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HISTORIA ^M V N D O A n t îg v o

EGIPTO DORANTE EL IMPERIO MEDIO

HISTORIA

■^MVNDO

A ntïgvo ORIENTE 1. 2. 3. 4. 5. 6. 7.

8. 9. 10. 11.

12. 13.

A. Caballos-J. M. Serrano, Sumer y A kkad. J. Urruela, Egipto: Epoca Tinita e Im perio Antiguo. C. G. Wagner, Babilonia. J . Urruelaj Egipto durante el Im perio Medio. P. Sáez, Los hititas. F. Presedo, Egipto durante el Im perio N uevo. J. Alvar, Los Pueblos d el Mar y otros m ovimientos de pueblos a fin es d el I I milenio. C. G. Wagner, Asiría y su imperio. C. G. Wagner, Los fenicios. J. M. Blázquez, Los hebreos. F. Presedo, Egipto: Tercer Pe­ ríodo Interm edio y Epoca Saita. F. Presedo, J . M. Serrano, La religión egipcia. J. Alvar, Los persas.

GRECIA 14. 15. 16. 17. 18.

19. 20. 21.

22. 23. 24.

J. C. Bermejo, El mundo del Egeo en el I I milenio. A. Lozano, L a E dad Oscura. J . C. Bermejo, El mito griego y sus interpretaciones. A. Lozano, L a colonización griega. J. J . Sayas, Las ciudades de J o nia y el Peloponeso en el perío­ do arcaico. R. López Melero, El estado es­ partano hasta la época clásica. R. López Melero, L a fo rm a ­ ción de la dem ocracia atenien­ se , I. El estado aristocrático. R. López Melero, L a fo rm a ­ ción de la dem ocracia atenien­ se, II. D e Solón a Clístenes. D. Plácido, Cultura y religión en la Grecia arcaica. M. Picazo, Griegos y persas en el Egeo. D. Plácido, L a Pente conte da.

Esta historia, obra de un equipo de cuarenta profesores de va­ rias universidades españolas, pretende ofrecer el último estado de las investigaciones y, a la vez, ser accesible a lectores de di­ versos niveles culturales. Una cuidada selección de textos de au­ tores antiguos, mapas, ilustraciones, cuadros cronológicos y orientaciones bibliográficas hacen que cada libro se presente con un doble valor, de modo que puede funcionar como un capítulo del conjunto más amplio en el que está inserto o bien como una monografía. Cada texto ha sido redactado por el especialista del tema, lo que asegura la calidad científica del proyecto. 25.

J. Fernández Nieto, L a guerra del Peloponeso. 26. J. Fernández Nieto, Grecia en la prim era m itad del s. IV. 27. D. Plácido, L a civilización griega en la época clásica. 28. J. Fernández Nieto, V. Alon­ so, Las condidones de las polis en el s. IV y su reflejo en los pensadores griegos. 29. J . Fernández Nieto, El mun­ do griego y Filipo de Mace­ donia. 30. M. A. Rabanal, A lejandro Magno y sus sucesores. 31. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I : El Egipto de los Lágidas. 32. A. Lozano, Las monarquías helenísticas. I I : Los Seleúcidas. 33. A. Lozano, Asia Menor h e­ lenística. 34. M. A. Rabanal, Las m onar­ quías helenísticas. I I I : Grecia y Macedonia. 35. A. Piñero, L a civilizadón h e­ lenística.

ROMA 36. 37. 38. 39. 40. 41.

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J. Martínez-Pinna, El pueblo etrusco. J. Martínez-Pinna, L a Roma primitiva. S. Montero, J. Martínez-Pin­ na, E l dualismo patricio-ple­ beyo. S. Montero, J . Martínez-Pinna, L a conquista de Italia y la igualdad de los órdenes. G. Fatás, El período de las pri­ meras guerras púnicas. F. Marco, L a expansión de Rom a p or el Mediterráneo. De fines de la segunda guerra Pú­ nica a los Gracos. J . F. Rodríguez Neila, Los Gracos y el com ienzo de las guerras aviles. M.a L. Sánchez León, Revuel­ tas de esclavos en la crisis de la República.

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45. 46. 47. 48. 49. 50. 51. 52.

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C. González Román, La R e­ pública Tardía: cesarianos y pompeyanos. J. M. Roldán, Institudones p o ­ líticas de la República romana. S. Montero, L a religión rom a­ na antigua. J . Mangas, Augusto. J . Mangas, F. J. Lomas, Los Julio-C laudios y la crisis del 68. F. J . Lomas, Los Flavios. G. Chic, L a dinastía de los Antoninos. U. Espinosa, Los Severos. J . Fernández Ubiña, El Im pe­ rio Rom ano bajo la anarquía militar. J . Muñiz Coello, Las finanzas públicas del estado romano du­ rante el Alto Imperio. J . M. Blázquez, Agricultura y m inería rom anas durante el Alto Imperio. J . M. Blázquez, Artesanado y comercio durante el Alto Im ­ perio. J. Mangas-R. Cid, El paganis­ mo durante el Alto Im peño. J. M. Santero, F. Gaseó, El cristianismo primitivo. G. Bravo, Diocleciano y las re­ form as administrativas del Im ­ perio. F. Bajo, Constantino y sus su­ cesores. L a conversión d el Im ­ perio. R . Sanz, El paganismo tardío y Juliano el Apóstata. R. Teja, L a época de los Va­ lentiniano s y de Teodosio. D. Pérez Sánchez, Evoludón del Im perio Rom ano de Orien­ te hasta Justiniano. G. Bravo, El colonato bajoim perial. G. Bravo, Revueltas internas y penetraciones bárbaras en el Imperio. A. Giménez de Garnica, L a desintegración del Im perio Ro­ mano de O cddente.

