Johnson, R. - Acostarse Con La Mujer Celestial

ACOSTARSE CON LA MUJER CELESTIAL Como conocer e integrar los arquetipos Femeninos en la vida del hombre Robert A. Johns

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ACOSTARSE CON LA MUJER CELESTIAL Como conocer e integrar los arquetipos Femeninos en la vida del hombre

Robert A. Johnson

INDICE

1.- Introducción 2.- La feminidad en la vida del hombre

PRIMERA PARTE

3.- Los elementos femeninos

SEGUNDA PARTE

4.- La contaminación de los elementos femeninos 5.- Conclusión

INTRODUCCIÓN LA FEMINIDAD EN LA VIDA DEL HOMBRE

Durante la mayor parte de la historia, la relación del hombre con las mujeres y con su propia feminidad ha estado regulada por las leyes, las costumbres y los convencionalismos. Hasta épocas muy recientes, el hombre no ha adquirido la capacidad de tomar decisiones personales acerca de estas cuestiones; esto ha significado un paso enorme en su evolución. Esta libertad es tan novedosa como nuestro mundo moderno y plantea a la conciencia ciertas exigencias que no se habían experimentado jamás. Los caminos, que eran firmes y seguros para el hombre primitivo y que lo siguen siendo en gran parte del mundo actual, resultan inciertos para el hombre moderno y ofrecen tantas alternativas que al final nos confunden. Antiguamente, uno se casaba siguiendo los consejos de sus padres, vivía en familia de una forma casi totalmente estereotipada, y en muy raras ocasiones, o tal vez nunca, se planteaba el concepto de libertad en estas cuestiones. En cualquier sociedad tradicional, esperar que un hombre sea libre en su matrimonio sería como sugerirle que se liberara de la ley de la gravedad. N o conozco a ningún hindú tradicional que se cuestione siquiera si es feliz en su matrimonio o si está conforme con él. En las sociedades tradicionales no suelen surgir este tipo de preguntas. La evolución esperó hasta la modernidad para introducir libertad en las relaciones. Ahora que ha captado el tema candente de la libertad, el hombre moderno tiene que aplicar la misma intensidad a su conciencia, para evitar los peligros que tanto abundan actualmente en nuestras relaciones. Cuando un hombre se enfrenta a la tentadora perspectiva de la libertad en el ámbito de la relación con los elementos femeninos del mundo -tanto dentro como fuera de sí mismo- necesita información concreta y tiene que alcanzar un nivel extraordinario de diferenciación para evitar los peligros característicos de nuestro tiempo. Como veremos más adelante en un cuento africano sobre la doble ánima, la mujer celestial aparece como una visión perfecta, capaz de dominar a un joven, que se convierte entonces en una especie de Tristán y entra en el castillo del Grial antes de tiempo. En esta historia, la diferencia consiste en distinguir el ánima etérea del ánima humana terrenal. Este libro trata, justamente, de la búsqueda de la claridad absoluta al dar con estos elementos femeninos fundamentales. Pocos hombres se dan cuenta de la importancia que tiene la feminidad en su vida, tanto en la interior como en la exterior. Casi todo el sentido del valor, la validez, la seguridad, la alegría, la satisfacción, la pertenencia y la felicidad que tiene el hombre derivan de su naturaleza femenina interior. Si Dios creó lo masculino y lo femenino y les dio el mismo poder (me gusta traducir la palabra

decisiva, «costilla», como «costado» o «mitad» en el Génesis, cuando habla de la creación de Eva), esa mitad delicada y sutil que constituye la provincia de la feminidad es tan fuerte como la provincia masculina. Por lo general el hombre, en su arrogancia, tiende a pensar que su felicidad depende de su fuerza, sus pertenencias y sus dominios. Pero no es así. La felicidad es un elemento femenino que tiene el hombre, un sentimiento, y por lo general algo misterioso para él. Sin una buena masculinidad, el hombre es débil, ineficaz e inútil; pero es la feminidad la que le inspira la fuerza, el sentido y el valor. Es probable que busque esta característica esquiva tanto hacia dentro como hacia fuera, y en nuestra búsqueda encontraremos una feminidad tanto interior como exterior. Al hombre le cuesta captar los aspectos internos de su feminidad, porque vivimos en una cultura que no está preparada para examinar este tipo de cosas; son más fáciles de identificar los aspectos externos: su madre, esposa, hermana, hija. Nuestra cultura patriarcal occidental se erige sobre un modelo que ha producido una de las civilizaciones más avanzadas que han existido jamás. La ciencia, el nivel elevado de vida material, las capacidades tan generalizadas para viajar y comunicamos, la amplia perspectiva del siglo veinte... se ha ganado todo esto a expensas de despreciar otra capacidad: la del sentimiento. Queda poco espacio para la función del sentimiento en una sociedad como la nuestra, que adora la racionalidad y la abstracción. La frialdad y la objetividad son requisitos imprescindibles para la actividad científica. La palabra «abstracto» procede del griego ab, «alejarse» y strahere, «mantenerse». Hemos de mantenemos como mínimo un poco alejados del tema en cuestión a fin de establecer con él una relación abstracta. y ese alejamiento enseguida perjudica la función del sentimiento. Para decirlo con mayor claridad, no se puede ser disciplinado cuando se presta atención a la función del sentimiento. En el mundo frío de la abstracción no queda lugar para el mundo cálido de los sentimientos. Aunque todas las mujeres sufren por esta falta de sentimientos de su pareja, tanto interior como exterior, en general no formulan una crítica clara a la unilateralidad de la vida moderna. Los hombres quedan desprovistos de sentimientos cuando se instruyen a sí mismos en las artes modernas de la abstracción y la racionalidad. El sánscrito, un idioma pleno de sentimientos que constituye la base de la mayoría de las lenguas indias, contiene noventa y seis palabras para decir amor. El persa antiguo posee ochenta. El griego, tres. En inglés, sólo existe una. La lengua de los esquimales dispone de treinta palabras para designar la nieve porque para ellos es un elemento vital. Si sólo contásemos con treinta palabras para hablar de relaciones, estaríamos menos preparados para observar esa dimensión tan importante de nuestra vida. Esta es una prueba evidente de que los sentimientos y las relaciones son las funciones que menos importancia tienen en nuestra sociedad. La pobreza idiomática en relación con un tema cualquiera demuestra la falta de interés por ese tema. Construimos unos Boeing 747 y unos generadores atómicos magníficos, pero nuestros matrimonios y nuestras relaciones no son tan

buenos. Corremos el grave riesgo de que se desmorone nuestro «mundo feliz» de maravillas mecánicas a causa de la pobreza de la función del sentimiento que lo acompaña. Observando las figuras femeninas que aparecen en los sueños de un hombre, nos damos cuenta de la relación que tienen con la felicidad y con la sensación de bienestar de su vida. Si las mujeres de sus sueños son felices y se relacionan bien con él, será feliz. En cambio, si están enfermas, débiles o enfadadas, su sensación de bienestar será escasa o nula. N o conozco ningún otro elemento que, por sí solo, tenga tanto que ver con la felicidad del hombre. En una ocasión, el doctor Jung analizó para sus discípulos una serie de sueños que tuvo un hombre muy talentoso. En uno de ellos, entraba una mujer en la habitación, se llevaba las manos a la cabeza, gemía y se iba. «¡Ahora se dará cuenta!», comentó el doctor Jung. Cuando la mujer que el hombre lleva dentro manifiesta su desaprobación y le abandona, esto significa que en la vida de los sentimientos y su sentido del valor las cosas le van a ir mal. En el Mahabharata, el gran poema épico hindú, hay un momento terrible cuando el rey desdeña a la shakti (una representación del principio femenino del Universo); como respuesta, ella cierra los siete portales de su cuerpo, comprime su aliento y se desprende desde lo alto de su propia cabeza, regresando al Universo informe del cual procede. Todos los elementos masculinos de la totalidad del reino pierden el principio femenino y quedan apesadumbrados. Triste queda el hombre cuya shakti le ha abandonado porque él la ha ofendido. De lo cual se deduce, asimismo, que una buena relación con la mujer interior facilita considerablemente la comunicación con las mujeres exteriores de nuestra vida. Por último, hemos de reconocer que estamos hablando de feminidad en su aspecto profundo, que no se puede dividir en un aspecto interior y otro exterior. Pero hasta que ganemos el derecho a esta unidad, nos conviene distinguir muy bien lo interno de lo externo. Goethe finaliza su obra maestra, el Fausto, con las siguientes palabras: «El "eterno femenino" nos salva.» Éste es el punto de vista de un hombre maduro que ha adquirido el derecho a tener una visión unificada de la feminidad. Esta madurez le costó a Goethe toda una vida de trabajo interior sumamente consciente. El Fausto es la mejor guía que tenemos en la literatura occidental para este trabajo. La mejor manera de leer este relato de un gran viaje del alma es tomándolo como la autobiografía del autor; en ella, Goethe narra los pasos que ha seguido para llegar a un acuerdo con las mujeres reales de su historia y con su feminidad interior. He aquí un hombre moderno, presentado en un lenguaje contemporáneo para orientamos. Hemos de estar agradecidos a Goethe por sus enseñanzas en este arte. Enseguida resulta evidente que la feminidad constituye el color, el placer y la animación de la vida del hombre. Sin feminidad, el hombre queda pobre y sin vida. Ella es la vida. Si bien hay muchas y variadas maneras de relacionarse con ese principio dador de vida, todas parten de la feminidad. Hay un mito persa que lo explica de forma conmovedora: en el principio,

Dios hizo un haz de luz que recorría velozmente el espacio con total libertad y sin trabas. Era la movilidad perfecta y el placer. Dios hizo también un terrón de tierra que depositó, inmóvil, en el espacio donde quedó en completa alegría con su feminidad inmutable. La situación se mantuvo así durante numerosos evos hasta que al final ocurrió lo inevitable. El haz de luz chocó contra el terrón de tierra y quedó incrustado en su interior. Gritaba desesperado al verse encerrado, mientras que el terrón de tierra estaba aterrorizado ante tanta animación en una vida tan serena como la suya. Pero los dos estaban condenados de forma irrevocable a esta nueva vida. El resultado de esta unión fue el melón que representa a la vez el aspecto material de la vida y lo etéreo del haz de luz que lo transfunde. Según los persas, la totalidad de la creación procede de este melón. Esta historia significa que, sin lo femenino, el hombre es un haz de luz impotente que recorre el cielo con su naturaleza etérea, pero sin ninguna creatividad. Se honran muchas palabras en nuestro idioma, como salvación y redención; quisiera añadir otra, tan necesaria como estas para el hombre moderno. Me refiero a la diferenciación: el arte de la claridad, la falta de confusión. Si en la cocina lo tuviéramos todo mezclado (sal, pimienta, azúcar, vinagre, especias y todo lo demás), en completo desorden, no podríamos preparar nada. Si un trabajador metiera en el mismo saco todas sus herramientas, las afiladas con las que no tienen punta, las que se utilizan en seco con las que no, no podría trabajar bien. En términos psicológicos, la falta de diferenciación y de claridad produce problemas similares en la vida femenina del hombre. No conozco ningún elemento que requiera más diferenciación que nuestras actitudes hacia la feminidad. Si un hombre dirigiera su oficina de la misma forma indiscriminada en la que suele dirigir su vida interior, se arruinaría en un mes. No me sorprende que nuestra cultura esté tan arruinada en lo que respecta a las relaciones por este mismo motivo. Ya se sabe que el mundo femenino resulta difícil de diferenciar, porque es difuso por naturaleza y se resiste a la forma y al orden. La feminidad debe desdibujar los límites de la forma masculina, haciéndolos suaves y relativos. Esto produce calidez y placer... pero sólo si se ciñe y se mantiene a salvo dentro los límites de la forma y el orden masculinos. Si un hombre confunde su complejo materno con su mujer, el hogar se vuelve un caos. Si confunde su concepto de ánima con el de hija, le causará a ésta un daño muy profundo. Si no es capaz de distinguir a su mujer de su hija, se comienza a gestar otra tragedia. Cada uno de estos aspectos de la feminidad es una cualidad sana y completa en sí misma; pero todos juntos componen una mezcla letal. Muchos hombres sólo tienen una actitud vaga y confusa con respecto a la feminidad. De una combinación tan tremenda, no pueden surgir más que problemas. En el pasado, la tradición y la legislación nos ayudaban a distinguir muy bien todos estos elementos. Siempre había una manera adecuada de hacer las cosas en la vida. Por lo general, el hombre dependía de su esposa para tomar

decisiones en los ámbitos femeninos; y ella le derivaba a él las cuestiones masculinas. Esta forma de vivir resulta bastante discutible, pero la evolución noS ha hecho superar esta solución tan sencilla. El hombre exige libertad en su mundo interior y, sobre todo actualmente, las mujeres reclaman su propia autodeterminación masculina. Se han superado los viejos tiempos de la autoridad. Había poca libertad pero mucha seguridad; la autoridad informaba nuestras vidas y tomaba por nosotros la mayor parte de las decisiones. Ahora la autoridad ha dejado de ser el centro de nuestra vida, de modo que dependemos de la diferenciación y la claridad para adoptar decisiones inteligentes acerca de nuestro mundo moderno.

PRIMERA PARTE LOS ARQUETIPOS FEMENINOS

A continuación, vamos a examinar los principales elementos femeninos, tanto internos como externos, que componen la feminidad masculina. Un análisis más riguroso traería a la luz más elementos todavía, pero nos vamos a limitar sólo a los principales. Después podemos hablar de las mezclas terribles que resultan a menudo cuando para el hombre no están claros o bien diferenciados. La mayor parte del sufrimiento que experimenta el hombre en su vida deriva de estas mezclas extrañas, que son letales. Las principales formas de feminidad que experimenta un hombre en su vida son la madre, el complejo materno, el arquetipo materno, la hermana, el ánima, la esposa, la hija, Sofía, la hetaira, la amistad y la feminidad en su forma homoerótica, que de hecho incluyen toda la nobleza de los sentimientos, el saber y las relaciones de su vida. Vamos a analizar cada uno de estos aspectos de la feminidad por separado.

