro había una puerta que daba a un pequeño pasillo que terminaba en una escalera de caracol. Me intrigaba la idea de los pasillos ocultos. Nuestra propia finca, Thornbriar, tenía todo un laberinto contenido dentro de sus paredes, al parecer. Si el Castillo Bran tenía siquiera una fracción de esos espacios ocultos, estaría encantada. Había algo mágico en pisar por donde la mayoría nunca iría, o pensaría en encontrar a alguien. Después de cerrar la puerta desde el pasillo secreto, Ileana bajó por las escaleras con la facilidad de una aparición flotante a través del éter. Tuve dificultades en no sonar como si fuera un elefante estrellándome entre la maleza mientras pisoteaba hacia abajo tras ella. Nunca había pensado que era estridente, pero el inusualmente silencioso caminar de Ileana me avergonzó. Descendimos dando vueltas y vueltas hasta que mis piernas quemaron. Una vez que llegamos al nivel principal, Ileana fue directamente hacia una amplia columna. Negué con la cabeza. Había caminado por aquí varias veces antes y nunca había notado que lo que había asumido que eran solo pilares dando entrada a los estudiantes en la sala principal, de hecho, conducían a una entrada estrecha en un lado. Ileana nunca rompió su seguro paso mientras

desaparecía en el oscuro pasillo que corría tras los enormes tapices recubriendo el pasillo. Una extraña sensación se instaló en mi interior. Cuando me escabullí por los pasillos la noche que había dejado la habitación de Anastasia y terminé visitando a Thomas, podía jurar que había sido vigilada. Perfectamente lo pude haber sido. Me estremecí ante la idea. —Sé lo más silenciosa posible. No debemos hablar o hacer ruido aquí. Moldoveanu es implacable cuando se trata de romper las reglas del castillo. En silencio, embotellé cada detalle. Había más tapices que colgaban en este lado del pasillo secreto, presumiblemente los extras se almacenaban aquí hasta que eran necesarios. Caminamos con la suficiente rapidez como para tener que recoger mis faldas para no tropezar con ellas mientras se enrollaban alrededor de mis extremidades, pero no lo suficientemente rápido como para que no dejara de notar las escenas representadas en los tapices. Personas siendo empaladas, gritando de dolor y terror, adornaban uno. En otro era un bosque de los muertos, sangre goteando de las bocas de las víctimas empaladas. Otro mostraba a un hombre en una mesa de un banquete, vino o sangre derramándose por toda su superficie, era difícil de decir. Me acordé de Radu mencionado que Vlad Drácula sumergía su pan en la sangre de sus enemigos. Escalofríos traspasaron mi piel. Entre el estrecho pasillo apenas iluminado y la obra, no estaba en el mejor estado de ánimo. Había una sensación de pesadez en mi pecho, empujándome hacia atrás. Este siniestro castillo parecía respirar mi miedo con deleite. Mi pulso se aceleró. Ileana se detuvo repentinamente, y si no hubiera estado obligándome a mirar hacia adelante, hubiéramos chocado. Junté mis cejas, notando el color drenándose de su rostro. Señaló con su barbilla hacia adelante, sus manos ocupadas con la bandeja vacía. —Moldoveanu. —¿Qué… dónde? —Shhh. Allí. —Señaló a una sección de un tapiz donde un trozo de tela había sido recortado con cuidado. Nunca lo hubiera visto si no hubiese

sabido dónde mirar. Supuse que los sirvientes los usaban para comprobar los pasillos públicos antes de entrar en ellos. Una sensación reptante se deslizó por mi espalda. No me preocupé por el pensamiento de que las paredes tenían ojos—. A través del tapiz. Di un paso más cerca, con cuidado de no agitar la tela pesada que nos mantenía invisibles para Moldoveanu. Recé para que las tablas del suelo no sonaran y que él no escuchara el latido atronador de mi corazón. El director estaba teniendo una discusión bastante fuerte con alguien, a pesar de que parecía ser quien hacía la mayor parte de la conversación. Habló en rumano tan rápidamente que tuve dificultades para entenderlo. Un espejo nublado colgaba en el otro extremo del pasillo público, ofreciendo un indicio de su expresión. Su largo cabello plateado brillaba como el filoso barrido de una cuchilla de guillotina mientras movía su cabeza de lado a lado. Nunca había sido testigo de un hombre tan severo en todos los sentidos de la palabra. Ileana tradujo en voz baja para mí. —Tengo trabajo que hacer y usted tiene el tuyo. No cruce la línea. Me esforcé por ver alrededor de Moldoveanu, pero él estaba bloqueando completamente a la otra persona con sus largas túnicas negras y sus puños en sus caderas. —Tenemos razones para creer que va a suceder de nuevo. Aquí. —La grave voz masculina de su compañero me tomó por sorpresa. Tenía un tono que me parecía familiar—. Miembros de la familia real han recibido… mensajes. Amenazas. —¿De qué? —Dibujos. Muerte. Strigoi. Moldoveanu dijo algo que ni Ileana ni yo pudimos escuchar. —Los aldeanos están nerviosos. —Una vez más, la profunda voz masculina—. Saben que al cuerpo le faltaba sangre. Creen que el castillo y el bosque están malditos. El cuerpo del tren también está causando... alarma.

Cubrí mi boca, ahogando el sonido de sorpresa que burbujeó hacia arriba. Ya no necesitaba ver con quién estaba hablando a Moldoveanu; conocía esa voz a pesar de que solo la había escuchado una vez antes. Había visto esos ojos afilados que podían cortar a una persona en dos. Dăneşti, el guardia real del tren salió de detrás del director, cepillando el frente de su uniforme limpio. Su mirada se detuvo en el lugar donde estábamos escondidas, haciendo que mi pulso descendiera a un arrastre lento. Ileana ni siquiera respiró hasta que él se volvió a enfocar en el director. Era alto, todos los ángulos señalaban hacia el hombre mayor en el más mortal de los modos. —No nos defraude, Director. Necesitamos ese libro. Si no se revisan las habitaciones, la familia real cerrará la academia. —Como ya he informado a Su Majestad —gruñó Moldoveanu—, el libro fue robado. Radu solo tiene unas pocas páginas en su colección, y no es suficiente. Si desea dejar el castillo patas arriba, adelante. Le garantizo que no encontrará lo que ya no está aquí. —Entonces, que Dios tenga piedad de sus estudiantes.

Traducido por âmenoire Corregido por Brisamar58

Dăneşti se dio la vuelta y avanzó hacia adelante, pero Ileana bloqueó mi camino de escape mientras el director caminaba por el pasillo, una sombra caminando hacia el joven guardia. —No lo hagas —susurró, extendiendo su brazo—. Moldoveanu no puede saber que lo escuchamos. —¿Cómo puedo fingir otra cosa? Estaban hablando sobre Wilhelm Aldea. ¿Por qué otra razón estaría la guardia real aquí? —Mi mente corría con los pedazos de información que había escuchado. Si miembros de la familia real habían recibido amenazas, eso explicaría el miedo que Nicolae había mostrado después de descubrir que la sangre de su primo había sido drenada. Quizás otros miembros de la nobleza habían recibido amenazas similares. Lo que me llevaba a preguntarme qué más podría el príncipe saber o sospechar—. Si alguien asesinó a Wilhelm, el Príncipe Nicolae podría ser el siguiente. —No sabes eso. Tal vez estaba hablando sobre alguien más. —Ileana juntó y frunció sus labios como si se estuviera deteniendo de decir lo equivocado—. La guardia simplemente podría estar aquí porque Moldoveanu es el médico forense oficial de la realeza. —¿Lo es? ¿Cómo es que es el director y trabaja para la familia real? Ileana levantó un hombro.

—Todo lo que sé es que, si Moldoveanu descubre que lo hemos estado espiando, terminará de muy mala manera. Ya sea para ambas o solo para mí. No puedo permitirme perder esta posición. Tengo una familia de la que encargarme. Mis hermanos me necesitan. Si hubiera una amenaza real para la academia o los estudiantes, el director no tendría derecho de ocultar esa información. Confrontarlo sería lo correcto por hacer. Excepto que... mi enfoque se movió hacia el suplicante rostro de Ileana. La preocupación tallada en su expresión de piedra. Suspiré. —Bien. No le diré a nadie sobre lo que escuchamos. —Ileana apretó mi mano una vez y comenzó a caminar por el pasillo secreto. Esperé por un momento antes de seguirla—. Pero eso no significa que no intentaré averiguar por qué Dăneşti está aquí. Y sobre qué libro estaba hablando. ¿Has escuchado algo sobre esas habitaciones peligrosas que mencionó? ¿O alguna otra habitación que pudiera necesitar ser desarmada? Movió su cabeza rápidamente. —¿Reconociste al guardia? —Thomas y yo tuvimos el placer de conocerlo en el tren. —Vacilé, viendo a través del tapiz y revisando el pasillo público para asegurarme de que ambos hombres se hubieran ido—. Removía el cuerpo de un hombre que había sido asesinado ahí. Ofrecimos ayuda, pero no estaba muy dispuesto a recibir nuestros servicios particulares. Bueno, Thomas ofreció nuestra asistencia. Aunque parecía más bien molesto. Ileana me miró fijamente durante un momento, su expresión perpleja. —Se me necesita en los niveles más bajos. La morgue principal también está en ese piso. —Un estremecimiento la recorrió—. Intentaré encontrarte en tu sala común para el desayuno de mañana. —Movió su mentón hacia el pasillo principal, la bandeja repiqueteando en sus manos— . Revisa si hay alguien antes de entrar al salón principal. Oh —vaciló un momento—, si eliges visitar la morgue a esta hora, deberías estar sola. Nadie va allí después del anochecer. Quizás encontrarás algunas respuestas ahí. Antes de que tuviera tiempo para responder, Ileana se escabulló por el pasillo secreto y dio vuelta en una esquina, desapareciendo de la vista. Froté mis sienes. Estos habían sido los días más extraños de mi vida. Dos

asesinatos bastamente diferentes con la promesa de más aproximándose, además toda la intriga del castillo. Sinceramente esperaba que las próximas semanas fueran más tranquilas, aunque dudaba que ese fuera el caso mientras un asesino muy probablemente merodeaba por los terrenos. Me reprendí. Dăneşti no había dicho eso exactamente. Volví a revisar el agujero en el tapiz antes de deslizarme al interior del salón principal, mi mente girando con nueva información y preguntas. ¿Cuál era toda la verdad detrás de lo que Dăneşti y Moldoveanu estaban discutiendo? Después de mi flujo inicial de adrenalina, me di cuenta de que asumí que estaban hablando de Wilhelm. Nunca realmente mencionaron el nombre de la víctima del asesinato. Aunque no podía imaginar a otro cuerpo sin sangre que tuviera a los aldeanos preocupados. Luego el extraño homicidio en el tren que se parecía al de la aldea... Me detuve abruptamente, una idea levantándose desde los pliegues de mi cerebro y tomando forma. ¿Había Dăneşti traído aquí a la víctima del tren para ser estudiada? Eso tendría sentido, ¿a dónde más llevaría la guardia real a un cadáver que necesitara análisis forense? Seguramente a una de las academias más prestigiosas de toda Europa. Una que estaba a solo medio día de camino en carruaje de la escena del crimen. Y una donde trabajaba el médico forense oficial de la realeza. Si la guardia estaba involucrada en este asunto, había una posibilidad de que también la víctima estuviera conectada con la corona de alguna manera. Quizás eso era por lo que no había dejado el cuerpo en la escena del crimen. No había escuchado algún rumor sobre el asesinato en el tren, llevándome a pensar que la familia real había mantenido oculta del público la identidad de individuo. Los periódicos habrían anunciado esa información desde sus trompetas manchadas con tinta. ¿Eso significaría que Wilhelm y la primera víctima estaban viajando juntos? Supongo que era posible que, aunque el método de matar fue significantemente diferente, después de todo pudiera haber un vínculo en común entre los dos hombres. Mi corazón latía frenéticamente con su jaula de hueso. No estaba segura de cómo se conectaba todo, pero sabía en mis células que lo hacía. De alguna manera. Tres asesinatos. Dos métodos sin relación. ¿O el método de matar había evolucionado con la práctica desde aquella primera víctima que llegó a los titulares?

Tío tenía una extraña manera de colocarse en la mente de un asesino e intenté emular su metodología. Una víctima fue despachada como si fuera un vampiro. La segunda como si hubiera sido asesinada por un vampiro. ¿Por qué? Si tan solo pudiera examinar el cuerpo del tren, quizás sabría más. ¿Era por eso por lo que Ileana me dijo dónde estaba la morgue? Conocía los secretos que el castillo guardaba celosamente, gracias al chismorreo: como quién estaba esperando para ser despedazado e inspeccionado para buscar pistas. Ileana dijo que la morgue estaría vacía, pero si el director o Dăneşti me encontraban, mis esperanzas de terminar este curso estarían arruinadas. Debería ir directamente de regreso a mis aposentos y estudiar para las clases de mañana. La indecisión jugaba con mis emociones, tentándome y provocándome para elegir otro camino. Recordé mi conversación de más temprano con Ileana, sobre cómo nuestros mañanas nunca estaban garantizados. Realmente no sabíamos qué decisiones podrían entrometerse con nuestros momentos. Qué oportunidades podrían cruzarse en nuestro camino. Me encontré caminando ininterrumpidamente en una dirección que no llevaría a mi habitación. Los cadáveres eran guardados en dos lugares en el castillo de los que sabía: uno en la morgue del nivel inferior, como había dicho Ileana y el otro en la torre junto a mis aposentos. Echaría un vistazo en el interior de cada cajón mortuorio y vería si tenía razón sobre la víctima del tren estando ahí. Luego decidiría qué hacer. Caminé rápidamente, con mi barbilla levantada, esperando parecer como si estuviera en una misión aprobada por el personal. Tenía una sensación de que si lucía tan culpable como me sentía, mi osada aventura se terminaría antes de que siquiera emprendiera el vuelo. No podía, con buena consciencia, quedarme sentada y ser una participante pasiva en mi vida. Si un asesino ahora estaba vagando por los pasillos de la Academia de Medicina y Ciencia Forense, no esperaría hasta que hubiera otro cuerpo frío que inspeccionar. Si el asesino estaba acechando la línea de sangre del Empalador, el Príncipe Nicolae podría ser el siguiente.

Me detuve de golpe, jadeando. Eso tenía que ser. La ironía de alguien cazando la sangre de un hombre que se rumoraba que se la bebía era sorprendente. Pero tenía sentido. Continué por el pasillo, mi mente corriendo salvaje con demasiados pensamientos como para ser contenidos. Deseé que Thomas no hubiera ido y complicado nuestra amistad. Quería compartir mis nuevas teorías con él, hablar de ellas. Me detuve de nuevo, considerando mis opciones. Quizás debería hablar con Thomas ahora, disculparme por mi temperamento. Entonces podríamos escabullirnos en la morgue juntos y… tomé mis faldas y continué. Iría a la morgue sola y entonces compartiría mis hallazgos con Thomas después. Necesitaba saber que podía manejar el estar alrededor de los muertos sin compañía. Un destello de movimiento captó mi atención y me di la vuelta, una explicación ya formándose en mi lengua y me encontré con un pasillo vacío. Ni una cosa estaba fuera de lugar. Esperé un momento, conteniendo el aliento, segura de que, si alguien se había escabullido en un rincón, seguramente haría algún tipo de sonido para alertarme sobre su presencia. Nada. Inhalé profundamente, luego exhalé, pero eso no disminuyó mi rápido pulso. Otra vez estaba viendo cosas que no existían. Me maldije por las evocaciones de mi pasado, despreciándome por tener tal dificultad para diferenciar la fantasía de la realidad. Nadie me estaba acechando. No había experimentos científicos siendo realizados en mujeres asesinadas. Esto no era un callejón extraño en Whitechapel lleno de música discordante de los pubs cercanos. No había una figura con capa deslizándose a través de la noche. Si me seguía repitiendo estas garantías, estaba destinada a convertirlas en memoria corporal. Dejé salir un largo suspiro. Solo habían pasado algunas semanas desde que mi mundo había sido derrumbado. Todavía estaba sanando. Lograría atravesar todo esto. Simplemente necesitaba tiempo. Me giré, medio esperando encontrarme cara a cara con lo que sea que pensé que había visto, pero el pasillo blanco todavía estaba mortalmente silencioso, salvo por el sonido de mis pasos, ahora apresurándose por los pisos de madera. Me movía tan rápidamente como me atrevía, animada por

los candelabros, apuntando dedos de luz hacia mí, como si me acusaran por mi crimen. Llegué al final del próximo pasillo y me quedé ahí parada frente a una gruesa puerta de roble marcado con un letrero que decía morgă, No había ventana o alguna otra forma en que pudiera echar un vistazo al interior y ver si la morgue estaba ocupada. Tendría que correr el riesgo. Mi respiración se aceleró cuando me estiré para tomar el pomo, luego aparté mis dedos rápidamente como si me hubiera picado. Recordé los susurros de las maquinas impulsadas con el vapor que se burlaban de mí. Pero no había vueltas o chirridos viniendo desde detrás de esta puerta. Escuché de nuevo, de cualquier forma. Necesitaba estar segura. El silencio era sofocante; ningún sonido podía escucharse. Respiré por la nariz, exhalé por la boca, permitiendo que mi pecho se elevara y cayera en un ritmo constante. Era una estudiante aquí. Seguramente si alguien estaba en la morgue, se me ocurriría una razón válida para entrar en esta habitación. No era como si nos hubieran dicho que podíamos entrar solo durante el día y acompañados por un profesor. Con esa idea, me moví. Esta no era la casa de mi padre, donde tenía que andar cuidadosamente alrededor de habitaciones prohibidas. No era como si fuera a realizar una autopsia en este momento. Coloqué mi mano sobre el pomo, sintiendo la mordida del frío acero más allá de la protección de mis delgados guantes. Mientras más rápido terminara con esto, más rápido podría buscar a Thomas, me recordé. Con esa idea, giré el pomo y entonces me tambaleé hacia adelante cuando la puerta fue jalada para abrirla desde el lado contrario. Mi corazón casi se detuvo. Miré hacia el suelo, olvidando ocultar mi encogimiento mientras me preparaba para la ira de director Moldoveanu. —Iba a catalogar... —comencé, luego levanté la mirada y vi a una muy sorprendida Ileana. El director, por fortuna, no se veía por ningún lado alrededor. La mentira en mi lengua se desintegró—. ¿Qué... pensé que ibas a dirigirte a las cocinas? —T-tengo que irme. ¿Hablaremos más tarde? Sin decir otra palabra, corrió por el pasillo, sin molestarse en mirar atrás. Me quedé ahí parada, mi mano contra mi pecho, recomponiéndome. Odiaba a Moldoveanu por obligarla a ocuparse de una habitación llena de

cadáveres cuando claramente estaba incómoda con ellos. Ileana fue criada en la aldea y muy seguramente creció con sus supersticiones relativas a la muerte. Apartando mi enojo hacia el director, tomé el pomo de nuevo, negándome a irme después de haber llegado tan lejos, y entré.

Hospital Royal Free, Londres: el interior de la habitación post-mortem en el bloque de patología. Fotografía Impresa, 1913.

Traducido por Cat J. B Corregido por Brisamar58

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Miré cuidadosamente alrededor. Frente a mí había una pared de gavetas mortuorias y tres largas mesas. Las llamas de las lámparas de gas se movieron ante la intrusión, aunque una estaba apagada. En la mesa de examinación yacía un cuerpo, cubierto de pies a cabeza con lona. Ignoré el miedo que recorrió mi espalda. No podía permitir que otro ataque de ansiedad interfiriera con mi misión. Exhalé, mi aliento formando nubes en el aire helado, aliviada al ver que la habitación estaba desocupada por los vivos. Me moví lo más rápido que pude con mis faldas hacia el cadáver. Esperaba que fuera la víctima del tren. Haría que las cosas fueran infinitamente más fáciles haberlo encontrado tan rápido. Me quedé de pie sobre la lona, de repente renuente a desenmascarar a quien sea que yaciera allí. Un sentimiento familiar de miedo inundó mi mente y mis brazos. Podría haber jurado que la lona se movió. Solo una vez. Apenas perceptible, pero un movimiento de todos modos. Un recuerdo empezó a romper la barrera que había construido para retenerlo, pero lo alejé de mi cabeza. No aquí. No cuando el tiempo jugaba en mi contra. El laboratorio de Jack el Destripador estaba destruido. Los cuerpos no podían volver a la vida. Algún día mi condenada mente entendería ese hecho. Sin desperdiciar ni un segundo más en pensamientos sin sentido, arranqué la lona, y el mundo se rompió bajo mis pies. Mis rodillas cedieron

cuando asimilé el pacífico rostro. Largas pestañas rozaban sus mejillas definidas. Sus labios llenos se encontraban parcialmente abiertos, desprovistos de su usual sonrisa de superioridad. Thomas yacía tan inmóvil como una estatua. —Esto no es real. Cerré los ojos y los apreté. Esto no era real. No estaba segura de qué era, quizás un delirio consecuencia de una severa histeria, pero era imposible que estuviera viendo la verdad. Contaría hasta cinco, luego este cuerpo se iría, reemplazado por el cuerpo de algún otro joven que había perdido la vida demasiado pronto. Esto era una fantasía. Quizás de verdad yo era como uno de los desafortunados personajes de Poe, los meses de pérdida y preocupaciones me habían vuelto loca. Este cuerpo solo se parecía a Thomas. Cuando abriera los ojos vería quién era realmente. Y luego iría corriendo a su habitación y pelearía con mi mejor amigo. Lo tomaría de las solapas y presionaría mis labios contra los suyos, sin preocuparme por comportarme de forma indecorosa. Le diría una y otra vez cuánto lo adoraba, incluso cuando deseaba estrangularlo. Mientras contaba, nuevas imágenes se esparcieron por mi mente. Vi a Thomas dándome cientos de sonrisas distintas. Cada una un regalo solo para mí. Vi todas nuestras riñas. Todo nuestro coqueteo, que enmascaraba sentimientos que ninguno de los dos estaba listo para confrontar. Una lágrima se deslizó por mi mejilla, pero la dejé. Había un vacío radiando desde mi alma, creciendo y consumiéndome más con cada aliento atrapado en este abismo. —Por favor. —Me desplomé sobre su pecho como si mis lágrimas pudieran transmitirle mi fuerza vital—. Por favor no me lo arrebates a él también. ¡Tráelo de vuelta! Yo haría cualquier cosa… —Cualquier cosa — ética o no— para pelear de nuevo con él. —¿Cualquier cosa? Mi corazón se detuvo. Me alejé del cuerpo, lista para lanzarme contra el intruso, cuando unos brazos como alas gigantescas me rodearon. Jadeé, haciéndome hacia atrás mientras la bilis subía por mi garganta. Esto no podía estar pasando. Los muertos no volvían…

Thomas torció los labios en esa maldita sonrisa, y todo dentro de mí se paralizó. La temperatura pareció bajar varios grados más. Apreté la boca para evitar que mis dientes castañearan, aunque mi cuerpo temblaba violentamente. —Si hubiera sabido que la forma de conseguir tu corazón era morir, habría hecho esto hace tiempo, Wadsworth. Tanteé el cuello de mi vestido, mis dedos bailando sobre el material mientras trataba de alejarlo de mi cuello. Si pudiera respirar hondo… —Tú… no estás… Me tambaleé hacia un costado, con las manos en el pecho. La habitación giraba en círculos violentos. Cerré los ojos con fuerza por un momento, pero eso era peor: seguía viendo imágenes de las que no podía escapar. Thomas se enderezó de golpe, quitando la lona de su cuerpo perfectamente intacto, con el ceño fruncido por la preocupación. Lo observé cruzar sus extremidades sobre la mesa de examinación y ponerse de pie. Él estaba bien. No muerto. Nunca estuvo muerto. La habitación de repente pasó de estar fría a hirviendo. Juré que el techo estaba bajando, las paredes estaban arrinconándome, donde seguramente me sofocaría en esta maldita tumba. Tragué aire, pero no era suficiente. Pensé en todos los cuerpos que ya estaban en los cajones cerrados. Todos esperando a que me uniera a ellos. Me dolía el pecho. Thomas no estaba muerto. No como mi madre y mi hermano. Él no había vuelto como un monstruo no-muerto. No era un strigoi. Me doblé, puse mi cabeza entre las rodillas, maldiciendo al aire por ser demasiado denso y no dejarme respirar correctamente, mientras la sangre corría con fuerza por mi cuerpo. Mantuve los ojos cerrados, y los fantasmas siguieron allí a pesar de mi voluntad. Mi mente estaba tratando de matarme. Los vampiros y los seres inmortales eran un mito, no una realidad. Nadie podía cruzar la frontera de la muerte y volver. Ni siquiera el señor Thomas Cresswell. —Audrey Rose, lo siento mucho. —Thomas extendió sus manos hacia mí, apaciguador, gentil—. Fue una horrible estratagema para lograr que hablaras conmigo. Nada más. Yo… soy un pésimo intento de amigo. Nunca

quise… necesitas aire. Vamos afuera. Por favor. Es… le rogué a Ileana que de alguna forma te trajera aquí así podíamos hablar. A solas. Luego vi la mesa y pensé… por favor déjame ayudarte a tomar aire. Mis disculpas. No creí que… —¡Tú… sinvergüenza! Me tambaleé en la esquina, con el rostro en llamas y lágrimas cayendo de mis ojos cerrados. El hueco en mi pecho ya no estaba vacío, sino lleno de emociones demasiado furiosas y abrasadoras para ser sofocadas. Thomas había estado allí esa noche, lo había presenciado todo. Que él yaciera allí, fingiendo estar muerto, como si la mera idea de él muerto no pudiera llevarme a la perdición. Apreté los puños. Me di cuenta de que probablemente había cientos de miles de cosas por las que podría gritar. Pero a solo una necesitaba respuesta. —¿Cómo pudiste yacer en esa mesa y fingir estar muerto? — demandé—. Lo sabes. Sabes lo que pasó en ese laboratorio. No puedo… Me quedé parada ahí, con las manos temblando, respirando demasiado fuerte. Thomas puso la cabeza entre sus manos y no dijo una palabra. Apenas se movió. Pasaron tantos segundos que mi ira empezó a retorcerse de nuevo, buscando una salida. —Habla ahora, o nunca más me busques, Cresswell. ¿Cómo pudiste hacer eso? Sabiendo que eso me persigue día y noche. Mi madre yaciendo en esa mesa. Esa electricidad. Empecé a sollozar más fuerte, las lágrimas caían por mi rostro mientras revivía el horror de esa noche. Este, este recuerdo era el que no podía superar. El que no podía dejar de ver cada vez que estaba de pie sobre otro cuerpo. El temblor de sus dedos, las mismas manos que una vez me habían sostenido, podridas y parcialmente esqueléticas. Mechones de su largo cabello azabache tirados por el piso. Una nueva ola de malestar se lanzó contra mi sistema. Era algo que nunca podría olvidar. ¿Y añadir a eso las imágenes de Thomas yaciendo en una mesa de examinación? Mi aliento salió entrecortado. Finalmente me forcé a alzar la vista y miré fijamente al joven que podía deducir lo imposible con tanta facilidad, y aun así no ver lo simple y lo obvio que tenía al frente.

—Estoy a punto de romperme, Thomas —dije, mi cuerpo temblando— . A punto de perderme a mí misma. Ni siquiera sé si podré seguir estudiando medicina forense. Thomas parpadeó como si yo hubiera hablado tan rápido que su cerebro no hubiera terminado de comprender mis palabras. Abrió la boca, luego la cerró, sacudiendo la cabeza. Su mirada era tan amable como su tono cuando finalmente encontró las palabras correctas. —Estás de luto, Audrey Rose. Estar afligida no significa romperse. Estás reconstruyéndote luego de algo… destructivo. Te estás volviendo más fuerte. —Tragó sonoramente—. ¿Eso es lo que crees? ¿Que eres irreparable? Me sequé el rostro con el puño de mi vestido. —¿Por qué te acostaste en esa mesa? Necesito que esta vez me digas la verdad. —Yo… creí que… —Thomas se mordió el labio—. Creí que confrontar tu miedo podría ser beneficioso. Podría… ayudarte… a sacar lo mejor de ti. Solo nos quedan unas semanas. La competencia se volverá feroz. Creí que apreciarías mi esfuerzo. —Esa es la cosa más estúpida que ha salido de tu boca. ¿No pensaste en lo que eso podría hacerme? —Pensé que estarías un poco… molesta, pero principalmente complacida. Te imaginé… riendo, de hecho —dijo—. Aunque no lo pensé con tranquilidad. Veo que podría haber ofrecido mi ayuda de una forma más… productiva. Quizás en este momento necesitas apoyo emocional. —¿Oh? ¿Ahora recién deduces que lo que necesito es apoyo emocional? ¿Cómo pudiste pensar que me reiría de tal cosa? Perderte… eso sería lo menos divertido que puedo imaginar. Su mirada brilló de forma juguetona en el peor momento posible. —¿Finalmente estás admitiendo que soy irremplazable en tu corazón? Has tardado mucho, si me preguntas. —¿Perdón? —Me quedé de pie allí, casi boquiabierta, parpadeando. Él no se estaba tomando esto en serio. Iba a asesinarlo. Iba a despedazarlo y tirarlo como alimento para los lobos gigantescos que merodeaban en el

bosque. Alcé el rostro y puedo jurar que un gruñido rasgó mi garganta. Aunque no hice ni un sonido, mi expresión debe haber prometido sangre. —¡Era una broma! Aun no es el tiempo para las bromas, ahora veo eso. —Thomas se tambaleó hacia atrás, sacudiendo la cabeza—. Te has llevado una gran sorpresa… mi culpa, naturalmente. Pero… Marché hacia él con los ojos entrecerrados y acerqué mi boca a la suya. Olvidé la etiqueta y la decencia y todo el maldito sinsentido de la sociedad por el que supuestamente debía preocuparme. Coloqué mis manos sobre su pecho y lo empujé hacia la pared, encerrándolo ahí. Aunque apenas tenía que tocarlo para mantenerlo en el lugar, él parecía bastante contento con nuestra posición actual. —Por favor, Audrey Rose. Soy un inútil y no puedo disculparme lo suficiente. —Thomas extendió sus manos hasta que estaban casi en mi piel, deteniéndose cuando registró la mirada que le lancé. —No me trates como si tú supieras lo que es mejor para mí. —Hice una pausa, tratando de descifrar mis propios sentimientos y determinar por qué había reaccionado así—. Mi padre trató de encerrarme, de protegerme del mundo exterior, y esta es mi primera experiencia verdadera con la libertad, Thomas. Finalmente estoy tomando mis propias decisiones. Lo que es aterrador y emocionante a la vez, pero necesito saber que soy capaz de luchar algunas batallas por mi cuenta. Si de verdad quieres ayudar, entonces simplemente quiero que estés ahí para mí. Eso es todo lo que pido. Ningún experimento para ayudarme a lidiar con mi trauma. Nada de hablar con los profesores sobre mi estado emocional o físico. Me quitas independencia cuando lo haces. No toleraré tales acciones. —También lo siento por eso, Wadsworth. —El profundo arrepentimiento en su mirada dejaba claro que lo decía de verdad—. Tú eres, y siempre has sido, mi igual. Me avergüenza haber actuado de una forma que te ha hecho sentir lo contrario. —Inhaló hondo—. ¿Me permitirías… está bien si te lo explico? —¿Hay más acerca de esta idiotez? Lo miré sin parpadear. Thomas había hecho muchas cosas ridículas antes, pero esta era de lejos la peor. Debería haber sabido que sería reabrir una herida fresca, y además destrozar mi cuerpo y mi alma. Permití que el hielo cubriera todo mi cuerpo.

Dejó salir una respiración entrecortada, como si pudiera sentir la frialdad saliendo de mí. —En mi mente, cuando pensé en cómo te sentirías al encontrarme de tal manera, creí que... te reirías. Te sentirías aliviada de que tus miedos probaran ser infundados. Que lo único que tenías que temer eran mis horribles intentos de ayudarte. —Se llevó una mano a la frente—. Estoy perdiendo mi toque para deducir lo obvio. Ahora lo veo claro: fue la peor idea en la faz de la tierra. Te he dicho que no tengo una fórmula para ti. Tampoco tengo ninguna comprensión acerca de las mujeres, al parecer. O quizás no entiendo a la gente en general. Puedo ver que mi tipo de humor no se refleja en el público en general. Los músculos de mis mejillas temblaron ante esa subestimación, pero no que me quedaban energías para sonreír. —Es solo que… a veces cuando estoy asustado o perdido, trato de encontrar el humor. Romper la tensión. Siempre me ayuda reírme, y esperaba que te ayudara a ti también. De verdad lo siento, Audrey Rose. Estuve completamente mal al discutir tu estado emocional con Radu. —Sí, estuviste mal. Thomas asintió. Por un momento pareció como si fuera a ponerse de rodillas, pero se enderezó. —Mi error no tuvo nada que ver con una falta de fe en ti. Simplemente no confiaba en que Radu no te cuestionara sin cesar sobre Jack el Destripador. No podía dejar de imaginarlo haciéndote daño sin darse cuenta, y sabía que querría asesinarlo. Sé que no necesitas protección, aun así, lucho con el deseo de hacerte feliz. Respiró hondo; al parecer había más. —En la clase de Radu… después de eso no dejaba de ver tu rostro. La luz deshaciéndose y ese vacío desolado. Me sentía como si estuviéramos de nuevo en el laboratorio la noche que él murió. ¿Y la peor parte? Sabía que era algo que podría haber prevenido. Si lo hubiera intentado más. Si no hubiese estado aterrorizado de perderte. —Thomas cubrió su rostro, con la respiración acelerada. Esta vez, las lágrimas cayeron hasta su barbilla—. No sé cómo arreglar esto. Pero prometo que lo haré mejor. Yo… —No podrías haber hecho nada esa noche —dije suavemente.

Era algo que yo misma había sabido por un tiempo, pero eso no hacía que mi mente dejara de repasar una y otra vez esa escena en busca de un final distinto para la historia. Tomé con cariño la mano de Thomas. Seguía molesta con él, pero mi enojo se había calmado. Él seguía vivo. Podíamos dejar esto atrás y crecer. Ni el tiempo ni la muerte nos habían arruinado. Tragó saliva, y bajó la mirada a nuestras manos unidas. —Por favor perdóname. —Yo… Una tablilla crujió bajo nosotros. Me alejé de él, tanteando el lugar con mi peso. Sonaba como si tuviera bisagras que necesitaban una buena cantidad de aceite. Estaba bastante segura de que veía la forma de una puerta. Recé que no fuera otro delirio. Thomas no parecía haberlo notado; estaba complemente concentrado en mí, su expresión resguardada y esperanzada. Me di cuenta de que estaba esperando por mi respuesta a sus disculpas. —Si juras que nunca, nunca más hablarás en nombre mío sin mi consentimiento, entonces te perdono —dije, sabiendo muy bien que lo habría perdonado de todos modos. Él se iluminó, y tuve que contenerme para no abrazarlo. Me aclaré la garganta y señalé al suelo—. Tengo una teoría que estoy tratando de probar. Y creo que la trampilla sobre la que estamos parados es nuestra primera pista. Thomas me miró un segundo más, luego centró su atención en el suelo. Estando de pie unos centímetros más atrás era más fácil de ver, decididamente había una puerta secreta en la morgue. —Escuché a Moldoveanu y Dăneşti hablar sobre desmantelar habitaciones, aunque no estoy segura de a qué se referían con eso. Dijeron que necesitaban encontrar un libro para localizarlas —dije. La emoción reemplazó mis sentimientos oscuros de antes mientras miraba la trampilla—. Creo que les ganamos. —Es muy posible. —Thomas echó los hombros hacia atrás—. Podría ser un viejo túnel que lleva al bosque. Vlad usaba este castillo como una fortaleza. Estoy seguro de que había muchas formas en las que podía salir de forma estratégica en caso de necesitarlo. Probablemente ahora no es más que un palacio de arañas. Preferiría no ensuciar este traje.

Resoplé dramáticamente. —Eso apesta a excusas, Cresswell. ¿Le tienes miedo a las arañas? Tamborileó los dedos en su brazo, con expresión pensativa. —No siento que pierda dignidad al admitir que las detesto. Sonreí. Entonces ambos íbamos a estar en problemas. Esperaba que no nos encontráramos con ninguna criatura de ocho patas. La atracción magnética de la curiosidad me era imposible de resistir. Paseé la mano por los tablones de madera, buscando un mecanismo de apertura. El espacio bajo nosotros era o bien antiguo y lleno de telarañas o estaba limpio, lo que significaba que alguien lo conocía. Y si alguien lo conocía, quizás estuviera lleno de pistas. Si Dăneşti estaba buscando unas habitaciones secretas, quería saber por qué. Alcé la mirada hacia Thomas. —¿No vas a ayudar? —Se mordió el labio y casi vi rojo de nuevo—. ¿De verdad? ¿Crees que esta es una peor idea que fingir estar muerto y asustarme completamente? —Buen punto. —Tamborileó sus dedos contra sus labios, pensando en algo—. Si termino siendo devorado por arañas voraces, al menos seré recordado por algo más que mi buen aspecto. Sonrió y puse los ojos en blanco, luego caminó hacia la lámpara apagada. Lo observé estudiarla con cuidado, luego girarla de costado. Sorprendentemente, la trampilla se abrió, revelando una escalera húmeda y polvorienta. Alcé los ojos, incrédula, y Thomas sonreía. Por supuesto. La lámpara dañada era muy obvia ahora. —¿Te impresiono con mis poderes de deducción? Era la única lámpara apagada de la habitación, lo que me llevó a creer que si de verdad había una habitación secreta… —Ahora no, Cresswell. Dame una mano. Quiero ver lo que Vlad Drácula estaba escondiendo aquí abajo. Y qué es lo que Dăneşti busca.

Traducido por Ximena Vergara Corregido por Vickyra

Si la oscuridad casi completa no fue suficiente como una advertencia para dar marcha atrás, entonces debería haberlo sido el hedor enfermizo y apestoso de la descomposición que nos asaltó. —Encantador. —Thomas arrugó la nariz—. No hay nada como el hedor de un cuerpo hinchado para que aparezca el espíritu de aventura en uno. Nos detuvimos en el umbral de la trampilla, mirando hacia lo que seguramente sería un escenario sombrío. Piedras grises bordeadas de telarañas y otros desechos se abrían ante nosotros, mostrando sus dientes astillados para permitir la entrada a las entrañas del castillo. Hice mi mejor esfuerzo para respirar por la boca. —Piensa en ello como si fuera una fruta madura lista para explotar. La mirada de Thomas se deslizó sobre mí, con las cejas levantadas en apreciación. —Eres una morbosa encantadora. —Tenemos que darnos prisa. No quiero demorarme demasiado. — Señale con la cabeza hacia la trampilla—. ¿Deberíamos cerrar esto? Thomas miró el pasaje secreto y luego la puerta principal, la resignación asentándose en sus rasgos. Suspiró.

—Tengo la sensación de que lo lamentaremos, pero sí. Baja unos pocos escalones y yo nos encerraré con el cadáver y las arañas. En la oscuridad. Me recogí las faldas, agradecida de que no fueran tan voluminosas como de costumbre, y descendí paso a paso, encogiéndome de lo que podría quedar atrapado en mi dobladillo. Estaba aterrorizada de lo que estaba causando el hedor y esperaba que fuera solo el cadáver de un animal que había encontrado su camino hacia el castillo. No quería encontrar restos humanos. Thomas resopló detrás de mí, sus zapatos encontraban todos los medios imaginables para raspar la piedra mientras maniobraba la trampilla en su lugar. Por experiencia anterior, sabía que era más que capaz de moverse por la noche con sigilo inhumano. Apreté los dientes, ignorando el golpe de sus zapatos cuando él pisó los escalones detrás de mí. Tal vez todavía estaba nervioso por su estúpido juego de hacerse el muerto. Un guijarro rebotó en los escalones, anunciando nuestra llegada para que todo el mundo lo escuchara. Dejé de moverme, mi pulso era la ola rugiente atravesando mis venas. No podíamos estar seguros de estar solos aquí, y no quería que me expulsaran tan rápido. Especialmente cuando había tantas preguntas sin respuesta sobre qué, exactamente, estaba sucediendo en esta academia. Thomas murmuró algo demasiado bajo para que yo lo entendiera. —Cálmate. —Miré por encima de mi hombro, aunque estaba demasiado oscuro para distinguirlo claramente. Su silueta estaba dorada por la luz del gas a través de una grieta en la trampilla. Luché contra el impulso de temblar. Siempre había algo en él que era… inquietante de una manera intrigante. Especialmente cuando estábamos escondidos en la oscuridad. —No puedo esperar a ver si es tan bonito como huele. —¿En serio? ¿Te es imposible callarte? El chisporroteo de un fósforo seguido de un silbido fue su única respuesta. Thomas sonrió ante el candelero que había encendido, la luz apenas parpadeaba en la opresiva oscuridad. No me molesté en preguntarle

dónde encontró el trozo de cera. Tal vez lo tenía escondido en su abrigo de la mañana. Se inclinó, hablando en voz tan baja que casi me perdí sus palabras. Sin embargo, no me pasó desapercibido el salto en mi respiración cuando sus labios rozaron mi cuello, haciendo que mi piel se estremeciera con el contacto. Lo sentí sonreír en mi pelo. —Eres el joven más apuesto que he conocido —dijo. Entrecerré los ojos, tratando de discernir cualquier moretón o imperfecciones en él. No había nada fuera de lo común que pudiera ver. Simplemente dos ojos de color marrón dorado regresándome la mirada, divertido. —Te golpeaste la cabeza, ¿verdad? ¿O alguien te hizo ingerir algún extraño tónico? —Quieres mi silencio, —Thomas sonrió, luego dio un paso alrededor de mí después de que saltó las escaleras. Con alegres saltos—. La frase que acabo de pronunciar es el código para cuando quieras que vuelva a hablar. Prometí que no diría una sílaba hasta que desbloquees estos labios con esas palabras. —Si tan solo tuviera tanta suerte. Manteniendo su promesa, se arrastró por las escaleras restantes sin más ruido que su respirar demasiado fuerte. Si no hubiera sabido que Thomas estaba allí conmigo, y no pudiera ver el ligero destello de luz que él sostenía, nunca sabría que estaba solo a unos pocos pasos por delante. Ciertamente se movía como un espectro cuando elegía hacerlo. Su silueta se disolvía en las sombras que nos rodeaban. Teniendo cuidado de usar la misma precaución, descendí con mucha concentración, ya que lo último que necesitaba era romperme una extremidad aquí. Alas se agitaron en la distancia, el sonido era como cuero golpeando cuero en una frenética sucesión. Ignoré la forma en que mi corazón anhelaba tomar vuelo y volver directamente a subir las escaleras. Me imaginé que esos eran los murciélagos que el director había mencionado la noche que llegamos.

Los cadáveres de mal olor eran una cosa, pero los murciélagos... Un estremecimiento vibró a lo largo de mis huesos. Los murciélagos con sus caras de roedores y sus alas membranosas hacían que mis nervios se estremecieran. Lo cual era completamente irracional. Toleraba las ratas bastante bien. Y los pájaros estaban bien. Pero esas alas sin plumas… y las venas que se extienden a lo largo de ellas como ramas de un árbol viviente. De esos podría prescindir. Cuando llegamos al pie de las escaleras y entramos en un corredor que parecía haber sido excavado en la piedra de la montaña, cuestioné mi necesidad de descubrir los secretos contenidos bajo la morgue en un castillo con un pasado tan ominoso. La condensación goteaba de la piedra, aunque nadie estaba aquí para borrar la tristeza de este miserable túnel. Al menos nadie que quisiéramos encontrarnos sin un arma. El viento aullaba por el pasillo, poniéndome la piel de gallina a lo largo de mis brazos. Maldije, olvidando estar en silencio. Thomas se volvió, con expresión desconcertada, pero le hice un gesto para que siguiera caminando. Tendría que considerar hacerme con algún tipo de cinturón para el bisturí. Luego podría atarlo a mi cuerpo y empuñarlo como el peligroso cuchillo que era cuando lo necesitara. Me pregunté si la modista de la ciudad sería capaz de producir tal accesorio. Si uno podía crear un cinturón, seguramente esto podría hacerse. Estaba estancada de nuevo y lo sabía. Sinceramente esperaba que ningún murciélago nos asaltara. Había muchas cosas que podía soportar... pero imaginando que sus garras se atascaran en mis rizos mientras chillaban y arrancaban mechones de cabello... Me limpié las manos en la parte delantera de las faldas, deseando haber pensado en traer una capa. Aunque, por supuesto, no había planeado ningún otro lugar que los corredores de servicio. Hacía mucho frío debajo de las muchas chimeneas del castillo. Como si hubiera arrancado la deducción de la oscuridad, Thomas me miró abruptamente, ofreciéndome su abrigo. —Gracias. Pero consérvalo por ahora. —Era tan largo, tropezaría con él.

Él asintió y continuó. Me apresuré tras él, logrando ignorar las alas revoloteando haciendo eco en el húmedo pasaje por delante. Tiré de Thomas para que se detuviera. En el otro extremo del muy largo túnel de piedra en el que estábamos, una sola antorcha parpadeó. Si bien su luz aparecía y desaparecía en el horizonte, no había absolutamente ningún calor que encontrar dentro de sus escasos rayos. Si una antorcha estaba encendida, alguien estaba aquí abajo o estuvo recientemente. Mi aliento se condensó frente a mí, fantasmas de advertencia. Thomas me hizo una señal para que continuara el camino. Las paredes parecían acercarse ahora, la montaña aplastándonos desde ambos lados. Pasamos por unas pocas puertas, algunas de las cuales estaban teñidas de negro, mientras que otras eran de roble oscuro, casi indistinguibles de las paredes de la cueva hasta que las encontramos. Intenté empujar una, pero se negó a ceder. Continué por el pasillo, concentrándome en cualquier señal de movimiento. No estaba segura de lo que haríamos si nos encontrábamos con alguien siniestro aquí. Esperaba que Thomas tuviera un arma escondida dondequiera que había escondido el candelero. Una ligera brisa sopló, y con ella nuestra vela se apagó. Deseaba liberar mi cabello de su trenzado y cubrirme el cuello con él. El aire cerca del final del túnel era más frío que en las escaleras. El agua ya no goteaba, sino que se congelaba en una sábana brillante donde besaba la roca. Thomas regresó a donde me había detenido y me indicó la dirección de la que vinimos. Mirando hacia atrás desde este punto de vista, pude ver que habíamos bajado constantemente, aunque no se había sentido de esa manera mientras caminábamos. También estábamos mucho más lejos de nuestro punto de entrada de lo que pensaba. La oscuridad estaba jugando trucos en mis sentidos. Podría haber jurado que nos sentía, observando cada paso que dábamos torpemente y que se complacía con nuestro terror. Thomas apartó una tela de araña antes de que yo caminara a través de ella. Caballeroso, teniendo en cuenta su miedo. Le di las gracias y lentamente fui por el pasillo. —Se siente como una feria con demasiados espejos ¿verdad? — pregunté.

Pasó un tiempo. Me giré, esperando una respuesta descarada, pero Thomas solo asintió, con una sonrisa maliciosa. Entonces recordé su promesa de guardar silencio. —¿Sabes qué? —le pregunté. Él levantó las cejas—. Me encanta verte sin escuchar todas tus tonterías. Deberías estar callado más a menudo. — Permití que mi mirada inspeccionara sus rasgos cincelados, complacida con el anhelo que se iluminó en sus ojos cuando mi atención encontró su boca— . De hecho, nunca he querido besarte más. Rápidamente me moví por el pasaje, sonriendo para mí misma cuando su mandíbula se abrió. Un poco de ligereza era lo que necesitaba para mantener mi inquietud a raya. No quería considerar lo que estábamos a punto de ver. La muerte nunca olía agradable, y el abrumador olor ahora hacía que me lloraran los ojos. La esperanza de encontrar un cadáver de animal estaba disminuyendo. A menos que fuera un animal bastante grande, del tamaño de un humano. Me limpié la humedad de las comisuras de mis pestañas. Así olían los cuerpos cuando no estaban enterrados lo suficientemente por debajo de la tierra. No habíamos lidiado con la descomposición avanzada con demasiada frecuencia en el laboratorio de Tío, pero las pocas veces que lo hicimos habían dejado recuerdos que estarían unidos dentro de las costuras de mi cerebro por toda la eternidad. Acercándome a la antorcha solitaria, distinguí dos túneles más que se desviaban en direcciones opuestas. Sin embargo, en el punto antes de que se bifurcaran, había una gruesa puerta de roble a un lado. Las gotitas de agua parecían gotear de la madera porosa. Qué extraño. Respiré hondo varias veces, saboreando la frialdad que ahora me mantenía alerta. Aquí el pasaje era lo suficientemente ancho para que solo un cuerpo pasara a la vez. Mis estrechos hombros casi rasparon contra las paredes cuando nos abrimos paso hacia esa horrible puerta y el horror que se escondía detrás de ella. Thomas se puso de lado para encajar. Mirando hacia abajo, me sorprendió encontrar basura. El olor de la muerte estaba cubriendo todo, pero la servilleta grasienta a mis pies parecía lo suficientemente fresca. Tragué, esperando que quien hubiera depositado

la basura se hubiera ido. Sería bastante difícil salir corriendo de este estrecho pasaje sin ser atrapado. Cerré los ojos. Sabía que era lo suficientemente fuerte como para manejar cualquier cosa que estuviéramos por descubrir. Pero la parte de mi cerebro aún afectada por los asesinatos del Destripador estaba llenando mis emociones de nuevo sin sentido. Solo necesitaba un minuto. Entonces me movería. Thomas tocó mi hombro, indicando que quería pasar. Negué con la cabeza, para que eso sucediera, él tendría que pasar apretadamente junto a mí. Antes de que pudiera protestar, me apretó suavemente contra la pared y se deslizó sobre mí, cuidando de no detenerse. De mala gana me pegué a la pared, observando mientras él inspeccionaba los dos túneles. Mientras estaba ocupado calculando solo el Señor sabía qué, me concentré en la puerta. Él me había distraído lo suficiente de cualquier miedo creciente, y lo sabía. Si no hubiera estado agradecida por el resultado, lo habría abofeteado con mi guante por tomarse esas audaces libertades en nuestro estado no acompañado. Me enfrenté a la puerta de nuevo. Una cruz con llamas en cada extremo había sido quemada en la madera hace mucho tiempo, por el aspecto descolorido de la misma. Un siete en números romanos fue tallado debajo de la cruz. Tracé mis dedos a lo largo del símbolo, luego retiré mis manos ante el sorprendente calor. Tal vez no estaba tan libre de mis ilusiones como pensaba. Sería mejor abrir la puerta rápidamente, si es que se abría. El suspenso de quién o qué encontraríamos solo aumentaría exponencialmente cuanto más tiempo lo pospusiera. Tomando una respiración más profunda, empujé con todas mis fuerzas, notando de nuevo lo caliente que parecía la madera para un túnel tan frío. Eso no era científicamente posible, así que ignoré la voz de advertencia de mis huesos. Para mi asombro, la puerta se abrió. El chirrido que había estado esperando nunca llegó. Alguien obviamente tuvo mucho cuidado de engrasar las bisagras de metal. Asomé la cabeza, apenas unos centímetros, confundida por el calor tropical que brotaba de la sombra y entrecerré los ojos. La habitación no parecía ser más grande que una pequeña cámara de baño, pero había un

montículo negro en el centro del piso y montículos similares a lo largo de las altas paredes. Lo que no tenía sentido, ¿qué podría estar cubriendo las paredes? ¿Y cómo era tan perturbadoramente cálido aquí sin un fuego? Como si respondiera a esa pregunta, vapor siseó desde una grieta. Debía haber una fuente de calor en algún lugar cercano, tal vez una fuente termal natural en las montañas o algún tipo de mecanismo de calefacción en el castillo. —Cresswell, dame esa antorcha, ¿quieres? Creo... —Algo cálido y peludo golpeó contra mi cabeza. Lo toqué, pero se había ido. La sangre se precipitó en mis oídos, y cada pequeña pieza de razón abandonó mi mente cuando la masa de negro se levantó como una sola—. ¿Qué en el nombre de… Me eché hacia atrás, revolcándome por la cantidad de murciélagos chocando y zambulléndose. Dientes rasparon alrededor del cuello de mi vestido, luego se deslizaron a lo largo de la piel de mi cuello. Me tomó hasta el último pensamiento racional que tenía el evitar gritar. Si me desmoronaba ahora, alguien nos encontraría. Necesitaba ser fuerte. Necesitaba no perder el enfoque. Necesitaba… pelear. Mis manos chocaron con alas coriáceas. Aplasté cuerpos del cielo e ignoré el creciente pánico, mientras la sangre goteaba por mis dedos cubiertos, salpicando el suelo. Estábamos bajo ataque.

