Johann Wolfgang Von Goethe - Varios Poemas

A la luna [Poema: Texto completo.] Johann Wolfgang von Goethe ¡Oh tú, la hermana de la luz primera, símbolo del amor en

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A la luna [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe ¡Oh tú, la hermana de la luz primera, símbolo del amor en la tristeza! Ciñe tu rostro encantador la bruma, orlada de argentados resplandores; Tu sigiloso paso de los antros durante el día cerrados cual sepulcros, a los tristes fantasmas despabila, y a mí también y a las nocturnas aves. Tu mirada domina escrutadora y señorea el dilatado espacio. ¡Oh, elévame hasta ti, ponme a tu vera! No niegues a mi ensueño esta ventura; y en plácido reposo el caballero pueda ver a hurtadillas de su amada, las noches tras los vidrios enrejados. Del contemplar la dicha incomparable, de la distancia los tormentos calma, yo tus rayos de luz concentro, ¡oh luna!, y mi mirada aguzo, escrutadora; poco a poco voy viendo los contornos del bello cuerpo libre de tapujos, y hacia él me inclino, tierno y anhelante, cual tú hacia el de Endimión en otro tiempo.

El pescador [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Hinchada el agua, espumajea, mientras sentado el pescador que algún pez muerda el anzuelo plácido aguarda y bonachón. De pronto la onda se rasga, y de su seno-¡oh maravilla!toda mojada, una mujer

saca su grácil figurilla. Y con voz rítmica le increpa: -¿Por qué, valiéndote de mañas, hombre cruel, tiras de mí para que muera en esta playa? ¡Si tú supieras qué delicia allá se goza bajo el agua, tal como estas te arrojarías al mar, dejando en paz la caña! ¿No ves al sol, no ves la luna cómo en las ondas se recrean? ¿Doble de hermosos no parecen cuando en las agujas se reflejan? ¿No te seduce el hondo cielo cuando su azul, húmedo muesta? Cuando este aljófar lo salpica, ¿del propio rostro no te prendas? Hinchada el agua, espumajea, del pescador lame los pies; siente el cuitado una nostalgia, cual si a su amada viera fiel. Cantaba un tanto la sirena, todo pasó en un santiamén; tiró ella de él, resbaló el hombre, nunca más se dejó ver.

El rey de los silfos [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe ¿Quién tan tarde cabalga en la ventosa noche? Un padre con su hijo, a lomos del corcel bien cogido lo lleva en sus brazos, seguro y caliente al recaudo de su regazo fiel. -Hijo mío, por qué escondes así triste tu rostro? -¿Es que el rey de los silfos, oh padre, tú no ves? ¿De los silfos el rey con su corona y manto?

-¡Es la bruma, hijo mio, quien eso te hace ver! ¡Oh lindo niño, anda, ven conmigo ligero! Verás que alegres juegos allí te enseñaré ¡y qué flores tan raras en mi orilla florecen, y qué doradas vestes mi madre sabe hacer! -Padre mío, padre mío, ¿no oyes tú las promesas con que el rey de los silfos me pretende atraer? -No hagas caso, hijo mío, que es el cierzo que agita de la agostada fronda del bosque la aridez. -Lindo niño, ¿no quieres venir a mi palacio? Te aguardan mis hermosas hijas bajo el dintel. Por turno en la alta noche arrullarán tu sueño y sus danzas y cantos sabrán entretejer. -Padre mío, padre mío, ¿no ves allá en la sombra las hijas del monarca bellas resplandecer? -Hijo mío, no hagas caso, es la vaga espesura; no hay nada sino eso, que lo distingo bien. -Lindo niño, me encanta tu belleza divina; si no de grado vienes, la fuerza emplearé, -¡Padre mío, padre mío, mira cómo me coge; daño me hacen sus manos; padre, defiéndeme! Siente temor el padre y su bridón aguija; contra su pecho aprieta al lloroso doncel; de su casona el atrio por fin alcanzar logra. Mira, y muerto al instante entre sus brazos ve.

El rey de Thule [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Hubo en Thule un rey constante con su amada, la que un día, al morir, dejó a su amante áurea copa que tenía. Fue, de allí, la taza de oro, don de mágica riqueza,

y al beber, la real tristeza la humedecía con lloro. Cuando el rey vio su partida cercana, dio al heredero la ciudad y un mundo entero, menos su copa querida. Sentóse luego a la cena en medio de sus magnates, y al pie rugen los embates del mar que la sala atruena. Allí el bebedor anciano brinda última vez su copa, la echa al mar y el mar la arropa en su lecho soberano. La ve hundirse; que se llena y se pierde en lo profundo... Y el rey llora su pena no bebió más sobre el mundo.

El trovador [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe ¿Qué acento afuera del portal resuena? ¿Qué rumor de la fuente el aire agita? Dejad que el canto que el espacio llena en la real estancia se repita. A la voz de su rey, que así lo ordena, el paje a obedecer se precipita, y cuando vuelve, dice el soberano, haced entrar al trovador anciano. ¡Salud! hidalgos y gentiles hombres, ¡Salud! señoras de belleza rara, de tanta estrella, ¿quién sabrá los nombres? ¿Quién se atreve a mirarlas cara a cara? Humilde corazón no aquí te asombres ante esplendor y pompa tan preclara,

y ciérrense mis ojos que para ellos no han de ser espectáculos tan bellos. Cierra los ojos y del arpa brota bajo su mano, excelsa melodía que con el canto confundida flota en raudal de purísima armonía.

