Funcion de La Escritura

Función de la escritura Desde hace más de un siglo, aquellos que se interesan en la historia, y son muchos, se han pele

Views 56 Downloads 0 File size 179KB

Report DMCA / Copyright

DOWNLOAD FILE

Recommend stories

Citation preview

Función de la escritura

Desde hace más de un siglo, aquellos que se interesan en la historia, y son muchos, se han peleado con la palabra. JACQUES RANCIERE El origen milenario de la escritura data antes del año 3000 a.C. con los primeros pictogramas. Esta necesidad de “representar” el mundo y los objetos in situm con un signo-imagen fue tal vez el inicio de lo que hoy conocemos como la tradición de la cultura escrita occidental. Sin embargo, no es sino con la cultura sumeria y su alfabeto cuneiforme (Mesopotamia) en forma ideosilábica 1 que se testimonia la escritura más antigua, base de las posteriores lenguas egipcias, babilónicas, elamitas y persas. Esta ontogénesis no es ajena al proceso primario de escritura en todo desarrollo humano. Luego del progreso cognitivo y fisiológico del logograma, que en términos educativos es la aprehensión del código y la motricidad fina de escritura, la humanidad inmortalizó el signo como designatum de lo que era su realidad. Pero, la prueba de la evolución de la escritura no es intencionalmente el propósito comunicativo como comienzo mismo de las relaciones interactivas entre humanos (puesto que ya existían con la afectividad, el lazo social y la oralidad), sino más bien, la necesidad y el desarrollo mismo de la especificidad humana (Bustamante, 1995: 120), o más bien, la forma de apropiarse de una nueva complejidad cultural, a saber, la invención del sistema escrito. Sin embargo, el imperio de la escritura occidental no fue posible si no a posteriori del imperio de la oralidad. La oralidad primaria, como Ong (1996) designa el momento de la palabra plena, supeditaba el advenimiento de la primera escritura fonética. En un primer momento, luego de la aparición de las culturas escritas, éstas no eran más que el testimonio de la palabra, el registro de la phone. Por eso, la era presocrática y socrática griega se soportó en la retórica o en la capacidad del orador como portavoz del logos de la cultura: la paideia (Jarger, 2012). La inmortalidad de la palabra por mucho tiempo se limitó a la capacidad mnemotécnica de recordar el relato del otro y la escritura, ya presente, agenciaba tal deseo de preservación: no era el escritor, sino el orador quien interesaba como cualidad del hombre culto. Por eso, la episteme de la antigua Grecia prevaleció con 1

El sistema de escritura ideosilábico, derivado del ideograma por la cultura sumeria, reunían un conjunto de signos -fonemas- que permitían la realización de silabas y palabras cuando el ideograma era ambiguo o insuficiente para significar algo. Este proceso, del ideograma al ideosilábico se conoce como transferencia fonética.

la palabra dicha y su exergo fue el epíteto y el epitafio, ¿Por qué si no grabar en una piedra (que es la etimología de cuñar signos en la piedra) los vestigios de la cultura en tanto era ausente el orador? La phrónesis de la época griega –recuérdese- se caracterizaba por el ideal platónico del saber hablar y persuadir (el retórico y el sofista), el saber pensar (el filósofo) y el saber mandar (el político). Aun así, la escritura fonética, distinta a la oralidad –propia de las facultades primarias -, se concebía como una tecnología ajena al estado natural del sujeto. Por tanto, su calidad de enseñanza y aprendizaje desde la antigüedad (excluyendo por el momento, claro está, la función social de quien desempeñaba tal tarea de registro). En la época clásica, el papel social del esclavo era del escribiente, o amanuense, inclusive, del lector; idea que solo se subvierte posterior al siglo VII ante la caída del Imperio Romano, la instauración del latín como lengua vulgar y la masificación del texto. Pero es ineluctable rememorar los impactos ontológicos que el proceso tecnológico de la escritura instauró a la especificidad humana: 

Sistemas de escritura: la consolidación de un sistema de signos que representaran fónica y gráficamente el objeto y el mundo (en presencia o no de ellos), generó la proliferación y la apropiación de nuevos sistemas escriturales abstractos dando lugar al registro de cada una de las culturas. Así, la escritura formalizó la lengua como sistema abstracto de signos.



