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Gancho al corazón Derechos e-Book Milagro Gabriel Evans para nueva Editora Digital. ©Edición Octubre, 2013 @2013-10-10 Diseño General: Sofía Sosa [email protected] http://historiasdeamorydeseo.blogspot.com/

La licencia de este libro pertenece exclusivamente al comprador original. Duplicarlo o reproducirlo por cualquier medio es ilegal y constituye una violación a la ley de Derechos de Autor Internacional. Este e-Book no puede ser prestado legalmente ni regalado a otros. Ninguna parte de este e-Book puede ser compartida o reproducida sin el permiso expreso de su autor o la editorial.

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PRÓLOGO A LA MANERA DE RESUMEN

Les voy a contar mi historia, y como todo lo que tiene que ver conmigo, es genial, por decir lo menos. Bien es cierto que mi vida ahora no es como la soñé mientras crecía o reinaba en la escuela, pero sigue siendo fuente de envidia para muchos y de total espanto para otros. Suerte para mí que en estos momentos me importa una mierda lo que piensen los demás… Tengo que admitir que esta verdad me la enseñó mi amante. Mi

hombre

tiene

apenas

veinticinco

años,

piel

ligeramente

achocolatada y serios ojos azules, pero lo que más me gusta de él es su altura, metro noventa de músculos fibrosos y huesos sólidos. Amo peinar su largo cabello rubio en cientos de trenzas apretadas, las cuales caen como cascada hasta su media espalda. Nosotros hacemos un lindo contraste, donde su piel es morena, la mía es blanca, siendo él una torre, yo mido apenasmetro setenta y cinco de cuerpo esbelto. Nos vemos hermosos al estar juntos. Hasta mi cabello negro recortado por un profesional se ve interesante junto a las trenzas largas de mi amor. El cómo estamos juntos, el cómo terminó este rudo deportista emparejado con un “niño bien” como él me llama. Es sencillo, algo de

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artimañas de mi parte, sexo rudo de la suya…¿qué puedo decir? Lo amo, aunque no siempre fue así. Recuerdo como si fuera ayer cuando tenía mis recién cumplidos dieciocho años, estudiaba en una prestigiosa escuela europea, lugar donde las más frívolas y blasfemamente ricas familias enviaban a sus jóvenes vástagos. Yo era uno de esos chicos afortunados, jamás se me negó dinero, caprichos o lujos, reinaba sobre mis compañeros varones, ya que era una escuela de hombres. Lo único que no conocí fue el amor, la idea de una familia siempre fue para mí una asociación de personas que perpetuaban la riqueza recibida generaciones atrás.

En fin, no deseo cansarlos con este aburrido monólogo; mejor vamos al punto: aquí les dejo la historia de cómo dos galaxias tan diferentes se encontraron y se fusionaron convirtiéndose en lo que somos ahora. Un amor de los que te dan un gancho al corazón y te enseñan el por qué la sangre pesa más que el agua.

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CAPÍTULO 1

La escuela Saint Francis para hombres se alzaba en medio de un campo verde rodeado por un majestuoso bosque que le hace digna de una postal. En otro tiempo había sido uno de los castillo que utilizaba la nobleza para veranear; ahora era baluarte de la educación de los hijos de las mejores familias del mundo. Si eras alguien, tendrías a tus hijos entre la selecta lista de los escogidos a estudiar en ella. Eso sí, debes tomar en cuenta que al igual que en una prisión, la exclusiva compañía masculina hacía que ciertas necesidades tuvieran que ser solventadas según la ocasión con lo que tuviéramos más a la mano. Así que no era de extrañar que se dieran ciertas confianzas encubiertas en un secreto a voces. Claro que después de que los chicos se graduaran, una distinguida dama, de buena familia y fortuna consolidada sería la elegida

para

contraer

matrimonio.

La

riqueza

esta

aunada

a

la

responsabilidad de dar herederos, a nadie se le ocurría el pensar en una opción de vida diferente.

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Como un rey en sus dominios caminaba Damiam, vestido con un uniforme verde con el escudo de armas bordado en su chaqueta. Se movía con la elegancia que da el pertenecer a una de las familias más influyentes de este lado del mar. El séquito que le seguía eran los hijos de varios ministros, el sobrino de un rey y dos chicos cuyos padres tenían emporios comerciales desde que los vikingos robaban en los puertos. La entrada al comedor estaba planificada como todo en la vida de Damiam, su padre se lo había repetido mil veces: “los Delorca no le dejamos nada a la suerte”. Llegó justo a la hora que la puntualidad dictaba, entró por las amplias puertas al área del comedor, dejando claro cuál era su lugar en el mundo. Los

seiscientos

estudiantes,

todos

sentados

en

largas

mesas

acomodados según su estatus familiar, observaban la llegada del Delorca. Algunos intentaron fingir que ignoraban al heredero, otros le sonreían buscando ser reconocidos por este, la mayoría guardaba una respetuosa distancia. Nadie con una neurona que funcionara se metería en el camino de ese chico, una palabra suya y estarías condenado al ostracismo social. Adivinando lo que esos conejitos pensaban, Damiam se encaminó hasta su mesa habitual, justo a la derecha de donde el personal docente y dirección se sentaban. El pertenecer a una de las familias fundadoras del colegio aseguraba un lugar para él y para su descendencia hasta que esas 7

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viejas rocas se cayeran de viejas. El resto de su comitiva se acomodó según lo hacían siempre; el heredero solo se rodeaba de lo más selecto que el dinero pudiera seducir. El desayuno fue servido por el personal, vestido como lo harían los camareros del más fino restaurante, no se podía pedir menos para los nenes de papá. Damiam bebía su te despacio, como si el tiempo estuviera a su servicio, fingiendo una tranquilidad que no sentía. Su padre lo había llamado justo después de haber salido de la cama y poner los pies sobre la mullida alfombra de su habitación. Las palabras del hombre eran una advertencia clara, una amenazaba tan peligrosa como la cuchilla de la “Señora Guillotina”. Esta se cernía justo sobre su cabeza: —Ay de ti hijo, que denigres el nombre de la familia como lo hizo tu primo, te juro que su destino será un premio si lo comparas con lo que haré contigo. Damiam tragó el nudo que se le había formado en la garganta con ayuda del líquido caliente. Su primo había desaparecido desde hacía un mes y no se había sabido nada de él. El día anterior se había atrevido a preguntarle a su madre por él. Ella le pidió, con la frialdad acostumbrada, que se abstuviera de recordar que alguien como Fred había nacido en la familia.

Sabiendo

que

su

insistencia

acarrearía

que

progenitora se lo dijera a su padre, prefirió cambiar de tema. 8

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su

cariñosa

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Recordar las intrincadas políticas familiares solo le causaba dolor de cabeza, entonces para cambiar de tema Damiam prefirió desviar su atención al chismorreo a su alrededor. Por lo visto los chicos tenía un nuevo tema y no paraban de hablar de ello, un “si almuerzo no ceno”, se había colado entre los estudiantes causando diversión en unos y una reacción alérgica en otros. En otras palabras, un pobre que no debía estar ahí había ingresado a la escuela. Sorprendente, inaudito, inconcebible. No recordaba en su generación, ni en la de su padre que algo así hubiera ocurrido. La charla llamó de inmediato su atención. Dejó la servilleta, la cual tenía bordado a mano el escudo de armas de la escuela y se limpió una gota imaginaria que pendía de su barbilla. —¿Se puede saber de qué demonios están hablando? —preguntó en un tono de franco fastidio— ¿De quién hablan? ¿Algún hijo de un presidente de algún país tercermundista o el hijo de una de las amantes de un jeque petrolero? ¿De quién hablan? Sea quien sea no durará mucho, —Sonrió y se encogió de hombros dejando entrever que era cuestión de tiempo para mostrarle el camino de salida de la escuela al chico nuevo, mucho más si este no era de su total agrado. Los demás miembros de su mesa sonrieron como depredadores ante un pedazo de carne fresca, a falta de mujeres algunos se habían especializado en el fino arte de la distribución de información.

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—Nada de eso—respondió con evidente disfrute por darle la primicia su amigo por conveniencia—. Es aún peor. El chico rubio como trigo al sol, casi daba saltitos en su silla solo de imaginarse la cara de Damiam cuando terminara de contarle— A este chico puedes seguirle la línea familiar hasta dos generaciones atrás, creo que su abuela fue una rata de alcantarilla o algo así. Los demás soltaron una carcajada ahogada por las servilletas que habían puesto delicadamente sobre su boca al ver en Damiam una expresión nada elegante en la cara. —No jueguen—amonestó—.¿Es el hijo de un dictador de África? Si antes los acompañantes del heredero habían podido contener el escándalo, ahora si fue imposible. Merino, el chico rubio, había dejado caer la copa a causa de las carcajadas que no pudo evitar soltar, los otros miembros de

la

mesa

lo

secundaron logrando

que

los restantes

estudiantes levantaran sus cabezas curiosos. El suave tintineo de una copa al ser golpeada por un tenedor, se escuchó desde la mesa de los profesores, ya estaban debidamente regañados. —Más les vale que se dejen de jueguitos —advirtió Damiam en un tono engañosamente suave que no dejaba lugar para réplicas—comiencen a explicarse.

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Una vez recuperada la compostura, el hijo del primer ministro de Francia, tomó la palabra—Ninguno de nosotros está seguro de nada— habló con ese acento suyo que hacía a Damiam querer llevárselo nuevamente a los jardines del colegio al caer la noche— Solo sabemos que es un estudiante becado. El heredero le dedicó una mirada curiosa al travieso francés, si deseaba saber algo con cierta exactitud, ese hombre era la persona para consultarle. —¿Becado?— Sintió asco solo de pronunciar la palabra — Eso es imposible, sencillamente imposible. Patrick se encogió de hombros, en un gesto que en él era de sexy desinterés. —De un modo u otro estará aquí mañana—aclaró el francés— según corre el rumor es un rudo boxeador que se encargará de recibir por nosotros. —Las risitas morbosas no se hicieron esperar, cada quién sabían lo de todos y tenía lo suyo que ocultar aunque jamás se comentara en voz alta. El resto del desayuno pasó en un constante reciclar de cuentos traídos a colación desde el curso anterior. Quién de los graduados del año pasado se casó, con quién, cuántos aumentaron sus fortunas y qué otros habían acabados metidos en escándalos funestos. Por un momento Damiam había temido que el nombre de su primo saliera a colación, pero eso jamás sucedió. Al parecer su familia había realizado bien su trabajo en 11

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desviar la atención pública de “ese hecho vergonzoso” del cual ni él tenía noticia. El primer día de clases había transcurrido como el de todos los anteriores cursos, había recibido un par de propuestas abiertamente impúdicas de parte de unos mocosos de segundo año, una suerte que él cumpliera los dieciocho hasta algunos meses después, pudiendo darle alguna que otra lección a esos calienta camas sin acabar en la cárcel por corrupción de menores. Las palabras del director se escucharon como una copia al carbón de todas las anteriores ocasiones, la distribución de los folder de cuero italiano con los horarios y otras nimiedades, el ignorar a uno y saludar con fría cortesía a otros, todo era parte de una rutina preestablecida con la aburrida presteza del que sabe que no hay nada nuevo bajo el sol. El heredero de los de Delorca se dirigió a su habitación, la que no compartía con nadie. A los estudiantes que pagaban las más altas colegiaturas se les asignaba una parejas; luego los menos afortunados eran acomodados en grupos de tres. Damiam tenía un dormitorio para él solo. Ya se había encargado de dejar claro, que quién se atreviera a insistir en compartir su espacio privado, tenía los días contados en el colegio. Después de dos aleccionadores casos, nadie había querido probar suerte. 12

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Cerrando la puerta tras de sí, Damiam se quitó la chaqueta del uniforme, dejándola cuidadosamente doblada sobre una silla, colocando sus pantalones sobre esta, los zapatos y las medias junto a las patas de madera en el piso. Apenas en ropa interior entró al cuarto de baño, la tina estaba preparada, llena de agua caliente y sales minerales. Siempre que regresaba de las vacaciones con su amorosa familia, volvía queriendo enterrarse en los terrenos del colegio para no tener que repetir la experiencia. Según las insistentes habladurías, mañana conocería al “Ratón de alcantarilla” que se había atrevido a entrar al territorio vedado para los de su clase, por ahora disfrutaría de su delicioso baño, mañana ya vería como lograr que el universo recuperara su orden natural.

