Jamie Freel y La Joven Dama

JAMIE FREEL Y LA JOVEN DAMA Allí en Fannet, en tiempos pasados, vivían Jamie Freel y su madre. Jamie era el único sostén

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JAMIE FREEL Y LA JOVEN DAMA Allí en Fannet, en tiempos pasados, vivían Jamie Freel y su madre. Jamie era el único sostén de la viuda: sus fuertes brazos trabajaban incansablemente y cuando llegaba el sábado por la tarde le echaba en el regazo toda su paga, y le daba gracias respetuosamente por la moneda de medio penique que le daba para comprarse tabaco. Los vecinos hablaban de él como el mejor hijo que habían visto en su vida. Pero tenía vecinos cuya opinión desconocía, personajes que vivían a poquísima distancia de él, pero a los que no había visto jamás, y que en verdad son vistos muy raramente por los mortales sino es la víspera del primero de mayo y Todos los Santos. Decíase que un viejo castillo en ruinas a un cuarto de milla de la cabaña de Jamie era la vivienda de [la gente pequeña. Cada víspera de Todos los Santos las viejas ventanas se iluminaban y los que por allí pasaban podían ver figuras minúsculas volando fuera y dentro del edificio, mientras se oía la música de las gaitas y xde las flautas. Era bien sabido que las hadas y los duendes celebraban allí sus fiestas, pero hasta ahora nadie e había atrevido a poner allí el pie. Jamie había observado muchas veces desde lejos las figuritas y había escuchado aquella música tan deliciosa, y se preguntaba como sería el interior del castillo, hasta que una víspera de Todos los Santos, cogiendo la copa dijo a su madre: -¡Me voy al castillo a buscar fotuna! -¿Cómo?-exclamo la madre-. ¿Tendrás valor para ir allí? ¡Tú que eres el hijo de una pobre viuda! ¡No seas loco y temerario, Jamie! Te mataran y entonces ¿Qué será de mí? -no tengas miedo, madre, que no sucederá nada malo. Me voy. Y se fue. Atravesó el campo de patatas, y dio vista al castillo, cuyas ventanas estaban tan iluminadas que la luz transformaba en oro las hojas bermejas que ún quedaban en las ramas de los manzanos silvestres. Se detuvo en un boscaje próximo a las ruinas, para escuchar el revuelo de los elfos, y sus risas y sus cánticos le determinaron a proseguir el camino.

Un gran número de pequeños seres, los mayores como un niño de cinco años, estaban bailando al son de la música y las flautas y de violines, mientras otros bebían y se divertían. -¡Bienvenido, Jamie Feel! ¡Bienvenido, Bienvenido, Jamie!- exclamo la compañía al ver al visitante. La palabra “bienvenido” resonó y fue repetida por todos en el castillo. Transcurrido cierto tiempo, durante el cual Jamie se divirtió mucho, sus anfitriones le dijeron: -esta noche cabalgaremos a Dublín a raptar a una dama. ¿Quieres venir con nosotros, Jamie Feel? -¡Ay, sí que quiero!- exclamo el joven, sediento de aventuras. Los caballos esperaban ante la puerta. Jamie montó uno de ellos y su cabalgadura se elevó con el por los aires. De ahí a poco sobrevolaba la casa de su madre, rodeado por la corte de elfos, y así fueron volando y traspasando montañas y colinas, y pasaron sobre el profundo Lough Swilley, sobre ciudades y granjas, donde la gente estaba tostando nueces y comiendo manzanas, y celebrando la fiesta de Todos los Santos. Jamie tuvo la sensación de que habían sobrevolado toda Irlanda antes de llegar a Dublín. -esta es Derry- dijeron los elfos volando por encima de la aguja de la catedral, y lo que dijo una voz fue repetido por el resto, hasta que cincuenta voces gritaron: ¡Derry! ¡Derry! ¡Derry!. Del mismo modo, Jamie era informado a medida que pasaban por cada ciudad de la ruta seguida, hasta que al final oyeron voces argentinas que gritaban: -¡Dublín! ¡Dublín! No era una mísera vivienda aquella que iba a ser honrada con la visita de los duendes, sino una de las más bellas casas de Stephen´s Green. La compañía descabalgo cerca de una ventana y Jamie vio en un lecho maravilloso un semblante muy bello apoyado en un cojín. Vio como cogían a la joven dama y la llevaban en voladas, mientras que el bastón, que colocaron en su lugar en el lecho tomaba la misma forma. La joven fue puesta delante de un jinete durante cierto tiempo y luego fue pasada a otro, mientras los nombres de las ciudades eran anunciados como en el viaje de ida.

