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INDEPENDENCIAS, SUJETOS Y MODERNO SISTEMA MUNDIAL hacia una [re]construcción del concepto de “independencia” César Guald

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INDEPENDENCIAS, SUJETOS Y MODERNO SISTEMA MUNDIAL hacia una [re]construcción del concepto de “independencia” César Gualdrón Independencia: Cualidad o condición de independiente. Libertad, especialmente la de un Estado que no es tributario ni depende de otro. Independiente: Que no tiene dependencia, que no depende de otro. Autónomo. Dicho de una persona: que sostiene sus derechos u opiniones sin admitir intervención ajena. Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española …la noción de que existen espacios geográficos con habitantes autóctonos radicalmente diferentes a los que se puede definir a partir de alguna religión, cultura o esencia racial propia de ese espacio geográfico es una idea extremadamente discutible. Edward Said: Orientalismo

En el recorrido que se propone a continuación, se pretende llevar a cabo una exploración en torno a lo que se ha venido entendiendo, en el discurso político y en el académico, cuando se hace uso del término Independencia. Esta exploración cobra sentido, dado que se ha venido conmemorando un hecho o un proceso –bien sea desde la historia tradicional o desde aquella perspectiva propia de la Nueva Historia- sin reflexionar lo suficiente en la significación de esta cuestión, sin examinar el carácter multifacético de tal término, e incluso sin reparar en la posible inexistencia de una definición de dicho concepto. Con el propósito de superar semejante dificultad y contribuir con la [re]interpretación de los procesos de Independencia de la América Latina, desde la problemática contemporánea y con vocación de futuro, se arriesgará una discusión del concepto mismo de Independencia. LOS TÉRMINOS BÁSICOS DE UN DISCURSO: INDEPENDENCIA COMO SEPARACIÓN POLÍTICA La cuestión de la Independencia de los países de la América Latina –aquel acontecimiento que suele encuadrarse entre 1808 y 1830- se encuentra íntimamente vinculada tanto con la Independencia de los Estados Unidos de América como con la Revolución Francesa. Sin embargo, más allá de lo que comúnmente se plantea, no se trata solamente de una relación de causalidad en términos de las condiciones político-institucionales surgidas de cada uno de estos procesos, y que alentarían y brindarían los modelos en cuanto a las formas y los contenidos que deberían orientar los destinos de las nacientes repúblicas, de acuerdo con los criterios e intereses de los diversos actores latinoamericanos partícipes de tal coyuntura. Más bien, puede percibirse que se trata de un campo discursivo común, el cual se ha

venido estructurando y expandiendo en torno a la paulatina conformación y consolidación del proyecto y de los escenarios universal-modernos. En ese sentido, Independencia remite a una noción de separación de una determinada comunidad territorial respecto de un sistema colonial, hasta ese momento gobernado por una correspondiente metrópoli militar, política y económica actuante en el ámbito internacional. En el presente caso, se trata de la separación que se da, en las décadas de 1810 y 1820, de las diferentes colonias pertenecientes al Imperio español. Sin embargo, en este trabajo se arriesga la hipótesis según la cual es posible agrupar bajo este mismo concepto, es decir, en el mismo campo discursivo, la Independencia de las Provincias Unidas [Países Bajos] respecto del Imperio de Felipe II, durante el último cuarto del siglo XVI, la Independencia de las Trece Colonias [Estados Unidos de América] ante al Imperio británico, en el último cuarto del siglo XVIII, e incluso, aunque con muy importantes diferencias en el aspecto de la esclavitud, la Independencia de Santo Domingo [Haití] frente al Directorio y el Primer Imperio franceses, en los últimos años de la década de 1890 y los primeros años del siglo XIX. Esta separación se plantea, desde sus promotores, a partir de la denuncia que se hace de la artificialidad y la consiguiente inadecuación de una cierta institucionalidad que sanciona las prácticas corruptas, injustas y desequilibradas del cuerpo político-social existente, considerando esta situación como expresión propia e inevitable de tal sistema colonial, el cual ha sido impuesto y mantenido inconsultamente, con el uso arbitrario de la autoridad, por parte de agentes externos –o cuando menos lejanos- y en contraposición de la existencia y el funcionamiento espontáneo de una pretendida condición de aislamiento natural-originario, condición asociada directamente con un supuesto estado inicial de “libertad natural” de cada uno de los conglomerados humanos ubicados territorialmente. Es decir, el momento de la Independencia es definido por un conjunto de acciones a partir de las cuales cada comunidad territorial busca recuperar ese estado de aislamiento y libertad naturales-originarios y, así, recuperar su propia identidad; lo que permite, a su vez, recuperar la capacidad para tomar las propias decisiones sobre cualquier aspecto de la vida pública, rechazando la vigilancia o tutelaje de un tercero. Y, por lo tanto, desde esta concepción, el acto de la Independencia exige un esfuerzo para la remoción de cualquier obstáculo que entorpezca a dicha comunidad territorial concreta el efectivo ejercicio de su poder de decisión, en cuanto a la escogencia y la organización de la forma de gobierno que más adecuada sea para su propia realidad; dicho de otra manera, su objetivo es el de la generación de todas aquellas condiciones propicias para el autogobierno de la comunidad territorial en cuestión.

