james Potter y el Hilo Carmesi

TRADUCIDO POR “Latin Gremlins” JAMES POTTER Y EL HILO CARMESÍ G. NORMAN LIPPERT CARIÑOSAMENTE BASADO EN LOS MUNDOS Y

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JAMES POTTER Y EL HILO CARMESÍ

G. NORMAN LIPPERT

CARIÑOSAMENTE BASADO EN LOS MUNDOS Y PERSONAJES DE J.K. ROWLING © G. NORMAN LIPPERT, 2017

TRADUCIDO POR “Latin Gremlins”

NOTAS Y AGRADECIMIENTOS DEL GRUPO TRADUCTOR

La traducción de James Potter y el Hilo Carmesí, es gracias a:

Latin Gremlins

y

El Blog de Divel

Henos aquí, con un libro más, terminado y traducido al español para todos ustedes, lo lamentable es que es el último de la serie James Potter de George Norman Lippert (así lo confirmó el autor). Aun así, infinitas gracias a él por ser el artífice de este estupendo fanfiction, una fiel continuación de la serie Harry Potter de J.K. Rowling. La idea de traducir esta historia a partir del tercer libro y sin ánimo de lucro, solo pasó porque estábamos ansiosos y tal vez un “poco locos” por hacerlo, pero no nos pueden culpar por ser fanáticos de esta serie desde la original. Como ya saben, esta versión traducida no es perfecta, pero tratamos de hacerla lo más comprensible posible, manteniendo las coherencias desde los dos primeros libros traducidos por el Equipo LLL, que gracias a su trabajo, a Ronald Bautista y a Xènia Senserrich, pudimos continuar y culminar la traducción. Así mismo, un enorme agradecimiento a los compañeros que se unieron después al grupo Latin Gremlins: -Augusto Hernández, quien nos ayudó desde “La Red Morrigan”. -Federico Pérez De Berti, quien se hizo a cargo de una gran cuota de capítulos en este quinto libro y quien demostró gran conocimiento del inglés.

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-Clara Hernández Mencia, a quien se le encomendó la traducción de uno de los extras más especiales de la serie. No podíamos dejar de agradecer especialmente a todos los seguidores que han estado con nosotros desde “La Bóveda de los Destinos”, particularmente a James Potter Series - Spanish/Castellano en Facebook, quien siempre estuvo al tanto de nuestros avances para publicarlos en su fanpage como parte de esta familia incondicional al señor George Lippert. Esperamos que se hayan complacido con nuestra traducción y que disfruten de este quinto y último libro de James Potter, así como de los anteriores y los extras que componen esta serie. Nos vemos en una próxima ocasión y recuerden que si van a compartir y comentar este proyecto, procuren darnos algo de crédito. Saludos.

Diana Velásquez

Iván Benavides

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TABLA DE CONTENIDOS

PRÓLOGO .................................................................................................................................... 7 Capítulo 1 La entrevista ............................................................................................................ 18 Capítulo 2 Vientos de Cambio ................................................................................................. 38 Capítulo 3 La Reunión de Medianoche .................................................................................. 55 Capítulo 4 El Secreto de la Daga .............................................................................................. 82 Capítulo 5 Aurores Junior en Entrenamiento ...................................................................... 100 Capítulo 6 La Ordenanza Trece ............................................................................................. 126 Capítulo 7 La Prueba a la que no faltó .................................................................................. 142 Capítulo 8 El Hilo y el Broche ................................................................................................ 162 Capítulo 9 Peeves hace lo suyo .............................................................................................. 174 Capítulo 10 La Carta de Hagrid ............................................................................................. 209 Capítulo 11 El Crómlech de Espinos Negros ....................................................................... 238 Capítulo 12 La Cita de Medianoche ...................................................................................... 253 Capítulo 13 El Triunvirato analizado .................................................................................... 270 Capítulo 14 La Sublevación de los Elfos ............................................................................... 294 Capítulo 15 Uno para soportarlo todo .................................................................................. 318 Capítulo 16 Hagrid tiene un plan .......................................................................................... 340 Capítulo 17 La Conspiración del Dragón ............................................................................. 353 Capítulo 18 Un Breve Respiro ................................................................................................ 383 Capítulo 19 De regreso a Londres ......................................................................................... 410 Capítulo 20 Mundo en Colapso ............................................................................................. 443 Capítulo 21 Desintegrando Planes ........................................................................................ 471 Capítulo 22 El Final del Principio .......................................................................................... 490 Capítulo 23 El Caos Desciende .............................................................................................. 524 Capítulo 24 La Sangre del amor más querido ..................................................................... 556

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Capítulo 25 El Tiempo entre los Tiempos ............................................................................ 571 Capítulo 26 El Grillete del Broche ......................................................................................... 595 Capítulo 27 El Enigma Triple Seis ......................................................................................... 611 EPILOGO Diecinueve años después ..................................................................................... 626

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Para “Tabitha Corsica” Tú sabes quién eres

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PRÓLOGO Cuatro Años Antes Keynes podía sentirla venir. Las luces parpadearon mientras estaba en las escaleras, haciéndole tropezar y provocando un coro de exclamaciones asustadas desde su séquito. Un segundo después, cuando las luces se normalizaban, estaba solo. Miró a su alrededor rápidamente, girando sobre el terreno, tocando las paredes de ladrillos y los escalones de hormigón. Los guardias que lo habían acompañado se habían ido, también el Obliviador oficial de la corte. Keynes apenas se dio cuenta. Lo que más importaba era la niña, Isabella Morganstern.

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La había agarrado por la muñeca, apretándola con toda la fuerza de su mano, tan apretada y despiadada como un puño de camisa. Sabía que la estaba lastimando, y no sólo por sus gritos incesantes. Su cólera lo hizo vengativo. La idea de que pudiera estar golpeando la muñeca de la niña le hizo apretar aún más fuerte, moliendo los huesos finos de su antebrazo. Había estado furioso con ella por huir de él, pero aún más, por avergonzarlo. Esta gruñona, inmadura, precoz británica se había atrevido a desafiar a Albert Keynes, Árbitro general de la Corte Mágica de los Estados Unidos. En realidad tuvo la audacia de obligarle a perseguirla. Afortunadamente, aunque el resto de su séquito había desaparecido de alguna forma, la niña seguía allí, arrastrándose detrás de su puño, con los ojos muy abiertos mientras las luces parpadeaban. Su cabello se balanceaba en sudorosos rizos rubios alrededor de su rostro mientras miraba arriba y abajo, buscando. Por un momento, Keynes pensó que estaba buscando a los guardias desaparecidos, pero luego comprendió lo contrario. Estaba buscando a su hermana, Petra Morganstern, la joven cuyo nombre la pequeña mocosa había estado chillando sólo unos segundos antes, la joven a quién ellos habían dejado durmiendo en un sueño maldito de culpabilidad, tumbada en una cama desnuda de una celda vigilada del sótano. —No seas tonta —dijo, burlándose de la expresión esperanzada de la niña. Sus palabras se perdieron, sin embargo, arrasaron en una súbita ráfaga de frío viento. Golpeó el borde del sombrero negro de Keynes, amenazando con azotarlo de su cabeza calva como un fantasma burlón. El aire relinchante era tan frío que le pareció que podía sentir manchas de hielo en este, picando sus mejillas y ojos. La chica rubia se volvió para mirarlo por primera vez desde que fue recapturada. Su boca todavía estaba presionada en un ceño preocupado, pero sus ojos brillaban como esmeraldas, de repente expectante, incluso ansiosa. Él sacudió la cabeza hacia ella, sin atreverse a hablar de nuevo, y sacudió un dedo amonestador hacia ella con su mano libre. La empujó hacia adelante de nuevo hasta que ella tropezó con los escalones, arrastrada por su puño de nudillos blancos. No sabía lo que estaba pasando, pero la magia inesperada no era ninguna sorpresa en su trabajo habitual. Las escaleras se detuvieron en el siguiente rellano, conduciendo a una sola puerta abierta tan grande que su mango había roto la pared de ladrillo. Keynes se detuvo,

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momentáneamente confundido. Habían subido desde el sótano. Había por lo menos nueve tramos más de escaleras hasta el tope del edificio. ¿Cómo podrían haber alcanzado la cima? El aire seguía helado. Su aliento se hinchó ante su rostro, resoplando con solo el más leve temblor de un escalofrío. Y por supuesto comprendió cómo había llegado a donde estaba después de todo. Su séquito no había desaparecido. Él sí. Había sido transportado mágicamente por nueve tramos de escaleras en un abrir y cerrar de ojos, durante el destello y parpadeo de las luces. La única razón por la que la chica había venido con él era porque la había estado sujetando fuertemente. La chica no había hecho la magia. Pero el brillo de sus ojos le dijo que sabía quién lo había hecho. —Será mejor que me dejes ir —dijo con un énfasis tranquilo. Keynes intentó imaginar el miedo y la petulancia en su súplica, pero él sabía que no había ninguno. En su lugar, casi parecía estar teniendo piedad reluctante en él. Como si le diera una última oportunidad para evitar algo horrible. —Eres una tonta —le gruñó, siseando fuertemente entre sus dientes, de modo que salió saliva. Su aliento hinchó nubes pálidas en el aire. —Tu hermana es culpable. No tienes un guardián mágico legal. El tribunal ha hablado y tengo la intención de cumplir sus órdenes. Serás oficialmente Desmemorizada. Sólo estás empeorando las cosas... Otra ráfaga de viento, aún más dura y fría que antes, se abalanzó sobre él, le arrancó el sombrero de la cabeza y batió su túnica como una bandera. Se aferró al marco de la puerta con la mano libre, pero el viento lo forzó a golpear la puerta de la escalera detrás de él tan violentamente que su pequeña ventana se rompió, rociando el piso del vestíbulo con vidrio triturado. Keynes se revolvió, agarró la manija de la puerta y la sacudió, tirando de ella tan fuerte que crujió en su base. La puerta estaba cerrada, tan inamovible como la piedra. Y aun su mano seguía agarrando la muñeca de la chica rubia, arrastrándola con él.

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Ella estaba viniendo. La hermana de la chica. Era imposible, pero había despertado de su maldito sueño. Había sido convocada por los gritos incesantes de la mocosa rubia. Esa era la razón por la cual la chica había dejado de gritar. Por eso ya no tenía miedo. Su miedo se había transferido a Keynes. Sorprendentemente, este hecho lo enfureció tanto como lo desconcertó. Estaba acostumbrado a ser el que inculcaba el miedo. Por supuesto, el susto que inspiró fue justo y verdadero, el susto que todos los malhechores sienten cuando finalmente se enfrentan a la justicia. Tal vez en secreto saboreaba ser esa mano fría de la justicia. Quizás manejar las escalas de poder y venganza le concedieron una emoción implacable. ¿Pero eso era algo tan malo? Se enorgullecía de su trabajo, eso era todo. No había mal en él. Por lo menos, nada que mereciera el terror que ahora sentía que se deslizaba sobre él, picoteando su piel, tragándolo como una serpiente que digería lentamente su presa. —Aléjate de mí —ordenó hacia el pasillo aparentemente vacío, sacando la varita de su túnica. A sus propios oídos, su voz sonaba pequeña, temblorosa. La varita extendida en su mano tembló. —¡Aléjate de mí! ¡Estoy cumpliendo mis deberes! En nombre de la corte de magos de los Estados Unidos de... —Déjala ir —dijo la voz de una mujer. Era baja e insensible, vibrando desde las paredes de alrededor. Al igual que la chica rubia antes, la voz parecía ofrecer una advertencia reacia. Sonaba como una voz que quería ser desobedecida. —¡Aléjate! —gritó Keynes, extendiendo su varita completamente delante de él, agarrándola con fuerza. La agitó de un lado a otro mientras avanzaba por el pasillo, arrastrando a Isabella con él. El pasillo era largo y monótono, lleno de ladrillos esmaltados de verde pálido e industrial. El piso de cemento irradiaba frío. Las puertas negras se alineaban en ambas paredes, todas cerradas, marchando por lo que parecían kilómetros. Pero eso era una ilusión, por supuesto. Keynes sabía que había escaleras en ambos extremos del edificio. Si podía llegar al otro extremo, podría llevar a la niña hacia abajo. Su hermana no podría detenerlo. Ella era culpable. Ella era el caos. Keynes apretó la mandíbula y enderezó la espalda. Él era la justicia. Él era el orden. Las luces volvieron a parpadear y zumbaron. Las bombillas de arriba eran viejas, y un vidrio claro reluciendo con filamentos brillantes de pelo de duende. No requerían

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electricidad muggle para funcionar, y sin embargo, una por una, comenzaron a extinguirse. Cada una estallando como una bomba diminuta, rociando vidrio y chispas frías. La oscuridad avanzó por el pasillo hacia Keynes, pero se vio obligado a caminar hacia esta, aumentando la velocidad y levantando la barbilla para enfrentarla. —¡El caos no puede derrotarme! —gritó, llamando a la oscuridad que se acercaba. —¡Soy el orden! ¡El orden supera al caos! —caminó más rápido, con el puño todavía agarrando la muñeca de Isabella, apretándola con la fuerza suficiente como para tocar los huesos, arrastrándola fuertemente junto a él. La bombilla directamente arriba sobre Keynes se nubló de repente con escarcha. Su luz se apagó, se enfrió y luego brilló con fuerza, explotando. El vidrio y las chispas cayeron sobre él, salpicando en su cabeza desnuda. La voz de Petra Morganstern vino directamente desde encima de él. —No soy el caos —dijo, y de repente estaba parada detrás de Keynes, con una silueta ligera, pero corriendo con el frío viento de alguna manera imponente. Era como un agujero negro en forma de mujer, lleno de gravedad comprimida y de oscuridad perfecta. —Y tú no eres el orden. Solo quiero a mi hermana de vuelta. Keynes se detuvo torpemente e incluso tropezó un paso hacia atrás, con los ojos abiertos por la forma que tenía delante. —¡Oh, no la tendrás! —dijo él estridentemente. —¿Crees que puedes simplemente desafiarme? —sacudió la cabeza furiosamente, su rabia de alguna manera igualaba su terror. —¡Eres una criminal condenada! ¡No tienes derechos legales! ¡Tú...tú...! El brazo de Petra se estiró hacia Keynes. No podía decir si estaba alcanzando la chica agarrada por su muñeca o su propio cuello. La oscuridad de la silueta parecía atraerlo. Resistió, presionando sus labios en una línea enfurecida. Con violencia, sacudió a Isabella delante de él, usándola como un escudo humano. Enganchó su codo izquierdo debajo de su barbilla, forzando su cabeza contra su pecho, y levantó su puño derecho, blandiendo su varita. En un segundo, la golpeó contra la sien de la chica rubia. —¡Lo haré yo mismo! —gritó ferviente, con los ojos ensanchados de celo. —¡No soy tan bueno como el Obliviador de la corte oficial, pero conozco el hechizo! Puede que nunca sea capaz de formar una memoria nuevamente. ¡Pero puedo hacerlo! ¡Lo haré!

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¡Me obligarás a esto! ¡La corte ha hablado! —gritó la última oración, enarcando con voz ronca cada palabra como si fuera un talismán. —Baja la varita... —dijo Petra, su voz caía monótonamente helada. Su forma pareció alargarse creciendo en tamaño, asomándose contra la oscuridad de las paredes. Estas se alejaron de ella, grietas corrían a lo largo de los ladrillos, arrojando mortero como fuegos artificiales. A la distancia las ventanas se destrozaron y las paredes gimieron. — ¡Déjala IR! Keynes aspiró un aliento repentino, llenando su pecho y preparándose para gritar. —OBLIVIA... A lo largo del pasillo, cada puerta se abrió con una explosión, estallando con nubes de vapor helado. El brazo de Petra se inclinó hacia delante como una serpiente, sujetándose a la garganta de Keynes y empujándolo hacia atrás, directamente fuera de sus zapatos. Sus manos se rasgaron impotentes, soltando primero a Isabella y su varita y luego tanteando inútilmente el puño helado envuelto alrededor de su garganta, encerrado bajo la saliente de su barbilla. Y aun así la forma de Petra lo empujaba hacia atrás por el pasillo, cada vez más rápido, flotando en la persecución, volando, su pelo fluía a su alrededor como las serpientes de una medusa. Su forma era una negra pesadilla de sombra a excepción de sus ojos, que brillaban como la luz de las estrellas a través de los zafiros. Los talones de Keynes rebotaban descontroladamente por el pasillo, esparciendo el vidrio roto de las bombillas. —¡He matado una vez antes! —exclamó la voz de Petra. El sonido era como el agrietamiento de los glaciares, resonando a lo largo de las paredes abultadas como un gong. —¡Terrible lo que ella era, la mujer que maté era aún mejor que un insecto embustero como TÚ! —¡Petra! —una pequeña e inesperada voz interrumpió. Era la voz de una chica, bastante familiar para no estallar la furia de Petra, sino para sorprenderla y detenerla, al menos por un segundo. Un relámpago reprimido brilló a lo largo del pasillo desde los ojos de Petra y su mano libre, anhelando ser desatada, y sin embargo, a regañadientes, se detuvo. Keynes todavía estaba agarrado con su puño extendido, sus propias manos sujetas alrededor de la de ella, luchando inútilmente, su boca congelada en un suspiro silencioso y ahogado, sus ojos hinchándose en su rostro.

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—¿Izzy? —preguntó Petra sin girarse, parpadeando el frío resplandor azul de sus ojos. —No —dijo la voz mansamente. —Soy yo. Lucy. Petra finalmente miró por encima del hombro. Su pelo colgaba alrededor de su cara como cintas negras, revelando solo un ojo. Parpadeó de nuevo, ignorando a Keynes. Lucy estaba de pie junto a Izzy. Mientras Petra miraba, las chicas se acercaron un paso más. Sin mirar, Lucy alcanzó la mano de Izzy y esta se la dio, entrelazando sus dedos. Con este gesto, Petra comprendió algo. Mientras estaba dormida, bajo la influencia de la manzana venenosa de Mamá Newt, algo había sucedido entre Lucy e Izzy que las había unido. Ahora eran amigas. Aparte de Petra, Izzy nunca antes había tenido una verdadera amiga. A pesar de todo, la visión de las manos entrelazadas de las niñas rompió y alegró el corazón de Petra. —No lo mates, Petra —dijo Lucy. Sus ojos oscuros estaban tranquilos, ni mendigantes ni exigentes. —No porque merezca vivir. No lo sé. Para un hombre bastante horrible. Puede que él merezca morir. Pero tú no mereces matar. Petra miró desde los ojos de Lucy hasta los verdes de Izzy. La chica rubia asintió lentamente. —No es como con mi madre —dijo en voz baja. —Ella era tan miserable y fea por dentro que casi quería ser asesinada. Ella casi lo suplicó. Pero esto... es diferente. El agarre de Petra apretó lentamente el cuello de Keynes, haciendo crujir sus vértebras. Su mandíbula cayó mientras su boca se abría como un pez varado. Su delgado pecho se ensanchó en silencio. Petra lo ignoró, todavía mirando por encima del hombro a las dos chicas, con sus manos entrelazadas. —Pero... casi te arruina, Iz... —dijo. Había algo como una súplica en su voz. —Es un desastre de ser humano. No merece más que ser finalizado. Izzy asintió con la cabeza. Lucy frunció el ceño preocupada. —Probablemente así sea —admitió razonablemente. —Pero no mereces la mancha que dejaría en ti. En tu alma. Petra oyó las palabras, y supo en lo más profundo de su corazón, en el ojo de su tormenta de rabia, que ella estaban bien. Lucy tenía razón. Aun así...

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Y sin embargo otra voz habló dentro de sus pensamientos. Una voz que ella, Petra, no había escuchado en casi un año. MATAR NO ES UNA MANCHA, exclamó la voz, gritando las palabras en el centro de la mente de Petra, ahogando cada otro pensamiento como un observador impaciente que ya no puede permanecer en silencio. ¡MATAR ES EL PODER DE LA INMORTALIDAD! ¡MATAR ES SER COMO UN DIOS! —Sí —se dijo Petra, su expresión volvió a calmarse mientras se giraba de vuelta hacia Keynes. Ella quería desesperadamente estar de acuerdo con la Voz del Linaje en su mente. Se sentía tan bien seguirla. —Y él se lo merece... Keynes vio la resolución formándose en los ojos de Petra e intentó sacudir la cabeza. Sus ojos se salieron de sus órbitas, incluso cuando su rostro se escurrió de todo color, volviéndose tan pálido como la cera. Él merece morir... agregó La Voz, ahora cayendo a un codicioso susurro. ¡TODOS merecen moriiir! —Todos merecemos morir —agregó Lucy detrás de Petra, casi como si también pudiera oír la viciosa Voz en la mente de Petra. Sus palabras eran como una pizca de cordura en el frío aire, inevitable y persistente. —Todos merecemos morir, Petra, en el momento en que alguien con poder decida que tiene el derecho de matar. Petra parpadeó de nuevo. Hizo una pausa. Lucy tenía razón. Por supuesto que sí. Petra quería desesperadamente negárselo. La Voz que atormentaba sus pensamientos se atropelló contra ella, maldijo contra ella, habría dado la vuelta y matado a Lucy para silenciarla si pudiera. Pero La Voz ya no controlaba a Petra. A pesar de su fuerza, y a pesar de su oscura persuasión ocasional de su lógica, la Voz del Linaje ya no era una maldición. Era sólo una parte de ella, y ella era parte de ésta. A regañadientes, odiándose a sí misma por hacerlo, soltó a Keynes. Se dejó caer en el suelo y se arrugó como una muñeca de palos sueltos.

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Petra lo miró fijamente, inmóvil e impasible. Aún anhelaba matarlo. La punta de sus dedos se arqueó y crepitó con fría energía al pensarlo. Pero de alguna manera se resistió. Calor se acercó por detrás. Las dos chicas tomaron las manos de Petra, una cada una, calentándolas y sofocando el poder asesino que quería lanzar, que ansiaba expresar. Puedes retenerlo un rato, la Voz se apoderó petulantemente, disminuyendo una vez más en el ruido del fondo de la mente de Petra. Pero no puedes controlarlo para siempre. Y cuando finalmente lo desates, no te importará quién está parado en tu camino... —¿Aún está vivo? —preguntó Lucy, mirando con mórbida fascinación la forma arrugada del Árbitro. —Está vivo —admitió Petra a regañadientes. Lucy asintió con la cabeza. —Me alegro, Petra —dijo, y luego la miró con ojos sombríos y sinceros. —Me alegro de que no hayas matado. Porque algunas cosas no se pueden deshacer. Algunas cosas perdidas no pueden reaparecer. No importa cuánto lo desees. Más tarde, apenas una hora desde ese momento en el pasillo con las tres chicas paradas mano a mano. Petra recordaría las palabras de Lucy. Venían a ella en un destello de luz y en un momento de terror... un momento que se convertiría en una interminable nota de timbre, cada vez más fuerte que suave, a cada día y mes y año. Petra sabría demasiado dolorosamente cuánto se podría desear que una cosa perdida se desvaneciera. ¿Pero las palabras de Lucy eran ciertas? ¿Las cosas perdidas realmente lo hacían para siempre? Petra se había burlado de tales asuntos, porque siempre eran falsos, esperanzas vacías, simples trucos caprichosos destinados a manipular. Pero ¿y si ella, Petra, pudiera conjurar la respuesta? ¿Y si, puramente por la fuerza de su inmenso poder y su inteligencia prosaica, pudiera escribir su propio asunto?

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¿Había algún precio que valiera la pena pagar, no importa cuán alto, para averiguarlo? Se lo preguntó. A lo largo de los años siguientes, Petra se lo preguntó cada vez más.

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Capítulo 1 La entrevista —Parece que fuera la primera vez que lo montamos —comentó Ralph con jovialidad, abriéndose paso por el pasillo del Expreso de Hogwarts hasta el estridente ruido de los estudiantes abordando, y el silbido y chasquido cercano de la locomotora carmesí. Columnas de vapor, blancas y brillantes en el sol de la mañana, deambulaban más allá de las ventanas. —Es fácil olvidar que todo el mundo está a punto de caer directamente de un acantilado, ¿no? Rose levantó su bolsa por encima de un grupo de nerviosos chicos de primer año. — Realmente deseo que dejes de decir eso. Estás repitiendo lo que dice tu padre.

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—Bueno —dijo James moviendo la cabeza. —Denniston Dolohov es el principal consejero muggle del Ministro de Magia. Es su trabajo conocer todas las maneras en que el mundo mágico está ingresando al mundo muggle, y al revés. Lo sabría mejor que nadie. Aquí. Señaló hacia un compartimiento vacío cerca del final del corredor. Ruidosamente, deslizaron la puerta y entraron, descargando sus mochilas y bolsos poniéndolos en los portaequipajes. James se inclinó para mirar por la ventana antes de sentarse. La muchedumbre habitual llenaba el andén... montones de familias despidiéndose, estudiantes corriendo con carritos de baúles, altos porteadores de abrigos rojos dirigiendo a la gente y pitando sus silbidos... pero la colección de noticias mágicas seguía siendo evidente en primer plano, montando corte cerca de la locomotora. El flash del fotógrafo del Profeta se apoderó de la multitud mientras hacía más fotos. Junto a él estaba Myron Madrigal de las noticias mágicas inalámbricas, quien parecía estar conversando con Cameron Creevey, transmitiendo en vivo con su varita sostenida entre ellos. James hizo una mueca, sabiendo que el entusiasmo contagioso del chico probablemente llenaría diez minutos de tiempo al aire, aunque Madrigal lo deseara o no, nueve de esos minutos probablemente serían sobre James Sirius Potter. —Parece que ya no está allí —comentó Rose, acercándose a James y bloqueando su vista con su pelo rojizo. —Probablemente ya está a bordo —sugirió Albus, uniéndose a ellos en el compartimiento y cerrando la puerta con fuerza. —Preparándose para su gran entrevista, me imagino. Tu público espera, James. —Cállate, ¿quieres? —James negó con la cabeza avergonzado. —Probablemente estará entrevistando a muchos de nosotros, no sólo a mí. Además, no fue mi idea. Rose inhaló. —Pero no dijiste que no, ¿verdad? —de repente, levantó una mano y la agitó enérgicamente. —¡Adiós mamá! ¡Papá! ¡Los amo! ¡Nos vemos en Navidad! El tren se desvió y se estremeció cuando empezó a avanzar. La chimenea de la locomotora se elevó tanto en tono como en ritmo, convirtiéndose en un ritmo constante y ruidoso en el aire. Las caras del andén comenzaron a deslizarse hacia un lado, retrocediendo. James apartó a su prima lo más posible y vio a sus propios padres

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observando, sonriendo a la luz del sol. Su madre lo vio y agitó la mano. Él saludó con la mano, tentativamente, nervioso, pensando en la próxima entrevista. —Ella ha cambiado, espero —había dicho su padre el día anterior, cuando la petición oficial había llegado con la lechuza de las oficinas del Profeta, —No creo que haya nada de qué preocuparse, James. El mundo tiene calderos más grandes para hervir estos días. ¿Qué daño podría hacerte? Tía Hermione había sido mucho menos magnánima cuando había oído hablar de ella sólo unos momentos antes en el Andén Nueve y Tres Cuarto. —Sólo recuérdale de quién eres sobrino—le susurró al oído, sin sonreír —Dudo que me haya olvidado, o a cierto jarro de cristal. Un golpe agudo salió de la ventana de la puerta del compartimiento. James miró hacia atrás para ver a un hombre al otro lado, mirando con un bastón levantado en el puño, preparado para golpear de nuevo. Era un hombre pequeño, de manos grandes, afeitado por debajo de un sombrero con forma de hongo, con gafas enmarcadas de alambre y un chaleco de tweed. Sus ojos se movieron sobre los ocupantes del compartimiento y aterrizaron en James. —¿James Potter? —gritó a través del cristal. James asintió con la cabeza, y la tensión en su pecho cerró unas cuantas muescas más apretadas. —Soy el Sr. Bullova del Profeta —dijo, todavía elevando su voz para hablar a través de la ventana de cristal. —¿Hablamos ayer vía flu? Estamos listos para usted si usted lo está —retrocedió, sin esperar respuesta. James lanzó un suspiro y se acercó a regañadientes a la puerta. —Eso seguro que fue rápido. —No te olvides de nosotros cuando seas famoso —Albus le dio una palmada en el hombro. —Encantado de conocerle, Sr. Potter —Bullova le estrechó la mano breve pero vigorosamente mientras James se le unía en el pasillo. —Sólo estamos a unos cuantos vagones. Si me sigue —hizo un gesto y siguió el camino, moviéndose con una especie de timidez, sin mirar hacia atrás.

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James se sintió terriblemente consciente de sí mismo siguiendo al hombre a través de los vagones, sabiendo que estaba siendo visto por un montón de amigos y compañeros de escuela, que ya tenían una idea de lo que estaba pasando. A pesar de lo que había dicho Albus, sospechaba que ninguno de ellos estaba siendo entrevistado para el Profeta sobre "el cambiante mundo mágico y su impacto en la generación más joven" (como Bullova lo había puesto alegremente en su invitación). Pero de nuevo, como el tío Ron había comentado en el andén, ninguno era el primogénito de Harry Potter. Pasaron a través de tres conectores, finalmente entrando en un carro mucho más suntuoso cerca de la parte delantera del tren. Alfombras rojas y accesorios de bronce adornaban el pasillo y el olor a tabaco de pipa, parecía haber trabajado su camino en la misma fibra de los paneles de madera pulida. Aquí, profesores en vez de estudiantes ocupaban los compartimientos. Al pasar, James, reconoció a Kendrick Debellows, al maestro de Defensa contra las Artes Oscuras, su cabeza con corte militar asentía en conversación con la maestra de Pociones, Lucía Heretofore. Frente a ellos había un hombre sorprendentemente joven, de cabello negro y rasgos afilados. El hombre alzó la vista mientras James pasaba por el compartimiento, su expresión reflejaba curiosidad. James nunca lo había visto antes y se preguntó fugazmente si era un ayudante nuevo de algún maestro. Era demasiado joven para ser profesor. —Y aquí estamos —anunció Bullova con brusquedad, deteniéndose en el último compartimiento y abriendo la puerta. —Siéntese, si lo desea. Bullova se apartó e hizo un gesto con el bastón en su gran puño izquierdo, conduciendo a James dentro. Cuando James entró, Bullova sacudió la puerta cerrada desde el exterior. James se volvió para mirar hacia atrás a través de la ventana del compartimiento, pero el hombrecillo ya se estaba retirando por el pasillo con un reloj de bolsillo dorado abierto en su mano libre. James se volvió hacia el compartimiento, que era muy diferente a cualquiera de los otros en los que hubiera estado. Era más grande, con cuatro sillas rojas tapizadas en lugar de bancos. Entre ellos había una mesa pequeña pero pesada, pulida como un espejo. Un pequeño cuaderno, encuadernado en cuero brillante, estaba en la mesa. James reconoció el instrumento de las descripciones de su padre. Era Pluma a Vuelapluma, encantada de grabar lo que oyera, aunque con embellecedores cuestionables.

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James decidió sentarse mientras esperaba. Escogió la silla más cercana a la ventana exterior y se dejó caer en esta, agradecido por el momento de silencio, pero inquieto por terminar la entrevista. Las afueras de Londres pasaban por la ventana resplandeciente bajo el sol de la mañana. James observó la ciudad borrosa por un momento, y luego volvió su atención hacia la Pluma. Experimentalmente, se aclaró la garganta. La Pluma a Vuelapluma saltó a la atención, moviéndose en el aire mientras el cuaderno se abría hasta una página en blanco. Con un pequeño sonido de picoteo, la Pluma golpeó ligeramente hacia abajo sobre la página y como un rayo vibrante hacia arriba, como si estuviera esperando. Fascinado, pero un poco cansado, James se inclinó más cerca de la mesa. —Mi nombre —dijo lenta y experimentalmente —es James Sirius Potter. La Pluma empezó a rasgar por toda la página, deteniéndose después de unos segundos. James se inclinó aún más, estirando la cabeza para leer la escritura al revés. El joven Potter se presenta con un grado de orgullo palpable, claramente contento con el pedigrí de su afamado linaje. —El pedigrí de su… —leyó James, frunciendo el ceño. —¡Yo no dije...! ¿Qué quieres decir con “orgullo palpable”? La pluma empezó a garabatear de nuevo. James se dispuso a agarrarla, pero esta saltó y avanzó con facilidad alrededor de su mano que la alcanzaba, picoteando de vuelta la libreta sin la más mínima pausa y continuando a mitad de frase. James se puso en pie de un salto, queriendo quitarle la libreta a la Pluma, pero un repentino zumbido lo sorprendió. Algo pequeño voló alrededor de su cabeza, y luego aleteó hacia la ventana, donde aterrizó con un débil golpe en el alféizar de esta. James vio que era un escarabajo. Casi lo rechazó y reanudó su misión de arrancar la ofensiva página de la libreta (sobre la cual la Pluma todavía estaba escribiendo furiosamente), cuando una repentina sospecha… casi certeza… cayó sobre él como una ola de plomo.

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Miró más de cerca el escarabajo, que parecía estar contemplándolo desde su posición en el alféizar. Su antena se movía débilmente. Los hombros de James se desplomaron. Con un suspiro, se sentó en la silla. Ante él, la Pluma finalmente terminó su párrafo y se alzó de nuevo, esperando. El escarabajo desplegó sus delicadas alas, las zumbó, y se elevó desde el alféizar de la ventana, echando su pequeña sombra sobre la mesa, donde aterrizó cerca de la libreta y la Pluma. Caminó hacia el borde más cercano a James, brillando de un verde iridiscente en los parpadeantes rayos del sol, y luego se detuvo, parecía mirarlo nuevamente con sus minúsculos ojos sin pestañear. Al cabo de un momento, el escarabajo irrumpió en un arco iris verdoso de humo denso y arremolinado, que se condensó en la inconfundible forma de una mujer. Estaba sentada con coquetería en el borde de la mesa, con una chaqueta y una falda verdes, mirando a James a través de unos anteojos de concha de tortuga, con sus labios rojos formados en una sonrisa sardónica. —Espero que me perdone, Sr. Potter, —ofreció ella, bajando ligeramente los ojos. — Los viejos hábitos tardan en morir. Pero encuentro que lo que un sujeto hace en los momentos reflexivos antes de una entrevista, puede ser altamente iluminador. Soy Rita Skeeter. Extendió la mano, muy delgada y pálida, con la palma hacia abajo. Casi reflexivamente, James la sacudió, pero brevemente. Sus dedos eran frescos pero fuertes, a pesar de lo flojo de su agarre. James supuso que tenía cincuenta y tantos años, pero claramente había invertido mucho esfuerzo y dinero para parecer mucho más joven. Su pelo, probablemente falso, era rubio y estaba hecho en ondas flotantes que enmarcaban su estrecha e inmaculada cara. Ella se iluminó y se giró hacia la libreta. —También me disculpo por esto... —sin leerlo, arrancó la página de más arriba y la envolvió en sus manos, lanzando a James un pequeño guiño conspirativo. —La Pluma todavía está configurada en modo Tabloide. Embarazoso, pero un mal necesario cuando una también trabaja por cuenta propia para publicaciones como La Bruja Semanal y el Conjurador Astuto. Un momento… Sacó una elegante varita de su manga y tocó con delicadeza la Pluma, la cual se elevó brevemente en el aire, hizo piruetas, y luego volvió a caer en una nueva página en blanco en la libreta, aparentemente reajustándose a un modo de registro menos sensacionalista, aunque James no podía estar seguro.

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Devolviendo su varita a su manga, Skeeter se giró hacia James, cómodamente relajada en su posición sobre el escritorio, y entrecerrando los ojos a él. Por lo que se sintió como un minuto, se limitó a estudiarlo, su mirada recorrió ligeramente su rostro, como si le leyera la mente, o al menos diera una sugerencia muy practicada de ello. James le parpadeó, y luego alrededor de la habitación, cada vez más incómodo en la cargada quietud. Podía ver la puerta sobre el hombro izquierdo de la mujer y sinceramente deseó estar al otro lado de la misma. —Habrás oído hablar de mí, —dijo finalmente, con su voz reflexionando silenciosamente. —Por tu familia. —asintió, como resignada y ligeramente apenada. — Lo entiendo, por supuesto. Pero quiero que sepas que no soy la periodista que era entonces. No soy la Rita Skeeter que tu tía, tu tío y tu padre conocieron hace muchos años, James. ¿Puedo llamarte James? James se encogió de hombros y asintió. —Era joven entonces, James, —prosiguió con un suspiro melancólico. —Joven y ansiosa, y tal vez demasiado ambiciosa. Pero ahora soy diferente. Necesito que lo sepas antes de empezar. Puedes confiar en mí. —se inclinó aún más cerca, esperando que él hiciera contacto visual con ella. Su mirada era enorme y sombría detrás de sus elegantes gafas. —Estoy de tu lado, James. Ligeramente desconcertado, James se encogió de hombros y sacudió la cabeza otra vez, sin saber si realmente le creía. La intensidad de su mirada era como ser examinado con focos de ojos púrpura. Pero entonces Skeeter volvió a relajarse. Soltó un suspiro y asintió. —Eso es un alivio, James. Porque por el bien de mis lectores, necesito conocer al verdadero tú. El desprevenido tú. ¿Podemos empezar? James simplemente asintió por tercera vez. Se empujó de nuevo en la tapicería de la silla, tratando de salirse de la perfumada aura de Skeeter. —Este es tu séptimo año en Hogwarts, ¿cierto? —preguntó ella con ligereza. —Y a pesar de la agitación en otras partes del mundo, tus últimos dos años han sido extraordinariamente sin incidentes. Algo que nunca fue así para tu famoso padre. —le sonrió observándolo, buscando una respuesta. James no sabía si había en su mirada una felicitación o un reproche. Cuando no ofreció ningún comentario, continuó vivamente. —Entonces, ¿estás esperando la graduación?

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James respiró profundamente, aliviado al ver finalmente una pregunta a la que podía responder. —Supongo que sí. Realmente no he decidido qué voy a hacer conmigo después. Estaba pensando en convertirme en Auror. Como mi padre. Pero mis notas son... —se encogió de hombros y sacudió la cabeza de un modo incontrolado. Detrás de Skeeter, la Pluma comenzó a escribir de nuevo, rasgando afanosamente sobre la libreta. Fue minuciosamente molesta. —Ah, sí. Harry Potter, el Auror, —Skeeter asintió ligeramente, y luego se volvió seria. —Pero estos son tiempos difíciles para ser un Auror, ¿no es así? Tres años desde la Noche de la Revelación. El Voto del Secreto se deteriora cada día más. Debe ser un trabajo extremadamente frustrante, incluso desesperanzado, tratar de remendar la pared que divide al mundo mágico de su contraparte Muggle, mientras sigue persiguiendo al ocasional contrabandista de la alfombra voladora y aficionado en magia oscura. ¿No estás de acuerdo? James estuvo de acuerdo, después de haber oído a su padre decir prácticamente lo mismo en los últimos años, pero se sentía incómodo al decirlo. Se limitó a encogerse de hombros. Bajo el constante zumbido y el ruido del tren, la Pluma traqueteó y brincó. —Estuviste allí la noche en que sucedió, ¿verdad? —Skeeter preguntó en voz baja, inclinando la cabeza. —¿La Noche de la Revelación? Estabas justo ahí en medio de todo, ¿no es cierto, James? ¿Qué recuerdas de eso? James juntó los labios, pensando furiosamente. ¿Qué podía decir? No había manera de responder a la pregunta con facilidad, o incluso con seguridad. La Dama del Lago, el cerebro detrás de todo el nefasto asunto, era virtualmente desconocida, considerada un mito por la mayoría de la gente que había oído hablar de ella, y esto a pesar de su aspecto potencialmente desastroso en la llamada “Cumbre de Quidditch” de Hogwarts dos años antes. Petra había luchado y finalmente la había derrotado allí, con alguna improbable ayuda de una estudiante de Alma Aleron llamada Nastasia Hendricks. Y aun así, fue Petra quien había llevado la culpa del complot de la Red Morrigan, sumándose a la culpa que ya la había atormentado por la Noche de la Revelación, cuando de hecho había fracturado deliberadamente el velo del secreto entre los mundos Muggle y mágico. —Estuve allí, —espetó James con nerviosismo, —todo fue un borrón. No recuerdo mucho.

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—Pero recuerdas a tu amiga, ¿Petra Morganstern? —Skeeter sondeó, alzando las cejas. —Era tu amiga, ¿no? James asintió débilmente, pensando en aquella noche. Todavía podía ver a Petra en su memoria, caminando por el centro de la amplia avenida de Nueva York, de la mano de su joven hermana Izzy, haciendo flotar carros de desfile en el aire con el puro poder de su mente. Todavía podía oír el ruido de su voz mientras llamaba a la Estatua, la guardiana de la mágica ciudad de Nueva Ámsterdam, proyectando el mayor hechizo de secreto que jamás había conjurado, pidiéndole que bajara su antorcha para romper el hechizo. James asintió con sobriedad. —Sí, Petra es mi amiga. —Hablas en tiempo presente, James, —Skeeter aclaró, como si pensara que podría haberle oído mal. —Seguro que no quieres decir que sigues siendo amigo de la Srta. Morganstern. Ella es, después de todo, la bruja más notoria en nuestras vidas, tal vez en todas las vidas. La única mujer Indeseable Número Uno en la historia. El cerebro detrás de al menos dos complots asesinos y caóticos para socavar el fundamento mismo de nuestro mundo. Por supuesto, en ese momento, ella había estado viviendo bajo la protección de tu familia, ¿no es así? Y había pasado el verano anterior en la casa Potter, después de la misteriosa tragedia de la granja de sus abuelos, donde ambos murieron. —hizo una pausa, permitiendo que sus palabras penetraran, estudiando la cara de James. —¿Qué le dices a las personas que afirman que esto representa un falta seria en el juicio de un Auror en jefe? ¿Quién afirma que no sólo debe ser despedido del puesto, sino que llevado ante el Wizengamot por negligencia y conspiración? Skeeter trataba claramente de provocar a James, y lo había sido desde que comenzó la entrevista. Estaba empezando a funcionar. James la fulminó con la mirada, tranquilo, pero llenándose de rabia. —Yo diría que ninguno de ellos estuvo allí cuando Petra apareció y contó su historia. —Tal vez puedas contárnoslo tú mismo, —sugirió Skeeter. James se había vuelto tanto más audaz y ligeramente más cansado en los últimos dos años. No mordió el anzuelo. —Nadie lo creería, —suspiró, mirando a la puerta detrás de Skeeter. —Y no es mi historia para contar. —¿Sigues siendo amigo de ella, James? ¿Estás en contacto con Petra Morganstern?

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James no se sorprendió por la pregunta. Incluso se había preparado para su eventualidad. Sacudió la cabeza. —No. ¿Cómo podría ser? Hace años que se esconde. Puede que ya no esté viva, por lo que sabemos. Sin pensar en ello, cerró la mano derecha en un puño suelto, encerrando el frío hilo que a veces todavía sentía allí. La Pluma garabateó, capturando sus palabras. —Ahora James, —Skeeter reprendió suavemente. —Sabes tan bien como yo que la Srta. Morganstern sigue viva. Los informes de sus avistamientos, junto con su hermana Muggle Isabella, aparecen regularmente en la prensa. Seguramente tu padre, y por lo tanto tú, oyen hablar de aún más avistamientos que el resto de nosotros. Y sin embargo, ella de alguna manera, continúa eludiendo la captura. El mes pasado, de hecho, hubo informes de que había aparecido en el Museo Internacional de Libros y Artefactos Prohibidos. ¿Qué crees que estaba buscando? James no tuvo que mentir esta vez. Sacudió la cabeza. —No tengo ni idea. Ojalá supiera. —Muchos creen que ella está en algo mucho peor que la Red Morrigan. Tú y tu familia la acogieron y la consideraron una amiga. ¿Tienes alguna idea de lo que podría ser su plan? James suspiró profundamente. Quería decir que Petra no era la verdadera enemiga, que todo era un desvío creado por un terrible demonio acuoso, un agente del caos convocado por un trato mágico roto. Quería decir que Petra había roto el Voto del Secreto para salvar a su padre y evitar más derramamiento de sangre. Más que nada, quería decir que Petra era hermosa e inocente y la misma razón por la que la Red Morrigan había sido desarmada. Pero los últimos años le habían demostrado que no serviría para nada. Había una inercia en estas cosas. El mundo había decidido que Petra era el foco de toda la villanía… “La Voldemort”, como algunos habían comenzado a llamarla… y James ahora sabía que no había manera de revertir esa marea sin enterrarse y ahogarse debajo de ella. Y después de todo, en cierto sentido, la opinión pública estaba en lo cierto sobre Petra, aunque de una manera que muy pocos podían adivinar: llevaba el último fragmento de Voldemort dentro de ella. Era el Linaje, maldecida para soportar el último destello del alma del villano dentro de la suya, aunque la hubiera domesticado y obligado a someterse, como ella afirmaba, James creía fervientemente.

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—Pensé que esta entrevista iba a ser sobre cómo los jóvenes como yo se estaban adaptando a un nuevo y peligroso mundo. —preguntó, mirando hacia arriba en los ojos de Skeeter donde todavía se sentaba en el borde de la mesa. Esperaba que se sintiera perturbada, pero no dio ninguna señal a ese efecto. Su sonrisa, de hecho, se animó un poco más. Detrás de ella, la Pluma rasgaba y escribía. —Cuéntales a nuestros lectores sobre el Director Merlinus Ambrosius, —Skeeter dijo suavemente. —Hay una gran curiosidad por él. Una figura de legendaria sabiduría, cierto. ¿Dirías que está a la altura del mito? James asintió, sintiendo que estaba en terreno ligeramente más firme discutiendo sobre el director, quien era más que capaz de manejarse a sí mismo, sin importar lo que la prensa decía sobre él. —Lo está. Él puede dar un poco de miedo a veces, pero nunca de mal manera. Siempre desciende al lado correcto, y sabe cómo mantener el orden, eso es seguro. Y lo hace sin acumular resmas de reglas. —A ustedes los Potter nunca les importó demasiado las reglas, —Skeeter sonrió. — ¿No es eso cierto, James? James elevó los hombros, sintiéndose un poco audaz. — ¿Cómo las reglas sobre registrarse como Animago? La sonrisa de Skeeter se cerró como una caja de joyas. Lo miró, sus verdes ojos casi chispeando. Por supuesto, ella estaba registrada hoy en día. Pero si no fuera por la tía de James, Hermione, Skeeter probablemente todavía estaría usando secretamente su habilidad para espiar ilícitamente y reportar conversaciones delicadas. Ella miró hacia atrás a su Pluma y libreta, movió rápidamente su varita y tocó su Pluma. Ésta frenó, retrocedió y garabateó una larga oración. Luego, con una entrenada fuerza de voluntad, se dio vuelta y suavizó sus rasgos. Parecía contenta de cambiar de tema. —Como ya dijimos, James, vivimos en un mundo donde el Voto de Secretismo se desmorona más cada día. Tú estuviste ahí hace dos años cuando Hogwarts celebró su primer intercambio de estudiantes, la verdadera punta de lanza del plan del Ministerio para suavizar el empujón hacia la sociedad Muggle, el velo entre nuestros mundos

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debería finalmente caer. Mientras que ese programa no fue considerado un éxito rotundo, más de esos programas son llevados a cabo cada día en otros sitios. ¿Tú y tus amigos apoyan estas medidas? James comenzó a entender la verdadera razón de Skeeter para hacer la entrevista. Tenía un propósito en su cabeza, como siempre, y pretendía presionarlo hasta hacerlo coincidir con el mismo o exponerlo como un detractor de mente estrecha. —Usted misma lo dijo—, dijo, mirando por la ventana para esconder la mezcla de malestar y el creciente enojo en su cara. —El intercambio Muggle de Hogwarts no fue intentado nuevamente luego del completo desastre en el Gran Comedor cuando todos, estudiantes y líderes mundiales por igual, casi fueron asesinados por la Red Morrigan. Eso no me dio una gran fe en ningún otro programa como ese. Pero si usted quiere saber lo que piensan mis ‘amigos’, hay muchos de ellos aquí mismo en el tren. Siéntase libre de preguntar. —Quizás lo haga, —Skeeter contestó suavemente. —Pero aún sin deliberados programas para manejar la revelación, muchos espacios mágicos son menos seguros que nunca, a pesar de los esfuerzos del Ministerio por fortalecerlos. Los Muggles tropiezan con espacios anteriormente intrazables y escondidos con creciente frecuencia, requiriendo la respuesta de cada vez más agresivos escuadrones Desmemorizadores. En todas partes, hay serias preocupaciones de que los límites de los santuarios para las criaturas mágicas se han debilitado y desgastado. Existe un miedo legítimo de que algún día los habitantes de Londres se despertarán frente a una Acromántula aterrorizando sus calles o a una serpiente de mar acechando el Támesis . Los centauros, se rumorea, han sentido la degeneración de los límites de sus bosques y planean una incursión deliberada al mundo Muggle, si es para servir de embajadores o reclamar dominación, nadie lo sabe con seguridad. Y aun así, muchas brujas y magos jóvenes como tú mismo, consideran todo esto como algo positivo, un signo de progreso. Donde otros ven una pérdida de poder político y un caos potencial, ellos ven puertas abiertas para el intercambio cultural, carreras, y comercio en un nuevo mundo integrado. ¿Estás de acuerdo con ellos James? James esbozó un fuerte respiro para responder, sin estar seguro de lo que iba a decir exactamente excepto por el hecho de que sería concreto y rabioso y probablemente el tipo exacto de exabrupto emocional que Skeeter estaba esperando, cuando una forma

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surgió más allá de la ventana de la puerta detrás de la mujer rubia, distrayéndolo momentáneamente. James reconoció la pequeña figura a medida que ascendía lentamente a la vista, hecha a mano y ridículamente diseñada, con su cabeza de trapo caída como la de una muñeca y sus brazos rechonchos agitándose torpemente en la cambiante luz solar. Era un títere. Los Hufflepuff los habían estado haciendo desde el primer año de James, poniéndolos con ellos en tontos espectáculos, a veces en el gran comedor en funciones oficiales, pero con mayor frecuencia surgiendo espontáneamente desde detrás de las mesas en la biblioteca o de los respaldos de los sofás en áreas de estudio común. Los Amigos de los Huffle-títeres , como ellos llamaban a su pequeña compañía, habían conquistado bastantes seguidores, aún entre el personal y los profesores. El títere más allá del vidrio de la puerta era la figura de Voldemort, con ojos naranja y rojo cocidos, una cabeza pelada bastante puntiaguda, y una pequeña y ridícula sonrisa. Se movía de atrás para adelante como si estuviera bailando su propia canción secreta, un palo de varita pegada en una de sus inertes manos. — ¿James? —Skeeter apuntó extrañada. Ella leyó la dirección de su mirada, y luego echó un vistazo hacia atrás por sobre su hombro. El títere de Voldemort (comúnmente conocido como Voldy por los otros Amigos de los Huffle-títeres) se alejó rápidamente de la vista antes de que Skeeter pudiera verlo. Ella frunció el ceño al vidrio vacío, y se giró hacia James. —Yo, eh… —James balbució ligeramente, intentando recopilar sus pensamientos. —No creo que las amenazas sean tan malas como los diarios las hacen ver. Estamos lejos de ver algún dragón irrumpiendo libremente en el mundo mágico. Aunque supongo que sería una muy buena noticia, ¿no? Skeeter intentó ocultar su decepción. —Nadie quiere caos y anarquía sólo para conseguir una “buena noticia”, James, — ella chasqueó su lengua. —Pero aún si las amenazas de incursiones por criaturas mágicas o centauros son exageradas, ¿qué piensas de la perspectiva de integrar los mundos Muggle y mágico de una vez por todas? ¿Estás de acuerdo en que sería algo positivo?

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James dejó escapar un respiro, su enojo disminuyendo a una especie de suave impaciencia. — ¿No sería la primera vez que nuestros mundos se juntaran, no? Y si conozco mi historia, hubo un buen motivo por el que decidimos separarnos. Detrás de sus gafas, los ojos de Skeeter brillaron. — ¿Así es, James? ¿Qué te han enseñado sobre eso, James? —Me han enseñado lo mismo que a todo el mundo, —James se erizó. — Hace mil años, los magos y brujas buenos notaron que era casi imposible impedir que los magos y brujas malos intentaran tomar el mundo Muggle por la fuerza. La tentación era sencillamente demasiado grande para la gente mágica que solo quería poder. E incluso muchos reyes Muggles y emperadores y villanos deseaban contratar mercenarios mágicos para acosar a sus enemigos, para hacer sus ejércitos invencibles, para maldecir a cualquiera que se les opusiera. El balance entre los mundos Muggle y mágico era demasiado desigual para mantenerlo. Entonces pasamos al anonimato, usamos nuestros poderes para vivir en secreto entre los Muggles, invisibles para ellos. Las leyes de secretismo protegieron a los Muggles de lo peor de nosotros, y de lo peor de ellos mismos, de los que dejarían las puertas abiertas al poder a cualquier costo. — ¿Asumo que has aprendido todo esto del director Merlín?—Preguntó Skeeter, ladeando la cabeza ligeramente. —Lo aprendí de los libros de historia, —dijo James, levantando sus cejas desafiante. —De las clases del profesor Binn, desde mi primer año. Todos nosotros tomamos esas lecciones. Asumo que usted también, en algún punto. Skeeter rió suavemente. —Ha pasado mucho tiempo desde mi enseñanza, me temo, —ella movió una mano displicentemente. —Y aun así recuerdo lo suficiente para saber que el director Merlín participó prominentemente en muchas de las historias a las que haces referencia. Mil años atrás, él mismo era el tipo de mago mercenario que se alquilaba a reyes Muggles, deseosos de maldecir a quien ellos quisieran, deseosos de alimentar su a veces fanático deseo de poder, sin importar cuanto podía envenenar sus sociedades. —Sí, —James admitió, como si nada. Él había tenido exactamente la misma discusión con Rose en algunas ocasiones. —Pero él es diferente ahora. Todos pueden

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ver eso. De otro modo nunca le hubieran dado el trabajo de director de Hogwarts. Él ha cambiado con respecto a la persona que era por ese entonces. Skeeter estaba asintiendo aun cuando James ya había terminado su respuesta. — Entonces tú crees que Merlinus Ambrosius puede cambiar en un lapso de mil años, — ella sugirió, arqueando su cabeza para mirarlo sobre las gafas. — ¿Pero la humanidad y la comunidad mágica no? James se enderezó en su asiento, exasperado, abriendo su boca para decir que una cosa era que una persona cambiara y otra muy diferente que lo hiciera toda la naturaleza humana, cuando el títere de Voldy emergió lentamente a la vista otra vez justo por sobre el hombro de Skeeter, nuevamente tirando todas las palabras que surgían en la cabeza de James. El títere de Voldy no estaba solo esta vez. A su lado apareció el títere del viejo director, Dumbledore, completo con pequeños anteojos, una nevada barba blanca y sombrero violeta puntiagudo. Al otro lado de Voldy, otro títere saltó a la vista, este con pelo negro y lacio y aburridos ojos dibujados a mano: la figura de Severus Snape (inexplicablemente conocida por los demás como “el garabato de Snape”). Tanto la figura de Dumbledore como la de Snape empuñaban palos romos miniatura entre sus rechonchos brazos. Ellos comenzaron a golpear la figura de Voldy con un vigor de comedia. James intentó desesperadamente no sonreír, lo que, por supuesto solo hizo que las inexplicables payasadas de los títeres fueran inconmensurablemente más graciosas. Una risa se avivó en su pecho, aún mientras luchaba por contenerla, apretando sus labios en una severa línea temblorosa. Skeeter lo miró, su curiosidad tornándose en sospecha, y luego girando otra vez. Los Amigos de los Huffle-títeres desaparecieron instantáneamente de la vista. — ¿Algo interesante en el corredor James?— Skeeter preguntó, todavía mirando hacia atrás sobre su hombro. —No, señora, —James respondió tal vez demasiado rápido, incapaz de ocultar la risa en su voz.

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Ella deslizó un ojo lentamente hacia él, su cabeza aún orientada hacia la puerta. Ahora impaciente, se deslizó de su posición y acechó hacia la puerta del compartimiento, abriéndola ruidosamente. Miró a lo largo del corredor en una dirección, y luego en la otra. James observaba, esperando que ella atrapara a quien sea que estuviera realizando la función privada. En lugar de eso, ella solo miró hacia él, sus ojos entrecerrados, como si esperara que él la desafiara de alguna forma. Claramente, quienes sean que fueran los entretenedores de James, ellos ya no estaban presentes en el vagón. Nuevamente, Skeeter compuso su figura, cerró la puerta mucho más gentilmente de lo que la había abierto, y regresó a la mesa, ahora apenas inclinada sobre ella. —Muchas familias de magos, —dijo ella, ignorando la interrupción, —luchan con aceptar la idea de que sus hijos podrían escoger el buscar vocaciones en el mundo muggle. Uno no necesita ser estrictamente de descendencia de sangre pura para ver esto como un paso atrás, una negación de sus tradiciones mágicas. ¿Estaría de acuerdo con esos de su generación que creen en ese tipo de actitudes anticuadas y prejuiciosas? ¿Una visión anticuada basada en estereotipos obsoletos? —Mire, si solo me quiere para que repita un montón de eslóganes de folletos y carteles del Elemento Progresista, puedo encontrar uno y solamente leérselo. —dijo James, su enojo finalmente rebasó su sentido de control. —Generalmente hay tres o cuatro de ellos en los tableros de avisos, al lado de los carteles de bruja buscada de Petra Morganstern. No necesita hablar conmigo para encontrar las cosas que quiere escuchar. La expresión de Skeeter de una victoria presumida apenas se ocultaba bajo una máscara de herida chocante. —¿Por qué James?, no tengo idea de hacia dónde vas. Apenas estoy pidiendo que respondas a los eventos del momento, los eventos por los que tú y tus compañeros están siendo más afectados… —Los eventos que usted más quiere explotar para hacer que la gente esté tan enojada y asustada como sea posible. —James la interrumpió torciendo su mirada. — Por supuesto. Bien. Entonces tal vez un montón de centauros, gigantes y bestias saldrán de sus fronteras debilitadas y correrán a través de las calles muggle. Tal vez las antiguas familias de magos estén repletas de aburridos elitistas retrógrados que piensan que todos los muggle son gentuza de clase baja indignos de sus hijos mágicos. Y tal vez nada de eso importe porque la Indeseable Número Uno, Petra Morganstern, pronto nos

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borrará a todos con algo nuevo… una cosa… del día del juicio final…—levantó sus manos, creciendo en agitación, pero sin perder su cabeza con la agitación. —¿Qué está haciendo acerca de todo esto? ¿Poner a toda la gente frenética? ¿Vendiendo miedo, preocupación y sospechas como dulces? Aún si cualquiera de estas cosas es cierta, todo lo que está haciendo es empeorarlo todo. Personas como mi padre, Merlín y Denniston Dolohov están trabajando por mejorarlo todo. Pero usted solo se está agregando al problema. Está apilando basura en las personas que tratan de hacer la diferencia. Y usted…—sacude su cabeza, de repente dándose cuenta que ha dicho mucho más de lo que pretendía, deseando no haberlo hecho, pero sabiendo que probablemente pronto lo haría. Inhaló profundamente y luego exhaló calmándose un poco. —Tiene las agallas de estar ahí y mirar todo con superioridad. Detrás de Skeeter, los Huffle-títeres de Snape, Dumbledore y Voldy aplaudían, agitando ampliamente pero en silencio sus tullidas manos, pareciendo que saltaban de arriba a abajo tras la ventana de vidrio. James los vio y sintió que sus mejillas se enrojecían de cólera y vergüenza. Había tenido una audiencia para su último estallido. Esto le recordó, claro está, que muy pronto esa audiencia abarcaría la mayoría del mundo mágico. —Te agradezco, James. —Skeeter le sonrió de manera indulgente mientras los últimos apuntes se iban terminando de llenar grabando sus diatribas en la agenda atrás de ella. —Creo que aquí terminamos. Buen día. Cuando James salió del compartimiento sintiéndose espantoso y descontento y sin embargo de algún modo perversamente satisfecho, dejando a Skeeter empacando su Pluma y su agenda, quedó perplejo al no ver rastro alguno de los camaradas Huffletíteres o de su titiritera. Había, no obstante, una nota doblada que yacía sobre el piso del corredor, resplandeciendo bajo la parpadeante luz que entraba en el tren que pasaba a través de un denso bosque. Su nombre estaba escrito en el frente en una pequeña y fluida letra. Se detuvo para recogerla, agradecido de que Skeeter no hubiera decidido acompañarlo de regreso a su compartimiento, a pesar de que él sabía cuán raro era esto. Mientras caminaba, casi huyendo del vagón del personal de camino al suyo, desdobló el pergamino y leyó la corta nota.

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¡Bien por ti James! Pusiste a esa desagradable imbécil en su lugar. Nos agradeces después por la oportuna distracción. Tus amigos, Millie y los camaradas Huffle-títeres. James frunció el ceño ante la nota y parpadeó. Sabía quién era Millie. Millicent Vandergriff es una Hufflepuff de séptimo grado con quien tuvo unos cuantos encuentros en los últimos años. De cabello rubio y sedoso con un sorprendente y tonto ingenio, salió brevemente con Graham Warton a finales del último periodo, rompiendo con él al cabo de unas pocas semanas dejándolo después anímicamente deprimido por días. James no sabía casi nada más acerca de ella. Se encogió de hombros, sintiendo curiosidad por Millie pero temiendo por el artículo que muy seguramente aparecería en los siguientes días en el diario El Profeta, James volvió a doblar la nota y la guardó en su bolsillo. Considerando cómo podría haber ido todo si las marionetas de Voldy, Dumbledore y el garabato de Snape no hubieran aparecido cuando lo hicieron, decidió que probablemente le agradecería a Millie y a sus amigos la próxima vez que los viera.

Cuando James volvió a su compartimiento, Albus y Ralph estaban tensamente concentrados en el juego de ajedrez de Ralph, en el que las pocas y restantes fichas rojas de Albus estaban montando una desesperada y obstinada defensa ante el ejército de marfil de Ralph. Lily se había ido a encontrar con sus amigos en algún otro lugar del tren y Rose se había sepultado en un grueso y nuevo libro. James se desplomó en su asiento, agradecido de que nadie le había preguntado de inmediato acerca de la

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entrevista con Rita Skeeter. Por un minuto, observó cómo los árboles y los campos pasaban junto al tren. Se le ocurrió que nunca volvería a montar en el Expreso de Hogwarts como estudiante y un malestar momentáneo cayó sobre él. Pensó en su primer y nervioso viaje a Hogwarts, lleno de ansiedad por vivir bajo la legendaria reputación de su padre. Una lánguida sonrisa apareció en su rostro cuando recordó su primer encuentro con Zane, el inesperado americano de ingenio precoz y de pícara irreverencia, y Ralph, el aparente nacido muggle, lleno de aprensión, equipado con la ridículamente sobredimensionada varita de punta verde. Revivió sus otros y más memorables momentos en el tren: El primer enfrentamiento tanto suyo como el de Ralph con Scorpius Malfoy, cuando Scorpius todavía estaba lleno de coraje y ánimo por convertirse en un Slytherin, cuando antes que ninguno de ellos supiera que Albus fue el que vistió de verde y plata mientras que Scorpius, sorprendentemente, terminó siendo un Gryffindor; la persecución de la extraña y sombría criatura, el Borley, y el subsecuente encuentro con el enjambre de Dementores alrededor de la locomotora carmesí. El encuentro con la entidad de otro mundo conocida como el Guardián y el casi desastroso viaje en tren que vino después, cuando el director Merlín salvó milagrosamente el tren de ir hacia su destino final en el desfiladero del Sparrowhawk. Pensó en los muchos juegos de Winkles y Augers que había jugado con sus amigos mientras viajaban de regreso a la escuela, cada año más confiados, emocionados y ansiosos de enfrentar lo que les esperaba. Recordó la vertiginosa anticipación de nuevos temas escolares y experiencias, de conectarse con viejos amigos y rivales, de ver a los maestros tanto a los amados como a los aborrecidos. Esto, pensó de nuevo, examinando cautelosamente el concepto, era la última vez para que cualquiera de esas cosas volviera a pasar. James pudo apreciar con temor cada uno de esos momentos con una sensación de súbita melancolía que se evocaba en él. La Escuela de Magia y Hechicería de Hogwarts se había transformado de un desafío asombrosamente misterioso durante su primer año, a un amigo profundamente familiar cuando comenzó el séptimo. Nunca había sido tan real para él que esos días llegaran a su fin. Ahora él sabía: solo habría un último viaje en tren, eventualmente una última

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noche en que dormiría en su cama en la torre de Gryffindor, una última comida en el Gran Comedor con sus amigos y los profesores alineados en la mesa principal en el estrado y un último evento ceremonial en la escuela en la forma de su propia graduación. Y después de eso, el mundo real esperaba. Mucho más grande, más emocionante e infinitamente más desafiante de lo que Hogwarts había sido. Lo percibió de una manera perturbadora y vertiginosa, marcado por el constante ruido del tren, llevando inexorablemente a James hacia su futuro, aunque estuviera listo o no. Se giró hacia Rose y le preguntó sobre qué estaba leyendo, no porque estuviera interesado, sino para romper la tensión de sus pensamientos. —El segundo de esos relatos de detectives de Cormelian Blitz, —respondió Rose con ansiedad, sin quitar los ojos de la página que tenía abierta. —Ya sabes, la giganta que resuelve misterios en el antiguo callejón Diagon. Escrito por la profesora Revalvier, aunque bajo un nombre diferente. Es muy diferente de sus otras historias, debo decir. Un poco en el lado violento. El cabello de mamá estaría erizado si supiera que lo estoy leyendo. —se lamió un dedo pasando la página, pasando la mirada sobre esta. James asintió, ya aburrido con el tema. Dejó que Rose volviera a su libro y decidió levantarse y recorrer el tren nuevamente, aparentemente en busca de la señora del carrito, pero esperando más distracción que una varita de regaliz o un Paquete de Cucarachas.

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Capítulo 2 Vientos de Cambio —¡Los de primer año!—resonó la voz de Hagrid, levantando su linterna como siempre y convocando a los nuevos estudiantes. James divisó fácilmente al semi-gigante sobre las cabezas de los estudiantes que desembarcaban mientras lo acordonaban en la plataforma de Hogsmeade, y la vista lo alegró. —¡Los de primer año por aquí a los botes! ¡Ahora aviven el paso! Sus equipajes serán llevados directamente. Síganme y cuidado al caminar. —Ojalá pudiera volver a montar en los botes, —comentó Lily melancólicamente junto a James. —Mucho mejor que los carruajes, ¿no crees? —el siempre presente séquito de sus amigas gorjearon y estuvieron de acuerdo en todo. James se apartó no queriendo ser visto junto a ellas. Después de todo él era de séptimo año y se esperaba

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que estuviera por encima de ir en compañía de un grupo de chicas de medio año. De menor importancia, sin embargo, (aunque nunca lo fuera admitir en voz alta) estaba medio resentido por la fácil popularidad que su hermana había cultivado durante los últimos años. Ella y sus amigas siguieron su camino apenas notando su partida. Rose estaba esperando en la fila por los carruajes negros y el paseo hacia el castillo. James se unió a ella saludando a Ralph que se encontraba lejos en el final de la fila donde esperaba junto a algunos de sus compañeros Slytherin. Ralph lo saludó con timidez en respuesta. Había estado actuando un poco extraño desde que se habían encontrado en la plataforma nueve y tres cuartos. —Si no lo conociera mejor— James comentó de forma vaga. —Diría que Ralph está tramando algo —¿Nuestro Ralph? —aclaró Rose frunciendo el ceño y miró a un lado. —¿Ralph Deedle? Es tan astuto como un caramelo de menta. No contaría con eso. El viaje en carruaje hasta el castillo fue un paseo familiar y espléndido, con el sol ocultándose detrás de las montañas y coloreando las nubes de rosa, morado y naranja acuarela. Frente a este panorama, el castillo de Hogwarts se alzaba, parecía inclinarse sobre su rocosa, cómoda y acogedora posición. Su infinidad de ventanas brillaban como deslumbrantes monedas de oro en el fondo de una piscina. James se encontró atiborrado en el carruaje con Rose, Morgan Patonia, Ashley Doone, Graham Warton y Joseph Torrance. —¿Todos tuvieron un buen verano? —preguntó Graham con suavidad, parecía que simplemente lo decía por pasar el tiempo. James no respondió. En el otro lado, Joseph Torrance despejó su garganta. —Fui al circo de los hermanos Hocus cuando estuvo en Chudley. Los acróbatas flotantes y los elefantes malabaristas estuvieron geniales, pero Montague, el dragón amaestrado, fue lo mejor de todo. —¿Qué hace? —preguntó Rose desde el asiento delantero. Ante ella, como siempre, James podía distinguir la forma esquelética de los thestral en su arnés, trotando por la sombra del castillo. —Oh, cosas asombrosas, —Joseph se entusiasmó. —Trucos aéreos a través de anillos voladores, emanando fuego para encender antorchas sostenidas en las bocas de los osos, equilibrando a todo un equipo de bailarines en su cola. Casi se comió a unas

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personas en la audiencia y aplastó a uno o dos puestos de la primera fila. Pero todo eso fue solo por espectáculo, estoy bastante seguro. —Es una cosa peligrosa, arrastrar dragones alrededor del país en estos días, — Morgan inhaló. —He oído que el Ministerio está reprimiendo este tipo de eventos, con todas las fronteras debilitadas en lugares mágicos. —¡Espero que no! —Ashley Doone se acercó a Morgan. —¡Quiero ver ese espectáculo cuando venga este invierno al Callejón Diagon! No hay forma de que ese sitio no sea lo suficientemente seguro para que se presente un circo mágico. James suspiró para sí mismo, impaciente con el tema de la seguridad mágica después de su entrevista con Rita Skeeter. En el fondo, no creía que las cosas fueran tan mal como lo decían en los periódicos y tabloides, aunque sospechaba que esto fuera una falsa esperanza. Su padre nunca hablaba mucho sobre esto, no porque no hubiera nada qué decir, James sospechaba, sino porque no quería preocupar a su familia. Esto era bastante preocupante por sí solo, por supuesto, pero era una preocupación leve, sin especificaciones y fácil de olvidar. —¿Escucharon sobre Damien Damascus y Sabrina Hildegard? —Rose preguntó de repente, girando sobre su asiento para mirar a James y Graham. —Salieron todo el verano y anunciaron su compromiso para casarse. ¿Pueden creerlo? ¡Casarse! —Estás bromeando —Graham acusó sin rodeos. Rose negó con la cabeza. —Ni un poco. Yo misma vi la invitación. Llegó por correo hace pocos días. Temática de horklump y hemlock. Graham puso los ojos en blanco a regañadientes. —Bueno, eso es definitivamente Damien y Sabrina. —No es realmente tan sorprendente cuando lo piensas, —Morgan suspiró. —Quiero decir, Sabrina tiene algunos puntos sobre él en el departamento de belleza, pero ellos eran como maja y mortero en la escuela. Me sorprende que no se les hubiera ocurrido antes, pues estaban destinados a serlo. —Pero, —James finalmente habló. —¡No son lo suficientemente mayores para estar casados! Quiero decir ¿lo son?

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Ashley se encogió de hombros. —Ahora son adultos, al menos técnicamente. Damien inició una pequeña práctica alquímica en Puddlemere y Sabrina está estudiando para su especialización en romper maldiciones. Mucha gente se casa joven. Es romántico, creo. La mente de James se sacudió ante la idea. Para él, Damien y Sabrina seguían siendo compañeros y Gremlins, aunque ahora estén graduados. No parecía posible que ya estuvieran tan lejos en su vida de adultos, que estuvieran haciendo compromisos de por vida y opciones de carrera. Poco después, la conversación pasó a otro tema, entre ellos la entrevista de James con Rita Skeeter. Les contó brevemente acerca de esto, asegurándoles que no era gran cosa, probablemente merecía unos cuantos centímetros en la última página del Diario El Profeta, algo que él sinceramente esperaba, pero no creía. Bastante pronto el carruaje chirrió ante un alto en el patio principal bajo la puerta frontal abierta. James salió a toda prisa, junto con el resto de los estudiantes mayores a lo largo de la línea de carruajes negros y siguieron a Graham y Ashley por los escalones. La profesora McGonagall se quedó mirando junto a las puertas abiertas, su rostro tan sombrío y autoritario como siempre, con un pergamino desenrollado en su mano derecha. Lo miró críticamente, observando por encima de sus gafas mientras los estudiantes pasaban, uno por uno. —Señor Potter, —dijo enérgicamente, dirigiéndose a él. —Señorita Patonia y Doone. Y usted también, señor Warton. Por favor, diríjanse a la antesala detrás del Gran Comedor, y sean rápidos. —¿Qué? —Graham vaciló. —¿Ya estamos en problemas? —No si hacen lo que les digo. —la profesora respondió de manera cortante. —Y usted también señor Deedle —ella asintió hacia Ralph mientras subía los escalones para unirse a ellos. —Y sin detenerse por el camino en el comedor. No quiero ver migajas de galleta en el piso de la antecámara cuando llegue. —miró a Ralph intencionalmente. — Ahora dense prisa y lleven a cualquier otro estudiante de séptimo año con ustedes, si ven alguno. —con eso se despidió, volviendo su atención al pergamino en su mano. Rose pareció ligeramente ofendida. —Bien entonces, —se burló ligeramente. —Sólo los de séptimo año, parece. Nos vemos luego, supongo.

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—¿Me pregunto de qué se trata todo esto? —James se preguntó mientras entraban en la sombra de la entrada principal, dirigiéndose hacia el resplandor del Gran Comedor y el ruido de los estudiantes. —No tengo idea —Ralph se encogió de hombros. —¿Crees que ella sabría si me como una galleta en el camino? Estoy muerto de hambre. —No me arriesgaría si fuera yo y mi casa en línea, —protestó Graham palmeando a Ralph en el hombro. —Pero no es así, entonces yo digo que adelante señor Slytherin. Ralph no lo hizo, pero al pasar por las mesas llenas de aperitivos recién horneados y platos y cubiertos a la espera, parecía algo tan fácil. Sobre sus cabezas, como siempre, cientos de velas flotantes formando una constelación de minúsculas llamas, brillando contra el oscuro cielo que parecía mágicamente impreso en las columnas y el techo abovedado. El enorme y ornamentado ventanal en la cabecera del vestíbulo brillaba con los matices de la puesta del sol, extendiendo su difusa luz sobre los estudiantes que se reunían, reían y charlaban. Mientras James pasaba entre ellos, avanzando a lo largo de la mesa de Gryffindor hacia el frente del vestíbulo, se le ocurrió que tal vez estaba viendo el regreso a la escuela desde una perspectiva completamente equivocada. Este no solo era el último capítulo de su carrera en Hogwarts, después de todo, era el comienzo de su último hurra, un año lleno de completas semanas, meses y temporadas de aventuras y desafíos, nuevas experiencias, caras conocidas y recuerdos para el resto de su vida. Esto no hizo desaparecer el melancólico agujero que sintió en el tren, pero lo equilibró con la embriagadora anticipación del año por venir. El transcurrir del tiempo lo llevaría hacia su futuro lo deseara o no. Él podría aceptar el camino y disfrutar del paseo. James, Ralph y el resto de los de séptimo año, subieron los escalones hasta el estrado en una línea esparcida, rodeando la mesa principal donde unos pocos profesores se estaban juntando y tomando sus asientos, y pasaron a través de la pesada puerta de madera de la derecha. James ya había estado en la antecámara solo unas pocas veces antes, pero la recordaba bien. Durante su primer año había sido testigo de la entrevista de Merlín con el padre de Ralph, en la que salió a la luz su verdadera herencia mágica como Dolohov. La habitación se veía exactamente igual ahora que en ese momento: una colección de sillas y sofás esparcidos de forma desordenada alrededor de una gran chimenea, actualmente gris, con ceniza fría y sin luz. Pinturas de diversas escenas

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pastorales y retratos variados rodeaban las paredes, llena de pilares que sostenían el techo de la arcada. James reconoció una de las pinturas del boceto de un antiguo libro de pociones de Ralph: Una escena llena de gente representando la coronación del primer rey mago, Kreagle. En el rincón más alejado de la escena, estaba una figura de capa oscura que se apoyaba en una pared, fumando una pipa larga e ignorando los festejos. La figura miró a James mientras pasaba con ojos distantes pero vigilantes. Era Severus Snape, por supuesto, en uno de sus muchos disfraces en el retrato, manteniendo un ojo en los múltiples rincones y recovecos de la escuela. —¿Alguien sabe de qué se trata todo esto? —Trenton Bloch preguntó, desplomándose sobre una silla de espaldar alto y golpeando con su rodilla el brazo tapizado. —Es una tradición ¿no? —respondió Julian Jackson, la capitana del equipo de Quidditch de Hufflepuff, sentándose en un diván frente a la chimenea apagada, alisando primordialmente su falda. —Todos los años, McGonagall reúne a los de séptimo año para una charla secreta o algo así, aunque se les prohíbe hablar de ello después. —Nunca me había fijado en eso antes. —comentó Ralph frunciendo el ceño. —Afróntalo Ralph, —replicó Deirdre Finnegan ligeramente. —De lo que no te das cuenta podría llenar el Gran Comedor desde el suelo hasta el techo. Detrás de ella, Kevin Murdock soltó una carcajada. Ralph se volteó ofendido mirando a Deirdre con el ceño fruncido, pero James le sonrió y le dio un codazo. Millicent Vandergriff estaba cerca de Julian Jackson, apoyándose ligeramente contra el brazo de un sofá. Se encontró con los ojos de James, le dirigió una sonrisa secreta y le guiñó un ojo. James asintió con la cabeza todavía sonriendo. Había cambiado el estilo de su cabello durante el verano. Su largo y lacio cabello había sido recortado hasta los hombros, haciendo que se balanceara un poco cada vez que giraba su cabeza. James se sorprendió menos de que ella se hubiera hecho ese cambio en lugar de que él realmente lo había notado. Millie Vandergriff siempre había sido solo un rostro de fondo en su mundo: graciosa, un poco severa y ruidosa en su lugar en la mesa de Hufflepuff, pero generalmente olvidable. El nuevo corte de pelo la cambió de alguna manera, al menos

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en su mente. Por primera vez, no solo llamó su atención con una risa inteligente en los pasillos o un susurro en una inexplicable conversación frente a la puerta del baño de las chicas. Ahora, de repente, era una chica bastante atractiva y curiosa que, por alguna razón, tomó un interés enfocado en él. Mientras James miraba, ella se sentó al lado de Julian y se enfrascó con la otra chica en una animada pero discreta conversación. Después de unos minutos, la profesora McGonagall entró, trayendo consigo un aire de gravedad frenética. La habitación se calló de inmediato y la mayoría de los estudiantes se acomodaron en asientos o se cruzaron de brazos apoyándose en los pilares. La ex-directora rodeó la habitación hasta que se puso de espaldas a la oscura chimenea, con sus ojos en cada rostro haciendo un inventario rápido. —Unas breves palabras mientras entran en su último año, estudiantes, —dijo sin preámbulo, bajando su voz gradualmente. —Como ustedes pueden imaginar, hay ciertas responsabilidades que van con llegar al séptimo año. Para bien o para mal, ahora son los portadores de todo lo que esta escuela representa. Sus compañeros de clase más jóvenes los buscarán como ejemplos de modelos a seguir. Algunos de ustedes asumirán esta responsabilidad y de hecho ya lo han estado haciendo a su manera. Otros, —hizo una breve pausa y pasó su mirada por varias caras, mirándolos por encima de sus gafas. —se resistirán por representar sus propios intereses y mucho menos los de sus compañeros. A los que caen en esta última categoría, permítanme ser perfectamente clara: esperamos lo mejor de ustedes. La escuela espera lo mejor de ustedes. Y ustedes deben esperar lo mejor de ustedes mismos. Pronto se embarcarán en un nuevo viaje fuera de estas paredes ya familiares y allí no encontrarán simplemente la disminución de puntos de sus casas por desobedecer las reglas. Préstenme atención, porque esta puede ser la última vez que alguien les dé una advertencia. —hizo una pausa considerable, dejando que el peso de su mirada de hierro se asentara sobre la habitación como un manto frío. Luego, se suavizó ligeramente, levantó su barbilla y respiró. —Hay sin embargo, ciertos privilegios que vienen con estas responsabilidades. — dijo con una nota casi renuente. —Les agradeceré, como podrán adivinar, no hacer alarde de esto con sus compañeros más jóvenes. Dejen que lo descubran como ustedes lo están haciendo ahora. —ella convocó un pequeño pergamino que desenrolló con sus finas manos y empezó a leer. —Según la tradición y el decreto administrativo, los

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estudiantes de séptimo año no requerirán de un permiso especial para acceder a la sección restringida de la biblioteca. James parpadeó y echó un vistazo alrededor de la habitación, curioso por ver si alguien más encontraba este privilegio particularmente emocionante. Rose se emocionaría con él, lo sabía, pero nadie más de los que asistió mostró más que una ceja levantada. —Además, —prosiguió McGonagall, todavía leyendo el pergamino—Ciertas clases pueden ser reemplazadas con trabajo por una duración igual en trabajo de campo de la carrera de su elección, de acuerdo con el director y/o profesor relacionado, para no exceder más de noventa minutos por semana. Esto produjo una respuesta de los estudiantes reunidos, que se miraron los unos a los otros y se agitaron en sus asientos, claramente emocionados ante la perspectiva de intercambiar tiempo de clase por alguna experiencia práctica, tal vez incluso fuera de la escuela. James miró a Ralph. Ambos le habían dado vueltas a la idea de ir al entrenamiento de Auror, más por falta de otras ideas que una pasión particular por la carrera. ¿Significaba esto que podían intercambiar realmente tiempo de clase por viajes al Ministerio de Magia con el papá de James? ¿Podrían realmente acompañarlos a él y a su compañero, Titus Hardcastle, en una incursión ocasional o en una investigación? Parecía muy tentador para considerarlo y sin embargo, tal vez, era realmente posible. —El Bosque Prohibido aún está prohibido, —continúo McGonagall calmando el repentino siseo producto de los susurros que habían estallado en la habitación. —Sin embargo, con el permiso del director, el mío o del profesor Hagrid, ustedes pueden realizar sus propias expediciones en el bosque para cualquiera de los propósitos descritos en una lista, incluyendo pero no limitado a: recolección de ingredientes para pociones, observación de ciertas criaturas mágicas, jardinería y cultivos herbáceos y actividades recreativas limitadas. —Además, —dijo la profesora bajando su pergamino. —Como muchos de ustedes pueden estar al tanto, este castillo está dotado con muchos pasadizos secretos, cámaras ocultas y comodidades sin marcar. Algunos de estos que seguramente habrán descubierto ya sea por exploración ilícita o por boca a boca de graduados poco escrupulosos. Algo que pueden haber utilizado hasta ahora en secreto y en parte, ahora se les otorga un acceso completo y genuino. Mañana en la noche a las diez en punto,

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después de que sus compañeros de clase hayan sido confinados a las salas comunes y dormitorios, el Sr. Filch los llevará en una gira por estos pasillos. Ustedes no tienen permitido mapear estos sitios, registrar contraseñas, ni compartir de alguna manera su ubicación, uso, o beneficio con cualquier otro estudiante. Aquí ella encontró los ojos de James y Ralph, intencionalmente. —¿Queda esto perfectamente claro? James asintió, así como el resto de los estudiantes reunidos. Aun cuando lo hizo, se preguntó si esto era una promesa que verdaderamente podría cumplir. Se imaginó cómo reaccionaría Rose al enterarse de que habían guardado tantos secretos a ella. Probablemente moriría de indignación. —Espero puedan cumplir estas reglas. —dijo McGonagall con deliberada y evidente duda en su voz. —Debido a que su libertad para utilizar tales comodidades depende totalmente de su capacidad para mantenerlos en secreto. Por favor, no quieran probarme en esto. —Por último, —prosiguió, dando un profundo suspiro y retirando sus gafas, dejándolas colgadas de una fina cadena alrededor de su cuello. —Tengo una confesión que probablemente no sorprenderá a ninguno de ustedes, aunque, como todo lo ya dicho aquí, me gustaría mucho que mantuvieran esto en secreto hasta que yo haga una declaración oficial. Volvió a mirar a la multitud de los de séptimo año, esta vez con una expresión tan suavizada como su siempre severo rostro permitía. —Les he servido tanto a ustedes como a esta escuela por muchos años más de los que jamás pensé posible. He sido honorada de atestiguar no solo su crecimiento y educación, sino también la de muchos de sus padres e incluso abuelos. Pero ahora, como parte de una bendición que seguramente es, encuentro que estoy lista para ponerle fin a mi larga permanencia. Este será mi último año como miembro del personal de Hogwarts. Mi cabaña, mis jardines, así como mi pipa y lo que queda de mi familia me aguardan. Mi única y exclusiva solicitud de ustedes, estudiantes…—aquí ella negó con su cabeza e, increíblemente, el rastro de una sonrisa torcida curvó sus labios. —Es que ustedes hagan que mi último periodo no tenga acontecimientos y sea lo más feliz posible.

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Esto fue recibido con un montón de risas, pero cuando James miró alrededor de la habitación vio muchas caras mostrando lo que él sentía: sorpresa, incomodidad y consternación. La profesora McGonagall era actualmente el miembro más antiguo y prominente entre el personal de Hogwarts. Era difícil imaginar a Hogwarts sin que ella presidiera. Merlín podría ser el director actual, y él podría ocupar ese puesto por muchas décadas por venir, pero de alguna manera era simplemente el cerebro de la escuela. La profesora McGonagall era su corazón y alma, a pesar de su comportamiento eternamente severo e imperturbable. La pasada melancolía de James volvió a manchar su mundo de nuevo, cubriéndolo como una nube de tormenta que cubre el sol de verano. No solo porque no podía imaginar un Hogwarts sin la profesora McGonagall, sino porque, antes de su entrevista con Rita Skeeter y su recordatorio sobre todas las formas en que el mundo mágico parecía estarse desintegrando, tenía un profundo temor que la petición de la profesora estaba condenada incluso antes de que el año hubiera empezado. Ashley Doone levantó su mano de prisa. —¿Qué hará profesora? —McGonagall sacudió lentamente su cabeza, todavía sonriendo débilmente. —No tengo la menor idea, señorita Doone, —respondió ella. —Y eso mis queridos jóvenes amigos… es el sentimiento más maravillosamente liberador en el mundo. Al percibir el final de la reunión, los estudiantes comenzaron a moverse y murmurar. McGonagall levantó su voz una vez más. —Un último pedido antes que se dirijan a las mesas de sus respectivas casas. —dijo rápidamente. —Muchos de ustedes se habrán enterado en el tren sobre quiénes serán los Premios Anuales de este año… —Solo sé que no soy yo, —murmuró James, sonriendo a Ralph. —Y hurra por eso, a pesar de lo que mi mamá pudo haber querido. —Erm,—dijo Ralph, viéndose repentinamente incómodo. —La Premio Anual de este año, —McGonagall aclamó mientras los estudiantes se paraban y se movían inquietos hacia la puerta. —Es la señorita Fiona Fourcompass de la casa de Ravenclaw. Y el Premio Anual será el señor Ralph Deedle, de Slytherin. Confío que ustedes dos ya hayan hablado con los nuevos prefectos de este año en el tren, explicándoles sus deberes y el rol que cumplirán ustedes con ellos.

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Ralph asintió solemnemente a la profesora mientras James se quedó boquiabierto ante él, atónito. —Fue lo primero, señora. —le reportó. —Justo como lo decía la carta. —¿Por qué no me dijiste? —gritó James mientras la reunión terminaba al fin y estaban atrapados en la puerta. —Una cosa es que fueras prefecto en el quinto año… ¡Te juro que me tomó todo este tiempo acostumbrarme a eso! ¿¡Pero ser el Premio Anual!? —Por eso no te lo dije, —Ralph puso sus ojos en blanco. —Sabía que harías de esto un asunto muy peludo. —¡Es un asunto muy peludo! —farfulló James. —¿Desde cuándo te las arreglas para ese tipo de responsabilidades? —¿A qué te refieres? —Ralph parecía levemente herido. —Siempre he sido responsable. Todas esas veces que tú, Zane y Rose se dirigían a sus tontas aventuras, ¿quién era el que se quedaba atrás y era cuidadoso? —Tú no estabas siendo cuidadoso, —James puso sus ojos en blanco. —Estabas muy asustado que no es lo mismo. —Mira, —dijo Ralph deteniéndose al lado de la puerta y volteando a ver a James. — Todos ustedes estaban preocupados de que cuando me convirtiera en prefecto, apagaría toda la diversión. ¿Eso pasó? —¡Totalmente! —susurró James con dureza. —¡Nos hiciste regresar a tiempo cada fin de semana en Hogsmeade. Te asegurabas de que no pudiéramos ir con el resto de los Gremlins cuando tenían sus reuniones secretas de fiesta. Le dijiste a mi madre que me había roto las gafas y me regañabas para que las utilizara en clase, ¡solo porque ella te lo pidió! ¡Incluso le dijiste a Zane que dejara de aparecer a todas horas cuando él y el equipo experimental de comunicaciones mágicas tenían una nueva técnica para probar! —Me despertó a las dos de la mañana flotando sobre mi cama, —puntualizó Ralph. —Quiero decir, la diversión es divertida, pero casi hizo que me mojara encima, lo juro. —Prométeme que esto no se te subirá a la cabeza Ralph. —insistió James, mirando al chico que era más grande que él. —No pasará y no ha pasado. —Ralph proclamó, endureciendo su mandíbula y enderezándose hasta su prodigiosa altura. Un momento después, se desplomó de

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nuevo a su postura normal. —Además, hice que nos mantuviéramos alejados de cualquier predicación de desafío de muerte y de cualquier evento que pudiera destrozar la tierra durante dos años enteros. Y ni siquiera me lo agradecieron. James exhaló un suspiro y se relajó. —No estoy seguro de cuánto crédito puedas tomar por eso, exactamente. —él negó con la cabeza. Cuando finalmente entraron en el ruido del Gran Comedor y encontraron sus asientos, James estaba interesado en ver al fantasma de Cedric Diggory cerca de la cabecera de la mesa de Hufflepuff, contándoles una historia aparentemente fascinante a los estudiantes más jóvenes. Probablemente los estaba entreteniendo con cuentos de su experiencia durante el legendario Torneo de los Tres Magos, que era su tema favorito desde que se convirtió en el fantasma oficial de la Casa de Hufflepuff. —A veces extraño al Fraile Gordo, —comentó Graham tomando un puñado de rollos de un plato cercano. —Desde que se jubiló, los Hufflepuff se han estado sintiendo superiores con nosotros por su nuevo fantasma. Scorpius sacudió su cabeza en dirección a Cedric y se burló. —Ciertamente es bastante presuntuoso para ser el “Espectro del Silencio” Rose chasqueó su lengua con gracia. —Los celos son una emoción fea. Creo que es maravilloso que Cedric finalmente haya encontrado nuevos amigos y un propósito. — ella le devolvió la mirada por encima del hombro y luego se desinfló ligeramente cuando se volvía. —Incluso si solo nos recuerda que la casa de Gryffindor no tiene ningún fantasma en absoluto. —¿Cómo funciona eso de todos modos? —preguntó Cameron Creevey desde más adelante en la mesa. —Quiero decir, es tradición que todas las casas tengan uno, ¿cierto? Slytherin tiene al Barón Sanguinario. Ravenclaw tiene a la Dama Gris… —No es como si se pudiera pedir un nuevo fantasma de un catálogo de pedidos por correo. —se quejó Graham. —Pero aun así. Es una verdadera decepción entrar en nuestro último año sin fantasma de Gryffindor, incluso si el viejo Nick Casi Decapitado fuera a veces un poco loco.

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—Hablando de los de último año, —Rose se animó, bajando su voz de manera conspiratoria e inclinándose ansiosamente hacia James. —¿Y tu gran reunión con McGonagall? ¿Qué clase de secretos les comunicó? ¡Puedes decirme! James sacudió su cabeza con firmeza. —Todos juramos secretismo. En serio. Tengo prohibido decirte cualquier cosa. —Vamos, —dijo Rose y luego entornó sus ojos con astucia. —Probablemente ya lo sepa todo. Solo quiero ver lo mucho de lo que finalmente te han informado. —Tendrás que esperar hasta el séptimo año. —respondió James levantando la barbilla en lo que él esperaba fuera con estilo y superioridad. Rose puso los ojos en blanco y respiró hondo para replicar, pero en ese momento la profesora McGonagall llamó la atención sobre la ceremonia anual de Selección. James volvió su atención hacia la mesa principal, agradecido por la distracción. La profesora McGonagall, sosteniendo el sombrero seleccionador en su mano sobre un taburete de madera, llamó a los estudiantes más nuevos a la tarima. Cuando llegaron, cada uno más tentativo y nervioso que el anterior, la profesora bajó el sombrero sobre sus cabezas y después de un momento o un minuto, el sombrero proclamaba en voz alta y sonora, su nueva casa. A su vez, las casas aplaudieron a sus nuevos miembros y les dieron las bienvenidas a sus mesas. Mientras James miraba, apenas podía creer lo jóvenes que se veían los de primer año. Él estaba ahora en el otro extremo de ese espectro… a sus ojos, seguramente él se veía como el de séptimo año imposiblemente más viejo y experimentado. Recordó estar en sus zapatos, pensando cuán altos y adultos se veían los de séptimo año. Si tan solo hubiera sabido lo que sabía ahora: que los de séptimo año no eran realmente más seguros ni distantes que los de primer año. Solo tenían más años de práctica pretendiendo serlo. Nuevamente, James recordó la declaración que la profesora McGonagall hizo en la antecámara. Esta, increíblemente, sería su última ceremonia de Selección. ¿Quién se haría cargo de esto en los próximos años? ¿Merlín, tal vez? ¿O uno de los otros maestros más antiguos, como el profesor Flitwick o incluso Neville Longbottom? Tan fuerte como lo intentó, simplemente no podía imaginar a nadie más sosteniendo el Sombrero por su punta y leyendo los nombres con esa cortante y severa voz.

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Entonces, otro pensamiento algo desalentador se le ocurrió a James: El Sombrero Seleccionador no había cantado una canción antes de sus funciones este año. Era tradición que el sombrero le otorgara una canción a los estudiantes que esperaban que tuviera alguna letra divertida, o puede que profunda que había inventado entre sus deberes anuales. Y sin embargo, durante el primer año de James no se había pronunciado con su canción habitual. Tampoco, al parecer, lo planeaba para este año. Por supuesto, como James había pensado una vez antes, después de tantos siglos de servicio, uno podía perdonar al Sombrero por tomar un año de descanso. Pero le pareció especialmente preocupante que, por alguna razón, su primer y último año quedarían marcados sin tal diversión musical. Cuando la clasificación finalmente terminó y la profesora McGonagall se llevó el Sombrero junto con ella a la mesa principal, el Gran Comedor entero tuvo una ronda de emotivos aplausos, en parte por darle la bienvenida a sus nuevos compañeros de casa y en parte por celebrar que la programación de la noche oficialmente estaba cerca de terminar y todos podrían ir pronto a sus respectivas salas comunes para las meriendas menos formales de la Primera Noche. El único detalle inacabado era el anuncio oficial de inicio de periodo del director Merlín, de quien James sabía por experiencia sería breve y muy puntual. —He oído que Ralph fue nombrado como Premio Anual, —le susurró Rose al oído de James mientras los aplausos llenaban el salón. —¿Estás celoso? James miró a su prima con seguridad de que estaba bromeando. Las cejas levantadas y el entrecejo fruncido de Rose le dieron a entender que no era así. —Por supuesto que no estoy celoso, —James sacudió su cabeza con fervor. —Eso es estúpido. ¿Por qué alguien querría ser el Premio Anual? —Nadie se convierte en el Premio Anual porque quiera serlo, —susurró Rose mientras los aplausos se apagaban. —Lo hacen debido a las personas que quieren eso para ellos y por las expectativas que lo confirman. La gente espera que Ralph tenga ambiciones porque su padre se ha vuelto importante en el Ministerio estos días. Pero también tu padre, si no lo has notado. La habitación cayó en silencio con las últimas palabras de Rose, impidiendo cualquier respuesta por parte de James. De repente, él no sabía cuál sería su respuesta.

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Le frunció el ceño a Rose, pero ella simplemente miró más allá de él volviendo su atención al director mientras se posicionaba en el ornamentado podio dorado. James se giró con algo de descontento para mirar también. —Saludos estudiantes, —Proclamó el gran hombre con su profunda y retumbante voz, que se elevaba sobre el podio con sus ropas de oro, con la barba peinada y reluciente por el exótico aceite que usaba para ocasiones especiales. Su pesada mirada vagaba por encima de los estudiantes reunidos, registrando cada rostro. —Y bienvenidos a un nuevo año de lecciones, camaradería y deporte en la escuela de Magia y Hechicería de Hogwarts. Para los nuevos estudiantes, soy el Director Merlinus Ambrosius. Nos ahorraremos mucho tiempo y atención diciendo, como siempre: pueden buscar a sus compañeros de clase más antiguos para que les informen de cómo hacemos las cosas aquí en un día a día. Ese es su deber y honor. Haced uso de los recursos que se os ha concedido y si alguno se reúsa o los guía de manera errada, deberán informarme para que yo corrija personalmente a estos individuos sobre el error de sus procederes. Nuestras reglas generales son pocas pero cuidadosamente aplicadas: El Bosque Prohibido está prohibido por una razón. Si rompen esta regla el resultado será al menos instructivo, siempre y cuando no sea mortal. El toque de queda es a las diez en punto en horario escolar y a las once y media los fines de semana y días festivos. Nuestro querido señor Filch ha sido autorizado para llevar a cabo los castigos que él juzgue adecuados para aquellos que ignoren este horario y no deben hacerse ilusiones sobre la creatividad que suele precisar en el desempeño de sus funciones. Mientras el director habló, asintió hacia la parte trasera del salón, donde el señor Filch estaba de pie, como era de costumbre, cerca de las puertas principales, acariciando lentamente la cabeza de su antigua Kneazle-gata enrollada en sus brazos. Filch asintió como confirmación que era más un ceño fruncido que una sonrisa. James había aprendido en los últimos dos años que, sorprendentemente, Filch y Merlín eran casi hermanos de sangre en su enfoque de la ley y el orden. Merlín mantuvo en vigilancia al viejo celador, principalmente dándole rienda suelta a las pequeñas responsabilidades que le fueron concebidas. —Para concluir, —siguió el director, bajando su barbilla para mirar fijamente a la multitud reunida. —Habrán notado, tal vez, algunos cambios en nuestro personal durante el verano. Nuestro muy respetado maestro de encantamientos, el profesor Filius Flitwick, finalmente sucumbió ante las exigencias de su musa, la elección de pasar

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el resto de sus años en la búsqueda de su arte y la taza de té oolong perfecta. Él todavía nos honrará con su presencia en ciertas ocasiones especiales. Mientras tanto, confío en que le ofrecerán un sincero saludo a su nuevo maestro de encantamientos, el profesor Donofrio Odin-Vann, graduado de estas prestigiosas salas y un valioso nuevo miembro de nuestro personal docente. Un tibio y confuso aplauso recorrió la habitación mientras las cabezas se levantaban para encontrar al nuevo maestro en la mesa del personal. James se sorprendió al ver que el nuevo maestro de encantamientos parecía ser el joven que había vislumbrado ese mismo día en el tren. Se puso en pié tentativamente en el extremo de la mesa, sonriendo levemente y levantado una mano saludando apreciativamente. Llevaba cabello oscuro y corto y una pequeña y puntiaguda perilla (barba de chivo) que en casi cualquier otro hombre lo haría parecer malvado. En él, sin embargo, parecía simplemente forzado y artificial, algo así como si el joven profesor estuviera intentando demasiado sembrar una imagen elegante. A James le gustaba, a pesar de su evidente juventud e incomodidad. O tal vez era por eso. —Y con eso, estudiantes, —proclamó Merlín, levantando sus dos gruesas manos. — La parte inicial de la celebración de inicio de periodo queda concluida. Siéntanse libres de terminar sus comidas y regresar a sus dormitorios, donde estoy seguro… Un sonido súbito e inesperado resonó por la habitación, proveniente de las altas puertas de madera en la parte trasera de la sala. Merlín hizo una pausa, frunciendo el ceño ligeramente ante la interrupción. Por un momento, un silencio pétreo inundó el vestíbulo. Y entonces las puertas volvieron a sonar de nuevo como si alguien golpeara desde el exterior y el ruido se amplificó por la acústica natural de la sala. Al oír el sonido, las puertas se abrieron, como si fueran empujadas desde el exterior. Filch miró con atención, con una mirada alerta y cuidadosa, cuando las puertas comenzaron a abrirse. Revelando detrás de ellas, con ojos muy abiertos y preocupados detrás de un par de anteojos negros, estaba un hombre de mediana edad vestido con un polo rosa y unos pantalones vaqueros bajo una chaqueta ligera. Con su puño derecho levantado en gesto de golpe. Junto a él había una corpulenta mujer con una masa de voluminoso cabello color castaño y un bolso colgado en uno de sus hombros de manera protectora. Dos

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niños se pararon detrás de ella, un niño y una niña, cada uno miraba alrededor de sus prodigiosas caderas. —Lo siento, —dijo el hombre, con sus adenoides convirtiendo la frase en un eco nasal en torno al repentino silencio del salón. —La señora y yo… parece que nos hemos perdido un poquito. Vimos las, um, luces de este domicilio desde abajo y, la señora, ella sugirió que nos presentáramos y… er… pidiéramos una dirección. Todos los ojos miraron hacia atrás en completo silencio y asombro. El propio Merlín parecía, tal vez por primera vez desde que James lo había conocido, completamente sin palabras. El hombre con anteojos respiró hondo y miró a su alrededor, claramente intentando darle sentido a la escena ante él, y fracasó desgraciadamente. —¿Puede alguno de ustedes, —preguntó con voz quejumbrosa, aclarándose la garganta contra el eco de sus palabras. —Indicarnos apropiadamente la dirección hacia los lagos de Killarney? Solo tenemos reservaciones para las siete en punto, verán, y… — su voz finalmente se desvaneció cuando la extrañeza de lo que vio finalmente lo abrumó. El fantasma de Cedric Diggory, que se acercaba al final de la mesa de Hufflepuff, notó que la mujer del hombre lo miraba fijamente, con sus ojos tan abiertos que la parte blanca era completamente visible en su contorno. Sus dedos temblaban en la base de su garganta. Sus labios se estremecieron en shock sin habla. —¿Bu? —dijo Cedric, levantando una mano y moviendo sus dedos hacia ella. Ponderosamente, la mujer cayó hacia atrás en un muerto y pesado desmayo. —Parece señor celador, —dijo finalmente Merlín con una voz completamente distinta que antes, mirando al señor Filch, donde todavía estaba junto a las puertas traseras. —Que tenemos huéspedes Muggles bastante inesperados. Por favor, asegúrese de que se sientan perfectamente… en casa.

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Capítulo 3 La Reunión de Medianoche No había desmemorizador oficial entre el personal de Hogwarts, pero Merlín estaba más que equipado para la tarea, con sus poderes de otro mundo y su extraño báculo hipnótico, con runas talladas brillando en una tenue luz azul. Lo estudiantes fueron rápidamente despachados e instruidos a dirigirse directamente a sus salas comunes mientras el director, con la asistencia de la Profesora McGonagall y, curiosamente, Trelawney, reanimaban a la desvanecida mujer y colocaban a los cuatro Muggles confundidos en una especie de caminata en trance. Ellos todavía estaban lo suficientemente alertas para mirar vagamente alrededor, hacia los estudiantes y las pinturas vivientes y escaleras móviles, pero cuando hablaban, lo hacían con voces

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apagadas y adormecidas. James, junto con un puñado de estudiantes atónitos, miraban desde el rellano debajo de la ventana de Heracles, como Merlín y las profesoras guiaban a la familia de nuevo hacia la abierta puerta principal. Delante de ellos, un pequeño auto marrón estaba estacionado en la oscuridad del jardín, sus luces delanteras aún encendidas y su motor girando tranquilamente. —Una escuela, dice, —la mujer Muggle dijo, parpadeando insípidamente hacia Merlín. —Oh sí—, él contestó con una sonrisa reconfortante. —Pero no se preocupe por eso, mi querida dama. Pronto usted y su encantadora familia estarán en camino a su destino. Nosotros podemos mostrarles el camino. En realidad, es bastante sencillo. Tendrán unas maravillosas vacaciones, y olvidarán haber estado alguna vez aquí o haber conocido a cualquiera de nosotros. —¿A quién conocimos? —el hombre preguntó un poco somnoliento, mirando a su lado a su esposa frunciendo el ceño. —Oh, ese agradable sujeto en la estación de servicio, —ella dijo, con una pizca de incertidumbre en su voz. —Cuando paramos a pedir orientación. Fue de gran ayuda, ¿no? El hombre asintió a medida que descendía al jardín, acompañado por la profesora Trelawney a un lado, y por la profesora McGonagall al otro. Los dos niños, ninguno mayor a diez años, los seguían, con los ojos muy abiertos, absorbiendo todo lo que estaba a la vista. James sabía cómo funcionaban los hechizos desmemorizadores de Merlín. Para cuando la familia hubiese regresado a la carretera principal, sus recuerdos de Hogwarts se habrían desvanecido hasta convertirse en un sueño, completamente efímero, desconectado de la realidad. Los niños lo recordarían ligeramente mejor, ya que los recuerdos de los jóvenes, James sabía, están más enraizados y son mucho más detallados. Pero nadie cree en niños cuando cuentan sobre escaleras móviles, velas flotantes, o misteriosas escuelas en castillos que se aparecen en el inexplorado territorio escocés. Esta vez, James estaba contento de esta, en otra circunstancia, desafortunada verdad. —Ustedes, continúen, —Filch dijo hacia las escaleras en un acallado gruñido. —Esto no les concierne a ninguno de ustedes. Hagan como dijo el director, y rápido. —con eso,

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el celador se apresuró hacia las puertas abiertas, un mapa plegado bajo un brazo y, extrañamente, una taza de plástico rojo agarrada en su mano derecha. La taza humeaba levemente y dejaba un aroma a café en el aire frío del vestíbulo. Intencionalmente, James sabía, conjurado para ayudar a la familia Muggle a encontrar el camino a su destino y confirmar el recuerdo plantado sobre una útil visita a una estación de servicios. —¿Qué pasará si más Muggles se aparecen en el castillo? —Cameron Creevey preguntó sin aliento, todavía mirando desde el rellano junto a James, Rose, y Scorpius. El chico sonaba tan excitado como preocupado con la posibilidad. —Merlín conjurará un nuevo encantamiento de intrazabilidad sobre el terreno, — dijo Rose impaciente, girando para subir las escaleras. El resto la siguió, sintiendo que el espectáculo, como fuese, estaba prácticamente terminado. —La única razón por la que esas personas entraron es que nadie sabía qué tan débil se había vuelto el antiguo límite. Realmente, no hay forma de comprobar esas cosas. —Lo que me hace preguntar —dijo Cameron, subiendo dos escalones a la vez para alcanzar a Rose y James. —Ese reportero Muggle sobre el que me contaron en su primer año, James ¿Martin Prescott? Tal vez esa sea parcialmente la razón por la que fue capaz de llegar hasta la escuela. Él siguió la señal del dispositivo de juego de Deedle, pero quizás el hechizo de intrazabilidad ya estaba débil entonces, dejándolo pasar. James no quería pensar particularmente en esa aventura. Martin J. Prescott todavía presentaba nuevas historias en la televisión Muggle, todavía trabajaba para un programa llamado Desde adentro el cual parecía especializarse en chismes de celebridades y dudosos cuentos de bebes murciélagos de dos cabezas o caras de santos milagrosamente quemadas en tostadas. James, no quería admitirlo, pero estaba bastante seguro que Prescott había superado la intrazabilidad de la escuela gracias a un resquicio tecnológico y absoluta obstinación, no por ninguna debilidad en el antiguo hechizo de secretismo de la escuela. No, el debilitamiento era parte de la reacción en cadena causada cuando Petra Morganstern, con la ayuda de su hermana Izzy, rompieron el velo de secretismo en la Nueva York Muggle hace casi tres años. Él miró a un lado hacia Rose y vio el mismo pensamiento en su cara. Ella entendía la magia involucrada en todo el asunto aún mejor que él. La base del poder de todo hechizo de secretismo era el hecho de que los Muggles no querían creer en la magia, no

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realmente. Era demasiado traumático y extraño. Desbarataba el cómodo castillo de cartas sobre la que estaba construida su percepción del mundo. Y eso, infortunadamente, era lo que Petra había cambiado. Ella había empujado una nueva realidad sobre ellos. En pocas palabras y en parte. Y ahora, poco a poco, el mundo Muggle se estaba despertando a una nueva realidad. Los hechizos de secretismo se estaban debilitando porque, por primera vez en mil años, y quizás ni siquiera por elección, los Muggles estaban deseando creer. Dejando la conjetura de Cameron colgando en el aire, James siguió a Scorpius y Rose a través del hueco del retrato hacia la sala común, la cual, a pesar de los extraños eventos de la noche, estaba tan bulliciosa y alegre como cualquier otra Primera Noche. Como de costumbre, el busto de Godric Gryffindor se meneaba y abalanzaba en los recovecos superiores como un abejorro borracho, propulsado por las varitas de varios estudiantes compitiendo en un juego de Winkles y Augers. Vítores y abucheos se escuchaban jovialmente. Botellas ilícitas de cerveza de mantequilla y fuentes con dulces de Honeydukes (gentileza de George Weasley, acorde a la reciente tradición) decoraban cada mesa. El crujido y brillo de la chimenea calentaban la concurrida habitación a medida que James realizaba su entrada, exhalando un profundo suspiro de alivio. En un mundo constantemente cambiante, él pensó, la sala común de Gryffindor, al menos, era siempre la misma. —¿Los veo en una hora? —dijo Rose tranquilamente, acercándose a James y Scorpius. — ¿Mismo lugar de siempre? James asintió. Scorpius se encogió de hombros desinteresadamente, tomando una botella de cerveza de mantequilla de una bandeja y dirigiéndose hacia donde los jugadores de Winkles y Augers estaban reunidos. Durante los últimos años se había vuelto casi un ritual que en la Primera Noche, la pequeña reunión secreta donde James y unos pocos amigos de confianza se reportaran y discutieran cualquier suceso importante y clandestino ocurrido durante el verano. Ninguno de ellos se refería a la misma como tal, pero James había empezado a pensar que era una pálida, pero de alguna manera significante sombra de la vieja Orden del Fénix. No sabía si, realmente, esperaba la reunión anual, pero este año, a diferencia de los anteriores dos, pensaba que finalmente tenía algo interesante qué reportar.

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Eso, sin embargo, vendría después. Por el momento, se arrojó entre el feliz ruido y la bienvenida familiaridad de uno de sus lugares favoritos. Junto al fuego vio a su hermana Lily con su constante grupo de amigos, Chance Jackson, Marcus Cobb, y Shivani Yadev. El hermano de Shivani, Sajay, que acababa de ser elegido para la casa de Gryffindor treinta minutos antes, rondaba cerca, mirando alrededor con una nerviosa alegría. Debajo de una de las ventanas obscuras como la noche los alumnos de 5to y 6to Walter Stebbins y Xenia Prince, quienes habían empezado a salir a finales del año pasado, se sentaban casi nariz con nariz en el sofá, sonriendo y pestañeando el uno al otro mientras conversaban bajo, casi sin notar el partido de Winkles y Augers que se libraba furiosamente sobre sus cabezas. Y sentado del otro lado de una de las mesas de estudio cerca de las escaleras de los dormitorios de las chicas, Graham Warton y Deirdre Finnegan estaban debatiendo vigorosamente una lista de nombres en un pergamino entre ellos. James sabía sin preguntar que la lista era una alineación potencial para el equipo de Quidditch de este año. Él liberó un gran respiro, tomó una cerveza de mantequilla de una mesa cercana, y decidió unírseles, sabiendo lo que vendría. —Y aquí está, —Deirdre lo miró directamente. —Primero, tenemos Muggles en el Gran Comedor. Y ahora el nombre de James Potter en una plantilla de Quidditch. ¿Podrían las cosas volverse más extrañas? —¿Qué será este año? —Graham ladeó su cabeza mientras James se dejaba caer en una silla. — ¿Estás esperando ser reclutado por los Harrier la noche anterior a las pruebas? O ¿tienes una entrevista contradictoria con Rita Skeeter y tal vez el Ministro de Magia? James puso sus ojos en blanco, sabiendo que no tenía más elección que soportar su burlona tomada de pelo. —Nada de eso pasará este año. Lo prometo. —Prometiste lo mismo en esta misma mesa el año pasado, —dijo Deirdre, dejándose caer en su silla. —¿Qué fue entonces? ¿Viruela de dragón? —Scrofungulus, si es que necesitas saberlo, —James suspiró. —Me la agarré en el viaje de campo de Hagrid para ver los Mokes de pantano. No pude mover mi cuello ni tragar nada más grande que una Grajea Multi-Sabor por una semana. Fue horrible, muchísimas gracias.

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—¿Y el año anterior a ese? —dijo Graham, frunciendo el ceño y frotando su barbilla fingiendo burlonamente consternación. —En realidad, llegaste a las pruebas, si recuerdo bien, ¿pero…? —Estrelló su escoba en uno de los aros de metal, —Deirdre asintió. —Había roto mis anteojos, —James intercedió a la defensiva. —¡Hice lo mejor que pude a pesar de eso! No es mi culpa que no pueda ver de lejos sin ellos. Graham suspiró y alzó su barbilla para escudriñar el resto de la habitación. —Es bueno que tengamos a esa hermana tuya como Guardián. Sería de pésima mala suerte no tener un Potter en el equipo de Gryffindor. ¿Supones que ella estará en las pruebas este año, Deirdre? —Ella nunca se perdió ni una hasta ahora, —contestó Deirdre. —No hay duda que ella estará en el equipo nuevamente, al igual que los últimos años. Ella es talentosa. James esperó un tiempo y luego levantó sus cejas pacientemente. —¿Ya terminaron de molestarme? Porque este año no voy a perderme las pruebas. Es mi última chance para entrar al equipo y no me la voy a perder por nada. Deirdre asintió y regresó su atención a la planilla escrita a mano. —Eso es bueno, porque ¿ves este espacio vacío justo aquí? —ella señaló el final del pergamino. —Ahí es donde debería estar Geoffrey Rook, sólo que él se graduó el año pasado, y fue el mejor buscador de la década. —¿Estás preparado para llenar esos zapatos? James asintió y enderezó su barbilla. —Lo estoy. Estuve entrenando todo el verano. Y he ocupado de mantenerme al máximo de mis posibilidades en la Liga de Quidditch Nocturno durante los últimos dos años. —¡Oh, ni me lo recuerdes! —exclamó Graham disgustado, arrojando una mano sobre su cara. —Tú y esa pandilla de bárbaros de medianoche son una completa vergüenza para este deporte. ¡Escuché que les dejan usar una de esas idiotas Skriff Americanas para jugar! James había olvidado lo mucho que Graham odiaba los marginalmente secretos partidos de Quidditch de medianoche. —En realidad, se llaman Skrim…

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—¡Ni una palabra más! —los ojos de Graham resplandecieron. —Juro que los hubiese acusado a todos ustedes sino pensara que la mayoría de los profesores ya lo saben y pretenden que no. —Longbottom ha ido a algunos partidos, —comentó Deirdre sacudiendo su cabeza. —Él es el que crece la hierba que todos ellos toman para evitar dormirse. Somnambulis, se llama. —Disciplina, —declaró Graham, irguiéndose en su asiento y mirando a Deirdre ferozmente. —¡Eso es lo que le falta a esta escuela hoy en día! ¡Algo de la vieja disciplina! Desbaraten todo ese sin sentido del Quidditch nocturno. Distraer a todo el mundo del verdadero asunto, eso es lo que hace. James se encogió de hombros y balanceó su cabeza, sabiendo que lo mejor era mantenerse calmo. Afortunadamente, en ese momento Walter Stebbins y Xenia Prince decidieron interrumpir la discusión, deslizándose en dos sillas una al lado de la otra. —¿Qué piensan del nuevo profesor de Encantamientos? —preguntó Xenia en voz baja, inclinándose sobre la mesa y corriendo su corto pelo negro de la cara. —Pareciera ser a penas más grande que yo, —dijo Graham, todavía erizado. —Si es lo bastante grande como para comprar un Whisky Ardiente en Las Tres Escobas me como una bludger. —Tiene veinticinco años —, deslizó Deirdre. —Le pregunté al Profesor Shert. Se graduó el año anterior al que nosotros empezamos. Eso significa que Ted, Damien y Sabrina lo conocieron. Al menos un poco. —Deberíamos preguntarles sobre él la próxima vez que los veamos—, sugirió Graham enigmáticamente. —Tal vez tengan algún chisme sobre él. No puede hacer mal saber un par de secretos oscuros sobre cualquier profesor nuevo si vienen todos ansiosos a probar su valor. James se encogió de hombros. —A mí me parece lo suficientemente decente. No me da la impresión de que planee hacerle la vida imposible a nadie. Me parece que todavía está descubriendo cómo lucir como un profesor, más que en ser uno.

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—Voy a extrañar al viejo profesor Flitwick—, dijo Xenia con un suspiro, mirando triste a la mesa. —Era mi preferido. Al lado de ella, Walter asintió solemnemente. James intentó no poner sus ojos en blanco. Tenía la sospecha de que Walter respondería de igual forma si Xenia sugiriera que hubiera una bandada de patos fucsia en la luna. Poco menos de una hora después, James, Rose y Scorpius se reunieron con Ralph y Albus debajo de una antorcha en uno de los sectores más viejos del castillo. Había sido una adusta, cuando menos confusa caminata a través de los corredores nocturnos. Rose y Scorpius, ahora sabía James, estaban saliendo oficialmente de nuevo, sin embargo, como siempre, era una unión quebradiza y tempestuosa. En ese momento, por razones que James no lograba adivinar, ellos no se estaban hablando nuevamente, dejándolo caminar en medio del silencio gélido que existía entre ambos. Probablemente era lo mejor, ya que no se suponía que estuviesen fuera de sus dormitorios tan tarde, a pesar de que los toques de queda no comenzaban formalmente hasta la noche siguiente. —Intentamos abrirla, —susurró Ralph cuando finalmente James, agradecido, se unió a él y Albus—, pero nunca nos funciona. —Nunca te funciona a ti, —lo corrigió Albus. —A mí me funciona bien, pero siempre abre a una habitación llena de orinales. —A un lado, —Rose dijo fríamente. —Su problema es que no tienen suficiente imaginación. Ralph

se

apartó

obedientemente,

dándole

espacio

a

Rose

de

ubicarse

intencionalmente en el corredor detrás de él. Ella regresó un poco, retrocediendo sobre sus pasos. —Lo que necesito, —dijo con cuidadoso énfasis, —es una habitación para reunirnos en secreto, donde nadie como Filch pueda meterse, donde nadie pueda escucharnos, incluyendo cualquier retrato disfrazado, y donde nada de lo que digamos pueda ser repetido. Ella se giró de nuevo, siguiendo sus pasos nuevamente. —Lo que también necesito, —agregó, bajando su voz hasta un susurro furioso, —es un novio que no se tropiece cada vez que Fiera Hutchins mira en su dirección.

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—Y aquí vamos de nuevo, —Scorpius dijo cansinamente. —Nunca puedes parar, ¿sabías? Ralph miró casi perplejo. —No creo que esa sea la clase de cosas que vayas a encontrar en la Sala de Menesteres. Cuando Rose terminaba de pasar, de repente apareció una puerta donde solo había habido una pared de piedra blanca un momento antes. Ella miró desafiante de Ralph a Scorpius, y luego se dirigió a la puerta, abriéndola de un empujón y entrando. Cuando Scorpius entró, ella miró hacia atrás con una mueca de decepción. — Supongo que Ralph tenía razón después de todo, —Dijo maliciosamente. —La Sala de Menesteres no puede proveerme todo lo que necesito. Porque aquí estás tú. —Honestamente, Weasley, —dijo Scorpius, mirando lánguidamente alrededor a la pequeña habitación, y James podía adivinar por el uso del apellido que la cosa no iba a terminar bien. —Estaba apenas siendo amigable con Fiera cuando me la encontré en el Gran Comedor. Pero si estás celosa de ella, siempre puedes pedirle ayuda con, digamos, un poco de maquillaje y un nuevo corte de pelo. Las mejillas de Rose se pusieron rojas. —¡¿Un poco de maquillaje?! ¡Ella usa lo suficiente como para las dos! ¡Para toda la escuela! Pero si eso es lo que te gusta… ¡una Slytherin arrogante, maquillada, exagerada…! —Creo que me gusta más su enojo silencioso, —murmuró James, tirando su mochila en la pequeña mesa en el centro de la habitación. —¿Por qué entre ustedes dos siempre es trato frío o discusiones acaloradas? Albus se dejó caer en la silla más alejada de la puerta, debajo del amplio marco plateado de un reflector de enemigos. —Me recuerdan porqué continúo prefiriendo la vida libre de soltero. Echando humo, con la postura de su cara indicando que, por ahora, había exitosamente borrado el exceso de furia, Rose descendió a una silla vecina a Albus. — Tú eres un soltero, —expresó, —Porque ninguna chica que se respete podría soportar que constantemente huelas a pasta de sapo y bota de pantano.

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—Tengo una esencia natural a almizcle, —Albus levantó sus hombros despreocupado. —Viene de estar demasiado ocupado en los asuntos importantes como para preocuparse en perder el tiempo frente a un espejo todo el día. —También viene de dormir con la misma ropa por una semana en el verano, — James sugirió. —Y por pensar que una ducha es intercambiable por otro enjuague con la crema para después de afeitarse de papá, —dijo Lily, apurándose a cruzar la puerta y dejándose caer en una silla frente a Rose. —Siento llegar tarde ¿De qué me perdí? —Nada hasta ahora, —Ralph suspiró, ubicándose en su propia silla entre Rose y Scorpius. —Excepto otra pelea entre estos dos y cierta innecesaria información acerca de la inexistente vida amorosa de Albus. —Mira quien habla Deedle, —dijo Albus, dedicándole una mirada penetrante. — ¿Cuándo fue la última vez que tú tuviste una cita? —Yo tengo citas, —Ralph encogió sus hombros. —Es sólo que no gastó todo mi tiempo restante fanfarroneando al respecto. Lily cuchicheó fuertemente en la dirección de Rose: —Él siente algo por su contraparte femenina de Premio Anual, escuché. —Eso es más ambición que amore, —Scorpius miró a su lado a Ralph. —Nuestro Ralph se ha transformado en el trepador social. Finalmente cumpliendo con los designios de su Casa. —Todos ustedes tienen un prontuario de cagadas, —Ralph sacudió su cabeza. —No saben nada de mí. Probablemente ni siquiera debería estar aquí, ahora que soy Premio Anual. Si uno de esos retratos de Snape me ve regresando a las mazmorras… —Sólo dile que estabas espiando al resto de estos soplones, —sugirió una nueva voz con un inconfundible acento Americano. —Esa es la clase de agente doble que a Snapester le gusta más. Y no le prestes ninguna atención al resto de estos revoltosos, Ralphinator. Yo creo que mata que seas Premio Anual. ¡Qué manera de graduarse! James sonrió a la rectangular pieza de espejo que había tomado de su mochila y apoyado en la mesa. En ella, se podía ver la cara de un chico rubio, hablando desde el

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fondo de lo que parecía ser una montaña de ropa sucia y envoltorios de golosinas. El espejo era uno de los fragmentos del legendario Amsera Certh de Merlín, ahora dividido y reducido a su uso más básico. Hubo un tiempo, en que Merlín había sido capaz de espiar conversaciones mantenidas con esos fragmentos, pero desde ese momento el hechicero había deliberadamente destruido su propia parte (evidentemente decepcionado) jurando nunca más corromper el espejo espiando en su propio beneficio. —Es fácil para ti decirlo, Zane, —dijo James sacudiendo su cabeza. —Tú no tienes que vértelas con los cuestionamientos de Ralph para cada decisión contra el Manual de Conducta Estudiantil de Hogwarts. —Hola Zane, —dijo Lily, estirándose en su silla para ver al chico en el Espejo. — ¿Cómo va la vida allí en Alma Aleron? —En muchos sentidos igual que siempre, —Zane balanceó su cabeza. —Complicada y preocupante en otros. La exclusa de tiempo se está volviendo un poco inestable a medida que el hechizo de intrazabilidad alrededor de la pared exterior se deshilacha como bufanda vieja. Pequeñas partes de la escuela continúan abriéndose paso hacia sótanos y áticos Muggles por toda Filadelfia, apareciendo como burbujas. El Profesor Jackson está trabajando en una solución, pero por ahora hemos tenido que restringir la exclusa al siglo anterior a la ciudad de Filadelfia, para estar seguros. —Las cosas se están poniendo más tensas aquí también, —dijo Ralph sobriamente. —Se nos acaba de unir una familia Muggle en el Gran Comedor, justo cuando Merlín estaba terminando su discurso de inicio de ciclo. —¡No!—los ojos de Zane se abrieron ampliamente. —¿Cómo entraron? —Solo manejaron hasta el jardín, —dijo James, dejando caer sus hombros. —Ellos estaban perdidos y buscaban orientación. Atípicamente, Zane lucía preocupado. —Estoy seguro que el viejo Merlín estuvo a la altura de las circunstancias y borró sus memorias y los puso en su camino, ¿no? —Y establecer un campo de intrazabilidad nuevo alrededor de la escuela, —dijo Rose. —Pero sí. Es una preocupación. Las cosas se están revelando de formas que nadie puede predecir. Y no parece que alguien pueda hacer mucho al respecto.

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—Lo que nos lleva al porqué todos nosotros estamos acá, —dijo Scorpius algo impaciente, recostándose en su silla y levantando sus hombros. —Sea que valga la pena o no, nosotros somos de los pocos que podemos tener una idea de quién está realmente detrás de esto. Quiero decir, por supuesto, Judith, la realmente hermética Dama del Lago en persona. Y Petra Morganstern, nuestra propia Indeseable Número Uno. Y no es que hayamos escuchado ni una palabra de ninguna en los últimos años. —Sin noticias por dos años enteros, —Lily sopló hacia arriba su rubio flequillo. — ¿Cómo podemos saber que Judith, la Dama del Lago, todavía anda ahí afuera? ¿Quizás se rindió y regresó a la dimensión de la que vino, sea cual sea? James agitó su cabeza firmemente. —Judith no es de las que se rinden. Cuánto más terreno pierde, más duro pelea. Pero sabemos que sigue ahí afuera, trabajando tras bambalinas, dejando que todos culpen a Petra por sus acciones. —Todavía no entiendo cómo alguien puede culpar a Petra por lo que pasó con la Red Morrigan, —dijo Lily, oscureciendo el ceño. —Montones de nosotros estábamos ahí cuando sucedió ¡Vimos a Judith y Petra peleando! —Nosotros sí las vimos, —James coincidió con amargura, —Pero casi nadie parece recordarlo bien. Judith tiene una especie de efecto evasivo que hace que la mayoría de personas la olviden al momento que ella desaparece de la vista. Incluso las personas que algo la recuerdan tienen miedo de admitirlo ¿No lo ves? Las personas prefieren culpar a Petra. Ella es la enemiga que conocen. Es menos complicado, y de alguna forma más cómodo de esa manera. Rose asintió. —Esa es la razón por la cual las consecuencias de su plan todavía están desplegándose por todo a nuestro alrededor. —¿Y cómo es que sabemos eso? —preguntó Scorpius, ladeando su cabeza. —Porque tienen Muggles apareciéndose en el Gran Comedor, —Zane replicó desde el fragmento del Espejo. —Eso evidencia que el plan de Judith, su versión de nuestro destino, todavía está en juego. Porque el Hilo Carmesí todavía está atorado en nuestro mundo, no en el que pertenece. Mientras esté aquí, a medida que avance el tiempo las cosas continuarán desmoronándose más y más.

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—Y el Hilo Carmesí, —dijo Scorpius, arrastrando una duda en su voz, —es Petra Morganstern, según todos ustedes. James suspiró. —Ya hemos discutido esto. Cuando Judith trajo a la versión de Petra de la otra dimensión a nuestro mundo a través de la Bóveda de los Destinos, y luego la mató aquí, esa versión de Petra (la versión Morgana) se convirtió en parte de nuestro universo. Ahora, nuestra Petra es la nueva Morgana. El Hilo Carmesí extraído del Telar la representa. Ella cree que la única forma de regresar las cosas a su lugar correcto, de regresar nuestro destino original, es que ella tome el lugar de Morgana en esa otra dimensión, la versión de Morgana de nuestro mundo, restaurando el balance. Lily asintió tímidamente. —Y el hecho de que el Voto de Secretismo todavía se esté derrumbando es un signo de que ella aún no ha tenido éxito en lograrlo. —Judith no quiere que ella lo logre, —dijo Ralph. —Petra es su punto de apoyo en este mundo. Si Petra reemplaza a la Morgana de esa otra dimensión, no solo regresa los destinos a su lugar, Judith será enviada de regreso al inframundo del que haya venido. Ella hará cualquier cosa para asegurarse de que Petra no tenga éxito. Scorpius miró dubitativo. —Dos años es mucho tiempo. ¿Cómo podemos estar seguros que ambas aún estén siquiera vivas? —Petra estuvo en las noticias hace unas semanas, —dijo Albus, mirando reflexivamente en una esquina oscura. —Aparentemente ella irrumpió un arsenal ultrasecreto de libros y artefactos prohibidos, buscando algo. Uno de los guardias la vio. Lily levantó sus hombros con incertidumbre. —Él pudo haberse equivocado. Los afiches de Petra están por todos lados. El guardia pudo haber visto una mujer en la oscuridad y asumir que era ella. —Era ella, —Albus replicó con una convicción inesperada, todavía mirando la esquina. James miró a su hermano, entrecerrando sus ojos. —Bien entonces, —Scorpius dijo rápidamente, sentándose nuevamente en su asiento. —Eso nos lleva al punto. —miró alrededor, observando cada cara. —¿Alguno de nosotros ha visto o escuchado de Petra desde la última vez que nos reunimos? Cada ojo de la habitación se giró silenciosamente hacia James. Fue Zane quien incitó desde el Espejo. —¿Qué dices tú, James? Tú eres el que tiene el lazo-mental

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mágico con nuestra incomprendida villana favorita. ¿Qué tan seguro estás de que ella sigue ahí afuera? ¿Y de que realmente es el nuevo Hilo Carmesí? James soltó un largo, y profundo respiro, y luego miró hacia abajo a su mano derecha que aún estaba apoyada en la mesa. La abrió, con la palma hacia arriba. —Me está bloqueando, de alguna forma, —dijo reluctante. —Puedo sentirlo. Pero no sé por qué. —¿En serio?, —Scorpius dijo sarcásticamente, poniendo sus ojos en blanco otra vez. —¿No tienes ni idea, no? —¿Supongo que tú sí? —James lo desafió, mirando a Scorpius a los ojos. —Bueno, bueno. No me dejes robar tu momento. Aunque me da bastante curiosidad saber cómo es que estás tan seguro de los planes de Morganstern si ella aparentemente ha apagado tu misterioso tercer ojo en su mente. James se desanimó un poco. —Nunca pude leer sus pensamientos, ustedes saben eso. Sólo consigo destellos de sus sueños a veces, a través de la cuerda que nos conecta. No lo entiendo más que ustedes. Pero hasta hace poco, no importaba que tan lejos estuviésemos, si me concentraba en esa cuerda, podía algo así como enviar mis pensamientos a través de ella, a cualquier lado que ella estuviera, y obtener una pista. Una emoción, quizás. O una especie de imagen difusa. No palabras. No pensamientos completos, a menos que ella estuviera muy cerca. Usualmente solo… sentimientos. Zane frunció el ceño desde el Espejo. —¿Pero ya no? James sacudió su cabeza lentamente. —No. Ella aún está ahí. Sé eso. Pero me está bloqueando. Está bloqueando su extremo. No quiere que sepa lo que está haciendo. Lily arrugó la frente. —Bueno, eso es bastante alarmante. ¿No lo creen? Albus hizo un ruido a tos y estudió sus propias manos en la mesa. —Petra bloquea a James porque él es un inquieto entrometido que está todo embobado de amor, y no piensa que es lo mejor para el mundo entero. Su pobre y pequeña “Astra”. —Fue él quien lo dijo, —Scorpius observó rápidamente, levantando sus cejas. —No yo. Yo solo lo pensé.

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James se dejó caer hacia adelante y depositó su barbilla sobre sus brazos cruzados. —Ya lo han dicho antes suficientes veces, espero. —Yo creo que es muy dulce, —Rose sonrió. —Incluso si es tal vez un poco trágico e imposible. —No es trágico, —dijo James, echándose hacia atrás en su silla nuevamente. — Ustedes son todos unos necios. Me interesa Petra, sí. Pero no estoy solo pensando en ella. Estoy pensando en el mundo entero. De hecho…—hizo una pausa y soltó un profundo respiro, considerando lo que estaba a punto de decir. En una voz más baja, continuó. —Creo que su plan probablemente sea lo mejor. Incluso si eso significa… que ella deje nuestro mundo para siempre. Luego de un largo momento silencioso, Scorpius miró alrededor de la mesa. —Bien, entonces. Ese es un gran cambio. James se rehusó a cruzarse con cualquier mirada. —Hay demasiadas cosas empeorando. Demasiado en juego como para preocuparse solamente por la vida de una chica. —Aún si, pensó, pero lo dijo, esa única chica es Petra Morganstern. —Sin embargo, eso nos deja una única pregunta pendiente, —dijo Rose seguido de un suspiro reluctante. —Si Petra está bloqueando tu conexión con ella, ¿Cómo sabes que ese todavía es su plan? ¿Reemplazar la otra versión de sí misma, la versión Morgana, de esa otra dimensión? ¿Cómo sabes realmente que Petra se ha convertido en el nuevo Hilo Carmesí? James finalmente levantó la mirada. Sin decir una palabra, levantó su mano derecha, palma hacia arriba, dedos extendidos. Lentamente, entrecerró sus ojos y comenzó a concentrarse. Él imaginó a Petra. En su mente y en su corazón, imaginó la efímera cuerda que los unía, que los había conectado desde ese fatídico momento en el Gwyndemere, cuando Petra le había pedido que la dejara caer en su condena en las olas, y James se había rehusado. La cuerda era una fría cinta que se enraizaba profundamente en su corazón, bajaba por su brazo, y se condensaba en su palma como una bola de hielo. Desde ahí, flotaba hacia el espacio entre ellos, extendiéndose y afinándose, hacia donde sea que estuviera Petra en ese momento.

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Ella lo estaba bloqueando. Él podía sentir la presión que ella hacía empujando contra él. Era frustrante. Pero también significaba, no habiendo nada más, que estaba pensando en él. James abrió sus ojos nuevamente y miró su mano abierta. Los otros en la habitación hicieron lo mismo, con ojos bien abiertos, sin palabras y hechizados. La cuerda estaba claramente visible en la oscuridad, resplandeciente y gruesa en el centro de la palma de James, desvaneciéndose y afinándose hacia arriba como una brillante cinta, un hilo que subía en la oscuridad, sin fin, sólo desapareciendo de la vista. En las aún sombras de la Sala de Menesteres, la cuerda ya no era meramente del plateado pálido del brillo de la luna. Ahora, el plateado pulsaba y parpadeaba con trazas de rojo metálico, el color del ocaso más intenso, formando una cinta gris y escarlata que ascendía y flotaba en la oscuridad. No quedaban interrogantes. Sin dudas la cuerda plateada estaba lentamente transformándose en un hilo carmesí.

Para James y Ralph, el primer día de clases fue como reencontrarse con un viejo amigo para una última celebración. James ahora conocía el castillo entero de memoria. Él podía recorrer los corredores con los ojos cerrados. Sabía qué atajos podían ser considerados demasiado conocidos y concurridos para ahorrarse tiempo entre clases. Sabía qué baños eran propensos a tener sus cañerías obstruidas luego del almuerzo, requiriendo los sucios y quejosos servicios del Sr. Filch y un gran desatascador. Sabía cuándo era seguro cortar camino a través del salón de clase vacío de la Profesora Heretofore y el closet de pociones que estaba más adelante, así cortar varias docenas de

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yardas de lo que de otra forma sería una pesada caminata a través de ruidosos y atestados corredores. En resumen, él era de séptimo año. La escuela era como su hogar. Mejor que eso, Hogwarts era su dominio nativo. Al contrario que en su casa, donde las reglas eran las de sus padres y ellos tomaban las decisiones, la escuela Hogwarts existía para él, le pertenecía a él casi tanto como a sus profesores y administradores. Y a medida que pasaba por sus corredores entre clases, riendo con sus amigos, absorbiendo su camaradería que tanto había extrañado durante el verano, los estudiantes más jóvenes (como McGonagall había predicho), lo buscaban a él y a sus compañeros de séptimo como a una especie de semidioses menores. A medida que James y sus amigos caminaban, los más jóvenes y los estudiantes más tímidos incluso se apoyaban contra las paredes para mirar, sus ojos muy abiertos y con un dejo de admiración, como remos golpeando las olas de los yates que pasan. James no se sentía tan digno de semejante atención, pero la disfrutaba, sabiendo que incluso esos tímidos de primer año algún día estarían en sus zapatos. De acuerdo al cronograma de clases de James, los lunes eran livianos, pero brutalmente rigurosos. Su periodo matutino incluía una clase doble de Aritmancia, la cual era todo un maratón, considerando que Aritmancia era una de las materias más flojas de James. Afortunadamente, se desplazaba hasta un asiento al lado de Rose, quien, como su madre, era una virtuosa en la materia y había sido evaluada y aprobada para asistir a clases avanzadas durante su primer año. Por el contrario de su madre, sin embargo, Rose no sentía ninguna obligación de ayudar a James y Ralph de ninguna forma, y de hecho hacía su mayor esfuerzo en ocultar sus notas de sus indiscretas ojeadas de lado. En cierto punto, cerca del final de la clase, el Profesor Shert llamó a Rose al pizarrón para ilustrar un tema particularmente extenso, y James, en un arranque de inspiración, había rápidamente agarrado su varita. —¡Geminio! —chilló tan rápido como pudo, dirigiendo el hechizo a las notas de su prima. Con un pequeño puf, conjuró dos copias idénticas del pergamino y rápidamente, y triunfal, le dio uno a Ralph y metió el otro en su mochila. No fue hasta después de clase, cuando él y Ralph se detuvieron en los pasillos para examinar las notas copiadas, que notaron que cada prolijo e inclinado párrafo escrito por Rose se había transformado en una única oración, repetida una y otra vez:

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Este contenido está protegido por LA MALDICIÓN ANTI-DUPLICACIÓN PATENTADA POR ROSE WEASLEY, diseñada exclusivamente para JAMES POTTER, quien es un vago, y tal vez, también, para ALBUS POTTER, excepto que no creo que él ni siquiera sepa el hechizo Geminio aún, a pesar de que es magia para idiotas de primer año. Sin decir una palabra, James y Ralph hicieron una pelota la copia del pergamino y la tiraron en el cesto más cercano. Rose se les adelantó con su barbilla muy alta, sonriendo petulante. Lo que quedaba del día estaba dedicado a Historia de la Magia con el Profesor fantasma Binns, la cual era quizás aún más densa que Aritmancia. James sabía que la materia era muy importante para un potencial entrenamiento como Auror. Infortunadamente, él apenas había evitado un Desastroso (D) en su más reciente examen de la materia. Él se puso firme en prestar meticulosa atención al famosamente aburrido Profesor Binns, en tomar copiosas, detalladas notas, y a estudiar firmemente en cada oportunidad. Diez minutos en clase, sin embargo, estaba recostado sobre su codo en la primera hilera, sus anteojos abandonados en el pergamino delante de él, mirando inexpresivo las revueltas notas de tiza en el pizarrón del Profesor Binns mientras el profesor continuaba hablando y hablando pacientemente. Hasta Rose tomaba pocas notas en la clase de Binns, aunque James sospechaba que eso era porque ella, al contrario que él, ya se sabía el material de principio a fin. Ella garabateaba distraídamente en la esquina de su pergamino. James deslizó un ojo hacia el rayado de su pluma y fue penoso y molesto verla completando un dibujo de un gran corazón alrededor del nombre de Scorpius Malfoy, escrito en cursiva con bucles. Ella completó el corazón, lo miró desconsolada por un momento, y luego lo tachó, frunciendo sus labios silenciosamente. La cena en el Gran Comedor fortalecía el día felizmente, con James, Graham y Deirdre completando el ritual de inicio de periodo con una ronda de rigurosas quejas sobre la tarea y ensayos asignados. Rose, como siempre, había completado los suyos en su periodo libre en la biblioteca y apenas levantó una ceja remilgadamente. Ninguno de ellos estaba pensando realmente en la tarea, al menos no aún, la de James estaría fácilmente terminada para cuando dieran las diez en punto, iniciando la reunión con

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Argus Filch y los otros estudiantes de séptimo. Él vio la expectación en las caras de Graham y Deirdre, pero resistió el impulso de discutirlo,

incluso en susurros. El

recorrido por las áreas más clandestinas de Hogwarts era, por supuesto, secreto. Si Rose tenía alguna idea sobre ello, ella encontraría una manera de sacarle la información de una forma u otra. Mientras subía las escaleras de regreso hacia la sala común para pasar la tarde se preguntaba cuántos secretos ya conocería. En verdad, él esperaba conocer muchos de ellos. Él sabía sobre el pasaje subterráneo entre la estatua de Lokimagus y el cobertizo cercano al estadio de Quidditch (de hecho, había aprendido ese durante su primer noche en su primer año). Conocía la Cámara de los Secretos, por supuesto (aunque casi todos la conocían actualmente). Él sabía de la Sala de los Menesteres, y su sala hermana, la Sala de las Cosas Escondidas. Él incluso sabía del nuevo pasaje que conectaba al Sauce Boxeador con la Casa de los Gritos en las afueras de Hogsmeade. Y aun así tal vez (con un poco de suerte) todavía podría haber una sorpresa o dos en el seguramente recorrido a regañadientes de Filch. Quizás habría algo que ni siquiera su padre sabía. La idea hizo sonreír a James un poco pícaramente. El papá de James, por supuesto, nunca había tenido la experiencia del séptimo año, en lugar de eso había pasado su año escolar final acampando, tipo refugiado, prófugo de Voldemort y sus Mortífagos, y combatiéndolos por turnos. Él había recibido su diploma, por supuesto, otorgado por la Directora McGonagall al año siguiente, en lugar de por clases reales “por acciones que ilustran un efectivo aprovechamiento de todos los principios y prácticas mágicas en la honorable defensa de la vida y la civilización contra poderes terribles”. Como resultado, sin embargo, al contrario de todos los otros años escolares de James, su padre no fue capaz de proporcionar una impresión sobre qué esperar durante el séptimo año. Secretamente, James estaba bastante contento con eso. Por mucho tiempo había hecho caso omiso al manto de vivir bajo la sombra de su legendario padre. Pero aun así, no tener nada de esa sombra debajo de la cual vivir durante su séptimo año era extraordinariamente liberador. Esa noche, él apenas pudo concentrarse en su libro de Historia de la Magia, divagando en su lugar en la reunión venidera, mirando como la manecilla del minutero

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del reloj en la repisa de la chimenea se arrastraba exasperantemente lento alrededor del disco. Gradualmente, la multitud de la sala común fue disminuyendo a medida que uno a uno, los estudiantes más jóvenes iban a sus dormitorios. A las diez menos cuarto, James se encontró con la mirada de Graham a través de la habitación. Él asintió secamente. Simultáneamente, se pararon y dirigieron tan disimuladamente como pudieron al agujero del retrato. James escudriñó la habitación, asegurándose de que nadie notara su partida. Rose no estaba en ningún lugar a la vista, afortunadamente. Era seguro que hubiese observado la partida de los de séptimo y sabido que algo estaba pasando, posiblemente hasta los hubiese seguido a distancia. Una vez atravesado el agujero, ni Graham ni James hablaron mientras trotaban tranquilamente a través de los oscuros pasillos y escaleras, haciéndose camino al vestíbulo. Adelante y alrededor de ellos, captaban vistazos de otros alumnos de séptimo revoloteando en las sombras, pasando por intersecciones, todos dirigiéndose por diversos caminos hacia el encuentro. Deirdre alcanzó a Graham y James al final de la escalera principal, donde el resto de los de séptimo se reunían debajo del oscuro candelabro nocturno. —¿Emocionados, no? —preguntó Deirdre, aparentemente intentando disimular su propio entusiasmo. James asintió y se encogió de hombros. —Podría ser divertido. Eso si realmente hay secretos que no hayamos descubierto ya. —Aun así, —dijo Graham obscuramente, —Es una noche con Filch. Todavía no supero la forma en que se comportó durante nuestro quinto año, cuando Grudje era Director. James asintió, lo recordaba bien. —¿Ustedes creen que él alguna vez se retirará? ¿Cómo Flitwick y McGonagall? Una inesperada voz femenina contestó suavemente, venía desde detrás, —Filch nunca se retirará. Eso significaría pasar el resto de su vida en su propia apestosa compañía.

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James miró hacia atrás y de repente sus mejillas tomaron temperatura al ver a Millie Vandergriff, acompañada de Julian Jackson y un chico de Hufflepuff, Patrick McCoy. A medida que se congregaban, Millie sonreía abiertamente a James en la penumbra. Graham asintió el comentario de Millie. —Sí, Filch morirá aquí y su cuerpo probablemente seguirá cojeando por los pasillos por puro hábito, murmurando amenazas y señalando manchas de chicles en el piso. —¿Cómo sabemos que no ha pasado ya? —preguntó Deirdre, arqueando una ceja. —No creo que nadie pueda notar la diferencia. Como si fuera el momento indicado, el eco del bastón de Filch anunció la llegada del celador. Se desplazaba rengueando a lo largo del piso de entrada, aparentemente evitando los focos de luz propiciados por los candelabros, hasta que sus severos y rastrojeros rasgos surgieron ante los allí reunidos, mirando cada cara con obvia desaprobación. —Solo en caso que no haya quedado claro, —enunció cuidadosamente en su voz rasposa. —Dirijo este recorrido como parte de mis deberes. No porque crea que sea de ninguna manera una tradición valiosa. Tengan eso en mente, si alguna vez están tentados de decir una sola palabra de lo que están a punto de ver a cualquier otro estudiante. —sonrió severamente, mostrando todos sus torcidos dientes amarillos. —No es que me importe ni un poco revocarles sus, ejem, privilegios. —miró al grupo significativamente, y luego su sonrisa se apagó como una lámpara. Rencorosamente, giró su cabeza hacia un corredor lateral. —Entonces, por este lado. Sin mirar atrás, se giró y comenzó a cojear, su bastón resonando hueco en el piso de piedra. Resultó, que James, de hecho, conocía la mayoría de los pasadizos, habitaciones y facilidades secretas. Filch comenzó con el pasadizo más reciente, una escalera que conducía a una puerta a medio camino de la Torre Sylvven, la cual no era (aunque nadie se atrevió a decirlo) un lugar que los estudiantes visitaran típicamente. James continuó con el resto de la compañía, notando que Millie Vandergriff a veces caminaba justo al lado de él, rozándolo con su hombro, y otras veces vagando al frente de la fila, donde susurraba y

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reía con Julian y el chico, McCoy, a quien James recordaba del equipo de Quidditch de Hufflepuff, donde jugaba de Bateador. Él intentó ignorar la imagen de Millie y McCoy riendo silenciosamente, sus cabezas juntas, pero la imagen se atascó en su cerebro, de una forma punzante e irritante. Quizás el grandulón era también miembro de los amigos de los Huffle-títeres. James lo dudaba, notando las enormes manos cuadradas del chico y sus aburridos ojos. Elegancia e ingenio definitivamente no eran el fuerte de McCoy. Y por qué, se preguntó James repentinamente, estaba dedicando tanto tiempo pensando en eso. Deliberadamente, regresó su atención a Ralph, Deirdre, y Graham, quienes deambulaban cerca de él, siguiendo a Filch cada vez con mayor aburrimiento. A medida que la caminata por el castillo continuaba, Filch les mostró el túnel al cobertizo de Quidditch y varios pasillos entre salas de clases, una biblioteca móvil en la biblioteca que abría paso a una habitación de lectura oculta, un par de baños y saunas extrañamente suntuosos en el séptimo piso, y finalmente, extrañamente, la lavandería. Allí, los elfos domésticos observaban la gira a distancia, sus miradas cautelosas y adustas, completamente contrarias a las expresiones que solían tener en las raras ocasiones que eran vistos en el castillo propiamente dicho. James se estaba cansando y aburriendo. —Me pregunto, ¿Podríamos simplemente escabullirnos sin ser vistos?—susurró al lado de Ralph. —Fiona Fourcompass y George Muldoon lo hicieron hace diez minutos, —contestó Ralph haciendo un ademán con su mano. —Casi me les uno. Pero sentí como que tenía el deber de quedarme. —Ah, —Millie carraspeó, mirando a Ralph rodeando el hombre de James. —Ese es el deber del Premio Anual, sin duda. También, el decirle al resto de nosotros qué nos perdemos si nosotros decidimos largarnos en la próxima esquina. Millie sonrió a James y le giñó un ojo. —Una última parada, —dijo Filch, su áspera voz haciendo eco desde las angostas paredes de las mazmorras. —Y para esta, necesitaremos una llave.

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Sin girarse, el celador levantó su mano izquierda. James la observó a la luz de la antorcha. Un anillo con una esmeralda brillaba en el rugoso huesudo dedo mayor de Filch. —Luce como el tuyo, Ralph, —él empujó al grandulón. —Tu anillo-llave de Slytherin. —Tiene sentido, —murmuró Trenton Bloch. —Estamos cerca de nuestra sala común. La voy a evadir y dar por hecha la noche. —Sin embargo, lo está usando en la mano izquierda, —comentó Ralph. —Se supone que lo use en la mano derecha. Reglas de la casa. De otra forma la puerta no se destraba. Delante de ellos, Filch miró hacia atrás por sobre su hombro, fijando un brillante ojo en Ralph. —Eso es si quieres entrar en la sala común de Slytherin, —dijo, bajando su voz hasta un rudo gruñido. —Por qué alguien querría entrar ahí, no se me ocurre motivo. Una ola de risas apagadas emanaron de la multitud mientras todos los ojos miraban a Ralph, Trenton, y los otros Slytherin de séptimo. Entre ellos, Nolan Beetlebrick y Fiera Hutchins fruncieron el ceño y entrecerraron los ojos. Los Slytherin, James observó, no eran típicamente magnánimos ante las burlas. Ninguno, sin embargo, se atrevió a contestar el inesperado chiste de Filch. —Esta anillave, —el celador continuó, girando y acercándose a una amplia puerta, —Nos lleva al lugar, ciertamente, más interesante. No es que ninguno de ustedes tenga la necesidad de visitarlo, me atrevería a decir. La puerta a la sala común de Slytherin era una monstruosidad mecánica de cerraduras y cerrojos, dominada por la escultura encantada de una serpiente enroscada, uno de sus ojos brillaba con una gema verde, el otro era un orbital negro y vacío. Normalmente, la serpiente levanta su cabeza y desafía al ingresante. Filch, sin embargo, no le dio chance. Con otra mirada por sobre su hombro, enchufó la anillave en su mano izquierda en el orbital ocular vacío de la serpiente. Los varios cerrojos, cerraduras y abrazaderas de la puerta se abrieron estruendosamente y la puerta se aflojó en sus pesadas bisagras. Filch se detuvo, todavía

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mirando hacia atrás por sobre su hombro al conjunto de estudiantes mayores, casi como si fuera a cambiar de parecer acerca de este último secreto y fuera a enviarlos de regreso a sus dormitorios. En lugar de eso, con una mueca reacia, abrió la puerta e ingresó. Un golpe de frío y extraño viento brumoso salió de alrededor de los hombros de Filch, sacudiendo el cuello de James y elevando el pelo rubio de Millie. —Eso nunca antes había estado ahí, —comentó Ralph, siguiendo al grupo a medida que se comprimían a través de la puerta abierta. Delante de James, Trenton Bloch tembló repentinamente, levantando su cabeza a medida que pasaba la entrada. Parpadeó rápido, girando en el lugar. Cuando habló, su voz era un susurro tembloroso. —¡Eso tampoco nunca antes había estado ahí! Impaciente, James rodeó a Trenton, y luego se paralizó, sus ojos ampliándose mientras miraba el masivo espacio delante de él. Increíblemente, inexplicablemente, la sala común de Slytherin se había ido. En su lugar había una vasta caverna con paredes de piedra mojada y un áspero y labrado suelo, esculpido en amplios escalones descendentes. Al final de los escalones, hectáreas de agua negra se extendían en forma de un pequeño lago subterráneo, lleno de olas. A lo largo de las distantes paredes, casi escondido en la obscuridad, amplios arcos conducían a lo que parecía ser canales o ríos subterráneos. Enormes antorchas colgaban en candelabros entre los arcos, reflejando sus luces parpadeantes en las olas. La compañía de estudiantes descendió por los amplios escalones asombrados, intentando mirar en toda dirección al mismo tiempo. El agua salpicaba. Las antorchas crepitaban. Un barco a la distancia se balanceaba y crujía en las olas, amarrado a una espira de rocas con un tramo de cuerda. El barco era viejo, pero bajo y elegante, equipado con tres altos mástiles y todo a lo largo contaba con portillas y puestos de cañones. —Ese es un sorteador de bloqueos, —McCoy anunció con un bajo chillido. —¡Un barco de contrabandista! ¿Qué está haciendo acá?

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—Olvida el barco, —dijo Fiera Hutchins, acomodando sus anteojos mientras miraba alrededor. — ¿Dónde es acá? —¡Miren! —Graham llamó la atención repentinamente, su voz despertando ecos en todo el espacio cavernoso. Él apuntaba una mano hacia arriba, hacia el oscuro cielorraso. James miró, y cayó bajo una sensación de preocupación y asombro. El cielorraso no era de piedra. Era agua. Las olas se movían y golpeaban sobre sus cabezas, formando un espejo invertido de la enorme piscina debajo, reluciendo negra en las sublimes alturas. —¡Estamos bajo el lago! —Deirdre proclamó repentinamente. —¿No? La voz de Filch sonó desde cierta distancia, donde estaba parado en el terreno más bajo mirando las olas. —El Lago Negro no es técnicamente un lago, —anunció, y James pensó que el viejo celador, por primera vez, parecía estar divirtiéndose. —Es una inversión del puerto subterráneo que se encuentra debajo. Desde aquí, los buques pueden viajar a prácticamente cualquier vía marítima del mundo. Siempre que sus ocupantes no sean propensos a la claustrofobia y no les importe mojarse. —Espera, —dijo Millie, parada al lado de James. —¿Estás diciendo que cuando los Durmstrang vinieron en su barco, durante el Torneo de los Tres Magos…? Graham continuó, cayendo en cuenta. —¿Ellos no aparecieron mágicamente, saliendo a flote en el lago como si fuese una especie de portal? —Agh, —dijo Filch, con un dejo de impaciencia volviendo a su voz. —Hay mucha magia involucrada. Más de la que ustedes podrían poner sus cabecitas a pensar. Pero el lago no es un portal. Es sólo el pasaje a la red de ríos que está debajo. Desde aquí, un barco puede ir a cualquier parte. Si están dispuesto a desafiar los interminables túneles y océanos subterráneos que hay por todos lados. —Entonces, ¿De quién es ese bote? —preguntó Trenton, señalando el sorteador de bloqueos que flotaba secretamente en la obscuridad. Filch abrió su boca para responder pero otra voz lo calló, llamándolo repentinamente desde las sombras.

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—Y ese es el final del recorrido, imagino, —dijo la voz, innecesariamente alta. James la reconoció aún antes de que el enorme hombre apareciera desde las sombras, manos levantadas en un gesto de resguardo. —El Sr. Filch es un hombre ocupado. Asegúrense de agradecerle generosamente mientras salen. Es bueno verlos a todos. Sus dormitorios esperan. —¡Hagrid! —dijo Ralph con una confusa sonrisa. —Pero ¿quién es esa que está con él? James miró en la oscuridad, pasando la disgustada figura de Filch mientras él empezaba a ascender los escalones nuevamente, irritantemente arriando a los estudiantes delante de él. Al lado de Hagrid, otra figura mucho más pequeña se movía lentamente hacia la luz. Filch gesticuló hacia la puerta abierta al final de la caverna. —El profesor tiene razón. De regreso a sus dormitorios, y háganlo tranquilamente. Nada de deambular. ¡Y tengan en mente lo que les dije al principio del recorrido! ¡Ni una palabra a nadie! James caminó de regreso, tropezando con el áspero terreno junto a Ralph, intentando retrasarse lo suficiente para saludar a Hagrid y su misterioso amigo. Sin embargo, Filch era insistente, conduciendo al grupo hacia la puerta, sin tolerar algún titubeo. A medida que James regresaba a la puerta hacia el cálido corredor de la mazmorra que lo esperaba, miró hacia atrás una vez más. Hagrid en ese momento estaba parado en la parte más baja del terreno, entre la puerta y el obscuro barco en la distancia, la mirada en su cara era inquieta y aliviada. La persona parada con él era finalmente, plenamente visible. Ella tenía una pequeña sonrisa en su cara cuando vio a James a los ojos y encogió los hombros. El gesto parecía decir, te dije que probablemente ya conocía todo. A medida que Filch cerraba la puerta detrás de él, cerrando las cerraduras y poniendo los cerrojos en su lugar, Ralph se detuvo en el pasillo y frunció el ceño, mirando atrás por sobre su hombro. —¿Qué demonios estaba haciendo Rose ahí con Hagrid? —preguntó.

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James le echó un vistazo y movió su cabeza irónicamente. —Vamos, Ralph—, dijo. —¿No estás realmente tan sorprendido, no?

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Capítulo 4 El Secreto de la Daga —Para ser claros, —dijo Rose cuando James, Ralph y ella caminaron por el atestado corredor a última hora de la mañana siguiente, —solo descubrí el puerto el año pasado. Hagrid necesitaba ayuda con algo, así que me dejó entrar en secreto. James se mostró escéptico, pero bajó la voz para no ser escuchado por la multitud entre clases. —Hagrid necesitaba ayuda con algo en algún charco secreto debajo del lago, entonces ¿él se va con una estudiante de quinto año en lugar de otro profesor? —Disculpa, —dijo Rose, deteniéndose en el pasillo y extendiendo su mano libre hacia James, —soy Rose Weasley. Soy un poco sorprendente con muchos hechizos

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inusuales y difíciles, incluso mejores de los que algunos profesores podrían mencionar. ¿Nos conocemos? —Ah, —dijo Ralph con un movimiento de cabeza. —Es un secreto, sea lo que sea, pero Hagrid necesitaba ayuda con alguna complicada labor con la varita. —Apuesto a que tiene que ver con ese barco, —James estuvo de acuerdo, luego miró a Rose. —¿Cierto? Rose continuó caminando, bajando su propia voz a un susurro. —Se lo ganó a un mago en la Cabeza de Puerco. Le advertí que nada bueno ha venido de esas cosas en el pasado, con misteriosos desconocidos apostando huevos de dragón y barcos enteros en juegos de cartas en bares desagradables. Y ¿qué es lo que dice él? —se paró tan alta como pudo y adoptó un gesto más bien tonto, claramente haciendo su mejor imitación del medio gigante: —¡Pero los veranos son largos, Rosie! ¡Podo el jardín tantas veces que voy a enloquecer! ¡Me siento solo y aburrido y necesito compañía! James no pudo evitar sonreír ante la imitación de Rose. —Entonces, su nuevo bote no puede ser legal, exactamente. ¿Para qué necesitó de tu ayuda? Rose giró en una esquina, impulsada por la ruidosa multitud que se acercaba a la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras. —Bueno, no es un bote mágico, en sentido estricto. Una gran cantidad de modificaciones inusuales deben hacerse para que sea digno del mar en aguas mágicas. Y no es el tipo de magia que se hace en el día a día. Desabotonó su mochila fuera del salón de clases de DCAO y la examinó brevemente, sacando un pequeño pero muy grueso libro. El título, grabado en plata descolorida sobre un paño verde, decía: El Compendio Esencial de los Marineros sobre Encantamiento Náutico, Hechizos de Navegación y Hechizo en Forma de Barco. —Parece… —James movió la cabeza hacia el libro. —Bien. Parece algo en lo que te meterías. Ralph levantó la cabeza. —Entonces, ¿qué hace que un barco sea un barco mágico, exactamente? —Oh, te sorprenderías, —se entusiasmó Rose, calentando el tema y mirando a través del libro. —El encantamiento Barniz hidrófobo es lo que hemos estado aplicando la mayor parte de nuestro tiempo, así la nave repela el agua cuando viaja a través del

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lago para hacerla estallar en la superficie. Y luego hay maleficios anti-Grindylow, repelentes de sirena, topes de navegación, sin mencionar los aparatos puramente mecánicos y de relojería, como mástiles plegables, domos de cubierta, arneses de monstruos marinos… —Yyyy ya estoy aburrido, —suspiró James, pasando por alto a Rose mientras entraba en el aula. —Pero me animaste a ir a echar una mirada furtiva en el puerto bajo el lago. Estoy seguro de que vale la pena aplicar un barniz mágico todo el tiempo por todo el barco secreto de Hagrid. —Él lo aplica, —Rose puso sus ojos en blanco, siguiendo a James y Ralph adentro. —Yo solo hechizo las cosas. Y a diferencia de ustedes, me gusta aprender cosas nuevas. Uno nunca sabe cuándo un hechizo hidrófobo podría ser útil. La clase anterior estaba abandonando el salón, todavía murmurando y recogiendo sus libros, mientras la siguiente clase se filtraba a su alrededor. —Muchachos, —dijo Debellows, alzando las cejas al sentarse detrás de su enorme escritorio. —Y señorita Weasley. No creo que los tenga en mi clase hasta la lección avanzada de mañana. ¿O estoy equivocado? James sacudió la cabeza rápidamente. —No señor. Vinimos a preguntarle algo. Estábamos, eh, curiosos, señor, sobre el uso de algunas de nuestras clases de Defensa Contra las Artes Oscuras para nuestro trabajo de campo de séptimo año en una profesión relacionada. Debellows dejó de organizar el desorden de papeles en su escritorio y levantó la vista, dándoles toda su atención por primera vez. Parecía vagamente desconcertado, y luego parpadeó y asintió. —Ah, sí. Estoy seguro de que debo haber recibido un aviso sobre tal programa. Probablemente lo ignoré, como hago la mayoría de las comunicaciones intra-escolares. Solo se puede ser informado tantas veces sobre las revisiones de los códigos de vestimenta de la escuela y las reuniones reprogramadas, que uno no tiene la intención de asistir en primer lugar antes de que todos los avisos empiecen a ir directamente a la papelera. Entonces. Ustedes tres tienen la intención de buscar alguna experiencia práctica en lugar de mi tiempo de clase, ¿es eso? —parecía estar abierto a la idea y un poco grosero al respecto.

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—Los tres no… —comenzó James, pero Rose se interpuso de repente, pasando junto a él para situarse frente al escritorio de Debellows. —Sí, señor, profesor, —dijo ella rápidamente, claramente no queriendo perderse una oportunidad inesperada. —Los tres. James, Ralph y yo. Eh, sí. Nosotros tres. Miró a James brevemente, con ojos severos. James cerró la boca con un pequeño chasquido. —Bien, —dijo Debellows lentamente, mirando de nuevo a su escritorio y revolviendo papeles al azar. —Supongo que dependerá de qué clase de experiencia práctica de campo tengan intención de abordar. Solo puedo asumir que les gustaría participar en algún entrenamiento preliminar para el Cuerpo de los Harrier. Debo advertirles mis jóvenes amigos: es un viaje arduo, convertirse en un Harrier, pero muy gratificante en todos los aspectos. Me pondré en contacto con mi antiguo comandante, veré si puedo pedir algunos favores a… —Este,

—Ralph

interrumpió,

compartiendo

una

mirada

repentinamente

sorprendida con James. —Este. Los Harrier no exactamente, señor. Es decir… Debellows frunció el ceño y alzó la vista de nuevo, su rostro grabado con sincera perplejidad. —¿Los Harrier no? ¿Qué podría ser, entonces? Respondió Rose, erguida, casi como si quisiera saludar al profesor. —Entrenamiento Auror, señor. Deseamos usar las habilidades que nos ha enseñado para aprender la metodología Auror. Para localizar y capturar a magos y brujas oscuros, hechiceros, viejas brujas y otras diversas amenazas a la buena gente del mundo mágico. James parpadeó a Rose, molesto pero bastante impresionado. Echando un vistazo a Debellows, agregó: —Como mi padre, señor. Debellows volvió su mirada de hierro de Ralph, a Rose y James, y luego lanzó un suspiro profundo y escéptico. —Supongo que no puedo culpar a los tres por entretenerse en tales proyectos, viniendo de las familias que ustedes tienen. Me parece un recurso un poco desperdiciado. Usted, especialmente, Sr. Potter, muestra un gran potencial no solo en el hechizo defensivo, que vamos a profundizar en su último año, sino en su Artis Decerto y en la psicología de batalla. Pero… —se encogió de hombros (eran como placas tectónicas continentales a cada lado de su cuello de toro) y volvió a

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suspirar. —Si eso es lo que aguardan en sus corazones, supongo que no puedo disuadirlos. —Lo siento, señor, —dijo Rose, todavía de pie ante el desordenado escritorio. —De acuerdo, entonces, —Debellows bajó la mirada de nuevo, claramente renuente, pero no lo bastante adusto como para protestar más. —Supongo que hay algún... pergamino oficial u otra cosa que debo firmar. —sacudió la cabeza con desdén. —Voy a examinarlo. Por ahora, asumo mi apoyo general en su esfuerzo. Les informaré cuando se haya arreglado algo. James se apartó del escritorio, llevando a Rose y Ralph con él, ansioso por escapar antes de que Debellows cambiara de opinión. Después de unos cuantos pasos torpes, los tres agradecieron al profesor, luego se giraron y prácticamente salieron corriendo del aula, pasando por delante de los estudiantes más jóvenes que los miraban irse, aturdidos y curiosos. —Los tres, ¿eh? —James volvió una mirada sardónica a su prima mientras se apresuraban hacia las escaleras para almorzar. —No esperabas que pasara una oportunidad como esa, ¿verdad? —se encogió de hombros. —¿Evitar la molesta clase de Debellows y holgazanear en el Ministerio de la Magia para codearme con tío Harry y mamá? Dudo que vaya a durar mucho antes de que alguien me atrape. Pero será la profesora McGonagall o el director Merlín quien lo haga, no ese bulto montañoso de Debellows. —Realmente no te gusta mucho, ¿verdad? —comentó Ralph mientras giraban por las escaleras. —Si enseñara a las chicas las mismas cosas que les enseña a los chicos, podría sentirme diferente. —suspiró. —Él piensa que la mejor magia de batalla de una mujer es un hechizo para limpiar la sangre de las ropas de su marido. Créanme, he aprendido más magia defensiva viendo un juego de ajedrez mágico que sentarme en su estúpida clase. James estaba familiarizado con la disputa privada de Rose con el actual maestro de Defensa contra las Artes Oscuras, y sabía lo suficiente como para no debatirle al respecto. Tenía razón en que Debellows dividía sus clases entre niños y niñas,

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aparentemente para hacer las prácticas de duelo más justas. En lo que a James respecta, considerando la feroz competencia de chicas como Ashley Doone y Julian Jackson, sospechaba que Debellows podría estar ejerciendo más justicia en los muchachos que en las muchachas. Al almuerzo, James notó que Albus estaba sentado, quizás por primera vez, en la mesa de Gryffindor. Estaba frente a Lily cerca del final, en el centro de un grupo de cuarto y quinto año que reía, todos inclinándose y guardando sus propias confidencias. A su lado, Chance Jackson, la amiga de Lily, lo observaba de cerca, sonriendo y parpadeando mucho más de lo que la mera fisiología exigía. James se preguntó por un momento si la alabada soltería de Albus estaba siendo desafiada en secreto. —Lily es una notoria casamentera, —comentó Rose, mirando al final de la mesa para ver lo que James estaba mirando. —A ella le encantaría ver a Albus y Chance juntos. James se burló. —Nunca sucederá, —agarró su jugo de calabaza y lo bebió en tres golpes rápidos, mientras lo hacía de pie. Se secó la boca con la manga y prosiguió: — Albus saldrá con alguien por sí solo o no saldrá con nadie. Fiera Hutchins es más su tipo. —Hum, —respondió Rose, poniéndose de pie también y recogiendo sus cosas. Alguien golpeó a James desde atrás, lo suficientemente fuerte como para hacerle caer su vaso mientras se inclinaba para colocarlo sobre la mesa. El vaso cayó y roció el residuo de su jugo en sus libros. Enfadado, se giró para ver quién había sido lo suficientemente torpe como para golpearlo con tanta fuerza. Un Ravenclaw de primer año, pequeño y bastante zoquete, estaba parado allí con otro chico y chica. Los tres miraban a James con sonrisas presumidas y tensas. —¡Ooops!—dijo el chico con sarcástico énfasis.—¡Qué torpe! James frunció el entrecejo con sorpresa. El chico, que era por lo menos un pie y medio más corto, con una mata de cabello grasiento y pecas tan densas que parecían unir fuerzas en una sola mancha alrededor de su nariz, claramente había golpeado a James con propósito y quería que este lo supiera. James abrió la boca, ni siquiera seguro de cómo responder.

