Gonzalo Arango por Eduardo Escobar, 1989

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1. G. Arango

GONZALO ARANGO por

EDUARDO ESCOBAR

CLÁSICOS COLOMBIANOS

GONZALO ARANGO por EDUARDO ESCOBAR

ESCOBAR, Eduardo Gonzalo Arango./ Eduardo Escobar. Bogotá: Procultura. 1989 164., il., 19cm.- (Colección clásicos colombianos. N° 7) Contiene: Biografía, Juicios Críticos, Antología, Bibliografía y Tablas Cronológicas. ISBN: 958-9043-66-6 ISBN: 958-9043-59-3 Obra Completa 1. LITERATURA COLOMBIANA 2. CRÍTICA LITERARIA 3. ARANGO, GONZALO, CRÍTICA E INTERPRETACIÓN I. Título.

© PROCULTURA © Eduardo Escobar, 1989. Digitalizado por EdicionesEdward, 2017. Diseño de portada: Proyectos Audiovisuales. Editado por PROCULTURA S.A., Avenida 25 C N° 3-97, A.A. 044700, Bogotá, con la colaboración del Instituto Colombiano de Cultura, COLCULTURA. Impreso en Editorial Nomos, Bogotá, 1989.

Gonzalo Arango

CONTENIDO Nadaísmo....................................................................................................1 Boceto biográfico .......................................................................................3 Acerca de la obra de gonzaloarango ........................................................18 Evocaciones y criterios ............................................................................24 Antología..................................................................................................41 Sonata metafísica para que bailen los muertos .....................................41 Los nadaístas .........................................................................................45 Poema para mi sobrenada......................................................................48 Tu ombligo capital del mundo ..............................................................49 Poema Tristísimo...................................................................................52 Adiós al Nadaísmo ................................................................................52 César o Divinidad..................................................................................53 Pic nic al más allá..................................................................................56 Una mano...............................................................................................58 Gringo....................................................................................................58 Kinakoto ................................................................................................58 Génesis ..................................................................................................59 Oración ..................................................................................................59 Memorias de un presidiario nadaísta ....................................................60 Planas, Crimen sin castigo ....................................................................69 Soledad Bajo el Sol ...............................................................................85 Bibliografía de Gonzalo Arango..............................................................95 Bibliografía sobre Gonzalo Arango .........................................................97 Guía de cuestiones....................................................................................99 Cronología..............................................................................................101

NADAÍSMO

Nació en 1958 en Medellín con el lanzamiento del Manifiesto Nadaísta por Gonzalo Arango. Significaba una revolución en la forma y el contenido del orden espiritual imperante en Colombia. Tenían un extenso programa de subversión cultural (estético, social, religioso), que apoyándose en la duda y en elementos no racionales y teniendo como arma la negación y la irreverencia, el desvertebramiento de la prosa y el inconformismo continuo buscaban el cuestionamiento de la sociedad colombiana. La aspiración del nadaísmo era desacreditar el orden instaurado en aquella época. El nadaísmo nacía de una sociedad que si no había muerto “apestaba”, apestaba a cucharadas sudadas a regimiento, a sotanas sacrílegas, a maquinaciones políticas, a literatura rosa. Este movimiento era el resultado de un cambio de ritmo histórico y violento que desquició las estructuras de la sociedad y los valores espirituales del hombre colombiano. Para la juventud era un estado esquizofrénico —consciente contra los estados pasivos del espíritu y de nuestra cultura. Era una juventud atolondrada ante el mundo de horror de la era espacial en la que habían nacido y a la que no se habían acostumbrado. Declaraban no estar al servicio de ningún partido político nacional o internacional, lo que no los excluía de la posibilidad del deber intelectual al servicio de una causa que beneficiara la paz, el progreso de la humanidad, la libertad del arte y del pensamiento en todas sus 1

manifestaciones. Defendían como razón de ser todos los movimientos literarios y artísticos de vanguardia de América Latina y Colombia. Pensaban crear la revista Nada, que luego fue Nadaísmo 70, con ocho números de 1970-1971. Esta surgió bajo la consigna —locura, viscosidad, revolución, desorden, belleza nueva y verdad desvestida. En esta revista tuvieron cabida todos los representantes del grupo influidos un poco por el surrealismo, el existencialismo francés y de la beat generation norteamericana. Algunos de ellos se han definido como un estado revolucionario del espíritu que excede toda clase de previsiones y posibilidades, o como una aventura al servicio de lo maravilloso.

Manifiestos: 1958 1959 1959 1960 1960 1961 1962 1963 1963 1964 1965 1966 1967 1968 1968 1971 1978

Primer Manifiesto Nadaísta Los Camisas Rojas Primer Manifiesto Vallecaucano Mensaje bisiesto a los intelectuales colombianos Exposición radiantiva de la poesía Nadaísta Manifiesto a los escribanos católicos Mensaje a los académicos de la lengua Las promesas de Prometeo Dignidad y desamparo del arte El sermón atómico Manifiesto Nadaísta al Homo Sapiens Manifiesto Poético Terrible 13 manifiesto Nadaísta El Nadaísmo y las fuerzas desarmadas El Nadaísmo informa El Nadaísmo con Fidel Al sacerdote poeta Ernesto Cardenal

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BOCETO BIOGRÁFICO

Hasta que comienza a firmarse gonzaloarango y se encuentra con Amílcar en La Bastilla, que es un café de Medellín. Cuando el joven Gonzalo Arango Arias abandonó la universidad para entregarse a la literatura, se retiró a una finquita de unos parientes suyos, acompañado por un perro viejo y una calavera, robada en el cementerio de San Pedro de Medellín, que le recordara sus ensueños de gloria. Solamente comían naranjas, me contaba, él y el perro porque la otra ya había comido; don Paco Arango, su padre, fue a visitarlo, preocupado. Y no le gustó ni cinco lo que vio: el joven poeta macilento y amarillo, el amasijo de huesos ácidos amargamente despelambrado, se entregaba a escribir una novela. El título decía todo. Se llamaba Después del hombre. En esos pueblos necesitados de Antioquia entonces, parroquias mineras agotadas, pedreros de ilusiones, cafetales, y entre esas gentes cerreras y desconfiadas, breñosas y prácticas, un escritor era un bicho de lo más raro, una pérdida de tiempo. Don Paco que era como todos los pacos de esos pueblos, cándido, crédulo, sensato y obvio, le rogó compungidamente que se dejara de pendejadas, que volviera a la universidad más bien, que terminara el derecho. Gonzalo permaneció inflexible. Tenía que terminar de escribir esa novela antes de pensar en otra cosa. Mi vida está puesta ahora en la literatura, papá, no hay nada que hacer, le dijo. Don Paco resignado le contestó: Bueno mijo, entonces siga escribiendo si quiere; solamente le voy a pedir una cosa: que sea siempre un hombre bueno. No conocí a don Paco pero me lo imagino, trabajador y piadoso. La anécdota lo pinta de alma entera. De Gonzalo puedo decir que no es fácil 3

hallar en este mundo cuadrado personas desplegadas como él, sin pliegues. Siempre intentó ser fiel al ruego de su padre. Es difícil aceptar que los amigos se mueren y que pasarán estas montañas; no me acostumbro a pensar que es ahora un puñado de cosas inertes, azufre y cal, el polvo que levantan los veranos. Nunca podré convertirlo en potasio literario. Para mí es irremediablemente más que una ficha bibliográfica, que una mosca en la sopa de letras, que un poeta fichado y alfabéticamente muerto. También es el soplo de la presencia arrebatada de mi lado por la irresponsabilidad de los dioses, la gracia de un amigo sobre esta tierra ametrallada de odios, con quien compartimos el privilegio de un instante dorado que pasó, no, que permanece en el tiempo de la memoria por el milagro del amor. La palabra inventada por Gonzalo y que nosotros también convertiríamos en nuestro santo y seña, nadaísmo, no es apenas una simple aventura literaria en la cual comprometimos el alma hasta el último hueso, sino el negocio afortunado y azaroso en el que invertimos la moneda de oro de la vida. No me costará esfuerzo ser imparcial. El amor nos permitirá ser desapasionados. El proyecto es el de una realidad separada, preparada, contra los trazos marchitos de la costumbre, la blanda cortesía del acomodamiento, el código del reloj geométrico y productivo que nos vampiriza, el sopor mecánico de las esponjosas apariencias rutinarias donde estamos atrapados como moscas hasta que se produce la revelación de la poesía de lo maravilloso cotidiano. La biografía de un artista, la más exhaustiva como el menor boceto, toda imagen provisional de él, debería reflejar el desarrollo de la construcción singular, la generación y la parábola de este ambiente mejorado. El artista es el hombre, el alma y el sentido drásticamente impuestos a la naturaleza. El nadaísmo fue para Gonzalo Arango el espacio inventado, suficiente y gastado, de la brega por conquistarse contra las sucesivas ilusiones de sí mismo. Su obra es el hombre que consiguió hacerse. La algarabía, el manifiesto porfiado de la propia presencia, la afirmación desvergonzada que no tiene miedo de equivocarse mientras arde, el hervidero de volubilidades son las quimeras de camino de uno que se persiguió 4

encarnizadamente. “Ser cada día diferente es la manera de ser fiel a sí mismo.” (Adangelios, Bogotá, Editorial Montaña Mágica). Que recoge el eco de su brujo mentor, Fernando González: “El hombre que no se contradice es porque está muerto”. Los amigos de Gonzalo Arango fuimos testigos próximos y atónitos de las trágicas erosiones de sus entusiasmos, el desmoronamiento de los galopes en la sima, del recambio de piel de cada año; inexplicablemente para nosotros, a veces una simple palabra recogida del aire, la charla ocasional de un panadero, un verso o el encuentro con una mujer lo revolcaba todo en él... y simplemente cambiaba de dirección y de vida, como si la rebelión y el asco contra el estado de cosas por la utopía de sí mismo, comprendiera la ciega confianza también, la sumisión a los guiños de la realidad que nos atrae a la secreta vocación. El propósito está impreso detrás del caleidoscópico fluir de las tentaciones y los augurios que hay que saber leer, seguir... o preceder como a las cruces. Cada día es una alucinación nueva. Todo mañana utopía. Cada instante la entrada en una isla sagrada que tampoco existe. Ninguna dura. Porque el ser es la búsqueda. De encantamiento en desencanto de sirenas. Un día me dijo frente a un cementerio: La muerte no existe. ¡El colmo de las ganas de inventarse! Los que se sienten encarnados en un destino parecen desvalidos y sombríos, pero son contagiosos e impregnantes. Y tienen un intenso poder para alterar la vida de aquéllos que se les acercan atraídos por el tormento del sediento. Gonzalo Arango suscitaba desde la universidad adhesiones apasionadas y mezquinos rencores, celos y entusiasmo. Por su parte sabe distinguir a sus amigos y buscar a sus enemigos donde los necesitaran sus incendios justicieros. El Profeta, se hizo llamar. No era una broma nadaísta. Se sentía sembrado en el poder de la misión. El nadaísmo era una técnica también, para la percepción de lo maravilloso cotidiano. El hábito exaltado. No tenemos sentido. La maguería era darnos sentido y sacarle el jugo a las incertidumbres. “Son de Medellín, más de cuatro, pero sólo sobresalen cuatro por ahora. gonzaloarango, agitador principal del movimiento y el mayor del grupo 5

(26 años) que escribe su nombre y apellido en una sola palabra y con minúscula, y Amíncar (sic), Guillermo y Alberto, que no usan apellido. Se llaman nadaístas porque no creen en la nada y porque todo les importa nada, excepto la poesía. Son poetas, al menos de confesión y están escribiendo su poesía. Todavía no tienen una definición completa de doctrina, la están elaborando y se encuentran en vías de publicar el consabido manifiesto, inédito aún por falta de plata, según ellos dicen”. Con notas como ésta aparecida en Cromos el 28 de julio de 1958 (ilustrada con fotos de Alberto Escobar, Guillermo Trujillo, Amílcar Osorio y Gonzalo), comenzó a irradiarse el nadaísmo en Colombia, eso que nadie supo lo que fue, si un cuerpo de ideas, un brote de locura, la poesía nueva, un fenómeno sociológico de la miseria o un perfume en una fábrica de martillos. Gonzalo Arango había nacido en Andes, Antioquia, en 1931, en una de esas familias antioqueñas como dicen allá, de blancos pero honrados y honrados pero pobres, su padre era el telegrafista del pueblo, se llamaba Francisco y le decían Paco, y la madre, doña Magdalena Arias se encargaba de las labores de la casa que es como llaman en Antioquia el claro oficio de dar a luz y criar a los hijos. Trece tuvo doña Magdalena. Gonzalo el menor. Una misionera seglar, no faltan las gentes de iglesia entre estas castas, un contabilista, siempre alguno ha de entender de números en estas familias incontables, uno que hacía política en el Chocó, un comerciante en Buga, algunas señoras de costura y chocolate... los Arango también tuvieron su loquito —o así lo veían ellos— la ñaña, que se metió a poeta... Las ovejas negras (o poéticas) de estas aristocracias de la paciencia comienzan por ser promesas de la estirpe, el pichón de cura que llegará a obispo o el cachorro de abogado que ascenderá a intrigante. Gonzalo fue el cachorro hasta cuando abandonó el derecho —por una siniestra inclinación a torcerlo todo, confesó más tarde, y fascinado por los entierros ralos y dignos de los pobres que subían al cementerio de San Lorenzo que era en Medellín el enterradero de la anónima mayoría, los de ruana, detrás de cuyos féretros se iba, atisbando, como hubiera dicho Fernando González, las agonías. Se empuerca cada vez más en la brega política municipal. Debe esconderse como un criminal. Pierde su juventud, piensa 6

en casa consternado. Y de ñapa, les funda el nadaísmo (era como para que perdiera del todo las esperanzas doña Magdalena) y en Medellín, para ajustar, la Ciudad Pacata de Colombia, Eterna Primavera de la Hipocresía, la Asustadiza y Cruel y Vengativa y Corrompida y Rezandera, Roma de las Rifas y las Trampas, regida hasta hoy por los enredijos de rata del tanto por ciento y el cuánto me debés. (Cómo la queremos.) Por una diabólica simplificación los antioqueños confunden el misterio de un destino con la ramplonería del oficio, la vivencia con la supervivencia, un lugar en este mundo con una casilla en la nómina; la meta es acomodarse y la virtud medrar. Eldorado del paisa es culminar una carrera o alcanzar el éxito —que para ellos es el triunfo en los tejemanejes del trueque, la compraventa y el contrabando. Esto angustia, es tétrico e insalubre para crecer, afea y ennegrece la juventud y el aprendizaje de la aritmética, ciencia esencial entre tenderos, reino de la bárbara sensualidad, entendedor del mundo como acumulación y ruido, acción y excremento. En Andes Gonzalo se destaca entre sus condiscípulos por su dedicación, en la universidad también se gana los premios al mejor lector de la biblioteca, brilla su charla, atrae y gusta. Pero el estudio sigue siendo lo único que importa, después de Dios y la Patria, y como éstos, se soporta sin chistar, hay que tomarlo en serio. Somos conscientes de la responsabilidad de amoldarse y de ser eficientes cumplidores. Hasta cuando finalmente muchos libros comienzan a minar el rendimiento académico y nos damos cuenta de que vivimos la muerte disimulada por los espejos, el paisaje del pasado de repostería, las promesas del paraíso final..., si aguantamos, y comprendemos que la mítica arcadia antioqueña de todo el maíz y Gregorio Gutiérrez González, el heroísmo de la raza jamás existieron o existen solamente para justificar vergüenzas, encubrir injusticias añosas, callar solapadas violencias eternas. Dios no existía. El cielo está vacío. O en todo caso nuestro Dios no podía ser el mismo que alumbraba la poca caridad de los desequilibrios. A los fusilados se los tragaba la noche, los ríos borrachos, para que no estorbaran de día sobre la tierra. Y los contaban las campanas sin nombrarlos. Eso decían las sombras. Los silencios. Y los cuentos de las viejas sirvientas venidas del 7

campo. A veces el busto del Indio Uribe del patio del Liceo amanece abatido por las hordas. Qué significa eso. Uno no puede hacer nada. Uno asiste a la escuela. Canta los himnos consabidos. E iza la bandera los sábados (si le va bien). Uno vagabundea por la plaza como una hoja desprendida del árbol, va a la iglesia, es irreal, se santifica, peca, duda, obedece, crece, no sabe si es bastante bueno y, sobre todo se aburre como una piedra sobre una mesa, cuando no está temblando... El río nos lavaba la mugre racional, la costra de deberes del catecismo, la oratoria de aludes de azufres dominicales consagrados. La libertad abierta del campo, los vientos aromados, nos amparan momentáneamente de la norma mortal. Nos devolvían el paraíso de la inocencia perdida en el juego de las negras obligaciones. Así aprendimos a sentir la vida intelectual como padecimiento. La reflexión singular acerca del mundo como rebeldía. La sensación limpia del cuerpo como pecado. Las aspiraciones al ser como orgullo. En el callejón sin salida, el problema era cómo convertir el sentimiento de pecado en inocencia... Para Gonzalo Arango, arrancado de la naturaleza, de su pueblo en el campo, el arte realiza la única libertad posible. Es su nostalgia de la desnudez antigua: “helechos con olor a leche / leche con olor a madre... y el amor como una puerta que abre la casa del alma.” (Fuego en el altar, Plaza y Janés.) La naturaleza contra el arte, la naturalidad frente a la disciplina moral, el amor por la madre, el regreso al útero de Dios, a veces se sublima en manifiesto de lo primitivo: “Éramos reyes y nos volvieron esclavos / Éramos hijos del sol y nos consolaron con medallas de lata / Éramos poetas y nos pusieron a recitar oraciones pordioseras / Éramos felices y nos civilizaron / ¿Quién refrescará la memoria de la tribu? / ¿Quién revivirá nuestros dioses?/ Que la salvaje esperanza siempre sea tuya, querida alma inamansable”. Éramos más o menos conscientes de que vivíamos una cultura de la muerte, el aburrimiento de los cadáveres amojonados. Los horribles cuentos del folclor europeo que arrullaban los insomnios de la primera infancia con malignidades, regalos envenenados, manzanas de doble filo y criminales abandonos, y las otras narraciones densas de nuestro folclor 8

de monstruosidades, crueles descuartizamientos, cortesdefranela, antropófagas matanzas sacrílegas y grises vilezas corroboraban la opacidad del sentimiento. Contra esta desesperanzadora negación de la felicidad de la carne, contra esta civilización que se horroriza ante el amor, surgió el nadaísmo con el poder de la juventud de acero del león y la alegre voluntad de encantar la realidad, con ensalmos poéticos la norma letal desangrante, el degradante sonambulismo vacío de fantasmas del orden establecido. Fernando González nos decía: —Nacen para estudiar, estudian para conseguir trabajo, trabajan para casarse, se casan para tener hijos y tienen hijos para morirse. Están muertos desde el principio. El nadaísta tenía que ser la otracosa-nocosa, aunque fuera un fracaso florido de hombre pero no la turbia expectativa del cadáver con los pasos contados en la estadística, que se las tira de vivo en el circo del respeto humano. La obra y la vida de gonzaloarango y del Gonzalo Arango de después, están desgarradas por la nostalgia del Gonzalo Arango de antes, de la libertad del río materno de la adolescencia andina. El espléndido poeta urbano de los albores románticos del nadaísmo no nos engaña: su goce de la ciudad es el padecimiento, la acepta y cansa... pero el sentimiento está en la añoranza de las piedras del río del salvaje sentir, la entrega a la pureza solar sin la elaborada malicia del pensamiento, que purifica los pecados lunares y nocturnos del egoísmo lunar y la razón. “Sería tan feliz allá, tan aterradoramente feliz, pero al precio de mi alma. Desgraciadamente carezco de la hermosa virtud de preferir la felicidad al sufrimiento creador. En fin, soy así y me rindo a la fatalidad irremediable de no poderme soportar sin sentirme padecer en los infiernos del arte” (Cromos, agosto de 1969). —Y no traigas libros—, me advertía cuando me invitaba a que rodáramos los ríos negros de las selvas húmedas llenas de loros dadaístas, a las islas salvajes de las místicas fantasías ecuatoriales, a siestear como lagartos o a cazar tesoros en el páramo (demasiado superficiales siempre para las palas de dos poetas tan profundos o al contrario). 9

2. G. Arango

Agricultor de vocación, se declara en uno de sus primeros textos nadaístas. La desgarrada condición es auténtica, no simple mímesis de lecturas necias, sartrismo tropical; arrojado en la ciudad-laberinto, desterrado viajero en las palabras, prisionero de la jaula de conceptos culturales, cultuales, su condición es la del niño-poeta-campesino-con-las-alas-delrío-cortadas, trasplantado a la ruda ciudad competitiva y floreciente, a la cual no conseguirá adaptarse del todo ni puede renunciar a ésta porque lo necesita, porque tiene una misión por cumplir aquí. La palabra que la salvará de sí misma reside en él. Hasta el día de su muerte los edificios de lánguidas culatas, encolmenados de ventanas iguales, le recordarán tumbas ricas y pobres de la misma simétrica muerte rasera y miserable del tener o no tener. El reino del poeta no es lo congelado, es la montaña navegante, cambiante. Teme la ciudad rumbosa, se sumerge en ella rencorosamente, es un extraño allí, pero allá solamente podrá entregar su profecía de dudas y razones, la miel del miedo, el profeta bautizado en el río pueblerino y que intenta regresar a éste por caminos tortuosos, sesgados, haciéndose nadie, nada, ninguno, desolación, (¿Todos somos Ulises? ¿Cada vida es un gran regreso? Algunos de nuestros amigos terminaron ciertamente convertidos en unos cerdos incurables. Otros debieron perder la memoria porque no puedo acordarme de ellos. Algunos se ahogaron en el naufragio de la literatura. Gonzalo no sabía bailar. En cambio nadaba como un pez.) Ve la ciudad, (Fuego en el altar, página 94) como acorralamiento, enervamiento, alienación enfermiza. Es la batalla encarnizada que hay que dar en el aire de armagedón de las imprentas y las disputas, en las plazas patibularias, en el teatro de las prostituciones convenidas... pero todos los años el cuerpo olvidado necesita ser recuperado en el río, extraído de las tortuosas preguntas de tierra firme de la trascendencia, los problemas del arte, las razones de la historia, el espejismo del hombre moderno, la patria de la escritura. A cualquier parte, a cualquier parte, con tal que sea fuera de este mundo, que decía el otro, a las selvas de la locura, a las sierras adustas, al desierto de las iguanas, a los hornos de Puertoberrío, a las bucólicas bahías, a las escarpadas desmesuras antioqueñas llenas de 10

tesoros, al Vaupés de árboles desgarbados y caños míticos con nombres de dioses y diablos, al Amazonas donde dicen que nacen las nubes, a los llanos monótonos como platos vacíos, a las islas donde los mares se muerden la cola, a Villadeleyva. Lejos de los intelectuales, esa peste. Yo soy de otra raza, me escribe un día. Generoso en todo, era también generoso con los dones líricos de la inocencia del río. Regresaba siempre con las maletas llenas de cocos, con jaulas de loros y de micos, hamacas, para sus amigos y para sus amores, trofeos de totumas, corbatas chistosas, tabacos de contrabando, yerbas brujas, ron pirata. Pero no tiene escapatoria. La vida crítica, el compromiso, envenena el ángel contemplativo. La inteligencia atormenta al animal feliz. El desapegado siempre volverá por el oropel de sus sufrimientos. Siente el despojamiento como la deserción del deber superior, ineluctablemente. La felicidad de las islas la contamina el remordimiento de la claudicación. A veces el nudo intenta desatarse. Entonces el poeta siente que poetiza el camino con la presencia, que es él mismo el mensaje y el texto. La escritura está justificada si el poeta es defensor de oficio de la vida, no el ocio de la palabra sino su acción. Y sin embargo, en el mismo Fuego en el altar donde anuncia esta fe consigna: “Apacíguate guerrero / que no tendrás un pensamiento más / ni escribirás una palabra más / ni darás a luz una esperanza nueva / de lo que está prescrito desde siempre en la universal armonía. / Serénate viajero que aunque quieras / no engendrarás un sueño más / ni morirás dos veces” (página 137). Estos últimos textos a fuerza de ser simples pizcas de un estado, representan para mí también la ruptura esperada de Gonzalo Arango con la literatura después de haber hundido el nadaísmo, son el testamento de un estado terminal del espíritu egoísta, adonde había apuntado el pasado en sombras y atisbos. El texto deja de ser según categorías estéticas: poema, sentencia, epigrama son ilusiones diablistas y trampas de retorcida vanidad retórica, transmite sin adornos una telegrafía de urgencia apocalíptica, sin tiempo para los versos adjetivos, o huesos de apariencias: “No estamos aquí de paso / para pisotear las rosas / Ni marchitar su aliento 11

