jorge volpi

Taller de Letras N° 41: 205-210, 2007 issn 0716-0798 No será la Tierra de Jorge Volpi: las catástrofes de la historia

Views 132 Downloads 18 File size 132KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Taller de Letras N° 41: 205-210, 2007

issn 0716-0798

No será la Tierra de Jorge Volpi: las catástrofes de la historia y la fe en la literatura Por Macarena Areco

Pontificia Universidad Católica de Chile [email protected] No es demasiado difícil presentar a Jorge Volpi, debido a su productividad tanto como escritor y como intelectual. Volpi, nacido en 1968, es Licenciado en Derecho, maestro en Letras Mexicanas de la UNAM y doctor en Filología Hispánica de la Universidad de Salamanca. Ha publicado más de una decena de libros, entre novelas, ensayos y relatos breves, a lo que se suman diversos artículos en diarios y revistas mexicanos y extranjeros. Con su novela En busca de Klingsor, que ha sido traducida a más de veinte idiomas, ganó el Premio Biblioteca Breve en 1999, distinción que no se otorgaba desde 1972, y que en la década de los sesenta reconoció a obras tan significativas para las letras latinoamericanas como La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa. Lo que es más complejo es referirse a la obra de Volpi, a causa de su diversidad y ambición. Volpi es autor de ensayos y de ficciones y, dentro de estas, de obras de pequeño formato e intenciones más bien juguetonas y de otras de grandes proporciones y ambiciones. De las primeras quizá el mejor ejemplo sea El juego del Apocalipsis, una nouvelle publicada en el 2000 que narra los desencuentros amorosos de una pareja en Patmos, en las vísperas del cambio de milenio. De las segundas, una muestra es el relato que hoy comentamos, No será la Tierra.

205 ■

Taller de Letras N° 41: 205-210, 2007

No será la Tierra es la tercera novela de una trilogía mayor que busca dar cuenta de lo que, por usar una fórmula foucoultiana, podemos llamar las relaciones entre el saber y el poder a lo largo del siglo XX. Estas se expresan en los vínculos de los científicos alemanes con el nazismo en la primera mitad del siglo en En busca de Klingsor; en los de los pensadores estructuralistas y posestructuralistas con la revolución en El fin de la locura; y en la relación de los disidentes con la caída de la Unión Soviética en No será la Tierra. Uno podría referirse a diversos temas, todos ellos fundamentales para entender la historia contemporánea y los modos de representación de la narrativa actual, a partir de esta trilogía –por eso he hablado de la dificultad de abordar la obra de Jorge Volpi–. Solo por enumerar algunos de estos temas: las relaciones entre el poder y el espectáculo y la carnavalización del discurso científico en En busca de Klingsor; la ruptura de la representación realista y la discusión sobre las imposturas intelectuales a propósito de El fin de la locura; la utilización de elementos de la no-ficción y del cine, la problemática ecológica o de género a partir de No será la tierra. No obstante, en esta oportunidad me referiré solo a dos temas que son transversales a toda la trilogía y también a la restante obra de Volpi. Se trata de la perspectiva desterritorializada que la caracteriza y de la representación del intelectual que en ella aparece. La perspectiva desterritorializada nos remite a la tradicional polémica, todavía vigente en Latinoamérica, entre nacionalismo y cosmopolitismo. En una primera instancia, esta discusión se relaciona con la ausencia de emplazamientos y personajes latinoamericanos en En busca de Klingsor y en No será la Tierra y, en general, en varias de las novelas del Crack, grupo de escritores mexicanos al que Volpi pertenece. En cambio, El fin de la locura es, en este sentido, una excepción, ya que su protagonista es un psiquiatra mexicano, Aníbal Quevedo, y una parte importante de la historia transcurre en Latinoamérica. No obstante, se trata de una elección que es comentada e ironizada por los mismos personajes: –El gran problema de este libro es que la mayor parte de las acciones se desarrollan en París –me sanciona Josefa–. ¿Sabes cuántas novelas latinoamericanas se sitúan en esta ciudad? Centenares, Aníbal, centenares… –¿Y qué quieres que haga, Josefa? ¿Que me vaya a vivir a Varsovia o a Bogotá para no incomodar a los críticos? ¿No te parece una concesión suficiente el que yo sea mexicano? (305)