Reemplazo de la memoria por el escrito. El menoscabo de la palabra dicha era su languidez en el tiempo y el espacio. Su precaria existencia en tanto era enunciada carencia de la permanencia para los otros y la limitación cognitiva de “rememorar” lo dicho. Con la consolidación de la escritura se altera el espacio/tiempo inmediato de la oralidad y ésta “acumula, almacena, resiste al tiempo mediante el establecimiento de un lugar y multiplica su producción por el expansionismo de la reproducción” (Chartier & Cavallo, 2004: 15).



Acumulación de saber. Con la formalización de un sistema escritural (ideograma o alfabeto) y la aprehensión de éste para “decir algo”, la escritura dejó sólo de registrar lo dicho por unos y se consagró al registro del pensamiento, así, se multiplicaron los escritos sobre matemática, poesía, tragedia, astrología, mitología, política, etc. Desde todos los lugares se empezó a producir saber sobre el mundo: la metafísica, la teleología, la teología, la literatura, etc. Por eso se dice que es por la escritura que se habla de historia.



Orden al pensamiento y de la escritura. El desarrollo de la escritura trajo orden al pensamiento. Según la idea del “lenguaje como vehículo del pensamiento”, el mismo sistema

concibió un orden necesario para la escritura. Sin embargo, desde la época clásica la scriptio continua impedía que cualquier escribiera (y comprendiera). La notación continua prefijaba la necesidad de comprender cómo leer tales composiciones. Posterior a la vulgarización del latín, los amanuenses religiosos fijaron espacios entre las palabras, los signos para puntuar (inexistentes antes) y las márgenes para citar. Se concibieron las primeras gramáticas y sintaxis de la lengua. 

La lectura. La producción de un sistema de signos necesitaba de una comprensión de los mismos. Es por esto que la lectura agenció tal proceso de vivificación del signo escrito. “La letra muerta” no se consagró sino mucho después dada la omnipresencia del “todopoderoso” en la escritura medieval. He allí, pues, el peligro del poder de la palabra y la restricción de la lectura.



Saber y ciencia. Que la escritura fungiera como “compilador” de lo escrito, dio tiempo a los hombres para seguir pensando y produciendo conocimiento, mientras lo ya pensado se acumulada (o se refutaba). Estratégicamente la escritura generó la posibilidad de abstraer más la comprensión acerca del mundo y, así mismo, del hombre, al mismo tiempo, de complejizar la comprensión de éstos (inclusive, de hallar cómo fueron sus orígenes 2). Es de la escritura que nace el conocimiento objetivo o científico del mundo, las artes, las disciplinas, la literatura, etc. Es aquí donde se vuelca el imperio de la oralidad secundaria sobre la primaria.

Con estos antecedentes es que el registro secundario de la oralidad se consolidó como el resguardo de la cultura occidental. En un sentido estricto, es de la oralidad que la escritura funge su papel legitimador de la cultura, pero al mismo tiempo, al consagrase indiferente al sonido, se genera la brecha que hará invertir el predominio clásico de la palabra plena por el del discurso escrito. Poder de la palabra escrita Cuando la escritura cobra vigencia, ésta cae en el dispositivo de poder ante el peligro de la masificación de la lengua vulgar y, mucho después, con la invención de la imprenta y la multiplicación del texto. Por la escritura se empieza a legislar, imponer y controlar a los hombres por la instancia de la letra (ya no de la phone). El curioso cambio de prácticas de gobierno, por decirlo al modo de Foucault, transforma el ritual en que la presencia pasiva de la masa analfabeta escucha la verborrea del texto sagrado para no permitir ninguna alteración del significado a la 2

Stephen Hawking (1987) en Una breve historia del tiempo, se pregunta “cómo es que, si hubo caos antes, existe, aparentemente, orden hoy” (p.1).

