Francisco Antonio de Zela

FRANCISCO ANTONIO DE ZELA Biografía Francisco Antonio de Zela era hijo del español Alberto de Zela y Neyra, y de Mercede

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FRANCISCO ANTONIO DE ZELA Biografía Francisco Antonio de Zela era hijo del español Alberto de Zela y Neyra, y de Mercedes de Arizaga y Hurtado de Mendoza, natural del Callao, radicados en Lima. Estudió en el Seminario Conciliar de Santo Toribio hasta 1784, cuando a solicitud de su padre pasó a Tacna como aprendiz de ensayador y fundidor de las Cajas Reales de dicha localidad. Ascendió en dicha profesión hasta llegar a ser ensayador. Se casó con María de la Natividad Siles y Antequera (tacneña), con quien tuvo nueve hijos. Revolución de Tacna Insurrección de Tacna (1811) Zela es conocido por dar el primer grito libertario del Perú en la ciudad de Tacna el 20 de junio de 1811 siendo considerado el líder de la primera insurrección armada por la independencia del Perú. La rebelión de Tacna estuvo en estrecho contacto con la revolución argentina, que se inició en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810. Los argentinos enviaron un ejército a la Provincia de Charcas (actual Bolivia), bajo el mando del general Antonio González Balcarce y del abogado Juan José Castelli. Los rioplatenses enviaron proclamas a varias ciudades del sur del Perú, invitándolos a seguir la revolución. Zela fue el primero en responder y en un "Bando al pueblo de Tacna" declaró su adhesión a la Junta de autogobierno de Buenos Aires y su fidelidad al rey de España, de acuerdo con la posición de la Junta, y pretende asumir la jefatura político-militar de la plaza militar imponiéndose él mismo el título de "Comandante Militar de las Fuerzas Unidas de América". Zela fue apoyado por un numeroso grupo de criollos, mestizos e indígenas, entre ellos el cacique de Tacna, Toribio Ara, junto a su hijo José Rosa Aray el cacique de Tarata y Putina, Ramón Copaja. Bajo la dirección de Zela, en la ciudad de Tacna, se asaltó primero el cuartel de caballería del Regimiento Dragones del Rey y luego el cuartel de infantería que

estaban situados a dos cuadras de distancia a la voz de "...cargar y adelante", la noche del 20 de junio de 1811. Zela enarboló una bandera con colores azul y blanco a cuatro campos triangulares, estableciendo por escasos tres días un gobierno libre, autogobierno adherido a los principios de la Junta de Buenos Aires. El mismo día (20 de junio) el ejército patriota argentino fue derrotado por el ejército realista peruano encabezadas por el brigadier José Manuel de Goyeneche en la Batalla de Guaqui, en las cercanías del lago Titicaca, y por lo tanto, Zela nunca recibió el apoyo necesario. Esta noticia deterioró la moral de la reducida tropa de Zela, como resultado de ello, fueron diezmados y algunos capturados por los españoles sin presentar batalla. Los principales dirigentes de la rebelión fueron sometidos a juicio, entre ellos Zela, que fue llevado a Lima. Allí, gracias las influencias de su familia y a la mediación de importantes personajes se le conmutó la pena de muerte por la de encierro perpetuo en el morro de La Habana. Pero se consiguió modificar aún más la sentencia: una pena de diez años de presidio en la cárcel de Chagres de Panamá, y terminados éstos, expatriación perpetua. Su prisión en Lima duró cuatro años y en 1815 fue trasladado a Panamá. Afectado por el clima tropical y las duras condiciones de su encierro, falleció algunos años después. Una versión muy difundida afirma que su fallecimiento se produjo el 28 de julio de 1821, el mismo día de la Proclamación de la Independencia del Perú. Lo cierto es que murió en 1819 a la edad de 50 años.

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Juan José Crespo y Castillo

Juan José Crespo y Castillo (Huánuco, 1747 - Huánuco, 14 de septiembre de 1812),

fue

un

prócer

de

la

Independencia del Perú, quien se distinguió como uno de los líderes de la rebelión de Huánuco de 1812, organizada por criollos prominentes de Huánuco y un grupo de alcaldes indígenas de los poblados vecinos, que movilizaron masas de indios contra

las

fuerzas

virreinales

o

realistas. Vencido, fue ajusticiado.

