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Georges Perec Ellis Island

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Georges Perec Ellis Island

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Zorzal

Perec, Georges Ellis Island. - 1- ed.- Buenos Aires: libros del Zorzal. 2004. 64 p. : 18x12 cm.· (Trazos) Traducción de: leopoldo Kulesz

ISBN 987-1081-45-6 1. Ensayo Francés 1. Titulo.

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TRADUCCIÓN - LEOPOlDO KUlESZ REVISIÓN - LUCAS BJDON-CHANAL ILUSTRACiÓN DE TAPA Y CONTRATAPA - MARIA RABINOVICH DISENO - VERÓNICA FEINMANN

1- reimpresión: marzo 2005 TiruLO

ORIGINAL:

Ellis Island.

© P.O.L. éditeur, 1995 © Libros del Zorzal, 2004 Buenos Aires, Argentina

Esta obra, publicada en el marco del Programa de Ayuda a la Publicación Victoria Ocampo, ha recibido el apoyo del Mir.istere des Affaires Etrangeres y del Servicio Cultural de la Embajada de Francia en la Argentina. Cet ouvrage, publié dans le cadre du Programme d'Aide a la Publication Victoria Ocampo, bénéficie du soutien du Ministere des Affaires Etrangeres et du Service Culturel de l'Ambassade de France en Argentine. ISBN 987-1081-45-6 Libros del Zorzal Printed in Argentina Hecho el depósito que previene la ley 11.723

Para sugerencias o comentarios acerca del contenido de Ellis Island. escribanos a: [email protected] www.delzorzal.com.ar

En 1978 el Institut National de l'Audiovisue! confió la realización de una película a Georges Perec y a Robert Bober, quienes filmaron en New York lo que se llamaría &!flJDJ de Ellis Islond, histurias de errancia y de esperanza, documental en dos partes (La isla de las IágnlTUli Y Memorias) que fue difundido ¡¡or primera vez en TF1' el 25 Y 26 de noviembre de 1980. En ese mismo a.i1o, I!ditions du Sorbier y el Institut National de l'Audiovisuel publicaron el texto escrito por Perec, así como los reportajes que constituían la segunda parte de! documental. En 1994, I!ditions P.O.L. y el Institut National de l'Audiovisue1 reeditaron los textos mencionados.

La presente edición subraya la importancia que tuvo para Georges Perec su confrontación directa con aquel sitio de dispersión, errancia y esperanza.

I

Canal estatal de la televisión francesa (.N. del 7.)

A la memoria de Madame Kramer

Nuestro país es esa delgada orilla dande hemos sido arrojados Jean-Paul de Dadelsen

Jonas

La Isla de las lágrimas

A partir de la primera mitad del siglo XIX una gran esperanza corunovía a Europa. Todos los pueblos aplastados, oprimidos, avasallados, masacrados; todas las clases explotadas, hambreadas, asoladas por las epidemias, diezmadas por años de escasez y de hambruna, comenzaron a disfrutar la existencia de una tierra prometida: América, una tierra virgen abierta a todos, una tierra libre y generosa donde los condenados del víejo continente podrían convertirse en pioneros de un

nuevo mundo, constructores de una sociedad sin injusticias ni prejuicios. Para los campesinos irlandeses cuyas cosechas fueros devastadas, para los liberales alemanes acorralados luego de 1848, para los nacionalistas polacos aplastados en 1830, para los armenios, los griegos, los turcos, para todos los judíos de Rusia, Austria y Hungría, para los cientos de miles de italianos del Sur que manan de cólera y de miseria, América se reveló como el símbolo de la vida nueva, de las oportunidades que por fin llegaban. Millones de familias y pue-

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bIas enteros se dirigieron a Hamburgo, Bremen, Le Havre, Nápoles o Liverpool para embarcarse en un viaje sin retomo. Durante varias decenas de años, e! último punto de este éxodo sin precedentes en la historia de la humanidad fue, en e! final de una travesía casi siempre realizada en condiciones deplorables, un pequeño islote llamado Ellis Island, donde los servicios de la Oficina Federal de Inmigración habían instalado los centros de recepción. Así, sobre aquel estrecho banco de arena en la desembocadura de! Hudson, cerca de la estarua de la Libertad recientemente inaugurada, se juntaron por un tiempo todos aquellos que, desde entonces, hicieron la nación americana. Prácticamente libre hasta alrededor de 1875, e! ingreso de extranjeros al suelo de Estados Unidos fue progresivamente restringido, en un primer momento a través de medidas elaboradas y aplicadas a escala local (autoridades municipales y porruarias), luego reagrupadas en e! seno de un Secretariado para la Inmigración, dependiente de! gobierno federal. Abierto en 1892, e! centro de recepción de Ellis Island marca e! fm de una emigración casi salvaje y la llegada de una emigración oficializada, institucionalizada y, por decirlo de al-