Estaban llegando a su casa. Jamie oyó: -¡Rathmullen, Milford, Tamney! Y vio que estaban muy próximos a su casa. -Todos vosotros habéis llevado un rato a la joven- dijo ¿Por qué no la llevo yo también un rato? -cierto que puedes llevarla Jamie-le contestaron amablemente. Teniendo estrechado su tesoro, Jamie descabalgo cerca de la casa de su madre. -¡Jamie Freel, Jamie Freel! ¿Es éste, acaso el modo de tratarnos?- le gritaron y descendieron ellos también de su caballo. Jamie estrecho a la joven con fuerza entre sus brazos, aunque no sabía bien qué estaba abrazando porque la “pequeña gente” trasformaba continuamente a la joven en toda clase de extrañas formas. En un instante se convertía en un perro negro que ladraba e intentaba morderle, en otro era una barra de hierro incandescente, que de pronto de4jaba de calentar, y a continuación un saco de lana. No obstante lo cual Jamie la tenía abrazada y ya los pequeños elfos se iban apartando, cuando he aquí una hadita minúscula, la más pequeña del grupo exclamo: -Jamie Feel la ha raptado, pero no obtendrá ningún bien de ella, porque haré que se vuelva sorda y muda. Nada más decir esto, echó algo sobre la joven. Mientras se alejaban a caballo desilusionados, Jamie levanto el pestillo y entró en su casa. -¡Jamie, hombre!-exclamo la madre-. ¡Has estado fuera toda la noche! ¿Qué te ha sucedido? - nada malo, mamá, he tenido la mayor muerte que puede tenerse. Aquí tienes a una bellísima joven que te he traído para que te haga compañía. -¡Que Dios te bendiga y te proteja!- exclamo la madre, y durante algunos minutos sequedó tan asombrada que no pudo decir nada más. Jamie le refirió la historia de su aventura nocturna y terminó diciendo:

-¿Verdad que no habrías permitido que la dejase ir con ellos y que se hubiese perdido para siempre? -¡Pero es una dama, Jamie! ¿Cómo podría una dama comer nuestra comida y vivir como nosotros, de manera miserable? Me gustaría saberlo, muchacho alocado. -Bah, madre, mejor será para ella estar aquí que no allí- dijo señalando en dirección al castillo. Entretanto la joven sorda y muda, que estaba temblando con sus vestidos ligeros, se acerco al fuego de turba. -¡Pobre criatura, que singular y que hermosa es! ¡No me extraña que hayan puesto los ojos en ella!- dijo la vieja contemplando con admiración y piedad a su huésped-. Lo primero que debemos hacer es pensar en vestirla. Pero yo, desgraciada de mí, ¿Qué tengo para darle a una dama como ella?. Luego se dirigió al armario que estaba en la pared de la estancia y cogió la falda de fiesta de burdo paño obscuro; a continuación abrió un cajón y sacó unpar de medias blancas y una blusa de fino lino, blanca como la nieve, y una cofia: “sus vestidos de muerta”, como solía llamarlos. Estas prendas de su guardarropa estaban preparadas desde hacía tiempo para una triste ceremonia de la cual un día ella sería protagonista, y sólo se exponían al aire de vez en cuando, pero en aquél momento estaba decidida a darle estas prendas ala bella y temblorosa visitante, que tan pronto la miraba a ella como miraba a Jamie, con una expresión de mudo dolor y de sorpresa. La pobre joven se dejó vestir, luego fue a sentarse sobre una banqueta baja en el rincón de la chimenea y escondió el rostro entre las manos. -¿Qué haremos para cuidar a esta dama como tú?- exclamó la vieja. -Yo trabajaré para las dos, madre- respondió el hijo. Y ¿Cómo podrá una dama acostumbrarse a nuestra mísera comida?-repitió la vieja. -Yo trabajaré para ella- dijo Jamie por respuesta. Y mantuvo la palabra. Durante mucho tiempo, la joven estuvo muy triste y más de una tarde las lágrimas se deslizaron por sus mejillas, mientras la vieja hilaba junto al fuego y Jamie hacía