LA MADRE

Cada hombre tiene un ser humano que es su madre: un ser personal y finito que reúne todas las características, idiosincrasias, virtudes y defectos. Es probable que sea la persona más poderosa de toda su vida, puesto que le ha dado su estructura física, le ha alimentado y educado y, en gran medida, ha determinado la idea que tendrá de las mujeres por el resto de su vida. En sus primeros años, depende completamente de ella, que para él representa la vida. Más tarde, él se aleja, aunque ella siempre será «mamá». Las madrinas, las madres sustitutas, o incluso las instituciones en el papel de madres, juegan un papel importante en su vida, pero no son más que prolongaciones de ese ser humano que es su madre. La característica principal que se debe tener en cuenta es que es personal y humana. Al analizar la feminidad, hemos de recordar siempre que la madre está «allí fuera», como un ser humano discreto.

EL COMPLEJO MATERNO

Sin lugar a dudas, el complejo materno es el encuentro más difícil que enfrenta jamás el hombre. Es su capacidad regresiva y destruye su vida con mayor rapidez que ningún otro elemento de su psicología. Para lo masculino,

sucumbir ante el complejo materno es perder la batalla de la vida. El complejo materno es su deseo de regresión a la infancia, de que le cuiden otra vez, de meterse en la cama y esconderse entre las sábanas, de evadirse de algunas de sus responsabilidades. Puede llegar como un estado de ánimo, una desilusión, una parálisis o, simplemente, por estar «harto» de todo. En la mitología occidental, el complejo materno se representa como el dragón que todos los héroes tienen que enfrentar y derrotar. La mitología, tanto antigua como moderna, narra historias tremendas sobre héroes que son atacados por dragones que echan fuego por la boca y cuentan que a duras penas consiguen derrotar a los monstruos. La hermosa doncella les espera sólo cuando logran vencer al dragón, es decir, al complejo materno. Nuestro mito occidental del Grial y las historias relacionadas con el rey Arturo son excelentes descripciones de los elementos adolescentes de la lucha contra el dragón. Lo primero que hay que hacer para resolver el complejo materno es comprender que no se trata de nuestra propia madre. Prácticamente ningún joven tiene claro de qué se trata la lucha cuando le llama la atención esta parte de su vida, y es probable que la emprenda contra la mujer que es su madre verdadera. Darse cuenta de que el problema no es alguien que está «allí fuera» significa estar en condiciones de presentar batalla de verdad, siempre hacia dentro. «Mamá» es un discreto ser humano que está «allí fuera», mientras que el complejo materno masculino siempre es algo interior. Precipita la batalla la tendencia masculina a rendirse o a refugiarse en la infinidad de excusas que puede inventar cualquiera; este es el gran peligro del complejo materno. Un joven ha librado la peor parte de su batalla contra el dragón cuando está en condiciones de decir, de forma consciente: «La mayor parte de mí quiere ese título universitario, a una pequeña parte de mí le parece una tontería, una parte mediana de mí lo único que quiere es salir corriendo y no tener que hacer frente a esta situación, y una pequeña parte de mí quiere hacer lo que me dicen que está bien.» El joven tiene una buena relación con la vida cuando su complejo materno (esa parte suya que quiere salir corriendo en lugar de enfrentarse a las situaciones) ocupa una parte minoritaria de su energía. En el caso de que ocupara un porcentaje mayor, tendría que realizar un enorme esfuerzo interior para aprender a usar sus energías de forma constructiva. De todos modos, la honestidad y la claridad hacen que el joven maneje sus mejores energías de forma consciente y que no se libren batallas en su vida interior. Recuerdo algo que me ocurrió a mí mismo y que galvanizó este tipo de sinceridad, obligándome a formularme algunas preguntas que enseguida me aclararon el sentido de mi vida. Siguiendo los consejos de los tests vocacionales y de mis padres, ingresé en la facultad de ingeniería. Un día, mirando unos de mis dibujos, un profesor me hizo una sencilla pregunta que se abrió paso en medio de mi confusión mental relacionada con mi vocación. Me preguntó si me gustaba la ingeniería.

Mi complejo materno no pudo soportar una pregunta tan diferenciadora y mi incipiente carrera de ingeniero se esfumó ante una duda tan directa. Me acuerdo como si fuera ayer que me senté en un escalón de hormigón que había fuera del despacho del profesor. La batalla contra el dragón que se produjo después de esa pregunta fue el choque entre la obediencia sumisa a la autoridad en mi vida y mi propio sentido de la vocación. Contestar una pregunta tan sencilla como esa con un «no»directo enseguida produjo otra clarificación más en mi vida. Cuando me resultó evidente cuál era mi complejo materno (la aceptación pasiva de la autoridad para conseguir seguridad) y cuál mi verdadero carácter individual, pude distinguir con toda claridad quién era yo y cuál podría ser mi verdadera vocación. Media hora después se alejaba de ese escalón un hombre mucho más maduro. Esta anécdota parece el relato de un choque entre una parte interna de mi naturaleza y el mundo exterior. Pero la batalla contra el dragón se produce siempre entre las fuerzas progresivas y las regresivas en el interior de uno mismo. El doctor Jung solía golpear la mesa, diciendo: «Siempre es cuestión de quién, nunca es cuestión de qué.» Cuando comprendí quién era yo en mi batalla contra el dragón, fue relativamente sencillo hacer frente a los aspectos prácticos de lo que había que hacer. Cuando un joven manifiesta un comportamiento fanfarrón y pendenciero, esto es producto de su temor ante la inminente batalla contra el dragón que tiene frente a él. Si piensa que la batalla está «allí fuera», hará las fanfarronadas más ridículas para resolverla «allí fuera». Tiene que tener la situación resuelta «aquí dentro» antes de poder hacer el más mínimo avance «allí fuera». La mayoría de los jóvenes ensillan sus caballos psicológicos, realizan una valiente incursión por «allí fuera», fracasan (porque todavía no han resuelto el dragón que tienen en su interior), y entonces se tienen que enfrentar con ese espantoso momento interior en el cual la balanza de la vida o la muerte se inclina hacia un lado y hacia el otro. El complejo materno es el elemento vital en relación con la muerte. Es la verdadera batalla contra el dragón y precisamente aquí, a este nivel, el joven construye o destruye la primera mitad de su vida. Cree que gana su masculinidad si obtiene importantes logros «allí fuera», pero la verdadera batalla contra el dragón es totalmente interior. Cuando gane esta batalla, puede triunfar «allí fuera» y tener algo que enseñarle al mundo y demostrar su valía. Pero por más logros que consiga «allí fuera», no se resuelve así la batalla contra el dragón; hay muchos hombres de todas las edades que han obtenido logros importantes y amasado inmensas fortunas y sin embargo siguen siendo vulnerables al dragón interior o complejo materno. Ernest Hemingway libró numerosas batallas externas --como torero en España, como aventurero en la guerra y en el mar-- que se han convertido en alta literatura. Pero jamás pudo dominar a su dragón interior y, cuando se le acabó la juventud y ya no le quedaban más fuerzas para luchar «allí fuera», se rindió al complejo materno mediante el suicidio. Es una señal evidente de un complejo materno sin resolver cuando el hombre, pasados los dieciséis años, continúa con fanfarronadas adolescentes. Se puede interpretar como síntoma de la mala prognosis para la masculinidad en Estados Unidos el hecho de que

la novela de fanfarronadas masculinas sea tan popular entre los hombres mucho después de la edad en que deberían haber acabado con su dragón interior. Hay demasiados hombres modernos que montan un gran alboroto con respecto a su masculinidad, exteriormente, pero en cambio en su fuero interno no hacen nada y calladamente pierden la batalla contra el dragón. Se venden toneladas de aparatos deportivos y cantidad de coches muy veloces para incentivar la imagen masculina, pero no son más que tristes sustitutos de ese instante maravilloso y terrible en que el joven mata al dragón y se libera de su anhelo de regresar a la dependencia infantil, para que su madre le cuide. Una respuesta directa a una pregunta sin ambages o una decisión apropiada son más útiles para acabar con el complejo materno que todos los incentivos de la imagen masculina que uno compre. Pero, ¿qué se puede hacer con una cultura que adopta al cowhoy como el símbolo más viril de masculinidad? La mitad de esa palabra (cow, en inglés «vaca») es femenina y la otra mitad (hoy, en inglés «chico») es inmadura. Mejor sería llamarle hullman (del inglés hull [«toro»] y man [«hombre»]). Encontramos un ejemplo muy conmovedor del complejo materno en el mito del Grial, esa impresionante mina de enseñanzas para el mundo occidental sobre cómo hacerse hombre. Perceval, que llega a ser el héroe de la historia y consigue ver el Grial (que se convertirá en un símbolo importante del arquetipo materno en nuestro análisis), comienza como un hijo de padre desconocido cuya madre está decidida a impedirle caer en las tonterías de la caballería, que ya le han costado la vida a su marido y a sus otros hijos. Ella le confecciona una sencilla túnica de lienzo cuando Perceval le comunica que quiere recorrer el mundo para ser caballero, como su padre. Esta prenda representa el complejo materno de Perceval en su forma simbólica, mitológica. Todos los jóvenes salen envueltos en su complejo materno, que les derrota mientras lo lleven para relacionarse con el mundo. Pero este complejo no tiene nada que ver con su madre verdadera (por más que una madre de carne y hueso puede sembrar en su hijo las semillas de la derrota si desea conservado para sí, o puede darle la libertad y el coraje de hacerse hombre). Si el hijo adopta esta túnica protectora como forma de adaptarse al mundo, se refugia en su complejo materno y ya no puede hacerse hombre. Por más fanfarrón o inteligente que sea, ningún joven se hará hombre si está vestido con el complejo materno que le ha confeccionado su madre. El mero hecho de saber que uno porta el secreto deseo de derrota dentro del complejo materno sirve para protegerle de la batalla contra el dragón. No reconocer esta parte de la herencia femenina de uno mismo le deja encasillado en la fanfarronería y en la batalla incesante por demostrar su valor. No es difícil lograr la masculinidad «allí fuera» después de librar la batalla contra el dragón. Esta tremenda batalla interior es totalmente femenina y, para un individuo de sexo masculino, es una batalla desconcertante. Pero el solo hecho de definida es un paso hacia la libertad. La mayoría de los estados de ánimo sombríos en el hombre se deben al afloramiento de su complejo materno. Resulta extraño ver a un hombre grande y fuerte, capaz de defenderse en cualquier campo de batalla externo, dominado sin remedio por un estado de ánimo. He aquí la historia de un gran héroe,

Tristán, que luchó contra un dragón que asolaba la campiña y le mató. Pero otro hombre, un falso héroe (alguien que intentaba resolver su complejo materno mediante el engaño o la fanfarronería) le corta la lengua al dragón y se la lleva como prueba de que ha sido él el autor de la hazaña. Mas la lengua del dragón, oculta en su zurrón, destila un veneno que causa tanto daño al héroeusurpador que pierde el poder que pretendía haber ganado. Aproximarse a un dragón significa correr el riesgo de verse afectado por su veneno, que ataca al hombre en un lugar tan Vulnerable como su estado de ánimo. El complejo materno combate de una manera extraña y clandestina, que resulta incomprensible para el hombre. Luchar contra un elemento femenino es como luchar contra un banco de niebla. La ruda masculinidad no sirve de nada; las únicas herramientas eficaces son la conciencia y la claridad. Me acuerdo de un viaje en autobús desde el aeropuerto hasta mi casa, una medianoche. Éramos seis pasajeros y la conversación desembocó en el tipo de coche que tenía cada uno. Uno tenía un Cadillac, otro un Jaguar, otro un Mercedes, otro un BMW. Aterrorizado, me quedé esperando el instante en que me preguntarían cuál era el mío. Reconocer la verdad era más de lo que podía soportar mi masculinidad. Se me ocurrió mentir para salir airoso de la situación, pero en cambio balbucí: «Yo tengo un Volkswagen, pero ya he acabado de pagado». Más allá de mi sentimiento de inferioridad estaba el temor de mi complejo materno ante mis pares. Se podría afirmar que lo que me hacía sentir incómodo era el choque entre los valores externos (la lista de coches caros y el mío, correspondiente a una posición social inferior). Pero lo que me aterrorizaba era el temor de que el complejo materno ganara la desesperada batalla dentro de mi propia psicología. La insistencia del joven en correr aventuras peligrosas no es más que un tenue disfraz de su complejo materno. Arriesgarse a morir en una motocicleta o colgado precariamente de una montaña demuestra la intrusión del complejo materno, disfrazado de máxima masculinidad. El deseo de fracasar o morir es tan intenso en un hombre con complejo materno que tiene que exponerse con frecuencia a estas experiencias regresivas para ganarles la batalla. La batalla contra el dragón deja siempre una cicatriz que, durante toda su vida, le recuerda al hombre lo cerca que ha estado de perder la batalla decisiva: la batalla entre la vida y la muerte. Todos los hombres llevan una marca en la parte inferior del pene que es un recuerdo del momento de su vida fetal en la que todavía no pertenecían al sexo masculino. Sus genitales, que guardan un notable parecido con los órganos femeninos en esta etapa de la evolución, todavía no muestran un órgano masculino diferenciado. La masculinidad comienza en algún momento después de la concepción en la vida fetal, y en algún momento después de la madurez física en la vida psicológica. Esta marca recuerda también que la batalla nunca se gana por completo y que el efecto paralizante del complejo materno puede afectar a un hombre en cualquier punto de su viaje vital. Para mayor claridad, las historias hablan de una sola batalla decisiva, pero en realidad es una batalla que se repite muchas veces. El suicidio es la máxima derrota que inflige el complejo materno. Cuando

