Citation preview

IF N D E L O S

P M OS E I T CAPÍTULOS 9 Y 10

CAPÍTULO 9

PANDEMIA

IX. PANDEMIA Un mes y contando. El número de muertos en el mundo ha crecido estrepitosamente. Muchos de los infectados no creyeron que el virus existía. Como si la creencia fuera suficiente para que el bicho desapareciera mágicamente. Y eso justamente provocó que se extendiera y fuera cada vez más peligroso y mortal, se hicieron fiestas y se reunieron multitudes. En esta casa creemos fervientemente en la ciencia, Paco dice que esa es nuestra única religión y yo estoy de acuerdo. Nos encomendamos a esos científicos que, gracias a sus descubrimientos, cambiaron el mundo y lo hicieron sin duda un lugar un poco mejor para

BENITO TAIBO

3

FIN DE LOS TIEMPOS

todos. San Louis Pasteur, santa Marie Curie, san Jonas Salk, san Alexander Fleming, entre otros muchos. En sus manos estamos y les pedimos que iluminen a los que hoy buscan una vacuna para este mal que nos aqueja. Paco dice que cada quien es libre de creer en lo que quiera, y también estoy de acuerdo, pero hoy por hoy, lo mejor es que crean desde sus casas, manteniendo sana distancia, cuidándose ellos porque de esa manera nos cuidan a todos. ¿Quién iba a pensar que el alcohol, el gel bactericida, el cloro, el jabón común y corriente, el agua y los cubrebocas, serían ahora nuestros máximos aliados? Todos creíamos que el apocalipsis sería nuclear, sobre todo por el cine de Hollywood, y que después de que sucediera, andaríamos por ahí, armados con ametralladoras para defendernos. Y no. Armados estamos, pero con escobas y trapeadores. Vi el otro día una ambulancia que decía «Servicio Forense» en su costado y que paró a unas cuantas casas de la nuestra, casi en la esquina. De ella bajaron dos hombres vestidos como astronautas y con capuchones plásticos, con una camilla con rueditas entraron a una casa. Al poco rato salieron con una bolsa blanca, cerrada herméticamente. Un cuerpo, por supuesto. Me quedé muy impresionado. No entendemos la magnitud de lo que está pasando

BENITO TAIBO

4

FIN DE LOS TIEMPOS

hasta que lo vemos con nuestros propios ojos. Así somos. Y como el bicho es invisible, pues peor. Me contó Sofía que una de las maestras de nuestra escuela cayó infectada por el covid-19. Una maestra simpática y querida, Dulce María. Ya mayor, daba clases de Geografía muy divertidas y amenas. Por lo visto se contagió yendo a un mercado, con todo y cubrebocas. Estuvo en terapia intensiva una semana y logró superarlo, ahora está en su casa reponiéndose. ¡Qué gusto saber esas noticias! Noticias que nos devuelven el aliento. Porque hemos estado todos aguantando la respiración en estos días, por la incertidumbre y sobre todo para que no entre el monstruo por nuestra nariz o nuestra boca. Soy el amo indiscutible del trapeador. Y encontré la tonada perfecta para usarlo muy rápida y eficazmente. Pongo uno de los viejos discos de Paco a todo volumen y sigo el ritmo del grandísimo Frédéric Chopin y su Vals del minuto, que dura un poco más, lo cual Paco tuvo que aclararme cuando le pregunté. Parece ser que minute no es minuto, sino «pequeño». El caso es que, con Chopin a mi lado, logro casi siempre terminar el pasillo que lleva a las habitaciones con mayor destreza. Cuando los tramos son más largos, por ejemplo, la cocina, recurro a Mozart y a su Sonata para piano número 11. Es perfecta.