Biografía Natural de Huánuco, ciudad de la sierra central del Perú, al igual que muchos criollos de provincias desde muy joven se dedicó a las labores agrícolas. También estuvo empeñado en la búsqueda de minas y tesoros antiguos. Llegó a ser un propietario muy acaudalado, dueño de casas y explotaciones mineras, pero también incursionó en las especulaciones mercantiles, al obtener por remate la administración de sisa de la ciudad de Huánuco, y al habilitar sus tierras al cultivo de cascarilla, tabaco y otros productos de alta cotización. Llegó a ser nombrado regidor, posiblemente a inicios del siglo XIX. Luego fue nombrado síndico procurador. Era pues un personaje respetado y de gran ascendiente en Huánuco, al momento de estallar la revolución de 1812.

La Revolución de Huánuco de 1812 La numerosa población indígena sufría por entonces la tiranía y los abusos del régimen virreinal. La población criolla también estalló en descontento cuando las autoridades virreinales decidieron suprimir la libertad de cultivos decretada hacía poco

por las Cortes de Cádiz (enero de 1812). Como consecuencia de ello, muchos productores y comerciantes,

especialmente de

tabaco,

fueron

considerados

contrabandistas, y como tales perseguidos por la autoridad virreinal. Se daba así el campo propicio para que indígenas y criollos se aliaran para luchar contra la dominación española.

Crespo y Castillo organizó reuniones con los criollos de Huánuco afectados por la arbitraria política virreinal. Convencidos de que era necesario acabar con el “mal gobierno”, los criollos organizaron una rebelión y enviaron agentes a los pueblos vecinos para que anunciaran la llegada inminente de un “inca justiciero” o propusieran la expulsión de los odiados españoles. Naturalmente, esta prédica tuvo efecto. Los indios de partidos de Panatahuas, Huamalíes, Huánuco y otras poblaciones vecinas, alentados por sus alcaldes, se sumaron en masa a la rebelión. Armados de palos, piedras, hondas y una sola escopeta, el 22 de febrero de 1812 convergieron hacia la ciudad de Huánuco. Se detuvieron en el puente de Huayaupampa, donde derrotaron a un pequeño contingente realista. Los criollos pactaron con los caudillos indígenas. Al día siguiente, todos los cerros que circundaban Huánuco aparecieron copados de indios. Los españoles fugaron apresuradamente de la ciudad y los indios ocuparon la ciudad, a la que sometieron al saqueo, respetando solo las casas de los criollos y mestizos. La autoridad española fue destituida y en su reemplazo fue elegido Crespo y Castillo como jefe político y militar (26 de febrero de 1812).

Después de dichos sucesos, los criollos conformaron una junta de gobierno integrada por Domingo Berrospi, Juan José Crespo y Castillo y Juan Antonio Navarro. El jefe de la misma era Berrospi pero este fue destituido al poco tiempo a instigación de los alcaldes indios, acusado de pasividad. Crespo y Castillo asumió entonces el liderazgo de la junta. Los alcaldes indígenas, en número de 25, dirigieron una comunicación al virrey en la que manifestaban que la insurrección no era contra el Estado, ni contra la monarquía, no contra la patria, ni contra la religión, sino contra los chapetones [españoles] opresores y tiranos. Crespo y Castillo organizó y condujo a las fuerzas patriotas en persecución de los españoles, librando el combate de Ambo. Los españoles, abrumados por el ataque masivo y bullicioso de las tropas indígenas, huyeron derrotados, con dirección a Cerro de Pasco (4 de marzo de 1812). Los patriotas ocuparon Ambo. Ello causó gran

preocupación entre las autoridades realistas. Crespo y Castillo retornó triunfante a Huánuco, presidiendo un desfile de fuerzas indígenas. Llegó a afirmar que contaba con 15.000 hombres y que aún podía atraer más efectivos. El virrey Abascal dispuso que el Intendente de Tarma, José Gonzáles de Prada saliera a combatir a los insurrectos, equipando a sus fuerzas con cañones, fusiles y municiones. Gonzáles de Prada se presentó con sus fuerzas ante Ambo, el 10 de marzo. Crespo y Castillo, al enterarse del movimiento de los realistas, dispuso la movilización de sus fuerzas más disciplinadas y se dirigió a Ambo equipado solamente con 100 escopetas y algunos fusiles con escasa munición. Gonzáles de Prada, con su fuerte contingente, avanzó sobre Ambo, el 17 de marzo. Los indígenas bajaron de las alturas que circundan Ambo y valerosamente se enfrentaron a las tropas realistas, pese a no contar con armamento adecuado. Cientos de ellos fueron masacrados y unas decenas capturados. A este encuentro sangriento se conoce como el combate de Puente de Ambo. Los patriotas abandonaron Ambo y pasaron a Huánuco, y aunque Crespo y Castillo quiso organizar la resistencia, optaron finalmente por retirarse a los poblados vecinos. Los realistas entraron en Ambo y luego en Huánuco, el 19 de marzo, a la que hallaron despoblada. González Prada salió de Huánuco en persecución de los cabecillas insurrectos, que contaban con un ejército de 2 000 hombres. Las fuerzas patriotas y realistas se encontraron cerca del mediodía y se libró una encarnizada y desigual lucha, cayendo abatidos cerca de 1 000 patriotas. Los indígenas se dispersaron y los cabecillas fueron capturados por González Prada. Crespo y Castillo, juntamente con el alcalde pedáneo de Huamalíes José Rodríguez y el curaca Norberto Haro, fueron enjuiciados sumariamente y ajusticiados con pena de garrote, el 14 de septiembre de 1812, en la Plaza Mayor de Huánuco. Antes de morir Crespo y Castillo dijo a viva voz: «Muero yo, pero mil se levantarán para ahorcar a los tiranos. ¡Viva la libertad!»