HISTORIA

“ lMVNDO

ANTiGVO

ORIENTE

Director de la obra: Julio Mangas Manjarrés (Catedrático de Historia Antigua de la Universidad Complutense de Madrid)

Diseño y maqueta: Pedro Arjona

«No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopia, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del Copyright.»

© Ediciones Akal, S.A., 1991 Los Berrocales del Jarama Apdo. 400 - Torrejón de Ardoz Madrid - España Tels. 656 56 11 - 656 49 11 Fax: 656 49 95 Depósito Legal: M .26.481 -1 991 ISBN: 84-7600 274-2 (Obra completa) ISBN: 84-7600 999-2 (Tomo IV) Impreso en GREFOL, S.A. Pol. II - La Fuensanta Móstoles (Madrid) Printed in Spain

EGIPTO DURANTE EL REINO MEDIO J. J. (Jrruela

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Indice

Págs. I. La prim era gran c r is is............................................................................... 1. El fin de la m onarquía m e n f i ta .......................................................... 2. El período heracleopolitano y la dinastía XI hasta M entuhotep I I ......................................................................................... 3. Estado y so c ie d ad ...................................................................................

7 7 10 16

II. La unidad r e s ta b le c id a .......................................................................... 1. La dinastía X I ......................................................................................... 2. La dinastía X I I ........................................................................................ 3. Estado y so c ie d a d ...................................................................................

23 23 27 38

III. De nuevo la o s c u r id a d ........................................................................... 1. C on tinuidad y d e c a d e n c i a .................................................................. 2. Los h i c s o s ................................................. ............................................... 3. Tebas y el nacionalism o r e b r o t a d o ..................................................

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C r o n o lo g ía .............................................................................................................

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B ib lio g r a fía ............................................................................................................

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Egipto durante el Reino Medio

I. La primera gran crisis

1. El fin de la m onarquía menfita Para el período inm ediatam ente p os­ terior al fin del Reino A ntiguo se evi­ dencia una absoluta falta de conexión entre los elem entos que el arqueólogo puede m anejar y la continuidad dinás­ tica pretendida por Manetón. E fecti­ vam ente, las llamadas dinastías VII y VIII, a las que el sacerdote de Sebenitos adjudica, respectivam ente, se­ tenta reyes en setenta días y veintisie­ te en otros ciento cuarenta y seis días, dejan al historiador perplejo. Su sig­ nificado no puede ir más allá de m a ­ nifestar una inestabilidad política pal­ pable, sobre todo por lo que respecta a la llam ada dinastía VIT, a la cual la m ayor parte de los investigadores e s ­ tán de acuerdo en negar una e xisten­ cia real. Aceptan que a la muerte de Pcpi II la anarquía se hizo dueña del país bajo el m andato de un rey débil de nombre M erenrc, que fue seguido de un conjunto de personajes en lucha por el poder a los que difícilmente puede denom inarse monarcas. Hayes, sin embargo, acepta unos ciertos vi­ sos de continuidad dinástica en base a la existencia de ciertos nom bres rea­ les (HAYES, 1946, 1970, 1971) que la tradición ha mantenido. La ausencia de d ocum entación h a ­ ce de éste un m om ento histórico c o n ­

fuso por el que se ha gestado un nom bre ciertam ente de com prom iso: Prim er Período Interm edio, q u e rie n ­ do ex presar así su corte entre la e x is­ tencia de dos épocas brillantes, los R einos Antiguos y Medio. M uy p r o ­ bablem ente los egipcios no re c o rd a ­ ron ni señalaron con calificativos e s ­ peciales este lapso de tiem po más que en función de su adscripción a lugar geográfico determ inado. P o r ­ que, y ello será claram en te d e te rm i­ nante, lo que sí puede afirm arse sin lugar a dudas es que la d e sc en tra liza ­ ción geográfica ya apreciable bajo los débiles reyes de la dinastía VI se prolongó drásticam ente de tal m anera que los acontecim ientos, la ausencia de autoridad y las revueltas no a fe c ­ taron por igual a todas las tierras egipcias y, en algunas zonas c la ra ­ m ente m arginales, com o el oasis de D akhla (GTDDY, 1987), la d o c u m e n ­ tación arqueológica in dica re g u la ri­ dad en el uso del suelo, poblados y necrópolis, lo que la d escarta com o escenario de acontecim ien to s e x c e p ­ cionales. Es posible que la falta de autoridad de los últimos m onarcas de la d in a s­ tía VI propiciara una situación de confusión, agravada po r situaciones debidas a m alas cosechas y ham bre generalizada, a la que pudo llegarse tanto por crecidas insuficientes del