Elegía de Marienbad [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe ¿Qué me reserva el devenir ahora y este hoy, en flor apenas entreabierta? Edén e infierno mi inquietud explora en la instabilidad del alma incierta. ¡No! Que al cancel de la eternal morada los brazos me transportan de mi amada. Cruél y dulce el ósculo postrero, almas gemelas, al herir, desprende; mi pie vacila ante el umbral severo que un querube flamígero defiende. Mi ojo impasible ante la vía desierta ve las selladas hojas de la puerta. ¿Finó ya el orbe? ¿Sus rocosos muros no se coronan ya de sombra santa? ¡La mies no grana? ¿Prados verdeoscuros ya no cortejan al raudal que canta? ¿Ni ante el mundo prolífero se extiende la comba astral que el devenir defiende? Como para agradarme -cual solíaella se empina en el umbral, rïente, y me da gota a gota su alegría y se me anuda en ósculo ferviente. Sobre mis labios me grabó su beso, con llamas, añoranza y embeleso. En lo más noble nuestro ser cultiva anhelos de rendirse a lo inefable

por honda gratitud que el don no esquiva al Ser puro, a lo Eterno inexpresable. Llemémosle Bondad; yo a su clemencia me acojo y me diluyo en su presencia. «Haz como yo; cotéja el breve instante con tu grácil cordura; no apresures, tómalo a punto, dúctil, insinuante, ya que en la acción o en el amar perdures. Si vistes de candor en el conflicto, serás hombre cabal y un héroe invicto». ¡Vano hablar, pensé yo, si un Dios te ha dado el minuto feliz por compañero! Todo ser, junto a ti, predestinado se siente, no mi sino lastimero. Me espanta tu decir: dejar tu lado es un alto saber que no he logrado. Lejos ya estoy. ¿Qué me dará el instante fugaz? ¡Quién sabe! Mágico tesoro para crear Belleza. Como Atlante, me doblo al peso... y me deshago en lloro. De fuga en fuga, en fútiles andares y, por alivio, lágrimas a mares. ¡Fluyan y rueden sin cesar! La llama jamás se apagará, que me devora; crepita, y por mi pecho se derrama do muerte y vida traban lid ahora. Para el dolor del cuerpo hay plantas buenas, y a mí me ahogan inacción y penas. Ya perdí el Universo y me he perdido a mí mismo -yo, amado de los diosessu Caja de Pandora me han vertido, rica en gajes u horóscopos atroces. Me tientan con la pródiga cascada de los goces... y me hunden en la nada.

Elegías (1) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe A vosotros debemos el saber que hemos sido felices una vez. ¡Decid, piedras; hablad vosotros, altos palacios! ¡Una palabra, oh vías! Genio, ¿no te conmueves? Sí, un alma tiene todo dentro tus sacros muros, ¡oh Roma eterna! Solo que aun para mí está muda. ¡Oh, quién podría decirme en qué ventana antaño vi la pura beldad cuyo fuego es un bálsamo! ¡Ay, qué torpe mi alma no adivina aún la senda, vagando por la cual tiempo perdí precioso! Templos, palacios, ruinas y columnas hoy miro cual hombre que al viajar sacar provecho sabe. Mas pronto su tarea termina y solo queda un templo, el del amor, que a iniciados acoge. ¡Un mundo, en verdad, eres, Roma! Mas sin Amor, ¡ni el mundo sería mundo ni Roma fueras tú!

Elegías (2) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe

¡Rendid a quien queráis, parias! ¡Yo estoy ya a salvo! Bellas damas, señores de la más rancia alcurnia, comunicaos noticias de los viejos parientes y a la cohibida charla siga el insulso juego. Y vosotros también, con vuestras sosas peñas, grandes y chicas, todo de tedio me llenáis, repitiendo esas sandias políticas noticias que a lo largo de Europa persiguen al viajero. Igual que la canción de Mambrú a aquel inglés, de París a Liorna y a Roma y aun a Nápoles, antaño persiguiera; y si a Esmirna bogara, también a recibirle allí Mambrú saliera. Pues lo mismo yo ahora tengo que oír por doquier censuras para el pueblo, para los reyes críticas.

Así que no tan pronto descubráis mi refugio, que Amor, regio mecenas, se dignara prestarme. Cúbrenme allí sus alas; y mi romana bella, a fuer de tal no teme las lenguas viperinas; de chismes no se cuida, que adivinar tan solo los deseos del amado, solicita, pretende. Del extranjero plácenle los libres, rudos modos, que de montes y nieves y de cabañas dícenle; la llama que en su pecho ella prende, comparte, y celebra no aprecie como el romano el oro. Mejor servida ahora su mesa está; de sobra tiene trajes y un coche que la lleve a la Ópera. De su nórtico huésped hija y madre se ufanan, y en sus romanos pechos el bárbaro domina.

Elegías (3) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe ¡No te pese, oh amada, tan pronto haberte dado! Segura está; de ti yo nada malo pienso. Por modo muy diverso de Amor las flechas hieren: las hay que el corazón lentamente envenenan, y las hay que buidas, traspasan la médula y en fiebre fulminante la sangre nos inflaman. En los heroicos tiempos en que dioses y diosas amaban, iban juntos mirada, deseo y goce. ¿Crees que usó de remilgos con el joven Anquisos Venus cuando en los campos vio su apuesta figura? ¿Ni que al joven durmiente respetara la Luna, sabiendo que, envidiosa, despertaríalo el Alba? Miró Hero a su Leandro en medio de la fiesta, y llegada la noche lanzóse él a las ondas. Por agua al Tíber iba la virginal princesa Rea Silvia, cuando Amor hirióla con su dardo. ¡Así Marte engendró sus hijos!... Una loba amamantólos!... ¡Roma fue así reina del mundo!

Elegías (4)

[Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Piadosos los amantes somos; culto rendimos a todos los demonios, a todo Dios honramos. ¡Iguales a vosotros, romanos triunfadores!, que en Roma a todos ellos ofrecisteis albergue; a los egipcios, templos de nocturno basalto, de blanco alegre mármol a los dioses de Grecia. No habrán, pues, de enojarse, si en honor de uno de ellos quemamos un incienso raramente preciado. Porque, no lo negamos, a un dios especialmente cada día dedicamos nuestras preces e incienso. Gravemente joviales, en secreto oficiamos, y diz que tal secreto al iniciado cuadra. Antes de las Erinnias la furia arrostraríamos antes sufrir querríamos de Jove los rigores en la rueda y la roca, que del grato servicio amoroso perder el gustoso entusiasmo; la diosa que adoramos se llama la Ocasión y mostrársenos suele con mil varios aspectos. De Prometeo pudiera la hija ser y de Tetis, que con astucia varia engañaba a los héroes. Ella también éngaña al inexperto y sandio, al dormilón esquiva y al vigilante ayuda, pero solo se entrega al activo y osado; con él vuélvese mansa y cariñosa y tierna. Yo también pude verla; es morena, y copioso su negro pelo cubre su frente en demasía, enroscándose en rizos en torno a su garganta, y en no peinadas ondas junto a sus sendas sienes. No me paré a pensarlo; cogí a la fugitiva, y mis besos y abrazos, experta, devolvióme. ¡Qué dichoso sentirme! Pero pasó aquel tiempo, y de romanos lazos ahora ya libre estoy.