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CAPÍTULO 2

Apenas se estaba levantando de la cama Damiam, cuando recibió la puntual llamada de su progenitor. El hombre le hacía las preguntas de rigor acerca de si estaba siendo tratado como un Delorca se merecía. Luego de esto le recordaba sus obligaciones para con la familia, y en fin, esa sería la última llamada que esperaba recibir de ese hombre en los próximos meses, a menos que alguna desgracia familiar necesitara ser informada o quizás un castigo impartido por algo de lo que seguramente sería responsable. Una vez terminada la llamada, el heredero se dejó caer nuevamente en la cama, al menos se divertiría con el “come cuando hay” como lo llamaba mentalmente, que había invadido su colegio. Esa sería una buena excusa para poner la mente en otra cosa que no fueran las sutilizas familiares. Con esa idea como meta, se puso nuevamente de pie, una ducha rápida y estaría listo. Frente al espejo cepilló su sedoso cabello negro, teniendo cuidado de no echar a perder el estilo de su corte conservador pero moderno, corto en la parte baja de la cabeza y algo más largo en la parte superior, dejando que algunos mechones cayeran descuidadamente sobre su blanca frente. Unas cuantas llamadas, algunas amenazas y no menos chantajes 14

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le habían costado el obtener la codiciada cita con el estilista de la casa real de Inglaterra. Los Delorca no dejaban nada a la suerte y él se había asegurado de que su entrada a clases dejara claro que en su último año en el colegio seguiría siendo el amo y señor. Sabiéndose un rey sin corona, caminó por el amplio pasillo, hasta encontrarse a los otros chicos que se hacían pasar por sus amigos. Una suerte que su padre le hubiera dejado bien claro que el dinero no tiene amigos, solo adoradores. Después de los saludos de rigor, se dirigieron juntos como era su costumbre para desayunar en el comedor. Al entrar, Damiam notó que el silencio en el lugar era sepulcral. El aire estaba lleno de expectativa, de seguro el “come pan duro” estaba en algún lugar entre las mesas. Decidido a no darle más importancia de la que el tipo merecía, caminó directo hacía su mesa, negándose a buscar con la mirada al estudiante nuevo. —Ese es el pobretón del que te hablé— Patrick susurró al oído de Damiam, causándole un estremecimiento a sus alborotadas hormonas —y como te dije— se acercó un poco más a su antiguo amante— entró aquí con una beca deportiva. Será nuestro representante de boxeo. —Así que a nuestro magnánimo Consejo Escolar le dio por hacer caridad—no pudo evitar comentar Damiam mientras mordía tan fuerte que

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las encías le comenzaron a doler.—Campeón de boxeo o no, ese “nieto de rata”, se marcha. Merino que había escuchado en silencio el intercambio entre sus dos compañeros, se sirvió un poco más de té en su taza —Antes de decir algo como eso— advirtió el rubio— deberías ver lo grandote que es. Como si de una orden se tratara, Damiam volvió la cabeza hasta el lugar donde sus amigos lanzaban miraditas furtivas. Y allí estaba. El tipo era un gigante, cuando menos debería medir no menos del metro noventa de sólidos músculos que amenazaban con reventar la chaqueta del uniforme del colegio. El cabello rubio estaba peinado en cientos de trenzas atadas con ligas de colores, contrastando con una piel color caramelo y un rostro de facciones rudas sin dejar de ser hermosas. Como una de esas estatuas griegas que su padre coleccionaba en secreto. —¿Qué te parece? —preguntó Shakay, el hijo de un príncipe del desierto— ¿Todavía piensas que podrás con él? Damiam estudio al susodicho desde su lugar en la mesa de los privilegiados. El hombre estaba concentrado en su comida, como si el resto del mundo fuera nada más que una mierda en su zapato. Los movimientos del boxeador eran lentos, firmes. Daba toda la idea de estar

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comiendo con indefensos niños de primaria, ignorando que ellos eran los herederos que tendrían al mundo en sus manos en la próxima generación. Apretando los labios, su boca formó un línea terca— Le doy una semana antes de enviarlo a limpiar caños a Tanzania. Los otros miembros de la mesa observaron detenidamente al hijo de los de Delorca, estaban seguros de que cumpliría su palabra de un modo u otro. —Una lástima—interrumpió el silencio que se había hecho en la mesa un pelirrojo que por regla general era muy callado—De algo estoy seguro: él sí que podría patearle el culo a esos aventajados de San Miguel. Patrick lo escuchó pero se encogió de hombros como hacía siempre que la conversación no se centraba en él—¿A quién importa?—se quejó más que preguntó—. Somos buenos en ajedrez, expertos en debate, sabemos más de tres idiomas a la perfección y entendemos otros tantos más, ¡Qué nos importa que nos ganen en dar puñetazos como hombres de las cavernas! —No olviden el vergonzoso marcador que tuvimos con el equipo de fútbol. —hizo un pucherito Reinero, dándole una imagen de duendecillo pelirrojo—. Tal vez hagan venir a once jugadores con ese molde del boxeador. Los demás compañeros de la mesa parecieron pensarlo un poco 17

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—No se atreverían… Puso en palabras un chico que estaba hasta el final de los lugares, luego como si meditara en la situación, y luego exigió— Damiam, tienes que hacer algo. El heredero guardó silencio, sin quitarle la vista al boxeador más que para parpadear, estudiando a su enemigo. Su mente maquiavélica ya estaba pensando en todos los posibles escenarios. Un chico “ropa prestada” no le iba a hacer perder más que unos minutos de su tiempo antes de poder regresarlo a las cloacas.

Miguel no pudo evitar sonreír, sin necesidad de levantar la vista. Sabía que estaba siendo el objeto de vigilancia por parte del mocoso de cabello negro y terca boquita rosa. Jugando con su tasa de café, pudo notar como todos guardaban silencio al verle entrar acompañado por un puñado de muñequitas de escaparate que parecían poder romperse con una suave brisa. Una cosita como esa no sobreviviría ni un día en las calles donde él había crecido.

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Los chicos en la mesa en que le había tocado sentarse, le miraban de reojo, tratando de hacerlo sentir incómodo. Según ellos, lo castigaban con

el

látigo

de

la

indiferencia.

Miguel

se

encogió

de

hombros

mentalmente. No había mayor favor que le pudieran hacer que el que le dejaran en paz. Probando nuevamente su café, trató de planear lo que haría a continuación. Todavía sus maletas estaban en la oficina del director, según este, faltaban algunos detalles antes de acomodarlo en la habitación que ocuparía por el resto del año. Unas sonoras carcajadas hicieron que Miguel dejara sus insípidas tostadas para ver qué pasaba en la mesa del “muñequito”. Al parecer esas máscaras podían flexionarse lo suficiente como para formar una risa, Interesante pensó el boxeador dejando que su mirada se posara sobre el que parecía el líder de esa extraña manada. Contrario a lo que el chico rudo esperaba imaginar, lo que vio en esos ojos verdes que le miraban desde la mesa contraria, era fuego puro. Antes había visto esa expresión de molestia, esos aires de soy la mierda más peligrosa de por aquí, claro que enfundada en un tipo con tatuajes, de más de dos metros de alto y que no era otro que su primo, el pandillero, no en ese estuchecito de monadas.

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Por un momento le sostuvo la mirada al “muñequito”. Lo hubiera seguido haciendo sino fuera porque un tipo delgaducho le estorbó el campo de visión. Dándole un buen bocado al tocino con huevo, pensó: El mocoso es un reto que no puedo rechazar. Al parecer debajo de ese uniforme a medida y ese corte de cabello a lo estrella de cine, había un hombre… Uno pequeño, recalcó lo de pequeño, una suerte que su abuela lo advirtiera a cerca de toparse con un bocadito como ese. Los leones más grandes solían caer en trampas pequeñas. Damiam Antoneth DelorcaIV jamás se había sentido tan ofendido en toda su maldita vida, ese “destapa caños” le miraba como si fueran iguales, y lo peor de todo, al devolverle el gesto, le había sostenido la mirada sin mostrar ningún signo de respeto ante la diferencia de categorías. Mirándolo de pronto se encontró moviéndose en su asiento. Tenía que admitir que si una persona deseara tener fotografías para masturbarse, ese hombre sería el candidato ideal para ello. Era digno de ser usado en la cama, claro, si te gusta montar toros salvajes, pensó, cosa que a él no. Sus gustos, como todo en su vida, eran finos y elegantes, en su cama solo había cabida para personas que conocieran las reglas del juego. Si deseara amaestrar animales salvajes, trabajaría en un circo. 20

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De pronto comprendió que sus miradas estaban en una avinagrada lucha de poderes, por un lado él pensando en monturas… y del otro lado el mastodonte… hasta que la mascota del director estorbó la ruta de la mejor mirada de odio que había dedicado en días. —¡Buenos días, señor Delorca! —Saludó el chico flacucho que hacía las veces de secretario, amante y lame botas del director. Damiam enarcó una ceja, sin dejar de untar mantequilla a su pan recién horneado, se tomó su tiempo para contestar. —Supongo que para algunos tener comida en la mesa es un buen día— le dedicó su selecto tono de burla— así que para ti debe de serlo. El secretario apretó los dientes tan fuerte, que a Damiam le pareció escuchar cómo algunos de estos se astillaban. Desde que ese impertinente mocoso le servía de colchón al director, se creía más de lo que en realidad era. —El señor director le solicita en su oficina— le dijo de rodeos, siempre de una manera respetuosa, aunque se notara a leguas lo que en realidad quería decirle al, para él, insufrible heredero. Damiam sonrió ignorando las miradas preocupadas de sus otros compañeros de mesa. Usualmente el director no llamaba a nadie a esas horas de la mañana, a menos que el infierno no pudiera esperar para ser atizado con alguna pobre alma en desgracia. 21

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—Dile al señor Dantino—le respondió Damiam sin dar a conocer la menor pista de que estuviera preocupado— que iré a hablar con él en cuanto tenga tiempo para hacerlo. El secretario arrugó levemente el ceño, cada día odiaba más a ese comemierda, que de no ser por la gran fortuna familiar que lo apadrinaba, no sería más que una suciedad embarrada en el piso. —Al señor director no le va a gustar la noticia—contestó tragándose su molestia—. Pero supongo que ya está advertido. Con su permiso. —Se despidió con una leve inclinación de cabeza. Shakay, hijo del desierto, como a él le gustaba que le llamaran, le dedicó una mirada de profunda preocupación—¿Sabes cómo le llaman a los hombres como tú en mi país? Damiam se encogió de hombros, no sabía y poco le importaba la respuesta. —Tontos—se respondió a sí mismo Shakay—. Solo un tonto le moja la cola a la serpiente solo para ver si ésta es venenosa o no—. Nadie se rio en la mesa, aunque el comentario bien podría haber pasado por chiste.

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CAPÍTULO 3

El heredero simplemente continuó con su desayuno como si el planeta tuviera que dejar de girar hasta que él terminara con lo suyo. Bien era cierto que sabía los riesgos que conllevaba hacerse enemigo del director, pero también tenía claro que bajar la cabeza ante él haría que perdiera el respeto de sus compañeros. Un Delorca es servido, jamás es la alfombra de nadie. Ahora que tampoco era idiota, tenía algunas cartas bajo la manga que eran su seguro en caso de necesidad, si el director hacía algo en su contra, él también podía jugar el mismo juego. Después del desayuno Damiam se unió a sus compañeros en la clase de matemática, sin poderlo evitar hecho un vistazo por los pasillos a ver si se topaba con el boxeador. Por lo visto el chico había entendido que no era bienvenido, con suerte había tomado sus cosas y regresado al agujero de donde había salido. Sintiéndose más tranquilo se dedicó a los aburridos problemas de algebra. —¿A dónde vas? —preguntó Reinero al ver que el pelinegro se dirigía en dirección contraria al aula de literatura, donde se impartía la próxima clase.

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—Voy a honrar con mi presencia al señor director—respondió con mofa sin voltear a ver al pelirrojo. En realidad se estaba muriendo de la curiosidad, por mucho que no le gustara admitirlo. Al llegar al Damiam a la sección administrativa, lo primero que vio fue al secretarito de segunda mano —Avísele al director que ya estoy aquí— hablo sin ninguna ceremonia, no quería darle más importancia de la que merecía. El chico acomodó sobre el escritorio el expediente que tenía en la mano, luego levantó la vista para dirigirle una mirada casi divertida al heredero. Como si supiera algo que realmente me hará retorcerme hasta la médula. Por un momento se puso nervioso, algo se traía el director y la mirada del chico solo se lo confirmaba. ¿Qué es? Si el chico se dio cuenta o no de la línea de pensamiento de Damiam, eso fue todo un misterio. Damiam simplemente se quedó esperando que el chico le dijera cuando podía entrar a la oficina del director.

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Con gran tranquilidad el secretario levantó el teléfono, unas breves palabras con su jefe y luego le indicó a Damiam que ya podía entrar. El heredero caminó hasta la pesada puerta de roble, una vez el secretario la abrió, entró sin dirigirle una segunda mirada. En el interior la oficina del director se veía sombría, elegante y antigua, como todo en el resto del colegio, haciendo perfecto juego con el señor Dantino. El hombre de carnes rellenas, cabeza calva y sus cuarenta y tantos años mal disimulados, le esperaba sentado en el sillón tras el escritorio. —Veo que por fin se digna a visitarme— el tono condescendiente del director puso en guardia a Damiam. No era precisamente lo que esperaba del hombre, por lo general adquiría un tono rojizo, dilatada la mirada y se ensanchaba la nariz en rictus de enojo disfrazado cuando lo hacían esperar. —Tenía una clase a la que asistir. —se encogió de hombros mientras aceptaba sentarse en la silla que el señor director le indicaba con un ademán de su mano derecha—. Pero ahora tengo tiempo. El señor Dantino puso ambas manos regordetas sobre el escritorio, la espalda recta y una sonrisa relajada que hizo que la piel de Damiam se erizara— Me alegra saber que en este momento puede prestar toda su atención a esta conversación. —soltó un suspiro cansado—. Lo que tengo que decirle es de suma importancia, joven Delorca. 25

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Los ojos verdes de Damiam no expresaron ninguna emoción, había tenido conversaciones peores con su amado padre, con más temidas consecuencias. Ese hombre con ínfulas de importante no era más que un pequeño escollo a superar. —Soy todo oído, señor director— respondió con la frialdad digna de un Delorca— No es mi intensión hacerlo perder el tiempo más de lo necesario. El señor Dantino estuvo de acuerdo moviendo la cabeza de manera afirmativa. —Tiene toda la razón, creo que lo mejor es ir directo al punto. La luz del sol mañanero entraba por la ventana iluminando las maderas oscuras de los muebles de la oficina, como si quisiera dar prueba de que fuera de esas gruesas paredes, todavía había vida en este planeta. Damiam se encogió mentalmente, aunque por fuera daba la imagen de estar relajado, un mal presentimiento le pellizcaba el alma. Estaba seguro que lo que le esperaba sería malo. Tratando de apaciguarse a sí mismo, hizo un recuento de las armas que tenía para defenderse de las ideas erráticas del señor Dantino. —Supongo que si de algo puedo servirle… —deslizó cauteloso Damiam escondiendo su ansiedad—.Será cosa de hablar.

