Geraldine Harris - Dioses y Faraones de La Mitologia Egipcia

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Tierra roja, tierra negra

Desde hace siglos, el Antiguo Egipto resulta fascinante para los europeos. Cuando el Emperador Napoleón lo invadió en 1798, lle­ vó consigo un grupo de eruditos para examinar las pirámides, obe­ liscos y otros antiguos monumentos. Fue uno de sus soldados el que encontró la. famosa Piedra Rosetta, que constaba de dos ins­ cripciones en egipcio, con diferentes caracteres, y de otra en griego. En 1822, con ayuda de la Piedra Rosetta, el joven erudito francés, Jean Champollion, fue capaz de interpretar la antigua escritura jero­ glífica. Durante todo el siglo XIX los eruditos hicieron dibujos de tem­ plos y tumbas v dejaron constancia de las antiguas inscripciones. Muchos de estos valiosos dibujos han sido destruidos o deteriora­ dos durante los últimos cien años. Los antiguos cazadores de teso­ ros tenían como principal fin encontrar valiosos objetos y momias en buen estado de conservación para llevarlas a los museos europeos. Gradualmente fueron dándose cuenta de que una pieza de cerámica rota o un papiro desgarrado tenía más importancia que un jarrón de oro, por la información que aportaría de aquella civilización. A mediados del siglo XIX, el erudito francés Augusto Mariette entró al servicio del Khcdivc de Egipto v fundó el Musco de El Cairo y el Serv icio de Antigüedades de Egipto, que aún tiene como misión proteger antiguos emplazamientos y llevar a cabo excava­ ciones. Fue Mariette quien, en 1881, sospechó del gran número de joyas reales que aparecían, repentinamente, para ser vendidas en el mercado. Pronto descubrió que un;i familia, de la localidad de Qurna, había encontrado una cámara con momias de algunos de los soberanos del Antiguo Egipto. En 1898 se encontraron más cuerpos reales, embalsamados en el famoso Valle de los Reyes, y actualmente es posible ver las caras en el Museo de El Cairo a los que hace más de tres mil años gobernaron el país. No sólo fueron franceses los excavadores. La Fundación de Exploración de Egipto, fundada en Londres en 1882, financió numerosas expediciones, y el arqueólogo británico, W . M. F. Petrie, llevó a cabo trabajos de excavación y aportó nueva información sobre inscripciones. También fue inglés el equipo que hizo los mayores descubri­ mientos arqueológicos en el siglo XX. En 1922. tras varios años de trabajo en el Valle de los Reyes, I loward Cárter encontró casi in­ tacto el sepulcro de un faraón del siglo XIV a.C. El tesoro de

Tutankhamon hizo despertar el interés popular por la egiptología. Desde entonces, expedicio­ nes de todo el mundo han trabajado para reco­ brar el magnífico pasado de Egipto. Muchos de los peculiares rasgos de esta ci­ vilización son debidos a su singular geografía. Egipto es un lugar de contrastes, y ¿l mayor radica entre la llamada tierra roja del desierto y la tierra negra del Valle del Nilo. 1in tiempos ancestrales, el desierto egipcio estuvo cubierto de hierba y habitado por numerosas manadas de animales, como en la actual sabana africana. Progresivamente, el clima se hizo cada vez más seco, la sabana se transformó en desierto, y el pueblo bajó desde las tierras altas a vivir en el Valle del Nilo, transformando sus pantanos en ricas tierras de cultivo. Los cielos del Antiguo Egipto eran claros, de un brillante azul, y la lluvia era un fenóme­ no excepcional. Sólo el desbordamiento anual del Nilo hizo posible sacar adelante los culti­ vos. La inundación, que arrastraba lodo fértil, pudo ser, en parte, controlada mediante cana­ les y diques, pero el hombre estaba limitado por la extensión de tierras de cultivo. En el Sur, las zonas por habitar se reducían a una es­ trecha franja a cada lado del rio; el resto era desierto. En el Norte, el río se ramificaba antes de llegar al Mediterráneo. Gran parte de la tie­ rra fértil en el desierto era demasiado pantano­ sa para su cultivo, pero había gran cantidad de aves y pesca, plantas de papiro para hacer pa­ pel y caña para la construcción de cabañas y barcas. La navegación por el Delta se hacía di­ fícil a causa de los pantanos y de las numerosas ramificaciones, pero en el Sur, el curso simple del río hacía más segura y fácil la comunica­ ción, especialmente porque las embarcaciones podían navegar río arriba con ayuda del fuerte viento o flotando río abajo con la corriente. Los habitantes del Norte navegaban por el Me­ diterráneo, comerciaban con los países del Este y estaban más abiertos a influencias extranje­ ras. Los habitantes del Sur, aislados del mundo por los desiertos circundantes, eran más conservadores y tenían un fuerte sentido de unidad. Al principio cada colonia o serie de tribus tenía su propio jefe, pero gradualmente fueron apareciendo líderes que declaraban su autori­ dad sobre todos los grupos de colonias. 1lacia el año 4000 a. C , algunos de estos líderes se autocoronaban, haciendo sus reinados cada vez

mayores. Los antiguos egipcios creían en un hombre llamado Menes, que había gobernado en el Sur (el Reino del Alto Egipto), y declara­ do la guerra al Norte (el Reino del Bajo Egip­ to). Alrededor del año 3000 a. C., el Sur venció al Norte, y Menes gobernó el país entero desde su nueva capital, Nlenfis. Los egipcios agruparon a sus gobernadores en dinastías, iniciadas por Menes, que fue el primer rey de la Primera Dinastía. Los histo­ riadores modernos dividen las treinta dinastías independientes en siete períodos. El más im­ portante de estos fue el Imperio Antiguo (2575-2134 a. C ), en el que comenzaron a construir las pirámides; el Imperio Medio (2040-1640 a. C.), cuando el país fue arruinado por otro líder del Sur, y el Imperio Nuevo (1550-1070 a. ( ’.), cuando Ligipto es regido por faraones, como Tutankhamon y Ramsés el Grande. Entre los Imperios, el caos hizo estra­ gos a nivel político. Las ocasionales invasiones extranjeras provocaron grandes destrucciones y, como el Alto y Bajo Egipto estaban clara­ mente diferenciados por su carácter, siempre había riesgo de que bajo un reinado débil vol­ vieran a dividirse. Egipto nunca olvidó que había estado sepa­ rado en dos países. El gobernador era llamado Señor de las Dos Tierras, el rey del Alto y Bajo Hgipto. Su atuendo consistía en una mitra blanca y el gorro rojo; ambos símbolos repre sentaban respectivamente al Alto y Bajo Egip­ to; es decir, ai Valle y al Delta, que con frecuencin estaban protegidos por las dos Damas, Nekhbet, la reina buitre del Sur, y Wadjet, la reina cobra del Norte. Los egipcios reverenciaban la monarquía. El rey era imagen del dios Sol. Los reyes em­ pleaban gran parte de su tiempo practicando complejos rituales, pero también eran la cabeza del gobierno. El poderoso faraón cuidaba del bien de la humanidad. En su coronación pro­ metía terminar con el caos y establecer el M aat. Alaat quiere decir orden, justicia \ verdad, y era representado por una diosa, hija del dios Sol. Se suponía que los reyes «vivían en la ver­ dad», gobernaban con justicia y hacían de la sociedad egipcia reflejo del orden establecido por los dioses. Se creía que los reyes estaban entre la humanidad y la deidad, y se esperaba de ellos la paz y la prosperidad para todo Egipto.

Algunos dioses eran venerados en todo el país, pero cada localidad de hgipto disponía de su dios o diosa. Muchas de estas divinidades eran representadas por animales. Así, el dios Khnurri, dador de vida, estaba representado por un vigoroso carnero; la diosa Tawerct, protectora de mujeres y niños, tenía pezuñas de león y un voluminoso cuerpo de hipopótamo, mientras que la compleja naturaleza de la diosa Harhor se expresaba con variadas formas, des de la feroz leona a la benevolente vaca. I n el Antiguo Egipto se veneraba gran nú mero de dioses y diosas, aunque tras esa diver­ sidad se mantenía la idea de que todos eran uno. El misterioso poder del Dios Creador se ilus­ traba dándole numerosas formas divinas, de macho o hembra, de semblantes terribles o be­ llos, expresando fiereza o docilidad. I I pueblo centraba su adoración en las formas más cerca ñas a sus modos de vida, o bien en cada una de las deidades locales. Estas deidades locales alcanzaban impor tanda nacional cuando llegaban a ser patronos de alguna dinastía, l'na de la s principales obli­ gaciones del rey era la de construir templos para los dioses y hacerles ofrendas cada día. Como agradecimiento, los dioses concedían sa lud y poder para vencer a los enemigos. A los t reinta años de un reinado se celebraba el test i val Sed. Durante este festival, el rev llevaba a cabo complejos ritos para alcanzar la bendición y que se le concediese la renovación de vida y fuerza, l odo tenía que s e r efectuado dos veces.

para el Alto y para el Bajo Egipto y, en una cic­ las ceremonias, el rey tenía que correr a lo largo de un camino especialmente construido para la ocasión. 1 n tiempos ancestrales, si no llegaba a correr lo estipulado, era ritualmente asesinado, pues no se le consideraba como la viva imagen del dios Sol. Sin embargo, en la mayoría de los casos, al re\ se le permitía la muerte natural. Todo ei país consideraba muy importante que su muer­ te Juera aceptada por los dioses y le concedie­ ran otra vida para triunfar sobre la muerte, como el sol vence a la oscuridad cada amane­ cer hsto explica los costosos ritos que se reali­ zaban tras la muerte de un rey. cuyo gesto más espectacular era el levantamiento de una pirámide. Cuando Hgipto fue unificado por primera vez. casas, palacios y sepulcros fueron construí dos con cañas y barro, pero al dar comienzo la Tercera Dinastía (2649-2575 a. C ), Imbotcp, el primer gran arquitecto de la historia, diseñó una pirámide de piedra para el entierro de su maestro, el rev Zoser. En la Cuarta Dinastía (2575-2456 a. C.), los egipcios ya construían enormes pirámides en el desierto, cerca de Mentís. La mayor es la del rey Khufu, en Gizeh, de ciento cuarenta y seis metros de altura. Consta de alrededor de dos millones trescien­ tos mil bloques de piedra, cada uno entre dos y quince toneladas. A pesar de su enorme tama­ ño, las pirámides de Gizeh están construidas IJ

con gran precisión. Actualmente no se puede saber con certeza cómo fueron construidas, pero está claro que utilizaron sencillas herra­ mientas de cobre y que carecían de medios sofisticados. Los egipcios no fueron grandes innovadores, pero poseían un gran sentido de la organización. Un rey comenzaba a trabajar en su pirámi­ de tan pronto como llegaba al trono. Alrede­ dor de cuatro mil artesanos eran empleados para cortar y dar forma a bloques de piedra ca­ liza para instalarlos más tarde. La mayor parte de la mano de obra era empleada en el trans­ porte de los bloques desde las canteras hasta el lugar donde se construía la pirámide. Cortados los enormes bloques, se cargaban en barcazas que flotaban río abajo hasta llegar al nivel de Gizeh. Una vez allí se montaban sobre trineos y se arrastraban a lo largo de una calzada de le­ ños hasta el lugar deseado. La última etapa consistía en levantar los bloques sobre las ram­ pas de barro que rodeaban la pirámide semiconstruida. Es una equivocación pensar que las pirámi­ des fueron hechas por grupos de esclavos, tra­ bajando fatigosamente a ritmo de un látigo. La mayor parte del trabajo era realizada por la población agrícola, que durante tres o cuatro meses al año no tenía nada que hacer, mientras los campos estaban inundados. Unos cien mil hombres movían grandes cantidades de piedra para construir la pirámide en honor del rey divinizado. La Gran Pirámide, actualmente, tiene prác­ ticamente el mismo color que el desierto, pero anteriormente estaba enfundada en reluciente cal blanca. Junto a ella había dos templos, uni­ dos por una calzada amurallada, y en un cerca no foso se encontraba la barca que se supone utilizaría el rey en su vida futura. El cuerpo embalsamado se conducta al primer templo del Valle, que tenía veintitrés estatuas reales. La momia era purificada y se realizaba un ritual para que su espíritu pudiera habitar las estatuas como si se tratara de cuerpos humanos. Des­ pués, el ataúd real era arrastrado a lo largo de la calzada hasta llegar al segundo templo, don­ de los sacerdotes seguían haciendo ofrendas al espíritu del rey durante varios siglos después de su muerte. Finalmente, el ataúd era condu­ cido por un estrecho pasadizo hasta el interior de la pirámide y metido en un sarcófago de piedra que se hallaba en la cámara del sepulcro. 16

En las pirámides de la Cuarta y Quinta D i­ nastía (2465-2152 a. C.) había inscripciones en los muros interiores con las palabras citadas por el sacerdote durante el entierro. Los textos varían en cuanto a época y naturaleza. Algunos son humildes oraciones en las que se propone al rey como sirviente de los dioses; otros son bastante más arrogantes. En el llamado Himno de Cannihal, se dice que el rey muerto es tan poderoso que podría comerse a los dioses para absorber su magia: «Los dioses de mayor tama­ ño para la primera comida del día, los ele tama ño medio para el almuerzo, los pequeños para la cena y los viejos como combustible para la marmita.» Una vez finalizado el ritual, se bloqueaba la ruta que conducía al sepulcro mediante enor­ mes piedras. A pesar de todas estas precaucio­ nes, algunas de ellas se han encontrado viola­ das. Los ladrones eran capaces de irrumpir en las tumbas y saquearlas, llevándose los objetos más preciados, pero las propias pirámides per manecen como la mayor de las Siete Maravi lias del Mundo Antiguo y son las únicas que han llegado a nuestros días. Los arqueólogos han hallado también obje­ tos utilizados en la vida cotidiana del Antiguo Egipto. La mayoría de estos objetos provienen del Imperio Nuevo (1550-1070 a. C.), y una de las fuentes de mayor importancia es el pueblo de Deir el-Medí na, al sur de Egipto, Durante el Imperio Nuevo, la realeza era enterrada en tumbas de piedra en los valles desiertos, cerca de la ciudad de Tebas, la capital del Sur. El gobierno construyó una localidad para los arte­ sanos, cerca de Deir el-Medina. Los artesanos vivían con sus familias en casas de barro construidas a lo largo de las estrechas calles del pueblo amurallado. Al prin­ cipio, estas casas eran idénticas, pero sus habitantes las cambiaron, decorando las pare­ des con murales, tirando tabiques interiores, etcétera. En muchas de estas casas, la estancia principal era utilizada como comercio. La segunda habitación era mayor y más elevada que el resto. Tenía ventanas sin crista­ les y una plataforma de barro donde se senta­ ban los señores. Las sillas se consideraban un lujo, por lo que se utilizaban taburetes plega bles. Tras la estancia principal había un peque­ ño dormitorio. Las camas eran de madera y tenían una especie de cincha fabricada con caña y altos estribos. Utilizaban sábanas de lino

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y, en lugar de almohada, un reposacabezas de madera. Cerca de la cama se situaban cofres de madera, imitando marfil y ébano, para ropas, joyas y maquillaje. Durante el Imperio Nuevo, e! vestuario era de lino, con pliegues y colgaduras. Las ceñidas ropas de las mujeres y las largas faldas y anchas mangas de las camisas de los hombres eran de color blanco. El colorido lo proporcionaban brillantes collares de cuentas, pulseras y guir­ naldas de flores para las fiestas. A veces, los peinados eran muy elaborados y también utili­ zaban pelucas de lana teñida. Tanto el hombre como la mujer se maquillaban los ojos. III típi­ co cofre egipcio de cosmética contenía un espejo, pinzas v navaja de cobre, colorete, som­ bra verde para los ojos, pintura de labios v jarros que contenían perfumados aceites para el cuerpo. Ninguna de las casas de Deir el-Medina tenía cuarto de baño, pues se consideraba un lujo, y el pasillo junto al dormitorio que condu­ cía a la cocina se encontraba al aire libre. La cocina tenía una bóveda, un horno de terra­ cota, una piedra de moler grano y pucheros de todas las formas y tamaños. L1 pan \la cerveza eran los productos principales de la dicta egipcia, y una pequeña bodega contenía habi­ tualmente tinajas con cerveza v quizá vino. Se utilizaban miel y dátiles para hacer pan dulce y bollos. La granada, el higo y el melón también formaban parte de la dieta. I.a carne y el asado eran muy apreciados, pero sólo se comían en ocasiones especiales. Así, pues, las proteínas las proporcionaban los guisantes, lentejas y pesca­

do seco. Los vegetales más comunes eran cebo­ lla, ajo, pepino y puerro. Una escalera conducía desde la cocina has­ ta el tejado, donde se esparcían los vegetales para que se secaran, y se guardaban las cabras y los gansos. Los egipcios eran muy aficiona­ dos a los animales, especialmente a los perros, monos y galos. Kn los períodos calurosos dormían en el tejado, que también era el lugar de reunión. Desde allí se veían las tumbas, construidas en declives en la parte baja del pueblo, y el templo de la localidad. Todas las casas tenían un pe­ queño santuario donde diariamente se hacían ofrendas de pan, vino y flores al dios favorito. Algunas casas tenían murales de las diosas Taweret y Bes, el dios enano con cabeza de león, que a pesar de su espantosa apariencia era el protector de mujeres v niños. Bes y Taweret también solían ser esculpidos en el reposacabe­ zas v en las camas para proteger a los durmien­ tes de serpientes, escorpiones y demás peligros nocturnos. Pequeñas imágenes de estas deida­ des eran frecuentemente llevadas como amu­ letos. Los egipcios tenían gran confianza en el mágico poder de los amuletos y los utilizaban para protegerse desde la cama hasta la sepultu­ ra, Se representaban de diversas formas, las más comunes, un ojo de halcón del dios I lorus, la columna de Osiris y la cabeza de Hathor. Los dioses no sólo formaban parte de la cultu­ ra de los egipcios en los grandes templos, sino también aparecían en los cuentos, a los que eran muy aficionados.

Las aguas del caos

La religión egipcia era ma's rica en símbolos que en mitos, pero ha­ bía historias referidas a algunos de sus dioses. Desgraciadamente, la mayoría era tan bien conocida que raramente llegaban a ser escri­ tas. f recuentemente, un mito es parte de referencias dispersas en himnos y oraciones, inscripciones en templos y pirámides y otros extraños orígenes, como los hechizos que se suponía curaban las mordeduras de escorpión. Muchos antiguos escritores griegos, fas­ cinados por las deidades egipcias, reprodujeron sus mitos, pero es dilícil saber a cien«-i:i cierta si estas versiones tienen muchos cam ­ bios con respecto al original. Algunos mitos, como el de la muerte y resurrección de Osiris, eran representados durante las ceremonias reales y en los templos cuando llevaban a cabo algún ritual. I.os sacerdotes de los grandes centros religiosos, como el templo de Ra en I leliópolis, el templo de Ptah en Menfis o el templo de Thoth en Hermópolis, represen­ taban ciclos de mitos con su propia deidad como figura central. To­ dos estos ciclos incluían los mitos de la creación, porque para los egipcios fue el único suceso realmente importante de la historia. El principal propósito para su sociedad era preservar el orden divino establecido por el Creador. La idea de progreso no tenía lugar en el pensamiento de los egipcios, t na docena de mitos no era suficiente para expresar la maravilla de la creación. El creador tenía varias formas y nombres (Ra, Ra-Alum, Amon-Ra, Ra-Horakhty), pero todas las fuentes de origen concuerdan en que él es el primero que _________J _ ____ .'E :____ . _ ____ _____ t i _______ \r______

Al principio eran las aguas del caos, Reina­ ron la oscuridad y el silencio, pero en las pro­ fundidades del acuoso abismo se escondía el espíritu del creador, el padre y la madre de to­ das las cosas... Una historia cuenta cómo un monte se elevó lentamente de las aguas del Caos, lal como Egipto parece nacer cuando las inundaciones producidas por el Nilo son aho­ gadas por el calor del verano. Este monte fue el primer trozo de tierra y donde por fin el creador podría dar forma a su cuerpo. Se pre­ sentó como un ave fénix con el plumaje de co lor de fuego y, ardiendo sobre el Monte Pri­ mordial, lloró quebrantando el silencio con el primer sonido. Una segunda historia cuenta cómo ocho criaturas con cabezas de rana y serpiente nada­ ban en las aguas del Caos antes de que comen zara el tiempo. Ellos formaban parte de la llamada Ogdóada: Nun v N’aunet, deidades del acuático abismo; Hu y Hehuct, dioses del espa­ cio infinito; Ku y kukct, dioses de la oscuridad v Am ón v Amonet, dioses de lo invisible. Es­ tos misteriosos seres nadaron |untos formando el gran huevo que empolló el creador. Otros dicen que el huevo primitivo lo puso un ganso, cuyo cacareo fue el primero tic todos los sonidos. El Gran Ganso se sentó en el monte, protegiendo su huevo durante inconta­ bles siglos hasta que de él-salió un precioso fé­ nix. Las dos mitades del cascarón separaron las aguas del Caos y formaron un espacio en el cual el creador pudo hacer el mundo. Una tercera historia cuenta cómo la oscuri­ dad cubrió las aguas hasta que el Primer Loto surgió del abismo. Lentamente, el Loto azul abrió sus petalos y mostró un joven dios senta­ do en su corazón dorado. Un dulce perfume se deslizó a través de las aguas, y la luz manó del cuerpo del Niño Divino, desapareciendo la oscuridad del Universo. Este niño era el creador, el dios Sol, origen de la vida, pero todas las noches el Loto se

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hundía bajo la superficie y no salía hasta el nuevo amanecer. El Caos reinaba durante la noche hasta que el dios y el Loto volvían. Las fuerzas del Caos no fueron vencidas del todo en el principio de los tiempos. Como serpientes venenosas circundan la tierra para atacar al dios Sol. La guerra entre el Orden y el Caos nunca terminará. Cualquiera que sea la forma dada al crea dor, toilas las historias concuerdan en el punto en el que se dice que es consciente de su sole­ dad. Esta soledad se hace insufrible y anhela que otros seres den forma al mundo junto a él. En Mcnfis, los sacerdotes describen cómo los pensamientos del creador se convierten en dio­ ses y en todas las demás cosas que existen. Una vez que había dado forma ;i todas las cosas, les dio vida al nombrarlas. Pensamientos y pala­ bras fueron el poder de la creación. En I leiiópolis, los sacerdotes denominaron al creador Ra-Atum y hablaron de cómo des­ pués de eternidades de soledad discutió con Shu, el dios del aire, y Tefnet, la diosa de la hu­ medad. Después de largo tiempo, Ra-Atum continuaba sumido en la soledad, pues Shu y Tefnet se perdieron en las aguas del Caos. En­ tonces, el creador tomó un ojo de su cara y le otorgó poder. Lo llamó 1lathor, su hija, y la en­ vió a la oscuridad en busca de sus criaturas perdidas. La luz del ojo penetró en las fuerzas dei Caos, y Shu y Tefnet pronto fueron encontra­ dos y llevados junto a su padre. Como recom­ pensa colocó el ojo en su frente y le dio forma de serpiente. El dios Sol prometió que ella ten dría poder sobre todos sus enemigos, y que dioses y hombres la temerían y respetarían por los siglos de los siglos. Ra-Atum abrazó a sus hijos con lágrimas en los ojos. Así como él los tom ó entre sus brazos, su espíritu se introdujo en ellos, y ellos \ todos los dioses compartieron la divinidad del creador.