Aka! Historia del Mundo Antiguo

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N ilo com o por crecidas catastróficas. N o faltan quienes apuntan hipótesis sobre un cam bio clim ático que afectó al A frica N ororiental a finales del tercer m ilenio (BEL L, 1971). Pero la ausencia de control h id ráulico ta m ­ bién pudo p ropiciar desastres a g ríc o ­ las de proporciones gigantescas para una población aco stu m b rada a ese control durante cientos de años. Lo que sí es evidente es que M enfis perdió el dom inio del Valle y de los acontecim ientos y esta situación es la que ha querido leerse en un texto c o ­ nocido com o "Las lamentaciones del sabio Ipuwer" Se le conoce p or una copia en papiro no anterior a la d in a s ­ tía XIX, escrita por un escriba no acostum brado a la lengua del texto (D O N A D O N I, 1967). Según G A R D I­ NER (1909) su redacción no puede ser posterior al período que aquí se trata, aunque no han faltado autores que lo em plazan en el Segundo P e río ­ do Interm edio (SE TE R S, 1964). La "Lam entaciones. . . " m ue stra n un Egipto de sc o m pu e sto y en el cual el orden natural de las cosas ha sido subvertido. El escritor es, in d u d ab le ­ m ente, un h om bre de la clase s u p e ­ rior a quien la situación le produce un pesim ism o que puede aparecer c o ­ mo exagerad o (H A YES, 1953) pero que proviene de una situación d e m a ­ siado patética para ser c o m p le ta m e n ­ te falsa. Para la forma en que está co ncebido y redactado, que recuerda a ciertos pasajes de la biografía de Weni, encierra un lirismo evidente, producto de una situación em ocional ante la realidad de los hechos: "F ijaos, el N ilo g o lp ea y no se la ­ bra (la tierra). C ada uno dice: no s a ­ bem os lo que nos llegará a tra vés d el país. F ija o s, las m ujeres son e sté ri­ les, ya no se concibe y K h n u m no da vida (a los hom bres) a causa del e s­ tado del p a ís. F ijaos, los p o b res han llegado a p o se e r riq u eza s, y quien no tenía ni sa n d a lia s es ah o ra d u eño de bienes innum erables. . .

F ija o s al hijo de un noble no se le reconoce y el hijo del am a se co n vier­ te en hijo de sierva. F ija o s, el desierto se abate sobre el p a ís, lo nom os son d estruidos y los a siá tico s han llegado a E gipto desde el exterior. F ija o s. . . ya no hay nadie en n in ­ gún sitio. (. . De "Las L am entaciones del sabio Ipuwer". La situación que se d esp rend e del texto es de anarquía, pero sería e x a ­ gerado atribuirla a revueltas p o p u la ­ res o a un proceso revolucionario. Ipuwer muestra su desaliento con cier­ to estoicism o de sabio y parece a c h a ­ car los m ales a la presencia de un m o n a rc a débil aunque bien in te n c io ­ nado. D ado que faltan tanto el c o ­ m ienzo com o el final del texto no p uede afirm arse con se guridad si la alocució n tiene un destinatario. A l­ gunos in vestigadores piensan que el rey débil es M erenre II, (SPIEG E L, 1950) pero nada hay que lo d e m u e s­ tre. Hay, eso sí, zonas que se d es­ prenden de la lectura del texto que abogan por suponer un interlocutor divino, pues Ip u w e r da arg u m e n ­ tos para pe n sa r que la causa de los males viene de la falta de piedad de los reyes, razón por otra parte de su falta de éxito político (KEMP, 1983, BARTA, 1974). N o puede precisarse cuánto tiempo duró el caos, pero parece razonable pensar que la m onarquía m enfita se sostuvo a duras penas, y que el Valle del Nilo sólo conoció la autoridad que pudieran desarrollar los cada vez más independientes gobernadores lo ­ cales. A ju z g a r por los nom bres que os­ tentaron los reyes de la dinastía VIII debieron ser descendientes más o m e ­ nos directos de Pepi II y los autores reconstruyen la sucesión gracias a las listas de Abydos y Turin (BECK ERATH, 1984). Estos reyes, en número de unos diecisiete o dieciocho pudie-

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Egipto durante el Reino Medio

MAR MEDITERRÁNEO

Samannud ,_ . . □ n Tell el-Rubca A busiru e| Rubcaiyin al MedinetelFaiyunfT Wadi Nasb Rud el-Cair A b g ig / iJ al-Lahun Wadi Kharil Kom Ruqaíya Π St^Sidmant el-Gebel O w arff S E S !»» -Maiyana lhnasVa el-medina Wadl Ma9hara

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, . , DBeni Hasan el-Ashmunein Q p 0e¡r el.Bersha „ . π d HAXNUB MeirD la s lifr - 17. Dinastía 15. Dinaslie'*’ Asyut π sir Rila a nel-Muslagidda UQaw el-Kebir ,-O M e rs a Gawasis Balabish,— ABVDOS Πμ.,., pendara pPeir el-Ballas Darb el-Baciral l_ ~Q ift Deir el-BahaflSfiKhizam r m a n lp x - - Nagcel-Madamud Gebelein L;Tori Karnak 11 17 hsna^- n ,* Kom el-AhmarU,e*K ab