BENITO TAIBO

5

FIN DE LOS TIEMPOS

Yo no sé qué haríamos sin la música, la literatura, el cine, la danza o la pintura en estos tiempos difíciles. Yo no sé qué haríamos sin la cultura. Paco aparece por el pasillo justo cuando estoy exprimiendo el trapeador. Es increíble la cantidad de polvo que se acumula en un solo día. No sé de dónde viene, pero llega en cantidades inimaginables. Solo lo sabe el que trapea, y el trapeador, claro. Trae, qué curioso, un libro entre las manos. —¿Nos echamos un agua de jamaica? —pregunta. —¡Nos la echamos! Solo voy a echar el agua sucia al caño. Y a lavarme las manos. Al rato, ya está en la cocina con una jarra roja y perfecta, rebosante de hielo. Sirve dos vasos. —Hoy nos vamos a poner serios —dice y pone el libro sobre la mesa con la portada hacia arriba. El hombre en busca de sentido, de Viktor Frankl. —Eso buscamos todos, ¿no? Encontrar sentido a nuestra vida —pregunto. —Por supuesto, pero Frankl lo cuenta de una manera soberbia, desgarradora, única, iluminadora. —¿Es una novela? —No. Es un libro de memorias. Viktor Frankl, psiquiatra austriaco, es capturado en 1942 en Viena por los nazis, junto a sus padres, esposa y otros parientes por ser judío, claro. Son enviados al campo de concentración de Theresienstadt, cerca

BENITO TAIBO

6

FIN DE LOS TIEMPOS

de Praga. Y desde ese año y hasta 1945 estuvo encerrado en otros sitios, incluso Auschwitz, el más terrible de los campos de exterminio. En el camino murió toda su familia, sus amigos y colegas. Fue el único en sobrevivir. Y escribió este libro, para que el mundo no olvidara. —Quiero leerlo. —Por supuesto, es para ti. Pero déjame decirte que el Dr. Frankl, después de haber vivido todo lo que vivió, en las peores condiciones, a punto de ser ejecutado varias veces, después de haber perdido todo, insiste en que la vida, por más eventos trágicos que enfrentemos, merece ser vivida. Este libro es un canto a la existencia. —Va. Lo quiero. —Y viene muy bien en estos tiempos. Tiempos de incertidumbre y miedo. Tiempos duros en los que por fuerza tendremos que encontrar sentido a nuestras vidas, decidir cosas importantes para el futuro, cambiar en lo que podamos para cambiar así al mundo —dice Paco y se bebe de un par de tragos su vaso. —¿Cómo puedo yo, con catorce años, cambiar al mundo? —Es más fácil de lo que parece, con palabras mágicas. —¿Ábrete, sésamo? —Intento.

BENITO TAIBO

7

FIN DE LOS TIEMPOS

—Casi. Sirven para los mismos efectos. Solidaridad, empatía, sentido común, resiliencia, otredad. Algunas las había oído y otras no. Tendré que recurrir al diccionario. Pero me queda muy claro el mensaje. —No somos islas. Y aunque estemos solos, no lo estamos. El mundo late con nuestro latido. Y los demás no son el enemigo, son nuestro reflejo. —Paco, sinceramente, ¿piensas que después de que pase la pandemia, ya no seremos los mismos? —No lo seremos. Aunque algunos seres humanos no son capaces de cambiar, ni aunque tengan la espada de Damocles sobre su cabeza. —¿De quién? —pregunto asombrado. —¿Qué sentirías si todo el tiempo, sostenida por un hilo muy delgado, estuviera una filosa espada sobre tu cabeza? —Miedo, claro. —Pues hay algunos que la tienen sobre la cabeza y no lo saben. En ese momento se oye un grito penetrante en la casa de junto. Es doña Cecilia, que aúlla despavorida desde la calle. Nos asomamos a la ventana. Está en bata y con el pelo revuelto. Tiene una escoba en la mano. —¿Pasa algo, doña Ceci? —pregunta Paco.

BENITO TAIBO

8

FIN DE LOS TIEMPOS

—¡Una rata enorme en la cocina! —Y hace gestos y mueve las piernas como si la rata estuviera a sus pies a punto de atacarla. —¡Voy! —Y Paco realiza el ritual de salida a una velocidad sorprendente. Cubrebocas, guantes. Y lleva el bate de beisbol en las manos. Se encamina a la puerta. —¿La vas a matar? —digo. —Si no la convencen mis argumentos para que se salga, tal vez sea la única posibilidad en estos momentos. —Está siendo sardónico. Conozco el tono. Idiota de mí por preguntar. Desde la ventana veo que doña Ceci se oculta detrás de un árbol y Paco entra como caballero andante a su casa. Hay que decir que doña Ceci no ha dejado de gritar ni un segundo. Varios vecinos ya están asomados de balcones y azoteas. En estos tiempos aburridos, la caza de la rata se convierte en un verdadero espectáculo. Algunos incluso opinan. Como Jorge desde la azotea del edificio de enfrente, que va sin camisa y lleva en la mano una manguera verde de la cual sigue saliendo agua. —Arrincónela y luego ¡zaz! —Y mueve la manguera mojando a dos niñas que están en la puerta del edificio. —No, no. Si la arrincona lo va a atacar. Mejor agárrela desprevenida —dice la viejita que el otro