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—¿Qué pasa, Potter? —le preguntó el chico, —¿Un Hinkypunk te comió la lengua?—torció los ojos y miró boquiabierto hacia James en una burla infantil. —¡Gahgah-bwa-bwa-duhhh! El chico y la chica que lo acompañaban rieron y miraron a James, con ojos agudos, brillando con una desconcertante malicia. Antes de que James pudiera comenzar a formular una respuesta, el trío se dio la vuelta y se alejó sin prisa hacia las puertas abiertas, riendo ruidosamente y empujándose con los codos. —¿Qué fue todo eso? —era Ralph acercándose desde la mesa de Slytherin, al parecer habiendo presenciado la interacción a lo lejos. —James fue intimidado por apenas uno de primer año, —dijo Graham, con una risa incrédula en su voz. —¿Realmente eso ocurrió, o estoy soñando? Rose parecía igualmente consternada. —¿Qué hiciste para merecer eso, James? — preguntó, mirando desde el trío que salía a James. —¿Y quién es él? Tardíamente, un pulso de cólera avergonzado surgió en el pecho de James. Sintió que se le enrojecían las mejillas. —¡Nunca he visto antes a ese pequeño imbécil en toda mi vida! —dijo con tono áspero, atónito y sorprendido—¡Ni siquiera sé su nombre! —Edgar Edgecombe, —dijo una voz pequeña. James miró a un lado para ver al joven hermano de Shivani, Sanjay, todavía sentado cerca, con los ojos abiertos y serios. —Es de primer año, como yo. ¿Tú vas a, ya sabes...? —hizo una pausa y echó un vistazo alrededor de la mesa, como si se resistiera a ser el que lo dijera, —¿vas a dejar que se salga con la suya? —Practicaría sobre él todos los maleficios que he aprendido, —Graham asintió, volviéndose serio y encontrando los ojos de James. —Todos de una vez. Dos veces más. Darle un castigo ejemplar. —James no puede ir a maldecir a los de primer año, —dijo Rose con una mirada burlona hacia Graham. —Sería llevado ante el director. Tal vez incluso expulsado. ¿Qué pasa contigo?

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Como grupo, comenzaron a desplazarse hacia las puertas, siguiendo al desconcertante trío dentro del vestíbulo. —¡Pero el pequeño imbécil de Ravenclaw insultó a James! —insistió Graham en un susurro. —¡Y por extensión, a todos nosotros! —Es problema de James, —replicó Rose con aplomo. —Puede que no se sintiera libre para discutir su respuesta ante el Premio Anual, —ella miró a Ralph, quien parecía ligeramente ofendido, —pero él responderá. —volvió su mirada significativamente hacia James. —Lo harás. Fue una afirmación, no una pregunta. James dejó escapar un suspiro y se encogió de hombros. Esta era la última cosa que necesitaba: un inexplicable y presuntuoso imbécil que lo avergonzara su último año. Cualquiera que fuera la abeja que el pequeño idiota tenía en su sombrero, James solo esperaba que el chico, Edgar Edgecombe, la hubiera sacado. James no disfrutaba castigar de la manera en que gente como Scorpius Malfoy lo hacía. No entendía la mezquindad, y estaba profundamente desconcertado sobre cómo responder a ella. Afortunadamente, cuando Ralph y él llegaron al tercer piso y a su siguiente clase, se olvidaron de Edgar Edgecombe gracias al joven maestro de Encantamientos, el Profesor Odin-Vann. El profesor era muy delgado, notó James, y para ocultar ese hecho se vestía con capas de túnicas oscuras y cuello alto y rígido. Su barba, aunque escasa, era peinada y encerada en punta lo suficientemente afilada para sacar sangre. Cuando la clase entró, se sentó detrás de su escritorio, inclinado sobre un montón de pergaminos y garabateando con su pluma. James tenía una secreta sospecha de que la ocupación del profesor era una artimaña para ocultar su nerviosismo. El joven hombre no levantó la vista cuando los estudiantes encontraron sus asientos, inusualmente callados ante la presencia de un nuevo maestro. Cuando todos estuvieron sentados, Odin-Vann bajó la pluma y finalmente alzó la cabeza. Un ala de pelo negro cubría un ojo. Levantó una mano y la apartó de un gesto puramente automático. —Bienvenida, clase, —dijo con voz aguda, sentándose despacio en su asiento. — Como todos ya saben, soy el profesor Donofrio Odin-Vann. Reemplazo a su anterior maestro, al estimado profesor Filius Flitwick, a quien le recibí clases cuando estuve en su lugar no hace mucho tiempo. Estoy seguro de que, como yo, lamentamos verlo ir. Pero también espero que ustedes, como yo, hagan lo mejor de una nueva oportunidad.

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—sonrió, y aunque no era una sonrisa genuinamente sincera, James sintió que era menos fingida como sí ansiosa. El profesor se paró entonces y se quitó la capa, moviéndose detrás de su escritorio. Miró de nuevo a la pizarra detrás de él y se sobresaltó un poco, aparentemente sorprendido por el montón de notas manuscritas que quedaban de su clase más reciente. Sacó reflexivamente su varita, y luego se detuvo, con la varita levantada torpemente en su mano. —Eh, señor Potter, —dijo, escudriñando la clase y fijando su mirada en James. — ¿Podría, ejem, por favor, borrar la pizarra por nosotros? Esperó, con los ojos implorantes sobre James. James parpadeó ante el profesor, y luego sacó su varita del bolsillo de su capa, sospechando que el profesor lo había llamado no por la potencial competencia mágica de James, sino solo porque conocía el nombre de James. ¿Por qué el profesor no limpiaba la pizarra él mismo?, James no tenía ni idea. —Correptus, —James dijo desde su asiento, apuntando su varita hacia la pizarra. Con un soplo de polvo blanco, las palabras y los diagramas garabateados desaparecieron, dejando la pizarra despejada, aunque figuradamente manchada. No era un hechizo con el que había practicado mucho. —Gracias, —Odin-Vann asintió con palpable alivio, mirando hacia atrás en el tablero. Rígidamente, volvió a guardar su varita. —Para comenzar, por favor, abran sus libros de texto en el capítulo uno, “elementales trascendencias y transmutaciones”. —Bueno, eso fue raro, —dijo Ralph una hora más tarde mientras se dirigían a la biblioteca para estudiar. —No hizo un solo hechizo hasta casi al final de la lección. —Sin embargo sabe sus cosas, —comentó Deirdre con aprecio. —Hay más Encantamientos que movimientos de varita. Hay teoría y nueva escritura de hechizos, objetos encantados, reflexología de varita… —¿Qué es la reflexología de varita? —preguntó James. —Entrenar una varita para que haga cosas por su cuenta, —explicó Rose, uniéndose a ellos en una intersección. —La bruja o mago tiene que tenerla en la mano para que la magia funcione, así ahorra tiempo. Una varita puede reflexivamente completar una

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cadena de hechizos pre-encantados o alguna magia especialmente dura, siempre y cuando la bruja o mago la haya impregnado correctamente. —Bueno, eso es algo, ¿verdad? —Ralph negó con la cabeza y miró a Rose. —Todo termina con una varita en una mano, haciendo magia. Ese nuevo tipo, Odin-Vann, apenas tocó su varita hasta que la clase casi había terminado. Aunque cuando lo hizo, fue brillante con ella. Hizo que el escudo de la cornamenta bailara alrededor de la habitación al ritmo de una canción de Rig Mortis en la radio. Rose se encogió de hombros. —Es probable que solo haya estado nervioso, teniendo al Premio Anual en su clase y todo eso. —Nunca vas a dejarlo, ¿verdad? —gruñó el muchacho más grande. —En realidad, estoy muy feliz por ti. —Rose suavizó su voz y le dio una palmadita en el hombro, el cual era bastante alto. —Así que esta será la última cosa que diga sobre el tema: es un logro digno, y tú eres como un hermano para mí. Pero la Weasley en mí insiste en que te advierta: si alguna vez te aprovechas de tu rango, te sacaré la varita. E incluso ese mango de escoba no es rival para mí en un duelo. Ella sonrió dulcemente hacia él y pestañeó. Ralph parpadeó hacia ella, luego a James, quien simplemente levantó las manos para mantenerse fuera de esta demostración. En la cena de aquella noche, James vio al fantasma de Cedric Diggory flotar alegremente sobre la mesa de Hufflepuff. Estaba feliz por Cedric, pero se unió a su propia casa en el lamento de la falta de un Fantasma oficial de Gryffindor. Mientras hablaban de esto, sus miradas vagabundeaban sobre las otras mesas y sus espectadores, el ojo de James estaba atrapado por la mirada de Edgar Edgecombe. El pequeño zoquete estaba sentado en medio de la mesa de Ravenclaw, flanqueado por sus dos amigos, a quienes James ahora reconocía como Quincy Ogden y Polly Heathrow, ambos de primer año. Los recordaba vagamente en la Selección. Los tres se inclinaron para mirar a James, para asegurarse de que los estaba mirando. Edgecombe sonrió y bajó la frente. Puro despecho llegaba de él como ondas de radiación. Luego, sin dejar de mirar a James, el chico pelirrojo se inclinó y murmuró algo a sus amigos, que estallaron en una risa aguda y desagradable. James sacudió la cabeza con desdén y apartó la mirada. ¿Cuál era el problema con el pequeño imbécil? Tal vez lo averiguaría más tarde. Esperaba que no llegara a un

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enfrentamiento. No era particularmente bueno en tales situaciones. El estrés de la confrontación siempre confundía su mente, se llevaba sus palabras, hacía que sus reacciones se sintieran torpes y estúpidas. Y de repente se le ocurrió: tal vez eso era lo que pasaba con el profesor Odin-Vann. Tal vez el nerviosismo que había demostrado al principio de la clase resultaba en el equivalente mágico del miedo escénico, en la forma en que algunas personas desarrollaban tartamudeos o tics nerviosos cuando estaban bajo estrés. Tal vez el profesor no podía confiar en sí mismo para hacer magia cuando se sentía tenso o consciente de sí mismo. Más tarde, por supuesto, cuando el profesor se había animado tanto con la clase como con su tema, había utilizado su varita naturalmente y con gran habilidad. Aun así, pensó James, si un mago o bruja extremadamente competente no podía confiar en su magia en situaciones de estrés o de confrontación, eso sería una limitación bastante debilitante. Tal vez no era de extrañar, que el joven se había ido por la enseñanza en lugar de, por ejemplo, aplicación de la ley mágica. James, por otro lado, puede no estar acostumbrado a la confrontación, y puede perder su ingenio momentáneamente cuando está sorprendido, pero podría hacer magia si llegara al caso. Edgar Edgecombe lo había sorprendido una vez, pero el desagradable pequeño no lo haría de nuevo. Como Graham había sugerido, James sabía bastantes maleficios para poner al muchacho en su lugar. Mentalmente, los comprobó: el maleficio Piernas de Jalea, Levicorpus, el maleficio mocomurciélago, los hechizos punzantes, el Mordedor de Pie... y decidió que podía hacer la mayoría o cualquiera de ellos sin tener demasiados problemas con el manejo. Sí, eso era, el pequeño idiota era el típico charlatán. Quizá en su lugar era el típico matón que no respetaba más que las palabras conciliatorias o llamados de la autoridad. Con los años, James se había enfrentado y luchado con poderosos monstruos, fantasmas enloquecidos, seres míticos, e incluso amor condenado. Pero hasta ahora nunca había tenido mucha experiencia con los matones. De alguna manera, este némesis parecía, si no el más difícil, por lo menos el más potencialmente molesto.

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Esa noche, por primera vez en meses, James soñó con Petra. Oyó su voz a través de una niebla que se sentía espaciosa y distante. No podía distinguir sus palabras, pero el estilo y tono de su voz eran inconfundibles. Despertó en él la expuesta, irresistible e implacable verdad en el sencillo centro de su dormido corazón: amaba a Petra. La había amado durante años, a pesar de que rara vez la veía, a pesar de las complejidades de su misterioso pasado e incierto futuro, a pesar incluso, de la duda que a veces obsesionaba su despierta mente. La amaba con esa clase de devoción desesperanzada y descarada que superaba la razón y el intelecto, y se lanzaba directamente al brillante centro solar de su corazón, cargándolo y dominándolo como un relámpago permanente. Petra poseía y ocupaba su más profundo amor. Podía fingir lo contrario mientras estaba despierto. Pero aquí, en las profundidades del sueño, la verdad era un peso de hierro, más pesada que el mundo. Se acercó a ella a través de la niebla, sintonizándola, siguiendo el cordón plateado y carmesí que los ataba, y su voz comenzó a aclararse. Había otra voz… ¿una voz de hombre? ¿Era el detective privado Muggle con el que se había asociado durante la intriga de la Red Morrigan? James pensaba que no. Marshall Parris era estadounidense. Esta voz era británica, y un poco más joven. James la reconoció, pero solo vagamente. Poco a poco, sus voces se hicieron más claras, más cercanas, aunque todavía ocultas detrás de grandes masas de niebla. James se impulsó hacia adelante, golpeando a través del grisáceo frío. —No te disuadiré, —dijo la voz del hombre, todavía tenue en la distancia. —De hecho, recordarás que fue mi idea, hace casi dos años, cuando me encontraste otra vez.

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—Lo recuerdo, —dijo Petra. —Pero descarté la idea como tu usual y temerario error. Siempre has tendido a ser un poco emocional e inconsciente cuando se trata de protegerme. El hombre parecía imperturbable por esto. —Entonces, ¿qué ha cambiado? —Lo que sugeriste sin pensar, lo he considerado seriamente. James siguió adelante, y finalmente la niebla se disipó en jirones. Nubes de plata se estiraron alrededor de él como brazos, bloqueando la luna, proyectando sombras sobre un paisaje oscuro: una pequeña ciudad con solo unas cuantas ventanas y escasas farolas encendidas. Y luego, más allá de esto, una enorme mansión en una colina, invadida por todos lados por bosques y zarzas, casi reclamada por vides trepadoras y raíces enredadas. Una mansión muy vieja y completamente oscura, excepto por una sola ventana superior, que parpadeaba con la más leve sugerencia de luz. James se acercó a ella, despacio, escuchando, no queriendo nada más que oír la voz de Petra nuevamente, para verla, aunque todo fuera solo una ficción de su mente dormida. —Tienes lo que necesitas, —dijo la voz del hombre. —¿Para qué me necesitas? —Nadie entiende la magia fundamental y los hechizos como tú, —dijo Petra. —Es tu pasión. La voz del hombre, aún más familiar ahora, parecía sonreír dudosamente. —Petra, tu visita al Museo de Libros Prohibidos te proporcionó todo lo que necesitas saber sobre “la magia fundamental y los hechizos”. —Entonces tal vez solo necesito un amigo, —Petra suspiró. —Alguien que me conoce el tiempo suficiente como para decir la verdad. Alguien lo suficientemente imparcial para ver mis verdaderas intenciones. Sabes por qué estoy haciendo esto, ¿no? James se detuvo al acercarse a la ventana. Su mente soñadora onduló a través del viejo vidrio sin sonido. Entró en un cuarto oscuro con nada más que un pequeño fuego iluminándolo, consumiéndose y destellando en la chimenea. La alfombra, cuando los pies descalzos de James la tocaron, estaba grasienta y raída por el tiempo. Las paredes estaban sucias, agrietadas, inclinadas. James las rozó y sus dedos recogieron una capa húmeda y gruesa de suciedad. Los únicos muebles en la habitación eran un par de sillas

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de respaldo alto, frente al fuego. Entre ellas, puesta cerca a la luz de las llamas, recogiendo su resplandor y brillando intensamente, había una bandeja de plata. Algo estaba en la bandeja. No era una taza o un platillo. ¿Un cuchillo de mantequilla? James se acercó, no estaba seguro de querer ver. Principalmente, solo quería acercarse a Petra, mirar su rostro, ver el brillo de sus ojos y el oscuro brillo de su cabello. La extrañaba. Su corazón ardía por ella. —Lo estás haciendo porque el mundo te necesita, —dijo el hombre sobriamente. — Pero el mundo no lo sabe. El mundo quiere detenerte, por cualquier medio necesario, incluso si eso significa matarte. Te culpan por todo. Petra suspiró profundamente. —Puede que no estén completamente equivocados al hacerlo. —Eso no tiene sentido, —continuó el hombre. —Incluso si eres el problema, también eres la solución. No se les puede permitir detenerte. Por el bien de todos, por los mundos Muggle y mágico, debes sobrevivir. Tu vida es más que tuya. Perteneces al mundo. Al universo. No importa cómo, tú... debes... sobrevivir. James ocupó las profundas sombras de la habitación, acercándose cada vez más. Podía ver la parte superior de la cabeza de Petra sobre el respaldo de la silla. La luz del fuego parpadeaba en ella como bronce pulido. —Tengo que sobrevivir, —repitió las palabras con mezcla de pesar y resolución. — Así que, aunque estamos aquí, en la casa de aquel cuyo linaje estoy maldita, aunque estoy pidiendo ahora voluntariamente su poder en vez de anularlo, como he luchado para hacer en cada paso hasta ahora... —Él lo hizo por sus propios objetivos egoístas, por poder y destrucción. Tú lo haces por el bien del mundo. En la oscuridad, James parpadeó, como si estuviera completamente despierto en su propio sueño. ¿Qué estaba pasando aquí? Rápidamente, repitió la conversación que apenas había oído, habiéndose cautivado por el sonido de la propia voz de Petra para atender sus palabras. Echó un vistazo a la habitación en la que estaba. El olor a moho y pudrición le llenó la nariz. ¿Qué era este lugar? ¿Cómo lo había llamado ella? ¿La casa de aquel cuyo linaje está maldita...?

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James comprendió de repente, sabía con la certeza inquebrantable del sueño: ésta era la mansión del padre de Tom Riddle, abandonada hacía mucho, cubierta de vegetación y debilitándose con la podredumbre. Miró hacia abajo, hacia la bandeja de plata que brillaba a la luz del fuego. Sobre ella había una daga, su mango incrustado con joyas, su hoja oscura, con hollín, manchada y casi negra. La reconoció de inmediato. Era la daga que había matado a Morgana, la Petra de otra dimensión, empuñada por la mano de Judith como parte de su plan caótico. ¿Cómo la había conseguido Petra? Más importante aún, ¿por qué? De repente, el temor y la horrible sospecha surgieron en James y, sin embargo, siguió avanzando. Es solo un sueño, se dijo. Solo estoy soñando... nada de esto es real... Petra finalmente apareció cuando se inclinó hacia adelante, buscando la daga, recogiéndola en sus finas manos. La acunó a la luz del fuego, con sus ojos amplios y brillantes mientras miraba hacia abajo. Respiró hondo y se estremeció al soltarla. Sin levantar la mirada de la daga, empezó a hablarle. Mientras lo hacía, los ojos de James se agrandaron de horror. El fuego respondió a sus palabras, primero empezando a inquietarse en la chimenea, y luego ardiendo con verdes ráfagas hambrientas, casi pareciendo respirar. Cuando Petra llegó al final de su recitación, el viento entró en la habitación, procedente de ninguna parte y por todas partes, levantando las blandas cortinas, llevando el polvo y la arena al aire húmedo, gimiendo en las habitaciones oscuras y vacías de la decrépita mansión. James apenas podía creer las palabras que salían de los labios de su amada, pronunciadas con un énfasis lento e innegable:

Resucitada esencia del alma extinguida, Último aliento de la hospedante asesinada, Entra ahora, a esta, tu prisión, Esclava de mi ánima fragmentada.

Petra sostuvo la daga en alto y su voz se elevó incluso cuando el violento aire se combinó con las llamas de la chimenea, llevándolas alrededor de la habitación e

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iluminándola con fuego verde. Ignoró esto, su voz se convirtió en un auge bajo a través de la creciente tempestad.

Si muriese antes de tomar, El curso de mi designio decidido, Entonces desde esta prisión vuelve a despertar, Ahora inmortal... ¡mi Linaje repulsivo!

La voz de Petra se convirtió en un trueno, solo amplificada por el repentino ciclón de viento y fuego que irrumpió por toda la habitación, iluminándola, desgarrando el viejo papel tapiz, azotando las cortinas, condensándose en un torbellino alrededor de la delgada muchacha ahora de pie, con la daga levantada en sus manos. —¡Petra! —James gritó, rompiendo su parálisis y finalmente encontrando su voz. Ella no podía oírlo, por supuesto. Esto era solo un sueño, a pesar de lo terrible y aterradoramente real que se sentía. Y no obstante, desde el medio de esa arremolinada y espeluznante nube, mientras le atrapaba el cabello, se lo azotaba por la cara y brillaba en sus severos y brillantes ojos, Petra miró a James. Lo vio, parpadeó con una clase de emoción y su rostro cambió. El miedo, la vergüenza y el dolor repentinamente llenaron sus facciones, nublando sus ojos. Entonces el hombre en la otra silla se levantó, bloqueando la vista de James. Se giró hacia James, con su propia cara llena de sorpresa, cautela y más que un poco de miedo. Desconcertantemente, era Donofrio Odin-Vann. Reconoció a James, abrió la boca para llamarlo, pero no se oyó ningún sonido sobre el torbellino del hechizo de Petra. El torbellino de fuego y luz verde absorbió toda la luz en sí mismo y se contrajo, llevando a Petra y a Odin-Vann e incluso a la desmadejada y agonizante mansión con él. Todo se condensaba en un punto brillante y terrible, y el punto tenía la forma de una daga, tan cegadora y despiadada como las muertes que había causado. Y entonces, con un golpe que fue a la vez helado y ensordecedor, el punto explotó.

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James se quedó estupefacto ante la sensación de eso, como si hubiera sido arrojado a muchas millas y leguas de nuevo en su cama por pura fuerza, casi estrellándose a través de esta y al suelo por la fuerza de eso. En su lugar, se levantó y jadeó como si no hubiera respirado por algunos minutos. Sus ojos parpadearon somnolientos alrededor del débil silencio de la torre de Gryffindor. Sus compañeros estaban todavía dormidos, tumbados en sus camas, completamente inmunes a la horrenda visión de la que James acababa de regresar. Pero ¿fue una visión? ¿Realmente solo había sido un sueño? Débilmente, recordó la mirada en el rostro de Petra cuando lo había visto, lo reconoció en medio del hechizo que había conjurado. Miró sus manos en la oscuridad. Algo manchado estaba en la punta de sus dedos, oscuro y grasiento en la luz de la luna. Tocó sus manos y sintió la suciedad de las paredes de la mansión sobre ellas. El olor todavía estaba en su ropa de dormir, el olor de vieja putrefacción, moho y muerte. De alguna manera, no solo había soñado con Petra. Había ido a verla. Había estado físicamente en la misma habitación con ella, tocado las mugrientas paredes, capturado ese aire con él a su regreso. Lo que había visto no había sido un sueño o una visión. De algún modo, James había visto a Petra y a la inexplicable figura del profesor Odin-Vann realizar algún terrible conjuro, tomar una decisión trascendental que James percibía como irreversible, terrible y portentosa. Trató de no saber qué había sido ese hechizo, pero en lo más profundo de su corazón sabía lo que su cerebro se resistía. Petra había ido a la mansión abandonada que alguna vez había sido el hogar de su maldita alma gemela, Tom Riddle, el Tenebroso Lord Voldemort. Ella ya no se resistía a su influencia venenosa, sino que la canalizaba, la usaba, la doblaba según su propia voluntad. Y con ella había repetido el hechizo más horrible y maldito del infame. James se dejó caer de nuevo sobre su cama, respirando aún con fuerza, con los ojos muy abiertos y sin ver en la oscuridad. Apenas podía creerlo. Era demasiado horrible para considerarlo. Y, sin embargo, en su mente, ni siquiera ahora, estaba completamente despierto y en la comodidad de su propia cama en la Torre de Gryffindor.

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Petra, la joven que amaba, la chica que una vez había hecho felices hadas en las esquinas de sus libros de texto y absorbido las puntas de su pelo negro durante los exámenes, había hecho lo impensable. Sorprendente y desalentadoramente, ella había cumplido la negra promesa iniciada por la muerte de su madrastra años antes, una muerte que la propia Petra había causado en un ataque de rabia ciega y justificada. Petra... había creado un Horrocrux.

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Capítulo 5 Aurores Junior en Entrenamiento En el desayuno de la mañana siguiente, James pensó en decirle a Rose y Ralph... o incluso a Albus o Scorpius... lo que había aprendido a través del sueño de la noche anterior. No importaba si creyeran la parte de cómo realmente había sido transportado a un lugar diferente, viajando por el misterioso hilo entre él y Petra como una especie de conducto de alta velocidad. Era la realidad simple y condenatoria de lo que ella había hecho. Tenía miedo de las miradas que aparecerían en sus rostros, de la sorprendente decepción, de la sospecha de que tal vez el resto del mundo mágico estaba en lo cierto al oponerse a Petra, que James y sus amigos pudieran haber estado en el lado equivocado.

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Lo peor de todo, no quería tener que defender a Petra. Porque en el fondo de su corazón, a pesar del amor que albergaba por ella, no estaba seguro de poder defenderla. Los Horrocruxes eran la peor especie de magia oscura imaginable. Por eso había tenido que aprender sobre ellos a través de una invasión ilícita a la Armería de Libros Prohibidos. Las Maldiciones Imperdonables eran una cosa. Pero los Horrocruxes eran completamente otro nivel de magia oscura. No podía comer, simplemente empujó un puñado de huevos revueltos alrededor de su plato hasta que oyó el ruido del correo matutino. Alzó la mirada hacia el alboroto de lechuzas cuando se abalanzaron por los tramos superiores del Gran Comedor. Una de ellas, una pequeña lechuza tonta que James reconoció como la mensajera de la familia Weasley, se abalanzó sobre la mesa y dejó caer un periódico delante de Rose, tumbándolo perfectamente entre su jugo y un plato de pan tostado. Ella lo miró, al igual que James. El titular, incluso al revés, era claramente visible:

JOVEN POTTER ACERCA DE DIRECTOR MERLIN: ¡ÉL PUEDE SER ESPANTOSO A VECES!

Sin levantar la cabeza del titular del periódico, Rose alzó los ojos hacia James. —¡No dije nada parecido a eso! —declaró James, apartándose de su desayuno no comido. —¡De verdad! Rose cogió el papel y lo volteó hacia debajo del pliegue. Sus ojos se movían mientras escaneaba. Después de un momento, empezó a citar el artículo. —Puede ser un poco aterrador a veces —responde el joven Potter, claramente preocupado por las represalias por su honestidad. —Sabe cómo mantener el orden, eso es seguro. Y lo hace con algo más que reglas —sus ojos abatidos chasquean nerviosamente, como si me rogaran que imaginara los métodos alternativos que el Director puede elegir, claramente preocupado por incriminarse a sí mismo. Al estar familiarizado con el pasado más bien infame del Sr. Ambrosius, puedo imaginar fácilmente lo que el pobre joven enfrenta diariamente. Afortunadamente, siendo un séptimo año, la ordalía del Sr. Potter está

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cerca de acabar. Es por sus compañeros más jóvenes por quién se preocupa. — Pregúntales —sugiere, claramente insinuando su corroboración. —¡No dije tal cosa! —James insistió de nuevo, agarrando el periódico. Rose lo apartó de su mano y lo dobló de nuevo. —Es una basura —se encogió de hombros, metiendo el periódico en su mochila. — Nadie sabe cómo retorcer las palabras de una persona como Rita Skeeter. Francamente, esperaba algo mejor de ella. —El Director Merlín ni siquiera lo pensará —asintió Graham. —Si es que lo lee, lo que dudo, probablemente le gustará. Nada genera más orden que una temible reputación. Creo que es una cita exacta de él, de hecho. Cuando lo miras así, parece que Skeeter le está haciendo un favor. Cameron Creevey se inclinó sobre la mesa para ser oído sobre el ruido de los cubiertos. —Sé que a mis padres les encantaría pensar que el director está trayendo de vuelta las empulgueras y bastidores. Aléjate de la chusma, dijeron. —Sonrió, mostrando una extensión de encías rosadas y dientes. De cerca, una melódica risa burlona perforó el aire. Jame se giró para ver a Edgar Edgecombe y sus amigos leyendo en voz alta su propia copia del Profeta. —Con respecto a los enemigos del mundo mágico —Edgecombe leyó en voz alta, levantando el periódico y abriéndolo para que todos lo vieran. —El joven Potter muestra sus ojos nostálgicos ante el recuerdo que su ex compañera de escuela, se volvió la Indeseable Número Uno: "Sí," esnifa, "Petra es mi amiga" y se vuelve para ocultar las lágrimas que tiemblan en sus pestañas. Quincy Ogden y Polly Heathrow se disolvieron en risas mientras Edgecombe alzaba la cabeza sobre el periódico para mirar a James. Frunció el ceño y tembló su labio inferior, como si estuviera a punto de echarse a llorar. Tenía una audiencia, ya que muchos estudiantes de todo el Gran Comedor se animaban a ver, algunos con confusión, otros con sonrisas confundidas, observando para ver qué haría James. James sacó su varita. Esperaba que Rose lo detuviera, pero ella simplemente observaba, con los ojos brillantes, incluso ansiosos, mientras aguardaba su represalia.

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Fue Ralph quien lo detuvo. —No lo hagas, James —dijo, acercándose por detrás y poniendo una gran mano en el brazo de James, no para contenerlo, sino para hacerle una pausa. —El pequeño diablillo no vale la pena. Déjalo que se ría. —¡Es fácil para ti decirlo! —siseó James desde la comisura de su boca. —¡No es a ti a quién está citando frente a toda la escuela! —Sí —asintió Graham. —No te metas en esto, Deedle. Esto es asunto de Gryffindor. —O únete a nosotros —sugirió Scorpius desde abajo. —Todos para uno, y uno para todos, ¿eh? —agitó su propia varita, con una ceja levantada provocativamente. Ralph ignoró a Scorpius y Graham. Miró a James, no ofreciendo más advertencias, simplemente dejando que el peso de su amistad hablara en su nombre. Sintiendo una mezcla de frustración y alivio, James deslizó su varita de nuevo al bolsillo de su túnica. Rose, Scorpius y Graham se desinflaron visiblemente. Un grito de ira surgió de Edgar Edgecombe cuando alguien sacudió el periódico de sus manos. James alzó la vista para ver a la Profesora McGonagall de pie detrás del chico con el periódico sostenido en su puño levantado. Miró fijamente a Edgecombe, que se giró con enojo, vio la mirada dura de la Profesora y luego se encogió por debajo de ella, volviendo su cara hacia la mesa que tenía frente a él. Sin embargo, James vio la expresión del muchacho. No estaba ni asustado ni avergonzado, simplemente atrapado. Sus ojos se movían de un lado a otro entre sus amigos, y él sonreía satisfecho, secretamente. —Ustedes tres son nuevos en la escuela —comentó McGonagall, arqueando los ojos, mirando a las espaldas de las cabezas de los Ravenclaw. —Pero puedo asegurarles, todos en esta sala ya saben leer. No necesitamos sus servicios. Con brusquedad, dobló el periódico, echó una mirada penetrante por la habitación, y luego dejó caer el paquete sobre la mesa ante la cabeza inclinada de Edgecombe. Él se rio en silencio, todavía volteando sus ojos de un lado a otro entre sus compinches. Poco a poco, el ruido de conversaciones volvió a llenar el salón.

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La cara de James estaba caliente. Sabía que se ruborizaba y se odiaba por ello. Manteniéndose bajo en su asiento, observó a la Profesora McGonagall avanzar hacia las puertas abiertas. Los estudiantes comenzaron a ponerse en pie y recoger sus cosas, dirigiéndose desconsoladamente a sus clases. —Eso son dos puntos para Edgecombe, cero para ti —murmuró Scorpius en el oído de James mientras se levantaba. —Sanjay tiene razón. No puedes permitir que continúe. Cuanto más dejas que los maestros peleen tus batallas, peor te ves. James apretó los labios con rabia y vergüenza. Scorpius tenía razón, pero no estaba dispuesto a admitirlo en voz alta. —¿Qué te parece, Ralph? —preguntó con un suspiro mientras se dirigían a los invernaderos para una doble clase de Herbología. Ralph se encogió de hombros y sacudió la cabeza. —Me hace desear que Zane todavía estuviera aquí. James sonrió débilmente ante eso. Ralph tenía razón. Zane sabría exactamente qué decir para poner a Edgecombe y su pequeño séquito en su lugar. Frenó su paso mientras una idea venía a él. Edgar Edgecombe no era la única persona a la que Zane podría darle una advertencia medio decente. Considerándolo durante todo el día, James esperó hasta la hora de la cena, y luego se precipitó hacia el dormitorio de Gryffindor, sabiendo que la sala común estaría desierta a esta hora. Recuperando el Fragmento de su baúl, caminó de nuevo por las escaleras y se dejó caer en el sofá frente a la fría chimenea. Era mucho más temprano en América, lo que significó que había una buena probabilidad de que Zane estuviera en clase, en la práctica de Quidditch, o simplemente paseando por el campus de Alma Aleron con sus amigos. Sin embargo, James dijo el encantamiento que convocaba la vista del dormitorio de su amigo. Las nubes plateadas de la cara del Fragmento se aclararon, como siempre, pero la vista que apareció no era el desordenado escritorio y la cama siempre deshecha. De hecho, era una oscuridad perfecta.

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James sacudió el Fragmento en sus manos. Aparentemente estaba funcionando mal de alguna manera, aunque él no hubiera creído que tal cosa era posible. El vidrio del espejo permanecía perfectamente en blanco. Y sin embargo, James pensó que podía oír voces débiles procedentes de él. Levantó el Fragmento al oído y escuchó atentamente. Efectivamente, hubo un leve murmullo de una voz. ¿Zane? ¿Había sacado el Fragmento de la puerta de su armario y lo había metido en la mochila? —¡Zane! —llamó James, colocando su rostro cerca del Fragmento. —Soy yo, James. ¿Puedes oírme? Un leve grito salió del Fragmento, James se retiró de pronto, sus ojos se ensancharon. Había sido la voz de una chica. Un momento más tarde, la oscuridad del Fragmento revoloteó, y luego cayó. En su lugar estaba Zane y el desorden soleado de su dormitorio. El chico estaba vestido con su camisa blanca de casa Zombie y su corbata amarilla, pero la cortaba aflojada y su cabello revuelto. Una camiseta negra caía desde su mano derecha, aparentemente había sido colgada sobre su lado del Fragmento momentos antes. —James —puso los ojos en blanco con una sonrisa. —¿No puedes tocar? —Es un poco difícil de hacer —respondió James —pero me alegro de que estés ahí. ¿No es hora de almuerzo en los Estados Unidos? —Es hora de tú ya sabes… —dijo el muchacho rubio sonriendo. Se dio la vuelta — Está bien, Cheshire. Es solo James. James estaba ligeramente mortificado al ver el rostro de Cheshire Chatterly, la novia de Zane desde hacía mucho tiempo, aparecer en el Fragmento. Se acarició el cabello rubio y sonrió. —Hola James —dijo con un gesto. —Buen momento. James tuvo un momento para pensar que de repente todo el mundo excepto él parecía estar llevando una excitante y romántica vida de pareja. —Así que los oí —se encogió un poco en el sofá. —Lo siento. —Eludimos a Yeats para venir a estudiar para una prueba de Mageografía —Zane meneó la cabeza y señaló un montón de libros en el escritorio cercano. —Pero, ¿qué puedo decir? Mi magnetismo animal saca lo mejor de ella.

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Cheshire golpeó bruscamente a Zane en las costillas. —De todos modos, debería ir a la cafetería —dijo ella, volviéndose hacia James. —No puedo enfrentar al Profesor Wimrinkle sin al menos un brownie de caramelo bajo mi cinturón. —Nos encontraremos en la cúpula en unos minutos —asintió Zane. —Tráeme uno de esos brownies. La vista de la habitación se deslizó de lado durante un momento mientras Cheshire abría la puerta y luego retrocedía con un clunk. —¿Y qué está haciendo Petra? —preguntó Zane, acomodando su corbata y pasándose los dedos por el pelo. —¿Qué te hace pensar que es sobre Petra? —Oh, ¿me interrumpiste a mitad del día para conseguir mi receta de Salsa Grenado? —Zane alzó las cejas. —Te va a costar mucho encontrar Pimienta Plimpy Peruana en el armario de Hogwarts, y créeme, la salsa sin Pimienta Plimpy es básicamente un chicharrón. —Está bien, está bien —suspiró James impacientemente. —Es sobre Petra. —Y no quieres hablar con nadie más sobre eso porque ya piensan que tiene un pie en las botas de Voldy. —Zane —dijo James, encontrando los ojos del chico rubio a través del cristal del Fragmento. —Ha hecho un Horrocrux. Zane dio un paso atrás desde su propio Fragmento, sus ojos se abrieron y su mano se congeló en el acto de peinarse el pelo con los dedos. Lentamente, bajó la mano y se acercó más al Fragmento que antes. —Pero —dijo, más seriamente de lo que James había oído hablar a su amigo en mucho tiempo. —Horrocruxes significa que tienes que matar a alguien. —Ella mató a alguien —dijo James en voz baja, hundiéndose en el sofá. No fue un tema que se hablara mucho, pero todos lo sabían. —Su madrastra, Phyllis. Era una mujer horrible por todos lados. Odiaba a su propia hija, Izzy. Dirigió al abuelo de Petra al suicidio y pudo haber sido responsable de la muerte de su primer marido, según algunos. Ella e Izzy la mataron juntas, de alguna forma. Enviaron un árbol tras ella.

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Zane estaba asintiendo, sus ojos profundos en sus pensamientos. —Pero fue una cosa impulsiva. Ella no lo hizo para hacer un Horrocrux. Lo hizo porque estaba enojada y con el corazón roto por su abuelo. Ella perdió el control. James sacudió la cabeza. —No creo que eso importe. En pocas palabras, le explicó a Zane cómo había recorrido el hilo plateado y carmesí entre él y Petra, cómo la había encontrado en la casa de Tom Riddle, la había visto levantar la horrible daga y pronunciar el encantamiento que la infundió con la fractura de su alma. Cuando terminó, Zane soltó un silbido. —Tienes que decírselo a todos —dijo, después de un momento. —Rose y Ralph, al menos. No se ve bien para Petra, pero ahora ya no hay manera de evitarlo. No haces bien tratando de manejar estas cosas por ti mismo. —Gracias por el voto de confianza —James permitió que el Fragmento cayera sobre su regazo. —Por eso viniste a verme —continuó Zane, hablando ahora con el techo de la sala común de Gryffindor. —Te digo las verdades feas y difíciles que nadie más diría. Como, ya es hora que superes tu amor de cachorro por Petra y empieces a verla como realmente es. James se sobresaltó y levantó de nuevo el Fragmento, furioso. —¡No, tú también! — exclamó —Primero Scorpius, luego Albus, ¿ahora tú? Zane se encogió de hombros en el Fragmento. —OK, así que tal vez no soy el primero en hablar esa dura y particularmente fea verdad. Pero es verdad, y tú lo sabes. James se desplomó de nuevo. —Si solo fuera así de fácil. —Siempre que lo pienses —su amigo asintió —Pero mientras tanto, hay otra persona con la que necesitas hablar, tan pronto como le cuentes a Ralph y Rosie sobre la última excursión de Petra al Lado Oscuro. —¿Y quién es ése? —preguntó James, quieto. —Este nuevo profesor tuyo, Van Odin o lo que sea. El que dijiste que apareció con Petra.

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—Es Odin-Vann. Y no podía haber estado allí. Mi mente lo atrapó allí porque había estado pensando en él, eso es todo. No hay forma de que haya podido llegar desde Hogwarts hasta donde Petra estuvo anoche. —Quizás —asintió Zane dudoso —Pero tal vez no. Me suena como si nada de lo que viste anoche fue técnicamente un sueño. Tienes que preguntar a Odin-Vann para estar seguro. Podría ser tu mejor opción para ayudar a Petra, si todavía es posible ayudarla. James asintió a regañadientes. Zane tenía razón, aunque él, James, parecería un tonto... quizás incluso un tonto peligroso... si confrontaba al nuevo maestro de Encantamientos sobre la reunión con Petra Morganstern y Odin-Vann no tenía idea de lo que estuviera hablando. —Tengo que irme —dijo Zane con sobriedad —El tiempo y el Profesor Wimrinkle no esperan a nadie, especialmente a los estudiantes Zombies que apenas pasan su clases por la piel de sus dientes. Pero mantenme informado. Y si necesitas algo, sabes dónde encontrarme.

Comunicaciones

Experimentales

tiene

algunas

nuevas

técnicas

interesantes, así que siempre puedo encontrar una forma de estar ahí si me necesitas. —Siempre que no sea la hora de tú ya sabes qué —dijo James sonriendo. Zane asintió con la cabeza. —Precisamente. Un momento después, el Fragmento se llenó de nuevo con ondas plateadas de humo. James suspiró y tiró el cristal a un cojín, contemplando lo que tenía que hacer. Era bastante duro considerar preguntar al Profesor Odin-Vann sobre Petra. Mucho más difícil era la perspectiva que de algún modo, o por alguna vía, tenía que abandonar su amor por ella.

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James esperó hasta el siguiente fin de semana para compartir su último secreto, aunque para entonces Rose y Ralph sabían que algo pasaba solo con mirarlo, ya que él nunca había sido especialmente bueno en esconder sus pensamientos. Cuando llegó la tarde del sábado, acompañó a Rose a la Sala de los Menesteres una vez más, sabiendo que era el único lugar en el que podían hablar de esas cosas sin ni siquiera la menor posibilidad der ser escuchados. Ahora más que nunca, el secreto parecía absolutamente imprescindible, no solo para la seguridad de Petra, sino también para la propia. —¿Por qué no podríamos habernos reunido junto al Lago? —gruñó Rose. —Está demasiado bonito afuera para estar atrapados aquí en la vieja y húmeda Sala de los Menesteres. Y sabes que no nos quedan muchos días calurosos. —El Lago me pone nervioso ahora que sabemos que hay un gran agujero en el fondo que desciende a algún puerto subterráneo. Cualquiera podría estar ahí abajo. Tú dijiste que el sonido viaja claramente por el agua si sabes escuchar. —El portal es muy pequeño comparado con el fondo de todo el Lago —dijo Rose, no exactamente en desacuerdo con James. —De otra manera, ¿dónde vivirían la gente del agua? —Ellos, también —dijo James. —Yo tampoco confío mucho en esos espeluznantes monstruos. —Eso es ser especista —comentó Rose sin mucho sentimiento al encontrarse con Ralph cerca de un cuadro grande, donde parecía estar ocupado en una discusión con el retrato de Barnabás el Chiflado. —Así que no eres chiflado después de todo —dijo Ralph dudoso, frunciendo el ceño y rascándose la cabeza. —¿Es un título? —De hecho —respondió el retrato en voz alta y nasal. —Antes del siglo XII, "chiflado" significaba meramente "inventivo o propenso a sobrecalentarse si uno llevaba una peluca al sol". Estoy tan cuerdo como tú o aquella planta en la maceta o esa linda chica detrás de ti. Ralph miró hacia atrás y se sintió aliviado al ver a Rose acercándose. —Por supuesto —prosiguió el retrato, con la cara nublada ligeramente —hubo un intento mío de enseñar a los trolls a hacer ballet...—alrededor y detrás del rostro

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pintado, se alzaban patas elefantinas en zapatillas de seda rosa y golpeaban, sacudiendo la tierra en un torpe y bailado círculo. —Tengo que dejar de entrar en conversaciones con pinturas —suspiró Ralph, caminando para unirse a Rose y James. —Entonces, ¿De qué se trata todo esto? Rose convocó la Sala de los Menesteres, que se materializó, como de costumbre, frente al retrato de Barnabás y sus trolls danzantes. El retrato todavía murmuraba a sí mismo inseguro, y luego soltó una carcajada. —Adentro —James asintió hacia la puerta cuando Rose la abrió. El sonido de pies ligeramente corriendo resonó desde el vestíbulo y James miró a un lado, alarmado. Una sombra apareció a la vista, precediendo a la forma de su hermana, vestida con jeans y un jersey marrón. —Oh bien —dijo —No estoy demasiado atrasada. —¿Quién te invitó? —exclamó James, sorprendido. —Yo fui —respondió Rose desafiante, asomando la cabeza hacia la puerta desde la Sala de los Menesteres. —Se vuelve un poco aburrido ser el único cerebro real en la habitación, especialmente desde que dejaste de traer a Walker. James suspiró. —Eso es porque ya lo sabe. Él es la razón por la cual se los estoy contando. Está bien —dijo, volviéndose hacia Lily, quien le lanzó una mirada un poco petulante. Siguiendo a Ralph, el grupo entró en la habitación, que parecía igual que antes: pequeña y privada, dominada por una mesa redonda con varias sillas y un gran Vidrio Polarizado en la pared trasera. Justo cuando la puerta empezó a cerrarse, se golpeó y volvió a abrirse, admitiendo la figura de Scorpius Malfoy, que sopló un aliento descontento y se lanzó lánguidamente sobre la silla más cercana. —Tuve que interrumpir un partido de ajedrez perfectamente bueno para esto, Potter —comentó de manera importante. —Estaba venciendo a Nolan Beetlebrick bastante bien. Y habíamos apostado un galeón. —No necesitabas interrumpir nada —dijo James, arqueando la frente con sorpresiva molestia. —¡Porque deliberadamente no te invité!

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—Ah, porque eres un mago bastante bueno para bloquear el encanto Proteico de cualquier pato excepto de los que quieres que suenen —el chico rubio sacó su propio pato Weasley de su bolsillo, se lo mostró a James y le dio un breve apretón. —¡Cállate! —gritó el pato con su voz chirriante. Escrito en el pato con tinta azul estaba la letra de James: OdF reunión Sábado 3:30 PM. SIN ESCORPIUS James se hundió en su asiento y murmuró entre dientes. —¿Me disculpas, Potter? —aclaró Scorpius inocentemente. —No me di cuenta de eso. Ralph parpadeó sorprendido y miró de James a Scorpius. —¿Creo que dijo "zambúllete"...? —¿Debemos ponernos en marcha entonces? —preguntó Rose, alzando la voz de repente. —Estoy segura de que todos tenemos cosas que preferimos estar haciendo. Detrás de Rose, la puerta chasqueó y se abrió de nuevo, admitiendo un empujón de aire y otra figura. Exasperado, James se levantó de un salto. —Hola a todos —dijo Albus, deteniéndose en la puerta y mirando alrededor. — Pensé que los encontraría a todos aquí. —¿Alguien más que debamos invitar? —preguntó James, mirando a su alrededor. — ¿La Sra. Norris? ¿Las hermanas Wyrd? ¿Al maldito Myron Madrigal y las Noticias Mágicas Inalámbricas? —Enfriad vuestro caldero, James —dijo Albus con una voz aburrida, cerrando la puerta y cayendo en una silla. —Estoy aquí con un mensaje del Profesor Debellows. Pero primero, ¿Cuál es la gran noticia esta vez? Con la puerta finalmente cerrada y todos los que podían entrar considerados, aunque no fueran invitados. James respiró hondo, súbitamente inseguro si realmente quería compartir el secreto, a pesar del consejo de Zane. Cayó de nuevo en su silla y estudió la mesa. —Petra —dijo simplemente —ha hecho un Horrocrux.

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Había un silencio de piedra en la habitación mientras todo el mundo parecía absorber esto a su manera. Scorpius estudió a James bruscamente, sus ojos se estrecharon tensamente. Ralph parecía desconcertado y horrorizado. Lily se cubrió la boca con ambas manos, sus ojos lucían sorprendidos. Albus, sin embargo, se limitó a mirar a las sombras, su rostro era pensativo pero imperturbable. —¿Estás seguro? —preguntó Rose sin aliento. —¿Cómo puedes saber eso? ¿La última vez que hablamos...? —Ni siquiera la había visto —asintió James, incapaz de encontrar la mirada de su prima. —Me estaba bloqueando. Pero eso ha cambiado. No creo que ella pueda mantenerlo. Creo que mientras más difícil se le hace congelarme, más difícil es para el hilo tratar de conectarnos —tan brevemente como pudo, explicó su experiencia con el sueño, viajando hacia Petra y observándola, de hecho de pie en la misma habitación que ella, transportado puramente por magia. —Pero los Horrocruxes son magia oscura muy especializada —dio Lily, casi con un susurro. —Oí a Papá hablando con tío Ron una vez, y ambos estuvieron de acuerdo en que nadie había creado uno desde el tiempo de Voldemort. El tío Ron dijo que nadie vivo probablemente recordara siquiera cómo se hizo. ¿Cómo puedes estar seguro de que Petra...? —no pudo terminar. —Estoy seguro —asintió James con amargura. —No había dudas del significado del encantamiento. Y una vez que Petra me vio, la expresión de su rostro quedó en claro. Estaba avergonzada de lo que había hecho. Pero... —no quería decirlo, pero incluso ahora en su memoria podía ver sus ojos. Había habido vergüenza y tristeza allí, sí. Pero debajo de eso, casi enterrada en la profundidad de su mirada sorprendida, había habido desafío. Ralph preguntó. —Pero, ¿por qué lo haría? —Bueno, al menos, eso es obvio —dijo Scorpius, dando un fuerte golpe en la mesa con los nudillos. —Ella necesita sobrevivir el tiempo suficiente para reemplazar el Hilo Carmesí en el destino de la Morgana ya muerta. Con cada Auror, Harrier y diablillos vengadores con una varita en busca de detenerla, necesita la seguridad de que no será asesinada antes de que pueda completar su tarea y salvar el universo.

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—Pero un Horrocrux —dijo Lily, dejando caer sus ojos sombríos. —Desde Voldemort, la gente sabe que la magia oscura mancha el alma de una persona, la hace retorcida y rota. ¿Puede su bondad sobrevivir a esos efectos lo suficiente para terminar su plan? —Te olvidas —dijo Albus repentinamente, mirando cara a cara. —Petra nació con algo "torcido y roto" en ella. El último pedacito de Voldemort sobrevive en su sangre. Ella puede buscar en su fuerza oscura para hacer el Horrocrux. Y ella puede transferirle el veneno de esa magia oscura a él. El último fragmento de Voldemort es algo así como una lombriz mágica, absorbiendo todos los efectos tóxicos y devolviendo fuerza y resolución. —Ewww —Lily hizo una mueca y se estremeció. —¿Y qué te hace tan experto en estas cosas tan de repente? —James no podía dejar de preguntar, levantándose en su asiento para mirar a su hermano. Albus se encogió de hombros, negándose a entrar en contacto visual. —Se apoya en la razón, es todo —se dejó caer en su silla y cruzó los brazos. —Bueno, en realidad solo hay dos cosas que podemos hacer —dijo Rose después de una larga y significativa pausa. —Primero que todo, James, debes usar tu conexión de sueño con Petra para observarla lo más cerca posible. —Lo haré si puedo —asintió James. —No creo que tenga mucho que decir al respecto de todas formas. Petra tampoco, por mucho que lo intente. ¿Pero por qué? Scorpius respondió. —Debido a que el pequeño Albus podría estar equivocado acerca de la capacidad de Morganstern para mantenerse pura como la nieve mientras se aprovecha del linaje de Voldy. La lombriz, como él la llamó, puede crecer lo suficiente como para tomarla completamente. Si eso sucede, no estará interesada en terminar su misión. Se convertirá en el enemigo que el mundo mágico ya cree que es. James quería discutir. Quería señalar que Petra, siendo una hechicera, era más fuerte de lo que Voldemort había esperado ser. El fragmento extinguiéndose de ese villano enjaulado en su alma era una vela parpadeante en comparación con su hoguera rugiente.

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Pero recordó esa mirada en sus ojos, debajo de la vergüenza y la tristeza... ese sepulcro enterrado y lleno de desafío. No entenderás por qué debo hacer esto, James, dijo la mirada. No puedes entender. Y no te culpo. Por favor, no te atrevas a tratar de detenerme. No permitiré que ni siquiera tú te interpongas en mi camino... —¿Cuál es la segunda cosa que tenemos que hacer? —preguntó Ralph, volviéndose hacia Rose. Rose suspiró profundamente, decidida. —Tenemos que ayudar a Petra —respondió con un lento ademán. —De la forma que podamos. Tenemos que ayudarla a completar su misión para tomar el lugar del Hilo Carmesí. Porque Scorpius tiene razón. Si Petra está aprovechando el poder del Linaje de Voldemort, ese fragmento de fantasma no se contentará con simplemente ayudarla. Tratará de gobernarla. La persuadirá a dar más y más. Si tiene éxito, Petra puede perder la voluntad de completar su tarea. Ella puede llegar a ser verdaderamente "La" Voldemort. James sacudió la cabeza con firmeza. —Eso es una locura —insistió. —Petra no es como él... —James —dijo Lily, su voz callada lo interrumpió más eficazmente que un grito. — Lo peor que hizo Voldemort fue matar y crear Horrocruxes. Petra es la única persona que ha hecho lo mismo. No me gusta más que a ti. Pero el hecho es que ya se parece más a Voldemort que a cualquier otra persona viviente. Ella no está frustrando al Linaje. Lo está usando. —Tenemos que ayudarla a reemplazar el Hilo Carmesí en esa otra dimensión — terminó Rose, mirando la cara de James con atención —antes de que cambie de opinión acerca de hacerlo. James no estaba de acuerdo con Rose. Pero no discutió. Resuelto, aunque infeliz, la tropa comenzó a pararse. No había otro sonido que el arrastre de sillas en el suelo de piedra y el crujido de la puerta al abrirse. Estaban a mitad del pasillo antes de que Albus se pusiera de pie. —Casi olvidé por qué los buscaba en primer lugar —miró a Ralph, James y Rose. — Debellows dijo que su primer deber como "Aurores junior en entrenamiento" ha llegado.

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—Pero, es sábado —protestó Ralph, hundiéndose. —Esto se supone que es un reemplazo para las clases, no los fines de semana. —Cállate, Ralph —dijo Rose, apartando al gran muchacho. —¿Qué es lo que Debellows quiere que hagamos? —Yo qué sé —Albus se encogió de hombros. — Sólo dijo que lo encontraranófuera de la oficina del director a las cuatro de la tarde. Rose se detuvo en seco, con los ojos muy abiertos. —¿Y ahora recuerdas decirnos? Sabes que ya son... —consultó su reloj frenéticamente, y casi gritó: —¡Son las cuatro y cinco ya! Albus se encogió de hombros de nuevo. —Soy un mensajero, no tu maldito secretario. Sus palabras se perdieron en Rose, quien ya se había girado sobre sus talones y retrocedió de nuevo por el pasillo en una carrera muerta. James y Ralph se miraron el uno al otro, y luego se apresuraron a seguirla, lanzándose tan rápido como pudieron a la estela de Rose. Habrían llegado al despacho del director solo un poco tarde si no hubieran sido desconcertados, por supuesto, por la gárgola que custodiaba la escalera de caracol. Allí, pasaron varios minutos agonizantes intentando todas las antiguas contraseñas Galeses y Celtas que podían recordar, todo en vano. Eventualmente, los pasos sonaron desde arriba cuando la gente empezó a descender la escalera desde la oficina del director. Debellows apareció primero, seguido por los profesores Votary, Heretofore y McGonagall. —Ah —comentó Debellows, espiando a los estudiantes de pie alrededor de la gárgola. —Y por lo tanto, su primera incursión en Auroría va muy mal —chasqueó la lengua y dio una sonrisa condescendiente. —Habríamos llegado a tiempo, er, más o menos —dijo Rose, dejándose caer sobre un alféizar de la ventana. —si su mensajero se hubiera acordado de darnos la contraseña. —Ah, pero yo no se la dije —respondió Debellows, levantando un pedante dedo índice. —Uno nunca comparte contraseñas con aquellos cuyos deberes no los requieren.

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No, su instrucción era encontrarse aquí conmigo, fuera del despacho del director, donde los hubiera escoltado en su debido tiempo. Por desgracia, cuando llegó el momento oportuno, no se encontraban aquí. Me parece que hay una pequeña lección aquí. James, junto a Rose, estaba a punto de protestar, cuando otro grupo de pies vagabundos resonó por la escalera de caracol, revelando la última persona que James esperaba ver: su propio padre, vestido con su ropa oficial, aparentemente en estrecha conversación con el propio director. James corrió a su encuentro al pie de la escalera, y luego se detuvo, súbitamente consciente de la presencia de tantos maestros observando. Intentó reemplazar su expresión de curiosidad sin aliento por una de mero interés profesional, y supo que no estaba teniendo éxito. —James —su padre le sonrió y le dio una palmada en el hombro. James era casi tan alto como su padre ahora, aunque ambos eran aún media cabeza más pequeña que el imponente volumen del Director Merlinus junto a ellos. —Me han dicho que te vería arriba. Atrasado, ¿verdad? No importa. Aquí estás ahora. —Sí —respondió James, exquisitamente consciente de los muchos ojos vigilantes cercanos. —Hemos comenzado oficialmente una especie de pasantía, intercambiando tiempo de clase para el entrenamiento de Auror. Eh, para nosotros tres —indicó a Ralph y Rose mientras se unían a él. —Hola, tío Harry —dijo Rose desenvuelta, ignorando el murmullo de voces cercanas mientras los maestros se alejaban, dirigidos por el Director Merlinus. Harry arqueó una ceja. —Los tres, ¿eh? Tu madre estará tan orgullosa de que hayas conseguido una promoción a séptimo año, Rose. —¡Sssshhh! —dijo Rose, volviéndose grave y abriendo los ojos hacia los maestros que salían. —No hago nada de lo que no hubieras hecho, tío, y no te atrevas a decir lo contrario. Harry asintió sabiamente y gesticuló cerrando los labios. Parecía tan alegre como siempre, pensó James, y sin embargo algo pareció colgarse en el aire a su alrededor, silenciando su estado de ánimo y oscureciendo sus ojos. Tal vez solo James, habiendo crecido con él, podía sentirlo.

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—¿Qué fue todo eso, Papá? —preguntó seriamente. —¿De qué nos perdimos? Harry asintió, poniéndose serio también. Pareció considerarlo un momento. — Ustedes tres —asintió, marcando a cada uno con sus ojos —todos están buscando convertirse en Aurores, ¿verdad? James asintió, al igual que Rose junto a él. —Supongo que sí —respondió Ralph, frunciendo el ceño un poco. —Algo parecido. Quiero decir, no estoy tan interesado en tener un montón de brujas y magos oscuros lanzándome hechizos asesinos todo el día. Pero usted sabe. Es algo que hacer —se encogió de hombros mientras Rose ponía los ojos en blanco. —Bastante bueno entonces —dijo Harry. —Caminen conmigo. Caminaron por el pasillo, pasando por enormes ventanas y entrando y saliendo de la brillante luz del sol de la tarde. Harry no habló, solo marchó adelante, conociendo su propio camino a lo largo de los pasillos y pasajes como si todavía fuera un estudiante. Descendieron escalones y finalmente pasaron por la vieja rotonda, dirigiéndose hacia sus enormes pero menos utilizadas puertas de madera. Solo entonces, cuando salieron a la cálida mirada de los antiguos escalones del pórtico, Harry habló. —¿Supongo que ustedes estuvieron presentes cuando esos Muggles irrumpieron en el Vestíbulo? James asintió, bajando apresuradamente las escaleras hasta el zarzoso patio inferior. El lago estaba más allá de una pared de piedra baja, con un brillo cobrizo por el sol descendente. —Todos estaban. Todo el colegio los vio. Harry lo consideró severamente. —Está sucediendo en todo el mundo mágico. Las antiguas protecciones son delgadas como un pañuelo de papel, si es que aún existen. Muggles están obedeciendo los límites por puro hábito, no porque los mantengan fuera. Pero poco a poco, algunos de ellos están deambulando. Al igual que esa familia en la Primera Noche. Rose se detuvo junto a la pared y miró a su tío. —¿Es por eso que fuiste convocado aquí hoy? ¿Para hablar de cómo afianzar los límites?

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Harry negó con la cabeza. —Eso ya se ha hecho, tanto como se haya podido. Merlinus estaba más que a la altura para la tarea, e imagino que sus encantamientos de disimulación son mejores que los de cualquier otro mago viviente. No, me enviaron aquí hoy por orden del Ministro de Magia. Ralph parpadeó sorprendido. —¿Le ha enviado Loquatious Knapp? ¿Pero por qué? ¿Qué le importa una inofensiva familia vagabunda en Hogwarts cuando hay lugares como el Banco de Gringotts y la montaña de los gigantes en peligro? —Porque Hogwarts es bien conocido por ser uno de los mejores y más protegidos sitios en todo el hemisferio norte —respondió Harry. —Knapp quería que viera por mí mismo, oír de los que lo presenciaron, que la brecha es tan mala aquí que una familia entera de muggles pudo simplemente conducir hasta la puerta y caminar hacia dentro. James asintió con la cabeza. —Bueno, eso es exactamente lo que pasó. Entonces, ¿Qué hacemos? —Quieres decir, ¿Cómo Aurores junior en entrenamiento? —Harry favoreció a su hijo con una sonrisa de lado. —Bueno, sí —asintió James con la cabeza, subiendo al desafío. —¡Si es que podemos! Todo esto es nuestro problema, ¿verdad? Harry dio un suspiro. —Tienes razón, James. Todos ustedes, tendrán que hacer su parte. No los menospreciaré. Pero en realidad solo hay una cosa que el Ministro cree que debemos hacer. Cada funcionario que está tanto por encima como por debajo de mí está de acuerdo. Incluso Titus Hardcastle y el resto del departamento de Aurores, todos saben lo que hay que hacer. Ralph frunció el ceño. —¿Y qué es eso? En respuesta, Harry metió la mano en su túnica, James asumió que su padre tenía la intención de sacar su varita. En cambio, retiró un pequeño pergamino enrollado. Lo desenrolló, lo miró y luego lo giró para que todos lo vieran. James había visto copias de él muchas veces antes. Cada vez, el corazón le daba una pequeña sacudida enfermiza, aunque en los últimos años, como los carteles habían envejecido y habían sido tapados por anuncios y grafitis, la sacudida se había entumecido ligeramente. Al ver la copia perfectamente nítida que ahora se mantenía

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abierta en las manos de su padre, la sacudida, la sensación de hundimiento regresó más fuerte que nunca. El rostro de Petra estaba impreso en blanco y negro, inmóvil, no porque no fuera una fotografía mágica, sino porque la chica de la fotografía estaba inconsciente. Había sido tomada por el árbitro estadounidense, Albert Keynes, durante el breve tiempo después de haber logrado capturarla. La habían mantenido en un sueño mágico, sabiendo que no podían contenerla si estaba despierta. Debajo de la foto había palabras impresas y ennegrecidas.

INDESEABLE NÚMERO UNO: PETRACIA ZOE MORGANSTERN NIVEL DE AMENAZA 10+ ¡NO ATACAR! AVISAR EN CASO QUE LA DIVISE.

—Tenemos que capturarla —dijo Harry sobriamente. —Ella es donde todo esto comenzó. Y antes de que empieces, James —levantó una mano hacia su hijo —lo sé. Todos lo sabemos. No necesitas recordármelo. Ella lo hizo para salvarnos, a mí y a Titus, durante el desfile en la Nueva York muggle. Pero eso no cambia nada. Todo empezó a desenredarse desde ese momento. Todo experto del Ministerio de Tecnomancia está de acuerdo. Petra lo inició. Para detenerlo, debemos encontrarla — hizo una pausa y luego continuó con una voz baja y firme, repitiendo claramente las órdenes que le habían dado. —Debemos capturarla por cualquier medio necesario. —Pero —comenzó a decir James, aunque la mirada penetrante de su padre suavizó su tono. —Pero, ¿y si Petra intenta detenerlo todo ella misma? ¿Qué pasa si capturarla le impide realizar el trabajo?

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La mirada de su padre era directa y penetrante. James reconoció la mirada y la postura detrás de esta, el agudo estado de alerta. Su padre estaba en modo Auror. James raramente había sentido la intensidad de ello, pero ahora lo hacía. —Ella ya ha tenido más de dos años, James —dijo, sin pestañear. —Si tenía la intención de arreglar las cosas... que me gustaría mucho creer... ha tenido tiempo para hacerlo. En su lugar, las cosas han empeorado, y hay muchos que creen que ella es directamente responsable de esas cosas. Además, incluyendo el desastre potencial que fue la Red Morrigan. Hasta tú has reconocido que ella tenía una mano en la orquestación de esta. —¡Pero...! —comenzó James, pero su padre volvió a rechazarlo con una mirada. —Lo sé. También me dices que ella tenía sus razones, y que ella ayudó a detenerlo al final. Quiero creerte. Si lo recuerdas, fuimos yo y tu madre quienes alojamos a Petra el verano que su abuelo murió. Fuimos nosotros quienes la apoyamos y acogimos durante la investigación de Keynes. Siempre he querido creer lo mejor de Petra, a pesar de cómo me dejó a la vista de muchos de mis compañeros y superiores. Y ese es el problema en realidad. Ahora la gente me está mirando. Creen que no trabajaré tan duro como debo para capturar a Petra. Por eso tengo que esforzarme más. Suspiró con dificultad y se desplomó un poco, luego volvió a mirar a James. —Ha tenido dos años, hijo. Ella ha tenido todas las posibilidades que puedo ofrecerle. Las cosas se están desmoronando demasiado rápido para esperar más. Y es por eso que debí preguntarte a ti, a los tres... —Miró de un lado a otro, volviendo la intensidad de su mirada brevemente sobre Rose, y luego Ralph, antes de devolverla a James, —Si alguno de ustedes sabe algo de Petra, sobre cuáles podrían ser sus planes, o dónde podría encontrarla... si alguno de ustedes ha tenido contacto con ella de alguna forma... deben decírmelo. No porque yo sea tu padre, y tío, y amigo. Sino porque la retención de esa información es ahora un delito castigable por la ley. Ni siquiera yo podría protegerte, si es que... —se agachó y atrajo a los estudiantes a un estrecho abrazo alrededor. Siguió en un cercano susurro. —Incluso si, cuando estuve en tus zapatos y sabía cosas que nadie más conocía, podría haber elegido mantener esa información en secreto, a pesar de cada advertencia de lo contrario. —Nunca fuiste uno que trajera a muchos adultos a tus planes —convino Rose.

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—No querrás oír esto —Harry respiró a regañadientes. —pero voy a decirlo porque es verdad. Ahora las cosas son diferentes. Cuando tenía tu edad, no tenía aliados mayores en posiciones de poder. O si los tenía, no sabía quiénes eran, y no estaba seguro si podía confiar en ellos, al menos no hasta que todo hubiera terminado. Las cosas son muy diferentes para ti. Me tienes a mí, a Hermione, a Ron, a la Profesora McGonagall, a Neville Longbottom. Y al Director Merlinus, por el amor de Dios. James trató de no sonreír, incluso en medio de su consternación. —Suenas como la Abuela Weasley cuando dices "por el amor de Dios". El modo Auror en la cara de Harry se suavizó un poco. —Eso no es malo. Nunca lo es. Pero hablo en serio. A todos ustedes. Ya no es el momento de hacer las cosas por su cuenta. Además de poner a todo el mundo mágico en peligro, y posiblemente al mundo Muggle también, es un crimen para el Ministerio. Y personas que yo no controlo asegurarán que tales crímenes sean castigados en toda su extensión. Tenemos que terminar con esto. Si escuchan algo, aprenden algo, saben algo.... Necesito que me lo cuenten. Cuanto antes podamos capturar a Petra... —se encogió de hombros y sus ojos se movieron inseguros —Bueno, si ella tiene la intención de terminar esto, igual que nosotros, entonces más pronto podremos trabajar juntos para lograr ese objetivo. James quería contarle a su padre todo lo que sabía. Pero en ese momento, vio la duda en su cara. El Ministerio no estaba interesado en asociarse con Petra. Capturarla significaba castigo, encarcelamiento, posiblemente Desmemorización, o peor. Todo el mundo mágico la culpaba de todo lo que iba mal. No estarían satisfechos con nada menos. De hecho, teniendo en cuenta lo poderosa que era Petra, el peor resultado... su propia muerte, o los que se le opusieran... era el resultado más probable de todos. De repente, oscuramente, James se alegró secretamente de que Petra hubiera creado su Horrocrux. Para preservar y reparar el mundo mágico, ella había realizado el hechizo más arriesgado y más condenatorio de todos. Todo lo que James tenía que hacer para ayudarla... era mentir. O no mentir, tal vez. Simplemente omitir. Por un tiempo. Miró alrededor a Rose y a Ralph. —Te diremos si escuchamos algo —dijo, todavía mirando a Ralph y a su prima, no estando preparado para encontrarse con los ojos penetrantes y conocedores de su

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padre. Consideró sus palabras cuidadosamente y rápidamente agregó. —Si sabemos de algo que te ayude a poner fin a todo esto... entonces te lo contaremos de inmediato. Esto, se dijo a sí mismo, no era una mentira exactamente. Porque en su corazón, él no creía que cualquier cosa que su padre hiciera pudiera poner fin al degradante destino del mundo alrededor. Solo Petra podría hacer eso ahora. Su padre lo miró atentamente, sus ojos ni sospechosos ni crédulos, solo vigilantes, como si estuviera grabando cada sílaba para su futura consideración. James finalmente encontró la mirada de su padre otra vez, sabiendo que era un error no hacerlo. Después de un momento, crípticamente, el Potter más viejo asintió una vez, lentamente. —Bueno. Eso es todo lo que espero de ti. Los tres se enderezaron de su posición conspiratoria. Harry volvió a meter el cartel de Petra dentro de su bolsillo interior y luego le dio unas palmaditas en la túnica, buscando algo y murmurando. —¿Dónde puse eso? Ah. —Sacó una pequeña bolsa de terciopelo negro que James reconoció. Pesaba desde el interior por un solo objeto denso... un rey de ajedrez de peltre de la variedad no mágica, de un conjunto que alguna vez fue propiedad del abuelo de James, Arthur Weasley. La pieza normalmente decoraba la esquina de la mesa de Harry Potter en el departamento de Aurores del Ministerio de Magia, a excepción de momentos como este. —Una de las ventajas de los límites disminuidos alrededor de Hogwarts —dijo Harry, rebotando la pequeña bolsa en la palma de su mano. —Los trasladores funcionan mucho más cerca de la escuela que antes. Hubo un tiempo en que tenía que caminar hasta la mitad del camino a Hogsmeade antes de que esto hubiera funcionado —volvió a mirar a los tres estudiantes reunidos. —Supongo que los veré muy pronto, ahora que todos son oficialmente Aurores junior en entrenamiento. Rose asintió con la cabeza. —Hasta que alguno de los maestros me descubra al menos. —Pero esperemos que solo durante las clases, de ahora en adelante —agregó Ralph. James asintió, sin confiar en sí mismo para hablar. —Les daré sus saludos a los demás —dijo Harry, su sonrisa se desvaneció ligeramente. —Y ellos les mandan los suyos. Hasta luego, los veo entonces, recuerden:

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Saben cómo contactarme, tanto personal como oficialmente. Confío en que lo harán, si algo... aparece. Los tres asintieron mientras Harry observaba. Al parecer satisfecho, volvió a rebotar la bolsa de terciopelo negro en la palma de la mano, la cogió y luego dio media vuelta y caminó varios pasos, como si quisiera pasear por las sombras nocturnas del Bosque Prohibido más allá del antiguo patio. El viento sopló y pasó a través de la hierba alta a sus pies. Mientras James observaba, su padre inclinó la bolsa sobre su mano derecha abierta, atrapando al rey de ajedrez de peltre cuando cayó. Con un parpadeo y un latigazo en el aire, se fue, dejando solo la impresión de sus pasos en el césped. —Ahora hemos cruzado los límites —Ralph respiró con dificultad, pasando una mano por su cabello y colapsando contra la pared de piedra. —Estamos reteniendo información valiosa de la investigación oficial del Ministerio. Tu papá tiene razón, James. Podríamos ir a la cárcel por esto. De verdad. Rose negó con la cabeza, más insegura que negando. —No conocemos ninguna información valiosa. Aún no. Al menos no en lo que concierne al Ministerio, James acaba de tener un sueño, eso es todo. El tío Harry podría entender el significado de tal cosa. Pero sus jefes pensarían que es tonto si se los llevara a ellos. James probablemente le hizo un favor al no decirle nada al respecto. Pensando de esa manera, James se sintió ligeramente mejor. No mucho, pero sí un poco. Sin palabras, por la falta de algo mejor que hacer con las horas restantes antes de la cena, los tres treparon por el muro de piedra y serpentearon hacia el lago, observando la brisa mientras patinaba sobre las copas de los árboles y rizaba el lago, escuchando tranquilamente, aunque algo de tenso silencio entre ellos. No era que James nunca le haya mentido a su padre antes. Le había mentido en un montón de ocasiones, con respecto a todo, desde las ventanas rotas mientras jugaba a Wingles y Augers hasta quién había dejado el libro de reglas de Quidditch tendido en el exterior bajo la lluvia después de una discusión sobre el flagrante flagelo. Pero nunca había mentido sobre algo tan serio como esto, sobre cualquier cosa que pudiera hacer que él, y tal vez incluso su padre, tuviera problemas graves con personas que pudiera encarcelarlos a todos.

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Un agujero de inquietud yacía en su estómago, regañándolo, creciendo a medida que el ocaso rodaba sobre el borde del mundo y tiraba de la noche detrás de él, nublado, fresco y húmedo de niebla, como un presagio, una mortal morada que perseguía a James silenciosamente, cuando finalmente subió los escalones de su dormitorio y se dejó caer en la cama, inquieto y preocupado. Esperaba que volviera a soñar con Petra, tal vez incluso ir a ella, como lo había hecho la semana anterior. Quería hablar con ella, para tener la seguridad de que realmente quería poner todo en orden, y que él, James, había hecho lo correcto guardando su secreto incluso del hombre a quien más amaba y respetaba en el mundo. Sin embargo, cuando finalmente se durmió, no soñó con Petra. Había cerrado el conducto una vez más, a pesar de que le costaba mucha energía y no podía mantenerlo para siempre, James lo sabía, incluso en su mente dormida. El hilo desenchufado de sus poderes de hechicera brilló entre ellos, cambiando de gris, a blanco, a rojo más profundo. Pulsaba. Incluso mientras ella haya cerrado su lado, James sintió la fuerza del hilo que se movía dentro de él, acumulándose en él como una batería. Había absorbido sus poderes antes, incluso los llamaba de vez en cuando, generalmente sin siquiera pretenderlo. Sus poderes le eran ajenos y completamente incontrolables. Y, sin embargo, se consolaba al sentir la conexión, la energía lentamente intensificadora que se acumulaba en su interior como un dínamo moviéndose. Incluso en su mente soñadora, reflexionó: tal vez algún día podría usar esa fuerza depositada para proteger de nuevo a Petra, tal como había hecho en la popa del Gwyndemere varios años antes. Solo mejor, y con más confianza, porque había absorbido tanto de esa energía extraña en el tiempo desde entonces. Petra era una hechicera, pero a diferencia de Merlín, su elemento no eran las vastas extensiones de la naturaleza. Ella era una nueva clase de hechicera, y su elemento era la colmena de la ciudad. El sueño de James, la mente desatada meditada con alguna comodidad tentativa: puesto que él había conectado primero con Petra en ese fatídico viaje oceánico, él había visitado muchas, muchas ciudades. Toda esa fuerza de hechicería absorbida estaba dentro de él, guardada, esperando el momento apropiado para ser desatada. Cuando llegara, tal vez... solo tal vez... James podría usarlo para el bien.

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Si, por supuesto, no lo mataba primero.

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Capítulo 6 La Ordenanza Trece A pesar del consejo de Zane, James había omitido deliberadamente cualquier referencia al profesor Odin-Vann cuando contó a los demás sobre su visita de sueño a Petra. Esto se debía a que, en el fondo, todavía estaba medio seguro de que la aparición del profesor era el único elemento verdaderamente imaginario de la visión, desechado por su mente soñadora de pensamientos anteriores de ese día. Y sin embargo, al comenzar la semana siguiente, James tuvo la sospecha de que el profesor le estaba dando miradas furtivas y perspicaces en inesperados momentos. Se dio cuenta de ello por primera vez durante el desayuno del lunes, un asunto decididamente sombrío bajo un manto de hierro gris de nubes de otoño.

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El bajo cielo se extendía a ambos lados de las ventanas y en los recovecos superiores del Gran Comedor, escondiendo las vigas en una niebla de fina lluvia que, al no llegar nunca a las velas ni a las mesas de abajo, dejaba a los estudiantes agachados. James miró hacia el estrado y captó al joven y delgado profesor que lo miraba atentamente, con la barbilla levantada y estirada, el cabello peinado en una negra y brillante ala sobre su frente. Vio la mirada de James y su cabeza se retractó entre sus hombros como en un resorte y sus ojos se alejaron. Mientras James miraba, el profesor maniobró ligeramente una jarra de jugo de calabaza, como para esconderse detrás de ella. Sucedió otra vez aquella tarde, en los pasillos entre las clases mientras el profesor estaba de pie en el umbral de su aula, con ojos penetrantes, observando a James mientras empujaba a través de la multitud de estudiantes hacia Historia de la Magia. Y de nuevo, sin lugar a dudas, en la biblioteca aquella noche, cuando James divisó al profesor entre las estanterías, leyendo ostensiblemente un libro grueso pero mirando furtivamente hacia arriba desde debajo de su frente bajada. La clase de Encantamientos del día siguiente fue cancelada en el último minuto sin absolutamente ninguna aparición del profesor. James y el resto de la clase fueron informados, después de esperar casi un cuarto de hora, de que el profesor Odin-Vann se había enfermado inesperadamente. —Solo un poco, —el profesor Votary les aseguró desde la puerta de del aula de Encantamientos, la ironía en sus ojos evidenciando claramente la ausencia del nuevo profesor así como anunciándola. —Estoy seguro de que se recuperará en un instante y se sentirá de maravilla por cancelar la clase con tan poca antelación. —bajó la voz bajo el repentino ruido de embalaje de bolsos y arrastre de sillas. —Algo que yo nunca hubiera hecho, por supuesto, sería cancelar una clase por un simple resfriado y tos. Pero, por desgracia, los hombres jóvenes en estos días no parecen estar construidos con la misma constitución que los de la generación anterior. Y parecía que el profesor de Runas Antiguas tenía razón después de todo, porque James y algunas docenas de otros estudiantes se reunieron alrededor de un tablón de anuncios esa noche, discutiendo el anuncio de pruebas de Quidditch que acababa de ser publicado, cuando vio al profesor Odin-Vann al final del vestíbulo, aparente y perfectamente sano, de pie con su varita en la mano, apuntando al suelo. El hombre parecía estar observando a James, y esta vez, cuando James encontró su mirada, el

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profesor no apartó la vista. James no tenía sus gafas, por supuesto, así que no podía distinguir la expresión de Odin-Vann. Pero parecía sentir una especie de resignación vigilante en la postura del hombre y en el conjunto de su rostro. James estaba tentado a desentenderse del grupo cerca del tablón de anuncios y acercarse a Odin-Vann justo allí. Sin embargo, el profesor debió de percibir los pensamientos de James, porque en ese momento se volteó, con su capa flotando bajo los ángulos de sus codos y rodillas afilados, y se alejó, girando a lo largo de una intersección y desapareciendo de la vista. James miró fijamente al ahora vacío pasillo donde Odin-Vann se había detenido un momento antes. ¿El hombre lo estaba evitando? Impulsivamente, James se lanzó a lo largo del pasillo en busca de él, usando sus largas piernas para alcanzarlo rápido y silenciosamente sin recurrir a una absoluta carrera. Llegó al pasillo intermedio rápidamente, sabiendo que Odin-Vann habría desaparecido en cualquiera de los innumerables pasajes laterales, escaleras y puertas. En cambio, casi se encontró con el profesor, que se había detenido justo más allá del ángulo de la esquina, sus hombros caídos como si hubiera sido mágicamente apagado. —¡Profesor! —dijo James, deteniéndose, con sorpresa en su voz a medio grito. El joven hombre se sobresaltó con tanta violencia que tanteó la varita en la mano. Esta se estrelló contra el suelo y rodó, incluso cuando el profesor se dejó caer en cuclillas y se apresuró a buscarla, con los hombros ceñidos al lado de sus oídos como las alas de un buitre. Trató de ponerse de pie y dar vueltas al mismo tiempo, dirigiéndose a James, pero el movimiento fue torpe y James tuvo que estirar un brazo para estabilizar al hombre antes de que tropezara de lado en la pared. Unas pisadas resonaron detrás de James, siguiéndolo. No necesitaba mirar para saber que eran Ralph y Rose, curiosos por ver por qué James había huido. Odin-Vann intentó componerse tan pronto como pudo antes de que llegaran los recién llegados. Se pasó la mano frenéticamente por la túnica, enderezándola, y luego alisó los dedos compulsivamente sobre la gruesa madeja de la frente, empujándola de nuevo en su lugar. —Señor Potter, —dijo, levantando la barbilla como si quisiera manejar su puntiaguda barba como una daga. —No debería asustar a la gente. Nunca se sabe cómo

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podría responder una bruja o un mago entrenado. —agarró su varita con fuerza, como para insinuar que solo el control practicado le había impedido convertir de manera reflexiva a James en una rana. —Estuvo allí, ¿cierto? —James preguntó rápidamente con voz baja. —Lo vi y usted me vio. Por eso me ha estado observando. Está tratando de averiguar si realmente estuve allí. Justo como lo hago con usted. James tuvo que dar crédito al joven profesor. La expresión de su rostro no cambió al instante, pero el color se desvaneció tan rápidamente que se balanceó sobre sus pies. Su puño se relajó en su varita. —¿Qué es esto? —Ralph preguntó, respirando con dificultad cuando llegó. —Hola profesor. ¿Se siente mejor?, eso espero. Sin embargo, Rose había escuchado la pregunta de James. Se acercó a él y estudió la cara de Odin-Vann. —¿Usted estuvo allí? —preguntó ella, con una expresión sospechosa en su voz. Un segundo después, sus ojos brillaron y se giró hacia James. — ¡¿Él estuvo ahí?! ¿Por qué no nos lo dijiste? —señaló al hombre delgado, que lanzó un profundo suspiro resignado y se inclinó ligeramente. —Por lo menos no discutamos esto en los pasillos, —gruñó, rodando sus oscuros ojos. —Mis cuartos están cerca, como ven. Vamos. Se dio la vuelta y se alejó, moviéndose en la penumbra del pasillo, casi desapareciendo en ella. James miró de reojo a Rose y Ralph, silenciosamente sorprendido. Después de un momento, Odin-Vann hizo una pausa y miró impacientemente hacia atrás sobre su hombro. —¡Vengan! —gritó, insertando una nota de mando impaciente en su voz de otro modo silenciosa. Hablando con solo los ojos, Rose miró a James, y luego trotó para seguir al profesor. Sin aliento, James y Ralph se apresuraron a unirse a ella. Los aposentos del profesor no estaban, de hecho, a la vuelta de la esquina, como el hombre había deducido. Odin-Vann los condujo paso tras paso, a pasillos más estrechos y escalones, a una sección del castillo que James nunca antes había visto. Aquí, no había aulas ni oficinas, solo filas de puertas, pequeñas y deformadas en sus marcos de piedra,

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inclinadas y muy juntas. Finalmente, deteniéndose en un corredor húmedo e indeterminado, el profesor dio un golpe a la manija de una puerta con la varita, haciendo que esta se soltara fuerte y crujiera a medio camino. —Hogar, dulce hogar, —dijo, abriendo completamente la puerta y agachándose ligeramente para entrar. No invitó a James, Rose y Ralph a entrar. Simplemente dejó la puerta abierta y asumió que lo seguirían. James había estado antes en varios de los aposentos de los maestros, pero este era por mucho el más pequeño y el más espartano de cualquiera de ellos. La habitación parecía apenas más grande que un armario de mantenimiento, compuesta por una cama individual contra la pared del fondo, bajo una sola y estrecha ventana, junto a un único, aunque muy grande baúl de cuero abierto, en una mesa desvencijada de tres cajones. Frente a él había un sofá de Chesterfield y un amplio escritorio casi eclipsado bajo montones de papelería, herramientas, una enorme lupa sobre un soporte articulado, una bandeja de té precariamente inclinada y un grueso libro que James reconoció como el libro de texto de Encantamientos: El Léxico de Hechizos, Encantamientos y Maleficios. La copia del profesor estaba muy ajada, grasienta por el uso y llena de marcadores y trozos de pergamino. —Voy a hacer esto breve, y negaré cada palabra si deciden repetirla, —dijo OdinVann, permaneciendo de pie, pero indicando el sofá con una mano. Con la otra, apuntó su varita a la puerta, que se cerró con un golpe de aire y un fuerte clap. Una vez más, James notó la destreza mágica del profesor después de un momento de estrés. Se preguntó, quizás injustamente, si el profesor habría sido capaz de algo tan simple como cerrar la puerta unos minutos antes, cuando James lo había enfrentado por primera vez en el vestíbulo. Ralph se dejó caer en el sofá, el cual gimió bajo su peso. Rose se dejó caer al otro extremo. James, sin embargo, estuvo de pie frente a la puerta cerrada, observando al profesor en el espacio apretado. —Así que realmente estuvo ahí, entonces, —confirmó, levantando la cabeza. En respuesta, Odin-Vann se volvió hacia el escritorio y empezó a barajar papeles, aparentemente al azar. —¿Cuánto hace que ustedes tres la conocen? —preguntó. Sin esperar respuesta, prosiguió: —Conocí a Petra aquí mismo en la escuela. Yo era de

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séptimo año, como ustedes. Ella era de primer año. Un puente extraño para que la amistad cruce, pero sucede a veces. Teníamos situaciones familiares similares. Ella estaba siendo criada por su abuelo que la amaba, y su nueva esposa, que no lo hacía. Era un arreglo desgraciado, y Petra raramente hablaba de ello, pero yo entendía el silencio. Tuve una vida similar en casa, siendo criado por un tío y su esposa e hijos más mayores. Ninguno de ellos me quería allí, y se esforzaron por asegurarme de que lo supiera. Había llegado a un acuerdo con eso, habiéndolo vivido todos mis años escolares. Me había endurecido un poco. Petra aún no se había endurecido. Y en mi corazón, no quería que lo hiciera. Así que me hice amigo de ella. Nos convertimos en secretos aliados. Yo la cuidé. Era una breve pero importante relación. Espero que compartiera más conmigo durante ese año que con otros compañeros de escuela durante los seis siguientes. Manejó la lupa en el brazo articulado, moviéndola en una nueva posición, aparente y simplemente para dar a sus manos algo que hacer. Volvió a mirar a los tres estudiantes, pero no a ellos, exactamente. —Sabía que era poderosa, incluso entonces. Aunque no tenía idea de cuánto, o por qué. Sólo sabía que ella era especial. Más tarde, cuando me enteré de lo que pasó en la Ciudad de Nueva York Muggle, en la Noche de la Revelación, confié en el fondo, que Petra había tenido una buena razón para lo que hizo. Siempre fue poderosa y apasionada, y tiene mucha ira enterrada… no se le puede culpar por eso, con su crianza… pero nunca fue impulsada por ella. Puede usar su enojo a veces, como un curandero utiliza una cuchilla, para abrir y extirpar, pero nunca como un villano con una daga, para amenazar y matar. —¿Es por eso que fue a ella? —preguntó Rose desde el sofá, inclinándose hacia adelante con interés. —¿Para ayudarla, una vez que el resto del mundo mágico la alterara? Odin-Vann finalmente miró a Rose y parpadeó. —Oh, yo no fui a Petra. ¿Cómo podría? Nadie sabía dónde estaba. Y francamente, a pesar de todo, ni siquiera estaba seguro de que realmente me recordaría. Ambos hemos cambiado bastante en los muchos años desde que éramos amigos. Entonces ella era solo una niña y yo estaba... — se encogió de hombros y sacudió la cabeza débilmente. —Bueno, yo era solo un adolescente despreciable, más lleno de ego que de sabiduría, pero dispuesto a golpear a

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cualquiera que me quisiera oír. —continuó sacudiendo la cabeza con ironía y luego miró a Rose. —No, no fui a Petra. Ella vino a mí. Solo hace unos meses. Necesitaba ayuda, ¿saben? Petra tiene todo el poder, pero no tiene todo el conocimiento, y es lo suficientemente inteligente como para saberlo. Resultó que recordó a su viejo amigo Donofrio después de todo. Vino a mí, y pidió mi ayuda. Y se lo concedí, por supuesto. Pero en secreto. —apretó fuertemente sus labios, mirando a los tres estudiantes con un aire de cautelosa molestia. —Hasta ahora. —Somos de confianza, —dijo Ralph, señalando, mirando a los demás. —Por si se lo preguntaba. —Oh, lo sé, —admitió Odin-Vann. —Petra me dijo en quién podía confiar, si tuviera necesidad. Yo le creí, y sin embargo no estaba seguro de que pudiera confiar en ninguno de ustedes. No porque no estuvieran de su lado, sino porque son, bueno... —se detuvo abruptamente y parpadeó a los tres estudiantes. James comprendió de repente. —Porque somos solo adolescentes, —insistió. —Está bien. Puede decirlo. Tal vez no somos dignos de confianza porque somos solo estudiantes torpes y ruidosos que no tienen ni idea de cómo funciona el mundo adulto. Odin-Vann sacudió la cabeza a James. —No, no es así. Quiero decir… sí. Un poco así. Pero me entienden mal. —Eso está bien, —comentó Rose un poco maliciosamente. —Porque lo crea o no, hemos pasado por el pozo más de una vez en nuestros años. No tiene ni idea. —En realidad, lo sé. —Odin-Vann dijo en una voz diferente. James lo miró y vio una nueva expresión en el rostro del hombre. Toda la sospecha y cautela había salido finalmente de él. Los miró directamente, fijando su mirada en James. —Petra me contó algunas de las cosas que tú has pasado en su nombre. Me habló del Mundo Entre los Mundos. Me habló de la maldición del Guardián y de cómo interviniste para protegerla de sí misma. Dijo que ustedes tres, y un estadounidense llamado Zane Walker, siempre han estado allí para ella, que han enfrentado cosas que la mayoría de brujas y brujos correrían gritando. No le creía, lo admito. Porque hay tanto en juego, ya saben. Si confiamos en ustedes, y no vienen por… si los atrapan de alguna manera, o hablan con el compañero equivocado… bueno, yo estaba pensando en la misión de Petra. No debe detenerse, ¿entienden? Lo saben así como yo. Tenía que estar absolutamente seguro de

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que eran exactamente tan competentes y dignos de confianza como dijo Petra. Así que los observé. Ralph se movió en el extremo del sofá, entrecerrando ligeramente sus ojos. —¿Y qué decidió? Odin-Vann inclinó la cabeza ante la pregunta de Ralph, como si estuviera sorprendido y perplejo por ello. —Bien. No me dieron mucha oportunidad, ¿verdad? Ustedes tres me persiguieron y me demostraron que eran tan rápidos y atentos como Petra dijo. Todavía no me había decidido, pero supongo que lo he hecho ahora. Así sea que me guste o no. —Hoy le mentí a papá, —dijo James. Había tanta culpa como desafío en su voz. Las palabras le costaron algo para decirlas. Se hundió en el brazo del sofá, con los ojos fijos en Odin-Vann. —He hecho un montón de cosas por Petra. Enfrentado demonios de otro mundo. Combatido a Salazar Slytherin en otro tiempo. Estuve maldito, congelado y amenazado. Pero le mentí a papá... —sacudió su cabeza y finalmente bajó sus ojos. — Eso fue lo más difícil de todo. —Tu papá, —Odin-Vann meditó, medio a sí mismo. —Harry Potter, ¿eh? El hombre del mito y la leyenda, por supuesto. Pero lo más importante, el jefe actual del Departamento de Aurores, jefe de la aplicación de la ley mágica. —asintió a James con sobriedad. —Eso debe haber sido muy difícil para ti. Pero déjame asegurarte que hiciste lo correcto. Lo necesario. Y puedo prometerte, si estuviera en tus zapatos, sabiendo lo que sabes, él habría hecho lo mismo. —Usted lo sabe, ¿verdad? —dijo James cansado, mirando de nuevo. Odin-Vann se encogió de hombros y sonrió. —Lo sé. He leído los libros de Revalvier. Al menos una docena de veces, de hecho. Rose volvió a hablar, esta vez en voz baja. —Usted ayudó a Petra a hacer un horrocrux. Odin-Vann se sobresaltó y se volvió hacia Rose, sus ojos parpadeaban rápidamente. Un destello de algo parecido a la ira enrojeció sus mejillas, y luego reconsideró y se desplomó en la cama, produciendo un fuerte chirrido en los viejos resortes.

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—Realmente no necesitó de mi ayuda. No con el lanzamiento de hechizos. Todo lo que necesitaba era mi aliento. Y en ese sentido, realmente ayudé. ¿Y por qué no? Ella ya había cometido el asesinato. Justificado y adecuado como pudo haber sido, todavía era un asesinato. La sangre la ha manchado desde entonces. No tenía sentido que no la usara. Estabas allí cuando convocó el poder, James, convirtiendo su daga en un talismán de inmortalidad. Viste y escuchaste. ¿O me equivoco? James sacudió la cabeza. —Ella tenía que hacerlo para protegerse. Tiene que vivir, no importa cuánta gente quiera matarla. Tiene que sobrevivir para que pueda reemplazar el Hilo Carmesí y volver a arreglar todo. —¡Sí! —Odin-Vann siseó, señalando a James con entusiasmo. —¡Nada debe detenerla! ¡El horrocrux no es para prolongar su vida para su propio bienestar! ¡Es por el bien del mundo! James se sorprendió un poco por la fuerza de las palabras del hombre. Estaba casi escupiendo con la fuerza de ellas. Por primera vez, James se preguntó si había algo más que un deber cívico que motivaba al joven profesor. ¿Estaría quizá, en secreto, enamorado de Petra? Era varios años más viejo que ella, y sin embargo James sabía muy bien que las diferencias de edad eran de poca importancia a la comprensión ciega del amor. Un gusano de celos se movió profundamente dentro de él. —Pero no termina ahí, —dijo Ralph, con los ojos todavía entrecerrados en OdinVann, calculando, midiéndolo con algo que parecía una cautelosa sospecha. —No termina con el horrocrux. ¿No es verdad? Odin-Vann sacudió la cabeza, volviéndose sombrío. —No. Me temo que no. Y por eso los estaba mirando. —masticó sus labios y suspiró profundamente por su nariz. Finalmente, casi a regañadientes, continuó, ahora hablando en un susurro cercano. — Petra no podrá realizar su tarea por su cuenta. Necesitará ayuda. Hay muy pocas personas a las que pueda llamar. Ella ya se ha acercado a mí, y hay otros dos que ha mencionado. Pero también los necesitará. Si deciden ayudar. No quería que lo preguntara. Pero estoy preguntando de todos modos. Una mezcla de preocupación y anticipación se produjo en James a las palabras de OdinVann. La realidad del plan de Petra se apoderó de él firmemente. Ella asumiría su papel como el Hilo Carmesí de esa otra dimensión, desapareciendo por siempre de su

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destino original. Nunca volvería a ver ni a oír hablar de ella. Y contra toda pasión y deseo de su corazón, tenía que ayudarla a llevar a cabo esta tarea. Asintió lentamente hacia Odin-Vann. —Nosotros ayudaremos. Haremos lo que tengamos que hacer. —Bien, —dijo Odin-Vann, refrenando su entusiasmo con un poco de esfuerzo. — Porque no será fácil. Para algunos de nosotros, puede ser lo más difícil que hagamos. — miró a James cuando dijo esto, y James se preguntó si el profesor sabía. Probablemente sí. Petra pudo haberle dicho, o puede que no lo haya hecho. Según Rose, Albus, Scorpius, e incluso Zane, el amor de James por Petra era tan claro como la nariz en su cara. Odin-Vann volvió a asentir con rapidez y resolución. Mientras hablaba, volvió a ponerse de pie. —Que así sea. Los llamaré cuando llegue el momento. No será fácil, pero confío en su astucia y resolución. —¿A quién más se acercó ella? —fue Ralph quien preguntó. Todavía estaba sentado en el sofá, con la cabeza inclinada y los ojos atentos. —No creo que esté en libertad de decir… —Zane, —Ralph lo interrumpió. —Tiene que ser. Estoy en lo cierto, ¿no? Odin-Vann se desplomó impaciente. —Si fue así, solo en el pasado. Ella lo había considerado cuando hablamos por última vez, pero no lo había hecho. La otra persona, ha estado en correspondencia por varias semanas. James se preguntó por un momento si la otra persona era él. Eso no podía ser, sin embargo. Podía conectar con ella a través de su hilo compartido, pero difícilmente podría decirse que ella había correspondido con él. El gusano de celos en su corazón se desplegó y se convirtió en una serpiente encapuchada. ¿Quién podría ser? ¿Por qué no era él? —Entonces ve a Petra regularmente, ¿eh? —preguntó Ralph, levantando la barbilla. —Ese es un logro muy interesante para un tipo que la conoció hace exactamente un año, y hace casi una década de eso.

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—Ralph, —recriminó Rose desde la comisura de su boca, inclinándose para empujar al chico mientras miraba a Odin-Vann. —Basta con las preguntas. ¿Qué sucede contigo? —Tengo un gran interés, —respondió Odin-Vann, parándose recto y templando la voz. —Porque la suerte del mundo mágico… de hecho, todos los mundos… está en la balanza. Pensaría que era obvio. —Ralph, —James murmuró, cogiendo el pestillo de la puerta y tirando de este para abrir detrás de él. —Vamos, ¿eh? —Dice que no sabía si podíamos ser confiables, —dijo Ralph, de pie, pero sin moverse hacia la puerta. —Y por buenas razones. Tiene razón. Hay un mundo entero en juego. ¿Pero qué hay de usted? Petra puede confiar en usted, profesor. Pero eso no significa que tengamos que hacerlo. Todavía no, por lo menos. James no sabía si se sentía más orgulloso de la obstinada sospecha de Ralph o mortificado por ella. Odin-Vann, por su parte, solo miró a los ojos de Ralph, inquebrantable, pero sin ofrecer ninguna defensa ni argumento. Rose tiró de la manga de Ralph, empujándolo hacia la puerta. Al principio, James no pensó que Ralph fuera a venir. Entonces, finalmente, el muchacho grande se sometió, girándose y siguiendo a Rose y James fuera de la habitación, sin ofrecer ninguna palabra al salir. Cuando entraron en el vestíbulo, la puerta de madera se cerró tras ellos. —Adelante, Ralph, —respiró James, sacudiendo la cabeza mientras retrocedían por el camino que habían venido. —Insulta al adulto que parece estar al lado de Petra. —No es un adulto, —murmuró Ralph, sus ojos aún estrechados. —Es apenas mayor que nosotros, no importa su edad real. Y es astuto así como el día es largo. Rose miró de Ralph a James mientras caminaban hacia la oscuridad de los pasillos. —No sé cuál de ustedes tiene razón –admitió. —Tal vez los dos, tal vez ninguno. Pero lo sé: el profesor Odin-Vann es nuestra mejor esperanza para ayudar a Petra. Puede que no tengamos que confiar en él. Pero podemos confiar en ella. —hizo una pausa para considerar esto por un momento, y luego se encogió de hombros. —Eso espero. Con eso colgando en el aire entre ellos, ninguno habló durante el resto de la caminata de regreso a sus dormitorios.

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No importaba lo preparado que James creyera que debía estar para ayudar a Petra en su misión final, él no estaba preparado para oír al profesor Odin-Vann acerca de ello con tanta rapidez. Estaba en el almuerzo ese viernes cuando un dedo índice rígido le empujó duro en el hombro, sorprendiéndolo. Se giró, medio esperando ver al desagradable Edgar Edgecombe y sus compinches de primer año sonriéndole maliciosamente. En cambio, se encontró con un pecho delgado y un ligero olor a moho de Argus Filch, quien estaba inmediatamente detrás de él. James miró para ver al hombre que lo miraba con furia y su erguido mentón erizado. —Detención, señor Potter, —dijo entre dientes apretados. —Saludos del profesor Odin-Vann. —apuñaló algo en su mano izquierda. James se echó hacia atrás y luego vio que se trataba de un pergamino enrollado, sellado con una mancha de cera roja brillante. Tentativamente, él lo alcanzó y lo arrancó de los dedos callosos del celador. Filch se acercó y gruñó, —El profesor invoca la Ordenanza Trece, señor Potter. ¿Está familiarizado con esa ordenanza? James negó con la cabeza. Filch chasqueó la lengua. —Significa que su castigo no debe ser discutido con ningún otro estudiante. Es una estipulación para evitar rumores durante sentencias disciplinarias estrictas y sin resolver. Mi queridísimo señor Potter, —sacudió la cabeza con burlona preocupación. —¿Qué ha hecho esta vez? Un momento más tarde, el celador gruñó, dejando una cortina de frío silencio en su estela. James se agachó y metió el pergamino enrollado en su túnica, ansioso por leer su contenido, pero sabiendo que no se atrevía a hacerlo en un lugar tan público. —¿Qué hiciste? —preguntó Graham, mórbidamente impresionado.

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—A ver, a ver, —Scorpius reprendió. —La Ordenanza Trece, ¿sabes? No querríamos que nuestra curiosidad nos succionara en cualquier destino que esté por ocurrirle al joven vándalo, ¿verdad? Mientras James miraba furtivamente, vio a Filch acercarse a Rose, donde se sentaba más abajo en la mesa. El celador no necesitó tocarla en el hombro. Ella lo vio venir, y sus ojos estaban brillantes con vidriosa conmoción. James no tuvo que adivinar que la próxima parada de Filch estaría en la mesa de Slytherin. Pero, de hecho, eso no sucedió. Después de entregarle a Rose su pequeño pergamino, la cual se lo guardó rápidamente en su mochila, Filch se acercó a la parte trasera del vestíbulo a su lugar habitual junto a las puertas. Se volvió y dio un guiño desagradable y saludó con la cabeza hacia el estrado, contento con la realización de sus deberes favoritos. James se giró en su asiento. Donofrio Odin-Vann estaba observando desde la mesa principal. Esta vez su mirada no se movió cuando James lo miró, pero tampoco mostró ninguna señal de comunicación secreta. Lo que James necesitaba saber, aparentemente estaría en el pergamino sellado que había en su bolsillo. Comió lo más rápido que pudo y se puso de pie para irse antes que cualquiera. Ojos lo observaban desde todos lados, algunos impresionados, como Graham, y otros simplemente con una curiosidad sombría. James ignoró las miradas y susurros tan bien como pudo mientras se acomodaba la mochila en la espalda y se limitaba a pasar por las puertas dobles hacia el vestíbulo, cuando una voz de muchacha lo llamó, sorprendiéndolo en su camino. Se dio la vuelta en la entrada desierta, esperando ver a Rose. En cambio, Millie Vandergriff lo siguió a través de las puertas dobles, lo que les permitió cerrar la puerta tras ella. —¿En qué clase de problema estás? —preguntó, con una voz mezcla de cálida preocupación y deliciosa conspiración. —¿Tiene que ver con esa estúpida entrevista? Hicimos todo lo posible para evitar que te atascaras ambos pies en la boca, pero los títeres sólo pueden hacer tanto... James sacudió la cabeza y puso los ojos en blanco. —No. Realmente no puedo hablar de eso. Ordenanza trece, al parecer. También podría causarte problemas.

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Millie sonrió torcidamente. —¡Qué noble de ti que te preocupes tanto por mi bienestar! ¿Puedes al menos contarme algo cuando todo haya terminado? —Supongo que sí. —James se encogió de hombros distraídamente, retrocediendo por el vestíbulo, ansioso por un momento a solas para leer la nota de Odin-Vann. —Si realmente quieres saberlo. Pero, puede que no sea lo que esperas. —Quiero saberlo, —dijo Millie con un gesto firme. —E imagino que es exactamente lo último que cualquiera de nosotros esperaría. Por eso tengo curiosidad. —¿Qué quieres decir? —James se detuvo, permitiendo que Millie se uniera a él en el centro del piso. —Eres James Potter, ¿cierto? —volvió a sonreír e inclinó la cabeza. Sus ojos eran muy azules, brillantes con algo como travesura en la penumbra del vestíbulo. —Fuiste a la Cámara de los Secretos después de Petra Morganstern, cuando secuestró a tu hermana. Estuviste en la máquina del Expreso de Hogwarts con el director Merlín cuando el tren casi se volcó por un acantilado, y ambos lo salvaron, junto con el resto de nosotros. Estabas justo ahí en medio de aquello en la Noche de la Revelación. —ella arqueó una ceja sardónicamente. —Parece que te metes en un montón de problemas, James, pero no suele ser de la variedad de detención. Francamente, estoy un poco celosa. —¿De mí? —James frunció el ceño, sorprendido. —Créeme, no querrías estar en el tipo de problemas en los que he estado. —suspiró rápidamente y pasó una mano por su desordenado cabello, agregando, —Y todavía estoy en uno, realmente. Millie dio otro pequeño paso más cerca, atrayendo a James hacia su mirada. —No estoy celosa de ti, tonto. Lo creas o no, ya no eres solo el hijo de Harry Potter. Cuando la gente habla de ti en los dormitorios y en las salas comunes, no cuentan historias sobre lo que ocurrió hace unas décadas con tu padre. Están hablando de las cosas que has hecho tú mismo. No lo sabes, ¿verdad? Hoy eres un personaje legendario. Ralph Deedle, Zane Walker, Rose Weasley y tú. —los ojos de ella se movieron a un lado y se alzó, peinándose un mechón de pelo rubio detrás de la oreja. —Es de ella que estoy un poco celosa. —¿Por qué? —preguntó James con incredulidad, frunciendo el ceño. —Su más grande trabajo parece ser el recordarnos constantemente cómo vamos a arruinar todo el

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universo al manipular cosas súper peligrosas y cómo ella podría ser mucho más inteligente y rápida haciendo la peligrosa operación en su lugar. Millie inclinó la cabeza irónicamente, sus ojos se encontraron con los de él otra vez. —Estoy celosa de Rose Weasley porque prefiero ser la que esté a tu lado cuando comience la próxima aventura. Y nunca te diría cómo arruinarías cualquier cosa. Excepto quizás a mí para cualquier otro chico. El ceño fruncido de James se volvió inquietante. Parpadeó ante su mirada azul brillante. Ella parecía estar apenas a unos centímetros de él en las sombras del vestíbulo. Podía oler su champú y una pizca de perfume. —¿Qué… quieres decir? En un susurro, ella dijo, —¿Necesito sacar a los Huffle-títeres y pedirles que te lo escriban? Y entonces se inclinó un poco hacia delante, levantando su barbilla a la suya, y lo besó. Era un beso ligero, más juguetón que romántico, en la comisura de su boca. Pero la súbita sensación de sus labios, cálidos y suaves, burlones y sensuales al mismo tiempo, explotó en su mente y cuerpo como mágicos fuegos artificiales, borrando todos los demás pensamientos. Se quedó aturdido mientras daba un paso atrás, sonriendo débilmente. —Ve a leer tu nota y presta atención a tu detención, —le espetó. —Pero cuéntame lo que estás tramando más tarde, si estás dispuesto. Quiero ser parte de ello. De cualquier manera que pueda. Si me lo permites. Detrás de ella, las puertas del Gran Comedor se abrieron de nuevo, arrojando un grupo de Ravenclaw, todos parloteando ruidosamente. La muchedumbre del almuerzo estaba levantándose, recogiendo sus libros y mochilas, preparándose para volver a las clases. Millie se volvió hacia atrás, probablemente para recuperar sus propios libros. Se perdió en la multitud después de solo unos pasos. James no se movió. Todavía podía sentir el lugar en la esquina de su boca donde Millie lo había besado. Hormigueaba como la magia. Inmediatamente, impotente, se preguntaba si la magia había estado involucrada de alguna manera. ¿Había usado algún brillo de labios ilícitamente encantado para aturdirlo? ¿Estaba ahora congelándolo en el lugar, convirtiéndolo en una estatua humana de asombrada sorpresa?

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Se miró a sí mismo. Podía moverse, después de todo. Torpemente, se dio la vuelta, volvió a levantar la mochila y corrió a través del vestíbulo hacia la escalera, recordando la nota de su túnica y la supuesta detención de Odin-Vann. De repente, todo parecía un poco menos importante. Tal vez incluso un poco divertido. Leía todo lo que el joven profesor había escrito, y probablemente con la ayuda de Rose (o de ¿Millie? El pensamiento de repente lo atormentó inmensamente) haría lo que fuera necesario. Millie Vandergriff, pensó, había hecho magia en él. Pero no era el tipo de magia que enseñaban en la clase de Encantamientos, ni siquiera en Defensa Contra las Artes Oscuras. Era la magia más antigua de un libro muy antiguo. Y al parecer, felizmente, no había ninguna defensa contra ese tipo de magia a pesar de todo.

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Capítulo 7 La Prueba a la que no faltó James finalmente abrió y leyó la nota en los minutos previos a su clase de Adivinación de la tarde, esperando solo al lado de la escalera que conducía hacia arriba a la perfumada y acolchonada aula de la Profesora Trelawney. Podía oír a la profesora moviéndose arriba, reorganizando cosas y canturreando desafinada para sí misma, emitiendo un débil tintineo con sus pulseras, collares y brazaletes. Rompió el sello y desenrolló el pergamino entre sus manos. Las palabras estaban escritas a mano y garabateadas, como si la escritura hubiese sido descuidada o apresurada.

Detención esta noche, 9 PM. Anfiteatro.

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Una sensación de alivio invadió a James, a pesar de la banalidad de la nota. Una horrible sospecha había surgido en él a medida que atravesaba los pasillos hacia la Torre Norte. Esa noche, había recordado, eran las pruebas de Quidditch. Como Deirdre y Graham habían reiterativamente recordado la Primera Noche, James había estado casi maldito todos los años con el hecho de no estar disponible para asistir a las pruebas (o fracasando miserablemente cuando lo hizo). Con eso en mente, se había amargamente convencido que la detención de Odin-Vann (y cualquier ineludible misión que conllevara) entraría en conflicto con su última prueba de Quidditch, completando su perfecto registro de faltas y fracasos. La detención de Odin-Vann a las nueve en punto, sin embargo, estaba felizmente alejada del horario programado para las pruebas. Tal vez fuera al campo distraído por lo que vendría después esa noche, pero al menos iría al campo, y eso era lo que importaba. Se preguntó por un momento por qué Odin-Vann había elegido el anfiteatro. Probablemente fuese porque el gran espacio abierto estaría completamente desierto, como solía ser cuando caía la noche. Si alguien aún permanecía por ahí (era, entre otras cosas, un sitio bastante popular para besarse, James lo sabía) Odin-Vann podía echar a los sorprendidos amantes rezagados. En la clase de Adivinación, Rose se sentó al lado de James y garabateó notas, ninguna de las cuales, James sabía, tenía mucho que ver con Adivinación. La Profesora Trelawney balbuceaba frente a su chimenea, arrojando pizcas de especias y tinturas en polvo en las flamas para crear explosiones de coloridas chispas, invitando a los estudiantes a “convocar un estado de trance y receptividad a la Piromancia.” James se sentía, como normalmente se sentía en las clases de Trelawney, el más receptivo que todos a una siesta. Barajó las dispersas Octocartas en la pequeña mesa frente a él, y luego se dio cuenta que Rose lo estaba mirando. Él la miró y ella apuntó sus ojos hacia sus notas, las cuales empujó ligeramente hacia él. Escrito al final en su prolija y pequeña letra, decía: ¿Anfiteatro esta noche? James asintió levemente. Rose usó su pluma para tachar su nota, y luego agregó dos palabras más: ¿¿Sin Ralph??

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James había observado lo mismo, por supuesto. Él se encogió de hombros y movió su cabeza. Rose lo asimiló sin cambiar la expresión. Dedicadamente, ella tachó esas notas también. James se permitió mirar el salón hasta divisar a Ralph sentado al lado de Trenton Bloch en un par de puff color vinotinto. Ralph se veía ridículo e incómodo, por supuesto, balanceando su cuerpo de matón en el cojín, el cual parecía a punto de romperse debajo de él. Su libro estaba equilibrado en sus rodillas, pero no le estaba prestando ninguna atención. Sus ojos estaban medio cerrados, y se cerraban más a medida que James lo miraba. La plateada insignia de Premio Anual brillaba en su túnica, tomando la luz del fuego y las flamas de todos colores. Tal vez eso era lo que estaba detrás de las sospechas de Ralph sobre Odin-Vann, y de su exclusión de la “detención” de esa noche. Quizás la posición de Ralph como Premio Anual lo hacía ver un poco demasiado institucional como para confiar en él con lo que sería probablemente un asunto extremadamente secreto. James lamentó la exclusión de Ralph. Y aun así se recordó a sí mismo que Ralph había, tan recientemente como la Primera Noche, expresado su profundo deseo de permanecer fuera de cualquier inesperada aventura durante su último año. Más tarde esa noche, James devoró su cena tan rápido como le fue posible, luego corrió por las escaleras hasta su dormitorio para cambiarse por unos vaqueros y una sudadera para afrontar el frío de la noche. Tomando su Centella Fugaz de debajo de su cama, apretó la escoba contra su hombro y marchó por los escalones, de a dos por vez. Él estaba decidido a llegar al campo temprano, y en esto, por primera vez, tuvo éxito. Debajo de un cielo oscureciéndose de azul a púrpura, una calma brisa agitaba el pasto del campo, el cual ya estaba lleno de estudiantes. Como James, la mayoría llevaba sus escobas colgadas sobre sus hombros, mientras que otros flotaban en ellas apenas sobre el pasto, congregándose en entusiastas círculos aéreos. Las gradas de las casas estaban llenas de observadores, algunos gritando y alentando alegremente entre ellos. En la grada de Gryffindor, James vio a la Profesora McGonagall ubicarse en un asiento junto a Neville Longbottom, quien vio la mirada de James y asintió envalentonándolo.

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Con una practicada maniobra, James dejó caer su escoba hacia adelante, permitiéndole caer y flotar al lado de él. La atrapó, arrojó una pierna sobre la misma, y taconeó hacia arriba, dejándola llevarlo hacia el frío aire. Divisando a Graham Warton y el grupo de Gryffindor reuniéndose a la sombra de la grada roja, James condujo para unírseles, haciendo una lenta vuelta alrededor de los aros. —Los de primero, —llamó Graham, llevando una mano a su boca. —Esta es su chance. Tomen su escoba, pónganla en el aire, y veamos si pueden dar una vuelta al campo. Las pruebas de los de primer año, James sabía, eran mayormente por tradición, desde que su propio padre había ganado un lugar en el equipo a los once años. Lo cierto, es que era extremadamente improbable que cualquiera de los estudiantes más jóvenes ganarán un lugar en el equipo, a menos que fueran sobrenaturalmente dotados. Sanjay Yadev estaba entre los pocos de los de primero que hizo el intento, y la mirada de terca determinación en su cara era inspiradora y un poco cómica. El chico arrancó y tuvo éxito en completar una única y veloz vuelta sobre el campo, eclipsando fácilmente a los otros tres. —Nada mal, —dijo Graham asintiendo. —Ahora veamos esquivando una Bludger. Una de las pelotas de cuero estaba atrapada debajo del pie de Graham, esforzándose y retorciéndose frenéticamente para liberarse. Graham levantó su pie y la pelota se proyectó al aire. Graham usó el bate en su mano para darle a la Bludger un golpe directo, dirigido a Sanjay, donde él giró hasta frenarse en medio del aire, repentinamente sorprendido. La Bludger se dirigió hacia el chico, emitiendo un suave zumbido a medida que giraba. Nervioso, Sanjay pareció intentar una finta por la derecha y la izquierda al mismo tiempo, aullando en repentino terror, y luego se apartó, levantando ambos brazos alrededor de su cabeza. La bludger golpeó la cola de su escoba, haciendo girar al chico. Secretamente, James le dio crédito a Sanjay por no haber sido completamente arrojado de su escoba.

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Los Gryffindor reunidos rompieron en aplausos y risas a medida que Sanjay se recuperaba y descendía al campo, sus mejillas rojas de vergüenza. —El próximo año, Yadev, —dijo Graham alentándolo. —Tienes el control. Ahora sólo necesitas ser golpeado un poco. Haz que tus hermanas te arrojen manzanas todo el verano. Acostúmbrate a que las cosas vuelen a tu cabeza a velocidades mortales. Si haces eso tal vez tengamos un lugar para ti. James sintió que su pecho se tensaba, sabía que ahora venía su turno. Miró alrededor y notó que, además de él, casi todos los que esperaban habían estado en el equipo el año anterior. Lily bajó en picada al lado de él en su confiable y vieja Shuriken y le brindó una sonrisa de lado. —Estás aquí, al menos, —ella comentó fingiendo sorpresa burlonamente. —Esa es una victoria, sea que entres al equipo o no. —Gracias, —James murmuró, apretando su agarre a la escoba. —No te preocupes, hermano mayor, —dijo ella, bajando su voz. —Lo harás bien. Te dejaré marcar un gol si tú quieres. James se sintió tentado por un momento, pero meneó su cabeza. —No. Necesito ganarme esto. No me hagas ningún favor. Lily asintió y se inclinó hacia adelante, propulsándose hacia los aros tan rápido que su capa flameó detrás de ella como una bandera. James tomo un gran respiro, lo contuvo, y se lanzó hacia arriba también, reuniéndose con el espiral de jugadores que estaban sobre su cabeza y haciendo su mayor esfuerzo para olvidarse de los observadores de las gradas y de la confusión de los otros equipos mientras conducían sus propias pruebas todo alrededor. A medida que el campo se alejaba y el viento de la noche surcaba por su pelo, la tensión en el pecho de James era lentamente reemplazada por una especie de deseosa serenidad. Después de todo, sabía lo que estaba haciendo. Lily tenía razón: había llegado al campo. Extrañamente, el desafío más difícil ya había terminado. Todo lo que tenía que hacer ahora era demostrar lo que sabía. Y a pesar de la tardía afinidad a montar escobas (después de todo, no era una skrim), él ahora sabía mucho.

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A medida que el cielo nocturno se cerraba de azul a índigo oscuro, James realizó sus vueltas, cada una más veloz que la otra, pasando centelleando los aros mientras Lily aplaudía y lo alentaba. Esquivó y fintó a medida que Graham bateaba Bludgers hacia él, y para gran sorpresa y alivio de James ni una sola hizo contacto. Realizó tres tiros al aro a medida que Deirdre le arrojaba Quaffles. Falló uno, otro rebotó contra el palo de la escoba de Lily, cuando ella giró para rechazarlo, y el tercero atravesó limpio, perfectamente ubicado entre sus manos extendidas. Finalmente, ya que James se estaba probando para Buscador, Graham liberó una Snitch, dejándola largarse en picada y espirales hacia el cielo nocturno, saliendo disparada como una libélula dorada en la agónica luz. James la persiguió, sabiendo que tenía escasos segundos antes que la pequeña pelota alada se perdiera entre el resto de los arremolinados jugadores de los cuatro equipos. Él se metió y fintó entre los jugadores de Slytherin y Ravenclaw, quienes le gritaban con fastidio mientras pasaba. Apenas evadió una colisión con Julien Jackson en medio del aire, dejándose caer por debajo de ella como una piedra antes de elevarse nuevamente, lanzándose en picada para encontrar la Snitch cuando pasaba por sobre el hombro de ella. Vagamente, James notó que alguien más estaba rastreando junto a él, imitándolo como un espejo. —¿Debería dejarte lograr esto? —dijo una voz familiar, esforzándose para mantener la calma pero burlonamente jovial. —¿O la atrapo ahora y te evito futuras vergüenzas? James no podía pensar en ninguna respuesta para su hermano corriendo a su lado, casi hombro con hombro, también rastreando la Snitch. La pelota dorada se sumergió y giró descendiendo como un misil. James se zambulló, conduciendo su escoba directamente hacia abajo tras la misma, determinado a atraparla aunque eso significara estamparse contra el campo. Albus chilló y arremetió para seguirlo. James alcanzó, esforzándose, casi trepando por el extremo de la escoba, y sintió las alas de la Snitch batiendo entre sus dedos. A su lado, Albus interrumpió la persecución a medida que el suelo bajo ellos ascendía fatalmente. En el último segundo posible, James cerró su puño sobre la Snitch y se tiró hacia atrás en su escoba, empujándola hacia arriba con todas sus fuerzas. La fuerza de frenar

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su movimiento lo hizo sentirse pesado como una roca. Sus piernas desequilibradas debajo de él y sus zapatillas casi saltan de sus pies antes de que el implacable suelo del campo ascendiera golpeándolas de regreso a sus pies. Sus talones estallaron contra el suelo, pero en lugar de estrellarse, los pies de James patinaron sobre la tierra, levantando chorros de barro y pasto tras de sí, antes de elevarse nuevamente en el aire, lentamente a medida que la gravedad desistía reluctante. Estaba jadeando, su pelo salvaje y agitándose, sus ojos tan grandes y vidriosos como bolas de cristal. La Snitch estaba atrapada en su puño tan fuertemente que James se preguntó si necesitaría aflojar sus dedos uno por uno. Remotamente, se percató del sonido de vítores y risas. —¡Pensé que de seguro te ibas a estampar hasta quedar chato como un plato! — gritó Deirdre, elevándose al lado de James y palmeándolo en la espalda. —¡Esa fue la maniobra más riesgosa y brillante que jamás haya visto! El resto del equipo su reunió alrededor a medida que James se desplazaba y aterrizaba cerca de la grada de los Gryffindor. Apenas podía creer que había logrado atrapar la Snitch. Cuando sus pies tocaron el pasto nuevamente, se obligó a abrir su puño, revelando la deteriorada pelota dorada y sus alas enrolladas. Una casi estridente voz femenina habló alto desde las cercanas escaleras de la grada. —No sé si estoy más impresionada por su resolución o preocupada por su falta de sentido de auto-preservación, —comentó la Profesora McGonagall, —pero permítame recordarle, Sr. Potter. Es sólo un juego. James asintió ligeramente hacia la profesora mientras ella lo miraba y luego giró y se fue, siguiendo al resto a medida que se dispersaban felizmente en la noche. Una mano arrebató la Snitch de la palma de James. —Por más que odie decirlo, — dijo Graham, arrojando un brazo alrededor de los hombros de James. —McGonagall tiene razón. Una maniobra brillante es una cosa. Pero si te matas en el primer tiempo fuera, estaremos con la necesidad urgente de un buscador por el resto de la temporada, ¿no? James miró a un lado hacia Graham, y vio que, a pesar de sus aparentes preocupaciones, él estaba sonriente con un casi disimulado entusiasmo.

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Un tanto sin aliento, James preguntó, —Entonces, ¿Entré en el equipo? Graham se giró repentinamente serio y se encogió de hombros, alejándose para ubicar la Snitch en su lugar en el maletero de Quidditch. —Escribiré la lista esta noche y haré el anuncio oficial en algún momento mañana. Tengo mucho que considerar. Pero hiciste una gran demostración. Una muy buena demostración realmente. James quería presionarlo para conseguir una respuesta en ese momento, pero sintió que sería inútil. O estaba disfrutando estirar el suspenso, o realmente no sabía si James entraría al equipo. De cualquier forma, no tenía sentido intentar arrebatarle una respuesta en ese momento. —¡Muy buena esa, James! —dijo Lily, chocando a James con su hombro mientras pasaba, impulsándolo junto con ella. —Por un momento, pensé que terminaría como hija única. Francamente, podía verle el lado positivo a eso. El resto del equipo se reunió jovialmente a medida que la multitud se retiraba del campo hacia el iluminado castillo. Muchas manos palmearon a James en la espalda y alborotaron su sudado pelo, muchas voces lo felicitaron por su increíble, sino maniaco, desempeño. Y a medida que James se les unía, feliz de ser, al menos por el momento, absorbido por la camaradería del equipo, pensaba que probablemente le debiera un secreto agradecimiento a Albus. Sea que su hermano lo haya hecho intencionalmente o no, su intento de fastidiarlo robándole la Snitch resultó en todo el impulso que James necesitó para arriesgar su vida y un miembro para ganárselo. Si James finalmente lograse entrar en el equipo, lo habría logrado gracias a su propio mérito, valor y determinación. Pero no habría dudas que sería la rivalidad entre hermanos la que terminó de cerrar el trato. De regreso en la sala común, las festividades de la noche se encontraban a toda marcha, entre que el día siguiente era sábado y que las cabezas de todos estaban llenas de Quidditch y la alegría por el fin de semana. James intentó adoptar un aire de desalentadora hosquedad, ya que eventualmente guardó su escoba, pasó un peine por su salvaje cabello, y se dirigió al agujero del retrato para su “detención”. Rose se reunió con él allí, luciendo igualmente malhumorada. Pero cuando ambos finalmente salieron, dejando atrás el alboroto y cálido resplandor de la sala común, sus humores cambiaron

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completamente. Se precipitaron jadeantes por los pasillos y bajaron por las escaleras, haciéndose camino hacia la lejana esquina del castillo y los arcos que llevan al anfiteatro exterior. Cuando finalmente llegaron, las enormes puertas estaban abiertas, conduciendo a una depresión natural semicircular cubierta de asientos de piedra, todos descendiendo y arqueándose alrededor del escenario que se encontraba en el fondo. James había participado en varios eventos allí, entre los cuales no era el menos importante su propia presentación como Treus en una producción de Estudios Muggles del clásico mágico, El Triunvirato. Al

contrario

de

esas

veces,

sin embargo, el

anfiteatro

estaba

inquietantemente vacío, silencioso y escasamente relleno con las primeras hojas de otoño. Las nubes se repartían por el cielo estrellado, ocasionalmente bloqueando la luna llena y proyectando negras sombras en el anfiteatro, y en el bosque de más allá. Donofrio Odin-Vann llegó poco después de las nueve, encontrando a James y Rose esperando en la fila trasera, acurrucados en el frío nocturno. —Bien, —dijo en una silenciosa voz, mirando alrededor para asegurarse de que realmente estuvieran tan solos como creían. La única luz era el lateado resplandor de la luna y una estrecha franja dorada que provenía de las puertas abiertas del castillo. —Me disculpo por la artimaña que me vi obligado a utilizar para traerlos aquí. Ostensiblemente, deberían limpiar los pasillos esta noche, recogiendo viejos papeles de golosinas y programas. Pero en realidad, tenemos un asunto mucho más importante que atender. —Sin Ralph, —dijo Rose, parándose y haciéndose la desentendida. Odin-Vann parpadeó como si no hubiese entendido inmediatamente de quién estaba hablando. —Ah. Sí. Sin el Sr. Deedle. Sólo seremos necesarios nosotros tres esta vez. Llevar a alguien más sería incrementar el riesgo de ser advertidos. —hizo una pausa y miró de Rose a James. —Ustedes no creerán que lo excluí deliberadamente por sus comentarios de la otra noche, ¿no? James se paró también, sacudiendo hojas muertas de su vaquero. —Bueno. La idea pasó por nuestras mentes. —Confío en ustedes tres tanto como en cualquiera de ustedes individualmente, — dijo Odin-Vann enérgicamente. —Lo que es, debo admitir, exactamente tanto como la

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necesidad demanda, y un poco más. Esta es realmente una tarea peligrosa, como muy correctamente señaló el Sr. Deedle. Siéntanse libres de contarle la misión de esta noche si lo sienten tan necesario. Yo no se los voy a impedir, y probablemente será lo mejor mantenerlo al tanto para acelerar las cosas en caso de futuros acontecimientos. Pero créanme, no incluirlo esta noche es una cuestión exclusivamente pragmática. —¿Entonces de qué se trata? —preguntó Rose, bajando su propia voz pero incapaz de esconder su expectación. —Cierto, —dijo Odin-Vann nuevamente, mirando alrededor las hileras de oscuros, y vacíos asientos. James notó que el hombre estaba casi crepitando de nervios. —Esta noche, ayudaremos a Petra a lograr el primer y más vital componente de su plan para reemplazar el Hilo Carmesí. La familiar sensación de desasosiego cayó sobre James nuevamente, la mezcla de esperanza y reluctancia que sentía cada vez que consideraba la misión de Petra. —¿Qué parte es esa? Odin-Vann lo miró directamente. —Debemos colectar el Hilo Carmesí simbólico que fue dejado en el Mundo Entre los Mundos. Sin eso, Petra no puede asumir completamente su rol de Morgana. Rose parpadeó rápidamente hacia el profesor. —¿Debemos atravesar la Cortina del Nexo? ¿Debemos visitar el lugar donde Morgana, la Petra malvada, y Judith se escondieron y planearon su ataque con el F.U.L.E.M. contra el tío Harry y Titus Hardcastle? —su tono fue aún más bajo, desbordando de temor y embriagadora excitación por igual. —Bueno, sí y no, —Odin-Vann asintió vagamente. —Usted no irá, en realidad, Srta. Weasley. Pero realizará tal vez la tarea más importante de todas. Rose lucía desconcertada pero no objetó, al menos no todavía. Odin-Vann continuó, cambiando hacia James. —Según Petra, James, tú tienes en tu posesión un útil mapa singular de los terrenos del colegio. ¿Es eso correcto? —¿El Mapa del Merodeador? —confirmó James. —Sí, todavía lo tengo. Mi Papá me permite usarlo desde hace dos años para mantener un ojo en Lily y Albus, para

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asegurarme de que ellos no se escabullan los fines de semana en Hogwarts antes de que se les permita. Aún está escondido en el fondo de mi baúl. —¿Y una particularmente poderosa capa de invisibilidad? —Odin-Vann ladeó su cabeza, sus ojos casi centelleando con interés. —Ah, no, —admitió James, dejando caer sus hombros. —Intenté, pero Papá la mantiene segura y escondida en casa. Causó demasiados problemas en las manos equivocadas. Podría decirse que él no confía en mí cuando se trata de la capa. Odin-Vann presionó sus labios formando una delgada línea y asintiendo secamente. —Oh, bien. No hay problema. El Mapa es la herramienta más importante para lo de esta noche. ¿Puedes dárselo a la Srta. Weasley? James asintió y miró a Rose. —Por supuesto. —Excelente, —continuó Odin-Vann, mostrándose decidido. —Su trabajo, entonces, Srta. Weasley, será vigilar el Mapa esta noche. Requerirá que esté despierta todo el tiempo hasta el amanecer, pero es esencial que se mantenga alerta. Rose miró profundamente decepcionada. —¿Quiere decir, que me quedo aquí? Odin-Vann asintió pacientemente. —Necesito que se quede y actúe de centinela. Es un deber absolutamente esencial. Debe mantener un ojo en el director en todo momento. Asegurarse que se mantenga dentro del castillo. Y si no fuera así, si desaparece del Mapa, incluso sólo por un momento, debe hacérnoslo saber de alguna forma. —Los Patos Proteicos, —sugirió James, mirando a Rose. —Yo tomaré el mío. Si Merlín abandona el castillo, tú puedes enviarme un mensaje. Pero, —se giró hacia OdinVann. —¿Por qué nos preocupamos por Merlín? —Porque noble como probablemente sea, —Odin-Vann suspiró reluctantemente, — Él, como todo el mundo mágico restante, intentará capturar y detener a Petra. Pero al contrario del mundo mágico restante, él podría ser capaz de lograrlo. Rose estuvo de acuerdo con obvia reluctancia. Ella nunca había estado en el Mundo Entre los Mundos, y James sabía que su curiosidad sobre el mismo debería ser casi abrumadora.

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Por el otro lado, como ambos sabían, era donde su prima Lucy había muerto. James tenía la sensación de que esa era la principal razón por la que Rose no presionó más duramente para ir. —¿Qué hay de mí? —preguntó James. —¿Empezaremos en Alma Aleron? ¿Petra nos encontrará allá? ¿Zane está involucrado?—con ese pensamiento, un golpe de nerviosa emoción despertó en él. —¿Por eso es que ella lo contactó, no? ¡Intenté preguntarle sobre el tema, pero ha estado fuera cada vez que pruebo contactarlo con el Espejo! Odin-Vann estaba sacudiendo su cabeza. —Todos esos detalles se aclararán pronto. Tu trabajo, James, es hacer exactamente lo mismo que hiciste hace unas semanas, cuando te nos apareciste a Petra y a mí. Tu trabajo es viajar hacia ella a través de la conexión que aparentemente poseen. Ella ha abierto su extremo. Te espera. —¿Quieres decir, —dijo James, desinflándose ligeramente. —Que mi tarea es… irme a la cama? Odin-Vann se encogió de hombros. —Como sea que lo hayas logrado antes, hazlo de nuevo. Yo tengo permitido dejar el castillo. Ustedes no. Pero tú puedes hacer tu propio camino hasta Petra, parece. Hazlo esta noche. Si funciona como creo que lo hará, viajarás hacia donde Petra se encuentre, sin que nadie sepa que siquiera has dejado tu cama. Logra eso, y el resto se logrará solo. James no se sentía ni remotamente seguro de su habilidad para lograr la tarea, al contrario de Odin-Vann, pero asintió lentamente mientras su mente daba vueltas. Rose estaba claramente disconforme con el plan, pero no parecía proclive a discutirlo, al menos no con el propio Odin-Vann. Con su tarea concluida, por el momento al menos, los tres regresaron al cálido resplandor del castillo. —¿Entonces, cada uno tiene claro su rol? —Odin-Vann susurró, haciendo una pausa debajo de uno de los faroles colgantes. James se encogió de hombros. —Lo haré lo mejor que pueda. Odin-Vann estudió su cara atentamente, y luego asintió. —Dame una hora. Y luego, sólo ve a dormir. Petra hará más que permitirte atravesar. Ella te convocará. Funcionará. Sólo estate preparado.

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James no estaba del todo seguro de qué significaba estar preparado bajo estas circunstancias, pero asintió de todas formas. Odin-Vann partió en el siguiente corredor. James y Rose continuaron, cada uno perdido en la densa niebla de sus propios pensamientos a medida que regresaban a la sala común. Afuera del agujero del portarretrato, Rose detuvo a James y susurró, — ¿Confías en él? James parpadeó. Entre sus mezcladas preocupaciones y emoción por el plan de esa noche, no había ni siquiera considerado la pregunta. —Yo… creo que sí. No veo muchas razones para no hacerlo. Rose asintió lentamente, sus ojos vagando. —Tienes razón, supongo. Petra confía en él, aparentemente, aun así… —Te traeré el Mapa, —dijo James, asintiéndose a sí mismo. —Y tal vez puedas hechizarme con un encantamiento de sueño antes de que suba. Me siento tan lejos de dormirme en este momento como jamás lo he estado. Rose coincidió y los dos atravesaron el agujero del retrato, cada uno lleno de sus propio caldo de emoción y preocupación. La sala común todavía estaba medio llena de estudiantes. Las paredes resonaban con ruidosas charlas y el crepitar de la chimenea. Casi nadie notó que los dos estudiantes regresaron. James corrió escaleras arriba para tomar el Mapa. Cuando regresó, encontró a Rose sentada en el asiento del amor bajo la ventana con Scorpius. Podía asegurar por la inclinación de sus cabezas que ella le había contado lo que estaba sucediendo. James no estaba seguro de cómo se sentía al respecto, pero si eso significaba que Scorpius ayudaría a Rose a mantenerse despierta toda la noche, quizás era lo mejor. Al menos significaba que no estaban peleando por el momento. Scorpius miró a James mientras se aproximaba. James le pasó su mochila a Rose. Dentro estaba el Mapa del Merodeador. —No olvides tomar tu Pato, —comentó Scorpius, arqueando una ceja a James. — Asumiendo que realmente puedes llevarlo.

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—Creo que puedo, —asintió James. —La última vez traje conmigo algo de la mugre del lugar al que fui. Creo que puedo llevar cualquier cosa que tenga conmigo. Mi mayor problema es conseguir dormirme. Scorpius encogió los hombros. —Rose es un lujo haciendo encantamientos de sueño. Probablemente colapses en las escaleras antes de llegar a los dormitorios de primer año. Saluda a tu ridículo amigo Estadounidense, seguramente lo veas. James sonrió cuando pensó en Zane, aun bajo las circunstancias. Scorpius pretendía que no le agradaba el rubio norteamericano, pero James lo conocía mejor. Dondequiera que Zane y Scorpius no fuesen completamente opuestos, eran extremadamente parecidos. —Le daré todo tu amor, —acordó. Los tres dejaron pasar una desconsoladora media hora mientras la multitud de la sala común lentamente disminuía. James estaba ansioso de ponerse en marcha, asumiendo que el plan funcionaría, pero intentando obedecer el cronograma de OdinVann tanto como su paciencia se le permitiese. Finalmente, se paró y admitió no poder esperar más. Rose asintió, extrajo su varita subrepticiamente del bolsillo de su vaquero y la dirigió a James, murmurando algo bajo su respiro. Visiblemente nada sucedió, pero James se tambaleó hacia atrás un paso como si algo suave lo hubiese golpeado en el pecho. Parpadeó y una ola de placentero mareo cayó sobre él. —Vete ya, —ordenó Rose urgentemente. —Scorpius tiene razón. Estarás soñando en las escaleras si no te apuras. James se giró y se hizo camino rumbo a la entrada del dormitorio de los varones. El suelo parecía reclinarse suavemente debajo de él, atrayéndolo de manera que golpeó el borde de la puerta con su hombro. La sensación era envolvente, casi placentera. Las escaleras se sentían más empinadas que lo usual. Él se inclinó hacia adelante y usó sus manos para impulsarse hacia arriba por los escalones, estabilizándose y apurándose, casi cayendo sobre sus pasos. El hechizo de sueño de Rose era en efecto inmensamente fuerte.

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Casi olvidó tomar su Pato, prácticamente se lanzó sobre la cama completamente vestido antes de recordar ese último detalle. Él tanteó en su baúl abierto, sintiendo más que mirando. Sus dedos se aferraron a la suave goma y lo apretó contra su pecho, dándole al Pato un apretón accidental. —¡Tonto payaso! James medio cayó, medio gateó sobre su cama, su cabeza dando vueltas amablemente, ya sumiéndose en una fuga somnolienta. Su último incoherente pensamiento fue que el Pato en sus manos era una Quaffle. Él estaba volando por el campo de juego durante la noche, preparándose para marcar, pero el aro ya no estaba resguardado por Lily. Ahora, extrañamente, estaba protegido por la figura de Donofrio Odin-Vann, quien abría sus brazos para detener el tiro. Mientras lo hacía, su capa se esparcía ampliamente como las alas de un dragón, completamente negras, cubriendo el mundo entero. James caía en la oscuridad, aún sosteniendo el Pato-Quaffle en su pecho, y la oscuridad lo succionaba. Lo atravesaba primero como viento y luego como un vendaval ciclónico, y finalmente como agua asfixiante, compacta y veloz, arrastrándolo impotente cada vez más rápido, atravesando la bruma del encantamiento de sueño de Rose con una estacada de repentino temor. Luchando

contra

la

turbulenta

oscuridad,

finalmente

la

atravesó,

jadeó

inmediatamente y se sentó. Ya no estaba en su cama en la Torre de Gryffindor. En su lugar, él estaba sentado en un colchón de fresco pasto debajo de un oscuro cielo nocturno. Una enorme forma estancada a su lado. James parpadeó hacia ella, aún aturdido, sabiendo que debería reconocer la forma pero no siendo capaz de hacerlo. No fue hasta que la voz habló a su lado, sorprendiéndolo fuertemente, que todo empezó a tener sentido. —Shsh, ¡James! —la voz de Zane chilló llena de conmocionada urgencia. —¿Estás bien? ¿Eso, como que dolió? —¿Qué quieres decir? —preguntó James, agarrando su cabeza como manteniéndola en una pieza. Se giró para ver a Zane en cuclillas a su lado. Escudriñando más allá del muchacho rubio, preguntó, —¿Es esa la Mansión Apolo?

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—Esa misma, —contestó Zane distraídamente, inclinándose para examinar a James. —En serio, ¿Estás bien? Caíste de la nada como un cometa, ¡golpeaste el suelo lo suficientemente fuerte como para hacer temblar las ventanas! La cabeza de James se estaba despejando lentamente. Con la ayuda de Zane se irguió sobre sus pies inestablemente. —Estoy bien. Creo. Un placer verte, amigo. ¿Realmente estoy aquí? ¿Alma Aleron? Zane se encogió de hombros. —Tanto como yo, mírame. Creo que dejaste caer tu Pato. James miró alrededor y vio el Pato de hule tirado a unos pocos pies en el pasto. Lo recogió y metió en su bolsillo. Tomándose un momento para mirar alrededor, finalmente reconoció la gran Mansión Apolo, hogar de la casa Pie Grande. Aún estaba ubicada sobre la Colina de la Victoria con vista al cuadrilátero y al enorme bloque que era la Residencia de Administración, con su imponente Torre del Reloj. De acuerdo a este, la hora local era apenas pasadas las seis de la tarde. La única gran diferencia en la escena desde la última vez que James había estado allí era la ausencia de la rota estatua Hombre Lobo, la cual hacía tiempo había sido removida ahora que el anormal reinado de victorias en el torneo de Clutchcudgel de los Lobos había sido finalizado. Regresando a Zane, dijo James agotado, —Es bueno estar de regreso, incluso si es sólo por poco tiempo ¿Pero cómo se supone que haremos esto? No podemos simplemente abrir la Cortina del Nexo como lo hicimos la última vez, ¿no? La casa tiene que estar vacía, para empezar. Zane lo miró ligeramente herido. —Como si no pudiera realizar la simple tarea de despejar la casa por una noche. Sólo les dije que el lugar había sido repentinamente infectado con caracoles Streeler. —él balanceó su cabeza y miró hacia atrás a la austera y maciza fachada de la Mansión Apolo. —Principalmente porque yo la infecté con caracoles Streeler, —agregó haciendo un ademán. —Pero no fue difícil sacar a todo el mundo. Esta noche es el primer partido de Clutch entre los Pie Grande y los Vampiros. Los caracoles eran sólo un seguro. Se supone que los elimine mientras todos están afuera. No hay problema. La Cortina del Nexo funciona como un portal para todos los seres vivos desde los cimientos para arriba. Espero que esas viscosas y venenosas pequeñas bestias estén felices en su nueva casa en el M E M. —dijo luciendo un poco melancólico.

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James asintió. —¿Entonces, tú tienes la herradura? —la herradura de plata, James sabía, era la llave que abría el portal dimensional, convirtiendo toda la casa en un portal. Zane asintió y tanteó el bulto en el bolsillo de su vaquero. —Probablemente no debería cargarlo así, ¿no? —dijo en un afónico susurro. —¿Quién sabe qué clase de radiación trans-dimensional emite esta cosa, eh? Ah bueno, o hará que no pueda tener hijos, o si los tengo los hará mutantes con súper poderes. Debería empezar a pensar posibles nombres de súper héroes. —¿Dónde está Petra, —preguntó James, mirando alrededor. —u Odin-Vann? ¿Ya lo has conocido? Un tipo alto y flaco con una pequeña y puntiaguda barba de chivo. —Petra está adentro, —asintió Zane hacia la mansión nuevamente, poniéndose serio. —Junto con Izzy. Ellas deben mantenerse completamente fuera de vista hasta el último momento. El otro tipo está ahí también. —¿Izzy está aquí? James parpadeó. Sabía que debería haberlo imaginado. Petra raramente iba a algún lado sin su media hermana, a quien protegía intensamente. Zane asintió. —Ellos estaban hablando sobre qué sería de ella una vez que Petra pasase a la dimensión de Morgana. Creo que ese tipo Odin-Vann tiene intenciones de hacerse cargo de ella. Adoptarla, tal vez. La cabeza de James dio vueltas por un momento. No podía si quiera imaginar que Petra abandonase a Izzy, pero por supuesto sería imposible hacerlo de otra forma. La Izzy de esa otra dimensión, infortunadamente, estaba muerta. En ese momento, la puerta de la mansión Apolo se abrió. Donofrio Odin-Vann salió, seguido por una delgada, joven mujer en vaqueros y un vestido tipo jumper verde pálido, su brillante pelo oscuro recogido en una cola de caballo. Al verla, todo el aire pareció ser succionado de los pulmones de James. El color se desvaneció de todas las cosas del mundo excepto de la joven mujer a medida que ella descendía hacia la luz, encontrando sus ojos, sonriendo hacia él, ligeramente, pero con genuino afecto. Ella se aproximó a él, lo alcanzó, tocó sus hombros. Y luego se estaban abrazando. Fue un breve reencuentro, pero monumental en la mente de James. No había tocado en

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años a Petra. Sólo la había visto una vez, brevemente, en la noche que ella había creado su Horrocrux. En su corazón, ella se había vuelto algo casi místico, un ícono imponente de amor sin esperanza e inminente tragedia. Y aun así ahora, finalmente, allí estaba parada frente a él, en sus brazos, media cabeza más baja que él. Su pelo olía a lavanda. El agarre de sus brazos era fuerte, cálido y en última instancia, humano. Y luego lo estaba soltando, retrocediendo, mirando hacia él. —Lo siento, —dijo. Él sacudió la cabeza, sin palabras. ¿Estaba ella disculpándose por la forma en que recientemente lo bloqueaba, cerrando su extremo de la conexión que compartían? O ¿Por incluirlo en esta misión posiblemente peligrosa? James no podía saberlo. Posiblemente ambas. O tal vez ella se disculpaba por algo completamente diferente. —Deberían irse ya, —dijo Odin-Vann. —Tenemos muy poco tiempo. James frunció el ceño, finalmente desprendiendo su mirada de Petra. —¿Quieres decir… que no vienes? Odin-Vann asintió y expulsó un breve y pesado suspiro. —Yo sería de poca ayuda en donde van. Mi misión es quedarme aquí. Mantendré a Izzy a salvo, y vigilaré la casa. Si alguien se acercara mientras están en el Mundo Entre los Mundos, tendré que remover la llave herradura. Los despacharé por cualquier medio que sea necesario y la recolocaré una vez que la costa esté despejada. Había algo desconcertante en la forma en que Odin-Vann hablaba y evitaba contacto visual, pero James no lograba identificar qué. —¿Dónde estará Izzy? —preguntó Zane, sacando su varita del bolsillo. Petra contestó, —Ella está en la sala de juego del sótano. El sótano no es parte del portal. Allí estará a salvo con el Armadillo y Don afuera. Y tiene su muñeca con ella, Betsy. James asintió dubitativo. Era raro escuchar que se refirieran al profesor como Don, pero él supuso que así era como todos sus amigos y compañeros lo llamaban. Zane sacó la herradura del otro bolsillo de su vaquero y se la entregó a Odin-Vann, quien la aceptó reverentemente. Él se dirigió hacia la piedra angular y la forma grabada

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que, James sabía, encaja perfectamente con la herradura. El joven profesor miró hacia atrás por sobre su hombro. —¿Tienes tu medio de comunicación con la Srta. Weasley? —le preguntó a James. James asintió, tanteando el Pato metido en su bolsillo. —Ustedes dos tienen un deber muy importante, —dijo Odin-Vann, mirando a James y Zane significativamente. —Un serio deber más importante que cualquier otra tarea en la Tierra en este momento ¿Los dos conocen la verdadera fuente de los poderes de Petra? James lo sabía, pero no había notado que Odin-Vann también. Él asintió, un poco inseguro. Odin-Vann continuó, más decidido de lo que nunca lo había escuchado hablar James. —Petra es una hechicera. Posiblemente no haya otra como ella en toda la historia. El poder de un hechicero deriva de un elemento natural. Petra es la primera de su clase: su elemento es la ciudad. A donde van, no necesito recordarles: no hay ciudades. Nunca las hubo, y nunca las habrá. Mientras ella esté ahí, estará en su punto más débil, recurriendo sólo a su poder almacenado, como una batería Muggle. Ustedes dos serán su protección. Ustedes son magos. Llevan su poder con ustedes. Úsenlo bien. Encuentren y recojan el hilo carmesí simbólico. Y tráiganlo junto con ella a salvo aquí ¿Entendieron? —Entendieron, Don, —dijo Petra. Ella colocó un brazo alrededor de cada una de las cinturas de Zane y James, apretándolos. —Estos dos serán mis caballeros en brillantes armaduras, al menos durante la siguiente hora. Ya abre el portal. Como dijiste, no tenemos mucho tiempo. Odin-Vann aún miraba a Zane y James, girando la herradura una y otra vez en sus manos. James tuvo tiempo de preguntarse: si la tarea de proteger a Petra era tan importante, ¿Por qué no se encargaba el mismísimo profesor? Recordó sus sospechas sobre el profesor, sobre cómo parecía estar mágicamente bloqueado cuando estaba bajo presión. Era casi como si la presión lo rebajara hasta la impotencia, convirtiéndolo temporalmente en un squib ¿Era eso por lo que estaba eligiendo no ir, quedándose para realizar la más trivial tarea de salvaguardar la casa?

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Finalmente, Odin-Vann se alejó y se aproximó a la enorme y reunificada piedra angular de la mansión Apolo. Petra caminó hacia la puerta nuevamente, llevando a Zane y James con ella. —Lo siento, —dijo nuevamente, mirando a los lados a ambos chicos, primero a Zane, y luego a James. Pero luego sonrió y agregó, —Pero realmente es bueno estar juntos otra vez con ustedes dos granujas. Díganle a Ralph que estoy decepcionada de que no esté aquí también. Y a Rose, también. James asintió indicando que lo haría. Un momento después, una ráfaga de cálida luz estalló desde la mansión Apolo, silenciosa pero cegadora, atravesando cada ventana, cerradura, y grieta de la puerta, incluso desde el cuello de la chimenea. Petra se tensó, se enderezó, y luego agarró las manos de James y Zane a cada lado, apretándolas. Juntos, los tres dieron un paso hacia adelante. La puerta de la mansión Apolo se abrió a su propio ritmo, revelando un resplandor de colores, todos fusionados en algo medio dorado-rosado, ejerciendo una sutil fuerza contra sus cuerpos mientras simultáneamente los impulsaba hacia adentro. Como si fueran uno, contuvieron su respiración, se pararon sobre el umbral, y desaparecieron del mundo que conocían.

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Capítulo 8 El Hilo y el Broche Absolutamente nada había cambiado desde la última vez que James había estado en el Mundo Entre los Mundos. Lo percibía no sólo porque lo viera, sino por algo más profundo y más presente en su mente y su corazón. Recordaba que alguien había comentado durante su visita previa: el tiempo no toma tiempo aquí, eso dicen. Deseó que no hubiera sido Lucy quien lo dijo. Pensar en ella volvía su corazón tan frío y pesado como una piedra. Silenciosamente, James condujo el camino fuera de la cueva del portal que ascendía y se curvaba por las escaleras talladas sobre la mismísima roca del desfiladero. Debajo de ellos, las olas grises como el hierro chocaban contra el acantilado, elevando una niebla opaca. Eran exactamente las mismas olas que la vez anterior, aún sin ser vistas

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por otros ojos humanos. El viento estaba tieso pero sin sabor a sal, extrañamente muerto para los sentidos. Luego de algunos minutos de ascenso (aunque pudieron haber sido horas o incluso días, considerando la banal atemporalidad que envolvía el terrible lugar) la escalera de piedra giraba hacia una amplia planicie, cubierta de un silencioso pasto amarillo. Al final de la meseta se erguía el castillo negro, sus torres y torretas arañando el cielo, sus profundas y altas ventanas observando como cientos de ojos conmocionados. James tomó la mano de Petra con su mano izquierda, teniendo su varita lista con la derecha. A pesar de todo, se deleitó al tocarla. Era efímero, y pronto lo dejaría para siempre, pero por el momento se impregnó del indescriptible confort de sus dedos entrelazados, guardando el sentimiento en su memoria. Los tres caminaron en silencio por algún tiempo, acercándose al castillo. A pesar de sus amenazantes torretas y oscuros muros de piedra, no tuvo ningún presentimiento esta vez. Al contrario de su última visita, el castillo ahora estaba completamente vacío. Además, ahora también conocía su historia. El castillo había sido construido como una ruta de escape por amigos de un particular viajero inter-dimensional y su compañero unicornio, ambos habían sido víctimas de malvados magos y brujas del mundo de los humanos. Era la herradura de ese unicornio, hace tiempo extraída de sus huesos, la que había hecho su viaje posible. El castillo era una especie de estación de paso, repleta de portales mágicamente impulsados para llevar a cualquier viajero de regreso a su dimensión originaria. Esto, los constructores insinuaron implícitamente, era preferible al riesgo de interactuar con aquellos que habían asesinado al Jinete y su Montura. —Ese cielo, —finalmente dijo Zane, manteniendo su voz baja en la invariable luz de medio día. —Parece un bol gigante sacado de lugar y girado sobre el mundo. —No hay estrellas en ese cielo, —acordó Petra con un escalofrío. —Nunca obscurece. Nunca hay un amanecer o un ocaso. Es sencilla y eternamente invariable. — Apretó la mano de James, —Apurémonos y terminemos con esto. El castillo se acercaba con molesta lentitud. El viento susurraba en el pasto, y el sonido casi molestando intencionalmente. James se encontró esforzándose por escuchar palabras entre el silencioso siseo. Tembló y sacudió su cabeza. —¿Estás segura sobre todo esto? —le preguntó a Petra, en parte para distraerse, y en parte porque realmente quería saber. —Quiero decir, ¿Estás absolutamente segura de que no hay otra manera? Petra soltó un largo y silencioso suspiro. Una vez hecho esto, dijo, —No hay otra forma. Desearía que la hubiera. Donofrio y yo lo hemos discutido una y otra vez. Soy el

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Hilo Carmesí. Necesitaré su pericia para asumir el rol de Morgana, mi propia versión de la otra dimensión. Pero una vez que lo hayamos hecho, finalmente todo volverá a la normalidad. Mientras esté en nuestro propio mundo, lo desgarro y lo alejo de su destino original cada vez más. El caos pondrá más que un pie encima ¿Quién sabe cuántas cosas ya son diferentes de lo que deberían ser? James se encogió de hombros y sacudió la cabeza. —Está bien, algunos Muggles se toparon con Hogwarts, ¿Es eso tan importante? —sabía que estaba simplificando el problema, pero aun así continuó. —Tal vez el mundo realmente estaría mejor si los Muggles supieran de nosotros ¿Nunca lo has pensado? Ella lo miró y le ofreció una irónica sonrisa. —Lo he pensado. Y tú también. Sabes cómo eso termina. El conflicto y la guerra son inevitables en un mundo conjunto. Pero me refiero a más que eso. Quizás, en un mundo no pervertido e intacto, tú ganaste el torneo de Clutchcudgel para los Pie Grande porque era lo correcto para el equipo, por pura diversión, y deporte, y honor, no porque tenías que hacerlo por mi bien. Zane tosió. —Y quizás la Profesora Newt le enseña a pasteles de queso a volar y llueve sirope de chocolate los martes. Petra se rio un poco. —Y quizás Hermione, la tía de James, es la nueva Ministra de Magia. James intentó reír, pero otro pensamiento lo impactó, y no pudo refrenarse y no decirlo en voz alta. —Quizás mi prima Lucy nunca hubiese muerto en este estúpido lugar muerto. Petra y Zane se callaron mientras caminaban. James sintió a su lado a Petra asentir lentamente. No hablaron más hasta que finalmente alcanzaron la apagada sombra del castillo. Como anteriormente, se encontraba encaramado en el mismísimo borde del profundo precipicio, ya fuese porque el acantilado se hubiese socavado debajo del mismo, o porque la estructura no dependía de nada tan prosaico como la gravedad para su construcción. Mirando hacia arriba, James vio esta vez la edificación por lo que realmente era: simplemente un tótem, un monumento pensado para conducir viajeros errantes hacia la cámara principal, un cavernoso corredor rodeado de columnas y arcadas. De cada arcada colgaba una cortina flotante, y James sabía que cada una era un portal dimensional. A medida que los tres se adentraron, sus pasos haciendo eco en las ensombrecidas y abovedadas alturas, se encontraron con la misma escena que habían abandonado años atrás (o aparentemente). Un amplio piso de piedra se esparcía por aquí y por allá con

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pasto muerto, estando su centro ocupado por un inconfundible, si bien surreal, arreglo de muebles de dormitorio. Había una cómoda con espejo, una cama, una silla, un tapete oriental tejido. Una lámpara de pie y su rosa tulipa en forma de tulipán rota en el piso. James recordó su caída cuando Petra había atravesado el “dormitorio”, empujando los muebles a un lado sin tocarlos, llena de ira y en persecución de Judith y Morgana. El hilo carmesí simbólico, extraído del Telar de la Bóveda de los Destinos, había acompañado a Morgana hasta allí, esperado con ella, enroscado alrededor de un Broche ópalo. James recordaba la versión de Petra de ese mismo broche. Ella lo había usado en su abrigo durante su viaje por el océano, aparentemente un regalo de su padre fallecido, comprado cuando ella aún estaba en el vientre de su madre. Petra había perdido su versión del broche cuando había caído de la popa del barco (y había estado tan descorazonada al respecto que casi se había tirado a buscarlo y encontrado su propia tumba de agua). En cambio, Morgana, la Petra de otra realidad, nunca había hecho ese viaje por el océano. Su versión dimensional del broche nunca se había perdido en el mar. En lugar de eso, descansaba en esa mismísima cómoda, brillando con el rojo del hilo enroscado alrededor. Sin embargo, James podía decir aun antes de alcanzar el desordenado mueble que la superficie de la cómoda ahora estaba vacía. Ni siquiera había polvo en su plana superficie. Petra frenó su marcha. —¿Dónde está? —susurró alarmada. —Lo recuerdo, —dijo Zane, adelantándose, y luego mirando para atrás. —El hilo estaba aquí, enroscado alrededor de una joya. Debe haberse caído. James reflexionó sombríamente, —Tal vez Judith regresó por él. Pero Petra estaba sacudiendo su cabeza. —Nadie puede tocar el hilo excepto aquella persona a quien representa ¿Recuerdas? James lo recordaba. Había intentado agarrar el broche y el hilo él mismo, sólo para conseguir congelarse completamente de la mano al codo. —Miren alrededor, —sugirió Zane. —Separémonos. Revisen cada rincón.

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Lentamente, los tres comenzaron a recorrer el juego de muebles dispersos, expandiéndose en arcos cada vez más grandes. James se inclinó por la cintura, sus ojos ampliamente abiertos, barriendo los bloques de piedra, escrutando cada grieta. Pronto, se encontró moviéndose alrededor de los arcos con portales y sus cortinas flotantes. Se percató que cada portal emitía un débil sonido: un bajo y repetitivo susurro cantado, como el que había creído escuchar en el pasto de la planicie. Mantuvo la distancia mientras examinaba alrededor de los mismos lo más cercanamente posible. ¿Era posible que el broche y el hilo hubieran rodado hasta atravesar un portal? Seguramente, los portales dimensionales sólo eran funcionales con seres vivos, ¿no? Aún inclinado por la cintura, estudiando las grietas del piso, casi se choca con Zane. —Esto no luce bien, —susurró el chico rubio. —Algo o alguien debe haber llegado antes que nosotros. James no quería admitir que su amigo tenía razón. En la boca de su estómago, sin embargo, tenía la más débil y burlona sensación de otra presencia en el castillo. No Judith esta vez, sino una sensación cada vez más profunda de ser observado. Miró a su alrededor impotente. La voz de Petra resonó desde el otro lado de la habitación, despertando un revuelo en los altos techos. —¡Lo encontré! —exclamó alegremente. —¡Estuvo aquí todo el tiempo! Se cayó en uno de los cajones parcialmente abiertos y… El suelo de piedra se estremeció de repente, tan fuerte y violentamente que tumbó tanto a Zane como a James. Cayeron hacia atrás sobre los bloques de piedra, los cuales se agrietaron a su alrededor. Aparecían hendiduras profundas y serpenteaban en todas direcciones, estallando en fino polvo. Todo el castillo parecía balancearse con la ferocidad del terremoto. Profundos y alarmantes crujidos y chirridos llenaron la habitación, mientras el polvo se cernía, nublando el oscuro aire. —Petra Morganstern, —anunció una gran y atronadora voz que resonó tan ampliamente que vibró en todas las superficies. James reconoció la voz, y su estómago pareció caer por todo el suelo. La luz vibró, iluminando la habitación cavernosa como un destello de relámpago púrpura, grabando a la perfección sombras negras detrás de cada pilar y arco, convirtiendo cada grieta extendida en un abismo. Zane agarró el brazo de James, apretando fuerte.

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—¡Es Merlín! —exclamó, con la voz apagada por el siniestro ruido. En el centro del piso había una figura alta, con un báculo en la mano derecha. El báculo ardió con fuego púrpura, rugiendo débilmente y emitiendo ese cegador y frío resplandor. Más allá de él, volviéndose hacia la forma repentina, Petra ajustó los hombros, cerrando el puño sobre el broche y el hilo en su mano derecha. —Director, —dijo tranquilamente, y su propia voz resonó por toda la habitación, aunque clara como campanas de cristal. —No debió haber venido. No quiero terminar con usted. —Tampoco yo, —dijo Merlín con sincero pesar. —Me convocaron en el momento en que tocaste el hilo, como rito de mi custodia tanto de ti como de nuestro mundo. Entrégame el hilo. Vuelve conmigo como tu aliado, no como tu custodio. Petra estaba sacudiendo la cabeza. —No puede sostener el hilo. Solo yo puedo. Porque ahora pertenezco al mundo y a la dimensión de donde proviene. Por favor, no se me oponga. James todavía tenía su varita en la mano. La apuntó hacia la espalda ancha de Merlín, sin siquiera saber qué hechizo quería lanzar. Sin embargo, Zane agarró su muñeca y la empujó hacia arriba. —¿Qué estás haciendo? —gruñó en el oído de James. —¡No podemos luchar contra Merlín! ¡Trajimos cuchillos a una pelea de pistolas! —¡Déjame! —insistió James, luchando, pero ya era demasiado tarde. Una onda de energía mágica lanzó a ambos muchachos hacia atrás, emanando desde el punto en que los poderes de Merlín y Petra chocaron repentinamente. James luchó contra la fuerza de la misma, pero fue una explosión constante, fluyendo a través de su cabello y azotando su ropa. Empujó laboriosamente sus pies contra la ráfaga que clamaba y tensó los ojos, desesperado por ver. Sin embargo, mientras lo hacía, una oleada de inexplicable debilidad se apoderó de él. El mundo se volvió gris y se sintió tambaleándose, como si alguna fuerza secreta estuviera aspirando su energía. Zane lo agarró, sosteniéndolo erguido mientras las rodillas de James se aflojaban debajo de él. Frente a ellos, Petra y Merlín estaban encerrados en una batalla repentina, ella con el brazo derecho extendido y la palma abierta, él con su bastón extendido. Conectando entre ellos, los dos rayos de energía cegadora convergían y se eliminaban el uno al otro, creando un vendaval mágico constante. El poder de Petra era de un azul pálido, volando como fragmentos de hielo. El de Merlín era púrpura eléctrico, chisporroteando con bifurcaciones de relámpagos.

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En el punto en que ambos rayos chocaron, terminando cada uno en una aniquilación apocalíptica, una pequeña forma flotó, girando lentamente en el aire. Era el broche con el hilo entrelazado alrededor. Mientras James miraba, debilitado y somnoliento, la forma se retorció, primero dirigiéndose hacia Petra, y luego lanzándose de nuevo hacia Merlín, encerrado en un movimiento paralizante. Estaban peleando a través de él, atrapados en un devastador forcejeo. James tuvo un momento para maravillarse: si así son de poderosos Petra y Merlín cuando estaban separados de sus elementos (ella de la ciudad y él de la naturaleza), entonces James y Zane eran muy afortunados. Seguramente no podrían haber sobrevivido de otra manera. Y sin embargo, el propio James se sentía extrañamente gastado, como una cáscara, escurrida y marchita. Dio un suspiro, volviendo a ponerse en movimiento. Torpemente, se liberó de Zane y volvió a apuntar su varita a Merlín, esperando que pudiera distraerlo, si no más. Escogió un hechizo de desarme, lo pronunció lo más fuerte que pudo, pero la varita en su mano no hizo ni chispa. —¡No es bueno! —Zane gritó contra el torrente de magia y el terremoto del castillo. —¡Están sacando su poder de todas las fuentes, incluyendo nuestras varitas! ¡No queda nada para nosotros! No solo están drenando el poder de nuestras varitas, pensó James. Ella, al menos, me lo está quitando. Desde el cordón invisible que nos conecta. ¡Soy su batería! —¡FUERA! —la voz de Petra repentinamente sonó, tan fuerte y resonante que tembló el aire, armando armónicos de reverberación en las mismas piedras y bloques del castillo. —¡Ella se refiere a nosotros! —gritó Zane, agarrando de nuevo el brazo de James. — ¡Todo el lugar está cayendo! James lo sintió ahora. El suelo se inclinaba desastrosamente, inclinándose cada vez más. Los pilares crujieron y se inclinaron, comenzando a derrumbarse como si estuvieran en cámara lenta. Y todavía James no podía apartar los ojos de Petra. —¡Tenemos que salvarla! —gritó, y se lanzó hacia adelante, reuniendo cada onza de fuerza que podía. No sabía lo que quería hacer. Tal vez simplemente se lanzaría contra Merlín por detrás, golpeando al gran hombre. Sabía que tenía tanta posibilidad de hacerlo como levantar el castillo de Hogwarts con el dedo meñique, y sin embargo no podía detenerse.

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Así es como Lucy murió, se dio cuenta cuando corrió. El pensamiento era extrañamente reconfortante. Estaba a diez pasos de distancia cuando sucedió. El broche, aún encerrado en la conflagración entre los rayos de Petra y Merlín, comenzó a girar más rápido. Cuando lo hizo, el hilo se desenrolló de él. Fluía a lo largo de la corriente helada de Petra, que se extendía hacia ella, mientras el broche se desvanecía en un borrón, retrocediendo por el rayo púrpura de Merlín, atraído hacia su poder. Las dos partes se separaron con una ráfaga explosiva que extinguió ambos rayos. El hilo se dejó caer en la mano abierta de Petra mientras el broche se dirigió hacia Merlín. Y entonces ambas figuras fueron oscurecidas por un trueno de energía rebotante. James salió volando y rodó, golpeándose los codos y las rodillas dolorosamente a lo largo del suelo roto. Un momento después, su rostro estaba lleno de hierba seca. Se revolvió, sin siquiera saber qué camino había tomado, y se lanzó torpemente a sus pies en el borde de la meseta, a la sombra del castillo inclinado. Su fuerza había regresado a él, pero apenas se dio cuenta. El ruido de la explosión no había disminuido. Crecía, y James comprendió por qué. Lentamente, desastrosamente, el castillo caía sobre el acantilado. Eran las torres negras y capiteles que aún se elevaban sobre él, pero parecía inclinarse lentamente hacia atrás, desmoronándose en un ligero borrón mientras cada ladrillo empezaba a separarse, cada ventana se disolvía de verdad, cada cono de su techo comenzaba a implosionar sobre sí mismo. La voz de Zane era un ligero gemido contra el rugido. —¡James! —gritó, alejándose de la ruina colapsada y agitando ambas manos frenéticamente. —¡Corre! ¡Corre! —¡Petra! —gritó James, convulsivamente y tropezando en la sombra descendente. Pero ahí estaba ella. Los pilares colapsaban y se derrumbaban detrás mientras ella se lanzaba hacia adelante, con su rostro manchado de suciedad, sus jeans rotos, mostrando los raspones sangrientos de sus rodillas magulladas. James la alcanzó, agarró su mano mientras perdía el equilibrio y empezó a caer. La empujó hacia adelante, incluso cuando el castillo cedió completamente detrás de ella, contrayéndose en sí mismo y descendiendo más allá de la meseta como un tren de carga vertical, tomando gran parte del acantilado con él.

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—¡Vaya! —jadeó Petra mientras James la empujaba hacia adelante, sobre la hierba silbante. —¡No ha terminado! ¡Todavía viene! ¡VAMOS! Luchó por recuperar el equilibrio y se lanzó hacia adelante, ahora tirando de James a su lado. Detrás de ellos, una explosión de agua gris y opaca, tan alta y ancha como una montaña, rugió en el aire, borrando el cielo opaco y proyectando sombras sobre la meseta. Zane corría delante de James y Petra, pero miró por encima del hombro ante el ruido y la repentina sombra. Tropezó, con los ojos muy abiertos, y Petra cogió su cuello con su mano libre arrastrándolo hacia adelante también. Rayos salían desde la pared de agua, que caía en torrentes ahora, revelando un núcleo brillante más allá. James no tenía que preguntar qué era ese núcleo. La forma descendió del aire y pisó los escombros de la antigua huella del castillo, sacudiendo toda la meseta. —¡PETRA MORGANSTERN! —gritó Merlín con una voz de trueno. —¡Corran! —jadeó Petra, sin aliento —¡Corran! Los tres corrieron. Corrieron como si nunca hubieran corrido en toda su vida. Llegaron a la escalera de piedra y casi se lanzaron sobre el borde en su pánico. Girándose y subiendo de a dos, incluso tres escalones a la vez, se dejaron caer, siguiendo la curva de los acantilados y descendiendo hacia las olas abajo. Merlín estaba llegando. La meseta temblaba con el estremecimiento de sus pasos. La luz de su báculo florecía de nuevo desde el cielo bajo, lanzando sombras duras, moviéndose en cada grieta y fisura. Merlín, de alguna forma, era su propia batería. Y su poder, aunque sólo temporal, era todavía terrible. Finalmente, agotados y con pánico, los tres tropezaron en la cueva del portal. Sólo que el portal, que ahora veían mientras se deslizaban a una parada horrorizada, no estaba allí. Los ojos de James tambalearon en la penumbra. Él sabía lo que debían haber encontrado: la puerta de la mansión Apolo, vista desde el interior, abierta y mostrando la reconfortante pendiente de la colina de la victoria y el cuadrilátero más allá. Pero no había puerta abierta, ni luz de noche reconfortante. No había escapatoria.