autorregulación de los hombres para leer según la hermética de la época (la univocidad del sentido que postula Eco en Los límites de la interpretación). Pero quien escribe, el amanuense recordemos, funge como “portador de la palabra” más que del significado. El significado es endilgado por quien está autorizado, por quien hace viva la palabra escrita. Es loable aquí la función de la escritura como garante de la verdad. Así, el discurso oral se convierte en efecto de la construcción lógica del sistema escritural donde ya no importa dominar lo dicho como el retórico clásico, ni retraerse en la especulación filosófica, sino en la manipulación de la doxa a partir del discurso producido sistemáticamente (es por tanto, que la gramática apremió en un momento y se fijó como exergo de la escritura). En ese mismo instante, la escritura prevé el qué decir sobre un logocentrismo (Derrida, 1998) que imperará (e impera) durante los siglos en la cultura occidental: en las religiones monoteístas bajo el imperio de la Biblia, el Corán y la Torá; en los Estados-nacionales con las Constituciones, las Leyes y Normas jurídicopolíticas; en el mundo académico y disciplinar (recuérdese la época escolástica), con los manuales, textos de gramática (escolares), enciclopedias; en el mundo moral con las disquisiciones filosóficas, los tratados (morales, filosóficos, teleológicos, pedagógicos), las normas de comportamiento en la Corte como nos lo recuerda Elias (1987). Luminet (2002) narra en El incendio de Alejandría que cuando las llamas destruyeron los aposentos de la Biblioteca de Alejandría en el siglo VII, el gran tesoro humano anquilosado en los muros construidos bajo el imperio de Alejandro Magno, perdió gran parte de registro de la humanidad; una historia registrada en los miles de códices incinerados. Ni la retórica de Filopon, la lógica de Rhazes y la intelección y seducción de Hipatia, lograron convencer a Amr –general de las tropas- de incendiar el templo del libro. La escritura consagrada allí representaba para el califato de Omar, la injuria sobre lo registrado en el Corán. Dice Luminet (2002) sobre la adquisición de Magno de poseer toda la literatura mundial conocida: “[se] temían que los libros que reclamaba fueran un arma tan misteriosa como temible contra la que sus espadas podrían quebrarse. No les faltaba razón…” (p.20). El poder de la escritura atesorado atentaba contra la palabra de Mahoma. Y la historia se repitió con Galileo, Bruno, Descartes, inclusive, en la época nacionalsocialista de “los cristales rotos”. Correlato de la escritura en la cultura

Esta breve historiografía de la escritura es el correlato de su función cultural en el mundo consagrado al signo escrito. La atracción agenciada por la marca escrita no ha dejado de ser la oportunidad de inmortalizar el malestar del hombre por su carencia de sentido en el mundo o por dar un sentido a aquella, más que la inmortalidad imputada al autor. Por eso, la escritura puede ser vista como un correlato del malestar o del síntoma que algunos osan de compartir al mundo. La literatura da cuenta de lo anterior. Miles y miles de años la cultura ha escrito acerca de lo inefable. El escritor, sea de x o y genero, por ésta o aquella inspiración (aunque ya muchos han mostrado lo absurdo de la llamada “inspiración”) muestra los alcances del pensamiento humano y la imposibilidad del lenguaje por encerrar lo deseado en la palabra, sea oral o escrita, mas éste hace sus elucubraciones con éxito al crear un texto. Por eso, es concluyente el “culto al libro” que Borges nos propone: no habrá, por más esfuerzos e innovaciones tecnológicas, mayor creación cultural que la escritura humana; ni las modificaciones de las prácticas escritoras y lectoras con las tecnologías de comunicación e información (que tanto tenemos como maestros retrotraídos al texto impreso y la lección aprendida y evaluada), ni las conquistas del mundo en la cibernética, la robótica y el mercado bélico, todo aquel saber subyace al sistema de la lengua hecho escritura. Así, es que Bustamante (1995: 125) reconoce que la escritura representa la forma de la lengua, no la motilidad de la palabra. Es por esto que se sustenta sobre un sistema que determina las posibles relaciones de producción, y por tanto, de comprensión de lo escrito. Es esto a lo que llamamos saber escribir y leer. De la cultura occidental a la cultura escolar Uno de los rasgos característicos de la cultura occidental, es sin duda, su estructura de pensamiento profunda y de abstracción reflejándose ello en los saberes específicamente humanos como lo son: los teóricos, los prácticos y los estéticos. Estos rigen de algún modo la sociedad actual, están codificados y esto es lo que hace que la cultura pueda permanecer y que algunas prácticas empiecen a cambiar. Para el caso de la cultura occidental estos saberes y prácticas están mediados por el código alfabético. Por tanto, y en términos de Narváez (2013) la cultura occidental ha tenido como línea de evolución la tradición alfabética, donde la escritura no debe ser entendida como una técnica sino como un código. A esta tradición viene ligados una serie de saberes que se desarrollaron gracias a este recurso tan valioso como lo es la escritura alfabética. Es por ello que la tradición alfabética ha permitido conservar y desarrollar los logros más preciados de la cultura occidental: la religión