Traducido por Naomi Mora Corregido por Vickyra

Thomas estaba a mi lado un suspiro más tarde, blandiendo la antorcha de la pared como si fuera una espada de fuego. No era el único capaz de actuar de manera firme ante el peligro. Catalogué cada detalle de la sala y la escena que pude manejar entre ataques. El montículo en el centro de la habitación era un cuerpo tendido boca abajo. Los murciélagos lo habían estado cubriendo por completo, probablemente agasajándose con él. Las faldas indicaban que la víctima era femenina, su piel más blanca que la nieve recién caída donde no estaba mutilada por marcas de mordeduras carmesí. Su quietud no dejaba duda de que había perecido. Nadie que aún respirara podía permanecer tan inmóvil con tantas criaturas arrastrándose sobre ella. Corrí a su lado solo para estar segura. —¿Qué estás haciendo? —gritó Thomas desde la puerta—. ¡Se ha ido! ¡De prisa! —Un... momento —le dije, viendo el cabello rubio debajo de las vetas escarlata. Él podía empuñar la antorcha, pero yo estaba determinada a reunir toda la información que pudiera. Traté de buscar otros detalles, pero varios murciélagos se lanzaron sobre mí al mismo tiempo, rompiendo el cordón de mis guantes, atraídos por la sangre que ya estaba goteando de mis heridas. Me levanté, salí corriendo de la habitación lo más rápido que pude y cerré la puerta. Thomas empujó la antorcha a los asaltantes restantes. Sus ojos eran salvajes

mientras ellos gritaban y chillaban, y se lanzaban hacia nosotros una vez más. Después de haber perseguido al último murciélago en la oscuridad, arrancó algo de mi hombro y lo arrojó a un lado. —¿Estás bien, Wadsworth? Acabábamos de ser atacados por una pesadilla infernal convertida en realidad. El calor corría por mi cuello. Tenía más cortes de los que me atrevía a pensar en este momento. En lugar de expresar todo eso, me reí. Seguramente esto era algo que ni siquiera Poe podría soñar. A pesar del horror, me sentí enrojecida por el calor de la emoción. La sangre vibraba por mis venas, amainando mi corazón, recordándome lo poderosa que era. De lo maravilloso que era estar viva. —Pensé que no debías hablar de nuevo a menos que dijera la frase mágica, Cresswell. Sus hombros se desplomaron, disminuyendo la tensión que había estado llevando en ellos. —Ser atacado por murciélagos vampiros es una buena excusa para romper mi propia regla. —Frunció el ceño ante la sangre que se filtraba a través de mis guantes—. Además, ya sé que soy el joven más apuesto de tu vida. —Un murciélago pícaro se lanzó hacia él y lo aparté de un golpe—. Esos murciélagos no son nativos de Rumania. —No tenía idea de que también fueras un quiropterólogo —dije con suavidad—. ¿Es así como impresionas a todas las jóvenes? Me inspeccionó con interés. —Bueno, yo no tenía idea de que conocías el término científico para el estudio de los murciélagos. —Se quitó su largo abrigo de mañana y me lo ofreció. Estaba caliente y olía a café tostado y colonia fresca. Resistí la necesidad de respirar el aroma reconfortante. —Tu cerebro es bastante atractivo. Incluso frente a todo esto. — Señaló a la puerta cerrada, la sonrisa desvaneciéndose un poco—. De tus atributos, es de lejos mi preferido. Pero sí. Los he estudiado lo suficiente como para reconocerlos como murciélagos vampiros. No tengo ni idea de quién querría criarlos.

Incluso acurrucada dentro del abrigo de Thomas, liberé un escalofrío que había estado molestando mi carne. Este castillo era más traicionero de lo que había pensado. —Me pregunto qué otra encantadora forma de vida salvaje encontraremos en esos túneles. Mi mente se enganchó en un detalle de la conversación de Moldoveanu con Dăneşti. Le describí todo el intercambio a Thomas tan rápido como pude, las palabras salieron disparadas. —¿Por qué el libro del que hablaba Dăneşti tiene algo que ver con estos pasajes? ¿Crees que contiene pistas hacia dónde conducen todas las puertas y túneles? —Tal vez. —Thomas me miró y después a los dos túneles oscuros detrás de nosotros. Por una vez su expresión era fácil de leer. Acabábamos de encontrar un cuerpo y fuimos atacados por murciélagos. Ahora no era el momento de vagar tan por debajo del castillo sin primero armarnos con conocimiento y armas físicas. —Deberíamos hacer un poco de investigación. Ven. Conozco el lugar perfecto.

Nos escabullimos de vuelta a nuestras habitaciones y nos limpiamos la mayor parte de la sangre de nuestras caras. También le había devuelto el abrigo de mañana a Thomas, sin querer provocar ninguna pregunta o atención no deseada en caso de que nos encontráramos con alguien a esta hora. Ahora, en un pasillo sombrío en el ala oeste del castillo, estábamos parados frente a dos puertas de roble talladas con toda clase de bestias, tanto míticas como demasiado familiares. Aunque no se había erigido ninguna placa en su honor, me imaginé de todos modos la sangrienta biblioteca de Drácula en atrevidas letras góticas. Las antorchas puestas en urnas de hierro forjado estaban colocadas orgullosamente a cada lado, invitando a los visitantes y advirtiéndoles que se comportaran mientras estaban en la biblioteca. Vi unos cuantos murciélagos voladores en el diseño de la puerta y tiré de ellos para abrirlas.

—Si nunca vuelvo a ver a otra de esas espantosas criaturas, moriré como una chica feliz. Thomas rio suavemente a mi lado. —Sí, pero la forma en que abofeteaste al que me atacaba fue tan valiente. Lástima que nunca volveré a presenciar semejante ferocidad. Tal vez podamos ir de caza de murciélagos al menos una vez al año. Pero luego tendremos que liberarlos, naturalmente. Son demasiado adorables para hacerles daño. Hice una pausa antes de cruzar el umbral. —Trataron de beber nuestra sangre, Cresswell. «Adorable» no es la palabra que usaría. Entré en la habitación, luego me detuve, con la mano revoloteando hacia mi centro. La acanalada bóveda de los techos de catedral me hizo pensar en arañas de piedra cuyas largas piernas se arrastraban por las paredes. Arcos ojivales de piedra albergaban pasillos de libros. Esta era de lejos la biblioteca más grande del castillo; en la que encontré el libro acerca de prácticas mortuorias era más pequeña. Cuero, pergamino y el mágico aroma de la tinta en las páginas abrumaron mis sentidos. Candelabros de hierro forjado, hechos del mismo diseño que las urnas del pasillo, colgaban de la red de piedra gris sobre ellos. Era aprensivo e intrigante a la vez. Una parte de mí deseaba pasar horas dentro de sus huecos oscuros, y otra parte deseaba conseguir un arma. Cualquier persona o cualquier cosa podría estar escondida dentro de los rincones sombríos. Cerré los ojos por un momento. Mientras curábamos nuestros cortes, Thomas y yo decidimos retrasar el notificar a alguien sobre el cuerpo que habíamos descubierto. Iba contra cada fibra en mi ser dejar los restos de esa pobre chica en ese lugar terrible, pero no confiaba en Moldoveanu. Probablemente nos castigaría o expulsaría por explorar los secretos del castillo. Thomas también argumentó que podría alertarnos sobre quién más sabía sobre los pasajes si se descubriera su cuerpo. Había aceptado a regañadientes bajo una condición: si su cuerpo no era encontrado la tarde siguiente, dejaríamos una nota anónima. Alguien estornudó a varios pasillos de distancia, el sonido resonando en la vasta cámara. Mi cuerpo se congeló. No estábamos haciendo nada

malo, pero no pude evitar que mi pulso se acelerara ante la idea de encontrar a alguien. —De este lado —susurró Thomas, guiándome en la dirección opuesta. Como si saliera de un trance, avancé, observando cada pasillo de libros, sacando el vicioso ataque de mi mente. Tampoco eran simplemente filas regulares: había estantes desde el piso hasta el techo repletos de tomos de todas las formas y tamaños. Libros gruesos, finos, encuadernados en cuero y blandos: estaban apilados juntos como células que componen un cuerpo. Quería correr por cada pasillo para ver si había algún final para ellos. Podríamos pasar el resto de la eternidad y no leer todos los libros que se encontraban allí. Sin embargo, en un día normal, hubiera sido magnífico simplemente sentarse con una taza de té y una manta caliente y sacar nuevas aventuras científicas de las estanterías como petits fours3 entintados para saborear. Había libros escritos en francés, italiano, latín, rumano, inglés. —No tengo la menor idea de por dónde empezar —dijo Thomas, sobresaltándome de mi libro Utopía—. Tienen las secciones etiquetadas, al menos. No es mucho, pero es un comienzo. ¿Estás...? —Agitó una mano delante de mí, los labios se curvaron hacia arriba mientras lo apartaba—. ¿Estás prestando atención a una palabra de lo que estoy diciendo, Wadsworth? Hice una pausa en un pasillo etiquetado como ştiinţă. —¡Mira solamente la sección de ciencias, Thomas! Seleccioné un diario médico del estante más cercano, hojeé las páginas y me maravillé de los dibujos anatómicos. Un artículo de Friedrich Miescher me llamó la atención. Su trabajo con la nucleína era fascinante. ¡Pensar que había proteínas de fósforo en nuestras células sanguíneas que aún no habíamos nombrado!

Petits fours: Son pasteles de pequeño tamaño, dulces o salados, de la repostería francesa. Por regla general son de unos pocos centímetros de tamaño1 y llevan una decoración en miniatura acorde con su reducido tamaño. Se suelen servir tradicionalmente en cócteles, aperitivos, meriendas, tomando café y en menor medida al final de las comidas. 3

—Esto es lo que deberían estar enseñándonos. No una tradición vampírica sobre un hombre que murió hace siglos. ¿Crees que es médicamente posible abrir mi cráneo y meter las páginas adentro? Tal vez la tinta se filtre y cree algún tipo de reacción compuesta. Thomas se apoyó en un estante con los brazos cruzados. —Estoy extrañamente intrigado por esa noción. —Lo estarías. Sacudí la cabeza, pero seguí caminando por los pasillos. poezie. anatomie. folclor. Poesía. Anatomía. Folclor. Sillones de cuero afelpados estaban puestos en rincones con mesas pequeñas para escribir notas o para contener más material de lectura. Tomó cada onza de mi voluntad no distraerme con la abrumadora necesidad de simplemente acurrucarme en uno de ellos y leer sobre las prácticas médicas hasta que el amanecer se arrastrara por el cielo. —Sé qué regalarte estas próximas navidades —dijo Thomas. Giré, las faldas se envolvían alrededor de mis piernas como si fueran un capullo de ébano. Sus ojos brillaron—. Revistas médicas y tomos encuadernados en cuero. Tal vez también te regale un bisturí nuevo y brillante. Sonreí. —Ya tengo algunos de esos. Sin embargo, con mucho gusto aceptaré todos y cada uno de los libros. Una persona nunca puede tener demasiado material de lectura. Especialmente en una tarde de otoño o invierno. Si te sientes muy generoso, puedes incluir el té. Me encanta una mezcla única. Realmente establece el ambiente para el estudio médico. Thomas arrastró su mirada hacia arriba y abajo a lo largo de mi figura, deteniéndose hasta que finalmente me aclaré la garganta. Un poco de color se levantó alrededor de su cuello. —Audrey Rosehips. —¿Perdón? —Tendré una mezcla exclusiva hecha para ti. Un poco de rosa inglesa, quizás algo de bergamota. Un toque de dulce. Y definitivamente fuerte. También necesitará pétalos. —Sonrió—. Podría haber encontrado mi

verdadera vocación. Este es un buen momento. ¿Deberíamos conmemorarlo con un vals? —Vamos, conocedor del té. —Señalé con la cabeza hacia los pasillos de espera, con el corazón revoloteando agradablemente—. Tenemos mucho que investigar si esperamos encontrar algún libro con el diseño del castillo. —Y sus muchos túneles secretos. —Thomas extendió los brazos—. Después de ti, querida Wadsworth. —¡Dios mío! ¡Me asustaron! El profesor Radu emergió del pasillo adyacente, enviando una lluvia de libros al piso. Se abalanzó para recuperarlos como si fuera una paloma que picoteara las migajas. —He estado buscando un tomo en particular del strigoi para la clase de mañana. La biblioteca Blasted es demasiado grande para encontrar tu propia nariz. He estado diciéndole a Moldoveanu desde hace siglos que necesitamos contratar a más de un bibliotecario. ¡A ese malhumorado Pierre nunca se le encuentra! Todavía estaba calmando mis nervios. Radu no había hecho ningún sonido, una hazaña impresionante para el profesor torpe. Recuperé un libro titulado De Mineralibus del suelo y se lo entregué, notando su cuero retorcido y su antigua escritura. —Aquí, Profesor. —Ah. Albertus Magnus. Una de nuestras próximas lecciones. —Hizo una pausa, sus grandes ojos parpadearon detrás de las gafas cuando agregó el tomo a su gran cantidad de libros—. ¿Han visto a Pierre, entonces? Tal vez lo hayan enviado por un libro suyo. No quise interrumpir. Aunque esto es precisamente lo que quiero decir. Más bibliotecarios, más conocimientos. ¿Por qué Moldoveanu insiste en que uno es ...? Radu estaba tan molesto que, sin pensarlo, comenzó a gesticular con sus brazos, olvidándose de los libros que actualmente los ocupaban. Thomas se lanzó hacia adelante y aseguró la pila antes de que se derrumbara sobre nosotros.

—Blasted Pierre nunca está donde necesitas que esté. Díganle que he encontrado mi propio material, no gracias a él. Próximamente haré su trabajo y el mío. Radu se tambaleó, murmurando para sí mismo acerca de que su plan de lección estaba completamente desorganizado y cómo le hablaría al director sobre múltiples bibliotecarios. —Al menos no preguntó por qué estamos fuera de nuestras habitaciones sin supervisión a esta hora —dijo Thomas—. Pobre bibliotecario, sin embargo. Tiene un gran trabajo para él. Atendiendo a toda una academia y a Radu. —Es fascinante. —Observé a nuestro profesor caminar hacia una columna de piedra y chocar contra ella, con los brazos demasiado llenos para gesticular violentamente ante el objeto inanimado—. Me pregunto cómo logró obtener un puesto aquí. Thomas volvió su atención hacia mí. —Su familia siempre ha estado involucrada con el castillo. Generaciones atrás, por lo que recuerdo. La academia lo mantiene porque es una tradición y creen que los locales disfrutan al saber que uno de su rango puede escalar los peldaños sociales. Fruncí el ceño. —Pero si eso es cierto... entonces su familia ha estado haciendo esto durante cientos de años. La academia no ha existido tanto tiempo. —Ah. Déjame enmendar. Creo que su familia ha estado involucrada con el cuidado del castillo. Su posición docente es nueva en su línea. Un honor e inspiración. —¿Por qué no se le ofreció el puesto de director? Seguramente eso enviaría un mensaje más positivo que contratarlo como profesor de folclor. Thomas levantó un hombro. —Desafortunadamente para Radu, estoy seguro de que la academia está equivocada. Dudo que la mayoría de los aldeanos de nuestra generación se preocupen tanto como los del pasado. Probablemente piensan en él como piensan en el resto de nosotros aquí. Blasfemos malhechores que deberían

avergonzarse de convertir este castillo sagrado en un lugar de la ciencia. Ah, mira. Thomas señaló una sección aislada cerca de una chimenea ardiente. Al principio pensé que estaba siendo impropio, sugiriendo un lugar donde tendríamos privacidad. Pero por una vez, se centró en nuestra misión. Un letrero en inglés colgaba con orgullo al final del pasillo: Edificios y Terrenos. —Hoy podría ser nuestro día después de todo. Me puse en camino hacia el enorme pasillo de libros dedicados al castillo, esperando que esta fuera otra de esas ocasiones en las que Thomas tenía razón.

Murciélago de Tonga. Grabado a color por S. Milne y Turvey.

Traducido por Brisamar58 Corregido por Vickyra

Ileana estaba de pie en un taburete destartalado, desempolvando las estanterías llenas de libros en mi sala de estar, cuando finalmente subí las escaleras poco antes de la medianoche. Un par de mis botas, que brillaban como si estuvieran recién pulidas, se asentaban en el alféizar de la ventana, pero no tenía la energía para preguntar por qué. Nuestra gran incursión en la biblioteca maestra para ver qué información podríamos recabar acerca de hacia dónde posiblemente conducían los dos túneles había sido infructuosa. Lo único que descubrimos fue que Radu era incluso más torpe de lo que se pensaba originalmente y que le gustaba leer textos alemanes antiguos. La sección de Edificios y Terrenos, obviamente, no había sido mantenida de forma adecuada: había libros de poesía y revistas con historias tontas sobre el castillo y el área circundante, pero nada útil. No es que hubiera esperado que simplemente hubiéramos entrado en la biblioteca y nos marcháramos con un libro que ni el director ni la guardia real pudieron localizar. Cerré la puerta detrás de mí con un suave clic. Sin darse vuelta, Ileana se detuvo, con la mano en medio de la limpieza con el trapo cubierto de polvo, la madera crujía bajo sus pies. La suciedad en la parte inferior de su delantal bordado hacía que pareciera como si hubiera estado caminando a través de tierra húmeda. No quería pensar en qué parte húmeda del castillo

había sido obligada a limpiar. Si fuera algo parecido al pasaje en el que habíamos estado, sería espantoso. —Lo... lo siento mucho por lo de antes —estalló Ileana—. Thomas pidió ayuda y no pude, no pude... no quise decirle que no al hermano de Daciana. Le dije que era una idea horrible, pero estaba desesperado. El amor engaña a los más sabios. Puedo irme si no deseas hablar conmigo. —Por favor, no te preocupes. No estoy molesta contigo. Ha sido un día largo, eso es todo. Ileana asintió y volvió a limpiar cuidadosamente las estanterías. Me dejé caer sobre el sofá y me froté las sienes, esperando que un poco de serenidad cayera del cielo y salpicara mi alma como una lluvia purificadora. Si solo hubiera estado molesta por el intento de Thomas de recuperar nuestra amistad. Su muerte fingida parecía como si hubiera ocurrido hace milenios. Teníamos problemas mucho mayores con los que lidiar. Aunque los murciélagos eran aterradores, sabía que no eran responsables de la pérdida de sangre de Wilhelm. Ciertamente, habría tenido arañazos discernibles en su persona si hubieran sido ellos. Lo que me confirmó que su sangre había sido extraída con un aparato funerario. Las mordidas en mis manos todavía ardían. Quería sumergirme en la bañera y limpiar la persistente saliva del murciélago y nunca volver a pensar en esos pequeños monstruos sucios. Padre comenzaría a abusar de su láudano una vez más si se enterara de mi exposición a esas criaturas potencialmente propagadoras de enfermedades. Por supuesto alguien estaría criando murciélagos vampiros en un castillo del que se rumoreaba que su ocupante más infame se había convertido en un vampiro. Mi impulso inicial fue culpar al director, pero apresurarme era exactamente lo contrario de lo que Tío me ordenaría hacer. Llegar a una conclusión apresurada sobre la identidad del culpable, y luego generar evidencia para confirmar esa conclusión, no conduciría a la verdad y la justicia. —Pareces... ¿todo está bien? —preguntó Ileana. A pesar de que le había prometido a Thomas guardar silencio, decidí compartir nuestro descubrimiento con ella. Tal vez había escuchado algo acerca de los pasajes de otros sirvientes u ocupantes.

—Encontramos un cuerpo bastante... mutilado en la morgue. Bueno, debajo de la morgue. Había una trampilla y... —Ileana se puso rígida. Me apresuré, con la esperanza de evitarle demasiada charla de muertos—. De todos modos, desearía que nos hubieran dejado solos más tiempo. Fue difícil saber si había similitudes con cualquier otro caso en el que hayamos estado involucrados. Los murciélagos habían estado... dándose un festín con la sangre. No sé qué hacer al respecto. No debes decírselo a nadie. Todavía no, al menos. —¿Los murciélagos estaban... bebiendo de un cadáver? —Ante esto, Ileana se dio vuelta, parpadeando. Parecía lo suficientemente temblorosa como para caer hacia atrás con un fuerte viento—. ¿Era un estudiante? ¿Se lo dijiste a alguien? Una imagen del cuerpo blanco como la luna asaltó mi mente, burlándose brutalmente con cada vívido detalle y las laceraciones que debió haber sufrido antes de tomar su último y maldito aliento. Negué con la cabeza. —Fue... fue difícil distinguir algo. Sólo sé su sexo por su ropa. No pudimos inspeccionar la habitación con todos los... murciélagos rondando. Vamos a enviarle una carta anónima al director si no la descubren mañana por la tarde. Pensamos que la persona responsable del asesinato podría «encontrar» su cuerpo y pensamos que es mejor esperar unas horas. Cerré los ojos, tratando de olvidar los sonidos de las alas golpeando contra mi cabeza, la sensación de garras clavándose en mi suave carne. Su muerte no debió haber llegado lo suficientemente rápido. Odiaba pensar en cuánto tiempo había permanecido viva mientras bebían a fondo. Una y otra vez. Dientes afilados como cuchillas cortando y mordiendo. Cuán impotente se había sentido mientras más se agotaba su fuerza vital. Me concentré en la chimenea, perdiéndome en las llamas. Si permitía que mi imaginación corriera con tanta libertad, estaba segura de que me enfermaría. —¿Crees que la misma persona que ha empalado a esos otros dos es el responsable? —Ileana jugueteaba con la tela de limpiar el polvo—. ¿O hay otro asesino en Braşov? Enumeré los hechos que sabía.

—Hasta ahora hay dos cuerpos que han sido empalados fuera del terreno: uno en el tren y el que se informó en los periódicos. Luego está el cuerpo sin sangre de Wilhelm Aldea. Ahora esta joven, que probablemente murió siendo una donante viva para los murciélagos. A juzgar por la falta de rigor mortis, diría que... falleció hace al menos hace setenta y dos horas. Sin embargo, es difícil estar segura. No mencioné la ligera rigidez presente en las extremidades, ni cómo la temperatura cálida de la habitación podría haber acelerado el proceso. Tío me había hecho memorizar el verano pasado los diferentes factores que contribuían a acelerar o retrasar las secuelas de la muerte. Dado que la temperatura había estado de moderada a cálida en la habitación, y su cuerpo se estaba descomponiendo, eso significaba que habían transcurrido un mínimo de veinticuatro horas desde que había respirado por última vez. Sin embargo, coloqué su hora de muerte cerca de tres días antes, tal vez casi cuatro. El hedor había sido horrible. —¿Es posible que ella fuera otra víctima del Empalador? Me quité los guantes de encaje, haciendo una mueca ante las piezas desgarradas cuando descubrí rasguños y marcas de mordidas. —Ojalá supiera. Un par de cuerpos estaban colocados para aparentar que son vampiros. Otro siendo un festín para los vampiros. Por apariencias externas, estos delitos no fueron cometidos por la misma persona. Parecía como si la mujer y Wilhelm hubieran sido asesinados de manera diferente a los otros dos, y uno era diferente del otro. Ni siquiera estaba segura de que alguien la hubiera obligado a entrar a esa habitación. Tal vez había estado deambulando y tuvo la desgracia de quedar atrapada. Estaba tan oscuro en esa habitación: podría haber tropezado, haber sido atacada por murciélagos hambrientos, luego caer, incapaz de escapar de su infierno. Hasta que su cuerpo pudiera ser inspeccionado, había demasiadas variables desconocidas. —O alguien está haciendo un gran esfuerzo para representar crímenes vampíricos —dije, desconectándome de los pensamientos de su cuerpo maltratado—, o hay dos asesinos trabajando, no sé, casi trabajando para superarse uno al otro. Uno que imita los métodos de un cazador de vampiros, el otro los de un vampiro real. No estoy segura de qué creer. Todavía hay demasiadas piezas faltantes. Si Wilhelm murió a causa de los

murciélagos, habríamos visto múltiples heridas en él. Eran bastante salvajes. Levanté mis manos, mostrando las mordidas que se habían secado tomando un tono rojo rubí. —El castillo es viejo, al igual que los túneles que encontraste —dijo Ileana, apartando su atención—. Tal vez han estado reproduciéndose desde la época de Vlad. —Tal vez. —Un pensamiento encantador de hecho—. Creo que alguien los está criando. Thomas dijo que se llaman murciélagos vampiros, pero generalmente se encuentran en las Américas. No puedo, ni, aunque mi vida dependiera de ello, averiguar cómo se relaciona, a menos que sea simplemente mala suerte. —Tal vez el Empalador tenga una conexión con la academia —dijo Ileana, concentrándose en el presunto príncipe inmortal—. El primer asesinato ocurrió en el pueblo. Luego el cuerpo de Wilhelm fue encontrado allí también. Si lo que dijo Dăneşti acerca de las amenazas contra la familia real son ciertas, tal vez el Empalador estaba tratando de crear pánico con los dos primeros asesinatos. —O tal vez estaba practicando. —Tal vez está recogiendo sangre —susurró. Mi propia sangre se enfrió. El pensamiento pinchó la parte sensible de mi cerebro hasta que otras ideas más amenazantes brotaron para unirse a él. Ciertamente era posible que un asesino en serie viviera bajo este techo de torre, robando sangre para sus propios propósitos. La teoría de Tío sobre los asesinos involucrándose en los crímenes revoloteó en mi cabeza. En una escuela compuesta por estudiantes y profesores, ¿quién tenía más que ganar con los asesinatos? A menos que la motivación fuera simplemente la emoción de la caza. Esa compulsión sedienta de sangre siempre me aterrorizaba más. Deseaba que Tío estuviera aquí ahora para discutir esto conmigo. Siempre veía más allá de lo evidente. Ileana había permanecido tan callada que me asusté cuando se levantó del taburete. —¿Crees que existe el Empalador?

—No en sentido literal, no —dije—. Estoy segura de que una persona muy humana está recreando métodos de muerte que se hicieron famosos por Vlad Drácula. No creo, ni por un instante, que se haya levantado de la tumba y esté cazando a nadie. Eso es tan ridículo como completamente contrario a las leyes de la naturaleza. Una vez que alguien está muerto, no hay manera de reanimarlo. No importa cuánto se desee de otra manera. No revelaría lo dolorosamente familiarizada que estaba con la verdad de mi última declaración. Los dedos se retorcieron en mi memoria, y alejé la imagen. —Algunos aldeanos no estarían de acuerdo —dijo Ileana en voz baja— . Algunos se han enfermado en las últimas semanas. Una chica ha desaparecido. Están seguros de que un strigoi es el culpable. Ahora el cuerpo de Wilhelm es encontrado, su sangre desaparece. Son conscientes de lo que eso significa. Comencé a reflexionar sobre la desaparición de la chica del pueblo y me detuve. Me avergonzaba admitir que había entrado a escondidas en su casa. Creía que su caso era simplemente desafortunado, provocado por beber demasiado vino y perderse en el bosque. Ningún vampiro ni hombre lobo la secuestró en el camino. —¿Conoces a alguien que quiera cerrar la academia? —pregunté. Colgando su paño sobre un cubo galvanizado, Ileana golpeó los lados, creando un sonido hueco y resonante que rebotó en mi cráneo. Entrecerré los ojos mientras ella miraba hacia la puerta y luego tragó. Estaba a punto de preguntar qué estaba mal cuando ella se apresuró hacia el sofá. Sacó un libro encuadernado en cuero de un bolsillo de su delantal y me lo entregó como alguien pasaría una bacinilla apestosa. A regañadientes lo tomé. —Sé... sé que está mal. Pero encontré este diario. Estaba en la habitación del Príncipe Nicolae. —Levanté la mirada, pero Ileana mantuvo la suya fija en el libro y tartamudeó—. ¿Recuerdas cuando te dije que los criados no debían ser vistos ni escuchados? —Asentí—. Bueno, es muy fácil para algunos de los estudiantes más antiguos olvidar que existimos. Algunos piensan que sus fuegos se encienden mágicamente, y a sus orinales les salen alas para vaciar sus desechos. —Lo siento, la gente es tan cruel.

Sus ojos eran fragmentos de hielo antes de que alejara la expresión con un parpadeo. —No estoy orgullosa de haber tomado el diario, pero le oí mencionar algo sobre dibujos. Cuando miré dentro, vi imágenes horribles. Toma. Abrí el diario de cuero y revisé algunos diagramas. Corazones, intestinos, un cerebro humano, y... murciélagos. Calaveras de murciélagos con horrendos colmillos. Alas de murciélago con notas y detalles de garras en su vértice. Cada página mostraba con orgullo una nueva sección de la anatomía de un murciélago. Dirigí mi atención a Ileana, cuya mirada estaba fija en sus manos. —También tiene bastantes especímenes en sus habitaciones. —¿Por qué te molesta la mención de sus dibujos? Ileana se retorció las manos. —Recordé lo que Dăneşti y Moldoveanu habían dicho sobre la familia real recibiendo esas amenazas. Que eran dibujos. Me senté más recta, como si el movimiento hiciera lo que ella había dicho más aceptable. Olas de náuseas agitaron mi estómago. —No pudo haberse enviado a sí mismo... —Es por eso por lo que miré. Luego vi los bocetos de los murciélagos y noté todos los esqueletos que tenía en su habitación... No sé por qué tomé su diario. Yo solo… —Se encogió de hombros—… pensé que podría haber más para ver. Y luego vi éste cerca del final. Se acercó y pasó las páginas hasta que encontró lo que había estado buscando. Mi respiración se detuvo junto con el resto de mi cuerpo. Una chica con cabello color ónix, ojos de un verde esmeralda profundo y labios que goteaban sangre sonreía con audacia. Con mi dedo tracé la línea de la mandíbula hacia arriba y alrededor de los ojos felinos, luego toqué mi propia cara. —Yo no… esta no puede ser yo. No habría tenido tiempo de... Ileana pasó a la página siguiente. En ella, dibujada con mucho cuidado, estaba la imagen de una chica con un delantal salpicado de sangre,

una cuchilla de autopsia sobre la carne blanca. Aparté la mirada. El cadáver era masculino, y ninguna tela cubría su forma desnuda. El calor brilló sobre mis mejillas. Apenas sabía qué hacer con los crudos dibujos. —Hay más. —Ileana me mostró imagen tras imagen. Cada una me presentaba como una hermosa criatura deleitándose en la sangre y la muerte. La forma en que el príncipe me había capturado era como si me hubiera convertido en un ser inmortal, demasiado perfecta para ser humana. Un poco demasiado fría y dura para este frágil mundo. Las llamas en la chimenea parpadearon salvajemente, su calor repentinamente sofocante. Anhelaba abrir las ventanas de par en par, dejar que el viento frío de los Cárpatos limpiara este espacio. Una imagen final me hizo tragarme un jadeo. Era difícil decir exactamente quién era el hombre —Thomas o Nicolae—, pero él y otra Audrey Rose estaban de pie juntos. El joven usaba un traje hecho de huesos, sosteniendo un cráneo de marfil como si fuera un oráculo para adivinar. Mi corpiño abrazaba mi cuerpo. La ilustración era hermosa, a pesar del gran corazón anatómico y el sistema circulatorio que se ramificaba de mi pecho, luego bajaba por mis brazos y pasaba los dedos por mis faldas. Los guantes negros en el dibujo llamaron mi atención a continuación. Encajes y remolinos cubrían mis brazos como si hubieran sido dibujados con tinta permanentemente en mi piel. Ileana observó de cerca antes de señalar el diseño en mis brazos. —Los brazos del Príncipe Nicolae están cubiertos de tinta. No tan delicados como estos. Pero los he visto cuando se sube las mangas. Levanté mis cejas. Qué intrigante. Había leído que muchos aristócratas se habían tatuado a sí mismos durante los últimos años. Una vez que las revistas anunciaron que estaba a la moda, se estimaba que casi una de cada cinco damas y caballeros nobles, los había ocultado en sus cuerpos. También estaban creciendo en popularidad en las cortes reales. Tenía sentido que el príncipe pudiera meterse en algo como el tatuaje. Aumentaba su misticismo. Imaginé que muchas mujeres jóvenes estarían más que encantadas de desenvolver sus ropas para echar un vistazo a lo que estaba escondiendo. —¿Qué intenciones tiene?

Ileana se levantó del sofá, luego tomó el diario e hizo un gesto hacia la puerta. —Ya es tarde. Pulí tus botas y las dejé para Moş Nicolae. Deberías descansar un poco para que él tenga tiempo de entregar sus regalos de invierno. —Sonrió ante mi expresión de confusión—. Creo que tu versión de Moş Nicolae se llama Papá Noel. Es una tradición suya traer dulces. Si se sacude la barba y cae la nieve, entonces el invierno realmente puede comenzar. Duerme ahora. Esta noche es la noche mágica. Tal vez te deje una chuchería. Dormir era lo más alejado de mi mente, especialmente cuando alguien más llamado Nicolae podía estar merodeando por el castillo, entregando «regalos», pero le deseé buenas noches. Presioné mis dedos contra los ojos hasta que destellos de luz blanca se extendieron sobre ellos como estrellas disparando contra el cielo. En un día había pensado que Thomas estaba muerto, encontrado un pasaje secreto, sido atacada por murciélagos sanguinarios, descubierto otro cadáver y ahora me había familiarizado con las inquietantes ilustraciones de Nicolae. El príncipe oscuro muy bien podría ser la persona que estábamos buscando. Tuvo la oportunidad de enviar amenazas ilustradas a los miembros de la familia. Tal vez era un intento de asegurar el trono para sí. No pude evitar preguntarme si Nicolae también podría ser responsable de la muerte de su primo y, si continuaba desenterrando sus secretos, que algo peor que una amenaza podría sucederme pronto. Pensar lo que traería la mañana fue suficiente para que mis párpados se opusieran a su buen juicio. Retiré mis ropas y me deslicé debajo de las frías sabanas. La última imagen que recordé antes de caer en la oscuridad era la de una joven sobrenatural con tatuajes que se arremolinaban en sus brazos, sus labios torcidos en una sonrisa salvaje cuando sus incisivos se hundían en sus propios labios empapados de sangre. Si el Príncipe Nicolae realmente creía que estaba maldita, tal vez había elaborado esa ilustración como propaganda. Ciertamente me había convertido en la Princesa Drácula. Esperaba que nadie intentara clavarme una estaca en el corazón.

Audrey Rose, Si estás leyendo esto, entonces es probable que hayas venido a mi habitación. Pido disculpas por irme sin despedirme. Encontré una conexión entre la Orden y los asesinatos. ¡Te dije que reconocí ese libro! No confíes en nadie. Juro que volveré en una semana con más información. Creo que la joven montó la escena en su casa. ¡Investigué un poco en el pueblo y descubrí que su marido fue la primera víctima que informaron los periódicos! (Desafortunadamente, su hijo había fallecido unos meses antes). Tío Moldoveanu cree que he ido a Hungría para ayudar con un asunto personal urgente. Por favor

no digas lo contrario; no deseo alarmarlo ni ser castigada injustamente. No vuelvas a viajar al pueblo. No es seguro. Los ojos están en todas partes. —Anastasia PD: Por favor, quema esta carta. Sospecho que los sirvientes tienen la costumbre de familiarizarse con pertenencias personales.

Traducido por Flopy Durmiente Corregido por AnnaTheBrave

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La tarde luego de nuestro descubrimiento de los túneles, Thomas y yo habíamos enviado a Moldoveanu una carta anónima con indicaciones de dónde encontrar el cadáver. No habíamos sabido nada al respecto por días. No tenía idea si él había enviado a alguien para comprobarlo, y no había tenido la oportunidad de escabullirme hasta allí. Más y más guardias parecían filtrarse en la casi vacía academia, intentando mantenernos bien encerrados. Frustrada, envié otra nota. Sinceramente esperaba que el director la hubiese tomado en serio. Odiaba pensar en el cuerpo pudriéndose. Cualquier pista potencial se perdería para siempre. Sin mencionar la idea de dejar a una persona en ese estado… Si no sabía nada para esta noche, me juré que arrastraría al director hacia los túneles sin ayuda de nadie. Silenciosamente metí un trozo de caramelo duro en mi boca, agradeciendo a quien quiera que sea que haya interpretado el papel de Moş Nicolae en el castillo por los dulces. Ellos, junto con Ileana cuando no estaba atendiendo sus deberes, habían sido la parte más placentera de una semana muy larga. Anastasia aún no había regresado de donde sea que había viajado. Algo acerca de la apresurada naturaleza de su carta no me había sentado bien. ¿Qué había descubierto sobre la Orden del Dragón? Ileana no pensaba que la salida de Anastasia del castillo fuera sospechosa, y no quería preocuparla con mis miedos. A mediados de la semana, Radu había logrado que Vincenzo se durmiera mientras nos llenaba hasta el límite con folclor local acerca de

cuerpos siendo quemados hasta las cenizas, luego ingeridos. Después, todos habíamos tomado turnos en el quirófano de Percy, removiendo órganos y aprendiendo las complejidades de la muerte, intentando eclipsar a nuestros compañeros y asegurar nuestro lugar en el curso de evaluación. Durante las lecciones de Percy, todos nos dábamos un festín con el conocimiento que nos era servido. Los sutiles detalles del asesinato y sus múltiples señales. Cómo leer el lenguaje de un cuerpo por pruebas definitivas de causa de muerte. Amaba estas clases, y gradualmente me sentí volviéndome más fuerte alrededor de los cadáveres. Aunque las pesadillas de los asesinatos del Destripador seguían rondando en la superficie de mi mente. Las lecciones de Moldoveanu siempre eran conducidas con precisión, y aunque no disfrutaba su compañía, él era excepcionalmente talentoso en anatomía y ciencias forenses. Noté que nadie se atrevía a hablar fuera de turno por miedo a ser expulsado en el instante. Nadie había hablado de Wilhelm o pronunciado una palabra de su repentina muerte después de que su familia había recogido su cuerpo. Era como si el tiempo se hubiera levantado por sí mismo luego de caer de rodillas, y continuase como si no estuviera rasguñado y con moretones. Thomas y yo habíamos intentado escabullirnos en los túneles en horarios extraños, pero éramos frustrados por un contingente de guardias reales. Moldoveanu había tomado en serio nuestro nuevo toque de queda, y tenía más guardias apostados en los pasillos de los que imaginaba que había en la corte real de Rumania. Al final de la semana había llegado una carta para mí, con sello de Londres. Una nueva doncella la había traído junto con noticias de que Ileana estaría atendiendo otras funciones por un tiempo. Estaba triste de no tener compañía por la noche, pero la carta me hizo sentir mejor. Sabía perfectamente quién la había enviado y no podía esperar para abrirla después de clase. Radu hablaba sin parar sobre esta siendo una noche profana. El príncipe crujió sus nudillos, Andrei dejó caer su cabeza, aun así, los gemelos e incluso el melancólico Cian estaban completamente absortos en esta particular historia. Me moví en mi asiento, rezando para que el reloj del patio marcara la hora. —Se rumorea que tiene su base en cultura romana —continuó Radu— . Un sacrificio es realizado. Luego los animales hablan con nosotros. Si es

en nuestro lenguaje, o en el suyo, nadie está seguro. —Empujó sus lentes por su nariz y miró a la clase—. Dichoso señor Hale. ¿Dónde está? ¿Dejó la clase temprano? Noah se movió incómodamente y alzó una mano. Radu caminó justo a su lado, su atención dividida entre los estudiantes y sus notas. —El señor Hale está sentado justo allí, Profesor —dijo Nicolae—, quizás ese velo entre mundos ya se ha afinado lo suficiente para que confunda la realidad. Radu desvió su atención hacia el príncipe, su mirada dura. —Todos ustedes harán mejor quedándose encerrados en sus dormitorios esta noche. Los muertos se levantarán y buscarán a aquellos lo suficientemente tontos para merodear afuera. Espíritus habitarán a aquellos a los que no comerán. Incluso los príncipes son cazados. El resto de la clase siguió de la misma manera hasta que el sonido del reloj finalmente nos libró de las garras del folclor de Radu. Me quedé en el pasillo fuera del aula, pero Thomas estaba involucrado en una pequeña discusión con Radu sobre el origen de la festividad, y era tan entretenido como esperar que una brizna de hierba erupcionara del suelo durante varios días. La carta en mi bolsillo casi quemaba un agujero en mi falda. Necesitaba leerla o seguramente iba a combustionar en el acto. Thomas asintió en reconocimiento cuando señalé hacia el pasillo. Me las arreglé para salir y acurrucarme en un rincón del patio amurallado del castillo; tenía un poco de tiempo antes de que comenzara nuestra próxima clase. Era el único lugar donde era libre de los ojos entrometidos de estudiantes, profesores, y un indeseado ejército de hombres. Guardias patrullaban la torreada azotea, pero no se molestaban caminando por el patio debajo. Desde la comodidad de mi lugar, liberé la tensión en la que estaba envuelta, girando mis hombros uno a la vez. Una fuente de los deseos estaba orgullosamente en el centro de los escalonados niveles de adoquín. Era otro poco de belleza en el duro invierno. Si uno fuese a cortar una columna corintia al medio, se parecería a las decorativas hojas de acanto embelleciendo la pared exterior de la fuente. Me subí la capucha de mi capa, haciendo lo posible por retener tanto calor

corporal como podía mientras ráfagas salpicaban sobre la piedra. Había empezado a llevar mi capa a clases, poco segura de cuándo Moldoveanu o Radu podrían querer darnos una lección al aire libre. Toqué el sobre y sonreí. Por correspondencias anteriores, sabía que la tía Amelia y Liza estaban visitando a mi padre, preparando la casa para las próximas vacaciones. Con la agitación del asesinato en el tren, las clases, el viaje a la casa de la mujer perdida, y las misteriosas muertes de Wilhelm y la joven debajo de la morgue, casi me había olvidado de la Navidad. Thomas y yo habíamos decidido que íbamos a quedarnos en Bucarest durante nuestras cortas vacaciones de dos días —su familia tenía una casa allí—, pero la idea de no ver a mi familia estaba siendo difícil de superar. Nunca me había perdido unas vacaciones con mi padre. Mientras los días iban pasando, me preguntaba que debía hacer. Un viaje a Londres sería refrescante, aunque sería imposible hacerlo y no perder ninguna clase. No podía permitirme atrasarme, especialmente si esperaba derrotar a mis compañeros de clase por un lugar en la academia. Sin embargo, una parte salvaje de mí anhelaba olvidar la academia y regresar a casa definitivamente. Mi estómago se revolvió ante la idea: mis compañeros eran excepcionalmente inteligentes, y no podía dejar de preocuparme sobre quién podría ganar esos dos puestos disponibles. Aparté ese miedo, concentrándome una vez más en leer la carta de mi prima. Liza había mencionado previamente que ella y la tía Amelia probablemente se quedarían durante el invierno, haciéndole compañía a Padre en la enorme y vacía casa en Belgrave Square. Mi corazón se tensó. Padre tenía problemas con todo lo que había pasado y se sentía inmensamente culpable por uno de los asesinatos del Destripador. En medio de la oleada de asesinatos, había sido hallado por la policía en un fumadero de opio en East End y firmemente alentado a descansar en nuestra casa de campo. Acababa de regresar a Londres cuando se encontró con la señorita Kelly mientras buscaba láudano. Ella aseguraba conocer a alguien que podría proveérselo, y mi padre con gusto la siguió a esa condenada casa en Miller’s Court. Él había dejado a la señorita Mary Jane Kelly con vida, y no tenía idea de que había sido acechado esa noche. Jack el Destripador lo había seguido, observando, esperando para atacar.

Quizás Thomas había tenido razón; regresar a casa en Londres no sería una terrible idea. Podríamos observar de cerca a Padre, y Tío estaría más que encantado de tenernos de vuelta. Y aun así… dejar la academia sería un fracaso y había trabajado muy duro para huir ahora. Despreciaba al director, pero quería ganarme mi lugar aquí. No podía imaginar lo que haría si ni Thomas ni yo lográbamos entrar. Un nuevo pensamiento hizo que mi corazón se acelerara. Al final de las cuatro semanas, ¿y si solo uno de nosotros era aceptado en la academia? La mera idea de decirle adiós a Thomas me robó el aliento. Sin desperdiciar otro momento en pensamientos tristes, abrí la carta de mi prima, ansiosa por engullir cada letra de su mensaje.

Querida prima, Permíteme ser bastante honesta. Como he leído cada novela de la inmensamente talentosa Jane Austen, y porque soy tres meses mayor que tú, obviamente tengo una vasta cantidad más de conocimiento romántico. No me considero una poetisa, pero he estado coqueteando (descaradamente, me atrevo a decir) con un intrigante joven mago —y artista del escape— que actúa en un circo ambulante, y, bueno… te contaré todo sobre eso en otro momento. De todos modos, estábamos hablando de romance una tarde cerca de la laguna, y él habló del amor siendo como un

jardín. No ruedes tus ojos, prima. No es apropiado. (¡Sabes que te adoro!) Su consejo fue este: las flores necesitan mucha agua y luz solar para crecer. El amor, también, necesita atención y afecto, o de otro modo podría desintegrarse lentamente por la negligencia. Una vez que el amor ha desaparecido, es tan frágil como una hoja seca. La recoges, solo para descubrir que se ha convertido en cenizas bajo tu una vez cuidadoso toque, se ha ido con el viento para siempre. No le des la espalda a un amor que podría saltar la barrera entre la vida y la muerte, prima. Como el valiente viaje de Dante hacia la oscuridad, el señor Thomas Cresswell descendería a cada círculo del Infierno si lo necesitaras. Eres el corazón que late en su caja torácica. Es una macabra manera de decir que ustedes se complementan, aunque eso no significa que no estás completa. A diferencia de mi madre, creo que toda mujer debería valerse por sí misma sin necesitar a nadie. ¿Una esposa que

vale la pena tener es una que es segura de sí misma? Esa es una discusión para otro momento, estoy segura. De vuelta a tu querido señor Cresswell… Hay algo poderoso en ese tipo de amor, algo que merece ser encendido y atendido, incluso cuando sus brasas están parpadeando peligrosamente cerca de apagarse. Te imploro que hables con él. Luego escríbeme y cuéntame cada delicioso detalle. ¡Sabes lo mucho que adoro un gran romance! No permitas que tu frondoso jardín se convierta en cenizas, prima. Nadie quiere pasear por las repercusiones de la negligencia cuando podrían ser deslumbrados por un hermoso jardín lleno de rosas. Tuya, Liza P.D: ¿Has reconsiderado regresar a Londres para las vacaciones? Es verdaderamente aburrido sin ti aquí. Juro que, si Victoria o Regina intentan mandonearnos

durante otra fiesta de té, me arrojaré de la Torre de Londres. Al menos entonces mi madre no me chasquearía para practicar, practicar, practicar para mi baile de presentación. ¡Como si la sociedad fuera a condenarme por pisar a la derecha en vez de a la izquierda durante el vals! Si mi futuro esposo se horroriza por cosas tan triviales, entonces él no valdrá la pena. Sería el tipo de zoquete que me gustaría evitar a toda costa. ¿Imaginas si le dijera eso a mi madre? Esperaré hasta que estés en casa así tenemos el placer de verla enrojeciendo como el diablo juntas. Algo que estoy deseando. Besos y abrazos. —L. —¿Le molestaría mucho si me sentara aquí afuera también? Levanté la mirada ante el acento americano, sorprendida de que uno de mis compañeros de clase estuviera conversando conmigo. Ellos generalmente hablaban en grupo y —luego del pobre intento de Thomas de ayudarme hablando con Radu de mi constitución— aceptaban mi rol en el curso de evaluación solo cuando era absolutamente necesario. Para ellos no era una amenaza y difícilmente era digna de su atención. Noah sonrió. Sus rasgos parecían haber sido tallados en el más fascinante ébano, profundo, rico y hermoso. Negué con la cabeza. —Para nada. El patio es lo suficientemente grande para ambos.

Sus ojos marrones brillaron. —Lo es. —Estudió la nieve que estaba cayendo en mayor cantidad, cubriendo las piedras expuestas y las estatuas. Observé su mirada desviarse arriba hacia el castillo. Los músculos de su espalda se tensaron mientras Moldoveanu aparecía brevemente en una de las ventanas, caminando por el corredor—. ¿Estoy equivocado o el director es un hombre miserable? Me reí abiertamente. —Me atrevo a decir que es horrible en general. —Aunque es bastante bueno con un bisturí. Supongo que no podemos tenerlo todo, ¿verdad? —Subió el cuello de su abrigo y aplastó los trozos de hielo ahora mezclándose con las ráfagas. Tintinearon y rebotaron contra el suelo, el sonido era un casi adormecedor acompañamiento del cielo gris—. Soy el señor Noah Hale, por cierto. Aunque ya lo sabe por la clase. Creí que era hora de presentarme apropiadamente. Asentí. —¿Es de América? —Lo soy. Crecí en Chicago. ¿Ha estado allí alguna vez? —No, pero espero ir algún día. —¿Qué le pareció la clase de Radu? —preguntó Noah, cambiando de tema abruptamente—. ¿Sobre los rituales supuestamente siendo realizados esta noche? ¿Cree que todos los aldeanos harán un sacrificio y están convencidos de que los animales hablarán nuestro idioma esta noche? Alcé un hombro, eligiendo con cuidado mis palabras. —No estoy segura de que esta lección haya sido más extraña que el folclor respecto a vampiros y hombres lobo. Noah me miró de reojo. —¿Cómo es que una joven como usted se ve involucrada en todo este… —Señaló vagamente hacia el castillo—… asunto de cadáveres? —Era eso o bordado y cotilleo —dije, permitiendo que el humor se filtrara en mi tono—. Honestamente, imagino que de la misma manera en que todos los que han venido a estudiar el tema en cuestión lo hacen. Quiero

entender la muerte y la enfermedad. Quiero ofrecer a las familias paz durante tiempos difíciles. Creo que todos tenemos un talento especial para ofrecer al mundo. El mío resulta ser leer a los muertos. —No es tan mala, señorita Wadsworth. Sin importar lo que digan. — Noah era contundente, pero no me importaba su franqueza. Me parecía refrescante como el aire de la montaña. Un reloj marcó la hora, un sombrío recuerdo de que este poco de ligereza había terminado. Me puse de pie, guardando la carta de Liza en los bolsillos de mi falda, y cepillé la nieve de mi blusa donde mi capa se había abierto. —¿Está entusiasmada por la clase? Estaremos en la sala de disección hoy. —Es la parte buena. —Noah se puso de pie y frotó sus manos cubiertas de cuero—. Todos recibiremos un ejemplar hoy. Algunos de los chicos hicieron apuestas en sus desempeños. —¿En serio? —Alcé una ceja—. Bueno, entonces me disculpo de antemano por ganar el primer lugar. —Puede intentar obtener ese primer puesto —dijo Noah—, pero tendrá que pelear por él. —Que gane el mejor. —Me encanta un buen desafío. —Noah tomó mi mano enguantada en la suya y la estrechó. Encontré que el hecho de un joven agarrando mi mano no me ofendía en absoluto. Era una señal de respeto, una señal de que ahora me consideraba su igual. Sonreí mientras nos dirigíamos adentro. Esto era precisamente para lo que vivía: la exploración de los muertos.