BENITO TAIBO

9

FIN DE LOS TIEMPOS

día, mientras Paco blandía el bate por otros motivos, arrojó una borla de estambre rosa a la calle. —¿Y sí llamamos a los bomberos? —dice la chica del edificio, que se asoma desde la tercera ventana a la izquierda. Tiene un secador de pelo en la mano. No me aguanto la tentación y con las manos como bocina le respondo: —¡Es rata, no incendio! Los bomberos deben estar muy ocupados para esto. Ella hace un mohín y se oculta detrás de los visillos. Pasan minutos interminables. Me imagino a Paco y su bate luchando ferozmente con la rata inmensa que brinca y lanza chillidos y le muestra los colmillos. Al poco tiempo sale. Con una bolsa de basura en una mano y el bate en la otra. Doña Ceci retrocede tanto que ya está en plena calle, menos mal que no pasan coches. —¿Está muerta? —pregunta haciendo caras de asco. —No —contesta Paco—. Está viva. Doña Ceci grita y los vecinos jalean y opinan desde sus puestos privilegiados y lejos del peligro inminente... —¡Mátela! —¡Suéltela!

BENITO TAIBO

10

FIN DE LOS TIEMPOS

—Tírela a la basura. —Hay un solar vacío muy cerca. Ahí la voy a dejar —dice Paco, resuelto y sin hacer caso a las múltiples opiniones que va escuchando mientras camina. Regresa al ratito. Doña Ceci está a punto de abrazarlo cuando se acuerda de la sana distancia, por lo que solo baja la cabeza y le da las gracias. Paco entra a casa y se deshace de guantes y cubrebocas. Se lava las manos concienzudamente. —¿Era enorme y terrible? —le digo desde la puerta del baño. —No. Simpática, incluso. —¿Simpática? —Simpática y muy asustada. —¿Por qué no la mataste? —Porque la moral, el buen gusto y la ecología me impide matar ardillas. —¡Una ardilla! —Sí, gris y preciosa. —¿Por qué no les dijiste? —Para que tengan cosas que contar sobre mi valentía, de la cual se hablará por siempre. «El valeroso vecino que salvó a doña Ceci de morir infartada a causa del roedor satánico». Y además, no es lo mismo enfrentarse a una rata maléfica que a una ardilla monísima.

BENITO TAIBO

11

FIN DE LOS TIEMPOS

—¿Cómo la metiste en la bolsa? —Quiero saber. —Entró sola. Buscando el pedazo de plátano que le puse dentro. —¿Y de dónde sacaste el plátano? —De la cocina, ¿de dónde va a ser? Haces demasiadas preguntas, Viernes. —Tú tienes la culpa. Soy preguntón porque siempre has dicho que nunca me quede callado cuando necesite saber algo. —Va. Olvidemos la rata, la ardilla, los gritos de doña Ceci que casi me perforan el tímpano. ¿Quieres saber algo más? —Sí. ¿Cuándo va a terminar todo esto? Se pone repentinamente serio, me pasa una mano sobre el pelo. —Pronto, muchacho, pronto. Sé que es una promesa que no puede cumplir y sin embargo le creo y se lo agradezco. Podría estar con él, con los libros, la música, el cine y hasta con las ratas si fuera necesario, hasta el fin de los tiempos.

BENITO TAIBO

12

FIN DE LOS TIEMPOS

CAPÍTULO 10

FIN DE L O S TI E M PO S

X. FIN DE LOS TIEMPOS —¿Están bien, mi amor, comiendo sano? —Es la tía Pili del otro lado del teléfono. Conociendo sus parámetros de «sano» no me atrevo a contestarle lo que espera. Pero opto por una mentira piadosa. —¡Sanísimo! —¿Frutas, verduras, suplementos? —pregunta inquisitiva. No se le va una. —¿A qué te refieres con «suplementos», Pili? —Pues, suplementos alimenticios. Se entiende, ¿no? —Los alimentos contienen suplementos alimenticios —le respondo, intentando no herir su susceptibilidad.

