Gran Hermano 2000 - Gustavo Bueno

G. Bueno – Gran Hermano Interviú, nº 1253, 1º de mayo de 2000. Gran Hermano, página 15 Chimpancés calvinistas y monos

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G. Bueno – Gran Hermano

Interviú, nº 1253, 1º de mayo de 2000. Gran Hermano, página 15

Chimpancés calvinistas y monos católicos Gustavo Bueno

El Gran Hermano me recuerda un experimento holandés con monos encerrados en un recinto para ver cómo se organizan políticamente. Es interesante: los primates se coaligan entre sí para derribar al jefe y dominar a las hembras. Cuando empezó, el Gran Hermano español reproducía el experimento de Holanda: individuos encerrados, desprovistos de elementos de civilización (libros, bolígrafos, noticias...), reducidos a la subjetividad, o sea, sólo a lo que tiene que ver con el espíritu sexual. Sus primeros gestos, los cruces de las primeras palabras entre sí, eran por entero una ceremonia preparatoria del contacto sexual. Pero el Gran Hermano es al fin y al cabo un concurso que coloca a sus actores en una situación de competición por un premio en juego; reproduce las pautas capitalistas protestantes que describió Weber, condicionando a los individuos para luchar a muerte –traicionar, derribar, expulsar del grupo...– hasta que el último de la competición feroz obtiene los 20 millones de pesetas, que son el refuerzo para este experimento, como la comida que premia a las ratas que hacen girar una ruleta. Pero este programa se puede ir al garete, y no por falta de audiencia, sino por estar concebido desde una perspectiva germánica capitalista. Yo le doy importancia a la distinción entre lo protestante y lo católico. El protestantismo fabrica una sociedad individualista, partiendo del principio de que cada uno busca su salvación personal. Un ₵ ₵

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sedimento luterano ha hecho funcionar el programa en Alemania y Holanda, pero sus promotores, al traerlo aquí, no han contado con la disposición católica de los participantes. Presentaron la primera jornada como idílica, y pasan de puntillas sobre las escenas en las que los participantes se confabulan para darle los 20 millones a la madre de la niña enferma; o ésas en las que el asturiano propone votar para no echar a nadie. Sin salir de Orwell, del gran hermano estamos pasando a la rebelión en la granja. Se están viendo cosas –impensables en Alemania u Holanda– en tan poco tiempo: esos lloros, esos besos, esa rebelión del asturiano... Empiezan a funcionar mecanismos que ya no son los de los chimpancés, engranajes de una tradición que ya no es la protestante. Me temo que estos competidores latinos-católicos pueden terminar no compitiendo. ¿Qué harían los productores ante tan inopinada salida? La competitividad está reñida con el catolicismo. Si me preguntan qué me parece el Gran Hermano, digo lo mismo que cuando me inquieren sobre los extraterrestres: «Creo que no existen, pero a ellos, ¿qué les importa mi opinión?» Aplaudo el programa: da oportunidad de romperles los esquemas a sus creadores sajones, demostrar que hay alternativa al capitalismo hipercompetitivo del que tanto nos hablan los políticos

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Interviú, nº 1254, 8 de mayo de 2000. Gran Hermano, página 21

Muchachos en el convento Gustavo Bueno

No olviden, al ver Gran Hermano, la distinción entre los fines de la cadena y la propia dialéctica interna del grupo de encerrados, que es, hablando en escolástico, como la distinción entre el finis operantis y el finis operis. El fin de la cadena televisiva es ganar 4.000 millones y la máxima audiencia. Los concursantes, por su parte, fueron al principio reducidos, por el formato del concurso, a la condición de primates, pero la dialéctica interna del grupo los está haciendo reaparecer como un grupo humano, y muy preciso, que responde a pautas católicas, en un programa que ha devenido en uno de los más católicos que he visto nunca. No quiero decir que los promotores de Gran Hermano estén haciendo oír misa diaria a sus cautivos, pero ya me dirán: ese concepto orwelliano y del gran hermano, ese ojo omnisciente que todo lo ve, que parece el ojo de Dios; y luego la institución del confesionario, y esos chicos y chicas confesándose. Es más: diría que están en un convento de clausura, un convento mixto, claro, y de una clausura, como todas las clausuras, no cerrada del todo, pues hasta en las más estrictas clausuras se sabe que Dios todo lo ve. Me llama la atención que los concursantes no dejen de repetir que «nos está viendo toda España». España, la audiencia de toda España, es el Gran Hermano; para ese convento, el dios que todo lo ve. Por cierto: sólo en los partidos de la selección se repite tanto el nombre de España, por otra parte tan ausente de la tele. Pero el hecho de que se sientan vistos continuamente me hace pensar que están actuando siempre. Esos chicos son actores desde el momento en que se sienten en escena. Es cierto que, a veces, se les olvida esta situación escénica continua, se les olvida que son actores. Pero ¿qué

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les pareció el bosnio llorando a moco tendido y dando golpes en la mesa? Si tantas ganas tenía de estar con María José, le bastaba coger la puerta y marcharse. Paralelamente a la no verdad del programa, en la casa se están desarrollando procesos que sí son reales, sobre todo los hormonales. En los resúmenes no se dice todo lo que pasa en la casa, ni tampoco en la programación de 24 horas en directo, porque hay 29 cámaras entre las que elegir. Estoy seguro de que está habiendo en esa casaconvento multitud de relaciones sexuales que ya se irán revelando según convenga, quizá si baja la audiencia. Pero la audiencia no tiene por ahora visos de bajar. Pienso que tanto éxito se debe a que el programa nos presenta la vida de una comuna, una forma anómala de vida distinta de la de la familia monógama, donde nada, en principio, parece escrito. Desde que los estudiantes de hace 30 años se iban a las comunas hippies de Ibiza, no ha habido más comunas, y además ya no va a haber mili, ni tampoco la gente va ya a los conventos. La comuna se ha perdido. Lo más parecido que queda a una vida comunitaria es, ya ven ustedes, Gran Hermano.