alguien se mata, acepta la enorme fuerza regresiva del complejo materno; ella gana la batalla y triunfa la muerte. No es raro que el hombre proyecte su complejo materno sobre alguna institución impersonal. Suelen depositar su complejo materno en la universidad, la iglesia, el club o el centro cívico. Se pueden tratar estas instituciones como lugares de regresión donde evadirse de la vida. Más de uno coloca su complejo materno en la universidad, convirtiéndose en eterno estudiante y sin salir nunca de la adolescencia. Evidentemente, no se puede echar la culpa a las instituciones, sino a la actitud que uno adopta frente a ellas. Refugiarse en una institución es uno más de los numerosos disfraces de la voluntad de evadirse de la vida. La misma institución sería parte legítima de la vida del individuo, si éste hubiese erradicado el complejo materno como evasión. Es interesante observar la diferencia entre Oriente y Occidente en la forma en que nos afecta el complejo materno y las dos maneras distintas de resolverlo. Según una ley fundamental, el inconsciente nos presenta la misma cara que nosotros le hemos presentado antes. Si el mundo interior nos parece hostil o comparable a un dragón, siempre se debe a que nosotros le hemos hecho frente primero. Habitualmente, los occidentales adoptamos una postura heroica ante la vida, vamos superando los obstáculos por medio de batallas para conquistar el tesoro y la hermosa doncella. Este avance heroico hacia lo que deseamos produce la oposición del inconsciente que denominamos complejo materno. Si pretendemos arrebatarle el tesoro al mundo interior, ese mundo interior nos opondrá una fuerte resistencia para derrotamos, y así se define la lucha entre el héroe y el complejo materno. Según las normas occidentales, hemos de luchar con todas nuestras fuerzas, matar al dragón y llegar hasta el tesoro y la hermosa doncella. Oriente nos enseña una actitud muy distinta. Según la psicología oriental, si uno encuentra un antagonismo, se le enseña a eliminar la causa de este antagonismo por medio de la meditación, la separación, encontrando la serenidad en su actitud y, de este modo, poniendo fin a la oposición. Al disminuir las fuerzas antagónicas, se interrumpe la batalla. En Oriente se describe el cese del antagonismo como «la nada divina», «el gran vacío», «la quietud», «la nada creativa», «el nirvana», es decir el punto de calma. . La mejor forma de conocer la psicología occidental es a través de la comparación de los mitos heroicos y las actitudes frente a la vida con sus equivalentes orientales. Con lo cual no quiero decir que unos sean mejores que los otros, y hay que tener sumo cuidado si uno decide adoptar los usos orientales, puesto que nuestra estructura inconsciente no está bien dotada para esta forma de no resistencia. Pero el contraste resulta instructivo desde cualquier punto de vista. Recuerdo un comentario brillante de Richard Morris Bucke sobre el contraste entre el semblante arrugado de Walt Whitman, un gran héroe occidental, y la expresión infantil, de edad indefinida, que muestra el rostro liso

y sereno de un sabio hindú. Bucke confiesa que él, personalmente, prefiere la cara grabada por la vida, partidaria del estilo heroico. Yo pienso que hay nobleza tanto en los usos orientales como en los occidentales, pero en ambos casos hace falta que uno sepa lo que hace y que sea plenamente consciente del camino que ha elegido. Hasta el mismo complejo materno, por oscuro que sea en la vida del joven, ocupa el lugar que le corresponde. Al final, es ella la que lo acoge en la muerte y lo envuelve con la paz eterna que es su aspecto creativo. Si el hombre cae presa de esto demasiado pronto, ha abrazado la muerte en lugar de la vida y pasará momentos muy duros. Pero en el momento adecuado, el complejo materno lleva al hombre a la culminación -y al final de su vida. Hay un antiguo mito que describe la vida del hombre como el sol que todos los días recorre su camino celestial. Resiste la atracción de la gravedad y la seducción del océano y sigue su rumbo masculino a lo largo de su día solar creativo. Pero al anochecer, pierde su energía y desciende hacia la tierra o el mar de la madre. Cuando ella lo reclama para sí, en el último instante extrae su falo y se aparea con ella, asegurando así que volverá a nacer a la mañana siguiente, al amanecer. Quien haya contemplado una puesta del sol sobre el mar, le habrá visto formar su falo, cuando la distorsión de las diferentes densidades del aire hace que el sol adopte brevemente unas formas fantásticas en el momento previo al anochecer. En Egipto, se suele pintar el cuerpo de la gran madre en el fondo de los sarcófagos y sus brazos en el interior de la tapa. De este modo, al poner a alguien dentro del ataúd se le devuelve a los tiernos brazos de su madre. En el momento culminante de su viaje, Fausto recibe instrucciones de Mefistófeles, su sombra: tiene que ir al lugar de las madres e insertar la llave en el trípode que encuentre allí. Se trata de la culminación del viaje de Fausto, y se aprovecha bien el complejo materno que hemos ido describiendo en términos tan oscuros. Cuando un hombre ha librado la batalla contra el dragón en su vida personal y ha adquirido la fuerza de su masculinidad (¡qué larga es esta batalla!) está en condiciones de emprender el viaje tan peligroso que le llevará otra vez al lugar de las madres y le devolverá su conexión con él. Esto sólo es posible para una persona dotada, e incluso así, sólo cuando ha conseguido suficiente fuerza masculina y claridad como para soportar este viaje tan peligroso. Es de lo que están hechos los genios, y no está al alcance del hombre corriente. Lo que me parece más alentador es que cada elemento de nuestra psicología resulta práctico en el lugar adecuado. Lo que está malo lo malo es colocar un elemento en un sitio que no le corresponde. Hasta el complejo materno es constructivo cuando está en el lugar correcto.

EL ARQUETIPO MATERNO

Es un alivio dejar la oscuridad del complejo materno para explorar los elevados dominios del arquetipo materno. Mientras que el complejo materno es tan peligroso para el hombre joven, el arquetipo materno es oro puro. Este noble reino es la sede de la madre naturaleza, la vida, los alimentos, el apoyo, la fuerza. El arquetipo materno nos rodea en todo momento y en todas direcciones. Es el aire que respiramos, el agua, todo el universo físico que nos sustenta. Sin el arquetipo materno no viviríamos ni un instante. Es todo el mundo maternal en su esencia divina: confiable, alimenticia, benevolente. No sería exagerado decir que el arquetipo materno es la mitad femenina de Dios. Es probable que las dos manifestaciones maternas --el complejo y el arquetipo-- sean la misma entidad, y que sólo difieran en la forma en que nos relacionamos con ellos. Si uno es débil y experimenta esa tremenda regresión que es el enemigo más mortífero de cualquier hombre, el principio maternal se le presenta como algo destructivo; si se lo enfrenta con fuerza y se lo trata como a un igual, entonces representa toda la fuerza del mundo y la cualidad específicamente femenina de la vida y la duración. La misión de cualquier joven se puede describir, sencillamente, como el arte de transformar su complejo materno en el arquetipo materno. Logrado significa convertir sus características regresivas y quejicosas en una seguridad innata en la vida y en la fuerza de los logros. Un hombre que cuenta con el apoyo de su arquetipo materno posee una visión maravillosa de la fuerza y el poder. Volviendo a la historia de Perceval y a la túnica que le hizo su madre, vemos cómo madura su relación con el Santo Grial en la medida en que consigue desprenderse de su complejo materno y adquirir el poder para relacionarse con el Grial, que es el símbolo fundamental del arquetipo materno. Narra la historia que Perceval, en plena adolescencia, llegó por casualidad al castillo del Grial pero no supo formular la pregunta necesaria para poder entrar en el castillo cada vez que lo quisiese. Como todavía lleva la túnica de su madre (el complejo materno), permanece en silencio y no está capacitado para tomar conciencia de la experiencia del Grial. Le hacen falta veinte años de experiencia de la vida para desprenderse de la túnica doméstica, de manera que la próxima vez que tiene ocasión de ver el Grial en la procesión sagrada consigue formular la pregunta adecuada y acceder así al Grial de forma continua. Esta es la descripción mitológica de un joven que transforma su complejo materno en el arquetipo materno. Pocas cosas en la vida del hombre son tan satisfactorias como ésta. Gran parte de la experiencia del hombre en el tercio central de su vida consiste en adquirir la suficiente conciencia e intuición para superar la transición entre la túnica de su madre y la madurez de la caballería. Perceval tenía que cumplir con su deber de caballero -luchar contra los dragones, rescatar hermosas doncellas, levantar el sitio de algún castillo-, haciendo todo

aquello que exige la edad adulta. Hablando en términos actuales, un hombre tiene que «madurar» y superar la etapa del «yo, mí, mío». El joven debe ser capaz de superar la transición del complejo al arquetipo antes de poder realizar el trabajo del hombre, de ocupar un lugar en el mundo adulto, o de establecer ninguna relación madura. Los fallos que se produzcan en esta transición son como grietas en la armadura que lo vuelven vulnerable.

LA HERMANA Cuando un hombre se ha lanzado a conquistar su complejo materno, con todas las batallas contra los dragones, y ha aprendido parte de la majestad del arquetipo materno, está en condiciones de observar lo que, con arrogancia, llamamos el mundo «real». El primer modelo de feminidad que encuentra -aparte de su madre verdadera, que probablemente le resulte tan difusa que sea para él más mito que realidad-- es su hermana. Ella representa para él la «realidad» en forma femenina y es su primer contacto con una mujer de carne y hueso que él puede comprender. Ella es compañera, amiga, enigma, confidente fiel, aliada, competidora, y su manera de iniciarse en los misterios de la feminidad. Al ser, probablemente la primera mujer que conozca de una edad próxima a la suya, su ejemplo determina muchas de las actitudes que tendrá frente a las mujeres durante el resto de su vida. La hermana es un mundo seguro y maravilloso y constituye una iniciación dentro de ese ámbito misterioso que en poco tiempo llama tanto la atención del hombre. El afecto y la sencillez son los grandes valores de esta relación. A menudo la hermana es el preludio del ánima para el hombre. Ella lo fortalece y lo prepara para el mundo increíble del ánima que entrará en su vida en poco tiempo. Tener como antecedente una buena imagen de hermana es una excelente preparación para el mundo insondable del cortejo y el matrimonio que está por llegar. La hermana es como una «carrera de prueba» para esa inmensa expansión de vida que es el mundo del cortejo. Recuerdo a un hombre joven, con graves heridas en varios niveles de su feminidad, que soñaba que tenía que ponerse en contacto con su hermana antes de poder habérselas con «la joven de ojos brillantes» que sería su salvación.6 En el sueño se presenta a la hermana como el primer contacto con un mundo curativo y sobrenatural que casi ha quedado destruido por un grave complejo materno. En el sueño, la hermana aparecía apenas, pero representaba un puente entre la madre y el ánima que es totalmente imprescindible para el hombre. Más de uno ha de estar agradecido con su hermana por esta evolución en sus primeros años de vida. Cuando hablemos del ánima, se verá con mayor claridad que la hermana es el inicio del mundo sobrenatural de la feminidad que tiene tanto poder sobre la vida del hombre. El doctor Jung define el ánima como la intermediaria entre la personalidad consciente del hombre y las profundidades de su ser, el inconsciente colectivo. Todo esto está muy relacionado con la felicidad del hombre y su sentido del valor sobre la faz de la tierra. Su hermana no es más

que una introducción a este mundo mágico, pero tiene mucho que ver con la actitud que adopte frente a él. El hombre entra en el reino mágico de la feminidad de la mano de su hermana, antes de que este reino adquiera todo el poder de la sexualidad y la adultez. El hombre que no tiene hermanas, o que ha tenido una experiencia negativa con su hermana, no tiene una buena introducción en el reino mágico de la feminidad. Conozco el caso de un hombre que, ya de grande, defendía a su hermana mayor, a pesar de que tenía un comportamiento poco digno, diciendo: «Sí, pero no te olvides de que ella me compró el primer traje que tuve [en la época de la depresión] y me enseñó a ponerme firme y a confiar en mí mismo». Este es el tipo de herencia que le deja a un hombre su hermana y una buena manera de comenzar a vivir. Por lo general, una hermana es una fuerza positiva en la vida del hombre. Sólo cuando su imagen está contaminada por algún otro nivel de feminidad es probable que resulte oscura o destructiva. Solemos relegar la imagen de la hermana a un puesto sencillo en nuestras vidas, a una parte del jardín del Edén en la que todo iba bien. Pero si analizamos la imagen de la hermana en otras culturas, veremos que tiene un poder y una profundidad sorprendentes. El incesto estaba prohibido en el antiguo Egipto con la misma fuerza y finalidad que en la mayoría de las culturas. Si se encontraba a un hombre en alguna situación incestuosa, se le mataba sin juicio ni discusión. En cambio, el faraón estaba obligado a casarse con su propia hermana, y no se podía casar con nadie más. Este es el primer indicio de que la relación hermano-hermana tiene una profundidad que nuestra cultura no ha explorado todavía. La mitología griega narra la historia de Mausolo y Artemisa, que eran hermanos y heredaron el trono a la muerte de su padre, Hecatomno. Se casaron y gobernaron juntos el reino, consiguiendo una edad dorada de paz y belleza. Cuando murió Mausolo, su hermana le hizo construir una tumba que se convirtió en una de las siete maravillas del mundo antiguo: el Mausoleo de Halicarnaso. La palabra «mausoleo» procede del nombre de Mausolo. Esta historia relata un tipo de relación entre hermanos que no se suele explorar en nuestra cultura y que se caracteriza por su intimidad. San Agustín advirtió de la conveniencia de que los hermanos no se casaran entre sí, porque el amor entre ellos podía ser demasiado intenso para soportado. Por más que en nuestro tiempo no se le preste ninguna atención, la relación entre hermano y hermana tiene una profundidad que no se pone de manifiesto en nuestras actitudes. Basta con leer un libro extraordinario de Nietzsche, My Sister and I (dicen que lo sacaron a escondidas del asilo donde estuvo hospitalizado Nietzsche los últimos años de su vida), para comprobar el

efecto que puede tener la imagen de una hermana en un hombre sensible. Mantenemos el misterio del joven y la joven para el nivel del hombre y el ánima en nuestras estructuras culturales y en general pasamos por alto las profundidades arquetípicas del hermano y la hermana.