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^Edlu JT ¡A,

Qubbet el-Hawa kh* 17 D in 3 5 ^ -g rfH :E raN T|N A r't Cultura Kerma Biga canteras de amatista Ikkur λ 1-1 el-Dakk^UíiQuban Canteras de dioutá „ . Tumas C*Sayala O Abu Seyal / ~ -CAmba ¿PShabluI Mina de Cobre T u s h k á tíL D Nagel Girgawi Arminna □ α HATNUB nombre antiguo ELEFANTINA nombre clásico Esna nombre modeno

Semna

----------rula del desierto

Ukrna O Catarata Dal LJAkasna DCAmara West Sai D Cultura Kenna °Soleb (Kush)

’ frontera do la 15-17 Dinastía “ “

Tercera Catarata ~ BKerma Tabo □ " GabetSaikal □ CBugdumbush

frontera de la 12-13 Dinastía Δ

fortificación egipcia



yacimiento egipcio

®

capital egipcia con su número de Dinastía

C· Quinta Catarata

capital y yacimiento nubio pozo cultura del bronce medio

Plano de Egipto durante el Reino medio y el Segundo Período Intermedio

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Akal Historia del Mundo Antiguo

III. De nuevo la oscuridad

1. Continuidad y decad encia Al período que se inicia con la muerte de Sobeknofrwre y finaliza con la su­ bida al poder de A hmohs se le deno­ mina generalmente Segundo Período Intermedio. Por este mero hecho es ca­ si inevitable pensar.que las razones y circunstancias que rodearon este lapso de tiempo, doscientos años aproxim a­ damente, pudieron ser similares a los que confluyeron en el Período Inter­ medio precedente. Y sin embargo, na­ da más alejado de la realidad. En primer lugar hay que señalar que la docum entación para este perío­ do es extrem adam ente escasa en rela­ ción con su duración y consiste, sobre todo, en material arqueológico. A e x ­ cepción de dos papiros a dm inistrati­ vos y uno m atem ático, el resto de la docum entación escrita es ex tre m a da ­ mente breve. En lápidas, escarabeos y materiales arquitectónicos diversos puede leerse a veces el nom bre de al­ gún faraón, incluso con dificultad, en algunos casos. En segundo lugar hay que señalar que se desconocen en su m ayoría las razones internas del declinar de la m onarquía y, a falta de d o c u m e n ta ­ ción utilizable, es arriesgado co n sid e ­ rar los argumentos barajados en el análisis del Prim er Período Interm e­ dio. La bibliografía de los últimos

años ha planteado un conjunto de hi­ pótesis que han determ inado el e scla­ recim iento de la tradición historiográfica egipcia, fundam entalm ente el P a­ piro Real de Turin y M anetón. Para éste último, y a través de F la ­ vio Josefo, el A fric an o y E usebio, los m o narcas, en n úm ero total de 217 y con un lapso de tiem po de 1.590 años (vid. G A R D IN E R , 1964), se a gru pab an en cinco dinastías que habrían gobernado sucesivamente (XIII, XIV, XV, XVI y XVII). El Papiro de T urin, en cam b io , plantea una su c e ­ sión de 175 reyes en un lapso que según se interpreta actualm ente, no puede ir más allá de 230 años (KEM P, 1983). La única explicación para aceptar de alguna m anera la tra ­ dición egipcia es sim u ltan ear los r e i­ nados. Y hay que ir m ás allá y a b o r ­ dar incluso el m ism o c oncep to de d i­ nastía. Para los autores de la tradición h isto rio g rá fic a egipcia, c o ­ mo m uy bien ha señalado K E M P (1983), lo im portan te era desta c a r la sucesió n de reyes, aun a costa de in ­ tro d u c ir un orden falso y, hay que sup onerlo , p reservar la idea de la unidad del Valle en una sola mano. A ceptando incluso, la sim ultanei­ dad de las dinastías m anetonianas y respetando su nom enclatura por crite­ rio de com odidad, hay que subrayar la im posibilidad del acceso al trono

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Egipto durante el Reino Medio

de padres a hijos. La duración escasa y el n úm ero de los reinados hacen im posible esta premisa. Puede a c ep ­ tarse, incluso, que simples gob erna­ dores de ciudades del Delta circuns­ cribieran su nom bre con una cartela real y pasaran a la posteridad para confusión del historiador. Las preten­ siones al poder por distintas ramas fa ­ miliares explicaría la fragm entación política del Norte, e incluso, la rapi­ dez con que se sucedieron los m o n a r­ cas según el Papiro de Turin. En el estado actual de la crítica his­ tórica y por m or de la claridad, puede reconstruirse un esquem a del período de la siguiente manera: Los Reyes que sucedieron a la d i­ nastía XII gobernaron desde Jthtawy, aunque la corte se trasladaba a Tebas en ciertas ocasiones (se les puede dar el nom bre de dinastía XIII, por c o m o ­ didad). En un prim er m om ento c o n ­ trolaron todo el Valle, pero hacia el final se produjo la sucesión de Xois en el Delta, (a lo que se puede llam ar dinastía XIV). Poco después de estos hechos un grupo de asiáticos se c o n ­ centró en Avaris y luego se expandió por el Delta, serían los hicsos (dinas­ tía XV de Manetón) que terminaron conquistando Menfis y constituyendo una m onarquía centralizada, pero con ciertas ciudades-estado semivasallas,

