Esquina Boxeo

1 NÚMERO MARZO 01ESQUINA_FINAL.indd 1 2/14/12 1:59:23 PM Es entre round y round cuando la esquina se convierte en

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NÚMERO

MARZO

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Es entre round y round cuando la esquina se convierte en el verdadero espacio de reflexión en medio de la pelea. En este momento el peleador puede por un instante ser ajeno a sí mismo gracias a las palabras de su entrenador, de su esquina. Esquina Boxeo es una pausa en medio de la batalla. En esta revista el lector encontrará historia, crónica, ficción, reportaje y entrevistas con lo que buscamos rescatar a los boxeadores del pasado, ensalzar a las figuras indiscutibles y dar noticia de los nuevos ídolos.

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EDITORIAL

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Esquina Boxeo, publicación mensual. Periodo de exhibición: marzo de 2012. Reserva de derechos de título en trámite. Domicilio: Morena 1306, interior 303, colonia Narvarte, México, D.F., CP 03020. Distribución gratuita. Publicidad: (044) 55 1513 2910 Redacción: (044) 55 23 04 68 97 e-mail: [email protected] Editores responsables Rodrigo Castillo y Mauricio Salvador. Esquina Boxeo es un equipo integrado por Carlos Acevedo, Jorge Betanzos, Rodrigo Castillo, Juanjo Güitrón, Rodrigo Márquez Tizano, Luis Felipe Ortega y Mauricio Salvador.

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arte por: Luis Carlos Hurtado

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Wladimir Klitschko vs Jean Marc Mormeck,

sábado 3, Espirit Arena, Düsserdolf, Alemania.

Fernando Montiel vs Angky Angkotta,

sábado 3, Los Mochis, Sinaloa, México.

Orlando Salido vs Juan Manuel López II,

sábado 10, Coliseo Roberto Clemente, San Juan, Puerto Rico. Sergio Martínez vs Matthew Macklin,

sábado 17, Madison Square Garden, Nueva York, Estados Unidos. Erik Morales vs Danny Garcia,

sábado 24, Reliant Arena, Houston, Estados Unidos. Hernán Márquez vs Rodel Mayol,

sábado 24, ciudad de México, México.

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Manny FLOYD 2 SERGIO MAYWEATHER JR. MARTÍNEZ 3 Pacquiao

País: Filipinas Récord: 54-3-2 (8 KOs) Títulos: OMB

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NONITO ANDRE

DONAIRE

WARD

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País: Filipinas Récord: 28-1-0 (18 KOs)

Pongsaklek Wonjongkam

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País: EEUU (Las Vegas) Récord: 42-0-0(26 KOs) Título: CMB

8 País: Tailandia Récord: 83-3-1 (45 KOs) Títulos: CMB, The Ring

País: EEUU Récord: 24-0 (13 KOs) Títulos: AMB

Timothy Bradley

País: Argentina Récord: 48-2-2 (27 KOs) Títulos: The Ring

Juan M. márquez

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País: México Récord: 53-5-1 (39 KOs) Títulos: AMB, OMB, The Ring

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Vitali 10 Klitschko

País: EEUU Récord: 28-0-0 (12 KOs) Títulos: OMB

País: Ucrania Récord: 432-0 (40 KOs)

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WLADIMIR Klitschko

País: Ucrania Récord: 43-2-0 (40 KOs) Títulos: FIB, OMB, AMB, The Ring

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Rodrigo Márquez Tizano

compubox. el ojo mecánico del boxeo n el boxeo, al igual que en cualquier otra actividad donde el hombre entrometa sus pezuñas, las preguntas esenciales han de quedar sin respuesta. Para todo lo demás existen las estadísticas, los hechos comprobables, el récord y la nómina porcentual. El colmo de la exactitud en el ensogado entró en escena hace más de un cuarto de siglo, cuando Compubox, el programa que significó la supuesta exactitud en las comisiones de aciertos y fallos, hizo su debut televisivo durante la revancha por el título de los ligeros de la AMB entre Livingstone Bramble y Ray Mancini. La primera ocasión que se enfrentaron (en la quinta defensa de Mancini), el caribeño consiguió abrirle la ceja de un cabezazo accidental a Boom Boom en el primer asalto, hecho que marcó definitivamente el curso del pleito. Los expertos no dudaron, infructuosamente, en evocar la segunda pelea entre Robinson y Turpin, cuando luego de sufrir un corte tremendo en el décimo, Sugar volvió de entre los muertos para liquidar al campeón con un contundente derechazo a la mandíbula. Sobra decirlo, Mancini no estaba hecho de la misma pasta, y cayó trece episodios después, condicionado sin remedio por el recelo de la herida abierta. Un año más tarde, a pesar de ser considerado el favorito para recuperar el título y lucir un boxeo más sugerente (Mancini era, sin lugar a suposiciones, más peleador que Bramble) corrió con idéntica suerte y perdió el combate en una apretada decisión. Bob Cannobio, creador del flamante Compubox, encontró la ocasión perfecta para probar la eficacia de su invento en los reclamos y abucheos originados por la controversia. “La afición estaba con Mancini, y la gran mayoría pensó que había ganado la pelea porque tiró más golpes”, recuerda Cannobio. “Bramble lanzó 880 puñetazos y acertó casi el 50 por ciento, mientras que Mancini tuvo mayor actividad y tiró más de 1400, pero conectó menos de la tercera parte”. Desde su adopción, Compubox ha tutelado la mayoría de los combates transmitidos por espn y hbo, es decir, la élite del boxeo televisado. El carácter definitivo que se le ha querido otorgar, sin embargo, es más que discutible. Su modus operandi no es complicado del todo: en cada pelea, dos operadores situados en el ringside se dedican a contabilizar los golpes lanzados y conectados por cada púgil. Uno se enfoca en el Peleador A, mientras que el otro hace lo propio con el B. Aquí viene el primer cuestionamiento. ¿Será posible que el Ojo Desnudo, tomando el concepto de A.J. Liebling, consiga transmitir y desglosar a punta de dedazos cada combinación de boxeadores como Patterson, Pep o Leonard, quienes desafiaron los límites de la coordinación y el juego de manos? ¿Cómo pretender computar sus embestidas y transformarlas en porcentajes fidedignos?

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¿Se le puede confiar a la tecnología la impartición de justicia en el boxeo? En especial cuando de ésta depende que un hombre cuyo rostro ha sido tratado como moneda de cambio obtenga el pago justo a su mérito. La justicia de los hombres es ante todo falible, y un cuadrilátero es la prueba exacta de tal afirmación. Cualquiera que se ponga los guantes debe saberlo de antemano. Para fines prácticos, Compubox divide en un principio (antes de que Punch Zone los reparta el castigo a lo largo de la anatomía) los golpes entre jabs y golpes de poder. Esto es, una vez más, inexacto. ¿Puede un jab de Larry Holmes ser considerado como otra cosa que un toletazo categórico y definitivo? Bob Foster, otro perito del jabeo, fue el único que consiguió, mediante el correcto empleo del abc de la esgrima física, provocar un llaga en la cara bonita de Muhammad Ali. Las decisiones controversiales han existido antes y después de la aparición de estos conteos digitales. Que se refinen los procedimientos sólo hará el resultado más angustioso: estamos acostumbrados a que el hombre falle y se regodeé en su desacierto, pero, ¿las máquinas? A ellas (a la vanidad del hombre, al falso peso del progreso) somos incapaces de perdonarles el menor yerro. ¿Acaso hubo manera de impedir, por medio de los avances de la modernidad, que a Tunney le contaran hasta catorce en aquel segundo combate frente a Dempsey? ¿Y a Buster Doulgas? ¿La fotografía más vista en la historia del deporte mundial se originó debido a un “golpe fantasma”, a una deuda de Liston, o a la presión que la Nación del Islam ejerció para controlar el resultado de la pelea? En el boxeo existen, por fortuna, respuestas que aún no pueden ser reveladas, ni siquiera por Compubox.