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Interviú, nº 1255, 15 de mayo de 2000. Gran Hermano, página 14

Alea jacta est Gustavo Bueno

El «Gran Hermano» va consolidándose como uno de los grandes acontecimientos de la televisión española. Millones de espectadores siguen, más o menos, el curso de los episodios a los que da lugar la convivencia de los encerrados en la casa. Para un sector importante de la crítica este éxito de Tele5 debe interpretarse como un claro ejemplo de las altas probabilidades que la televisión basura tiene de prevalecer sobre una televisión más refinada; este diagnóstico se basa en el supuesto de que la vida que ofrecen los jóvenes en la casa del Gran Hermano es, no solamente vulgar, sino obsceno, y por consiguiente, que el éxito de audiencia ha de interpretarse en términos pesimistas. Sólo la morbosidad de la audiencia masiva permite explicar el éxito del programa desde el punto de vista económico y organizativo, o para decirlo de otro modo, «profesional». Sin embargo, a mi juicio, este diagnóstico de la situación es erróneo. La actuación de los jóvenes en su «convento de clausura» y el interés del público, son correlativos. El interés que la vida de los jóvenes en la casa pueda tener se mide por el interés de los millones de españoles que siguen el programa. Hay que explicar este hecho antes de descalificarlo como un simple caso de morbo colectivo husmeando ante basura obscena. Cuando visitamos un zoo observamos que la gente se agolpa ante las jaulas de los antropomorfos, mientras dejan tranquilas a las truchas que evolucionan en el estanque. Si la gente, en el zoo, rodea a los chimpancés y se desinteresa por las truchas, no lo hace sólo porque una curiosidad morbosa le lleve a interesarse por las caricias, masajes, despiojamientos o copulaciones que nos ofrece la contemplación de la jaula. Esta curiosidad, morbosa o no, es, ante todo, curiosidad, y tiene mucho de curiosidad científica, de actitud exploratoria ante la conducta de unos primates que son muy ₵ ₵

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semejantes a nosotros. Y la observación de estas semejanzas no significa que busquemos identificarnos con ellas; significa también que meditamos hasta qué punto nuestras características propias sólo pueden definirse sobre el fondo de estas semejanzas. ¿Y qué es lo que ve el gran público en el Gran Hermano? Sin duda, un mucho de lo que los humanos tenemos de primates –masajes, caricias, coaliciones...– sobre todo cuando aceptamos ser encerrados en «condiciones naturales», en las condiciones idílicas del «buen salvaje» de Rousseau (pues hoy sabemos que el «buen salvaje» se parecía más que a nada, a un Australopithecus). Pero lo que también ve el gran público de Tele5 es la evolución de unos jóvenes que, una vez encerrados en la jaula, comienzan a desarrollar una conducta de grupo, no ya «humano» en general, sino de grupo humano moldeado por patrones muy precisos que, en líneas generales, estarían más cerca de la cultura católica que de la cultura protestante. Sin duda, cada uno de los jóvenes encerrados en la casa mantiene sus propios intereses, y probablemente el interés más característico sea el de «hacer carrera» en televisión. Pero lo importante es que estos intereses individuales están siendo canalizados y subordinados a la estructura de la comuna que se constituyó a las pocas horas del comienzo del programa. Probablemente, es el seguimiento de la vida de un acomuna lo que explica la gran respuesta de audiencia que el programa está teniendo. Los españoles, y sobre todo los jóvenes, que viven dentro de las normas de la familia monógama, más aún, bajo la norma de la «pareja», más o menos estable, como ideal de vida, están viendo, con enorme curiosidad, lo que «pueda dar de sí» la vida en un acomuna, a la que ha de subordinarse, no sólo la vida del individuo sino la de la pareja. Y la siguen, no tanto por la morbosidad inherente al espectáculo –caricias, masajes... que pueden contemplar con mayor intensidad en cualquier película porno–, cuanto por su dramatismo. Nadie sabe, ni los actores, ni los organizadores del programa cuál va a ser la evolución y el final de esta «comedia del arte», en la que cada actor escribe diariamente su propio papel, pero determinado por la estructura del grupo. Lo único que parece cierto, de momento, es que el grupo no quiso ex-comulgar el primer día que tuvo ocasión a nadie: fue el público quien expulsó a la sevillana (acaso porque había apreciado en ella una conducta «fraccionalista», que le llevaba a separarse de la comuna pensando en su hija y en el bosnio: el bosnio, sin embargo, en vez de seguir a su amada, permaneció en el seno del grupo, y al grupo tendrá que agradecérselo). Y también parece cierto, en el día de hoy, que el grupo sigue manteniendo el imperio de la solidaridad: en una reunión mayoritaria de principios de la semana el propio grupo ha acordado expulsar a la otra pareja que se había, de hecho, segregado de él, la pareja constituida por el gallego y la malagueña. El grupo no quiere exponerse ahora a que la audiencia decida la expulsión, y acaso la expulsión del bosnio. El grupo ya sabe quién es y quién no es solidario. ¡La suerte está echada! ¡Hay que expulsar a la «pareja feliz» que lleva una conducta fraccionalista! La determinación ha sido terminante: alea jacta est. Y cuando al bosnio le han explicado qué quiere decir la frase de César, él ha

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traducido por un gesto todavía más explícito: moviendo el pulgar de su mano derecha hacia abajo.

[10 mayo 2000 / se sigue el original del autor]

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Interviú, nº 1256, 22 de mayo de 2000. Gran Hermano, página 27

Diez personajes en busca de papel Gustavo Bueno

Quienes estuvieron dispuestos a ser encerrados, durante tres meses, en la jaula del Soto del Real lo hicieron sabiendo bastante bien lo que hacían. Todos ellos eran jóvenes que ensayaban la posibilidad de encontrar un «papel», una «profesión pública», sometiéndose a una larga prueba a través de la cual pudieran hacerse notorias sus propias dotes personales. El experimento del Gran Hermano, según esto, no es sólo un experimento de «convivencia», es un experimento de convivencia de unos personajes en busca de papel, de un papel que habrá que encontrar «fuera de la jaula». Si en lugar de jóvenes, los participantes fueran adultos o viejos con «papeles» ya cristalizados, el «experimento de convivencia» sería totalmente distinto. Quienes estuvieron dispuestos a entrar en la jaula sabían también probablemente a qué se exponían. Principalmente, a verse reducidos, por las característica de la jaula y por sus propias características (los jóvenes del Gran Hermano no son precisamente escritores, o músicos, o científicos, o políticos...) a mantenerse en el plano de una «convivencia privada o doméstica», el plano de lo que suele llamarse «intimidad», cuyos contenidos son, por naturaleza de orden fisiológico, psicológico-subjetivo, o primatológico. Pero una intimidad privada que, a la vez, debía hacerse pública a través de las cámaras, a la manera como las «revistas del corazón» hacen pública la vida privada de ciertos personajes a través del papel brillante. Por ello, los jóvenes enjaulados están obligados a desarrollar constantemente una estrategia de

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adaptación mutua a esta convivencia doméstica que haga posible la persistencia del grupo durante mayor tiempo posible. Es evidente que la «reducción experimental» de la convivencia de los jóvenes al plano primatológico no suprime la realidad de cada uno de los miembros del grupo de jóvenes que re-presentan ante un público de millones su vida privada; ni suprimen, sobre todo, la condición real de estos jóvenes actores como miembros de una sociedad organizada en familias, como lo es la sociedad española (del grupo inicial ya han surgido dos parejas que podrían ser el germen de dos nuevas familias) precisamente que el interés que el programa de Tele5 ha suscitado en España puede tener mucho que ver con esto: con el interés de una sociedad de familias que contempla a una comunidad experimental cuyos miembros están continuamente apelando a sus padres o hermanos, al mismo tiempo que los padres y hermanos están contemplando las «vidas privadas» de sus hijos o parientes precisamente en sus contenidos domésticos más vulgares, porque son los mismos que llenan la vida ordinaria, sólo que con mayor recato. Y el programa, los miércoles, pone a las familias en primera fila del público que sigue las vicisitudes de la casa (al mismo tiempo que pone también a esas familias en el escenario). De este modo, los miércoles al menos la jaula se convierte en una especie de colegio en el que los jóvenes que se preparan para alcanzar una carrera profesional o pública, reciben la visita de sus padres. Éstos esperan, como es lógico, que sus hijos obtengan las mejores notas posibles: por ello actúan a su vez en el papel de padres que «recomiendan» a sus hijos ante el tribunal que va a juzgarlos, el Gran Hermano, mostrándose orgullosos de ellos, etc... Y tanto los padres como los hijos saben que la mejor nota parcial que el Gran Hermano puede darles es el permitirles que sigan al menos dos semanas más en la jaula.