Elegías (5) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Esta clásica tierra felizmente me inspira;

Elegías (6) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe "¿Es posible, ¡oh cruel!, que así tú me zahieras? ¿Se expresan de ese modo en tu país los amantes? Pase que así lo haga el vulgo. ¡Con él peco...! Aunque no; que a ti solo me siento yo obligada. Estos trajes dirán a la mordaz vecina que la viudita ya por su esposo no llora. ¿No te ponías tú mismo, en las noches de luna, para venir a verme, un largo abrigo oscuro y escondías tus melenas? ¿No fingiste el abate? ¿Conque tenía un prelado? ¡Y el prelado eras tú! Pues, aunque no lo creas, ningún clérigo pudo de mi favor Jactarse en la Roma levítica. Y era joven y pobre, y ellos bien lo sabían. Más de una vez miróme de reojo Falconieri y Albani más de una, por medio de tercero, a Ostia o las Cuatro Fuentes intentó atraerme en vano. Jamás gracia me hicieron las medias encarnadas, y menos todavía las de color morado... Que si a broma mi madre lo tomaba, mi padre me advertía: "Ten cuidado, que saldrás chasqueada.." Y así, por fin, ha sido. Que si airado te finges conmigo, solo es porque escaparte quieres... Vete, pues, que no hay hombre que nuestro amor merezca: su amor la mujer lleva, cual su niño, en el pecho. En tanto que vosotros, al abrazar vehementes con vuestro mismo ímpetu al amor ahuyentáis..." Así la amada habló, y al pequeno cogiendo, entre besos y lágrimas contra el pecho apretólo... ¡Qué bochorno sentí, oh, qué ruines hablillas de malignas comadres aquel cuadro empañaran! Débil el fuego brilla y humea por un momento cuando sobre su llama agua vertéis; mas pronto se depura y acendra y más pujante torna a elevar en el aire su penacho fulgente.

Elegías (7)

[Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe ¡Cuán feliz soy en Roma! Evoco aquellos tiempos en que la turbia luz del Norte me envolvia, turbio y pesado el cielo sobre mí gravitaba, y sin color ni forma se me mostraba el mundo, haciendo que otease con pena los sombríos senderos que se abrían ante el yo insatisfecho. Ahora aquí, en el fulgente éter, los astros fulgen, y Febo, el dios, las formas suscita y los colores. Brilla en astros la noche, vibra en suaves canciones, y más que sol del Norte la luna resplandece. ¡Qué dicha!... ¿Será un sueño? ¿De veras, padre Júpiter, acoges a este huésped y tu ambrosía le brindas? ¡Ay', que a tus pies me postro y a tus rodillas tiendo las manos implorantes..., oh Jove hospitalario! No sé cómo hasta aquí llegara; al peregrino de la mano cogióle Hebe, y aquí le trajo... ¿Acaso le ordenaste que un héroe te trajera? ¿Y ella erró la elección?... Pues su error aprovecho... Perdona... que Fortuna también es hija tuya... Y a capricho, cual hembra, sus favores reparte... ¿No eres hospitalario?... ¡Pues no arrojes entonces al huésped de tu Olimpo, lanzándolo a la tierra! "Poeta. ¡Mucho te encumbras!..." "Perdona: el Capitolio es tu segundo Olimpo, padre Jove... Tolera mi presencia un momento, que luego Hermes alígero, conduciráme al Arco por delante de Cestio."

Elegías (8) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Cuando dícesme, amada, que nunca te miraron con grado los hombres, ni hizo caso la madre de ti, hasta que en silencio una mujer te hiciste, lo dudo y me complace imaginarte rara, que asimismo a la vid faltan color y forma, cuando ya la frambuesa a dioses y hombres seduce.

Elegías (9 y 10) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe 9 Brilla otoñal la llama de los campestres lares; chisporrotea trepando por el sarmiento aprisa. Más que nunca esta noche me agrada, pues aun antes que la rama se tueste y se cambie en rescoldo ha llegado mi amada. Reanímanse los leños, y la noche nos brinda tibia y fulgente fiesta. Cuando en el alba aprisa del nupcial lecho salte, tornará a suscitar del rescoldo la llama. Pues, aparte otros dones, Amor le ha concedido despabilar los goces si a dormitar empiezan... 10 Alejandro y Julio, y Enrique y Federico, de buen grado me dieran la mitad de su gloria porque solo una noche mi lecho les cediera; mas, ¡ay, qué pobrecillos!, presos los tiene el Orco. Así que date prisa a gozar, tú que vives, antes que al pie fugaz te eche el lazo Leteo.

Elegías (11) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe ¡Oh Gracias! E1 poeta en vuestro altar depone estas pocas hojillas en que rosas apuntan. Complacido os ofrenda, que siempre se complace el artista en su estudio, aunque un panteón semeje. Su frente baja Jove y la suya alza Juno; Febo avanza y sacude su rizada melena; adusta, Palas mira, y el alígero Hermes vuelve a un lado sus ojos, zumbones como tiernos. Pero es a Baco, solo, soñador e indolente, en quien Citeres fija sus ardientes miradas de juvenil deseo que aun en el mármol tiemblan. Recuerda sus caricias y preguntar parece:

"¿Por qué no estará aquí conmigo el guapo mozo?"