■ 206

Macarena Areco

No será la Tierra de Jorge Volpi…

Como se percibe en esta cita, la perspectiva desterritorializada involucra más que el emplazamiento exterior a Latinoamérica, pues conlleva también el traspaso de los niveles narrativos que produce el efecto de difuminar los límites entre realidad y ficción. Esto ocurre debido a que los personajes realizan comentarios metaliterarios en los que, por ejemplo, internalizan las disputas del campo literario mexicano, apuntando, como ocurre en el diálogo entre Josefa y Aníbal, a la misma polémica sobre el desarraigo de las novelas de Volpi. No será la Tierra también presenta estos juegos que confunden los límites entre realidad y ficción. Así por ejemplo, en lo más anecdótico, el personaje Yuri Chernishevski es un escritor que ha publicado un “thriller político” (133), llamado En busca de Kaminski, que “vendió miles de ejemplares y se tradujo a veinte idiomas” (133). La alusión a la carrera de Volpi es aquí clara. Pero más significativo que lo anterior es un procedimiento fundamental de esta última novela, que es la mezcla de hechos históricos por todos conocidos –como el desastre de Chernóbil o la caída del muro de Berlín– con tramas ficticias, y el relato de la macrohistoria a partir de las biografías de los personajes. La historia contemporánea como una rama de la ficción y, a la inversa, las intrigas amorosas como una forma de ingresar al conocimiento de la historia: ese es el procedimiento desterritorializado que hace posible el relato en No será la Tierra y en toda la trilogía. La novela de Volpi es, en este sentido, una modalidad de narrativa híbrida que se caracteriza por emplear y mezclar distintos subgéneros de la narrativa popular, del periodismo, del cine, lo cual puede ser entendido como una estrategia de legitimación, en la medida en que el uso de la lengua franca de los medios de comunicación y el tratamiento de problemáticas contemporáneas centrales facilita su difusión y circulación. No obstante, al mismo tiempo, podemos concebirla como una estrategia que le permite al autor evadirse de imposiciones que circunscriben a los escritores latinoamericanos a problemáticas locales o a formas de representación canónicas como lo real maravilloso. Así, en la línea de lo planteado por Borges en su ensayo de 1932 El escritor argentino y la tradición, las novelas de Volpi se insertan en la tradición literaria de Occidente y tratan sus problemáticas centrales como propias, aunque desde la perspectiva particular de un mexicano, lo cual es ineludible, como Volpi ha dicho en una entrevista: “Yo soy mexicano y seguramente escribo como mexicano, por más que lo que escriba no ocurra en México. Además… en cualquier caso, un mexicano escribiendo sobre Alemania o sobre Rusia o lo que sea, incluso no metafóricamente, hay una correspondencia con lo que estás viviendo”.

207 ■

Taller de Letras N° 41: 205-210, 2007

Dentro de estas problemáticas “centrales” de la tradición occidental, está la del rol del escritor en la sociedad y, más precisamente, la formulación de esta problemática a partir de Foucault en términos de poder y saber. Por ponerlo en los códigos del relato policial: la relación del intelectual con el poder, ese es el enigma, que se intenta desentrañar en estas novelas. Como dice Aníbal Quevedo, el psiquiatra de El fin de la locura: “el poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente…. los intelectuales siempre terminan deslumbrados ante el poder. ¿Cómo eludir esta condena? ¿Cómo estudiar de cerca el virus sin contaminarse?” (324). Y es en este “estudiar de cerca” donde se hace presente la visión que tiene Volpi de la novela. Recordemos que, según ha dicho, la narrativa es para él una forma de conocimiento: “Finalmente yo creo que si escribo novelas es para aprender cosas sobre mí, para aprender cosas sobre el mundo, sobre la vida, como si fuera una investigación científica también”. Es por eso que, en En busca de Klingsor, la investigación científica es narrada como si fuera una pesquisa policial: ¿Qué es el electrón? Los físicos lo ven, antes que nada, como a un gran criminal. Un sujeto perverso y astuto que, tras haber cometido incontables y atroces delitos, se ha dado a la fuga… Hasta hace relativamente poco los investigadores –los físicos– poseían un ordenado manual de tácticas para hallar delincuentes, escrito por un criminólogo del siglo XVIII apellidado Newton, el cual durante décadas había funcionado a la perfección para hallar y castigar a los transgresores. Por desgracia, el electrón es un criminal más astuto que sus predecesores y los métodos empleados con anterioridad no han servido de nada cuando se ha intentado capturarlo…. En medio de este escenario desalentador, la mecánica cuántica ha surgido como el desesperado intento de la policía por actualizar sus procedimientos para la detección de delincuentes… (314-5) En este contexto investigativo no puede decirse que el detective-científico Volpi haya obtenido resultados demasiado auspiciosos a partir de su pesquisa realizada a través de esta trilogía. El primero de sus intelectuales, el matemático alemán Gustav Links, narra su historia desde un hospital psiquiátrico de la Alemania Democrática, en el que ha permanecido recluido por más de cuarenta años, debido a su posible colaboración con Hitler. El segundo de sus protagonistas, el psiquiatra mexicano Aníbal Quevedo, que ha aterrizado en pleno mayo del 68 parisino por una crisis, podríamos decir, de “responsabilidad profesional”, se suicida en México, luego de que la prensa devela un escándalo de corrupción que lo vincula con el presidente Salinas de