universal, la literatura universal, la filosofía, la ciencia, la tecnología, la teología, las bellas artes y la música; esto desde el cultivo de la razón, desde la construcción de argumentaciones para hacer válidos sus postulados y hacerlos universales. Así entonces, estos encierran los rasgos característicos de la cultura alfabética (Cfr. Narváez, 2013, pp. 130-151). La cultura alfabética es la que proporciona las bases para la producción del conocimiento cada vez más profundos y abundantes; ya que, la escritura es la base de nuestra civilización. Por tanto, la escritura alfabética es un verdadero cambio cultural que supone un cambio de mentalidad. Empero, ¿cómo se originó la modernización de la tradición alfabética? En aras de responder a este interrogante, se debe empezar en primer lugar por revisar la mediatización y secularización de la cultura alfabética, para a su vez comprender cómo se produjo el paso de la cultura occidental a la cultura escolar (Cfr. Narváez, 2013, pp. 231- 250). En primer lugar, la mediatización de la cultura alfabética es el paso del escribano al impresor. El inicio de la imprenta se da alrededor de 1455 y el primer libro impreso se publicó en 1457, este fue El Salterio de Mainz. Con la imprenta el producto cultural se objetiviza, es decir, se convierte en artefacto manipulable, que en este caso, viene siendo el libro y los periódicos. Es a partir de la imprenta que es posible que estos artefactos lleguen de manera individual a varios consumidores. Esto deja entrever a la imprenta como una continuidad, renovación, conservación y transformación de la cultura escrita y de las culturas nacionales. Así entonces, la imprenta fue la principal arma de la Reforma y de la Contrarreforma; puesto que, se popularizaron las diferentes versiones de la Biblia. Este hecho produjo transformaciones en los lectores, ya que se veían obligados a acceder a las obras escritas y por tanto a adquirir la necesidad de aprender a leerlas según la lengua predominante. Esto hizo que se estableciera la formación de la cultura nacional, que se multiplicaran los lectores y que la venta de la Biblia fuera un éxito. De manera que, con la imprenta y la alfabetización se produce un mercado del libro en el que los editores hacen la oferta y los lectores la demanda. Esto en parte se logró, además de la Reforma, gracias al capitalismo y el nacionalismo. Otro de los medios con los que la imprenta se hizo popular fue con la prensa popular, cuyo atractivo es la literatura por entregas. Esto garantizó la fidelidad de los lectores, siendo Robinson Crusoe la publicación (1719) inaugurada en esta modalidad. La prensa entra así en el terreno del entretenimiento y de lo político, lo que le permitió evolucionar a una prensa icónica a través de relatos y de imágenes.

No obstante, los medios masivos audiovisuales no son un sustituto para la cultura letrada, si bien se han producido cambios técnicos, no se ha producido ninguna ruptura en términos de códigos.