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El suelo tembló. El ángulo de la luz púrpura en el exterior cambió ahora, reflejándose directamente sobre las olas que se estrellaban y se levantaban. Merlín había llegado a las escaleras. —¿Dónde está la puerta? —grito Zane, su voz una octava más alta de lo normal. Se tambaleó hacia delante y se sentó a ciegas, agitando los brazos. —¡Debería estar aquí! ¡Este es el lugar! ¡Nuestras huellas todavía están aquí desde que llegamos! ¡Puerta, por favor! ¡Muy por favor, con azúcar en la parte superior! Una voz aguda y amortiguada repentinamente gritó desde el lado derecho de James. —¡Insignificante estúpido! Era el pato en el bolsillo, por supuesto. Frenéticamente, tiró de él y lo miró. Una sola palabra estaba escrita en él, toda con mayúscula: ¡MERLIN! —Genial —asintió James, volviendo a meter el pato en su bolsillo. —Realmente útil, Rose. —Tiene que haber quitado la herradura —dijo Petra en voz baja, con los ojos pensativos. —Don tuvo que cerrar el portal por un momento. Alguien debe haber venido. Lo devolverá. Sólo tenemos que esperar. —¡No creo que esa sea una opción por mucho más tiempo! —exclamó Zane con alegría maniaca. —Ven aquí —dijo Petra, acercándose a Zane con la mano derecha y tomando a James en su izquierda. —Tenemos que estar listos. Zane se acercó a Petra, pero mantuvo su rostro en la entrada de la cueva. Temblando, extendió su varita. —¿Cuál es el mejor hechizo para usar en un hechicero? —preguntó, su voz se quebró. Petra consideró esto por un momento mientras el suelo se sacudía. —¿Cuál es el peor hechizo que conoces? —¡Ummm...! —Zane parpadeó. Petra asintió enérgicamente. —¡Ése no! Una sombra se movió fuera de la boca de la cueva. Guijarros y granos llovían desde el techo.

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En la oscuridad de la cueva, la puerta de la mansión Apolo apareció, floreciendo con el resplandor nocturno. —¡Ahora! —gritó James, tirando de Petra hacia adelante mientras se lanzaba. Ella arrastró a Zane detrás de ella, incluso cuando una forma se alzó frente a la boca de la cueva, bloqueando la luz. El siguiente paso de James tropezó con los escalones de la mansión Apolo. La puerta se cerró detrás de él cuando Zane atravesó, casi botándolo. —¡La herradura! —gritó James, su aliento casi desaparecido, apenas produciendo un crujido seco. —¡Sácala! ¡Sácala! De pie junto a la piedra angular, parpadeando de sorpresa con sus manos todavía sobre la forma plateada, Donofrio Odin-Vann arrancó la herradura de su cama grabada. Las brillantes luces doradas de la mansión Apolo se apagaron. El portal estaba cerrado. James se desplomó más allá de Petra, bajó los escalones y se adentró en la exuberante hierba de la Colina de la Victoria. Zane lo siguió, jadeando y casi riendo de alivio histérico. —¡Alguien volvió por una bufanda! —exclamó Odin-Vann, corriendo a su encuentro, con la herradura en la mano, —¡Alguien llamado Perkins! Le dije que no podía entrar aún por los caracoles venenosos. ¡Él discutió conmigo! ¡Dijo que si ese loco zombi Zane Walker podía controlarlos, también podría él! ¡Tenía que dejarlo entrar! ¡Puse la llave en su lugar tan pronto como pude! Sin palabras, James levantó el pato de goma en la mano, mostrando a Odin-Vann la palabra garabateada a través de este en las precipitadas mayúsculas de Rose. El rostro del profesor se quedó flácido y ceniciento por el shock. Después de un segundo, sus ojos se lanzaron desde el Pato, hacia James, hacia Petra. —¿Lo consiguieron? —preguntó, su voz era una cáscara hinchada. Zane asintió cansinamente, todavía titubeando con risa nerviosa. —Tuvimos éxito. Estuvo cerca, pero lo logramos. James miró hacia donde Petra seguía de pie en los escalones. Las rodillas de sus jeans colgaban de tiras deshilachadas, manchadas con su sangre. Su cabello era salvaje y enmarañado por el polvo, aferrándose a sus mejillas sudorosas y ocultando sus ojos.

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Levantó una mano y mostró su palma abierta. En ella, pareciendo nada más que una bola de pelusa roja, estaba el hilo carmesí. —Tenemos el hilo —dijo, con su voz monótona, baja y hueca. —Pero no tuvimos éxito. Y de repente James comprendió lo que quería decir. Petra pudo haber dicho a todos, incluso a Odin-Vann, que su misión era recuperar el hilo carmesí. Pero Petra había ido al Mundo Entre los Mundos por su propia razón, una razón por la que ella se podría haber preocupado más. Había ido a reemplazar el broche perdido de su padre. Y en esa tarea, tristemente, había fracasado miserablemente.

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Capítulo 9 Peeves hace lo suyo James durmió largo y tardío a la mañana siguiente, despertándose bien después del desayuno del sábado con un dormitorio vacío y sintiéndose poco inclinado a levantarse. El plomizo y grisáceo cielo que estaba fuera de su ventana coincidía con su estado de ánimo letárgico. Lo miró fijamente desde el arrugado desorden de su cama, repitiendo los acontecimientos de la noche. El polvo del destruido castillo negro todavía estaba en su cabello. Su tierra ensuciaba las palmas de sus manos y debajo de sus uñas. Todavía llevaba los jeans y la camiseta que había usado para saludar a Zane en Alma Aleron, solo que ahora estaban sudorosos y manchados de hierba. Ansiaba pasar una hora o tres en la bañera de los prefectos del quinto piso y pensó en pedirle a Ralph la contraseña. Esto, por supuesto, probablemente requeriría una

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explicación de porqué estaba tan sucio después de una noche de sueño, y aunque tenía la intención de contarle a Ralph todo lo que había sucedido, no se sentía con ánimos esta mañana. Así, en vez de eso, simplemente se quedó tendido en la cama parpadeando ante las nubes de otoño mientras rodaban lentamente por su ventana, retumbando a lo lejos con amenazas de lluvia. Había supuesto que su viaje de sueño terminaría cuando Petra, Zane y él regresaran del Mundo Entre los Mundos, pero de hecho había pasado otra hora o más allí con ellos, en la sala de juegos del sótano de la mansión Apolo, explicando su aventura a Donofrio Odin-Vann y discutiendo lo que aún quedaba por cumplir. Petra permanecía malhumorada y silenciosa, sentada junto a James en un sofá bajo, con sus pies descalzos extendidos frente a ella. Izzy parecía sentir el estado de ánimo de Petra, y se unió a ella, tendiendo su pequeño cuerpo en el brazo del sofá junto a su hermana, cruzando los brazos sobre su pecho, imitando la pose de Petra perfectamente. Odin-Vann estaba de cara cenicienta ante la idea que de alguna forma Merlín había descubierto el plan, y de alguna manera había sido convocado a enfrentarse a los tres. —Por nosotros no, —dijo Zane sacudiendo la cabeza. —Por Petra. Ella lo dijo. La única persona que puede tocar el hilo es la persona que representa. Espero que eso signifique incluso los viejos pantalones mágicos de Merlín. —trató de darle al apodo su habitual y familiar irreverencia, pero aún estaba sacudido por el recuerdo de la terrible persecución de Merlín. —Tal vez tiene su propia manera de entrar en el MEM. Odin-Vann negó con la cabeza. —Yo diría que absolutamente nadie puede acceder al Mundo Entre los Mundos sin la llave dimensional, —dijo. —Pero este es el gran Merlinus del que estamos hablando, el que pasó siglos suspendido en el Transitis Nihilo, que viajó más allá de la muerte durante un año para regresar a su propio y extraño orden. Incluso si no pudiera cruzar el Nexo por su cuenta, bien podría haber sido capaz de establecer una especie de faro para convocarlo si Petra alguna vez tocaba el hilo. —se estremeció al pensarlo. —Pero si ese es el caso, —James se dio cuenta, sentándose alarmado, —¡entonces eso significa que lo atrapamos en el Mundo Entre los Mundos cuando nos fuimos sin él! Esta vez fue Zane quien negó con la cabeza. —El castillo negro estaba lleno de portales, —dijo, de pie y abriendo un frigorífico cercano. Las botellas resonaron en la puerta y sacó una de ellas, destapándola con un breve silbido. —¿Recuerdan? Eran rutas de escape para cualquiera que se encontrara atrapado allí, llevándolos de regreso a su propia dimensión. El castillo pudo haber terminado en ruinas en el fondo de ese

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océano muerto, pero los portales siguen allí, y les aseguro que funcionan bien. Merlín encontrará su camino de regreso, en algún lugar y de alguna forma, pero apuesto drummels contra donas que estará tan mojado como un Glumbumble ahogado cuando vuelva. —Y tan enojado como un demonio de fuego, —James suspiró. —No los vio a ustedes, —dijo Petra sin entusiasmo. —Toda su atención se centró en mí. Me aseguré de eso. Estará furioso, pero esa rabia solo me pertenece a mí. James la miró. También había rabia en su voz, aunque estaba tranquila, cubierta por una profunda y engañosa calma. Ella había huido de Merlín, escapado de él, pero a duras penas. ¿Cómo era posible? ¿No deberían estar los dos casi igualados en el Mundo Entre los Mundos, cada uno separado de sus poderes elementales? ¿Su fuerza estaba dividida, de alguna manera? ¿Había gastado una parte de ella ocultando a Zane y a James de Merlín, protegiéndolos? ¿O había algo más a su aparentemente reducido poder? Pensó en la debilidad que él había sentido cuando ella invocó sus poderes. Él pensó, yo soy su batería. —Bueno, —Odin-Vann asintió cortantemente. —El punto es que hemos logrado recoger el hilo carmesí. Todo lo que queda ahora es reemplazarlo en el Telar de la Bóveda de los Destinos. Este será mi desafío, ya que bien puede requerir algún hechizo o encantamiento para regresarlo, devolviéndolo a su dimensión nativa y devolviéndonos nuestro destino original. Zane se encogió de hombros. —O tal vez solo regresando de nuevo el hilo al mismo lugar en el Telar hará que mágicamente encaje de nuevo en su lugar, como una banda de goma estirada que se deja ir, o dos imanes que se acercan lo suficiente como para atraparse en su propia atracción, conectándose. El profesor Jackson dijo algo así, cuando el hilo fue robado por primera vez. Los destinos quieren realinearse, dijo. Odin-Vann frunció el ceño ante Zane. —Su profesor Jackson pasa demasiado tiempo jugando con la teoría y con demasiado poco tiempo en la práctica de magia real. Piensa que sabe mucho más de lo que sabe, y es precisamente por eso que no debe estar involucrado en esta misión o saber nada al respecto. Cuando llegue el momento, Sr. Walker, le invitaré a que me ayude a devolver el hilo a la Bóveda de Destinos. Entiendo que usted es lo suficientemente astuto como para conseguir una llave del Archivo de Alma Aleron, ¿dónde se encuentra?

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Zane se encogió de hombros. —Soy lo suficientemente astuto como para conseguirle una orquesta en vivo para tocar El Danubio Azul mientras lo hace, si quiere. Solo diga cuándo. Odin-Vann aceptó con un movimiento de cabeza. —Una vez que esté preparado, diré cuándo. Si todo va según lo planeado, en el momento en que regrese el hilo, Petra asumirá su nuevo papel como Morgana de esa dimensión alternativa. La Morgana original de esa dimensión, ahora muerta y enterrada aquí, será nuestra versión de Petra. Todavía en el brazo del sofá junto a Petra, Izzy rodó sobre su lado y enterró su cara contra el hombro de Petra. No estaba llorando, James percibió… seguramente había derramado ya más que su parte de lágrimas por la pérdida inminente de su hermana… pero tampoco estaba dispuesta a permitir que sucediera todavía. Probablemente, nunca lo estaría. James se encontró sacudiendo la cabeza, finalmente dando con una objeción que se había estado produciendo en el fondo de su mente durante algún tiempo. —Pero no puede ser tan simple, ¿verdad? —se volvió para mirar a Petra. —La versión de la otra dimensión de ti, la versión de Morgana, era malvada. Ella se asoció con Judith para robarte a Izzy, ya que mató accidentalmente la versión de esta de su propia dimensión. Estaba dispuesta a ver a mi padre y a Titus Hardcastle muertos por el F.U.L.E.M. —Ella no era malvada, —corrigió Odin-Vann con grave certeza. —Morgana no era mala más de lo que Petra es, independientemente de lo que el resto del mundo mágico pueda pensar. Ella estaba simplemente afectada por las consecuencias de sus decisiones. La gente hará cosas sorprendentemente desesperadas cuando se sienten mal. Morgana no era malvada. Estaba simplemente rota, abatida y despojada. —Y cuando vaya a reemplazarla en su mundo, —Petra dijo, todavía mirando fijamente en las sombras. —Yo estaré rota, abatida y despojada también. Seré más Morgana que Petra. Habré perdido a la gente que más amo. Será exactamente como debe ser. El frío de sus palabras fue terrible para James. Ella lo percibió. Sin mirarlo, sintió su mano entre las suyas, la apretó y la sostuvo. Eres una de esas personas, el toque de su mano parecía decir. No sabía si el pensamiento provenía directamente de ella, a través de la cuerda invisible que los conectaba, pero no dudaba del sentimiento, de cualquier manera. Él apretó su mano hacia atrás y lanzó un suspiro profundo y tembloroso. Odin-Vann sugirió que él fuera el que salvaguarde el hilo carmesí hasta el momento de su uso final. —Por la misma razón que estaba oculto en el Mundo Entre los Mundos

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por Morgana: porque es demasiado mágico para pasar desapercibido. A pesar de los recientes acontecimientos, Hogwarts sigue siendo uno de los lugares más mágicamente fortificados de la tierra. Allí, puedo mantenerlo oculto. —Al igual que Madame Delacroix hizo con el trono de Merlín, —contestó Zane asintiendo y encogiéndose de hombros, —durante nuestro primer año, cuando todavía éramos todos inocentes, sin mancha por las tribulaciones de la responsabilidad. Petra puso los ojos en blanco en Zane, pero también había un fantasma de sonrisa. Odin-Vann tendió una pequeña caja de joyas de cuero, abierta como una almeja. Petra se puso de pie y colocó el hilo rojo en la caja, que Odin-Vann cerró de golpe, sin tocar el hilo mismo. James tenía la idea de que el profesor no habría podido sostener el hilo incluso dentro de la caja de joyas, si Petra no lo hubiera colocado allí con su propia mano, concediéndole un permiso tácito. James también tenía una idea de que Ralph, si estuviera allí, objetaría fuertemente la posesión de Odin-Vann del hilo. —Y esto, —dijo Odin-Vann, sacando la herradura del unicornio de su bolsillo y entregándola a Petra, —supongo que puede volver a su lugar de protección. Petra lo aceptó con un cansado asentimiento. —Los curadores de la Torre de Arte nunca sabrán que se había ido. En poco tiempo, James sintió el colapso de la visita del sueño. Las paredes de la sala de juegos se oscurecieron. Las voces se volvieron insubstanciales, como ruidos oídos bajo el agua. Y luego, durante mucho tiempo, sólo hubo tinieblas. Volvió a su cama a través de la oscuridad, mucho más silenciosa y sutilmente de lo que la había dejado. James pasó la mayor parte de ese mediodía del sábado rondando lánguidamente la sala común, haciendo intentos a medias en su tarea de lectura de Herbología y otros deberes. Acababa de comenzar un ensayo sobre la lista de comprobación mental de diecisiete puntos requeridos antes de hacer la Desaparición (había empezado recientemente la clase sobre el tema, pero no haría intentos reales por varias semanas), cuando Rose llegó a través del agujero del retrato seguida de Scorpius. Uniéndose a James en una mesa de la esquina, ella exigió explicaciones de todo lo que había sucedido la noche anterior, y James, a su vez, reprendió su tardanza en advertirles de la partida de Merlín. —¡Nada de tardanza! —le susurró a él, inclinándose, con ojos severos. —¡Nunca se marchó! Al menos de ninguna forma de lo que el Mapa mostró.

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James frunció el ceño. —Pero enviaste la advertencia en el Pato. Una batalla mágica demasiado tarde, por supuesto, pero la enviaste. ¿Qué quieres decir con que nunca se fue? Scorpius soltó su mochila y la empujó a través de la mesa hacia James. —El Mapa, —le hizo un gesto. —Está ahí dentro. Muestra al director correctamente, tal como se esperaba. Seguimos sus movimientos con precisión, toda la noche, desde aquí en la sala común. Comenzó en el vestíbulo. Luego fue a la biblioteca. Rose asintió. —Y luego bajó a la lavandería. Nos preguntamos sobre eso, pero ¿qué sabemos? Tal vez inspecciona a los elfos domésticos cada noche. Él es el director. —Pero luego fue al baño de la chicas del tercer piso, —continuó Scorpius arqueando una ceja. —Así que tuvimos un poco de sospecha. Rose contó en sus dedos mientras recitaba, —Luego fue a la sala común de Ravenclaw. Luego a un armario de escobas. Al aula de pociones. A un vacío salón de maestros. Las cocinas. Un armario de suministros. —Y luego pasó algún tiempo en lo alto de las escaleras, justo al final del pasillo, — dijo Scorpius, inclinando la cabeza. —Así que salimos a ver lo que estaba tramando. James miró de Scorpius a Rose, desconcertado. —¿Y qué? ¿Qué estaba haciendo? —¿Quién sabe? —dijo Rose significativamente. —Todo lo que encontramos fue a Peeves desfigurando una estatua con un lápiz de labios robado. ¡Peeves llevando el anillo negro de Merlín en su dedo! James parpadeó un momento ante su prima, tratando de absorber la implicación de esto. Rose se impacientó. —Merlín le dio a Peeves su anillo de la Piedra Faro para ¡“que lo guardara”! —dijo ella con sarcásticas comillas con los dedos en el aire. —Tratamos de quitárselo, le dijimos que era una poderosa reliquia oscura, ¡pero actuó como si hubiéramos insultado a su querida y amada mamá! Esto, suponiendo que los poltergeists tengan mamás... —ella frunció el ceño un poco insegura. —Así que Merlín engañó al Mapa para que pensara que Peeves era él, —James finalmente lo entendió con una inclinación pensativa. —Pero ¿cómo se enteró Merlín de eso ayer por la noche? —¡No lo sabía! —Rose se animó de nuevo. —¡Eso es justo la cosa! ¡Peeves nos dijo que Merlín le había confiado el anillo hace casi dos años!

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James consideró esto por un momento y no le pareció particularmente sorprendente. —Bueno, le conté lo del Mapa del Merodeador. Los tipos como Merlín están interesados en mantener un ojo en todos los demás, pero no tan interesados en tener los ojos puestos en él. Pero no es exactamente seguro dejar a Peeves correr con la Piedra Faro, ¿verdad? Scorpius se encogió de hombros con desdén. —Probablemente sea el lugar más seguro de todos. Merlín es la única persona de la que Peeves tiene miedo. Además, el pequeño imbécil es demasiado estúpido y mezquino para entender el significado del anillo, y demasiado fanático y celoso de su “deber jurado” para dejar que alguien más tonto mire dos veces. Incluso Rose no podía discutir con esta lógica. Más tarde esa noche, James encontró a Ralph en la biblioteca y trató de explicar las “detenciones” de Odin-Vann, y los acontecimientos que habían seguido. El rostro de Ralph era estoico mientras lo escuchaba, con los brazos cruzados sobre su gran pecho y sus ojos miraban fijamente a nada en particular. —Así que, Odin-Vann invita a Zane, Rose y a ti a una misión secreta y peligrosa, — dijo por fin, evitando los ojos de James. —Pero me deja fuera de todo. Y le crees cuando dice que no tiene nada que ver con el hecho de que no confío en él. James se encogió de hombros un poco. —Dijo que Rose y yo éramos suficientes. Y tenía razón, más o menos, —admitió a regañadientes. —Zane solo vino porque él fue el que vació la Mansión Apolo. Aparte de eso, estábamos ahí para proteger a Petra. Resulta que fuimos tan útiles como un par de Gusarajos. —Mi varita es parte del báculo de Merlín, si te acuerdas, —dijo Ralph, levantando la barbilla y finalmente volviendo la mirada a James. —Si hubiera estado allí, podría haber sido capaz de llamar la atención de Merlín, al menos. ¿Pensaste en eso? James no lo había hecho. Antes de que pudiera pensar en cualquier respuesta, sin embargo, Ralph continuó. —Ustedes están manteniendo a Merlín fuera de esto, pero creo que eso es un gran error. Todos los demás podrían estar locos de paranoia por Petra. Tal vez incluso tu padre y el departamento de Aurores. Pero Merlín es mejor que eso. Es un error mantenerlo fuera. Creo que es por eso que Odin-Vann no me incluyó. James sacudió la cabeza. —Realmente no lo creo, Ralph, —dijo, bajando su voz a un susurro. —Confío en Merlín tanto como tú. Pero él es el jefe de la escuela, y eso lo hace parte de la maquinaria que quiere atrapar y detener a Petra. Puede que sea Merlinus

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Ambrosius, pero él aún tiene que obedecer ahora las leyes de la tierra. Al igual que mi padre. Y además, —añadió, tratando de no ser picado por las palabras de Ralph. — Odin-Vann quería que te lo contásemos. Dijo que era mejor mantenerte informado, por si Petra nos necesitaba de nuevo. Esto era una ligera exageración de las palabras de Odin-Vann, James sabía, pero pensó que podría ser perdonado por ello. Ralph suspiró y volvió su mirada hacia la pared más alejada. —No confío en él, —murmuró. —Y lo que es más importante, no me gusta. No sé qué es. Pero él es muy inadecuado para ti, y es inadecuado para Petra. James se inclinó hacia delante sobre la mesa con desaliento. —No importará mucho más, al parecer, —murmuró tristemente. —Pronto estarán devolviendo el hilo carmesí al Telar. Petra se habrá ido de nuestro mundo para siempre. Odin-Vann puede ser astuto e impredecible, pero cuando eso suceda, será solo un astuto e impredecible maestro de Encantamientos. Nada más. Ralph se suavizó ligeramente. —Entonces, ¿cuándo va a pasar eso? James sacudió la cabeza. —No sé. Zane tiene que meterlos en el Archivo para hacerlo, sin embargo. Nos lo dirá a través del Espejo tan pronto como Odin-Vann prepare todo y fije la fecha. —¿Veremos a Petra otra vez antes de que suceda? James lo consideró, y luego sacudió la cabeza otra vez, lentamente. —Ella quería que te dijera que echaba de menos verte, y a Rose también. Creo que fue su manera de decir adiós. Probablemente para todos nosotros. Ralph asintió tristemente. No parecía haber nada qué decir sobre el tema. En otra mesa de la biblioteca, Millie Vandergriff estaba sentada con un grupo de otros Hufflepuff, sus cabezas juntas y susurrando animadamente. Estaba de perfil hacia él, y James lo observó mientras la miraba. Era bonita, se dio cuenta. Más, quería ir con ella. Quería sentarse con ella y sus amigos, perderse en su conversación, y olvidar las tristes preocupaciones que colgaban sobre su cabeza como nubes de tormenta. Millie no dominaba su corazón como lo hacía Petra… él no tenía ilusiones… pero tampoco prometía el desgarrador e inevitable arrepentimiento de lo que exigía su amor por Petra.

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Deseaba que Millie lo mirara, tal vez lo saludara. Él le sostendría la mano debajo de la mesa si ella lo permitía. Tal vez más tarde, él la acompañaría hasta la puerta de la sala común de Hufflepuff, y ella lo besaría de nuevo. O tal vez la besaría. Y esta vez, se permitió musitar, sería completamente en los labios. No lo miró, sin embargo. Ella estaba demasiado ocupada con sus amigos, cubriendo su risa con una mano, empujando su cabello rubio detrás de una oreja, completamente ajena a la mirada pensativa de James, a pesar de la observación. Muy pronto, se levantó, recogió sus cosas, se despidió de Ralph y se fue. Graham solo estaba publicando la lista de Quidditch en el tablón de anuncios cerca del retrato de la Señora Gorda, rodeado por un grupo de curiosos espectadores, cuando James se acercó. Casi le preguntó directamente a Graham si estaba en el equipo, pero se dio cuenta de que no quería que todos oyeran la respuesta, en caso de que la respuesta fuera negativa. Empujó con el hombro hacia el tablón de anuncios y escaneó los nombres, su pulso repentinamente golpeando su pecho. Cuando llegó al final de la lista, su corazón se hundió. Su nombre no estaba allí. Pero entonces se dio cuenta de que había ojeado la lista con demasiada rapidez, escudriñándola casi sin leer, buscando solo su nombre. Estaba allí después de todo, pero al revés, primero el apellido, de modo que su ojo había saltado por encima de él.

POTTER, JAMES: BUSCADOR

El corazón de James saltó hacia arriba otra vez, ahora martillando. Sintió una sensación tan profunda y repentina de alegría que se balanceó sobre sus pies, casi desmayado de alivio y sorpresa. Había estado esperando este momento desde su primer año, y había comenzado a sospechar, en el fondo, que nunca jamás podría suceder. Solo ahora se dio cuenta de cuánto necesitaba esta buena noticia.

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—¡Felicitaciones, James! —dijo Lily, uniéndose a él y casi saltando de emoción. — ¡Mamá y papá estarán tan orgullosos! ¡Ambos jugando para Gryffindor, yo como Guardiana y tú como Buscador! ¡Estamos destinados a ganar el trofeo este año! El rostro de James se dividió en una indefensa sonrisa. Asintió, luego sacudió la cabeza, asombrado, y luego asintió de nuevo. Lily se rio y lo haló hacia el agujero del retrato. —¡Vamos! —se entusiasmó. —¡Vamos a reunir a todo el equipo y empezar a planificar las formaciones! ¡Oh, esto va a ser simplemente excelente! James seguía sin hablar, pero aceptó con un movimiento de cabeza, permitiendo que el entusiasmo de su hermana lo arrastrara hacia el calor y la luz de la sala común, donde una ronda de aplausos espontáneos lo saludó. El rostro de James enrojeció, pero no le importó. Vio a Deirdre y Graham sonriéndole, junto con Xenia Prince, Marcus Cobb, Walter Stebbins y el resto del equipo de Gryffindor. James había conseguido lo que quería después de todo: algo que le distrajera de las preocupaciones y la tristeza de las últimas horas. Mientras el equipo lo rodeaba, le daban palmaditas en la espalda y le desordenaban el cabello, pensó James: esto podría casi, posiblemente, ser mejor incluso que besar a Millie Vandergriff otra vez. Pero sólo casi.

El año escolar finalmente comenzó a resolverse desde la impredecible excitación de nuevas clases y horarios, al patrón familiar de tareas y tareas, días de semana ocupados y fines de semana demasiado cortos. El otoño se esparció por los terrenos como un ladrón, huyendo con calurosas tardes y dejando huellas de niebla, incluso escarchas heladas y brillantes en las ventanas por la mañana. El Bosque Prohibido comenzó a sustituir su verde íntegro con tonos de naranja cobrizo, amarillo neón y marrón

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brillante. El viento se volvió más fuerte a través del lago, estremeciéndolo con agitadas olas, como si aplaudieran el cambio inminente de estaciones. Para James, a medida que los días se transformaron en semanas, ya no hubo más palabras de Petra, ni ninguna caminata nocturna para verla a través de la invisible y privada cinta que los conectaba. No sentía que lo estuviera excluyendo, y tanto ella como él, estaba simplemente en modo de espera, con poco qué hacer mientras el profesor Odin-Vann preparaba el recapturado hilo carmesí para su regreso al místico Telar del cual, como el símbolo de Morgana, había sido arrancado. Según el profesor, había un buen pedacito de magia que necesitaba ir junto con el hilo regresado, para reajustar el Telar y dar arranque a la Bóveda de los Destinos otra vez. O quizás, pensó James desconsoladamente, el joven profesor, como el propio James, simplemente se resistía a ver a su vieja amiga desaparecer del mundo para siempre, y estaba encontrando razones para retrasar su partida. Zane creía esto firmemente, implicando, a través del Espejo, que Odin-Vann y Petra eran mucho más que amigos. —Los ojos de él se encienden cada vez que está alrededor de ella, —insistió una tarde, medio mes después de la debacle del Mundo Entre los Mundos. —Tú mismo lo viste. Cuando hablan de lo que él llama su “misión final”, se pone tan nervioso que parece que está a punto de saltar directamente de su piel. Obviamente tienen algo. James, volviendo a atar su corbata después de la práctica de Quidditch a mediodía, se encogió de hombros y sacudió la cabeza al Espejo el cual se apoyaba en su cama en el dormitorio de Gryffindor. Sabía lo que Zane quería decir con “algo”, por supuesto, y no le gustaba en lo más mínimo. No porque no creyera que fuera cierto, ni siquiera probable… era mucho más plausible que Petra se enamorara del hombre mayor de mundo que el joven amigo que aún estudiaba… sino porque odiaba el pensamiento con tanta intensidad. Odiaba los celos que eso provocaba en su pecho, sobre todo porque amaba a Petra, pero también porque le caía bien el profesor Odin-Vann. Le gustaban las extrañas peculiaridades del profesor y su fervor moderado y su compromiso de ayudar a Petra. Sin embargo, si el joven hombre tenía un afecto romántico por Petra, ¿cómo podía James culparlo? Tal vez, al menos, significaba que Petra disfrutaría sus últimos días en el mundo en el que nació. Si el amor de James por ella era cierto, él querría que fuera feliz, ¿verdad? Incluso si eso significaba encontrar consuelo y amor en los brazos de otro hombre. La idea lo hizo susceptible a todo mientras anudaba su corbata violentamente bajo su barbilla, con su cabello todavía húmedo de una ducha superficial.

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Con un bostezo, Zane dijo, —Pero todavía pienso que todo este “catalizador mágico” de lo que Odin-Vann habla es completamente caca Doxie. —aún era la mañana en el tiempo de Zane, y estaba descansando en pijama… un par de pantalones demasiado cortos estampados con copos de nieve azules brillantes debajo de una camiseta anaranjada… sentado con las piernas cruzadas en su cama arrugada, con una taza de humeante café equilibrada en una rodilla. —Puede que no me guste mucho el viejo profesor Cara de Piedra, pero confío en su gigantesca cocorota. Si dice que todo lo que se necesita es que el hilo se vuelva a poner en el Telar, entonces es así. Crash, pum, y Petra se ha ido a su nueva dimensión. Pero supongo que no hay nada malo en estar demasiado preparado, ¿verdad? Especialmente si no es más que una excusa para que el profesor Odin-Vann tenga unas cuantas noches más románticas con su amor condenado. James se despidió de Zane abruptamente y volvió a meter el Fragmento de espejo en su baúl, sin querer pensar más en Odin-Vann y Petra que tenían "veladas románticas", por más condenadas que estuvieran. La verdad era que, a medida que los días comenzaban a marcar como minutos en un reloj, James sabía que tenía que superar su propio afecto desesperado por Petra. Solo sería más difícil para ambos hacer lo que había que hacer. Y si Petra estaba involucrada de manera romántica con Odin-Vann, tal vez eso fuera tanto mejor. James, por otra parte, tenía a Millie Vandergriff. Casi sin ninguna declaración oficial, los dos se habían convertido en lo que Zane llamaba “una cosa”, y sutilmente, la dinámica de toda la experiencia escolar de James había cambiado. Millie lo encontraba de vez en cuando en los pasillos y caminaba a clases o comidas con él. A veces (aunque no siempre) ella alcanzaba su mano y la sostenía ligeramente mientras caminaban, hablando con brío de esto o aquello, fingiendo ignorar la electricidad de sus dedos entrelazados, mientras que otros estudiantes (generalmente chicas) observaban furtivamente y susurraban. Millie a menudo se unía a James, junto a Ralph y Rose y a veces con Scorpius, para sesiones de estudio y tareas en la biblioteca. Incluso, en raras ocasiones, llegó a pasar el rato con James en la sala común de Gryffindor. Él regresó el gesto una vez, yendo a verla en los cuarteles de Hufflepuff, que eran bajos y cálidos, accedidos por un túnel detrás de una pila de barriles cerca de las cocinas. James fue recibido por los Hufflepuff, pero no se sentía como en casa, a pesar de los suaves muebles de madera y las puertas redondas de los dormitorios que recordaban a una madriguera de erizo.

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Otra cosa que James descubrió, con una mezcla de orgullo y consternación, era que salir con Millie significaba que ella (acompañada generalmente por un pequeño grupo de amigas) asistía a sus prácticas de Quidditch. Ella y su séquito estarían sentadas en lo alto de las tribunas de Hufflepuff, charlando habitual e inconscientemente, excepto cuando Millie aplaudía a James por alguna maniobra bien ejecutada. Estaba invariablemente avergonzado en estas ocasiones, y sin embargo, la vista de su sonrisa inocente y de sus vítores desenfadados calentaba su corazón, incluso cuando el aire se volvía frío y enérgico por todas partes. Le gustaba Millie. Le gustaba la forma en que sus ojos brillaban cuando lo veía en los pasillos, su inconsciente precocidad, la manera en que no siempre le alcanzaba su mano, o sentada a su lado en clase, o acompañándolo al Gran Comedor para cenar. Si ella se hubiera obsesionado y lo hubiera adulado (la forma en que Chance Jackson había empezado con Albus, aunque Albus no parecía importarle), James se habría sentido rápidamente abrumado. En cambio, Millie mantenía una sensación de agradable y divertida impredecibilidad y misterio. A menudo, en lugar de unirse a James en su mesa en la biblioteca, ella pasaba como una briza y se sentaba con un grupo de compañeros Hufflepuff. La miraba a lo largo de la tarde, observándola reír con sus amigos, o mordiendo su pluma mientras leía, o practicando movimientos de hechizos con su varita mientras estudiaba los diagramas en El Léxico de Caster. Pero de vez en cuando la pillaba mirándolo. Por lo general, ella desviaba la vista, sonriendo tímidamente. A veces, sin embargo, los ojos de ella se cerraban con los suyos, brevemente, compartiendo un momento sorprendentemente íntimo a través del silencioso anonimato de la biblioteca. James se dio cuenta de que la familia de Millie era lo que Scorpius llamaba “mágica antigua”: sumamente rica, históricamente sangre pura y aristocráticamente conectada. Millie se burlaba de cualquier sugerencia de que su familia fuera influyente de alguna manera, o ella se escondería si así fuera. —Apenas los represento en algo, mucho para el disgusto de mi madre, —le dijo a James con una sonrisa irónica. —Conocerás pronto a los parientes y amigos Vandergriff, espero. Puedes hacer tu propio juicio sobre ellos cuando quieras. En algunas ocasiones James se sentía lo suficientemente audaz para besar a Millie, por lo general por las tardes después de que la acompañaba a la sala común de Hufflepuff, donde se acurrucaban en el rincón formado por las pilas de barriles. La besaba hasta que sus labios formaban una sonrisa encantada y ella se retiraba, con su rostro tan ruborizado como el suyo, susurrando buenas noches sin aliento. Observaba su cabeza ocultándose en la entrada, y luego caminaba de regreso por donde había

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llegado, acalorado y cosquilleando bajo su cuello, atribuyéndolo a las antorchas parpadeantes que alineaban las paredes alrededor de las cocinas. A veces pensaba culpadamente por Petra. Cuando lo hacía, insistía en que probablemente ella haría lo mismo con el profesor Odin-Vann. Después de todo, no era como James y Petra eran, o alguna vez lo habían sido, “una cosa”. Petra no sentiría celos de Millie. Estaría encantada de que James estuviera feliz. Repetía esto para sí, al mismo tiempo que esperaba que no fuera remotamente cierto. El Quidditch de medianoche empezó de nuevo, y por mucho que Graham le había advertido a James que no se involucrara, simplemente no podía resistirse. No era solamente que contara en la mente de James como una práctica de equipo extra. También disfrutaba, más que nada, de la oportunidad de montar su querida skrim, surfear el aire oscuro de manera que ninguna escoba podía duplicar. Scorpius informó a James de los partidos semanales a través de notas pasadas en la clase de Herbología, las cuales James rápidamente leyó y, por arreglo, las dio de comer inmediatamente a la gigante Cobra Lirio en maceta. No le contó a nadie de los partidos de Quidditch Nocturno, especialmente a Ralph, quien habría sentido un conocimiento excesivamente incómodo de esas cosas en su nuevo papel como Premio Anual. Y, sin embargo, a pesar de las reglas informales en sentido contrario, James no era de ninguna manera el único jugador oficial de Quidditch que también apareció en los partidos clandestinos. Su hermana Lily había estado en la liga nocturna incluso más de lo que había estado jugando para el equipo de Gryffindor. Tanto Nolan Beetlebrick como Trenton Bloch aparecieron en el equipo nocturno de Slytherin. Julien Jackson había empezado a jugar para los Hufflepuff solo después de que hubiera salido a hurtadillas el año anterior para castigar a Stanley Jasper, el Buscador de Hufflepuff durante el día, sobre su participación extra-curricular, solo para ser arrastrada irresistiblemente en la liga nocturna por sí misma. Como de costumbre, los equipos compensaron sus noches de sueño perdido a través de una poción especial elaborada por Scorpius y Ashley Doone de una planta dudosamente legalizada llamada Somnambulis. Oficialmente, el profesor Longbottom había dejado de cultivar la planta tres años antes. Extraoficialmente, Scorpius era todavía capaz de “robar” una fuente fresca cada tres semanas de una desordenada esquina trasera del invernadero. El propio profesor Longbottom seguía asistiendo a algunos partidos de la liga nocturna, aunque de forma anónima, vestido con una capa de capucha profunda y rara

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vez hablando. Tampoco era el único observador secreto. En cualquier noche, las tribunas estaban salpicadas de hasta dos docenas de figuras vestidas y disfrazadas, la mayoría sentadas muy lejos una de la otra, que se deslizaban sin decir nada mientras los partidos terminaban. James estaba tranquilamente seguro de que uno de los observadores era, de hecho, la profesora McGonagall, como lo demuestra su familiar y decidido caminar y postura rígida. A diferencia de los partidos diurnos, que eran asuntos salvajes y ensordecedores, la liga nocturna se caracterizaba por febriles y silenciosos partidos, interrumpidos solo por ásperos susurros, el zumbido de las Bludgers suavemente resplandecientes y los ocasionales crujidos y chillidos cuando una de las bolas golpeaba su objetivo. Los momentos más ruidosos eran cuando los ásperos argumentos estallaban sobre las siempre vagas y cambiantes reglas de la liga, o cuando se hacían goles, con lo cual los aullidos roncos y las burlas flotaban sobre el terreno de juego, acompañados por el apagado golpeteo de las manos enguantadas. Al final del tercer partido de la temporada, mientras Scorpius convocaba a las Bludgers azules y las obligaba a entrar en el viejo baúl, James se acercó con su skrim agarrada bajo un brazo, sudoroso y con los zapatos empapados de rocío. —Hay una cosa que a la Liga Nocturna le sigue faltando, —dijo él, medio susurrando en la oscuridad. —Algo que realmente lo diferencie de los partidos diurnos. —Jugar en el campo oscuro en las primeras horas de la madrugada en una de esas tablas de planchar voladoras no es suficiente para ti, ¿verdad? —Juego mágico, —James asintió, ignorando Gryffindor acababan de perder ante Hufflepuff, James no estaba particularmente molesto por dispuestos a competir más tarde esa semana, y victoria para ese partido.

el humor gruñón de Scorpius. Los después de todo, aunque el propio ello. Los equipos diurnos estaban James estaba seguro de una sólida

—¿Juego mágico? —Scorpius frunció el ceño, su rostro iluminado de azul por el resplandor de las Bludgers que luchaban. —Eso es de ese ridículo juego americano. Cudgelclutch. No hacemos eso. —No lo hacemos, pero deberíamos, —insistió James. —Todo lo que estamos haciendo ahora es jugar al Quidditch en la oscuridad. —Con skrims como opción, —Lily sugirió, viniendo junto a James y limpiando su frente con su manga.

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—Y las snitches solo valen veinte puntos, —dijo Julien Jackson, sonriendo. —Lo siento James. Una buena captura no es suficiente para sellar una victoria cuando la luna está arriba. James asintió, imperturbable. —La liga nocturna es bastante diferente, pero podría ser aún mejor, mientras que también nos mantenga afilados con nuestras varitas. El juego mágico trae un nuevo nivel de juego. Imaginen usar un encantamiento de Pozo de Gravedad para redirigir una Bludger lejos de tu cabeza. ¡O un maleficio de Parálisis Parcial para hacer que tu oponente suelte la Quaffle! —¿Pozos de Gravedad? ¿Maleficio de Parálisis Parcial? —Lily frunció el ceño. — Esos no están en el Léxico de Caster. Junto con su capitán de equipo, Stanley Jasper asintió, animándose con la idea. —¡Sí, he oído hablar de eso! ¡Hechizos inventados solo para partidos deportivos! He utilizado la magia durante los juegos de scratch en casa, jugando contra mis hermanos mayores, aunque nunca fue legal ni nada. Solo una manera de mantener las cosas interesantes. —Estás buscando una ventaja injusta, —sugirió Julien, entrecerrando los ojos en James. —Ya eres bueno en esos hechizos. Todavía tenemos que aprenderlos. James se encogió de hombros, cambiando su skrim a su otro brazo. —El juego mágico no es difícil de aprender. La mayor parte de él son apenas variaciones en conjuros tradicionales de duelo. Pero si no te sientes como si estuvieras a punto de enfrentarte conmigo... —parpadeó en el oscuro cielo tristemente. Julien frunció el ceño. —Tendrás que esforzarte más con eso para que me incites, Potter, —dijo ella, empujándolo en el estómago con el mango de la escoba. —Pero si quieres juego mágico, somos más que un partido para ti. Consigue un libro de reglas de Clutchcudgel con hechizos aprobados y mira lo que sucede. ¿Quieres Pozos de Gravedad? Te daremos Pozos de Gravedad lo suficientemente profundos como para chupar la pintura de tu skrim. James sonrió. —¡Ahora estás hablando! —se dio cuenta de que Zane Walker parecía haberse deslizado sobre él durante los años, al menos un poco. La única clase con la que James tenía alguna dificultad… aparte de su habitual actitud despreocupada hacia los plazos de estudio y ensayo… sería Aparición. A pesar de ser solo un curso opcional de doce semanas ofrecido por el Ministerio de Magia para calificar a los de séptimo año, se había aburrido tanto con la clase, que deseaba que nunca hubiera pedido a sus padres que aceptaran la cuota de nueve Galeones para la inscripción del laboratorio. Esto se debió a que las primeras diez semanas del curso, para su gran decepción, se dedicaron a un estudio intensivo de la Aparición

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tecnomántica, sus innumerables peligros y las aparentemente interminables ramificaciones legales del uso indebido. El instructor, el señor Wilkie Twycross, era un hombre muy anciano de cabello blanco tan fino como pelusa de diente de león, y gafas tan grandes y gruesas que James temía que un rayo de sol errante pudiera hacer que las cejas del hombre estallaran en llamas. Insistió, con su voz alta y trémula, que la Aparición era “un proceso binario, que no permitía el lujo de una curva de aprendizaje. Lo harán perfectamente y correctamente, o fallarán abominablemente. No hay término medio. Aparte, por supuesto, de la posibilidad muy real de que ustedes puedan Reaparecer entre dos pisos, o mucho peor”. Miró a James mientras decía esto, con sus pálidas pupilas azules magnificadas al tamaño de huevos detrás de sus anteojos bulbosos. James fingió tomar notas. En la parte superior de su pergamino estaban las palabras Destino, Decisión y Desenvoltura. Había renunciado a cualquier otra toma de notas, eligiendo en lugar, aplicar cuidadosamente más y más énfasis a las “tres D” iniciales de Twycross, agregando múltiples subrayados, comillas, círculos y flechas. Mientras Twycross seguía hablando monótonamente, comenzando otra vez su ordenada lista de verificación preDesaparición, James suspiró y dejó su pluma. Sabía que sería excelente Aparecerse cuando llegara el momento. Ansiaba probarla por primera vez, incluso pensó en intentarlo por su cuenta, fuera de clase. Se incorporó de nuevo ante la idea, diciéndose que podía reclutar a Millie y a Ralph para que lo hicieran con él. Ralph estaba menos dispuesto a intentar la Aparición, pero probablemente se alegraría de tener la oportunidad de practicarla primero sin audiencia. Recogió su pluma otra vez y, debajo de las Tres D, escribió: ¿Quién está listo para largarse de todo esto y probarlo? Manteniendo los ojos en Twycross, empujó a Ralph a su derecha y deslizó el pergamino hacia él. Ralph leyó la nota y se encogió de hombros con un poco de incertidumbre. James repitió el gesto a su izquierda, para beneficio de Millie. Él esperaba que ella le diera una de sus sonrisas ansiosas, precoces, pero ella solo parpadeó hacia él con sorpresa, y luego garabateó una nota debajo de la suya. ¡La Aparición me pone los pelos de punta! ¡Pagaría por NO hacerla! James estaba ligeramente sorprendido, pero no presionó. Supuso que era posible asustarse por la Aparición, especialmente a la luz de las advertencias de Twycross. Pero James sabía que era casi seguro, si entendías lo que estabas haciendo. Había Aparecido junto a su mamá y su papá en muchas ocasiones, y nunca habían sido escindidos,

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estrujados, contrasectados, invertidos, o cualquiera de las otras cosas que Twycross había advertido. Nunca habían dejado ni una sola uña ni un calcetín. En la cena, James le sugirió a Rose que los tres volvieran a la clase esa tarde para intentarlo. —Bien, —Rose estuvo de acuerdo, —Pero no se lo digas a Scorpius. Por una vez, quiero saber cómo hacer algo antes de que él lo haga. —Sabes cómo hacer todo antes que todos, —James parpadeó, pero Rose sacudió su cabeza, mirando hacia abajo y hacia la mesa de su una vez más y ya no más novio, con quien había aparentemente terminado otra vez. —Sus padres le contratan tutores cada verano para “prepararlo para los rigores del próximo período escolar”, —esta vez ella implicó las comillas con un tono sarcástico, pero James oyó el dolor más que la malicia en su voz. —Pero dudo incluso que se le haya permitido practicar la Desaparición antes de que sea mayor de edad. Independientemente de las razones de Rose, James se alegró de la compañía de ella. Sentado un poco más abajo en la mesa de Scorpius estaba Albus, una vez más uniéndose a los Gryffindor para acompañar a Chance Jackson, cuyo enamoramiento por Albus final y aparentemente, era recíproco. Él le permitía alimentarlo con trozos de fresa con los dedos, mientras él divertía a sus amigos con una historia u otra. Mientras James observaba, el grupo se disolvió en risas y Chance le echó un brazo alrededor a Albus, apoyando su cabeza en su hombro. —Puaj, —James sacudió la cabeza, volviéndose. —Ahora sabes cómo nos sentimos los demás cuando traes a Millie Vandergriff para un beso, —comentó Graham. —¡Estudiamos, eso es todo! —insistió James, sorprendido. Había tenido mucho cuidado de no dejar que nadie lo viera besando a Millie. Deirdre puso los ojos en blanco. —Ustedes se están besando incluso cuando sus narices están enterradas en los libros. Sería adorable si fuera un poco menos dolorosamente obvio. El rostro de James se calentó y supo que se ruborizaba ferozmente. La parte realmente embarazosa era, en el fondo, que sabía que no estaba tan enamorado de Millie como todos pensaban que lo estaba, probablemente incluso ella.

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Mientras recogía sus cosas y salía del Gran Comedor, se dio cuenta de que se sentía, más que nada, como un total patán. Después de todo, a pesar de las excitantes emociones de besar a Millie y el trémulo misterio de salir con ella, sabía que la estaba utilizando en su mayor parte como una especie de escudo humano, una distracción del amor desesperado y condenado que sentía por Petra. Determinó que no podía continuar. No era justo para ella. Pero tampoco quería romperle el corazón. Todavía no, por lo menos. Las vacaciones estaban llegando rápido. Tal vez podría hacerlo entonces, mientras estaban separados por un tiempo. Se sintió un poco mejor después de haber decidido esto, y relegó las preocupaciones a un rincón de su mente hasta que llegara el momento de actuar sobre este nuevo plan. Esa noche, Rose y él se encontraron con Ralph fuera del aula de Aparición. —¿Qué estás buscando? —preguntó James, notando la mirada hacia atrás de Rose por tercera vez mientras se reunían alrededor de la puerta de la clase. —No lo sé, —susurró ella, —Sigo pensando que alguien nos está siguiendo. —¿A quién le importa? Tenemos al Premio Anual con nosotros. No estamos haciendo travesuras. —James tomó la manija de la puerta y le dio un tirón. La puerta tembló, pero no se movió. —Oh. Bueno. Desbloquear una puerta de aula no es travesura, exactamente. Especialmente la forma en que Rose lo hace. Rose ocultó una mirada de orgullo mientras tocaba su varita. —Podría haber dejado mis notas allí, después de todo. O podríamos haber oído un ruido sospechoso. Estamos haciendo nuestro deber, revisándolo. Un ruido sospechoso repentinamente resonó desde las profundidades del pasillo detrás de ellos: un rasguño y un golpe, como si alguien a la vuelta de la esquina hubiera dejado caer un libro. Ralph saltó, y luego se pasó una mano por su rostro en nerviosa molestia. —Deja de torturarme, —le dio un codazo a James. —Si vamos a hacer esto, vamos a terminarlo. No hay ninguna regla contra la práctica de cosas que estamos aprendiendo. Y esta aula generalmente está abierta. James tenía una idea de que el aula estaba cerrada ahora porque estaba temporalmente exenta del hechizo anti-Desaparición que cubría la escuela, pero decidió no recordarle a Ralph ese hecho.

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Rose dijo el hechizo de desbloqueo y su varita hizo estallar una chispa de luz dorada. El cerrojo hizo clic y la puerta se abrió. James le dio un empujón y las bisagras bien engrasadas se movieron silenciosamente, revelando el oscuro salón de clases. Los tres se arrastraron adentro. A la luz de la luna, la mitad vacía de la habitación parecía una pista de baile embrujada, decorada extrañamente con pálidos aros, tres de ellos situados bajo las ventanas, y tres más debajo de la pizarra. Las mesas de clase y las sillas estaban empujadas juntas en la parte trasera de la habitación, con vistas a la zona de práctica aún no utilizada. —¿Bien? —preguntó James, mirando a un lado a Rose y Ralph con una punzada inesperada de temor. —¿Quién es el primero? —Esta fue tu idea, primo, —dijo Rose, empujándolo hacia adelante. —Tienes los honores. James asintió y tragó saliva. Pero entonces, de repente, Ralph se movió más allá de él, entrando cuidadosamente dentro de uno de los aros. —Soy el Premio Anual, —tragó saliva. —Es mi deber ir primero. Para asegurarme de que es seguro y todo. Además, —admitió, ofreciendo a James una mueca tímida, —si no termino esto ahora, mis nervios saldrán por la ventana. James parpadeó ante su amigo, ambos impresionados y de repente preocupados. ¿Y si algo salía horriblemente mal? ¿Qué pasaría si Ralph era escindido, estrujado o contrasectado? James se dio cuenta de que ni siquiera sabía lo que era la contrasectación. Se maldijo a sí mismo por no prestar más atención en clase. —Rose, —murmuró por la comisura de la boca, —¿qué es la contrasectación? Rose miró a su lado y frunció el ceño. —¿Por qué preguntas? James levantó una mano de precaución a Ralph, abrió la boca para ofrecer una advertencia, pero en ese momento el grandulón cerró los ojos con fuerza, apretó la mano en su varita y respiró hondo. La enorme varita en la mano de Ralph chisporroteó súbitamente con una luz rosada, y luego desapareció, junto con el chico mismo, dejando solo una explosión de aire. Un momento después angustiadamente largo, la luz rosada de la varita de Ralph iluminó el lado opuesto del aula y Ralph reapareció con un estallido. Golpeó el suelo y sus rodillas se doblaron ligeramente. —¡Brillante, Ralph! —dijo Rose, moviéndose para examinarlo con ojos afilados. —Te ves bien. No hay escisión visible. Y solo un poco de magia residual, —comentó,

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echando un vistazo por encima del hombro. James también lo vio: un débil rastro de luz rosada aún se asentaba en el suelo de la clase, dibujando una línea desde donde Ralph había comenzado hasta donde estaba ahora, respirando con dificultad, con los ojos muy abiertos y sorprendidos. —¿Por qué pasó eso? —Ralph jadeó, frunciendo el ceño, preocupado por el resplandor rosado. —Magia de escape, —Rose asintió, como si hubiera esperado esto. —El profesor Twycross habló de ello en su libro, ¿no te acuerdas? Las primeras veces se depende demasiado de la magia de las varitas, en lugar del propio poder intrínseco. Se propulsan un poco, y la desaparición es un hechizo para moldear, no una habilidad para perfeccionar. Es perfectamente normal. Aprenderás a soltar la varita mientras practicas. Piensa en ella como ruedas mágicas de entrenamiento. —Wow, —Ralph respiró, y luego se rio nerviosamente. —Mírenme. ¡Lo hice! James aplaudió a su amigo en la parte de atrás, feliz de que su propia preocupación momentánea se había desvanecido. —Sabía que estabas a la altura, Ralph, —mintió. — ¡Espera hasta que le digamos a Zane que pasaste tu primera Desaparición! ¡Odiará que no haya venido a verlo! Rose se encogió de hombros. —Ralph podía Aparecerse en Alma Aleron y decirle él mismo. —De ninguna manera, —Ralph levantó ambas manos y dio un paso atrás. —No nos volvamos locos. Un paso a través de un aula es muy diferente a un viaje a través del océano. Rose puso los ojos en blanco con impaciencia. —En realidad, no, no lo es. Ninguno de ustedes presta la menor atención en clase, ¿verdad? —Tu turno, James, —Ralph le dio un empujón amistoso hacia los aros debajo de las ventanas. —Si puedo hacerlo, será un juego para ti. James asintió y se acercó a las ventanas, colocando cuidadosamente sus pies en uno de los aros blancos. Agarró su varita en su mano derecha, feliz de usar cualquiera de las “ruedas de entrenamiento” que estuviera disponible para su primera aparición en solitario. Se dio la vuelta para mirar hacia el lado opuesto de la habitación y parpadeó sorprendido.

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Detrás de Rose y Ralph, tres figuras estaban acurrucadas en la puerta del aula parcialmente abierta. A pesar de sus sombras silueteadas, James aún podía distinguir sus desagradables sonrisas y sus ojos pequeños y brillantes. —¿Qué quieren? —preguntó, enmascarando su sorpresa con ira. Rose y Ralph giraron en el sitio para ver a los tres estudiantes más jóvenes mirando alrededor del marco de la puerta. Edgar Edgecombe estaba en el centro, flanqueado como de costumbre por sus compañeros, Quincy Ogden y Polly Heathrow. El negro pelo grueso de Ogden ocultaba un ojo mientras los miraba furioso, mientras Heathrow, la más alta de los tres, entrecerraba los ojos con una inconfundible alegría. —Fuera de aquí, todos ustedes, —dijo Rose, apretando los puños sobre sus caderas. —Esta es una práctica cerrada. Ni siquiera estarán en esta clase por seis años más. —Tú no estás en esta clase, —dijo Polly Heathrow, levantando su barbilla puntiaguda hacia Rose. —Y la práctica de la Aparición es contra las reglas. Qué sorpresa que necesite recordarte eso, Granger. —El nombre es Weasley, —dijo Rose, levantándose en toda su altura. —Granger es mi madre, y yo no soy ella. Demasiado malo para ustedes, porque ella ni siquiera pensó en hacer las cosas que estoy considerando. —dio un paso adelante, blandiendo su varita significativamente. —Ese gran cabezón detrás de ti es el Weasley del trío, —Polly arrugó su nariz y señaló a Ralph. —El terrón incompetente que es solo para el alivio cómico. “Premio Anual”, ¡los calzones largos de mi abuela! —¡El Trío de Oro, renace! —Ogden se burló. —Potter, “el elegido”; Weasley, el charlatán; y Granger, la insoportable sabelotodo. Creo que pueden hacer lo que quieran. Incluso maldecir un montón de preciosos de primer año. Ahora James levantó su varita y dio tres pasos enérgicos hacia la puerta, abriendo la boca, sin siquiera saber qué maldición o hechizo iba a salir, con la esperanza de que no fuera algo demasiado horrible. —Les diré esto, Potter y Granger, —Edgar Edgecombe interrumpió a James, todavía sonriendo desagradablemente. —Guarden sus varitas y hagan una pequeña demostración de Desaparición para nosotros, y no iremos a la biblioteca a delatarlos por entrar en el aula y realizar magia ilegal. La profesora Heretofore está de servicio, y está de humor para aplicar detenciones, apuesto. Es su decisión.

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James todavía tenía su varita señalando a Edgecombe. Retiró el hechizo que se estaba formando en sus labios (el hechizo Pies Danzantes… había sido un poco demasiado cuidadoso, tal vez) y miró a un lado a Rose. Ella todavía estaba mirando a los tres, con su varita levantada pero ligeramente inclinada hacia arriba en el techo. De repente se encogió de hombros y dejó caer su mano a su lado. —Está bien, —dijo ella con aire alegre. —Creo que seguías, James. —se giró para mirarlo, su rostro cuidadosamente compuesto para no mostrar ninguna emoción en absoluto. Sin embargo, James conocía a su prima y reconoció que esta era su expresión más peligrosa. Él asintió lentamente. —De acuerdo. Supongo que es justo. —se giró a mirar a los tres que había en la puerta. —Pero miren, no sé de qué están hablando, pero están completamente locos. No somos ningún “Trío de Oro”. —Sí, —Ralph asintió. —Y además, si cuentan a Zane, seríamos más... ¿qué creen? ¿Un rombo de plata? Rose se encogió de hombros. —Un trapezoide, me imagino. Y vamos con platino. James parpadeó rápidamente ante Rose y Ralph. Ralph estaba simplemente nervioso y charlatán, sobre todo preocupado por ser atrapado. Pero Rose estaba furiosa. Le salía en palpables ondas, a pesar de su cara cuidadosamente sin expresión. Bajando la varita, James giró y volvió sobre sus pasos hacia los aros blancos debajo de las ventanas, entrando en el que estaba en el medio. Se dio la vuelta e intentó ignorar las sonrientes miradas de los tres estudiantes más jóvenes en la puerta. Era imposible, por supuesto. Podía sentir sus ojos como pequeños y punzantes escarabajos, arrastrándose por encima de él. Se concentró en Ralph y Rose, que se encontraban en las sombras al lado de la pizarra, cerca de los tres aros coincidentes. Ralph le ofreció un asentimiento alentador, pero su rostro estaba tenso por la preocupación. La boca de Rose estaba apretada en una línea ahora que ella se había alejado de Edgecombe y su equipo. Sus ojos brillaban como pedernales, aunque James no podía adivinar lo que estaba planeando. Cerró los ojos, apretó los dedos sobre su varita y notó con una descarga fría que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. Toda la confianza y seguridad habían salido de él. Destino, recitó para sí mismo, Decisión… ¿Y…? No podía recordar la tercera. Con los ojos aún cerrados, conjuró una imagen mental del aula. Imaginó los escritorios y las sillas juntos, empujados a un lado en filas ordenadas, orientados a la

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pista de la práctica. Allí, imaginó los tres aros bajo las ventanas, con él de pie en el medio. A través del suelo oscuro, tres aros más yacían en una fila ordenada, rociados con polvo de tiza de la pizarra de encima. James eligió el aro central, y se concentró en él, dispuesto a ir a él. Algo flotaba profundamente en su mente. No sucedió instantáneamente, como lo había imaginado. En su lugar, el mundo parecía disminuir la velocidad en todo, creciendo insustancialmente, encogiéndose, tomando todo el sonido y la sensación con este. Un silencio como la primera nevada presionaba contra sus orejas. James recordó que había suficiente tecnomancia para entender que ahora estaba entrando en una especie de estado de cambio continuo, volviéndose momentáneamente incorpóreo, desenfocándose desde el aquí y ahora y reenfocándose en el aquí y allá. Pero entonces algo lo sorprendió. Hubo una explosión de luz y sonido, iluminando el vacío detrás de sus párpados y golpeándolo con olas de fuerza. Se alejó del ruido y la luz, y su concentración se tambaleó. Su imagen mental del aula se agrietó, se descompuso, y sintió su forma desorganizada cayendo en sí misma. Sucedió demasiado pronto. Sintió la falta de ella incluso antes de que sus pies volvieran a caer al suelo, desconcertantemente separados. Volvió en sí con un susto y un jadeo. DOS jadeos. Trató de abrir los ojos y se dio cuenta de que estaba viendo doble. O más bien, estaba viendo el aula desde dos perspectivas completamente diferentes, cada una perfectamente superpuesta sobre la otra, borrándose mutuamente sin sentido. Se balanceó y se dio una palmada en la cabeza. Desde la puerta, la voz de Edgecombe era aguda, mezclada con temor y risa. — ¡Miren eso! ¿Están viendo eso? —¡James! —dijo Rose, moviéndose con urgencia en el centro de la habitación, entre los aros, y mirando hacia adelante y hacia atrás con rapidez. —¿Estás… bien? —¿Qué pasó? —preguntó James, y oyó su voz dos veces, resonando desde ambos lados de la habitación. Vagamente, se vio a sí mismo. Era como mirarse en un espejo de una casa de campo, una que distorsionaba tu forma en algo inhumano y doblaba la vista. En una vista, vio su cabeza y sus hombros, un brazo, una pierna, parada ante la pizarra, balanceándose ligeramente. En la otra, perfectamente superpuesta encima de la anterior, vio un duplicado exacto de sí mismo todavía de pie con una pierna en el aro por debajo de las ventanas.

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Había dos de él, pero sólo casi. Estaba atrapado en medio de la aparición, medio duplicado, sin ninguna parte completamente completa. —¡Santos hinkypunks! —los dos James exclamaron agudamente, mirándose con curiosidad del uno al otro a través del suelo oscuro y polvoriento. —¡Todavía estoy allí! —las dos versiones de sí mismo se señalaron el uno al otro con el brazo, uno con la mano izquierda vacía y el otro con la derecha todavía sujetando la varita. —Bueno, —dijo Rose, encogiéndose de hombros. —Al menos ahora ya sabes lo que es la contrasectación. Hubo un silbido de risa histérica, seguido por un ruido de pasos mientras Edgecombe, Heathrow y Ogden salían corriendo de la puerta. Sus risas se convirtieron en gruñidos, retumbando desde el corredor mientras se apresuraban, seguramente deseosos de contarles a todos lo que habían visto. —¡Deténgalos! —James dijo dos veces, pero Rose ya estaba caminando hacia la puerta, con su varita agarrada en la mano. Se inclinó austeramente alrededor del marco de la puerta y disparó tres rayos rojos en rápida sucesión. La carcajada se ahogó en el silencio, seguida de tres confusos golpes. —Oh, esto es malo, —dijo Ralph, su voz una octava más alta de lo normal. Se retorció las manos con gesto irritado, mirando desde la varita levantada de Rose hasta la forma duplicada de James. —¡Esto es tan malo! ¡Estamos condenados! ¡Estamos seria, completa, totalmente…! —Ralph, contrólate, —dijo Rose firmemente, guardando su varita otra vez. —Ve a arrastrar a esos tres a un armario o algo así. Sácalos del pasillo hasta que se despierten de nuevo. Voy a... —miró hacia adelante y hacia atrás entre las dos partes de James. Él la vio mirarle dos veces desde sus dos diferentes perspectivas. —Voy a buscar ayuda. —A Twycross no, —dijo James con su extrañamente doblada voz, esforzándose por mantener sus dos formas paradas en un pie cada una. —A Odin-Vann. Rose asintió, entendiendo. Rápidamente, se giró y salió disparada a través de la puerta, con su túnica volando. —Oh, hombre, —Ralph murmuró otra vez, su voz todavía anormalmente alta. — ¿Estás BIEN, James? James puso los ojos en blanco y sintió una oleada de mareo al doble efecto. —Mejor que nunca. Me encanta esto. Puedo peinarme sin un espejo. Mamá estaría tan orgullosa. Ve a mover esos tres tontos antes de que alguien los vea.

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Ralph asintió con rapidez, como si recordara repentinamente los aturdidos de primer año en el pasillo exterior. Se giró bruscamente, sus talones raspando el polvo de tiza, y corrió a través de la puerta, aparentemente aliviado por huir de la desconcertante vista. James se estabilizó. Era más fácil pararse en cada pie de lo que esperaba, y se dio cuenta de que se debía a que ambas versiones de él estaban conectadas de alguna manera a través del espacio vacío. Su conciencia estaba dividida entre ellas, estirada a través del centro de la habitación como una banda de goma. Y un pequeño trocito de su mente, se dio cuenta, seguía flotando en el éter descorporificado del cambio continuo. Allí, la vista no se duplicó, simplemente estaba en blanco. Excepto que no completamente en blanco, ahora que se centraba en ello. Podía ver el débil brillo de su cuerda de plata y carmesí de Petra. Se estiraba en rizos flotantes, desapareciendo en la distancia. Probablemente podría seguir la cuerda si lo deseaba, dejando atrás la alarmante división de su forma. Pero sabía instintivamente que eso sería desastroso. Si huía de su doble cuerpo, tal vez nunca podría volver a él. Suspiró ásperamente, el miedo y la irritación se asentaron en su mente en igual medida. Trató de concentrarse en el aula de nuevo, mirando desde su perspectiva extrañamente doblada, y vio algo que yacía en el centro de la pista de práctica entre las líneas de aros blancos. Brillantes trozos azules de envoltorio rodeaban una diminuta quemadura de explosión. James negó con la cabeza, dándose cuenta inmediatamente de lo que era. Edgecombe había lanzado un petardo de Sortilegios Weasley en la habitación justo cuando James había intentado su Desaparición. La aparente explosión de tamaño planetario que había encontrado en el cambio continuo, fue apenas un estallido ruidoso y una nube de chispas de un inofensivo invento. Inofensivo bajo cualquier otra circunstancia, por supuesto. Ralph regresó un momento más tarde, jadeando, con figuras sujetas bajo sus dos brazos. Ogden y Heathrow colgaban como muñecas de trapo de tamaño real cuando Ralph los arrojó sobre un escritorio cada uno. —Aquí no, Ralph, — suspiraron los James. —No quiero mirar sus estúpidas caras. Especialmente dos veces a la vez. —Tenemos que vigilarlos, —Ralph sacudió la cabeza, corriendo hacia la puerta. — Odin-Vann sabrá qué hacer, ¿verdad? Él es un maestro. —Y tú eres el Premio Anual, —le recordó James. —Usa tu ¿cómo la llamas?, ¿Autoridad ejecutiva? Prohíbeles hablar de ello. Dales castigos. Promételes quitar un centenar de puntos de la casa si hablan.

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—¡No funciona de esa manera! —dijo Ralph con súbita fuerza, volviéndose a mirar primero a un James, y luego al otro. Sacudió la cabeza con una molestia hostil. —Solo cállense por un minuto. Los dos me están dando un dolor de cabeza. Volvió a desaparecer por la puerta. Cuando volvió a la vista un momento después, con el cuerpo grueso de Edgecombe sobre su hombro, hizo una pausa, mirando a lo largo del pasillo. Retrocedió un paso mientras el profesor Odin-Vann se acercaba a la puerta con Rose detrás. —Tú, —dijo el profesor, frunciendo el ceño con incertidumbre y señalando al aturdido muchacho que colgaba sobre el hombro de Ralph como una bolsa de arena. — ¿Tú lo…? —miró a Rose por un momento, y luego negó con la cabeza. —No importa. Lo primero es lo primero. Acompañó a Ralph en la habitación que estaba delante de él, y luego entró, deteniéndose en la puerta y agarrando el marco con ambas manos, como para sostenerse. —Hijo de banshee, —juró bajo su respiración, con los ojos muy abiertos, moviéndose de un lado a otro entre las dobles formas de James. —Estábamos practicando Desaparición, —dijeron los James. —Más como fracasando espectacularmente, —dijo Odin-Vann, y dio un silbido bajo. —Nunca he visto una contrasectación completa. ¿Todavía piensas con un cerebro completo? —No creo que haya pensado alguna vez con un cerebro completo. —Rose suspiró, acercándose a los James con un movimiento de cabeza. Miró hacia atrás y hacia delante entre ellos. —¿Qué puede hacer, profesor? Odin-Vann estaba junto a ella, con un estudioso ceño arrugando la cara. — Normalmente esto requeriría un equipo de sanadores del ala de Encantamientos mal realizados de San Mungo, —admitió pensativo. —Pero veo que tienes tu varita contigo, James. ¿Quizás la usaste para ayudarte con tu Desaparición? —¡Rose dijo que era como con ruedas de entrenamiento! —exclamó James a la defensiva, su voz gemela más fuerte de lo esperado. —Ralph lo hizo y solo dejó un rastro de escape rosado a través de la habitación. ¡Pensé que era inofensivo! —Es inofensivo, —Odin-Vann asintió con la cabeza, casi con una calma extraña. — Pero si usaste tu varita para alimentar tu Aparición, conozco una manera de deshacerla.

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El joven profesor miró de James a James. James hizo contacto visual con ambas miradas. —¿Cuál es el original? —preguntó Odin-Vann, y luego se volvió hacia el James que todavía estaba de pie frente a las ventanas. —Ese, —dijo, señalando. —Tu varita hizo cruzar la habitación al James número dos. Eso es bueno. Mientras los James observaban, Odin-Vann levantó su varita y la señaló al James que estaba de pie delante de la pizarra, con la varita en la mano. Odin-Vann se detuvo un momento mientras una mirada de duda cruzaba su rostro, y luego se aclaró. Cuando habló, la palabra sonó más como una orden que como un hechizo. —¡Priori invortu! Un rayo blanco conectó la varita de Odin-Vann con la de James, serpenteando y ardiendo durante varios segundos. James sintió la varita vibrando en su mano, pero se mantuvo firme, inseguro de si el hechizo funcionaría si la dejaba caer. La vibración creció a un ritmo que casi entumeció sus dedos. Entonces, con un sonido como un latigazo, el segundo James se volvió hacia sí mismo y se fusionó de nuevo en el primero, quien dio tres pasos hacia atrás, golpeando la ventana lo suficiente como para sacudir los cristales y derrumbándose en el suelo en un torpe montón. Rose corrió hacia el lado de James y agarró su rostro entre sus manos, girando su cabeza de un lado a otro. —Ya basta, —gimió con impaciencia. —Estoy bien. Déjame. Rose ignoró sus protestas y continuó inspeccionándolo. Detrás de ella, Odin-Vann giró su atención de la figura re-incorporada de James a la varita en su mano. La estudió con aparente satisfacción. —¿Tus cejas siempre son así? —preguntó Rose, apretando las mejillas de James entre sus palmas y forzando su cabeza hacia la luz de la luna. —¿Todas juntas y rebeldes en el medio? —¡Estoy bien! —insistió James, finalmente apartando las manos de ella. —¡Quítate de encima! —comenzó a luchar inciertamente, pero sus rodillas se sentían como si fueran de goma y su cabeza repentinamente empezó a dar vueltas, mareándose. Cayó nuevamente al suelo. —Fue culpa de ellos, —dijo Ralph, moviéndose junto a Odin-Vann y señalando a los tres estudiantes más jóvenes, que empezaban a moverse. —¡Edgecombe lanzó un petardo a James justo cuando estaba comenzando su Desaparición!

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Edgecombe gimió ruidosamente, rodó y cayó del escritorio donde Ralph lo había arrojado. Golpeó el suelo con un golpe sordo y su gemido se convirtió en un gruñido ofendido. Polly Heathrow se sentó de mala gana, con sus trenzas flotando. Quincy Ogden dio un súbito ronquido. —¿Así que los atraparon? —dijo Odin-Vann, todavía tranquilo, mirando desde Ralph a Rose. —Solo cuando empezaron a huir, —contestó ella con voz aguda. —Créame, ellos habían venido. ¡Y mucho más! Edgecombe habló entonces, con su voz sentimental. —Están practicando magia ilegal, profesor. ¡Entraron en el aula! —Sí, —agregó Heathrow, colocando una mano cuidadosamente sobre su frente. — ¡Y entonces nos maldijeron! ¡Nos maldijeron solo porque los vimos! —Los maldijeron, —dijo Odin-Vann, con la voz tranquila y pedante como si hubiera estado en su propio salón de clase a plena luz del día, —porque los sobresaltaron con un aparato incendiario de contrabando. Ustedes los atacaron. Ellos respondieron por instinto. Podrían considerarse afortunados de que simplemente los hayan aturdido. —¡Pero…! —Edgecombe tartamudeó, sus ojos se abultaron mientras miraba a James, luego a Ralph y Rose. —¡Pero estaban haciendo magia ilegal! —El Sr. Deedle y el Sr. Potter estaban practicando un ejercicio de clase prescrito. Este es la única aula en la que pueden hacerlo. Les di permiso para abrir la puerta. Ustedes, sin embargo, estaban husmeando por los pasillos buscando causar problemas. ¿Tienen quizás más mercancía de contrabando de Sortilegios Weasley en sus bolsillos? El rostro de Edgecombe se reprimió fuertemente, comprendiendo claramente que las probabilidades se habían vuelto contra él. Polly Heathrow deslizó los pies al suelo y le dio a Ogden una punzada aguda con el codo. Este gimió y se agitó. —Solo nos estábamos divirtiendo un poco, —dijo ella con mal humor, lanzando a James una mirada ceñuda. —Ah, —Odin-Vann asintió tristemente, —la miríada de horrores maliciosos que se han cometido en el nombre de "un poco de diversión". Les sugiero que vayan directamente a su dormitorio antes de que decida investigar el asunto más adelante. Y si me doy cuenta que han mencionado una palabra de la desgracia de James a cualquiera... una desgracia que tendría atención de señalar que enteramente fue culpa

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suya... veré que reciban cada pizca de las consecuencias que merecen. ¿Soy lo bastante claro? Edgecombe se puso de pie, con las mejillas encendidas y los ojos resentidos. Se dignó a no contestar, pero la airada sumisión en sus ojos fue suficiente respuesta. Con la cabeza baja, salió de la habitación, seguido de cerca por Polly Heathrow. Quincy Ogden, que seguía balanceándose sobre sus pies, golpeó el marco de la puerta con su hombro mientras caminaba hacia adelante. Odin-Vann se agachó delante de James, guardando su varita. —¿Te sientes un poco más unido? —Un poco, —admitió James. —Gracias por manejar a esos tres por nosotros. —Silencio, —dijo Odin-Vann, echando un vistazo hacia la puerta. —Ni una palabra. Tenían que venir y entrometerse en una primera Desaparición. Las cosas podrían haber resultado peor. No dejes que eso te confunda. —¿Qué hechizo ha usado, profesor? —preguntó Rose, suspirando y bajando al suelo junto a James. —Nunca he oído hablar de un encantamiento Priori Invortu. Odin-Vann miró a Rose y a su varita en el bolsillo. —Es un... hechizo de mi propia invención, —respondió vagamente. —Simplemente lee el hechizo más reciente de otra varita y automáticamente realiza un contra-hechizo, si existe. Ralph se apoyó en los escritorios cercanos y frunció el ceño. —Así que en las primeras Apariciones por lo general se usan las varitas para ayudar a que ocurra la magia, su varita fue capaz de deshacer el intento de James usando un... ¿qué? Odin-Vann se encogió de hombros. —No podría decirte, precisamente. No porque no lo sé, sino porque el proceso es puramente automático. He estado programando contra-hechizos y anti-maleficios en mi varita durante meses, pero esta noche, lo admito, fue mi primera oportunidad de probarla. Si tuviera que adivinar, diría que probablemente usó un encantamiento de cuerda modificadora para recuperar la forma doblada de James y deshacer su Aparición interrumpida. —parecía tranquilamente orgulloso de esto, y cuidadosamente evasivo, como si quisiera profundamente hablar más pero sintiendo la necesidad de proteger sus métodos. Tal vez no quería revelar demasiado hasta que el proceso se perfeccionara. —Me alegro de que funcionara, —dijo James, sacudiendo la cabeza con firmeza, como para aclarar su mente.

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—Uno de ustedes probablemente debería seguir a nuestros nuevos amigos, —OdinVann dijo, mirando a un lado a Rose y Ralph. —Solo para asegurar que cumplen mi orden y regresan directamente a su dormitorio. Una noche con sus pensamientos bastaría para convencerlos de que mantengan sus bocas cerradas, pero si encuentran a alguien en los pasillos esta noche, su cólera puede sacar lo mejor de ellos. Ralph asintió, alejándose del escritorio. —Lo haré. Tienen que escucharme, por lo menos. —golpeó la placa en su pecho y se encogió de hombros. —Nos vemos mañana. Y no hagamos esto otra vez. Cuando Ralph se marchó, James pensó que podía sentir la más mínima diligencia en el caminar del muchacho. Ahora que el desastre de la Aparición de James terminó y el trío de pequeños cretinos había sido puesto en su lugar, Ralph podría al menos disfrutar del hecho de que había tenido éxito en su primera Aparición, a diferencia de James. —Estarás bien, la próxima vez, —dijo Odin-Vann, como si leyera los pensamientos de James. Se sentó en el suelo y levantó una mano. —No trates de levantarte todavía. Tu cuerpo necesita unos minutos para re-familiarizarse consigo mismo. Dime, James, —él lo miró con una cabeza ligeramente inclinada. —¿Cómo fue? —¿Quiere decir, estar casi dividido en dos copias? —preguntó James, una ola de vergüenza colándose sobre él otra vez. —Se sintió como un gran fracaso, eso fue. Pero también se sintió... —hizo una pausa y entornó los ojos, —un poco como estar entre dos acantilados, sin nada más que espacio vacío entre ellos. Una parte de mí estaba atascada allí, flotando en la nada. Podía sentirlo, y verlo un poco. Odin-Vann asintió. —El Transitus Nihilo. El vacío fuera de la materia. Intrigante. —Pero no fue un vacío completo, —James suspiró y se desplomó. —Pude ver la cuerda que me conecta a Petra. Atraviesa conmigo el borde de la Aparición. Podía verla arrastrarse en la oscuridad. —Tu conexión, —dijo Odin-Vann, pensativo. —Los medios por los que viajas a ella cuando estás dormido. —Siempre que ella me lo permita, —James aceptó, apoyándose contra la pared debajo de la ventana. Odin-Vann se relajó también y continuó con un tono de voz diferente. —Sabes, he tenido curiosidad por esa conexión de ustedes, James. Tenemos unos minutos mientras te repones. Me pregunto si te importaría contármelo.

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Rose interrumpió de repente, un poco demasiado fuerte. —Oh, James está enamorado de Petra desde su primer año en Hogwarts. Es solo un romántico mágico y un poeta. No es un poeta muy bueno, por supuesto, pero es un Potter, así que ¿qué se puede esperar? —No, Rose, —dijo James, echando un vistazo entre su prima y el profesor. —Mira, si vamos a confiar unos en otros lo suficiente como para robar el hilo carmesí y tratar de enviar a Petra para ser Morgana en alguna otra dimensión, entonces tenemos que estar dispuestos a confiar en el otro con todo. —volvió a concentrarse en Odin-Vann, que parecía nada más que esperar pacientemente. —Sucedió justo antes de mi tercer año, cuando estábamos en nuestro trayecto a través del océano a América y Alma Aleron... Tan brevemente como pudo, James contó la historia de cómo Petra había subido a la popa del Gwyndemere justo cuando una tormenta extraña descendía sobre la nave, amenazándola con volcarse en medio de colosales olas. Describió cómo Petra había estado en una especie de confuso temor frente a la tormenta, casi como si quisiera dejar que se la llevara. Así, cuando un rayo golpeó la nave, clavando un mástil y derribándola por la borda de modo que colgó peligrosamente del aparejo, ella había considerado dejar que el mástil roto la arrastrara abajo en las profundidades. James se apresuró a agarrar su mano, pero ella se había resistido, pidiéndole que la dejara caer. —Pero no pude, —dijo, perdiéndose en la narración, mirando el oscuro piso de la clase. —No podía dejarla morir, no importaba lo que ella dijera. Sin embargo, no había nada que pudiera hacer. Ella empezó a deslizarse de mi mano extendida, y me di cuenta de que estaba dejándose ir. Ella estaba aflojando su agarre, lista para caer en las olas debajo de la nave y hundirse. Se cayó, y sentí como si mi propio corazón estuviera cayendo con ella. Y ahí fue cuando sucedió. —La cuerda apareció, —Odin-Vann medio susurró. —Sujetó a Petra, conectó mi mano derecha a la suya, resplandeciendo como una telaraña acromántica en la oscuridad, vibrando como una cuerda de arpa. La atrapó y pude subirla. Rose parecía haber aceptado el hecho de que James iba a compartir toda la historia con Odin-Vann. Ella misma estaba ahora atrapada en el relato. —Lucy me escribió relatando que todos estaban debajo de las cubiertas, en los cuartos del Capitán, mirando desde las ventanas de popa: Merlín, los tíos Audrey, Percy, Harry, Ginny y todo el mundo. Vieron a Petra caer de la parte trasera de la nave y colgar en el aparejo. Pero entonces Merlín nubló las ventanas para que no pudieran ver lo que pasó después. El tío Harry no estaba contento con eso. Dijo que deberían hacer algo, pero Merlín dijo que no. Dijo algo como... —ella entrecerró los ojos y pensó por un momento. —Dijo que la

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tormenta reclamaría lo suyo, pero que no tenían nada que temer. Y al final, resultó que tenía razón. James salvó a Petra tomando prestado sus propios poderes. —miró a OdinVann, súbitamente insegura por si había dicho demasiado, pero él solo asintió. —Conozco los poderes extraños y aparentemente ilimitados de Petra, como ya he dicho. Ella no me ha dicho tanto como quisiera saber sobre ellos… supongo que nunca podría… pero tengo una idea de lo que es capaz de hacer. —él sacudió la cabeza pensativo y volvió su atención a James, con los ojos afilados. —Petra estaba dispuesta a morir, ¿verdad? ¿Caer a su muerte desde la parte posterior de la nave? Pero, ¿por qué? —Estaba confundida, —James sacudió la cabeza, sondeando su memoria. — Acababa de perder a su abuelo y estaba bajo sospecha de la desaparición de su madrastra. Estaba sin hogar, perdida y siendo perseguida por... una... una... —se detuvo de mencionar a Judith, la Dama del Lago, que había sido conjurada por la muerte de la madrastra de Petra a través de una especie de trato envenenado. Confiar en Odin-Vann era una cosa, pero James no deseaba complicar más el asunto… ni implicar a Petra más profundamente… Siguió de forma poco convincente, —Bueno, estaba siendo perseguida por su propia culpa, de alguna manera. —otro recuerdo lo golpeó y se sentó. —Pero ella tenía el broche. Era una especie de cosa de ópalo con adornos de plata alrededor. Había dicho que era un regalo de su padre. Debió haber venido en la caja de cosas que el Ministerio le envió después de su muerte en Azkaban. Llevaba el broche la noche de la tormenta. Cuando ella se cayó, este cayó en las olas, y ella gritó. Parecía representar mucho para ella… la familia que había perdido. La vida que nunca tuvo. Creo que eso es lo que finalmente la destrozó, perdiendo aquella cosa que la conectaba con sus padres muertos. Odin-Vann no estaba mirando a James ahora. Su mirada se había trasladado a la ventana oscura detrás de la cabeza de James, en la que él asintió lentamente, pensativo. Había un brillo extraño en su ojo. —Pero tú estabas allí, —pensó, medio a sí mismo. —Y la salvaste. La salvaste de sí misma. James se dejó caer de nuevo contra la pared. —Supongo que sí. Hablé con mi padre después. Dijo que era más que la magia de Petra que nos conectó y la mantuvo de caer. Dijo que era como cuando él era un bebé y su madre estaba dispuesta a morir por él. Su muerte llamó a una magia muy antigua, más profunda e hizo una especie de protección inquebrantable, salvando a mi papá de la maldición de Voldemort. Papá dijo que porque estaba dispuesto a morir por Petra cuando cayó, hicimos el mismo tipo de trato con la magia profunda. Eso es lo que realmente la salvó. Odin-Vann miró a James, su rostro se nubló ligeramente. —¿De verdad? —dijo, y parpadeó. —¿Tu papá, Harry Potter, te dijo eso?

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James asintió. —Él dijo que reconoció la sensación de ello. —Pero, —dijo Odin-Vann, como si aclarara a regañadientes algún punto pequeño pero importante, —La mamá de tu padre murió para convocar esa profunda magia. Fue su muerte la que creó el vínculo de protección, o por lo que la historia dice. Tú... —se aclaró la garganta un poco torpemente. —Tú... no moriste por Petra. —sacudió la cabeza y se encogió de hombros un poco confundido. James suspiró de nuevo, profundamente. —Eso es lo que le dije a mi papá. Él no tuvo ninguna respuesta para mí. Acabé diciendo que fue porque yo estaba dispuesto a intercambiar lugares con ella... que debió haber sido suficiente. La profunda magia hizo que la cuerda de sus poderes apareciera, conectándonos, dejándome levantarla. No morí. Pero de alguna manera... estar dispuesto fue suficiente. —de repente, a los propios oídos de James, sonaba débil e insatisfactorio. Pero claramente había ocurrido, ¿no? La Profunda Magia había salvado a Petra, los había conectado permanentemente, al igual que su padre y Voldemort, incluso si James no hubiera necesitado morir para que esto sucediera. Al menos no… todavía. El pensamiento lo enfrió de repente, profundamente, hasta el hueso. Odin-Vann pareció descartar el tema con otro encogimiento de hombros. —Bueno, imagino que has convalecido lo suficiente como para que te pares ahora, James. No esperaría más problemas de nuestros tres jóvenes amigos, Edgecombe, Heathrow y Ogden. Al menos no sobre esto. Sin embargo, he conocido a jóvenes como ellos en mi vida, y siempre encuentran nuevas formas de difundir su particular marca de perversidad. Rose empezó a ponerse de pie y lanzó una mirada a la puerta, recordando claramente el trío venenoso de primer año. —Casi espero que vuelvan a cruzarse en mi camino. Les debo más que un aturdimiento. No puedo empezar a imaginar lo que será su queja. —Ah, —dijo Odin-Vann, levantándose y tirando de James. —Ahí está su error, señorita Weasley. Asume que gente como Edgecombe tiene una queja específica. Claramente no se le ha ocurrido que algunas personas tienen gusto de dañar a otros simplemente por el puro e inalterable poder y placer en ello. Pueden inventar excusas para satisfacer los fragmentos disminuidos de sus conciencias, pero son meramente eso: excusas. Mi consejo es: no comprometerlos más. Usted solo se frustrará tratando de apelar a algún sentido enterrado de decencia común. Algunas manzanas envenenadas son veneno todo el camino hasta el núcleo.

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Había una frialdad en el modo en que Odin-Vann hablaba de Edgecombe y sus compinches. James se preguntó si el hombre había tenido sus propios encuentros con pequeños matones, y luego se dio cuenta de que la respuesta era obvia. Fue en la forma en que el profesor parecía incapaz de hacer magia bajo estrés, a pesar de sus impresionantes habilidades y conocimientos. Era un hombre que había sido un niño, un muchacho que seguramente habría padecido sin piedad su impotencia bajo presión, lo que habría hecho que las cosas empeoraran exponencialmente. Mientras el profesor les daba las buenas noches y volvía a cerrar la puerta de la sala de clases, James no sabía si se sentía más triste por el chico que una vez había sido Odin-Vann, o más enfadado con los abusivos que siempre estuvieron como Edgecombe. Principalmente, estaba débil pero aliviado de que la noche había terminado, el desastre había sido deshecho y evitado, y agradecido de que Rose, por una vez, no parecía sentir la necesidad de discutir algo de esto con él cuando caminaron y recorrieron su camino de regreso a lo largo de los oscuros pasillos hacia la torre de Gryffindor. Ella se limitó a fruncir el ceño, reflexionando sobre sus propios pensamientos, y James se alegró. Juntos, pasaron cansadamente por el agujero del retrato. Cinco minutos más tarde, James estaba en su cama, apenas medio vestido, durmiendo completamente agotado, ni siquiera consciente de que llevaba dos pares de calzoncillos mágicamente idénticos, y que ambos calcetines estaban al revés.

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Capítulo 10 La Carta de Hagrid La primera nevada cayó en Hogwarts incluso antes de que las hojas de otoño hubieran abandonado completamente los árboles. Los copos franjaban las hojas restantes con barba chispeante, y luego envolvían el bosque con brillo esponjoso. James se despertó el último día de noviembre con el brillo gris de la ventana junto a su cama. Se sentó de mala gana, frotándose los ojos, sólo para descubrir que no era, de hecho, la hora del desayuno, pero apenas amanecía. Afuera, la nieve había convertido el mundo en una manta de brillo antinatural, engañando incluso a los pájaros del bosque, que cantaban y gorjeaban a la distancia amortiguadora. James estaba a punto de volver de nuevo a su cama cuando una forma se movió silenciosamente cerca, acompañada por el agitar de carbones en la estufa en el centro de la habitación. No se alarmó, reconociendo de inmediato que era el elfo doméstico asignado a la torre de Gryffindor. Había visto al pequeño diablillo en sólo unas pocas

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ocasiones durante los años, pero se sentía lo suficientemente cómodo con él para susurrar un buenos días. Sorprendido, el elfo se endureció hasta que sus hombros se encorvaron junto a sus orejas. La cabeza se volvió para mirar a James con un enorme ojo como una bola de cristal. El iris era verde musgo, rodeando una enorme pupila negra. James podía ver claramente el reflejo de la puerta abierta de la estufa proyectada en el globo ocular del elfo. —Lo siento, Amo Potter —susurró el elfo, ocultando el chirrido de su voz. Era un hombre, James estaba bastante seguro, sus orejas apuntaban como alas de murciélago y eran lo suficientemente grandes como para servir de paraguas en caso de lluvia. Como la mayor parte de los otros elfos domésticos de Hogwarts, éste llevaba una servilleta de tela como una pequeña toga. La servilleta estaba bordada con el escudo de Hogwarts. —Piggen no quería despertar al Amor Potter, señor. —Piggen —James bostezó enormemente, hasta que su mandíbula sonó. —¿Ese es realmente tu nombre? ¿Piggen? —Piggentottenwuggahooliguffin, señor —respondió el elfo obedientemente, todavía con un débil susurro. —Hijo de Tottenwuggahooliguffinoogersham. —Entonces es Piggen —James se estiró y se desplomó de manera que su cabeza estaba al pie de su cama. Con los brazos cruzados sobre el estribo, estudió al elfo junto a la estufa. —Es mi último año, Piggen. Sólo pensé que quizá debería presentarme mientras todavía tengo oportunidad. Los ojos del elfo se abrieron y dio un paso atrás en sus enormes pies descalzos. — No hace falta ninguna presentación, Amor Potter, señor. Piggen está contento de no ser notado mientras atiende el fuego y recoge la ropa y barre y limpia los baños... —Mi tía Hermione no me dejaría volver a casa para la cena de Navidad si se entera que tuve la oportunidad de presentarme contigo y lo dejé pasar. —James sonrió tristemente. —Ahh —el elfo parpadeó. —La Señorita Granger, la fundadora del P.E.D.D.O. Tenemos su foto colgada en la pared de nuestras habitaciones, señor. Estamos muy en deuda con la Señorita Hermione Granger. Ella es la razón por la que tenemos un

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acuerdo de coalición con la escuela, asegurándonos que sólo los elfos hacen el trabajo de los elfos. El amo de nuestro gremio, Dufferwunkin, tiene un término para ello. Él lo llama seguritidad laboriosa. Dice que es muy importante para nosotros los elfos. —Seguritidad Laboriosa... —James entrecerró los ojos. —¿Quiere decir seguridad laboral? No creo que eso sea lo que Tía Hermione tenía en mente cuando empezó el P.E.D.D.O. —Bueno, no queremos ser liberados, señor —dijo el elfo meneando la cabeza con lentitud. —Especialmente ahora que el Voto de Secreto se debilita. Brujas y magos bien intencionados hablan de liberar a todos los elfos domésticos ahora, incluso proscribiendo nuestro servicio. Dicen que se verá mal para los Muggles si los dos mundos se unen. James no pensaba bien en las mañanas bajo las mejores circunstancias. Cerró los ojos y los frotó con el pulgar y el índice. —¿Los muggles pensarán que son esclavos o algo así? Pero, ¿no son ustedes básicamente esclavos? Piggen se levantó tan derecho como pudo y se cuadró los hombros. —Piggen está al servicio de sus amos, Amor Potter, señor. El servicio no es esclavitud. —¿Entonces te pagan? Los ojos del elfo se abultaron tan fuerte que parecieron como si fueran a salir y rodar por el suelo como canicas de tamaño de toronjas. —¡Pagar, señor! ¡Nunca se le ha pagado a un elfo, señor! ¡No sería apropiado recibir el pago del amo por el servicio prestado! —Pero tampoco puedes simplemente renunciar tampoco —continuó James, frunciendo el ceño al elfo. —¿Puedes? El elfo parecía angustiado y desconcertado por el concepto. —Supongo… em… rogando su perdón, señor, que tal cosa sería técnicamente posible. Al menos aquí en Hogwarts. Pero… —parpadeó rápidamente, mirando alrededor de la habitación oscura como para pedir ayuda. El resto de las camas estaban llenas de Gryffindors. James se encogió de hombros, demasiado agotado para presionar el asunto. —Suena como una esclavitud para mí, no importa cómo lo pintes. Pero si eso te hace feliz.

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—Oh, la felicidad no entra en ello, Amor Potter, señor —dijo el elfo con un aliviado suspiro, como si estuviera contento de poner un tema incómodo detrás de él. — Nosotros los elfos no tenemos ninguna relación con cosas como la felicidad, señor. La felicidad es el enemigo mortal de la seguritidad laboriosa. James sabía que debía abandonar la conversación mientras seguía moderada, pero no pudo evitar parpadear curiosamente al elfo otra vez. —¿Qué quieres decir con que la felicidad es tu enemigo mortal? El elfo volvió a mirar a su alrededor, como preocupado por ser oído. Cuando volvió su mirada a James, no pudo mirarlo a los ojos. Nervioso, amasó el nudo de su toga de servilleta con las manos. —Hay otra foto que tenemos colgada en la pared de nuestras habitaciones —dijo, bajando la voz a un susurro tan delgado y agudo que casi era inaudible. —Otro elfo doméstico, con el nombre de Dobbyfoggynpuddleneff. James se impulsó hasta sentarse en su cama. —¿Quieres decir…Dobby? ¿El elfo doméstico que mi padre conoció? —Dobby era feliz —Piggen asintió gravemente, volviendo a encontrarse con los ojos de James. —Se hizo amigo de Harry Potter. Y luego, Dobby fue asesinado. Fue asesinado fuera del servicio, sin maestro o ama. Su cabeza no fue colocada en ninguna pared con las cabezas de los que vinieron antes y después. Dobby murió como un elfo libre —dijo esto último con una mano alrededor de su boca, como si estuviera repitiendo la palabra más ofensiva imaginable. —Y por eso —dijo James, al darse cuenta —es porque no quieres que me presente a ti. Piggen se veía incómodo. —Lo siento, Amor Potter, señor. Piggen no quiere ser libre. Él no desea ser feliz. No desea ser amigo del amo, señor, sin ofender. Sólo desea hacer sus deberes y mantener su seguritidad laboriosa. James se encogió de hombros. —De acuerdo, Piggen. No somos amigos. Voy a fingir que ni siquiera sé tu nombre. El rostro del elfo rompió en una sonrisa de abyecto alivio. —Oh, gracias Amor Potter, señor. Y me saldré de su camino en un instante —se giró hacia la estufa, cerró la

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puerta con cuidado y luego salió corriendo hacia las sombras en dirección al cuarto de baño, sin hacer ningún sonido en la quietud del amanecer. Scorpius se dio la vuelta, dio un gruñido poco característico e indigno, y levantó la cabeza, entrecerrando los ojos en dirección hacia James. Con una voz mutilada, preguntó. —¿Con quién estás hablando? —Resulta que con nadie —James contestó, balanceando sus pies al piso. —Vuelve a dormir. —Si es Cedric —murmuró Scorpius, dejando caer la cabeza en la almohada —dile que vuelva a Hufflepuff. Es muy pronto para la clase… —su voz se desvaneció en la incoherencia. James decidió levantarse temprano y desayunar por una vez. Ese viernes, el equipo de Quidditch de Gryffindor se enfrentaba a Slytherin por primera vez en esa temporada. James tomó estoicamente su posición en el campo, con sus gafas atadas sobre sus anteojos contra la nieve que caía constantemente, el mundo un cuadro transparente de blanco alrededor. El rugido de las tribunas fue interrumpido sólo por la voz de Josephina Bartlett, que estaba relatando el partido desde el puesto del locutor, disfrutando claramente de la amplificación de sus propias palabras. —Un importante enfrentamiento es el evento de hoy —dijo, haciendo una pausa para permitir que sus palabras resonaran alrededor de las tribunas —estadísticamente, el equipo que gane su primer partido tiene un setenta y siete por ciento de posibilidades de derrotar a ese mismo equipo si se encuentran en la final del campeonato. Muchos paseos en esta actuación de ambos equipos, en particular en los nuevos jugadores en posiciones clave, como el Sr. James Potter, que se enfrentará a su propio hermano como Buscadores para sus respectivos equipos. El rugido de las tribunas aumentó hasta un punto febril ante este anuncio. James sabía que debía sentirse avergonzado por tal atención, y sin embargo lo disfrutaba secretamente. Había estado esperando este enfrentamiento durante años, desde que Albus había sido nombrado Buscador para el equipo de Slytherin. Estaba profundamente comprometido a derrotar a su hermano menor y traer a casa una victoria importante para Gryffindor, y su seguridad de que podía hacerlo estaba reforzada por la confianza que el equipo parecía mostrar en su nombre.

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—¡Lo tenemos! —gritó Graham a través de la nieve, volando en posición. —¡Vamos carmesí y oro! —¡Vamos Gryffindor! —gritó Deirdre en respuesta, reuniendo al resto del equipo en gritos y saludos. James agarró su escoba con fuerza, usando los guanteletes sin dedos que había llevado por primera vez tres años antes, cuando había jugado Clutchcudgel en Alma Aleron, eventualmente acompañando al equipo Pie-Grande en su primera victoria en décadas. Miró melancólicamente la ranura de la muñeca derecha, especialmente cosida en el guantelete para guardar su varita. Ninguna magia de juego era permitida en el Quidditch, lamentó, aunque él lo había traído con éxito a la Liga Nocturna, donde Julian Jackson había demostrado ser correcta en la rápida adaptación y dominación de hechizos de Clutchcudgel. Todos los equipos habían tomado prestado y duplicado el antiguo libro de reglas de Clutchcudgel de James y posteriormente hicieron muy buen uso de Hechizos de Gravedad, Parálisis Facial, Knucklers, Potenciadores de Inercia, y muchos otros que incluso James aún no había dominado completamente. Sin embargo, la ranura de su guantelete estaba vacía ahora. No se permitían varitas en el campo de Quidditch. James tendría que derrotar a su hermano usando puro aguante, finura y determinación. Afortunadamente, cuando el árbitro Cabe Ridcully hizo sonar su silbato y lanzó las bolas del juego, James estaba bastante lleno de aguante y determinación. Se puso en movimiento y se lanzó de inmediato a la persecución de la snitch, al mismo tiempo que destellaba sus alas de oro y caía en la nube de nieve que caía, desapareciendo de la vista. Resultó ser un partido muy largo, que duró mucho más allá del anochecer. La voz de Josephina se hizo ronca a medida que avanzaba la velada, con Slytherin manteniendo una ventaja cada vez mayor, incluso desalentadora, sobre Gryffindor. James empezó a temer el agudo chasquido del marcador cuando más puntos se acumulaban, marcado por fuegos artificiales verdes de la señal encantada. La nieve cubrió el pelo de James, congelándolo hasta las frondas que le daban palmadas y golpeaban el cráneo mientras volaba. Su jersey y su capa, al igual que la del resto de los jugadores, estaban empapados con una mezcla de nieve derretida y sudor

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frío, pesando mientras se movía a través de la pelea, esquivando Bludgers que salían de la oscuridad como cometas malévolos, silbando inactivamente mientras pasaban. Por todas partes, la multitud había llegado a ese punto de cansancio obstinado que redujo sus aplausos a un rumor sordo y constante, encadenado entre un firme compromiso con la victoria de su equipo, y el creciente deseo de que el partido terminara para que todos pudieran volver al calor y luz del castillo. James estaba limpiando el barro de sus gafas por lo que sentía que era la millonésima vez cuando un rugido repentino se levantó de la multitud. No hubo ding del marcador, ningún flash y pop de fuegos artificiales de celebración, lo que significó que el rugido sólo podía significar una cosa: la snitch había sido vista. Y si la gente la hubiera visto, eso significaba que probablemente Albus también lo haya hecho. James lanzó su mirada alrededor del campo desesperadamente y finalmente la encontró: una raya de oro que revoloteaba y zigzagueaba a través de los jugadores. Albus ya estaba cerca, con la mano extendida, inclinándose y abalanzándose en persecución. James se arrojó sobre su escoba y se lanzó hacia adelante, inclinándose hacia la franja de oro mientras se acercaba. La multitud era un inconsútil estruendo ahora. Cuando James arqueó para interceptar la snitch, echó una ojeada al marcador. Gryffindor estaba actualmente abajo por una puntuación de veintiocho a ciento setenta y dos. Si James no lograba capturar la snitch durante este avistamiento, incluso si Albus lograba perderse, los Slytherin pronto tendrían suficientes puntos para ganar el partido, sin importar quién la capturara. Mientras James se acercaba a la bola dorada, la observó directamente sobre el hombro de Deirdre. Ella la vio pasar, claramente resistiendo el impulso de atraparla ella misma, lo que, por supuesto, sólo daría lugar a una sanción. Le devolvió la mirada a James mientras este se abalanzaba sobre ella, extendiendo la mano derecha. Voces sonaban al pasar, algunas gritándole u otras rivalizando para distraerlo, otras le insistían. James no oyó a ninguna de ellas, se limitó a estirarse hacia adelante, esquivando Bludgers que amenazaban con botarlo de su escoba, pilotando como si atravesara un túnel de nevadas franjas blancas.

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Albus estaba por delante de James todavía. Su capa flameaba y chasqueaba detrás de él, arrojando niebla húmeda a la cara de James. Sin embargo, la snitch se hundía y James la vio un instante antes que Albus corrigiera. La escoba de James se dejó caer debajo de él a su presión, cortando debajo de Albus y alcanzando la bola de oro. James la alcanzó, estirándose con tanta fuerza que sintió que su brazo se saldría directamente de su órbita. Sus dedos rozaron las alas zumbantes de la snitch. Sonrió con determinación, luego cerró la mano envolviendo… …¡aire! Otra mano había barrido su vista desde arriba, envolviendo la snitch en un instante y barriendo otra vez, tomando la bola de oro con ella. James se quedó boquiabierto ante la oscuridad vacía en donde se encontraba la snitch, aun moviendo inútilmente la mano derecha y luego torciendo la cabeza para mirar hacia arriba. Albus estaba suspendido boca abajo de su escoba, colgando de sus rodillas dobladas con su brazo derecho completamente extendido, agarrando la snitch dorada por encima de la cabeza de James. Se encontró con la mirada de James a través de sus propias gafas y sonrió, encogiéndose de hombros hacia abajo hacia su hermano. La multitud estalló en aplausos y quizás un poco aliviados. El partido había terminado. Josephina Bartlett anunció sin aliento la puntuación final, pero James deliberadamente la sintonizó, bajando al campo y sin siquiera desmontar, simplemente agachando la cabeza y volando directamente hacia las puertas abiertas de la zona de vestuario bajo la tribuna de Gryffindor. Su rostro estaba caliente con una mezcla de rabia y vergüenza. No tenía ningún deseo de hablar con nadie ni de soportar los aplausos que incluso ahora resonaban desde el campo, celebrando la captura asombrosa de Albus. Cuando James se despojó de sus guantes y de capucha medio congelada, el resto del equipo caminaba a lo largo del túnel, arrastrando sus escobas, con la cabeza baja. Pocos hablaban en lo absoluto. Ninguno hizo contacto visual entre sí. James se dejó caer en un banco para quitarse los zapatos mojados, con los cordones tiesos de hielo. Se cambió por un par de zapatillas secas, tiró sus zapatos de Quidditch al fondo de su casillero y tiró de su chaqueta de un gancho dentro de la puerta.

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Estaba dando la vuelta para irse cuando vio a Lily cerca de su propio casillero, sacudiendo desconsoladamente los coágulos de nieve congelados en su cola de caballo. Se acercó a ella, se sentó horcajadas sobre el banco que estaba entre las filas de casilleros de madera y se dejó caer. Tenía una vaga idea de regresar con el equipo, encontrar algún consuelo nominal en su silenciosa camaradería. Había sido una mala pérdida, simplemente no había escapado a ese hecho, pero al menos podrían sufrir juntos. Lily se dejó caer a su lado y gruñó mientras se quitaba los zapatos. El segundo lo pateó desde su pie y golpeó en su casillero, cerrando la puerta de golpe. Ella lo fulminó con la mirada, resoplando enojada por su nariz. —Deberías haberlo visto venir, si hubieras estado prestando atención en los últimos años —dijo en voz baja, sin dejar de mirar a la puerta cerrada de su casillero. James frunció el ceño, repitiendo las palabras en su cabeza. —¿Qué quieres decir con si le hubiera prestado atención? Se giró hacia él pero manteniendo su voz baja. —Albus ama esas estúpidas acrobacias aéreas. Siempre está buscando razones para probar alguna maniobra despreocupada, como esa cosa que hizo esta noche cuando te robó la snitch justo debajo de tu nariz. Podrías haberlo visto venir, es todo. —Oh, así que me vas a echar la culpa de todo esto a mí, ¿verdad? —siseó James, parándose repentinamente. —¿Y cuando Beetlebrick y Dvorek estaban perforando la portería todo el tiempo, justo debajo de tu nariz? ¿Me vas a decir que eso fue culpa mía? —¡He golpeado más lejos de lo que pude! —exclamó Lily, quitándose los guantes y arrojándolos violentamente al suelo. —Estaba cubierta de nieve por si no lo notaste. Apenas podía ver la maldita Quaffle antes de que estuviera demasiado cerca para atraparla. —Eso no parecía molestar a Lamia Lorelei en el otro extremo del campo, ¿verdad? —declaró James, señalando en dirección de los anillos de la meta de los aros de Slytherin. —¡Era como una pared de ladrillo! —¡Bueno, nada de eso habría importado si hubieras cumplido con tu deber y atrapado la snitch a tiempo! —gritó Lily, dando a James un empujón en el pecho. — ¡Estuve ocupada toda la noche! ¡Tú tenías un trabajo y lo estropeaste, sólo porque te

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caíste por un estúpido truco que tu propio hermano había estado muriendo por hacer hace meses! James se sintió como si un carámbano hubiera sido apuñalado directamente a través de su pecho. Dio un paso atrás de la mirada furiosa de Lily, con la boca abierta, sorprendido y consternado. —Ahora cálmense, los dos —dijo Graham con una alarma cansada, moviéndose para ponerse entre Lily y James, pero James dio un puñetazo a su apacible mano. Se volvió, agarró su escoba y se alejó de la zona de los casilleros, hacia la oscuridad del túnel, sintiendo las palabras de Lily, sintiéndose traicionado y furioso ante su hermano, y sobre todo maldiciéndose a sí mismo como un completo fracaso. La nieve seguía cayendo constantemente, desde nubes sonando por encima del terreno de juego, que ahora se entrecruzaban con huellas. Las tribunas estaban casi vacías mientras los últimos espectadores se alejaban. James se movió para seguirlos, manteniendo la cabeza baja. —James —una voz de muchacha gritó, el sonido se amortiguaba por la nieve que caía. Por un momento pensó que era Lily quien venía a disculparse y su corazón se aceleró, inseguro si él la dejaría hacerlo, o la despreciaría y la haría sufrir por un tiempo. Sin embargo, no era Lily. Se detuvo y miró hacia atrás para ver a Millie avanzar rápidamente hacia él a través de los profundos montones de nieve. Estaba envuelta en su abrigo y bufanda de Hufflepuff con un sombrero de lana que llevaba en su pelo rubio, ahora fuertemente espolvoreado de blanco, pero llevaba un banderín de Gryffindor en su mano derecha, caído por la derrota. Se detuvo cerca de él, su aliento formaba nubes blancas y espesas. —Lo siento mucho —dijo simplemente. Por un momento, pensó que de alguna manera había adivinado lo que había sucedido con Lily en el área de casilleros. La mirada de conmiseración en su rostro era tan sincera y descarada que, por un fugaz segundo, casi le hizo llorar. En vez de eso, inspiró profundamente y levantó la vista hacia las tribunas vacías. —Fue un partido difícil. Debería haber visto la snitch antes. Albus me dio una paliza. Esta noche fue el mejor jugador.

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Millie asintió con sobriedad a James, sus labios se apretaron en una delgada línea y luego respiró hondo y dijo. —Eso es completamente como un escreguto tierno. James volvió a mirar a Millie, frunciendo el ceño. —¿Disculpa? —Yo digo que es como un escreguto tierno, de arriba abajo. Eras por lejos el mejor volador ahí. Tú hiciste que Albus ganara. Ganó por ser un divertido presumido, no por ser un mejor jugador. —Lo hizo, ¿cierto? —saltó de repente James, golpeando con un puño la mano abierta. —¡Lo tenía totalmente derrotado! ¡No vio cuando la snitch cambió de dirección, pero yo sí! ¡Lo he reducido! —Recurrió a sus tácticas de desesperación descuidada y tuvo suerte —estuvo de acuerdo Millie con énfasis. —No lo hará de nuevo. Ese tipo de cosas funcionan una sola vez. James sacudió la cabeza ante la injusticia. —Ojalá hubieras estado en el vestuario conmigo y con el resto del equipo —dijo con un movimiento de ojos. —¿Por qué? —preguntó Millie, pasando un brazo a través del de James mientras se volvían al castillo. —¿No me digas que te culparon por lo que pasó? James soltó un profundo suspiro. —No la mayoría de ellos. Sólo… mi hermana… Millie decidió quedarse en silencio en ese detalle, lo cual llevó a James a pensar que probablemente fue un movimiento muy sabio de su parte. Caminaron en silencio hacia el cálido resplandor del castillo, que brillaba desde sus innumerables ventanas sobre la caída de la cortina de nieve y la manta blanca que era el terreno. James pudo distinguir la cabaña de Hagrid a la derecha, apoyada en la franja del bosque. El techo estaba cubierto de nieve. Una hilera gris de humo surgió de la torcida chimenea de piedra. El olor a madera quemada era una oda al calor en el aire crujiente. —Me estaba preguntando —dijo Millie, acurrucándose un poco más cerca de James mientras se volvían hacia el patio abierto —¿si tal vez te gustaría venir a Canterbury para las vacaciones conmigo este año? James se detuvo a la luz del farol de la entrada principal, volviéndose para mirar a Millie, sorprendido por su ofrecimiento.

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Ella continuó antes de que pudiera contestar. —Ya les pregunté a mi mamá y papá y estuvieron totalmente interesados ante la idea. Honestamente, creo que están más emocionados que yo. Sólo pensé… —se encogió de hombros un poco y miró hacia el oscuro patio —tal vez te gustaría conocer a mis padres, y hermano y hermana. Quiero decir…estoy segura que tienes tus propias tradiciones navideñas y cosas que esperas hacer. Así que quizás esto es absolutamente lo último que esperabas. Y el momento es probablemente horrible, ahora que lo pienso. Entonceeees…tal vez deberíamos fingir que ni siquiera… —Me encantaría, Millie —interrumpió James. Le gustó mucho la mirada de placer sorprendido que cruzó en su rostro, trayendo sus ojos inmediatamente de vuelta a los suyos. —¿De verdad? ¿En serio? James se encogió de hombros y asintió con la cabeza, mirando hacia la oscuridad invisible del campo de Quidditch. —Me encantaría conocer a tu familia. Y me encanta la Navidad en la ciudad. Sería bueno un cambio, ya que normalmente tenemos Navidad en la Madriguera, en el medio de la nada. El entusiasmo de Millie era perfecto. Apretó extasiada el brazo de James y lo besó brevemente en los labios. —¡Oh, pero me encanta la Navidad en el campo! ¡Deberíamos ir con tu familia el próximo año! ¡Prométeme que me invitarás! Incluso si no estamos... bueno… no quiero asumir… Sus mejillas se enrojecieron, pero James se sintió muy arrogante a raíz de las decepciones de la noche. —Haz todas las suposiciones que desees. Claro, te invitaré el próximo año. Pero tienes que tener en cuenta que el Director Merlin es dueño de una parte de la Madriguera y pasa sus veranos y vacaciones allí. Eso significa que cuando volvamos a casa para Navidad, incluso el próximo año cuando estemos graduados, la escuela volverá de alguna forma. —Me encantará, pase lo que pase —se entusiasmó Millie, arrastrando a James hacia adelante otra vez, subiendo los escalones hasta la entrada principal. —Enviaré una lechuza a mamá y papá esta noche diciéndoles que nos esperen a los dos. ¡Oh, la pasaremos muy bien! ¡Pero empaca tus trajes! Es tradicional para la cena de Nochebuena. Y asistimos a una obra de teatro todos los años, también, ¡En el Teatro

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d’Extraordinario! Este año es El Triunvirato, ¿no es perfecto? ¡Y, oh! Mi abuela Eunice también estará allí. A ella le cuesta acostumbrarse. Te contaré todo sobre ella en el camino… Cuando llegaron al Vestíbulo, James permitió que Millie llenara el aire de entusiasmo y planificación, de advertencias de parientes deshonestos y promesas de lugares y experiencias asombrosas. Filch los vio pasar con una mirada malévola, apoyándose en un trapeador, deteniéndose en su estéril intento de sofocar el aguanieve que se había acumulado a raíz del partido de la noche. Mientras Millie continuaba, James se preguntó si tal vez había accedido un poco demasiado fácilmente. Había querido romper con Millie durante las vacaciones, no profundizar su relación con una visita para conocer a sus padres. Una sensación aburrida y hundida oscureció su ya oscuro estado de ánimo, pero lo apartó. Al menos ir a la ciudad con Millie significaba no tener que pasar las vacaciones con su presumido hermano y censuradora hermana. Al mero recuerdo de ellos, su determinación se confirmaba y decidió enviar una nota a su propia mamá esa noche también, anunciando su nuevo plan. Millie estaba tan atrapada en su entusiasmo por las próximas vacaciones que acompañó a James hasta el retrato de la Señora Gorda, sólo entonces recordándose a sí misma. —Oh, me pasé de mi propio pasillo, ¿no? —se rio, y luego besó a James de nuevo, impetuosamente. —Nos divertiremos mucho. Simplemente te encantará. ¡No puedo esperar! —le agarró la mano y chilló de placer y James estuvo una vez más satisfecho y ligeramente preocupado por su entusiasmo. Un momento después, se dio la vuelta y se apartó por el camino por donde habían venido, canturreando alegremente villancicos. —Bueno —la Señora Gorda con una sonrisa de compresión. —A mí me parece que alguien está enamorada… James seguía mirando a Millie mientras se giraba y se dirigía alegremente por las escaleras. —Eso es lo que me da miedo —murmuró con un suspiro.

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James esperaba que su madre le prohibiera el viaje a Canterbury durante las fiestas, aunque sabía que era improbable. Ella era una casamentera de nacimiento, al igual que la hermana de James, y probablemente adoraría la idea de que James participe en un romance inocente durante sus vacaciones. Además, por muy duro que fuera para ella, James sabía que su madre estaba haciendo un esfuerzo consciente por respetar a su hijo mayor, y honrar sus decisiones. Por lo tanto, no fue una gran sorpresa cuando Nobby volvió con su mensaje más tarde la semana siguiente, sacudiendo la nieve de sus alas cuando aterrizó en la mesa del desayuno. James retiró el mensaje de la pata de la lechuza mientras el propio Nobby olfateaba y picoteaba los restos de un arenque ahumado, claramente hambriento por su vuelo matutino. La nota manuscrita de su madre era breve pero sorprendentemente iluminadora.

Querido James, Te echaremos de menos, pero estoy segura que lo pasarás muy bien. Tu padre y yo estamos familiarizados con la familia de Millie, ya que el Sr. V fue embajador del Ministerio del gobierno mágico de Noruega durante varios años y la Sra. V es muy caritativa en el centro de Londres con su dinero y su tiempo. Ya que Albus está trayendo a su propia Nueva Amiga a casa para las vacaciones, tu habitación probablemente estará en uso de todos modos. Todos te enviaremos tus regalos a la escuela… busca a Kreacher antes que te vayas… pero ¡no te atrevas a hacer el hábito de estar lejos de nosotros para futuras fiestas! Te extraño mucho, al igual que tu padre, que envía su amor y dice para estar seguro que no dejes que las cosas se vuelvan MUY románticas durante

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las vacaciones, por lo que vale la pena. Le recordé que él se casó con su novia de la escuela y que las cosas le resultaron de lo más bien a él. La abuela Weasley también te envía su amor. Ah, y conoce a la condesa Eunice Vandergriff desde sus propios días en Hogwarts y dice que te cuides de ella, al parecer porque “la mujer no ha lavado un caldero, ni doblado un par de calcetines en toda su vendita vida”.

—¿Qué quiere decir tu padre con no ser muy romántico con Millie? —preguntó Graham con una sonrisa, leyendo sobre el hombro de James, quien sacudió la carta, apretándola a toda prisa. —Significa que no quiere que James se sienta demasiado práctico con ninguno de los Amigos Huffletíteres mientras se aleja de la supervisión escolar —dijo Deirdre con sabiduría, volviéndose a mirar a la mesa de Hufflepuff donde Millie estaba sentada con un grupo de sus amigos. —Están perdiendo el punto principal —dijo Rose, inclinándose hacia atrás desde la mesa mientras Nobby desplegaba sus alas con un soplo de aire frío y volvía a lanzarse a las ventanas superiores. —Al parecer, Albus está llevando “una nueva amiga” a casa con él para las vacaciones. Scorpius apuntó su barbilla hacia el extremo de su propia mesa, donde Chance Jackson y sus amigas reían y conspiraban a la sombra del gran árbol de Navidad del Gran Comedor. —De hecho, conozco al menos una Gryffindor que no estaba demasiado dolida por la gran pérdida de la semana pasada contra Slytherin. ¿Podría ser la invitada de Albus? —Lo supe de inmediato, apuesto —dijo Rose, vagamente disgustada. —Él y Chance se han convertido en un pequeño asunto. Pero aun así, prefiriendo el romance antes que el equipo… —negó con la cabeza y arrugó la nariz. —¿Dónde está Hagrid? —preguntó James, tratando de cambiar el tema mientras guardaba la carta de su madre en su mochila. —Tenemos Cuidado de Criaturas Mágicas estar tarde, ¿verdad?

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Scorpius se encogió de hombros. —Quizás finalmente lo haya comido uno de los monstruos que guarda en su granero. Todo lo que escuché fue “clase suspendida”. Rose golpeó bruscamente a Scorpius con el codo. —La casa de fieras está casi vacía ahora, como bien sabes. El Ministerio le hizo deshacerse de la mayoría de sus criaturas, por si acaso más Muggles venían husmeando por los terrenos. Ridículo, por supuesto. Merlín fortificó los encantamientos de secreto que hay alrededor. Pero aun así, el pobre Hagrid tuvo que enviar a la mayoría de sus mejores bestias a una reserva mágica en Australia. —Espera un minuto —dijo Deirdre, inclinándose hacia atrás y mirando hacia la mesa de maestros. —Él está ahí después de todo. Sólo… bueno, por eso no lo reconocimos al principio. —Está… —James frunció su frente, estirándose para mirar el estrado. —¿Está leyendo? Efectivamente, la cabeza del medio gigante sólo podía verse detrás de un enorme libro que estaba apoyado en la mesa delante de él. El libro estaba encuadernado en un paño verde deshilachado, con los bordes casi desgastados. No había un título grabado en relieve en el lomo o la cubierta, simplemente un símbolo grande, negro empañado e ilegible. —Tengo que decir —dijo Graham con genuina sorpresa —que no estaba cien por ciento seguro de que Hagrid pudiera leer. —Por supuesto que puede leer —dijo Rose con tersa expresión, dirigiendo a Graham una mirada de reproche. —Lee más que tú, y no sólo las puntuaciones de Quidditch y las cartas de las Ranas de Chocolate. Aun así, pensó James, Graham tenía razón de que la visión de Hagrid con su prodigiosa nariz enterrada en un libro aún más prodigioso, era un espectáculo curioso, sobre todo en la mesa principal durante el desayuno. Decidió preguntarle a Hagrid sobre eso durante la clase de esa tarde. En ese esfuerzo, sin embargo, James estaba decepcionado. Justo cuando Runas Antiguas estaba concluyendo y el Profesor Votary estaba anunciando la tarea de la noche, llegó un mensaje que Cuidado de Criaturas Mágicas fue cancelada. El aula se

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rompió en un balbuceo de alivio e incluso algunos aplausos, hasta que Votary severamente llamó a todos la atención de nuevo. —Todos ustedes todavía están citados al Granero Sur para ayudar en los deberes de limpieza —dijo, mirando por encima de sus gafas con la nota en su mano. —El Sr. Filch estará allí para supervisar. La exaltación de la habitación inmediatamente se derritió a gruñidos severos, Ralph miró con desgana pasando a James hacia las ventanas de la clase, donde la nieve flotaba contra un cielo gris. —Y pensé que estábamos evitando vagabundear hacia tundra —suspiró. —Vamos Ralph —le ofreció Rose, abrochando su mochila y poniéndola en su hombro. —Quizás Filch te delegue como escarbador junior, primera orden. —JA JA —repuso Ralph. Los tres siguieron al resto de la clase hacia el frío del día, hundiendo sus hombros contra el viento constante y soplando pícaros espectros de nieve. La cabaña de Hagrid era apenas un montículo de desfiladeros, con sólo una ventana y la chimenea visibles, su humo desgarraba el viento. —Deberíamos ir a ver a Hagrid después de clases —gritó Rose al viento, coincidiendo con los pensamientos de James. Él asintió de acuerdo. Ralph iría tanto por una de las tazas de té caliente de Hagrid y las grandes galletas deformes de jengibre como por la visita, pero él, James lo sabía, también estaba curioso acerca de lo que estaba ocupando a su viejo amigo. La siguiente hora fue un asunto malo e infeliz, en parte porque los establos y jaulas del granero representaban un deber de enormes proporciones en cualquier circunstancia, y en parte porque Argus Filch disfrutaba haciendo cada tarea tan penosa y difícil como fuera posible. Caminó de esquina a esquina, establo a establo, cloqueando su lengua en justa indignación ante el progreso insatisfactorio que encontró en cada paso. Hizo poco trabajo, aparte de cuando arrancó una escoba o una horquilla de la mano de un estudiante para mostrar con impaciencia cómo se hacía apropiadamente, deseando claramente usar el instrumento como una vara de castigo.

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James soportó una de esas demostraciones, aceptando el cepillo del celador con el ceño fruncido y mirando la espalda de Filch mientras se alejaba, echando humo alegremente. —No es como si alguien estuviera comiendo de esta cosa —murmuró, alcanzando una de las jaulas y reanudando la incómoda tarea de limpiar su interior. —Bueno —dijo Ralph, gruñendo con su propio brazo torcido en una jaula, fregando su techo de malla —algo terminará probablemente comiendo de él ¿eh? —Las tortugas no cuentan —respondió James. —Se lamen sus propias partes. No creo que se preocupen por “el excremento en las grietas”. Ralph simplemente se encogió de hombros tanto como su postura incómoda le permitió. James sabía que Ralph, como Premio Anual, sentía una constante presión para no criticar ni siquiera al más odioso de los empleados de Hogwarts. James no sentía tal presión, por supuesto, y encontró la rudimentaria discreción de Ralph, en el mejor de los casos. Cuando terminaron y se dirigieron hacia afuera, cansados y oliendo a heno mohoso y a innumerables sabores de estiércol de bestia, el cielo se había vuelto oscuro y pesado, ya sea por ser primera hora de la tarde o por otra inminente nevada que nadie podía distinguir. El camino de sus huellas anteriores ya estaba medio consumido por la nieve que soplaba y brillaba de azul pizarra en la penumbra. Sin embargo, la cabaña de Hagrid resplandecía desde su única ventana visible con la luz de la lámpara encendida y el parpadeo del hogar. Se inclinaron hacia ella, no tratando de hablar por el viento que golpeaba a través de los desfiladeros, volando con cristales de hielo. La puerta de la cabaña de Hagrid crujió rápidamente antes de que llegaran, dejando escapar un empujón de aire deliciosamente cálido. Hagrid estaba enmarcado en la puerta, medio iluminado por el interior detrás de él, medio por el resplandor azulado de la noche, su aliento hundía enormes nubes en el viento. —Llevan un rato mirando mi puerta —dijo con tanta repentina impaciencia que James casi se detuvo. —¿Qué esperan? No tiene sentido pretender que no sabía que iban a venir a ver qué está haciendo el viejo Hagrid con su tonto paraguas y apenas suficiente inteligencia para leer una simple carta. Entren, entren…

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Se apartó de la puerta y agitó una mano como una losa en el cálido desorden de su choza. James se encogió de hombros y entró fuertemente, haciendo todo lo posible para sacudir la nieve de sus zapatos sobre la alfombra. Ralph y Rose se abalanzaron detrás de él, deshaciéndose de sus abrigos y sacudiendo copos de nieve de su cabello. Hagrid cerró la puerta con un fuerte golpe y puso el pestillo antes de regresar a través de la pequeña sala de estar hacia su mesa. El interior de la cabaña de Hagrid no había cambiado mucho con los años. Todavía era un cómodo juego de muebles desordenados y de gran tamaño, suelos de madera desnudos y vigas polvorientas colgaban de todo tipo de cestas, redes y trampas. Trife, el viejo perro Bullmastiff de Hagrid, se retorció alegremente alrededor de los tres estudiantes, resoplando sus manos con su nariz húmeda y casi golpeándolos con su emocionado saludo. La chimenea rugía, haciendo que la habitación estuviera incómodamente caliente, de modo que James inmediatamente arrojó su abrigo a un cercano escritorio, que ya estaba cargado con ollas y calderas anidadas. Hagrid se limitó a echar un vistazo desde los recién llegados al enorme libro abierto sobre la mesa, apoyado ante una linterna. Una mayormente vacía jarra de hierro con cerveza de mantequilla descansaba a su lado, y James pudo decir que no había sido la primera de Hagrid en la noche. Rose habló por todos ellos cuando preguntó. —¿Estás bien Hagrid? —Oh, Rosie —gritó Hagrid, levantando ambas manos a la cara con un cambio repentino de ánimo, de modo que James se sorprendió de nuevo. Hagrid se dobló hacia atrás en uno de los sillones de su cocina, que ya chasqueaba unos cuantos centímetros hacia atrás en alarma. —¡Oh, Rosie! Me recuerdas mucho a tu mamá. Por eso es que sabía que ustedes tres vendrían. Porque ellos lo harían. Ron y Hermione y Harry. Lo hicieron, ya saben. Ellos vinieron a verme cuando Norberta era sólo un huevo, ni siquiera había nacido. ¿Les he contado esa historia? —Sólo unas mil veces —dijo James, sin malicia, moviéndose para unirse a Hagrid en la mesa. El desorden normal de planos de madera, cortezas de queso y tazas de té había sido empujado hacia atrás en un montón por el libro enorme con olor a humedad. — ¿Qué es todo esto, Hagrid? —¡Es una carta de Grawpie, eso es lo que es! —Hagrid esnifó enormemente, medio avergonzado, medio exasperado, y levantó momentáneamente la portada del libro

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verde, revelando un enorme y pesado pergamino desenrollado debajo de él. —¡Y apenas puedo leer esta maldita cosa! Veo los símbolos del dragón, que sólo puede significar Norberta. Y algunos símbolos que están preocupantes, por decir lo menos. Pero el resto es un completo enredo para mí. Nunca fui muy bueno en Giantish, y han pasado tantos años, casi soy inútil. ¡Ni siquiera puedo leer una carta de mi querido hermano y de su novia maravillosa! —una gruesa lágrima tembló y corrió por el costado de la nariz de Hagrid, quien la apartó con un pulgar calloso. Ralph se acercó a la mesa y levantó de nuevo la tapa del libro verde, cerrándola para revelar la letra que había debajo. —No puede ser tan difícil ¿no? Quiero decir, el Giantish es un lenguaje compuesto de cosas como dibujos de cuevas, figuras, flechas y manos con no todos los dedos… Hizo una pausa mientras miraba la carta de Grawp. No estaba impresa en pergamino, sino una extensión de lo que parecía ser cuero sin curtir, delgado como una sábana, de forma irregular y ondulada en los bordes. La superficie entera estaba garabateada con diminutos pictogramas y símbolos, agrupados tan firmemente que se fundían en un puré casi sin fisuras. James volteó su cabeza mientras se inclinaba sobre ella, tratando de darle sentido y fracasando. El texto de la carta… si se podía llamar así… no estaba formateado en líneas, sino a lo largo de la parte superior, por el lado, luego a través de la parte baja. De hecho, la línea de símbolos seguía los bordes desiguales de la piel, volteando y volviendo a subir por el costado de nuevo, girando sobre sí mismo en densos círculos concéntricos como una huella digital, o los anillos de un muñón de árbol. James parpadeó y sacudió la cabeza, incapaz de seguir la vertiginosa línea de imágenes. —De acuerdo —dijo Rose lentamente. —No creo que ni siquiera una persona con fluidez en Giantish pueda leer esta carta Hagrid. ¿Tienes una pluma y un pergamino listos? Podemos ayudar a descifrarlo si quieres. James no estaba seguro de que estuviera preparado para pasar el resto de la noche acurrucado sobre un libro que olía a moho, traduciendo cientos y cientos de pequeños símbolos a mano rascada, y la mirada que Ralph le disparó le comunicó lo mismo. Pero la respuesta de Hagrid hizo imposible negarlo. Casi se echó a llorar aliviado y se apresuró a hacer más espacio en la mesa, recuperando una pila de pergamino húmedo de un cajón cercano.

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—¡Oh, Rosie, Ralph, James, eso sería espectacular! ¡Estaba llegando al final de mi ingenio! Y sé que muchos dirían que es una larga caminata, pero aun así. ¡Prepararé té! ¡Y muchas gracias a ustedes! ¡Muchas! James suspiró para sí, incapaz de mantener la sonrisa en su rostro. Ralph se sentó en la silla abandonada de Hagrid mientras el medio gigante se apresuraba en su diminuta cocina. —Bueno —dijo, sacudiendo la cabeza con ironía. —No es que tuviera planes para el resto del año. —Oh, eso —dijo Rose, subiendo a otra silla y arrodillándose sobre ella para inclinarse sobre la mesa. Miró de cerca el enorme libro verde, que James podía ver ahora que era un diccionario de simbología gigante con traducciones en español. —El Giantish no tiene gramática, ni ortografía, ni pronunciación. Esa es una de las bellezas de la lengua. Está hecha enteramente de pictogramas, traducibles a cualquier otra lengua. Una vez que comencemos y aprendamos algunas de las imágenes recurrentes básicas, todo debería comenzar a caer fácilmente en su lugar. —No sé qué es más desalentador —suspiró James, sacando la inmensa carta de piel de oveja de debajo del libro y girándola de una y otra forma —lo difícil que Hagrid lo hace parecer, o lo fácil que lo haces tú. Hagrid preparó té, sirviéndolo en su habitual colección de tazas y mugs, y proporcionó un plato de galletas heladas en forma de hipogrifos, árboles de Navidad y, inexplicablemente, huellas de Yeti. Ralph transcribió lo que Rose y James tradujeron, dejando migajas en la piel de oveja cuando la volvieron y giraron, siguiendo la línea de símbolos mientras se dirigía en espiral hacia el centro de la carta de Grawp. Se hizo evidente que la carta había sido un esfuerzo de grupo, escrito no sólo por Grawp, sino también por Prechka, su esposa, y varios otros miembros de su tribu de montaña, hasta el rey local incluido. James comenzó a reconocer los estilos de dibujo de cada mano, simplemente mirando el peso de los trazos, la rectitud de las líneas y los méritos artísticos relativos de los símbolos. Mientras trabajaban, aprendió por medio de Rose que la “tinta” de los gigantes era una mezcla de sangre, alquitrán, jugo vegetal y arcilla roja. Pintaban los símbolos con pinceles hechos de pestañas de bicornio.

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La predicción de Ralph de que la traducción de la carta tomaría el resto del año resultó ser inexacta, aunque James tuvo que admitir que mientras llegó la noche sin duda se sentía como si estuviera tomando meses en lugar de horas. Fuera de las ventanas cuadradas de la cabaña, la noche se convirtió en un negro oscuro y la nieve de hecho comenzó a caer de nuevo. El viento soplaba, chasqueaba los cristales y aullaba alrededor de la chimenea, pero los cuatro permanecieron calientes y ocupados, bebiendo té hasta que no pudieron beber más, cenando con queso, pan crujiente con mantequilla y aceite de oliva picante, rodajas de pepino y más galletas heladas para el postre. Los temores se debilitaban y ocasionalmente James y Rose discutían sobre los significados de ciertos pictogramas, especialmente, cuando Grawp era su autor, ya que su caligrafía de Giantish, por así decirlo, era la más casual de todas. —Es claramente un sol que se levanta —insistió James, apuñalando el dibujo con un dedo grasiento. —¡Es el Rey Kilroy mirando por encima de una montaña! —argumentó Rose con impaciencia —¿¡Ves el cabello!? —¡Esos son rayos de sol! —¡Eres tan ciego como un nargle de cuevas! ¡El Rey Kilroy es el símbolo de la autoridad! ¡Tiene más sentido en el contexto! Ralph, como de costumbre, rompió el estancamiento. —Vamos a llamarlo “autoridad en el futuro” y seguiremos adelante ¿de acuerdo? Mi trasero se va a dormir. Era casi medianoche cuando terminaron la transcripción. Finalmente, cansados pero gratificados y curiosos, se retiraron a la silla y al sofá ante el fuego para leer la carta en su totalidad. Hagrid alimentó las brasas con un feroz resplandor rojo, chisporroteando y estallando con chispas y se acomodó en el enorme sillón, con sus pies con calcetines cruzados sobre la alfombra, con un dedo gordo en el agujero deshilachado. Trife giró tres veces junto a las rodillas de Hagrid y se tendió con una contenida respiración. James y Rose se dejaron caer en el sofá suspendido mientras Ralph permanecía de pie como si estuviera a punto de dar una presentación en clase. Comenzó a recitar la transcripción, que aunque estaba escrita con su propia letra era todavía más bien una tarea. Como Rose había señalado, el Giantish es un lenguaje sin

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ninguna gramática o estructura, dejando a Ralph para llenar los espacios entre ideas y los conceptos a medida que avanzaba. —Grawp, Prechka y el resto de la tribu envían saludos y… la manticora de diez cabeza de tamaño montañoso de prosperidad. —Ah, eso es un saludo tradicional de los gigantes, eso es —asintió Hagrid, con los ojos entrecerrados con feliz anticipación. —Significa riquezas y carne durante temporadas sin fin. Sigue, sigue… Ralph asintió con incertidumbre. —El tiempo es difícil a medida que los años te ponen viejo. El futuro es nebuloso y lleno de peligro. Pero las preocupaciones más pequeñas primero. Dragón… —Ralph hizo una pausa y levantó la vista. —Estamos seguros de que significa Norberta aquí, ¿verdad? —No hay otros dragones en las tribus de las montañas —dijo Hagrid. —Tiene que significar la buena vieja Norberta. Ella fue su regalo de bodas, si te acuerdas. Me hubiera encantado habérmela dejado, pero es agradable saber que todavía está en la familia, al menos. Ralph asintió y frunció el ceño hacia la carta. —Norberta huele a un dragón diferente en el viento. Está emocionada y difícil de controlar. Su deseo por el dragón masculino de su especie la hace desobedecer al mando de los gigantes que la aman y la mantienen. Ella sale de su cueva a casa para ir a buscar al dragón macho, pero Grawp y Prechka, con la ayuda de la tribu, incluso el rey, la traen de vuelta. Pronto, ella irá suficientemente lejos y bastante rápido que no la cogerán a tiempo. Ella va siempre al sur y hacia el este, pasando por los lugares de los hombres pequeños, dirigiéndose hacia el Mar de Luz. James preguntó. —¿Quiénes son los hombres pequeños? —Todos los hombres son pequeños en comparación con los gigantes, tonto —dijo Rose. —Pero eso no es lo que significa. “Pequeños lugares humanos” significa pueblos humanos. Norberta está dando vueltas por las pequeñas ciudades y tal para llegar al dragón que huele. —Oh —dijo James, frunciendo el ceño. —Entonces, ¿Qué es el Mar de Luz?

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Hagrid respondió con voz pensativa. —Ese es el lugar del gran hombre. La ciudad de Londres. La mayoría de los gigantes nunca han estado allí, y nunca irán, ni siquiera para traer de vuelta a Norberta. Es un lugar mítico, asustadizo en su saber. Para ellos, es sólo un inmenso océano de luces que brillan en las nubes nocturnas. Ralph hizo una mueca de confusión. —Pero, ¿cómo podría Norberta oler a un dragón de tan lejos? —Bueno —dijo Hagrid, sentándose ligeramente en su sillón. —Hemos cubierto eso hace dos años en clase, ¿no? Las feromonas del dragón son las más fuertes en todo el mundo animal, tan poderosas y profundas que los humanos ni siquiera pueden olerlas. De la misma manera nuestros oídos no pueden oír un silbido de perro. Se sabe que los dragones se buscan unos a otros a miles de millas, a través de leguas de mares. Es como cuando encuentran amor y hacen dragones bebé. —Oh sí. Recuerdo eso —mintió Ralph, rascándose la cabeza. —Pero no puede haber un dragón en Londres, de todos los lugares ¿o sí? —los ojos de James se ensancharon repentinamente cuando un recuerdo le golpeó. —¡Montague Python! —dijo, agarrando el brazo del sofá mientras se sentaba derecho. —¡Deirdre me habló de él en el camino hacia la escuela a principio de semestre! Sus padres la llevaron a ver un circo mágico ambulante y había un dragón en el show. Dijo que pronto estarían instalándose en el Callejón Diagon. Debe ser Montague a quién Norberta huele. —Sí —dijo Hagrid tristemente. —La pobre chica está desaparecida. Ella quiere lo que quiere cualquier ser viviente. Amar y ser amado de vuelta. ¿Por qué?, su pobre corazón enorme debe estar rompiéndose por ser capaz de oler otro dragón y no poder llegar a él. Después de un momento de silencio rumiante, Rose insistió. —Continúa, Ralph. Ralph asintió y continuó, leyendo con atención. —Dicen que tratarán de mantener a Norberta a salvo. Pero la tribu está preocupada con mayores preocupaciones. Los lugares humanos llegaron a los lugares gigantes más que nunca. El malestar llena el aire mientras que los hombres pueden ser vistos cruzando los límites nunca antes cruzados. A veces los hombres vienen a cazar. A veces para explorar. Más y más lejos viajan, a

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menudo en sus bestias de metal rugiendo. Er, debe referirse a camiones y vehículos todoterreno, supongo —Ralph se encogió de hombros sin levantar la vista. —Algunas tribus se preparan para la guerra con los hombres y planean luchar para mantener su lugar. Grawp y la tribu de Prechka no lucharán contra los humanos, sin embargo. El rey de su tribu dice que se irán, encontrarán nuevas montañas más al norte, más allá de las grandes costas. Pero Grawp y Prechka no quieren viajar a las nuevas montañas. Quieren venir… —el rostro de Ralph palideció y sus ojos se abrieron. —Quieren venir aquí, a Hogwarts. Ellos creen que es el lugar más seguro. Recuerdan su cueva en el Bosque Prohibido, y quieren vivir allí de nuevo. —No pueden estar diciéndolo en serio —dijo James, sorprendido. —Eso es, como, a cientos de millas de distancia. No hay tal cosa como trenes o aviones gigantes. Se perderían con seguridad. —No —dijo Hagrid, extendiéndose hacia adelante en su sillón para empujar la chimenea con la punta de metal de su paraguas, encendiendo las brasas de nuevo. — Los Gigantes son muy inteligentes con las direcciones. Ustedes lo saben. Es como un sexto sentido. Una vez que han ido a un lugar, siempre pueden encontrar el camino de vuelta. Esa es la manera en que encuentran sus caminos alrededor de las montañas, de cueva en cueva. Rose miró de Hagrid a James, con su cara alarmada.—¡Pero eso les haría caminar todo el camino por sí mismos, a través de montones de aldeas y pueblos Muggles, a la vista! ¡Los verían con seguridad! —Eso no pasará —dijo Hagrid, apoyándose en su sillón de nuevo, arrancando un largo crujido desde sus entrañas. —Grawpie nunca tendría esa oportunidad. Supongo que está extrañando su vieja casa aquí en el Bosque Prohibido, es todo, hablando de todo lo melancólico que es, de la manera en que algunas personas hablan de los viejos tiempos. El lenguaje gigante es difícil con conceptos como el pasado. El verdadero problema es la pobre Norberta. —Espera un segundo —dijo Ralph, bajando la carta terminada y levantando la cabeza. —Dos gigantes dicen que están planeando caminar a través de cientos de millas de tierra Muggle para venir a Hogwarts, posiblemente llevando cargas de muggles siguiéndoles por puro asombro y ¿dices que no es gran cosa?

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—Digo que nunca pasará —agregó Hagrid con su mano que parecía un jamón. — Las cosas puede que se estén poniendo complicadas en las montañas, pero todavía no estamos cerca de ese punto. Grawpie es más inteligente que eso. James hizo una mueca y abrió los ojos. —Recuerdo muy bien a Grawp yo mismo. Podría ser un tipo enorme y adorable, pero “inteligente” no es la primera palabra que se me viene a la mente. —No estás entendiendo el punto —dijo Hagrid con un enorme suspiro, mirando fijamente el fuego bajo. James miró hacia atrás al medio gigante que hinchó y olfateó profundamente. —Pobre pequeña Norberta, está sola. Ella necesita compañerismo, así es. No está tratando de ser mala. Sólo hace lo que la naturaleza y su propio corazón de dragón exigen. Tenemos que ayudarle, tenemos que hacerlo. —No, Hagrid —dijo Rose, reuniendo la voz firme e implacable de su madre. — Hagrid —dijo de nuevo con voz de profesora, llamando su atención. —¿Qué piensas hacer? Hagrid parpadeó hacia Rose como si saliera de un profundo ensueño. —¿Hmm? ¿Qué? Oh, nada. Ni una cosa. Estoy pensando en la pobre Norberta. —Eso es lo que nos preocupa, creo —suspiró Ralph. —Hagrid —dijo James, inclinando la cabeza hacia el gran hombre. —No podemos hacer que Norberta vaya a Londres en busca de un dragón de circo entrenado. Lo sabes, ¿cierto? Es bastante malo pensar en Grawp y Prechka pisoteando a través de aldeas muggles en su camino a Hogwarts. Un dragón husmeando por Londres sería completamente desastroso. —Catastrófico —Rose aceptó significativamente. —Pero —protestó Hagrid, entrecerrando los ojos. James casi podía ver las ruedas girando dentro de la peluda cabeza del profesor. —Pero, ella tiene necesidades. No estoy diciendo que Grawpie y Prechka deberían soltarla para correr desenfrenadamente a través de la ciudad buscando a este dragón acróbata. Pero tal vez hay una mejor manera. Y luego, cuando haya un nuevo huevo de dragón, ¡Podría cogerlo! ¡Ustedes tres podrían ayudar! ¡Sería justo como en los viejos tiempos! —sus ojos negros de escarabajo casi chispeaban con anticipación.

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—¡No más huevos de dragón! —declaró Ralph, mirando rápidamente de Rose a James buscando apoyo —Quiero decir, ¿verdad? ¡Eso es perfectamente tonto desde cualquier punto de vista! —Ah, tienes razón, sí —respondió Hagrid a regañadientes. Alargó la mano y se frotó la nuca, todavía mirando el fuego. —Pero como digo, tal vez hay una mejor manera. Una forma que evitará que Norberta no sea supervisada en Londres mientras que también da lo que la naturaleza exige. Pero necesitaré ayuda. Ustedes tres vendrían, ¿no es así? Después de todo, ya hemos llegado hasta aquí, traduciendo la carta y todo. Se lo han ganado. —Haces que suene como si fuera una especie de vacaciones —Ralph sacudió la cabeza con asombro. James trató de imaginar lo que Hagrid estaba planeando. —Ralph tiene razón. Esto no será un esquema medio loco, potencialmente peligroso, completamente imposible de aplicar que nos lleve a todos a Azkaban o nos mate, ¿verdad? —Claro que no —lanzó Hagrid con una mirada de reproche que James podía ver claramente. Rose se encogió de hombros y dijo —Estoy dentro. Ralph la miró boquiabierto, con los ojos abiertos de sorpresa. —Por supuesto que estoy dentro —repitió firmemente. —¡Y ustedes también! Si esto mantiene a Norberta lejos de la ciudad, entonces es nuestra obligación como ciudadanos del mundo mágico. Los ojos de Ralph se abultaron aún más. —Estás tan loca como él —dijo apuntando a Hagrid. Rose simplemente se encogió de hombros. —Mi tío Charlie trabaja con dragones en Rumania —sugirió James. —Seguro que si pudiéramos conseguir que Norberta llegue a él, sabría cómo presentarle a un verdadero dragón macho, no a una serpiente gigante domesticada y acróbata llamada Montague Python —dijo poniendo los ojos en blanco.

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Hagrid asintió vigorosamente, inclinándose hacia adelante en su silla otra vez. — ¡Así es! ¡Charlie Weasley sabría qué hacer! ¡Todo lo que tendríamos que hacer es conseguir que Norberta vaya con él! —Oh, eso es todo, ¿eh? —dijo Ralph con fingido alivio —Todo lo que necesitamos es transportar un Ridgeback Noruego de cinco toneladas a través de las fronteras internacionales mientras la mantenemos en secreto del mundo muggle, que se desmayarían en masa al verla, y las autoridades mágicas, que nos arrestarían a la vista transportando una bestia ilegal y poniendo en peligro el Voto de Secreto. Rose se encogió de hombros y suprimió una sonrisa. —Haces que suene tan fácil, Ralph. —Sería una cosa si pudiera volar —pensó James. —Uno de nosotros podría montarla. Pero su ala nunca se ha curado completamente, ¿verdad, Hagrid? —Sobre la tierra es la única manera —asintió Hagrid, haciendo una mueca ante la idea de la desventaja del dragón. Sus ojos se afilaron cuando un pensamiento le golpeó. —Sobre tierra o… —¿O qué? —aclaró Ralph escéptico. —Eh, nada —dijo Hagrid, de repente poniéndose de pie. —Nada en absoluto. Olviden que dije algo. Por ahora, es tarde. Debería haberlos enviado a sus dormitorios hace horas. ¿Qué clase de maestro soy? Un irresponsable, dejarlos estar afuera como ahora. —pero estaba solo balbuceando. James podía decir que el hombre grande estaba atrapado en el agarre no acostumbrado de una idea. El brillo loco en sus ojos era casi cómicamente intencionado. James medio esperaba que el vapor saliera de los oídos de Hagrid. —No harás nada estúpido sin nosotros, ¿quieres? —preguntó Rose, encogiéndose de hombros en su abrigo mientras Hagrid prácticamente los barría de su cabaña. —No la escuches —replicó Ralph. —Siéntete libre de hacer todas las cosas estúpidas que quieras sin nosotros. —¡Buenas Noches! —les ofreció Hagrid, sonriendo fuertemente a través de su barba erizada. —Derecho al castillo ahora. Sin desviarse.

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Un momento después, la puerta se cerró de golpe, cerrando el resplandor de la cabaña. La calidez de aquello todavía rodeaba a los tres estudiantes, pero James podía sentir que se desgarraba en el viento cubierto de nieve. —Vamos —se encogió de hombros. —Nos llamará cuando nos necesite. Ralph sacudió la cabeza mientras comenzaban su vagabundeo hacia el castillo helado. —Haces que suene como si estuvieras esperando. —No tienes que venir cuando llegue el momento, Ralph —dijo Rose con primicia. —Podrías pensar en eso, ¿no es cierto? —Ralph gimió con una voz concisa. —Pero sé cómo estas cosas van. Voy a terminar siendo aspirado de todos modos. Siempre lo hago. Y James terminará necesitando mi varita por alguna razón porque él perdió la suya o la rompió de alguna forma. O habrá alguna tarea que sólo yo puedo hacer porque, no sé, tengo la altura correcta, o el resto de ustedes están en peligro mortal, u ocupados luchando contra míticas bestias de terror o algo así. —¿Y eso realmente te hace no querer venir? —sonrió James. —Esta vez no será así —dijo Rose firmemente mientras se arremolinaban en el patio, pateando polvo nevado ante ellos. —Es un trabajo bastante simple. El tío Charlie sabrá exactamente qué hacer. Todo lo que tenemos que hacer es llevarle a Norberta. —Ah, conozco todos los trabajos sencillos, fáciles y totalmente seguros con ustedes —suspiró Ralph con amargura —Resulta que nunca lo son. James no lo dijo, pero esperaba que Ralph tuviera más razón de lo que incluso Rose estaba dispuesta a admitir.

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Capítulo 11 El Crómlech de Espinos Negros No tuvieron noticias de Hagrid antes de las vacaciones de Navidad, dejando a James libre para embalar y planificar y para ocuparse de sus inquietudes generales sobre su viaje con Millie. Recordó traer su túnica de gala y secretamente temió tener que usarla. Pensó acerca de estar a solas con Millie fuera de la escuela y se sintió nervioso y febrilmente emocionado al respecto ¿Estarían sin supervisión la mayoría del tiempo? O ¿Aún más supervisados de lo que estaban en la escuela? ¿Cómo serían sus padres y familia? Millie había intentado describírselos y advertirle sobre ciertas excentricidades, pero él no las había asimilado en su mayoría. Lo único que entendió con seguridad, basado en sus descripciones, fue que los Vandergriff tenían un estilo de vida mucho más diferente de lo que James jamás había visto. Scorpius lo había resumido cuando los

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había descripto como “magia antigua”, a pesar de que James tenía sólo una vaga idea de lo que eso quería decir. El tren de regreso a Londres fue típicamente ruidoso, los compartimientos llenos de estudiantes felices, los corredores decorados con ramos de pino, luminosos globos encantados de diferentes colores, y bastones navideños de caramelo de un pie de largo. La carta de la señora del carrito consistía enteramente en galletitas festivas, empanadas miniatura de carne picada, bolas de nieve de azúcar, cucarachas de chocolate, y diablillos de pimienta. Millie compró muchos de todos y los distribuyó por el saturado compartimiento que compartían. James aceptó un puñado de empanadas miniatura con una sonrisa vergonzosa. Apenas conocía a alguna de las personas abarrotadas en el compartimiento, siendo la mayoría amigos de Millie, sus camaradas Hufflepuff, aunque algunas caras le eran familiares del Quidditch Nocturno. Por su parte, ellos parecían aceptar a James como uno de los suyos, basados únicamente en su conexión con Millie. Ella se sentó a su lado, cadera con cadera, tomándole la mano, saltando emocionadamente de conversación en conversación. Fuera de la ventana, el sol invernal descendía sobre blancos campos prístinos, bosques engalanados de blanco, y obscuras montañas difusas en la lejanía. La luz se tornó obscura y púrpura y las sombras se alargaron. Eventualmente, los faroles del Expreso de Hogwarts se encendieron con un suave chasquido, bañando a todo el tren con luz dorada, y James sabía que su viaje estaba a punto de terminar. Una punzante inquietud cayó sobre él mientras recordaba que, con su llegada a la plataforma Nueve y Tres Cuartos (9 ¾), la parte familiar de las vacaciones estaría terminada. De repente, extrañó la confortable banalidad de la Madriguera, el olor a pan de jengibre de la frenética cocción de su madre y la calidez de los abrazos de la abuela Weasley, el hogareño abeto de árbol de Navidad decorado con los adorados ornamentos familiares y el agresivo croar de rana Catesbeiana de la voz de Kreacher. A Kreacher, al menos, no tenía que extrañarlo demasiado. Él acababa de ver al anciano elfo doméstico la mañana anterior, despertó frente a su clásica mirada severa y ojos llorosos ya que el elfo se encontraba parado al pie de su cama con una pila de regalos envueltos a sus pies. James había decidido que aún no podía abrir los regalos, a pesar de la monótona bendición de vacaciones de Kreacher.

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—Aún no es Navidad—, había dicho James, bostezando y estirándose, su pelo aún erizado por el impacto de despertarse bajo la mirada imperturbable del elfo. —Los abriré cuando esté de regreso. Me dará algo que desear. El elfo aceptó con una seriedad estoica, desapareciendo inmediatamente después con un chasquido de sus huesudos dedos, dejando un aroma a agujas de pino y menta en su despertar. Ahora, a medida que el tren echaba vapor cada vez más y más lento, el traqueteo del motor descendiendo de un ritmo bien marcado a un grave toque de tambor, con las obscuras paredes de ladrillo y chimeneas de la ciudad pasando rápidamente por las ventanas, James se maldijo por aceptar ir con Millie en sus vacaciones. Él ahora sabía que lo había hecho principalmente para molestar a Albus y Lily. Pero ahora sentía que sólo se estaba castigando a sí mismo, y cavándose un pozo más profundo con Millie, con quien aún pretendía terminar tan pronto como surgiera el momento indicado. Si es que el momento alguna vez llegase a ser el indicado. Miró la multitud de padres y familias esperando a medida que el tren bajaba su velocidad, silbó, y se sacudió y agitó hasta detenerse. Sabía que no vería a sus padres ahí. Se había vuelto una tradición para él, Albus, Lily, Rose y el resto viajar por traslador directamente a la Madriguera. El traslador que era un suéter de Navidad encantado había llegado sólo unos días antes, dirigido a Albus y Lily. James lo había visto y actuado desinteresadamente (incluso había hecho un comentario sarcástico sobre cuánto se divertiría él estando en la ciudad. A Albus no le había importado, pero Lily lo había mirado sinceramente celosa, y James se había sentido malvadamente satisfecho). La plataforma estaba atestada con personas en abrigos y sombreros, bufandas y botas, festivamente espolvoreados con nieve y con brillantes ojos mirando cómo los viajeros comenzaban a desembarcar. James vio a los padres de Scorpius, Draco y Astoria, parados con largos abrigos obscuros cerca del borde de la multitud, luciendo tan severos y arrogantes como siempre. Otras caras vagamente familiares brillaban como lunas bajo la luz de los faroles. A medida que James descendía a la fría senda, miraba la multitud buscando alguien que pudiera ser parte de la familia de Millie.

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Por su lado, Millie hizo un gran espectáculo despidiéndose de sus amigos, abrazándolos uno por uno, estrechando sus manos encarecidamente, como si no fuera a verlos por meses o años, en lugar de días. James intentó no sentirse impaciente u olvidado. — ¿Entonces cuál es tu mamá o papá?— preguntó finalmente cuando ella se acercó nuevamente. —Oh, mami y papi no nos esperan en la plataforma—, dijo casualmente, alisando su cabello y ajustando sus guantes amarillos en sus manos. —Ah—, James frunció el ceño. —En ese caso… ¿tu abuela Eunace entonces? — ¡La abuela Eunace!—rio Millie y sacudió su cabeza. — ¡No seas tonto! Agarra tu bolso y ven. Ella lanzó su propio bolso sobre su espalda y lo llevó sobre el hombro a través de la muchedumbre, dejando que James tuviera que alcanzarla. Luego de un rato, lanzó una mano enguantada hacia atrás, lo halló, y tiró de él ansiosamente hacia adelante, atravesando la multitud y eventualmente pasando por la pared de ladrillos del portal hacia la realidad Muggle de la estación King’s Cross. Aún sin mirar atrás pero recorriendo el camino a lo largo de la gran concurrencia, sus botas taconeando por sobre el sonido de villancicos Navideños grabados y monótonos anuncios de arribos y partidas. Los viajeros Muggles estaban por todo alrededor, algunos felices y festivos, encontrándose con parientes y amigos, otros ceñudos y agobiados, verificando sus relojes o teléfonos de bolsillo, fluyendo en todas direcciones. Finalmente Millie guio a James a una elevada y resonante explanada de la terminal principal, inundada con luz y aparentemente tan grande y concurrida como un estadio de fútbol. Ahí, ella se detuvo momentáneamente, mirando a un lado y al otro. Sin embargo, James vio al hombre un segundo antes que ella. —Mmm—, dijo él, apretando la mano de Millie para ganar su atención y señalando con la otra. — ¿Asumo que viene por nosotros? Millie siguió el dedo con el que señalaba James, y luego sonrió y asintió emocionada. Ella comenzó a tironearlo hacia adelante otra vez.

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El hombre que James había visto sostenía un gran cartel a la altura del pecho, entre sus manos con guantes negros. El cartel decía VANDERGRIFF E INVITADO en una impecable caligrafía. No fue el cartel, sin embargo, lo que hizo al hombre destacar. Fue el hecho de que él era de al menos tres metros de alto, con una cabeza tan grande y cuadrada que bien podría haber sido tallada en las Stonehenge. Su delgadez era casi enfermiza, enfatizada por un uniforme negro de doble solapa tan ajustado que parecía haber sido cosido directamente en su cuerpo. La doble hilera de botones de latón en su pecho centelleaba bajo los tubos fluorescentes, al igual que la visera de charol de su gorra de chofer. Ninguno de los otros transeúntes parecía notar al hombre mantis que sobresalía como un poste de teléfono, sus ojos grises inmóviles y pacientes a la sombra de su gorra. Pero aun eso era menos impresionante que lo que se encontraba detrás del chofer, completamente inadvertido en medio de la circundante, bulliciosa y frenética multitud. Era un auto, pero no como cualquiera que James hubiese visto antes. Era muy viejo, inmensamente largo y bajo, sus guardabarros se extendían hacia atrás como delicadas olas de metal sobre amplios neumáticos cuya circunferencia interior estaba pintada de blanco. Un brillante cromado desde las llantas de rayos, pasando por los gigantes y redondos faroles delanteros, y hasta la montura tipo lápida de la parrilla. El compartimiento de los pasajeros era tan largo y majestuoso que parecía contener un salón de baile. Emergiendo del extremo gris lunar del capot había una figura plateada, una mujer con túnica inclinada hacia adelante como en una ráfaga de viento, su mentón elevado, sus brazos lanzados hacia atrás de manera que sus mangas colgaban como alas. La multitud de viajeros fluían alrededor del auto como agua alrededor de una piedra, dedicándole no más que una mirada de costado. —Buenas tardes, Señorita Millicent y Señor Potter—, el chofer dijo a medida que Millie se aproximaba. Su voz era profunda pero sorpresivamente melodiosa. Él llevó dos dedos a la visera de su gorra y les ofreció una regia pero pequeña sonrisa. —Hola Balor, ¡feliz Navidad!—dijo Millie al gigante, y luego sorprendió a James arrojando sus brazos ampliamente, como esperando un abrazo. Balor bajó el cartel y se inclinó sobre una rodilla, permitiendo que Millie lo abrazara, aunque no le regresó el

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abrazo exactamente. Cuando ella se liberó, él se irguió nuevamente, elevándose tanto que bloqueó los tubos de luz, y pasó una mano del tamaño de un plato por su uniforme, enderezando arrugas inexistentes. Con un ligero ruido, el baúl del auto se abrió. Balor hábilmente recogió los bolsos de James y Millie y los cargó en el auto, luego abrió la puerta de pasajeros trasera. Millie subió. James subió tras ella, más tímidamente (el interior era tan amplio que apenas tenía que bajar la cabeza) en el suntuoso sofá de cuero color vino tinto que hacías las veces de asiento trasero. Sin decir una palabra, miró alrededor, asimilando los artesonados muebles de nogal, los adornos de plata, los ligeramente inclinados asientos laterales y la gruesa alfombra de felpa. Un candelabro de cristal miniatura colgaba de la leve cúpula del techo. No había salón de baile, realmente, pero el frente del compartimiento de pasajeros estaba dividido del asiento del conductor por una barra de madera pulida con licoreras de cristal, botellas de vino y licor, e hileras de copas colgados boca abajo en pulcros coperos. —Ese es Balor—, dijo Millie, juntando su mano con la de James nuevamente y dándole un apretón. —Ha estado en la familia por, eh, siglos probablemente. — ¿Qué? —preguntó James, mirando por sobre la barra cómo el enorme hombre se plegaba detrás del asiento del conductor, colocando sus manos enguantadas alrededor del volante de exquisita madera. — ¿Qué es? Millie parpadeó hacia Balor como si nunca hubiese considerado la pregunta. — Un cíclope, creo—, contestó encogiendo sus hombros. El motor del auto arrancó con un sutil y ahogado sonido vibrante, casi como un mayordomo aclarándose la garganta. Ningún Muggle miró hacia el auto, y aun así se corrieron ante él, dejando un canal libre para que el auto pasara. Comenzó a avanzar con inusitada delicadeza, el ruido de su motor precediéndolo como una alfombra roja. El candelabro apenas se balanceaba, meramente girando sus pendientes de cristal suavemente, añadiendo prismas a su brillo distintivo. James había viajado en el Autobús Noctámbulo por esa misma terminal una vez. Pero el viaje había sido salvaje, frenético, como bailar con la Llorona. En contraste, esto

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era como viajar en los hombros de una pantera negra gigante mientras acecha tranquilamente la jungla. —Pero…—dijo James tímidamente, —Pensaba que los Cíclopes tenían un solo ojo. Millie se encogió de hombros otra vez. —Aún no hemos leído esa sección en Criaturas Mágicas y Dónde Encontrarlas. El auto, le dijo Millie a James casi soltándole la mano, era un Rolls Royce Espectro, aunque sin duda equipado con marcadas variantes mágicas. El motor no requería combustible, por ejemplo, en su lugar funcionaba con fuego de duende líquido, y la estatuilla ornamental del capot proyectaba su propio campo de intrazabilidad donde quiera que fuera. Aún más impresionante, pensaba James, era la habilidad del auto de curvar el espacio a su alrededor a donde sea que fuera, permitiéndole pasar por pequeñas aberturas, tales como una de las puertas giratorias de entrada a la estación King’s Cross. El auto no hacía nada tan indigno como encogerse. En lugar de eso, parecía presionar la realidad a los lados como si el mundo mismo estuviera hecho de plástico, o como si las puertas de metal y vidrio fueran meras cortinas, que retrocedieran tiradas por cuerdas ocultas. El Espectro se unió al denso tráfico vacacional, pero no fue afectado en lo más mínimo por este. Filas de taxis, autos, camiones y camionetas saturaban la medio congelada avenida en una parada cercana, avanzando uno por uno como animales impacientes en un comedero, pero el Espectro simplemente se deslizó entre ellos, circulando por la línea central como por un riel, ensanchando el espacio de manera que el angosto pasillo se convirtiera en una gran y vacía carretera. Balor sí detuvo el auto en los semáforos pero James notó que el Rolls estaba siempre primero en la fila, su motor vibrando pacientemente, hasta que la luz cambiara de roja a verde, tras lo cual el vehículo avanzaba con facilidad nuevamente, precediendo al tráfico todo alrededor como un general dirigiendo las tropas en un desfile. El viaje a Canterbury tomó algo de tiempo, y James recordó una vez más cuán inmensamente grande era realmente Londres. Pasaron por distritos de comercios atestados de viajeros a pie, la mayoría cargando bolsos y cajas. Bordearon áreas industriales dominadas por paredes de ladrillo y mugrosas ventanas, altas chimeneas y puertas metálicas de talleres. Finalmente, llegaron a un barrio residencial de grandes

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casas situadas detrás de cuidados jardines prístinos. Árboles bordeaban el bulevar, la mayoría decorados con sencillas luces Navideñas blancas. No había autos estacionados en las calles del vecindario, y la nieve ya no estaba marcada por interminables intersecciones de vehículos y huellas de peatones. En su lugar, la carretera estaba delineada con dos negras y prolijas marcas de neumáticos, repetidas cuidadosamente por los pocos autos que allí circulaban. El Rolls Royce seguía las marcas discretamente mientras James escudriñaba desde la enorme ventana lateral, preguntándose cuál de las grandes, e impresionantes casas sería su destino. —Aún no llegamos—, dijo Millie con una sonrisa. James esperó, su pecho apretado con una combinación de anticipación e inquietud que se le estaba haciendo demasiado familiar. El único otro vehículo en la carretera, notó, era otro gran auto lujoso, aunque con un clásico mucho más nuevo, siguiendo al Espectro a una respetuosa distancia, sus luces delanteras brillaban como diamantes en joyero aterciopelado. A medida que se acercaban al final del bulevar, James advirtió que había algo inusual sobre las casas alineadas al lado izquierdo. Los espacios entre y detrás de ellas eran perfectamente obscuros, expandiéndose en brumosas planicies. Con una impactante pero agradable sorpresa, James advirtió que la planicie era el mar, en su mayoría congelado, de forma tal que las albicelestes orillas se fundían con el suave negro de las profundidades. Los metros traseros de las casas descendían hasta pedregosas playas, algunas dominadas por las macizas estructuras de los cobertizos para botes, todos negros y fuertemente cerrados durante el invierno. Una fila de árboles ocultaba la visión de la costa a medida que el Espectro alcanzaba el final del bulevar, el cual apuntaba hacia el mar y terminaba en un punto muerto circular con un curvo guardarriel metálico. Árboles cubrían el carril, amontonándose directamente hasta el punto muerto, ocultando la vista del mar y el cielo nocturno más allá. Los faroles de la calle terminaban en la última casa, dejando el punto muerto poblado de sombras, como un gigante punto pavimentado al final de una oración. El Espectro se detuvo en el centro del punto. —¿Estamos —, preguntó James, inclinándose hacia adelante en el asiento para observar a través del parabrisas bastante lejano, — digamos, aquí todavía?