[18 mayo 2000 / se sigue el original del autor]

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Interviú, nº 1257, 29 de mayo de 2000. Gran Hermano, página 25

El filtro de la jaula Gustavo Bueno

Tres nuevas individuos han entrado en la jaula. Todos ellos tienen sin duda una personalidad muy refinada y diferenciada; pero la puerta de la jaula actúa como un filtro muy fino que obliga a dejar fuera muchas cosas. Todas aquellas que no tengan por qué intervenir directamente en el terreno al que han de reducirse, por el imperativo del programa, las relaciones primatológicas de convivencia en una comuna experimental (artificial) y efímera. Nada menos «natural», en efecto, que la comuna del Gran Hermano. Acaso el interés que suscita esta comuna procede precisamente de su artificiosidad abstracta que obliga a reducir las personalidades de los participantes, al menos durante el experimento, al terreno más genérico en el que tienen lugar las interacciones entre primates antropomorfos (masajes, piruetas, despiojamientos, danzas, «coaliciones triádicas»...) La importancia del experimento del Gran Hermano estriba acaso en que su artificiosidad puede contribuir a que esa reducción genérica de la que hablamos actúe en ocasiones como una purificación de muchas adherencias inoportunas, obligando, por ejemplo, a confesar públicamente («a toda España») contenidos biográficos pretéritos que permanecían ocultos porque, si bien estaban ya corregidos, seguían pareciendo vergonzosos, aunque no hubiera por qué arrepentirse de ellos, una vez que habían sido incorporados a una personalidad fuerte. El filtro de componentes personales ejercido por el programa del Gran Hermano no alcanza tampoco a muchas estructuras morales en las que las personas de los participantes están troqueladas, principalmente, las que tienen que ver ₵ ₵

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con la estructura familiar. Hasta ahora, las familias han acompañado a la jaula a sus parientes partícipes y les han esperado a la salida; la propia «comuna primatológica» ha resultado ser germen de nuevas familias. Por lo demás, el filtro primatológico de las personalidades que, según nuestra hipótesis, la jaula determina no tiene por qué significar un filtro capaz de borrar las individualidades. Observa Franz De Waal, describiendo el experimento del Zoo de Arghem que las caras de los veinte chimpancés allí encerrados demostraron un gran carácter; que era posible diferenciar cada una de ellas con la misma facilidad con que distinguimos las caras de las personas y que además, su voces, «suenan tan distintas que, después de algunos años de estudio, puedo reconocerlas sólo de oído». Añade De Waal que, cuando Mamá –que era líder del grupo y dominaba no sólo a las hembras sino también a los machos– llevaba ya unos dieciocho meses en Arghem, aparecieron tres individuos adultos en escena, y que estos individuos no intentaron quitarle el poder de inmediato....

[25 mayo 2000 / titulado por el autor Individualidades y personalidades]

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Interviú, nº 1258, 5 de junio de 2000. Gran Hermano, página 18

Familia, comuna y tribu Gustavo Bueno

Algunas capas de la sociedad española con conciencia de elite (para eso leen El País), consideran como vulgaridad insoportable el ver las chabacanerías que nos ofrece diariamente el Gran Hermano y, más aún, hablar o escribir sobre ellas. Pero estas capas cultas y distinguidas olvidan acaso que aún de la interacción de dos vulgaridades puede resultar algo interesante, de modo parecido a como del frotamiento mutuo de dos barras de hielo puede resultar algo de calor. En todo caso, la situación que nos ofrece el Gran Hermano no es vulgar, si se compara con la estructura de la sociedad española que sigue el programa: una sociedad estructurada en torno a la familia. Pero la Casa de Soto del Real es una comuna, un «convento mixto». Las relaciones entre los miembros de la comuna, aunque tiendan a reducirse al plano más genérico y vulgar de la Etología, resultan del mayor interés y significación para el público que las contempla; entre otras cosas, porque la vida de la comuna ofrece a la sociedad española una especie de banco de pruebas en el que verificar la consistencia de la estructura familiar, una ocasión para ver lo que da de sí el juego de la comuna experimental formada por sus hijos o esposas. Hasta ahora, la sociedad de familias españolas puede sentirse tranquila. El «erotismo de alta intensidad» que reinó en la comuna durante las primeras semanas terminó canalizándose a través de parejas (probables gérmenes de nuevas familias), precisamente las tres parejas que han salido de la casa, porque la comuna es incompatible con la familia. La comuna ha reaccionado, de momento, reduciendo la intensidad del erotismo inicial a un erotismo de baja intensidad, como buscando evitar ₵ ₵

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la formación de nuevas parejas, a fin de mantener la estructura pactada del grupo comunitario. Iván, el asturiano, es el artífice de este pacto social. Y, por supuesto, lo que interesa a las familias de los participantes en la comuna de Soto del Real es la oportunidad que ella les ofrece para que sus hijos hagan una «carrera pública fulgurante». Para ello van a despedirlos, a recogerlos, a acompañarlos. El último miércoles, la madre de Vanessa reaccionó airadamente contra el público que había «nominado» a su hija por un alto porcentaje, porque esta nominación equivalía a una reprobación, a un suspenso que podía frenar su salto a la fama. La madre sabía que la popularidad no es lo mismo que la fama, que es una popularidad «positiva», una clara noticia cum laude. También, aunque fuera de pantalla, reaccionaron contra el experimento, pero no desde las familias, sino desde las tribus residuales que aún quedan en España y que dicen hablar «la lengua del paraíso» (y que si fuera cierto sería una lengua parecida a la del pitecántropo), reclamando para sus tribus, y no para sus familias al vasco y a la navarra. Pero éstos no se han dado por aludidos.