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Mauricio Salvador

PELEAR PARA TRASCENDER n algún momento, en alguna pelea, a Juan Manuel Márquez se le presentó como El francotirador. Y es curioso. Como metáfora, resume la imagen que se tenía de él en la primera parte de su carrera, cuando Márquez —siempre bajo la guía de Ignacio Beristáin— desmembraba a sus oponentes con una parsimonia y técnica tales que pocos habrían imaginado que la evolución de su carrera y las circunstancias que la moldearon darían lugar a un apodo un poco más extremo: Dinamita. Para los aficionados al boxeo este tránsito es casi obvio y puede resumirse así: bajo la sombra de sus contemporáneos —Erik Morales y Marco Antonio Barrera—, Márquez debió alejarse de la fría precisión que caracterizó su primera etapa como boxeador y, en la élite de la disciplina, convertirse en un peleador capaz de sacrificar la exactitud y la limpieza por momentos de explosividad y caos. La pelea que lo obligó a demostrar cuánto había madurado como boxeador llegó el 8 de mayo de 2004 en contra del filipino y nueva estrella Manny Pacquiao. Uno tiene que comprender la saga de decepciones sufrida por Márquez —el retraso y posterior derrota en su debut, la derrota ante Freddie Norwood en su primera pelea por un título mundial; las evasivas de los campeones— para entender lo importante que era su encuentro contra el hombre que había vencido a Marco Antonio Barrera de manera apabullante. Era su oportunidad, hasta ese momento la más grande de su carrera, y en el primer round Manny Pacquiao lo hizo probar la lona más veces de las que la había probado en todas sus peleas profesionales anteriores. En sólo dos minutos y veinte segundos Pacquiao destrozaba —o parecía destrozar— una carrera, una gran preparación y un gran sueño. Con la espalda sobre el piso Márquez se lleva los guantes al rostro en un gesto que es una mezcla de incredulidad y desesperación. De hecho no habría sido raro si el réferi hubiera decidido detener la pelea en ese momento y tampoco es reprochable haber pensado que si Márquez llegaba a sobrevivir ese primer round sería de cualquier manera aniquilado en el siguiente. No importa cuántas veces regrese uno a la pelea, ver de nuevo esa tercera caída produce el mismo vértigo y la misma certeza de que la sobrevivencia será imposible. Hugh McIlvanney sintetizó de manera brillante la incertidumbre de Thomas Hearns en su gran pelea con Marvin Hagler: “En esos largos minutos de abrasadora violencia [Hearns] no pensaba en tácticas y estrategias sino en pelear por su vida.” Lo realmente sorprendente de Juan Manuel Márquez es cómo, bajo un fuego igual de abrasador que el que Hagler infligió sobre Hearns, pudo mantener la frialdad y ajustar su pelea bajo las

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condiciones más dramáticas y adversas. En ese primer round y en esa tercera caída Márquez se vio enfrentado a las preguntas esenciales de su disciplina, preguntas cuyas respuestas sintetizaron un pasado de esfuerzos y obstáculos y definieron su futuro. Y sabemos cómo respondió; cómo a partir del segundo round se hizo del control de la pelea provocando la desesperación y la sorpresa en la esquina de Pacquiao. De cuando en cuando ambos peleadores intercambiaron furiosos golpes pero Márquez había vuelto a ser aquel francotirador que con paciencia e inteligencia desmembraba a sus oponentes. Tal constancia en el método, sin embargo, era imposible de mantener frente a Pacquiao y por ello Márquez se vio obligado a contestar con suma violencia las explosivas ráfagas del filipino que amenazaban con volver a llevarlo a la lona. Al salir al último round ambos peleadores emergieron con la convicción de que para ganar la pelea debían ganar el round. En semejantes circunstancias uno podría decir que sin importar el resultado JMM había ya ganado la pelea, incluso no ganándola porque, como todos sabemos, eso fue lo que pasó: los jueces aprobaron un empate y los contendientes mantuvieron sus respectivos títulos. *** Hasta el día en que escribo esto JMM ha repetido numerosas veces que él ha sido el ganador en sus dos combates contra Manny Pacquiao, y la víctima de un robo en el tercero. Para la mitad de los aficionados (es decir, para los mexicanos) es una verdad con tintes heroicos; para la otra, sus constantes reclamos son la excusa propia de alguien que no sabe aceptar la derrota. Mi opinión en este aspecto es que si un aficionado no otorga al menos el beneficio de la duda a un hombre que literalmente lo dio todo en el ring, entonces no creo que pueda considerarse un aficionado, al menos no uno razonable. Al volver a ver las dos primeras peleas lo he visto ganar pero también perder. Se trata de dos peleas de tal competitividad que por la mañana uno puede darle el triunfo a Pacquiao y por la noche a Márquez. Los jueces, que tuvieron muchísimo menos tiempo y perspectiva para decidir, razonaron un empate y una victoria para el filipino, siendo el nocaut del tercer round en la segunda pelea el punto decisivo.

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Tarjetas: Duane Ford: 115-112 Pacquiao; Tom Miller: 114-113 Pacquiao; Jerry Roth: 115-112 Márquez Dave Moretti: 115-113 Pacquiao; Robert Hoyle: 114-114; Glenn Trowbridge 116-112 Pacquiao

Mandalay Bay Resort & Casino, Las Vegas,Nevada, EU. Réferi: Kenny Bayles MGM Grand, Las Vegas, Nevada, EU. Réferi: Tony Weeks

que hizo que Juan Díaz y Michael Katsidis ganaran rounds a Juan Manuel Márquez. Otro problema en ésta y otras peleas es que la agresividad frontal puede sustentarse en las estadísticas generadas por Compubox (tres personas con cuatro botones que hacen lo mejor que pueden para marcar cada uno de los golpes) y así uno puede decir que Pacquiao avanzó y tiró más golpes que Juan Manuel Márquez. Sin embargo el jab de Pacquiao hizo casi siempre de radar y nunca avanzó con suficiente fuerza como para pensar que la estadística pueda ser prueba de su victoria. Lo mismo sucede con los golpes de poder. Fue Márquez y no Pacquiao quien logró conectar los golpes más importantes de la pelea. Todo esto, además, resulta más significativo cuando recordamos que no se suponía que el viejo, lento y pesado Márquez pudiera vencer la ultra mejorada versión de Pacquiao que además, y a diferencia de la pelea de 2008, contaba con una nueva arma, el gancho de derecha que tantos destrozos causó en Óscar de la Hoya y Ricky Hatton. De hecho, la mayoría de los escritores no ocupó su tiempo en imaginar un escenario en el cual se levantaba la mano a Márquez, sino en adivinar de qué manera y en qué momento Pacquiao daría fin, de una vez por todas, a su rivalidad con Juan Manuel Márquez. Por otra parte, pensar en términos de agresividad y volumen inmediatamente descalifica lo que en Márquez fue estrategia pura y bien ejecutada. Se necesitaría ser demasiado naïve para no haber notado que había momentos en que Pacquiao no estaba del cien por ciento en la pelea y que a medida que avanzaban los rounds ni él ni Freddie Roach supieron contrarrestar el plan de combate de Márquez y Nacho Beristáin. Otro problema con este criterio es que crea un halo en el que Márquez queda como un oponente pasivo, siempre a la espera del ataque de Manny, y en esta pelea incluso en los intercambios de golpes Márquez respondió bien y mantuvo su balance. Fue agresivo, paciente y exacto mientras que Pacquiao lució confundido y errático, y sólo de vez en cuando logró pelear su pelea y no la de su oponente. Para Moretti, Hoyle y Trowbridge, sin embargo, estas sutilezas al parecer no tienen sentido cuando se trata de una pelea de campeonato. Y Márquez lo sintetizó bien en la conferencia de prensa: “¿Qué es lo que tengo que hacer para ganarle?” Bien puede decirse, sin embargo, que Márquez ganó un nuevo título aquella noche, el que durante toda la historia se ha dado a los peleadores que, en la victoria o la derrota, han demostrado una determinación que va más allá incluso de la proeza física, una determinación que es difícil poner en palabras.