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Más allá del parabrisas, la obscura fila de árboles comenzó a desplazarse. Los troncos se movieron como azotados por un fuerte viento, y aun así James podía asegurar por la nieve que caía que el aire estaba perfectamente quieto. Leves crujidos y estallidos emanaron de la madera a medida que los árboles se apartaban, reptando sobre sus raíces para revelar una obscura abertura. La abertura no mostró el mar, sino un largo pasaje arbolado, sombrío y misterioso. Con un chirrido y crujido de metal, el guardarriel se tambaleó, vibró, y se elevó en el aire, sus postes crecían como tentáculos. El riel se transformó a medida que se extendía, cambiando de una barrera oxidada y manchada a un arco forjado en hierro, encabezado con más de la misma impecable caligrafía decorada por complicadas guardas renacentistas hechas en hierro:

EL CRÓMLECH DE ESPINOS NEGROS

El Espectro avanzó nuevamente, pasando debajo del cartel en el momento en que llegó a su máxima altura. Sin palabras, James observó, inclinándose hacia la ventana de su lado. Millie aún tomaba su mano entre ellos, casi sin prestar ninguna atención. El auto debería haber avanzado más allá de la fila de árboles y descendido hacia la playa pedregosa, si es que la comprensión de la geografía local de James tenía algún sentido, sin embargo continuó en un camino largo y perfectamente recto, bordeado y techado por abedules, sus ramas se entrelazaban por encima del mismo como pretendientes tomándose las manos durante una danza. Más allá de los árboles, a todos lados del camino, James sólo podía distinguir llano hielo gris, como si el camino recorriera una muy estrecha península que se adentrara en el mar. Faroles a gas comenzaron a brillar a lo largo del camino, oscilando sobre altos postes de hierro, iluminando las ramas de abedul y generando postes dorados en la nevada senda. Tras un minuto, el camino se ensanchó, aún cercado por árboles, y se abrió a una amplia explanada a modo de jardín, cubierta con nieve y decorada con sinuosos, e iluminados senderos, grupos de árboles sobre pequeñas colinas, meticulosos

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cercos y majestuosa estatuaria. Situada en el cuarto trasero del jardín había una casa de piedra tan grande y cuadrada, tan recubierta con ventanas y pilares, tramos de escaleras y torres en sus esquinas, que era más un castillo que una mansión. —Hogar dulce hogar—, suspiró Millie, no muy afectuosamente. James a penas la escuchó. Estaba recién notando que, a pesar del tamaño del parque y sus jardines, los árboles que lo rodeaban de alguna manera aún seguían uniéndose por encima, entrelazando sus ramas en un domo interrumpido de treinta metros de altura, resguardando eficazmente la casa y la totalidad del terreno de la vista externa. El Espectro dobló y se dirigió hacia las luces de la casa, frenando suavemente frente a sus puertas principales. Las puertas se abrieron mientras James observaba y una fila de tres hombres vestidos de fracs negros y camisas blancas salía, bajando obedientemente y tomando posiciones en los escalones, donde se quedaron parados en atención. Balor abrió la puerta de pasajeros y Millie azuzó a James para que bajara. Él lo hizo, saliendo al frío sin palabras, sus pies crujiendo sobre la escarcha. —Buenas tardes Señorita y Señor—, dijo el más cercano de los hombres de traje, inclinando su papada con gracia. Era robusto pero fornido, con pelo negro pegado fuertemente sobre su cuero cabelludo. —Confío en que su viaje haya sido placentero y sin inconvenientes. Millie salió después de James y asintió al hombre. —Estuvo bien, ¿eh…? —Topham, mi Señora—, el hombre dio su nombre sin dudarlo, y luego indicó el de los demás extendiendo la mano. —Y estos son Hedley y Blake—. Hedley era de mediana edad con un agradable y afeitado rostro, mientras que Blake era apenas mayor que James y Millie, de pelo oscuro y de agudos y atractivos rasgos. Él sonrió a James y Millie de forma superficial. James notó que la sonrisa del muchacho no afectó en lo más mínimo sus ojos. Millie asintió y abrió la boca para decir algo, pero la llegada de un segundo auto la interrumpió. James se giró, sorprendido de ver que el otro lujoso automóvil que había visto siguiéndolos más temprano se detuvo detrás del Espectro. La puerta del

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conductor se abrió mientras Hedley y Blake bajaban por las escaleras para recoger el equipaje de ambos vehículos. —¡Millie! —el conductor del segundo auto llamó alegremente mientras bajaba, mostrando sus dientes mientras sonreía hacia las escaleras. Era flaco y rubio, vestido en un traje gris con chaleco y corbata dorada. —¡Bent! —Millie regresó el saludo, soltando la mano de James y para saludar al recién llegado. Se abrazaron, riendo, antes de que Millie tirara de la mano del hombre arrastrándolo. Él permitió ser arrastrado, sonriendo juguetonamente en la dirección de James. —Bent este es James Potter, de la escuela. James, este es mi hermano mayor, Benton Ford. El hombre delgado se quitó sus guantes de conducir antes de darle a James un firme apretón de manos. —Un Potter en los Espinos Negros—, proclamó alegremente. — ¡Nunca cesarán las maravillas! Encantado de conocerte, James. —Igualmente—, James sonrió, preocupado de no regresar el mismo entusiasmo. —Mattie, —el hombre llamó hacia atrás por sobre su hombro, aún tomando la mano de James, —Ven, conoce al nuevo amigo de Millie, James Potter. James miró hacia el auto de Benton mientras una mujer descendía de la puerta de pasajeros. Estaba vestida con un abrigo claro y un fino vestido dorado que precisamente no resaltaba su esquelética figura. Ella tenía grandes ojos protuberantes y una barbilla lo suficientemente aguda como para abrir cartas. Su pelo rojizo estaba recogido en un complicado arreglo de ondas debajo de un blanco gorro de piel. Miró a James con una fría cortesía formal. Millie asintió hacia la mujer de vestido dorado —Y esta es mi hermana, Mathilda Constance. —Bienvenido al Crómlech de Espinos Negros, Sr. Potter—, dijo Mathilda, mirándolo bajo su larga y filosa nariz antes de dirigir su atención a Topham. — ¿Y quién será esta vez, me atrevo a preguntar?

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—La Srta. Jillian, mi Señora—, contestó Topham inmediatamente. —Creo que los atendió durante su última visita. Espero que sus esfuerzos hayan sido satisfactorios. —No es su culpa—, Mathilda inhaló, pasando al mayordomo a medida que subía las escaleras. —Ningún forastero puede compararse a un verdadero sirviente doméstico. —Como

usted

diga

mi

Señora—,

Topham

asintió,

evitando

sus

ojos

diplomáticamente. —Ven—, dijo Benton, ignorando deliberadamente a su hermana mayor y sonriendo de nuevo. —Vamos adentro y mostrémosle a James nuestro viejo hogar. Luce impresionante hasta que te das cuenta que en realidad es sólo un viejo museo sofocante en el que algunas personas insisten en vivir. — ¿Cierto Millie? Millie asintió y siguió a su hermano por las escaleras hacia la doble puerta principal. El interior de la casa brillaba con luz dorada, revelando un largo corredor de cielorrasos abovedados, candelabros, y oscura madera brillante. —Hablando de museos —, anunció Benton con una risa en su voz, — ¡Aquí encontramos la mejor exhibición de todas! ¡Los mismísimos Sr. y Sra. Vandergriff! —Oh, ya detente, Benton, te avergüenzas solo—, dijo su madre, pero sonreía, sus manos con guantes blancos extendidas hacia él. Él la abrazó mientras el Sr. Vandergriff dirigió su atención a James y Millie. —Bienvenida a casa, querida—, dijo, sonriendo mientras Millie trotaba por las escaleras para abrazarlo en el pórtico. —Y su joven amigo—, dijo la Sra. Vandergriff, dirigiendo sus centelleantes ojos verdes a James y ofreciéndole una reservada sonrisa. Ella era esbelta y atlética, aparentaba tener casi diez años menos que su medio calvo marido. Su pelo era negro, recogido y sujetado por una peineta de plata y esmeraldas que remarcaba su vestido verde selva. El Sr. Vandergriff palmeó el hombro de James, dirigiéndolo hacia la puerta. —Me he reunido con tu padre en varias ocasiones—, confesó enérgicamente. —Algún día conseguiré convencerlo a él y a tu madre de que nos visiten aquí en los Espinos Negros. Realmente espero que tu estadía aquí hable bien de nosotros.

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James asintió, no muy seguro aún de lo que podía decir para expresar su respuesta. Su primera impresión era que, a excepción de Mathilda la hermana de Millie, el Crómlech de Espinos Negros era el más suntuoso y cálido hogar que jamás hubiese visitado. —La cena estará en escasos minutos, me dijeron—, exclamó el Sr. Vandergriff, girando para dirigirse a la familia reunida. — ¿No es así Topham? —Efectivamente—, Topham contestó asintiendo. —Si la familia quisiera reunirse en el gran salón, podríamos comenzar con chocolate caliente y ponche de regaliz, lo que sea apropiado acorde a la edad. —Nada de apropiado para la edad—, Benton se burló, caminando hacia atrás por el vestíbulo de baldosas de mármol, sus brazos abiertos. — ¡Es Navidad! ¡Ponche para todo el que quiera! —Ay, Benton—, la Sra. Vandergriff puso los ojos en blanco con el cansado cariño de una madre que dio a luz a un niño travieso. —Los sirvientes—, James susurró a Millie cuando la familia se desplazaba hacia una especie de gran biblioteca con altas estanterías y sofás tapizados, — ¿Son todos… Muggles? Millie asintió. —Sucedió más o menos al año de la Noche de la Revelación—, contestó haciendo un ademán con su mano. —Todos los elfos domésticos fueron reemplazados con personal Muggle. Topham es el mayordomo. Blake el chofer, junto con el otro tipo. Siempre olvido sus nombres. Hay dos mucamas y un criado o tres. Por supuesto que todos ellos tienen que firmar contratos de confidencialidad y ese tipo de cosas —suspiró, mirando para atrás hacia la puerta donde Topham se paraba respetuosamente en atención. —Mattie, Bent y yo crecimos con elfos domésticos cuidando de nosotros. Es un poco difícil acostumbrarse a tener personas reales alrededor. Pero los tiempos cambian, aparentemente. —Supongo que Piggen tenía razón—, James murmuró. —¿Quién? —Piggen. Es el elfo doméstico de la Casa de Gryffindor. Él me dijo que todos los elfos están preocupados por la posibilidad de perder sus trabajos. Le dije que eso no era

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tan mal negocio, ya que básicamente son esclavos de todas formas, pero ellos no lo ven así. Millie asintió y se encogió de hombros. —Mami dice que contratar Muggles es una forma de expresar nuestra buena voluntad para cuando el Voto caiga por completo. Dice que, de todas formas, mantener sirvientes impagos es una reminiscencia de edades oscuras. James lo consideró, pero su respuesta fue tapada por Topham, quien de repente habló a todo el salón, anunciando otro arribo. —La Condesa de los Espinos Negros Eunice Vandergriff—, proclamó noblemente. James se giró para ver una mujer tan anciana y arrugada que se preguntó brevemente si sería más vieja que la mismísima casona. Caminaba imperiosamente en un vestido de cola bordó, su espalda firme a medida que su bastón golpeaba el piso de mármol, aparentemente más como un golpe de efecto que por necesidad de apoyo. —Madre—, dijo el Sr. Vandergriff magníficamente, desplazándose para besar a la anciana en la mejilla. Millie y Benton siguieron su ejemplo. La Condesa los aceptó con paciencia estoica, mirando el salón severamente. Su mirada cayó sobre James como un juego de pesas y él tuvo que resistir la urgencia de retraer su mirada. —Por favor preséntenme a nuestro invitado—, dijo, asintiendo una vez hacia James. Su voz era aguda y trémula pero cuidadosamente gentil. —Por supuesto—, dijo la Sra. Vandergriff, retrocediendo y sonriendo hacia un lado a James. —Este es el Sr. James Sirius Potter, el nuevo amigo de la escuela de Millicent. Los ojos de la Condesa se entrecerraron levemente en las esquinas y ella pareció suprimir una pequeña y sagaz sonrisa. —El nuevo amigo de Millicent, ciertamente. James se adelantó, su mente acelerándose mientras se preguntaba qué se esperaba de él bajo las circunstancias. —Encantada de conocerla, eh, Señora. —En esta casa, deberías llamarme Lady Crómlech, el cual es el menos formal de mis títulos—, dijo la Condesa, extendiendo su mano enguantada, su palma hacia abajo. James la estrechó tímidamente con los dedos. Ella pareció contenta con eso. —Y yo te llamaré James, antes que por tu título más formal, creo.

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James parpadeó, ella lo contemplaba con una ceja ligeramente levantada. —¿Mi título más formal, Señora, quiero decir, eh, Lady Crómlech? —Ciertamente—, contestó ella suavemente. —Tú eres el primogénito y heredero del señorío y patrimonio de Grimmauld de los Black, ¿o no? —Eh…— James frunció el ceño, repitiendo sus palabras en su cabeza ¿Era posible que se refiriese a Grimmauld place? —Creo que… sí — contestó. —Entonces por ley eso te convierte en el futuro Conde de Black Downing, si no estoy equivocada. Y estoy bastante segura de que no lo estoy —ella subió su ceja izquierda un poco más arriba, dándole a James la impresión de ser un verdadero guiño. Un momento después, se fue y dijo en voz alta, — ¿Qué tiene que hacer una dama para conseguir un ponche que le caliente sus pobres huesos en este frío? Topham se apresuró, y la conversación en el salón gradualmente se reanudó. James se quedó exactamente donde la Condesa lo había dejado, sus ojos ampliamente abiertos, completamente desconcertados. —Bien—, dijo Millie alegremente, con una media sonrisa en sus labios. — ¿Eso significa que debo comenzar a llamarte mi Señor?

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Capítulo 12 La Cita de Medianoche La respuesta a la temprana y ociosa pregunta de James, (¿Estarían él y Millie, durante la visita a su familia, más o menos supervisados de lo que lo estaban en la escuela?) fue respondida durante el transcurso de las siguientes horas y días. Cada momento estaba programado, al parecer, y siempre había gente alrededor. No era como estar supervisado, exactamente, sino más como asistir a una especie de escuela de aristócratas, donde las lecciones era la hora del té, recepciones formales, juegos de fiestas

incomprensiblemente

aburridos,

e

interminables

presentaciones

sobre

determinada familia invitada o aquel impresionante dignatario o el otro huésped embajador extranjero a quien James sólo había visto alguna vez en las fotografías del

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Profeta pero en cuya rodilla Millie recordaba haberse sentado cuando tenía cinco años, y sobre cuyos hijos ella preguntaba con sincero cariño. Le tomó un tiempo a James darse cuenta que muchas de las personas que aparecían en las pinturas adornando las paredes de la casona eran reales, personalidades vivas, aunque mucho más viejas, que frecuentaban la casa durante las vacaciones. Cada comida era un asunto de tres o cuatro horas para las cuales todos se vestían con sus mejores atuendos y transitaban por una especie de procesión recorriendo múltiples cuartos, comenzando en el gran salón con aperitivos (debidamente presidido por el mayordomo Topham), luego pasando al gran y majestuoso comedor para la verdadera cena (con asientos cuidadosamente asignados que Millie tenía que instruir a James) donde más sirvientes Muggles en trajes de cola y corbatas blancas servían la comida y bebida, y eventualmente terminando en la sala de recepción (para las damas) y la biblioteca (para los caballeros). Luego de la cena de la segunda noche, James se unió a los hombres cuando se reunían alrededor de la enorme chimenea de la biblioteca, el cual era lo suficientemente grande como para estacionar un auto dentro, bebiendo un licor rojo pardo llamado coñac (James por su parte, recibió un vaso de cerveza de mantequilla templada con una ramita de acebo o falso muérdago en el borde), y hablaron delicadamente de asuntos importantes de los que James tenía poco entendimiento: los venideros cambios de jueces en el Wizengamot; revisiones en las regulaciones de vuelo mágico en lugares Muggles; violaciones al secretismo mágico internacional en lugares como el Tíbet y Estambul. Al principio James se sentía raro y fuera de lugar, pero enseguida notó que, no sólo estaba interesado en los temas, sino que era bien recibido en la discusión por el mismo Sr. Vandergriff, que siempre llevaba su chaqueta de cenar con la espalda hacia el fuego, agitando su coñac en un vaso redondo con forma de cuenco. —Tu padre estuvo presente cuando los monjes mágicos de la Ciudad de Lijiang abrieron sus puertas a sus contrapartes Muggles, sino me equivoco—, invitando a James con un gesto. —¡Envidio las conversaciones que tu familia debe tener en una noche! —En realidad, no hablamos mucho sobre eso en familia—, admitió James. —Pero papá y yo sí hablamos sobre ese tema en su estudio. Me dijo que los monjes de Lijiang habían deseado por siglos combinar los métodos de su estilo de vida mágico con sus vecinos no mágicos. Ellos creen que incluso los monjes Muggles son secretamente

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mágicos, pero que su magia es una del mundo interno de la mente. Lo llaman paisaje interior. Uno de los invitados a la cena de esa noche, un gordo oficial del Ministerio con enormes patillas que llegaban hasta la línea de su boca, grises como el hierro, y una nariz pecosa, algo colorado por el coñac, resopló contra su vaso. —Todo el mundo sabe que la magia no puede ser sencillamente enseñada a los Muggles. Bobadas bien intencionadas. —Mi papá dice que los monjes mágicos no pretenden enseñar magia a los monjes Muggles. Sino que quieren ser instruidos por ellos, acerca de sus propias y más sutiles disciplinas de magia interior. La única razón por la que esperaron hasta que las barreras mágicas fueran debilitadas fue porque para ellos se sentía egoísta querer saber ambas. El oficial del Ministerio carraspeó desaprobando esto, pero el Sr. Vandergriff (cuyo título oficial era Lord William de los Espinos Negros) sonrió y levantó su vaso en un brindis. —Por los sabios monjes mágicos de Lijiang, y todo el resto de nosotros que con suerte haremos lo mejor para afrontar este nuevo mundo del que nos encontramos a la vera. James alzó su propio vaso, disfrutando la sensación de adultez de formar parte de un brindis tan bien expresado, pero el efecto se echó a perder pronto por la llegada tardía de otro miembro de la familia, acompañado por un grupo de tres chicos pequeños. Los chicos habían oído de James Potter (o, más exactamente, de su famoso padre) y fueron maravillados inmediatamente. Los dos varones y la única niña, todos menores de seis años y vestidos inmaculadamente en versiones miniatura de vestidos formales de adultos, inmediatamente reclamaron a James para sí mismos y lo rodearon como felices mariposas, demandando que juegue con ellos, interpretando las historias que les habían contado y repetido sobre su legendario padre. James les siguió el juego, rindiéndose reluctante a su bulliciosa insistencia, hasta que Millie apareció desde la sala de recepción e intervino en su defensa. —Ustedes saben—, dijo, agachando su cabeza secretamente, —que James es bastante famoso también. Una vez interpretó a Treus en “el Triunvirato”.

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Los dos chicos abrieron grande sus ojos con renovado asombro mientras miraban hacia arriba a James. La niña, que era la mayor ladeó la cabeza dubitativa. —No, no puede ser—, protestó con empedernida seguridad. —Es demasiado joven. —Fue una producción de nuestra escuela—, explicó Millie. —Todos eran jóvenes. Hasta Donovan, el villano. — ¡Yo quiero ser Donovan el villano!— gritó de repente, Nigel, el menor de los chicos. —Edmund puede ser el rey. El rey no hace nada. Es sólo un gordo y viejo idiota. Y con eso, para bien o mal, estuvo aparentemente decidido que, con la ayuda de Millie y James, harían su propia versión de El Triunvirato, representándola en el gran salón para el deleite de los adultos e incluso los sirvientes Muggles en dos noches y por lo tanto, en Noche Buena. — Qué idea encantadora—, anunció la Sra. Vandergriff, dándole a James una cálida y sorpresiva sonrisa. Él comenzó a insistir en que no había sido todo su idea, pero luego entendió su expresión: medio agradecida y medio compasiva. La Señora de la casa estaba secretamente aliviada de que alguien se ocuparía de los chicos, quienes podían, a veces, ser algo trabajosos. Él miró a Millie, quien apenas se encogió de hombros y asintió. Los chicos festejaron entusiastas el desarrollo de los acontecimientos. Se estaban por hacer las once en punto cuando la familia y todos los invitados comenzaron a subir poco a poco al segundo y tercer piso donde una gran cantidad de dormitorios discurrían a lo largo de los pasillos. James se encontró con Millie al pie de la gran escalera para despedirse. Ella le dio un beso casto en la mejilla a la vista de sus padres en el salón y debajo de la pintura de expresión severa del patriarca Vandergriff en la pared sobre ellos. —Encuéntrame en el comedor en media hora—, le susurró al oído, tan cerca que su aliento le hizo cosquillas. Un segundo después, se giró y corrió por las escaleras, su vestido contorneándose sobre sus tobillos. Él la miró alejarse, inseguro de qué hacer con su propuesta ¿Quería tiempo a solas con él? De algún modo esperaba que ella tuviera algo más en mente que un breve beso en la oscuridad. Él esperó en su habitación durante veinte minutos con la puerta cerrada y la chimenea crepitando, llenando de luz cálida y dorada la habitación. La cama con dosel era alta como una mesa y lo suficientemente amplia como para que toda su familia

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durmiera en ella. Las cortinas que enmarcaban las ventanas medían tres metros y medio desde el piso al cielorraso, atadas con cuerdas doradas tan gruesas como su muñeca. Un reloj en la repisa de la chimenea permanecía en escuadra y firme, como un soldado en atención, su cara de latón brillante, su suave tic-tac dividiendo los minutos en precisas y finas porciones. James esperó y observó. Cuando el reloj marcó las once, emitió un leve rechino y un engranaje giró, el reloj se irguió sobre sus patas de madera, y alzó un par de brazos articulados de latón. Tocó su propia campana con un brazo y se dio cuerda con el otro, girando una pequeña llave la cual, a todos los efectos, lucía como su ombligo. Tal cual había ocurrido la noche anterior, el fuego disminuyó en la chimenea como si alguien hubiese bajado un potenciómetro, encogiéndose de un oscilante crepitar a un somnoliento lecho de rojas brasas que danzaban con apenas unas pocas flamas. Las cuerdas de las cortinas se desanudaron solas y estas cayeron sobre las ventanas, cerrándose como somnolientos párpados. El efecto hizo que el mismo James parpadeara con cansancio. Incluso sin elfos domésticos (al menos en los pisos superiores, se recordó) la casona estaba profundamente encantada. Se sacudió antes de caer en un sueño más profundo, se levantó, tomó su abrigo instintivamente del ropero junto a la puerta, y se deslizó silenciosamente hacia el oscuro pasillo. El retrato de expresión severa del patriarca Vandergriff encabezaba la gran escalera, ahora en las sombras de las pocas velas remanentes. La figura era mucho más grande que en vida, sentado en una silla de madera de respaldo completamente derecho y vistiendo un gabán rojo resplandeciente con medallas e insignias e hileras de botones de latón. Su gruesa barba se unía a su sombrío bigote, pero sin vello en el mentón, sus majestuosos ojos parecían poseer todo sobre lo que su mirada se posara. Una mano gruesa con peludos nudillos distraídamente acariciando un enorme perro San Bernardo que se sentaba junto a la silla, su lengua colgando como una alfombra que necesitara ser enrollada. — ¿No vas a delatarnos, no?—susurró James a la enorme cara mientras se deslizaba hacia el rellano.

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— ¿No andas en algo que necesite ser delatado, no?—replicó el retrato considerándolo, alzando una tupida y paciente ceja hacia James. James se encogió de hombros y continuó hacia abajo por las alfombradas escaleras. Honestamente no sabía qué estaban tramando. Millie ya estaba esperándolo en el comedor, era apenas una sombra con forma de mujer al otro lado de la larga y brillante mesa. Ella se había cambiado su vestido de noche acampanado con miriñaque por un par de vaqueros y una sudadera con capucha negra. Su abrigo estaba acomodado sobre su hombro. — ¡Vamos!—susurró ansiosa, y se lanzó hacia una puerta trasera. James la reconoció como la puerta que Topham y los sirvientes usaban durante las comidas. Ella entró en un angosto pasillo, y giró hacia una escalera igualmente angosta, y saltó hacia abajo, tomando los escalones de dos en dos. James la siguió, intentando igualar su velocidad y su sigilo, lo que no era una tarea sencilla. Ella aparentemente ya había hecho eso muchas, muchas veces, sea lo que eso fuera. Aquel piso inferior era claramente el dominio de los elfos domésticos. Todo era más pequeño y mucho más austero. James divisó al primer elfo doméstico mientras pasaban por una diminuta cocina. El elfo estaba fregando una pequeña mesada de madera pero se detuvo a mirar cuando Millie y él pasaron. James más que ver, sintió otros elfos moviéndose por ahí a lo largo del laberíntico piso inferior. Había una lavandería, una despensa, un completo taller de costura con una antigua máquina de coser a pedal, y una bodega de vinos llena de estantes con polvorientas botellas. Finalmente, Millie empujó una puerta al final de un corto pasillo. Con eso, aire frío y copos de nieve entraron rápidamente. Ella miró hacia atrás por primera vez, sus ojos centelleando con picardía. —Ah bien—, dijo con voz baja y rápida. —Recordaste traer tu abrigo. — ¿Qué vamos a…?— comenzó, pero ella ya se había ido, desaparecido en la obscuridad más allá de la puerta. James se lanzó a seguirla, cerrando la puerta detrás de él de un tirón con impaciente ansiedad. Millie corría adelante nuevamente a lo largo de un sendero de piedras, claramente despejado de nieve, el cual descendía la ladera durante los metros finales. Él escuchó su risa débilmente en el viento frío y por un momento se sintió molesto con ella

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por no explicarle qué estaban haciendo o a dónde estaban yendo. Se le ocurrió a James, y no por primera vez, que Millie Vandergriff disfrutaba tal vez demasiado de las bromas y el misterio. Como muchas de las casas más pequeñas del bulevar que conducía al Crómlech de Espinos Negros, el patio trasero de la casona descendía a una playa pedregosa y un cobertizo para botes. Este, sin embargo, estaba situado justo entre los árboles del límite de la barrera arbolada, asomándose de la misma como un erizo en un arbusto. La edificación era baja y gris, construida en piedra maciza y adornada con profundas ventanas, perfectamente cuadradas. Millie alcanzó la puerta verde y la arrastró para abrirla en la perlada obscuridad. James disminuyó su paso a un trote cuando ella giró su cara para sonreírle. Sus labios estaban rojos en la obscuridad, y sus mejillas brillaban coloridas. — ¿Alguna vez has montado una moto de nieve antes? James parpadeó como si ella acabara de hablar en otro idioma. —Está bien—, continuó, leyendo su expresión. —Yo tampoco hasta hace un año. Blake me enseñó. En realidad, es fácil. Ella se giró y partió nuevamente, casi estallando de emoción, y sus botas golpeando el piso de madera del cobertizo. — ¡Espera!—llamó James ronco, siguiéndola con creciente inquietud. — ¿Dijiste una… moto de nieve? El interior del cobertizo estaba escasamente iluminado por la luz preternatural del nevado mundo exterior, bañando las viejas estanterías y bancos, y las anclas colgantes y rollos de cuerda con suavidad lunar. El extremo opuesto del cobertizo era una enorme puerta doble, cerrada y fuertemente asegurada. El piso era de madera con un enorme pozo rectangular en medio. Un bote flotaba por pura magia sobre el pozo, de manera que se balanceaba ligeramente, como si estuviera embrujado por el fantasma del último oleaje. El casco era de pulida y brillante madera, largo y elegante, con portillas de latón, su superficie cubierta con una lona azul y soga amarilla, envuelto por el verano, escondiendo su gloria.

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Millie ignoró el bote, deteniéndose en una baranda e inclinándose para escudriñar en la obscuridad debajo del cobertizo. — ¿Blake?— susurró, su voz repentinamente titubeante. —Brum, brum, mi Señora—, dijo una voz. —Agh, te dije que nunca me llames así fuera de la casa. Es vergonzante— mientras hablaba se giró hacia James, se estiró para tomar su mano, y lo condujo a una escalera que corría desde el cielorraso a través del pozo en el piso y debajo de este. —Millie —, dijo James impaciente, tirando de su mano para llamar su atención. — ¿Qué es esto? ¿Qué estamos haciendo? ¿No vamos a meternos en serios problemas por esto, no? —Oh, no seas tonto, James— Millie lo calmó, regresando con él y envolviéndose en sus brazos. Ella lo miró. —Has visto cómo es mi vida aquí. Una chica necesita escapar a veces. Necesita recordar que la vida no es todo guantes blancos y sándwiches de pepino ¿Por qué?, deberías escuchar los líos en los que mi madre dice que ella se metió cuando tenía mi edad. Es de esperarse alguna escapada ¿Por qué?, es una tradición. —¿Eso significa que si nos atrapan—, James aventuró vacilante, —no estaremos en ningún tipo de problemas? Los ojos de Millie se abrieron y brillaron con emoción. —¡Ah, sería completamente escandaloso! ¡Mi padre perdería la cabeza! ¡Saldría en los diarios y todo! ¡Eso es lo que lo hace tan divertido! Ella lo tironeó de nuevo hacia la escalera y comenzó a bajar. James podía ver la insípida extensión de hielo gris debajo, salpicado con tiras de nieve. Tres formas negras se apiñaban allí, una distintivamente humana, las otras dos largas y bajas, luciendo como motos cruzadas con thestrals y montados sobre esquíes. Las patas traseras de las máquinas arrodilladas sobre cintas de rodamiento como tanques miniatura. James había oído de las motos de nieve e incluso visto un par de fotografías, pero nunca imaginó encontrarse con una en la vida real. Blake ya no estaba vestido en traje negro de cola y camisa blanca. Ahora lucía unos vaqueros salpicados de nieve y una sudadera con capucha debajo de una chaqueta

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de cuero. Su pelo y ojos estaban ocultos detrás de un gorro y espejadas gafas de nieve. —Es fácil—, dijo de forma que James no pudo evitar pensar que era un tono desagradable. —Aceleras con la mano derecha, frenas con la izquierda —lo demostró con las manos encajadas en gruesos guantes negros, luego ladeó la cabeza provocativamente. —Será pan comido para ti luego de montar una escoba. —Ya para, Blake—, dijo Millie, saltando sobre el hielo bajo el cobertizo. James no quería descender hasta el hielo. No quería intentar montar una de esas estúpidas máquinas Muggles. Y principalmente no quería compartir la noche con Blake, cuya sonrisa, incluso cuando servía en la casona, lo presentaba como falso e incluso un tanto malvado. Y aun así se halló a él mismo bajando por la escalera, saltando al sorpresivamente sólido hielo y acercándose a una de las motos negras. No comprendía completamente por qué lo hizo, excepto que la idea de Millie viajando en el asiento trasero del joven muchacho, agarrándose de él mientras se deslizaban por la bahía congelada hacia cualquier emocionante aventura nocturna que les esperara, lo llenaba de rebosante enfado. Era demasiado similar a lo que sentía cuando imaginaba juntos al Profesor Odin-Vann y Petra (pensamiento que incluso ahora lo envenenaba con celosa hiel). —Te dije que lo intentaría—, dijo Millie petulante, empujando a Blake con su codo. Blake lo aceptó medio encogiéndose de hombros. —Ya veremos. Cascos todo el mundo. Distribuyó lo que parecían ser cascos de motocicletas a Millie y James antes de montar la moto de nieve que estaba delante con entrenada soltura. James deseaba tener su Centella Fugaz, o mejor aún, su skrim. Tuvo una repentina, e irresistible necesidad de avergonzar al cretino Muggle, sobrepasarlo a toda velocidad a él y a su estúpida moto de nieve, arrastrando una tormenta de polvo blanco como una fuerza de la naturaleza. En su lugar, James sintió que no tenía más opción que subir torpemente a la segunda moto de nieve. Millie se ubicó en el asiento detrás de él y enlazó sus manos

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alrededor de su cintura, agarrándose fuerte e inclinándose ansiosa. Su casco golpeó brevemente el suyo y James la escuchó reír. El manubrio de la máquina era negro, amplio, y complejo, con botones rojos, reguladores y perillas. James no tenía idea de qué hacer pero se rehusaba a preguntar. Vio cómo, adelante, Blake giró para mirar hacia atrás. —Manténganse cerca—, dijo. —Sólo nos alejaremos un kilómetro y medio o dos. Iré con calma. —No nos hagas ningún favor—, contestó James, sonando mucho más seguro de lo que se sentía. Blake sonrió debajo de sus gafas espejadas, y luego se enderezó. James vio al joven muchacho agarrar el manubrio de su propia máquina y empujar el acelerador con su pulgar derecho. La banda de rodamiento giró, arrojando una nube de virutas de hielo, y la máquina arrancó hacia adelante, saliendo de debajo del cobertizo. James encontró el acelerador en su propia máquina y lo empujó con el pulgar, justo como había visto a Blake hacer. Fue realmente una suerte que estuvieran sobre hielo. La máquina se disparó hacia adelante tan fuerte y rápido que James casi pierde su agarre. Millie chilló y se apretó contra su cintura, casi tirándolos fuera de la moto de nieve. De haber estado en nieve blanda, la máquina habría estado mucho más fuertemente agarrada, causando que saltara desde debajo de ellos como un gato saltarín. Sobre hielo, sin embargo, la moto de nieve giró su banda de rodamiento, acelerando rápido pero gradualmente. Giró hacia uno de los pilotes de madera del cobertizo y James maniobró frenéticamente intentando alejarse. Era como pretender controlar una piedra de moler colgante. El cuarto trasero de la máquina golpeó el pilote, haciéndolo vibrar, y luego salió expulsada hacia el lago bajo la luz de la luna, tomando velocidad. Millie rio otra vez, apretando la cintura de James. — ¡Sabía que podías hacerlo! — ¡Aún no estoy haciendo nada! —contestó James, dudando de que pudiera escucharlo sobre el quejido del motor y el chirrido de la banda sobre el hielo. — ¡Sólo sujétate!

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Ella se sujetó. James giró la empuñadura experimentando, rotando el acelerador con su mano derecha, y la máquina se impulsó hacia adelante nuevamente, siguiendo teóricamente en la dirección de la otra moto de nieve. Blake iba adelante sin mirar atrás, cortando a través de la extensión de llano hielo gris mientras mantenía una discreta distancia de la línea de la costa y de las obscuras casas que la presidían. James había esperado un desastre. Había esperado hacer trompos con la máquina hasta chocar con la rocosa costa, o de alguna forma estamparla contra el hielo, o de cualquier otra forma ponerse en peligro y avergonzarse frente a Millie y el engreído sonriente de Blake. Por el momento, al menos, eso no había sucedido, y estaba aliviado. Presionó más el acelerador y la máquina aceleró debajo de ellos, lanzándose aún más rápido hacia adelante en el hielo. Era embriagador, incluso estimulante, a pesar de ser (como él lo entendía en cierto punto, en voz de su madre) completamente estúpido e imprudente. Y bien, pensó haciendo un ademán mental, ¿para qué otra cosa es la juventud? Blake los guiaba más allá de la hilera de majestuosas casas en la costa, alrededor de un promontorio de delgadas maderas, y a través de una bahía rodeada de descomunales edificaciones industriales, chimeneas, y fábricas. Más allá de eso, se extendían como dedos en el hielo un área de embarcaderos, actualmente sin barcos y llenos de nieve. Blake se dirigió hacia estos y desaceleró, eventualmente ubicando su vehículo entre las esqueléticas formas de los embarcaderos. Se agachó mientras detenía el motor, dejando que el impulso arrastrara la moto de nieve hacia las sombras de un muelle de cemento, donde pareció estacionar. James siguió el ejemplo, acelerando mucho más lentamente entre los pilotes de los embarcaderos y pasando sobre suaves dunas de nieve. A medida que acercaba su máquina a su gemela, Blake salió a su encuentro, cruzó un brazo con su guante recubierto de nieve, e hizo algo que causó que el motor de la moto de nieve se detuviera haciendo un ruido y una sacudida. —Podríamos llevarlas todo el camino hasta el propio Londres en este momento si quisiéramos—, dijo, mostrando sus dientes de manera que James pensó que era la primer sonrisa genuina que ofrecía el muchacho. —con el Támesis congelado por primera vez en décadas. Pero esto debería bastar por esta noche, creo. Ahora, tengamos algo de diversión al estilo Muggle.

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Los guio hasta una escalera oxidada empernada contra un lado del muelle de concreto, luego sobre el muelle y hacia un laberinto de ruinosas edificaciones, todas apiñadas e inclinadas como si buscaran darse calor. Algunas de las edificaciones eran casas hechas de madera curtida, la mayoría con pórticos cubiertos por montículos de nieve. Otras eran bodegas o hangares de ladrillo con indescifrables grafitis pintados con aerosol en sus puertas y paredes. Blake los condujo a una esquina debajo de un parpadeante y zumbador poste de luz, donde de un pequeño bar sonaba un apagado ritmo grave y las ruidosas voces de una muchedumbre. Carteles de neón brillaban en sus pequeñas ventanas, publicitando marcas y logos que James no había escuchado jamás. Tragó saliva y se obligó a seguir sin dudar mientras Blake los guiaba a la lisa puerta de madera, la cual estaba cubierta en pintura descascarada del color de la sangre seca. Él la abrió, y un rugido de calor y ruido y risas los envolvió a lo largo del escarchado camino. El olor a cigarrillo y cerveza era tan fuerte que apenas podía soportarlo. —Millie llama a este “el Tugurio”—, dijo Blake, inclinándose hacia James mientras ingresaban. —Pero para ti y para mí, no es un tugurio sino el mundo al que regresamos todas las noches, ¿no? —Supongo—, asintió James, intentando asimilar cada rincón del pequeño bar de a una por vez. A lo largo de la parte trasera había una concurrida barra con hileras de botellas y un opaco espejo que cubría toda la pared. Un televisor parpadeaba en azul sobre el bar, presidiendo la escena con su brillante, y ruidoso ojo. En otra parte, una mesa de billar repiqueteaba y golpeaba, resplandeciendo rojiza bajo su propia luz de color. Una Rockola golpeaba y vibraba. La gente bailaba en una pista del tamaño de una estampilla. La multitud era densa pero extrañamente desconocida, meras siluetas giratorias en la marea de humeante oscuridad. —No vivo como Millie—, dijo James, alzando su voz cuidadosamente para que sólo Blake la escuche, —pero esta no es la clase de barrio al que voy todas las noches. —Eres afortunado—, dijo Blake, palmeando a James jovialmente. La siguiente hora y media transcurrió como una nebulosa de música aturdidora, repiqueteo de botellas y vasos en una resquebrajada mesa individual de madera (James probó la cerveza llamada la Vieja Gallina Moteada, la cual portó a lo largo de la noche

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pero nunca logró que le gustara demasiado) e intentando bailar torpemente entre los constantes golpes de codos y rodillas en la diminuta pista de baile. Millie parecía disfrutar cada minuto allí. Sonreía mostrando todos sus dientes (algo que no había hecho desde que llegara a la casa de sus padres) y bebía un ridículo cóctel rosa que el cantinero le había provisto felizmente cuando ella solicitó “el trago más femenino de la casa”. James tenía la idea de que de no haber sido acompañados por Blake, quien parecía ser una cara muy familiar en el barrio, él y Millie no habrían sido atendidos tan fácilmente, y seguramente no sin identificación que probara su edad, como mínimo. En presencia de Blake, simplemente fueron desestimados como otros dos aficionados bárbaros saliendo a otra noche de desenfreno inofensivo. Para el momento en que salieron nuevamente al frío viento y la obscuridad de la calle, los oídos de James se sentían como si hubieran sido rellenados de algodón rebotando con el ruido interior. Millie estaba riendo y tambaleándose ligeramente por la bebida, sosteniéndose de James mientras seguían a Blake de regreso por la calle que se dirigía a los embarcaderos. —Es bueno que James esté aquí para manejar—, dijo ella casi demasiado alto, esforzando su voz entre risas mientras le acariciaba el hombro con una mano, y sujetaba su codo con la otra. El humor de James se alternaba entre alivio de que la noche estaba a punto de terminar, enfado con Millie por su displicente actitud sobre meterse en problemas, y la prudente satisfacción que él mismo parecía haber mantenido contra el aparentemente mucho más elegante y misterioso Blake. Sin ninguna otra conversación, bajaron del muelle, subieron a las motos de nieve que esperaban en el hielo, y las encendieron. En minutos, estaban atravesando nuevamente el paralizado frío azul de la bahía, Millie una vez más tomando fuerte a James por la cintura, James siguiendo adelante la acelerada silueta oscura de Blake. La luna había salido, cubriendo el mundo de preternatural luz azul. Hacía brillar la nieve y el hielo tan fuerte que creó su propia y fantasmagórica luz diurna, surrealista bajo el intenso resplandor de las estrellas. El hielo se difuminaba bajo los esquíes de las motos de nieve, haciendo lazos blancos contra el profundo gris nuboso.

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La península de los Espinos Negros apareció a la vista, arañando el cielo bajo con su impenetrable domo de árboles. James se maravilló ante el mismo. Desde afuera, la península parecía nada más que una zona silvestre, tupida con abedules y pinos colmados de nieve, impidiendo ver el mínimo atisbo de la casona o los terrenos dentro. Incluso el cobertizo de piedra y su punta estaban tan ensombrecidos por árboles que eran virtualmente invisibles a menos que uno supiera exactamente dónde mirar. Blake desaceleró y giró hacia la estructura, deslizándose bajo sus sombras. James lo siguió, apretando el freno con algo de confianza esta vez, y paró el motor antes de que Blake pudiera regresar y hacerlo por él. Millie descendió del asiento detrás de él y resbaló por el hielo, agarrando un pilote de madera cercano para sostenerse y rio nuevamente. Blake llegó para estabilizarla mientras James descendía. Él sacó el casco de su cabeza, lo dejó en el asiento de la moto de nieve, y se alejó del cobertizo con un suspiro, contento de haber terminado con la ruidosa máquina Muggle. La extensión de la bahía brillaba como piedra pulida bajo la luz de la luna, como mármol gris azulado veteado con blanco. Respiraba el aire helado, escuchando a Millie y Blake susurrar palabras y risas detrás de él. —Entonces, ¿Aún sigue en pie la salida de mañana en la noche?— Blake preguntó en una acallada voz. Millie lo calló antes de que él pudiera terminar la pregunta. — ¿Qué…— James comenzó a preguntar, un destello de celos creciendo en su pecho nuevamente, pero algo atrapó su mirada a lo lejos, sobre el hielo, distrayéndolo incluso cuando comenzaba a girar. Era una figura, pero tan distante, tan brumosa entre los fantasmagóricos remolinos de nieve que James no podía decir si era real o una estatua. No parecía estar moviéndose, sólo se paraba firme, alerta, como mirando desde el mismo centro del congelado mar. Detrás de James, aún podía escuchar a Millie y Blake susurrando. Miró hacia atrás por sobre su hombro mientras ellos caminaban hacia dentro del cobertizo. — ¿Alguno de ustedes ve….— comenzó, volviendo a girar para ver la misteriosa figura, pero una bocanada de conmoción silenció sus palabras. La figura estaba parada

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justo enfrente de él, habiendo atravesado la vasta y congelada distancia como si fuera un simple paso. James reconoció la alta, y esbelta figura inmediatamente. La fuerza abandonó sus piernas y sólo permaneció de pie porque sus rodillas se bloquearon. —Ella es muy linda, James—, dijo Judith en una voz baja y confidente, una voz que era de alguna forma cálida y quebradiza por el frío al mismo tiempo. Sus palabras produjeron nubes de vapor desde debajo de una capucha negra. Su cara hubiese estado completamente oculta si no hubiese sido por la luz de la luna que se reflejaba en el hielo. —Estoy contenta de que finalmente hayas superado a Petra. Ella no era buena para ti. Para ninguno de nosotros. James dio un único y dubitativo paso hacia atrás. Intentó llamar a Millie y Blake, pero el aire parecía haberse atorado en su pecho. Todo lo que pudo producir fue una especie de exhalación chillona, apagada con repentinos escalofríos. Judith dio un paso y levantó sus manos, abiertas y vacías, en una especie de gesto conciliatorio. El efecto fue estropeado, sin embargo, por la ennegrecida y marchita piel de sus brazos y dedos. La carne debajo de su piel parecía haberse achicharrado de modo que sólo los huesos permanecían, meras manos esqueléticas envueltas en muerto cuero momificado. —Yo también he superado a Petra, ya vez—, dijo, mirando tristemente sus propias manos. —Se volvió en mi contra, me envenenó. Ella drenó la vida directamente de mí. Pero tal vez fue lo mejor. A veces debemos romper las relaciones que nos modelaron. A veces ese es el único camino para forjar nuevas y mejores relaciones. Dio otro paso adelante, llevando su cara cercana a la de James. Él retrocedió otro vacilante y torpe paso, y sintió su espalda golpear contra uno de los pilotes que soportaban el cobertizo. La negrura de las manos y brazos de Judith comenzó a trepar por su cuello debajo de la capucha. Proyectó venas de púrpura mortal alrededor de su boca y ojos, socavó el color de sus brillantes mejillas. Sus ojos apagados, descoloridos, se obscurecieron hasta ser orbes negros como la tinta. —Eres un sabio joven al mantenerte al margen de Petra—, dijo y su voz estaba cambiando también. Zumbaba en su garganta, como si estuviera llena de avispas. —A pesar de lo que debes pensar, yo también la amo. Pero el amor se nos puede volver en

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contra. Puede ser la daga más afilada de todas. El amor puede ser la hoja que nos destruya…— levantó sus manos nuevamente, mostrando la putrefacción de sus escuálidos y horrendos dedos, —¡o el arma que nos empodere para hacer… lo que debemos! —ella estaba a escasos centímetros de él cuando decía estas últimas y rasposas palabras mientras la negrura tomaba por completo su cara, hundiendo sus mejillas y ojos, arrancando sus labios de sus dientes y encías en una mueca de odio mortal. —Mantente alejado de ella, James—, dijo con voz rasposa, retorciéndose como si las palabras fueran vidrio roto en su garganta. —Tú no puedes detener a Petra. No puedes vencerla. Si lo intentas, todo lo que amas morirá ¡Y aun así ella prevalecerá! ¡Ella debe prevalecer! Y luego, horriblemente, un áspero grito de dolor y furia desgarró la garganta de Judith, forzando su cabeza hacia atrás, su barbilla hacia arriba, de modo que su capucha cayó, liberando su cabello. Era blanco, seco como telaraña, ondeando como algas en una repentina corriente turbulenta. —¿James? Una mano tomó su hombro y él se alejó de esta, golpeó los dedos que lo agarraban como si escapara de la muerte misma. El viento azotó su pelo, helado y mezclado con niebla, silbando debajo del cobertizo y aullando en sus tuberías. Él se agitó y alucinó y casi de desplomó en el duro hielo conmocionado. Pero de repente no había más Judith. La Dama del Lago se había ido (si es que realmente había estado alguna vez allí). Millie se quedó con su mano aún alzada, frunciendo el ceño con sorpresiva consternación. El aspiró profundamente, llevando el frío aire a sus pulmones como si no hubiese respirado en minutos. El ruido de las ráfagas de viento agitó la ventana que tenía encima. Millie tuvo que elevar la voz para ser escuchada por encima de este. —¿Estás bien? —sus ojos estaban muy abiertos y sobresaltados en la obscuridad. James intentó asentir, componerse. —Yo… yo creí ver… algo. Saliendo del hielo. Millie lo consideró, mirando la llana extensión de la bahía congelada. No había nada más para ver que fantasmagóricos remolinos de nieve y brillo lunar.

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—Deberíamos entrar —, dijo, regresando su mirada a James con cierta preocupación. —Parece que viene una tormenta. Blake regresará una de las motos de nieve esta noche. Él y un amigo recogerán la otra mañana. James asintió, como si el lugar donde estacionar las motos de nieve fuera de del más mínimo interés para él. En realidad, apenas escuchó las palabras de Millie. En su mente, todo lo que escuchó fue el áspero alarido de Judith en el aullido del viento. Todo lo que vio fue las progresivas emaciaciones negro purpúreas de sus manos y cara. ¡Todo lo que amas morirá…! Y de repente lo supo: no era ni la muerte ni el fuego lo que estaba marchitando la otrora perfecta piel de Judith. Era la quemazón producida por una especie de congelación existencial. Sin la conexión con Petra para anclar a Judith a la realidad, ella estaba lentamente sucumbiendo al cero absoluto que era el paciente y hambriento vacío del que había salido. Pero si así era, ¿por qué desearía mantener a James lejos de Petra, asegurarse que, Petra, consiguiera lograr su misión de dejar esta realidad para siempre? Un escalofrío que nada tenía que ver con el frío sacudió a James desde la cabeza hasta los dedos de los pies. Millie tomó su mano. Cinco minutos después, ella lo besó fuera de su dormitorio en el segundo piso. Él apenas lo sintió. Sus labios estaban entumecidos. El aire alrededor de ellos aún era una corona de frío. Veinte minutos después, James descansaba en la enorme cama mirando el obscuro cielorraso. Afuera, el viento gemía y ululaba, ocultando la voz del caos y la locura que parecía surgir constantemente por debajo del mismo. James intentó desconectarse, incluso puso una almohada sobre su cabeza, pero no pudo acallar ese agudo y doloroso alarido. Su voz que sólo él, infortunadamente, parecía condenado a escuchar.

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Capítulo 13 El Triunvirato analizado James durmió hasta tarde la siguiente mañana, saltándose el desayuno, de manera tal que para la hora que llegó legañoso a la mesa en busca de té, todos los demás ya habían salido por la mañana, aparentemente a un último viaje de compras de Nochebuena al callejón Sartori. La vista fuera de las amplias ventanas era tan brillante con nueva nieve que era hasta doloroso mirar. Una luz fría llenaba el comedor y se reflejaba en la pulida madera de la mesa, de manera que James tenía que entrecerrar los ojos mientras se desplomaba en una silla. Para su vergüenza, había sido esperado por Blake, quien una vez más vestía en su traje de cola formal y camisa blanca, su pelo negro brillante peinado estrictamente.

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—Confío en que el señor ha tenido una apacible noche—, comentó superficialmente mientras servía agua caliente en la taza de James. James no podía componerse para responder o ni siquiera para hacer contacto visual. Blake, por su parte, parecía disfrutar la descompostura de James. —¿Tostadas, Señor?—le preguntó alegremente. —Claro—, contestó James fríamente, mirando el vapor elevarse desde su gran taza. —¿Jamón, señor? —No, gracias. —¿Miel, señor? —No. —¿Mantequilla, señor? —No. Espera, Si. —¿Rebanadas rectas o en diagonal, señor? James finalmente se giró y miró a Blake a su lado donde estaba parado. —Dile al elfo doméstico que lo hace que ella puede hacerlas cuadradas si quiere, no me interesa. Y mientras estás ahí, siéntete libre de tomar nota, deberías. Fue como patear una estatua. Blake no parpadeó, apenas mostró su pequeña y falsa sonrisa. —Muy bien, señor. Haré lo que me pide en un periquete. Cuando

la

tostada

llegó,

estaba

rebanada

en

diagonal,

perfectamente

enmantequillada, sobre un plato de porcelana sin una sola miga visible, y decorado con una rodaja de naranja y una ramita de perejil. —Espero que sea del agrado del señor—, dijo Blake, con un rastro de cortés duda. James suspiró y se rindió, llevando una rodaja de tostada a su boca antes de que pudiera decir algo de lo que se arrepintiera. Blake salió un minuto después, dejando la puerta de servicio balanceándose atrás y adelante en su bisagra. Su voz hacía eco monótonamente, impacientemente, y mientras

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la puerta se balanceaba, mostrando porciones cada vez más pequeñas del corredor detrás, James captó un vistazo de la elfa doméstica parada dentro, observándolo con sus grandes y extrañamente sombríos ojos. Ella era probablemente la de la cocina, asegurándose que James hallara agradable su tostada. La expresión en su cara, sin embargo, no mostraba eficiencia servil sino más bien una intención de vigilancia. Mientras la puerta se balanceaba una última vez, mostrando sólo unos pocos centímetros del obscuro pasillo y un único gran ojo élfico, James vio su cara inclinarse en la dirección de Blake, su expresión aguda, bajando su ceño con inconfundible desprecio. James masticó su segunda rebanada de tostada y pensó en la conversación que había tenido con el elfo doméstico de Gryffindor, Piggen. Las cosas parecían estar volviéndose realidad tal y como lo temían él y sus camaradas elfos. Los humanos se estaban apoderando de las tareas de los elfos domésticos, todo en el nombre de la igualdad y el progreso. La tía Hermione lo aprobaría totalmente. Y aun así los mismos elfos domésticos estaban evidentemente dolorosamente infelices con esta nueva realidad. James se preguntó brevemente qué había ocurrido con los anteriores elfos domésticos de los pisos superiores que habían sido reemplazados por Blake y Topham y el resto. ¿A dónde iban los elfos domésticos que eran despedidos? ¿Aún vivían todos en el laberinto de cuartos del piso inferior, sólo que sin propósito u obligaciones para ocuparlos? Y si así era, parecía un arreglo destinado a terminar mal. Impulsivamente, James saltó, arrojó el último bocado de su tostada en el plato, y caminó dando zancadas hacia la puerta de servicios. La abrió con una mano, seguro de que llegaría tarde para hablar con la elfa doméstica, para plantearle sus preguntas, y tenía razón. El pasillo estaba vacío, obscuro excepto por la brillante luz de una ventana en el lejano extremo, reflejada en el pulido piso de madera, convirtiéndolo en un cegador e imperfecto espejo. James exhaló, se desmoronó, y permitió que la puerta se balanceara hasta cerrarse nuevamente. Pasó la siguiente hora y media recorriendo la casa por sí mismo, nunca completamente solo (podía sentir los sirvientes justo fuera de la vista la mayoría de las veces, deslizándose furtivamente de los cuartos a medida que él entraba, dejando una sensación de limpieza a medio terminar o almohada a medio amoldar detrás de ellos,

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de manera que James se sentía sobre sus huellas cada vez) sino rodeado por el de alguna manera vigilante vacío de la casa. Los retratos lo observaban somnoliento pero James no conseguía hablar con ninguno. Todos ellos eran demasiado viejos y autoritarios como para que se sintiera cómodo. En el tortuoso silencio, sus pensamientos regresaban repetidamente a la última confrontación con Judith, poniendo a prueba su memoria como una lengua comprobando un diente perdido. Su primera pregunta era la más obvia de todas: ¿Realmente había sucedido? ¿Era posible que de alguna forma la hubiera imaginado? O, más probablemente, ¿Qué haya sido una especie de visión mágica proyectada directamente en su mente por Judith? Ni Millie ni Blake parecían haberla visto. Pero nuevamente, ellos habían estado charlando secretamente en la sombras debajo del cobertizo. El viento y los remolinos de nieve habrían sido suficiente para ocultar la manifestación de Judith y ahogar su voz. El recuerdo de ella ciertamente no se sentía como un sueño o una visión. Recordaba la marchita negro azulada decrepitud de sus manos y brazos. Con un fuerte escalofrío recordó la forma en que la muerte trepó por su cuello y sobre su cara, esparciéndose por crecientes venas justo debajo de su piel. Decidió que no importaba si Judith había aparecido físicamente o simplemente proyectado una visión en su mente. Al aventurarse a la bahía congelada él había entrado en su dominio (ella era la Dama del Lago, después de todo) y ella había tomado la oportunidad para enviarle un simple y enfático mensaje: mantente alejado de Petra. Pero había enviado otro mensaje también. Quizás involuntariamente: durante los últimos años, Judith claramente había comenzado a perder su enlace a este plano de existencia. Cuando Petra rompió la conexión entre ella, Izzy, y Judith durante la noche de la Red Morrigan, ella aparentemente había revocado el derecho de Judith a ocupar la realidad humana. Sin el respaldo de Petra, Judith estaba siendo lentamente reclamada por el vacío más allá de la vida y la muerte. La estaba socavando, quizás debilitándola, pero también volviéndola loca, y desesperada, y (James sospechaba) mucho más peligrosa que nunca. Esto, decidió, era bueno. Pronto, el asidero de Judith en la existencia humana colapsaría por completo. Ella regresaría a la nada de donde había sido invocada todos esos años atrás, cuando había surgido del pequeño lago arbolado en los límites de la

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granja de los Morganstern, como el costo por el asesinato de la madrastra de Petra, Phyllis. Pero mientras tanto, Judith no descansaría. ¿Qué había dicho antes de desaparecer en el viento y la nieve? A veces debemos romper las relaciones que nos modelaron... a veces ese es el único camino para forjar nuevas y mejores relaciones… ¿Estaba Judith buscando un nuevo hospedador? ¿Un respaldo diferente que pudiera renovar su derecho a ocupar el mundo humano, permitiéndole continuar su cruzada de caos, muerte, y destrucción? James se sentó en la fría luz solar de la biblioteca vacía y sacudió su cabeza firmemente. Nadie, se dijo, puede ser tan estúpido para aceptar el venenoso trato de Judith. Pero él sabía bien, por supuesto, que el mundo estaba tristemente lleno de personas que intercambiarían caos por poder, si se les presentara la oportunidad. Su mayor esperanza, decidió, era que Judith se disolvería en su creciente negrura antes de que pudiera encontrar cualquier nuevo soporte humano, sea quien fuera esa persona. Y seguramente Petra estaba vigilando, cuidando que semejante cosa no sucediera, asegurándose que el proceso que ella había comenzado cuando rompió con Judith continuara hasta su final, su inevitable fin. Pensar en Petra fue lo que finalmente alejó su mente de la escalofriante Dama del Lago. A pesar de las intenciones de Judith, sus palabras habían tenido el efecto contrario en James. Comparando a Millie y Petra, ella le había mostrado cuán realmente diferentes eran sus sentimientos por las dos jóvenes. Pensar en Millie le generaba deseo, ciertamente, pero esa era una emoción superficial, un delgado fulgor dentro del abanico de sentimientos y emociones conflictivos. En contraste, pensar en Petra era como caminar por una cuerda floja a través de un precipicio de inimaginable, y vertiginosa altura. Podía resbalar de la cuerda y caer del lado del más horrible abismo imaginable (un abismo tan descorazonador y aplastante que apenas podía concebirlo). Pero también podía saltar de la cuerda hacia el otro lado y

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elevarse en la dicha de una completitud tan profunda y vasta que era un océano de alegría. Sabía, a algún nivel, que era joven, e idealista, e irremediablemente enamorado. Pero saberlo no hacía que los sentimientos desaparecieran. No pudo convencerse, sin importar qué tan fuertemente lo intentó, que su amor por Petra era infantil. O tonto. O meramente un capricho pasajero. Sospechaba (sabía) que incluso si ella se desvaneciera en la dimensión de Morgana, dejando su mundo por siempre, él viviría pensando en ella cada día, extrañándola, penando por ella silenciosa y cariñosamente a lo largo de los años. La tragedia, comenzó a comprender, no era extrañarla todos los días por el resto de su vida una vez que se fuera. La tragedia era negar su amor por ella mientras aún estaba aquí, y aunque brevemente, caminando en el mismo mundo que él. Él no había, como Judith había asumido, superado a Petra. Nunca lo haría. Tomó un profundo, y doloroso respiro, llenando sus pulmones en la helada quietud de la casona, y lo dejó salir lentamente. Sabía una vez más lo que tenía que hacer. Se había dicho que iba a ser más sencillo más adelante. Pero por supuesto ese futuro día era probable que nunca llegara. Había realizado tareas extremadamente difíciles en su vida. Había enfrentado demonios y horrores, confrontado monstruosas fuerzas y diabólicos poderes. Pero ahora sentía que con mucho gusto enfrentaría todo nuevamente si sólo pudiera evitar la tarea que ahora se le presentaba: romper con Millicent Vandergriff. —Al terminar las vacaciones—, se dijo con un firme gesto, su voz empequeñecida en la alta y vacía biblioteca. —Sin excusas, Potter. Hazlo. Asintió de nuevo, resuelto, y golpeó su puño derecho en su rodilla. Poco después, afortunadamente, escuchó el barrido de la puerta principal abriéndose, sintió una corriente de aire frío que balanceó las cortinas ligeramente, como si estuvieran suspirando con alivio por el regreso de la familia. Botas golpearon el piso del vestíbulo, voces retumbaron fuertemente, alegremente, y James saltó en el lugar y se

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les unió, avergonzado de haberse perdido el viaje de compras, pero agradecido de no estar más solo con sus problemáticos, y preocupantes pensamientos. Él y Millie pasaron las horas del mediodía practicando con los jóvenes, Ariadne, Nigel, y Edmund, partes de El Triunvirato para la presentación de la noche siguiente. Resultó que, Nigel interpretaría a Donovan el villano, Edmund tomaría el rol de Treus el héroe, y Ariadne, luego de algunas discusiones, completaría las partes de la Bruja del Pantano, el Paje (“la Paje”, ella corrigió seriamente) y varios otros roles, principalmente para evitar tener que protagonizar escenas románticas con su propio hermano (un dilema que James, teniendo él mismo una hermana, podía entender muy bien). Millie aceptó el rol de la Princesa Astra, invocando cada ápice del histrionismo de sus amigos de los Huffle-títeres para darle al personaje el melodrama que merecía. Y James tomó cualquier papel que quedara según lo demandara la escena, a veces actuando como Rey, otras veces como varios soldados, aldeanos, marineros, capitán de barco, e incluso los embravecidos monstruos de la temible Península de la Daga. —No lo estás haciendo correctamente—, se quejó Edmund, rompiendo con su personaje cuando James se arrojó sobre él, sus manos levantadas como filosas garras. — No eres aterrador. Tienes que ser aterrador sino Treus no cometerá su falla final. James frunció el cejo, aún encorvado en su forma de monstruo sobre el bote de Treus (un taburete tapizado sobre una enorme alfombra azul). —¿Cuál es la falla fatal de Treus? Edmund puso sus ojos en blanco, pero fue Nigel quien habló, observando desde detrás de escena en un sofá cercano. —En una tragedia todos tienen una falla fatal. La falla de Treus es su ingenuidad. Tú deberías saber todo esto, ¿no? James se encorvó y miró desesperado a Millie, quien se sentaba adelante en una silla cercana intentando re-arreglar uno de sus viejos vestidos como un atuendo de la Bruja del Pantano para Ariadne. Ella miró hacia él y se encogió de hombros. —Yo tampoco sé cómo no sabes eso. Estaba en nuestro final de Literatura Mágica del año pasado. Ariadne le dio a James una indulgente y paciente mirada y cruzó sus brazos. — Treus tuvo la falla fatal de ser ingenuo. Él sabe que Donovan, el consejero del Rey, planea casarse con la Princesa Astra y así convertirse en Virrey cuando el rey muera. Treus también sabe que Donovan ya ha usado magia negra para engañar al rey y

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conseguir que decrete su matrimonio, en contra de los deseos de Astra. Y aun así, cuando Donovan envía a Treus, su único rival, a una falsa travesía por el mar, no se le ocurre que, es probablemente un ardid para aislarme en el océano para que Donovan y la Bruja del Pantano puedan enviarme una tormenta mágica para hundir mi barco y matarme—. Ella ladeó la cabeza hacia él y levantó sus cejas. —Ingenuidad. —Sé todo eso—, dijo James, mirando el cielorraso y levantando ambas manos con las palmas hacia arriba. —Entonces sabes que, al navegar a través de los horrores de la Península de la Daga para rodear la tormenta mágica de la Bruja del Pantano, él está navegando a través de su propio viaje de madurez hacia la verdadera adultez—, Nigel agregó con su voz chillona, como leyendo de un apuntador. —Por supuesto—, dijo James, intentando darle a sus palabras un paciente tono cansino. —¿Podemos sólo continuar? Vamos a tener que cambiarnos pronto para la verdadera obra. —Y ese es el motivo por el que la tormenta de la Bruja del Pantano sigue a Treus de regreso al castillo de Seventide—, terminó Ariadne, mirando a James críticamente. —Es una representación de la noble estupidez de Treus, una lección aprendida demasiado tarde para salvarlo. O a su amor, la Princesa Astra. Sin levantar la mirada de su proyecto de vestuario, Millie dijo, —¿Entonces cuál es la falla fatal de la Princesa Astra? —Ah, esa es fácil—, dijo Edmund petulantemente, aún mirando a James desde su asiento en el taburete. —La falla de la Princesa Astra es ser impulsiva. Ella se enamora de Treus, quien es sólo un soldado aleatorio. No es que eso sea malo, pero sí impulsivo. Luego cuando se entera que Donovan hizo arreglos para matar a Treus en alta mar, ella intenta atacarlo con su abrecartas. Finalmente Donovan casi la corta con su propio abrecartas. Luego, cuando Treus regresa al castillo y mata a Donovan para salvarla, y la tormenta de la Bruja se libera en el castillo para matar a Treus, ¡ella se queda con él en lugar de escapar! Completamente impulsiva. —¡Pero eso es lo que lo hace tan romántico!—intercedió Ariadne, suspirando solemnemente.

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—Si llamas romántico a hacerse aplastar por paredes que se derrumban durante tu primer beso—Nigel sacudió su cabeza despectivo. —Yo lo llamo estúpido como doxy borracho. Escapa y encuentra un nuevo soldado, si me preguntas a mí. Uno sin una estúpida “falla fatal”. —¿Cómo aprendieron todo esto ustedes?—preguntó James, dejándose caer al lado de Edmund en el taburete. —La vieja Sra. Birtwistle, nuestra tutora—, dijo Ariadne. —Tres horas de lecciones diarias ¿Quién fue tu tutora? James parpadeó. —Mm. Mi mamá, supongo. —Si fuera tú, la despediría—, Ariadne se encogió de hombros despectiva. —James tiene razón—, anunció Millie, parándose y estirando el vestido en sus manos contra el cuerpo de Ariadne, probando el talle. —Esto bastará hasta mañana. Ahora, todos deberíamos estar listos para la verdadera obra. Nos vamos en menos de una hora. El resto de la tarde estuvo ocupada enteramente con la visita al famoso y antiguo Teatro El Extraordinario en el centro de Londres, y la obra en sí misma, la cual duraba casi tres horas, incluyendo media hora de intervalo. James había visto obras mágicas alguna vez, pero nunca una completa producción mágica de El Triunvirato, y nunca en un teatro de semejante tamaño y magnificencia como el que acababa de entrar. Decorado con trabajos en espirales dorados, pilares y arcos, y contrafuertes flotantes que recorrían ambos lados del pasillo, el teatro parecía capaz de acomodar aproximadamente a la mitad de la población de toda Londres. Los muchos balcones se ubicaban unos sobre otros como cajones en una cómoda barroca, abierta. Ninguno estaba fijo en su lugar, sino que flotaban, subiendo y bajando desde el piso principal como globos de desfile, provistos de butacas tapizadas con terciopelo púrpura y llenos de espectadores vestidos suntuosamente. James observaba mientras flotaban sobre su cabeza, intercambiando lugares para cargar y descargar, su cara inferior decorada con enormes frescos de escenas de antiguas obras. Lo único que arruinaba la experiencia de James era la deplorable, anticuada e irremediablemente arrugada túnica de gala que llevaba puesta. Cuando se la había puesto en su dormitorio, había lamentado brevemente su desaliñado estado. Pero

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ahora, agazapado en su asiento en el más grande de los balcones de abajo con la familia Vandergriff, entendía cuán exquisitamente ridícula se veía entre la pulcra finesa que lo rodeaba. A medida que James pasaba, un hombre gordo con un monóculo se estremeció al verlo, parpadeando rápidamente, como si James hubiera derramado agua sobre su cara. La mujer a su lado, resplandeciente en un rígido y enjoyado vestido, su pelo gris rosado recogido en un espiralado rodete lo suficientemente grande como para que cigüeñas aniden en él, se frunció fuertemente al verlo, mirándolo abiertamente arriba y abajo. James suspiró y sacudió su cabeza, sintiendo las demasiado cortas mangas que llegaban justo hasta sus muñecas, los ribetes de encaje comidos por las polillas cayendo flácidos y embarazosamente andrajosos. El intenso bordó del cuello y las solapas amplias probablemente habían estado de moda cuando la abuela Weasley iba a la escuela. Incluso peor que eso, era el tristemente rugoso estado de toda la prenda, el resultado de haber pasado los últimos meses aplastado y abandonado en el fondo del baúl de James. Emitía un hedor a banana podrida y moho, mientras caminaba intentando encogerse tanto como pudiera, volverse tan pequeño como le fuera posible y finalmente combinar adecuadamente con el terciopelo púrpura del asiento mientras se sentaba en él. —Pude haber dejado que tomaras prestada una de las viejas túnicas de gala de Bent—, susurró Millie a su lado mientras las enormes arañas de luces disminuían su intensidad. —O al menos haber usado un encantamiento de planchado para alisar un poco ese intento de traje. —Es un poco tarde para eso, ahora, ¿no?—, susurró James, intentando hacerlo sonar como si estuviese apenas confundido, en lugar de completamente mortificado. Volvió a pensar en la mirada en el rostro de la Condesa de los Espinos Negros cuando había bajado las escaleras, su pelo aún estaba húmedo por la intensa y desesperada cepillada, sin un minuto que desperdiciar antes de subir a los autos reunidos a lo largo del frente de la casa. Ella no dijo nada (fue demasiado diplomática para ello) pero sus ojos arrugados se habían abierto ligeramente, su ceño elevado, y su barbilla hundido un momento. James entendió que había perdido varios puntos con ella, sin embargo, y lo lamentó de lo que se había imaginado. Los niños, sin embargo, habían sido mucho menos discretos, casi colapsando en una risa histérica al ver los volados de encaje exageradamente largos en el pecho de James y la túnica que terminaba más de diez

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centímetros por encima de su pie, dejando ver sus zapatillas e incongruentes medias a rombos. A medida que las luces disminuyeron su intensidad a lo largo del teatro, James finalmente se relajó y suspiró, hundiéndose en el asiento. El escenario brillaba como una joya iluminada, rodeado de oleadas y terrazas de balcones ensombrecidos, y la obra comenzó a tomar vida con la fanfarria de instrumentos de viento, un trino de flautas, y un estruendo de timbales. La orquesta en el foso debajo del escenario contaba con la fuerza de casi sesenta miembros, de acuerdo con el programa en la mano de James, y sonaba como tal. La música llenaba el teatro como aire cálido de primavera, con casi ningún eco que arruinara el efecto. En el escenario, los actores se pusieron en movimiento: decenas de campesinos se movieron por una plaza medieval perfectamente representada y de tamaño real. Una fila de soldados marchaba a la vista. Y ahí, entrando desde la derecha, estaba el Rey, y Donovan su consejero real, y finalmente la majestuosa y hermosa princesa Astra. James recordó bien la escena de su segundo año en Hogwarts, cuando él mismo había estado en el escenario en el papel de Treus, el Capitán de la Guardia. Pero era diferente en casi todo aspecto. El rey no era el joven Tom Squallus con una almohada debajo de su túnica. Él era realmente un hombre grande, más robusto que gordo, con una auténtica barba y un porte majestuoso y túnicas y corona que parecían como si hubiesen venido directamente de un museo. Donovan era un hombre alto y lampiño, con brillantes y agudos rasgos, tan perspicaz en las líneas de su rostro y su mirada entrecerrada, que James tuvo que recordarse que era un actor, y no un villano de verdad conspirando contra el jovial rey y la joven princesa que los seguía. Astra, James notó, era apenas mayor que él. Tenía pelo rojizo y era increíblemente hermosa, la blanquecina base de su cuello adornada con un collar brillante de plata y gemas azul profundo, parpadeando contra las brillantes luces del escenario. A pesar de haber estado en una versión de la obra él mismo, James nunca había realmente comprendido la historia de Astra, Treus, y Donovan. Él había estado demasiado ocupado con los extraños detalles de producción (el vestuario y la utilería de la tripulación, las brillantes indicaciones pintadas en el piso del escenario, y las constantes, y monótonas repeticiones de los ensayos). Ahora, mientras observaba la

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completa producción en toda su gloria teatral, comenzó a ver por qué era la historia clásica por antonomasia de la edad dorada de la literatura mágica. Esto era, por supuesto, ayudado inmensamente por la grandiosidad de la enormemente encantada producción. Cuando Donovan manipuló al rey para que le concediera la mano de Astra, el villano utilizó un encantamiento real, conjurando un hechizo de trance terriblemente realista (si bien un poco exagerado) que iluminó todo el escenario con una sanguinaria luz púrpura y dejó a las primeras hileras de espectadores asintiendo atontados en sus asientos. Cuando el villano envió a Treus y su tripulación a la trampa de la completamente inventada misión en el mar, la grasosa frialdad de sus mentiras era simultáneamente convincente y perturbadora. Alrededor del teatro, varias voces jadearon, o gritaron advertencias, o insultaron enojados al inconsciente e intrigante villano. Cuando la Bruja del Pantano dio la bienvenida a Donovan en su cenagosa guarida y accedió

a

su

solicitud

de

una

tormenta

asesina,

pago

mediante,

James

momentáneamente se olvidó que estaba mirando desde un mullido y aterciopelado asiento en un concurrido teatro. Parecía estar soñando la escena, mirando desde el vacilante borde de la chimenea de la Bruja, el palo en su caldero y la podredumbre del musgo fermentado llenaba su nariz mientras ella, en toda su extravagante fealdad, proclamaba su famosa, y chillona advertencia: “La tormenta que conjuras gran hambre tiene, su apetito es difícil de saciar. Aliméntala bien y procura que descanse, ¡no sea que pose su mirada sobre ti! —Por supuesto—, Millie llorisqueó durante el intervalo mientras se encontraban en la abarrotada antecámara con vasos de hidromiel con especias en sus manos, la cabeza de James dando vueltas atontada, —cada asiento del teatro está encantado con un encantamiento de suspensión de escepticismo. Cuanto más tiempo estás sentado allí, más real parece todo en el escenario. Si no hubiese un intervalo para interrumpir el hechizo un poco, algunos de nosotros nos subiríamos al escenario para unirnos a Treus en el Ballywynde cada vez que da su discurso motivacional, contra la tormenta mágica mortal y el embravecido río Espectro. —¡Magos y hombres, empuñen sus varitas y armas! —gritó Edmund, apuñalando el aire con su propia varita de juguete.

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—¡Detente! —insistió Ariadne en su voz más estridente y maternal. —¡Te estás avergonzando! ¿No puedes al menos intentar actuar como un caballero decente? Para cuando el cuarto acto estaba desarrollándose, la anteriormente mencionada tormenta mágica era un manto de nubes y truenos echando chispas en la parte superior del teatro de pared a pared, centelleando con destellos de rayos morados. Treus dio su famoso discurso motivacional, y si bien nadie se apresuró a subir al escenario para acompañarlo en su cruzada, muchos en la audiencia sí se unieron en la recitación incluso desde la primera palabra, (“¡Tonto Donovan! ¡Tú infeliz traidor!”) algunos levantándose de sus asientos y empuñando sus propias varitas en el aire, apuntándolas a la tormenta mágica sobre sus cabezas. De algún modo, olas de océano reales se elevaron y rompieron sobre el reborde del escenario, derramándose en cascada sobre el concurrido foso de la orquesta, mientras que el Ballywynde circunvalaba la tormenta a través de la traicionera Península de la Daga. El barco encalló espectacularmente en la costa de Seventide a la vista del castillo, justo a tiempo para impedir la maldita boda de Donovan y Astra. El villano fue enfrentado y derrotado por la espada de Treus, y aun así el castillo se estremeció ante la embestida de la despiadada tormenta que perseguía su objetivo incansablemente, el mismo Treus. James jadeó cuando el ciclón se lanzó por el escenario, destrozando ventanas con vitrales con su niebla helada y apuñalando las paredes con relámpagos, prendiendo fuego tapices y resquebrajando el piso de piedra hasta dejarlo lleno de grandes grietas y desfiladeros. Treus los evitó saltando y arrojándose junto con Astra, aún en su vestido de casamiento y velo, ahora desgarrados por el embate del vendaval. James recordó remotamente su escena de su propia representación del Triunvirato. En ese entonces, la máquina de viento a pedal se había acelerado y salido de control, causando un inesperado y auténtico caos. La escena que se estaba llevando a cabo en ese momento parecía aún menos planeada que eso. Las paredes se inclinaron hacia adentro, desintegrándose en lluvias de ladrillos y piedras. El fuego corrió por el cielorraso, agrietando y aflojando vigas como palitos chinos en manos de un niño en medio de un berrinche. Y Treus zigzagueó a través de todo, a veces conduciendo a Astra, a veces tironeado por ella, hasta que los condenados amantes estuvieron a la vista de la entrada del castillo. Una viga en llamas cayó sobre ellos, rompiendo finalmente el agarre de los amantes, y aplastando a Treus bajo su peso. James vio el resto de la escena como líneas

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en el guion de un dramaturgo, y simultáneamente como el recuerdo del desgarrador destino de Petra. ASTRA [regresa al lado del herido Treus a pesar del devastado derredor, y declara]: “¡Avanza! ¡Ya casi somos libres! ¡El castillo está perdido, pero la esperanza prevalece! ¡Oh Treus, no la maldigas!” James escuchó la línea en la voz de Petra, desprovista de melodrama o histeria, hablando como si nadie estuviera escuchando excepto él, su expresión afligida pero persistente con un hilo de esperanza. TREUS: “Querida amada, no maldigo la esperanza. He desafiado la ira de las tempestades marinas y caído ante el poder de esos hechiceros. He maldecido a todos ellos para posar mi mirada sobre tu amado rostro ¿Pero esperanza? Lo que me resta de vida la he de vivir tras barricadas de esperanza.” En el escenario, Treus luchaba para liberar su brazo de debajo de la viga en llamas, lográndolo para tomar la mano de Astra. La sangre teñía sus dedos, y un lado de su cara. Astra se arrojó sobre sus rodillas mientras la obscuridad se cernía lentamente sobre ellos, el castillo colapsando y derrumbándose hacia adentro, reduciendo el espacio, haciéndolo más trágicamente íntimo y apremiante a cada momento. Treus continuó, y James mentalmente dijo las palabras junto con él, pensando en Petra. “Aunque el mismísimo Dios sacuda el mundo para derrumbarlo sobre sus cimientos, mi amor y esperanza prevalecen. Parte, mi querida, y déjame ahora: Camino hacia la muerte en paz.” ASTRA [lo afronta con futilidad]: “¡No implores, amado mío!” La Astra en el escenario arrojó su mano libre contra su frente, la palma hacia afuera, y recitó la línea con intensa desesperación. Pero su voz fue acallada por la de Petra en la mente de James, quien reclamó firmemente, no como una elegía, sino como una súplica repentina, afónica y sin aliento, el equivalente oral de una sujeción sobre los hombros, un abrazo desesperado que llega unos segundos tarde. La mente de James centelleó en verde, y en ese centelleo vio a su prima Lucy atravesando el aire, muerta, escuchó su propio grito mezclado con el de Petra.

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La escena en el escenario se mezcló perturbadoramente con los recuerdos de James. Astra era Petra, y Petra era Lucy. ASTRA: “Por meses y años te he deseado sólo a ti ¡mis sueños el hogar de tu desesperado amor! No dejaré mi lugar junto a tu cuerpo, ¡no sea que los sueños no correspondidos aplasten mi alma!” James se inclinó hacia adelante en su asiento y recitó las palabras finales de la obra en voz alta: “Entonces dame una prueba de amor. Un beso para calmar los dolores de la muerte, uno… para soportarlo todo.” En el escenario, Treus y Astra se besaron, incluso mientras el castillo finalmente colapsó sobre ellos, enterrándolos, matándolos. Las luces se apagaron. Todo el teatro se desvaneció en perfecta obscuridad. Y James fue besado. En la completa obscuridad, fueron los labios de Petra sobre los suyos. Extrañamente, desconcertantemente, también fueron

los

de

Lucy,

casto

y

breve

y

prudente

como

una

zambullida.

Descorazonadamente, oleó a su prima adoptiva perdida, la calidez de su exótico y sedoso pelo negro, una pizca de jabón de lavanda, un ápice de regaliz en su aliento. Y luego las luces regresaron, tenues, y era Millie. Su cara estaba tan cerca de la suya, sonriendo ligeramente, una ceja arqueada. —Buau—, susurró, —ese encantamiento de suspensión de escepticismo realmente funcionó en ti, ¿no? Fuiste Treus por un segundo —su ceja arqueada un poco más alta. —¿Fui yo tu Astra? James no pudo contestar. No pudo pensar lo suficientemente rápido para mentir. Millie lo vio en su cara, pero solamente asintió, aún sonriendo, y bajó sus ojos. James casi no recordó haber dejado el teatro.

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James estuvo, de hecho, en un estado de aturdimiento inducido por el encantamiento hasta la cena de esa noche en el gran salón comedor, del Crómlech de Espinos Negros. La cena formal de Nochebuena, fue el evento privado más ceremonioso al que James hubiera asistido jamás. Afortunadamente, el hermano de Millie, Benton rescató a James de su vergonzosa túnica de gala asaltando el ático expansible de la casona, rastreando uno de sus viejos roperos, y proporcionándole un mucho mejor, aunque con olor a naftalina, juego de túnicas. James estaba contento de cambiarse y llegó a la cena de un humor y apariencia mucho mejores. —Tú te sentarás entre la abuela Eunice y yo—, Millie le susurró mientras enfilaban hacia el salón, ella se había cambiado y lucía un vestido verde esmeralda con forma de sirena y una triple hilera de perlas. —Y se espera que hagas conversación con ella en determinados intervalos. —¿Qué quieres decir con, “en determinados intervalos”?—James también susurró, con un tono de apremiante preocupación en su voz. —¿Y de qué se supone que hable? Millie realizó un suave, y breve encogimiento de hombros. —Ella decidirá eso. Sólo síguele el juego. Y hagas lo que hagas, contesta sinceramente. La abuela Eunice puede olfatear la mentira a kilómetros. —¿Pero cómo sabré cuando se supone que haga tal o cual cosa? Millie frunció el ceño y parpadeó, y James recordó que, para ella, esto era sólo una cena tradicional de vacaciones. —Sólo mira a los demás, Es fácil. —¡Feliz Navidad a todos!— se escuchó la resonante, y jovial voz del padre de Millie cuando llegaban a la cabecera de la mesa, su propia túnica formal resplandeciente con un alto cuello blanco y corbata de moño a tono. Levantó ambos brazos grandiosamente, apuntando a las hileras de sillas altas, los resplandecientes vasos y copas de cristal,

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distintos rangos de brillantes cubiertos de plata perfectamente envueltos en servilletas sobre la mesa, y platos, platillos, y bandejas, radiantes como la luna. —¡Sentémonos, y permitámonos disfrutar! James corrió su silla y se sentó, mirando cómo la docena de invitados se ubicaba en sus propios asientos, dando pie a murmullos de una calma, educada, y risueña conversación. Los jóvenes primos, Ariadne, Nigel, y Edmund, flanqueaban a su madre y padre, Susan y Otto, enfrente de la Sra. Vandergriff. Al otro lado de la mesa y de frente a James, se ubicó la hermana mayor de Millie, Mathilda, midiéndolo con sus exageradamente maquillados ojos y estrecha sonrisa. Debajo de James, el cojín era grueso, cubierto en terciopelo púrpura, pero el respaldo de la silla era muy alto y despiadadamente recto, obligándolo a sentarse derecho. Puso sus codos en la mesa, vio que nadie más lo hacía, e inmediatamente las retiró, apoyando sus manos sobre su regazo. Los sirvientes Muggles en esmóquines negros y blancas corbatas se encontraban parados alrededor del perímetro del salón. James contó cuatro de ellos, incluyendo a Topham, quien se encontraba cerca de la puerta exterior, y Blake, quien comenzó a rodear la mesa, sirviendo discretamente vino tinto de una gran jarra de cristal a los adultos. No había elfos domésticos a la vista, por supuesto, pero James sabía que tenían que estar por algún lado, realizando el insignificante rol que aún les fuera asignado. Rápidamente, a medida que la conversación progresaba y el plato de sopa fue servido (crema de espárragos con crutones de gillyweed), James comenzó a entender el protocolo de la mesa formal. El Sr. Vandergriff dirigía la discusión, usualmente con una pregunta directa a alguien en la mesa (“¿Qué chances piensas que tiene este año la Varita de Bragdon jugando Swivenhodge, Susan?”, u “Otto, ¿Cómo le va a tu madre hasta el momento con su negocio comercial en Turquía?”, o “¿Has visto mucho a Briny y los muchachos desde que terminaste la facultad, Benton?”) y el invitado interrogado contestaba para el provecho de toda la mesa, siempre con una voz ensayada, y elocuente. A diferencia de las cenas en Marble Arch o la Madriguera, nadie interrumpía a nadie, y si había risas, eran indefectiblemente educadas y breves. Tras la pregunta inicial, la conversación caía durante cierto tiempo en pequeñas bromas relacionadas a lo largo de la mesa. James observó para saber qué dirección tomar cuando eso sucedía.

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Justo cuando pensó que era su turno para interactuar con Millie, Lady Vandergriff a su lado, le habló. —¿Cómo se la ingenia tu padre para ocuparse de la Casona Black en Grimmauld Place mientras atiende sus prodigiosas obligaciones profesionales? —preguntó remilgadamente, limpiándose la comisura de su arrugada boca con una servilleta e ignorando el tópico establecido en la mesa. James se giró para ver a la anciana, pero ella apenas elevó su mentón y bajó sus ojos hacia la copa de vino mientras la alzaba en su mano, estudiando su prisma de luz carmesí. —Oh, eh mm…—James comenzó, avanzando tan cuidadoso como le era posible. La respuesta, por supuesto, era que a su Papá realmente no le importaba ese viejo sitio, como tal. Él enviaba a Kreacher en ocasiones, sólo para darle un vistazo y asegurarse que estaba bien. Kreacher siempre estaba contento de ir, por supuesto, ya que solo él parecía albergar una especie de obstinada afección por la rancia, e imponente mansión. —Él tiene ayuda. Nuestro elfo doméstico se asegura de que esté, más o menos, en buen estado, para cuando vamos. —Elfo doméstico—, la anciana suspiró para ella misma nostálgicamente, elevando su mentón un poco más, aún mirando su vino. —¿Y qué tan seguido van allí, realmente? James se encogió de hombros. —Un par de veces al año, supongo. Mamá y papá prefieren la casa en Marble Arch, creo. Se siente un poco menos… usted sabe—, tomó sus anteojos, que estaban llenos de brillante sudor, —vieja y húmeda. Eeh. Si entiende a lo que me refiero —se dio cuenta que difícilmente esa fuera la clase de respuestas que la Condesa prefería, y rápidamente tomó un trago de agua para que así le impidiera decir algo más. Lady Eunice suspiró bruscamente y bajó su propio vaso sin tomar un sorbo. —La aristocracia mágica no es como la Muggle, joven señorito James. No puedo culpar a tu padre por no saberlo. A él no le fue dada la correcta educación sobre las responsabilidades de su posición, aunque uno esperaría que hubiese realizado algunas averiguaciones al respecto en los años que pasaron desde entonces —ella posó un ojo sobre James, estudiándolo antes de seguir. —Las fibras de la nobleza mágica son cada

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vez menos y más frágiles con cada generación. Y aun así, eso sólo hace que su importancia remanente sea mayor. La Casona Black no es sólo una casa vacía, “vieja y húmeda”, como has observado. El título de tu padre (el cual heredarás, a menos que se lo herede a alguien más, como su padrino lo hizo) no es simplemente un nombre y un documento. La nobleza mágica es bastante diferente de la Muggle en ese sentido. Tu título es una responsabilidad, porque conlleva un gran y secreto poder. James se sintió momentáneamente atrapado por la penetrante mirada de la señora. —¿Poder, Señora? Ella asintió, aún estudiándolo severamente. —Poder, así es. Pero no el poder de los bienes, la posición o la tierra. La casona Black es en sí misma un símbolo. No, cuando nosotros, la nobleza mágica nos referimos al poder, lo hacemos en el más auténtico y primigenio de los sentidos. Somos guardianes, Señorito James. Nuestro privilegio es la carga de ciertas fuerzas profundamente elementales. Pero no todas ellas se han mantenido. Algunas se han perdido por completo, desatendidas hasta el punto de llegar a la impotencia, y olvidadas para la historia —ella respiró profundamente, resignada. James estaba intrigado. —¿Qué clase de fuerzas? Lady Eunice se relajó ligeramente en su silla y permitió que su mirada se posara sobre la mesa. —Pocos hablan de eso. Pocos, incluso entre mis pares, respetan o recuerdan. Pero una vez existió el Marqués de la Rosa cuyo don era el rapto de amor. Era ese título el que custodiaba y preservaba las mareas de Eros. Perdido en el tiempo ahora, el amor aún existe sin los servicios del título de nobleza, y siempre lo hará, pero cada vez más adulterado y diluido, azaroso y desconectado de su núcleo más profundo. —Y aun mucho más tiempo atrás existía la Baronía Verdemar dotada con los límites de la ambición, moderando la provisión y demanda de celos, rivalidad, codicia y envidia.

Ahora,

sin

su

administración,

estas

influencias

corren

rampantes,

descontroladas, desbordando la naturaleza humana como una maleza invasiva. —Y hasta los comienzos de este siglo existía un Ducado de la Vara Dorada, guardián de la proporción de coraje y cobardía… James miraba fijamente a la anciana mientras hablaba, no comprendiendo realmente la magnitud de lo que estaba diciendo, y aun así un detalle lo golpeó. La interrumpió abruptamente a mitad de la oración.

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—Pero, son todos colores… Lady Eunice posó su mirada nuevamente sobre él, entrecerrando sus ojos. Esperó, mirando mientras la significancia de su descubrimiento se asentara sobre él. La mente de James hilaba. Finalmente, miró a la anciana nuevamente, encontrando su mirada. —Usted está diciendo que Grimmauld Place no es sólo una vieja casa—, dijo con voz susurrada. —Y que Black… no es sólo un nombre ¿no?— Lady Eunice asintió una vez, lentamente. —Black, palabra inglesa que significa Negro, es el color elemental de la fuerza que tu familia carga. James parpadeó, su pelo le picaba. Frunció el ceño y preguntó, —Pero, ¿Qué clase de fuerza elemental es el negro? Lady Eunice se acomodó contra el negro de su propia silla alta, como si estuviera contenta de que James hubiera sencillamente hecho la pregunta. —Eso, joven señorito Potter…—contestó, alzando su copa de vino nuevamente, —es tu trabajo descubrir. Una vez que llegue el día y el título pase a ti. Los hombros de james se desplomaron, pero su mente aún giraba, considerando todo lo que la Condesa le había dicho. ¿Qué significaba realmente? ¿Debería decirle a su papá? ¿Sabría Kreacher algo al respecto? ¿Y qué fuerza elemental de la naturaleza humana podría ser representada por el color Negro? Arrebatándolo de su ensueño, una inesperada voz de repente dijo, —¿Y qué planes tienes, James?—era el Sr. Vandergriff, preguntando en nombre de toda la mesa, y todos en ella se giraron para escuchar. James parpadeó rápidamente, mirando al hombre en la cabecera de la mesa, quien le sonreía expectante. —Eeh… ¿Qué? ¿Señor?—James balbuceó. La hermana mayor de Millie, Mathilda, le ofreció una fría sonrisa. —Luego de graduarte de tu escuela, por supuesto ¿Tal vez sigas los pasos de tu famoso padre auror?

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—¿O quizás los de tu abuelo, James primero?—, sugirió Benton, risueño y codeando a Millie a su lado. —Si recuerdo bien, su mayor plan luego de graduarse de Hogwarts fue casarse con su novia de la escuela y comenzar una familia. —No seas aguafiestas—, el Sr. Vandergriff lo regañó levemente. —Estoy seguro que el joven James no tiene interés en las predicciones románticas de nadie. —A pesar de lo entretenidas que puedan ser—, sugirió Mathilda, aún observando a James cuidadosamente. Millie sacudió su cabeza y giró apuntando a James. —No los escuches. Han estado planeando desde siempre casarme con alguna familia noble y ultra admisible. —Y aparentemente tú calificas—, confirmó Susan, la prima más joven de la madre, con un simpático gesto. Benton coincidió. —Un miembro de la nobleza, y que no pertenece a ninguna familia de sangre pura. —Ya, Benton—, reprochó el Sr. Vandergriff, su sonrisa se redujo ligeramente. James sintió sus mejillas sonrojarse mientras miraba desesperadamente de cara en cara. Millie todavía estaba girada hacia él, pero sus ojos miraban a su madre. —Mami se pone muy impaciente con las familias de sangre pura. Ella es muy progresista para ellos. —No soy impaciente con nadie, excepto quizás con todos ustedes en este momento— , comentó la Sra. Vandergriff remilgadamente. —Simplemente no sufro de los prejuicios de algunas otras familias mágicas respecto de la ascendencia, y no albergo vergüenza alguna de quien lo sepa. Lady Eunice inspiró, —Todo lo contrario, uno podría pensar. EL Sr. Vandergriff puso su atención en Millie. —¿Qué hay de ti, mi querida? ¿Aún considerando un año en el extranjero? ¿Estados Unidos, tal vez?—le hizo un veloz guiño a James. —De hecho—, Millie dijo lentamente, repentinamente bajando la mirada. —Podría considerar ir a Estados Unidos. Pero no para extender mis vacaciones. Estaba pensando en continuar estudiando allí. Estuve mirando universidades. Ilvermorny parece

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interesante, y Alma Aleron tiene un maravilloso programa que me ha resultado de bastante interés. James, aunque contento de que la atención ya no estaba centrada en él, se sorprendió con la respuesta que el comentario de Millie provocó. La sonrisa desapareció de la cara del Sr. Vandergriff, mientras que su esposa miró sobresaltada y desconcertada. La mirada de Mathilda centelleó con malvado interés mientras observaba, pero Benton apenas puso los ojos en blanco y dobló la servilleta sobre la mesa. La mamá de Millie preguntó, —¿Más estudios, querida? ¿Por qué, para qué? ¿No sientes que tu educación en Hogwarts haya sido suficiente? El Sr. Vandergriff suspiró brevemente, —Te dije que deberías ir a la Varita de Bragdon. —No, para nada—, dijo Millie, sentándose derecha en su silla y mirando a sus dos padres. —Yo sólo… quiero hacer más que verme bonita y decir agudos comentarios en fiestas. —Bueno—, Lady Eunice comentó ligeramente, —Uno no puede saber eso hasta que no lo haya intentado. —Madre—, dijo el Sr. Vandergriff, ladeando la cabeza levemente. —No estás ayudando. —O—, dijo Millie, entrando en tema y dirigiendo una significativa mirada a su abuela, —sentarme y tener elegantes cenas mientras personas reales nos sirven y luego se van de aquí y viven vidas reales. —Ah, ahora esto sí es interesante—, dijo Mathilda, sus ojos ávidos mientras se inclinaba ligeramente sobre la mesa. —¿A qué clase de vidas “reales” se van, Millicent? Benton sacudió su cabeza hacia Mathilda. —No pretendas que tú no pasaste una etapa exactamente como esta. —No es una etapa—, dijo Millie, reafirmando su mandíbula, sus propias mejillas sonrojándose. —Y te diré lo que hacen. Escriben obras, y hacen música. Participan de arriesgadas aventuras. Y… bueno, construyen cosas.

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—¿Construyen cosas?—repitió Mathilda, apenas ocultando la alegría burlona en su voz. Lady Eunice reculó algo alarmada. —Tal vez estoy equivocada pero eso suena demasiado a trabajo manual. —No me refiero a construir cosas con mis manos—, dijo Millie exasperada, — Aunque no tengo nada contra eso. Me refiero… a diseñar cosas. Planificar, y trazar, y bocetar edificaciones. Cosas como museos y catedrales, hoteles y terminales. Todas en papel, donde no hay limitaciones ¡Y luego verlo todo volverse real frente a tus ojos! Mathilda parpadeó como búho al otro lado de la mesa, una mezcla de burla y asombro se dibujó en su estrecho rostro. —¿Te refieres a arquitectura? ¿Eso es lo que estás planeando estudiar? Su madre suspiró. —Quiero recordarte que era “veterinaria” en tu caso, Mathilda—, dijo, colocando una mano cansina sobre sus ojos. —Pero—, Lady Eunice intercedió, perpleja, —Arquitectura es trabajo de Enano. Podré no saber demasiado sobre la vida diaria de un trabajador, pero sí sé eso. —No en el mundo Muggle—, dijo Millie, endureciéndose. —Oh, santo cielo—, su padre se quejó mientras exhalaba. —Más clarete, mi Señor—, Blake sugirió hábilmente, sirviendo vino en la copa vacía más cercana al hombre. El Sr. Vandergriff se compuso. —Bien, Millicent, queremos ser tan abiertos de mente como cualquier familia mágica moderna… —Un humano puede ser arquitecto en el mundo Muggle—, insistió Millie obstinadamente. —Una mujer puede trabajar, al igual que un hombre ¡Pregúntale a nuestros nuevos “sirvientes”!—ella asintió hacia Blake y Topham. Blake se quedó parado en atención, pero la mirada de Topham dio vueltas entre las repentinas y atentas caras. Millie continuó, —En su mundo, todos pueden ser lo que quieran. —Y aun así, de alguna forma, ellos eligen ser sirvientes—, Lady Eunice observó maliciosa, aparentemente al candelabro.

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—No me importa lo que todos ustedes digan—, proclamó Millie, haciendo uso de cada pizca de su altamente noble y melodramática dignidad. —Yo iré a Estados Unidos, asistiré a la Universidad Alma Aleron, y seré arquitecta si quiero. Incluso si eso significara trabajar en el mundo Muggle. Esta declaración fue recibida con un fuerte resuello del Sr. Vandergriff y un incómodo y perplejo silencio en la mesa. James podía escuchar el débil repiqueteo de los platos en la lejana cocina del piso inferior. Finalmente, el joven primo Edmund habló por primera vez, aprovechando la interrupción en la conversación. —Millie, luego de que hagamos el Triunvirato, ¿Harías una presentación de los amigos de los Huffle-títeres para nosotros esta noche?—preguntó ansiosamente, inclinándose sobre la mesa. No hubo respuesta. El Sr. Vandergriff tosió ligeramente y se alejó de la mesa. Lady Vandergriff pasó la servilleta por la comisura de su boca y miró alrededor alegremente, ignorando diplomáticamente el incómodo silencio. Edmund miró a James y frunció el ceño extrañado. —¿Qué? ¿Volvió a dejar el títere de Voldy en la escuela o algo por el estilo?

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Capítulo 14 La Sublevación de los Elfos Una hora después, aún conmovido por la conversación de la cena, James se sorprendió al ver en lo que se había convertido la importante producción de la pequeña presentación de “El Triunvirato”. Los niños, con la ayuda de Millie, habían asaltado los roperos del ático y regresado con los brazos cargados de coloridas y viejas túnicas, sombreros emplumados, botas, cinturones, espadas y vainas, lazos y medallas, y varias otras prendas. Un pequeño e improvisado escenario había sido levantado frente a la chimenea, rodeado de cortinas reales de terciopelo rojo que colgaban de una barra flotante encantada.

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Aún más desconcertante era la cantidad de personas presentes. Además de la familia completa, incluyendo muchos parientes que habían venido sólo por esa noche, todos los sirvientes estaban también invitados a ver la presentación. El cíclope Balor estaba ahí, imponente sobre todos los demás en su intimidante uniforme gris pizarra, su gorra de chofer aún bien presionada contra su enorme cráneo. James se preguntó una vez más cómo un gigante flacucho podía ser un cíclope. Todo el sentido de ser un cíclope, pensó, era tener un único ojo gigante que lo pudiera ver todo, incluyendo secretos y engaños. Ese era el motivo por el cual, en los tiempos antiguos, muchas veces habían sido empleados como guardias por la realeza mágica, ya que ningún complot o trampa escapaba de su vista monocular. Balor, sin embargo, parecía tener dos ojos de tamaño perfectamente normal, si bien fríos y estoicos, debajo de la visera de su gorra siempre presente. No se sentó, sino que se paró rígido detrás de la familia, su espalda contra una ventana. Frente al chofer, los sirvientes Muggle se alineaban detrás de la mesa de comidas repleta de bandejas con emparedados de pepino, postres, magdalenas, una fuente de cristal con ponche, y un muy grande budín navideño, tan pegajoso y con olor a jerez que James podía olerlo desde el escenario. Blake se sentó detrás de la mesa en una de las sillas provistas, junto con varios otros sirvientes, cocineros, y mucamas. Cruzó su mirada con la de James y levantó una ceja sutil y socarronamente, pareciendo referirse a todo el salón, el escenario, el enorme budín, y la finesa de los inmensamente bien vestidos magos y brujas mientras se sentaban en sus asientos. James recordó el olor a cigarrillos y cerveza del bar al que Blake los había llevado la noche anterior. Millie lo llama “el Tugurio”, el muchacho había dicho. Claramente, era lo opuesto para él, y la ironía era palpable. Desestimando a James, Blake se reclinó hacia atrás y arrojó sus brazos alrededor de las mucamas del otro lado, cruzando un pulido zapato negro sobre su rodilla. La mucama que era mayor que él, se quitó su brazo de encima empujándolo con el codo. Topham, que se rehusó a sentarse, aclaró su garganta significativamente en la dirección de Blake. Blake asintió obedientemente y se sentó derecho nuevamente, como si fuera en atención. Topham lo aceptó con un gesto satisfactorio, posando su atención otra vez en el gran salón. A medida que los niños, junto con Millie y James, subían al escenario, las luces de la habitación disminuyeron hasta dejar sólo penumbras y el obligado conjunto de aplausos. Reflectores mágicos iluminaron el escenario desde varitas ocultas. La mayoría

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de la familia e invitados sonrió con indulgente alegría, las mejillas de los hombres ruborizadas por el Brandy, las mujeres sentadas firmemente derechas en sus finos vestidos, sus manos enguantadas apoyadas sobre sus rodillas. Cuando la obra empezó, los sirvientes observaban atentamente, muchos con la frente arrugada, no estando familiarizados con la historia, por supuesto, y un tanto confundidos con la compactada y cambiante versión de los niños. James y Millie realizaban varios y diferentes roles, así como también realizaban tontas pero necesarias escenas y cambios de vestuario mientras una antigua y encantada vitrola sonaba acompañando musicalmente las aberturas. Se estaban acercando al famoso discurso motivacional de Treus, con Edmund parado con su sobrero pirata de tres puntas y emplumado sobre “la proa del barco” del taburete tapizado, cuando James, parado en atención detrás del taburete actuando de marinero de Treus, vio un movimiento con el rabillo del ojo, en la obscuridad justo junto al escenario. Debajo de la mesa de la comida, medio escondida por su vestido festivo, una elfa doméstica agachada. James la reconoció ya que era la que había visto esa mañana, más allá del comedor, mirando a Blake con inconfundible desprecio. Ahora, sus ojos estaban encendidos, como si pudiera ver a través de la superficie inferior de la mesa hacia las elaboradas comidas. Mientras James observaba, la elfa chasqueó sus dedos. En la mesa, el enorme budín navideño se sacudió en la bandeja. Lenta y sutilmente, el budín se elevó a unos centímetros de la mesa, reposando sobre un cojín de magia. James parpadeó, la preocupación subió por su pecho. Los ojos de la elfa estaban entrecerrados con gran malicia como si pudiera ver a través de la obscura habitación, hacia los invitados y miembros de la familia sentados. El budín avanzó por el borde de la mesa, y luego flotó hacia las sombras. Ninguno de los sirvientes lo notó, estando tan atentos al entusiasta discurso de Edmund. Increíble, e inexplicablemente, la elfa parecía preparada para tirar el budín en el piso, o peor, sobre la cabeza de alguien en la audiencia. Blake, siendo el que estaba sentado junto al budín, sería encontrado culpable. De repente, James entendió: la elfa pretendía sabotear a Blake, y a todos los sirvientes Muggle por asociación.

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James alzó su varita, tomó un respiro para alertarlos, pero la elfa lo vio. Su mirada se agudizó, y chasqueó los dedos nuevamente. La varita de James cambió de dirección, apuntando hacia la otra pared. Él jadeó sorprendido. —¡Marineros y hombres! —Edmund gritó, sacudiendo su propia varita de utilería hacia el cielorraso, —¡empuñen sus varitas y armas para combatir los bravos mares esta noche! —los miembros de la familia e invitados se le unieron, alegremente recitando las famosas líneas con él: —Hasta el alba sostendremos nuestra victoria, o yaceremos en lechos de arena oceánica: ¡el sepulcro de nuestra malograda gloria! Una ovación se levantó en el salón. Incluso los sirvientes Muggle sonrieron y aplaudieron, si bien un poco desconcertados. James intentó dar aviso, de alertar sobre el budín elevado a través de la obscuridad sobre los hombros de la Sra. Vandergriff, pero su propia voz se perdía entre la feliz conmoción. Luchó por enderezar su varita, pero su brazo estaba firmemente torcido, atrapado en una mordaza invisible, apuntando en la dirección opuesta a una alta ventana. Apuntando de hecho, hacia Balor, quien estaba parado contra el vidrio como una delgada estatua. Y de repente, con perfecta claridad, James creyó haber entendido el extraño secreto del cíclope. Dejó de resistir la influencia mágica de la elfa y apuntó su varita a la alta figura humanoide. Con un movimiento de su muñeca, murmuró el primer encantamiento que había aprendido: “¡Wingardium leviosa!” La gorra de chofer de Balor se desprendió de su cabeza, liberando su escaso pelo blanco en forma de diente de león. Más importante, sin embargo, reveló el enorme ojo cerrado en el centro de la gran frente del cíclope. Los dos ojos humanos de Balor se cerraron repentinamente mientras el gigante ojo de cíclope se abría, revelando un orbe negro como la tinta del tamaño de un limón. El ojo giró inmediatamente hacia la mesa de comida, dirigiéndolo hacia el escondite secreto de la elfa. —¡ALTO! —dijo Balor, su voz un profundo bramido que suprimió las alegres ovaciones, cortando a través de ellas como un cuchillo. Su brazo se elevó, apuntando un huesudo dedo largo hacia la elfa debajo de la mesa. Sus propios ojos sobresalieron aún

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más prominentemente de la conmoción mientras todos en la asamblea se giraban para mirar, para avistarla en su escondite. Pero era demasiado tarde. El repentino grito de sorpresa de la Sra. Vandergriff fue parcialmente amortiguada por el ruido del budín impactando sobre ella, rompiéndose sobre su cabeza y chorreando por su frente, hasta su regazo, y todo alrededor del sofá donde se sentaba. El Sr. Vandergriff se puso de pie, golpeó sus manos una vez para que la araña del techo se encendiera instantáneamente radiante, bañando de luz el salón. Todas las miradas excepto la de Balor se dirigieron a la Sra. Vandergriff mientras ella se levantaba con un resuello ahogado, arrojando trozos de budín en todas direcciones. Las personas sentadas a su lado jadearon y retrocedieron, sus ojos ampliamente abiertos. En el escenario improvisado, Millie colocó ambas manos sobre su boca, sus ojos asombrados por la situación de su madre. James al principio pensó que estaba horrorizada, pero luego vio sus hombros convulsionar y se dio cuenta que ella estaba, apenas logrando, contener una carcajada. La Sra. Vandergriff sacudió su cabeza, sus propios ojos fulgurantes. Luego, con una arremetida decidida, se dirigió hacia la mesa de comida. La elfa no se había movido. Sus huesudos hombros se desplomaron y su mirada cayó al suelo, pero la postura de su ceño, desafiante y desesperanzada, no cambió. —Heddlebun, —la Sra. Vandergriff la llamó áspera, su voz apenas temblorosa. — ¿Darías un paso al frente por favor así puedo dirigirme a ti adecuadamente? La elfa acató sin dudarlo. Ella parecía saber lo que le esperaba. Los ojos aún en el suelo, ella se asomó de debajo de la mesa y silenciosamente se aproximó a su ama. La Sra. Vandergriff levantó sus manos y, con toda la dignidad que pudo reunir, delicadamente tiró de la yema de su guante blanco izquierdo, el cual ahora estaba embadurnado con chocolate y salpicado con restos del húmedo budín. Ella se lo retiró, lo dejó colgando en su mano derecha, y luego lo dejó caer en las expectantes manos de la elfa. Fue el papá de Millie el que habló, su voz grave. —Heddlebun, no sé por qué hiciste esto. Y, honestamente, no creo que me interese. Has servido a esta familia desde que

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tengo memoria. Pero ahora eres una elfa libre. Me rompe el corazón decirlo, pero por favor te quiero fuera de las dependencias para esta media noche ¿Soy claro? La voz de Heddlebun era pequeña y calma. —Sí, amo. —Ya no soy tu amo—, dijo el Sr. Vandergriff. Las palabras parecían causarle dolor. —Por favor, toma tu guante y vete. —Sí, señor. James pensó que Heddlebun ofrecería alguna explicación por su accionar, pero no lo hizo. Sosteniendo el guante entre sus manos como si fuera una rana muerta, la elfa giró y encaró hacia la puerta, su largo pie no hacía ruido en la alfombra. Topham la miró, y luego evitó su mirada, advirtiendo el rudo gesto de sus ojos. El Sr. Vandergriff posó su mirada sobre Balor, quien asintió gravemente. Sin decir una palabra, el alto cíclope recobró su gorra de una silla cercana y siguió a la elfa, aparentemente para asegurarse de que ella desalojara el lugar como se le había ordenado. Heddlebun lo percibió y se detuvo en la puerta, esperando que Balor la escoltara. Ella miró hacia atrás una vez, pero no al cíclope. En su lugar, su mirada se posó sobre James, brevemente pero inequívocamente. Había culpa en su semblante, pero era fría, extrañamente sin emoción. James no pudo evitar sentir lástima por la elfa, a pesar del desastre que había hecho. El Sr. Vandergriff no querría ninguna explicación, pero James pensaba que su intención había sido dolorosamente clara. Heddlebun había recurrido a una desesperada medida final para recobrar sus quehaceres ahora en manos de los sirvientes Muggles. En su lugar, había perdido su servicio por completo. Blake, por primera vez, parecía haberlo entendido. Observó a la elfa irse con una plácida expresión, luego miró con recelo a James. Silenciosamente, realizó un gesto de secarse sudor de la frente, y luego guiñó un ojo. Había algo conspirativo en su gesto, como si James y Blake hubieran de alguna forma conspirado para que la elfa fuera echada, en lugar de sólo verlo suceder. James frunció el ceño y sacudió su cabeza. Muchas voces comenzaron a surgir, en graves y apremiantes tonos. Millie aún tenía sus manos sobre su boca, pero parecía haber perdido el impulso de reír. Ella posó sus ojos sobre James, sin palabras por lo que había transcurrido.

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—Estoy bien, —manifestó la Sra. Vandergiff sobre la multitud de voces. — Realmente, estoy bien. No es nada que un buen encantamiento tergeo no arregle. Llamaré a Gennywik en cuanto termine la obra. No, no voy a escuchar opinión alguna, Topham. Tú te quedas y disfrutas el resto de la presentación. Está, me atrevo a decir, a punto de llegar a la mejor parte. Desconcertando a su marido e invitados, la Sra. Vandergriff se recompuso, se sacudió inútilmente los restos de comida de sus hombros y falda, y luego se sentó en su asiento en el sofá, cruzando su enguantada mano derecha sobre su descubierta mano izquierda. Hubo una larga y embarazosa pausa mientras el resto de los espectadores se quedaron torpemente inseguros de cómo proceder. —La señora ha hablado, —dijo secamente el Sr. Vandergriff, cambiando su expresión a una resulta sonrisa. —Y así será ¡Continúen entonces, queridos! Luces, por favor —batió palmas una vez nuevamente, y la araña se apagó sola, sumiendo la habitación en penumbras otra vez. En el escenario, Edmund aún estaba parado sobre el taburete-barco, su cara blanca bajo los reflectores. —Debería… —preguntó en susurros, mirando alrededor a Millie y James, — ¿Debería comenzar de nuevo? —Sugiero que pasemos directamente a la escena de la pelea con Donovan—, Millie susurró con un duro destello en sus ojos, ladeando su mirada hacia James. —Y demos lo mejor.

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James yacía en la cama esa noche escuchando el crepitar de la chimenea, mirando las obscuras sombras del cielorraso. No podía dormir. Su mente estaba llena de arremolinados pensamientos que lo perseguían: la inexplicable sensación del beso de Petra durante el momento climático en el teatro; el patrimonio Black y su misterioso y portentoso título; el despido de Heddlebun, la elfa, favoreciendo a los asalariados empleados Muggles. La debacle ocurrida había llevado a un debate de murmullos más tarde esa noche, con los hombres reunidos herméticamente en el estudio tomando coñac y fumando cigarros, discutiendo un mundo del que James jamás había oído antes. —Llegará a votación, este asunto del Wexit. Es inevitable—, el oficial del ministerio con enormes patillas dijo con naturalidad. —Es la dirección del futuro. Bretaña debe llevar la carga. El Sr. Vandergriff seguía sin convencerse. —No sé si se debería llegar a eso. Es un paso monumental, la totalidad del mundo mágico abandonando el Voto de Secretismo. No hay vuelta atrás de esa decisión, si es que ocurriese. —Y aun así, me pregunto si hay alguna forma de evitarlo —sugirió Benton, su voz atípicamente sombría. — ¿Han escuchado lo que sucedió en Hogwarts la primera noche? Una familia Muggle realmente condujo derecho hasta el jardín, por puro accidente. Todos ellos deambularon por el Gran Comedor, por el amor de Dios. Pregúntenle a James que está aquí. Él les dirá todo sobre el asunto. James no quería relatar el evento, y no hubo necesidad. La historia había llegado al Profeta, por supuesto, y se había convertido en noticia nacional. —Escriban lo que digo—, el oficial del Ministerio insistió, levantando un único dedo rechoncho. —El Wexit llegara a votación, y se aprobará. No podemos esperar a que el Voto se desmorone sobre nuestros hombros. Este asunto de la sublevación élfica es sólo el comienzo. Debemos actuar ahora para minimizar y controlar la revelación mientras aún podemos. James pensó en las palabras del hombre en la obscuridad de su habitación, inseguro de qué hacer con ellas, inseguro de coincidir o no, sabiendo que Benton probablemente tenía razón cuando decía que realmente no importaba; el momento había comenzado. El Voto estaba realmente desmoronándose.

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¿Y qué era, exactamente, la “sublevación de los elfos”? Una risa sorda resonó por debajo de la puerta del dormitorio, como desde algún lugar lejano. James miró hacia la puerta, vio la delgada línea de luz debajo de esta. No estaba interrumpida. Nadie se estaba moviendo en el corredor. Desestimó el sonido, regresando reluctantemente a su insomne ensueño, pero un momento más tarde el sonido le llegó nuevamente, y esta vez estaba acompañado por un agudo susurro. Luego de considerarlo un momento, James se deslizó hasta el suelo en su piyama y caminó descalzo hasta la puerta. Tomó el picaporte de latón y abrió la puerta lo justo para poder espiar. El corredor era largo, revestido con retratos en marcos dorados, parpadeantes candelabros en la pared, y bajos sofás con mesas a su lado. Al final junto a la escalera, una figura se encontraba medio oculta por la puerta abierta de un dormitorio. Era la habitación de Millie, James la reconoció, pero la figura de pie no era Millie. Frunciendo el ceño de consternación, reconoció la figura de Blake. El joven estaba murmurando en voz baja, ya no estaba vestido en su traje de cola formal. Ahora, lucía una chaqueta de cuero y vaqueros. La voz de Millie era tenue y sigilosa, mezclada con pequeñas risas. James no logró entender una palabra. Luego de un instante, Blake dio un paso atrás para hacerle lugar a Millie. Ella salió de su dormitorio vestida en un largo suéter y una boina de lana. Cerró la puerta de su dormitorio con exagerado cuidado, caminó en puntas de pie, y luego empujó a Blake juguetonamente hacia las escaleras. Juntos, descendieron sigilosos y salieron de la vista. James se sintió completamente bloqueado. Miró el ahora vacío pasillo sintiendo una mezcla de confusión, celos y sorpresivo rencor ¿Qué estaban tramando? ¿Por qué ella no le había avisado, aún incluso invitado? Resentimiento por la herida crecía en lugar de la confusión, ruborizando sus mejillas y presionando sus labios hasta ser una tensa línea. Dejando la puerta del dormitorio entreabierta, regresó al enorme ropero, tomó su abrigo, guardó su varita, metió sus pies descalzos en sus zapatillas, y se deslizó rápidamente al corredor, cerrando su propia puerta tan rápido como le fue posible.

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Blake y Millie estaban en la entrada principal cuando los avistó nuevamente desde las sombras del rellano. Todavía estaban susurrando mientras Blake abría la puerta principal, difícil pero silenciosamente sobre sus aceitados goznes. El aire frío arrastró un montón de copos de nieve hasta el recibidor. Muchos se posaron sobre el pelo y boina de Millie mientras ella seguía al joven a afuera. Con un ligero ruido metálico, la puerta se cerró detrás de ellos. James trotó suavemente por las escaleras, el confuso resentimiento en su pecho calentándose hasta convertirse en un caldero hirviendo. Un conjunto de altas ventanas se encontraban a un costado de la puerta principal, cada una cubierta con escarcha plateada. Inclinándose tan cerca que su aliento empañó el vidrió, James espió. Un automóvil se encontraba en la entrada, su escape liberando humo blanco mientras Blake abría la puerta de pasajeros para Millie. El auto no era nuevo, pero era bajo y fuerte, claramente cuidado con obsesión, reluciendo un profundo azul noche, con gruesos neumáticos de competición. Blake cerró la puerta de Millie silenciosamente, luego rodeó el frente del auto rápidamente, arrastrando una mano cariñosamente por el capot antes de arrojarse sobre el asiento del conductor. Un momento después, cuando la puerta se cerró, el auto avanzó, haciendo crujir la nieve. James apenas podía creer lo que veía. Ella se estaba escapando de nuevo, ¡y esta vez sin siquiera decirle! ¿Irían ella y Blake al mismo lugar al que habían ido los tres la noche anterior? ¿Por qué estaban yendo en el elegante auto deportivo de Blake? ¿Cuál era la intención de Blake con la rubia bruja rica? Peor, ¿Cuál era la intención de ella con él? Si solo hubiera una forma de averiguarlo. James se arrojó ansiosamente al recibidor. Un gran armario para abrigos se hallaba a un lado. Del otro lado había una puerta, cerrada pero sin traba. A falta de una mejor idea, James encaró hacia esta, tomó el picaporte y jaló abriendo la puerta. Era un clóset de servicios. Una aspiradora se ubicaba en el centro, rodeada de estantes de artículos de limpieza, toallas de sirvientes plegadas, plumeros, aerosoles de pulidores de madera, un perchero con abrigos negros colgando para que usaran los sirvientes cuando recibían invitados bajo malas condiciones climáticas, y una colección de mopas y escobas recostadas.

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James comenzó a cerrar la puerta frustrado, y luego se detuvo, sus ojos se detuvieron en las escobas. ¿Era posible? Observó los mangos de madera. Uno de ellos era más curvo que los otros, deslucido por los años pero destacaba por su profunda historia, con una pequeña placa de latón atornillada a un lado del mango. En la placa, con letras enruladas se leía: Diablillo de Madera ’75. James nunca había oído de una escoba llamada Diablillo de Madera. No sabía ni siquiera a qué siglo se refería el “’75”. Sólo sabía, con inmenso alivio, que los Vandergriff le habían confiado la antigua escoba de alguien a los sirvientes para simplemente barrer. La tomó, la jaló de sus pares con un traqueteo y salió por la puerta principal. Estaba implacablemente frío afuera, con frescos copos de nieve cayendo silenciosamente a través del domo de árboles entrelazados que recubrían la propiedad de la península de los Vandergriff. James apenas sintió el frío invernal mientras cerraba la puerta detrás de él y montaba la antigua escoba. Las luces traseras del auto de Blake eran meros destellos de luz roja en la distancia, eclipsados por la nieve que caía. Brillaron momentáneamente mientras James observaba, denotando el uso del freno. Luego, el vehículo salió de la carretera bordeada de árboles, aceleró, y desapareció más allá del vecindario Muggle. James despegó del pórtico de la mansión y condujo la escoba tan rápido como se lo permitía. El Diablillo de Madera se sentía como un Gusarajo comparado a su Centella Fugaz, aun así James sabía que sería lo suficientemente rápida para alcanzar al auto de Blake y seguirle el paso. Eso era si lograba alcanzarlos antes de perderlos en el laberinto de vecindarios más allá del camino de la ribera. Los copos de nieve fluían de a montones, haciéndole picar las mejillas a James y nublando su visión, pero él sólo entrecerraba los ojos y se obligaba a seguir, volando bajo a lo largo de la estrecha carretera, sintiendo los árboles pasar a medida que aceleraba. El límite del bosque comenzó a verse adelante, escondiendo la carretera Vandergriff del punto muerto. James se agazapó y estrechó sus codos, y aun así tuvo que fintar entre los árboles que se contraían, escapando de ellos justo antes de que se entrelazaran firmemente para bloquear la entrada.

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Con un taconazo y un giro brusco, James se dirigió hacia arriba, sobre el resplandor de los postes de luces, y aceleró siguiendo el bulevar debajo. El auto de Blake ya no estaba a la vista. El pánico y enojo se apoderaron de los pensamientos de James, pero él simplemente se inclinó sobre la escoba y presionó para avanzar, mirando hacia abajo, hacia la iluminada y nevada avenida. En la intersección miró frenéticamente de izquierda a derecha. Allí, mucho más lejos de lo que esperaba, estaba el mismo par de luces traseras justo girando a la derecha, dejando atrás una gran casa. James taconeó nuevamente y avanzó en su persecución. Pronto, alcanzó el auto, bajó la velocidad, y lo siguió más tranquilo, quedándose sobre las luces de los faroles de la calle debajo, observando mientras el auto pasaba por más intersecciones, semáforos, y eventualmente se dirigió a un pueblo cercano, donde comenzó a recorrer las calles al parecer en un aleatorio y sinuoso recorrido. Esto continuó por algún tiempo. James se elevó más a medida que volaba sobre complejos de apartamentos, iglesias, edificios de oficinas, y estacionamientos. La nieve se acumulaba en su pelo y pestañas. Él se enfrió, y luego comenzó a temblar tan fuerte que sus manos sacudían el mango de la escoba. Y aún, por debajo, el elegante auto azul avanzaba. Realmente nunca llegó a ningún lado, aunque sí disminuyó la velocidad varias veces, deteniéndose más de lo necesario en las señales de alto e intersecciones, en esquinas al azar y parques. Muchas veces se hizo a un costado de la carretera y se detuvo por completo. Y aun así, según observó James, Millie y Blake nunca bajaron para acercarse al establecimiento junto al cual estacionaban. Las puertas del auto ni siquiera se abrían. Los minutos pasaban lentamente para James que temblaba violentamente sobre sus cabezas, helado y cubierto de nieve, y luego, indefectiblemente, el auto arrancaba nuevamente, tomaba la carretera y continuaba aplaciblemente. James intentó fuertemente no imaginar qué estarían haciendo Millie y Blake en el auto durante esos minutos estacionados. En su mente, escuchaba a Scorpius Malfoy burlándose: “¿Realmente no eres tan estúpido, no Potter?” Finalmente, luego de lo que parecieron horas, entumecido de frío y miserablemente enfermo de celos, James notó que estaba siguiendo al auto azul mientras regresaba al

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vecindario sobre la costa. Los siguió más de cerca esta vez, importándole menos si lo veían, deseando solamente volver a estar dentro de la casona, para sacudirse la nieve que recubría su pelo, y revolcarse en el estofado de confusión y furia indignante que ahora lo llenaban de pies a cabeza. Las luces delanteras del auto iluminaron el guardarriel del punto muerto, pero sólo por un instante. Con un silencioso contoneo, el guardarriel se disparó hacia arriba y se trasformó en el arco de entrada forjado en hierro del Crómlech de Espinos Negros. El auto azul lo atravesó y James se lanzó en picada para seguirlo. Consideró si debía confrontarlos en ese momento y allí mismo, mientras emergían frente a la mansión. Sería perversamente satisfactorio, lo sabía, pero también significaba admitir que los había seguido celosamente, y que se había congelado miserablemente y humillado en el intento. Decidió, algo reluctante, esperar, elevarse hacia el domo de ramas entrelazadas sobre sus cabezas, observando hacia abajo silenciosamente mientras el auto se dirigía a la entrada semicircular para autos, brillando bajo el resplandor de la entrada de la mansión. Una parte tímida y pequeña de él sugería que debería estar agradecido por esa noche. Él ya había decido romper con Millie una vez que se terminaran las vacaciones, ¿No? Sólo necesitaba una buena razón. Esto hacía las cosas más fáciles, ¿No? Y aun así esa voz era acallada por la hirviente ira en su pecho, casi pero no completamente disimulando el océano de orgullo herido que se extendía por debajo. El motor del auto se detuvo, pero las puertas no se abrieron hasta varios minutos después. La furia de James crecía con la intensidad de su incomodidad. La nieve menos intensa allí ya que era filtrada por el domo de árboles, pero el aire era de un frío casi ártico. El aliento de James producía vapor en el aire, temblando violentamente. Sus manos estaban entumecidas en el mango del Diablillo de Madera. Finalmente, ambas puertas del auto se abrieron. Blake y Millie salieron al escaso resplandor de las lámparas del pórtico, se miraron por sobre el techo del auto, y luego caminaron para encontrarse detrás del mismo. Blake tomó la mano de Millie brevemente, y luego se giró hacia el auto. Le quitó el seguro al baúl, lo abrió, y tomó algo que estaba dentro. Era pequeño y cuadrado, un regalo de algún tipo. James casi vibraba de furia mientras observaba cómo el muchacho le ofrecía el paquete a Millie.

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Ella lo aceptó, lo miró, y luego arrojó sus brazos alrededor de su cuello, aún sosteniendo el objeto cuadrado en su mano. Lo abrazó, y luego, mientras James observaba poseído por una ola de furia cegadora, ella lo besó. El baúl se cerró de golpe, golpeando tan fuerte que sacudió el auto y produjo ecos que atravesaron el jardín nevado. Blake y Millie saltaron alejándose del auto, sorprendidos. James los vio con cierta satisfacción antes de darse cuenta que su varita estaba en su puño, apuntando al auto. Sus nudillos estaban blancos, apretando lo suficientemente fuerte para hacer sobresalir los tendones de su mano. Una luz se encendió en una ventana del piso superior de la mansión. Abajo, Blake la vio y maldijo preocupado por lo bajo. —¡Escóndete! —dijo Millie con voz afónica, y tomó su varita de su bolsillo. La agitó apuntando al auto y murmuró un breve hechizo. El auto tembló, y luego tomó el color y la textura efímeros de la nieve de la carretera debajo del mismo, haciéndolo desaparecer de la vista eficazmente. James se maravilló reluctantemente. Él mismo nunca había perfeccionado el hechizo Desilusionador. Millie se agachó detrás de la balaustrada de piedra en la base de la escalera en el preciso instante en que se corrían las cortinas de la ventana iluminada. Apareció una silueta, escudriñando hacia abajo a través del vidrio. Desde su punto de vista muy por encima, James pudo ver que era Mathilda, la hermana mayor de Millie. Ella miraba a un lado y al otro, sus sospechosos ojos entrecerrados. Luego, aparentemente al no ver nada fuera de lo común, se retiró. Bien abajo, Millie espió desde detrás de la balaustrada. A su lado, una sombra se movió. Blake se estaba escondiendo allí con ella. James humeó de furia. Varita aún en mano, la agitó y murmuró un hechizo de su invención. Una bola de nieve se elevó girando desde un cúmulo de nieve cercano a las escaleras. Flotó por un instante, y luego trazó un arco hasta la ventana, golpeando contra el vidrio de la ventana con un audible ruido.

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—¡¿Qué demonios…?! —Blake siseó, parándose para mirar alrededor, enojado y confuso. Millie lo tironeó hacia abajo, pero miró hacia arriba ella misma, sus ojos escudriñando. Ella era más rápida, y sabía qué buscar. Luego de tan sólo un instante, miró hacia la cubierta de árboles justo cuando James producía otra bola de nieve. —¡¿James?! —ella lo llamó en un hostil susurro. James agitó su varita. La bola de nieve se dirigió hacia la ventana de Mathilda y se estrelló hasta hacerse polvo. Blake siguió la mirada de Millie, divisando a James sobre sus cabezas. — ¿Es tu novio?— preguntó, con una mezcla de enojo y diversión en su voz. —¡James! — Millie lo llamó afónica nuevamente, saliendo de las sombras. —¡Ven aquí abajo! ¡¿Qué rayos estás haciendo?! James endureció su mandíbula y liberó un gran suspiro. Resignado, bajó en picada y saltó a las escaleras del pórtico mientras Millie subía para encontrarse con él. —¿Qué estás haciendo? —ella demandó nuevamente, tan enojada que la propia furia de James disminuyó temporalmente. —¿Qué estoy haciendo yo? —repuso, parado firmemente y levantando al Diablillo de Madera entre ellos como si fuera un escudo. —¿Qué estás haciendo tú? Escapándote y… y… y… ¡saliendo con… con…! —dirigió un mano imprecisa y disgustadamente en la dirección de Blake. Por su parte, Blake se quedó en las sombras al final de la escalera, de brazos cruzados, con una mirada de cansada impaciencia en su cara. Por un momento, Millie pareció furiosamente confundida. Y luego una expresión de comprensión descendió sobre su cara. Sus ojos se entrecerraron. En voz baja, ella dijo con ira, — ¡¿Tú piensas que yo me estaba besando con él?! —¡Bien! —James parpadeó, y titubeó ligeramente. —¿Acaso no lo estaban? —¡James! —ella siseó, su cara poniéndose morada. —¡Él es casi diez años mayor que yo! ¡Es estudiante universitario, estudia diseño industrial e ingeniería! ¡Le he estado rogando por meses para que me enseñe lo que está aprendiendo! ¡Nos pasamos la noche dando vueltas mirando distintas arquitecturas! ¡Mira!

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Ella le arrojó un objeto. Era el regalo cuadrado que Blake le había dado. James reculó ligeramente, luego lo miró, vio que era u gran libro, y leyó la cubierta: PLANEAMIENTO Y DISEÑO ARQUITECTÓNICO, Volumen 1. —Pero—, dijo James, aún mirando la cubierta del libro. —Pero, pero… ¡tú lo besaste! —la miró a tiempo para ver sus ojos ponerse en blanco con irritada impaciencia. —¡Lo besé en la mejilla! ¡Él es como un hermano para mí! Realmente piensas que yo… que yo… —giró su cabeza para mirar a Blake, tan rápido que su pelo rubio se salió de su boina. —¿Realmente piensas que yo te traicionaría de ese modo? ¿Con él? —Ey—, dijo Blake, intentando parecer ofendido. James estaba a punto de responder cuando el inconfundible sonido de la puerta abriéndose lo interrumpió. Blake saltó detrás de la balaustrada nuevamente mientras una franja de luz se esparcía por los escalones, brillante, iluminando a Millie y James. —Vaya, vaya —dijo una voz, y James no estaba para nada sorprendido de percibir una desagradable sonrisa en ella. — ¿Qué tenemos aquí? ¿Una escapada para dar un romántico paseo nocturno? Papá y Mamá van a estar encantados de saber que ustedes dos están tan… comprometidos. Millie ni siquiera miró hacia la puerta. Sus ojos clavados en James con cierto grado de furiosa súplica que le tomó una fracción de segundos descifrar. No era el hecho de ser descubierta de escapada con Blake, un sirviente, de lo que ella estaba repentinamente aterrorizada. Era el hecho de que ella había estado estudiando arquitectura Muggle con él. James necesitó apenas un segundo para decidir lo que debía hacer. —Sí—, dijo, sin romper contacto visual con Millie. —Y todo fue idea mía. Los ojos de Millie se abrieron de par en par, pero consiguió, milagrosamente, no jadear. James finalmente miró a Mathilda, sin pensar, simplemente dejando que su instinto se apoderara de él. —Verás, amo a esta mujer. Millie—, volvió a mirarla, a sus mudos y enormes ojos. —Estoy completamente enamorado de ti. No puedo estar sin ti. Te traje hasta aquí esta noche, bajo esta luna, para decírtelo.

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Miró esperanzado hacia arriba, intentó localizar la luna a través del entretejido de árboles y la capa de nieve errante. La luna no era para nada visible. Mathilda, afortunadamente, pareció desatenta a ese hecho. —¿En serio, ahora?—, declaró rotundamente, ladeando la cabeza y ubicando un puño sobre la cadera, haciendo que su túnica de noche se balanceara. —Pero es muy pronto para ti, Millie—, James continuó en voz alta, interrumpiéndola, ligeramente maravillado por su propia inspirada temeridad. Fugazmente se preguntó si no estaría canalizando a Zane Walker. —Me temo que aún no estás lista para responder mi… eh… propuesta romántica. Ve, Millie. ¡Ve! Dejó caer su mirada y arrojó al Diablillo de Madera por las escaleras. Produjo un repiqueteo disparatado, y James notó, en un momento de distracción, que si bien el auto de Blake estaba desilusionado hasta la invisibilidad, aún liberaba un humo visible desde su inactivo escape. —¡VE! —James gritó de nuevo, alzando su voz y arrojando un brazo sobre sus ojos en un arranque de histérica inspiración. —Ve con tu hermana. Yo te esperaré. Hasta que llegue el momento (si es que alguna vez llega) en que estés lista para amarme como yo te amo… Su incitación flaqueó. Miró a un lado con un ojo hacia Millie, quien estaba mirándolo boquiabierta y con manifiesto asombro. Él la miro significativamente, y luego ojeó la puerta abierta y la mirada sospechosa de Mathilda. VE, le gesticuló sin emitir sonido. Millie parpadeó rápidamente, y luego pareció recomponerse. Su experiencia con los Amigos de los Huffle-títeres se apoderó de ella, y respondió, —Sí, debo dejarte ahora, James. Es muy pronto para mí. Pero…pero… —Pero yo esperaré tu palabra—, James se animó, asintiendo, instándola a retirarse con sus ojos. —¡Y a tu amor! ¡No temas! ¡No lo dudes! Millie subió los escalones lentamente, algo torpemente, hacia la figura expectante de Mathilda, quien miraba la escena con ojos entrecerrados y labios apretados. Cuando Millie alcanzó a su hermana, se ubicó al calor de la puerta abierta, giró sobre sus talones y arrojó sus brazos alrededor de la mujer más alta.

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—Oh, Mattie—, exclamó, su voz ahogada contra su pecho. Mathilda miró sorprendida hacia abajo, a Millie, sus ojos aún entrecerrados, sus cejas altas en su frente. Luego, tímidamente, colocó sus brazos alrededor de ella. Fue un gesto extraño, como un cigüeña intentando jugar póker, pero aparentemente genuino. Acarició el hombro de Millie y su nuca, y luego alzó su mirada hacia James, sus labios fruncidos. —Ustedes, los Potter—, dijo con un brusco movimiento de su cabeza. —son demasiado impulsivos para la alta sociedad. Parece que has herido la sensibilidad de la pobre Millicent. Espero que hayas aprendido una importante lección. James aún no podía decir si la mujer estaba siendo sincera o si, tal vez, lo estaba provocando. Realmente no le importaba. Simplemente asintió con desánimo y dejó caer sus ojos, esperando que Mathilda no escuchara el leve ruido del auto detenido, o notara su espectral escape, o se preguntara, por ejemplo, por qué James había estado sosteniendo una de las antiguas y usadas escobas de los sirvientes. Un momento después, afortunadamente, los pasos de la mujer se replegaron nuevamente hacia adentro de la casa y la puerta se cerró lentamente, interrumpiendo la franja de dorada luz interior. Sin levantar su cabeza, James echó un vistazo a la puerta a tiempo para verla cerrarse. Escuchó si el cerrojo era colocado. Al no hacerlo, asumió que aún era admitido dentro, teóricamente. —Bien, eso—, susurró Blake calmadamente, surgiendo de su escondite, —es lo que yo llamo un desastre real. —Cállate—, James murmuró desinteresadamente. Retrocedió parcialmente por las escaleras, tomó la vieja escoba en las sombras, le sacudió la nieve, y subió desanimado hacia la puerta principal. Blake habló de nuevo, esta vez con una voz tensa y arrogante, deteniendo a James en su marcha. —Me la hubiese ganado de todas formas, lo sabes. Incluso si no hubieses demostrado ser un celoso, torpe y pequeño imbécil. Sólo para que lo sepas. No necesitaba tu ayuda —sonreía mientras hablaba.

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James no miró hacia atrás al sujeto mayor, pero su mente giró, nublada con impotente furia, atragantada de celos. No pudo pensar en nada para decir. Ninguna respuesta vino a su mente, ninguna réplica o conciso y fulminante insulto. Consideró usar su varita para maldecir al arrogante y cretino Muggle, o, a falta de eso, bajar él mismo por las escaleras y abatir al bastardo. Pero incluso ese impulso fue superado por el entumecimiento por el cansancio y el frío. En lugar de eso, simplemente guardó su varita y dijo la única cosa que le vino a la mente. —Suerte conduciendo a casa en tu auto invisible. Abrió la puerta de la mansión, sintió el golpe de aire caliente contra sus mejillas, entró, y puso el cerrojo detrás de él. A través de la ventana junto a la puerta, brevemente vio a Blake al final de la escalera, la sonrisa se había ido de su cara, buscando a tientas ciega y torpemente su precioso auto. Las hermanas ya habían subido a sus dormitorios. James estaba bastante contento.

El viaje en tren de regreso a Hogsmeade fue incómodo. James descubrió que extrañaba ver a su familia durante el receso, y tomó como un consuelo menor los celos de Albus y Rose contando las vacaciones en su hogar y en la Madriguera. Evitó a Millie, que viajaba en otro compartimiento en algún lugar de la parte delantera del tren, pero sabía que tenía que hablarle eventualmente. Apenas sí habían hablado desde que dejaran el Crómlech de Espinos Negros, en la parte trasera de la limosina de la familia,

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y cuando lo hicieron fue por mera necesidad. Ambos parecían saber que habían terminado. Todo lo que restaba era la ruptura propiamente dicha, la cual James sentía (y no por simple corazonada) que era su responsabilidad. No quería hacerlo. Deseaba que pudiera simplemente terminar sin la complicada e incómoda ruptura oficial. Pero ella parecía estar en modo de espera, sabiendo lo que venía, esperándolo, incluso divirtiéndose con una especie de perversa anticipación. Rose parecía no tener paciencia para el predicamento de James. —Sólo eres un típico muchacho. Todo ansioso como conejo cuando se trata de besuquearse, pero duro como adoquín cuando se trata de hablar sobre sentimientos como auténticos seres humanos. La próxima cosa que harás será culparla a ella sólo por tener sentimientos, como si fuese una especie de maldición femenina, ¡mientras tú actúas como todo poderoso respecto de ser un estreñido emocional, caprichoso y engreído nene de mamá! —¿Las cosas no están marchando muy bien entre tú y Scorpius nuevamente, eh? — James asintió sabiamente. —Cállate. —Pensé que ustedes dos habían vuelto luego de que te comprara ese collar para Navidad. Los labios de Rose se tensaron y sus ojos se entrecerraron. —Su mami lo compró y se lo dio a él para que me lo diera a mí. Incluso lo envolvió y firmó la carta a su nombre. Él me dijo que los regalos de Navidad son “una responsabilidad de las mujeres” —miró a James acusadoramente, sus ojos casi chispeando. —No me mires a mí—, dijo James, alzando ambas manos. —Yo ni siquiera le compré un regalo de Navidad a Millie —se dio cuenta, demasiado tarde, que eso realmente no era su mejor defensa. Rose cruzó sus brazos como un escudo y asintió una vez, firmemente. —Me pregunto por qué Millie terminó contigo. Irás a buscarla ahora mismo y la liberarás de ti. Probablemente hay decenas de mejores candidatos en el tren en este mismo momentos ¡Cientos! James se paró y salió, temeroso de decir otra palabra. Encontró a Ralph en el corredor antes de encontrar el compartimiento de Millie.

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—¿En qué andas y que estás a punto de hacer? —preguntó el grandulón, claramente disgustado. No era parte de James enojarse por el tono de Ralph. Él se inclinó y desplomó contra una ventana. —Buscando a Millie. Terminamos. Sólo necesito golpear el último clavo del ataúd. —Ah—, dijo Ralph, siendo sorprendido. —Lo siento. ¿Qué pasó? ¿Las vacaciones fueron un desastre? James se encogió de hombros. —Lo arruiné. Soy yo, no ella. —La gente siempre dice eso—, Ralph frunció el ceño. —Pero en tu caso, pienso podrías tener razón. —Gracias, Ralph. Ralph encogió sus enormes hombros. — ¿Entonces, no te importaría si quizás la invito a salir? James miró a Ralph sorprendido. — ¿En serio? ¿Te interesa? — No lo sé—, Ralph suspiró, sin hacer contacto visual. —Ella es bonita. Rica, también, por lo que sé. James exhaló, medio riendo. —Rica ni siquiera comienza a describirlos. Son las personas más confusas que conocí. Son como el Elemento Progresivo, pero bañados en caramelo, y sin toda la maldad. —¿A qué te refieres? —Ralph parecía sinceramente interesado. —Bien, por empezar, ellos están orgullosos de ser anti-sangre pura. Y hacen todas esas cosas que parecen tan generosas y progresivas, como contratar sirvientes Muggle en lugar de elfos domésticos… Ralph asintió considerándolo. —Tu tía Hermione lo aprobaría. —Supongo que sí—, admitió James, frunciendo el ceño. —Pero ellos no parecen considerar ninguna de las consecuencias de sus elecciones. Los elfos domésticos están todos desesperados por recuperar sus trabajos. No se sienten liberados, se sienten

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abandonados e inútiles. Y algo más. La familia de Millie es realmente agradable, y hacen un gran esfuerzo por no juzgar a nadie, en su mayoría, sin importar quiénes sean o lo que hagan. Pero en el momento en que su propia hija quiere estudiar algo más que como ser una aristócrata bruja rica, ellos piensan que eso está por debajo de su estatus y que no es lo suficientemente bueno para ella. Ralph miró medio perplejo. — ¿Qué quería estudiar Millie? James sacudió su cabeza cansado. —Todo lo referente a Arquitectura. Como, el diseño y las matemáticas necesarias para construir edificaciones y ese tipo de cosas. Realmente no entiendo del tema. Pero sus padres, lo llamaron “trabajo de Enano”. —Bueno, ¿lo es, no? —Eso no significa que las brujas o magos no puedan hacerlo. Ralph suspiró y asintió. Se acercó a James y palmeó su hombro. —Bueno, bien por ti por terminarlo cuando llegó el momento. —No quiero hacerlo—, James se erizó ligeramente. —evitaría ese maldito infierno si pudiera. —Estoy seguro que todo se resolverá—, dijo Ralph, mirando hacia el corredor, — Mejor vuelvo al trabajo. Ser Premio Anual es más duro de lo que jamás imaginé. Alguien ha estado liberando bombas fétidas pero nadie va a decirme quién es el responsable. Ya he recorrido el tren ida y vuelta dos veces intentando descubrirlos. James asintió ante la sincera distracción de su amigo. —Sí, bien, feliz cacería, Ralphinator. Ralph se enderezó y encuadró los hombros significativamente. —Hazme saber si escuchas algo. O, eh, si hueles algo. Dicho lo cual, partió, mirando en los compartimientos mientras lo hacía. James lo vio irse, luego, reluctantemente, se alejó de la pared, retomando su desmotivada búsqueda de Millie. Pasó a la Señora del Carrito y le compró una caja de empanadas de calabaza, que fue masticando mientras continuó. Un poco más tarde, vio a sus primos Louis y

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Dominique, y apenas logró evitar ser involucrado en una discusión entre ellos sobre cuál de sus nuevas medias de Navidad era mejor. —Me encantaría resolver esto por ustedes—, dijo sobriamente, alejándose, —pero honestamente, me temo que no tengo forma posible de decidirme para dar un veredicto. Chocó con alguien en el corredor y se giró, aliviado por la interrupción. Era Millie. —¡Podrías haber tenido la decencia de decírmelo tú mismo!— ella espetó. Sus mejillas estaban moradas de furia. —¿Qué…?— James reculó. —No sé… —¡No tenía idea de lo bocón que eras!— sacudió su cabeza violentamente, su voz elevándose hasta ser un estridente siseo. — ¿Así que mi familia es una banda de pomposos hipócritas que no piensan en las consecuencias de sus acciones, eh? —¿Qué…? —James balbuceó. —Quiero decir…. ¿Qué? ¿Quién dijo…? —Recibí el mensaje de Ralph Deedle—, dijo Millie, dejando caer su voz nuevamente hasta un susurro. —Me dijo que terminabas conmigo, y luego me dijo que pensaba que era realmente fantástico que quiera estudiar arquitectura ¡No puedo creer que se lo contaras! —levantó su mano para picar a James en el pecho, y luego pareció pensarlo mejor, como si no pudiera ni siquiera tocarlo. Él vio, con auténtica consternación, que ella estaba profunda y sinceramente herida. — ¡Confié en ti, James! Yo sólo… ¡ni siquiera encuentro las palabras…! James sacudía la cabeza. —Pero yo no…sólo dije…— luchaba por manifestar lo que pensaba frente a su herida furia. —Venía a decírtelo yo mismo. Sólo me crucé con Ralph y…y le conté… —Le contaste todo—, dijo ella decididamente. —Y lo enviaste para que te haga de mensajero. Bien, todo lo que puedo decir, James, es que tu mensaje fue recibido. Había lágrimas en sus ojos. Lágrimas tanto de dolor como de genuina ira. James estaba estupefacto. —Millie, mira. Yo no… nosotros no tenemos que terminar así. Tal vez…

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—No digas ni una palabra más, James—, dijo Millie, sacudiendo su cabeza nuevamente de manera que su pelo rubio cayó sobre su cara. Enojada, limpió sus lágrimas y se rehusó a mirarlo otra vez. Recomponiéndose con un esfuerzo de voluntad, agregó en una admirable voz normal, —Y pensar, que a mi padre realmente le agradaste. Hasta a la abuela Eunace. Qué decepcionados estarán. Dejando sus palabras en el aire, se giró sobre sus talones y se fue, manteniendo su cabeza alta, regresando a la entrenada compostura de su formación y ascendencia. James abrió su boca para llamarla, pero se dio cuenta que no tenía nada que ofrecer. No era que no tuviera nada que decir, sino demasiado. Y ella ya no quería escucharlo. Impotentemente, la vio marchar hasta la división de vagones, cerrando de un golpe la puerta corrediza mientras pasaba.

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Capítulo 15 Uno para soportarlo todo Era la mitad del primer día en Hogwarts antes de que James pudiera confrontar a Ralph por lo que le había dicho a Millie. Alcanzó al grandulón en el pasillo entre las clases, entre el clamor de las voces y la luz escarchada de las altas ventanas. Al principio Ralph pareció genuinamente desconcertado, y luego se ofendió sombríamente. —Pensé que eso era lo que querías, —dijo, levantando su mochila y caminando rápidamente por la multitud de los grados menores, separándolos como una barcaza a través de una bandada de gaviotas. —Dijiste que decirle era lo último que querías hacer. Disculpa por intentar ayudar.

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—¡Eso no estaba ayudando! ¡Le contaste que dije que su familia era un montón de hipócritas! ¿Cómo crees que eso estaba ayudando? —No dije nada de eso. Solo le dije que era genial que ella quisiera estudiar arquitectura, y que era una lástima que su familia no la apoyara. —¡Pero eso era un secreto! —exclamó James exasperado. —Lo dejé muy claro, ¿verdad? —No recuerdo que dijeras que era un secreto, —dijo Ralph, endureciendo la mandíbula y negándose a entrar en contacto visual. —Pero incluso si lo hiciste, no era un secreto para ella, ¿verdad? Y no voy a ir a contárselo a cualquiera. —Espera un minuto, —dijo James, deteniéndose en el pasillo y entrecerrando los ojos. —Esto es porque te gusta ella, ¿cierto? Querías pisotearme para que te veas mejor a sus ojos. ¿Es así? Bueno, no funcionó, ¿verdad? Ella piensa que solo eres un patán. Ralph se detuvo y dio media vuelta, mirando hacia atrás por encima del hombro. — No tienes ni la maldita idea de lo que ella piensa de mí. —miró a James por un momento y luego se desinfló un poco. —Mira, siento haberle dicho algo a Millie. El punto es, nadie tiene ni idea de lo que piensan de mí. Ni siquiera yo, la mayor parte del tiempo. Pero lo he estado pensando un poco, y es hora de que comience a actuar por mi cuenta. No solo como el camarada Slytherin de James Potter, o el hijo medio-muggle de un squib. Yo. Así que estoy tratando de hacer el tipo de cosas que nunca hubiera hecho antes. Una de ellas era convertirme en Premio Anual, y creo que eso está resultando bastante bien. Otra era que le estaba diciendo a Millie que querías romper con ella, y tal vez esa no fue una gran idea. Pero fue mi idea, y eso es más o menos el punto. Estoy tratando de encontrar la mejor manera de ser Ralph. Lo siento por algunas cosas, pero no lo siento por eso. James abrió la boca para responder, pero de pronto se distrajo con la mochila de Ralph. El nombre cosido en la parte superior estampado en letras verdes era diferente. James asumió que Ralph había agarrado erróneamente la mochila de otra persona, hasta que leyó el nombre que estaba impreso allí. —Ralph, —dijo, entrecerrando los ojos, —¿por qué tu mochila dice “Dolohov”? Ralph se sacudió bruscamente y dio un paso hacia atrás, volviéndose hacia James como si quisiera ocultar el apellido cosido. Su rostro enrojeció, pero su determinación regresó. —Bien. Es mi apellido, ¿verdad? James estudió confundido el rostro de su amigo. —Pero... pero siempre has dicho que te gustaba mejor el Deedle. Quiero decir, puedo entender que quieres hacer tu

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propio camino y todo, pero dijiste que Dolohov era el apellido de los asesinos y enemigos de Muggles. Ralph se encogió de hombros y miró hacia otro lado, hacia las resplandecientes ventanas blancas que se alzaban en la pared norte del pasillo. —Así que tal vez cambié de opinión. Me tomó unos años acostumbrarme. Hay más que un apellido que la peor gente que lo tenía. —se giró de nuevo a James. —¿Tienes algún problema con eso? —fue un reto tanto como una pregunta. James retrocedió un paso, consternado ante este repentino cambio de acontecimientos. —Yo no... quiero decir, es tu elección, supongo. Solo que… me llevará un tiempo acostumbrarme. Ya sabes. Ralph asintió, con la cara estoica, el desafío todavía en sus ojos. —Bueno, haz eso, entonces. Acostumbrarte a él. Dolohov es un buen apellido. Tiene una gran historia detrás, remontándose a un montón de generaciones. Hay algunas ramas malas en el árbol genealógico pero eso no significa que yo tenga que ser una de esas. Y tampoco significa que deba avergonzarme de mi herencia. James asintió, con un poco de sensación hormigueante por haberle bajado tan efectivamente los humos a él. —Claro, Ralph. Eso es… Pero Ralph se giró y siguió su camino, alejándose de James, dejándolo en el pasillo mientras las puertas de alrededor comenzaban a rechinar y cerrarse todas de golpe, anunciando el comienzo de las clases. James se dio cuenta que todavía tenía la boca abierta. La cerró, miró con confusa sorpresa a su amigo que se marchaba, y entonces recordó sus propias clases. Con un arranque, corrió a ponerse al día. Defensa Contra las Artes Oscuras estaba comenzando justo cuando él se deslizó en las puertas, intentando hacerse tan pequeño como fuera posible mientras se agachaba detrás de un grupo de estudiantes de pie. Graham le sonrió por encima del hombro. Al otro lado de la sala, Millie se encontraba con sus amigas de Hufflepuff, ignorando deliberadamente la entrada tardía de James, o eso imaginaba. Tal vez simplemente no lo había visto, o realmente no le importaba. Se irritó inútilmente ante la idea. El piso del aula había sido despejado de los escritorios, haciendo sitio para un pequeño campo de duelo. Hoy, al parecer, iba a ser una sesión práctica, con estudiantes enfrentándose al Profesor Debellows u otros. James dejó caer su mochila contra la pared y sacó su varita. El duelo era una de sus actividades favoritas en la escuela, y la acogía con mayor satisfacción en un día como hoy, con la idea de que el desinterés de Millie y el desconcertante nuevo apellido de Ralph no le fastidiaran la atención. El gran

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muchacho estaba parado con un compañero de Slytherin al otro lado de la puerta, con rostro severo mientras miraba al profesor Debellows. —Hoy, estudiantes, no se batirán en duelo entre sí. Tengo la intención de desafiarlos con un oponente más exigente. Y no, esta vez no significa que estarán en duelo contra mí. Un suspiro y un murmullo de alivio barrieron la habitación. Nadie había vencido nunca al profesor Debellows en un duelo, pero muchos se habían alejado de tales enfrentamientos con pánico, avergonzados y, ocasionalmente, arrastrando un colorido mal humor. —No, hoy deseo observar su técnica de cerca mientras hacen su mejor esfuerzo para hacer frente a un contrincante más avanzado. Por eso, el profesor Odin-Vann ha aceptado muy amablemente ser su oponente. James parpadeó y miró a su alrededor. De hecho, el profesor Odin-Vann salió a la pista de duelo, pareciendo apenas mayor que los de séptimo año que estaban cerca. Llevaba una larga chaqueta negra ceñida alrededor de la cintura, dándole a su cuerpo delgado una apariencia deportiva y ansiosa. James, sabiendo algo acerca de las capacidades de lanzamiento de hechizos del joven profesor, se sorprendió. El duelo definitivamente no parecía ser el fuerte del hombre. De hecho, por lo que James había visto, el profesor parecía casi incapaz de lanzar hechizos incluso bajo la presión más mundana. ¿Había aceptado la petición de Debellows simplemente porque no había sido lo suficientemente rápido para pensar en una excusa suficiente? ¿Estaba a punto de sentirse terriblemente avergonzado por esta demostración de su impotencia provocada por el estrés? Si es así, Odin-Vann esconde muy bien su desconcierto. Se volteó sobre sus talones, giró su varita hábilmente en sus dedos, y luego se inclinó con una sonrisa bastante forzada, rozando los talones. —Señor Warton, —llamó Debellows, consultando un portapapeles en su enorme y carnosa mano. —Es el primero. Por favor ocupe su posición. Graham se encogió de hombros y se dirigió hacia la pista de duelo, moviéndose frente a Odin-Vann. Se inclinó superficialmente y luego se agachó a una semiagazapada alerta, levantando su varita diagonalmente a la altura de los ojos, concentrándose más allá de su oponente, tal como Debellows les había enseñado. James miró de nuevo hacia Odin-Vann. El profesor estaba de pie, con la varita a su lado, la cabeza ligeramente inclinada, los ojos entrecerrados. Su postura sugería que

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estaba contemplando una pieza de arte oscuro en lugar de prepararse para defenderse o lanzar un ataque. Debellows observó impasible, con la frente fruncida, una pluma levantada en una mano, sostenida contra el portapapeles en la otra. James sabía que en la clase de Debellows no había un comienzo oficial de un duelo. Comenzaba cuando el primer oponente lanzaba su ataque. Graham golpeó primero, esquivando y lanzando su varita hacia adelante. — ¡Confringo! —gritó, su voz resonando en los estrechos confines del aula. La maldición explosiva era una de las favoritas de Graham, y era particularmente bueno en ella. El rayo de luz de violeta pálido atravesó el suelo y golpeó a Odin-Vann. El joven profesor se tambaleó hacia atrás, perdiendo el equilibrio. James se estremeció, avergonzado por el profesor. Y, sin embargo, Graham no había logrado el golpe paralizante que había esperado. De alguna manera, James se dio cuenta, Odin-Vann había lanzado un encantamiento de bloqueo, demasiado tarde para desviar la explosión por completo, pero lo suficientemente rápido como para evitar salir volando completamente de sus pies. Los estudiantes reunidos murmuraron, medio sorprendidos de que Graham hubiera conseguido un disparo de apertura tan fuerte, aunque previsible, y medio impresionados de que Odin-Vann hubiera logrado su frágil bloqueo sin levantar su varita. Esta todavía colgaba a su lado mientras él se reponía, reanudaba su posición, y luego levantaba su barbilla hacia Graham, como si le desafiara a intentarlo de nuevo. Debellows observaba sin expresión alguna. ¿Lo cancelaría cuando resultara evidente que Odin-Vann no era rival para los estudiantes? James esperaba eso. Observó impotente, temiendo la humillación del joven profesor. Graham se balanceó en los dedos de los pies y se movió hacia un lado. Sé siempre un objetivo en movimiento, pensó James, recitando en su mente una de las primeras reglas de Debellows. Graham pareció esperar el ataque de Odin-Vann, observando la primera señal de la varita del profesor, preparándose para predecir su intención. Pero el profesor no hizo ningún movimiento. Impaciente, Graham se apartó de la manera en que había llegado y se lanzó de nuevo hacia adelante. —¡Petrificus Totalus! —gritó, hablando rápidamente pero con claridad. Fue un movimiento audaz, y lo consiguió bien. El hechizo atravesó la habitación, iluminando los rostros de los observadores, y golpeó a Odin-Vann con un estallido de impacto mágico.

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James se puso rígido con compasión, esperando ver a Odin-Vann caer hacia atrás como una estatua. En lugar de eso, el profesor permaneció erguido, con los ojos muy abiertos, la boca apretada en un ceño fruncido. Su varita se levantaba en su mano ahora, pero a nivel de la cintura. Había desviado el hechizo de Graham de alguna manera, sin ni siquiera una palabra. La clase murmuró de nuevo, esta vez en una admiración silenciosa. Los hechizos no verbales eran impresionantes bajo cualquier circunstancia. Incluso Debellows solo los usó con moderación en sesiones de duelo. Graham intentó de nuevo, esta vez esquivando a la derecha. —¡Expelliarmus! Esta vez, Odin-Vann bloqueó el hechizo antes de que estuviera a medio camino a través de la pista de duelo. Su encantamiento defensivo apagó el ataque de Graham con una explosión de luz dorada. —Expelliarmus, —Odin-Vann dijo, casi conversacionalmente, repitiendo el propio hechizo de Graham. La varita de Graham salió de su mano aún extendida y giró detrás de él, chocando contra la puerta. Graham se sorprendió, apenas comprendiendo la rapidez con que Odin-Vann lo había vencido. El propio James apenas podía creer lo que había visto. Incluso Odin-Vann parecía agradablemente sorprendido. Miró su propia varita y sonrió. Luego la levantó hacia su hombro y se inclinó de nuevo hacia Graham. Debellows anotó en su portapapeles y llamó, —Enérgico, aunque predecible señor Warton. Señorita Doone. Por favor, tome posición y veamos si le va mejor. James observó cómo Ashley Doone se enfrentaba a Odin-Vann. Esta vez, el joven profesor bloqueó casi instantáneamente, sacudiendo su varita mientras los hechizos se formaban en los labios de Ashley, extinguiéndolos antes de que cruzaran la pista de duelo. Ashley retrocedió, deslumbrada por sus hechizos eliminados, y Odin-Vann se acercó para cerrar el espacio. —Ascendio, —dijo Odin-Vann, apuntando su varita hacia Ashley. Ella fue lanzada a tres pies en el aire, dejando caer su varita mientras se movía, girando sus brazos. —Eso es todo, señorita Doone, —anunció Debellows con una voz monótona, haciendo más marcas en su portapapeles. —Señorita Fourcompass, es la siguiente, por favor.

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Fiona Fourcompass se movió a regañadientes cuando Odin-Vann volvió a poner a Ashley de pie, depositándola perfectamente junto a sus compañeros de clase. Frustrada, se quitó el pelo despeinado de la cara con los dedos, con sus mejillas de rojo ladrillo. Mientras James observaba, el mismo escenario se repetía una y otra vez. Estudiante tras estudiante se enfrentó a Odin-Vann, y él paró, bloqueó y extinguió los ataques con tanta facilidad que apenas parecía estar prestando atención. Cada vez Odin-Vann superaba a su oponente con un solo y diferente ataque, cada uno más creativo y oscuro que el anterior. Patrick McCoy vencido con un encantamiento de cosquillas. Trenton Bloch, convertido su pelo en astas. Fiera Hutchins tuvo la desgracia de tener sus dedos transfigurados en verrugas de jalea. Y el Hufflepuff George Muldoon fue sometido a un espectro de payaso tan aterrador que lo dejó acurrucado en posición fetal a los pies de Nolan Beetlebrick. —Es solo un espectro, —dijo Nolan, empujando con fuerza a Muldoon con el pie, haciéndolo rodar sobre su espalda. —Simplemente humo y ruido, pedazo de bebé. Ya se ha ido. —Millie le dio un codazo a Beetlebrick con una mirada fulminante y alargó la mano para ayudar a Muldoon a ponerse de pie. El cabello de James todavía estaba de punta ante el recuerdo de la horrible monstruosidad de payaso, espectro o no. Se giró de Millie y Muldoon a Odin-Vann, quien sostenía su varita pensativamente en su pecho, puliéndola contra su solapa. —Y con eso, —declaró Debellows con desaliento, —me temo que estamos casi fuera de tiempo. Veo que tenemos mucho trabajo que hacer, estudiantes. Mucho trabajo de hecho. James exhaló una respiración reprimida, sin siquiera darse cuenta de que la había estado conteniendo. Había empezado a temer en la idea de enfrentarse al repentinamente imbatible Odin-Vann, pero ahora, afortunadamente, parecía que él y unos pocos intocables restantes habían recibido un indulto. —De hecho, —dijo Debellows sobre el repentino movimiento de pies y murmullos de voces. —Antes de dar las gracias al profesor Odin-Vann, me temo que solo tenemos tiempo para un duelo más. Una oleada de frialdad cayó sobre James. Instintivamente, intentó esconderse detrás de Graham y Deirdre Finnegan. —Inútil, —gruñó Graham, empujando a James con el codo. —Si tuve que hacerlo, tú también lo harás.

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Debellows barrió su mirada sobre la clase, entrecerrando los ojos con sus gafas de lectura. —Usted, —gritó, asintiendo con decisión. —Señor Deedle. ¿Nos favorecería con su mejor juego? James se relajó aliviado, exhalando otro suspiro audible. Frente a él, Ralph miraba a Odin-Vann, con la cara severa, mientras decía, —Yo soy Dolohov ahora, señor. He decidido tomar mi apellido de nacimiento. —Ah, —Debellows dijo con frialdad, consultando de nuevo su portapapeles con el aire de un hombre que tenía dificultades para recordar los apellidos de sus estudiantes en condiciones normales, mucho menos cuando todos ellos los cambiaban de mala gana. —Entonces, haré una nota de ello. Ejem. Pero por favor, Sr. Erm. Si tomara rápidamente la posición. Ralph se movió con facilidad hacia el suelo despejado, con los ojos todavía fijos en Odin-Vann y su varita extendida a la altura de la cintura. Como siempre, la varita de Ralph parecía bastante ridícula. Gruesa como un mango de escoba, su punta afilada todavía llevaba rastros de pintura verde lima, el instrumento sería cómico para aquellos que no sabían qué era, en realidad, un segmento roto del báculo legendario de Merlín, regalado a Ralph después de haberlo dominado durante su primer año. Odin-Vann se adelantó para inclinarse rígidamente, con una sonrisa educada en su rostro. En cambio, Ralph no se inclinó. En lugar de eso, atacó de repente y con fuerza antes de que el profesor se hubiera enderezado. Un rayo rojo desde la enorme varita en el puño extendido de Ralph. En respuesta, la varita de Odin-Vann se sacudió verticalmente y atravesó el hechizo rojo, contundente pero no totalmente desviado. El débil rayo lo atrapó en el hombro y lo hizo girar, tropezando y revoloteando, su faldón volando como alas de murciélago. Ralph dio un paso adelante, observando la longitud de su brazo. Volvió a disparar, un hechizo naranja esta vez. El cegador rayo atrapó a Odin-Vann en la parte posterior de la rodilla y él se dobló, su pierna momentáneamente inútil. Su varita retrocedió de nuevo y él se giró sobre su pierna buena, siguiendo su movimiento, con un incierto brillo en su ojo. Estaba sorprendido por el ataque de Ralph. James podía ver eso. Pero también estaba enojado por ello. —¡Está usando no verbales! —Deirdre siseó a un lado, sin apartar los ojos de Ralph. —¿Desde cuándo Deedle sabe no verbales?

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—Ese no es Deedle, ¿no lo sabes? —respondió Graham en voz baja. —¡Ese es Dolohov! Ralph volvió a disparar, dando un paso adelante, cerrando la brecha. Esta vez OdinVann logró bloquearlo, pero la fuerza del golpe lo empujó hacia atrás varios pies, raspando sus botas en el suelo de piedra mientras se apoyaba con fuerza. —Deedle, —gritó Debellows, pero su voz fue ahogada por otro estallido desde la varita de Ralph. Un arco de relámpago verde pálido se retorció hacia Odin-Vann, golpeando su pecho incluso mientras su varita disparaba inútilmente el contramaleficio en el aire. El profesor voló hacia atrás y golpeó una estantería, la cual arrojó su carga de libros, salpicando al profesor y cerca de los sorprendidos estudiantes. —Es suficiente, —anunció Debellows, elevando su voz a un formidable bramido. — Señor Deedle, o como prefiera llamarse… Una explosión de chispas amarillas atravesó la habitación, esta vez desde la dirección de Odin-Vann. El hechizo rebotó en el techo y en el suelo, rociando su fuerza inútilmente, pero distrayendo brevemente a Ralph. El profesor se levantó de la estantería tambaleándose, echó a un lado una gran cantidad de gruesos libros de texto y levantó de nuevo su varita. Ralph vio y disparó otro de los relámpagos de color verde pálido. James asumió que era un maleficio de repulsión, aunque era imposible decirlo, ya que Ralph continuaba disparando sin pronunciar ningún encantamiento. Hechizos no verbales, pensó James, abriendo los ojos. Odin-Vann no tiene idea contra qué protegerse. Y, sin embargo, esta vez Odin-Vann se protegió, aunque solo fuera porque Ralph lanzó el mismo hechizo dos veces. La varita del profesor se elevó, produciendo un escudo reluciente en el mismo instante en que el rayo verde cruzaba la habitación. El hechizo de Ralph lo golpeó y rebotó hacia él. El muchacho se tiró de un lado para otro, girando, para que el rayo pasara por delante y golpeara la puerta, dejando una estela de estrellas ennegrecidas sobre la madera antigua. Ralph se volvió hacia su oponente y sacó su varita una vez más. —¡Sectumsempra! —gritó, disparando una explosión de azul lívido. La sangre de James se enfrió. Sectumsempra era un ataque cruel, apenas conocido y nunca usado en prácticas de duelo. También, fue el primer maleficio dicho de Ralph. Parecía haberse quedado sin no verbales para intentarlo.

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Odin-Vann golpeó el rayo azul, con la mano de la varita moviéndose espasmódicamente, como si fuera un muelle. El hechizo de Ralph se borró en el aire. Ralph lo intentó de nuevo, lanzándose a un lado mientras Odin-Vann le enseñaba su varita. —¡Incarcerous! —Su voz fue ronca y tensa con la concentración y la inexplicable vehemencia. Una oleada de cuerdas serpenteó hacia Odin-Vann, retorciéndose para incapacitarlo, pero el profesor había encontrado su equilibrio ahora y avanzaba hacia adelante, enfrentando los ataques de Ralph de frente. Su varita se alzó verticalmente, produciendo en el aire un rayo rojo en llamas, y las cuerdas cayeron al suelo como gusanos de cenizas. Ralph volvió a atacar y atacar, pero Odin-Vann apenas parpadeó. Se adelantó con cada desviación, cerrando la distancia entre ellos, forzando a Ralph hacia atrás hacia la puerta. El profesor estaba sonriendo ahora, o por lo menos mostrando sus dientes en una especie de rictus sin alegría, su varita en la mano moviéndose como si fuera por su propia cuenta, cortando y empujando, sacudiéndose en el puño como un ser vivo. Ralph estaba sin aliento, invocando cada hechizo que podía pensar, cada vez más rápido, pero no servía. La varita de Odin-Vann se encontró con cada contramaleficio, tan rápidamente que James apenas podía seguir la pista. El crujido de la magia gastada, acre y eléctrica, llenó la habitación e hizo que el cabello de James estuviera en punta. El flash y el chisporroteo del duelo eran casi demasiado cegadores para ver. En comparación, el resto de la habitación era una penumbra de rostros mirando asombrados. Finalmente, cuando la confrontación alcanzó su cenit explosivo y sin aliento, la espalda de Ralph golpeó contra la puerta del aula. Su codo golpeó la madera y la varita se escabulló de su mano, arrastrando chispas y vapor como un leño en un fuego. OdinVann barrió su brazo hacia adelante en un borrón, deteniéndose justo por debajo de la barbilla levantada de Ralph, tocando con la punta de su propia varita humeante la garganta del chico y congelándose allí. De repente, la habitación estaba llena de atónito silencio. James parpadeó contra las post-imágenes verdes del duelo, cada hechizo momentáneamente quemado en sus retinas. Ahora, el único sonido era el resoplido del duro aliento de Ralph cuando se detuvo contra la puerta, empujado sobre sus pies, con su cabeza inclinada detrás de la varita apuntada de Odin-Vann. —Me atrevería a decirles a los dos que, —explicó Debellows, sacudiendo la cabeza lentamente, —puede que hagan bien en aprender menos hechizos... y más en cuándo parar.

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James se sintió muy solo esa noche en la cena. Se sentó frente a Rose, pero no dijo mucho. Ella no lo necesitaba a él. Habiéndose reconciliado con Scorpius nuevamente, estaba de mucho mejor humor y hablaba con el chico rubio incesantemente acerca de sus clases, del próximo fin de semana de Hogsmeade, los muchos libros que estaba leyendo y chismes generales de la escuela (incluyendo, por supuesto, la relación de Albus con Chance Jackson, que no había sido remotamente disminuida por los días festivos intermedios). Por su parte, Scorpius simplemente comía y asentía de manera aburrida, dejando que las palabras de Rose lo cubrieran como olas en una playa. La visión de ello hizo que James se enfadara, alimentando su mal humor. Estaba avergonzado por su prima, ya que cualquiera podía ver que Scorpius solo era un pequeño idiota manipulador jugando con las emociones de ella como un gato kneazle con un ratón. Ella sabía que era mejor soportarlo, y sin embargo, de alguna manera continuó soportándolo de todos modos. Él abrió la boca para decir algo, y luego pensó mejor, sabiendo que no serviría. —¿Atrancado con algo, Potter? —Scorpius interrumpió el monólogo de Rose, levantando una astuta ceja. James sacudió la cabeza. —Toma otro rollo, —dijo, tirando el de su propio plato en el pecho de Scorpius. El chico rubio lo atrapó, sin apartar los ojos de James. De pie y cogiendo su mochila, James escapó antes de que Scorpius pudiera ofrecer otra palabra. Si no se escapaba, probablemente James se encontraría en una bronca. De la que, ni siquiera sabría. Simplemente estaba en ese tipo de humor. Y Scorpius era precisamente el tipo de persona que sentía el pequeño fusible de una persona y lo encendía deliberadamente. Subió a la sala común, evitando el contacto visual con todos a lo largo del camino. Esta táctica le falló cuando entró en el agujero del retrato y se encontró con Cameron Creevey en la sala común.

