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EL INESPERADO LEGADO DEL DIVORCIO Judith Wallerstein – Julia Lewis – Sandra Blakeslee RESUMEN CONTRAPORTADA Judith Walle

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EL INESPERADO LEGADO DEL DIVORCIO Judith Wallerstein – Julia Lewis – Sandra Blakeslee RESUMEN CONTRAPORTADA Judith Wallerstein es una de las mayores expertas del mundo en el tratamiento de niños de padres divorciados. Ofrece en este libro un estudio único sobre las verdaderas consecuencias del divorcio en la vida futura de los hijos. La autora elije siete niños que sintetizan las experiencias vitales más generalizadas en estos casos, y realiza un seguimiento de sus vidas con detalles vividos a través de sus adolescencias, sus relaciones amorosas, sus éxitos y fracasos matrimoniales, y sobre la paternidad de sus propios hijos. Al carecer de un patrón interno de cómo es una relación exitosa, los hijos adultos del divorcio deben crear nuevos códigos de comportamiento en una cultura que ofrece muchos modelos y pocas pautas. Utilizando un grupo comparativo de hijos de padres que se llevaban mal pero no se separaron, Wallerstein muestra cómo los hijos adultos del divorcio ven la vida en forma diferente a sus pares criados en hogares intactos. De este modo, ella arroja luz sobre el interrogante que muchos padres enfrentan: permanecer infelizmente casados o divorciarse.

LAS AUTORAS Judith Wallerstein es considerada la primera autoridad mundial en los efectos del divorcio en los niños. Fundadora del Centro Judith Wallerstein para la Familia en Transición, es catedrática emérita de la School of Social Welfare de la Universidad de California en Berkeley. Es autora junto con Sandra Blakeslee de los best sellers estadounidenses The Good Marriage y Second Chances, y con la doctora Joan Berlin Kelly de Surviving The Breakup. Julia M. Lewis es profesora de psicología de la Universidad Estatal de San Francisco, donde es directora de la clínica de psicología, y coordinadora del programa de psicología clínica. Es investigadora codirectora del proyecto de niños del divorcio.

Sandra Blakeslee es una galardonada corresponsal en ciencias de The New York Times Hace 25 años Judith Wallerstein comenzó a contactarse con un grupo de 131 niños cuyos padres se estaban divorciando. Les pidió que le contaran los detalles íntimos de sus vidas, lo cual hicieron con notable candidez. Wallerstein se ganó su confianza y fue recompensada con un conmovedor retrato de cada una de sus vidas durante la infancia, la adolescencia, y la adultez. En manos de Wallerstein, las experiencias y ansiedades de esta generación de niños, que ahora tienen entre treinta y cuarenta años, reviven. Observamos cómo luchan contra el temor de que sus relaciones fracasen al igual que la de sus padres. Wallerstein muestra cómo muchos superaron su temor a no encontrar compañeros amorosos y a convertirse en padres protectores y exitosos; y cómo otros aún se están esforzando para encontrar los deseos de su corazón sin saber por qué se sienten tan atemorizados. Ella también demuestra la inmensa fuerza y enormes logros de una generación de sobrevivientes que a menudo tuvieron que crecer solos y ayudar a sus padres en tiempos difíciles

CONCLUSIONES Esta es una transcripción de las conclusiones a las que va llegando la autora en la medida que desarrolla su investigación 





A menudo el divorcio produce un colapso parcial o total de la capacidad de los adultos para proceder como padres durante meses o a veces años despues de la separación. Ocupados en reconstruir sus vidas, madres y padres tienen mil y un problemas, y eso suele impedirles ver las necesidades de sus hijos. En este tipo de familias, uno de los hijos (a menudo la hija mayor) asume responsabilidades muy superiores a las que tenía con anterioridad. Estos jóvenes encargados asumen sin quejarse la conducta moral de sus hermanos menores, y también actúan como confidentes, consejeros, encargados e incluso padres de sus propios padres durante los años siguientes. (Páginas 1112) Descubrí que muchos hijos del divorcio estaban atrapados en un intenso conflicto interior: preocupados por no repetir los errores de sus padres mientras buscaban un amor duradero. Muchos evitaban comprometerse mientras que otros iban impulsivamente de relación en relación con gente problemática que apenas conocían. Los dejé, preocupada por su futuro, pero esperanzada de que encontrarían una forma de superar sus temores. (Página 16) Dos creencias erróneas son las que sustentan nuestras actitudes generales hacia el divorcio. La primera sostiene que, si los padres son felices, los niños







también serán felices. Aunque las criaturas estén angustiadas por el divorcio, la crisis será transitoria ya que éstas tienen elasticidad e ingenio y se recuperarán pronto. Los niños no se consideran separados de sus padres; sus necesidades y hasta sus pensamientos se incluyen en la agenda de los adultos. Este mito está basado en el hecho de que la mayoría de los adultos no puede comprender la visión del mundo que tienen los niños y cómo piensan. El problema es que ellos creen que lo hacen. En realidad, muchos adultos que se encuentran atrapados en matrimonios infelices se sorprenderían al saber que sus niños están relativamente contentos. A ellos no les importa si su papá y su mamá duermen en camas diferentes mientras la familia permanezca unida. (páginas 20-21) Los niños en las familias divorciadas no son más felices, saludables o mejor adaptados aunque uno o ambos padres sean más felices. Los estudios nacionales muestran que los niños de familias divorciadas y vueltas a casar son más agresivos hacia sus padres y maestros. Experimentan más depresión, tienen más dificultades de aprendizaje y sufren más problemas con sus pares que los niños de familias intactas. Los niños de familias divorciadas y vueltas a casar tienen más probabilidades de ser derivadas a gabinetes psicológicos en las escuelas que sus pares de familias intactas. Muchos de ellos terminan en clínicas de salud mental y establecimientos hospitalarios. Tienen una actividad sexual más temprana, tienen más hijos extramatrimoniales, hay menos casamientos y más divorcios. Numerosos estudios muestran que los hijos adultos del divorcio tienen más problemas psicológicos que aquellos que se criaron en matrimonios intactos. (página 21) Un segundo mito se basa en la premisa de que el divorcio es una crisis temporaria que ejerce sus efectos más dolorosos sobre padres e hijos en el momento de la separación. La gente que cree esto llega a la feliz conclusión de que la clave para la adaptación de los niños, es la resolución del conflicto sin rencor. La creencia de que la crisis es temporaria sustenta la idea de que si se realizan arreglos aceptables sobre la custodia, régimen de visitas y mantenimiento de los niños en el momento del divorcio, y se brinda a los padres algunas instrucciones, los niños muy pronto estarán bien. Esta es una idea errónea. Aún ya adultos tienen recuerdos críticos de lo que fue su vida despues del divorcio. Ninguno de los hombres o mujeres divorciadas cuyas vidas describí en este libro quería que sus hijos repitieran sus experiencias de la niñez. Envidiaron a sus amigos que crecieron en familias intactas. Las historias de sus vidas desmienten los mitos que sostenemos. (páginas 22-23) Cuando comencé a estudiar los efectos del divorcio en los hijos y los padres en 1970, yo, al igual que todos, esperaba que ellos se recuperaran. Pero con el correr del tiempo comprendí que el divorcio era una crisis a largo plazo que









estaba afectando el perfil psicológico de toda una generación. Observé este efecto a largo plazo en mi investigación, la cual siguió a los niños hasta fines de su adolescencia y comienzos de su adultez, pero recién ahora (que los hijos son adultos) pude contemplar el cuadro completo. El divorcio es una experiencia que transforma toda la vida. La infancia es diferente despues del divorcio. La adolescencia es diferente. La adultez, con la decisión de casarse o no, de tener hijos o no, es diferente. Sea bueno o malo el resultado final, toda la trayectoria de la vida de un individuo se altera profundamente con la experiencia del divorcio. (página 25) Por otra parte, despues de seguir la vida de un hijo del divorcio, y luego otro y otro, desde los comienzos de la niñez, a través de la adolescencia, y los desafíos de la adultez, puedo afirmar sin lugar a dudas que tienen preocupaciones distintas de las de sus pares de hogares intactos. Estas preocupaciones están remodelando nuestra sociedad de un modo que jamás imaginamos. Contrariamente a lo que pensamos desde hace tiempo, el mayor impacto del divorcio no se produce durante la niñez o la adolescencia. En cambio se produce en la adultez cuando las relaciones románticas más serias ocupan el centro de la escena. Cuando llega el momento de elegir una pareja y formar una nueva familia, aumentan los efectos del divorcio. Un descubrimiento central en mi investigación es que los hijos no solo se identifican con la madre y el padre como individuos separados, sino con la relación entre ellos. Llevan consigo el patrón de esa relación hasta la adultez y lo utilizan para buscar la imagen de su nueva familia. La ausencia de una buena imagen influye de manera negativa en su búsqueda del amor, intimidad y compromiso. La ansiedad es la que conduce a muchos de ellos a realizar malas elecciones, a desertar cuando surgen problemas o a evitar por completo las relaciones. (página 26) La familia divorciada es una clase de familia diferente en la cual los niños se sienten menos protegidos y menos seguros con respecto al futuro que los niños de familias intactas razonablemente buenas. El niño que crece en una familia divorciada a menudo experimenta no sólo una pérdida (la de la familia intacta) sino una serie de pérdidas. (página 26) El divorcio produce una disminución en el cuidado de los padres hacia los hijos, especialmente del hombre. ¿Cómo se advierte esta disminución? Pregúntele a cualquier hijo del divorcio. En todos los aspectos de la vida del niño, los padres están menos disponibles y menos organizados, y tienen menos cenas juntos e incluso menos ropa limpia, y no siempre llevan a cabo las rutinas hogareñas o ayudan con las tareas escolares o los rituales a la hora de dormir. Pero el cuadro general es más preocupante que los detalles.