Segunda pelea: 15 de marzo de 2008

Derrota o victoria, lo que se exigía de esta pelea no era que Márquez abandonara el ring cabizbajo y en el centro de la controversia ni que Pacquiao permaneciera en él bajo la rechifla más grande que haya sufrido en su carrera. Lo que se exigía era el reconocimiento y la gratitud debidos a dos peleadores que no tienen par en cuanto a dedicación hacia su profesión. Pero no hay deporte como el boxeo que grave a sus practicantes con realidades brutales que tardan mucho en sanar. El sacrificio y la inversión física y mental hecha por Márquez necesitaba de un reconocimiento pleno, reconocimiento que muchos le negaron incluso durante la ejecución de su mejor pelea. Y Manny Pacquiao, por su parte, no necesitaba del favor de los jueces para que el fantasma de Márquez lo confrontara cada vez que se mirara al espejo. Para Márquez fue un golpe más que duro y ahora mismo es una tentación muy grande (y un signo claro de pereza mental) acudir a un recurso fácil de mala poesía y considerar que al no haber logrado la victoria en contra de su némesis es por ello “una figura trágica”. Por supuesto hay un elemento de injusticia poética en las reiteradas veces que se ha quedado corto (por sus decisiones o por decisiones ajenas) frente a un desafío importante. Cada derrota, sin embargo, ha florecido más tarde como una experiencia invaluable y este 12 de noviembre de 2011: a pesar de todas las condiciones físicas que parecían estar muy lejanas de la potencia, la velocidad y el poder del Manny Pacquiao post-De La Hoya-Cotto-Margarito-Mosley, floreció la mejor de sus actuaciones. Para los jueces, sin embargo, no fue suficiente. Y con ello la controversia ha sustituido lo que en el mejor de los escenarios habría sido, sencillamente, la confirmación de una rivalidad histórica. Dave Moretti, Robert Hoyle y Glenn Trowbridge dieron la pelea a Pacquiao por lo que Harold Letterman, analista de HBO, ha llamado una “agresividad efectiva”. La idea que sostiene este criterio es que el peleador que va hacia adelante y lanza más golpes es, en esencia, el peleador que propone y domina la pelea. En la práctica esto se traduce en que todos aquellos rounds difíciles de calificar probablemente irán a parar a la bolsa de quien pelea frontalmente, es decir Pacquiao. El problema es que en MárquezPacquiao III, la agresividad difícilmente puede adjudicarse por entero al filipino, que ciertamente iba hacia adelante pero sólo porque Márquez, con un paso hacia atrás y hacia la izquierda, invalidaba así su potente izquierda y lo obligaba a arriesgar su posición y ser vulnerable al contragolpe. ¿Cómo habría sido una agresividad efectiva? Probablemente el tipo de agresividad

Tercera pelea: 12 de noviembre de 2011

Tarjetas: John Steward: 115-110 Pacquiao; Guy Jutras: 115-110 Marquez; Burt A. Clemens: 113-113

Primera pelea: 8 de mayo de 2004

El momento en el que se definiría de una vez por todas la supremacía entre ambos peleadores llegó el 12 de noviembre de 2011 en el MGM Grand de Las Vegas. Después de tres años y tantas expectativas creadas, Manny Pacquiao y Juan Manuel Márquez abandonaron el ring como ganador y perdedor, respectivamente, y en su camino a los vestidores era claro que en esta pelea los límites entre la victoria y la derrota, fuera y dentro del ring, no podían ser más difusos. MGM Grand, Las Vegas, Nevada, EU. Réferi: Joe Cortez

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Carlos Acevedo

Edwin Valero 1981-2010

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Debajo de todo, corre el deseo del olvido. Philip Larkin 2 En el ring, Edwin Valero era fascinante, y la rara calidad que definía su estilo —una crueldad poco común— se expresó estrictamente en términos boxísticos a lo largo de toda su carrera. Ahora podemos decirlo, aunque no querramos creerlo: Sí, su sed de sangre parecía ser una extensión natural de su fracturada mente. A lo largo de los años, diversos peleadores de igual estilo autodestructivo —entre ellos Mike Tyson, Frank Fletcher, Tony Ayala y James Kirkland— fueron incapaces de poner un freno a su hostilidad. 3 No nos engañemos: para Valero, ir por el nocaut en cada pelea fue una decisión consciente, una manera de garantizar su popularidad en el ring. No hay ninguna casualidad en su improbable porcentaje de noqueo de 100%. “Los aficionados aman el nocaut”, dijo una vez a La Prensa. “Es muy parecido a cuando alguien batea un jonron en el béisbol o mete un gol en el futbol. Así son los nocáuts.” Pero su ferocidad entre las cuerdas tenía una correlación psicológica. 4 Como a muchos boxeadores, lo que hacía de Valero específicamente apto para el boxeo —impulsividad, agresividad, la despreocupación ante las consecuencias, ira, la habilidad para poner en pausa la moralidad  en aras del nocaut— fue lo mismo que lo hacía no apto para la vida más allá del ring. 5 Ahora, las debidas   expresiones de angustia comenzarán. Se buscará a los chivos expiatorios. Emergerán más detalles morbosos, acentuados por una prosa más morbosa aún. Se analizarán sus logros en el ring. La culpa y los juicios morales vendrán. Ya no una figura cuyas proezas serán excitantes, ni alguien por el que nos atreveremos a experimentar una vida diferente, Valero, en la muerte, resulta repulsivo, y su ferocidad en el ring, en retrospectiva, resulta escalofriante, perqueños vistazos a un alma perpetuamente in extremis. Edwin Valero era un hombre enfermo. A decir de muchos un alcohólico y adicto a las drogas de temperamento explosivo, Valero abusó sin piedad de su esposa, en lo que puede

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verse como una grotesca parodia de sus hazañas en el ring, aterrorizó a aquellos que le rodeaban con su comportamiento maniático. Finalmente su furia alcanzó el punto donde, cegado por la droga y el alcohol, apuñaló hasta la muerte a su esposa. Jennifer Carolina Viera tenía sólo 24 años. 6 No importa quién, en la sórdida industria de las peleas, le falló o le ayudó —manager, entrenador, promotor, cutman, etc. ¿Cómo es que esperamos ver peleadores enfrentar la muerte durante el día en el ring y luego esperar que twitteen alegremente por la noche? 7