■ 208

Macarena Areco

No será la Tierra de Jorge Volpi…

Gortari. Finalmente, en No será la Tierra el escritor Chernichesvski enuncia su relato desde la cárcel, en la que ha sido confinado por homicidio. Así, lo que en las novelas anteriores aparecía como una virtualidad, un crimen posible, pero no practicado, y como un juicio más figurado que real, en este caso no deja lugar a dudas: Chernichevski ha asesinado a su amante Eva, la especialista en informática que ha logrado ensamblar el genoma humano, y ha sido enjuiciado y declarado culpable de esta muerte. Aunque se trata de un crimen pasional –que recuerda al cometido por Althusser y que es relatado en El fin de la locura–, su proyección es mayor, si consideramos que el procedimiento de la trilogía es, como he dicho, dar cuenta de lo histórico a través de lo personal. De este modo, podemos decir que así como Chernichevski ha asesinado a Eva, los nuevos rusos, entre ellos el biólogo disidente Arkadi Granin y el empresario Mijaíl Jodorkovski, con la ayuda de los economistas del Fondo Monetario Internacional, han transformado –dice el narrador– Rusia en una economía de mercado y la han destruido en el proceso (101). Así, en la trilogía de Volpi la pregunta sobre el intelectual y el poder lleva, en el peor de los casos, a una respuesta que representa el fracaso absoluto, el encarcelamiento o la muerte, en términos personales, y la corrupción y la destrucción, en términos sociales. En el mejor de los casos, en cambio, deja abierta la esperanza, para nada acreditada, de que la literatura, entendida como investigación, permita vislumbrar alternativas que abran una línea de fuga más allá del campo del poder. “El desvarío del sujeto que sabe” (410), según la cita que Deleuze hace de Foucault en El fin de la locura, aparece como la única posibilidad de cierto grado de lucidez y autonomía. Así, la literatura, entendida como forma de investigación y de conocimiento, es lo que le queda a Yuri, condenado por haber asesinado a Eva a quince años de cárcel: Quince años para comprender lo sucedido en esas horas. Quince años dedicados a Eva y a lo que Eva perseguía. Quince años para reconstruir su historia y la historia que nos condujo a la cabaña del río. Quince años para escribir un libro, el único libro que valdría la pena, no una novela ni un reportaje, tampoco una confesión o unas memorias, sino un ajuste de cuentas. Quince años para escribir No será la Tierra. (45) Dentro de la problemática del intelectual y el poder, la pregunta que queda abierta es aún más específica, y tiene que ver con el papel del intelectual de izquierda, es decir, el que aspira a contribuir a un pro-

209 ■

Taller de Letras N° 41: 205-210, 2007

yecto emancipador (el mismo Volpi se ha definido como tal en alguna entrevista), tal como lo reseña el personaje de El fin de la locura Christopher Domínguez, quien escribe una desencantada conclusión en su diario, que parece enunciar la ley de valores de la trilogía: Aunque reconozco que la izquierda revolucionaria es una mierda, no dejo de lamentar su defunción. Temo que, si llegase a desaparecer por completo, me sentiría más solo, más huérfano, más desprotegido. Desprecio a todos esos farsantes que lucraron en nombre de unos ideales en los cuales ya no creían, y al mismo tiempo los compadezco. Tal vez porque… su delirio continúa siendo la mejor parte de mí. (449) Para concluir, es posible decir que si bien lo que se relata en No será la tierra es una catástrofe tras otra: el desastre ecológico, los crímenes del estalinismo, la caída de la Unión Soviética, el neoliberalismo desenfrenado, la violencia de género, en suma, un reguero de ruinas que recuerda la visión del ángel de la historia en la descripción de Walter Benjamin, Volpi parece seguir creyendo y apostando por la ciencia y el arte como formas de conocimiento, como él mismo plantea en una entrevista: “La trilogía cierra de manera muy negativa, sin duda. Sin embargo, queda siempre un hálito de esperanza. En el amor irracional, en la paternidad, en la vida íntima y, paradójicamente, también en la ciencia y en el arte”. Más allá o más acá de las avanzadas posestructuralistas presentes en la trilogía y de la puesta en juego de una lógica que engarza poder y saber, Volpi parece continuar confiando en la capacidad de la ciencia, el arte y la literatura de aportar a un proyecto de emancipación colectiva. Esta mirada, más que contradecir la visión a veces catastrofista presente en su obra, asimila al autor a la tonalidad que, como dice Marshall Berman, es la propia del intelectual moderno, que “conoce el dolor y el miedo, pero… cree en su capacidad de salir adelante”.

■ 210