Cuando el matrimonio se rompe, Los niños adquieren un nuevo significado para sus padres. Se pueden convertir en una carga mucho más pesada. O son un desafortunado residuo de un sueño que fracasó. O quizá pueden brindar esperanza y significado a la vida de uno de los padres. Despues del divorcio, una sorprendente cantidad de adultos busca a sus hijos para que los ayuden con sus problemas. (página 42) Aún las mujeres que deciden dejar sus matrimonios y tienen profesiones exitosas, se sentirán solas y bloqueadas cuando enfrenten sus nuevas responsabilidades y tengan que tomar decisiones solas, sin el consejo de un compañero. Los hombres también se deprimen y se sienten solos en esta oportunidad. Necesitan ayuda para establecer un hogar y sentir que sus hijos quieren verlos. Hombres y mujeres por igual se sienten solos y aislados de los antiguos amigos, que no querrán tomar partido y se alejarán de ambos. Otros amigos están preocupados por la ruptura de sus propios matrimonios y se mantendrán apartados. A menudo los parientes desaprueban el divorcio y no vacilan en manifestarlo. Al sentirse herido y derrotado, cada progenitor se vuelca naturalmente a sus hijos y los trata como sus confidentes más leales. Ambos confían en ellos como camaradas. (páginas 42-43) Dada la dependencia emocional que muchos padres comienzan a tener con sus hijos, no es sorprendente ver las amargas peleas acerca de cuál de los dos tiene la prioridad de la custodia y las visitas. Muchos padres comienzan a pensar que sin ese niño no tienen a nadie. Así las batallas legales a menudo tienen sus orígenes en la desesperación de los adultos, en el simple deseo de los padres de pasar más tiempo con el niño. Estas batallas a veces distraen a los padres de sus miserias personales, pero no las resuelven. (página 43) En una familia divorciada, el niño suele asumir la responsabilidad de uno o ambos progenitores que ven temporaria o prolongadamente abrumados por la crisis. Esta situación se puede agravar por las subsiguientes desilusiones del adulto en sus relaciones. Por lo tanto, un padre o una madre que antes eran muy competentes son incapaces de comportarse como en el pasado. Recuperarse de un divorcio es mucho más difícil de lo que creíamos y demora mucho más. Como resultado la carga recae sobre el niño que da un paso adelante para hacerse cargo: por compasión y, con frecuencia, por una culpa imaginaria. Ésta es una de las formas en que el divorcio cambia profundamente no sólo la experiencia de un niño, sino toda su personalidad mientras crece y se convierte en adulto. La protección que implica el sacrificio de los propios deseos para satisfacer las necesidades de otros es una triste preparación para poder realizar elecciones felices en las relaciones adultas. (página 44)





La mayoría de los estudios sobre el divorcio se lleva a cabo utilizando cuestionarios u otras técnicas realizados por personas que no ven a quién están interrogando. Los investigadores reúnen los datos de una gran cantidad de familias y luego dividen a los niños en dos grandes categorías: de familia divorciada o de familia intacta. En realidad estos estudios “controlados” muestran que los hijos del divorcio y aquellos que se criaron en un segundo matrimonio tienen muchos más problemas que los niños criados en un matrimonio intacto. Los investigadores advirtieron diferencias significativas en problemas de aprendizaje, baja en los promedios escolares, comportamiento sexual precoz, incidencia en el divorcio, enfermedad física, disgusto contra los padres y una serie de otras medidas sociales muy importantes. (página 46) Uno de los muchos mitos de la cultura del divorcio es que éste rescata automáticamente a los niños de un matrimonio infeliz. En realidad, muchos padres se aferran a esta creencia como un modo de sentirse menos culpables. Nadie quiere herir a sus hijos, y ayuda pensar que el divorcio es una solución para el dolor de todos. Por otra parte, es verdad que la separación libera a un niño de un matrimonio cruel o violento. Sin embargo, cuando observamos los miles de niños que mis colegas y yo hemos entrevistado en nuestro centro desde 1980 que, en su mayoría, provenían de matrimonios moderadamente infelices que terminaron en divorcio, hay un mensaje que es claro: los niños no manifiestan que son más felices. En lugar de ello, afirman de manera categórica: El día que mis padres se divorciaron es el día en que terminó mi infancia”. ¿Qué quieren decir? Las relaciones entre padres e hijos cambian en forma radical despues del divorcio: temporalmente o para siempre. Diez años despues de la separación sólo la mitad de las madres y un cuarto de los padres de nuestro estudio pudieron brindar los mismos cuidados amorosos que distinguían su paternidad antes del divorcio. Lo que no comprenden la mayoría de los padres es que sus hijos pueden estar bastante felices a pesar de un matrimonio fracasado. Los hijos no se sienten necesariamente agobiados porque mamá y papá discuten. En realidad, los niños y los adultos pueden protegerse mutuamente durante la tensión de un matrimonio fracasado en un matrimonio intacto infeliz. A menudo, los padres y las madres se esfuerzan por ocultar sus problemas maritales ante sus hijos. Sólo despues de que uno o ambos deciden divorciarse, comienzan a pelear abiertamente delante de ellos. Los niños que sienten tensiones en el seno de hogar vuelcan su atención al exterior, y pasan más tiempo con amigos y participando en actividades escolares. Los niños aprenden desde muy pequeños a hacer oídos sordos a las discusiones de sus padres. El concepto de que todos o la mayoría

de los padres que se divorcian están atrapados en el conflicto de que sus hijos sean testigos es erróneo. En muchos matrimonios infelices, uno o los dos padres sufren en silencio durante muchos años: sintiéndose solos o sexualmente excluidos y profundamente decepcionados. La mayoría de los hijos del divorcio manifiestan que no tenían idea de que el matrimonio de sus padres estuviera al borde del precipicio. Aunque algunos pensaron de manera secreta en el divorcio o lo discutieron con sus hermanos, no sospechaban que sus padres estaban planeando la separación. Tampoco comprendieron la realidad de lo que les legaría el divorcio Para los niños, la separación es una divisoria que altera sus vidas para siempre. El mundo comienza a percibirse como un lugar mucho menos confiable y más peligroso, ya que las relaciones más íntimas de sus vidas no volverán a mantenerse firmes. Pero más que ninguna otra cosa, esta nueva ansiedad representa el fin de la infancia. (página 56- 57) 



Cuando la mayoría de la gente escucha la palabra “divorcio”, piensa que significa un matrimonio fracasado. Se cree que el hijo del divorcio experimenta la enorme pérdida de la familia intacta despues de la cual aparecerá la estabilidad y un segundo matrimonio más feliz. Pero esto no es lo que le sucede a la mayoría de los hijos del divorcio. Ellos no experimentan una o dos, sino varias pérdidas, mientras sus padres van en busca de nuevos amantes o parejas. Cada una de estas “transiciones” trae nuevos disturbios a la vida del niño, y dolorosos recuerdos de la primera pérdida. Los estudios nacionales muestran que cuanto más transiciones se producen más se hiere al niño porque el impacto de pérdidas repetitivas es acumulativo. La frecuencia de esta inestabilidad en las vidas de estos niños no ha sido considerada ni reconocida por la mayoría de las personas. (página 57-58) Los segundos matrimonios con hijos tienen mucha más probabilidad de terminar en divorcio que los primeros matrimonios. Y así, la experiencia típica del niño no es un matrimonio seguido de un divorcio, sino varias o, a veces, muchas relaciones tanto de su madre como de su padre seguidas de una pérdida o una estabilidad eventual. En este estudio, solo 7 de los 131 niños originales experimentaron un segundo matrimonio estable, en el cual tuvieron buenas relaciones con los padrastros y hermanastros de ambos lados de la familia divorciada. Dos tercios de los niños crecieron en familias en las cuales experimentaron múltiples divorcios y nuevos matrimonios de uno o ambos progenitores. Estas cifras no reflejan los diversos amoríos y concubinatos que no se convierten en relaciones legales. Teniendo en cuenta estas experiencias, ¿podemos sorprendernos de que tantos niños del divorcio saquen la conclusión de que el amor es efímero? (página 58-59)



¿Qué es lo que impulsa a tantos hijos del divorcio a una cohabitación o matrimonio precoz que tardaron en decidir tanto como comprar un par de zapatos nuevos? Las respuestas se encuentran en los fantasmas que los persiguen cuando ingresan en la adultez. Las mujeres y los hombres de familias divorciadas viven con el miedo a repetir la historia de sus padres, y no se atreven a pensar que podrán hacerlo mejor. Estos temores, que estuvieron presentes aunque menos imperantes durante la adolescencia, se convierten en abrumadores en la adultez, y más aún si alguno o ambos progenitores no lograron una relación duradera despues de un primer o segundo divorcio. Las citas y el noviazgo elevan sus esperanzas de ser amados, pero también sus temores de que los hieran o los rechacen. Estando solos, recuerdan los años de soledad en la familia divorciada y el abandono que tanto temen. Se sienten atrapados entre el deseo del amor y el temor a la pérdida. Esta amalgama de temor y soledad puede conducir a múltiples amoríos, matrimonios apresurados, divorcios tempranos y, si no se aprovechan las lecciones aprendidas en casa, a una segunda y tercera ronda de lo mismo. O pueden permanecer atrapados en malas relaciones durante años. Así es como funciona: en el comienzo de la adultez, las relaciones ocupan el centro del escenario. Pero para muchos ese escenario está vacío de buenos recuerdos sobre cómo un hombre y una mujer adultos pueden vivir juntos en una relación amorosa. Este es el impedimento central que bloquea el desarrollo de los niños del divorcio. El andamiaje psicológico que necesitan para construir un matrimonio feliz fue dañado por las personas de las que dependían mientras crecían. Observemos detenidamente el proceso de crecer. Los niños aprenden toda clase de lecciones en las rodillas de sus padres, desde el momento en que nacen hasta que se alejan del hogar. Para el bebé, no existe un paisaje más fascinante que el rostro de su madre. Para el niño, no hay una imagen más emocionante que el marco que incluye a mamá y papá besándose, peleando, consultándose, llorando, gritando o abrazándose. Estas mil y una imágenes se van internalizando y forman la visión que el niño tiene de cómo se tratan hombres y mujeres, cómo se comunican padres e hijos, cómo se llevan hermanos y hermanas entre sí. Desde el primer día, los niños observan a sus padres y absorben los pequeños detalles de la interacción humana. Observan a sus padres como personas privadas y como personas públicas fuera del hogar. Escuchan con cuidado lo que dicen los padres, y reflexionan sobre lo que callan, hacen juicios desde muy temprano. Ellos tienen inmensos sentimientos de amor, odio, envidia, admiración, lástima, respeto y desdén. Éste es el teatro de nuestras vidas: nuestra primera y más importante escuela

de aprendizaje sobre nosotros mismos y los demás. Las imágenes de cada familia se graban en el corazón y la mente de cada niño, y se convierten en el teatro interior que moldea las expectativas, esperanzas y temores. Pero más allá de la visión del niño del padre y la madre como individuos, está la visión del niño de la relación entre ellos, la naturaleza de la relación como una pareja. (Páginas 61-62) 