EL ÁNIMA El ánima es, sin duda, el mundo de la magia y el misticismo. A pesar de su estrecha relación con la felicidad del hombre y su sentido del valor, es un misterio casi total. Deleita al hombre, lo deja atónito y le causa dolor, y sin embargo él apenas comprende este mundo interior mágico. En este tema insondable, conviene comenzar con la definición de ánima según el doctor Jung, ya que fue él quien la descubrió y le dio un nombre para esta generación. Eligió la palabra «ánima» porque su principal característica es que «anima» y da vida. Se la ha llamado la femme inspiratrice, musa, voz poética, guía, psicopompo; le han puesto el nombre de Helena (la que fletómil naves según la antigua tradición griega), el de Beatrice (inmortalizada por Dante en la Divina Comedia) y el de Candide, y todos los nombres que se graban en el corazón del hombre cuando su alma despierta en plena adolescencia. Parecería como si todas las virtudes y la inspiración estuviesen en sus delicadas manos. Es portadora del alma del hombre y la dueña de su mundo interior. El doctor Jung se refiere a ella como intermediaria entre la personalidad consciente del hombre y las profundidades de su naturaleza, el inconsciente colectivo. Es la reina de todos los psicopompos, esos intermediarios que nos mantienen en contacto con los misterios y las profundidades de nuestra naturaleza. Es la fuente de inspiración, la que aporta la poesía, la que lo guía a través de los infiernos, la esencia del estímulo (en el sentido de «fortalecimiento del corazón») y, probablemente, en el nivel de máxima profundidad, es la que da sentido a todo. Con su magia y su conexión interior, ella aporta sentido y valor a la vida del hombre. Cuando él se encuentra en su presencia (interiormente, en lo más profundo de su mundo interior, o exteriormente, cuando se encuentra en presencia de alguien a quien él ha otorgado este poder), la más mínima señal de aprobación o el menor talismán de sus manos basta para dar sentido y justificación a toda su vida. Platón nos ofrece una hermosa descripción de la búsqueda del otro, de su ánima. Dice que al principio el ser humano era una persona redonda, que contenía elementos tanto masculinos como femeninos. Al encarnarse, este ser redondo se divide en dos mitades iguales, y cada mitad (un individuo completo, masculino o femenino, vagamente consciente de que está incompleto, de que ha perdido su forma redonda original) se pasa la vida buscando la otra mitad. Esta búsqueda se vuelve evidente en su forma externa, cuando uno dedica tanto tiempo y esfuerzo a hallar la pareja perfecta y su compañero o compañera del alma. En cambio, en su aspecto interno, existe una insatisfacción mucho más difusa e imprecisa y una búsqueda de sentido. Gran parte de la vitalidad de nuestra vida se invierte en estas dos vías, y la mayor parte del sentido del valor y el significado de la vida entra en este lenguaje.

Cuando uno es consciente de esta búsqueda, está muy cerca del secreto de la vida. Los hombres y las mujeres pasan por experiencias muy diversas a lo largo de su búsqueda, y esto les otorga gran parte del carácter que atribuimos a lo masculino y lo femenino. Esta toma de conciencia es fundamental para abrirse paso en el laberinto de los primeros años de la vida, con el cortejo, y en la última parte de la vida, con la búsqueda de sentido. Lo masculino y lo femenino no son más que dos aspectos de la misma ansia de la totalidad y de la experiencia religiosa del éxtasis y la unidad. El ansia masculina de esa experiencia misteriosa de la feminidad que completaría su masculinidad unilateral le transporta al reino de la suavidad, la calidez, la gentileza, que le resulta tan insólito y desconcertante. Más que ninguna otra cosa, ansía la validación de su mundo masculino. Y lo único que le puede dar esa validación es un valor femenino. No hay nada más dulce para el hombre que encontrar ese don del sentido, la validación de lo que es y lo que hace. Busca la totalidad en el terreno de la feminidad, ya sea en una auténtica mujer de carne y hueso o en su propia naturaleza femenina interna. Los grandes mitos hablan del hombre que realiza hazañas, viajes y peregrinajes prolongados, buscando siempre una señal de aprobación, o que su hermosa dama le conceda algún talismán. Con frecuencia, la doncella se limita a esperar en su castillo mientras el héroe lleva a cabo proezas y arriesga la vida luchando por ella o por algún principio noble que ella representa. Si lo tomáramos en sentido literal, pintaría una imagen muy pobre del lugar que ocupa la mujer en el mundo. Pero si lo tomamos interiormente, como corresponde, representa la propia mitad femenina del hombre, vuelta, hacia el interior, que debe ocuparse de los valores internos y defender esa mitad de la realidad. El hombre y la mujer buscan experiencias muy diferentes el uno en el otro. Él busca validación, calidez, gentileza para añadir a su masculinidad, de por sí afilada y directa. El ansia del hombre por ser comprendido es una de las más intensas de todo su carácter. Una señal de aprobación, un talismán, aunque más no sea una palabra, son para él el corazón y el alma del sentido. Innumerables películas y novelas se desarrollan en tomo al ansia del héroe por obtener la aprobación y la validación de su amada. No hay ningún viaje demasiado largo, ni ninguna hazaña demasiado peligrosa si a cambio consigue satisfacer esta necesidad ardiente. Gran parte de la rudeza del hombre no es más que una manera torpe de solicitar esta validación. Y el hombre es muy vulnerable a la amenaza de perder esta validación. Basta un comentario frívolo de su hermosa dama para que el triunfo quede reducido a cenizas para él. La mujer apenas comprende este mecanismo del hombre y pocas veces se da cuenta del poder que ejerce sobre él. El ánima en sus dimensiones internas dentro del hombre se rige por las mismas reglas pero de una forma mucho más sutil. En este terreno, el hombre vive a merced de sus estados de ánimo -que son su aspecto femenino vivido hacia el interior- y si su mujer interior le hace una señal de aprobación o detiene el curso de la vida, esto le produce el mismo efecto que si ocurriese en su forma externa. Un hombre de mal humor se encuentra tan incapacitado

como aquel otro cuyo mundo externo ha quedado hecho pedazos por el fracaso de la relación con su ánima externa. El hombre que ha sido herido por su bella dama, ya sea la interior o la exterior, descubre que su energía ha quedado incapacitada porque ella es la que domina su poder y su fuerza. Cuando un hombre está de mal humor es como un reloj de sol a la luz de la luna, que indica mal la hora. La mujer le exige a la masculinidad cosas muy diferentes. Estabilidad, protección, forma, orden, claridad, libertad es lo que ella necesita del hombre. Pero él a menudo no se da cuenta y se descuelga con grandes planes y visiones infundadas y así la hiere terriblemente con su incomprensión. Con frecuencia los hombres y las mujeres son como embarcaciones que navegan de noche, y pasan sin verse ni comprenderse. Es imprescindible que la noche de la incomprensión llegue a su fin para que las relaciones logren la dignidad y la libertad que se consideran necesarias en la actualidad. Cada uno hiere al otro sobre todo porque no comprende las necesidades mudas pero desesperadas que posee. Escuchar las necesidades extrañas y exóticas del compañero es tener un don para las relaciones. Hay una anécdota hermosa sobre un lord inglés que fue a ver a su abogado y le pidió el favor extraordinario de que le consiguiera el divorcio de la manera más discreta posible. El abogado aceptó, con la condición de que él y su mujer fueran a hablar con un asesor durante una hora. El terapeuta, hábil en estas cuestiones, descubrió que el lord -se había enamorado de una acróbata de circo de veintiún años y que no podía vivir sin ella. Entonces su mujer reveló un secreto que guardaba celosamente: que siempre había deseado ser acróbata de circo pero que las normas estrictas de su posición social la habían obligado a ocultar sus deseos y a no expresarlos jamás en todos los años que llevaban casados. La historia tuvo un final feliz; el lector ya se puede imaginar la conversación que mantuvieron los dos a continuación. Dos individuos que habían sufrido por la falta del otro hasta el punto de la desesperación y que no pudieron hallar un lenguaje común hasta el último instante. A menudo se encuentran parejas casadas que jamás se han prestado atención al hablar de los aspectos más delicados e importantes de la vida. Aunque el lenguaje de los hombres y las mujeres sea muy diferente, hablan el mismo idioma. El que tenga oídos para oír... Por último, hemos de decir que el ánima es una experiencia totalmente interior del hombre. En nuestra cultura, él casi siempre proyecta esta cualidad hacia una mujer de carne y hueso, pero sin que esto borre el hecho de que es una cualidad del alma y que, en esencia, está localizada en el interior más profundo de la vida del hombre. La mujer de carne y hueso posee un poder enorme en la vida del hombre, pero el ánima es un órgano psíquico interno para todos los hombres. Más adelante, vamos a explorar las contaminaciones o superposiciones que hacen todos los hombres, que enturbian la visión clara de la naturaleza de su alma. El anima es tan fuerte que parece imposible que el hombre la entienda directamente en la primera parte de su vida, y tiene que asignar su realidad a alguna proyección -por lo general, a una mujer de verdadpara poder captar la profunda experiencia religiosa que ella le brinda. Pero cuando uno proyecta su ánima en una mujer real pierde el sentido interior de la

vida y -peor aún- es incapaz de ver a su compañera de la vida real en sus dimensiones humanas. Si un hombre le pide a su novia o a su mujer que sea su diosa, está preparando la escena para una tragedia inevitable. Ella es incapaz de ser su diosa y, enceguecido por el ansia de la feminidad divina, él deja de verla como el ser humano que ella es. Existen dos grandes tesoros en la vida del hombre: su esposa y su ánima interna. Las dos poseen la misma realidad pero tienen una forma tremenda de hacerse sombra entre sí. Distinguir entre estas dos fuerzas poderosas en la vida del hombre es un requisito previo imprescindible para la relación externa y el sentido interno. Es posible hallar el ánima en los objetos «inanimados», si bien esta solución siempre «anima» el objeto en cuestión de una forma mágica. Pongamos como ejemplo ese joven que dota a su automóvil de cualidades casi humanas, o que otorga características casi míticas a un instrumento musical muy apreciado. Hasta es capaz, incluso, de ponerles nombre de mujer. Cualquier empresa que uno aprecia u objeto que uno diviniza es susceptible de llevar la propia ánima. ¿Cuántas mujeres (ellas siempre entienden mejor estas cosas que los hombres) se ven obligadas a esperar, en silencio, mientras sus maridos transforman en misterio y fetiche algo que ellas han comprendido en un instante? Hasta el hombre más inteligente está sujeto a la seducción del ánima de la vida; en cambio las mujeres la ven de inmediato. A su vez, la mujer también está sujeta a su magia interior por su animosidad, pero esto ya es tema para otro libro. Como si el ánima no tuviera ya suficiente misterio, por lo general se presenta de doble forma en la vida del hombre. Este hecho parece tan indeleble que deja una huella en el comportamiento del hombre siempre que aparece el ánima. Las dos figuras del ánima por lo general representan el lado claro y el oscuro de la capacidad del hombre para apreciar la feminidad. El ánima etérea suele ser idealista, elevada, noble, ascética; el ánima oscura es errabunda, ilícita, tremendamente sensual y caótica. La forma en que se manifiesta la naturaleza dual del ánima puede ser tan sencilla como el joven que primero sale con una rubia y después con una morena en su exploración del misterio del ánima; o quizás sea la tragedia implícita de Tristán, incapaz de relacionarse con ninguna de las dos Isoldas -angelical una, muy humana la otra- de su vida sin contaminar a la otra. La doble ánima es uno de los puntos que produce mayor sufrimiento en la vida del hombre, y nuestro mundo moderno está lejos de encontrarle una solución. Varias culturas han adoptado distintas actitudes con respecto a la doble ánima. En algunas se autorizan varias esposas; en otras, se pueden tener concubinas; en otras, se permiten una esposa Y una amante. Nuestra posición oficial es casarse una vez y, por pura disciplina, no hacer caso de las demás posibilidades del ánima que hay en la vida, o también puede uno casarse varias veces, o ... Las posibilidades son infinitas, pero ninguna parece demasiado satisfactoria. Si uno aplica su mejor disciplina en este tema, es probable que el ánima que no haya vivido languidezca y se vuelva negativa o muera y deje al hombre exánime en mitad de su vida. O si uno sigue la tendencia actual y deja que el ánima le dirija la vida sin imponerle ninguna disciplina, es probable que caiga en el caos que tanto

abunda en las relaciones hoy día. Una solución ideal consiste en casarse con una mujer que posea una de las imágenes del ánima del hombre y dedicar la otra a un arte o a alguna empresa creativa en su vida exterior. Una de las grandes misiones culturales que debemos enfrentar en esta época es encontrarle una solución creativa a la doble ánima del hombre. Un cuento africano describe la doble ánima con una claridad sorprendente. Narra la historia de un padre que le advierte a su joven hijo que la mujer celestial vendrá una noche y querrá acostarse a su lado. El padre describe la belleza y el poder de seducción de esta visión celestial, y le dice que amanecerá muerto si accede al ofrecimiento de la mujer celestial. El padre parece cada vez más preocupado por el riesgo que corre su hijo (quizá conoció a la mujer celestial cuando era más joven) y decide trasladarse a otro pueblo para que ella no pueda encontrar al joven. Pero en ausencia de los padres, una noche llega la, mujer celestial y le dice al hijo que quiere acostarse a su lado. A pesar de todas las advertencias, el hijo queda tan impresionado por la belleza de la doncella que acepta dejarla acostarse a su lado durante la noche. Pero a la mañana siguiente el hijo está muerto, y la mujer celestial se horroriza porque no era su intención causarle ningún daño. Va a ver enseguida a un viejo chamán que vive por allí y le pide ayuda. Viene el chamán y, al cabo de un tiempo, enciende una gran hoguera y echa una lagartija en la parte más ardiente. Dice que le devolverá la vida la persona que ame tanto al joven muerto como para atreverse a entrar en la hoguera. Lo intenta la mujer celestial pero fracasa; la madre del joven fracasa también, al igual que su padre. El fuego quema mucho. Entonces viene una joven sencilla del pueblo que amaba al joven en secreto; entra en la hoguera y rescata la lagartija. Su amor humano, común y corriente tiene la facultad de salvar al joven. El muchacho despierta y uno espera que la historia acabe aquí, con tanta dicha. Pero todavía falta un episodio. En medio de los festejos, el viejo chamán comunica al pueblo que hay que tomar una decisión más. Vuelve a encender la hoguera, echa la lagartija en medio de las llamas y le dice al joven que tiene que tomar una decisión. Si rescata la lagartija del fuego (y ahora tiene poder para hacerlo), la joven vivirá y su madre morirá. Pero si deja la lagartija en el fuego, entonces morirá la joven y vivirá su madre. La historia no dice cuál fue la decisión del joven, sino que deja el momento del sacrificio para que cada hombre lo decida en su propia vida. La historia tiene mucho poder y habla de la doble ánima del hombre con total claridad. La mujer celestial es su ánima etérea; la muchacha sencilla es su capacidad humana Y terrenal para relacionarse. La visión celestial incapacita al joven para llevar una vida común, y sólo se salva mediante la capacidad terrenal de relación que representa la joven. Pero después todo esto vuelve a la madre, y él tiene que elegir entre su madre y su ánima humana (la capacidad de crear). Si decide salvar a su madre, sacrificando a la joven, será un posible candidato a chamán en la generación siguiente. Si sacrifica a su madre y salva a la joven, adquiere la capacidad de llevar una vida humana ordinaria. Si no se decide, lo pierde todo. Más adelante en su vida, será capaz de recuperar lo que haya sacrificado en esta etapa tan temprana si construye una vida consciente que encuentra el lugar y el nivel adecuados para todos estos elementos. Todos

los jóvenes se encuentran con estas elecciones y experiencias, que se les presentan a cada uno en el lenguaje particular de su propia vida.