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guna manera, industrial. Entre 1892 y 1924, unos dieciséis millones de personas pasaron por Ellis Island, a razón de cinco a diez mil por dia. La mayor parte se quedaría apenas unas cuantas horas; sólo un dos o un tres por ciento sería rechazado. En suma, Ellis Island se transformaría en una fábrica de americanos 2, una fábrica que cambiaba emigrantes por inmigrantes, una usina a la america.'1a, tan rápida y eficaz como una fiambrería de Chicago: en un extremo de la cadena ponemos a un irlandés, a un judío de Ucrania o a un italiano, y del otro extremo -después de la inspección de los ojos y de los bolsillos, vacunación y desinfecciónsale un Americano. Pero, al mismo tiempo, a lo largo de los años, las condiciones de admisión se tornaron más y más estrictas. Poco a poco se fue cerrando la Golden Door de esta América fabulosa, donde los pavos caen rostisados en los platos, donde las calles están pavimentadas con oro, donde la tierra pertenece a todos. En realidad, a partir de 1914, la emigración comienza a menguar, primero a causa de la guerra, luego por una serie de medidas discriminatorias cualitativas (Lilerag Ac/) y cuantitativas (quotas), que prohiben práctica-

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El 70% de los inmigrantes provenientes de Europa pasaba por Nueva York.

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mente la entrada a Estados Unidos de esos "desperdicios miserables" y de esas "masas amontonadas" a las que, según Emma Lazaros, la estatua de la Libertad invitaba a venir. En 1924, las formalidades de inmigración serían confiadas a los consulados anlericanos en Europa, y Ellis Island no sería más que un centro de detención para los inmigrantes en situación irregular. Durante e inmediatamente después de la Se· gunda Guerra Mundial, ElIis Island, llevando a! extremo su vocación implícita, sería una prisión para individuos sospechados de actividades antian1tricanas (fascistas italianos, alemanes pro-nazis, comunistas). En 1954 fue definitivamente cerrada. Hoyes un monumento nacional, como el monte Rushmore, el Old Faithful y la estatua de Bartholdi administrada por Rangers con sombreros de scouts que guían las visitas, seis meses pOi" año, cuatro veces por día. No todos los emigrantes estaban obligados a pasar por Ellis Island. Aquellos que disponían de suficiente dinero para viajar en primera o en segunda clase eran inspeccionados rápidamente a bordo por un médico y un oficia! y desembarcaban sin problemas. El gobierno federa! estimaba que estos emigrantes tendrían con qué satisfacer

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sus necesidades y no estarían a cargo del Estado. Los emigrantes que debían pasar por ElIis Island eran aquellos que viajaban en tercera clase, es decir, en los entrepuentes, en realidad, en la bodega, debajo de la línea de flotación, en los grandes dormitorios no sólo sin ventanas sino prácticamente sin ventilación ni luz, donde dos mil pasajeros se amontonaban sobre literas superpuestas. El viaje costaba diez dólares en 1880, y aumentó a treinta y cinco después de la guerra de 1914. La comida consistía en papas y arenques. Toda una serie de formalidades terna lugar a lo largo de la travesía; estaba a cargo de las compañías de navegación que eran en algún sentido responsables de los pasajeros que embarcaban, ya que debían pagar los gastos de estadía de los demorados en Ellis Island y, en caso de ser rechazados, a3umir el regreso a Europa de los emigrantes. Estas formalidades consistían en una visita médica, por lo general hecha a las apuradas, vacunaciones, desinfecciones y el establecimiento de una ficha donde se consignaban diversos datos del emigran· te: identidad, origen, destino, recursos, anteceden-

tes judiciales, tutor en Estados Unidos, etc. En Ellis 1s1and mismo, las formalidades de inspección duraban, en el mejor de los casos, entre

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tres y cinco horas. Los recién llegados eran sometidos en primer lugar a una inspección médica. Todo individuo considerado sospechoso era demorado y sometido a un examen médico más profundo; muchas enfermedades contagiosas implicaban automáticamente e! rechazo -en particular, e! tracoma, la tiña y la tuberculosis-o Los emigrantes que pasaban sin inconvenientes esta inspección eran entonces convocados,

luego de una espera más o menos prolongada, a escritorios (legal deslu) detrás de los cuales los esperaban un inspector y un intérprete (e! célebre alcalde de New York, Fiorello La Guardia, fue durante mucho tiempo intérprete de yiddish y de italiano en Ellis Istand). El inspector dispoIÚa de aproximadamente dos minutos para decidir si e! emigrante teIÚa derecho o no a entrar en Estados Unidos y tomaba su decisión luego de haber hecho una serie de veintinueve preguntas: ¿Cómo se llama? ¿De dónde viene? ¿Por qué viene a Estados Unidos? ¿Qyé edad tiene? ¿Cuánto dinero tiene? Muéstremelo.