al estilo de Canaan; (los reyes de estas ciudades constituirían en su conjunto la dinastía XVI de Manetón). Con la toma de Menfis declina el poder de los m onarcas de la d e n o m i­ nada dinastía XIII que desaparece, cediendo el control del Alto Egipto a una fam ilia tebana, (la XV II de M a ­ netón). A pesar de este esquema, más prác­ tico que otra cosa, quedan muchos puntos oscuros. Se conocen nombre de reyes a los que es difícil ubicar en un grupo determinado y los investiga­ dores discuten aún no sólo la presen­ cia de estos reyes en una determ inada dinastía, sino también su orden de su­ cesión, sus años de reinado o, inclu­ so, la realidad de su existencia. C o m ­ paginar, por ejemplo, los nom bres del Papiro de Turin que sucedieron a los monarcas de la dinastía XII con la lis­ ta m anetoniana para la XIII, ya es en sí m ism o todo un problema. E ste caos en el c o nocim iento de la sucesión real no parece que esté a co m p añado de un verdadero caos social y político. La nota m ás c a ra c ­ terística de la dinastía XIII fue p ro ­ longar el Estado logrado durante la XTT. Esta continuidad en el fu ncion a­ m iento de la A dm inistración parece ser un logro de la A dm inistración misma. El aparato estaba creado y

Plano de la pirámide de Amenemhat III en Dahehur, según Michalowsky

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Akal Historia del Mundo Antiguo

Sarcófago de Sembi. Madera pintada. Din. XII. Museo Egipcio. El Cairo

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Egipto durante el Reino Medio

Cinturón de la reina Mereret. Din. XII. Museo Egipcio. El Cairo

Estela de Rapw. Comienzos de la Din. XIII. M. E. Turin

54 funcionaba. Se habla, incluso, de una familia de visires como artífices del aparente m ilagro (VON B EC K ER TH , 1964, 1971). Se puede pensar, por lo tanto, y nada parece contradecirlo, que la transición de la dinastía X II a la XIII se hizo sin sobresaltos ni acontecim ientos violentos. H abrá que suponer, por lo tanto que sólo signifi­ có un c am bio en la línea familiar. La ciudad de Kahún siguió funcionando hasta bien entrada la dinastía y su corte definitivo sólo sobrevino con el período hicso, lo cual, com o señala K E M P (1983), es suficiente sig nifi­ cativo. Estos faraones parece ser que si­ guieron la costum bre de hacerse ente­ rrar en pirámides, si bien de propor­ ciones más m odestas, con infraestruc­ tura de ladrillo y recubrim ientos de piedra, hoy perdidos en su m ayor par­ te. Se han identificado algunos, pero de la m ayoría de los faraones atesti­ guados se desconoce la ubicación. No así de A m e ne m h a t V, K hendjer y Neferhotcp 1. G racias al m aterial arqueológ ico se sabe algo de algunos de los m o ­ narcas. S ekhenre K h utaw i, por ejmplo, con stru y ó tem plos en Deir-elBahari y en M edamud. En este im po r­ tante em plazam iento del Alto Egipto aparece citado otro faraón, Sob ckh otep III, bajo cuyo reinado se fechan, aunque no un án im e m e n te , dos d o c u ­ m entos de enorm e im po rtan cia para el período. Se trata de los p apiros B ulaq 18 y 3514 46 del B roo klyn M useum . El prim ero consta de una relación de personas y bienes que afectan al funcionam iento de la corte en Tebas en un determ inado m om ento. A barca asuntos tan dispares com o el reparto de productos a personajes oficiales, em pleados de alto rango y fam ilia­ res reales, entre estos últimos destaca el núm ero de mujeres. Se m enciona también al visir. Un listado recoge los productos enviados al dios M ontu de M edam ud, lo cual indica el manteni-

Akal Historia del Mundo Antiguo

m ento de las tradiciones locales más antiguas. Tal vez el dato que tenga más im portancia es la referencia a la existencia de tres departam entos o m inisterios com o fuentes de ingresos. El w aret de la C abeza del Sur (la re ­ gión tebana), el w aret del Tesoro y el W aret de los trabajos del Estado. Que no se m encionan los dos w aret del N orte (El Delta) y del Sur (El M edio Egipto) plantea problem as de difícil solución en relación con la e xplota­ ción y adm inistración de esos te rrito­ rios. ¿Seguía funcionando la A d m i­ nistración Central en Ithitawy y era ella la encargada de tal explotación y por eso no se m encionan en un escri­ to tebano? El segundo docum ento, el Papiro de Brooklyn (vid. HAYES, 1955) pre­ senta varias listas de funcionarios y personal de servicios, la m ayor parte de los cuales eran asiáticos! Su im ­ portancia se verá en breve. Bajo N eferhotep I se puede pensar que la m onarquía controla todavía la totalidad del Valle a Excepción de un fragmento del Delta, el nom o sexto del Bajo Egipto, Xois, en la actual Q ucdcm , cuyos gobernantes se d e b ie­ ron otorgar el título de reyes dado que aparecen en las Listas Reales (se­ ría la dinastía XIV de M a n d ó n ) . Pero los acontecim ientos parecen precipi­ tarse puesto que bajo el reinado de su herm ano y sucesor Sobekhotep IV la ciudad de Avaris (H w et-w erct, Gran Fortaleza), hoy día Tell cd-D aba, pa ­ rece que es tom ada por contingentes asiáticos. Desde Ithtaw y los sucesores de los A m enem hat y los Sesostris no pudieron im pedir la existencia de po­ deres locales que se independizaron de la A dm inistración Central en un principio, para después constituirse en m onarcas independientes. La fecha probable del alzamiento de Avaris, la deducen algunos investigadores de la existencia de la llam ad a "Estela del año 400", que copia un docum ento original del reinado de H orcm heb, bajo el cual se celebró el cuatrocicn-

