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Cápsula 1 – Estereotipos y prejuicios Cuando hablamos de estereotipos, nos referimos a esas “ideas o imágenes mentales q

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Cápsula 1 – Estereotipos y prejuicios Cuando hablamos de estereotipos, nos referimos a esas “ideas o imágenes mentales que los individuos construimos acerca de los otros (Museo Memoria y Tolerancia, 2015). Estos “cubren una amplia zona de las creencias sociales y tienen una función de primer orden en la construcción de la identidad social” (González, 1999). Se tratan de procesos cognitivos mediante los cuales categorizamos y ordenamos a los otros en función de sus rasgos de personalidad, temperamentos, actitudes, apariencias, etcétera. A partir de dicho ordenamiento, establecemos asociaciones entre una persona y el comportamiento esperado con base en una categoría social. Estos “nos ayudan a entender el mundo de manera simplificada, ordenada, coherente, e incluso nos facilitan datos para una determinada posibilidad de predicción de acontecimientos venideros” (González, 1999). La construcción de un estereotipo puede iniciarse de forma subconsciente, es decir, mediante procesos mentales no percibidos por el individuo (categorización espontánea), para reforzarse de manera consciente en la cotidianidad, configurándose una serie o conjunto de respuestas frente a la diversidad de categorías sociales. Es decir, generalizamos nuestras respuestas o actitudes hacia los miembros de un grupo o sector de la sociedad toda vez que formular una respuesta para cada caso sería imposible, puesto que somos incapaces de retener tanta información sobre nuestras experiencias con los otros. De ahí que partamos de rasgos comunes (o que suponemos comunes) entre los miembros de una categoría social. Prescindimos subconscientemente de las particularidades o singularidades que caracterizan a esas personas para formular una representación generalizable. En ese sentido, “la base de la discriminación suele encontrarse casi siempre en los estereotipos, que son creencias, ideas y sentimientos negativos o positivos hacia ciertas personas pertenecientes a un grupo determinado” (Muñoz, s/f). Con la integración de estereotipos en nuestra relación con el otro, actuamos con base en esas expectativas que hemos creado a partir de información que bien puede ser errónea y que hemos exagerado a partir de uno o más casos experimentados de primera mano (generalización del caso vivido), pero que no representan la totalidad de esos individuos.

Sin embargo, además de las omisiones que hacemos de manera subconsciente para la categorización y ordenamiento de nuestro entorno y nuestra propensión a sobrevalorar la fiabilidad de nuestra propia experiencia, en la elaboración de estereotipos tiene lugar un fenómeno social llamado sesgo endrogrupal, que a grosso modo puede definirse como la tendencia a valorar positivamente o favorecer al grupo que se pertenece en relación con otros grupos de los que no se es parte (Turner, Brown, & Tajfel, 1979). Y aunque no necesariamente implica una valoración negativa de los otros, en la mayoría de los casos, en nuestro narcisismo, exageramos sus aspectos negativos para realzar los propios atributos positivos. De tal manera que “las comparaciones positivamente discrepantes entre endogrupo y exogrupo (aquellas en las que nuestro grupo sale beneficiado de tal comparación) proporcionan identidad grupal o social positiva lo que hace aumentar nuestra autoestima” (Magallares, s/f). Es decir, en la conformación de nuestra identidad social recurrimos a valoraciones negativas de otros grupos con los que podemos llegar a antagonizar a partir de la imágenes mentales que hemos construidos sobre estos. Y es a partir de esas creencias, ideas y sentimientos negativos (incluso positivos) que tiene lugar el prejuicio. Los prejuicios son “procesos mediante los cuales se prejuzga a una persona o situación y, en general, implican la elaboración de un juicio u opinión acerca de una persona o situación antes de determinar la preponderancia de la evidencia, o la elaboración de un juicio sin antes tener ninguna experiencia directa o real” (Celis, s/f). Son creencias asumidas como verdaderas basadas en los estereotipos que han sido transmitidos en nuestra sociedad por generaciones. En ocasiones, imposturas que bordean lo disparatado. Y sin embargo las llegamos a asumir con la misma autoridad que nos han sido transmitidas. Hablamos de “un mecanismo cognitivo impermeable a la razón, sumamente rígido y al borde, si no ya dentro de la irracionalidad misma… es algo más que un defecto del asentimiento y la negación, algo previo al acto de afirmar o negar y que gravita sobre él… no es sólo un juicio prematuro, sino asimismo algo que precede al juicio, que gravita sobre él y lo deteriora” (Pinillos, s/f). Una actitud prejuiciosa encierra una resistencia a reordenar las imágenes mentales que hemos creado de los otros, a pesar de la evidencia o los hechos.

Más allá de preferir llevar la razón a no tenerla, se trata de una dificultad para asimilar la complejidad de la experiencia del otro. “Los estereotipos bloquean la capacidad crítica y conllevan a tener actitudes prejuiciosas, que pueden desencadenar en prácticas de discriminación e intolerancia” (Museo Memoria y Tolerancia, 2015). Es importante reflexionar sobre nuestras creencias, ponerlas en cuestión antes que darlas por sentado. Toda vez que los estereotipos y prejuicios nos limitan en nuestro entendimiento del otro, que al igual que nosotros, posee sus singularidades que lo hacen individuo. “El otro es una persona que piensa, siente y experimenta el mundo de una manera única e irrepetible. Sus características genéticas, su historia personal y su propio ser lo constituyen como un individuo excepcional entre todos los demás seres humanos” (Museo Memoria y Tolerancia, s/f). Si no valoramos la diversidad, nos estaremos perdiendo de esas vidas que enriquecerían nuestra experiencia con perspectivas que de otro modo no hubiéramos considerado.