El interior de una sala de disección: cinco estudiantes y/o profesores diseccionan un cadáver, c. 1990

Traducido por florff Corregido por AnnaTheBrave

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—¿Cuál es el propósito de inspeccionar los cuerpos de aquellos que mueren sin ningún signo externo de trauma?
 El profesor Percy estaba de pie al lado del cerebro expuesto del espécimen ante él, su delantal teñido de sangre color rojo óxido. Su pelo caoba y sus bigotes a juego estaban cuidadosa y elegantemente peinados, así que resultaban extraños con los fluidos que dañaban su saludable atractivo. Me imaginé que así se veía mi tío cuando era un joven profesor. El pensamiento me calentó a pesar de la frescura del aire de la sala de disección. —¿Por qué escarbamos para abrirlos cuando podemos simplemente ver que han muerto por causas «naturales»? —preguntó—. ¿Hmm? Manos entusiastas se levantaron en el aire como fuegos artificiales, explotando con la necesidad de responder y probarse a sí mismos, preparados para eclipsar a sus colegas. El príncipe miró alrededor de la habitación, evaluando a la competencia. Hoy había un borde en él. Era una de las primeras veces que lo había visto mostrar más que un brillo pasajero de interés. Percy ignoró a todos, volviendo su atención a uno de los estudiantes que estaba distraído. —¿Señor Cresswell? ¿Tiene algún pensamiento sobre la materia? Thomas, como era de esperarse, estaba a un palmo de estar cara a cara con su cadáver, ignorando a todos y todo excepto el escalpelo y el cadáver. Observé la línea de la piel separada bajo su cuchilla como si fuese

una ola alejándose de la orilla. Cogió unos fórceps de su bandeja, los inspeccionó, y después se dedicó a la tarea de exponer las vísceras, tarareando en voz baja. La melodía era casi animada y alegre, teniendo en cuenta lo que estaba haciendo. Levanté una ceja. Quizás tenía un poco de demasiada pasión por su trabajo. Percy no se molestó en interrumpirle. Había aprendido bastante rápido que Thomas era una fuerza en sí mismo cuando estaba en el laboratorio. —¿Príncipe Nicolae? Obligué a mi mirada a aterrizar en Nicolae. Mordía su labio inferior, la atención traspasada por el espécimen ante él. —Necesitamos probar si han muerto de forma natural. A menos que los inspeccionemos, no hay otra forma de saberlo con certeza. —Parcialmente cierto. ¿Alguien más? Andrei balanceó su escalpelo como si fuese una espada y él el más inepto defensor que el reino hubiese conocido. Noah, distraído por las payasadas de Andrei, se alejó del tonto. Los gemelos Bianchi no eran mejores que Thomas: sus miradas estaban fijas por completo en los cuerpos ante ellos, los escalpelos ya preparados para hacer incisiones precisas. Cian y Erik levantaron ambos la mano, bajando las miradas el uno al otro en el proceso. Un chico era como el fuego y el otro como el hielo, ninguno placentero para nadie expuesto a ellos durante un extenso período de tiempo. —¿Así podemos entender la enfermedad y sus efectos en el cuerpo? — dijo Erik. —Algunas veces. ¿Entonces deberíamos abrir especímenes sin ninguna buena razón? —preguntó Percy. Cian por poco se cayó de su asiento en su afán por contestar. —No, señor. Las autopsias no son necesarias en todos los supuestos. Solo en aquellos que mueren en circunstancias sospechosas. —Gracias, señor Farrel. Señor Branković, pose su escalpelo amablemente. No es un arma. Va a herir o desfigurar a alguien. Probablemente a usted mismo. ¿Alguien tiene algo más que ofrecer? Levanté la mano. Percy asintió hacia mí, su mirada firme.

—Adelante, señorita Wadsworth. —Ya que, señor, como en el caso del fallecido que tengo delante, quien claramente murió en el agua, uno podría pensar que simplemente se ahogó o murió de hipotermia. Llevar a cabo una autopsia es la única manera de estar seguros de la causa de la muerte. —Bien. Muy bien. ¿Y por qué estudiamos sus entrañas? Díganos. —Nos alertará del por qué puede haber caído en el agua. Puede haber existido una condición previa, quizás un ataque al corazón. O un aneurisma. —O quizás había bebido un poco demasiado porque hace un frío espantoso —añadió Nicolae, persuadiendo con una carcajada nerviosa a Noah y Erik. Cuando la atención del príncipe se deslizó hacia mí, un molesto escalofrío se filtró por mi columna. Era difícil olvidar las pinturas que había hecho de mí. O las amenazas que había hecho a la familia real. Su familia. —Príncipe Nicolae, mantenga las mofas fuera de la sala de disección. Es de mal gusto. Señorita Wadsworth, muy bien. Un acto criminal provocado podría ser también un factor. Esto es precisamente por lo que es importante inspeccionar cada cuerpo cuidadosamente. Uno nunca puede saber qué secretos descubriremos cuando nos atrevemos a lanzarnos a... lugares menos placenteros. Thomas se inclinó más cerca y susurró. —Es un poco extraño, ese. —Lo dice el hombre que no escuchó su nombre cuando lo llamaron porque estaba demasiado absorto en su cadáver —le susurré en respuesta— . Percy no es más raro que tú o yo o Tío. Solo envidias que yo sea su favorita. Thomas atrajo su atención hacia mí, pero antes de que pudiese contestarme con una réplica, hundí mi cuchillo en la carne helada del cadáver, ignorando el color azul profundo y los ojos protuberantes mientras escarbaba bajo la caja de las costillas. Luché con todo lo que tenía para ver el cadáver tal como era, y no algo mirándome fríamente de regreso, incomodado por el cuchillo que agarraba. Su torso estaba hinchado, igual que el resto de su cuerpo, haciendo bastante difícil encontrar rasgos identificativos. Tragué con un poco de

repugnancia, no deseando acobardarme cuando este cadáver necesitaba respeto. Cerré los ojos brevemente y después inspeccioné su corazón, notando que todo parecía normal antes de caminar hasta su cabeza y tirar hacia atrás de un párpado. No había signos de hemorragias petequiales en el blanco de sus ojos. Este hombre no había sido asfixiado o estrangulado antes de ser arrojado al agua. Parecía que había perdido su vida por los rigurosos elementos de la montaña y la hipotermia, no por alguna causa siniestra. No era la mejor manera de irse. Ciertamente no la más agradable de las maneras en todo caso. Esperaba que no hubiese sufrido mucho, aunque yo aún tenía mucho que aprender en relación a la hipotermia y sus características. Mirando alrededor de la habitación, me di cuenta de que mi espécimen no era el más asqueroso. Nicolae tenía un cadáver bastante maduro, con el torso hinchado y estirado más allá de su capacidad. Pequeñas líneas de color negro grisáceo se arrastraban por su piel. Eso no era una buena señal. Vi el rostro del príncipe ponerse blanco como una piedra, luego cortó el cuerpo. Pero su corte fue demasiado profundo y rápido… Gusanos se dispararon del área intestinal junto con un terrible olor a gas. Nicolae dio un paso atrás y se quitó las larvas de la frente, con las manos temblando ligeramente. Su pecho se expandió y se contrajo como si pudiera contener el disgusto con unas cuantas respiraciones medidas. El silencio descendió como una maldición. Era una posición extremadamente indigna para un miembro de la realeza, y aun así mantuvo ese aire de superioridad incluso con gusanos colgados de su rostro. Erik se detuvo, levantando finalmente la vista de su propio cadáver. Lentamente asimiló la escena, parpadeando como si todo fuera un sueño terrible, luego gritó, lanzando su delantal hacia el manchado príncipe. Aunque difícilmente era gracioso, casi me ahogo con la carcajada que me tragué. Andrei no pudo contenerse ni por un momento. Se dobló, riendo tan fuerte que comenzó a jadear. Erik le dio una palmada en la espalda mientras Andrei tosía y escupía. La cara de Nicolae se sonrojó mientras Noah y Cian e incluso los gemelos Bianchi se reían entre dientes. Tanto si se debía al horror de ver a los gusanos, o a la incontrolable ligereza que traía la escena, una pequeña risilla se abrió paso dentro de mí. El príncipe me miró fríamente. Pero en

lugar de azotarme con algún comentario ofensivo, se limpió el lío de la cara y se río. Fue rápido y controlado, pero tranquilo. La acción pareció hacer añicos la tensión que había estado arrastrando desde la muerte de Wilhelm. Thomas levantó sus ojos de la mesa junto a mí, una sonrisa extendiéndose, aunque intentaba dominarla. —Estoy completamente disgustado, y aun así no puedo darme la vuelta y alejarme. Percy caminó a zancadas hacia la escena del ataque de los gusanos, su boca en una línea adusta de disgusto. —Es suficiente, clase. Esto es una sala forense, no una casa obscena. Príncipe Nicolae, vaya a lavarse. Erik... —El profesor le alcanzó un nuevo delantal, después señaló hacia su propia mesa de enseñanza mientras se dirigía a todos nosotros—. Por favor siéntense tranquilamente y observen. Si esto es demasiado para su constitución, pueden ser excusados. ¿Clase? No se rían durante un ejercicio científico serio. Tengan algo de respeto por la muerte. Si esto es algo que ninguno de ustedes es capaz de controlar, entonces recomendaré que ninguno de ustedes pase este curso. Aquí en esta academia, tomamos nuestro deber seriamente y lo ejecutamos con gran dignidad. Un arrebato más y serán todos despedidos. ¿Entendido? —Sí, profesor —pronunciamos todos al unísono. Seguimos a Percy a la mesa que contenía el espécimen cubierto con un sudario. El miedo de ser echada del curso de evaluación era bastante para borrar cualquier risita nerviosa prolongada. Sin ceremonia, Percy arrancó hacia atrás la tela, revelando un cuerpo que era vagamente familiar. Una pequeña descomposición hacía difícil ubicarlo al principio y después... Inhalé rápidamente, chocando contra Erik, quien tuvo el valor de hacer una mueca ante mi reacción como si él no hubiese acabado de chillar por los gusanos. —Disculpe. —Miré fijamente a la mujer rubia sobre la mesa, mordiscos de marcas esparcidos cruzando su carne, sangre seca indicaba cada herida. Podía haber jurado que el sonido de alas de cuero hacía eco en la sala de disección. Una tela aún cubría su cara por alguna razón que no me molesté en preguntar.

Thomas se puso rígido en su lugar cerca de la cabeza del cadáver, su mirada encontrando la mía y manteniéndola. Recé para que nuestra reacción se pensase que era el resultado de ver a una mujer maltratada y no de haberla reconocido de los túneles. Algo incómodo picaba entre mis omóplatos, incitándome a girarme y apartarlo de un manotazo. Apreté los ojos cerrados. Si esto era otro producto de mi imaginación... Me moví sutilmente y miré detrás de mí. El director Moldoveanu entró en la habitación y golpeó un dedo contra su brazo, el foco deslizándose del cuerpo sobre la mesa hacia mi expresión contraída. En lo más profundo de mis huesos supe con certeza que había leído el reconocimiento en mi cara. Fingí no darme cuenta y me pregunté si Thomas estaba haciendo lo mismo. Le eché un vistazo, pero él estaba observando al príncipe de cerca. Supuse que estaba tratando de discernir si Nicolae ya había estado familiarizado con este cadáver. Thomas finalmente advirtió a Moldoveanu justo cuando el director giraba sobre sus talones y se iba. No hizo ningún sonido y, sin embargo, se sentía como si los gongs estuvieran golpeando en mis oídos con su partida. —Esta mujer no identificada fue descubierta en la morgue antes de clase, en uno de los cajones de cadáveres —dijo Percy—. Al cuerpo se le ha extraído la mayor parte de su sangre. Las marcas de mordedura están presentes en gran parte de su persona. Parece como si alguien la hubiera movido allí para mantenerla fría y para desacelerar la descomposición. Tenemos un caso muy interesante para descifrar, clase. Percy no tenía ni idea de cuánta razón tenía.

Traducido por Naomi Mora Corregido por Dai’

Me levanté de golpe, alejando con un parpadeo las imágenes de colmillos que mi subconsciente había creado desde la oscuridad. La luz de la luna atravesaba las cortinas en riachuelos y se juntaba en el suelo como una cascada de plata. Un escalofrío se enredó en las sábanas a mi alrededor, pero el frío no era lo que me había despertado del sueño. El sudor cubría mi piel en parches húmedos, de alguna manera mi camisón se había desatado, exponiendo más de mi clavícula de lo que era decente. Todavía jadeando por mi pesadilla de criaturas aladas que pululaban y mordían, pinché mi cuello suavemente, medio temiendo que mis dedos se humedecieran de sangre. Nada. Estaba completamente inmaculada. Ningún strigoi, ni murciélagos, ni demonios sedientos de sangre se habían dado un festín mientras daba vueltas y sacudidas. Solo sentí piel suave y caliente, ilesa por otra cosa que no fuera el aire frío del invierno o el escándalo que causaría su exposición. Entrecerré los ojos hacia las sombras, el pulso acelerado en alerta máxima. El fuego en mi dormitorio había desaparecido, no hace mucho, a juzgar por las brasas parpadeantes. Me hundí hacia atrás, pero solo ligeramente. Mi mente estaba aturdida por pesadillas extrañas, pero podría haber jurado que había escuchado voces. No todo puede ser producto de sueños perturbados. Me habían visitado con menos frecuencia recientemente, o eso creía. Agarré mis mantas, calmando mi frenético

corazón mientras observaba las inmóviles siluetas de mi tocador y mi mesita de noche. Esperé por ello. Que las sombras se despegaran de la pared y tomasen la forma del príncipe inmortal, sus alas de serpiente estirándose lo suficiente para detener mi corazón por completo. Pero todo estaba en silencio. Tanto para los espíritus visitando el reino humano en esta noche supuestamente malvada. Tenía que ser la gran altura de los Cárpatos. La falta de oxígeno claramente estaba afectando mi cerebro. —Tonta. —Me acosté de espaldas, levantando las sábanas hasta mi barbilla. Largos mechones de cabello suelto cosquilleaban en mi espalda, provocándome piel de gallina. Me hundí hasta que mi cabeza quedó prácticamente oculta del mundo fuera de mis mantas. Las pesadillas eran para niños. Tonto Radu y sus tonterías folclóricas. Por supuesto, no había tal cosa como una noche de invierno que pudiera llamar a los muertos. Siempre se puede encontrar una explicación científica. Cerré los ojos, centrándome en lo cómoda que estaba en mi pequeño capullo de calor. Mi respiración se hizo más lenta, mis párpados de repente lo suficientemente pesados como para no intentar abrirlos de nuevo. Me sentí desvanecer en un sueño exquisito. Uno donde Thomas y yo nos dirigíamos a Bucarest para las vacaciones, estaba vestida con un hermoso vestido que llevaría a un baile, lejos de los asesinatos... Thump. La adrenalina estalló a través de mi cuerpo en forma de acción. En el espacio de dos respiraciones, me bajé de mi colchón, metí mis pies en zapatillas, y estaba a mitad de camino a través de mi dormitorio, con los oídos zumbando por el esfuerzo de escuchar con tanta atención. No había equivocación ante el sonido de alguien o algo moviéndose en los pasillos fuera de mis habitaciones. Recogí mi miedo y lo metí en el bolsillo más profundo de mi mente, ignorando la forma en que pateaba y arañaba en el camino hacia el fondo. Renunciando a una bata a favor del sigilo, lentamente abrí la puerta de mi dormitorio. Me asomé a la sala de estar; las brasas del fuego también estaban casi apagadas. Por alguna razón, mi nueva criada no debió haberlas

avivado antes de acostarse. El resplandor naranja intenso no era suficiente como para ver, lo que también ofrecía la oportunidad de no ser vista por nadie que pudiera estar al acecho. Nubes de aliento frío se deslizaban en intervalos desiguales. Thump-thump. Me detuve, a un paso del umbral entre mi dormitorio y la sala de estar. Todo estaba quieto como una tumba. Y luego... un ásperamente susurrado «Calma» en rumano: —Linişte. Thump. Después de haber pasado tiempo peleando con los cuerpos en el laboratorio de Tío, conocía el sonido que hacían los cadáveres cuando se conectaban con el suelo. Imágenes de ladrones de cadáveres azotaron mis pensamientos. No sabía por qué los imaginaba como figuras esqueléticas con manos en forma de garras, colmillos que goteaban sangre y alas coriáceas cuando tenían que ser lo suficientemente robustos para levantar peso muerto. Y ciertamente humanos. Contuve la respiración, aterrorizada de que incluso la inhalación más pequeña hiciera eco como una campana tocando mi destino. Quienesquiera que fuesen, no quería que me prestaran su siniestra atención. Los humanos eran los verdaderos monstruos y villanos. Más reales de lo que cualquier novela o fantasía pudiera inventar. Los segundos pasaron y los susurros continuaron. Puse mis articulaciones congeladas en movimiento, moviéndome tan rápida y silenciosamente a través de la pequeña habitación como me atrevía. Nunca había estado más agradecida por los escasos muebles que tenía en ese momento mientras me dirigía a la puerta del pasillo. Crucé la habitación, vacilando una vez que llegué a la puerta. Quizás los cuentos tontos de Radu habían estado en lo cierto. Esta era una noche digna de asechanzas después de todo. Excepto que yo sería el espectro, corriendo sin ser vista. Presionando mi oreja contra la pared al lado de la puerta, escuché, deseando mantenerme fría y quieta como el mármol. Las voces silenciosas retumbaron demasiado bajo para que pudiera descifrarlas. Era difícil saber si ambos eran hombres o si una mujer también estaba involucrada. Me

apoyé contra la pared hasta que me dolió el rostro por la fuerza, pero todavía no podía entender lo que susurraban los ladrones. Casi sonaba como si fuera un canto... Retrocedí, la confusión me alejó. La razón por la que las personas cantaban himnos desagradables en la oscuridad de la noche estaba más allá de la lógica a esta hora. Tal vez el golpeteo era solo el resultado de un asunto clandestino. ¿No había aprendido ya esta lección con Daciana e Ileana? Me di la vuelta, lista para marcharme de regreso a la cama, y luego hice una pausa. Los susurros se hicieron más fuertes, como si fueran olas, antes de volver a estrellarse hasta casi el silencio. Esta no era una cita romántica en la torre. Cuando las voces dejaron que el fervor de su canción críptica los distrajera, pude reconocer unas pocas palabras, cantadas en rumano. —Hueso... Sangre... Aquí... algo... muerto... alas de negro... corazón de... entra... bosque solo... él marcará... rastrear... Cazar... luego... Thud. El canto se detuvo como si una guillotina hubiera cortado la lengua de quienquiera que se atreviera a pronunciar palabras tan blasfemas en esta santa víspera de invierno. No quería dar ningún crédito a las supersticiones de Radu, pero tal vez había algo más esta noche. La luz parpadeó debajo del marco de la puerta, iluminando el piso y lamiendo mis resbaladizos dedos de los pies. No me atreví a moverme. Aspiré silenciosamente, observando cómo la luz se desvanecía por el pasillo, acompañada por el sonido de algo arrastrado detrás de él. Por lo menos dos juegos de botas marcharon rítmicamente por las escaleras, su carga robada golpeando debidamente después. La curiosidad se adentró en mi mente, haciendo difícil el pensamiento lógico. Si no los seguía pronto, los perdería en el laberinto de corredores del castillo. Ir sola me pareció una idea horrible, y, sin embargo, ¿qué otra cosa podía hacer? No podía fingir que no estaba pasando nada malo. No había tiempo suficiente para apresurarse a ir al dormitorio de Thomas y despertarlo. Además, compartía el piso con otros estudiantes varones. No podía imaginar el escándalo que causaría al arrastrarlo de su cama tan tarde en la noche. Ambos perderíamos nuestro lugar en la academia. Y los rumores de asuntos clandestinos seguramente llegarían a aquellos en Londres que parecían ganar poder a través de los chismes y comerciarlos

como si fueran moneda. Deseé que Anastasia hubiera regresado, seguramente habría ayudado con este dilema. Me mordí el labio. No pensé que nuestro asesino estuviera detrás de este robo de medianoche, no podía imaginar por qué robaría un cuerpo. Disfrutaba asesinando, no robando cadáveres. La indecisión continuó jugando con la sección racional de mi cerebro. La parte que decía que debía despertar al director y dejar que él tratara con los ladrones. Podía imaginar la curva torcida de su boca cuando transmitiera lo que había escuchado. Su desprecio lo suficientemente agudo como para perforar la piel y extraer sangre. Eso lo decidió, entonces. Corrí a través de la habitación y fui a buscar mi capa y un escalpelo, con las manos temblando con tanta fuerza que casi dejé caer mi arma. Al menos estaba armada con algún método de defensa. Si corriera a Moldoveanu, él se enfadaría ante la intrusión nocturna y me consideraría una mentirosa. Puede que incluso terminara como uno de los huesos con los que limpiaba sus dientes. Preferiría arriesgarme con los ladrones de cadáveres y sus cánticos que suenan malvados. Me lancé por el pasillo y corrí escaleras abajo, captando el último parpadeo de movimiento antes de que entraran en los niveles inferiores, y me detuve, sin aliento. Al parecer, íbamos al sótano con el cadáver robado.

Traducido por Cat J. B Corregido por Dai’

Capuchas negras cubrían las cabezas de los ladrones de cuerpos, ocultando su identidad en los corredores cargados de sombras mientras iban de la torre hacia los niveles inferiores. Mi propia capa era de un profundo gris oscuro —evoca las noches nubladas de luna menguante y callejones nublados— y era perfecta para escabullirse por lugares oscuros. Agradecía haber dejado la capa escarlata en Londres. Me aferré a mi escalpelo, lista para empuñarlo como una espada, como Andrei había hecho antes. Los ladrones se movían con el paso cauteloso de aquellos que han hecho esto muchas veces antes. Deteniéndose a escuchar antes de deslizarse hacia el próximo pasillo. Mientras iban hacia los niveles inferiores, su procesión era silenciosa salvo por los sonidos que causaba el cuerpo al arrastrarse tras ellos. No me tomó mucho entender que estaban marchando hacia la morgue del sótano. Me puse contra la pared y permití que una letanía de dudas se retorciera en mi mente. Quizás estos supuestos ladrones solo eran sirvientes moviendo el cuerpo entre morgues por orden de los profesores. Después de todo, alguien tenía que transportar los cuerpos de un lugar a otro. Nunca los había visto hacerlo de día. El cántico, bueno, eso era un poco extraño. Pero no era una prueba de culpabilidad. De hecho, estando allí de pie, pensando, no tenía la seguridad de que fuera un cántico. Quizás solo estaban cantando algo para distraerse de su trabajo. Si eran igual de asustadizos que Ileana, probablemente no disfrutaban estar cerca de cadáveres. La mayoría no lo hacía.

Pateé la alfombra deshilachada, desgastada por los incontables pies que habían pasado sobre ella durante cientos de años. No podía creer que había salido de la cama por esto. Sí, claro, un par de ladrones de cadáveres. Parecía que nunca había dejado ir mis ideas románticas. No todos los ruidos nocturnos provenían de monstruos. Claramente había escuchado demasiados cuentos de vampiros y hombres lobo desde que llegué aquí. Todo era producto de mi maldita imaginación. En el fondo, quería que esos extraños y mortales cuentos fueran ciertos. Aunque era reacia a admitirlo, había algo terriblemente atrayente en la idea de seres inmortales. Quizás era el monstruo dentro de mí que deseaba que hubiera otros más, especialmente esos que se encuentran solo en las historias. Arrastrando su paquete amortajado lo mejor que podían, las dos figuras giraron en una esquina, desapareciendo de mi vista. Decidí quedarme un rato más. Al menos para confirmar que estaban depositando a este espécimen en la morgue de abajo antes de subir de nuevo las abismales escaleras de la torre. Le di una ojeada al helecho gigantesco al otro lado del pasillo, preguntándome si debería acurrucarme detrás de él y dormir hasta la mañana. Una puerta se cerró, y doblé en la esquina, escondiéndome en una habitación escondida por un gigantesco tapiz. No debería faltar mucho. Me puse en cuclillas, cubriendo mi camisón con mi capa para evitar que la pálida tela captara atención indeseada. No había necesidad de que los sirvientes del castillo estuvieran al tanto de mis escapadas nocturnas. Lustré mi bisturí con el borde de mi capa, recordando una de mis frases favoritas de Shakespeare: Los instrumentos de la oscuridad nos dicen verdades. Los dedos de mis pies empezaron a cosquillear, con punzadas como pequeñas agujas, advirtiéndome que perdería la sensibilidad en cualquier momento. Me moví, esperando devolverle un poco de vida a mis pies. Seguramente no tomaría tanto tiempo colocar un cuerpo en una mesa o en un cajón mortuorio. La ansiedad me atravesó, dejándome sin aliento. Cerré los ojos. —Por supuesto. Por supuesto que este es el tipo de noche que estoy teniendo.

No permití que el pensamiento de ellos entrando a los túneles ocultos se cruzara por mi mente. No quería, no podía ir sola a ese lugar maldito. El simple pensamiento de seguir a esas personas desconocidas dentro de túneles llenos de murciélagos y otras criaturas despreciables era suficiente para hacerme considerar la idea de volver directo a mis habitaciones, con arma o no. Conté los latidos de mi corazón, que cada vez se aceleraban más, sabiendo lo que debería hacer. No tenía un arma real. Ni una fuente de luz. Y nadie sabía que no estaba en mi cama. Si algo sucedía, probablemente nunca me encontrarían. Moldoveanu ciertamente no enviaría a nadie a buscarme. Ese pensamiento me hizo erguirme. Mi cerebro medio confundido no era tan agudo como debería. ¿Dónde estaban los guardias reales? Habían estado en los pasillos y frente a la morgue todos los días de esta semana. Era extraño que no me hubiera encontrado con ninguno. Aunque quizás solo patrullaban los pasillos principales durante estas horas de la noche. Los estudiantes hacía rato que estaban acostados, soñando con vísceras y ciencia. Y los habitantes de la morgue no necesitaban que los vigilaran. Solo yo veía ilusiones de ellos alzándose. Me aferré a mi capa, apretándola alrededor de mi cuerpo como un escudo, y dejé el santuario de mi lugar oculto. Eché un vistazo y dejé salir un profundo suspiro. No había nadie a la vista. Echando los hombros hacia atrás, empecé a caminar por el pasillo. Antes de que pudiera convencerme de no hacerlo, giré el pomo de la puerta y entré en la morgue. Estaba vacía y en silencio. No había ni una sola cosa fuera de lugar. Excepto por la trampilla. Estaba ligeramente abierta, como un mórbido rastro de migas de pan que no podía resistir. El mismo olor fétido a carne podrida asaltó mis sentidos mientras bajaba de puntillas por los escalones rotos de piedra, atenta en busca de señales de trampas. Rezaba porque no hubiera murciélagos acechando los túneles esta noche. Ni arañas. Detestaba sus largas piernas y sus ojos brillantes. Una cosa era enfrentar cuerpos, ladrones y olores fétidos en lugares oscuros y estrechos. Otra cosa eran los murciélagos y las arañas, allí trazaba la línea. Una vez en el túnel, me orienté en la pesada oscuridad. Parpadeé un par de veces, ajustándome a la ausencia de luz, y observé las formas oscuras de las dos personas moverse velozmente, ya sin miedo de hacer ruido o de

despertar a los estudiantes o profesores. ¿Cuántas veces habían hecho esto? Ciertamente parecía una rutina familiar. Corrí unos metros, luego hice una pausa, esperando que la luz de su farol se alejara, pero no se desvaneciera del todo mientras me escabullía de sombra en sombra, permaneciendo lo suficientemente lejos de ellos para evitar ser detectada. Se detuvieron en una intersección, alzando su farol hacia la pared, y trazaron con la punta de sus dedos algo que se encontraba allí. Hice un cálculo aproximado de a qué altura se encontraba este objeto en la pared, esperando sentir qué había captado su atención después de que siguieran adelante. Continuando por el túnel —uno de los que Thomas y yo habíamos decidido no investigar la noche que habíamos descubierto el cuerpo de la mujer— esperé que las sombras me cubrieran de nuevo. Una vez que ya no podía ser vista, fui corriendo hacia la esquina, tanteando la pared de piedra. Un viento frío rozó el dobladillo de mi camisón. Por un terrorífico momento, imaginé arañas arrastrándose por mis piernas, y me estremecí. Respira, me ordené. No podía permitirme tener un episodio aquí abajo, sola. Mis dedos rozaron telarañas pegajosas y cosas a las que prefería no nombrar antes de rozar profundos tallados. XI Deslicé mis dedos, con un ojo en el túnel que estaba casi negro ahora que los ladrones estaban en el otro extremo. XI. Eso era lo único que había en el tallado. Ninguna letra. Alejando esa información, seguí por el siguiente corredor, siendo testigo de que las figuras encapuchadas hacían lo mismo antes de seguir. Cada bifurcación en el sistema de túneles traía una nueva serie de tallados y una nueva ola de pánico. XXIII VIII Silenciosamente repetí los números romanos, esperando ser capaz de recordarlos luego para inspeccionarlos una vez que hubiera vuelto a mis habitaciones. Su significado ahora era un misterio, uno que tendría que resolver en otro momento.

Sentí el movimiento ansioso de unas alas, atrayendo mi atención hacia arriba, hacia el techo gris que me separaba de los niveles superiores del castillo y por último del aire fresco y el cielo estrellado. Respiré hondo un par de veces y me concentré en el suelo, obligándome a mantener la calma mientras el sonido se intensificaba. Sabía muy bien qué estaba haciendo ese horrible sonido. No quería convertirme en una comida, así que me apuré a seguir, colocando un pie delante del otro, llenando mis pensamientos con cualquier otra cosa menos las criaturas que volaban encima de mí, o el sonido de mi pulso taladrando mi cabeza. Mi visión se difuminó de modo que ya no estaba segura si era de día o de noche, aunque el susurro agobiante de una persecución aérea persistía. Odiaba pensar en ellos enjambrándose fuera de mi vista, esperando una oportunidad para atacar. Estaba tentada a agarrar una antorcha, al diablo con las consecuencias de ser atrapada. Mi cuerpo podía soportar solo una cierta cantidad de terror; temía que mi corazón pudiera detenerse del todo. —Rápido, rápido —le pedí a las figuras delante de mí, rezando que llegáramos a donde fuese que estuviéramos dirigiéndonos sin ser mordidos. Parecía que nunca fuésemos a dejar estos malditos túneles. Continuamos bajando por tantas vueltas y circuitos que me preocupaba no poder encontrar el camino de regreso. Escuché algo escabullirse a mis espaldas y me congelé. Rezando que no fuese un cuerpo resucitado en busca de una comida cálida, agarré mis faldas y seguí adelante, con la mirada fija en los ladrones y en el cuerpo. Finalmente llegamos a una amplia expansión donde se encontraban cuatro túneles. Una de las figuras se adelantó, su luz pardeando como luciérnagas en la oscura cueva mientras giraba en un lento círculo. La oscuridad se cernía sobre cada esquina, esperando para tragarnos por completo. Observé a la persona con el farol moverse hacia adelante, haciéndose cada vez más pequeño con cada paso que se alejaba. La cámara central tenía un pozo en el medio, donde se había formado una capa de agua plateada. La luz del farol se reflejaba como si un pequeño sol se estuviera poniendo en el horizonte. Era extrañamente encantador teniendo en cuenta lo aterrador que era el lugar. Qué mal que las suaves llamas no pudieran quitar el frío del aire ni el ácido ardiente de mis intestinos. Tenía el presentimiento de que no iba a

respirar normalmente hasta que estuviera a salvo, libre de murciélagos. Frotándome los brazos, luché contra el escalofrío que cosquilleaba debajo de mi cabello suelto. No solo la temperatura causaba escalofríos. Estos túneles, igual que el castillo, se sentían vivos de alguna forma, llenos de espíritus y seres de otros mundos. Imaginaba un millón de ojos mirándome desde los sombríos recovecos. Animales o humanos; no estaba segura de cuáles me daban más miedo. Afortunadamente, las figuras se movieron con renovado fervor. Después de viajar rápidamente por unos túneles oscuros más, la luz plateada alcanzó el techo y las paredes del último, indicando que una salida estaba cerca. Un búho ululó en la distancia, y otro respondió su inquietante llamada. Permanecí en la esquina un túnel más atrás, esperando que los ladrones encapuchados irrumpieran en la noche. El aire aquí era fresco y olía a pino. Quería ponerme de rodillas y alabar al frío aire libre, pero me quedé atrás, esperando que los ladrones de cuerpos continuaran. No tardaron mucho en salir a la luz de la luna, con su premio arrastrándose a sus espaldas. Miré cuidadosamente cada paso que daba, por las dudas de que pisara alguna hoja o ramita que se hubiera volado e hiciera ruido. Apenas respiré hasta que llegué a la barrera entre el castillo y el exterior, deslizando los dedos sobre las paredes de piedra. Echando un vistazo desde la boca del túnel, escaneé el mundo congelado. Las ramas de los árboles se retorcían y rechinaban, molestas por la intrusión cuando el mundo de los humanos debería haber estado quieto. Manteniendo los ojos fijos en las figuras que se retiraban, me moví lentamente por el camino de tierra, mi camisón tan pálido como el suelo cubierto de nieve bajo mi capa. Nevaba ligera y silenciosamente. Los estremecimientos roían mis huesos a través del grueso algodón, pero mantuve la mirada fija en las sombras frente a mí, que estaban dando tumbos por el bosque con su misterioso bulto desplomado entre ellos. De ninguna manera iba a volver ahora, sin importar si la noche de invierno perforaba mi piel a través de mi ropa. Escuché unas pesadas botas pisoteando la tierra congelada y di unos pasos atrás. Una sombra cruzó el cielo, alejando mi atención de los ladrones encapuchados. La luna formaba una media sonrisa, con su expresión se

burlaba de aquellos que se atrevían a dejar sus camas cálidas para irrumpir en el bosque de huesos de Vlad el Empalador. Me envolví más con mi capa. Las figuras se detuvieron abruptamente al borde de una desviación en el camino, parecía que estaban discutiendo sobre qué dirección tomar mientras dejaban el cuerpo envuelto cuidadosamente en el suelo. Entrecerré los ojos. Había algo extraño en su forma. Estaba lleno de bultos y olía a… no podía ser ajo. Llegaron a mi mente recuerdos de la víctima del tren. Podría ser ajo, aunque tendrían que haberle puesto al cuerpo una cantidad extraordinaria si podía detectarlo desde esta distancia. Mis sentidos eran buenos, pero no era un ser inmortal. Los observé alzar el cuerpo nuevamente y seguir su camino sin prisa. Si el cuerpo estaba lleno de ajo, quizás uno de los ladrones era el Empalador. Tal vez estaba trabajando con alguien más. Como el cuerpo sin sangre de Wilhelm, este podría ser otro falso ataque strigoi. Dudé. Seguir a los ladrones de cadáveres al bosque era una cosa; perseguir ciegamente a alguien que podría haber empalado a dos personas era otra. El escalpelo que llevaba no me serviría para enfrentarme a los dos hombres. Una rama se rompió detrás de mí. Me giré lentamente, con el pulso rugiendo en mis oídos. Moldoveanu cruzó los brazos, mirándome como si le hubiera hecho la tarde. —El toque de queda ha sido impuesto para todos los estudiantes. Sin embargo, aquí está, marchando por el bosque como si fuera su derecho de nacimiento, señorita Wadsworth. —Se me cruzó la idea de hacerlo callar, pero mantuve la mandíbula apretada. Moldoveanu asintió a una sombra que se alejaba de los masivos arboles cercanos a los exteriores del castillo. Mi pesadilla de antes volvió a la vida en la forma de un arrogante guardia real. —Escóltala adentro. Lidiaré con sus acciones disciplinarias por la mañana. Dăneşti dio un paso adelante, su mirada lo suficientemente poderosa para hacerme encoger. Un instante después, una mano ruda me agarró por el brazo, alejándome de la línea del bosque. Miré a Dăneşti mientras me

empujaba hacia adelante, preguntándome cómo en la tierra le habían encargado a él vigilar que no nos saliéramos del toque de queda. Quizás había sido destituido por ser tan desagradable. —¡Espere! —chillé, retorciéndome. Peleé hasta que quedé enfrentando al director—. Robaron un cuerpo de la morgue de la torre. Dos ladrones encapuchados lo arrastraron hasta aquí hace unos momentos. Esa es la única razón por la que dejé mis habitaciones. —Un músculo tembló en la mandíbula de Moldoveanu—. Véalo usted mismo. Estaban justo delante de mí. Creo que uno de ellos puede ser el Empalador. El cuerpo olía a ajo. Están… Parpadeé hacia el bosque, inquietantemente silencioso como si contuviera el aliento, esperando el veredicto de Moldoveanu. Los búhos ni siquiera se molestaron en ulular. Miré hacia adelante, al camino inalterado donde habían estado los ladrones; las huellas no eran visibles porque la nieve caía más fuerte. No había señales de las figuras que sabía que había visto ni del cuerpo que se habían llevado. Era como si bosque estuviera limpiándose del crimen, ocultándolo, aunque estaba segura de que había sucedido. —Dígame. ¿Su imaginación siempre es tan… colorida? Quizás esos «ladrones» de los que habla no eran más que personal de la cocina, preparando la comida de la mañana. Los depósitos de comida se encuentran por ese camino, señorita Wadsworth. —Pero… lo juro… —Ya ni siquiera sabía qué decir. Miré donde Dăneşti se había estado escondiendo, pero él no los podría haber visto desde la esquina del castillo. Y si los depósitos de comida estaban hacia allá, entonces no les habría prestado mucha atención a los sirvientes haciendo su trabajo. El director ni siquiera se molestó en mirar hacia la dirección que había señalado. —Hasta nuevo aviso, está en período de probatoria académica, señorita Wadsworth. Este tipo de actitud errática puede ser aceptable en Londres, pero aquí nos tomamos las cosas un poco más en serio. Una palabra más de usted, y perderé la paciencia que me queda y la echaré de este castillo de una vez por todas.

Querida Liza, Después de leer tu última correspondencia, me tomé un buen tiempo para pensarlo. Creo que tienes razón, aunque sé que de eso no tenías duda. Me di cuenta de que estaba herida y enojada. Las acciones erróneas de Thomas surgen no de una falta de afecto por su parte sino de un malentendido sobre cómo puede ofrecer apoyo. (Lo que claramente no incluye advertir a mis profesores de mi estado emocional). Sin embargo, tengo otras preocupaciones, a las que ni siquiera me atrevo a poner nombre. Por favor, quema esta carta una vez que la hayas leído, y no le digas a nadie de su contenido. No puedo deshacerme de la sensación de estar siendo observada. En pocas semanas encontraron muerto a un estudiante y descubrieron un cuerpo sin identificar. Uno no mostraba signos externos

de asesinato, y el otro falleció… de un modo más horrendo. Ambos cuerpos habían sido drenados completamente de sangre. Es espantoso hablar de ello; mis disculpas. Tampoco he escuchado de una amiga en casi una semana y estoy preocupada por ella. No podré viajar a casa para Navidad debido al mal clima y la carencia de tiempo libre, pero escribiré más seguido para compensarlo. La familia de Thomas tiene una casa en Bucarest y su hermana nos ha invitado a un baile allí, y no tengo idea de qué vestiré para tal evento. Dejé mis vestidos más preciados en casa. Es una tontería hablar de tales frivolidades cuando suceden muchas otras cosas peores. ¿La tía Amelia ha pensado en dejarte ir de gira por el Continente? La hermana de Thomas, la señorita Daciana

Cresswell,

prometió

escribirle

para

convencerla. Quizás podrías preguntarle a tu madre que lo reconsidere y te dé permiso como regalo por las fiestas. ¿O tal vez aceptaría dejarnos viajar a América? Me encantaría pasar tiempo allí y visitar a la abuela. También podemos convencer a la abuela de que hable en tu nombre. Sabes lo convincente que puede ser la abuela. Mis disculpas por no enviar una nota más detallada. Debo irme a la cama. Tenemos lección de Anatomía a primera hora de la mañana. Es mi clase favorita (aunque el director es un bruto terrible). Qué sorprendente, seguro. Te quiere tu prima, AR PD: ¿Cómo está mi padre? Por favor dale un abrazo de mi parte y dile que le escribiré pronto. Lo

extraño terriblemente y me preocupa que caiga bajo el hechizo de su láudano en mi ausencia. Cuida que no se encierre mucho en su estudio. Nada bueno sale de eso.

Traducido por KarouDH Corregido por Bella’

La intranquilidad de que mi carta a Liza cayera en manos de alguien más me hizo entregarla en el correo saliente del castillo a primera hora de la mañana. Después de regresar, observé desde la puerta de mis habitaciones de la torre mientras un visitante no deseado caminaba de puntillas por la sala de estar y se dirigía hacia mi habitación como si tuviera todo el derecho a hacerlo. En verdad, era sorprendente la confianza que podía tener mientras hacía algo inapropiado de todas las maneras posibles. No tenía la más ligera noción de en qué andaba, pero el sinvergüenza de seguro tendría una excusa interesante. Ya que había sido escoltada a mis habitaciones, todavía no había tenido la oportunidad de discutir los eventos de la noche anterior con él. Ileana aún no había estado disponible para atenderme, por lo que envié a él una nota a través de la nueva mucama, y le había dicho que se encontrara conmigo después de clases. En la biblioteca principal. Se suponía que nos encontraríamos hace diez minutos, pero, aunque no se me había permitido asistir a la clase de Moldoveanu, estaba corriendo vergonzosamente en desventaja. Antes de escribir y entregar mi carta, había pasado gran parte de la mañana leyendo todo lo que podía sobre el castillo y perdí la noción del tiempo. Me aclaré la garganta, satisfecha cuando se volteó, con las cejas prácticamente tocándole la línea del cabello. —Oh, hola. ¿Pensé que estabas en la biblioteca? Es maleducado mentirle a tus amigos, Wadsworth.

—¿Siquiera debo atreverme a preguntar por qué estás husmeado en mis habitaciones privadas, Cresswell? —Su mirada apuntó a la puerta abierta de mi habitación, calculando solo el Señor sabía qué. Estaba a solo unos pasos de esta, menos si usaba la ventaja de sus largas piernas—. ¿O deberíamos pretender que no eres el sinvergüenza indecente que sé que eres? —¿Por qué no estabas en clases? —Thomas cambió su peso de un pie al otro. Había también un paquete largo medio escondido detrás de su espalda. Me moví dentro de la salita, espiando alrededor de él, pero retrocedió un paso—. Uh, uh, uh —cantó—. Esto se llama una sorpresa, Wadsworth. Sigue con tus asuntos y déjame con esto. Sabes que no te regañaría por entrar en mi habitación. Siendo que soy semejante sinvergüenza. Me moví más cerca de donde estaba de pie, los ojos entrecerrados. —Irrumpiste en mis habitaciones. ¿Ahora quieres que te deje solo para hacer cualquier tipo de maldad en la que estás? No parece muy lógico. —Hmm. Veo tu punto. Thomas lentamente entró en mi habitación, el pie enganchándose alrededor del marco con completo control. Me habría enfocado más en su intento si no hubiera estado tratando de ver el tentador paquete que estaba escondiendo. Vistazos de seda negra atada en un moño ridículamente grande me tenía totalmente intrigada. —Cuando lo pones de ese modo, por supuesto que no quiero que me dejes solo —continuó—. Podríamos tener mucha diversión juntos. Su mirada saltó a propósito a la cama individual, deteniéndose ahí para clarificar sus intenciones. Olvidé por completo mi siguiente pregunta, cuando Thomas se movió pude ver papel café cubriendo toda la caja. Era lo suficientemente grande para guardar un cuerpo. Me acerqué más, la curiosidad girando salvajemente a través de mi mente. ¿Qué podría ser? Mantuve mi concentración en esta, esperando obtener una pista. —Aunque —agregó lentamente—, preferiría rodar alrededor de algo un poco más… cómodo para mi tamaño.

Dejé de moverme. Casi dejé de respirar mientras sus palabras alejaban mi curiosidad sobre el paquete. No podía imaginar cómo sería: yacer en la cama juntos, besándonos sin restricción… y… Thomas sonrió, como si supiera con precisión la dirección que mis terribles pensamientos habían tomado y estaba complacido de que no lo hubiera lanzado por la ventana. Aun. Con el rostro ardiendo, apunté a la recamara detrás de mí. —Sal de mi habitación, Cresswell. Puedes dejar la caja en el sofá. Hizo un sonido de chasquido con su lengua. —Mis disculpas, cariño. Pero en serio debiste actuar inmediatamente cuando leíste mi lenguaje corporal. Te vi notar mi pie. Un trabajo decente de recolección de detalles, debo admitir. Muy mal que dejaras que esos escandalosos pensamientos te distrajeran. Aunque difícilmente puedo culparte. —Toma tú… ¡Thomas! —Antes de que pudiera cargar contra él, cerró la puerta con su irritante pie. Probé el cerrojo, pero ya había girado la llave, encerrándose adentro. Iba a asesinarlo. —Para una joven mujer tan modesta —gritó Thomas desde el otro lado de la puerta—, ciertamente tienes un número intrigante de innombrables de encaje. Voy a estar imaginando todo tipo de cosas impropias mientras coses el siguiente cuerpo en la clase de Percy. ¿Crees que eso me hace un tipo raro? Quizás debería estar preocupado. En realidad, quizás eres tú quien debería estar asustada. —¡Cresswell! Ya hiciste tu punto, ahora amablemente vete. ¡Si el director descubre esta falta de decoro mientras estoy en probatoria académica, seré expulsada! Golpeé la puerta, saltando un paso atrás cuando se abrió. Todo el humor estaba borrado de su expresión mientras giraba la cabeza, mirándome. —¿Dijiste probatoria académica? ¿Qué tipo de travesura me he perdido y qué, exactamente, engloba la probatoria? Me desplomé contra la pared, de repente exhausta de la noche anterior. Apenas había dormido, dando vueltas y girando como si eso

pudiera ayudar a descubrir lo que creí haber visto. ¿Había en serio dos personas cantando en el corredor? ¿En serio robaron un cuerpo, o ese paquete que llevaban era simplemente exceso de comida almacenada, como sugirió Moldoveanu? Ya no confiaba en mí misma. Thomas imitó mi posición apoyándose en el marco de la puerta y yo relaté cada detalle que podía recordar, sabiendo que encontraría significado en todo lo que me hubiera podido pasar por alto, ya que a menudo veía las cosas de una manera única. Hablé de mi aventura con Anastasia en la villa, y el descubrimiento de la mujer perdida que posiblemente estaba involucrada con la Orden del Dragón. Incluso le dije de mis sospechas sobre los dibujos de Nicolae y cómo eso posiblemente podía estar atado a la muerte de su primo. No le informé que yo también había sido retratada en el diario del príncipe, sin embargo. Eso no lo quería compartir por varias razones. Cuando terminé, Thomas mordió su labio inferior hasta que pareció que dejaría un moretón. —No me sorprendería si Nicolae fue responsable de enviar esas amenazas —dijo—. Pero el por qué está un poco enterrado. Tendré que observarlo en clases. Recoger cualquier manía o pista. —Además —dije—, tengo la teoría de que alguien está cazando a los parientes de Vlad. Haciendo una declaración. Con qué propósito, no estoy segura. En dos de los asesinatos pareciera como si hubiese un cazador de vampiros. El otro definitivamente tiene las marcas de un ataque de vampiro. Pienso que el Príncipe Nicolae podría estar en peligro. A menos que sea él quien envía las amenazas. ¿Cuál es el vínculo común entre las víctimas? ¿Y cómo es que la mujer del túnel encaja en todo esto? —Nicolae técnicamente no es uno de los descendientes de Vlad. — Thomas miraba directamente mis ojos, pero pude ver que estaba en otro continente—. Él es parte de la línea Dăneşti. Las familias Dăneşti y Drăculeşti fueron rivales por muchos años. Yo diría que alguien está apuntando a la Casa de Basarab, ambas ramas de la familia. O quizás una línea de la familia está siendo retratada como vampiros, y la otra como cazadores. —¿Así que Dăneşti el guardia es familiar del Príncipe Nicolae? — pregunté—. Estoy un poco asustada de preguntar cómo es que estás tan bien versado en una familia medieval.

—Hay algo que he querido decirte. —Inhaló profundamente—. Soy el heredero de Drácula. Estaba agradecida de que ya estuviera apoyada en la pared por soporte. Lo miré, tratando de desenvolver la confusión rodeando una declaración tan simple. No podía haberlo escuchado bien. Él esperó, sin decir otra palabra, tenso por mi respuesta. —Pero… eres inglés. —Y rumano, ¿recuerdas? Del lado de mi madre. —Me ofreció una sonrisa tentativa—. Mi madre era cel Rău, una descendiente de Mihnea, el hijo de Vlad. Giré esa información en mi mente, eligiendo mis siguientes palabras con cuidado. —¿Por qué no habías mencionado el linaje de Drácula antes? Es un tema bastante intrigante. —«Cel Rău» significa el Malvado. No tenía deseos de exponer eso. De hecho, tu amiga Anastasia me acorraló la otra semana y me acusó de traer esta maldición de sangre a la academia. Dijo que el último heredero masculino de Drácula no debería haber venido a este castillo, a no ser que yo albergase un grandioso plan para tomar el poder, o alguna otra insensatez por el estilo. Bajó su mirada a la alfombra, los hombros curvándose hacia dentro. Mi corazón se aceleró. Me di cuenta de que Thomas creía ese estúpido apodo. Peor, creía que yo pensaría eso de él, también. Todo por culpa de en cuál familia había nacido. No tenía idea de cómo Anastasia había descubierto la verdad de su linaje y no me importaba de momento. Toqué su codo, gentilmente dándole valor para mirarme. —¿Estás seguro de que no se traduce a el Tonto? —No dio más que una media sonrisa. Algo en mi centro se apretó—. Si eres un malvado, yo también lo soy. Sino peor. Ambos cortamos a los muertos, Thomas. Eso no nos hace malos. ¿Es por eso que no me dijiste antes? ¿O estabas asustado de que tu título principesco cambiaría mis… sentimientos? Lentamente levantó la mirada; por una vez no escondió sus emociones. Antes de que respondiera vi la profundidad de su miedo retratado a través de su rostro. Toda la postura y arrogancia idas. En su

lugar estaba un joven que parecía como si el mundo se estuviera rompiendo a su alrededor y no había nada que pudiera hacer para salvarse. Se había caído por un acantilado tan alto que toda esperanza de sobrevivir había perecido antes de que tocara al suelo. —¿Quién te culparía por no hablarme de nuevo? El monstruo sin sentimientos que desciende del Diablo mismo. Todos en Londres lo amarían. Una razón real para mi reprensible comportamiento social. —Thomas se pasó la mano por el cabello—. La mayoría de las personas me encuentra difícil de soportar en las mejores circunstancias. Estaba, si soy honesto, aterrorizado de que vieras lo que todos los demás ven. No es que no confíe en ti. Soy egoísta y no quiero perderte. Soy heredero de una dinastía inundada en sangre. ¿Que podría ofrecerte? Había cientos de cosas en las necesitábamos concentrarnos. La posibilidad del Empalador impostor estando cerca de la academia. El creciente número de asesinatos. Nuestro compañero sospechoso… y, sin embargo, cuando miré los ojos de Thomas y vi la agonía detrás de ellos, pude pensar en solo una cosa. Me acerqué, mi corazón acelerándose con cada paso que daba hacia él. —Yo no veo un monstruo, Thomas. —Me detuve con unos pocos centímetros entre nosotros—. Solo veo a mi mejor amigo. Veo bondad. Y compasión. Veo a un joven que está determinado a usar su mente para ayudar a otros, incluso cuando falla miserablemente en asuntos emocionales. Sus labios se alzaron, pero aun veía la preocupación subyacente en su contención. —Quizás podamos seguir con todas las formas en las que soy asombroso... —Lo que quiero decir es, que te veo, Thomas Cresswell. —Coloqué una mano enguantada en su rostro en el más ligero toque—. Y creo que eres realmente increíble. A veces. Permaneció perfectamente quieto por unos pocos y tensos segundos, su concentración deslizándose sobre mi rostro, evaluando mi sinceridad. Mantuve mi expresión abierta, permitiendo que la verdad se revelara.