¿Qyién pagó su viaje? 16

ELlIS ISLANO

¿Firmó un contrato en Europa para trabajar aquí? ¿Tiene amigos aquí? ¿Tiene familia aquí? ¿Alguien puede ser su garante? ¿Cuál es su oficio? ¿Es usted anarquista? etc. Si el recién llegado respondía con modos que el inspector juzgaba satisfactorios, éste sellaba su visa y lo dejaba ir luego de darle la bienvenida (J#ú:ome lo America). Si, en cambio, existía un problema menor, escribía en la hoja "S_l.", que significaba Sp.cid lnquiry, inspección especia!, y el emigrante era convocado, luego de una nueva espera, a comparecer ante una comisión compuesta por tres inspectores, un dactilógrafo y un intérprete que sometía a! a..ndidato a la inmigración a un interrogatorio mucho más a fondo. En 1917, a pesar de un veto del presidente Wilson, el Congreso votó ellilmuy Acl, que exigía a los candidatos a la inmigración que supieran leer y escribir en su lengua de origen y que fueran sometidos a diversos tests de inteligencia_ Estas medidas, sumadas a la aplicación de cupos desfavorables a los nuevos emigrantes Oos que venían de

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Europa del Este, de Rusia, de Italia, por oposición a aquellos que, en los tres primeros cuartos del siglo XIX, habían venido de los países escandinavos, de Alemania, de Holanda, de Inglaterra y de Irlanda) hicieron que las formalidades de admisión fueran mucho más largas y, año tras año, mucho más difíciles. La mayoría de los inspectores hacía concienzudamente su trabajo y buscaba junto con los intérpretes obtener datos más correctos y precisos acerca de los recién llegados. Un gran número era de origen irlandés y poco habituado a la gráfica y a la consonancia de los nombres de Europa Central, de Rusia, de Grecia y de Turquía. Por otro lado, muchos emigrantes deseaban tener nombres que parecieran americanos. De aquí que, en Ellis Island, tuvieran lugar innumerables historias de cambios de nombre: un hombre venido de Berlín fue llamado Berliner; otro llamado Vladimir recibió el apellido Walter; otro llamado Adam, el de Adarns; un Skyzertski devino Sanders; un Goldenburg, Goldberg, mientras que un Gold se transformó en Goldstein. Aconsejaron a un viejo judío ruso elegirse un apellido muy americano para que las autorida-

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des no tuvieran dificultades en la transcripción. Pidió consejo a un empleado de la sala de equipajes, quien le propuso Rockefeller. El viejo judío repitió varias veces: Rockefeller, Rockefeller, para estar seguro de no olvidarlo. Pero cuando, muchas horas más tarde, un oficial le preguntó su nombre, lo había olvidado y respondió, en yiddish, Schon vergmen (ya lo he olvidado), y fue así inscripto con el nombre muy americano de John Ferguson. Esta historia es tal vez demasiado bella para ser verdadera, pero, en el fondo, poco importa si es verdadera o falsa. Para los inmigrantes ávidos de América, cambiar de nombre podía ser considerado una ventaja. Hoy, para sus nietos, es diferente. Notemos que en 1976, año del bicentenario, varias decenas de Smith de origen polaco pidieron llamarse nuevamente Kowalski (tanto uno como otro apellido significan "herrero").

El 2% de los emigrantes fue rechazado. Esto representa, aunque parezca poco, doscientas cin-

cuenta mil personas. Tres mil de ellas se suicidaron en Ellis Island entre 1892 y 1924.

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Descripción de un camino

il'artimoJ hacia Amtrica! W6nde queda Amtrim? No sé. Sólo sé que es kjos, horriblemente lejos. Hay que vif1jar y vif1jar mucho para Ikgar hosta allí. r; wando se Ikga, hay un "lWtelgartel"3 que te espera. Te estacionan en el ''KeJtelgartel'; te ubican demudo y te mÚ'an a los OjOs. Si tienes los OjOs sanos, todo va b,t71. Si no, te obligan a volver al lugar de donde vi=J. Me parea que tengo los o/as JanoJ [ . J Sin embargo, como dia mi hermono Eliohu, con mi madre la cosa es me1U!.l akgre. iDe quién es la wlpa? Llora noche y día. Desde que papá murió, no para de ikJrar. Sholem Aleihem

Moti, Hijo de 1tJeta

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Castle Carden.