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El director sonrió de esa manera suya que nada tenía que ver con la alegría— Lo que tengo que pedirte es de vital importancia, un encargo del Consejo Escolar. —Puso la mejor cara de gravedad—. Se necesita el apoyo de un estudiante aventajado, de buenas calificaciones y con suficiente influencia en la escuela como para que los otros estudiantes no le causen problemas —hizo una pausa para tomar aire y descargó: — al chico nuevo. Ahora sí el señor Dantino por primera vez tenía toda la atención de Damiam. Puede que su cara impasible desde fuera no se viera en lo más mínimo preocupada, pero por dentro… la procesiónera muy distinta. —¿Podría ser más claro?— pidió Damiam arrugando levemente el ceño. Acomodando un mechón de cabello negro que había caído sobre su frente. —Bien —continuo el director— todo se reduce a que el Consejo Escolar necesita levantar el nivel de esta escuela en el área deportiva. San Miguel ha pregonado a los cuatro vientos que limpia el piso con nosotros y eso no puede permitirse más. —¿Y la solución es…? —Increpó Damiam ya sin importarle demostrar lo molesto que estaba comenzando a sentirse.

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—La solución ha sido traer al joven Miguel Rodríguez, es una promesa en el boxeo, con él en nuestro equipo, terminaremos con la mala racha que hemos estado teniendo. —No veo que eso tenga que importarme a mí— enderezo aún más la espalda, despegándose del respaldo del sillón, los ojos verdes eran dos ascuas furiosas— Hasta ahora lo que entiendo es que han traído a un estudiante que no estará al mismo nivel de los demás, tanto académica como culturalmente. Es como traer a un cerdo a una fiesta de té… Si para lo que me llamó es para saber mi opinión, desde ya ledigo que los señores del Consejo Escolar están tomando una pésima decisión. Con esto bajaremos de estatus solo con respirar su mismo aire. El cuerpo regordete del director se erizó casi imperceptiblemente, el hombre estaba comenzando a enfadarse — En ningún momento se le ha pedido su opinión, señor Delorca, la decisión ha sido tomada por adultos que no necesitan la aprobación de un estudiante. Damiam guardó silencio, las manos puestas sobre su regazo, los hombros rectos, nada en su porte estaba fuera de lugar. Sabiendo que solo debía esperar, mantuvo su posición escuchando los intentos del director por ser tomado en cuenta—De lo único que usted tiene que preocuparse— continuó el señor Dantino— es de cumplir la parte que le corresponde. 28

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—Sacar al chico de esta escuela—aclaró el heredero— porque eso es lo único que voya hacer en todo este asunto. El director se puso de pie, caminando hasta el ventanal abierto, aspiró profundo, dejando que la brisa fresca llenara sus pulmones, estaba luchando con todas sus fuerzas para no reírse en la cara del mocoso— Usted será el compañero del cuarto del señor Rodríguez— le explico dándole la espalda a Damiam— será el encargado de ponerle al día con las materias y de instruirle en lo básico para que sobreviva en este colegio… Damiam olvido por completo las buenas maneras, poniéndose de pie tan rápido que tiró la pesada silla contra el piso— ¡Se ha usted vuelto loco!... ¡Mi padre sabrá de este atropello! —Temía que dijera eso— le dio la cara al chico. Su rostro tenía una expresión de fingida conmiseración— así que tomé algunas medidas para tener su total cooperación en este sentido. —¿Qué intenta decirme? — Apretó los puños a ambos lados de la cadera. El director se tomó su tiempo, regresando hasta su sillón tras el escritorio, y se dejó caer en él. Con la misma lentitud de movimientos, abrió la gaveta que estaba a su derecha, sacando un folder amarillo— Al parecer usted y el hijo del señor ministro de Francia, han estado teniendo algunos encuentros de índole íntima… 29

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—Ahora resulta que se excita con la vida privada de sus estudiantes— gruñó Damiam entre dientes al observar las fotografías que contenía dicho folder— por qué no veo otra razón para que me las muestre. —Digamos que según sé, su señor padre está en este momento en una situación algo delicada con el padre de este chico. Al parecer no le quieren otorgar unos permisos de construcción en la capital, y solo el primer ministro podría ayudarlo con su problema. Damiam tragó en seco, estaba comenzando a entender por dónde iba la cosa y no le estaba gustando nada. La voz del director lo sacó de sus pensamientos. —Me pregunto… qué pasaría si se colaran estas fotografías a los medios de comunicación. —¿Me está chantajeando?

—Hizo la pregunta obvia, sabiendo

perfectamente cuál era la respuesta, el tono de su voz mostraba su enojo. —Digamos que ambos nos veremos beneficiados con todo este asunto—aclaró el hombre mayor— Yo corregiré un problema que me preocupa y usted servirá a su amada institución. —Señor director—Damiam pusolas palmas de las manos sobre la superficie de madera del escritorio, inclinando el cuerpo hacia el frente—.

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Esta me la paga— fueron sus últimas palabras antes de darse la vuelta, en busca de la salida. —¡Qué tenga un buen día, señor Delorca! —escuchó Damiam justo antes de cerrar la puerta tras él. Al encontrarse fuera de la oficina, dejó salir el aire lentamente, tratando controlarse. La sonrisa socarrona del maldito secretario fue suficiente para hacerlo reaccionar, jamás le daría el gusto de saber hasta qué punto lo habían jodido. Si su padre llegara a enterarse de que él era el guía turístico de un “canguro boxeador”, mejor sería que se enterrara vivo en los jardines de la escuela, pero… por otro lado, si las fotos salían a la luz pública, la idea de un tiro en la cabeza sería buena en comparación.

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CAPÍTULO 4

Con la cabeza en alto y un andar pausado, Damiam pasó junto al pequeño escritorio del secretario, ignorándolo como quién ignora una mierda en el parque. Recuperando el aplomo, el heredero decidió que apenas resolviera su pequeño problema con el boxeador, le enseñaría a ese felpudo del secretarucho cuál era su lugar en el mundo. Nadie se metía con él y esperaba salir ileso. Dejando atrás la zona administrativa, Damiam disimuló lo mejor que pudo su molestia. Si pretendes engañar a tus enemigos, hay que primero timar a tus amigos, con eso en mente siguió por los largos pasillos ahora desiertos, todos los estudiantes estaban en las aulas recibiendo sus lecciones. Sin muchas ganas se fijó en el reloj de platino que adornaba su muñeca, faltaba poco para que llegara la hora del almuerzo, no valía la pena llegar a la clase de literatura. Lo mejor era ir hasta su habitación y enfriarun poco la cabeza antes de enfrentar las preguntas de sus compañeros. Por un momento Damiam estuvo a punto de dar de patas y halarse el cabello al recordar que su habitación pronto no sería solo suya,

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laidea de compartir su espacio con ese bruto hacía que su estómago se contrajera. Maldita sea mi suerte— pensó con ganas de darle a alguien un puñetazo por muy incivilizado que fuera el gesto. Apenas llegó al dormitorio, Damiam cerró la puerta, recostó su cabeza en la madera mientras pensaba en la manera más cruel de vengarse del director y su mascota. El muy desgraciado le tenía por las pelotas. Por el momento, aceptar su chantaje era la única alternativa, el señor Delorca podía hacerse de la vista gorda con que se follara a medio colegio, pero un escándalo que afectara los negocios de la familia, era inaceptable. Un escalofrío recorrió la espina dorsal al recordar la historia de su primo, el miedo era la primera enseñanza que se aprendía en la familia Delorca. Se puso de pie, molesto con su uniforme. Se quitó la chaqueta yla dejó sobre la silla del pequeño escritorio.Sintiéndose frustrado, furioso y todo al mismo tiempo,caminó al baño. En ellavado se refrescó la cara; dejó a propósito que el agua helada golpeara su pálido rostro. La vista que le devolvió el espejo de la pared era tan buena como siempre: el cabello negro bien arreglado, las facciones finas de aires aristocráticos, los interesantes ojos verdes rasgados,más de uno de sus amantes le había dicho que eran como los de un gato. Nunca supo si era un halago u ofensa. 33

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Damiam era consciente de cómo se veía y lo veían los demás:belleza física, una mente sagaz y como si fuera poco, heredero de una familia cuyos antepasados se habían podrido en dinero casi al mismo tiempo que este se inventara.Por ahora tomaría el asunto con el boxeador con algo de filosofía, después de todo, tener un perro no sería algo tan malo. Hasta su propio padre podría estar de acuerdo con algo así. Ahora…el secretario y el director eran otra historia, una que tendría un final de novela trágica, de eso él se encargaría. Al salir del baño el chico encontró una pequeña maleta que antes no estaba

allí,

más

bien

parecía

una

blasfemia:

imitación

de

cuero

desgastado sobre la cama cubierta del más fino lino egipcio. De seguro uno de los sirvientes había entrado dejando ese pedazo de basura sobre la cama vecina. La idea de compartir habitación hizo que se le revolviera el estómago, pero con una sonrisa trato de darse valor a sí mismo. Ese sería el precio a pagar con tal de tener su propio perro. Sin querer darle muchas más vueltas a su situación, Damiam se puso nuevamente la chaqueta y salió de la habitación, el almuerzo debía de estar siendo servido para ese momento. En el pasillo se encontró a uno de los chicos de segundo año, una florecita que le había estado persiguiendo por días, lástima que en ese momento no tenía cabeza ni ganas que para otra cosa que no fuera salir bien librado de tanto enredo.

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Poniendo como excusa que tenía que arreglar unos asuntos con Reinero, dejo al muchacho con una promesa de verse luego. En el comedor las cosas eran tal y como siempre. Miraditas de chicos pidiendo una oportunidad en su cama, otros tantos queriendo acercarse para hablar con él sobre alguna estupidez, y no faltaba aquel que lleno de envida le lanzara miradas molestas ante la imposibilidad de competir con él. Las cosas hubieran seguido el orden natural, de no ser por la mirada que sintió clavada en la espalda. Miguel había estado estudiando al chico, la manera en que se movía, la sonrisa falsa, el modo en que ignoraba a unos y hacía el teatro de escuchar a otros. En resumidas cuentas, de no ser por esa mirada verde, sólida y llena de vibrante energía, el boxeador hubiera pensado que ese chico no era más que una linda muñeca de porcelana al igual que todos los demás. Ahora faltaba saber si ese fuego también circulaba por esas venas aristocráticas, con algo de suerte sus días en esa escuela de mierda tendrían algo interesante que ofrecer. El vigilado chico llegó hasta su mesa, los del servicio se acercaron para atender a los estudiantes que entre pláticas susurradas se habían acomodado en sus lugares. Miguel nunca creyó que extrañaría tanto a los patanes de sus compañeros del instituto, al menos si alguien tenía algo contra otro, era cosa de darle una buena paliza y arreglarlo como 35

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hombres, aquí todo se trataba de habladurías por lo bajo y miraditas afectadas, donde lo peor que te podía pasar es que no te hablaran. Sin querer el boxeador se rio solo, esos mocosos no aguantarían ni quince minutos en las calles de su barrio. Levantando la vista de su plato de carne de aspecto irreconocible, pudo ver unos ojos verdes que le observaban como si él fuera la ofensiva mierda de su zapato. Una suerte que el boxeador fuera inmune a esas majaderías, así que simplemente le dio un guiño, disfrutando grandemente cuando la furia le dio un color rosado a las pálidas mejillas del principito. Síp, por lo visto el chico tenía sangre en las venas y no era precisamente azul. Sin poderlo soportar más, Damiam se puso de pie, tirando la servilleta sobre la mesa. Patricktrató de detenerlo colocando suavemente la mano sobre el brazo de su compañero en fuga, pero este le dedicó una mirada helada que lo hizo retirarla como si hubiera tocado fuego. —¿Qué te pasa? —Fue la pregunta susurrada por parte del francés. —Si supieras…— fue la críptica respuesta de Damiam antes de salir del comedor cargando la mochila con sus libros, realmente no estaba de humor para largas charlas. Reinero y Shakay se miraron uno al otro sin saber muy bien qué decir, desde que el heredero, como le llamaban para molestarlo, había regresado de la oficina del director, se portaba de un modo extraño. Tal 36

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vez los otros estudiantes no lo hubieran podido notar, pero ellos llevaban demasiado tiempo juntos como para ignorar los pequeños cambios que se daban entre ellos. Reinero era el juicioso, Shakary era el honorable hijo del desierto, Patrick tenía la imagen de “me vale” y Damiam era el príncipe de los comemierda, así de simple. —¡Demonios! — Se quejó Reinero al ver acercarse hasta su mesa a Jorge Merino Sterios III, el rubio más chismoso y entrometido desde que el planeta comenzó a girar sobre su propio eje. —¿Qué…?—alcanzó a protestar Shakay antes de ver la razón de la escasa alegría de su compañero de mesa— Demasiado tarde para huir— le susurró al pelirrojo que estaba sentado junto a él.El aludido hizo un leve movimiento de cabeza en aceptación. —¡Qué bueno que los veo! — Habló la cosita rubia, casi rebotando— No tienen idea de lo que se anda comentando por los pasillos— sin esperar permiso se sentó donde antes estuvo acomodado Damián— Casi no llego al almuerzo por estar escuchando a esos imbéciles— bufó como si hubiera hecho un gran esfuerzo. —Si claro— ironizó Reinero, mientras dejaba de lado el poco tocado plato de comida.