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ENRIQUE PAILLARDELL Enrique Paillardell (en algunas fuentes: Enrique Pallardelli o Enrique Paillerdelle) (Marsella, 1785 – Buenos Aires, 1815) fue un militar de origen francés que encabezó la rebelión de Tacna de 1813, en el contexto de la guerra de la independencia del Perú. Participó

además

en

las

Expediciones

Auxiliadoras al Alto Perú, en las guerras civiles durante el Directorio de las Provincias Unidas del Río de la Plata y murió ejecutado por haber colaborado durante el gobierno del Director Supremo Carlos María de Alvear.

Biografía Enrique Paillardelle fue hijo del médico francés Juan María Paillardelle y de la limeña Eustaquia de Sagardia Villavicencio. Estudió en la Escuela Politécnica de París, de la cual egresó como teniente de ingenieros militares. En 1796 ingresó a la marina francesa y en 1803 era alférez, datos que consta en un informe que él mismo redactó. Sus hermanos Juan Francisco Paillardelle y Antonio Felipe Paillardelle siguieron también la carrera militar. Tras la muerte de su padre en 1803, se trasladó a la península ibérica, acompañando a su madre y hermanos. La familia se instaló en el puerto de Cádiz. Los tres hermanos se naturalizaron españoles y en 1805 pasaron al Virreinato del Perú. Enrique, al igual que su hermano Juan Francisco, logró ser admitido en 1806 en el Regimiento de la Concordia, un cuerpo del Ejército Real del Perú integrado por miembros de familias de alcurnia. Su madre falleció en 1810, pero Enrique no pudo heredar ya que la Real Audiencia de Lima le negó tal derecho, por ser extranjero. Se sospecha que fue esta injusticia lo que impulsó a los hermanos Paillardelle a abrazar la causa separatista. Enrique pasó al Cuzco y se avecindó en Anta, donde contrajo matrimonio. Trabajó como ingeniero, profesor de matemáticas y agrimensor (1807); trazó el puente de Izcuchaca, entre otras labores profesionales.