BENITO TAIBO

14

FIN DE LOS TIEMPOS

—¡A ver! —ordena–, pásame a Paco. —Está lavando la azotea —contesto lo más ágilmente posible, teniendo frente a mí a Paco, quien hace la señal de «no» repetidamente con el dedo índice de su mano derecha. La última vez que hablaron tuvieron un broncón y el tío quiere evitar otro a toda costa. Lo entiendo. —Bueno, da igual. Jamás en la historia me ha hecho caso. Pero tú sí. Tienen que entender que me preocupo por ustedes y sobre todo por el concepto erróneo que tiene Paco acerca de una alimentación balanceada. ¿Han comido brócoli? Es rico en fibra, magnesio, ácido fólico y vitaminas A y C. —lo dice como si lo estuviera leyendo en un manual de alimentación. Es un peligro. Me estoy arriesgando un montón. La última vez que un brócoli pisó nuestros territorios fue hace más de un año. Paco los llama «arbolitos sobrevalorados». —¡Harto brócoli! En ensalada, gratinado, con berenjena al horno… —Invento mientras el tío se tapa la boca, evitando que sus carcajadas se oigan en la casa y, sobre todo, al otro lado del teléfono. —Yo nunca he comido ensalada de brócoli —contesta. Y me la imagino haciendo un mohín de disgusto. —Pues es buenísima. —¿Brócoli crudo o cocido? —Me quiere agarrar, pero no será fácil.

BENITO TAIBO

15

FIN DE LOS TIEMPOS

—Crudo, claro. En ensalada. Deberías probarlo, tía. —Lo haré. Les voy a mandar con un taxi unas inyecciones suecas que me recomendó Mayita. Son una joya para el sistema inmunológico; evitan el coronavirus. —Las esperamos con ansias —le digo. Y la oigo suspirar del otro lado del teléfono. No quise decirle que no hay nada, hasta ahora, contra el coronavirus, pero a ella le da ilusión pensar que sí. —¿Estás siendo sarcástico, Sebastián? —Puse

el teléfono en altavoz y Paco ha estado oyendo. Se pasa un pulgar por el cuello, indicando claramente que he metido la pata y que me espera una muerte cruel, una muerte civil. —¡Nunca! De verdad. Te quiero. Y con esas dos sencillas palabras la desarmo. Y me ahorro el regaño que venía en camino como un caballo desbocado. —Y yo a ti, querido. Dile a Paco que cuando pueda me hable. Te mando un besote. —Besos de vuelta —Y cuelgo. —¡Jamás de los jamases! ¡Inyecciones suecas! —grita Paco poniéndose rojo. —Lo hace de buena fe —digo intentando mitigar la cólera del tío. —Por eso se muere la gente, por andar inventando remedios. El siguiente paso es inyectarnos desinfectante como propone el señor Zanahoria. BENITO TAIBO

16

FIN DE LOS TIEMPOS

—¿Quién demonios es el señor Zanahoria? —No importa. —Pero me imagino que se refiere a cierto presidente del otro lado de la frontera. —¿Y brócoli en ensalada? ¡Te pasaste, Viernes, te castigarán los hados por andarte burlando de la tía! —Los hados deben andar muy ocupados en otras cosas, estoy seguro —respondo autosuficiente. —¿Qué vamos a comer hoy? ¿Qué se te antoja? —Ensalada de brócoli. —Te juro que te la doy y que tendrás que comerte hasta el último arbolito. —Ya, era una broma inocente. ¿Tortilla de patata de la abuela? —¡Esa voz me gusta! Paco pone en el tocadiscos la «Obertura» de Guillermo Tell, de Rossini, para meterle ritmo, y nos vamos los dos a la cocina a pelar papas. La abuela hacía una tortilla de patata soberbia, y el único que tuvo la paciencia y el buen gusto de mirarla mientras cocinaba fue Paco. Hay que pelar tres papas grandes. Y luego cortarlas con un sistema propio que consiste en enterrar el cuchillo y sacar muescas grandes. No se pican, no se rebanan, muescas irregulares, un arte. Una cebolla, esa sí, rebanada muy finamente. Se ponen las papas en agua para quitarles el exceso de almidón, se secan y se ponen en aceite de oliva en el sartén,