las redes para pescar salmones, habilidad que había aprendido recientemente con la esperanza de poder ofrecerle otro manjar a su huésped. Éste siempre era gentil y se esforzaba en sonreír cuando notaba que la estaban mirando, y poco a poco fue adaptándose a aquél modo de vida. No pasó mucho tiempo cuando empezó a dar de comer al cerdo, y aprender a preparar patatas y grano para los pollos y tejer medias gruesas de lana azul. Así transcurrió un año y llegó nuevamente la víspera de Todos los Santos. -Madre-dijo Jamie, quitándose respetuosamente el gorro-, me voy al viejo castillo a buscar fortuna. -¿Acaso estas loco, Jamie? – grito la madre aterrorizada-. Esta vez de seguro que te matarán por lo que hiciste el año pasado. Jamie dio poca importancia a sus temores y emprendió el camino. Cuando llegó al bosque en donde estaban los manzanos silvestres, vio, como la vez anterior, luces en las ventanas del castilloy oyó hablar con voz alta. Deslizándose bajo las ventanas, oyó los duendes que decían: -Menuda faena nos jugó el año pasado Jamie Freel, llevándose a la bella joven. -Cierto- dijo la hadita minúscula-, y yo le he castigado por ese motivo. Ahora es una figura muda que está sentada junto al hogar, pero él no sabe que basta con tres gotas del vaso que tengo en la mno para devolverle el oído y el habla. El corazón de Jamie latía muy fuerte cuando entró en el salón. Fue muy bien recibido por la compañía con un “bienvenido” dicho a coro. -He aquí que llega Jamie Freel. ¿Bienvenido, Jamie Freel! Apenas se calmó el rumor, la hadita dijo: -Bebe a nuestra salud, Jamie, de este vaso que tengo en la mano. Jamie le arrancó el vaso y se echó a correr hacia la puerta. No pudo decir cómo logro llegar a la cabaña, pero el caso es que llegó sin aliento y se dejo caer cerca del hogar. -Esta vez ya veo que todo te ha ido mal, ¡Pobre hijo mío!-dijo la madre. -No, por cierto, esta vez he sido mas afortunado que nunca.

Y le dio a la joven tres gotas de líquido que todavía quedaba en el fondo del vaso, a pesar de su carrera desenfrenada a través del campo de patatas. La joven comenzó a hablar y sus primeras palabras fueron de agradecimiento para Jamie. Los tres habitantes de la cabaña tenían realmente tantas cosas que decirse que cuando ya hacía un buen rato que había amanecido y la música encantada se había terminado, todavía seguían hablando en torno al fuego. -Jamie-dijo la joven-, te ruego que me proporciones papel, pluma y tinta para que pueda escribir a mi padre y contarle todo lo que me ha sucedido. Escribió la carta, pero las semanas pasaban y no recibía Finalmente dijo:

respuesta alguna.

-Deben venir conmigo a Dublín, Jamie, en busca de mi padre. -No tengo dinero para alquilar un coche para llevarte-dijo-, ¿y cómo podrás tú ir a Dublín a pie? Pero ella le suplicó tanto que, por fin, el consintió en emprender juntos la marcha e ir de Fannet a Dublín. No fue el viaje tan fácil como cuando aquél viaje mágico, pero por fin llegaron a llamar a la puerta de la casa de Stephen”s Green. -Dile a mi padre que su hija ha llegado- le dijo el criado que había abierto la puerta. -El señor que vive encasa no tiene hijas, jovencita. Tenía una pero se murió hace más de un año. -¿No me conoces, Sullivan? -No, pobre niña, no te conozco. -Déjame ver al señor. Sólo pido verle. - Bueno no pides gran cosa; veremos qué se puede hacer. Un momento después el padre de la joven vino hacia la puerta. -Querido padre-le dijo ella-, ¿es que no me conoces? -¿Cómo te atreves a llamarme padre?- exclamó el viejo señor, muy enfadado-. Eres una impostora. Yo no tengo ninguna hija. -Mírame a la cara, padre, y ya verás como me reconoces.