Los nueve dioses

SHu y Tcfnet, los primeros hijos de Ra-Atum, se profesaban un gran amor y Tcfnet dio a luz dos gemelos. Geb nació primero y era el dios de la tierra, y Nut, que nació la segunda, era la diosa del cie­ lo. Geb quería muchísimo a su hermana, la hermosa Nut, y durante siglos permanecieron abrazados. El cielo oprimía a la tierra de tal forma que no quedaba espacio entre ellos para que brotase vida. Ra-Atum, celoso del gran amor que se profesaban Nut y Geb, ordenó a su padre, Shu, que los separase. Hl poderoso dios del aire pisoteó a Geb. Después elevó a Nut en las palmas de sus manos, elevándola por encima de su hermano. Nut estaba embarazada y Ra-Atum la maldijo para que no pudiera dar a luz ningún día del año. Geb forcejeó bajo los pies de su padre, y Nut se inclinó para dar alcance a su hermano, pero todo resultó inútil. Mientras, el creador dio vida a otros muchos seres, entre ellos a Thot, el más sabio de todos los dioses. Thot vio el hermoso cuerpo de Nut arqueándose por encima de la tierra y la amó y se compade­ ció de ella. Decidió ayudar a la desgraciada diosa e inventó el juego de las damas. Thot desafió a los dioses a jugar contra él apostándo­ se el tiempo. Gradualmente, el prudente dios fue capaz de reunir cinco días. El creador había decidido que el año tendría trescientos sesenta días, pero Thot añadió el tiempo que había ganado. Estos cinco días no estaban bajo la maldición de Ra, así que, finalmente, Nut pudo dar a luz a su hijo. El primer día, ella sostuvo al pequeño, que ya había sido co­ ronado con el nombre de Osiris. Al segundo día llegó Haroeris y al tercer día, tras grandes sufrimientos, Seth. El cuarto y quinto días nacieron dos hijas, Isis y Neftis. Osiris e Isis se habían enamorado en el útero materno y se hicieron marido y mujer. Finalmente, Seth y Neftis se casaron también, pero entre ellos nunca hulx> amor. Las dos hijas de Nut eran muy diferentes de carácter: Isis era valiente y astuta, diosa de la magia y más sabia que millones de hombres, mientras que Neftis era dulce y leal. Los hermanos Osiris y Seth eran aún más diferentes: la cabeza de bestia salvaje de Seth dejaba al descubierto su naturaleza, cruel y avara, y nunca perdonó a Osiris por haber nacido primero y estar destinado a reinar. Ra-Atum, con Shu y Tefnet, sus hijos; Geb y Nut, sus nietos, y Osiris e Isis y Seth y Neftis, sus bisnietos, fueron los nueve grandes dioses bajo el nombre de la Hnéada. El creador dio vida a muchos otros dioses y diosas y llenó el cielo y la tierra con espíritus, demo­ nios y deidades de menor importancia. 21

Finalmente, creó al hombre. Algunos dicen que la humanidad surgió de las lágrimas de alegría que se le saltaron a Ra-Atum cuando Shu y Tefnet fueron rescatados de las aguas clel Caos. Otros, que el primer hombre había sido formado por k hnum , el dios con cabera de carnero, en su torno de ceramista. Hl creador también le procuró una tierra para vivir: ei Reino de Egipto. Ra-At;um protegió Egipto con barreras de desierto, y, para contrastar, hizo el N ilo, que con .sus aguas inundaría las tierras propor cionando ricos cultivos. Para otros países puso un K ilo en el cielo, al cual nosotro' llamamos lluvia. Ra dio nombre a. las estaciones del año \ a los meses y arropó la tierra con árboles, hier­ ba \flores. Por último dio vida a los insectos y peces, pájaros y animales. Cada día, Ra anduvo a través de su reinado y navegó a través de los cielos en la Barca de Millones de Años. Cuando vieron el sol, las criaturas de Egipto alabaron a si: creador. Para que reinaran la justicia y el orden, Ra-Atum in­ ventó la monarquía. El mismo fue el primer gran rey de Egipto y gobernó con alegría v pax durante incontables siglos.

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El nombre secreto de Ra

Ra, creador del Sol, era visto en Egipto en forma de disco solar, pero le conocían de otras muchas formas. Aparecía como hombre coronado, y como halcón u hombre con cabeza de halcón; los egip­ cios también representaban a Ra en forma de escarabajo empujan­ do el sol en el cielo, como si fuera una bola de estiércol. En las oscuras cavernas bajo la tierra había escondidas setenta y cinco for­ mas de Ra; misteriosos seres con cuerpos momificados y cabezas de pajaro o serpiente, plumas o flores. Los nombres de Ra eran tan abundantes como sus formas; era el Renovador, el Resplandor, el Viento de las Almas, el Exaltado, pero uno de sus nombres no ha­ bía sido mencionado nunca. Para conocer el nombre secreto de Ra había que tener poder sobre él y sobre el mundo que había creado. Isís anhelaba este poder. Ella había soñado que un día tendría un hijo con cabeza de halcón llamado I lorus, y quería que le iuera concedido el trono de Ra. Isis era la diosa de la Magia, más sabia que millones de hombres, pero sabía que no había nada suficiente­ mente poderoso para dañar a Ra. Su única elección era volver con­ tra el creador su propio poder, y, por hn, Isis ideó un cruel y astuto plan. Cada día, el dios Sol caminaba a través de su reino, acompa­ ñado por multitud de espíritus y deidades de menor importancia, pero Ra se estaba haciendo viejo, sus ojos estaban apagados, sus pasos dejaban de ser firmes y había comenzado a dccir incongruen­ cias. Una mañana, isis se introdujo desapercibida entre un grupo de diosas de categoría inferior, que iban tras el re\ de los dioses. 1sis estuvo observando a Ra hasta que vio cómo le goteaba saliva sobre un terrón. Cuando se aseguró de que nadie la miraba, tomó la tierra y se la llevó. Isis mezcló la tierra con la saliva de Ra hasta formar arcilla, con la que modeló una serpiente de terrible aspecto. Duran­ te las horas de oscuridad susurró sus ensalmos a la serpiente de arcilla hasta que esta se quedó tendida'en sus manos. Más tarde, la astuta diosa se dirigió a un cruce por donde siempre pasaba el creador y dejó allí a la serpiente, escondiéndola entre las largas hierbas, tras lo que regresó ella a palacio. Al día siguiente, Ra paseó a través de su reino con los espíritus y deidades agrupados tras él, como de costumbre. Cuando se apro­ ximó al cruce, las palabras de Isis comenzaron a hacer efecto, y la serpiente de arcilla se estremeció en el momento en que recibía vida. Tan pronto pasó el rey ¡unto á ella, le mordió en un tobillo, de tal forma que le hizo caer al suelo. El grito que dio Ra se escu­ chó en toda la creación.

Sus mandíbulas castañetearon y sus miem­ bros sufrieron espasmos cuando el veneno le inundó como un Nilo creciente. — l ie sido herido por algo mortal — bal­ buceó Ra— , Lo puedo ver en mi corazón, aun­ que no a través de mis ojos. Sea lo que sea, yo no lo be creado. ¡Estoy seguro de que ninguno de vosotros me haría semejante cosa, pero nunca había sentido tan profundo dolor! ¿Cómo me ha podido ocurrir esto? Soy el crea­ dor del Sol, el hijo del húmedo abismo. Soy el dios de los mil nombres, pero mi nombre se­ creto sólo se mencionó en una ocasión antes de que comenzara el tiempo. Desde entonces fue escondido en mi cuerpo para que nadie lo conociera y fuese capaz de maldecir en mi con­ tra. Cuando caminaba por mi reinado, algo me ha golpeado v ahora mi corazón esta en llamas y mis miembros tiemblan. ¡Llamad a la I-meada! ¡Traed a mis hijos! Con su magia v sabiduría, ellos podrían perforar los cielos. Los mensajeros fueron a buscar a los dio­ ses superiores, v desde los cuatro pilares del mundo llegó la lineada: Shu y Tefnet, Geb y Nut, Seth y Osiris, Isis y Neftis. I os enviados recorrieron el cielo, la tierra y el húmedo abis­ mo para convocar .1 todas las deidades creadas por Ra. Desde los pantanos llegó Hequet, con su cabeza de rana; Wadjct, la diosa cabra, y el espantoso dios con cabeza de cocodrilo, llama­ do Sobek. Desde los desiertos llegó la apasio­ nada Sellas, la diosa escorpión; Anubis, el cha­ cal, guardián de la muerte, y Nekhbet, la diosa buitre. Desde las ciudades del Norte llegó el guerrero Neith; la dulce Bastet con cabeza de gato; Sekhmet con cabeza de león y Ptah, el dios de las habilidades. Desde las ciudades del Sur llegaron Onuris, el divino cazador con ca­ beza de carnero; K hnum con Anulas, su mujer, y Satis, su hija. El astuto Thot y el sabio Seshat, dioses de la escritura; el viril Min; Rcnenutct, con su cabeza de serpiente, diosa de las cose­ chas; la bondadosa Meskhenet y la monstruosa Tawcret, diosa del nacimiento de mujeres y ni­ ños. Todos fueron convocados ¡unto a Ra. Se reunieron ante el dios Sol, llorando y gi­ miendo, temerosos de que fuera a morir. Isis estaba entre ellos, golpeando su pecho, fingien­ do perplejidad y desesperado dolor como todas las demás deidades. — Padre de todo — comenzó Isis— : ¿qué ha ocurrido? ¿Te ha mordido alguna serpiente? ¿Se ha atrevido alguna despreciable criatura a

enfrentarse con su creador? Pocos dioses pue­ den comparárseme en sabiduría, soy la diosa de la magia. Si me dejas, te curaré. Ra agradeció a Isis sus palabras y le contó lo ocurrido, mientras se quejaba: — Ahora estoy tan frío como el agua y tan caliente como el fuego. Mis ojos se oscurecen. No puedo ver el cielo, y mi cuerpo está empa­ pado por el sudor que produce la fiebre. — Dime tu nombre completo — dijo astu­ tamente Isis— . Así podré usarlo en mi hechi­ zo. Sin conocer esto ni el más grande de los magos sería capaz de ayudarte. — Y o he creado las tierras y el cielo — dijo Ra— . He creado las alturas ^ las profundida­ des, pues establecí horizontes al F.ste y al Oeste y establecí a los dioses en su gloria. Cuando abro mis ojos surge la claridad, v cuando los cierro, todo se oscurece. El poderoso Nilo se desborda bajo mis órdenes. Los dioses desco­ nocen mi verdadero nombre, pero yo creé el tiempo v fundé las fiestas. Yo encendí el fuego de la vida. Al amanecer me elevo como kefer, el escarabajo, y navego los cielos en la Barca de los Millones de Años. A medio día resplandez­ co en los cielos como Ra y durante el atardecer soy Ra-Atum, el sol poniente. — Sabemos todo esto — dijo Isis— . Pero si debo encontrar un hechizo para hacer desapa­ recer este veneno, tendré que usar tu nombre secreto. Dímelo v vivirás. -— Mi nombre secreto me fue dado para que me sentara tranquilamente — musitó Ra— sin temer a ninguna criatura. ¿Cómo voy a re­ galártelo? Isis no dijo nada v se arrodilló ante el dios Sol mientras su dolor aumentaba. Cuando se hizo absolutamente insoportable, Ra ordenó a los demás dioses que se alejaran y susurró el nombre secreto a Isis, diciendo con tristeza: — Ahora el poder de mi nombre secreto ha pasado de mi corazón al tuyo. Cuando llegue su momento se lo podrás traspasar a tu hijo, pero cuida de que él no traicione el secreto. Isis denegó con un movimiento de cabeza y comenzó a recitar monótonamente el ensal­ mo que eliminó el veneno de los miembros de Ra e hizo que se levantara más vigoroso que antes. El dios Sol regresó a la Barca de los M i­ llones de Años, e Isis no pudo menos de gritar por el éxito de su plan. Sabía cjue algún día Horus, su hijo, se sentaría en el trono de Egip to y ejercería el poder de Ra. 25

El ojo del sol

Hathor, la hija de Ra, tenía diversas formas. Podía ser una vaca o un gato y, también, siete preciosas mujeres cuando se presentaba ante los niños recién nacidos para predecir sus destinos. Hathor, en forma humana, era la más graciosa y alegre de todas las diosas, pero cuando encarnaba al Ojo del Sol, también podía ser la más feroz y cruel. Era la protectora de los dioses, pero cuando se enfa­ daba, hasta ellos la temían. Algunas inscripciones de los templos hablan de una horrible época en la que Hathor abandonó su país para ir a vivir a Nubia. El Ojo del Sol estaba celoso de otras deidades que Ra había creado. Hathor se peleó con su padre y recorrió el Sur vagando por los desiertos de la lejana Nubia. La diosa había abandonado su agradable forma humana y tomó las de atroz leona o de gato salva­ je. Vivía de la caza y daba muerte a toda criatura que aparecía ccrca de ella. Egipto estaba desolado. Sin Hathor, el amor y la risa desapare­ cieron, y la vida estaba desposeída de la alegría de antaño. El dios Sol ocultó su rostro, y las tinieblas reinaron en la tierra. Nadie pudo consolarle por la pérdida de su hija, y lo peor era que sin el poder de su ojo, Ra quedaba a merced de sus enemigos. La oscuri­ dad anuló a la luz y el Caos amenazó al Orden. — ¿Quién traerá a Hathor junto a mí? — preguntó Ra. Los dioses se mantuvieron en silencio, pues el Ojo del Sol tenía poder sobre la vida y la muerte y temían su aparición. Entonces, Ra convocó a Thot, la más sabia de todas las deidades, y le ordenó que fuera a Nubia para persuadir a Hathor de que volviera a Egip­ to. Thot obedeció al rey de los dioses con gran lealtad. Estaba segu­ ro de que, si Hathor le reconocía, le mataría antes de que pudiese hablar, así que se convirtió en un humilde mandril y, después, se arrastró a través del desierto, siguiendo el sangriento rastro que iba dejando la diosa. Cuando la encontró, Hathor tenía forma de gato salvaje y se encontraba sentada en una roca lamiéndose su leonada piel. Thot reptó hacia el lugar en que ella se encontraba y, apoyando la cabeza en el suelo, dijo: — ¡Yo te saludo, hija del Sol! Hathor se arqueó y bufó, pero cuando vio sólo a un mandril se detuvo sin abalanzarse sobre él. — Amable diosa — vaciló Thot— . ero la madre temía abandonar el nido, ya que una gata salvaje vivía en una ladera cercana. Lo curioso de la historia es que la gata también había parido recientemente cuatro hermosos gatitos y temía dejarlos solos y que el buitre se los comiera. «Los gatitos \ los |X)lluelos comenzaron a llorar porque tenían hambre, asi que las dos madres decidieron hacer un pacto. Ambas jura­ ron ante Ra que ninguna de ellas atacaría a las crías de la otra. La madre buitre, sintiéndose segura, salió en busca de carroña; asimismo, la gata salió de caza para alimentar a sus pe queños. «Durante algunas semanas todo marchó muy bien, y los gatitos y los pollos crecieron mucho. Los jóvenes buitres pronto empezaron a poner a prueba sus alas, y los gatitos comen­ zaron a jugar por la ladera. Una mañana, mien­ tras la madre buitre se encontraba en el desier­ to, el más osado de los polluelos salió volando del nido. Sus alas no eran aun lo suficiente mente fuertes y tras un corto vuelo aterrizó en la ladera donde se encontraban los gatitos y les cogió un poco de su comida. »A1 ver esto, la gata le golpeó hiriéndole. »— Vete a buscar tu comida a otro sitio — refunfuñó la gata. »EI joven buitre trató de marcharse volan­ do, pero se dio cuenta de que sus alas estaban inutilizadas.

»— Ahora nunca podré regresar a mi nido — jadeó el pequeño— . Pero tú has roto el jura­ mento y Ra se vengará. «Cuando la madre buitre llegó al nido con el pico lleno ele carne, descubrió que faltaba uno de sus polluelos. Lo buscó desesperadarnente v por fin lo encontró muerto en la la­ dera. »— Entonces la gata ha roto su juramento — se dijo el buitre— . No tardaré mucho en vengarme. »AI día siguiente, cuando la gata salió a ca­ zar, el buitre arremetió contra los gatitos, los mató a todos y se los llevó al nido para alimen­ tar a sus polluelos. «Cuando mamá gata regresó con su presa y no encontró a sus gatitos, comenzó a buscarlos por la ladera maullando desesperadamente. Sin embargo, no encontró más que manchas de sangre y mechones de pelo. Sabiendo que había sido el buitre el autor del crimen, comenzó a clamar venganza a Ra: »— ¡Oh, gran Dios, que juzgas el bien y el mal, la madre buitre ha roto su juramento y ha asesinado a mis crías! ¡Escúchame y castiga su falta! »EI dios Sol escuchó su súplica y se enojó, pues un juramento en su nombre había sido quebrantado. »Ra ordenó que un mensajero divino casti­ gara al buitre por haberse tomado la justicia por su mano. »Una mañana, cuando el buitre volaba por el desierto buscando comida, vio a un solitario cazador, cocinando una pierna en su hoguera. El buitre, sin pensárselo dos veces, se precipitó en busca de la pierna y, cogiéndola entre sus garras, se la llevó al nido, donde sus polluelos la esperaban hambrientos. Desgraciadamente algunas ascuas permanecían adheridas a la car­ ne v tan pronto como rozaron las rain ¡tas, la hierba seca del nido se prendió fuego. Los tres polluelos se quemaron y se convirtieron en ce­ nizas. La gata corrió hacia el llameante árbol y dijo al buitre: »— ¡Tú asesinaste a mis gatitos, pero ahora tus polluelos están muertos! ¡Ra me ha ven­ gado! »M i querida señora — concluyó Thot— , ambas madres rompieron sus juramentos y am­ bas fueron castigadas. Ra ve v oye todo y casti­ ga los crímenes. Ruega a Ra, que vivifica el mundo y cuya paz alegra la tierra. El Nilo cre­ 27

ce para hacerle una capa. Ix>s vientos cid Norte y del Sur le obedecen cuando surca el lirma mentó. Gobierna los cielos y las profundidades marítimas. Ruega, pues, al dios Sol y a Hathor, su luja. La diosa se sentó pensando en la historia y recordando a su poderoso padre. Thot se acercó a ella v dijo: — Mi señora, traigo comida divina del pa­ lacio del dios Sol- Maravillosas hierbas que pro porcionan salud y alegría a quien las deguste. Sacó un manojo de hierbas \su dulce aro ma tentó al gato. En cuanto tragó Ja di\ina co­ mida cambió su temperamento. Desapareció su cólera y escuchó dócilmente a Thot: — Estas hierbas crecieron en Egipto. En la tierra que asciende desde las aguas de Nun, lu­ gar formado por el creador para dioses y hom ­ bres, la casa de Ra, tu amado padre, v Shu, tu querido hermano. ¿Hay algún ser vivo que no añore el lugar Je su nacimiento? Hasta las ro­ cas y las plantas se adhieren a sus nativos suelos. Los animales viven cerca de las madri­ gueras donde nacieron, e incluso el destino permite a los privilegiados vivir, morir y ser enterrados en el lugar de su nacimiento. ¿Cómo se podría ser feliz o descansar en paz en tierras extranjeras? Hathor había olvidado su casa y su familia, pero las palabras de Thot le hicieron recordar. Pensó en su padre y hermano, v recordó todos los templos donde ios hombres la habían hon­ rado como a la diosa más importante. Súbita­ mente, viéndose abrumada, comenzó a llorar. Thot observó su llanto y dijo suavemente: — Mi señora, estás afligida recordando tu casa, pero piensa en las lágrimas que ha derra­ mado Egipto por ti. Sin tu presencia, los tiem­ pos están sumidos en el silencio y en el vacío. Sin ti no hay música ni bailes, no hay risa ni claridad. Sin ti, jóvenes y viejos desesperan, pero si regresas conmigo, laúdes y timbales, ar­ pas y tambores sonarán de nuevo. Egipto can­ tará y bailará. Las Oos Tierras se unirán como nunca se ha visto. Ven conmigo a casa y te contaré otra historia: Hubo una vez un halcón, un buitre y un cuco... Thot se puso en camino, confiando que Hathor le seguiría, pero la diosa había adverti­ do que el mandril desde su llegada había trata­ do de ternaria para que volviera a Egipto. Esta­ ba muy furiosa porque la había hecho llorar, y con un terrible rugido se transformó en una 28

horrible leona. Su piel era del color de la san­ gre, echó humo y crepitó como una viviente llama. Su cara brilló más que la del sol, y su fe­ roz aspecto aterrorizó a Thot. El pequeño mandril brincó corno un saltamontes, tembló como una rana v la saludó como si del mismí­ simo sol se tratara: — ¡Oh, todopoderosa, ten misericordia! ¡Te ruego que en nombre de Ra me perdones! Amable diosa, antes de devorarme, escucha la historia de los dos buitres. La ira de Hathor se calmó un poco, pues quería escuchar la historia, asi’ que se volvió a transformar en gato, y Thot comenzó a hablar: — Hubo una vez dos buitres que vivían en el desierto. Un día el uno comenzó a alardear: »— Mis ojos son más penetrantes que los tuyos y mi vista es más aguda que la de ningu­ na otra criatura. Además, nadie posee un don como el mío. »— ¿Cuál es ese don? — preguntó el segun­ do buitre. »— Ya sea de día o de noche, puedo ver el final de la tierra — contestó el primer pája­ ro— . En las alturas celestes o en las profundi­ dades marítimas puedo ver todo lo que ocurre. »■— Puede que tus ojos sean más penetran­ tes v tu vista más aguda, pero seguro que mi

oído es más fino que el cuyo. O igo cualquier sonido que provenga de la tierra, el cielo o el mar. Incluso puedo escuchar la voz de Ra de­ cretando los destinos de las criaturas terrestres. »l.os dos pájaros discutieron durante varios días sobre cuál poseía el don más preciado, pero un día, estando sentados en la rama de un árbol, el segundo buitre comenzó a reír. »— ero do. Tendrás que venir al valle del Cedro y cuando la siguiente vaca le dio el mismo men­ buscar mi corazón, aunque tardes siete años en saje se paró y vio los pies de su hermano tras la hallarlo. Cuando esté en tus manos, deposítalo puerta. Bata tuvo miedo y comenzó a correr. en un cuenco con agua fría y, aunque parezca Anpu le persiguió con la lanza empujado por la muerto, revivirá. ira. Bata era muy veloz, pero su hermano le dio Anpu prom etió obedecerle y regresó triste alcance. Sudando y jadeando. Bata rezaba: a su casa. Mató a su mujer con la lanza que ha — ¡Oh, Ra, mi señor, tú que distingues al bía afilado para Bata y arrojó su cuerpo a los malvado del inocente, sálvame! perros. Ra escuchó los ruegos de Bata c hizo que Algunos días después, Bata llegó al valle fluyera un río entre los dos hermanos. El río del Cedro, que se encuentra en las montañas era ancho y profundo y estaba lleno de co co ­ del desierto, cerca del mar, y descansó allí has­ drilos hambrientos. Anpu no se atrevió a cru­ ta que sus heridas fueron curadas. Vivió de la zarlo. Estaba tan enfurecido que se golpeó por caza en el desierto, y edificó poco a poco una no haber matado a su hermano.