Elegías (12) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe ¿No percibes, amada, la alegre gritería que en la flaminia senda resuena? Son braceros, segadores que al fin tornan al patrio lar. Cogieron ya la próvida cosecha del romano que ni aun a Ceres misma corona ofrendar quiere. De la gran diosa en honra fiestas no se celebran, que en lugar de bellotas áureo trigo da al hombre. ¡Más el jocundo rito nosotros cumpliremos! Que dos amantes juntos igual que un pueblo montan. De aquel místico triunfo que a1 vencedor seguía, arrancando de Eleusis, chablar tú nunca oíste? Los griegos lo fundaron, y aun en la propia Roma ellos solo gritaban: "¡ Honrad la sacra noche!" Alejado el profano, expectante el neófito, temblaba en su alba veste, de la pureza símbolo. En tanto, el iniciado con asombro vagaba por entre extraños corros, de figuras de ensueño, sibilantes serpientes; cerrados cofrecillos de espigas coronados portaban las doncellas; sibilinos visajes el sacerdote hacía, e impaciente el neófito, por la luz suspiraba. Solo tras muchas pruebas descifrar le era dado los misterios de aquellas simbólicas pinturas. ¡Y cuál era el arcano! Pues que también Deméter, la gran diosa, de un héroe prendóse cierto día, de Jasón, el monarca de Creta, valeroso, y su cuerpo inmortal, inviolado, entrególe. ¡Oh Creta venturosa! Rebosantes de espigas ve sus campos, que lecho a excelso amor brindaran. En tanto al demás mundo la penuria afligía por no rendir tributo a la gran diosa amable. E1 iniciado, atónito, la leyenda escuchaba y a la amada guiñaba el ojo...—¿lo estás viendo?— ¡Ese arrayán frondoso cubre un lugar sagrado! ¡Nuestro placer a nadie hacerle daño puede!

Elegías (13) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe ¡Un pícaro es Arnor que a quien lo cree engaña! Humildoso a mí vino: "De mí no desconfíes; contigo soy leal, que tu vida y tu lira a cantar mis loanzas bien sé que consagraste... Mira: hasta a Roma misma te he seguido, y quisiera, en esta tierra extraña, procurarte algún gusto. Quéjanse los viajeros de las malas posadas, mas la que Amor procura es grata y placentera. Asombrado contemplas las antiguas ruinas y cruzas reverente estos sagrados ámbitos. Los valiosos vestigios prefieres de esas obras cuyos autores yo de visitar gustara. ¡Esas formas yo mismo las plasmé! ¡No es jactancia; tú mismo reconoces que lo que digo es cierto! Tú en mi servicio ahora andas flojo: ¿dó están las formas, los colores de tus creaciones bellas? ¿De nuevo la escultura te atrae? Aún está abierta de los griegos la escuela, a pesar de los siglos. Yo, el maestro, soy joven siempre y al joven amo. ¡A1 viejo resabiado aborrezco! ¡Alegría! Que en su tiempo los viejos maestros fueron jóvenes. ¡Diviértete y reviva en ti la antigua edad! ¿De dónde sacarás para tus cantos tema? Del amor solamente, y para eso en mí fía." Así el sofista habló. ¿Cómo contradecirle? Y diz que yo hecho estoy a acatar sus mandatos. Pero, ¡ay el traidorzuelo!, que si asunto me dio para canciones, tiempo también robóme y calma; miradas tiernas, besos y palabricas dulces las amantes parejas en cambiar se complacen. Es susurro la charla, es balbuceo el palique, y de toda medida horro el himno resuena. ¡Oh Aurora, antario solo de las Musas amiga! ¿Es que también a ti el tuno Amor sedujo? Su amigo ahora te muestras y cada día del sueño despiértasme tan solo porque en su altar oficie... Sus rizos en mi pecho descansan. Su cabeza en mi brazo se apoya, que su cuello rodea.

¡Qué alegre despertar! ¡No disipes, oh tiempo, la imagen del placer que en el sueño me halaga! ¡Muévese amodorrada, vuélvese al otro lado, y, no obstante, su mano de la mía no se suelta! Sincero amor nos une y querencia leal, y la variedad sirve al deseo de acicate. Su manecita aprieta, y nuevamente abierto, el cielo de sus ojos me sonríe... ¡Oh, no, aguarda! ¡No los abras aún! Que me turban, marean, y gustar no me dejan placer contemplativo... ¡Qué formas tan divinas! ¡Qué contornos tan nobles! Durmiera así Ariadna, ¿la dejaras, Teseo, sin una vez siquiera besar tan lindos labios? Pero ya despertó... ¡Ya por siempre te quedas!...

Elegías (14) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe "¡Mozo, enciende la lámpara!" "¡Aún es de día! ¿Por qué gastar en balde aceite? ¡No cerréis las ventanas! Tras las casas el sol, o tras los montes, pónese aquí. Y aún media hora para la noche falta..." "Cállate y obedece! A mi amada yo espero..." ¡Oh lámpara, emisaria de la noche, consuélame!

Elegías (15) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe ¡A Britania remota nunca a César siguiera; más bien a la taberna con Floro me habría ido! Que del Norte las tristes brumas me son odiosas más que ruidosa plebe del claro mediodía. Y de hoy más os adoro, tabernas, "hosterías", cual muy cumplidamente os designa el romano. Pues en una vez pude a mi amada en unión de ese tío a quien por mí tan zalamera engaña. Aquí estaba mi mesa rodeada de alemanes;

más allá con su madre se hallaba la muchacha, y en su banco volverse acertaba de modo que de perfil su cara y su nuca yo viera. Alto hablaba, cual suelen hacerlo las romanas, y el vino, por mirarme, sobre el mantel vertía. Corría sobre la mesa, y con travieso dedo ella hacía garabatos sobre la húmeda tabla; nuestros nombres unidos trazaba; yo, curioso, de sus dedos el grácil movimiento seguía, hasta que al fin las cinco en estilo romano con un palo delante dibujó. Y en seguida borrólo todo, cauta, de un manotazo. Pero de mi mente borrar no consiguió las cuatro. Pensativo quedéme y los ardientes labios mordíme de regusto al par que de impaciencia. ¡Qué largo hasta la noche! ¡Cuatro horas todavía! ¡Oh sol, cuál te demoras tu Roma contemplando! Nada más grande viste, ni nunca habrás de ver, según te prometiera tu sacerdote Horacio. ¡Mas no te detengas, y por favor aparta de las siete colinas tu mirada más pronto! Por amor a un poeta, abrevia las magníficas horas que, embelesado, el pintor aprovecha; que fugaz se deslice tu cálida mirada por las altas fachadas, cúpulas y obeliscos; corre ligero al mar, y madruga mañana para ver lo que ha siglos divinamente gozas: estas riberas en que de antiguo el junco medra, esas cimas que densos bosques de sombra cubren. Alguna choza antano; y de pronto presencias la actividad alegre de un pueblo de bandidos. De mil puntos diversos a este lugar acuden, y apenas si algún otro tus miradas cautiva. Viste primero un mundo aquí agitarse; luego un mundo de ruinas que de nuevo se yergue. Quiera amable la Parca hilarme un largo cabo, para que largo tiempo aún aquí tu luz vea. ¡Pero que venga pronto la bien trazada hora! ¡Qué suerte! Esu aquí ya... No...¡son solo las tres! ¡Oh caras Musas mías!, entretened mi tedio en tanto separado de mi amada me aburro... ¡Pero quedad con Dios! Me voy... no os molestéis, que Amor sobre vosotras primacía siempre tuvo.