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GEORGES PEREC

cinco millones de emigrantes provenientes de Italia cuatro millones de emigrantes provenientes de Irlanda un millón de emigrantes provenientes de Suecia seis millones de emigrantes provenientes de Alemania Tres millones de emigrantes provenientes de Austria y de Hungría Tres millones de emigrantes provenientes de Rusia y de U crama cinco millones de emigrantes provenientes de Gran Bretaña ochocientos mil emigrantes provenientes de Noruega seiscientos mil emigrantes provenientes de Grecia cuatrocientos mil em..igrantes provenientes

de Turquía

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cuatrocientos mil emigrantes provenientes de los Países Bajos seiscientos mil emigrantes provenientes de Francia trescientos mil emigrantes provenientes de Dinamarca

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durante todos esos años, los barcos de vapor de la Cunard Line, de la Red Star Line, de la Anchor Line, de la Italian Line, de la HamburgAmerica Line, de la Holland-America Line, surcaron el Atlántico Norte partían de Rotterdam, Breme, G6teborg, Palermo, Estambul, Nápoles, Anvers, Liverpool, Lübeck, Salónica, Bristol, Riga, Cork, Dunkerque, Stettin, Hamburgo, Marsella, Génova, Danzig, Cherburgo, el Pireo, Trieste, Londres, Fiume, Le Havre, Odessa, Tallin, Southampton se llamaban: Darmstadt, Furst Bismark, Staatendam, Kaiser Wuhelm, K6nigin Luise, Westernland, Pennland, Bohemia, Polynesia, Prinzess Irene, Princeton, Umbria, Lusitania, Adriático, Coronia, Mauretania, San Giovanni, Giuseppe Verdi, Patricia, Duca degli Abruzzi, New Amsterdam, Martha Washington, Turingia, Titanic, Lidia, Susquehanna, Albert-Balin, Hansington, Columbus, Reliance, Blücher

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pero la mayoría de aquellos que, al ténnino de su agotador viaje, descubrían Manhattan emergiendo de la bruma, sabían que su prueba no había terminado del todo debían aún pasar por Ellis Island, esa isla que, en todas las lenguas de Europa, había sido apodada la Isla de las Lágrimas tranen insel wispa lez island of tears isola delle lagrime 'tO

vlcrm

'tOV ~a1Cplov

OcrPOB CJlE3

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GEORGES

PEREe

es un pequeño islote de catorce hectáreas, a algunos cientos de metros de la punta de Manhattan los indios la llamaban la Isla de las Gaviotas, y los holandeses la Isla de las Ostras su primer propietario fue un rico armador holandés llamado Paw luego un cierto capitán Dyre, comisario de aduanas, luego alguien llamado Thomas Uoyd en 1765, un pirata de apellido Anderson fue colgado allí y durante una decena de años el islote se llamó Isla del Gibet 4 luego la compró el hombre que le daría su nombre para siempre: Samue1 Ellis la legó a su nieto, quien la revendió a un tal John Berry quien la cedió a la ciudad de Nueva York que la vendió finalmente, en diez mil dólares, al gobierno federal.

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Horca. (N tkl T)

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durante y después de la guerra de Secesión fue un depósito de municiones luego, hacia 1890, el secretariado de Estado para la Inmigración decidió construir un centro de recepción para reemplazar los edificios de Castle Carden ya demasiado pequeños los edificios no estaban aún tenninados cuando, el 10 de enero de 1892, fue recibida oficialmente la primera irunigrante. Era una joven irlandesa de quince años, originaria del condado de Cork, llamada Annie Moore. Y se le remitió a modo de bienvenida una moneda de oro de diez dólares, equivalente hoya treinta veces su valor.

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casi sesenta y tres años más tarde, el 12 de noviembre de 1954, e! ferry Ellis Island, que hacía continuamente e! recorrido entre e! puerto de Nueva York y la isla, y al que se ve aún hoy ensombrecido cerca de! desembarcadero, hizo su último viaje: sólo transportaba un pasajero, e! último inmigrante registrado por los servicios de Ellis Island: un marinero noruego

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entre tanto cerca de dieciséis millones de hombres, mujeres y niños pasaron por Ellis rsland más de las tres cuartas partes lo hicieron entre 1892 y 1914 en esos años llegaban hasta diez mil personas por día

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abandonados desde 1954, los edificios de ElIis Island, que los arquitectos Barling y Tilton habían construido con estilo renacentista francés, fueron declarados monumentos históricos y reabiertos al público en 1976, en ocasión del bicentenario de Estados Unidos. Pero la emigración hacia Estados Unidos había comenzado mucho antes de ElIis Island y no se tenninó con su cierre. Los mexicanos, los portorriqueii.os, los coreanos, los vietnamitas, los camboyanos tomaron la posta

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el miércoles 31 de mayo de 1978, Robert Bober y yo visitamos por primera vez Ellis Island. Con nosotros había un hombre de unos cincuenta años cuya madre, una rumana que había pasado por Ellis Island, había muerto poco tiempo antes, y una mujer muy joven que tenía en sus brazos a un recién nacido no es por casualidad, creo yo, que Ellis Island es visitada en la actualidad. Aquellos que pasaron por allí no tienen ningún deseo de volver. Sus hijos o sus nietos vuelven por ellos, vienen a buscar una huella: lo que fue para

unos un lugar de pruebas y de incertidumbres es para otros un lugar de memoria, uno de esos lugares alrededor del cual se articula la relación que los une a su historia.