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—Les comento—siguió hablando ignorando por completo las caras compungidas de sus oyentes—, Damiam está en boca de todo el mundo, y entiéndase: “de todo el mundo”. —¿Y eso que tiene de raro? —Se encogió de hombros el príncipe del desierto, sus ojos negros no mostraban ninguna curiosidad. —Pues…—se tomó su tiempo para ponerle emoción a las noticias, era algo que llevaba en la sangre, ya que su padre era un magnate de la industria de la información—.Si yo no lo hubiera escuchado con mis propios oídos, diría que es mentira… Dicen que el director le pidióa nuestro Damiam que fuera la niñera del sexy boxeador. En la mesa el silencio fue tan espeso que casi se podía cortar —¡No juegues!—. Rompió la expectativa Shakay. —No lo hago— puntualizó Jorge— Estoy seguro que hasta en la cocina lo están hablando mientras limpian los platos… Nuestro guapo heredero será la niñera del boxeador…

Damiam tuvo un día de mierda, no acostumbraba mucho pensar su vida en esos términos, pero últimamente se estaba convirtiendo en regla 38

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general, primero su padre, luego el director y ahora hasta los sirvientes le miraban de reojo. Maldita sea su suerte, se había arrastrado de clase en clase por toda la tarde, al parecer era del conocimiento público que tendría que cuidar del mastodonte boxeador. De todo eso, lo único que tenía claro es que el secretarito follón era el que había hecho circular el chisme. Ese hijo de su enclenque madre pronto sabría que era meterse con un Delorca. Después de evitar tirar por la ventana del tercer piso a Jorge por atreverse a preguntar si era cierto lo que andaban comentando por allí, decidió que lo mejor era dejarle claro a sus amigos habituales que el próximo que hiciera la más mínima alusión al problema, sería comida de perro. Una vez aclarado el punto, se dirigió a su clase de Alemán con su mejor cara de “aquí no pasa nada”. Haciendo uso de todo su temple el herederologró terminar con su día de clases, dios o el diablo quiso que no se topara con el boxeador, lo cual agradecía profundamente. Caminando por el pasillo que le llevaría hasta su habitación, trato de darse ánimos así mismo. Todo estaba en la manera en que se veía, si lograba hacer que los otros estudiantes vieranal “come cuando hay” como su perro, no sería tan dañino para su imagen y cuando su padre se enterara podría maquillar en algo la verdadera situación.

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Cualquiera que viera a Damiam simplemente vería a un príncipe caminando entre plebeyos. Con la seguridad que tiene el que se sabe muy dueño de la situación, llegó hasta la puerta de su dormitorio. Al abrir la entrada de su santuario personal de tranquilidad, quedó hecho de piedra, sobre la cama vecina a la suya, la que siempre había estado desocupada, estaba un metro ochenta de hombre acostado como si tuviera todo el derecho de estar allí. —¿Qué haces aquí? —chilló Damiam más que preguntar, aún a sabiendas de que ahora tendría que compartir dormitorio. Espero pacientemente alguna muestra de preocupación, tal vez que se disculpara por la intromisión en territorio ajeno, pero nada, el chico seguía acostado sobre la cama con un brazo sobre sus ojos. Después de lo que pareció una eternidad, Miguel se sentó recostando la espalda contra la pared— Tengo entendido que el director me asignó este dormitorio— se encogió los hombros anchos apenas contenidos por la camiseta de deporte—. No veo por qué la sorpresa, cualquiera diría que…entré a la cama de una doncella virginal. El comentario hizo que el pálido rostro de Damiam pasara de la blancura

cadavéricaal rojo

furia—No

puedes ser

intentándolo.

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más corriente

ni

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Miguel tomó un libro que había sobre la pequeña mesita junto a su cama, abriéndolo justo donde el separador indicaba que había quedado su lectura, se decidió a continuarla— Es algo que se adquiere solo con mucha práctica— comentó sin despegar la vista de la página. Damiam estaba allí de pie, justo en medio de la habitación, deseando con todo su corazón tener un bate de béisbol y partirle el alma al muy idiota. Por lo general no era una persona de pasiones desmedidas ni de tendencia violentas, pero algo en ese boxeador le hacía sentir ganas de ver correr la sangre. Contando hasta diez dejó que la vista recorriera las piernas largas y musculosas, sus cadera vestidas con un pantalón corto de deporte y su camiseta sin mangas tan ajustada que se podían contar los músculos del vientre.Todo en ese hombre estaba hecho para el combate, Damiam casi sentía lástima por el pobre idiota que se topara con esa bestia en el cuadrilátero. —Lo menos que la educación aconseja es que presentarse. —Insistió Damiam con las manos en las caderas, los puños tan apretados que los nudillos se le estaban poniendo blancos— mientras te quedes en este dormitorio, lo único que exijo es algo de buenos modales. El enorme costal de músculos solo emitió algo parecido a un gruñido, mientras Damiam se cocía en su propia cólera. Teniendo suficiente experiencia en discusiones, supo que no le ganaría al tipo. Él 41

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simplemente se negaba a discutir; era como pelear contra una pared de ladrillo. El heredero estaba seguro que si no se controlaba pronto, acabaría dando de pataditas mientras chillaba como una nena, una histérica nena. Sabiendo que una cabeza fría era la mejor arma, le dio la espalda al lugar donde estaba leyendo el boxeador y comenzó a quitarse la chaqueta verde del uniforme, estaba terminando de doblarla para dejarla sobre la silla de su pequeño escritorio, cuando le pareció sentir el peso de una mirada sobre su nuca. Una sonrisa diabólica se formó en el fino rostro de Damiam, al parecer el pobretón era uno de esos homofóbicos que le teme a la sexualidad de otro hombre. Damiam amaba sentirse en control de la situación, siempre era el que follaba y nunca el follado, un Delorca nació para dominar. Era hora de que ese boxeador conociera en carne propia que el poder de la mente está sobre la fuerza del cuerpo. Si lograba que el tipo perdiera los estribosy le golpeara, podría reportarlo al Consejo Estudiantil, es más, el mismísimo director tendría que echarlo a patadas de allí. Su padre podía golpearlo, pero dejar que otro lo hiciera era muy distinto. Con una sonrisa en los labios, el heredero pensó en darle al chico rudo todo un espectáculo, lentamente se aflojó la corbata hasta dejarla caer sobre la gruesa alfombra del piso, sabiendo que el otro hombre no le 42

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quitaba la vista de encima, decidió quitar uno por uno los botones de su camisa blanca. Cuando ya tenía la camisa abierta completamente, Damiam levantó la mirada para disfrutar de la cara de espanto del boxeador, grande fue su sorpresa al encontrar en cambio una mirada azul en la que no se podía leer qué era lo que realmente pensaba. Sin darse por vencido, el chico decidió apretar un poco más las tuercas, sabiendo que tenía la total atención de su hetero compañero de cuarto, comenzó desnudar un hombro, luego el otro, mostrando la tersa piel blanca, hasta que la camisa resbaló por los brazos, haciéndole compañía a la corbata. Damiam sonrió altivo, a sabiendas de su sensual belleza, en todos sus años en el colegio ninguno se había negado a sus encantos. Tal vez era el contraste entre un cabello tan negro y una piel color crema, lo afilado de su carácter con lo dulce de su rostro, su voz de seda condimentada con sus comentarios sarcásticos, quién lo podría saber… de lo único que estaba seguro es que podía poner nervioso al más recto de los hombres. Tomándose su tiempo, con cada movimiento estudiado, mojó los labios llenos con la punta de su lengua mientras dirigía sus manos al cinturón.

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—Ten cuidado, niño bonito— advirtió la voz queda del boxeador, que para ese momento puso el libro sobre su regazo— no vaya a ser que encuentres más de lo que estás buscando. Damiam era tan inteligente como capaz de ser el más grande idiota, todo era cuestión de que el contrincante supiera exactamente qué botones pulsar, por lo visto el boxeador lo estaba haciendo bien. —¿No

me

puedo

desnudar

en

mi

propia

habitación?



preguntódedicándole un guiño al hombre más alto— si le molesta puede marcharse, no le detengo. La risa ladeada del boxeador tuvo que ser suficiente advertencia de lo que estaba por venir, mientras Damián dejaba caer el cinturón y ahora soltaba el broche de la cinturilla de los pantalones. —De que puedes, puedes…—aclaró el boxeador mientras quitaba el libro que ocultaba una prominente erección— Lo que te trato de explicar, niño bonito, es que lo mejor es quedarse vestidito. Ese era un reto, Damiam no tenía duda de ello. Ese era precisamente sumaldito problema, caer en picada cuando alguien sabía apelar a su desmedido orgullo. —¿Qué harás?... ¿Golpearme?—Reclamó sin medir consecuencias, con su mejor tono de superioridad, sin dedicarle una segunda mirada,

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Damiam se concentró en bajar los pantalones del uniforme, permitiéndole al boxeador versu firme culo. —¿Cómo te llamas? —preguntó, comenzando a ponerse de pie lentamente, como si temiera asustar al “niño bonito”. Al volverse Damiam, sorprendido por el cambio en el tema, descubrió que los ojos azules ya no tenían una mirada inexpresiva, al contrario, prometían cosas que hizo que la garganta se le secara. —DamiamAntonethDelorca IV— le respondió dando un paso atrás, algo le decía que era mejor si comenzaba a ser un poco más amable con el tipo. —Jamás me folló a alguien sin saber su nombre— se movía con tal lentitud, que por primera vez en toda su vida Damiam realmente supolo que era tener miedo— Mi abuela me educóbien. —agregó mientras se acercaba hasta donde había un tembloroso heredero. Conforme se acercaba, Damiam daba un paso atrás hasta que sintió la dureza de la pared contra su espalda, el espacio de huida se había acabado. —¿Qué pretende? — Casi se felicitó a sí mismo por la firmeza de su voz.

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Los casi dos metros de músculo sólido cubierto por piel color caramelo acorralaron al hombre de contextura más refinada, los brazos anchos se situaron a cada lado de la cabeza de Damiam, reteniéndolo en el lugar. —¡Vete a la mierda! —gruñó colocando las manos sobre el pecho de su captor, que amenazaba con aplastarlo contra la pared. La risa ronca hizo que Damiam levantara la mirada, los ojos azules brillaban como si dos ascuas estuvieran encendidas en lo profundo —Esa boquita tan linda no creo que estéhecha para ser tan grosera. —Tomó las manos y las retuvo una a cada lado de la cabeza, una de sus musculosas piernas se metió en medio de las de Damiam, acariciando las bolas a través de la ropa interior, ya que sus pantalones estaban en los talones desde el primer paso que había hecho en su retirada estratégica. —¿Qué haces? —Logró que las palabras salieran su boca entreabierta en la búsqueda desesperada de oxígeno. La desnudez ya no le pareció tan buena idea, él boxeador estaba vestido y Damiamapenas cubierto por un calzoncillo blanco de seda. La pierna que estaba entre las de Damiam, lo terminólevantando, logrando que este quedará prácticamente sentado sobre el ancho muslo. —Te estoy mostrando por qué no es bueno que te desnudez en mi presencia—dijo justo después de pasar la legua sobre la carne tierna del 46

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lóbulo de la oreja, soplando luego, disfrutando el temblor que recorrió el cuerpo del más bajo. Esas fueron las últimas palabras que logró entender nítidamente Damiam, ya que estaba a segundos de saber cómo besan los chicos malos.La lengua del hombre más alto cepilló los labios temblorosos que se le ofrecían, por puro instinto el niño bueno había acabado abriendo la boca, dejando que el boxeador aprovechara la oportunidad, adentrándose como un guerrero a conquistar nuevas tierras. Sin saber cómo, el orgulloso heredero dejó que la lengua del boxeador hiciera lo que le diera la gana dentro suyo. Mientras la boca era violada sin contemplaciones, la redondez de su culo era masajeada por unas manos grandes más acostumbradas a noquear que a dar caricias. El placer y el dolor mezclándose, le mostraron a Damiam un lado del sexo que no conocía. —Déjame—gritóo al menos eso pensó que hizo, justo antes de que la lengua invasora entraranuevamente hasta llegar a su garganta. Los brazos del hombre más grande lo levantaron en vilo, recostando la espalda a la pared. Damiam puso como excusa su temor a acabar con su trasero en el piso,para enrollar sus brazos alrededor de la nuca del guerrero, las piernas abiertas se sostuvieron de las caderas del agresor.