/ de aromas sagrados / con nuestra razonable epilepsia inquisidora / porque la tierra reverdecerá sin nosotros / pero nosotros sin ella / no viviremos un instante” (Providencia). El sexo es otra puerta a la naturalidad salvaje. El deseo pica precozmente. Desgraciadamente el amor como la literatura que es silencio y mensaje, solidaridad y soledad, ruido y sentido, tiene dos caras: la entrega y el sacrificio. O construimos el deseo o nos abandonamos a los objetos de sus ilusiones. El infierno lo venden las prostitutas de la parroquia. Rita Machuca. “Vivía en el Cedrón donde tenía un rancho de paja e iban los andinos a hacer sus primeras armas para la guerra y bajaba todos los domingos ‘a surtir’ y de paso se pegaba unas perras del carajo que paraban con la pobre Rita de culos en la cárcel, y otras veces se les escapaba a los tombos y les gritaba como un ángel exterminador: policías cacorros, coman culo, para coger a la Machuca tienen que comer mucho culo, etc., dicho lo cual se perdía en los platanales, o sea en el agro, como diría el agropecuario Manuel Mejía Nadal. Me acuerdo mucho de la Rita porque todos los chicos del pueblo le hacíamos procesión hasta que los tombos la agarraban de patas y manos, cual larga era, como de dos metros la maldita, de la familia de los sauces llorones o de los ataúdes donde doy la medida de mi muerte. Amén. La Machuca fue el pecado capital de mi infancia y juventud, no porque la haya encamado, si no por lo mismo: porque todo se me fue en paja recordando su culo. Olvidaba decirte que la Rita, cuando bajaba al pueblo, no usaba calzones para hacerla propaganda a su trasero, la muy puta, que lo tenía muy bello, o al menos a mí me parecía el infierno. Como sabes, mi mamá le había dedicado mi castidad a la Santísima Virgen, pero ella se las arreglaba bien con el telegrafista de Andes, o sea con don Paco, mi padre, que le hizo trece de tacada, uno por cuaresma, sin contar los días festivos y las vacaciones de diciembre.” (Gonzalo Arango, Correspondencia Violada, Colcultura, 1980, carta a Jotamario, página 166). Que es como decir el estado espiritual del muchacho antioqueño, allá y entonces, suspendido como cheque sin fondos entre el infierno y el hechizo, el miedo cerrero al pecado y la belleza del placer del condenado. Dragones y ángeles. Monstruos, lo mismo... 12

Mientras tanto, el condenado lee todo lo que es posible leer en Andes, (allá, y en estos tiempos): ripios de Freud, Vargas Vila, el Zaratustra de Nietzsche, Dumas, D’annunzio, Alexis Carrel, Víctor Hugo, la tímida biblioteca de la parroquia, la cándida e insuficiente del colegio que según el informante era una vitrina con doscientos libros, donados por las viudas que no saben qué hacer con los estorbos del doctor. Publica su primer trabajo en el periódico de su amigo —amistad que se prolongará toda la vida— Jaime Jaramillo Escobar, sobre el Quijote. Construye en el solar de su casa un nimia guarida de tablas donde se encierra a leer. La caseta se llama La Isla. La Isla que será en su juventud el nadaísmo. Y en su madurez la utopía de Providencia. Porque ante todo, para hacerse el Otro es necesario permanecer idéntico a sí mismo en el cambio. La violencia encubierta, la falta de oportunidades, la estupidez de las persecuciones políticas que dejan cesante al padre, la necesidad de educar adecuadamente a los hijos, obligan a los Arango a emigrar a Medellín donde Gonzalo Arango terminará el bachillerato en el liceo de la universidad de Antioquia. Allí se hace amigo de Fernando Botero cuya desmesurada ambición paisa de entonces consiste en comprarse algún día una tienda en Sonsón para poder pintar sin preocupaciones, y pierde su virginidad intelectual, según dirá más tarde, con la lectura de un tal Lamartine. Es un chiste. La lectura ocupa cada vez más espacio en su vida. Sin embargo, aún aspira a diplomarse de abogado, y se esfuerza en eso. Más Verlaine, Kafka, Mallarmé, Crimen y Castigo. Aliocha lo deslumbra. Muchos años después firmaría como Aliocha su columna de la revista Cromos. También, se hace bohemia dura. Persiste el anhelo de embrutecerse para olvidar las dudas espinosas de la filosofía, los turbios paraísos artificiales de la cultura. Entre las presiones del arte y el deber y la compulsión de vivir su libertad inútil, siempre... Un grupo de estudiantes, escritores en ciernes algunos, frecuentan su tertulia. Sus profesores lo aprecian y distinguen, alcanza cierta notoriedad en el ámbito universitario. Le gusta impugnar, filosofar, descifrar. Participa activamente en política durante la dictadura del general Rojas Pinilla, hace un programa en la emisora de la universidad y publica en su 13

revista, en los periódicos provinciales, noticias acerca de libros y exposiciones, sobre su amigo Botero y García Márquez y Faulkner, Mahfud Massis, Francoise Sagan, etc. Adhiere al Man, Movimiento Amplio Nacional, es corresponsal del diario oficial en Antioquia, suplente de la Asamblea Nacional Constituyente. Se inscribe en un pomposo sindicato de artistas comprometidos con el dictador, conspira: Los jóvenes escritores del sindicato conformado mayoritariamente por eminentes mamasantos, sonetistas de arriería, narradores de costumbre, fraguadores de castas odas marianas en los suplementos dominicales, aprovechan el puente que se toman en sus fincas las momias clericales para asaltar la mesa directiva: en el peor momento. Las vacas viejas gozan de la indiferencia de sus piscinas campestres por lo que han olido: el general tambalea, el general está por caerse, el general se cae, y hay desbandada general. Gonzalo es el único que se queda cándidamente colgado de la brocha. Y se convierte por empecinamiento en el blanco cordero expiatorio de la jauría frentenacionalista. Sitian su oficina. El joven poeta Alberto Escobar Angel lo alimenta subrepticiamente. Una mañana violan la oficina donde permanece escondido de la recocha democrática y se salva al esconderse en el sanitario de las secretarias. Escapa al Chocó, al Arma, disfruta del exilio selvático en fincas de sus amigos, siestea, vegeta. Pronto el asilo selvático, el feliz ostracismo, la soledad, se llenará de infelicidad. La exaltación de la naturaleza, el ocio gratuito del animal feliz bajo el cielo ciego, se marchitan ante la angustia del futuro, le es obligatorio pensar en lo que hará cuando el extrañamiento agrario se vuelva insostenible. Prueba en Cali. Sobrevive mal. Duerme donde lo coge la noche, en cantinas, plazas, oficinas de amigos, hoteluchos de putería. Se enamora y se desenamora, lee, poesía francesa, los surrealistas, se hastía. Hace vida social también, con los viejos rojistas ricos, arrepentidos y recién lavados, se alimenta de café negro y desesperanza, costumbre a la que se aferra durante la vigilia nadaísta que vendrá después, hasta cuando aparece Angelita para cambiarle drásticamente la dieta recalcitrante con hígados de pollo, té inglés y perversiones vegetarianas como la sopa de habas. En el fondo sabe que no le quedará a la larga otro remedio que regresar a Medellín, y la perspectiva de volver derrotado, vaciado de porvenir le hace retrasar el regreso. Tiene 25 años. Y el 14

deshonor de haber servido a una causa perdida. Reviso su vida y me doy cuenta de que lo apasionan estas causas. Se les apuntaba siempre fatalmente (y además con una fe envidiable), a las candidaturas fracasadas, a los presidentes corroídos por el desprestigio —al cual había contribuido a veces con sus propios ácidos—, a la defensa en fin de los escritores olvidados o repudiados, a los debates sin esperanza de justicia. Terco, agotaba la pólvora sin importarle el costo, hasta exprimirse de argumentos y vaciar los cartuchos. Alma difícil de crucificar. Tozudo, no podía resistir la tentación del aire de los caminos equivocados. ¿Fundar el nadaísmo no es el colmo del amor por los amargos abismos? El primer escándalo famoso de los nadaístas, fue la quema de sus bibliotecas personales en la plazuela de San Ignacio de Medellín. La María, La vorágine, Carrasquilla. Y también la primera novela de Gonzalo Arango, inédita y gastada. La última quema purificadora de archivos, notas, poemas de una vida vieja, fue antes de escribir Providencia. Uno de los primeros textos nadaístas compara al jinete Pablo Alquinta con don Quijote. No es mera gana de joder. Es el deseo de cambiar el tiempo en aventura aunque relinche Rocinante y tengamos que voltear el resto patasarriba hacia una nueva esperanza. Del general Rojas Pinilla le había gustado su proyecto de romper la camisa de fuerza del bipartidismo. Sus enemigos le enrostraron más tarde muchas veces esta folclórica efusión juvenil. Lo cierto es que entonces muchos jóvenes inteligentes habían esperado del general un cambio positivo en las costumbres políticas colombianas. A veces las fuerzas progresistas son secretadas por los partidos reaccionarios. Del partido del general habría de surgir después uno de los grupos guerrilleros más activos de la historia de las guerrillas colombianas. Cuántas veces también las regresiones más oscuras son supuradas por partidos de izquierda. No puede permanecer en Cali. Ni tiene a donde ir. Los caminos están cerrados. La corrupción que le echan en cara al general no cesa, se enmascara y enquista. El país es una changua turbia de encubrimientos y conformidades insidiosas, sórdida liturgia en la cual todos se lavan las manos en los chorros de las nobles palabras y los voceados 15

arrepentimientos mientras empujan por un cupo en los palcos borlados de honores del poder. Y esa noche desvelada en la contemplación del lenocinio, en la oficina de un amigo que le prestaba un sofá para descansar, le trajo la idea que cambió su vida y a nosotros también iba a darnos de carambola propósito y sentido. Qué tenía. Se preguntó. Nada. Nadaísmo. Alumbró el futuro sobre la ruina. Decidió que se levantaría en rebeldía contra la horrible lasitud. Regresa a Medellín, reanimado, literalmente. El proyecto es ciertamente confuso todavía pero ya tenía la densidad del tufo y sobre todo, era la última oportunidad que se daba sobre la tierra. Al fin y al cabo nada es algo para no regresar con las manos vacías al pueblo de mercaderes, de antiguos agricultores arrancados del terrón patriarcal, atraídos por el señuelo titilante de la electricidad, sin saber que llegarían a levantar con sudor y esfuerzo y un puñado de virtudes inútiles, un infierno envidriado, una impía prosperidad desalmada... pero llena de poetas también como si los poetas proliferaran mejor en la podredumbre, como los lotos. Hace los primeros contactos. Se reúne con Alberto Escobar, voy a fundar una cosa que se llamará el nadaísmo, le dice, un gran movimiento intelectual para la juventud. Yo estoy listo, le dijo Alberto. No, vos y yo no hacemos nada solos, necesitamos gente. Alberto se acordó de uno que había conocido esos días; enseñaba literatura en un colegio de muchachos, por la tarde, y por las mañanas servía tinto en el café de un tío suyo; admiraba a Ovidio Rincón, y había leído a Ovidio, en latín, en el seminario; a veces fumaba un narguilé sofisticadísimo, gorgoteaba un francés arrabalero de lavamanos obstruido perfeccionado en las canciones de Rimbaud cuyas obras completas conservaba impregnadas en Vetiver de Carven... El hijo de Rubén Osorio, dentista empírico, y doña Elvira Gómez, no tiene todavía el aire que cultivará durante el nadaísmo, de aburrimiento imperfecto, de baldosa limpia. El exseminarista recién llegado de su pueblo, un pueblo parecido a Andes pero más importante porque tenía obispo, es un muchacho robusto y tímido, adornado temprano por la escoliosis del lector consuetudinario, tiene 17 años apenas. Llegó 16

puntualmente a la cita vestido de negro como un joven muerto que ha salido a pasear su perro y con la marca de un sensacional guante blanco cosido en la ancha solapa pasada de moda. Gonzalo no reconoce al muchacho que le servía los tintos matinales en el cafetucho que frecuentaba por la Plazuela Nutibara, menos, metido en ese vestido de duelo de su padre. Amílcar confesaría más tarde los esfuerzos que había realizado para que su cliente lo tomara en cuenta. Gonzalo está ahora desconcertado con la aparición del adolescente en la puerta, iluminado por la inocente bufonada del luto una talla más grande y el guante cosido sobre el corazón. Eso es el nadaísmo, se dice. Eso, no babosa filosofía libresca, discurso hueco, acidez intelectual, rebote culto, elaboración erudita, esterilidad. Cultivará la sorpresa, el desenfado y el desafío, altiva actitud, un gesto como el de ese muchacho que se atrajo a todas las miradas del Café La Bastilla cuando entró parsimoniosamente con su disfraz extemporáneo de difunto. Amílcar se convierte enseguida en el segundo de a bordo de la chalupa pandillesca para tres. Se hacen grandes amigos, aunque Gonzalo le lleva al jericoano —nacido en Santa Rosa de Cabal pero vivido en Jericó— nueve años. Inventan y se inventan, se enriquecen mutuamente. Amílcar comienza a peinarse como una escoba, a firmarse Amílcar U —y por qué U, le preguntan y contesta: Porque Amílcar O sonaría feo—, y usa camisetas bisexuales que bombardean el machismo católico de la ciudad industrial. Proclaman la exaltación de lo maravilloso cotidiano, esa fórmula; a veces Gonzalo Arango pasea a su amigo atado a una cadena por los bares, lo alimenta como a un mono amaestrado; cuando Amílcar se cansa de hacer el mono, compran un mono de verdad. Y escriben poemas a dos manos, manifiestos procaces que envían por correo. Se sienten felices de ser jóvenes, e irresponsables. Y los hijos de Paco y Magdalena, y de Rubén y Elvira, están jodidos para siempre de remate... unidos por el amor a la poesía, en la renuncia desventurada de todo por nada. Unos pocos años más tarde habrán de separarse, agriamente. Hasta la víspera de la muerte de Gonzalo Arango, cuando vuelven a reconciliarse... por azar, por una noche: Gonzalo muere el día siguiente. 17

ACERCA DE LA OBRA DE GONZALOARANGO

Desde cuando funda el nadaísmo hasta que conoce a Fernando González y se vuelve a firmar Gonzalo Arango y se hace misionero y los nadaístas lo acusan de haberse convertido en un humanista decadente. Los nadaístas, filonadaístas, entrometidos, espías de la secreta, buscones, admiradores, droguistas y carteristas y curiosos se reúnen por las tardes frente a la librería horizonte de la calle Maracaibo, cuyo propietario, editor de parnasos criollos, cojo y solterón empedernido, era primo de gonzaloarango, una fábula de señor que debió hacer con excesiva frecuencia de paganini obligado, aunque no era rico a pesar de haber sido reconstruido con alambres de platino pues se había precipitado del cielo en avioneta. Gonzalo tenía lecturas abundantes y bien puestas, no como adornos de plumas para exhibir en el juego de salón de las vanidosas erudiciones de nemotécnicos, sino como experiencias vividas, vivenciadas como savias, más notables porque no se dejaban notar. Pueden rastrearse a través de su trabajo literario, sobre el cual chorrean y se ensamblan. Muy pocas veces hacía citas ni se refería a libros ni sustentaba sus obsesiones en autoridades vivas ni muertas. Las lecturas, la cultura, estaban hechas vida, la piel y la conducta. Amílcar era, según sigo creyendo, el más inteligente, y el más indolente también, con una ilustración refinada para el medio de la edad, que abarcaba Ronsard, Hölderlin y Proust, la nueva novela francesa; hacía parodias de Butor y Robbe Grillet; traduce a Nabokov; experimenta idiomas inventados, sonidos. Gonzalo es más instintivo. Ambos tienen el mismo aire salvaje y pueblerino y saludable, aunque Amílcar se peina como la Sagan y parece un carnero y a pesar de la pose de lejanía misteriosa de Gonzalo. Predican la enfermedad, el vómito y el vicio aunque no han pasado del humilde Pielroja, la cafeína y 18

el ron de las tiendas de esquina. Gonzalo se desentiende definitivamente del derecho y la política. Amílcar deja quieta su carrera en el escalafón. Están felices. Van entendiendo lo que quieren mientras caminan, lo van perfilando. Y por gravedad, poco a poco se les van adhiriendo un montón de muchachos inteligentes, camajanes despistados, hijos de papi, sicópatas, poetas, pintores, unos en plan de cambiar la vida, o al menos cambiar la propia, los otros porque aspiran a divertirse o a saquear las carteras de sus admiradores. Pronto los nadaístas forman con todo y patos (y pathos) una cuadrilla escabrosa para la pacata norma parroquial. Osorio se toma el nadaísmo con un refrigerio vespertino, como un pasatiempo sin mucha importancia, se burla amistosamente del desgaste que hace Gonzalo. Eso de la cultura y el delirio poético no consigue disolver en él la negra certeza de que debe morir y no tiene frente a ésta el consuelo de un postre de paraíso de inmortalidad en la memoria de los otros. Esta idea le cansa de antemano las otras, le amarga el brillo del presente. O eso dice. Gonzalo en cambio más ilusionado y anacrónico o inconsistente pone todo su empeño en el nadaísmo, se encarna en eso, se encarga de la criatura, lo convierte en el esqueleto del paraguas bajo la ceniza nuclear, en su nube, es su tabla de salvación para trascender por la puerta de atrás. Guillermo Trujillo hace panes. Humberto Navarro es visitador médico y tiene un maletín enorme lleno de muestras y una novia florista, Darío Lemos todavía va al colegio y tiene que llegar a las nueve a la casa, Isaza hace el papeleo para irse de franciscano, Malmgrem Restrepo se traslada a Nueva York con sus bolígrafos, Bernardo Fernández resuelve problemas de ajedrez, Fernando Jaramillo se emborracha. Solamente Gonzalo empuja el carro de la nada atascada; mientras los otros farolean, se exhiben y se barbiturizan, Gonzalo está constantemente entusiasmado con el florecimiento de la calle Maracaibo, debajo de la marquesina azul del teatro Opera que aumentaba la palidez de los nuevos comediantes, mientras Amílcar cierra con dignidad la librería Horizonte, recitando a Maiacovski. Era un acontecimiento en la ciudad, un brote saludable en la farsesca aldea de honrados mercaderes mientras no los cogieran. Pronto ofrecimos nuestro primer recital nadaísta, gonzaloarango, “Sonata metafísica para que bailen los muertos”, Eduardo 19

Escobar, “Tardecita tísica”, “Señor, tú que no te afeitas con Gillete”, Alberto Escobar, “Los sinónimos de la angustia”, “Nicanor afina la dulzaina”, U, “Plegaria nuclear de un cocacolo”, Fabio Arango, “Poema cubista para Marta Traba”. El público de vagos adolescentes, secretarias de Pablo Neruda, algunos aficionados a los autógrafos. Todo muy bien. Hasta que subió al escenario Sergio Latorre y saboteó la velada antitodo con el antídoto de un encendido discurso de espíritu antifrentenacionalista de furor democrático. Todas las noches cuando llegábamos a las siete por Amílcar a la librería, éste tenía un nuevo descubrimiento, Moravia, Cernuda, Bertrand Russell, Abbagnano, un poema de Baudelaire, un cuento de Saroyan, otra novela de Faulkner, César Vallejo, Mallea, Camus, Sartre, Saint Exupery, Lautreamont, Perse, Duras, Durrel. Y después de que cerraba nos íbamos por las tiendas a beber lo que había y a hablar de libros y cuando cerraban las tiendas o se acababa la plata o se dormía el anfitrión nos íbamos hasta que amanecía a leer más poemas en los parques, a inventar manifiestos, a hacer proyectos inspirados. Escribíamos cartas insulsas para justificar los textos arrevesados que enviábamos a los periódicos. Gonzalo dirige sutilmente, adjetiva, matiza, propone hacerle una pregunta capciosa a la sección de preguntas y respuestas del periódico, todo corrido hacia el nadaísmo, esa frase que retorciéndola... esa anécdota si fuera contada con determinada intención. Lo dejamos hacer. Es el mayor de todos, lo queremos, el hecho de ser el único que gasta todo el tiempo en la porfía le concede ascendiente. A veces consigue entusiasmarnos. Pero en general los otros nos permitíamos el goce de carecer de ambiciones remotas, nos ahorrábamos los premios con los apremios, estábamos más libres e indiferentes y desinteresados; disfrutábamos la inerte bohemia, la irresponsabilidad nos parecía satisfactoria como ejercicio del nadaísmo, quién sabe, su praxis, qué carajo; el nadaísmo era nuestra fiesta privada. Gonzalo se dosifica. Lee mucho, teatro, novela, filosofía. Experimenta con el cuento, escribe largos poemas, de día se encueva, solamente a la vespertina cae por la librería, feliz, consumido por sus sueños como le gustaba decir, magro y energizado con propuestas nuevas, signos brillantes, frases recién inventadas: “somos geniales, locos y peligrosos”. 20

“El nadaísmo es una revolución al servicio de la barbarie”. El nadaísmo es su obra: los libros son apenas los indicios de la vida interna que ardía. Pone de moda palabras, una especie de jerga calculada que le da ambiente a su revolución de la nueva oscuridad. Monjecito, llama a sus amigos, la Monja es su mujer, un trago es brujo, un poema negrísimo, el nadaísmo el inventico, la tarde noble, la Tierra el planetica. Publica su primer libro, teatro, HK111, en la Imprenta Departamental de Antioquia dirigida por Manuel Mejía Vallejo. El primer ensayo serio de un teatro nuevo para Colombia que superara el folclórico sainete. La falta de blanca nos obligaba muchas veces a tertuliar en antros de fama negra y de oscura asistencia pero de buenos precios, así cogimos ese prestigio fascineroso que nos fascinaba aunque no dejó de causarnos problemas. Pero no éramos esos desencantados profanadores de cementerios nocturnos como pensaban los gusanos y los señoritos. Gastábamos las noches en agregarle barbaridades al manifiesto nuevo que había escrito Gonzalo por la tarde de encierro, o hablando de Heidegger, de los zapatos de Van Gogh, o de nada en especial, del perfume sombrío de la avenida, en el parque, o en la casa de algún amigo o en una tabernucha de albañiles. El resultado era el mismo: al amanecer las más de las veces regresábamos a casa perfectamente borrachos... Por las mismas calles por donde nuestros condiscípulos y vecinos se dirigían a sus obligaciones, recién afeitados, Amílcar imitaba gorgoritos de la Piaff sobre un montón de basura, Cachifo hacía tiros al aire con una pistola de juguete, Gonzalo anunciaba desastres encaramado sobre una estatua. Inocente todo. No tan inocente. La poesía era la gran subversión contra los valores podridos, produciríamos una revolución espiritual en Colombia. La poesía es pólvora perfumada. En eso confiábamos. En que destruiríamos el orden viejo con martillos de papel. Ya no sé. A pesar de poseer el estilo más virulento y castigado, de ser el más radical y el que mejor se formulaba el propósito, gonzaloarango es al mismo tiempo el más zanahorio y circunspecto. Predica el desarreglo, la procacidad, la anarquía, la violencia, pero cuida la imagen calculada del poeta malintencionadamente despeinado. Pasea altivamente con líricas 21

flores de escobo en el ojal de la chaqueta de pana, pero cuando algunos de sus compañeros comienzan a usar marihuana y a probar el envilecimiento como experiencia poética de acceso a la santa locura y al puro despojamiento, Gonzalo es el más recalcitrante impugnador del método... Cuando Fernando González invitó a su casa en Envigado a Gonzalo Arango, éste se emocionó mucho con el interés que según le dijeron despertaban en el viejo de Otraparte su actitud nueva y su obra naciente. El maestro González contaría a su vez en una carta la impresión que le causó el flamante fundador del nadaísmo, cómo se había visto a sí mismo a esa edad, revolviéndolo todo. Una profunda simpatía los ligó para siempre en la admiración mutua, el afecto, el respeto. Hay una fotografía del maestro González en la Casamuseo que le dedica Envigado que justifica plenamente el sentimiento: eran idénticos misteriosamente como dos sombras en tiempos paralelos, por la irradiación de los rostros y en el propósito de descubrirse apasionadamente, en el ideal de autenticidad desvergonzada. Cuando desengañado del nadaísmo y los estoperoles de la vida cultural y la fe en el arte, convertido a la nueva del sacrificio y el servicio Gonzalo vende la pequeña biblioteca, repudia la retórica y los libros —los libros solamente me confunden más, me dijo—, reservará sin embargo tres autores: Nietzsche, Rimbaud y Fernando González... a cuyos libros regresa para zarandearse y ponerse a prueba. Su obra y su vida hay que pensarlas impregnadas en el pensamiento y el estilo del caminante envigadeño, por el aroma místico y el aire panfletario, la voluntad de hacer de la escritura un camino de introspección y transmutación y conocimiento de sí mismo, una meditación acerca del alma del mundo y enseñanza viva, no un parapeto de porcelana para exhibir la artesanía, ni solamente el púlpito del sufrimiento personal y de la propia contradicción, sino mensaje de vida para el futuro. Palabra de tierra, presente. La obra de Gonzalo Arango pues, sería, primordialmente, él mismo. Y el nadaísmo, su espacio. Lo demás es literatura, como decíamos. No es poco: es ahora la única forma que tenemos de acceder al interior de esta persona. La obra literaria de Gonzalo Arango solamente fue publicada en mínimas ediciones y el resto está regado en periódicos y revistas y plegables y 22

comunicados mimeográficos. Inconseguibles. Obra Negra, ordenada por Jotamario para Carlos Lohlé de Buenos Aires, es una muestra significativa de su obra, recoge manifiestos, algunos pocos panfletos purificadores, cuentos, poemas. De sus cartas (era un adicto del mimeógrafo y del correo aéreo) las escritas a sus amigos y dedicadas exclusivamente al nadaísmo, forman un volumen enorme altamente recomendable. Su obra periodística, crónicas, columnas, reportajes, memorias, fueron publicados en La Nueva Prensa, Contrapunto, Cromos, Nadaísmo 70, El Tiempo, El Espectador, El Colombiano de Medellín, Diario del Caribe, El País, y en revistas internacionales como el Corno Emplumado de México y Zona Franca de Venezuela... Cuatro obras de teatro: Nada bajo el cielorraso, HK111, Los ratones van al infierno y La consagración de la nada. Autor diverso y disperso, irregular y copioso, pero de efectos irreversibles, últimamente me ha dado por pensar que quizás la mejor parte de la obra del fundador del nadaísmo está en su poesía, la primera de Medellín, sobre todo. Y que el vocerío del profeta, la intensa actividad pública la ensordeció. Si Gonzalo lo sabía no le importó. Sea como sea en los últimos años despojados, apartado de la literatura del consumismo cultural, solamente reclamó para sí mismo el magnífico título de poeta que dignificó con su hombría. Por lo demás, ya sabemos, era un hombre educado, sabía ser cortés cuando quería y en uno de sus breves textos póstumos dejó esta “Despedida”: “Creo haber cumplido la vibración para la cual fui destinado en una determinada instancia del suceder histórico con la vida, mi destino personal, mi generación.” “Bien o mal, he cumplido; gracias”