En segundo lugar, en cuanto al proceso de conformación de la cultura nacional, este se centra en la relación entre nación y Estado. La nación representa el grupo de individuos que comparten un territorio, una economía, unos derechos y deberes, unos recuerdos y un lazo cultural y político. En esta representación ha sido esencial el papel del Estado, siendo este el unificador de la nación moderna. El Estado intentaba incorporar a clases medias, militares, judiciales y administrativos en una única comunidad política y cultural. Así pues, la población, las lenguas, la religión, la división étnica y el sector urbano y rural se enmarcan dentro de las características humanas y cultuales de la nación. Entonces, la cultura nacional se entiende como una construcción surgida de la tensión entre lo local de las culturas populares y lo universal de la cultura occidental. Toda tradición nacional empieza por la adopción de una lengua, las lenguas europeas fueron codificadas en el alfabeto latino, con lo que se produce un primer movimiento hacia la cultura nacional, esto es, la nacionalización de la escritura alfabética. Esto indica que la cultura nacional empieza con la escritura nacional que se impone como lengua oficial, como lengua culta para los asuntos del Estado y del comercio; llegándose a convertir a su vez en la cultura que orienta moral e intelectualmente a la sociedad. Además de esto, se hizo necesario que los relatos orales fueran convertidos a relatos escritos. Así surgen las epopeyas nacionales que cuentan las historias de los héroes: La canción de Rolando, El cantar del Mio Cid, Los nibelungos. Estos relatos al pasarse a lo escrito, entran a hacer parte de la literatura universal; así, la primera manifestación de la cultura nacional es la literatura nacional. En suma, la cultura nacional se conforma en un proceso de construcción y aprendizaje de la escritura, la literatura, las ciencias, la religión y la historia. Y en tercer lugar, Narváez afirma que es en la escolarización donde el sujeto adquiere las formas de la cultura alfabética, es decir, apropia las formas expresivas alfabéticas y las formas de contenido argumentativas, analíticas y de abstracción. La cultura alfabética exige una enseñanza dirigida para que se dé el aprendizaje de las competencias alfabéticas y por tanto exista un receptor de textos; dichas competencias sólo se aprenden en relación a unos contenidos académicos, siendo necesarias para manejar un determinado tipo de códigos: aquellos con los cuales reconocer, razonar, designar y

entender el estado del mundo, y que sólo son accesibles en forma alfabética en los diferentes niveles del sistema escolar. Es la escuela entonces quien podría proporcionar las competencias cognitivas necesarias para que el conocimiento se pudiera propagar recurriendo al texto, esto aguardando al establecimiento de la enseñanza obligatoria. El texto se convierte así en uno de los principales soportes de la información. Así pues, la escolarización debe ser el medio para consolidar la unidad nacional de la población no sólo en torno a unos códigos sino en torno a unos relatos comunes, donde el acceso a la cultura nacional se convierta en asunto político y de acción de todos los sujetos. Así, el reconocimiento y la redistribución en la cultura sería la expansión –desde la escuela pública– de la tradición letrada hacia el conjunto de la sociedad, para garantizar igualdad social. Si no se garantiza a todos, limita las aspiraciones y el accionar de algunos sujetos y este no sería el sentido de la escolarización sino todo lo contrario, el sentido debe ser la escolarización masiva; siendo ésta una de las funciones primordiales del Estado. Finamente, cabe destacar que la escritura es una construcción cultural, la cual ha dado lugar a unos saberes y a unas disciplinas lo que ha permitido las interacciones con otras personas y que se posibilite el desarrollo cognitivo. De allí que, la escritura alfabética es considerada como una código asociado a una transformación del quehacer cultural del hombre; actúa como antídoto contra el olvido, permite establecer un diálogo con el acumulado cultural y revisarlo. Así, la escritura alfabética es la columna vertebral de los logros alcanzados por la cultura occidental.

La Escritura como práctica Sociocultural Hasta aquí se ha situado la escritura como una necesidad que, a través de la historia, ha posibilitado representar el mundo y ha servido como parte de una tradición heredada, que se comunica, se transfiere o se traspasa a otros, y que permanece gracias a su sistema de codificación (en nuestro caso que es alfabético). Todo este entramado de posibilidades deja prever y situar la escritura en una dimensión poco visualizada y atendida, y es la escritura como práctica sociocultural. ¿Por qué hablar de la escritura como práctica sociocultural? En primer lugar, y como se ha mencionado a lo largo del documento, la dimensión histórica de la escritura implica comprender el carácter situado de las prácticas de lectura dependiendo específicamente de la cultura en que se desarrollan, pues se parte de la premisa de que el lenguaje escrito es concretamente un “producto de