A su alma hace bien el hombre misericordioso: Mas el cruel atormenta su carne. Proverbios 11:17 8 Al final, el boxeo es irrelevante en la tragedia de Edwin Valero a menos que, por supuesto,  no lo sea. Si la violencia inherente al boxeo no agravó su lado oscuro, si los golpes a la cabeza no alteraron su personalidad para peor (como un trauma en el lóbulo frontal puede provocar en ocasiones), si ser premiado por lo que puede pasar como conducta antisocial en el ring no alteró un actitud de vida sin duda ya torcida, entonces podemos simplemente atribuir su ira homicida a un problema de personalidad, a puro barbarismo, al abuso de drogas y alcohol, a ser nada más que un ser humano con fallas horribles. Deprimido, amargado, suicida, asediado por demonios, fue, a pesar de la fama y de cierto grado de éxito material, uno de los desheredados. Lo que importa, de hecho, es que Valero era más como tú y yo de lo que nos gustaría creer. 9 Edwin Valero nació en Mérida en 1981. Crece durante una época en la que la pobreza en Venezuela alcanza entre 35 y 65 por ciento. Sus padres se separan de manera temprana. De niño, Valero se enfrasca en frecuentes peleas callejeras. Su madre vende fruta en una carreta. Valero deja la escuela muy pronto. Y a la edad de 11 o 12 Valero es un vagabundo que vive en las calles de La Palmita. Consigue un trabajo en una tienda de bicicletas. El dueño es un ex boxeador que lo alienta a practicar

el deporte. A pesar de los reveses de su vida, o quizás a causa de ellos, Valero deslumbra. Aunque a Valero se le conoció a lo largo de su carrera como un peleador de pegada fuerte, se desempeña como un excelente boxeador amateur durante su adolescencia. De hecho, gana el campeonato amateur de Venezuela tres veces. También gana los campeonatos amateur de Centroamérica y Sudamérica en 2000. En Venezuela, una mujer muere cada dos días a consecuencia de la violencia doméstica. 10

Todas tus casas son perseguidas por la persona que pudiste haber sido. Hilary Mantel

11 Sobre todo permanece ese doloroso sentimiento de pérdida, el final de cualquier futuro para Jennifer Carolina Viera, y sí, también para Valero. Además quedan los desfigurados o ya alterados futuros, los de hijos de los Valero, así como los de las familias y los amigos de la víctima y el victimario. Para Valero, que dejó claro que su anhelo de ser recordado como una leyenda, sólo habrá ayeres. Mañana, su legado llegará a nada que una futura pesadilla, una que será mejor dejar atrás. 12

El Universal: Si tuvieras la oportunidad de hacerle una pregunta a Dios, ¿cuál sería? Edwin Valero: Si es verdad que el cielo de verdad existe, y, que si estando allá arriba, podemos ver a todos los que permanecen aquí abajo.

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De Norman Mailer, traducción de Juan Sebastián Cárdenas

EN LA CIMA DEL MUNDO Hay un tipo de boxeador que podríamos describir como ese gran hombre entre los hombres. Rocky Marciano era uno de ellos. Óscar Bonavena, Jerry Quarry, George Chuvalo, Gene Fullmer, Carmen Basilio, por nombrar a unos pocos, poseen la clase de rostro que haría retroceder a cualquier sargento de los Marines en una trifulca de bar. ienen pinta de que podrían noquearte sólo con el fragmento de hueso que les queda por nariz. Casualmente, todos ellos son boxeadores blancos. Tienen su código: pelear hasta caer. Y si dar un puñetazo les supone recibir otro, aun así, siempre dan por hecho que ganarán. Su inteligencia corporal y su ego están conectados a una única fuente de fluidos: su orgullo masculino. Son sustancias cercanas a la consistencia de la roca. Trabajan sin parar en sus torpes técnicas para pulir y perfeccionar esa sustancia, a sabiendas de que ganarán si logran cierta paridad, golpe por golpe con cualquier oponente. Tienen más agallas que el contrario. Podríamos decir que, hasta un punto bastante fuera de lo común, el dolor es su placer, pues su carácter en el combate consiste en poseer suficiente fuerza para negociar dolor por dolor, pérdida de facultades por pérdida de facultades. Hay algunos boxeadores negros que encajan en esa calegoría. Henry Hank y Reuben Carter, Emile Grifrith y Benny Paret. Joe Frazier es tal vez el mejor de todos ellos. Pero los boxeadores negros suelen ser más complejos. Tienen reservas de insospechada fortaleza y arrebatos de éxtasis propios de un caballo salvaje. Cualquier promotor del mundo sabría que Fullmer contra Basilio sería un buen combate. Dinero seguro como el pan de cada día. Pero los boxeadores negros son artistas, sujetos hasta cierto punto a los cambios de humor, lIenos de sorpresas como Patterson o Liston, virtuosos como Archie Moore y Sugar Ray, veloces, salvajes y curiosamente faltos de sustancia como Jimmy Ellis, o con la vertiginosa neurosis de gigantes de un Buster Mathis. Incluso Joe Louis, reconocido por la mayoría durante sus años de campeón como el mejor peso pesado de todos los tiempos, se mostraba sorprendentemente inconsistente frente a boxeadores menores como Buddy Baer. Parte de la incertidumbre que generaban las actuaciones de estos púgiles residía en el hecho de que todos, excepto Moore y Robinson, eran pesos pesados. No es menos cierto que los campeones blancos de la categoría superior también perdían la forma de una pelea a otra. Podría decirse que los pesos pesados son los más lunáticos de todos los boxeadores. Cuanto más se acercan al título de campeón, más natural es que asuman una pequeña locura secreta, pues el campeón de los pesos pesados bien puede ser considerado el hombre más fuerte del mundo. Y es muy posible que en efecto lo sea. Es como convertirse en el pulgar de Dios. No hay nada con lo que se le pueda comparar. Los pesos ligeros, los pesos welter, los pesos medios, todos ellos pueden ser excepcionalmente buenos, talentosos hasta el prodigio. Pero no dejan de ocupar su sitio. El mejor peso ligero del mundo sabe que un peso medio mediocre lo vencería en casi cualquier velada, y que el mejor peso medio del mundo podría matarlo en cada velada. Sabe que el fortachón más grande de cualquier bar de tipos duros lo reduciría con sólo sentarse encima de él, pues la pegada parece aumentar exponencialmente en relación al peso. La fuerza con que golpea un boxeador de cien kilos es más del doble de la fuerza con que golpea un boxeador de cincuenta. Estos cálculos no tienen una base real, desde luego. Están ahí solo para indicar la ley del cuadrilátero: el hombre