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GEORGES PEREC

¿cómo describir? ¿cómo contar? ¿cómo mirar? bajo la sequía de las estadísticas oficiales, bajo el ronroneo tranquilizador de las anécdotas mil veces repetidas por los guías con sombrero de scoues, bajo el emplazamiento oficial de esos objetos cotidianos transformados en objetos de museo, vestigios raros, cosas históricas, imágenes preciosas, bajo la tranquilidad facticia de las fotografías petrificadas de una vez por todas ante la evidencia tramposa de su negro y blanco, ¿cómo reconocer ese lugar?

áestituir lo que fue?

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ElltS ISlANO

¿cómo leer las huellas? ¿cómo ir más allá, ir detrás no detenemos ante lo que nos fue dado ver no ver solamente aquello que sabíamos de antemano que veriamos? ¿Cómo captar lo que no es mostrado, lo que no fue fotografiado, archivado, restaurado, puesto en escena?

¿Cómo reencontrar lo que era chato, banal, cotidiano, lo que era ordinario, lo que ocurria todos los días?

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GEORGES PEREC

Hemos recorrido decenas y decenas de pasillos, visitado decenas y decenas de salas, piezas de todas dimensiones, corredores, oficinas, habitaciones, bodegas, baños, cuchitriles, depósitos, y cada vez preguntándonos, intentando representamos lo que allí pasaba, Ca qué se parecía, quién venía, y por qué, quién recoma los pasillos, quién subía esas escaleras, quién esperaba sobre esos bancos, cómo transcuman esas horas yesos días cómo hacía toda esa gente para alimentarse, iavarse , acostarse, vestirse?

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EUIS ISlANO

No tiene sentido querer hacer hablar a esas imágenes, forzarlas a decir aquello que no sabrían decir. Al principio, sólo se puede intentar nombrar las cosas, una a una, chatamente, enumerarlas, numerarlas,

de la manera más banal posible, de la manera más precisa

posible, tratando de no olvidar nada.

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GEORGES PEREC

por ejemplo: dos grandes lavabos de loza blanca, uno de ellos provisto de una escurridera manual cuatro sillas dos tablas de planchar reposando sobre largos pies de hierro calado, uno de base rectangular, otro de base oval; una sostiene una plancha eléctrica; la otra, recubierta de un espeso tejido blanquecino, está provista de un resto de paño rayado, análogo a la tela de un colchón; tres máquinas de coser, dos de las cuales están todavía equipadas con sus cabezales, una Singer y una White Rotary; y, a los dos tercios de la altura, dos largas tablas atornilladas en los mosaicos de las paredes, que todavía mantienen recuerdos de cuerdas de tender ropa.

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es lo que se ve hoy y sólo sabemos que no era así a principios de siglo pero es aquello que nos es dado ver y es sólo aquello que podemos mostrar

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GEOOGES PEOEe

nada se asemeja más a un lugar abandonado que otro lugar abandonado podría tratarse de cualquier hangar cualquier fábrica desafectada cualquier depósito desierto carcomido por la humedad y el óxido, docks desmoronados, fábricas donde, desde hace mucho tiempo, no se fabrica más nada, cocheras abandonadas, depósitos olvidados invadidos por la hierba mala

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ElllS ISlAND

pero es allí, a algunas brazadas de Nueva York, muy cerca de la vida prometida era la Golden Door, la Puerta de Oro era allí, muy cerca, casi al alcance de la mano, la América mil veces soñada, la tierra de libertad donde todos los hombres eran iguales, e! país donde todos tendrían finalmente su oportunidad, e! mundo nuevo, e! mundo libre donde una vida nueva iba a poder comenzar pero no era todavía América:

sólo una prolongación de! barco, un despojo de la vieja Europa donde nada estaba aún adquirido, donde aquellos que habían partido no habían llegado todavía, o aquellos que habían dejado todo todavía no habían obtenido nada

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G EORGES

PEREC

y donde lo único que había por hacer era esperar,

confiando en que no habría inconvenientes, que nadie robaría tus equipajes o tu dinero, que todos tus papeles estarían en regla, que los médicos no te demorarían, que las familias no serían separadas, que alguien te vendría a buscar.