—Bueno, soy encantador. —Thomas pasó las manos por el frente de su chaleco, su tensión disminuyendo con el movimiento—. Y un príncipe. Estás obligada a desmayarte. Aunque el Príncipe Drácula es muy gótico en contraste con el Príncipe Encantador. Un detalle menor, realmente. Me reí a carcajadas. —¿No eres técnicamente de una familia desplazada? Eres un príncipe sin un trono. —Desposar al Príncipe Encantador no tiene el mismo tono, Wadsworth —dijo, imitando una falsa exasperación, aunque ahora podía ver el brillo parpadeando en sus ojos. —Estoy encantada igual. Un tipo deferente de luz brilló en su mirada mientras esta viajaba lentamente hacia mi boca. Muy cuidadosamente, dio un paso al frente y levantó mi barbilla. Me di cuenta —incluso a través de altibajos y errores— que no sería una terrible manera de pasar la vida, tenerlo a mi lado mientras el mundo se volvía loco a nuestro alrededor. Mis ojos se cerraron, lista para un segundo beso… que no llegó. Las manos de Thomas se habían ido de repente y mi piel al instante extrañó su calor. —Qué inconveniente. —Se paró más recto, asintiendo hacia la puerta, y dio un paso atrás—. Tenemos una invitada. La mucama que había enviado con la nota para Thomas temprano se sonrojó tanto que podía ver el tono oscuro desde donde estaba mientras ella entraba en mis habitaciones. No era la primera vez que deseaba que Ileana regresara. Tuve la urgencia de derretirme en el suelo, de seguro había leído la tensión entre Thomas y yo, incluso aunque ahora estábamos a una distancia respetable. Ella levantó las cubetas de madera que cargaba en respuesta. Murmuró disculpas medio en rumano, medio en inglés, pero entendí. —No, no, todo está bien. No estabas interrumpiendo nada —dije, moviéndome hacia la puerta que ahora estaba abierta. No quería que asumiera algo incorrecto. O lo correcto. El escándalo de que Thomas estuviera en mis habitaciones sin chaperón ya era suficiente para arruinarme si las noticias salían. ¿Podría esta chica tan callada hacer semejante cosa? La forma en que se quedó en el perímetro de las

habitaciones, sin poder encontrar mi mirada, fue suficiente para provocar el pánico. Hice todo lo que pude para hablar en la mayor cantidad de rumano posible—: Íbamos camino a la biblioteca. Por favor, dile a Ileana que me encantaría hablar con ella más tarde. La joven mucama mantuvo la cabeza agachada, asintiendo. —Da, domnişoară. Me aseguraré de decirle si la veo. Sentí que la atención de Thomas se dirigía hacia la nueva criada, pero no quería llamar más la atención sobre nuestra inapropiada posición. Le sonreí a la chica, luego caminé con Thomas tan rápido como me atreví a la biblioteca. Teníamos un caso que resolver. Ahora, armada con el conocimiento del linaje de Thomas, temía que Nicolae no fuera el único en peligro si mi sospecha sobre el linaje de Vlad como objetivo era correcta. Por otra parte, quizás Thomas se encontraba aún más en peligro ya que era el heredero de Drácula. Si una rama del árbol genealógico estaba siendo empalada y la otra drenada de sangre, ninguna estaba a salvo.

Traducido por Smile.8 Corregido por Bella’

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—No podías permanecer lejos de mí, ¿eh? —Noah me miró desde detrás de un gran tomo de pie sobre un pequeño escritorio—. ¿Por qué no estuviste en la clase de anatomía? Exhalé. —Nuestro amigo en común puede haberme atrapado después del toque de queda. Noah sacudió su cabeza y se rio entre dientes. —Espero que lo que te atrajese afuera valiera la pena. Ese hombre es más aterrador que cualquier vampiro acechando la academia. —La seriedad rápidamente reemplazó la ligereza de su tono—. Tienes suerte de que Moldoveanu te encontrara anoche. Esa sirvienta no fue tan afortunada. Algo llegó a ella. Thomas y yo parpadeamos mirándonos, y el temor se agrupó en mis venas. No había visto a Ileana en toda la mañana. De hecho, no la había visto en casi dos días. —¿Qué sirvienta? —pregunté, mi estómago retorciéndose—. ¿Cómo se llamaba? —Una de las chicas que fue asignada a las habitaciones del Príncipe Nicolae y Andrei. Moldoveanu y ese guardia están interrogándolos en este momento. Cancelaron las clases de Percy y Radu de esta tarde y esta noche. Se supone que debemos estar de vuelta en nuestras habitaciones a las tres.

—Noah nos miró—. Consideraría escuchar al director hoy. Erick, Cian y yo nos encerraremos en el estudio. Al cuerpo de esa sirvienta le drenaron la sangre. Me gustaría conservar la mía. —En serio no crees que un vampiro la atacó, ¿o sí? Noah se encogió de hombros. —¿Importa si fue un vampiro real o uno falso? De cualquier manera, está muerta y su sangre desapareció. No podía entrelazar mis pensamientos con suficiente rapidez. Si ahora tanto esta sirvienta como la chica de los túneles habían sido asesinadas, tal vez me había equivocado en mi suposición de que solo los miembros de la familia real estaban siendo atacados. La chica del pueblo no tenía ningún lazo real aparente, y todavía no creía que ella fuera un miembro de la Orden, independientemente de la críptica nota de Anastasia. —¿Cómo sabes que la sangre no está? —Thomas cruzó sus brazos perfectamente contra su pecho—. ¿Alguien vio el cuerpo? ¿Cuándo fue descubierto? —Después de la clase de anatomía, los gemelos la encontraron en el pasillo fuera del aula de ciencias. Al parecer, se apresuraban a sus habitaciones para el almuerzo. Ahí es cuando encontraron su cuerpo. Dijeron que estaba más pálido que Wilhelm. Sin lividez postmortem presente. —Noah tragó saliva—. Ella también tenía signos externos de trauma. No había heridas evidentes, aparte de dos pinchazos en el cuello. Los Strigois podrían ser un mito, pero el que está matando a estas personas no parece saberlo o importarle. —Creo que el asesino está utilizando un aparato del depósito de cadáveres —dije—. ¿El director tiene un inventario de los equipos de la academia? —No lo sé. Sin embargo, si lo tiene, estoy seguro de que ya lo ha investigado. —Noah cerró el libro que había estado leyendo y miró al bibliotecario, quien entró y tomó un asiento tras un gran escritorio. Deslizó su mirada sobre cada uno de nosotros, sonriendo amablemente. Noah bajó su voz y se inclinó—. Aunque dudo que él nos dijera si faltase uno. Moldoveanu no es realmente del tipo que comparte. Si alguien se escabulló en la academia y robó un dispositivo que está siendo utilizado en

homicidios... —Se encogió de hombros—. Eso no sería algo de conocimiento popular. La academia sería arruinada. Mientras todos consideramos la nueva información, el bibliotecario me llamó la atención de nuevo y sonrió. —Bonjour —dijo—. Je m'appelle Pierre. ¿Puedo ayudarles a encontrar algo? —No, gracias —dijo Noah, poniéndose su mochila sobre el hombro—. Los veré en clase. Cuando sea eso. Este curso de evaluación puede ser que se cancele. Al menos ése es el rumor. —Negó con la cabeza, la decepción grabada en el movimiento—. He viajado un largo camino para llegar hasta aquí, y con vampiro fingido o no, no voy a renunciar a ganar uno de esos lugares todavía. Como dije, Erik, Cian, y yo estudiaremos más tarde… ambos son bienvenido a unirse. —Gracias. —Sonreí. Era una oferta dulce, pero no había manera de que pudiera quedarme en una habitación llena de jóvenes durante una noche entera, sin importar cuán inocente fuera la razón. Podía ver a la tía Amelia santiguándose ante el mero pensamiento de mi reputación siendo mancillada. Thomas rechazó la oferta de Noah e inspeccionó al bibliotecario con precisión microscópica. Era un hombre delgado, con el pelo castaño y rizado y llevaba un jersey de gran tamaño. —¿Dónde podríamos encontrar un libro sobre la Orden del Dragón, marcado con números romanos en alguna forma? Pierre juntó sus dedos, una mirada calculadora antes de pararse. —Por aquí, por favor.

Una pila de libros se extendía por casi cada centímetro del pasillo donde Pierre nos había indicado que buscáramos. El bibliotecario me recordaba a un cangrejo ermitaño, reacio a salir demasiado de su caparazón antes de retirarse a sus profundidades. Tenía la sospecha de que se escondía de Radu cada vez que lo oía acercarse.

Thomas revisó otro libro hecho jirones, estornudando ante un puñado de motas de polvo dispersándose en el aire. Sin inmutarse, seleccionó otro. Habíamos estado haciendo lo mismo durante horas. Sentados en silencio, estornudando, y analizando cada viejo diario. Debía haber cientos solo a mis pies. Estábamos más decididos que nunca a atar algunos de estos indicios aparentemente al azar. Alguien estaba bastante dotado en salpicar el camino con pistas falsas. —Supongamos que estamos en el laboratorio de Tío, Cresswell. Thomas levantó la vista, desconcertado. —¿Debo ponerme gafas y murmurar para mí mismo, entonces? —Sé serio. Te ofreceré mis pensamientos y teorías con respecto al primer asesino, ¿de acuerdo? Thomas asintió, aunque pude ver que deseaba ser el que actuase en el papel de Tío. Si le hubiera dado la oportunidad, se hubiera apresurado a sus habitaciones y puesto una chaqueta de tweed. —Creo que nuestro asesino tiene una muy buena comprensión de las prácticas forenses y cómo sembrar sospechas en otro lugar —dije—. La manera en que los crímenes se han llevado a cabo sugiere una planificación meticulosa, o de más de un asesino. Que a su vez nos lleva de nuevo a la Orden del Dragón y la posibilidad de su participación. Pero ¿por qué ellos? ¿Por qué iban a poner en escena crímenes de vampiro? Thomas sacudió su cabeza. —Han existido durante siglos, y por lo poco que sé, han transmitido mucha práctica en asesinatos a través de sus filas. —Tal vez asesinaron a la joven desaparecida en el pueblo para utilizar su casa por su proximidad al castillo. O tal vez su muerte fue de naturaleza ritualista. Thomas lo consideró por un momento. —Pero ¿por qué la Orden del Dragón quiere cazar a los estudiantes en la academia? Si fueron creados para proteger a la familia real, ¿por qué destruir a los miembros de la misma?

—No puedo pensar en una explicación razonable —dije—. ¿Y si son partidarios que quieren poner al heredero de Drácula en el trono? Tal vez están trabajando lentamente su camino a través de cualquier persona que pueda reclamar el trono, distante o no. Thomas palideció. —Es una buena teoría, Wadsworth. Vamos a ver qué más descubrimos acerca de ellos, sin embargo. Volvimos a sacar los libros que pudimos encontrar en las estanterías, la asociación con la Orden era obvia por sus múltiples insignias y cruces. Su sigilo era un dragón enrollado sobre sí mismo y un tema recurrente era una cruz en llamas. Había algo familiar en ello, pero no tenía ni idea de en dónde lo había visto antes. No dejaba de pensar acerca de la última muerte. Si mis compañeros de clase de mentalidad científica comenzaban a temer a los vampiros, no me podía imaginar lo que los aldeanos supersticiosos pensarían una vez que descubrieran que otro cuerpo sin sangre había sido encontrado. En el castillo de Vlad Drácula, no menos. —Esta es una tarea imposible. —Me puse de pie, expulsando el polvo de la parte delantera de mi sencillo vestido—. ¿Cómo se supone que vamos a averiguar quién está en la Orden ahora? —Los números romanos no fueron construidos en un día, Wadsworth. Suspiré tan profundamente que prácticamente necesitaba un sofá para desmayarme. —¿Honestamente acabas de pronunciar ese abismal juego de palabras? No esperé por su respuesta, temiendo que sería tan estelar como la última. Fui hacia el pasillo etiquetado como poesía al otro lado. —Tal vez deberíamos investigar los almacenes de alimentos esta noche. Di un salto, frunciendo el ceño hacia Thomas, que se había colado detrás de mí.

—Entonces podríamos demostrar si Moldoveanu estaba mintiendo — continuó. —Oh sí. Salgamos a escondidas. Estoy segura de que el director sería muy amable si me atrapa de nuevo, haciendo justo lo que me advirtió que no hiciera. Si el asesino vampiro o el grupo de caballería rebelde no nos atrapa paseando por los pasillos de este castillo antes, claro —dije. Thomas resopló, pero no hice caso de su desestimación—. ¿Crees que nuestro director sabe con precisión quién está asesinando a estudiantes y al personal? ¿Que posiblemente él sea el responsable? No quiero correr el riesgo de expulsión si nos equivocamos. —Creo que es demasiado obvio —dijo Thomas—. Pero no estoy tan convencido de que sea totalmente ignorante de las extrañas ocurrencias en el castillo. Me pregunto si es favorable a la Orden. Aunque no creo que sea un miembro. No tiene el rango por nacimiento. De hecho, creo que ambos hemos sido distraídos por otras verdades. —¿Estás sugiriendo que la Orden no está involucrada en absoluto, entonces? —Mi mente se revolvió con varias ideas nuevas que sacaban a la Orden del Dragón de la ecuación—. Muy bien podría ser alguien pretendiendo ser ellos. Tal vez por eso somos incapaces de descubrir una verdadera conexión con la Orden. ¿Y si en realidad no están jugando ningún papel en este caso? —Podrían ser simplemente una elaborada distracción creada por el asesino. —Eso explicaría por qué no has podido deducir o inventar una teoría en esa manera mágica tuya. —Entrecerré mis ojos—. No has leído marcas de desgaste en las botas y sacrificado algo a los dioses de las matemáticas para resolver el caso, ¿verdad? —Puede ser difícil de creer —dijo Thomas, su voz repentinamente seria—. Pero todavía tengo que aprovechar mis poderes psíquicos. Sin embargo, tengo preguntas y sospechas que no se pueden ignorar. —Me has intrigado. Continúa, por favor. Thomas tomó una respiración profunda, afirmándose. —¿Dónde ha estado Anastasia? Me temo que los dos hemos estado ignorando los hechos. Unos que ciegan ante su obviedad.

Mi sangre picó. Thomas estaba siendo excesivamente prudente. No sería la primera vez que me había dicho que sospechaba de los más cercanos a nosotros, y aun así parte de mí sabía que Anastasia tenía secretos. De hecho, si era completamente honesta conmigo misma, sabía que Ileana también los tenía. Conocía a alguien más que albergaba secretos albergaba.... Apagué mis emociones, no permitiendo que la devastación nublase más mi juicio. No me cegaría voluntariamente a la verdad ni mantendría mis sospechas para mí misma de ahora en adelante, sin importar el costo a mi corazón. —Tampoco he visto Ileana en dos días. Lo cual fue la noche antes de que el cuerpo fuera llevado a la morgue de la torre. Thomas asintió. —¿Y? ¿Qué más? ¿Qué otra cosa no acaba de cuadrar? Pensé en todas las veces que habíamos hablado de los strigoi. Sobre cómo ella cambiaría de tema antes de que Anastasia pudiera hacer más preguntas. Lo supersticiosa que había sido sobre los cuerpos—. Ileana es de Braşov. El pueblo donde ocurrió el primer asesinato. —Ella también sabe que la sangre de Vlad Drácula corre por las venas de mi hermana. Sabía que no era médicamente posible, pero juro que sentí a mi corazón dejar de latir. Al menos por un momento. Me quedé mirando a Thomas, sabiendo que nuestros pensamientos se extraviaban a la misma horrible conclusión. —¿Sabes dónde está Daciana ahora? —pregunté, con el pulso acelerado—. ¿Qué ciudad visitaba después? —Thomas negó lentamente. Un sentimiento más oscuro tiró en mi núcleo—. ¿Estás seguro de que ella se fue del castillo? ¿Qué pasa con la invitación al baile? —Daci es una planificadora; probablemente la hubiera escrito antes de tiempo. La invitación podría haber sido enviada por correo por cualquier persona. —Plata bordeó los ojos de Thomas, pero parpadeó rápidamente el líquido—. Nunca la vi irse en su carruaje. Se fue con Ileana. No quise molestar. Pensé que querían un poco más de tiempo a solas.

¿El cuerpo robado de la morgue de la torre… ¿era el de Daciana? Apenas podía respirar. Thomas ya había perdido a su madre; perder un hermano era lo más parecido a una herida mortal que uno podría soportar. Forcé mi cerebro a moverse a través del dolor y conecté los puntos o pistas. ¿Qué sabíamos sobre los últimos días u horas de Daciana en el castillo? Entonces se me ocurrió. —Sé exactamente dónde tenemos que ir. —Fui a agarrar su mano, luego me detuve. Incluso detrás de las paredes del castillo, la impropiedad de mi acción no pasaría desapercibida. Como si mis temores lo hubieran convocado, el bibliotecario pasó por delante, con sus brazos llenos de libros—. Vamos —dije—. Tengo una idea.

Salimos de la biblioteca y examinamos los amplios pasillos. No había criadas, sirvientes o guardias. No es que hubiéramos notado a las criadas directamente, podrían haber estado escondidas tras los tapices en el pasillo improvisado. Le dije a Thomas que me siguiera al pasillo secreto, y nos movimos rápido y alertas. Enfocados en escuchar cualquier movimiento o sonido. El aire estaba particularmente frío, los fuegos del pasillo eran casi nada, y las antorchas no estaban encendidas. Era como si el castillo estuviera cerrando sus propias emociones, descendiendo en esa calma helada. Esperé que una tormenta no estuviera a punto de estallar a nuestro alrededor. Algunos rincones parecían aún más siniestros, eran lugares que podrían dar refugio a cualquiera que deseara hacer daño. Mantuve un ojo pendiente por cualquier destello de movimiento allí. Pasamos un pedestal con una serpiente, y temblé. Cualquier persona podría estar escondida detrás, esperando para saltar. Ileana era lo suficientemente pequeña como para desaparecer entre los artefactos exhibidos. Thomas siguió mi mirada, pero mantuvo una expresión neutra. Quería saber si era la primera vez que había estado en los pasajes de los sirvientes, pero no corrí el riesgo de hablar en voz alta. Aún no.

Pasos de botas resonaron en las alfombras del pasillo principal. Nos congelamos, nuestras espaldas presionadas contra uno de los tapices grandes. No me atreví a mirar detrás de qué escena de tortura nos habíamos escondido. Juzgando por el pesado andar, supuse que eran al menos cuatro guardas. No hablamos. Los únicos sonidos de su llegada y salida fue el clunk, clunk, clunk de sus rítmicos pasos. Apenas respiré hasta que el golpe de sus botas se desvaneció. Incluso entonces, Thomas y yo permanecimos inmóviles durante unos latidos más. Me alejé de la pared y comprobé en ambos sentidos. Saldríamos pronto del pasillo secreto. Afortunadamente, conseguimos encontrar el camino hacia las habitaciones de Anastasia sin ser detectados. Parecía que todos habían prestado atención a la advertencia del director y se habían encerrado firmemente en sus habitaciones. Pegué mi oreja contra la puerta de la habitación de Anastasia, escuchando por un momento antes de abrirla. Los fuegos no estaban encendidos, pero la luz del sol entraba por las cortinas abiertas. Todo estaba tal y como lo recordaba la última vez que había estado aquí Anastasia. —¿Por qué estamos en esta habitación, Wadsworth? Recorrí la habitación. El libro que Anastasia había tomado de la casa de la mujer desaparecida parecía llevar uno de los símbolos de la Orden. Y si ese fuera el caso, tal vez... —Mira. —Crucé la habitación y levanté el libro de la mesa. Estaba titulado en rumano: Poezii Despre Moarte, «Poemas de la Muerte». Había estado tan distraída por la idea de la chica desaparecida estando perdida y congelada en el bosque que no me había molestado en leer el título antes. —Cuando Anastasia y yo entramos en la casa, ella afirmó que había una conexión entre este libro y la Orden. —Levanté el libro para que lo viera. Una cruz estaba quemada en la cubierta, cada uno de sus lados en llamas— . Al principio pensé que se había equivocado, no había ninguna razón lógica para que la mujer desaparecida del pueblo estuviera conectada con una orden de caballería formada por nobles. Un error por mi parte está claro.

—Todo el mundo comete errores, Wadsworth. No hay vergüenza en eso. Es la forma en que los reparas lo que realmente cuenta. —Thomas hojeó el libro rápidamente—. Hmm. Creo… —Este es el momento para que se vayan a sus aposentos. No hay ninguna razón de que estén en estas habitaciones. —Thomas y yo nos tensamos ante la intrusión y la voz ronca. Dăneşti estaba en el marco de la puerta, su masa ocupando todo el espacio. Parecía que este castillo estaba lleno de gente que podía desplazarse sin hacer ruido—. Toda la actividad dentro del castillo ha sido cancelada hasta la mañana. Órdenes de Moldoveanu. El director ha decidido llevar a cabo las clases mañana con una condición: todo el mundo será acompañado a la clase y luego de vuelta a sus habitaciones. Thomas había escondido de alguna manera el Poezii Despre Moarte, y levantó sus manos. —Muy bien. Después de ti. No me atreví a buscar mucho el libro ahora oculto. No quería que Dăneşti nos lo arrebatara, especialmente si resultaba ser el mismo volumen que él había estado buscando. Después de dejar a Thomas en sus habitaciones, el guardia me vio entrar en mi habitación y luego cerró la puerta detrás de mí. Llaves tintinearon y antes de que supiera lo que había hecho, estaba encerrada en mi habitación de la torre. Corrí al baño y comprobé la puerta de la escalera secreta. Estaba cerrada desde el otro lado. No pude dormir bien esa noche, caminando como si fuera un animal trazando su escape. Enjaulada hasta que alguien me liberase.

Aerosol de vapor carbólico, París, Francia, 1872 – 1887

Traducido por Masi Corregido por Carib

El príncipe Nicolae parecía más pálido que el cadáver al que Percy estaba cortando, mientras le daba al profesor unos fórceps dentados y tosía, alejándose de la incisión. Era un comportamiento extraño para un príncipe normalmente intrépido. Tal vez estaba decaído por una gripe. Ciertamente no podía ser el cuerpo casi irreconocible de los túneles el que lo enfermara. Aunque Percy había revelado el cuerpo durante nuestra lección dos días antes, Moldoveanu lo había recogido antes de que cualquiera de nosotros pudiera inspeccionarlo mejor y lo había entregado de nuevo esa misma tarde. Nuestro director había estado extrañamente tranquilo y contemplativo durante nuestra lección anterior, su mente aparentemente estancada en otro lugar. Me pregunté si la familia real lo estaba presionando para que hiciera un informe forense o vinculara los asesinatos, o perdiera su posición como forense real y director. También era posible que su angustia no tuviera ninguna relación con el cuerpo. Tal vez estaba preocupado por el verdadero paradero de Anastasia. Tenía que haber llegado a la conclusión de que ella ya no estaba en Hungría. No podía imaginar qué otra cosa podría causarle tanta preocupación. Percy colocó su bisturí en una bandeja, dejando la incisión en forma de Y incompleta. La mayoría de los rasgos de la joven habían sido destruidos por murciélagos hambrientos, por lo que su rostro estaba cubierto con un pequeño sudario, una bondad para ella o para nosotros. Aunque no creía

que Percy rehuyera exponernos a la brutalidad de nuestra profesión elegida por vocación. La muerte no siempre era pacífica, y tendríamos que prepararnos para cuando se declarara la guerra. —El aerosol de vapor carbólico, por favor. Percy esperó a que Nicolae fumigara el quirófano. Nuestro profesor se tomaba los mismos esfuerzos que Tío para evitar contaminar una escena, aunque otros eruditos aún consideraban innecesarias esas medidas mientras estudiaban cadáveres. Nunca había visto un dispositivo como el aerosol de vapor carbólico y no podía esperar para contarle todo a Tío. Seguramente ordenaría uno para su propio laboratorio. Nicolae apuntó, rociando la habitación con una fina niebla. Ráfagas de niebla gris flotaban en el aire, oliendo a antiséptico ácido que me hacía cosquillas en la nariz. —Hemos obtenido el permiso de la familia para realizar esta autopsia... Algo en la declaración de Percy me preocupaba, pero mi mente volvió a Ileana mientras el profesor continuaba con nuestra lección. No podía averiguar cuál sería su motivo en ninguno de los asesinatos, pero eso no significaba que no hubiera estado involucrada. De hecho, ya no creía que hubiera estado trabajando sola. Anastasia no había regresado a la academia cuando dijo que lo haría. Me preguntaba si ella también había participado de alguna manera en los crímenes. A pesar de su diferencia de posición, ella e Ileana eran amigas. Ambas habían desaparecido con una semana de diferencia. Inicialmente había creído la nota de Anastasia sobre investigar la escena en la casa del pueblo. Ahora no estaba tan segura. Tal vez me había acercado demasiado a descubrir sus secretos y habían huido. Había aprendido que confiar en aquellos que parecían inocentes solo causaba angustia y devastación. Los monstruos podrían llevar puestas las sonrisas de amigos, mientras mantenían en secreto el alma podrida del Diablo en las grietas más oscuras de sí mismos. Recordé las veces en que estuvimos todas juntas en mis aposentos, y una nueva idea se abrió camino en mi mente. Si Anastasia e Ileana trabajaban juntas, entonces tal vez cada encuentro y acción habría sido un acto bien elaborado. Podrían haber preparado sus reacciones, guiándome deliberadamente por el camino equivocado.

—Señorita Wadsworth, ¿está con nosotros hoy? Regresé al presente, con la cara ardiendo mientras miraba a mi alrededor en el quirófano. Los gemelos Bianchi, Noah, Andrei, Erik... todos tenían su mirada puesta en mí, incluso Thomas. —Mis disculpas, profesor. Yo… Moldoveanu entró en el quirófano dando zancadas con las manos apretadas a los costados. No tenía idea de que se había colado en la habitación. Sus túnicas eran del mismo color que su mata de pelo plateado y colgaban tan severamente como la mirada que dirigía hacia mí. —Necesito tener unas palabras en privado con usted. Ahora. Andrei se rio disimuladamente y dijo algo en voz baja. Erik también se rio entre dientes mientras yo pasaba delante de ellos. La idea de pisar su pie con mi talón era suficiente para distraerme de hacerlo. Cian captó mi atención, ofreciendo una sonrisa vacilante. Era una gran muestra de apoyo, ya que el chico irlandés apenas había reconocido mi existencia en el pasado. Noah debía haber hablado bien sobre mí. Me abrí paso escaleras abajo, cerniéndome sobre las paredes del quirófano y salí al pasillo donde el director estaba esperando, sus pies marcando los segundos como si hubiera cucarachas que él estaba exterminando. —¿Cuándo fue la última vez que habló con la doncella Ileana? Mi corazón latía con fuerza. Parecía que Thomas y yo no éramos los únicos que creíamos que su comportamiento era sospechoso. —Creo que fue hace dos días, la tarde del día trece, señor. —Usted lo cree. ¿No es la atención al detalle crítica para ser un estudiante de medicina forense? ¿Qué otras cosas podría pasar por alto que serían perjudiciales para un caso? Debería sacarla del curso ahora y ahorrarnos tiempo y energía. Me enojé por la mordacidad en su tono. Era cruel incluso para él. —Estaba siendo educada, señor. Lo última vez que la vi fue el trece. Estoy segura de ello. He tenido una nueva criada desde entonces. Me ha informado que Ileana está de servicio en otras partes del castillo, aunque ya

no creo que eso sea cierto. Tal vez debería hablar con ella y ver qué puede estar escondiendo sobre el paradero de Ileana. Moldoveanu me inspeccionó con una mirada entrecerrada típica de alguien que está mirando un espécimen bajo un microscopio. Apreté mis labios, ya no confiando en mí misma para no gritarle por tomarse tanto tiempo para hablar de nuevo. —¿Y qué, exactamente, cree que es verdad sobre Ileana ahora? —Creo que ella sabe algo sobre el asesinato del señor Wilhelm Aldea, señor. —Dudé antes de expresar mi siguiente inquietud, preocupada de que, si Anastasia regresaba ilesa, me asesinaría cuando supiera que había traicionado su confianza—. También me pregunto si ella sabe dónde está Anastasia. Anastasia me dejó una nota... rogándome que no le dijera a usted a dónde había ido, pero nunca ofreció más detalles. La mano de Moldoveanu se flexionó a su lado, la única señal externa de lo furioso que estaba. —Sin embargo, no se molestó en informarme de sus sospechas. ¿Recuerda algo fuera de lo común en los últimos días? ¿Algo sustancial para confirmar sus afirmaciones? Estaba el asunto de las dos personas que estaba segura de haber visto arrastrar un cadáver a través del bosque. Ya le había hablado de eso, y él se había burlado. No estaba dispuesta a someterme a un mayor escrutinio. —No señor. Solo un presentimiento. —Un presentimiento. También conocido como un hallazgo no científico. Qué sorprendente que una mujer joven sea gobernada por sus emociones en lugar del pensamiento racional. Inhalé lentamente, dejando que la acción calmara las llamas de mi propia irritación. —Creo que es importante incorporar tanto ciencia como instinto, señor. El director encorvó su labio lejos de sus incisivos puntiagudos. Era verdaderamente notable que un hombre pudiera estar en posesión de tales dientes animales. Estaba empezando a preguntarme si no era una condición

médica que debería haber revisado, cuando finalmente chasqueó su lengua contra esos instrumentos de empalamiento. —Ya hemos hablado con su nueva criada. Ha sido despedida de sus deberes. Le sugiero que se mantenga alejada de Ileana si la vuelve a ver. Puede volver a clase, señorita Wadsworth. —¿Por qué? ¿Cree que ella tiene algo que ver con la desaparición de Anastasia? ¿Ha buscado en los túneles? —La expresión que el director me brindó era nada menos que inductora al terror. Si había pensado que sus dientes eran intimidantes, no era nada comparado con el odio profundo de su mirada helada. —Si fuera una chica sabia, se quedaría fuera de esos túneles y de las cámaras ubicadas en ellos. Preste atención a mi advertencia, señorita Wadsworth. —Echó un vistazo al quirófano y su mirada descansó en el cadáver. Podría haber jurado que hubo un destello de tristeza antes de que se volviera hacia mí, con los ojos llenos de rabia—. O quizás puede ser que se encuentre a sí misma bajo la hoja de Percy a continuación. Con eso, giró sobre sus talones y se marchó, las suelas de cuero golpeando el piso. Serpientes parecían deslizarse a través de mis intestinos. De alguna manera volví al quirófano y me hundí en mi asiento. Pasé un proceso de tomar notas, pero mi mente estaba dividida por la mitad. Necesitaba saber cómo había muerto la joven que estaba sobre la mesa de disección de Percy, si no era solo por los estragos de los murciélagos. Pero también tenía que resolver el misterio del paradero de Ileana y de Anastasia. Thomas me miraba por encima del hombro cada cierto tiempo, con los labios apretados por la preocupación. Las siguientes palabras de Percy perforaron mis pensamientos agitados. —Claramente, la señorita Anastasia Nádasdy pereció por las heridas que sufrió. Todos los pensamientos salieron de mi cabeza como si hubieran tirado de la cisterna de un lavabo. Me quedé mirando fijamente a Percy, parpadeando con incredulidad. No podía haber querido decir… mi mirada viajó de mi profesor al cadáver tendido ante él. Le quitó el sudario de la cara. Pequeños engranajes hicieron clic y giraron, silbando mientras esta nueva

información encajaba en su lugar. ¿La joven que había sido atacada en la cámara del túnel por murciélagos vampiros era Anastasia? La tierra parecía retumbar bajo mi asiento. Las llamas resurgieron de las cenizas en mi corazón, entonces se volvieron heladas. Parpadeé alejando las lágrimas, incapaz de evitar que unas pocas se deslizaran por mis mejillas. En realidad, no me importaba si alguien de la clase se burlaba de mi emoción. Me quedé mirando sin ver el cuerpo, tratando de forzar la imagen para que tuviera sentido. Anastasia. No podía ser. Me quedé sentada allí, con el corazón palpitando, mirando la forma sin vida. Asimilé internamente el cabello rubio, pero no podía soportar inspeccionar su cara en decadencia desde demasiado cerca. Mi amiga estaba muerta. Esto no podía estar pasando de nuevo. Mi pecho se sentía como si se estuviera hundiendo por el peso que ahora lo presionaba. ¿Cómo podría haberla considerado culpable de los asesinatos? ¿Cuándo me volví tan desconfiada? Anhelaba salir corriendo de la sala y nunca estudiar otro cuerpo mientras viviera. Thomas no era el maldito, lo era yo. Cada persona con la que intimaba moría. Nicolae lo había dicho en el callejón. Él estaba en lo cierto. A través de las lágrimas, miré a nuestros compañeros de clase. Todos se veían afectados. Atrás quedaban los estudiantes ferozmente competitivos, sedientos de conocimiento y luchando por esos dos preciosos lugares en la academia. La ciencia necesitaba frialdad para los avances exploratorios, pero todavía éramos humanos. Nuestras mentes podrían estar hechas de acero cuando era necesario, pero nuestros corazones palpitaban con compasión. Todavía nos preocupábamos profundamente por la gente y llorábamos. Thomas giró en su asiento, su atención se centró en Nicolae y luego en mí. Mi amigo parecía desconcertado, pero estaba lo suficientemente concentrado como para buscar comportamientos sospechosos. Casi me había olvidado de las ilustraciones del príncipe y de qué papel podrían haber jugado en todo esto. Andrei apretó las mandíbulas, lanzando una mirada asesina a su amigo, aunque su garganta se agitaba con las lágrimas que obviamente contenía. Qué peculiar. —Las marcas de mordeduras son congruentes con las de los pequeños mamíferos —dijo Percy en voz baja—. ¿Alguien quiere arriesgarse a adivinar qué podría haber atacado a esta joven?

Contuve el aliento junto con el resto del quirófano. Ni Thomas ni yo nos atrevimos a responder —ni siquiera a mirarnos— aunque habíamos visto exactamente cómo había muerto Anastasia. La pregunta era, ¿quién más lo sabría en esta clase? Si alguien más estuviera colaborando con Ileana, estarían al tanto de la causa de la muerte. Percy recorrió con la mirada a cada estudiante, esperando que alguien rompiera el pesado silencio. —¿Serpientes? —preguntaron, finalmente, Vincenzo y Giovanni al unísono. —¿Arañas venenosas? —agregó Cian. —Buenas suposiciones, pero no —dijo Percy, su expresión cada vez menos esperanzadora—. ¿Alguien más desea compartir una idea? Nicolae apenas miró el cuerpo, con la atención fija en el aerosol de vapor carbónico todavía en sus manos. Lo hacía rodar de lado a lado, luego presionó el botón de liberación, sorprendiéndonos a todos con un estallido de spray antiséptico. Su niebla era tan premonitoria como el tono que usaba. —Murciélagos —murmuró—. Esas heridas son características de un tipo de murciélago que se rumorea que infesta este castillo. Percy aplaudió una vez, el sonido nos sacudió a todos en nuestros asientos. —¡Excelente, Príncipe Nicolae! Observen los espacios entre las marcas de los dientes. Estos son indicativos de especímenes bastante grandes, también. Me imagino que deben haberse alimentado de ella durante bastante tiempo, aunque probablemente perdió el conocimiento en algún momento. Tragué saliva, mi estómago revolviéndose con la imagen. Si no mantuviera mis emociones recluidas fuertemente, me haría añicos pieza por pieza. Me centré en respirar. Si pensaba en mi amiga, cómo de vibrante era en vida, yo no sería útil para ella en la muerte. Aun así, incluso habiendo tenido algo de práctica para controlar mis sentimientos, fragmentos de mi corazón se rompieron. Para acabar sintiendo la pérdida. Tan cansada de decir constantemente adiós a aquellos con los que deseaba aventurarme a través de la vida. Me afané en quitarme la humedad de mis mejillas y me sorbí la nariz.

Erik y Cian maldijeron. Sabía que ellos no eran capaces de ser el Empalador ni de trabajar con Ileana. Había amabilidad y compasión fusionadas en sus células. Había visto a Erik ayudar a Nicolae cuando le había arrojado un delantal, dispuesto a ayudar a alguien cuando necesitaba un amigo. Pero el príncipe y su obsesión con los murciélagos, bueno, eso parecía demasiada coincidencia como para ignorarla. —Está bien —dijo Percy—. ¿A quién le gustaría hacer la siguiente incisión? Cian y Noah se miraron el uno al otro y levantaron lentamente las manos. Admiraba su capacidad para hacer a un lado el horror, pero yo no podía usar mi hoja en el cuerpo de mi amiga. No me importaba si me costaba mi lugar en la academia; Incluso pensar en la estúpida competición se sentía terriblemente desacertado, aunque sabía que Anastasia me reprendería por sentirme derrotada. Ella esperaría que siguiera adelante. Con ese pensamiento fortaleciéndome, me senté directamente en primera fila del quirófano de Percy, sabiendo que no había absolutamente nada que pudiera ofrecer a Anastasia, aparte de mi voluntad de vengar su muerte. Thomas se inclinó hacia adelante en su asiento, pero no levantó la mano. —Señor Hale —dijo Percy—. Por favor, venga a tomar su lugar. Noah se ajustó su delantal y tomó el escalpelo de Percy, haciendo un buen trabajo de enjuagarlo con ácido carbólico antes de colocarlo contra la carne inmóvil. Tío se habría sentido orgulloso. Me obligué a mirar la incisión en forma de Y que hizo en el pecho sin vida de Anastasia. Mantuve mi respiración estable, no permitiendo que mi pulso se disparara. Necesitábamos descubrir con certeza si los murciélagos eran realmente la causa de su muerte, o si algo más siniestro había terminado primero con su vida. Mi mirada se arrastró hasta sus manos. No había muchas heridas defensivas. Me resultaba difícil creer que alguien tan luchadora como Anastasia simplemente se recostara y se entregara a la Muerte sin luchar con todo lo que tenía. Ella luchaba para ser tratada como igual, luchaba para demostrarle su valía a su tío. Una luchadora como ella no se rendiría

durante la batalla final. El pensamiento reforzó mi propio espíritu, animándome a continuar. —Dense cuenta de la forma en que el señor Hale está separando las costillas. Cortes muy limpios. El profesor Percy le entregó a nuestro compañero de clase las cortadoras de costillas y volvió a tomar el bisturí. Me encogí un poco ante las vísceras expuestas, pero me recordé que esto ya no era Anastasia, que era una víctima que nos necesitaba. Un ligero aroma a ajo flotó en el quirófano, mientras Percy se paseaba por el suelo de operaciones. Entrecerré los ojos. Antes de que pudiera hacer mi pregunta, Noah abrió con fuerza los dientes del cortador. Nada inusual estaba allí. Thomas echó un vistazo en mi dirección, su expresión era difícil de leer. Noah se movió por el cadáver, inspeccionando la cavidad abdominal. Se acercó lo suficiente para oler los órganos y sofocó una pequeña arcada. —Hay un olor a ajo presente en los tejidos corporales y en la boca, señor, aunque no hay signos de la sustancia sobre ella. Inspeccionar el contenido de su estómago podría revelar algo más. Percy dejó de pasearse y se inclinó para examinar el cuerpo él mismo. Inhaló en pequeños intervalos, mientras pasaba de la boca al estómago. Sacudió la cabeza y se dirigió a la clase. —En el caso de ingerir sustancias tóxicas, notarán un olor más fuerte en los tejidos del estómago. Que es precisamente lo que he notado aquí. El olor a ajo es abrumador cerca del estómago de la víctima. ¿Alguien conoce algún otro signo asociado con un envenenamiento intencional o accidental? Vincenzo levantó su mano tan violentamente que estuvo casi a punto de caerse sobre la barandilla. Su hermano aferró su brazo, estabilizándolo. —¿Sí, señor Bianchi? —Más...er...mucosidad será evidente —dijo él, con fuerte acento italiano mientras buscaba las palabras en inglés—. Como la defensa natural del cuerpo contra... un... ataque exterior. —Excelente —dijo Percy, recogiendo unos fórceps dentados y pasándolos a Noah—. ¿Dónde más podría uno encontrar indicios de veneno? Cian se aclaró la garganta.

—El hígado es otro buen lugar a examinar. —En efecto. —Percy hizo un gesto a Noah para que extrajera el órgano en cuestión y le entregó una bandeja de muestras. Sabía cómo se sentía, introduciendo una de sus manos en lo profundo de la cavidad abdominal y sacando un hígado que se movía muy ligeramente entre sus dedos. El peso del mismo era difícil de manejar con solo un fórceps. Noah no mostraba ninguna emoción, aunque sus manos no estaban tan controladas. El hígado se deslizó sobre la bandeja, manchándola con un líquido oxidado. Soporté el asco que sentía. Percy levantó la bandeja, luego caminó lentamente a lo largo de la fila de estudiantes, permitiéndonos a cada uno de nosotros la oportunidad de inspeccionar el órgano desde los asientos de la primera fila. —Tomen nota del color. El amarillo es comúnmente encontrado después de la exposición al... Mi corazón se aceleró con mis pensamientos. —Arsénico. Percy sonrió, la bandeja de muestras con el hígado expuesta orgullosamente ante él como si nos estuviera sirviendo té en porcelana fina. —¡Muy bien, señorita Wadsworth! Tanto el olor a ajo, como la presencia de tejidos hepáticos amarillos son indicativos de una posible intoxicación por arsénico. Ahora, antes de que alguien llegue a una conclusión precipitada, les convendría observar lo siguiente: el arsénico puede ser encontrado en la mayoría de los artículos cotidianos. Nuestra agua potable contiene trazas. Las señoras solían mezclarlo con sus polvos para mantener su apariencia juvenil. Aferré mis manos juntas, mi mente agitada con esta nueva información, mientras pensaba de nuevo en la primera víctima que habíamos encontrado en Rumania: el hombre del tren. Su boca había estado rellena de ajo, pero el olor era demasiado abrumador como para ser el resultado de una cantidad tan pequeña de la sustancia orgánica. Yo debería haber investigado más a fondo. Claramente, el asesino utilizó ajo real para enmascarar el aroma revelador del arsénico. Me concentré en respirar correctamente. Inhalar. Exhalar. El flujo constante de oxígeno alimentaba mi cerebro. Pensé en los síntomas de

Wilhelm. Cómo de rápido había pasado de ser un chico sano de diecisiete años a un cadáver que yacía bajo mi bisturí en el laboratorio. Muy antinatural. No había sido mencionada ninguna causa de muerte en el caso de Wilhelm. La sangre perdida servía de distracción. Y era una buena, también. Había estado tan preocupada por el pensamiento de probar científicamente que los vampiros eran imposibles, que nunca había revisado su hígado. Percy, también, había dejado que lo obvio distrajera su atención de inspeccionar otros órganos. Pensé en otros síntomas de envenenamiento por arsénico. Decoloración o erupciones en la piel. Vómitos. Todo había estado allí, presente y esperando que alguien se diera cuenta de los síntomas. Una simple ecuación matemática, nada más. Quienquiera que hubiera planeado estos asesinatos lo había hecho tan brillantemente. Ni siquiera Thomas había encontrado el hilo que lo unía todo. El culpable probablemente sabía que Thomas no sería tan ingenioso como lo era normalmente, el temor de que su linaje fuera expuesto, le entorpecía de una manera a la que no estaba acostumbrado. Mi cabeza daba vueltas. Este asesino era más astuto que Jack el Destripador. No habíamos examinado el cuerpo de la criada, pero al parecer tampoco había mostrado signos externos de asesinato, según los gemelos Bianchi. No era difícil deducir que ella también había sido envenenada. Anastasia. Wilhelm. El hombre del tren. La sirvienta. Todo aparentemente sin relación, debido a las externamente diferentes causas de la muerte: el empalamiento y la pérdida de sangre. Ambas fueron simplemente distracciones provocativas, creadas post mortem o cercanas a la muerte para exacerbar las emociones en una comunidad altamente supersticiosa. No teníamos a un simple asesino. Teníamos a alguien bendecido con el conocimiento del veneno y la oportunidad de ofrecérselo a cada víctima. Tragué saliva fuertemente. Quien quiera que haya hecho esto era inteligente y paciente. Había estado esperando mucho tiempo para ejecutar su plan. Pero por qué ahora... —¿Señorita Wadsworth?

Me sobresalté de vuelta al presente, con las mejillas ardiendo. —¿Sí, profesor? Percy me estudió de cerca, mientras enhebraba una gran aguja Hagedorn. —Sus puntadas del otro día fueron ejemplares. ¿Le gustaría ayudar a cerrar el cadáver? La clase ni siquiera respiraba. Estaba muy lejos de las burlas y las risas de los días anteriores. Ahora estábamos unidos por la pérdida y la determinación. Por ahora. Miré a la chica que había sido mi amiga y me puse de pie. —Sí, señor.

Traducido por Flopy Durmiente Corregido por Carib

Los guardias permanecían fuera del aula de clase, ojos enfocados en nada y al mismo tiempo preparados para atacar en cualquier momento, aunque Radu no les prestó atención. Continuó con su lección de folclor como si el castillo no estuviese siendo invadido por guardias reales y estudiantes desaparecidos o asesinados. O era extraordinariamente hábil para parecer inmutable, o estaba realmente perdido en su imaginación, atrapado en algún lugar entre mito y realidad. Dos días habían pasado desde que se descubrió que Anastasia era la víctima de los túneles, y el director prácticamente tenía el castillo repleto con guardias. No estaba segura de si su presencia me consolaba o me asustaba más. —A raíz de recientes descubrimientos, nuestra siguiente lección es sobre Albertus Magnus, filósofo y científico. La leyenda dice que era el mejor alquimista que ha existido. Algunos creían que poseía magia. Magie. —Radu pasó las páginas del viejo libro que retiró de la biblioteca hace unos días, De Mineralibus—. Estudió el trabajo de Aristóteles. Gran, gran hombre. Se dice que descubrió el arsénico. —Noah valientemente levantó su mano, y Radu se deleitó de placer—. ¿Sí, señor Hale? ¿Tiene algo que ofrecer en el tema y leyenda del señor Magnus? —Entiendo hablar sobre arsénico debido a los asesinatos, señor, pero ¿cómo, exactamente, tiene que ver con folclor rumano? Radu parpadeó muchas veces, su boca abriéndose y cerrándose.

—Bueno… es fundamental para entender ciertas leyendas sobre el tema de la lección de hoy: la Orden del Dragón. Durante su apogeo, a la Orden le fue muy bien en lugares como Alemania e Italia. Algunos creen que el ascenso en sus rangos de nobleza era debido a la práctica secreta de usar arsénico para envenenar lentamente a sus enemigos. Alcé una ceja, intrigada. El arsénico era conocido como «polvo de herencia» en Inglaterra, tan usado por nobles que quería obtener un título más rápido de lo que la muerte natural permitía. —¿Está sugiriendo que la Orden era un grupo de nobles alquimistas asesinos? —preguntó Cian—. Creí que se suponía que luchaban contra enemigos manifiestos del cristianismo. —Vaya, vaya, vaya. ¡Alguien ha estado investigando! Estoy impresionado, señor Farrell. Muy bien. —Radu hinchó su pecho con orgullo y caminó de un lado al otro—. Luego de que Sigismund de Hungría muriera, la Orden se convirtió sumamente importante en este país y sus vecinos. No tanto en regiones occidentales de Europa. Los otomanos estaban invadiendo, amenazando a los boyardos… eh, ¿sí, señor Farrell? —¿Qué son exactamente los boyardos, señor? —¡Oh! Los boyardos eran los miembros de más alto rango de la aristocracia luego de los príncipes de Valaquia. Estaban luchando sobre a quién nombrar como príncipe, y nuestro sistema de gobierno era irremediablemente corrupto. —¿No debería el título de príncipe haber sido cedido al próximo en la línea familiar? —pregunté. Andrei soltó una risotada, un poco a medias considerando su estándar habitual, pero lo ignoré. Podría conocer las normas particulares de su país, pero yo no y no sentía ninguna vergüenza en preguntar. Radu negó con la cabeza. —Esa no era la manera en que se hacían las cosas aquí en tiempos medievales. Aquellos nacidos ilegítimamente eran capaces de reclamar el título de príncipe. De hecho, casi todos los que habían nacido de la línea Dăneşti o Drăculeşti eran legitimados cuando los boyardos los asignaban al trono. No necesitaban ser sangre pura para reinar; simplemente necesitaban la fuerza de un temible ejército. Muy diferente de a lo que se

acostumbra en Londres. Frecuentemente llevaba a muchos familiares asesinándose entre ellos por el derecho a reinar. No tan diferente de Inglaterra en ese sentido, pensé. —Aquellos que se oponían a la lucha interna y a la corrupción subían los rangos de la Orden —dijo Erik, su acento ruso prominente—. Asumo que estaban asustados de perder su cultura ante fuerzas invasoras. —Ai dreptate. Tiene razón. La Orden, aunque nunca se llamaban así mismos por ningún nombre como parte de su secretismo, se unieron, peleando por su libertad y sus derechos. La leyenda dice que eran feroces, ocupándose ellos mismos de erradicar amenazas de dentro y fuera del reino. De hecho, hay historias que sugieren que querían unificar el país eliminando la lucha interna entre las dos líneas reales. Thomas y yo nos miramos. Mis sentidos se agudizaron ante este descubrimiento. Era exactamente de lo que estaba preocupada. Alcé mi mano. —¡Oh! ¿Sí, señorita Wadsworth? ¿Qué tiene para añadir a este debate? No puedo decirles lo contento que estoy por el interés de todos en la clase de hoy. Mucho más animada que nuestra lección de strigoi. —Cuando dice «familia real», en ese caso se refiere a la Casa de Basarab, ¿verdad? ¿No la actual familia real de la corte? —Otro pequeño detalle. La familia real actual, la dinastía Hohenzollern-Sigmaringen, no está relacionada con la Casa de Basarab de ninguna manera. Para nuestros propósitos, cuando digo «familia real», hablo del linaje de Vlad Drácula y sus ancestros. Disfruto mantener nuestras lecciones centradas en leyendas acerca de la historia medieval de nuestro ilustre castillo. Trataremos en mayor parte con la línea Drăculeşti. Los descendientes de Vlad Drácula terminaron de gobernar en el siglo 1600. Se le hizo creer a la gente que todos sus descendientes directos están extintos. —Desvió su atención hacia Thomas—. No obstante, todavía están aquellos en Rumania que recuerdan la verdad. —¿La Orden está funcionando en la actualidad? —preguntó Cian, inclinándose hacia adelante sobre sus codos—. ¿Hay nuevos miembros? —Allí… —Radu de detuvo a mitad de su respuesta y rascó su cabeza— . No por un tiempo. Creo que se extinguieron casi al mismo tiempo que la

familia Basarab perdió su asiento de príncipe. Aunque hay una familia que asegura provenir de esa línea, de hecho, hay boyardos aquí en la actualidad. Ahora, ahora. Antes de que nos dejemos llevar, tengo algunos poemas antiguos que muestran el trabajo y artimañas de la Orden. El arsénico no era el único truco que usaban para deshacerse de sus enemigos. Entregó dos piezas de pergamino a cada uno de nosotros. Escritos sobre ellos había poemas en rumano, los cuales tradujo inmediatamente a inglés. —¡Oh! Simplemente me encanta este. Recuerdo la primera vez que mis padres me habían presentado… toda esa molestia. Ahem.

HOMBRES LLORAN, DAMAS GIMEN. POR EL CAMINO, SE DESPIDEN. LA VISTA CAMBIA, CUEVAS DISCIERNO. EN LA TIERRA, ARDIENTES COMO INFIERNO. FRÍA, PROFUNDA, Y RÁPIDA AGUA HA DE LLEGAR. EN ESTAS PAREDES TÚ NO HAS DE PERDURAR.