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—Oye, James, —dijo el muchacho saltando de una mesa cerca de la ventana. —Mis compañeros y yo tenemos que escribir ensayos sobre un mago famoso para Literatura Mágica y ¡yo esperaba hacer la mía de tu papá! ¿Puedo entrevistarte? James negó con la cabeza antes de que Cameron terminara de hablar. —Lo siento, Cam. También tengo demasiada tarea. Solo voy a acampar en un rincón y me enterraré en ella. —se retiró la mochila y señaló con un gesto hacia una mesa vacía al otro lado de la habitación. —Oh, —Cameron se desinfló, y luego se animó de nuevo. —¡Puedo ir a sentarme contigo! No te entrevistaré ni nada. Voy a hacerte preguntas a medida que vengan. ¡Apenas sabrás que estoy ahí! —Cam, honestamente, —James suspiró, dejando caer su mochila contra su pierna. —Ya sabes más sobre mi papá que yo. —Nah, —Cameron sonrió y se sonrojó, como si le hubieran dado el más alto elogio imaginable. —¡Déjame agarrar mis cosas! Vendré y me uniré a ti ahora mismo. James cerró los ojos con impotencia y alcanzó a frotarlos con la mano libre. Cameron salió corriendo. Los papeles chirriaron y los libros se cerraron de golpe cuando recogió apresuradamente sus cosas. —¿Sabes qué, Cam? —James dijo, bajando su mano de sus ojos. —Me acabo de acordar. Necesito... mis... —hizo un gesto débil hacia las escaleras de los muchachos. — Cosas. De mi baúl, arriba. Solo... —estaba demasiado molesto y cansado para intentar una excusa más imaginativa. Cameron frunció el ceño desde la mesa cercana, con sus cosas a medio meter en su mochila. —Oh. Bueno, voy a sentarme en nuestra mesa, y te espero. ¿Suena bien? James asintió con tristeza. Girando sobre sus talones, se dirigió a la puerta del dormitorio y subió las escaleras en espiral hacia la oscuridad. Una caja estaba debajo de su cama, apenas visible detrás de su baúl. Al comienzo, recordó: era su regalo de Navidad de casa, entregado por Kreacher antes de las vacaciones. James nunca lo había abierto. Ansioso por una distracción feliz, sacó la colorida caja envuelta, retiró las cintas y el papel, y tiró de la tapa, arrojándola a un lado. Una nota estaba encima de una masa de paño negro cuidadosamente doblada. James la recogió y leyó la letra de su madre:

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¡Feliz Navidad, James! Estoy segura de que estos nuevos trajes de vestir te serán útiles en tus vacaciones con los Vandergriff. Esos viejos son demasiado horribles incluso para servir de segunda mano para Albus. Haznos un favor y dónalos al Sr. Filch para usarlos como trapos. ¡Con mucho amor! Mamá

Tristemente divertido, leyó de nuevo la nota y luego la dejó caer de sus dedos al suelo. Sin mirar los nuevos trajes de vestir, empujó la caja a un lado y se dejó caer sobre su cama, inseguro de si se sentía más como riendo o llorando. Una pequeña parte de su mente (probablemente la parte que le pertenecía a su madre) le regañó por dejar tirado a Cameron, cuyo único crimen era pensar demasiado bien de James más de lo que seguramente merecía. Otra parte de su mente (esta probablemente perteneciente a su padre) le recordó sinceramente que tenía realmente una pila de tareas por hacer. Y sin embargo, no podía dirigirse a ninguna de las dos voces. En vez de eso, pensó únicamente en Ralph que luchaba contra el profesor OdinVann, y en el creciente flash y chisporroteo de su furioso duelo. A Ralph le disgustaba mucho el joven profesor. ¿Pero por qué? ¿Había algo más que desconfianza? Además, ¿qué podría explicar las habilidades repentinas de duelo de Odin-Vann? Seguramente James no había imaginado la impotencia anterior del profesor. Recordó muy bien su primera clase de Encantamientos, cuando Odin-Vann había parecido incapaz de hacer magia tanto como para limpiar su propia pizarra mientras todos lo miraban fijamente. Dolohov, pensó, tumbado en la cama, una pierna arrancó y se estiró al suelo. Ralph Dolohov. Acostumbrarse a eso… No sabía cuándo se quedó dormido. Cayó sobre él como una capa negra, dejándolo en un olvido sin sueños y sin transición alguna. No soñó. Viajó. —James, —dijo una joven con voz confundida y sorprendida en igual medida, aunque silenciada con solemnidad.

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James abrió los ojos. Estaba parado en un pequeño espacio que era al mismo tiempo cerrado pero abierto al aire libre. Briza levantaba su cabello y tiraba de su camisa suelta. Sus pies estaban sobre viejos tablones de madera, ásperos con pintura blanca que se desprendía. De todas partes se oía el inconfundible silbido y el gorgoteo de las olas. James había estado aquí antes, en otro sueño. Solo que esto no era un sueño, más de lo que había sido la última vez que había visitado este lugar. Era el mirador de la granja de los abuelos de Petra, con vistas al aislado lago boscoso en el que Izzy Morganstern, la hermanastra de Petra, casi se había ahogado a manos de Petra. Izzy estaba allí ahora. Estaba acostada en uno de los dos bancos construidos en la barandilla hexagonal del mirador. Frente a ella, perfilada por los últimos fragmentos del ocaso, se sentaba Petra. Un libro pesado estaba abierto en su regazo, pero ella lo estaba mirando a él, con una sonrisa cansada y cariñosa en su rostro. —¿Realmente eres tú? —James preguntó, su voz se ocultaba inconscientemente bajo el suave giro de las olas. Petra se encogió de hombros. —Tan real como estos días. —Así que no estoy soñando, —confirmó, mirando a su alrededor la ondulada agua brillante, el lejano bosque lleno de oscuridad púrpura y chirridos de grillos. —Pero yo estoy, eh... —volvió a mirar Petra, frunciendo el ceño, —¿dormido? Petra se encogió de hombros de nuevo. —En realidad, no lo creo, —dio una palmadita en el banco al lado de ella, invitándolo a unírsele, y luego movió un objeto que estaba ubicado allí en su sombra, cubriéndolo con su mano. —Creo que vienes a mí a veces cuando duermes, pero de verdad. Esto no es una visión, no para ninguno de los dos. Creo que en algún lugar de la torre de Gryffindor hay una cama vacía con tu nombre. James se trasladó a Petra y se estableció a su lado, pero lentamente, inseguro de que cualquier movimiento repentino podría romper el momento como una burbuja de jabón. —En realidad, —admitió él, acomodando la cadera y el hombro junto a ella, sintiendo su calidez, —mi cama todavía dice "estúpido Potter llorica" en la cabecera. Un regalo de Scorpius en su primer año. Petra asintió y sonrió. Él se giró hacia ella. Ella miró por encima de las olas. El brillo del crepúsculo se reflejaba en los ojos de ella, haciéndolos parecer tan profundos y vivos

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como el propio lago. Tranquilamente, él le preguntó, —¿Este lugar realmente está aquí? ¿O lo estás creando? Petra consideró la pregunta. —Creo que es real. Pero no está en el mundo que conocemos, o al menos no en el tiempo que conocemos. Creo que este es un recuerdo hecho realidad de nuevo. Esta es la granja de mi abuelo antes de que la abuela muriera. Cuando yo era una niña pequeña. Antes de que el mirador se hubiera separado del muelle y se hubiera hundido en el fondo del lago durante todos esos años. —sus ojos se desenfocaron al profundizar en el pensamiento. —Este es el mirador antes de que tus abuelos murieran a manos de Voldemort. Antes de que ocurriera algo feo. Atrás cuando el mundo era simple, con la belleza todavía erigiéndolo. Cuando aún existía la posibilidad del amor, la luz y la esperanza. Vengo aquí con Izzy cada noche. Pero no hago que esto suceda. Solo sé dónde encontrarlo de nuevo, para alcanzarlo en esos días olvidados del pasado. Tal vez sea por esas secretas horas que me quedé dormida en el Mundo Entre los Mundos, donde no hay tal cosa como el tiempo. Quizás sucede solo porque lo quiero mucho. James escuchó sus palabras, pero apenas las oyó. Parte de esto era porque lo que ella dijo sonaba tan desconsolado, tan prosaicamente sin esperanza. Otra parte era porque su mente seguía tambaleándose con la rapidez de su aparición en presencia de ella, desprevenida e inexplicable. Pero la mayoría de las veces apenas la oía porque toda su atención se concentraba solo en mirarla, absorbiendo el calor y la solidez de su presencia, memorizando la suavidad de su mejilla, la solemne viveza de sus ojos, el brillo de su pelo oscuro cuando el viento lo movía, arrastrando sedosas cintas marrones sobre sus hombros. Quería poner su brazo alrededor de ella, pero no se atrevió. Quería respirar profundamente la simple intoxicación de su olor (jabón floral y piel calentada por el sol), pero sabía que nunca podría tener suficiente. Así que simplemente la miró fijamente, reflexionando inútilmente sobre un destino que los reuniría así, aunque solo fuera una vez más, solo para que fueran separados para siempre. —He estado estudiando, —dijo Petra, echando una ojeada al libro en su regazo. James siguió su mirada. El libro era enorme y antiguo, con páginas tan pesadas como la piel de cordero, cubiertas de densa caligrafía, que parecía arrastrarse y retorcerse ante sus ojos. De alguna manera, James sabía lo que era, a pesar de que nunca había visto tal cosa antes. —Es uno de los Volúmenes de los Enigmas Desconocidos, —dijo él, como si la información se le viniera a la memoria por la propia Petra, a través de la cinta invisible

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que los conectaba. —El que recogiste cuando entraste en el Museo de Libros y Artefactos Prohibidos. Petra asintió. —Pero es de poca utilidad. Lo tomé principalmente para aprender sobre Horrocruxes, pero también pensé que podría usarlo para aprender a cómo saltar a través de dimensiones alternativas sin tener que pasar por la Bóveda de los Destinos y el Telar. —sacudió la cabeza y cerró el libro en su regazo con un golpe. —Pero no sirve de nada. Hay teorías, pero ninguna de ellas ha sido intentada o probada. Son solo ideas, y no muy prácticas, además. Nadie puede atravesarlas. No sin el Telar. No sin la llave correcta a la dimensión correcta. James suspiró, profundo y fuerte. Era lo último que quería hablar con Petra. Pero sabía que no había nada más que hablar de eso. Esto era todo lo que quedaba. —¿Cuándo sucederá? Petra sacudió la cabeza con suavidad. —No depende de mí. Y me alegro de que no sea así. Quiero que termine cuanto antes. Pero también tengo miedo de ir. Tengo miedo de perder a Izzy. Temo convertirme en otra versión de mí misma que apenas conozca. Morgana estaba rota por sus opciones. No le quedaba más esperanza. No tenía nada que perder, pero nada por lo que vivir. No quiero convertirme en ella en el mundo de donde vino. Pero no tengo elección. James sacudió la cabeza mientras escuchaba. —Pero ¿por qué, Petra? No tienes que hacerlo. ¿Qué ganas con ello? Petra se giró hacia él y finalmente lo miró a los ojos, como si leyera lo que veía allí. —No gano nada con ello. Pero todos los demás sí. No voy a esa dimensión para convertirme en Morgana. Ya soy ella. Tú lo sabes. Cuando Morgana murió en este mundo, se convirtió en una parte de él. Ella dejó de ser el Hilo Carmesí. Ahora, ella es Petra, y yo soy Morgana, el Hilo robado de otra dimensión. Es como funciona el balance de los destinos: los cadáveres no cuentan. Este ya no es mi mundo. Rechaza mi presencia aquí. Su destino se descompone más y más cuanto más tiempo me quedo. No puedo permitirme ser responsable de eso. Tengo que ir al mundo que me conoce, no importa cuánto pueda odiarlo. Es la única manera de salvar este mundo, y la gente que amo en él. —Como Izzy, —James asintió tristemente, mirando a la chica dormida. Petra suspiró y dijo en voz baja, —No solo Izzy. James se volvió hacia ella, poco dispuesto a aceptar su versión de la verdad. —Pero, ¿y si te equivocas?

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Los ojos de Petra se endurecieron ligeramente. —No estoy equivocada. Lo siento. Lo sé. Estoy segura. Y sin embargo, de repente, James se preguntó: ¿estaba realmente segura? Había una terquedad en sus palabras que insinuaba que estaba tratando de convencerse tanto a ella como a él. —Debe haber otra manera, —insistió James, dejándose caer a su lado, apartando la mirada y reposándola en la forma dormida de Izzy. Su respiración era lenta y profunda, la espalda de ella se volvió hacia James, su cabello rubio bronceado con el moribundo sol. —No hay otra manera, —dijo Petra con calma. —No puedo quedarme aquí. No puedo ser encarcelada aquí. Y sobre todo, no puedo morir aquí. Eso sería lo peor de todo. Si eso pasara... —negó con la cabeza, con ojos vidriosos. Ella acunó el objeto que había estado ubicado en el banco a su lado, lo colocó en el libro en su regazo y lo cubrió con ambas manos. —Quieres decir que, —dijo James, odiando el pensamiento, —que si ambas versiones de ti muriesen en este mundo... ¿no habría esperanza alguna de ponerlo en orden? Petra asintió. Y luego sacudió la cabeza. —Eso sería desastroso. No solo para nuestro mundo, que tendría dos Petras en él, pero el otro, no tendría ninguna. ¿Cómo podemos saber lo que eso podría causar? ¿Tal vez una reacción en cadena de destinos en colapso a través de todo el universo de realidades? —su rostro se endureció al pensarlo. —Por eso no puedo permitir que nadie me detenga. No importa qué. No puedo ser encarcelada aquí. No puedo morir aquí. —Por eso hiciste el Horrocrux, —dijo James, tragando con fuerza y mirando el objeto bajo las manos de Petra. Ella también miró hacia abajo y luego la reveló. La daga brilló oscuramente. Su asa de joyas era posiblemente la cosa más fea y más chillona que James había visto jamás. Petra se avergonzó de la daga del Horrocrux, y sin embargo no se retractó de ella. James vio que, para ella, era una herramienta necesaria, que garantizaba que su misión tendría éxito, sin importar lo que le costara. —Soy Morgana ahora, —dijo, hablando como si fuera a la propia daga. —No tengo nada que perder. Y nada por lo que vivir.

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James no podía acercarse a ese pensamiento. Su corazón, incluso más que su cerebro, lo rechazaba. Sacudió la cabeza bruscamente, exasperado y con el corazón apesadumbrado. —Tal vez Odin-Vann fracasará. Tal vez él no será capaz de preparar el Telar en la Bóveda de los Destinos. Tal vez ni siquiera sea capaz de entrar. O tal vez la magia no funcionará. ¿Entonces qué? —No fallará, James, —dijo Petra, con una nota de lástima en su voz mientras lo miraba de nuevo. —Y tengo más que a Don para ayudarme. Esto sorprendió a James. Volvió a mirarla. —¿Qué quieres decir? ¿Quién te está ayudando además de Odin-Vann? —se dio cuenta, con una nota de estúpida frustración, que estaba celoso. —Eso no importa, —dijo Petra, sin mirarlo a los ojos. —Claro que importa, —prosiguió James. —Creo que al menos se me debería permitir saber quién está ayudando a librar al mundo a la chica que yo… Se detuvo apenas de decir la última palabra: la chica que yo amo. Petra se levantó sin embargo, y le dio la espalda, el grueso libro en su mano izquierda, la daga Horrocrux en su derecha. Tranquilamente dijo, —Necesito a alguien, James, y tanto como tú quisieras que fueras tú, no puede ser. Por razones que no puedo decirte, simplemente no puede ser. Y para ser absolutamente contundente, no creo que te deba ninguna razón. —ella lo miró por encima del hombro, medio desafiándolo, medio pidiéndole que lo dejara así. Él se paró también. —¿Quién es? Ella volvió su mirada al lago, sin responder. El sol todavía estaba flotando justo debajo de la franja de los árboles, y James comprendió: no era un sol, era un sol para siempre congelado. Esta era una hora huérfana, reproduciéndose sin cesar, fosilizada en el tiempo excepto por el recorrido de las olas y el silencio de la brisa. —¿Quién es? —preguntó de nuevo, atreviéndose a alzar la voz. —Es Albus, —respondió Petra, volviendo la cabeza pero sin mirarlo. —¿Todo bien? —¿Albus? —exclamó James, seguro de que no podía haberla oído bien. Petra no se movió, simplemente esperó. Después de todo, la había escuchado correctamente. Un destello de recuerdos pasó a sus pensamientos: Albus en la primera noche, sentado en la Sala de los Menesteres, extrañamente tranquilo sobre el tema de Petra hasta que

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alguien preguntó si realmente había sido ella la que había irrumpido en el Museo de Libros y Artefactos Prohibidos. Era ella, había dicho con extraña confianza. Él lo sabía. ¿Se había reunido Petra con él en aquel entonces? ¿Había llevado a Albus a su confianza meses antes de que ella hubiera informado al mismo James? Peor aún, ¿alguna vez le habría contado a James su plan si no hubiera podido visitarla a través de la cinta que compartían, tal como era ahora? —No puedes estar hablando en serio. ¿Albus? —exclamó de nuevo. Junto a él, Izzy se movía y murmuraba mientras dormía. —No es tan horrible, si lo piensas, —dijo Petra, levantando la barbilla, sin volverse aún hacia él. —Albus y yo nos hicimos amigos durante el verano que Izzy y yo nos quedamos con tu familia. Somos mucho más parecidos de lo que sabes. James asintió burlonamente. —Albus también dice eso. No tenía ni idea de que estuvieras de acuerdo con él. Bueno, esto está bien, ¿no? Mi propio hermano está trabajando contigo para enviarte a otra dimensión maldita. —No solo él, —dijo Petra en voz baja, como si se comprometiera ahora a decirle a James toda la verdad. —Oh, claro, —James aceptó amargamente, lanzando sus brazos. —Ahí está tu viejo amigo Don, que ha sido tu mejor amigo desde mucho antes de que yo estuviera en la foto. —No solo Don, tampoco, —respondió Petra, bajando aún más la voz, la vergüenza y el desafío mezclándose en su tono. —¿Quién entonces? —preguntó James, dando un paso más cerca de ella. Ella levantó la barbilla y se giró ahora hacia él completamente, sus labios apretados en una línea recta, encontrando su mirada firmemente. Ella no respondió, pero le permitió mirarla en su cara, para leer la verdad revelada allí. Y otro recuerdo vino, sin ser convocado, a la mente de James. No era su propia memoria, sino la de Petra, quien le transmitía deliberadamente la frecuencia de su conexión secreta. En ella, una voz sonriente, alta e insistente titubeaba viciosamente, hablando solo a la propia Petra: ¡RÍNDETE! Todo lo que importa es el poder... Abraza tu destino o muere luchando. Tú no eres el bien. ¡No… existe… TAL COSA! Los hombros de James se estremecieron con un fuerte escalofrío. Había oído esa aborrecible y odiosa voz antes, y la reconoció de inmediato. En aquel entonces había venido de una pintura mutilada, siseando con veneno. Ahora, era la voz de la

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habitación trasera de la mente de Petra. Era la voz maldita del Linaje: el último y fracturado fragmento de Lord Voldemort, muerto hace tiempo, pero capturado, como una chispa de llama venenosa, en la linterna de la mente y corazón de Petra. Y por primera vez, James comprendió la conexión fatal entre las identidades gemelas de Petra. Ella era el Linaje. Y era el Hilo Carmesí. Debajo de los títulos, ambos eran exactamente la misma cosa: un vector escarlata apuntando a un terrible destino ineludible. —Has estado, —dijo James, su voz ahora sonó a un susurro, —has estado... ¿escuchando eso? —No la escucho, —contestó ella, todavía encarándolo con obstinado desafío. —Pero me doy cuenta de ello. Hay poder allí. Y algo más... algo que necesito desesperadamente ahora mismo. James no estaba bromeando cuando sugirió: —¿El mal? Petra sacudió la cabeza negativamente, pero apartó los ojos de él de nuevo, girándose. —Convicción. Estoy dividida, James, ¿no lo ves? Estoy dividida entre lo que sé que tengo que hacer y lo que mi corazón más desesperadamente quiere. Necesito la convicción de que esa parte de mí ofrece. Es como un oscuro magnetismo. Me ayuda a permanecer en el camino que necesito para terminar. James simplemente miró fijamente a Petra, incapaz de formular cualquier respuesta a sus palabras. Estaban equivocados en tantos niveles que no podía simplemente elegir uno. Él se revolvió desesperadamente en sus pensamientos, no encontró nada a lo que aferrarse, y luego simplemente dijo lo primero que le vino a la mente. —Pero esa voz es el odio, Petra. El odio nunca tiene razón. Tiene que haber otra voz. Una voz que sea verdaderamente tuya. Petra no se movió. Estaba recortada contra el petrificado bronceado atardecer, con el libro prohibido bajo un brazo y la daga Horrocrux colgando en su otra mano. Después de un largo momento, se encogió de hombros lentamente y sacudió la cabeza, como si llegara a una conclusión desesperada de la que había llegado mil veces antes. —No hay otra voz, James, —dijo con horrible banalidad. —Esa voz murió con la otra Petra. James tomó su brazo, cogió el pesado libro de debajo y lo dejó caer al banco vacío sin mirar. Él la giró hacia él, pero ella no levantó los ojos, no lo miró en absoluto. Ella

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sostuvo la daga Horrocrux a sus espaldas, como si pensara que él podría tratar de quitarle eso de ella también. O como si quisiera apuñalarlo con él. —No creo eso, —dijo James, tomando a Petra por los hombros, mirándola. —Eres buena. Lo bueno no es un mito, siempre y cuando tú creas en él. Petra se inclinó hacia James, presionó su frente con fuerza hasta la garganta de él, permitió que la recogiera en sus brazos. Ella no lo abrazó, pero absorbió su abrazo profundamente, no queriendo pedirlo, pero desesperada por ello. Permanecieron así durante algún tiempo, calentándose en el brillo eterno del atardecer, escuchando el chapoteo de las olas bajo el mirador, y el más suave y lento flujo de la respiración de Izzy detrás de ellos. Podría haber sido un minuto, o una hora. James no tenía manera de saberlo, y se contentaba con estar allí sosteniendo a Petra para siempre, hasta que ella se movió contra él. Apretó los brazos alrededor de su cintura lentamente, manteniéndolo cerca, y luego se empujó sobre sus pies delante de él. Inclinó la cabeza mientras abría la boca para susurrarle. En cambio, lo besó. Sus labios eran sobrecogedores en su normalidad, su calidez perfecta, suavidad y sutil expresividad. No hubo intercambio fantástico de poder entre ellos, ni chispa de encantamiento cegador. Y aun así… Y aun así, era el momento más puramente prístino y mágico que James había experimentado jamás. Se olvidó quién era. Su corazón se expandió y tomó todo su cuerpo, expulsando todo pensamiento racional y despierto. Y entonces, solo un segundo y una vida más tarde, Petra se retiró, manteniendo su rostro cerca del suyo, mirándolo gravemente a los ojos. —Acabamos de tener nuestra primera y última pelea de amantes, James, —dijo sombríamente. —¿Sabías eso? James la miró, sin palabras, sin querer nada más que besarla de nuevo, o que el mundo terminara en ese momento exacto para que su beso fuera su último recuerdo. — No, —respondió. —¿Eso... fue hacer las paces? Ella sonrió en secreto y luego negó con la cabeza. —No. Eso fue porque tuviste celos de Don. Es solo un amigo. Eso es todo lo que siempre fue, y todo lo que puede ser. No es como tú. Pero tus celos... son dulces. Y adorables.

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James sintió que su cara se ruborizaba. Sabía que ella podía verlo, pero no estaba avergonzado. —No te vayas, Petra, —dijo. Las palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. No había nada más que decir. Eso es todo lo que quería en todo el mundo. No importaba el costo. No importaba las consecuencias. Ella cerró los ojos. Había dolor en su rostro, como si estuviera experimentando una breve pero titánica lucha interior. Y luego se quedó rígida en sus brazos. Cuando volvió a abrir los ojos, estos eran diferentes. James tembló violentamente y retrocedió, pero Petra todavía se aferraba a él. Ella lo miró fijamente todavía, solo que ahora sus ojos brillaban con una luz interior rojiza. Sus pupilas eran finas rajas de serpiente negra. —No quiero irme, James, —dijo con poco énfasis. Su voz era un horno frío de convicción. —Pero no hagas esto más difícil de lo que es. Te lo he advertido antes. No intentes detenerme. Nadie puede estar autorizado a detenerme. —Petra, —James espetó, pero su propia voz era apenas audible. Horror y consternación le estrecharon la garganta. Y todavía ella se aferraba a él. James no podía decir si lo abrazaba o lo estrangulaba. —Te amo, James, —dijo. Su respiración era una brisa ártica en el rostro de él, y, sin embargo, lo peor de todo era la desesperanza en su tono lo que lo enfriaba. Estas no eran las palabras de un amor joven. Este era un epitafio, una inscripción final: un único beso, el primero y el último, uno para soportarlo todo. La oscuridad barrió el cielo. Borró el lago, apagó el sol y lo arrojó a él y a Petra en un negro sin fisuras. Sintió que ella se agarraba a él mientras caía, se dejaba caer en el abismo de un sueño sin sueños, escuchando sus últimas palabras resonar una y otra vez en un eco sin sentido, como el toque de una campana, muerta y fría como una helada de enero.

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Capítulo 16 Hagrid tiene un plan —Fue un sueño, James. Tuvo que ser. —Rose estaba distraída y agitada mientras caminaban por el sendero cubierto de nieve hasta los invernaderos. El agua fría atravesó sus zapatos mientras se apresuraban, parpadeando contra la luz del sol invernal. La nieve era una manta húmeda sobre los terrenos, desgastada y pesada, como si estuviera agotada después del largo invierno, lista para derretirse al primer aliento de primavera. —No fue un sueño, —James insistió, manteniendo su voz silenciosa a pesar del azote constante del viento. —Sabes que puedo viajar a Petra mientras duermo. Te lo he dicho todo, cómo es, en la noche que salvé a Petra en la parte posterior del

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Gwyndemere, una conexión sucedió entre nosotros, y ha estado allí desde entonces. ¡La has visto con tus propios ojos! Te lo digo, he visitado a Petra anoche. Ella era tan real como tú y yo ahora. Podía olerla. Podía... hum, tocarla. —Solo porque puedas viajar a ella en sueños, a veces no significa que lo hagas cada vez. Dijiste que la viste en el mirador de sus abuelos. Harriers y Aurores han estado marcando la granja por todas partes desde la Noche de la Revelación, protegiéndola y vigilándola. Ella no puede poner su dedo gordo del pie en cualquier lugar cerca de allí sin estar al instante rodeado. —Y te dije, —James dijo, exasperado, —Que no eran el mirador y el lago como son ahora. Fueron atrapados en un bucle de tiempo de décadas atrás, antes de que alguno de nosotros naciera. —Está bien, —Rose asintió. —Definitivamente no es algo que sucedería en un sueño. —Rose, ¡ella ha estado en contacto con Al! ¡Y está aprovechando el poder del Linaje para fortalecerse y respaldarse! Lo que queda de Voldemort, le está hablando. Ella lo está escuchando. Y está usando su poder. —Mira, James, —dijo Rose secamente, apresurándose dentro de la oscuridad del invernadero. La luz del sol se reflejaba como flechas cegadoras desde las paredes de cristal. —Es maravilloso que Petra y tú tengan esta conexión cósmica. Realmente lo es. Y soy lo suficientemente honesta para admitir que, francamente, estoy celosa de los dos. Todo es tan endemoniado y trágicamente romántico que apenas puedo soportarlo. Peor aún, el hecho de que se haya desperdiciado en un zoquete inmaduro emocionalmente estreñido como tú… —Rose, —James interrumpió, —La besé. Rose se detuvo en seco, deslizándose un poco en el aguanieve. Se giró, con los ojos muy abiertos. En un apretado susurro, dijo, —¡¿Lo hiciste?! —Bueno, en realidad no. No lo hice. Ella me besó. —soltó un fuerte suspiro y entrecerró los ojos en la luz reflejada de la tarde. —Era lo último que esperaba. Fue... — sacudió la cabeza, sin palabras ante el recuerdo. —Pero tú la besaste de vuelta, —confirmó Rose, con los ojos todavía abiertos. —Por supuesto. Y entonces, solo la sostuve por un rato. O... eso pudo haber llegado primero. Para ser honesto, todo es demasiado grande para recordar. Ocupa demasiado

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espacio en mi memoria. —la miró rápidamente de nuevo. —Pero eso no significa que fue solo un sueño. —No, —Rose respiró melancólicamente, con una expresión casi compasiva que suavizó sus rasgos, —eso es lo primero que me dijiste que me convenció realmente de que fue real. Lentamente, continuaron, rodeando el invernadero hacia la entrada. Apaciguado pero con sospecha, James dijo, —¿Y por qué es eso? —Es simple, —dijo Rose, con un tono melancólico pero condescendiente. —Has estado completamente enamorado de Petra desde hace años. ¿Alguna vez has soñado con besarla antes? James sacudió la cabeza con firmeza. —Nunca. —Por supuesto que no, —dijo Rose, bajando la voz mientras se adentraban al calor relativo del invernadero y al parloteo de los estudiantes. —Algunas veces los sueños pueden jugar con el permiso de nuestros deseos, pero no nos atormentan con las cosas que queremos más que nada. Si lo hicieran, estaríamos demasiado destrozados por la realidad para despertarnos. James asintió un poco inseguro. Se dirigieron a una serie de sillas plegables de madera, organizadas delante de la mesa. Detrás de esto, Hagrid se movía y tarareaba en voz alta. —Pero deja muchas preguntas sin respuesta, —susurró Rose mientras se acomodaban en la primera fila. —Como, ¿qué pasará con Izzy cuando Petra abandone esta dimensión para siempre? ¿Y por qué el último fragmento de Voldemort en su sangre querría que se fuera? Y quizás lo más importante, ¿qué tiene que ver Judith con algo de eso? —Yo… —empezó James, luego se detuvo y se dio una patada mental. —Ni siquiera le pregunté por Judith. Rose le hizo una sutil pero mordaz mirada de incredulidad. Carraspeó, —¿No le dijiste que Judith te acorraló en el lago fuera de la casa de Millie y te advirtió que te alejaras de ella? —James le había contado a Rose sobre el encuentro, y a nadie más, ya que Rose parecía entender el loco poder y la continua amenaza de la Dama del Lago. La mayoría de los demás, si sabían algo de ella, asumían que Judith había sido destruida durante la debacle de la Red Morrigan, dos años antes.

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—Estaba un poco distraído, —susurró James a la defensiva, —siendo llevado lejos al mirador en primer lugar, y enterándome que Petra ha estado en contacto con Al por meses. Y luego estaba el beso... —James, —Rose se desanimó impotente, —Zane Walker tiene razón. Realmente eres tan aburrido como un lavaplatos. Tuviste la oportunidad de hacer la pregunta más importante de todas, y ¡metiste completamente la pata! James parpadeó y frunció el ceño de nuevo. —¿Zane dijo que yo era tan aburrido como un lavaplatos? —No con tantas palabras, pero vamos. Como sea que pasó, él fue el cerebro de ustedes tres antes de que yo viniera. Ahora piensa: la única razón por la que Judith te advirtió que te alejaras de Petra es porque sabe que no quieres que ella lleve a cabo su plan. Eso significa que Judith quiere que ella lo haga. Y al parecer también lo hace el fantasma del alma de Voldemort que vive en la sangre de Petra, de lo contrario ella no se estaría aprovechando para conseguir dirección y fuerza. Por tanto, la gran pregunta es obvia, ¿no? ¿Por qué las dos entidades más malvadas del mundo entero querrían que Petra cumpliera con su misión? James sacudió la cabeza y se echó hacia atrás en su silla de madera. —No puede ser eso. Petra dice que asumir el papel del Hilo Carmesí en esa otra versión de la realidad es la única manera de arreglar todo aquí en éste. Debe haber alguna otra razón por la que Judith quiere que me mantenga lejos de ella. —¿Y otra razón por la cual el demente fragmento de Voldemort en la cabeza de Petra quiere que ella lo pase? —Rose sacudió la cabeza con firmeza. —Estás cometiendo el mismo error que siempre, James. Él le devolvió la mirada, de repente perturbado. —¿Y cuál es entonces, ya que eres tan inteligente? Rose siseó, —¡Confiar en personas que no siempre merecen confianza! —Como Petra, —James asintió, como si confirmara una sospecha. —Mira, no la conoces como yo. Nadie lo hace. —Petra no es una mala persona, —reconoció Rose, con una inquebrantable chispa en sus ojos. —Pero eso no significa que tenga siempre la razón, James. Ella puede estar equivocada, igual que tú y yo. Peor aún, se le puede mentir. James no tuvo respuesta a eso. No porque la sugerencia de Rose lo hiciera enojar, sino porque, honestamente, nunca lo había considerado.

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La voz de Hagrid resonó a través del invernadero, interrumpiendo su discreta conversación, —Cálmense todos y busquen asiento. Tenemos muchas tareas hoy, así que prepárense con sus plumas y pergaminos. Una oleada de sorpresa se apoderó de los estudiantes, y luego vino el movimiento de mochilas y bolsos cuando pergaminos, libros y plumas fueron extraídos y equilibrados precariamente en las rodillas en ausencia de escritorios. —Profesor Hagrid, —dijo Trenton Bloch, levantando una imperiosa mano. — Normalmente no tomamos notas en esta clase. ¿Significa que el tema de hoy estará en una prueba más tarde? —¿Les gustaría saber? —expresó Hagrid con cautela, sus ojos negros de escarabajo se estrecharon. Luego, con un arranque, se enderezó. —Erm. Quiero decir... Claro que les gustaría saber. Entonces sí. Por supuesto que habrá una prueba. Esta es una clase, ¿no? Aparentemente envalentonada por la pregunta de Trenton, Ashley Doone habló desde la fila de atrás, —Solo que nunca hemos tenido una prueba en esta clase, profesor. Solo exámenes prácticos. Incluso he dejado de traer conmigo tinta y pluma al granero cuando voy. —Sí, —agregó Nolan Beetlebrick, mirando alrededor para alentar al resto de la clase. —¿Y por qué este paso repentino a los invernaderos para el resto del período? Aquí no hay criaturas mágicas. Solo plantas. Hagrid levantó sus dos manos mientras la clase empezaba a murmurar. —El granero de las criaturas salvajes está prohibido hasta nuevo aviso. No se puede hacer nada al respecto. El granero está siendo... limpiado. De nuevo. Esta vez con peligrosas pociones y elixires. Material muy potente, directamente del laboratorio de la Profesora Heretofore, que ella no sepa. Así que nadie puede entrar ni salir hasta nuevo aviso, no a menos que quieran que les crezca un tercer oído y una cola de hinkypunk. James sintió la mirada de soslayo de Rose. Él deslizó un ojo hacia ella y se encogió de hombros. —Sí, —continuó Hagrid, calentando el tema. —Como saben, he tenido que enviar la mayor parte de las criaturas más grandes y más peligrosas, por si acaso algún otro Muggle viene a vagar por los terrenos. Ridículo, claro está, pero órdenes son órdenes, y estas vienen directamente del Ministro de Magia. Así que no tiene sentido tener una clase allí, de todos modos, por lo menos hasta nuevo aviso. Sí, así es. —asintió con satisfacción. —Por eso le he pedido al Profesor Longbottom que nos dejara usar el invernadero del norte para el resto del período, y él tuvo la gracia de decir que sí. Así

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que la lección de hoy será sobre Ambermuggins, una especie de pingüino imitador autóctono de una única e intrazable caverna en el Polo Sur. A diferencia de otros pájaros imitadores, como los loros comunes, el Ambermuggin imita solo palabrotas y embarazosas indirectas indecentes, por lo tanto, se prohíbe entre gente educada e incluso en los zoológicos mágicos poco fiables… Una hora más tarde, con páginas de notas inconexas y una lista de las vulgaridades favoritas del Ambermuggin amontonadas en sus mochilas, la clase salió murmurando desde el invernadero, dirigiéndose hacia el castillo para almorzar en el Gran Comedor. Sin embargo, James y Rose permanecieron justo en el interior de la entrada mirando a Hagrid mientras él se apresuraba nuevamente a la mesa de macetas, tarareando demasiado alto para sí mismo mientras recogía sus cosas. Finalmente, con un barrido de su enorme chaqueta, rodeó la mesa y caminó hacia la puerta. —¿Y ahora qué?, por favor díganme, —preguntó con brusquedad, —¿Qué están haciendo ahí de pie? Sé que el profesor Votary los está esperando en Runas Antiguas en media hora. Rose puso una mano en su cadera. —¿Vas a limpiar el granero otra vez, Hagrid? ¿En serio? —No voy a oír ni una palabra al respecto, —dijo el medio gigante impaciente, agitando ambas manos sobre su cabeza como para alejar una nube de doxies. Pasó junto a James y Rose hacia la puerta. —Solo preocúpense por su trabajo y aléjense del granero. Es peligroso. Salió a empujones hacia el frío y la humedad de los terrenos con James y Rose siguiéndolo muy de cerca. Para sorpresa de James, Ralph esperaba justo afuera, apoyándose en la esquina del invernadero. —¿Qué hay en el granero, Hagrid? —preguntó, empujando hacia arriba mientras Hagrid empezaba a atravesar la nieve ininterrumpida hacia su cabaña. —Establos vacíos y vapores de poción, —replicó él, —No tienen ni idea de lo difícil que es lavar décadas de guano de hipogrifo. Ahora váyanse a almorzar, y ni una palabra más. —En realidad, —comentó Ralph, —creo que sabemos muy bien lo difícil que es limpiar el granero, considerando que acabamos de hacer eso con Filch antes de las vacaciones. Hagrid se burló. —Sí, bueno, lo que Argus Filch llama limpio y yo llamo limpio, son dos cosas muy diferentes.

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James estaba molesto y a la vez aliviado de que Ralph se hubiera unido a ellos mientras avanzaban con dificultad detrás de Hagrid. Todavía no le había perdonado a Ralph por ir a contarle a Millie sobre la ruptura, y estaba sinceramente consternado por la actuación de duelo de este contra el profesor Odin-Vann, pero las cosas se sentían mal cuando él y Ralph no estaban del mismo lado. Por el momento, decidió dejar ir todo lo demás. Trotando para alcanzar a Hagrid, James dijo, —Ralph aquí es el Premio Anual, ya sabes. Él habría oído hablar de algún gran plan para poner en cuarentena al granero. ¿No es así? —miró a Ralph de manera significativa. —Eh, sí, —Ralph asintió. —Esa es una necesidad-de-saber ese tipo de cosas, claro. Como Premio Anual, debo mantener el granero lejos de la curiosidad de los jóvenes de primer año. Si es tan peligroso como dices que es, por supuesto. Hagrid solo se rió entre dientes mientras caminaba a grandes zancadas por la nieve, con sus botas dejando grandes y lodosas pisadas. —Bueno, agradezco la oferta, señor Premio Anual, pero créalo o no, puedo asegurar un granero solo por mi cuenta. Ya se selló el lugar mágicamente de punta a punta. —hizo una pausa y sacó su varita de paraguas rosado, blandiéndola con un brillo en sus ojos. —He recorrido un largo camino con mis hechizos desde sus padres. No habrá un alma entrando y saliendo de ese granero hasta nuevo aviso. Intencionadamente, Rose preguntó, —¿Y quién podría estar tratando de salir del granero, Hagrid? El rostro de Hagrid se cerró como una ratonera. —Ni una palabra más, —dijo, apuñalando un dedo índice como de salchicha en el espacio entre ellos, y luego señalándolo hacia el castillo. —Regresen ya a la escuela. Sin esperar, se dio la vuelta y pasó por la verja, entrando a trompicones al jardín delantero de su choza. —Se trata de esa dragona tuya, ¿cierto? —preguntó Ralph, siguiendo a Hagrid al patio. —Por esa carta que tienes de Grawp, hablando de qué tan irritable está Norberta porque puede oler en el viento a ese dragón macho de circo. Rose puso una mano sobre sus ojos. —Oh, no, no, no... —dijo y sus sospechas se elevaron, —Hagrid, dime que no te fuiste a hacer algo ridículo sin nosotros, ¿o sí? El trío siguió a Hagrid hasta su puerta, donde se detuvo y volvió a girar, adoptando una expresión beatífica de inocencia. Con deliberada calma, dijo, —El granero está limpio, eso es todo. Les puedo mostrar mañana si quieren. Aparte de unos cuantos

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heffalumps y una jaula de woolzles lanudos, ese granero está tan vacío como la despensa de la Madre Carter. Si hago eso, ¿se convencerán de que no hay nada sospechoso? James miró a Rose y a Ralph, que parecían no estar convencidos. Se encogió de hombros y sugirió, —¿Por qué no nos muestras ahora, Hagrid? Los ojos de Hagrid se movieron de un lado a otro. —Bueno, porque soy un profesor ocupado, eso es. Y se vienen muchas clases. Y como dije, no estoy libre en este momento. No estoy bromeando con esas pociones de limpieza. Esas cosas son nocivas. Ralph alzó las cejas. —En otras palabras, lo que está ahí ahora se moverá mañana. —¡Vaya! —protestó Hagrid, dejando caer su fachada de calma y volviendo a su cabaña. Abrió la puerta y la empujó. —¡Caray! En todos mis años no puedo decir que he conocido a un grupo más problemático, incrédulo o desconfiado como... Dio un paso al interior de su entrada y luego se congeló en su lugar, deteniéndose como si acabara de ver una Acromántula acurrucada en la mesa de su comedor. James, Ralph y Rose se asomaron al interior rodeando al enorme hombre, curiosos por ver lo que le había llamado la atención. No había Acromántula. Lo que vieron en cambio fue, si acaso, aún más sorprendente. —Está… —Rose inspiró, enfocando sus ojos alrededor de la aterradora vista de adentro. —¡Está todo tan... limpio! Eso era cierto. Por primera vez en la memoria de James…quizá por primera vez en toda la eternidad… el interior de la cabaña estaba absolutamente impecable. El piso de madera brillaba. Las vigas estaban despejadas de sus acostumbradas telarañas y capas de polvo grasiento y húmedo. Los platos y las tazas estaban apilados y brillaban en la cabina. Hasta las cenizas de la chimenea habían sido excavadas y barridas, revelando los ladrillos desnudos debajo. Trife, el perro Bullmastiff de Hagrid, se sentaba en la alfombra ante la chimenea, permitiendo que su lengua se relajara en una sonrisa feliz de perrito. James estaba a punto de preguntar qué le había sucedido a la choza cuando la respuesta, tal como era, se reveló. Un par de enormes ojos se abrían debajo de la mesa. Luego, cautelosa y silenciosamente, un elfo doméstico salió a la luz. Era una hembra, y James la reconoció de inmediato. La última vez que la había visto había estado en el salón de la casa Vandergriff en el Crómlech de Espinos Negros. Llevaba el guante que su antigua ama le había dado. Se dejó caer sobre su delgado brazo, todavía manchado de pudín seco.

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—Lo siento, Amo Hagrid, —dijo Heddlebun con su voz fina y alta. —Ya terminé de limpiar el granero. Así que vine aquí en su lugar. Espero... —sus ojos se movieron alrededor de la cabaña, y luego preocupadamente de vuelta a Hagrid, —¿que no le importe?

El plan de Hagrid, tal como era, resultó estar tan matizado y sutil como se podría esperar de un medio gigante que alguna vez había escondido una araña come hombre en un armario escolar, alimentándola con restos de cocina. —Así que, —Rose suspiró pesadamente frunciendo el ceño mientras se sentaba en la enorme mesa, con una taza de té fría desde hacía mucho tiempo delante de ella, —vas a llevar tu mágico barco al borde de Londres en el Támesis, recibirles a Norberta a Grawp y Prechka por la noche, llevarla atada detrás de la nave, y después ocultarla en el granero hasta que el circo salga de Londres o cuando puedas arreglar una nueva casa para ella. —¡No! —dijo Ralph por enésima vez, con el rostro rojo con impaciente incredulidad. —¡¿Cuántas veces tengo que decir que todo esto es completamente tonto?! Hagrid se cubrió los ojos con sus enormes manos de jamón y puso los codos sobre la mesa. —Lo sé, —dijo miserablemente. —Sé que es tonto. Pero, ¿qué debo hacer? —bajó las manos a la mesa y miró de Ralph a Rose y James. —¡Norberta no puede quedarse en las montañas! ¡No lo hará! ¡Oyeron la carta, igual que yo! Grawp y Prechka no pueden vigilarla, no con su propia tribu tratando con Muggles yendo a sus tierras y todo el estrés de permanecer escondidos o de estar listos para pelear. Además, ¡el arreglo ya está hecho! Estarán allí con Norberta mañana por la noche, en un antiguo muelle abandonado, a la una y media de la madrugada.

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Rose asintió, confirmando los detalles. —Y tienes una elfa doméstica que te ayuda por alguna razón, porque puede... —levantó las cejas con paciencia. —Calmar a la bestia salvaje, —Hagrid suspiró, mirando a un lado a Heddlebun, quien estaba de pie en el rincón sobre una silla, con hombros encorvados, abultados ojos en alerta y pasando de un hablante a otro. —Heddlebun es una “bestia-parlante”, señorita —la elfa ofreció, no por primera vez. —Heddlebun lo aprendió de su padre, Bedderhum, quien estaba a cargo de los establos de nuestro antiguo amo, cuando tenían establos. —Así que puedes mantener a Norberta calmada y bajo control durante el traslado, —Rose asintió de nuevo, considerando. —Ya que estará más cerca de la ciudad, justo al lado del dragón macho que ella ha estado husmeando durante el último mes. ¿Tienes la capacidad de mantener a un Ridgeback noruego, que está en calor y oliendo un dragón macho, tranquila y silenciosa a la vista de una gran ciudad Muggle? Heddlebun asintió sin vacilar. —Es un talento de elfos, señorita, y Heddlebun es la mejor de su clase. —Bueno, eso ciertamente es conveniente, —susurró James, cruzando los brazos sobre el pecho. —¡James! —Rose regañó. —¿Estás acusando a esta pobre elfa de mentir? —No, —James se sentó en su silla. —Le estoy acusando de haber echado un pudín en la cabeza de la señora Vandergriff, ¡todo porque ella perdió su trabajo por un Muggle! La mentira es solo una fuerte sospecha, no una acusación. Un sonido alto y penetrante surgió en la choza cuando James dijo esto. Asumió que era la caldera de Hagrid preparándose para silbar, y entonces se dio cuenta, con cierta consternación, de que el ruido provenía de la misma elfa donde estaba en las sombras. Estaba reteniendo un gemido creciente de miseria, pero apenas. Sus labios temblaban con el esfuerzo y enormes y brillantes lágrimas brotaban en sus ojos, brillando a la luz del fuego. —Oh, ¡ahora mira lo que has hecho, James! —Hagrid le reprochó, buscando a la elfa y acariciándola en su delgado hombro, casi golpeándola. —Calma, calma, Heddlebun. Él no quiso decir eso... —¡Por supuesto que lo decía en serio! —exclamó James. —¡Vi cuando pasó! ¡Apenas la detuve de culpar a uno de los criados Muggles! No es que él no lo mereciera, siendo un odioso desagradable.

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—Bueno, ¡tal vez deberías haberla dejado! —respondió Rose. —¡La pobre había perdido toda su razón de ser! Generaciones enteras de su familia han servido a los Vandergriff, solo para ser barrida bajo la alfombra en favor de... de... ¡ayuda pagada! —¡¡MMmmmmWAAAAAHHHH!! —de repente, Heddlebun estalló, incapaz de retener su desgracia. —¡Heddlebun es una MALA ELFA! ¡Heddlebun arruinó el vestido de la señora! ¡Heddlebun fue despedida del servicio porque ella es una horrible, terrible, desagradable, HORROROSA elfa doméstica! Para la creciente consternación de James, la elfa se abalanzó y agarró la taza de té de Rose, luego la estrelló contra su propia cabeza. Incluso antes de que los fragmentos terminaran de golpear las paredes, se golpeó con la propia taza de James y repitió la acción, rompiéndola en pedazos contra su frente y salpicando el té frío en todas direcciones. Se acercó a continuación a la taza de gres de Hagrid, pero Hagrid aún tenía los dedos enganchados en el asa. La elfa solo logró levantarse de la silla en la que había estado de pie y colapsó debajo de la mesa. James se estremeció ante el golpeteo de su cuerpo cuando golpeó el suelo del tablón. Un momento después, sus gemidos se reanudaron, apenas apagados. —¡Heddlebun! —gritó Rose, alejándose de su silla y agachándose bajo la mesa. Un momento después, recogió a la elfa en sus brazos, acunando el cuerpo delgado como si fuera un gatito, y se retiró a la chimenea, donde se giró, inclinando un desagradable ojo de advertencia a James. Ni una palabra más, le ordenó la mirada. James cruzó los brazos de nuevo y frunció el ceño desafiante. La elfa siguió lamentándose. —¡Ponga a Heddlebun abajo! ¡Heddlebun es una criatura horrible! ¡Heddlebun merece castigo! —¿Dónde aprendió esto? —Rose alzó la voz sobre los lamentos de la elfa, dirigiéndose a Hagrid. —¿Seguro que los Vandergriff nunca la golpearon? James sacudió la cabeza con disgusto. —Es un acto, —respondió, medio a sí mismo, aunque vio que Ralph lo había oído. —Tiene que ser. No se puede confiar en ella. Ralph vio esto como una prueba más grande de su cuestión. —¡Todo esto es un montón de disparates! Pueden ver eso, ¿verdad? —No hay nada que hacer, —declaró Hagrid, golpeando la mesa con la palma de su mano, haciendo sonar los platos restantes. —Para bien o para mal, el plan sigue adelante. Heddlebun y yo salimos mañana a medianoche. A la mañana siguiente, tendremos a Norberta en el granero, o estaré en Azkaban.

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—Ralph, —dijo James seriamente, mirando a un lado a su amigo, —No vas a... ya sabes... ir donde el director Merlín o contar algo de esto, ¿verdad? Ralph pasó una mano por su rostro, miserablemente. —Debería, esta vez. Realmente debería, y lo sabes muy bien. Todavía sosteniendo el cuerpo blando y enganchado de Heddlebun en sus brazos, Rose dijo, —Pero tú no vas a hacerlo. ¿Cierto? Ralph miró fijamente a Rose con ferocidad por un momento, con la mandíbula firme, y luego se hundió en su silla, derrotado. —Por supuesto que no. No soy un idiota. —No esta vez, —James no pudo resistir al murmurar. —Es bueno saberlo, Ralph, —suspiró Rose, poniendo a Heddlebun suavemente en la estufa junto a Trife, quien le olisqueó la cabeza y luego le lamió la marchita oreja de murciélago. —Porque si hablas, no se te permitirá venir. Ralph salpicó, volviéndose rígido en su silla. —¿!También voy!? ¡No voy a venir! ¡Ninguno de nosotros lo hará! —Por supuesto que sí iremos, —corrigió Rose con firmeza. —Repasamos esto cuando tradujimos la carta de Grawp. Hagrid es como una familia para nosotros. Lo ha sido desde que nuestros padres eran pequeños. De hecho, si el padre de James y mis padres no hubieran ayudado a Hagrid a sacar a Norberta cuando aún era un bebé Norberto quemando huellas en esta misma mesa, ni siquiera tendríamos este problema, ¿verdad? Ahora que lo pienso, vamos a terminar lo que ellos comenzaron. Ralph sacudió la cabeza burlonamente. —Has estado leyendo demasiado los libros de Revalvier. —No, —Hagrid comentó encogiéndose de hombros, —Esa parte es totalmente cierta. La Profesora Revalvier me entrevistó. Allí, todavía se pueden ver las marcas de quemaduras de las primeras llamas de Norberta... —trazó un dedo a lo largo de una vieja mancha negra y contuvo una inhalación. —En serio, —dijo James, tratando de inyectar una nota de racionalidad tranquila en su voz, mirando hacia adelante y hacia atrás entre Rose y Ralph. —Saben que Hagrid tiene razón. Si esto se va a la porra, no estamos hablando de detención. Estamos viendo problemas legales reales, los que no se arreglan con una carta de nuestros padres. —James, tú y yo sabemos que no envían a los estudiantes a Azkaban por este tipo de cosas, —Rose reprendió, levantando su barbilla. —Pero envían a magos adultos que

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ya tienen registros legales de instigaciones. Si Hagrid va con su plan solo… lo siento, Hagrid, —le ofreció al medio gigante una mirada cariñosamente severa, —pero te atraparán. A ti y a Heddlebun, a ambos. Irás a Azkaban. Y a Heddlebun, no sé qué hacen para detener a los elfos que violan la ley, pero tiene que ser incluso peor que perder su servicio. Sin embargo, —volvió su mirada a James y Ralph de nuevo, desafiándolos a discutir con ella, —si vamos a ayudar, nadie se enfrentará a ninguna consecuencia en absoluto, porque no vamos a ser atrapados. Ella se encontró con los ojos de James y un fantasma de una sonrisa movió las comisuras de su boca. James trató de no sonreír, pero en el momento en que hizo el intento, la tarea se hizo imposible. Ralph miró a los dos con incredulidad. —Están disfrutando esto, —exclamó, sacudiendo la cabeza con sombrío asombro. —¿No es cierto? ¡Ambos están completamente locos! Rose sofocó su sonrisa y se acercó a Ralph. Poniendo su mano sobre la mesa cerca de la de él, pero sin tocarlo, preguntó, —¿Estás dentro Ralph? Te necesitamos. No somos un equipo sin ti. Hagrid habló, —¡No, Ralph! No puedo pedírtelo... —se sacudió y miró a los demás, —No puedo pedirle a nadie que se arriesgue… —Por supuesto que estoy dentro, —admitió Ralph, rodando los ojos y cayendo sobre sus codos cruzados. —¿A quién estoy engañando? Oh, soy el peor Premio Anual de todos los tiempos. —Tal vez lo seas, —accedió Rose con suavidad, poniendo su mano en el hombro de Ralph. —Pero eso es exactamente por lo que te amamos.

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Capítulo 17 La Conspiración del Dragón James se dio cuenta, mientras esperaba la aventura de medianoche que, a pesar de la pretendida confianza de Rose, bien podía terminar en un desastre monumental, que el cronograma de los viernes era, en el mejor de los casos, despiadado. La mañana comenzó con una clase doble de Astronomía en el salón de la torre alta. El fuego había sido avivado debido a una tormenta del invierno tardío, haciendo que la habitación estuviese casi sofocantemente calurosa mientras la anciana profesora de Astronomía, Aurora Sinistra, hablaba y hablaba, calculando triangulaciones sin fin y trazando las órbitas de los planetas, lunas y cometas con su resquebrajada y tenue voz. James se inclinó con su barbilla en su mano derecha, luchando por mantenerse despierto entre el calor embriagador y la monotonía de la lectura. A su lado, Ralph hacía garabatos sin sentido en su pergamino, remarcándolos y agregando innecesarios círculos y flechas a sus lánguidas notas. James intentó imaginar con qué se encontrarían esa noche: Norberta escondida en un hangar vacío en los muelles de los límites de Londres, resoplando el aire impaciente

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entre las nerviosas figuras de Grawp y Prechka, quienes estarían aterrorizados por la cercanía a las brillantes luces y ruidos de la ciudad. Primero, ¿cómo llegarían hasta ahí los tres? ¿Cómo dos gigantes (James sabía que Prechka medía seis metros) se escabullirían por las inmediaciones de una importantísima metrópolis Muggle, especialmente remolcando un dragón de doce metros? Todo el asunto parecía descabellado de principio a fin. Y aun así, James tenía que admitir, al menos a sí mismo, que era lo descabellado de la misión lo que le daba un aire de atractiva e impredecible emoción. Habían pasado casi dos años desde que James había participado de alguna aventura más peligrosa que una escapada de media noche a las cocinas por un paquete de papitas. Estaba en deuda. Y Rose, al parecer, se sentía exactamente de la misma manera. Ralph, por supuesto, no estaba sintiendo nada de eso. Se quejó del plan por lo bajo todo el camino hacia el almuerzo, y luego presentó cada inconveniente posible en el que pudo pensar mientras caminaban hacia Alquimia. —¿Qué pasaría si Grawp y Prechka no logran controlar a Norberta mientras nos están esperando en el hangar? —dijo hablando sigilosa y rápidamente mientras caminaban —¿Qué pasaría si llegamos y Norberta ya se fugó a Londres? —En ese caso, supongo, ya no será nuestro problema, ¿no? —murmuró James encogiéndose de hombros. —Volvemos a Hogwarts y leemos al respecto en el Profeta del día siguiente. Ralph sacudió su cabeza, claramente insatisfecho por la respuesta de James. —¿Qué pasaría si subimos a Norberta al barco y somos descubiertos por, no lo sé, un barco policía o algo? Reflectores por todas partes, y gritos con megáfonos, y personas con placas gritando “¡alto!” —Tal vez dejemos que Norberta les dé un zarpazo—, sugirió James, imitando el superficial estilo de Zane Walker. —Si se come a uno o dos de ellos, el resto seguramente entenderá el mensaje y nos dejarán tranquilos. Ralph lo miró, obviamente asombrado. James deseaba que Rose estuviese allí para racionalizar todas las preocupaciones de Ralph, pero ella estaba ocupada con sus propias clases hasta la hora de la cena.

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Afortunadamente, Alquimia y Adivinación ocuparon el resto de la tarde, luego de una rápida cena, Ralph comunicó su idea de regresar a las mazmorras de Slytherin para realizar las citadas tareas escolares durante la noche. James tenía la sensación de que la tarea era la menor de las preocupaciones de Ralph, siendo que era viernes por la noche, pero estaba lo suficientemente feliz de tener un respiro de la constante letanía de preocupaciones del grandulón sobre la misión por venir. Separándose de él en la baranda de la escalera, James suspiró, —¿Nos encontramos afuera de tu sala común a la medianoche, sí? Hagrid vendrá a abrir el estanque bajo el lago. —No me lo recuerdes—, se quejó Ralph, levantando sus manos y apenas resistiendo la necesidad de usarlas para taparse los oídos. —En serio, ¡no me lo recuerdes! Quiero olvidar todo ese maldito plan. —No vas a arrepentirte ahora, Ralph—, azuzó James, inclinándose cerca de su amigo. —Nadie sabe cuándo necesitaremos de ti y de esa invencible varita tuya. —Sí, sí—, Ralph puso en blanco los ojos, reluctantemente calmo. Luego agregó, — De seguro no me ayudó contra Odin-Vann el otro día. James miró al muchacho desde donde se encontraba en el primer escalón. —Te iba a preguntar sobre eso. Fuiste como una fuerza de la naturaleza ¿Qué se apoderó de ti? —¿En serio? —Ralph miró hacia arriba, haciendo contacto visual con James con una mirada penetrante. —Tú viste la forma en que estaba combatiendo ¿De dónde salió todo eso de repente? Eso no es natural, y lo sabes. Hay algo raro en él, y en su varita, y... y… todo sobre él. Lo investigué. James estaba a punto de comentar acerca de la nueva habilidad de Odin-Vann para combatir cuando la última afirmación de Ralph lo agarró desprevenido. —¿Tú, hiciste qué? —Lo investigué—. Ralph repitió firmemente. —Algo que todos debimos hacer antes de andar paseando por el Mundo Entre los Mundos bajo sus órdenes. Le envié una nota a Ted Lupin a Hogsmeade. James parpadeó, notando que su instinto, sino su sospecha, habían desaparecido. Odin-Vann realmente había ido a la escuela con Ted en determinado momento, junto

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con algunos otros con los que podrían haber hablado, como Damien Damascus, Sabrina Hildegard, y el resto de los Gremlins. Se sintió tonto de no haber pensado en eso él mismo, pero luego sacudió la cabeza, como aclarándola. —Petra confía en Odin-Vann, y yo confío en ella—, dijo. —Pero a ti no te agradó desde la primera vez que pusiste tus ojos sobre él, ¿no? Entonces, ¿Qué dijo Ted? —Nada bueno—, dijo Ralph, y luego suspiró y miró a lo lejos. —Ni nada malo, tampoco. Aparentemente Odin-Vann se la pasaba solo la mayoría del tiempo. Un verdadero come libros. Callado, tímido, la clase de tipo que difícilmente es notado por alguien más que los acosadores que detectan gente así. Él fue acosado un poco, según Ted. Nunca fue bueno con la varita, eso era tan así que la gente lo molestaba, diciéndole que era tres quintos squib, diciendo que podría hacer más daño picando con la varita que en un duelo. James asintió reluctantemente. —Eso de seguro no lo hace muy sospechoso, ¿no? Él apenas puede lanzar una maldición de cosquillas si está bajo presión. Y no hay presión comparable a ser acosado todo el tiempo en la escuela. —No sé si él era acosado todo el tiempo—, Ralph respondió evasivo, —pero aparentemente él sentía como si así lo fuera. Eso fue en parte el motivo por el que Petra se hizo amiga de él. Ted dice que Odin-Vann y Petra fueron íntimos desde el momento en que se conocieron, pero nunca pensó nada al respecto. Nunca fue algo romántico. Ella era sólo una niña entonces. Por su parte, ella sólo parecía sentir lástima por él, especialmente cuando los mayores lo hacían sufrir. Se la pasaban en la biblioteca la mayor parte del tiempo que estaban juntos, ya que él podía ser usualmente encontrado allí rodeado de pilas de libros, casi como si estuviera escondiéndose detrás de ellos. —Eso no suena mucho a nada—, dijo James encogiéndose de hombros. —Ese podrías haber sido tú si Zane y yo no te hubiésemos conocido ese primer día en el tren y no te hubiésemos extraído de tu cueva pataleando y gritando. —Sin embargo es inteligente—, agregó Ralph, su cara seria. —Eso es lo que más recuerda Ted. Aterradoramente inteligente cuando se trataba de pociones y encantamientos, cualquier clase de magia que pudiera hacer por él mismo, sin presión. Ted dijo que Odin-Vann solía pasar horas en el salón de Flitwick algunas noches, sólo escribiendo encantamientos y hechizos, estudiándolos, intentando modificarlos para

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hacerlos más poderosos o inventando nuevas formas de conjurarlos. El mismo Flitwick aparentemente decía que Odin-Vann era su estudiante más brillante entre todos los que había tenido, pero Ted cree que incluso él estaba un poco enloquecido con el chico. Era demasiado callado e introvertido como para ser hiper-inteligente. Como que sería presidente de la casa Igor si fuera estadounidense, siempre secretamente soñando con descabellados planes para conquistar el mundo. —No puedo odiar al tipo por ser inteligente—, observó James, —Entonces, ¿Cuál es tu problema con él? Ralph sacudió la cabeza, los ojos entrecerrados. —Bien, por un lado, está claro que ya no es malo con la varita ¿Qué pasó con él de repente? James se encogió de hombros. La pregunta también se había cruzado por su mente. —No lo sé ¿Entrenamiento, tal vez? —Tal vez —concedió Ralph dubitativamente. —Pero hay más que eso. No consigo dilucidarlo aún. Pero no confío en él. Es más, creo que él lo sabe. Y eso es lo que me hace sospechar más. —¿Por qué, porque está arduamente intentando convencerte? Ralph miró a James nuevamente, sorprendido. —No. Porque no lo está intentando en absoluto. Un momento después, Ralph se despidió de James y bajó por las escaleras, claramente apurado. James lo observó mientras se iba, preguntándose por primera vez qué podría estar haciendo Ralph a esa hora. Pero seguro no era tarea ¿Sería algo relacionado con sus sospechas sobre el Profesor Odin-Vann? Aún más, ¿Estaba Ralph en lo correcto en sospechar? James sacudió su cabeza, desechando la pregunta. Sólo era Ralph. Probablemente sólo tenía que atender aburridas y tediosas responsabilidades de Premio Anual. Sin pensarlo más, James se giró y subió corriendo por las escaleras, saltando el escalón trampa y tomando los siguientes de dos en dos.

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—Esto sería mucho más fácil si tuviésemos la capa de invisibilidad—, susurró Rose mientras se escabullían por el corredor a la medianoche, eludiendo las antorchas y escondiéndose detrás de las estatuas. —Ya sé—, dijo James secamente. —No puedes dejar de mencionarlo. —Sólo digo—, Rose continuó despreocupadamente, mirando desde el flanco de un centauro de piedra, —Un verdadero gremlin habría encontrado la manera de robar la capa de invisibilidad sin que su padre lo note, sólo para situaciones como esta. —Ningún otro padre de un gremlin es jefe del Departamento de Aurores—, se quejó James. —¿Por qué nos detenemos? La sala común de Slytherin está justo a la vuelta del recodo. —¡Shh! —siseó Rose, sacudiendo una mano en advertencia hacia James, aún espiando desde el flanco de la estatua. James contuvo la respiración y escuchó. Un ruido distante creció gradualmente; una especie de rasposa cancioncita, una especie de voz arenosa tarareando una muy vieja melodía que James conocía del programa de radio de su abuela Weasley, sólo que esta versión sonaba como si fuese interpretada con un mirlitón roto en un nido de avispones. Mirando hacia atrás, Rose dijo —¡Filch! —y se arrojó hacia atrás, entre las sombras, codeando a James a su lado. —¡Auch! —se quejó James entre dientes. —¡Bájate de mi pie! —¡Cállate! —Rose exhaló alarmada, codeándolo en las costillas.

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El tarareo era acompañado por pasos ahora, acercándose lentamente, rodeando el recodo. Increíblemente, Filch parecía haber elegido patrullar los corredores de las mazmorras esa noche. Y luego, lo peor de todo, empezó a cantar. —Oh, tengo una nena, una hermosa nena, la más dulce nena de todas—, murmuró por lo bajo, cantando cerca y monótonamente. —Y para esa dulce nena, con rulos negros como cuervos, compraré un diamante y té… La voz del viejo celador se escuchaba ahora justo antes de la estatua. Su sombra alargándose por el piso de piedra, balanceándose, acompañada por el ruido de sus botas arrastrándose contra el piso. Otra sombra se desplazaba a su lado, y la sangre de James se heló. Era la anciana gata Kneazle, la Sra. Norris, olfateando el piso, sus garras chasqueando ligeramente mientras se aproximaba. El pie de Filch apareció a la vista justo antes del pedestal de la estatua de piedra y la Sra. Norris delante del mismo. Ella se giró inmediatamente, dirigiendo la luz de sus ojos verde dorados directamente hacia donde Rose y James se escondían. Ella abrió su boca para sisear. Y entonces, otra voz se unió a la canción de Filch, esta era brusca y atronadora, resonando desde detrás del celador. —Y bailaremos, los dos, realizando una gran floritura, bajo la luz de la luna rosada como frutilla…— La bota de Filch trastabilló sorprendido, y luego raspó el piso retrocediendo, pivoteando para regresar. La Sra. Norris, sin embargo, no parpadeó ni giró hacia la tercera persona. Cerró su boca y un agudo y felino refunfuño dio vueltas por su garganta. —¡Rubeus! —dijo Filch bruscamente, encubriendo su sorpresa con enojo. —Cielos, no me tortures con tu cantar ¿Qué estás haciendo a esta hora? James escuchó los fuertes pasos de Hagrid y se atrevió a relajarse levemente. A su lado, Rose ahuyentó silenciosamente a la Sra. Norris con sus manos. La gata abrió su boca rosa haciendo un bajo aullido, mostrando todos sus dientes amarillos y extremadamente filosos.

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—No podía pegar un ojo—, contestó Hagrid afligido. —Es la luna y la tormenta de nieve. Demasiado blanco afuera. Ahuyenta el sueño. Pensé en bajar al estanque y trabajar en Gertrudis. —Por Dios—, se quejó Filch nuevamente disgustado —¿Cuántas veces tengo que decírtelo?, no puedes nombrar “Gertrudis” a un barco. Es vergonzoso, eso es. Hagrid pareció imperturbable. —Te diré lo que haremos Argus, te consultaré antes de nombrar el próximo. —Los dos estaremos muertos y enterrados antes de que tú puedas permitirte otro barco. De eso estoy seguro—, resolló Filch. —Sigue con lo tuyo, entonces. Yo tengo rondas que hacer. Estando Filch de espaldas, Rose se atrevió a patear a la Sra. Norris. La gata niveló sus orejas con su cabeza y atacó las zapatillas de Rose, arrojando un precario arañazo con sus garras. —En realidad, es una fortuna que te haya cruzado, Argus—, dijo Hagrid de repente, aún fuera de vista desde detrás de la estatua del centauro. —Eh, parece que bajé a las mazmorras sin mi anillave del estanque, qué tonto soy ¿Te importaría? Filch vaciló, refunfuñó y rasguñó la áspera tela de sus pantalones. Luego, James escuchó el sonido de sus lentos pasos descendiendo por el corredor. —Apuesto a que te olvidarás tu propia cabeza uno de estos días—, murmuró Filch. —Probablemente tengas razón—, coincidió Hagrid alegremente. —Supongo que dejé mis llaves en el invernadero luego de clase. —Claro —murmuró Filch, captando la sugerencia. —Profesor Hagrid. Hubo un leve tintineo, luego el chirrido de la anillave siendo encajada en su lugar. El ruido de los pasadores retumbó por el corredor. Rose pateó a la Sra. Norris de nuevo, esta vez golpeó los viejos cuartos traseros de la gata Kneazle. La misma giró, siseó, y se prendió a la botamanga de los vaqueros de Rose con sus garras delanteras. Rose sacudió su tobillo desesperadamente, intentando sacarse de encima a la gata, sin éxito.

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A falta de una mejor idea, James sacó la varita de su bolsillo y la apuntó al animal que siseaba. —¡Acervespa! —susurró. El rayo blanco del hechizo urticante impactó a la Sra. Norris entre sus protuberantes ojos y realizó una voltereta hacia atrás, las patas y la cola agitándose. Se retorció en medio del aire y golpeó el piso mirando hacia atrás, sus piernas extendidas, el pelaje de su espalda erizado. —¡Sra. Norris! —gruñó Filch, elevando su voz impacientemente. —Ven aquí ahora, no estamos cazando ratones esta noche. —Realmente cierto, Sra. Norris—, dijo Hagrid riéndose. —De hecho, estoy bastante seguro de que vi algunos estudiantes yendo a la torre de Astronomía con malvadas intenciones. Los llamé, pero ellos no me temen como a ustedes dos. —Eso es porque eres un Profesor blando y viejo—, Filch gruñó. —Vamos Señorita. Tenemos peces más grandes que freír esta noche. La Sra. Norris se sacudió, chasqueó su rosa quijada en el aire como si una nube de mosquitos rodeara su cabeza, y luego salió disparada dando frenéticos círculos, siseando a su propia cola. El hechizo urticante aparentemente había revuelto el cerebro de la vieja gata, al menos por el momento. James no conseguía sentir pena por ella. Finalmente, algo tambaleante, se alejó, chocando el pedestal del centauro mientras se iba. Mientras James escuchaba, todavía agazapado bajo la sombra de la estatua con Rose, la engorrosa partida de Filch, el celador se apresuraba hacia las escaleras, la Sra. Norris chasqueando detrás. Hagrid continuó su canción, cantando como un brusco barítono, —Y felices seremos, mi Princesa y yo, como el plato que se fuga con la cuchara… James y Rose emergieron desde detrás de la estatua y corrieron ligeramente para encontrarse con Hagrid, quien los miró sin sorprenderse, aún cantando la vieja canción. Cuando ellos lo alcanzaron, él inclinó la cabeza y murmuró, —Vi tu pie pateando a la Sra. Norris, Rosie —había un tono de reto en su voz.

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—Estaba a punto de hacernos atrapar—, Rose susurró defensivamente. —Todo lo que hice fue intentar ahuyentarla ¡James le disparó un hechizo urticante! —ella se giró y levantó sus cejas. Él la miró con reprobación. Para cambiar de tema, le preguntó a Hagrid, —¿Realmente olvidaste tu anillave? Hagrid se rio mordaz y blandió el anillo con la esmeralda en su mano izquierda. — Claro que no. Pero tenía que alejar a Argus de ustedes de alguna forma, ¿no? Se dirigió a la puerta parcialmente abierta que conducía al estanque, pero de repente se cerró por su propia cuenta. Un segundo después, el cerrojo cedió y la puerta se abrió de nuevo, esta vez reveló la dorada luz del hogar de la sala común de Slytherin. Ralph se apresuró a salir, chocó a Hagrid y casi rebota hacia adentro nuevamente, dejando caer algo al mismo tiempo. Era el pato de hule, alguna vez de amarillo brillante, actualmente descolorido y manchado con huellas. Él lo agarró y cubrió, parpadeando culposamente hacia el medio gigante. —Siento llegar tarde—, susurró, intentando sin éxito actuar despreocupado. —¿Les importa si llevo un…eh, pequeño amigo?

—¿Qué quieres decir con, “un pequeño amigo”? —preguntó James mientras el cuarteto descendía por el áspero terreno del lago subterráneo. —Ese es tu pato Proteico ¿A quién necesitas mandarle un mensaje? A diferencia de la última vez que habían estado allí, el aire sobre las olas estaba helado, mezclado con cristales de nieve. La vía fluvial de la caverna estaba flanqueada por una frágil capa de hielo, pero el lago invertido que se hallaba por encima estaba

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congelado, completamente sólido, formando una protuberancia negra y profunda, densa y oscura como el ónix. El sorteador de bloqueos de Hagrid, Gertrudis, se mecía en la oscuridad, amarrado al embarcadero de piedra. Las olas golpeaban incansablemente su largo casco. —Bien, como tú y Rose dijeron —resolló Ralph, su aliento formando nubes grises, —No podemos permitirnos ser descubiertos, sin importar lo que pase. Entonces como que pensé que cuantos más mejor. Y… bueno, hice algunos arreglos. —Espera —dijo Rose, girando frente a Ralph y frenándolo, apenas, con una mano en su pecho. —¿Hiciste “arreglos”? —¿Qué es todo esto? —dijo Hagrid, distraído, mientras desenroscaba la soga del barco de la espira de hierro. —Todos ustedes ¿vienen o qué? Ralph cambiaba de un pie a otro nerviosamente. —Sólo me sentí más seguro con la idea de tener un pequeño refuerzo, eso es todo… James entrecerró sus ojos. —¿tu pato Proteico? Ralph intentó proteger el amarillo pato de hule en sus grandes manos. —No, no el… miren, no es nada ¿podemos continuar? —Echemos un vistazo, Ralph—, dijo James, intentando tomar el pato. Ralph giró y alejó el pato, ubicándolo inadvertidamente al alcance de Rose, quien lo arrebató de su mano. —¡No lo aprietes! —advirtió Ralph, alarmándose y levantando ambas manos, pero era demasiado tarde. —¡Asqueroso bribón! —declaró la aguda voz del pato. Instantáneamente, un estallido de humo celeste explotó entre Rose y Ralph. Desde el mismo, una voz pareció escucharse desde una inmensa distancia, formando una única palabra: ¡GerónimooOOO! Y una figura apareció desde el humo celeste, y se precipitó por completo, estrellándose contra James y derribándolo. Aterrizó sobre el suelo de piedra con una figura sobre él, quitándole el aire de sus pulmones en un santiamén.

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—¡Uf! —exclamó el recién llegado en la oreja de James. —¿Sobre quién aterricé? De ninguna forma el Ralphinator caería tan fácilmente ¿Eres un rufián? Me dijeron que podría haber rufianes. —¡¿Zane Walker?! —exclamó Rose, su voz tan aguda que apenas fue audible. — ¡¿Cómo…Qué?! Ralph puso los ojos en blanco y arrebató el pato de la mano de Rose. —Le pedí por la red Flu que estuviese listo por si necesitábamos ayuda—, declaró impacientemente. —Se suponía que estaría a la espera en caso de que surgiesen inconvenientes. —¡Brrr! —Zane se estremeció, quitándose de encima de James y ayudándolo a pararse. —¡Está frío aquí! ¿Dónde estamos? ¿La Antártida? —estaba vestido con el uniforme de la casa Zombi, pero con la corbata aflojada y los puños de su camisa desabrochados y dados vuelta. —Qué bueno que no estaba nadando en el gimnasio, ¿no? James resopló, —Pero… ¿Cómo estás aquí? ¡Nadie puede aparecerse en los terrenos de Hogwarts! Zane se enderezó y refregó sus manos contra sus brazos para combatir el frío. —No se requirió ninguna Aparición. Es otro proyecto en fase de prueba de Comunicación Experimental —elevó su mano derecha y retiró la manga. Un símbolo amarillo estaba perfectamente tatuado en el interior de su muñeca. —¿Es eso—, Rose entrecerró los ojos, y luego señaló imprecisamente hacia Zane, — tu pato Proteico tatuado en tu brazo? Zane dejó caer su brazo nuevamente. —¿El término “cromo-dinámica cuántica” significa algo para ti? James simplemente miró a su amigo. —A mí tampoco—, agregó Zane. —Pero el viejo Cara de Piedra ha estado parloteando sobre eso durante meses. Quarks y gluones, freones y peones, ni siquiera los conozco. El punto es que, la tinta en este aquí presente tatuaje temporario es tecnománticamente idéntica al pato de Ralph. Apretarlo una vez causa que la forma ondulatoria de los átomos colapse, trayéndome aquí en un instante. Tendré que

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advertirle a Raphael sobre esa entrada ¡Fiu! ¿Les explicaste todo no? —esto último fue dirigido a Ralph. —Eso quiere decir que—, dijo Ralph, mirando recriminatoriamente a Rose, —¡Sólo porque veas un pato, no significa que tengas que apretarlo! —La primera regla de la tecnomancia—, agregó Zane sabiamente. Desde el embarcadero, Hagrid los llamó extrañado, —¿Walker? ¿Eres tú? ¡Qué rayos…! —¡Hola, Hagrid! —dijo Zane, girándose y deambulando hacia el barco. —¡Qué lindo lugar tienes aquí! ¿Por casualidad no tienes una máquina de café a bordo de esa cosa, no? Rose se giró hacia Ralph, poniendo sus manos en su caderas. —¿Qué? —reclamó Ralph, guardando el pato Proteico en el bolsillo de su abrigo. — ¡Se suponía que él sólo sería un plan en caso de emergencia! Le dije que estuviera listo aun considerando que probablemente no lo necesitaríamos. James suspiró, —¿Cuánto sabe del plan? —Casi nada—, dijo Ralph, hundiéndose un poco. —Él dijo que lo prefería así, y citó algo sobre leones agazapados y dinosaurios ocultos. —Eso suena a Zane—, James asintió. —Y entonces ¿Qué lo envía de regreso? —preguntó Rose, aún estudiando a Ralph. —Apretando el pato dos veces. Rose extendió su mano con la palma hacia arriba, demandando silenciosamente que le regresara el pato. —Espera—, dijo James, empujando a Rose gentilmente hacia atrás. —Ahora que ya está aquí, podría venir. Si quiere. Y por supuesto que quiere. —¿Estás hablando en serio? —reclamó Rose, posando su mirada en James —¿Hay alguien más a quien deseen invitar? ¿El Ministro de magia? ¿Rig Mortis y los Stiff-tones, quizás?

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—Cuantos más mejor—, James la calmó, acompañándola hacia el embarcadero, donde Zane se había unido a Hagrid. —Además, es Zane —se giró hacia Ralph y le hizo un guiño. Ralph asintió. —¡Ey, chicos! —los llamó Zane, señalando la plancha mientras Hagrid la levitaba para colocarla en su lugar. —¡Vamos a rescatar un dragón! ¡En barco! Bastante salvaje y descabellado, ¿no? Rose refunfuñó. Cinco minutos después, ya estaban en la proa del barco, parpadeando bajo la luz de un único farol y acostumbrándose al incesante vaivén y sacudida de las olas. Heddlebun ya estaba a bordo y esperándolos en la cabina de mando, retorciendo nerviosamente su huesudas manos. Hagrid y Rose comenzaron a moverse por la cubierta, tensando sogas y haciendo nudos, cerrando y trabando portillas, verificando escotillas, hablándose en una indescifrable jerga de barco. Reclutaron la ayuda de Ralph, ya que era lo suficientemente grande para acarrear los rollos de sogas y mover las enormes botavaras. Desde el punto de vista de James, el barco parecía casi tan largo como el campo de Quidditch, pero más angosto, dividido a lo largo de su eslora por una rueda de paletas (como la de un molino hidráulico) y la cabina de mando. Dos mástiles emergían, uno desde la proa y otro desde la popa, engalanados con velas cangrejas cuadrangulares de lona y sus aparejos. —Entonces ¿Cuál es el nombre de esta bañera? —preguntó Zane a James, agarrándose de la baranda. —Gertrudis, aparentemente—, contestó James. Zane asintió. —Ese es un nombre atroz. —Finalmente, algo en lo que tú y Filch están de acuerdo. Zane bajó su voz, —Entonces, ¿Cuáles son las novedades sobre Petra? James miró a su amigo. Siempre le tomaba algunos minutos adaptarse a la norteamericana franqueza de Zane. Consideró que debía contestar por varios segundos mientras el barco se sacudía bajo ellos, Rose, Ralph, y Hagrid aún se gritaban unos a otros por la popa.

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Finalmente, dijo, —Nos besamos. Zane asintió lenta y significativamente. —Eso definitivamente no va a hacer las cosas más sencillas, ¿no? James suspiró y se apoyó contra el mamparo. —¿Y Merlín? —preguntó Zane. —¿Alguna novedad de él desde lo del Mundo Entre los Mundos? James se encogió de hombros. —Nada. No creo que nos haya visto. Estaba muy ocupado con Petra. —Ella se quedó con el hilo carmesí del telar—, recordó Zane. —Pero Merlín se quedó con su broche ¿Crees que abandonará esta realidad sin él? James no había considerado la pregunta. Todo el sentido de ir al Mundo Entre los Mundos era recuperar el hilo simbólico, sin el cual Petra no podía esperar asumir su nuevo rol en la dimensión originaria del hilo. Pero él recordaba cuán despojada se había sentido sin el broche de su padre. Sacudió su cabeza inseguro. —Supongo que no importa. Ella dejará este mundo para siempre. —Más razón para llevarse el recuerdo más significativo de todos—, dijo Zane con inusitada gravedad. —Tal vez Merlín sabía lo que estaba haciendo cuando lo capturó. Tal vez lo ve como un medio para atraer a Petra hasta él. James quería coincidir, pero no podía. —No la has visto últimamente. Está comprometida. Peleará con quienquiera que se interponga en su objetivo, incluyendo cualquiera de nosotros. Y tiene la peor clase de ayuda imaginable. Tanto Judith como el último fragmento de Voldemort en su sangre parecen querer que ella logre su designio. Zane tensó la comisura de su boca y ladeó su cabeza en una expresión pensativa que James conocía bien. —¿Pero por qué ellos quieren ayudarla? Especialmente Judith. Petra es su punto de apoyo en nuestro mundo. La única razón por la que Judith existe es por el pacto que sucedió cuando Petra mató a la mamá de Izzy. Si Petra desaparece yéndose hacia otra dimensión, Judith no tendría hospedador aquí. Ella también desaparecería, ¿no?

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James se encogió de hombros. —Esa es la idea, creo. Así que no sé por qué Judith querría que ella lograra su objetivo. Todo lo que sé es que ella sabe que yo no quiero que Petra se vaya, y me advirtió que me mantuviera al margen. —Suena a una situación en la que nunca ganas, ¿no? —expresó Zane, estudiando la cara de James bajo la luz del farol. —O tú pierdes a Petra y Judith gana, o tú ganas a Petra y el mundo entero paga por ello. James no tenía nada que decir. Agachó su cabeza y pasó una mano por su cabello, tirando de él. Debajo de ellos, el barco de repente pareció avanzar, sacando de balance a los dos. —Tenemos tiempo de prepararnos—, tronó Hagrid desde la cabina de mando. — ¡Todo el mundo adentro o debajo de la cubierta! ¡Esto va a ser un poco accidentado! Tropezando por el impulso del barco, James y Zane se apresuraron hacia la cabina de mando, agachándose para pasar por la angosta puerta de metal que se encontraba a un lado. Allí, encontraron a Ralph, Rose, y Heddlebun sujetándose de una barra de latón a lo largo de la pared trasera manchada de óxido. Delante de ellos, un tablero repleto de instrumentos, diales, y palancas, dominado por un enorme timón de rueda. Hagrid se paró frente a este último, agarrando las prominentes cabillas del timón y girándolo en un sentido y otro con tensa concentración. —Es un poco estrecha esta parte—, murmuró hacia él mismo. —Sólo por curiosidad, Hagrid—, preguntó Zane alegremente, moviéndose al lado de Rose y agarrando la barra con una mano. —¿Cuántas veces has hecho esto? Hagrid miró rápidamente a un lado—¿Cuántas veces? Ah. Bien. Técnicamente… — soltó una mano de la rueda, extendió sus dedos, y contó silenciosamente por lo bajo antes de admitir, —Eeh. Cero. Afuera de la amplia ventana frontal de la cabina, la proa del barco se inclinaba y tambaleaba, dirigiéndose trabajosamente hacia una de las gigantes entradas a los túneles que rodeaban el lago subterráneo. Grabada en una piedra sobre la abertura se leía la palabra LONDRES. Del otro lado, aros de hierro contenían antorchas de fuego de duende. Su luz amarilla jugaba sobre las olas negras y brillaba en la espuma que se generaba a cado lado de la proa de Gertrudis.

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—Como que lo imaginé—, Zane se encogió de hombros, afirmándose de la barra. El barco comenzó a acelerar a medida que se acercaba al túnel designado. James se percató de que el agua del lago se canalizaba hacia las fauces del túnel, atrayendo al barco establemente hacia adelante a medida que se aproximaba. Hagrid tiró del timón de madera a un lado y al otro, murmurando alarmado por lo bajo. —Sosténganse, ahora—, anunció, inclinándose hacia adelante y bajando una larga palanca con un trac. —Me dijeron que ahora es cuando se pone un poco espeluznante. Un estruendoso clac y un golpe sacudieron el barco entero. James jadeó mientras el mástil de proa de repente se plegó hacia atrás como un árbol talado que cae, arrastrando su aparejo con él junto con una serie de vibraciones y ruidos como latigazos. Con una vibrante sacudida, se plegó sobre la cabina de mando, cayendo en su lugar, y James se percató de que esa era una maniobra necesaria si pretendían entrar por la boca del túnel sin arrancar los mástiles. El barco avanzó, arrastrado por la turbulenta corriente, y el túnel abrió su boca ante ellos, tan obscuro y similar a un pozo. Luego, con nauseabunda velocidad, Gertrudis ingresó en el túnel. El estómago de James se sacudió lentamente, inexorablemente, hasta su garganta y se sintió más liviano en sus zapatos a medida que el túnel descendía, canalizando la turbulenta agua del lago en un estruendoso rápido, arrastrando al barco vertiginosamente con su fuerza. Hagrid mantuvo sus manos aferradas al timón, pero ahora parecía estar luchando por su vida, forcejeando para mantener el barco estable y enfrentando la titánica inercia del río del túnel. La única luz era un farol que colgaba de un poste en la proa, ahora inclinado hacia atrás y meciéndose, produciendo incoherentes sombras bajo su luz danzarina. Sombría espuma estallaba a cada lado de Gertrudis a medida que su proa se encajaba en la corriente. Las gotas volaban hacia atrás y azotaban la ventana como lluvia torrencial, nublando la vista más allá, resonando tan fuerte que hacía que hablar fuera casi imposible. James se preguntó cuánto demoraría el viaje. Londres estaba bastante lejos. Y aun así tenía la idea de que no era, estrictamente hablando, una mera cuestión de kilómetros. Sentía distintas fuerzas en juego, comprimiendo el tiempo y espacio hasta hacerlo algo engañosamente plástico. Gertrudis se balanceó precipitadamente a

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estribor, siguiendo la corriente a medida que el río giraba a la derecha. El casco se estremeció y rebotó, y James tuvo la terrible sospecha de que estaba raspando las paredes del túnel, triturando madera contra piedra. Unos minutos después, sucedió lo mismo, pero en la izquierda, con el barco balanceándose fuerte a babor y quedando suspendido allí, comprimiéndose debajo del poder de su propia inercia. —¿Cuánto más, Hagrid? —gritó Rose, su voz un agudo chillido contra el estruendoso rugido y el estallido del agua contra el vidrio. —Nos estamos acercando—, Hagrid tronó en respuesta, inclinándose para consultar un gran dial de latón. James vio una ornamentada flecha en el dial vibrando cerca de un encabezado grabado en letras blancas: TÁMESIS, LONDRES. —Saldremos a la superficie justo alrededor de la Isla de los Perros, ¡al sur de Puerto Canario! James estaba agradecido de saber que el desenfrenado viaje estaba cerca de terminar. Se preguntó brevemente cómo se comportaría Norberta durante el viaje de regreso. Seguramente estaría aterrada y apretada, agazapada en la bodega bajo cubierta. Y entonces, las cejas de James se elevaron repentinamente al percatarse de lo que Hagrid acababa de decir. —¿Qué quieres decir—, le gritó al medio gigante, —con eso de que vamos a salir a la superficie? Hagrid forcejeaba con el timón, sus puños del tamaño de un jamón se aferraban a las prominentes cabillas. —¡Como los Durmstrang en el Torneo de los Tres Magos! — rugió. —¡Rompemos hacia la superficie! No me preguntes cómo funciona ¡Sólo sé que funciona! De repente el túnel se inclinó abruptamente hacia arriba, forzando las rodillas de James hasta doblarlas. El río se comprimió y estrechó, comenzando a retumbar sobre la proa por las olas que lo azotaban, cerrándose sobre el barco. El farol se apagó, dejando sólo la perfecta obscuridad, el violento movimiento y el ruido ensordecedor. —¡Pero Hagrid!—, gritó James, esforzándose para ser escuchado sobre el ruido, — ¡El Támesis está congelado en este momento! ¡Por primera vez en una década! ¡La superficie será tan dura como una piedra!

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Fue demasiado tarde para hacer algo al respecto. James ni siquiera supo si alguien lo escuchó. Sintió unas manos agarrarse de sus botamangas y se percató que era Heddlebum tanteando algo de lo que sujetarse en la obscuridad. Cuando la proa impactó, golpeó con tanta fuerza que todas las ventanas se hicieron añicos. Hagrid se estrelló contra el timón lo suficientemente fuerte como para astillarlo y partirlo en dos. James, Rose, Ralph, y Zane fueron arrojados hacia adelante, aterrizando de cabeza sobre la consola y su conjunto de diales e instrumentos. Fragmentos de vidrio y hielo se dispersaron en todas direcciones, llenando el aire y salpicando la cara y el pelo de James. Una luz azul se esparció por el barco mientras emergía, y luego, a medida que el impuso se agotaba, su proa cayó lentamente, inclinándose hacia abajo, como si estuviera cayendo justo sobre el fin del mundo. Finalmente, con un golpe seco, se estrelló horizontalmente en una concurrida extensión de agua, meciéndose, su casco rechinando profundamente, y crujiendo contra una frágil y precaria obstrucción. James se sacudió pedazos de vidrio y hielo de su cabello y se paró apoyándose en la consola. El aire frío soplaba a través de la ventana rota, trasportando una carga de esponjosos copos de nieve y de inconfundible olor a ciudad de basura podrida, desechos de fábrica, y pescado muerto. Enormes trozos de hielo se deslizaban hacia atrás y adelante en la proa de Gertrudis mientras el barco se mecía, lentamente aquietándose. Más allá, James reconoció las corpulentas formas de depósitos y cargueros amenazantes en la niebla. El Támesis efectivamente estaba congelado, formando una autopista celeste con vetas blancas, excepto por el agrietado agujero negro que Gertrudis había generado y atravesado. —Santos Hinkypunks—, Zane exhaló, estabilizándose junto a James. —Apuesto a que eso fue mejor que el metro burbuja de Acuápolis del que me hablaste —lo consideró y luego se encogió de hombros. —O peor, dependiendo del punto de vista. —Peor—, se quejó Ralph, agarrando su cabeza. —Definitivamente peor. —¿Todo el mundo está bien? —dijo Hagrid, levantándose torpemente y sacudiendo pedazos de hielo de su hombros. —¿Rosie? ¿Estás BIEN? —Creo que vamos realinear el timón—, dijo Rose sin aliento, sacándose el pelo de la cara. —Si es que aún está allí.

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James miró abajo con cansada irritación. —Estamos a salvo. Ya puedes dejar mi pierna. Heddlebun giró sus enormes ojos hacia arriba sorprendida, como si hubiese olvidado donde estaba. Luego, tímidamente aflojó su agarre mortal a su tibia y retrocedió, sus orejas caídas. —Bien, entonces—, Hagrid suspiró ligeramente, golpeando sus palmas. —Supongo que ahora no tendremos que recordar dónde estacionamos, ¿no?

El daño sufrido por Gertrudis era mucho más visible desde el hielo del Támesis a medida que descendían por la plancha plegable de Hagrid. Rose caminó inquietamente a lo largo del borde irregular del agujero en el hielo, ignorando las precarias grietas y fisuras, murmurando para ella misma. Dentro del agujero, ahora completamente rodeado de trozos y fragmentos de hielo pulverizado, el barco lucía como si hubiese sido apretado en un puño gigante. Tablas agrietadas en la cubierta eran evidentes de popa a proa, y la alguna vez recta longitud del casco ahora parecía tener una clara y preocupante curvatura, ocasionando que la proa y la popa sobresaliesen ligeramente del agua, mientras que la rueda de paletas y la cabina de mandos en la parte media del barco se ubicaban más abajo en las olas de lo que pudiera considerarse, desde el punto de vista de James, precisamente cómodo. —¿Cuál era la probabilidad, eh? —dijo Hagrid encogiéndose de hombros. —Este río se congela cada, ¿Cuánto, cada algunas décadas? Y justo ocurre este año, por supuesto

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—parecía verlo como un mero apartado humorístico, más que como un golpe del destino potencialmente debilitador. —Perdimos el mástil de proa—, gritó Rose, su voz tenue en la distancia mientras rodeaba el frente del barco. —Y el bauprés y el mascarón, el timón está colgando de una astilla, pero eso es casi anecdótico, teniendo en cuenta que la rueda del timón se partió en dos —detrás de Rose, Heddlebun se agazapó, retorciendo sus manos, mirando alrededor como intentando ver en todas las direcciones al mismo tiempo. La elfa doméstica parecía totalmente incómoda tan cerca de la ciudad Muggle. —Podemos aplicar reparo a la mayoría de las cosas—, Hagrid la calmó, manteniendo su voz baja a lo largo de la extensión de hielo. —Y las que no podemos, probablemente no las necesitemos, al menos para el viaje de regreso a casa. Estaremos bien, Rosie. No podemos aplicar reparo en lo que ha sido arrancado y yace baje el hielo—, dijo Rose, claramente esforzándose para controlar su exasperación. —Pero asumiendo que aún haya suficientes trozos de vidrio de la ventana esparcidos por la cubierta, deberíamos al menos ser capaces de sellar la cabina de mando y enmendar la rueda del timón. Tal vez podamos regresar a casa, pero con lo justo. Asumiendo que no haya otros desastres inesperados en el camino. Zane palmeó ligeramente a Rose en el hombro. —Ese es el espíritu Rosie. Ella le echó una mirada fulminante. James sabía que era pequeña la lista de personas que podían llamar a su prima “Rosie”, y Zane Walker no era una de ellas. Ralph sacudió su cabeza mirando con los ojos bien abiertos el averiado barco. — Gracias, pero creo que yo me voy a tomar un taxi para regresar a casa, si no les importa. —Todo estará bien, Ralph—, dijo James, no creyendo del todo lo que él mismo decía. —Nos la hemos visto en peores. Eeh… probablemente —con cierto esfuerzo, hizo girar al grandulón y el grupo comenzó a cruzar el hielo, dirigiéndose a la sombra de un desvencijado muelle y del extravagantemente abandonado y enorme depósito más allá. Las herrumbrosas paredes y techo de la estructura se doblaban ominosamente. Las ventanas eran enormes y cuadradas cavidades, empañadas con mugre donde no estuvieran rotas y abiertas como sorprendidos ojos. La decrépita construcción hacía que incluso la destartalada Gertrudis pareciera un modelo de exposición en comparación.

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—Si todo salió bien—, dijo Hagrid, impulsando a Rose del hielo al muelle, — Grawpie y Prechka deberían estar esperando justo adentro, junto con Norberta. La sacaremos, y subiremos al barco y estaremos en casa antes de que el reloj marque las dos. Grawp y Prechka podrán emprender su regreso a las montañas bajo la cobertura de la obscuridad. Tan prolijamente como se pueda. Temblando mientras subía la escalera de metal hacia el muelle de concreto, Zane dijo, —Tu optimismo es una inspiración para todos nosotros, Hagrid. Heddlebun se escabullía de sombra en sombra, sus enormes ojos sobresalían con cada nuevo panorama. Herrumbradas barcazas bordeaban el puerto, atrapadas en el hielo y en completa obscuridad. La nieve revoloteaba todo alrededor, enturbiando el aire y formando fantasmagóricos halos alrededor de las luces de seguridad que se alineaban en el muelle, montadas sobre inclinados postes de madera. Hagrid se detuvo justo fuera del alcance de la serie de faroles más cercanos y alzó su brazo derecho. En su mano sostenía en alto lo que parecía ser un encendedor. Presionó el pulsador y las luces de seguridad se extinguieron. En voz baja James preguntó, —¿De dónde sacaste el Desiluminador? Rose contestó petulantemente,

—Yo lo tomé del aparador de papá en las

vacaciones. Así es como un Gremlin hace las cosas. Siéntete libre de tomar nota. Hagrid usó el Desiluminador para apagar las luces restantes a lo largo del muelle una por una a medida que el grupo avanzaba. Subieron rampas con escaleras de hierro que conducían a niveles superiores, y luego siguieron un trecho de pavimento roto hacia una serie de enormes puertas tipo cortinas metálicas plegables. Todas estaban cerradas y aseguradas con cadenas y candados oxidados excepto por la puerta más lejana, la cual estaba forzada y seriamente abollada, su cadena estaba colgando y balanceándose en el silbante viento. —Entonces, es esa—, Hagrid asintió, apresurándose hacia el inminente depósito. Manteniendo su voz baja, agregó, —Manténganse cerca ahora. Y silenciosos. Abrazándose a sí mismo y refugiándose junto a Hagrid, Zane preguntó, —¿Cómo sabemos que están ahí?

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Como si le estuviesen respondiendo, un tremendo, y chirriante ruido sacudió el depósito. Las puertas de metal temblaron en sus goznes y las pocas ventanas que quedaban vibraron, y se destrozaron en sus marcos. Una ráfaga de luz amarilla iluminó brevemente la obscuridad interior, disipándose en destellos naranjas. —O son ellos—, James tragó saliva, —O los límites del mundo mágico están mucho peor de lo que pensábamos. Hagrid avanzó sigilosamente hacia las sombras de la abierta puerta plegable. Dentro, apenas visible en la penumbra, había un espacio enorme rodeado de hileras de altas ventanas. Un arreglo de tirantes y vigas llenaba los espacios superiores. Del mismo colgaba una compleja máquina que James asumía había, alguna vez, operado grúas para contenedores móviles. La voz de Hagrid era un chirrido resonante en las obscuridad cuando llamó, — ¿Grawpie? Otro estridente gruñido llenó el espacio, y James olió el familiar hedor químico del aliento de un dragón. Un estallido de flamas amarillas iluminó el agujereado piso de concreto, pilas de contenedores de embarque, la carcasa de un camión, apilados en bloque, y tres bultos escondidos tras las mismos. —¡Grawpie! —exclamó Hagrid, aliviado, y se apresuró hacia el camión, los otros lo siguieron de cerca. —¡Prechka! ¡Y mi dulce Norberta! ¡Lo lograron! Los pies de James crujieron en el piso de concreto roto mientras se apresuraba para mantenerse cerca de Hagrid, pero se tambaleó cuando los gigantes salieron de detrás del camión. Había olvidado lo que era estar cerca de semejantes gigantes. La cabeza de Grawp espió sobre la cabina del camión, su pelo grueso y enredado como un matorral de zarzas, sus ojos del tamaño de una Quaffle reflejaban las altas ventanas. Prechka, sin embargo, empequeñecía incluso a él. Amenazante entre las vigas muy sobre sus cabezas, su cabeza parecía increíblemente pequeña en los montañosos bultos de sus hombros. Cuando sus pies descendieron sobre el concreto, se agrietó y hundió. Los tirantes se sacudieron, liberando polvo grueso sobre las pequeñas personas debajo. Grawp habló con lento énfasis, en lo que claramente pensaba que era un cuidadoso susurro. —Hermano Hagrid. Grawp y Prechka se escondieron, pero Norberta ruidosa. Norberta huele otro dragón en Mar de Luces.

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—Bien, bien—, Hagrid se acercó y acarició el codo de su medio hermano. —Lo hiciste bien, Grawpie. Los dos. Nosotros nos haremos cargo de Norberta a partir de ahora ¿Heddlebun? Pero Heddlebun, James notó, ya estaba trabajando. La pequeña elfa se había agazapado debajo del ruinoso camión y ya estaba susurrándole a Norberta, quien descendió su gigante cuello de serpiente y escuchaba. La respiración del dragón, que había sido rápida y cargada de ansiedad unos instantes atrás, ahora era más lenta, con bocanadas prologadas, y con menos hedor a azufre. James no podía distinguir las palabras de Heddlebun. Ni siquiera podía decir si estaba hablando un idioma que comprendía. Pero Norberta lo comprendía lo suficientemente bien, y eso era lo único que importaba. Un nudo de tensión se relajó en los hombros de James, y sólo en su ausencia se percató cuán preocupado había estado sobre la perspectiva de guiar a Norberta de regreso al barco. El suelo se sacudió cuando Prechka se apoyó sobre una rodilla detrás del camión. Impacientemente, lo empujó como a un juguete, haciendo espacio para su cuerpo. El camión se sacudió y se deslizó del bloque, chirriando y crujiendo a lo largo del piso de concreto. Zane tuvo que saltar hacia atrás ya que se acercaba precipitadamente hacia él. —Prechka asustada—, dijo la gigante, y la grave vibración de su voz causó que más ventanas se estremecieran y se hicieran añicos alrededor del obscuro depósito. Ella extendió una mano y Hagrid la tomó. Su puño le alcanzaba sólo para sujetar su sucio dedo índice, y aun así se lo sujetó como si ella fuera una niña, y luego le besó el reverso de un enorme nudillo. —¿Pueden seguir el mismo camino de regreso a casa que tomaron para venir aquí? —preguntó Hagrid, mirando arriba hacia su sombría masa corporal. James sabía que los gigantes tenían un sentido especial que les permitía regresar sobre sus pasos perfectamente. Y aun así Prechka parecía preocupada. Cuidadosamente, Grawp dijo, —Ahora vamos a la vieja casa cueva. Vivimos con el hermano Hagrid en Hogwarts. James miró a Hagrid a tiempo para ver cómo el color se iba de sus mejillas.

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—Ya hablamos sobre esto, Grawpi. No pueden venir a Hogwarts. No está permitido, ¿Recuerdas? Me hicieron deshacerme de mis últimos Escregutos ¿Qué diría el director Merlín si se entera que ustedes dos están nuevamente viviendo en el Bosque Prohibido? —Grawp y Prechka ser silenciosos—, dijo Prechka, llevando su dedo índice a sus labios en un gesto de solemne confidencialidad. La vibración de su voz podía sentirse a través de la suela de los zapatos de James. —El director nunca saber. Hagrid sacudía su cabeza tristemente. —No me gustaría más, amores míos. Pero simplemente no podemos hacerlo. Deben regresar a las montañas. Su tribu los necesita. Y ustedes a ellos. Todo estará bien. Tal vez, cuando todo este asunto del Voto de Secretismo se resuelva, pueda arreglar que vengan a visitarme ¿Qué les parece, eh?—. Les mostró a los gigantes un intento de sonrisa. Grawp y Prechka se miraron entre ellos y parecieron comulgar con sus ojos por un largo rato. Finalmente, Grawp miró hacia abajo y dijo, —OK, hermano Hagrid. Hagrid aspiró sus mocos, y asintió, y se recompuso. —Estamos bien, entonces — reaccionando un poco, dijo, —¿Entonces, ustedes dos recuerdan como accionar el encantamiento de ocultamiento que les envié, no? ¿Aún lo tienen con ustedes no? Grawp alzó y hurgó en el grueso cuello de arpillera de su prenda, recobrando algo que colgaba de su cuello en una madeja de cuerda. James se sorprendió al ver que era un viejo neumático de automóvil, enhebrado justo por su centro como un anillo. —Nos escondemos cuando escuchamos personas—, dijo Grawp —Así—, apretó el neumático entre su pulgar y su índice y murmuró, —Obscuro. Nada sucedió. Ambos gigantes permanecían exactamente donde estaban. Y aun así, los ojos de James se rehusaban a verlos. En el lugar donde Grawp se encontraba agachado, James parecía percibir un enorme contenedor gris de basura medio enterrado en bolsas plásticas de basura. Donde Prechka se encontraba arrodillada, percibía una oxidada torre de agua sobre gruesos soportes de hierro. —¡Eso es un talismán de camuflaje! —exclamó Zane. —¡Quizás el mejor que jamás haya visto! —Hagrid —dijo Rose, claramente impresionada—¿Tú lo hiciste?

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—No actúen todo sorprendidos, todos ustedes—, Hagrid respondió, ahogando una sonrisa de triste orgullo. —Sólo porque enseño Cuidado de las Criaturas Mágicas no significa que haya olvidado cómo usar una varita. Es simplemente algo que improvisé para su viaje hasta aquí y su regreso. No podía esperar que viajaran sin ningún tipo de ayuda mágica, ¿no? —miró tentativamente a Rose y agregó, —¿Realmente piensas que es bueno? —Es excelente, Hagrid—, asintió, aún escudriñando hacia los gigantes camuflados, intentando verlos. —¡Uau! —dijo Ralph, alejándose. —Creo que se están moviendo, ¡pero no podría asegurarlo! James miró hacia arriba y se alarmó al ver lo que aparentaba ser un contenedor de basura inclinándose sobre su extremo y sus bolsas de basura rodando y agrupándose todas alrededor del mismo, acomodándose y reacomodándose en nuevas pilas. La torre de agua se inclinó sobre sus soportes de hierro, los cuales crujieron y rechinaron con ruido a metal desgarrándose. —Dale otro apretón, Grawpie—, exclamó Hagrid, colocando sus manos alrededor de su boca. —Sólo pude imbuir una cantidad limitada de magia en ese neumático. Guárdala para cuando la necesiten ¿está bien? Un momento después, los camuflajes desaparecieron y James pudo reconocer una vez más las monstruosas formas paradas en la polvorienta penumbra. Hagrid asintió aliviado. Ralph anunció, —Entonces, deberíamos partir, ¿No? —Antes que me congele las nalgas—, acordó Zane. —No es que no la hayamos pasado bien. De verdad. Hagámoslo de nuevo la semana que viene. Hagrid llamó a Heddlebun, —¿Norberta está lista para partir? Heddlebun se detuvo y levantó su cabeza, sus enormes orejas se irguieron. — Estamos listos—, dijo, su voz muy pequeña luego del bramido de los gigantes. Hagrid se despidió y permitió que los gigantes partieran primero. Sus corpulentas formas bloqueaban el resplandor azul nocturno mientras avanzaban pesadamente a

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través de la puerta rota. En cuestión de minutos, el sub-audible golpe de sus pasos se mezclaba con el constante ruido del tráfico distante. Se habían ido, abriéndose paso cuidadosamente hacia las aldeas periféricas y las montañas más allá. —Estarán a salvo—, Hagrid susurró, mirando serio la puerta vacía. —Regresando a casa. Estarán bien, ¿no? James se percató de que Hagrid estaba intentando convencerse a sí mismo tanto como a los demás. Rose puso una mano sobre el hombro de Hagrid donde se encontraba agachado en la obscuridad. —Por supuesto que lo estarán. Tú los equipaste.Y son inteligentes, a su manera. Para ser gigantes, pensó James, pero no lo dijo. Después de todo, Hagrid era mediogigante, y había conjurado uno de los mejores talismanes de camuflaje que James hubiese jamás visto. Hagrid asintió decididamente. —Bien, entonces—, susurró, y echó una mirada hacia Heddlebun y la enroscada figura de Norberta. —Partamos, entonces. Arreando a James, Rose, Ralph, y Zane delante de él, el medio-gigante dirigía a Norberta a través de la puerta y descendiendo por el asfalto roto de la calzada. La nieve llenaba el aire con millones de esponjosos copos, reflejando la forma del viento mientras rodeaba el depósito, restregando el muelle, y cayendo al desierto helado del Támesis. James miró hacia atrás, curioso, y vio a Heddlebun montando sobre la cabeza de Norberta, inclinada hacia su oreja, susurrando incesantemente. Con una mano, acariciaba el conjunto de músculos de la mandíbula del gran dragón. Norberta seguía a Hagrid como si fuera en trance, su cabeza baja y arrastrándose por el muelle, sus pies elevándose y descendiendo como un gato acechando en un jardín, sin hacer ningún tipo de ruido. Silenciosamente, la compañía pasó las barcazas atrapadas en el hielo y descendió a la superficie congelada del Támesis. Gertrudis era apenas una pequeña figura en medio de un panorama vagamente gris. Más allá de eso, el mismísimo Londres era apenas un sordo palpitar y una bruma de luces acuarelas.

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—Tranquila ahora—, Hagrid murmuró nervioso mientras Norberta depositaba su peso en el río congelado. El hielo crujió precipitadamente pero se mantuvo firme, al menos por el momento. En una fila irregular, con Ralph conduciendo y Norberta siguiendo detrás, el grupo comenzó a caminar hacia el agujero negro en el hielo donde Gertrudis se mecía, esperando. Temblando pero todavía animado a pesar de su voz acallada, Zane preguntó a James, —¿Entonces de dónde sacaron a la encantadora de dragones? —¿Heddlebun? —James sacudió su cabeza. —Era una elfa doméstica en la casa de Millie Vandergriff. Fue despedida estas vacaciones a pesar de haber pasado toda su vida allí. De alguna forma Hagrid se hizo de ella cuando se enteró que había perdido su trabajo y que sabía cómo calmar bestias. Bastante afortunado, supongo. —¿Fue despedida? —Zane frunció el ceño, —Pensé que eso prácticamente nunca sucedía ¿Por qué motivo? James suspiró. Delante de ellos, Gertrudis emergía lentamente de la niebla. La plancha plegable extendida sobre el hielo, inclinándose y chirriando con el movimiento del barco. —Estaba enfurecida y desesperada por la posibilidad de perder su trabajo a mano de un montón de sirvientes Muggles. Intentó sabotearlos y que los descubrieran, pero terminó siendo atrapada y descubierta ella en su lugar. De hecho, fui yo quien la atrapó. Estuve allí con Millie en las vacaciones. Zane se giró y miró a James, su ceño descendiendo. —¿Y todos ustedes confían en ella? —preguntó, su voz súbitamente incrédula. James abrió su boca para contestar, pero una repentina conmoción los sobresaltó. —¡Oa! —Hagrid bramó de repente, —¡Norberta! ¡OA! Con un ruido grave y terriblemente estruendoso, el hielo se resquebrajó debajo de los pies de James, como si algo muy pesado acabase de presionar fuerte hacia abajo. Sintió el movimiento a medida que la extensión de hielo se agrietaba, sacándolo de balance. Zane agarró su brazo, manteniéndolo de pie, justo a último momento. Algo se sacudió sobre sus cabezas y el cielo fue momentáneamente teñido por una enorme figura negra. Unas alas negras sacudieron el aire, y de repente un ensordecedor estrépito se esparció por el hielo. Era profundo, extenso y aterrador, parecía que hasta

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los copos de nieve temblaban en su curso. James supo de inmediato, que eso no era un rugido contenido por los nervios. Eso era un rugido de liberación total y frenética. Norberta no podía volar correctamente, James lo recordaba, sólo planear distancias cortas debido a una vieja herida en un ala. Norberta descendió en picada sobre él y cerca de Ralph, su sombra cubriéndolo mientras bajaba, arañando el aire, sus garras balanceándose hacia abajo hacia el resquebrajado hielo. —¡Ralph! —gritó Zane, pero el muchacho ya se había girado. Sus ojos desencajados de terror mientras la gran bestia se dirigía hacia él. Instintivamente, se arrojó contra el piso cuando el dragón aterrizó, rebotando contra el hielo con sus poderosas cuatro patas, y arremetiendo nuevamente hacia el aire incluso mientras el hielo congelado se fracturaba bajo su peso. Ralph trepó para mantenerse, ahora cautivo en un ajustado pedazo de hielo suelto. Hagrid pasó corriendo a la derecha de James, aún gritando, saltando torpemente entre grietas cada vez más anchas. Rose iba detrás, corriendo más hábilmente, incluso cuando sus botas resbalaban. Norberta batió sus alas, se elevó por el aire, y despegó nuevamente, esta vez desde la cubierta de Gertrudis, arrancando tablas y aparejos con sus garras. Un ala azotó el aire, la otra, ligeramente fuera de sincronización, cojeó débilmente, sacándola de su curso. Su forma cayendo en picada era rodeada por remolinos de nieve, James pudo apenas distinguir la figura de Heddlebun mientras saltaba de la cabeza del dragón, se agarrada al mástil trasero de Gertrudis, y ascendía hasta posarse sobre la vela enrollada. —¡El trabajo élfico es para los elfos! —gritó, su voz repentinamente segura, alta y estridente como una trompeta. —¡Hagan correr la voz! ¡Esto es sólo el comienzo! ¡El trabajo élfico es para los elfos, o el mundo Muggle lo pagará! James se resbaló y tropezó hasta detenerse justo cuando el hielo se quebraba delante de él. Norberta rugió de nuevo, y el eco resonó por el Támesis como un trueno. Con un tirón y un crujido metálico, aterrizó sobre el inconfundible Puente de la Torre, clavó sus garras y ascendió a la cima de la torre sur, y se enroscó allí, su cola azotando el flanco, sus alas elevadas y flexionadas buscando balance. Estiró su cuello, abriendo su quijada, y liberando una bocanada de flamas hacia las nubosas nubes. Una luz amarrilla llenó el mundo como un faro, iluminando cada copo de nieve, resplandeciendo contra las

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pasarelas colgantes del puente. En la calle debajo, los autos crujieron y los neumáticos rechinaron. El ruido de metal chocando y gritos de terror fue inconfundible incluso desde la obscura distancia. Luego, con una nerviosa envestida, Norberta despegó nuevamente. Sus alas atraparon el aire, y descendió trazando un largo, y bajo arco hacia el brumoso resplandor de la ciudad, donde fue recibida con distantes ruidos a bocinazos y colisiones metálicas. James apenas podía creer lo que estaba viendo. Zane se detuvo junto a James, examinando el gigante pedazo de hielo en el que flotaban y agarrando el hombro de James para sostenerse. —¡¡NORBERTA!! —Hagrid gritaba, parándose de perfil en un témpano delante, sus piernas extendidas. A su lado, Rose se sujetaba de su abrigo por su vida. — ¡NORBERTA! ¡REGRESA! James se giró, percatándose que la fuerza del río ya los había arrastrado alejándolos de Gertrudis. Desesperadamente buscó el aparejo y el mástil, observando, pero ya no había nada que ver. —Se escapó—, jadeó Zane desesperanzado, aún agarrándose de James para sostenerse. —Nunca volveremos a ver a esa pequeña traidora. Una forma pesada se deslizó contra las piernas de James mientras el hielo se sacudía permitiendo que el agua negra ascendiera por el borde. Las rodillas de James se doblaron y cayó hacia atrás sobre el cuerpo, el cual dejó salir un áspero—¡Uf! Era Ralph. —Realmente me canso—, resolló, girando sobre su espalda y sacándose a James de encima, —de tener razón… sobre estas cosas.

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Capítulo 18 Un Breve Respiro Ya casi había amanecido cuando James y Rose regresaron al agujero del retrato, sintiéndose como si hubieran estado fuera durante semanas en vez de horas. —Por las barbas de Merlín, mírense ustedes dos –dijo la Dama Gorda con desaprobación, levantando la parte superior de sus muchas papadas –Se ven espantosos. ¿Y qué los trae de vuelta a una hora tan impía? —Venomous Tentacula –gruñó Rose la contraseña como si fuera una maldición.

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—¡Bueno! –gruñó la Dama Gorda indignada, juntando su estola más apretada sobre sus hombros. Con un crujido, su marco se abrió, revelando las profundas sombras y la fría chimenea de la sala común. Sin decir una palabra, los dos se separaron y subieron sus respectivas escaleras hacia sus dormitorios. James no sabía de Rose, pero a pesar del extenuante cansancio de su cuerpo, se sintió más despierto de lo que se había sentido en toda su vida. Arrastrándose por las tortuosas escaleras hasta la oscura somnolencia del dormitorio, se sintió aliviado al ver incluso a Scorpius dormido en su lugar robado entre los de séptimo año. Incapaz de reunir la energía incluso para sacarse su ropa húmeda, James se tiró a su cama completamente vestido, derrumbándose sobre ella y quedándose ahí mirando hacia la ventana cercana. La nieve se había detenido y la luna estaba arriba, resplandeciendo con su propio ojo brillante, iluminando los bordes helados de la ventana como neón. Cada pensamiento de James se consumía con las graves consecuencias de lo que habían hecho inadvertidamente esa noche. El viaje a casa había sido difícil y arduo, con horas gastadas en el hielo roto del Támesis apuntalando a Gertrudis lo suficiente como para desafiar el intento, mientras Zane lanzaba un encantamiento visum-ineptio sobre el barco para que pareciera un mero remolcador para cualquiera que viniera investigar la cercana batahola. Pero ahora que todo había terminado, el viaje de regreso dejó de importar completamente. Habían dejado a un dragón suelto en la Londres Muggle. El mismo pensamiento parecía absurdo. Incluso cómico. Y sin embargo, podía recordar con facilidad el choque colisionado y los gritos de testigos mientras Norberta se agarraba de la cima del Puente de la Torre, arremolinándose sobre su famosa silueta como una gárgola viva. Cientos de personas tuvieron que haberla visto, a pesar de la hora. E incluso ahora, el Ridgeback Noruego de gran tamaño, estaba seguramente arrasando por la ciudad,

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haciendo un daño incalculable y esparciendo una estela de terror Muggle en todas direcciones. Zane tenía razón. Cuando lograron que Gertrudis partiera y estuviera a punto de regresar al Estanque, había sacado a James, Rose y Ralph a un lado y dijo seriamente — Esto es peor que la Noche de la Revelación. Lo saben, ¿cierto? Hagrid había permanecido en completo silencio durante el viaje de regreso, incluso cuando todos le ofrecían sus solemnes buenas noches. James sabía que estaba en una especie de shock, atrapado entre preocuparse de su pobre dragón perdido, el conocimiento de que había causado posiblemente la mayor violación del Voto de Secreto en mil años, y la realidad de que, a la mañana siguiente, podía ser llevado a Azkaban para esperar juicio por crímenes demasiado numerosos para contar fácilmente. Y sin embargo, James simplemente no podía comprender el terrible alcance de todo esto. Cada vez que trataba de imaginar lo que vendría, o lo que debía hacer al respecto, su mente volvía a pensar en aquella desgarradora imagen del dragón sobre el Puente de la Torre, con su cola azotando sus flancos, sus alas extendidas para equilibrar, rugiendo un chorro de fuego líquido hacia las nubes. Se quedó dormido sin darse cuenta y se despertó unos minutos después, o eso sintió. Sin embargo, la luz del día afuera de la ventana traicionó la verdad. Era la mitad de la tarde del sábado. James gimió y se dio la vuelta, apretando una mano sobre sus ojos. —¿Tarde en la noche, dormilón? –le saludó alegremente una voz. Era Graham. –No estarás en forma para el Quidditch mañana si sigues así. Como capitán de equipo, siento que es mi deber decir que estoy decepcionado contigo. James gimió de nuevo, incapaz de formular una respuesta significativa. Mientras movía los pies al suelo, dándose cuenta de que estaba completamente vestido con vaqueros mugrientos, sudadera y calcetines húmedos, el recuerdo de la noche anterior cayó sobre él como una carga pesada. —Oh, maldita sea –murmuró con urgencia. –Graham, ¿has visto el periódico hoy? Graham no lo había hecho. —¿Por qué? ¿Has tenido otra entrevista con Rita Skeeter?

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Sin aliento, James saltó de la cama, sin siquiera pensar en cambiarse la ropa sucia del día anterior, y corrió por las escaleras de caracol. Nadie en la sala común había visto el Profeta de esta mañana tampoco. James pasó por el agujero del retrato y corrió hacia la escalera, con los pies cubiertos solamente por calcetines, ahora sueltos y húmedos desde los dedos de los pies. Pasó a Peeves en el pasillo, y el poltergesit se apresuró a seguirlo, sintiendo potenciales problemas y ansioso por explotarlo como pudiera. —¡Quítate! –dijo James por encima del hombro, jadeando. —¡Esto no te incumbe! —¡Las cosas que no son de mi incumbencia son las mejores de todas! –gritó la gorda figura, saltando alegremente desde las paredes. Rose estaba saliendo del Gran Comedor cuando James llegaba a la parte baja de la escalera con Peeves riendo detrás. —¿Lo has visto? ¿Qué hay en las noticias? —jadeó James, pero Rose se apresuró hacia él, ya haciéndolo callar con un dedo en sus labios. —¡Ohh! –chilló Peeves con gran anticipación. —¡Esto va a estar bueno! ¡Puedo oler el olor de la conspiración entre ambos! —¡Fuera de aquí, Peeves! —siseó Rose, chasqueando su mirada sobre el poltergeist. —¡Esto no te interesa! -¡Mucho mejor! —Peeves gritó, dando vueltas en el aire. —¡Problemas, problemas al doble para Peeves! Rose entrecerró los ojos. Cuando habló de nuevo, fue en una voz de reflexión y canto —¿Has oído lo que están haciendo para el postre de esta noche, James? Peeves se detuvo en el aire, su rostro repentinamente sospechoso. —Tartas durmientes –susurró Rose, tentadora. —Mmmm… miniatura de sapos de azúcar encantados con gotas de gelatina de Placer Turco. Muy difícil de preparar. Requiere silencio completo en la cocina, no sea que las bandejas de los sapos de azúcar se despierten antes de que estén debidamente incrustados en la gelatina. ¿Te imaginas?

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¿Cientos de sapos de caramelo saltando sobre la cocina con todos los elfos luchando para atraparlos? James miró a Peeves y se sorprendió al ver al poltergeist retorcerse las manos frenéticamente con su rostro lleno de tensión, como Ralph tratando de no eructar en clases después de tomarse una soda de regaliz. —Sería simplemente desastroso —continuó Rose, hablando con voz de asombro — si alguien, por ejemplo, invadiera la cocina y empezara a golpear ollas y sartenes mientras canta el Saludo de Hogwarts hasta el tope de sus pulmones. Es bueno que no conozca a nadie que le guste hacer esas cosas. —¡MmmMMH! —Peeves gruñó agudamente, casi estallando en tormento. Volvió a flotar un momento más con los ojos desorbitados y las mejillas hinchadas de concentración, y luego soltó un grito de impotente júbilo y se precipitó hacia la inconfundible dirección de las cocinas, entrando ya en el primer verso del Tributo a Hogwarts. —Ven conmigo —dijo Rose, agarrando a James por el codo y alejándolo hacia un pasillo lateral. —A la Biblioteca. Y ni una palabra antes de llegar. James permitió que Rose lo arrastrara hacia adelante, una vez más maravillándose de su habilidad de manipular mentes menores dándoles exactamente lo que más deseaban. Cinco minutos más tarde, en una mesa en la esquina más lejana de la biblioteca, con la espalda en la pared y nadie más a la vista, James se inclinó sobre la edición de Rose del Profeta de esa mañana. La noticia era sorprendentemente pequeña, a la mitad de la segunda página. No enterrada, exactamente, pero claramente no con el título que estaba esperando.

AVISTAMIENTO DE DRAGÓN MUGGLE EN EL CENTRO DE LONDRES CAUSA UNA INVESTIGACIÓN Funcionarios del Ministerio de Magia respondieron esta mañana a informes persistentes de que un dragón había

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sido visto encima del Puente de la Torre de Londres y en los alrededores cercanos. Inicialmente descartada como histeria de masas inducida por las numerosas violaciones no relacionadas de la impotencia mágica en los espacios Muggle, los testimonios de testigos oculares llevaron a los investigadores del Ministerio a creer que alguna incursión de una bestia mágica pudo de hecho haber ocurrido. —Un dragón es extremadamente improbable –explica Harry Potter, jefe Auror y líder responsable de la escena. — Pero los testigos muggles indican que alguna bestia fantástica o entidad mágica puede haber escapado temporalmente de los límites seguros de magia. Lo más probable es que la criatura sea simplemente un boggart deshonroso suelto en las calles muggles. Lo atraparemos pronto, estoy seguro. —de acuerdo a reportes oficiales, la aparición de la criatura ocurrió entre la 1:25 y la 1:40 de la madrugada, donde la bestia fue observada por primera vez sobre el Puente de la Torre, luego se elevó por el Parque Potters Field y desapareciendo en el cercano tren de Shard. Los obliviadores del ministerio, trabajando contra reloj, fueron enviados al distrito para alterar los recuerdos de casi trescientos testigos muggles. Los daños causados por múltiples accidentes de vehículos también fueron reparados mágicamente. Los funcionarios del ministerio advierten, sin embargo, que con avistamientos de esta magnitud, algo de memoria residual y evidencia física está destinado a permanecer. Wolfram Tryce, líder Obliviador advierte: —Estamos reducidos a la extracción de memoria a corto plazo en lugar de la sustitución completa de la experiencia. Todo lo que se necesita es que dos o tres de los testigos se encuentren en su vida cotidiana para que sus recuerdos compartidos vuelvan a aparecer.

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Como los lectores del Profeta están obligados a saber, el popular Circo de los Hermanos Hokus, que actualmente se presenta en el Callejón Diagon en Londres, ofrecen un dragón Hebridean negro que tiene por nombre artístico Montague Python. El dueño del circo y domador Archibald Hokus aseguraron a este reportero personalmente que su dragón estaba presente y asegurado durante toda la noche. —Montague es una bestia registrada, nunca fuera de nuestra vista, y domesticado como un cordero, a pesar de su terrible tamaño y reputación —explicó Hokus a través de flu temprano esta mañana. —¡Y por buenas razones! Los dragones entrenados son correctamente queridos, en todos los sentidos de la palabra. No espero que haya otro como él en el mundo entero, aunque lo deseáramos. Y Monty ha estado con nosotros durante tanto tiempo que ahora es como un miembro de mi propia familia. Cuando se presionó por si el Ministerio de Magia ha estado en contacto con el Circo de los Hermanos Hokus para confirmar el paradero de su dragón durante los avistamientos de anoche, el Sr. Hokus aseguró que está “cooperando de todas las maneras posibles con las autoridades”. Para reducir las sospechas en la comunidad no mágica, la explicación oficial de las noticias de los muggles para los avistamientos involucra un globo meteorológico fugitivo y acumulación de gas de pantano bajo el hielo del Támesis congelado. —Los viejitos siguen siendo buenos —explicó el señor Tryce, algo cansado, en la estimación permanente de este reportero.

—Bueno, —sugirió James, vencido por un alivio tentativo —Eso es un golpe de suerte, ¿no? —dijo devolviéndole el periódico a Rose, quien lo recogió y volvió a doblar, sin verse tan aliviada como el propio James.

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—Hay algo sospechoso en toda la historia —dijo ella en un susurro áspero. — Norberta todavía está suelta en Londres, pero nadie más la ha visto desde la medianoche. ¿Qué tan probable es eso? —Tal vez se asustó y encontró un escondite —James se encogió de hombros con incertidumbre. —Es posible, en realidad —admitió Rose. —Los Ridgebacks Noruegos, cuando se enfrentan a lo desconocido, suelen encontrar un refugio familiar para retirarse, esperando que pase el peligro o la confusión. La pobre debe estar aterrorizada. —Ahora estás sonando como Hagrid —observó James, sorprendido. —Solo porque puede que ella nos meta en el peor problema de nuestras vidas — resopló Rose, hundiéndose en su silla —no significa que soy cruel. Norberta no pidió nada de esto. Sólo responde al instinto. —Es Heddlebun quien tiene la culpa —dijo otra voz, forzada a un denso susurro. Era Ralph, quien se deslizó en una silla al otro lado de la mesa, con los ojos muy abiertos y serios. —¡Les dije que todo esto era un desastre esperándonos! —Creo que fui yo quien dijo todo lo que no se podía confiar en Heddlebun —dijo James, sacudiendo la cabeza. —Por cualquier bien que hiciera. Rose adoptó su expresión más beatífica y dijo —No sirve de nada culpar ahora. Lo hecho, hecho está. Ahora tenemos que averiguar qué hacer al respecto. —Es fácil para ti decirlo —dijo Ralph, con la voz todavía tensada por la ansiedad. — Tú dijiste que nada iría mal si nos involucrábamos. —Nunca dije que nada saldría mal —comentó Rose con primicia. —Dije que no nos atraparían. —No es como lo recuerdo —gruñó Ralph, cruzando los brazos. —Así que —dijo James, tratando de volver al tema. —Si Norberta se escondió en algún lugar como dice Rose, ¿Cuál sería exactamente el problema? —no queriendo abandonar su alivio recién descubierto, dio un golpecito en el periódico y añadió — Fuera de la vista, fuera de la mente, ¿verdad?

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Rose volvió su mirada impaciente hacia él y gruñó —Ese era tu padre al que citaron en el artículo, por si no te diste cuenta. No es un simple secretario del Ministerio. Ese sería mi papá —admitió ella con otra débil caída en su silla, antes de levantarse ligeramente —pero ni siquiera él se compraría esa basura sobre un “pícaro Boggart”. Es pura basura destinada a consolar a la gente estúpida. Nada más. James puso los ojos en blanco, exasperado —Tenemos un gran descanso en lo que podría ser la peor noticia en siglos, y ¡se quejan de ello! Estamos fuera del gancho, ¿no lo ven? ¿Cuál es el problema, Rose? —El problema es que esto no ha terminado —insistió Rose en un susurro firme. — ¡No puede ser! Norberta todavía está ahí afuera. Y no importa lo que tu papá le diga al “reportero titulado” del Profeta, él sabe que algo se ha levantado. —Estoy con Rose —asintió Ralph. —Solo, no. Porque creo que lo mejor que podemos hacer ahora es ir donde Merlín y decirle todo este asunto. —Está bien —calmó James, mirando hacia adelante y hacia atrás entre Ralph y Rose. Hizo un gesto en el periódico y preguntó. —¿Alguno de ustedes se lo mostró a Hagrid? Rose sacudió la cabeza y soltó un suspiro. —Supongo que ya lo sabe. El pobre viejo estaba preocupado anoche. Debe haber conseguido un periódico a primera hora, sólo para saber la magnitud del daño. Pero marca mis palabras. Esto no ha terminado. ¡Dejamos a un dragón suelto en Londres! Puede que esté todo claro por el momento, los Obliviadores hicieron su trabajo y los naufragios quedaron reparados. Pero Norberta todavía está ahí afuera. ¡Vamos a tener que hacer algo al respecto! —Y yo te lo digo, Rose —dijo James, inclinándose hacia adelante y apuntalando el dedo hacia el periódico doblado. —¡Que ya no es nuestro problema! Norberta está en la clandestinidad, y el Ministerio lo está explicando con Boggarts, globos meteorológicos y gas de pantano. ¡Deberíamos contar nuestras estrellas de la suerte para los descansos que tenemos aquí, sin buscar más oscuros agravios! —se dejó caer de nuevo en su silla y cruzó los brazos sobre su pecho antes de comentar con una voz diferente. —Zane estuvo increíble con esos hechizos visum-ineptio anoche, ¿cierto? —Bueno, es difícil decirlo, ¿verdad? —suspiró Rose, recogiendo el periódico y empujándolo de vuelta a su bolso —Sólo funciona en personas que no saben lo que realmente están viendo.

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—Pero tú estabas impresionada —accedió Ralph, inclinando la cabeza. —Podría decirlo. Admítelo: te alegra que haya venido. La cara de Rose se ruborizó. Era algo sutil, pero James conocía a su prima desde que era un bebé y lo reconoció. Sacó el bolso y evitó mirarlo. —Es un irreverente, juvenil, imprudente, maniático, despreciable estadounidense. James asintió con la cabeza. —Y te gusta por exactamente todo lo que te molesta. Él esperaba que se enojara, pero simplemente se desplomó sobre la mesa, con la barbilla apoyada en sus brazos cruzados, y miró por encima de las estanterías. —No es Scorpius, eso es seguro. —Ah —asintió James, sintiéndose bastante atrevido. —Porque te molesta por todo lo que te gustaba. —Oh, todavía me gusta. No puedo evitarlo —Rose sacudió la cabeza en sus brazos, manteniendo su voz baja. —Pero me odio por ello. Me mantiene en una confusa emoción la mayor parte del tiempo. Cada vez que pienso que está todo suavizado, él hace algo más exasperante. Mi trabajo en la escuela está sufriendo por ello. Ralph la miró, frunciendo el ceño. —¿De qué estás hablando? Obtienes las mejores notas en cada clase. —Pero no lo estoy disfrutando. Todo se ha convertido en… una pesadilla. —Wow —James soltó un silbido bajo. —Un mundo donde el trabajo escolar es una pesadilla. Eso es más de lo que puedo imaginar. —Eres de gran ayuda —murmuró Rose, desconsolada. —Ni siquiera sé por qué les estoy diciendo esto a ustedes dos. James estaba tentado de decirle a Rose que Scorpius simplemente no era bueno para ella, pero sabía que sería inútil. Eso era algo que tendría que aprender por su cuenta, cuando se diera cuenta que la suma del total de su relación era molestia, angustia y mezquinas disputas. En cambio, murmuró — “Rose Malfoy” suena como una sombra de rosa enfermizo. Como la terrible poción de estómago que la Abuela Weasley hace cada vez que tenemos gripe.

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—Oh, gracias por eso —Rose se paró de nuevo y recogió su bolso. —Eso despeja todo —se apartó y luego se volvió hacia él y Ralph. —Pero en serio. Este asunto de Norberta no ha terminado. Hemos hecho un lío, y algo vamos a tener que hacer antes de que todo caiga en nuestras cabezas. Sin esperar una respuesta, se volvió y se alejó. James la vio irse, con los brazos cruzados sobre su pecho, y luego soltó un suspiro cansado. Él firmemente quería creer que Rose estaba sobre reaccionando y que Norberta ya no era su problema. Estaba menos convencido de que fuera cierto, sin embargo, que Rose todavía albergaba una chispa secreta y sin esperanza por Zane Walker, incluso desde dentro de la jaula emocional de su relación con Scorpius. Ralph seguía mirando a Rose mientras pasaba junto a una estantería y se le escapaba la vista. —Odio decirlo, pero tiene razón sobre Norberta. Y tienes razón sobre ella y Scorpius Malfoy. Qué tremendo estúpido es. James suspiró y se puso de pie, finalmente decidiendo, a regañadientes, que debía cambiarse la ropa sucia del día anterior. —Todo este asunto se ha ido totalmente cuántico. Caminando por sobre nuestras minúsculas cabezas. Hasta luego, Ralph. Mientras volvía a la torre de Gryffindor, pensó que, al igual que Norberta suelta en el centro de Londres, la vida amorosa de Rose era sólo una cosa más que él, James, nada podía hacer.

Como el tiempo suele hacer durante los primeros días ambiguos de principios de primavera, la tormenta de nieve del viernes fue seguida por una ola de calidez fuera de temporada el domingo. El aire cálido persiguió a la nieve hasta convertirse en residuos malolientes en las sombras del castillo, revelando la hierba amarilla enmarañada y

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convocando cascadas de carámbanos pálidos desde los aleros y torrecillas. El suelo chapoteaba bajo los pantalones de James, empapándolos, mientras se dirigía al campo de Quidditch para el partido de la noche contra Ravenclaw. Estaba ansioso por volver a la escoba otra vez después de la larga pausa, y esperaba finalmente demostrar que era digno de su posición como Buscador. Hasta ahora en la temporada, Gryffindor estaba en tercer lugar, siguiendo a Ravenclaw y Slytherin. Si pudieran arrebatar la victoria en el enfrentamiento de hoy, subirían al segundo lugar con sueños de un posible triunfo en el torneo. Si perdían, lo más probable es que se despidieran del campeonato. Las tribunas estaban llenas a desbordar, ruidosas y tamborileando con alegrías y pies retumbando, mientras James tomaba su lugar en el campo para el apretón de manos de los capitanes antes del partido. El partido estuvo luchado y sobre todo estratégico. El aire estaba claro debajo de un cielo gris brillante, permitiendo una visibilidad perfecta y ofreciendo casi ninguna brisa cruzada. James se agachó y se abalanzó en busca de la Snitch, manteniendo un ojo abierto para las Bludgers y también en George Muldoon, quien jugaba como Buscador para los Ravenclaw. Mientras James se abalanzaba sobre la grada de Ravenclaw, con el sol poniéndose justo más allá de las banderas que flameaban sobre sus cabezas, vio a Edgar Edgecombe y a sus compinches, Ogden y Hearthrow, sentados en la primera fila, gritando burlas entre sus manos ahuecadas. Indistintamente, James se dio cuenta de que no había pensado en ellos en semanas, y estaba muy contento por eso. Tal vez, pensó, había oído el último de su insignificante y mezquino antagonismo. A pesar de que se abalanzó, sin embargo, esperaba que esto fuera demasiado para esperar. Gryffindor mantuvo una ventaja ligera pero persistente sobre Ravenclaw durante todo el partido, pero no lo suficientemente cerca como para conseguir una victoria. James sabía que los pocos puntos extras en el marcador no llegarían a nada si Muldoon veía y conseguía la Snitch antes que él. El suspenso se apretó en su pecho como un lazo mientras el sol se inclinaba sobre las tribunas y el partido se tensaba, febril de anticipación. James no había visto la Snitch en todo el partido, y sabía que simplemente debía hacer una aparición pronto. Escudriñó las furias salvajes de los jugadores, observó el murmullo de las Bludgers y el tiro de las Quaffles hacia los anillos brillantes. Oyó a Lily

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gruñir con esfuerzo, logrando derribar un disparo tras otro. Apretando los dientes, esperó y buscó, esforzándose los ojos con tanta fuerza que dolían detrás de sus gafas. Y entonces, con un rayo dorado al atardecer y una raya de alas revoloteando, allí estaba: la Snitch se movía detrás de Ashley Doone mientras ella se movía ante los anillos de la portería de Ravenclaw. Luego, formó un arco de bronce sumergiéndose, se inclinó y se comprimió en el campo, dirigiéndose directamente hacia él. James la miró acercarse, su aliento atrapado en su pecho. Seguramente, no sería tan fácil. Y por supuesto, no lo era. La Snitch zigzagueaba en el aire, alejándose en la puesta de sol, y James se agachó sobre su escoba, lanzándose hacia adelante en su persecución. Desde su visión periférica, trató de ver si Muldoon estaba dándole caza también, pero la luz del atardecer hizo imposible decirlo. Con los ojos clavados en la bola dorada, James se retorció y atravesó la multitud de jugadores, agachándose bajo Bludgers y haciendo un giro completo bajo Stebbins, el bateador líder de Gryffindor. —¡Vamos James! —oyó la llamada de Graham, seguida por un grito sorprendido de Deirdre mientras pasaba junto a ella. La multitud rugió con una oleada de entusiasmo, y James supo que Muldoon debió de unirse a la persecución ahora también. El partido estaba probablemente a sólo unos segundos de terminar. De repente, Ashley Doone estaba delante de James, inclinándose directamente en camino mientras abandonaba su puesto en la portería, tratando de bloquear su curso. Marcó su escoba a la derecha y sumergió su cabeza, inclinándose tan cerca bajo su escoba que su cola se juntaba con su cabello. Cuando volvió a levantar la mirada, Muldoon se balanceaba junto a él, con la frente baja y la cara en un gesto severo. Pero ya era demasiado tarde, y James lo sabía. Él exultó en ella mientras Muldoon se esforzaba por ponerse al día, James estiró la mano, vio cómo su sombra parpadeaba sobre la forma sibilante de la Snitch, y la atrapó. Fue como coger una manzana de un árbol en el huerto de la Abuela Weasley; tan natural y fácil como robar un rollo de cena de un plato. Parpadeó ante su propio puño y las alas doradas que revoloteaban contra su palma. Mientras miraba, las alas se calmaron. El partido había terminado.

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Asombrado y sonriendo con deleite, miró a Muldoon, que tiró de su escoba a una parada disgustada y dejó caer su barbilla contra su pecho, su pelo sudoroso caía sobre su cara. Las tribunas estallaron en aplausos ensordecedores. —Y gracias a un vuelo sólido y al ojo de águila de James Potter —gritó Josephina Bartlett desde la cabina del locutor —Gryffindor le arranca el segundo lugar de la mano del rival de esta noche, Ravenclaw. Encantamientos de fuegos artificiales saltaron y chisporrotearon por todas partes mientras el resto del equipo se amontonaba alrededor de James, gritando con deleite y alzándolo entre ellos. Lily pasó un brazo alrededor de los hombros de James en el aire, y James decidió, entonces y allí, que podía perdonarle por culparle por su anterior derrota contra Slytherin. Aparentemente, el deporte podría ser el divisor más grande y el unificador más fuerte. Nada de esto puede ser especialmente importante en el largo plazo, pero por el momento se sentía como lo único que importaba en todo el mundo. Hasta que, momentos más tarde, mientras James descendía al campo, dando vueltas como una semilla de diente de león con el resto del equipo Gryffindor todavía gritando y felicitándose unos a otros a su alrededor. Sentado en la segunda fila de la tribuna de Gryffindor estaba el padre de James, el inconfundible y legendario Harry Potter. Sonreía con orgullo, pero no animaba. A su derecha estaba el tío de James, Ron Weasley. Y junto a él, resplandeciente con su bufanda escarlata y dorada y cabello castaño, estaba su Tía Hermione. Los tres lo miraban, sonriendo con fuerza, y sin embargo había algo en sus ojos que decía que de hecho no habían venido a Hogwarts, estrictamente hablando, para el partido de Quidditch de la noche. Rose estaba esperando al lado de la tribuna mientras James tocaba y recogía su escoba. —¿Viste? —dijo, leyendo la repentina mirada pálida en su rostro. Él asintió. —¿Ya has hablado con ellos? ¿Por qué están aquí?

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—Solo digamos —dijo Rose, bajando la voz y ofreciéndole una mirada significativa —que ninguno de ellos cree realmente que fue un boggart que apareció en Londres la otra noche.

El plan, según Rose, era reunirse en la cabaña de Hagrid al caer la noche. Se apresuró a regresar al castillo con el fin de enviar el mensaje a Ralph a través del Pato, mientras que James se retiró a la zona de vestuario y se cambió su equipo de Quidditch. Apenas podía aguardar hasta esa noche para saber de qué se trataba la reunión con su padre, tía y tío. La preocupación y la alarma se abanicaban en sus venas como ácido frío, infundiéndole un temor bajo, pero no había nada que pudiera hacer al respecto. A raíz del partido de Quidditch, los tres adultos estaban programados para una cena privada con el Director Merlín y varios maestros, aparentemente para discutir la continua desintegración del Voto de Secreto y teorías sobre cómo apuntalarlo en el corto plazo. James tenía la idea distinta de que aquello era sólo una artimaña para deshacerse de la sospecha. La verdadera razón de su visita se iluminaría más tarde esa noche en la cabaña de Hagrid, para un grupo mucho más selecto. Se duchó, se apresuró a cenar y no pudo comer. Su estómago estaba en nudos al pensar en lo que podría estar por venir. ¿Qué sabía su padre sobre la debacle de Norberta? ¿Hagrid iba a ser enviado a Azkaban? ¿Había alimentado el Profeta una versión deliberadamente desinfectada de la historia? ¡Quizás Norberta estaba aún provocando una voraz mezcla de destrucción en Londres! Pero, ¿cómo podría callarse tal cosa? Finalmente, desesperado, le confió sus preocupaciones a Rose cuando salieron del Gran Comedor.

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—Eso es idiota —dijo ella con olfato condescendiente. —Pero me alegro de que por lo menos tomes la cosa en serio ahora. —¡Siempre me lo he tomado en serio! —exclamó James, aunque con un gruñido bajo. —Sólo esperaba que el problema hubiera desaparecido por sí mismo. No puedes culparme por ser optimista, ¿verdad? —Hay optimismo y hay irresponsabilidad —dijo Rose con un movimiento de su cabeza. Mientras se acercaban a las escaleras, Ralph bufó hacia ellos, su insignia de Premio Anual brillando en la luz de la tarde. —¿De qué se trata todo esto que tus padres vienen aquí y organizan una reunión secreta en casa de Hagrid? —jadeó —¿Estamos condenados? Estamos completamente condenados, ¿verdad? —Enfría tu caldero —dijo Rose. —Si fuera tan malo, nos habrían acarreado desde el momento en que llegaron aquí, no esperar a encontrarse con todos de forma silenciosa, como bajo la oscuridad. —Te dije que era un enorme error —gruño Ralph, apoyado en la balaustrada para recuperar aliento. —¡No más de esto! Les diremos todo, ¿de acuerdo? —Quizás —se levantó Rose, levantando una mano apaciguadora. —Y a Merlín también —insistió Ralph —Y no sólo sobre todo este asunto del dragón. Sobre todo. Petra, Odin-Vann, el Hilo Carmesí, todo el asunto. —¡Whoa, whoa, whoa! —siseo James, tirando de Ralph, con considerable esfuerzo, en un rincón oscuro debajo de las escaleras. —¡De ninguna manera! ¿Estás completamente loco? —Soy el más cuerdo de todos nosotros —protestó Ralph, manteniendo su propia voz baja pero claramente resintiéndola. —¡Hemos cometido el error antes de no confiar en Merlín y nuestros padres! ¡Pero esto es demasiado grande para que volvamos a cometer el mismo error! James abrió la boca para objetar, pero Rose habló antes de que pudiera. —Merlín y nuestros padres están jurados de capturar a Petra por cualquier medio necesario, no

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para ayudarla. Lo sabes, Ralph. Viste lo que sucedió cuando Merlín y Petra se enfrentaron en el Mundo entre Mundos. Ralph se pasó una mano por el pelo con frustración. —¿Se le ha ocurrido a ustedes dos que tal vez están en lo cierto al tratar de detenerla? —los miró a cada uno a su vez, y luego sacudió la cabeza, anulando sus objeciones. —Miren, confío en Petra tanto como confío en cualquiera de ustedes. Creo que ella piensa que este es el único plan que funcionará. Pero sólo porque Petra tiene poderes impresionantes no significa que ella siempre tenga la razón. Y ni siquiera me hagan hablar de Odin-Vann. Es tan desagradable como un galeón de goma. Confío en Merlín y en nuestros padres diez veces más que en ese delgado imbécil. Necesitamos su ayuda y lo saben. Rose soltó un duro suspiro y se volvió para mirar a James. Claramente, ella había estado luchando con este mismo dilema. Y fue en ese momento que James finalmente entendió su mayor razón para mantener el plan de Petra en secreto. El peso de la comprensión le heló todo el camino a sus talones. Rose lo vio en su rostro, al igual que Ralph, quién palideció un poco él mismo. —¿Qué pasa? —preguntó, dejando caer su voz en un susurro. —¿Qué sabes? James sacudió la cabeza lentamente. —No es lo que yo sé —respiró, apoyándose contra la pared y deslizándose hacia abajo en una agachada débil. —Es lo que temo que pueda pasar. Qué pasará si le decimos a Merlín y a nuestros padres. Ralph se agachó también. Rose se arrodilló y alisó su falda sobre sus rodillas. — Intentarán razonar con ella, ¿no? —dijo razonablemente. —Si pueden conseguir que la escuchen, tratarán de convencerla de que se olvide de su plan. James volvió a sacudir la cabeza. —Pero no tendrán éxito. Petra está completamente comprometida. Ha hecho un Horrocrux sólo para asegurar que puede llevar a cabo su plan. No hay manera de que Merlín y nuestros padres puedan hablar con ella. Eso significa que no tendrán más remedio que tratar de detenerla como puedan. El rostro de Rose palideció mientras asentía, empezando a entender. —Y si se oponen a ella por la fuerza…

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Los hombros de Ralph se desplomaron. —La gente terminará siendo herida. Incluso tal vez asesinada. —Pero no Petra —susurró James. —Ese es el punto del Horrocrux. Pueden tratar de detenerla, pero no funcionará. Y entonces… —Ella los atacará —dijo Rose en voz baja. —Petra matará a cualquiera que se interponga en su camino. James sintió frío hasta el hueso mientras asentía. —Lo hará porque piensa que es la única forma de salvar al mundo entero. Ella lo odiará, pero lo hará. Porque ella cree que es lo suficientemente fuerte para hacer la elección más difícil de todas. Rose añadió: —Y porque su alma ya está manchada con una muerte. Ralph miró al suelo entre ellos, aparentemente pensando fuerte, reflexionando sobre la fría verdad de sus palabras. —Así que —murmuró —si le decimos a Merlín o a nuestros padres, pueden terminar muertos. Y sería en parte nuestra culpa, porque los instamos a oponerse a alguien que posiblemente no derroten. Ninguno respondió. Después de un largo momento, Ralph levantó la cabeza de nuevo. —¿Ni siquiera Merlín? James miró a Rose, luego a Ralph. —Merlín sería nuestra mejor esperanza. Pero recuerden lo que sucedió cuando se enfrentó a Petra en el desfile de Nueva York, en la Noche de la Revelación. Trató de detenerla. Utilizó su bastón con ella. Y ni siquiera la aturdió. No era nada para ella. Ralph frunció el ceño, todavía luchando con la idea. —¡Pero la ciudad es su elemento! ¡Es la fuente de su poder! Claro, ella era más poderosa que él allí. Pero quizás la próxima vez… Con un profundo suspiro, Rose dijo —Si hay una próxima vez, Petra se asegurará de que las probabilidades se apilen en su favor de nuevo, al igual que cuando estuvieron en Nueva York. Conoce la debilidad de Merlín. No le dejará tener ninguna ventaja sobre ella. Lo derrotará. Y cuando lo haga, no volverá jamás.

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Ralph simplemente frunció el ceño y volvió a mirar al suelo. No le gustó. James pudo verlo. Pero tampoco podía discutir contra eso. Sin decir una palabra, los tres siguieron sus caminos separados. No se volvieron a ver hasta casi las nueve, cuando se congregaron en el vestíbulo y se deslizaron al frío de la noche. La cabaña de Hagrid brillaba con una luz amarilla. Una cinta de humo gris salía de su chimenea de piedra, como siempre y sin embargo James nunca se había sentido menos acogido por la familiar cabaña que ahora. Estaba loco de suspenso acerca de lo que estaba por venir, pero también temblaba de temor de que estuviera a punto de entrar en los peores problemas de su vida. Un ruido repentinamente atravesó el brillo azul de los prados, deteniendo a James, Rose y Ralph. Era débil pero inconfundible, y era el último sonido que esperaban oír que proviniera de las profundidades de la cabaña. Era una risa. Varias voces, todas de timbres diferentes, se reían al unísono, formando una melodía como una vieja canción, olvidada hace tiempo. James miró a un lado, alarmado, y se encontró con la mirada perpleja de Rose. Ralph tragó saliva audiblemente. —¿Es una buena señal? —susurró —¿O una mala señal? Rose se encogió de hombros con incertidumbre, y luego, más lentamente, reanudó su breve caminata por el césped. James y Ralph la siguieron tentativamente. La risa volvió a sonar, cada vez más fuerte mientras los pies se acercaban a la cabaña. Rose levantó el pequeño puño y golpeó una vez, suavemente, casi como si esperara no ser escuchada. La cabaña se quedó en silencio. Varios segundos más tarde, la puerta se abrió de par en par y el grueso pelaje de la cabeza de Hagrid se asomó. Sus oscuros ojos pasaron sobre los tres estudiantes, luego asintió y retrocedió, tirando de la puerta con él. James siguió a Rose y Ralph adentro y miró a su alrededor. Sentados alrededor de la enorme mesa, sus caras iluminadas con el resplandor de una sola luz, con los platos de un té tardío dispersos entre ellos, estaban Harry Potter,

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Ron Weasley y su esposa Hermione. Estaban vestidos con vaqueros oscuros y suéteres gruesos, sus caras alegres pero tranquilas mientras miraban a los recién llegados, como si a regañadientes se prepararan para dedicarse a los asuntos de la noche. Hagrid cerró la puerta de la cabaña con un clunk e hizo un gesto hacia la mesa. — Estábamos hablando de los viejos tiempos —reconoció. —Muchos recuerdos con estos tres. No todos son buenos, pero definitivamente la mayoría de ellos lo son. Hermione asintió y señaló una silla pequeña debajo de la ventana. —Te recuerdo sentado justo ahí, Ron —comentó —vomitando las babosas durante un buen cuarto de hora. ¿Ese es uno de los recuerdos buenos o malos? El padre de James trató de no sonreír. Ron puso los ojos en blanco y sacudió la cabeza. —Eres una burla, Sra. Weasley. Si usted recuerda, ese fue el resultado de mi intento de defender su prodigioso honor. —Y fallando admirablemente —Harry estuvo de acuerdo. —Pero definitivamente es lo que cuenta. Hermione rodeó a su esposo con un brazo y hundió la cabeza en su hombro. —Lo recuerdo —dijo ella cálidamente —y nunca lo olvidaré. —Buena atrapada hoy, James —asintió Ron, volviéndose hacia James con una sonrisa. James se movió a la luz de la mesa, mirando de cara en cara por algún signo de qué estaba pasando. Su padre vio la pregunta en su rostro y asintió brevemente. —Sabemos de Norberta —admitió. —Y antes de darle a Hagrid algún dolor, no, no es porque nos lo haya dicho. Hagrid alzó ambas manos como si estuviera inclinado hacia atrás en su silla. —Yo no he dicho ni una sola palabra. No esta vez. Rose entrecerró los ojos, moviéndose para sentarse en la silla junto a su madre que se movió para dejar espacio. —Entonces, ¿Cómo lo saben? —preguntó, mirando con cautela alrededor de la mesa. —Y… eh… ¿qué saben? Su padre habló entonces, levantando una mano para marcar puntos en sus dedos. —Sabemos sobre el plan de marcharse sigilosamente a Londres para facilitar transporte

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a un cierto Ridgeback Noruego no registrado cuya convivencia con los gigantes había llegado a ser tenue, en el mejor de los casos. Sabemos que el plan, tal como fue, resultó completamente erróneo, lo que llevó a que el dragón se escapara a la ciudad propiamente dicha, causando que cientos pobres muggles londinenses ensuciaran sus pantalones con terror mortal. —Ronald —Hermione chasqueó su lengua con desdén. —Y —siguió Ron, sin perder un latido —sabes que, afortunadamente para todos los involucrados, dijo dragón… una cierta hembra llamada, sin culpa suya, Norberta… se fue rápidamente al suelo, escondiéndose en algún lugar dentro de los confines de la ciudad propiamente dicha, y aparentemente todavía está allí, asustada y esperando hasta el momento en que sea descubierta, o llegue a tener el hambre suficiente como para tener que ir a buscar comida. James se dejó caer en el último asiento vacío de la mesa, débil con una mezcla de alivio y vergüenza. Le preguntó a su padre, —¿Cómo llevaste todo esto? —Sencillo –dijo Harry, quitándose las gafas y limpiándolas en la manga. —Es mi trabajo resolver las cosas. —Buscamos los registros de cada dragón registrado en un radio de cien millas — explicó Hermione. —No es exactamente una larga lista. Los registramos cada uno y decidimos que todos habían sido contabilizados en la noche en cuestión. Y puesto que los Galés Verde nativos permanecen lejos de la ciudad por naturaleza, eso dejó solamente una opción. Ron asintió con la cabeza. —Un cierto Ridgeback Noruego que sólo unas pocas personas conocen, y que nosotros tres somos nominalmente responsables. —Nosotros cuatro —corrigió Harry, lanzando una mirada de soslayo a Hagrid. —Por no mencionar —añadió Ron —que varios de los testigos muggles de aquella noche informaron haber visto un barco roto atravesar el hielo del Támesis. Algunos dijeron que era una nave larga y vieja con mástiles y un gran timón. Otros dijeron que era un remolcador viejo regular. En el mismo lugar, al mismo tiempo. Hermione prosiguió: —Así que hicimos algunas deducciones rápidas, y luego vinimos aquí directamente a preguntarle a Hagrid qué, precisamente, estaba haciendo,

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y quién más había venido al paseo —con esto, se giró hacia su hija con la mirada puntiaguda. —¿Qué se supone que debíamos hacer? —preguntó Rose con voz estridente. —¿Qué el pobre Hagrid saliera y tratara de rescatar a Norberta solo en su cubo flotante? Él lo haría, ¡lo sabes! Tuvimos la obligación de ayudar, los tres. ¡No fue culpa mía que Zane Walker terminara por venir para el viaje! ¡Quería enviarlo de vuelta a Alma Aleron en el momento en que Ralph lo trajo aquí con el Pato! James vio lo que estaba sucediendo un instante antes de que su Tía Hermione levantara las cejas y se girara para mirar a su marido con expresión astuta y consciente en su rostro. —Ni una palabra —repitió Hagrid enfáticamente. —Esta vez no fui yo. Ralph se dio una palmada en la frente. Rose miró de su madre a su padre, luego a través de la mesa hacia su tío, que bajó los ojos a la mesa y tocó su taza vacía. Rose dijo, —No sabías nada de eso…¿verdad? —Es el truco más antiguo del libro de Auror —suspiró James, volviendo a caer en su silla. —Convencerles que ya lo saben todo, y luego simplemente sentarse y escuchar. Lo ha estado haciendo con Albus, Lil y yo durante años. —¡Pero…! —Rose se enfureció, sus mejillas se pusieron rojas. —¡Pero dijiste…! — ella miró a su tío acusadoramente. Harry dijo —Es como te dije: es mi trabajo resolver las cosas. Fuiste de mucha ayuda, Rose. Gracias. Hermione se volvió hacia Hagrid. —¿Cómo pudiste dejarlos ir? —preguntó con reproche. —Eso fue extremadamente peligroso. —No más que cualquier cosa que hicimos en nuestros días —dijo Ron en voz baja —y por el mismo dragón. —¡Eso es lo que les dije! —farfulló Rose. —¡Estábamos terminando lo que ustedes empezaron!

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Hermione le dirigió a su hija una mirada severa. —Salvo que lo logramos. Ustedes soltaron un dragón en Londres. —Oh, no los culpes —gimió Hagrid, sacudiendo su gran cabeza tristemente. —Todo es mi culpa. Nunca debería haberlos dejado ir. Nunca debería haberlos involucrado en absoluto. Estaba tan preocupado por Norberta. No estaba pensando bien. Harry se acercó a los hombros de James y tocó el brazo de Hagrid. —No hay culpa que se pueda tener. Sé lo persistentes que pueden ser estos tres. Principalmente porque recuerdo lo persistentes que solíamos ser nosotros tres. Ahora no hay nada que ganar apuntando con los dedos. Ralph, todavía de pie detrás de la silla de Hagrid, dijo, —¡Especialmente desde que traté de advertirles una y otra vez que todo el plan era una pesadilla desde el principio! Hermione asintió con la cabeza. —Justo como intenté advertir a estos dos cuando todavía éramos estudiantes y Norberta era apenas un dragoncito. Alguien tiene que poner la voz de la razón. —¡Gracias! —Ralph asintió con la cabeza, extendiendo las manos en un gesto indefenso. —Es un trabajo ingrato, ¿verdad? —La prudencia y la discreción rara vez son populares —confirmó Hermione sabiamente, mirando ahora a James, que se hundió en su asiento. —El punto es —habló Harry. —Este es un serio dilema que necesita ser resuelto. Todos tenemos una mano en su causa. Así que depende de nosotros tratar de arreglarlo antes de que los lugareños muggles sean aterrorizados por un dragón en sus calles. Hagrid asintió con la cabeza. —O Norberta tendrá otro día más aterrorizada y hambrienta en donde quiera que esté. Hermione le dirigió una mirada impaciente. —O algún pobre viejo guardabosques será enviado a Azkaban por el resto de su vida. Vamos a tratar de mantener esto en perspectiva, ¿está bien? Harry se sentó en su silla y volvió a ponerse las gafas. —Hemos sido afortunados hasta ahora que Norberta se escondió de alguna manera. Pero no durará para siempre. La primera tarea es encontrarla y sacarla de la ciudad sin que nadie más la vea, Muggle

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o cualquier otro. ¿La segunda tarea…? —miró a través de la mesa hacia Ron, quién se animó. —Hablé con Charlie esta tarde por flu. Él dice que ahora están bastante abarrotados, con el gobierno Rumano rondando e interrumpiendo a todos los dragones registrados en su reserva. Pero según él, siempre hay un espacio para Norberta, aunque eso signifique dejarla acostada con los gemelos en su departamento en Brașov. —¡Pero! —dijo Hagrid, levantándose en su asiento y poniendo las dos manos sobre la mesa. —¡Ya he hecho arreglos aquí! ¡El granero ha sido vaciado esperándola! De repente, Ron arqueó las cejas e hizo un punto de arreglar las tazas y platillos en la mesa ante él. —Hagrid —dijo Hermione suavemente. —Sabes que no puedes mantener a Norberta aquí en los terrenos de Hogwarts. El director Merlín puede tener un punto débil con las criaturas peligrosas, al igual que tú, pero incluso él no hará la vista gorda a un dragón de contrabando. ¿Y no estarás pensando que puedes mantenerlo en secreto de él…? Hagrid se quedó rígido por un largo momento, masticándose los labios y mirando fijamente a Hermione. Luego se desplomó de nuevo, produciendo un crujido tenso en su silla. —Lo sé —admitió con tristeza. —Lo he sabido todo el tiempo. Es tonto, lo es. Supongo que sólo esperaba que, una vez que la acción se hiciera y ella estuviera aquí… —Es mejor así —asintió Harry. —Para todos los involucrados. —¡No para Noberta! —exclamó Hagrid, levantando de nuevo la cabeza peluda. — ¡Se volverá loca, todos encerrados con esos Longhorns Rumanos! ¡No son compatibles con los Ridgebacks, y son poderosas criaturas territoriales, esos Longhorns! ¡Norberta ya está medio coja, con su ala mala! ¡Ellos sentirán su debilidad y la harán picadillo a la pobre chica! —Ya está resuelto —dijo Ron, finalmente levantando la vista de la mesa. —Si podemos sacar a Norberta de la ciudad en tu barco, sólo tenemos que llevarla hasta el puerto mágico de Brujas. Hemos arreglado una aeronave que la puede llevar el resto del camino a Charlie en Braşov, sin hacer preguntas, solo dinero en efectivo inmediato.

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—¿Y quién va a pagar? –preguntó Hagrid, buscando claramente cualquier excusa para negar el plan. —Todos aportamos —dijo Hermione, observando a Hagrid de cerca, dejándolo ver sus ojos. —Y tú también puedes, si quieres. Es menos de lo que piensas. Y es lo menos que podemos hacer. Después de todo, realmente somos responsables en parte de todo esto. Incluso si algunos de nosotros tratamos de actuar como la voz de la razón ante el hecho —dijo, mirando a Ralph y ofreció una sonrisa pequeña y conmensurada. Hagrid dio un enorme suspiro y luego asintió lentamente. —Supongo que tienes razón. Pero no dejaré que paguen una sola cosa por el transporte. Tengo un montón de dinero guardado, y no tengo idea qué hacer con él. Esta es una buena manera de gastarlo. La mejor manera de todo, probablemente. Hermione asintió y se relajó en su asiento. Ralph preguntó: —Así que, si la primera tarea es encontrar a Norberta, ¿Cómo exactamente haremos eso? —No hay un “nosotros” —replicó Harry, mirando al chico grande, y luego a James y Rose. —Ustedes ya han hecho lo suficiente. Todo lo que necesitamos por ahora es ayudarnos a determinar precisamente donde Norberta se dirigía. Lo tomaremos desde ahí. —Gracias —dijo Ralph de nuevo, finalmente colapsando en el enorme sillón de Hagrid ante el fuego. —¡Pero Mamá…! —protestó Rose, pero su madre ya estaba sacudiendo la cabeza con firmeza. —No hay ninguna oportunidad, Rose —dijo, sin discutir. —Tienes clase mañana. De ninguna manera te permitiré estar fuera quién sabe hasta quizás qué hora esta noche, aunque pueda mantener mis ojos en ti esta vez. James parpadeó sorprendido. —¿Lo haremos esta noche? —Nosotros lo haremos —su padre aclaró pacientemente, asintiendo a Ron y Hermione. —No podemos esperar más. Norberta no permanecerá oculta para siempre. Tenemos que encontrarla ahora y sacarla de la ciudad inmediatamente, antes de que

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todo este desorden se convierta en un desastre total y todos estemos en el gancho por ello. —Algunos más que otros —señaló Ron rápidamente, mirando alrededor de la mesa. —Así que estamos claro, ¿cierto? —volvió su mirada de disculpa a Hagrid, quien asintió tristemente. Rose cruzó los brazos hoscamente. —Se dirigía hacia el suroeste —admitió con voz tensa. —Bajo, saltando los coches y tejados. No podría haberse alejado mucho. Ron se inclinó más allá de Hermione y besó a su hija en la parte superior de su cabeza. —Gracias amor. Y por lo que vale, ojalá pudieras venir. Pero tu mamá tiene razón. ¿Qué clase de papá sería yo si te llevara a la caza de dragones en una noche de escuela? —¿Uno tremendamente brillante? —sugirió Rose, mirándolo desde debajo de las cejas. —Bien dicho —asintió él gravemente. Hermione le dio un codazo a un lado poniendo los ojos en blanco. —¿Dónde estará escondida? —preguntó Ralph desde el sillón. —¿Las alcantarillas, tal vez? Hagrid sacudió la cabeza. —Nah, nah —suspiró. —Los Ridgeback Noruegos son poderosamente buenos escondiéndose, pero siempre buscarán un lugar que se sienta reconocible para ellos. En algún lugar que les recuerde a su patria ancestral, cómoda y familiar. —Charlie dice lo mismo —Ron estuvo de acuerdo. —Él dice que tienen recuerdos fuertes guardados en sus instintos de las tierras y lugares de donde originalmente vinieron. Dice que todo lo que tenemos que hacer es encontrar un lugar que se vea y se sienta como si pudiera encajar en el campo Noruego, hace cien años. James frunció el ceño a su tío. —¿En el Londres moderno? Ron se encogió de hombros. —Bueno… seguro. Tú sabes. Algo que se sienta como Noruego. Así que… —miró a los demás. —¿Cómo son las cosas en Noruega entonces?

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—Hay muchos fiordos —sugirió Ralph. —Mi padre siempre habla de los fiordos. Dice que quiere llevarnos allí para verlos algún día. Dice que son una maravilla del mundo. Rose dio un suspiro. —No hay fiordos en el centro de Londres. —Está bien, entonces —dijo Harry con un movimiento de cabeza. —Así que, edificios y esas cosas. ¿Qué parecería lo suficientemente noruego para atraer a un dragón asustado y nostálgico? Ron se sentó y señaló a Harry con inspiración. —¡Musgo en los techos! Con, como, los árboles que crecen en la parte superior. ¿Cierto? Todos los cuentos de hadas y cortos de fantasías, ese tipo de cosas —miró a Hermione —Eh, ¿verdad? —Esto definitivamente es un problema —dijo Harry —si ninguno de nosotros tiene idea de qué detalles arquitectónicos pueden parecer lo suficientemente Noruegos como para atraer a un dragón rebelde. —Um —dijo James, sus ojos se abrieron de par en par cuando una idea se materializó, completamente formada, en su cabeza. —¿Me dejarían ir esta noche…? —No, —repitió Hermione, poniendo su mano sobre la mesa. —Ya hemos hablado de esto… —SI —interrumpió James, mirando desde su tía hasta su padre, sabiendo que él estaba presionando severamente su suerte —¿y si puedo encontrarnos un experto en estas cosas de arquitectura? Harry estudió a su hijo, con los ojos penetrantes, escépticos pero a regañadientes. — ¿Y quién? —preguntó lentamente, —¿Podría ser este experto en arquitectura?

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Capítulo 19 De regreso a Londres —¿Le dijiste a tu papá? —Millie siseó, sus ojos se abultaron en las sombras fuera de la puerta de la sala común de Hufflepuff. —No dije nombres, —susurró James a la defensiva, mirando a su alrededor para asegurarse de que no los oyeran. Las pilas de barriles a lo largo del pasillo ofrecían un escondite nominal, y el techo bajo eliminaba los ecos. Vagamente, un poco melancólico, James recordó haber besado a Millie casi en este mismo lugar unas semanas antes. — Solo dije que conocía a alguien que sabe de arquitectura. Y no puedo decirte para qué necesitamos una persona así. No hasta que aceptes venir. Y realmente espero que lo hagas, porque, bueno, realmente te necesitamos y a tu conocimiento arquitectónico.