BENITO TAIBO

17

FIN DE LOS TIEMPOS

que esté caliente. Cuando estén medio hechas, se les añade la cebolla. Por otra parte, hemos batido siete u ocho huevos con un poco de sal. Paco ha sacado del refri tres chistorras y las corta en trozos pequeños. Las pone en el sartén con la cebolla y las papas. Cuando todo adquiere un color rojizo y un olor espectacular, le quita el aceite al sartén y lo guarda en un bote de cristal. Espera a que se enfríe un poco y agrega los huevos: con muy, muy poco aceite, y el fuego bajo, deposita la mezcla. Con un «miserable» va, poco a poco, rodeando la mezcla que se cocina para evitar que se pegue. Un rato más tarde es el momento cumbre. La hora de la magia. Hay que voltear la tortilla. —¿Puedo? —pregunto. Lo he visto tantas veces hacerlo que creo que me toca. Y eso es un riesgo. Puede que la tortilla acabe en el suelo de la cocina y nosotros comiendo ensalada de brócoli. Me da, con mucha ceremonia, como si me estuviera ungiendo como caballero de la mesa redonda, el «plato volteador», ese que era de la abuela y que tiene la misma circunferencia que el sartén. —Vas, Viernes. Y no dice más, no me advierte nada, no me previene de nada. No hace como los adultos, que te dan hartas instrucciones y si metes la pata aprovechan para decir «Te lo dije…», lo que les encanta.

BENITO TAIBO

18

FIN DE LOS TIEMPOS

Tomo el plato y lo pongo sobre el sartén, milimétricamente. La palma de mi mano izquierda puesta con firmeza sobre él. Con la derecha tomo el mango del sartén. Y repitiendo ese ensalmo usado durante décadas, esa palabra mágica que he oído tantas veces, con un rápido giro la volteo, diciendo «¡hop!», como se dice en los circos cuando estás a punto de volar por los aires. Una vez que la tortilla está sobre el plato, rápidamente la deposito de nuevo en el sartén, con mucho cuidado, deslizándola para que quede en el mismo lugar. Una sonrisa inmensa me ilumina. Paco aplaude a rabiar. Como si hubiera metido el gol número mil en el Estadio de Maracaná. En ese momento suena el timbre de la puerta. Paco se pone cubrebocas y guantes y va abrir, refunfuñando y diciendo maldiciones. Pero antes, adulto al fin, algo de lo que no puede sustraerse, me da la única indicación que ha salido de su boca en todo este rato: —En tres minutos apaga el fuego. No más. Nos gusta poco hecha. Que la mezcla elemental de la que está compuesta quede aprisionada en su centro, tierna. Se me está haciendo agua la boca. Gracias, abuela. La tortilla, como los clásicos, está pasando de generación en generación. Muevo de cuando en cuando el sartén para que la tortilla no se pegue. Y apago la estufa. Con el plato

BENITO TAIBO

19

FIN DE LOS TIEMPOS

de la abuela, que ya lavé minutos antes, repito la operación y la pongo, lustrosa, brillante, jugosa, en la mesa de la cocina. Entra Paco después de haber desinfectado una caja y haberse lavado las manos. Pone los ojos como platos. —Es perfecta, querido. ¡Perfecta! Podríamos hasta venderlas… —Prefiero que se conserve el secreto familiar. —Tienes razón. —Y comienza a abrir la cajita que tiene en las manos. —¡Coño! Las medicinas suecas. Se me había olvidado. Dentro hay cuatro paquetes pequeños, escritos en sueco, claro. —¿Qué dice? —pregunto. —Mi sueco es deficiente, mancebo. No tengo ni la más puñetera idea. Tomo una de las cajitas. Con letras pequeñas y rojas debajo del nombre, leo con mucha dificultad: «Den här produkten är inte ett läkemedel». —Entiendo «producto» —dice Paco. Y se va a la biblioteca rascándose la cabeza. Sigo admirando mi obra. Faltan un par de horas para comer, pero estoy a punto de darle una tajada a la tortilla. Paco regresa con un tomo grande entre las manos.

BENITO TAIBO

20

FIN DE LOS TIEMPOS

—Diccionario sueco-español —dice muy ufano. —¡¿Y por qué lo tienes?! ¡Qué cosa más rara! ¡Eres un freak! —Alguna vez quise traducir un poema del maravilloso Tomas Tranströmer, sin éxito. Acabé comprando un libro suyo en español. Y comienza a buscar palabra por palabra en el diccionario y las apunta en una libretita. De repente la cara se le ilumina y levanta la libreta en señal de triunfo. —¿Sabes qué dice? —me pregunta, cómplice. —No. —Dice «Este producto no es un medicamento». ¡Lo sabía! —¿Y? —Y, por supuesto, no nos lo vamos a inyectar, pero le vamos a decir que sí. —¿Mentiremos? —Como bellacos, con absoluto cinismo y desparpajo. Y le dirás a Pili que te sientes como un jovencito, de, no sé, ¡catorce años! —Los que tengo… —De doce, pues. Que todas tus células están frescas y rozagantes y que cualquier virus, grande o chico, ha muerto de manera milagrosa. —¿De plano? —pregunto inquieto. La tía Pili se va a dar cuenta instantáneamente de nuestra mentira de bellacos.