LA ESPOSA

Después de intentar comprender la magnitud del ánima, es un alivio encontrar a una mujer de carne y hueso. La esposa se caracteriza por ser humana. Tiene una personalidad propia, frescura humana, tiene peso y sustancia, y es capaz de brindar compañía humana, lo cual no es característico de ninguna otra entidad femenina. A lo largo de la prolongada historia del matrimonio, los hombres han tratado a sus esposas de muy diversas maneras. Ella ha sido esclava, servil, animal de carga, compañera, heroína, diosa, objeto sexual. Parece que él ha sido capaz de miles de imposiciones pero, por extraño que parezca, incapaz de veda como lo que realmente es: un ser humano. Relacionarse con la esposa como ese ser humano concreto que constituye su esencia es, probablemente, el mejor cumplido que se le puede ofrecer a ella. Cientos de veces le he dicho a un hombre: «Ve a casa y escucha a tu mujer durante media hora, y sabrás cómo es en realidad.» Si lo hace, ese hombre se llevará una gran sorpresa... La peor contaminación posible de niveles surge en la relación con la propia esposa y es probable que lo peor de nuestra estructura neurótica recaiga sobre ella. Más adelante nos ocuparemos de examinar estas contaminaciones, pero se ha de decir en esta descripción que el hombre realiza las peores superposiciones o contaminaciones con la actitud que tiene frente a su esposa. Pocas esposas se sienten reconocidas como la persona que son en realidad. Todas las culturas tradicionales han establecido formas y estructuras específicas para relacionarse con la propia esposa. Esos pueblos de sabiduría sencilla han comprendido que la relación entre esposos está sujeta a complicaciones que no puede soportar, de modo que la contienen dentro de una forma estricta para protegerla. Pero los cambios que se han producido últimamente en el terreno de la libertad han hecho peligrar mucho esta relación, Y tendremos que volver a definida con sumo cuidado.

LA HIJA

La relación con una hija es una relación muy humana y básicamente sencilla si se establece correctamente. Cuidado, seguridad, alimentación, iniciación al mundo humano son los dones de un padre a su hija. Será afortunada aquella hija que llegue a la edad adulta con una sensación de seguridad como regalo de su padre. La inocencia es el derecho de la hija en presencia de su padre. Cuando ella

está lista para ocupar su lugar en el mundo de los adultos, es costumbre que el padre la entregue al hombre que la llevará a una relación adulta. Ahora todo esto nos parece arcaico e ingenuo, pero no es una mala representación de esta relación. Nos hemos actualizado y nos burlamos de algo tan sencillo; las mujeres modernas no quieren ser «entregadas» por un hombre a otro, pero merece la pena conservar parte de esta estructura. No cabe duda de que el hombre entrega a su hija a otra etapa de su vida cuando ella se va de casa. A lo mejor a un esposo, a una carrera, a su propia independencia, o a la individualidad a la que tiene derecho. En todo caso, la fuerza y la seguridad del padre como regalo de despedida es uno de los dones más importantes que puede recibir una hija. Conviene que la sencillez rija el intercambio entre padre e hija. Se corre un gran peligro cuando el padre atraviesa los límites y conduce a su hija hacia otros ámbitos de su feminidad. La relación padre-hija conserva su frescura y su naturalidad si él ha experimentado los demás aspectos de su propia feminidad en el nivel adecuado.

SOFÍA

Sofía es una profundidad de la feminidad que no suele experimentar el hombre. Sólo aquellos que han ganado el derecho a la profundidad tienen acceso a esta diosa que es amplia e impersonal y lleva siempre una aureola de antigüedad en tomo a ella. Es portadora de la luminae natura, esa sabiduría específica que sólo se encuentra en representación terrestre o lunar. El sol proporciona la luz y la sabiduría masculina solar, pero la luna o la lámpara que se alimenta con el aceite de la tierra brinda la luz suave, humana y cálida de Sofía. Ella es la suma de todas las virtudes femeninas y sólo se aparece al hombre que es capaz de realizar semejante síntesis sin contaminadas, convirtiéndolas en una masa informe. Cuando el hombre llega a ese momento de su vida en la que se le exige síntesis, puede depender del genio de Sofía. La alquimia -la casa del tesoro de la intuición psicológica que a menudo se confunde con los primeros experimentos químicos- investiga los pasos de la síntesis en el lenguaje poético. Lo primero que uno encuentra es nigredo, la oscuridad, la depresión, la desesperación en la vida. Una vez superado este paso, llega albedo, la luz y la exaltación de la vida. Después encuentra rubedo, el rubor o enrojecimiento de la vida, que es la pasión, los logros, lo sanguíneo. Por último está el citrino, lo dorado de la vida, que es la intuición, el ascetismo, la sabiduría y la inspiración. Cuando ha superado las cuatro etapas, tiene derecho a la cola del pavo real, que posee todos los colores que se complementan entre sí en un patrón sublime. Si lo hace mal, obtiene un tono pardo lodoso, que es la mezcla de todos los colores del arco iris. Si lo hace bien, obtiene como recompensa el esplendor de la vida. Sofía es la que gobierna su «rectitud». Sofía es la reconciliadora, la que suaviza los bordes ásperos de la forma y

la diferenciación masculinas y les otorga un toque humano y terrenal. Contiene suficiente sombra y oscuridad en sí misma para suavizar ligeramente las asperezas de la masculinidad. Las cosas adquieren una posibilidad terrenal bajo su luz y se pueden vivir. Zeus por sí mismo, con su esplendor solar, no se puede soportar; pero mediante la suavidad de Sofía, el Olimpo adquiere su verdadera gloria. El conocimiento por sí mismo es demasiado crudo para que el hombre lo pueda soportar; la feminidad lunar por sí misma resulta demasiado difusa e imprecisa. Pero Sofía, con su sabiduría intemporal, encuentra una luz que no es demasiado cruda y proporciona una conciencia que se adecua maravillosamente a la vida humana.

LA HETAIRA

Hetaira es un palabra de origen griego que designa a un tipo determinado de mujer -o un aspecto de todas las mujeres- que es compañera, colega intelectual, portadora de gracia y belleza, fuente de inspiración. Todas las mujeres poseen esta capacidad por naturaleza, y en algunas es tan fuerte que domina la estructura de su personalidad. No es menos poderosa para nosotros en nuestra época actual, aunque prácticamente no tenemos términos adecuados para designada y apenas distinguimos este aspecto poderoso de la mujer. En la Grecia antigua, cuando celebraban una fiesta se invitaban o contrataban hetairas para aportar la gracia y la belleza que sólo poseen estas mujeres. Solían ser cultivadas, capaces de conversar sobre muchos temas oportunos, hábiles para llevar un encanto particular a cualquier reunión, que es uno de los aportes más valiosos que puede hacer alguien a un grupo. Inmaculadas en el vestir, versadas en gracia y cortesía, eran portadoras de placer y calidez. N o eran nunca prostitutas, y nadie se atrevía a tocar siquiera a una hetaira, como no lo haría con una reina. Eran la feminidad elevada al grado máximo de dignidad y gracia. Jamás olvidaré a una mujer que se acercó a mí bañada en lágrimas después de una conferencia sobre tipología femenina, sollozando de gratitud: «No soy una mujer de mala vida», me dijo, «¡soy una hetaira!» Nuestra falta de diferenciación y nuestra pobreza idiomática en el campo de los sentimientos habían hecho que se forjara una mala imagen de sí misma, cuando en realidad era capaz de algunas de las expresiones más delicadas que conoce el hombre. Muchas mujeres que tienen la capacidad de la hetaira muy desarrollada llevan una vida terrible, tanto porque se desprecian a sí mismas como por la imagen que tienen ante los demás. No contamos con formas de expresar la cualidad de hetaira, de modo que, o se siente culpable y vive encubierta o perece bajo la pesada mano de la represión. Las hetairas a menudo se sienten utilizadas y consideran que no se presta ninguna atención a su vida personal. Por lo general no se casan, ya que una de las características de esta condición es su impersonalidad, que no propicia relaciones ordinarias ni familiares. Es bastante frecuente que la hetaira llegue al fin de sus días sin haber cumplido las tareas femeninas ordinarias. «Me

siento como un limón exprimido», comentaba una mujer. Su cualidad de hetaira le otorga el máximo valor para los demás, pero también pone en peligro su vida personal femenina. En Japón sobreviven las geishas, que dan forma a las hetairas en esa cultura elegante. Lamentablemente, la geisha ha perdido gran parte de su dignidad en el Japón moderno y se la suele concebir como una prostituta de lujo. Sin embargo, tiene sus orígenes en la graciosa cualidad de las hetairas que se nombraban y se honraban en la Grecia antigua. No existe ninguna forma occidental de estas mujeres, que yo sepa. Conocí a una mujer hace años que era una hetaira por naturaleza. De vez en cuando acudía a su piso modesto simplemente para disfrutar de la gracia que era capaz de brindar. El cuidado mobiliario de sus habitaciones hablaba de dignidad, y su forma de ser extraía lo mejor de mí mismo. Una taza de té preparada por sus manos era la mitología en acción. Mi inteligencia brotaba ante ella, y sabía cosas que no sabía antes de entrar en su aureola. Manifestaba ideas que se me acababan de ocurrir, inspiradas por su presencia; entonces ella alzaba una ceja y decía: «¡Oh!» Y esto aumentaba mi inspiración y se me ocurrían más ideas brillantes. Entonces ella alzaba la otra ceja y daba validez a lo que acababa de decir. ¡Era el séptimo cielo! Sería fácil afirmar que esto era una aventura amorosa encubierta bajo la apariencia de té con pastas, pero creo que la relación era lo bastante peculiar como para merecer su propia terminología. Los griegos opinaban lo mismo y daban a estas mujeres el nombre glorioso de hetairas. Los japoneses las honran llamándolas geishas. Nosotros las ignoramos y nos perdemos uno de los valores femeninos más preciosos para el hombre.

LA AMISTAD

Es extraño que la amistad entre el hombre y la mujer cree ciertas dificultades inesperadas. A simple vista, uno diría que la amistad es algo sencillo, sin complicaciones, una especie de refugio natural, cálido y seguro. Pero sólo es posible la amistad entre un hombre y una mujer cuando son maduras las relaciones anteriores entre el hambre y la feminidad. De lo contrario, seguro que el hombre cae en alguna de las formas más primitivas de relación con una mujer, y la amistad resulta uno de esos intercambios primitivos disimulados. Sólo un hombre maduro puede ser amigo de una mujer. Cuando él posee esa madurez, es posible que exista un intercambio suave y delicado con una mujer. Algunos de los momentos más encantadores en la vida de uno transcurren en este ámbito. Dentro de la estructura de la amistad, es posible que entre un hombre y una mujer haya gracia, dignidad, belleza y

tranquilidad, en un grado rara vez igualable en ninguna otra dimensión de la vida. Son afortunadas las personas que conocen este tipo de relación. Para la amistad es imprescindible el ocio. Una forma cultural tan delicada no logra sobrevivir sin el tiempo ni el ocio que son sus elementos vitales. Me encanta esa costumbre que tienen en las Indias Orientales de permanecer junto a alguien en silencio, probablemente un paso más atrás, cuando uno desea entablar amistad con esa persona. Silencio, espera, tiempo, respeto por el espacio del otro: estos son los ingredientes de la amistad. La cultura china tiene una manera muy delicada de referirse a la amistad: según un proverbio, la mejor taza de té entre amigos es la quinta. En la antigua China, el té se preparaba simplemente echando agua caliente sobre unas hojitas sueltas de té en una taza. La explicación del proverbio es que, cuando se encuentran los amigos, que vienen tensos y atareados del mundo exterior, beben la primera taza de prisa y sin demasiada gracia. Cuando se echa agua por segunda vez, hace falta un poco más de tiempo para obtener la infusión, que entonces queda mejor. La tercera taza requiere más tiempo. Para la quinta hay que esperar bastante hasta que la infusión tenga la fuerza deseada. Esta quinta taza se convierte en símbolo de la amistad en su nivel óptimo. Hasta un chino introvertido precisa del lento transcurrir del tiempo, medido en tazas de té, para definir la amistad más íntima. Tal vez sea una sutil alusión china a otra dimensión mediante el símbolo de la quinta taza de té; la palabra «quintaesencia», que significa lo más puro, fino y acendrado de alguna cosa, deriva de «quinta esencia». La totalidad requiere tiempo.