- Mi hija murió y esta enterrada. Murió hace ya mucho. La voz del viejo pasó de la ira al dolor. -Puedes irte-dijo. -Querido padre, espera hasta que no hayas visto el anillo que llevo en el dedo. Mira tu nombre y el mío como están grabados. - Es cierto, es la sortija de mi hija; pero no sé como ha llegado hasta ti. Me temo que haya sido de una manera poco normal. -Llama a mi madre, de seguro que ella me reconocerá- dijo la pobre joven, que en aquél momento lloraba amargamente. -Mi pobre mujer está empezando a olvidar su pena. Ahora raramente habla de su hija. ¿Por qué voy a tener que renovar su dolor recordando aquella pérdida? Pero la joven continuó insistiendo tanto que finalmente llamaron a la madre. -Madre-dijo la joven cuando llegó la dama- ¿No reconoces a tu hija? - Yo no tengo hija alguna; mi hija murió y está enterrada desde hace ya mucho tiempo. -Mírame a la cara y me reconocerás al instante. La señora movió la cabeza. -Todos me habéis olvidado, pero mira este lunar que tengo en el cuello. Ahora, madre, de seguro que tendrás que reconocerme. -sí, sí-dijo la madre-,Mi Gracie tenía un lunar en el cuello igual que esté; yo lo vi en el ataúd. También vi que se cerraba la tapa. Cuando le llegó el turno de hablar a Jamie, contó toda la historia del viaje mágico, del rapto de la joven y de la figura que habían dejado en su lugar, de su vida con su madre en Fannet, de la última víspera de Todos los Santosy de las tres gotas que le habían librado del encantamiento. Cuando se detuvo, la joven continuó la historia refiriendo qué bondadosos habían sido con ella la madre y el hijo. Los padres no sabíancómo agradecerle lo que había hecho Jamie. Le trataron con gran amabilidad y cuando expresó su deseo de regresar a Fannet, le dijeron que no sabían que hacer para expresarle todo su agradecimiento. Pero entonces surgió una complicación: la hija no quería que se fuese sin ella.

-Sí Jamie se va, yo también me iré con el-dijo-, Me he salvado de los duendes y he trabajado siempre para mí. Si no hubiera sido por él-dijo queridos padre y madre, no me habríais vuelto a ver más. Me voy. El padre, al ver que está era su decisión, le dijo a Jamie que fuera su yerno. Hicieron que la madre viniera de Fannet en un coche de cuatro caballos, y celebraron unos espléndidos esponsales. Todos vivieron juntos en la gran casa de Dublín y Jamie fue heredero de las incalculables riquezas de su suegro. LAS JAULAS DE LAS ALMAS Jack Dogherty vivía en la costa de la región de Clare. Jack era un pescador como su padre y su abuelo lo había sido. Igual que ellos vivía solo (excepto su mujer) y justamente en el mismo lugar. La gente se preguntaba por qué la familia. Dogherty amaba tanto aquél lugar salvaje, tan lejos del género humano, circundado de altísimas rocas y hendiduras, con solo el océano ante sus ojos. Pero los Dogherty tenían sus buenas razones. En realidad aquél era el único punto en aquella parte de la costa donde e podía vivir. Había una pequeña ensenada donde una barca podía estar al seguro como una alca en su nido, y a lo largo de esta pequeña bahía se extendía bajo la superficie del mar un bajo fondo rocoso. Pues bien, cuando en el Atlántico, según su costumbre, se desencadenaba una violenta tempestad y un fuerte viento del oeste soplaba impetuosamente sobre la costa, muchas naves sobrecargadas de mercancías iban a estrellarse contra esas rocas; y entonces ¡Cuántas ricas balas de algodón o de tabaco o de otro material, y pellejos de vino, y barriles de coñac y de ginebra, llegaban hasta la orilla! La bahía de Dunberg era como un pequeño estado de los Dogherty. Éstos eran siempre serviciales y humanos con los marineros que se4 encontraban en dificultades, cuando alguno de ellos tenía la desgracia de tocar tierra; y más de una vez Jack se sentía echado al mar en su pequeña barca (que aunque no resistía la comparación con la vela de la barca de salvamento del buen Andrew Hennessy, desafiaba el mar como un cormorán), para ayudar a los marineros que habían naufragado a ponerse a salvo. Pero cuando la nave se había hecho pedazos y el equipaje estaba disperso por completo, ¿Quién habría podido criticar a Jack porque tratara de rescatar todo lo que lograba encontrar? /Y devolverlo, ¿para qué?/, se decía Jack. Porque por lo que se refiere al rey (que Dios le bendiga) todos saben que ya es bastante rico sin necesidad de tener que echar mano de lo que esa flotando en el mar.