Elegías (16) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe "Por qué, oh amado, hoy no viniste a la viña? Según te prometiera, allí te aguardé sola." "Ya fui, mi dulce amiga; solo que por fortuna a tiempo vi a tu tío, que andaba entre las cepas, y cauto me escurrí..." "¡Oh, qué tonto que fuiste! ¡Si era un espantapájaros que con trapos y cañas pergeñara! ¡Qué pena!, yo mismo me hice el daño... De suerte, pues, que el viejo se salió con la suya y al pájaro ahuyentó que uva roba y sobrina.

Elegías (17) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Muchos ruidos me enojan; pero el ladrar de un perro es el que yo más odio, pues me desgarra el tímpano. Pero hay uno al que oigo ladrar con gran fruición, y es el de mi vecino, pues una vez ladróle a mi amada, y por poco nos descubre el indino. Ahora cuando ladrar lo oigo, pienso: "¡Ella viene!" O con nostalgia evoco aquella vez que vino.

Elegías (18) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Hay otra cosa más que me pone furioso y los nervios me crispa, sin que evitarlo pueda, de pensarlo tan solo...; os lo diré, ¡oh amigos!: El pasar en el lecho solitario las noches, así como también el recelar serpientes, del amor en la senda, y veneno en las rosas

del placer, cuando en medio del supremo deleite la inquietud en tu oído su zumbido insinúa. Por eso soy dichoso con Faustina, que el lecho conmigo muy gustosa comparte, fiel al fiel. A la audaz juventud el obstáculo encanta; a mí, empero, me place gozar del bien seguro. ¡Oh sin par beatitud! ¡Cambiar besos tranquilos, sorberse sin temor el aliento y la vida! Así las largas noches ambos a dos gozamos, y pecho contra pecho oímos fuera la lluvia y el viento rugir. Luego alborea la mañana, que nuevas flores trae, del nuevo día atavío. ¡No me neguéis, oh quirites, esta suprema dicha, y permitid benignos que todos la disfruten!

Elegías (19) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Dificil es guardar la buena fama que esta con Amor, mi alto dueño, sé que reñida está. ¿Por ventura sabéis de esa pugna la causa? Viejas historias son que contar no rehuso. Esa diosa potente nunca fuera bienquista en sociedad, que gusta de llevar la batuta; y así siempre en las altas, divinas asambleas, en contra tuvo a grandes, pequeños y medianos. Una vez, por ejemplo, jactóse tanfarrona de haber esclavizado al bello hijo de Jove. "Renacido, a mi Hércules aquí te traigo, ¡oh Júpiter! -exclamó, jactanciosa-, que este no es ya aquel Hércules que en Alcmena tuvieras, y el culto que me rinde en un dios le convierte para todo mortal. Si su mirada eleva al Olimpo, tú crees que a tus rodillas mira...; ¡perdona!..., es a mí sola a quien el héroe busca y sólo por mí, intrépido, por merecerme, huella caminos nunca hollados. Mas yo también al paso le salgo y encarezco su fama antes que haya la hazaña acometido. Me desposaste antaño con él... y ha de ser mío; venció a las Amazonas..., mas yo lo venzo a él..."

Todos callaban serios ante la fanfarrona, a fin de no enojarla, que es ducha en urdir tretas. Mas Amor, que allí estaba, escurrióse ladino, y por Venus de Hércules el pecho inflamó astuto. Luego trocó travieso de los dos los arreos; con la piel de león cargó ella y con la maza. E1 héroe sus cabellos sembró de varias flores y dócil a la rueca prestó su fuerte puño. Luego que así los tuvo, Amor corre y convoca para que se diviertan a todos los olímpicos. "¡Mirad qué hazaña! ¡Nunca jamás vieran los cielos ni la tierra ni el sol, incansable en su curso, prodigio semejante al que a mostraros voy!" Acuden todos luego en sus dichos fiando, ya que en serio hubo hablado; la Fama la primera; y ¿quién diréis que goza más que ninguno viendo al héroe degradado? Pues Juno, que sonríe en tanto que la Fama su pesar harto muestra. A1 principio reía. "¡Esas son sólo máscaras! Yo conozco a mi héroe. ¡Esa es una comedia!" Mas con dolor descubre después que no hay tal cosa. No padeció Vulcano la milésima parte cuando a su esposa viera con Marte allá en la fragua cogidos en la red que él propio les tendiera, aún en el dulce arrobo de su amor embebidos. ¡Cómo se divertían Mercurio y Baco, jóvenes! "En verdad -confesaban- que es una buena idea descansar en el seno de hembra tan deliciosa." "Por favor-suplicaban-. No los sueltes, Vulcano, que los queremos ver." Y Vulcano accediera. Mas la Fama alejóse enojada, afligida. Desde entonces la pugna no cesa entre ambos dioses; en cuanto un héroe surge, ya el Amor está en danza. Quien más honra la Fama es quien él más embroma, y cuanto más moral más expuesto está el hombre, que si huir de él intenta su situación agrava. Lindas mozas le ofrece; si loco las desprecia, en su pecho una airada saeta híncale luego. Del hombre hace que el hombre se prenda, y aun deseo de las bestias le infunde; y al beato criminales placeres le hace gustar inquieto. Pero también a él la Fama lo persigue; no bien lo ve a tu lado tu enemiga se vuelve; te pone cara adusta, despectiva y colérica; abandona los lares que su rival frecuenta.