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En un segundo de lucidez Damiam fue realmente consciente de su situación, él siempre había sido el de arriba, el dominante, ante élotros se doblaban ofreciéndole el culo, no al revés. Cuando el hombre más alto se apartó en busca de aire, Damiam trato de bajarse. —No vas a ninguna parte, muñequito— advirtió Miguel afianzando su agarre en aquellos globos redondos y firmes. —¿Y quién lo dice? —Quitó sus manos del cuello del boxeador, poniéndolas en el amplio pecho, buscando apartarse. Lo único que logró fue que Miguel, sin ceremonias ni falsas ternuras, lo arrojara sobre la cama. El resultado fue darse cuenta deque estaba apunto de ser devorado por la reencarnación del lobo feroz, eso era algo que no podía permitir. —Este es justo el lugar al que perteneces—observóMiguel mientras su presa se daba la vuelta y gateaba sobre el colchón tratando de escaparse. El boxeador sonrió de una manera que le hubiera helado la sangre a Damiam, si este no hubiera estado tan ocupado tratando de escabullirse. Justo cuando el heredero pensó que lo había logrado, una mano grande lo sostuvo por el tobillo, haciéndolo caer de panza sobre la suave superficie. El picor en el trasero le dio una pista de que acababa de ser nalgueado sin ningún pudor ni culpa. —Maldito muerto de hambre— chilló al sentir el peso del hombre más grande sobre la espalda, su mástil se

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restregaba sobre el pobre culo virgen—¿Quién te dijo que me gustan los hombres? —Uso la última oportunidad que tenía. —Cualquiera que mueva el culo como tú lo haces al salir de sus pantalones. —Le dio un mordisco suave sobre el hombro desnudo— merece que lo follen. —Mi padre te despedazará. —le dijo, comprendió que estaba evitando por todos los medios gritar; temía que alguien escuchara y entraraa la habitación para ver quésucedía. La escena se explicaría por sí misma. —Aquí no está tu padre— metiendo una mano entre el vientre y la cama, encontró un tierno pene que ya tenía mojada la tela— Yo solo sigo las órdenes de tu caliente cuerpo. Como si pesara lo mismo que una brizna de paja, dio la vuelta al asustado de Damiam, quedando frente a frente.La boca dura del boxeador tomó la que se le abría temblorosa, su lengua imitaba lo que su sexo le haría al temeroso culo. El pene del chico, totalmente desnudo, fue estrujado por unas manos inmisericordes que exigían rendición absoluta. Si algo le quedaba de autocontrol, se fue al diablo cuando Miguel le mordió una tetilla tentadora, el escozor hizo que gritara. De no ser por la mano que fue colocada a tiempo sobre la boca y que evitó el sonido hubiera venido medio colegio a ver dónde era el incendio.

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—Contigo no voy a necesitar lubricante —susurró al oído mientras embarraba los dedos de líquido pre-seminal—. Con lo mojado que estás no hará falta. —¡Suéltame! — Sesintió sofocar al notar como un dedo entraba en el íntimo canal. —Alguien puede venir y vernos —advirtió tratando de hacer entrar al razón al grandísimo bruto. Lo poco de lucidez que le quedaba se fue al drenaje cuando la boca golosa recorrió el pecho, lamiendo, mordiendo y besando toda la piel pálida que tenía en su camino hasta llegar al pene, que para ese momento, destilaba a mares. —Veamos que tenemos aquí— escuchó Damiam la voz ronca de su castigador— Apuesto que sabe tan dulce como tu boca. La hombría de Damiam fue tragada, su sexo llegó hasta tocar el fondo de la garganta de Miguel. El chico sabía lo que estaba haciendo. Mordiéndose los labios, el joven más pequeño luchó para evitar dejar salir sollozos desesperados; para ese momento eran dos los dedos que jodían el culo a punto de dejar de ser virgen. —Ya no puedo más— logró balbucear cuando un tercer dedo se hizo espacio dentro suyo. Damiam sentía ganas de llorar y ganas de reír, todo al mismo tiempo, que idiota haber pensado en algún momento que ese tipo era hetero. El desgraciado era un jode culos experimentado, de eso las caricias que estaba recibiendo podían dar fe. 50

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—¡Noooo! —Se quejó entre dientes Damiam al sentir como su pene era abandonado justo cuando iba a descargarse. Nadie podía ser tan cruel. Unas manos grandes, sin ningún tipo de esfuerzo, hicieron que Damiam quedara sobre sus manos y rodillas. —¿No, qué? —preguntó el boxeador antes de volver a meter los dedos haciendo tijera, sabiendo perfectamente lo que hacía. Damiam simplemente se aferraba a las mantas de la cama, en un acto desesperado por sostenerse en la realidad, una pena que los dígitos del hombre hurgando en su trasero no ayudaran mucho a su causa. —Tranquilo, bebé. —las palabras eran cariñosas, no así los dedos que insistían en su trabajo. —¡Ahhhhh! — No pudo Damiam evitar dejar salir un grito cuando los largos dedos golpearon un lugar mágico dentro de su cuerpo— ¡Másss! — Exigió levantando el culo, colocando el pecho contra el colchón de la cama. En respuesta Miguel se acomodó entre las piernas, cambiando los dedos por un pene grueso, un mástil listo para hacer su trabajo duro y a conciencia. Una voz dentro de Damiam le gritó que eso estaba mal, que no podía permitir que sucediera, un Delorca no podía ser poseído. Lástima que el tronco que se había enterrado hasta las entrañas no pensara lo mismo. 51

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—Pídelo, muñequito, —exigió Miguel—. Dime que lo quieres, y te daré justo lo que necesitas. La mente de Damiam gritó “¡Jamás!”, lástima quesu boca actuara por mente propia— Si… sigue así…. ¡Muévete más!... ¡Hazlo ya, maldita sea! El boxeador le tomó la palabra, usando el líquido que escapaba a chorros del pene del hombre bajo suyo, se unto el lubricante extra, y se volvió a enterrar hasta las pelotas en el ex culo virgen. Miguel jamás se había sentido en un lugar tan ajustado, los temblores del chico, el miedo escondido tras su bravuconería, todo gritaba virgen. Sonriendo entró y salió golpeando esa glándula del placer que estaba volviendo loco al “niño bien”, era hora de dejar su marca de propiedad llenando con su semilla el estrecho canal. Damiam ya no creía soportarlo más, sentía que tocaba el cielo y este le era apartado justo en el momento en que pensaba que lo lograría. El hombre a su espalda era cruel, las manos grandes le sostenían las caderas de una manera despiadada, evitando que buscara su propio placer empujándose contra el pene enterrado en su culo. Damiam Antoneth Delorca IV, contrario a lo que cualquiera pudiera llegar a pensar, estaba gimiendo como una puta, pidiendo más como un poseído, todo gracias a la habilidades amatorias de un rudo boxeador de callejón de mala muerte. El mundo jamás volvería a ser el mismo, el niño 52

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rico casi temía salir del dormitorio para darse cuenta de que ya nada volvería a ser igual. El sexo duro lo encendía, las sucias palabras de su amante lo ponían a cien, la batalla estaba perdida desde antes de empezar. —¿Te gusta? —preguntó Miguel al ver como los espasmos dentro del canal le apretaban el pene—. Demuéstralo regando tu semilla sobre las sábanas. ¡Vamos, bebé!... Tú eres todo un hombre, déjate llevar… No tengas miedo. El deseo ardía en las entrañas, el pene Damiam ya no podía estar más duro, toda la piel color crema del cuerpo hormigueaba con cada caricia de esas manos exigentes, hasta el peso que leaplastaba contra la cama aumentaba el placer erótico del acto. Clavando las uñas en la almohada, abrió la boca para dejar salir un grito. Como si Miguel le leyera el pensamiento a Damiam, tomó la boca tragándose los sonidos de placer que el “niño bueno” daba. Aferrándose al cuerpo más pequeño, Miguel se empujó salvajemente olvidando que su amante era inexperto, olvidando que estaba en un dormitorio de un colegio, olvidando que este chico le había dedicado las miradas más despreciativas que había recibido en su vida.Sin más pensamientos coherentes, se dejó llevar por el placer, vaciándose dentro de las entrañas que gustosas le recibían. Sabiendo que su amante se 53

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venía también, tomó la boca, devorando sus lloriqueos nacidos del orgasmo en común. La soberbia de generaciones de Delorca se diluyó al sentir comoel bruto le marcaba el cuello con una mordida que estuve seguro hizo sangre. Miguel había dejado su marca como solo un animal lo podía hacer, a Damiam le hubiera gustado tener palabras para maldecirlo, pero todo su cuerpo aún temblaba, su piel se sentía sensible y sus parpados no podían mantenerse abiertos. —Eres mío —sentenció justo cuando los ojos de Damiam se cerraban— de ahora en adelante este culo será solo mío—. Un golpe a palma abierta pico en la cadera del sumiso— y si descubro que juegas a las manitas con alguien, te juro que le arrancólas pelotas al pobre infeliz. Damiam esta vez de verdad quiso protestar, decirle a ese “peor es nada” que él era un Delorca, que no tenía dueño, pero el cansancio acabo por vencerlo. Peor aún, cuando unos brazos fuertes lo acunaron contra un pecho tibio, dejó de sentir deseos de luchar. Mañana sería otro día, por esa noche se quedaría allí quietecito.

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En la mañana Miguel amaneció en su cama, con Damiam dormido sobre su pecho, una pierna sobre las suyas, el corto cabello negro le hacía cosquillas en la nariz. Observando la manera tan tranquila en que el chico dormía, el boxeador dejó que una sonrisa se dibujara en su rostro. La abuela se lo había advertido, lo recordaba como si fuera apenas ayer. Tenía recién cumplidos los doce años cuando entró a la pequeña cocina donde la mujer estaba terminando de limpiar el desorden que dejó toda una tropa de adolescentes hormonales que ya habían llegado hacía más de una hora de la escuela. —¿Se puede saber por qué el señorito llega a esta hora? —preguntó la mujer que en sus cincuenta era como un roble. En ocasiones los chicos sentían que era vidente, pitonisa o lo que fuera que tuviera ojos en la espalda; les adivinaba las mañas y les hipnotizaba para que ellos cumplieran su sacrosanta voluntad por mucho que se quejaran de ello. —Por allí…— fue la respuesta equivocada del Miguel de doce años. La dama dejó el plato que estaba secando en ese momento, lo colocó lentamente a un lado y se volvió para ver a la cara al pequeño infractor.— Comienza a hablar. —Cruzó los brazos rechonchos sobre el frondoso pecho— y más te vale que te dejes de pendejadas. Quiero saber dónde exactamente es eso de “por allí” y porque regresas como si te hubiera atropellado una manada de elefantes. 55

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Miguel cuadró los hombros, enderezó la espalda y levantó la mirada que había tenido consumida en el piso — Le pegué a un chico. —¿Y? — presionó la abuela sin darle tiempo de inventarse una historia, quería la verdad y eso sería lo único que aceptaría. —Le pegué a un imbécil porque besó a un chico— se cruzó de brazos, imitando la postura de la abuela, él era un chico rudo y no se dejaría amilanar por la mujer frente suyo. —Ahora resulta que le andas pegando a chicos por besar a otros chicos—la decepción era clara en la mirada de la abuela— Creí que eras mejor que eso. —No fue por besar a un chico— arrugó el ceño sin poder disimular lo furioso que estaba— fue por besar a mi chico. Si Miguel esperaba que su abuela se espantara, o que le diera toda una lección de los siete pecados capitales y eso, con lo que se topó fue algo totalmente diferente. Una sonrisa condescendiente se dibujó en el rostro redondo de la mujer—¡Ay mi niño!— se acercóy le dio un gran abrazo de oso— te gustan los coquetos. ¡Qué vida de infierno vas a llevar! Miguel dio un paso atrás, despegándose de los brazos tibios de la abuela— Hoy decidí que voy a entrar al equipo de boxeo, le voy a partir el alma a todo el que quiera levantarme un novio. ¡Te lo juro abuela!

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El movimiento de Damiam entre los brazos de Miguel, lo hizo regresar al presente. Ese “muñequito” era exactamente del tipo que su abuela le había advertido. Con solo mirarlo sabía que tendría que dejarle claro a los borregos del colegio que esa belleza tenía dueño, y el que ocupaba ese puesto no era otro más que él. Damiam respiró profundo, no era un hombre de mañanas, esa era una verdad tan grande como que el molesto sol se levantaba demasiado temprano. Halando la manta y remoloneando sobre la caliente superficie irregular sobre la que estaba acostado, se preparó para darse un sueñito extra. Un recuerdo lo hizo sentarse de golpe, el dolor en el culo le confirmó que no se lo había soñado, y la sonrisa de come mierda del boxeador le puso el sello a su desgracia. —Eres un hijo de puta—,comenzó dedicándole lo más fino de su repertorio de cabaretera de puerto. —un abusivo, desgraciado— lo último lo dijo halando la manta arrastrándose a la orilla buscando alejarse lo más posible de ese idiota.