LAS RELACIONES HOMOERÓTICAS

En el primer paso que damos dentro del terreno nebuloso de las relaciones homoeróticas, nos encontramos con el obstáculo de la falta de terminología. Hemos de improvisar y desarrollar nuestro propio lenguaje, ya que se trata de terreno desconocido. No hay otro ámbito en el cual el inglés resulte más torpe e inadecuado que para referirse a la capacidad de relacionarse, que es una facultad de la feminidad. No me extraña que las relaciones nos hagan sufrir tanto, y que seamos el pueblo más solitario de la historia. La palabra «homoerótico» deriva del dios griego Eros. Lo importante de esta derivación es que Eros apuntaba sus flechas al corazón de sus víctimas, y no a sus genitales. De modo que en este análisis vamos a utilizar la palabra «homoerótico» al margen de la relación sexual. Se llama homosexualidad la conexión puramente sexual entre dos personas del mismo sexo. La capacidad homoerótica del hombre es el arte de relacionarse con la polaridad opuesta, la feminidad de otro hombre. Puede haber un intercambio concreto de sentimientos entre dos hombres con características únicas que no se encuentra en ninguna otra relación. Una proximidad que no depende de la

sexualidad es uno de los aspectos más tiernos y sutiles de la relación. En nuestra cultura se tiende a poner esto bajo el mismo rótulo que la homosexualidad; pero esta proximidad es lo bastante concreta como para merecer su propia terminología; sin embargo, habrá que inventar o recuperar esta terminología puesto que la relación homoerótica no ocupa un puesto oficial en nuestra sociedad. Este vacío se ha llenado en parte con expresiones familiares que se emplean para designar nuestros afectos homoeróticos, como «compinche», «amigote» o «colega». En los vestuarios se hacen burlas en tomo al afecto y la camaradería que se alejan rápidamente de todo lo que se asemeje a la homosexualidad. Cada hombre se abre su propio camino a través de los campos minados de la expresión verbal de los sentimiento y comparte su tiempo y sus afectos con algún compinche, procurando no tropezar con los tabúes de nuestra lengua, tan pobre en sentimientos. Los sentimientos entre hombres se suelen disimular con golpes, una forma de hablar brusca, baladronadas, fanfarronerías y un aire informal. Pero, ¿qué hay debajo de ese poderoso intercambio de hombre a hombre, o de mujer a mujer? Una posibilidad lingüística consiste en considerarlo una subdivisión de la homosexualidad y agruparlo con aquellas características que ahora reciben tanta publicidad. Pero pienso que la capacidad homoerótica es una entidad válida por derecho propio y que merece su propia terminología y diferenciación. El mejor regalo que me hizo India fue que me abrió un mundo vívido y colorido de capacidades homoeróticas que irrumpieron en mi vida como una revelación. Fue una gran alegría encontrar calor y devoción y sensibilidad de una manera tan estable. Comprobé que las relaciones de los hombres entre sí y de las mujeres entre sí brindan calidez y estabilidad a la vida hindú. Enseguida me di cuenta de que gran parte de su felicidad deriva de esta capacidad. Observé con envidia que mis amigos hindúes cosechaban todo un mundo de seguridad, felicidad y placer de sus relaciones con otros hombres. Eran sencillos, espontáneos, cálidos y seguros de una manera que yo no había presenciado jamás. Encontré una mina de oro de relaciones que nunca había conocido. Con gran placer, descubrí que poseía esta capacidad y que era capaz de encajar en esa forma de vida en cuanto lograba erradicar mi temor colectivo occidental con respecto al mundo homoerótico. Poco después de mi primer viaje a India tuve un sueño en el cual aparecía la reina Victoria como un tronco de árbol marchito que yo arrancaba con una pala mecánica. Enseguida me di cuenta de que todos tenemos una capacidad innata para las relaciones homoeróticas y que nos hemos perdido un aspecto rico de la vida en este mundo occidental. Sin duda, hemos vendido nuestro derecho natural -desde el punto de vista de los sentimientos- por un plato de lentejas. Hemos conseguido mucho a cambio, a lo que no quiero renunciar, pero esa ganancia nos ha costado parte del tesoro interior que significan las relaciones con individuos de nuestro mismo sexo. Según el modo de vida hindú, un joven se casa dos veces en la vida:

primero con su mejor amigo y después con su esposa. Siento un impulso casi irresistible de dejar de lado este tema y seguir adelante, porque me falta vocabulario para referirme a él ¿He dicho casarse? ¿Con un hombre? Nuestras estructuras semánticas nos impiden pensar algo así. Entonces, ¿qué formas verbales podemos utilizar? No hay ninguna, y así nos privan de uno de los intercambios más cálidos y fortalecedores que puede tener el hombre. Un joven hindú suele tener un amigo durante su infancia, y la comunidad acepta y honra esta amistad. Si uno de ellos tiene dificultades, el otro se dedica automáticamente a buscar a su amigo o a ocuparse de él si uno de ellos comete algún acto deshonesto, la deshonra afecta enseguida al otro. Existe una identidad o un lazo auténtico entre ambos que dura toda la vida. Se trata de un vínculo muy profundo, que implica muchas facetas de la relación que no suelen ser conocidas en el mundo occidental. Se encuentran puntos de comparación en las costumbres tribales de los indios americanos. Alrededor de los dieciséis años, casan al joven con una mujer de su misma edad, y este segundo matrimonio, al igual que el anterior, crea lazos para toda la vida. Un amigo mío hindú se casó, con más años de lo habitual, y postergó la ceremonia hasta que pude estar presente. Me había nombrado su compañero (no encuentro la terminología adecuada para designar una cosa así) y, naturalmente, me hizo vivir la profunda experiencia de la ceremonia matrimonial. Dos años después, volví a India a visitar a mi amigo y a conocer a su primer hijo. Muchas personas destacaban el hecho de que el niño tenía la piel más clara que sus padres, pero enseguida encontraron una explicación: «Es la influencia de Robert.» Son pocos los occidentales que no se sentirían incómodos ante un chiste de mal gusto como podría ser éste, pero a ningún hindú tradicionalista le cuesta aceptar el hecho de que mi vida estaba unida para siempre a la de mi amigo. Mi billetera era algo que nos pertenecía a los dos, mis necesidades eran suyas también, teníamos muchas actitudes comunes (aunque esto me costó un poco, puesto que he tenido una educación mucho más individualista que la suya), y se deducía sin lugar a dudas que mi piel clara formaba parte de nuestro carácter mutuo. Quisiera saber si mis amigos americanos hablan de lo mismo cuando comentan el efecto que ha tenido India sobre mí. ¿Y qué ocurre con el compinche cuando un hombre se casa y tiene una familia? Pues que su compinche pasa por una experiencia semejante, y los dos se ayudan y se acompañan entre sí en todos los aspectos de la vida. Uno pasa gran parte del tiempo con su amigo y dispone de un tipo determinado de afecto y camaradería que es sumamente estable. A menudo me he quedado sorprendido al comprobar la seguridad que existe en la vida hindú cuando uno se encuentra fortalecido por ambos lados de su naturaleza. Uno cuenta con su amigo y con su esposa para que le ayuden a superar la vulnerabilidad de la vida; esto es algo de lo que lamentablemente carecemos en Occidente. Las mujeres hindúes establecen el mismo tipo de vínculos y cuentan con la misma fuerza que las respalda.

Existen paralelismos en el mundo occidental para esta capacidad tan especial que tienen los hindúes para la relación homoerótica, pero hemos de retroceder muchos años en la historia para encontrar ejemplos adecuados. En el Antiguo Testamento se encuentran numerosos ejemplos de parejas de amigos muy estables y estrechas, como David y Jonatán, Jesucristo y san Juan Evangelista. En la tribu de los «pies negros», encontramos un ejemplo amerindio de tipo homoerótico: Había otro tipo de relación, incluso más estrecha, entre muchachos de la misma pandilla, que se hacían compañeros. Dos niños, más o menos de la misma edad, llegaban a ser grandes compañeros: jugaban juntos de niños, se ayudaban mutuamente para cortejar a las chicas, iban juntos a la guerra y se aconsejaban y se asistían el uno al otro cuando hacía falta. Si uno de ellos caía herido en la batalla, su compañero arriesgaba la vida para ponerle a salvo y permanecía a su lado hasta que el herido era enviado a su casa. En muchos casos, la amistad estrecha y la colaboración mutua continuaban durante el resto de sus vidas. Géminis o los Gemelos son un ejemplo griego de los estrechos lazos que se establecen entre dos hombres. Cuenta la leyenda que Zeus cortejaba a Leda y que el dios adoptó la forma de un cisne y se presentó así ante ella. La fecundó la misma noche en que ella concibió con su esposo mortal. Leda dio a luz dos parejas de gemelos idénticos que después recibieron el nombre de Dióscoros. Los hijos de Zeus, fueron Pólux y Clitemnestra; la otra pareja, de padre humano, fueron Cástor y Helena. Cástor y Pólux vivieron juntos numerosas aventuras heroicas como compañeros inseparables hasta que mataron a Cástor, que era mortal. Con la pérdida de su amigo, Pólux quedó desolado y se negó a realizar ninguna actividad en el mundo. Zeus le ofreció la inmortalidad, por ser su hijo, pero Pólux la rechazó puesto que no podía vivir sin su compañero humano, Cástor. Entonces Zeus les permitió vivir alternando un día entre los dioses y otro en los infiernos. Pero esta solución resultó tan dolorosa que al final Zeus les concedió a ambos la inmortalidad por el afecto mutuo que se tenían y los envió al cielo como Géminis o los Gemelos. Allí se abrazan para siempre, para que los humanos recuerden la nobleza de la capacidad homoerótica. Así es la estrecha relación entre dos individuos del mismo sexo vista desde la perspectiva griega. Son compañeros constantes desde el principio de la infancia y representan la combinación de lo divino y lo humano en todas las relaciones de este tipo. Gran parte de la nobleza de la personalidad humana se desarrolla según la matriz de estas relaciones. El hombre puede descubrir lo mejor de sí en este intercambio, en el cual lo humano y lo divino se informan mutuamente en una simbiosis fuerte y creativa.

SEGUNDA PARTE LA CONTAMINACIÓN DE LOS ELEMENTOS FEMENINOS

Aunque cada encuentro con la feminidad sea correcto y fructífero, combinar las distintas formas de feminidad le plantea al hombre más dificultades que ningún otro elemento de su vida. Ahora nos proponemos analizar lo que sucede cuando estas formas femeninas, estupendas todas cuando están separadas, se vuelven oscuras y problemáticas cuando se mezclan de forma indiscriminada. Ciertamente, es probable que un hombre tenga que experimentar todas estas formas, pero no hace falta que luche con ellas en la mezcolanza que sufren la mayoría de los hombres. Vamos a analizar cada una de las contaminaciones que se producen con frecuencia en la vida del hombre moderno. Estas contaminaciones tienen consecuencias muy graves, y la información para evitarlas es vital para todos los hombres.

LA MADRE COMBINADA CON OTRAS FORMAS FEMENINAS

Las contaminaciones de la propia imagen materna Con otros elementos femeninos (tanto internos como externos) son las más difíciles de resolver. La peor de todas es la superposición de la madre y el complejo materno. Son muy pocos los hombres que no han mezclado a su madre con su complejo materno en un lío espantoso. Es algo tan habitual que casi forma parte de la experiencia de todos los jóvenes. Basta echar una mirada superficial al tema para descubrir la principal dificultad que existe en la superposición de estos dos elementos. Que uno es externo: el ser humano concreto que es la madre; y el otro, interno: lo que empuja hacia atrás, el derrotismo y la tendencia regresiva que hay dentro de cada uno. El hombre que los mezcla seguro que culpa a su madre por esa lucha interna -la mitológica batalla contra el dragón- que se libra en su mundo interior durante la adolescencia y la primera juventud. Cuando se produce esta mezcolanza, estallan amargas batallas entre madre e hijo por cualquier motivo. Seguro que él acusa a su madre de interferir en su vida, y apenas un momento después se queja de que no ha hecho algo por él. El joven debe luchar contra su dragón (su complejo materno) si quiere desprenderse del jardín del Edén de su juventud y convertirse en un hombre. Las sociedades primitivas tienen complejas ceremonias de iniciación a la pubertad para colaborar con el joven en este sentido.

Siempre excluyen a las mujeres, sobre todo a la madre, porque ella le recordaría el paraíso al que tiene que renunciar para ingresar en el mundo de los adultos. Las ceremonias de la pubertad representan el acto específico de salir del mundo materno, sobre todo del complejo materno, e ingresar en el mundo de los hombres adultos. No tiene que estar presente ningún elemento que le recuerde al niño que se convierte en hombre el mundo que está dejando atrás. En nuestra cultura, el joven casi siempre lucha contra su madre (o su sustituta) en lugar de luchar contra su dragón interior. He participado en algunas conversaciones maravillosas entre madre e hijo en las cuales hemos explorado la diferencia entre matar al dragón y acusar a la madre. Cuando uno tiene claro por qué lucha, la batalla resulta mucho más sencilla. Uno puede matar al dragón sin ser brutal con su madre. Por lo general, es cierto que el joven no puede ser atento con su madre (o con el mundo de las madres, dondequiera que este se encuentre) hasta que no haya concluido su batalla contra el dragón. Es decir que uno no puede hacer las paces con su madre (por santa que sea) hasta que ya no proyecte en ella su complejo materno. En nuestra cultura, muchos hombres permanecen sujetos a esta contaminación y luchan constantemente contra alguna madre. ¡Y qué variedad de formas puede tener! La propia madre no es más que la primera de una larga lista. La pobre camarera del restaurante que despierta la ira del hombre por traerle un plato que no ha pedido, la gerente del despacho, la oficial de policía de tráfico, el Partido Republicano, y la madre bajo otros mil disfraces y apariencias que provocan la furia del hombre que no ha establecido la diferenciación entre complejo interno y forma externa. En una ocasión dijo el doctor Jung que cualquier paciente que acuda al psiquiatra tiene veintiuno o cuarenta y cinco años, sea cual fuere su edad cronológica. La entrada a la vida -la batalla contra el dragón de los veintiún años- ocupa la primera parte de la vida del hombre. La renuncia a la vida material y la preparación para la vida espiritual es la misión de los cuarenta y cinco años, que le ocupa en la última etapa de su vida. Estos dos momentos de transición son los más importantes en la evolución psicológica del individuo, y sin embargo no nos educan para superados. Una amiga me hizo notar que las únicas ceremonias de transición que quedan en nuestra cultura son la obtención del carnet de conductor a los dieciséis años" y cuando comenzamos a cobrar la jubilación, a los sesenta y cinco. Muy poca ayuda para la inmensa transición que representan estas dos etapas de la vida. En Estados Unidos está apareciendo una nueva variante que consiste en que al hombre le empiezan a chillar sus dos misiones desde el inconsciente cuando tiene cincuenta años. Si un hombre no ha superado la transición de los veintiún años, ésta le dominará durante el resto de su vida. Pero si además se superpone con la transición de los cuarenta y cinco, entonces se produce una mezcolanza casi insoluble. Procurará ser adolescente y hombre maduro al mismo tiempo. Un hombre no puede hacer el sacrificio necesario a los cuarenta