Egipto durante el Reino Medio

tos aniversario de la fundación del templo de Seth, en Avaris. Si esta in ­ terpretación es correcta la fundación del tem plo se podría fijar en una fe­ cha com prendida entre 1730 y 1720 aproxim adam ente. El control del N orte se debió de es­ capar lentamente de manos de los m onarcas de la dinastía que g o be rna ­ ba el Valle y posiblemente hacia 1640 la tom a de M enfis por los hicsos dejó el Alto Egipto o tal vez sólo la "C a­ beza del Sur" en m anos de los teb a­ nos (dinastía XVTT de M anetón) m ientras que los primeros fundaban una dinastía que según el Papiro de Turin gobernó 108 años con 6 reyes (la X V de Manetón).

2. Los hicsos "Bajo el reinado de Tutim aios, p o r causas p o r m í ignoradas, la cólera divina se a batió contra nosotros y, de im proviso, desde O riente, un pu eb lo de raza oscura tuvo la audacia de in ­ vadir nuestro p a ís y, sin d ificu lta d ni com bate se instaló de viva fu e rz a (...) A l fin , ellos hicieron rey a uno de los suyos llam ado S alitis. Este p rín cip e se estab leció en M e n fis, exigió im ­ pu esto s a todo lo alto y bajo del p a ís (¿A lto y B ajo E g ip to ? ) dejando d e n ­ tiris de s í g u a rn icio n es en las lo c a li­ dades m ás conven ien tes." Flavio Josejo. C ontra A pion, 1, 75-77 Este fragm ento m anetoniano c o n ­ servado por el autor ju d ío ha sido, tal vez uno de los pasajes más discutidos de la docum entación historiográfica egipcia recogida por el legado clási­ co. En él se plantean algunas ideas que no pueden ser aceptadas m o d e r­ namente. En principio cabe decir que la presencia de asiáticos no fue algo "de improviso" y hoy día se discute, incluso, si se puede aceptar el térm i­ no invasión en su sentido estricto. El Papiro de Turin recoge con ex a c ­ titud un término que los egipcios u ti­

55 lizaban desde antiguo para designar a los jefes tribales semitas heka-K hasw t, literalmente "gobernador de países ex­ tranjeros". Sotare el significado del Período hicso hay que distinguir dos líneas historiográficas antagónicas. La más c o n o ­ cida de estas tradiciones es la que e x ­ presa el horror producido a los egipcios de épocas posteriores la idea de que sus antepasados fueran g ob er­ nados por "asiáticos". Esta tradición la recoge la literatura del Reino N u e ­ vo y algunas inscripciones, com o la de Hatshepswt. La asociación de los hicsos con el dios Seth parece incidir algo en esta tradición, pero se trata, más que de una identificación con ideales "extranjeros", del reconoci­ miento de un hecho autóctono, la vie­ ja implantación de este dios en el Delta. Por otra parte, los hicsos, que im itaron el ritual, las titulaturas reales y la cultura toda, ja m á s incluyeron el nombre del dios Seth entre sus n om ­ bres de coronación. Pero la do cum entación arqueológi­ ca, recogida en m uchos puntos del Valle, y más áun en el Delta, e inclu­ so en épocas posteriores, rechaza esta anim adversión por parte del pueblo egipcio, por lo m enos en la época de los acontecimientos. No es, seguram ente inútil recordar que "asiáticos" mezclados con la so­ ciedad egipcia había habido siempre. Durante la dinastía XII y sus suceso­ res debió de increm entarse su p resen­ cia, com o lo testimonia el Papiro de Brooklyn, y com o se evidencia por la docum entación hierática de Kahún, en la que se m enciona a "jefes de asiáticos” al hablar de destacam entos militares. Posiblem ente en calidad de tropas auxiliares. Al margen de su m ayor o m enor im plantación en el Valle, es un hecho que el Delta los hubo siempre (PO SE N ER , 1957 b). Hay, sin em bargo, un hecho que ha llamado la atención de los investiga­ dores tras las últimas excavaciones del Delta. La presencia de múltiples

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Egipto durante el Reino Medio