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Así se expresa, por ejemplo, en el Acta de Declaración de Independencia de los Estados Unidos de América: … en el curso de los acontecimientos humanos, se hace necesario para un pueblo disolver las ligas políticas que lo han unido con otro, y asumir, entre las potencias de la Tierra, un sitio separado e igual, al cual tiene derecho según las leyes de la naturaleza y el Dios de la naturaleza… INDEPENDENCIA COMO FUNDACIÓN DE UN NUEVO PACTO SOCIAL Pero, reparando en este argumento con mayor detenimiento, se detecta que esta concepción que fundamenta la búsqueda de la Independencia es una derivación de aquel discurso, propio del liberalismo, según el cual se asume que, previo a la fundación de la sociedad y la adopción de una particular forma de gobierno, solamente existen individuos en condición de aislamiento y de consiguiente “libertad” e “igualdad” natural-originarias: el denominado Estado de Naturaleza –estado definido primordialmente como no-político-, en el cual cada uno de los individuos representa un potencial peligro para sus semejantes, puesto que cada uno de ellos se halla movido por las fuerzas centrífugas de sus pasiones, instintos o intereses egoístas, “soberanos”, más que por el uso de su propia razón. Estos individuos, a través de un acto consciente –y por lo tanto razonadodeciden establecer un contrato fundacional del Estado y la sociedad civil, acto en el que delegan su soberanía individual –en particular en lo que se refiere al uso de la violencia física- en una serie de instituciones que tienen como función garantizar la vigencia y efectividad de lo que se considera desde este discurso liberal como derechos que por naturaleza, y sin ninguna posibilidad u oportunidad de renuncia, enajenación o suspensión, les corresponden a todos los seres humanos componentes de tales Estado y sociedad civil, o sea, aquellos que más adelante se denominarán como derechos civiles y políticos; aquellos que comprenden las libertades de conciencia, de expresión, de locomoción, de asociación, de empresa, el derecho de elegir y ser elegido como representante del cuerpo social en las instancias de gobierno, el derecho de propiedad, de seguridad, etc. Este es el discurso que, tanto en 1789 como en 1793, se condensará en la Declaración de los Derechos del Hombre y el Ciudadano, en la que se hace énfasis en que el reconocimiento y protección de estos “derechos naturales” constituye la única base sólida para la convivencia civilizada y armónica de la humanidad y, de este modo, otorga el sentido de existencia de la asociación de los individuos en la conformación del Estado Político:

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Artículo 2. El objeto de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son: la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión. Artículo 33. La resistencia a la opresión es consecuencia de los otros derechos… Artículo 35. Cuando el gobierno viola los derechos del pueblo, la insurrección es para el pueblo y para todas sus partes, el más sagrado de los derechos y el más indispensable de los deberes. Entonces, por un lado, el Estado es fundado por los individuos, mediante la libre asociación de sus voluntades, mientras que por otro lado, la única razón de ser del Estado y de sus instituciones es el brindar dicha garantía a los individuos para el ejercicio de sus derechos. Teniendo esto en cuenta, es posible –e incluso es un imperativo- que el mismo Estado sea disuelto en virtud del incumplimiento de su misión, bien sea que se deba a mera negligencia o al abuso de sus poderes y el despotismo de los mandatarios; es decir, dado que la soberanía del Estado resulta de la sesión simultánea y condicional realizada por la totalidad de los individuos de la suya propia, en el momento en que el aparato estatal no cumple con su función dicho contrato social fundacional pierde su sustancia y tal soberanía revierte al conglomerado de individuos: en ese momento, en ejercicio de su respectiva soberanía y de su razón, los individuos estarían facultados para constituir un nuevo contrato y, a través de este, un nuevo cuerpo político, un nuevo Estado, con la forma más adecuada para la obtención del fin antedicho. Este es el planteamiento que estará presente a partir de las abdicaciones de Bayona –de Carlos IV y Fernando VII en 1808-, coyuntura que pone en marcha el proceso de creación de las Juntas de Gobierno en la península y en las colonias americanas. Según este argumento, ante la usurpación del trono –perpetrada por los invasores franceses- el pueblo español no estaría obligado a reconocer semejante autoridad, catalogada como de naturaleza ilegítima; por el contrario, y de acuerdo con la tradición establecida en una supuesta constitución hispánica no escrita, ante esta situación el pueblo es libre de darse una nueva forma de gobierno hasta tanto pueda regresar al trono el considerado como único, legal y legítimo monarca de España e Indias, Fernando VII: entonces, en ejercicio de la soberanía popular se asume que tanto la Junta Central de Sevilla como las Juntas Provisionales de Gobierno americanas son representantes directas de la nación española de ambos lados del océano 1. Una buena parte de los autores que recientemente interpretan este proceso de “Juntismo” califican este tipo de argumentos como pertenecientes a una tradición hispánica autóctona, la cual se remontaría al inicio de la constitución del Imperio o incluso a la época medieval de la Reconquista. A este respecto, sería importante, en otra ocasión, rastrear y evaluar semejante argumento, en la medida en que desde ese punto de vista la conclusión que se

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INDEPENDENCIA FRENTE A UN RÉGIMEN AJENO Y DESPÓTICO Es preciso advertir que, en el caso de las comunidades territoriales que se hallan involucradas en su correspondiente empresa independentista, estas recurren a una cierta noción de identidad a su interior que, a su vez, les permite diferenciarse con respecto a la metrópoli y el sistema colonial de los cuales pretenden separarse: esta diferenciación se impone como una necesidad para impulsar y fortalecer el proceso independentista, puesto que se ha llegado a la conclusión de que, sin llevar a cabo una alteración drástica del cuerpo político-social colonial, es imposible una participación menos desequilibrada en los asuntos políticos y económicos del mismo. Por supuesto, esta imposibilidad tiene su explicación en la medida en que se trata de sistemas coloniales y estos, por su misma naturaleza, se han construido sobre la desigualdad del estatus político entre la metrópoli y los territorios de ultramar: una clara evidencia de ello es que los diferentes intentos de reforma sobre la institucionalidad y las prácticas coloniales son agenciados exclusivamente por actores metropolitanos, conservando esencialmente intacta e incluso reforzando tal desigualdad de estatus, tanto en su inspiración como en su accionar. Sobre el modo en como se van alterando los proyectos de los americanos, puede observarse que, en la antesala de las Independencias, tiene amplia presencia en la opinión de estas élites una reivindicación de la idea de la existencia de una comunidad imperial-nacional transatlántica –hispánica y británica en cada caso-, claro está, restringida a los sectores o castas obtiene es que el “contractualismo” o tradición del “pacto social” dejaría de ser patrimonio exclusivo de Inglaterra. Pero, por esa misma vía, al “democratizar” geo-culturalmente el origen de esta tradición del “pacto social”, se puede caer en la tentación –europeizante por demás- de buscar las raíces del liberalismo incluso en la genética humana misma, teniendo como pretensión bienintencionada la de demostrar que no sólo la cultura europea es capaz de “descubrir tan avanzadas” concepciones políticas. Ahora bien, paradójicamente, se encuentran este tipo de argumentos junto con aquellos que atribuyen la génesis de la democracia moderna a remotas épocas medievales británicas o francesas, los cuales refuerzan aquellas interpretaciones de un tránsito cultural suave, caracterizado más por la continuidad que por la ruptura, entre el régimen feudal y la modernidad –acuñando la expresión de “revoluciones atlánticas”- y contribuyen, por ejemplo, a desestimar la originalidad y trascendencia de la Revolución Francesa en cuanto al protagonismo desempeñado en ella por parte de los sectores popular-democráticos y, en particular, en cuanto al énfasis puesto en la necesaria construcción de un Orden Social Nuevo, orientado por los principios de la Razón, el cual pretendería enfrentar, drásticamente, problemáticas de orden económico y social; protagonismo y énfasis puesto durante el período de Gobierno del Comité de Salvación Pública.