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cabaña a la sombra del gran cedro que daba nombre al valle. Entre sus ramas escondió su corazón. Pronto tuvo todo lo que anhelaba, excepto compañía. Un día, los de la Encada caminaban por el valle, cerca de la casa de Bata. Los nueve dio­ ses se apenaron al verle tan solo, y Ra ordenó a Khnum que hiciese para Bata una mujer de barro. Cuando los dioses le dieron vida, era la mujer más bella oteada hasta entonces, pero ni siquiera la Enéada pudo darle un corazón amante y, cuando los Siete Hathor resumieron su destino, dijeron al unísono: — ¡Morirá de una puñalada! No obstante, la Enéada, satisfechos de su belleza, se la ofrecieron a Bata. — Tu hermano ha asesinado a su malvada mujer — dijo Ra— , estás vengado. Ahora, vir tuoso Bata, ésta es tu mujer y te hará compañía en este solitario lugar. Bata se enam oró de ella nada más verla y supo que iodo el que la viera la desearía. — Quédate en casa mientras yo voy a cazar — dijo a su m ujer— . D e lo contrario, el mar te atrapará y yo no podré hacer nada para impe­ dirlo. La mujer de Bata inclinó la cabeza sumisa­ mente, pero pronto el aburrimiento hizo presa en ella y un día que Bata se fue a cazar decidió salir de paseo. Cuando se acercó al cedro, el mar la vio y se alzó para abrazarla. La mujer de Bata gritó y trató de escapar, pero el mar vo< i feró al cedro: — ¡Cógela para mí! E l árbol se inclinó y agarró con su rama más baja los cabellos. La mujer de Bata luchó por liberarse y, finalmente, pudo escapar, de­ jando un mechón de sus cabellos en la rama.

El mar arrancó los cabellos del cedro y los arrastró a las playas de Egipto, donde desem­ boca el Ni lo. Acariciados por el río, los precio­ sos cabellos llegaron a un lugar donde las la­ vanderas reales hacían la colada del faraón. Su mergían las túnicas de fino lino en el río, las sacaban para lavarlas sobre las rocas y después las extendían para que se secaran, pero el per­ fume de los cabellos impregnó las aguas del río v las ropas. Cuando el faraón se vistió con una de las rúnicas lavadas aquel día se quejó del perfume de mujer que desprendían. La lavan dera negó haber perfumado ¡a túnica, pero cada día las ropas del faraón salían de! río des­ prendiendo un dulce aroma. Una mañana, el vigilante de la lavandera real vigilaba por la orilla que todo estuviera t?n orden. Inesperadamente vio un mechón de ca­ bellos enredado en unas cañas. E l vigilante se introdujo en el agua para cogerlos y tan pronto com o los rozó supo que de allí procedía tan misterioso perfume. Cuando los cabellos se se­ caron fueron entregados al faraón y, nada más verlos, él y su corte estuvieron de acuerdo en que jamás habían visto cabellos de un prgro tan lustroso, que fueran tan suaves y oliesen tan dulcemente. — Lnos cabello: así deben pertenecer a una hija de Ra — dijeron los hombres más sa­ bios de la corte, y el faraón anheló que aquella mujer fuera su reina. — Envía hombres a todas las tierras ex­ tranjeras hasta que la encuentren — sugirió uno de los hombres más sabios— . No obstan­ te, hemos oído decir que la más bella de las mujeres se encuentra en el valle de! Cedro, así que envía veinte hombres allí. Al faraón le encantó la noticia y esperó in­ tranquilo el regreso de sus enviados. Uno por uno, los enviados fueron llegando de los países extranjeros diciendo que su bús­ queda había fracasado. Por último, volvió uno sólo de los envia­ dos al valle de! Cedro. Bata había asesinado a todos los demás cuando descubrió su misión. El superviviente aseguró al faraón que la mujer de Bata era la que buscaba, en vista de lo cual se envió a un ejército al valle del Cedro para buscarla. Con el ejército viajaba una anciana que el faraón había elegido por su astucia y poderes de convicción. Cuando se acercaron al valle del Cedro, la anciana se adelantó al ejército y persuadió a la

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mujer de Bata para acompañarla a casa m ien­ tras su marido cazaba. La anciana sacó un co ­ frecillo con joyas preciosas que el faraón en­ viaba com o regalo para la mujer de Bata. Había brazaletes de oro para el tobillo, amuletos de plata y turquesas y pulseras de lapislázuli; la anciana le dijo a la mujer de Bata que el faraón la amaba y quería hacerla reina ele Egipto. La codicia se apoderó de la mujer de Bata y, pensando en la aburrida vida que llevaba en el Valle del Cedro, estuvo de acuerdo con ir a Egipto, pero temía la venganza de su marido. I lacia mucho riempo que Bata había dicho a su amada dónde estaba escondido su corazón y ahora ella usaría el secreto para destruirle. El ejército egipcio fue convocado para que derri­ bara el cedro. Nada más caer el árbol. Bata, con un terrible dolor en el pecho, se desplomaba y moría. Su mujer se engalanó con las joyas que le había regalado el faraón \ acompañó a los soldados. Cuando el faraón la vio, su corazón palpitó de alegría y la hizo su esposa predilecta. E n el mismo instante en que Bata era ase­ sinado, Anpu vio cóm o la cerveza de su jarra burbujeaba y supo que algo terrible había suce­ dido. Se puso sus sandalias, cogió una lanza y se puso en camino al Valle del Cedro. Allí en­ contró a su hermano tendido en el suelo. Los miembros de Bata estaban fríos y tensos, y ha­ cía riempo que no respiraba. Anpu llevó a su hermano al interior de la casa y lloró descon­ soladamente sobre él, pero aún no había perdi­ do la esperanza. Recordando las palabras de Bata, comenzó a buscar el corazón de su her­ mano entre las ramas del cedro caído. Durante tres años buscó en vano. Al co­ menzar el cuarto año, anhelaba volver a Egipto y se dijo a sí mismo: — Si mañana no encuentro el corazón, re­ gresaré a casa. Al día siguiente rebuscó entre las ramas del árbol caído y, justo cuanto iba a desistir, trope­ zó con algo. Anpu creyó que se trataba de un fruto marchito, pero cuando llegó a su casa, bajo la luz de una lámpara, vio que lo que tenía en sus manos era el corazón de su hermano. Anpu puso el corazón en un cuenco con agua fría que situó junto al cuerpo de su her­ mano, y esperó. Durante toda la noche, el co ra­ zón había absorbido el agua y, cuando llegó al volumen original, el cuerpo de su hermano sufrió unas repentinas sacudidas y sus ojos se abrieron. Anpu acercó el cuenco a los labios de

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su hermano, que bebió con el agua restante su corazón. Toda su fuerza habitual retornó al cuerpo de Bata, que se levantó y abrazó a su hermano. Estuvieron todo el día hablando del pasado y planeando la venganza contra la cruel esposa de Bata. — Mañana m e transform aré en un bonito toro de un tamaño y color que nadie haya visto antes — dijo Bata— . Tú deberás conducirm e a Egipto. Cuando el faraón me vea, querrá que le pcrrcnezca. Tom a todo lo que te ofrezca y regresa a casa. Entonces comenzará mi ven­ ganza. A la mañana siguiente se transform ó en un gigantesco toro, con manchas tan azules com o el lapislázuli, y Anpu se m ontó sobre su lomo. Cuando viajaban a través de Egipto, las gentes se aglomeraban para ver al toro, v cuan­ do el faraón se enteró de su existencia, dio gracias a los dioses, pues estaba seguro de que debía ser su mensajero. Anpu condujo a su her­ mano a las puertas del palacio y el faraón le ofreció por él oro, plata, tierras y esclavos. Al toro se le engalanó con llores y le per­ mitieron deambular por todo el palacio v sus alrededores. Al principio, todos le tenían un gran respeto, pero, con el tiempo, llegaron a confiar en su mansedumbre. Lo único que pre­ tendía Bata era encontrar a una persona y, finalmente, lo consiguió. La reina se encontraba una mañana en las cocinas de palacio, supervisando la preparación de los confites del faraón. Bata se acercó a ella por la espalda y rozándola con las puntas de sus cuernos dijo: — Mírame, estoy vivo. La reina se volvió asustada y preguntó: — ¿Q uién eres? — Soy Bata — dijo el toro— . Sé que fuiste tú quien dijo a los soldados del faraón que ta­ laran el cedro. Me creías muerro, pero estoy vivo. Mientras la reina temblaba de pánico, Bata se marchó tranquilamente de la cocina. En el frescor de la tarde, el faraón se dis­ puso a celebrar un banquete junto a la reina. Ella llevaba un diáfano vestido y sus joyas más preciadas mienrras servía el vino, y el faraón pensó que estaba más bonira que nunca. — Soberano, mi señor — murmuró la rei­ na— . ¿Jurarías por los dioses concederm e un deseo? ¿M e quieres lo suficiente para ello?

El faraón la besó y prometió que lo haría. La reina sonrió y dijo: — D eseo com er el hígado del gran toro. No hace más que pasearse por palacio todo el día. ¿P or qué no sacrificarlo? Al faraón le entristeció la idea, pero había dado su palabra y la reina no estaba dispuesta a cambiar de parecer. A la mañana siguiente, el faraón proclamó que el maravilloso toro sería sacrificado a los dioses. Los matarifes reales co­ gieron al toro, lo ataron por las patas y, una vez en el suelo, le cortaron el cuello. Cuando el toro murió, su sangre salpicó los pilares que había a cada lado de la puerta principal de pa­ lacio. El cuerpo fue troceado y se ofreció en el altar de los dioses, pero el hígado se cocinó y fue ofrecido a la reina, que se lo com ió con gran deleite. Al amanecer de! día siguiente, el guardián de la entrada de palacio corrió al dorm itorio del faraón y dijo: — ¡Oh, soberano, mi señor! il la ocurrido algo maravilloso! ¡Dos preciosos laureles han crecido durante la noche junto a los pilares que están ante la puerta principal! El faraón sintió un gran regocijo, seguro de que era otra señal favorable de los dioses. Nadie sabía que los árboles habían brotado de la sangre de Bata. Pocos días después, el faraón y su reina fueron conducidos en dorados carros a h puer­ ta principal del palacio e hicieron ofrendas a

los preciosos laureles. Se llevaron los tronos y el Faraón se sentó a la som bra de uno de los árboles y su mujer junto al otro, mientras sacerdotisas cantaban y bailaban en honor de los dioses. El faraón sonreía, pero entre el susurro de las hojas, su reina escuchó una voz que decía: — ¡I alsa! ¡Dijiste a los soldados del faraón que talaran el cedro e hiciste que mataran al toro, pero soy Bata, v estoy vivo! Entonces la Reina se asustó mucho. Estando otra vez a solas con su esposo, uti­ lizó sus femeninas artes para deleitarle, hacién­ dole prometer que llevaría a cabo todo lo que ella le dijese. — Esos dos laureles no tienen ninguna uti­ lidad junto a la puerta principal — dijo la rei­ na— . Ordena que los talen y que fabriquen muebles para mí. El faraón no estaba de acuerdo con la tala de los misteriosos árboles, pero com o lo había pedido la reina no tuvo más remedio que ac­ ceder. A la mañana siguiente, la reina fue con su marido a ver cóm o los carpinteros reales talaban los laureles. Cuando dieron el primer hachazo, una astilla de madera voló, introdu­ ciéndose en la lx>ca de la reina, y en cuanto se la tragó quedó embarazada. Después de algunos meses, nació un pre­ cioso niño, pero la Reina no sabía que su hijo era Bata. L1 faraón amó al pequeño y le nom ­ bró príncipe heredero, y con el tiempo creció convirtiéndose en un inteligente, fuerte y apuesto joven. Si la reina se dio cuenta de la frialdad con que era tratada por su hijo y el parecido que tenía con su marido asesinado, nunca se atrevió a decir nada. Cuando murió el faraón, y se reunió con los dioses, el príncipe heredero le sucedió. Al poco tiempo de su coronación, el nuevo fa­ raón convocó a la reina, su madre, y frente a toda la corte, Bata contó la historia de su ex­ traña vida. I labló de la huida de casa de su her­ mano, de la mujer que le habían dado los dio­ ses por esposa y de cóm o ésta le había traicio­ nado. — Seguramente una mujer así debe ser condenada a muerte — dijo Bata, y sus cortesa­ nos estuvieron de acuerdo. La reina fue llevada, gritando, a morir com o las Siete I lathors habían previsto. Bata mandó llamar a su querido hermano y juntos gobernaron Egipto durante treinta años.

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La ceguera de Verdad

Había una vez dos hermanos llamados Verdad y Mentira. Verdad era noble \ honesto, y su hermano Mentira le odiaba. Un día. Men­ tira fue a la Lnéada a denunciar a su hermano por haberle robado el puñal. Le hicieron describir el arma, y entonces contestó con una sospechosa elocuencia: — Su filo estaba formado por todo el cobre del M onte Y al, y su mango por toda la madera de Coptos. Su vaina era tan larga com o un sepulcro. Su correa estaba formada por el cuero de todo el ganado de Kal. Nunca se ha visto antes un puñal m ejor — insistió M entira— , y Verdad me lo ha robado. Si rehúsa devol­ vérmelo, habrá que sacarle los ojos, y tendrá que sen irme de portero. Verdad fue convocado ante la lineada y declaró su inocencia. No podía mostrar el puñal, pues nunca había existido, pero las acu­ saciones de Mentira eran tan verosímiles que Verdad fue condena­ do. La Enéada ordenó que le sacasen los ojos y se lo entregaran a Mentira para servirle de portero. Mentira no podía soportar la presencia de Verdad, sentado pa­ cientem ente a la puerta de su casa. Constantem ente tenía presente su culpabilidad v la inocencia de su hermano. Así que decidió decirles a los dos viejos sirvientes de Verdad: — Llevad a vuestro amo al desierto y abandonadlo donde una manada de Icones pueda devorarlo. No volváis hasta que estéis seguros de que ha muerto. Los sirvientes temían a Mentira y no pudieron rehusar. Triste­ mente, cada uno cogió de un brazo a Verdad y le condujeron hacia el desierto. Cuando Verdad sintió la cálida arena bajo sus pies des­ nudos, preguntó la razón por la c]ue le habían llevado allí. Los sir­ vientes, llorando, le pusieron al corriente de sus órdenes. — No me abandonéis a los leones — rogó Verdad— . Llevadme a algún pueblo distante y manchad mi camisa con sangre de cual­ quier animal para llevársela a Mentira. Los sirvientes accedieron a esa sugerencia. Llevaron a Verdad a una pequeña localidad a medio día de distancia, y después regresa­ ron a decirle a Mentira que su hermano había muerto. Algunos días más tarde, una señora llamada Deseo caminaba por su jardín cuando dos de sus sirvientas se precipitaron a ella diciendo: — ¡Señora! — jadearon ambas— . ¡1 lem os encontrado a un hom­ bre ciego que yacía entre las cañas, junto al lago! ¡Ven a verlo! — T raéd m elo — dijo Deseo.

I

Las sirvientas volvieron al poco rato car­ gando con Verdad. Estaba agotado y ham­ briento, y, a pesar de su aspecto. Deseo pensó que era el hombre más atractivo que había vis­ to nunca. Le dio la bienvenida a su casa y a su lecho, y aquella noche engendraron un hijo. Deseo, al poco tiempo, se cansó de su nuevo amante y Verdad desapareció de su casa. E l hijo de Deseo y Verdad no fue un niño normal. Creció fuerte y guapo com o un dios, y cuando tenía doce años superaba a todos los niños de la escuela en lectura y escritura, y en las artes de la guerra. Ix>s otros niños le envi­ diaban y se burlaban de él diciendo: — Si eres tan inteligente, dinos: ¿Quién es tu padre? El hijo de D eseo lo desconocía v se mos­ traba desgraciado y silencioso cuando se mofa­ ban de él. hasta que no lo pudo soportar más tiempo. E ntonces corrió haci; su madre \ dijo: — Por favor, dime quién es mi padre y así podré decírselo a mis compañeros. — ¿V es a ese ciego sentado junto a la puer­ ta? — preguntó D eseo— . Pues ése es tu padre. E l niño quedó conm ocionado ante la in­ sensibilidad de su madre. — ¿Y eres capaz de dejarlo ahí? ¡Merecerías ser condenada á los cocodrilos! E l pequeño corrió al patio donde estaba su padre y le abrazó. Más tarde le condujo al inte­ rior de la casa e hizo que se sentara en la mejor silla. Después de elegir los mejores alimentos y ayudarle a com er y beber, dijo con ira: — Padre, ¿quién te ha cegado? D ím clo y te vengaré. — Fue mi hermano — contestó Verdad. El pequeño rápidamente forjó un plan y fue al almacén de su madre, cogió diez panes, un odre de agua, una espada, un bastón y unas sandalias de cuero. Cogió un m agnífico buey moteado del rebaño de su madre y se fue al lu­ gar donde pastaba el rebaño de Mentira. Se acercó al pastor y dijo: — Me voy de viaje. Si me cuidas el buey hasta mi vuelta, te daré estas provisiones, esta espada, este bastón y estas sandalias de cuero. E l pastor accedió y el pequeño fingió alejarse de la zona. Pocas semanas después, M entira fue a inspeccionar su ganado. Inm e­ diatamente le llamó la atención el buey que pertenecía al hijo de Verdad y dijo: — Lo llevaré a casa para la matanza y ofre­ ceré un gran banquete. Es el mejor del rebaño.

El pastor protestó diciendo que pertenecía a un muchacho que regresaría pronto recla­ mándolo. Mentira se encogió de hombros: — ¿Q ué más da? Me llevaré este buey, y cuando regrese el muchacho le ofreces el que más le guste del rebaño. Mentira mató el buey del pequeño y cuando éste se enteró de lo ocurrido visitó al pastor. — Puedes escoger el buey que prefieras de toda la manada — dijo el pastor. — N inguno se puede com parar al m ío — dijo el chico—-. Mi buey es tan grande que si se encontrara en la isla de Amón, su barbilla descansaría sobre el desierto de Nubia y su cola sobre los pantanos del Delta, la punta de uno de sus cuernos estaría sobre las montañas del Oeste y la del otro sobre las del Este. Y si se tumbara cubriría el Nilo por completo. E l pastor estaba atónito: — ¿Existe algún buey tan grande? E l hijo de Verdad fingió estar terriblem en­ te enojado y llevó al pastor y a Mentira a la corte de la Knéada para que fuesen juzgados por el robo de su buey. Ante ellos describió de nuevo al buey y M entira exclamó: — ¡Qué disparate! ¡Nadie ha visto un bueyde semejante tamaño! — Nadie ha visto un puñal tan largo com o un sepulcro, fabricado con todo el cobre del M onte Y al, ni con toda la madera de Coptos, ni con una correa hecha con todo el Cuero pro­ cedente del ganado de Kal. M entira palideció cuando el pequeño gritó a la Enéada: — ¡Juzgad a Verdad y a Mentira de nuevo! ¿Cóm o pudisteis condenar a Verdad así? Soy su hijo y estoy aquí para vengar su inocencia* Mentira protestó diciendo que su historia original era cierta: — ¡Si Verdad está vivo y puede desmentirla me declararé culpable! ¡Entonces podréis sacar­ me los ojos y hacerme su portero! Mentira confiaba en que su hermano esta­ ba muerto, p-ro el pequeño dijo triunfalmente: — T e has juzgado a ti mismo. Acompáña­ me y comprobarás que tu hermano Verdad está vivo. El pequeño condujo a la Enéada a casa de su madre y les m ostró a su padre. Cuando es­ cucharon la versión de Verdad, la Enéada o r­ denó que se le sacaran los dos ojos a Mentira. Después de esto, Verdad y su hijo vivieron muy dichosos, y M entira fue su portero.