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grande vence al pequeño. De modo que lo más probable es que el concepto del boxeador profesional entendido como artesano laborioso sólo se dé entre los pesos ligeros y medios. Dado que conocen sus limitaciones, lo más seguro es que luchen por la excelencia dentro de su categoría. A medida que mejoran, más se acercan a la cordura, a poco que estemos dispuestos a creer que el boxeador promedio es un artista en bruto; en otras palabras, un artista del cuerpo con una enorme carga de violencia en su interior. Obviamente, cuanto más mejoren, cuantos más éxitos cosechen, tanto más incrementará su capacidad para transmutar la violencia en habilidad, disciplina e, incluso, arte: alquimia humana. Los respetamos. Y merecen nuestro respeto. En cambio, un peso pesado jamás demuestra una cordura tan simple. Cuando se alzan con el título de campeón, empiezan a tener vidas interiores comparables a la de Hemingway, Dostoievski, Tolstoi, Faulkner, Joyce, Melville, Conrad, Lawrence o Proust. Hemingway es el máximo exponente. Dado que pretendía ser el mayor escritor de toda la historia de la literatura sin renunciar por ello a ser un héroe, con todas las artes corporales que la edad le permitiera desarrollar, Hemingway estaba solo y lo sabía. Del mismo modo, los pesos pesados están solos. Dempsey estaba solo y Tunney nunca fue capaz de entenderse a sí mismo, Sharkey jamás creyó en sí mismo y otro tanto les ocurrió a Schmeling y a Braddock, mientras que Carnera era melancólico y Baer un payaso indescifrable. El silencio de un gran peso pesado como Louis dejaba entrever una soledad inconmensurable. Y un hombre como Marciano se mostraba perplejo ante un poder que parecía haberle sido concedido como un don. No obstante, con la llegada de los pesos pesados negros modernos —Patterson, Liston, luego Clay y Frazier—, quizá la soledad fue reemplazada por aquello contra lo que se había estado protegiendo: una situación surrealista e inestable que rebasaba los límites de lo verosímil. Ser un campeón de los pesos pesados negro en la segunda mitad del siglo XX (con montones de revoluciones negras abiertas a lo largo y ancho del planeta) no distaba mucho de ser una combinación entre Jack Johnson, Malcolm X y Frank Costello, todos en uno. Recorrer el pasillo antes de llegar al ring en Chicago debió ser más aterrador para Liston que el propio enfrentamiento contra Patterson aquella velada, expuesto como un cable pelado, con su sensación de revancha cultivada durante tantos años de trato carcelario y empleos miserables. Oleadas de paranoia debieron de alcanzarlo como un calidoscopio provenientes de las cuatro esquinas del coliseo. Era un hombre que a duras penas sabía leer y escribir. No estaba sometido a esa mediocre y efectista desinformación mundial de los aburridos diarios que coagula la antena de los sentidos, así que era especialmente sensible a cada muestra de odio que recibía. Sabía que había asesinos entre aquella muchedumbre, siempre los había, él mismo había tenido que tratar alguna vez con esos sujetos. Sólo que ahora él se atrevía a proclamarse rey. Cualquier asesino habría exigido venganza por actos que el propio Liston había superado hacía mucho tiempo. No es de extrañar que Liston se mostrara más contento dentro del cuadrilátero que de camino a él. Patterson estaba exhausto ya antes del inicio del combate. Durante años había sido un hombre solitario como un monje, con su rutina de gimnasio como meditación. Patterson fue el primero de los boxeadores negros en ser considerado y luego usado como una fuerza política. Se codeaba con la élite liberal y era muy

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apreciado por Eleanor Roosevelt. Para la NAACP, Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, era una fuente de popularidad política. Violento, posiblemente hasta el extremo del asesinato de no haber sido un boxeador, en público Patterson era un caballero. Es más, era un tipo sumamente agradable, discreto, prudente y de buenas maneras, aunque de inclinación monástica. Ahora bien, refinado como era, la negritud politizada le exigía ganar el combate contra Liston en nombre de la imagen del Negro. La responsabilidad recayó sobre él como en una de esas secuencias cómicas del cine mudo en las que, cada cierto tiempo, aparece un pobre hombre a quien le han encargado sujetar una viga sobre sus hombros. Ahí se queda, sin apenas moverse. Al final de la película se desploma. Ese fue el peso que tuvo que soportar Patterson. La responsabilidad de vencer a Liston fue algo sencillamente insoportable. Patterson, un boxeador honesto e incorruptible, cayó noqueado bajo una lluvia de puñetazos que casi nadie alcanzó a ver. Se desplomó en el aire como sorprendido por un rayo. Había comenzado la era de los combates surrealistas. En la segunda pelea contra Liston, más pendiente de sus nervios ante la posibilidad de que la pesadilla se repitiera, Patterson simplemente se abalanzó sobre su oponente con la guardia baja. Cayó derribado tres veces en el primer asalto y perdió por knock-out. La era de la psicología corporal había comenzado. Y Clay estaba allí para darle forma. Un jovencito pulcro, salvaje y ruidoso, con pinta de presidente de fraternidad de una universidad modesta, vestido con pajarita, zapatos de dos colores, blanco y marrón, simpático, despreocupado, estridente, asistió al segundo combate entre Patterson y Liston en Las Vegas. Parecía un niño de papá rodeado por un círculo de tías obsequiosas. En efecto, un grupo compuesto por las mujeres negras con más clase de toda América estaba siempre acompañándolo por la ciudad, como en un intento de crear un campo protector femenino contra cualquier fuerza magnética negra que se avecinara. Y desde el santuario de su habilidad para moverse entre las mesas de juego como un gatito escurridizo, el joven se dedicó a provocar a la Negra Majestad del gigantón Liston, antes y después del combate. —Eres tan feo —se burló, a salvo tras la mesa de juego que se interponía entre los dos—, eres tan feo que no sé cómo podrías llegar a ser más feo. —¿Por qué no te sientas en mis rodillas para que te dé el biberón? —contestó atropelladamente Liston. —No me insultes o lo lamentarás. No eres más que un oso, un oso feo y lento. Entonces amagaron con llegar a las manos. Hombres de mayor talla los sujetaron sin mayor esfuerzo. En realidad, estaban allanando el terreno para el siguiente combate. Lo cierto es que en el fondo Liston sentía simpatía por Clay y se reía entre dientes cada vez que lo mencionaba. Se había pasado años noqueando a sus rivales en el primer asalto. Su carisma era una forma majestuosa de la amenaza. Imposible no contener el aliento cuando se estaba cerca de él. Con evidente regocijo, Liston no podía esperar el momento de arrinconar a Clay y ver una expresión de horror en aquella cara simplona. Entrenó en Miami para un combate a tres asaltos. En el famoso quinto round, Clay, que había saltado a la lona con ácido cáustico en los ojos, prácticamente a ciegas, empezó a agitar sus guantes frente a Liston, con el pánico más elemental reflejado en su cara, como diciendo: “Tu hermano menor se ha convertido en un mendigo ciego, no lo golpees.” Y lo hizo con una peculiar autoridad, pues Clay parecía un fantasma con sus ojos cerrados,