En 1813 se hallaba en Tacna, confinado por las autoridades realistas. Por entonces, los independentistas rioplatenses organizaban las Expediciones Auxiliadoras al Alto Perú, enviando al llamado Ejército del Norte para luchar contra los realistas que controlaban esa región. El general revolucionario Manuel Belgrano estableció su cuartel en Vilcapugio y envió emisarios a distintos lugares del Alto y el Bajo Perú, para que atrajeran adeptos a la causa patriota. Uno de esos emisarios fue Juan Francisco Paillardelli. Burlando la vigilancia de los realistas, Enrique Paillardelle se trasladó a Puno, donde se encontró con su hermano, quien le puso al tanto del plan revolucionario, que consistía en el estallido conjunto de movimientos en Arequipa, Moquegua, Tacna y Tarapacá (Bajo Perú), paralelos al avance de Belgrano por el Alto Perú. Llegado el momento de actuar, sólo se produjo el estallido en Tacna el día 3 de octubre de 1813, encabezado por Enrique Paillardelli, quien al mando de unas decenas de voluntarios rebeldes, tomó el control de dicha ciudad y apresó al gobernador de la provincia. Al día siguiente, Juan Francisco se dirigió al cuartel de Belgrano, para informarle del éxito obtenido y solicitar ayuda, mientras que Enrique se quedó al mando de los rebeldes. Días después, Enrique, al mando de un pequeño ejército, que enarbolaba la bandera azul y blanca de Buenos Aires, se dirigió hacia Moquegua, pero les salieron al encuentro fuerzas realistas enviadas desde Arequipa y reforzadas con milicias locales. Se libró el combate de Camiara, en el valle de Sicana y cerca de Locumba, el 31 de octubre de 1813, en donde los patriotas fueron derrotados. Los rebeldes capitaneados por Enrique Paillardelle, José Gómez y Pedro Julio Rospigliosi sumaban 500 hombres a caballo. Enfrente estaban las tropas del coronel José García de Santiago, superior en número. Paillardelle marchó al Alto Perú para unirse a Belgrano, pero se enteró de que el general patriota había sido derrotado en la batalla de Vilcapugio y retrocedía; alcanzó a unírsele justo después del desastre de Ayohuma. De todos modos, fue ascendido al grado de teniente coronel. Por el desaliento que le causaron estas dos derrotas, terminó convencido de que no valía la pena seguir intentando la liberación del Alto Perú, y que lo mejor era aliarse a los patriotas de Chile para llegar, desde allí, a Lima, por el Océano Pacífico. En cuanto el coronel José de San Martín se hizo cargo del Ejército del Norte, le hizo llegar esa idea, que fue apoyada entusiastamente por su amigo Tomás Guido. Había habido planes militares británicos desde el siglo pasado proponiendo campañas desde Buenos Aires, a través de Chile y con destino final en Lima. De modo que fue ésta la idea que se decidió San Martín a llevar adelante.

Justamente por esa idea de no seguir avanzando, San Martín decidió acantonar permanentemente a su ejército en San Miguel de Tucumán, en una posición defensiva, centrada en una gran fortaleza. El sitio elegido fue el "Campo de las Carreras", el mismo lugar donde Belgrano, en 1812, había librado exitosamente la Batalla de Tucumán. San Martín puso la construcción bajo la dirección de Paillardell, que tenía algún prestigio de ingeniero, aunque no se sabe que haya estudiado ingeniería. Después de tres meses de trabajo, quedó incompleta, transformada en una serie de cuarteles rodeados por un foso y una empalizada. Era conocida como "La Ciudadela", y fue el cuartel general del Ejército del Norte desde 1816 hasta 1819.También fue director de la academia de Matemáticas de mencionado ejéricto. En abril de 1814 pidió y obtuvo el traslado a Buenos Aires junto con su hermano, el mayor Guillermo Paillardell. Se incorporó a la campaña que llevaba Carlos María de Alvear en la Banda Oriental, culminando exitosamente el largo sitio que le había impuesto el ejército de José Rondeau. Hizo imprimir una traducción de un tratado militar, que dedicó a Alvear. Éste quedó muy impresionado y lo ascendió a coronel, además de iniciarlo en la Logia Lautaro. Cuando Alvear fue nombrado Director Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en enero de 1815, designó a Paillardell comandante del Fuerte de Buenos Aires. Los tres meses del directorio de Alvear fueron considerados por los porteños como un gobierno insoportable debido a su carácter arbitrario y a los desmanes que cometían sus oficiales favoritos –que incluían asesinatos y robos– y que le hicieron muchos enemigos. Cuando el ministro de guerra, Francisco Javier de Viana, inició la campaña contra los federales autonomistas de Santa Fe, Alvear envió a la mayor parte del ejército de la capital, unos 2.000 hombres, a su campamento de Olivos, bajo el mando del coronel Paillardell. Poco después, la avanzada del ejército al mando de Ignacio Álvarez Thomas produjo la sublevación de Fontezuelas. Cuando algunos grupos de militares se unieron a la revuelta, Alvear ordenó a Paillardell que avanzara sobre la capital, cosa que éste no llegó a hacer. El Cabildo de Buenos Aires asumió provisoriamente el mando político, y envió al coronel Juan José Viamonte a hacerse cargo del ejército de Olivos. Paillardell rechazó las escasas fuerzas de Viamonte con descargas de fusilería, en una escaramuza que le causó lagunas bajas y lo obligó a retroceder. Por unas horas más, Alvear tuvo a su disposición el ejército, por lo que se negó a renunciar.