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El faraón Sol

Al principio del siglo XIV a, C , el imperio egipcio parecía seguro. Nubia estaba en paz y las ciudades-estado de Palestina y el Sur de Siria habían sido dominadas durante cinco generaciones de reyes guerreros. No obstante, cuando Amenhotep 111, hijo de Thutm osis IV, llegó al trono aproximadamente en el año 1391 a. C„ prefi­ rió el lujo de su corre a las penurias de la lucha. Se concentró en la construcción de palacios y templos e hizo aliados para Egipto» so­ bornando gobernadores extranjeros con oro, o bien con los matri­ monios de sus hijas. Amenhotep tenía un gran harén, pero parece ser que dedicaba más atención a su mujer principal, la enérgica reina Tiye. Aunque Tiye no llevaba en sus venas sangre real, fue su hijo, otro Amenho­ tep, quien heredaría la corona. Amenhotep IV (hacia 1353-1335 a.C ) demostró ser el más extraordinario de todos los gobernanates egip­ cios, y fue el primero en ser denominado faraón, un título que sim ­ plemente significa «H1 Palacio». Significativamente, cambió su nombre de Amenhotep ( amable) por el de Akenaton {beneficioso

para Alón). El Aton era el disco del sol, y el joven faraón creía que era la única deidad existente y que, por tanto, era equivocado venerar alguna otra. Akenaton construyó templos en Karnak, en los cuales Aton aparecía com o el disco del sol, cuyos rayos terminaban en unas manos que sostenían el signo de vida para el faraón y su amada reina Nefertiti. Akenaton IV abandonó Tebas y Menfis, y se retiró, con su mu­ jer e hijas, a una nueva capital en El Amarna llamada Akhet-Aton ( horizonte de Aton). Construida en un extrem o del desierto, la ciu­ dad estaba llena de arquitectura y arte únicos. En un templo egip­ cio ordinario, las ofrendas se hacían a estatuas divinas que se en ­ contraban en un oscuro santuario, pero en los templos de Aton las ofrendas eran amontonadas en altares construidos en patios abier­ tos al sol. La compleja imaginería de los viejos dioses y diosas fue desapareciendo y, en lugar de estatuas y relieves, mostraban a Aton bendiciendo la familia real. Los retratos de reyes egipcios solían ser muy estilizados y rebosaban magnificencia, pero a Akenaton le gustaba ser representado com o un joven feo desempeñando tareas cotidianas, com iendo, bebiendo, jugando con sus hijas pequeñas o incluso besando a su mujer. E n cerrad o en su rem ota capital, Akenaton se hizo cada vez más fanático en su devoción bacia Aton. D ejó de venerar a otros dioses e incluso llegó a cerrar los

templos y envió a hom bres que se encargaran de hacer desaparecer los nom bres de otros dioses com o Amón, y el plural de la palabra dios debería borrarse de cualquier inscripción. Toda la humanidad debería adorar al dios Sol y honrar a A kenaton com o imagen viva de Aton. Los sucesos del extraño reinado ele A kena­ ton están rodeados de misterio, pero queda cla­ ro que tenía numerosos enemigos. L1 cierre de los templos causó el caos, económ icam ente ha­ blando, y la gran mayoría de la gente rehusó abandonar a los viejos dioses y diosas. Akena­ ton no parecía tener mucho interés en gober­ nar Egipto, y la ausencia de un gobernante fuerte fue la causa de que la ley y el orden se debilitaran. El imperio se descuidó, y muchos de los príncipes de Palestina y Siria tuvieron la oportunidad de liberar sus ciudades de la opre­ sión egipcia. Probablemente, el final del reinado de Ake­ naton fue violento, y sus ideales no le sobrevi­ vieron mucho tiempo. Un soberano llamado Smenkhara reinó durante poco riempo tras la muerte de Akenaton, pero la identidad e inclu­ so el sexo de esta persona se desconocen. Al­ gunos historiadores piensan que Smenkhara era el hermano pequeño de Akenaton, sin em bargo, otros piensan que «él» no era sino la reina Ncfertiri. La principal mujer de Akenaton jugó un importante papel en todo lo que el hizo, y es posible que la nombrara su co soberana. Ella no fue la primera mujer que go­ bernó Egipto; Hatsheput, tía de Thutmosis 111, había reinado durante quince años sólo unas generaciones antes. Quienquiera que fuese Smenkhara, él o ella, pronto fue sucedido por un nuevo faraón, un niño de alrededor de nueve años llamado Tutankhaton. Aunque Akenaton y Nefettiti te ­ nían seis hijas, nunca fueron representados por un hijo. Tutankhaton pudo haber sido un her­ mano mucho más joven de Akenaton o el hijo de una mujer secundaria. Durante la mayor parte de la duración del reinado del niño fue­ ron su visir Ay, y el comandante del ejercito, el general I loremheb, quienes realmente goberna­ ron Egipto, y los que dieron la vuelta a todos los cambios llevados a cabo por Akenaton. El joven faraón cambió su nombre de Tutankhaton (imagen viva de Aton), por el de Tutankhamon (imagen viva de Amón). Regresó a Lebas y la nueva capital quedó totalm ente desierta. Ak-

het-Aton no se volvió a habitar. La veneración de antiguos dioses v diosas se renovó, y sus templos se repararon y se abrieron de nuevo. La forma Amón de Ra llegó a ser una vez más el dios principal, y gradualmente Egipto fue transformándose en lo que había sido antaño. Tutankhamon murió inesperadamente cuan­ do tenía unos dieciocho años. Aunque estaba casado con una de las hijas de Akenaton no tuvo descendencia. El visir Ay tom ó el trono, y parece ser que se casó con la viuda de Tutan­ khamon, aunque era lo suficientemente mayor com o para ser su abuelo. D io a su primer se­ ñor un precipitado entierro en la tumba más pequeña del Valle de los Reyes, y reinó duran­ te cuatro años (1 3 2 3 -1 3 1 9 a.C .). Fue sucedido por el general I loremheb, que destruyó los remplos que Akenaton había construido para Aton en Karnak, y com pletó el proceso de res­ taurar la ley y el orden. I lorem heb también murió sin dejar hijos, dejando el trono a su vi­ sir mayor, Ramses, fundador de la D ecim ono­ vena Dinastía (1 3 0 7 -1 1 9 6 a .C ). E l vigoroso hijo de Ramsés, Set i I, reconquistó gran parte del imperio y construyó espléndidos templos a los antiguos dioses. Los faraones de la Decim onovena Dinastía llamaron a Akenaton «El Gran Criminal», y sus sucesores Smenkhara, Tutankhamon y Ay fueron borrados de las listas oficiales de los soberanos egipcios. El tesoro de Tutankhamon escapó de las manos de los profanadores de tumbas sólo porque fue olvidado com o faraón y fue enterrado en una insignificante tumba; y sólo porque Akhet-Aton fue abandonado en el desierto, es actualm ente una de las ciudades egipcias m ejor preservadas. Cuando la corte re­ gresó a Tebas bajo las órdenes de Tutankhamon se olvidaron muchos objetos junto a las casas, palacios y templos de Akhet-Aton. Cientos de inscripciones hechas en arcilla son copias de canas escritas entre algunos de los soberanos egipcios y principes extranjeros, y en el taller de un escultor se encontraron maravillosos retratos de la familia real. Entre ellos apareció un busto de Nefertiti, que la hizo famosa com o una de las más hermosas mujeres de la antigüedad. Las gentes que trataron de destruir la m e­ moria de «El G ran Criminal» han ayudado a los nombres de Akenaton y su familia a vivir eternamente.

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La princesa de Bakhtan

Set i l fue seguido por su famoso hijo el faraón Ramscs II, que go­ bernó Egipto durante sesenta y seis años (1 2 9 0 -1 2 2 4 a. C ). Igual que su padre, Ramsés, condujo sus tropas en persona y se presentó en batallas junto a su león domesticado. Luchó duramente para controlar Palestina y el sur de Siria, pero aunque sus inscripciones se enorgullecen de numerosas victorias, la verdad es que en aque­ llos tiempos el poder de Egipto estaba controlado por el imperio rival de los hititas. La tierra de los hititas era la meseta de Anatolia, ahora en T u r­ quía. Pero a finales del siglo X I V y principios del X I I I a. C. consi guieron un imperio propio al norte de Siria. Kn el quinto año de su reinado, Ramsés mantuvo una gran batalla contra los hititas y sus aliados en kadesh. Algunos inform es de la batalla que han llegado basta nosotros insisten en que sólo el coraje del faraón fue lo que salvó a los egipcios cuando fueron atacados imprevisiblemente: «Mi majestad hizo caer a los hititas unos sobre otros com o los co ­ codrilos se zambullen en el río. Fui tras ellos com o un pájaro grifo. Y o atacaba sólo a los enemigos extranjeros porque mi infantería y mi caballería habían desertado. Ninguno de ellos miraba atrás cuan­ do huía. De la misma forma que Ra me ama y Aton me ayuda, todo lo que mi majestad dice es verdad.» Aunque Ramsés 11 luchó com o un feroz león en un valle de ca­ bras, ambos bandos reclamaron la victoria de Kadesh. Al final, el faraón fue obligado a hacer las paces con los hititas, y Siria se divi­ dió en dos imperios. El tratado de paz, del que han sobrevivido dos copias, parece que se cumplió fielmente. Ramsés se casó con una princesa hitita y dedicó el resto de su largo reinado a la realización de grandes proyectos arquitectónicos. Fundó una nueva capital en el Delta Este, lugar de la ciudad Hicsos de A varis, y construyó numerosos y grandes templos, de los cuales el Ramesseum de Tebas y el templo tallado en la roca de Abu-Siml>cl son los más conocidos. La calidad de la mano de obra es frecuentem ente baja, pero en número y ta­ maño sus edificaciones sobrepasan a los de cualquier otro faraón. Fue venerado com o dios en vida, y los egipcios nunca olvidaron el esplendor del reinado de Ramsés. Mil años después de su muerte, una historia que data de su reinado se encontró escrita en el templo del dios K hons, en Tebas. Un verano, Ramsés y su ejército condujeron sus carros a través de la tierra de Naharin, cobrando tributos. El príncipe de la zona

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conquistada se apresuró a indinarse ante el faraón y a ofrecerle obsequios de oro, placa, turquesa y lapislázuli. El príncipe de Bakhtan anhelaba sobrepasar a los demás y ganarse la simpatía de Ramsés, por lo que le ofreció lo mejor de todo Bakhtan, su hija mayor. 1.a prin­ cesa era graciosa, inteligente y amable, y agradó más al faraón que cualquier otro tributo. Dio a su princesa nombre egipcio, Neferure, y fue su mujer principal. Regresaron juntos a Egipto y vivieron en gran armonía. E l verano siguiente, Ramsés se encontraba en lebas celebrando el festival del gran dios Arnón, en el espléndido templo que le había construido. Cuando se efectuaron las ofrendas finales, uno de sus cortesanos le susurró que un mensajero del príncipe de Bakhtan había llegado con regalos para la reina Neferure. Tan pronto como le fue posible Ramsés recibió al mensajero. Cuando los presentes habían sido presentados y admirados, el hombre besó el suelo ante el faraón y dijo: — ¡Oh, sol que luces sobre las tierras con­ quistadas! Oh, soberano, mi señor: he venido a pedir ayuda para Bentresh, la hermana de tu reina. E stá enferma y nadie en Bakhtan puede sanarla. Egipto es famoso por sus sabios y ex­ pertos hombres, capaces de curarlo todo. í Pue­ de su majestad enviarnos uno de esos hombres para que alivie la enfennedad de nuestra prin­ cesa? Ramsés deseaba ayudar. Consultó con sus más sabios sacerdotes y consejeros, y eligió al escriba Djchutycmheb para que fuera con el mensajero a Bakhtan. Fue un largo y difícil via­ je, pero tan pronto com o llegó Djehutyemheb fue conducido ante la princesa. Bentresh yacía inconsciente en su lecho. Sus ojos estaban abiertos, pero parecía no reconocer ni siquiera a su padre cuando estaba junto a ella. Tan pronto com o el escriba tocó la mano de la princesa, sintió la presencia de una fiebre de­ moníaca de gran poder y malicia. Intentó alejar al demonio con sus hechizos más potentes y cubriéndola de amuletos, pero todo resultó en vano. Entonces dijo Djehutyemheb: — Sólo un dios tiene poder suficiente para echar fuera semejante demonio. Te aconsejo que escribas y le pidas que te envíe un dios de Egipto. El príncipe de Bakhtan envió un mensajero ese m ismo día. Tras un cansadísimo viaje, el

hombre llegó a leb as durante el festival de Amón. El faraón se sobresaltó al leer la carta del príncipe. Semejante petición nunca se le ha­ bía hecho, pero por el gran amor que profesaba a la reina Neferure, Ramsés ansiaba concedér­ selo. Así pues, se precipitó al templo del gran dios K hons el Compasivo y, entrando en el oscuro santuario, hizo una reverencia ante la divina imagen. — Mi buen señor — com enzó el faraón hu­ mildemente— , tengo que hablarte de Bentresh, la hermana de mi reina. L na fiebre demoníaca se ha apoderado de ella y, si no le desaparece pronto, morirá. De todas tus formas, K hons el Resuelto es el más indicado para la medicina. ¿Accedes a que una de tus imágenes de Khons el Resuelto sea enviada a Bakhtan? La imagen divina accedió con un movi­ miento de su dorada cabeza. Estrem eciéndose con tem or reverencial, Ramsés preguntó: — Mi buen señor, ¿fortalecerás con tu po­ der a Khons el Resuelto antes de enviarle a Bakhtan a salvar a la princesa? La dorada imagen asintió de nuevo con un movimiento de cabeza. Ramsés se inclinó ante la imagen, dándole las gracias, y abandonó el santuario. A la mañana siguiente, el faraón envió cua­ tro sacerdotes para que portaran el pequeño santuario que llevaba la imagen de Khons el Resuelto a la orilla del río. La imagen se envol­ vió en perfumadas vendas de embalsamar y se adornó con collares. La única trenza de Khons estaba esculpida en lapislázuli. Y una plateada luna creciente brillaba sobre su oscura frente. Ramsés puso al dios una enorm e escolta de sacerdotes, soldados y sirvientes, con barcos para la travesía del Nilo y carrozas para el viaje por tierra. Un año y cinco meses transcurrieron antes de que la majestuosa procesión del dios llegara a la lejana Bakhtan. Cuando sus habitantes su­ pieron que se aproximaba, se precipitaron fue ra de sus casas para recibirlos. El príncipe de Bakhtan se tumbó boca abajo ante Khons, llo­ rando. — ¡Gran dios! ¡Ahora que has venido hasta aquí, sé compasivo con nosotros, com o desea el faraón! Entonces, el príncipe y sus guardias escol­ taron al dios hasta el lugar donde Bentresh ya­ cía agonizante, l-os sacerdotes colocaron el santuario de K hons el Resuelto ante su cama.

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El príncipe y sus soldados esperaban ansiosos, apartados en un lado de la habitación. El aire fue espesándose mágicamente y todos sentían el invisible drama, mientras Khons rodeaba a la princesa con su potencia protectora. Con una violenta convulsión, la fiebre demoníaca abandonó de pronto el cuerpo de Bentresh, sil bando ferozmente. El príncipe de Bakhtan se estremeció cuando vio la horrible forma del demonio maligno flotando sobre su hija, pero Bentresh ahora dormía plácidamente. — Bienvenido en paz, gran dios — declaró entonces el dem onio— . Bakhtan te pertenece, sus gentes son tus esclavos y yo también soy tu esclavo. Ten piedad de mí. Me iré de este lugar para siempre cuando el príncipe me haga ofrendas. La imagen divina asintió con un movi­ miento de cabeza. Los sacerdotes interpretaron los deseos del dios y dijeron al príncipe lo que tenía que hacer. Se enviaron ricas ofrendas y se celebró un banquete para el dios y el demonio. Las ofrendas fueron aceptadas y en seguida el demonio abandonó Bakhtan para siempre. Después el príncipe levantó a su hija y la abra­ zó tiernam ente, y toda la tierra participó de su alegría. Bentresh y su padre estaban tan agradeci­ dos a K hons, y tan impresionados por el poder de su imagen, que no soportaron la idea de que fuera devuelta a Egipto. El príncipe construyó un altar para Khons el Resucito y lo guardó allí durante tres años y nueve meses. L'na noche, el príncipe soñó que la imagen escapaba del altar en forma de halcón y volaba hacia Egipto. Deslumbrado por sus brillantes alas, el príncipe despertó temblando de miedo. Ahora comprendía que era peligroso enjaular a un dios y que K hons había decidido regresar a Egipto. A la mañana siguiente, el príncipe llamó a los sacerdotes de Khons v les dijo: — ¿Preparaos para regresar a Egipto al ins­ tante! Regresad a Tebas, yo enviaré un ejército que os proteja, y carros que llevarán los re­ galos. Varios meses después, la divina imagen re­ gresó a Tebas, y las ofrendas del príncipe de Bakhtan fueron entregadas a Khons el Compa­ sivo en su templo. K hons el Resuelto fue intro­ ducido de nuevo en su santuario, y Ramscs y su reina se regocijaron al oír que Bentresh había sanado.

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El libro de Thot

Ramsés II tenía más de cien hijos, pero su favorito era e! príncipe Khaemwcse, a quien hizo sumo sacerdote de Ptah en Mcnfis. Khaemwese fue famoso por sus conocim ientos y por e! interés que profesaba por los tiempos pasados. Mil años después de su muerte, los egipcios continuaron contando historias que le describían com o el más sabio de los magos. Una de las historias relata cóm o el prín­ cipe Sctna Khaemwese descubrió el escondite del libro de Thot, que contenía los hecluzos más potentes y peligrosos. Un día, Set na se acercó a su padre y le pidió permiso para abrir una de las tumbas reales de la Ciudad de los Muertos. Toda la corte de Menfis quedó estupefacta, pero Setna explicó que el fam oso li­ bro de Thot estaba escondido en la tumba del príncipe Neferkaptah. Ll faraón trató de que su hijo olvidara semejante idea, pero cuando le vio absolutamente decidido, se lo permitió. Ramsés sabía que los muertos se protegen solos y que Setna aprendería a respetarlos. El príncipe preguntó a Anhurerau, el más valiente de sus her­ manos pequeños, si quería acompañarle, y partieron con un grupo de obreros a la Ciudad de los Muertos. Ante la antigua tumba de Neferkaptah, los hombres limpiaron con sus palas la arena que cu­ bría la entrada. Poco a poco fue apareciendo una puerta de madera. Sctna rompió el sello y ordenó a sus hombres derribar a hachazos la madera. A regañadientes obedecieron. La madera podrida se des­ m oronó y la tumba quedó abierta. Setna y su hermano esperaron diez tensos minutos para que el aire fresco se filtrase en La tumba, y encendieron una antorcha. Ninguno de los hombres quiso entrar por aquel tétrico agujero, así que los dos hermanos fueron solos. Anhurerau sostenía la antorcha y Setna caminaba delante de él. Caminaron con cautela por un estrecho pasaje y cruzaron una estancia, en cuyas paredes representaban escenas del funeral del príncipe Neferkaptah. Más abajo había un laberinto de pequeñas cá­ maras y retorcidos pasillos. Según iban adentrándose en el sepulcro, el calor y el viciado aire se hacían cada vez más insoportables. La antorcha de Anhurerau iluminaba poco la oscuridad y todo a su alrededor eran crujidos y susurros. — Sólo son murciélagos... Setna quería tranquilizar a su hermano, pero hizo eco en el se­ pulcro y decenas de murciélagos se alzaron al vuelo. Cuando Anhu­ rerau se agachaba, el batir de las alas de los murciélagos apagó su antorcha, y la oscuridad les atacó de súbito. Setna se quedó helado. Tendría que regresar si pudiesen acordarse cóm o salir de aquel

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laberinto. N o era solución pedir socorro: nadie entraría en el sepulcro. De pronto, Anhurerau agarró fuertemente el brazo de su liennano. — ¡Mira! Delante de ellos había una tenue luz. Según se acercaban a ella, ésta brillaba más. Los dos hermanos se deslizaron hacia un recodo y ha liaron la cámara del sepulcro. Estaba provista de rico mobiliario, tronos de ébano, vasos de alabastro, taburetes adorna dos con pieles de leopardo y cofres de marfil. En un dorado canapé yacía la momia de N efer­ kaptah, envuelta en tela perfumada, cubierta su cara por una resplandeciente máscara. Sentada a su lado una bella mujer, pálida com o el loto blanco, con un niño acurrucado a sus pies. La luz fluía de un rollo de papiro sobre una mesa. Sctna sabía que era el libro de Thot. Anhurerau temblaba en la puerta, pero Setna se atrevió a entrar y saludó a la mujer. La mano que ella alzó com o saludo era prácticamente transpa rente, pero su voz era suave y dulce. — Sctna Khaem w esc, epor qué perturbas el descanso de un difunto? — Si me entregas el libro de T h ot — dijo Setna ocultando su tem or— , te dejaré en paz. El bello k a denegó con un m ovim iento de cabeza. — Sctna, si robas el libro de T h ot, te lleva rá ai desastre. Sé que no me crees. Te contaré nuestra historia y así comprenderás el peligro. \li nom bre es Ahwere, la única hermana del rey del Bajo y Alto Egipto — dijo el ka arrogan­ temente y, mirando a la silenciosa figura que \.acía sobre el canapé, prosiguió— : Amé a mi hermano Neferkaptah más que a nada en el mundo, y él me correspondió. Rogué a nuestro padre, el rey, que permitiera nuestro m atrimo­ nio, y accedió. Hubo una espléndida fiesta para celebrar la boda y vivimos dichosos. Pronto nació nuestro hijo, al que llamamos Mrib. Ahwere se agachó para acariciar al niño, que le sonrió com o si despertara de un sueño. — Mi marido era com o tú, Setna. Le gus taba deambular por la Ciudad de los Muertos para estudiar las tumbas, v visitaba las bibliote­ cas de los templos, tratando de descifrar los milenarios papiros. Era un sapientísimo mago, pero siempre buscaba hechizos más poderosos. L n día acudió a un festival en el templo de Ptah. Cuando caminaba tras la procesión, leyó unos escritos en los altares de los dioses. De pronto escuchó a alguien que se reía de él. A la

sombra de una columna había un viejo sacer­ dote, al que la risa le duplicaba las arrugas de su rostro. »— dPor qué te ríes de mí? — preguntó mi marido con indignación. »— Me río de tu preocupación ante insigni ficantes hechizos, cuando yo puedo decirte dónde encontrar el libro mágico escrito por Thot. Hay dos hechizos en él. Si lees el primero en voz alta, podrás encontrar los ciclos de arri­ ba y de abajo, y la (ierra desde las montañas al mar. Serás capaz de entender a todas las bestias y pájaros, y todos los peces que habitan en las profundidades, com o un dios. Si lees el según do hechizo, aunque te encuentres en la Ciudad de los Muertos podrás volver a tu forma origi­ nal y ver brillar el sol y elevarse a la luna, y ver a los mismos dioses. »Mi marido com enzó a adularle: »— ¡Oh, gran sacerdote, deberías vivir eter­ namente! Lo que desees se te concederá, pero dime cóm o encontrar el libro de Thot. »— Dame cien piezas de plata para pagar mi funeral, y cuando llegue la hora, dos sacer­ dotes que cuiden mi ka. » Neferkaptah le entregó la plata, y cuando el viejo sacerdote la hubo contado, susurró a mi marido: »— E l libro de Thot está escondido en un cofrc de hierro en el fondo del río, cerca de Coptos. D entro del cofre de hierro hay otro de bronce y dentro del cofre de bronce hay otro de sicomoro. Dentro del cofrc de sicóm o­ ro hay otro de ébano y dentro de éste un cofrc de marfil. En el cofre de marfil hay otro de plata y en el cofre de plata otro de oro y en éste el libro de Thot. Todos los cofres están guardados por serpientes v escorpiones. »Nelerkaptah, aturdido por la excitación, bajó precipitadamente a palacio para decirme lo que había ocurrido: »— Navegaré a Coptos enseguida y traeré el libro de Thot. »Y o tenía miedo y maldije al viejo sacerdote. »— Los dioses deberían castigarle por con ­ tar tan importante secreto. Sé que Coptos no nos traerá sino desgracias. » Rogué a Neferkaptah que no tuera al Sur, pero él no podía pensar en nada ajeno al libro de Thot — Ahwere suspiró— . El rey nos en­ tregó un espléndido barco. Neferkaptah navegó hacia el Sur, y M rib y yo fuimos con él. Cuan­ do llegamos a Coptos, los sacerdotes del tem -