y cinco si no ha sujetado la vida con fuerza con las dos manos a los veintiuno. No se puede sacrificar lo que jamás se ha tenido. Basta con observar el rostro y la forma de vestir de cualquier hombre que pase por la calle para saber en qué punto se encuentra de estos ritos de iniciación. Un rostro de cincuenta años queda espantoso con un cuerpo vestido de adolescente. En un libro espléndido titulado The Hurnan Cycle, Colin Turnbull habla de su llegada a India, próximo ya a la treintena. Cuenta que cayó enfermo de malaria y llegó a una gurukula, una escuela tradicional india en el Himalaya que prepara a los jóvenes para la transición entre la niñez y la edad adulta. Los alumnos tenían catorce años. Puesto que Turnbull no había hecho nunca esta transición (porque ni las escuelas inglesas ni la Universidad de Cambridge le habían preparado para eso), volvió a comenzar y recapituló su temprana adolescencia en esta escuela india. El placer y la alegría de esta experiencia inundan cada página del libro. La mayoría de nosotros no tenemos la fortuna de caer en una gurukula en el Himalaya, sino que debemos superar esa larga batalla que se ilustra en todos nuestros mitos como el joven que libra una batalla contra el dragón y se convierte en hombre con muy poca ayuda de nuestras costumbres o convenciones modernas. Sucede a menudo que confundimos a nuestra propia madre, ese ser humano concreto, con el arquetipo materno, la generosidad de la naturaleza y la gran Cornucopia de todo lo bueno que tiene la vida. La persona que sufre esta confusión se pasa la vida comparando un hecho presente con «lo que hubiera hecho mi madre». Convierte la imagen de su madre -viva o muerta- en el punto de referencia de todas sus experiencias. Cita a su madre o la pone como ejemplo en numerosas ocasiones durante el resto de su vida. Ella le sirve como criterio para analizar todos los valores. ¿Acaso hay alguna esposa que no sufra si su marido le dice que su madre preparaba el pastel de manzana de otra manera? Confundir la madre con el ánima es un problema muy grave y, debido a la ambigüedad del ánima en la vida del hombre, se cometen muchos errores en este terreno. Cuando el hombre tiene una relación desequilibrada con su verdadera madre humana, es muy fácil que se contamine su ánima, esa feminidad interior dadora de vida, con las exigencias y las expectativas de su madre. Cuando un hombre tiene «hambre» de madre (un «hambre» que puede dominarle durante toda su vida si su madre no le ha tratado como una verdadera madre), la imagen de su madre puede aparecer en sus expectativas de vida en ámbitos inimaginables. Un hombre así a lo mejor se enfrenta a su madre bajo la forma de la universidad a la que asiste, la empresa en la que trabaja, la iglesia de la que es feligrés, el partido político con el que simpatiza, su país (solemos hablar de la madre patria; el alemán es la única lengua que conozco que habla del país natal como la tierra del padre), y de una palabra tan ubicua como «puta»,

que se le escapa al hombre cuando está enfadado porque algo no le ha salido como quería. Son todas contaminaciones de la imagen materna que se introducen por los rincones más remotos de la personalidad del hombre. La contaminación de madre y ánima es particularmente destructiva. Cuando un hombre sufre esta confusión, las características de su propia madre personal aparecerán impresas en cada sentimiento vivificador que experimente. El ánima no es exactamente sentimiento en la vida del hombre, aunque teniendo en cuenta la terminología insuficiente para estos temas, sentimiento es la palabra común más próxima que tenemos para aplicar a esta importante dimensión de la vida del hombre. Cuando por encima de cada uno de los valores del sentimiento en la vida de una persona se extiende su madre, significa que está herido de cuidado. La superposición madre-ánima dispone al hombre a buscar a su madre personal en cada empresa idealista o artística que se proponga. El ánima -la que otorga sentido y profundidad espiritual a la vida del hombrees el elemento más importante para su felicidad. Cuando un elemento de la psicología del hombre tan importante como éste está contaminado por una imagen personal de la madre, la mayor parte de su capacidad creativa queda incapacitada. La confusión de la madre con la esposa es tan frecuente que de ella se aprovechan los cómicos y caricaturistas del mundo entero. Pobre de la esposa que vive a la sombra de su suegra, si su esposo tiene una fuerte identificación con su madre. Vivir a la sombra de la persona de la madre de su esposo no sería tan difícil, pero si vive a la sombra de la imagen materna de su esposo, la vida se vuelve insoportable. Muchos hombres en realidad no se casan sino que encuentran una madre más joven, encarnada en su esposa. Cuando una mujer llora ante la perspectiva de la visita de su suegra, se puede tomar como un indicador del grado de identificación del marido con su madre. Es poco frecuente que el hombre confunda a su madre con su hija. En muy pocas familias el hombre le pide a su hija que actúe como una madre para él, aunque se han dado casos. Si la esposa ha muerto o está ausente, a veces el hombre le pide a una hija mayor que se comporte como si fuese su madre. En las familias inglesas tradicionales, a veces una hija permanece en el hogar para ocuparse del padre, si la madre ha muerto. Esto constituye una sentencia de muerte para la hija y la obliga a renunciar por completo a su propia vida femenina, si tiene que soportar esta carga. Tiene pocas probabilidades de casarse y se ejerce sobre ella una gran presión para que renuncie a su vida, ante el agobio de ser madre e hija al mismo tiempo. La madre y Sofía se mezclan con frecuencia. Es fácil que el hombre divinice a su madre y la trate como a Sofía. Si este es el caso, la madre se convierte en el criterio y la manifestación de toda la sabiduría por el resto de su vida. Esta situación se da sobre todo en hombres que han tenido una madre muy sabia o muy poderosa, cuyas ideas, impresiones y gustos dominarán su vida si él no ha conseguido diferenciar a su madre personal de la diosa de la

sabiduría. Suele ser una situación afortunada, aunque básicamente no resulta productiva puesto que la propia feminidad del hombre no tiene ocasión de expresarse. Tampoco dejará que ninguna mujer que entre en su vida tenga ninguna oportunidad para desarrollar su propia creatividad. La auténtica creación sólo surge de los resortes profundos de la propia feminidad de cada uno. Y hace falta que el hombre tenga las cosas claras en este sentido para que permita ser creativas a su esposa o a cualquier otra mujer que tenga cerca. Una buena madre ayuda al hombre en su camino, pero al final él debe dejarla de lado si quiere encontrar la fuente de su propia feminidad. Dios mediante, una madre inteligente lo sabe y colabora con su hijo en esta transición. Pobre del hombre cuya madre pretende reinar en su vida de forma permanente. La superposición de la madre y la amistad es afortunada cuando el hombre ha realizado el trabajo consciente necesario y es capaz de mantener una amistad con una mujer. Requiere la elaboración consciente más minuciosa pero es excelente cuando es de buena calidad. Abraham Lincoln hablaba de este tipo de relación con su madrastra, que desempeñó un papel muy profundo en su evolución. Hace falta un hombre inteligente y una madre también inteligente para ser amigos entre ellos.

LAS CONTAMINACIONES DEL COMPLEJO MATERNO

Las cualidades más sombrías aparecen en la vida del hombre en relación con su complejo materno. Aunque esta característica regresiva que reside en el fondo del corazón de todo hombre ya tiene su lugar, de ella surgen más dificultades que de ninguna otra porción de la vida interior del hombre. Buena parte de lo que en una discusión psicológica normal se considera complejo materno y se atribuye a la relación del hombre con su madre en realidad es su complejo materno interior. A menudo se echa la culpa a las madres por lo que de hecho corresponde al complejo materno del hombre. Puede que su madre haya contribuido a esta característica interior, pero no tiene nada que ver con la mujer verdadera que era su madre. El complejo materno es la tendencia regresiva en el hombre, el deseo de volver atrás y retroceder a una etapa previa de su evolución, en la cual se sentía seguro. No hay nada más peligroso para el hombre que un complejo materno sin resolver. Un hombre con un fuerte complejo materno tiene muchas probabilidades de acabar en los bajos fondos o en un centro de rehabilitación para alcohólicos o drogadictos. Vamos a analizar algunas de las posibles contaminaciones del complejo materno no resuelto. Ejemplos de hombres que sufren una mezcla del complejo materno con el arquetipo materno se encuentran por todas partes. Cuando la vitalidad esencial del hombre ha sido dañada o limitada, en general se debe a que el complejo materno -su exigencia regresiva- ha dominado a su arquetipo materno, el resorte vital de su existencia. Estas personas siempre se quejan de que la vida

no ha sido justa con ellas, o que las cosas no les salen bien, o que las circunstancias son desfavorables para ellas. Si lo observamos con atención, veremos que lo que sucede es que su deseo de fracasar supera a su deseo de vivir. Las víctimas del complejo materno son innumerables. La mezcla del complejo materno con el ánima es muy grave y bastante frecuente. Si un hombre proyecta en su ánima el carácter amortiguador de su complejo materno, no habrá creatividad ni brillo en su vida. Su ánima -esa cualidad interior luminosa y vivificadora queda sofocada bajo el peso de su voluntad de regresión y su pesimismo básico. Una vez más, la batalla contra el dragón para obtener la liberación es la única solución para una persona así. La mitología nos ofrece cantidad de historias en varios idiomas sobre el hombre que tiene que rescatar a una hermosa doncella que el dragón tiene cautiva para conquistada, casarse con ella, «ser felices y comer perdices». Este es el lenguaje mitológico que habla de liberar el ánima de las garras del complejo materno y ganar el derecho a seguir adelante con la vida. Buena parte del comportamiento fanfarrón y pendenciero del joven es el afloramiento de la batalla inconsciente entre su complejo materno y su ánima. Cuando un joven se ve obligado a actuar como Tarzán y hacer constantemente alarde de su fuerza o su capacidad, sin darse cuenta está informando al mundo de que está a merced de esa terrible batalla contra el dragón y que debe rescatar su individualidad del calabozo de su complejo materno. La mayoría de estas manifestaciones requieren tener como público una hermosa doncella que lo admire, lo cual equivale a decir en los términos más sencillos que tiene la esperanza de escapar de la oscuridad de su complejo materno e introducir esa energía en su ánima; ella animará su vida y le otorgará un lugar en el mundo masculino plenamente desarrollado. Lo que se juega en esta competición es la propia vida. Numerosos acontecimientos que tienen lugar en estadios son representativos de esta batalla primordial. Las corridas de toros en España, el fútbol americano, los partidos de fútbol en el resto del mundo, son todos arreglos en los que se asigna a un joven el papel de héroe, y él lucha contra el dragón. Tal vez sean símbolos poderosos de lo que deben hacer los hombres interiormente, pero deben abandonar el papel de espectadores antes de poder participar en sus propias batallas contra el dragón. Pobre de la familia en la cual el hombre ha fijado en la esposa su complejo materno sin resolver. La desdichada mujer no puede hacer nada bien. Cada movimiento la coloca en una situación embarazosa, y lucha contra el abrumador pesimismo y la destrucción de las inclinaciones regresivas de su marido. Son pocas las mujeres que resisten el peso destructivo de un hombre así; la mayoría abandona el matrimonio o se derrumba bajo la desesperación agobiante del clima familiar y se convierte en víctima del dragón. El dragón del complejo materno no sólo destruye al propio hombre sino también a cualquier mujer que tenga cerca. Una vez más, es la heroica batalla mitológica contra el dragón lo que

puede salvar al hombre de su oscuro destino. Mezclar el complejo materno con la hija no es una dificultad frecuente, pero si le ocurre a un hombre su hija llegará a la edad adulta llevando sobre sus hombros el gran peso de la desconfianza y los temores de su padre. Incorporará a su propia visión del mundo la actitud paterna hacia todo lo femenino, y tal vez le pesen la oscuridad y el pesimismo de la actitud desafortunada de su padre. Esto nos recuerda una frase de la Biblia: «Los pecados de un hombre caerán sobre la tercera y la cuarta generación». Si interpretamos la palabra «pecado»como la actitud desafortunada del hombre, el sentido de la frase bíblica no pierde actualidad. Un hombre con un complejo materno sin resolver apenas tendrá acceso a Sofía, la diosa de la sabiduría. Esa sublime visión filosófica de la vida que constituye un tesoro en la última parte de la vida del hombre quedará oscurecida por el pesimismo y el poder destructivo de su complejo materno. Ni siquiera la propia diosa de la sabiduría es capaz de resistir al efecto desintegrador del complejo materno. Se deduce sin necesidad de mucho análisis que la amistad con las mujeres resulta imposible en presencia de un complejo materno sin resolver. El placer, la alegría y la sensación de compañía que brinda la amistad no tiene ninguna oportunidad dentro del ambiente regresivo y destructivo del complejo materno. Uno tiene a menudo la sensación de que se ha perdido un gran potencial cuando se encuentran un hombre y una mujer si en el ambiente flota el complejo materno. Cuando se encuentran dos personas, le bastan al complejo materno unos pocos segundos para convertir una brillante posibilidad en un silencio incómodo. Entonces ambos comienzan a buscar una manera aceptable de salir de una situación tan tensa. En menos tiempo del que cabría suponer, el complejo materno puede negar lo que podría haber sido el feliz descubrimiento de dos personalidades. Sostiene el doctor Jung que un inconsciente contaminado se interpone entre dos personas, o en medio de un grupo, como una capa de niebla tóxica, interrumpiendo abruptamente toda creatividad.