¿Cuál es la diferencia entre el patrón interior de un hijo del divorcio y el de un adulto de una familia intacta, en especial si el hijo del divorcio, de acuerdo con los consejos actuales de mediadores y abogados, tiene acceso a ambos progenitores y éstos evitan las peleas durante los años posteriores al divorcio? Como me comentaron todos los hijos del divorcio, no importa la frecuencia con la que ven a sus padres, la imagen de ellos como una pareja amorosa se perdió para siempre. El padre en una casa y la madre en otra no representa un matrimonio, no importa lo bien que se comuniquen. Cuando los niños crecen y eligen sus parejas carecen de esta imagen central de un matrimonio intacto. En su lugar enfrentan un vacío que amenaza con atraparlos. A diferencia de los niños de familias intactas, los hijos del divorcio de nuestro estudio hablaron muy poco de la interacción de sus padres, y casi no se refirieron al comportamiento de sus padres en la separación. Su queja fundamental es que nadie les explicó el divorcio y las razones permanecieron ocultas en un misterio. En realidad la interacción de los padres era un agujero negro, como si la pareja hubiera desaparecido de la memoria y de la vida interior consciente de los niños Esta necesidad de una buena imagen interior de los padres como pareja es importante para el desarrollo del niño a través de todos los años de su crecimiento, pero la significación de este patrón interno de las relaciones hombre-mujer se incrementa en la adolescencia. Los recuerdos y las imágenes del pasado y el presente se agigantan en un vigoroso coro de voces cuando el joven enfrenta sus verdaderas elecciones en relación con el amor y el compromiso Pero los hijos del divorcio tienen algo más en contra. A diferencia de los niños que pierden un progenitor debido a una enfermedad, accidente o guerra, los hijos del divorcio pierden el patrón que necesitan debido al fracaso de sus padres. Los padres que se divorcian pueden pensar que su decisión de terminar con el matrimonio, es inteligente, valiente y el mejor remedio para su infelicidad, pero para el hijo del divorcio tiene un significado: Los padres fracasaron en una de las tareas principales de la adultez. Juntos y separados, fracasaron en mantener el matrimonio. Aún si el niño decide-como si fuera un

adulto- que el divorcio era necesario, que en realidad los progenitores tenían muy poco en común, el divorcio sigue representando un fracaso: fracaso para conservar a un hombre o a una mujer, fracaso para mantener una relación, fracaso para ser fiel. Este fracaso modela el patrón interior del niño con respecto a él mismo y a la familia. Si ellos fracasaron, yo también puedo fracasar. Y si, como sucede con frecuencia, el niño observa más relaciones fracasadas en los años posteriores al divorcio, la conclusión es simple. Nunca vi a un hombre y a una mujer en el mismo barco. El fracaso es inevitable.



El noviazgo está siempre lleno de emoción, anhelos y ansiedad. Todos los adultos son conscientes de que ésta es la decisión más importante de la vida. El temor a una elección equivocada o a ser rechazado o traicionado no se limita a los hijos del divorcio. Pero las diferencias entre los hijos del divorcio y los de matrimonios intactos fueron más allá de mis expectativas. Los jóvenes de las familias intactas junto con sus temores adquirieron confianza con respecto a aquello que vieron funcionar, tenían ideas muy claras sobre cómo hacerlo. Ellos manifestaron todo esto en términos muy convincentes. Ningún adulto del grupo de divorciados habló de ese modo. Sus recuerdos e imágenes internas eran más pobres o temerosas debido a que carecían de pautas para acallar sus temores. En realidad, eran impotentes ante éstos. Gina, una exitosa ejecutiva de una compañía internacional, de cuarenta años, me dijo: “Crecí sintiendo que los hombres no son dignos de confianza, de que, al igual que mi padre, ellos sólo quieren jugar con juguetes. Sé que salí con hombres que parecían confiables y maravillosos pero, aún así, apostar todas mis fichas a un solo hombre me atemoriza. Sólo confío en mí misma”. (Páginas 63-64) Despues de escuchar muchas historias como la de Karen sobre lo difícil que fueron sus vidas cuando tenían 20 años, comprendí que comparados con los niños de familias intactas, los hijos del divorcio siguen una trayectoria diferente para crecer. Les lleva mucho más tiempo. Su adolescencia se prolonga y la entrada en la adultez se dilata. Los hijos del divorcio necesitan más tiempo para crecer porque tienen que lograr más cosas: deben tomar distancia del pasado y crear un modelo mental de hacia dónde se dirigen, esculpiendo su propio camino. Aquellos que lo logran, merecen medallas de oro por su integridad y perseverancia. Después de rechazar a sus padres como modelos, deben inventar quienes desean ser y qué quieren lograr en su vida adulta. Eso es más de lo que se espera que logran la mayoría de los adolescentes. Teniendo en cuenta los desafíos normales del crecimiento, que ellos tienen que atravesar solos, no es sorprendente que los niños del divorcio se vean acechados por amoríos

malogrados o descarrilamientos similares. La mayoría los encuentra entre los veinte y los treinta años antes de entrar en la adultez. El sendero del desarrollo de la adolescencia hacia la adultez no está perfectamente sincronizado después del divorcio. Muchos hijos del divorcio no pueden superar la adolescencia porque no pueden darle un cierre al proceso normal de separarse de sus padres. En el curso normal de la adolescencia, los niños los niños pasan varios años en una especie de tira y afloje con sus padres, alejándose lentamente del hogar. Al final de la adolescencia la mayoría de los hijos del divorcio están más ligados a sus padres y, paradójicamente, más ansiosos por alejarse que sus pares de familias intactas. Los jóvenes quieren apartarse, pero no pueden hacerlo debido a las tareas sin terminar que hay en el hogar. Los hijos del divorcio quedan retenidos en el ingreso a la adultez porque es demasiado atemorizante. Desde un principio se sienten más ansiosos e incómodos con el sexo opuesto y les resulta más difícil construir una relación y darle tiempo para que se desarrolle. Estos hombres y mujeres jóvenes que se sienten vulnerables, confundidos y terriblemente solos, con presiones biológicas y sociales, se involucran en un sombrío juego que contiene sexo sin amor, pasión sin compromiso, estar juntos sin futuro. (página 66-67) 

La mayoría de la gente cree que si un esposo y una esposa no son felices, sus hijos tampoco lo son. Esta opinión está basada en la creencia de que los padres infelices inevitablemente tendrán conflictos delante de sus hijos que los harán sentir apenados y atemorizados. Lo que queda fuera de la ecuación es la gran cantidad de familias que, como la de Gary, evitan las peleas para mantener la paz familiar y la integridad de la paternidad. Gary nos revela cómo es el desarrollo hacia la adultez dentro de ésta clase de familia. ¿Cómo es? ¿Cómo moldea un matrimonio infeliz que permanece unido a la vida de los niños cuando éstos se convierten en adolescentes y en adultos? ¿Qué papel juega en sus vidas el compromiso parental para mantener el matrimonio? (Página 68) Cuando Gary fue donde su padre para que le explicara lo que estaba pasando, esta fue la respuesta de su padre. “Te voy a decir algo, hijo. El matrimonio es como una montaña rusa. Tiene subidas y bajadas. Las bajadas han sido peores de lo que pensé, y las subidas han sido mejores de lo que pensé. Lo más importante es que amo a tu madre y ustedes, los niños, son lo más importante de nuestro matrimonio. El cuadro actual es que tu madre y yo estamos en una bajada, pero saldremos de ella. Sé que saldremos porque los

queremos mucho. Nuestro matrimonio ha sido un gran desafío, pero fue un buen recorrido y me voy a quedar hasta el final. (Página 71) Al ser honesto con su hijo, el padre de Gary le presentó la imagen de un adulto íntegro que luchó en una relación infeliz y tomó la decisión de permanecer en el matrimonio por el amor a su esposa y el compromiso con sus hijos. Transmite una visión del mundo en la cual los valores de la honestidad, la paciencia, el trabajo en los problemas de la vida, el amor y la lealtad brillan como faros. Gary tuvo una doble bendición. Se le ofreció una imagen sincera de un matrimonio en crisis, aunque mezclada con aflicción y alegría. Y se le ofreció el modelo de un padre que se esfuerza por proteger a sus hijos y a su esposa a pesar de sus serias desilusiones. Esto es valentía. No se niega el problema, no se cubren con azúcar las crisis recurrentes. El se colocó a nivel del niño de un modelo inolvidable. (Página 73) Cuando uno de los padres (o a veces ambos) no puede mantener su adultez y renuncia a la responsabilidad de proteger al niño, éste es expuesto a serios riesgos. Esto puede suceder tanto en familias intactas como divorciadas. El ambiente dentro de muchos matrimonios intactos no es muy diferente del de muchas familias divorciadas que he visto: un adulto tratando que los niños sean sus aliados contra el otro. Al igual que en las familias divorciadas, los niños advierten la injusticia de los agravios y se vuelven en contra del acusador. El peligro principal es que a los niños no se les brindó una brújula moral con la cual timonear sus problemas en sus propios matrimonios. Se les brinda una imagen distorsionada de la naturaleza de la relación hombre-mujer y la responsabilidad de un padre hacia los hijos. Sabemos que esto sucede después del divorcio, pero también es común en familias intactas. He visto muchas en mi experiencia clínica. Cuando surgen las tensiones, la necesidad de una víctima propiciatoria es muy intensa. (Página 73-74) Cuando las personas permanecen juntas o deciden separarse, ¿qué ganan o pierden los hijos, y qué gana o pierde cada uno de los padres? Si la paternidad fue buena, los hijos tienen mucho que perder con el divorcio, y están mucho mejor si los padres infelices permanecen casados y aprenden a aceptar sus desilusiones mutuas. De manera ideal, los padres encontrarán una forma de emparchar su relación para mantener una buena paternidad. Si los hijos pudieran votar, casi todos lo harían a favor de mantener el matrimonio de sus padres. (Página 78) ¿Qué ganan o que pierden éstos al divorciarse o al permanecer infelizmente casados? Nadie de afuera puede decirles qué hacer. Esta es una de las

decisiones más importantes que una persona debe realizar. Nadie tiene el derecho de decirle a una mujer infeliz que desista de su oportunidad al amor y a la plenitud sexual porque la maternidad es más importante, y nadie tiene el derecho moral de decirle a un hombre que vive con una mujer que lo menosprecia y le rompe el corazón que permanezca casado porque sus hijos lo necesitan en su vida diaria. Pero si podemos contarles a hombres y mujeres lo exigente que será la paternidad en la familia divorciada. Podemos documentar que para muchos adultos los años posteriores al divorcio son más difíciles de lo que cualquiera puede imaginar. Las segundas nupcias con hijos traen ventajas y nuevos problemas que exceden la imaginación. Podemos afirmar que la paternidad requiere mucho más tiempo, energía y devoción en la familia divorciada, y que deben estar preparados para emprenderla junto con la reconstrucción de sus vidas. (Página 79) La lección más importante de Gary y otros que se criaron en familias intactas con problemas es que los hijos se sienten protegidos y relativamente contentos si los padres son capaces de mantener una buena paternidad. Este hallazgo en forma directa a los padres que están pensando en divorciarse. ¿Sus hijos están bien a pesar de la infelicidad de sus padres? (Página 79) 