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pío de lsis y sus mujeres corrieron a saludarnos y estuvimos cuatro días con ellos. Al quinto día mi marido ordenó que le llevaran cera y mode­ ló un barco con todos sus hombres. Después se agachó sobre él y murmuró unos hechizos, dando vida a toda la tripulación. Introdujo la barca de cera en el río y cargó el barco real con arena. Mi marido subió a bordo y yo me senté a la orilla del río, decidida a no moverme de allí hasta que él regresara. Neferkaptah dijo a la tripulación del barco de cera: »— ¡Remad, hombres, llevadme al lugar donde se halla el desconocido libro de Thot! »lx>s hombres de cera tom aron sus remos durante tres días y tres noches, remaron sin parar, seguidos por el barco real. Al cuarto día de viaje el barco de cera se paró y mi marido supo que había llegado al lugar exacto. Arrojó la carga del barco real, formando una franja de arena seca en medio del río. Neferkaptah bajó dirigiendo sus ensalmos a las serpientes y escorpiones que custodiaban el cofre. »Las serpientes silbaron y los escorpiones alzaron sus colas mortales, pero los ensalmos de mi marido fueron tan potentes que se con­ geló el veneno al intentar escupirlos y los es­ corpiones no consiguieron alcanzarle con sus colas. Una serpiente protegía, enroscada, el cotre de hierro, pero su tamaño era excesivo para que los hechizos le hicieran efecto. Mi marido no se asustó, y con su hacha de bronce la cortó en dos. Ante su horror, se unió nuevamente y en pocos segundos le rodeaba. Neferkaptah se aterró ante su venenoso aliento. Los anillos de la serpiente apreraban intentando aplastarle, pero él pudo sacar su daga y clavarla en las re­ lucientes escamas. Mi esposo volvió a cortar a la serpiente en dos, pero en cuanto retrocedió, los anillos se unieron. Neferkaptah tom ó su hacha y atacó por tercera vez. Rasgó sus anillos y por un m om ento la serpicnic quedó inmóvil. Para desesperación de mi esposo, los trozos cortados empezaron a moverse uno hacia otro. Con inspiración repentina, Neferkaptah cogió un puñado de arena y la lanzó entre las dos mitades. La serpiente luchó por unirse otra vez, pero algo había ahora entre los trozos que im­ pedía su magia. Con un frenético siseo, la cria­ tura se estremeció y murió. Neferkaptah aparró el cuerpo de una patada y se precipitó a abrir el cofre de hierro. En su interior había otro co fre de bronce, com o el sacerdote había dicho. Impacientemente, mi marido com enzó a desce­

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rrajar los cofres de bronce, sicom oro, ébano, marfil y plata, y encontró, por último, una cajita de oro. Abrió la tapa y encontró el relucien­ te pergamino: E l libro de Thot. Awhere hizo una pausa. Sus pálidos dedos tocaron el papiro que había en la mesa frente a ella, pero no separó sus ojos ele la máscara que escondía el rostro de su marido. — Neferkaptah — prosiguió— desenroscó el pergamino y se atrevió a leer el primer en­ salmo. Encantó el cielo de abajo y el cielo de arriba, y la tierra desde las montañas hasta los mares. Llegó a entender el lenguaje de todo ser vivo, los peces de las profundidades e incluso de las bestias que habitan las colinas desiertas. E sto no fue suficiente para mi m ando y leyó el segundo ensalmo. Por su tremendo poder vio el sol y la luna y las estrellas en sus formas ver­ daderas, y la gloria de los mismos dioses. D es­ pués Neferkaptah regresó a su barco. Susurró un ensalmo al rio, y las aguas inundaron los cofres, pero el libro de Thot estaba a salvo en manos de mi marido. Ordenó a la tripulación del barco de cera remar hacia Coptos, y lo hicieron sin descanso durante tres días y tres noches. En todo este tiempo yo había estado sentada junto a la orilla del río, frente al tem ­ plo de Isis. No com í ni bebí hasta saber lo que había ocurrido a mi marido. Durante el sépti­ mo día no aparté mis ojos del agua hasta que vi aparecer el barco real. Neferkaptah saltó a la orilla y, cuando nos hubimos abrazado, le pre­ gunte por el libro de T h o t y lo puso sobre mis manos. Leí el primer ensalmo y el segundo, y compartí el poder de mi marido. Neferkaptah ordenó que se le entregaran papiros frescos, donde reprodujo las palabras del libro de Thot. Después empapó el nuevo escrito en cerveza, y más tarde lo introdujo en un recipiente donde lo disolvió en agua. La bebió, y con ella el po­ der de los dos hechizos. Hicimos ofrendas de gratitud en el templo de Isis com o agradeci­ m iento y navegamos de nuevo hacia el Norte con Mrib, nuestro hijo. »i\l¡ marido estaba muy satisfecho de su éxito, pero el G ran Sabio conocía lo que N efer­ kaptah había hecho y estaba muy enojado con él. Thot corrió hacia Ra, rey de ¡os dioses, y exigió que se le hiciera justicia. »— ¡Neferkaptah, el hijo del rey Mernebptah, ha descubierto el escondite de mi libro mágico! ¡Ha asesinado al guardián y ha abierto los siete cotres, leyendo los ensalmos prohibi­

dos! ¡Semejantes crímenes no pueden quedar sin castigo! »Ra estuvo de acuerdo con Thot y decretó que no deberíamos llegar a salvo a Menfis. N o­ sotros tres estábamos sentados sobre la cubier­ ta, bajo un adornado toldo. No sabíamos que, desde aquel m om ento, estábamos condenados. I.os oscuros ojos de Ahwere se llenaron de lágrimas y M rib se tapó los oídos, com o si le fuera imposible escuchar la continuación de la historia. — Nuestro pequeño se bajó del diván don­ de nos encontrábam os sentados. Cuando se in­ clinaba sobre la baranda para contemplar el Ni lo, la maldición de Ra hizo presa en él, y cayó al agua. G rité al escuchar el chapoteo, \ gritaron también los marineros. Mi marido sa­ lió del toldo y pronunció el segundo ensalmo del libro de Thot. Mrib se elevó sobre las aguas del Nilo, apartó sus mojados cabellos y nos dijo que la ira de Thot y la de Ra nos había malde­ cido. Ningún hechizo pudo salvar a Mrib, esta­ ba ya ahogado. Sus labios se cerraron y nuestro hijo cayó muerto a mis pies. Regresamos a Coptos y pasamos setenta insufribles días mientras el cuerpo de M rib era preparado para ser embalsamado y se le disponía un sepulcro principesco. Tras el entierro, navegamos hacia el Norte para decirle a nuestro padre, el rey, la trágica noticia de la muerte de Mrib. Ndferkaptah me cuidaba, pero ansiosamente yo conti­ nuaba dando vueltas por la cubierta, sin parar, afligida por la ausencia de nuestro hijo. Cuando volvimos a pasar por donde M rib se ahogó, la maldición de Ra se apoderó de m í v caí al río. Las aguas se cerraron sobre mi cabeza, y me ahogé antes de que mi marido pudiera rescatar me. Nefcrkaptah pronunció el segundo ensal­ mo y mi cuerpo se elevó sobre las aguas. Le hablé de la ira de Thot y de la maldición de Ra, pero mi k a había pasado ya al Oeste. Mi mari­ do me llevó a Coptos y fui enterrada junto a mi hijo Mrib. «Neferkaptah dispuso su regreso a Menfis, pero se dijo a sí mismo: “ No puedo soportar mi estancia en Coptos. cerca de la tumba de mi mujer e hi|o, pero dcómo puedo llegar a Menfis y decirle al rey que no regresan ni su hija ni su nieto, tjue yo aún vivo, pero que ellos están muertos?» Mi marido sabía que no |x>dría so portar vivir un día más. Envolvió su cuerpo en una venda de lino habiendo introducido el libro de Thot. Entonces, se inclinó sorc la baranda del

barco y cayó al Nilo. Los marineros gritaron horrorizados, pero no pudieron encontrar el cuerpo de mi esposo. »Cuando el barco llegó a Menfis, los mari ñeros enviaron un mensajero con la terrible noticia de que los hijos de! rey habían muerto. La corte y el mismo rey se presentaron esa ma­ ñana en el puerto con todas las gentes de Men­ fis y el sacerdote de Ptah. El vio el cuerpo de Neferkaptah enganchado al timón del barco real. El cuerpo fue extraído del agua v todos lloraron. El rey dijo: »— Que ese maldito libro sea enterrado con mi hijo. »E1 cuerpo de Neferkaptah fue llevado a los embalsamadores, y tras setenta días descan­ saba en esta misma tumba. T e he contado la desdicha que nos causó el libro que quieres que te entregue. El libro de Lhot nos costó nues­ tras vidas, no podrá nunca pcrtcnccerte. Setna temblaba después tic escuchar la his­ toria de Ahwere, pero la luz del libro de Thot le deslumbraba y no soportó la idea de dejarlo. — Deja que posea el libro — repitió— . ¡Si no, lo tomaré por la fuerza! En esc m om ento, la momia del príncipe Neferkaptah se incorporó lentamente, y una voz surgió del interior de la máscara: — Sctna Khaemwcsc: 'N o has oído a Ahwcre? c’Ercs un mago lo suficientemente pode­ roso para quitarme el libro de T h ot? ¿O juga­ rás conm igo cuatro partidas de damas? Si ga­ nas, obtendrás el libro de Thot com o premio. Ante el estremecedor soplido de la voz de Neferkaptah, Anhurcrau retrocedió. ¿Qué pasa ría si Setna perdiese? El lo susurró al oído de su hermano, pero éste se acercó al libro de Thot: — Estoy preparado — dijo. Cerca del canapé había un tablero de da­ mas con casillas de ébano y marfil, y piezas de oro y plata. Comenzaron la primera partida y las piezas se movían sin ser tocadas. Sctna era un buen jugador, pero el difunto príncipe era aún mejor. Neferkaptah ganó la primera parti da y murmuró un ensalmo. Setna se hundió bajo tierra hasta los tobillos. Anhurerau trató en vano de sacar a su her­ mano. Setna no podía hacer nada, pero jugó la segunda partida; también perdió. Neferkaptah murmuró otro ensalmo y Setna se hundió has­ ta la cadera Setna com prendió que estaba arriesgando su vida por el libro de Thot, y co ­ menzó la tercera partida.

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En la cámara del sepulcro tan sólo se oían las piezas sobre el tablero. Setna jugó astuta­ mente, pero el príncipe muerto parecía leer su pensamiento, y lentamente iue perdiendo. Ne­ ferkaptah formuló un tercer ensalmo y Setna se hundió hasta la barbilla. No podía m over más que sus ojos y sus párpados. Setna susurró desesperadamente a Anhurerau: — ¡Vete de la tumba! Ve al faraón y trae mis libros de magia y los amuletos de Ptah. Mientras comenzaba la cuarta y última par­ tida Anhurerau huyó rápidamente por el largo pasadizo. Como la luz de la cámara se extin­ guía, hizo su cam ino rogando a Ptah no per­ derse en la oscuridad. Se le hizo interminable hasta ver de nuevo la luz del día. Anhurerau, una vez fuera de la tumba, aterrorizó a los obreros y corrió hasta donde estaba el faraón. Cuando le contó su historia, Ramsés dijo: — ¡Corre, hijo mío! ¡Lleva a Setna estos li bros de magia y estos amuletos de poder! Anhurerau regresó lo más rápidamente que pudo con ios papiros mágicos debajo del brazo, una antorcha en una mano y los amuletos de Ptah en otra. En la cámara del sepulcro las piezas de pla­ ta eran más numerosas que las de oro; Setna perdía por cuarta vez; este sería su último jue­ go. Y a imaginaba la tierra cubriendo sus párpa­ dos, su nariz, sus ojos... Setna ya no jugaba para ganar, sólo pretendía retrasar ese espeluznante momento. Finalmente, Neferkaptah hizo su ju­ gada de la victoria, y las palabras del cuarto en ­ salmo salieron de su reluciente máscara. Cuan­ do Setna se disponía a abrir su boca para pedir clemencia, oyó unos pasos. Anhurerau llegó a la cámara del sepulcro, se arrodilló frente a su her­ mano y puso los amuletos de Ptah sobre su ca­ beza. Al instante, el poder de Ptah liberó a Set­ na de los ensalmos del difunto príncipe. Salió fuera de la tierra y, tras unos instantes de duda, arrebató el libro de Thot. Sctna y su hermano salieron apresuradamente de la cámara del se­ pulcro. La antorcha de Anhurerau no fue nece­ saria, pues la luz les precedía y la oscuridad que­ daba tras ellos. En la lóbrega cámara del sepulcro Ahwere lloraba y Mrib se abrazaba a ella. — Hola, rey de la oscuridad — susurró ella. — ¡Adiós, rey de la luz! El poder que nos protegía se ha desvanecido y yo desapareceré en mi solitaria tumba. Pero Neferkaptah había bebido las palabras del libro de Thot y no estaba desesperado.

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— N o te entristezcas — dijo— . Haremos que Setna devuelva el libro de Thot con un plato de incienso en su cabeza y un bastón de horquilla en su mano. Cuando los dos príncipes salieron de la tumba, ordenaron a los obreros cerrar de nue­ vo la entrada y echar arena sobre ella. Setna se apresuró a ver al faraón y le contó todo lo ocurrido. Ramsés le m iró con gravedad. — Si eres sabio, querido hijo, devolverás el libro enseguida o de lo contrario Neferkaptah te humillará haciéndote regresar llevando el bastón del suplicante y el incienso ardiendo para protegerte. Setna no escuchaba, no veta el momento de desenrollar el reluciente papiro. Durante varios días estudió el documento, aprendiendo a leer la antigua escritura. Una mañana, Setna se paseaba por el patio del tem­ plo de Ptah, reflexionando sobre las palabras de) primer ensalmo. De pronto vio a una mujer caminando hacia el templo principal seguida por un gran número de sirvientes y pajes. Des­ de sus delicados pies hasta sus brillantes tren­ zas de color negro, era la criatura más bella que Setna jamás había visto. Durante unos ins tantes, sus ojos se encontraron y él no pudo adivinar de quién se trataba. La mujer ocultó su rostro tras un abanico de plumas de aves­ truz y siguió caminando. Setna llamó a uno de sus esclavos: — ¿V es a esa mujer? ¡Quiero saber inme­ diatamente de quien se trata! Esperó impaciente bajo la sombra de las puertas del templo, hasta que el joven regresó. — Mi señor, sus doncellas me han dicho que se llama Tabube, es hija del profeta de Bastet de Ankhtawy y ha venido a rezar a Ptah. — Regresa y habla con una de sus sirvien tes, di que Setna Khaemwese te envía. Preocú­ pate de que le llegue el mensaje siguiente: si pasa algunos días conm igo la obsequiaré con diez piezas de oro. E l esclavo se sorprendió ai escuchar las pa­ labras de su amo, pero obedeció rápidamente. Tabube se encontraba en el patio cercano ha­ ciendo ofrendas de vino y flores ante la estatua de Ptah. El esclavo se acercó cautelosamente a una de sus sirvientas y susurró la oferta de su amo. La mujer se indignó más que si hubiera sido insultada su ama y protestó amargamente contra el pobre esclavo. Tabube en seguida quiso saber lo que ocurría, y con gran timidez

y nerviosismo el joven repitió el mensaje. Tabube no pareció ofenderse lo más mínimo. — Dile a Setna Khaemwese — dijo ella— que soy una sacerdotisa y mujer de rango. Si quiere que nos veamos tendrá que visitarme en mi casa, en Bubastis, y allí le agasajaré. El joven corrió a decírselo a su amo y Set­ na se quedó encantado. Se olvidó de su mujer y familia e incluso del libro de Thot. No podía pensar en nada más que en Tabube, y al día si­ guiente navegó hacia el Norte, hacia Bubastis. No tardó en encontrar la casa del profeta de Bastet de Ankhtawy y le dijeron que esperara en el amurallado jardín. Setna caminó entre unas higueras y se sentó en un cenador pen­ sando en Tabube. De pronto levantó la mirada y ella estaba junto a él. Tabube llevaba un pre­ cioso vestido de lino transparente. Sus párpa­ dos tenían un color verde de malaquita, sus pestañas negras, con cosmético de khol y su pelo perfumado con flores de loto. Ella llamó a Setna con gestos y, entrando con él en la casa, le llevó a una de las habita­ ciones de arriba. El suelo era de lustroso lapis­ lázuli y las paredes tenían incrustaciones de turquesa. Los canapés de ébano estaban forra­ dos de lina tela, y sobre una mesa había fuen­ tes con granadas y jarros con vino. El aire se hacía más denso por c-1 incienso. Tabube se sentó junto a Sctna. Ella le ofreció frutas, pero él estaba demasiado excitado para comer. Ta­ bube sirvió el tortísimo vino rojo y bebieron juntos. Setna anhelaba besarla, pero Tabube dijo: — Soy una sacerdotisa y mujer de alto ran­ go. Tendrás que casarte conmigo y firmar un contrato. Setna estaba demasiado enamorado para pensarlo dos veces. — Que venga un escriba — dijo él. Al momento un escriba apareció con un contrato preparado, en el cual Setna ofrecía to­ das sus riquezas a su nueva mujer. Firmó rápi­ damente, y tan pronto como el escriba hubo desaparecido, Setna intentó besar de nuevo a Tabube, pero ella retrocedió. — Este contrato no tendrá validez alguna hasta que tus herederos renuncien a todos sus derechos. Están esperando abajo, les haré venir y firmarán nuestro contrato matrimonial. Setna estaba demasiado intoxicado con el fortísimo vino que había bebido y con la so­ brenatural belleza de Tabube para recapacitar

sobre la propuesta. Sus hijas pequeñas subieron a la estancia y sumisamente firmaron el contra­ to que les hacía perder todos sus derechos so­ bre sus respectivos patrimonios. Cuando se fueron, Setna bebió otra copa de vino y rodeó con sus brazos la cintura de Tabube. Ella se apartó mientras una lágrima se deslizaba por sus pómulos enrojecidos. — Si realmente me amas — dijo ella— , ten­ drás que matar a tus hijas. Estoy segura de que se opondrán a nuestro matrimonio y nos harán infelices. Cuando Setna miró a los ojos de Tabube, se dio cuenta de que no podría negarle nada. Ordenó que mataran a sus hijas y que sus cuerpecitos fueran arrojados por la ventana del pa­ tio. Setna escuchó cómo los perros y los gatos desgarraban sus cuerpos, mientras él brindaba con la bella Tabube. Luego ella rodeó con sus blancos brazos el cuello de Setna y se inclinó para besarlo. Inesperadamente, los labios de Tabube se abrieron en un escalofriante grito, y, tras esto, Setna se encontró a sí mismo acurru­ cado en mitad de la calle, abrazando el polvo. Tabube y su casa se habían desvanecido. Su mente se despejó, y Setna se dio cuenta de lo que había hecho. Gim ió arrastrándose por el polvo. Los transeúntes le miraban atónitos pensando si era un borracho o un loco. El pobre Setna no se dio cuenta de que cuatro nubios se acercaban cargando una silla de ébano. Sobre la silla había un hombre en­

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vuelto en espléndidas ropas, y luciendo joyas reales. Parecía disfrutar con el estado de Setna. — ¿Qué hace el príncipe Setna Khaemwese en semejante estado? — Neferkaptah es el responsable — dijo Setna amargamente— . Se ha vengado en mis pequeñas, mis queridas hijas... El desconocido sonrió. — Regresa a Menfis. Encontrarás a tus hi­ jas a salvo en la corte del faraón. Setna no daba crédito a sus oídos. ¿Había sido todo una ilusión? El real desconocido hizo una seña a sus esclavos, que ofrecieron una capa a Setna para que cubriera sus sucias ropas. — Regresa a Menfis, tus hijas están a salvo — repitió. Había algo que le resultaba familiar en la voz del desconocido, pero antes de que hubiera podido darle las gracias, la carroza y los nubios habían desaparecido. Setna regresó a Menfis y su mujer e hijas se sorprendieron por io ardiente de sus abrazos y las muchas veces que preguntó si estaban sanas y salvas. Esc mismo día Setna tuvo una incó­ moda audiencia con el faraón. Cuando Ramsés se enteró de la historia compleca, le dijo: — Setna, intente advertirte y no me escu­ chaste. ¿Devolverás ahora el libro de Thot an­ tes de que ocurra otra catástrofe? Al día siguiente los obreros abrían de nue­ vo la tumba de Neferkaptah. Un avergonzado Setna se introdujo con un plato de incienso balanceándose sobre su cabeza, el bastón de horca en una mano y el libro de Thot en la otra. Tan pronto como entró en la cámara del sepulcro, Ahwere susurró: — ¡Ah, Setna, nunca habrías escapado con vida de no haber sido por la ayuda de Ptah! — Bueno — rió su marido— , veo que mi profecía se ha hecho realidad. Setna se inclinó humildemente hacia el di­ funto príncipe y le devolvió el libro de Thot, que iluminó la tumba como el sol naciente. — ¿Tengo que hacer algo más? — preguntó Setna cautelosamente. Neferkaptah miró las pá­ lidas figuras de su mujer y su hijo. — Por la fuerza de mi magia — dijo el prín­ cipe— los ka de mi familia están junto a mí, pero tanto esfuerzo me fatiga. Tráeme sus cuerpos desde Coptos, y entonces estaremos verdaderamente unidos. Setna abandonó la tumba y le dijo al faraón lo que el difunto príncipe deseaba. Ramsés or­ 102

denó que un barco saliera por la mañana hacia el Sur. Cuando Serna llegó a Coptos, fue salu dado por los sacerdotes del templo de Isis, y él ofreció bueyes, gansos y vino a la diosa y a I lorus, su hijo. Al día siguiente fue con el sumo sacerdote de Isis a la Ciudad de los Muertos para buscar la tumba de Mrib y Ahwere. Deambuló durante tres días entre tumbas, bus­ cando en las antiguas piedras y le'yendo las ins­ cripciones, pero ninguna pertenecía a la familia de Neferkaptah. Desde la lejana Menfis, el difunto príncipe vigilaba la búsqueda y, al ver que Setna no po­ día encontrar la tumba, se transformó en un anciano sacerdote y cojeando atravesó la lade­ ra. Setna le recibió cortésmente: — Pareces ser el hombre más anciano que he encontrado en Coptos. ¿Puedes recordar dónde se encuentran enterrados la princesa Ahwere y su hijo? El anciano fingió pensar durante unos ins­ tantes y luego dijo: — El abuelo de) abuelo de mi padre dijo que el abuelo de su padre le había dicho que la tumba de Ahwere se encuentra bajo la esquina sur de la casa del sumo sacerdote. Setna le miró con desconfianza. — ¿Cómo puedo saber que dices la verdad? Quizá tengas algún motivo de rencor contra el sumo sacerdote y quieras ver su casa derruida. — Tómame como prisionero — contestó el anciano desdentado— y, si no encuentras la tumba, mátame. Setna ordenó a sus hombres derribar la casa del sumo sacerdote, y bajo la esquina sur encontraron una antigua tumba. Al final de un oscuro pozo estaban los ataúdes de Ahwere y Mrib. Setna los embarcó con reverencial cuida do. Ordenó a sus hombres que reconstruyeran la casa del sumo sacerdote, y cuando Setna se acercó a dar las gracias al anciano, encontró a los guardas en absoluta confusión; su prisione­ ro se había desvanecido. En aquel instante, Set­ na comprendió quién había sido el anciano. Setna navegó hacia el Norte, y cuando lle­ garon a Menfis, el faraón y toda su corte se en­ caminaron al puerto para honrar a los reales difuntos. Los ataúdes de Ahwere y Mrib fue­ ron introducidos en la cámara sepulcral de Ne­ ferkaptah y, por fin, la familia estuvo reunida* El propio Setna vio cerrar la entrada con ladri­ llos. Nunca se volvió a entrar en la tumba y nadie más leyó el libro de Thot.