[1º junio 2000 / se sigue el original del autor]

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Interviú, nº 1259,12 de junio de 2000. Gran Hermano, página 21

La Magdalena Gustavo Bueno

Gran Hermano no es un mero «programa de televisión», como pueda serlo Al salir de clase o Médico de familia, que no son otra cosa sino cine televisado a domicilio. La importancia del programa Gran Hermano deriva de que sus contenidos están vinculados a su carácter de televisión formal y sostenida que ofrece un drama real impredecible (un drama que podría eventualmente acabar en tragedia) ante un público que interviene directamente, a través de sus votaciones en el mismo desarrollo del drama. El drama es real, aunque la situación de estricto aislamiento con el exterior de sus actores sea artificiosa, es decir, no natural; tan real como la energía producida por un reactor nuclear, que tampoco es obra de la Naturaleza, sino del arte o de la técnica. Los personajes de este drama no son títeres de un retablo, porque en el programa se están jugando su vida, su futuro; y el público, no es mero espectador sino que, después de formarse el juicio, interviene en ese futuro, mediante sus votaciones, mucho más que como Don Quijote intervenía en el retablo de Maese Pedro. Por ello, el público tiene que conocer el pasado de los actores, y no necesariamente para guiarse por él, sino acaso para rectificarlo. La primera intervención del Gran Hermano tuvo lugar con la «expulsión» de María José, previa a la revelación de su escabroso pasado personal. Tanto da que la expulsión hubiera sido «decretada» por una votación efectiva del público o por la dirección del programa que habría manipulado esa votación. Lo importante es que la «expulsión» permitió al programa ofrecer a María José la ocasión de una confesión ₵ ₵

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pública ante millones de espectadores, que fue aceptada y asumida a la manera como Cristo aceptó y asumió el pasado de María Magdalena. Las cosas no han sucedido del mismo modo con Mónica. Cuando Mónica entró en la casa conocía ya la historia de María José, y aún podría pensarse que ella vio en el Gran Hermano la gran ocasión de rehacer su vida por caminos menos escabrosos. Pudo calcular que su pasado inmediato tenía grandes probabilidades de ser descubierto y que corría el riesgo de expulsión. Formalmente, es cierto, el programa no la expulsó, pero la acorraló, ante su familia, de modo fulminante, con un dilema ante el cual su «libertad de elección», se reducía prácticamente a cero. Esto sí, el programa le ofreció la posibilidad de ocupar de nuevo el confesionario público, es decir, la posibilidad de recorrer de nuevo, como su compañera María José, la senda de María Magdalena. Mónica y María José sabían seguramente, al ingresar en la Casa, que quien se decide a exhibir durante unos meses parte de su vida íntima real, no ya en un «mero programa de televisión», sino en una televisión formal, está expuesto a que el público que sigue la exhibición quiera saber más de esa vida (sobre todo si ha sido una vida de mujer pública) y no tanto por morbosa curiosidad sino para poder formar juicio. Y acaso porque María José, y sobre todo Mónica, lo sabían, decidieron arriesgarse. Era una forma de iniciar el camino que les podía conducir a una confesión pública, y ante un público católico, dispuesto, en principio a absolverlas y aún a facilitarles el acceso a una nueva vida. Amén.

[8 junio 2000 / se sigue el original del autor]

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Interviú, nº 1260, 19 de junio de 2000. Gran Hermano, página 28

Sustituciones Gustavo Bueno

El grupo de Soto del Real que Iván, el único racionalista de la casa, moldeó desde los primeros días como una comuna (los 20 millones para los etíopes; nada de «nominaciones», pactos) mantiene su estructura aunque cambien sus elementos. La comuna es incompatible con las parejas en vías de cristalización y por ello sus «núcleos» fueron expulsados sucesivamente por el público, acaso no ya tanto para «defender» a la comuna como para facilitar la cristalización definitiva de las parejas fuera de la casa. El público ha expulsado también a Marina. A fin de cuentas, los momentos de «erotismo de alta intensidad» relativa que el Gran Hermano tuvo ocasión de presenciar corrieron a cargo de Marina y Nacho. Muchos predijeron que Marina estaba ya sentenciada por el público y que éste la «condenaría» a salir de la casa a fin de devolvérsela a su fiel marido. Cierto que éste no pareció abrigar nunca mayores resentimientos ante el espectáculo de los masajes que a su esposa le tocó administrar y recibir en la casa-convento. El programa ha introducido en la comuna a Maribel. En la secuencia temporal de los acontecimientos, Maribel sustituye a Mónica, pero en la estructura de la comuna, a quien sustituye Maribel es a Marina: una mujer casada y no separada ha sido liberada de la comuna pero otra mujer casada y no separada debía entrar en ella para mantener la estructura. Además del marido de cuerpo presente, y dispuesto a actuar como fiel televidente de las aventuras comunales de su esposa (como lo estuvo el marido de Marina), Maribel aporta como espectadores de las peripecias que inicia en la casa, a sus ₵ ₵

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tres hijos. Una familia completa se prepara para seguir a través de la televisión las aventuras reales que la esposa y la madre precoz inicia fuera de su propia casa, sin que se nos haya dicho qué «quiere pintar» esta señora madre y esposa no separada en la casa comunal y qué espera de ella (al margen de la parte proporcional que pudiera tocarle de los 20 millones, que los etíopes ya parecen haber perdido definitivamente). ¿Cuántas semanas tolerará el Gran Hermano que Maribel siga arriesgando experimentalmente (pues dice ir allí como «experiencia») a través de sus aventuras comunitarias, su condición de miembro de una familia real? Es verdad que tampoco parece correr riesgos muy graves; es persona adulta y formada profesionalmente en la atención a niños discapacitados.

[15 junio 2000 / se sigue el original del autor]

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Interviú, nº 1261, 26 de junio de 2000. Gran Hermano, página 21

El grupo evoluciona Gustavo Bueno

Lo que comenzó, hace dos meses, como un grupo humano que, por imperativos del programa, se veía reducido a la condición genérica de «grupo de primates» ha ido evolucionando (aunque algunos etólogos profesionales parezcan no querer enterarse de esta evolución) y ha rebasado ya ampliamente no sólo los niveles de los homínidos de Atapuerca, sino también, por decir algo, los niveles de los hombres de Altamira (expertos ya en disfraces y en cocinas). Ha desaparecido de la casa, casi por completo, el erotismo promiscuo de alta intensidad de los primeros días, y también el de baja intensidad. Gente nueva ha ido entrando en la comuna y han ido saliendo los veteranos. La organización del programa, consciente acaso de que a medida que evoluciona la comuna el experimento va perdiendo interés, se preocupa por incrementar las interacciones con el exterior, que se hacen cada vez más notorias. Es el programa el que propicia que los que entran y salen, junto con sus parientes, permanezcan unidos en escena, al menos los miércoles, para demostrar que, además del Gran Hermano, existe una Gran Familia preocupada, sobre todo, por el futuro de sus hijos. Con una excepción: la entrada de Mabel, en funciones de «perfecta casada». Mabel no sólo está casada «en activo» (como Marina); tiene hijos adultos, que siguen diariamente las aventuras de su señora madre y «controlan», junto con el padre sus movimientos (por ejemplo, la palmada que Mabel da en el muslo desnudo de Iñigo desvirtuada de cualquier significado sexual). Además acude los miércoles a la reunión general de esa Gran Familia escénica en formación.