Tal a mí me sucede; ya a padecer empiezo; que la diosa, celosa, mi misterio investiga. Mas yo callo y acato; igual que yo, los griegos padecieran antaño por las divinas luchas.

Elegías (20) [Poema: Texto completo]

Johann Wolfgang von Goethe Cuadra al hombre energia y el aire desenvuelto, mas guardar el sigilo todavia más le cumple. ¡Oh príncipe Silencio! Tú conquistas ciudades, tú siempre por la vida me llevaste sin riesgo; ahora en cambio... ese tuno de Amor la lengua suelta de mi Musa y la mía, tanto tiempo coartada. ¡Ahora ya no veo medio de escapar al sonrojo! Que Midas no logró cubrir con la corona ni con el gorro frigio sus asnales orejas; vióselas su criado, y tal su pecho graba el secreto, que trata de enterrarlo en la tierra; mal sabe guardar esta secretos de tal monta, y así en seguida brotan mil susurrantes cañas que publican: "¡De asno tiene Midas orejas!" Bueno; pues más me cuesta a mí guardar mi dulce secreto, que mis labios del corazón rebosan. De amiga alguna puedo fiar, me reñiría; ni de amigos tampoco, que correría peligro. Y no soy harto joven ni tan solo me encuentro que pueda confiarle mi secreto a las rocas. A vosotros lo fío, hexámetro y pentámetro; decid, pues, cuánto gozo me aportan día y noche. De tantos halagada, evita ella las redes que abiertamente el fatuo y en secreto el ladino le tienden; hábilmente los burla, y el camino sigue donde el más fiel amador siempre aguarda. ¡Núblate, oh luna' ¡Viene! ¡Que no la vea el vecino! ¡Alborota la fronda, viento! ¡No oiga su paso! Y vosotras, el vuelo alzad, caras canciones, en este suave soplo del amoroso céfiro, y a los quirites altos, cual las gárrulas cañas, revelad finalmente nuestro dulce secreto.

Ergo bibamus [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Unidos aquí estamos para una accion laudable; por tanto, hermanos míos, arriba. Ergo bibamus! Resuenen nuestros vasos y callen nuestas lenguas; levantar vuestras almas muy bien. Ergo bibamus! He aquí una sentencia tan vieja como sabia; conserva su vigencia hoy lo mismo que antaño, y un eco nos aporta de espléndidos festines, esta jovial y grata consigna: Ergo bibamus! Hoy he visto a mi dulce amada placentera; al punto fui y me dije: "Bueno está. Ergo bibamus!" Me acerqué sin recelo y ella me acogió bien. Y entonces repetí mi alegre Ergo bibamus! Mas lo mismo si os mima y os acaricia y besa, que si nos niega adusta su corazón y brazos, ¿qué recurso nos queda, mientras no nos sonríe, que de nuevo apelar al viejo Ergo bibamus! De los amigos lejos cruel destino me lleva. ¡Oh fieles camaradas! ¿Qué hacer? Ergo bibamus! Ya me marcho cargado con liviano bagaje; quiere decir se impone un doble Ergo bibamus! Y aunque a veces el cuerpo la carcoma nos roa, nunca de la alegría vacío el tesoro hallamos; que el alegre al alegre suele prestar rumboso, así que, hermanos mios, ¡venga un Ergo bibamus! Ahora bien: qué debemos cantar en este día? ¡Yo tan sólo pensaba cantar Ergo bibamus! Pero recuero ahora su especial importancia; así que alzar las voces. De nuevo Ergo bibamus! Este día se nos mete la dicha por la puerta; resplandecen las nubes, tiembla el trigo dorado; y una imagen divina brilla ante nuestros ojos;

así que alegremente cantad Ergo bibamus!

Ganimedes [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe En tu luz matinal como me envuelves, ¡oh primavera amada! Con todas las delicias del amor, entra en mi pecho tu sacro ardor de eterna llamarada; ¡oh infinita Belleza: si pudiese estrecharte entre mis brazos! Recostado en tu pecho languidece mi corazón; de musgos y de flores dulcemente oprimido, desfallece. Tú apaciguas mi sed abrasadora, ¡oh brisa matinal y acariciante! mientras el ruiseñor enamorado me llama entre la niebla vacilante. Ya voy, ya voy, y ¿adónde? ¡Ay! ¿Adónde? Hacia arriba, ¡siempre arriba! Flotan, flotan las nubes o descienden y abren paso al amor de ímpetu fiero. A mí hacia mí, contra tu ser, ¡arriba! ¡En abrazo sin par, arriba, arriba! Contra tu corazón, ¡oh dulce padre, oh inmenso padre del amor fecundo!

La despedida [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe ¡Deja que adiós te diga con los ojos, ya que a decirlo niéganse mis labios! ¡La despedida es una cosa seria aun para un hombre, como yo, templado!

Triste en el trance se nos hace, incluso del amor la más dulce y tierna prueba; frío se me antoja el beso de tu boca floja tu mano, que la mía estrecha. ¡La caricia más leve, en otro tiempo furtiva y volandera, me encantaba! Era algo así cual la precoz violeta, que en marzo en los jardines arrancaba. Ya no más cortaré fragantes rosas para con ellas coronar tu frente. Frances, es primavera, pero otoño para mí, por desgracia, será siempre.

¡La encontré! [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Era en un bosque: absorto pensaba andaba sin saber ni qué cosa por él buscaba. Vi una flor a la sombra, luciente y bella, cual dos ojos azules, cual blanca estrella. Voy a arrancarla, y dulce diciendo la hallo: «¿Para verme marchita rompes mi tallo?» Cavé en torno y toméla con cepa y todo, y en mi casa la puse del mismo modo. Allí volví a plantarla

quieta y solita, y florece y no teme verse marchita.

La hermosa noche [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Abandonar debo el chozo donde vive mi adorada, y con paso sigiloso vago por la selva árida; brilla la luna en la fronda, alienta una brisa blanda, y el abedul, columpiándose, a ella eleva su fragancia. ¡Cómo me place el frescor de la bella noche estiva! ¡Qué bien se siente aquí lo que nos llena de dicha! ¡Trabajo cuesta decirlo!... Y sin embargo, daría yo mil noches como esta por una junto a mi amiga.