El joven mago

El príncipe Sctna Khaermvese y su mujer Mehusekhe tenían dos preciosas hijas, pero ellos anhelaban un varón. Año tras año colma­ ban los altares de los dioses con ricas ofrendas, pero sus ruegos nunca tuvieron eco. En muchos templos, los enfermos y las muje­ res estériles solían dormir en los recintos sagrados, esperando que se les apareciese alguna deidad en sueños y les dijera cómo sanar. Setna decidió llevar a su mujer a pernoctar al templo de Osiris. Llegaron al atardecer y encontraron eí edificio atestado de gen­ tes que desenrollaban sus ropas de cama, disponiéndose a dormir en el patio. A la mujer de Setna, debido a su rango, la acomodaron en una cámara donde sólo cabía el lecho. El príncipe le dio un beso y se fue. Ella yacía en el extraño lecho con los ojos cerrados. Los ron­ quidos de los enfermos y los ruegos de las mujeres estériles se escu­ chaban por doquier. Mehusekhe sabía que no podría dormir en tal lugar, pero al cabo de tres horas de ruegos a Isis y Osiris se durmió. Justo antes del amanecer, Mehusekhe se despertó sabiendo que un dios le había hablado durante el sueño. No podía recordar bajo qué forma se le había presentado, pero estaba segura de que una misteriosa voz le dijo: «Mujer de Sctna, preséntate mañana donde tu marido se baña. Sobre el lago crece una parra. Coge una rama con su fruta. Exprime su jugo mezclado con agua y bébelo. Des­ pués abraza a tu marido y concebirás un hijo.» Mehusekhe hizo una ofrenda de gratitud, dejó el templo y fue en pos del lago y la parra. Hizo todo lo que el dios había ordenado, y pronto quedó encinta. Cuando se lo dijo a Setna le causó una gran alegría. Su marido colgó un poderosísimo amuleto del cuello de su mujer y recitó ensalmos para proteger al futuro niño. Una noche, un dios se apareció a Setna en sueños y le dijo: — Setna Khaemwesc, tu mujer va a dar a luz a un niño/Cuando nazca deberá llamarse Sa-Osiris y hará maravillas en Egipto. Serna despertó de su sueño aún más feliz que antes, esperando impaciente los meses que faltaban para el suceso. Cuando llegó la hora, Mehusekhe dio a luz un precioso niño, y Setna lo llamó Sa-Osiris. Pronto se hizo evidente que el pequeño era extraordinario. Cuando tenía un año, los desconocidos pensa­ ban que tenía dos, y cuando tenía dos, todos pensaban que tenía tres. Setna se sentía orgulloso de su hijo, y Sa-Osiris comenzó a ir a la escuela cuando otros de su misma edad apenas pueden caminar. Aprendió a leer y escribir tan deprisa que en pocos meses sabía más que su maest ro.

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Después el pequeño fue llevado al templo de Ptah, donde su padre era Sumo Sacerdote, y le pusieron al cuidado de los sabios en la Casn de la Vida. Allí los sacerdotes estudiaban astro nomía y matemáticas, medicina v magia, y ha­ cían copias de los libros sagrados. Sa-Osiris era su alumno más aventajado. Aprendió los ritua­ les de cada dios en cada templo todos los días del año. Conocía los nombres de todas las es­ trellas v calculaba los días afortunados o desa­ fortunados; sabía hechizos para combatir las en­ fermedades y para proteger a los vivos y a los muertos. A los siete años se sabía de memoria todos los libros del templo. Los que le conocían se pasmaban ante la inteligencia del niño, y Setna puso todas sus ilusiones en el día en que su maravilloso hijo fuera presentado en la corte. Una tarde, Sa Osiris y su padre fueron jun­ tos a su casa de Mentís para un banquete. Setna se sorprendió al escuchar lamentos, se aso­ mó a la ventana y vio que era del funeral de un hombre rico. Un ataúd con incrustaciones des­ cansaba sobre un trineo que arrastraban un par de bueyes, seguidos de mujeres llorando. I.os pies desnudos, despeinados los cabellos y las ropas desgarradas ofrecían un lamentable es­ pectáculo, v habían sido pagadas para golpear sus pechos y gemir como si Osiris acabara de morir otra vez. I ras ellas caminaban filas de sirvientes que cargaban sillas de ébano, cofres de marfil con incrustaciones de piedras precio­ sas, abanicos de plumas de avestruz v otros muchos preciados objetos para enterrar con el difunto en su espléndida tumba. Tras esta procesión hubo otro funeral. En­ vuelto en una estera, un pobre hombre, que ha­ bía muerto sin casa y sin amigos, era arrastra­ do a su sepultura en la arena del desierto. No tenía plañideras que lloraran por él, ni siquiera poseía un jarrón de barro para que lo enterra­ ran con él. AI verlo. Sel na exclamó: — iPor Ptah! Cuánto mis feliz es el rico, incluso en su muerte, que ese pobre hombre. Sa-Osiris se acercó a la ventana donde se encontraba su padre y dijo pausadamente: — ¿Lo crees así? Yo desearía que compar­ tieras el destino del hombre pobre. Setna se entristeció. — ¿Cómo puedes decir semejante cosa? — Si quieres, padre, te enseñaré qué le ha ocurrido al rico, tan llorado por las plañideras, y al pobre que no las tiene. Ven conmigo. Con una reservada sonrisa, Sa-Osiris tomó

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la mano de Setna y se fueron a la calle. En una barca cruzaron el Nilo y llegaron a la Ciudad de los Muertos, ¡unto al desierto del Oeste. Una vez entre las antiguas sepulturas, Sa-Osiris pronunció un ensalmo para eliminar las barre­ ras entre el reino de los muertos y el de los \i vos. Setna sintió que su cuerpo perdía peso, y levitó. A una vertiginosa velocidad, el joven mago dio alcance a su padre, que traspasaba las puertas del Mundo Subterráneo. Setna distin­ guió entre las sombras figuras demoníacas que llevaban largos cuchillos, pero Sa-Osiris cono­ cía el ensalmo para convencer a los Guardia­ nes de las Puertas. Se zambulleron en las pro­ fundidades del Mundo Subterráneo, y cuando redujeron el paso Setna vio estupefacto un gru­ po de hombres sentados en cuclillas en el suelo de una lóbrega estancia que intentaban trenzar paja para formar cuerdas. Sus dedos estaban en carne viva y su tarea era interminable, pues junto a cada hombre había un asno que se co­ mía las cuerdas. Había tres hombres absolutamente esquelé­ ticos, con sus rostros chupados por el hambre. Sobre sus cabezas pendían panes y jarras de vino. A la más mínima posibilidad de alcanzar los, los demonios que los acechaban cavaban fosos bajo sus pies. Los escuálidos hombres caían en los hoyos antes de dar alcance a las provisiones y maldecían atormentados por el hambre que los consumía.

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La sala siguiente estaba llena de almas su­ plicantes, y el eje de la gran puerta estaba fijo en el ojo de un hombre que continuamente ge­ mía y rezaba. El cuerpo de Setna se estremeció al cerrarse la puerta y gritar el hombre agóni­ camente, pero Sa-Osiris le llevó a otra sala. Allí los demonios del .Mundo Subterráneo escucha­ ban los pecados de los nuevos difuntos frente a los cuarenta y dos jueces. En la última sala, Setna quedó deslumbrado por la misteriosa forma del rey de los Muertos. Vestido con fina tela blanca y con la piel de color verdoso, Osiris estaba sentado bajó un dorado toldo con los símbolos de la realeza, el cayado y el mayal. Tras él se encontraban la valiente Isis y el gentil Nieptys, y trente a él, Anubis con su cabeza de chacal, el guardián de los muertos, y Thot con cabeza de ibis, escriba de los dioses. La enorme sala estaba llena de espíritus de los muertos Ixnditos, y en el cen­ tro se encontraban las balanzas para comparar los pesos de los corazones difuntos con las plu­ mas de la Verdad. En la penumbra había una monstruosa forma con una parte de león, otra de cocodrilo y otra de hipopótamo: era el De vorador que daba una segunda muerte a las al­ mas malditas. Sa-Osiris susurró a su padre, que temblaba de respeto: — ¿Ves a ese espíritu bendito envuelto en doradas ropas, que lleva las plumas de la Ver­ dad en sus cabellos v que está junto al trono de

Osiris? Pertenece al pobre hombre que viste en un miserable ataúd y al que nadie lloraba. Su espíritu llegó al Mundo Subterráneo y se le juz­ gó. Se enfrentó con los cuarenta y dos jueces y su corazón fue pesado con las plumas de la Verdad. Sus buenas acciones pesaron más que las malas. El mismo Osiris ordenó que al pobre se le ofrecieran los bienes del rico y un lugar entre los espíritus benditos. Setna se quedó mirando fijamente al bri­ llante espíritu que hacía tan sólo unos instantes había sido un pobre vagabundo obligado a deambular por las calles de Menfis. Antes de que pudiera formular la siguiente pregunta, SaOsiris comenzó a contestarla: — Para el acaudalado hombre cuyo lujoso funeral presenciaste... a pesar de sus innumera­ bles esfuerzos por ser compasivo con el débil y generoso con el pobre, sus malas acciones pe­ saron mucho más que las buenas. Osiris le con­ denó a prisión en el Mundo Subterráneo. Su alma es la que viste con el eje de una gran puerta metido en un ojo. Por Osiris, el Señor de los Muertos, cuando dije que te enseñaría el destino del pobre, ya sabía lo que ocurriría con las dos almas. Setna comprendió que se había equivocado al juzgar a su hijo, y le propuso que siguiera en­ señándole otros maravillosos misterios. — Los hombres que viste trenzando cuer­ das que nunca terminarían y los que luchaban por la comida que nunca alcanzarían poseen al­ mas malditas, condenadas al tormento. Queri­ dísimo padre, aprende esta lección. Si eres bue­ no en la tierra, el rey de los Muertos será bueno contigo. De lo contrario, se te castigará con maldad. Así es la ley de los dioses para toda la eternidad. Setna inclinó su cabeza y dejó que su hijo le condujese fuera del Mundo Subterráneo por extraños y retorcidos senderos. Pasaron a tra­ vés del fuego y el agua, y emergieron al desier­ to del Oeste. Cuando caminaban de vuelta a Menfis, agarrados de la mano, Setna estaba so­ brecogido ante la sabiduría y poder de SaOsiris. — Es casi un dios, y cuando las gentes me pregunten puedo decir: Íes mi hijo! Susurró ensalmos contra los demonios del Mundo Subterráneo. Había visto lo que ningún hombre vivo tuvo oportunidad de ver, y ahora sabía que incluso el hijo de un faraón debía sentir temor ante el |uicio de la Muerte.

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La carta sellada

Un día, el gran faraón Ramscs convocó a su corte en Menfis. seatado en su trono, rodeado de sus principes, generales, sacerdotes, concejales y todas las grandes personalidades de Hgipto. Un cacique de Nubia adornado con espléndidas pieles de leopardo, plumas y ajorcas de marfil y oro le hizo tres reverencias, pero sus palabras no fueron humildes. — i Alguien puede leer aquí esta carta sin abrirla? ¡Si no hay en tu corte sabios para leer el contenido de la carta sin romper el sello v desenrollar el papiro, haré que Egipto se avergüence ante Nubia! Los cortesanos quedaron atónitos. Ninguno de ellos había oído hablar de un hombre tan sabio para realizar semejante hazaña, pero el faraón dijo pausadamente: — Traed al más sabio de mis hijos, al príncipe Serna khaem wese. Doce sirvientes corrieron a buscarlo, y pronto Setna hacía una reverencia ante su padre. — I lijo — comenzó el faraón— , este cacique de Nubia quiere saber si hay alguien tan sabio en Egipto que pueda leer una carta sin abrirla. — La respuesta es muy simple — dijo Setna, disimulando su in­ quietud— , dame diez días y verc qué puedo hacer para que la ver­ güenza de Egipto no llegue a la tierra de los comedores de goma. — Los días son tuyos — contestó el faraón, v ordenó que ofre­ cieran al cacique confortables habitaciones en palacio y le cocina ran platos típicos de Nubia. Ramsés abandonó la cámara con gran dignidad, pero le resultó dilía] comer y dormir temiendo por su pueblo. Setna se encontraba aún en peores condiciones. Regresó a su casa como un sonámbulo y se acostó, escondiendo la carta entre las mangas de su vestimenta. Mehusekhe, su mujer, le rodeó con sus brazos. — Hermano mío, te estremeces de frío. íEstás enfermo o asus­ tado? — Déjame solo, mi corazón se estremece por todo, y una mujer no me puede ayudar. Sa-Osiris se introdujo en la estancia de su padre y le preguntó qué ocurría. — Déjame solo. No tienes más que doce años, y un niño no me puede ayudar. — Dime qué ocurre — insistió Sa-Osiris— , haré que desaparez­ can tus temores.

— declaró el segundo hechicero— . Sometería a Setna le contó a su hijo que el cacique de Egipto bajo mi hechizo y permanecería árido Nul>ia les había desafiado. durante tres años y no habría cultivos. — Y si no encuentro un egipcio que sea ca­ paz de leer la carra sellada, mi país y yo sere­ »— Amón y el faraón no me castigarán — declaró el tercer hechicero— . Sometería al mos deshonrados para siempre. Sa-Osiris comenzó a reírse, y su padre le faraón bajo mi hechizo v sería llevado a Nubia, \seria castigado ante el príncipe. Después re­ preguntó indignado qué le hacía tanta gracia. — ¡Oh, padre! Me río de tu desesperada gresaría a Lgipto. lodo esto transcurriría en preocupación inte algo tan insignificante. Yo seis horas. puedo leer esa carta. »E1 príncipe ordenó que se presentaran Setna se incorporó en seguida incrédulo. ante é l los tres brujos y les dijo: »— ¿Cuál de vosotros presume de poder — ¿Eres capaz de demostrarlo, hijo mío? traer al faraón y castigarlo ante mí? — Toma un papiro. Lo leeré desde un piso más arriba. »— Sa-Neheset. Setna corno escaleras abajo. Abrió un arca »— Arroja tu hechizo sobre Egipto — orde de cedro y sacó un papiro que contenía ensal­ nó el príncipe— , y si tienes éxito, por Amón, mos para las fiebres. Lo miró durante un mi­ el Toro de Meroe, te ofreceré grandes cosas. nuto y regresó con su hijo. Sa-( ísiris en seguida »Sa-Neheset modeló una camilla y cuatro porteadores de fina cera. Recitó sus ensalmos comenzó a recitar los ensalmos allí escritos, sobre ellos v les dio vida. Después ordenó a los asombrando a sus padres. Una y otra vez. Set­ na bajaba, abría el arca v tomaba uno de los pa porteadores que volaran a Egipto y regresaran piros al azar, pero Sa-Osiris siempre sabía su a Nubia con el faraón y le azotaran cinco ve­ ces. Los porteadores abrieron su s bocas de cera contenido. Sel na fue a palacio a darle la buena noticia a su preocupado padre. Raimes no ca y dijeron a coro: bía en sí de gozo e invitó a su hijo y a su nieto »— Lo haremos como nos ordenas. para celebrar la buena nueva juntos. »Esa noche, el hechicero de Nubia recitó A la mañana siguiente, el cacique de Nubia sus ensalmos contra Egipto y los porteadores se presentó ante el trono con la carta sellada de la camilla entraron en el dormitorio del fa­ sujeta en su cinturón. Sa-Osiris fue a su en­ raón sin ser vistos. Dominaron a Siamun con cuentro. sus | X )d e re s mágicos, le echaron sobre la cami — Tú, diablo de Nubia, has venido a esta lia v regresaron a Nubia. En el palacio del maravillosa tierra de Lgipto, jardín de Osiris, príncipe, el faraón fue arrojado de la camilla y escabel de Ra, para traernos la vergüenza y la los porteadores le golpearon con palos mien­ deshonra. ¡Amón te castigará! Ahora leeré tu tras la corle de Nubia reía. Después le devol­ carta, y no trates de meniir al faraón acerca de vieron a su cama en Egipto; todo ocurrió en su contenido. seis horas, y los porteadores desaparecieron.» — No mentiré — dijo el cacique arrogante Sa-Osiris hizo una pausa, y hubo murmu­ llos entre los cortesanos egipcios. mente. La ira de Amón te castigará si mientes No temía al niño, pero su rostro cambió a — amenazó el joven mago— . c Estoy leyendo medida que Sa ( )siris leía la carta. — Esto es lo que hay escrito en la carta: tu carta? «Hace cientos de siglos, cuando el faraón Sia — Si, y cada palabra es cierta. mun gobernaba Egipto, Nubia envidiaba su Sa-Osiris fijó sus ojos en la carta sellada y valor y poder. Un día, el príncipe de Nubia continuó: «(.uando Siamun se encontró en su cama descansaba en los jardines de un templo de Amón, cuando escuchó casualmente a tres he llamó a gritos a sus guardias. »— ¿Cuánto tiempo he estado fuera? ¿Y chiceros hablando. qué ha ocurrido? »— Amón y el faraón no me castigarán »l.os guardias creían que había dormido — dijo el primer hechicero— . Sometería a Egipto bajo mi hechizo y permanecería en ti­ durante toda la noche en su cama. »— ¡Oh, faraón, gran señor! — comenzó un nieblas tres días y tres noches, y aterrorizaría a las gentes. chambelán— . ¡Que Isis te asista! No te enten­ d e m o s , has estado durmiendo toda la noche. »— Vmón y el faraón no me castigarán

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»Siamun hizo que le examinaran la espalda. »— Os digo que me llevaron a Nubia y me dieron cinco mil azotes. »Cuando los cortesanos vieron que su es­ palda estaba llena de contusiones, se sobresal­ taron y comenzaron a lamentarse. Nadie supo qué hacer, hasta que vino el mago Sa-Paneshe, examinó al faraón y exclamó: »— Ha sido producto de los ensalmos de un brujo de Nubia y hay que vengarse. »— ¡Deprisa! — rugió Síamun— . ¡No po­ dría tolerar otra noche como la pasada! »Sa-Paneshe Cogió sus amuletos y libros de magia. Recitó un ensalmo al faraón y puso los amuletos sobre su frente, cuello y brazos. Des­ pués dejó a Siamun en manos de los doctores de la corte y navegó hacia 1lermópolis, al tem­ plo de Thot. Sa-Paneshe hizo ofrendas al dios y rogó así: »— ¡Oh, gran dios, vuélveme tu cara! No dejes que Egipto sea deshonrada por Nubia. Eres el creador de la magia, conoces todo lo que hay en la tierra y en los cielos. ¡Ayúdame a salvar al faraón y derrota la hechicería de Nubia! »Después, Sa-Paneshe se tumbó a dormir en el templo. Thot fue a él en sueños v le dijo: »— Mañana busca la biblioteca de! templo, v en ella una pequeña habitación secreta. Allí hay un cofre, v en él un papiro escrito por mí. Coge el libro de Thot, copia los ensalmos que necesites y ponlo de nuevo en el cofre. No cuentes a nadie este secreto y salvarás al faraón. »Sa-Paneshe se despertó recordando su sueño. Encontró el papiro y reprodujo los en­ salmos más poderosos para proteger a Siamun. Esa noche, en Nubia, Sa-Neheset volvió a dar vida a sus figuras de cera y las envió a Egipto. Entraron en la cámara donde dormía el Faraón sin ser vistos, pero, cuando se aproximaban al lecho, una invisible barrera mágica les impidió acercarse. Siamun sintió vibrar con poder los amuletos que llevaba y se dio cuenta de que los ensalmos de Sa-Paneshe vencían a los de Nu­ bia. Durante toda la noche, los hombres de cera deambularon alrededor del lecho tratando de encontrar alguna grieta en la mágica barrera mientras el faraón yacía inmóvil, sin apenas atreverse a respirar. Cuando amaneció, los por­ teadores tuvieron que regresar a Nubia, y Sia­ mun saltó de un brinco del lecho. El faraón convocó a Sa-Paneshe y le contó lo sucedido. El mago egipcio estaba encantado de que sus ensalmos hubieran funcionado, pero no satisfe­