BENITO TAIBO

21

FIN DE LOS TIEMPOS

—Bueno, sin exagerar, pues. Nos sentamos a comer la tortilla, y falta mucho para la hora de comer, pero en el encierro, el tiempo funciona de manera diferente, elásticamente. Y el platillo está como se ve. No diré más. No hemos terminado de lavar platos cuando suena el teléfono. Es Pili, of course. —¿Les llegaron las medicinas? —Sí. Ya llegaron. —¿Y se las inyectaron? Paco sabe cómo. —Estamos a punto. —Tengo que decirle algo más—. Mil gracias, se ven buenísimas. —Cuídense mucho. Ya verán qué bien les caen. Los quiero. Dile a Paco que me hable cuando pueda, debe estar ocupadísimo —dice con sorna. —Le digo. Nosotros también te queremos. Cuídate. Me queda claro que nos quiere, que se preocupa, que hará lo que esté en sus manos, desde medicinas suecas hasta estampitas milagrosas y flores de Bach, para que el apocalipsis no llegue a nosotros. Y no podemos menos que agradecerle. Es familia. Y la familia está allí, en las buenas y en las malas, siempre. Me comí tres trozos de tortilla. Me siento como la boa de El Principito después de devorar al elefante. La tarde es cálida. Entra un vientecillo por la ventana y no hay ruido de coches. Paco está tirado

BENITO TAIBO

22

FIN DE LOS TIEMPOS

en el sillón de la sala leyendo; yo en el otro, más chico, con las piernas sobre la mesita. Me mira con los lentes en mitad de la nariz. —¿Siesta? —pregunta. —Siesta —contesto. Y treinta segundos después empieza a roncar como una morsa. Me despierta un crujir de madera. No estoy en casa. Y sí, en un camarote de barco, acostado en una hamaca. Hace mucho más calor. En la pared de madera aceitada hay un sextante y sobre una mesita hay mapas. Una penca de plátanos verdes se bambolea junto con el resto del mundo. Me levanto y me asomo por una escotilla pequeña: un mar turquesa y plácido hasta el horizonte mismo. Y a la izquierda se ve, a lo lejos, una franja esmeralda. Tierra. Llevo un pantalón blanco, alpargatas, una camisa azul. Salgo del cuarto para encontrarme un pasillo largo flanqueado por puertas que desemboca a una escalera metálica. Subo mientras la fragancia del mar me entra por la nariz y la brisa humedece mi cabeza. El sol me deslumbra. Está amaneciendo. Veo al tío Paco apoyado en la baranda, mirando hacia el infinito. Tiene en la boca una pipa de las llamadas «de espuma de mar» que saca humo

BENITO TAIBO

23

FIN DE LOS TIEMPOS

esporádicamente y que a la distancia huele a maple. Va vestido igual que yo. Alrededor hay marineros que trajinan, lavan la cubierta, suben a los mástiles y amarran las velas, otros las cosen o pulen las cosas de metal con gran esmero. Hay mucho movimiento en todas partes, parecería que estamos por llegar a algún sitio. La franja verde del horizonte se ve cada vez más cerca. Puede incluso notarse una línea de palmeras y arena blanquísima. Noto que junto a Paco hay un salvavidas de color naranja que está atado a un poste. Con letras negras y claras tiene inscrito «HMS Beagle». —Buen día —digo. —¡Grumete! Qué gustazo. Justo a tiempo para ir a desayunar. —No tengo hambre —respondo. —Hay empanadas de arenque. —Puff. No, gracias. ¿Dónde estamos? Y señala con la pipa el salvavidas y el nombre que lleva. —Ya. Beagle. ¿Y? —Y allá, al fondo, donde atracaremos muy pronto, este 15 de septiembre de 1835, las Galápagos. —Y señala ahora hacia tierra firme—. ¿No te suena el nombre de Beagle? —Sí, pero no sé de dónde.