Un problema grande es que los hijos del divorcio crecen sin aprender de la experiencia de sus padres nada que pudiera serles útil en sus propios matrimonios, excepto que esa unión es una ladera resbalosa y las personas se caen de ella. Sin ninguna guía ni historia familiar, sus propios matrimonios comienzan sin una brújula interior que les indique hacia dónde dirigirse cuando surgen las dificultades. Ellos carecen del patrón que describí con anterioridad de cómo viven juntos un hombre y una mujer y resuelven sus diferencias. Página 82 Un matrimonio sin conflictos es una utopía. Cada pareja casada debe aprender a resolver sus diferencias de un modo que se adecue a su estilo, valores y a la relación en particular. Las discusiones ya no las resuelve el padre que sabe más, un consejo de mayores o la tradición familiar. Las mujeres tienen el mismo poder y no todas las diferencias pueden negociarse, mediarse y resolver por turnos. Hay que encontrar la manera de llegar a acuerdos. Se debe considerar el asunto con equidad, contener el disgusto y la desilusión posteriores, y resolverlo pacíficamente para mantener el matrimonio. Y debe enfrentar el hecho de que este conflicto u otro reaparecerá. Es un proceso continuo y desafiante que puede ser la clave para un buen matrimonio o el camino hacia el divorcio. (Página 83)



Los hijos del divorcio tienen problemas con los conflictos porque crecieron en hogares donde las discusiones importantes no se resolvieron sino que terminaron en derrota. Para ellos cualquier conflicto significa peligro, un demonio que amenaza con desgarrar el tejido de la vida familiar, destruir su matrimonio y romper corazones. (Página 83) Debido a que los hijos del divorcio no saben cómo negociar bien los conflictos, muchos de ellos recurren a las peores soluciones cuando surgen los problemas. Por ejemplo algunos ocultan sus sentimientos, quejas o diferencias hasta que su disgusto explota hasta las nubes. Otros lloran y se inmovilizan. Pero la tendencia más común es huir ante el primer descuerdo serio y luchar contra demonios inconscientes. Esto se debe a que desde la perspectiva del hijo del divorcio cualquier discusión puede ser el primer paso de una cadena inevitable de conflictos que destruirá el matrimonio. Lo más fácil es huir. Esta clase de comportamientos desconciertan a esposos quienes se criaron en familias intactas. Las batallas menores y mayores de los matrimonios de sus padres fueron desagradables, pero no aterradoras. Las peleas, en su mente, no amenazan el matrimonio. Son tormentas, pero no huracanes. Los hijos de matrimonios intactos no disfrutan de los conflictos, pero controlan su ansiedad al comprender que los matrimonios no surgen por generación espontánea. Resolver diferencias y recuperarse de disgustos y heridas son necesarios para que crezca. Ellos presenciaron crisis familiares y vieron a sus padres enfrentar serios problemas y sobrevivir. Comprenden que el matrimonio requiere dedicación y trabajo duro. Esperan picos altos y bajos. Y aguardan que dos personas que se aman enfrenten racionalmente los conflictos y los resuelvan. Cuando su compañero—que es un hijo del divorcio —se aterroriza ante la menor discusión, o una amenaza de abandono, su reacción es de completa perplejidad. (Página 84)



Los niños criados en familias intactas también mantienen relaciones experimentales para pulir su juicio y poder elegir una pareja de vida. Pero ingresan en estas relaciones tempranas sin que el temor al fracaso les muerda los talones. Aunque la conducta exterior de ambos grupos parezca similar, los mueven distintas expectativas. Hasta que puedan liberarse del pasado, los hijos del divorcio esperarán el fracaso. La mayor parte de los que crecen en familias intactas esperan tener éxito.(Página 87)



Dos de cada tres adultos de nuestro estudio a largo plazo decidieron no tener hijos. Los estudios nacionales revelan resultados similares. Los nacimientos disminuyen en todas partes, pero los hijos del divorcio que deciden no tener

hijos citan específicamente al divorcio como la razón principal. Manifiestan con claridad por qué no quieren tener hijos. “¿niños? De ninguna manera”. Casados, divorciados o solteros, dicen cosas como: “No quiero acunar un bebé ni criar uno”. Otros insisten en que serán malos padres o madres, así que para qué asumir un rol para el que no tienen interés o talento ni una buena experiencia en su propia infancia. Y así dicen “¿Cómo voy a ser padre? Miren la crianza que tuve”. O: “Mi vida es demasiado insegura para pensar en tener un hijo”. Tienen poca confianza en su capacidad para criar un niño feliz. Otros estaban preocupados porque un hijo pudiera desestabilizar su matrimonio. Ninguno citó una carrera exigente como la razón para no tener un hijo. (Página 94) 

Me resultó interesante que a muy pocos hijos del divorcio parecía importarles el deseo de sus padres de convertirse en abuelos. Era un tema que surgía con frecuencia entre aquellos que se criaron en familias intactas. Podría ser natural en los niños que aún están enojados por el divorcio negarse a brindarles este obsequio como una forma de mantener la distancia con los padres. Si esto es verdad, es un triste legado de nuestra cultura del divorcio. (Página 95)



Los adultos que crecen en familias intactas concurren a una “escuela de matrimonios” junto con su aprendizaje académico. Cuando llegan a la adultez creen que ya están preparados para construir su propia familia. Observaron con cuidado a sus padres, en distintos estados de ánimo, en diferentes escenarios, en opuestos momentos, en la salud y la enfermedad. Los vieron usar el humor en situaciones tensas para ayudarlos a superarlas, y vieron cómo cada uno leía el estado de ánimo y el lenguaje corporal del otro para distinguir en menor disgusto de una tormenta cercana. Un colega, Paul Amato de la Universidad Estatal de Pennsylvania, propuso que la principal diferencia entre los adultos que crecieron en familias intactas y los de familias divorciadas es que éstos últimos carecen de habilidades sociales. Pero es algo más que habilidades sociales. Aquellos que crecieron en una familia intacta comprenden el contexto del matrimonio. Saben que para que éste funcione entre las presiones actuales hay que tenerlo en el centro de la conciencia en todo momento. (Página 101)



Los adultos de familias intactas tienen otras dos ventajas con respecto a los que crecieron en familias divorciadas. Tuvieron un sentido de continuidad con sus familias. Sintieron que formaron parte de una importante tradición con una historia, y que tuvieron una responsabilidad con sus padres y con sus

hijos de mantener ésta continuidad. Esta sensación de formar parte de una tradición familiar les brindó una perspectiva que los ayudó a estabilizar su relación e influyó en su deseo de tener hijos. También tuvieron el sentido real de que los matrimonios cambian a través del tiempo. No esperaban que sus novias de veinticinco años tuvieran el mismo aspecto ni actuaran igual a los treinta y cinco. Sabían que tener hijos les cambiaría la vida. Tenían conciencia de que el camino que había por delante a veces sería pedregoso y a veces parejo. No esperaban ni querían serenidad ni perfección. Aguardaban que su relación influyera en ellos como individuos. Finalmente estaban abiertos al cambio desde el día en que se embarcaron en el matrimonio Gary me sorprendió cuando explicó que una de las muchas cosas que lo atrajeron hacia Sara es que ella venía de una familia muy unida. Yo no esperaba que a las personas les importara el estado marital de los padres de la persona de la que se enamoraban. Estaba equivocada. Una gran cantidad de gente de familias intactas manifestaron que habían observado bien a los familiares políticos antes de comprometerse demasiado. Algunos afirmaron que, con una sola cita, podían decir si su pareja provenía de una familia divorciada, las mujeres eran impacientes y demasiado ansiosas por complacer, y los hombres confiaban sus historias demasiado rápido. Mucha gente joven admitió que la condición de provenir de una familia intacta feliz es tranquilizadora. Alardearon así: “Mi esposo viene de una familia numerosa sin ningún divorcio. No tiene demonios”. Sus actitudes reflejan la ansiedad general de nuestra sociedad sobre la fragilidad del matrimonio, y el temor de que los niños del divorcio tengan un menor compromiso ante el matrimonio. (Páginas 101-102) 

He descubierto que uno de los temas más importantes de este libro es que el divorcio es una experiencia diferente para los adultos y para los niños. Para un adulto, el divorcio es un remedio para una relación infeliz. Sí, es un remedio doloroso, en especial cuando hay hijos involucrados, pero los adultos tienen la esperanza de poner fin a un capítulo infeliz y abrir el camino a una vida mejor que incluirá a los niños. Naturalmente los padres se preocupan por sus hijos cuando deciden divorciarse, pero esperan que los niños comprendan y apoyen su decisión, y que se adapten rápidamente y bien a las nuevas circunstancias familiares. No comprenden lo poco que el niño comparte su visión y cuánta ayuda necesita para comenzar a aceptar los cambios que implica el divorcio. (página 116-117) Para los niños que no llegaron a la adolescencia (lo que significa la mayoría de los hijos del divorcio, ya que los demógrafos informan que el 80 % de las

separaciones se produce en el noveno año de matrimonio), no tiene sentido dividir la familia para resolver los problemas de ésta. Para ellos es una idea extraña y aterradora. Aunque hayan visto a uno o ambos padres llorando o gritando o golpeando, no relacionan la conducta de sus padres con la separación del matrimonio. Entre los niños más pequeños esta relación es una idea abstracta muy alejada de su comprensión. (página 117) Por lo tanto los niños no consideran el divorcio como un remedio. Para el niño el divorcio es la raíz que provoca el problema subsiguiente, no la solución del matrimonio con problemas. No quieren adaptar sus vidas a esta situación. Quieren que el divorcio se aleje y recomponer el matrimonio. Y durante muchos años siguen esperando que esto suceda. Los padres se sorprenderían al saber que muchos niños se aferran a sus deseos de reconciliación hasta avanzada la adolescencia. (página 117) Los niños de las familias más abusadoras están muy preocupadas por sus padres. Pero a diferencia de los adultos, no piensan que ellos o sus padres estarían mejor separados. Los niños de los matrimonios violentos quieren que sus padres permanezcan juntos. Quieren que las peleas cesen, pero también que la pareja continúe. (página 117) 