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EVOCACIONES Y CRITERIOS

Gonzalo Arango dice de sí mismo, citado por Armando Romero en su libro El Nadaísmo Colombiano, editado por Tercer Mundo de Bogotá: “Hasta los 17 años viví, estudié y fui virgen en mi pueblo. Nada autoriza a nadie a sospechar en mí ningún presagio en el sentido de una vocación literaria. (...) Si algún día llego a ser famoso, desautorizo a mis biógrafos para que inventen cuentos chinos sobre mi juventud. Fui tan insignificante que nunca me tomaron una foto antes del nadaísmo, ni me celebraron un cumpleaños con velitas de chocolate. Solo a los 21 años, cuando saqué la cédula de ciudadano, supe que el 18 de enero tuve el honor de nacer”. Y también dice, citado por el mismo Romero: “Si Gaitán no hubiera muerto, yo no sería hoy Gonzalo Arango. ¿Quién o qué sería? No lo sé. No juego a la nostalgia ni a la profecía. Pero sí tengo la certeza de que si Gaitán viviera, el nadaísmo nunca hubiera existido en Colombia. Entonces, ¿dónde estaríamos y qué estaríamos haciendo los escritores nuevos? Es casi seguro que hoy estaríamos al lado de Gaitán, con Gaitán a la carga, defendiendo sus banderas revolucionarias”. En algunos apartes de Evocación de Gonzalo Arango, dice Jaime Jaramillo Escobar: “Lo conocí en 1946. Era entonces un chico de aspecto delicado, lo más inofensivo del mundo, siempre con un libro bajo el brazo. No servía para jugar fútbol. Le gustaba mucho quedarse haraganeando en el río, disputándoles las guayabas a los pájaros, leyendo a Platón. Le reproché porque no iba a clase. Me contestó: —Vos sos pendejo. Platón es mucho mejor maestro que don Sofonías Arcila”. 24

... “En ese tiempo la filosofía estaba de moda entre los estudiantes del Liceo Juan de Dios Uribe, en Andes, a la orilla del torrentoso río san Juan...”. ... “Y además de la filosofía, también estaba de moda entre nosotros la oratoria, y los más aficionados se iban a gritar improvisados discursos al río y yo sé que el río los grabó, pero se los llevó hasta el mar, y ahora esos discursos andarán asustando a la gente de mar. Porque entre ellos estaban los de Luis Aníbal Tascón, un indígena que llegó a ser abogado para defender a su tribu, y entonces lo asesinaron; y estaban los de Gonzalo Arango, que quería ser orador y filósofo, y muchas otras cosas, algunas de las cuales eran incompatibles entre sí, por lo cual tuvo que escoger, y escogió y no sabíamos que el escogido era él”. ... “También organizamos un centro literario, el Centro Indio Uribe”. ... “En 1949 Gonzalo viaja a terminar el bachillerato en el Liceo Antioqueño. Cuando lo vuelvo a ver es redactor de la revista de la universidad y secretario de la biblioteca y me deja leer los libros que se encuentran prohibidos, en una sala llamada ‘El Infierno’, de donde saco algo chamuscados a Thomas Mann, a Herman Hesse y a muchos otros grandes maestros que Abel Naranjo Villegas tenia condenados allí”. ... “Muy pronto renunció a la universidad porque dijo que lo querían graduar de imbécil”, recuerda Jaime Jaramillo, y que se fue volviendo agresivo y sombrío. “Y una noche que me lo encontré en la Plazuela Nutibara estaba completamente transformado. Se subió en una banca, gritó como un 25

poseso: —Yo soy Dios; huid de mí, y salió corriendo, o volando, no lo pude ver bien”. Volverán a encontrarse en Cali cuando Gonzalo va a divulgar su nadaísmo misionero. Los primeros años del nadaísmo los recordara después Jaime Jaramillo en su “Enésima Conferencia Nadaísta” publicada en El Mundo de Medellín el nueve de julio de 1988, así: “La propagación del nadaísmo se inició por medio de conferencias explosivas, pues hace ya mucho tiempo que la gente no reacciona si no se la sacude un poco. Con tales petardos se consiguió que la prensa se ocupara de los manifiestos nadaístas”. (...) “El gobierno, presidido por el doctor Alberto Lleras Camargo —enviaba la policía montada a disolver una conferencia académica sobre la poesía...” (...) “La biblioteca departamental de Cali accedió a que Gonzalo Arango utilizara el patio de atrás para una conferencia, pero llegada la hora cerró sus puertas con cadenas y candado y la conferencia tuvo que realizarse en una calle escalonada. Llegaron por arriba y por abajo y a punta de bolillo interrumpieron una disertación sobre la descomposición gramatical de la poesía, tema éste que la policía consideraba eminentemente tramposo y subversivo”. En todas partes sucedía lo mismo. También en la Biblioteca Nacional de Bogotá. Cuando llegamos la calle 24 estaba llena de caballos y policías con bastones. Pero no solamente las fuerzas oficiales de represión la hacían para acallarnos, por una fatal incomprensión, por un desgraciado contraste de matices las llamadas fuerzas progresistas y los intelectuales liberales y de izquierda coincidían con los militantes del Opus en que representábamos un peligro para las sanas costumbres y censuraban nuestras proclamas con inmamables pataletas. Nos declararon varias veces idiotas redomados, degenerados, mugre. Los insultos nos hacían sentir en la opulencia. Los nadaístas son declarados indeseables por las autoridades de Manizales. Van a Pereira. En Cali habían adherido a las promesas de la nueva oscuridad Diego León Giraldo, Jotamario, Alfredo Sánchez, Elmo valencia, Fanny Buitrago, Dukardo 26

Hinestroza, difunden el primer manifiesto nadaísta, escrito por gonzaloarango, primero y último documento programático del nadaísmo, editado humildemente con la solidaria financiación de Humberto Navarro, en la Tipografía Amistad de Medellín, donde está consignado: “El nadaísmo es, en un concepto muy limitado, una revolución en la forma y en el contenido del orden espiritual y la cultura”. El grupo de Cali funda Esquirla, periódico del movimiento, que funge de suplemento literario de El Relator, donde se publica por primera vez en Colombia Aullido de Ginsberg, José Portogalo, Huidobro, la nueva poesía latinoamericana, norteamericana, conferencias sobre budismo zen y claro, cuentos y nademas, de Elmo Valencia, de Jotamario, epístolas de Amílcar Osorio, proclamas de gonzaloarango, poemas de Darío Lemos. gonzaloarango no se contenta con el estupor de la provincia paisa; consulta con Fernando González; Bogotá le produce desconfianza (muchos años después de estar viviendo en Bogotá sigue pensando que no es una ciudad sino una enfermedad del alma con cielos de sudarios); el maestro está de acuerdo: Bogotá es esa simulación mortal para la cultura, como gonzaloarango teme; y sin embargo es necesario hacerse oír desde allá. Pero cuidado con bogotanizarse, le advierte. Ante todo hay que defender la autenticidad, la intimidad, la intimidad, ser uno mismo sin trastiendas, mantenerse a la enemiga sin dejarse enredar en marullas. Pocos días más tarde gonzaloarango dicta su primera conferencia en Bogotá, en el café El Automático, escrita en un rollo de papel higiénico. Despotrica contra el trabajo, la moral burguesa, hace tabla rasa en la tradición nacional y de la pobre literatura colombiana deja una hilacha; no deja títere con cabeza. La gente no sabe qué pensar de sus valores consagrados. Pronto caen las primeras víctimas del nuevo entusiasmo. Lader Giraldo publica en El Espectador un reportaje con Gonzalo Arango que lo pone de moda definitivamente. Sus declaraciones públicas están llenas de afrentas dirigidas, de sofismas despistadores, de anatemas de humor negro, suena nuevo en la gran solemnidad nacional, un descanso en la secular opereta. O por lo menos es uno que tiene valor de arriesgarse a exponer la farsa, de destapar la centenaria olla podrida. Sabe que a la gente le gustan las 27

sorpresas como había aprendido de Amílcar Osorio cuando se tomaron La Bastilla en Medellín, así que se da el aire misterioso del espía del diablo, envuelto siempre en una gabardina que le da un aspecto apartado y nocturno. La timidez se encastilla en la eterna columna de humo del fumador. Dicta su cátedra en los cafés y las cafeterías, seduce, la capital de Colombia se deja conmover por la suave cortesía y la terrible ternura que exhala. Sacude y fascina. Hace publicar sus textos y los de sus amigos en los periódicos bogotanos. Sus amigos lo acusan de aburguesamiento, exhibicionismo y entrega, los nadaístas de Medellín planean agredirlo personalmente. Pero a la hora de la verdad, nadie es capaz. Él se defiende. Los de Cali lo queman públicamente. Él se traslada definitivamente a Bogotá, sin resentimiento. El nadaísmo despierta interés internacional. O Cruzeiro del Brasil, Venezuela Gráfica, publican sendos reportajes sobre el nadaísmo, surgen en Venezuela La Mandrágora, el Techo de la Ballena, movimientos epigonales, los tzántzicos irrumpen en Ecuador y Argentina, Chile, Nicaragua, los jóvenes recogen el eco y repiten el gesto. Se publican incontables revistas de poesía nueva en toda América en cuyas antologías los textos nadaístas ocupan un lugar destacado. Pero los nadaístas de Medellín siguen descontentos del lujo de la fama, contaminados por el escepticismo de Amílcar Osorio. Gonzalo es acusado de entreguismo y expulsado del movimiento. El permanece indiferente a las ofensas, se hospeda en Bogotá. En la casa de Santiago García se siente cómodo famoso aunque solamente tiene un colchón, un par de pantalones de dril, la chaqueta de pana y el sobretodo... o sobrenada. Como sus amigos insisten en el resentimiento, él ataca, y abandonando su primera concepción de poesía como “toda acción del espíritu completamente gratuita y desinteresada de presupuestos éticos, sociales, políticos o racionales”, les enrostra la inercia, la marihuana, las actitudes derrotistas. Se justifica y se toma en serio. Amílcar deja de entenderse definitivamente con él. Amílcar dice desdeñar los escritores profesionales, esos que llaman la vida literaria le parece una gran vanidad de la estupidez. Sea como sea el nadaísmo es un alboroto, una moda. “Varón sacrificial” llama Rojas Herazo a Gonzalo Arango. “Estos jóvenes son Cristo con blue jeans”, escribe. El mundillo intelectual se divide entre aquéllos que piensan que el nadaísmo es una monstruosa payasada, una burla inicua, y los que 28

aprecian la frescura, las ganas de joder y escarnecer, la vitalidad y el desparpajo desacralizador que representan. Hoy parece mentira que aquellos manifiestos primerizos, muchos de los cuales se han gastado definitivamente y parecen en verdad meras majaderías a veces, hayan despertado entonces el ruidoso debate en el que metían baza los humoristas, los caricaturistas, los editorialistas, los gacetilleros, los obispos, los letrados, los académicos, los críticos literarios, cada uno en su pulpito de ardores y en su muerta especialidad y hasta el ciudadano de arriba y de abajo en las cartas al director que a veces eran cartas espurias fabricadas por el mismo Gonzalo para lastimar las heridas que había producido, y otras veces eran auténticos adelantos del linchamiento. Los nadaístas eran perseguidos, alabados, insultados, temidos y admirados. Y felices. Algunos espíritus débiles e hipersensibles entre los que se contaron jóvenes distinguidos y proletarios entusiastas le hicieron al nadaísmo el dudoso homenaje de cortarse las venas, saltar por las ventanas con su nombre en los labios o saltarse los sesos radicalmente. No es exageración. En Armenia un viejo locutor se agarró de un cable para aumentar la tensión lanzando un viva al nadaísmo. Y en Manizales había un señor que retaba a cualquiera que no estuviera convencido de que valía más un cojón de gonzaloarango que el cerebro de Marta Traba. Yo fui retado por ese. Y hubo otro que se cortó tres dedos, los que tendría de frente. Otros se hicieron clientes de la cárcel, para comprobarse a sí mismos que eran nadaístas revolucionarios de veras. O pararon en el manicomio, como si no les bastase el choque de insulina del nadaísmo. Unos mendigan. Otros se hacen los valientes sablistas y borrachos. O simplemente se casan y dimiten. Mientras Gonzalo agita y escribe, escribe, aporrea la máquina de francotirador de escribir, sus sobrevivientes discípulos de buena o mala gana apoyan el enfebrecido tecleteo de la Olivetti del Profeta, sostenida a punto de huevos tibios, Nescafé y fe, con atropellos y escándalos en sus provincias; divulgan cartas arrebatadas de bufonerías calculadas con la malevolencia requerida. Gonzalo bombardea los periódicos nacionales y las revistas latinoamericanas de poesía o de frivolidades, con nuevas antologías del arte nadaísta, nuevas figuras, Álvaro Barrios, Mario Rivero, Pedro Alcántara Herrán. Se montan sus obras de teatro. Hace guiones para la televisión. Adapta para el teleteatro 29

3. G. Arango

El coronel no tiene quien le escriba de García Márquez, su obra HK 111 alcanza éxitos sostenidos en Bogotá y Medellín, con la actuación del joven Santiago García y su mujer Mónica Silva. Además es invitado a coronar reinas, a servir de jurado en los concursos literarios, a dictar conferencias en clubes y cooperativas de empleados, en las casas de la cultura de los pueblos... y las conferencias son todas hirvientes acontecimientos con tumultos y asfixiados ahora que son soportadas por las autoridades y ya no tiene que pronunciarlas encaramado en la trompa de un auto como un frenético. Es envidiado y adorado, unos se lo toman en serio, otros siguen creyendo que es solamente retórica chistosa... pero se despelucan entre ellos. Dicen que es el niño terrible de la literatura colombiana. En todo caso es el man de moda. Su presencia no es procera, luce demasiado flaco, oculta su indefensión bajo el aire cultivado del enigmático. Dice que el diablo lo ha enviado a perturbar y que es el profeta de la nueva oscuridad. El temblor interior es auténtico. Tiene muchos seguidores su lirismo. El poeta les disputa el campeonato de la fama a los criminales, los políticos y los artistas de la farándula. Además aquellos concursos donde no se le invita como jurado, se los gana, y cuando no se los gana los pulveriza, inicia un torpedo inmisericorde de desprestigios para el jurado, el concurso como tal, la empresa patrocinadora, los parientes de los concursantes, que termina invariablemente en infamia universal de los interesados y los colaterales, de la literatura española y la cultura occidental, los valores establecidos y etcétera... Dispuesto a dejarse sentir, a expresarse totalmente, a ocupar su espacio sin remilgos, su estilo es mordaz, devastador, eficiente como un cuchillo. El propósito es cambiarle la cara a la vida, limpiarla de idealismos, denunciar por medio de la literatura y el arte la violencia solapada en el acuerdo nacional, abrazar la absurda utopía, contra el aseo presente. La cosa es ir en contravía de la simulación, la pobreza arcaica de nuestros deslumbramientos y la miseria de los falsos prestigios. Eduardo Caballero Calderón, Jorge Zalamea, Carlos Castro Saavedra, Rafael Maya, el cardenal y el general probaron sus venablos. Había que renovarlo todo, la escritura y el aire, fundar un nuevo estilo, trastornar los valores, la ortografía, los moldes del pensar, la escala de los sentimientos. A ultraje limpio rompe el huevo para renacer sin esperanza, compasión ni pudor. Le sobra talento. 30

En cierto modo el nadaísmo consumió todo ese talento. La contingencia, la batalla. El nadaísmo es en realidad —otra vez— la obra mayor de su vida. Su nombre ha quedado ligado para siempre a la obra de una generación que cambió la vida colombiana. Y el nadaísmo no le dejó respiro ni tiempo para él. No vale la pena quejarse si él mismo eligió consumirse en producir esta expresión viva de sí mismo. El centro es la existencia: y el nadaísmo y la renuncia a éste, momentos, estaciones. Y lo demás novelas perdidas, cuentos publicados y poemas, papelitos que decía Daríolemos, cartas, escritas a sus amigos y a sus enemigos, a nadie, manifiestos, reportajes, declaraciones, crónicas. Pero el brillo se gastó en la contingencia y en el esfuerzo de ser, de encontrarse con un destino. Escritor activísimo y prolífico, no creo que exista en este lado del mundo un epistolario como el suyo más abundante y sabroso. Plagadas de generosidad, fantasías, humor, proyectos, en sus cartas trabajó como un antioqueño soplando en la brasa del nadaísmo, atrincherado detrás de una máquina de escribir, comunicaba, azuzaba, suscitaba, organizaba el trabajo de sus compañeros para darlo a conocer en Suiza y Honolulu, Colón, Madrid, Moscú, dando la batalla por la tierra prometida de la nueva expresión y del hombre nuevo. Solo hay tiempo para combatir y es perfectamente consciente de que gasta el tiempo de su literatura en el servicio de su fe en la poesía... Dicho con sus palabras: “Yo estoy atascado con mil deberes, oprimido. Me roban silencio para escribirte, tiempo para perderlo en vivir. Me siento como si la vida me hubiera soltado de la mano, existo al vaivén, ni siquiera escribo mi obra maestra. Uno es un tramposo hijodeputa. Uno se aplaza, uno se muere cada día en el reloj suizo, uno se suicida, uno es un fracasado que lo disimula muy bien en público pero el gusanito de la conciencia no duerme, no nos deja soñar, nada de trampas al gusanito, el gusanito es más jodido que uno y no se deja meter genio por guagua; cómo será de jodido que ni siquiera se deja fotografiar para salir en la revista Cromos, el gusanito se las sabe todas hasta la “última página”. Qué sabio es el gusanito, no me deja en paz el jodido, cómo me jode, el gusanito no me desampara ni de noche ni de día como el ángel de la guarda, qué susto me da cuando me recuerda que tengo que escribir mi obra maestra; yo siempre le digo, 31

mañana angelito gusanito, deja dormir angelito desvelador, mañana te escribo tu obra maestra gusanitorroedor, pero el cabronangelito no se inmuta, sigue desvelando, entonces me levanto, voy al espejo, me asomo y le digo: ¡Hijodeputa! Luego me afeito, luego tampoco hago nada, me pongo a echar palabras al viento o al blanco como un loco teletipo y así se me va el día, la noche y la vida. Luego me acuesto muy cansado, muy triste, y lo de siempre: el jodido vuelve con sus bromas, la vaina esa de la “obra maestra”, Dios mío, que pesadilla. Yo trato de defenderme diciendo que me deje en paz, que me deje vivir, que me deje hacer de mi vida una obra maestra, que pensar es una porquería, que la literatura es un cheque chimbo, que son más bellos los girasoles, que el ron me gusta más que la Divina Comedia, que así es mi vida, que un coito es más erótico que las obras completas del Marqués de Sade, que mi vida es más existencial que el Ser y el Tiempo, que Descartes era un piojo, una duda, una cana al aire, que yo estoy loco luego existo, pero miento, yo no soy: yo ser... penteo. ¡¡¡Yo me asombro y pido socorro!!! Nada me asombra... y estoy solo... Solo como un soldado, solo y con miedo en mi trinchera... (¿No has visto cómo se parecen una trinchera y una tumba? Mírate al espejo y verás que se parecen endiabladamente. ¡Y olvídalo!). “Oh Muerte, aquí está tu juglar... Tu serenatero... de medianoche, de cúbito dorsal, de cara al sol, de culo. Amén” (Correspondencia Violada. De una carta a Eduardo Escobar). La obra es el hombre. La escritura es el testimonio, la pisada. El infierno del escritor esa agonía de no poder hablar más que por signos de la experiencia, de lo inexpresable por lo expresado. Más allá, sin embargo, de las palabras del agonizante, está su soledad, donde está inscrito. Fernando González puede decirlo mejor que yo: “Cada uno tiene el negocio suyo, el enredo que vino a desenredar, que es lo que desarrolla y representa realmente en este mundo; lo que digiere en sus varias representaciones que cree que son sus asuntos. Y casi todos creen que es con los demás y que son varias actividades, pero se trata íntimamente de un negocio personal, con uno mismo, digiriendo su persona para encontrar su originalidad. Y, como apenas apura la agonía, el pleito se va haciendo 32

dolorosamente consciente, salta entonces la originalidad, y por eso es que sostengo que la mejor profesión es la mía, atisbador de eso. El agonizante cada vez huele más a sí mismo, camina, orina y hace todo como solo él puede hacerlo, en fin, va siendo él mismo”. ¿Oscuro? Porque es oscuridad. En su ensayo de interpretación del nadaísmo, que publicó la revista Eco en el número triple de junio-agosto de 1980, Cobo Borda recuerda la relación de Fernando González con los nadaístas: “La irrupción nadaísta, treinta años después, lo llevaría a saludar con alborozo a Gonzalo Arango el primer desnudado de esta pobrísima tierra colombiana, como lo llamaría en las oscuras (sic) páginas de su penúltimo Libro de los Viajes o de las Presencias, en 1959. Pero fue en sus primeras y más tajantes enseñanzas donde el nadaísmo se fortaleció y en su singular religiosidad donde reconfirmó una de sus constantes, hasta el punto de que en 1968, Jaime Jaramillo Escobar, X-504, bien podría preguntarse si el nadaísmo fue, en realidad, una escuela de místicos. “Gonzalo Arango se defiende del cargo: No soy místico sino que no comulgo con eso que ustedes llaman realidad” (Adangelios). Gonzalo Arango Arias, el muchacho de La Isla de tablas, era el mismo gonzaloarango, y el mismo que la víspera de su muerte leyó en el aleteo de la gallinaciega extraviada, el oscuro presagio. Los penúltimos no hicieron más que desvelar la intención encubierta de su sueño, salvado por la literatura del derecho y por la gloria de la nada de la literatura. “El nadaísmo preparó el advenimiento de Cristo en nuestros corazones”, escribe. El cristianismo de los últimos días estaba prefigurado en el humanismo redentor de Las Promesas de Prometeo, así como el mesianismo satánico de 1958, era el revés, las pesadillas y las tentaciones del anacoreta. Poeta disfrazado de pirata, cordero con piel de lobo, en uno de los primeros manifiestos nadaístas, el de los Escribanos Católicos, hay una plegaria que hubiera podido figurar entre los muñequitos de Providencia: “Cristo, ven a luchar con los nadaístas contra los escribas y fariseos”. Y sus últimos textos como todos los primeros hablan contra la misma mentira podrida del orden, la castración consumista del ser, la 33

antivida embrutecedora, la trampa lógica, el orden policial de las tumbas, la prosa de la historia. Solamente en los primeros años del nadaísmo, abogó por una especie de arte por el arte, apartado de nociones éticas o morales, como inutilidad sagrada. Pero a partir de 1960, hasta el último día de vivir, el poeta solamente puede justificarse si es obrero de redención. La belleza está sometida a la moral, comprometida con el mundo. “Poeta”, dice, “sé duro y tierno como la gota de agua sobre la roca”. La literatura es compromiso. El sueño del poeta se identifica con el sueño del hombre y en la poesía y en la vida sellan un pacto por la afirmación de un mundo histórico, “en donde la existencia no sea un tránsito doloroso, agobiante, determinado por humillantes alienaciones de padecimiento y necesidad, sino un alto y honroso destino: el de crear para nuestra gloria el mundo que vivimos. (...) Mi literatura está ahora al servicio de estas convicciones que, a pesar de su aparente idealismo, son ante todo profunda libertad, libertad comprometida con un presente” (Gonzalo Arango, Correspondencia Violada, página 71). La oveja empieza a quitarse la piel de lobo de 1958, el horror apunta al alba de Providencia, donde se revela desnudo de adornos el antiguo amor por la intimidad sagrada (aquélla del masallá del río de la infancia) que es el aire del amor por la mujer de la poesía borracha del principio, como el del amor universal, los mansos textos de sus dos últimos libros. Ese río inocente era el que quería inventar, predicar, la palabra. Las salvajes conferencias, las cartas panfletarias, disfrazaban al poeta con tatuajes piratas y al beato desnudo del río con la piel de los bárbaros destructores de ciudades y culturas que lo ocultaban. A veces las conferencias, leídas, no surtían en nosotros el mismo efecto que hacían por la presencia y la oportunidad. Eso me sucedió con la última conferencia que dio en Medellín, en el Paraninfo de la Universidad de Antioquia. Cuando la leí no me electrizó de la misma manera. Y sin embargo, en el paraninfo, había sonado a la apoteosis del nadaísmo y de Gonzalo Arango; desde que entró teatralmente, fue una convocación del poeta en torno del héroe sacrificado. Yo solamente había visto algo semejante en los partidos de fútbol y en el recital de Eugenio Evtuschenko en el mismo escenario. Fue una gran manifestación de vida, la multitud 34