objetos de fabricación palestina c o ­ rrespondientes a la cultura del B ro n ­ ce M edio del sur de Canaán. No sólo objetos sino tam bién construcciones, o m ás bien, lo que queda de sus c i­ m ientos, que respon den a formas y prototipos asiáticos. A unque estos datos pro ced en de una zona re stringi­ da del D elta (Tell ed -D ab a sobre to ­ do, segu ram ente em plazam iento de Avaris) por lo m enos en su co n c e n ­ tración m áxim a, y no aparecen en el resto de Valle, dan m otivos para p e n ­ sar que durante los prim eros m o m e n ­ tos (decenas de años tal vez) la im ­ p lantación hicsa era sim plem ente una p rovincia más de la cultura del B ro n ­ ce palestino (vid. LIVERANT, 1988). En relación con estos hechos es p e r­ m isible pensar que una lenta in m i­ gración favoreció la co ncentración de "Asiáticos" en la zona oriental del D el­ ta. Esto explicaría su im pregnación de cultura egipcia y no impide, a d e ­ más que grupos más belicosos en tra ­ ran efectivam ente y a provechando la debilidad del control egipcio en esa zona, se instalaran de forma cruenta (KEMP, 1983). La toma de Menfis, pudo ser, por lo tanto, el golpe de gracia al gobierno de Ithtaw y, g obier­ no ya debilitado por sí m ism o y e n ­ tregado tal vez a luchas internas. Los niveles de destrucción encontrados en Tell ed-D aba (BIETAK , 1970, 1975) pueden probar tal vez, que los com ienzos del p oder hieso no fueron tan pacíficos com o pretende M enetón. Su Tutim aios parece que puede ser identificado con D edw m esiw I cuyo nom bre está atestiguado por m on um e n to s de Deir el-Bahari, Te­ bas y Gebelein. Tras la fundación de un Estado o grupo de E stados Vasallos, al estilo palestino, los hiesos controlaron el Bajo Egipto durante un siglo p rá c ti­ cam ente. A portaron novedades a la cultura egipcia en el ámbito de las fortificaciones y en el uso del carro de guerra, aunque ya existían c a b a ­ llos en Egipto m uy probablem ente.

Su aportación en m ateria de re la c io ­ nes con Asia se tradujo en el conocim ento de técnicas y productos de los que luego se beneficiaron la cultura y los egipcios del Reino N uevo. Se adaptaron y adoptaron plenam ente la civilización egipcia, utilizaron la e s ­ critura jero glífica com o testim onian num erosos docum entos. El fam oso

El KA del rey Hor. Din. XII. Museo Egipcio. El Cairo.

58 papiro m atem ático Rhind (vid. ROB IN S -S H U T E , 1987) se fecha el año 33 de A pofis I, aunque parece copia de un original de procedencia tebana. C om o se ha visto, crearon en torno a Seth una religión oficial, más cerca de sus ideales semitas, de los cuales destaca el hecho de que conservaran el culto de A nat-Astarte y, sin e m b a r­ go, aceptaron la religión oficial e g ip ­ cia en tanto que m an tu vieron al dios Re en sus titulaturas reales. En suma, la presencia hicsa no parece que su ­ pusiera un corte en la cultura egipcia y tal vez su repulsa fuera más un p r o ­ blem a de propaganda política p o ste­ rior que un sentir general del pueblo egipcio.

3. Tebas o el nacionalism o rebrotado A partir de la do cum entación a rqueo­ lógica parece probable que los prínci­ pes o reyes tebanos controlaron desde un principio la dem arcación que apro­ xim adam ente correspondía a la C a b e ­ za del Sur. Probablem ente esta ram a fam iliar de los reyes que ejercieron su poder en la totalidad del Valle, pe­ ro débilmente, ya controlaban ese territorio bien com o delegados del m onarca nominal o sim plem ente ejer­ ciendo de hecho un poder local teó­ ricam ente sojuzgado. Teniendo en cuenta la actuación política de los rei­ nados anteriores todo era posible. La pregunta que se puede plantear es sim plem ente qué razones impidieron a los hicsos dom inar la totalidad del Valle. K E M P (1983) plantea sim plem ente la falta de interés en una zona que en sí m ism a no era fuente de riqueza. Y ni siquiera era ya zona de paso para la Baja Nubia, pues desde K ush una m o narquía controlaba las viejas p o se ­ siones egipcias. De esta m anera el Egipto de los Sesostris estaba d ividi­ do en tres reinos independientes: H ic­ sos, Egipcios y Kushitas.

Akal Historia del Mundo Antiguo

P ara esta dinastía X V II la d o c u ­ m entación tiene más densidad. El P a ­ piro de Turin en u m era 15 reyes, de los cuales los m o nu m e ntos ratifican diez. Se han encontrado las tum bas de diez en Tebas, pero de uno no co in cide el n om bre, ni con los de otros m o n u m e n to s ni con los de las listas reales. De estos diez ra tific a ­ dos se tienen noticias indirectas por el tipo de m o n um en to en que aparece su nom bre. El prim ero, R ahotep Wahan kh , restaura el tem plo de Min en K op to s y el de Osiris en A bydos. Le siguen A n te f V W cpm aat y A n te f VI, que reinó unos meses. A éste le suce­ de S o b e k e m s a f IT, cuyo rein ad o e x ­ c edió la m ed ia de entonces. Su tu m ­ ba es citada en el Papiro A bbott, de é po ca de R am sés IX, escrito po r el que se conocen los fam osos robos de tum bas. Le siguen D jehw ty y M e n ­ tuhotep VII, de los que no se sabe apenas nada. El siguiente, N ebiryaw I es citado en la "Estela ju ríd ic a de Karnalc" curioso d o c u m en to sobre la "venta" de un cargo (vid. M E N U , 1982). Del siguiente m onarca A ntef VITse sabe que fue contem poráneo de A p o ­ fis I y aunque un relieve del templo de M yn en Koptos lo representa v e n ­ ciendo a un asiático y a un nubio la escena parece ser más bien un deseo que una realidad. Ningún otro dato permite suponer que egipcios, hicsos y nubios estuvieran en guerra, to da­ vía. Su tumba se em plaza en Dar Abu el Naga. Le suceden Senakhtenrc Ta a 1, "el A ntiguo" y Seqencnre Taa II, "el bra­ vo". Según una tradición m uy p o ste ­ rior recogida en el Papiro Sallier I, las hostilidades habrían com enzado entre Seqenenre y Apofis. D ado que la m om ia de Seqenenre presenta heri­ das hechas con arm as de guerra se ha pensado durante m ucho tiempo que la lucha con el N orte había em pezado verdaderam ente bajo el reinado de és­ te último, pero la docum entación no se hace verosímil hasta el reinado de