La familia de Larry es un ejemplo de algo que sólo puede emerger de estudios sobre el divorcio a largo plazo: el hecho de que en matrimonios con muchos conflictos, las peleas no cesan con el divorcio. Por el contrario, a menos que uno de los adultos desaparezca de la escena, continúan e incluso de incrementan. En mi experiencia con matrimonios con muchas disputas, el divorcio es una estación de paso más que una estación terminal para los conflictos serios. Aunque los padres ya no viven juntos, su relación psicológica sigue siendo de cólera durante varios años hasta que las madres encuentran su independencia y se liberan de sus esposos. (Página 119-120)



Después de décadas de registrar minuciosamente las interacciones madrehijo como si existieran en un mundo “sin padres”, los investigadores descubrieron a los padres y su importancia en el desarrollo del niño. Las respuestas actuales al interrogante “¿Los padres son buenos?” llenarían una pequeña biblioteca. Los niños con padres sensibles y comprometidos progresan en su desarrollo cognitivo y social cuando exploran el medio que los rodea y juegan con otros niños. Un estudio importante que siguió a los niños durante veinticinco años mostró que aquellos que tuvieron una relación comprometida con sus padres a los cinco años eran más felices como esposos y padres que aquellos que no habían tenido relaciones estrechas con sus

padres un cuarto de siglo antes. Y para disipar la creencia de que los padres son más importantes para los hijos que para las hijas, un estudio de mujeres jóvenes y que se destacaron en sus estudios académicos en Standford y Berkeley reveló que ellas atribuían sus grandes ambiciones al estímulo permanente de sus padres. En mi propio trabajo sobre buenos matrimonios, descubrí que las mujeres que mantienen una relación apasionada con sus esposos durante muchos años de matrimonio tuvieron una relación amorosa y saludable con sus padres cuando eran niñas. (Páginas 156-157) Pero en las familias divorciadas, las relaciones padre-hijo toman un rumbo diferente. Como el niño vive una parte del tiempo con el padre, o lo ve de acuerdo con un esquema establecido, la interacción no es algo garantizado. Como van y vienen, el padre y el hijo no están seguros uno del otro. En lugar de ello, su relación se debe crear desde las interacciones más limitadas que disfrutan o, si las cosas no funcionan bien, que no disfrutan. El potencial de desilusiones y heridas, o malos entendidos de ambas partes, está siempre presente. Las oportunidades de arreglarse después de una pelea para llevarse mejor son más limitadas. (Página 157) 

Un estudio nacional informa que los jóvenes adultos de familias divorciadas están enojados con sus padres y es probable que no sean de gran ayuda para ellos cuando sean mayores. Este es un tema muy serio para el futuro, considerando la longevidad de la gente y lo mucho que van a necesitar del cuidado y apoyo de sus hijos en su vejez (página 160) Casi todos los adultos jóvenes de familias divorciadas de nuestro grupo conocían las direcciones de sus padres en la entrevista realizada a los veinticinco años, pero la mayoría no eran buenos amigos. Su relación era muy diferente de la de las familias intactas buenas donde los padres y los hijos adultos eran unidos y valoraban más la relación a medida que los padres envejecían. Pocos padres divorciados eran buenos amigos de sus hijos adultos. (página 160) Aquí quiero señalar un extraño fenómeno que desconcierta a muchos observadores de nuestra cultura del divorcio. Conocía hombres que eran buenos padres, leales y decentes con los hijos nacidos de un segundo matrimonio o con los hijastros. Si se les pregunta a esos niños acerca de su padre dirán que es el mejor del mundo. Sin embargo, este mismo hombre unos años antes se alejó de los hijos de su primer matrimonio. Ellos dirán que es el peor padre del mundo. ¿Cómo puede una persona comportarse de manera tan dispar? (Página 160)



Las dos tareas centrales de la adultez son el amor y el trabajo. La mayoría de los hombres jóvenes de nuestro estudio cumplió razonablemente bien o muy bien con la segunda tarea. Comprendieron que debían mantenerse a sí mismos y lo tomaron con seriedad. Algunos hicieron una excelente carrera y ganaron mucho dinero. Otros trabajaron de manera estable por una paga moderada o baja. Pero la primera tarea fue un obstáculo gigante que provocó muchas angustias. Como vimos, los jóvenes y mujeres hombres de familias divorciadas entran en la adultez con ansiedad por el tema del amor, el compromiso y el matrimonio porque les preocupa fracasar o resultar heridos. Una forma de calmar esta ansiedad es evitar por completo el compromiso. Página 169



El noviazgo es ese tiempo crítico del comienzo de la relación en el que cada persona aprende sobre si mismo y sobre la otra y decide si complace sus necesidades, deseos y fantasías como para continuar con la relación. El objetivo del noviazgo es encontrar a alguien que se acerque más que otros para satisfacer las expectativas de amor, intimidad y amistad. Desafortunadamente, nuestra cultura del divorcio cambió la naturaleza del noviazgo. Sus objetivos ya no son claros porque al compromiso en lugar de esperarlo se le teme. La gente joven y no tan joven quiere amor duradero y compañerismo más que nunca. Dada la soledad de la vida moderna, la desolación de las oficinas y la tensión del tránsito, lo necesitan más que nunca. Quieren regresar a casa y que haya alguien que los quiera y aprecie. Una mascota no es lo mismo. A veces la gente trata de no enfrentar sus temores al compromiso mudándose a vivir junta y diciendo luego que no es permanente. Los temores de los hombres jóvenes no son simplemente parte de un desaliento generalizado en nuestra cultura con respecto al matrimonio. Sus temores están enraizados en sus propios recuerdos. Se entristecen cuando la conversación trata el tema del matrimonio. Como resultado, muchos jóvenes de familias divorciadas quedan inmovilizados. Cuando la mujer dice ”ahora o nunca”, muchos permanecen en silencio junto a la puerta, esperando un empujón, o cierran los ojos aterrorizados y huyen. A veces se alejan o inventan otra excusa para dilatarlo, tratando de dejar una puerta de escape abierta el mayor tiempo posible. (Página 170)



Las mujeres se quejaron desde tiempo inmemorial acerca de que sus hombres tienen problemas para expresar sus sentimientos amorosos. Obviamente este problema no se limita a los hijos del divorcio. Pero es justo decir que los hombres de familias divorciadas son conscientes de esta dificultad mucho

antes de que cualquier mujer se los recrimine. Durante años saben que tienen sentimientos que no pueden expresar y que su ansiedad los detiene. En sus mentes ensayaron cientos de veces las cosas que querían decirles a sus padres, y luego no pudieron hacerlo. Me atrevería a decir que muchos de los hombres que se criaron en familias divorciadas eran conscientes de sus inhibiciones y se desilusionaron de ellos mismos al ver que no podían superarlas. Algunos afirmaron que manejaban sus retiradas silenciosas porque tenían que protegerse para no convertirse en confidentes de sus madres cuando eran adolescentes. Acostumbrados a ocultar sus sentimientos, no pudieron romper con ese hábito incluso en un matrimonio amoroso. (Página 171) 

La gente se pregunta si existe un buen momento para divorciarse. Se preguntan si no es más fácil cuando el niño es muy pequeño para que no le queden intensos recuerdos de la familia intacta. ¿O es mejor esperar hasta que los niños sean casi adultos, con un pie casi fuera del nido? ¿La edad del niño importa, y la gente debe esperar un buen momento para el divorcio? De mi trabajo y otros se desprende que en nuestra cultura del divorcio los niños más pequeños tienden a sufrir más. En la edad en que necesitan protección constante y mucho cariño, sus padres están en pleno conflicto. En muchas familias esto incluye niños muy pequeños que reciben cuidados amorosos y repentinamente sufren un cambio drástico en esos cuidados. Sus madres regresan a trabajar y van de noche a estudiar para mejorar su situación financiera. Tienen menos a sus padres. Y ellos sufren. (Página 179)



La mayoría de la gente está familiarizada con el hecho de que cerca de la mitad de los primeros matrimonios terminan en divorcio. Pero lo que no saben es que todos los años quinientos mil niños menores de seis años, se encuentran sin poder comprender, vulnerables y atemorizados. Cuando crecen, guardan muy pocos recuerdos de la vida anterior al divorcio, con ambos padres en el hogar. Gran parte de lo que saben y recuerdan proviene de la familia posterior al divorcio. La familia que los creó, simplemente desapareció. (Página 181)



Para Paula el divorcio significó la pérdida de las tres cosas que siempre le habían brindado seguridad: su madre, su padre y las reconfortantes rutinas de su vida. Recién ahora a los treinta y tres años, Paula puede poner en palabras la magnitud de aquellas pérdidas. “No recuerdo nada excepto que vivíamos juntos y despues ya no. No recuerdo que alguien me haya explicado algo. De pronto no había nadie allí. Pasé tanto tiempo sola que traté de convertirme en

mi propia compañía. Pero, ¿cómo puede hacer eso una niña de cuatro años? Pasaba días sin decir una palabra. (Página 182) 