Pero finalmente, tras una serie de comunicaciones cruzadas, sabiendo que ni siquiera contaba con la fidelidad de todos los hombres de Paillardell, y anoticiado del regreso del ejército rebelde al mando de Álvarez Thomas, Alvear presentó su renuncia y emigró. El jefe del campamento de Olivos entregó sus fuerzas a Viamonte y fue arrestado. Las nuevas autoridades consideraron necesario hacer un escarmiento de los partidarios de Alvear. Muchos de sus oficiales fueron enviados al jefe de los federales, José Artigas, para que éste dispusiera de ellos; pese a que se temía que los hiciera ejecutar, Artigas los puso en libertad. Los jefes políticos fueron condenados a condenas de destierro. El único partidario de Alvear que fue condenado a muerte —por un tribunal militar especialmente creado para la ocasión— fue Enrique Paillardell; la causa para su condena fue haber causado bajas en defensa de su gobierno. Viamonte —el derrotado por Paillardell— fue miembro del tribunal que lo condenó. Enrique Paillardell fue fusilado en mayo de 1815 en Buenos Aires.

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Fernando VII de España

Fernando VII de España, llamado el Deseado o el rey Felón (San Lorenzo de El Escorial, 14 de octubre de 1784-Madrid, 29 de septiembre de 1833), fue rey de España entre marzo y mayo de 1808 y, tras la expulsión

del

«rey

intruso»

José

I

Bonaparte, nuevamente desde diciembre de 1813 hasta su muerte, exceptuando un breve intervalo en 1823, en que fue destituido por el Consejo de Regencia. Hijo y sucesor de Carlos IV y de María Luisa de Parma, depuestos por obra de sus partidarios en el Motín de Aranjuez, pocos

monarcas

disfrutaron

de

tanta

confianza y popularidad iniciales por parte del pueblo español. Obligado a abdicar en Bayona,

pasó

toda

la

Guerra

de

Independencia preso en Valençay, siendo reconocido como el legítimo rey de España

por las diversas Juntas, el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz. Tras la derrota de los ejércitos napoleónicos y la expulsión de José Bonaparte, Napoleón le devolvió el trono de España con el Tratado de Valençay. Sin embargo, el Deseado pronto se reveló como un soberano absolutista y, en particular, como uno de los que menos satisfizo los deseos de sus súbditos, que lo consideraban una persona sin escrúpulos, vengativa y traicionera. Rodeado de una camarilla de aduladores, su política se orientó, en buena medida, hacia su propia supervivencia.[cita requerida] Entre 1814 y 1820 restauró el absolutismo, derogando la Constitución de Cádiz y persiguiendo a los liberales. Tras seis años de guerra, el país y la Hacienda estaban devastados, y los sucesivos gobiernos fernandinos no lograron restablecer la situación. En 1820 un pronunciamiento militar dio inicio al llamado trienio liberal, durante el cual se restablecieron la Constitución y los decretos de Cádiz, produciéndose una nueva desamortización. A medida que los liberales moderados eran desplazados por los exaltados, el rey, que aparentaba acatar el régimen constitucional, conspiraba para restablecer el absolutismo, lo que se logró tras la intervención de los Cien Mil Hijos de San Luis en 1823. La última fase de su reinado, la llamada Década Ominosa, se caracterizó por una feroz represión de los exaltados, acompañada de una política absolutista moderada o incluso liberaldoctrinaria que provocó un profundo descontento en los círculos absolutistas, que formaron partido en torno al infante Carlos María Isidro. A ello se unió el problema sucesorio, sentando las bases de la Primera Guerra Carlista, que estallaría con la muerte de Fernando y el ascenso al trono de su hija Isabel II, no reconocida como heredera por el infante Carlos. El regreso de El Deseado Retrato de Fernando VII. Francisco de Goya. Museo de Arte Moderno y Contemporáneo de Santander y Cantabria, Santander, (España) En julio de 1812, el duque de Wellington, al frente de un ejército anglohispano y operando desde Portugal, derrotó a los franceses en Arapiles, expulsándolos de Andalucía y amenazando Madrid. Si bien los franceses contraatacaron, una nueva retirada de tropas francesas de España tras la catastrófica campaña de Rusia a comienzos de 1813 permitió a las tropas aliadas expulsar ya definitivamente a José