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privilegiadas de las colonias –o sea, excluyendo de esta comunidad tanto a los indígenas como a los negros y también al amplio espectro de población “mestiza” o “impura”. De tal modo, los criollos se conciben a sí mismos como españoles americanos –sucesores directos de los conquistadores- y, de este modo, pertenecientes a la nación hispánica y sólo separados de los peninsulares por el océano, mas no por sus pretendidas raíces ni por sus expectativas: aquí puede hallarse una importante similitud con el caso de los colonos norteamericanos, los cuales se consideran tan británicos como los insulares, sujetos a la autoridad del Rey y el Parlamento y cobijados por los derechos consagrados en la Carta Magna; de igual modo se puede catalogar la condición de los colonos –blancos- de Santo Domingo, quienes se constituirán en ciudadanos de la República Francesa desde 1792, esta vez junto con los mulatos y los negros no esclavos del momento en la isla. Así, sobre la base de esta imaginaria identidad étnica-cultural con la metrópoli, para fines del siglo XVIII e inicios del siglo XIX ya se escucharán algunas voces de criollos haciendo reclamos, referentes a su exclusión del manejo de los asuntos públicos más importantes de los territorios de los cuales son ellos sus habitantes. También surgirán diversas propuestas de reforma, elaboradas por miembros de este sector, tendientes a la mejora de la infraestructura de las colonias, de los mecanismos de la administración colonial –en territorio americano y en sus relaciones con la sede imperial-, y con ello, a la promoción de las actividades productivas que se llevan a cabo en su interior. Por su parte, algunas de estas propuestas estarán alimentadas, en buena medida, a partir de la puesta en marcha de las expediciones científicas llevadas a cabo desde mediados del siglo XVIII, a expensas del carácter modernizante de Carlos III; expediciones que darán como resultado el registro –¿o quizás descubrimiento?- de ciertos recursos naturales explotables comercialmente y, por consiguiente, representando un importante potencial de riqueza para los mismos americanos. En este contexto, buena parte del sector criollo encontrará en la coyuntura de 1808-1810 la oportunidad para manifestar y realizar tales propósitos: es por ello que en el proceso de constitución de las Juntas Provisionales de Gobierno se reafirma la pertenencia de estos territorios americanos a dicha nación hispánica, declarando la lealtad a Fernando VII. Tampoco será de orientación separatista, desde un principio, la aspiración de los habitantes de las Trece Colonias, en el caso de Norteamérica, ante las restricciones comerciales impuestas en la década de 1760 por parte de las autoridades británicas metropolitanas; más bien, los colonos elevarán la petición tanto al Parlamento como a su Rey para que consideren su situación y deroguen tales medidas de política comercial y, sólo más adelante, se aspirará a la consagración de su capacidad de representación en el Parlamento.