La sangre se heló en mis venas. Las palabras no eran exactamente iguales, pero eran sorprendentemente similares al cántico que había oído fuera de mi habitación. Thomas entrecerró sus ojos, siempre en sincronía con mis emociones cambiantes, y volvió a reposar contra su asiento. —Perdón, Profesor —dijo—, ¿cuál es el título de ese poema? Radu pestañeó varias veces, sus pobladas cejas elevándose con el movimiento. —Llegaremos a eso en un momento, señor Cresswell. Eso está copiado de un texto muy especial y sagrado, conocido como «Poemas de la Muerte». Poezii Despre Moarte. El texto original ha desaparecido. Muy extraño y desafortunado de hecho. Sentí la atención de Thomas sobre mí, pero no me atreví a mirarlo. Teníamos el libro que Dăneşti había estado buscando. Cómo la mujer perdida del pueblo lo tenía en su posesión era otro misterio para añadir a nuestra larga lista.

Los hermanos Bianchi garabatearon notas en sus cuadernos. Aparentemente esta clase se había vuelto más intrigante para ellos con la mención de la muerte. Apenas podía contener mi propia emoción. El incesante desvarío de Radu podría valer la pena después de todo. —¿Y este texto era sagrado para la Orden? —pregunté. —Sí. Sus contenidos eran usados por la Orden del Dragón como un tipo de… bueno… era usado para liberar al castillo de supuestos enemigos durante tiempos medievales. ¿Es algo que recuerde, señor Cresswell? Como uno de los últimos —y casi secreto, creo— miembros de esa casa, su familia sabría más sobre este texto, me imagino. Su educación habrá sido excepcional. Fue sutil, pero no me perdí el pequeño destello de tensión en la espalda de Thomas. Nuestros compañeros de clase se movieron incómodos en sus asientos, la revelación perturbadora incluso para aquellos que estudiaban a los muertos. No era de extrañar que Thomas no estuviera interesado en hablar de su ascendencia. Ocultar sus lazos con Vlad Drácula le ahorraba el inmerecido desprecio. Radu aparentemente había investigado el linaje materno de Thomas. Qué intrigante. Mi cuerpo se tensó con alarma. Radu era mucho menos despistado de lo que parecía. Thomas alzó un hombro, aparentando ser alguien que no le importaba para nada el tema de conversación o la tensión que ahora llenaba la habitación. Se había transformado en un autómata sin emoción, poniéndose una armadura contra personas juzgándolo. Nicolae miró su hoja de pergamino, sin dignarse a mirar a su muy lejano primo. Imaginé que sabía quién era Thomas y no se lo había dicho a nadie. —No puedo decir que el poema suene al menos un poco familiar — dijo Thomas—, o particularmente interesante. Aunque creo que, si es utilizado en los enemigos de uno, fácilmente podría matarlos con el tiempo. Una línea más de ese libro y podría colapsar de aburrimiento. —No, no, no. ¡Eso sería muy desafortunado! A Moldoveanu no le gustaría que causara la muerte de sus estudiantes. —Radu cubrió su boca con una mano, ojos saltones—. Terrible uso de palabras. Luego del pobre Wilhelm, Anastasia, y ahora Mariana.

—¿Quién es Mariana? —preguntó Thomas. —La doncella que fue descubierta la otra mañana —dijo Radu. Selló sus labios, viendo a los gemelos Bianchi retorcerse en sus asientos. Había olvidado que nuestros compañeros habían encontrado su cuerpo. Estudiar la muerte y encontrar cuerpos fuera del laboratorio no era lo mismo, y la última difícilmente era fácil de superar. Conocía demasiado bien los efectos persistentes de un descubrimiento así. —Quizás eso es suficiente para la lección de hoy. Repasé la segunda página de poesía, tomando una respiración profunda lo suficientemente afilada como para perforar. Necesitaba más respuestas antes de que la clase terminara. —Profesor, el poema que leyó se llama «XI». Ninguno de los poemas parece tener títulos además de números romanos. ¿Por qué razón? Radu miró de la página a la clase, mordiéndose el labio. Luego de un momento, empujó sus lentes hacia arriba por su nariz. —Por lo que recopilé, la Orden usaba esto como un código. La leyenda dice que marcaron pasadizos secretos debajo de este mismo castillo. Tras puertas marcadas con cierto número habría… bueno, habría todo tipo de dispositivos desagradables o trampas por las cuales sus rivales morirían. —¿Podría darnos ejemplos? —preguntó Erik, primero en ruso y luego en inglés. —¡Por supuesto! Ellos parecerían haber muerto por causas naturales, aunque la manera en la que morían era difícilmente natural. Se rumorea que Vlad, un miembro de la Orden, al igual que su padre, enviaría a un noble debajo del castillo con la promesa de encontrar un tesoro allí. Otras veces enviaría a boyardos corruptos a estas cámaras a esconderse, diciendo que había un ejército fuera del castillo y que deberían refugiarse. Seguirían sus instrucciones, entrarían a las cámaras marcadas, y encontrarían sus muertes. Luego podría hacer pasar sus muertes como un desafortunado accidente ante otros boyardos, aunque estoy seguro de que ellos sospechaban otra cosa. Tenía una reputación por erradicar la corrupción de este país de maneras radicales.

Thomas entrecerró los ojos, ahora enfocado en Radu como si fuese un perro hambriento con un hueso. Sabía precisamente lo que significaba esa expresión. —Pero, ¿qué hay de la poesía? —pregunté—. ¿Qué significaba para los miembros de la Orden? Radu señaló al pergamino con sus dedos gruesos, cuidadoso de no borrar la tinta. —Por ejemplo, este de aquí —tradujo el texto de rumano a inglés nuevamente:

XXIII BLANCO, ROJO, MALVADO, VERDOSO. QUIEN CAZA EN ESTOS BOSQUES SE OCULTA AL OJO. DRAGONES VAGAN, ECHAN A VOLAR. CORTANDO A AQUELLOS QUE SE ACERCAN A SU HOGAR. TU CARNE COMEN, TU SANGRE BEBEN. DEJANDO LOS RESTOS EN DONDE QUEDEN. HUESO BLANCO, SANGRE ROJA. DE TU MUERTE PRONTO SERÁ HORA.

—Algunos creen que este poema se refiere a un lugar de reunión secreto de la Orden. Uno en los bosques, donde realizaban ritos de muerte para otros miembros. Otros creen que se refiere a una cripta debajo del castillo: una cripta solo porque una vez que huéspedes confiados entraban, eran encerrados por la Orden hasta pudrirse. Oí a aldeanos asegurando que sus huesos fueron convertidos en un lugar sagrado. —¿Qué tipo de lugar sagrado? —Oh, uno donde se realizaron sacrificios al Príncipe Inmortal. Pero no todo lo que oigas es cierto. La parte sobre dragones despegando es una metáfora. Traducido simplemente, significa que la Orden se mueve sigilosamente, acechando y protegiendo lo que es suyo. Sus tierras. Sus dioses gobernantes. Su modo de vida. Se transforman en criatura feroces

que te comen por completo y dejan tus huesos. Significa que, te asesinan y lo único que queda son tus restos. —¿Sospecha que la Orden del Dragón mantenga los túneles hoy en día? —pregunté. —¡Dios mío! No lo creo —dijo Radu, riendo un poco demasiado fuerte—, aunque supongo que no puedo asegurarlo. Como mencioné antes, la Orden primero se había creado luego de los Cruzados. De hecho, Sigismund, rey de Hungría, luego se convirtió en el Sagrado Emperador Romano. Antes de que Radu pueda empezar a hablar de los Cruzados, solté otra pregunta: —¿Exactamente qué tipo de métodos de muerte contenían los túneles? —Oh, veamos, señorita Wadsworth. Algunos pasadizos contenían murciélagos. Otros estaban colmados de arácnidos. Se dice que lobos cazaban en otros pasadizos. Una leyenda asegura que la única manera de escapar de la cámara de agua era ofrecerle a un dragón un poco de sangre. —Sonrió tristemente ante la idea—. No creo que las criaturas fueran capaces de sobrevivir bajo tierra sin una fuente de alimento o cuidado. Si los pasadizos existen hoy, probablemente son inofensivos, aunque, no sugeriría buscar nada que este libro contenga. La mayoría de las supersticiones están basadas en un hecho real. ¿Hmm? ¿Sí? Como los strigoi, por ejemplo, debe haber algo de verdad en esos rumores. Quería señalar que las leyendas de strigoi eran probablemente el resultado de no sepultar cuerpos lo suficientemente profundo en invierno. Los cuerpos se hinchaban con gases y eran expulsados de sus tumbas; uñas contraídas, haciendo que las manos parezcan garras, de apariencia fantasmagórica y vampírica, pero no práctica. Para los ignorantes, ciertamente parecería que sus seres queridos estaban tratando de salir de sus tumbas. Sin embargo, la ciencia demostró que eso era simplemente un mito. El reloj de afuera marcó el final de nuestra clase. Los guardias no perdieron tiempo en hacer notar sus presencias nuevamente. Recogí los pedazos de pergamino que Radu nos había dado y los guardé en mi bolsillo.

—Gracias, profesor —dije, observándolo atentamente—, he disfrutado esta clase. Radu rio. —Un placer. Le agradezco. Ahora tengo, ¿en verdad son las tres en punto? Esperaba ir a las cocinas antes de retirarme a mi recámara. Están haciendo mis bollos dulces favoritos. ¡Allá voy! —Agarró un montón de cuadernos de su escritorio y se fue. Me había girado hacia Thomas, lista para hablar de todo lo que habíamos aprendido y discutir la posible participación de Radu, cuando Dăneşti saludó con la mano desde la puerta. Le sonrió a Thomas, burlándose de mi amigo de una manera que sabía que no resistiría. —Să mergem. No tenemos todo el día. Thomas inhaló profundamente. No había mucha provocación que él pudiera soportar. Antes de que pudiese reaccionar, él abrió esa maldita boca suya. —Perros falderos hacen lo que les dicen. No tienen nada que hacer excepto sentarse y esperar y suplicar por las próximas ordenes de su amo. —También muerden cuando los provocan. —No pretendas que escoltarme de un lado a otro no es la mejor parte de tu miserable día. Una vergüenza que no hicieras lo mismo por esa pobre doncella. Aunque soy mucho más guapo para mirar —dijo Thomas, deslizando una mano por su oscuro cabello—, al menos sé que no estoy en peligro de ser llevado por un vampiro, estás demasiado ocupado mirándome. Gran cumplido. Gracias. La sonrisa burlona de Dăneşti se volvió absolutamente letal. —Ah. He estado esperando por esto. —Él llamó en rumano, y cuatro guardias más entraron en nuestra ahora vacía aula de folclor—. Escolten al señor Cresswell al calabozo por las siguientes horas. Necesita aprender ospitalitate rumana.

Querida Wadsworth, Finalmente he sido liberado del húmedo infierno que se dignan a llamar “calabozo.” Ahora estoy sentado en mi habitación, considerando escalar las paredes del castillo por diversión. Escuché a los guardias hablando, y parece que esta noche podría ser nuestra mejor oportunidad de escabullirnos para buscar en el bosque a quien sea que fuese arrastrado por los túneles esa noche A diferencia de nuestro estimado director, no creo que hayas inventado ese escenario, y me temo que podríamos habernos equivocado acerca de Ileana estando involucrada criminalmente. Podría muy bien ser otra víctima, pero solo hay una manera de asegurarnos. Si no tienes más noticias de mí, es porque estoy escabulléndome por los corredores, de camino a tu recámara. Siempre tuyo, Cresswell

Traducido por Flochi Corregido por Brisamar58

Qué joven tan dramático. Si Thomas ya se encontraba en sus aposentos escribiéndome una nota, significaba que había pasado poco tiempo en el calabozo. Terminé de escribir mi respuesta y la doblé, agregando un poco de cera roja y presionándola con mi sello familiar de la rosa. —Por favor, lleva esto a Thomas Cresswell. —La nueva criada miró fijamente. Volví a intentarlo, esperando que mi rumano fuera correcto. Mi mente se encontraba en varios lugares a la vez—. Vă rog… daţi-i… asta lui Thomas Cresswell. —Da, domnişoară. —Gracias. Mulţumesc. —¿Necesita ayuda con prepararse para la cama? Miré a mi vestido sencillo y negué con la cabeza. —No, gracias. Yo lo puedo manejar. La sirvienta asintió, levantando la nota y metiéndola bajo la tapa de una bandeja que estaba llevando. Salió de mis aposentos y rogué que la entregara sin que los guardias se dieran cuenta de lo que estaba haciendo. Caminé de un lado a otro a lo largo de la alfombra en mi recámara principal, mi mente dando vueltas y repasando hasta el último detalle del

día. Apenas sabía dónde comenzar para desenredar este nuevo embrollo. Tanto Radu como Ileana podrían ser el asesino. Radu por su conocimiento de venenos. Ileana por su habilidad para escaparse entre las comidas. Pero, con poca educación, ¿ella tenía el conocimiento de cómo administrar tal cosa como arsénico? ¿Y Radu tuvo la oportunidad de alimentar a los estudiantes? Y sin embargo Thomas creía que Ileana podría ser una víctima… lo que dejaba a Radu como principal sospechoso. Algo me molestaba. Todavía tenía la sensación que Ileana estaba involucrada de alguna manera. No podía explicarlo. Había sacado mi traje de montar y pantalones de mi baúl y no pasé por alto el bulto de mis faldas mientras seguía caminando alrededor del cuarto con mi nuevo traje. No obstante, ¿quién más, además de Ileana, sabría que Thomas estaría distraído por la vergüenza de su linaje? ¿Cómo alguien aquí lo conocía lo suficientemente bien como para usarlo en su contra y estropear su normalmente estelar método de deducciones? Ileana pudo haber obtenido alguna información de Daciana; tal vez la había estado usando todo este tiempo. Dejé de caminar. Eso no se sentía del todo bien tampoco; un amor tan poderoso no podía ser fingido con facilidad. Lo que me llevaba de regreso a nuestro profesor. Ninguna investigación que Radu pudo haber hecho desenterraría los secretos de la personalidad de Thomas. O tal vez eso fue simplemente un punto de buena suerte, un obsequio afortunado. Incluso una mejor idea: el asesino podría ser alguien con quien no hemos interactuado. Un estremecimiento bajó por mi espalda. Imaginar a un asesino sin rostro quien no solamente era habilidoso sino también bendecido con suerte era especialmente aterrador. Media hora pasó y todavía no había señales de Thomas. Me senté en el escritorio y tomé una pluma del tintero. Le había prometido a Padre que le escribiría y todavía tenía que enviar una nota apropiada. Miré fijamente al pergamino en blanco, insegura de qué revelar. No podía discutir sobre los asesinatos. La bendición y estímulo de Padre por perseguir mi carrera en medicina forense no se extendían demasiado. Si él hubiera sabido acerca del cuerpo que habíamos encontrado en el tren, me habría hecho regresar a Londres de inmediato.

Un leve ruido de refriega llamó mi atención hacia la ventana. Sonaba como si un animal hubiera corrido de prisa por el techo. Mi sangre aguijoneó por todas partes. Me giré en mi silla y miré hacia el mundo nevado, atrapado en la oscuridad. Con el corazón latiendo con fuerza, esperé ver un rostro abominable mirándome, ojos blancuzcos sin parpadear. No sucedió tal cosa. Probablemente fue un trozo de nieve o hielo cayendo por el techo. O un ave buscando abrigo de la tormenta. Suspiré y volví a sentarme en el escritorio. Nunca dejaría de inventar villanos en las sombras. Giré la pluma entre mis dedos, intentando pensar en otra cosa además de ghouls, vampiros y gente experta en venenos. Casi me había olvidado que era la época de Navidad otra vez. Momento para alegría, amor y familia. Era difícil recordar que la vida existía fuera de la muerte, miedo y caos. Miré a la fotografía de mis padres, permitiendo que los recuerdos cálidos derritieran las partes frías y científicas de mí. Recordé la manera en que Padre hacía que nuestro cocinero preparara una cesta llena de dulces, luego jugaba a las escondidas con nosotros en el laberinto de Thornbriar. Había reído libremente y a menudo por aquel entonces, nunca me había dado cuenta de lo mucho que extrañaría esa parte de él una vez que pereciera junto a Madre. Poco a poco estaba saliendo de esa desolada nada que sigue a la pérdida de un pedazo de tu alma, pero me preocupaba que cayera en viejos patrones ahora que estaba solo. Desde este momento, me prometí escribirle a menudo, para mantenerlo ocupado con los vivos. Estábamos rodeados de suficiente muerte. Seguí el viejo consejo de mi hermano y me olvidé del asesinato y la muerte por unos instantes, permitiéndome recordar que la vida era hermosa incluso durante las horas más oscuras. Pensé en la magnificencia de este país, la historia detrás de la arquitectura y sus gobernantes. El hermoso idioma de su gente, la comida y el amor que se reunía al hacerla.

Querido Padre, El Reino de Rumania es en verdad encantador. Uno de mis primeros pensamientos al ver el Castillo Bran y sus chapiteles fue las historias de niños que mamá y tú nos leían al ir a la cama. Los azulejos en las torres están cortados de una manera que me recuerda a las escamas de un dragón. Medio esperaba que un caballero viniera montado en su corcel en cualquier instante. (Aunque ambos sabemos que probablemente yo tomaría prestado su caballo para buscar a mi propio dragón que matar. Si él es un caballero de verdad y educado, estoy segura de que no le importaría.) Las Montañas de los Cárpatos son unas de las más grandes del mundo, al menos lo que he visto de ellas. No veo la hora de poder admirar esta tierra durante la primavera. Imagino que las montañas cubiertas de hielo

deben reventar de vegetación. Creo que disfrutarías tomarte unas vacaciones aquí. Tienen estas divinas pastas de carne, llenas con hongos salados y todo tipo de maravillosos jugos y especias. ¡Las he comido casi todos los días hasta el momento! De hecho, mi estómago está gruñendo ante la mera mención de ellas. Debo llevarte algo de regreso cuando esté de visita. Espero que estés bien en Londres. Te extraño terriblemente y tengo una fotografía tuya a la que a menudo le doy las buenas noches. Antes de que preguntes, te diré que el señor Cresswell ha sido un perfecto caballero. Se ha tomado su deber muy a pecho y es un chaperón bastante fastidioso. Estarías orgulloso. Su hermana, la señorita Daciana Cresswell, nos ha invitado a un baile de Navidad en Bucarest. Si

el clima lo permite, será un momento encantador. Desearía poder ir a casa para el año nuevo y visitar. Por favor, dale mi afecto a tía Amelia y Liza. Y cuida de ellas y de ti. Volveré a escribir pronto. Estoy aprendiendo mucho aquí en la academia y no puedo agradecerte lo suficiente por permitirme estudiar en el extranjero. Tu amorosa hija, Audrey Rose. PD: ¿Cómo le está yendo Tío? Espero que sigas viéndolo y lo invites a cenar. Puede que sea atrevida al decirlo, pero diría que se necesitan mutuamente, especialmente durante esta temporada complicada. Feliz Navidad, Padre. Y muy felices

noticias para el nuevo año. ¡1889! No puedo creer que ya casi esté sobre nosotros. Hay algo nuevo y maravilloso sobre el comienzo de un año nuevo. Espero que nos acompañe con la promesa de nuevos comienzos para todos. Será Thump. Thump. La tinta se derramó en las últimas palabras de la página, mi cuidadosa escritura arruinada. Me aparté del escritorio tan rápidamente que la silla se cayó. Algo estaba en el techo. Aunque sabía que era una locura, me imaginé alguna criatura humanoide, que acababa de salir de su tumba, el olor a tierra recién movida envolviendo mis sentidos, mientras sus colmillos se mostraban, listos para drenar mi sangre. Contuve el aliento y me apresuré a mi baúl de suministros postmortem, agarrando la sierra de huesos más grande que pude encontrar y sosteniéndola delante de mí. ¿Qué, en el nombre de la reina… Arañazo. Sonaba como si algo estuviera arañando el techo de tejas rojas mientras se dirigía hacia abajo. Otra vez, la imagen de un strigoi asaltó mis sentidos. Una criatura humanoide con piel muerta y gris y colmillos negros goteando la sangre de su última comida, raspando en su camino hacia mis aposentos para atiborrarse una vez más. Una parte de mí quería correr al corredor y gritar a los guardias. Thump. Thump. Thump. Mi corazón latía al doble de su ritmo normal. Era el sonido de un caminar pesado. Lo que sea o quien sea que estaba en el techo, estaba usando botas de suela pesada. Imágenes de vampiros y hombres lobo dieron paso a ideas más perturbadoras de humanos depravados. Unos que habían asesinado exitosamente al menos a cinco víctimas.

Retrocedí hacia mi mesita de noche, sin nunca alejar la mirada de la ventana y bajé la sierra para girar el dial de mi lámpara de aceite. Se hizo la oscuridad, con la esperanza de que me hiciera invisible para quien sea que todavía estuviera arrastrándose por el techo. Esperé, el aliento atrapado entre las garras del terror y observé. Al principio, todo lo que vi fueron amontonamientos pesados de nieve cayendo más allá de mi ventana. Los sonidos de raspar y pesadas pisadas fueron reemplazados por una especie de ruido de deslizamiento. Entonces todo sucedió a la vez. Una sombra más oscura que el carbón eclipsó el mundo nevado de afuera. Sacudió mi ventana con una fuerza tremenda, el pequeño pestillo apenas permaneció en su sitio. El temor paralizó mis extremidades. Quien sea que estuviera allí estaba a segundos de bien, romper el cristal o romper el ligero pestillo. Alcé la sierra y di un pequeño paso hacia delante. Luego otro. Las reverberaciones del asalto en la ventaba amplificaron mi acelerado pulso. Me acerqué más a la ventana, escuchando al fantasma tocar, probar y… maldecir. Una mano enguantada golpeó otra vez el cristal. Arrojé la sierra y me moví rápidamente, abriendo la ventana y agarrándolo como si nuestras vidas dependieran de ello.

Traducido por Masi Corregido por Brisamar58

—¿Has perdido por completo el juicio? Las largas piernas de Thomas pateaban salvajemente el borde del tejado mientras yo sujetaba su abrigo con más fuerza de la que sabía que poseía. —Deja de sacudirte, vas a perder el agarre y me llevarás contigo. Resopló una carcajada. —Exactamente, ¿qué sugieres, Wadsworth? —Impúlsate hacia adelante mientras yo tiro. —Que... tonto... por... mi parte entrar en pánico. Mientras estoy colgado... a centímetros de distancia… de una muerte segura. Tomó algunas maniobras, pero me las arreglé para enganchar mis manos debajo de sus brazos, luego usé todo el peso de mi cuerpo para caer hacia atrás, halándolo a través del alféizar de la ventana hacia mí. Chocamos contra el suelo, causando todo tipo de ruido cuando nos golpeamos miembros y cabezas. La nieve entraba en mi habitación, formando remolinos y furiosa. Thomas se apartó de mí y se tendió en el suelo, mirando el techo, con la mano sobre el torso, jadeando. Su abrigo negro estaba casi empapado. Me levanté, los brazos temblando incontrolablemente por la adrenalina y el

terror que aún recorrían mi cuerpo en torrentes malvados, y cerré la ventana. —En nombre de la reina, ¿en qué estabas pensando? Trepando un tejado de piedra... durante una tormenta de nieve. Yo... —Apreté mis manos en puños para evitar que temblaran con el frío—. Casi te caes del tejado, Thomas. —Te dije que me estaba preparando para escalar el castillo. —Un mechón de cabello húmedo cayó sobre su frente mientras estiraba el cuello hacia arriba—. Tal vez unos pocos mimos o felicitaciones sería lo apropiado. Fue bastante heroico por mi parte, enfrentarme a todas las probabilidades para entrar en tus aposentos. No necesito ser reprendido. —Heroico no es el término que usaría. —Suspiré—. Y no seas molesto. Es impropio. Thomas se sentó, esa maldita sonrisa torcida mostrándose en su boca. —Daci y yo solíamos escabullirnos de nuestras habitaciones y subir al tejado cuando éramos niños. Eso enloquecía por completo a nuestra madre. Estaba organizando una cena aburrida en ausencia de Padre, y nosotros espiábamos a los nobles que asistían. —Se levantó del suelo y se quitó el abrigo con unas cuantas sacudidas de sus dedos enguantados—. Sin embargo, no recuerdo que ninguna de nuestras salidas envolviera a una tormenta de nieve. Un descuido menor. —En efecto. —Inhalé profundamente. Sólo Thomas podía hacer algo tan exasperante, como prácticamente caerse y matarse ante mis ojos, y luego ofrecer un poco de su pasado para calmar mi ira—. ¿Tu madre a menudo organizaba eventos mientras tu padre estaba fuera? La ligereza se desvaneció de su expresión. —Padre casi nunca viajaba con nosotros a Bucarest. No creía en celebrar nuestra maldita ascendencia. —Thomas se dirigió hacia mi armario y revolvió entre mis cosas. Me entregó mi capa—. Debemos darnos prisa. La tormenta apenas está empezando.

Me sentía agradecida por las gruesas medias metidas en mis botas mientras caminábamos a través de la nieve. Estaba pesada y húmeda, y se aferraba al fondo de mi capa con todo lo que tenía. En el pasado me habían encantado las noches invernales. El silencio que encapsulaba la tierra, la brillante chispa de hielo destellando por el brillo de la luna. Pero eso era mientras estaba metida dentro de la seguridad de mi casa de Londres, con una taza de té, un fuego llameante y un libro ubicado en mi regazo. —Aquí es donde los viste llevarse el cuerpo, ¿correcto? Thomas señaló hacia la brecha en el bosque, el pequeño sendero en la parte trasera de los terrenos del castillo donde habíamos salido. Asentí, mis dientes repiqueteando mientras la nieve se mezclaba con la aguanieve. Era una noche horrible para una aventura al aire libre, pero ya no podíamos darnos el lujo de esperar mejores circunstancias. Si Daciana o Ileana hubieran sido raptadas, tal vez encontraríamos una pista aquí: una rápida comprobación de las morgues no había arrojado ninguna luz. Aunque cómo encontraríamos algo en la oscuridad, con nieve cubriéndolo, parecía una tarea inalcanzable. Nos detuvimos cerca de la entrada al bosque, la luz de la luna arrojando las largas y delgadas sombras de los árboles en nuestra dirección. Garras, zarpas… las imágenes me inquietaron. Thomas inspeccionó el suelo a ambos lados del sendero, su cuerpo temblaba ligeramente cuando el viento se levantó. —Parece inalterado. Deberíamos ser capaces de avanzar un poco, ver si nos encontramos con algo. Tal vez buscar los depósitos de alimentos que Moldoveanu afirma que están aquí. Luego regresaremos al castillo y volveremos a entrar por donde vinimos, a través de las cocinas. El viento azotó mechones de cabello de mis trenzas, pero estaba demasiado congelada como para sacar mis manos de debajo de la capa. Estaba bastante segura de que esta era la noche más fría jamás conocida en el mundo. Cuando no respondí, Thomas se dio vuelta. Notó las lágrimas que se deslizaban por mis mejillas, el viento que golpeaba mi rostro con mi propio cabello y se acercó lentamente. Sin ninguna insinuación o coqueteo, metió mi cabello detrás de mis orejas con dedos temblorosos. —Lo siento, está tan horrible afuera, Wadsworth. Apresurémonos y regresemos al interior.

Se prestó a ayudarme a regresar al castillo, pero bloqueé mi avance con mis talones congelados. —N-no. No. Vamos a v-ver qué hay ahí fuera. —No estoy seguro... —Levantó las manos en señal de rendición mientras yo le lanzaba una mirada de resolución—. Si lo tienes claro... Noté sus propios escalofríos y el enrojecimiento de su nariz. —¿Puedes quedarte aquí fuera un poco más? Asintió, aunque la duda estaba allí. Reuní mis fuerzas y me dirigí hacia el bosque, Thomas siguiendo mi rastro. Las ramas de abeto cubiertas de nieve colgaban bajas, haciendo sonidos extraños a nuestro alrededor. Era como si alguien estuviera sosteniendo sus guantes sobre mis oídos, aunque también parecía como si pudiera escuchar a kilómetros de distancia, en cualquier dirección. Me concentré en el crujido de las botas de Thomas mientras aceleraba para seguir mi ritmo. Copos de nieve caían en grupos, golpeando el suelo con un ¡plaf! Ningún sonido de animal. Gracias a Dios por los pequeños favores. Probablemente hacía demasiado frío incluso para que los lobos estuvieran merodeando por estos terrenos. El sendero continuó durante lo que parecieron kilómetros, aunque sólo faltaban unos pocos cientos de metros para llegar a una desviación. El camino a la derecha parecía más ancho, como si alguien hubiera tenido mucho cuidado en talar árboles jóvenes y cincelarlos. Imaginé que era allí donde encontraríamos los depósitos de alimentos. Sin embargo, el camino hacia la izquierda estaba cubierto de arbustos de aspecto espinoso. Las espinas y las hojas afiladas daban una advertencia a cualquiera que estuviera considerando tomarlo. Contuve el impulso de huir en la dirección opuesta. Esa sensación familiar de ser vigilada por alguien antiguo y amenazante atravesó el área entre mis omóplatos. Sabía que Drácula no era real, pero su fantasma ciertamente se sentía como si estuviera acechando estos bosques. La piel de mi nuca se erizó mientras imágenes de strigoi, arrastrándose por el bosque, esperando para atacar, emergieron. Me tomé un momento para calmar mis nervios. No tenía ningún deseo de explorar un pasaje que la Naturaleza estaba tan decidida a mantener para sí. Especialmente por la noche, durante una tormenta de

nieve, mientras que un verdadero asesino estaba cerca. Podría parecer cobarde, pero al menos viviríamos para cazar otro día. Señalé hacia el camino más transitado, la nieve caía cada vez más rápido. —Comprobaremos el otro camino durante el día. Veamos si los depósitos de alimentos están por aquí. —La única respuesta fue el silencio, salpicado por unas cuantas gotas de nieve. Me di vuelta, la capa girando a mi alrededor como las faldas de una bailarina—. ¿Thomas? Nada. Todo a mi alrededor se mantuvo inquietantemente silencioso, excepto por el zumbido en mis oídos. Me apresuré hacia el camino de la derecha, notando el único conjunto de huellas que transitaban por él. Maldito Cresswell. Separarse durante una tormenta de nieve en medio del bosque era otra de sus ideas ganadoras. Lo maldije en silencio todo el tiempo que me tomó patear a través de la nieve. Después de unos cuantos pasos más, me topé con una pequeña estructura de piedra que se encontraba anidada entre dos grandes rocas. En realidad, no era más que una choza. Las huellas de Thomas desaparecían en el interior. Juré que iba a darle un pedazo de mi... De repente, salió del edificio y casi rompió la puerta cuando la cerró de golpe. Antes de que pudiera preguntar qué demonios estaba pasando, un fuerte gruñido atravesó la silenciosa nevada. Seguido de un largo y triste aullido. La piel de gallina se formó a lo largo de toda mi longitud cuando varios otros gritos atravesaron la noche. —¡Cresswell! Thomas se dio la vuelta, con las manos todavía sujetando el picaporte. Rasguños y resoplidos patearon frenéticamente la madera, el sonido aterrador en la por otra parte tranquila noche. —¡Wadsworth, a la cuenta de tres, corre! No había tiempo para discutir. Thomas contó demasiado rápido para que protestara. Antes de que gritara «Tres», ya estaba en marcha. Nunca me había sentido más agradecida por desechar las faldas a favor de los pantalones, mientras iba lo más rápido que podía sobre los terraplenes de nieve y ramas.

Thomas se apresuró hacia el bosque detrás de mí, gritándome que no me diera la vuelta, que siguiera corriendo. Ignoré los aullidos en respuesta, aunque ahora podía escuchar a otras criaturas saltando a través de la nieve detrás de nosotros. No me detuve. No pensé en cómo el aire helado quemaba mis pulmones mientras me lo tragaba. No me concentré en el sudor frío que cubría mi piel, ni en el camino aparentemente interminable hacia el castillo. Especialmente, no me imaginé lobos del tamaño de elefantes que se apresuraban a través del bosque detrás de nosotros, listos para arrancarnos las extremidades y despedazarlas. Deseé que Moldoveanu y Dăneşti estuvieran vigilando los bosques de nuevo, pero no tuvimos esa suerte. Salimos del bosque, corriendo tan rápido como nos lo permitieron los elementos y nuestros cuerpos. Thomas me agarró la mano, un salvavidas en la tormenta de terror. Los ladridos y gruñidos salían de entre la maleza, los lobos ahora solo a metros de distancia de nosotros. Pensé que mi corazón podría detenerse en cualquier momento. Íbamos a ser atacados. No había manera de superarlos. Estábamos… Un disparo explotó desde la línea de los árboles. Thomas me tiró al suelo, protegiéndome con su cuerpo. Levanté mi cabeza sobre su hombro, viendo como dos grandes lobos se retiraban hacia el bosque. Cada parte de mí estaba congelada, pero en lo único en que podía concentrarme era en el subidón de adrenalina. Alguien les había disparado a los lobos. ¿Éramos los siguientes? Copos de nieve salpicaban mi cabello y mi ropa. Thomas se apartó de mí, explorando lentamente el área. Noté la rápida subida y bajada de su pecho y la forma en que se tensó esperando cualquier otro ataque. Tomó mi mano y me ayudó a levantarme. —Apresúrate. No veo a nadie, pero definitivamente hay alguien ahí afuera. Busqué una sombra o silueta del pistolero. No había más que humo persistente y el olor acre de la pólvora. Esta vez, cuando me estremecí, no tenía nada que ver con el hielo deslizándose por mi espina dorsal. Corrimos hacia la luz amarilla de las cocinas, sin mirar hacia atrás hasta que estuvimos a salvo en el interior y Thomas había cerrado la puerta de una

patada. Me derrumbé sobre una larga mesa de madera, esquivando por poco unos cuantos montículos de masa para pasteles. —¿Quién... La puerta se abrió de golpe y una figura bastante fornida entró dando pisotones para quitarse la nieve de sus botas, con el mosquete colgado sobre su espalda. Thomas y yo agarramos los cuchillos del mostrador. La figura avanzó, ajena a los cubiertos que ahora le apuntaban. Con un movimiento rápido, su capucha fue lanzada hacia atrás. Radu parpadeó hacia nosotros. —Señor Cresswell. Señorita Wadsworth… —Se quitó el mosquete de su hombro y lo apoyó contra una mesa de caballete. En ella había un tazón de estofado, el vapor aun elevándose desde el centro y un trozo de pan partido en trozos—. Les advertí sobre el bosque. ¿Hmm? —Radu sacó un taburete y se sentó, disponiéndose a comer su comida de la noche—. Corran de regreso a sus aposentos. Si Moldoveanu descubre que han dejado el castillo, desearán que los lobos los hayan alcanzado primero. Peligroso. Muy peligroso lo que hicieron. Pricolici4 en todas partes. Thomas y yo ni siquiera intercambiamos una mirada mientras nos disculpábamos y corríamos hacia la puerta.

4

Pricolici: Hombres lobo en rumano.

Kit Post-mortem, c. 1800.

Traducido por âmenoire Corregido por Flopy Durmiente

—Hoy estaré dirigiendo la lección en lugar del Profesor Percy. — Moldoveanu apuntó hacia los gemelos Bianchi—. Si todavía quieren realizar esta tarea, sugiero que vengan a la mesa de operaciones. Sin mayor insistencia, los gemelos se apresuraron hacia el escenario quirúrgico y tomaron sus lugares. Aun cuando nuestra academia estaba aparentemente bajo ataque, todavía estaba el asunto del curso de evaluación y esos dos tentadores lugares por los que todos estábamos peleando. Giovanni hizo un trabajo excepcional creando una superficie firme para que su bisturí se deslizara. Su gemelo le entregó un cuchillo de pan forense después de que abriera el cadáver de la doncella asesinada, Mariana. Removió su hígado cuidadosamente, notando la misma decoloración que había en el cadáver de Anastasia. Giovanni utilizó el largo cuchillo para extraer una muestra y colocarla sobre un portaobjetos. Parecía algo horrible que una herramienta médica se llamara cuchillo de pan cuando su propósito era cortar especímenes y no alimentos horneados. Cian se había ofrecido para realizar la autopsia, pero los gemelos insistieron en hacerlo. Dado que ellos habían descubierto el cuerpo de la doncella, sentían la obligación de asistirla en su muerte. Una sensación inquietante estaba presente en la sala con nosotros; era difícil estudiar los cuerpos sin sangre. Tener a Moldoveanu dirigiendo esta lección no aliviaba la pesada atmósfera. Su expresión era más dura de lo habitual, un escudo

añadido que llevaba desde el descubrimiento de los restos de su protegida. Había querido ofrecer mis condolencias antes de clase, pero la amenaza en su mirada inmovilizó mi lengua. —Excelente técnica. —Moldoveanu ajustó su delantal—. Como los otros cadáveres, a este también le falta su sangre, como estoy seguro de que todos pueden ver. ¿Por qué, si tuvieran que hacer una conjetura, creen que el asesino está tomando la sangre? La mano de Noah fue la primera en levantarse. —Los periódicos locales dicen que el Lord Empalador ha regresado. Los aldeanos están en pánico. Es alguien quien disfruta del miedo, creo. Muerte y asesinato no son la parte satisfactoria. Es la histeria que los rodea. —Interesante teoría. Entonces, ¿dónde supone que están desechando la sangre una vez que ha sido extraída? El ceño de Noah se frunció. —Hay un río cerca de la aldea. Tal vez la arrojan allí. —Quizás. —Moldoveanu levantó un hombro—. Vamos a ver quién leyó por adelantado sus libros de anatomía. ¿Cuántos litros de sangre hay en el cuerpo humano? ¿Alguien? —Cinco... tal vez... un poco más... dependiendo del tamaño de la persona —dijo Erik. —Correcto. Que es alrededor de un galón. —Moldoveanu caminó alrededor del cuerpo, su atención aterrizando en cada uno de nosotros—. Esa es una gran cantidad de sangre para transportarla por la aldea. Aunque no imposible, ¿cierto? —Aunque, podría ser demasiado arriesgado —añadió Noah—. Incluso si fuera transportada en un cubo de madera, la posibilidad de que se derrame por los costados existiría. Además, si alguien lo notara, los aldeanos podrían sonar la alerta. —Efectivamente. Aunque aparentemente es un excelente depósito para la sangre, el río representa una amenaza demasiado grande para este asesino en particular. Me parece que es el tipo de persona que no desea ser detenido. Es cuidadoso. Probablemente ha estado planeando esto por algún tiempo. Creo que tiene un historial de actos violentos, comenzando desde

su infancia. Aunque otros puedan asegurar que esto no tiene ninguna importancia. Encuentro que es una herramienta útil considerar la historia del perpetrador. Moldoveanu les señaló a los gemelos para que continuaran con la autopsia. Giovanni removió un poco del estómago. Sus contenidos serían examinados en busca de signos de arsénico, aunque un familiar olor a ajo ya persistía en el aire. Miré alrededor de la habitación; cada estudiante estaba tomando notas cuidadosamente, su concentración más intensa bajo la vigilante mirada del director. Intenté recordar mi conversación con Anastasia, convencida de que tenía que haber alguna indicación de lo que había descubierto sobre la escena en la casa de la mujer desaparecida. Odiaba pensar en ella viajando sola a la aldea y encontrando su muerte. Pero ni siquiera sabía si había llegado tan lejos. Por lo que sabía, nunca llegó más allá de los túneles en los que su cuerpo había sido encontrado. ¿Era el asesino alguien en esta habitación y si era así, quién habría sido capaz de desechar esa cantidad de sangre tan rápidamente? Discretamente inspeccioné a Andrei y a Nicolae, quienes hablaban por lo bajo entre ellos en rumano. Podrían estar trabajando juntos, aunque me advertí de no concentrarme por completo en ellos y perderme de otras pistas. Mi atención se desvió hacia los gemelos Bianchi. Recordé a Anastasia comentando como ignoraron sus intentos de charlar. ¿Era uno de ellos la persona por la que ella había estado intrigada? Si desechar la sangre era un riesgo demasiado grande para una sola persona, ¿eso apuntaba a ambos trabajando juntos? Eran muy buenos en ciencias forenses y seguramente tenían un amplio conocimiento en venenos. Quizás tampoco era una coincidencia que hubiesen descubierto el cuerpo de la doncella. Miré hacia Thomas. Ya me estaba observando, su cabeza inclinada hacia un costado como si estuviera leyendo mis pensamientos. No habíamos sabido qué opinar de Radu la otra noche y no pudimos hablar después debido a los guardias patrullando los pasillos. Habíamos sido afortunados en llegar a nuestros aposentos sin ser descubiertos. Todavía no podía creer que Radu nos hubiera salvado de los lobos depredadores en mitad de la noche, luego regresado a su comida como si nada hubiera ocurrido. Su comportamiento era predecible en su

imprevisibilidad. Aunque todavía me parecía difícil imaginarlo asesinando estudiantes o a alguna otra persona. —Me temo que ya acabó la lección de hoy. Debido a los eventos recientes, he decidido que esta sea su última clase antes de las vacaciones de Navidad —dijo Moldoveanu cuando el reloj repicó la hora—. Las clases comienzan de nuevo el veintiséis. No pongan a prueba mi paciencia; no soy fanático de las llegadas tardías.

Traducido por LizC Corregido por Flopy Durmiente

A la mañana siguiente, Thomas y yo nos encontramos en la cámara de recepción del castillo, listos para embarcarnos en nuestro viaje a Bucarest. Noah y Cian nos habían despedido antes de desaparecer en el comedor, y ahora estaba perdida en mis pensamientos, temiendo que Daciana no estuviera allí para recibirnos a nuestra llegada. Thomas le había escrito inmediatamente después de nuestras sospechas iniciales sobre Ileana, pero Daciana no había contestado. Si estaba herida, o peor… no podía permitirme pensar de esta manera. Thomas se movía de vez en cuando, su atención centrada en la pequeña ventana junto a la puerta. Nuestro carruaje debía llegar en cualquier momento. Cerré los ojos, haciendo todo lo posible por ignorar el recuerdo del cadáver de Anastasia. Había tantos rasguños y marcas de mordiscos, había sido difícil reconocerla. El recuerdo de esos murciélagos cubriendo su cuerpo… un repentino estallido de calor abrumó mis sentidos. Necesitaba salir al frío antes de enfermarme. Me precipité más allá de Thomas y abrí la puerta de golpe, jadeando en enormes bocanadas de aire helado. Afuera, el olor a pino se mezclaba con el de las fogatas rugiendo dentro. El sol cubierto de nubes apenas había estirado sus brazos en el horizonte, y la temperatura era lo suficientemente fría como para crear carámbanos que parecían colmillos rodeando la puerta principal. La nieve caía en un ritmo constante. El frío estabilizó la temperatura de mi cuerpo, permitiendo que las náuseas pasaran.

—¿Estás bien? —Thomas estaba a mi lado, con el ceño fruncido en preocupación. Asentí. —El aire está ayudando. Thomas dirigió su atención al camino empedrado, aunque parecía estar perdido en su mente. Los dos estábamos envueltos en nuestras capas más cálidas, metidos en capas sobre capas de material pesado luchando contra la tormenta invernal. La capa de Thomas era negra como el alquitrán, con pelaje a juego alrededor del cuello. Se quedó mirando a la nada, su mandíbula apretada con fuerza. No podía imaginarme los pensamientos corriendo por su mente. Metí mis manos en el manguito colgando de mi cuello. —Sin importar lo que descubramos, lo superaremos. Somos un equipo, Cresswell. Thomas estampó sus pies y sopló algo de calor entre sus manos vestidas de cuero, el vapor elevándose como la niebla de Londres a su alrededor. —Lo sé. Una frialdad familiar se instaló en sus rasgos. Este era el Thomas Cresswell que había conocido por primera vez en Londres. El joven que no permitía que nada ni nadie se acercara demasiado. Aquel que sentía con demasiada profundidad, me di cuenta. Liza había tenido razón hace algunos meses, más de lo que había imaginado. Thomas usaba la distancia como una barrera contra el daño. No era frío ni cruel; ni siquiera cerca a los parientes con los que temía ser comparado. Era frágil y sabía exactamente dónde estaban sus puntos más débiles. Para ayudar a los que amaba, destrozaría el mundo. —Thomas. Yo… Un elegante carruaje negro se detuvo ante nosotros, con caballos tan altos y orgullosos como el conductor que abrió la puerta con una exagerada floritura. Thomas ofreció su mano y me ayudó a subir al carruaje antes de sentarse frente a mí. Intenté ignorar la sensación de error que se agitó

dentro de mí al sentarme en un espacio tan pequeño sin un chaperón mientras él empujaba el ladrillo caliente a mis pies. —¿Qué estabas diciendo, Wadsworth? Sonreí. —Nada. Puede esperar. —¿Qué estás solventando ahí? Algún miedo profundo o… —Sus poderes de percepción se activaron en un instante. Una sonrisa perezosa se extendió por su rostro, reemplazando la intensidad de su expresión anterior. Se recostó, y luego palmeó el pequeño espacio a su lado en el asiento—. Bucarest está a varias horas de distancia. No hablemos de asuntos serios todavía. Inspeccioné a mi amigo, pero no dije nada. Mis pensamientos volvieron a mi incomodidad. Era bastante escandaloso viajar sin un vigilante, pero la señora Harvey ya había dejado Braşov y debíamos confirmar que Daciana estaba a salvo en Bucarest. El decoro e incluso nuestra reputación debían reservarse para el bien mayor. Aunque Padre podría no verlo de la misma manera si lo descubriera. Me incliné hacia atrás y alejé esas preocupaciones. Nos marchamos, dejando el castillo gótico en su posición privilegiada entre las montañas. Vi como desaparecía lentamente detrás de remolinos de nieve. Imaginé la gélida mirada de la fortaleza alcanzando nuestro carruaje, intentando arrastrarnos de vuelta en vano. No podía creer lo mucho que un edificio hecho de piedra podía adquirir cualidades humanas. Cualidades monstruosas, de hecho. Dejé caer mis manos en mi regazo, la sonrisa desvaneciéndose con la acción. —Anoche hice una investigación sobre la Casa de Basarab. Thomas desvió su rostro, estudiándome por el rabillo del ojo, lo que me impidió leer completamente su reacción. —Suena terriblemente aburrido. Madre contrató a una institutriz para Daciana y para mí, y parte de sus gloriosas enseñanzas incluyó memorizar nuestro árbol genealógico de Basarab. Más ramas y ramas espinosas que todo un bosque de zarzas, con Daci y yo siendo las únicas flores. ¿Estás

segura que no preferirías acurrucarte? Sería una gran mejora sobre este tema. Me gustaría mucho no pensar en nada relacionado con Tío Drácula. Se movió en su asiento, una indicación que había llegado a reconocer cuando había secretos que no estaba divulgando. Sus tics y peculiaridades eran sutiles, pero había sido una alumna estudiosa. Me senté hacia delante, mi corazón latiendo fuertemente con intriga. —Tenme paciencia. Como dijiste, hace mucho tiempo la Casa de Basarab se dividió en dos familias descendientes. Una línea era la Dăneşti, y la otra era la Drăculeşti. Tu familia y el Príncipe Nicolae son de dos ramas diferentes. Él es de sangre Dăneşti, y tú eres de Drăculeşti. Técnicamente, Wilhelm Aldea y la guardia real también son de sangre real, todos relacionados con Nicolae. ¿Cierto? Thomas separó las cortinas, su boca cerrada obstinadamente. Unos segundos transcurrieron mientras nos arrastrábamos por un paso nevado. Cuando se recostó y exhaló, supe que había decidido responder a mis preguntas. —Sí. Los dos somos descendientes de la Casa de Basarab. Aunque eso fue hace muchas, muchas generaciones atrás. No estoy seguro de dónde se encuentra el guardia Dăneşti en el árbol genealógico, pero supongo que está relacionado de alguna manera con Nicolae y Wilhelm. Técnicamente, estoy relacionado con Vlad Drácula, y Nicolae no. —¿Crees que eso funciona a tu favor? ¿Y… de Daciana? Thomas dejó que el terciopelo volviera a su lugar, con la ventana cubierta excepto por una pequeña rendija. La luz se filtraba a través de ella, dando un halo dorado a un borde de su mandíbula. —¿Estás sugiriendo que mi hermana podría no estar muerta? —No estoy segura de lo que pienso. —Me mordí el labio, sin saber cómo proceder—. ¿Es extraño que Ileana, una campesina del pueblo probablemente sin educación, supiera la línea histórica de una casa depuesta? Todo es tan complejo. Eres descendiente de ello y es difícil incluso para ti resolverlo. ¿Ella comprendería las complejidades de las familias medievales, incluso si son tan infames? —¿Qué estás sugiriendo?

—¿Y si alguien está usando a Ileana… y si la Orden del Dragón de alguna manera la obligó a seguir sus planes? ¿Cómo descubriríamos quién es un miembro? ¿Quién estaría bien versado en los linajes? ¿Por qué están asesinando solo a miembros del clan Dăneşti, pero a la misma vez asesinando a la clase baja? —Inhalé profundamente, obligándome a expresar mi mayor preocupación—. Hasta ahora, ningún miembro de tu línea ha sido asesinado. Daciana bien puede estar en Bucarest, ilesa. O… ¿y si… y si no está desaparecida en absoluto? Al menos no desaparecida por falta de medidas. ¿Quiénes son la Orden, Thomas? ¿Qué es lo que quieren en última instancia? ¿Están protegiendo a tu hermana, a tu línea? ¿Cómo encaja la familia real actual con todo esto; acaso Radu estaba equivocado? ¿Acaso todos están relacionados con tu familia? —La familia real actual no tiene ninguna relación con ninguno de los dos lados de la Casa de Basarab. —Se reclinó hacia delante, sus ojos severos—. ¿Crees que ellos son…? El carruaje se detuvo abruptamente, la cabina sacudiéndose bruscamente hacia delante antes de moverse hacia atrás. Nuestro conductor gritó a alguien en rumano, su tono no tan alegre como su expresión lo había sido momentos antes. Presioné mi rostro contra la ventana fría, pero no pude ver con quién estaba hablando el conductor. La aguanieve prácticamente caía desde el cielo en sábanas congeladas. La mirada de Thomas no estaba en la ventana cuando me di vuelta; estaba sujeta al pomo de la puerta. El pomo giró lentamente hacia un lado. Un escalofrío bajó por mi corpiño. Nuestro conductor gritó algo que sonó como una maldición en rumano. Sin pensarlo, me abalancé y agarré el pomo, pero no tenía el peso suficiente para evitar que la puerta se abriera. Un rostro retorcido apareció en nuestro carruaje, con las cejas blancas por la nieve y las mejillas sonrojadas por el viento azotando. Dăneşti mostró una sonrisa encantada que no llegó a sus ojos. —Nadie abandona los terrenos, por orden de la familia real. Thomas movió sus extremidades sutilmente frente a mí, creando una ligera barrera entre el guardia y yo. —No puedes retenernos aquí. El director ya nos ha dado permiso para irnos.

—El Príncipe Nicolae no estaba en su recámara cuando fuimos a escoltarlo a su casa. Hasta que sea recuperado, retendremos a todos. —Sin pronunciar una palabra más, Dăneşti cerró la puerta de golpe. Observé en silencio cómo unos guardias a caballo flanquearon nuestro carruaje. Y fuimos escoltados de regreso a la academia, el despiadado bosque balanceándose con entusiasmo a medida que nos acercábamos aún más a los terrenos. Mi mente se agitó con esta nueva revelación. Nicolae no estaba relacionado con el rey y la reina actual, entonces ¿por qué la corte se asustaba por su desaparición? Si el príncipe realmente estaba desaparecido, entonces él probablemente no podía estar trabajando con Ileana o ser miembro de la Orden. Lo que significaba que alguien más con amplio conocimiento de las líneas de sangre lo estaba. No pude evitar que mis sospechas aumentaran. ¿Acaso en realidad era a Daciana a quien estábamos cazando? ¿Habíamos sido cegados una vez más? Tal vez no estaba siendo retenida contra su voluntad ni siendo protegida. Tal vez ella era la que orquestó todo esto. Si las familias aristocráticas fueran miembros de la sociedad secreta, como Radu había afirmado sobre los orígenes de la Orden, entonces muy bien podría estar involucrada. ¿Aunque permitirían que una mujer joven entrara en sus filas? El viento aullaba como si tuviera dolor, el sonido erizando los finos vellos de mis brazos y cuello. No pude evitar imaginar que estábamos siendo escoltados de regreso a nuestra muerte. El castillo de Vlad Drácula estaba vivo con una anticipación malévola cuando nos detuvimos frente a la fortaleza. Se sentía como si la academia no pudiera esperar para hundir sus dientes en nosotros.

