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POSTMODERNIDAD Y APOCALIPSIS Entre la Promiscuidad y la Transgresión . La empresa de Postmodernidad y Apocalipsis no es

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POSTMODERNIDAD Y APOCALIPSIS

Entre la Promiscuidad y la Transgresión . La empresa de Postmodernidad y Apocalipsis no es pequeña: el abordaje (a las veces, no pacífico) de este novísimo "barco de los locos" a punto de arribar a las playas del tercer milenio, car­ gado de gentes que oscilan entre la desesperación y la resigna­ ción lúdica y consumista, con cruces e incursiones de tantos géne­ ros que acaba por marear a los "pasajeros" más o menos lúcidos y metidos en esta nave que va dando tumbos. No está de más po­ ner un poco de orden en tanta barahúnda, aunque sea a costa de desmantelar esta ya de por sí desmantelada embarcación, pero no -eso espera al menos Félix Duque- para contribuir a su hun­ dimiento final, sino para quitar de sus mástiles tantos fuegos fa­ tuos, tantos jirones tomados como banderas y hasta banderines de enganche. Este abordaje no se hace desde luego desde una terra firma, desde un fundamento inquebrantable de la verdad -> que se quiere universal, y que por tanto ha de aniquilar al adversa­ rio en una « lucha finah>, internacional) contra el de la Falsedad, la Mentira y la Fealdad. Y ello, aunque en el «canto del cisne>> haber­ masiano todo ello esté reducido sólo (¡faltaría más!) al formalismo de un deseado diálogo sin trabas sobre lo que sea, con independen­ cia de cuestiones más «materiales>>, cuya solución se encomienda al parecer a la «lógica>> racioinstrumental del mercado. Retengamos, en suma, esto: el ejercicio normal de la «crítica» implica fundacionalismo, convicción de que existe un fundamento inquebrantable de la realidad y del lenguaje que está a la base de todo ser, decir y hacer, y que per­ mite justamente juzgar, es decir aducir las «razones>> por las que algo parece estar mal o ser fallido, desviado de su proyecto original -tal era la intención de Habermas respecto a la modernidad-, etc.

laces que establece con otras (política educativa, estrategias progra­ má ticas de partidos, medios de comunicación, etc.) . Este proceder debe ser cuidadosamente deslindado del seguido por la ya famosa «filosofía de la sospecha» atribuida por Ricoeur a Marx, Nietzsche o Freud -y a la que nos referiremos en seguida-, los cuales habrían reinterpretado y «localizado» los discursos emancipatorios de la dad moderna (digamos, de Descartes a Kant) en estructuras profun­ das (y por ende, en «fundamentos») que quitaban peso y gravedad al sujeto para atribuir acciones y doctrinas a «mecanismos» objetivos e impersonales, reconocibles y mensurables sólo a tergo, a partir de sus efectos. Por consiguiente, los «filósofos de la sospecha» reforzaban el «fundacionalismo» típico de la modernidad, en lugar de salir de ella (hay que señalar enseguida que los textos de Nietzsche, al menos, admiten desde luego otras lecturas ya no «modernas»). Es más: esa «sospecha» debería ser seguramente considerada como la culmina­ ción de la «metáfora» de la era moderna, o sea: como la metáfora de la metáfora. Si «metáfora» significa «traslación», transposición verti­ cal de un plano a otro, disolución en definitiva de lo inmediatamente «dado» y presente (de lo sensible, pues) en nombre del significado verdadero (oculto tras la relación de metaforicidad), entonces bien puede decirse que la labor de «desenmascaramiento» ejercida por .esos sagaces detectives del pensamiento llevaba a cumplimiento el entero ideal de la modernidad, a saber: tras el «purgante» de la crí­ tica, cerrar el círculo del reconocimiento de la «razón» desde y por sí misma (a través de sus diversos avatares: el «espíritu absoluto», la «clase universal del proletariado» o el «yo» capaz de enlazar ar­ moniosamente el id y el Superego) a través del dominio de un am­ biente hostil, de lo «otro-que-la-razón», astuta y artificialmente per­ suadido a doblegarse a ella.