Jack, aunque era un eremita, era una persona alegre y jovial. Ningún otro hubiera podido convencer a Biddy Mahony para que abandonase la cálida y confortable casa de su padre en el centro de la ciudad de Ennis para irse a vivir entre las rocas con focas y gaviotas como vecinos suyos. Pero Biddy sabía que Jack era el marido más apropiado para una mujer que quisiese vivir tranquila y satisfecha, y esto para no hablar de los peces, porque Jack suministraba a más de la mitad de las casas de los señores de la región aquél maná del cielo que llegaba hasta la bahía. Así es que aquella fue una elección acertada porque ninguna mujer comía, bebía y dormía mejor que ella, y el domingo en la iglesia ninguna tenía un aspecto más magnífico que la señora Dogherty. Muchas eran las cosas extrañas que Jack veía y muchos eran los extraños sonidos que oía , pero ninguno le asustaba. Lejos de él estaba asustarse de las sirenas, o de seres de aquella configuración, pues la cosa que más deseaba su corazón era encontrarse con uno de ellos. Jack había oído decir que eran igual que los cristianos y que aquellos que les habían encontrado siempre habían tenido buena suerte. Por eso siempre que lograba discernir confusamente las sirenas moviéndose sobre la superficie del agua, con sus vestidos de niebla, iba directamente en busca; y más de una vez Biddy, con su ademán tranquilo, le regañaba por pasar todo el día en el mar y no traer pez alguno. ¡Pobre Biddy, si hubiera sabido lo que iba buscando su marido! A Jack le molestaba mucho que, viviendo como vivía en un lugar donde había tantas sirenas como langostas, nunca hubiera podido ver ninguna. Lo que más le irritaba es que tanto su padre como su abuelo las habían visto muchas veces; e incluso recordaba haber oído cuando era pequeño, intimado tanto con un sirénido que, a no ser por el temor a enfadar al cura, le hubiera considerado como uno de sus hijos. Aunque Jack verdaderamente, no sabía bien qué crédito se podía dar a esa historia. Por fin la fortuna comenzó a pensar que era muy justo que Jack conociese lo que su padre y su abuelo habían conocido. Así es que un día que se había arriesgado un poco más de la costa, hacia el norte, justo cuando estaba dando la vuelta al cabo, vio en el mar, apoyado en un escollo, algo quer no había visto nunca, a escasa distancia. Tenía el cuerpo verde, así por lo menos le pareció a aquella distancia, y Jack habría jurado, aunque la cosa no era imposible, que llevaba en la mano un sombrero de tres puntas. Jack permaneció durante una media hora frotándose los ojos, mientras se preguntaba qué sería aquello, y durante aquél tiempo la cosa no movió ni pie ni mano. Finalmente Jack perdió la paciencia y dio

un fuerte silbido y un grito, y entonces el sirénido (porque era un sirénido) se movió y poniéndose el sombrero de tres puntas, se tiro de cabeza al agua. La curiosidad de Jack se avivó más que antes, y aunque se dirigió en aquella dirección, no lograba ver nada de aquél sirénido con el sombrero de tres picos. A fuerza de pensar en aquél asunto, llegó a la conclusión de que no lo había soñado. Un día que hacía muy mal tiempo, cuando las olas del mar se elevaron como montañas, Jack Dogherty tomó la decisiónde echar una mirada al escollo de la sirena (al principio siempre había escogido días de buen tiempo). Tuvo ocasión de ver aquél extraño ser dando saltos sobre la roca y tirándose mal mar y volviendo a salir. Jack tenía sólo que escoger el momento oportuno ( es decir, un día de fuerte viento) para ver al sirénido y eso precisamente fue lo que sucedió. Un dia de terrible vendaval, antes de llegar al lugar desde donde se veía el escollo del sirénido, se desató un huracán tan furioso que Jack tuvo que refugiarse en una de las numerosas cavernas que hay en la costa. Allí vio, con asombro, sentada frente a él, una cosa con cabellos verdes, nariz roja y ojos de cerdo. Tenía cola de pez, piernas con escamas y el sombrero tricornio bajo el brazo, parecía estar pensativo. Jack, no obstante ser valeroso, se asustó un poco, pero pensó para sus adentros: “Ahora o nunca” y se dirigió audazmente al pensativo hombre pez, quitándose la gorra, con una inclinación y le dijo: -A vuestras órdenes, señor. -A las tuyas, Jack Dogherty- respondió el sirénido. -Parece que conocéis bien mi nombre- dijo Jack. -¿Cómo no voy a conocer tu nombre, Jack Dogherty? ¡Pero, hombre, si yo conocía a tu abuelo antes de que se casara con Judy Reagan, tu abuela! Ah, Jack, Jack, yo quería mucho a tu abuelo, era un hombre de gran valor en aquél tiempo; no he encontrado a uno que lo igualase, ni arriba ni abajo, ni antes ni después, para beberse una buena concha de coñac. Espero, hijo mío-dijo el viejo, con un alegre guiño de ojos-que hagas honor a ser su nieto. -Por lo que a mi respecta, no lo dudes-dijo Jack-. Si mi madre me hubieses criado con coñac, a esta hora continuaría siendo un lactante.