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Millie puso los ojos en blanco con impaciencia. Estaba vestida con pantalones de chándal grises y una camisa amarilla del equipo de Quidditch de Hufflepuff. La leyenda con letras a mano en el frente decía ¡SOMOS HufflePUFF y SOPLAREMOS HASTA DERRIBAR TU CASA! —James, —dijo Millie, cubriéndose los ojos con una mano. —Tengo exactamente un libro sobre el tema, y apenas he tenido la oportunidad de abrirlo hasta ahora. ¿Qué tipo de "conocimiento" necesitan exactamente? James se puso un poco evasivo, cambiando su peso de un pie a otro. —Bien. Necesitamos a alguien que pueda reconocer estilos de construcción que podrían lucir autóctonos en... un país diferente. Millie echó un vistazo sobre su mano, y luego la dejó caer, inclinando la cabeza. — ¿Qué país? —Noruega, —respondió James, decidiendo jugarse el todo por el todo. —No sé nada de la arquitectura noruega, —dijo Millie, apoyando las manos en las caderas. —No más de lo que una persona promedio sabe. —Soy una persona promedio, —dijo James desamparadamente, —¡y hasta hace diez minutos yo no sabía que la arquitectura noruega era una cosa! —Mira, no sería de ayuda, —insistió Millie, irritada. —Lo que le dijiste a tu papá, dudo que yo pueda estar a la altura. Cuando se trata de Noruega, apenas puedo decir Stavkirke de Románico. —¿Ves? —James se iluminó, sorprendido por ella en la oscuridad. —¡Sabes de lo que estás hablando! —Esas son solo palabras que recogí mientras leía los libros, —exclamó Millie con enfado. —La frase apenas tiene sentido. Si realmente quieres a alguien que conozca las cosas de ellos, ¿por qué no vas a hablar con Blake? Es probable que el pobre muchacho siga andando a tientas alrededor de su auto invisible. —se giró hacia la puerta. —Millie, —James susurró, deteniéndola con una mano en su hombro. Ella se detuvo, pero no se volvió hacia él. Todavía susurrando, dijo, —Lo siento por la forma en que actué esa noche. No lo siento por Blake… todavía pienso que es un odioso e intrigante pícaro. Pero me disculpo contigo porque fui un celoso y desconfiado patán. Y más tarde en el tren, fue estúpido de mi parte decirle a Ralph lo que hice. No quería que lo supieras por él. Actué como un cobarde.

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Millie lo consideró con una mano todavía en el pestillo de la puerta de la sala común. —Podría haberlo aceptado, —dijo en voz baja. —Si me lo hubieras dicho tú mismo. —Estaba por hacerlo, —James suspiró. —Pero seguí encontrando razones para dejarlo. No quería hacerte daño. —Bueno, —asintió ella, todavía mirando fijamente la puerta cerrada, —me lastimaste. Pero soy una chica grande. Puedo manejarlo. Y ya casi lo supero. Casi. James bajó la mano. —Me alegro. Me gustas mucho, Millie. Simplemente no... Se detuvo, sabiendo que no podía ir más lejos sin explicar su conexión con Petra, y el amor sin esperanza que sentía por ella. Afortunadamente, no necesitaba decir más. Millie le devolvió la mirada por encima del hombro, y la mirada en su rostro le dijo que se contentaba con dejarlo así. —Esto no me hace saber más acerca de la arquitectura noruega, —dijo, encontrando su mirada. Él se encogió de hombros y suspiró. Millie se giró completamente hacia él. —Pero me hace un poco más dispuesta a ayudarte. Si no por tu bien, al menos por tu padre. He oído hablar de él desde que estaba en pañales. Déjame cambiarme y coger mi abrigo. Ya era hora de que mi nombre apareciera en uno de los libros de Revalvier.

Merlín también fue.

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James no lo descubrió hasta que ya estaban en el barco, surcando los túneles subterráneos en el camino de regreso a Londres. Mientras él y Millie descendían por los escalones hacia la estrecha bodega, se encontraron con el director sentado en una caja leyendo un pequeño pero inmensamente grueso libro con un par de lentes brillantes posados en la nariz. James se detuvo tan rápidamente que Millie lo chocó por detrás. El barco se mecía precipitadamente y gemía por todas partes, ocasionalmente agitándose cuando el casco se lanzaba precipitosamente contra el túnel que corría más allá. Merlín parecía completamente ajeno a estas cosas, pero cerró de golpe su libro y miró a los estudiantes con su cara simple y agradablemente curiosa. —Dudo que ustedes dos hayan desarrollado su equilibrio en el mar, —anunció, y palmeó a su lado un banco atornillado al casco inclinado. —Vengan a sentarse antes de que se hagan daño. James vaciló, su mente se aceleró con una mezcla de sorpresa y frío temor. ¿Por qué estaba el director aquí? ¿Qué sabía él? ¿Era un presagio de problemas oficiales por venir? Después de un momento, Millie empujó a James a un lado y medio caminó, medio tropezó hasta el banco. Estratégicamente, se sentó en el extremo del banco más alejado del director, dejando a James el espacio adecuado para él. Con un silencioso suspiro y tragando saliva, James se lanzó al banco y se sentó. Merlín volvió a abrir su diminuto libro, se ajustó las gafas y, casualmente, dijo, — Confío en que tu padre, tía y tío estén ayudando al señor Hagrid a pilotear el barco hasta nuestro destino. James asintió con incertidumbre. Sabía que no había mucho que hacer una vez que el barco era atrapado en la garganta de los túneles, pero sintió que no tenía sentido explicarlo. En vez de eso, preguntó en voz baja, —¿Supongo que todos vamos a tener problemas cuando volvamos? —¿Problemas? —el director repitió la palabra como si nunca la hubiese oído antes. —¿Y eso por qué? James parpadeó a su lado. —Sabe por qué vamos a Londres, ¿verdad? Usted no vino solo a pasear.

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Merlín se encogió de hombros. —Sé que las salvaguardas mágicas en las ciudades se han deteriorado hasta el punto de que un dragón ha penetrado los espacios de los Muggles, causando cierta angustia a los desventurados testigos. Y sé que tú y tus amigos fueron los responsables en última instancia. —inclinó un ojo hacia James, como si pudiera ver la ola de culpa que lo invadía, haciéndolo encogerse contra la pared del casco. Bajando la voz a un débil retumbar, el director dijo, —Tu error no fue intentar rescatar al dragón de sus persistentes instintos, señor Potter. Hasta los últimos años, las protecciones mágicas normales hubieran vuelto a la ciudad impenetrable a criaturas como ella. Tampoco se equivocó al no hablarme de sus planes. Personalmente, me alegra bastante cuando los ciudadanos voluntariamente se delegan estas tareas a sí mismos. Libera a personas como yo a sus propios y únicos artilugios. —Así que... —dijo James, frunciendo el ceño un poco. —¿No estamos en problemas? —Tu error, —dijo Merlín alzando un dedo, —y el error de tus compañeros fue confiar en una elfa cuyos motivos fueron probados como sospechosos. James se incorporó sorprendido. —¿Cómo sabía de ella? ¡No se la mencionamos a mi papá ni a nadie más! Merlín suspiró profundamente y resopló pensativamente. —Preferiría permitir que creas que adiviné esta información a través de mis misteriosas y terribles maquinaciones. Pero me parece que la confianza es un producto más valioso que el temor cuando se trata de usted, Sr. Potter. Por lo tanto admito: Hablé con Hagrid, y sabiamente me deleitó con la historia completa. Conversamos en la cubierta de este mismo barco cuando los esperábamos a usted y a su familia. Me habló de la elfa doméstica y de su sabotaje sobre tu, por lo demás, valiente, aunque bastante imprudente arreglo con los parientes gigantes de él. James se desplomó con una mezcla de alivio y humillación. —Traté de decirles que no se podía confiar en Heddlebun. Vi lo que hizo en la casa de los Vandergriff. —Lo viste, —reconoció Merlín, —pero Hagrid no. Ni tu prima, ni el señor Walker, ni el señor Dolohov. James volvió a mirarlo. —Exactamente. ¿Así que? —Así que la verdad era claramente visible para ti porque la viste, pero nublada para ellos. Era tu responsabilidad dejarla clara, por cualquier medio necesario. Por lo tanto, la responsabilidad por el error recae más fuertemente sobre tus hombros que sobre los de ellos.

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Esta no era la primera vez que James se había topado con la estricta e implacable interpretación de la responsabilidad del director, pero aun así lo irritaba sin remedio. Se cruzó de brazos, apoyando los hombros contra el frío de la bodega. —Entonces es culpa mía. ¿Es eso lo que quiere que yo entienda? Merlín se encogió de hombros nuevamente. —Si hay una cosa que constantemente me disgusta acerca de esta era, es la velocidad y la facilidad con la que la gente buena se rinde. Concédanme un burro obstinado sobre un santo débil. Al menos la patada del burro puede ser dirigida a las puertas adecuadas. —Entonces, —dijo James, rodando los ojos, —solo para ser claros, ¿estamos en problemas o no? —Eso es lo que vamos a descubrir en este viaje, —respondió Merlín, volviendo su mirada al pequeño libro en sus manos. Para el ojo de James, el libro parecía completamente vacío, pero sabía que aquello era una ilusión para evitar que lo leyeran. —Para usted, señor Potter, los días donde sus problemas se resolvían restando puntos de la casa se han terminado. No se equivoque: de aquí en adelante, los problemas se medirán en leyes, años y sangre. James optó por ver esto como algo bueno, en el sentido de que no parecía indicar que el director tenía la intención de darle a él, a Ralph, o a Rose algún castigo oficial. Muy pronto, el barco se inclinó hacia arriba y pareció acelerarse. El ímpetu empujó a James contra Millie, casi tirándola de su extremo del corto banco. Merlín, sin embargo, permaneció completamente plantado, como si sus pies estuvieran enraizados en el suelo. Siguió leyendo su diminuto y gordo libro, mirando a través de sus gafas, mientras el barco se levantaba, parecía flotar suspendido durante un largo y enfermizo momento, y luego, tras un golpe seco, se deslizó lentamente hacia adelante, cayendo de nuevo con un ruido sordo sobre una superficie acuosa. —El antiguo pueblo de Londres, supongo, —dijo Merlín, guardando finalmente su libro en su túnica y poniéndose en pie tanto como el techo lo permitía. Unas pisadas sonaban desde arriba, moviéndose rápidamente. Merlín subió las escaleras hacia la cubierta con James y Millie siguiendo muy de cerca. El aire frío corría por encima de la cubierta y silbaba misteriosamente a través del aparejo. Basado en la vista que tenían de la ciudad, Gertrudis parecía haber salido a la superficie exactamente en el mismo lugar que la última vez. Afortunado, por supuesto, ya que el hielo del Támesis aún no se había congelado sobre el agujero original. Los adultos se congregaron en la popa del barco y, sin decir una palabra, aparecieron en la orilla, materializándose en un largo paseo marítimo a la sombra de un

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oscuro muelle, donde no eran más que sombras sobre un fondo más oscuro. Millie apareció junto con Hermione y Ron, mientras Harry se quedó de último para llevar a James. —Fue astuto de tu parte llegar a un arreglo que te permitiera regresar, —dijo con una sonrisa irónica. —Espero que tu amiga Millie sepa lo suficiente para que valga la pena. James se encogió de hombros un poco. —Ella también lo espera. Tomó la mano de su padre cuando se la ofreció. Un momento más tarde, el mundo se desvaneció en un latigazo y torbellino de fría oscuridad. Al cabo de un segundo, los pies de James chocaron contra los tablones inclinados del paseo marítimo. Cuando alzó la mirada, Merlín tenía su bastón en la mano, habiéndolo hecho aparecer de la nada, como siempre hacía cuando lo deseaba. Lo sostuvo en lo alto del borde del paseo marítimo, señalando hacia el oscuro barco donde se balanceaba en su círculo de hielo roto. —Cuddiasid, —dijo, retornando al lenguaje gutural de sus antiguos orígenes. Una ola de luz púrpura se arrastró hacia arriba a través de las runas de su bastón, culminando en la punta con un breve pero cegador destello. Cuando los ojos de James se aclararon, Gertrudis se había ido. Los fragmentos de hielo roto cubrieron el agujero en el que se había mecido solo un segundo antes. El barco estaba todavía allí, James lo sabía, pero quedaba completamente oculto e invisible debido al encanto prehistórico, cualquiera que sea, que el hechicero había lanzado sobre él. —Eso es bastante práctico, —comentó Millie, impresionada. —Ya veo por qué ha venido usted. —Mi utilidad solo ha comenzado a revelarse a sí misma, —dijo Merlín, clavando su bastón en el tablón de madera junto a sus pies. —Suponiendo que su utilidad sea tan buena como el Sr. Potter espera. Millie parecía incómoda entre Merlín y James. Hagrid habló, señalando la brillante forma encendida del Puente de la Torre en la cercana distancia. —Norberta se fue por allá. Descendió sobre la ciudad, hacia el suroeste desde la torre sur. Harry empezó a caminar, invitando a los otros a seguir. —Entonces entremos en la vecindad adecuada. Tal vez tengamos suerte y tropecemos con el olor inconfundible del estiércol de dragón.

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Ron se encogió de hombros animosamente. —Apuesto que esa es la única vez que tropezarse con ese olor ha sido llamado “afortunado”. —Bien, ahora, —agregó Hagrid, apretando su abrigo más fuertemente sobre sus hombros, —Siempre he encontrado que el estiércol de dragón no tiene un olor desagradable, de hecho. Ahora, el guano del hipogrifo, puaj... —sacudió la cabeza violentamente, —pueden ser criaturas nobles, pero tiene un olor que pela el barniz de tu palo de escoba. Siguiendo por detrás, Hermione olisqueó, —Espero que haya mejores temas de conversación que podamos explorar. A partir de ahí, la tropa caminó en silencio mientras se acercaban a las luces y los sonidos de la ciudad, subiendo por una escalinata de concreto hasta una calle iluminada con brillantes farolas anaranjadas en altos postes de apariencia industrial. La calle estaba sorprendentemente concurrida para la hora que era, llena de relucientes taxis negros, camiones arrojando humo, autobuses rojos de dos pisos e interminables automóviles. Docenas de semáforos colgaban sobre los cruces, titilando sus luces roja, ámbar y verde a las filas de vehículos de abajo. En una dirección, el Puente de la Torre se alzaba sobre los bajos tejados. En la otra, una enorme rotonda giraba con vehículos, encendida como un platillo volador, como una versión enorme del Wocket del primer año de James. Merlín avanzó para cruzar la concurrida calle, ignorando por completo los vehículos que se precipitaban sobre él, con sus faros brillantes y alumbrando sus túnicas con brillo. —¡Espere! —gritó James, alarmado, pero ya era demasiado tarde. Los vehículos se abalanzaron sobre el enorme hombre a toda velocidad, sin desviarse ni sonar los claxon. Merlín tampoco le prestó atención a los vehículos. Simplemente caminó a través de los muchos carriles, con su bastón golpeando el pavimento a su lado. A mitad de camino, se detuvo para mirar a la gente que miraba, atónita, desde la acera de atrás. —Un pequeño truco que aprendí navegando en las estampidas de manadas Erumpents durante mis viajes en el África negra, —gritó con su voz profunda y resonante. —Sigan de cerca. Tenemos un itinerario que mantener. —Oh, diablos, —murmuró Ron en voz alta. —No habla en serio, ¿verdad? Hermione dijo, —Creo que tomaré el cruce peatonal, si no les importa. —ella se encaminó en un trote hacia el semáforo más cercano a unos cincuenta metros de distancia.

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—Voy con ella, —Ron asintió con firmeza. —Alcanzaremos al Señor “Yo Cruzo en Rojo” del otro lado, y el itinerario que se vaya al diablo. Hagrid retorció sus enormes manos en una miserable indecisión, echando un vistazo hacia atrás y hacia delante entre la espalda del director y las de los apresurados Weasley. —Yo voy… —agitó un pulgar sobre su hombro, comenzando a retroceder, —a vigilarlos, entonces. Eeeh. —girándose, se apresuró a unirse a Ron y Hermione, con su abrigo largo batiendo detrás de él. —Voy a intentarlo, —dijo Millie, mirando al director con un brillo en el ojo. —¿¡Qué!? —James comenzó, —Millie, no podemos simplemente... —pero ella ya había salido de la acera. Caminando deliberadamente, sin mirar hacia atrás, empezando a cruzar el primer carril. Los faros de los autos iluminaron su lado izquierdo con creciente luminosidad a medida que se abalanzaban sobre ella. —¡Millie! —gritó, y bajó un paso de la acera. Un autobús pasó junto a ella, zarandeando su cabello con un zumbido explosivo a su paso. Ni siquiera lo miró. —¡Papá! —exclamó James, girándose hacia su padre, pero este tampoco estaba allí. El Potter mayor también se dirigía a la concurrida calle, sin prisa ni duda, manteniendo la mirada recta mientras los vehículos se desdibujaban en ambas direcciones, azotando sus pantalones y su desordenado cabello. James se quedó inmóvil un momento más, completamente atascado por la incertidumbre. Y luego, tragando saliva y templando sus nervios ya desgastados, salió al pavimento de la calle por sí mismo. La clave, al parecer, era no mirar, no prestar la menor atención a los carriles de vehículos en ambos lados. Mantuvo los ojos fijos en la espalda de su padre mientras este caminaba delante de él, incluso cuando su padre parecía mirar a Millie delante de él. Merlín había llegado al otro lado ahora, después de haber cruzado no menos de seis carriles de concurrido tráfico nocturno. Sin previo aviso, un montón de vehículos pasaron en ambas direcciones, parpadeando entre James y su padre, obscureciendo momentáneamente su vista. Sus ojos se tensaron, tratando reflexivamente de seguir el metal parpadeante y el cristal de los vehículos, intentando mirar en ambos sentidos y asegurarse de que su siguiente paso no lo situaría en el camino de un camión a alta velocidad. Y, sin embargo, James apenas resistió, manteniendo la mirada fija. Y cada paso, sorprendentemente, lo llevó adelante entre coches rugiendo y taxis, autobuses y furgonetas, atravesándolos en una suerte de danza suicida. Los conductores que pasaban, por su parte, parecían completamente ajenos a la línea de peatones mágicos que cruzaban entre ellos. James

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podía sentir el calor de los gases de escape en su rostro, el hollín mugriento de la carretera que le salpicaba las mejillas y el cabello. Y a pesar de todo, casi antes de que lo creyera posible, se encontró a sí mismo subiendo a la acera del otro lado del bulevar, dejando el ruido ensordecedor del tráfico detrás de él. —¡Eso fue genial! —exclamó Millie, agarrando las manos de James y tirando de él hacia adelante, en un callejón estrecho. —Eso fue increíble, ¿no? —¿Cómo pudiste hacer eso? —James jadeó, su corazón todavía golpeando en su garganta. —¡¿Todos ustedes?! Harry encogió un hombro, echando un vistazo a la boca del callejón, donde Merlín seguía alejándose, una mera silueta contra las luces de seguridad más allá. —Si Merlín dijo que era seguro, he llegado a confiar en él, —dijo. —Pero no te atrevas a intentarlo solo. Ninguno de ustedes. —¡No te preocupes! —dijo James, todavía luchando por recuperar el aliento por el estruendo de su corazón. Miró alrededor de la calle, fuera del callejón. —¿Dónde están la tía Hermione y el tío Ron? —Nos alcanzarán, —contestó su padre, —vamos. Parece que el director está en plena cacería. James se encontró corriendo detrás de su padre en las sombras del apestoso callejón. Las tinieblas ahogaban el espacio, interrumpidas solo por brillantes luces de seguridad que no parecían iluminar nada más que fangosos charcos y grandes cubos de basura. El callejón terminaba en una estrecha carretera adoquinada, bordeada por una larga valla de tela metálica. Más allá de la cerca había un oscuro espacio abierto, lleno de malas hierbas y arbustos, que James vagamente reconoció como una vía férrea. Merlín se había detenido ante la cerca, las runas de su bastón palpitaban de un azul pálido. —Aquí, —dijo, asintiendo con su barbudo mentón. Se adelantó y la tela metálica se agitó y resonó ante él como golpeada por un vendaval repentino y silencioso. La malla de metal se desplegó y desenredó, saliendo en espiral desde un punto central y formando una abertura justo cuando el director la atravesaba, sin siquiera inclinar la cabeza. James y Millie ascendieron para seguirlo, ahora con el padre de James en la parte trasera, con su varita sostenida y preparada y sus ojos en alerta detrás de sus gafas. —¿Qué hay de los demás?— Millie dijo con su voz inconscientemente silenciosa bajo el constante murmullo de la ciudad alrededor.

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—Llegando, —Hermione gritó, acercándose por detrás. James se volvió para ver a su tía salir ligeramente de la oscuridad, su pelo frondoso rebotando alrededor de su rostro. —Estoy aquí. Y Ron está... —se volvió para mirar hacia atrás. —Bien. En su camino, al parecer. —¡Sálvense ustedes! —la voz de un resolló desde las inmediaciones de la valla metálica. —Solo me acostaré aquí y moriré. —Vamos, Ron, —contestó Harry. —Piénsalo como un ejercicio. Ron se acercó arrastrando los pies, respirando con dificultad. —¿Quieres decir que ella no es la única que hace esto de correr solo por diversión? Eso es un rasgo masoquista, si me preguntas. Millie preguntó, —¿Qué hay de Hagrid? —Pensé que sería una buena idea pedirle que preguntara por algunos de los establecimientos mágicos cerca del Callejón Diagon, —dijo Hermione. —Hay un montón de bares, casas de empeño y similares, secretamente dirigidos por brujas y magos para la clientela Muggle. Algunos de ellos podrían haber visto u oído algo sobre dónde se ha escondido Norberta. —Él no quería ir, —dijo Ron, mirando a Harry. —Pero pensamos... que... podría ser más útil en esa función. Harry asintió con la cabeza una vez, significativamente. Sabía James que el plan de esta noche dependía en gran medida de sutileza y delicadeza, y ninguna de esas cosas brotaba de la mente cuando se pensaba en Hagrid. La tropa empezó a moverse de nuevo en la oscuridad del espacio. Harry asintió con la cabeza hacia Merlín y explicó, —El anciano parece haber visto un rastro o algo así. —No es un rastro como tal, —dijo Merlín mientras caminaba. —Tal vez no haya mucha vida silvestre en la ciudad, pero la que queda, como las hierbas y la maleza, los escarabajos y las ratas, recuerdan el olor de una bestia poderosa cerca de aquí, demasiado vaga para señalar exactamente. Moviéndose rápidamente, James siguió a su padre y a los demás hacia la oscuridad. Pronto, estaban subiendo por encima de montones de vías ferroviarias, con sus pasos crujiendo en la grava. —Señorita Vandergriff, —señaló Merlín desde la delantera, —¿qué deberíamos buscar desde este punto? Entiendo que usted es nuestra invitada experta en el tema de estructuras noruegas que podrían atraer una particular especie de dragones.

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—No soy ninguna experta, —dijo Millie, —Le dije a James que apenas sé algo… Merlín se detuvo y se giró, súbitamente y con más gracia de lo que parecía posible para un hombre de su tamaño. En la oscuridad, él era como un tótem sin rostro que se alzaba desde una plataforma. —Señorita Vandergriff, — dijo, con voz suave y profunda, pero extrañamente penetrante. —Si bien la humildad es ampliamente considerada una virtud, no es algo que premie bajo circunstancias normales. Creo que usted tiene realmente el conocimiento requerido para realizar nuestra misión esta noche. Por lo tanto, le ruego, no permita que sus propias inseguridades comprensibles sean un impedimento. Invoque lo que sus intereses han cultivado. ¿Qué estamos buscando? Más exactamente, ¿qué pudo haber atraído a una criatura de un intelecto limitado buscando un recordatorio de su ancestral patria noruega? Millie abrió la boca para objetar, hizo una pausa, y luego, después de un momento pensativo, la cerró de nuevo. James reconoció los sutiles poderes de Merlín trabajando. El antiguo hechicero no controlaba a la gente mágicamente, exactamente. Pero ejercía una especie de influencia calmante y enfocada sobre ellos en ciertos momentos importantes. James se volvió para mirar más de cerca a Millie. Sus ojos estaban abiertos de par en par, no en estado de shock, sino pensantes. Sus pupilas se movían rítmicamente hacia adelante y hacia atrás, como si estuviera escaneando un archivador en su propia mente. —La arquitectura de Noruega no existía desde hacía siglos, —dijo ella con voz reflexiva, parpadeando rápidamente. —Construyeron cabañas y casas de lo que tuvieran a mano, sin pensar en diseñar. Excepto para las iglesias. A estas las construyeron con cosas llamadas palos, postes altos, les permitieron construir muy alto y estrecho, con techos afilados e inclinados. Las variedades mágicas fueron construidas con tablones de secoya, permitiéndoles ser considerablemente altas. La mayoría de ellas fueron construidas con una especie de redundancia vertical decreciente. —¿Vertical…? Eso no tiene sentido, —murmuró James a su tío Ron, quien se encogió de hombros y sacudió la cabeza. Millie miró a James. —Estoy parada justo aquí, sabes, —dijo. —Puedo oír todo lo que dices. James se encogió de hombros, medio disculpándose, medio impaciente. Hermione instó suavemente, —Vamos, Millie, vas bien.

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Millie entrecerró los ojos otra vez pensando. —Redundancia vertical decreciente simplemente significa que la estructura de la iglesia se repite una y otra vez en versiones más y más pequeñas, siempre hacia arriba, como una especie de pagoda china. —Ah, —James asintió y se encogió de hombros. —Ahora entiendo. Millie lo ignoró. —Noruega es famosa por sus iglesias de madera. Es su estilo de construcción más determinante. Al menos, lo fue durante cientos de años. —Entonces ese es el tipo de estructura que tenemos que buscar, —Merlín estuvo de acuerdo, girándose y acechando de nuevo. Mirando alrededor de la estación, Harry dijo, —Dudo que haya muchas iglesias de madera en Londres. —No tiene por qué ser precisamente una iglesia de madera real, —sugirió Hermione. —Norberta no es una experta en arquitectura. Solo buscará algo que le recuerde un lugar así. Los seis caminaron hacia adelante, avanzando sobre montones de vías ferroviarias, moviéndose en un laberinto de corredores de vías paralelos surtidos de filas de oscuros vagones de pasajeros y tanqueros, que se asomaban como dinosaurios durmientes en la oscuridad. Caminando detrás de Merlín, quien parecía estar siguiendo una especie de instinto común propio, entraron en las líneas de los vagones de ferrocarril, atravesando por donde podían, trepando por encima de los acoples de hierro donde no podían. Entre las vías, se alzaban bosques de pórticos oscuros, cada uno coronado por cajas con coloridas luces de señalización, actualmente apagadas. Una serie vertiginosa de cables aéreos conectaba las señales, estirándose en todas direcciones. James se preguntó cómo Norberta pudo haber navegado a través de esos cables y pórticos, si hubiera intentado aterrizar en esta área. Finalmente, la tropa salió más allá de las líneas de los corredores a una fila de complicados edificios de ladrillo alineados con hileras de ventanas, engalanadas con chimeneas y rampas transportadoras cubiertas en acero corrugado, cada uno más industrial y amenazante que el anterior. —¿Ahora dónde? —preguntó Ron, girando en el lugar. —Cualquiera de estos viejos lugares se ve lo suficientemente grande como para que Norberta pueda esconderse. —Ese, —señaló Harry.

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James se volvió para mirar donde su padre estaba señalando. Efectivamente, elevándose sobre el techo más alto, una alta estructura sobresalía hacia arriba contra las nubes. Era una especie de torre de silo con niveles de techos inclinados, todos oxidados al punto de adquirir el color de la secoya. A lo largo del techo más bajo se veían gigantescas letras descoloridas, apenas legibles: CARBÓN CROSTICK. Millie se encogió de hombros un poco insegura. —Redundancia vertical decreciente. Podría decirse. Silenciosamente, con Merlín a la cabeza y Harry volviendo a la retaguardia, el grupo recorrió el borde de los oscuros edificios de ladrillo. Las malas hierbas muertas y la maleza asomaban a través de la áspera nieve, disminuyendo hasta pantanos lodosos entre las estructuras. Las enormes chimeneas y pilas montañosas de carbón emborronaban la brisa, el ruido y las distantes luces de la ciudad, creando una especie de penumbra vigilante. Por último, el grupo se abrió camino a través de un aparcamiento de grava en dirección a la base del edificio Carbón Crostick. Los letreros colocados en las vallas de tela metálica se estremecieron por la brisa. James se giró para leer uno mientras pasaban: ¡PROPIEDAD EN RUINA! MÁNTENGASE ALEJADO. Se preocupó brevemente de que Hagrid no estuviera allí con ellos. Entonces, se estremeció y se preocupó más profundamente de que él y el resto sí lo estaban. Las sombras que rodeaban el antiguo establecimiento de carbón eran densas y silenciosas, dejando una sensación clara de ojos ocultos mirando desde cada ventana rota. Y sin embargo, Merlín, por su parte, parecía completamente imperturbable ante la misteriosa escena. Quizás, pensó James, al viejo hechicero le gustaba estar allí. Después de todo, se trataba de una sección de la ciudad que estaba siendo lenta e irrevocablemente reclamada por la naturaleza. Los depredadores ambientales de la civilización (el óxido, las malezas y la entropía) estaban trabajando duro allí, reafirmando la fatalidad inevitable de la naturaleza. Y las verdes tierras de la naturaleza, por supuesto, eran el elemento de Merlín. James no podía estar seguro, pero casi pensaba que el director tarareaba alegremente en la cada vez más profunda penumbra. Un hecho agradable se le ocurrió: era difícil estar especialmente asustado ante la presencia de Merlín alegremente tarareando. Los seis viajeros siguieron una serie de vías ferroviarias hacia una especie de patio rodeado de enormes y vacías entradas, cada una de ellas lo suficientemente grande como para conducir un camión a través de ellas y tan negras como la brea. Varadas

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sobre los rieles estaban unas monstruosas tolvas de metal y portillas cerradas, borrando las nubes de arriba. Y había un olor. No era excremento de dragón como el padre de James esperaba. Era un fuerte olor a químico, como el armario de pociones en un día húmedo. James lo reconoció inmediatamente. —¡Es su aliento! —susurró, alzando la nariz hacia el quieto aire. —¡Así es como huele cuando ella flamea! ¡Ella debe estar aquí en alguna parte! Merlín se dirigió hacia una de las enormes entradas abiertas. Mientras lo hacía, una breve ráfaga de aire caliente sopló fuera de ella, ondulando su túnica. Un remanente de luz amarilla iluminó un escamoso hocico, un rizo de cola y un par de ojos dorados mirando fuera de la oscuridad. Merlín no vaciló, ni siquiera frenó su paso. Pero empezó a hablar. James reconoció el sonido del antiguo galés del hechicero, únicamente bajo y murmurado, como palabras cantadas a un bebé medio dormido. Los enormes ojos de la dragona solo eran visibles donde reflejaban las lejanas luces de la ciudad. Parecían abrirse y elevarse, vigilantes y cautelosos cuando Merlín se acercó. Merlín alzó una mano, como para ofrecer una bendición a la dragona. Entonces, sorprendentemente, la bajó al hocico duro y escamoso de ella. Norberta volvió a bajar la cabeza y sus ojos se cerraron en la oscuridad. Bajo y retumbante, Merlín le habló, con su tono lento e hipnótico. Casi para sí mismo, James dijo, —Parece que Heddlebun no es la única encantadora de bestias en la ciudad. Su padre lo miró. —¿Quién? James miró hacia arriba y sacudió la cabeza. —Esta elfa que trajo Hagrid la primera vez que vinimos a recoger a Norberta. Podía hablar con las bestias, calmarlas, algo parecido. Pero utilizó sus poderes para provocar a Norberta cuando salimos al río. Quería hacer un llamado sobre los derechos de los elfos o algo así. Millie frunció el ceño. —¿Liberando un dragón en Londres? Hermione dio un leve suspiro. —Las personas recurrirán a cualquier cosa que reciba atención cuando sientan que todas las demás opciones han sido eliminadas.

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El suelo vibró débilmente mientras Merlín se alejaba de la puerta oscura, llevando a Norberta hacia la tenue luz nocturna. Primero apareció su cabeza sobre su largo, y serpenteante cuello, balanceando a ras del suelo. Luego, sus hombros aparecieron a la vista, llevando la masa muscular de su pecho. Finalmente, aparecieron sus patas traseras y su cola. Sus garras resonaban en la grava helada y sus pisadas producían temblores débiles, pero de otro modo estaba completamente en silencio, con sus ojos dorados a medio párpado, contentos de seguir a Merlín y a su apacible y brillante bastón. Con un poco de asombro, Ron dijo, —¿De vuelta al barco, entonces? —Desde luego, —respondió Merlín. —Pero no de la manera en que llegamos. Nuestra amiga dragona nunca encajará en el callejón. Tampoco podría cruzar la calle que atravesamos. Tendremos que forjar una ruta alternativa que atraviese la mismísima ciudad. —Eso es, como, un ¡dragón real...! —Millie dijo, sus ojos abultados en la criatura enorme. —¡No creo que alguna vez haya visto uno tan cerca y en persona! —Un privilegio que nos gustaría reservar para el menor número de personas posibles, —comentó Hermione, un poco preocupada. Merlín asintió. —Lo que significa que tendremos que pisar muy cuidadosamente. Nuestra amiga dragona es bastante dócil por el momento, pero no se equivoquen: bajo su calma actual se encuentra un dragón hambriento, aterrorizado y profundamente impulsivo, respondiendo a los instintos más fundamentales e innegables de todas las criaturas. Su contraparte masculina, el temible Montague, está más cerca que nunca. Debemos aumentar la distancia entre ellos mientras ella sigue estando, nominalmente, bajo nuestra influencia. Harry le dio al anciano mago una sonrisa de reojo. —¿Supongo que tiene en mente un subterfugio adecuadamente astuto, director? —Habla bien, Sr. Potter, —Merlín asintió, regresando la sonrisa de Harry con una pequeña suya. —A veces me pregunto si tal vez haya algún rastro de hechicero en su linaje. Harry meneó la cabeza y se encogió de hombros. —Realeza de Muggles medievales, me dijeron una vez. Pero lamentablemente, no hubo hechiceros. Merlín entrecerró los ojos, sin sorprenderse, y luego volvió su atención hacia la dragona que estaba cerca, con la cabeza justo sobre su hombro.

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—Le ruego me disculpe, señora Norberta, —dijo en voz baja, y le dio una palmada en el hocico. —Trate de no estar demasiado ofendida… Diez minutos más tarde y tres cuadras más adelante, una enorme puerta metálica se estremeció ligeramente, sacudida por un destello dorado. El candado que aseguraba la puerta se abrió de golpe, soltando las enredadas cadenas, que se desenrollaban y se deslizaban al suelo con un estridente repicar de metal. Las puertas se aflojaron hacia adentro, abriéndose hacia las inconfundibles profundidades de la estación del ferrocarril de más allá. James salió al zumbido de la farola, con los ojos muy abiertos, el cabello sofocado por una súbita ráfaga de viento. Miró alrededor, arriba y abajo, por la estrecha calle. Los coches se alineaban en el borde de la acera, aparcados en caravana, pero nadie estaba a la vista. —Todo despejado, —replicó él, ahuecando sus manos alrededor de su boca. Un momento después, Millie se deslizó hacia la luz, corriendo para unirse a James, su rostro una máscara de emoción mezclada con temor. Ron y Hermione llegaron a continuación, seguidos por Harry Potter y Merlín, el primero echando un vistazo alrededor en alerta, su varita apenas visible en su manga. El último caminando con calma, incluso a zancadas, moviéndose directamente hacia la calle vacía, sin dejar huellas en el brillo del fango. Siguiendo a Merlín con un bajo gruñido, estaba lo que parecía a todos los efectos, el más grande, el más sucio y más llamativo camión de basura que James jamás había visto. Los neumáticos del camión se derrumbaron sobre la acera, pisando los helados charcos, y se inclinaron hacia el camino para unirse a Merlín cuando este eligió una dirección, aparentemente al azar, y comenzó a caminar. El camión de basura lo seguía, su motor vibraba con fuerza, rodando sobre sus ruedas. Detrás del cristal sucio de su parabrisas, el volante giraba por sí mismo, sin conductor. Esto, sin embargo, era tal vez menos extraño que el hecho de que el camión estaba conduciéndose hacia atrás, guiándose con su compactador trasero abierto, actualmente vacío pero con aspecto hambriento lo suficiente como para tragar entero un coche pequeño. James no estaba seguro de si este detalle se debía a la falta de familiaridad de Merlín con el funcionamiento de los vehículos de la flota municipal, o si el astuto mago simplemente prefería un desafío. El zumbido y bocinazos de las lejanas calles mucho más concurridas se oían desde muy cerca. La tropa evitaría esas calles lo más posible, pegándose a las calles laterales y

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avenidas menos pobladas, aunque más estrechas. Esto significaba, sin embargo, que su ruta hacia el río sería mucho más larga y más tortuosa que lo deseado. —Hermione, Ron, —dijo Harry, volviéndose hacia sus amigos, —¿por qué no vuelven a la Gertrudis y la llevan al Muelle del Puente de Londres? Ese será un lugar más conveniente para embarcarse desde nuestra nueva ruta. Ron asintió en acuerdo, pero Hermione pareció preocupada. —¿Deberíamos separarnos? —Probablemente sea lo mejor en este momento, —dijo Harry. —Seremos menos llamativos de esta manera. —¿Y qué podría salir mal? —Ron sonrió, lanzando un brazo alrededor de los hombros de Hermione. Hermione aceptó a regañadientes. —Pero tal vez deberíamos llevar a Millie y a James con nosotros. Han hecho su parte. —¡De ninguna manera! —exclamó Millie, y luego se compuso. —Quiero decir, preferiría quedarme y mirar. Si no le importa, señora. —Ugh, —Hermione puso los ojos en blanco. —No me llames Señora. —Estoy con Millie, —dijo James, —y tío Ron tiene razón. ¿Qué puede salir mal? ¡Tenemos al gran Merlinus Ambrosius con nosotros! Harry dio un codazo a su hijo y murmuró, —Creo que “el gran Merlinus Ambrosius” es bastante inmune a la adulación. —Creerías equivocadamente, —observó Merlín distraídamente a cierta distancia, sin dar la vuelta. —Que así sea, —dijo Hermione, levantando ambas manos. —Pero recuerda que sin mí o sin tu amigo Ralph, es cosa de Millie ser la voz de la razón aquí. —miró a James, luego a su padre y a Merlín. —Porque sé que ninguno de ustedes tres lo será. —Ven, amor, —dijo Ron, ofreciendo a Hermione su brazo. —Permíteme que te lleve en un paseo en barco, iluminado por la luna de invierno por el romántico y prístino río Támesis. Hermione sonrió ante la sonrisa pícara de él y tomó su brazo. Juntos se volvieron y se apresuraron a alejarse, regresando por donde habían venido. James y Millie los vieron irse.

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—Son tan lindos, —suspiró ella. James se encogió de hombros. —La belleza es relativa, supongo. —Deberíamos seguir avanzando, —dijo Harry enérgicamente, girándose y reanudando su paseo por el andén. Merlín avanzó sigilosamente por el centro de la vía, y la Norberta mágicamente disfrazada, se movió hacia adelante para seguir, con su motor ahogándose, sus frenos de aire siseando y chirriando al liberarse. —La paciencia será nuestra aliada, —les recordó Merlín. —No tenemos nada que temer mientras mantengamos la cabeza sobre los hombros y los pies en el suelo. —O nuestras ruedas en el camino, —agregó Millie, saltando adelante con lo que James consideró demasiado desparpajo. —Como usted diga, señorita Vandergriff, —respondió Merlín con calma. Con minuciosa prudencia, el grupo caminó por la calle, giró a la izquierda, alejándose de las luces más brillantes y del murmullo del cercano tránsito, y mantuvo un ritmo estable y tranquilo en un área de estacionamiento de varios niveles, edificios de oficinas cerrados, bares ocasionales (abiertos y retumbando con música), y tiendas de comestibles (cerradas y con barricadas para la noche). Mientras caminaban de calle en calle, Merlín caminaba por la línea central con Norberta, el camión de basura rondando justo detrás de él, de reversa y gruñendo profundamente con su motor, con el resto de su séquito caminando junto a ella en los andenes cercanos. Los automóviles ocasionales los pasaban, por lo general se apresuraban en rebasar por un lado al lento camión, sus conductores apenas concedían una segunda mirada a la extraña reunión. Cuando se acercaban a los cruces o a las pequeñas rotondas, Merlín primero consultaba tranquilamente con Harry Potter, quien parecía conocer muy bien estas calles, y luego se volvía para decir palabras tranquilizadoras e indescifrables al camión de basura cerca de su rueda, quien agitaba su motor, estremecía sus sucios neumáticos, y silbaba desde sus frenos de aire. El camión aún olía al ardiente azufre de Norberta, ahora exhalado desde el enorme y abierto compactador trasero del camión. En un ángulo de la calle estrecha, un par de jóvenes, uno flaco y otro gordo, emergían desde el brillo de neón de un bar de sótano cuestionable, cada uno llevando botellas de cerveza casi vacías y balanceándose ligeramente sobre sus pies. Tropezaron en el camino de Merlín y de la apacible marcha del camión, los cuales se detuvieron bajo el resplandor rojo de un semáforo.

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—Caray, —dijo el flaco, empujando su largo cabello pelirrojo de la cara. —Este tipo es enorme. —se detuvo en la calle y señaló a Merlín con la mano todavía sosteniendo una botella marrón de cerveza. —¿Estás viendo a este tipo? ¡Es endemoniadamente enooorme! —No creo que ninguno de los dos esté viendo a alguien, —sugirió Merlín, arqueando una ceja para hacer un énfasis sutil. —Enorme o no. Simplemente un común vehículo de la ciudad haciendo un honesto trabajo nocturno. —Sí, —dijo el hombre más gordo, frunciendo el ceño y entrecerrando los ojos. —No veo nada más que un camión de basura. Vamos, idiota. —tiró del codo de su compañero pelirrojo, casi tumbándolo de sus pies. El pelirrojo se recuperó, se encogió de hombros y luego arrojó su botella en el abierto compactador trasero del camión de basura. Con un silbido de componente hidráulicos y un chasquido que sacudió el camión entero, el compactador se cerró sobre la botella, la masticó en tintineantes trocitos y luego soltó un extraño olor a azufre. El semáforo suspendido cambió a verde. El grupo avanzó otra vez, entrando en un callejón lleno de coches estacionados que brillaban bajo los faroles. —Papá, —dijo James en voz baja, —oí algo durante las vacaciones que quería preguntarte. Harry andaba sin prisa relajadamente, arrastrando sus botas por el camino. —¿Qué es, hijo? James se volvió y miró a Millie que estaba caminando detrás de ellos, observando el dócil camión Norberta. —Hablé con la abuela de Millie. O, en realidad, ella habló conmigo. Me contó algunas cosas sobre Grimmauld Place. —¿Conociste a la Condesa? —Harry sonrió a su hijo. —Es una Dama impresionante, me dicen. James asintió y se encogió de hombros. —Ella dice que cuando heredaste la mansión Black, heredaste una clase de... eh... título con ella. —¿Ella lo dijo? —comentó Harry. No había curiosidad en su voz, y James se preguntó si tal vez su padre sabía más sobre la herencia Black de lo que había admitido. —Un título. Bueno, caray. —Sin embargo, dijo que es algo más que un título, —James continuó, frunciendo el ceño mientras pensaba de nuevo. —Dice que es una responsabilidad. Una especie de antigua tutela sobre una enorme fuerza humana elemental. Son muchos, dice, y todos

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son colores. El Rosa era el Marquesado del Amor, Verde representaba la ambición y codicia, ese tipo de cosas. Excepto que muchos de los títulos han muerto o algo así, dejando sus fuerzas sin supervisión, simplemente corriendo sin control por el mundo. —Suena serio, —Harry asintió, frunciendo los labios. —La abuela Eunice es un poco, eh, excéntrica, —Millie comentó, acercándose por detrás y cayendo al lado de James. —Cree todo tipo de viejas locuras. Nunca ha leído El Quisquilloso, pero tiene muchas cosas en común con él. —Claro que no sonaba como El Quisquilloso para mí, —James murmuró. —La abuela puede ser muy convincente, —dijo Millie, su tono se elevó. —Después de todo, no se suele esperar que una Condesa sea un poco chiflada. Pero hay una razón por la que ya no saca a colación tales cosas con mis padres, o con Bent y Mattie. Desde el centro de la estrecha calle, Merlín dijo, —Conocí al Vizconde Blacke en mi época. Un hombre completamente vicioso y tramposo, capaz de hechos legendarios en su capricho y vanidad. Éramos amigos, en cierto sentido. —¿Es eso así? —preguntó Harry, todavía con una voz extrañamente banal, como si solo estuviera un poco interesado. —¿La familia Black tiene mil años? —La línea de Blacke es mucho más antigua que esa, apostaría, —dijo Merlín. —Y no descartaría tan rápido las leyendas de su cargo. La tutela de las polaridades de la naturaleza humana fue una vez una institución mágica establecida, inviolada y profundamente respetada, formadora de los pilares de la humanidad, sin la cual la cultura civilizada sería imposible. Es una curiosidad de esta nueva era que porque uno encuentra una idea intelectualmente ofensiva, se asume que no puede ser verdad. Millie se erizó ligeramente. —No he dicho que la idea sea ofensiva. Solo un poco chiflada. James se movió hacia al andén, acercándose a Merlín. —Entonces, ¿cree que puede haber algo de verdad en lo que dice la abuela de Millie? ¿Sobre que el título Black es responsable de un enorme y elemental... algo? Merlín se encogió de hombros. —Solo digo que la idea tiene precedentes antiguos. No se puede descartarla inmediatamente. —¿El Vizconde Blacke que usted conoció tenía poderes como ese? ¿Estaba a cargo de algún elemento de la naturaleza humana?

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—El Vizconde Blacke era famosamente reticente con respecto a los detalles sobre sí mismo o sus posesiones. Si te encontrabas con él en una posada, se lamentaba de que apenas tenía ni dos cobres para gastar. Y sin embargo, la opulencia de sus túnicas y de su carruaje dejaba claro que su riqueza era incalculable. Nunca gasté saliva en preguntarle sobre los rumores de su título. —Pero, ¿hubo rumores? —preguntó James, mirando al director. —Siempre hay rumores. —Merlín asintió. —¿Entonces ...? —James presionó de nuevo, mirando a su padre, molesto por la falta de interés que veía en él. —¿De qué cree que el título Black está a cargo? —No tengo la menor idea, —respondió simplemente Merlín. —Y esa es la verdad. Pero espero que el nombre en sí proporcione alguna indirecta de menor importancia. —¿Negro? —James frunció el ceño. —Es como usted dice, Sr. Potter. Todos los títulos son colores. Y, sin embargo, ¿qué sabemos del color negro? James se encogió de hombros. No siempre apreciaba el estilo de conversación pletórico del director. —No lo sé. ¿Qué es oscuro? Millie sugirió, —No es realmente un color, ¿verdad? Es la ausencia de todo color. Merlín ladeó ligeramente la cabeza. —Depende de cómo lo mires. El Negro puede no ser un color en sí mismo. Pero absorbe cualquier otra tonalidad. Es, de hecho, todos los colores combinados. Los ojos de James se abrieron ligeramente al pensarlo. Con una voz más tranquila, preguntó, —Entonces... ¿qué significa eso para la tutela elemental del título Black? Merlín se volvió para mirarlo a su lado mientras caminaba. —No tengo la más remota noción, Sr. Potter. —Significa, —dijo Harry por detrás, —Que si hay un enorme y peligroso potencial inherente a nuestro título, entonces, como todas esas cosas, es mejor dejarlo enterrado, intacto y prudentemente olvidado. Después de todo, nosotros los Potter no tenemos el mejor récord en el manejo de enormes y terrenales responsabilidades. —Ese es un tema de posible debate, —continuó Merlín con una mirada irónica. James estaba a punto de responder cuando un ruido repentino lo asustó. Un objeto pequeño pero pesado resonó en el costado de la forma camionera de Norberta. Golpeó

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el andén y se detuvo en seco frente a un hidrante contra incendios. James miró y vio que era un pedazo de ladrillo viejo. —¿Pero qué...? —Millie comenzó, cuando otro ladrillo golpeó a Norberta, rebotando en su capó alto. Ella gimió y silbó con su sistema hidráulico, estremeciendo sus enormes neumáticos. —Allí, —dijo Harry, señalando con su varita a un estrecho callejón a su izquierda. —Alguien está haciendo un poco de deporte. Otro ladrillo voló por el aire, no alcanzó el camión de basura pero se rompió en pedazos en la carretera a los pies de Merlín. Este levantó la mirada con calma, pero con un severo brillo en su ojo, siguiendo la trayectoria de regreso al oscuro callejón. —¿Vándalos Muggle? —preguntó Harry, caminando junto a Merlín. —Creo que no, —contestó Merlín en voz baja. —Huelo algo completamente diferente. Vigile nuestra carga por un momento. Y con eso, se alejó, sus túnicas balanceándose en el aire frío, sus pies silenciosos en el camino de lodo. James observó cómo el enorme hechicero entraba en las sombras, extendiendo la mano mientras lo hacía, sacando su bastón de la nada. Un momento después ya no estaba, desapareciendo en las profundidades del callejón. Harry miró. James estaba a su lado, con los ojos muy abiertos. Millie miró desde detrás de su hombro, en silencio. Los tres apenas respiraron. Detrás de ellos, Norberta, el camión de basura, se retorcía distraídamente, acelerando su motor con impaciencia rítmica. No hubo más ladrillos saliendo del callejón. De repente, un destello de luz azul parpadeó de la entrada a sus profundidades. El resplandor iluminó los contenedores de basura y las puertas con un brillante parpadeo, y luego la oscuridad cayó de nuevo, tan transparente como en un pozo. —¿Qué está haciendo? —susurró Millie. —¿Por qué no vuelve? —agregó James. Harry simplemente observó, con la varita en el puño, señalando el pavimento junto a sus pies.

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Otro destello llegó, más oscuro esta vez, como desde cierta distancia. Apenas audible sobre el constante tamborileo del tráfico cercano, se oyó un profundo rugido. Era la voz de Merlín, gritando algo. Harry se tensó pero permaneció en su lugar. Y luego, medio minuto después, una sombra salió del callejón. No era Merlín. James pudo ver eso de inmediato. Era muy pequeña, muy delgada, con enormes y flojas orejas. La sombra cayó de rodillas, se apoyó sobre sus brazos y levantó la cabeza, como para mirarlos. Harry finalmente se separó y corrió hacia la figura, con la varita afuera, pero sin apuntarla. James se apresuró a reunirse con él. Era un elfo doméstico vestido con un paño de cocina anudada. James reconoció la enorme cabeza y los ojos tristes y ansiosos. Era Piggen, el elfo que había visto por última vez alimentando el fuego en la torre de Gryffindor semanas antes. Harry se agachó al lado del elfo, la preocupación y la cautela se grababan en su rostro. —¿Por qué estás aquí? —preguntó, —¿Estás bien? ¿Te has lesionado? Aún encorvado sobre el bordillo, el elfo miró a Harry con sus enormes y brillantes ojos. Luego, volvió su mirada hacia James. —Piggen lo lamenta, amo Potter, —dijo con sinceridad desgarradora. —Piggen es un mal, mal elfo. Detrás de James y Harry, Millie gritó. James se dio la vuelta torpemente, aún medio arrodillado detrás de su padre. Sin embargo, Harry fue más rápido, poniéndose en pie de un salto y barriendo su varita en un arco difuso. —¡Lumos! —gritó, y su varita se encendió con luz cegadora, iluminando la calle como con luz de día, arrojando sombras negras que saltaban detrás de cada objeto. El camión de basura estaba alzándose sobre sus ruedas delanteras, hinchándose y crujiendo, inclinando su abierto compactador hacia el cielo. Con una embestida convulsiva, una bola de llama naranja surgió de sus entrañas de metal. James se dio cuenta de que Norberta, el camión de basura, se estaba transformando rápidamente en Norberta, la dragona. Los neumáticos de caucho se estiraron y estallaron en musculosas piernas. La boca del compactador gimió, crecieron largos colmillos y se alargó en un cuello de acordeón, levantándose entre los edificios. El estruendo del motor se convirtió

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en un rugido sostenido, y el fuego volvió a irrumpir en el cielo, fluyendo de las mandíbulas desencajadas de la dragona. Otro elfo estaba cabalgando en el cuello de Norberta, agarrándose firmemente con dedos largos y ágiles, moviendo la boca rápidamente mientras hablaba a la dragona, provocándola. Era Heddlebun. Una lanza de luz roja golpeó el flanco de Norberta, explotando en chispas. Débilmente, James se dio cuenta de que su padre le estaba disparando, tratando de aturdirla. Sacó su propia varita y apuntó furiosamente, pero antes de que pudiera pronunciar un solo hechizo, Norberta se levantó, desplegó sus alas y las batió de nuevo, enviando una ola de viento arenoso esparciéndose por la calle, balanceando los coches estacionados sobre sus amortiguadores. La dragona saltó hacia arriba, arañó y arañó su camino hasta un cercano estacionamiento, desgarrando grandes trozos de hormigón mientras pasaba, y trepó sobre su techo con un latigazo de su larga cola. —¡Wingardium Leviosa! —el padre de James gritó, apuntando nuevamente su varita y deteniendo un enorme pedazo de hormigón un instante antes de que pudiera romperse en pedazos contra la calle de abajo. Agachada bajo la sombra del hormigón flotante, Millie levantó la cabeza de debajo de sus brazos. Con ojos abultados, levantó la vista hacia el lento y giratorio trozo de edificio y luego se lanzó hacia un lado, fuera de su alcance. Con un gruñido de esfuerzo liberado, el padre de James bajó su varita. El concreto terminó su caída, rompiéndose como un plato caído. James miró a su padre, sorprendido y sin palabras, pero su padre ya estaba volviendo al callejón, bajando los ojos a la pequeña figura de Piggen. Pero Piggen no estaba allí. Pasos sonaron desde las profundidades del callejón, no retrocediendo, sino acercándose. Merlín reapareció, su bastón sostenido ante él, sus runas brillando con feroz luz roja. Respirando con dificultad, el hechicero miró de James a Harry. —¿Por cuál camino se fue? Harry asintió con la cabeza hacia el desgarrado frente del estacionamiento. — Callejón Diagón. Tiene que ser.

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—¡Entonces no perdamos tiempo! —ordenó Merlín, ya avanzando. Inició una carrera y cogió la mano de Millie, que se quedó estupefacta en la calle, y luego desapareció con ella a cuestas, dejando el eco de su desaparición resonando en el abismo de la calle. —Bueno, James, —anunció su padre, extendiendo la mano izquierda, levantando la varita en su derecha. —Dijiste que querías ser Auror Junior en entrenamiento, ¿no? Esta es tu oportunidad. Tragando saliva, James levantó su propia varita y agarró la mano de su padre. El mundo se desvaneció, girando en un borrón de olvido. Un instante después, volvió a ponerse de nuevo en su lugar, saltando para golpear los talones de James mientras aterrizaba junto a su padre. Miró a su alrededor, apuntando con su varita frenéticamente. Ahora estaban en otra calle, más ancha pero menos iluminada. Ante él había un viejo bar con ventanas mainel y una pesada puerta de madera debajo de un letrero que se balanceaba: El Caldero Chorreante. Harry entró rápidamente en la oscura calle y alzó los ojos, mirando por encima de los tejados cercanos. Merlín irrumpió por la puerta principal del Caldero Chorreante, con su bastón por delante, todavía pulsando con luz roja. —¡Allí! —anunció, señalando a la derecha de James. James se giró para mirar, incluso cuando oyó el rugido de la dragona acercándose. Un decrépito edificio de apartamentos, de cuatro pisos de alto, se erguía sobre una porción de andén donde se cruzaban dos calles. James se inclinó para mirar hacia el techo. Allí, una vieja torre de agua de madera se erguía sobre postes. Sorprendentemente, la torre de agua explotó, desintegrándose en tablones voladores, lanzando tirantes de metal y un torrente de agua desatada. La cabeza de Norberta se sumergió en el agua y derribó los restos de la torre. Sus alas se impulsaron y saltó desde el tejado del edificio, planeó por el espacio vacío, arrancó un poste de luz y se agarró a la fachada de una fábrica manchada de hollín, rompiendo hileras de ventanas mientras pasaba. Un estruendo de bocinas sonó desde las calles conexas. Voces comenzaron a gritar alarmadas. —¡Maldita sea! —Harry respiraba con urgencia, levantando su varita para disparar rayos aturdidores en la revoltosa dragona. No sirvió.

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Merlín convocó hechizos mágicos en su lengua gutural y lanzas de viva luz púrpura escupieron en la calle. Pero incluso estos simplemente rebotaron en la escamosa piel de Norberta. Utilizando sus alas para impulsarse, se agarró y se abrió camino hasta el techo de la fábrica, y luego se deslizó por su parte superior. James observó, horrorizado, cuando la gran dragona bajó la cabeza y arremetió entre un par de chimeneas de ladrillo, pulverizando sus bases. Pesadamente, las chimeneas se inclinaron una hacia la otra, rosaron sus superficies con un crujido sostenido, y luego comenzaron a derrumbarse, desintegrándose sobre sí mismas. —¡Maldita sea! —dijo Harry de nuevo, esta vez casi gritando. Levantó su varita casi completamente hacia arriba, esperando a que Norberta apareciera entre la fábrica y el espacio por encima del Caldero Chorreante. Una campana resonó cerca y la puerta del bar se abrió. James miró a un lado para ver a un viejo mago canoso con una nariz del tamaño y color de una naranja mirándolos. —¿Qué es todo esto? —dijo, sus ojos negros brillando en la oscuridad. —¿Qué es todo ese ruido? Harry disparó varios rayos en rápida sucesión, incluso cuando Merlín saltó hacia atrás en la calle, apuntando su bastón al techo de arriba, desencadenando un torrente de energía crepitante. El edificio tembló. Grava y trozos de mampostería se rompieron desde arriba, cayendo alrededor de la calle ruidosamente. El mago canoso echó la cabeza hacia dentro de la puerta, la cual se cerró de golpe. —¡Está más allá del techo! —gritó Harry, bajando la varita y avanzando hacia la puerta del bar. Estaba fuertemente cerrada con cerrojos y cadenas. Sin mirar hacia atrás, Harry simplemente se apartó e hizo un breve gesto con su varita. Después de usted, el movimiento parecía decir. Merlín bajó su bastón. Sus runas parpadearon en verde y la puerta del Caldero Chorreante se abrió, arrastrando los restos de un cerrojo de hierro y las cadenas con él. La campana de arriba dio un alarido de alarma y se soltó. Harry lideró el camino con Merlín inmediatamente detrás. James se apresuró a seguir, pasando al mago canoso con la nariz naranja que estaba acurrucado en la esquina, furioso y mudo debido a su demolida puerta.

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James había estado en el Caldero Chorreante en muchas ocasiones y asumió que nunca se cerraba, técnicamente. De hecho, incluso a esta hora tardía, el bar estaba lleno de clientes de todas las formas y tamaños, la mayoría reunidos alrededor de una larga barra llena de vasos, cervezas y botellas. Los ojos se volvieron para seguir a Merlín, Harry y James mientras se apresuraban, avanzando hacia la salida trasera, con las varitas y el bastón levantado. Millie se apartaba de la barra, con ojos abiertos y aterrorizados. Se movía para seguir a James, elevando sus hombros y escondiéndose debajo de estos. La oscuridad llenó el vestíbulo trasero del bar y la escalera que conducía a las habitaciones de alquiler. Un momento después, una luz azulada floreció cuando la puerta trasera se abrió. Los cuatro salieron a un pequeño patio, girándose inmediatamente hacia la encantada pared de ladrillo que separaba al Londres Muggle del Callejón Diagon. Pero la pared apenas seguía allí. Ladrillos caían de un agujero gigantesco, desgarrado y del tamaño de un dragón. Más allá de esto, la dragona misma recorría y bajaba por la serpenteante callejuela mágica del Callejón Diagon, con sus alas desgarrando los aleros, su cola apartando letreros y toldos. Brujas y magos saltaban a las puertas mientras ella pasaba rugiendo. Merlín desapareció de nuevo, desvaneciéndose en un punto de luz, esta vez dejando a Millie atrás. —¡El circo! —anunció Harry, señalando. Bajo el oscuro cielo, James solo podía ver los picos de las tiendas de colores y las pancartas ondeando sobre una línea de cercanos tejados a dos aguas. —¡Quédate aquí! —le ordenó su padre, lanzándole una mirada severa. Un momento después, desapareció con un crujido. —Ni loco me quedo aquí, —dijo James, volviéndose hacia Millie. Él tomó su mano. Ella retrocedió con sorpresa, sus ojos vidriosos en la penumbra. —¿¡Qué estás haciendo!? —¡Voy a aparecerme en el circo! —dijo, como si fuera la cosa más obvia del mundo. —¡Vamos! —¡Pero no quiero ir al circo! —gritó casi histérica con miedo y confusión. —¡Y tú no sabes cómo aparecerte todavía! ¡Estoy... Estoy siendo la voz de la razón! —¡Ya he aparecido una vez! —insistió él, empujando su mano hacia ella otra vez. — Eh, más o menos.

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—¡No voy a ir! —dijo ella con firmeza y estampó el pie. —¡Estás loco! ¿¡Lo sabes!? ¡Cruzar calles es una cosa! ¡Pero esto es solo... solo...! James se desplomó impotentemente y luego desistió de ella. Volvió a mirar las ondulantes pancartas y los picos iluminados de las tiendas del circo. Estaban apenas a un cuarto de milla de distancia. Trató de identificar exactamente dónde estaban, convocando a un mapa mental del Londres Mágico. Decidió, de manera un poco fortuita, que el circo se erigía en la plaza donde se cruzaban el Callejón Diagon y el Callejón Sartori. Con esta imagen firmemente establecida en su mente, se alejó de Millie, cerró sus manos, los ojos y flexionó el músculo mental que había utilizado por última vez cuando trató de cruzar un aula de Hogwarts. Esta vez Edgar Edgecombe no le lanzaría un petardo. Sentía que el mundo se alejaba, desenrollándose en un borrón. Entonces, como lo había hecho con su padre un minuto antes, el mundo se reestableció a su alrededor. Sus pies golpearon contra la dura piedra y él se tambaleó solo levemente, estirando sus brazos para equilibrarse. Abrió los ojos y miró a su alrededor. Estaba de pie en el exacto centro de la plaza formada por la intersección de los callejones Sartori y Diagon. Había aparecido en una fuente, de hecho, aunque felizmente drenada por el invierno. En ambos lados, enormes tiendas de campaña anaranjadas, rayadas en azul y blanco, se extendían hacia la oscuridad, con sus costados de lona revoloteando en el frío viento. El ruido de la aproximación de Norberta estaba detrás de él. El suelo temblaba con sus pisadas. El aire sonaba con su rugido febril. James se dio la vuelta y trepó sobre el saliente de la fuente vacía, saliendo en carrera al espacio entre las tiendas, con su varita en su mano extendida. En la esquina más cercana, se alzaba el banco de Gringotts, cuyos pilares alcanzaban las cornisas de mármol de su techo. Mientras James miraba, una gárgola de una esquina se soltó, se desplomó de un extremo a otro y se estrelló en pedazos en los adoquines de abajo. Norberta rodó por la esquina, caminó y se deslizó sobre los restos de la gárgola, luego clavó sus garras y tronó directamente hacia James, con los ojos brillantes y las mandíbulas abiertas para mostrar sus hileras de dientes como dagas. Heddlebun todavía se aferraba a su cuello, hablándole, explotando su naturaleza de dragón y llevándola al frenesí. James resbaló hasta detenerse mientras la sombra de la dragona se alzaba sobre él. Bajando, casi cayendo hacia atrás, empezó a retirarse. Rayos de luz roja y púrpura surgieron del callejón detrás de Norberta. Merlín y el padre de James, al parecer, seguían dando caza, con el objetivo de detener el alboroto de

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Norberta. Pronto, tendrían que recurrir a lanzar maldiciones asesinas. Avada Kedavra podría no ser suficiente para destruir a un dragón, pensó James, pero Merlín seguramente sabía un hechizo que lo haría. Recordando su propia varita, James luchó por apuntarla. Se tropezó, cayó sobre los fríos adoquines y sintió que la estampida de las garras de Norberta se acercaba a él. Se arrojó sobre su espalda, apuntó su varita hacia el aire y gritó, —¡Expelliarmus! Fue una reacción puramente instintiva, sacada de sus muchas sesiones de duelo en el aula del profesor Debellows. Norberta no tenía armas para ser desarmada, por supuesto. Y sin embargo, de repente, sus pies se clavaron en el pavimento, despedazando los adoquines cuando resbaló y se detuvo, alzando una nube de polvo delante de ella. La gran dragona se detuvo a una docena de pies de James, y algo cayó justo al lado entre ellos. Era pequeña y huesuda, con agitadas orejas y manos grandes. Era la elfa Heddlebun. Estaba tendida donde había caído, inmóvil. Y de repente James comprendió: la mismísima elfa había sido el arma. El hechizo de duelo de James la había expulsado de la desafortunada dragona, que ahora se agachaba en una angustiada confusión, bufando el aire, mirando alrededor para ver dónde estaba. Merlín y el padre de James aparecieron desde la boca del callejón, rodeando el banco de Gringotts en una carrera, con varita y bastón levantado. Se detuvieron cuando vieron a la dragona detenida, con James parándose delante de ella. —¡Cuidado, James! —gritó su padre, sin perder tiempo en castigarle por su desobediencia. —¡Si Norberta huele al dragón macho antes de que Merlín pueda hipnotizarla otra vez...! James levantó la vista. Las fosas nasales de Norberta se abrieron ante él. Sus ojos dorados se ensancharon. Su cabeza empezó a levantarse sobre su largo y serpenteante cuello, hacia la luz de las tiendas de circo de más allá. Merlín se acercó desde detrás de la dragona, con el bastón en alto, las runas brillando con una suave luz dorada. Empezó a hablarle con su voz baja, las sílabas indescifrables, pero asombrosamente hipnotizantes. Norberta parpadeó. Lentamente, su cabeza se deslizó hacia un lado, arqueándola hacia atrás para mirar al director en la oscuridad. El brillo de su bastón pulsaba hipnóticamente.

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Estaba funcionando. Norberta estaba casi bajo el prodigioso hechizo de Merlín otra vez, deshaciendo el trance enloquecedor que Heddlebun había hilado en su mente. Pero entonces, para sorpresa de James, el suelo volvió a temblar. Miró hacia abajo, alarmado y confundido: las garras de Norberta todavía estaban firmemente plantadas en los adoquines. Y sin embargo el suelo tembló una vez más, formando un innegable y bajo ritmo. Algo más se movía en la plaza, algo lo suficientemente grande para hacer temblar el suelo, y la fuente de mármol detrás de James sonaba como un armario de vajilla. Un soplo de aire caliente, rebosante de azufre, sopló sobre James por detrás, revoloteando su pelo. Se volvió lentamente, con los ojos muy abiertos. Un segundo dragón salió de las sombras entre las carpas del circo, balanceándose de un lado a otro como una cobra, con sus ojos brillantes de color amatista púrpura. James se tambaleó hacia atrás con miedo, y luego se movió a un lado, corriendo para salir de entre los dos dragones. Norberta volvió la cabeza hacia atrás, olvidando a Merlín y a su brillante bastón. Sus ojos se clavaron en el segundo dragón y sus fosas nasales se encendieron. Lentamente, se levantó de su acurrucada inclinación. Su cola se balanceaba de un lado a otro, barriendo por encima de los adoquines. El segundo dragón, claramente el mismo dragón del circo, Montague Python, que Norberta había estado sintiendo durante meses, se acercó a ella cautelosamente, sacudiendo una lengua serpenteante de su hocico largo y negro. Su cuerpo era más pequeño que el de ella, lustroso y largo, pero con alas diáfanas mucho más grandes que brillaban con un aceite nacarado. Una cola negra y sinuosa se acurrucó y luego cayó sobre el suelo, golpenado su punta acerada de púas contra los adoquines con un sonoro retumbo. Una conmoción de movimiento vino de la carpa de circo mientras que sus solapas de entrada eran forzadas desde adentro. Una figura salió presurosa, casi tropezando entre las patas delanteras de Montague. Era un hombre grande con un vientre impresionantemente redondo, vestido con un chaleco blanco y camisa con grandes mangas recogidas en puños ajustados con botones dorados. Llevaba pantalones de montar negro con tirantes colgando y sueltos a la altura de sus rodillas.

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—Oh, demonios, —dijo con una voz alta y sin aliento, mirando a los dos dragones mientras se olían cautelosamente, acercándose más y más, empezando a entrelazar sus largos cuellos. —Es amor a primera vista, ¡lo es! Montague levantó la cola y la golpeó de nuevo, sonando su punta de púas contra los adoquines en lo que era claramente una especie de danza de apareamiento. James sintió que su padre y Merlín lo acompañaban a su lado. Merlín bajó su bastón al pavimento con un golpe resignado. Harry puso una mano en el hombro de su hijo, pesadamente. James sintió en el gesto tanto orgullo cauteloso como cansada reprimenda. El maestro de ceremonias… porque claramente lo era, el mismísimo señor Archibald Hokus… apartó la mirada de los dragones que se retorcían y miró a James, Harry y Merlín, con las mejillas enrojecidas y los ojos brillantes. —Es una cosa hermosa, ¿no? —suspiró. Un puñado de pasos y voces lejanas se acercaron desde la boca del callejón cercano. James miró hacia atrás para ver a Hagrid hundirse pesadamente en la sombra del campamento de circo, donde frenó a una parada aturdida, torpe, con sus manos cayendo flácidas a sus lados, dejando caer su paraguas rosado. Sus ojos negros miraron fijamente a los dos dragones y su boca se abrió de par en par en un deleite perfecto, sin habla. —¡Oh, Norberta! —dijo, su voz de repente se ahogó con lágrimas de felicidad. James liberó un suspiro desesperanzado y agotado y volvió su atención hacia los dragones. Se rodeaban lentamente, olisqueándose, Montague sacudiendo su lengua púrpura, Norberta encendiendo sus narices escamosas. Se gruñían el uno al otro, haciendo gorjeos bajos y ronroneantes en sus gargantas. James miró hacia abajo. Heddlebun seguía tendida en el lugar donde había caído, y una de sus orejas se le había aplastado sobre la cara. Cautelosamente, se acercó a ella, guardando su varita mientras lo hacía. Se preguntó si estaría muerta, pero entonces vio que su pecho subía y bajaba. Sintió que su padre se acercaba mientras bajaba una rodilla sobre la elfa. Ella estaba sollozando. James sintió que estaba allí, no porque estuviera herida, sino porque su plan, el último recurso de desesperación abyecta, había llegado a la ruina y el fracaso. Sin esperanza para empezar, ahora estaba desesperada y sin ningún recurso.

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Con tranquilidad, pero con firmeza, Harry preguntó, —Había otros de tu clase en el callejón. ¿Cuántos hay en tu pequeña sublevación élfica? Los sollozos de Heddlebun se detuvieron. Ella levantó una mano grande débilmente y apartó su oreja de su cara. James esperaba que ella mirara hacia arriba con remordimiento y derrota, o incluso temor. En lugar de eso, cuando levantó sus enormes ojos hacia ellos, aunque todavía estaba llena de lágrimas, su mirada era dura. Su boca se volvió hacia abajo en un tembloroso ceño de amargo resentimiento. —Todos nosotros, —dijo ella con voz baja y enfática. —La Sublevación de los Elfos es de… cada... uno… de nosotros.

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Capítulo 20 Mundo en Colapso El regreso del barco a Hogwarts fue un asunto largo y solemne, a pesar de la felicidad de la unión no programada de Norberta con Montague Python. Archibald Hokus había insistido en que Norberta, siendo ya coja con su ala herida y largamente acostumbrada al servicio de los humanos, se uniera a su circo ambulante como un acompañamiento al acto de Montague. —¡Revitalizará todo nuestro programa! —había proclamado después de acorralar a ambos dragones en la seguridad del potrero de Montague. —¡Hemos querido un segundo dragón durante años! Montague es nuestro actor estrella, por supuesto. Ahora, con Norberta su gran amor añadida al show, ¡verdaderamente seremos una maravilla

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del mundo mágico! ¡Puedo verlo ahora! —levantó sus brazos y enmarcó sus manos, como si imaginara un cartel del tamaño de la tienda. —¡Montague & Norberta! ¡La Bestia-Boda del Siglo! ¡Del Milenio! Ante la insistencia de Harry, Hokus prometió que Norberta se registraría oficialmente al día siguiente, como “una bestia huérfana rescatada de orígenes desconocidos” según las regulaciones del Ministerio. En respuesta a esto, Hagrid había ofrecido sus despedidas llorosas, soplando su nariz prodigiosamente en un pañuelo proporcionado por Ron de uno de los bolsillos de su abrigo. —Déjatelo, Hagrid —dijo Ron, mientras el medio gigante se lo ofrecía de vuelta. — Piensa que es un recuerdo de esta noche. Harry tomó a Heddlebun en custodia, mágicamente encadenándola con un encanto de cordón cuando volvieron al Gertrudis, mucho más rápido y sigilosamente ahora que Norberta ya no formaba parte de su séquito. Así, menos de veinte minutos después, de regreso a bordo y de pie sobre el suave arco, el papá de James había consultado en silencio con Ron y Hermione, explicando por qué había regresado con un elfo doméstico en cautiverio en lugar de un dragón enamorado, y debatiendo lo que deberían hacer con ella. —Oficialmente hablando, estamos todos cómodos en nuestras camas ahora —les recordó Ron. —No podemos ir al Ministerio con un prisionero mágico de repente. Cosas así requieren explicaciones. —Titus está de servicio esta noche —sugirió Hermione. —Él la puede llevar. ¿Pero puedes confiar en él, Harry? —las cosas habían estado mejores últimamente entre el padre de James y su compañero, Titus Hardcastle, pero todos recordaban que, durante un breve tiempo durante el cuarto año de James, Titus había estado del lado de sus superiores en el Ministerio contra su jefe y amigo. —Puedo —respondió Harry. —Pero no lo haré. Incluso si Titus estuviera dispuesto a guardar nuestros secretos, esta pequeña elfa no tiene tal obligación o preocupación. Y lo que es más importante, no creo que el Wizengamot tenga la menor idea de qué hacer con ella. No hay leyes en los libros con respecto a los elfos domésticos deshonestos, simplemente porque nunca ha habido ninguna necesidad. Lo que ella representa es un

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dilema totalmente nuevo para el mundo mágico, y uno al que nadie está dispuesto a enfrentarse. No con tantos otros calderos más grandes que hervir en este momento. —Bueno, no podemos simplemente liberarla —dijo Ron, frunciendo el ceño. —Permítanme que me encargue de ella —sugirió Merlín desde las sombras cercanas, con una nota ominosa en su voz. —Después de todo, aparentemente ha corrompido al menos a uno de los elfos que trabaja en la Escuela de Hogwarts. Me gustaría interrogarla sobre quién más podría formar parte de su camarilla secreta. Harry negó con la cabeza. —Lo he considerado, Director. Y es una idea tentadora. Pero nuestra prisionera ya ha respondido a esa pregunta, al menos tanto como estoy seguro de que alguna vez piense hacerlo. Según ella, todos los elfos domésticos son parte de su cábala. Y tengo la sospecha de que está diciendo la verdad. Por lo menos, hasta donde ella sabe. No, tengo a otro guardián en mente para la Señorita Heddlebun. Con eso, Harry sacó su varita del bolsillo y la alzó ligeramente hacia el cielo. — Curatio, —dijo en voz baja, disparando un estrecho haz de chispas de color púrpura al cielo. El hechizo emitió un carillón casi inaudible, como cadenas de anclas que chocaban en profundidades sin fondo. —Me ha llamado, señor —dijo de repente una voz gruñona, directamente detrás de James. Conoció la voz al instante, pero no pudo evitar saltar sobre el terreno, sobresaltado por la aparición súbita y silenciosa del anciano elfo. —Kreacher, —dijo Hermione, comprendiendo la situación. —Gracias por venir tan rápido, Kreacher, —dijo Harry. —Tengo un tarea para ti, pero depende de ti si quieres aceptarla o no. James se giró hacia el diminuto y viejo elfo y observó cómo una docena de expresiones extremadamente sutiles saltaban, casi imperceptiblemente, a través de su cara pedregosa y cascarrabias. El elfo no estaba más acostumbrado a las actitudes igualitarias de su amo ahora que hace veinte años, cuando había comenzado a trabajar para Harry Potter. Pero al menos había aprendido que era inútil decirlo. —Los deseos del Amo son órdenes —dijo por posiblemente millonésima vez, recurriendo a un pozo de paciencia obstinada que James pensaba que era probablemente fría e inagotable, como el espacio mismo.

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Harry asintió con la cabeza. —Y sin embargo, de acuerdo con este particular miembro de su clase —hizo un gesto hacia la forma de Heddlebun, que se sentaba encorvada en las sombras, con sus rodillas aferradas al pecho y su cabeza baja sobre ellos. —Tú eres parte de una coalición secreta universal de resistencia élfica, dirigida, en parte, por ella misma. La cabeza de Kreacher giró tan lenta y pesadamente que James pensó que podía oír el crujido de los tendones del cuello del elfo. —¿Lo dice ella, amo? —preguntó con su voz profunda y monótona, aunque no era realmente una pregunta. —De hecho —respondió Harry. —Ella dice que todos los miembros de tu clase son parte de una nueva sublevación de elfos. Por lo tanto, mi petición… es que la lleves de vuelta a Marble Arch, la cuides y le proporciones algún servicio adecuado hasta que se presente un mejor plan… puede que te coloque en la incómoda posición de tener que decidir entre lealtades. James sabía que Kreacher no podía ser parte de la Sublevación de los Elfos de Heddlebun. Y sin embargo, cuando el viejo elfo doméstico miró a su contraparte más joven, con su cara apretada e inescrutable, tan estoica como un yunque, James tuvo que preguntárselo. Tal vez Kreacher había oído hablar de la Sublevación. Tal vez sus lealtades eran, no cuestionadas, pero al menos simpatizaba. En lugar de responder directamente, Kreacher dijo: —¿Amo está seguro de que la Señora dará la bienvenida a esta nueva novedad? —No estoy seguro de nada —suspiró Harry. —Pero la “Señora” ha aprendido a ser extremadamente resistente a lo largo de los años. Yo mismo hablaré con ella. Pero, tal vez, ¿trata de mantener a nuestra nueva huésped en secreto durante la mañana? Déjame hablar con Ginny durante el té. —Así que para ser claros, —Hermione dijo cuidadosamente, volviendo de Heddlebun de nuevo a Kreacher. —¿Hay algo de verdad en lo que ella dice? Kreacher arqueó una pesada ceja frente a Hermione, aparentemente ponderando si tenía que responderle o no. Entonces, como si se sometiera a la urgencia de Harry, él levanto la barbilla con rigidez y dijo: —La fidelidad de Kreacher es y será siempre para Harry Potter y la casa Black.

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—Caray, Harry —murmuró Ron, sacudiendo la cabeza —coleccionas elfos domésticos perdidos de la manera en que Rose recolectaba orugas soldado en el jardín de atrás. Sin decir una palabra, Kreacher tomó la custodia de Heddlebun y desapareció con ella, su salida marcada sólo por un estallido débil y aireado. En voz baja, Hermione preguntó: —¿Qué vas a hacer con ella? Harry se encogió de hombros. —Mantenerla ocupada, si es que no otra cosa. Especialmente para los elfos, parecería que las manos ociosas son realmente los juguetes del diablo. Hagrid tiró del ancla del Gertrudis y en breve ya estaban de vuelta a casa, volviendo por los misteriosos ríos subterráneos que los habían llevado allí. Millie se quedó dormida en el banco junto a James cuando el barco se balanceaba. Se dio cuenta que parte de la magia del viaje reside en el hecho de que, sea cual sea el tiempo que se haya gastado en el viaje de ida, se recuperaba en el viaje de regreso, haciendo que la última caminata parezca larga y agotadora. Miró a Millie donde ella estaba tendida en el banco, balanceándose inconscientemente con el movimiento del casco, su cabello rubio parcialmente ocultando su rostro. Estaba celoso de su sueño inestable, aunque estuviera arraigado en una especie de sorpresa. Incluso ahora, su frente estaba arrugada ligeramente, sus labios hacia abajo en una preocupación fruncida. —Estaba equivocada —le había dicho después de abordar de nuevo el Gertrudis. — Equivocada de todas tus aventuras. Son sólo divertidas en los libros. Rose puede quedárselas de ahora en adelante. James no discutió con ella. Sabía que estaba equivocada desde el principio. Y, sin embargo, la blanda finalidad de sus palabras aún le producía un ligero dolor. Quería decir que nunca había pedido aventuras mortales y aterradoras, sino que parecían buscarlo. Pero sabía que no tenía sentido. No había nada que salvar con Millie. Y ella estaba mejor lejos de él. Lo que fuera necesario.

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De regreso al embarcadero, James dio las buenas noches a Hagrid, su padre, su tía y a su tío, y luego caminó junto a Millie por los oscuros y silenciosos pasillos de la escuela hasta que sus caminos se separaron. Se giró hacia él pero sin mirarlo dijo. —Bien. Buenas noches, James. —Adiós, Millie, —suspiró. Ella soltó un suspiro y asintió. Un momento después, no era más que una sombra que se alejaba cansinamente de él. Luego, había dado vuelta a la esquina. James se quedó de pie y miró el rincón vacío durante un minuto. Había besado a Millie, la había hecho reír, y le había sostenido la mano, y había compartido largas e intensas miradas con ella a través de las aulas y la biblioteca. Pero al final, no podía mirarlo a los ojos cuando se despidieron. Y eso, pensó James, demasiado exhausto para sentirse particularmente triste, fue probablemente la historia de la mayoría de los amores de la vida; breves momentos de romance ardiente, seguidos por personas de pie sobre el asador, enfriando carbones de su pasión pasada hasta que uno de ellos se sintiera lo suficientemente incómodo para alejarse. Hasta el amor que importaba. El que acabaría con todos ellos, aquel cuyo carbón nunca se enfriaría o perdería su chispa. Sin embargo, este pensamiento no ofreció consuelo a James. Había encontrado su único amor perfecto, aquel cuyo fuego ardería para siempre. Y además, ahora sabía que lo amaba de vuelta. Sin embargo, incluso ese amor prístino y dorado terminaría con uno de ellos alejándose para siempre, sin mirar hacia atrás. Suspiró, largo y duro, y el suspiro se estremeció a medias. No recordaba haber regresado a la torre de Gryffindor, y tirarse en la cama. Casi ni siquiera se acordaba de despedirse de Millie. Todo lo que recordaba era la sensación de vacío, de haber sido, si no amado, realmente querido, y luego de haber perdido ese afecto para siempre, sin nada por el que reemplazarlo.

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No fue una sensación agradable. Pero cuando James entró en las portentosas y sin aliento últimas semanas en Hogwarts, tuvo la idea de que era posiblemente el sentimiento más adulto que jamás había conocido.

La primavera se asentó sobre Hogwarts con lánguida extravagancia, refrescando el aire, derritiendo la nieve, desbloqueando el lago de su manto de hielo y respirando capullos verdes por todo el bosque y los terrenos. La mayoría de los estudiantes lo recibieron con entusiasmo y energía renovada, aunque no por el propio James, quien sintió el peso mezclado de la inminente partida de Petra y la incertidumbre de su oscuro plan, junto con las preocupaciones más generales sobre la continua erosión del Voto de Secreto y el mundo mágico en general. Parte de la razón por la que la aparición de Norberta en Londres no había hecho una mayor noticia, James ahora sabía, era que las historias de la ruptura de límites de magia se estaban convirtiendo en más comunes ahora. Las salvaguardias y protecciones de mil años se estaban descubriendo gradualmente como debilitándose o simplemente rompiéndose. Esto estaba siendo recibido con consternación por el Ministerio, con artículos cada vez más febriles de la prensa mágica, y en secreto, oscuro regocijo por ciertos habitantes desagradables del mundo mágico. El periódico de cada mañana traía noticias más preocupantes: Los hombres lobos rondaban pequeñas comunidades muggles con creciente audacia,

probando

algunos

hechizos

fronterizos

y

encontrándolos

raídos

o

completamente desaparecidos. Los principales noticieros muggles mayormente ignoraban esas historias fantásticas, pero los periódicos sensacionalistas y los programas de noticias locales recogieron la primicia, dando informes incansables e increíbles de ataques de “lobos inusualmente grandes y atroces”. Algunos testigos

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presenciales juraron que las bestias caminaban sobre las patas traseras como hombres e incluso usaban fragmentos de habla humana. Otros testigos oculares, horriblemente, nunca vivieron para contar su historia. Los asesinatos eran escasos y dispersos, pero terriblemente violentos, causando pánico en comunidades rurales, a diferencia de cualquier cosa que hubieran conocido en tiempos modernos. Las noticias de Rumania eran posiblemente más inquietantes. Después de cientos de años de silenciosa reforma, pequeñas comunidades de vampiros estaban renunciando a su Pacto de Abstinencia de Sangre, rechazando depósitos de sangre voluntarios establecidos hace mucho tiempo y volviendo a las antiguas prácticas de caza de medianoche. Un equipo de Harriers había sido reunido para confrontar al líder de una de esas comunidades, un cierto Conde Domn Orpheus, sólo para ser emboscados por el Conde y su guardia. Tres harriers habían sido mordidos, sangrado, y luego llevados por sus compañeros al hospital más cercano a unas setenta millas de distancia. Allí, los tres murieron, sólo para despertar a la mañana siguiente bajo el velo de los muertos vivientes, silbando, capturando y hambrientos de sangre. A través del Fragmento, Zane le informó a James que su viejo compañero de la Casa Pie-Grande, Wentworth Paddington, que era parte vampiro (aunque ninguno lo supiera), había sido sacado de la escuela por sus padres para prepararse a regresar a Rumania. Esto no porque pretendían abandonar su propia Abstinencia de Sangre, sino para salir de Estados Unidos antes de que los rumores de “campos de entierro extranatural” se hicieran realidad. Las noticias desde las comunidades Gigantes eran irregulares, pero igualmente preocupantes. Muchas tribus se habían retirado de sus comunidades ancestrales, pero torpemente, dejando una copiosa evidencia de su morada. Los exploradores muggles estaban descubriendo huellas gigantes, pinturas rupestres e incluso montículos funerarios. Los equipos de respuesta internacionales fueron enviados a los sitios para limpiar toda la evidencia posible, y los obliviadores hicieron lo que pudieron para borrar recuerdos y alterar reportes. Sin embargo, algunas filtraciones de material relacionado con gigantes habían resultado imposibles de contener. Un explorador muggle había cavado y extraído un cráneo gigante de su montículo de entierro y estaba exhibiendo el objeto espantoso (supuestamente de cinco pies de diámetro y un peso cercano al de cinco piedras) a todos los fotógrafos y cámaras de noticias de televisión. Por ahora, al igual que los avistamientos de hombres lobo, estos informes se

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encontraron con el escepticismo de los principales medios de comunicación. Pero en el mundo mágico sabían que tal fortuna no podía durar para siempre. Tal vez el más desalentador de todos era que los ladrones mágicos habían comenzado a dirigirse a casas e instituciones muggles. Donde las salvaguardias mágicas habían imposibilitado alguna vez a las brujas y magos adultos de usar deliberadamente sus poderes contra los establecimientos muggles, ahora los pequeños criminales mágicos fácilmente robaban bancos, bóvedas y mansiones ricas, todos con creciente confianza, sabiendo que la comunidad mágica estaba demasiado ocupada para detenerlos, y las alarmas y candados Muggles no eran rivales para sus varitas. Un robo particularmente audaz de la reserva de oro de Estados Unidos en Fort Knox fue frustrado sólo porque la Oficina de Integración Mágica de los Estados Unidos había mostrado previsión al erigir vidrios enemigos en sus oficinas secretas en ese y lugares igualmente sensibles. La pandilla organizada de brujas y magos, dirigida, por desgracia, por un cierto Luckinbill Fletcher de Herbertshire, fue capturada solo temporalmente. Eludieron a las autoridades en el camino a la cárcel de Fort Bedlam, prometiendo que la próxima vez ninguna “baratija mágica” los detendría. Como resultado, el Ministerio de Magia había determinado que el uso de guardias físicos por parte de la Oficina de Integración Mágica era digno de consideración. Así, como una “medida de seguridad temporal” (o “último recurso desesperado” según Scorpius), treinta lugares mágicos especialmente esenciales en toda Europa habían sido considerados de Código Rojo de Alto Riesgo y fortificados con vigías de veinticuatro horas. Hogwarts era uno de esos treinta. —Hemos sido amablemente consultados —dijo Merlín en el anuncio oficial un jueves por la noche en la cena. —y nos han dicho que no nos refiramos a nuestros vigilantes como “guardias”, ya que se cree que el término implica una cierta —miró por encima de su nariz hacia un pergamino en su mano —respuesta antagónica y/o feroz basada en el miedo, más que una mera vigilancia benévola para el bienestar de todos, tanto mágicos como de otro tipo. Al lado de Merlín, aunque un paso atrás, un hombre rígido con un abrigo marrón oscuro y boina asintió con aprobación. Era el capitán de vigilancia, al parecer, un tal Sr.

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Hawtrey, James supuso que él, como muchos de ellos mismos, eran magos jubilados que se habían ofrecido como voluntarios para este servicio, y demostrar, más que nada, el tipo de fanatismo obediente que proviene principalmente de la edad y el aburrimiento. Una torre de vigilancia se erigió rápida y económicamente a lo largo de la orilla del lago y rondas se establecieron a través de cada hora del día. Los hombres de la guardia eran su mayoría amables zoquetes distraídos de sus deberes por la tentación de contar cuentos, a cualquier que quisiera escuchar, de sus propios días hace mucho tiempo en Hogwarts. —En mis tiempos —uno de ellos le dijo a James un día entre clases, golpeándolo en el pecho —¡Si hablamos fuera de turno, fue por el hechizo de lengua que nos dieron! — dijo soltando una risa sibilante ante esto. —¡Teníamos disciplina verdadera entonces! No esta tontería que les dan a ustedes ahora. El compañero del hombre, mucho más alto que él, con el cabello fino negro manchado de pomada, asintió y estrechó un ojo. —Argus Filch era un aprendiz residente aquí en aquellos días. “Cabeza en las nubes” Filch lo llamábamos. Siempre escribía poesía y pintaba cuadros, él lo hacía. —Todo lo que podía hacer, ya que con una varita en la mano no era bueno el pobre estúpido. —¡Cállate! No creo que debamos hablar de eso —respondió el hombre más alto. — ¡Filch puede ser un soñador desesperado, pero tiene que exigir respeto de alguna forma…! James intentó retroceder sin que los hombres se dieran cuenta. Ralph tiró de su codo mientras los dos parecían caer en una pequeña pelea. Sin embargo, algunos de los vigilantes eran implacables en su sombría dedicación. Caminaban por los pasillos y los jardines con ojos de pedernal, al parecer sintiéndose empoderados para hacer cumplir las reglas a los estudiantes, e incluso inventar otras nuevas en nombre de la seguridad. Uno de estos hombres, un galés gordo de unos cuarenta años con el rostro estreñido y la postura rígida de un nato que seguía las reglas, ordenó a los estudiantes que regresaran una tarde de primavera, castigándolos por haber cruzado el límite de la escuela. El mismo hombre, cuyo nombre era Royston

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Brimble según James supo, insistió enérgicamente que los fines de semana en Hogsmeade deberían ser restringidos hasta nuevo aviso (una sugerencia que Merlín, afortunadamente, no honorificó con una respuesta). Más tarde, pidió el abandono y la “remoción o demolición” de la cabaña de Hagrid, alegando que era “una monstruosidad y un domicilio extra superfluo, complicando innecesariamente el alcance de los deberes de vigilancia”. Con esta recomendación, Hagrid sonrió con todos sus dientes, palmoteó al hombre en el hombro lo bastante fuerte como para doblar sus rodillas y dijo —Buena suerte con eso, Sr. Brimble. Poco tiempo después, afortunadamente, Brimble fue visto debajo de la torre de vigilancia hablando muy cuidadosamente con el Sr. Hawtrey en su boina marrón. Brimble abandonó los asuntos de los fines de semana de Hogsmeade y la cabaña de Hagrid, pero continuó ordenando y reprendiendo a los estudiantes en todas las oportunidades posibles, siempre con los ojos ardientes y manchas de saliva blanca en las comisuras de su boca. Una hoja de inscripción para los estudiantes voluntarios a vigilantes se publicó en el Vestíbulo. ”¡PERMANECE ALERTA POR UNA BUENA CAUSA!” decía el encabezado. Después de una semana, solo había tres nombres en el pergamino. James estaba molesto pero no sorprendido al ver que los nombres eran Edgar Edgecombe, Polly Heathrow y Quincy Ogden. Cuando volvió a ver a los tres nuevamente, traían pequeñas insignias de plata en sus túnicas, cuidadosamente pulidas y bien visibles. Las insignias eran pequeños escudos con las letras V.J. grabadas en ellos. —Vigilante Junior, —dijo Edgecombe, golpeando ligeramente su insignia, mientras esperaba afuera de un salón de clases viendo pasar a los demás, con los ojos entrecerrados. —Cuenta como crédito para Estudios Muggles. Me saca de la estúpida clase de Grenadine. —Curioso, eso —comentó Sanjay Yadev desde cerca. —He encontrado que la clase de la Srta. Grenadine es mucho menos estúpida sin ustedes tres en ella. Varios otros se rieron (incluyendo a James, pasando por su camino hacia Transformaciones), pero Polly Heathrow miró a Sanjay, elevando toda su altura.

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—Nos han instruido a reportar una lista completa de comportamientos sospechosos —dijo con su voz alta y nasal. —El no respetar a la autoridad es el número doce. Puede que desees pisar cuidadosamente antes de terminar en alguna “lista oficial de vigilantes”. James se giró cuando escuchó esto, pero Rose le cogió el codo cuando lo hizo. — Déjala ser —murmuró. —No tienes tiempo para empezar nada. Y además, Sanjay es lo suficientemente rápido para pelear sus propias batallas. De hecho, detrás de ellos, Sanjay habló. —¿Incluye la lista ser tres pequeños idiotas? Si es así, necesitaré hacer algunos reportes por mi cuenta. Ogden se movió para enfrentarse a Sanjay, pero en ese momento la línea de visión de James se oscureció por el pasar de estudiantes. Lamentablemente, se volvió y se dirigió a su clase. Rose tenía razón de Sanjay era claramente capaz de manejarse a sí mismo. Y al menos el trío de pequeños matones había vuelto su atención a alguien que no era él. A medida que las clases avanzaban, James se enfrentó por primera vez, y con gran falta de voluntad, la realidad que era los exámenes E.X.T.A.S.I.S finales, de hecho, los exámenes iban a suceder, por más que fingiera lo contrario. Con el entusiasmo de un hombre que va a la horca, comenzó a dedicarse al estudio y la preparación, agradecido por los grupos de estudio espontáneos que comenzaron a reunirse en la biblioteca la mayoría de las tardes. Graham, Deirdre, Ralph, Fiera Hutchins, Fiona Fourcompass y Trenton Block casi siempre estaban ahí. A menudo, se unían otros de séptimo año, entre ellos Nolan Beetlebrick, Julian Jackson, Ashely Doone, Patrick McCoy, Millie y George Muldoon, creando una gran y ocasionalmente bulliciosa reunión que a menudo, James notó con cierto grado de alivio, bordeaba en convertirse en un scrum de fútbol americano (cuando discutían vigorosamente sobre una técnica discutible) o una fiesta de bombardeo en la cocina (cuando el argumento había terminado y todos se sentían inquietos y hambrientos). La bibliotecaria de la noche finalmente renunció a tratar de contener y silenciar al grupo. Habituada a los flujos de la vida escolar, simplemente guio a los estudiantes a una gran zona de la ventana de la bahía, lejos del piso principal. Aquí, los asientos de la ventana estaban cubiertos de cojines y almohadas, cortinas altas y estantes anti ruidos, y migas de galletas y manchas de soda de décadas de sesiones de estudio anteriores.

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Un lunes por la mañana, con el sol de primavera sobresaliendo de las vigas del Gran Comedor, James finalmente encontró el tiempo y la determinación de confrontar a Albus sobre sus interacciones con Petra, sólo por demostrarle a su hermano que ahora sabía sobre sus planes. Sin embargo, su intención fue desviada cuando llegó al Gran Comedor y se dio cuenta que la relación de Albus con Chance Jackson había finalizado el fin de semana, por decisión de ella. Chance estaba sentada en su lugar habitual al final de la mesa de Gryffindor, solemne pero rodeada por su entusiasta comunidad de amigas. Se arrullaban sobre ella y se inclinaban para ofrecer muestras de compasión, disfrutando claramente de la deliciosa emoción de su drama. Albus, por el contrario, estaba sentado solo en el rincón más oscuro de la mesa de Slytherin, en el lado opuesto del salón, sin desayunar ni hablar, sin hacer nada más que mirar a todo y nada, con su cabeza agachada entre sus hombros encorvados. James decidió acercarse a él de todos modos, pero Albus lo vio acercarse y se arrojó sobre sus pies, arrastrando su mochila con él y tirándola con rabia sobre un hombro, acechando hacia la puerta. —Está muy molesto —dijo Fiera Hutchins a Nolan Beetlebrick, quién se inclinó hacia atrás para ver cómo Albus empujaba las puertas dobles para pasar entre ellas. —Eso es lo que pasa por salir con alguien de otra casa —convino Beetlebrick con prudencia, apartando un ojo a James. —Nada más que traición y desamor. James fingió no oír. Claramente, por razones que eran enteramente suyas, Albus se había permitido enredarse irremediablemente con Chance Jackson, y estaba sinceramente, aunque enojado, despojado por el final de su relación. James no podía comprenderlo en lo más mínimo. Chance era linda y todo, lo suponía, pero no merecía la pena saltar de un acantilado. Sin embargo, al pensar en ellos, Albus tampoco lo merecía. Al regresar a su asiento en la mesa de Gryffindor, James decidió que podía esperar un poco más para saber lo que Albus sabía del plan de Petra, y cualquier papel que él, Albus, estuviera destinado a jugar en él. Pasaron tres semanas completas después de su viaje nocturno a Londres en el barco de Hagrid cuando James fue convocado a la oficina de Merlín en lo que parecía ser un

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castigo disciplinario. Recibió el mensaje de un Filch presumidamente alegre durante el desayuno de un jueves por la mañana, justo cuando estaba tomando su primer bocado de salchicha. —El director requiere su presencia a las seis y media de esta tarde en su oficina, — gruñó el viejo celador, apoyándose en una parodia de confidencialidad. —A las seis y media, en punto. Y debo decir que no parecía especialmente satisfecho. Que terrible, no. —se chupó los dientes pensativamente y negó con la cabeza. La frialdad cayó sobre James mientras miraba a Filch, absorbiendo esta repentina noticia. Luego se volvió hacia la mesa principal, buscando al propio Merlín. Sólo que él no estaba allí. Su silla alta en el centro de la mesa estaba vacía, su lugar estaba despejado. —¿De qué será eso, eh? —preguntó Ralph en voz baja mientras salían del castillo hacia Cuidado de Criaturas Mágicas. —¿Has hecho algo que no sé? —No tengo la menor idea —dijo James, preocupado. —Probablemente es ese estúpido Quidditch Nocturno —Ralph asintió con sobriedad. —Sabes que está obligado a detenerlo. Tiene que hacerlo, tarde o temprano. Todos los prefectos están vigilándolos. Yo también, estoy empezando a pensarlo. No quiero hacerlo, pero responsabilidades son responsabilidades. —No se trata del Quidditch Nocturno —dijo James con irritación. —Y realmente desearía que te olvidaras de eso. Es solo un juego. No hace daño a nadie. —Está violando el toque de queda, para empezar —respondió Ralph. —Y amenaza nuestra seguridad hoy en día. Todos ustedes ahí fuera con sus Bludgers y Quaffles y esas cosas. Y ahora me dicen que están usando un montón de esos encantos mágicos deportivos ridículos que trajiste el año pasado del Clutchcudgel. Pozos de gravedad y nudillos y otras cosas chifladas que no aparecen en ningún libro de hechizos respetable. ¿Qué pasaría si algún campista muggle pasara a ver toda esa magia y esas bolas brillantes volando desde el otro lado del lago? —Esa es la cosa más estúpida que he escuchado —siseó James, poniendo sus ojos en blanco. Estaba muy orgulloso de la adición de magia deportiva al Quidditch Nocturno y todavía se consideraba uno de sus mejores practicantes, aunque Julian Jackson sería

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un segundo cercano. —Nadie nos verá, no importa qué hechizos usemos. ¿Quieres dejarlo, ya? —Soy Premio Anual, James… —Como si me hubieras dejado olvidarlo por más de treinta segundos. —Y tengo un futuro en el qué pensar. Como Dolohov, podría tener una sólida carrera en el Ministerio o incluso en los Estados Unidos. Pero tengo que empezar a vivir con ella ahora. Y a veces eso significa poner el deber antes de la amistad. —Mira, Ralph —dijo James, deteniéndose en el césped y enfrentando a su amigo. — Si esto es más de “encontrar al verdadero Ralph” y esas cosas, lo entiendo. Realmente lo hago. Pero estás peligrosamente cerca de cruzar una línea que no creo que realmente quieras cruzar. Una cosa fue cuando Zane estuvo aquí para ayudarte a prevalecer… —¡¿Ayudarme a prevalecer?! —Pero yo soy solo una persona y estás a toda velocidad por delante de… lo que sea que estás. Ni siquiera lo sé. Quiero apoyarte, Ralph. Hemos sido compañeros desde siempre. Pero si crees que tu deber a esa estúpida insignia es más importante que tus amigos, bueno, todo lo que puedo decir es que supongo que finalmente has probado ser un Slytherin. —Whoa —dijo Graham Warton, impresionado, mientras pasaba junto a ellos. —Los colmillos ya están afuera, ¿cierto? —¡Mándalos al infierno, James! —dijo Ashley Doone desde una cierta distancia, caminando hacia atrás para mirar. Junto a ella, Patrick McCoy se rio. James puso los ojos en blanco y dio un paso atrás. Ralph permaneció de pie como una estatua durante un largo momento, con las mejillas rojas, con los ojos heridos y desafiantes. Abrió la boca para responder, pero antes de que pudiera una chica se interpuso entre ellos, poniendo una mano en el pecho de cada uno. —Dense la mano y pidan disculpas —dijo en voz baja. Era Rose. Ella miró a James y luego a Ralph. Ninguno de los dos se movió.

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—Háganlo —dijo con el mismo tono de voz. —Ambos saben que quieren hacerlo. Las tensiones son altas ahora y todos están al límite. Pero se necesitan. Y no puedo reunir la energía para estar entre ustedes si ambos se pelean. Así que, dense la mano y pidan disculpas. James respiró profundamente por la nariz. Rose tenía razón. Y sin embargo, un impulso ferozmente obstinado lo retuvo. —Lo siento —dijo Ralph, bajando los ojos pero con la mano extendida. —De verdad. Tienes razón. Lo siento. James soltó el aliento que había estado sosteniendo y sacudió la mano de Ralph, brevemente pero con firmeza. —Lo siento también, Ralph. Sólo… ya sabes. —Estás preocupado por la reunión de Merlín —asintió Ralph. —Y… todo lo demás. Lo sé. A Rose, James murmuró, —¿Desde cuándo te convertiste en nuestra mamá? Rose puso los ojos en blanco, desconcertada y aliviada. —Desde que ambos probaron que necesitan una. El resto del día pasó con una fuga de tensión cada vez mayor. James no tenía ni idea de lo que se trataba la convocatoria de Merlín. Lo que sí sabía era que la convocatoria había sido al estilo del director a primera hora en la mañana, así que James tenía diez largas horas para guisarla. Su última clase del día, Transformaciones con la Profesora McGonagall, parecía extenuarse en un letargo casi infinito, cada minuto tardando aproximadamente un año mientras luchaba, sin entusiasmo, para transformar una tetera China en una media docena de tazas de té. La propia McGonagall mostró la técnica con frustrante facilidad, inclinando su tetera y transformando el caño en una línea de seis delicadas tazas, capturando cada una hábilmente a medida que aparecían y poniéndolas sobre el escritorio, incluso mientras la tetera vaciaba el agua y se ponía a sí misma en el receptáculo final. James siseó y tiró de su mano, quemándose los dedos con té caliente por lo que parecía ser la milésima vez, pero sin producir ninguna taza de té desde la tetera en su mano.

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—Es una cuestión de confianza, alumnos —insistió McGonagall sombríamente, escudriñándolos sobre sus gafas. —Viertan como si esperaran que la taza aparezca. Cualquier rasgo de duda echará a perder la magia. James sacudió la cabeza y levantó la tetera de nuevo, incluso mientras burbujeaba y vaporizaba, rellenándose mágicamente. Se chupó sus dedos rojos, luego extendió su mano una vez más, preparándose para coger la taza de té que se formaba desde el caño inclinado, y sabiendo que eso nunca sucedería. Esto, pensó, era lo más difícil de la confianza, cuanto más intentabas forzarla, más elusiva era. Finalmente, la hora de la cena llegó y se fue, James apenas lo notó, demasiado centrado en la cita de después. Pero entonces, de alguna manera, el tiempo pareció acercarse a él, avanzando con cruel elasticidad, y se encontró caminando hacia las escaleras en espiral del despacho del director, atrapado una vez más en el miserable filo del cuchillo entre el deseo que terminara tan pronto como fuera posible y queriendo huir lo más rápido que pudiera. —Potter —dijo la Gárgola guardia con voz grave, haciéndole señas hacia la escalera. James hizo una pausa. —¿No me vas a pedir la contraseña? —¿Sabes la contraseña? —preguntó la gárgola, levantando una sospechosa ceja de mármol. —Um —James admitió a regañadientes. —No, no la tengo. La gárgola asintió de nuevo, como satisfecha. —Pero yo te conozco, y eso es lo que cuenta. Las contraseñas pueden ser olvidadas o robadas. Los nuevos tiempos requieren nuevas medidas. Ahora, sube. Él te espera. James tragó saliva y se giró hacia los suaves escalones ascendentes. Sin esfuerzo, lo levantaron y lo llevaron hacia arriba, a la oscuridad, y luego hacia la luz dorada de la antecámara del director. La gran puerta de la oficina estaba abierta, proyectando la luz de la chimenea hacia la banca de espera y la pared con varios retratos, pinturas y placas. James se acercó a la puerta, sintiéndose el doble de pesado de lo normal. Es sólo Merlín, se dijo a sí mismo. Yo soy la principal razón de que él exista en esta época y lugar y que no esté todavía flotando en el Vacío de desaprobación. Yo soy parte de la razón por la

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que se le dio el puesto de director. Me ayudó a librar a la escuela de ese loco periodista Muggle, y lo ayudé a librar al mundo del Guardián. Volvimos juntos. Somos amigos… Y sin embargo, James sabía que lo que Merlín llamaba amistad y lo que él llamaba amistad eran probablemente dos cosas extremadamente diferentes. Tan diferentes como los dos mundos, separados por mil años, que los formaron a ambos. Como siempre, la oficina del director estaba llena hasta el punto de claustrofobia, llena de baúles y cajones, estanterías y mesas, herramientas, talismanes y enormes rarezas de cada imaginación, incluyendo (pero no limitado a) el gigantesco caimán disecado que colgaba desde el techo, sus ojos negros vidriosos mirando fijamente abajo y sus centenares de dientes desnudos en una sonrisa incómodamente alegre. —Entra, James, y cierra la puerta —dijo Merlín con facilidad, sin levantar la vista de su escritorio, donde parecía estar escribiendo algo con una mano y consultando un libro grande con el otro. —Parece ser una expectativa habitual de la era el ofrecerle un asiento. Pero francamente prefiero que permanezca de pie. Así, dejaré la opción a su buen juicio. James se movió con cautela a un espacio equidistante de la chimenea a su izquierda y el escritorio enfrente. El suelo de piedra era cálido. El aire de la oficina estaba lleno de olor soñoliento de la cera de vela, cuero viejo e, inesperadamente, cacao. James miró hacia abajo. Una bandeja de plata descansaba en el borde del escritorio de Merlín, casi empujada por una pila de libros al azar. En la bandeja, una gran taza de gres con chocolate caliente vaporizaba con suavidad. Mientras James lo observaba, Merlín lo miró sin mirar, cogió la taza con su mano, bebió un trago profundo y finalmente se recostó en su silla mientras bebía. —Ahh —dijo, entrecerrando los ojos. —Sabes, James, he entrado y salido, de aquí para allá en este nuevo mundo. He visto, olido y probado sus millones de extraños descubrimientos. Y no me importa lo que digan los políticos, los sacerdotes y los poetas: el chocolate caliente es la cumbre de su era. Quizás de cualquier época —olisqueó el rico vapor de la taza, bebió de nuevo su contenido y luego, a regañadientes, dejó el cacao a un lado en su bandeja. Devolviendo su mirada a James, con una vista especulativa en sus ojos, dijo — Probablemente se esté preguntando por qué lo he llamado aquí.

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—Bueno —dijo James, con su voz seca. —Sí. Quiero decir, sí señor. Asumí… —se detuvo y se aclaró la garganta nerviosamente. —Asumí que estaba en problemas. —Oh, pero lo está, Sr. Potter —replicó el director asintiendo sombríamente, y suspiró un poco. —Como director de esta escuela, estaría despojado de mis deberes si no corrigiera el comportamiento aberrante por los medios aceptados. Sé que ha pasado un mes, pero perdóneme. Soy un hombre ocupado. —Pero —dijo James parpadeando, sinceramente desconcertado —¡pero usted dijo en el barco que no habría ningún castigo por todo esto del dragón en Londres! —Oh, realmente dudo que haya dicho algo así de directo. Yo premio el matiz, Sr. Potter. Pero usted está, en esencia, en lo correcto. No hay disciplina que se deba cumplir por su falta de control en los acontecimientos de esa noche. Su lección, se podría esperar, se ha aprendido. Detrás de James, alguien dio una tos leve y perentoria. Se giró rápidamente, a tiempo de ver el retrato de Albus Dumbledore, inusualmente despierto y alerta. Dumbledore cruzó las manos sobre su regazo y miró más allá de James, mirando a la media distancia cortésmente. Sí —dijo Merlín, atrayendo la atención hacia sí mismo. —Y sin embargo, está el pequeño asunto de su estadía fuera de la cama más allá del tiempo aceptado. Por eso, me temo que debo restar, déjeme pensar… tal vez cinco puntos de su casa. A las palabras del director, James pensó que podía oír el diminuto tintineo y el ruido de rubíes que salían del frasco de Gryffindor, muy por debajo. Sabía que lo estaba imaginando. —Um —dijo después de una larga y esperanzada pausa —¿Eso es todo, señor? —No, James, —dijo Merlín, y su fachada de autoridad inexpugnable parecía evaporarse, como si fuera una bata que el hombre enorme se puso y despegó cuando le convenía. —No lo es. Y sin embargo, por mi vida, me encuentro a menudo con una pérdida muy poco acostumbrada de cómo proceder con usted —recogió su cacao de nuevo, pero no lo bebió, simplemente miró a James a través de las columnas de vapor en aumento.

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El anterior nerviosismo de James se precipitó hacia atrás y se dobló. Tragó saliva — ¿Debería, eh, disculparme, señor? —¿Dónde crees que lo guarda? —preguntó el inmenso hombre, su voz tan tranquila y silenciosa que casi era un ronroneo de león. —¿Te lo ha dicho? ¿Te lo ha enseñado, quizás? Una emoción de exquisito miedo pasó desde la cabeza de James a la planta de sus pies, sacudiéndolo donde estaba parado. Y él sabía, Merlín lo estaba leyendo como un libro. Merlín lo sabía todo. A Merlín no se le podía engañar. Oyó su propia voz preguntar, casi automáticamente —¿Dónde guarda qué, señor? —Su Horrocrux, —contestó Merlín, y luego se encogió de hombros vagamente. —O el hilo mismo. Ambos son igualmente de importantes para ella. Aunque no es tan importante, estoy dispuesto a apostar, como esto. Sacó la mano de la taza y la levantó. Sostenido entre el pulgar y el índice, estaba el broche de Petra, el que había perdido de la popa del Gwyndemere, y el que ella había refundado en el Mundo Entre los Mundos, traído por su yo alterno desde otra dimensión más oscura. Los ojos de James se abrieron al verlo. Merlín volvió la mirada desde James hacia el broche en su mano, inclinando la cabeza hacia atrás para examinar su plata y piedra lunar a través de sus gafas. —Era un regalo de su padre, mientras ella estaba todavía en el vientre de su madre. Él nunca fue capaz de dárselo, tristemente. Murió en la cárcel. —No murió allí —dijo James antes de que pudiera detenerse, su propia voz una octava más baja de lo normal. —Allí fue asesinado. Matado por sus guardias por secretos que creían que guardaba. Merlín asintió con la cabeza, todavía examinando el broche, girándolo de una forma u otra junto a la luz del fuego. —Los engranajes de la justicia son demasiado grandes para no molestar ocasionalmente a los inocentes. O al menos, en este caso, el único poco culpable. James abrió la boca para replicar, pero se detuvo. Entrecerró los ojos cuando una idea, una certeza cercana, vino a su mente. Recordó algo que Merlín le había dicho

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durante su primer año: en la mente ocurren nueve décimos de magia. El último décimo es pura fanfarronería sin adulterar. Merlín estaba haciendo el mismo truco que su padre había usado con tanta frecuencia. El mismo truco que sólo recientemente había funcionado tan bien en Rose, que le hizo confesar casi todo sobre su primer viaje desastroso a Londres. El director estaba fingiendo saber mucho más que él, con el fin de atraer a James a decirle todo lo demás. Sólo Merlín, siendo Merlín, era infinitamente mejor. —No sé dónde guarda nada —dijo James, volviendo a la pregunta inicial del director. No era una mentira, exactamente. Simplemente no era toda la verdad. —Tienes casi la edad, James —dijo Merlín, bajando la mano y volviendo a mirarlo. —De hecho, en el mundo que una vez conocí, sería considerado lo suficientemente mayor para ir a la guerra, casarse, poseer y cuidar sus propias posesiones. Ya no es un niño, sino un hombre. Y esto no es un halago, porque es una terrible responsabilidad ser un hombre o una mujer, crecer y salir de debajo del ala de sus padres y maestros. Por lo tanto, asegúrese de que cuando le pregunto acerca de Petra Morganstern… o Morgana, como ella prefiere a regañadientes ser llamada… no se lo pido como guardián a su cargo, sino de un ciudadano responsable a otro, con nada menos en el equilibrio que el destino de los mundos. Sus ojos eran severos mientras hablaba, pero su voz seguía siendo tranquila, baja. — Creo que usted está guardando su propio consejo secreto por razones nobles. Quizás usted quiera ayudar a Morgana o disuadirla usando su propia influencia sobre ella. Tal vez usted teme por las vidas de aquellos a quienes ama si los lleva a una confrontación potencialmente sin esperanza con ella. En fin, confío en sus motivos, James, si no siempre en su juicio. Merlín se paró detrás de su escritorio, dejando la taza humeante en su esquina. James le observó, resistiendo la urgencia de hablar, para responder a los comentarios de Merlín. Quería desesperadamente explicarlo todo. No había nada más tentador en el momento que compartir la carga de la responsabilidad con Merlín, para ser bienvenido en su poderosa camaradería y confianza. Pero Merlín no podía disuadirlo o detener a Petra. Moriría intentando. Por mucho que le doliera y entristeciera a James, permaneció tercamente mudo, temiendo casi

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mirar al enorme hechicero a los ojos, para que no revelara la verdad con su mera mirada. —Le haré el servicio de contarle todo lo que sé, James —dijo Merlín, rodeando despacio su escritorio y acercándose al fuego. —Porque a través de mis diversas artes he aprendido mucho, aunque frustrantemente incompleto. Petra se ha identificado con su espejo oscuro, la otra versión de sí misma, ahora muerta y ligada a esta tierra. Ella cree que solamente asumiendo el lugar de Morgana en su dimensión original puede reajustar los destinos que se desmoronan de nuestros mundos gemelos. En esto, James —Merlín alcanzó el fuego y volvió su mirada de reojo para enfrentarse a él —Petra está absolutamente en lo correcto, y a la vez, terrible y fatalmente equivocada. Porque hay otras fuerzas en juego, fuerzas poderosas tanto terribles como corruptas. Ayudan a Petra, la conducen, y sin embargo no comparten sus motivos benevolentes. No los veo, pero siento su movimiento, como formas bajo el agua, trazando profundas ondulaciones en la superficie de la causalidad, socavando todo lo que es verdadero y bueno. —Judith —dijo James involuntariamente. Un escalofrío recorrió su columna, sacudiéndolo donde estaba. —Y otro —Merlín asintió lentamente. Ambos sabían a quién se refería, pero tampoco lo dirían. Y esto envió otro escalofrío más duro hasta los talones de James. Durante muchos años, durante dos décadas, nadie había tenido miedo de decir el nombre de Voldemort. ¿Por qué deberían tenerlo? El Señor Oscuro había sido derrotado y asesinado por su joven enemigo, Harry Potter. Pero ahora, el mago más grande vivo, el mismísimo Merlinus Ambrosius, parado de espalda al fuego en su propia oficina dejando ese viejo nombre tácito en el aire entre ellos. Voldemort era una vez más El Que No Debe Ser Nombrado. Vivo nuevamente, aunque sólo sea como un fragmento fracturado en la mente de Petra, pero más fuerte hoy que ayer, y más fuerte a cada minuto. Porque Petra ya no resistía el perverso susurro de la influencia de Voldemort. Ella lo estaba cultivando. Ella lo estaba usando, convencida de su convicción, y su poder y dirección.

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Cada niño sabía las historias de cómo funcionó la magia negra del Señor Oscuro, cuando estaba completamente vivo en el poder y la malevolencia: pronunciar el nombre del villano lo convocaba. Ahora, era verdad una vez más. Si James o Merlín decían el nombre, ella lo sabría. Y tal vez ella vendría. —Hay sólo una cosa que importa en todo esto, James —dijo Merlín, volviéndose para mirarlo de frente, contemplándolo con calma. —La misión de Petra… Morgana… no puede ser lo que parece ser mientras los peores villanos en este, o en cualquier otro mundo, la estén llevando a lograrla. Ella puede creer que puede aprovechar el poder del linaje dentro de ella mientras no sucumba ante él. Pero ella se ciega exactamente en la misma medida en que crece poderosamente. Y pronto, James, no le importará si está cegada o no. Aquel cuya alma la maldice la convertirá completamente. James sacudió la cabeza lentamente, pensativo, mirando a Merlín. —No, no lo hará. No puede ser. Petra es buena. Ella puede resistir. —Ella ha resistido —Merlín estuvo de acuerdo. —Pero ella dejó de hacerlo en el momento en que hizo su Horrocrux. Ahora, se ha asociado con su maldición. Pronto, inevitablemente, la consumirá. James sacudió la cabeza otra vez y bajó la mirada. Retrocedió un paso y se hundió en una silla cercana. —Creo… ella cree que se habrá ido antes de que la voz en su mente pueda tener ese tipo de control sobre ella. Desaparecerá en la dimensión original de Morgana. Ya no importará. —Pierde el punto, James —dijo Merlín, con una nota de impaciencia, incluso de frustración, en su voz. —Esto ya no es una decisión que pueda dejarse a ella. Está engañada más allá de la razón. La Petra que usted alguna vez conoció, se ha ido. En su lugar está el Linaje. El Hilo Carmesí. Morgana. Ella está corrompida. Y como tal, es incapaz de ver que su plan está arraigado en mentiras. No hay otra interpretación. Si la Dama del Lago y El Que No Debe Ser Nombrado están planeando para el éxito de su plan, entonces sólo el terror y la miseria pueden venir de él. Ninguna esperanza. Ninguna salvación.

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James se estaba agitando de frustración. —¡Pero tiene sentido! —miró sus manos abiertas, y luego las cerró formando sus puños. —Por mucho que odie lo que signifique… que nos dejará para siempre… ¡tiene sentido! El mundo se está desmoronando cada día más, todo a causa del desequilibrio causado por el Hilo Carmesí robado. Morgana era su gemela, por lo que Petra es la única que puede reemplazarla y volver a poner las cosas en orden nuevamente. —El mundo no es tan simple —dijo Merlín con firmeza. —Ojalá lo fuera, pero no lo es, y usted ya está lo suficientemente desarrollado como para saberlo. La joven que alguna vez fue su amiga ha abrazado una ilusión. Su culpabilidad se ha asociado con su poder para hacerla vulnerable a lo peor de las mentiras, y por lo tanto se hace un peón de poderes que buscarían no sólo nuestra lenta degradación, sino nuestra destrucción total. James se dio cuenta, con cierta consternación, de que su frustración se estaba encogiendo ahora. Volvió a mirar al director, audaz. —Todo el mundo piensa que Petra es malvada. Que ella es la peor bruja que jamás haya vivido. La primera mujer Indeseable Número Uno. Y ahora usted también piensa eso. —Malvada, no —respondió Merlín, levantando la barbilla. —Pero engañada por el mal, sí. —Todos ustedes están equivocados —dijo James, endureciendo la mandíbula. —La conozco mejor que cualquiera de ustedes. Sé que es más fuerte de lo que saben. No sólo en sus poderes, sino que también en su corazón. —¿Está dispuesto a apostar el equilibrio del mundo, y todos los mundos, en esa confianza? James vaciló. Miró fijamente al director. Pero no tenía palabras más fuertes. Cuando Merlín volvió a hablar, su voz era muy baja, terriblemente seria. —Ella hará su intento pronto, James. Ella y aquellos que han elegido ayudarla. Pero ella no se marchará sin esto —levantó el broche de piedra lunar otra vez. —Estaba allí cuando lo capturé. Ya sospecha lo que sé: el broche es su corazón y su alma, porque significa todo lo que ha perdido. Antes de que abandone este reino, si de hecho eso es posible, ella vendrá por él. La enfrentaré. Y luego, pasará lo que tenga que pasar. A menos que usted, James, decida ayudarme.

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James seguía mirando a los ojos penetrantes del director. Se sentía cauteloso, desgarrado y profundamente preocupado. Su voz sonó como un susurro y preguntó. — ¿Cómo podría ayudarle? —Diciéndome a quién ella ha llamado a su lado. Hay dos que puedo sentir a través de mis artes, la Ofrenda y el Arquitecto, pero no puedo nombrarlos. Además de los villanos que la conducen y la protegen, ¿Quiénes son los dos que quieren ayudar a Petra en su plan desastroso y desacertado? Dígame para que pueda razonar con ellos. Porque el tiempo va y viene. Y puede estar aquí, cuando no quedará más que lucha, sangre y muerte. Dígame antes de que llegue a eso, James, Solo usted puede hacerlo. Los pensamientos de James se tambalearon. ¿Podría Merlín estar refiriéndose a Odin-Vann y Albus? ¿O hay otros? ¿Qué significaban los misteriosos papeles, la Ofrenda y el Arquitecto? ¿Y si eran Odin-Vann y Albus? ¿Cuál era cuál? Respiró hondo, equilibrado perfectamente en el filo de la indecisión. Y entonces, con una especie de colapso interno de alivio, supo lo que tenía que hacer. Era Merlín, después de todo. Se encontró con la mirada del director y dijo: —Es… Varias cosas sucedieron a la vez, interrumpiéndolo. Una voz, áspera y sorprendente, habló desde la chimenea. Un puño golpeó la puerta con urgencia. Y lo más desconcertante de todo, un cuerno sonó fuera de la ventana abierta del director. El ruido era bajo y palpitante, como una nota salida de un cuerno de carnero, sólo que de tamaño grande, que le daba una profunda resonancia de graves. —Director Merlín —declaró la voz de una mujer desde la red flu. —Soy Deputy Partridge del Departamento de Integración Mágica y Seguridad llamando. ¿Está ahí? — su rostro, delgado y severo, con el pelo estirado en un moño despiadado, se movía en las brasas, buscándolo. —Estoy aquí, Señora —respondió Merlín rápidamente, mientras se acercaba a la puerta y la abría. El Sr. Brimble, el vigilante nocturno, estaba afuera, con los ojos muy abiertos y el rostro de color masilla. Entró en el marco de la puerta y echó un vistazo alrededor. Sus ojos se volvieron hacia James y luego lo rechazó, volviéndose hacia el director.

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Desde la red flu, la mujer del Ministerio dijo. —Ha habido varias brechas en los límites mágicos temporales esta noche. Tenemos informes entrantes de especies mágicas sin nombre que se aventuran en áreas protegidas. La Escuela de Hogwarts es uno de ellos. Inicie los protocolos de bloqueo de la regulación del Ministerio hasta nuevo aviso. —Tomaré todos los recaudos que dicte la situación, Señora Partridge —respondió Merlín con suavidad. —En cuanto sepamos qué especie mágica ha decidido visitarnos. Brimble rebotó en sus talones, casi estallando de impaciencia. Merlín se volvió hacia él, arqueando la frente con curiosidad. —¡Tiraron abajo la torre de seguridad, señor! —dijo sin aliento. —¡Hawtrey y Rheem apenas salieron antes de que la derrocaran toda hacia el lago usando sus cuerdas y ganchos! ¡Están furiosos, aunque ninguno de nosotros puede entender una palabra de lo que dicen! ¡Parece que creen que estábamos usando la torre para espiarlos o algo así!. —¿Quién, por favor? —preguntó Merlín. —¡Gente del agua, señor! —dijo Brimble, con los ojos más abiertos. —¡Están reunidos a lo largo de la costa, gritando tonterías y blandiendo esas locas y trenzadas lanzas contra nosotros! —Creo que la palabra que está buscando es “tridente”, Sr. Brimble —sugirió Merlín. El cuerno sonó de más allá de la ventana otra vez, más cerca ahora, bajo y gutural. El ruido heló a James y le hormigueó el cabello. —Ese no es el cuerno de la gente del agua —dijo el director, volviéndose hacia Brimble. —Ese ruido proviene de un Graphorn dorado, la tradicional llamada de reunión… —Centauros, Director —admitió Partridge desde la red flu. —Acabamos de recibir noticias de telespectadores remotos. Todo el congreso oriental de centauros está en movimiento. Hogwarts es su destino, o está en su camino. La evacuación puede ser inminente. —Quizás no saltemos a los extremos —sugirió Merlín con una calma casi traviesa. Como hombre acostumbrado a la acción, incluso a la guerra, parecía que éstos eran

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precisamente los momentos en los que vivía. —¿Tenemos alguna idea de lo que nuestros huéspedes buscan? —¡Están amenazándonos con sus puntiagudos, eh, tridentes, señor! —exclamó Brimble, con su voz trepando en el rango de falsete. —¡Creo que es muy obvio lo que quieren! —Los centauros, quiero decir —dijo Merlín, levantando una mano a Brimble. —La gente del agua son acuáticos, por lo tanto es una preocupación menor en el momento. Sin embargo, los centauros no son un pueblo para atacar sin justificación y razón. ¿Alguien ha preguntado qué están buscando? —Éste no es el momento para diplomacia, Sr. Ambrosius —ordenó Partridge desde la red flu —Inicie el bloqueo, como exige el protocolo. Cientos de estudiantes están en peligro. —No, a menos que alguno de ellos ataque a nuestros invitados —contestó Merlín con suavidad —E incluso entonces, espero que la espada del centauro se utilice para azotar en lugar de destripar. Nos reuniremos con ellos como camaradas. Más pasos resonaron intensamente por las escaleras de caracol más allá de la puerta. Una figura penetró en la oficina, empujando a Brimble a un lado sin ceremonias. Esta vez era Hawtrey, con el rostro rojo y húmedo de sudor, con el pecho levantado por el esfuerzo de haber corrido cierta distancia. Su boina marrón caída hacia atrás, revelando su frente alta y calva. —Centauros, señor —suspiró entre jadeos. —En el patio… demandan palabrería con el Pendragon, sea lo que sea… —tragó y cayó contra el marco de la puerta, levantando una mano para cubrir su corazón. —Y dos consejeros… de su elección. —Por favor, siéntese y recupérese, Sr. Hawtrey —le ordenó Merlín, y luego se volvió hacia Brimble. —Vaya a buscar a la Profesora McGonagall. Ella seguramente se encontrará en su habitación a esta hora. Que se reúna conmigo en el patio dentro de cinco minutos. No debemos mantener a nuestros huéspedes esperando. ¿James? —se giró y miró a James, donde todavía estaba sentado, ahora encaramado en el borde de su silla. —¿Sí, señor?

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—Me acompañará como su segundo consejero —esto no pareció ser una sugerencia. —¿Yo, señor? —No puedo pensar en nadie más que yo pueda preferir. Usted puede considerarlo como crédito para su, ahem, electivo de Auror Junior en Entrenamiento. Informaré al Profesor Debellows. —Director —interrumpió Partridge con severidad —hemos instituido protocolos oficiales por una razón, insisto en que… —Tenga la seguridad, Señora —dijo Merlín, volviéndose hacia el rostro entre las brasas —Si el resultado de la conferencia de esta noche lo requiere, seguiré los reglamentos del Departamento hasta el mismísimo título. —¡Sr. Ambrosius! —llamó Partridge con voz estridente, pero Merlín ya estaba caminando hacia la puerta abierta, pasando junto a Hawtrey donde estaba jadeando en el banco de la antecámara. James saltó de su silla y corrió a alcanzarlo, dejando el rostro en la chimenea humeante, tanto literal como figurativamente. Mientras pasaba junto al retrato de Albus Dumbledore, el viejo director le ofreció un solemne gesto con la cabeza —Coraje y prudencia, Sr. Potter Junto a él, el retrato de Snape puso los ojos en blanco desesperadamente. James siguió corriendo, pisando fuerte los escalones en espiral en busca del director. Tenía una sensación de hundimiento de que en alguna parte, de alguna forma, se había girado un último ángulo. Era una sensación de que los destinos se movían en las enormes y aplastantes hachas del destino, como un minutero en un reloj galáctico que se acercaba a la medianoche absoluta. Era un sentimiento profundamente inquietante, y sin embargo, apenas lo sabía. Estaba demasiado atrapado en la inercia de las cosas por venir; un ímpetu que temía que no dejara de hacerlo desde ese día en adelante, hasta el final, el definitivo final.

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Capítulo 21 Desintegrando Planes —¿No deberíamos estar en la cima de la Torre Sylvven, señor? —preguntó James mientras seguía a Merlín por el vestíbulo. Los estudiantes se acordonaban en desesperados y susurrantes grupos, juntándose alrededor de las puertas principales y espiando, algunos con temor, otros con emoción nerviosa. Brillantes y grandes ojos se volvieron para seguir al director mientras él separaba a la multitud, caminando derecho hacia las puertas abiertas y al patio crepuscular de adelante. —Como estoy absolutamente seguro de que sería inútil enviarlos a todos a sus salas comunes, —afirmó sin romper el paso, —Por lo menos respeten la confianza y la gravedad de nuestros huéspedes al quedarse dentro y en silencio. No necesito recordarles que los centauros son criaturas solemnes que no soportan ofensas a la ligera. —con una voz más tranquila, dijo a James, —La Torre Sylvven es el lugar tradicional para reuniones como estas, pero no fue construida con centauros en mente. Las muchas escaleras serían una injusticia y un insulto.

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El aire de más allá de las puertas abiertas todavía estaba cálido con la luz del sol, pero rodaba con caprichosas brisas nocturnas. James se detuvo en el escalón superior mientras Merlín avanzaba lentamente, moviéndose para saludar a sus invitados con gracia majestuosa. El patio estaba lleno con centauros, casi de pared a pared. James nunca había visto tantos a la vez, nunca había imaginado que podría haber tantos reunidos en un solo lugar. Sabía que el congreso oriental de los centauros del bosque debía incluir más que a Firenze, Bane, Ronan y los pocos que había conocido o vislumbrado en raras ocasiones. Y, sin embargo, la vista que tenía ante sí le aturdía la mente. Parte de su temor estaba en el peso de las centenares de miradas glaciales, todas mirando hacia las puertas en líneas y filas, lo que correspondía a alguna jerarquía secreta que James no podía comprender. Parte de ello era el arsenal de armamento que se exhibía: enormes arcos y bastones, sables y dagas adornadas a mano, ninguno blandido, sino sostenido en dispuestas o gastadas y desvencijadas correas y vainas de cuero. Y parte de ello era que, por primera vez, estaba viendo a mujeres centauro. Estaban vestidas igual que los hombres, pero con cuerpos más ligeros y, si acaso, con portes aún más reales, con el mentón inclinado y los ojos grandes y graves. Pero la mayor parte de la temida reverencia que la colonia inspiraba, sin embargo, estaba en la rareza de su marcha en números como esta. Los centauros eran criaturas escurridizas y secretas, que preferían mucho su propia sociedad a la de un hombre o un mago y, por lo tanto, defendían ferozmente sus tierras y su cultura de ojos curiosos. Sin embargo, aquí estaban todos, exhalando una sensación de superioridad tan distante y cautelosa, tan espesa que parecía oscurecer el aire mismo. James buscó a Magorian, su viejo líder, pero no pudo encontrarlo en sus filas. Alguien corrió al lado de James, y luego pasó junto a él, bajando los escalones para unirse a Merlín mientras se acercaba a la fila principal de centauros. Era la profesora McGonagall, por supuesto, vestida con una sorprendente capa acolchada con un chal de tartán apretado alrededor de sus hombros, su pálido sombrero oscilando tortuosamente. Ella le devolvió la mirada brevemente con ojos agudos, y le asintió con brusquedad hacia delante. James se apresuró a unirse a ellos, llegando por el lado izquierdo de Merlín, mientras McGonagall estaba parada a la derecha. Al unísono, ella y el director se inclinaron. Era un movimiento rígido, doblado en la cintura, pero lento y deliberado. James se apresuró a imitar su movimiento, sintiéndose incómodo y lamentablemente honrado.

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—Salve, nobles habitantes del bosque, su dominio, —anunció Merlín, enderezándose. —¿Está Magorian entre ustedes? ¿O a quién debo dirigir el tributo? —Magorian ya no está más, —contestó uno de los centauros cercanos. Era alto incluso para los estándares del centauro, con los flancos grises y moteados y la piel de marrón profundo de la cintura para arriba. Su cabello gris estaba suelto y largo, colgando alrededor de sus hombros en andrajosas cuerdas y cintas. —Yo soy Jakhar, su sucesor y líder de esta colonia. Paga tu tributo a mí, Pendragon Merlinus, y danos la bienvenida, porque venimos con una advertencia y una promesa. —Lord Jakhar, venerable líder de un pueblo noble, —reconoció Merlín con una inclinación de barbilla. El rostro de Jakhar se hizo más duro y sus ojos se estrecharon. —Podemos ser nobles, pero personas no somos, en lo que respecta a tus propios líderes. Llamadnos bestias, porque ese es el título que preferimos, para que no caigamos en la misma categoría que las otras criaturas odiosas sobre las que han otorgado el título de ”seres”. McGonagall respondió, —Una lección de historia con la que todos estamos familiarizados. ¿Es evidente que nos recuerda esta distinción por una razón? —Así es, —Jakhar estuvo de acuerdo. —La noticia en vuestro mundo seguramente confirma lo que hemos adivinado en la Danza de los Ancianos. Su error al acoger a las criaturas menores en su sociedad ha llegado a su consecuencia inevitable. Viejas brujas, vampiros, duendes y otros bichos semejantes han corrompido su cultura hasta su fundación. Y ahora ellos amenazan con incurrir y derrocar a la no mágica civilización humana también. —Una exageración, tal vez, —Merlín se defendió suavemente. —Pero una preocupación que estamos tratando de abordar. A pesar de la objeción Centauri, hay muchos individuos de esas especies que no solo apoyan nuestras leyes y la sociedad, sino que repudian las acciones de sus rebeldes hermanos. El venerado Magorian y yo mismo debatimos este tema detenidamente, y aun él, tarde en su vida, comprendió el error de condenar a toda una población por sus peores miembros. —Una opinión de la cual se retractó en su día final, —Jakhar se erizó, golpeando su casco. —La claridad de la muerte iluminó su ojo interior y vio la verdad: una fuente que solo está medio envenenada aún matará a los que beban de ella. Una manzana que solo está medio podrida todavía estropeará el lote. La humanidad no ha podido protegerse del veneno y la putrefacción de las criaturas menores. Y ahora la civilización humana es como una estatua de oro con pies de barro, agrietada y lista para colapsar.

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—Este es un debate antiguo, —comentó McGonagall con suavidad, aunque un poco cansada, —y que no satisfaremos este día. ¿Cuál es su advertencia, Lord Jakhar? ¿Y cuál es su promesa? Jakhar miró a McGonagall cuidadosamente, y luego cambió su mirada a Merlín, y luego a James. —Nuestra advertencia es simple e irrevocable, y es esta: la era del Hombre ha terminado. El Mundo Mágico puede estar ciego a esta verdad, pero nosotros los Centauros hemos observado la espiral de la humanidad durante décadas. Sus hermanos no mágicos hacen guerra unos contra otros con armas cada vez más terribles. Crecen arrogantes en el poder, borrachos en la tecnología, y perezosos en la diversión. El círculo de su era se cierra más a cada ciclo, devorándose a medida que aumenta la velocidad. Hemos observado esto y demostrado tolerancia, sabiendo que tales portentos monumentales requieren garantía absoluta antes de la acción. Pero los signos han culminado. El punto de certeza es pasado y ha llegado el momento de actuar. El hombre ya no puede disfrutar de la libertad de autogobierno. Así nosotros, los Centauros y nuestros aliados, montaremos una revolución en las ciudadelas del gobierno humano. Los salvaremos de ellos mismos. Erradicaremos la putrefacción que los ha acosado en su ignorancia y les concederemos la seguridad de una sabia regla, de una vez por todas, bajo un verdadero y prudente dominio. —¿Van a tomar el control de los gobiernos humanos? —exclamó James, poco dispuesto a creer que había oído bien. —Es la única manera de equilibrar la colisión de los destinos. —Jakhar asintió, mirando a James con gravedad. —La influencia de la humanidad ha crecido demasiado poderosa para no arrastrar al resto de nosotros a su propia destrucción. La voz de McGonagall era estridente con cólera contenida, —La humanidad puede ser inestable, pero al borde de la destrucción simplemente no lo está. Nosotros, brujas y magos, aprendimos hace mucho tiempo que el poder no da el derecho de tomar decisiones en nombre de una cultura y personas independientes. —De hecho, madame Profesora, —explicó otro centauro, una hembra que se encontraba a la izquierda de Jakhar, —es el fracaso del mundo mágico de tomar decisiones en nombre de los pueblos menores, que ha llevado a esta inminente catástrofe. Los Centauros no repetiremos ese error. —¿Qué tan pronto? —fue Merlín quien preguntó, su voz era infaliblemente tranquila y medida como siempre. —Sabemos que los Centauri no actúan sin mucha planificación, adecuada preparación y una justa advertencia. Reconocemos su advertencia y preguntamos: ¿cuánto tiempo tienen la intención de moverse sobre el

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mundo Muggle y sus gobiernos? Preparémoslos para su fuerza y su manera, así menos de ambos lados podrían ser dañados. El centauro femenino parpadeó a Merlín, y luego apartó la vista hacia Jakhar, que se movía sobre sus cascos, su cola golpeaba incesantemente contra sus flancos. —Usted no entiende, Merlinus, —dijo, bajando su voz a un tono confidencial. —No es el mundo Muggle que pretendemos. La advertencia no es para que usted se las pase a ellos, sino para el propio Mundo mágico. James sintió una ola de frío caer sobre él mientras miraba al solemne centauro, de pie a la cabeza de sus líneas y filas de sombríos guerreros. Después de una pausa larga y sin aliento, la voz de Merlín fue sombría. —Ya veo. Ustedes tienen la intención de moverse sobre los bastiones de la regla mágica. Porque creen que hemos fracasado en nuestros deberes hacia la humanidad en su conjunto. El centauro femenino alzó la barbilla. —Los que ustedes llaman Muggles son su carga. Siempre ha sido su deber protegerlos de ellos mismos, y de lo peor de su propia especie. Ustedes no han hecho nada. No se puede decir que su misión haya fracasado, porque nunca la habían aceptado. Y ahora, los Centauri no tienen más remedio que aceptar el manto de la responsabilidad. Vamos a establecer la regla que han ignorado, y lo haremos primero con ustedes y su pueblo. Su Ministerio se someterá a nosotros. Sus líderes estarán sujetos a nosotros. Y esta escuela, —sus ojos afilados desafiaron la mirada de Merlín, —será nuestra primera fortaleza. Merlín simplemente asintió, lenta y pensativamente. —Su advertencia se recibe con respeto, —dijo. —¿Y su promesa? —Que ningún cabello en una sola cabeza será dañado siempre y cuando nos encontremos con el respeto y la obediencia que requerimos. Merlín asintió de nuevo, aún más lentamente. —Eso es un requisito bastante estricto, —dijo McGonagall, su voz callada. —La sumisión a las fuerzas de ocupación no es algo que viene naturalmente a la mayoría de nosotros. —Y es por eso que ofrecemos nuestra advertencia, —respondió Jakhar. —Porque el día de nuestra venida no es hoy. Pero será pronto. Aborrecemos la violencia. La aborrecemos tan fuertemente que cuando se nos obliga a pelear, lo hacemos con la ferocidad y la perversidad de la convicción, para que pueda acabarse lo antes posible. Los que le hagan frente a los centauros no lo harán de nuevo. Esta es la única manera de

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acortar el tiempo de la violencia. Hagan lo que deban para asegurar que no se llegue a eso. Sin esperar una respuesta, Jakhar y sus acompañantes se giraron, sus cascos golpearon en las losas, y caminaron regiamente de regreso hacia las puertas del patio abierto. Las filas detrás de ellos se separaron suavemente, formando una calle silenciosa para que pasaran. McGonagall se giró hacia Merlín, con los ojos afilados, pero no dijo nada. Merlín se limitó a mirar a los Centauros que salían. Salían fila por fila, de adelante hacia atrás, pasando por la puerta y entrando en el anochecer. Cuando la última de ellas salió, cuatro de costado, con sus colas moviéndose inquietas y sus cabezas levantadas, Merlín finalmente habló. —Deberíamos hablar con nuestros amigos Sirenios. Les explicaré que nuestra torre de vigilancia no estaba destinada a ellos, pero que la trasladaremos por respeto a sus preocupaciones. —Director, —McGonagall susurró con dureza, su mirada todavía afilada. —¿Qué vamos a hacer? ¡Los Centauros quieren tomar la escuela! ¿Es posible que puedan romper nuestros límites si llegan a la fuerza? —Los centauros no amenazan, profesora, —respondió Merlín. —Si declaran una intención, debemos confiar en que tienen los medios para lograrlo. —bajó los adoquines y caminó hacia la puerta, aparentemente dirigiéndose hacia el lago para conversar con la Gente del agua. James y McGonagall lo siguieron. —Seguramente, debemos informar al Ministerio inmediatamente, McGonagall con su voz baja y seria. —Esto es un asunto terrible.

—dijo

—De hecho, profesora, —dijo Merlín mientras pasaba por la puerta y se volvía hacia el lago de abajo, donde brillaba con la luz cobriza del atardecer, —creo que podemos contar con nuestras estrellas de la suerte. James miró al gran hombre, frunciendo el ceño. —¿Suerte? ¿Cómo es que ser invadidos por los Centauros es tener suerte? —Por dos razones. Primera, porque los Centauros miden el tiempo en años, no en minutos. Puede ser que ataquen mañana, o en décadas. Probablemente, hay suficiente tiempo para prepararse. Y segunda, porque en realidad podrían haber elegido invadir primero a los gobiernos Muggle. Con la tierra equilibrada tan precariamente como lo está, eso seguramente habría inclinado las escalas del destino hacia un colapso irreversible. Como es, hay un fragmento de esperanza.

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—Me atrevería a no verlo, —musitó McGonagall y sacudió la cabeza. Merlín la miró y luego a James. Algo brilló en su ojo, un centelleo siniestro y malicioso, agrietando su fachada de calma pedregosa. Tranquilamente dijo, —Eso es porque no recuerdan la diferencia más importante entre el mundo no mágico y el nuestro. A diferencia de nuestros amigos Muggle, cuando nos enfrentamos a un enemigo mágico, somos capaces de contraatacar.

No tenía sentido que James les contara a Rose, Ralph, Scorpius o cualquier otra persona acerca de la cumbre del Centauro, ya que toda la escuela había estado observando sin aliento desde las puertas abiertas y las ventanas circundantes. Merlín hizo un anuncio luego de unos minutos de su reunión con la Gente del agua, difundiendo su voz a través de la escuela mientras todos corrían a sus salas comunes, callados y expectantes con temblorosos murmullos. —Atención estudiantes y facultad de Hogwarts, —sonó su voz desde todas las paredes, resonando en cada superficie plana, como si toda la escuela se hubiera convertido en una caja de resonancia mágica que probablemente tenía. —Como ya saben, la Gente del agua ha sido apaciguada, mientras nuestros amigos Centauros del Bosque Prohibido han expresado su profunda preocupación por el bienestar del mundo humano, tanto sus homólogos mágicos como los Muggles. Es posible que hayan escuchado que creen ellos que pronto será su responsabilidad gobernarnos a todos, y que vendrán con fuerza para imponer ese gobierno, empezando aquí, con esta escuela. No lo han entendido mal. Pero les aseguro: la diplomacia gobernará el primer día. Los Centauros son criaturas eminentemente pensativas, sujetas por la emoción. Los embajadores del Ministerio seguramente serán despachados esta misma noche para negociar con los Centauros, y esas negociaciones indudablemente, en parte por su diseño, y en parte por su propia naturaleza, llevarán mucho tiempo. Es posible que

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llegue el día en que la diplomacia fracase y los centauros invadan Hogwarts. Pero espero dos cosas para cuando ese día llegue: ustedes ya no estarán aquí, y nosotros estaremos preparados para resistirlos. No teman, estudiantes. Asistan a sus estudios. El destino del mundo puede que no repose en que terminen su tarea, pero el destino de su futuro sí. Dejen que sea su enfoque principal. Su voz se apagó cuando los estudiantes, congelados en su lugar con ojos abiertos y con expresiones atentas y en alerta, comenzaron a moverse de nuevo, volviéndose unos a otros, reanudando sus conversaciones susurradas y nerviosas, aunque con una nueva nota de alivio en el aire. Merlín era el mago más poderoso (y el único hechicero viviente) en todo el mundo mágico. Si a él no le preocupaba, tal vez el mundo no estuviera a punto de desmoronarse en los oídos de todos. Pero mientras James subía por las escaleras llenas de gente hasta la sala común de Gryffindor, pasando por los grupos más lentos de estudiantes que charlaban con urgencia, observando las miradas inquietas de decenas de retratos, pensó en el comentario de Merlín durante el primer año de James. El último décimo de magia, había dicho, era pura bravuconería sin adulterar. Merlín no podía saber cuánto tiempo les podría tomar a los centauros para montar sus fuerzas contra la escuela. No podía saber si iban a comprometerse en la diplomacia con los embajadores del Ministerio. De acuerdo con lo que James acababa de oír en el patio, pensó que era extremadamente improbable, de hecho. La diplomacia había terminado en el momento en que Jakhar y sus asesores se habían dado la vuelta y alejado, llevando a sus tropas al Bosque, dejando su advertencia y promesa sonando en el aire detrás de ellos. Y, por supuesto, James era una de las pocas personas que sabían que, si bien Merlín podía ser el único hechicero viviente del mundo, también había una hechicera viva allí. Y quién sabía qué podría hacer a raíz de esta noticia. O incluso si era de alguna manera una parte de su plan. Al día siguiente fue martes, y las dos primeras clases de James, Pociones y Estudios Muggles, fueron canceladas, reemplazadas por períodos de estudio en la biblioteca súbitamente muy concurrida. El gruñido de susurros y el barajar de chismosos estudiantes de mesa en mesa, era nominalmente supervisado por la bibliotecaria e, inexplicablemente, por la profesora Revalvier. —El resto de los maestros están en una especie de reunión de sala de guerra, he oído, —le susurró Rose a James, observando un libro abierto. —El Ministerio está en un completo alboroto desde las noticias de anoche. Están enviando nuevos vigilantes, entre ellos algunos Harrier retirados y Aurores. Los profesores lo odian, pero también están

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preocupados. Todos ellos están hoy en una clase obligatoria de entrenamiento de respuesta de emergencia con el Director Merlinus. Ralph miró por encima del hombro hacia el escritorio de referencia. —Entonces si es obligatorio, ¿por qué la profesora Revalvier está aquí? Rose bajó aún más la voz. —Ella es pacifista, dicen. No levantará una varita contra otra persona o criatura si es en nombre de la guerra. Puede perder su puesto por eso, pero dice que vale la pena para dar un ejemplo a los estudiantes. James sacudió la cabeza, consternado, y luego se volvió hacia Rose. —¿Cómo sabes todo eso? —Le pregunto a la gente adecuada, —Rose se encogió de hombros. —Vale la pena ser la favorita para media docena de profesores. Limpio las pizarras mágicamente y acomodo sus libros y me cuentan. Es como ser un barman. Al final de la semana, con los Centauros todavía esperando su tiempo misteriosamente en el Bosque, la vida había vuelto a lo que actualmente pasaba por normal. La torre de vigilancia había sido reconstruida a una distancia segura del lago y la vigilancia, ahora ampliada, patrullaba de dos en dos a lo largo de todas las horas del día y de la noche. El último fin de semana de Hogsmeade llegó y se fue cuando la primavera finalmente rompió su agarre húmedo sobre los terrenos, concediendo los primeros días realmente soleados y dejando flores y hierba exuberantes a través de los terrenos. Las sesiones de estudio en la biblioteca se reanudaron cuando los exámenes ÉXTASIS crecieron inminentemente. El primero ocurrió temprano, cuando el Sr. Twycross, experto en Desaparición del Ministerio, concluyó su clase y se dispuso a desembarcar. Cuando llegó el momento del examen de James, Apareció con éxito en el aula, sin dejar siquiera el mínimo rastro de escape mágico. —Excelente forma, Sr. Potter, —Twycross asintió cortante, claramente impresionado. —Podría creerse que había estado Apareciendo durante años. James sonrió un poco culpable, pensando en su experiencia de medianoche en el Callejón Diagon semanas antes. Esa noche, la necesidad había sido un muy buen maestro. En comparación, el salto a través del aula parecía tan difícil como flotar en una escoba. El Quidditch Nocturno se recuperó cuando el tiempo mejoró, con Gryffindor apenas liderando en la clasificación contra el equipo Hufflepuff, capitaneado por la irrefrenable Julien Jackson. Jackson, que inicialmente había sido reacia a permitir el juego mágico en los partidos, era ahora igual a James en su capacidad para lanzar Pozos de Gravedad y maldiciones Fusiona Huesos. Además, se había ido a estudiar las oscuras revistas de

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Clutchcudgel de Estados Unidos con el fin de aprender todos los nuevos hechizos, incluyendo una versión desagradable de la Knuckler que hacía que los dedos de una persona se flexionaran hacia atrás (lo que hace imposible sostener la clutch o el bate de un Golpeador) y un maleficio fantasma que creaba duplicados al azar del jugador que lo lanzaba, sin ninguna manera de saber cuál era el original. Enseñó los hechizos a sus compañeros de equipo, pero los mantuvo bajo vigilancia de ser descubiertos por otros equipos. James estaba molesto por la devoción de ella, sobre todo porque se sentía demasiado distraído para hacer tales esfuerzos por sí mismo. Por su parte, Ralph continuó hostigándose ante la existencia del Quidditch Nocturno, prometiendo que si alguna vez se enteraba de cuándo iba a ocurrir un partido, sería su deber “como Premio Anual y ciudadano mágico” clausurarlo. James ponía los ojos en blanco ante estas proclamas, eligiendo creer que Ralph las hacía principalmente por deber, no por determinación. De hecho, con la vigilancia patrullando las instalaciones veinticuatro horas al día, los equipos del Quidditch Nocturno se habían visto obligados a recurrir a sus propios guardias, para advertir de patrullas entrantes y así los equipos podían correr a esconderse en las tribunas cada media hora o así, mirando por encima de los pasamanos mientras los vigilantes pasaban inconscientemente por debajo. James pensaba a menudo en su reciente reunión con Merlín, durante la cual casi le había dicho al director todo lo que sabía… solo se le había impedido decir, de hecho, por la increíble intrusión tanto de la Gente del agua como de los Centauros. El momento de esos acontecimientos, pensó James, parecía simplemente demasiado coincidente para ser al azar. Y sin embargo, no podía imaginar cómo podía ser cualquier otra cosa. Nadie más sabía lo que él y el director habían estado discutiendo, e incluso si lo hubieran hecho, ¿quién podría haber orquestado semejante conspiración con dos sociedades tan independientes e irascibles como la Gente del agua y los Centauros? Sin embargo, se preguntaba si había sido una bendición o una maldición que le hubieran interrumpido antes de decirle a Merlín el secreto de la relación de Albus y Odin-Vann con Petra, la Ofrenda y el Arquitecto, según él. A veces pensaba en buscar al director y decirle después de todo. Otras veces, trataba de mantenerse lo más discreto posible, esperando que Merlín se olvidara de todo. Por su parte, Merlín parecía más ocupado de lo que había estado antes. Estaba constantemente en reuniones, o moviéndose de un lugar a otro con los miembros de la guardia, o viajando a lo largo y ancho consultando con las administraciones mágicas y las fuerzas de seguridad en toda Europa. Y sin embargo, de alguna manera, el viejo hechicero parecía más comprometido y animado de lo que James lo había conocido. Habían pasado mil años desde que Merlín había sido parte de una guerra mágica. Tal

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vez, por más desalentador que pareciera, él lo había extrañado. Era un estratega de corazón, después de todo, un hombre de acción con profundos instintos de batalla. Puede que no le diera la bienvenida a los enfrentamientos que se avecinaban, siempre y cuando ocurrieran, pero él sabría cómo manejarlos. Hasta entonces, estaba contento con sus deberes y la competencia de sus habilidades. Odin-Vann desapareció por una semana completa. James no lo sabía hasta que las clases del joven profesor fueron canceladas un día, y luego conducidas los siguientes días por el profesor Votary como suplente. —Enfermo, me dicen, —Votary aspiró con una nota de desaprobación. —Y contagioso también, puesto en cuarentena en sus aposentos sin permiso de visitas. Yo mismo espero que el joven solo sufra de una mera alergia estacional a la espuma. Es la temporada. Pero está lejos de mí juzgar la habilidad de otro profesor para funcionar cuando está enfermo. —colocó su mochila sobre el escritorio para mayor énfasis. Graham se inclinó a un lado y susurró, —He oído que tiene viruela de dragón. Estornudando sus entrañas a través de sus orejas y en cada otro orificio. —Eres asqueroso, —Kendra Corner puso los ojos en blanco. Más tarde aquella noche, James y Rose se dirigieron a través de los pasillos a la puerta de Odin-Vann. Por supuesto, podían oír el inconfundible sonido de estornudos desgarradores desde dentro, la fuerza de ellos sacudiendo visiblemente la vieja puerta. Tentativamente, Rose tocó. —¿Podemos traerle algo, profesor? Esperaron, pero Odin-Vann no respondió. Unos instantes más tarde, otro estornudo racheado osciló la puerta en su marco. Rose miró a James, su rostro grabado con sospecha. James comprendió, y una sensación de profunda consternación lo enfrió. Algo estaba estornudando en los aposentos de Odin-Vann, pero no era el profesor. Tal vez era una grabación de algún tipo, o incluso un Augurey entrenado para repetir el mismo ruido violento al azar. De cualquier manera, el profesor no estaba allí. Y James tenía la terrible sensación de que sabía dónde estaba. Odin-Vann estaba en América, con Petra. Finalmente estaban completando su tarea, entrando al Salón de Archivos de Alma Aleron y descendiendo a la Bóveda de los Destinos, donde el Telar detenido los esperaba. Restaurarían el hilo carmesí simbólico, usando cualquier magia complicada necesaria para la tarea, y restablecerían el Telar.

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Entonces Petra, el hilo carmesí vivo, sería arrancada del mundo y enviada a cualquier dimensión más oscura de la que procediera Morgana, la otra Petra. —¿Tal vez ya ha ocurrido? —preguntó Rose en un susurro. James sacudió la cabeza. —Lo habríamos sentido. ¿No es así? Todo el punto es que este maldito destino sea deshecho y reemplazado con nuestra historia original. Pero nada ha cambiado. ¿O, incluso sabríamos si lo había hecho? Rose simplemente se encogió de hombros. Como él, estaba preocupada. Pero James también estaba en conflicto. Él quería ser el que ayudara a Petra durante sus últimos momentos en este mundo, no Odin-Vann. Quería mirarla a los ojos cuando ella saliera de su hogar dimensional, y de él, para siempre. Quería, más que nada, simplemente decir adiós. Pero eso no había sucedido, al parecer. Cuando Odin-Vann regresara, de una forma u otra, estaría hecho. Mientras volvían apresuradamente a través de los oscuros pasillos, Rose preguntó, —¿Y qué hay de Albus? Se supone que tiene que hacer algo, ¿verdad? Solo que todavía está aquí. Lo vimos hace una hora en la cena, deprimido al final de la mesa de Slytherin, tan trágico y malhumorado como siempre. James sacudió la cabeza y se encogió de hombros. —Quizá no fuera más que un seguro a prueba de fallos. Tal vez ella realmente no lo necesitaba. O tal vez pueda desempeñar su papel desde aquí. ¿Quién sabe? James quería desesperadamente preguntar directamente a su hermano, pero el ánimo de Albus se había vuelto más oscuro y recluso desde su ruptura con Chance Jackson. Cuando apareció a la hora de comer, se sentó solo, con la frente baja y los ojos clavados en el espacio. Cuando James se le acercó, Albus se alejó, enojado o evasivo. Tal vez sabía lo que James quería hacer y no tenía intención de responder. James podría haber perseguido a su hermano, por supuesto, exigiendo hablar con él. Y sin embargo, una parte enterrada de él, callada pero persistente, lo retuvo, susurrando que cuanto menos lo supiera, más tiempo se podría retrasar lo inevitable. La verdad arribó a James un viernes, mientras corría a lo largo del pasillo hacia Adivinación, su última clase del día. Algo pequeño y duro rebotó en la parte de atrás de su cabeza, sorprendiéndole de modo que casi dejó caer la bola de cristal en su mano. Se detuvo y se dio la vuelta, tocando con su mano libre en la parte posterior de su cabeza. En el suelo detrás de él, una insignia pequeña brillaba bajo el sol. Estaba en forma de escudo y grabada con las letras V.J. Mientras observaba, la insignia se deslizó en el

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suelo, giró alrededor, luego se lanzó hacia atrás en el aire. Se metió en la mano de Edgar Edgecombe, quien estaba junto a la pared del fondo, con la varita en la mano. El chico sonrió a James, sus ojos entrecerrados maliciosamente. A su derecha, Polly Heathrow rió dentro del dorso de su mano. Quincy Ogden frunció el ceño a James desde la izquierda de Edgecombe, con la barbilla levantada desafiante. —Ustedes, pequeños… —comenzó James, su rostro calentándose de rabia. —¿Cuál es su problema? —las palabras salieron mucho más alto y con fuerza de lo que pretendía, haciendo que los estudiantes dejaran de caminar, con ojos repentinamente agudos. —No hicimos nada, —dijo Heathrow, su voz nasal alta y presumida. —Tienes nargles en el cerebro, eso es todo. Estaban golpeando por salir. Riéndose, Edgecombe volvió a colocar su insignia en su túnica. —Vamos, Potter. Antes de que nos molestemos y denunciemos todo el montón de tu estúpida liga del Quidditch Nocturno a las autoridades. A ver si no lo hacemos. James sabía que el chico estaba tratando de provocarlo, y sabía igualmente que no debía permitirlo. Pero estaba enfadado y harto, y ya se sentía desamparado por tantas otras cosas. Sentía el peso de su varita en su túnica y ansiaba sacarla, para blandirla ante el horrible y pequeño cretino y sus dos malcriados amigos. —¿Qué significa el Quidditch Nocturno para él? —Ogden se burló. —Está acostumbrado a hacer pagar a otras personas por sus estúpidas ideas. A veces incluso permite que otras personas mueran por ellos. James sintió una barra de hielo en la espina dorsal con las palabras de Ogden. Se quedó inmóvil durante un momento mientras cada ojo vigilante se volvía hacia él. Abrió la boca para responder, pero Heathrow habló primero, alzando su estridente voz en una parodia de aflicción. —¡Oh, boo-hoo, mi prima está muerta! —exclamó ella desagradablemente, levantando la cabeza y llevando una mano a su delgado pecho. —¡Todo el mundo siente lástima por mí, porque mi prima fue asesina por entrometerse en cosas de las que no tenía derecho! Soy un héroe trágico, ¿no lo saben? ¿Quién más quiere morir para probarlo? Las manos de James se movieron por sí solas. Oyó el crujido de la bola de cristal cuando cayó al suelo y se rompió, vio la embestida de su propia varita mientras la señalaba a Heathrow, luego a Edgecombe mientras el chico se echaba a reír, ciego ante el furioso acercamiento de James. Solo Ogden vio y respondió, azotando su propia varita hacia adelante y señalándola en la cara de James.

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Ambos dispararon al mismo tiempo… James, una maldición explosiva; Ogden, un hechizo de sujeción corporal…y ambos encantamientos chisporrotearon a través del espacio entre ellos, iluminando las paredes y las caras de los sorprendidos observadores con rojo brillante y eléctrico púrpura. Y en ese preciso momento, un terremoto sacudió el suelo, intenso y súbito. Las ventanas resonaron en sus marcos. Las hierbas de más allá se estremecieron, ondulando a través de los terrenos. Las hojas de los árboles en el Bosque Prohibido se agitaron y los pájaros volaron asustados desde sus nidos. Y ni los hechizos de los chicos alcanzaron sus objetivos. Mientras James miraba, las maldiciones se detuvieron en el aire, flotando y chisporroteando con energía, como si estuvieran de repente suspendidas en gelatina. Había un perfecto silencio aparte del zumbido de los hechizos congelados. Nadie había visto ni sentido semejante cosa antes. James tuvo un momento para preguntarse si Merlín estaba involucrado. Incluso echó un vistazo a su alrededor, buscando si el hechicero estaba de pie cerca, con su bastón en la mano, ejerciendo una especie de fuerza amortiguadora sobre las maldiciones de los chicos, causando el espantoso temblor que acababa de sacudir el mundo. El director no estaba a la vista. Cautelosamente, con suavidad, Sanjey Yadev atravesó la multitud de observadores atónitos, acercándose a los hechizos donde colgaban en el espacio. Levantó su varita a ellos, menos como un instrumento mágico, y más como una rama de árbol con la cual empujar una araña para ver si estaba muerta. Cuando la punta de su varita se acercó al hechizo Confringo de James, este se derrumbó sobre sí mismo, desintegrándose en polvo y cayendo inútilmente lejos. Una fracción de segundo después, el hechizo de Ogden hizo lo mismo. El silencio que siguió quedó sin aliento y confuso. Y luego, distante, el silencio fue interrumpido por un coro de gritos lejanos y aullidos de sorpresa. Como una sola masa, la muchedumbre de estudiantes se apresuró a las ventanas a lo largo de la pared del pasillo, mirando hacia fuera en la luz del sol. James no vio nada al principio. Entonces, con una sacudida, vio algo que caía hacia el campo de Quidditch. Era una persona en una escoba, dando vueltas al final, seguido por dos más y un par de

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Bludgers, cayendo como piedras. Pasaron junto a una franja de árboles, ahorrando a todos la vista de ellos que se estrellaban en el terreno de juego. —Sus escobas dejaron de funcionar, —dijo Graham Warton con voz alta e incrédula. —¡Estaban practicando para el partido de mañana, eran los Slytherin! ¡Y sus escobas se perdieron! ¿Lo viste? James todavía tenía su varita en la mano. La levantó de repente. —Lumos, —ordenó con voz seca. No pasó nada. Su varita sobresalía inútilmente de su mano, tan muerta como un palo. Levantó la vista de ella, un temor de repente llenando su pecho, y su mirada se encontró con Rose mientras ella empujaba a través de la multitud, viniendo a su lado. —¡Miren! —dijo Nolan Beetlebrick de pronto, señalando de nuevo la ventana. —¿Lo ven? James apretó su cara contra el cristal cuando Rose se apiñó a su lado. Esta vez fueron los invernaderos. Estaban temblando como si fueran dientes en una tormenta de viento, estrangulándose de modo que sus paneles de cristal vibraban y se agrietaban. Algunos comenzaron a romperse en lugares, con fragmentos destrozados por largos tentáculos frondosos y vides espinosas. Cualesquiera que fuesen las plantas capaces de moverse, estaban golpeando el cristal, esforzándose por liberarse, rompiendo y bullendo hacia arriba en retorcidas y trepadoras masas. El profesor Longbottom irrumpió a través de la puerta del invernadero central, con sus ropas rasgadas, vides verdes torcidas alrededor de sus brazos y piernas. Las golpeó, las tiró y las arrojó al suelo, golpeando los pedazos que se retorcían y sacó su varita. La apuntó de vuelta al invernadero, pareció llamar un hechizo, y luego la levantó, examinándola en silenciosa sorpresa como si nada sucediera. Poco sabía James, en ese momento, de la magnitud del acontecimiento, ya que sus diversos efectos ocurrieron en todo el mundo. En la cercana Hogsmeade, un grupo de tres excursionistas Muggle tropezaron en Calle Mayor, encontrándose repentinamente con una aldea misteriosa en la que solo había habido densos árboles pincelados momentos antes. Entraron en la puerta desbloqueada de Las Tres Escobas, con los ojos abiertos y la mandíbula boquiabierta, mientras Madame Rosmerta gritaba inútilmente, —¿Quiénes son ustedes? ¡No deberían estar aquí, ahora! ¡No deberían estar aquí!

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En Londres, la pared de ladrillo recientemente reparada que separaba el Callejón Diagon de la ciudad de los Muggles se agrietó, se inclinó y luego se derrumbó bajo una lluvia de polvo, ladrillos secos y mortero fresco. El propietario del Caldero Chorreante, un viejo mago con una nariz del tamaño y la textura de una naranja, miró por la parte trasera de su establecimiento, echó un vistazo a la pared demolida, y luego se apresuró al frente, sujetándose la gorra de un viejo pescador sobre su cabeza y dejando una señal oscilante en la bloqueada puerta principal: CERRADO HASTA NUEVO AVISO, O EL FIN DEL UNIVERSO, LO QUE VENGA PRIMERO. En la recién reabierta y repoblada ciudad de Nueva York, miles de habitantes Muggles levantaron la vista luego del breve terremoto que acababa de desaparecer, parpadeando ante la vista de innumerables señales y establecimientos extraños que se materializaban en toda la ciudad Muggle, junto con las calles suspendidas de los autobuses que volaban y de los jinetes de escoba, muchos ahora luchando por permanecer en lo alto mientras que el campo mágico del mundo chasqueaba desastrosamente. Un tal Muggle, un viejo taxista de origen pakistaní con una gorra de tweed presionada sobre su grueso cabello canoso, suspiró y sacudió la cabeza con cansancio. —No otra vez, —murmuró para sí mismo, cuando gritos de temor y terror comenzaron a levantarse en las calles de alrededor. En Filadelfia, donde el terremoto había sido el peor de todos, las calles se abultaron y las ventanas se rompieron por bloques en todas direcciones, mientras un diminuto y vacío lote rodeado por un viejo muro de piedra se expandió repentinamente, volando en varios bloques cuadrados, empujando a un lado el espacio y el tiempo como un erumpent a un autobús. Los vehículos se detuvieron bruscamente o se estrellaron entre ellos cuando las calles se desplazaron, bloques enteros se reacomodaron, las señales de la calle giraron, se reorientaron y nuevos nombres surgieron por completo. Y centrada por encima de todo, una repentina tormenta lanzaba oleadas de nubes hirviendo sobre la ciudad, arremolinándose y girando en espiral sobre un solo punto oscuro, formando una especie de compás metafísico apuntando no al verdadero norte, sino al eje sobre el cual la rueda del tiempo y el destino giraban en un extraño y antiguo dispositivo enterrado bajo la cúpula de piedra del Salón de Archivos de Alma Aleron. En la oscuridad, debajo de aquella cúpula, a doscientos pies hacia abajo, rodeada de lloviznas de arena y crujidos de piedra cuando las gradas y las escaleras de hierro se inclinaron desmoronadas y empezaron a chocar contra sí mismas, dos voces se llamaron entre sí alarmadas. —¿Destruido? —gritó Petra Morganstern, su cabello gris de polvo, sus ojos salvajes de horror y sorpresa. —¿Cómo puede estar destruido el Telar?