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Con la entrada de Mabel en la casa la comuna evoluciona de un modo decidido hacia una situación que es más propia de unos colegiales que pasan un mes de vacaciones en un campamento, entretenidos con inocentes juegos de colegio, «haciendo comedias», y dispuestos a entusiasmarse con incentivos tan interesantes como los que les ofrece el programa, poder elegir entre un menú chino o un menú mediterráneo. Porque todos van a lo suyo, y de lo que se trata ya es de pasar los días que quedan de colegio lo mejor posible. Son jóvenes «en tránsito», con mucho futuro incierto por delante, pero con un presente aún no consolidado socialmente: son jóvenes estudiantes, prostitutas con causa, aspirantes a formas más definidas de vida. Pero la entrada en el colegio de una madre de familia hecha y derecha, con una profesión definida, que además se sabe acompañada y vigilada desde el exterior por su marido e hijos amantísimos, confiere un nuevo color a la casa. Mabel hace lo que puede para adaptarse al ritmo de los colegiales, pero sólo puede disimular las distancias: sus repertorios de canciones, de gestos, de bailes, son distintos, como distintos son los sentidos de sus movimientos. Los jóvenes colegiales van desde un ahora socialmente indefinido hacia un futuro personal que tratan de definir. Mabel vuelve desde un presente perfectamente definido hacia un subjuntivo borroso. Pero en el encuentro entre los que van y la que parece querer volver, los impulsos se frenan, se hacen más teatrales, porque de lo que se trata es de pasar un mes de balneario o, al menos, un mes alrededor de una piscina.

[22 junio 2000 / se sigue el original del autor]

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Interviú, nº 1262, 3 de julio de 2000. Gran Hermano, página 22

Psicología pura Gustavo Bueno

El Gran Hermano vive sus últimas semanas. Los participantes, que quieren llegar al final (y no tanto acaso por recibir el premio principal, cuanto por no ser excomulgados) se esfuerzan por no hacer nada que pueda comprometerlos ante el gran jurado. Desconocen los criterios que guían las votaciones de éste. En las «nominaciones» cada cual debe justificar su voto; pero el Gran Hermano no tiene que justificar nada. Los criterios de su peculiar democracia son inescrutables y el fallo es inapelable. Sus sentencias no son ni justas ni injustas: están más allá de la justicia o de la injusticia (¿es justo o injusto que la lotería toque a una persona en lugar de tocar a otra?). Una vez emitida la sentencia cada cual intentará explicarla retrospectivamente («el voto femenino, que es mayoritario, castiga ciertas actitudes machistas», «el Gran Hermano ha percibido que alguien no dedicó al fregadero el tiempo debido»). También los internos, que han pactado no excluirse mutuamente intentarán explicar los decretos del Gran Hermano. Tienen menos elementos de juicio, pero lo temen, y por ello procuran hacer todo lo posible para no distinguirse. El colegio se enfría y los comportamientos de los colegiales pierden fluidez. Mabel, por su condición de madre hacendosa, pragmática y prosaica, ejerce a la perfección sus funciones de secante del grupo. Lo modera, en general, y modera a Iñigo, el colegial más infantil (porque tal es el papel que él ha escogido), en particular. La dirección del colegio, atenta al curso de los acontecimientos, trata de compensar la caída de la tensión suministrando a los colegiales tareas rutinarias, o incitándoles a que hagan comedias; la dirección del colegio, que vela además por la «cultura» de sus pupilos, les propone a Calderón. ₵ ₵

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En estas condiciones lo mejor que pueden hacer los internos es replegarse hacia el mundo de las interacciones mutuas de contenido puramente afectivo, hacia la depuración de emociones y sentimientos químicamente (psicológicamente) puros, como ocurría en los conventos de los «diálogos de carmelitas». Cada cual va destilando los más delicados y exquisitos sentimientos en torno a los otros compañeros con los que comparten las vacaciones («te quiero», «enséñame a querer»...) Incluso Iván, el racionalista, que mantiene cierta distancia desde su observatorio particular. Todos se vigilan, espían sus sentimientos recíprocos, tratan de averiguar las razones por las cuales el Gran Hermano puede expulsarles (¿«qué delito cometí?»). Ninguno quiere ser expulsado porque saben que el Gran Hermano juzga sin dar razones y que, por tanto, es la personalidad global de cada cual la que resulta juzgada. Esto es lo que les inquieta y lo que inquieta también a los antiguos colegiales expulsados y a sus familias. Cuando los miércoles, la presentadora, Mercedes Milá se dispone a anunciar la sentencia a los colegiales, que ya están sentados en el diván y con las manos cogidas, la tensión aumenta: se incrementa la presión de los apretones de manos; todos temen haber sido elegidos. «¡Iñigo!». Nadie se lo esperaba, ni siquiera acaso el propio maldito. Pero Iñigo no representaba un peligro para nadie. La sorpresa alivia la tensión. Las manos se aflojan, todos respiran y experimentan una gran tranquilidad y alegría. Tenemos quince día más de vida colegial. Pero como sería vergonzoso expresar esta satisfacción, todos desencadenan automáticamente un mecanismo de disimulo, de enmascaramiento. Quedan estupefactos (porque continúan), incluso lloran. Especialmente Mabel: la cantidad de lágrimas que segrega, da la medida del grado de miedo que tenía a su expulsión.

[29 junio 2000 / se sigue el original del autor ]

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Interviú, nº 1263, 10 de julio de 2000. Gran Hermano, página 22

La clave del éxito Gustavo Bueno

Todavía anda mucha gente desorientada ante el Gran Hermano. Sencillamente, mucha gente no sabe cómo enjuiciarlo y, sobre todo, no entienden o no quieren entender las razones del éxito de audiencia que todos le reconocen. Pues no es explicar nada decir que este éxito es una vergüenza nacional, que no debía haber tenido lugar. Pero el hecho es que lo ha tenido. Otros muchos críticos, los más técnicos, no descalifican el programa; por el contrario, intentan entender las claves de su éxito, entre otras cosas, porque quieren imitarlo. Pero lo entienden mal, a nuestro juicio, o al menos no con el rigor que el asunto requiere. Los «críticos a la totalidad» suelen confesar que apenas ven el programa; a lo sumo lo «oyen» (oyen lo que la gente dice de él), y por ello nos descienden a un terreno tan plebeyo. Lo curioso es que entre estos «críticos a la totalidad» se encuentran políticos e intelectuales «de izquierda», muy conocidos, muchos de aquellos que en tiempos integraban las llamadas «fuerzas de la cultura»: escritores, tertulianos, periodistas, novelistas, dramaturgos... Estos «intelectuales», desprovistos de las más elementales categorías de análisis, arremeten incluso contra quienes intentan entender el problema, y dicen simplemente que no hay nada que entender y de que lo que se trata es de buscar tres pies al gato. Los «críticos a la totalidad» actúan desde posiciones que pueden a su vez estar enfrentadas mutuamente. Resumiendo, unos argumentan