escuchaba sin respirar, temí que por el número y la carga emocional el viejo paraninfo se derrumbara. La conferencia comenzaba haciendo una breve referencia al regreso del poeta como hijo prodigo al alma madre — lo mismo de siempre, regresar— vencedor y pobre, con la sola riqueza de sus palabras honradas. Recordó sus años de estudiante de derecho allí, habló de la justicia, del símbolo vendado que la representa, pidió que le quitaran la venda para que no fuera una justicia ciega. Pero en realidad la conferencia estaba dedicada al Che Guevara recientemente asesinado en Bolivia. La muchedumbre aplaudió frenéticamente. Yo vi que Gonzalo tenía el don y el poder de la palabra, como si estuviera listo él también para enfrentar la aventura de la nada cuya apología acababa de hacer en homenaje estremecedor al guerrillero. Y vi el drama de una multitud que espera todo de su poeta: no eran diez mil cabezas sino una sola llena de ojos y de alma. El ideal del tiempo era francamente apocalíptico y el poder de Gonzalo inmenso. Cuando salimos del paraninfo en el Nash de empujar de Rosa Girasol, su mujer, le pregunté: —Y ahora, ¿qué vas a hacer? No me contestó nada, ni siquiera: la revolución... como yo esperaba. Sino que siguió hundido en un silencio abrumado, asustado de ser el volcán, el espejo de los sueños de los otros hombres... como había querido... Gonzalo era imprevisible. Unos pocos días después, invitado por su amigo el almirante Parra a despedir el Buque Gloria en su primer crucero, ungió de elogios al presidente Lleras Restrepo, lo llamó poeta de la acción y hasta lo invitó a cerrar el senado. Uno no podía creer que fuera el mismo que había quemado dinamita en el paraninfo, el mismo con quien habíamos mimeografiado hasta el amanecer el manifiesto de protesta dirigido al mismo presidente, por el allanamiento de la universidad con tanques y la expulsión de Marta Traba por el DAS, acusada de intervenir en la política interna de Colombia. Los nadaístas lo volvimos a echar del movimiento. Lo castigamos con cartas públicas que el propio Gonzalo hizo publicar en Cromos en homenaje a la libertad de prensa. Encontrará la manera de hacerse perdonar y aglutinarnos una vez más alrededor de una revista, ahora: la revista que tanto habíamos querido tener desde el comienzo del nadaísmo, 35

primero como la revista Nada que nada que salió nunca, después como La viga en el ojo que no pudo sobrevivir a Medellín y al matrimonio de su director, más tarde como El topo con gafas que tampoco pudo ver la luz, ahora se llama: Nadaísmo 70. “Por fin, una revista de nosotros”, nos escribe, “ustedes no pueden expulsarme del nadaísmo y tienen que ayudarme a hacerla”. El proyecto periodístico tampoco duraría mucho tiempo. Ocho números. Hay que estarle poniendo cuernos a los sueños. Este también se cansó pronto, de pronto... según las expresivas palabras del mismo Gonzalo se hartó de andar oliéndoles los pedos a los anunciadores que además empezaban a escasear desde que había publicado el reportaje sobre Planas, pero sobre todo unas apacibles fotografías de la modelo Dora Franco castamente desnuda. Así que una noche le dijo a Jaime Jaramillo Escobar su socio en la empresa: Renuncio. No vendo más avisos. De paso declaró que el nadaísmo terminaba para él, que era una tienda de ilusiones, un desierto gastado. Desdeñó públicamente su pasado de profeta negro. Y se fue a vivir a San Andrés, a diseñar la penúltima utopía, la de la mansa comuna de poetas. Providencia terminó siendo un libro de señalizaciones pero el país de esta ambición tenía un diseño más ambicioso. Se trataba de meter a todos los nadaístas en el paraíso final, a salvo de próximo apocalipsis de esta civilización utilitaria. Contaba, nos escribió a todos sus amigos, con el apoyo de los grandes brujos isleños de San Andrés y Providencia para construir un reino de amor sin sombrías apetencias intelectuales ni avaricioso materialismo— otro mundo solar. Es claro por el estado actual de cosas que esta revolución florida de la felicidad terrena tampoco la pudimos realizar... Por obra de Dios o del diablo conoció a Angelita, se separó de casi todos sus amigos nadaístas que seguían aferrados a la alcantarilla, quemó los archivos de sus obras pasadas y empezó a escribir esos textos económicos que ya no parecen literatura, regidos por la misma norma mínima todos: lo que no puede entender Angelita o el zapatero de la esquina, no vale la pena ponerlo en palabras. La poesía farseaba. La filosofía confundía. Eran operetas de monos las vanguardias de consumo, pero el grillo versa bajo la piedra del antiguo templo de las ilusiones sistemáticas. Entre las cuales estaba el 36

nadaísmo. Y adiós a todo otra vez, vender los libros, sacrificar el último jirón de la piel de lobo que le había gustado exhibir en la fiesta caníbal de este mundo. Vinieron años de meditación y encierro, de lecturas de los devocionarios de Fernando González, de expiaciones también, se arrepiente de los años de pecados del intelecto, le parece ahora absurda la pasada vanidad de oropeles de papel periódico, los antiguos deleites de escritor famoso de profecías. Se duele de haber conducido —eso pensaba que había hecho— tantos espíritus ingenuos y sencillos a un callejón sin salida, de haberlos arrastrado a los tormentos miserables de su egoísmo, al suicidio o al fracaso con cebos, le remuerde sobre todo haber escrito aquel “Sermón contra Jesús” publicado en Nadaísmo 70, y que no es una blasfemia según creo —pero nunca conseguí convencerlo de ello— si no ansias de resurrección contra la desesperanza irremediable de la culpa crucificadora. El golpe de gracia fue aquella vez, cuando Angelita lo invito a curiosear uno de esos predicadores puertorriqueños que ejercen la taumaturgia en los estadios. Al otro día lo encontré exaltado, había visto andar a los cojos... Me dijo. Entonces todo el campo consciente de su vida fue ocupado definitivamente por el ideal disfrazado antes ya sin maquillaje, por la sed de alcanzar el río que de tanto añorarse había desaparecido de lo real para volverse desvelado ideal metafísico de infancia, sabiduría, ganas de humildad, compasión y mansedumbre beata. Ya no hubo más deseo que ése de volver a la tierra. La preparación para la muerte. El nadaísmo fue el camino que conduciría al lobo a la solidaridad, a la unión con el mundo contra los oropeles pudridizos de la página social. El retiro del despojado, la última copia de la isla de tablas del solar de la casa paterna donde se encerraba a leer y a soñar con Rita Machuca, estuvo en Villadeleyva a la sombra de los monasterios. Había alquilado allá una casita. Los tres autores predilectos habían sido aumentados a cuatro, con Arturo Paoli, el autor de la Perspectiva Económica en el Evangelio de San Lucas, silenciosa contemplación de la pobreza sobre el fondo orgulloso de la historia; escribe pequeños textos, frases simples como cucharas. Y ese viernes se encontró con Amílcar Osorio, por pura casualidad, en mi casa, 37

después de quince años de evitarse. Y ese sábado, ya reconciliado con su hermano, de camino al yermo del altar de las renunciaciones, el taxi ciego se dio de narices contra un camión loco. Mierda, alcanzó a decir. Y perdió el conocimiento. Murió de camino a Bogotá, un día lluvioso. Sombra del olvido el recuerdo, al que se atiene el amor resignado. Una sola cosa es completamente verdad a estas alturas: los poetas no pueden morir del todo porque dieron testimonio de vida. Poeta desordenado, de relámpagos y tiempos, irregular e intenso, la obra de Gonzalo depara auténticos placeres —la primera, sobre todo— y algunas advertencias la última, especialmente, que quizás tengan algún valor contra los blandos lujos de nuestras conformidades. La vida de cada uno es la huella que deja en la conciencia del mundo, en el camino de sí mismo que es eterno, quién sabe. La vida del poeta se perpetúa en los otros, sigue siendo cambio en la posteridad. Y quién sabe qué transformaciones sufriremos todavía en el olvido cuando nos alcance. Y alcanza para todos. Así que no corran. Bien o mal, he cumplido, se consuela. Ignora que el nadaísmo fue relativamente el cumplimiento de su destino, desconoce el orgullo que hubiera sido legítimo de haber aglutinado alrededor de un proyecto de libertad las cabezas más lúcidas e impetuosas de su generación. En cambio le pesan las viejas cartas de pólvora negra que habían querido despertar las momias, le estorba el pasado, los poemas del nadaísmo, las proclamas del estado de ánimo de la juventud colombiana, de la que fue expresión, asfixiada por la violencia y moribunda en la falta de fe, profundamente decepcionada: el mundo es irredimible sin amor. Cada uno tiene que salvarse a sí mismo. No hay esperanza sino en la autenticidad del propósito... La decepción del nadaísmo no nos salvó del horror nacional, pero la literatura colombiana tampoco se salvó de nosotros y dejó de ser para siempre sorda retórica importada; pasaron para siempre los días del poeta apartado de la historia en la torre de babas rosadas y la poesía entró en la vida de la calle, en desgarramiento del desarraigado. Pero a Gonzalo no le importa. No parece saberlo. Es la decepción de la decepción, ahora. La vida cultural le huele a burdel, la marcha positiva del hombre es un traspié, formas rotas del tiempo las conquistas, autocomplacencias 38

roñosas. No tuvo el consuelo de imaginar que el pasado, el suyo, había expresado un estado del mundo con auténtica desesperación y ruido generoso. Siente la duda de que también esa expresión suya fue parte de la trampa del orden establecido del sistema. De qué vale cambiar la literatura si no pudimos cambiar los presagios del corazón, ni agregarle una sola luz al futuro ni una puerta a la posibilidad de todos... si el mundo seguía girando sin amor en el espacio vacío del egoísmo del poder. Solamente tiene unos pocos libros. Desconfía hasta de los mismos adjetivos. Se ríe de los discursos. Y escribe para morirse: No hablar más, ser mudo, sola vía a la purificación de la vida. “Para los nadaístas, ese grupo de jóvenes antioqueños decididos a tomarse la fama por asalto, la primera etapa de su operación literaria ha resultado fructífera. La policía, la prensa, las autoridades eclesiásticas y las ligas de padres de familia les han prestado una invaluable cooperación, como se dice; esta sería la hora en que los valores consagrados de las letras colombianas deberían sentirse trémulos ante la insurgencia nadaísta si en el país hubiera valores consagrados y si en el prestigio reducido que el público acuerda a nuestros letrados hubiera mayores diferencias entre el señor Caballero Calderón y el señor Amílcar U., por ejemplo. La candidez de los nadaístas reside así, ante todo, en sus pretensiones de buscar para su escándalo un ámbito de resonancias dentro de la literatura; en haber ignorado, con explicable candidez, que al país no se le da nada de sus literatos, que la gran parroquia “intelectual” colombiana viene a ser, en realidad, mucho más pequeña que la más pequeña de las parroquias de Medellín”. Hernando Valencia Goelkel, en revista Cromos, 1960, citado por Cobo en Eco en 1980. “...Gonzalo Arango tuvo siempre algo de monje, de ermitaño, de místico frustrado, de anacoreta perdido —y predicante— en medio de una sociedad absurda. Hoy, en actitud de flor de loto y mirando hacia el cielo con arrobo, se diría que ha llegado a una culminación. Sin embargo, para nosotros sigue siendo difícil imaginarlo en actitud distinta de su rebeldía y de su demoledora y eficaz crítica, movida por su humor y sarcasmo”. 39

Andrés Holguín, en su Antología crítica de la poesía colombiana, Biblioteca del Centenario del Banco de Colombia, tomo II.

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ANTOLOGÍA

Espero que esta breve antología deje demostrado, lo que la contingencia pasajera y lacerante, el desdén por la trascendencia y el arte por el arte, dejaron para el talento literario. Por la falta de espacio, se incluye solamente una pequeña muestra para atraer el lector a la sopa de anzuelos. Comenzamos por sus poemas, porque ante todo estamos hablando de un poeta que estaba orgulloso de serlo. Primero, tres de la primera época del nadaísmo de Medellín, enseguida, un pequeño poema de amor, un abrebocas del tiempo inmediatamente anterior a Providencia y, finalmente, textos de Providencia y Fuego en el Altar.

Sonata metafísica para que bailen los muertos Yo era poeta y me gustaba cantar Nunca hice nada más útil en la tierra ni nada más inútil sólo cantar Iba los domingos a los cementerios y cuando no tenía nada que hacer que era siempre iba en los días de semana allí aprendí y olvidé muchas cosas que vivir no es importante y que estar muerto tampoco. 41

Me sentaba bajo los cipreses hiciera sol o luna Lo más importante era yo que por casualidad estaba vivo. Antes de mí vivió y vivirá mucha gente eso no interesa Por eso me reconozco tanta importancia y a veces pienso sin vanidad que yo soy un genio un verdadero genio tenebroso. En los cementerios yo cantaba cosas lúgubres sobre la muerte y cosas alegres eso dependía de los muertos no de mí Porque los muertos me hacían cambiar mi visión de las cosas Yo no me sentía alegre tampoco triste eso era una patria diferente. Zumbaban las moscas en torno a las viejas putrefacciones y luego se posaban en el papel y defecaban alegremente sobre mi canto Esas tenues defecaciones le daban a mis himnos un cierto sabor elegíaco pero nada más el sol ventana matinal 42

bajaba hasta las hojas de mis cantos quemando la impureza. La poesía quedaba en el centro incorruptible de su voz espantosa Yo seguía cantando… los instantes de la reflexión me cansaban por las bellas inútiles ideas de la muerte. En los intervalos de la poesía orinaba sobre los pinos aprovechando los entierros. El enterrador se enojaba conmigo porque yo orinaba en sus pinos sobre cuya verdura y laxitud tenía extrañas teorías. Cuando relucía su cólera me invitaba a que hiciera esa cochinada en la letrina donde él la hacía pero yo puse con razones incontrovertibles a su lógica que los muertos de noche harían lo mismo que el entrerrador y me asqueaba ser como lo muertos: yo los admiraba de lejos y los quería por no ser como yo meando como los hombres verdaderos sobre los pinos verdaderos… Cuando me aburría fumaba hojas de eucaliptus que recogía al lado de las tumbas y las metía en mi pipa calcinada de viejos fuegos y otras adoraciones. Yo producía oleadas de humo que se confundían en lo alto con los rezos y las inmundicias. 43

Otras veces me deslizaba en el sueño entonces los muertos se aburrían sin mí nostálgicos de existencia y lo que hacían era enviar a sus moscas tutelares para despertarme y no cesara de cantar los muertos sabían que son mi canto estaban perdidos yo les traía el verdor del campo la celeste quietud y el suave olor de las lilas. Mi presencia no era un consuelo sino una defensa contra el olvido su seguridad en el estar aquí y yo les hacía el homenaje de mi ser de mi saberme ser. En las plazas y calles de lo hombres yo sufría el gusto irresistible de la soledad por un momento está bien por un día por media vida pero no para siempre. Muchos años pasé entre ellos sin más oficio que estar allí como un vagabundo detenido en el sitio de su sueño. La paz inmensa me invadía. Una vez necesité cambiar buscar una nueva dimensión del cielo y de las distancias. Prometí no volver. Pero de regreso a nuevas a doraciones encontré a la monja que salía del cine. Y quería hacer el amor. 44

Como no había más sitio para la castidad de los dos la llevé al cementerio y allí nos amamos entre el zumbido de las moscas y el rumor cómplice de los muertos. Estos se despertaron con el sonido del amor y salieron de sus tumbas a gozar en nosotros recuerdos inmemoriales y bailaron en torno a nuestros cuerpos desnudos y vertiginosos imitando nuestros movimientos brutales. Yo no tuve vergüenza esta vez por los muertos que carecían de conciencia por eso bailaban y eran tan felices. De una manera nueva los muertos estaban en el mundo.

Los nadaístas Los Nadaístas invadieron la ciudad como una peste: de los bares saxofónicos al silencio de los libros de los estadios olímpicos a los profilácticos de las soledades al ruido dorado de las muchedumbres de sur a norte al encenderse de rosa el día hasta el advenimiento de los neones y más tarde la consumación de los carbones nocturnos hasta la bilis del alba. El nadaísta va solo hacia ninguna parte porque no hay sitio para él en el mundo no está triste por eso 45

le gusta vivir porque es tonto estar muerto o no haber nacido. Es un nadaísta porque no puede ser otra cosa está marcado por el dolor de esta pregunta que sale de su boca como un vómito tibio de color malva y emocionante pureza: “¿Por qué hay cosas y no más bien Nada?” Este signo de interrogación lo distingue de otras verdades y de otros seres. El es él como una ola es una ola lleva encima su color que lo define revolucionario como es propia la liquidez del agua del hombre ser mortal del viento ser errante del gusano arrastrarse a su agujero de la noche ser oscura como un pensamiento sin porvenir Ha teñido su camisa de revolución en los resplandores de los incendios en el asesinato de la belleza en el suicidio eléctrico del pensamiento en las violaciones de las vírgenes o simplemente en el barrio pobre de los tintoreros. Lleva su camisa roja como un honor como un cielo lleva su estrella como un semáforo produce su luz intermitente de catástrofe como una envoltura de “pall-mall” perfumando su pecho de adolescente. El Nadaísta es joven y resplandece de soledad 46

es un eclipse bajo los neones pálidos y los alambres del telégrafo es, en el estruendo de la ciudad y entre sus rascacielos, el asombro de una flor teñida de púrpura en los desechos de la locura. Tiene el peligro de los labios rojos y los polvorines mira los objetivos con ojos tristes de aniversario es el terror de los retóricos y los fabricantes de moral es sensitivo como un gonococo esquizofrénico inteligente como un tratado de magia negra ruidoso como una carambola a las dos de la mañana amotinado como un olor de alcantarillo frívolo como un cumpleaños es un monje sibarita que camina sin temblor a su condenación eterna sobre zapatos de gamuza. Sufre el vértigo de los sacudimientos electrónicos del jazz y las velocidades a contra-reloj corazón de rayo de voltio que estalla en el parabrisas de un Volkswagen deseando la mujer de tu prójimo. Se aburre mortalmente pero existe. No se suicida porque ama furiosamente fornicar jugar billar-pool en las noches inagotables brindar ron en honor a su existencia estirarse en los prados bajo las lunas metálicas no pensar no cansarse no morirse de felicidad 47

ni de aburrimiento. Es espléndido como una estrella muerta que gira con radar en los vagos cielos vacíos. No es nada pero es un Nadaísta ¡Y está salvado!

Poema para mi sobrenada el sobretodo es mi mejor amigo bebemos vino de consagrar en los viñedos y nos emborrachamos, compartimos el amor con las mujeres. mi sobretodo es sensual y seductor. en la cárcel era un colchón en los prostíbulos era un refugio con las manos hundidas en los bolsillos que me salvaba del naufragio de los besos baratos. en el invierno me defendía de la lluvia y en el verano era una sombra luminosa. mi sobretodo era una incitación voluptuosa a la pereza, al calor, al heroísmo, al amor, al invierno. en los momentos de peligro me hacía pasar por detective y me daba un aire respetable de gran señor del hampa. mi cuerpo se pierde en él cuando me persiguen, en mi buena época del parlamento él hablaba por mí: silencioso tímido elocuente. ha sido una bella disculpa para eludir serias responsabilidades históricas. mi sobretodo es a veces el lecho del amor en los sitios despoblados de la ciudad 48

tiene un oculto sabor de pecado prohibido. mi sobretodo es un gran honor. tiene más historia que una alfombra mágica. yo lo consagro como el receptáculo privilegiado donde algunas mujeres tendieron su columna vertebral completamente desnudas de cara al sol o a la noche. mi sobretodo es testigo de la ternura y el terror. fue acariciado por manos sofocadas de mujer y desgarrado por puñales de odio. mi sobretodo tiene quemaduras de tabaco y huellas de disparos asesinos y marcas sospechosas de labios rojos. yo lo empeño por 8 pesos en los momentos de apuro, mi sobretodo está saturado de sudor animal tiene residuos de manchas de sangre y aceite... sonidos vegetales. cuando no llueve y hace calor me lo quito me hundo en la noche oscura y mojada o me hundo en el día lleno de sol, seco. mi sobretodo es humano y feo y todos los domingos guarda en sus bolsillos la angustia de la semana.

Tu ombligo capital del mundo Salí de tu casa. Caminé a lo largo de la playa. La mañana cautiva en alguna parte más allá del mar se negaba a venir. Dichoso por los cuatro costados 49

4. G. Arango

me senté a tomar café en la taberna de los asesinos. Me ofrecieron un ron un balazo y una mujer. Me negué. Pensaron que yo era el Rey Mortal de un hampa peligrosa y me regalaron con la vida. (Es el mayor don que un asesino puede hacer a otro). Después alguien sospechó que yo era un poeta de la muerte y me echaron a patadas. (En el reino del Hampa nadie se burla de la muerte —me dijeron.) En la fuente pública lave mis heridas. En el hotel me desearon “buenos días” y la mirada del portero me requisó los secretos de la noche. Subí al ascensor. Contemplé en la terraza las últimas estrellas las palmeras la ciudad inocente asaltada por ladrones y grillos en fuga. Una paz inhumana viaja en las calles 50

y los primeros buses hacia la guerra del día.

Al fin pienso en tu cuerpo abandonado hace poco cansado por el triunfo del amor. Ya no estoy y sin embargo estoy en tu nostalgia en el dolor de mis dientes en tu carne violada por mi apetito. Te abrazas en tus senos como el remordimiento y en tu cuerpo ultrajado me quedo como quien pierde el último tren que parte a la estación del frío y al barrio de los hospitales. Varado junto a tu puerta te pido entrar para volver al paraíso de tu sexo donde habitan todas las estaciones y el olvido de la muerte. Son las 5 a.m. en el coche del lechero. Dormir eternamente Anclado en la bahía de tu ombligo: Cielo negro de libertad orilla honda de la memoria donde te olvido y me olvido ¡para recordar la gloria del presente!

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Poema Tristísimo Si muero te invito al sol alma mía Y no olvides llevar tu cuerpo Juntos, viviremos felices y seremos carne de la luz de Dios ¿Y si no hay Dios’ Lo mismo da. Girasol Giranada Giraflor desolada. Tu En la soledad de los espejos Yo en la soledad de tu vida.

Adiós al Nadaísmo Caído en el limbo espiritual suspiro por nuevos suplicios. Reclútame Señor para la salvación o el terror. Los ideales que no cambian la vida corrompen el alma. Esta pureza que cultivo en soledad me da asco. El espejo ya no me refleja: me culpa. Dios mío, sálvame de esta paz difunta. Devuélveme la esperanza y el sufrimiento. Dame fe en una causa aunque sea perdida. Dame todo el fuego que sobró de Sodoma, la sed que incendió tus delirios. 52

Quiero arder ¡arder! ¡Dame, Señor, la desesperación de creer y la felicidad de destruirme!

César o Divinidad Yo pasé por todos los recovecos, las guaridas elegantes, y caí ciego en las trampas del laberinto del sistema aciago. Aprendiendo a pensar me perdí. Experimenté todo; deserté de todo. Me adherí con juramentos a las banderas que luego traicioné, a los credos en que nunca creí. Desterrado de la razón vagué por los arrabales como un loco perdido. Mi hogar era los extramuros, las ruinas, los nidos de las águilas abandonados, los lechos de los ríos secos. En las montañas adoré a los bandidos que más tarde injurié. Las autoridades me abrumaron con su terrible falso poder, hasta el punto de desfallecer con sólo presentir un crimen, el olor de un policía. Me sublevé, hacha en mano, contra los dogmas humillantes de la dignidad de la vida. En los jardines del tirano nunca me invitaron a roer el pan del poder, el de la gloria. Me daban a morder, en cambio, el hueso del sacrificio. El poder era mi sueño, pero en la vida me supo amargo y perecedero: pan de muerte. De las iglesias me expulsaron con exorcismos de azufre de excomunión, aunque impulsado por un feroz misticismo y un deseo de salvación salvaje, por impetrar perdón me ofrendaba en holocausto para que el humo de la plegaria de mi cuerpo me trajera de la hoguera el aroma de mi condición divina: ¡El Martirio! 53

Merodeaba en los aleros de los palacios del poder y la riqueza, y canjeaba poemas inspirados por besos adúlteros con mujeres espléndidas. A falta de oro, Judas fue mi preceptor en el sexo. Poseía todo lo que codiciaba, y después lo traicionaba. Entregaba mi alma por la clave de un sésamo para espiar en los paraísos eróticos de la aristocracia: carne de carnaval, amaneceres de embriagueces turbias, lujurias grises, el tedio de la incomunicación, la muerte perfumada y desnuda, el horror en el infierno de las delicias. Después de las orgías pactaba conspiraciones contra cualquier césar o divinidad. La taberna fue mi templo, mi universidad. En las antesalas de la gloria mendigué poder, santidad, heroísmo, con la abnegación de un pordiosero. Me rechazaron siempre por mi invencible aire de pureza que descubrían en el fondo de mi satanismo modelo; o en mi rojo aire libre de profeta pirómano por la cólera y la compasión del mundo. En una edad lejana fui portero de alcobas concubinas en un prostíbulo real. Y, eunucobufón, pecaba con las llaves de oro de la imaginación inventando abracadabras para violar los secretos del sexo de la nobleza. ¡Oh jubilosas lujurias, oh satánicos éxtasis de fornicación! Mi Gólgota fue la castidad. En el delirio de la imaginación ascendí a tamborero del Palacio de Justicia. Mi misión era siniestra: ordenar los ajusticiamientos sin derramar una lágrima. Envidiaba el dedo en el gatillo de los fusileros: su mano firme y su corazón helado. De ahí me trasladaron como censor al Palacio de Bellas Artes. Abrumado de méritos contra la Libertad, fui proclamado verdugo y me ahorqué por el honor de una medalla. La bandera del Trono se enlutó por mí. Mis mundos eran subterráneos y sinuosos como los del gusano y el topo. En la noche saltaba de cangrejo a búho. Del búho al ángel me separaba un abismo en el que sembré semillas de redención: un puñado de lujurias marchitas y derrotas frescas. 54

Arruiné mi vida por enriquecer el ego. Pasé sin desgarramiento del Corazón de Jesús al comunismo: de las sosas academias a los antros de perdición; de la idolatría al sacrilegio. De la razón degollada di a luz el Nadaísmo como tabla de salvación para cruzar la noche náufraga del materialismo del siglo, y sobrevivir a sus feroces signos. Apuré todo lo sagrado como un tintero de veneno purificador, pero la santidad me derrotó con sus primeras espinas. Me afilié en los bandos malditos y afilé mis garras para la barbarie. En la tensión del arco descubrí que la acción no era mi cielo. Escapé en un velero perseguido por submarinos atómicos. Me degradaron en público alegando mi ternura como traición a la patria. Me rebelé contra el orden opresor que impone los privilegios del poder a los pobres. Mordí la piedra de la derrota filosofal. Impotente contra la iniquidad y la inmundicia, me hice bandido político, bandido lógico, y una vez me reventaron como un sapo por no llenar los requisitos de la infamia, máxima virtud de los tiranos. Asalté los tesoros y repartí el botín entre los terroristas, las prostitutas chancrosas y los criminales en retiro. Yo no conquistaría ningún cielo, ningún trono, por la virtud. Armado de mis feroces atavismos: el terror y la misericordia, me lancé a la aventura. Bienaventurados los aventureros porque de ellos serán los tesoros de la Imaginación. Fue así como derrotado de todo me hice bandido del poema, y un rayo me hirió de luz mientras miraba la gaviota de Providencia sobre una nube color naranja. Después de tales peripecias hallé el camino al caer al abismo donde me encontré a mí mismo. Agobiado por la felicidad di el salto a la penúltima fe: ¡El Amor! 55

Forjar en los más altos cielos del ser su trono en la cúpula divina.