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las lágrimas cayendo por su rostro, los puños agitándose de un lado a otro como las súplicas de una viuda. Liston se apartó dubitativo, perplejo, posiblemente preocupado por su nueva reputación de ex-matón. Reaccionó como un caballero y Clay pudo regresar a su esquina indemne. Sus ojos lagrimearon hasta expulsar el ácido y recuperó la vista. Liston aguantó hasta el sexto. Derrotado y exhausto, no consiguió levantarse con la campana que marcaba el inicio del séptimo. No obstante, es posible que Clay hubiera vencido a Liston mucho antes, durante el pesaje, donde no hizo más que provocarlo, gritar, aullar, silbar y hasta sacarle la lengua. El campeón estaba perplejo. En los últimos cuatro años nadie se había atrevido siquiera a mirarlo a los ojos. Ahora tenía delante a un muchacho que le chillaba, un muchacho que, según decían, era musulmán. No, peor aún, un muchacho que gozaba de la bendición de Malcolm X, valiente entre los valientes, el hombre capaz de detener una bala cada día. Liston, que, según él mismo declarara, solo temía a los locos, les tenía miedo a los musulmanes, pues era incapaz de concebir su solidaridad en prisión, su puritanismo, su disciplina, sus rangos marciales. La combinación era demasiado compleja, demasiado excepcional. Ahora el chico de los musulmanes, en un rapto de terror o de coraje, le lanzaba gritos durante el pesaje. Liston se sentó y meneó la cabeza, miró a los periodistas e, intentando granjearse su complicidad, hizo girar el dedo índice alrededor de la oreja como diciendo: “Aquí entre nos, amigos blancos, ese chico negro de ahí está como una cabra.” Así, Clay puso a Liston en el papel del Tío Tom. Bastó ver que el primer jab lanzado por Liston pasaba a casi medio metro de Clay para saber que aquella no sería una velada cualquiera. Para el combate de revancha en Boston, Liston entrenó como nunca antes lo había hecho. A Clay le salió una hernia. Liston siguió entrenando. A medida que un boxeador envejece, el entrenamiento duro parece un anuncio de que las mejores células de los órganos más preciados han ido muriendo sin remedio. Los boxeadores mayores reaccionan al entrenamiento como las mujeres hermosas ante la perspectiva de fregar el suelo. Pero Liston lo hizo dos veces, una cuando a Clay le salió la hernia y otra para el combate de Maine, sólo que en esta ocasión el entrenamiento acabó envejeciéndolo aún más como boxeador. Su sparring, Amos Lincoln, era uno de los mejores pesos pesados de todo el país. Cada tarde en el gimnasio se libraba una verdadera batalla. El día antes del combate con Clay, Liston estaba relajado, somnoliento y anestesiado, como recién salido de un baño turco. Se había dejado la piel en los entrenamientos y lo había hecho por la presión de Clay, que no dejó de decirle al mundo que Liston era viejo y lento y que no tenía ninguna posibilidad de ganar. Aquel combate fue un escándalo, pues Liston se encontró en el primer asalto con un puñetazo corto que lo mandó a la lona, incapaz de escuchar la cuenta atrás. El árbitro y el cronometrador se malentendían por señas mientras Clay, de pie frente a un Liston derrotado, gritaba: “¡Levántate y pelea!” No fue una velada de boxeo. Fue una tragedia para Clay, que se había entrenado para un combate largo y complicado; había desarrollado su técnica para un encuentro por todo lo alto con Liston y, pese a todo, se quedó sin respuestas para un montón de preguntas, incluyendo una que él mismo nunca hubiera aceptado formularse: si se había tratado de la magia de un knock-out auténtico producido por sus puños o si Liston, quién sabe por qué variedad de motivos, había tomado la decisión consciente de quedarse en la lona. Aquello no le hizo ningún bien a Clay. Este fragmento pertenece al libro En la cima del mundo de Norman Mailer, traducción de Juan Sebastián Cárdenas, 451 Editores, Madrid, España, 2009, pp. 120.

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Scott Christ

2011. Para el boxeo mexicano, un año para recordar. 2011 ha sido un año interesante para el boxeo. Hubo muchos acontecimientos notables: Manny Pacquiao impasible y al final puesto a prueba una vez más; el regreso de Floyd Mayweather Jr. y sus controversias que impactaron el mundo del boxeo en la televisión y en el ring; la pelea entre Klitschko y Haye, finalmente llevada a cabo en julio sólo para convertirse en un memorable “DedoGate”; las inducciones al salón de la fama de Mike Tyson, Julio César Chávez y Kostya Tszyu. Ricky Hatton anunció finalmente su retiro, dando fin así a la carrera de uno de los peleadores más queridos de la década. David Haye anunció su retiro pero nadie puede estar seguro de qué tan oficial resultará esta vez. Candidatas para Pelea del Año fluyeron de todas partes del mundo. ¿Y Peleador del Año? Por primera vez en un buen tiempo fue un debate legítimo. Pero a final de cuentas recordaré el 2011 como el Año del Boxeador mexicano. Ha sido un magnífico año para una de las culturas boxísticas más ricas del mundo. Desde jóvenes estrellas como Canelo Álvarez y Julio César Chávez Jr. hasta viejos guerreros como Erik Morales y Juan Manuel Márquez, los boxeadores mexicanos han sido increíblemente exitosos en 2011, desafiando con frecuencia los pronósticos adversos y dando peleas que nadie hubiera esperado.

Saúl Canelo Álvarez: De joven estrella a fenómeno cultural El 5 de marzo, a los veinte años de edad, Saúl Canelo Álvarez consiguió su primer título mundial al noquear a Matthew Hatton y hacerse así con el título vacante de los pesos medios del CMB. Y el 18 de junio, Álvarez enfrentó a otro inglés, cuando Ryan Rhodes viajó a México para probar suerte con el campeón. Se esperaba que Rhodes fuera un oponente potencial difícil, un zurdo evasivo con cierto poder que podía tener suficientes trucos de veterano para poner nervioso a Álvarez. En vez de eso, Canelo dominó físicamente a Rhodes, deteniéndolo en el round 12. A Rhodes lo impresionó Canelo. “Él era más fuerte, alto y rápido de lo que había esperado. No hubo nada que pudiera hacer. No pude mantenerlo alejado.” En septiembre Álvarez fue la atracción principal en el Staples Center de Los Angeles, y captó una bulliciosa multitud cuando enfrentó a Alfonso Gómez, pelea transmitida vía satélite y que formó parte de la función de Mayweather vs.

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Ortiz. Gómez dio muy pocos problemas a Álvarez y la pelea terminó en el sexto round. En noviembre 26 Álvarez se enfrentó a un acabado Kermit Cintron. Después de lastimarlo en el cuarto episodio el réferi detuvo la pelea en el quinto round para proteger a un desvalido Cintron. Álvarez es ya una estrella en México. Ahora comienza a serlo en los Estados Unidos.

Jorge Arce: contra todos los pronósticos A Jorge El Travieso Arce, uno de los peleadores mexicanos más populares de su generación, se le consideraba acabado. Después de haber sido un guerrero sangriento muy querido en los pesos minimosca, mosca y supermosca, Arce parecía ser sólo un nombre de marquesina para el joven campeón puertorriqueño Wilfredo Vázquez Jr., el 7 de mayo, cuando ambos subieron al ring para contender por el cinturón de las 122 libras de Vázquez, en la misma cartelera de Pacquiao vs. Mosley. Sin embargo, fueron Arce y Vázquez los que se robaron el show. De hecho, si la pelea de Pacquiao vs. Mosley hubiera sido buena tampoco habrían alcanzado el drama y la acción de Vázquez vs. Arce. Enfrentado a pronósticos más adversos que los que marcaban la pelea principal de la noche, Arce contradijo a los expertos y demostró que a los treinta y uno de edad, y peleando en su máximo peso, todavía tenía mucho que ofrecer. En el doceavo round apaleó a Vázquez hasta que el padre y también entrenador de Vázquez arrojó la toalla. Sangriento como siempre, Arce celebró lo que fue probablemente el mayor revés boxístico del año.

Julio César Chávez Jr.: Legitimizando al Hijo Para algunos es necesario un milagro o alguna victoria contundente para que Julio César Chávez Jr. sea finalmente tomado en serio; pero mientras tanto Freddie Roach y su equipo en el gimnasio Wild Card intentaban desarrollar progresos legítimos en la preparación de la ilegítima superestrella, lo que en 2011 el trabajó redundó en un campeonato y una exitosa primera defensa. Chávez Jr., que el 29 de enero había derrotado a Billy Lyell en una pelea de calentamiento, pudo abrirse paso y conseguir una oportunidad para el título sin haber tenido que enfrentar a ningún peleador de clase mundial, pues el 4 de junio enfrentó al “campeón” de las maniobras políticas, el alemán Sebastian Zbik, en la ciudad de Los Angeles.