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desde criterios morales y otros desde criterios estéticos. Por supuesto estos criterios pueden entremezclarse. Los criterios morales suelen ser utilizados también por los críticos más conservadores: el Gran Hermano es un programa que atenta a los valores más sagrados de nuestra sociedad: la intimidad (porque descubre a los individuos en paños menores) y la libertad (porque encierra a los actores en una jaula); incita al morbo, al voyeurismo. Es simple «docuporno». Los criterios estéticos subrayan la vulgaridad del programa, la pobreza de su argumento y el aburrimiento que provoca. «Si los que estuvieran dentro fueran Picasso o Lord Byron...» Las críticas morales y estéticas se combinan dando como resultado una conclusión global: el Gran Hermano es un prototipo de la televisión basura. Pero ocurre que, dada la grosería de los análisis de estos «intelectuales de izquierda», tendríamos que pensar si no estará más sucia la escoba que la basura que quita. Los otros críticos, los técnicos (y no sólo los españoles: también muchos críticos yanquis), suelen inclinarse hacia un diagnóstico fundado en los contenidos. Juzgan al programa por su materia. Y creen advertir que la clave del éxito de esta televisión material estriba en su condición de psicodrama. Pero no es esto: cientos de psicodramas pasan por las telepantallas sin pena ni gloria. La clave del éxito del Gran Hermano habría que ponerlo, si no nos equivocamos, en otro lado: en su condición de televisión formal sostenida. En cuanto televisión formal el Gran Hermano crea un ámbito de presente en el que actúan unos personajes en tiempo real. Estos personajes, al principio, fueron reducidos al estadio genérico de primates, encerrados entre las jaulas de una granja; pero se revelaron y adquirieron nombres propios. Nombres que reclamaban una biografía que debía preceder al tiempo del encierro y continuar después de él. El público se interesó por esos personajes que había decidido no excomulgarse mutuamente, e incluso repartir el premio principal entre gentes más necesitadas. Su condición de televisión formal es, sin embargo, razón necesaria del éxito, pero no razón suficiente. Lo que al público le interesa de verdad es seguir, no sólo en el presente de los noventa días del programa, sino antes y después de él las vicisitudes de las trayectorias biográficas de estos hijos de familia (en un caso, de esta madre de familia): Iván, Ania, Ismael, Vanesa, Iñigo, Mabel, &c.

[7 julio 2000 / se sigue el original del autor ]

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Interviú, nº 1264, 17 de julio de 2000. Gran Hermano, página 24

Algo de política Gustavo Bueno

Entre las innumerables utilidades que el Gran Hermano ha ido demostrando a lo largo de sus tres meses de vida, cabe destacar, en estos días de congresos y de manifiestos políticos, su valor como test para constatar que España es una entidad «realmente existente» y no una mera reliquia histórica del franquismo, o un modo demasiado arcaico para designar al «Estado español» (con el cuerpo de correos incluido). El Gran Hermano ha dejado en ridículo a todos aquellos políticos que querían hacernos creer que España, en víspera de su plena integración en Europa, podría ya considerarse como un mero nombre heredado de la «dictadura». Ante todo, el Gran Hermano ha resultado ser un fenómeno sociológico, desde el momento en el que millones de españoles (muchos más de los que van a misa, o de los que votan en las elecciones autonómicas) se han sentido implicados en el experimento. Después del violento rechazo inicial (algunas empresas patrocinadoras llegaron a retirar su apoyo), rechazo que se mantiene por parte de algunos ideólogos progresistas, y desde el momento en el que los internos, a iniciativa de Iván, manifestaron su disposición para renunciar al premio «en beneficio de los etíopes» y, sobre todo pactaron el «no nominarse» mutuamente, el público advirtió que estaba ante gente de su condición, y comenzó a interesarse por ellos, a llamarles por sus nombres propios, como si fueran jóvenes amigos de sus hermanos y de sus hijos que habían ido a la comuna, al convento dúplice, o al colegio a «jugarse la vida», su futuro. (Mabel, que tenía ya su «vida hecha» fue una excepción que el propio curso del programa se encargó de reabsorber o de neutralizar de modo expeditivo). Por su parte, los internos no perdieron jamás la conciencia de que estaban actuando ante un Gran Hermano que ₵ ₵

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juzgaba continuamente sus comportamientos éticos y morales y supieron muy pronto que ese Gran Hermano era España. Un Gran Hermano que decretaba las expulsiones y los premios, mediante votaciones democráticas, pero sin que sus criterios quedasen explícitos: cada cual tendría que adivinar retrospectivamente esos criterios insondables, y ello era la principal fuente de su inquietud («¿por qué Iñigo y no yo?»). A España se han referido los internos continuamente («España nos está viendo»). España ha sido el superego de los internos de Soto del Real. La identificación del Gran Hermano con España fue haciéndose tanto más notoria cuanto más diversas eran las procedencias de los internos: Asturias, Málaga, Cataluña, Cádiz, etc. Precisamente esta diversidad es la que asombraba, o incluso indignaba, a tantos «nacionalistas», que comprobaban cuál era realmente, más allá de los folclores respectivos la lengua común ligada a las costumbres comunes y cómo los ayuntamientos de toda España han terminado haciéndose presentes, a través de sus regalos, a la Casa. El Gran Hermano hubiera fracasado como programa de televisión autonómica. Necesitaba una diversidad de acentos y una caja de resonancia de millones de espectadores que no pueden caber en una sola autonomía, pero sí en su conjunto. El Gran Hermano ha demostrado que España es una sociedad «realmente existente» de un modo mucho más expeditivo de lo que puedan hacerlo las conclusiones de un congreso federal de partidos de derechas o de izquierdas autonómicos.