la historia cultural y no el resultado de la evolución biológica” (Anderson y Teale 2002, p.272). En consecuencia la lectura, y también la escritura, en tanto prácticas situadas históricamente han permitido a las diferentes culturas comprender el mundo y desenvolverse en él, acorde a los cambios y a las condiciones sociales y técnicas de una determinada época 3. El ejemplo concreto de los autores para ubicar tal perspectiva es “la relación muy estrecha entre la tecnología de la escritura, por un lado, y las actividades socioeconómicas por otro, al analizar los usos históricos más tempranos de los símbolos gráficos que sustituían a los objetos del mundo y, eventualmente, en el uso de palabras para referirse a los objetos del mundo” (p. 273)”. En segundo lugar, se asume la escritura como práctica sociocultural porque posibilita el desarrollo del pensamiento, una perspectiva situada desde los planteamientos de Vygotsky (1978) quien enuncia la internalización de los instrumentos hallados en la mediación cultural, es decir, el lenguaje (en este caso el lenguaje escrito) y la experiencia sociocultural del sujeto. En esa perspectiva, la cultura no solo organiza el pensamiento, sino también, funciona como una representación de la realidad y las acciones que en ella se desarrollan, suministrándole al sujeto los sistemas simbólicos de representación y sus significaciones. Con esto diríamos entonces que la escritura, en tanto práctica sociocultural, permite a las personas hacerse parte de una comunidad y apropiarse de la cultura que en ella circula y se produce. De ahí que leer y escribir (reiteramos, en tanto prácticas) posibilitan la comprensión del mundo, desde distintos puntos de vista, y la producción de ideas, opiniones y conocimientos que median nuestras relaciones sociales, haciendo posible al tiempo “repensar el mundo y reorganizar los pensamientos” (Lerner, 2001, pág. 26). 3

Se asume desde la conferencia presentada por Emilia Ferreiro “Leer y Escribir en un Mundo Cambiante” en el año 2000, donde se hace mención de los cambios por los cuales la lectura y la escritura han atravesado con el pasar de las épocas. Se enuncia allí que, al principio se leía y se escribía obedeciendo únicamente a unas actividades profesionales, luego se decidió que la escritura no era exclusiva a una profesión y que la lectura no era marca de sabiduría sino de ciudadanía. Con esto se democratiza la alfabetización y se crea la escuela para dar acceso a los saberes contenidos en bibliotecas y formar ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes; no obstante, la tradición clásica persiste buscando enseñar la técnica. Todo esto para situar que, la lectura y la escritura es cambiante y se adapta de acuerdo a los cambios sociales, como sucede con el auge del Internet, el correo electrónico, las páginas Web y los hipertexto mencionados por Ferreiro, los cuales “están introduciendo cambios profundos y acelerados en la manera de comunicarnos y de recibir información” (p. 5).

Referencias bibliográficas: Anderson, A. B., & Teale, W. H. (2002). Nuevas perspectivas sobre los procesos de lectura y escritura. Buenos Aires: Siglo XXI. Bustamante, G. (1995). Notas sobre la lectura y la escritura. En Los procesos de la lectura. Hacia la producción interactiva de los sentidos, (pp. 117-140). Bogotá, Colombia: Cooperativa Editorial Magisterio. Cavallo, G y Chartier, R. (2004). Historia de la lectura en el mundo occidental. Madrid, España: Editorial Taurus. Derrida, J. (1998). De la gramatología. México: Siglo XXI. Elias, N. (1987).El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas. Madrid, España: Producción del F.C.E. Jarger, W. (2012). La retorica de Isócrates y su ideal de cultura. En Paideia: los ideales de la cultura griega, (830-856). México: Fondo de Cultura Económica. Lerner, D. (2001). Leer y escribir en la Escuela: Lo real, lo posible y lo necesario. México: Fondo de Cultura Económica, FCE. Luminet, J. (2002). El incendio de Alejandría. Narváez, A. (2013). La modernización de la tradición alfabética. De la cultura occidental a la cultura escolar. En: Educación y comunicación: del capitalismo informacional al capitalismo cultural. Primera edición. Bogotá: Universidad Pedagógica Nacional. Ong, W. (1996). Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. México: Fondo de Cultura Económica. Vygotsky, L. (1978). El desarrollo de los procesos psicológicos superiores. Barcelona: Crítica.