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—Sabotaje, —dijo Donofrio Odin-Vann jadeando, con la cara sangrando por un amplio corte en la frente. Cojeaba hacia ella desde la ruina de la Bóveda donde sus hojas de latón y cristal se deformaban en sí mismas, se rompían, o se derretían en un resplandeciente lodo por la fuerza de la explosión mágica que acababa de sacudir toda la tierra. —Alguien, de alguna manera... sabían que íbamos a venir. Implantaron una reacción en cadena tecnomántica. La cual se desencadenó al momento en que nos acercamos con el hilo y comenzó el hechizo para reemplazarlo... Detrás de él, y por todas partes, las paredes temblaban violentamente. Un apagado rugido resonó desde lo alto, cuando los niveles comenzaron a colapsarse unos sobre otros como dominó, desintegrándose y aplastando miles de antiguas reliquias de valor inestimable con sus recuerdos almacenados. Los ojos de Petra se encendieron con furia y desespero. —Pero ¿cómo es eso posible? ¡Quién podría haberlo sabido! ¿Por qué habrían arriesgado el equilibrio del mundo entero solo para detenerme? Odin-Vann la agarró del brazo y empezó a alejarla del Telar destruido. Un gruñido de hilos desgastados y tapicería rota ahumaba desde la ruina. El Telar en sí no era más que un marco ardiente carbonizado. —¡No importa! ¡Ahora no! ¡Debemos irnos antes de que todo el lugar caiga sobre nuestras cabezas! —¡No! —Petra gritó furiosa, inmóvil como piedra, con los ojos humeantes como hielo seco. —¡No puede haber terminado! ¡No puedo parar! —¡Hay otra manera! —gritó Odin-Vann, sacudiéndola y haciéndole mirar su cara. — Va a costar mucho, pero ¡hay una última opción que nunca te dije! ¡Un último recurso! ¡Pero solo si nos vamos ahora! Petra lo fulminó con la mirada, parecía que se elevaba sobre él, con sus ojos brillantes de rabia. Y luego, con una temblorosa exhalación, el deslumbrante resplandor cayó y ella volvió a ser una joven trémula, sucia y sangrante por media docena de rasguños. Temblando, preguntó, —¿Aún hay otra manera? —Una terrible manera, —Odin-Vann admitió a regañadientes, palpando la sangre de su cara. —Una indescriptible manera. Un camino para desgarrar las dimensiones abiertas que nadie ha intentado nunca, porque es solo una manera, y el costo será grande. Pero si dejamos este avión ahora, Petra... quizá podamos hacerlo. En una voz más pequeña y extrañamente juvenil, ella preguntó, —¿Podemos recuperar el broche de mi padre antes de que lo hagamos?

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Odin-Vann se encogió cuando más del edificio empezó a ceder detrás de él. — Haremos lo que sea necesario, —murmuró con voz ronca. —Pero tenemos que salir en este segundo. Tu Horrocrux puede salvarte. Pero este lugar está a punto de matarme permanentemente. El Archivo empezó a hundirse a su alrededor. Cada superficie borrosa e inclinada, se rompió y chirrió fuera de lugar. La muerte del edificio subterráneo era un rugido sostenido, que crecía, sacudía el aire mismo. Petra cogió la mano de Odin-Vann. Detrás de ella, el espacio se abrió en una fractura cegadora, formando una puerta áspera en un lugar más tranquilo, un mirador soleado con el parpadeo de agua detrás de él. Se giró hacia la grieta, sabiendo que estaría allí, y pasó a través, llevando al joven con ella. Muy por encima, la cúpula del Archivo cedió. Sus pilares circundantes se inclinaron hacia adentro, cayendo pesadamente en el enorme pozo que había debajo, incluso cuando un volcán de polvo y arena se disparó de él, alcanzando el hervor de las magulladas nubes de arriba. Y con eso, la acción que había comenzado cuatro años antes, al fin se completó: la rueda del destino finalmente, hizo una completa y fatal parada. En la facultad de medicina de Alma Aleron, una anciana mujer cajún se sentó en la silla junto a su cama. Por primera vez en años, la mente de Madame Delacroix volvió a enfocarse tan maligna, aguda y perversa como siempre. Volvió su mirada ciega hacia la diminuta ventana con barrotes y al hervor de las nubes de arriba, y una sonrisa lenta e indefensa se extendió sobre su cara, mostrando todos sus dientes torcidos y amarillos. En la habitación que estaba directamente encima de ella, Nastasia Hendricks... o lo que quedaba de ella, que aún se estaba desperdiciando en los años desde que su mitad más liviana había sido asesinada… estaba atada en su cama y sus locos ojos brillaban con alerta. Se desanudó la mandíbula y emitió un grito de risa, arañó su rostro, incluso cuando sus ojos se llenaron de lágrimas y rodaron, tanto regocijados como horrorizados en igual medida. Al cesar la destrucción del Archivo, la esclusa del tiempo de Alma Aleron tembló de nuevo y se reafirmó. El lote y su muro de piedra volvieron a su original forma diminuta, absorbiendo la ciudad de Filadelfia en torno a ella, rompiendo más ventanas, liberando las calles rebeldes, y dejando atónitos, mareados, estupefactos y parpadeando a los de Filadelfia. La ciudad mágica de Nueva Ámsterdam desapareció nuevamente, tragada otra vez por su nuevo y reforzado campo secreto. El viejo taxista pakistaní estaba parado en la

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puerta abierta de su taxi amarillo, mirando a su alrededor mientras los observadores atónitos fruncían el ceño, preguntándose sin decirse si todos esos lugares extraños habían estado realmente allí, o si habían sido simplemente otro engaño masivo. El taxi se estremeció cuando un hombre cayó en el asiento trasero, cerrando la puerta detrás de él. El taxista pakistaní se inclinó y miró hacia la parte trasera de su coche. Allí, un hombre delgado en un abrigo de trincheras y un viejo sombrero fedora se encontró con su mirada, con la cara tensa pero compuesta. —Te pagaré cien simoleones para que salgamos de la ciudad tan rápido como pueda rodar este barco, —dijo, sosteniendo un fino fajo de billetes. —¿Qué dirección? —preguntó el taxista, un poco sin aliento. —Cualquier dirección, —respondió Marshall Parris. —Y si eres inteligente, amigo mío, no regresarás después. A un océano de distancia, detrás del Caldero Chorreante, el montón de ladrillos rotos se estremeció, vibró y con cierta dificultad, comenzó a ensamblarse nuevamente en una pared, una vez más, por última vez, cerrando el Callejón Diagon de curiosos ojos Muggles. Hogsmeade resplandeció y desapareció de nuevo en la intrazabilidad, dejando a los tres excursionistas deslumbrados y confundidos, donde solo momentos antes habían estado discutiendo en voz alta con Madame Rosemerta sobre el uso de su aparentemente inexistente teléfono. Ahora, se encontraban apretados en un matorral tan denso que parecía forzarlos físicamente a retroceder, tropezando, arañados con horribles espinas y zarzas. Y en los invernaderos de Hogwarts, las plantas enloquecidas comenzaron a instalarse, retirándose lentamente, retractando sus vides en rizos tímidos. Sostenida en la atónita mano de James, su varita de repente y silenciosamente estalló, brillando con el hechizo Lumos que había invocado momentos antes. Atónito y profundamente preocupado, levantó su varita y la miró. Rose levantó sus ojos de la varita en sus manos a la cara de él. —¿Qué... fue eso? — preguntó en un simple susurro, casi pronunciando las palabras. James negó débilmente con la cabeza. No tenía ni idea, aunque pronto conocería la verdad. Por ahora, simplemente tenía una profunda sensación de hundimiento de que, fuera lo que fuera que acababa de suceder, era el comienzo del fin último. Y en eso, por supuesto, estaba tristemente en lo correcto.

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Capítulo 22 El Final del Principio

El profesor Odin-Vann no regresó esa noche, ni tampoco el sábado. James, Rose y Ralph finalmente se impacientaron el domingo por la tarde y golpearon a su puerta, pero fue en vano. El sonido de los estornudos se había detenido desde dentro… o la grabación se había agotado o la entrenada bestia imitadora finalmente se había aburrido y se había rendido o escapado. —Tal vez está dormido –susurro Ralph, escuchando cerca de la puerta, pero Rose negó con la cabeza. —No hay nadie allí. Se puede inferir por el silencio dentro. No ha vuelto todavía.

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Mientras avanzaban desconsolados por los pasillos silenciosos del fin de semana, pasando a través de rayos de sol densos con motas flotantes de polvo, James dijo –No puede haber funcionado. Lo que él y Petra intentaron, debe haber fallado. ¿Cierto? Rose se encogió de hombros y suspiró. Inusualmente, ella no tenía ninguna hipótesis o comentario en absoluto. La edición del fin de semana del Profeta llamó al terremoto “un cambio temporal en las polaridades mágicas”, citando a un profesor de Tecnomancia de la universidad mágica de Varsovia. —Estas cosas suceden con regularidad cósmica, aunque en ciclos de décadas o siglos, por lo tanto, pocos vivos experimentan más de un evento de este tipo. No hay nada de qué preocuparse ahora que el momento ha pasado. El resto del periódico se había llenado de historias de los efectos del terremoto, la mayoría de menor importancia, pero algunas con graves consecuencias. Algunas casas y edificios se habían derrumbado, no por el temblor en sí, sino por la breve interrupción de la fuerza mágica, rompiendo los hechizos que habían mantenido intactas y en posición vertical las destartaladas estructuras viejas. James pensó que la Madriguera habría sido una de esas si Merlín no la hubiera apuntalado, siendo copropietario y residente ocasional. Otras historias eran extrañamente raras o inexplicables. Un zoológico mágico en Rusia fue repentinamente invadido por bestias liberadas cuando sus bloqueos mágicos fallaron. Del mismo modo, la prisión mágica estadounidense, Fort Bedlam, sufrió la fuga de varios reclusos cuando su patio de ejercicio intrazable repentinamente irrumpió en la ciudad muggle de Phoenix, Arizona, apareciendo justo en el centro de un concurrido parque muggle. En otro lugar, un almacén mágico lleno de frascos envasados de polvo Flu explotó misteriosamente, encendiendo los miles de viales y enviando pedazos de cajas ardiendo disparadas como fuegos artificiales hacia cientos de hogares al azar en todo Gales. Uno de esos disparos fallidos encendió una cabaña en llamas, quemándola y un granero cercano al suelo. Miles de heridos fueron reportados en todo el mundo, y trágicamente, más de una docena de muertes, la mayoría por escobas fallidas durante vuelos a gran altura. —El Profesor Jackson dice que no fue un evento normal, sin importar lo que digan los periódicos —Zane proclamó seriamente desde el Fragmento más tarde. —Hubo una asamblea en el teatro sobre eso y él nos contó todo. Básicamente, toda la magia del mundo está unida en un gran campo invisible, algo así como los polos magnéticos de la

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tierra. Algo rompió el campo por unos segundos, lo interrumpió por completo, como una enorme mano que hace girar un interruptor, apagando la magia por unos segundos. Volvió, pero apenas. Y nadie sabe por cuánto tiempo va a durar ahora, ni cuán fuerte continuará siendo. —¿Pero qué lo causó? —preguntó James, manteniendo su voz baja y acercándose al Fragmento. —¿Fueron Petra y Odin-Vann? ¿Tuvieron éxito en su plan? —No sé si fueron ellos —admitió Zane sacudiendo la cabeza. —No he escuchado nada de ninguno de los dos. Pero si fueron ellos, no funcionó, y ese es el eufemismo del siglo. El archivo ha sido completamente destruido. El Telar se ha ido, no más que una pila de cenizas enterradas bajo cien toneladas de tierra y piedra. Nadie sabe con certeza qué lo causó. Pero no hay reparación. Rose se apretujó sobre el hombro de James, donde se acurrucaron en una esquina de la sala común. Aturdida y asustada, preguntó. —¿Qué significa? ¡El Telar era el destino del mundo entero! ¿Cómo puede ser destruido? —Bueno, técnicamente, el tapiz en el Telar era nuestro destino —Zane se encogió de hombros vagamente en el espejo. —El Telar era solo la máquina que lo registraba. Y la Bóveda estaba protegiendo todo el kit. Por todo lo bueno que hizo. El punto es que el Telar había sido cerrado desde que Judith irrumpió en la Bóveda en nuestro tercer año y robó el hilo carmesí, trayendo a Morgana aquí. Pero al menos siempre existía la posibilidad de que se pudiera volver a poner en marcha si el hilo de alguna manera se volvía a poner, y alguna versión de Morgana respondía a su propio destino. Eso es lo que ha estado manteniendo las cosas juntas en nuestro mundo, aunque cada vez menos cada día. Ahora… —levantó ambas manos, con las palmas hacia arriba, en un gesto de impotencia. —Pero…—dijo Ralph lentamente. —Todavía estamos aquí. ¿Cierto? Entonces el destino del mundo no puede ser realmente acabado. ¿O sí? Zane parecía grave. —El Profesor Jackson dice que el Telar era como el muro de carga de una casa. Córtala y la casa aún puede resistir por puro hábito, pero cierra de golpe la puerta equivocada o pisa la tabla del piso que cruje mal, y boom. Todo el lugar desciende para siempre. Y significa para siempre por siempre.

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James negó con la cabeza, inquieto. —Pero Petra estaba tan segura de que funcionaría. ¿Qué pudo haber pasado? Zane no sabía, y nadie más tenía la menor suposición. A medida que transcurría la noche y se ponía el sol durante el domingo por la noche, James se encontraba casi loco de preocupación y confusión. En un momento de desesperada inspiración, saltó de su asiento en la sala común y subió las escaleras hacia su dormitorio, seguido detrás por Ralph y Scorpius con curiosidad. —¿Qué te traes? —preguntó Ralph, frunciendo el ceño cuando James se inclinó y abrió su baúl. Scorpius se sentó pesadamente en su propia cama. —Creo que el estrés finalmente lo ha resquebrajado. Sabía que finalmente pasaría. James los ignoró. Se inclinó sobre su baúl y hurgó en su interior, pasando la mano por pilas de ropa, pergaminos arrugados, libros mohosos, sus nuevas túnicas de vestir aún envueltas en papel, algunas plumas raídas y dobladas, sus viejas zapatillas, sus gafas de repuesto y una sorprendente disposición de cosas. Con agilidad, arrojó puñados de contenido aleatorio detrás de él, cavando más profundo en los recovecos del baúl. —Dónde está —se quejó con urgencia, su voz se amortiguaba en las profundidades. –Casi siempre lo llevo conmigo. La única vez que podría ser realmente útil… Ralph se acercó tentativamente y se arrodilló junto al baúl. Un poco preocupado, preguntó —¿Qué? ¿Qué estás buscando? —¡Ajá! –exclamó James de repente, echándose para atrás y blandiendo algo con la mano levantada. Ralph lo miró, aun frunciendo el ceño. —¿Qué es? Parece un viejo Winkle. James no respondió. Retrocedió y apartó un montón de calcetines y viejas notas de aritmancia, dejó el pequeño paquete de papel en el suelo. Sentado de nuevo, se apresuró a sacar su varita, luego apuntó al pergamino y pronunció un hechizo corto y sin aliento.

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Con un breve destello, el paquete de papel se abrió como una flor de origami, floreciendo en una gavilla de viejos pergaminos arrugados, cubiertos de masas de caligrafía garabateada. Scorpius se deslizó de su cama y se movió para reunirse con Ralph y James, quienes se inclinaron sobre los pergaminos, frunciendo el ceño con concentración. James negó con la cabeza y miró los pergaminos. Con la varita todavía en la mano, la levantó y dijo —Lumos —la varita se encendió, iluminando el viejo pergamino con una claridad sobrenatural. Como siempre, la letra de Petra cubría las páginas, pero ahora era tan agitada y densa, tan rayada y garabateada, que era una mancha de tinta virtual de caos. Con voz baja y asombrada, Ralph volvió a preguntar. —¿Qué es eso? —Es la historia del sueño de Petra —respondió James, distraído. Alcanzó y volcó el pergamino superior. La parte trasera también estaba cubierta de palabras y oraciones garabateadas, construidas con un revoltijo absurdo, como lo era la página de abajo. Casi nada era legible. —¿Su… qué? —preguntó Ralph con voz trémula. James parpadeó y recordó que nunca antes le había mostrado a nadie la historia del sueño de Petra. Les había hablado sobre eso, pero por alguna razón nunca les había mostrado. Había sido el secreto compartido de él y de Petra. A través de este, ella le había enviado mensajes privados en ocasiones, generalmente cuando más necesitaba saber de ella. En otras ocasiones, las páginas le habían ofrecido una visión del mundo de sus pensamientos, a veces complicado y febril. Pero nunca antes se había visto así. Esto era como una carta de amor a la locura. Las palabras garabateadas parecían arrastrarse una sobre otra, palpitando con su propia vida insectil. Sin responderle a Ralph, James alcanzó, recogió los pergaminos y los volvió a juntar, los metió en una pila y los dobló, ocultando rápidamente su contenido garabateado. El pergamino crujió como hojas secas, de repente helado, James podía sentir en las páginas, volviendo los bordes frágiles y enfriando sus dedos. —Potter —dijo Scorpius, levantando la barbilla.

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—No quiero escucharlo —dijo James rápidamente, volviendo a doblar la historia de los sueños, bruscamente, para que las viejas páginas se arrugasen y se rompieran. —No es nada. Nada que ver. Pensé… tal vez… —Potter —dijo Scorpius de nuevo, y luego señaló el piso donde la historia del sueño había descansado momentos antes. —¿Eso también es tuyo? James miró a un lado de Scorpius, parpadeó rápidamente y abrazó el fajo de los viejos pergaminos de Petra en su pecho, sintiendo el frío de ellos filtrándose a través de su camisa. Por un momento no registró lo que el chico le había preguntado, pero luego siguió la dirección del dedo índice de Scorpius. En el suelo, delante de las rodillas de James, entre una vieja pastilla de vomitar y un tintero seco, había otro trozo de pergamino. Este era incluso más antiguo que la historia del sueño, arrancado de una hoja más grande, deshilachado y arrugado por su larga estancia en las entrañas del baúl de James. Tres palabras estaban escritas en el pergamino, garabateadas de la propia mano de James. Al principio no recordaba la nota. Y luego, en un abrir y cerrar de ojos, volvió a fluir hacia él. Fue durante su segundo año que tuvo el sueño, una pesadilla, de hecho. Jirones de él parpadeaban ante su mente: Albus con una mujer joven, parada en un cementerio, las tumbas de sus abuelos inclinándose cerca; la Marca Tenebrosa estallando en el cielo, disparada desde la varita de Albus en la mano de la joven, iluminando el cementerio con su espeluznante resplandor verde; el mismo James apareció de la nada, apareciendo alarmado en su voz repentinamente vieja, advirtiendo a Albus y su compañera que no tenía que ser así, que los demás venían y que no perderían el tiempo con las palabras… Sólo ahora, al recordar el sueño cinco años después, James entendió por completo: la joven en el cementerio era Petra. Por supuesto que sí. Él simplemente no lo sabía entonces, porque aún no había descubierto que Petra era el Linaje. O el Hilo Carmesí Miró la vieja nota. Cuando despertó del sueño, se había levantado de la cama y, obligado por una sensación de resolución inexplicable y fantasmal, escribió esas tres palabras en un trozo de pergamino extra. No sabía por qué, ni entonces ni ahora. Solo había sabido que el sueño lo había exigido de alguna manera. Sólo había creído que algún día, de alguna manera, las palabras significarían algo.

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Miró a Scorpius otra vez. Scorpius no estaba mirando la nota, sino que a James, con sus ojos estrechados. —Siempre me he preguntado —dijo el chico rubio, como si reflexionara en voz alta. —¿Estabas sonámbulo cuando escribiste eso? ¿O lo recordarías de nuevo cuando lo encontraras? James se sintió repentinamente exhausto, casi como si hubiera sido vaciado de toda emoción. Simplemente sacudió la cabeza hacia Scorpius, quien claramente lo había observado escribiendo la nota años antes. —Ambos, tal vez. No recordaba haberlo escrito hasta ahora. Ni siquiera sé por qué lo hice. No significa nada. Es solo una línea de la obra. Ralph se inclinó sobre la nota y la leyó —¿La obra? ¿Te refieres a El Triunvirato? James se encogió de hombros. —Lo estábamos haciendo ese año. Para Estudios Muggles. Yo personificaba a Treus, ¿recuerdas? Es solo una de mis líneas. Ralph tomó la vieja nota y la examinó críticamente. En ella, la tinta se había secado a un marrón salobre, del color de la sangre coagulada. James lo miró en la mano de Ralph y luego volvió a leer las palabras, esta vez en voz alta. —Cuidado… asqueroso Donovan. Ralph lo miró, con el ceño fruncido. Apretó la nota con sus manos y se encogió de hombros con impaciencia. —No es nada. Solo una vieja hoja de diálogo ¿verdad? ¿Qué es esa otra cosa? —asintió significativamente hacia la historia del sueño que James todavía la sostenía doblada contra su pecho. James se sacudió, luego alcanzó y guardó los pergaminos garabateados en su baúl. —También es nada —suspiró con dureza. —Pensé que podría darnos algunas noticias, pero no es así. Es inútil, como todo lo demás. Ralph se levantó de sus rodillas, claramente preparándose para protestar, pero en ese momento un sonido de pies corriendo resonó por la escalera cercana. Graham Warton apareció allí, se asomó por la puerta y parecía un poco molesto. —Rose Weasley dice que tienen que venir ahora mismo —anunció. —Ella dice que ha regresado y que necesita su ayuda. Lo que sea que eso signifique.

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James saltó ansiosamente a sus pies, golpeando su baúl mientras avanzaba, y se unió a Scorpius y Ralph mientras pasaban junto a Graham, dejándolo mirándolos en molesta confusión. —¡Y le puedes decir a Weasley que no soy tu maldito secretario! —les gritó. Un momento después, sacudiendo la cabeza, Graham volvió a bajar detrás de ellos. Invisible en el dormitorio ahora vacío, una cinta de vapor blanco serpenteó debajo de la tapa del baúl de James. Dentro, la historia del sueño humeaba con el frío, chisporroteando débilmente mientras se enfriaba hasta el cero absoluto, congelando los calcetines y los pantalones vaqueros a su alrededor, rompiendo el cristal en las gafas de repuesto de James. Luego, con un silbido final y frágil, las páginas se desintegraron en películas de ceniza helada y se deshicieron, convirtiéndose en polvo blanco como el hueso. Y muy, muy lejos, bajo la oscuridad de un cielo nocturno nublado, con un viento frío a su espalda, golpeando su pelo oscuro, Petra relajó sus puños y abrió los ojos. Suspiró en una resolución y preocupación mezcladas. —James —susurró. —Por favor, James… mantente alejado.

Odin-Vann, Rose les informó mientras corrían por los pasillos, estaba en el estanque, mirando la puerta y esperándolos. Él de alguna manera había logrado enviarle un mensaje a través de su pato Proteico, a pesar de que no tenía un pato propio. James, Scorpius, Rose y Ralph redujeron la velocidad hasta detenerse sin aliento cuando se unieron al joven profesor, trepando por la puerta hacia la fría oscuridad del estanque. Cerró la puerta inmediatamente detrás de ellos, y luego se apartó y señaló con su varita. Sin decir una palabra, su varita escupió un arco rosa eléctrico en la cerradura,

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chasqueó y se aferró firmemente, presumiblemente hasta que lanzara el hechizo de desbloqueo. James tuvo un momento para reflexionar una vez más sobre la repentina y prodigiosa habilidad del profesor con su varita mágica, después de su anterior (y aparentemente infame) impotencia mágica bajo estrés. Ahora, manejaba su varita con la mayor confianza, y quizás aún más impresionante, con hechizos principalmente no verbales. Sin embargo, cuando Odin-Vann se apartó de la puerta, los ojos de James se agrandaron. La tierra y la sangre manchaban la cara del profesor como una máscara. Sus ojos estaban embrujados, hundidos y salvajes en sus cuencas. Su ropa estaba rasgada, parcialmente quemada, y gris con polvo arenoso. Hizo una pausa, notando las expresiones de asombro de los estudiantes, luego hizo un esfuerzo consciente por calmar sus facciones. Levantó su mano izquierda, dio un paso hacia ellos, y casi se derrumba antes de que Rose y James lo atraparan, uno debajo de cada brazo. —¡Profesor! —gritó Rose. —¡¿Qué pasó?! ¿Está bien? ¿Deberíamos ir por Madame Curio? —¡No! —ladró Odin-Vann, jadeando de dolor mientras sus rodillas se doblaban. — No, estoy bien. Se ve peor de lo que es, lo prometo. Y hay asuntos mucho más importantes a mano que mi bienestar. Necesito su ayuda. O, mejor dicho, Petra la necesita. Ahora más que nunca. La voz de Ralph era estoica, casi fría, mientras se cruzaba de brazos y ladeaba la cabeza. —¿Qué pasó? —preguntó con firmeza. —¿Qué hiciste? Dinos antes de que aceptemos ayudar. —¡Ralph! —Rose lo regañó en voz alta. —¡¿Qué sucede contigo?! Está herido, ¿no lo ves? —Está sangrando y sucio, te doy eso —respondió Ralph. —Pero de alguna manera sobrevivió a la destrucción del Archivo de Alma Aleron, y al Telar en la Bóveda de los Destinos. Él es responsable de lo que sucedió. Yo, por mi parte, me siento mucho más inclinado a entregarlo a Merlín y la Guardia que a ayudarlo. ¿Qué va a destruir después, eh? ¿Cuál es su nueva idea más brillante? —¡Ralph! —dijo James, una ira repentina le quemaba sus mejillas, pero Scorpius lo venció, su voz arrastrada sonaba casi aburrida.

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—Deedle tiene razón —comentó, y luego se contuvo y se volvió hacia Ralph. —Lo siento, Dolohov, tiene razón. —Gracias —suspiró Ralph. No había sacado su varita, pero James podía ver que sus manos estaban ansiosas por hacerlo. Odin-Vann pareció recuperar su equilibrio y fuerza. Se enderezó la túnica y asintió con la cabeza hacia Ralph. —Tienes razón. Lo siento por apresurarte. Ha sido… —se rió secamente. Era un sonido corto y algo loco. —Han sido unos pocos días extraños para mí. Pero no puedo culparte por ser extremadamente suspicaz. Yo también lo sería. Te contaré todo lo que desees saber, si es que puedo. Y sin embargo, no puedo enfatizar lo suficiente, me temo, que el tiempo ahora es mucho más que nuestro enemigo. Ralph asintió para sí mismo y afirmó su mandíbula. —Bien —dijo, exhalando con dureza. —Comience diciéndonos exactamente lo que sucedió el viernes por la tarde. Odin-Vann miró a Ralph, se encontró con sus ojos impacientes y desesperación grabada en su rostro, pero luego, con una fuerza de esfuerzo aparentemente hercúleo, se calmó de nuevo. —Muy bien. Pero vayamos al barco. Es nuestro destino, en cualquier caso. Si escuchas mi cuento corto y decides ayudar, entonces nos embarcaremos de inmediato. Si no… —se encogió de hombros y negó con la cabeza — Entonces eres libre de regresar a lo que quede de nuestras vidas. —¡Oigan chicos! —gritó una voz desde las proximidades de la nave de Hagrid, donde se balanceaba sobre las oscuras olas. James se giró para mirar hacia atrás, sorprendido. Reconoció la voz e, incluso en su angustia, no pudo evitar sonreír. La figura de Zane Walker estaba en la cubierta de Gertrudis, con las manos juntas en la boca y gritaba. —¿Van a estar ahí discutiendo toda la noche? Estoy empezando a sentirme un poco excluido. —Petra también lo pidió a él —suspiró Odin-Vann, volviéndose al barco. —Y ella lo trajo aquí. De la misma manera que me trajo de vuelta. Abriendo el espacio como una puerta. Ella puede hacer eso ahora. Ella puede hacer… bueno, casi cualquier cosa. —Excepto devolver el hilo carmesí —comentó James intencionalmente mientras el grupo comenzaba a apresurarse hacia la pasarela que esperaba.

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—No —estuvo de acuerdo Odin-Vann, cojeando mientras caminaba. —Abrir un camino a la dimensión correcta está más allá incluso de sus poderes. Por eso… nos necesitará a todos nosotros. Los pasos del grupo se agolparon y subieron por la pesada pasarela hasta la cubierta de Gertrudis, donde Zane saludó a todos con su incontenible sonrisa y un apretón de manos, como si fuera un director de cruceros, que daba la bienvenida a un grupo de turistas. Por encima de todos, el reflejo invertido del Lago Negro colgaba precipitadamente, aplaudiendo sus propias olas y arrojando una fría neblina. —Vamos a sentarnos —dijo Odin-Vann, y James pudo escuchar el cansancio en su voz. —Justo aquí, en la cubierta. No tengo que ir abajo. Esto no llevará mucho tiempo, espero. James se agachó a lo largo de la barandilla exterior y sintió el suave balanceo y la caída del barco debajo de él. Odin-Vann se dejó caer en una incómoda posición sentado contra la cabina de mando, mientras los otros formaban un círculo desigual. —Petra me encontró en mi dormitorio —admitió Zane en voz baja a James. —No golpeó ni nada. Solo salió de un agujero negro y sobre mi alfombra falsa de piel de yeti. Estuve a punto de mear los pantalones, y eso es decir algo. Nosotros, los zombis, nos enorgullecemos de esperar lo inesperado. —¿Qué dijo ella? —preguntó James. —Dijo que el tiempo era corto y que ustedes necesitarían que yo hiciera lo que tenía que hacer —respondió encogiéndose de hombros. —Y eso es más o menos palabra por palabra. Tenía mucha prisa. —Entonces, ¿qué hay que hacer? —preguntó Ralph, volviéndose hacia Odin-Vann. El joven profesor sacudió la cabeza con cansancio. —Con el Telar destruido, solo hay una oportunidad más de arreglar todo —respondió. —Una última forma de reemplazar a Morgana con Petra y restablecer el equilibrio. Pero nos tomará todo de nosotros. Petra juega la parte más importante, y le costará todo, un precio más alto de lo que estoy dispuesto a admitir, de hecho. Pero sin nosotros, sin ustedes, no hay esperanza en absoluto. Ralph volvió a preguntar, entrecerrando los ojos. —¿Qué hiciste?

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—Alguien nos saboteó —respondió Odin-Vann rotundamente, encontrando la mirada acusadora de Ralph. —Me había preparado tan cuidadosamente, tan a fondo. Estaba listo para cualquier cosa que pudiera salir mal al reiniciar el Telar y reemplazar el hilo. El hechizo era perfecto. Pero nunca tuvimos la oportunidad de probarlo. En el momento en que nos acercamos, activamos algo. Un hechizo protector o algo así, sintonizado ya con Petra, o el propio hilo, o ambos. La Bóveda se contrajo como un puño. No aplastó al Telar, ese dispositivo era demasiado mágico para ser destruido por fuerza bruta. Pero comprimió su poder, lo condensó con fuerza titánica, hasta que simplemente se quemó. El Telar se consumió con la cegadora singularidad de su propia energía comprimida y la Bóveda explotó. Las repercusiones demolieron el Archivo y rompieron el tejido mágico de todo el mundo. Pero lo peor de todo es que detuvo por completo la inercia de nuestro destino moribundo. Ya no hay nada que nos respalde. Sin destino. Sin propósito. Sin providencia, ni suerte, ni fortuna. Estamos desvinculados de cualquier fuerza directiva inteligible que sea. Si no logramos esta última posibilidad final… puede que no haya un mundo en el que podamos volver. —Pero… —dijo Rose, su voz baja con asombrosa preocupación. —¿Qué puede hacer Petra? ¿Dónde puede ir ahora para realizar su tarea? —Sólo hay un lugar —reconoció Odin-Vann, bajando los ojos a la cubierta que los separaba. —Un lugar donde las decisiones aún importan, donde el destino puede jugar su parte. Scorpius parecía dudoso. —¿Y, dónde está eso? —El pasado —dijo Odin-Vann con firmeza, y miró a Scorpius sin levantar la cabeza. Ralph frunció el ceño. —¿El pasado? ¿Qué quieres decir? ¿Estás hablando de… Giratiempo? Rose negó con la cabeza. —Los Gira-Tiempo no pueden cambiar la historia —dijo cansadamente, mirando de Ralph a Odin-Vann. —Al menos, no gran historia. Ese es su defecto fatal. El pasado tiene una especie de inercia. Mientras más grande sea el evento, y cuanto más tiempo haya pasado, más encontrará la manera de seguir sucediendo, sin importar lo que se haga en el pasado para tratar de cambiarlo. Además, un Gira-Tiempo es un dispositivo personal. Retrocede en el tiempo y camina un kilómetro en cualquier dirección, tropezarás con tu influencia y regresarás al presente. ¿Verdad profesor?

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—Los Gira-tiempo son para revivir breves momentos en el pasado reciente, por una o dos personas, en una pequeña vecindad —coincidió Odin-Vann con tristeza. —Se pueden hacer cambios en ese pasado, pero sólo si sus efectos aún no han tenido repercusiones importantes en el presente. Rose tiene razón. Una vez que se ha hecho historia, tratar de cambiar en el pasado es como tratar de dirigir esta nave con una cucharita. Tendría que ser algo que casi sucedió de todos modos, pero no lo hizo por alguna razón. Y tomaría un poder monumental e inconmensurable. Scorpius dijo. —Entonces, si la historia no puede cambiarse, ¿cómo puede ayudarnos volver al pasado? Odin-Vann negó con la cabeza, cada vez más animado. —No me refiero a viajar en el tiempo —dijo, bajando la voz con urgencia. —Me refiero a ir a un lugar en el que Petra ya haya estado antes, en algún lugar con un significado profundo y elemental para ella, en algún lugar que la defina. Necesitamos un objeto, un talismán que conectará a Petra con Morgana en un nivel cuántico. De esa forma, cuando abramos la brecha entre las dimensiones, se conectará con el lugar y el tiempo apropiados, ¡llevando a Petra de regreso al mundo original de Morgana! —Pero —dijo James —pensé que ¿no había forma de abrir una grieta directamente en otra dimensión? Tienes que atravesar el Mundo Entre los Mundos, y no hay forma de encontrar una dimensión específica desde adentro. Sería como encontrar una sola estrella entre mil millones de galaxias. Odin-Vann estaba sacudiendo su cabeza otra vez, sus ojos brillantes de fervor. —No. Es posible ir directamente a otra dimensión. Pero nadie lo ha intentado porque es solo un viaje de ida. Y el costo es... terrible ¡Pero solo es posible si podemos encontrar el talismán correcto, la llave correcta para el mundo original de Morgana! —Entonces, ¿Cuál es la llave? —preguntó Rose. Odin-Vann miró a James. Y de repente James supo la respuesta. —El broche de su padre —dijo con voz asombrada, y se estremeció. Zane asintió, incluso cuando su boca se abría ante la revelación. —¡Es exactamente como el broche que Petra perdió en la popa del Gwyndemere cuando cayó al agua! ¡La salvaste, pero el broche se hundió para siempre! ¡El que Merlín capturó fue el de Morgana!

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Ella nunca subió al barco contigo, porque en su mundo Izzy murió y se volvió loca por la pérdida. ¡El broche es de otra dimensión! Odin-Vann dijo, —Es nuestra única esperanza. Conecta a Petra con Morgana de la manera más fundamental a través de un amor que ambas compartieron. Y es del mundo original de Morgana, convirtiéndolo en la llave perfecta. Si podemos conseguirlo, entonces es posible que Petra pueda cumplir su misión después de todo. James miró al profesor. —Pero, ¿Por qué tenemos que ir a algún lado para eso? Merlín tiene el broche, ¿no? La cara de Odin-Vann se endureció. —Merlín es la persona más astuta y sagaz que cualquier hombre que haya vivido. Fue él quien de alguna manera adivinó que Petra había viajado al Mundo Entre los Mundos en busca del hilo, y que la confrontó allí. Fue él, estoy dispuesto a apostar, quien saboteó el Telar para evitar que utilicemos el hilo y completar nuestra misión. No es un hombre que guardaría el broche aquí en la escuela, donde Petra podría venir y recuperarlo. Lo ha escondido —sus ojos duros brillaban con una luz loca. —Y sé dónde. —Y cómo, ojalá digas —preguntó Scorpius, arqueando una ceja —¿Podrías saber eso? Odin-Vann sonrió sombríamente. —Merlín es poderoso —admitió —Pero confía demasiado en ese poder. Yo, por otro lado, no soy poderoso. Pasé toda mi vida burlado y ridiculizado por mi debilidad. Lo que significa que llegué a confiar más en mi intelecto. — golpeó su sangrienta sien con gravedad, significativamente. —La confianza del director en el poder crudo es su mayor debilidad, y con su ayuda, la explotaremos. —Bueno —dijo Ralph con un resuelto suspiro, poniéndose de pie. —Estoy fuera. —¡¿Qué?! —preguntó James, sorprendido. —¿En serio?¿Qué quieres decir con que estás fuera? —Quiero decir que voy a volver a mi sala común y terminar mi tarea de Runas Antiguas y acostarme —respondió Ralph, mirando alrededor de la reunión. —Y el resto de ustedes debería hacer lo mismo. Este tipo está loco. Se está oponiendo a Merlín. Lo oíste decir eso, ¿sí? ¡Merlinus Ambrosius!

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—No se está oponiendo a él —jadeó James, bajando la voz. —Es solo que... Merlín no sabe lo que está haciendo esta vez. Él no entiende la misión de Petra. ¡Que ella es la única esperanza del mundo! ¡Él la confrontaría en lugar de ayudarla, y probablemente terminaría muerto! —¿Eso crees? —dijo Ralph, arqueando las cejas. —Merlín no es tonto, no importa lo que diga este chiflado. Deberíamos haber ido donde Merlín hace meses con todo este lío. Él podría arreglarlo. Él hubiera trabajado con Petra. Y habría sido mucho mejor asociándose con el director con que este... este... —hizo un gesto hacia Odin-Vann, donde todavía estaba sentado, apoyado en la cabina de mando. —Ralph —dijo Zane, poniéndose de pie también. —¿Vas a ir a decirle al viejo? Quiero decir, tienes todo el derecho a tener tu opinión y todo. Pero es un poco tarde en el juego para cambiar de entrenador ahora, ¿no es así? Si nos cuentas —se encogió de hombros impotente —entonces todo terminó. Ralph soltó un gran suspiro mientras miraba a Zane, luego a James y luego a Rose. —No me mires —dijo Scorpius, levantando una mano, con la palma hacia afuera. — Solo estoy aquí porque es mejor que ver a Warton y Finnegan besuqueándose en la sala común. Ralph finalmente negó con la cabeza débilmente, sin esperanza. —¿De qué me serviría contar ahora? Es muy tarde, como dices. Pero ya no seré parte de esto. No está bien. Debería haber hecho algo al respecto hace meses. Debería haberme enfrentado a él cuando todavía tenía la oportunidad de hacerlo bien —se giró hacia Odin-Vann otra vez, su cara se volvió pedregosa con disgusto enojado. Luego, sin mirar atrás, se volvió y bajó por la pasarela. Desde su asiento en la cubierta, Odin-Vann levantó su varita, la apuntó hacia la puerta más alejada y la tocó. Un pitido de luz rosa brilló y, a lo lejos, los pestillos de la puerta se desbloquearon. —Señor Malfoy —dijo Odin-Vann un poco fríamente —Puede irse ahora también. Petra solo pidió a James, Rose, Zane y Ralph. Scorpius se encogió de hombros —Creo que me quedaré, en realidad —dijo. —No puedo llenar los zapatos de Dolohov, por supuesto. Principalmente porque son diez

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veces más grandes que los míos. Pero soy un tipo curioso. Me gustaría ver cómo se desarrolla esto. Suponiendo que a nadie más le importe. Echó un vistazo a un lado a James, Zane y Rose. Zane asintió. —Bien —suspiró Odin-Vann, finalmente poniéndose de pie. —Entonces nos vamos esta noche. En este momento, de hecho. Petra espera nuestro regreso, y no tenemos un segundo de sobra. Rose miró a James, sus ojos preocupados. James lo entendió. Todo estaba sucediendo tan rápido, sin ninguna posibilidad de pensar en lo que estaban a punto de hacer. Y sin embargo, realmente, ¿tenían alguna opción? Vaciló por un momento, y luego, a Odin-Vann, le preguntó —¿Hacia dónde nos dirigimos? Los ojos de Odin-Vann se estrecharon y volvieron a brillar con ese brillo penetrante y ligeramente agitado. —Granja Morganstern —respondió. —Hacia el lago, y su mirador muerto y hundido. Zane ladeó la cabeza. —¿Por qué allí? Odin-Vann se volvió hacia la cabina de mando y abrió la puerta. —Porque es el último lugar del mundo que Merlín esperaría que busquemos.

Odin-Vann pilotó el barco él mismo. El timón del barco era casi tan alto como él, pero se aferró a él con determinación, girando a Gertrudis hacia una entrada de túnel diferente de la que habían atravesado antes. Éste no tenía un destino inscrito en su arco, pero el profesor, o el barco en sí, parecía saber a dónde ir. —No es lo mismo sin Ralph —dijo Zane en voz baja. En el otro lado de James, Rose asintió.

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James miró a Scorpius, esperando un comentario sarcástico, pero el chico rubio no dijo nada, simplemente miró hacia adelante, hacia la oscuridad que se acercaba mientras el túnel absorbía a Gertrudis, atrayéndola inextricablemente a su corriente apresurada. Los mástiles se doblaron con un fuerte golpe. La oscuridad se tragó la nave y la velocidad vertiginosa reemplazó el suave balanceo de la pileta bajo el lago. James apenas lo notó. Se agarró a la barra de seguridad atornillada a la pared trasera de la cabina de mando, mirando el farol reparada que se balanceaba sobre la proa, proporcionando la única luz en las fauces del túnel. —Debemos ser rápidos —llamó Odin-Vann sin mirar atrás. —Cada uno de ustedes tendrá un papel que jugar. —¿Y cuáles serán esos roles, exactamente? —replicó Scorpius. James miró a Odin-Vann, quien no parecía preparado para responder esa pregunta por el momento. Luego, pareciendo considerar cuidadosamente sus palabras, dijo — Llegaremos al centro del lago de la granja, pero será difícil evitar que la nave se pose en las playas poco profundas. Señor Malfoy, se quedará en la cabina de mando y nos mantendrá firmes, con las manos en el timón. —apartó rápidamente la mirada, con los ojos brillantes por el reflejo de la luz que se balanceaba delante. Echando sombras en la oscuridad. —Rose, tú y el Sr. Walker levantarán el mirador desde su estado hundido. Será muy pesado y estará anegado, pero sé que pueden manejarlo, así como mantenerlo en posición vertical mientras recojo el broche escondido. Y James... —miro hacia atrás otra vez, encontrándose fugazmente con los ojos de James mientras luchaba con el timón del barco y la oscuridad que se precipitaba más allá. El agua gris estalló alrededor de la veloz proa, arrojando vigas de niebla contra las ventanas, golpeando ruidosamente y borrando la vista más allá. —James, me ayudarás a recuperar el broche. —Eso apenas parece un trabajo de dos personas —observó Scorpius. —Después de lo que pasó en el Archivo —Odin-Vann respondió oscuramente. — No voy a arriesgarme.

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El viaje tomó más tiempo de lo que James esperaba. Gertrudis se balanceó hacia un lado del túnel, luego otro, atravesando una oscuridad interminable. Después de un rato, Rose se cubrió la boca con el dorso de la mano. —Creo que voy a estar enferma —advirtió con un profundo y engullido aliento. —Casi allí —dijo Odin-Vann, armándose de valor mientras el túnel se inclinaba hacia arriba debajo de ellos. James apretó su agarre en la barandilla y plantó su equilibrio. El agua brotaba sobre la proa en oleadas, y luego la lavaba en una inundación, sumergía la luz y se precipitaba sobre las ventanas. El rugido del aire se tragó en un estampido profundo y gorgoteante mientras la fría oscuridad envolvía a Gertrudis. La nave se inclinó bruscamente hacia arriba, todavía volando hacia adelante, pero ahora a través de una profundidad sin fisuras. La luz continuó brillando, formando un halo verde a través de burbujas fluyendo. Y luego, mucho más suave que antes, la nave estalló hacia una superficie abierta, se agachó pesadamente hacia adelante y, con un golpe estremecedor, enterró su casco en olas cubiertas de blanco. Ansiosamente, James dio un paso hacia las ventanas y miró a través de gotitas fluyendo. Las olas estaban entrecortadas y rápidas, débilmente iluminadas por el brillo de la luna a través de las nubes apuradas y achaparradas. No se veía tierra en ninguna dirección, solo un horizonte oscuro, intacto y plano. Zane presionó junto a James. —Este... es un lago de bosque bastante grande, ¿no? —No estamos en la granja Morganstern todavía —explicó Odin-Vann, soltando el timón y exhalando con dureza. —Ir a Oswestry no es como ir a Londres... no es un viaje directo. Me temo que esto llevará una buena navegación anticuada. Acabamos de pasar la Isla de Man. Cuando veamos las luces de Liverpool, nos sumergiremos nuevamente y subiremos por el lago en la granja Morganstern. Scorpius miró a un lado al profesor. —Es bueno que sepas cómo operar un barco como este, ¿no? Odin-Vann se encogió de hombros con cansancio y luego extendió la mano para tirar de un pestillo de metal. Con un clic, un trinquete y un azote de aparejo, los

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mástiles crujieron nuevamente, temblando en su lugar. —El barco ha sido encantado para llevarnos a donde queramos ir. Todo lo que tenemos que hacer es esperar y mirar. —Qué conveniente —asintió Scorpius, volviendo a la vista más oscura más allá de la ventana. —Morganstern hizo el hechizo ella misma, ¿verdad? James miró a Scorpius. Odin-Vann frunció el ceño y parpadeó, luego sacudió la cabeza débilmente. — ¿Petra? Oh, sí por supuesto. Ella lo hechizó. No tendría idea de cómo hacer tal cosa. —Qué humilde de tu parte —reflexionó Scorpius, pareciendo simplemente pensar en voz alta. —Por lo tanto, supongo que estamos comprometidos con nuestro destino sin importar nada. Odin-Vann no respondió. A la asamblea, dijo —Voy a ir abajo para lavarme e intentar dormir durante una hora. Despiértenme cuando aparezca la costa, ¿eh? —Sí, Capitán —dijo Zane, rígido y dando un fuerte saludo. —Realmente estaré enferma —gimió Rose y empujó la puerta. El aire fresco de la noche y la neblina se precipitaron cuando ella la abrió y salió corriendo hacia la cubierta mojada, dirigiéndose hacia la barandilla. Odin-Vann la siguió y giró hacia las escaleras hacia la bodega del barco. —Ciertamente, él parece haberse relajado ahora que estamos en camino —comentó Scorpius, mirando al profesor mientras se iba. James inclinó la cabeza hacia Scorpius. —¿A qué te refieres? —No sé a qué él se refiere —dijo Zane, frotándose el estómago —pero Petra me atrapó justo cuando me estaba preparando para la cena y me muero de hambre. ¿Esta bañera tiene una cocina? ¿Un snack bar? ¿Una máquina expendedora, tal vez? James le devolvió la mirada. —¿De verdad? ¿Cómo puedes comer en un momento como éste? Zane se encogió de hombros, imperturbable. —Salvar el mundo me da hambre.

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James determinó que acompañar a Zane era marginalmente mejor que simplemente esperar en la cabina de mando. Dejando a Scorpius, salieron a las cubiertas oscuras y exploraron alrededor. Había muy poco que ver. Sobre las cubiertas, la cabina de mando, los propulsores y los mástiles eran las únicas estructuras. Debajo de las cubiertas, la mayor parte del espacio estaba separado en bodegas de carga, divididas en el centro por un pasillo estrecho. Cerca de la proa había una pequeña área común para la tripulación, donde James se había sentado con Merlín y Millie en su viaje de regreso a Londres. Aquí, el Profesor Odin-Vann yacía tendido en el barco, con un brazo sobre los ojos, una pierna puesta sobre la cubierta, los pies en jarras. Roncaba irregularmente. —Aquí vamos —susurró Zane, abriendo una serie de pequeños armarios. Rebuscó y sacó un paquete envuelto en celofán. Entrecerrando los ojos en la poca luz, él leyó la etiqueta. —"Galletas secas de Halberd". ¿Has oído hablar de eso? James negó con la cabeza, distraído. Zane usó sus dientes para quitarle la envoltura, revelando una pila de galletas que se veían, tanto en tamaño como en color, como tejas para techos. Se encogió de hombros y mordió una. Luego, la mordió más fuerte. Incapaz de romper una esquina de la galleta supuestamente comestible, la bajó y la golpeó contra el borde de un mostrador. Golpeó como una piedra. Suspiró tristemente y la tiró. Rose se unió a ellos unos minutos más tarde y el trío se sentó en la bodega, sin hablar, apoyándose al ritmo del casco. Cerca de allí, Odin-Vann continuó roncando vacilante. Cada vez más rígido y frustrantemente aburrido, James se levantó y se dirigió hacia el pasillo que dividía las áreas de carga. Nadie se unió a él. Scorpius estaba sentado contra la pared al final, con las rodillas levantadas y las manos colgando sobre ellas. James se dejó caer junto a él. —¿Por qué viniste realmente? —preguntó. —Seguro que no fue por la desbordante bondad de tu corazón. Suavemente, Scorpius dijo —Usted me hirió, señor.

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—Lo digo en serio. Scorpius se encogió de hombros débilmente. —Realmente no crees esa fantástica historia que Odin-Vann contó sobre encontrar el talismán de Morganstern en la granja de su abuelo. ¿Verdad? James se sentó y se volvió hacia Scorpius —¿El broche? ¿Qué quieres decir? —Quiero decir, la probabilidad de que él sea más astuto que el director es casi tan alta como que derrotes a Dolohov en ajedrez Mágico. En resumen, ninguna. Está engañado, lo cual es totalmente posible... o está mintiendo. —Pero... —James negó con la cabeza, atrapado entre la alarma y la molestia —¿por qué iba a mentir? Está ayudando a Petra, ¿no? Como todos nosotros. —Como todos ustedes —corrigió Scorpius —Solo vine para vigilar a Rose y Walker. Él tiene algo por ella. Y soy el tipo celoso. —No cambies el tema —dijo James, mirando de cerca al chico rubio —¿Crees que Odin-Vann nos está mintiendo? ¿Estás de acuerdo con Ralph sobre él? ¿Que no es de fiar? —No me digas que aún no te has dado cuenta —suspiró Scorpius. —Fuiste tú quien escribió la nota después de todo. Seguramente no necesitas que te lo explique. —¿Sabes de lo que estoy harto? —declaró de repente James, gesticulando enojado con ambas manos. —¡Gente insinuando revelaciones importantes sin siquiera darme una respuesta directa! ¡La abuela de Millie, el Director Merlín y ahora tú! ¡Basta de esto, o aprende a guardarte tus sospechas dudosas! Scorpius permitió una pequeña sonrisa, claramente disfrutando del desconcierto de James. Luego, asintió y se puso serio de nuevo. —Todo está en tu nota. Recuerdas la obra, al igual que yo. Los roles están todos en su lugar, ahora tal como eran entonces. James se desplomó. —Sí, sí. Petra es la Princesa Astra —dijo con un movimiento de los ojos. —Y yo soy Treus, ciego de amor y todo eso. ¿Cuál es el punto? —Como dije, tú escribiste la nota —respondió Scorpius con altivez. —Todo lo que digo es que aquí estamos, en el acto final. Los dos están en el centro del escenario una vez más. Y creo que escribiste esa nota por una razón.

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—Tuve un sueño loco —James negó con la cabeza desdeñosamente. —Sobre Petra en un cementerio con Albus. Me desperté con una idea en la cabeza. No tenía sentido, pero aparentemente lo escribí. Apenas recuerdo haberlo hecho. Probablemente todavía estaba soñando. —Se llama "escritura automática" —dijo Scorpius, deslizando un ojo desdeñoso hacia James. —Lo aprendimos en la primera clase de Trelawney. El hecho de que sea una vieja chiflada no significa que no haya profecía. James frunció el ceño. —Presto la menor atención posible a su clase —admitió. Scorpius puso los ojos en blanco, y luego dijo —La escritura automática es lo que sucede cuando tu subconsciente sabe algo que tu mente despierta no sabe. Es cuando la parte enterrada de tu cerebro se apodera de tu cuerpo por un momento para enviarle un mensaje a tu mente despierta. James consideró esto, y luego negó con la cabeza otra vez. —No veo cuál podría ser el mensaje. Es solo una línea de la obra. Cuidado estúpido Donovan. —En realidad no —dijo Scorpius. —En ninguna parte de la obra están esas tres palabras dichas. Treus se acerca durante su discurso. Pero la palabra "cuidado" no está en ninguna parte del guion. James parpadeó mientras pensaba en la obra. Trató de recordar sus propias líneas. A regañadientes, se dio cuenta de que Scorpius tenía razón. Aun así, era tan probable que su yo de segundo año hubiera equivocado la línea en la nota, ya que las tres palabras tenían un significado profético. Él reflexionó sobre ello, esforzado y concentrado, tratando de determinar qué significaban las palabras en su situación actual. Pero nada vino a él. Finalmente, mentalmente agotado, se dio por vencido. Pasó un minuto y luego le dijo a Scorpius. —Deberías terminar con Rose. Scorpius lo miró a un lado, su frente se oscureció. —No sé si estoy más impresionado de que sea por eso por lo que estás pasando el rato, o molesto porque en realidad lo dirías.

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—Ninguno de los dos —dijo James, mirando oscuramente a lo largo de la sala. —Me acabo de dar cuenta de que ya no importa lo que pienses. Scorpius se relajó un poco. —Enfrentar la posibilidad del fin del mundo hace eso, supongo. —Hablo en serio —dijo James sin entusiasmo. —Ni siquiera sabes qué hacer con ella. Te lo juro, atacas deliberadamente sus emociones solo porque no sabrías cómo mantener una conversación humana normal con ella. —Esto viene de la persona que no puede elegir entre una aristócrata autoritaria mandona y una hechizera criminal neurótica. James suspiró molesto y sopló. Quería discutir con Scorpius. Quería decirle que él, Scorpius, no era una mala persona, exactamente, solo era malo para Rose. Pero no parecía haber ningún punto. Se dio cuenta, casi clínicamente, de lo tarde que era. ¿Medianoche? ¿Aún más tarde? Su mandíbula sonó cuando un monumental bostezo lo alcanzó. A su lado, Scorpius pateó una pierna y se hizo a un lado, alejándose de James. James ya no se preocupaba. El cansancio se apoderó de él, pesando sus párpados, convirtiendo sus músculos en sacos de arena. Él se rindió, y el tiempo comenzó a extenderse, primero embotando cada sensación, y luego convirtiendo minutos en horas. Él no soñó. Un repentino y fuerte estremecimiento sacudió la nave, y James se sintió cayendo hacia adelante. Se agitó confundido, sin saber qué camino tenía hacia arriba, con la cabeza todavía tambaleante, espesa de sueño. Una pared de madera fría y gastada se estrelló contra él, y se dio cuenta, muy vagamente, de que era el piso del pasillo. Se incorporó sobre los codos y abrió los ojos. La luz era diferente. Delgados rayos de luz grisácea cayeron desde arriba, brillando a través de grietas en la cubierta superior. Scorpius gimió con cansada irritación, luchando desde su posición boca abajo en el suelo.

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—Nos quedamos dormidos —jadeó James, con su voz ronca. Se limpió la cara con las manos y se las pasó por el pelo. —Dormimos toda la noche. Tenía que ser. ¿Estamos allí? —Necesito un retrete y una taza de té negro —respondió Scorpius malhumorado, poniéndose de pie y luego se dejó caer contra la pared. La nave se mecía suavemente debajo de ellos, acompañada por el distante golpe de las olas. James dio media vuelta y se tambaleó hacia atrás a lo largo del pasillo, todavía sumido en sueño, pero obligándose a estar alerta. Rose y Zane se encontraron con ellos en la escalera, Rose con su cabello recogido y con ojeras soñolientas, Zane parpadeando y entrecerrando los ojos en el sombrío amanecer. Juntos, sin decir una palabra, subieron los escalones hacia el aire fresco y monótono, hacia la tormentosa luz del día. Odin-Vann estaba de pie en la proa, frente a la cabina de mando. Miró hacia atrás cuando los escuchó venir, sus ojos brillantes y cautelosos. —Estamos aquí —anunció en voz baja y señaló hacia adelante. James se movió para unirse al profesor, parpadeando contra el manto de niebla blanca que rodeaba el barco. —No veo nada —dijo Scorpius rotundamente, pasando a James y mirando a su alrededor. —Está ahí —asintió Odin-Vann. —Solo visible a través de la niebla. Árboles por todos lados y allí, justo delante, el viejo muelle y el mirador hundido. James, has visto este lugar, ¿sí? ¿Al menos, la versión pasada de décadas de eso que Petra puede conjurar? Lo reconoces, ¿verdad? James avanzó lentamente hacia la barandilla de la proa y miró críticamente sobre las pesadas olas. Ahora que Odin-Vann lo mencionaba, podía ver las sombras de los árboles, una madera circundante, todo envuelto y fantasmal más allá de la niebla acechante. Volvió su mirada al frente. La proa parecía apuntar a un muelle esquelético. Nadó dentro y fuera de la niebla gris a la deriva.

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—Esto es —asintió. —En la versión de Petra, el mirador todavía está allí, al final del muelle. Pero en la versión de nuestro tiempo, está roto y hundido. No sé qué tan profundo —miró hacia el agua, pero nada era visible a través de ella. Las olas golpeaban el casco, reflejando el coágulo del cielo, convirtiendo el lago en un espejo roto y cambiante. —Estamos a la deriva —dijo Odin-Vann, con los ojos todavía en el muelle en su manto de niebla. —Scorpius, toma el timón y mantennos en el centro del lago. —No quería decirlo anoche —respondió Scorpius, cansado y brusco —pero no creo que así sea cómo funcionan los barcos. —¡Ve! —dijo Odin-Vann con repentina fuerza, volteándose hacia Scorpius. Sus ojos eran grandes y agudos, ya fuera al borde del pánico o del triunfo. —Rose, Walker, levanten el mirador. ¡Busquen en el agua justo en frente del muelle roto! Scorpius, notó James, retrocedió hacia la cabina de mando pero no entró. Desde las sombras, sus ojos entrecerrados observaron a Odin-Vann con entusiasmo. Rose y Zane se acercaron a la proa oscilante y sacaron sus varitas. Con una mirada rápida, apuntaron al muelle y luego bajaron un poco los brazos hacia las olas inquietas que había debajo. —¡Wingardium Leviosa! —ambos dijeron al unísono. James sintió algo más que escuchar la oleada de magia disparada a las profundidades. Nada sucedió al principio. Luego, sutilmente, un profundo gemido surgió de las profundidades. Odin-Vann se movió lentamente junto a Zane, su mirada absorta. James se colocó a su lado, pensando intensamente, una sensación de frío temor se apoderaba de él como una mortaja. Todo estaba sucediendo tan de repente, demasiado rápido para que cualquiera lo pensara. Y luego, un pensamiento que había atormentado la parte posterior de su mente desde la noche anterior, finalmente se destacó, trayendo consigo una profunda sospecha. —Profesor —susurró, incluso mientras miraba al agua en la base del muelle. Una oleada de densas burbujas empujó la superficie hacia un oleaje bajo. —¿Cómo descubrió que Merlín había escondido el broche de Petra aquí? ¿Ella se lo dijo?

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La mirada de Odin-Vann no parpadeó por la burbujeante perturbación. Más profundos gemidos y crujidos emanaron de las frías profundidades. Zane y Rose fruncieron el ceño en una concentración tensa. —Vamos, James —dijo Odin-Vann, extendiendo su mano y balanceando una pierna sobre la barandilla. James lo miró sorprendido. —¡Vamos! —dijo el Profesor con un sonido estridente. —¡Y mira! Él asintió con la cabeza hacia las olas debajo de la inclinada proa. Allí, una neblina blanca solidificó una ola, congelándola en un súbito témpano de hielo, que se levantó silenciosamente, como un submarino emergente. El témpano se presionó contra la bota de Odin-Vann, sosteniendo su peso. —¿Ves? El poder de Petra nos acompaña. Ven. Necesitaré tus ojos y valor para cumplir nuestra tarea. Dicho eso, colocó su otra pierna sobre la barandilla y se detuvo sobre la ola elevada y helada. Otro crepitó ante él, elevándose para encontrarse con su siguiente paso hacia abajo, formando escaleras encantadas y heladas. Un frío invernal surgió de ellos, haciendo que el aliento de James repentinamente soplara una nube visible. Él se estremeció violentamente. —Vamos, James —dijo Zane con voz tensa. —Una vez que esto esté fuera del agua no podremos sostenerlo por mucho tiempo. James asintió preocupado y trepó torpemente sobre la barandilla del barco. Su pie resbaló en el escalón de hielo de abajo, y luego encontró agarre. Con cuidado, nerviosamente, comenzó a seguir a Odin-Vann hacia abajo, pasando de paso congelado a paso congelado. Una vez que James y el profesor alcanzaron el nivel del agua, las escaleras se hundieron con un profundo gorgoteo, reemplazado por un puente de hielo, tan delgado como el papel y quebradizo como el cristal, pero de alguna manera lo suficientemente fuerte como para soportar su peso mientras caminaban lentamente, acercándose al oleaje creciente delante del muelle. Mientras James miraba alrededor del hombro de Odin-Vann, vio el capitel del viejo mirador salir de la ebullición gorgoteante. Estaba hecho de madera, pero podrido y deforme, apenas cubierto con pintura viscosa. Se empujó hacia arriba, y un techo cónico comenzó a surgir, sus viejos listones deformados, tan rebeldes como los dientes de una

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bruja. El agua comenzó a caer por el techo a medida que se ensanchaba, liberando el peso de las profundidades. —Solo —susurró James, con más urgencia ahora. —Tuve una reunión con el director. Me contó cómo guardaba el broche porque esperaba que Petra fuera a buscarlo. Lo tenía con él, allí mismo, en su oficina. ¿Él... tal vez... lo ocultó aquí más tarde? Odin-Vann no respondió. Él se acercó más al mirador que se elevaba. —¡Ugg! —Rose gruñó desde atrás. —¡Esto... es pesado! —Solo un poco más —replicó Odin-Vann, tendiéndole una mano en un gesto tranquilizador. El puente de hielo se había reducido al estirarse, como si su poder se estuviera debilitando. Las olas se inundaron serenamente sobre él, humedeciendo los zapatos de James cuando se volvió hacia los lados, avanzando a la estela del profesor. Cuidado, estúpido Donovan, pensó. Las palabras lo molestaban, parecían fastidiarlo. Seguramente no necesitas que te lo explique, había dicho Scorpius la noche anterior. —Ya casi —dijo Odin-Vann, casi para sí mismo. Un gemido largo y crujiente emanó del mirador mientras se elevaba aún más en el aire gris, arrojando su carga de agua. Estaba torcido, girando al levantarse, revolcándose como un cadáver hinchado. Unas cortinas de algas pulidas colgaban de sus bordes y cubrían sus soportes verticales. James se detuvo cuando una idea horrible comenzó a formarse en su mente. El frío del puente de hielo se apoderó de él. Cuidado, estúpido... El rugido del agua era demasiado fuerte como para hablar cuando el mirador se desprendió del lago y finalmente se balanceó completamente hacia la superficie. Su interior estaba oscurecido por cortinas de algas flácidas y viscosas. Cuando se asentó, se balanceó y se giró ligeramente, gimiendo contra los viejos pilares. —Donofrio Odin-Vann —susurró James con urgencia, sus ojos se abrieron en revelación horrible, aturdido. —¡Don... O... Vann!

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El mirador se estremeció contra el muelle y, al hacerlo, las algas se desprendieron de la línea del techo, cayendo como un velo empapado. Alguien estaba parado dentro del mirador. La sombra apenas era una silueta, desperdiciada y esquelética, y aun así, de alguna manera, reconocible por su largo y empapado cabello rojo. —James —dijo con voz ronca, rasposa y antigua. —Te lo advertí, ¿verdad? En el lago el pasado invierno, te dije que abandonaras a Petra. Y sin embargo, aquí estás. Predecible... hasta el final. Delante de James, el brazo de Odin-Vann se sacudió espasmódicamente, moviendo su varita hacia arriba y hacia atrás. James se estremeció de terror cuando pareció apuntarle y disparar un rayo cegador azul. El hechizo chisporroteó sobre su hombro, sin embargo, golpeó un poco más lejos, hacia el barco. Scorpius gruñó de sorpresa, James se volvió a tiempo para ver al chico arrojado contra la cabina de mando, su varita cayendo de su mano. Un momento después, se desplomó pesadamente sobre la cubierta. James tomó aliento para gritar, pero una repentina y horrible presión le sacó el aire. El mundo se revolvió cuando lo levantaron del puente de hielo y se alejó del barco, presionado por un monstruoso tentáculo acuoso. Un segundo más tarde, golpeó el suelo frío y podrido del mirador, rodando lo suficientemente fuerte como para golpear contra la barandilla trasera, traspasándola con una pierna. —¡No lo haría! —Judith llamó hacia la nave, su voz era un grito ronco pero aún con el mismo tono imperioso de orden. —¡Suelta esta estructura a las profundidades y el pobre James cae con ella! James trató de luchar, pero su pierna estaba enredada en la barandilla rota. Judith estaba parada directamente frente a él. Sus una vez gloriosas túnicas ahora estaban enmarañadas y empapadas, podridas y raídas. Debajo de ellas, su cuerpo parecía ser desde todos los ángulos, simples huesos y tendones. Ella apestaba abominablemente. A treinta metros de distancia, Zane y Rose aún se inclinaban sobre la proa de Gertrudis, con las varitas extendidas, esforzándose, con los ojos muy abiertos por la conmoción y el miedo.

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Entre ellos y el mirador, Odin-Vann estaba en el puente de hielo con la varita todavía levantada, apuntando hacia el bote, pero su cara miraba hacia adelante, con los ojos fijos en Judith. Su expresión era nebulosa con algo muy cercano a la adoración. —¡Profesor! —dijo James, medio intentando sacar al hombre del trance que Judith había arrojado sobre él. Odin-Vann bajó la mirada por un momento, parpadeó hacia James, y su rostro se endureció. James entendió la terrible verdad: Judith no había hecho ningún trance sobre el hombre en absoluto. Él estaba haciendo esto completamente por su propia voluntad. —Fuiste tú —exclamó James con repentina convicción. —¡Tú saboteaste el Telar! ¿Pero por qué? Judith respondió. —El buen profesor y yo tenemos ciertos intereses mutuos, James —mientras hablaba, se volvió para mirarlo. Su cara, James vio ahora, era una arrugada piel blanca sobre hueso. Sus labios se habían ido, revelando la sonrisa de marfil de sus dientes. Sus ojos eran como uvas peladas en los huecos de sus cuencas. Pero su cabello todavía era largo y rojo, cubriendo su cráneo con cintas mojadas. —Como pueden ver, necesito un nuevo hospedador. Petra se ha separado de mí. Sin ella, mi tiempo en esta esfera casi ha terminado. Pero el Sr. Odin-Vann está más que dispuesto a tomar su lugar. Él está ansioso. James retrocedió por el horror de la mirada muerta de Judith. Temblando, él apartó su mirada de ella y se concentró de nuevo en el profesor —¿Pero qué podrías sacar tú de todo esto? Odin-Vann frunció el ceño y sacudió la cabeza, lenta pero firmemente, como si James finalmente hubiera confirmado algo que había estado sospechando todo el tiempo. —Realmente no sabes, ¿verdad? —parecía preguntarse en voz alta. —Desde el principio, pensé que tal vez probarías ser distinto. Cuando fuiste atacado y humillado por los pequeños matones, Edgecombe y sus amigos. Esperaba que pudieras comprender la verdad. Pero ahora veo que realmente eres como todo el resto. Demasiado arrogante en su propia superioridad percibida para comprender cómo es... —se movió hacia James, su cara se contorsionaba en una máscara furiosa y antigua miseria —para burlarse. Para ser menospreciado en todo momento. Ser mimado como un

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niño por aquellos que creen que son buenos y golpeados como un perro por aquellos que saben que son malos —avanzó más resuelto ahora, dirigiéndose hacia James, levantando la barbilla y hablando con el fervor de rabia largamente reprimida —Ambos actos surgen de la misma y patética ilusión. Que ellos son mejores que yo. Que son más poderosos que yo. Que siempre seré lo que ellos creen que soy. ¡Una vergüenza débil, lenta, libre y torpe! Pero ahora el mundo verá. Usé mi cerebro para derrotarlos primero. ¡Yo hice mi VARITA! La blandió con su puño, que vibraba con tensión maníaca. Sus ojos brillaban. —Lento, ¿fui en el pasado? ¡Ahora, soy el mago vivo más rápido! ¿Débil? Ahora tengo el poder de la fuerza instantánea. ¡Finalmente he programado mi varita mágica con cada contra-hechizo, cada encantamiento protector, cada hechizo de repulsión en el Léxico de Caster! ¡Así preparada, puede detectar y desviar cualquier hechizo con el que alguien se atreva a atacarme! —inspiró profundamente y la sostuvo. —Con esta herramienta finalmente perfeccionada, supe que sería imparable. Pero también sabía que no era suficiente. Necesitaba no solo silenciar a aquellos que me habían atormentado, sino también oponerme a todos los que se aferran a la patética ilusión de su propia superioridad. ¡Todos aquellos que se mueven por esta vida tan convencidos de su propia bondad, su propia virtud, su propia e idiota ilusión de derecho! Y luego... Judith me encontró. Él la miró a un lado, finalmente se subió al piso combado del mirador y se unió a ella. —Ella me encontró —dijo con repentino y suave éxtasis. —Y ella me ayudó a entender. Petra, mi vieja amiga de la escuela, vendría a mí. Judith adivinó esto directamente de los pensamientos de Petra, mientras todavía estaban, aunque apenas, conectadas. Y cuando Petra viniera a mí, la ayudaría. Judith me ayudó a ver que era mi deber. Debo a ayudar a Petra a deshacerse de su maldición de una vez por todas. Debo hacer esto, con la ayuda de Judith... y terminar con ella. —¡No! —exclamó James, esforzándose por sacar su pierna de la barandilla rota. —Es la cosa misericordiosa —Judith estuvo de acuerdo en su voz agrietada y pantanosa. —Secretamente, incluso la propia Petra desea su muerte. Y luego, con ella fuera del camino, Donofrio se convertirá en mi nuevo hospedador. Así, completamente

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restaurado y una vez más enraizado en este ámbito, finalmente podemos regocijarnos de que el poder estará en manos de aquellos que realmente lo merecen y que no tienen miedo a usarlo. —Porque, James —dijo Odin-Vann, mirándolo ahora con una especie de tristeza benévola. —Judith realmente tiene razón. No son solo algunas personas las que tropiezan en esta vida bajo el engaño de su propia rectitud. Son todos ellos. Y todos ellos... todos... fatalmente, insultantemente, están equivocados. Su voz creció pesadamente mientras pronunciaba las palabras finales, y levantó su varita, apuntando a James. —¡Oh, sodomiza esto! —dijo una voz desde cierta distancia. James levantó la vista y vio que era Rose. Sacudió su varita en posición vertical, liberando el hechizo de levitación. —¡Nada, James! —gritó desesperada. Junto a ella, Zane se tambaleó, de repente soportando el mirador completamente solo con su propia varita. Gruñó, jadeó y rompió su hechizo también. El mirador cayó precipitadamente, golpeó el agua y comenzó a hundirse, volcando de inmediato. Odin-Vann tropezó, cayó junto a Judith y golpeó una barandilla lateral, rompiéndola y siguiéndola al agua. Un rayo de rojo brillante golpeó las olas donde había caído, explotando en una ráfaga de vapor. Rose estaba disparando ataques desde la nave, apuntando a OdinVann y Judith. Zane agarró su varita para unirse a ella. Judith se giró. En un abrir y cerrar de ojos, se transformó en un ciclón de agua negra y pestilente, su fuerza desgarrando el mirador por todos lados. Los tentáculos retorcidos se desenrollaron y sacaron a Odin-Vann del agua. Su cuerpo fue llevado hasta la profundidad de la tromba marina, que rugió, rodeó a James con furia mientras se revolcaba en medio de la ruina, y luego huyó hacia el lago, evitando a Gertrudis y desapareciendo en la densa niebla alrededor. —¡James! —llamó Zane, apuñalando su varita de nuevo. Sin aliento, repitió el hechizo de levitación. James, junto con una desordenada variedad de barandillas rotas,

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tablones de piso y techos destruidos, se elevaron de las olas a una velocidad vertiginosa, arrojando agua en una corona. —¡Ay! —jadeó Zane, agarrando su varita ahora con ambas manos. —Eres mucho más ligero que ese loco mirador. ¡Espera mientras lo controlo un poco! Torpemente, temblando de cansancio, arrojó a James, junto con su séquito de escombros empapados, sobre la cubierta y lo dejó en el suelo. James tropezó cuando sus pies se encontraron con los tablones. —¡Tenemos que ir tras ellos! —jadeó, agarrándose a una barandilla por apoyo. —¡Ninguno de nosotros sabe cómo! —gritó Rose impotente, arrastrando a un todavía aturdido Scorpius a sus pies. —¡No sabemos cómo navegar este barco! —¿Qué tan difícil puede ser? —dijo Zane, guardando su varita en su bolsillo. — Vimos a Hagrid hacerlo, ¿no? Todo lo que tenemos que hacer es volver a colocar la palanca de destino en Hogwarts. ¡Abajo y estaremos de regreso! —No creo que vaya a ser tan sencillo —dijo Scorpius, poniéndose de pie y señalando con la cabeza hacia la cubierta cerca de los pies de James. James miró hacia abajo. Un pedazo de barandilla podrida yacía sobre la cubierta, transportado a bordo junto a él por el hechizo de levitación de Zane. Pero mientras James miraba, el pedazo de madera roto se derritió como una escultura de hielo, perdiendo todo color y drenando en un charco suelto. Detrás de él, un pedazo de techo hizo lo mismo. En un momento, todos los restos del mirador se habían desvanecido en nada más que agua de mar derretida. —Oh, no —dijo Rose, su voz alta y débil. Corrió hacia la barandilla y miró las olas. Más allá de ella, la niebla se estaba desvaneciendo, desapareciendo de la vista. Revelando... Nada. No había costa circundante ni franja de bosque. Solo olas oscuras marchando hacia leguas más y más lejanas, eventualmente extendiéndose hasta el horizonte. James llegó a la barandilla junto a Rose y miró hacia afuera, sin palabras.

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Débilmente, Zane preguntó, —No estamos en ningún lago rural... ¿o sí? —Se deshicieron de nosotros —reflexionó Scorpius en voz alta, casi como si estuviera impresionado. —Odin-Vann y la Dama del Lago. Se deshicieron de nosotros porque éramos los únicos que sabíamos lo suficiente como para detenerlos. —Pero, ¿dónde estamos? —preguntó James, golpeando su puño contra la barandilla. —Creo que donde estamos importa menos —dijo Zane, empujando a James y apuntando hacia arriba —que eso. James levantó la vista. Revelado por la niebla que se retiraba, un hervidero bajo y descomunal de nubes se precipitó sobre Gertrudis, impulsada por un viento que se elevaba y azotaba. Era un frente de tormenta, oscuro como un hematoma y titilando con relámpagos, retumbando con un trueno distante. —¿Estoy loca? —respiró Rose, con los ojos muy abiertos. —¿o esa tormenta parece estar apuntando directamente hacia nosotros? —A la cabina de mando —exclamó James, finalmente participando en acción. Se giró, agarrando a Zane y tirando de él. —¡Tenemos que volver a entrar a los túneles abajo, y lo antes posible! La tormenta no podrá llegar hasta allí, y podemos regresar. Las gruesas gotas de lluvia comenzaron a picar la nave, golpeando con fuerza punzante, golpeando la cabina de mando metálica y golpeando las velas. Juntos, el cuarteto entró por la puerta de la cabina de mando. Scorpius la cerró con un fuerte ruido metálico. James se movió detrás del timón, que se balanceaba vagamente hacia adelante y hacia atrás con el creciente balanceo de la nave. De repente, el viento se extendió sobre la cubierta, golpeando las velas y cantando una nota alta y vibrante en el aparejo. Scorpius escaneó los instrumentos alineados debajo de la ventana. Espió una gran esfera de latón con una palanca adjunta, la agarró y tiró. La palanca se movió, girando el dial varias muescas. Cuando se detuvo, la lectura mostraba una sola palabra, letras blancas impresas en negro: HOGWARTS

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El timón comenzó a girar en la mano de James, girando pesadamente y acercando a Gertrudis. Con una sacudida, se balanceó hacia adelante. Un chorro de niebla comenzó a arar debajo de la proa. Entonces, en gran medida, la proa comenzó a levantarse y caer sobre las olas, golpeando con fuerza enfermiza y enviando gotas de agua. Gertrudis siguió adelante, más rápido, pero no se sumergió. Todo esto era parte del diseño de Judith, se dio cuenta James. Colocarlos lejos de cualquier esperanza de escape, lanzar una tormenta asesina sobre ellos, impidiendo su regreso, y con suerte matarlos a todos. Fue justo como había dicho Scorpius: este era el acto final, y el escenario estaba listo. Era El Triunvirato traído a la vida horrible: un ardid de un viaje por el océano, una tormenta mágica corriendo de regreso, y el villano Donovan, junto con su aliada, la Dama del Lago esta vez en lugar de la Bruja Marsh, avanzando, listos y preparados para ejecutar libremente su plan final y fatal. Y sin embargo, su intención no era una mera conspiración de bodas en busca de un asiento de poder. Su plan era matar a Petra de alguna manera, dejando a Odin-Vann como hospedador de Judith, aprovechando su poder caótico en lugar de frustrarlo. Cuando James finalmente captó este horrible cambio de eventos, una oleada de ira no diluida se acumuló en su pecho. Odin-Vann le había mentido a Petra todo el tiempo sobre ayudarla a cumplir su destino como el Hilo Carmesí. Él nunca había tenido la intención de ayudarla a salvar el mundo. La había engañado, la había saboteado, alimentado su culpa y la locura de su plan, solo para traicionarla al final de la peor manera posible. —Pero —le dijo Rose a James, sin apartar la vista de las olas y la terrible tormenta que avanzaba —¿Cómo pueden Odin-Vann y Judith matar a Petra? Saben que hizo un Horrocrux. —Potter aquí sabe mejor que nadie —respondió Scorpius sombríamente. —que se pueden crear Horrocruxes, y también se pueden destruir. Necesitaban a Petra con vida por alguna razón, hasta este momento. Donde hay voluntad hay un camino. James sabía que Scorpius tenía razón. Pero tenía una profunda sospecha de que la respuesta de Judith sería mucho más simple, y más definitiva, de lo que incluso sugirió Scorpius.

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Capítulo 23 El Caos Desciende Gertrudis no podía atravesar la tormenta. Aun cuando rompía las crecientes olas intentando avanzar, los brazos de la tempestad envolvían ambos lados, rodeando al sorteador de bloqueos en un abrazo asfixiante. El viento corría atravesando la cubierta en caprichosas ráfagas, aullando en el aparejo y azotando las velas enrolladas lo suficientemente fuerte como para sacudir el barco entero. En la cabina de mando, las ventanas vibraban en sus marcos. Las gotas de lluvia caían tan pesadas como para resonar contra el techo como monedas.

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—Nos está retrasando—, observó Zane, elevando su voz sobre el vendaval. —¡La tormenta nos rodea, forzándonos a retroceder! Scorpius se apoyó sobre la ventana y miró hacia arriba. —Son las velas y mástiles—, dijo. —Demasiada resistencia al viento. James

entendió.

—Necesitamos

aligerar

nuestra

carga

y

hacernos

más

aerodinámicos ¡Vamos! —avanzó hasta la puerta. —¿Qué vas a hacer? —preguntó Rose, sus ojos muy abiertos. Y sin embargo James vio que ella ya sospechaba sus planes. Sacó su varita preparándose. Él asintió, una mano en la puerta. —Necesitamos arrancar los mástiles, las velas, el aparejo, todo lo que nos retrase. Abrió la puerta, que fue empujada por la repentina y sorprendente fuerza del viento. La lluvia se dispersó por dentro de la cabina, salpicando inmediatamente su cara y pelo. James entrecerró los ojos y salió hacia el vendaval. Rose lo siguió, con Scorpius y Zane justo detrás. La lluvia torrencial era como piedrillas congeladas arrojadas sobre sus cabezas y hombros. Efectivamente, la cubierta estaba llena de montones de granizo. Rodaban con el creciente vaivén del barco, impulsados por las cada vez más fuertes ráfagas de viento. —¡Hagrid probablemente nos matará! —gritó Rose sobre la tormenta mientras James elevaba su varita, apuntando al trinquete. James esperaba que vivieran lo suficiente para averiguarlo. Miró su varita, cerrando un ojo, y gritó, —¡Convulsis! El rayo impactó el mástil justo debajo de una intersección de poleas y redes. Con un estruendoso crujido y un destello púrpura, la base explotó, dispersando astillas en todas direcciones. El mástil se quebró, aún momentáneamente suspendido en la red del aparejo, pero en ese momento la fuerza de la tormenta lo atrapó, lo empujó, y el mástil se desplomó trabajosamente, arrastrando tramos de cuerda y desgarrando las redes. El barco se sacudió y el mástil cayó en las olas, donde fue alejado de la nave completamente.

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Desde la parte trasera del barco, otro destello y crujido agrietaron el mástil de popa. Zane y Scorpius retrocedieron rápidamente, observando mientras el mástil crujió, chasqueó, y cayó hacia atrás, sobre las olas más allá de la popa. De repente, nauseabundamente, el tiempo pareció retroceder sobre sí mismo en la mente de James. Mientras veía el mástil de popa quebrarse y desprenderse, Gertrudis se convirtió en el Gwyndemere. Escuchó el sorpresivo grito de Petra cuando la botavara la empujaba por la borda, sintió el peso de ella colgando de la parte trasera del barco sobre hambrientas y montañosas olas. El broche cayendo, y sus ojos suplicando por él. “Déjame ir, James”, dijo con terrible calma… Fue abruptamente regresado al presente cuando Rose tiraba de su brazo. —Los botes salvavidas—, gritó, señalando. Había sólo dos, uno a cada lado del barco, yacían boca abajo y atados con lonas y correas. Todos juntos, rompieron las correas con sus varitas y lanzaron los botes por los lados, llevándose parte de la baranda con ellos. James se detuvo y miró hacia la parte trasera del barco, protegiendo sus ojos con una mano. Gertrudis ya no era una alta, y noble embarcación sino una aerodinámica, aunque irregular estructura con forma de proyectil, despojada de todo hasta llevarla a un perfil bajo que cortaba las olas notablemente más rápido, propulsada por su rueda de paletas impulsada mágicamente. —Eso es lo mejor que podemos hacer—, gritó Zane, regresando de la popa, su pelo pegado a su frente por la lluvia. —Volamos todo lo que no estaba asegurado, ¡y era bastante! —Vamos de nuevo adentro—, gritó James y señaló a la cabina de mando, la cual ahora era el punto más alto del barco. La tormenta resonaba con truenos y chisporroteaba con relámpagos, iluminando kilómetros de olas como imágenes destellantes. Los cuatro estudiantes regresaron a la relativa calidez de la cabina de mando y James retomó el timón, agarrándolo mientras giraba libremente. —¿Y ahora qué? —preguntó Rose, sacando su pelo mojado de su cara.

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James lo consideró, y se encogió de hombros un poco desesperanzado. —Vemos si podemos superarla. Increíblemente, eso ahora parecía posible. Liberada del exceso de peso y resistencia, Gertrudis avanzó como un torpedo. La tormenta todavía azotaba a ambos lados, intentando cerrarse sobre el pequeño barco, pero sólo lograba seguirle el paso. Lentamente comenzó a quedar atrás. En minutos, las olas se redujeron de abruptos picos montañosos que Gertrudis debía escalar a continuas crestas que el barco podía romper. Las ráfagas de viento disminuyeron gradualmente, remplazadas por corrientes más cálidas. Los truenos aún retumbaban, sonando como una bestia rabiosa engañada por su presa, pero desde gran distancia. Y luego, tan de repente que James jadeó y sacudió una mano en el aire, buscando la barra detrás de él para estabilizarse, Gertrudis se inclinó hacia abajo como una ballena. Su proa se sumergió en el océano, enterrándose en las olas, y el resto del barco la siguió. El agua se precipitó por la disminuida estructura del barco, sobrepasó las ventanas, y engulló a Gertrudis con un profundo, y burbujeante rugido. La obscuridad llenó la cabina de mando mientras la proa descendía hacia la turbulenta presión de la naturaleza, y luego hacia una rápida y total obscuridad. El farol ya no estaba, por supuesto, habiendo sido volado con el trinquete. James no podía ver nada. El barco crujía inquietantemente por todos lados, ajustándose a la presión de las profundidades. —Odio esta parte—, dijo Rose con voz crispada. La presión externa cambió de alguna manera. James lo sintió en su estómago y en las cavidades orbitarias de sus ojos. Con un estremecimiento y una explosión de burbujas, Gertrudis ingresó en un espacio más pequeño y estrecho, acelerando a una velocidad aún más alarmante que antes. Despojado de sus estructuras externas, el barco era una flecha subacuática, avanzando hacia la obscuridad cegadora. El barco de repente cayó a través de una explosión de agua suelta, y aterrizó con un golpe estremecedor en la esclusa del túnel de regreso. Liberado de las profundidades circundantes, aceleró hacia adelante, balanceándose contra las paredes inclinadas.

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La tormenta había quedado atrás, y ahora estaban completamente fuera de su furioso alcance. Tal vez fuese una tormenta mágica, como James sospechaba, pero ellos la sobrepasaron fácilmente, al menos hasta que llegaron a su destino. Todo lo que quedaba era volver a Hogwarts y esperar que no fuera demasiado tarde para detener lo que fuera que Judith y Odin-Vann pretendieran hacer. Con eso en mente, James se inclinó hacia adelante, mirando inútilmente a través de la negra ventana hacia la obscuridad. Tanteó y puso sus manos en el timón nuevamente, haciendo lo que pudiese para mantener el barco derecho, deseando que fuese aún más rápido. —No podemos enfrentarlos, y lo sabes—, dijo Scorpius, adivinando los pensamientos de James. —A Judith y Odin-Vann. Ella es demasiado poderosa. Y él contrarrestó mi hechizo aturdidor incluso antes de que saliera de mi varita. Él puede desviar cualquier hechizo que podamos conjurar. No hay forma de enfrentar a ninguno de los dos. —No estoy interesado en enfrentarlos—, digo James sombríamente. —Sólo necesitamos encontrar a Petra. Debemos decirle lo que sabemos. Luego de un inquietante momento, Zane preguntó, —¿Y luego qué? James entrecerró los ojos en la obscuridad. Con convicción, respondió, —Luego ella los enfrentará.

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El viaje de regreso pareció ser mucho más largo de lo que James creyó posible. Gertrudis se balanceó a través de interminables curvas y pendientes. Rose y Scorpius desafiaron el turbulento viento y la inclinada cubierta al salir de la cabina de mando y bajar a la bodega, esperando que el movimiento fuese algo menor allí. Sólo Zane se quedó con James. Ninguno habló, pero James estaba contento con la presencia de su viejo amigo. Luego de lo que parecieron horas, James soltó el timón. Sus dedos dolían por la presión, y sus ojos estaban agrandados por la falta de luz. Zane detectó el relajo de James. —Esto no es lo mismo sin el Ralphinator, ¿no? — dijo por segunda vez. James suspiró profundamente y asintió en la obscuridad. Sabía que Zane no podía verlo, pero no creía que importara. Zane habló de nuevo. —Me pregunto en qué andarán nuestros padres en este momento —pareció considerarlo en la obscuridad, y luego dijo. —En realidad, sé lo que mis padres probablemente están haciendo. Están en casa en San Luis empezando a pensar en la cena. Greer probablemente está en la mesa haciendo su tarea realmente quejándose al respecto, mientras mi papá la molesta, pensando que la pondrá de mejor humor, aunque nunca lo hace. Son Muggles, por lo que no saben nada sobre destinos interrumpidos, y hechiceras despiadadas, y caos mágicos amenazando con exterminar todo el universo. Creo, por primera vez en mi vida… que estoy un poco celoso de ellos. —Mi papá probablemente está en su oficina —caviló James rápidamente. — Probablemente mirando los últimos reportes y procedimientos de emergencia, pero sin realmente leer ninguno. Sólo pasando las páginas mientras su cerebro da vueltas como una máquina, ensayando ideas, probando planes, determinando qué es lo que va a hacer a continuación. Lo he visto así miles de veces. —Deberíamos llamarlo de alguna manera cuando lleguemos a Hoggies—, dijo Zane decidido. —Es Harry Potter. Él sabrá que hacer. James sacudió su cabeza lentamente. —¿Recuerdas lo que dijo la dríada, allá por nuestro primer año? Zane soltó un soplido, como si secretamente hubiera estado pensando lo mismo. — Sí. Dijo que la batalla de tu padre había terminado. Dijo que ésta sería toda tuya.

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—Bien, afortunadamente, no es toda mía. Te tengo a ti, y a Rose, y a Scorpius. Zane pareció aceptarlo. Luego, incómodamente, agregó, —Pero no a Ralph. —Ralph está por su cuenta ahora—, dijo James, medio enojado, medio triste. Gradualmente, una luz comenzó a aflorar a lo lejos. James en un principio se preguntó si sus sentidos lo estaban engañando, pero el resplandor pronto se convirtió en un sólido borrón, azul obscuro, reflejándose en el turbulento río y en las paredes del túnel, aumentando con creciente velocidad. James se tensó en alerta y tomó el timón nuevamente. —Parece que casi llegamos—, dijo Zane, acercándose a la ventana y mirando hacia afuera. James de repente no se sintió preparado. Se percató de que había sido envuelto en una especie de sopor paralizador, adormecido por el movimiento del barco y la atemporalidad de la obscuridad. Ahora, la adrenalina se disparaba por su cuerpo como electricidad, trayendo con ella un miedo espantoso. Sintió el peso de su varita en su bolsillo, y se preguntó cuán rápido necesitaría empuñarla, usarla para defender su vida o la de alguien más. La luz azul creció hasta llenar el túnel, pero continuó tenue y opaca, permaneciendo adelante para iluminar el barco. —Algo anda mal—, dijo James, casi para él mismo. En lugar de dirigirse al aire libre del estanque, el río del túnel se elevó repentinamente, empapando las paredes del túnel y cerrándose sobre la proa de Gertrudis. El barco se inclinó hacia arriba, montando la repentina corriente hasta que el techo de la cabina de mando chocó con el techo del túnel, crujidos y chirridos de fuerza estremecedora se oyeron hasta que el techo comenzó a ceder y hundirse sobre las cabezas de James y Zane. Se agacharon instintivamente, sus ojos sobresaltados por el miedo. Luego con un turbulento quejido, el río se precipitó sobre todo el barco, sumergiéndolo en una sombría profundidad azul. Gertrudis se hundió alejándose del techo del túnel, afortunadamente, pero comenzó a girar, describiendo lentas

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espirales. James se aferró al timón mientras que Zane se agarró de la barra posterior, luchando para permanecer de pie mientras la pared y el piso comenzaron a intercambiar lugares. La vista delante cambió. El barco salió disparado de los confines del túnel hacia un espacio más amplio lleno de turbias y cambiantes profundidades. James no podía reconocerlo en un principio, aunque sólo porque estaba mirando de cabeza, desde la circunstancial perspectiva invertida del barco. Luego, con un frío impacto, reconoció el enorme espacio circular, la hilera de bocas de túneles, los escalones dirigiéndose a la puerta cerrada y trabada. Era la caverna debajo del lago, sólo que completamente sumergida ahora, llena de cambiantes rayos de lo que sólo podía ser luz lunar filtrada desde el lago superior. Algo desastroso había sucedido, algo que había inundado el otrora estanque. Formas nadaban en la obscuridad, moviéndose en las sombras, brillando como metal en el resplandor lunar. James no podía estar seguro, pero tenía la sospecha de que las formas no eran peces. Gertrudis desaceleró al ser propulsado al abismo sin aire, aún girando, y girando. James y Zane treparon uno sobre otro, rebotando contra las paredes y el techo de la cabina. Se oían ruidos a medida que los contenidos del barco se desplazaban, rodaban, y se estrellaban con cada giro o cambio de rumbo. James deseó, fugazmente, que Rose y Scorpius estuviesen fuertemente sujetados a algo, a salvo de los cargamentos sueltos. Gertrudis se dirigía hacia arriba ahora, incluso mientras continuaba girando, dando volteretas lentamente. Por las ventanas, los rayos de luz de luna rompían en jirones, generando distintas facetas (las olas se veían extrañas desde abajo, se acercaban y crecían, y James apretaba su agarre al timón). Con estruendoso ruido, el barco rompió hacia la superficie, estrellándose contra el agua y balanceándose inclinado sobre aceitosas olas, donde se precipitó sobre un lado, escorando y lanzando agua por la cubierta. James estaba magullado y dolorido por su revolcón por el interior de la cabina, pero se olvidó por completo de sus dolores cuando el agua corrió por la ventana, revelando la vista a lo lejos.

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El castillo de Hogwarts estaba iluminado contra el azul cielo nocturno por un furioso amarillo que brillaba desde debajo. James no podía ver su fuente más allá de los árboles, pero la oscilación del fuego era inconfundible. Unas sombras se movían más allá del bosque, formando una masa de siluetas, algunas lanzándose en furtivos grupos, otras alarmantemente enormes y torpes. Y luego, cuando el estrépito y los chorros de agua escurrieron, James también escuchó voces. Resonando sobre el lago llegaron gritos y rugidos de furia y dolor, el distintivo clamor de una gran y rabiosa multitud. —¿Qué está sucediendo? —preguntó Zane, sus ojos grandes, iluminados por el resplandor amarillo de más allá. James sacudió su cabeza débilmente, aturdido y profundamente preocupado. Rompió su parálisis y salió disparado hacia la puerta, arrancándola con un chirrido a metal vencido. Algo impactó contra la cabina justo a la derecha de su cabeza. Apenas sí lo registró antes de que el objeto repiqueteara en la cubierta. Miró hacia abajo. Era una lanza con una punta de piedra rústicamente tallada, verde como el jade. A lo largo del barco, más impactos y ruidos indicaban un ataque en curso. Todo alrededor, el lago de repente estaba lleno de figuras. Eran irreconocibles en la obscuridad, meras formas musculares emergiendo con sus brazos levantados, lanzando sus armas con alarmante precisión a la ya averiada Gertrudis. Sus gritos de guerra eran penetrantes chillidos, chirriando como engranajes oxidados. —¡Es la gente del agua! —gritó Rose, tropezando mientras corría desde la bodega. —¡Se han vuelto completamente agresivos! —No es que alguna vez hayan sido exactamente amistosos—, agregó enojado Scorpius desde detrás, agachándose cuando una lanza impactaba la cabina, dejando una profunda hendidura. James tropezó con Rose, casi tirándola sobre Scorpius, mientras Gertrudis repentinamente comenzó a avanzar, su proa elevándose sobre las olas. —¡Sosténganse! —gritó Zane desde adentro de la cabina. —¡No sé mucho sobre conducir barcos, pero estoy bastante seguro de que rojo significa rápido!

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James se estiró para sujetarse de la puerta abierta, incluso mientras Rose agarraba su brazo para estabilizarse. Dentro de la cabina, Zane tenía una mano sobre una gran palanca aceleradora de latón, llevándola a su máximo. Su cara frenética y con los ojos bien abiertos, y mientras conducía con la otra mano, dirigiéndose hacia el furioso resplandor del castillo. El barco se hundió aún más sobre un lado, escorando a medida que aceleraba, lanzando a James, Rose, y Scorpius hacia la baranda exterior y las turbulentas olas debajo. Una fría llovizna comenzó a caer sobre sus caras a medida que el aluvión de lanzas quedaba detrás. Esforzándose para sostenerse, Rose gritó, —¡¿A dónde nos llevas?! —Eh—, Zane se encogió de hombros un tanto maníaco. —¡¿Lejos?! El castillo se acercaba con increíble velocidad a medida que Gertrudis aceleraba, remontando las olas. —Nos acercamos a los muelles, Walker—, advirtió fuertemente Scorpius. —Sí—, asintió Zane, mirando la consola delante de él inútilmente. —Sólo que los barcos no vienen con frenos, saben, agárrense de algo. La proa de Gertrudis se elevó sobre el muelle. James escuchó el impacto y la fragmentación cuando la estructura de madera se desplomaba bajo el casco. El barco lo destrozó sin desacelerar. La costa estaba a escasos veinte metros, acercándose con inevitable velocidad. Árboles se alineaban en la pedregosa costa, obscuros contra el cielo estrellado (y aun así, incluso ahora James veía que el cielo no estaba completamente despejado. Justo más allá del conjunto de árboles, hervían nubes de tormenta, destellando silenciosos estallidos de relámpagos). Gertrudis había llegado a su destino antes que la tormenta, pero ésta de todas formas había avanzado furiosa e implacable, buscando su objetivo. Gertrudis impactó contra la playa con un chirrido y machaque de rocas contra madera. El barco trepidó hacia arriba, doblando las rodillas de James, mientras la inercia continuaba haciéndolo avanzar, incluso cuando la proa se dirigió a los límites del Bosque, chocando entre troncos de árboles y arrancando ramas. El escorado del barco aumentó abruptamente mientras comenzó a desplomarse, causando que James, Rose, y Scorpius tuvieran que aferrarse desesperadamente, para no caer y ser aplastados debajo del casco deslizante. Finalmente, con un devastador crujido,

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Gertrudis encalló por completo, impactando y deteniéndose contra algún impedimento en los árboles que no podían ver. Zane medio se arrastró, medio cayó fuera de la cabina, arrastrándose hasta la baranda que ahora se encontraba casi recostada sobre la rocosa costa. —Hogar dulce hogar—, anunció sin aliento. Estando mucho más cerca ahora, el ruido de voces gritando y gruñidos furiosos parecían llenar el bosque. —¿Qué está sucediendo aquí? —casi demandó Rose, temerosa de que su voz fuese estridente. James no pudo evitar pensar que de repente ella sonaba demasiado como su madre. —Si tuviese que adivinar—, dijo Scorpius, escalando por la baranda rota y dejándose caer en la playa debajo. —Diría que los Centauros han cumplido con su amenaza. El terremoto mágico del viernes fue probablemente la última advertencia, ahora están invadiendo. Sólo que las cosas no van como las planearon. No han penetrado el castillo aún. —¿Y la gente del agua? —preguntó James, bajando luego de Scorpius y ayudando a Rose a bajar detrás de él. —No son aliados de los Centauros. ¿Por qué están atacando ellos? Zane trastabilló al saltar a la playa. —Todo está sucediendo al mismo tiempo. No es coincidencia. Sólo es el fin. James se estremeció de sólo pensarlo, pero se sentía extrañamente preparado. Realmente se sentía como el fin. —¿Y ahora qué? —dijo Scorpius, dando la espalda al furioso resplandor más allá del bosque. —Si los centauros están siendo contenidos de alguna manera, eso significa que nosotros también. —Ah—, dijo Zane, animado. —Pero los centauros no son gremlins, como nosotros —miró a su lado a Rose, quien asintió temerariamente. —Conocemos todos los pasadizos secretos para entrar—, coincidió. —El cobertizo de Quidditch es probablemente el más cercano ¡Vamos!

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Sin mirar atrás, se giró y se precipitó por la playa, evadiendo el casco roto de Gertrudis, y hacia los árboles. Mientras corría para seguirlos, James gritó, —Pero creía que el pasadizo del cobertizo de equipamiento sólo funcionaba si uno salía de la escuela por el mismo pasadizo. —Solucionamos eso en tercer año—, contestó Rose, agachándose entre arbustos y saltando anudadas raíces. —Scorpius y yo pasamos todo un sábado saliendo de la escuela por el pasadizo del cobertizo unas cien veces una detrás de la otra, y regresando por la entrada principal. Generamos una provisión de regresos para cuando los necesitáramos. James frunció el ceño mientras corría. —¿Cómo es que no supe de eso? —Estuviste en Alma Aleron ese año—, gritó Zane desde atrás. —No es que te hubiésemos invitado de todas formas—, sugirió Scorpius, corriendo ruidosamente en la retaguardia. Dos luces gemelas de repente interceptaron el camino de los estudiantes, surcando descontroladamente y acompañadas de un ruido a motor. Rose patinó hasta detenerse, frenándose contra un árbol, justo cuando un gran vehículo ingresó al camino, sus luces delanteras brillando entre los árboles. Era una especie de vehículo todo terreno con neumáticos gigantes y laterales de color gris metalizado. Se escuchaban voces desde su interior, y James tuvo la sensación de que los estaban señalando, exaltados. —Ahí, ¿ven? —una voz podía ser escuchada desde una ventana trasera abierta. — ¡Se supone que no hay nada aquí más que kilómetros de bosque! ¡Pero vean ustedes mismos! ¡Es un maldito castillo gigante! ¡Justo como el pueblo que apareció cuando estábamos haciendo montañismo la semana pasada! El motor chillaba y rugía sobre el suelo del Bosque Prohibido. El vehículo avanzó, chocando con arbustos, zigzagueando entre enormes y antiguos árboles. Dos más siguieron su marcha, avanzando más rápidos y seguros. Desde su lugar, detrás de un árbol cercano, a James le pareció ver armas en las manos de los pasajeros. Luego, con un espanto agobiante, reconoció los objetos que blandían. No eran armas, sino cámaras.

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—No de nuevo—, dijo Zane, poniendo sus ojos en blanco. —Vamos—, gritó Rose, abalanzándose hacia adelante mientras los vehículos avanzaban por el bosque, desplazándose en dirección al castillo y las fluctuaciones del fuego. A medida que los cuatro se acercaban al castillo y comenzaron a pasarlo, corriendo a lo largo del límite del Bosque, vieron destellos de la enorme multitud reunida contra el ininterrumpido muro de fuego. Los centauros se movilizaban en grupos galopando, disciplinados y ordenados por rango, sus armas alzadas. —Merlín levantó una defensa—, dijo James. —Ese no es un fuego normal ¡Es una barrera de fuego maligno! —No durará—, dijo Scorpius, y luego señaló mientras corría. —¿Y qué es eso? James también lo vio. —Eso no es un centauro—, agregó comprendiendo con desasosiego. Reunidos en su propio círculo, enfrentando a los centauros contra el muro de flamas mágicas, estaba la manada de enormes y torpes figuras que James había visto desde el barco. Avanzaban titubeantes hacia las filas de centauros, agachando sus pequeñas cabezas alrededor de sus descomunales hombros. Eran gigantes, docenas de ellos, de todos los monstruosos tamaños posibles. —¡Grawp y Prechka! —gritó Rose estridentemente. —¡Vinieron hasta aquí por su propia cuenta, a pesar de que Hagrid les advirtió que no lo hicieran! ¡Y trajeron a toda su tribu! Incluso viendo sólo siluetas, James reconoció la corpulenta figura de Prechka. Ella huía de los centauros mientras estos galopaban hacia ella, y luego alrededor de sus pies, con sus armas elevadas amenazadoramente. Su cabeza en forma de patata se balanceaba y giraba intentando verlos a todos, intentando evitar los montones de aplastantes cascos. Y luego, horriblemente, ella atacó. Impulsada más por terror que por furia. James pudo notarlo por la torpe forma en que sacudió, sus espantados hombros. Ella pateó y un centauro voló por el aire, sacudiendo sus seis extremidades. Luego, espasmódicamente, Prechka se agachó, y agarró dos centauros más, uno con cada mano, y los elevó hasta la altura de sus hombros. Con

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una colosal embestida, los golpeó uno contra otro como si fueran un par de platillos. Aún sobre el rugido del fuego y las voces vociferantes, James escuchó el horrible sonido a huesos rotos. —¡No! —gritó Rose, tropezando hasta detenerse y llevando sus manos a su cara, incapaz de quitar sus ojos de la escena. — ¡No, Prechka! —¡Déjala ser! —gritó Scorpius, su voz de repente comandante. —¡El tiempo para cortesías pasó! ¡Es su pellejo o el de ellos! ¡Y pronto podría ser el nuestro! ¡Sigan corriendo! —¡Santos hinkypunks!—, exhaló Zane con voz aguda y asustada. —¡Eso fue… brutal! Unas luces se dispersaron por el creciente tumulto y el vehículo del Bosque salió a la vista. Rebotando sobre las lomas. Se detuvo con sus frenos chirriando, la carrocería inclinándose sobre sus amortiguadores. La puerta de pasajeros se abrió y un hombre salió con repentino pánico, sus ojos protuberantes mirando en dirección a los gigantes. Retrocedió aterrado, tropezó y cayó a los pies de un centauro. Lo miró y comenzó a gritar, cubriendo su cabeza con sus brazos. Los otros dos vehículos siguieron al primero. El vehículo del medio chocó con éste debido a su frenada repentina, casi atropellando al pasajero presa del pánico. Vidrios tintinearon y voces gritaron. —¡Está más allá de nuestro alcance! —gritó insistentemente Scorpius. —¡Vamos! Distraído y entumecido por el terror, el grupo continuó corriendo, incluso cuando los gigantes entraron en batalla plena contra los centauros y las puertas de los vehículos se abrieron, arrojando aterrados Muggles con sus ruidosas y olvidadas cámaras. El fuego maligno rugía a lo largo del campo de Quidditch, apenas evitando el campo pero envolviendo la grada de Slytherin, la cual ya había sido reducida a una estructura ennegrecida, rugiendo en llamas. Corriendo lo más rápido posible bajo la ferviente luz, Rose dirigía la tropa hacia el cobertizo de equipamiento, el cual crepitaba y humeaba por su proximidad al fuego. El calor abrazador invadía el campo, llenando el aire de retorcidos destellos y cocinando el sudor en la frente de James.

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A la distancia, James notó una retorcida masa agitándose, e hirviendo con fuego maligno. Su estómago se hundió al percatarse de que se trataba del Sauce Boxeador. Chispas y astillas emanaban a medida que el fuego avanzaba por sus ramas llameantes, sus hojas brillantes como el carbón a medida que se quemaban, dejando un compendio de cenizas. Sacó su mirada de allí, decidiendo tristemente no avisar a los demás sobre la terrible escena. Rose alcanzó la manivela de la puerta del cobertizo, y luego la sacó abruptamente dolorida. —¡Está caliente! —jadeó, sacudiendo sus dedos quemados. Scorpius levantó su brazo, su varita ya emergiendo de su puño. —¡Convulsis! —gritó, y el rayo de luz impactó la puerta, abriéndola. Dentro estaba obscuro, más profundamente que en el pequeño cobertizo. Aire frío emergía desde el pasadizo, afortunadamente, elevándose desde una hilera de escalones de piedra. Scorpius condujo la marcha, corriendo por el corredor subterráneo. James tragó saliva y lo siguió. Todo parecía fuera de control. No sabía qué pretendía hacer. No sabía dónde estaba Petra, ni siquiera si aún estaba viva. El caos parecía haber caído sobre el mundo entero, arrojando en su camino todo obstáculo y distracción imaginables para detenerlo. Le dolía sobre un lado mientras corría hacia la fría, extrañada y calma obscuridad. Y luego brotó una luz cuando Scorpius alcanzaba la salida del pasadizo. Los cuatro salieron, empujando la estatua de Lokimagus el Perpetuamente Productivo, y emergieron bajo la luz de las antorchas al perfectamente prosaico corredor de Hogwarts. No había nadie a la vista, y aun así escuchaban voces, resonando en la distancia, gritando alarmadas y urgidas. La escuela no había sido evacuada, al parecer. Por eso Merlín la estaba protegiendo. Pero incluso él no podría contener a los centauros por mucho más tiempo.

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Como si lo hubiese pedido, un enorme estruendo sacudió el castillo, tirando arenilla del cielo raso y destrozando una ventana cercana. Los centauros estaban atacando a través del fuego maligno, pero James no podía adivinar cómo. —Todo esto es una distracción—, dijo, girando hacia Zane, Rose y Scorpius. —No sé cómo ni por qué, pero nosotros aún tenemos sólo una cosa que hacer, ¡y es encontrar a Petra y advertirla! ¡Si Odin-Vann y Judith la encuentran primero…! —¡¿Pero cómo?! —gritó Rose, estampando su pie contra el suelo en muestra de frustración. —¡Ni siquiera sabemos dónde está! James soltó un suspiro decidido y miró a Scorpius. —Tenemos que encontrar a Merlín—, dijo firmemente. —Él tiene el broche del papá de Petra. Petra aún piensa que dejará nuestro mundo para siempre, y ella no se irá a ningún lado sin su broche Si encontramos a Merlín, encontraremos a Petra. —Si es que no llegamos demasiado tarde ya—, Zane se encogió de hombros y asintió. —Y todo esto sólo es el acto de apertura del apocalipsis. Empuñando sus varitas y manteniéndolas listas, James se giró y corrió por el corredor, dirigiéndose en la dirección de las escaleras principales y la oficina del director. Mientras giraba en la primera intersección, casi choca a George Muldoon, el prefecto de Ravenclaw. El alto muchacho agarró a James del hombro, con una mirada de terror y ojos protuberantes y alarmados antes de reconocerlo. —¡Potter! —exclamó consternado, —¡¿Qué hacen aquí abajo?! ¡Estamos en estado de sitio! ¡Todo el mundo debe estar en sus salas comunes! Y ustedes, ¡Weasley y Malfoy! ¡Y…! —desconcertado al ver a Zane. —¿Y quién demonios eres tú? —Zane Walker—, dijo Zane agradablemente. —Normalmente estrecharíamos nuestras manos, pero estamos en un gran apuro. La próxima vez, quizás. Si llegase a haber una próxima vez. Dicho esto, la tropa retomó la carrera, dejando a Muldoon confundido tras ellos y girando para gritar frenéticamente sus nombres. Llegaron a las escaleras y apoyándose en la balaustrada giraron a toda marcha. Otro estruendo sacudió el castillo y la ventana de Heracles estalló desintegrándose, y cayó en una lluvia de coloridos añicos.

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—Eso no es magia—, jadeó Scorpius, mirando atónito la ventana rota. —¡Algo nos está golpeando! —Los gigantes—, asintió Zane. —Están intentando entrar de cualquier manera. No para atacar, sino para alejarse de los centauros. —¡Sigan! —insistió James, pasando el rellano y continuando hacia arriba por las escaleras. —¡No hay tiempo para ninguna otra cosa! Llegaron al tercer piso, James iba delante. Giró por el corredor de la Gárgola, dirigiéndose hacia la escalera en espiral al final del pasillo. Otro estruendo se escuchó, esta vez directamente al lado de James, y una columna se desplomó cayendo en su dirección, quebrándose en pesados trozos. James se agachó y tambaleó, apenas evitando la mampostería que colapsaba. Voló polvo y parte del cielo raso se desmoronó junto con la columna, volviendo el aire asfixiante y apagando el farol más cercano. James se puso de pie y miró hacia atrás, entrecerrando los ojos en la polvorosa obscuridad. Había sido apartado de Scorpius, Rose, y Zane por el socavado cielo raso. —Ella sabía que vendrías—, dijo la voz de un hombre desde detrás de él. —Yo lo dudé. Pero ella lo sabía. James giró sobre sus pies, tan rápido que casi perdió el equilibrio, y elevó su varita salvajemente. —¡Expelliarmus! —dijo, y un rayo de luz salió disparado de su varita. Pero fue inmediatamente extinguido, reducido a un montón de agonizantes chispas. —Judith predijo que escaparías de la tormenta. Yo tenía que esperarte aquí, y estar listo para cuando llegaras. No debí dudar de ella. Rara vez se equivoca. Una figura negra se adelantó desde las sombras, apareciendo entre James y la escalera espiral de la oficina del director. Incluso antes que su cara fuera visible, James reconoció la delgada figura de Donofrio Odin-Vann, tomando su varita casi sin ganas, elevada sólo a medias. —Desmaius! —gritó James, levantando su varita nuevamente.

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El hechizo rojo destelló y se extinguió solo a escasos 30 cm de su varita. Odin-Vann se estaba riendo, su varita apuntando hacia arriba y emitiendo una tenue bruma púrpura. —Sabes que no puedes derrotarme—, lo regañó. —Mejor ni lo intentes. —¿Dónde está Petra? —demandó James, mirando hacia el extremo de su varita que temblaba. Tragó saliva —¿Está viva? —Petra no es de tu incumbencia, James—, respondió Odin-Vann, acercándose lentamente. —Nunca lo fue. Te gusta pensar que siente algo por ti, ¿No? Y aun así es ella la que pretende dejarte para siempre. Eso debe dolerte. ¿Te duele James? James bajó su varita lentamente dándose por vencido. Y luego la levantó nuevamente y gritó, —¡Expulso! El hechizo atravesó la distancia entre ellos, y explotó contra el resplandeciente encantamiento protector que brotó, espontáneamente, de la varita alzada de OdinVann. Él avanzó nuevamente, achicando la distancia entre ambos. James retrocedió un paso. La arenilla bajo su talón crujió. —¿Estás planeando matarme? —No necesito matarte—, contestó Odin-Vann encogiendo los hombros ligeramente. —La tormenta te matará. Te seguirá donde quiera que vayas. Y si de alguna forma consigues mantenerte delante, bueno… —suspiró y sacudió su cabeza. —De todas formas a este mundo sólo le quedan algunas horas. —¿Por qué estás haciendo esto? —demandó James, bajando su varita nuevamente, esta vez por completo. —Quiero decir, entiendo lo de ser acosado y todo eso. La venganza tiene sentido, incluso si te volviste bastante loco con eso. ¿Pero por qué destruir el mundo entero? —Ah, pero este ya no es mi mundo, James—, el joven respondió despreocupado. — Con la ayuda de Judith, podemos crear todo un nuevo mundo. Uno diseñado a nuestra propia imagen. Tenemos la llave. Y la llave es nuestra propia Petra Morganstern. Ella nos abrirá el camino. Y luego arrojaremos la llave para siempre. Sin vuelta atrás —dejó escapar una risita nerviosa.

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James retrocedió otro paso. Se estremeció bajo la fuerza de la locura de OdinVann., y aun así una pequeña luz de esperanza corría por sus venas. Petra aún estaba viva. Si sólo pudiera encontrarla… —¡Relashio! —gritó, elevando su varita otra vez y disparando con la velocidad de un rayo. El brazo de Odin-Vann salió disparado hacia arriba desde el hombro, debido a la fuerza de la varita, y un rayo verde destelló, extinguiendo el hechizo de James en medio del aire. Él se reía nuevamente, moviéndose constantemente hacia adelante. —¡Petrificus Totalus! —gritó James, poniendo toda la fuerza que pudo reunir en el hechizo. — ¡Levicorpus! ¡Incarcerous! ¡Convulsis! Cada hechizo explotaba y se desintegraba a centímetros de su varita mientras Odin-Vann sacudía su brazo levantado, disparando el contra hechizo prescripto a su propio ritmo. —¿Realmente no sabes cuándo rendirte, no? —el joven profesor reía encantado. —Es esa arrogancia la que aprendí a detestar en personas como tú. La seguridad de que de alguna forma, de alguna manera, van a ganar. De que ustedes son los buenos. De que ustedes están en lo correcto. Es realmente insoportable, sabes. Pero, al menos, es entretenida. James tensó su varita, ahora a sólo tres metros del profesor que se acercaba. Tomó aire para invocar su próximo hechizo, decidido a recurrir a las maldiciones imperdonables por pura desesperación, cuando de repente una serie de pasos se escucharon desde detrás de Odin-Vann, descendiendo de la escalera espiral de la oficina del director. Eran pesados, y aun así James instintivamente sabía por el sonido que no era Merlín. —¡James! —la voz de la figura dijo sorprendido, frenándose al pie de la escalera. Era Ralph. La mano izquierda de Odin-Vann se elevó, y retrocedió, empuñando una segunda varita. —Quieto, Sr. Dolohov—, ordenó, mirando por el rabillo del ojo a James. —No hay necesidad de que usted comparta el destino del Sr. Potter.

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—Eso es gracioso—, se burló Ralph con voz quebradiza. —¡Cómo si alguno de nosotros fuera a sobrevivir esta noche! He estado esperando al director por casi una hora, pero no parece que vaya a regresar. Sin él, estamos listos. Mientras hablaba, Ralph alzó su varita y disparó hechizos no verbales a Odin-Vann. Eran color azul profundo, ondulando como la electricidad. La mano izquierda de Odin-Vann se movió, empujando su brazo hacia arriba, y disparó el contra hechizo, desintegrando el ataque de Ralph. El profesor sonrió a James, una varita apuntaba a Ralph, la otra a la altura del pecho de James. —Crucio —dijo, casi como conversando. James vaciló, pero el hechizo no estaba dirigido a él. Desde la segunda varita de Odin-Vann, una correa de un verde ardiente impactó a Ralph y lo empujó de nuevo a hasta las escaleras, donde cayó pesadamente, en medio de los escalones quejándose en agonía. Jadeó e intentó gritar, pero su pecho estaba cerrado y sus dientes apretados, reduciendo su lamento a un forzado, y desesperado gruñido. —Quería agradecerle, Sr. Dolohov—, dijo Odin-Van por sobre el crepitar de su hechizo. —Usted encontró la única falla potencial de mi varita. Los hechizos no verbales. Gracias a ti, he sido capaz de calibrar y superar incluso eso. —¡Detente! —gritó James, elevando su propia varita otra vez. Y luego, antes de que pudiera considerarlo, repitió el hechizo de Odin-Vann —¡Crucio! Nunca había realizado una maldición imperdonable, ni siquiera en sesiones de práctica. El rayo verde que salió de su varita fue débil, disperso, no focalizado. El brazo derecho de Odin-Vann se elevó por la fuerza de su varita y disparó el contra hechizo, extinguiendo fácilmente la maldición en medio de ellos. Ralph se retorció y cayó por la escalera hasta el piso, aún preso del hechizo Cruciatus de Odin-Vann. Jadeó y gruñó, y a James le pareció que estaba intentando decir algo, incluso bajo la cegadora confusión del dolor. —¡NNNnnn-n…

nnnNOCTURNO!

irremediablemente apretados dientes.

—forzó

la

palabra

a

través

de

sus

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Odin-Vann mostró sus propios dientes hacia James e intensificó su hechizo. Vibró la luz verde lima y Ralph gritó. —¡Detente! —gritó James, sus propia varita aún apuntando a Odin-Vann sin sentido. Era inútil. —¡Lo matarás! —Todos mueren—, dijo Odin-Vann con repentina, y sonriente ferocidad. — ¡Sólo esperemos que hayan vivido mientras tuvieron la oportunidad! ¡Tengo mis dudas, lo admito! Ralph se retorció y arqueó su espalda en el suelo. Jadeó y liberó un silbido intentando respirar y se tensó otra vez, luchando por hablar. —¡Qu-QUIDDITCH… Nn… nnnNOCTURNO! James frunció la frente con terrible confusión, su puño dolorido apretando su inútil, y extendida varita ¿Qué querría decir Ralph? ¿Estaría enloqueciendo por el dolor? ¿Por qué rayos desperdiciaría sus últimas, y desesperadas palabras hablando de algo tan poco importante y estúpido como el Quidditch Nocturno? La maldición Cruciatus se lanzó sobre él, hirvió sobre él, envolvió al grandulón en un indescriptible, y enloquecedor dolor. Y entonces, de alguna forma, James entendió. Quedó boquiabierto cuando la comprensión cayó sobre él. Su mente se aceleró, buscó la opción precisamente correcta, la última táctica que cambiaría su suerte o los condenaría a todos. Decidido, avanzó con su varita una vez más. —¡Osclauditis! —gritó. El hechizo fue una lanza blanca. Golpeó el hombro derecho de Odin-Vann, y su brazo de repente quedó rígido, el hombro firmemente trabado. Sus ojos se abrieron por la conmoción. Torpemente, miró su brazo derecho, y la varita en su mano, ahora apuntaba firmemente e inútilmente al piso. Y no había disparado el contra hechizo. No había contra hechizo. No para la magia deportiva. El hechizo de fusión de huesos sólo podía ser esquivado, pero nunca contrarrestado.

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La maldición Cruciatus se desvaneció de la varita izquierda de Odin-Vann al romperse la concentración del profesor. —¡¿Cómo…!? —comenzó, poniendo sus ojos en James, pero James disparó nuevamente. —¡Novistenaci! Los dedos de la mano izquierda de Odin-Vann se sacudieron con el rayo del hechizo Nudilloso. La segunda varita que había estado sosteniendo repiqueteó en el suelo. —¡¿Cómo estás haciendo eso?! —demandó Odin-Vann, su cara tornándose furiosa. —Magia deportiva—, contestó James, entrecerrando sus ojos, —no aparece en el Lexicón del Conjurador. Odin-Vann rugió de rabia. Bajó su cabeza y cargó, pretendiendo embestir a James físicamente, estamparlo contra la pared en ruinas detrás de él. —¡Expelliarmus! El hechizo no vino de James, sino de Ralph. James vio a su amigo aún tumbado en el piso delante de la escalera del director, pero con su cabeza levantada, su varita extendida y agitándola débilmente. La varita en la mano derecha de Odin-Vann se lanzó hacia arriba para desviar el hechizo de Ralph. Sin embargo, el hombro y codo del profesor, aún estaban bloqueados por el hechizo de fusión de huesos. Con un terrible, y estridente crujido los huesos se rompieron, y fueron tironeados hacia arriba por la fuerza de la varita encantada que hacía su trabajo. El profesor gritó y colapsó, incluso mientras su varita lanzaba el contra hechizo, deteniendo el hechizo de Ralph para desarmarlo. Su brazo roto quedó colgando y él forzó sus dedos para abrirlos, dejando caer la varita antes de que Ralph pudiera entrar en acción nuevamente. Pegó su brazo roto contra su cuerpo y se desarmó en el piso, quejándose patéticamente. Ralph se tambaleó hasta pararse y se apoyó contra las escaleras del director.

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James avanzó y tomó ambas varitas del profesor. Doblándolas decididamente, las rompió al mismo tiempo y arrojó los fragmentos. Repiquetearon sin sentido. —¡Eso fue mortalmente brillante, Ralph! —exclamó James mientras corría para agarrar a su amigo —¿Estás bien? —Ugh—, Ralph se lamentó y agarró su cabeza. —No creo que vuelva a estar bien jamás. Sinceramente —Todo se puso de cabeza—, declaró James, —Lo siento, Ralph. Siempre tuviste razón sobre Odin-Vann. —¿Eso crees? —Ralph resolló, y se rio débilmente. —¿Has visto a Petra? —preguntó James seriamente. —Encontrarla es nuestra única oportunidad. Odin-Vann y Judith pretenden matarla y terminar con todo. Él tiene una especie de delirio sobre convertirse en el nuevo hospedador de Judith y comenzar toda una nueva versión de nuestro destino. —Él no puede matar a Petra—, Ralph sacudió su cabeza, parándose derecho finalmente. —Ella tiene un Horrocrux. Él lo sabe mejor que nadie. ¿Y cómo podría comenzar un destino nuevo? El telar fue destruido. —Él lo destruyó—, asintió James sombríamente. —Pero sea lo que sea, Petra es la clave de todo. Pensé que podría haber venido aquí, hasta Merlín, buscando el broche de su padre. —Merlín ha estado un poco ocupado—, Ralph se encogió de hombros y gesticuló hacia una ventana cercana. —Con el mundo entero abalanzándose sobre el castillo como una plaga. Los centauros, la Gente del Agua, los Muggles exploradores y los periodistas. Esta aquí en algún lado. Excepto en su oficina. El rostro de James se endureció y levantó su varita nuevamente. Se giró y regresó al pasillo destruido, trotó hasta donde yacía Odin-Vann, con su brazo roto y sus varitas destruidas. Sólo que el profesor ya no estaba allí. —Se apareció o algo así —dijo Ralph enojado, alcanzando a James y mirando alrededor. —Tiene que haberlo hecho.

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—O ella se lo llevó—, murmuró James. —Judith. Lo necesita. Él será su nuevo hospedador. O su mascota humana. De cualquier forma, él es esencial para su plan, cualquiera sea. El castillo se sacudió nuevamente, tembló violentamente con un impacto sostenido pero esta vez la violencia fue acompañada de una ráfaga de aire invernal con partículas de hielo. Silbó a través de la pared rota y fluyó por el cabello de James y Ralph. Los ojos de James se ensancharon. Miró a Ralph. —¡Petra! —dijeron al unísono. —¡Debemos aparecernos! —acotó James sin aliento. —¡Al vestíbulo! Ralph asintió y tragó saliva. James pudo notar que su amigo estaba nervioso por aparecerse bajo dichas condiciones. James lo tomó del hombro. —Conoces el vestíbulo tanto como tu propia casa. Has estado ahí miles de veces. Tú puedes hacerlo, Ralph ¡A la cuenta de tres! Ralph asintió, reafirmando su quijada. —A la cuenta de tres. —Uno… —dijo James. —Dos… —dijeron ambos a la vez, tomando sus varitas para estar listos para cualquier cosa que los estuviese esperando. —¡Tres!

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El mundo se desvaneció, se arremolinó salvajemente, y se restableció con un choque de velocidad y ruido. Los pies de James impactaron el piso de piedra del vestíbulo e inmediatamente algo rebotó contra su cabeza. Parpadeó, trastabilló hacia atrás, y llevó una mano a su frente, comprobando si estaba herido. Un panecillo rodó hasta sus pies. Parecía ser de arándano. —¡El trabajo élfico es para los elfos! —gritaba un coro de pequeñas voces, y más panecillos despegaron por el aire. Golpeaban las paredes, rebotaban contra retratos, tapizaban y rodaban por los escalones de la escalera. —¡Tenemos bastante de que encargarnos en este momento sin su pequeño levantamiento élfico!— exclamó una voz estridente. James se giró y vio a la Profesora McGonagall cerca de las escaleras, su varita levantada en señal de advertencia. Una hilera de profesores se encontraba con ella, mirando de diversas formas, confundidos e impacientemente hostigados. — ¡Diré esto sólo una vez más!— gritó McGonagall. —¡Todos ustedes, regresen a las cocinas por su propia seguridad! —¡No nos preocupa la seguridad! —una voz pequeña contestó. James vio a Piggen, su cara apenada pero decidida. —¡Sin trabajo para toda nuestra especie a lo largo del mundo, la muerte es una opción preferible! —regresando a las filas de elfos detrás de él, gritó, — ¡lancen panecillos! Otra oleada de productos horneados voló por el aire. James apenas notó a Ralph tirando de su codo, arrastrándolo fuera del espacio entre los profesores y los elfos. Zane, Rose, y Scorpius estaban agazapados bajo las sombras de las escaleras, sus ojos desenfrenados. —¡James! —jadeó Rose, tomando su otro brazo y tirándolo bajo la protección nominal de la balaustrada —¿Qué sucedió? —Vi a Odin-Vann—, contestó James brevemente como podía. —Pero no a Petra. Tiene que estar cerca. Sentimos su magia en acción. —Nosotros también la sentimos—, dijo Zane, y señaló hacia las puertas cerradas del gran comedor. —Ahí, ¡Suena como a zona de guerra!

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James pretendía alejarse del grupo y correr a lo largo del piso cubierto de panecillos hacia el gran comedor, cuando las puertas de la entrada principal se abrieron de golpe a su lado, saliéndose de sus goznes, bamboleándose y finalmente cayendo con un fuerte impacto. Una de las puertas casi aplastó a James al caer, levantando una nube de irritante polvo. Unas luces brillaron y se oyó el rugido de un motor. El vehículo todo terreno con sus laterales gris metalizado ingresó al vestíbulo, rebotando sobre las puertas rotas. Su parabrisas estaba destrozado y sólo quedaban algunos trozos de vidrio y su capot estaba tan abollado que era irreconocible, chamuscado y ennegrecido y humeando. Sólo una de las luces delanteras aún funcionaba, apuntando su brillo hacia las escaleras. —¡Ataquen! —gritó Piggen estridentemente, y una oleada de galletitas, enrollados, panecillos, e incluso ollas y sartenes volaron trazando un arco hasta el vehículo, rebotando o estampándose contra su ennegrecido y humeante capot. —Condujeron su maldito vehículo a través de la barrera de fuego maligno—, anunció McGonagall. —¡Fuimos vulnerados! ¡Hogwarts ha sido vulnerado! Las puertas del vehículo se abrieron y personas comenzaron a bajar, corriendo en todas direcciones, sus rostros desenfrenados de terror. Desde la obscuridad más allá de la destrozada entrada, unas sombras se movían. Se aproximaba el traqueteo de cascos. Voces rugían y gritaban. Uno de los Muggles no huyó. Se tambaleó hasta el centro del vestíbulo, su figura iluminada brillantemente por la luz delantera del vehículo. Era delgado y alto, con rasgos agudos y liso pelo negro, que ahora estaba despeinado y revuelto. James lo reconoció inmediatamente. Era el testarudo reportero Muggle de su primer año, Martin Prescott. —¡Lo sabía! —gritó Prescott afónica y triunfantemente. Cerró sus puños y los elevó en el aire. —¡Sabía que no era un sueño! ¡Yo estuve aquí! ¡Yo estuve aquí! McGonagall puso sus ojos en blanco impacientemente y lo aturdió con su varita. Prescott cayó al suelo aún sonriente, sus manos aún cerradas como muestra de victoria. —¡Protego Maxima! —dijo a continuación McGonagall, dando zancadas hacia la puerta y pasando el humeante vehículo. Una explosión de luz azul formó un escudo.

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Detrás de ella, los Profesores Shert, Votary, y Heretofore se adelantaron y sumaron su fuerza al encantamiento defensivo contra los centauros que se aproximaban. —¡Potter! —ordenó uno de los retratos con voz firme. James se giró para ver la pintura de un granjero muy feo parado en un campo de florecientes spynaceas. La cara del granjero apenas era reconocible debajo del sombrero de ala ancha. —Tu hermano no está en el castillo—, la figura de la pintura dijo rápidamente. —Todos los otros estudiantes fueron contabilizados, excepto él. —¿Albus? —preguntó James, su mente giraba. —Albus Severus, mi homónimo—, dijo el retrato de Snape disfrazado. —Y nuestros nombres no es todo lo que tenemos en común. Sus lealtades están divididas. Debes encontrarlo. James sacudió su cabeza. —No, ¡es Petra a quien debo encontrar! ¡Ella está aquí, en el Gran Comedor! ¡Debo advertirle! —¡No! —insistió Snape, sus ojos ardiendo desde la pintura. —¡¿Por una vez en sus insípidas, e imprudentes vidas algún Potter me escuchará?! ¡El director ha adivinado la verdad! Odin-Vann, al que tuviste suerte de derrotar, era el Arquitecto. ¡Pero tu hermano es la Ofrenda! ¡Sin él, su plan falla! ¡Encuéntralo ahora, Potter! ¡Esto no se trata sobre su bienestar, sino sobre el balance de los mundos! James

estaba

sacudiendo

su

cabeza,

apenas

escuchaba

ahora.

Otro

estremecimiento sacudió el piso y rompió pedazos del cielo raso. Las puertas del Gran Comedor salieron volando cuando un rayo de viento helado y luz furiosa explotó contra ellas. James se olvidó del retrato de Snape. Se alejó de la pared, se movió alrededor del vehículo humeante, se agachó detrás de la barrera de profesores, saltó la inconsciente figura de Martin Prescott, y pasó a través del espacio de las enormes puertas de madera. El Gran Comedor estaba obscuro, crujiente, lleno de movimiento, un espacio de impresionante destrucción.

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Todas las ventanas estaban rotas, con fragmentos de vidrios colgando y sus marcos vencidos. El cielo raso estaba poblado de grietas y faltaban enormes porciones del mismo. Su encantamiento parpadeaba y se desvanecía, mostrando sólo fragmentos de nubes de tormenta y relámpagos aproximándose. Las velas flotantes giraban y rebotaban en las paredes, muchas rotas, la mayoría con sus flamas extintas, liberando hilos de humo gris. Las mesas estaban forzadas contra las paredes, destruidas y aplastadas todas juntas. El rosetón estaba entero, pero parpadeando con fuego y lleno de grietas. En el centro del piso, Merlín y Petra se enfrentaban. Los dos respirando forzosamente, los dos mirándose con intensa furia. El bastón de Merlín estaba levantado en su mano derecha, sus runas pulsando con luz verde. El pelo de Petra estaba descontrolado alrededor de su cara, la palma de su mano izquierda elevada, los dedos desplegados. Era claro que el duelo entre ellos había llegado a la etapa de ataques frontales, un estancamiento entre poderes y niveles de ingenio equivalentes. —¡Ve a tu sala común, James! —ordenó Merlín, su voz agotada y tensa. —Obedece al director—, dijo Petra, sin quitar los ojos del hechicero delante de ella. James, en cambio, avanzó ubicándose entre los dos, alzando ambas manos. —¡Petra…! —comenzó. El rosetón explotó en una nube de vidrios mientras algo gigante lo atravesaba, arrastrando sus puntales y soportes junto con él. La mesa principal se rompió bajo el peso del objeto, y James apenas vio que era un auténtico tronco, recientemente arrancado del suelo, sus raíces aún llenas de tierra. Una monstruosa forma empuñaba el tronco, habiéndolo seguido bajo la lluvia de añicos, cabeza gacha y hombros elevados, encorvado. Era un gigante, sus ojos desenfrenados por el miedo, su peluda mano libre cerrada en un huesudo puño que parecía una roca, listo para pelear. De repente James tambaleó sobre sus pies cuando un cegador rayo azul pasó sobre su hombro, emanaba de la elevada mano derecha de Petra. Ella había lanzado un ataque, pero no al gigante. Tomando la ventaja de la distracción, había apuntado al director. El impacto lo hizo retroceder con violenta fuerza. Golpeó la tarima con la suficiente fuerza como para romperla, haciendo un cráter en la ruinosa mesa principal,

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justo a la sombra del gigante. El gigante, entró en pánico, agarró la vulnerable figura humana de los pies. Su enorme mano se cerró alrededor de Merlín y lo retiró de los restos ruinosos, junto con un fragmento de la mesa rota. El bastón de Merlín destelló y el gigante retrocedió, abriendo sus dedos. Merlín se tambaleó, cayó, y detuvo su caída en medio del aire, flotando, sus brazos abiertos, sus ojos brillando con feroz luz dorada. Pero Petra ya estaba avanzando, redoblando su ataque con impiadosa intensidad. Lanzó otro aluvión incluso mientras el director frenaba su caída. El rayo lo impactó en el pecho y lo hizo retroceder, más allá del gigante invasor, a través de las ruinas del rosetón, y hacia la refulgente noche. Las rodillas de James temblaron e inexplicablemente un debilitamiento lo invadió, haciendo que el mundo se volviera gris. Recordaba haber tenido la misma sensación cuando Petra y Merlín habían peleado en el Mundo Entre los Mundos. De alguna forma, James era como una batería en presencia de Petra, conservando una reserva de su poder. Ella la extraía de él a través del hilo invisible que los conectaba, al igual que él había extraído la magia de Petra en la debacle de la Red Morrigan, justo en ese mismo salón, y años antes de eso, cuando había conjurado el hilo para salvarla. Se tambaleó en la obscuridad, su cabeza dando vueltas. Petra avanzó deliberadamente, subiendo la tarima y elevando su mano al gigante sin siquiera mirar. El gigante parpadeó, se tambaleó, y cayó sobre su gigantesco trasero sobre los restos de la mesa. Su cabeza agazapada en su pecho y la enorme criatura dejó salir un colosal, e insoportable ronquido, incluso mientras sus pies descalzos, tan largos y duros como las puertas de una cripta, se deslizaban, chirriando contra los vidrios rotos. —¡Petra! —gritó James, saliendo de su somnolencia. —¡Petra espera! —¡No puedo esperar, James! —exclamó, deteniéndose y mirándolo por sobre su hombro. —¡Mi tiempo aquí se acabó! El mundo entró en caos, ¡y todo es mi culpa! ¡No puedes detenerme, James! ¡A nadie puede permitírsele detenerme!— su cara era terrible en la obscuridad, iluminada sólo por el serpenteante fuego maligno más allá del rosetón destruido. Pero sus ojos brillaban, y James vio que había lágrimas en

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ellos. Ella estaba asustada, y estaba impulsada por la culpa, y no quería irse, y sabía que no tenía otra alternativa. —¡No me sigas, James! —demandó, reafirmando su mirada, su voz afónica y desesperada. —¡No seré responsable de lo que te suceda si lo haces! Dicho lo cual, se giró rápidamente, dejándolo detrás y avanzando a través del rosetón roto, donde fue eclipsada por una nube de humo. James se esforzó para pasar sobre la mesa rota, deslizando sus pies sobre vidrio roto y puntales destruidos. Cuando finalmente trepó sobre los pies del gigante y el borde de la diezmada ventana, no pudo ver nada más que pasto humeante y flamas crujiendo. Saltó hacia los arbustos, cayó sobre el pasto seco, y miró en todas direcciones, buscando alguna señal de Petra, entrecerrando los ojos contra el fuego cegador. Una figura apareció en el muro de llamas, atravesándolo intacto. James avanzó hacia la figura, protegiendo su cara del calor. Cuando la figura decidió marchar por el pasto y dirigirse hacia la ventana rota, James vio que era Merlín. El director estaba sangrando y desaliñado, sus túnicas humeando, pero su cara era implacable y decidida. —Todos los guerreros no heridos—, dijo mientras caminaba, y su voz de repente retumbó, sacudiendo el aire y despertando ecos todo alrededor. —Encierren a los estudiantes en sus dormitorios donde permanecerán a salvo de los invasores. Luego, reúnanse conmigo en el vestíbulo principal. El fin de nuestro mundo caerá sobre nosotros si no somos rápidos y comprometidos con nuestro deber. La villana ha escapado, pero la rastrearemos. Convocaré a los que mejor puedan ayudarnos, como Aurores y Harriers. Vengan ahora y estén listos para matar o morir, porque este es nuestro momento final. Pretendía pasar de largo a James, sin siquiera mirarlo. —Director—, jadeó James, girando para alcanzarlo. —¡Merlín! —Ella tiene el broche—, dijo Merlín con voz baja y grave. Se detuvo pero no se giró. —Nada se interfiere en su camino ahora. El Arquitecto ha hecho su trabajo. Y la Ofrenda pronto hará el suyo. Debiste haberme dicho lo que sabías cuando aún servía para algo.

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James no tenía respuesta para eso. Miró la amplia espalda del director, sin palabras, herido, y asustado. Merlín seguía sin mirarlo. En lugar de eso, golpeó su bastón contra el suelo y desapareció con un chasquido, dejando sólo un viento tormentoso, rayos, y el crepitar del fuego maligno tras su partida. Una profunda y tremenda sensación de pérdida cayó sobre James como plomo. Miró el espacio donde Merlín había estado sólo momentos antes. Su mente bloqueada con incertidumbre. Merlín rastrearía a Petra, él y muchos otros preparados para acompañarlo. McGonagall estaría entre ellos, así como también Debellows y Heretofore y otros profesores. Quizás incluso su padre y Viktor Krum y el resto de los Aurores y Harriers, si lograban avisarles a tiempo. Lo que James creía era muy probable. Dejarían a los estudiantes encerrados y protegidos en sus dormitorios, confiando que los centauros honrarían su palabra y no atacarían a menos que los ataquen primero. Merlín y los suyos abandonarían Hogwarts en persecución de Petra, ya que ella, creían ellos, era la causa y fuente del caos que había acaecido en el mundo. La encontrarían e irían a la guerra contra ella. Ella los mataría a todos, o ellos conseguirían reducirla. Si Judith y Odin-Vann no lo conseguían antes. Era exactamente como el sueño de James, años atrás. Estaban yendo a destruir a Petra, y ellos no gastarían tiempo en palabras. Y con eso, una sensación de calma preternatural se asentó en James. Porque supo exactamente lo que debía hacer. Después de todo, ya lo había hecho, de alguna forma. Ya lo había vivido una vez, cinco años atrás, en esa extraña y profética visión. Cerró sus ojos y lo imaginó, reunió cada recuerdo de ese viejo sueño. Recordó una tumba recientemente cavada. Recordó a Albus ofreciéndole a la joven dama, Petra, su varita. Era necesaria, James lo entendía ahora. Porque Petra ya no tenía una varita propia, habiéndola roto y abandonado años atrás. Las hechiceras usan

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sus propias manos para realizar magia. Inútiles, como eran, aún las necesitaban para realizar hechizos particularmente únicos que dependían de una varita. Un hechizo como la Marca Tenebrosa. Porque Petra había dejado de resistirse a la maldad del Linaje. La estaba canalizando, usándola, aprovechando la convicción y decisión que sólo el último fragmento del alma de Voldemort podía proveer. Y ahora, esa noche, finalmente lo adoptaría. Dispararía la Marca Tenebrosa al cielo sobre el cementerio (probablemente lo estaría haciendo en ese mismo momento), anunciando su última y condenatoria elección. Sin importar qué terrible maldad entrañara semejante elección. James cerró sus ojos apretándolos. Visualizó el cementerio; las lápidas de sus abuelos inclinadas; la recientemente cavada tumba como una mancha de tinta bajo la obscuridad tormentosa. Se concentró, afirmó su agarre en su varita, tomó un profundo respiro, lo contuvo… Y tensó el músculo mental de la aparición. Con un fuerte chasquido, desapareció, al igual que Merlín lo había hecho momentos antes. Ninguno regresaría jamás al mismo Hogwarts.

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Capítulo 24 La Sangre del amor más querido De alguna forma, asombrosamente, James sintió la presencia de la Marca Tenebrosa en el instante dividido incluso antes de reaparecer. El hechizo era un escalofrío esmeralda en el vacío, como las profundidades de un pozo cubierto de musgo. Pasó a través de él de alguna manera cuando el mundo se revolvió a su alrededor, depositándolo en una colina azotada por el viento, bajo la descomunal extensión de un árbol muerto. Vaciló y cayó, nunca se había aparecido a tal distancia y no estaba acostumbrado a la extraña inercia de la misma. La hierba seca lo recogió, le sopló y le dio vueltas en la cara, pero se apresuró a ponerse de rodillas, desorientado y sin aliento

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por el pánico. No quedaba tiempo. Probablemente ya fuera demasiado tarde. Miró a su alrededor violentamente, tratando de darle sentido a su entorno. La luna aún brillaba aquí, amarillo pálido en el horizonte, sin obstrucciones por la tormenta inminente. Al lado de James, el árbol muerto salía de la tierra, retorcido y nudoso, como una mano artrítica gigante con cien dedos. Más allá de esto, apenas visible a la pálida luz de la luna, se extendía un cementerio muy antiguo. Sus lápidas se inclinaban como dientes podridos, abrazadas dentro de los confines de una valla de hierro estrangulada por las malas hierbas. Un arco decorativo marcaba la entrada. Encima de este, aun elevándose contra las nubes de tormenta que se aproximaban, estaba el enorme y horrible cráneo, fantasmagórico y terrible, de la Marca Tenebrosa. Su mandíbula estaba desquiciada, abierta en un grito silencioso. Desde la boca abierta, una serpiente espectral se derramó, desenrollándose, abriendo sus propias mandíbulas con colmillos en un vicioso siseo. —¡No! —ladró James, pero su voz era apenas una cáscara seca, perdida en el zarandeo del viento. Utilizando el antiguo árbol muerto para apoyarse, se puso de pie y se precipitó colina abajo, bajo el arco torcido de la puerta, y en las líneas y filas de viejas lápidas. Escuchó voces, indistintas en el viento. Y luego los vio. Albus y Petra se encontraban en una baja altura, en la esquina de la valla de marcha, sus hombros y cabezas iluminados desde arriba por la luz verde espeluznante de la Marca Tenebrosa. Cerca de sus pies había una tumba abierta, junto a una ordenada pila de tierra fresca. —¡Deténganse! —gritó James desesperadamente, lanzando una mano hacia ellos, olvidando que su varita todavía estaba agarrada en ella. Se vería como una pose de ataque. —¡Ustedes dos! Sé lo que piensan que tienen que hacer, pero no tiene por qué ser así. ¡Albus, no dejes que termine así! Albus lo vio, lo escuchó, pero ignoró a su hermano. Incluso desde la distancia, James podía ver la expresión de ceño fruncido en el rostro de su hermano, la expresión que había usado casi exclusivamente durante las últimas semanas, silencioso y sombrío mientras estaba en la mesa de Slytherin en el Gran Comedor y en las esquinas de los pasillos, perdido en sus propias meditaciones oscuras. No era simplemente que estaba

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destrozado por su ruptura con Chance Jackson. James vio ahora lo que era. Su hermano se había estado preparando para algo, preparándose para un deber horrible que creía que debía soportarlo él solo. ¿Le había contado Odin-Vann incluso antes de habérselo contado a Petra? ¿Había explotado la oscuridad interna natural de Albus, se había aprovechado de su melodrama adolecente? De cualquier forma, Albus era la Ofrenda, listo para renunciar a todo por el bien del mundo entero. Al otro lado de la oscura y ventosa distancia, Albus se volvió hacia Petra. Ella tenía su varita en la mano. Lentamente, de mala gana, ella lo apuntó. —Hazlo —insistió Albus con calma, su voz delgada y pequeña, arrastrada por el viento. —¡No! —exclamó James, tan fuerte como pudo. Corrió hacia adelante, pero se detuvo de nuevo cuando Petra lo miró, sus ojos brillantes y atentos, pero nublados con ciega determinación. Ella lo haría de verdad, James vio. Se detuvo de nuevo, levantando ambas manos en un gesto de advertencia. —¡Ya vienen los demás! —se escuchó gritar. —¡y no perderán el tiempo con palabras! ¡Solo tenemos unos segundos! —cambió su mirada hacia su hermano. —¡Albus, no seas tonto! —Lo siento —murmuró Albus. Él no estaba hablando con James, o incluso Petra. Casi parecía estar hablando con las tumbas cercanas, como si las estuviera decepcionando de alguna manera. Se volvió y asintió con la cabeza a Petra. —¡Petra! —gritó James frenéticamente, y comenzó a avanzar otra vez llegando a estar a treinta pies de la pareja. La tormenta soplaba con una velocidad espeluznante, y llegaba para borrar la luna detrás de una gran y progresiva ala de nubes. El viento azotaba la hierba y sacudía las ramas de los árboles. —¡Por favor no! ¡Esto no es lo que realmente eres! —Tienes razón, James —dijo Petra, con los ojos fríos, muerta de determinación cuando se volvió hacia él. Junto con su mirada, la varita en su mano se giró también, alejándose de Albus, volteándose para apuntarlo, moviéndose con un propósito lento e inequívoco. —A partir de ahora, seré conocida por un nombre completamente diferente. Soy Morgana ahora. Y como llegaste después de todo, a pesar de todas mis advertencias, me temo que debes ser tú quien morirá por mi causa. El valiente Albus

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era tu sustituto dispuesto, tu subrogante. Porque su sangre es tu sangre, y por lo tanto capaz de satisfacer la magia oscura del portal dimensional. Pero ahora... tú estás aquí. Y no puedo negar lo que el destino exige —lagrimas cayeron por sus mejillas, pero su mirada no titubeó, ni tampoco la varita en su mano. —Lo siento mucho, lo siento, mi amor. —¡No! —gritó Albus, y se lanzó con ambas manos, incluso cuando la cara de Petra se arrugó y la varita en su mano explotó con una vívida luz verde. James sintió el poder del hechizo mientras volaba hacia él, iluminando el cementerio, proyectando sombras de tinta en un radio detrás de cada lápida, cada brizna de hierba individual. La maldición asesina se arqueó a lo largo de la distancia entre ellos y James la vio venir, como si el tiempo se hubiera vuelto plástico, permitiéndole estirar su último instante hasta el paciente infinito. Vio las manos de Albus en la muñeca de Petra, vio las lágrimas mojadas en sus mejillas, su boca fruncida con tristeza, cerró los ojos, incapaz de mirar. Y James pensó, está bien. Me alegro de ser quien sirva a Petra. Incluso si eso significa mi muerte. Incluso si ella está equivocada, y matarme no haga un portal dimensional, como seguramente le dijo Odin-Vann. Al menos significa que Albus no tiene que ser la Ofrenda. Trató de salvarme. Ella me amaba enviándome lejos. Pero siempre se suponía que debía estar yo con ella aquí en el cementerio, no Albus. Si morir le está sirviendo, incluso si está basado en una mentira y un error... entonces estoy contento de hacerlo. El hechizo asesino golpeó y explotó. James sintió un chorro de pimienta en la cara y el cabello, retrocedió un paso con la fuerza de la explosión, y luego sintió que caía hacia atrás, casi suavemente, aterrizando en una corriente de brezo y hierbas. Y sin embargo, incluso mientras miraba el terrible resplandor de la Marca Tenebrosa, sintió que no estaba muerto, ni siquiera particularmente herido. Aturdido, se levantó sobre los codos y levantó la cabeza. Directamente delante de él, una lápida se tambaleó, se derrumbó y se deshizo, todavía humeando chispas verdes. La intervención de Albus había sido suficiente para estropear la puntería de Petra, enviando la maldición asesina a la lápida en lugar del pecho de James. Y luego, en el silencio sin aliento que siguió, el caos estalló en todo el cementerio.

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Una secuencia de sonidos penetrantes resonaron desde todas las direcciones y las figuras se aparecieron en su lugar, rodeando el cementerio y moviéndose inmediatamente a posiciones defensivas. Se agazaparon detrás de los árboles, agachados detrás de lápidas y mausoleos. Había seis, y luego diez, y luego más de una docena. —¡Cuidado! —una voz profunda, Merlín, exclamó desde la oscuridad cerca del árbol muerto. —¡Se ha lanzado una maldición asesina! —No pierdan el tiempo en Aturdir —ordenó otra voz, James tuvo la terrible intuición de que era su padre. —¡Pero asegúrense a quién apuntan! ¡Puede haber gente inocente presente! La voz de una mujer gritó —¡La veo! ¡Esquina noreste! Hechizos explotaron en el cementerio, iluminándolo con mortíferos fuegos artificiales. Albus buscó a Petra, pero ella se alejó de él, acercándose a James en una carrera frenética. Él se apartó de ella con súbito temor, pero ella dejó caer la varita cuando llegó, corriendo entre crepitantes rayos de luz. Cuando ella lo alcanzó, cayó de rodillas y se derribó sobre él. —¡Estás vivo! —jadeó, y gimió de miedo, y lo abrazó. —Sí —dijo débilmente contra su hombro. —Lo siento por eso. —¡No! —dijo, y lo apretó más fuerte. —Dejé que Albus arruinara mi objetivo. ¡No tenía la fuerza para hacer lo que debía! ¡Fallé todo! ¡Todo es mi culpa! Él la abrazó de vuelta, y ella pareció flácida en sus brazos, ya sea con alivio o desesperanza. Supuso, dadas las circunstancias, que podrían ser ambos. —Odin-Vann te mintió —dijo... o al menos comenzó a hacerlo. A mitad de la oración, un rayo de luz naranja golpeó un obelisco cercano, destruyendo su base. Se desmoronó, se separó y comenzó a derrumbarse. James vio su sombra amenazante en el instante antes de que golpeara. Con cada onza de su fuerza, empujó a Petra, tirándola lejos de él y fuera del camino del obelisco. Le golpeó en el hombro, lo aplastó tan fuerte y rápido que apenas lo sintió. La oscuridad se desplomó sobre él, pero no la oscuridad

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de la inconsciencia. Estaba aplastado contra la maleza y el brezo, boca abajo, con la parte superior de su cuerpo sujeta de repente bajo un monstruoso y frío peso, como si un gigante estuviera sobre sus hombros. —¡James! —gritó Petra, su voz quebradiza por el terror y el miedo, pero el sonido era distante, extrañamente sin importancia, como algo que se escucha en una radio en la casa de otra persona. Aun así, alguna parte profunda y enterrada de la mente de James odiaba escuchar a Petra molesta. Intentó llamarla, decirle que todo estaba bien. Pero ningún aliento llegó a sus pulmones aplastados. Cuando abrió la boca, solo salió sangre, caliente y pegajosa, con sabor a cobre. Sabia, con un vago interés, que probablemente se estaba muriendo, aplastado bajo el monumento caído. Pero luego, dichosa y repentinamente, el peso se había ido. Su pecho sufrió un espasmo, jadeó por aire y, en cambio, sintió dolor. Sintió sus costillas astilladas, sintió el rasgado cuando los huesos rotos pinchaban cosas dentro de su cuerpo. —¡No! —gritó Petra, esta vez con énfasis bajo y furioso. Hubo una ráfaga de viento terrible. Un sonido como una vajilla demoledora. Y luego, una serie de boom, trash, crash, y gritos distantes. —¡Minerva! —bramó una voz. —¡Hardcastle ha caído! —dijo una mujer sin aliento. —¡Retrocedan! —la voz de su padre, aterrada y desesperada. James se sintió levantado del suelo, suavemente, y otra capa de dolor sacudió su cuerpo. Ligeramente, sintió movimientos alrededor. Objetos grandes y pesados se arremolinaban alrededor del cementerio como un ciclón, golpeando los árboles y sonando desde la valla rota. Eran piedras sepulcrales, monumentos, puertas de mausoleo, puertas de fierro, todo tirado suelto y alimentado por la voluntad vengativa de Petra, formando una vorágine intransitable. Y sin embargo, sus ojos eran suaves, doloridos por el remordimiento mientras lo miraba. James se dio cuenta de que él, al igual que las lápidas y los monumentos, también estaba siendo sostenido en alto en el agarre de la hechicera Petra, pero con

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ternura, como si la gravedad simplemente se hubiera olvidado de él por un momento. Débilmente, se dio cuenta de que la sangre mojaba su camisa, enfriándose rápidamente en el viento tormentoso. Petra lo estudió, pareció mirarlo. Y luego, usando los poderes que eran únicos para ella, comenzó a enmendarlo. Sintió un hormigueo y luego se quedó sin aliento, más en sorpresa que dolor, cuando sus costillas volvieron a su lugar, liberando sus pulmones de su apretón mortal. Las rupturas en el fondo de su cuerpo primero se entumecieron, y luego se calentaron cuando el dolor se desvaneció. Tentativamente, tomó aliento. Su pecho se expandió, tomó aire y su cabeza nadó. —Eso fue una estupidez de tu parte, James —dijo Petra en voz baja, cariñosamente, mientras lo acomodaba de nuevo en la hierba, yendo a su encuentro. El ciclón de lápidas todavía nadaba por todas partes, apresurado y surrealista. —Podría haber resistido la piedra que caía y protegerte de ella. —No pensé en eso —susurró James, recuperándose ligeramente cuando la gravedad lo recogió nuevamente. —Simplemente actué. —Eres tú en pocas palabras —dijo, y sonrió débilmente. Ella se acercó a él y le puso una mano en el pecho. Su camisa todavía estaba empapada de sangre. Se pegó a su palma engrasada con rojo. James la miró. Su propia cara estaba ensangrentada. Fue una vista impactante de presenciar. Algo, probablemente un trozo de obelisco cayendo, le había golpeado la sien y la había cortado. La sangre goteaba desde debajo de su cabello, por la línea de su mejilla, y goteaba de su barbilla. La caída de piedra podría no ser capaz de matarla, pero aún podía ser cortada. Ella todavía era lo suficientemente humana como para sangrar. Le ahuecó la mejilla, sintió la cálida humedad de su sangre contra sus dedos, trató de limpiarla de su piel. Ella sacó la mano del pecho de James y miró hacia abajo. Su palma estaba resbaladiza y pegajosa con su sangre. Con su cabeza aún baja, ella lo miró a los ojos. Había una mirada desconcertante y calculadora en su mirada, como si quisiera decir algo, pero no se atrevió.

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Un objeto brillaba levemente en la solapa de su jersey. James miró hacia abajo, vio que era el broche de su padre, el gemelo idéntico al que había caído al océano cuatro años antes. Sin decir una palabra, Petra levantó la cabeza. Manteniendo su ensangrentada mano derecha levantada, se volvió, como si enfrentara la tormenta entrante. —¡Claudicatis in æternum mortiferum! —su voz era terrible, ensordecedora como un trueno, pero clara como el canto de un pájaro. Un rayo escindió el cielo. Se abrió paso a través del cráneo de la Marca Tenebrosa, iluminándolo y golpeando la tierra inmediatamente frente a Petra. La explosión empujó a James hacia atrás, volviendo a derrumbarlo sobre la masa de brezos y hierbas. Sin embargo, el rayo no golpeó y desapareció, sino que permaneció bloqueado en su lugar, enjaulado entre la tierra y el cielo, revolcándose dentro de sí mismo, crujiendo con una voz de condenación. —¡Petra! —gritó James, pero su voz era virtualmente inaudible bajo el ruido. Ella no lo escuchó, o eligió ignorarlo si lo hacía. Pero miró hacia atrás. Contra el brillo cegador e hirviente, su rostro era una mera silueta. El viento tormentoso le desgarró el pelo, lo agitó sobre su rostro y se volvió hacia él una última vez. Ella intentó sonreír. Fue un intento triste y patético. Sus ojos brillaban con arrepentimiento. Y luego, con un aliento tembloroso y hombros cuadrados, se enfrentó al portal mágico que había conjurado, dio un paso adelante y se adentró en su violenta mirada. La tragó con una explosión de luz cegadora y un viento helado con fuerza de huracán. La explosión aplastó a James, se lanzó en todas direcciones. A su alrededor, la vorágine de piedra y fierro se desprendió y se estrelló contra el suelo, sin su dueña. —No, —dijo James de nuevo, ya no gritaba, apenas susurraba. Contempló el crepitante rayo de luz capturada, el portal mágico, ahora vacío. No se había desvanecido con Petra, pero la Marca Tenebrosa de arriba lo había hecho.

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James se puso en pie, trató de avanzar hacia el rayo, para seguir a Petra, pero una mano lo agarró del hombro. No vio de quién era y no le importó. Se giró para tirarla, con los ojos todavía fijos en la corriente de luz. —¡James! —gritó una voz, y la mano lo tiró con más fuerza, tirando de él hacia atrás. Todavía James luchaba, arremetiendo, esforzándose por alejar la mano. Más manos lo agarraron, lo tiraron, lo forcejearon. —Si entras al portal sin los sigilos —exclamó la voz sin aliento —¡te matará al instante! ¡Deja de luchar contra nosotros, gran idiota! James finalmente parpadeó y se giró, como si saliera de un trance. Se encontró mirando a su hermano, Albus. —Se ha ido —dijo otra voz, esta vez una femenina. James miró a un lado, todavía aturdido, y vio a Rose que sostenía su hombro. A su lado estaba Ralph, Scorpius y Zane que estaban de pie al otro lado de Albus, con los ojos muy abiertos y atormentados. —¿Qué pasó? —preguntó James con voz aturdida, sintiendo que de alguna manera las cosas eran peores de lo que él sabía. Ralph tragó saliva. —Una vez que nos enteramos de dónde se habían ido todos, los seguimos. Rose se apareció junto con Zane. Corrimos al cementerio y golpeamos el suelo cuando comenzaron los hechizos. Los otros se retiraron... —dijo, y luego negó con la cabeza. —Y luego, todos ellos... —Se han ido —dijo Zane, con los ojos abiertos en shock, como si él mismo no lo creyera. —Las piedras volantes sacaron algunos de ellos. Tal vez fueron simplemente noqueados... tal vez... —¡¿Papá?! —preguntó James, volteándose hacia Albus. Albus negó con la cabeza. —No lo sé. Cuando te lastimaste, Petra estalló. Todo el lugar se volvió loco. Y luego, cuando conjuró el portal, envió una especie de... fuerza que corría por todo el campo en todas direcciones. Estábamos dentro de la valla, acuclillados y escondidos. ¡Pero todos fuera del cementerio, simplemente… desaparecieron! —Se hicieron humo —dijo Rose, su voz pequeña y aterrorizada.

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—Fue una cosa defensiva —dijo James, mirando de cara a cara. —¡No sabía lo que estaba haciendo! —Scorpius miró a James a los ojos, con expresión impasible. —No creo que Morganstern lo haya hecho en absoluto —dijo con poco énfasis. —Y no creo que se detuviera cuando desaparecieron sus atacantes. James se sintió lentamente helado hasta que la realidad de las palabras de Scorpius lo estableció en su lugar. —No fue el poder de Petra el que lo causó —susurró, volviendo a mirar el relámpago destellante. —Fue... una especie de onda de choque de finalidad. Comenzó justo aquí, en el momento en que abrió su portal. Fue la última pisada que derribó toda la casa de la realidad. —Pero eso significa —dijo Rose con voz temblorosa —que la onda de choque todavía se está extendiendo, todavía tragándose todo a medida que avanza, extendiéndose por toda la tierra. —Sobre todo el universo —exhaló Zane tristemente, mirando hacia la oscuridad. La tormenta todavía hervía arriba, espesándose y gimiendo con truenos. Pero todo lo que estaba más allá del cementerio estaba descendiendo lentamente en negro, escabulléndose como cosas detrás de un velo de terciopelo. —El plan de Petra no funcionó —Rose se desplomó, horrorizada. —Nunca se pensó que funcionaría —respondió Ralph, la ira apretando su voz. Albus negó con la cabeza. —¡Pero tenía que hacerlo! —exclamó, el miedo y la frustración alzaron la voz. —¡Ella tenía todos los elementos! ¡No pensé que funcionaría sin matarme a mí o a James, pero solo su sangre debe haber sido suficiente! —¿Qué elementos? —preguntó Scorpius, sus ojos se agudizaron. La lluvia comenzó a caer por todas partes, salpicando las tumbas con gruesas y pesadas gotas. El viento recorría la maleza y la hierba, y se volvía inquieto incluso cuando todo lo que había más allá de la valla llegaba a la oscuridad. El portal de rayos ofrecía la única iluminación, oscureciéndose gradualmente con cada segundo que pasaba.

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—¡Los tres sigilos! —gritó Albus sobre el viento creciente, levantando sus manos. — ¡Odin-Vann hizo que Petra y yo los memorizáramos para que no los olvidemos! ¡Había una señal de generación, la llave del mundo alternativo, y la sangre del amor más querido! Vinimos aquí, desenterramos la tumba de la abuela de Petra y le tomamos un mechón de pelo. Esa era la muestra de una generación anterior. Ella tenía el broche del universo original de Morgana. Esa era la llave de un mundo alternativo. Y luego, bueno, se suponía que ella debía matarme. Rose pareció horrorizada. —¿Estabas dispuesto a morir por su portal? Zane se aturdió. —¿Tú eras su amor más querido? Albus se dejó caer para sentarse sobre una lápida rota. —James es a quien ama, aunque nunca pude imaginar por qué. Sin embargo, ella no se atrevía a matarlo, así que me ofrecí como voluntario. Ella me pidió que ayudara, después de todo. Hace unas semanas, Odin-Vann me dijo lo que eso se podría significar. No lo haría por él. Sino por Petra... —Odin-Vann sabía que era su plan desde el principio —asintió Zane con dureza. — Incluso antes de que el Archivo fuera destruido y le dijo a Petra sobre esta última opción. —Estaba lo suficientemente cerca como para ser el final de los tres sigilos —Albus se encogió de hombros, —siendo de la misma sangre que James. Así que sí, estaba dispuesto a morir en este mundo, por Petra, pero de ninguna manera para siempre. No soy un mártir. Petra dijo que si hacía su parte bien, obtendríamos una especie de destino alternativo en lugar de este. Nada de esto malo hubiera sucedido. Estaría vivo en ese otro destino, y probablemente nunca recordaríamos esta versión de los acontecimientos. —Entonces, cuando puso mi sangre en su mano —se preguntó James en voz alta — sabía que podría ser suficiente para abrir el portal dimensional. Después de todo, si ella no me hubiera curado, probablemente estaría muerto ahora mismo. Llamó al conjuro, y funcionó. Zane dio un silbido bajo. —Un viaje de ida al otro lado... —¡¿Pero por qué esta parte tenía que suceder en absoluto?! —gimió Rose, con los ojos muy abiertos y la boca baja en la miseria. —¡Nuestros padres! ¡El mundo entero!

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¡Todos yéndose a la nada! ¡Cualquiera que sea el portal que Petra abrió y entró, seguro que no cambió nada!¡Por qué incluso obligarla a hacerlo! —¡Todo lo que Odin-Vann dijo era una mentira! —exclamó James, repentinamente lleno de una especie de furia perdida. —¡Solo la quería ocupada para que él y Judith pudieran trabajar su plan a sus espaldas! ¡Probablemente la obligó a conjurar un portal en la nada solo para acabar con ella! —No, —dijo de repente Ralph, su voz baja. Sus ojos se llenaron de pensamientos, y él extendió la mano en la oscuridad, tanteando, agarrando el brazo de James. —¡No! ¡El no mintió sobre todo! Al menos... ¡No en una cosa! —Pero... —parpadeó James y volvió hacia su amigo. —Dijiste... que nada de lo que Odin-Vann dijo podía ser confiable. Y estabas en lo cierto. Fue un mentiroso y un traidor desde el principio. Ralph estaba sacudiendo la cabeza con asombro, aun mirando a la nada, sumido en sus pensamientos. —Hubo una cosa en la que no mintió. ¡Porque realmente no quería decirlo! Lo dejó salir sin siquiera pensar. Y luego, igual de rápido, lo cubrió. ¿No te acuerdas? —sus ojos finalmente se enfocaron y se volvió hacia James. Urgentemente, Albus exigió —Échalo afuera, Dolohov. —Rose, —dijo Ralph, volviéndose hacia ella. —Ayer, cuando todos nos encontramos en Gertrudis, le preguntaste a Odin-Vann a dónde podría ir Petra para cumplir su tarea, donde el destino todavía estaba intacto y sus elecciones seguirían siendo importantes. ¿Recuerdas lo que dijo? Rose lo miró con el ceño fruncido en la oscuridad, con los ojos muy abiertos y afligidos. —El pasado, —respondió James en voz baja, dándose cuenta de lo que estaba pasando. —Recuerdo. Lo soltó, y luego lo pasó por alto, diciendo que se refería a algún lugar en el que Petra había estado una vez, en algún lugar importante para ella. Pero eso fue solo un encubrimiento. ¡Porque el pasado es donde él y Judith planearon ir todo el tiempo...! Ralph asintió lentamente, sombrío. —Nunca tuvo la intención de que Petra conjurara un portal a la dimensión de Morgana. Quería usarla para conjurar un portal a

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través del tiempo. ¡Como hechicera, ella es la única suficientemente poderosa para hacerlo! Lo que sea que Judith y él quieran hacer, sea cual sea el nuevo destino que pretendan crear, tiene que hacerse antes de que se cierre el destino. ¡Cuando las elecciones aún importaban! —Antes de que todo esto sucediera —dijo Rose débilmente. —¡Tenemos que seguirla! —gritó James, despertando y caminando hacia el portal del rayo otra vez, incluso cuando estaba más delgado, aún se desvanecía. —¡No podemos! —dijo Albus, agarrando la manga de su hermano nuevamente. — ¡Ya les dije! ¡Cualquiera que ingrese al portal sin los tres sigilos muere instantáneamente! ¡Es magia oscura! ¡Requiere pago! —Aquí tienes —dijo Scorpius, acercándose y tomando la mano de James, dejando caer algo sobre su palma abierta. James miró hacia abajo, su mente dando vueltas y vio un par de viejas gafas negras descansando en su mano. Eran pesadas, los lentes empañados de polvo. Miró a Scorpius otra vez. El chico rubio se encogió de hombros y giró su varita. —¡Accio ataúd! —dijo simplemente. —Vi dónde se dirigía esto y volví corriendo para visitar las tumbas de tus abuelos. Están justo allí en la esquina donde empezaron estos dos —inclinó su cabeza hacia Albus. —Esas son las gafas de tu abuelo muerto. Sin embargo, dudo que te sirvan a ti. Ralph miró rápidamente de Scorpius a Rose. —¿Qué pasa con los otros dos sigilos? ¿Una reliquia de alguna otra dimensión? ¿Dónde vamos a encontrar algo así? —¡Santos Hinkypunks...! —anunció Zane de repente, levantando las cejas en una epifanía de inspiración. Echó un vistazo a Ralph, luego a James, con los ojos enloquecidos de asombro. —¡Realmente nunca llegué a devolverlo al museo en la Torre de Artes después de que lo usamos el otoño pasado! ¡Lo he andado trayendo para todos lados, demasiado cauteloso como para dejarlo solo en casa, pero demasiado perezoso para ocuparme de eso! —rebuscó en el bolsillo de sus pantalones vaqueros y sacó un objeto plateado y grande. James se quedó boquiabierto al verlo. —¡La herradura del unicornio! —jadeó —¿Lo has llevado en el bolsillo todo este tiempo?