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—Que yo recuerde, anoche no te quejaste tanto. —Se puso juguetón, tomando la punta de la tela con que trataba de cubrir su desnudez Damiam, la jaló haciéndolo caer nuevamente sobre la cama— este es exactamente el lugar al que perteneces. El heredero podía ser lindo y no muy aficionado a despeinarse, pero a la mierda si se iba a dejar tratar como si fuera la puta personal de ese “come cuándo hay”, cerrando el puño le lanzó un golpe a la cara, el que por supuesto este esquivo sin dificultad. En un rápido movimiento Miguel le dio la vuelta a la situación, quedando Damiam justo debajo. La boca hambrienta del boxeador exigió la entrada a la boquita rosa de su víctima, quien trato de resistirse, pero su propio cuerpo lo traicionó. El recuerdo del orgasmo de ensueño, de las manos que le estrujaban, del sexo duro golpeando su culo, fue demasiado para él, que se encontró abriéndose para su captor le tomara. Miguel tendría que estar muerto o ser realmente estúpido como para pasar por alto semejante invitación— ¿Lo quieres, verdad? — Habló mientras mordisqueaba el cuello de gacela de Damiam. El heredero solo podía gemir, ambos estaban desnudos, las sábanas olían a sexo— Si llegamos tarde al comedor alguien… alguien podría…. Ya sabes…. Venir a ver si no me… sino me mataste anoche… o algo—balbuceó al recordar que el día escolar estaba por comenzar. 58

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—Será rápido, bebé—, se explicó Miguel dándole un breve vistazo al reloj sobre la mesita de noche— pero no por eso será menos bueno. Damiam no pudo decir nada más, la boca del hombre más alto se había aferrado a una tetilla mientras una mano grande tomó ambos penes juntos y los friccionaba sin ninguna timidez. —Por ahora dejaré descansar ese culito tuyo— aviso Miguel— pero esta noche me lo darás otra vez. Una luz de advertencia se encendió en la mente de Damiam, debía parar ese asunto cuanto antes, pero ¿qué podía hacer cuando su cuerpo temblaba avistando la cercanía de la ansiada liberación? —Ya no puedo más— gimió el heredero arqueando la espalda en busca de mayor contacto. —Vente, muéstrame cuanto lo disfrutas—le susurró al oído la voz ronca de Miguel— báñame con tu semen. Las palabras del boxeador hicieron que algo dentro del “niño bueno” hiciera clic, porque se corrió de una manera tan salvaje que todo su cuerpo se estremeció, siendo seguido por el de su torturador. Damiam tardó un rato en que sus sentidos recobraron el balance, podía escuchar desde la cama el sonido de la ducha encendida. El salvaje estaba tomando un baño mientras él estaba allí tumbado, pensando en lo

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que iba a hacer a continuación. Su padre solía dejarlo tener algunos desahogos, no le importaba mucho donde su hijo la metía, mientras no causara escándalos y llegada la hora se casara con la mujer correcta que le engendrara la próxima generación de Delorca. Una vez más deseo de todo corazón que su amada familia nunca se enterara de que su heredero había sido sodomizado por alguien que no contratarían ni para limpiar el jardín. El escándalo con Patrick sería una ida al parque en comparación. —El baño esta libre— le dijo Miguel desde la puerta. Damiam no pudo evitar sonrojarse como una nena al ver que el hombre salía del baño totalmente desnudo secándose el largo cabello rubio con una toalla. La piel color caramelo brillaba por las gotas de agua, el sexo del hombre descansaba sobre dos bien formadas bolas, ahora si tenía claro que el dolor en su trasero podía haber sido peor, el hombre era enorme. —No deberías salir… así—se quejó Damiam mientras halaba la manta cubriéndose a sí mismo— Ten algo de decencia. El boxeador dejó de secarse el cabello y le dedicó una mirada interesada —Mi nombre es Miguel Rodríguez— se presentó así mismo extendiendo su mano en saludo.

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Damiam se le quedo mirando sin entender muy bien, al cabo de uno tiempo que pareció eterno, imitó el gesto sin poder evitar dejar salir una sonrisa de medio lado— Damiam Antoneth Delorca IV.

Al salir Damiam del cuarto de baño, notó que el boxeador se había marchado. La mochila vieja no estaba, así que supuso que se adelantó en su viaje al comedor. Encogiéndose de hombros trató de apartar esa extraña sensación que le oprimía el pecho, no era la primera vez que follaba con un compañero de colegio, como para que ese vacío lo hiciera sentirse decepcionado. Al llegar al pasillo se encontró con Patrick que hablaba animadamente con Shakay, a decir verdad, el francés hablaba y el hijo del jeque se limitaba a mover la cabeza afirmativamente. —¡Qué bueno que llegas! —le dijo Patrick dándole un ligero golpecito en el hombro a Damiam— estábamos por ir a buscarte a tu habitación, creímos que el boxeador te había comido durante la noche. Un profundo sonrojo cubrió las mejillas del increpado, haciendo que Shakay levantara una ceja en un claro gesto interrogativo. Para total 61

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alivio del moreno, Patrick estaba demasiado ocupado echándole un ojo al nuevo profesor de deporte que recién pasaba por allí. —No digan estupideces— reprochó mientras comenzó a caminar dejando a tras a sus compañeros. Todavía podía sentir las manos de Miguel en su sexo y el pene del hombre enterrado en su culo, tenía pavor de que sus compañeros notaran lo hinchado que tenía los labios después de tanto beso. El francés y el hijo del desierto siguieron a Damiam hasta llegar al comedor, como siempre se acomodaron en la mesa donde los otros les esperaban para desayunar. Damiam fue muy cuidadoso al sentarse, aun así tuvo que hacerlo de medio lado, ese boxeador era un bruto y su cuerpo se lo recordaba con cada movimiento brusco. Miguel observó la llegada de su nuevo amante, el chico se movía con fluidez, sus risas eran estudiadas, quién podría adivinar que esa belleza de cabello negro, clara piel color crema y dulces ojos verdes fuera una fiera en la cama. Los demás compañeros le seguían como si fuera su abeja reina, eso le complacía, todos podrían ver, pero ninguno le pondría poner una mano encima, ese era exclusivamente su trabajo. El desayuno pasó sin novedad, la primera clase fue de matemática, hoy tendría una relajante sesión de algebra avanzaba. Sin poderlo evitar Damiam pensó en Miguel, estaba casi seguro de que este no podría seguir 62

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el ritmo de la lección. Pasándose la mano por la frente, trató de borrar ese sensación extraña que le recorría las venas, ¿desde cuándo se preocupaba por alguien más que por sí mismo?... Por muy buena que hubiera sido la follada, no era para tanto. Miguel entró al curso juntoa un tropel de otros estudiantes, sentándose en la silla del final, esperaba ver que deparaba el día. Justo cuando el profesor, un tipo medio calvo, de panza olímpica, de esas que se saltan el cinturón, y mirada enfadada, iba a comenzar la clase, entróDamiam seguido por un molesto mosquito de cabello castaño claro y maneras de damita resbalosa. Achinando los ojos, Miguel pensó que era hora de marcarle la cancha al mocoso amanerado. El heredero caminójunto a Patrick entre las mesas, ignorando a propósito al boxeador que no le perdía detalle. Estaba por sentarse junto al francés, cuando la voz del profesor lo obligó a darse vuelta.—El director ordenó que en esta, y todas las demás clases, deberá sentarse junto al señor Miguel Rodríguez, ya que usted será su tutor. La noticia cayó en el aula causando la misma conmoción que una bomba.

Cuando

todos

recuperaron

la

respiración,

unos

sonrieron

complacidos por la desgracia del aristocrático heredero, algunos más se encogieron de hombros, pero hubo algunos que pusieron cara de velorio en apoyo a su pobre compañero en desgracia. 63

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Damiam hizo uso de su aplomo, si alguien esperaba verlo chillar o maldecir, estaban muy equivocados. Sin demostrar ninguna emoción, llego hasta la última fila de mesasy se sentó junto a Miguel. El profesor inició la clase, el boxeador tomó algunas notas, fingió un educado interés por las sabias palabras del profesor, todo sin dar a conocer si estaba entendiendo o no de lo que se le hablaba. Sin poderlo evitar, Damiam estiró el cuello para ver lo que garabateaba su compañero en el cuaderno de notas. Una sonrisa disimulada se dibujó en su rostro, la hoja estaba llena de terribles dibujitos cómicos de la pancita del profesor—Así nunca vas a poder entender por dónde va esto— lo tuteo amistosamente sin siquiera notarlo—, puedo explicarte, pero no puedo hacer milagros. Miguel, que se había peinado su larga cabellera rubia en una sola cola que le llegaba a media espalda, sonrió garabateando algo en su hoja, mostrándosela luego a Damiam.“¿Vas a delatarme?” El pelinegro le guiñó un ojo coqueto “Mi silencio tiene un precio”, escribióa su vez. Miguel tomo el lápiz y dibujo un pene erecto y junto a este escribió: “Esta noche te lo pago”

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Damiam leyó el mensaje del papelito, como reacción palideció, luego se puso tan rojo que parecía a punto de alzar fuego — ¡Serás vulgar! — gruñó entre dientes. —¿Se puede saber que tanto cuchichean ustedes dos?— los regañóel profesor, haciendo que todos en la clase voltearan a ver a los implicados. —Voy a matarte por esto, maldito desgraciado— habló entre dientes, luego dirigiéndose al profesor— Estoy teniendo un rato difícil explicándole a este—señalo con un elegante movimiento de mano a donde estaba sentado Miguel— que las equis de la pizarra no son el anuncio de una película porno. Las risas en el aula no se hicieron esperar, hasta que el profesor tuvo que exigir silencio— Dejen las necedades y concéntrense aquí… Las bromas no los van a hacer aprobar este curso. Si Damiam había tenido la esperanza de molestar a Miguel con el comentario, no logró mucho, el tipo le miraba como si mereciera un premio por ser un bocazas. El resto de la lección lo ignoró olímpicamente, de seguro al boxeador por tantos golpes en la cabeza se le había acabado licuando el cerebro. Al sonar el timbre, cada quién salió directo al receso. Esa era unamateria de la que todos querían escapar lo más rápido que se podía, no fuera ser que al profesor se le ocurriera aprovechar para dejar una 65

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última asignación. Miguel fue directo al gimnasio, allí le esperaba el entrenador, la prioridad era estar preparado para el combate que habría en unas semanas contra la escuela de San Miguel. La lucha debía ser lo suficientemente importante para pagarle tan jugosa suma y permitirle enlodar los pasillos de su ilustre institución educativa con su presencia. El entrenamiento fue brutal, mientras los otros chicos hacían ejercicios de acondicionamiento físico y le daban algunos golpes al saco, Miguelse partía el alma para estar listo para el combate.

Los días se fueron convirtiendo en semanas y las cosas entre Damiam y Miguel estaban en un punto muerto, noches follando a lo salvaje, días ignorándose uno al otro. En ocasiones todo le parecía al heredero como una gran pesadilla o un ridículo sueño rosa, en historias como la de ellos no existían los términos medios. El

heredero

pasaba

la

tarde

esperando

encontrarse

con

el

descerebrado boxeador, aunque no lo admitiera ni ante sí mismo, se había sentido algo decepcionado al noverlo por ninguna parte durante varios

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días seguidos hasta que llegaba la noche y se encontraban en el dormitorio. —Tranquilo— Reinero le dio un ligero golpecito en el hombro— tu boxeador está entrenando. Damiam se volvió para encarar al atrevido— ¿De qué hablas?... Por mi ese “destapa caños” puede regresarse por donde vino— Sin esperar respuesta siguió su camino hasta el dormitorio, por alguna razón ya no deseaba encontrase con ninguno de sus mal llamados amigos. No podía engañarse así mismo, en un momento de necesidad ninguno de ellos daría un centavo por él y ese conocimiento no hacía nada para mejorar su mal humor. Reinero, le dedicó una mirada cargada de inteligencia a Patrick, el cual simplemente se sonrió yencogió de hombros en un claro gesto de “te lo dije”. Desde hacía varias semanas las cosas tenían un tópico parecido. Damiamaparecía en último momento al comedor en el desayuno, con una sonrisa algo boba y bostezos que apenas si lograba disimular. Por otra parte, el boxeador no le perdía gesto al heredero, arrugando el ceño peligrosamente cuando alguien se acercaba a Damiam para hablar con él más tiempo del recomendado. —Ustedes no son más que una viejas chismosas— Los regañó Shakay— para ustedes todo se reduce a una cama y sexo. Tal vez 67

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Damiam simplemente decidió llevar esto por la paz, ya saben, ayudar al chico hasta que el combate se dé y luego resolver el siguiente problema. —Sí, claro— insistió Patrick con ese acento suyo que le daba a todo un timbre algo obsceno—. ¿Sabes lo que ese bruto le hizo al chico que invitó a nuestro Damiam a dar una vuelta por los baños del primer piso? —Eso no pasa de ser meras especulaciones— defendió Shakay, el hombre pensaba que todos tenían su mismo sentido del honor—. Además, cuando el director le preguntó, el chico dijo que todo fue un lamentable accidente. El siempre juicioso pelirrojo no pudo evitar,esta vez, darle la razón al francés.—¿Le llamas accidente a acabar en el contenedor de basura de la cocina? Miguel había terminado temprano los entrenamientos, después de una ducha caliente y una cena con alto contenido proteico, se acostó desnudo, con apenas una toalla sobre su ingle. Menos de media hora después, entró Damiam, dejando la mochila sobre su escritorio, se volvió para saludar a su compañero de habitación. —¡Cuántas veces te he dicho que dejes de andar en cueros en el dormitorio! —Se quejó mientras su mirada traidora recorría la piel color caramelo que cubría músculos abultadosy bien definidos, el cabello aún húmedo por la reciente ducha estaba esparcido sobre la almohada. 68

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—Te estaba esperando—, se puso de pie lentamente, como un depredador al asecho— pensé que ahorraríamos tiempo si me quedaba desnudo. —Es imposible que pueda haber alguien más bruto. —Damiam dio un paso atrás, aún a sabiendas de que era trabajo inútil tratar de escapar de sus propios deseos. La noche continúo como todas desde que había perdido la virginidad en manos de ese boxeador. Damiam puso algunas excusas tontas, Miguel las ignoró todas dedicándose a besar cada centímetro de esa piel color crema. No había nada que amara más Miguel que despeinar ese modosito cabello negro, morder los labios sonrosados y torturar las tetillas provocadoras. El “niño bueno” se la ponía muy fácil, unas cuantas palabras sucias y el pene estaba erecto, unas caricias en las redondas nalgas y las piernas se abrían. Bien podría morir feliz enterrado en la intimidad que se ofrecía gustosa a darle albergue.