La madre de Paula es una del ejército de mujeres a las que el divorcio les provoca pesadillas económicas. Las estadísticas están bien documentadas. Las madres divorciadas ganan mucho menos que los padres divorciados, y la cuota de alimentos no compensa la diferencia. Los estudios muestran que las mujeres y los niños que pertenecieron a una clase superior antes del divorcio sufren la caída de ingresos más precipitada. En 1991, el 40% de las mujeres divorciadas con hijos vivían por debajo del nivel de pobreza. La situación era aún más desesperada para aquellas mujeres con hijos menores de seis años, cómo la madre de Paula. Más de la mitad de estas mujeres jóvenes con hijos pequeños estaban viviendo por debajo del nivel de pobreza. Las mujeres divorciadas no sólo son pobres despues del divorcio sino que continúan siendo pobres durante muchos años. Esto se debe a que, a pesar de las cuotas de alimentos, la cantidad promedio que reciben, y cuando se las pagan, es mucho menor al costo de criar un niño. Más aún, cuando una mujer busca empleo, muchas son menospreciadas en el mercado. No tienen las habilidades requeridas para comenzar o pasaron los años previos al divorcio ocupándose de los niños y los cuidados de la casa. Despues del divorcio se enfrentan con la doble carga de adquirir una nueva educación o de poner al día sus habilidades anteriores y simultáneamente mantener a sus hijos y a ellas mismas. Muchas aceptan trabajos nocturnos, trabajos temporarios o trabajos en inmobiliarias que las mantienen alejadas del hogar durante todo el fin de semana. Están físicamente agotadas y emocionalmente vacías, ya que corren siempre en el mismo lugar sin avanzar. Sus valientes esfuerzos para alimentar, vestir y cobijar a sus hijos disminuye notablemente su habilidad como madres.( Página 183)



En el mundo de carne y hueso de un niño que vive en una familia divorciada los temas económicos no están separados de los temas psicológicos, algo de lo que se habla muy poco. Después del divorcio, la caída del ingreso trae aparejadas otras pérdidas que no se pueden contabilizar en dólares y centavos, como alejarse de los amigos del barrio, mudarse a una casa menos costosa o verse expuesto a la violencia y el caos de un barrio peor, con una escuela superpoblada y maestros abrumados. Los extras que hacían que la vida de un niño fuera cómoda, se pierden. Las actividades especiales de los fines de semana, las películas, los campamentos de verano y otras actividades extracurriculares, sin mencionar los colegios privados, son lo primero que desaparece. Las oportunidades educativas que se reducen y la

usurpación de los lugares dentro de la familia tienen un efecto paralizante en los hijos del divorcio. ¿Por qué apuntar alto cuando nos han empujado a la parte inferior de la escalera y otros nos bloquean el camino? (Página 183) 

Con el divorcio, los niños en edad preescolar pierden los beneficios de una infancia estructurada, lo cual tiene serias consecuencias para su desarrollo. Los niños necesitan rutinas regulares: hora de acostarse, hora de siestas, hora de comidas, hora de juegos. Los adolescentes también necesitan rutinas hogareñas. Esta estabilidad brinda a los adolescentes la libertad para probar su agresión y aprender a autocontrolarse al observar que la vida tiene uniformidad y reglas. Pero después del divorcio, los hogares se desorganizan. Los horarios de comida no son regulares, los niños preparan sus propios almuerzos. Todo esto es así en el momento de la separación, pero el caos puede continuar durante muchos años si la madre se embarca en un programa exigente y no puede retomar sus rutinas previas. La caída tiene muchas facetas. Sin un horario regular para dormir, el niño se despierta cansado y caprichoso y no aprende bien en la escuela. Los niños mayores a quienes se les asigna la tarea de cuidar a sus hermanos menores se sienten enojados y resentidos. El progenitor responsable se ve y se siente agotado, presionado hasta un límite intolerante. (Página 186)



Al observar los informes de estos hijos del divorcio más pequeños me sorprendí al ver que un buen segundo matrimonio no los ayudó a superar el trauma del divorcio. Como sus madres eran relativamente jóvenes y encontraron esposos en poco tiempo, muchos niños volvieron a tener la protección y ventajas financieras de una familia intacta. Varios tuvieron padrastros y madrastras cariñosos que se ocuparon con ternura de ellos y se convirtieron en figuras centrales en su vida desde un principio. Pero, finalmente comprendí que, para la mayoría de estos niños, los padrastros eran figuras secundarias comparadas con la unión que tenían con sus padres biológicos. En general, Las relaciones con padrastros/madrastras no tienen el compromiso apasionado que los niños sienten por sus padres. Es como si en sus mentes tuvieran un compartimiento para sus padres y otro para los padrastros, y ambos permanecieran siempre separados. Un hombre de veinte años que tenía un padrastro amoroso desde los siete años y rara vez veía a su padre biológico, lo expresó claramente: “Mi padrastro podría ser San Francisco o San Antonio. Podría haber caminado sobre el agua. Pero no podría haber borrado el dolor que sentía por mi padre”. Los niños son muy fieles en su amor, enojo y sufrimiento con respecto a sus padres durante toda su vida. (Página 188)



El enfoque de la política e intervención del divorcio se centra en la pérdida del padre, que es muy profunda para muchos hijos del divorcio. Pero la pérdida de la madre cambia para siempre la forma en que un niño, especialmente pequeño, experimenta el mundo. Para los niños en edad preescolar de nuestro estudio la pérdida de sus madres fue fundamental y su sufrimiento fue constante. Veinticinco años despues todavía loran y recuerdan: “Mi madre no estaba realmente allí. No había nadie. Este corte emocional, este pasar de sentirse el centro de atención de la madre a un apéndice periférico, forma parte de las relaciones madre-hija en muchas familias divorciadas. Mientras que las madres se esfuerzan desesperadamente por criar a sus hijos solas, muchos aspectos de sus vidas compartidas deben cambiar. Las madres ya no tienen tiempo de vigilar y participar de la vida diaria de sus hijos. No hay tiempo para controlar los pequeños cambios del niño, sus preocupaciones y sus logros; no hay otro padre con quien compartir y planificar el futuro del niño. El talento y los problemas potenciales no se tienen en cuenta en la loca carrera por salir de casa y regresar a dormir para recuperar energías para enfrentar otro día. La fatiga y la ansiedad consumen la tolerancia, la ternura y la alegría. Y así surge una personalidad más estricta y rígida, en la cual las sonrisas son forzadas y reina la irritabilidad. La transformación de la madre y la pérdida de su disponibilidad son abruptas y, para muchos hijos del divorcio, permanentes Es una pérdida oculta aunque muy significativa despues del divorcio, y hemos pasado por alto su impacto. (Página 190-191)



En todos estos hallazgos hay importantes lecciones. Cuando llegan a la adultez, todos los niños de este estudio que pasaron por cortes o mediadores para visitar a sus padres en un programa rígido y sin modificaciones, se enojan con uno o ambos padres. La mayoría estaba enojada con el padre al que le habían ordenado visitar. Cuando fueron mayores, todos rechazaban al padre al que los habían obligado a visitar. Decían cosas como: “No tenemos nada en común porque realmente no hablamos durante todos aquellos años”. A veces comentaban: “Siento lástima por mi padre, pero eso es todo lo que siento”. (página 201)



Uno de cada cuatro niños de este estudio comenzó a consumir drogas y alcohol antes de los catorce años. Cuando tenían diecisiete años, más de la mitad de los adolescentes bebía o consumía drogas. Esta cifra se compara con casi el 40% de todos los adolescentes del país. Cuatro de cada cinco de aquellos que consumen drogas admiten que su trabajo escolar se resintió

totalmente. La mayoría utilizó sustancias durante más de cinco años y varios eran adictos severos cuando cumplieron veinte años. (página 204-205) 

El sexo precoz era muy común entre las niñas de las familias divorciadas y se describió en varios estudios nacionales. En nuestra investigación, una de cada cinco tuvo su primera experiencia sexual antes de los catorce años. Más de la mitad fue sexualmente activa con múltiples parejas durante la escuela secundaria. En el grupo de comparación, la gran mayoría de las niñas posponía el sexo hasta el último año de la escuela secundaria o los primeros años de la facultad. Aquellas que mantenían una actividad sexual lo hacían como parte de una relación que duraba en promedio un año. La actividad sexual intensa sirve para muchos propósitos a las niñas de familias divorciadas, al igual que a aquellas de familias intactas caóticas. Algunas combinan la promiscuidad con las drogas y la bebida como una forma de amortiguar los sentimientos. Van a bares y pasan la noche con el primer muchacho que les agrade. El sexo rara vez termina en orgasmo para las mujeres, pero les brinda excitación y consuelo. Otras son más agresivas, y piensan que son donjuanes femeninos. Asumen roles dominantes con los hombres, y sienten placer en seducir, conquistar y luego abandonar pareja tras pareja. La consigna es “amarlos y abandonarlos”. Estas jóvenes están ansiosas por cambiar la suerte en lo que consideran el orden natural de relación entre hombres y mujeres. Una afirmó: “Desde los dieciocho años fui un hombre. Fui como mi papá. Los hombres usan, son poderosos e inteligentes. Las mujeres son estúpidas y quieren hombres. Disfruto al ser sexy, inteligente y usar a la gente”. Varias me dijeron que disfrutaban al seducir a los amantes de sus novias. Estas jóvenes estaban motivadas por una venganza contra los hombres que era realmente sorprendente y apasionada. Este comportamiento es difícil de comprender en mujeres atractivas e inteligentes, incluyendo algunas que estaban terminando la universidad. Pero fueron inducidas a utilizar el sexo como un ruedo donde expresar los temas sin resolver que tienen con sus padres, en especial, enojo y ansiedad en relación con ellos, y oposición y competencia con sus madres. Algunas vieron esforzarse a sus madres solas mientras sus padres disfrutaban de un relativo bienestar, y se iban sin pena alguna. Otras fueron abandonadas por sus padres, pero quedaron atrapadas en el conflicto con sus madres. El sexo es una forma de vengarse de ambos: De tener lo que sus madres no pudieron tener (un hombre), de obtener lo que tuvieron mientras crecían (un hombre) y de expresar su disgusto y desprecio (hacia el mismo hombre). Es dudoso que

las mujeres aprendan de estas experiencias ya que los hombres, como ellas lo describen, no se distinguen unos de otros. Muchas de estas mujeres no tienen un buen criterio en el tema de proteger su salud y su seguridad. Las enfermedades de transmisión sexual y los embarazos no deseados son comunes; el aborto las deja deprimidas, pero es preferible a criar un niño con un hombre al que no aman. Las mujeres jóvenes que optan por este camino no son supervisadas en su adolescencia, y tienen la sensación de que no les importan a nadie. (página 205-206) 