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Entonces, en uno y otro caso, será la persistente actitud de negativa de las correspondientes autoridades europeas, frente a la satisfacción de dichos anhelos, y no una iniciativa “patriótica” separatista de los americanos, la fuerza que terminará orientando por los cauces del endurecimiento sus posiciones políticas. Por supuesto, esta tendencia no excluye la presencia de algunos criollos que han llegado al convencimiento, con anticipación a sus contemporáneos, de que el destino de América no debe estar vinculado con su pertenencia a los respectivos imperios coloniales: estos son los que se reconocen como Precursores. Sin embargo, su semilla caerá todavía en piedra, pues las preocupaciones del día son otras para sus iguales. INDEPENDENCIA E IDENTIDAD: ¿RECUPERACIÓN DE LO AUTÓCTONO O CONSTRUCCIÓN DEL SUJETO NACIÓN? Desde esa perspectiva, por parte de aquellos actores y sectores proclives al empeño de la Independencia, cada vez más intensamente se apela a una pretendida identidad ancestral en la que se fundiría la inmensa diversidad –social, económica, étnica, regional, etc.- existente en el marco territorial que contiene la comunidad en proceso de separación de la metrópoli. A su vez, esta identidad ancestral tiene como función constituir el fundamento de la cohesión y legitimidad del cuerpo político-social en gestación y de su correlativa unidad de acción frente a la potencia imperial: entonces, se va construyendo la imagen propia, en términos de la generación de un ideario patriota, caracterizado por la promesa de ilustración, de libertad, igualdad, justicia y paz y también en cuanto a la satisfacción de diversos derechos secularmente aplazados; paralelamente se va construyendo la imagen del otro, en términos de su encuadramiento como un enemigo, definido como invasor y, por lo tanto, tradicional victimario y conculcador de los más básicos derechos, dado que ese otro es la manifestación privilegiada de la tiranía, de la exclusión y de la ignorancia. Una y otra imagen van otorgando, paulatinamente, un mayor sentido a la confrontación y la separación respecto de la metrópoli, puesto que desde esta polarización ideal se muestra el sistema colonial como el causante del anquilosamiento de la vida política y la postración del aparato económico de las comunidades territoriales sojuzgadas hasta ese momento, mientras que su avance estaría dado, indudablemente, por la puesta en marcha de un proceso de independencia de la comunidades en cuestión: podría así considerarse, grosso modo, que el discurso de la Independencia termina asemejándose con el argumento de la ruptura y posterior reemplazo del contrato social. Pero, en esta oportunidad no se pone en escena un único conglomerado humano; más bien, se plantea la ruptura de un hipotético contrato establecido entre dos cuerpos político-sociales con pretensiones de preexistencia y, a su vez, supuestamente diferenciados con claridad –a

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partir de unas presuntas identidad y cohesión social al interior de cada una de las comunidades territoriales en disputa. Así, aquellos sectores que promueven más decididamente el esfuerzo por la Independencia se ven involucrados en la construcción de un imaginario en el cual podrían rastrearse las raíces de lo que más adelante se constituirá como el concepto-proyecto de Nación: su vocación, como queda sugerido, es netamente en clave de futuro, de la construcción de un destino propio; sin embargo, su piedra angular es un origen común imaginario, idealizado, indemostrable y, por eso mismo, incontrovertible; un origen ancestral, que realmente se ha venido configurando en un presente convulsionado, en el que la búsqueda de certezas exige un cierto sentido de identificación. En ese contexto, los sectores independentistas ofrecen una nueva certeza, una nueva identidad, que afirman haber descubierto más allá de la historia, y la contraponen a las arcaicas e infundadas certezas, fruto de la ignorancia, y también a las ya caducas identidades ficticias coloniales. INDEPENDENCIA Y MODERNIZACIÓN: OTRO MODO DE INSERCIÓN AL MERCADO MUNDIAL Por supuesto, en esta ocasión, junto con la elaboración de planteamientos legitimadores de la Independencia, se precisa la reflexión en torno a la refundación integral de la institucionalidad de las comunidades territoriales que buscan su separación: en esa vía, se ponen en medio de la discusión tanto las bondades como los peligros y los dilemas que representan las distintas formas de gobierno alternativas –existentes o imaginarias- y sus posibles variantes y combinaciones. Y, en el centro mismo de semejantes discusiones, se encuentra como punto básico la promesa del respeto de la soberanía individual como base de cualquiera de las formas de gobierno que sean asumidas por estos cuerpos político-sociales en gestación: de lo que se trata, entonces, es del propósito antedicho de recuperar la esencia perdida de los individuos –la vigencia de sus derechos naturales- y, en ese sentido, será tarea fundamental la creación de ciudadanos, plenamente capaces de hacer buen uso de su razón en lo que se refiere no solamente a sus asuntos privados sino, por sobre todo, a lo que atañe a la vida pública. Ahora bien, para una buena parte de los sectores independentistas –en particular aquellos que se expresan predominantemente- este proceso constituye una oportunidad privilegiada para poner al día sus respectivas comunidades territoriales con respecto a las lógicas y dinámicas políticas y económicas que se presentan cada vez con mayor fuerza en el llamado “mundo civilizado”, o sea, la región del planeta que se muestra como cuna de la libertad o como vanguardia en la lucha por la preeminencia de los derechos naturales: en últimas, aquellos países en los que tempranamente