Pic nic al más allá Esa noche me invitaron a un pic-nic a la orilla del mar. Recostado en un tronco con el cerebro lleno de humo, la lógica se hizo ceniza en la hoguera sagrada. De repente sentí que la piel me abandonaba con una dulzura zozobrante y se incendiaba en una estrella, allá lejos. Estaba fascinado con el prodigio. Por mis venas no corría sangre, sino un éter seráfico que me aliviaba de la pesadumbre del cuerpo. Cerrados los circuitos del pensamiento, volaba al infinito dentro de mí mismo, hacia Dios. En algún momento me asaltó cierto terror relacionado con mi vida. Sentí que emigraba… Un turbio sentimiento de culpa embargo mi alma por atreverme en los Enigmas. Presentí, aterrorizado, que iba a suceder lo mismo con mi piel: una fuerza brusca, sobrenatural, me arrancaría de mí mismo para arrojarme al vacío. Con un miedo impotente me aferré al tronco para evitar la caída, pero la madera empezó a crujir desintegrada, en un divorcio con mi cuerpo, como si la materia me hubiera desterrado de su realidad. En el absoluto desamparo evoqué lo que más amaba, lo más bello que me retuviera de este lado del mundo: esa mujer, la turbadora promesa de su ternura sexual. Fue inútil. Nada podía alcanzarme en el vértigo de aquel abismo en que giraba lejos de la posibilidad humana. 56

Náufrago del cielo, perdido en el torbellino de las constelaciones, brizna de nada en la eternidad, era arrastrado por aquella marea de terror a un reino de luz espectral, en las ilimitadas orillas del no-ser... Si mal no recuerdo, esa amarillez mística imitaba un cielo religioso en que la luz era beatitud. Sin duda había muerto en la tierra. Esta evidencia se impuso con tal claridad que no tenía objeto rebelarme. Consentí mi muerte y ni siquiera podía recordarme como cuerpo. Heme aquí despojado de materia, vago sin memoria en cielos vacíos. ¡Mi Dios, qué desiertos! Soledades puras... esa luz sin límites... sin distancias... en que me siento perdido. No veo a Dios ni tengo esperanzas de encontrarlo. Me pongo a buscar desesperadamente aquella mujer que amé en la tierra, de quien una vez más me vendría la salvación. Esta ilusión gravita en mí como un destino. Recorro todos los estadios de la eternidad: nada, ninguna presencia, ningún signo. Lo humano está ausente del mundo. Oh dioses, ¿dónde ocultáis a los mortales? La idea de que tendré que vivir toda la eternidad en esta ausencia, abruma mi alma con el peso de un exilio. Siento la tierna y terrible nostalgia de la tierra, la sed de su jugos, el júbilo del ron alrededor de la hoguera, una cascada en el monte chorreando sobre una mujer desnuda, mi mujer en un campo de girasoles, una hamaca bajo las estrellas de Tolú, olor de campos arados, ríos de miel, de rocío, ¡oh, sí, la tierra, reino transparente de luz, de plenitud! Cuando volví del más allá los alcatraces jugaban en las olas del inmenso loto, burbujas de sol en el aire. La tierra era un sueño que despertaba de la pesadilla de Dios, y era verde. La bendije. 57

Una mano más una mano no son dos manos; son manos unidas. une tu mano a nuestras manos para que el mundo no esté en pocas manos sino en todas las manos.

Gringo tu imperio no es mi reino pero te amo aunque me desprecies tranquilo rubio no estoy en venta te amo gratis te encimo mi última moneda.

Kinakoto Paulino, el anciano de la tribu kinakoto, toca su viejo tambor de cuero empedernido con un palito de juansoco en la noche del cachirí del Vaupés enfiestado de músicas de flauta y carrizos salvajes. Los huesos de Paulina su mujer yacen bajo tierra santa 58

en el interior de la maloka apisonada por los pies emplumados de los bailarines indios ebrios de chicha dichosos de coca pintados de espléndidos achotes danzando como dioses en praderas de hongos.

Génesis La última lágrima ilumina la sonrisa como la primera gota del manantial engendra el océano y la noche da luz el día.

Oración Padre, bendíceme. Que yo siempre te sea fiel como el pie al paso, como el paso al camino, y como el camino hacia ti en pensamiento, palabra y obra. En la poesía es donde nos parece más notable, pero fue en su labor como periodista donde fue más notorio. Los ejemplos que presentamos no son desdeñables. Primero, un fragmento de las Memorias de un presidiario nadaísta, que se publicó por entregas en el semanario Contrapunto. Humos, vida calcada, ironía, de la mejor clase, naturalismo de vanguardia. 59

Después Planas, crimen sin castigo, que apareció en Nadaísmo 70. Si no es la dignidad del periodismo, yo no sé qué sean, estas dos muestras de esa literatura contingente, del pasar reflejando el mundo, en la que puso tanto ardor.

Memorias de un presidiario nadaísta Por razones nadaístas, a veces justas y otras no, he ido a parar tres veces a la cárcel. De eso hace varios años, y para reconstruir estas memorias lo hago con ayuda de la imaginación. Es más seguro decir que la realidad es algo inventado. Pues si digo que la realidad es verdad, me llevan a la cárcel por cuarta vez. Pero yo no soy santo ni bobo para sacrificarme por esa cosa tan falsa como es “la verdad” en Colombia. Mi carrera de delincuente extraordinario empieza en la Bella Villa de Medellín en 1960, año del Jubileo. Hacía dos, en 1958, mis amigos y yo habíamos fundado el Nadaísmo, y después de los primeros aspavientos publicitarios, empezó su fulgurante estrella a languidecer. A pesar de nuestras cabezas alocadas, peludas y desafiantes, los antioqueños se resignaron a soportarnos sin trabajar, y nos fueron olvidando. Para nosotros era una iniquidad que la prensa no hablara mal del Nadaísmo, siquiera una vez al día. Esto nos puso furiosos. Por lo tanto, se imponía a marchas forzadas la necesidad de un milagro para resucitar el mito, pues ya los poetas del grupo se estaban “colocando” y algunos decididamente enamorados amenazaban con casarse. Si no poníamos otra vez de moda el famoso slogan de “somos geniales, locos y peligrosos”, entonces se consumaba la devaluación del Nadaísmo como revolución al servicio de la barbarie. ¿Qué hacer? Como siempre fuimos muy devotos y comulgadores, le pedimos a Dios un milagro. A los pocos días sucedió. El Colombiano lo anunció a siete columnas en su página de Vida Parroquial. Allí leímos: “Medellín, sede del Congreso de Escritores Católicos”. Los nadaístas nos miramos en silencio, y a pesar de que ya no creíamos en Dios –“por la pica”, para 60

vengarnos de la castidad y las torturas del seminario– le dimos las gracias porque se dignó escuchar nuestras plegarias. Los Gerentes de la Curia iniciaron los preparativos para que el Congreso resultara muy solemne, según se usa en el pueblo antioqueño. Coltejer y Fabricato se disputaban con cartelones de trapo la propaganda, y de paso aprovechaban para recordar a los fieles que además de salvar el alma, buscaran el nombre de Fabricato en el orillo de la tela o que Coltejer es el primer nombre en textiles. Entretanto, los nadaístas buscábamos un mimeógrafo por cielo y tierra para estampar nuestras cositas en un volante, pero nadie quería hacernos el favor. Nosotros decíamos que era para sacar unos poemas, pero nos mandaban con esa música a otra parte. Al fin fue uno de los poetas del grupo que trabajaba en Coltejer el que arriesgó el empleo para sacar de noche el Manifiesto Nadaísta al Congreso de Escribanos Católicos en un mimeógrafo del primer nombre en textiles. Nosotros somos así, muy irónicos y con un alto voltaje de humor negro. Pero de esto y de todo era ignorante don Carlos Jota. Al fin llegó el famoso día de instalación. Medellín se embelleció de sotanas de curas y de monjas. En todas las filiales de “Andi” y “Fenalco” se izó piadosa y mística la flamante bandera nacional, al lado de la antioqueña cuyos colores simbolizan: ¡Virtud y Trabajo! Era sobrecogedor. Los antioqueños y los nadaístas estábamos muy emocionados. Los escritores colombianos suspiraban felices como ruiseñores en la Primavera de Junín, y el Hotel Nutibara –el más oligarca de Medellín– despedía un aroma de convento medieval, poesía, concupiscencia y santidad. En el bar, y bajo los parasoles de la piscina, grupos de vates de todos los rincones de la patria, susurraban y liquidaban botellas de whisky por cuenta de los industriales antioqueños, mientras sus miradas se extasiaban con beatitud en los traseros de las castas antioqueñitas que, ese día, como “por casualidad”, habían ido a la piscina a dorarse las excelsas virtudes de la raza, para inspirar a los idealistas poetas católicos. No es imposible que 61

algunas de ellas se llamaran Teresas, en vista de la presencia de Eduardo Carranza, que precisamente se bebía todo el jerez de su madre España. Ese día de gloria para la cultura antioqueña, El Colombiano había copado toda la edición con fotos de curas y poetas y a cada uno le decía en el saludo que era el mejor en su género. O sea, que éste no era un concilio de poetas católicos, sino de poetas geniales. En fin, que bienvenidos a la cuna de la cultura católica, que era un honor, y que a nombre del inmarcesible pueblo antioqueño elevaban al cielo sus preces para que el Espíritu Santo iluminara sus cabezas y sus corazones, pues esos terribles comunistas y esos bárbaros nadaístas ni siquiera tenían papá. Yo personalmente no me enojé con el insulto de que no teníamos papá. Eso era más o menos cierto, pues el mío por fortuna ya estaba muerto. En cuanto a mi madre, que en paz descanse, si estaba viva, y era más camandulera que toda la Venerable Curia Arquidiocesana. Tanto, que les voy a contar: cuando el viejo murió de 76 años, nos dejó una finquita en herencia para repartir entre la vieja y 13 hijos. Valía como diez mil pesos, era toda su fortuna por haber trabajado honradamente. Cuando se lo comió el cáncer se ganaba 300 pesos en la Contraloría. Él no pudo ascender mucho porque era muy trabajador y muy honesto. Los liberales lo habían echado del puesto de telegrafista en 1930, por godo. Como se quedó más varado y más embargado que una nómina de maestros de escuela, se tuvo que ir para una finca a peoniar. Eso todos los días y todos los años hasta 1946, en que gracias a Dios se cayeron los liberales, y los godos le volvieron a ofrecer un puestecito. Pero la desgracia fue que durante esos 16 años se le olvidó la telegrafía de tanto echar azadón, por lo cual lo nombraron secretario de algo. Como no ganaba gran cosa, hubo en la familia una verdadera hecatombe de matrimonios para que los más grandes nos cedieran la cuchara, los calzones viejos y el cartapacio para ir a la escuela. Mi padre se sostuvo en el puesto hasta que se lo comió el cáncer. El pobre ya estaba muy cansado y deteriorado. A pesar de que era muy religioso, nunca le alcanzaba el sueldo para pagar los diezmos y primicias a la Santa Madre Iglesia, y cuando se murió, a mi madre se le metió en la cabeza que mi pobre padre se había atrancado en el purgatorio a causa de los diezmos. 62

Entonces decidió vender la finquita de la herencia por cinco mil pesos al contado, más o menos lo que sumaba un sueldo por un año durante toda su vida. Mis otros hermanos estuvieron de acuerdo en que había que pagarle al viejo el seguro de vida eterna para que pudiera subir el otro ladrillo hacia la gloria celestial. Pero como yo ya había leído a Vargas Vila, me opuse rotundamente. Mi madre guardaba la herencia en una maleta en billetes de a cinco, listos para entregarlos al padre Ferro, un cura italiano, párroco de la iglesia de nuestro barrio de Boston, en Medellín. Yo, por razones vargasvilescas, me oponía a que le regalaran al cura italiano ese montón de plata, pero mi madre alegaba que el viejo estaba secuestrado en el purgatorio, y que según las cuentas que habían hecho ella y el padre Ferro en el confesionario, Dios Nuestro Señor lo podía poner en libertad por esa suma. Entonces, yo le propuse una fórmula de conciliación, de sabor humanitario y cristiano, que consistía en enviar los cinco mil a manera de diezmos al hospital de Andes, nuestro pueblo. Ella negó la fórmula alegando que una cosa era el hospital y otra cosa era lo que había que hacer, o sea, llevarle la maleta el padre Ferro, en la casa cural de Boston. La terquedad de mi madre me enfureció, y no me quedó más remedio que decirle: Oye, mamá, ¿y si va y el viejo está en el infierno? Más me valía no haber nacido, porque mi madre se puso a chillar, a rezar, a maldecirme porque yo era un hijo desnaturalizado, que cómo se me ocurría pensar esa cosa de mi padre que era tan bueno, tan cumplidor del deber, tan practicante de los mandamientos de Dios, que precisamente sólo había cometido un pecado contra los de la Santa Madre Iglesia, y que por eso se iba a morir de sed en el purgatorio, si yo no dejaba llevar la maleta ya mismo... Como mi madre tenía fe de carbonera y se estaba volviendo loca, yo le dije: —Está bien, haz lo que te dé la gana, pero te juro que el cura se va a comprar un Cadillac con la platica del viejo, ¡maldita sea! Como mi madre adoraba al padre Ferro, me echó de la casa por comunista. Y yo me fui. 63

Ese mismo día pagó el rescate del viejo y se sentía Dios en el paraíso. Al otro día me hizo telefonear a la Universidad para decirme que me perdonaba y que volviera a casa. Pero yo estaba muy verraco y aguanté. De noche dormía en mi oficina de la biblioteca de la Universidad de Antioquia, donde trabajaba, pues quién lo creyera, yo era entonces profesor de retórica. Sólo tres días después la camisa se puso puerca y volví al hogar. Mi madre me abrazó, lloró. Ahora gracias a Dios todo iba okay en el cielo. Lo que mi madre no sabía era que al viejo le encantaban las mujeres. Y esta debilidad del viejo fue para mí, en vista de la maleta esfumada, toda la riqueza que heredé. Yo ya era nadaísta cuando a mi madre se la comió otro cáncer. El poeta Amílcar U y yo la llevábamos por la mañana a la iglesia para que no la pisaran los carros y regresábamos por ella al anochecer. A veces se nos olvidaba. Y algún policía le hacía el favor de pasarla de una calle a otra. Cuando le conté a Amílcar la historia de la maleta, dijo: —Para mí que doña Nena tiene complejo de Electra teológico con el padre Ferro. Mi madre siempre nos decía de viaje a la iglesia que el padre Ferro era muy buen mozo y muy santo, como san Agustín, pero a mí me parecía un viejo adiposo y muy bruto, por lo cual Amílcar hacía la broma de que yo simplemente estaba celoso. (Digo esto a ver si su reverencia ilustrísima se enoja y me envía la parte de mi herencia al apartado aéreo 10141, Bogotá, D.E., pues estoy más pobre que un poeta. Su eminencia y yo sabemos que mi padre, por ese asunto de las mujeres, no estaba en el purgatorio, sino donde sabemos). Bueno, esta era mi madre. Por desgracia para su alma, no dejó al morirse ninguna finquita para sacarla del purgatorio. Por lo demás, ella ya había purgado infierno y purgatorio juntos soportándome a mí sin trabajar, sin sueldo, sin hacer nada. Ella pensaba que yo me había dedicado a nada, y que por eso mencionaban mi nombre en la radio como “nadísta”. Como no sabía leer, nuestro único diálogo se limitaba a rezar el santo rosario, para lo cual me despertaba de mis borracheras vitalicias levantándome del pelo. Yo debía hacer todas las noches este sacrificio, a 64

cambio de la dormida, la comida y un paquete de cigarrillos Pielroja los domingos después de misa. Sólo se dio cuenta que el Nadaísmo era una cosa muy fea cuando oyó en los radioperiódicos la noticia de que yo estaba preso en La Ladera como un vulgar ladrón de repollos. Pero era por otra razón: por lo del bendito Congreso de Escritores Católicos, instalado solemnemente a las 3 de la tarde en el paraninfo de la Universidad de Antioquia, repleto de frailes y poetas, de monjas y de ministros de Dios y del trabajo (le había tocado al pobre Otto Morales representar al ejecutivo en ese acto de lirismo eucarístico, lo mismo que al doctor Panesso Robledo el honor de representar al liberalismo), y todos los otros inteligentes de la plana mayor de la cultura que tenían de católicos lo que tenía yo de arzobispo. Quiero decir, que todo el mundo se escandalizó de verme allí, pero yo me aterré más de ver a todo el mundo con esos aires de sacristanes arrepentidos. Al único que no vi fue a Vargas Vila, y eso porque ya estaba muerto. En una palabra, allí sí estaban todos los que no son. Otto, al verme a veinte metros, me abrazó con una cálida sonrisa episcopal, como pidiéndome disculpas, mientras el gobernador Jaramillo Sánchez, consagraba la Patria a la Virgen del Perpetuo Socorro, y en suntuosas metáforas pedía perdón a los curas por el Indio Uribe y los otros apóstatas del azufrado Olimpo Radical, pues según sus profecías, ya Colombia marchaba sobre ruedas con el Frente Nacional y con el Sagrado Corazón de Jesús a la cabeza haciendo de locomotora. Lo demás, señoras y señores, era pura paja y poesía. Los intelectuales católicos antioqueños (perdón por el pleonasmo), al verme muy estoico y recostado contra una puerta del paraninfo, pensaron que yo al fin me había arrepentido, y me invitaron a tomar asiento al lado del venerable clero. Yo dije que no era digno de semejante honor, y que para comenzar a expiar mis pecados deinsurrección prefería la penitencia de escuchar los siete discursos de pie. Mis amigos nadaístas sí estaban sentados, mimetizando sus revueltas cabelleras en los crespones negros de infinitud de sotanas, a la espera de que el gobernador Jaramillo Sánchez –príncipe clerical del liberalismo de 65

la Montaña– terminara su discurso y llovieran los aleluyas de la beatería, pues lo que iba a suceder sucedería durante los aplausos, o sea, el delito ése de que me hicieron reo de sacrilegio. Olvidaba decir que en el plan nadaísta previamente trazado hubo un Judas que nos traicionó, el poeta Amilcar U, quien no cumplió la cita en el paraninfo. Esa tarde resolvimos expulsarlo del movimiento por cobarde. Después, al saber la causa de la deserción lo perdonamos, pues resulta que la mamá le había capturado la hojita mimeografiada del Manifiesto Nadaísta a los Escribanos Católicos, y lo amenazó con que si no le confesaba la verdad le daría ataque al corazón. Amílcar, que siempre ha sido un hijo cariñoso por sus quince años de seminario en Jericó, le tuvo que confesar la pura y santa verdad, y el ataque le dio con mayor razón, por lo cual a la hora de los discursos Amílcar estaba como loco de parroquia en parroquia buscando un confesor para su agónica madre. Al fin tronó, relampagueó y cayó un aguacero de aplausos sobre el religioso paraninfo, y sucedió lo que tenía que suceder. Lamenté mucho no haberme podido quedar al discurso de Otto que seguía en turno, pues con esa literatura de alcantarilla con que los nadaístas dimos la bienvenida a los congresistas, mi presencia allí no sólo resultaba sospechosa, sino francamente un atentado contra la higiene, pues aquello empezó a perfumarse como una catedral de semana santa durante el sermón de las siete palabras. Fue por estética, querido Otto, y no por tu discurso por lo que me fui, y aquí te pido perdón en esta crónica. Supongo que mientras el risueño ministro del Trabajo del señor Lleras invocaba las luces de la Divina Providencia, y sindicalizaba a los poetas bajo el obediente patronato del Niño Jesús de Praga (no el comunista sino el católico), yo iba con mi amigo Cachifo por los lados del manicomio en un taxi, rumbo al barrio Aranjuez, donde él tenía una amante que apodaba “La Lora” y donde en calidad de prófugos de la poesía y de la catolicidad íbamos a pedir asilo. “La Lora”, ¡por Cristo que no era tal Lora, era una víbora! Cachifo me advirtió que lo mejor era no decirle nada, pues era muy rezandera como corresponde a una dama antiqueña, por demás virtuosa, a pesar del cariño 66

que le dispensaba. Así que para que no nos llevara el diablo, mi amigo dijo a su amiga que habíamos venido de paseo. La tal visita pronto degeneró en una fiesta con botella de aguardiente, pasillos, bambucos, y la radionovela de rigor de la Voz de Antioquia. Y por la noche, nada menos, ya que los nadaístas éramos por aquella época muy abnegados y solidarios, íbamos a dormir con “La Lora” menàge a trois, porque sólo había una cama, y para que, según el bueno de Cachifo, “el pobre Gonzalo no se aburra en el exilio”. Todo hubiera ido de perlas y yo me hubiera sentido muy feliz con tan lindas y amorosas perspectivas, si por desgracia el maldito programa de bambucos no se hubiera interrumpido para emitir un boletín extraordinario, urgente. El indignado locutor aullaba, pateaba, se desgarraba la garganta transmitiendo la abominable noticia de “un increíble sacrilegio perpetrado contra el magno Congreso de Escritores Católicos por la pandilla de antisociales llamados nadaístas, encabezados por el sujeto Gonzalo Arango, que en este momento es perseguido por toda la ciudad para capturarlo vivo, muerto o borracho. Las magnas tradiciones católicas del pueblo antioqueño han sido ultrajadas. ¡El cielo clama venganza! ¡Alerta, católicos de Medellín, las autoridades legítimamente constituídas para la defensa del orden y de la fe, solicitan a la ofendida ciudadanía colaborar en la captura del sacrílego apache y sus compinches, para lo cual deben llamar a los teléfonos tales y tales... !”. “La Lora” se tragó la lengua al oír la noticia, y como, naturalmente, su cerebro era de lora, se le ocurrió la idea genial de llamar por teléfono para entregarme a la policía. Cachifo le expuso a su adorable indignada Dulcinea todas las razones razonables que pudo inventar para que desistiera de la burrada que iba a cometer, alegando en mi favor que el Nadaísmo era la cosa más espiritual del mundo; que yo era mejor poeta que Julio Flórez (a quien ella tanto admiraba): que yo, allí donde me veía, o sea en su propia casa, era nada menos que amigo íntimo de Otto Morales, ese que es ministro; que yo además era dramaturgo (“¿ya no recuerdas que vimos juntos en el Teatro Opera la obra HK 111 representada por el Búho?”). Y como si no fuera suficiente, él es “el profeta de la nueva oscuridad”, o sea, el fundador del Nadaísmo, cuya definición es: “un siquiatra aplicando choques de insulina a la Virgen de los Milagros...”. 67

Como “La Lora” no acababa de digerir estas locuras y persistía en su propósito, Cachifo apeló a la última razón que le quedaba, y la durmió de un tierno tiestazo en el pico. Ya con “La Lora” en el nirvana, Cachifo y yo nos seguimos emborrachando al son de boletines extraordinarios sobre “el irrespeto al sentimiento religioso del pueblo antioqueño, y a los ilustres aedas que nos honran con su presencia”. Pero nada que daban con mi paradero, ni siquiera Dios que me debía estar buscando con un rayo por cielo y tierra para fulminarme. Al doctor Tuso Navarro Ospina se le pusieron los pelos de punta al leer el manifiesto nadaísta, por lo que hizo redactar un comunicado de protesta a nombre del católico y glorioso conservatismo tradicional de La Montaña, y para desagraviar a los ilustres huéspedes, mandó cantar una misa solemne, con trisagio y todo en honor de los congresistas en la Metropolitana, a la que, por supuesto, quedaban invitados y citados los intelectuales y poetas, sobre todo los de filiación conservadora, a las 6 en punto de la madrugada, con el fin de que los concurrentes pudieran llegar puntualmente a su trabajo luego del oficio religioso. Por desgracia para el devoto y virtuoso Tuso, los congresistas se dedicaron esa noche a “beberse” el Grill del Nutibara, por lo que el Tuso esperó en el atrio hasta las 6 y media, hasta las siete, y en vista de que nadie llegaba, de que lo habían dejado plantado, se dijo para sí: “Estos liberales me dejaron con los crespos hechos”. En vista del fracaso, él solito, con su pila de fotógrafos, se tuvo que “mamar” la misa solemne con trisagio, pues su plan era hacerse fotografías comulgando con los poetas para luego enviar copias al Santabárbaro doctor Gómez Martínez, y así llenar las arcas electorales del ospinismo antioqueño en los próximos comicios. Al ministro Otto casi le cuesta el puesto, pues en plena juerga en el Nutibara se puso a leer el manifiesto en susurro, desvelando con su euforia a tres manzanas de paisas, pues con cada risotada celebrando las ideas del documento, se turbaba el nocturno y apacible orden público de la Villa de la Candelaria: “Carajoooo —susurraba Otto como una manifestación en la Plaza de Cisneros– estos nadaístas son unos genios... Federicooooo, 68

búscame a tu primo Gonzalo para darle un abrazo... Oigan esto... Juaaa... juaaaa... Juaaaa.... juaaaaaaa...” Lo que no sabía el doctor Otto era que por allí cerca, tomando agüita de Bretaña, trasnochaban algunos intelectuales del Opus Dei, que al otro día le llevaron el chisme al arzobispo de que el señor ministro del Trabajo se había “embriagado”, que tampoco había ido a la misa del Tuso, y que estaba radiante con la hoja sacrílega de los nadaístas, que hasta se la pensaban llevar para leérsela al presidente Lleras en el consejo de ministros. Menos mal que a Ottono le dió esa noche por las mujeres, pues a estas horas estaría catalogado como “escritor de alcantarilla”, arruinando con eso su casta y ejemplar vida pública. Los nadaístas seguíamos escondidos. Los estoicos congresistas seguían deliberando de día y emborrachándose de noche. En una de las agitadas sesiones, un grupo de poetas propuso la conveniencia de excomulgar a los nadaístas por intermedio de la Curia, pero algún iluminado tomista se opuso a la excomunión con la tesis muy racional de que precisamente era eso lo que nosotros buscábamos, o sea, el martirio, que por lo tanto, el castigo debería consistir en no excomulgarnos. Después de sacramentales debates que hicieron oscilar el destino eterno de los nadaístas entre el purgatorio y el infierno, se impuso la tesis sustentada por el poeta Carranza, a nombre del grupo de Piedra y Cielo, y finalmente se optó por el olvido y un piadoso perdón, lo que significaba que los nadaístas éramos condenados implacablemente a volver al cielo folclórico de Carrasquilla y de nuestros abuelos... ...Por Cristo, que fue toda una derrota para nosotros y un triunfo rotundo para los escribanos...