El problema de la falta de sentimientos entre los hijos del divorcio es serio y está más difundido de lo que se creía. Un científico de treinta y dos años lo expresó claramente en una carta: “Tardé quince años en reconocer que sentí algo durante el divorcio de mis padres. En realidad, tardé una buena parte de mi vida en permitirme sentir algo, en especial disgusto, dolor, temor y placer sexual”. Un arquitecto de casi cuarenta años comentó: “No invertí tiempo en relaciones. Me mantuve apartado de los compromisos emocionales. Cuando la gente me conocía me consideraba abierto. Solo la gente que me conoce sabe esto acerca de mí. Aún soy el niño de escuela que era cuando ellos se separaron. No me muestro tal como soy y me siento demasiado vulnerable como para sentir. Aprendí que es mejor no sentir. Los sentimientos pueden lastimar. Es mejor no tenerlos”. (página 292)



La anestesia emocional que mencionan los hijos del divorcio que se criaron en familias que no peleaban señala una conclusión problemática: La regla de “no pelear” no protege a los niños de sentirse ansiosos y preocupados cuando crecen y van en busca del amor y la intimidad. En ese sentido, no se diferencian de los niños criados en familias problemáticas. Por lo tanto nos equivocamos al decirles a los padres que si no pelean protegerán a sus hijos contra los efectos del divorcio que surgen en la adultez. La red de seguridad que una buena paternidad compartida después del divorcio brinda a los niños es irrelevante en la adultez. La sensación de que no se puede alcanzar una relación amorosa, confiable y duradera es un residuo del divorcio que no está relacionado con el conflicto de la separación. El impacto del divorcio de los padres repercute y aumenta en la adultez aunque los padres se hayan comportado en una forma civilizada. (página 292)

CONCLUSIONES 

LO QUE LES HAGAN A LOS NIÑOS, ESO HARÁN ELLOS A LA SOCIEDAD. Karl Menninger



Despues de haber pasado los últimos treinta años de mi vida viajando de aquí para allá, hablando con grupos de profesionales, abogados y especialistas en salud mental, y trabajando con miles de padres e hijos de familias divorciadas, queda claro que hemos creado una nueva clase de sociedad nunca antes vista en la cultura humana. Silenciosa e inconscientemente creamos una cultura del divorcio. Resulta difícil comprender lo que significa cuando decimos que los primeros matrimonios tienen un 43% de probabilidades de separase, y que los segundos matrimonios tienen el 60% de posibilidades de terminar en divorcio. ¿Cuáles son las consecuencias para todos nosotros cuando el 25% de las personas entre 18 y los 44 años tienen padres divorciados? ¿Qué significa para una sociedad que la gente se pregunte en voz alta si la familia está por desaparecer? ¿Qué podemos hacer cuando sabemos que las parejas casadas con hijos representan el 26% de los hogares en 1.990, y que los arreglos de convivencia actuales son una casa de gente sin casarse y sin hijos?. Estas cifras son aterradoras. Pero como todos los cambios sociales masivos, lo que está sucediendo nos está afectando de un modo que aún no hemos comprendido.( página 304)



Para gente como yo que trabaja todo el tiempo con familias divorciadas, estas cifras abstractas tienen rostros reales. Cuando pienso en la gente que conozco tan bien, puedo relacionarlos con los millones de niños y adultos que sufren de soledad, y todos los adolescentes que dicen “No quiero una vida parecida a la de ninguno de mis padres”. Comprendo a los innumerables jóvenes que no tienen esperanzas de encontrar una relación duradera y quienes, sacudiendo la cabeza, aseguran “Si no te casas, no te puedes divorciar”. Más tarde, o cuando creen que no estoy escuchando, agregan suavemente: “Pero no quiero envejecer solo”. Me preocupa especialmente cómo nuestra cultura del divorcio cambió la niñez. Todos los años se agrega un millón de niños a nuestra marcha del fracaso marital. Como lo explican ellos con tanta elocuencia, perdieron el juego alegre y despreocupado de la infancia, y también los brazos y el regazo consolador de un padre cariñoso que está siempre apurado porque la vida despues del divorcio es muy difícil de manejar. Debemos tomar muy en serio las quejas de los niños que declaran:

“El día que mis padres se divorciaron fue el día en que terminó mi infancia”. (página 304-305) 

Hace muchos años el psicoanalista Erik Erikson nos enseñó que la infancia y la sociedad están vitalmente conectadas. Pero aún no hemos aceptado los cambios introducidos por nuestra cultura del divorcio. La infancia es diferente, la adolescencia es diferente, la adultez es diferente. Sin darnos cuenta hemos creado una nueva generación de jóvenes que se cuidan a sí mismos, junto con toda una generación de padres sobrecargados, que no tienen tiempo para disfrutar de los placeres de la paternidad. Ha sucedido tanto y tan rápido que no podemos retenerlo todo en nuestra mente. Es simplemente abrumador. (página 305)



La verdad es que hemos creado una nueva clase de sociedad que orece mayor libertad y más oportunidades para muchos adultos, pero este cambio trae aparejado un elevado costo oculto. Muchas personas, tanto adultos como niños, no tienen una mejor salida. Hemos creado nuevas clases de familias, en las cuales las relaciones son frágiles y poco dignas de confianza. Los niños actuales reciben mucha menos contención, protección y cuidados parentales que los que recibían hace unas décadas. Los matrimonios de larga data se separan a un promedio sorprendente. Y muchas de las generaciones mayores que comenzaron con la revolución del divorcio se encuentran alejados de sus hijos adultos. ¿Este es el precio que debemos pagar por un cambio necesario? ¿No podemos hacerlo mejor? (páginas 305-306)



Estamos de acuerdo en que el divorcio tiene efectos a largo plazo. Sabemos que la familia tiene problemas. Aceptamos que los niños criados en familias divorciadas o vueltas a casar tienen una peor adaptación que los adultos criados en familias intactas. Las historias de vida de esta primera generación que crece en una cultura del divorcio nos señalan verdades que no podemos ignorar. El mensaje es claro, punzante y contrario a lo que muchos quieren creer. Me han enseñado lo siguiente: (página 306)



Desde el punto de vista de los niños, y teniendo en cuenta lo que les sucede a sus padres, el divorcio es una experiencia acumulativa. Su impacto se incrementa con el tiempo y llega a un crescendo en la adultez. El divorcio se experimenta de distintos modos en cada etapa del desarrollo. En la adultez afecta la personalidad, la capacidad para confiar, las expectativas sobre las relaciones y la aptitud para enfrentar los cambios. (página 306)



El primer trastorno se produce en la separación. Los niños están asustados y disgustados, temerosos de ser abandonados por ambos padres, y se sienten responsables del divorcio. A la mayoría los sorprende y muy pocos se sienten aliviados. Cuando son adultos, recuerdan con tristeza y disgusto el poco apoyo que recibieron de sus padres cuando sucedió. Recuerdan cómo tuvieron que adaptarse de la noche a la mañana a una cantidad de cambios que los confundían. Incluso los niños que presenciaron violencia en sus hogares no relacionaron esa violencia con la decisión de divorciarse. Los niños concluyeron silenciosamente que las relaciones familiares son frágiles, y que la unión entre un hombre y una mujer se puede romper de manera caprichosa y sin aviso. Continuaron preocupándose y sintiendo que las relaciones padrehijo tampoco son confiables y se pueden romper en cualquier momento. Estas experiencias tempranas marcaron sus expectativas posteriores. (página 306307)



Cuando la familia posdivorcio tomó forma, el mundo reflejó lo que más temían. El hogar era un lugar solitario. La casa estuvo desarreglada durante años. Muchos niños tuvieron que mudarse, y dejaron atrás sus escuelas, amigos íntimos y otras pertenencias. Lo que más vívidamente recuerdan cuando son adultos es la pérdida de la familia intacta y la seguridad que ella les brindaba, la dificultad de tener dos padres en dos hogares diferentes, y cómo las idas y venidas les reducían el tiempo para jugar y estar con sus amigos. Los padres estaban ocupados con trabajo, preocupados por reconstruir sus vidas sociales. Madres y padres tenían mucho menos tiempo para dedicar a sus hijos y respondían menos a las necesidades e intereses de los niños. Los niños pequeños sentían que habían perdido a ambos padres, y que no eran capaces de cuidarse solos. Los hijos aprendieron pronto que la familia divorciada tiene paredes porosas que incluyen nuevos amantes, concubinatos y padrastros. Ninguna de esas relaciones resultó fácil para nadie. (página 307)



Por necesidad, muchos de los llamados niños maleables perdieron su infancia al hacerse cargo de ellos mismos, de sus padres con problemas y de sus hermanos. Los niños que necesitaban más que una paternidad mínima porque eran muy pequeños o porque tenían vulnerabilidades y problemas especiales se vieron abrumados por la tristeza y el enojo con sus padres. Años más tarde, cuando tuvieron sus propios hijos, la mayoría de los miembros de este estudio afirmó con vehemencia: “no quiero que un hijo mío experimente la infancia que yo tuve”. (página 307-308)

Como nos dijeron los niños, la adolescencia comienza antes en las familias divorciadas y, comparada con la de los jóvenes criados en familias intactas, es probable que incluya experiencias sexuales tempranas para las niñas y mayor consumo de drogas y alcohol para muchachas y muchachos. La adolescencia es más prolongada en las familias divorciadas, y se extiende hasta los primeros años de la adultez. Durante todos estos años, los hijos del divorcio se preocupan por no seguir los pasos de sus padres, y luchan con la sensación de que ellos también fracasarán en sus relaciones. (página 308) Pero los hijos del divorcio sufren más en la adultez. El impacto del divorcio los golpea más cuando van en busca del amor, la intimidad sexual y el compromiso. La falta de imágenes internas de un hombre y una mujer en una relación estable y los recuerdos del fracaso de sus padres para mantener el matrimonio perjudican esa búsqueda y los llevan a la desilusión y la desesperanza. Afirman: “Nadie me enseñó”. Se quejan con amargura de que no están preparados para las relaciones adultas, que nunca vieron “un hombre y una mujer felices bajo el mismo techo”, y que no tienen buenos modelos sobre los cuales construir sus esperanzas. Y realmente les cuesta saber qué tipo de persona están buscando. Muchos terminan con parejas inadecuadas o con muchos problemas en relaciones que estaban condenadas desde un principio El contraste entre ellos y los niños de familias intactas buenas, cuando ambos van en busca del amor y el compromiso, es sorprendente. (Como expliqué en este libro, los niños que crecen en familias intactas muy infelices o violentas enfrentan una infancia afligida y trágicos desafíos en la adultez. Pero como sus padres no están interesados en el divorcio, éste no se convierte en parte de su legado). Los adultos en los veinte años que provienen de familias intactas razonablemente buenas o moderadamente infelices comprenden las demandas y sacrificios que requiere una relación comprometida. Recuerdan como sus padres se esforzaron por superar sus diferencias y cómo ellos colaboraron en una crisis.. Desarrollaron una idea general de la clase de persona con la que querían casarse. Y lo más importante: no esperaban fracasar. Aquellos que provenían de familias intactas consideraban el ejemplo del matrimonio de sus padres como algo muy valioso cuando tuvieron los inevitables problemas maritales. Pero los adultos de familias divorciadas sufrieron grandes desventajas cuando tuvieron que enfrentar las tensiones normales de un matrimonio. La ansiedad con respecto a las relaciones estaba marcada a fuego en sus personalidades y permaneció allí aún en matrimonios muy felices. Temores acerca de desastres y pérdidas repentinas surgían

cuando estaban contentos. Y el temor al abandono, la traición y el rechazo aparecía cuando estaban en desacuerdo con alguien a quien amaban. Después de todo, el matrimonio es una pendiente resbalosa, y sus padres habían caído por ella. Todos tuvieron problemas para enfrentar las diferencias o conflictos moderados en sus relaciones más cercanas. La primera respuesta fue el pánico, seguida por la huida. Tuvieron mucho que reparar y mucho que aprender en poco tiempo. (páginas 308-309)