Como es usual Chávez Jr. atrajo a una buena audiencia, pero la importancia radicaba en que por primera vez el potencial heredero del boxeo mexicano sería televisado por HBO. La cadena estadounidense no se arrepentiría pues los ratings fueron muy buenos y además resultó ser un combate entretenido. Chávez Jr. tenía la reputación de haber sido mimado pero no aburrido, y no perdió nada de eso al ganar por decisión mayoritaria. En septiembre se descartó una cita con Ronald Hearns por diferentes motivos -no estaba en forma, perdió contra un ventilador de techo- pero Chávez Jr. regresó al ring el 19 de noviembre en Houston y llevó a cabo probablemente la mejor de sus actuaciones superando y apabullando a Peter Manfredo Jr., logrando así el nocaut técnico en el quinto asalto. Puede que Chávez Jr. no haya llegado aún, pero se encuentra un poco más cerca y ya es, hoy por hoy, una de las estrellas del deporte.

Antonio DeMarco: Desde las garras de la derrota. Mientras el equipo de comentaristas de HBO alababa al venezolano Jorge Linares -al grado de que el mítico entrenador Emanuel Steward dijo que Linares era uno de los mejores peleadores que hubiera visto nunca- Antonio DeMarco se mantuvo sereno. Y aquél 15 de octubre se robó el show en una cartelera que pasó más bien desapercibida, ofreciendo la clase de pelea y esfuerzo merecedores de una mayor audiencia. DeMarco fue superado durante 10 rounds. Cada uno de ellos. Pero logró una cortada en el tabique de la nariz de Linares, cuyas habilidades boxísticas son innegables, y continuó atacando. Antes de comenzar el onceavo la esquina de DeMarco sabía que necesitaba el nocaut. Así que salió y fue por él. Con la mira en los múltiples cortes, DeMarco quebró a Linares con repetidos y duros golpes, logró hacerlo retroceder y finalmente se dispuso a acabarlo. Y mientras Linares se tambaleaba DeMarco continuó el ataque obligando al réferi Raul Caiz a detener la pelea, propiciando así una increíble victoria sobre un fabuloso oponente. Una vez más la voluntad venció a la habilidad y la calma bajo una dura presión resultó ser una característica invaluable. Antonio DeMarco arribó a la escena mundial de la mejor manera, ganó su primer título mundial y se estableció como uno de los peleadores de acción a seguir.

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Jhonny González: Grande en Japón En abril el viaje de Jhonny González a Japón para enfrentar al campeón de la CMB de los pesos pluma, Hozumi Hasegawa, significaba un gran reto. Un año antes había sido Fernando Cochulito Montiel quién había enfrentado a Hasegawa, entonces el rey mundial de los pesos gallo, y Montiel regresó con el cinturón al detener a Hasegawa en el cuarto round. La historia volvió a repetirse cuando González viajó a a la ciudad de Kobe (la pelea de Montiel había sido en Tokio), batalló durante tres rounds al igual que Montiel, y en el cuarto detuvo a Hasegawa. Incluso las tarjetas eran las mismas en ambas peleas: Hasegawa lideraba ambas: 29-28, 29-28 y 30-27, cuando de pronto fue despachado por un par de buenos golpeadores mexicanos. Después de su viaje a Japón, González comenzó a defender su título en contra de oponentes más bien menores.

Hernán Tyson Márquez: El pequeño hombre la hace en grande. En julio de 2010 el superestrella filipino Nonito Donaire peleó en contra de un joven púgil mexicano llamado Hernán Márquez, apodado Tyson, como muchos otros peleadores lo había sido en los últimos diez años. Donaire adoptó la posición de zurdo y jugó con su contrincante mucho menos preparado hasta que, aburrido, decidió poner fin a la función. Así que las expectativas no eran demasiado grandes cuando Márquez viajó a Panamá el 2 de abril para enfrentar al campeón de los pesos mosca por la AMB, Luis Concepción, quien daba pruebas de que podía ser el mejor peleador en las 122 libras, incluso al considerar que era Pongsaklek Wonjongkam el campeón lineal. Sin embargo, en vez de atestiguar cómo Luis Concepción derrotaba a un oponente escogido, contemplamos una guerra salvaje entre ambos peleadores en una sólida candidata a Pelea del Año. Ambos púgiles probaron la lona en el primer round, pero nunca miraron atrás. Entonces Márquez tomó el control. Concepción cayó de nuevo en el tercero y en el décimo rounds. Y en el onceavo el réferi Luis Pabón se interpuso y detuvo la pelea, dando a Tyson Márquez una gran y merecida victoria. El 2 de julio Márquez defendió exitosamente su título en contra de Edrin Dapudong, una pelea de calentamiento para su reencuentro en el ring con Concepción. Finalmente el 29 del mismo mes Márquez disipó todas las dudas, noqueando a Concepción en un minuto y 49 segundos quedándose así como el peleador indiscutible de la división.

Juan Manuel Márquez: Juan el Revelador ¿Qué más puede decirse del desempeño de Márquez en contra de Manny Pacquiao el 12 de noviembre de 2011? Por tercera

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ocasión en casi ocho años logró neutralizar al legendario filipino, estableciendo al mismo tiempo su propia gran leyenda. Pacquiao se había convertido en una fuerza de la naturaleza tal, en un peleador tan dominante, que para las masas, e incluso para la mayoría de los expertos, parecía simplemente invencible. La pelea fue calificada como un encuentro físicamente muy desigual. A los treinta y ocho años de edad, Márquez aceptaba una pelea en un peso pactado en las 144 libras. Muy viejo. Muy pesado. Demasiado para el gran peleador mexicano, a quien durante muchos años se le había escatimado el reconocimiento a su calidad. Siempre a la sombra de Marco Antonio Barrera y Erik Morales, y después de peleadores como Antonio Margarito, Canelo Álvarez y Julio César Chávez Jr., esta vez no se creyó que tuviera ninguna oportunidad, a pesar de haber batallado mano a mano durante 24 rounds en contra de Pacquiao, en 2004 y 2008. Pero entonces vino la revelación: Márquez es el maestro del ring que siempre ha sido, incluso en mayor medida. En la que pudo haber sido la mejor actuación de una extraordinaria carrera, Juan Manuel perdió una muy discutida decisión mayoritaria en contra de Pacquiao sólo para convertirse, a los ojos del público, en el gran ganador. Una vez más los sabihondos volvieron a estar de acuerdo: Márquez fue, por lo menos, el igual de Pacquiao. Todavía. Eso, sin contar que 37.2 millones de personas vieron la pelea en México, el récord de todos los tiempos. Y por fin es la superestrella que siempre mereció ser.