BENITO TAIBO

24

FIN DE LOS TIEMPOS

—Solo te diré que este viaje cambió al mundo de muchas maneras. Y que el Beagle es un bergantín de la clase Cherokee de la Marina Real Británica, que ahora mismo tiene once años de haber tocado el agua por vez primera; de 27.5 metros de largo y una tripulación de setenta y cuatro personas sin contarnos a nosotros dos. En ese momento suena la campana que un marinero, desde la proa, está haciendo tocar repetidamente mientras sonríe ufano. —¡Arenque! —dice Paco y va hacia allá. Yo sigo pensando en el nombre y el destino y en lo poco que se me antoja el famoso arenque que hace suspirar al tío. Sentado en una mesa sobre cubierta ya está Paco animadamente hablando con un joven que va vestido como nosotros. Me acerco con timidez mientras Paco da grandes bocados a las empanadas que huelen a rayos. Beben té. —Siéntate, Viernes. Acompáñanos —dice animadamente el tío Paco. Su contertulio arquea las cejas. —¿Se llama Viernes? Cómo el personaje de Robinson Crusoe —pregunta al tío pero me mira a mí. —No. Se llama Sebastián, pero le digo así como un homenaje a Defoe, inglés, como usted mismo.

BENITO TAIBO

25

FIN DE LOS TIEMPOS

—Pues, encantado, Viernes. —Y me da la mano mientras sus ojos chispean—. Me llamo Charles. Le estrecho la mano. Es muy blanco, pero está tostado por el sol tropical. Lleva un lapicero de granate en la bolsa de la camisa y sobre la mesa hay un cuaderno lleno de caligrafía apretada, así como dibujos de pájaros y plantas. —Charles… Darwin —dice Paco. Me quedo con la boca abierta. Le estoy dando la mano a uno de los naturalistas más importantes de la historia mundial. Al creador de la teoría de la evolución. No quiero soltarlo. ¡Claro que me sonaban el Beagle y las Galápagos! Darwin separa su mano de la mía delicadamente. Y se va corriendo hacia la proa del barco. Estamos a punto de fondear. Oigo cómo caen las cadenas del ancla, haciendo un estrépito tremendo. Encaro a Paco. —¿Y la barba blanca? ¡Darwin tenía barba blanca y larga! —No a los veintiséis años. Todavía no ha escrito sus obras monumentales. Está aquí para observar. Y tal vez sea uno de los observadores más formidables de la historia. No puedo creer que yo esté aquí, en compañía de Darwin y del tío, a punto de que el genio inglés empiece a esbozar en su cabeza ese libro que habría de cambiarlo todo.

BENITO TAIBO

26

FIN DE LOS TIEMPOS

Regresa el joven Darwin corriendo hasta nosotros. Y señala con el dedo a un grupito de pájaros que pasa por sobre nuestra cabeza. —¡Pinzones! —grita—. Y no son exactamente iguales a los de las otras islas. ¿Bajaran con nosotros a tierra? —nos pregunta. —Por supuesto —responde Paco. —¡Por supuesto! —grito feliz. Y tomo la mano de ese tío que me ha dado el pasaporte para realizar los mejores viajes del mundo. Ese que hace gazpachos tropicales y trapea al ritmo de la música. Ese que por las noches, creyendo que no lo veo, se asoma a mi habitación para ver si duermo. Ese que está listo para enfrentar a los monstruos grandes y pequeños. Ese que si no sabe, averigua, o inventa, o crea de la nada, con fantasía. Ese al que le debo todo. Cierro los ojos un instante para que lo que está ocurriendo alrededor se quede para siempre en mi memoria, como una fotografía. Siento la brisa en la cara. Abro los ojos y estoy en casa. Paco sigue roncando plácidamente en su sillón. Afuera, el mundo se ha detenido. Pero sé que volveremos y el tiempo tendrá un ritmo distinto, una nueva normalidad, dicen. Aunque también sé de cierto que en mis catorce años

BENITO TAIBO

27

FIN DE LOS TIEMPOS

nunca ha habido nada normal. Y que habremos aprendido algo muy importante de todo esto. La vida se abrirá paso, como lo sabía perfectamente el señor Darwin, por más obstáculos que se le pongan en el camino. Seremos otros. Espero que mejores. Lo deseo con todas mis fuerzas…

BENITO TAIBO

28

FIN DE LOS TIEMPOS

BENITO TAIBO

29

FIN DE LOS TIEMPOS