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cho del todo decidió continuar su venganza. Sa-Paneshe modeló en cera una camilla y cua­ tro porteadores, les dio vida y los envió a Nu bia. A mitad de la noche vieron al príncipe de Nubia, le llevaron a Egipto y le azotaron ante el faraón y su corte. Después regresaron. Todo esto transcurrió en Seis horas.» Sa-Osiris hizo una pausa para preguntar: — ¿Es esto cierto? El cacique de Nubia inclinó la cabeza de­ rrotado. — Sí, lo es. «A la mañana siguiente — continuó SaOsiris— , el príncipe de Nubia despertó a toda la corte con sus quejas. Sa-Neheset, el brujo, fue arrastrado ante su presencia y arrojado jun­ to a la cama. »— ¡Tendrás que hacer frente a las maldi­ ciones del Toro de Meroe! — gritó el prínci­ pe— . ¡Fue idea tuya arrojar sobre Egipto tus ensalmos! ¡Ahora deberás salvarme de este te­ rrible hechicero! »Sa-Nchcsct recitó todos los ensalmos de protección que conocía y cubrió al príncipe de amuletos, pero esa misma noche los hombres de cera le llevaron a Egipto, donde fue golpea­ do. Después de tres noches así, el angustiado príncipe mandó llamar de nuevo a Sa-Neheset. »— ¡Por el Toro de Meroe — le dijo— , tú eres el culpable de que yo sea humillado! ¡Si no impides que ocurra esta noche lo mismo, haré que te torturen hasta la muerte! » Sa-Nehesct rogó que se le permitiera ir a Egipto y desafiar a su rival con una batalla de magia. P-l príncipe no se opuso. Antes de par­ tir, Sa-Neheset visitó a su madre, que le había enseñado la mayor parte de su magia. Ella le procuró otros hechizos y dijo: »— Ten cuidado con los brujos de Egipto, hijo mío. Si te vas de Nubia ahora, seguramen­ te no regresarás y yo no podré ayudarte. »— No tengo elección. »— Dame una señal, así sabré cuándo estás en peligro. »— Si me derrotan, el agua que bebas se tornará roja y la sangre salpicará los cielos. «Recién aprendidos los hechizos que le ha­ bía dado su madre, el brujo se dirigió rápida­ mente a la corte de Menfis. Se presentó ante el faraón y retó a Sa-Paneshe. Los dos hechiceros salieron de palacio insultándose, mientras que Siamun y su corte observaban. Sa-Neheset, for­ mulando un ensalmo de fuego, hizo que unas

llamas enormes se dirigieran hacia el faraón. Rápidamente, Sa-Paneshe formuló un hechizo de agua cjue extinguió el fuego. »Después, Sa-Neheset murmuró un hechizo de oscuridad, y una nube negra envolvió el palacio de forma que nadie podía ver su mano junto a la cara. Sa-Paneshe murmuró el hechizo contrario, y los rayos del sol derritieron la gran masa oscura. El mago de Nubia con uno de sus ensalmos formó una enorme bóveda de piedra sobre el faraón y sus cortesanos. Los egipcios se pegaron unos a otros aterrorizados, pero Sa-Paneshe conjuró un enorme barco de papiro e hizo cargar en él la enorme bóveda para que fuera arrojada al mar. «Cuando Sa-Neheset vio esto, supo que nunca podría vencer a los egipcios. Sólo pensa­ ba en escapar y se hizo invisible. Instantánea­ mente, Sa-Paneshe formuló un hechizo que hizo invisible todo lo que había a su alrededor. El brujo de Nubia estaba desesperado y voló convertido en un ganso. Sa-Paneshe hizo un hechizo y un cazador cayó sobre él amenazán­ dole con un cuchillo en la garganta. »En ese momento, en Nubia, la madre de Sa-Neheset vio cómo el agua que estaba be­ biendo se tornaba roja y los cielos eran salpica­ dos de sangre. Supo que su hijo estaba en peli­ gro y, convirtiéndose en un ganso, voló a Menfis. Permaneció suspendida sobre palacio gritando el nombre de su hijo con la voz de un pájaro salvaje. Sa-Paneshe reconoció que era una hechicera y pronunció un ensalmo que hizo caer al ave junto a su hijo con un cuchillo en su cuello. Cuando volvió a su primitiva for­ ma de mujer, rogó clemencia a los egipcios. »— Si quieres ser perdonada — dijo SaPaneshe— , debes jurar por todos los dioses que nunca volverás a Egipto. »La mujer y su hijo prometieron no regre­ sar a Egipto durante mil quinientos años. Al faraón le satisfizo la promesa y ordenó a SaPaneshe que los dejara marchar. Los egipcios le proporcionaron una nave que llevara a Sa-Ne­ heset y a su madre volando, de vuelta a Nubia, y nunca más fueron vistos.» Sa-Osiris hizo una reverencia al faraón: — Has escuchado el contenido de la carta, pero creo que aún no entendéis por qué ha ve­ nido este hombre desde Nubia. El hechicero Sa-Neheset ha nacido de nuevo y, transcurrí dos mil quinientos años, se ha transformado en este cacique.

Se escucharon exclamaciones de asombro de los cortesanos, pero Sa-Osiris continuó: — Nunca se ha arrepentido de sus críme­ nes contra Kgipto y ha venido a vengarse, pero no tendrá éxito, por Osiris, pues yo soy su an­ cestral enemigo. Yo soy Sa-Paneshe. Durante mil quinientos años he vivido con los espíritus benditos, pero, cuando descubrí que este diablo de Nubia pretendía regresar a Egipto, roguc a Osiris que me permitiera nacer de nuevo y vi­ vir sólo el tiempo suficiente para derrotarle. ¡Nací de la mujer de Setna, y estoy aquí de nue­ vo para desafiarte, Sa-Neheset! Cuando el terrible espíritu oyó estas pala­ bras comenzó a formular un ensalmo para des­ truir al faraón y a su corte. Sa-Paneshe lo con­ trarrestó con un ensalmo de fuego y las llamas hicieron rendirse a Sa-Neheset, que formuló ensalmo tras ensalmo sin poder deshacerse de las llamas, que le consumieron cuerpo y alma. Sin dirigir una palabra a su padre, Sa-Pane­ she, a quien todos habían conocido como SaOsiris, desapareció como si se tratara de una sombra. Había llevado a cabo su misión y Osi­ ris le había llamado al Mundo Subterráneo. El faraón y sus cortesanos comenzaron a alabar la sabiduría de Sa-Paneshe, pero Setna lloró desconsoladamente la perdida He su único hijo. Yació en su lecho con Mehusekhe y se consolaron mutuamente. Nueve meses después, Mehusekhe dio a luz un niño, pero Setna nun­ ca cesó de echar de menos a Sa-Osiris y siempre hizo ofrendas a su espíritu.

El ladrón ingenioso

En el siglo V a. C , un historiador griego llamado Heródoto visitó Egipto. Cuando escribió acerca de este país y su historia, incluyó un relato que hablaba del fabuloso tesoro del faraón Rhampsinitus y dos ladrones que intentaron robarlo. Rhampsinitus generalmente se identifica con el faraón Ramsés III, que gobernó Egipto en el si­ glo XII a.C , pero nadie sabe con certeza que hay de verdad en ello. I leródoto es conocido como el Padre de la Historia, pero también hay gente que le denomina el padre de la mentira... Rhampsinitus era el más rico de todos los faraones, y para pro­ teger sus tesoros ordenó a un arquitecto real que construyera una gran cámara a un lado del palacio. Esta habitación no tenía venta­ nas, sólo una puerta que daba al tejado. Los muros y el suelo esta­ ban formados por sólidos bloques de piedra. Cuando el edificio fue terminado, llenó su nuevo tesoro con jarros de plata, cofres de joyas y otros muchos preciosos objetos. Los soldados hacían guar­ dia a la puerta del edificio, y Rhampsinitus estaba bastante seguro de que su tesoro se encontraba a salvo. Pasaron varios años y el arquitecto real se sintió enfermo, y pronto se enteró de que no le faltaba mucho para morir. Mamó a su mujer y a sus dos hijos junto a su cama y les dijo: — El faraón nunca se ha comportado generosamente conmigo, no soy hombre rico, pero he pensado en vuestro futuro. Las gran­ des piedras que forman el muro exterior parecen todas iguales, pero una de ellas está suelta y puede ser fácilmente movida por dos personas. Planeé esto pensando que mis dos hijos pudieran controlar el tesoro del faraón. Les dijo luego cómo podrían encontrar la piedra que estaba suelta, pero con su último aliento les aconsejó no dejarse llevar por la codicia. Una vez que su padre fue embalsamado y enterrado, los dos hermanos no tardaron en visitar el tesoro. Entre las tinieblas de la noche se deslizaron hacia el muro exterior del edificio y encontra­ ron el bloque de piedra que se encontraba suelto. Se deslizaron por el hueco y encajaron de nuevo la piedra para prevenir que alguien que pasara en ese momento diese la alarma. Una vez en su interior encendieron antorchas que llevaban consigo y quedaron admirados ante la espectacular visión del tesoro. Durante una hora deambularon de acá para allá probándose preciosos collares, oliendo exóticos perfumes y admirando doradas estatuas. Recordando que debían salir del lugar antes del amanecer,

cada uno de los hermanos se apropió de dos puñados de plata, y abandonando la estancia por la entrada secreta se precipitaron a su casa. Después ile esto, los hermanos fueron al edificio noche tras noche. Al principio eran muy precavidos, apropiándose sólo ele peque ñas cantidades de plata que difícilmente serían echadas en falta y gastando lentamente su nue­ va riqueza. No obstante, gradualmente, la vi sión del magnífico tesoro del faraón fue acre­ centando su codicia Los hermanos olvidaron la advertencia de su padre y comenzaron a lle­ nar sacos completos y a robar joyas para su madre, que ella no se atrevía a lucir. Un día, Rhampsinitus fue a recrearse admi­ rando su tesoro. El faraón encontró a la guar­ dia alerta en la puerta, pero nada más entrar en el edificio se dio cuenta de que algo había cam­ biado. Algunas de sus joyas favoritas habían desaparecido, y las jarras que antes rebosaban de plata estaban ahora medio vacías. El faraón se puso realmente furioso, pero no sabía quién era el culpable, ya que el rol» se había produ cido en un edificio sin ventanas, con una puer­ ta cerrada a cal y canto y vigilada por guardias. Ordenó que se tomaran más precauciones con respecto a la puerta, pero a la mañana si guíente la plata que contenían las jarras había disminuido. El faraón astutamente tendió crue­ les trampas en el interior del edificio y esperó pacientemente los resultados. Esa misma noche tos dos hermanos movie ron el bloque de piedra y se introdujeron en la cámara del tesoro. El hermano mayor corrió ambicioso hacia las jarras que contenían la plata y una de las trampas se cerró sobre él, rom piéndole ambas piernas. Su hermano trató de­ sesperadamente de liberarle, pero todo esfuer­ zo resultó en vano. Cuando se aproximaba el amanecer, el hermano mayor supo que estaba condenado al fracaso. — Hermano: me desangraré hasta morir antes del amanecer o los guardias del faraón me encontrarán y me matarán. Si me recono­ cen, toda nuestra familia será castigada. Salva a nuestra madre y a ti mismo, y mátame cortan dome la cabeza. El hermano pequeño estaba horrorizado ante semejante sugerencia, pero en el fondo de su corazón sabía que tendría que hacerlo. Puso fin a la agonía de su hermano con un fortísimo golpe en su cabeza, la cortó y la escondió tier­ namente bajo su capa.

A la mañana siguiente, el faraón y sus guardias quedaron estupefactos al encontrar el cuerpo sin cabeza en una de las trampas. No sabían por dónde había entrado el ladrón, así que Rhampsinitus estaba más confundido que nunca. — Este hombre debía tener algún cómplice — dijo el faraón, y ordenó que colgaran el cuerpo junto al muro exterior del palacio y que fuera custodiado por diez guardias. — Si ves a alguien que rompa a llorar cuan­ do pase junto al cuerpo — dijo Rhampsini tus— , arréstale al instante. La cal>eza del hermano mayor fue amoro­ samente enterrada por su familia, pero cuando su madre supo lo que había ocurrido con el cuerpo se quejó amargamente a su hijo peque­ ño, diciendo: — ¿Cómo podría alcanzar el espíritu de tu hermano los Campos Benditos con su cabeza enterrada en un lugar y su cuerpo en otro? I.e dijo a su hijo que rescatara el cuerpo, y cuando él se negó a hacerlo, ella le amenazó con denunciarle al faraón. El hermano vio que no tenía elección y se sentó a idear un plan. Al día siguiente por la tarde se disfrazó y se llevó dos asnos con odres llenos de vino. Condujo a los animales a lo largo de la calle junco a palacio como si se dirigiera a las coci­ nas reales. Intentó no mirar el horrible espec­ táculo que proporcionaba el cuerpo de su her­ mano colgado del muro, pero cuando pasaba junto a los guardias se las arregló para que chocaran los asnos, de forma que saltaron los tapones de dos odres. El vino salió a chorros y el hermano más joven se quedó dudando en medio de la calle. C on un ataque de nerviosismo como si no pu­ diera hacer frente a los animales. Viendo que ei buen vino se iba a desperdiciar, los guardias reales se acercaron al manantial para llenar los cuencos vacíos de la comida. El hermano les insultó fingiendo estar muy enojado, y en cerca de un minuto se las ingenió para poner de nue­ vo el tapón en los odres. I.a guardia real se api­ ñó a su alrededor bromeando a sus expensas, el hermano pareció recobrar su buen humor y, divertido, ofreció a los soldados como regalo uno de los odres que había perdido la mitad del vino. Los guardias, encantados, invitaron a beber al joven hermano, y todos juntos se sentaron a la sombra que proyectaba el muro.

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El vino circulaba de ruano en mano, y tras varias rondas el hermano fingió haber bebido más de la cuenta, y tambaleándose fue en bus­ ca de otro odre. Los soldados le vitorearon y de nuevo el vino fue circulando hasta que los soldados comenzaron a desvariar. Fue demasiado para los guardias; primero bromeaban y cantaban, más tarde se pelearon y lloraron, y por último, de uno en uno fueron quedándose traspuestos. El ciclo se teñía de luz crepuscular, y cuando el hermano se aseguró de que todos los soldados roncaban a pierna suelta se levantó de un brinco y cortó la cuer­ da que sostenía el cuerpo de su hermano. Lo cargó sobre uno de los asnos y cubriéndole con su capa regresó a su casa. Su madre se ale­ gró y se encargó de que secretamente el cuerpo fuera enterrado junto a la cabeza. A la mañana siguiente, los guardias se des­ pertaron con horrible dolor de cabeza, pero se sintieron aún peor cuando vieron que el cuer­ po del ladrón del tesoro había desaparecido. El faraón les castigó severamente, y aunque no pudo dejar de admirar la audacia del crimen, estaba más decidido que nunca a dar caza al ladrón. Rhampsinitus instaló a su hija en una casa en la ciudad e hizo que la joven prometiera que

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pasaría la noche con el hombre que le pudiese contar las cosas más malvadas y astutas trans­ curridas a lo largo de su vida, y que si alguno de ellos le hablaba del robo del tesoro gritara, y los soldados que previamente estarían escondi­ dos acudirían en su ayuda. La princesa en poco tiempo llegó a ser mo­ tivo de charla para todas las gentes de la ciu­ dad, y el joven hermano no pudo resistir la tentación de visitarla, pero antes de ir robó un brazo de casa de los embalsamadores y lo es­ condió bajo su capa. Llegó a casa de la princesa antes de que se hiciera noche cerrada, y tina vez allí fue conducido a su habitación. A pesar de la tenue luz proyectada por una sola lámpa­ ra. era evidente que la princesa era muy bella, pero él se sentó en el extremo del canapé más cercano a la puerta. Cuando la princesa le dijo que tomara su mano, el joven sacó la mano del muerto. La princesa la tomó entre las suyas y le dijo ineitantemente: — Cuéntame la acción más cruel e inteli­ gente que hayas llevado a cabo. Cuéntame la verdad y seré tuya. — Lo más cruel ha sido matar a mi hermano cortándole la cabeza — contestó el hermano— , pero él me lo pidió, pues estaba atrapado en la cámara del tesoro. La acción más inteligente fue robar el cuerpo de mi hermano emborra­ chando a los guardias. La princesa sabía que aquel jovel era el que su padre buscaba desesperadamente. Gritó di­ ciendo que tenía al hombre atrapado, pero cuando los soldados se precipitaron en la es­ tancia encontraron a la princesa desmayada con una repugnante mano junto a ella sobre el canapé. El joven hermano se había escapado bajo el oscuro manto de la noche, desapare­ ciendo por completo. Cuando el faraón supo lo ocurrido decidió que sería mejor tener a tan inteligente hombre como amigo en vez de como enemigo. Ofreció el indulto y una rica recompensa si el ladrón del tesoro se presentaba ante la corte. El her­ mano más joven confió en la palabra del fa­ raón y se presentó en palacio contando la his­ toria completa. Rhampsinitus recompensó al audaz ladrón, ofreciéndole a su hija en matri­ monio y haciéndole uno de sus principales concejales. Después de esto el hermano no vol­ vió a robar, poniendo su ingenio al servicio del faraón.

El viaje de Wenamón

A principios del siglo XI a. C , ligipto había perdido la mayor parte de su imperio después de que las misteriosas Gentes del Mar les hubieran invadido desde el Norte, conquistando gran parte de Siria y Palestina. En Egipto no pasó mucho tiempo sin que el mismo fa­ raón fuera contestado como gobernante, y el hombre más poderoso del Sur llegó a ser el sumo sacerdote de Amón, en Tebas. Un manus­ crito de hace tres mil años habla de lo que ocurrió cuando el sumo sacerdote Herihor envió un mensajero al Líbano. Cada año, la gran imagen de Amón-Ra, rey de los dioses, era trasladada a través del Nilo a la Ciudad de los Muertos, donde se reunía con Hathor, la diosa de la embriaguez. A medida que trans­ currían los años, la barca que trasladaba la divina imagen se fue de­ teriorando. El sumo sacerdote quería construir una nueva, pero los mal desarrollados árboles de Egipto no producían madera del largo y calidad adecuados. Sólo los famosos cedros del Líbano eran lo bastante buenos para construir la barca, asi que Herihor decidió en­ viar un mensajero al príncipe 1jekerbaal, que gobernaba el Líbano desde la ciudad de Biblos. El sumo sacerdote reunió plata y oro su­ ficiente para pagar la costosa madera, y eligió como mensajero a un sacerdote llamado Wenamón. Una figurilla de Amón del Camino se introdujo en un dorado santuario para que protegiera a Wena­ món durante su viaje. Tras el veloz viaje a través del Nilo, el mensajero de Herihor llegó a la ciudad de Tanis y se presentó en el palacio del príncipe Smendes, que era más poderoso en el Norte que el mismísimo fa­ raón. Wenamón le entregó la carta escrita ]x>r el sumo sacerdote en nombre de Amón, y un escriba la leyó en alta voz a Smendes y a su mujer, Teniamón. — Somos los sirvientes del rey de los dioses — dijeron el prínci­ pe y la princesa, y prometieron conseguir un barco para Wenamón y sus hombres, que le acompañarían y realizarían todo lo posible por el bien de la misión. Pasaron dos meses antes de que encontraran el barco apropia­ do, pero en el cuarto mes de verano, Wenamón condujo a bordo una de las vasijas más preciadas de Smendes y saludó al capitán sirio, Mengebet. Al día siguiente navegaron hacia el Norte, y permane­ cieron en la costa de Palestina hasta que fueron obligados a presen tarse en el puerto de Dor para abastecerse de provisiones frescas. Dor, en una ocasión, había formado parte del imjierio de Egipto. Ahora pertenecía al Tjeker, uno de los que había invadido Pales117

tina desde el Norte. Wenamón pensaba de ellos que no eran mucho mejores que los piratas, pero estuvo obligado a ser amable, pues necesi­ taba su ayuda durante el viaje. Beder, el tjeker príncipe de Dor, envió cin­ cuenta panes, una pierna de buey asada y vino. Wenamón y sus acompañantes se dispusieron a celebrar un banquete sobre cubierta. El vino pasó una y otra vez y Wenamón se quedó dormido en el mismo lugar donde se había sentado. Hasta la mañana siguiente nadie se dio cuenta de que uno de los tripulantes había desaparecido, llevándose todo el oro y la plata para pagar la madera. Wenamón estaba turbadísimo. •''Cómo po­ dría regresar a Egipto y contesar que 1c habían robado mientras dormía en cubierta bajo los efectos del vino? Corrió al palacio de Beder para averiguar lo sucedido. — He sido robado en tu puerto — comenzó Wenamón— . Tú eres el gobernador aquí, tú eres el encargado de la ley y del orden. Arresta al culpable y encuentra el botín. Pertenece a Amón-Ra, y si se pierde, Smendes y todos los nobles de Egipto, el sumo sacerdote de Amón y el príncipe de Biblos se enojarán. — ¿ Estás bromeando? — preguntó fría­ mente Beder— . ¿Qué derecho tienes a presen­ tarte dándome órdenes? Si el responsable ha sido un tjeker, reemplazaré el oro y la plata de mi propio tesoro. Pero si pertenece a tu tripu­ lación, no me concierne. Como favor al rey de los dioses, ordenaré que se busque minuciosa­ mente en el puerto. Quédate durante unos días y veremos si tu plata y oro aparecen. Wenamón regresó furibundo al barco y allí esperó durante nueve días. Al décimo fue a pa­ lacio y preguntó si su tesoro había sido encon­ trado. Beder simplemente sugirió que esperara algo más. Wenamón pensó que el príncipe no tenía en realidad ninguna intención de encon­ trar al malhechor. Así que dio órdenes de zar­ par al capitán Mengebet. Rumbo Norte, y pasado el gran puerto de Tiro, Wenamón meditó tristemente cómo con­ seguir de nuevo algo de valor para obtener la madera. A mitad de camino, entre Tiro y Bi blos, sobrepasaron el barco de un tjeker. Wena­ món, absolutamente desesperado, ordenó a sus hombres asaltarlo, cogiendo todo lo que hubiera de valor. Después de una desenfrenada lucha, la tripulación del pequeño barco fue dominada y obligada a hacer entrega de toda la plata que