[13 julio 2000 / se sigue el original del autor ]

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Interviú, nº 1265, 24 de julio de 2000. Gran Hermano, página 23

Sobre la intimidad y la dignidad Gustavo Bueno

Muchos críticos del Gran Hermano, que entienden la intimidad de un modo sublime, han visto este programa como ejemplo bochornoso de «espectáculo de la indignidad»; lo que indica que estos críticos vinculan la dignidad a la intimidad, a la que consideran, al modo calvinista, como algo sagrado. Pero se trata de una simple confusión de ideas, alimentada por una retórica heredada que no ha pasado la prueba del más elemental análisis filosófico. Porque el principio de la intimidad no es un principio sublime, o sagrado; la intimidad es una institución pragmática y aún etológica (la intimidad del lobo cuando esconde su presa); es una función necesaria para el desarrollo de la vida de los individuos y de los grupos en sus relaciones de conflicto con otros individuos o con otros grupos. Pero los valores de esta función son cambiantes, porque dependen de otras variables y parámetros, que tampoco son fijos. La exhibición de la intimidad puede ser muchas veces obscena, pero no lo es siempre. Lo que es obsceno en unas circunstancias (si llamamos obsceno, siguiendo el significado de una probable etimología, a lo que no conviene «poner en escena» y, sin embargo, es exhibido) deja de serlo en otras. Sería obsceno que el agraciado con el premio de lotería mostrase satisfecho su billete ante un público de indigentes; en algunas épocas se consideraba una obscenidad sacar de paseo al hijo mongólico. Hace un siglo era una obscenidad ir a la playa en traje de

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baño; en nuestro siglo es una obscenidad mostrar al público el temor (o el pudor) a desnudarse. La línea de frontera no hay que ponerla tanto entre la intimidad y la publicidad, sino entre lo que es bueno y lo que es malo (ya sea desde el punto de vista ético, o moral, o estético, o científico). Desde un punto de vista científico o filosófico, podemos considerar como una obscenidad intelectual (como una indecencia) el ofrecer al público nuestras opiniones personales sin fundamentar, es decir, al margen de todo sistema, y tanto si estas opiniones constituyen insultos, como si constituyen elogios, como si mereciesen ser respetadas por el hecho de ser «pensamientos míos». Por otra parte, la manifestación de determinadas intimidades puede tener el sentido de una confesión catártica, y no el de una obscenidad. El interés por las intimidades de los demás no es necesariamente morboso. El médico se interesa por la intimidad de mis pulmones para curarme; la Agencia Tributaria se interesa por la intimidad de mi cuenta corriente para imponerme una tasa. En general, cuando unas personas se interesan por las intimidades de otras personas (por ejemplo, a través de las llamadas «revistas del corazón»), pueden incluso acogerse al «principio del humanismo» que formuló Terencio: «Hombre soy y nada de lo humano me es ajeno». Haciendo públicas parcelas de nuestra intimidad podemos mantener nuestra dignidad tanto como podemos perderla ocultándolas. Pues es la intimidad la que ha de regularse por la dignidad, y no la dignidad por la intimidad. Los habitantes de Soto del Real no han perdido su dignidad por haber sido investigados por periodistas que buscaban informaciones positivas sobre sus vidas reales, ni por acceder voluntariamente a que viéramos parcelas de sus intimidades domésticas. A veces, gracias a ello han podido mostrar sus actitudes más dignas y ejemplares. La propia organización del programa ha evitado exhibir aspectos de la vida doméstica, no ya indignos, sino simplemente de escaso decoro, según nuestras normas estéticas habituales.

[20 julio 2000 / se sigue el original del autor ]

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Interviú, nº 1265, 24 de julio de 2000. Gran Hermano, página 22-23

Catorce arquetipos en una casa Gustavo Bueno Los concursantes de «Gran Hermano», retratados por el filósofo Gustavo Bueno

Los catorce «perfiles» que siguen, están trazados a partir, no ya tanto de consideraciones psicológicas generales, sino a partir del papel que parecen haber asumido dentro de la misma casa los personajes del programa. Se supone que estos personajes, cara al público, encarnaban algunos arquetipos a los cuales se atenían dentro de la casa, y estos arquetipos son los que habrían podido ser percibidos por el Gran Hermano. Estos catorce papeles podrían ser clasificados en tres grupos. El grupo I, que llamaremos el grupo de los «ingenuos», entendiendo por tales aquellos personajes que acudieron al programa mirando directamente a las expectativas que podían depararles, pero sin tener en cuenta las dificultades en incidencias que habrían de ₵ ₵

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surgir de la misma convivencia. En este grupo de «ingenuos» incluiríamos a Nacho, Jorge, Silvia, Israel, Vanesa e Iñigo. En el grupo II, consideramos incluidos a aquellos personajes que buscaban antes «experiencias» en la sustancia de su propia convivencia para cuando volviesen a su vida normal. En este grupo incluiríamos a María José, a Marina, a Mónica y a Mabel. En el grupo III, el de los «calculadores», incluimos a aquellos que no sólo buscaron, como todos los demás, algunos triunfos en el programa, sino también a los que tenían en cuenta lo que podía significar una convivencia con competidores que eran, en principio, enemigos objetivos mutuos. En este grupo pondremos a Koldo, Ania, Ismael e Iván.

Grupo I: los «ingenuos» 1. Nacho. Como todos los demás catorce participantes no representó, ni quiso representar en el programa, ningún papel de significado político o religioso, sino que demostró, como todos, el designio particular de sus propósitos. Sin duda, confiaba en sus propios recursos (su condición de médico -«un médico vale por cinco hombres »-) para obtener todo lo que su aventura le deparase: no estaba apremiado por necesidades urgentes; pero se implicaba en exceso sobre la marcha en la comuna sin pensar que su «dedicación monográfica» hacia Vanesa podía ser suicida para sus propósitos iniciales. Su salida prematura de la casa, por motivos exógenos, no le permitió rectificar una marcha en la dirección del grupo III. Nacho puede haber representado el arquetipo de joven profesional que no se resigna a encerrarse en su profesión, sino que está dispuesto a participar de los intereses de otros grupos sociales, sin olvidarse de su propio oficio. 2. Jorge («el bosnio»). Es seguramente el arquetipo del varón primario, generoso, desinteresado, sensible a las fórmulas solemnes, apasionado y dispuesto a todo. Hubiera sido un buen soldado de los Tercios de Flandes. No prestó atención a las circunstancias de la casa y por ello, olvidándose del objetivo final de su ingreso, prefirió mantenerse junto a María José y acaso obtuvo en ello mejor provecho que quedándose. «¡Vais en paz, oh simpar de verdaderos amantes! ¡Lleguéis a salvamento a vuestra deseada patria sin que la fortuna ponga estorbo en vuestro felice viaje!». 3. Silvia. Otra ingenua que, acaso porque lo necesitaba poco, y sabiendo que no sólo de pan vive el hombre, quiere salir de su rutina profesional y explorar otros mundos ajenos a su profesión. Por ello, se da por satisfecha con la amistad de Israel que se encuentra en condiciones análogas. Silvia puede representar para muchas mujeres jóvenes, con una profesión ya consolidada, lo que Nacho podría representar para los jóvenes profesionales. 4. Israel Pita. Desarrolla el arquetipo del joven recluta, sin dobleces, que pone en la sinceridad de sus comportamientos, cualquiera que sean con tal de «ser sí mismo», la carta que pone sobre la mesa de juego como valor máximo. Probablemente representa para muchos, incluso simpatizantes, la mayor crítica al propio arquetipo que representa, dadas las pocas probabilidades de éxito que él le reporta en la casa. Y esto sin perjuicio de que, junto con Silvia, pueda obtener ciertos beneficios en actividades subalternas. ₵ ₵

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5. Vanesa Pascual. Encarnó también el arquetipo de joven segura de sus recursos que confía en ganar un campeonato de especialidad indeterminada. Su gran ingenuidad, vinculada sin duda al subjetivismo propio de su edad, vecina aún con la adolescencia, le hizo olvidar que una «carrera de fondo», como era el programa, no permitía al corredor distraerse con otros compañeros de carrera, aunque se llamasen Nacho. Probablemente el arquetipo que encarnó, sirva a muchos jóvenes, y a ella misma, de contramodelo y medicina frente al subjetivismo. 6. Iñigo. Encarnó en la casa el papel de quien va a su aire (a los monjes del monte Athos que se acogían a este papel se les llamaba «idiorítmicos») despreocupado del qué dirán, tardo de reacciones. Prototipo de la ingenuidad: tuvieron que explicarle que si no aceptaba el pacto, en virtud de seguir su propia idea, su autenticidad le llevaría a una nominación fulminante. Desde luego, no tenía nada que hacer en la casa, pero resultó a muchos simpático.