Planas, Crimen sin castigo “El rincón de Planas es un bolsillito escondido que el señor gobierno no sabe dónde es, pero ahora ya lo sabe” (colona Estercita). 69

5. G. Arango

“A mí me cogió el ejército colombiano, me amarraron las manos, los pies, el pescuezo, me colgaron de un árbol, me torturaron los testículos con electricidad” (Luis Alberto Quintero, niño de 13 años). “Nosotros indios brutos vinimos al monte para salvarnos de la muerte. Me dijeron cuéntenos de Jaramillo, yo dije no es mi padre, no es mi hermano, yo no sé nada. Por la noche me amarraron a un árbol, me dieron patadas dos horas, estuve cinco días sin comer” indígena Ignacio Gaitán. “Si hay caridad cristiana en un sacerdote, que cese la campaña de difamación contra el Ejército. Sigamos este debate en el gabinete de mi General, o en la universidad del Padre Pérez” Coronel José Rodríguez. “La Universidad no puede solucionar nada, allá el debate es unilateral” General Currea Cubides, Ministro de Defensa. “En la Universidad existen los mecanismos de diálogo, es allá donde debemos debatir los problemas nacionales. Se ha lanzado un reto... yo no puedo retirarme” Padre Gustavo Pérez. Así es la cosa. Todo empezó hace siglos con el asesinato del primer indio. El poder cruel del centauro contra la flecha, del invasor blanco contra el nativo inerme. El escenario de este viejo exterminio sangriento, despiadado, sucede ahora en Planas, departamento del Meta, en una selvática extensión de cientos de miles de kilómetros en los Llanos Orientales de Colombia, habitada por pacíficas tribus nómadas, entre ellas los Guahibos. Planas era, hasta hace pocos meses, el nombre de una exótica mitología precolombina, ignorada por los colombianos y los gobiernos de 150 años de “vida republicana”. Sólo un puñado de terratenientes inescrupulosos y misioneros evangélicos, llamados a sí mismos “los racionales”, realizan con los indígenas un impune mercado negro de cuerpos y almas, al estilo oprobioso de la esclavitud. Misioneros católicos enseñan el catecismo a cambio de mano de obra en los potreros de Dios; líderes evangélicos como Wilfredo Watson han montado próspero negocio de fetiches religiosos cuyas ganancias invierten 70

en ganadería. Este hábil ganadero teológico fundó un pueblo llamado Emaús para atraer el turismo de sus compatriotas, que suma excelentes dividendos. Su colega Sofía Muller hace 28 años fundó allá una especie de imperio hegemónico y se le considera una deidad. Efecto social de las misiones: enriquecimiento, y en forma secundaria, evangelización. Por su lado, una plaga de colonos explotadores tomó posesión “a la brava” de los territorios indígenas, fundando verdaderos imperios hasta de 70.000 hectáreas, que dirigen a control remoto desde las capitales por medio de capataces expertos en aplicar la ley del amo, cueste lo que cueste. Esa ley es inhumana y rígida como un latigazo. Es la ley “racional” del conquistador para dominar a los “indios brutos”. Despojados de sus tierras por el invasor blanco, éste impone las reglas de juego de su dominación: persecución, intimidación, salarios de hambre, exterminio físico. La violencia del colono es legítima si se ejerce en nombre del progreso. La autoridad es indiferente y hasta cómplice de la “moral” del opresor, en tanto no afecte públicamente su reputación cristiana y democrática. Pero la humillación tiene un límite, y la paciencia se cansa de esperar un día. La desesperación india se rebela en nombre de cierta dignidad humana, de la justicia, y con sus arcos al hombro y un manojo de flechas se internan en la selva bajo el comando de un líder con escopeta: Rafael Jaramillo Ulloa. El tambor del guahibo extiende el eco de la rebelión en la selva, y los amotinados disparan sus flechas en la noche turbando el sueño del explotador. La justicia indígena toca a las puertas del colono, quien a su modo “racional” pregunta “qué pasa indios de mierda” y luego responde con una balacera. El orden público de los terratenientes de Planas está turbado, y como en la famosa obra de Rulfo, el Llano está en llamas... Aquí el Pedro Zamora de la rebelión indígena se llama Rafael. Para los soldados del gobierno solamente “Jaramillo”. 71

Quién es Jaramillo El líder de la guerrilla indígena, Rafael Jaramillo Ulloa, era hasta febrero de 1970 un anónimo personaje, mezcla de idealista, aventurero y colono pobre, radicado hace años en Planas. Convivió con los indígenas, conoció a fondo sus problemas y compartió su infortunio. Alguna vez el Gobierno lo nombró inspector de policía, y como tal fundó la primera cooperativa para abastecer a los indígenas y comprar sus cosechas a precios razonables, con el fin de aliviar su suerte y defenderlos de la abominable explotación de colonos y cacharreros ambulantes que ejercían un sistema de trueque criminal, por ejemplo una camisa por un bulto de arroz, o una botella de aguardiente por un bulto de maíz. Lógicamente la cooperativa despertó celos y resentimientos en los explotadores, y la gratitud unánime de los indígenas. Como no se había fundado con finalidad de lucro, sino de servicio, el pequeño capital se repartió en préstamos sobre cosechas que nunca se recogieron por catástrofes naturales, y el dinero no pudo ser restituido por los indígenas. Fue el fin de la cooperativa. A raíz del alzamiento de Jaramillo se hizo circular la versión de que había robado los fondos, o se había ido al monte para echar una cortina de humo sobre un presunto peculado. Lo cierto es que nadie, ni siquiera sus enemigos, han podido probar que Jaramillo es un estafador, ni que abrió cuenta en dólares en Suiza o el National City Bank de Villavicencio. La verdad pura y llana es que Jaramillo fue y sigue siendo un pobre diablo con los bolsillos rotos. Como la tesis del peculado era insostenible, los mandos militares dieron su versión en el sentido de que Jaramillo era un bandolero vulgar, colono fracasado y oportunista que ambicionaba el poder para explotar a los indios en beneficio propio; que los arrastró al monte convenciéndolos de que Venezuela estaba atacando a Colombia y el gobierno lo había nombrado para defender la patria; o en fin, que los colonos y los oligarcas iban a mandar tropas para matarlos y quedarse con sus tierras. 72

Pero las hipótesis son hipótesis. El hecho es que Jaramillo sigue luchando en la selva con su puñado de indígenas desarrapados, diezmados por el hambre, la enfermedad, resistiendo con flechas a un ejército de centauros expertos en “contraguerrilla”, como lo explica el propio Comandante de la VII Brigada, coronel José Rodríguez, encargado de dirigir las operaciones militares contra Jaramillo Ulloa y los indígenas.

El ataque de la cordialidad El coronel Rodríguez, comandante de la VII Brigada de Villavicencio, explica su plan pacificador ante una “comisión de buena voluntad” que designó el gobierno para comprobar los crímenes y torturas del Ejército en la población indígena de Planas, denunciados recientemente por un grupo de religiosos y laicos encabezados por el sacerdote sociólogo Gustavo Pérez. Dice el Coronel: “En febrero un grupo de indígenas dirigido por el bandolero Jaramillo se alzaron en armas turbando el orden público de Planas y una vasta región. ”El conflicto forzó a la fuerza pública a reforzar el puesto de policía de Planas, pero la medida fue insuficiente, ya que el problema no era de policía, sino un conflicto social que hizo crisis y turbó gravemente el orden público. ”Como tal, fue necesaria la intervención de las Fuerzas Armadas mediante un plan escalonado que comprendió las siguientes operaciones militares: ”24 de febrero: “Plan Cordialidad”, con 70 hombres del Batallón Vargas, consistente en desarrollar una táctica de ayuda a los indígenas, aplicando métodos de persuasión cordial, para que regresaran a sus tierras y malocas (ranchos). Este plan no dio resultados positivos, fracasó. ”Segunda etapa: “Operación Control”. Consistía en controlar, de un lado la guerrilla de Jaramillo, y del otro a colonos y terratenientes que estaban listos a tomar la armas. El pie de guerra fue aumentado, la situación 73

empeoró. Hubo muertos de ambos bandos. La zozobra creció entre la población indígena y los colonos pobres. ”El 16 de mayo los terratenientes Solano, Machado y otros, envían carta al Presidente acusando a las Fuerzas Armadas de utilizar tácticas complacientes y comprensivas, y exigiendo medidas drásticas para resolver el conflicto. ”A raíz de esa queja el alto gobierno convoca los altos mandos militares, y de esa reunión surge la “Operación Cabalgada” con fuerza de infantería, tropas de caballería “Centauro 2”, con respaldo de la Fuerza Aérea. ”Se establece absoluto control militar en la región. Planas es declarada zona militar. El patrullaje es intensivo en el monte, hay choques de la tropa con indígenas, se hacen capturas de sospechosos y se obliga a portar el pase militar”. Como resultado de esta operación represiva reina una aparente paz en la región. ¿A qué precio?

Las víctimas del centauro El primero de agosto pasado, durante una Jornada de Reflexión Cristiana, se reunieron en Villavicencio, capital del Meta un grupo de sacerdotes, religiosas y laicos, conocedores por fuente directa de una serie de torturas y crímenes contra los indígenas, y decidieron denunciar las injusticias ante el Procurador General de la Nación, concretando los siguientes cargos: “1. Persecución al indígena: los indígenas de la región de Planas, pertenecientes a la tribu Guahiba, han venido siendo perseguidos por el Ejército de Colombia y el Das Rural, en forma inhumana, acudiendo a sistemas criminales, tales como el patrullaje permanente que realizan por esta región sirviéndose de la complicidad interesada de colonos que buscan el exterminio de los indígenas para apropiarse de sus tierras. Esta persecución la llevan a cabo con armas modernas y material bélico que no dudan en emplear contra indígenas armados primitivamente con flechas, 74

que son su instrumento de subsistencia, produciéndose así matanzas que constituyen un verdadero genocidio. ”2 Torturas: los indígenas capturados son víctimas de torturas tales como: quemaduras con cigarrillos en los brazos, piernas y cuello; quemaduras y descargas eléctricas en los órganos genitales, aún a niños; ser colgados de las muñecas por largo tiempo, hasta noches y días enteros, sin comida, ni bebida, a la intemperie”. “3 Encarcelamientos: en condiciones infrahumanas son encarcelados en Villavicencio varios indígenas; ya se ha presentado un caso de muerte y son varios los contagios de enfermedades adquiridas por las condiciones contrarias a su sistema de vida y falta de alimentación apropiada a sus hábitos. Además, cientos de indígenas que se han replegado a la selva huyéndole al Ejército y evadiendo el contacto con un grupo levantado en armas, al ser capturados algunos, la Institución Militar deja en la selva, sin consideración, a las mujeres y los niños, a pesar de los ruegos de los hombres capturados”. Este documento al Procurador fue suscrito por quince personas: seis sacerdotes, dos religiosas, y siete seglares. Lo encabezaban el padre Ignacio González, director del programa Cáritas y capellán de la cárcel de Villavicencio, y el padre Gustavo Pérez Ramírez, fundador del Instituto Colombiano de Desarrollo Social, Icodes), sociólogo, escritor, y prestigioso profesor universitario. La valiente denuncia enviada al Procurador, con copias al Presidente, parlamento, prensa, autoridades militares y eclesiásticas, fue celosamente ocultada, cómplicemente silenciada, hasta que un periódico se atrevió a publicarla una semana después, casi por error, o con intenciones sensacionalistas. De algún modo la bomba “hizo su agosto” y una opinión pública horrorizada y conmovida se solidarizó con las víctimas de Planas y exigió la investigación de los cargos al Ejército. La primera reacción, lógicamente, está contenida en una carta “privada” del coronel Rodríguez al Obispo de Villavicencio, donde “rechazo como calumniosa la demanda, agradeciendo de antemano la cooperación que su 75

Excelencia pueda brindarnos para la dilucidación de estos lamentables hechos, por tratarse de religiosos adscritos a su diócesis”. En otras palabras, llamar al orden a los curitas rebeldes y enterrar las denuncias en una caja fuerte o en el osario de la Catedral. Pero las cartas estaban echadas y había que jugar. El país exigía y esperaba una aclaración. Así la “Operación Centauro” se convierte en “Operación Cristal”, para que la opinión pública sea verídicamente informada de las actuaciones militares en Planas.

Vamos a ver qué fue lo que fue Con ese fin el gobierno nombra una “comisión patriota” integrada por el Ministro de Defensa, general Hernando Currea Cubides, el propio coronel Rodríguez de la VII Brigada, reporteros de la gran prensa y las cadenas radiales, fotógrafos, secretarios del Presidente y como lo cortés no quita lo valiente, se invita de honor a los dos sacerdotes que encabezan las denuncias. La explosiva y antagónica caravana de “acusadores”, “acusados”, y “testigos” se embarca, en una nave de la Fuerza Aérea rumbo a Planas, a ver qué fue lo que fue como dice Rulfo en El llano en llamas. Pero realmente lo que fue no lo contaron los periodistas, y si lo contaron no lo publicaron sus periódicos. Todo lo que quedó del drama de Planas fue una serie de crónicas pintorescas, folclóricas, episódicas, tras cuyo lirismo se tergiversaron los testimonios, se dijo la verdad a medias, se desorientó la opinión pública con realidades prefabricadas, acomodaticias. En una palabra, la tragedia de Planas sigue inédita, y por su herida se desangra un pueblo sin esperanza, entre la impotencia y la muerte. Dos meses después de la agitación que suscitó las denuncias, una opinión pública desorientada y aletargada por el sedante de la retórica patriotera de los editoriales, retiró su solidaridad a las víctimas, porque los verdugos en un pacto de honor con los caballeros de la gran prensa decidieron hacer 76

silencio en homenaje a los muertos, y al patriotismo de las Fuerzas Armadas que no cesan de sacrificarse por mantener el orden, la paz, la plena vigencia de las instituciones democráticas, y amén ¡oh gloria inmarcesible, oh júbilo in... mortal en Planas no ha pasado nada! ¿Nada? Nadaísmo 70 se atreve a publicar por primera vez documentos reales, tomados de cintas magnetofónicas que grabó el padre Gustavo Pérez con los testimonios de las víctimas de Planas, ante representantes del gobierno, mandos militares, y periodistas.

El niño torturado (Diálogo del Ministro de Defensa, general Herrando Currea Cubides, con el niño Luis Alberto Quintero, quien asegura fue torturado con corrientazos eléctricos en los testículos). Ministro (voz de general): ¡cómo te llamas! Niño (voz de niño): Luis Alberto Quintero para servirle. Ministro: ¡Cuántos años tienes! Niño: Trece años. Ministro: ¿Y qué te pasó?, cuenta, habla más duro... Niño: A mí me cogió el Ejército en San Rafael de Planas. Ministro: ¡Qué te hicieron! Niño: Me amarraron las manos, el pescuezo, los pies, me colgaron, me torturaron los testículos, me... Ministro: ¿Tienes tus testículos o te los quitaron? Niño: Los tengo, pero me malograron. Ministro: ¿Pero los tienes? Niño: Sí señor. Ministro: ¿No te los quitaron? 77

Niño: No señor. Ministro: ¿Y qué más? Niño: Después me llevaron a la cárcel, después me llevaron al juzgado dos veces, el juez dijo que yo era muy chiquito y entonces me llevaron al juzgado de menores, y después me dejaron libre y llegué a San Rafael de Planas. Ministro: ¿Tú crees que por aquí hay gente mala... hombres malos... bandidos? Niño: No sé, no lo puedo decir. Ministro: Se dice que usted es hijo de Jaramillo. Niño: No soy hijo, comparen el retrato de él y el mío. Ministro: ¿Dónde lo conoció? Niño: En la Cooperativa de Planas, era el gerente. Ministro: ¿Usted era amigo de él? Niño: No señor, yo le vendía arroz. Ministro: Qué más te pasó. Niño: Ya le dije como le conté. Ministro: Eso de la corriente cómo era, a ver. Niño: Era un aparatico chiquitico. Ministro: Cómo le hacían. Niño: Aquí me pusieron los alambritos, le sacaban unas punticas. Gustavo Pérez: ¿el aparatico tenía dos cables? Niño: Sí, eran de color amarillo. Ministro: ¿En la casa había luz? Niño: Sí. Ministro: ¿Era de día, de noche? ¿El motor estaba prendido o apagado? Niño (confundido): estaba apagado. 78

Ministro: ¿entonces de dónde era la luz? Niño: Tenían un aparatico, lo sacaban de adentro. Ministro: ¿lo movían…? ¿así…? ¿Cómo lo movían? Niño: lo movían así... Ministro: ¿Cuántos eran? Niño: Eran dos, un cabo del Ejército y otro. Ministro: ¿Cómo era el cabo? Niño: El cabo estaba vestido de civil. Ministro: ¿Cómo sabía que era cabo si estaba de civil? Niño: Porque los soldados le decían “mi cabo vamos pa tal parte”.

Muerte del capitán indígena Ramírez Chipiaje Padre Gustavo Pérez: Tenemos conocimiento que el capitán indígena de la localidad de Betania fue capturado y amarrado durante cuatro días en el campamento militar de Planas. Fue denunciado por el colono Pablo Duque como colaborador de la guerrilla de Jaramillo Ulloa, pero en realidad se trataba de una venganza del colono contra el indígena por una deuda de quinientos pesos, y para apropiarse los terrenos de Ramírez Chipiaje. Se dice que fue muerto de un disparo del propio Pablo Duque en presencia de la tropa. Coronel Rodríguez: ¿Quién dijo eso? Padre González: Me lo contaron los indígenas de Abaribá y El Sinaí. Coronel Rodríguez: Es un rumor, no es verdad. Padre Gustavo Pérez: El propio hijo de la víctima fue testigo y se lo contó al padre González. Padre González: El muchacho está en El Sinaí, me contó que a su padre lo mataron delante de la tropa, él lo vio morir. 79

Coronel Rodríguez: Sí, el Ejército se vio obligado a usar las armas cuando intentó huir. Es un extremo doloroso pero comprensible. Si el soldado deja escapar un prisionero, le siguen consejo de guerra. Para que no se repitan esos casos, se convino amarrar al indígena de un palo para que guarde la ley. El no entiende la ley marcial. Eso es apenas lógico en el enfrentamiento de dos psicologías, dos culturas, la del indígena y la del hombre de nuestras tropas.

Muerte del maestro de escuela “El ciudadano Fabio Rojas, maestro de escuela, fue detenido en Indostán, esposado, colgado de una viga al pie de una charca durante media hora, al cabo de la cual las amarras cedieron y cayó al suelo donde fue pateado por un agente del Das Rural; luego el mismo agente le disparó dos tiros de fusil hiriéndole el antebrazo derecho y el cuello”. (Carta abierta a las autoridades y la opinión pública). Inédita, ¡por supuesto! Periodista Juan Gossaín: Señor Coronel, como hemos venido a Planas a buscar la verdad, o al menos a tratar de buscarla, hemos allegado por nuestra cuenta algunos datos sobre el caso del maestro Fabio Rojas. ¿Usted qué nos puede decir? Coronel Rodríguez: En lo que me concierne les diré que no hay tal maestro de escuela, que el sujeto Fabio Rojas es un delincuente nato, con varios prontuarios delictivos, bandolero del Tolima. Al ser capturado por la tropa en el monte en compañía de un indígena, quiso atacar y desarmar a un oficial, quien le disparó en uso de legítima defensa. Si el oficial no le dispara tan ligero, mejor dicho con más rapidez, el muerto habría sido él, y hasta habría podido perder su arma de dotación. Juan Gossaín: Muchas gracias, Coronel Mayor Álvarez: Rojas, a petición de Jaramillo, le urgió informes sobre el puesto militar de Emaús, sobre el número de tropa, patrullaje en el monte, etc. El Ejército tuvo noticias y se movilizó en persecución de Rojas, quien fue capturado con un indígena y sucedió lo que acaba de relatar mi Coronel. El indígena se logró escapar tirándose al río, esposado. 80

(Es curioso que toda una patrulla armada de metralletas hubiera dejado escapar un indiecito inerme, y además esposado. Aquí falló la infalible ley de fuga. Como del fugitivo nunca se supo más nada, confiamos en que el Buen Dios le haya tirado a tiempo su celestial salvavidas, al menos para salvar su alma. En cuanto a la actitud “agresiva” del maestro Rojas, su machismo carece de sentido al pretender arrebatarle “el arma de dotación” al oficial respaldado por su tropa. El acto sólo cabe bajo una lógica suicida. Y de existir una lógica militar, se supone que primero habían esposado al peligroso bandolero del Tolima, y luego al inofensivo indígena que logró escapar estando ya esposado).

Me ahorcaron y me morí un rato Ministro: Si hay alguien más que tenga algo qué decir, que venga y lo diga. Indígena: Nosotros indios brutos vinimos al monte para salvarnos de la muerte. Allá nos cogieron las patrullas. Nosotros dejamos a mujeres y chinos en el monte. Yo me dejé coger porque no tengo nada para defenderme. Entonces me ahorcaron y me morí un rato. A mi hermano Gabriel lo golpearon con garrote. A mi papá le dieron palmadas en la cara. También les hicieron tiroteo a los indígenas y hay muchos muertos con los tiros. Padre Pérez: ¿Cuántos indígenas han muerto? Indígena: Con tiros han muerto el capitán julio, en los Tigres, el capitán Saúl Flórez, en Palmira. Y allá arriba en un tiroteo murió Isabela y la mujer de Hernández. También murió Gregorio Fanador y José Yépez. General: ¿Usted se fue con Jaramillo para la selva? Indígena: No señor, yo no le puedo decir. General: A usted no le va a pasar nada, diga la verdad, tranquilo. Indígena: Yo estoy tranquilo, digo la verdad. Yo no me fui con él, él se fue solo pa’ abajo. 81

Torturas con cigarrillo Padre Pérez: ¿Qué es eso? Indígena Ignacio Gaitán: A las seis de la tarde me llevaron y me quemaron con cigarrillo, lo apagaban en mi pescuezo, lo volvían a prender y me volvían a quemar. Me dijeron cuéntenos dónde está Jaramillo. Yo dije no es mi padre, no es mi hermano, yo no sé nada. Por la noche me amarraron a un árbol, me dieron patadas aquí, dos horas. Los zancudos me picaron por todo el cuerpo. Me dejaron cinco días sin comer nada. Padre Pérez: ¿Eran soldados? Indígena: Los del Ejército, fue en marzo. Padre Pérez: ¿A otros indígenas les hicieron lo mismo? Indígena: Sí, también a Gilmo González, de Angostura.

La sal venenosa de Avenosa Padre Gustavo Pérez: Cuéntenos qué pasó con la sal que les dio Avenosa. Indígena: Hilario Avenosa llegó con 700 cabezas de ganado y sin pedir permiso las metió en mi rincón. Una noche vino y tumbó los postes. Padre Pérez: ¿Les robó su tierra? Indígena: Sí, metió su ganado en mi rincón, en la sementera. Yo había sembrado yuca dulce. Entonces yo me salí buenamente para que no me matara y me vine a pescar al Vichada. Padre Pérez: ¿Y lo de la sal cómo fue? Indígena: Avenosa nos dio sal con arsénico para envenenarnos. Todos caímos enfermos, ninguno murió. Padre Pérez: ¿A otros compañeros suyos también les han quitado su tierra los colonos? 82

Indígena: Sí, nos quitan la tierra de nosotros.

Tortura y muerte del bachiller Padre Gustavo Pérez: Dice el corresponsal de El Tiempo que hay varios indígenas desaparecidos, entre otros el bachiller. No hay tal “desaparición” sino algo más concreto que no ignoran los altos mandos militares aquí presentes. El bachiller es el indígena Luis Arteaga, cuyo hermano entrevisté en la cárcel de Villavicencio el 2 de agosto. El me confirmó la muerte de su hermano El bachiller, en el hospital de Villavicencio en el mes de julio, como consecuencia de las torturas que padeció, de los puntapiés que le dio un teniente... Teniente Barrera: Yo capturé a Luis Arteaga, el bachiller. Le dije que mi misión era agarrar a Jaramillo, que a él nada le iba a pasar. Nos sentamos tres noches en la selva y me relató su vida. Él se comprometió a entregarme a Juan Chilingo. Luego nos internamos en la selva de Palestina y me entregó a Veneno. Después yo lo entregué a él sin un rasguño.