Bonaparte de Madrid y derrotar a los franceses en Vitoria y San Marcial. José Bonaparte dejó el país, y Napoleón se aprestó a defender su frontera sur hasta poder negociar una salida. Fernando, al ver que por fin la estrella de Bonaparte empezaba a declinar, se negó arrogantemente a tratar con el gobernante de Francia sin el consentimiento de la nación española y la Regencia. Pero temiendo que hubiera un brote revolucionario en España, se avino a negociar. Por el Tratado de Valençay de 11 de diciembre de 1813, Napoleón reconoció a Fernando VII como Rey, recuperando así su trono y todos los territorios y propiedades de la Corona y sus súbditos antes de 1808, tanto en territorio nacional como en el extranjero; a cambio se avenía a la paz con Francia, el desalojo de los británicos y su neutralidad en lo que quedaba de guerra. También acordó el perdón de los partidarios de José I, los afrancesados. Aunque el tratado no fue ratificado por la Regencia, Fernando VII fue liberado, se le concedió pasaporte el 7 de marzo de 1814, salió de Valençay el 14, viajó hacia Toulouse y Perpiñán, cruzó la frontera española y fue recibido en Figueras por el general Copons ocho días después, el 22 de marzo. Respecto a la Constitución de 1812, el decreto de las Cortes de 2 de febrero de 1814 había establecido que "no se reconocerá por libre al Rey, ni por tanto se le prestará obediencia, hasta que en el seno del Congreso nacional preste el juramento prescrito en el artículo 173 de la Constitución". Fernando VII se negó a seguir el camino marcado por la Regencia, pasó por Gerona, Tarragona y Reus, se desvió a Zaragoza donde pasó la Semana Santa invitado por Palafox, fue a Teruel y entró en Valencia el 16 de abril. Allí le esperaba el cardenal arzobispo de Toledo, Luis de Borbón, presidente de la Regencia y favorable a las reformas liberales de 1812, y una representación de las Cortes de Cádiz presidida por Bernardo Mozo de Rosales, encargado de entregar al rey un manifiesto firmado por 69 diputados absolutistas. Era el llamado Manifiesto de los Persas, que propugnaba la supresión de la Cámara gaditana y justificaba la restauración del Antiguo Régimen. El 17 de abril, el general Elío, al mando del Segundo Ejército, puso sus tropas a disposición del rey y le invitó a recobrar sus derechos. Fue el primer pronunciamiento de la historia de España. El 4 de mayo de 1814, Fernando VII promulgó un decreto, redactado por Juan Pérez Villamil y Miguel de Lardizábal,21 que restablecía la monarquía absoluta y declaraba nula y sin efecto toda la obra de las Cortes de Cádiz: Tras reponerse de un ataque de gota, el rey salió el 5 de mayo desde Valencia hacia Madrid. Había nombrado capitán general de Castilla la Nueva a Francisco de Eguía,

absolutista acérrimo, quien se adelantó a la comitiva real y se encargó expeditivamente de organizar la represión en la capital, arrestar a los diputados doceañistas y despejar el panorama para la entrada triunfal del monarca. Detenidos los miembros de la Regencia, los ministros y los partidarios de la soberanía nacional, el golpe de estado se consumó en la madrugada del 11 de mayo con la disolución de las Cortes exigida por Eguía y ejecutada sin oposición por su presidente Antonio Joaquín Pérez, uno de los firmantes del Manifiesto de los Persas. El 13 de mayo, Fernando VII, que había permanecido en Aranjuez desde el día 10 a la espera de los acontecimientos, entró por fin en Madrid.

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LA REVOLUCIÓN HISPANOAMERICANA

Se conoce bajo el nombre de Revolución al

Hispanoamericana

conjunto

ocurridos

de

en

movimientos las

colonias

españolas en América, que tuvo como

resultado

independencia dichos

la

política

territorios.

de Esos

movimientos comienzan entre 1808

y

1810,

pero

sus

antecedentes se encuentran en las últimas décadas del siglo XVIII, cuando en las colonias se produce un agitamiento intelectual y se desarrollaran rebeliones locales que ya anuncian el clima de descontento que va a ser uno de los factores de la revolución. En un primer momento esos movimientos no tuvieron carácter separatista, sino que expresaban el deseo de los criollos de intervenir en el gobierno, pero con el paso de los años se transformaron en una verdadera guerra de independencia. El periodo de la revolución culmina en 1825 con el retiro de los últimos ejércitos españoles que aún se encontraban en América, y a partir de ese momento quedan constituido los estados hispanoamericanos independientes (algunos antes, otros después del año 1825, pero se toma este año simbólicamente). Los historiadores ubican a la Revolución Hispanoamericana como parte del ciclo de revoluciones liberales o burguesas que se producen a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX (Rev. de las colonias inglesas en América del Norte, Revolución Francesa) y que habían sido precedidas por la Revolución Gloriosa en Inglaterra (1688) y cuyo resultado fue la puesta en práctica de las nuevas ideas impulsadas por la burguesía.