Traducido por âmenoire Corregido por Flopy Durmiente

ă

Las velas parpadeaban nerviosamente en los candelabros colgados por encima de nuestras cabezas mientras esperábamos en tenso silencio por una actualización de nuestro aislamiento forzado. En las cocinas, alguien estaba cocinando con canela, el aroma flotando a través de las rejillas, demasiado placentero para la tormenta que literalmente estaba azotando en el exterior y figurativamente en el interior de las paredes del castillo. El director Moldoveanu estaba parado cerca de la puerta del comedor, cubierto por las sombras y susurrando con Dăneşti, Percy y Radu. Nuestro profesor de folclor seguía olfateando, sin duda distraído por el aroma de sus queridos bollos pegajosos. Moldoveanu chasqueó sus dedos, su expresión casi letal, mientras Radu farfullaba una disculpa. Miré alrededor de la habitación en busca del bibliotecario, pero Pierre estaba notablemente ausente. Raro, dado que se nos había dicho a todos en el castillo que asistiéramos a esta reunión. Ahora todos eran sospechosos, a mis ojos. Deslicé mi mirada a lo largo de cada mesa, inspeccionando a mis compañeros. Vicenzo y Giovanni ya no tenían revistas médicas abiertas ante ellos. Estaban sentados juntos, sin pronunciar ni una palabra, hombros tensos. Erik, Cian y Noah estaban especulando en voz baja sobre la desaparición de Nicolae, su atención regresando hacia el director. Nadie sabía qué hacer con esta situación.

Ignoré el peso muerto en mi interior, esa pesada sensación de pérdida, que sentí cuando divisé la silla vacía de Anastasia. Todavía no podía creer que mi amiga se hubiera ido para siempre. Que alguien había destruido una luz tan brillante. No tenía dudas de que, si estuviera viva, hubiera controlado al mundo. ¿Y había sido asesinada para qué? Su línea sanguínea no estaba relacionada con Drácula o con la Casa de Basarab. Todavía no tenía idea de si alguna vez llegó a donde sea que planeaba ir o si había sido asesinada antes de investigar su nueva pista, y el no saberlo me estaba volviendo loca. Deseaba haber sido capaz de hablar con ella antes de que se fuera. No tenía idea de lo que pudo haber sabido sobre la Orden que equivaldría a una sentencia de muerte. Rabia rápidamente se filtró como un aceite, remplazando el pozo vacío de tristeza mientras animaba el fuego para que ardiera por dentro. Despreciaba el asesinato y todo lo que les quitaba tanto a sus víctimas como a la gente que dejaba atrás. No permitiría que otra persona muriera en este castillo. Ningún otro estudiante o amigo sería llevado y extinguido como si no fueran nada. Había sido tomada por sorpresa antes y no me permitiría identificar falsamente a la persona responsable. Apagué todas las emociones excepto una: determinación. Si no era Ileana o Daciana o Nicolae, ¿entonces quién? Miré alrededor de la habitación, no sabiendo si el asesino estaba entre nosotros, usando su máscara de preocupación y ocultado su regocijo interno. El profesor Radu captó mi atención de nuevo. Frotó suavemente el sudor que se acumulaba en su frente, asintiendo un poco demasiado entusiasta a lo que sea que el director estaba diciendo. ¿Eran sus diatribas y gran imaginación acerca del folclor más que solo un interés en la historia? Conocía detalles sobre las líneas de la realeza de la Casa Basarab y la Orden del Dragón. Quizás se había aburrido con simplemente contar historias de los strigoi y los seres sobrenaturales acechando el bosque. ¿Su amor y admiración por Vlad Drácula lo había influencia hacia su propio camino oscuro? Todo era posible.

Luego estaba Dăneşti. Disfrutaba su rol de impartir castigos. ¿Era esa la señal de una persona que había descendido de disciplinario a asesino? No podía estar segura. Busqué por otras rarezas, ya sin aceptar el valor nominal de nadie. Andrei estaba sentado solo al final de una mesa larga, concentrado en un nudo en el cereal que estaba picoteando. Se había ido la engreída curva de sus labios y la postura de hombros cuadrados que había llegado a conocer en él. Ahora estaba sentado doblado sobre sí mismo, como si ya no pudiera encontrar la energía para sentarse derecho. Golpeé a Thomas con mi pie, luego me incliné, mis labios casi tocando su oreja. Noté el ligero estremecimiento que obtuve de su parte e ignoré el tartamudeo de mi pulso en respuesta. —¿Qué deduces de eso? —dije, señalando a Andrei—. ¿Todo eso es por Nicolae? —Hmm. —Thomas lo estudió por unos cuantos segundos, su aguda visión analizando cada movimiento o la falta de. Tamborileó sus dedos a lo largo del borde de nuestra mesa—. Su preocupación no parece estar completamente relacionada con Nicolae. Nota la cadena alrededor de su cuello y el dije colgando de ella. Apuesto a que es un mechón de cabello. Ha estado preocupado desde la aparición de la señorita Anastasia Nádasdy en nuestro laboratorio. Creo que está teniendo un duelo por ambos, pero particularmente está roto por la muerte de ella. Puede que haya esperado asegurar una unión con ella. —Ella mencionó admirar a alguien. Aunque pensaba que él no había notado su afecto. ¿Crees que podría estar involucrado en su muerte? Todos a su alrededor están muertos o desaparecidos. ¿Eso es una coincidencia? Thomas lo consideró. —Es una posibilidad. Aunque parece que Andrei es el tipo de perro que ladra ruidosamente pero raramente muerte. Tengo la sensación de que quien sea que se haya llevado a Nicolae tiene motivos más profundos. Si es que ha sido secuestrado. —Entonces, ¿crees que no está desaparecido? —Por lo que sabemos, podría estar escondiéndose. Ileana bien podría ser la que fue capturada por él y a quien le ha hecho cosas terribles. Todavía

no sabemos por qué creó esas ilustraciones. O cómo sabía que las heridas en Anastasia fueron hechas por murciélagos. Apenas siquiera la miraba. Bastante impresionante que haya identificado esas heridas tan fácilmente. Una idea se encendió como un pedernal golpeando una piedra. —Si fueras culpable y quisieras ocultarte, ¿a dónde irías primero? —Depende de lo que sea culpable. Pensamientos sucios o sinsentidos lascivos, me enviaría directamente a tus aposentos para ser castigado. —En serio —reprendí, revisando sutilmente por encima de mi hombro para asegurarme de que su comentario no hubiera sido escuchado por Percy o Radu—, necesitamos encontrar una manera de regresar a los túneles. Garantizo que ahí es donde encontraremos al príncipe perdido. Guardias inundaban el comedor, espadas repiqueteando juntas como si fueran las garras de dragones. El director Moldoveanu se dirigió hasta el frente del salón, largo cabello paleteado flotando detrás, como la capa de un general. —Se requiere que todos ustedes permanezcan aquí hasta que localicemos al Príncipe Nicolae. Para mantener una sensación de normalidad, continuarán con sus clases. Todos serán escoltados de y hasta los salones. Las comidas serán enviadas directamente a sus aposentos privados. Nadie puede dejar sus aposentos o este castillo hasta que la familia real lo haya declarado de otra manera. Cualquiera atrapado desobedeciendo enfrentará graves cargos. —Miro de las mesas hacia nosotros, su mirada deteniéndose en mí para hacer énfasis mientras caminaba hacia la puerta y la abría—. Pueden retirarse. Los guardias los acompañarán afuera ahora. Los gemelos Bianchi lentamente se levantaron de sus asientos, seguidos por Andrei, Erik, Cian y Noah, los bancos de madera raspando contra el suelo en grave protesta. No tenía absolutamente ningún sentido que la familia real nos mantuviera encerrados en la academia cuando un asesino podría estar en algún lugar dentro de sus paredes. A menos que quisieran mantener contenidas las noticias de la desaparición de Nicolae. Especialmente si sabían algo sobre él de lo que todavía no sabíamos. Si él fuera el Empalador que se mencionaba en los periódicos, entonces quizás estaban intentado mantenerlo apartado del resto del reino.

Para proteger a sus ciudadanos bajo el costo de perder a unos cuantos. O tal vez estaban previniendo que volteara su atención hacia su trono. Dăneşti y unos cuantos otros guardias gritaron órdenes para que nos moviéramos rápidamente, sus manos permaneciendo cerca de sus armas. Ninguno de nosotros pronunció una palabra mientras salíamos de la habitación y hacia los pasillos. Parecía que Thomas y yo tendríamos que encontrar otra forma de comunicarnos. Rogué que no intentara escalar de nuevo el castillo. Luego de ser escoltada hasta mi habitación como si fuera una prisionera, lo primero que noté fue un sobre fijado con una daga en las puertas de mi cuarto de baño. A mi guardia no le había sido asignado el buscar en mi habitación y se había ido rápidamente después de depositarme en la torre. Arranqué el papel de la puerta, notando que la daga me recordaba algo, pero no podía determinarlo. El mango era una serpiente con esmeraldas en lugar de ojos. ¿Dónde había visto este diseño antes? Hurgué a través de mis recuerdos al llegar a Rumania y me detuve. En el tren. La víctima fuera de mi habitación había tenido un bastón con joyería similar. Cómo se relacionaba con este caso era un misterio más a ser resuelto más tarde. El pergamino y lo que fuera que contuviera era mi primera preocupación. Dudé por un segundo antes de sacar el mensaje de su sobre. Dentro, el mensaje era simple, un número romano tallado con sangre. XI Mis rodillas se debilitaron. Al principio, mis pensamientos racionales se desvanecieron por el flujo de emociones amenazando con deshacerme. Quien fuera que dejara esta nota había intentado imitar las cartas que Jack el Destripador había escrito con sangre. Me derrumbé hasta el suelo cerca de la bañera, mi pulso acelerándose, mientras me reponía. Fue un disparo dirigido hacia mis partes más débiles, pero no era la misma joven que había sido semanas atrás. Ahora era emocionalmente más fuerte. Capaz de mucho más de lo que había sabido. Este golpe no me obligaría a obedecer; me impulsaría hacia una posesión ofensiva. Ya no era la presa, sino el cazador. Me levanté y tomé la nota. Hice una revisión rápida de la puerta escondida en el gabinete y

encontré que todavía estaba cerrada desde el exterior. La persona que dejó esta nota tenía la llave o no era consciente de la escalera secreta. Un plan de acción ya se estaba formando mientras entraba a mi dormitorio y me desvestía. Quien fuera que envió el mensaje pensaba o esperaba que fuera tras ellos. No los decepcionaría. Había superado la muerte, la destrucción y la tristeza, y no dejaría que ninguno de esos tiempos difíciles me definiera. Era la rosa con espinas que mi mamá sabía que era. Mis pantalones todavía se estaban secando de nuestra aventura de la noche anterior, así que una falda simple sería la siguiente mejor opción. Me la puse, agradecida de deshacerme de mi polisón y corsé y me abroché mi corpiño. Se sentía magnifico moverme con facilidad. No quería estorbos mientras vagara por el castillo esta noche. Iba a cazar a la Orden y quien sea que estuviera pretendiendo que Drácula estaba vivo. Caminé hacia mi espejo y me recogí el cabello, aguantando el dolor para asegurarlo apretadamente en mi cabeza. Un dolor de cabeza molestaba mis sienes, pero lo resistí con fuerte voluntad. Una vez que me ocupé de mi atuendo, escribí una nota para Thomas.

Cresswell, Tengo una urgente solicitud. Necesito ver el Poezii Despre Moarte. Tráelo a mis aposentos después de la cena. Tengo una pequeña aventura nocturna planeada para nosotros. Tuya, AR

PD. Por favor no escales las paredes del castillo esta vez. Estoy segura de que pensarás en alguna forma creativa de escabullirte sin terminar en el calabozo de nuevo o desperdigado por el patio de la academia. —¿Llevarías esto al señor Cresswell por mí? —pregunté a la doncella que había venido a entregar mi almuerzo. Tragó saliva y miró la carta como si tuviera dientes listos para morderla—. Este urgent. —Foarte bine, domnişoară. —La colocó de mala gana en su bandeja— . ¿Hay algo más que necesite? Negué con la cabeza, sintiéndome terrible por involucrarla en mi plan, pero sin ver otra manera de pasar el mensaje. Paseé y planeé durante el resto del día, lo que fue una enorme prueba para mi voluntad. La tarde ciertamente se tomó su tiempo para ponerse su atuendo de noche, pero una vez que se colocó su capa nocturna, nunca estuve más complacida de ver el cielo negro. Mientras caminaba alrededor de la sala de estar, sentí miedo de que Thomas pudiera no venir después de todo. Tal vez la doncella no había entregado mi carta. O tal vez lo había atrapado un guardia y de nuevo estaba en el calabozo. De todos los escenarios que había imaginado, no había pensado en llevar a cabo mi plan sola. Cuando me convencí de que no iba a venir y que era tiempo para moverme hacia el próximo paso, un suave golpe sonó en mi puerta. Thomas se deslizó dentro antes de que hubiera dado dos pasos, su mirada encendida con interés. —Tengo la sensación de que no me invitaste aquí para besarnos. Aunque no hace daño preguntar. —Sonrió ante mi conjunto y frotó sus manos, travesura destellando como fuegos artificiales a su alrededor—.

Estás vestida para escabullirte por el castillo de Drácula. Quédate tranquilo mi descongelado corazón oscuro. Ciertamente sabes cómo hacer que un joven se sienta vivo, Wadsworth.

Traducido por Flochi Corregido por Dai’

—¿Lo trajiste? —pregunté, lista para buscar en los bolsillos de Thomas yo misma si no se movía más rápido. —Hola, un placer verte también, Wadsworth. —Se apartó de la puerta, deteniéndose a su alcance mientras blandía el Poezii Despre Moarte. Sin preámbulo, se lo quité, pasando al poema «XI» mientras le informaba de la nota que había encontrado en la puerta de mi baño.

XI HOMBRES LLORAN, DAMAS GIMEN. POR EL CAMINO, SE DESPIDEN. LA VISTA CAMBIA, CUEVAS DISCIERNO. EN LA TIERRA, ARDIENTES COMO INFIERNO. FRÍA, PROFUNDA, Y RÁPIDA AGUA HA DE LLEGAR. EN ESTAS PAREDES TÚ ELLA NO HAS DE PERDURAR.

—Mira esto —dije. Alguien había tomado una pluma y había tachado el tú, reemplazándolo con un ella. Tragué la ansiedad que giraba en mi sistema—. ¿Crees que esto es una referencia a tu hermana?

Thomas leyó el poema nuevamente. Observé la transformación conforme su calidez y coquetería eran reemplazadas por la expresión clínica que mostraba para casi todos los demás. Sin embargo, la tensión seguía presente en sus hombros, el único indicio de que estaba incómodo. —Creo que se refiriere a ella o probablemente a Ileana. Quizás incluso a Anastasia. —Thomas siguió mirando el poema—. Es extraordinario, de hecho. Quien haya planeado esto… —Cuadró sus hombros—. Todo esto ha sido un juego morboso y recién ahora nos estamos dando cuenta de que somos jugadores. Me estremecí. Anastasia mencionó una vez que Moldoveanu disfrutaba agregando elementos parecidos a juegos a los cursos de evaluación. Aunque no creía que eso incluyera asesinar estudiantes esperanzados o a su querida pupila. Sin importar si los chismes del castillo llevaban a creer que buscaba sangre durante esta prueba. Había visto la expresión de verdadera devastación en Moldoveanu luego de que el cuerpo de Anastasia había sido recuperado. Thomas suspiró. —No creo que estés satisfecha con quedarte dentro y jugar una partida de ajedrez hasta que los guardias reales se encarguen de esto, ¿verdad? —Sacudí mi cabeza lentamente—. Muy bien, entonces. ¿Qué tienes en mente? Dejé una nota en mi diván dirigida al director, temiendo que podría ser eso lo que impidiera conseguir esos dos preciados lugares. Ignoré el toque de arrepentimiento. Por lo que sabía, si deteníamos a este asesino, podríamos ser aceptados en la academia. Una cosa era segura: si no regresábamos esta noche, quería asegurarme de que Moldoveanu supiera dónde encontrarnos. Antes de expulsarnos para siempre. Le hice un gesto a Thomas para que hiciera silencio. —Vamos a cazar vampiros, Cresswell.

Bajamos lentamente las escaleras de la torre y logramos llegar hasta el corredor de los sirvientes antes de divisar una patrulla. Marchaban por el

vestíbulo, dirigiéndose ruidosamente hacia nosotros, con cuero crujiendo y armas lo bastante ruidosas como para alertar a los muertos de su presencia. Jalé a Thomas a un recoveco oculto por un tapiz. Siempre que no nos iluminaran con una linterna o miraran muy detenidamente detrás de la obra de arte, estaríamos bien. Eso esperaba. Me moví en el pequeño rincón, dándome cuenta de lo pequeño que era el espacio para una persona, y mucho más para dos. La calidez del cuerpo de Thomas era distractora de muchas maneras que no había imaginado posibles, especialmente mientras cazaba al Empalador, a la Orden o a quienquiera que estuviera detrás de estas muertes. Una parte de mí deseaba dejar esta misión a la guardia real y aprovecharme de la posición en la que estábamos. Ideas similares parecían estar rondando por la mente de Thomas; la columna de su garganta se movió un poco más de lo normal mientras se presionaba más cerca de mí. Los pasos se hicieron más ruidosos en el corredor, el andar tan pesado como la carga construyéndose entre nosotros. Thomas movió su rostro hacia el mío, nuestros alientos saliendo en jadeos silenciosos. De temor o anhelo, no podía discernir. Quizás él estaba inventando una excusa para que estuviéramos en la mitad del pasillo en caso de que fuéramos descubiertos. O quizás deseaba cerrar la distancia restante tanto como yo quería. Sus ojos se cerraron, y el deseo que había visto en ellos fue suficiente para deshacerme en el lugar. Alcé mi rostro, permitiendo el más ligero, más breve contacto entre nuestros labios. No fue salvo la sombra de un beso, pero encendió un fuego a través de mi cuerpo. El aliento de Thomas se detuvo ruidosamente como para detener mi corazón, todo su cuerpo poniéndose rígido, cuando las pisadas de los guardias se cesaron abruptamente. Los guardias se detuvieron no lejos de donde estábamos abrazados, concluyendo su charla silenciosa. Sin hacer un sonido, Thomas cerró la distancia entre nuestros cuerpos. Cada centímetro de él me tocaba mientras ocultaba mi figura con la suya, protegiéndome de la vista. Nos quedamos así, atrapados entre la pared y los guardias, apenas respirando. Difícilmente podía pensar claramente. La lógica se había ido de vacaciones y no se molestaría en regresar. Luché contra la urgencia

irracional que tenía y mantuve mis manos fijas a los lados en vez de deslizarlas sobre él. Luego de lo que pareció una década, los guardias continuaron por el corredor. Ni Thomas ni yo nos movimos. El calor irradiaba de nosotros de maneras que me hizo pensar en los impulsos más indecentes que había considerado antes. Había desaparecido la chica que se ruborizaría ante la mera idea de expresar su pasión. Que el Señor me ayudara, quería que este caso acabara pronto. Si no besaba a Thomas, podría arder hasta las cenizas. Tía Amelia estaría horrorizada por mis acciones pecaminosas, pero no me importaba. Si el romance no fuera una distracción que no pudiéramos permitirnos, viviría en el torbellino de este momento por toda la eternidad. Incluso con esos pensamientos racionales dando vueltas en mi cabeza, todavía experimenté grandes dificultades para romper nuestro contacto. Finalmente, Thomas se movió lo suficiente para susurrar en mi oído, sus labios rozando mi mandíbula. —Ciertamente serás la muerte de mi dignidad, Wadsworth. Sonreí dulcemente, permitiéndome un momento para recobrar el aliento. —Esa pereció hace ya un tiempo, mi amigo. Ven, tenemos que movernos rápidamente antes que vuelvan a pasar. —Y antes de decidirme en contra de la medicina forense y la investigación, y pasar el resto de la noche besándolo en un corredor desierto mientras un asesino merodeaba. Una sonrisa divertida iluminó el rostro de Thomas, y me di cuenta de que había estado murmurando—. ¿Qué? —¿En qué rayos estabas pensando? Dije, querida Wadsworth, que parece como si alguien hubiera depositado una bandeja de dulces ante ti. Quizás… —Bajó su boca tentativamente cerca de la mía—, ¿podría ofrecerte un dulce antes de irnos? —Tentador. —Me agaché bajo sus brazos y miré sobre mi hombro, disfrutando la manera en que su mirada siguió cada uno de mis movimientos—. Desafortunadamente, debo declinar por el momento. Tenemos un encuentro clandestino en los túneles secretos. Thomas suspiró.

—Preferiría más disfrutar de mi sugerencia.

Si uno hubiera creído en fuerzas mayores que las de la tierra, entonces era posible que alguien de un lugar mejor nos hubiera estado cuidando. No encontramos a ninguno de los otros guardias y nos deslizamos en la morgue del sótano sin ningún incidente. Corrí a un gabinete y rebusqué hasta que encontré algunos suministros. Una linterna, un escalpelo y un martillo de cráneo. —He estado pensando —susurré mientras Thomas alzaba la trampilla que llevaba a los túneles. Se detuvo, los brazos estirados sobre su cabeza y me inspeccionó. Una sonrisa jugaba en las comisuras de su boca, aunque claramente estaba intentando contenerla. —Siempre un pasatiempo peligroso para ti, Wadsworth. —Divertido, como siempre —dije—. Sin embargo, creo que tal vez el Príncipe Nicolae es a quien estamos cazando. Ileana simplemente no parece… no lo sé… no parece indicada. No puedo imaginarla empalando a alguien o drenándole la sangre con un aparato funerario. Además, vi la manera en que miraba a tu hermana. No hay manera de esconder ese tipo de amor. Nicolae, sin embargo… —Alcé un hombro—, tenía en su posesión esos dibujos, incluyendo esos de murciélagos. Tuvo la oportunidad de enviar amenazas a la familia real. Y… he querido compartir algo más que ha hecho. —¿Voy a querer matarlo? —Thomas alzó una ceja—. Nicolae no profesó su amor eterno, ¿verdad? Aunque —continuó con lentitud, poniendo la trampilla de nuevo en su lugar—, un poco de sana competencia nunca ha hecho daño a nadie, supongo. —Había… ilustraciones mías en su diario. Me había hecho como algo aterrador. Casi como si pensara en mí como un vampiro. —¿Por qué esta es la primera vez que mencionas esto? —La voz de Thomas era un poco demasiado baja, su tono ya no estaba enlazado con su temprana ligereza—. Si no confías en mí, Wadsworth, ¿cómo se supone que voy a ayudar? Somos compañeros. —Se paseó por el cuarto, las manos

golpeando salvajemente sus costados—. Te lo dije, no puedo ayudar a deducir cuando los hechos se me ocultan. No soy un mago. —Dejó de moverse y respiró varias veces antes de encontrarse con mi mirada—. ¿Qué más? Inhalé profundamente. —El Príncipe Nicolae sabe de medicina forense y tuvo acceso a cada víctima; además la amenaza que acaba de ser dejada en mis aposentos menciona una ella. No creo que se refiera a mí. Thomas levantó la puerta una vez más y me hizo señas hacia las escaleras. —¿Estás sugiriendo que estamos a punto de encontrar a mi hermana y su amante empaladas en estos túneles? Aunque su tono estaba cuidadosamente sosegado y su comentario descarado, escuché la preocupación subyacente. Sin importar lo frío y clínico que podía ser en el laboratorio, transmitir la devastadora noticia de la muerte de Daciana a su familia sería una tarea insoportable para él. Me acerqué y apreté su brazo suavemente. —Estoy diciendo que te prepares para lo peor. Podría equivocarme. Cuando tomé la linterna y empecé a cautelosamente, pensé que lo escuché murmurar: —Temo que podrías tener razón.

bajar

las

escaleras

Una gran araña bárbara con sus crías en la telaraña.

Traducido por LizC Corregido por Carib

—Para ser claro. Cuando me invitaste a una «noche de aventuras», no fue así como lo imaginé, Wadsworth. Thomas se quitó una telaraña de su levita, con la boca fruncida ante el material adherido a sus dedos. Habíamos hecho un tiempo maravilloso, atravesando rápidamente los túneles en los que ya habíamos estado. Ahora estábamos de pie ante la primera pista. O al menos creía que eso era lo que era. Thomas se removió a mi lado. —Si todos estamos siendo cazados por un asesino altamente creativo, bien podríamos disfrutar de nuestros últimos momentos con vida — continuó—. ¿Puedo ofrecer algunas alternativas a las arañas y túneles sucios? Quizás bebiendo demasiado vino. Una fogata cálida. Coqueteos inadecuados. Sostuve la linterna lejos de mi cuerpo, mi mirada deslizándose a través de la oscuridad mientras giraba en el lugar. Las sombras se movieron obedientemente alrededor del haz de luz. —Increíble —dije. —Yo también lo pensé. Aunque es bueno escuchar que, por una vez, estás de acuerdo con algunas de mis sugerencias. —Me refiero a esto. Aquí hay una puerta. —Miré de reojo las letras negras en ella, desconchadas con el tiempo. Estaba segura de que

estábamos de camino a descubrir dónde vivían el Empalador o la Orden—. ¿Eso… eso es latín grabado en la madera? —Lo es. Una cruz fue grabada en la otra cámara. Así que, parece que estamos en el camino correcto. —Avanzando, Thomas se mordió el labio inferior a medida que leía las palabras en la puerta—. Lycosa singoriensis. Eso me suena… familiar. Un suave crujido de piedras cercano nos puso tensos para la batalla. Me aferré al escalpelo, y Thomas se armó con el martillo utilizado para abrir los cráneos. Era lo mejor que podíamos hacer. —¿Escuchaste eso? —susurró Thomas, retrocediendo para quedar a mi lado. Giré la perilla de la linterna, el silbido del gas escapando al mismo tiempo que lo hacía la llama. Parpadeé, aunque eso apenas hizo una diferencia. Sin la luz, el túnel era prácticamente un sólido muro negro hundiéndose sobre nosotros. Algo se retorció en mi pecho, casi dejándome sin aliento. Fingí que se trataba del aterciopelado cielo nocturno y estaba acolchada en una nube. De lo contrario, empezaría a imaginar ser enterrada debajo de la piedra y moriría en el acto. El sonido se hizo más fuerte y proveniente del túnel que acabábamos de desocupar. Decidimos dejar abierta la trampilla en la morgue, esperando que un guardia la encontrara si nos pasaba algo terrible. Esperaba que no hubieran comenzado a perseguirnos. Thomas rozó mi brazo en la oscuridad, un suave recordatorio de que estaba allí a mi lado. —Probablemente perturbamos un nido de ratas, Cresswell. No vayas a mojar tus calzoncillos. Escuché la sonrisa en su voz antes de que respondiera. —Cuando ese es el pensamiento más reconfortante que se te ocurre, sé que las cosas no van muy bien. Aunque me alegra que pienses en mis calzoncillos. Antes de que pudiera responder, el sonido distintivo de unos pasos rompió mis pensamientos. Los pasos golpearon lo suficientemente fuerte como para que determinara que había al menos dos personas persiguiéndonos. O cualquier secreto que pudiéramos estar a punto de desenterrar. Se estaban acercando. De repente, la posibilidad de que

Moldoveanu y Dăneşti se nos acercaran no era el pensamiento más temible. No teníamos idea de quiénes eran la Orden o cuántas personas podrían estar involucradas. —Quienquiera que se dirija hacia nosotros probablemente no es el tipo de persona que querríamos encontrarnos en un lugar abandonado, lejos de donde la gente pueda escuchar nuestros gritos, Cresswell. Podía escuchar a Thomas hurgando en la oscuridad, e imaginé sus manos volando alrededor de la pared. Unos pasos resonaron detrás de nosotros. Largas sombras se plegaron a la vuelta de la esquina, delimitando a aquellas que no pertenecían a sus amos. Si no encontrábamos un escondite ahora mismo… Un gemido silencioso seguido de una exhalación de aire decadente indicó que Thomas había logrado abrir la puerta. Recé para que nuestros perseguidores no lo hubieran escuchado. —Ah. Funcionó. Apurémonos, ¿quieres? Recordar la puerta que albergaba a los murciélagos vampiro me puso la piel de gallina. No me agradaba la idea de volver a experimentar ese deleite otra vez, pero no veía salida. Si el Empalador o la Orden nos perseguían, preferiría a los murciélagos. La luz rebotó de las antorchas o linternas, y las voces silenciadas se curvaron en este túnel. Era tiempo de moverse. Nos deslizamos dentro de la cámara negra y cerramos la puerta, ciegos a lo que podría estar observándonos. Un olor acre colgaba en el espacio, como si algo se hubiera podrido hace mucho tiempo. Una eternidad podría haber pasado mientras esperábamos en la habitación poco iluminada a que nuestros intrusos no invitados avanzaran. Thomas debe haberse estirado, sus dedos quedando atrapados en mi cabello. —¿En serio? —susurré ásperamente—. ¿Ahora quieres manosearme? —Si bien he pensado mucho en tocarte en este escenario deliciosamente macabro, Wadsworth, dudo que mi mente tenga la capacidad de hacerlo fructificar. —¿Lo juras? —Por la tumba potencialmente vacía del tatarabuelo Drácula, sí. —Entonces, ¿quién lo está haciendo, Cresswell?

En lugar de responder, sentí a Thomas acercarse frente a mí, sus manos, invisibles en la oscuridad, yendo lentamente de mi corpiño a mis mejillas antes de alejarse. Si no estaban enredadas en mi cabello, ¿quién o qué lo estaba? Mi corazón comenzó a latir con un ritmo frenético. Tragando mi pánico creciente, encendí la linterna lentamente. El pequeño resplandor llenó el enorme espacio como si fuera oro fundido derramándose sobre el suelo. Me tomó un momento para que mis ojos se ajustaran, y cuando finalmente lo hicieron, un rostro iluminado y horrible sonrió ampliamente ante mí. Inhalé bruscamente, casi dejando caer la linterna y olvidando lo que podría haber tocado mi cabello. Mis extremidades se debilitaron una vez que comprendí lo que estaba mirando: un puñado de estalactitas retorcidas en un semicírculo junto con algunas sombras proyectadas por las rocas sobresaliendo, que ofrecían la extraña impresión de que un demonio nos estaba dando una mueca de dientes afilados. Más allá de las piedras colgando, pude ver que el túnel continuaba por bastante distancia. —Tengo un… no estoy seguro. Creo que es una sensación. Debo estar enfermando con algo. —La postura de Thomas era tan rígida como sus mandíbulas apretadas, su broma era un obvio intento de aclarar nuestra situación—. Es como si un grupo de serpientes habitara mi cuerpo a la vez. De lo más desagradable. —Ah, sí. Pero estás experimentando sensaciones, Cresswell. Esa es una gran mejora. Apuntando la luz alrededor del área, noté hilos pálidos y plateados colgando entre las estalactitas. Me separé de Thomas, esperando inspeccionar mejor la formación siniestra. Una sombra se alejó del techo y cayó al nivel de mis ojos. Una araña casi tan grande como mi puño me miró con ojos reflexivos. Cubierta de gruesas cerdas negras, tenía unos colmillos casi tan largos como mi uña. El hielo corrió en riachuelos por mi cuello. Si la amenaza de ser asesinada o expulsada no hubiera sido tan grande, habría gritado hasta que se me agotaran los pulmones. Una gota de fino líquido carmesí goteaba de las puntas de sus colmillos; si era sangre o veneno, no podía decirlo. En el fondo, ese grito estaba luchando para emerger. Thomas levantó su mano, dando un paso cauteloso hacia mí.

—Enfócate en lo guapo que soy. En lo mucho que quieres presionar tus labios contra los míos. Y definitivamente no te asustes, Wadsworth. Si gritas, me uniré a ti, y luego ambos estaremos en problemas. Todo dentro de mí amenazaba con enloquecer. Cuando alguien advertía a una persona contra algo, generalmente significaba que eso era precisamente lo que deberían estar haciendo. Contra mi mejor juicio, levanté la linterna, con el brazo temblando ligeramente, y vi dos arañas más colgando sobre nuestras cabezas. —Me pregunto con qué frecuencia se alimentan. No hay mucha actividad en estos túneles. —Thomas se dio la vuelta y maldijo. Mi atención se deslizó detrás de él, enfocándome en la puerta por la que habíamos entrado. Era prácticamente un organismo vivo, había demasiadas arañas en ella. —Thomas… —Asentí hacia la puerta, aunque él ya estaba paralizado por ella—. Tiene que haber más de mil de ellas. Cada parte de su superficie está viva, con movimiento. —Lycosa singoriensis… —Thomas murmuró el latín para sí mismo, su enfoque más intenso cada vez que repetía las palabras. Se había desecho de sus emociones como si uno se quitara los guantes, reemplazados por esa relajada máscara mecánica que a veces usaba—. Es una tarántula rumana. —Maravilloso. ¿Son venenosas? —Yo… en realidad no estoy seguro. —Thomas tragó con fuerza, la única indicación de lo asustado que estaba ahora—. No lo creo. Al menos no de esta raza. —¿Son todas tarántulas? —pregunté. Negó lentamente con la cabeza, inspeccionando metódicamente cada movimiento. Por supuesto que no eran todas tarántulas. ¿Por qué un castillo lleno de tantas formas desagradables de perecer albergaría solo arañas inofensivas? Mi corazón latía a un ritmo de pánico. Necesitábamos un plan de escape, pero una encuesta rápida demostró que no había muchas opciones. No podíamos volver por donde habíamos venido: demasiadas arañas bloqueaban nuestro camino. Los ojos arácnidos brillaban desde varios cientos de puntos en la oscuridad cercana, ocultando cualquier salida alternativa.

Retrocedí un paso apresuradamente y tropecé con una gran roca. Maldije, luego apunté mi luz al suelo y vi que estaba equivocada otra vez. No era una roca. Tropecé con un cráneo blanco lechoso. —Oh, Dios mío. —Casi colapsé, el terror presionándome desde todos los ángulos. Si había un esqueleto aquí, eso no auguraba nada bueno para nuestras posibilidades de escapar—. Thomas, deberíamos… Ocho patas largas se curvaron lentamente desde las cuencas de los ojos del cráneo, mientras que otras ocho se arrastraron desde las fauces abiertas. Ambas arañas increíblemente grandes se acercaron a mí, sus movimientos tan desarticulados como un monstruo no muerto tambaleándose hacia su próxima comida. Si los aldeanos les contaban este tipo de historias a sus hijos (relatos de arañas devoradoras de hombres acechando debajo de la tierra y luego emergiendo de sus cadáveres), entonces no es de extrañar que también creyeran que los vampiros existían. ¿Por qué denunciar a un monstruo cuando había pruebas de otro? Mi visión nadó de un negro ondulante, y no era por la falta de oxígeno en mi cerebro. Las arañas seguían emergiendo de grietas y rendijas, demonios siendo llamados desde sus reinos inferiores. Teníamos que movernos. Inmediatamente. Le entregué a Thomas la linterna y recogí mis faldas y mi ingenio. Algo cayó sobre mi hombro y rozó mi garganta. Levanté la mano y sentí una araña enredándose en mi cabello. Podía soportar remover órganos de los cadáveres y rebuscar dentro de las entrañas gelatinosas de la mayoría de las cosas fallecidas. No estaba por encima de admitir que una araña enredándose en mi cabello era demasiado. Sus patas se deslizaron por la carne expuesta en mi cuello. Grité. La razón me abandonó. Me lancé, sacudiendo mi cabello salvajemente, intentando no gritar de nuevo cuando la araña se arrastró a lo largo de mi cuello, esquivando mis manos sacudiéndose. Antes de quitármela, un pellizco agudo perforó la piel cerca de mi cuello. El pánico se apoderó de mí en oleadas enfermizas. —¡Me mordió! Thomas dejó caer la linterna y estuvo sobre mí en un instante.

—Déjame ver. Estaba a punto de estirar el cuello cuando otra araña cayó ante nosotros. Todo lo que vi fue la boca de Thomas formando una O de sorpresa antes de alzar mis faldas hasta mis rodillas y salir corriendo, olvidando todo sobre estar en silencio. Que quienquiera que estuviera en los túneles desafíe a las tarántulas por su cuenta. Los músculos de mis extremidades temblaban tan fuerte que apenas podía seguir moviéndome, pero corrí como si los rumores de Vlad Drácula siendo un strigoi fueran ciertos. A estas alturas, estaba dispuesta a creer cualquier cosa. Perdí impulso por una fracción de aliento, tropezando con mis faldas arruinadas. Algo afilado perforó mi pantorrilla, y me tambaleé hacia un lado. El dolor se disparó en mi pierna como si alguien me hubiera pinchado con varias agujas mortuorias a la vez. —¡Ay! Me atraganté con otro grito. Era imposible saber si otra araña me había mordido o si me había cortado la pierna con restos que probablemente consistían en más huesos humanos. Parar para comprobar era una opción que no me podía permitir. Thomas barrió una gran cantidad de arañas del pomo de la puerta, y entonces nos sacó a través de la puerta, la luz balanceándose y provocando que el mundo a nuestro alrededor se inclinara. Era como una casa de circo que había perdido sus ilusiones mágicas. Corrimos como si nuestra propia vida dependiera de nuestro escape. Esperaba que no estuviéramos dejando un horror atrás por otro. Varios minutos después, salimos del oscuro túnel hacia otro espacio tranquilo, inclinados y jadeando. Thomas se recompuso y levantó la linterna; la tenue luz mostraba que era una enorme habitación de piedra. Quería explorar nuestros alrededores, pero no podía tragar el aire suficiente para estabilizarme. Antes de recuperar el aliento, Thomas colocó la linterna a mi lado y se sentó sobre sus talones, examinando mis heridas. Sus manos se sintieron frías y precisas cuando me bajó las medias arruinadas. Un pliegue de preocupación se abrió camino entre sus cejas.

—Solo te ha mordido una araña, de la variedad no venenosa, por lo que parece, sin hinchazón ni veneno drenando, y te cortaste la pierna con una roca afilada. —Dio un golpecito suave en el área herida de mi pierna— . Esto necesita ser enjuagado. Y una escayola sería estupendo. —Dejé mis inconveniente.

suministros

médicos

en

mi

otro

vestido.

Qué

Los labios de Thomas se retorcieron, la primera señal de que se estaba calentando de esa parte fría y aislada de sí mismo. Rebuscó en sus pantalones y blandió un pequeño rollo de gasa. —Por suerte para ti, recordé los míos. Sin perder más tiempo, limpió mi herida lo mejor que pudo y la envolvió con eficiencia mecánica. Una vez que hubo abordado el asunto a su entera satisfacción, se puso de pie y examinó la sala cavernosa. Varios pasajes marcados por números se extendían ante nosotros. Ninguno de ellos se correlacionaba con los poemas que habíamos leído en clase. —No creo que nos hayan seguido, o de lo contrario seguramente ya habríamos escuchado sonidos de persecución —dijo, sosteniendo la linterna—. ¿Qué pequeño pasaje desagradable deberíamos probar primero? —No estoy… —De pronto, se me ocurrió una idea y no pude evitar exhalar. Señalé el túnel más estrecho. Por encima de su entrada arqueada se encontraban los números romanos VIII—. Es casi una pista dentro de una pista, Thomas. Él levantó una ceja. —Tal vez sea la humedad o las arañas, pero no estoy siguiendo exactamente la relación. —El número romano ocho muy bien podría ser un código para Vlad el Empalador. V III. Vlad Tercero. El Príncipe Drácula. —Impresionante, Wadsworth —dijo Thomas, volviendo su mirada hacia mí—. Si no estuviéramos a punto de enfrentar otro pasaje terrible lleno de peligros amenazantes, te tomaría en mis brazos en este instante.

Traducido por KarouDH Corregido por Brisamar58

Una vez dentro del pasadizo, tomé la linterna de Thomas y desplacé la luz alrededor del espacio, girando lentamente. Las palabras eran difíciles de pronunciar mientras estudiaba las paredes. En lugar de otro túnel olvidado muy por debajo de los corredores del castillo, este pasillo terminaba en una perfecta habitación cuadrada de piedra. Las paredes, piso y techo estaban cubiertas con patrones de cruces un poco más pequeñas que mi mano. Joyas y azulejos brillaban en la luz de la linterna. Había más riquezas en el brillo del mosaico de lo que alguna vez había visto. Me recordaba templos antiguos donde magníficos pintores habían pasado toda una vida capturando cada detalle. Qué propósito tenía semejante cámara aquí en la antigua fortaleza de Vlad Drácula me superaba. Quizás este era un lugar secreto de encuentro de la Orden del Dragón. Ciertamente tenía un aura de los Cruzados. No pensaba que fuera otra cámara de la muerte. Caminé hacia la pared más cercana y tracé el borde externo de la piedra. Todas y cada una de las cruces eran idénticas. Revisé la cámara, sorprendida de ver algas creciendo en parches a lo largo del borde superior e inferior de las esquinas del cuarto. —Esto es…increíble. —Increíblemente sospechoso. Mira aquí. —Thomas apuntó a otro número romano tallado, XI—. ¿Podrías leer ese poema?

—Sí, dame un momento para encontrarlo. Thomas lentamente dio vuelta en su lugar, asimilando tanto de la húmeda cámara como fuera posible. Abrí Poezii Despre Moarte y busqué el poema relacionado con el pasaje donde estábamos ahora. No tenía idea de cómo descifrarlo de la forma en que Radu lo había hecho, ni ninguna pista que pudiera indicar qué fatalidad nos esperaba aquí. —¿Bueno? —pregunto él—. ¿Hay algo más ahí? —No. Es el mismo verso de antes —dije—. Hombres lloran, damas gimen / Por el camino, se despiden. / La vista cambia, cuevas discierno / En la tierra, ardientes como infierno. / Fría, profunda, y rápida agua ha de llegar. / En estas paredes tú no has de perdurar. En el centro exacto de la habitación, se elevaba una mesa de piedra de alrededor de un metro de alto y estaba cubierta de más de las mismas cruces. Una punzada de ansiedad me golpeó como si fuera un anillo en mi pecho, pero respiré a través del nerviosismo. La mesa era probablemente un altar usado para sacrificios. El conocer a quién había pertenecido el castillo, conjuró aterradoras imágenes de tortura. ¿Cuántas personas habían sido tratadas con brutalidad aquí en nombre de la guerra? ¿Cuántos boyardos torturados y mutilados por el pecado de crear una nación pacifica? No había ganadores durante los tiempos de guerra. Todos sufrían. —Estoy casi segura de que hay un tapete en el corredor de los sirvientes que representa una cámara igual a esta —dije, encogiéndome por lo fuerte que sonaba el eco de mi voz—. Aunque las paredes en la imagen parecía que estaban cubiertas de sangre. Thomas miró en mi dirección. Una expresión que casi podía interpretarse como miedo cruzó su rostro antes de que la apartara. —¿Cubiertas de sangre o llenas de sangre? Conjuré una imagen mental del diseño, las gotas que descendían. —Lloviendo sangre, en realidad. —Mi labio se involuntariamente por la distinción—. No lo estudié muy de cerca.

curvó

Se movió al otro lado de la habitación y sacó de la pared un rubí del tamaño de un huevo, inclinándolo de un lado y luego del otro. Me recordaba a una gota gigante de sangre cristalizada. —Deberías poner eso de vue… Una serie de clics y crujidos estallaron como si el monstruoso engranaje de un reloj hubiera sido devuelto a la vida. Confusión, luego pánico, pasaron a través del rostro de Thomas. Trató de colocar el rubí de vuelta en su lugar, pero las paredes estaban ahora temblando y sonando como gigantes despertándose de un largo sueño. Pedazos de roca cayeron alrededor del área de donde había tomado la piedra preciosa, asegurando que la pieza no encajaría de nuevo como una vez lo había hecho. Lentamente retrocedí lejos del altar, apenas esquivando una roca que saltó como si fuera un corcho de la pared a mi lado. Otra roca cilíndrica salió de la pared, luego otra. —Quizás ahora sería un buen momento para que nos fuéramos, Wadsworth. No hay necesidad de estar cerca mientras el techo se cae. Miré a mi amigo. —Brillante deducción, Cresswell. Sin esperar una respuesta, di vuelta y estaba corriendo por el pasillo, Thomas en mis talones, cuando me sujetó de la cintura y me jaló hacia atrás. Una puerta de metal cayo del techo como una guillotina, separándonos del mundo, sellándonos adentro con un fuerte y reverberante golpe. Casi cortó mi cuerpo por la mitad. Me estremecí tan fuerte que los brazos de Thomas temblaron. —¡Oh… no podemos quedar enterrados vivos Thomas! —Cargué contra la puerta, primero golpeando con mis puños y luego recorriendo con los dedos por la superficie lisa, buscando cualquier manilla que nos liberara. Nada. No había agarradera ni cerradura. Ningún mecanismo para liberarla. Nada más que una sólida pieza de acero que no se combaba por las patadas con las que la asaltaba ahora. —¡Thomas! ¡Ayuda! —Intenté empujarla para arriba de regreso, pero estaba enterrada firmemente en el suelo. Thomas trató de abrirla a empujones con el hombro mientras yo seguía pateando. No hizo mucho más

que ondularse. Frotándose el brazo, tomó unos pasos de distancia para evaluar nuestra situación. —Bueno, al menos este es el menor de nuestros problemas de momento. Podría estar lleno con serpiente y arañas. —¿Por qué? ¿Por qué te atreves a pronunciar esas…? Un ligero siseó comenzó en la esquina opuesta. El sonido aumentando, como si la pared de la cámara hubiera sido la única defensa alzándose entre nosotros y lo que sea que estaba viniendo. —En nombre de la Reina ¿Qué es eso? —Rápidamente me alejé de la puerta. La alarma en mi voz atrajo a Thomas hacia mí en un parpadeo. Ligeramente movió su cuerpo cerca del mío, listo para protegerme del alarmante sonido. Tomé su brazo, sabiendo que enfrentaríamos lo que estuviera viniendo juntos. Y entonces lo vi. La ligera corriente bajando por la pared. Corrí hacia allí para estar segura de lo que estaba viendo. —Agua. Agua filtrándose dentro… Más siseos brotaron de los hoyos en el suelo, paredes y techo mientras el líquido venía en torrente hacia nosotros. En segundos, teníamos los tobillos cubiertos. Miré fijamente, sin parpadear, al suelo. Esto no podía estar pasando. —¡Busca una trampilla! —grité por encima del ruido de la inundación—. Tiene que haber una palanca o algo para salir de esta cámara. Levanté mis enaguas, luego me incliné en el suelo, esperando encontrar una salida. Pero por supuesto no había ninguna. Solo había más cruces cinceladas en el suelo. Una mofa para quien sea que fuese tan desafortunado de encontrarse en esta cámara de la muerte. O quizás era una misericordiosa forma de decir que estaríamos viendo a Dios muy pronto. Si alguien creyera en ese tipo de cosas. Esta cámara limpiaba a aquellos de sus pecados. Mi mente se quedó completamente en blanco por un momento. Este era el peor destino que podía imaginar.

—Revisa las paredes, Wadsworth. —Thomas se impulsó sobre la mesa y recorrió los dedos a lo largo del techo, buscando cualquier tipo de escape. Me lancé de vuelta a la acción. —¡Lo estoy intentando! Agua fría como el hielo subió hasta mis rodillas. Esto estaba pasando realmente. No íbamos a ser enterrados vivos, íbamos a ser ahogados. Mi miedo era casi tan frío como el agua filtrándose en mi ropa interior y casi tan pesado como para alejarlo. Si íbamos a morir, no me iría tan fácilmente. Corriendo de vuelta a la puerta, busqué por segunda vez una manilla escondida, recorriendo con las manos frenéticamente sobre cada superficie posible. Mis enaguas eran pesos jalándome hacia abajo, pero no podía salir de ellas sola. El agua llegó más arriba de mis muslos, haciendo difícil el moverse por completo. Thomas saltó en la piscina creciente, alcanzándome en segundos. —Aquí, Audrey Rose. Párate en el altar. —Thomas tomó mi mano, pero me deslicé fuera de su agarre. Tenía que haber una forma de desbloquear la puerta. —Me rehúso a estar de pie en una mesa y esperar por un milagro, o lo más posible, una muerte inminente, Cresswell. O me ayudas a retirar mis enaguas o quédate atrás. —¿Estamos a punto de morir y esta es tu petición desvergonzada? —Ciertamente no vamos a perecer aquí, Thomas. Sus ojos brillaron con emoción. Él en serio pensaba que no había salida de esto. Mi corazón se hundió más rápido que mis enaguas mientras el agua golpeaba mi cintura. Él era el maestro en ver lo imposible. Si se estaba dando por vencido, entonces estábamos… —Thomas… —Un recuerdo de la clase del profesor Radu golpeó en mi pecho al mismo tiempo que temblores incontrolables tomaron nuestros cuerpos—. ¡Alimenta al dragón! —grité, evadiendo una corriente de agua mientras otro grifo se abría sobre nosotros. El agua estaba entrando tan rápido que ahora ya estaba cubriendo el altar—. ¡Esa tiene que ser la clave!