4.- DESMANTELAMIENTO VERSUS FUNOACIONALISMO

Pero si no ha sido una crítica lo ejercido contra Habermas, ¿qué, entonces? Yo diría (para no desgastar el ya tan manido térmi­ no de «deconstrucción») que se ha tratado de un ensayo de desman­ telamiento de las conexiones retóricas que resuenan en los textos de Habermas, bosquejando además el análisis de esa teoría en función de las relaciones materiales de poder, de las instituciones en que ella se inscribe (como tal teoría, y no como reflejo de nada) y de los en30

Obsérvese que eso que hemos llamado «desmantelamiento», y que cabría considerar como base o fondo común a las teorías post­ modernas por diversas que sean, es una operación que rechaza tanto al fundacionalismo como al subsiguiente dualismo «razón versus sinrazón» (no olvidemos que, en castellano, el término Grund ha de ser vertido unas veces como «fondo», otras como «fundamento» y otras en fin como «razón»; y esa coincidencia y trasiego de signifi­ cados no es casual) . Por seguir con el símil: cuando se desmantela, p.e., la carpa de un circo o una tienda de campaña (no edificios, sino habitáculos propios de gente nómada, sin raíces) no aparece nada «debajo» de ella; el solar no preexistía al suelo de la tienda ni per31

FÉLIX DUQUE manece cuando ésta se levanta; es verdad que sigue habiendo ahí una superficie más o menos hollada: pero las huellas dejadas perte­ necen al conjunto «circo» o «tienda», son indicios de esa construcción; la tierra marcada por esa superficie, si abstractamente considerada, en aislamiento de su antigua función de «Suelo», se convierte en algo absoluta y literalmente insignificante (al respecto, lo mismo daría llamarla «tierra», «materia» o en manos de «filósofos nihilistas como Nietzsche o Heidegger>> o «pragmatistas como Dewey o Wittgenstein>> quizá nos lleven a «captar esta experiencia de oscilación del mundo postmoderno como oportunidad (clwnce) de un nuevo modo de ser (quizás: por fin) huma­ nos.» (p. 646).

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Postmodernidad y Apocalipsis

FÉLIX D UQUE

Kant-, perfectibilidad ilimitada -socialistas utópicos-, y expan­ sión simultánea de la libertad política y de la conciencia individual de la libertad, bien por una «astucia de la Razón» según Hegel, o por la revolución según el marxismo), 4) plasmación concreta de ese «progreso hacia lo mejor» en la Déclaration des Droits de l'Homme et du Citoyen (perfeccionada y universalizada en la Declaración de 1948) a nivel general, y en el régimen constitucional y parlamentario de la democracia a nivel particular, siguiendo el modelo del Estado-Nación, surgido coetáneamente en Estados Unidos y Francia, impuesto so­ bre Europa a partir de 1 830, y «exportado» después a las colonias liberadas de la Metrópolis, 5) asentamiento en el plano económico del mercado libre capitalista (ahora al parecer tendencialmente triun­ fante en todo el planeta, tras el derrumbamiento de la alternativa «socialista» en 1989), 6) consiguiente implantación de la lógica de la producción y el maquinismo, con la compenetración cada vez mayor entre ciencia y técnica, y 7) un difuso -y aun confuso- humanis­ mo, junto con una correspondiente desdivinización, la cual no impli­ caría tanto un declarado ateísmo cuanto una generalizada toleran­ cia hacia los distintos credos religiosos que desembocará por lo co­ mún en una «religiosidad» privada y sentimental.

especializados, sin contar los libros.10 Desde entonces, todo hace sospechar que la tendencia no ha hecho sino aumentar. Ahora bien, ya que se trata al cabo de una palabra compuesta (en la que paradójicamente el prefijo «post-» apunta a lo que vie�e «despu és»), parecería razonable comenzar a acercarse a tan esqm­ vo concepto por la raíz terminológica que él mismo niega. Pero in­ cluso aquí nos encontramos con una dificultad: no es en absoluto lo mismo hablar de «mode rnidad » que de «modernismo », ya que el último concepto se refiere a un movimiento cultural -a caballo �e los siglos XIX y XX- que critica a la época «moderna» y aun reme­ ga de ella. Y todavía dificulta más la comprensión el hecho de que en la historiografía europea (y muy señaladamente en la española) la «época moderna» y la «modernidad» no coinciden, ni cronológ�­ ca ni culturalmente (los alemanes distinguen al respecto entre Neuzezt y die Moderne, y los franceses -con v,acilaciones- entre l'age classique y les temps modemes) . Hablando -como corresponde- «entre nosotros», podemos decir que el programa moderno (del que ya en el anterior § 2 ade­ lantamos su «lógica» y su «retórica») se establece justamente en el paso de la «edad moderna» a la