LO QUE PODEMOS HACER Y LO QUE NO PODEMOS 

Pocos centros han desarrollado programas para ayudar a las familias a enfrentar los conflictos y la violencia familiar. Como sociedad, no hemos establecido servicios para ayudar a que la gente alivie las tensiones del divorcio. Continuamos con la creencia de que el divorcio es una crisis transitoria, y que tan pronto como los adultos vuelven a estabilizar sus vidas, los niños se recuperarán por completo. ¿Cuándo se comprenderá la verdad? (página 311)



Yo comenzaría con un esfuerzo por fortalecer el matrimonio. Es obvio que para restablecer la confianza en el matrimonio no podemos pedir un regreso al matrimonio tal como era antes. Para mejorar el matrimonio debemos comprender la naturaleza de las relaciones hombre-mujer contemporáneas. Debemos apreciar las dificultades de las parejas modernas que deben equilibrar trabajo y familia, separación y unión, conflicto y cooperación. No es una casualidad que el 80% de los divorcios se produzca en los primeros nueve años de matrimonio. Estas nuevas familias deberían ser nuestro objetivo. (página 311) ¿Qué amenazas al matrimonio podríamos cambiar? En primer lugar existe un serio desequilibrio entre las exigencias laborales y las necesidades de la vida familiar. El mundo de la empresa no tiene en cuenta el impacto de su política sobre padres e hijos. Algunas compañías reconocen que los padres necesitan tiempo para estar con sus hijos, pero no comprenden que el lugar de trabajo ejerce una gran influencia en la calidad y estabilidad del matrimonio. Los programas de trabajo intensos y la inseguridad laboral corroen la vida matrimonial. Las familias con niños pequeños posponen las charlas íntimas, el sexo y las amistades. Estos son los vínculos que fortalecen un matrimonio. Cuando el jefe llama, vamos a la oficina. Cuando el bebé llora, levantamos al niño. Pero cuando la pareja está en crisis, esperamos que se arregle sola. La mayoría de los países de Europa occidental tienen licencias familiares pagas. ¿Y nosotros? ¿Por qué continuamos ofreciendo licencias sin goce de sueldo?

Una solución adicional podría ser otorgar beneficios impositivos y de seguro social a aquellos padres que quieran quedarse en casa a cuidar los niños. Esto solo podría aliviar las cargas de muchos matrimonios. Nuestras sugerencias para aliviar las tensiones de las familias jóvenes incluyen mayores oportunidades de trabajo de medio tiempo, seguridad de que las personas que toman licencia familiar no perderán sus puestos de trabajo, ventajas impositivas para las familias y muchas otras ideas que han estado en el tapete durante años. La política pública no puede crear buenos matrimonios. Pero puede amortiguar algunas de las tensiones que enfrenta la gente, en especial en los primeros años cuando las parejas necesitan tiempo para establecer su intimidad, una vida sexual satisfactoria y una amistad que los mantendrá unidos durante los desafíos inevitables que los esperan más adelante. Si realmente estamos interesados en mejorar el matrimonio para que la gente tenga tiempo para sí misma y para sus hijos, debemos realinear nuestras prioridades, alejándolas del mundo laboral y acercándolas a la vida familiar. (página 311-312) 

También deberíamos tratar de ayudar a las legiones de jóvenes adultos que se quejan con amargura de no estar preparados para el matrimonio. Como se criaron en hogares con problemas o divorciados, no tienen idea de cómo elegir una pareja o qué hacer para construir una relación. Consideran el divorcio de sus padres como un terrible fracaso, y piensan que están destinados a seguir los mismos pasos. Muchos adultos permanecen en matrimonios infelices para evitar el divorcio. No sabemos si podemos ayudarlos con métodos educativos porque no lo hemos intentado. Nuestra experiencia es demasiado limitada y nuestros modelos experimentales no existen. Pero cuando tanta gente joven nunca ha visto un buen matrimonio, tenemos la obligación moral de tratar de intervenir de manera preventiva. La mayoría de los programas que brindan consejos matrimoniales apuntan a parejas comprometidas que pertenecen a iglesias y sinagogas. Es un buen comienzo que debería extenderse. Pero muchos ofrecen muy poco y llegan demasiado tarde para promover cambios en los valores o conocimientos individuales. (página 312)



Excepto aquellos que se criaron en familias divorciadas, poca gente comprende la forma en que el divorcio moldea no sólo la vida de un niño sino también al niño. Como vimos en muchos hogares, la paternidad se corroe de manera casi inevitable en el momento de la separación y no se regenera por años, o a veces nunca. Los cambios en la paternidad y en la estructura familiar delegan mayores responsabilidades en el niño que debe cuidarse

solo. Este se convierte en una persona diferente al adaptarse a las nuevas necesidades y deseos de sus padres y padrastros. Muchos advirtieron la angustia de sus padres y trataron de rescatarlos. Otros permanecieron enojados con sus padres por la poca atención que les brindaban y los juzgaron con dureza.. Otros ansiaban la familia que habían perdido y trataron de revertir la decisión del divorcio. Y otros asumieron la responsabilidad de mantener la paz y transitaron con sumo cuidado toda su infancia. Estos niños tomaron varios caminos, pero todos cambiaron en forma significativa a raíz del divorcio. Y como el carácter y la conciencia de los niños todavía estaba en formación durante los años posteriores al divorcio, los nuevos roles que asumieron en la familia tuvieron profundos efectos en la clase de personas en las cuales se convirtieron y en las relaciones que establecieron cuando alcanzaron la adultez. (página 314) 

Tengo otro consejo para aquellos padres que deciden divorciarse. No actúen impulsivamente. Piensen de manera realista lo que será su vida despues del divorcio. Si necesitan volver a la escuela háganlo antes de divorciarse. Consideren los pros y los contras cuidadosamente. Tengan en cuenta que necesitan pasar mucho más tiempo con sus hijos, deberán darles mayor contención y aliento después del divorcio, y que su presencia podrá ser más necesaria durante la adolescencia. Sus hijos pueden ser más exigentes, estar más enojados o ser más difíciles de manejar que antes. No importa los acuerdos sobre la custodia que haya realizado, siempre estará solo para tomar decisiones, asumir responsabilidades y para guiar a su hijo. Así que prepárese para tiempos de soledad y turbulencia. (página 316) Los niños pequeños que pierden a ambos padres porque papá se mudó y mamá volvió a trabajar, sufren terriblemente. Estos niños buscan en forma patética a sus padres perdidos en todas partes. Los jóvenes de nuestro estudio, que tenían tan poca capacidad para comprender los cambios en su vida o para cuidar de sí mismos, continuaron siendo vulnerables durante todo su crecimiento y en la adultez tuvieron más problemas que los niños que eran mayores en el momento de la separación. (página 316)



Y así llegamos a preguntas críticas. ¿Qué valores tiene esta generación en lo que se refiere al matrimonio y al divorcio? ¿Dejaron de lado el matrimonio para optar por la convivencia? ¿El matrimonio está destinado a desaparecer? El voto de esta generación es claro. A pesar de su experiencia directa de ver el fracaso de los matrimonios, desean relaciones duraderas y fieles ya sea en el matrimonio o en la convivencia. Ningún adulto soltero de este estudio

acepta la idea de que el matrimonio va a desaparecer. Ellos quieren estabilidad y una vida diferente para sus hijos. Aceptan el divorcio como una opción, pero creen que éste en una familia con hijos debe ser un último recurso. Aquellos que están felizmente casados se sienten bendecidos. Nunca esperaron tener una familia feliz propia, y están agradecidos por su buena suerte. Como hijos del divorcio, están ansiosos por volver a escribir la historia, no por repetirla. Quieren hacer mejor las cosas que sus padres. (página 323) Para todos los jóvenes, una boda aún simboliza un compromiso de por vida. Pero entre los hijos del divorcio, el casamiento representa un triunfo sobre el temor. (página 323)

COMENTARIO PERSONAL He querido transcribir literalmente las conclusiones de la Doctora Judith Wallerstein, para mostrar a todos aquellas personas afectadas por el tema del divorcio; es decir, toda la sociedad: esposos, esposas, hijos, y aquellos interesados en buscar soluciones a la gran crisis social: gobernantes, ONG, empresarios, líderes comunales, instituciones religiosas, centros de ayuda familiar y demás, todas las consecuencias negativas que se producen a todo nivel y que afectan de una manera desastrosa todos los estamentos de la sociedad Es importante ver en estas conclusiones de este completo estudio, el por qué de los diferentes problemas que atraviesan nuestras sociedades. Las causas primarias de todo este caos se originan al interior de las familias Despues de leer estas páginas podremos entender el POR QUÉ Dios no dio el divorcio como una opción, y también entender que es importante emprender campañas de sensibilización en pro de la familia, y programas de ayuda para que los matrimonios puedan superar sus crisis personales. Si se quiere verdaderas soluciones a la crisis social, hay que trabajar en la fuente de la misma: LA FAMILIA CON TODOS SUS COMPONENTES

Alvaro Gallo Ospina Director Corporación VIVIR EN FAMILIA. Impulsador de la campaña EL DIVORCIO…UNA MALA OPCIÓN