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la leyenda de! Golem cuenta que basta con escribir una palabra, Emelh, sobre la frente de la estatua de arcilla para que cobre vida y obedezca, y con borrar una lerra, la primera, para que se convierta en polvo también en Ellis Island e! destino tenía la figura de un alfabeto. Oficiales de saníaad examinaban rápidamente a los recién llegados y escribían con tiza sobre los hombros de aquellos que consideraban sospechosos una letra que designaba la enfermedad o discapacidad que pensaban haber detectado:

c:

tuberculosis E: los ojos F: e! rostro H: e! corazón K: hernia L: cojera 5 sc: e! cuero cabelludo TC: ttacoma X: debilidad mental

5

En el original francés: daudualion, también traducible por "claudicación". (N. del

n

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GEORGES PEREe

los individuos marcados eran sometidos a exámenes mucho más minuciosos. Eran demorados sobre la isla varias horas, varios días o varias semanas, y a veces devueltos una vez más, el guía cuenta la llegada de los emigrantes, la subida por las escaleras, las visitas médicas, la inspección de los ojos, las letras con tiza sobre el hombro de los supuestos enfermos, la espera interminable, las 29 preguntas hechas a toda velocidad habla caminando de un lado a otro y los visitantes lo siguen con la mirada esas historias las conocían desde siempre sabían que Irving Berlin se llamaba Isidoro Baline al llegar a Ellis Island, y que Samuel Goldwyn pasó por Ellis Island, y Ernma Goldman, y Ben Shahn, y que La Guardia fue allí intérprete

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ElUS ISlAND

conoáan la historia de Sdum vergessen y aquella de los tres hennanos que fueron respectivamente llamados Appletree, Applebaum y Appleberg no vinieron para aprender sino para reencontrar algo, compartir algo que les pertenece, una huella imborrable de su historia algo que fonna parte de su memoria común y que labró profundamente la conciencia que tienen de ser americanos

el resto, sólo podemos tratar de imaginarlo, deducirlo de lo que queda, de lo que ha sido conservado, de lo que ha sido preservado de la destrucción y del olvido y podemos preguntarnos fmalmente qué significó

este lugar para todos aquellos que pasaron por él.

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GEORGES PEREC

¡qué suma de esperanzas, de esperas, de riesgos, de entusiasmos, de energías que se habían juntado! no decir únicamente: dieciséis millones de emigrantes pasaron en treinta años por Ellis Island sino intentar representarse

lo que fueron esas dieciséis millones de historias individuales, esas dieciséis millones de historias idénticas y diferentes de esos hombres, de esas mujeres y de esos niños expulsados de su tierra natal por el hambre o la miseria, la opresión política, racial o religiosa, y dejando todo, su pueblo, su familia, sus amigos, demorando meses y años para reunir el dinero necesario para el viaje, y encontrarse aquí, en una sala amplia, tan amplia que nunca hubieran osado imaginar que pudiera existir un sitio tan grande, agrupados en filas de cuatro, esperando su turno.

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no se trata de apiadarse, sino de comprender cuatro emigrantes sobre cinco sólo pasaron en Ellis ¡sland algunas horas sólo se trataba de una formalidad anodina, el tiempo de transformar al emigrante en inmigrante, aquel que había partido en aquel que había llegado, pero para cada uno de esos que desfilaban ante los doctores y los oficiales, lo que estaba en juego era vital: habían renunciado a su pasado y a su historia, habían abandonado todo para intentar venir a vivir aquí una vida que no les habían dado el derecho a vivir en su país natal y se encontraron frente a lo inexorable

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lo que vemos hoyes una acumulación irúorme, vestigio de transformaciones, de demoliciones, de restauraciones sucesivas

acumulaciones heteróclitas, pilas de rejas, fragmentos de andamios, montones de viejos proyectores mesas, escritorios, armarios y carpetas oxidadas, pedazos de madera, bancos, cualquier cosa: una gran cacerola, un embudo, una bomba contra incendios, una cafetera, una máquina de calcular, un ventilador, tarros, bandejas de

Je!f-.servia, tubos, una carreta, formularios, un libro de cánticos, cubiletes de cartón, una especie de juego de la oca

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EUIS ISLANO

no sólo es el tiempo el que causó estragos en Ellis Island, ni la humedad, ni la sal, sino los saqueos: durante casi veinte años, el islote, abandonado, apenas vigilado, fue sistemáticamente desvalijado por revendedores de chatarra que venían a buscar materiales cada año más apreciados: el cobre de la grifería, el latón de las manijas de las puertas, el zinc de los techos, el plomo de las cañerías, el hierro fOIjado de las escaleras, el bronce de lámparas y arañas,

todo lo que podían cargar sobre sus embarcaciones,

dejando pudrirse los muebles, pilas de colchones y sornmiers oxidados, montones de almohadas reventadas

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GEORGES PEREC

¿por qué contamos estas historias? ¿qué hemos venido a buscar aquí? ¿qué hemos venido a preguntarnos? lejos de nosotros en el tiempo y en el espacio, este lugar forma para nosotros parte de una memoria potencial, de una autobiografía probable. nuestros padres o nuestros abuelos podrían haber estado aquí el azar, casi siempre, hizo que se quedaran o no en Polonia, o se detuvieran en el camino en Alemania, en Austria, en Inglaterra o en Francia.