Erik El Terrible Morales: El cuatro veces campeón Aunque Jorge El Travieso Arce arguye ser el primer mexicano en conseguir títulos en cuatro divisiones diferentes, la realidad es que uno de esos títulos era interino. Eso significa que es Morales el primer mexicano campeón en cuatro categoría diferentes. Morales logró esta proeza el 17 de septiembre bajo una buena dosis de presión. La CMB fue acusada de favorecer al peleador mexicano al (1) despojar a Tim Bradley de su título de las 140 libras, (2) saltarse una pelea eliminatoria ya pactada entre Ajose Olusegun y Ali Chebah (que pudo incluso haberse convertido en una pelea por el título vacante) y (3) intentar ofrecer a Morales una pelea fácil por el título. La pelea se programó y fue, de hecho, falso hasta el momento en que Morales detuvo al joven Pablo César Cano, el cuarto de los posibles oponentes para la pelea. Pero fue significativo para Morales, significativo para los aficionados mexicanos y la pelea fue, como casi todas las peleas de Morales, divertida de ver, pues el joven peleador dejó el alma pagando el precio en la cara cortada e hinchada de manera casi grotesca, ensangrentando los calzoncillos blancos de Morales hasta que el réferi detuvo la pelea en el décimo round. Sin embargo, la actuación más grande de

Morales, y una de las mejores de su magnífica carrera, sucedió en abril. Y Morales perdió. En contra de Marcos Maidana, Morales peleó durante once rounds con un ojo cerrado, frustando a Maidana con su sabiduría de veterano y buen boxeo de vieja escuela. Todos esperaban que el rudimentario pero poderoso Maidana destruyera a Morales. Resultó que el viejo Morales había reservado lo mejor de su regreso al ring para el final. Es posible que no vuelva a tener una noche parecida, pero nos recordó quién es Erik Morales, y si alguien merece un campeonato ficticio mi voto es para El Terrible.

Marco Antonio Rubio: Reventando la burbuja La mayor parte de 2011 fue para Rubio de muy poco lustre, venciendo a oponentes como Wilson Santana, Ricardo Marcelo Ramallo y Mohammed Akrong. Fue lo que hizo el 8 de abril en Quebec lo que lo incluye en esta lista. Esa noche Rubio enfrentó al joven destructor David Lemieux, que venía con un récord de 25 peleas ganadas y 24 nocauts, cada pelea, con excepción de tres, ganada entre el primero y segundo round. Como se esperaba Lemieux salió con todo en contra del veterano, mejor conocido por haber sido demolido por Kelly Pavlik en 2009. Lemieux ganó los primeros rounds, buscando la cabeza y desperdiciando energía. Rubio absorbió el golpeteo, agarró ritmo y en el sexto round lastimó a Lemieux, cambiando la dirección de la pelea. En el séptimo, conectando a voluntad Rubio detuvo a Lemieux, logrando la proeza en la casa de Lemieux. El 4 de febrero, sin embargo, Rubio enfrentará su máximo desafío en la figura de Julio César Chávez Jr.

Orlando Salido: En territorio enemigo Uno de los grandes reveses de 2011 tuvo lugar el 16 de abril en Puerto Rico entre el campeón Juan Manuel López y el veterano de Ciudad Obregón Orlando Salido. En teoría no parecía mucho una pelea: el poderoso y fresco López lidiaría con Salido de la misma manera que lo había hecho Yuriorkis Gamboa en 2010, incluso noqueándolo en determinado momento. Pero Salido, sin ninguna presión a sus espaldas porque nadie lo veía como vencedor (aunque yo sentí que podía ser peligroso para López) viajó a Puerto Rico, y a pesar de que López lució bien en los primeros rounds, comenzó a golpearlo con grandes derechas y ganchos de izquierda, tirando a López en el quinto y haciéndolo vibrar repetidamente con fuerte golpes hasta que el réferi escogió un momento no muy favorable para detener la pelea en el octavo round. Dejando de lado el cuestionable final, esa fue la noche de Salido. Abrumó a López y dio una gran campanada para México en su rivalidad con Puerto Rico.

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Loïc Wacquant, traducción de María Hernández, Siglo XXI Editores, Argentina, 2006, 251 pp.

Documental, dirección Andrew Lang. Reino Unido, 88 min, 2009.

Entre las cuerdas. Sons of Cuba Cuadernos de un aprendiz de boxeador En sentido estricto Entre las cuerdas son las anotaciones y narraciones que Loïc Wacquant registró durante los tres años en que estuvo involucrado con el Woodlawn Boys Club, un gimnasio de boxeo en un gueto negro a sólo unas cuadras de la Universidad de Chicago. En un sentido más amplio es un libro sobre el oficio del pugilista visto desde una perspectiva cotidiana y no desde los clásicos polos que suelen formar el arco de la vida de un boxeador, la gloria y la miseria. Los hombres que pasan por las páginas de este libro no son personajes siniestros u obsesionados con el éxito económico; son boxeadores que cada tarde se dedican a repetir una y otra vez los movimientos marcados por su entrenador, rutinas que los alejan de la violencia y los malos hábitos del gueto. Para los entusiastas de la prohibición del boxeo, es un libro que puede iluminar el por qué una sala de boxeo resulta beneficiosa para cualquier comunidad, en especial para una pobre. Más importante aún, lo que comienza como una investigación sociológica sobre el gueto negro norteamericano se transforma en la historia de un personal que se enfrenta, por primera vez, con las posibilidades de su cuerpo en una suerte de “sociología carnal”. Es así una mezcla de investigación, novela, historia y carta de amor a un mundo todavía incomprendido y fascinante.

Sons of Cuba es probablemente una de las miradas más íntimas que se han podido registrar del hermético sistema de boxeo en Cuba, uno que ha producido a los más grandes campeones olímpicos del mundo. Su tema no es tanto el boxeo (que en su rama profesional tiene muchas aristas) sino la esencia misma del deporte cuyas recompensas van más allá de la gloria y la ganancia personal. El documental sigue la vida de tres muchachos de la academia de boxeo de La Habana, Cristian Martínez, Santos Urguelles y Junior Menéndez, quienes bajo la tutela de su entrenador, Yosvani, intentan ganar la medalla de oro a sus rivales de Matanzas. En un periodo que abarca ocho meses de preparación, los muchachos de la academia de La Habana se sumergen en un mundo de disciplina y rigor que sin duda resultará excesivo para un buen número de televidentes no acostumbrados a este tipo de sobre especialización en niños de diez o doce años. Pero el boxeo es de sacrificios, dice Yosvani, y sólo quienes acepten tales sacrificios probarán la dicha de ser no sólo campeones olímpicos sino héroes de todo un país. Después de ver este documental figuras como las de Teófilo Stevenson y Félix Savón no parecerán ya tan irreales e imposibles, así como tampoco será incomprensible que muchos boxeadores olímpicos cubanos busquen escapar de la isla a la primera oportunidad.  

de Leonard Gardner, University of California Press, 183 pp.

Fat City Increíblemente sin traducción al español, Fat City (1969) es la única novela escrita por Leonard Gardner. Billy Tully es un peleador acabado que, como muchos boxeadores, cree que aún posee la fuerza para regresar al ring. Después de perder a su esposa y con pocas perspectivas para el futuro, Tully comienza a acudir al gimnasio donde se cruza con Ernie Munger, un joven de diecinueve años que ve en el boxeo una manera de ganar dinero para mantener a su joven esposa y al hijo que esperan. En cierta manera, Tully y Munger son los dos lados de la misma moneda, en un arco bien conocido para los aficionados al boxeo. Lo impresionante de esta novela es la manera en que Gardner es capaz de mostrar el mundo de la California de la década de 1960 (en algún momento Tully piensa que trabajar como recolector de jitomate es mil veces más duro que boxear) acompasándolo con el mundo interior lleno de esperanzas y desesperación de los personajes que pueblan Fat City. Es palpable que Gardner escribe sobre un mundo que conoce plenamente y por ello el lector transita por lugares y emociones que destilan autenticidad. La influencia de Ernest Hemingway es más que notoria en el estilo, pero al mismo tiempo es el estilo perfecto para describir esos escenarios de cine negro y esos personajes de frases sencillas y parcas. En 1972 el director John Huston llevó esta novela a la pantalla grande con Stacy Keach como Tully y Jeff Bridges como Ernie.

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