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—¡Las herraduras son de buena suerte de donde vengo! —Zane se encogió de hombros y abombó sus ojos, y extendió sus palmas, una de las cuales aún sostenía la milagrosa herradura. —Y por una vez, la morosidad es algo bueno, ¿no? James se metió las gafas de su abuelo en el bolsillo cuando Zane le tendió la forma de plata antigua. Estaba fría y muy pesada en su mano izquierda. —Pero —le preguntó, sin dejar de mirar el objeto que brillaba suavemente —¿qué hay de la sangre del amor más querido? Rose alcanzó y agarró la mano derecha de James, que colgaba a su lado. Ella la levantó, mostrando la mancha seca de rojo que todavía pegaba sus dedos. —¡La sangre de Petra! —dijo con voz ronca, con los ojos llenos de asombro. — ¡Tocaste su rostro sangrante! Vi que lo hiciste desde mi escondite, justo antes de que ella atravesara el portal. James miró la sangre de Petra en su mano. Todavía brillaba en rojo donde no se había secado a un marrón pegajoso. Las gotas de lluvia que refrescaban cayeron, humedeciéndola nuevamente. —¡Tienes los tres sigilos! —Albus gritó sobre el creciente rugido de la tormenta, forzando a James a mirarlo a la cara. —¡Solo tú puedes seguir a Petra! —¡Ve, James! —dijo Zane, empujando a su amigo hacia adelante. —¡Ve y detenlos! ¡No los dejes ganar! —Salva a Petra —Rose agregó sin aliento. —Sálvalos a todos —respondió Scorpius. Ralph agarró a James por el hombro. —Puedes hacerlo, amigo. Esta batalla es toda tuya. James asintió impotente. —Justo como dijo la dríada. Se volvió hacia el portal de rayos. Todavía crepitaba y se retorcía, cautivo entre el cielo y lo que quedaba de tierra. Pero se estaba atenuando, desvaneciéndose incluso mientras miraba, muriendo con el resto del mundo, con el resto del universo conocido.

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Lo único que quedó fue la tormenta en lo alto. Se condensó, descendiendo en un rugido que espesaba el aire, bajando sobre James, buscándolo implacablemente. James dejó escapar un suspiro profundo y tembloroso. Con las gafas de su abuelo muerto en el bolsillo, la herradura plateada en su mano izquierda y la pinta de sangre de Petra en la derecha, dio un paso adelante. El portal de rayos se estaba reduciendo, pero de alguna manera todavía brillaba deslumbrantemente. La luz maldita inundó sus ojos, borró la interminable y hambrienta oscuridad más allá. Dio un paso adelante, sintió el poder que le recorría el pelo, acariciaba sus mejillas y sus hombros como tentáculos eléctricos. Él cerró los ojos. Y luego, de repente, el portal lo envolvió. Su siguiente pasó lo sacó del mundo, fuera del tiempo y para siempre.

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Capítulo 25 El Tiempo entre los Tiempos —Date prisa, Petra, y no dejes que el hermano de Noah te vea. Era la voz de Ted Lupin, joven y alegre, sin mancha por la preocupación. Ella asintió, pasando y rozando junto a James cuando el retrato de la Dama Gorda se hizo a un lado para revelar el brillo del fuego encendido en la sala común. James empezaba a seguirla cuando Ted le pasó un brazo alrededor de los hombros, dándole la vuelta y llevándole de regreso al rellano. —Mi querido James, no habrás imaginado que íbamos a dejar que te arrastraras hasta la cama a una hora tan temprana, ¿verdad? Hay tradiciones Gryffindor en las que pensar, por las barbas de Merlín.

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—¿Qué? —tartamudeó James. —Es medianoche. Lo sabes, ¿verdad? —Comúnmente conocida en el mundo muggle como “La hora de las brujas”, — dijo Ted instructivamente. —Un nombre tristemente equivocado, por supuesto, "La hora de que brujas y magos gasten alguna broma a desprevenidos muggles" es un poco largo para que nadie lo recuerde. Nos gusta llamarla simplemente “Hora de Elevar el Wocket”. Ted estaba conduciendo a James de vuelta a las escaleras, junto con otros tres Gryffindors. —¿El qué? —preguntó James, intentando no perderse. —El chico no sabe lo que es el Wocket, —dijo Ted tristemente hacia el resto del grupo. —Y su padre es el propietario del famoso Mapa del Merodeador. Pensad en lo fácil que sería esto si pudiéramos poner nuestras manos en semejante tesoro. James, déjame presentarte al resto de los Gremlins, un grupo al que ciertamente puedes esperar unirte dependiendo de cómo vayan las cosas esta noche, por supuesto. —Ted se detuvo, se giró y ondeó el brazo ampliamente, señalando a los otros tres que se escabullían con ellos. —Mi número uno, Noah Metzker, cuyo único defecto es su involuntaria relación con su hermano prefecto de quinto año. Noah se inclinó cortésmente por la cintura, sonriendo. —Nuestra tesorera, —continuó Ted, —si alguna vez nos las arreglamos para encontrar alguna moneda, Sabrina Hildegard. Una chica de cara agradable con un montón de pecas y una pluma prendida en el espeso cabello rojizo asintió hacia James. —Nuestro chivo expiatorio, si tales servicios son requeridos, el joven Damien Damascus. Ted agarró el hombro de un chico corpulento con gafas gruesas y una cara de calabaza que sonrió hacia él y gruñó. —Y finalmente, mí coartada, mi pantalla perfecta, la favorita de todos los profesores, la señorita Petra Morganstern. Ted gesticuló afectuosamente hacia la chica que acababa de volver por el agujero del retrato, su largo cabello oscuro enmarcaba una cara que James inmediatamente memorizó, reconociendo enseguida que pronto se convertiría en el centro solar de su universo, aunque apenas sabía cómo o por qué. Se encontró con su mirada y sonrió, sus ojos centelleantes pero profundos con secretos ocultos.

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Ella era tan joven, tan aparentemente despreocupada. James no tenía idea de lo que había debajo de esa sonrisa fácil y bonita. Excepto que sí la tenía. Ambos padres estaban muertos, su padre a manos de los vengativos guardias de Azkaban, asesinado por los oscuros secretos que insistió guardar, su madre en el parto, muriendo incluso cuando los primeros gritos de Petra se encontraron con el mundo. Ahora, Petra vivía con su abuelo y su odiosa y viciosa esposa muggle, Phyllis, cuyo acoso incluso se extendía a su propia hija mentalmente discapacitada, la joven Izzy Morganstern, a quien Petra amaba como una hermana y protegía lo mejor que podía. —¿Cómo está pasando esto? —preguntó James a Petra mientras se movía para unirse al resto de los Gremlins. Solo que ahora estaban solos. Los otros Gremlins caminaron hacia el pasado, sus voces se desvanecieron. El retrato de la Dama Gorda se deslizó en la sombra y el pasillo desapareció en la oscuridad, convirtiéndose en una caverna húmeda y caliente con la presión. Una piscina parpadeaba cerca, iluminada desde dentro por una misteriosa luz verde. Petra ahora llevaba un vestido amarillo, casi imposiblemente fruncido y tieso con capas. Su maquillaje estaba corrido y surcado con lágrimas, aunque sus ojos eran claros, insatisfechos. —Sígueme, —comenzó ella con una especie de cariño cansado y desaprobador. — James, realmente no sé qué hacer contigo. Él se encogió de hombros y se movió a su lado, mirando alrededor. —¿Dónde estamos? ¿Tú sabes? Ella echó un vistazo a su alrededor, usando el dorso de su mano para borrar una franja de rímel de su mejilla. Solo que, al hacerlo, la Cámara de los Secretos se desdibujó, se oscureció y se hizo enorme. El suelo se convirtió en los tablones de madera de un embarcadero. Un lago boscoso se extendió hacia una brumosa costa arbolada. El mirador no estaba allí. O, fue hace mucho tiempo que se había ido, hundido en las oscuras profundidades. —No es un lugar, —dijo Petra, girando junto a James y tomando su mano, caminando hasta el final del embarcadero con él. Juntos, miraron hacia abajo, hacia la forma oculta y fantasmal debajo de las olas. Petra ahora llevaba un sencillo vestido de calicó, cubierto por un jersey de azul pálido. —Pensé que estaba abriendo un portal a otra dimensión. Pero ahora veo que me han engañado. Lo entendí al entrar en el espacio entre el portal y su unión conmigo aquí. La gente dice que la retrospectiva es siempre

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más clara. Aquí, la visión retrospectiva y la previsión son toda la estructura de la realidad. Es casi imposible ser engañado aquí. Él sintió que tenía razón y empezó a comprender. —Ambos hemos estado en el Mundo entre los Mundos, —dijo, apretando su mano y mirándola. —Esto es como eso, ¿no? Este es el Tiempo entre los Tiempos. Ella asintió. La herida en su frente estaba sanada ahora, James vio, o tal vez nunca había sucedido todavía. Parecía más joven y mayor de lo que él la conocía. Probablemente, le parecía lo mismo a ella. El lago se desvaneció. En su lugar había un vasto espacio abierto. Había bancos ordenados dispuestos a intervalos, y la sugerencia de plataformas, una sensación de espera paciente, aunque el espacio estaba completamente vacío. James se dio cuenta de que era una estación de tren. —King’s Cross, —Petra sonrió, y se alejó de él. Vestía de nuevo diferente, pero de una manera que James nunca le había visto antes. Llevaba un vestido sencillo, de forma ajustada en la parte superior, suelto y fluido en la parte inferior, con el mismo azul pálido que su antiguo jersey con capucha, pero hecho de una suave, pálida y reluciente tela, a la vez densa y ligera cuando se balanceaba sobre sus piernas . Perlas de marfil colgaban en una sola hebra alrededor de su cuello. Para sorpresa de James, tenía un anillo de diamantes en la mano izquierda. No era enorme ni ostentoso, pero tampoco era barato. Estaba inscrito en el interior con una frase: Amis et amoureux pour toujours (Amigos y amantes para siempre). James lo supo como si él mismo hubiera hecho la inscripción… y el anillo mismo… estuviera allí. Petra había aprendido francés en Alma Aleron, después de todo, y siguió amando el idioma, a pesar de que no lo hablaba fluidamente... James se miró a sí mismo. También estaba vestido de manera diferente… vestía una camisa blanca con botones y una chaqueta oscura, azul marino, el color de la casa Pie-grande, pero de alguna manera igualaba el vestido de Petra, un tono para otro tono. Era un poco más alto, un poco mayor, como ella. Se movió hacia ella con confianza, la tomó en sus brazos, y ella se acercó a él fácilmente, apoyó su cabeza en su hombro. Permanecieron así durante algún tiempo, descansando juntos, abrazándose como si fuera la cosa más natural del mundo, sin decir nada. Finalmente, Petra lanzó un largo suspiro contra él, se agitó y se estremeció mientras exhalaba.

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—No podemos quedarnos aquí para siempre, —dijo con pesar. —Lo sé, —contestó James en voz baja, sin dejarla ir. Ese momento llegaría pronto. Levantó la cabeza y lo miró, leyéndole los ojos. —¿Qué crees que sea esto? Se encogió de hombros un poco. —Un vistazo de lo que pudo haber sido... Ella asintió y miró a su alrededor, luego apoyó la mejilla contra su pecho. Él le tocó la parte superior de la cabeza con la barbilla, respirando el olor de su pelo. Débilmente silenciosa, dijo, —No hay nada más triste en el mundo que “lo que pudo haber sido”. Fue el turno de James de suspirar entonces. El mundo extrañamente vacío de la Estación King's Cross era ahora más oscuro. Tenía el efecto de las luces del teatro atenuadas, acallando a la multitud, sutilmente insinuando que el acto final estaba a punto de comenzar. Sin embargo, James no dejó que Petra se fuera. Ella bajó los brazos, encontró las manos de él y entrelazó los dedos con los suyos. Cuando dio un pequeño paso hacia atrás y lo miró, él se preguntó si se besarían de nuevo. Sin embargo, era puramente un pensamiento melancólico. Ellos ya habían tenido su primer y último beso, uno para soportarlo todo. Él lo sabía. Ella, él podía decir, pensaba lo mismo. Los ojos de ella se humedecieron. Ella soltó sus manos y retrocedió otro paso. La Estación se oscureció desde el crepúsculo hasta el gris atardecer, luego se sumergió en la paciente medianoche, alejándose alrededor de ellos. —Está pasando, —dijo Petra, todavía cerca, pero desapareciendo en la sombra. James asintió. Había un sonido, apagado y desmedido, profundo y bajo. Creció, se elevó alrededor de ellos, trayendo consigo una sensación de fría anticipación, de niebla y viento. Con tranquila convicción, Petra dijo, —No te gustará cómo termina esto. James sacudió la cabeza en la oscuridad. —Nadie sabe el final todavía. —Tal vez no. Pero prométeme una cosa. —Lo haré si puedo, —dijo, esforzándose por verla una última vez en este lugar que solo ellos recordarían. Estaba allí, pero apenas, solo una oscura forma de Petra contra un infinito más oscuro.

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—Acepta el final, James. Incluso si la obra es una tragedia. Ninguno de los dos habló de nuevo. El tiempo se estaba reafirmando. Estaban saliendo del otro lado del Tiempo Entre los Tiempos. Voces se mezclaban ahora con el zumbido ascendente, indistinto, algunas gritando afanosamente, otras hablando con baja y animada preocupación. Se escuchaban con dulzura, extrañamente familiar, como cuando se oyen a las personas desde otro lado de una pared. A él se le tensaron los oídos, el cuerpo, mientras los engranajes del tiempo lo atrapaban de nuevo, se entrecruzaban minuto a minuto, y comenzaron a llevarlos hacia delante de nuevo. Petra ya no estaba frente a él, aunque todavía la sentía cerca, realineándose a sí misma dondequiera y cuandoquiera que vinieran a parar. Sentía que podía olvidar el futuro del que acababan de salir, podría deslizarse a la perfección en cualquier versión anterior de sí mismo a la que volviera. Pues instintivamente comprendió que esto no era como usar un Giratiempo… este no era su futuro que se doblaba de nuevo para volver a una memoria anterior, mientras que aún estaba esencialmente atado al futuro. Este tipo de viaje en el tiempo se desenrolló a lo largo de su propia cuerda salvavidas, desacelerándolo, regresándolo a la misma persona que había sido entonces, más joven y, en última instancia, inconsciente de cualquier futuro que acababa de llegar. Solo recordaría aquel futuro si se obligaba a concentrarse en él, a aferrarse a él como un sueño al despertar. Había movimiento alrededor de él, como si todo el mundo estuviera rodando, oscilando, crujiendo débilmente, golpeando con pasos y voces lejanas y urgentes. El zumbido del ruido finalmente se resolvió, y James lo reconoció. Sabía dónde estaba. Sabía cuándo era. Hubo una felicidad de alivio, incluso en medio del movimiento preocupante, el crujido y el balanceo, el ominoso gemido de truenos que se acercaban y viento que gritaba. Porque aún no había sucedido nada. En algún lugar, muy lejos, la Bóveda de los Destinos estaba intacta. El Telar seguía girando su misteriosa e ininterrumpida historia de destino terrenal. El Voto del Secreto todavía estaba intacto, absolutamente inviolable. Y asombrosamente, maravillosamente cerca… James lo percibió casi como si pudiera oír y sentir su corazón palpitante… era su prima Lucy.

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Todavía estaba viva.

Esta no será una tormenta mágica, Barstow, el primer oficial del Gwyndemere, le había dicho a James. No como la que casi alcanzó al legendario Treus y a su tripulación… Qué equivocado había estado al respecto. Mientras James subía las escaleras a la oscilante nave media, reconoció la tormenta que caía sobre el barco, helando el viento, silbando a través del aparejo y las velas, gruñendo con deliberada intención. Era la maldita tempestad de Judith, implacable, todavía buscando el pago de muerte. Había perseguido a James primero a Hogwarts, y luego al cementerio, y ahora, increíblemente, lo había seguido de regreso a través de los años, a su propio pasado, al viaje oceánico del Gwyndemere, durante el tercer año escolar de James. Recordó su olor, el súbito rugido de la violencia de la misma, a diferencia de la primera vez que la encontró, ahora lo entendía. Siempre había sido la maldita tormenta de Judith, buscando el pago en sangre. Había sido engañado una vez, pero solo por un tiempo. El reloj había retrocedido. James tenía la certeza de que, esta vez, no habría ningún pago escapando. El cielo se movía por encima con una velocidad repugnante, tan oscuro y pesado como una lápida. El océano a su alrededor era un paisaje montañoso de olas plomizas, llevando el barco sobre picos que se alzaban y bajaban en profundos valles. Recostado en la elevada silla del piloto sobre el arco, Barstow se aferraba el sombrero en la cabeza con una mano, colgándose al poste de guía con la otra. James se maravilló de todo, recordando todos los detalles en una precipitación vertiginosa… el monstruo marino, Henrietta, que impulsaba la nave, sacudiendo las olas con su cuerpo esbelto y escamoso; sus padres y parientes en los aposentos del capitán bajo la popa, esperando la tormenta mientras Merlín observaba agudamente, sabiendo que algo portentoso estaba en marcha; y Petra de pie sobre la cubierta de arriba, con el vestido y

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el pelo azotados por los vientos del vendaval, sus ojos tranquilos pero misteriosamente abatidos, atormentados por los sueños de su hermanastra Izzy, ahogándose a muerte, asesinada por un trato de amor perdido y de desesperanza. La Petra de aquel tiempo no entendía que, de hecho, estaba infectada por los sueños de su gemela dimensional, Morgana, para ser desatada pronto en un mundo que no era el suyo. Pero esta versión de Petra sí lo entendía. James se giró y trató de correr por los escalones de la nave media hasta la popa. El barco osciló, lo hizo tropezar. Se lanzó hacia el barandal y avanzó a tientas hacia la cubierta. Petra estaba allí, igual que antes, de espaldas a él, sus manos descansando tranquilamente sobre la barandilla que se arqueaba alrededor de la popa. El cabello le azotaba y se movía con cintas sueltas. Su vestido gris se agitaba sobre sus piernas como una bandera. —Petra, —James llamó, alzando la voz sobre la tormenta. Ella se volvió para mirarlo, y él se detuvo en su lugar, su corazón golpeando en su garganta. Era mucho más joven de lo que recordaba. Y sin embargo, su rostro en blanco, sus ojos obsesionados, la hacían parecer mucho más mayor que incluso la Petra en el Tiempo entre los Tiempos. Ella lo miró solo brevemente, con una simple mirada de soslayo sobre su hombro, y luego, sin decir una palabra, giró a la tormenta furiosa y a las olas montañosas. El barco se balanceaba en ritmo lento y precipitado, como un enorme péndulo que divide el tiempo en momentos menguantes. James se enfrentó a la cubierta inclinada y se unió a ella en la popa, agarrándose a la barandilla por sí mismo. Estaba fría y húmeda. En algunos momentos, si las cosas no cambiaban, Petra sería arrojada por encima de ella, barrida por el mástil que caía y sus flancos en movimiento. —Debemos bajar de las cubiertas, —dijo, alzando la voz sobre el viento y mirando a un lado. Ella tenía la misma altura que él en este período de tiempo. Sus cabellos revoloteaban alrededor de su cara, ocultando sus ojos. Al igual que la última vez, no hizo ninguna señal de consentimiento o acuerdo. Pero ella puso su mano sobre la suya, cubriéndola. Ya sea dando o tomando consuelo, no había manera de saberlo. —Petra… —volvió a llamar, intentando que lo mirara.

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—Ella está ahí afuera, —respondió Petra, sin apartar la mirada de las olas. Cada una de ellas tenía una altura casi montañosa, empequeñeciendo el barco, coronada con crestas blancas que se esfumaban en los vendavales. James miró hacia fuera y hacia arriba en la topografía del océano constantemente cambiante. Asintió. —Siempre lo fue, ¿no? Después de todo, el agua es su medio. Ella era las olas y la lluvia. Nos siguió todo el camino, esperando su tiempo, mirando, esperando su momento. No podemos dárselo. Necesitamos bajar, Petra. Ahora mismo. —Lucy sigue viva aquí, —Petra asintió, ignorándolo. —Si lo hacemos bien, no tendrá que morir de nuevo. Nada de eso tendrá que suceder. Un escalofrío recorrió la espalda de James, lo dejó helado. Tocó el codo de ella. — Odin-Vann se escapó con su plan, —dijo. El viento golpeó sus palabras, trató de robarlas. —Él dijo que la única manera de cambiar el pasado era encontrar algo que casi sucedió de manera diferente, para asegurarse de que pase. Creo... que quieren verte caer de la parte trasera de la nave, morir, como casi lo hiciste la primera vez. Entonces, Odin-Vann se hará cargo de Judith como huésped en este mundo. Petra volvió a asentir lentamente, con los ojos todavía asombrosamente claros mientras miraba por encima de la tempestad, evaluándola. —Será más débil con él como su huésped, más de lo que era cuando Izzy y yo fuimos sus hermanas parcas. Ella lo sabe. Es una criatura que está fuera del tiempo. Su futuro, el yo moribundo ha informado a su pasado, al yo vibrante. Donofrio no multiplicará su poder como lo hicimos nosotras. Pero tampoco se opondrá a ella. Donde Izzy y yo la desafiábamos y la quebrábamos, él se someterá y se inclinará ante ella. Eso es lo que importa para Judith ahora. —Petra, —James dijo, usando su nombre como un talismán, tratando de despertarla a la acción. —¿No lo entiendes? No podemos dejar que ganen. Me impedirán salvarte de alguna manera. Petra sacudió la cabeza. —No creo que lo hagan. No creo que tengan que hacerlo. — finalmente, se volvió hacia él. Sus ojos estaban misteriosamente muertos. —Eras tan maravilloso, James. Tan dulce y galante. Fusionaste tu amor a mi poder, nos conectó. Todavía estamos conectados aún. Puedo sentirlo. El hilo entre nosotros ha estado allí desde entonces. Me salvaste esa vez. —¿Esa vez…? —preguntó James, aunque tenía la sensación de que sabía exactamente lo que quería decir. —Ella será menos poderosa con Donofrio como su huésped, —Petra asintió, sus ojos desenfocados, volviendo hacia atrás sobre las olas. —Merlín será capaz de derrotarla. O

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tu padre. O incluso tú, tal vez. Nada de esto tendrá que suceder como fue. El Telar roto. La muerte de Lucy. La Noche de la Revelación. La Red Morrigan… James sacudía la cabeza firmemente, alarmado. —¡Pero Odin-Vann ni siquiera te siguió de vuelta en el tiempo! —insistió él, extendiéndose para tomar la mano de Petra, para sacudirla de su fuga fatalista. —¡Ni tampoco Judith! ¡Tú y yo fuimos los únicos que pasamos por el portal! Ella parpadeó a su lado, como si estuviera sorprendida de que él todavía no lo captara. —Yo era la única que necesitaba regresar, James. ¿No lo ves? Los orígenes de Judith están fuera del tiempo. De alguna manera vaga, ella está siempre en el pasado y en el presente. Es su injusta ventaja. Y Donofrio ya existe aquí. Seguramente ya lo encontró en esta línea de tiempo, lo preparó, envenenó su mente ya rota con delirios de poder y venganza. La versión de él que conociste nunca lo será. Un nuevo Donofrio Odin-Vann surgirá de este momento cambiado. Miró a James una vez más, asegurándose que él viera la convicción en sus ojos, aunque manchada de pesar. —Solo necesitaban que yo regresara en el tiempo, James, porque soy la que hará el cambio. Debería haber muerto la primera vez que pasamos por esta maldita tormenta. Me salvaste. Pero deberías haberme dejado ir. Tienes que dejarme ir. No puedo dejar que interfieras esta vez. —¡Es una locura! —exclamó James, casi gritando ante el viento que soplaba y llovía. —¡No puedes darles lo que quieren! ¡No puedes simplemente rendirte! —No me voy a rendir, —dijo Petra, con la voz firme, los ojos endurecidos. — Esto es lo más cruel de todo para mí, ¿no lo ves? No quiero morir. ¡No quiero dejar a Izzy! ¡Es incluso peor que cuando pensé que solo era regresar a la dimensión de Morgana! Pero esto es lo que debería haber sucedido. ¡Tan solo es mirar las cosas terribles que ocurrieron como resultado! ¡Esta vez, sin mí para ampliar su poder, Judith será derrotada! Merlín la destruirá, asistida por ti y por todos los demás que se unirán a él. Sabes la verdad de todo esto, James. Tienes que decírselo a ellos. ¡Debes hacerles creer y actuar! Este es tu deber. —¡No! —James lloró con firmeza, tomando a Petra por los hombros, girándola hacia él. —¡Baja de las cubiertas conmigo! ¡No puede ser así! —Siempre te has preguntado, —meditó Petra pensativamente, estudiando su rostro, —cuando invocaste la misma Magia Profunda que tu abuela hizo para salvar a tu padre, cómo fue que no tuviste que morir, como lo hizo ella. Después de todo, el pacto de amor es una fuerza de sacrificio. Pero ahora sabemos la respuesta, ¿no? El trato no había terminado. La Magia Profunda no requirió tu muerte porque sabía

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que volveríamos aquí de nuevo. El trato era solo un respiro. Y ahora, el círculo se completará. Levantó las manos y tomó las de él, quitándolas de sus hombros. Ella se apartó y se giró hacia la tempestad. Él la alcanzó de nuevo, y se encontró que no podía tocarla. Ella lo retenía con su mente, erigiendo una sutil fuerza alrededor de sí misma. —¡Todo es una mentira, Petra! —dijo desesperado. Ella no miró hacia atrás. Un relámpago resplandeció sobre las olas, apuñalando, buscando su objetivo. El trueno llenó el mundo. James trató de centrarse en Petra a través de la cinta que los conectaba. Percibió el poder entre ellos, pudo ver virtualmente el pulso del hilo plateado en el aire entre sus manos. Pero ella lo estaba excluyendo. Estaba comprometida. —¡Cada pacto que han hecho contigo se basó en pagar un precio imposible e injusto, Petra! —gritó, esforzándose por ser escuchado por sobre el trueno y el viento. —El Guardián trató de hacerte matar a Lily. El Linaje de Voldemort quería que mataras a Izzy. Odin-Vann dijo que tenías que matarme. Siempre es el mismo trato, el mismo costo terrible. ¿Y qué obtienes por ello? ¡Nada más que un alma manchada y burlonas sombras! ¡El costo supera los beneficios! ¡Es solo oro leprechaun, desvanecido por la mañana! ¡El trato de la muerte es siempre una mentira! ¡Y esta vez es la mentira más grande de todas! Judith finalmente te ha convencido de que la persona que tienes que matar... ¡es a ti misma! Se negó a mirarlo. Tenía la espalda recta, los brazos fijos en los codos, extendidos para agarrar la barandilla, apretándola, esperando lo inevitable. Su cabello se agitaba en el viento como una corona negra. El relámpago era casi constante ahora, acompañado por un cañonazo de trueno sin fisuras. Al ver lo inevitable ahora, James afirmó su voz, levantó la barbilla y dijo, —Judith matará a Izzy primero. Los hombros de Petra se tensaron como si la hubiera golpeado. Continuó, amargamente. —Cuando estés muerta, la conexión se romperá. Judith ya no necesitará a Izzy, y no estarás ahí para protegerla. Tal vez tengas razón, y al final Merlín derrotará a Judith. Pero ella matará a quien sea antes de que eso suceda. Izzy será la primera, porque ella sabe la verdad. Voy a ser el siguiente en su lista. Voy a luchar, pero ¿quién soy comparado con ella? Me matará con apenas un segundo pensamiento. Todo porque has renunciado.

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—¡No lo hagas! —gritó Petra, con la voz por encima del hombro, estridente al viento. —¡James, no lo hagas! ¡Tengo que hacer esto! ¡No lo hagas más difícil! —¿Te acuerdas de cómo murió Lucy? —preguntó James, sin detenerse, dando un paso más cerca, todavía hablando a la espalda tensada de ella. —Murió protegiendo a Izzy. Hará lo mismo de nuevo esta vez. Sabes que lo hará. Cuando Judith venga por Izzy, Lucy se interpondrá en su camino, tratará de detenerla. Ella fallará, y Judith la matará de nuevo. La historia encuentra una manera de seguir sucediendo. Puedes cambiar la historia más grande, si tenemos mucha suerte. ¡Pero las pequeñas cosas todavía encontrarán una manera de pasar como lo hicieron la última vez! —¡PARA! —gritó Petra, y giró para mirarlo, con los ojos más vivos y agudos de los que él había visto durante todo el diálogo. Un relámpago iluminó el mundo, lanzándose hacia abajo y ardiendo sobre la popa del Gwyndemere, donde golpeó el mástil en popa, justo detrás de James. La base del mástil explotó en astillas. James las sintió pellizcarle contra su espalda, se pegaban en su camisa húmeda. El estremecimiento de la fuerza sacudió la cubierta. Un agudo crujido llenó el aire y las cuerdas se estremecieron, saltaron y se soltaron cuando el mástil empezó a caer. James no se giró para mirar, incluso cuando sintió que el peso se acumulaba sobre él, sumiendo a la popa a una oscuridad más profunda bajo su sombra. Los ojos de Petra brillaron hacia arriba. —¡James!—gritó alarmada, y actuó aparentemente sin ni siquiera pensar. Apretó sus dos brazos en el aire, con las palmas de las manos, y una palpable ola de poder se disparó de ellos, deteniendo el movimiento del mástil que se derrumbaba. La cubierta se separó bajo los pies de Petra, aplastándose hacia adentro mientras apoyaba el peso del mástil, amortiguándolo con pura fuerza invisible. James podía sentir el poder estrechándose entre él y Petra, calentando su mano, haciendo que sus rodillas temblaran como si acabara de correr una milla. Con delicadeza, concentrándose furiosamente, Petra volvió a dirigir el mástil que caía, lo inclinó junto a la popa y luego lo dejó caer nuevamente, esta vez con seguridad fuera del lateral. El barco se estremeció cuando el peso roto se estrelló, rodó por encima de la barandilla, hundió su punta en las olas, donde se rasgó, se rompió y se sumergió en la corriente. James se volvió hacia Petra, con los ojos muy abiertos de sorpresa, su mente temblando ante este repentino e inesperado cambio de acontecimientos.

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—Te agachaste la última vez, —Petra explicó débilmente, retrocediendo contra la barandilla, mojada y moviendo la cabeza. Sus hombros se encogieron como si empezara a sollozar. —Lo esquivaste, dejaste al mástil golpearme solo a mí. James corrió hacia ella, agarró su hombro, temiendo que pudiera todavía inclinarse hacia atrás sobre el lado, caer a las olas que subían por debajo. Ella no sollozaba. Se estaba riendo. Era un sonido débil, indefenso, pero genuino. — Eres un insufrible, noble, obstinado y valiente necio, —dijo, y se apoyó en él, todavía temblando de diversión. —Estabas tan decidido a salvarme que ni siquiera te moviste para salvarte. James sonrió, disfrutando nerviosamente del sonido de la frágil risa de Petra. — Entonces, me salvaste. ¿Eso significa que... estamos a mano? Petra levantó la cabeza para responder, mirando a James en los ojos, incluso cuando la lluvia empezó a caer en serio. Un ruido sonó cerca. James recordó. Cuando el mástil había caído la última vez, algunos de los marineros habían subido para investigar. Sin embargo, no recordaba que vinieran tan rápido. —No ha terminado, —dijo Petra, tensándose y volviendo a ponerse seria. —Ella no dejará esto fácilmente. La puerta del lateral de la cocina se abrió de golpe, acompañada por el sonido de pisadas tropezando. No fue un marinero que emergió. En vez de eso, un joven larguirucho salió corriendo de la entrada de la cocina, deteniéndose en una barandilla cercana. Se empujó rápidamente en posición vertical, blandiendo una varita en una mano, empujando su pelo de su cara con la otra, mirando alrededor frenéticamente. Era Donofrio Odin-Vann, pero no como James lo conocía. Esta versión del futuro profesor parecía apenas saliendo de su adolescencia, más pequeño y más desgarbado, el grueso fajo de su pelo más largo, grasiento y lánguido en su frente. —Se mantuvo lejos, —dijo James con oscuro asombro, su voz casi perdida en el viento tempestuoso. —¡Estuvo en el barco todo el tiempo! —En realidad, no fue así, —dijo Petra, bajando la frente al recién llegado. —Al menos, no la primera vez. Este es un evento cambiado. —¡Petra! —Odin-Vann tartamudeó, claramente sorprendido de encontrarla allí. Su voz era más alta de lo que James recordaba, agrietada por el desuso durante sus días

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escondido. Lanzó su mirada alrededor de la cubierta húmeda llena de astillas, al mástil de popa que faltaba. —¡Estás... todavía aquí! Pero, ella dijo... —¿Quién dijo, Don? —Petra preguntó tímidamente, inclinando la cabeza, sus ojos estrechándose. Intentó enderezar su mata enmarañada, para recuperar y enmascarar su sorpresa. —Tu, um, amiga. Ya sabes. La Dama. Ella dijo... dijo que tú y ella estaban muy cerca. Pero dijo que lo querrías así. Espero que no hayas tenido ningún tipo de... —golpeó y miró a su alrededor-, —¿caída? Petra sacudió la cabeza lentamente. Parecía atrapada entre la creciente ira y la triste pena. Resignada, preguntó, —¿Qué te dijo, Don? Volvió a tragar saliva y miró a su alrededor, con los ojos hinchados por las montañas de agua, la temblorosa y mágica tormenta. —Ella dijo... dijo que la llamaste al mundo, pero que yo podría tomar la carga por ti, —gritó con voz alta sobre el viento. —Yo la recibiría y obtendría su poder a cambio. Todo el poder que siempre quise, porque ella es una especie de... de diosa. Yo sería su nuevo patrocinador en la tierra. Y entonces me daría la fuerza para... para... Volvió a mirar a Petra, parpadeando rápidamente, aparentemente renuente a continuar. Petra dijo, —El poder para vengarse de todos los que se burlaron de ti y te intimidaron. Más aún, el poder de nunca ser burlado o intimidado nunca más. —No me odias, ¿verdad, Petra? —preguntó el joven con seriedad. —Siempre me entendiste. Siempre nos apoyamos... Sacudió la cabeza de nuevo, con tristeza y revelación. —Nunca te conocí en absoluto. ¿Verdad? Odin-Vann hizo una mueca. —¿Alguien conoce realmente a alguien? James vio con frustrante consternación que este joven no era todavía el manipulador cerebro intelectual al que llegaría a ser. Y sin embargo estaba claramente envenenado con delirios de poder y fantasías de venganza, más peligroso por su desesperación que por su poder o intelecto. James solo esperaba que Petra entendiera lo mismo. —Te has hecho un tonto, Don, —Petra suspiró, confirmando esto. —La Dama del Lago no te ayudará. Solo te usará. Eso es lo que hace. Usa, manipula y miente. Y luego, cuando haya terminado, mata.

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El joven Odin-Vann asintió un poco y una sonrisa tentativa se curvó en sus labios. —Ella dijo que eso es lo que algunos dirían. Pero también dijo que estarías encantada de ser relevada de la carga de ser su hospedadora. No sé cómo la convocaste al mundo, pero sé que ya no quieres esa responsabilidad. Vamos a ayudarte a dejarla ir. Aquí, los ojos del joven Odin-Vann se volvieron hacia James, entrecerrándolos con una sonrisa disimulada. —Y este es el joven Señor Potter, ¿verdad? La Dama me habló también de ti. James sentía cólera en él. Sacó su varita sin ni siquiera pensar. —Te golpeé una vez, —dijo con férrea convicción. —Y puedo hacerlo de nuevo. —Me golpeaste, ¿tú? —Odin-Vann respondió rápidamente, como si estuviera moderadamente impresionado. —No me acuerdo de eso. Pero he sido golpeado por tantos. Golpeado, y burlado. Pero pronto, la burla se detendrá. Incluso la tuya, Sr. James Potter. Espero que hayas disfrutado de tu única victoria. Creo que será la última. La confianza en su voz era desconcertante. Una fracción de segundo, demasiado tarde, James se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. El joven polizón lo distraía a él y a Petra, manteniéndolos hablando, molestándolos y ocupándolos por su propia razón vil. James se giró hacia el furioso océano detrás de ellos. Un tentáculo de agua helada lo hizo volar hacia atrás, lo golpeó contra la cubierta con tanta violencia que perdió el sentido de la dirección, solo supo de un perverso movimiento, la súbita y repentina estridente risa, y una sacudida de dolor al golpear una superficie dura, aplastante a través de ella, que se estrellaba en la oscuridad. —¡No has desempeñado tu papel, querida hermana! —la voz de Judith gritó, radiante de buen humor, horriblemente vibrante. —Pero no importa. ¡Recuerdo cómo se supone que va la historia! James trató de encontrar su equilibrio. Se deslizó y tropezó con trozos rotos de algo, una mesa y sillas, aplastadas por su paso a través de la pared de la cocina. El viento frío y las nieblas de hielo batieron a través de la oscuridad, empujándolo hacia atrás, obligándolo a presionar contra la fuerza. Petra no respondió a la burla de Judith. En cambio, las vibraciones de violencia sacudieron el barco, lo golpearon mientras se balanceaba sobre las olas. James se arrastró hacia delante, cortándose las manos con cristales rotos, sin sentirlo. La pared rota de la cocina se alzaba delante de él, revelando un aluvión de magia y movimientos

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agitados y acuosos. Odin-Vann estaba allí, pero se encogía de terror, retrocediendo, levantando las manos. James se dio cuenta, en algún nivel débil y lejano, que no solo la fuerza explosiva del enfrentamiento de Petra y Judith lo estaba empujando hacia atrás. Sus brazos y piernas temblaban de debilidad. Su visión palpitaba con oleadas de gris. Podía sentir el drenaje mientras Petra se alejaba de él, sacando fuerza como agua de un pozo profundo. El cordón entre ellos resonaba como un pulso. Era su batería. De alguna manera, él la almacenaba y le mantenía su poder ahorrado. Se obligó a ponerse de rodillas y trepó a través de la pared destrozada. La tormenta rugió más fuerte que nunca, formando un torrencial telón de fondo para la batalla. Judith estaba en su mejor momento, James vio. Hermosa y terrible, su pelo rojo suelto y volando en olas, sus ojos resplandecientes de fuerza, sus dientes desnudos en una sonrisa feroz. Embistió a Petra, lanzando una nube de flechas heladas. Petra se agachó y se cayó, extendiendo ambos brazos y levantando un escudo reluciente, eliminando el ataque de Judith. Unas pisadas resonaron y golpearon las escaleras de la parte media del barco. Dos marineros aparecieron en babor; Merlín y el padre de James a estribor. Odin-Vann se giró a mirar a los recién llegados, con sus ojos salvajes y aterrorizados. Tenía la varita en el puño, pero no disparó. En cambio, se dejó caer y se cubrió la cabeza con sus flacos brazos, lloriqueando. —¡Alto! —gritó Merlín, su voz resonó en medio de la tormenta. Judith le lanzó una mano, convirtiéndola en una bola de hielo. Golpeó al director, haciéndole rodar hacia atrás en Harry, ambos golpeando y bajando de nuevo las escaleras. —Cuanto más te me resistas, hermana, —exclamó Judith, renovando su ataque contra Petra, —más de tus amigos morirán. Pobre Merlinus, no es ningún contrincante para mí aquí en el océano. Su fuerza es el verde de lo salvaje. ¡Soy el azul de las profundidades! ¡Lo aplastaré como un escarabajo! —¡No! —gritó Petra, bajando la voz a una orden furiosa. Plantó los pies, las rodillas dobladas y disparó ambos puños, izquierdo y derecho. Mientras lo hacía, una onda de choque de fuerza se alejó de ella en todas direcciones.

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La mente de James se puso gris. Empezó a desmoronarse en la cubierta, completamente socavado de fuerza. Pero la cubierta de repente se sacudió debajo de él, arrojándolo a un lado y esta se separó con fuerza hacia la proa. Un crujido masivo y astillado sacudió el barco, ya que parecía que se detenía en el agua. James rodó y se deslizó sobre los tablones barnizados, acercándose de nuevo a la pared rota de la cocina, con la cabeza dando vueltas. —¡El Tridente de Neptuno! —exclamó una voz… una de los marineros… sin aliento y conmocionada. Vertiginosamente, James acercó sus manos y rodillas, empujó contra el mamparo inclinado de la cocina, y volvió hacia la barandilla de estribor. No estaba completamente preparado para la vista que encontró. Las olas de más allá parecían una fotografía Muggle, repentina y completamente congeladas en su lugar, sorprendidas como un relámpago. Sus picos brillaban como dagas de cristal, sus depresiones estaban inclinadas con el profundo azul, perfectamente quietas, como una fracción de segundo en el tiempo. Con una conmoción de sorpresa y asombro, James vio que el Gwyndemere estaba inclinado hacia babor, encerrado en una isla en expansión de un océano congelado. Incluso mientras miraba, otros picos del océano crujían en la quietud, superados por el hechizo helado y expansivo de Petra. Los ojos de Petra brillaban como dos soles gemelos. —No volverás a tocar a nadie en este barco, —comentó con voz fría. Señalando esta orden, golpeó hacia fuera con ambas manos. Su ataque fue una ola de fuerza que visiblemente dobló el espacio alrededor de ella. El rayo se conectó con Judith en un instante, lanzándola de espaldas, haciéndola explotar a través de la cubierta y la barandilla detrás. —¡Petra! —replicó el padre de James, trepando de nuevo por la escalera inclinada, Merlín luchando erguido detrás. Pero Petra ya estaba saltando para seguir a su némesis por el lado inclinado de babor, aterrizando en una pendiente de hielo. —¡Quédense en el barco! —dijo ella. —¡La mantendré alejada y ocupada! Cuando puedan navegar de nuevo el barco, ¡vuelen! ¡No miren hacia atrás!

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La tormenta seguía rugiendo, ahora aullando y silbando sobre las heladas montañas de hielo, hilando sus crestas en brillantes arroyos de nieve. La lluvia caía, resbalando en helados abismos, congelándose en carámbanos desde los picos. Judith se echó a reír con fuerza desde los abismos resonantes. —¡Ven a encontrarme, Hermana! El hielo retumbó. Las grietas aparecieron alrededor del Gwyndemere, desestabilizándolo. El agua negra burbujeó y brotó a su alrededor. El hechizo de Petra ya se debilitaba. James sacó su varita, observando impotente cómo Petra alcanzaba el fondo de la ola helada y se lanzaba a una carrera, buscando al monstruo riendo más adelante. Pensó en unirse a ella, pero sabía que no servía de nada. No podía ayudarla más de lo que podía levantar la nave con sus propias manos. Y entonces alguien lo empujó desde atrás, con las dos manos plantadas en la mitad de su espalda, lo suficientemente duro para propulsarlo directamente sobre la barandilla. —¡James! —su padre gritó alarmado, pero el sonido ya estaba disminuyendo, amortiguado por la distancia mientras él volteaba en el aire, aterrizaba con fuerza en su espalda y caía por la pendiente rocosa de una ola helada. Los hechizos encendieron la lluvia torrencial en tonos destellantes. Voces gritaban. James jadeó para recuperar el aliento. Su cuerpo entero dolía y se estremecía, tanto con frío, humedad y debilidad. Estaba tendido en la sombra del casco bloqueado de hielo del Gwyndemere, mirando a un lado al timón medio enterrado, ahora encerrado en una gruesa capa de hielo. Otra figura resbaló y trepó por la helada ola, casi cayendo sobre él. —Ella te querrá para esto, —la figura jadeó a través de los dientes apretados. Era el joven Odin-Vann. Lo alcanzó, trepó sobre James, y sacó la varita de su mano. —¡Ven! —ordenó, agarrando a James por la tela de su camisa y arrastrándolo a sus pies. Los hechizos caían desde el barco, compitiendo con el destello de un rayo enojado. —¡Alto! —una voz gritó desde arriba, apenas oída por el viento rasgado y por la lluvia. —¡Lastimarás a mi hijo! ¡Debemos ir tras ellos!

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James trepó después de Odin-Vann, sin equilibrio, tirando del agarre despiadado del joven. Treparon a través de un riachuelo de hielo, de un azul más oscuro y profundo. Delante de ellos, James intuyó que Judith y Petra aún luchaban, justo en torno al pico montañoso más cercano. Sintió el drenaje de poder mientras Petra luchaba frenéticamente para igualar la fuerza principal de Judith. No funcionaba. Sintió la desesperación de ella, el vacilante temblor de su fuerza. El elemento de Petra era la ciudad, después de todo. No podía igualar a Judith más que Merlín. Detrás de James y Odin-Vann, el abismo de hielo se quebró, palpitó y apareció una grieta enorme y astillada. El agua hervía, subía por los canales de las olas heladas. James se giró para mirar atrás, todavía tropezando con el apretado agarre de OdinVann. El Gwyndemere se estaba liberando del campo de hielo destrozado, incluso cuando las figuras de la cubierta intentaron bajar, para perseguir a James y a Odin-Vann. Mientras observaba, el barco se deslizó a estribor, agrietándose lejos de su cama helada, cortando cualquier persecución. Petra no podía mantener el hechizo de hielo. Había usado la última reserva de su fuerza para obligar a Judith a alejarse de la nave, para salvar a los que estaban a bordo. Eso, al menos, parecía haber funcionado, aunque solo por un momento. El hielo retumbó bajo los torpes pies de James. Odin-Vann casi se cayó, pero mantuvo su puño en la camisa de James, empujándolo hacia adelante, en el aullido de un valle de hielo oscuro. Petra estaba allí, mirando a Judith al otro lado del barranco. Su magia encendía las brillantes paredes, reflejadas en el fondo del hielo como prismas. Petra estaba retrocediendo torpemente, protegiéndose, pero ya no lanzaba ningún ataque por su cuenta. Judith era como una dínamo. Arrojaba chorros de luz cegadora primero de una mano, luego de la otra, caminando hacia delante, todavía sonriendo, empujando a Petra más y más hacia atrás, hasta que no quedara ningún lugar a donde ir. James le gritó, pero Odin-Vann lo tiró hacia adelante, lo arrojó sobre el húmedo hielo y le dio una patada en el costado. —¿Cómo te sientes? —el joven estaba furioso. —¿Ser el débil? ¿¡Ser el que está a punto de ser golpeado!?

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—¡Detente! —gritó Petra, girándose de Judith a Odin-Vann. En el momento en que su atención fracasó, sin embargo, Judith atacó con sus brazos de tentáculos de hielo. Golpeó a Petra hacia atrás violentamente, azotándola contra la pendiente de una ola grande y helada. El espectro de agua levantó sus brazos como un garrote y golpeó a Petra de nuevo, hasta que ya no intentó levantarse. Petra cayó hacia atrás, con el pelo pegado a la frente, colgando en cintas mojadas. Su pálida cara y sus brazos eran las únicas cosas visibles en la penumbra. —Usa la varita del muchacho, —dijo Judith, hablando con Odin-Vann pero sin apartar los ojos de la figura de Petra. —Que sea su último pensamiento antes de que el agua se los trague a los dos. —¡No…!—James empezó, pero Odin-Vann lo pateó de nuevo, lo suficientemente fuerte como para sacar el aliento de sus pulmones. El joven era como una persona poseída, enloquecida y cegada por la venenosa avaricia. Caminó hacia delante, levantando la varita de James en su mano, observándola. James trató de levantarse, lanzarse hacia adelante y echarse sobre el hombre enloquecido. Pero sus brazos temblaban de fragilidad. Apenas podía impulsarse sobre los codos, levantar la cabeza para mirar. Sentía el agotamiento mortal de Petra, compartiéndolo con ella. Y sin embargo, incluso ahora, la cuerda entre ellos se agitaba, invisible pero potente, haciéndolos uno. —Puede ser difícil para ti, —dijo Judith, su propia voz raspando de codicia. Levantó la barbilla y retrocedió un paso. —Pero Petra no tiene nada para vivir. Independientemente de lo que diga, ella desea esto. Desea morir aquí, hundirse en las profundidades, ser reclamada por la derrota. Es lo que el destino exige. Hazlo. Sálvala de sí misma. La lluvia caía en el desierto helado del océano. La tormenta rugía, aun fortaleciéndose. El trueno sacudió el hielo bajo James. El agua burbujeaba a través de las grietas. El puño de Odin-Vann tembló al estirar la varita de James hacia Petra, mirándola cuidadosamente. Pero incluso desde su posición en el hielo, viéndose indefenso desde diez pasos de distancia, James vio que no era un arrepentimiento lo que hacía que el brazo del joven se estremeciera. Era una anticipación. Finalmente estaba viviendo la fantasía que había albergado durante tantos años, para dominar y destruir a los que se le oponían. Petra había sido su confidente, su único consuelo. Pero al final no era más que un obstáculo para el verdadero poder. La mataría y se maravillaría con el sentimiento de aquello… de quitarle la vida a una joven que había llamado amiga… simplemente como pago para convertirse en el nuevo

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huésped de Judith, por el inmenso poder que su mente mezquina y deshecha había anhelado tanto tiempo. Petra empezó a levantarse. Era una lucha. James podía sentirlo, transmitiéndoselo a través del cordón invisible. —Don, —dijo, y alzó una mano hacia él, como pidiendo su ayuda. —Avada Kedavra, —gritó con voz ronca, pareciendo casi saborear cada sílaba. La varita de James estalló en verde. El chisporroteo del rayo, afilado como una aguja, destelló en los abismos de hielo y en las cortinas de la lluvia con luz esmeralda sobrenatural. El hechizo golpeó a Petra justo debajo de su garganta. La volvió a maldecir de nuevo, golpeándola contra el hielo lo bastante fuerte como para hacer que su cabeza se sacudiera, su pelo húmedo cayera sobre sus ojos abiertos y astutos. La mano que ella había levantado retrocedió sobre su pecho, y luego se dejó caer a su lado, donde permaneció de repente inmóvil, horriblemente quieta. Estaba muerta. James podía sentirlo. La cuerda seguía allí entre ellos, conectándolos mano a mano, de alma a alma, pero en ese instante su longitud había desaparecido completamente, finalmente oscureciéndose. James gritó. El sonido fue bestial, completamente despojado, vacío de palabras. Vació sus pulmones completamente y luego pareció incapaz de respirar. Tenía el pecho tenso, apretado por el impacto, la pérdida y el horror. Ya no notó a Odin-Vann mientras tomaba la varita de James con ambas manos, la partía y la tiraba. Apenas se dio cuenta cuando Judith se acercó al cadáver de Petra, se agachó y sacó el broche de piedra lunar de su jersey, sonriéndole en su mano antes de sujetarlo a su propio traje, reclamándolo como un trofeo presumido de triunfo. ¿Cómo es esto posible?, la mente de James enfurecía. ¡Petra tenía un Horrocrux! Solo que ella no lo hizo, por supuesto. No en esta línea de tiempo. Había viajado a su yo anterior, pero la oscura magia del Horrocrux no la había acompañado. Aquí, ella todavía no lo había creado. Y ahora nunca lo haría. Juntos, los dos asesinos se alejaron a tientas en la oscuridad, la diosa del caos con su nuevo huésped humano, dejando que el último conjuro de la hechicera Petra se

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agrietara y se separara detrás de ellos, derritiéndose, dentro de poco dejando caer su cadáver hasta las profundidades, reclamado por las mismas olas que ella y James habían engañado una vez. Y James pronto seguiría. Solo una víctima más en el mar, perdido para siempre. Pero ya no se sentía débil. Sin Petra convocando el poder que había recogido para ella, su propia fuerza regresó. A raíz de todo, esto parecía una burla. Un oscuro insulto. Se sentó en la penumbra baja, incluso cuando el hielo se agrietó alrededor y el agua se deslizó a su lado. Levantó la mano y la miró. La cuerda era visible como un resplandor de color lunar, ya sin mancha de ningún rastro carmesí. El hilo volvió hacia el cuerpo de Petra. El poder, la misma esencia de ella, seguía con él, abandonado, aunque inútil. Pero... ¿cómo era eso posible? De alguna manera, a través de algún encantamiento que apenas había entendido, él le había servido de batería. En una ocasión, él había usado su poder almacenado. Y ella lo había sacado de él, hasta el final, a través del cordón que los ataba. Después de todo, el poder de Petra era la ciudad. No había ciudades aquí, en medio del océano. Aquí, ella había estado en su momento más débil. Pero James había estado en muchas, muchas ciudades desde que él y Petra se habían unido. Había estado en Nueva York y Nueva Ámsterdam. Londres y Filadelfia. Había pasado semanas con Charlie en Brasov y casi un mes de vacaciones en El Cairo con sus padres. Mientras recordaba, incluso ahora, podía contarlas, ciudad tras ciudad. Docenas de ellas. Su poder se había acumulado en su interior, creciendo a cada hora, casi ilimitado, todo guardado... Y todo en última instancia sin usar. Porque solo había tanto poder que Petra podía sacar a través del hilo invisible entre ellos. Lo había acumulado, inconscientemente, incapaz de sondear sus profundidades por sí mismo, pero sin soltárselo a Petra. Porque, simplemente, se había negado a dejarla ir. Déjame ir, James, le había pedido, le había rogado, cuatro años antes.

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Pero no podía. Se había sostenido a ella en cambio, dividido su poder entre ellos, porque no podía soportar renunciar a ella. Se puso de pie, se estabilizó en la superficie helada. La tormenta rugió por todas partes, lo zarandeó con ráfagas de viento y lluvia torrencial, arrastrándolo con avidez. No sintió nada de eso. Se movió hacia el cuerpo de Petra, se sentó a su lado y tomó su mano. Hacía frío. Quería llorar por ella, pagar con lágrimas por la pérdida, pero de alguna manera no podía. Su pena se sentía incluso más allá de las lágrimas. El océano helado se agrietó y se quebró a su alrededor. Sintió el resto de los témpanos flotantes bajar y agitarse sobre las olas. —Lo siento, Petra, —dijo, sujetando su fría mano. —Probablemente es demasiado tarde ahora. Pero finalmente lo estoy haciendo. Estoy haciendo lo que me pediste. Te estoy dejando ir. Cerró los ojos y concentró sus sentidos interiores en el cierre de sus manos. Localizó el punto en el que su palma empujaba el poder entre las suyas, uniéndolos, conectándolos desde aquel fatídico momento en la popa del Gwyndemere. Déjame ir James... Y lo hizo. La dejó ir. La liberación de su poder fue una sensación palpable. Salió de él primero como una cinta de viento suave, y luego como una corriente de agua, y después aumentando a algo como un río apresurado. Comenzó a doler, a tensarse como músculos flexionados más allá de su límite. Pero también había una sensación vertiginosa de liberación, como bajar una enorme carga que uno se había olvidado de que incluso estaba llevando. Y aun así el poder fluía fuera de él, más rápido y más duro, creciendo como una fuerza titánica, como cada cascada en el mundo forzada a través de una manguera del tamaño de James. Su cuerpo temblaba. Se estremeció de la cabeza a los pies tan fuerte, que sus ojos parecieron vibrar en sus órbitas. Trató de respirar, pero tenía la garganta cerrada. Sus dedos se curvaron en puños indefensos. Su mano derecha apretó la mano fría de Petra, su izquierda clavó las uñas en la carne de su palma. Días, semanas y meses de energía almacenada rugían de él, cada momento que había pasado en las muchas metrópolis, empapándose en sus tramas de luz y ruido, en sus colmenas de interconexión humana. La oleada creció hasta convertirse en un borrón

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de color, de toques de bocina, multitudes clamando, respiraderos humeantes y tráfico apurado... Y luego, con un espasmo de aliento que dejó de respirar por un par de segundos antes de ahogarse, James retrocedió, cojo y exhausto, con el corazón roto por la pérdida, pero su mente y cuerpo gozando de alivio. Y en la oscuridad, mojada y resbaladiza por la lluvia, la mano de Petra se calentó. Supuso que era solo el calor de sus dedos entrelazados, y la oleada de su poder liberado. Pero entonces él jadeó. Mientras los dedos de ella apretaban los suyos.

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Capítulo 26 El Grillete del Broche

James sacudió la cabeza para mirarla. Sus ojos se abrieron, pero eran distintos. Eran de un blanco puro, resplandecían y brillaban como diamantes ante el sol invernal. Ella no lo miró, pero su mano siguió agarrándose a la suya, apretándola con avidez, como si tratara de comunicarse solo con el contacto. Un viento cálido se levantó a su alrededor, girando en un suave ciclón, secándole el pelo y la ropa mojada, levantándola y poniéndola de pie en el aire. James soltó su mano mientras ella se levantaba, enderezándose, sus rasgos se reafirmaban en una tensa expresión de severa calma. Levantó las manos, las tendió a los

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costados, con las palmas abiertas y los dedos extendidos. Ella estaba convocando y controlando el viento caliente, usándolo para repeler la crueldad de la tormenta. La luz la acompañaba, pálida como rayos de luna, se aglutinaba en ondas alrededor de su silueta y se construía como un halo. Con un movimiento sutil de su mano, le extendió la fuerza a James. Se inclinó, se balanceó cuando el aire se precipitó a su alrededor, envolviéndolo en una tempestad de calor y lo alejó del hielo que se hundía. El poder de Petra seguía aumentando, creciendo, construyéndose como un gemido en el aire, un murmullo bajo los pies, un pulso que parecía penetrar en las mismas profundidades oceánicas más abajo. Y sin embargo, James no sintió ningún desvío de fuerza desde su núcleo interno. El cable ya no los conectaba. Había soltado a Petra, dándole todo, derramando dentro todo lo que había guardado para ella. Y ahora ella estaba usando hasta el último gramo de eso. Él se levantó junto a ella, bañado en su poder. Descubrió que tenía miedo de hablar con ella, preocupado de que de alguna manera pudiera romper el extraño encantamiento que la había devuelto. Era Petra, y sin embargo, de alguna manera indefendible, incluso más allá del brillo sobrenatural de sus ojos, ella había cambiado. Juntos escanearon el océano oscuro y azotado por tormentas. El hechizo de hielo se estaba rompiendo en fragmentos estrangulados ahora. Campos de hielo flotantes cabalgaban sobre las olas una vez más. Un rayo apuñaló en luces estereoscópicas con un ruido seco. A media distancia, el Gwyndemere se debatía ante el vendaval. Y acercándose a él, caminando sobre el agua junto a su huésped humano, ella misma transformada en una gigante de hielo y agua, hinchada de propósito y borracha de triunfo, la Dama del Lago acechaba, extendiéndose, lista para aplastar la nave y todo a bordo, como un juguete roto. Petra la vio, entrecerró sus brillantes ojos de diamante y se lanzó hacia adelante en el aire, apoyada en su ciclón de calor, llevando a James junto a ella.

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El océano aceleraba debajo de ellos. Los picos de las olas los alcanzaban, pero nunca los tocaron, ni tan siquiera los enfriaron con niebla a su paso. Odin-Vann era como un niño al lado de la forma hinchada de Judith, tropezando con incertidumbre sobre las olas, su túnica y su cabello golpeados por el viento y la lluvia. Ignorándolo, Judith se adelantó, hecha del océano y atrayéndolo hacia sí misma, alimentándose de su poder para crecer en proporciones gigantescas, con la intención no solo de matar, sino de aterrorizar primero. Petra no aminoró la marcha para ir a enfrentar a Judith. En cambio, alzó los puños y atravesó la descomunal figura a la altura de los hombros, hundiéndose en su espalda y saliendo de su esternón lleno de sangre, emergiendo completamente seca al otro lado mientras el demonio de agua medio se derrumbaba, cayendo en cascada sobre OdinVann, quien cayó en las olas, balbuceando. Judith rugió y reconstruyó su forma, drenando el denso océano verde dentro de sí misma y abultándose aún más grande y más terrible. —¿Cómo es que estás aquí? –gritó furiosa y sorprendida. Lanzó tentáculos como trenes de carga, buscando a tientas a Petra y James, donde flotaban en su tifón personal de luz y calor. La voz de Petra resonó por el trueno. —¡Quédate quieta y retoma la forma que te otorgó la entrada a este mundo! Los tentáculos se desprendieron, rompiendo en torrentes de agua suelta y chocando contra las olas de abajo. El gigante se encogió y se retorció, montando una agonía de resistencia, pero aparentemente incapaz de desobedecer. Ella gritó y se retorció sobre sí misma, constriñéndose en una forma como cien tentáculos, atada en un nudo que se agitaba y apretaba. Y luego, los tentáculos se convirtieron en rocío y la propia Judith emergió de su centro, empapada y fluyendo, su ropa densa con agua helada, su pelo colgando en cobrizos mechones empapados alrededor de su cara. Ella se elevó en el aire, atrapada en el férreo control del implacable poder de Petra, agitándose y gritando, su rostro se contorsionó en un rictus de odio afrentado, aparentemente sin palabras.

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Petra levantó a la Dama del Lago delante de ella, la colocó con una mano derecha apenas levantada y una mirada calmada, hasta que fueron ojos odiosos a tres metros de distancia. Judith escupió y siseó, retorciéndose como una serpiente, chasqueando el cuerpo en convulsiones enfurecidas. —Ven, Donofrio —dijo Petra, y bajó su mano izquierda. Con un lento movimiento de su muñeca, él se elevó desde las olas para unirse a ellos, jadeando y cayendo en torrentes de agua. Se levantó junto a Judith, y James vio que sus ojos estaban completamente aterrorizados. Su garganta se contrajo rítmicamente, como si estuviera tratando de gritar pero no podía convocar el aliento. James no le tuvo lástima. El hombrecillo horrible e iluso no merecía ningún remordimiento. Y aun así, James descubrió que se estaba desviando hacia Petra. —No lo mates, Petra —dijo y descubrió que su propia voz resonaba como un trueno sobre la tormenta y las olas. —Él puede merecer morir, pero tú no mereces matar. Petra lo miró con recelo, parpadeó con sus inescrutables ojos brillantes. Judith y Odin-Vann se retorcieron y se retorcieron con la fuerza de su poder sin esfuerzo. Y aun así James vio la intención en su rostro, incluso cuando parecía reconsiderarlo, aunque solo fuera por un momento. Judith gritó, rugió, arañó con sus manos. Su cabello se agitaba y se sacudía alrededor de su cabeza, pegado a su cara en grupos. Y James vio la cara de Petra endurecerse de nuevo. Lentamente, se volvió hacia el par suspendido ante ellos. Su mirada pasó de Odin-Vann a Judith, luego se centró en las túnicas mojadas de Judith. Eran oscuras, como siempre. Pero algo brillaba suavemente debajo de su hombro izquierdo. Era el broche. Su piedra lunar nacarada parpadeó con el rayo, brilló en el resplandor reflejado del remolino de energía de Petra. Con un movimiento de un dedo, Petra hizo que el broche se arrancara de la túnica de Judith. La entidad demoniaca chilló y la golpeó torpemente, sin poder alcanzarla. Detrás del broche, una cinta de luz pálida fluía, conectando de nuevo a su origen en el pecho de Judith, un tentáculo de intensión.

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Con destreza, Petra maniobró el broche entre ellos. Giraba suavemente en el aire como una bailarina, su piedra lunar brillaba, sus volutas plateadas centelleaban con un rayo. Pero Petra no lo tomó de vuelta. En cambio, ella devolvió su mirada a Odin-Vann. El broche se alzó hacia él, todavía detrás de su corriente de fuerza. Sus ojos se hincharon. Quedó boquiabierto, pero solo logrando jadear. Su manzana de Adán se sacudió de arriba abajo en su cuello. Su túnica se extendía sobre sus hombros, y luego se abrió, revelando su pecho flaco y agitado. James observó, igualmente curioso y horrorizado, mientras Petra usó sus poderes, su comprensión innata del cuerpo humano, para abrir su piel como la de una naranja, para pelar el músculo y desnudar la jaula blanca en las costillas vivientes más abajo. Odin-Vann se miró a sí mismo y gritó. No era un grito de dolor, comprendió James, sino de un terror abyecto. Su propio cuerpo se estaba desollando ante él. Su aliento llegaba en ráfagas hiperventiladas, cada una claramente visible como una expansión y contracción espástica de sus costillas, un bulto estremecedor de pulmones pulposos debajo. James miró a Petra, asustado pero sin palabras. ¿Estaba matando lentamente al hombrecito horrible? ¿Torturarlo mientras lo hacía? Parecía estar estudiando el pecho abierto de Odin-Vann, entrecerrando los ojos con intención clínica. Ella manipuló los dedos de su mano izquierda. Con un crujido de cartílago y médula, las costillas de Odin-Vann se abrieron como dedos entrelazados, se abrieron de par en par, revelando el desnudo músculo de su corazón. Se apretó como un puño, rojo y golpeando de terror, colgando entre los lóbulos de sus jadeantes pulmones. Petra asintió para sí misma. Con destreza, manipuló el broche directamente frente al palpitante corazón de Odin-Vann. Giraba suavemente, arrojando prismas de luz sobre el hueco de la sangre. Y luego, con un chasquido aparentemente reacio, Petra hundió el broche directamente en el corazón de Odin-Vann, hundiéndolo profundamente en el músculo,

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enterrándolo por completo. En respuesta, una ola deslumbrante de calor y luz explotó desde el punto de entrada, volando en una onda de choque, abarcando a Judith y dejando atrás a James y Petra. Odin-Vann chilló y se sacudió hacia atrás en su capullo de fuerza, y esta vez James sintió que en realidad era una exclamación de dolor monumental. Pero también había sorpresa, porque el corazón de Odin-Vann no dejó de latir. A pesar de ser empalado con el broche, el órgano continuó apretando rítmicamente entre sus pulmones, bombeando sangre desesperada, tan rápido y duro que parecía convulsionar. Solo ahora, el hilo plateado se extendía desde su corazón, se extendía por el aire como una cinta de humo, y apuñalaba el pecho de Judith, donde el broche había sido inmovilizado momentos antes. Con un golpe frío, Petra volvió a cerrar las costillas de Odin-Vann, y luego selló el exiguo músculo y la piel pálida en su lugar, dejándola apenas como una cicatriz. —Elegiste a tu nuevo huésped —dijo Petra, volviéndose para mirar a Judith, con maldición definitiva en su voz. —Y así no puedo matarte. Tampoco podría hacerlo aunque lo quisiera, porque la historia encontrará su camino para seguir sucediendo. Todo lo que puedo hacer es empujarla en una nueva dirección, con la esperanza de una nueva onda de eventos que conduzca a tu derrota final y total. Has elegido a este hombre para que sea tu huésped en lugar de mí. Su sangre vital es tu raíz en este mundo. Por lo tanto, él también será tu correa y tu prisión. Si te aventuras más allá del sonido de los latidos de su corazón, —Petra extendió la mano, entrelazó su puño alrededor de la cinta pálida que los conectaba, y le dio un duro y despiadado tirón. Odin-Vann se retorció y gritó, apretando una mano sobre su corazón. Petra asintió con satisfacción —El hilo se tensará y él morirá. Tu llave para este reino ahora es tu bola y cadena. Él será tu perdición, a manos de aquellos que ahora son más poderosos que tú. Retírate, pequeña criatura del abismo. Tu tiempo aquí termina pronto. Y con eso, Petra apartó su mano izquierda del hombro, arrojando a Odin-Vann como un cometa. Se desvaneció en una distancia tormentosa, dejando solo el eco de su grito de asombro. Judith se ahorró solo una fracción de segundo para desnudar los dientes antes de lanzarse en persecución de él, siguiendo el hilo que ahora los ataba.

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James se giró para mirar, pero ya habían desaparecido, perdidos en la cortina de la tormenta. —¿Dónde los enviaste? —preguntó, todavía buscando en las nubes. —A la primera de las seis ciudades perdidas de Atlantis —respondió Petra, suspirando de cansancio. —Hay bolsas de aire allí que tienen mil años, y nada más vivo por cien leguas en cualquier dirección. Eso los mantendrá ocupados por un tiempo, al menos. Él se giró hacia ella. Seguían flotando sobre las olas, protegidos de la furiosa tormenta por el sutil cojín de sus poderes giratorios. —No lo mataste —dijo con algo de asombro. —Él te mató. Pero lo dejas vivir… —Me pediste que lo hiciera —respondió, y se encogió de hombros. —Y no hubiera funcionado si lo hubiera hecho. Odin-Vann realmente tenía razón. La historia no puede cambiarse por alteraciones importantes. Tenemos que dirigir las cosas de forma ligeramente diferente y esperar lo mejor. James negó con la cabeza con feliz incredulidad. Extendió la mano hacia ella y le acarició su mano a través del torbellino de poder. —No puedo creer que esto esté sucediendo. Se siente demasiado bien para ser verdad. —Lo es —dijo, y sus ojos de diamante se nublaron, sus rodillas se doblaron repentinamente. James alcanzó a atraparla, para sostenerla mientras se relajaba momentáneamente. El capullo de dolor y luz a su alrededor se contrajo. Se sumergieron de repente, cayendo quince metros en un segundo antes de bambolearse otra vez, esta vez apenas por encima de las olas hambrientas y montañosas. —Creo que agoté la mayor parte de lo que me diste —jadeó, aferrándose a él en busca de apoyo. —Tengo miedo de que no haya sido la fuerza de la vida. Solo poder. Él la sostuvo en alto, la apoyó en sus brazos, la preocupación oscureció sus pensamientos. —¿Qué quieres decir? Ella sacudió la cabeza. Sus ojos habían vuelto a su azul normal. James no podía decir si esto era un signo alentador o preocupante. Ella dijo —Estamos en tiempo prestado. Necesitamos regresar al barco.

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Afirmando su agarre en el codo de James, se concentró, dirigiendo la menguante burbuja de su fuerza a través de la tormenta, apuntando al Gwyndemere donde estaba encallado, inclinado sobre las olas, aún cubiertas de hielo. —¡Alguien viene! —bramó una voz. —¡Varitas arriba! —ordenó otro. —¡Esperen! —gritó una tercera voz. Era el padre de James, afortunadamente. —¡Ese es mi hijo y su amiga, Petra Morganstern! ¡Hagan espacio! ¡Se acercan rápidamente! Petra los bajó a la popa del barco, que se movía y rodaba bajo ellos, moviéndose docenas de pies cada pocos segundos, haciendo el aterrizaje especialmente difícil. —¡James! —gritó su padre, alcanzándolo para agarrarlo por el brazo y el hombro mientras se tambaleaba hacia la cubierta. Junto a él, para sorpresa de James, Persephone Remora recogió a Petra mientras bajaba, su burbuja protectora volando hacia la tormenta, sus piernas cediendo mientras la cubierta se hinchaba debajo de ella. —¿Qué ha pasado con la Dama? —preguntó una voz profunda, rígida por la urgencia. Merlín se empujó con el hombro, su barba flotando en el vendaval. —No derrotada, Director —respondió Petra, recuperándose un poco, aunque todavía con el apoyo de Remora. —Pero su poder se ha reducido. Y ahora puede ser rastreada, porque está atada a su huésped humano, un joven llamado Donofrio OdinVann. Encuéntrenlo, y ella estará cerca. Remora asintió, aunque la expresión de sus ojos traicionó su confusión. —¿Quién era ella? ¿Un hada del océano? ¿Una sirena? He oído hablar de tales seres, aunque nunca me encontré con una de esas fuerzas malignas. —Ella no es ninguna de las dos cosas —respondió Merlín con gravedad, aunque James pensó que había detectado cierta ansiedad cautelosa en la mirada severa del director. Acababa de enterarse de la existencia de Judith y, sin embargo, había saltado inmediatamente a ciertas deducciones sobre sus orígenes, así como un plan sobre cómo enfrentarla, la próxima vez en su propio elemento y con resultados muy diferentes. —Tenemos que ir debajo de las cubiertas —dijo Harry por encima de la tormenta rugiente, descartando estos misterios por el momento. —Parece que todos están

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nuevamente presentes y considerados. Vamos a mantenerlo de esa manera, Director, guíe… —No, —dijo James, tirando del brazo de su padre. —¡No entiendes! Esta no es una tormenta regular. ¡Es una de las maldiciones… de la Dama de la que hablan Petra y Merlín! No tengo tiempo para explicarlo ahora, ¡pero no va a irse simplemente! ¡Ella desató la tormenta sobre nosotros para detenernos! ¡Para matarnos a nosotros y a cualquiera con quien estemos! Uno de los marineros asintió significativamente y se llevó una mano a la cabeza para agarrar su sombrero. —No sé nada sobre ninguna Dama letal, pero el chico tiene razón —gritó, luchando por ser escuchado sobre el trueno. James se alegró de ver que era Barstow, el primer oficial. —He visto vendavales en los siete mares. ¡Y esta tempestad les gana a todos! Tiene intención, les digo. ¡No se irá sin antes enviarnos a las profundidades! En respuesta, el Gwyndemere se inclinó ante una ráfaga de viento, casi volcando a estribor, obligando a los que estaban en la cubierta a agarrarse de las barandillas y aparejos. Precipitadamente, la nave volvió a girar, gimiendo en sus agitadas entrañas. —James tiene razón —gritó Petra, parándose más derecha y alejándose de Remora. —Esta tormenta fue convocada por la Dama antes de que sus poderes fueran disminuidos. Si estuviéramos más cerca de la civilización o la tierra, el director y yo podríamos disiparla. Pero aquí, en el océano… —miró a un lado a Merlín, quien asintió a regañadientes. —El barco ya se encuentra inclinado y destruido —bramó Barstow, aferrándose a la base destrozada del mástil de popa con una enorme mano. —¡Si alguno de ustedes tiene ideas mágicas, diría que las usen ahora o se preparen para conocer a sus creadores! Petra asintió con la cabeza hacia Barstow, y luego dio un paso atrás hacia la popa, permaneciendo de algún modo en posición vertical sobre la cubierta que se movía y se sumergía. Esquirlas de mástil roto se movían de un lado a otro alrededor de sus pies, llevaban riachuelos de agua de lluvia. Un rayo la iluminó con luces estroboscópicas constantes. —Vayan abajo —declaró firmemente. —Todos ustedes.

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James vio su intención, incluso si aún no lo entendía. Se apartó de su padre y la alcanzó, casi tropezando con la cubierta él mismo. —No, Petra –dijo, alcanzando su mano, tratando de arrastrarla. Ella cerró su mano dentro de la suya, pero se negó a moverse. —Petra —dijo Harry Potter, levantando su voz sobre el vendaval, logrando sonar perfectamente tranquilo. —Lo que sea que tengas en mente, seguramente hay mejores opciones… —No hay. Estas palabras fueron dichas no por Petra, sino por Merlín. Todavía estaba parado al lado de Harry, su barba fluía, sus gruesas túnicas pesadas con lluvia. Sus ojos estaban puestos en Petra, penetrando, calculando, midiendo. Negó con la cabeza, como si leyera la respuesta en su rostro, en su misma postura. —No hay otras opciones. No podemos superar la tormenta con poder. Y ciertamente nos llevará a las profundidades antes de que su hambre sea saciada. Nos quedan pocos minutos. Si la Srta. Morganstern tiene un plan… —NO —bramó James, su voz áspera por la conmoción y la traición, su mano todavía se aferraba a la de Petra. —¿Cómo pueden dejar que ella haga esto? —James —dijo Merlín, bajando la voz, y sin embargo, haciéndose oír por sobre el rugido del viento y la lluvia. Cuando James le devolvió la mirada y finalmente lo miró a los ojos, el director volvió a pronunciar su nombre. —James… esta es la elección difícil de Petra. Ya has hecho la tuya. La dejaste ir. Su destino es propio ahora. —¡NO! —gritó James de nuevo, reafirmando su agarre en la mano de Petra. Ya no había conexión entre ellos. No podía sentir su plan, ni sentir su intención. Y aun así él entendió lo que ella quería hacer. Entendió simplemente porque la conocía y la amaba. —¡No era a esto lo que me refería! ¡No dejaré que lo haga! —James —dijo su padre, acercándose, luchando por mantenerse en la plataforma tambaleante, con sus gafas veteadas de lluvia. Extendió su mano hacia James, hacia los dos. —Vengan abajo. Discutamos esto… Petra negó con la cabeza tristemente. —Usted fue tan bueno conmigo, Sr. Potter. Nunca lo olvidaré. Por favor cuide a Izzy.

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—Ven abajo y cuida de ella, Petra —sonrió. Era una sonrisa obstinada, pero incluso James vio la desesperanza del gesto. Remora habló con voz aguda, sus ojos parpadeando como una lechuza. —¿Qué estoy entendiendo que pasa aquí? ¿Esta jovencita tiene alguna tarea que realizar? ¿Ella debe ser…? —miró hacia adelante y atrás entre Merlín y Harry. Barstow dobló su brazo con el de Remora cuando el viento repentinamente la empujó, casi haciéndola caer por un costado. —Lo que sea que intente hacer —dijo — ¡Digo que la dejemos que lo haga! ¡Nos romperemos en cualquier momento! —Vayan abajo —dijo Merlín, asintiendo con la cabeza hacia Remora y Harry. – Garantizaré la seguridad de James, y lo escoltaré en el acto. Hay despedidas, me temo, y debemos respetarlas. Barstow asintió con firmeza y llevó a Remora a las escaleras del medio del barco y la puerta debajo de las cubiertas. Harry obviamente no estaba dispuesto a dejar a su hijo y a Petra. —¡James! —gritó, entrecerrando los ojos por las gafas salpicadas. —¡obedece al director! ¡cuando él diga que vayas, tú vas! ¿Entendido? James tragó saliva, reacio a prometer cualquier cosa, pero comprendió igualmente que su padre estaba a un parpadeo de llevarlo físicamente obligado debajo de la cubierta. Detenidamente, él asintió. —Esto es una locura —dijo Harry a Merlín. —¿Sabes lo que estás haciendo? —No, en verdad —declaró el director, sin dejar de observar a Petra. —Pero la Señorita Morganstern sí. Y no debemos subestimarla, me parece. Claramente en guerra consigo mismo, Harry miró a James, frunciendo el ceño con consternación. —¡Tu madre me matará si te sucede algo! —dijo, levantando un dedo severo en su dirección. —¡Ten eso en cuenta, hijo! Con eso, se giró, tanteó las escaleras bajo la lluvia torrencial y bajó, aferrado a la barandilla.

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El barco giró lentamente, atrapado en un furibundo ciclón. La lluvia golpeaba las olas en espuma alrededor, incluso cuando el viento lo empujaba hacia picos irregulares, aparentemente tan altos como las nubes. —James —le gritó Petra, aun sosteniendo su mano, su pelo ahora estaba pegado a su cabeza en brillantes cintas. —Te dije acerca de esto. En el Tiempo Entre los Tiempos, ¿te acuerdas? Él negó con la cabeza firmemente. Se negó a mirarla a los ojos. Agarró su otra mano y miró hacia abajo, a sus manos entrelazadas. Sí lo recordó, pero se negó a admitirlo. Petra continuó. —Te dije que no te gustaría el final. Pero te pedí que lo aceptaras. Espero que lo hagas, James. Porque tengo que hacer esto ahora, no importa qué. Solo que será más fácil saber que no me odias por eso. Luchó con sus emociones, cerró los ojos con fuerza, trató de no estallar de rabia, ni de suplicas, ni de lágrimas. Él no podía mirarla. —¡Hemos pasado por esto! —gritó, con la voz tensa. —Judith quería que murieras. ¡Pero no es necesario! —Una cosa es morir por debilidad —dijo, agarrando con más fuerza sus manos, rogándole que la mirara a los ojos. —Otra cosa es morir por amor. Y el pago. Es por eso que nos enviaron de regreso esta vez. No para el plan de Judith y Donofrio. Lo sé ahora. He matado, James. Mucho antes de que tú o Lucy me pidieran que no lo hiciera, cedí. Asesiné. La sangre exige un pago. Si no compenso eso ahora, incluso si vivo otros mil años, nunca pagaré la deuda de culpa. Esta es mi única oportunidad. —¡Podemos correr más rápido que la tormenta! —exigió, con pánico forzando su voz. —¡Lo hicimos la última vez! —¡Tú detuviste la tormenta la última vez con esto! —gritó ella, levantando su mano derecha en la de ella. —¡Tu amor, mi poder! Pagaste el precio que tenías que pagar, ¡pero sólo por un tiempo! Es por eso que estamos de vuelta donde comenzamos. ¡Porque el destino tiene una historia más grande que contar! ¡Esto no está perdiendo a Judith! ¡Es mi oportunidad de equilibrar las escalas!

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James se rehusó siquiera a considerar las palabras de Petra. Sacudió su cabeza, cayendo en cascada el agua de lluvia de su pelo al viento. La tormenta se disparó más abajo. Olas empujaron la nave a una escora desastrosa, arrastró la proa y golpeó las paredes de la cocina. El casco se retorció y se astilló, gimió profundamente en sus propios huesos cuando la tempestad se condensó a su alrededor. James no tenía palabras. Aun así él no podía mirarla. Sintió que Merlín retrocedía, observando, pero sin interferir. Él no detendría a Petra ni la obligaría. Ella tomaría su propia decisión y la respetaría. No importa cual fuera. La tormenta reclamaría lo suyo. Petra soltó las manos de James. Se apartó de él, bajó los brazos débilmente a los costados, esperó un momento más. James finalmente levantó sus ojos a su cara. Ella lo estaba mirando, arriesgándolo todo por un momento final. Él dijo las únicas palabras que le vinieron a la mente. —Ojalá no tuviera que ser así. Ella pareció aceptar esto y asintió con la cabeza. Levantando la voz, preguntó —¿No me odias? James se desplomó un poco, incluso sonrió un poco con lo absurdo de eso. — Petra… —dijo, y luego no pudo decir nada más. Su garganta se tensó con tristeza. Sus ojos se nublaron, pero se negó a mirar hacia otro lado, se negó siquiera a parpadear. Ella entendió. Dio una débil sonrisa de alivio. Asintió, y luego levantó su pálida mano en un último gesto. Estaba a medio camino entre una bendición y un adiós. Y luego, con su mano aun levantada, se dio la vuelta, miró por encima de la barandilla de popa, se enfrentó a la tempestad mientras se derrumbaba por todas partes, volviendo el cielo negro con nubes agitadas e hirvientes. Parecía sentirla. Se condensó aún más, se contrajo, como una bestia que se prepara para saltar. Petra levantó su otra mano y extendió sus brazos, ambas palmas hacia arriba. Echó hacia atrás la cabeza y cerró los ojos ante la tormenta.

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El viento y la lluvia la azotaban como si ella fuera un imán. Ella lo acogió con satisfacción, llamó su atención sobre sí misma con el último de sus prodigiosos poderes de hechicera. Suavemente, ella se puso de puntillas en la cubierta mojada. Y luego, lenta y silenciosamente, se sumergió en el aire pesado, dejando que el luchador Gwyndemere siguiera adelante sin ella. Inmediatamente, el barco se alejó, y ella se levantó, separándose de él. Su cabello ondeó suelto, sus dedos de los pies apuntando hacia las olas rompiendo más abajo. Un relámpago la golpeó, y ella lo absorbió, lo canalizó, lo devoró en un frenesí alrededor de sus brazos y piernas. El trueno llenó el cielo como un ser vivo, rugiendo, retumbando, haciendo temblores físicos en el viento. El Gwyndemere se apartó, corriendo gradualmente hacia aguas más tranquilas. Un rastro de luz de la tarde se apoderó de la cubierta. La lluvia disminuyó. Petra ahora era apenas una silueta que se elevaba en un torbellino de relámpagos, de remolinos de nubes moradas. Ella era el polo sobre el que giraba la tempestad. Lanzó zarcillos, espirales de nieblas, rodeándola como garras cósmicas, preparándose para agarrar. Giraba, apretaba, y Petra continuaba levantándose, burlándose, cantando su propia canción sirena de sacrificio. James miró. Sintió a Merlín junto a él y extrajo un poco de frío consuelo de la presencia del hechicero. La tormenta se retiró del Gwyndemere por completo. Las olas cayeron. El viento se desvaneció a una brisa desnuda, se cernió con la niebla, olía a sal y algas y caía la noche. Las nubes se alejaban de la nave, rodeando un lugar de energía apretada, brillando hacia un núcleo distinto, bombardeado con rayos y rugiendo con truenos constantes. Se intensificó, se convirtió en una presencia casi física, formándose en el cielo como una vorágine demoníaca, quejándose y aullando de rabia hambrienta. Y luego, con una conmoción extrañamente sutil pero penetrante, la tormenta detonó en una onda de calor casi silenciosa y cálida, estallando y destruyendo un millón de jirones oscuros.

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La onda de choque se extendió en todas direcciones, como una onda en el estanque de una granja, silenciosa y cristalina, distorsionando y magnificando el cielo más allá al pasar. Se acercó al Gwyndemere empujando un suave oleaje ante ella, y suspiró mientras barría sobre el cielo, ondulando las velas rotas, arrastrando una sola y suave ráfaga de viento. James sintió que la brisa le acariciaba el cabello como dedos, le acariciaba las mejillas y le abría la ropa. Percibió el leve aliento de jabón floral y piel calentada por el sol. Y entonces ya no estaba. El Gwyndemere se balanceó ligeramente tras la onda de choque, y luego se tranquilizó. El océano estaba silencioso e inmóvil, como exhausto. James bajó los ojos. Tenía miedo de mirar atrás a los jirones de la tormenta, temeroso de que el cuerpo silencioso de Petra pudiera caerse de ella, vacío de todo lo que la había definido, cayendo por el aire para chapotear débilmente en el mar agotado, y hundirse a través del olvido frío debajo. Eso probablemente no sucedería. Petra había dado todo de sí misma para salvarlo a él y a todos los que estaban a bordo del Gwyndemere. Pero creer que ella simplemente había desaparecido era un pensamiento demasiado tentador. Al igual que Merlín en la Noche de la Revelación, un hechicero o hechicera desaparecido podría no estar completamente muerto. Ellos aún podrían regresar. Petra nunca jamás volverá. Petra, por completo y finalmente, no estará más. Los pies de James se movieron por su propia cuenta, llevándolo a la barandilla de la cubierta. Vio que extendía las manos, agarraba la barandilla en el medio de la popa, exactamente donde ella había estado. Merlín no hizo ningún movimiento para detenerlo o para interrumpir su momento de aflicción. Voces y pasos vinieron desde abajo. Estaban felices, incluso alegres, rebosantes de alivio en el repentino final de la tormenta. James oyó a Ralph y Albus, a Lily y a su madre. Oyó a su tío Percy, a la tía Audrey, y al capitán del barco, Farragut. Escuchó a Lucy.

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Y escuchó a Izzy. Se estaba riendo con los demás, contenta de alivio, lista para regocijarse con la mojada reverencia y observar cómo la tripulación de la cubierta intentaba reparar el barco, repararlo para el resto de su viaje. James no podía mirar hacia atrás. No podía soportar pensar en la pena insoportable e inconsolable de Izzy. No podía acercarse incluso a su propia pérdida menos tangible. Una mano cubrió su hombro, grande y cálida. Él asumió que era Merlín. Era su padre. En silencio, dijo. —Lo siento, hijo. Y eso fue todo lo que dijo. Los dos permanecieron así por un tiempo, hasta que la luna se alzó sobre el océano silencioso y la tormenta no era más que un recuerdo que se desvanecía. Permanecieron allí hasta que todos los demás volvieron a descender bajo cubierta, mucho más sombríos de lo que habían aparecido. Harry Potter estaba parado con su hijo, lo abrazó en la oscuridad. Harry sabía todo sobre la pérdida, sobre las heridas del corazón que nunca sanarían realmente. Estaba familiarizado con el dolor. Harry estaba parado con su hijo. Él fue paciente.

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Capítulo 27 El Enigma Triple Seis James se despertó con un sobresalto y casi se cayó de la litera del Gwyndemere. Su corazón palpitaba y su mente se tambaleaba de confusión. Tanteó adormilado, trató de ponerse de pie, todavía medio atrapado por apresurados sueños febriles. Una mano le apretó suavemente el hombro, empujándolo de nuevo hacia la cama. —Aquí estamos, —dijo una voz de mujer, tranquila, pero insistente, como si hubiera estado observándolo, esperando que despertara. —Finalmente volviendo de nuevo. Y qué sueño tan horrible debiste dejar atrás. Todo está bien. Estás a salvo.

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La mano dejó su hombro y se quedó brevemente en su frente. —La fiebre casi ha pasado, —la mujer suspiró aliviada. —Volverás a ponerte en pie en poco tiempo. Y no tan demasiado pronto. El director ha pedido hablar contigo en el momento en que estés despierto. —¿Ya llegamos? —James dijo con voz ronca. Tenía la boca tan seca como algodón. Su garganta se sentía como si hubiera sido fregada con lana de acero. Abrió los ojos, concentrado en un techo alto y una fila de ventanas brillantes y soleadas, altas como pilares. Esto no era el Gwyndemere. —Estás de vuelta en casa, James, —dijo la mujer, volteándose y moviéndose sobre una bandeja, tintineando viales y limpiándose las manos en una toalla. —De vuelta en casa sano y salvo en Hogwarts. James se sobresaltó de nuevo y se levantó sobre sus codos, mirando a su alrededor con profunda confusión. La mujer se giró rápidamente al son de sus movimientos, con un frasco en cada mano. Era Madame Curio. Estaba en el ala del hospital, tendido en medio de la sala en la única cama sin hacer. Los rayos del sol de la mañana se extendían a través de la soñolienta habitación, iluminada con dormilonas motas de polvo. —¿Cómo es que...? —preguntó, volviendo la mirada a Madame Curio. —¡Pero pensé…! —¡Apareciste fuera de la escuela! —exclamó la enfermera con tono estridente, medio reñido, medio asombrado. Dejó los frascos y volvió a la cama. —La prohibición se levantó durante las pruebas, por supuesto, como de costumbre, aunque solo desde adentro hacia afuera, solo para estar seguros. Nadie esperaba que alguien de dentro de la escuela Apareciera fuera de ella. Pero estando afuera, ¡te fuiste! ¡De todos los lugares, te metiste en el cementerio del Valle de Godric! Fue bueno que el director fuera capaz de rastrearte y traerte de vuelta. ¡Has estado inconsciente y despierto toda la noche! ¿En qué estabas pensando? James luchó hasta sentarse en la cama y frunció el ceño ante sus pensamientos. Podía decir por la sensación de su propio cuerpo que estaba de vuelta a su ser más

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viejo, más alto, una vez más en séptimo año. —¡Pero... la realidad desapareció cuando Petra atravesó el portal! ¡El mundo entero estaba desapareciendo! ¿Cómo...? —miró de nuevo a su alrededor, asombrado por la habitación perfectamente normal, por la lejana multitud y rumor de los estudiantes que se movían entre las clases, la brisa del verano penetrando a través de las ventanas abiertas. Madame Curio chasqueó la lengua y le tocó la frente otra vez, con curiosidad. — Fiebre de Triple Seis, —dijo con un movimiento de cabeza, haciendo que James parpadeara en confusión. Vio su mirada y chasqueó la lengua de nuevo. —No te preocupes, querido. Todo volverá a ti. El director dijo que podías estar aturdido cuando volvieras en sí. Al decir esto, ella miró por encima del hombro, levantando las cejas. James siguió su mirada, estirándose para mirar detrás de él, hacia las puertas de cristal de la sala. Merlín estaba justo de pie desde el banco a lo largo de la pared trasera, metiendo su pequeño libro en su túnica mientras lo hacía. —¿Supongo que nuestra carga está de regreso a su yo habitual? —preguntó suavemente. —Para bien o para mal, —respondió Madame Curio, suprimiendo una pequeña sonrisa. —Suponiendo que no intente hacer más apariciones aburridas. —Creo que es seguro asumir que tales episodios están muy atrás de nosotros, —el director asintió con confianza. —Vamos, señor Potter. Una breve discusión en mi oficina resultará esclarecedora.

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—Lo llamaron “el Enigma Triple Seis”, —dijo mientras se sentaba en la silla detrás de su enorme escritorio. —Primero comenzó a aparecer como vagos presagios y profecías hace casi cinco años. Solo los tres números, seis-seis-seis. Aparecían en las hojas de té de las ancianas, en las octocartas de los viejos, e incluso en las bolas de cristal de los estudiantes en las clases de Madame Trelawney. La gente comenzó a soñar con el extraño símbolo: tres seis, siempre dispuestos en un círculo desigual, dos pequeños en la parte superior, uno más grande en la parte inferior. No fue sino hasta el invierno de este año, sin embargo, que las profecías se hicieron más inminentes, e incluso los Muggles quedaron obsesionados por el símbolo. Finalmente, se reveló el significado de los triples seis. No era una ecuación al azar, ni el signo del diablo, como muchos supusieron comprensiblemente. —miró a James y alzó las cejas. —Era simplemente una cita. El sexto día, del sexto mes, de un año equivalente a seis. Este año, como debes recordar, es el vigésimo tercer año del segundo milenio. Dos multiplicado por tres. —Igual a seis, —respondió James débilmente, acomodándose lentamente en una de las pequeñas sillas de visita frente al escritorio. Se oían voces que entraban a través de la ventana abierta, llevadas por una cálida brisa desde el campo de Quidditch. El equipo de Ravenclaw estaba recibiendo una práctica de última hora antes del torneo de mañana. —Aritmancia elemental, —Merlín asintió. —Y sin embargo ninguno sabía por qué esa fecha (6 de junio de 2023), tenía tal significado. Muchos videntes consultaron a sus dioses preferidos. Incluso los centauros midieron los presagios y formularon sus propias predicciones terribles, con mucho drama como resultado. Recientemente llegaron a nuestro propio patio en número, advirtiendo que si el presagio llegara a suceder, surgirían en vigor para arrebatar el control del mundo mágico, para el bien de toda la humanidad. Pudimos apaciguarlos por medio de la diplomacia, pero solo lo justo. —Así, a medida que pasaron los meses y la fecha se aproximó, lo que comenzó como una misteriosa diversión se convirtió en una prolongada obsesión, incluso una manía. —La gente comenzó a experimentar pesadillas terribles y vívidas. Los signos se observaron en los cielos, en las nubes y las estrellas, incluso en los patrones de la naturaleza. Muchos de los árboles despertaron de su antiguo sueño y hablaron a

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testigos aterrorizados. En todo el mundo, miles de personas, tanto mágicas como Muggles, experimentaron visiones apocalípticas. Los detalles de cada profecía eran siempre nebulosos, pero ciertos patrones emergieron. Un mundo lentamente rindiéndose a una parada fatal. La ruptura de las leyes naturales y las antiguas reglas. El oscurecimiento de los ojos del destino hasta que el mundo mismo fuera arrastrado hacia el olvido. El poder del presagio crecía diariamente, exponencialmente. Pero, por desgracia, nadie adivinó qué destino estaba a punto de suceder, ni qué podía hacerse para evitarlo, ni siquiera si se trataba de algo más que una histeria en masa, una mera ilusión colectiva desatada sobre el mundo como un virus mental. James estaba empezando a comprender el extraño sentido de la historia del director. Las memorias estaban volviendo, aunque muy vagas: artículos cada vez más estridentes en El Profeta acerca de la gente construyendo refugios mágicos en sus sótanos y patios, o sobre Muggles vendiendo todo lo que poseían para comprar provisiones de alimentos, suministros médicos y armas, preparándose a toda prisa para evitar el misterioso final. James levantó la vista de este ensueño. Estrechando los ojos con sospecha, preguntó, —¿Qué día es hoy? —Hoy, señor Potter, —respondió Merlín con una pequeña sonrisa, —es siete de junio. James sintió una liberación de tensión prolongada. Se escapó de sus hombros y cuello, lentamente, cerniéndose como arena. Se dejó caer de nuevo en la silla, permitió que la tapicería de cuero fresco lo acogiera. —No sucedió, —dijo, casi para sí mismo. —En efecto, —el director asintió. —No sucedió. Después de una noche de mucha inquietud, de vigilias de medianoche y multitudes frenéticas, de millones de personas observando los cielos y los océanos, de familias acurrucadas de terror, y pueblos enteros marchando en masa para enfrentarse a los presagios imaginarios de la condenación... la oscuridad se desvaneció y salió el sol, y los pájaros cantaron sus felices canciones. La vida, con la perfecta claridad del viejo hábito, simplemente continuó. A partir de esta mañana, la población del mundo ha parpadeado metafóricamente con sorpresa, arrastrando sus pies en una mezcla de vergüenza y alivio, riéndose un poco de sí misma, y con un desconcertado encogimiento de hombros, volvió a sus normales asuntos.

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James no tuvo ninguna respuesta a esto. Su mente era un zumbido agradable de conmoción, alivio, y asombro. Más recuerdos regresaban poco a poco: sus últimos años, generalmente pacíficos pero llenos de preocupaciones regulares y cotidianas. Los meses de su último año de escuela, dando vueltas a lo largo de nada más que la mancha de las preocupaciones del Enigma Triple Seis. Hasta la semana pasada, o sea, cuando los sueños habían comenzado: sueños de una versión diferente pero demasiado familiar de la realidad, de un viaje por el océano a la traición, la Marca Tenebrosa que se cernía sobre un cementerio rural y Petra Morganstern nivelando una varita en el pecho de Albus... Los sueños y visiones se habían mezclado con la realidad hasta que no pudo separar uno del otro. Y entonces, completamente saturado de los signos de pesadilla de Petra y Judith, Odin-Vann y Albus y el desintegrado Voto del Secreto, él se había Desvanecido, Aparecido en el cementerio del Valle de Godric, convencido de que tenía que salvar el mundo, terriblemente y sin esperanza. Al mundo... y a Petra Morganstern. Aunque incluso en el sueño, solo había tenido éxito en lo primero. —Tú y yo, —dijo Merlín con voz baja y reservada, bajando la barbilla y estudiando a James, —somos dos de las tres únicas personas vivas que conocen la verdad. El Enigma Triple Seis no fue, de hecho, un sueño. No fue una ilusión, ni una histeria masiva. Por lo contrario, fue simplemente algo terrible que casi sucedió... pero entonces, de alguna manera no sucedió. El corazón de James resonó en el pecho. Se encontró con la mirada del director. — Así que... lo que creo que recuerdo... ¿realmente sucedió? Merlín asintió nuevamente. —En una realidad a solo una pequeña distancia de esta, sí. Tú solo has vivido ambos destinos. Todos los demás en esta esfera soñaron con la otra posibilidad, vagamente y en parte, porque apenas se evitó. Ni siquiera yo sé lo que hice porque mis artes prodigiosas fueron aumentadas por un conocimiento mutuo. El hombre que conocías como Rechtor Grudje, entre otros nombres, puede que sea un interno permanente del sanatorio del hospital San Mungo, pero su habilidad en la profecía inversa es tan poderosa como siempre. Él, que ahora se llama Timothy Dumbledore, es el tercer confident0065 de nuestro trío. Me ayudó, y estaba muy satisfecho de servir. Es un hombre cambiado del villano que una vez conociste, puedes

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estar contento de saberlo. Ha sido muy beneficiado en estos años desde que su mente fue liberada de los recuerdos enjaulados de su legendario tío. James frunció el entrecejo, entornando los ojos con una perplejidad naciente. — Pero... eso no pudo haber ocurrido, ¿cierto? ¡Todo el asunto de la Red Morrigan, que fue del otro destino! ¿Eso tampoco sucedió aquí...? —Desgraciadamente, —dijo Merlín casi alegremente, empujándose hacia atrás en su silla y produciendo un gemido sostenido de las uniones. —Encontrarás que hay muchos menos cambios en este mundo de lo que podrías esperar. De hecho, podría ser más fácil para mí explicar las pocas cosas que han cambiado… aparte del hecho de que el mundo continúa existiendo, por supuesto… de las que no. James se incorporó de nuevo, poniendo las manos en el reposabrazos con interés. Un rayo de sol calentaba sus pies mientras se deslizaba lentamente por el suelo de la oficina, siguiendo el sol trepador. Merlín parecía estar disfrutando de una cierta presuntuosa diversión. —La Red Morrigan realmente sucedió, por ejemplo, casi exactamente como lo recuerdas. La cumbre del Quidditch ocurrió. Tu padre, tía y tío fueron detenidos temporalmente por destruir el Cáliz de Cristal. Rechtor Grudje fue confrontado por su benefactor y némesis, Albus Dumbledore, y esos recuerdos cautivos del mago fueron sacados de su mente, lo que le permitió asumir su identidad original como Timothy, hijo de Arianna. —Pero, —interrumpió James, todavía frunciendo el ceño con consternación. —La Red Morrigan solo se evitó porque Petra estuvo allí para... para... Las palabras se apagaron cuando el recuerdo de Petra apareció en su mente. Una calma le llegó, la tristeza llenando los espacios alrededor de su cauteloso y elevado alivio. Merlín lanzó un solemne suspiro. —Estás en lo cierto. La señorita Morganstern no estuvo allí en nuestra realidad. Ella murió trágicamente, años antes, sacrificándose por la seguridad de muchos. Por lo tanto, como recordarás, ella no usó la Red Morrigan para atraer a la Dama del Lago en una fatídica confrontación. No contrató a un inusual detective Muggle para rastrear y revelar el destructivo plan de la Dama. James estaba confundido. —Pero entonces... ¿quién lo hizo?

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—Su hermana, —respondió simplemente Merlín, con ojos afilados. —La señorita Isabella Morganstern. Conocida por ti y el resto del mundo como Izzy. Gran parte de lo que podrías recordar de Petra Morganstern haciendo en esa otra historia, la joven Izzy lo hizo en este caso. —¿Izzy…? —James repitió suavemente, apoyándose en su silla otra vez, débil y con asombro. —¡Pero ... ni siquiera es una bruja! —Tampoco es Muggle, —dijo Merlín, levantando una mano. —No desde su tiempo con su hermana. Izzy Morganstern es quizás el ser vivo más inusual viviendo actualmente en este planeta. Ella es lo que podría ser descrito como un Guardián. Tiene poderes sutiles que no derivan de ninguna sangre mágica ni de fuerzas acumuladas alrededor de ella. Aprovecha algo más allá de todo conocimiento y tecnomancia, inconmensurable y extraño, algo transmitido a ella por su hermana, probablemente sin siquiera saberlo. James sacudió la cabeza lentamente, aturdido, y sin embargo sin sorprenderse particularmente. Volvió a mirar a Merlín. —¿Qué más? Merlín asintió y respiró hondo para hablar. —La Dama conocida como Judith fue derrotada por completo en la noche de la Red Morrigan. Su tiempo en este mundo ya estaba disminuyendo desde que su huésped, el desafortunado Sr. Odin-Vann, fue asesinado el año anterior, durante una incursión en la Ciudad Muggle de Nueva York, la noche de un desfile festivo. Las fuerzas unidas del departamento Auror de tu padre y de la Oficina Americana de Integración Muggle descubrieron al Sr. Odin-Vann de pie sobre el cuerpo asesinado de un senador estadounidense, un hombre llamado Charles Filmore. Sin embargo, no fue tu padre quien lanzó el hechizo asesino. Parece que el joven Odin-Vann fue asesinado por una bala Muggle, disparada desde el arma de un agente americano llamado Price. Autodefensa, ya que Odin-Vann fue observado blandiendo una varita. Pruebas posteriores sugieren que Judith sacrificó a su huésped para facilitar su propia fuga unos segundos antes. Ya muriendo en su ausencia, OdinVann se quedó atrás como una distracción. Este acto de cobardía desesperada selló el destino de Judith, por supuesto, desde que la muerte de su huésped la arrancó de nuestro mundo. —Tal vez te interese saber que la Dama no fue derrotada por la extraña magia de Isabella Morganstern ni por la fuerza combinada de Titus Hardcastle y su equipo de

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Aurores. Fue atacada y finalmente despachada por una serpiente rosada, una manifestación de la personalidad fracturada de una bruja americana que creo que conoces bastante bien. —¿Nastasia…? —James exhaló una sonrisa de asombro en su rostro. —¿Mató a Judith? —No precisamente, —Merlín se encogió de hombros, como si admitiera un mero tecnicismo. —En primer lugar, Judith no fue asesinada, al menos no en el sentido humano. Fue desterrada para siempre de vuelta al oscuro infierno del cual vino. Y en segundo lugar, solo la parte Ashya de la señorita Hendricks la atacó y la deshizo. La otra mitad se negó a traicionar a su antigua camarada. Pero a diferencia del destino que sabías, en este mundo, la mitad Ashya sobrevivió. Volvió a reunirse con su gemela, Nasti. Y aunque uno vacilaría en decir que Nastasia Hendricks vive feliz para siempre, ella, al menos, sigue como una estudiante problemática y complicada de Alma Aleron. De hecho, tú y ella se han hecho muy conocidos. Creo que el término actualmente popular para una relación como la de ustedes es “aminemigos”. James soltó un suspiro de perplejidad y alivio. —Eso suena bien. —volvió a ponerse serio. —Pero... si Petra nunca llegó a Alma Aleron, eso significa que el Archivo nunca fue asaltado. ¿Así que la Noche de la Revelación nunca sucedió? Merlín asintió y entrecerró los ojos pensativamente. —Con Petra Morganstern fallecida, su hilo ya no era parte del Telar. Por lo tanto, Judith no tenía ninguna opción para cambiar los Telares y robar el hilo carmesí de la desgraciada doppelgänger de Petra, Morgana. Esa historia nunca ocurrió en esta historia, y afortunadamente es así. —En vez de eso, en la ocasión que conocéis como la Noche de la Revelación, luché contra Judith personalmente, después de haberla seguido tras su huida de la escena del asesinato del Senador Filmore. Había huido una vez más a las aguas oceánicas cercanas, donde su fuerza era mayor. La perseguí tontamente, luchando contra ella en la fuerza. Cuando amenazó con revelar su forma de gorgona acuosa a la costa de la ciudad, y para atacarla con furia, convoqué el poder que se me había escapado y la deshice, disolviéndome al mismo tiempo. —Por desgracia, aunque me tomó un año completo regresar del reino de los muertos, a ella solo le tomó unas semanas volver a fusionarse. Todavía no estaba

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debilitada por la muerte de su huésped. Este fue mi error. Pero afortunadamente, su destrucción era solo una cuestión de tiempo. —Así que usted desapareció durante mi cuarto año, al igual que en la línea de tiempo alternativa, —dijo James, sorprendido. El director tenía razón. Pocas cosas habían cambiado de lo que podía haber esperado. De hecho, la historia había encontrado una manera de seguir sucediendo. Sin embargo, el resultado fue magníficamente diferente. Miró a Merlín y presionó nuevamente, —¿Qué más? Merlín se encogió de hombros. —El Voto del Secreto sigue erosionándose ligeramente, gradualmente cada año. Pero esto es solo el resultado de la entropía y el tiempo, y no de revelaciones devastadoras. —movió la cabeza, levantando los ojos, pensando. —Tú y tus amigos desataron un dragón en el Londres Muggle, tu misión se complicó por una elfa doméstica especialmente descontenta, cuyo servicio había sido recientemente suplantado por los humanos, aunque de la variedad mágica. El Levantamiento de los Elfos es un negocio desagradable, estimulado por inevitables cambios en la cultura a medida que avanza el tiempo. Pero no es una revolución global, como lo fue en tu historia alternativa. —Retrocediendo más atrás, tú y tus amigos de Alma Aleron en la casa Pie-grande, incluso ganaron el torneo de Clutchcudgel durante su tercer e inspirador año. Tú, junto con los Señores Walker y Deedle, viajaron de nuevo a la Filadelfia del siglo XIX y observaron la muerte del villano Ignatius Magnussen. Recogiste la reliquia de la herradura del unicornio, tal como recuerdas, y la usaste para pasar al Mundo entre los Mundos. La única diferencia es que lograste estas tareas solo para probar y localizar el escondite de la descarriada Dama, que de hecho se había escapado hacia ese misterioso reino para recuperar fuerzas después de nuestra batalla, con su huésped humano siempre a cuestas. James preguntó, —¿Y solo fue Izzy quien nos acompañó al Mundo Entre los Mundos? Merlín asintió significativamente. —Tu padre, como probablemente recuerdes ahora, tomó la petición final de Petra muy en serio. Llevó a Izzy a su casa, la consideró como una hija, una hermana para ti y para Albus y Lily. Allí, maduró rápidamente. La tragedia siempre tiene ese efecto sobre los que sobreviven. Pero el crecimiento de Izzy fue claramente aumentado por su tiempo con su hermanastra Petra. Casi desde el

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principio, mostró visiones nítidas que bordeaban lo precognitivo. Practicaba poderes extraños y progresivos. Devoró libros. Cada libro que podía tener en sus pequeñas manos, era leído, absorbido y memorizado, siempre añadiendo a sus poderes conocimiento y sabiduría. Y, sin embargo, a diferencia de su hermana hechicera, la magia peculiar de Izzy estaba de algún modo purificada por su herencia Muggle. La mente que su odiosa madre había llamado “simple” era, de hecho, la mente perfectamente adecuada para albergar y subordinar algunos de los poderes más misteriosos imaginables. El mal nunca tendrá el menor respaldo en ella. Ni venganza. Ni ambición egoísta. —Y ya no vive con mi familia, —dijo James, mientras sus recuerdos volvían lentamente. —Lo hace, a veces, —admitió Merlín. —Tu familia siempre será su hogar. Pero ella tiene otros lugares. Es una joven dama de muchos secretos. Pero a diferencia de prácticamente cualquier otra persona en el planeta, uno puede estar seguro de que los secretos de Izzy no se mantienen por sus propios motivos cuestionables, sino por la seguridad benevolente del mundo que habita. —Ella y sus muñecas, —recordó James, sus ojos se ensancharon ligeramente. — Beatrice. Y el Sr. Bobkins. Y todos los demás. Los lleva con ella la mayor parte del tiempo. Solo que, a veces cuando no lo hace, tienes la más fuerte sensación de que los dejó a propósito, y no son solo muñecas. No asustan, exactamente. Incluso son un poco reconfortante tenerlas, porque son suyas, y ellas la reflejan. Pero parecen estar pensando cosas. Ven el mundo para ella, tal vez. Merlín se sentó de nuevo en su silla, como si reconociera que la reunión estaba casi terminada. Había clases que tomar, recordó de repente James. Los exámenes ÉXTASIS estaban en curso. Él mismo tenía varios más que atender. El director movió unos pergaminos en su escritorio. —Espero que a medida que pase el tiempo, la historia que una vez conociste será nuevamente suplantada por la historia que ahora ocupas. Mientras que la mayoría de las cosas permanecen en la continuidad casi perfecta, encontrarás algunos detalles inesperados aquí y allí. Tu tía Hermione, por ejemplo, es la Ministra de Magia.

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James se había puesto de pie, pero volvió a sentarse con esas palabras, con los ojos tan abiertos que se desdibujaron ligeramente. —¡Está bromeando! Merlín sacudió la cabeza sobriamente. —Los hombres decentes no bromean sobre política. Ella es de hecho la Ministra, reemplazando al Sr. Loquacious Knapp casi dos años antes. Además, estos choques menores se producirán en los próximos días. Sería prudente estar preparado para ellos, no sea que tus amigos se preocupen por tu salud mental. La tía Hermione siendo Ministra de Magia, no le pareció a James un ejemplo de “choque menor”, pero comprendió el punto del director. Se levantó de la silla una vez más, encontrándose ya renuente a volver a la vieja mundanidad de las clases y trabajo escolar, a pesar… o tal vez debido a… su inmenso alivio. Pero entonces un pensamiento le llegó, y se acomodó nuevamente en la silla. —¿Alguna pregunta, James? —preguntó el director, arqueando una ceja y bajando sus pergaminos. Distante, James sacudió la cabeza, sin saber cómo preguntar, sin saber con qué palabras formar las ideas. Finalmente, tanteando, dijo, —¿Qué fue lo que pasó entre Petra y yo? El hilo de plata que nos conectó en esos años perdidos, deshechos. El poder compartido entre nosotros. El pago que al parecer tuvo que hacer al final para salvarnos a todos... —suspiró profundamente, quedándose sin palabras, y miró a Merlín, un poco impotente. Merlín se echó hacia atrás y apretó los dedos. —Tú eres más consciente que muchos otros, creo, de lo que hace un Horrocrux, y cómo funciona. ¿Estoy en lo cierto, James? James frunció el ceño un poco. —Un Horrocrux es un trato con magia oscura. Una bruja o mago oscuro pueden hacer uno si matan a otra persona. El horrible poder de ese acto les permite separar una parte de su alma, y asegurarla en caso de que su cuerpo sea asesinado. Merlín consintió en esta descripción, imprecisa como seguramente era. —Se ha dicho que el mal no puede crear. Solo puede pervertir. Y esto es cierto en el caso del Horrocrux. Porque esa magia oscura es solo una sombra copiada de una Magia Profunda mucho más grande y poderosa. Los antiguos la llamaban Lex Carita, y este es

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el pacto que tu abuela hizo para su hijo, Harry Potter, y que hiciste en nombre de Petra cuando estabas listo para morir y salvarla. —Y sin embargo, el Horrocrux y el Lex Carita no son de ninguna manera gemelos. Son opuestos exactos. Mientras un Horrocrux acumula la vida del tomador a través del asesinato de otro, el Lex Carita preserva la vida de otra persona a través del sacrificio del donante. Mientras que el contrato del Horrocrux es caprichoso, siempre buscando renunciar a su promesa, el Lex Carita es un pacto de caridad, siempre dando muchas veces más. Es por eso que tu conexión con Petra le siguió en el pasado, antes del momento de su creación, mientras el Horrocrux de Petra la abandonó en el instante en que dejó su línea de tiempo natural. Pero lo más importante, donde el Horrocrux ofrece solo una vida medio envenenada, el Lex Carita concede perpetua lucha por el bienestar. Los pensamientos de James se ensombrecieron mientras escuchaba. Cuando Merlín terminó, miró al director y le miró a los ojos. —Pero si se supone que este asunto del Lex Carita trae bienestar a la persona que salva, ¿por qué Petra terminó de regreso en el Gwyndemere? ¿Por qué tuvo que morir? —Asumes tu propia definición del bienestar de una persona, —dijo Merlín, no sin simpatía. —El bienestar no significa mera felicidad y seguridad. El bienestar se extiende hasta las profundidades del rol de una persona en el tapiz del destino. Petra era de hecho un hilo carmesí, porque su equilibrio estaba en el rojo. Ella misma te lo dijo: había matado. La culpa del asesinato la reclamó y la definió. Su punto de inflexión no fue la Noche de la Revelación, ni el mirador en el lago, ni siquiera la Cámara de los Secretos. El punto de inflexión de Petra fue cuando convirtió el dolor en venganza. Fue cuando unió los pequeños poderes de su propia hermana con los suyos para matar a la madre de la niña. Por esta razón, el pacto de Lex Carita estaba menos interesado en preservar la mera vida de Petra. Tenía la intención de ayudarla a equilibrar las escalas de su alma más profunda. James encontró en esto una respuesta inmensa y exquisitamente insatisfactoria. Se empujó hacia atrás en la silla, con los brazos cruzados, su rostro se puso en un ceño sombrío de resolución. Tal vez algún día aceptaría este concepto del bien mayor, de la rectitud más profunda y de la intangible redención. Pero no ahora.

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Por ahora, solo se lamentaba por Petra. Silenciosamente, con enojo y desesperanza. Un minuto más tarde, bajó por las escaleras en espiral hasta el pasillo de la Gárgola, justo cuando las clases se reanudaban y las puertas se cerraban en todas partes, cortando el ruido de voces que se asentaban y de sillas chirriantes. Una brisa cálida, con olor a hierba segada y niebla del lago, empujó a través de las ventanas que cubrían la pared izquierda. James se detuvo y respiró profundamente, orientándose a esta realidad inminentemente familiar pero delicadamente diferente. —James, —dijo una voz de chica desde el pasillo detrás de él, resonando en el silencio que caía. James se dio la vuelta, y luego dio un paso involuntario hacia atrás, con su aliento atrapado, su corazón golpeando en su garganta. —¿Qué? —preguntó la chica, sonriendo con extrañada sorpresa. —Parece que acabas de ver un fantasma. Aparte del profesor Binns, por supuesto, a cuya clase estoy llegando tarde. —Tú… —James jadeó, parpadeando con frágil e inesperada alegría. Se movió hacia ella, se paró frente a ella, la miró de arriba a abajo. Su prima Lucy se ruborizó un poco en su uniforme de Hufflepuff. Sus oscuros ojos se dirigieron hacia la ventana. Habían pasado años desde que ella había superado su enamoramiento por él, pero claramente todavía había un toque de algo más que amistad entre ellos. No era como si fueran parientes de sangre, después de todo. Utilizó la mano derecha para quitarse de los ojos una pestaña extraviada. —He oído hablar de lo que pasó ayer, —dijo ella, mirándolo de nuevo. —Acerca de cómo anduviste un poco loco con fiebre de Triple Seis y que apareciste en un cementerio o algo así. Millie me lo dijo. Toda la sala común de Hufflepuff estaba riéndose. Les dije que no era nada gracioso y que seguramente tenías una buena e importante razón para lo que hiciste. Con un cálido asalto, James recordó. Recordaba la lealtad infatigable de su prima, su infinita fuerza interior, su liderazgo casi inconsciente. Su sonrisa se ensanchó en una sonrisa indefensa, y luego en una risa de puro deleite. Incapaz de ayudarse a sí mismo, la rodeó con sus brazos y le dio un breve y feroz abrazo.

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—¡Caray! —dijo con voz amortiguada contra el hombro de él, —no creo que eso merezca todo eso. ¡Aléjate de mí antes de que alguien tenga ideas extrañas! Especialmente “Dolohov” y Rose. —lo empujó lejos, un poco despeinada, pero claramente complacida. —Vamos, —dijo ella, levantando su mochila. —Camina conmigo a clase. Y cuéntame la verdad… —Cualquier cosa que quieras, —James estuvo de acuerdo, casi estallando de buen humor. Juntos, dieron la vuelta e hicieron su camino por el pasillo, entrando y saliendo de los cálidos rayos del sol. —¿Tienes una buena razón para lo que pasó anoche? —preguntó ella, mirando a un lado críticamente. —Solo sé que no tienes el mejor récord cuando se trata de extrañas excusas. Lo siento, —se encogió de hombros un poco disculpándose. —Perdiste seis años enteros de pruebas de Quidditch. James se echó a reír de nuevo y sacudió la cabeza. —La excusa de anoche no es mejor ni peor que cualquier otra, supongo. —la miró de nuevo, incapaz, al menos por el momento, de quitarle los ojos de encima. —Pero eso es algo aburrido de lo que hablar. Dime qué te ha pasado a ti, Lu. Ella le lanzó otra mirada desconcertada. —¿Estás seguro de que estás bien? Actúas como si no me hubieras visto en meses. —Más bien años, —sonrió, sus ojos brillando con travesura. —Cuéntame. Y quiero escuchar absolutamente todo. Ella sacudió la cabeza hacia él como si él estuviese jugándole una broma de alguna manera. No le respondió a su petición de camino a Historia de la Magia. Pero finalmente le respondió. En los años venideros, ella le contó absolutamente todo.

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EPILOGO Diecinueve años después —Fue justo aquí –James le dijo a la joven a su lado. –Justo aquí en este tramo de césped donde me gradué hace casi veinte años. Por supuesto, la ceremonia real se llevó a cabo en el anfiteatro, tal como será hoy, con las familias y todo. Pero eso fue solo la parte aburrida, donde vestimos nuestras túnicas formales y repartieron los diplomas y todos estrechamos la mano del director y tocaron el saludo a Hogwarts en gaitas y clavecín. La verdadera fiesta fue más tarde esa noche, justo aquí en el césped con vistas al lago. Levantaron una enorme carpa blanca… solo que no era tan grande por fuera como lo era cuando entramos… y tuvimos a Rig Mortiss y los Stifftones tocando en vivo, y todos bailamos y comimos demasiado, y yo y Zane Walker y algunos de sus compañeros Ravenclaw nos escapamos para conseguir cervezas de mantequilla e incluso unos cuantos whiskies de fuego, y Ralph y algunos de los maestros nos

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atraparon pero nos regañaron por dar un mal ejemplo, ya que todos estábamos graduados y no había nada más que pudieran hacernos. —¿Tú bebiste whisky de fuego en tu graduación? —preguntó la chica. —Bueno, pretendí hacerlo. Nunca tuve mucho gusto por las cosas. Pero Zane dijo que yo era un tío de un Hinkypunk si no lo hacía, e incluso yo no era inmune a una pequeña presión amistosa de mis pares en esos días. La chica frunció el ceño. Cuando lo hizo, se parecía mucho a su madre, Lily. —Es extraño pensar que el director haya sido lo suficientemente joven como para meterse en problemas por un whisky de fuego. —Bueno —James concluyó —Todavía no soy el director oficial. No hasta que Neville entregue los diplomas en la ceremonia de hoy. —¿Entonces, Neville es el Director Longbottom? —preguntó la chica, llegando a tomar la mano de su tío. Ella tiró de él hacia el castillo y al anfiteatro más allá. —¿Por qué se retira de todas formas? No es viejo como el Director Merlín cuando él se retiró. O McGonagall antes que él. Quiero decir, sí, el Director Longbottom es viejo, está bien. ¡Pero ellos eran totalmente geológicos! —Merlín realmente no era tan viejo —James sonrió y se encogió de hombros, permitiendo que lo arrastraran. —Él solo se veía así. Aún anda por ahí, a diferencia de McGonagall, Dios cuide su alma gruñona. Merlín simplemente tiene otras cosas que quiere hacer. Él no se queda en ningún trabajo o lugar por mucho tiempo. Es inquieto. Ya hizo su parte aquí. —¿Lo mismo para el Director Longbottom? —preguntó la chica, entrecerrando los ojos al sol. —¿Tiene otras cosas que hacer? James asintió con incertidumbre. —Herbología es su pasión. Él quiere viajar por el mundo. Descubrir nuevas especies de árboles devoradores de hombres y otras cosas. Escribe libros sobre ellos. Es su primer amor. —¿Qué hay de ti? ¿Todavía estarás aquí cuando yo venga a Hogwarts en unos años más? ¿O también te cansarás de ser director?

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James lo consideró. —Sabes, Arianna, no creo que me cansaré de eso. Creo que me quedaré aquí hasta que sea muy, muy viejo. Quizás incluso geológico. —Eso sí que es viejo —concordó Arianna con gravedad. Juntos, caminaron alrededor de la torre Sylvven hacia el anfiteatro, que zumbaba con voces en asamblea. Zane estaba en la ceremonia, al igual que Ralph y Rose, cada uno con sus cónyuges, y vistiendo túnicas de gala, excepto Zane, que vestía un traje oscuro con una corbata amarilla. Su esposa Cheshire seguía revisando distraídamente un rollo de grueso pergamino, sacándolo del bolso y desenrollándolo en su regazo, mirando hacia abajo. —Están bien —murmuró Zane a un lado mientras la ceremonia comenzaba. —Están con mi mamá y papá. Ellos tuvieron hijos propios. Greer y yo logramos sobrevivir. —Joanna y Quentin son cosa seria —susurró Cheshire. —No es su supervivencia la que me preocupa. El esposo de Rose, Aleksander Volkiev, a quien habían conocido por primera vez en Durmstrang durante el cuarto año de James, estaba rígido como una estatua, con el mentón hacia arriba y la espalda recta como el hierro de un neumático. Sus túnicas de color gris pizarra le sentaban como si los elfos la hubieran cosido directamente a su cuerpo. Teniendo en cuenta lo poco que James sabía sobre la herencia mágica bielorrusa de Volkiev, era completamente posible que así hubiera sido. James recordó, algo anhelante, que Rose y Zane habían salido durante algunos años. Al final, su impetuosa irreverencia había dominado su irreprimible encanto, y ella lo había apagado con lágrimas en los ojos. Volkiev, en comparación, era un frio río siberiano comparado con el tobogán acuático estadounidense de Zane, y por lo tanto (por desgracia, en la opinión no dicha de James) encajaba mucho mejor con la mente seria y práctica de Rose. Su propio hijo mayor, Fred Aleksey, estaba presente junto a ellos, vistiendo sus túnicas de primer año de Hogwarts. Estaba sentado como su padre, erguido y estoico, pero su rostro y sus ojos verdes eran completamente Weasley. James tenía la sospecha de que había más que una pequeña travesura escondida debajo de esa postura practicada. Tendría que vigilar al joven Sr. Fred Aleksey. Aunque, no más allá de un ojo. Quería que el chico se divirtiera un poco.

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Ralph y Ashley Doone (ahora Dolohov) estaban sentados juntos a la derecha de James. El vientre de Ashley era redondo como un tazón de ponche bajo sus ropas tirantes. Lo frotaba con una mano y se abanicaba con la otra. La cara de Ralph era una máscara cuidadosamente construida de respetuosa atención, pero James sabía que el hombre grande estaba constantemente, casi obsesivamente, mirando hacia su esposa y su hijo por nacer. A lo largo de la ceremonia, él la miró en silencio, se ofreció a abanicarla con su programa, o simplemente le acarició la parte posterior de la cabeza, adorándola con una devoción casi cómica. James no podía culparlo. No habían tenido hijos durante los casi doce años de su matrimonio, que era exactamente once años más desde que Ralph había querido tener hijos. Ashley aguantaba sus ayudas con una paciencia afectuosa, sonriendo débilmente bajo el sol de la tarde. Arianna se sentó con sus propios padres, Lily y Graham Warton… una unión que James no podía entender ni siquiera hasta entonces, una década después de haber sido anunciada al mundo a través de una boda sorpresa en Hogsmeade. Parecía funcionar para ellos, aunque ocasionalmente, a juzgar por la cantidad de veces que Lily se presentó en la antigua casa de sus padres en Marble Arch “¡necesitando hablar!” Más caras familiares salpicaron a la multitud reunida. James vio a Scorpius y Nastasia a la mitad del cuenco del anfiteatro, él mirando con estoico aburrimiento, ella mirando el pergamino en su regazo y garabateando cosas con el dedo. Su cabello ya no era rosado. Hoy, era una especie de aguamarina en la coronilla de su cabeza, descolorándose en un verde ácido brillante en sus puntas de duendecilla voladora. Probablemente serían de azul neón cuando llegaran a la recepción. No eran una pareja feliz, completamente. Y aun así, eran perfectos el uno para el otro, pensó James, compartiendo su tiempo entre su residencia muggle de Nueva York, donde era escritora independiente y “profesional descontenta”, y en el mágico Callejón Diagon, donde Scorpius había seguido los pasos de su padre en el banco Gringotts. Sus tres hijos, Wentz, Beckett y Urie, aparentemente estaban en su departamento en Londres a cargo de su niñera elfa. Hagrid también estaba presente, por supuesto, cerca del frente, su amplia espalda y ahora pelo gris y espeso ocupando al menos tres asientos completos detrás de él. En otra parte, James veía a Gennifer Tellus y Noah Metzker, el tío George y Ted Lupin,

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Lucy y su hermana mayor Molly, y por supuesto, la pareja cuyo primogénito estaban allí para celebrar, Damian y Sabrina Damascus. Se sentaron cerca del frente, en la fila opuesta a Hagrid, sonriendo con fiera alegría cuando su hijo, el joven Damian Junior, cruzó el escenario y aceptó su enorme diploma enrollado por parte del director Longbottom, quien estrechó firmemente la mano del chico y sonrió. James vio que había una rigidez en la sonrisa de Neville, una cierta fragilidad admonitoria en los bordes. Damian Junior ignoró esto. Metió su diploma bajo un brazo, se volvió hacia la multitud y levantó ambos puños hacia su cabeza. Se metió los pulgares extendidos en los oídos y sacó los meñiques, agitándolos enérgicamente. —¡Saludo de Gremlin! —gritó su padre, levantándose y devolviéndole el gesto, su rostro cuadrado de rojo ladrillo con orgullo. Gennifer Tellus ululó y saltó también, al igual que Ted Lupin, Noah Metzker y algunos de los otros Gremlins originales. Zane estaba de pie, uniéndose al gesto antes de que Cheshire supiera lo que estaba pasando. La multitud murmuró con risas y molestias mixtas. Cheshire tiró de Zane frenéticamente por el faldón de la chaqueta, tirando de él hacia abajo en su asiento. James quería unirse, pero a regañadientes decidió no hacerlo. Probablemente se consideraría indecoroso para un director entrante. Además, nunca había sido particularmente bueno en “Gremlinería”. En el escenario, Neville puso los ojos en blanco y negó con la cabeza, llevándose una mano cansada a la frente. Más tarde esa noche, la carpa blanca se erigió una vez más en el césped que daba al lago. La mayoría de las familias se habían ido a casa, pero Ralph, Rose, Scorpius y Albus se habían quedado atrás, ostensiblemente para servir como chaperones, aunque James sabía que estaban allí principalmente por sus propias razones nostálgicas. El grupo dividió su tiempo entre patrullas poco entusiastas alrededor de la carpa para el consumo ilícito de whisky de fuego y una mesa redonda grande cerca de la entrada de la tienda, donde se congregaron, recordaron y se pusieron al día sobre las vidas de los demás.

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Ralph, al igual que Scorpius, había seguido los pasos de su padre, convirtiéndose en el enlace oficial de seguridad técnica con el Ministerio de Magia. Solo él había sido responsable de la actualización completa y exhaustiva de las Reglas del Secreto, que abarcaba desde hechizos de estupidez artificial para dispositivos GPS Muggles hasta nueva terminología oficial del antiquísimo Voto de Secreto que todos los ciudadanos mágicos adquirían al alcanzar la mayoría de edad. Gracias a él, el mundo mágico era, si no más seguro que nunca, ciertamente no menos seguro de lo que había estado cuando el propio James era de primer año y un solitario reportero muggle había forzado, a través de determinación pura y sangrienta, el límite no trazable del Bosque Prohibido y la Escuela Hogwarts. Rose se había convertido en socia de Sortilegios Mágicos Weasley, abriendo su primera ubicación en Nueva Ámsterdam con mucho éxito e inesperado fanfarroneo. Ahora estaba negociando franquicias en tiendas en todo Estados Unidos y el Reino Unido, mientras hacía malabarismos con las responsabilidades más prosaicas de cuidar a su hijo menor, Iván Arthur, mientras que Volkiev se capacitaba para asumir el mando del Cuerpo Harrier de Viktor Krum, quien pronto se jubilaría. Zane se había convertido en un escritor de historias de ficción, asociándose con el detective muggle, Marshall Paris, para una serie de novelas basadas en sus aventuras completamente extrañas e inexplicables. Su primera novela, “Las Balas son para siempre”, no había sido un bestseller, pero había sido lo suficientemente popular como para llamar la atención de una gran empresa editorial en Nueva Ámsterdam. Su último libro, “X es igual a Venganza”, era el quinto libro de la serie Marshall Paris, programado para su lanzamiento durante la próxima temporada navideña. —Esa es la clave —dijo Zane conspiratoriamente. —Podría publicar mi lista de compras, y si saliera el primero de noviembre, se vendería como limonada en las puertas de Hades. ¡Es toda una estafa! Pero una estafa que funciona en mi favor, así que no me quejo ni un poquito. James sabía que había más en el éxito de Zane que las meras fechas de lanzamiento, pero apreciaba la despreocupación discreta de su viejo amigo. Albus, por supuesto, no habló mucho sobre lo que estaba haciendo. Como jefe Auror suplente, solo superado por su padre, de todos modos no se le permitía hablar mucho. En cambio, Rose le preguntó acerca de su esposa, Fiera. Albus respondió

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alegremente, hablando de ella y su hija, Fiona Constance, con el detalle deliberado de un hombre evitando otros temas más sensibles. En conjunto, ofrecieron los típicos lamentos de mediana edad, obligatorios y alegres. Todos vivían casi exactamente las vidas que habían esperado y soñado, incluso si, en la práctica, esas vidas eran bastante más prosaicas y sosas de lo que alguna vez hubieran esperado. El grupo brindó por la nueva posición de James, tintineando varios vasos de cerveza de mantequilla, vino de grosella negra y un whisky de fuego (Albus, por supuesto). Lamentaron la continuada ausencia de un fantasma de la casa de Gryffindor, desde que Nick Casi Decapitado se había unido a la Caza sin Cabeza, más de dos décadas atrás. Cuando la fiesta terminó o, al menos, quedaba la última bazofia, James abandonó la tienda y se dirigió a la sala común vacía de Gryffindor. No mucho había cambiado. Había algunas sillas y mesas más nuevas. El sofá que había debajo de la ventana había sido reemplazado por uno que, aunque todavía estaba raído y caído, no estaba tan arrugado como el que recordaba. El busto de Godric Gryffindor, astillado y maltratado, estaba en la repisa de la chimenea, solo suplicando que lo usasen en un juego más de Winkles y Augers. La vieja cama de James en la torre de chicos había sido restaurada hacía tiempo, las palabras ESTÚPIDO POTTER LLORÓN se borraron permanentemente de su cabecera. Esto fue probablemente una buena cosa, teniendo en cuenta su nueva posición. Y, sin embargo, sintió cierta melancolía al respecto. Suspiró y se sentó en el sofá frente a las brasas del fuego. Hacía demasiado calor para que las llamas necesitaran avivar. Solo estaban allí para dar efecto, ofreciendo una luz rojiza y poco calor. Una mujer rubia estaba sentada en la silla cercana, sus ojos brillaban a la luz de las brasas. —Petra estaría muy orgullosa de ti —dijo. James asintió, sabiendo que era verdad. —Ella pensaría que el puesto estaba debajo de mí, probablemente. Diría que debería ser Ministro de Magia, no director.

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—No lo creo —dijo la mujer rubia, sonriendo tristemente. —Los puestos políticos son para cruzados o títeres. Los directores son los que realmente cambian el futuro. Proporcionan los guijarros sutiles del destino que cambian los ríos del futuro. Ella estaría feliz de que estuvieras aquí. Te aplaudiría. James miró a un lado y sonrió tristemente. —¿Cómo estás, Izzy? Izzy se encogió de hombros. Ella era más vieja que una mujer joven ahora. En su mejor momento, si se pudiera decir que esa persona tiene uno. James secretamente sospechaba que nunca podría envejecer un año más mientras viviera. No a menos que ella lo deseara y lo permitiera. —Estoy bien. No puedo no estarlo. Espero que lo sepas. —El bienestar es más que seguridad y felicidad —dijo James con un suspiro, volviendo al fuego. —Lo sé —respondió Izzy, con una sonrisa en su voz. Se sentaron en cómodo silencio por un minuto. Izzy era como una hermana para James, aunque era una hermana con la que nunca había peleado, o chismeado, o avergonzado delante de sus amigos. Ella era toda la calidez y conocimiento de un hermano querido, sin celos ni rencor. Por supuesto, ella también era completamente diferente a cualquier otro ser humano. Era, como Merlín había dicho hace mucho tiempo, una Guardiana. James descubrió que era menos una descripción que un título antiguo. Tales seres aparentemente vivieron hace mucho tiempo. Algunas leyendas decían que todavía había, aunque ahora en secreto, escondidas para siempre, mirando y guiando desde el trasfondo de la realidad. James se preguntaba a veces si era a dónde fue Izzy cuando se retiró de la casa de su infancia con los Potter, cuando parecía salir del mundo de la gente común, tanto mágica como muggle. Sospechaba que nunca sabría la verdad sobre eso. Izzy nunca lo había explicado, y nunca tuvo la audacia de preguntar. —Vi a Deirdre Finnegan el otro día —dijo finalmente, hablando como si fuera a las brasas moribundas. —Dijo que te saludara de su parte. James negó con la cabeza tristemente. —No empieces.

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—Ella es muy hermosa —Izzy se encogió de hombros. —Mucho más atractiva ahora de lo que fue incluso cuando ustedes dos estaban en la escuela. Ella tiene la intención de solicitar la posición de Transformaciones. Es muy buena. Creo que sería una adición maravillosa. —Sé a lo que te refieres —dijo James, su sonrisa se suavizó solo un poco. —No son adiciones al personal de Hogwarts en lo que estás soñando. Es muy dulce. Pero detente. —Tabitha Corsica está entre maridos en este momento —comentó Izzy con una sonrisa astuta. —Como ella trabaja en el Departamento de Relaciones de la Embajada, viajaría tanto que rara vez se verían de todos modos. James puso los ojos en blanco. —Eres muy divertida. La sonrisa de Izzy se suavizó. —Y luego siempre está Lucy. Ella nunca te ha superado, sin importar lo que diga. —Ya es suficiente —suspiró James. —Lucy y yo… mira, es complicado. Y no sólo porque seamos técnicamente familia. La amo, por supuesto. Y salimos por un tiempo. —En varias ocasiones, recuerdo. James la miró a un lado. —Nuestra historia no ha terminado todavía, supongo. Pero por ahora, está en un punto muerto. Está ocupada estudiando para su doctorado en Tecnomancia en Alma Aleron. Yo estoy aquí, preparándome para comenzar una nueva carrera… Izzy se encontró con sus ojos a sabiendas. —Un director de bachillerato no es un requisito, ya sabes. —Lo sé —respondió James con un suspiro. —No es eso. De verdad. Yo solo… — sacudió la cabeza débilmente. —No es que no mire. O que estoy desinteresado. Salgo a veces. Y quién sabe, tal vez algún día alguien va a llegar. Quizás Lucy. Tal vez incluso Deirdre. Definitivamente no Tabitha Corsica. Pero, por ahora… estoy feliz. Mi vida es… sin complicaciones. Estoy contento. Izzy asintió, pareció considerar esto pensativamente por un minuto. Luego lo miró y dijo: —Si alguien más dijera eso, creo que estaría mintiendo, tanto para mí como para ellos mismos. Pero en tu caso, James… te creo.

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James le sonrió, feliz de saberlo. Charlaron un poco más. Izzy preguntó por Albus y Lily, Mamá y Papá. Y luego, cuando el reloj marcaba la medianoche, se levantó. James se levantó también. La acompañó al agujero del retrato, y ella le dio un abrazo. Fue cariñoso, prolongado, y aun así demasiado corto. Y, sin embargo, como siempre, James se sintió consolado por la promesa no verbal de muchos más abrazos por venir, en un futuro que era, impredecible, al menos constante. Izzy se ocuparía de eso. Ella se fue por el agujero del retrato. James sabía que una vez que la pintura se cerrara, Izzy probablemente desaparecería de la escuela por completo. Ella no tenía que usar puertas. Pero irse por ella, al menos en presencia de otras personas, era una amabilidad y una cortesía. Consideró subir las escaleras al dormitorio de chicos y encontrar una cama para dormir. Era una idea ridícula, por supuesto. Lo hizo sonreír. Su baúl ya estaba guardado en los cuartos de invitados formales adyacentes a la suite del director, esperando que él cruzara el pasillo al día siguiente y comenzara su nueva vida. Él no miraría hacia atrás. No cuando había mucho que esperar. Por lo tanto, decidió ir a los cuartos de invitados después de todo. Estaba seguro que dormiría excepcionalmente bien y se despertaría preparado para las nuevas aventuras que le aguardaban, esta vez desde el otro lado de ese antiguo y premonitorio escritorio del director, con el Sombrero Seleccionador dormitando en su estante detrás de él. Tal vez incluso obtendría un fénix. Con ese pensamiento, trepó por el agujero del retrato, dejando el retrato de la Dama Gorda, roncando delicadamente en su cuerpo, para cerrarlo ligeramente detrás de él. En la oscuridad vacía de la sala común de Gryffindor, una sombra se movió. Había estado allí todo el tiempo, solo perfectamente inmóvil, sabiendo que la quietud la hacía invisible. Esa fue simplemente una de las reglas. La sombra había visto a Izzy y James hablar, los escuchó con afecto, y un poco de diversión, y un toque de tristeza antigua y profunda.

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La sombra era la forma de una mujer joven. Tenía el pelo largo y oscuro, algo azotado por los vientos, pero elegantemente. Llevaba un jersey azul con capucha sobre un vestido de calicó y botas de trabajo. Tenía los ojos profundos, el peculiar azul de la luna en un estanque helado. Estaba considerando qué nombre elegiría ella misma. Todos los fantasmas tenían nombres especiales, después de todo. Estaba el Barón Sangriento y la Dama Gris, e incluso el tonto Espectro del Silencio de Cedric. Ella pensó que podría llamarse a sí misma el Hilo Carmesí. No era una frase que tuviera ningún significado en este mundo nunca más. Esa historia nunca había sucedido oficialmente. Ni, técnicamente hablando, su hilo era carmesí nunca más. Ahora era el azul pálido y penetrante de sus ojos. Pero aun así. Tenía un buen anillo para eso. La gente probablemente respondería bien a eso. Era memorable. El nuevo fantasma de la casa Gryffindor consideró estas cosas por un largo momento, y luego regresó a las sombras, planeando, meditando, considerando… Tenía mucho tiempo para decidir. Su horario estaba vacío. Sus tareas estaban hechas. Su conciencia estaba limpia.

FIN

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Excepto que, posiblemente no… James tenía más de un año en su cargo de Director cuando le sobrevino una idea. Fue casi tan fuerte como las ideas que habían precedido a su febril fuga durante los días del Enigma Triple Seis, excepto que esta, él sabía, no era una intrusión dimensional alternativa. Por un lado, realmente había pasado unas vacaciones con Millie Vandergriff, durante su séptimo año de escuela. Recordó muy claramente sentarse en una mesa formal de Navidad con su abuela, la condesa Eunice Vandergriff, quien todavía estaba bastante e increíblemente viva y, aunque solo sea metafóricamente, pateando. En verdad, James no creía que la condesa se hubiera dignado a hacer algo tan indigno como patear, incluso cuando había sido una mujer joven, en algún momento durante el comienzo del siglo anterior. Recordó, muy claramente, su discusión sobre el significado de la Casa Black. Es más que una propiedad de tierra y un título, le había dicho. Más que un simple nombre. El color Negro significaba algo. Protegía y regulaba alguna fuerza humana elemental, al igual que la Baronía Verdemar había sido una vez encargada de la fuerza de los celos y la ambición, y el Marqués de la Rosa había moderado las mareas volubles del amor. Pero la Condesa se había negado a decirle de qué se encargaba la Casa de los Black. O tal vez no había podido decírselo. Porque tal vez ella misma no lo sabía, o recordaba. La idea había vuelto a él muchas veces a lo largo de los años como una mera curiosidad. Algo que algún día podría elegir investigar por capricho, si tuviera el tiempo y la inclinación. Hasta que los sueños comenzaron en serio. Excepto que no eran sueños, exactamente, sino simplemente una sensación de urgencia mal definida, como el eco de la voz de un ser querido gritando por ayuda, o

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alguna cita importante pero olvidada, molestando la memoria. Incluso durante las horas de día, en su oficina o sentado en la cabecera de la mesa del profesorado en las comidas, James sería alcanzado por una descarga de pánico sin dirección, como si él mismo fuera un estudiante otra vez, uno de primer año, nervioso, despertándose y dándose cuenta de que la clase ya había empezado, el examen estaba a punto de comenzar, y que apenas tenía tiempo de luchar con su túnica y su carrera, con el pelo revuelto y los zapatos desatados, lo más rápido que podía a la puerta de la clase antes de que esta lo dejara afuera, demasiado tarde, condenado a fracasar. No tenía idea de lo que había detrás de todo. Solo sabía que tenía algo que ver con las extrañas sugerencias de la Condesa Vandergriff sobre el polvoriento título que algún día heredaría, el significado del apellido Black y la responsabilidad de un cargo fundamental y antiguo. La respuesta provino de las fuentes menos esperadas. —Deberías ir a Grimmauld Place, —dijo uno de los retratos de director con un resoplido. James al principio no sabía cuál había hablado. Había estado sentado en su oficina esa tarde de otoño mirando un libro, leyendo la misma línea una y otra vez, su mente completamente distraída y movida por la fantasmagórica urgencia, haciendo que la concentración y el sueño fueran imposibles. Algo irritado, miró por encima de los retratos y preguntó, —¿Quién dijo eso? —Fui yo, —un retrato en un rincón alto y cubierto de telarañas contestó con un acento nasal. James entrecerró los ojos en la penumbra de arriba. Era el retrato de Phineas Nigellus Black. No creía haber escuchado ese retrato en particular, aunque sí sabía que el mismo retrato del astuto y viejo director a veces ocupaba un marco vacío en la propiedad Black. James consideró el retrato. —¿Por qué debería ir a Grimmauld Place? —Porque estás claramente agitado hasta el punto de una inutilidad casi completa aquí. Reconozco los signos. Ve y libera tus frustrados suspiros. —¿Pero por qué allá, exactamente? —James presionó con suspicacia.

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Pero Phineas Nigellus simplemente se cruzó de brazos y se recostó, con la cara cayendo en una sombra de mirada severa. —No obtendrás más respuestas de él, me parece, —sugirió el retrato de Dumbledore, mirando hacia arriba y hacia afuera de su marco. —Pero espero que su consejo, aunque sea limitado, pueda resultar fructífero para tu estado actual. —¿Sabes algo sobre esto? —preguntó James, bajando sus ojos al retrato más cercano. Dumbledore se encogió de hombros enigmáticamente. —Solo sé que todos estamos obligados a ayudar al director en sesión de la manera que podamos, a través de nuestras propias y únicas perspectivas. La perspectiva de Phineas Nigellus podría decirse que es la más singular de todas. Desde las sombras cubiertas de telarañas, Phineas Nigellus se arrastró arrogantemente. El retrato de Severus Snape fingía dormir, de manera poco convincente. —Ve, —suspiró un retrato de mujer hablando en un alto acento escocés. —Por mi parte, no puedo soportar verte suspirar y entrecerrar los ojos en la misma página en ese maldito libro por un minuto más. James asintió. Incluso si los viejos directores (y directora) no tenían idea de lo que estaban hablando, un corto viaje podría aclarar su cabeza. Y no había estado en Grimmauld Place en años. Se fue esa misma noche. Incluso como director, no había habido apariciones fuera del castillo de Hogwarts, aparte de en los tiempos de examen, cuando, como bien sabía, la restricción era temporalmente levantada. Por lo tanto, se puso su capa y su nuevo sombrero de pico negro y salió de la oficina a toda prisa, dejando que la puerta se cerrara por sí misma detrás de él. Los pasillos estaban casi vacíos, a pesar de la falta de Argus Filch o de la Sra. Norris para atemorizar los corazones de los alumnos rebeldes en todo el campus. La señora Norris, la gata, había muerto casi quince años antes, a la tierna edad de cuarenta y nueve años, incluso para un Kneazle. Filch había muerto desgraciadamente hasta solo

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tres años antes. James aún recordaba el largo elogio de Hagrid en el funeral de Filch. El evento había llenado la iglesia del campo a las afueras de Hogsmeade, para sorpresa de James. En ese momento, se había preguntado cuántos de los asistentes eran antiguos alumnos que medio esperaban que el viejo e irascible celador volviera a salir de su ataúd, poseído de puro malhumor y obstinación, y caminara de regreso a la escuela, a la moda zombi, para continuar con sus iracundos deberes del más allá. Eso no sucedió. Pero la visión de Hagrid llorando abiertamente durante el elogio, haciendo sonar ruidosamente su nariz mientras un enorme retrato enmarcado del rostro ceñudo de Filch miraba, rodando sus ojos con disgusto, era quizás una visión aún más odiosa. Ahora, el puesto de celador estaba ocupado por el joven Edgar Edgecombe, y nunca podría haber un reemplazo más apropiado. El propio Edgecombe parecía haber olvidado por mucho tiempo su rencor hacia James como estudiante. Ahora, el joven corpulento era la imagen misma de lloriquear respeto y deferencia, haciendo muecas al profesorado por un lado mientras azotaba venenosamente a los estudiantes por el otro. James sabía que debería mantener un control bastante estricto sobre el desagradable hombrecillo. Pero también sabía por experiencia que los hombrecitos desagradables tendían a ser bastante útiles cuando se trataba de mantener un sentido del orden, siempre y cuando la mordedura no pasara del ladrido. James salió del castillo a través de la antigua entrada de la rotonda y se encontró con una brisa áspera y fría del lejano Bosque. Las luces estaban encendidas en la choza de Hagrid. James se sintió tentado de llamar, de compartir una fiesta nocturna con el amado profesor y guardabosque. Pero no lo hizo. Ahora que su viaje estaba en camino, sintió una creciente inercia lentamente detrás de él, presionándolo hacia adelante, impulsando sus pasos a través de la sibilante hierba. La luna era un gigantesco ojo color hueso sobre el lago, presidiendo su ondulado reflejo. James entró en un sendero del Bosque, caminó un cuarto de camino hacia Hogsmeade, y luego desapareció con un decisivo crack. El mundo giró a su alrededor a medio camino. Estaba en una calle estrecha de Islington, abarrotada de autos aparcados, soplando basura y hojas muertas. Disminuyó la velocidad y levantó la vista, girando hacia su derecha.

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El número doce de Grimmauld Place no era visible, por supuesto. Los números trece y once se apretaban juntos, ahora tan distraídamente viejos y decrépitos que nadie parpadeaba ante el aparente error de numeración. La farola más cercana estaba rota, proyectando una capa de sombras sobre James donde estaba parado. El tráfico se podía oír más allá de los tejados, pero nada se movía en la calle en ninguna dirección. James sacó una llave y convocó la entrada al número doce, haciendo que los pisos a ambos lados se torcieran a un lado, como clientes borrachos que hacen sitio en un bar. No había luces de gas funcionando dentro de la antigua casa. Una vez dentro, James encendió su varita y se sobresaltó cuando su resplandor brilló en una cara exquisitamente fea, con la mirada fija y descalzo. —Buenas noches, Amo, —gruñó una voz profunda de rana mugidora. —Kreacher, —James jadeó, recuperándose. —¿Cómo supiste que vendría? —La primera responsabilidad de Kreacher es asistir a la casa de su Amo con una vigilancia inquebrantable, —dijo el elfo de la vieja casa con el más mínimo indicio de indignación. James puso los ojos en blanco. —El retrato vacío de Phineas Nigellus te lo dijo. Kreacher frunció el ceño y entrecerró los ojos. —Eso también, Amo. James suspiró y se quitó el sombrero, colgándolo en un estante de telarañas cerca de la puerta. —¿Te dijo por qué? —Sugirió que tal vez usted desea ver la Bóveda, Amo. James parpadeó ante el viejo elfo. La marca innata de fealdad de Kreacher había florecido en las últimas décadas, convirtiéndolo en un espécimen verdaderamente espectacular de deformidad. Su nariz y cabello bien podrían haber sido usados para pintar un caldero oxidado. James levantó su varita un poco más arriba, alejándola de la atenta mirada de Kreacher. —No sabía que Grimmauld Place tenía una Bóveda, —dijo. —Muy pocos lo saben, Amo, —Kreacher asintió lentamente. Entonces, tan silencioso como el ala de una polilla, se dio la vuelta y se alejó, aparentemente llevando a James a la oscura casa.

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James siguió, sus propios pasos crujían las tablas del suelo, el aliento de su paso hacía flotar las capas de telarañas. James se estremeció. —¿Cuándo fue la última vez que limpiaron este lugar? —Kreacher limpia la casa de la Señora dos veces por semana, —Kreacher retumbó con paciencia sepulcral. —De arriba a abajo, de popa a popa. James miró a un lado del salón al pasar. El polvo yacía en una película gruesa sobre todas las superficies, nublando el espejo deslustrado sobre la chimenea, recargando las cerradas cortinas de terciopelo. Claramente, el concepto de limpieza de Kreacher era una entidad única e interesante en sí misma. Juntos, se abrieron camino a través de la oscura cocina y luego por las estrechas escaleras hasta el sótano. Allí, ninguna luz brillaba en absoluto aparte de la varita iluminada de James. Las sombras se alzaban detrás de la vieja colección de muebles desiguales. La pequeña estufa de hierro forjado era tan oscura y fría como una tumba. Kreacher se detuvo al lado de la estufa. Sin volverse atrás, dijo, —La llave de del Amo, señor. James miró hacia la espalda huesuda y los hombros encorvados del elfo. —Yo... no tengo ninguna llave. —La Bóveda no se puede abrir sin la llave del Amo, señor. James se palpó los bolsillos, medio esperando encontrar una misteriosa llave en su túnica. No encontró nada más que algunos Knuts de repuesto y un antiguo billete de tren. Sacudió la cabeza y exhaló con frustración. —No tengo ninguna llave, —dijo de nuevo. —Simplemente vas a tener que abrirlo tú mismo. Lenta y pesadamente, Kreacher giró su cabeza verrugosa y miró a James con un enorme y rejuvenecido ojo. Lo examinó en silencio, inescrutablemente. —Nadie puede abrir la Bóveda sin la llave, Amo. Ni Kreacher. Ni usted. No hay nadie en este amplio mundo, ni en ningún otro. El sentido de la urgencia descendió sobre James nuevamente. La impaciencia vino también. ¿Dónde encontraría alguna misteriosa llave? ¿Por qué le envió Phineas Nigellus sin decirle lo que necesitaba? Abrió la boca para exigir una respuesta de

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Kreacher (una respuesta que sabía que probablemente nunca llegaría a obtener), cuando un empujón de aire polvoriento suspiró por la escalera detrás de él. Fue acompañado por un golpe distante, y luego el sonido inconfundible de pasos apresurados, creciendo rápidamente más cerca. James giró sobre el lugar y levantó su varita cautelosamente, apuntando hacia las escaleras tanto para iluminar como para advertir, cuando una figura comenzó a frenar sus pasos. La figura se detuvo en el penúltimo escalón, su propia varita se encendió y se mantuvo a la altura de la cabeza. —Oh, —dijo la figura, —Hola, hijo. James se desplomó aliviado y bajó su varita. —¡Papá! ¿Qué estás haciendo aquí? Harry Potter bajó el escalón restante y se movió para unirse a su hijo. Ahora tenían la misma altura, incluso el Potter mayor seguía siendo más ancho por los hombros. Sus lentes reflejaban sus varitas encendidas con brillo, pero su sonrisa era serena y agradable, a pesar de las finas líneas que contradecían su edad. —Es hora, aparentemente, —respondió encogiéndose de hombros. —Sabía que este día llegaría. Simplemente no pensé que llegaría tan pronto. El deber será tuyo ahora, tal como es. —¿Qué deber? —preguntó James, incapaz de mantener la impaciencia fuera de su voz. —Siento como si un Vociferador hubiera estado sonando en mi cabeza durante días, solo que ha estado gritándome continuamente, sin usar realmente ninguna palabra. ¿De qué se trata todo esto? Harry puso una mano en el hombro de su hijo y le dio un apretón compasivo. — Entiendo tu frustración. ¡Piensa cómo fue para mí! Sirius estaba muerto cuando recibí el llamado. Él no estaba aquí para hacer por mí lo que voy a hacer por ti. Tuve que encontrar la llave por mi cuenta. Casi me volví loco. Y Kreacher era tan útil como una escoba de caramelo. Kreacher se giró por completo y se enfadó con este comentario con algo que se asemejaba a un sombrío deleite, frunciendo el ceño con la suficiente fuerza para cuajar la leche.

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—¿Qué... llave? —preguntó James con apenas contenida impaciencia. Harry buscó en el bolsillo de su túnica y sacó una simple llave. Estaba hecha de un metal negro, quizás seis pulgadas de largo, hecha a mano con una cabeza anillada, un eje largo y complicados dientes geométricos que se extendían por debajo. Era un objeto elegante, deteriorado solo ligeramente por las capas de antiguas manchas y parches de óxido que corroían y oscurecían su superficie. —La encontré en una caja de seguridad de hierro, debajo de los ladrillos de la chimenea principal, —dijo Harry, ladeando su cabeza hacia su hijo. —Fue quizá el centésimo lugar donde busqué. Si no fuera por una pista manuscrita que encontré en una de las viejas portadas de discos de Sirius, probablemente estaría destrozando este lugar hasta el día de hoy. Una vez que llega el llamado, no se puede negar. Espero que lo sepas tú mismo, ahora. James tomó la llave de su padre, la sostuvo en la palma de su mano. A pesar de su mancha y óxido, su peso implicaba una construcción muy fina, pesada y sólida. Volvió a mirar a su padre, con los ojos entrecerrados. —Hace años, cuando te pregunté sobre esto, actuaste como si no supieras nada. —Y tú también, si alguien te pregunta, —respondió Harry sobriamente. — Aunque no lo hagan. Ni siquiera Merlinus conoce este secreto, aunque puede tener sus sospechas. Ahora, adelante. —asintió hacia el paciente Kreacher que esperaba. James se giró hacia el elfo y, a regañadientes, tendió la llave. Cuidadosamente, casi reverentemente, Kreacher extendió su enorme mano abierta, permitiendo que James colocara la llave suavemente sobre su palma. Kreacher cerró sus dedos lentamente y volvió a apartarse. —Al parecer, —dijo Harry suavemente mientras Kreacher caminaba hacia la pared de ladrillos en blanco más allá de la estufa, —antes de que esta habitación fuera un salón o cocina de servicio, cuando Slade Willibrord Black la compró por primera vez, estaba equipada como la antecámara a una ultra cámara oculta y secreta, olvidada desde hace mucho tiempo. Presta atención a cómo Kreacher accede a ella. Puede que no siempre esté aquí para ayudarte. James observó cómo el viejo elfo levantaba la llave y la sostenía aproximadamente a dieciséis pulgadas de la pared de ladrillo. La movió

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minuciosamente, como si buscara un cuadrante oculto de espacio vacío. Y luego, extrañamente, el metal tintineó sobre el metal. Decididamente, Kreacher empujó la llave hacia adelante, colocándola como si hubiera un ojo de cerradura invisible. Hizo tintinear la casa, y el viejo elfo le dio a la llave un solo giro en el sentido de las agujas del reloj. La luz púrpura brotó de la llave, silbando a medida que avanzaba, revelando primero un panel metálico redondo y el oculto ojo de cerradura. El panel era tan negro como el ónix, grabado con adornos voluminosos en forma de una vieja e inglesa letra B. El chisporroteo de la luz púrpura se expandió aún más, extendiéndose de lado a lado, arriba y abajo, revelando una complicada puerta circular hecha del mismo metal negro, tachonada con tornillos y remaches, plagada de volutas que resaltaban cada característica, abarcaban cada detalle. Cuando se expuso por completo, la puerta sobresalió como una torta de capa redonda vuelta de lado, de tres metros de alto, compuesta completamente de planchas de hierro negras, anilladas y atornilladas, tan pesadas como una catedral y dos veces más imponentes. La llave aún sobresalía del centro, encajada en su placa de llave. Kreacher inclinó la cabeza y dio un paso atrás, retrocediendo hasta un rincón más alejado. James estaba estupefacto. Había estado en el sótano docenas, probablemente cientos de veces. Nunca había sospechado que tuviera algún significado secreto. Apartando los ojos de la enorme puerta de la Bóveda, le preguntó a su padre, — ¿Has estado allí? Harry asintió un poco evasivo. —Unas pocas veces. Tres, de hecho. Una vez para hacer el deber de nuestra oficina. Dos... simplemente para verlo por mí mismo, como lo harás ahora. James miró a su padre. Harry se encontró con sus ojos e hizo un gesto con la mano. Una invitación. James se acercó a la puerta. En el lado derecho estaba montada una gruesa manija de metal, curvada para adaptarse a la forma de la puerta. James la alcanzó tentativamente, la tocó. Esperaba que el hierro negro fuera frío, pero no fue así. Era agradablemente cálido, como la sombra en un día de verano. El metal se movió un poco, como si estuviera conectado a alguna fuente de energía secreta y lejana. La

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vibración de ello llegó hasta su codo. Tragó saliva nerviosamente y luego dio un tirón a la puerta. La puerta se abrió, sus pernos ya estaban desbloqueados por la llave. Giró en silencio, lento y pesado sobre las bisagras bien engrasadas. El tirón inicial fue todo lo que necesitó. La inercia giró la puerta en un arco irresistible y pesado, revelando una especie de celda sombría más adelante. Las paredes, el piso y el techo del espacio eran de piedra sin soldaduras, como si la habitación estuviera tallada en un gigantesco y perfectamente sólido bloque de granito. La celda parecía perfectamente vacía y oscura a excepción de un solo objeto en el centro del piso. Era una especie de soporte o pedestal, construido con la misma plancha negra grabada que la puerta, anclada al suelo con tornillos del tamaño de un puño. Su base era ancha y curvada en volutas barrocas. Su cuerpo se estrechaba como un tronco de árbol, ensanchándose delicadamente hacia una superficie plana y con pedestal. Un único objeto pequeño estaba allí, en un charco de misteriosa luz dorada. James dio un paso adelante, hacia el espacio. Estaba fresco por dentro, como una cueva, pero no húmedo. El aire era fresco de alguna manera, misteriosamente perfumado con agua corriente y flores que florecen por la noche. Sobre el pedestal, un pequeño libro estaba posado, abierto sobre su cubierta de cuero, con las páginas en blanco hacia la luz, como si estuviera a punto de llenarse. Harry se acercó a su hijo, incapaz de mirar hacia abajo al extraño librito y sus páginas vacías y expectantes. —Merlín tenía un libro así, —exhaló James, ambos sobrecogidos y confundidos. —Lo vi con él hace años. Lo estaba leyendo en el barco de Hagrid. Y en la mañana después del Enigma Triple Seis. —El de Merlín es copia de una copia de otra copia, —dijo Harry, su voz tranquila y sombría. El espacio parecía inspirar solemnidad, no por obligación, sino por una especie de respeto innato, secretamente vertiginoso. James de repente sintió que tenía que contener sus emociones no porque fueran inapropiadas, sino porque, si les daba voz, podría reírse a carcajadas con una alegría inexplicable o descomponerse en lágrimas inconsolables, o sacar su varita en busca de un villano o mejor, de un monstruo para matarlo de la risa. Aquí, en presencia del Libro, las emociones se magnificaron en su yo más puro, más visceral, desgarrador y embriagador.

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Harry continuó, manteniendo su voz baja y firme, —Este es el Libro que todos los demás libros se esfuerzan por ser. Me tomó un tiempo entenderlo por mí mismo. E incluso ahora, apenas lo entiendo. Como un niño captando la tecnomancia cuántica. James apartó los ojos de las páginas cremosas, doradas y expectantes, se giró hacia su padre, deseoso de comprender. Necesitado de entender. Harry se encontró con los ojos de su hijo. —Cada título mágico es una custodia de los elementos de la humanidad. Y cada uno está definido por su color. Has observado esto tú mismo. Verde es por ambición. Rosa es por amor. El azul es para el intelecto. Pero Negro... ese es diferente de todos ellos. James se acordó. —Porque el Negro es donde se juntan todos los demás colores. Es cada tono en uno. Harry sonrió. —Eso es tan cierto como nuestras mentes pueden entender. El Negro es la unión de todas las otras facetas de la humanidad, donde se combinan y se mezclan. El Negro es la alquimia del amor y el odio, la cobardía y el coraje, los celos y el intelecto, la venganza y la redención. Ordena todos los demás colores y los convierte en algo cohesivo, algo más y más grande que la mera suma de sus partes individuales. La tutela Black, James, es el elemento de la Historia. James parpadeó a su padre, sin saber si lo había oído bien. Harry asintió de nuevo. —Creemos que las historias son simples cartas en papel. Solo palabras pronunciadas en el aire. Pero en un universo múltiple de posibilidades infinitas, técnicamente no hay tal cosa como ficción. En algún lugar en la línea de las dimensiones infinitas, cada hermosa historia es verdadera. Nuestras vidas pueden ser cuentos favoritos de otros universos. James se encontró con la sonrisa de su padre con una tentativa propia. — ¿Entonces, este Libro…? Harry lo miró nuevamente, sus ojos se aclararon. —Es la última historia verdadera. La tuya, la mía, la de todos, en cada versión de nuestro mundo, donde todas se unen en la trama más grande de todas. No es como el Telar en la Bóveda de los Destinos. Esa es una simple grabación de lo que sucede. Este Libro es la historia futura que está por venir, y la promesa de que todo valdrá la pena.

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James volvió a mirar el sencillo y pequeño Libro. Su mente intelectual encontró la idea absurda en la misma superficie de eso. ¿Cómo podrían ser verdaderas todas las buenas historias? ¿Cómo podría contenerlas a todas este pequeño libro? Pero su mente más profunda, la mente que una vez invocó los poderes ocultos de su amor para salvarle la vida a ella… para salvarla de modo que eventualmente pudiera encontrar la redención de su propia alma… entendió por completo. —Las únicas ficciones reales, —dijo, probando la idea, —son la fealdad, las tragedias inútiles, las pérdidas sin resoluciones. Son mentiras escritas en el mundo por el odio. Pero el odio es un mero vandalismo, solo tristeza pintada en la arquitectura de la gloria. Algún día, si tenemos cuidado con nuestro cargo, el trabajo del odio será borrado. Todos esos detalles inacabados, hilos sueltos y corazones insatisfechos encontrarán su resolución. Todo estará atado en una conclusión perfecta que redima todo, borre todas las pérdidas y agrupe todas las alegrías. Harry asintió. —Nuestro cargo es simplemente asegurar que el Libro permanezca abierto. Nunca asumir que la última palabra ha sido escrita en un capítulo trágico. Dejar que las historias continúen siempre, dibujándose lentamente hacia la conclusión universal y perfecta que ninguno de nosotros puede imaginar. Mientras el Libro permanezca abierto... el final del libro de cuentos todavía no se habrá escrito. James quería tocar el Libro. Lo miró atentamente y se dio cuenta de que, de hecho, no estaba completamente vacío, después de todo. Había palabras allí, formándose y fluyendo, revoloteando como alas de ángel sobre el papel, casi pero no del todo invisibles. Quería inclinarse para intentar leer, pero no se atrevió. —Este es un deber más grande que cualquiera de nosotros. —Y, sin embargo, —dijo Harry, un poco triste, —Hombres mucho más pequeños que tú lo han llevado, y con corazones de mezquindad y orgullo. Porque el cargo de la historia viene con su beneficio. Hay un poco más de serendipia, un indicio más de suerte, un toque de casualidad extra coincidente que de alguna manera logra trabajar siempre a nuestro favor, al menos a largo plazo. Lo he conocido en mi vida, incluso antes de aprender del Libro. Espero que lo tengas también. James asintió. Con un suspiro ansioso, con los ojos todavía en las páginas vacías, preguntó, —Cuéntame de las otras dos veces que entraste a la Bóveda.

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Harry se puso serio. —Cuando murió el abuelo. Yo estaba muy triste. Necesitaba ver que todavía había esperanza. Esperanza de un futuro donde incluso la muerte podría quedar obsoleta. James miró a su padre ahora. —¿Y la tercera vez? Harry se encontró con la mirada de su hijo, con una expresión seria. —El Libro me llamó. Justo como te llamó esta noche, y para que me uniera contigo. Ocurrió tarde durante tu séptimo año de escuela. Era un momento oscuro, si lo recuerdas. La gente tenía miedo, atormentada por las visiones de la fatalidad. Y nadie estaba seguro de que fueran meras visiones. Muchos creían que el fin estaba sobre nosotros. Fue la noche del Enigma Triple Seis cuando la historia me convocó. Y cuando llegué aquí, cuando abrí la Bóveda, el Libro estaba cerrado. James casi se quedó sin aliento ante la idea. Susurró, —¿Pero cómo es eso posible? Harry sacudió la cabeza con gravedad. —No sé cómo sucedió, ni por qué. Nadie había estado dentro de la Bóveda. Tal vez la historia se cerró por sí sola, simplemente porque la esperanza era muy delgada en el mundo. Tal vez se había involucrado alguna fuerza oscura e inexplicable, cerrando las páginas del Libro a través de sus propias fascinaciones malvadas. Pero el Libro me llamó, es el custodio. Y cuando llegué, descubrí que no estaba completamente cerrado. —sonrió débilmente. —Había un separador. Sacó algo más del mismo bolsillo donde tenía la llave. Se lo ofreció a James, con delicadeza. Era una tarjeta de rana de chocolate, golpeada y muy manoseada, su cartón se ablandó con el tiempo hasta el punto de ser frágil. El espacio vertical en la parte delantera de la tarjeta estaba vacío, pero el estandarte debajo todavía era legible, aunque apenas. James lo leyó. Luego parpadeó y volvió a leerlo. Sacudió la cabeza y miró impotente a su padre. —Ese es... mi nombre, —dijo con curiosidad, un poco preocupado. —“James Sirius Potter”. —giró la imagen y vio un bloque de texto, blanco sobre azul oscuro. En las primeras líneas se leían:

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JAMES SIRIUS POTTER Director de escuela, Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería, Orden de Merlín - Primera Clase, Doblemente Galardonado. Hijo de la leyenda y leyenda por derecho propio. Famoso por su persecución y destierro de los viles y miserables conspiradores conocidos como... Harry cubrió la tarjeta con su mano, retirándola suavemente con una sonrisa. —El futuro, al parecer, —dijo, mirando con ironía a James por encima de sus gafas. —Nadie debería saber demasiado de sí mismo. No sé cómo esto vino en la Historia, manteniéndose en su lugar. Pero claro, al igual que el Libro, tu propia historia aún no está terminada. Nunca está terminada. Y esta noche, comienza un nuevo capítulo. La llave ahora es tu responsabilidad, como lo es la Bóveda y su Libro. James asintió, aunque su mente estaba dando vueltas, tambaleándose. ¿Qué podría significar la tarjeta de la rana de chocolate? ¿Cómo pudo haber ingresado al Libro, guardando el lugar apropiado, desde cualquier lejano y misterioso futuro de su origen? Siguió a su padre y regresó a la oscuridad mucho más prosaica de la bodega. James cerró la puerta de la Bóveda con cuidado. Era su deber ahora. Retiró la llave, volviendo a cerrar la celda y su extraño talismán de esperanza. Con un destello púrpura, la puerta se desvaneció de nuevo. James sacó la llave del invisible ojo de cerradura. La embolsó y le dio unas palmaditas en el bolsillo, contento de sentir el pequeño y poderoso peso allí dentro. Desde ese día en adelante, mantuvo la llave con él en todo momento. Su padre guardó la tarjeta de la rana de chocolate. Y en los muchos años siguientes, cuando James estuvo triste (y tuvo ocasiones para estar triste) pensó en la Bóveda. Pensó en la Historia. A veces, muy raramente, la visitaba. Realizó los deberes de su cargo.

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Se recordó a sí mismo. El Autor aún no había terminado. La tristeza era solo un capítulo en la trama más grande. El desamor y la pérdida eran las únicas ficciones. No durarían para siempre. El final feliz aún no estaba escrito. Pero algún día... algún día... sería así.

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Aquí acaba este libro, traducido, editado y publicado por LatinGremlins y El Blog de Divel. Gracias a todos por acompañarnos en este largo camino