Escarbamos la tierra como una gallina Esther, la esposa de un colono pobre, hizo ante la comisión un dramático y elocuente relato sobre la situación de terror y desesperación que se vive en Planas: El Rincón de Planas es un bolsillito escondido que el señor gobierno no sabe dónde es, pero ahora ya lo sabe. No queremos guerra, queremos paz y tomarnos un pocillo de agua negra que es lo que los colonos pobres ganamos. Somos todos hijos de Colombia. No le pedimos al gobierno ni a las Fuerzas Armadas un mendrugo de pan, porque los colonos escarbamos la tierra como una gallina. Yo sólo pido justicia, señor ministro. La balanza tiene que ir para allá o para acá, pero tiene que ir. Es tan maluco que la balanza se cargue para un solo lado. Este nudo no lo van a poder desatar 83

ustedes. Como vamos no le encontraremos salida. Aquí han venido ya catorce comisiones y todo sigue peor. El terror empieza desde Guarrojo hasta donde termina el Vichada. Somos católicos y colombianos de carne y hueso, y alzo mi voz de mujer para pedir justicia, señor ministro.

Epílogo del Coronel La acusación del primero de agosto es intencional contra el Ejército. La Séptima Brigada está por primera vez en el banquillo de los acusados. Nunca en mis 23 años de soldado de Colombia me he encontrado en una situación de tanto conflicto moral. Si hay caridad cristiana en un sacerdote, yo pido mi General que cese la campaña de difamación contra el Ejército. Los hombres podemos fallar, pero las instituciones no, porque entonces el orden y la paz se derrumbarían. Que cese la campaña del padre Pérez en la prensa y las universidades. La situación que se quiere crear es aberrante, mi General. No creo que sea conveniente esa campaña despiadada. Lanzar diatribas desde un escritorio o una cátedra es peligroso, mi General. Hagamos buena fe, que no se siga haciendo dialéctica ni diatribas desde un escritorio. No nos sigamos crucificando, reverendo padre. La indiferencia oficial fue la que creó este conflicto. Dénos la oportunidad de seguir este debate en su gabinete, mi General, o en la universidad del padre Pérez. Ministro de Defensa: La Universidad no soluciona nada. Además el debate que adelanta el padre Pérez es unilateral. Gustavo Pérez: Usted, señor Coronel, afirmó que las denuncias eran falsas y tendenciosas. Los testimonios aquí reunidos demuestran su veracidad. Coronel: Eso usted no lo puede afirmar. Los indios son mentirosos por naturaleza. Se hará una investigación con todos los requisitos de la ley, y si alguien es culpable de algo será sancionado. Gustavo Pérez: Lo de Planas no es un hecho aislado anecdótico. Revela la crisis total de un sistema opresor, de una sociedad injusta. La prensa tergiversó la verdad del conflicto. Por eso he tenido que apelar a las 84

universidades donde existen los mecanismos de diálogo para encontrar las soluciones y crear la Nueva Sociedad por la que estamos luchando. Se ha lanzado un reto, yo no puedo retirarme. Iré hasta el final, no sólo hasta la última conferencia, sino hasta las últimas consecuencias. General: Yo estoy de acuerdo con usted, Padre, que la sociedad debe cambiar ciertas estructuras, pero usted está abriendo la jaula del tigre antes de tiempo para que nos coma a todos. Gustavo Pérez: Lo que pasa es que ustedes han alimentado al tigre con la carne del pobre, y yo creo que también es justo para el tigre que elija la carne que más le guste. Los pobres indios y negros de este País ya están hartos de ser carne de tigre, por eso hay que abrir la jaula.

La falta de espacio nos queda debiendo los ensayos de Gonzalo acerca del arte y la literatura, sus manifiestos y una muestra de sus numerosas cartas públicas y de sus reportajes con personalidades de la vida nacional de entonces, como el muy célebre Cochise Rodríguez, el ciclista antioqueño y el que le concedió su amigo Jota Emilio Valderrama, político conservador recientemente fallecido. En cambio, nos parece inevitable que consignemos aquí una muestra de sus cuentística, llena de imaginación y poesía y buen sentido para el género.

Soledad Bajo el Sol En Magno, como en el cerebro de las mujeres, no hay misterios. Magno es un pueblo sin edad. Suponiendo que era tan viejo como los siglos, sus habitantes resolvieron celebrarle un centenario. Entonces se dieron cuenta de que era un pueblo sin fechas y sin fundadores: un pueblo ahí, secamente, que se aburría en el tiempo, bajo el sol. 85

En Magno no pasa nada. Es de esos pueblos olvidados y anónimos que ni siquiera figuran en el mapa. Donde la gente nace y muere al azar, porque tiene que nacer y morir. Eso no interesa. Los 712 habitantes se conforman a la vida como a la salida del sol. Todo es natural. Hay un Dios que reposa sobre una fe ciega. Inclusive los misterios de esa fe son naturales, para ellos no son misterios. Yo veo a Magno desde el “Bar Pereza” como es: la Calle Real, que es larga como el gran minutero del reloj de la iglesia, y dos callecitas laterales que parten de la plaza en forma de cruz. Enfrascado en su rutina, Magno es una aldea perdida en un lugar del mundo, sin caminos, sin leyes, sin porvenir. La iglesia y un cementerio en medio de pantanos y yerbajos venenosos son el principio y el fin de su destino. Su futuro y su tradición se confundieron hace largo tiempo y ahora son una misma cosa. Porque Magno es un pueblo sin historia. Desde la plaza se cuentan las estrellas de siempre: están en el firmamento. Se diría que de todas partes está dirigido su destino, marcado para toda la eternidad contra la libertad y el querer de los hombres. Pero nada cambia en Magno porque los hombres no quieren nada. Una tarde se estremeció el Bar Pereza cuando los jugadores de dominó cambiaron la rutina de sus conversaciones o el pesado plomo de sus silencios y se decidieron a hablar: — ¿Viste la mujer? —dijo uno. — ¿Qué mujer? —dijo otro distraídamente, colocando un 5 y un 6 en el extremo sur del escarabajo del juego. — Entonces no has visto nada —dijo el uno, pasando. — Yo la vi —dijo un tercero—. Vino al estanco esta mañana. — ¿Qué hacía en el estanco? —preguntó el 5 y 6. — Compraba tabaco y tapetusa —dijo el tercero abriendo la pupila con dos dedos sucios. — Mala suerte —dijo el 5 y 6—. Me cerré el juego. 86

Pasé a otra mesa donde jugaban naipes y el que tenía 3 ases dijo: — Debe ser de la capital, con una piel de zorro para cubrirse su piel de zorra. — ¿Por qué tendría que venir a este maldito pueblo? —dijo otro maldiciendo sus dos pares a la K. — Los que la conocen dicen que tiene pelos de dos colores. Los de la cabeza son rojos. — Debe ser el mismo demonio —dijo el de los tres ases. Me retiré a la plaza. Bajo la sombra del tamarindo mayor conversaban los notables, gente que no se mezclaba con la chusma del Bar Pereza, y prefería sacar a la plaza sus tazas de café para beberlo a la sombra del tamarindo. Fumaban. — No podemos tolerar un burdel en el pueblo. Eso no se ha visto nunca en Magno —dijo el del cigarro. — Tiempos endemoniados estos que corren —dijo el que no fumaba. — ¿Qué dirán nuestras hijas y las madres de nuestras hijas? —dijo el que fumaba una pipa de bambú. — ¡Qué escándalo para la moral de Magno! ¡Qué vergüenza! —dijo el del cigarro. — Hay que echarla —dijo el que no fumaba. — Hay que echarla —convino el de la pipa. — Estamos de acuerdo —dijo el del cigarro—. Hay que echarla. Meditaron y tomaron sorbos de café frío. El del cigarrillo y el de la pipa, ante la gravedad de la situación, fumaron y lanzaron nubes de humo. Silencio. El humo se enredaba en el bigote de los fumadores. — ¿Qué dirá el Reverendo? —se decidió a preguntar el que no fumaba, que evidentemente no necesitaba la inspiración del humo. — Dice que Magno recibe un castigo por su impiedad y que el pueblo está amenazado por una terrible cólera del cielo —dijo el del cigarrillo humeando. 87

— Tenemos que evitarlo —dijo el de la pipa de bambú, preocupadamente. — Sí. No podemos pagar justos por pecadores. — Una mujer mala es enviada por el demonio —dijo el del cigarro—. Tenemos que evitar que el mal se apodere de Magno. — Tenemos que evitarlo —corearon los tres viejos sin fumar. — Debemos —dijo el que no fumaba con una voz de sentencia. — Debemos —juraron los otros dos, y se levantaron y caminaron en alguna dirección. La plaza reventaba de calor. Hojas tostadas y amarillentas alfombraban los guijarros. Unos bueyes perezosos mascaban plátanos podridos y echaban una baba verde por la trompa. Un perro orinaba contra la raíz del tamarindo y saltaba sobre las patas para atrapar una mosca. Mariposas giraban sobre un estanque de aguas sucias. Una libélula zumbaba en el aire caliente como un avión y se aposentaba en el anca de un buey echado. Una gallina cacareó en el escarbadero y atravesó la plaza con una lombriz en el pico. Nada sonaba en Magno. El silencio estaba cansado de emitir su voz que ya nadie oía. Sólo el ruido de las monedas jugadas a la “cara o sello” por jóvenes vagabundos que se dedicaban al juego para no aburrirse de los prolongados y fatigantes días de Magno. Si en Magno pasara algo, ese día de sol abrumador y de terrible calor podía ser un día cargado de presagios. — Ahorraré para ver a una mujer de esas —dijo el que apostó a “sello”, recogiendo las monedas del polvo. — ¿No te da miedo? —dijo el de “cara”. — ¿Miedo yo? —dijo desafiante el de “sello”—. Magno no ha parido la mujer que me asuste. — A decir verdad —dijo el de “cara”— también me gustaría ir. Para creer hay que ver. — Y tocar. 88

— Entonces iremos juntos. — Iremos. Es un milagro en Magno. Los dos tahúres resolvieron juntar todas sus ganancias para el fin de semana, y decidieron no jugar entre sí para no perder. Se separaron y fueron a buscar otros tahúres en el Bar Pereza. Los jugadores escucharon a los tahúres con aire ausente: — Se llama Susana. — ¿Quién se llama Susana? — La pelirroja. — La que vive en “Las Brisas” cerca del cementerio. — Susana cayó en Magno como una peste. — Susana no es una mujer, es un demonio pelirrojo. — Yo digo que es una mujer como todas. — Susana no es una mujer como mi hermana. — Ni como mi madre. — Ni como mi novia. El que dijo que Susana era una mujer como todas era el tahúr del “sello”, que seguramente ya la amaba si fuera posible amar a Susana. O al menos era ya un ídolo en su corazón de adolescente que admira desde el pudor de sus presentimientos, de su adivinación y de su inocencia, las aventuras y la mala reputación de una mujer como Susana. Los que sostenían con una pasión cercana a la ira que Susana era un monstruo, tiraron la baraja sobre el deslucido tapete verde, y desafiaron al tahúr del “sello” para defender el honor de sus mujeres. El que tenía por Susana una pasión semejante a la aventura, dijo: — Es lo que dice todo el mundo en Magno. Yo ni siquiera la conozco. Sé que todas las mujeres en Magno son buenas mujeres: algún día me casaré con una de ellas. Los tipos se calmaron, pero uno advirtió: 89

— Mide tus palabras, o te rompo la cara. Y no queremos jugar más contigo. El tahúr del “sello” se retiró humillado y vagó un rato por la Calle Real, y otro por la calle lateral derecha, y otro por la calle lateral izquierda, hasta que agotó todas las direcciones, toda la cólera sombría y todo el oprobio, que se dulcificó con el cansancio. Luego regresó muy desolado al punto de convergencia de esa cruz llamada Magno, que era la plaza sembrada de guijarros y tamarindos. Por primera vez había nacido en su corazón el odio, y sobre ese odio irritado, en el fondo de sus sentimientos inconfesables, crecía una especie de admiración por Susana, una admiración tan fuerte como el amor. La zozobra crecía en Magno como las flores amarillas en los almendros; como los torrentes de calor al medio día, como los presagios de que algo extraño, una fuerza innominada y potente iba a estallar, a salir de los presentimientos oscuros y siniestros a una realidad bajo el sol. Los notables deliberaban en la sombra. Se discutía en concilios secretos el porvenir de Magno, como si su existencia estuviera amenazada por una peste mortífera. Se vivía en el terror. Extraños designios estaban por aparecer. Pero sobre las calles silenciosas seguía brillando el sol, bajo un cielo que era el cielo de siempre: presente y olvidado, sin edad, sin porvenir, constelado de luz, desvanecido en el sueño, cálido en el verano, centelleante con sus luces de magnesio que eran las estrellas perdidas en la noche, inmemoriales y vagabundas, sin principio ni fin, viejas como el mundo. Dorado cielo de Magno. ¡Cielo! A las 2 de la tarde era martes en Magno y en el resto del mundo. Una hora marcada en el reloj que parecía un lunar enmarcado en el dintel rojo de la iglesia. Nubes de calor flotaban a esta hora sobre la paja de los ranchos o sobre los tejados umbrosos manchados por la ceniza del verano. Se podía pensar que a las 2 de la tarde era una hora ingrata. Una hora que podía ser la una sin que nada sucediera, o las tres para que fuera un recuerdo lo sucedido. Como si se tratara de un parto, allí iba a nacer algo. Todo estaba preparado para la espera. La gente esperaba tranquilamente bajo el fuego del sol, porque eso iba a nacer, iba a suceder por fin. 90

6. G. Arango

Un niño paralítico rengueaba sobre los guijarros de la plaza, inocente de ese algo innominado que iba a pasar. Ese algo abstracto había nacido ya en la conciencia de algunos habitantes, había tomado cuerpo en el presentimiento. Para otros, los que esperaban sin saber qué esperaban, era apenas una sospecha, una especie de terror oculto: no esperaban nada, pero algo insólito era anunciado en el aire como un tambor que resonara desde lejos anunciando una catástrofe y que no serían defraudados. El niño paralítico arrastraba una cinta amarilla, a la que ató una ratica muerta, un poco agusanada, algo podrida, y la arrastraba tras sí como para consolarse de que también las ratas se arrastraban y no sólo él, como si no fuera excesiva su parálisis para los guijarros de la plaza. Los habitantes que esperaban ahuyentaban con yarumos y paraguas el radiante sol, blasfemaban contra el niño paralítico y se alejaban al paso de la carroña. Pero el chico no oía los insultos, o no le importaban, y seguía rondando con su macabro juguete. Algunos niños que no esperaban nada sino que miraban a la gente que esperaba con aterrada gravedad, persiguieron al paralítico haciendo bulla, como un cortejo, y arrojaban terrones contra la rata. A veces eran piedras que hacían blanco y estallaban el ya podrido vientre del animalito. — ¡La mamá de Zongo tuvo una rata! — ¡Zongo tiene un hermanito! — ¡Zongo es un ratón! —chillaban. Zongo halaba de la cinta y ocultaba el bicho bajo los pliegues raídos y polvorientos de la ruana. Sin saberse por qué, pues ése era un día más en Magno, un día como todos, unos músicos folclóricos ejecutaron una melodía en el atrio de la iglesia. La gente se agrupó en torno, pero otros no se movieron de los quicios, ni de los bancos bajo el tamarindo, agobiados por el calor. Sólo se notó que el hueco color de miedo de las ventanas se llenó con rostros de mujeres que seguramente habían recibido la consigna enigmática de permanecer.

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Cuando terminó la música, las miradas se dirigieron a la calle alta de la iglesia, terminal de la Calle Real, fin de la cruz de Magno, y todos se desbandaron. Todos, menos Zongo, que seguía arrastrando su carroña. Luego irrumpió la multitud delirante, sofocada, precedida por cuatro hombres que arrastraban con lazos a la mujer. Según la tensión de las cuerdas, la mujer caía o era levantada y eso se repitió largo tiempo alrededor de la plaza. Los guijarros se salpicaron de sangre, y el aullido de la multitud era un rugido salvaje que se elevaba por encima de los almendros hasta el cielo impasible, a nombre del cual se ejecutaba la venganza. Cuando la multitud se silenció, la mujer fue abandonada sobre las piedras: todavía parecía agonizar en sus convulsiones, ritmo animal de una oscura fisiología, pero luego se quedó quieta como una cosa. Frente al atrio, de espaldas a la mujer, retumbó un griterío de júbilo. Los músicos folclóricos atacaron la misma melodía triste y pegajosa, mezcla de miel de abejas y perfume de crisantemo. El Reverendo apareció muy solemne y revestido y movió en péndulo el incensario. La plaza se llenó de un humo espeso, nebuloso, que se hizo sofocante al mezclarse a los chorros de calor. Cuando la plaza se cubrió de humo, el Reverendo hizo una señal y todo el mundo se arrodilló. Una bendición lenta y perezosa como un bostezo de elefante cayó sobre las cabezas de los fieles, quietos y mudos en la tarde grávida de incienso y de sol. Sólo un hombre de espaldas al Reverendo y a la multitud miraba el cadáver de la mujer: era el tahúr del “sello”. Zongo le preguntó señalando el despojo: — ¿Es una rata? El hombre miró al renacuajo y pensó: “Voy a llorar”. — Sí —dijo el tahúr con humildad. Zongo desató la rata y amarró con la cinta una mano de la mujer. Haló. Pero el bulto no cedía. Todavía haló con el resto de sus fuerzas, pero lo que estaba atado a la cinta no se movía. Zongo dijo desilusionado: 92

— Es una rata muy gorda. El tahúr no le escuchó. Se lo vio caminar hasta las gradas del atrio donde el Reverendo seguía distribuyendo bostezos de elefante. — ¡Magno! —gritó el tahúr. Los rostros en éxtasis se levantaron sacudidos por ese grito sucio por el dolor. — ¡Magno, pueblo hijo de perra! Esto repercutió como un eco en el cielo devastado. Un torrente de asombro se extendió por la plaza y luego se desvaneció. En la ola de calor zumbaban las moscas cuyos motores de run-run se escuchaban en el silencio, mezcla de maldición y de terror. Zongo desprendió la cinta y sujetó el bichito en cuyo vientre se revolcaban los gusanos sofocados por el calor. Siguió dando vueltas a la plaza. La multitud se dispersó. En alguna parte pusieron una ficha de dominó sobre una superficie de madera. — ¡Zongo es un ratón! —chilló un niñito en la plaza desierta.

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BIBLIOGRAFÍA DE GONZALO ARANGO

Primer Manifiesto Nadaísta. Medellín, Tipografía Amistad, 1958. Nada bajo el cielorraso y HK 111. Teatro. Medellín, Imprenta departamental de Antioquia. Trece poetas nadaístas. Medellín, Ediciones Triángulo, 1963. Sexo y saxofón (cuentos). Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1964. Los ratones van al infierno y La Consagración de la Nada (Teatro). Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1964. De la Nada al Nadaísmo. Bogotá, Ediciones Tercer Mundo, 1966. Prosas para leer en la silla eléctrica (crónicas, ensayos, artículos). Bogotá, Editorial Iqueima, 1966. El oso y el colibrí. Medellín, Editorial Albón, 1968. Semblanza del poeta ruso Eugenio Evtushenko. Providencia. Barcelona, Editorial Plaza & Janés, 1972. Fuego en el altar. Plaza & Janés, 1974. Adangelios. Bogotá, Editorial Montaña Mágica, 1985. Obra Negra. Recopilador Jotamario Arbeláez. Ediciones Carlos Lohlé, Buenos Aires, Argentina, 1974. Una pequeña parte de su correspondencia, la referida al nadaísmo, con sus amigos, se reúne en Gonzalo Arango. Correspondencia violada, preparado por Eduardo Escobar para Colcultura, Bogotá, 1980. Desde 1954, empieza a publicar en la Revista de la Universidad de Antioquia, artículos sobre poesía norteamericana, Mahfud Massis, Hugo Goldsack, Françoise Sagan, Rafael Maya. 95

Desde el Primer Manifiesto Nadaísta, regularmente, distribuyó manifiestos volantes o los hizo publicar en los periódicos de Bogotá. “Los camisas rojas”, patrocinado por una supuesta fábrica de papitas Juan XXIII; en 1961 el “Manifiesto a los escribanos católicos”, para torpedear un congreso de intelectuales en Medellín. En 1962, “Mensaje a los Académicos de la Lengua”. “Las promesas de Prometeo”, en 1963; en el 64, “El sermón atómico”; en el 65, el “Manifiesto Nadaísta al Homo Sapiens”. En 1967 el “Terrible trece manifiesto”. En 1971, “Bum contra Pumpum”, el nadaísmo con Fidel. En Correspondencia Violada —así como en Obra Negra— pueden encontrarse algunas de sus más resonantes cartas públicas. Artículos, reportajes, memorias, como las inconclusas y brillantes Memorias de un presidiario nadaísta. Mantuvo columnas permanentes en las revistas la Nueva Prensa, Cromos y en varios periódicos colombianos, El País, El Tiempo. Publicaciones esporádicas en el Corno Emplumado, de Méjico y Zona Franca, la desaparecida revista Venezolana. En compañía de su amigo el poeta Jaime Jaramillo Escobar, editó Nadaísmo 70, revista de vanguardia latinoamericana, reportajes explosivos, crítica y erótica.

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BIBLIOGRAFÍA SOBRE GONZALO ARANGO

Camacho, Eduardo. “Un nadaísta en la nada”. Boletín Cultural y Bibliográfico, VII. 9, p.p.: 1.638 - 1.641, Bogotá, 1964. Carranza, María Mercedes. “Nota sobre el Nadaísmo”. Nueva Frontera, 22 - 23, Bogotá, octubre, 1976. Cobo Borda, Juan Gustavo. “El Arca de Noé del nadaísmo”. Gaceta, Colcultura, 3, p.p.: 21 - 36, Bogotá, 1980. Entrevistas: “De la nada al ser”. Arco, 170, pp. 17 – 30, Bogotá, marzo, 1975. Escobar, Eduardo. Correspondencia violada. Instituto Colombiano de Cultura, Bogotá, 1980. Espriella, José de la. “Gonzalo Arango”. Revista Dominical, Bogotá, 12 de octubre, 1976. Lopera, Levy. “Nada bajo el cielo raso. Gonzalo Arango o la nueva oscuridad”. Revista Universidad de Antioquia, 142 pp 829-832, Medellín, julio - septiembre, 1960. Mejía Duque, Jaime. “Reflexiones en torno al Nadaísmo”. Revista Arco, 226, Bogotá, noviembre de 1979. Ospina, Uriel. “¿Hay en el Nadaísmo una postura nacionalista?”. Letras Nacionales, Bogotá, mayo - junio de 1965. Ramírez, Ignacio. “Gonzalo en el Monte de los Olvidos”. Revista Arco, 190, p.p. 21 - 24, Bogotá, noviembre, 1976. — “Recordando al único nadaísta, Gonzalo Arango”. Revista Mefisto, p.p. 44 - 47, Pereira, diciembre - enero, 1985 y 1986.

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Rodríguez Garavito, Agustín. “Los ratones van al infierno”. Boletín Cultural y Bibliográfico, Colcultura, VII, 5, p. 818, Bogotá, 1964. Rojas Herazo, Héctor. “El Nadaísmo frente a la desesperanza burguesa”. Cuadernos, París, 1964. Romero, Armando. “El Nadaísmo y la literatura”. Revista Eco, 26, p.p. 175 - 192, Bogotá, junio de 1983. Romero, Armando. El Nadaísmo colombiano. Tercer Mundo - Pluma, Bogotá, 1988. Samper, Daniel. “Nadaísmo saldo en rojo”. Boletín Cultural y Bibliográfico, Colcultura, IX, 6, Bogotá, junio, 1966. Sanín Echeverry, Jaime. “Gonzalo Arango”. Magazín Dominical de El Espectador, Bogotá, 4 de octubre de 1976.

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GUÍA DE CUESTIONES

Se demeritan a sí mismo aquellos que contemplan la vida de los otros como mímesis de muertos establecidos y copiamodas. Es el mundo que respiramos el que se expresa cuando tenemos alma en el camino para palpitar ante el milagro de la vida y la soledad del abandono. Cierto sentimiento de derelicción —para usar la capilar de moda de la filosofía de entonces— no es un atributo de los liceístas franceses ni un efecto secundario de las hamburguesas con Coca Cola de los caminantes gringos de entonces, borrachos, drogadictos y santos. Claro que nada es tampoco, ni siquiera el nadaísmo, por generación espontánea, un invento de un desarreglado gonzaloarango. Colombia por lo pronto vivía su posguerra, los seminaristas del nadaísmo salíamos al renacimiento después de una especie de edad media negra de crespones, crucifixiones, embriaguez e incensarios, altos muros que cerraban el cielo, temblor de culpas, cargas del paraíso. Y los reflejos del gran mundo por supuesto, que llovían en Medellín por el milagro de las comunicaciones, como en todas partes, en esta aldea de teletipos y telefotos. Las noticias del ácido lisérgico, los libros de los beat nicks gringos, las de la astronáutica rusa de entonces que rompió la cáscara de huevo de la biosfera para arcangelizar la especie y Brigitte Bardot y el Asesino de la Linterna, Chessmann... de lo que hablábamos entre tintos por la mañana y por la tarde. Los libros no eran tan caros, pero nosotros estábamos más pobres. Como estábamos muy unidos las bibliotecas rodaban de mano en mano entre todos. Los nadaístas de Cali adquirieron su carácter definitivo y feliz con el encuentro del surrealismo, Sade y la nueva narrativa yanqui. El nadaísmo de Medellín, más crítico y aplomado y desconfiado, se pregunta por el valor del gesto, por el sentido de lo que estábamos haciendo. Entre los de Medellín, Gonzalo fue también el más inclinado a esta situación filosófica. Perceptiblemente, los escrúpulos, la ética, las razones del absurdo, Camus y Sartre, el moralismo francés, fueron desplazando de su estilo los modos aprendidos en la libertad del verso libre, en Breton y Aragón —uno de los poetas constantes de camino—. Sartre justificaba en los días de duda su 99

decisión de sacrificar al artista, preciosísimo burgués, en aras de lo contingente, de la polémica vivaz, de las entrañas del presente. Fernando González escribió una vez: En Occidente somos tres: Sartre, Heidegger y yo. Fernando González y Sartre se ensamblan armoniosamente en Gonzalo y el compromiso ateo y solo de Sartre, de dignidad gratuita, se enriquece entonces con el sentido misional, con el español anhelo de santidad, que es infinito punto de asiento más alto y absurdo que el simple contrato liberal de convivencia con la historia. A lo largo de este libro presentamos las referencias necesarias para comprender el nadaísmo y la obra de Gonzalo Arango, si son dos cosas distintas. Por lo pronto, recomendamos la lectura de Sartre, sus ensayos políticos y literarios, sus cuentos, sobre todo, Artaud y Aragón, Camus, Fernando González. Y Rimbaud. Sabemos también la conmoción espiritual que causaría en Gonzalo la lectura de los libros de Arturo Paoli, pero especialmente La Estructura Económica en el Evangelio de San Lucas. Con este repaso me parece que ya casi sabemos no dónde bebía Gonzalo, sino donde estaba sembrado: en plena crisis espiritual del Occidente cristiano y en Colombia, este país lírico y trágico, de negrura deslumbrante, riquezas espirituales, colibríes y poetas… como él mismo.