LAS CONTAMINACIONES

Examinando el arquetipo materno uno encuentra tanta alegría y luminosidad que resulta difícil encontrar defectos en ninguna de sus combinaciones. Pero visto más de cerca, es evidente que las contaminaciones son tan graves en esta esfera de la vida como en cualquier otra. El arquetipo materno es oro puro por sí mismo; pero ese oro se niega y se vuelve inoperante cuando se confunde con otras cualidades de una manera que limite la divinidad del arquetipo materno. El hombre con frecuencia le pide al ánima que desempeñe para él el papel del arquetipo materno. Como ya hemos visto, el ánima está mejor cuando se

reserva para establecer el vínculo de conexión entre la personalidad y los aspectos profundos del inconsciente colectivo. Es ella quien nos convierte en poetas, adivinos e idealistas. Si un hombre introduce aquí algún rasgo materno -aunque sea un elemento dorado como el arquetipo materno- es probable que contamine sus facultades más creativas con alguna característica materna, y esta combinación no es fructífera. Se requiere la máxima diferenciación, algo que no se observa comúnmente en nuestra cultura, para mantener separada el ánima del arquetipo materno. Se dice que la Virgen María, la sublime portadora del arquetipo materno, es también nuestra madre espiritual. Al mismo tiempo, dicen que es el compendio de la belleza y la gracia de una joven, su ánima. Tal vez no sea una combinación desafortunada, pero creo que al hombre le convendrían más tanto el ánima como el arquetipo materno si los dos no se le superpusieran. No me olvido de un experimento que hice yo mismo hace años para clarificar más mi ánima-arquetipo materno. Aunque me educaron dentro de la iglesia protestante, siempre me atrajo mucho el simbolismo católico. En un momento crítico de mi vida, decidí abrir mi corazón a la Virgen María y ver si podía conectar con esa fuente de gracia y compasión. Elegí la iglesia católica más hermosa de Los Ángeles -réplica de un edificio espléndido que hay en Sevilla, famoso por sus maravillosas esculturas- y, en un momento de tranquilidad, busqué la exquisita estatua de la Virgen. No había nadie más en el edificio y yo estaba de rodillas, abriéndole mi corazón a la Virgen. Todo fue bien, hasta que me di cuenta de que el halo que le rodeaba la cabeza era un tubo de neón encendido. Esto destruyó mi confianza mística, de modo que salí del edificio y ya no volví a confiar mi alma a una imagen visible nunca más. Es posible que el hechizo se rompiera por alguna superposición de niveles, y que por eso no pudiera entregarme a esa expresión de fe. La combinación del arquetipo materno con la amistad ofrece ricas posibilidades. El hombre que sea capaz de ser amigo de una mujer y se haya ganado este derecho suele conseguir de su amiga gran parte de la belleza del arquetipo materno. Puede haber una corriente de gracia, belleza e intuición entre estas dos personas que resulta sumamente satisfactoria. Pero incluso así, se puede alegar que lo mejor sólo es posible si uno es consciente de los dos niveles de intercambio que se producen. India ofrece abundantes ejemplos de esta combinación de facultades. Allí existe la más tierna de las amistades entre un hombre y una mujer de más edad. Parece que en India el complejo materno no es tan fuerte y da cabida a relaciones maternales más constructivas. Allí el hombre recibe durante su infancia más cuidados matemos que en ninguna otra cultura que yo conozca, y llega a la edad adulta con el mínimo de negatividad procedente del complejo materno. Como el hombre indio tiene una mejor relación con el arquetipo materno que la que existe en nuestra cultura occidental, a menudo hay en su entorno alguna mujer que representa para él el arquetipo materno. Esta situación se convierte entonces en una fuente de fuerza e inspiración. La suele llamar «madre», y el ambiente de India contribuye a lo mejor de este intercambio.

Es bastante frecuente que un hombre superponga el arquetipo materno con su esposa. Cuando se trata de personas bastante sencillas, el matrimonio puede sobrevivir, pero en cualquier caso la proyección resulta bastante pesada para la mujer. No es tarea fácil ser la portadora de la generosidad de Dios para un hombre, y es demasiado para cualquier persona, salvo las más sencillas. Si un hombre le pide a su mujer que sea la portadora de esta generosidad y estas riquezas femeninas, en general le está pidiendo demasiado y ella huye de esta carga de una forma u otra. Conocí a una mujer cuyo marido quería que ella representara para él todo lo noble y lo elevado. Al cabo de dos o tres años de esta situación, ella tuvo una aventura con un malvado. A mí me comentó: «¡Así verá que no soy ninguna santa!» A nadie le agrada aparecer como un santo frente a los demás; aunque al principio parezca muy atractivo, al final se convierte en una carga insoportable.

LAS CONTAMINACIONES DEL ÁNIMA

Tradicionalmente, el hombre pasa un mes (se lo llama «luna de miel» porque la duración de la dulzura coincide con la de la lunación) de relación idílica con su esposa, de recién casados; después comienza el proceso real de descubrir que la esposa no es su ánima y que no representa exactamente sus expectativas de la mujer. Descubrir que la propia esposa no es el ánima de uno (¡incluso puede suceder que uno se haya casado con alguien totalmente contrario a sus propias expectativas!) marca el comienzo de la relación. Todo lo anterior era una proyección, a menos que ambos tuvieran una conciencia excepcional del delicado arte de la relación. Contaminar a la propia esposa con sus expectativas del ánima es un error bastante frecuente en nuestro mundo. ¿Qué mujer no ha tenido que comunicarle a su marido que es una persona, y no una representación de sus expectativas? Gran parte de la rebelión de la mujer en el siglo XX consiste en su rechazo instintivo a ser portadora del ánima masculina. Ser humana por sí misma -no sólo como portadora de las expectativas masculinas sobre las mujeres- es una de las grandes liberaciones de nuestro tiempo. Una de las consecuencias de este hecho es que el hombre debe aprender a aceptar su propio lado femenino y asumir la responsabilidad interior al respecto. Entonces, probablemente sólo entonces, verá a la mujer como la maravillosa criatura que ella es en realidad. El ánima y la hija forman una combinación tan explosiva que no se ha hablado mucho de ella hasta hace poco. Al desaparecer el tabú, un torrente de mujeres reconoció que sus padres habían abusado de ellas; física o psicológicamente, durante su infancia. El ánima masculina, sobre todo para los occidentales, con su habitual superposición dentro del ámbito sexual, no tiene absolutamente ningún motivo para proyectarse en una hija. Son pocas las

cosas que pueden destruir a una hija con tanta rapidez como la atención del ánima -criminal si es manifiesta, dañina cuando es sutil- por parte de su padre. Cuando una niña pequeña aprende con su padre las actitudes íntimas del cortejo sexual, le roban una imagen paterna y la introducen en una forma de vida incestuosa que resulta terriblemente perjudicial. ¿Qué dicen las estadísticas actuales sobre la cantidad de mujeres que fueron objeto de abusos sexuales por parte de sus padres durante la infancia? Las cifras son espeluznantes y hablan muy mal de nuestra falta de diferenciación sobre los aspectos femeninos del hombre. Ningún hombre con un conocimiento aunque más no sea rudimentario de los diversos elementos femeninos de su personalidad pondría el ánima en su hija. Pero este conocimiento es escaso, a juzgar por las estadísticas sobre los malos tratos a los niños. De todas las contaminaciones de que es capaz el ser humano, esta es una de las peores. La poesía mística se suele expresar en forma de lenguaje amoroso entre el penitente y la diosa de la sabiduría. Puede que sea legítimo equiparar el ánima con Sofía, pero el resultado sería mejor si el hombre tuviese muy clara la diferencia de niveles entre ambas. Al ser Sofía una diosa, no puede intimar con la estructura personal del hombre. Puesto que el hombre que se relaciona con Sofía se asocia con una diosa, ha de dejar atrás las dimensiones personales de su vida. Si incorpora su ánima a su relación con Sofía, contamina su visión celestial con cuestiones personales. La conexión celestial -el genio de Sofía- se rompe enseguida si el hombre la personaliza. Tomemos como ejemplo a un científico o un inventor muy inteligente que, con su ingenio, nos proporcionara algo de gran valor; Si se envaneciera o hinchara por ello, habría una contaminación de dos elementos dispares: el genio íntimo de su ser y sus exigencias más personales. Semelé, la madre de Dioniso, le pidió algo personal a su consorte, Zeus, y al instante fue incinerada por su error. Esta historia es un ejemplo perfecto de lo que le ocurre a un mortal cuando introduce elementos personales en el reino de lo divino. La contaminación del ánima con Sofía no es habitual en el hombre puesto que son pocos los que entran jamás en algún tipo de relación con los elementos celestiales. Pero si alguien es lo bastante inteligente como para establecer contacto con los dioses y las diosas, debe usar su sabiduría para evitar esta contaminación. Muchas de las historias oscuras sobre hombres muy inteligentes que utilizan su capacidad de forma estúpida son nuevas versiones de esta historia tan antigua en nuestro lenguaje moderno. La amistad entre un hombre y una mujer es uno de los intercambios más satisfactorios que podemos lograr. Una relación amable, respetuosa e inteligente entre ambos reúne lo mejor de cada uno, y esto puede producir una simbiosis espiritual tan intensa como su relación física potencial. Pero el hombre suele estropear la posibilidad de amistad con una mujer al introducir su ánima en la relación, transformándola en cortejo.

Siempre que una mujer ve a un hombre como a un posible amigo, le da miedo que la relación acabe en cortejo o violación. Teme invertir su mejor feminidad en una nueva amistad, puesto que nuestro idioma y nuestras costumbres hacen una diferenciación inadecuada entre las diversas posibilidades femeninas que contiene el hombre. ¿Está coqueteando, cortejando o dominando? ¿O es capaz de la amistad que le brindaría a ella un compañero seguro? La mujer se sentiría mucho más tranquila si supiera que el hombre tiene bien claras todas estas posibilidades. Pero en nuestra cultura suelen estar mezcladas con tanta confusión que ella no está segura de lo que le cabe esperar del hombre. La ofrenda de una auténtica amistad entre un hombre y una mujer produce una gran felicidad. Pero la confusión de diversos elementos, aunque la mayoría sean buenos cuando se toman por separado, produce grandes sufrimientos.

LAS CONTAMINACIONES DE LA ESPOSA

La esposa y la hija es la misma contaminación tremenda que el ánima y la hija, aunque empeorada por el hecho de que es más fácil de exteriorizar. Uno de los peores tabúes en cualquier sociedad se refiere al hombre que convierte a su hija en su esposa. Como ya hemos dicho esta contaminación produce, inevitablemente, un gran desastre humano. La superposición de la esposa con Sofía no suele ser frecuente, aunque los pocos ejemplos que conocemos parecen bastante satisfactorios. El esposo y la esposa colaboran a veces en una investigación conjunta o en un proyecto creativo común en sus últimos años. Los Durant, marido y mujer, brindaron al mundo una verdadera obra de arte con su historia de la civilización, que fue el producto de un equipo de trabajo constituido por un matrimonio en el reino del saber. De todos modos, se supone que eran lo bastante conscientes para evitar las posibilidades negativas de esta superposición. Se puede establecer una amistad muy creativa en la superposición de la esposa y la amiga. De esta unión puede surgir un espléndido trabajo creativo, por lo general en la última parte de la vida. De lo contrario, la superposición se puede presentar simplemente como el compañerismo entre marido y mujer, que es uno de los mejores logros de las relaciones humanas. Sería sin duda un hermoso cumplido para un matrimonio poder decir que ha culminado en amistad después de superar juntos todas las etapas previas. Comentaba Edward Carpenter que una de las formas más elevadas de relación se produce cuando cada uno de los integrantes del matrimonio puede hablarle al otro de su afecto por otra persona. No cabe duda de que se trata de una gran amistad.

LA AMISTAD Y SOFIA Sofía y la amistad son casi tan iguales, a pesar de la diferencia de niveles, que lo poco que produce su superposición es bueno. De todos modos, conviene saber qué elementos inspiran el intercambio y los niveles que intervienen. Sabios son el hombre y la mujer capaces de tocar el cielo y tener la conciencia suficiente para dar a la relación una forma digna de su poder.

Johnson, R.A.

Acostarse con la Mujer Celestial

CONCLUSIÓN

Hemos llevado a cabo una modesta investigación sobre los numerosos niveles de feminidad que experimenta un hombre en su vida. Es un estudio que siempre sorprende al hombre, porque rara vez conoce los elementos femeninos que lleva en su interior. A la mayoría de los hombres les cuesta mucho diferenciar las formas externas de la feminidad que iluminan su vida madre, esposa, hermana, hija y hetaira- pero se encuentran en un territorio totalmente desconocido cuando descubren las formas internas, tan próximas que apenas las comprenden. Hablarle a un hombre de su feminidad interior y describirla bien como su guía para ingresar en el mundo íntimo de la poesía, su musa o la inspiración que surge en él algunas veces o bien, en su forma distorsionada, como sus malos humores y su desesperación, constituye un lenguaje extraño y novedoso para casi todos los hombres. Lo que caracteriza a la conciencia en este ámbito es la diferenciación y es, justamente, esta noble capacidad la que permite al hombre ver y distinguir todas sus características femeninas. Las formas femeninas alcanzan la máxima calidad cuando están bien diferenciadas. Se abre un mundo dorado de sentimientos e inspiración para el hombre que está dispuesto a hacer un esfuerzo encaminado hacia la claridad. Esta es nuestra misión heroica moderna. Los caballeros de antaño se ponían el yelmo y la armadura, tomaban las espadas y las lanzas y salían a conquistar el mundo que estaba «allí fuera». En cambio, el héroe moderno se enfrenta a una riqueza de posibilidades bajo una forma nueva: el increíble conjunto de elementos femeninos internos que debe rescatar, alimentar, cortejar y proteger. Pero todo esto requiere otro lenguaje, y armas y conocimientos totalmente diferentes para abrirse paso en el mundo moderno. Como le dijo Gauvain al rey Arturo: «Lo hemos ganado todo con la lanza y lo hemos perdido todo con la espada». Esta verdad es tan válida en nuestros días como lo fue para el mundo caballeresco de nuestros antepasados. La lanza es el símbolo de la diferenciación, el espléndido arte de separar y clarificar; la espada es ese torpe elemento masculino que se abre paso con violencia a través de cualquier obstáculo. En nuestro carácter moderno, hay demasiadas espadas y muy pocas lanzas. Si el hombre moderno quiere volver a combatir en suelo heroico, hallará su nuevo papel en el ámbito de las relaciones y entre los elementos internos de la feminidad. Ya lo escribió Goethe como conclusión de su obra maestra, Fausto: «El "eterno femenino" nos salva».

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