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ELLIS ISLAND

este destino común no ha tomado para cada uno de nosotros la misma figura: lo que yo, Georges Perec, he venido a preguntarme aquí es la errancia, la dispersión, la diáspora. Ellis Island es para mí el lugar mismo del exilio, es decir,

el lugar de la ausencia de lugar, el no·lugar, el ninguna parte. es en este sentido que las imágenes me conciernen, me fascinan, me implican,

como si la búsqueda de mi identidad pasara por la apropiación de este lugar-depósito donde funcionarios fatigados bautizaban americanos a granel.

lo que para mí se encuentra aquí no son referencias, raíces o huellas,

sino lo contrario: algo informe, en el límite de lo decible, algo que puedo llamar cierre, o escisión, o corte,

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GEORGES PEREe

y que está para !TÚ muy íntimamente y muy confusamente ligado al hecho mismo de ser judío

no sé con precisión qué significa ser judío qué me hace ser sólo judío es una evidencia, si se quiere, pero una evidencia mediocre, que no me ata a nada;

no es un signo de pertenencia, no está ligado a una creencia, a una religión, a una práctica, a un folklore, a un idioma; sería más bien un silencio, una ausencia,

una pregunta, una puesta en duda, una fluctuación, una preocupación: una certeza mquleta,

detrás de la cual se perfila otra certeza, abstracta, pesada, insoportable: la de haber sido designado como judío, y porque judío víctima, y de no deberle la vida más que al azar y al exilio

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ElllS IStAND

podría haber nacido, como primos cercanos o lejanos, en Haifa, en Baltimore, en Vancouver podría haber sido argentino, australiano, inglés o sueco

pero en el abanico más o menos ilimitado de esos posibles, una sola cosa me estaba precisamente prohibida: nacer en el país de mis ancestros, en Lubartow o en Varsovia, y crecer en la continuidad de nna tradición, de una lengua, de una comunidad. De alguna manera, soy extranjero con respecto a algo de nú mismo; de alguna manera, soy "diferente",

pero no diferente de los otros, diferente de los

u IIÚOS ":

no hablo la lengua que hablaban mis padres, . no comparto ningún recuerdo que hubieran podido tener, algo de ellos que hiciera que fuesen ellos, su historia, su cultura, su esperanza, no me fueron transmitidas.

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GEORGES PEREC

No tengo la sensación de haber olvidado, sino de no haber podido aprender nunca; y es en este punto que mi enfoque es diferente de! de Robert Bober: ser judío, según él, es continuar la inserción en una tradición, una lengua, una cultura,

una comunidad, que ni los siglos de la diáspora ni e! genocidio sistemático de la "solución final" lograron aniquilar defInitivamente. ser judío, según él, es haber recibido, para transmitirlo a su vez,

todo un conjunto de hábitos, de maneras de comer,

de bailar, de cantar, palabras, gustos, costumbres,

y es sobre todo tener la sensación de compartir esos gestos yesos ritos con otros, más allá de las fronteras y de las nacionalidades, compartir cosas hechas raíces, sabiendo a cada instante que son a la vez frágiles y esenciales, amenazadas por e! tiempo y por los hombres:

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ELUS ISLAND

fragmentos de olvido y de memoria, gestos que reencontramos sin haberlos aprendido nunca, palabras que vuelven, recuerdos de cunas, fotografias preciosamente conservadas: signos de pertenencia sobre los que se funda su anclaje en la Historia, sobre los que se forja su identidad, es decir, aquello que hace que él sea único y a la vez idéntico al otro.

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Es esta permanencia de su historia, su resistencia, su tenacidad, su perennidad, aquello que Robert Bober ha venido a experimentar en Ellis Island, y a reencontrar, bajo las huellas dejadas por aquellos que pasaron por aquí, bajo los testimonios que vendríamos a recoger, la imagen del abuelo de su madre, que dejó en 1900 su pueblo de Polonia para ir a América, pero se contagió tracoma durante la travesía y fue rechazado.

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Quizá los judíos, pueblo sin tierra, desde casi siempre destinados al éxodo, a la supervivencia en medio de culturas diferentes a la suya, hayan sido más sensibles que otros a lo que estaba, para ellos, en juego aquí,

pero Ellis Island no es un lugar reservado para judíos pertenece a todos aquellos a quienes la intolerancia y la miseria echaron y echan aún de la tierra en la que crecieron

en el momento en que los Boa! People siguen yendo de isla en isla en búsqueda de refugios más y más improbables, podría parecer irrisorio, fútil, o sentimentalmente complaciente querer una vez más evocar esas historias ya antigu.as

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pero hemos tenido, al hacerlo, la certeza de haber hecho resonar las dos palabras que estuvieron en el corazón tnismo de esta larga aventura; do; palabras no identificables, inestables y huidizas, que transtniten sin cesar sus luces trémulas: la crrancia y la esperanza.