Grupo II: los buscadores de experiencias 7. María José Galera. Probablemente entró en la casa, antes empujada por la necesidad, pero consciente de su gran porte y simpatía, que por la pretensión de obtener un premio. Si calculó, calculó mal las circunstancias del programa, aunque acertó en implicarse inmediatamente con Jorge. Apenas tuvo ocasión de encarnar papel alguno en la casa. Su arquetipo se labró en cambio, ya fuera de ella cuando confesó públicamente, sin arrepentirse (el que se arrepiente de lo que ha hecho es doblemente miserable»), aunque dispuesta a rectificar, y «fue absuelta». 8. Mónica. También entró en la casa antes «empujada» que atraída por un premio incierto. Tampoco tuvo tiempo para que el Gran Hermano pudiese dar alguna luz a la opacidad de su arquetipo y tuvo la mala suerte de ir después de María José. 9. Marina. Desempeñó el papel de la «mujer liberada» que, sin perjuicio de su condición de amantísima esposa, se decide a pasar una temporada en la comuna, en sus fases primeras, en las que corrían algunas líneas de erotismo de media-alta intensidad, a fin de probar la fidelidad a su marido y de paso obtener alguna promoción de su imagen. 10. Mabel. Llegó tarde a la casa y tampoco pretendía obtener el premio, sino más bien utilizar la casa en servicio de balneario que le permitiese disfrutar de unas primeras vacaciones tras de las cuales pudiera decir que regresaba con su familia con una fuerza renovada. El arquetipo de mujer hacendosa, casta, amable, quedaba fuera del repertorio que el público juvenil esperaba del Gran Hermano. Puede servir de ejemplo y de estímulo para que muchas amas de casa se animen a tomar las aguas por su cuenta y vivir algunas «experiencias» no excesivamente peligrosas fuera de su hogar.

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Grupo III: los «calculadores» 11. Koldo. Va al programa confiado en su formación euro-universitaria, pero se mantiene distante, incluso despectivo. No necesitaba triunfar de modo apremiante, pero, lejos de toda ingenuidad sabe que es preciso mantener el tipo frente a los demás competidores. Termina integrándose en el grupo y es un buen ejemplo para aquellos estudiantes que creyeron que todo está en los libros. 12. Ania Iglesias. Puede representar el arquetipo de la mujer inteligente, calculadora nata, que busca a toda costa la victoria sabiendo que tiene que disputarla con otros compañeros muy peligrosos y que tiene que disimular sus estrategias. Probablemente es la que más necesitada estaba de la victoria. Pero ha sabido desplegar las más sutiles maquinaciones, que pasaron casi inadvertidas, para lograr la eliminación de sus posibles rivales, representados en la última semana por Ismael. Ania Iglesias es un arquetipo para toda mujer inteligente y tenaz que conociendo sus limitaciones sabe que está en la lucha por la vida en una sociedad competitiva que no permite bajar la guardia ni un sólo instante, ni siquiera cuando se aparenta que la guardia ha sido bajada por derrumbamiento. 13. Ismael Beiro. Sabe que es uno de los preferidos por Gran Hermano, y no porque nadie se lo haya dicho, sino porque su comportamiento, a lo largo de los tres meses así se lo ha hecho ver. El sabe perfectamente que no tiene dificultades entre sus amigos y sus amigas; está consciente del valor de su sonrisa y de su anatomía; tampoco se plantea dificultades de cualquier otro orden. Su natural simpático y optimista, le lleva a creer firmemente en un Dios que todo lo gobierna armoniosamente y le permite esperar que él, que está bien dotado por Dios mismo, podrá salir adelante en todo lo que se proponga. Conoce sus limitaciones, es inteligente, y quiere la victoria, pero sabe que conviene mantenerse a distancia sin implicarse en la tela de araña formada por los intereses del cualquier grupo. Ha sabido disimular también su natural colérico, que apenas apuntó cuando al final creyó advertir que Ania podía llevarse el triunfo. Ha encarnado muy bien el papel de joven animoso, con tacto, sociable, diplomático y dueño de sí mismo. 14. Iván Armesto. Ha sido probablemente quien con mayor perfección ha representado el arquetipo de participante finalista nato. Además Iván ha sido también quien más ha hecho por imprimir al programa el rumbo original que tomó desde el principio; él evitó que la casa se convirtiera en un avispero de relaciones eróticas, de traiciones, de delaciones mutuas, y estableció los dos principios que han regido el curso de esta experiencia: el principio de no competitividad (rechazo de las nominaciones, pacto) y el principio del altruismo igualitario (renuncia al premio, que se destinaría a los «etíopes»). Es cierto que estos principios fueron normas directivas que sirvieron para marcar el rumbo general del programa, pero no el de los participantes en cuanto miembros de otros grupos, principalmente familiares. Iván incluido, todos deseaban el premio; de los etíopes nada más se supo, una vez que María José consiguió teóricamente desviar el premio hacia una hija suya. ₵ ₵

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Iván ha encarnado a la perfección el arquetipo del hombre prudente, tenaz, que sabe anticiparse a los conflictos; del hombre racionalista, que no cree en la armonía preestablecida garantizada por el Dios de Ismael; que necesita el premio acaso tanto como Ania, pero que lejos de todo subjetivismo, sabe sobreponerse invitando incluso al Gran Hermano a que vote por Ania aún a riesgo de quedarse él fuera de juego, y con la única ligera probabilidad de que la corriente favorable a Ania desvíe el apoyo hacia Ismael, a quien él vio siempre como el ganador más seguro. Iván representa el arquetipo de luchador estoico («renuncia y resiste») que desconfía, porque quiere sobrevivir, de los grandes remedios globales que ofrecen los políticos de la globalidad y, en lugar de entregarse a «barrer el mundo», ha decidido limitarse a barrer su habitación, esperando que los demás hagan otro tanto.

[20 julio 2000 –antes de conocerse el ganador– se sigue el original del autor ]

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