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surge y se implementan los aspectos prácticos del discurso liberal, países que coinciden –no por casualidad sino sistémicamente- con el centro desde el cual inicia la tendencia expansiva de predominio universal del régimen capitalista de producción. De este modo, es posible percibir que la agenda principal de la élite criolla, durante el proceso de las Independencias hispanoamericanas, comparte el ánimo modernizante de las Reformas Borbónicas y, de esta manera, sus iniciales exigencias de autonomía-autogobierno tienen como eje articulador ciertas expectativas de vigorización de las respectivas economías internas a la vez que de una articulación menos indirecta al mercado mundial, esto es, una articulación que no transite por los canales del Imperio Español. En ese sentido, es significativo el hecho de que en la constitución de los nuevos cuerpos político-sociales no se presentan cuestionamientos frente al régimen productivo cimentado en la hacienda. De hecho, esta forma de organización de la producción –y de la vida misma de gran parte de la población- seguirá siendo la pieza clave de la estructura económica y social de hispanoamericana durante todo el siglo XIX e incluso en las primeras décadas del XX –aunque con las variaciones agenciadas a partir de la abolición de la esclavitud y la eliminación de los resguardos. MUCHO MENOS QUE UNA CONCLUSIÓN Una vez llegados a este punto, es posible constatar la inexistencia de una definición en cuanto tal para el término Independencia, en la medida en que esta presunta definición posee un carácter negativo-restrictivo; puesto que se sustenta en las nociones de, por un lado, separación de un cuerpo político-social frente a una determinada entidad ajena a sí y, por otro lado, este cuerpo político-social –que se separa- adquiere una identidad sólo a través de un proceso de descubrimiento o construcción de aquello que es lo no-idéntico a sí mismo. Es decir, se trata de una definición circular en la cual no se especifica la causalidad o la característica determinante. No obstante, en términos de la concepción y práctica política del período en que hace carrera este término, se encuentra su estrecha vinculación con respecto al conjunto discursivo liberal, propio del último momento de ascenso político de la burguesía en el mundo europeo y del consiguiente predominio ulterior del modo de producción capitalista a nivel planetario. De este modo, se trata de un término que contribuye con el propósito característicamente moderno de construcción y reforzamiento permanente del concepto de Sujeto, en cuanto se refiere a la mencionada separacióndisgregación de lo comunitario. Así, se tiene que el actor protagónico del discurso liberal y de buena parte del proyecto moderno será, por un lado, el Sujeto-Individuo idéntico a sí mismo, quien se desenvuelve en el nuevo y

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atomizado escenario social, donde surge –en virtud del contrato social- el Estado de Derecho en cuanto que garante de la existencia del mercado: allí se supone que cada uno de ellos realizaría su soberanía ante los demás, en lo que a sus propias decisiones y acciones atañe, en la búsqueda de la realización de sus capacidades y, en últimas, de su propia felicidad. Pero, junto con el Individuo, es también protagónico el Sujeto-Nación: éste, por su parte, constituye el receptáculo en el cual se encuentran contenidos los Sujetos-Individuos en su interacción permanente, o sea, el intercambio generalizado de mercancías. A su vez, la Nación será el referente básico para la construcción del Estado moderno en el mismo sentido en que será uno de sus productos más importantes: en esta dialéctica Estado-Nación, tendrá decisiva importancia la edificación de una identidad sobre la base de la ignorancia o del ocultamiento de lo diferente. De igual manera, este Sujeto-Nación será uno de los principales participantes en el contexto – también aparentemente atomizado- del mercado mundial, y del correlativo sistema político global, en términos de la implementación de ciertas pautas para la regulación de la competencia y la acumulación del capital a escala mundial: estas pautas provocarán efectos importantes sobre los territorios y las comunidades en los cuales tienen su sede dichos Estados-Nación, contribuyendo con la imaginada, por dicho discurso liberal, realización de las capacidades y la consecución de la felicidad de los Sujetos-Individuos.

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