Ese día, Damiam salió una vez más de la habitación que compartía con su amante, sintiéndose más confundido con cada día que pasaba. Hoy

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sería la gran pelea, la escuela de San Miguel les visitaba con sus campeones, listos para darle la proverbial paliza a su colegio de “niños ricos”, como los otros “niños ricos” les llamaban, cosa irónica si se pensaba objetivamente. Lo peor era que no podía evitar sentirse preocupado, le hubiera gustado poder ir a ver los entrenamientos de Miguel, solo para estar seguro de que era tan bueno como decían. —¿En qué piensas? — Se sentó a su lado Patrick— hace tiempo que no hablamos— El jardín estaba iluminado por un radiante sol, todo era verde a su alrededor, una fresca brisa mecía las hojas de los árboles cercanos. —No por mi culpa— respondió sin incorporarse, estar acostado sobre la suave hierba fue un placer que le enseñó Miguel. —Si lo piensas bien, sí es por tu culpa— se encogió de hombros el francés. —¿De qué demonios hablas? —se sentó para mirar de frente a Patrick. —Hablo de tu boxeador de los barrios bajos. —le sonrió con la inocencia que no tenía—. Si me acerco a menos de un metro de ti, el señor Rodríguez se me queda mirando como si pretendiera arrancarme la piel estando yo todavía con vida.

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—Tú también andas con eso…—le reprochó más que preguntar, Damiam realmente se estaba molestando con toda esa mierda. —Donde el rio suena…—le dio un ligero golpecito en la frente a Damiam— es porque piedras lleva… A ver, te reto: ¿dime desde hace cuánto no te follas a nadie en esta escuela? o mejor dicho ¿Desde hace cuánto nadie te invita a visitar los rincones oscuros del colegio? Damiam guardó un incómodo silencio, ahora que lo pensaba era verdad. Desde que Miguel había llegado a la escuela, o para ser exactos, desde que había tenido sexo con él, nadie se le acercaba másque para charlar y eso de una manera no muy cercana. No es como tuviera energía para gastar con algún amante ocasional, el insaciable boxeador lo tenía bien surtido, pero si pensaba detenidamente, era preocupante. —Todavía sigo sin entender de qué hablas. —Trató de calmar su desbocado corazón. Patrickobservó a unos chicos que caminaban cerca que después de un breve saludo siguieron su camino— Tú y yo somos lo más cercano a un amigo que en nuestro ambiente se puede tener ¿no es verdad? Damiam asintió con un leve movimiento de cabeza, sin atreverse a mirar a la cara a su antiguo amante. El francés tomó esto como un permiso para continuar,

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—Por los pasillos se comenta que el ilustre heredero de la familia Delorca es la puta de un boxeador de callejón. El corazón de Damiam se detuvo, para comenzar su latir en una carrera que lo hizo sentir como si lo tuviera en la garganta— Aquí siempre se mata el tiempo hablando de los demás— su expresión impasible no abandonó su rostro de facciones finas. —¿Sabes lo que pasaría si llega a oídos de tu padre…? ¿Crees que ese cavernícola querrá estar con un desheredado?— fue lo último que dijo el francés antes de levantarse y dirigirse hacia la entrada principal del colegio, dejando a un aterrado Damiam. Durante el resto del día el heredero estuvo ausente de sí mismo. Fue a clases, escuchó las últimas noticias que se comentaban en los pasillos, tomó una ligera merienda en la tarde, todo sin ver al culpable de sus noches de desvelo. Miguel estaba con el resto del equipo de boxeo terminando de preparar los detalles para la pelea estelar. Las apuestas eran tan altas que parecía que países enteros cambiarían de dueño en una sola noche. Sin poder evitarlo Damiam se encontró envuelto en la algarabía. Ricos o pobres, los hombres siempre serían hombres, la promesa de darle una buena patada en el culo a la escuela de San Miguel era demasiada

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tentación para cualquiera. El descartado de Miguel Rodríguez pasó de ser ciudadano de tercera a casi un mesías. Patrick, con su manera tan volátil de ser, arrastró a Shakay que estaba entrenando lucha con espadas. Este, en venganza pasó por Damiam y Reinero que estaban a su vez buscando un viejo libro en la biblioteca para un reporte que tenía que entregar en dos días. En el gimnasio no cabía un alma viva… El director y el personal administrativo en pleno estaban allí, Damiam alcanzó a ver a uno de los amigos de su padre que formaban parte del Consejo Escolar, al parecer la cosa con San Miguel los tenía más molestos de lo que él suponía. Damiam se sentó en la gradería norte, en la parte más alta, tratando de que nadie lo notara, para ese momento temía que hasta las piedras supieran lo suyo con el boxeador. Todo pensamiento coherente salió a volar cuando lo vio entrar seguido por los otros chicos del equipo. Les llevaba a todos casi una cabeza de alto. Vestido con una pantaloneta azul claro, su piel color caramelo resaltada entre tanto pálido enfermizo de los otros luchadores. En la mañana Damiam se había tomado su tiempo para atar el largo cabello rubio en una trenza pegada al cráneo, para que Miguel no se desconcentrara por algún mechón suelto.

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Un sentimiento de orgullo, extrañamente no por el dinero de su amante, o por los contactos que tenía entre la gente que contaba, era algo más visceral que ardía en su corazón. En todo ese colegio solo él sabía lo bien que acariciaban esas manos cubiertas por los guantes de boxeo, lo delicioso que era sentir esos labios carnosos recorriendo sus lugares secretos, ese hombre era suyo y de nadie más. El primer combate comenzó, como era de suponer, en dos asaltos el contrincante de la escuela de San Miguel envió a la lona a su oponente. Uno a uno fueron pasando, tres perdidas, dos empates y llegó el momento de que Miguel peleara con el campeón de la institución visitante. Los gritos en el gimnasio le recordaron a Damiam por qué siempre pensó que ese deporte en particular retrocedía al ser humano en su evolución, acercándoles más a los cavernícolas. El señor Dantino se secaba el sudor con un pañuelo blanco, el miembro del Consejo Estudiantil tenía el ceño arrugado, aunque el equipo de la escuela había subido el nivel, aún no obtenían el resultado que esperaban. En el ring Miguel le parecía Damiam como un semi-dios-griego listo para combatir en los campos donde se separaban los hombres de los niños. Como retador Miguel se plantó frente al estudiante de San Miguel, el chico era un pelirrojo irlandés de mirada dura, musculatura sólida y mala 74

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actitud. Al chico de los barrios bajos le sorprendió ver esa presencia en un niño rico, por lo visto San Francis no era la única escuela que hacía trampa por esos días. El ruido de la campana anunció el comienzo, haciendo que Miguel entrara en modalidad perro de pelea. El pelirrojo le mandó un gancho izquierdo que el otro esquivó con facilidad. Las piernas de Miguel se movían tan rápido que apenas si parecían tocar la lona del cuadrilátero, sus puños acertaban unos buenos goles justo antes de evitar otros. Damiam sentía que tenía el alma en los pies y el corazón en la garganta, por dos veces tuvo que sostenerse de la silla para evitar bajar la gradería y darle con un palo a ese pelirrojo troglodita. Miguel era un tipo rudo, su amante lo podía ver en su manera de defender y de atacar a su contrincante. Todo el tiempo

estaba

concentrado, era como si el mundo se hubiera esfumado mientras estaba en ese cuadrilátero. Pronto pasaron dos asaltos, ambos hombres estaban en igualdad de condiciones, golpeados y con ganas de masticar clavos. El joven heredero vivió esa pelea en carne propia, cada golpe fue un gancho al corazón que lo hizo sudar la gota gorda. Por una parte se sentía orgulloso de que su amante fuera un luchador tan aguerrido, pero no podía evitar el odiar ver como ese rostro de facciones duras tenía

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contusiones, un hilo de sangre emanaba de un pequeño corte sobre la ceja derecha y el labio se veía maltratado. Estaban ya por el cuarto asalto y último, las escuelas habían acordado que no se pasaría más de ese tiempo, ya que los chicos eran estudiantes y no valía la pena el causar daños permanentes por un juego amistoso. Los

gritos

de

los

siempre

elegantes

espectadores

eran

ensordecedores. Mientras Damiam pensaba en conseguir algunas sales minerales que le ayudaran a Miguel a relajar el cuerpo en la tina, este le dio un derechazo tan bien plantado en el costado de la cabeza al irlandés, que el pobre calló como una fruta madura sobre el suelo. El narrador anunció el final de la pelea, Damiam solo pudo sacar en claro que el triunfo era definitivo y contundente. Los compañeros de equipo de Miguel invadieron el cuadrilátero justo después que el árbitro levantara la mano del vencedor. Al ver cómo estos le abrazaban y le daban pesados golpes en el hombro, el joven heredero se odio por tener que estar allí sentado fingiendo indiferencia, cuando lo que quería era lanzarse a los brazos de su amante y besarlo delante de todos para que no hubiera nadie que dudara qué su cavernícola tenía dueño. Los ojos azules de Miguel buscaron la mirada verde que le había cuidado desde la distancia, por qué ahora más que nunca él sabía que ese 76

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chico esquivo y orgulloso era suyo por mucho que no lo quisiera reconocer. El rubor que había logrado sacar de las mejillas era muestra suficiente de esto. La celebración había apartado a Miguel de ese rostro tan conocido, siempre con esa expresión de estudiado fastidio, era su secreto el saber cuán bien se doblegaba bajo su cuerpo, lo delicioso que se veía cuando el orgasmo lo golpeaba con él enterrado hasta las bolas en su culo. No le avergonzaba admitir que Damiam Antoneth Delorca IV era pura pasión y entrega y que… lo amaba. Por qué sí,ese mocoso melindroso se había infiltrado en su piel hasta instalarse cómodamente en su corazón. Damiam adujó dolor de cabeza, así que, como pudo se despegó de sus compañeros. Llegando al dormitorio comenzó a preparar todo para su campeón, tal vez fuera de esas paredes tenían que fingir que eran dos desconocidos, pero allí dentro él era todo suyo. Recordando que Luis Doumoth tenía una amplia dotación de productos para el baño, decidió darle una visita ya que quedaba a tres puertas por el mismo pasillo. Al salir de la habitación, le pareció escuchar algunos susurros que provenían de la escalera cercana. Considerandoque estaba en desventaja con ese chisme que corría en la escuela acerca de ser la puta del boxeador, le convenía estar informado de las otras movidas que se daban 77

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por allí. Con cuidado de no ser escuchado, dobló la esquina hasta llegar al pie de la escalera. Lo que vio lo dejó de una pieza, Miguel Rodríguez estaba contra la baranda mientras el secretarito come mierda parecía querer subírsele encima. —Pensé que al campeón de boxeo le darían algo mejor que esacarne de tercera— no pudo evitar hablar con ese tono frío y distante que le caracterizaba— Las sobras del director no son algo halagüeñas como recompensa—. Con esas palabras se dio la vuelta dejando a un pálido secretario y a un boxeador sin saber que pasaba.

Quince minutos después de entrar Damiam a la habitación, escuchó abrirse la puerta. Fingiendo leer un libro, el heredero ignoró la entrada de su amante. —Tenemos que hablar. —Fue la simple propuesta de Miguel, dejándose caer para sentarse en la cama junto al enojado chico, decidido a tomar al toro por los cuernos. Damiam no pudo evitar sentir el calor de esa piel tan cerca suyo. El hombre se veía gloriosamente sexy enfundado en esa camiseta de deporte 78

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que era por lo menos una talla más pequeña, los pantaloncillos dejaban ver la protuberancia de un sexo que comenzaba a despertar. —¿Quince minutos?— le respondió el pelinegro sin levantar la vista de su libro—tenías muchas ganas o ese chico es bueno—. Sin darle tiempo para agregar algo más, unas manos ajenas tomaron el libro y lo aventaron contra la pared contraria. —Ten cuidado cómo hablas—sentenció Miguel— al único chico que me follo desde que llegue a esta escuela eres tú, y según mis planes va a seguir siendo así, en ambos sentidos. —¡Serás sinvergüenza! —Se puso de pie furioso. —El hecho de que esa puta quisiera meterse a mi cama es muy diferente a qué lo logre—. Miguel también se puso de pie mientras cruzaba los brazos— ¿Crees que le partí la cara a esos tres chicos que te seguían como moscas solo por pasar el rato?... Me interesas demasiado para venir a negarlo ahora. —¿De verdad lo hiciste? —no pudo evitar preguntar justo cuando pudo recuperar nuevamente el habla. —Claro que sí— la sonrisa del comemierda lo decía todo. —Pero ellos negaron que lo que pasó fuera algo más que un accidente —se sentó nuevamentesobre la cama.

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—Lo hice y lo volvería a hacer mil veces si con eso me aseguro de que nadie toque lo que es mío— le dedicó un guiño travieso a un muy sonrojado Damiam. —Por tu maldita culpa todos hablan de mí en la escuela— gritó mientras golpeaba con los puños la cama. Unos brazos fuertes lo envolvieron obligándolo a incorporarse. El olor a hombre recién duchado lo golpeó despertando lo que estaba colando en su ingle. —Siempre hablan de ti— reconoció justo después de darle una lamida a la carne tierna de la oreja del “niño bueno” — Ya tenías que estar acostumbrado… ¿O es que te avergüenza que sepan que tienes sexo conmigo? Sabiendo que charla y ese órgano duro que punzaba su cadera no era algo que pudiera ponerse juntos, se salió del abrazo que le daba calor, dando un paso atrás trató de recobrar la concentración—No sabes de lo que estás hablando— se pasó la mano por el cabello en un gesto nervioso— Aquí la mayoría tiene sexo con otros chicos, pero de allí a que nuestras familias lo sepan, es algo que no viene al caso. Ni siquiera a la muerte se le teme tanto, se le tiene pánico a los escándalos que destruyan la vida social y los futuros matrimonios que afiancen la influencia que las familias tienen.