La novia de Corinto [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Procedente de Atenas, a Corinto llegó un joven que nadie conocía. Y a ver a un ciudadano dirigióse, amigo de su padre, y diz que habían ambos viejos la boda concertado, tiempos atrás, del joven con la hija que el cielo al de Corinto concediera. Pero es sabido que debemos caro

pagar toda merced que nos otorguen. Cristianos son la novia y su familia; cual sus padres, pagano es nuestro joven. Y toda creencia nueva, cuando surge, cual planta venenosa, extirpar suele aquel amor que había en los corazones. Rato hacía ya que todos en la casa, menos la madre, diéranse al reposo. Solícita recibe aquella al huesped y lo lleva al salón más fastuoso. Sin que él lo pida bríndale rumbosa vino y manjares, exquisito todo, y con un "buenas noches" se retira. No obstante ser selecto el refrigerio, apenas si lo prueba el invitado; que el cansancio nos quita toda gana, y vestido en el lecho se ha tumbado. Ya se durmió... Pero un extraño huésped, por la entornada puerta deslizándose, a despertarlo de improviso viene. Abre los ojos, y al fulgor escaso de la lámpara mira una doncella que cauta avanza, envuelta en blancos velos; ciñen su frente cintas aurinegras. Al ver que la han visto levanta asustada una blanca mano la sierva de Cristo. -¿Cómo -exclama-, acaso una extraña soy en mi hogar, que nada del huesped me dicen? ¡Y hacen que de pronto me acometa ahora sonrojo terrible! Sigue reposando en ese mi lecho, que yo a toda prisa el campo despejo. -¡Oh, no te vayas, linda joven! -ruega el joven, que de el lecho salta aprisa-. Gusté de Baco y Ceres las ofrendas, pero tú el amor traes, bella corintia. ¡Pálida estás del susto! ¡Ven junto a mí, y veremos

cuán benignos los dioses son y justos! -¡No te acerques a mí, joven! ¡Detente! ¡Vedada tengo yo toda alegría! Que estando enferma hizo mi madre un voto que cumple con severa disciplina. Naturaleza y juventud -tal dijo-, al cielo en adelante habrán de estarle siempre sometidas. Y de los dioses el tropel confuso de nuestro hogar al punto fue proscrito. Sólo un Dios invisible hay en el cielo, el que en la cruz nos redimiera, Cristo. Sacrificios le hacemos, mas no bueyes y toros son las víctimas, sino lo más preciado y más querido. Pregunta el joven, ella le contesta, y él cada frase en su interior medita -¿Pero es posible tenga aquí delante; solos los dos, mi bella prometida? ¡Entrégate a mis brazos sin recelo! ¡Nuestra unión, que juraron nuestros padres, juzgar puedes por Dios ya bendecida! -¡No me toques, que a Cristo por esposa destinada me tienen! Dos hermanas me quedan..., tuyas sean...; yo soy del claustro; sólo te pido de esta desdichada alguna vez te acuerdes en sus brazos, que yo en ti pensaré mientras la tierra tarde -no será mucho- en darme amparo! -¡No! ¡A la luz de esta antorcha juraremos cumplir de nuestros padres la promesa! No dejaré te pierdas para el goce, no dejaré que para mí te pierdas. ¡A la casa paterna he de llevarte! ¡Ahora mismo la fecha convengamos en que ha nuestro himeneo de celebrarse! Truecan muy luego prendas de amor fiel; rica cadena de oro ella le entrega; rica copa de plata de un trabajo

sin par él brinda a la sin par doncella -Tu cadenilla no me vale; dame mejor, amada, un rizo de tu pelo incomparable. De los fantasmas en aquel momento suena la hora, en tanto que dichosos ellos se sienten, y el oscuro vino se brindan mutuamente, y con sus pálidos labios sorbe la novia el vino rojo. Pero del pan que con amor le ofrecen, abstiénese -y es rarode probar tan siquiera un parvo trozo. En cambio, al joven bríndale la copa, que él ansioso y alegre luego apura. ¡Oh qué feliz se siente en aquel ágape! ¡Del amor ambriento estaba y de ternura! Mas, sorda a sus ruegos, ella se resiste hasta que él, llorando, se echa sobre el lecho. Acércase ella entonces; se arrodilla. -¡Cuánto verte sufrir me da congoja! Per toca mi cuerpo, y con espanto advertirás lo que calló mi boca. ¡Cual la nieve blanca, cual la nieve fría, es la que elegiste por tu esposa amada! Con juvenil, con amoroso fuego, estréchala él entonces en sus brazos. -Yo te daré calor -dice-, aunque vengas del sepulcro que hiela con su abrazo. ¡Aliento y beso cambiemos en amorosa expansión! ¡Un volcán es ya tu pecho! Préndelos el amor en firme lazo. Lágrimas mezclan a su goce ardiente. De un amado en la boca fuego sorbe ella, y los dos a nada más atienden. Con su fuego el joven la sangre le incendia;

¡mas ningún corazón palpita en ella! Por el largo pasillo, a todo esto, la dueña de la casa se desliza; detiénese a escuchar junto a la puerta, y aquel raro rumor la maravilla. Quejas y suspiros de placer percibe; ¡los locos extremos del amor compartido! Inmóvil junto al quicio permanece la sorprendida vieja, y a su oído llega el eco de ardientes juramentos que su senil pudor hieren de fijo. -¡Quieto, que el gallo cantó! -¡Pero mañana a la noche!... -¡Vendré, no tengas temor! No puede ya la vieja contenerse; la harto sabida cerradura abre. -¿Quién es la zorra -grita- en esta casa que al extranjero así se atreve a darse? ¡Fuera de aquí, en seguida! Mas, ¡oh, cielos!, al punto reconoce al fulgor de la lámpara a su hija. De encubrir trata el frustrado joven a su adorada con su propio velo, o con aquel tapiz que a mano halla; pero ella misma saca, altiva, el cuerpo. Y con psíquica fuerza, con un valor que asombra, larga y lenta en el lecho se incorpora. -¡Oh, madre! ¡Madre! -exclama-, ¿de este modo esta noche tan bella me amargáis? De este mi tibio nido, mi refugio sin pizca de piedad ¿a echarme váis? ¿Os parece poco llevarme al sepulcro al lograr apenas la flor de mis años? Mas del sepulcro mal cerrado un íntimo impulso liberóme; que los cantos y preces de los curas, que acatáis, para allí retenerme fueron vanos.