—¿Dónde está este misterioso dragón que necesitamos alimentar, Wadsworth? —Yo… yo… Thomas no esperó por una respuesta. Me levantó en sus brazos y me depositó en el altar, levantándose él mismo un momento después. Más agua helada llovió sobre nosotros como si hubiéramos desembarcado en una isla abandonada en medio de un diluvio. En el mejor de los casos, teníamos minutos antes de que el agua alcanzara el techo. Mi visión amenazó con volverse negra en los bordes. Ser enterrada viva era siempre un pensamiento aterrador; morir en una tumba de agua era algo que nunca supe que temía. Las emociones me atravesaron, estrellándose contra mis pensamientos. La hipotermia estaba cerca, sus efectos ya nublando mi mente. Los labios de Thomas ya se estaban volviendo de un ligero azul mientras temblaba a mi lado. Si el agua no nos mataba, el frío ciertamente lo haría. ¿Dónde estaba el dragón? Había parecido una idea inspiradora momentos atrás… Thomas me atrajo hacia él, levantándome mientras el agua alcanzaba mi barbilla. —Q-quédate c-conm-migo, Wadsworth. Él era por lo menos una cabeza más alto que yo y estaba usando su altura para ofrecerme tiempo extra antes de que tragara agua. Quería llorar, enterrar mi rostro en su cuello, y decirle lo arrepentida que estaba de haberlo arrastrado aquí, a este horrible túnel en esta ridícula aventura. ¿A quién le importaba si éramos los que encontrábamos al Empalador o a la Orden? Debería haber llevado mis teorías al director. Los guardias reales deberían haber estado buscando en estos túneles, no nosotros. —Thomas… —Escupí agua, de repente ansiosa de liberar todos mis secretos—. Esc-cucha, C-Cresswell —dije entre mis dientes castañeando—, hay algo q-que tengo que decirte. Yo… —Det-tente, Wadsworth. Sin confesiones de ult-timo minuto. Vamos a salir de esto. —El agua se deslizó por mis mejillas y negué con la cabeza. Thomas tomó mi barbilla y miró con ferocidad en mis ojos, sus manos congeladas—. Conc-céntrate. No te rindas. Usa ese fascinante cerebro tuyo

para encontrar al dragón de Radu y sacarnos de aquí. Puedes hacerlo, Audrey Rose. —¡No hay tal cosa como dragones! —grité, enterrando mi cabeza en su hombro. Tenía tanto frío que quería encogerme y flotar lejos. Quería que el dolor en las extremidades disminuyera. Quería rendirme. Miré el altar bajo nuestros pies, los ojos nublados con lágrimas sin derramar mientras la imagen debajo de nosotros se enfocaba. Estábamos de pie sobre la solución. Un dragón casi del tamaño completo del altar estaba esculpido en la cima. Su boca bien abierta, enseñando dientes hechos de piedra que parecían lo suficientemente afilados para cortar a través de la piel. —¡Lo encontré! —Q-que…fas-scinante —dijo Thomas, su cuerpo y su voz ambos sacudidos con temblores—. Ten-nemos una mesa como ésta en nuestra casa en Bucarest. Excepto que nuestro dragón es menos… ar-rogante. Lo nommbré Hen-nri. Lancé una mirada afilada en su dirección. Él estaba cerca de convulsionar. Necesitaba moverme con rapidez. Luché por liberarme de su agarre de hierro y tiré mi cabeza atrás tan lejos como pude, luego tomé una respiración profunda y me sumergí. Pataleé hacia la escultura, sin tener que trabajar mucho ya que mi ropa actuaba como ancla. Enterré el dedo en la boca del dragón y lo arrastré alrededor del diente de piedra, haciendo una mueca mientras la sangre flotaba en el agua. Mi corazón latía a un ritmo preocupante. Algo cedió un poco, los dientes del dragón retrocediendo tan ligeramente. Una trampilla crujió al abrirse en el piso de piedra, permitiendo que algo del agua escapara, pero no suficiente. Empujé de nuevo pero el diente se rehusó a ceder más. Por supuesto que no podía ser tan fácil. Nada nunca lo era. Necesitaba respirar. Traté de patalear en mi camino de vuelta a la superficie, pero mis ropas estaban muy pesadas. El pánico se filtró mientras me agitaba bajo el agua, burbujas de aire flotando a mí alrededor. Quería gritar por ayuda, pero no podía arriesgarme a perder más aire. Cuando pensé que había llegado a lo último de aire que me quedaba, Thomas me levantó, quitando hebras húmedas de cabello de mi rostro

mientras yo jadeaba y casi vomitaba. Él se aseguró que estaba bien antes de nadar hacia la trampilla, tratando de abrirla. Tomé una respiración profunda y lo seguí, esperando que nuestras fuerzas combinadas funcionaran. Giramos y jalamos sin éxito. Thomas tomó mi mano temblorosa en la suya, y pataleamos hacia arriba a lo que quedaba de aire. Mientras salíamos a la superficie el agua caía hacia nosotros, ahora por encima de nuestras barbillas, y capté el momento exacto en que Thomas se resignó a nuestro final. Inhaló una respiración inestable, una que podía haber surgido de que la hipotermia se estableció o del darse cuenta de que estábamos contemplando nuestros últimos momentos. Nunca lo había visto sin un plan antes. Me atrapó con el tipo de mirada que parece memorizar cada uno de mis rasgos. Sus pulgares acariciando mis pómulos. El agua cubrió mi boca y levanté mi rostro más arriba. Sabía que esto era todo. Estos eran los últimos momentos de mi vida. El arrepentimiento me llenó con una inconmensurable pena. Había tanto que no había hecho, tanto que no dije. —Audrey Rose, yo… —El pánico corría detrás de su usualmente tranquila mirada. Apenas podía entender lo que decía mientras el agua cubría mis oídos. Estirándome para levantar el rostro por encima del agua, respiré el último trago de aire. —¡Audrey Rose! La plegaria de Thomas fue olvidada en el segundo en que la habitación tembló. Un crujido seco hizo eco en las paredes de la cámara mientras el suelo bajo nosotros se abrió. Él me sujetó, gritando algo que no pude escuchar sobre el retumbante ruido. Tan rápidamente como el agua salió de las paredes y el techo, así bajó, incluso más rápido en un gigantesco torbellino, llevándonos con él. Me estiré para tomar la mano extendida de Thomas, gritando mientras el agua nos alejaba. Fuimos succionados por un agujero que tragó tanto nuestras palabras como nuestros cuerpos.

Traducido por Brisamar58 Corregido por Mari NC

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Luché por mantener la nariz y la boca por encima del agua mientras nos deslizábamos por lo que supuse era una antigua cañería cubierta de algas resbaladizas, en dirección a donde solo Dios sabía. Mantuve mis manos apoyadas sobre mi cuerpo, lo que ayudó a evitar que el lodo las cubriera. Si supiera que no estábamos a punto de salir a una cámara aún peor, o que mi escalpelo y el martillo de Thomas no iban a causar lesiones graves, podría haber disfrutado del gigantesco tobogán de agua subterránea. Sin embargo, no creía que Vlad Drácula ni la Orden del Dragón lo hubieran diseñado para divertirse. Mis músculos se tensaron en anticipación sobre dónde podríamos aterrizar. Me estremecí por algo más que el agua helada mientras me deslizaba por la tubería aparentemente interminable. No podía imaginar lo lejos que debíamos estar bajo tierra, la oscuridad era tan completa que no podía ver mis manos frente a mí. La tubería torció y giró, y después de varias rotaciones de mi cuerpo, finalmente se puso en posición horizontal. Segundos después, fui arrojada a una piscina poco profunda. Me negué a pensar en lo que podría estar flotando en la superficie mientras chapoteaba; al menos el olor no era demasiado asqueroso. Cuando me levanté, Thomas salió volando y aterrizó sobre mí, derribándonos, con las rodillas y la frente pegadas en una torpe danza hacia atrás.

De alguna manera se las arregló para sujetar mi cabeza, así evité golpear mi cráneo contra la piedra debajo de nosotros. Imaginé que sus nudillos no habían tenido tanta suerte. —Eso... fue... aterrador... e increíble —dijo, perdiéndose en un ataque de risa. Quería estar de acuerdo, pero todo lo que podía pensar era en sus manos envueltas alrededor de mí. Estuvimos tan cerca de la muerte. Como si se tratara de una estrella que se pasa rápidamente por la extensión de la noche, nuestra linterna navegó en el agua, flotando en la superficie y ofreciendo un poco de luz. Thomas me miró y luego dejó de reírse. Su expresión ahora era seria y contenida. Me quedé mirándolo fijamente, notando que sus pestañas eran largas y oscuras como el cielo nocturno. Sus ojos eran mis constelaciones favoritas para mirar; cada mancha de oro que rodeaba a sus pupilas eran nuevas galaxias que pedían ser descubiertas. Nunca antes me había fascinado la astronomía, pero ahora me encontraba con ansias de estudiarla. —Me salvaste una vez más. —Thomas se apoyó en sus codos, sonriendo ante mi expresión aturdida. Se estiró y arrancó el lodo de mi cabello—. Eres hermosa, Wadsworth. —Oh sí. Cubierta de mugre y de lo que sea ese olor un poco raro... —Realmente no quieres saberlo. Reprimí una arcada y moví cautelosamente cada extremidad, examinándome para detectar fracturas y huesos rotos. Todo parecía funcionar correctamente, aunque era difícil decirlo sin estar de pie. —¿Qué tal eso para una aventura? —pregunté, temblando—. ¿Se acercó a lo que habías tenido en mente? La sonrisa más pequeña curvó sus labios, borrando la incomodidad. —Claramente, necesitas dormir. No estoy seguro de que debamos seguir siendo amigos, Wadsworth. Eres demasiado salvaje para mí. Hice una mueca cuando movió su peso. Estar tirada en el piso de piedra de la piscina, empapada, era demasiado horrible como para ignorarlo, sin importar lo mucho que mi parte perversa disfrutara estar tan cerca de Thomas. La preocupación brilló en sus rasgos.

—¿Qué sucede? ¿Estás lastimada? —Quizás deberíamos volver a nuestra tarea de localizar al Empalador. Y si no te importa retirarte de encima mío para que pueda respirar adecuadamente... eres peor que un corsé. Parpadeó como si saliera de un sueño, luego se puso de pie de un salto y me ofreció una mano. —Disculpas, bella dama. —Tomó la lámpara del agua y limpió sus lados—. ¿Qué cámara de la fatalidad sigue en el menú? —No estoy segura. ¿Todavía tienes el Poezii Despre Moarte? —Justo aquí. —Thomas palmeó su bolsillo delantero—. Aunque el martillo de cráneo ha desaparecido. —Mi escalpelo, también. —Miré por la cámara, notando un saliente a cada lado de la piscina de agua en la que estábamos parados, e indiqué que debíamos dirigirnos allí—. Veamos si nos secamos un poco. Tomamos el camino hacia la cornisa y escurrimos nuestra ropa y cabello lo mejor que pudimos. Las faldas se pegaban a mis extremidades, haciendo cada movimiento más difícil que el anterior. Me sorprendió ver el vapor que se elevaba desde unas pocas grietas en la cara de la roca, eliminando la mayor parte del frío del aire. Extendí las manos temblorosas, y Thomas rápidamente hizo lo mismo. —Deben ser aguas termales de una de estas montañas —dijo, quitándose la levita y colgándola sobre el vapor. Me quedé mirando su pecho, definido y completamente a la vista gracias al agua que empapaba su camisa. Estaba esculpido finamente, su cuerpo recordaba esculturas antiguas de héroes o dioses medio vestidos. Alejé la mirada, sosteniendo mis faldas lo más cerca posible del vapor. Ahora no era el momento de distraerse por deseos impropios. Me di la vuelta, con la esperanza de secar la parte posterior de mi corpiño, y vi otra entrada de túnel, marcada con el número XII. Los escalofríos sacudieron mi cuerpo por una razón completamente nueva. —Déjame ver el libro, Cresswell. Thomas espió la entrada que había señalado y me entregó el viejo tomo de vitela. Lo hojeé, maravillándome de cómo las páginas habían

sobrevivido a las aguas. Quien lo haya creado debe haber planeado que resistiera estos peligros. Encontré lo que había estado buscando y me detuve. Me tomó un momento entender el rumano en mi cabeza, pero me las apañé.

XII SANGRE ROJA, BLANCO HUESO. AQUÍ YACE ALGO HACE MUCHO TIEMPO MUERTO. ÁRBOL DE LA MUERTE Y CORAZÓN DE PIEDRA. NUNCA ENTRES EN LA CRIPTA POR TU CUENTA. SI LO HACES, ÉL TUS HUELLAS MARCARÁ, TE CAZARÁ Y DESPUÉS ATACARÁ. SANGRE ROJA, BLANCO HUESO. ALLÍ YACEN QUIENES DEBIERON SEGUIR EL CONSEJO.

Lo leí en voz alta para Thomas, mis pensamientos centrados por completo en nuestra misión una vez más. Él apartó mechones de cabello oscuro de su frente y suspiró. —No recuerdo que Radu haya mencionado nada sobre la lucha contra strigoi, ¿verdad? —Desafortunadamente, no. —Negué con la cabeza. Nuestras lecciones sobre vampiros no ofrecían pistas sobre cómo podríamos sobrevivir a una cámara dedicada a ellos—. Vamos —dije, levantando mis faldas parcialmente secas y señalé con la cabeza hacia la entrada—. Quedarnos aquí no nos sacará de estos túneles más rápido. —No —estuvo de acuerdo Thomas, siguiéndome lentamente—, pero preferiría estar cubierto de lodo que ver qué otras delicias nos esperan. El túnel no era muy largo y nos condujo a otra cámara, como si hubiéramos caminado de una gran sala en un castillo a otra. —Me gusta esto. Qué encantador.

Dejé de prestar atención a las paredes de piedra e inspeccioné dónde estábamos, lamentándolo inmediatamente. Esta cámara era una enorme y antigua cripta dividida en dos secciones por un arco elaborado. Alguien había estado recientemente aquí abajo encendiendo antorchas, y mi sangre se enfrió al pensarlo. Tenía que haber una manera de llegar aquí que no fuera la ruta infernal que habíamos encontrado. Me encontré dividida entre continuar hacia adelante y correr en la dirección opuesta. Thomas y yo nos detuvimos debajo del arco, sin querer cruzar hacia el espacio detrás de él. Él me miró y se llevó un dedo a los labios. Necesitábamos movernos lo más rápido y silenciosamente posible. Inspeccioné el arco, tratando de controlar la piel de gallina que entraba en erupción por mi cuerpo. Estaba hecho enteramente de astas. No podía ni siquiera empezar a comprender cuántos ciervos debían haber muerto para crear una cosa tan horrible, pero mi atención se dirigió rápidamente a otra parte. El resto de la cámara era aún más horrible. Los muertos no descansaban pacíficamente en esta cripta. Sus restos habían sido perturbados, manipulados en una escena de pesadilla directamente de las páginas de los horrores góticos. Todo estaba creado a partir de huesos blancos y fríos. Lápidas. Cruces ornamentales. Muros. Techos. Vallas. Todo, todo estaba hecho de partes de esqueletos, tanto humanos como animales, a primera vista. Tragué mi repugnancia. Radu se había equivocado acerca de que los bosques estaban llenos de huesos. El espacio debajo de la montaña lo estaba. Desde aquí, podíamos ver un mausoleo cercado, erigido como una capilla pequeña y profana dentro de un vasto cementerio. En lugar de tener pisos de piedra, el suelo era de tierra, haciendo que me preguntara si finalmente habríamos llegado al verdadero fondo de la montaña. La cerca estaba construida de huesos en posición vertical que habían sido clavados en el suelo. Una puerta tosca, parcialmente abierta estaba colocada en su centro. Mi cuerpo vibraba de anticipación y temor. No quería cruzar a esa sección del infierno. Enormes columnas de huesos entrelazados se alzaban a lo largo de los cuatro lados del mausoleo, que también estaba hecho enteramente de restos. En el centro de lo que podría describirse mejor como un extenso cementerio de esqueletos medio desenterrados, había un gran árbol cuyas ramas casi alcanzaban el alto techo. Como todo lo demás en esta horrible

cámara, las ramas del árbol estaban compuestas enteramente de huesos. La monstruosidad debía tener al menos seis metros de altura. Seguimos caminando, deteniéndonos fuera de la cerca. Thomas se había quedado tan silencioso como el cementerio donde estábamos parados, y la atención pasaba de una vista monstruosa a otra. La tierra levantada y el moho me hacían cosquillas en la nariz, pero no me atreví a estornudar. Cualquier cantidad de cosas podrían estar al acecho en la maraña de horror que nos rodeaba. Thomas movió sus ojos hacia la escena macabra directamente en nuestro camino. —Creo que hemos encontrado el Árbol de la Muerte mencionado en Poezii Despre Moarte —susurró, todavía mirando a su alrededor. —Al menos hace honor a su nombre. Ciertamente no sería confundido con el Árbol de la Vida. —Es tan... espantoso. Sin embargo, estoy extrañamente maravillado. —Thomas recitó cada hueso nuevo que identificaba en el árbol situado dentro de la cerca—. Húmero, radio, —Tomó aire, apuntando a otro poco de marfil—, y eso es un cúbito admirable. Debe haber venido de un casi gigante. Tibia, peroné, rótula... —Gracias por la lección de anatomía, Cresswell. Puedo ver qué son — dije en voz baja, señalando con la cabeza hacia la entrada cerrada y sus huesos desenterrados—. ¿Dónde deberíamos empezar? —Con el árbol, naturalmente. Y tenemos que darnos prisa. Tengo la sensación de que quien haya encendido las antorchas volverá pronto. — Thomas me entregó la linterna—. Después de ti, querida. Una gran parte de mí no deseaba entrar en este terreno del diablo, parecía una aniquilación de la santidad de la muerte, pero habíamos llegado demasiado lejos para dejar que la aprensión dominara mis sentidos. Si Daciana, Ileana o Nicolae estaban en problemas, necesitábamos seguir avanzando. Sin importar que mis instintos gritaran que tomara la mano de Thomas y corriera en la dirección opuesta. Respiré profundamente, esperando que ni mi imaginación ni mi cuerpo me fallaran ahora. Si alguna vez hubo un tiempo para pensamientos claros y un pulso constante, este sería el momento.

Sin dejar que el miedo hundiera sus garras en mí, levanté la barbilla y caminé de puntillas hacia la cerca de cadáveres que habían sido recogidos hace mucho tiempo. Sin embargo, no pude detener mi fuerte inhalación cuando entré en el cementerio que contenía lo que Poezii Despre Moarte llamaba el Árbol de la Muerte. Podía imaginarme a Vlad Drácula levantándose de este lugar, viniendo a saludar a su último heredero varón.

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El árbol era incluso peor de lo que pensé desde algunos metros de distancia. Huesos de manos, cráneos con cuencas oculares vacías y cajas torácicas rotas creaban una atemorizante obra maestra. Me maravillé ante cómo encajaban sin algún amarre o atadura, simplemente habían sido unidos. Los fémures estaban amontonados, sirviendo como el centro del tronco. Las cajas torácicas estaban unas frente a otras, encerrando los huesos de piernas como si fuera la corteza. Viendo el área alrededor de la base del árbol, noté montones de huesos acomodados en pilas, quizás esperando para ser ensamblados. Algunos de ellos aún tenían pedazos de carne y tendones pegados. No todos estos esqueletos eran viejos. Un pensamiento escalofriante. Me di cuenta de que estaba conteniendo mi aliento, aterrorizada de hacer demasiado ruido. Quería apurarme y, aun así, este lugar hacía que fuera imposible no detenerse y mirar boquiabierto a cada nuevo horror. Como el que estaba frente a nosotros ahora. Junto a la pila de huesos había una gran bañera con patas que terminaban en garras. Estaba llena hasta el borde con sangre rojo oscuro, el aroma a cobre pinchando mi nariz. Seguramente era un truco de mis sentidos, pero juraba que algo burbujeaba desde dentro de las sangrientas profundidades. Thomas se quedó inmóvil, su atención fija en la bañera mientras extendía su brazo, deteniendo nuestros movimientos. No me atreví

a acercarme, el miedo de lo que mi mente pudiera conjurar era demasiado grande. Thomas continuó mirándola fijamente, sus hombros tensos. Habíamos encontrado la sangre faltante de las víctimas del Empalador, de las que sabíamos y Dios sabía quiénes más. El asesino estaba cerca. Demasiado cerca. Todo mi cuerpo hormigueaba con anticipación. Se sentía como si nos hubiéramos adentrado en las profundidades del infierno de Dante, inadvertidamente. —«Abandonen toda esperanza los que entren aquí». Es tan inquietante —susurré—. No puedo entender cómo alguien fabricaría toda una cripta con huesos. O esa bañera... pobres Wilhelm y Mariana. —Me estremecí, sabiendo que mi ropa mojada solo tenía la culpa parcialmente—. La Orden es bastante dotada con juegos de guerra psicológica. —Es literalmente un baño de sangre. —Thomas apartó su mirada de la bañera, su expresión sombría—. Alguien tiene un sentido del humor muy oscuro y retorcido. Cerré mis ojos, exigiendo a ese rápido golpeteo de mi corazón a que disminuyera la velocidad. Necesitábamos encontrar a Daciana e Ileana. Seguí repitiendo ese pensamiento hasta que el miedo me soltó. Tranquilamente nos alejamos de la bañera de sangre, pero el horror de ello se mantuvo aferrado a nosotros. La sentía detrás de mí, esperando, como si me estuviera llamando con su horrible aroma. Ni siquiera consideraría lo que haríamos si otra pista estuviera localizada dentro de ese monstruoso baño de sangre. Si los aldeanos eran supersticiosos respecto a profanar a los muertos, solo podía imaginarme su reacción si alguna vez se toparan con esta blasfema sepultura. —Debieron ser más de doscientos cuerpos humanos los que se necesitaron para hacer esta mórbida escultura. —Thomas sostuvo en alto la linterna hacia la rama superior. Un grupo de falanges estaban unidas como si fueran hojas blancas—. Quizás los rumores de Vlad Drácula siendo inmortal son ciertos. Aparté mi mirada del árbol de hueso, inspeccionando a mi amigo por alguna señal de trauma. Me mostró una sonrisa torcida. —Eres más encantadora cuando me miras de esa manera, Wadsworth. Sin embargo, solo estoy bromeando. Juzgando por el baño de

sangre, sí creo que quien sea que modificó ese desagradable y pequeño poema para ti visitó este lugar. Tal vez encontremos una pista respecto a Daci. —¿Ves algunos números romanos tallados en el árbol? —Me enfoqué en el cementerio y el mausoleo; no podía detenerme de estar intrigada por nuestros alrededores. Cráneos sin piel delineaban las paredes. De hecho, los cráneos eran las paredes. Estaban apilados uno sobre otro, comprimidos tan apretadamente que dudaba que pudiera meter mis dedos entre ellos. Thomas sacudió su cabeza. —No, pero de acuerdo con ese letrero, uno debe escalar el árbol para arrancar su fruta. Miré fijamente hacia la placa clava en la puerta de hueso. Estaba tallada en rumano, las letras toscas como la herramienta que debió haber sido utilizada para marcarla. Me acerqué, leyéndola. Smulge fructe din copac pentru a dobândi cunoştinţe. Thomas tenía razón; básicamente establecía que uno necesitaba arrancar la fruta del árbol para adquirir el conocimiento. Pasé mi mirada por encima de las ramas del árbol, buscando por alguna señal de la supuesta fruta. Cráneos de aves de todos los tamaños estaban encordados en intervalos, sus picos apuntados en todas direcciones. Los señalé. —¿Quizás esos cráneos? En alguna manera enferma, casi parecen peras. Algo leve burbujeó desde atrás. Me giré, buscando, mi corazón casi listo para salir disparado fuera de mi cuerpo. La sangre estaba inalterada, la superficie oscura como un aceite color carmesí. —¿Escuchaste eso? Thomas tomó una profunda respiración, su atención escaneando metódicamente la habitación y la cámara detrás de nosotros. —Dime de nuevo por qué no estamos utilizando este tiempo de manera más sabia. Podríamos estar envueltos uno alrededor del otro en lugar de… —Señaló frente a nosotros—, todo esto. —Tenemos que apurarnos, Cresswell. Tengo una terrible sensación.

Sin decir otra palabra, Thomas se volteó hacia el árbol y se estiró hacia adelante, colocando su peso en una caja torácica mientras lentamente escalaba los huesos color marfil. Puso su pie izquierdo en otra costilla, probándola ágilmente antes de trasferir todo su peso. Repitió el movimiento dos veces más, apenas logrando subir algunos metros del suelo, cuando un horrible crujido atravesó el aire, haciendo eco como si un interruptor hubiera sido estrellado contra nudillos. Me lancé hacia adelante para atraparlo, pero saltó hacia abajo grácilmente y sin asistencia. —Parece que no estaremos cosechando ninguna fruta madura de este árbol después de todo. —Limpió sus manos en sus pantalones, su boca torcida en una línea molesta. Unas cuantas gotas de sangre aparecieron como rubíes en las puntas de sus dedos antes que las chupara—. Lee los poemas para mí una vez más, por favor. Uno de ellos tiene que ser relevante para esta situación. No hay muchos de dónde elegir. Saqué el desgastado y viejo libro de mi bolsillo y se lo pasé. No quería decir las terribles palabras en voz alta más de lo que fuera necesario. Mientras Thomas leía los poemas por sí mismo, rápidamente me desabroché mis faldas superiores. El tiempo se estaba escurriendo de nuestro agarre. De una u otra manera, teníamos que arrancar cualquiera que fuera el conocimiento de este espantoso árbol antes de regresar a la academia. Para este momento, Moldoveanu y Dăneşti seguramente eran conscientes de nuestra ausencia. Bien podríamos regresar con algo útil si estábamos a punto de ser expulsados. Además, no quería ser atrapada aquí por un asesino. Los botones de mi corpiño se abrieron con facilidad. Su pequeño tintineo golpeó el suelo mientras mi corazón se estrellaba contra mi caja torácica con vigor. Gracias a los cielos, me había cambiado mi vestido más complicado más temprano esa tarde. No tenía polisón o corsé con los que pelearme para quitármelos. Antes de que pudiera cambiar de idea o encontrar una razón para estar avergonzada, me quité mis enaguas, sintiéndome expuesta en mi camisola y ropa interior, aun cuando cubrían más allá de mis rodillas y tenía varios centímetros de encaje Bedfordshire Maltese. No eran tan diferentes de mis pantalones bombachos, razoné. Aunque mis pantalones bombachos eran menos... adornados y delicados.

Thomas dejó caer el Poezii Despre Moarte junto con su mandíbula, al parecer. —Ni una palabra, Cresswell. —Apunté hacia la cima del árbol de huesos—. Soy más ligera que tú y debería ser capaz de escalar el árbol. Creo que veo algo en ese cráneo de ahí. ¿Lo ves? Parece un pedazo de pergamino. Thomas mantuvo su atención fija en mi rostro, el suyo enrojeciendo cada vez que bajaba hacia mi barbilla. Medio quise poner mis ojos en blanco. Ninguna parte de mí estaba descubierta además del escándalo de mis brazos y unos cuantos centímetros de pierna que no estaban cubiertos por ropa interior o medias. Tenía camisones que mostraban más escote. —Atrápame si me caigo, ¿está bien? Una sonrisa curvó sus labios en una forma muy encantadora. —Ya he caído por ti, Wadsworth. Quizás debiste haberme advertido con más anticipación. Coqueto astuto. Giré mi concentración hacia el árbol y escaneé la ruta que tomaría. Sin preocuparme por lo que estaba a punto de tocar, me impulsé hacia arriba, colocando una mano después de la otra, pensando solo en la tarea. El corte en mi pantorrilla se estiró incómodamente y el calor de la sangre fresca se escurrió por mi pierna, pero ignoré la incomodidad en favor de moverme rápidamente. Me negué a mirar hacia abajo. Con cada nueva extremidad que escalaba, el pergamino se acercaba más. Estaba a medio camino de la cima cuando una clavícula se rompió debajo de mis pies. Colgué, suspendida en el aire, balanceándome de lado a lado como si fuera un péndulo viviente. —¡Lo tienes, Wadsworth! —Mis dedos temblaban con el esfuerzo de mantener mi agarre—. Y si no lo tienes... yo te atrapo. Eso creo. —¡No es consuelo, Cresswell! Utilizando el impulso de mi cuerpo a mi ventaja, me balanceé hacia una caja torácica de aspecto robusto y moví mi peso. Mis músculos se estremecieron con la adrenalina y el orgullo que surgieron. ¡Lo había logrado! Controlé mis emociones y... El hueso bajo mis dedos tronó a manera de advertencia. Celebrar las victorias podría esperar. Me moví uniforme pero cautelosamente, escalando con lenta precisión.

Probando y subiendo. Probando y subiendo. Una vez en la cima, me detuve para recuperar mi aliento y miré hacia Thomas, arrepintiéndome inmediatamente de la acción. Parecía mucho más pequeño desde este punto de observación. Estaba al menos a seis metros del suelo y la caída no sería placentera. Sin esperar a imaginarme todas las vívidas maneras en las que podía convertirme en parte de la obra de arte de esqueletos, hice mi camino por los últimos pocos huesos y alcancé el pergamino. Lo saqué del cráneo en el que estaba atorado. Alguien había utilizado una daga, cuyo mango estaba incrustado con oro y esmeraldas, para clavar el pergamino en la cavidad ocular del fallecido. —Dice «XXIII» —susurré-grité, consciente de no balancearme y perder mi apoyo. Lo último que quería era empalarme a mí misma mientras cazábamos al asesino conocido por utilizar ese mismo método mortal. Thomas encontró el poema correcto y lo leyó en voz alta. Me encogí ante cuán fuerte y poderosa sonaba su voz en este mórbido espacio.

XXIII BLANCO, ROJO, MALVADO, VERDOSO. QUIEN CAZA EN ESTOS BOSQUES SE OCULTA AL OJO. DRAGONES VAGAN, ECHAN A VOLAR. CORTANDO A AQUELLOS QUE SE ACERCAN A SU HOGAR. TU CARNE COMEN, TU SANGRE BEBEN. DEJANDO LOS RESTOS EN DONDE QUEDEN. HUESO BLANCO, SANGRE ROJA. DE TU MUERTE PRONTO SERÁ HORA.

—Oh, dios —murmuré. Ese poema... fue el que Radu nos había leído en clase. El lugar de reuniones de la Orden. Y el lugar donde sacrificaban gente para el Príncipe Drácula. Necesitábamos salir de esta cripta enseguida. Sabía, profundo en mis huesos, que estábamos a punto de encontrarnos con algo mucho más

horrendo de lo que pudiéramos imaginar. Otra hoja de pergamino captó mi atención mientras comenzaba mi descenso. Me moví cuidadosamente hacia ella, luego se lo leí en voz alta a Thomas: —Fă o plecăciune în faţa contesei. Inclínense ante la condesa. —¿Qué fue eso? —dijo. —Un momento. —Una ilustración acompañaba a la oración. Parpadeé, leyéndola de nuevo. Ciertamente esperaba que esto fuera un remanente de las Cruzadas, aunque la sensación resbaladiza en mi interior me decía lo contrario. Estábamos equivocados de nuevo sobre la implicación de la Orden del Dragón. Esto parecía ser el trabajo del Príncipe Nicolae Aldea. Y la condesa en este dibujo estaba completamente cubierta de sangre.

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Metí la segunda pista en mi ropa interior y bajé tan rápido como me atreví a hacerlo. No quería gritar por miedo a llamar más atención hacia nosotros. El miedo hacía que mis manos temblaran mientras me estiraba hacia un fémur y fallaba. Me concentré en mis respiraciones. Trataría esto como si fuera un cuerpo en necesidad de ser estudiado, la precisión era la clave. Me balanceé hacia el siguiente hueso, mis dedos deslizándose fuera de su suave superficie. Si no me recomponía y lograba bajar hasta Thomas… no quería considerar lo que podría suceder. El Príncipe Nicolae estaba cerca, sentía su presencia mientras cada célula de mi ser me advertía que huyera. Necesitábamos salir de la cripta de inmediato o de otra forma pasaríamos de ser los cazadores a ser las presas. Cuando llegué a la mitad del macabro árbol, una extraña forma llamó mi atención en el otro lado de la puerta de hueso. Al principio pensé que era algún animal peculiar, buscando morada. Luego se puso de pie, tambaleándose un poco hacia adelante. —Thomas... Mi respiración se entrecortó. El montón se había levantado de entre los huesos, revelando una figura encapuchada que no era un cadáver

reanimado o un strigoi. Apostaba que era humano; no había absolutamente nada fantástico en él salvo su gusto por el arte dramático. Una capa cubría su cabeza, colocada sobre sus rasgos como si fuera una capucha y una larga cruz colgaba alrededor de su cuello. La capa me recordaba vagamente a aquellas que llevaban los hombres que habían desaparecido en el bosque con ese cadáver algunas noches atrás. La cruz era más grande que dos puños y estaba hecha de oro. Muy ornamentada y medieval, parecía como si fuera un arma fina en sí misma. —Thomas... ¡corre! Thomas inclinó su cabeza, inconsciente de la nueva amenaza. —No puedo escucharte, Wadsworth. Aferrada al árbol e incapaz de apuntar, observé mientras la figura se tambaleaba más cerca. Lucía lastimado, pero podría ser una actuación para atraernos hacia un falso sentido de seguridad. —¡Detrás de ti! —grité, pero fue demasiado tarde. La figura cayó contra la puerta, chocando con ella y cerrándola mientras se tambaleaba hacia atrás. A tres cuartos de la bajada, la costilla de la que estaba agarrada se rompió y caí como un árbol cortado en este bosque de cadáveres. Moviéndome más rápido de lo que pude parpadear, Thomas se lanzó para ponerse en mi camino, amortiguando mi caída. No fue un rescate glamuroso, pero su esfuerzo fue valiente. Siseó cuando golpeó el suelo, luego soltó otro gruñido cuando mi frente chocó con la parte posterior de su cabeza. Me quité de encima de él rápidamente, girándome en el lugar, buscando por la figura que se había dirigido hacia nosotros, pero no vi nada. Teníamos segundos para correr. Thomas se volteó y sangre escurría por su nariz. —¿Dónde están tus vendajes? Sostuvo su nariz. —Los perdí en la cámara de agua.

Arranqué un pedazo de mi delgada camisola y se lo ofrecí a mi héroe sangrante. Podría bien utilizado para contener el flujo de sangre o quizás podía estrangular a nuestro atacante con él mientras yo lo distraía. —Apúrate, Cresswell. Tenemos que movernos... De la nada, la figura reapareció, cayendo hacia nosotros detrás del Árbol de la Muerte, la promesa de violencia claramente visible en su postura. —Largo. De. Aquí —dijo a través de dientes apretados, luego se aferró a su torso. Su respiración era entrecortada, su acentuada voz forzada—. De prisa. El miedo soltó su agarre a mi lógica. Me incliné hacia adelante, entornando mis ojos para ver el rostro que sabía coincidía con la voz. —¿Príncipe Nicolae? ¿Es... usted… quién le hizo esto? El príncipe sacudió la capucha para apartarla de su rostro. Estaba manchado con marcas negras y sus mejillas estaban demacradas. —Si no se apuran... ella... Se derrumbó en el suelo, su pecho agitándose con esfuerzo. El príncipe no estaba fingiendo estar herido, estaba cercano a la muerte. Me dejé caer de rodillas, levantando su cabeza hasta mi regazo. Sus ojos estaban vidriosos, desenfocados. Habría apostado cualquier cosa a que le habían dado arsénico. Necesitábamos sacarlo de estos túneles y llevarlo a un doctor inmediatamente. —Thomas... levántalo de las... Luego, como si a una pesadilla se le hubiera dado permiso para nacer en este mundo, una figura se elevó de la bañera llena de sangre. Parpadeé, apenas entendiendo lo absurdo de la pajilla arruinada que cayó al suelo, tan espantosa era la visión ante nosotros. Sangre tan oscura que era casi negra cubría cada centímetro de su rostro y cuerpo. Su cabello goteaba carmesí de regreso a la bañera, delgados dedos cubiertos en ella. Apenas si podía respirar. Thomas extendió su brazo, como si pudiera ser capaz de evitar que este monstruo nos viera tanto a Nicolae como a mí. Sus ojos se abrieron ampliamente, los blancos un fuerte contraste con el carmesí rodeándolos. Todo llegó a un alto total dentro de mi mente. No podía decir de quién se trataba desde aquí, pero muy seguramente era una

mujer. Habíamos tenido razón después de todo, pero ¿era Ileana? ¿O podría ser... Daciana? La pesadilla empapada en sangre sacó una pierna de la bañera, haciendo un gran espectáculo al salir de ella. Sangre se derramó hasta el suelo y salpicó contra los huesos cercanos. Quien quiera que fuera, portaba un vestido de gasa, su roja longitud goteando detrás de ella como una empapada maldición en el día de la boda mientras se movía hacia nosotros. Cuando se agachó cerca de un montón de huesos, consideré correr. Deseé tomar a Thomas y huir de esta cripta y nunca mirar atrás. Pero no había manera de salir y no podíamos dejar al príncipe. La pesadilla viviente se levantó y apunto un pequeño revolver para damas hacia nosotros. Se movió hacia adelante, la condesa de sangre, una espeluznante sonrisa exponiendo el blanco de sus dientes. —¡Extraordinar! Estoy tan contenta de que ambos lo lograran. Estaba preocupada porque no llegaran a tiempo. O que trajeran a Tío y esa molesta guardia. Miré fijamente a la chica ante nosotros, parpadeando para alejar la incredulidad. No podía ser... y aun así... su voz era inconfundible, su acento húngaro ligeramente diferente al rumano. —¿Anastasia? ¿Cómo...? esto no puede ser real —dije, incapaz de aceptar esta verdad—. Moriste. Te vimos en esa habitación, esos murciélagos. —Sacudí mi cabeza—. Percy inspeccionó tu cuerpo. ¡Hicimos tu autopsia! —¿Estás segura? Esperaba que lo entendieras, prietena mea5. — Anastasia sonrió de nuevo, esos dientes brillando demasiado cordialmente contra la sangre—. Cuando mencionaste la persiana en la aldea, casi me desmayé. Tuve que regresar rápidamente y acomodar la habitación antes que la investigáramos esa noche. ¡Nervii mei! Mis nervios eran un desastre. No podía entender cómo era posible que esto fuera real. Obligué a mi mente a superar el pánico que amenazaba con hacerme caer de rodillas.

5

Prietena mea: Amiga mía.

Necesitamos hacer que Anastasia siguiera hablando. Quizás se nos ocurriría un plan sobre cómo lograr salir de aquí. —¿Por qué me permitiste vivir? —Consideré matarte esa misma noche, pero pensé que él, —Asintió hacia Thomas—, podría irse antes de que estuviera lista para atacar. Ven, ahora, amiga mía. Sé que eres más lista que estos chicos. Dime cómo lo hice. ¡Uh, uh, uh! —Ondeó el arma hacia Thomas—. Ni una palabra de tu parte, guapo. Es descortés interrumpir a una dama. Quería vomitar, pero obligué a mi mente a moverse. Anastasia deseaba ser premiada por la genialidad de su juego. Esa necesidad de reconocimiento podría ser su mismísima ruina. Tragué fuerte, ignorando el revolver que ahora apuntaba hacia mi pecho. Pequeñas particularidades de repente tuvieron sentido. —La chica desaparecida. —Cerré mis ojos. Por supuesto. Todo tenía sentido. Era brillante de la forma más horrible—. Utilizaste su cuerpo para hacerlo pasar como el tuyo. La plantaste en los túneles para que coincidiera con tu desaparición. Sabías que su rostro estaría demasiado dañado para ser identificado. Su cabello y medidas corporales eran lo suficientemente parecidas. Los rasgos faciales también. Incluso pensé que se parecía a ti cuando la vi en ese boceto. El parecido era el suficiente para engañar a la clase y a nuestros profesores. —Hice una pausa mientras el horror completo se asentaba—. Incluso tu tío pensó que eras tú, uno de los mejores forenses académicos en el mundo. —Excelent. —Anastasia sonrió, sus dientes ahora manchados de rojo. Era terrible. Salvaje. La maliciosa presencia en sus ojos hacía que las partes más profundas de mí se estremecieran—. Nuestros corazones son cosas curiosas. Tan sentimentales y fácilmente equivocados. Jala las cuerdas correctas o corta los cordones correctos y ¡puf! El amor suprime a la inteligencia, incluso en las mejores personas. No deseaba hablar de asuntos del corazón con una mujer que estaba empapada en la sangre de los inocentes. Noté a Thomas moviéndose tan ligeramente junto a mí y me moví para proveer otra distracción. —¿Cómo lograste remover la sangre de Wilhelm tan rápidamente?

—Con un aparato robado de la morgue. Luego tiré su cuerpo por la ventana. —Dio un paso hacia Thomas y se detuvo, inspeccionándolo como un gato pudiera considerar a un ave herida sobre la que está a punto de abalanzarse. Por alguna razón, inclinó su cabeza en una muestra de respeto—. ¿Está impresionado, Alteţă? ¿O debo decir Príncipe Drácula? Thomas dejó de moverse y sonrió despreocupadamente. Aunque noté la tensión en sus músculos y supe que era todo menos un miembro relajado y aburrido de la Casa de Drácula. —Muy encantador de tu parte, pero inclinarte ante mí es totalmente innecesario. Aunque entiendo tu urgencia de hacerlo. Soy bastante majestuoso e impresionante. Príncipe Drácula, sin embargo, no es mi verdadero título. No podía creer que su farsa pareciera estar funcionando. Anastasia tragó, su concentración siguiendo las manos de Thomas mientras ajustaban su arruinada camisa. Casi me convenció de que vestía ropas de la realeza y tenía la valía para que se inclinaran ante él. En lugar de estar aquí parado en las arruinadas y sucias ropas con las que había sido arrastrado a través del infierno. Anastasia movió su revólver, apuntando directamente hacia Thomas. —No se burle de su propio linaje, señor Cresswell. Cosas malas suceden cuando uno se vuelve contra su propia gente. Es hora de que salga y acepte su desino, Hijo del Dragón. Es hora para que mezclemos nuestros linajes y reclamemos toda esta tierra. —No lo entiendo —dije, mirando entre ellos—. ¿De quién desciendes? Anastasia lanzó sus hombros hacia atrás, su cabeza sostenida en lo alto. Era un logro impresionante considerando la sangre que la cubría por completo; aun así, poseía un aire de realeza. —Elizabeth Báthory de Ecsed. —Por supuesto —murmuró Thomas—. También conocida como la Condesa Drácula. Por un momento nadie habló o se movió. Recordé la breve mención de la condesa en la clase de Radu y peleé contra un estremecimiento.

—Así que sabe que es el destino. —Los ojos de Anastasia brillaron con orgullo—. Verás, provengo de una casa conocida igualmente por su sed de sangre, Audrey Rose. Mi ancestro se bañaba en la sangre de los inocentes. Gobernaba con miedo. —Anastasia apuntó a Thomas—. ¿Él y yo? Estábamos destinados a conocernos. Así como estamos destinados a producir herederos más temibles que sus ancestros. Destin. ¡No tenía idea de que las estrellas tuvieran tanto planeado! Eres un inconveniente menor. Uno del que fácilmente nos encargaremos. No hice mucho más que respirar. Así que Anastasia era una heredera desplazada en búsqueda de su derecho de nacimiento. Y no le importaba cómo iba a reclamarlo, a través de la fuerza o del amor. Si pensaba que podía cazar a Thomas, convencerlo de casarse con ella y asesinarme en el proceso, no tenía idea de quién era yo. Apreté mis puños, más determinado que nunca a mantenerla hablando mientras planeaba nuestro escape. —¿Cómo asesinaste a hombre en el tren… y por qué? Mi antigua amiga me miró por un segundo, sus ojos entrecerrados. Silenciosamente rogué porque su necesidad de presumir fuera lo suficientemente tentadora para que respondiera a mis preguntas sin ver mi verdadero motivo. —La Orden del Dragón vive. Quería limpiar sus rangos. Estos días, la mayoría de ellos están compuestos por ese intrascendente linaje Dăneşti. Apuntó el revolver hacia donde yacía el Príncipe Nicolae, desmadejado como una muñeca de trapo, su piel decolorada por lo que asumía que era arsénico, perforaciones ahora visibles en su cuello. Parecía como si hubiera utilizado su sangre de la forma en que su ancestro lo hacía, bañándose en ella, dejando apenas lo suficiente para mantenerlo con vida. Si es que incluso aún vivía. Su pecho ya no parecía estarse elevando y cayendo a causa de su respiración. —El hombre del tren era un miembro de alto rango. Le hice llegar una dosis letal de arsénico, luego lo empalé mientras jadeaba para respirar. — Anastasia sonaba como si estuviera recordando un vestido que hubiera hecho con sus finas habilidades—. No tenía idea de que era el exterior de tu compartimento. Una coincidencia feliz. Luego me apresuré a regresar a mi habitación. Nadie notó a la chica con el cabello oscuro. Las pelucas son una

distracţie excelentă6. Aunque me preocupaba que Wilhelm con el tiempo me reconocería. Necesitaba encargarme de él de inmediato. Un recuerdo de esa mañana destelló en mi mente: había visto a una chica con cabello oscuro. Había gritado pidiendo un doctor. Había estado tan consumida por el caos que no había prestado atención a su rostro. Thomas cruzó sus brazos sobre su pecho, tomando ese tono aburrido una vez más. —¿Dónde está mi hermana? —¿Cómo debería saberlo? No soy la guardiana de nadie. —Anastasia movió su mentón hacia mí, luego señaló hacia un arma en el cinturón de Nicolae—. Dale su cuchillo al heredero de Drácula. Los ojos de Thomas se agrandaron cuando miró en mi dirección. Casi lloré con alivio. En su fervor por unir sus linajes, no se había dado cuenta de que nos acababa de entregar una forma de derrotarla. Mis palmas se volvieron más resbalosas por el flujo de nervios. Presioné la pequeña daga enjoyada contra la mano de Thomas y contuve mi aliento, preocupada porque cualquier muestra de emoción pudiera alertar a Anastasia sobre su grave error. Ella sonrío, su atención concentrada en la hoja que ahora residía en el firme agarré de Thomas. —Termina con él —le dijo a Thomas—. Hazlo rápidamente. —¿Por qué veneno? —pregunté, postergando el momento. Tenía que haber una manera de salir de esto que no involucrara asesinar a Nicolae. Anastasia apuntó el revolver hacia mi garganta. Parecía que mi antigua amiga había considerado amotinarse después de todo. Caminó hacia Nicolae y lo pateó con su pie, el arma todavía apuntada hacia mí. —El arsénico es una maravilla. —Se agachó, apartando mechones de cabello oscuro del rostro del príncipe—. No tiene sabor, no tiene color y puede ser incluido en todo tipo de comida o bebida. Al parecer, un joven príncipe nunca rechaza el vino.

6

Distracţie excelente: Excelente distracción.

—Si estás intentado infundir el mismo miedo que Vlad Drácula infundía en sus oponentes —dijo Thomas—, envenenar a Nicolae y a los otros difícilmente parece atemorizante. Anastasia movió una mano hacia el cuello de Nicolae, revisando su pulso. —¿No lo es, cierto? El arsénico es utilizado para debilitar e incapacitar a las víctimas, no para matarlas. Hubiera sido muy difícil para mí pelear contra hombres jóvenes y los asesinatos demasiado caóticos. —Querías que los aldeanos creyeran las historias sobre el resurgimiento de Drácula —dije, entendiendo repentinamente—. No podías apuñalar a la gente y luego clamar que su sangre había sido consumida por strigoi. —Las leyendas tienen la intención de inspirar miedo. —Anastasia se levantó—. Deben de ser más grandes que la vida que llevamos para mantener su atractivo durante generaciones. No vayas al bosque después del anochecer. Nunca pensamos en una hermosa princesa vagando por el bosque de noche, ¿cierto? Imaginamos demonios sedientos de sangre. Vampiros. La noche nos recuerda que también somos una presa. Estamos aterrorizados y asustados por la posibilidad de ser cazados. —Aunque todavía no entiendo una cosa —dije, mi mirada moviéndose de la forma desmadejada de Nicolae hacia el cuerpo cubierto de sangre de Anastasia—. ¿Por qué asesinar a la criada? —Ese asesinato en particular fue un homenaje servido a mi ancestro. Ahora, Thomas, —Movió el arma de nuevo hacia mi frente—, termina la vida del Príncipe Nicolae. He dado caza al heredero de Drácula. Podemos empezar frescos. Nuevos. Nos levantaremos como el Príncipe y la Condesa Drácula. Reclamaremos tanto este castillo como tu vida. La tensión se extendió alrededor de la habitación, un enfrentamiento listo para desencadenar esta batalla. Thomas dio un inestable paso hacia atrás, su concentración moviéndose de Nicolae al arma ahora en mi cabeza. No quería que hiciera algo de lo que pasaría el resto de su vida arrepintiéndose. Thomas Cresswell no era Vlad Drácula. Su vida no había sido construida para crear muerte, sino para resolverla. Era un destello de luz que atravesaba la oscuridad como una guadaña. Pero sabía que se destruiría para salvarme y no lo pensaría dos veces.

—¿Por qué involucrar a Thomas? —dije rápidamente—. Si eres la Condesa Drácula, ¿por qué hacerlo que asesine? Anastasia me miró fijamente como si fuera yo la que había perdido el sentido. —Thomas es el último hombre pariente de sangre del Lord Empalador. Es simbólico hacer que termine con la vida de este príncipe falso, reclame su linaje y traiga la ruina a la academia. Nadie querrá asistir a una academia donde los estudiantes han muerto horriblemente bajo misteriosas circunstancias. Una vez que la academia ya no exista, tomaremos el castillo como nuestro hogar por derecho. —¿Qué va a pasar con los actuales rey y reina? —¿No has estado poniendo atención? —exigió Anastasia—. El arsénico también terminará con sus vidas. Pasaré por cada noble en la casa hasta que la proclamación de Thomas sea la única que quede en pie. De esa manera, también tendré éxito en destruir a la Orden. Ante esa proclamación, dos figuras encapuchadas se adelantaron. Habían estado ocultas tras las pilas de huesos que nos rodeaban. Pensé que había perdido la capacidad de ser sorprendida, pero jadeé cuando la figura más alta quitó su capucha y apartó la capa para tomar sus armas. Daciana estaba frente a nosotros, ataviada con pantalones bombachos y una túnica, vistiendo la insignia del dragón junto con más cuchillos que los escalpelos que tenía Tío en su laboratorio. Thomas le dirigió una mirada incrédula pero aliviada y mantuvo la daga enjoyada firmemente en su agarre. —No habrá más asesinatos esta noche, Contesă —dijo con una reverencia burlona, un cuchillo ahora dirigido hacia Anastasia—. Ileana, por favor desármala. La segunda figura removió su capucha y mi respiración se detuvo. Mi atención se movió hacia Thomas, insegura de si mi mente me estaba jugando alguna broma. Quizás estaba teniendo una elaborada pesadilla y pronto despertaría, sudorosa y enredada en mis sábanas. Su hermana e Ileana eran... realización me llegó en el mismo instante en que lo hizo con Thomas.

Él encontró mi mirada y sacudió su cabeza, una expresión de absoluta sorpresa tallada en sus rasgos. Había algo extrañamente satisfactorio en que por una vez le faltara alguna pieza del rompecabezas. Anastasia miró de Thomas a Daciana e Ileana, la confusión abriendo paso al enojo. Movió su arma hacia el pecho de Nicolae. —¿Cómo te atreves? —gritó, mirando a Ileana—. ¡Lo planeé todo, todo! ¡Tú, una lamentable criada, no tienes derecho! —Renuncia, Anastasia —dijo Ileana, en el tono de alguien acostumbrado a dar órdenes que eran obedecidas—. Tienes două7 segundos antes de que... —¡No tengo necesidad de obedecerte! —Anastasia se lanzó hacia adelante, sus ojos ardiendo mientras jalaba del gatillo del arma hacia atrás para ejecutar a Nicolae. Pero Ileana fue más rápida. Su espada fue directamente hacia adelante para atravesar el cuerpo de Anastasia. Miré fijamente, horrorizada, mientras deslizaba la hoja hacia abajo, lamiendo la sangre rojo oscuro de sus labios y se reía. —Ucis… de… o servitoare8 —jadeó Anastasia, sangre fresca ahora escurriendo por su boca para mezclarse con el charco rojo en el suelo—. Una Báthory asesinada por una criada. Cuán apropiado. Se rio de nuevo, sangre emanando de su garganta. Nadie intentó ayudarla mientras yacía muriendo, asfixiándose con su propia fuerza vital. Era demasiado tarde. Como el hombre al que había asesinado en el tren, Wilhelm Aldea, la chica de la aldea y su esposo, y la criada Mariana, ahora ya no había manera de traerla de regreso desde los Dominios de la Muerte. Era una visión que sabía que me perseguiría, junto con los asesinatos del Destripador, por el resto de mi vida.

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Două: Dos. Ucis de o servitoare: Asesinada por una criada.

Orden del Dragón, c, 1400s.

Traducido por Masi Corregido por Mari NC

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Me quedé mirando la sangre que goteaba lentamente de la punta de la espada de Ileana, las palabras atascadas en mi garganta, prácticamente ahogándome. Esa fue la única razón por la que no había vomitado sobre todo el cuerpo empalado de Anastasia. Mi amiga. Observé cómo la vida dejaba sus ojos y estaba horrorizada de la serenidad que la llenaba, aunque todo su cuerpo estaba cubierto de negro y rojo por la sangre seca y fresca. Thomas frotó sus manos a lo largo de mis brazos, pero no fue suficiente para aliviar el frío desde lo profundo de mi alma. Ileana, la chica que conocía como mi criada, era parte de una sociedad secreta de guerreros y había liquidado a una mujer como si estuviera cortando un trozo de queso duro. Justo ante mis propios ojos. Aunque Anastasia no era inocente al respecto. Sabía que Ileana no tenía otra opción y, sin embargo... me hundí contra Thomas, demasiado cansada para preocuparme por lo que alguien podría pensar de mi falta de decoro. —¿Estás bien, Audrey Rose? —Ileana aceptó un paño de Daciana y limpió su espada, la sangre manchaba la plata al principio antes de desaparecer con la siguiente pasada. —Por supuesto —dije automáticamente. «Bien» era un término tan relativo. Mi corazón estaba latiendo, mi cuerpo funcionaba y estaba viva. En la superficie, sin duda, estaba bien. Era mi mente la que quería acurrucarse e hibernar del mundo y toda la dureza dentro de él. Estaba cansada de la destrucción.