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tuviera. La cantidad obtenida era similar a la que les robaron. — Ahora tú y tu tripulación quedáis en li bertad — dijo Wenamón al ultrajado tjeker— . Dile a Beder, tu príncipe, que te entregue mi plata cuando la encuentre. Wenamón se sentía muy satisfecho de sí mismo cuando su barco entró en el puerto de Biblos. Instaló un campamento en la orilla con una tienda especial para el santuario de Amón del Camino. El capitán Mengebet tenía otros encargos de Smendes, y el barco zarpó mien­ tras Wenamón enviaba un mensaje al príncipe Tjekerbaal para decir que había llegado. Al poco rato, el contramaestre del puerto se aproximó a las tiendas de los egipcios y dijo: — ¿Cómo te atreves a acampar aquí? — pre­ guntó— . ¡El príncipe de Biblos te ordena abandonar el puerto inmediatamente! — ¿Cómo podría hacerlo? — preguntó We­ namón— . No dispongo de barco. El contramaestre repitió al príncipe las pa­ labras de Wenamón, pero la orden fue que se fueran al instante. Cada día, el mensajero egipcio preguntaba si era posible ver al príncipe, y siempre se le negaba la propuesta. — Si quieres que me marche — dijo Wena­ món enojado— , proporcióname un barco. — iVete de mi puerto! — era la única res­ puesta. Tras un mes de humillaciones, Wenamón pudo marcharse. Cuando descubrió que había un barco procedente de Siria dispuesto a llevar pasajeros a Egipto ordenó a sus hombres que desmontaran las tiendas. A media tarde sólo quedaba la tienda de Amón del Camino. W enamón no soportó la idea de que los extranjeros miraran el santuario mofándose del dios, así que decidió esperar al anochecer para embarcar a Amón del Camino en el barco sirio. Esa misma tarde, el príncipe Tjekerbaal fue al principal templo de Biblos. Cuando se apro­ ximaba al altar de su diosa, transportando in­ cienso ardiendo, a uno de sus pajes 1c dio un extraño ataque. El joven se puso pálido, sus miembros se estremecieron, su cabeza se incli­ nó hacia uno de sus hombros y habló con una extraña voz. I odos supieron que había sido po­ seído por algún dios, y se precipitaron a su al­ rededor para poder escuchar lo que decía. — Traed a Amón del Camino — dijo el jo­ ven entrecortadamente— . Convocad al envia­

do que se encuentra con él. til rey de los dioses quiere que su mensajero sea escuchado. El joven se desmayó y rodos se apiñaron a su alrededor intentando hacerle revivir, mien­ tras Tjekerbaal se preguntaba si habría cometi­ do un error ignorando a Wenamón. Sabía que el inoportuno enviado partía esa misma noche, así que un mensajero corrió al puerto. En el mismo instante que Wenamón se in­ troducía en la tienda para coger el santuario de Amón del Camino, el contramaestre se precipi­ tó a su encuentro diciendo: — ¡No te vayas! El príncipe ordena que permanezcas hasta mañana. — ¿Es una ilusión óptica o eres tú el mis­ mo hombre que venía todas las mañanas a de­ cir: «¡Vete! ¡Abandona el puerto ahora mismo!»? — imitó Wenamón— : Tú quieres gastarme una broma. ¿Pretendes que pierda mi única oportunidad de regresar a casa para que maña­ na vuelvas a decirme: «¡vete!», y culparme de todo lo que te ocurra? A pesar de todos los esfuerzos que hizo el contramaestre, Wenamón rehusó creerle y si­ guió recogiendo su tienda. Cuando Tjekerbaal se enteró, dio orden de que el barco sino se quedara en el puerto. A la fuerza, Wenamón se quedó. A la mañana siguiente llegaron mensajeros que escoltaron al enviado egij'jcio, a través de Biblos, al palacio de Tjekerbaal. Wenamón se arrodilló ante el santuario de Amón del Cami­ no para suplicarle valor y buena dialéctica.

Tjekerbaal le recibió en una sala del piso alto con vistas al gran puerto. El príncipe esta­ ba sentado en una silla de marfil, de espaldas a la ventana, de tal modo que parecía como si las olas rompiesen sobre su cabeza. Vestía una costosa túnica color púrpura y llevaba anillos en todos los rechonchos dedos. Wenamón le hizo una reverencia y dijo educadamente: — Te traigo a Amón-Ra, rey de los dioses. — ¿Y cuándo dejaste el santo lugar de Amón? — preguntó el príncipe. — Hace cinco meses — contestó Wenamón. — Si esto es cierto — dijo Tjekerbaal— , tendrás una carta del sumo sacerdote como prueba de que eres quien dices. — Tenía una carta, pero se la entregué a Smendes. Tjekerbaal perdió la paciencia. — Ya veo, te presentas en mi palacio sin barco y sin carta y esperas que te haga caso. Probablemente, Smendes te envió en un barco sino para deshacerse de ti, esperando que con la fortuna de su lado, el capitán te arrojaría por la borda. — No se trataba de un barco sirio — pro­ testó Wenamón— . Era un barco egipcio, por­ que la tripulación servía a Smendes. — Bien, bien — dijo Tjekerbaal irritado— . ¿Qué es lo que quieres? Wenamón se acercó al príncipe, hasta que sólo les separó el ancho de una mesa de ébano. — He venido en busca de madera para re­ construir el barco sagrado de Amón, rey de los dioses. Sabes que tu padre y el padre de tu pa­ dre enviaron madera a Egipto. Es tu deber ha­ cer lo mismo. — Enviare madera a Egipto cuando Egipto pueda pagar por ella — dijo con brusquedad— . Es cierto que mis antecesores comerciaron con tus faraones, pero los cedros no se cortaban hasta que seis barcos egipcios descargaban sus bienes en el muelle de Biblos. Si no me crees, compruébalo en los informes. Él príncipe ordenó que le llevaran los in­ formes y tres escribas se presentaron tamba­ leándose bajo el peso de los amarillentos papi­ ros. Tjekerbaal cogió uno fechado en época de su bisabuelo y leyó la lista de los bienes facili tados por el faraón a cambio de la madera para los barcos. Sintiéndose cada vez más desalen­ tado, Wenamón escuchaba cabizbajo. — Si el gobernador de Egipto fuera mi jefe supremo — continuó el príncipe— , simple-

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mente me ordenaría cortar la madera sin esti­ pular forma de pago alguna, pero no lo es y no puede hacerlo. ¡No soy tu sirviente ni de nin­ guna persona que te envíe! Soy el señor del Lí­ bano. Cuando quiero, los árboles se talan y los troncos se conducen a la orilla. ino que uiilizaba Sctlv, abajo, los dos dioses luchando bajo las aguas en forma de hipopoiamos. Pág. 48. EL VIAJE DEL U.MA.— En el centro, una m o­ mia rodeada por su ka. Encima, el bu o alma en forma de garza real. Detrás, puerta del Mundo Subterráneo; abajo, asno engullendo serpientes y fuego, que simboli­ zan las rigurosas pruebas por las que ha de pasar el ba. En la base, una vasija que contiene el líquido utilizado para embalsamar, en forma de loto, símbolo de la resu­ rrección. Pág. 51. LOS SIETE AÑi>S DE 11 YMBRI..— Ll dios Khnum, con cabeza de carnero, liberando a Egipto de la sequía producida por la ausencia de inundaciones periódicas del Nilo. Pág. 53. EL REY M il I II V Los MACOS.-— Arriba, los co codrilos de cera cobrando vida. E n el centro, una de las mujeres que remaban en el barco de Sncferu y su amu­ leto de turquesa en forma de pez, que se le cayó al río en un momento de descuido. Abajo, ganso, (jato y buey, cuyas cabezas fueron unidas a sus respectivos cuerpos por el mago Djedi. Pág. 60. El. CAMPESINO ELOCUENTE.— Escenas de la vida cotidiana basadas en pinturas murales de c|x>ca: mujer y niño recolectando grano; fabricación de pan y cerveza; campesino con un burro cargüilo; escriba con papiros e instrumentos para la escritura. En el centro, el campesino expone su querella contra el oficial corrupto.

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Pág. 64. l | MARIM Ro n Aci h At.o.— La gigantesca ser­ piente aparece ante el marinero; frutas de la misteriosa isla. Abajo, hoguera. Pág. 69. LA CONQUISTA DE |OPI’A.— Carros de guerra egipcios y armas (cimitarra de bronce y bola pesada uti­ lizada para desnucar). Aba|o, estilizados dibujos de ciu­ dad amurallada; símbolos de campamento, y soldados cargando una cesta. Pág. 71. EL PRINCIPE CONDENADO.— El príncipe y sus destinos: el cocodrilo, la serpiente y el perro con el de­ monio del lago y la torre donde la princesa se encuentra encerrada. Pag. ??. LOS DOS HERMANOS.-— Mujeres de ambos her­ manos, enmarcadas por estilizados corazones. Arriba, el cedro; abajo, el laurel. I ritrc ambas figuras hay dos sar cófagos, simbolizando las muertes de las dos infieles mujeres. Pág. 84. LA CEGUERA D E VERDAD.— Mentira (arriba) divirtiéndose con la desgracia de Verdad. Abajo, Ver­ dad es descubierto por las sirvientas de Deseo, y más tarde permanecerá sentado y desesperado en su puerra. Abajo, Verdad consigue que finalmente se haga jus­ ticia. Pág. 86. EL l-'ARAÓN s o l. — Arriba, Akhcnaton cotí la doble corona. Abajo, el busto de N’efertiti de el-Amama. En el centro, el Aton (disco del sol) con rayos que terminan en unas manos que sujetan el símbolo de la vida. Pág. 88. LA PRLNCI.s\ DE BAKHTAN.-— El dios Khons provisto del cayado y el mayal, llevando la trenza que simboliza la infancia y el disco que representa la luna llena. Pag. 92. I I I IBRO DI THOT.— F.l príncijx' y su hermano llegando al interior de la tumba. Pág. 103. l-l jo v e n MAGO,-— Osiris con su corona de plumas esi :i sentado bajo un toldo dorarlo con una flor de loto; Anubis con cabeza de chacal, \Thot con caheza de ibis, ame él. En el centro, la balanza con el corazón de un muerto y las plumas de Verdad y la bestia que esjiera para devorar al condenado. Abajo, padre c hijo carn en el Mundo Subterráneo sin ser vistos por los de monios guardianes. Pág. 108. I \t arta SI LLADA.- I I cacique de Nubia con el papiro sellado Arriba, la madre del hechicero en forma de ganso. Abajo, el hechicero regresa a Egipto para vengarse. Pág. 114. I I. LADRON INGENIOSO.-— Manos de ladrón que roban típicas joyas egipcias de oro y plata. Abajo, estilizada cámara del tesoro y un odre que vierte vino sobre la escultura de una calxry.i cortada. Abajo, una trampa de cepo. Pág. 117. El VIAJE DE WENAMÓN — Los barcos de YVcnamón en plena tormenta; abajo, los majestuosos cedros del Líbano. Pág. 126. EGIPTO EN DECADENCIA;— Desmoronamien­ to de la realeza egipcia, representada por una estatua de Zoser. En las monedas, Alejandro Magno y Tolomeo I. En el centro, Cleopatra V il, Julio César y Marco Anto­ nio. Abajo, sobre el fondo de la silueta de la pirámide escalonada de Zoser, las influencias del Cristianismo y el Islam, simbolizadas por la cruz y la mano. Los dedos re­ presentan los cinco pilares del Islam, y la inscripción del brazo dice: «Dios es grande».

I larocris 21 llathor 13, 17. 20, 26. 2í>-33. 28, 30-31, 34. )4, 35. 36. 44. 46, 48.71,72, 73.83, 117 I latiba, princesa 125 Hch 20, 36 L uí Mimen! en turshki se rtfttnn t» fas iluilrticmes tu («lar. Hebel 20 l Ickct 25. 58. 59 Meliópolisl8, 20, 33, 35. 50. 58 Heraclcópolis 61 Campo de los Benditos 115 Al)u 35 Herihor, sumo sacerdote I 17 Campo de los |uncos 36, 50 A b u Simlx:l 88 Hermópolis 18. 50. I 10 f.im po de la Paz 36 Ahuere 93-102. 95 Hcródoto 114 Akenatun, laraón SO. K6-K~ Caos aguas del. 18, 1S IV, 20 HiCsOs 66, 88 (.aos. serpientes del 14. 18, 20, llititas 88. 126 Akhei Aion 86, 87 Alusiva 125 33. 36. 48 llorcmheb, general 87 Alejandro Magno 127 Cárter, Howard 11 llorus 17, 24. 16, 38, 39. 40. 41, (icsar, Julio 127, 130 Alejandría I27 41-47.48. 49,69. 102 Antón 18.20.68. 8 5. 87, 89, 11)9. Champí ilion, Jean 11 Huevo Primitivo 20 LIO, 11“. 119. 120, 121. 124. Chemmis, pantanos de 38, 39, 40 Ciudad de los Muertos (Necrópo­ Imhotep 14, 51-52 125. 126, 127. Amón-Ra, wr Amón lis). 49.92. 93, 102. 104, 117 Imperio Antiguo 12, 16. 48. 52, Cleopatra \II. rema 127, 13(1 Anionet 20 60. 64 (.ocodrilos de cuatro colas 50 Amenhotep 1. rey 68 Imperio Medio 12, 64. 66

Indice analítico

II 68

Cope», religión 12“ Coptos 84. 85, 93, 96, 9*

III 86 IV. ivr Akenatcm

98.

102

Anatolta 88

Cuarenta y Dos ¡ucees, I .os 105

Anliurcrau, príncipe 92. 92. 93, 97 Anpu 77-83. 77 Anubls 25, 49, 50.

U>6-107. 130 Anukis 25, 51, 52 Apohis 48 Apofis, rey 66 Asirla 126, 127 Aton 86, 87 Atenais, reina 37, 38 A varis 66, 68 Ay, visir 87

10).

Deir el-Medina 16. 17, 126 Delta del Nilo 12, 66. 69, 85. 8H. 105. 126 Deseo 84-85 Devorador, l-l H)}, 105 Djadjíicm.inkh 54-55, 56-5“

Baba 44 Babilonia 127 Bakhtan 88. 90 príncipe y princesa de 88, 90 Bancbdjed 44 Barca de los Millones de Artos, 22, 25. 40, 44, 48, 54) Boca, Ceremonia tic abrir la 49 Bata 77-83. 77 Baufrc, príncipe 56-57 Bcdcr 120 Bcntresh, princesa 89. 90. 90-91 Bes 17 Biblos 37, 38, 117, 120, 121. 122,125 principe de, ver Tjerkerbnal reina de, i>rr Arenáis Boca, Ceremonia de abrir la 40 Cacareador, lil tiran 20 Cairo, Museo del 11 Cambises, rey 127

Djcdi 57-58 D(cd-Sncferu 5" Dpchutycmbcb 89 Djhuty, general 69. 70 D o r 117, 120 I.gipto, Fundación de la Explora­ ción lie I I Lgtpto, Servicio de Antigüedades de 11 cl-Anurna 86 el-kah 33 Fvlefantma 51. 52 Embriaguez, diosa de la, rrr Hatbor Locada, l.a 22, 25, 41, 44, 45, 46,47,81,84, 85 Escritura jeroglifica 128-129 Lscritura hierática 128-129 liste, montañas del 85 Lttopía 51 Gel>21.21. 22, 22-23, 25, 34. 36 C-izeh 13, 15, 16. 53. 68 Guardián de las Puertas 105 1lardjede), príncipe 57-58 I larmachís 68

Libia 126 labro dé los Muertos 49. 50 Libro de la Vaca Divina 34 Londinium 127 Loto primilivo 18, 19, 20

Maat 12,50 Macedón la 127 Marco Antonio 127, 130 Mariette, Auguste 11 Mediterráneo, mar 12 Mehusekhe. princesa 103, 104, 108, 113 Mendes 4 1 Mencs 12 Mcutis 12, 13, 18, 20, 33. 53, 59. 68, 86. 92, 98, 102, 104. 105, 108. 112. 113, 127 Mcngebct 117, 120 Mentira 84-85, 84 Mernebptah. rey 97 Meroc, toro de 109, 1 12 Meskhenet 25. 58. 59 Min 25 Imperio Nuevo 12, 16, I T. 48. Montículo primitivo 20 Montuhotpc, rev 64 50. 68 Isis 21. 24-25. 36-40. 44. 45. 4 5, Mrib 93, 95, 96. 97, 98. 102 46, 47, 58, 59, 96. 102. 103. Mut 33, 68 105, 110, 12" Islam 127 Nabucodonosor, rey 127 Naharin 72-76, 88 Israel 126 rey de 72-76 Jalla, l'tr |oppa princesa de 72-76, 74-75 Jaira, principe heredero 53-57 Napata 126 Jartum 5 1 Napoleón, emperador 11 Jerusalén 127 Naunct 20 Ncbka, rey 53, 56 |oppa 69. 70 Nehkaurc, rey 60, 61 Jase 66 Judíos 127 Neferkaptah, príncipe 92-102, 94-95, 96-97 Nefertiti, reina 86, 86-87 Kadesh 88 Nderure, Ptr pnneesa de Bakhtan Kal 85 Neith 25, 44, 47 Karnak 68, 86, 87 \ekhbct 12, 25 Kck 20 Ncmti 44, 45, 45. 46 Iscket 20 N'emtinakht 60-62, 62-6) khucmwesc. Sema, príncipe 92, Nephtis 21, 25, 38. 40, 58. 59, 92-102. 94 95, 101, 103-106, 105 108-113 Nilo, río 12, 20. 22, 25. 27, 37, khaemwcse, visir 122 46, 47, 49. 51-52, 57, 60-62, khedive 11 81, 85,89. 97. 104. 117, 125 khepri 25, 68. rer Ra Nínive 127 kheraha 50 Noche, sol de 48. 50 khnum 13, 22, 25, 51, 51. 52. Nomcs 52, 60 58. 59.81 Nubia 26. 52. 64, 66, 68, 85, 86, khons 68, 88. XS, 89. 90 101. 102-113. 126 Ishor, lierr.i de 72 Nun 18. 20. 28. 34. 35, 36. 52 príncipe de 72, 76 Nut 21. 21, 22,22-2), 25. 34. 35. khufu, rey 13, 53-59, 54-55 36, 38, 47 khunanup 60, 60-62. 62-6) koptos, rtr Coptos Octavio (Augusto), emperador 127 Oeste, montañas del 46, 85 Lago del Alba 50 Líbano 117. 121 Oeste. Bello 38, 47. 48-50

131

Ogdóada 20, 34 Ojo de! Sol, ver I lathor Onuris 25

Ranisés (el Grande)

Seth 21. 25. 36-40. 41-47. 47, 48 Thutmosis I, rey 68 faraón 12. 88. 89, 92. 100, Set i I. rey 87, 88 III 68,69-70 IV 66-67, 68 Set na, wr Khaemwese, principe 102, 108. 109, 11), 126 Osms 17. 18. 21. 22, 25. 36-40. III (Rhampsinitus), faraón 114Shu 20, 21, 22. 25, 28. 34, 35. 36. Tiro 120 41, 44, 48-50, 103. 10), 104. 116. 126 41.44 Ttye, reina 86 105-1 Oí, 11)9, 1)3, 127 T|eker 117. 120-125 visir 87 Siamun 109-11 3 Rawosre 58-59 Siete llathors, I as 2!. 71, 72, 73, Tjekerbaal, príncipe 117-125 Palestina I I . 66, 68. 86. 87, 88. Reddedet 58-59, 60 Tolomeo. general 127 83 II? Reino de los Muertos 62, 93, Siria 68. 69, 86, 87. 117. 120. 121 Turquía 88 Smendes, príncipe 117, |20, 121, Tucanklumon, faraón (TutankhaPcifefi 60 104-105, 113 Persia 127 122. 124, 125 Rcn.cn utet 25 ton) 12, 34, 87 Pctric \V\11- 11 Sntettkbara, faraón 8~ Rcnsi 61, 62 I utankhaton, wr Tutankhamon Pirámide, l,.i Gran 16, 17, 53. 68 Reyes valle de los 11. 12, 87 Sneferu, rey 56, 57 Rhampsinitus, faraón, ver Ramsés Sobck 23 Pirámide, textos de la 16, 18 Uraeus, serpiente 20 Rojo, Mar 64 Sudán 51 P.)'c de N apata, rey 126 Primer Período Intermedio 60 Rosctta, piedra 11 Sun, faraón, r*r Akenaton Valle dei Cedro 80-81 Psainctico de Sais 127 Rüstau 50 del Templo 16 Ptah 18. 25. 53, 92, 98, 100, 104 Vaca Divina 34-36. 34, per \ut l'abubc 100, 101 Punt, sefior de 65 Sa-Nehesct 109, 112, 113 Verdad 84. 84-85 Tanis 117, 125, 126

Sa-Osiris, príncipe 103, 103 105,

Quina 11 Ra 18, 20, 21. 21. 22, 24. 24-25, 26. 27-29. 33. 34, 3-1-35. 36, 38. 40. 41. 44, 45, 46. 48. 58. 59, 68, 69, 73. 76, 80. 81, 87, 88, 97, 98, 109 Ra-Atum, »tr Ra Ra 1loraklikty, rrr R.i Ramesscum 88

132

plurilás de la 50, 105, ver también Maat Tebas 16. 33, 64, 66, 69. 86, 87, Sa-Pancshe 112, 113, ivr también Vida, casa de la 52, 104 88.89, 90. 117, 126. Sa-Osirís Tefcn 39 Sakhbu. señor de, ver Ra Wadjct 12,25 Tefnet 20, 22, 25, 34. 39 Sala de las Dos Verdades 50 Tentamón. princesa 117. 122, Webaoner 53-56 Wenamón 117, 120-125, 126 .Saris 25, 51. 52 125 Sed, festival 13 Thot 18, 21. 25, 26, 26, 26-33. Sckhmet 25. 7o 36, 37, 39. 40, 44, 46. 47. 48, Val, monte 84, 85 Sellos 25. 40 50. 52. 57. 38. 62-68. 97, 103, Sesh.it 25 105 Zoser. rey 13, 51, 52 K I9- In

Taweret 13, 17,25