Contra la juventud, ¡agua bendita de nada sirve, madre! ¡No enfría la tierra un cuerpo en que amor arde! Mi prometido fuera ya este joven cuando aún de Venus los alegres templos erguíanse victoriosos. ¡La palabra rompisteis por un voto absurdo, tétrico! Mas los dioses no escuchan cuando frustrar la vida de su hija una madre cruel y loca jura. Por vindicar la dicha arrebatada la tumba abandoné, de hallar ansiosa a ese novio perdido y la caliente sangre del corazón sorberle toda. Luego buscaré otro corazón juvenil, y así todos mi sed han de extinguir. -¡No vivirás, hermoso adolescente! ¡Aquí consumirás tus energías! ¡Mi cadena te di; conmigo llevo un rizo de tu pelo en garantía! ¡Míralo bien! ¡Mañana tu cabeza blanca estará, y tu cara, al contrario, estará negra! Ahora, mi postrer ruego, ¡oh, madre! escucha: ¡Una hoguera prepara, en ella arroja en sus llamas descanso al que ama, ofrece! Cuando salte la chispa y el escoldo caldee, a los antiguos dioses tornaremos solícitas

La violeta [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe En la pradera una violeta había encorvada y perdida entre la yerba, con todo y ser una gentil violeta.

Una linda pastora, con leve paso y desenfado alegre, llegó cruzando por el prado verde, y este canto se escapa de su boca: -¡Ay! Si yo fuera-la violeta dicela flor más bella de las flores todas..., pero tan solo una violeta soy, ¡condenada a morir sobre el corpiño de una muchacha loca! ¡Ah, mi reinado es breve en demasía; tan solo un cuarto de hora! En tanto que cantaba, la doncella, sin fijarse en la pobre violetilla, hollóla con sus pies hasta aplastarla. Y al sucumbir, pensó la florecilla, todavia con orgullo: -Es ella, al menos, quien la muerte me da con sus pies lindos, no me ha sido del todo el sino adverso.

Meditación ante el cráneo de Schiller [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Era el lúgubre osario... en orden, mudos... quédome absorto al remirar la fila de cráneos polvorosos y desnudos; y atónito, nublada la pupila en la visión, soñé los tiempos idos... y fue el pasado en su mudez tranquila. Los que tanto se odiaron, ora unidos, rozándose, mezclaban los despojos de duros huesos en la lid partidos, y acostados en cruz ante mis ojos, en posición de beatitud serena dormían dulcemente sus enojos:

vi en sueltos eslabones la cadena de omóplatos en tanto el mundo ignora ¡qué fardo les impuso la condena! Y aquellos miembros ágiles de otrora, manos y pies de gracia floreciente, muestran su lasitud separadora... Fatigados mortales, vanamente a lo largo tendidos en la fosa, ni allí gozáis de la quietud clemente ¿Quién ama la ruina pavorosa ya así desnuda en la inquietud del día y urna otro tiempo de beldad dichosa? Esa yerta escritura me decía a mí el devoto, lo que extraña gente signos sagrados no leía. Súbito en medio del montón yacente, descubro al fin la fúlgida cabeza sin par, helada, enmohecida, ausente, y siento reanimarse mi tristeza con secreto calor, y dese abismo un raudal con vívida presteza, Lléname de hondo encanto el cataclismo al ver en esa huella soberana divina concepción de hondo mutismo... Y va mi mente hacia la mar lejana, que hace y destruye formas en su seno aún más perfectas que la forma humana. Vaso de enigmas, otro tiempo lleno de oráculos, mi mano desfallece: no puedo alzarte en ademán sereno. ¡La podre lavaré que te ensombrece, tesoro sin igual, y en aire puro ya libre sol donde el pensar florece!

No logra el hombre en su sondar oscuro captar el todo que la vida escancia si Dios-natura cede a su conjuro y le dice por qué de la sustancia deja exhalar su espíritu que crea, y cómo permanece en la sustancia su dinamismo genitor: ¡la idea!

Mignon [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe

-¿Conoces el país de medra el limonero y doradas naranjas bajo la parra brillan? Del cielo azul un leve céfiro se desprende plácido el arrayán y altivo el laurel vibran. ¿Conoces el país?, dime. -¡Oh, sí, allá contigo, amado mío, quisiera yo volar' -¿Conoces tú la casa? Su techo se sostiene sobre columnas; fulgen el salón y las cámaras, y marmóreas estatuas, mirándome, se yerguen; Oh, ¿qué te han hecho, dime, mi pobre malpocada? ¿Conoces el país?, dime. -¡Oh, sí, allá contigo, mi ángel bueno, quisiera yo volar! -¿Conoces la montaña y su nubosa senda? La mula, entre niebla va buscando el camino del dragón en las cuevas la vieja raza anida; rueda la roca y cae y en el agua se abisma. ¿Lo conoces tú?, dime. -¡Oh, sí, allá oh padre mío, debemos el paso enderezar!

Secreto [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Son los ojos de la amada pasmo cierto de las gentes; yo, que todo lo conozco, sé muy bien lo que me advierten. Dicen ellos: -A este adoro, a este sólo, a nadie más; cesen pues, oh buenas gentes, vuestro pasmo, vuestro afán. Sí, con brillo poderoso resplandecen en redor; y es que quieren anunciarme la hora dulce del amor.

Soneto [Poema: Texto completo.]

Johann Wolfgang von Goethe Del arte practicar los modos nuevos, sagrado deber es que se te impone; según el ritmo y el compás prescritos, moverte tú también como yo puedes. Que si con fuerza el ánimo se excita, entonces justamente pide calma; y por más aspavientos que hacer pueda, al cabo su remate la obra halla. Tal yo quisiera artísticos sonetos, en un alarde medida justa, rimar con mis mejores sentimientos; Sólo que, a la verdad, algo me ata, pues antaño tallaba a mi capricho, y ahora de cuando en cuando pegar debo.