-¡Bravo! Me gusta mucho oírte hablar así tan varonilmente. Tú y yo tenemos que conocernos mejor, aunque sólo sea por el recuerdo de tu abuelo. En cambio Jack, ¡tu padre no era igual! No le interesaban estas cosas. -Estoy seguro-dijo Jack, que como nuestra señora vive debajo del agua estará obligada a beber un poco para calentarse, en un lugar tan incómodo, húmedo y helado. He oído muchas veces decir que los cristianos beben como “peces”. ¿Puedo tener el atrevimiento de preguntarte de dónde sacan los licores? -¿Dónde los encuentras tú, Jack?- dijo el sirénido, pellizcándose la nariz con los dedos índice y pulgar. -¡Ah, ah!-exclamó Jack-, ahora comprendo. Me supongo que u señoría tendrá una bodega allá abajo, donde los tenga guardados. -¡Déjate de bodegas!, - dijo el sirénido guiñando su ojo izquierdo. -Estoy seguro- continuo diciendo Jack- que debe ser un espectáculo digno de verse. -En efecto, Jack- dijo el sirénido-, y si me esperas aquí el lunes próximo, podríamos seguir hablando de este asunto. Cuando Jack y el sirénido se despidieron eran los mejores amigos del mundo. El lunes volvieron a encontrarse y Jack se quedó un poco sorprendido al ver que el sirénido tenía dos sombreros tricornios, uno bajo cada brazo. -Senor, puedo tomarme la libertad de preguntarle ¿Por qué hoy su señoría dos sombreros? ¿Acaso me va a dar uno para conservarlo como una rareza? -No, no, Jack- dijo él- Yo no me desprendo de mis sombreros tan fácilmente; pero como quiero que vengas conmigo a cenar, te he traído este sombrero para que te adornes con él. -¡Que Dios nos bendiga y nos proteja!- exclamó Jack asombrado-. ¿Es que, acaso, quieres que yo descienda al fondo de las saladas aguas del océano? Ciertamente no podré respirar y me sofocará el agua, por no decir que me terminaré ahogado. ¿Y qué dirá, entonces, la pobre Biddy, qué hará? -¿Y qué más da lo que diga, pobrecillo? ¿Quién piensa ahora en los gritos de Biddy? Tú abuelo no habría hablado así. El muchas veces se puso este mismo sombrero y se sumergió valerosamente detrás de mí.