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—Con algo así fue que te amenazaron para que aceptaras ayudarme—

el

rostro

de

Miguel

no

mostraba

ningún

signo

de

resentimiento, solo estaba comentando un hecho evidente. Damiam aceptó con un leve movimiento de cabeza, no había necesidad de decir más que eso. Una lágrima traidora escapó bajando por su pálida mejilla— ¡Lo siento! —Se cubrió la cara tratando de ocultar un llanto que amenazaba con ahogarlo— Si mis padres se enteran me desheredaran, hasta la ropa que tengo puesta me la van a quitar. Mi padre preferiría verme muerto que contigo. El boxeador se acercó a Damiam que para ese momento lloraba a lágrima viva. —Te tengo, resolveremos esto— le susurró pegando el rostro al ahora despeinado cabello negro— Aquí el que tiene la última palabra serás tú. —No entiendes— escondió el rostro contra la tirante camiseta— ni siquiera podré comprar un dulce en una esquina. —Yo te lo compraría. —Se encogió de hombros el chico más alto— claro que no podría con el precio de uno muy fino…— Besando suavemente la boca que temblaba, continuo— puedo ofrecerte una familia junto a mi abuela, tengo muchos primos y demasiados parientes, tengo que admitir, pero puedo asegurarte que nunca estarás solo… Claro que tendrías que vivir en un departamento sobre el garaje en casa de mi 81

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abuela, soportar subsistir con el dinero que me pagaron por esta pelea… y seguir estudiando con el modesto subsidio que me dejó mi padre al morir. Damiam levantó al vista para mirar la decidida mirada azul que esperaba expectante lo que él iba a decir, por primera vez en su vida no sabía que replicar. Si esperaba que al decirle a Miguel Rodríguez que su millonario amante sería más pobre que una rata si seguía con él, este acabaría huyendo a las montañas, se equivocó. —Quiero graduarme aquí— se secó las lágrimas con un duro movimiento de las palmas de sus manos— con el prestigio de esta escuela tendría mejores oportunidades allá afuera. El rostro duro de Miguel se ensombreció— Yo tengo que irme antes de que termine la semana—, anuncio sin anestesia— el trato era que entrenara con esos mocosos de mierda y que le pateara el culo a ese irlandés. Damiam se salió de los brazos protectores que le rodeaban, dándole la espalda al boxeador, observó las estrellas que se asomaban por la ventana— esto no tiene futuro. —Pues te lo resumo —le dijo Miguel sin moverse, de pie en medio de la habitación estaba dispuesto a luchar por la felicidad de ambos— si sigues aquí acabarás casado con una mujer que no quieres, trabajando en algo que odias por qué me he cansado de escucharte quejar sobre la 82

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carrera que tu padre escogió parati, y como si eso fuera poco, nunca más volverás a hacer algo que haga correr la sangre por tus venas. El dinero es solo para hacer que consigas lo que te hace feliz, si este no es el medio, lo desechas, así de simple. —Nada es así de simple— los hombros se doblaron en un gesto de derrota— Ese secretario se va a cobrar tu rechazo, puedo jurarte que antes de que te vayas mi padre sabrá de esto y te desgraciará la vida justo después de enviarme tan lejos que ni siquiera podrás recordarme… No tendré derecho a elección. El cuerpo más grande de Miguel se envolvió en la figura más pequeña que temblaba como una hoja— Ya te escuché, ahora escúchame tú a mi… Yo me iré de esta escuela y te juró que nadie más relacionará mi nombre con el tuyo— poniendo un dedo sobre los labios que se abrieron para protestar, continuo— pero cuando termine este año y te gradúes, te juró que estaré con mi moto junto a la limosina de tu padre en el aeropuerto. La decisión estará completamente en tus manos… De mi parte te aseguro que la aceptaré sin protestas. —Si te escojo mi padre nos mataría. Damiam se odio a sí mismo al escuchar el temblor de su propia voz. La risa de Miguel hizo que el heredero se diera la vuelta tan rápido que se mareo, su amante se había vuelto loco, como se podía reír por algo así. 83

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—Digamos que tu papá no es el único que conoce gente mala y que se divierte siéndolo— se encogió de hombros dándole un ligero beso en la punta de la nariz respingona— Tengo un tío que tiene un amigo que le gusta hacer favores y que maneja una organización que es buscada por casi medio planeta sin hallarlo. —No juegues— se sintió ofendido por la supuesta burla. —No lo hago—, fue la contundente respuesta del boxeador— jamás pondría en riesgo tu seguridad… —Tengo miedo— admitió por primera vez temiendo que su amor lo creyera un inútil. —Yo también— estuvo de acuerdo Miguel— pero hay cosas por las que vale la pena el riesgo… El beso fue diferente a todos los demás. El boxeador rozó con reverencia los labios rosados que se le ofrecían, esta vez no fue cosa de sexo o de dominio. Era amor. El cuerpo del hombre más pequeño tembló, una lengua tibia recorrió la comisura de su boca, las manos grandes de Miguel recorrían de arriba abajo la espalda. —Regálame una última noche—rogó Damiam—, quiero sentirte dentro de mí… Quiero dejar de pensar.

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Miguel respondió buscando la boca, callando todos los temores de su amante. Esa noche era de ambos, quizás sería la última vez que compartirían piel contra piel. Apartándose un paso, el boxeador se quitó la camiseta, dejando ver sus abdominales esculpidos a fuerza de golpes, bajando los pantaloncillos de deporte junto con la ropa interior, quedo tan desnudo como cuando vino al mundo. —Esta noche te obligaré a recordarme durante todos estos meses— acomodando a Damiam sobre la cama, con tal reverencia que este se sintió cohibido, como si fuera nuevamente la primera vez. La ropa tirada en el piso, la luz apagada permitía que el brillo de la luna les diera un matiz misterioso a los amantes. Damiam se entregó, esta vez no era la excusa de un picor que tenía que rascarse, era desear darle algo de sí mismo a alguien que lo merecía. Miguel acarició cada centímetro de piel pálida, mordió las tetillas erectas, tomó con sus grandes manos el pene que húmedo rogaba por atención. Entre beso y beso recordó a sus primos, cuantas veces se había burlado de ellos por caer en la monogamia por causa de unas pantaletas, y él estaba ahora así, muerto de amor por un muñequito orgulloso que tenía más fuego en la sangre que el mismo infierno. La noche pasó demasiado rápido para los chicos que buscaban meterse en la piel del otro. Miguel penetró la entrada que se habría 85

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generosa a su sexo, Damiam jadeaba y suplicaba mientras arañaba la espalda color caramelo. Donde uno empujaba el otro se adelantaba a encontrarle, era la danza más vieja del mundo. —Te amo— susurró Miguel. Cuando sintió los labios de su amante abrirse, los acalló con un beso húmedo, invasivo. No quería escuchar palabras de amor nacidas de un orgasmo, eran solo neblina que se disipaba en el calor del sol. Hasta dentro de unos meses podría saber el resultado de todo aquello, tendría una pareja de vida o un corazón roto. El tiempo era el único capaz de dar una respuesta. Con un grito ambos se vinieron al mismo tiempo, Damiam humedeció el vientre de su amante con su corrida, mientras Miguel llenaba el canal con la muestra líquida de su placer. —¿Confías en mí? — preguntó Miguel cambiando de posiciones, acomodando al cuerpo más pequeño sobre él. Quizás Damiam no tenía todas las respuestas, pero la de esa pregunta era una y definitiva— Sí, confió en ti— fueron sus palabras justo antes de caer dormido.

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En la mañana unos golpes en la puerta despertaron a Damiam de golpe, por puro instinto buscó la presencia de Miguel, sin encontrarla. Pensando que el hombre estaría en el baño, se puso de pie buscando los pantalones de su piyama de seda, el que no usaba para dormir desde hace demasiado tiempo. Dirigiéndose a la puerta del baño tocó levemente, al no recibir respuesta la abrió, encontrando el lugar vacío. El ruido en la puerta le recordó que alguien esperaba en el pasillo— ¡Voy! — anuncio. —Hasta que por fin—se quejó Patrick con esa manera suya de hacerse la víctima—, creí que iba a germinar aquí afuera. Damiam se apartó permitiendo que el francés entrara— ¿Se puede saber a qué debo el honor? —Ni siquiera intento ser amable, todos sus amigos sabían lo receloso que era con su espacio personal. —Sólo quería cerciorarme de que estabas vivo. —De pronto la siempre alegre expresión del chico se tornódemasiado seria para la tranquilidad del heredero. —¿De qué diablos hablas? — se cruzó de brazos, sin darle mucha importancia a la mirada interesada del francés. Estaba con el dorso desnudo y sus tetillas estaban erectas por el frío de la mañana.

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El otro chico, ya perfectamente arreglado para esa hora, se tomó su tiempo para responder. —Es que al parecer tu boxeador tuvo un problema contigo anoche y tú lo echaste, ya que amaneció en la oficina del director. La mirada de Damiam no tenía ninguna expresión, simplemente estaba demasiado concentrado tratando de entender qué diablos sucedía. Las palabras de Miguel llegaron a él entre la nebulosa de los recuerdos de la noche anterior: “Confía en mí…”. —Lo que yo haga no es algo que tenga que andar explicando a medio colegio. —se encogió de hombros, restándole importancia a la noticia. Si algo su padre le había enseñado era que para engañar a los enemigos primero había que empezar por los amigos. —Honestamente creo que estás loco. —Se pasó las manos por el cabello perfectamente peinado— ese tipo pudo haberte partido el cuello sin sudar una gota. Damiam sabía que tenía que ser más agradecido, su amigo y examante se había levantado temprano en un sábado solo para cerciorarse de qué el siguiera con vida. —Bueno…—Disimuló un bostezo— supongo que ya viste que sigo vivo… Ahora te agradecería que me dejaras seguir con mi sueño de belleza. Patrick no era tan tonto como todos suponían, bien era cierto que jamás usaría en su ropa dos colores que no combinaran o que preferiría 88

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morir antes de dejar de usar sus zapatos de diseñador, pero de allí a ser idiota había un gran trecho. Sabiendo que su mejor amigo ocultaba algo y que no se lo diría, decidió despedirse sin dedicarle un segundo pensamientoa la situación, Damiam estaba vivo y por el momento eso era todo un alivio. En el comedor no había muchos estudiantes, la mayoría se habían marchado de fin de semana a sus casas, otros como Damiam no tenía mucho interés en las relaciones familiares y con la excusa de necesitar tiempo para sus deberes escolares se quedaba. Los cariñosos parientes no insistían en que sus preciados hijos les estorbaran el sábado y el domingo. Sin poderlo evitar recorrió con la vista el lugar, Miguel no estaba por ninguna parte, por mucho que se muriera de preocupación, no podía preguntarle a nadie por él. Como si una invocación demoniaca se hiciera efectiva, el secretario entró por la puerta principal, el rostro se veía tan pálido que asustaba. Sin reparar en ninguna otra persona, el chico llegó a la mesa principal, susurrando algo al señor Dantino al oído, ambos salieron con paso apresurado del comedor. Lo que ocurrió a continuación fue algo que Damiam no había siquiera imaginado ni mucho menos sabido cómo sentirse al respecto. Al parecer, su amante lo había vengado como si él fuera una doncella de la Edad

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Media que había sido ofendida y a la que su caballero había cobrado la afrenta con sangre. El heredero había escuchado vacías palabras de amor antes, pero ahora estaba seguro de que Miguel le amabacon una fuerza que rallada en lo salvaje. El lunes de la siguiente semana corrió la voz en todo el colegio de que el señor Dantino había sido removido de su cargo por faltas a la moral con su secretario. De alguna manera circulaba un video que era para causarle una indigestión a cualquiera, los hombres usaban la oficina para cosas que nada tenía que ver con la administración educativa. Con una sonrisa descubrió una nota firmada con el nombre de una mujer, al parecer la habían traído con el correo.Sin necesidad de ser adivino supo de quién era la misiva.

“Ahora eres libre para decidir sin presiones. Las fotografías y todo lo que podría causarte molestias está destruido. No pierdas el tiempo tratando de saber cómo lo hice, No quiero que esa linda cabecita tuya se agote.

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Espero de verdad que te guste mi regalo de despedida” Tu amor: Mikaela

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EPÍLOGO

Ahora les diré cuál fue mi decisión, cuando el jet privado aterrizó en la pista, fui escoltado hasta la entrada principal. Justo en la salida observé una motocicleta parqueada junto a la limosina de mi padre. Como era de esperar, después de mi graduación con honores, quién me esperaba ahora que no había cámaras ni potenciales socios de negocios, era el fiel chofer de mi progenitor, el que abría la puerta del vehículo invitándome a entrar. Está demás decir que quien estaba sobre la moto no era otro más que Miguel el que cumplía su promesa de esperar por mí. Hoy escribo esto diez años después de ese día en que supe donde quería estar el resto de mi vida y en compañía de quién. Damiam Antoneth Delorca IVmurió una semana después en un terrible accidente de coche, esa fue la excusa que usó mi familia para darme por muerto de una manera digna y elegante ante todos sus influyentes amigos. Por mi parte no he podido ser más feliz cuando leí la noticia en el diario, después de haber hecho el amor sobre la motocicleta de mi amante, de la manera más sucia y provocadora que uno hombre puede hacerlo con otro. Con Miguel descubrí el fino arte de comer con las manos.

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Si me preguntan si me arrepiento de lo que hice, les puedo decir que comencé a vivir el día que él me miró a los ojos y me demostró que yo era un ser humano, no un número de cuenta bancaria. Las cosas no fueron fáciles, pero cuando amas y te aman todas las uvas están maduras, lo demás no importa. Lo amo y él me ama, qué más puedo pedir. Ah!... Lo olvidaba, la abuela me quiere más a mí que a él,ella dice que en esta familia se necesitaba un hombre que no fuera tan bruto.

FIN

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considera distribución ilegal la entrega de libros para grupos de descargas masivas públicos y privados.

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