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Cuando, a los dieci.Jiis añar, el joven Kml R/lJJ111Il1ln miró en el puerto de NI!W York sobre el barro ya más knto, la estatua de la Libertad, a la que observaba desde hada tiempo, k apareció en un sobresalto de LUlo Fue C01TW si el brazo que blandía la espada se hubiera elevtuio instantáneamente, y el aire libre soplara alrededor de ese gran cuerpo. Franz Kalka América

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ser emigrante era tal vez precisamente eso: ver una espada allí donde el escultor creyó, con total buena fe, poner una antorcha y no haberse equivocado por completo. sobre el zócalo de la estatua de la Libertad se grabaron los célebres versos de Ernma Lazarus:

denme a los que eJtán CI11l.Jadas, a los que Jon pobreJ, vuestras maJIlJ JedienlaJ de aire puro, los deJperdicioJ muerabieJ de vuestras tierras JUperpob!adaJ enuÍrome

a eJas apátridas .racudidoJ por la tormenta elevo mi ~;/orcha cerca de la Puerta de Oro Pero, simultáneamente, toda una serie

de leyes fue promulgada para controlar y, un poco más tarde, contener el influjo de emigrantes

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a lo largo de los años, las condiciones de admisión se endurecieron más y más, y poco a poco se cerraron las puertas de esta América fabulosa, de este El Dorado de los tiempos modernos donde, como se cuenta a los niños de Europa, las calles estaban pavimentadas con oro, y donde la tierra era tan vasta y generosa que todos podían encontrar su lugar

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cuatro millones de inmigrantes vinieron de Irlanda cuatrocientos mil inmigrantes vinieron de Turquía y de Armenia cinco millones de inmigrantes vinieron de Sicilia y de Italia seis millones de inmigrantes vinieron de Alemania cuatrocientos mil inmigrantes vinieron de Austria y de Hungría

seiscientos mil inmigrantes vinieron de Grecia seiscientos mil inmigrantes vinieron de Bohemia y de Mora\~a tres millones quinientos mil inmigrantes vinieron

de Rusia y de Ucrania un millón de inmigrantes vinieron de Suecia trescientos mil inmigrantes vinieron de Rumania y de Bulgdria

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los inmigrantes que desembarcaron por primera vez en Battery Park no tardaron en percibir que lo que les habían contado sobre la maravillosa América no era del todo exacto: tal vez la tierra pertenecía a todos, pero aquellos que habían llegado primero estaban ya servidos, y no podían evitar, amontonarse de a diez en los tugurios sin ventanas del Lower East Side y trabajar quince horas por día. Los pavos no caían rostisados en los platos y las calles de New York no estaban pavimentadas con oro. En realidad, la mayoria ni siqUiera estaba pavimentada. Y comprendían entonces que se los había hecho venir para que ellos las pavimentaran. Y para cavar los túneles y los canales, construir las rutas, los puentes, las grandes represas, las vías del tren, limpiar los bosques, explotar las minas y las canteras, fabricar los automóviles y los cigarros, las carabinas y los trajes, los zapatos, las gomas de mascar, el corned-beefy los jabones, y construir rascacielos aun más altos que aquellos que habían descubierto al llegar.

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En la misma colección o Cartas a mi madre Jean Coeteau

o Sobre la lectura Mareel Proust Q

Memorias de un loco

Gustave Flaubert Q

Los construdores de imperios

o el Schmürz Boris Vian

Se terminó de imprimir en el mes de marzo de 2005 en los Talleres Gráficos Nuevo Offset Viel 1444, Capital Federal

"L

o que yo, Georges Perec, he venido a preguntarme aquí es lo errante, lo disperso, la diáspora. Ellis Island es para mí el lugar mismo del exilio, es decir, el lugar de la ausencia de lugar, el no-lugar, el ninguna parte." Estas páginas contienen la reconstrucción del fantasma de una pequeña isla escondida en la larga historia de la inmigración europea en los Estados Unidos. Perec deshilvana en su poesía, con precisión de mago, las esperanzas y los desengaños de quienes viajaban a América en búsqueda de aquellas calles pavimentadas de oro. Georges Perec nació en París en 1936, en el seno de una numerosa familia judía de origen polaco. Tuvo una infancia profundamente signada por la guerra y por la ocupación nazi de Francia: su padre murió en el frente; su madre, en un campo de concentración. Frente a una realidad agobiante y precaria, Perec desarrolló un estilo caracterizado por la innovación, la experimentación y la creación de mundos más amables y libres. Falleció en 1982.

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