Hemos celebrado muchos banquetes bajo el agua y hemos bebido buenas conchas de coñac. -¿Es cierto eso, señor? ¿No bromeáis? – dijo Jack -. ¡Qué me suceda algo hoy y todos los días de mi vida, si soy menos que mi abuelo! Vamos a ellos, pero no me gastéis una broma. ¡Voy de cabeza!- exclamó Jack. -Eres idéntico a tu abuelo- dijo el viejo-. Sígueme y has lo que yo haga. Dejaron ambos la caverna y se encaminaron al mar y luego nadaron un poco hasta llegar al escollo. El sirénido se subió a lo alto y Jack le siguió. La parte de atrás de la roca estaba tan inclinada como el muro de una casa y el mar parecía estar tan profundo que Jack casí se asustó. -Ahora, mira, Jack- dijo el sirénido-, ponte el sombrero y procura tener los ojos muy abiertos. ¡Agárrate con fuerza a mi cola y sígueme, y ya verás lo que vas a ver! A continuación se sumergió en el mar y Jack muy decidido, se sumergió también detrás de él. Nadaron y nadaron y Jack pensó que nunca iban aparar de nadar. Algunas veces sentía deseos de estar en su casa junto al fuego al lado de Biddy. Pero ¿de qué servía ahora desear esto, cuando estaban a muchas millas bajo las ondas del Atlántico? Siguió agarrado a la cola del sirénido, aunque era muy escurridiza; por fin, para sorpresa de Jack, salieron del agua y se encontró en el fondo del mar en tierra firme.Se detuvieron frente a una hermosa casa que estaba recubierta con valvas de ostras. El sirénido, volviéndose hacía Jack, le dio la bienvenida. Jack apenas si podía hablar, no sólo por la sorpresa, sino en parte porque estaba sin respiración después de haber viajado tanto por el agua. Miró en torno suyo y no vio ser viviente, a excepción de cangrejos y langostas, de los que había gran abundancia paseando tranquilamente por la arena. Sobre su cabeza estaba el mar como si fuera el cielo y los peces como si fueran pájaros nadaban en torno. -¿Por qué no hablas, hombre?- dijo el sirénido-. me supongo que será porque no podías ni imaginarte que yo tenía aquí una pequeña propiedad tan confortable. Estás, acaso, cansado, o sofocado o medio ahogado, o estas preocupado por Biddy, ¿eh?. -¿Yo? No, por cierto-dijo Jack, mostrando los dientes sonrientes-.Pero ¿Quién en el mundo iba a pensar que existía todo esto?

-Bueno, pues entonces, sígueme y vamos a ver qué nos han preparado de comida. Jack realmente estaba hambriento, así es que sintió gran placer al ver una columna de humo que salía de la chimenea, que anunciaba lo que debían de haber en el interior. Siguió el sirénido hasta el interior de la casa donde vio una buena cocina, muy bien provista de todo. Había gran fuego ardiendo en el hogar, lo que le resulto muy confortable a Jack. -Anda, acércate y te enseñaré donde guardo…, ya sabes a lo que me refiero- dijo el sirénido con una mirada de complicidad. Abriendo una puertecita condujo a Jack a una magnífica bodega llena de botellas de barrilitos, de papas y de toneles-. ¿Qué me dices a esto, Jack Dogherty, ¿eh? ¿Acaso no se vive bien bajo el agua? -Nunca lo he dudado- dijo Jack, dando un chasquido con el labio superior, porqué realmente pensaba lo que decía. Volvieron al comedor donde encontraron servida la comida. Para ser sinceros, faltaba el mantel, pero ¿qué mas daba? No siempre Jack lo tenía en su casa. La comida no habría desacreditado la mejor casa de la región en un día de fiesta. No es maravilla que hubiese allí la mayor variedad de peces: rodaballos, esturiones, lenguados, langostas y ostras y veinte variedades más había sobre las tablas y numerosos licores extranjeros. -Los vinos-dijo el viejo-eran muy fríos para su estómago. Jack comió y bebió hasta que se harto; luego levantando una concha, dijo: -¡A vuestra salud, Señor! Le ruego que me perdone, pero ¿No le parece un poco raro que siendo amigos no sepamos cuáles son nuestros nombres? -Es verdad, Jack- replicó él-; no lo había pensado, pero más vale tarde que nunca. Mi nombre es Coomara. -¡Es un gran nombre!- exclamó Jack, bebiendo otra concha-,¡a tu salud Coomara y que vivas cincuenta años más! -¿Cincuenta años?- dijo Coomara-. Muchas gracias. Si hubieses dicho quinientos tu augurio habría tenido más sentido. -Pardiez, Señor- exclamó Jack-, ya veo que alcanzáis una respetable edad aquí debajo del agua. Habéis conocido a mi abuelo y que ya se ha muerto y esta enterrado desde hace mas sesenta años. Creo que verdaderamente este es unlugar muy saludable para vivir.

-De esto no hay duda alguna, pero, Jack no dejes de beber tu licor. Vaciaron una concha tras otra y para sorpresa suya, Jack vio que la bebida nunca se le subía a la cabeza, probablemente, pensó, porque el mar estaba encima de ellos y esto hacía que el cerebro estuviera fresco. El viejo Coomara cada vez estaba más contento y cantó muchas canciones. Pero Jack, aunque en ello le fuera la vida, no lograba acordarse nada más que de está: Rum fum boodle boo Ripple dipplenitty dob Dumdoo doodle coo Raffle taffle chittiboo Era el estribillo de una de ellas, y adecir