Thomas apartó la mirada del cuerpo de Anastasia y la dirigió hacia su hermana. Pude ver su mente dando vueltas de un hecho a otro. Era la forma en la que él lidiaba con la devastación, me di cuenta. Necesitaba resolver el rompecabezas para encontrar su centro de calma en medio de una tormenta furiosa. —¿Cómo? —preguntó. Daciana sabía exactamente lo que estaba preguntando. —Cuando cumplí dieciocho años, recibí una herencia parcial de Madre. Algunas de sus posesiones —joyas, adornos, arte— y un paquete de cartas. Al principio, las cartas eran sólo pequeños fragmentos de sus... historias de cómo conoció a Padre. Cuánto nos amaba y nos apreciaba. Tarjetas de cumpleaños que ella había escrito para mí. Una nota para cuando me casara. —Ileana limpió una lágrima de la mejilla de Daciana—. Durante mucho tiempo, no pude animarme a leer más. Entonces, una tarde nevada, quedamos atrapados en el interior. Saqué las cartas de nuevo y leí una. Luego las hojeé rápidamente hasta el final. —¿Y? —preguntó Thomas—. Por favor, mantén el suspenso corto. —Madre contaba historias de nobles que todavía creían en los caminos de la Orden. Quienes anhelaban erradicar la corrupción del sistema de gobierno. Se acercaron a ella por nuestros lazos familiares. No para que se convirtiera en miembro, sino para que ofreciera un espacio seguro para que se reunieran. ¿Recuerdas la pintura del dragón en sus aposentos? Thomas asintió, con el rostro más sombrío de lo que lo había visto antes. Recordé el dibujo que él había hecho en el tren y la historia que había compartido sobre sus recuerdos. —Fue un honor otorgado a su línea familiar. Y sigue siéndolo —dijo Ileana tranquilamente. —A la Orden le gustaría que consideres ofrecer tus servicios, Thomas —dijo Daciana—. Necesitamos gente honesta que no tenga miedo de erradicar a los corruptos. Hubo un momento prolongado de silencio mientras Thomas lo consideraba.

—En esencia, la Orden es simplemente un grupo de justicieros. —Él estudió a su hermana e Ileana—. No son la ley, pero creen que pueden defenderla mejor que los gobernantes. —No, —Los ojos de Daciana se ampliaron—, ¡no creemos eso en absoluto! La Orden simplemente significa mantener el equilibrio. Para mantener literalmente el orden. El poder a menudo corrompe. Es un hombre sabio, o mujer, quien acepta su papel como parte de un todo. Somos simplemente una línea de defensa. La familia real pidió nuestra ayuda. Mientras Thomas acribillaba a su hermana con más preguntas, Ileana me inspeccionó un poco demasiado cerca para mi comodidad. —Todos hemos soportado una larga noche, así que mantendré esto breve —interrumpió—. Soy un miembro de alto rango del Ordo Draconum. Nuestra misión siempre ha sido mantener el orden y la paz. Una vez fue para la familia Drácula; ahora es para la nobleza y los plebeyos por igual. Nuestra lealtad es a nuestro país. Lo que incluye a toda nuestra gente. —Ah. Ya veo. —Thomas entrecerró los ojos—. Entonces, ¿Daciana siempre ha sido consciente del título que ostentas? Ileana asintió. —Ella ha guardado mi secreto, y espero que ambos hagan lo mismo. Muy pocos saben de mi asociación con la Orden. Soy la primera mujer en ser invitada a sus filas. Daciana es la segunda. —¿Cómo supiste infiltrarte en el castillo? —pregunté, ignorando el charco de sangre a mis pies. Una parte de mí deseaba que hubiera una bolsa de serrín para esparcir en el suelo—. Supongo que debes haber sido colocada aquí a propósito. —Sí. Debido a la llegada de miembros de la Casa de Basarab, se me encomendó la tarea de infiltrarme en el personal. Después del primer asesinato, en Braşov, la Orden sintió que era necesario tener a alguien cerca del pueblo. También estaría en una buena posición para escuchar los rumores en la academia. Las criadas y los criados cotillean. Parecía un excelente lugar para obtener información. Consideré esto, recordando la lección de Radu sobre la Orden y quiénes formaban sus filas.

—¿Cómo es que el director no te reconoció como de la nobleza? Ileana sonrió tristemente. —Moldoveanu, como la mayoría, presta poca atención a los que están a su servicio. ¿Fuera de mis galas? Me convierto en cualquier persona. — Levantó un hombro—. Podría ser más observador debido a su particular conjunto de habilidades, pero no es infalible. —¿Por qué les tomó tanto tiempo detener a Anastasia? —pregunté—. ¿Por qué esperar hasta ahora? —No sabíamos que era ella. —Daciana avanzó, tocando suavemente el brazo de Ileana—. Habíamos estado peinando los túneles durante la última semana o así, con la esperanza de encontrar información. Anastasia era inteligente. Se movía mucho. Nunca pudimos localizarla. —Pensé que la mayoría de sus preguntas eran extrañas. Al menos dignas de investigar —agregó Ileana—, pero cuando la encontraron «muerta», no sabíamos qué hacer al respecto. Sin embargo, Nicolae parecía sospechoso, nunca había estado presente o en la misma área que cualquiera de los asesinados. La Orden no es conocida por resolver crímenes. Hicimos lo mejor que pudimos armándonos con conocimiento. Desafortunadamente, no fue suficiente. El Príncipe Nicolae rodó sobre su costado, escupiendo espuma. Me sentí censurable por no pensar en él antes y sacarlo de esta cámara. Thomas se agachó a su lado, levantando su cabeza. Le lanzó una mirada de preocupación a Daciana. —Necesita un médico. Tenemos que llevarlo de vuelta al castillo. Puede que ya sea demasiado tarde. El viento soplaba a través de las grietas en la ladera de la montaña. Me estremecí cuando el aire helado se abrió paso a través de mi ropa húmeda. Me había olvidado de que estaba parada en mi ropa interior. Sobrevivir a los túneles parecía como si fuera algo que le hubiera sucedido a otra chica, en otro momento. Sin perder ningún detalle, Thomas señaló hacia su hermana y le dijo: —Quizás puedas ofrecerle a Audrey Rose tu manto. Daciana lo envolvió sobre mis hombros y me estrujó con fuerza.

—Gracias. —Respiré dentro del calor de la capa y exhalé el agotamiento que se estaba asentando a mi alrededor. Ver a alguien perecer era algo que deseaba evitar, aunque sabía que no debía creer que sería la última vez que me encontrara con una muerte violenta. —Ven —dijo Daciana—. Vamos a llevarlos cerca de un fuego. Ambos parecen listos para colapsar.

Salimos de la morgue del sótano, cansados, maltrechos y con un estudiante moribundo entre nosotros. De pie ante nosotros estaban el director y varios guardias. El Director Moldoveanu inhaló bruscamente, luego ladró diferentes órdenes. —Lleven al príncipe a Percy y pídale que le administre fluidos de inmediato, y trátenlo por arsénico. Tiene un tónico en el que ha estado trabajando. —Dăneşti se apresuró hacia nuestro lado y levantó al príncipe colocándolo sobre una camilla con ruedas—. Adu doctorul. Acum!9 ¡Ahora! Los guardias reales sacaron a Nicolae de la habitación, el sonido de la camilla chirriando por el pasillo. Me desplomé en el suelo, demasiado cansada para estar de pie por más tiempo. Thomas se dejó caer a mi lado. Mi compañero a través del Infierno. Casi me reí. Liza había estado en lo cierto una vez más: Thomas realmente me seguiría hasta las entrañas del Hades y ni parpadearía. A menos que estuviera guiñando un ojo de forma inapropiada, por supuesto. —Exijo saber qué está pasando en esta academia —dijo Moldoveanu— . ¿Por qué ustedes dos están cubiertos de suciedad y sangre, arrastrando al príncipe a través de los túneles? Levanté la cabeza y miré fijamente a Thomas. No sabía por dónde empezar. Habíamos dejado a Daciana e Ileana en los pasajes. Ellas no querían que sus identidades fueran reveladas a nadie. Me estaba costando mucho recordar la historia que se suponía que debíamos dar, pero me incorporé un poco mientras Thomas retiraba el cabello de mi cara.

9

Adu doctorul. Acum!: Llévenlo al doctor. ¡Ahora!

—Es una historia bastante larga —dije—. Pero, en resumen, Anastasia orquestó su propia muerte... La mueca de Moldoveanu se desvaneció cuando conté los detalles de nuestra búsqueda en los túneles. Poezii Despre Moarte y los poemas que contenía. Las cámaras de la muerte de las que apenas habíamos escapado. El linaje familiar de Anastasia y cómo ella deseaba cazar al Príncipe Drácula y convertirlo en su novio. No dejé nada en relación con los envenenamientos por arsénico o la forma en que ella empaló a ciertas víctimas. Una lágrima se deslizó por su rostro mientras yo contaba la historia de la muerte real de su pupila. Saqué el libro de poemas y se lo entregué. Esperaba nunca volver a verlo. Cuando terminé, Thomas levantó un hombro. —Parece que deberíamos obtener algún crédito extra. Evitamos que una asesina destruyera la academia. Los ojos de Moldoveanu ya no estaban llorosos. Estaban congelados y muertos. —Vuelvan a sus habitaciones y empaquen sus cosas de inmediato. Decidiré qué hacer con ustedes dos después de las vacaciones. Su carruaje les estará esperando al amanecer. No se muestren de nuevo aquí hasta que yo diga que pueden regresar. Lo que bien podría ser nunca. Sin apenas un simple agradecimiento, el director salió del sótano de la morgue y escuchamos el sonido agudo de sus pasos haciéndose eco de sus duras palabras de despedida. Thomas me ofreció una mano. —¿Soy sólo yo, o crees que le estamos empezando a gustar?

Traducido por LizC Corregido por Mari NC

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—¡Oh! ¡Ambos están aquí! Daciana se movió tan rápido por la gran escalera como le permitió su vestido con cuentas. Era extraño, estar parada aquí, rodeada de cosas tan bellas. Cada borde de los muebles estaba cubierto en oro y reflejaba la luz de las velas. Era impresionante en todas las formas correctas. Hice una reverencia cortés cuando nos alcanzó y Daciana hizo lo mismo. —Es maravilloso verte en circunstancias más… civilizadas. —Besó mis mejillas y luego abrazó a su hermano con fuerza—. Logré localizar a la señora Harvey antes de que se fuera a Londres, pero está arriba… —¿Tomando una siesta? —preguntó Thomas, sus labios temblando. —No, miserable —dijo Daciana—. Se está vistiendo para el baile. Date prisa y prepárate. Nuestros invitados llegarán dentro de una hora. Después de los horrendos eventos en la cripta, un baile de gala había sido lo más alejado de mis pensamientos. De hecho, apenas había tenido tiempo de recoger mis pertenencias. El director nos había sacado rápidamente del castillo, tan rápido que no pudimos despedirnos de nadie, mucho menos ir a una excursión de compras. Le dejé una nota a Noah, pero me hubiera gustado haberme despedido en persona. Iba a extrañarlo, así como a su mente aguda. Pensar en mi compañero de clase me trajo recuerdos más oscuros, intenté no imaginarme el empalamiento de Anastasia y fracasé.

Daciana se acercó tentativamente y me sacó de esas imágenes morbosas. Su agarre en mi mano se apretó un poco, dándome fuerza. —Alguien irá en breve para asistirte —dijo. —No traje nada para ponerme. Intercambié una mirada nerviosa con Thomas, pero Daciana lo rechazó, con una sonrisa de complicidad iluminando su rostro. —No hay nada de qué preocuparse —dijo—. Simplemente seremos unos pocos amigos cercanos disfrutando la Nochebuena juntos. Nada demasiado extravagante. El mejor vestido que traigas debería servir.

La habitación que Daciana había elegido para mí estaba bien equipada. Se jactaba de todas las galas que un rey podría querer, y ni qué decir de las de la hija de un lord. Me quedé en la puerta por un momento, observando el esplendor. Una chimenea crepitaba suavemente en una esquina, y no pude evitar acercarme para admirar las pinturas decorando su elaborada repisa. Las flores, las montañas y los bodegones de Bucarest quedaron capturados en colores en tonos de gemas. Me acerqué, inspeccionándolos con interés. Garabateado en la parte inferior había un nombre familiar en una letra hermosa. Reconocí su escritura inmediatamente. Thomas James Dorin cel Rău Cresswell. Sonriendo para mis adentros, me acerqué a la gran cama con dosel y un toldo hecho de paneles de tela, y me detuve en seco. Una caja familiar se encontraba ahí atada con cinta negra. Olvidé abrirla cuando estuve en la academia y casi había olvidado el día en que Thomas había intentado escabullirla en mi recámara. Tracé mis dedos sobre el lazo, maravillándome con la suave y fresca seda. Después de todo lo que habíamos pasado, no podía creer que Thomas recordara empacarla. Tiré de un extremo de la cinta lentamente, viendo cómo se deshacía. La curiosidad finalmente se afianzó, y rasgué la envoltura

de papel marrón y levanté la tapa. El papel de seda crujió agradablemente a medida que descubría la elaborada tela oculta debajo. —Oh… Levanté el vestido reluciente de su caja, luchando contra el repentino ataque de emoción ahogándome. Thomas había comprado un poco de sol y sueños para mí. Algo tan lleno de luz para ahuyentar las pesadillas persistentes. Pequeñas gemas guiñaban a la luz de las velas cuando lo giré hacia un lado, luego al otro. Era incluso más hermoso de lo que había sido en la ventana de Braşov. El amarillo, tan pálido y cremoso que me daba ganas de hundir mis dientes en él. Era una de las prendas más hermosas que jamás hubiera visto. Sin importar cuánta muerte y horror existieran, todavía quedaban cosas hermosas por encontrar. Mi corazón se aceleró, imaginando a Thomas volviendo a escondidas a la tienda de ropa y mandándolo a envolver. No era el aspecto monetario del regalo, sino el hecho de haberlo comprado simplemente para deleitarme, lo que me robó el aliento. Agarré el vestido y bailé alrededor de la habitación, permitiendo que las faldas de tul se agitaran como si fuera mi compañero emocionado. Descubrí que no podía esperar para mostrarle a Thomas y quizás ser como un repentino rayo de sol para alegrarle el ánimo a cambio. El señor Thomas Cresswell podría no tener realmente el título de príncipe, pero eso estaba perfectamente bien. Para mí, él siempre sería el rey de mi corazón.

Cuando Daciana organizaba un baile, no era un evento modesto. Era uno digno de una reina. Victoria y las otras chicas del té canturreaban sobre la suntuosa variedad de postres, pasteles, frutas y carnes amontonadas, suficientes para alimentar a todo el pueblo de Braşov con sus sobras. Las ofrendas habían sido moldeadas en formas de bestias fantásticas que no podía discernir desde este punto de vista. Deseé que Liza estuviera aquí para admirarlas conmigo. No había recibido una carta de respuesta y reprimí una sensación de inquietud creciente. Todo estaba bien.

Me moví alrededor del amplio balcón, hipnotizada por el entretenimiento que tenía lugar en el centro del salón de baile. Algunos bailarines coronados con tiaras de diamantes y plumas sorprendentemente blancas a cada lado de sus sienes de cabello plateado, danzaban pareciendo cisnes tomando vuelo. Los corpiños de sus vestidos a juego estaban hechos de plumas, blancas con tonos de gris. Sin embargo, eran sus guantes los que atraían más atención cuando revoloteaban por la pista de baile. Encaje negro sólido comenzaba entre sus dedos, transformándose en zarcillos transparentes de gasa similar a humo mientras se enroscaban fuertemente alrededor de sus codos. Me quedé boquiabierta, a medida que saltaban con gracia de un pie al otro. Algunos en la multitud veían a los bailarines, pero la mayoría estaba perdida en las conversaciones. —Una pena. Me di vuelta y encontré a Ileana señalando con la cabeza a las personas de abajo. No pude controlar el jadeo que escapó de mis labios. Atrás quedó el disfraz bordado de doncella y el vestido de campesina. En su lugar estaba una joven resplandeciente con un vestido lo suficientemente elegante como para una princesa. Un aplique con forma de mariposa estiraba sus alas sobre su amplio busto, invitando a la mirada a viajar hacia el rastro revoloteando sobre sus hombros. Era casi tan impresionante como la persona que lo llevaba. No pude evitar admirar a esta joven y todo lo que había hecho por su amada tierra. Era el tipo de nobleza que el mundo necesitaba. Una que no temía pisar en lugares aterradores por el bien de su gente. No es de extrañar que Daciana estuviera enamorada de ella. Era difícil no admirar su coraje y motivación. Asintió hacia la multitud. —Nunca se detienen a disfrutar de la magie pasando a su alrededor. —No esperaba tanta gente —admití—. Cuando Daciana mencionó un pequeño baile con amigos cercanos… —Me detuve cuando Ileana rio entre dientes—. Los Cresswell ciertamente tienen un don para lo dramático. Al

menos sé que es hereditario. Aunque creo que Thomas es un poco más teatral. —Daciana también tiene sus momentos. Nos quedamos en silencio durante un rato. Todavía había una cosa que no había descifrado del todo. Me enfrenté a Ileana. —Fueron tú y Daciana esa noche en el pasillo, sacando el cadáver de la morgue de la torre, ¿verdad? Estaban cantando… Ileana asintió lentamente. —Radu mencionó que la Orden realizaba ritos de muerte en el bosque. ¿Es eso lo que estaban haciendo? ¿Conocías a la víctima del tren? —Sí. —Ileana miró a la multitud, enfocándose en ellos—. Era mi hermano. Cuando me enteré de que Moldoveanu iba a realizarle una autopsia… —Tragó con fuerza—. Va en contra de nuestras creencias. Daciana me ayudó a llevar su cuerpo a donde pertenecía. —¿Entonces hay un lugar de encuentro en el bosque? Pasó un momento y asumí que Ileana estaba sopesando sus palabras, decidiendo cuánto compartir. —Hay un lugar sagrado, custodiado por lobos. La mayoría nunca se acerca, gracias al folclor y el hueso ocasional que encuentran. —Una pequeña sonrisa apareció en su rostro—. Alimentamos a los lobos con animales grandes. Y ellos dispersan los huesos por su cuenta. Proporciona una buena historia para los supersticiosos. Nadie quiere enfurecer al alma inmortal de Vlad Drácula. —Es un buen método de disfraz —dije—. Lo siento por tu hermano. Perder a un hermano es horrible. —Lo es. Pero podemos llevar su memoria con nosotros y sacar fuerzas de ello. —Ileana agarró mi mano enguantada con la suya y apretó suavemente—. Am nevoie de aer10. Si ves a Daciana, dile que estaré en el techo. Está demasiado… —Arrugó la nariz—, atestado por aquí para mi gusto.

10

Am nevoie de aer: Necesito aire.

Después de despedirme, me acerqué a las escaleras, controlando los nervios para bajar. Me quedé con las caderas presionadas contra la barandilla, prestando atención a la multitud de asistentes a la fiesta vestidos de colores. Las mujeres llevaban vestidos en verdes, dorados y todo tipo de tintos, desde el más profundo imperecedero hasta el vino caliente. Pasé mis manos por mi corpiño reluciente. Las gemas de color amarillo pálido y dorado estaban cuidadosamente cosidos sobre la tela exquisita, dando la apariencia de rayos de sol sobre la nieve. No podía negar que adoraba la prenda y me sentía como una princesa. La idea me trajo buenos recuerdos de los tiempos en que la abuela me había envuelto en saris enjoyados. Eché un vistazo alrededor de la habitación deslumbrante, mi atención devorando cada nuevo trazo brillante. Ramas de abeto colgaban sobre las ventanas y repisas, sus ramas espolvoreadas con brillantina. Noté los racimos de muérdago hábilmente colocados y estabilicé mi corazón. Tal vez me permitiría un poco de comportamiento libertino. Aunque sea solo por una noche. El Empalador había sido detenido, la academia había sido salvada de la ruina, y era hora de sentarse y disfrutar de la victoria antes de que descubriéramos si habíamos aprobado el curso de evaluaciones. Una carta debería llegar pronto, y con ella la palabra de nuestro destino para el próximo semestre. Un hombre joven atravesó la habitación como una sombra. Lo observé abrirse paso a través de las parejas de baile, su destino dándole confianza a medida que tomaba dos vasos de ponche de una bandeja a su paso. Se detuvo al pie de las escaleras y se encontró con mis ojos. Thomas se veía absolutamente como el príncipe que era, ya sea que su reclamación al trono fuera distante o no. Mi corazón se aceleró cuando tomó un sorbo de su copa, pero me bebió a mí a grandes tragos. Recogí las capas de mis faldas y descendí por la gran escalera, consciente de no caerme por los escalones. Para alguien que había afirmado pasar las vacaciones a solas con la señora Harvey, no podía creer con cuántos invitados nos estábamos reuniendo. Daciana avergonzaría a Tía Amelia con sus habilidades de anfitriona. La mitad de los residentes de

Bucarest parecían estar presentes, y cada vez llegaban más. Una pequeña tarde tranquila con algunos amigos, de verdad. Cuando llegué al final de las escaleras, vi a la señora Harvey bailando cerca del borde de la multitud, con las mejillas enrojecidas gratamente. —Vas a volver locos a todos esta noche, Wadsworth. Tu tarjeta de baile será un tema legendario —dijo Thomas, dándome esa media sonrisa que adoraba a medida que me ofrecía una copa. Tomé un sorbo, necesitando toda la confianza líquida que pudiera tomar. Las burbujas hicieron cosquillas mientras bailaban a lo largo de mi garganta. Y rápidamente tomé otro sorbo. —En realidad, planeo estar debajo del muérdago la mayor parte de la noche. —Tal vez quieras reconsiderar eso, Wadsworth. Es parasitario, ya sabes. —Thomas sonrió—. Por supuesto, si quieres primero filtraré a los posibles pretendientes. No querría que ninguno de ellos se dejara llevar. Eso es lo que hacen los amigos, ¿verdad? Las mujeres jóvenes también estarían colgando sobre él. Su cabello castaño oscuro tenía un estilo experto, su traje se adaptaba a su cuerpo delgado pero bien definido, y sus zapatos de cuero brillaban a la perfección. Era devastadoramente atractivo. —Te ves… normal, Cresswell —dije con una expresión casi seria, notando que me había estado viendo catalogar cada detalle en él. Las comisuras de su boca se contrajeron—. Esperaba más, de verdad. Algo un poco más… principesco. Me decepciona que no te pusieras una peluca empolvada. —Mentirosa. Ignorándolo, terminé mi bebida y la puse en una bandeja de paso. Mi cabeza nadaba con calor líquido, vibrando por mis venas como si fuera gasolina esperando que la chispa le prendiera fuego. Thomas echó la cabeza hacia atrás y vació su propia copa con sorprendente velocidad. Lo observé beberme de nuevo en toda mi forma, tomándose libertades para apreciar cada curva que destacaba mi vestido. Todavía no podía creer que lo hubiera conseguido para mí.

Se acercó y colocó una gran mano alrededor de mi cintura, atrayéndome en un vals cuando la música comenzó. —Nos lo prometimos, ¿recuerdas? —¿Qué? Estaba teniendo dificultades para concentrarme en otra cosa que no fueran sus pasos seguros guiándome por la habitación en un círculo intoxicante después del siguiente. Era difícil decir si el ponche era el culpable o si todo era por el joven caballero ante mí. Coloqué una mano en su hombro y la otra en su mano enguantada, permitiéndome ser arrastrada por la magia de la canción y la atmósfera fantástica. Este era un país maravilloso de invierno, un contraste extremo contra el infierno que habíamos atravesado. —Cuando todavía estábamos en Londres… —Thomas llevó sus labios a mi oído, susurrando las palabras retumbantes y encendiendo mi sangre— , nos lo prometimos. Nunca mentirnos el uno al otro. Me presionó aún más cerca hasta que no quedó espacio decente entre nosotros. Descubrí que no me importaba que entráramos y pasáramos por faldas arremolinadas, la multitud de bailarines era como un tapiz de alegría. El resto de la habitación se desvaneció en un sueño al que no estaba prestando atención. Había algo mejor que los sueños, algo más tangible en mis manos. Solo necesitaba estirarme y asegurarme de que él era sólido. No un fantasma de mi pasado. —¿Quieres la verdad, Cresswell? —Envolví mis brazos alrededor de su cuello hasta que nuestros cuerpos estuvieron confundidos en cuanto a dónde terminaba cada uno. Hasta que el único pensamiento que consumía mi mente era acercarlo aún más, dejar que él también se incendiara. Nadie pareció notar mi comportamiento atrevido, pero incluso si lo hubieran hecho, dudaba que me importara en este momento. —Dime. —Thomas acercó su boca peligrosamente a la mía por un segundo que tocó un acorde salvaje dentro de mí. Pasó sus manos por mi espalda, relajantemente, tentadoramente—. Por favor. No me había dado cuenta de que habíamos logrado ubicarnos en un nicho entre helechos en macetas. Sus frondas grandes como abanicos proporcionaban una pantalla de la fiesta desarrollándose más allá.

Estábamos solos, lejos de las miradas indiscretas, lejos de las reglas y restricciones de la sociedad. Thomas metió un mechón de cabello detrás de mi oreja, su expresión un poco triste considerando dónde estábamos. —Mi madre te habría adorado. Siempre me dijo que necesitaba una compañera. Una igual. Que nunca me conformara con alguien que simpatizara y defiriera a mi papel de marido. —Echó un vistazo a la multitud, con los ojos nublados—. Estar aquí es… difícil. Mucho más de lo que pensé que sería. La veo en todo. Es una tontería… pero a menudo me pregunto si estaría orgullosa. A pesar de lo que otros dicen de mí. No sé qué pensaría ella. Pasé mi mano por la parte delantera de sus solapas, empujándolo un poco más profundo en el nicho. La oscuridad hacía las confesiones más fáciles, me consolaba de una manera en que la luz nunca podría. —Ella estaría orgullosa —le dije. Thomas se removió en su traje, con la atención fija en el suelo—. ¿Quieres saber lo que pienso? ¿La verdad? —Sí. —Me miró descaradamente a los ojos—. También que sea escandaloso. Esto es un poco demasiado serio para mi gusto. —Pienso que… Mi corazón latía con fuerza. Thomas me estaba mirando fijamente, como si pudiera revelar algún secreto que aún no me había revelado a mí misma. Me fijé en sus ojos dorados. Y en ellos vi mis propias emociones reflejadas. Sin paredes ni juegos. —Pienso que deberías dejar de decir que vas a besarme, Príncipe Drácula. —Él se estremeció como si mis palabras lo hubieran escocido. Atraje su cara hacia mí—. Y solo hacerlo, Cresswell. La comprensión se reflejó en sus rasgos y no dudó en acercar su boca a la mía. Tropezamos contra la pared, toda su longitud envolviéndome en su calor. Sus manos se deslizaron por mi cuerpo, anudándose en mi cabello a medida que profundizaba nuestro beso. El mundo encorsetado desapareció. Las restricciones y reglas eran ataduras del pasado. Solo quedábamos los dos de pie bajo un cielo lleno de estrellas, ajenos a todo menos a la forma en que nuestros cuerpos encajaban como

constelaciones. Él era mi igual en todos los sentidos. Me arranqué los guantes, permitiéndole a mis dedos la libertad de trazar los planos de su rostro sin obstáculos y él respondió con amabilidad. Su piel sintiéndose suave bajo mi toque. Thomas retrocedió, acariciando mi labio inferior con su pulgar suavemente, su respiración no más que un jadeo. —Audrey Rose, yo… Acerqué su rostro al mío y le di a su boca algo más interesante que hacer. A Thomas no pareció importarle la interrupción mientras explorábamos nuevas formas de comunicación. Finalmente, nos arrastramos fuera de nuestro lugar secreto detrás de los helechos y bailamos y reímos hasta que me dolieron los pies y el estómago. Esta noche no estaba destinada a la tristeza y la muerte, me di cuenta. Era un momento para recordar lo extraordinario que se sentía estar vivo.

Querida señorita Wadsworth, Estoy seguro de que no será una sorpresa, pero debo informarle que no tiene cabida en la academia esta temporada. Después de pensarlo mucho, determiné que los estudiantes que más lo merecían durante este curso fueron el señor Noah Hale y el señor Erik Petrov. Exhibieron un comportamiento ejemplar, así como una habilidad forense. Quizás la próxima vez hará lo que se le instruya. Parte de la educación de

uno incluye escuchar a aquellos de mayor rango y experiencia; algo en lo que fracasó miserablemente en más de una ocasión. Sin embargo, en nombre de la academia, ofrezco mi más sincera gratitud por su asistencia. Tal vez podría adquirir experiencia en medicina forense con más práctica y pulido, aunque eso está por verse. Le deseo lo mejor. Sinceramente, Wadim Moldoveanu Rector, Institutului Naţional de Criminalistică şi Medicină Legală Academia de Medicina Forense y Ciencia

Traducido por KarouDH Corregido por Mari NC

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El Príncipe Nicolae se inclinó contra el sofá en la sala de recepción, el rostro demacrado, pero de vuelta a su complexión oliva normal. Nunca había estado más complacida de verlo. —Te ves mucho menos como un cadáver —dijo Thomas llanamente. No pude evitar reírme. Para todo el crecimiento que había presenciado en él, aun había algunos bordes que nunca serían limados. Él se giró hacia mí, una arruga en su frente—. ¿Qué? ¿No se ve mejor? —Estoy feliz de que esté bien, Príncipe Nicolae. Fue…—Llamar «horrible» a aquello por lo que habíamos pasado se sentía muy ligero para lo que habíamos experimentado. Lo que todos habíamos experimentado. Inhalé—. Ser una gran historia para contarle a nuestros hijos algún día. —Mulţumesc. Solo «Nicolae» está bien. —Una sonrisa comenzó, pero no se expandió completamente a través de su rostro—. Quería agradecerles a ambos personalmente. Y quería disculparme. Él jaló una pieza de pergamino del diario que había estado sosteniendo y me la ofreció. Era la ilustración mía, donde aparecía como si yo fuera la Condesa Drácula. Levanté mi mirada a la suya, ignorando la forma en que Thomas inhaló sobre mi hombro. —Nadie me creyó —dijo él simplemente, sosteniendo las palmas al frente como explicación—. Traté de advertir a mi familia, y luego a la actual corte real, pero pensaron que estaba loco. Nebun. Luego… cuando Wilhelm murió… ellos aún no escucharon. Decidí enviar amenazas. Esperaba que tomaran precauciones. Asumí que, si nuestro linaje estaba siendo el

objetivo, era solo cuestión de tiempo antes de que el rey y la reina fueran también amenazados. —Apuntó hacia el dibujo de mí—. Pensé que eras a quien debía culpar. Dibujé eso con intención de pasarlo a los aldeanos. Si la academia no escuchaba… Dăneşti o Moldoveanu… pensé que quizás los aldeanos dispondrían de quien sea que percibieran como un strigoi. Yo… me disculpo. Thomas no dijo nada. Me puse de pie y tomé las manos enguantadas del príncipe en las mías. —Gracias por la verdad. Estoy feliz de que partamos en mejores términos que cuando nos conocimos por primera vez. —Yo también lo estoy. —Nicolae se levantó, usando un bastón adornado, y cojeó hacia la puerta—. Rămâi cu bine. Que estén bien.

Una gran caja plana atada con cuerda fue entregada a mi habitación junto con el recibo esa tarde. Era el mejor regalo de Navidad que alguna vez había comprado para mí misma. Sin preámbulos, desaté la cuerda y abrí la tapa. Un par de pantalones negros estaban doblados con una blusa de seda. Mi atención cayó a la parte más preciosa del paquete: la faja de cuero atada con hebillas doradas. Cuando volviéramos a Londres, sería una gran fuerza contra la que competir. Esperaba que Padre lo aceptara, aunque quizás iría un poco lento con él al principio. Empujé esas preocupaciones a un lado y encontré que no podía esperar para probarme las ropas nuevas. Me desvestí inmediatamente. Jalando los pantalones hacia arriba, los aseguré alrededor de mi cintura, maravillándome por la forma en que mi silueta parecía haber sido sumergida en la tinta más fina, luego colocada a secar en el sol. Gentiles curvas sobre mis caderas, luego más angostas en mis piernas. Jalé la blusa sobre mi cabeza después y la aseguré con una serie de nudos al frente antes de meterla en mis pantalones.

La modista había hecho una blusa de seda, aunque aún tenía suficiente estructura para mantener mis posesiones en su lugar. Estaba perfectamente confeccionada. Recorrí mis manos sin guantes por el frente de la blusa, alisando arrugas mientras giraba de lado a lado en el espejo. Mi figura se mostraba de una forma que pretendía que no hubiera errores en confundirme con uno de mis compañeros hombres cuando regresáramos a las clases de Tío, sin importar si iba vestida como uno. Una parte de mi quería sonrojarse por lo mucho de mi forma que era revelada en este conjunto. Pero en su mayoría me sentía caminando alrededor con la cabeza bien en alto. Había una libertad de movimiento que yo rara vez experimentaba con todas mis capas y tejidos. Con esfuerzo, me alejé de mi reflejo y levanté la faja de cuero de la caja. Metí una pierna dentro de esta y aseguré sus hebillas contra mi muslo. Deslicé mi escalpelo en su lugar y sonreí. Si sentía que me iba a sonrojar antes, este era todo un nuevo nivel de indecencia con el que jugar. Necesitaría llevar mi delantal para evitar susurros y miradas. Como ahora parecía ser… —Estás deslumbrante. Giré alrededor, la mano en el frío metal del escalpelo colocado contra mi muslo. Permití que mis dedos pasaran contra la superficie lisa de la hoja antes de dejar caer la mano. —Husmear dentro de las habitaciones de una joven mujer dos veces en un mes es grosero incluso para tus bajos estándares, Cresswell. —¿Incluso cuando estoy husmeando en mi propia casa esta vez? ¿Y cuando he traído un regalo? Él tenía un brillo felino en la sonrisa mientras colocaba una pintura contra la puerta y caminó dentro de la habitación, rodeándome. Sin avergonzarse, inspeccionó cada pulgada de mi conjunto, luego dio un paso tan cerca de mí que sentí el calor de su cuerpo. De repente sintiéndome tímida, asentí hacía la parte de atrás del cuadro. —¿Puedo verlo?

—Por favor. —Thomas movió el brazo—. Complace tus deseos. Caminé hacia la pintura y la giré, mi respiración atascándose ante la vista. Una simple orquídea brillaba como si hubiera sido encapsulada en hielo. Me incliné más cerca, dándome cuenta de que no estaba en lo cierto en absoluto. La orquídea en realidad era un cielo manchado de estrellas. Thomas había pintado todo el universo en los confines de mi flor favorita. Un recuerdo de él ofreciéndome una orquídea durante la investigación del Destripador cruzó mi mente. Incliné la pintura contra la pared y levanté la mirada. —¿Cómo lo sabías? —Yo… —Thomas tragó, su atención fija en la pintura—. ¿La verdad? —Por favor. —Tenías un vestido con capullos de orquídeas bordadas en él. Cintas en el morado más oscuro. Te favorece el color, pero no tanto como me encontré a mí mismo favoreciéndote a ti. —Tomó una respiración profunda—. ¿En cuanto a las estrellas? Esas son las que prefiero. Más que a las prácticas médicas y deducciones. El universo es vasto. Una ecuación matemática que no tengo esperanza de resolver. No hay límites para las estrellas; sus números son infinitos. Por lo cual es precisamente que mido mi amor hacia ti por ellas. Una cantidad demasiado grande para contarla. Lo suficientemente lento para que mi corazón se acelerara, él se acercó y jaló una horquilla de mi cabello. Una sección de rizos oscuros cayó en cascada por mi espalda mientras la horquilla dorada cayó al suelo. —Estoy completamente hechizado, Wadsworth. —Jaló otra horquilla, luego otra, liberando mi cabello completamente de sus ataduras. Había algo íntimo sobre que él me viera con mi cabello sin atar en esta cámara privada. Sobre su confesión. Como un lenguaje secreto que solo nosotros dos sabíamos cómo hablar. —¿Quieres decir que tus sentimientos son el resultado de algún tipo de hechizo entonces? —lo molesté. —Lo que quiero decir es… no puedo pretender que no estoy… supongo que lo que quiero decir es que han pasado pocos meses. —Thomas se rascó

la frente—. Esperaba hacer las cosas un poco más… oficiales. De algún modo. De la forma en que lo prefieras, en realidad. —¿Oficial de qué forma? —Mi corazón tronó dentro de mi pecho, buscando una abertura para escapar. Apenas podía creer que estuviéramos teniendo semejante conversación, especialmente solos. Aunque apenas podía creer que Thomas prácticamente había dicho «te amo». Lo cual es lo que necesitaba escuchar de nuevo. Solo una vez sin urgencia. —Sabes de qué forma, Wadsworth. Me rehusó a creer que has malinterpretado mis afectos. Estoy completamente enamorado de ti. Y es permanente. Ahí estaba. La admisión que había estado ansiando. Él nerviosamente mordió su labio, inseguro, incluso con todos sus poderes de deducción, de si yo alguna vez podría amarlo de vuelta. Quería recordarle nuestra conversación, sobre cómo no había fórmula para el amor, pero encontré mi pulso acelerándose por otra razón completamente diferente. Estaba lista para aceptar la mano del señor Thomas Cresswell. Y me emocionaba y aterrorizaba a la vez. Él observó mientras me puse más derecha y levanté la barbilla. Si me iba a someter a mis propios sentimientos, necesitaba estar segura de una última cosa. —¿Solo le pedirás permiso a mi padre para cortejarme? —Necesitaba saber—. ¿Qué hay sobre mis sentimientos? Quizás sueñe con Nicolae. No me has preguntado directamente. Thomas ferozmente sostuvo mi mirada. —Si eso es cierto, entonces dime y nunca más hablaré de esto otra vez. Nunca forzaría mi presencia ante ti. No pude evitar pensar en el detective inspector quien trabajó en el caso del Destripador con nosotros. Sobre sus motivos ulteriores. —Es un pensamiento conmovedor. Pero por todo lo que sé, ya podrías haber hablado con mi padre y una fecha haber sido establecida. Algo similar sucedió antes. —Blackburn era un tonto. Creo que siempre deberías tener elección en el asunto. No soñaría con excluirte de tu propia vida.

—Padre podría ser… no estoy segura. Quizás no aprobaría un acercamiento tan moderno. Tú pidiendo mi permiso primero que el de él. Pensé que te importaba su opinión. Thomas levantó su mano a mi rostro, cuidadosamente dejando rastros de fuego a través de mi mandíbula. —Cierto, quiero la aprobación de tu padre. Pero quiero tu permiso. El de nadie más. Esto no puede funcionar de ningún otro modo. No eres mía para tomar. —Rozó sus labios con los míos. Suavemente, tan suavemente que podría haberlos imaginado allí. Mis ojos se cerraron. Él podría persuadirme de construir un barco de vapor a la luna cuando me besaba. Podríamos orbitar las estrellas juntos—. Eres tuya para dar. Di un paso dentro del círculo de sus brazos y coloqué una palma contra su pecho, guiándolo hacia la silla. Se dio cuenta muy tarde de que había algo más grande que un gato persiguiéndolo; había atraído la atención de una leona. Y era ahora la presa. —Entonces te elijo, Cresswell. Me deleité en el hecho de que él cayó en la silla, con los ojos bien abiertos. Me moví más cerca, hasta que estaba al frente suyo, y empujé su pierna con mi rodilla, molestándolo. —No es educado jugar con tu comida, Wadsworth. No… —Yo también te amo. —Capturé sus labios con los míos, permitiéndole a sus brazos rodearme y jalarme más cerca aún. Él abrió la boca para profundizar nuestro beso, y sentí que los cielos se abrieron dentro del universo de mi cuerpo. No me importaba Anastasia y sus crímenes. O cualquier otro más que… —Tanto como detesto separarlos… —Daciana tosió delicadamente desde la entrada—. Tenemos un visitante. —Ella miro mi nuevo vestuario y sonrió—. Te ves fenomenal. Muy intimidante y «Traedora de muerte». Thomas gruñó mientras di un paso lejos de su agarre, luego le disparó a su hermana una mirada arrogante de la que Tía Amelia habría estado orgullosa.

—Traedor de muerte es como me llamarán los aldeanos si continúas arruinando todos nuestros momentos clandestinos, Daci. Ve a entretener a tu visitante tú misma. Daciana sacó la lengua hacia él. —Deja de ser malhumorado. Es inapropiado. Me encantaría entretener a nuestro invitado, pero tengo el sentimiento de que quizás a Audrey Rose le gustaría decir hola. Intrigada, alisé el frente de mi peligroso conjunto. Mi cabello estaba sin recoger, pero la curiosidad me arrastró de mis habitaciones y abajo por las zigzagueantes escaleras antes de que pudiera arreglarlo. Me detuve al final, casi enviando a Thomas corriendo al suelo mientras chocaba contra mí. Un hombre con cabello rubio y familiares anteojos de oro caminaba alrededor del vestíbulo, las manos volando a sus costados. Tomó cada gota de autocontrol no saltar en sus brazos. —¿Tío Jonathan? ¡Que sorpresa tan encantadora! ¿Qué te trajo todo el camino hasta Bucarest? Su atención saltó hacia mí, y observé sus ojos verdes parpadear en respuesta a mi elección de atuendo. Estaba segura de que la faja de cuero con el escalpelo alrededor de mi muslo podría causar una embolia, pero él lo tomó todo con calma. No batió una pestaña por el estado de mi cabello, lo cual era un milagro en sí mismo. Tío inspeccionó al joven hombre a mi lado, luego giró su bigote. Me agarré del pasamanos, sabiendo por su gesto que sus noticias no eran buenas. Miedos irracionales se desplegaron ante mis ojos. —¿Todo está bien en casa? ¿Cómo está Padre? —Él está bien. —Tío asintió como confirmando el hecho—. Me temo que ambos serán retrasados en volver a casa, sin embargo. He sido llamado a América. Hay un turbulento caso forense, y requiero la asistencia de mis dos mejores aprendices. —Él sacó un reloj de bolsillo de debajo de su abrigo de viaje—. Nuestro barco sale de Liverpool el día de año nuevo. Si vamos a llegar a tiempo, necesitamos irnos esta noche.

—No estoy seguro de que esa sea una idea sabia. ¿Qué dice Lord Wadsworth sobre ello? —Thomas se puso más erguido, mordiéndose el labio—. Supongo que a mi padre no le importa de una forma u otra. ¿Alguien ha estado en contacto con él? Tío sacudió la cabeza ligeramente. —Él está viajando Thomas. Sabes lo difícil que es recibir el correo, razón por la cual vine yo mismo. Un rizo de cabello cayó a través de la frente de Thomas, y deseé estirarme y alisar ambos, el cabello y sus preocupaciones. Gentilmente apreté su mano antes de dar un paso hacia mi tío. —Vamos Cresswell. Estoy segura de que ambos padres lo aprobarían. Además —dije, mi tono volviéndose juguetón—, fantaseo con otra aventura contigo. Un reflejo de travesura iluminó su expresión. Sabía que estaba recordando lo que me había dicho al final del caso del Destripador. —Soy irresistible, Wadsworth. Es tiempo de que lo admitas. —Él estiró el brazo, con una pregunta en la mirada—. ¿Vamos? Miré a mi tío, notando la sonrisa en su rostro. Siempre había querido cruzar a través del mar, y decir no a otro caso y a un viaje al exterior en un lujoso crucero parecía estúpido. Me enfoqué en el brazo extendido de Thomas, sabiendo que estaba ofreciendo mucho más que sus mejores modales. Me estaba regalando con todo el amor y aventura que el universo pudiera proveer. El señor Thomas Cresswell, ultimo heredero varón del Príncipe Drácula, me ofrecía ambos, su mano y su corazón. Sin dudar, acepté el brazo de Thomas y sonreí. —¡Hacia América!

Traducidas por Vero Corregidas por Mari NC

1 de septiembre de 1888 Querida Daciana: Te escribo bajo la más terrible de las circunstancias. Me temo que me he enfermado o he caído bajo algún elixir peculiar, desconocido para mí. Quizás no sea nada, pero mis síntomas están aumentando diariamente. Con frecuencia encuentro que mi mente está a la deriva y mis palmas hormiguean de la forma más extraña. Casi como si estuviera electrificado. Aunque la idea misma es absurda. ¿Por qué estaría... emocionado... cuando es una emoción tan frívola? Luego están las veces que mi pulso se acelera, sin ninguna razón que haya podido deducir. Al menos no una buena razón. Lo he intentado, lo juro, pero en contra de mi criterio, parece que estoy desarrollando un

vínculo emocional. Por otra persona. Más específicamente, una joven mujer que se viste de hombre en mi clase de medicina forense. Es abominable (esta situación, no sus pantalones). Necesito ayuda en este asunto de inmediato. Dime, ¿cómo se cura una enfermedad antes de que se propague? Primero mi mente, luego temo que mi corazón siga esta traición. Tu hermano potencialmente moribundo, Thomas.

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13 de octubre de 1888 Daci, Me imagino, dado el tiempo que te llevó responder, que debe haber tomado años inyectar tanto ingenio en esa breve carta. Ambos no podemos ser excepcionalmente talentosos y bien parecidos, parece. La señorita Audrey Rose Wadsworth es la joven que continúa rondando mi mente. Y sí, en realidad he hablado con ella. Actualmente estamos investigando un caso de asesinato en serie, por lo que quiero unirme a ti en tu Gran Tour. A pesar de la urgencia de resolver este caso, el mes pasado, cuando realizamos una autopsia, encontré que mi atención se desviaba hacia los zapatos de satén de Wadsworth. No me tomó mucho deducir que probablemente tuvo que abandonar su residencia a toda prisa. Tampoco fue difícil imaginar el vestido que había usado al principio del día, lo elegante que debía haber sido para ir con los zapatos y lo impresionante que se verían sus oscuros rasgos con ese color

pálido. Casi me golpeé con uno de mis guantes una vez que me di cuenta de lo que estaba haciendo, estoy absolutamente enfermo. Seguí tu consejo y hablé con ella más, pero conversar solo parece aumentar mis síntomas y provocar un ceño casi permanente en su frente. ¿Seguramente debe haber otra forma más eficiente de lidiar con esto? Tu hermano ciertamente condenado, Thomas. P.D: ¿Cómo está Ileana? Me imagino que debe estar menos que feliz si coqueteas con otras personas.

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8 de noviembre de 1888 Querida hermana, Sus pasatiempos favoritos incluyen cortar muertos y destrozar mi corazón. Dado el estado brutal de los cuerpos que estamos investigando, encontrar un momento adecuado para expresarme ha sido un desafío. Discutir nuestro último órgano removido en forma de coqueteo no parece prudente, pero creo que he logrado comunicarle mi creciente afecto (aunque a veces es bastante difícil distinguir la diferencia entre su exasperación y afecto). Debo confesar que tal vez la haya besado esta noche. Bueno, ella me besó. Supongo que fue más como una acción mutua, si soy honesto. Antes de que preguntes, nos perseguían por un callejón y te juro que pensé que estaba a punto de perderla. Espero que no me haya besado porque estuviera convencida de que podría ser la última vez, aunque ocurrió después del potencial apuñalamiento... Es sorprendente lo que una pequeña porción de perspectiva puede hacer por una persona.

Cuando vi esa hoja filosa contra su garganta, no podía imaginar por qué alguna vez había luchado tan fuerte contra mis sentimientos. Decidí que no había una buena razón para seguir negando la verdad a ella o a mí mismo; Me estoy enamorando cada vez más de ella. Se lo dije. Hasta ahora, no ha salido corriendo, gritando lejos de mí, así que espero que sea una buena señal de que comparte mis sentimientos. Tu hermano desesperadamente enamorado. Thomas.

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30 de noviembre de 1888 Querida Daci, Estoy enviando esta carta en mi paso por París (Algo que estoy seguro que ya notaste en el sello postal). Resolvimos nuestro último caso, aunque se cobró un gran costo para Wadsworth. No podía soportar la idea de que ella enfrentara las consecuencias de Jack El Destripador, y sabiendo que era uno de sus sueños, propuse la idea de asistir a la Escuela de Rumania tanto a su tío como a su padre. Milagro de todos los milagros, ambos estuvieron de acuerdo. Cuando Lord Wadsworth le contó las noticias, fue la primera vez que presencié su felicidad en semanas. Ver eso se sintió como el sol atravesando las nubes después de una tormenta. Estamos en camino a la tierra natal de nuestra madre para estudiar medicina forense en el más encantador castillo en el que solía residir el querido y viejo Vlad. Espero que el cambio de escenario ayude a Audrey Rose a

escapar de sus fantasmas. He notado que ocurre algo de lo más curioso: cuando ella sufre, se siente como si también yo hubiera sido golpeado, o incluso apuñalado, hasta respirar se vuelve un desafío. Solo han pasado unos meses y me encuentro deseando cortejarla formalmente. ¿Es esto una locura? A veces, cuando la miro, veo lo increíble que podría ser el futuro. No creo que tenga idea de lo magnífica que es, cuán cariñosa y analítica. Ella es fuerte de voluntad y mente, dos cualidades que no podría dejar de admirar si lo intentara. Si te encuentras en o cerca de Bucarest o Brasov en tu Gran Tour, no habría nada que disfrutara más que conozcas a Audrey Rose. Tu influencia podría ayudar a reparar los pedazos de su corazón que se han roto. Estaría por siempre agradecido y en deuda contigo. Tu hermano no-más-en-posesiónde-un-corazón-frío, Thomas.

En esta tercera entrega de la serie de superventas Stalking Jack the Ripper, un lujoso trasatlántico se convierte en una prisión flotante de escándalo, locura y horror cuando los pasajeros son asesinados uno por uno... sin tener a dónde huir del asesino. Audrey Rose Wadsworth y su compañero de investigación del crimen, Thomas Cresswell, se dirigen a Nueva York para ayudar a resolver otro misterio empapado de sangre. Embarcándose en un viaje de una semana a través del Atlántico en el opulento RMS Etruria, se complacen en descubrir una compañía itinerante de artistas de circo, adivinos y cierto carismático artista de escape que entretiene a los pasajeros de primera clase todas las noches. Pero entonces, las jóvenes privilegiadas comienzan a desaparecer sin explicación, y una serie de asesinatos brutales sorprende a toda la nave. La extraña y perturbadora influencia del Carnaval de Luz de Luna impregna las cubiertas a medida que los asesinatos se vuelven cada vez más extravagantes, sin un lugar donde escapar excepto el mar implacable. Depende de Audrey Rose y Thomas armar la horrible investigación a medida que más pasajeros mueren antes de llegar a su destino. Pero con pistas sobre la próxima víctima señalando a alguien que ella ama, ¿puede Audrey Rose desentrañar el misterio antes del horrible acto final del asesino?

Kerri Maniscalco creció en una pequeña ciudad a las afueras de Nueva York, donde su amor por las artes se fomentó desde muy temprana edad. En su tiempo libre, lee todo lo que puede conseguir, cocina todo tipo de comida con su familia y amigos, y bebe demasiado té mientras discute los mejores puntos de la vida con sus gatos. Stalking Jack the Ripper es su primera novela, e incorpora su amor por la ciencia forense y la historia sin resolver. Para obtener más información, visita a Kerri en línea en su página kerrimaniscalco.com y síguela en Twitter e Instagram en KerriManiscalco o en Facebook en KerriManiscalcoAuthor.

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