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CRONOLOGÍA

VIDA Y OBRA

1931

1932

1933

1934

1935

1936

Nace en Andes, Antioquía.

COLOMBIA Y AMÉRICA LATINA

ACONTECIMIENTOS MUNDIALES

Comienza el surgimiento de la clase media por el desarrollo de la economía y la industria. Alfonso Reyes: La saeta. Vicente Huidobro: Altazor. Nicolás Guillén: Sóngoro Cosongo. Guerra entre Perú y Colombia en la Amazonia. Estalla la guerra del Chaco entre Bolivia y Paraguay. Eduardo Zalamea Borda: Cuatro años a bordo de mí mismo. Germán Arciniegas: El estudiante de la mesa redonda. Porfirio Barba Jacob: Canciones y elegías. Ramón López Velarde: El son del corazón. En Perú asesinan al presidente Sánchez Cerro. Pablo Neruda: Residencia en la Tierra I. César Uribe Piedrahita: Toá. Porfirio Barba Jacob: Rosas negras.

El rey Alfonso XIII abandona España. Luis Cernuda: Los placeres prohibidos. Karl C. Jung: Ensayos de psiconanálisis analítico.

Sube a la presidencia el liberal reformista Alfonso López Pumarejo. En Nicaragua Sandino es asesinado por la Guardia Nacional. Alfonsina Storni: Mundo de siete pozos. Jorge Icaza: Huasipungo. Luis López de Mesa: Introducción a la historia de la cultura. Nicolás Guillén: West Indies Ltd. Comienza la República Liberal con el programa de la Revolución en Marcha. En Venezuela muere el dictador Gómez y se funda el Partido Acción Democrática. Jorge Luis Borges: Historia universal de la infamia. Pablo Neruda: Residencia en la Tierra II. Reforma constitucional. En Nicaragua comienza la dictadura de Somoza que durará 20 años.

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Japón comienza la conquista de los mercados mundiales con su política de reducción de precios. Louis-Ferdinand Céline: Viaje al fin de la noche.

Hitler es nombrado Canciller en Alemania. Todos los libros de autores judíos o no-nazis son quemados. Se erigen los primeros campos de concentración en Alemania. Pedro Salinas: La voz a ti debida. Thomas Mann: José y sus hermanos. León Trotsky: Historia de la Revolución Rusa. Un plebiscito alemán vota por Hitler como Führer. Comienza la purga al Partido Comunista Ruso. Miguel Hernández: Soledad. Vicente Aleixandre: La destrucción o el amor. Pedro Salinas: La voz a ti debida

En Nuremberg se aprueban las leyes contra los judíos. Mussolini invade Abisinia y el Consejo de la Liga impone sanciones sobre Italia. Luis Cernuda: Invocaciones. T.S. Eliot: Asesinato en la Catedral. Thomas Wolfe: Del tiempo y en el río. Las elecciones en Alemania dan a Hitler el 99% de la votación. Comienza la Guerra Civil Española. Franco es nombrado Jefe

Eduardo Carranza: Canciones para iniciar una fiesta. León de Greiff: Variaciones alrededor de nada. Octavio Paz: ¡No pasarán!

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Gonzalo Arango hace la primaria.

Oposición de los conservadores, la Iglesia y la elite agraria. Trotsky llega a México. Genocidio en la frontera Haití - Santo Domingo por orden de Trujillo. Luis Palés Matos: Tuntún de pasa y grifería. Porfirio Barba Jacob: La canción de la vida profunda. Sube a la presidencia el director del diario El Tiempo, liberal Eduardo Santos. En Cuba se legaliza el Partido Comunista. Cintio Vitier: Poemas. Gabriela Mistral: Tala. Joao Guimaraes Rosa: Sagarana. Se frenan las reformas de la Revolución en marcha. Vallejo: Poemas humanos (publicado póstumamente en París). Eduardo Carranza: Seis elegías y un himno. Ciro Alegría: El mundo es ancho y ajeno. José Coronel Urtecho: La muerte del hombre símbolo. José Gorostiza: Muerte sin fin. Juan Carlos Onetti: El pozo. Xavier Villaurrutia: Nostalgia de la muerte. La diplomacia colombiana se vierte hacia EE. UU. Colombia es considerada el país modelo de cooperación con Norteamérica. En México asesinan a Trotsky. Adolfo Bioy Casares: La invención de Morel. Ezequiel Martínez Estrada: La cabeza de Goliat. Jorge Luis Borges: Antología de la literatura fantástica (junto con Bioy Casares y Silvina Ocampo). Se firma el Tratado López de Mesa - Gil Borges que pone fin a los problemas de límites con Venezuela. Alfonso Reyes: El pasado inmediato y otros ensayos. Eduardo Carranza: La sombra de las muchachas. Eduardo Mallea: Todo verdor perecerá. Jorge Luis Borges: Antología de la poesía

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de Estado por los insurgentes. Trotsky abandona Rusia y se instala en México. Federico García Lorca es fusilado en una población de Granada. Antonio Machado: Juan de Mairena. La Corte Suprema de EE. UU. falla en favor de la ley que aprueba el salario mínimo para las mujeres. Sartre: La náusea. John Dos Passos: U.S.A.

Johan Huizinga: Homo Ludens.

Gran Bretaña y Francia reconocen el gobierno de Franco. Termina la Guerra Civil Española. Comienza la Segunda Guerra Mundial en septiembre. James Joyce: Finnegarns Wake.

Los alemanes entran a París. Federico García Lorca: Poeta en Nueva York.

Los japoneses bombardean Pearl Harbor. Estados unidos y Gran Bretaña declaran la guerra a Japón. Alemania e Italia declaran la guerra a EE. UU., quien, a su vez, les declara la guerra. Bertold Brecht: Madre Coraje

argentina y El Jardín de senderos que se bifurcan. Juan Carlos Onetti: Tierra de nadie 1942

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Comienza Derecho en la Universidad de Antioquia. Tres años después, abandona y es profesor de preceptiva y bibliotecario. Escribe su novela Después del Hombre que arderá en una pira simbólica en la cual, en 1958, arderá la literatura colombiana.

Es reelegido como presidente Alfonso López Pumarejo. Ruptura diplomática de los países latinoamericanos con el Eje. Germán Arciniegas: El caballero de El Dorado. Alfonso Reyes: El deslinde: Prolegómenos a la teoría literaria y La experiencia literaria. El gobierno colombiano da su apoyo a los Aliados en la Guerra Mundial. Juan Carlos Onetti: Para esta noche. Eduardo Carranza: Azul de ti. Francisco Romero: Filosofía de la persona. Hernando Téllez: Bagatelas. Jorge Luis Borges: Ficciones. Juan Lozano y Lozano: Mis contemporáneos. Mariano Picón-Salas: De la conquista a la independencia: Tres siglos de historia cultural hispanoamericana. Porfirio Barba Jacob: Antorchas contra el viento. El presidente López Pumarejo renuncia. Lo sucede el Primer Designado Alberto Lleras Camargo. En México el PRM se convierte en PRI (Partido Revolucionario Institucional). Creación de la ONU. En Brasil cae Vargas. Jorge Rojas: Parábolas del mundo nuevo. Ernesto Sábato: Uno y el universo. Germán Arciniegas: Biografía del Caribe. Ida Vilariño: La suplicante. Sube a la Presidencia el conservador Mariano Ospina Pérez. En Argentina sube al poder Perón. Miguel Ángel Asturias: El señor Presidente. Jorge Gaitán Durán: Insistencia en la tristeza. Comienza la violencia porque las guerrillas liberales y comunistas se levantan en armas. Creación de la Flota Mercante Grancolombiana. Agustín Yáñez: Al filo del agua. Nicolás Guillén: El son entero. Pablo Neruda: Residencia en la Tierra III. Pedro Henríquez Ureña: Historia de la cultura en la América Hispánica.

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Empiezan los asesinatos de miles de judíos en las cámaras de gas. Albert Camus: El extranjero. Erich Fromm: El miedo a la libertad. T.S. Eliot: Cuatro cuartetos.

Se realiza la conferencia de Casablanca entre Churchill y Roosevelt. Thomas Mann: José y sus hermanos. El día D en Normandía comienza el 6 de junio. Oficiales alemanes intentan asesinar a Hitler. Roosevelt es reelegido para su cuarto período como presidente de los EE. UU. A. Camus: Calígula.

Se realiza la conferencia de Yalta entre Churchill, Roosevelt y Stalin, en Budapest. Creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Alemania capitula el 7 de mayo. El 8 finaliza la guerra en Europa. EE. UU. lanza las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki. Japón se rinde y en agosto finaliza la Segunda Guerra. Sartre: Los caminos de la libertad. La Comisión de Energía Atómica de la ONU aprueba el plan de control de EE. UU. Juan Ramón Jiménez: Estación total. Se firma el Tratado de paz en París. Burma e India son declaradas independientes; ésta última se divide en India y Pakistán. Thomas Mann: Doctor Fausto. Tennesee Williams: Un tranvía llamado deseo.

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Muere el padre. Se une al MAN, la tercera fuerza de Rojas. Hace periodismo.

9 de abril, el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán es seguido por el motín popular que se llamó El Bogotazo. Eduardo Barrios: Gran señor y rajendiablos. Ernesto Sábato: El túnel. Manuel Bandeira: Poesías completas. Jorge Rojas: La doncella del agua. Se recrudece la violencia. Miguel Ángel Asturias: Hombres de maíz. Alejo Carpentier: El reino de este mundo. Jorge Luis Borges: El Aleph. Jorge Zalamea: Minverva en la rueca y otros ensayos. Juan Carlos Onetti: Un sueño realizado. Octavio Paz: Libertad bajo palabra. Sube a la presidencia el conservador radical Laureano Gómez. Puertorriqueños intentan asesinar a Truman. Alfonsina Storni: Teatro infantil. Carlos Pellicer: Sonetos. Eduardo Caballero Calderón: Diario de Tipacoque. Hernando Téllez: Cenizas para el viento y otras historias. Juan Carlos Onetti: La vida breve. Octavio Paz: El laberinto de la soledad. Pablo Neruda: Canto general. El gobierno envía el Batallón Colombia a luchar en la guerra de Corea para apoyar a EE. UU. Meira Del Mar: Secreta isla. Jaime Tello: Geometría del espacio. Jorge Gaitán Durán: Asombro. Jorge Luis Borges: La muerte y la brújula. Julio Cortázar: Bestiario. Teresa de la Parra: Cartas. Se generaliza en todo el país la violencia. El gobierno conservador busca un cambio constitucional. Golpe de estado de Batista en Cuba. Alfonso Reyes: Obra poética. Eduardo Caballero Calderón: El Cristo de espaldas. Jorge Zalamea: El gran Burundún Burundá ha muerto. Juan José Arreola: Confabulario. Jorge Luis Borges: Otras inquisiciones. José Vasconcelos: Todología. 13 de junio: el General Rojas Pinilla da un golpe de estado con el apoyo de algunos grupos

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Gandhi es asesinado en India. Se forma el Estado judío con Weissmann como Presidente. Comienza la construcción del muro de Berlín, que divide en dos a la ciudad. Thornton Wilder: Los idus de Marzo. Jean Cocteau: Los padres terribles. Chiang Kai-Shek renuncia a la presidencia china, y es proclamada la República Comunista Popular de China, bajo el poder de Mao TseTung. Se firma el Tratado del Atlánico Norte (OTAN) en Washington. George Orwell: 1984. Gran Bretaña reconoce a China comunista; ésta firma un pacto de 30 años con URSS. Ezra Pound: Setenta cantos.

EE. UU. firma tratado de paz con Japón en San Francisco. En Gran Bretaña los conservadores ganan las elecciones y Churchill forma su gobierno. Jean Paul Sartre: El diablo y el buen Dios.

Truman anuncia pruebas de la bomba H en el Pacífico. Eisenhower es elegido presidente de los EE. UU. Explota la primera bomba de Hidrógeno. Samuel Becket: Esperando a Go dot.

Nueva constitución yugoslava, el Mariscal Tito es elegido presidente.

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Colabora en El Colombiano, periódico de Medellín. Suplente de la Asamblea Nacional Constituyente.

1956

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La cabeza de Arango es pedida por la turba. En Cali, redacta el Primer Manifiesto Nadaísta.

1958

Es publicado el Primer Manifiesto Nadaísta.

conservadores y liberales. En Cuba Fidel Castro ataca el Cuartel Moncada en contra de la dictadura de Batista. Eduardo Cote Lamus: Salvación del recuerdo. Alejo Carpentier: Los pasos perdidos. Álvaro Mutis: Los elementos del desastre. Juan Rulfo: El llano en llamas. La ANAC (Asamblea Nacional Constituyente) reelige a Rojas para el período presidencial 54-58. En Paraguay toma el poder el general Stroessner. Adolfo Bioy Casares: El sueño de los héroes. Juan Carlos Onetti: Los adioses. León de Greiff: Fárrago. Rafael Maya: Estampas de ayer y retratos de hoy. Eduardo Caballero Calderón: Siervo sin tierra. La guerrilla liberal entrega las armas. Juan Rulfo: Pedro Páramo. Gabriel García Márquez: La hojarasca. En Nicaragua es asesinado el dictador Somoza: lo sucede su hijo. En Cuba Fidel Castro desembarca en el Granma y va a Sierra Morena donde comienza la lucha armada contra Batista. Eduardo Cote Lamus: Los sueños. João Guimarães Rosa: Gran Sertón: Veredas. Julio Cortázar: Final del juego. Octavio Paz: El arco y la lira. 10 de mayo: cae el dictador. Lo remplaza una Junta Militar. Alberto Lleras Camargo (Jefe del Partido Liberal) y Laureano Gómez (Jefe del Conservador) acuerdan el establecimiento del Frente Nacional. En Haití, Duvalier toma el poder. León de Greiff: Velero paradójico. Sube el primer presidente del Frente Nacional, el liberal Alberto Lleras Camargo. En Venezuela sube a la presidencia Rómulo Betancourt. Alejo Carpentier: La guerra del tiempo. Gonzalo Arango: Manifiesto Nadaísta. Mario Vargas Llosa: Los jefes. Octavio Paz: Piedra del sol. Gabriel García Márquez: El coronel no tiene quien le escriba.

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Es coronada en Inglaterra la Reina Isabel II. Simone de Beauvoir: El segundo sexo.

Concluye la guerra de Indochina con la derrota francesa y se forman dos estados vietnamitas independientes. Francoise Sagan: Bienvenida Tristeza. Thomas Mann: Félix Krull.

Nabokov: Lolita.

Tropas soviéticas aplastan la revolución Húngara e invaden todo el territorio. Eisenhower es reelegido como presidente de EE. UU. con Nixon como vicepresidente. Martin Luther King emerge como líder de la campaña en contra de la segregación racial en EE. UU. EE. UU. desarrolla la bomba H. Karl Mannheim: Ensayos sobre la sociología de la cultura. Franco anuncia que la monarquía española será reestablecida a su muerte. Juan Ramón Jiménez: Espacio.

Se forma el Mercado Común Europeo. De Gaulle es elegido presidente de Francia. Se crea la NASA. Lawrence Durell: Baltazar.

1959

Sabotaje al Primer Congreso de Intelectuales Católicos. Gonzalo Arango es detenido y encarcelado en la Ladera de Medellín. Encuentro con Fernando González.

1960

1961

Gonzalo Arango dicta su primera conferencia en Bogotá. Una conferencia suya es clausurada a última hora en la Biblioteca Nacional. Los nadaístas comulgan en Medellín, ocasionando un escándalo de proporciones internacionales y Gonzalo Arango condena el acto.

1962

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Se publica Trece poetas nadaístas. Gonzalo colabora en la revista La nueva prensa. Los nadaístas de Cali lo queman en el puente Ortiz simbólicamente. Gonzalo declara cancelada su etapa de desesperación nihilista y derrotismo.

En Cuba el 1 de enero triunfa la revolución socialista al ser derrocado Batista: sube al poder Fidel Castro. Carlos Fuentes: La región más transpartente. Julio Cortázar: Las armas secretas. Juan Carlos Onetti: Para una tumba sin nombre. Nacen varios grupos guerrilleros influenciados por la Revolución cubana. Álvaro Mutis: Diario de Lecumberri. Jorge Luis Borges: El Hacedor. Julio Cortázar: Los premios.

Hawai se convierte en el estado número 50 de EE. UU. Günter Grass: El tambor de hojalata.

Empieza a aparecer el narcotráfico que tendrá su apogeo en la década de los años setenta. Fracaso de la invasión estadounidense en Bahía Cochinos, Cuba. Jorge Luis Borges: Antología personal. Juan Carlos Onetti: El astillero. Gabriel García Márquez: La mala hora.

Jean Anhouil: Beckett.

Sube a la presidencia el conservador Guillermo León Valencia. Álvaro Cepeda Samudio: La casa grande. Carlos Fuentes: La muerte de Artemio Cruz. Ernesto Sábato: Sobre héroes y tumbas. Julio Cortázar: Historias de cronopios y de famas. Gabriel García Márquez: Los funerales de la Mama Grande. Crecimiento de la guerrilla. Mario Vargas Llosa: La ciudad y los perros. Eduardo Cote Lamus: Estoraques. Fanny Buitrago: El hostigante verano de los dioses. Fernando Charry Lara: Los adioses. Julio Cortazar: Rayuela. Aurelio Arturo: Morada al sur.

Pompidou asume el gobierno de Francia, y el general De Gaulle escapa ileso a un atentado. Edward Albee: ¿Quién le teme a Virginia Wolf?

Huelgas y movimientos sociales que dirigen los sindicatos. Graves incidentes en la zona del Canal de Panamá. Julio Cortázar: Todos los fuegos el fuego. Juan Carlos Onetti: Juntacadáveres. El ELN, grupo guerrillero al que pertenece el cura Camilo Torres, adquiere mucha importancia. En

Muere Nehru y es sucedido por Shostri, en India. Arafat asume el liderazgo sobre el grupo guerrillero árabe denominado Alfatah. Sartre: Las palabras.

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Kennedy es elegido presidente de EE. UU. Lawrence Durell: Clea. Sartre: Crítica de la razón dialéctica.

Luther King es apresado. En noviembre 22, Kennedy es asesinado.

Muere Churchill. Johnson asume la presidencia de EE. UU.

1966

1967

Se publica De la Nada al Nadaísmo. Primer concurso nadaísta de novela, premiado Germán Pinzón, no nadaísta, por Terremoto. Gonzalo escribe para Cromos con el seudónimo de “Aliocha”. Terrible Trece Manifiesto Nadaísta.

1968

Arango colabora con El Tiempo. Discurso del buque Gloria, en donde hace el elogio del presidente Lleras Restrepo, provocando la furia de sus compañeros.

1969

Arango empieza a planear la comuna de Providencia. En Bogotá, los nadaístas preparan su revista Nadaísmo 70.

1970

Arango adhiere a la candidatura presidencial de Belisario Betancur. Sus enemigos bloquean su participación y su acercamiento al candidato.

1971

1972

México sube a la Presidencia Gustavo Díaz Ordaz. Álvaro Mutis: Los trabajos perdidos. Sube a la Presidencia el liberal Carlos Lleras Restrepo. Muere Camilo Torres. Mario Rivero: Poemas urbanos. Mario Vargas Llosa: La casa verde.

Se inicia la política de transformación nacional que busca cambios socioeconómicos. En sierras de Bolivia muere uno de los líderes de la Revolución Cubana: el Che Guevara. Puerto Rico se declara Estado Libre Asociado de EE. UU. Gabriel García Márquez: Cien años de soledad. Carlos Fuentes: Cambio de piel Viaje del Papa Pablo VI a Colombia. Jaime Jaramillo Escobar (X-504): Los poemas de la ofensa

Gran importancia del proyecto de Reforma Agraria. En Venezuela comienza la gran explotación petrolera: sube a la presidencia Rafael Caldera. Adolfo Bioy Casares: Diario de la guerra del cerdo. Mario Vargas Llosa: Conversaciones en la Catedral Sube a la presidencia el conservador Misael Pastrana Borrero. En Chile sube a la presidencia el socialista Salvador Allende. German Espinosa: Los cortejos del diablo. Las conversaciones de paz en París culminan su segundo año infructuoso para lograr la paz en Vietnam. Robert Graves: Poemas. Se dan grandes movimientos campesinos dirigidos por la ANUC. Gonzalo Arango: Providencia. Gustavo Alvaro Gardeazábal:

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Norman Mailer: americano.

El

sueño

Por segunda vez, De Gaulle es presidente de Francia, y exige que la OTAN retire sus fuerzas del territorio francés. Indira Ghandi se convierte en Primer Ministro de India. Truman Capote: A sangre fría Moshe Dayan es elegido ministro de defensa israeli. Comienza la guerra de los Seis Días entre los israelitas y la Coalición árabe. Samuel Beckett: Cabezas mortales.

Disturbios estudiantiles en París: Mayo del 68. Checoslovaquia es invadido por tropas soviéticas. Martin Luther King es asesinado. Nixon asume la presidencia de los EE. UU. Simone de Beauvoir: La mujer rota. Arafat es elegido líder de la OLP (Organización para la Liberación de Palestina). Golda Meir es nombrada Primer Ministro de Israel. El Apolo 11 aluniza, con Neil Amstrong, el primer hombre en la Luna.

Las conversaciones de paz en París culminan su segundo año infructuoso para lograr la paz en Vietnam. Robert Graves: Poemas.

EE. UU. hace bombardeos aéreos a gran escala en Vietnam del Norte. Karl Levi-Strauss: Mitológicas.

Terroristas árabes matan a dos atletas olímpicos de Israel en Munich y toman 9 rehenes. Todos

Dabeiba. Francisco Cervantes: La materia del tributo.

1973

Nace el movimiento guerrillero M19 dirigido por Jaime Bateman. En Chile un golpe militar derroca al socialista Allende, quien resulta muerto: sube el General Augusto Pinochet. Manuel Mejía Vallejo: Aire de tango. Mario Vargas Llosa: Pantaleón y las visitadoras. Fin del Frente Nacional. Sube a la presidencia el liberal Alfonso López Michelsen. En Argentina muere Perón y lo sucede Isabel, su esposa. Gustavo Álvarez Gardeazábal: El bazar de los idiotas. Gonzalo Arango: Fuego en el altar. Eduardo Carranza: Hablar soñando y otras alucinaciones. Bonanza cafetera. Óscar Collazos: Crónicas de tiempo muerto. Gabriel García Márquez: El otoño del patriarca.

1974

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1976

Gonzalo Arango perece el 25 de septiembre, en un accidente automovilístico.

Se hacen esfuerzos para solucionar el déficit del Estado, se propone una reforma tributaria. Andrés Caicedo: Que viva la música. Carlos Perozzo: Hasta el sol de todos los venados. Pedro Gómez Valderrama: La otra raya del tigre. Jorge Rojas: Cárcel de amor.

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7. G. Arango

son asesinados en un tiroteo con la policía de Alemania Occidental. Noam Chomsky: Lenguaje y significado. G. Deleuze y F. Guatari: Capitalismo y Esquizofrenia. Pompidou gana nuevamente las elecciones en Francia. Los países árabes productores de petróleo embargan cargamentos para EE. UU., Europa Occidental y Japón. Crisis energética en los países industrializados. Escándalo Watergate en EE. UU. Barthes: El placer del texto. Inflación mundial. Las naciones productoras de petróleo disparan los precios. El crecimiento económico disminuye aceleradamente en los países industrializados. J. Lacan y otros: Actas de la escuela Freudiana de París.

EE. UU. abandona Vietnam e Indochina tras la ocupación de Cambodia por los Khmer Rojos. Muere el General Franco y se restablece la monarquía en España con el Rey Juan Carlos I. M. Foucault: Vigilar y castigar. Con la muerte de Chou-En-Lai y Mao Tse-Tung se inician cambios radicales en la política de la China Comunista. M. Foucault: Historia de la sexualidad. Umberto Eco: Obra abierta.

Este libro se terminó de imprimir el día 28 de abril de 1989, en los Talleres litográficos de Editorial Nomos Ltda., Carera 39 B N° 17-98. Bogotá – Colombia Digitalizado por EdicionesEdward 2017