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Egipto durante el Reino Medio

su sucesor: el rey Kamose. F ech ad a en su reinado se encontró una tableta de m adera, de las utiliza­ das por los escribas, que contenía el fragm ento de un relato que parecía más literario que histórico. Es la c o ­ nocida com o Tableta C arnarvon, d e s­ cubierta en Dar Abu el Naga. D u r a n ­ te m u ch os años G A R D IN E R (1916) insistió sobre la v eracidad histórica de su contenido, pero ésta no fue a d ­ m itida hasta que dos fragm entos de piedra p ro cedente de un estela c e rti­ ficaron que la tableta C arnarvon no era sino la copia hecha por un escriba de una estela real. Pero los frag m e n ­ tos de piedra no pudieron am pliar el texto, sólo lo corroboraron (vid. SM IT H and SM IT H , 1976). El d e s­ cubrim iento por Labib H A B A C H I (1972) de una segunda estela r e v o lu ­ cionó el c onocim iento sobre el p ro­ blem a y présenlo al rey Kam ose c o ­ mo el verdadero iniciador de la g u e ­ rra contra los hiesos. Hoy se piensa que las dos estelas fueron erigidas contiguas y que el relato de los a c o n ­ tecim ientos com ienza en la primera conocida: "Año tercero d el H orus: A q u el que aparece sobre el trono, las D os D a ­ m as, E l que renueva los m onum entos, el llo r u s de Oro: el que hace fe lic e s las dos tierras, R ey del A lto y B ajo E gipto: W adjekheperre, hijo de Re, K am ose, que vive com o Re E tern a ­ m ente am ado de A m on-R e (...), Su M a jesta d habló en su p a la c io al C o n ­ sejo de los grandes de su séquito: A q ué se reduce m i poder, si un je fe está en A varis y otro en K ush y yo p e r m a ­ nezco sentado entre un asiático y un nubio C om ienzo de la primera estela (Tableta Carnarvon), fragmento. K am ose pretende convencer a sus Altos D ignatarios de una guerra que no puede gustarle en absoluto, según se desprende del texto que sigue. A pesar de ello K am ose inicia las ho sti­

lidades y el resto de la estela, aún perdido, debería relatar las vicisitudes de la guerra hasta llegar al punto en que com ienza la segunda estela. En ella, tras una provocación al rey hieso se ve ya dueño de Avaris, en un relato un tanto nebuloso que hace d u ­ dar seriamente de su veracidad. "Veo tu villana espalda cuando m is soldados están detrás de ti: Las m u je­ res de A varis no concebirán m ás. N o laten sus corazones cuando oyen el grito de guerra de m is so ldados." Fragm ento de la segunda estela. No parece probable que kamose lle­ gara a la cudad de Avaris y, m uy p ro ­ bablem ente se limitó a realizar incur­ siones para asegurar los territorios más al Norte del Alto Egipto. En otra parte el texto puede responder m ejor a hechos históricos. Se trata de la in­ clusión de una carta, interceptada por el rey egipcio, que el hieso m anda al soberanos de Kush. "Awserre, el hijo de Re, A pofis, sa lu ­ da a su hijo el rey de K ush. ¿P or qué te has proclam ado com o soberano sin avisarm e? ¿C onoces lo que E gipto me ha h ec h o ? E l rey que a llí reside, K am ose, p u ede ser dotado de vida, me ha agredido en m i territorio, sin haberle provocado, com o él ha hecho antes contra ti" ... Idem, de la segunda estela. La indicación expresada en la últi­ ma frase es de vital im portancia para com prender el mérito de Kamose. Al unísono ha com batido en dos frentes tradicionales de los egipcios: los n u ­ bios y los asiáticos. U na inscripción de Buhen confirma la expedición contra Nubia y aunque el relato de la segunda estela no e x­ presa ningún triunfo definitivo sobre los hiesos, es evidente que el útimo rey de la dinastía X V II asum e una función ya histórica del Alto Egipto: conquistar de nuevo el Norte.

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Akal Historia del Mundo Antiguo

Cronología

Fechas a prox . 2185

A c o n te c im ie n to s Fin probable de la dinastía VI.

2185-2134

Dinastías VII/VIII.

2134-2040

D inastía IX /X H eracleopolitana.

2134-2061

Príncipes tebanos hasta Mentuhotep. II.

2061-1991

D inastía XI (desde M entu ho tep II).

1991-1783

Dinastía XII.

1783-1640

Dinastía XIII.

1640-1532

Dinastía X V (Hicsos).

1640-1550

D inastía XVTT (Tebanos).

61

Egipto durante el Reino Medio

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