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¿Eres Tú? ¿Eres Tú? “El verdadero amor, no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es

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¿Eres Tú?

¿Eres Tú? “El verdadero amor, no es otra cosa que el deseo inevitable de ayudar al otro para que sea quien es”

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Prologo Aun Padecemos una especie de subdesarrollo emocional que nos impulsa a ciertas conductas autodestructivas, tanto en nuestra vida pública como en la privada. Nos urge encontrar un camino que nos permita hallar una manera de ser más sanos, y ese camino está íntimamente relacionado con el amor y la espiritualidad. El amor es el mejor símbolo de la salud del hombre, es todo lo opuesto de la agresión, del miedo y de la paranoia, que a su vez representan la patología que nos desune. A pesar del carácter sucinto que parece presentar este libro, su propósito no es transmitir un conocimiento elemental de Cabalá, sino más bien ayudar a los lectores a cultivar un acercamiento a los conceptos de la Cabalá, a los objetos y términos espirituales por medios de cuentos. Al leer y releer este libro, el lector desarrollará observaciones internas, sensaciones y enfoques que no existían en él anteriormente. Estas nuevas observaciones adquiridas serán como los sensores que "perciban" el espacio que nos rodea, invisible a nuestros cinco sentidos. Por lo tanto, el objeto de este libro es fomentar la contemplación de los términos espirituales. En la medida que integremos esos términos, podremos

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ver como se revela en nuestro interior la estructura espiritual que nos rodea, casi como cuando se disipa la bruma. Una vez más, este libro no está destinado a estudiar los hechos. Es un libro para la persona novel que desee despertar dentro de sí las sensaciones más profundas y las más sutiles.

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Introducción “En nuestra vida a veces creemos que verdad es la realidad, sin embargo no debemos pensar que realidad es la verdad”. Se preguntaran es un juego de palabras en realidad no lo es ¿porque? La verdad es que nosotros podemos crear, los pensamientos y sentimientos como también otras personas lo pueden crear. Entonces podemos pensar cada quien tiene una realidad. Por su forma de ver el mundo por ejemplo: Una persona estudiosa mira el mundo diferente a la persona que no estudia. La razones es por su formación y su mente es diferente entonces, hay dos realidades o pensamientos diferentes en nuestra realidad. Una persona puede cambiar su pensamiento pero depende de la sociedad de donde se forma, esto se debe porque muchas veces queremos ser aceptados, por otra persona, porque tenemos miedo de ser lo que realmente somos. El ego también funciona en estas dos formas el miedo a no aprender, y el miedo del quién soy. Hay una historia que podemos analizar. “cierta vez había un hombre que vivía en jelm, el legendario shted (aldea) de tontos. Un día decidió visitar el shvitz (la casa local de baños). Cuando 4|Página

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llego, vio a algunos vecinos bañándose con gran placer, de manera que decidió desvestirse y unirse a ellos. De repente, un pensamiento lo asaltó y sintió pánico: todos aquí se ven iguales, si me desvisto, voy a verme como ellos: así que, ¿cómo voy a saber quién soy? ¿Qué debo hacer? ” “y entonces se le ocurrió una idea brillante. Amarraría un hilo rojo alrededor del dedo gordo de su pie y, cuando lo mirara, sabría que él era el hombre con el hilo rojo en su dedo, confiadamente entro a la piscina, pero cuando salió del agua, miro hacia su pie y se quedó helado. ¡El hilo ojo ya no estaba! ¿Quién soy yo?, se preguntaba mientras lloraba por su perdida. Aterrado buscó alrededor del recinto vio su hilo rojo envuelto alrededor del dedo de otro bañista corrió hacia él: “yo sé quién eres tú, pero-¿puede decime quién soy?” le pregunto”. A veces nosotros tomamos esa conducta que creemos que la vida es como todos los demás piensa, si dice soy la persona que tiene el carro azul, o soy la persona que tiene una casa grande, como si diciendo soy lo que tengo, el ego funciona porque amamos las cosas, entonces el creador manda a personas que no te ama por lo que eres, sino te manda personas que aman por lo que tu tienes.

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En este punto estamos como si creemos, que el Creador nos hace sufrir, pero nosotros somos los verdaderos causantes de lo que pasa en nuestra vida. El hilo es nuestra identificación, claro que ¿no? Nuestra identificación son mis emociones, el amor que les tengo a mis padres, a mis hermanos, amigos, vecinos, familiares la paz que tengo con ellos. Creo yo también que para amar hay que, amarse a uno mismo. “No te odies, a ti mismo por lo que hiciste mal en tu pasado, amate por lo que harás de bueno a tu alrededor en presente y futuro” “cuando no hay razón para sonreír, pon una sonrisa en tu rostro y El Creador te va dar todas las razones para sonreír”. Borra todos los pensamientos negativos. Por medio del estudio de la kabala vamos cambiando nuestros pensamientos y nuestros actos por ejemplo: “yo no cambio por nadie, solo mejoro por quien lo merece” Cambio mi forma de pensar pero siempre en positivo, en esta breve explicación, vamos a ver muchos cuentos que quizá nos sintamos identificados, pero no hay explicaciones de los otros cuentos porque, como decía el More Hilel “cada

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persona debe implementar los cuentos, en su vida y ese será el verdadero sabor de los cuentos” Este libro está hecho para sentir amor, paz, alegría, en nuestra mente y corazón, como decía el More Daniel “El verdadero tiempo es aquel, que se disfruta y se goza” y el tiempo pasa y piensa, ¿he aprovechado mi tiempo? De verdad aprovecha tu tiempo, pero de verdad piénsalo, no solo diga “voy a cambiar” mejor solo cambia, actúa pero sin dañar a nadie. Porque tu alegría no es porque el otro sufre sino porque juntos logran la felicidad. No sienta que el libro es un gasto o una pérdida de tiempo, siente que es una ganancia para tu felicidad una inversión para tu paz, mi objetivo es también que este libro está hecho en una forma sencilla, con la idea para las personas, que sin conocer cábala, puede sentir un significado a tu vida, y aprenderá no a buscar el camino de la felicidad, sino hacer feliz en el camino. Comienza leer los cuentos, pero piensa y reflexiona 20 minutos después puedes leer el siguiente cuento, puedes hacer grupo de lectura o mejor aun puedes contarlo con tu familia. POR DAVID UZZIEL BEN HILEL. 7|Página

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Una hermosa bendición Rabí Najman comía en la casa de Rabí Itzjak, cuando estaba por irse, Rabí Itzjak le pidió una bendición, a lo cual Rabí Najman le dijo: ”-te voy a relatar una parábola: Un hombre iba por un desierto, hambriento, cansado y sediento. De repente encontró un árbol que daba una hermosa sombra y pendían de él hermosos frutos y un pequeño arroyo corría debajo. Después de saciar su hambre y sed, descansó a la sombra, se dirigió al árbol y le dijo : ”¿con qué te puedo bendecir? que tus frutos sean dulces, lo son. Que tu sombra sea profusa, ya lo es. Que haya un arroyo que te recorra, ya lo tienes. Lo único que te puedo desear es que todas tus ramas que se planten en otros lados, sean tan proficuas como tú”. Y a ti -terminó Rabí Najman- a quien nada le falta, te deseo que tus hijos sean como tú”.

Si fueran sabios -Si los hombres fueran sabios -decía el Baal Shem Tov- se abrazarían y se amarían unos a los otros, en lugar de luchar unos contra los otros.

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¿Cómo crecer? Un rey fue hasta su jardín y descubrió que sus árboles, arbustos y flores se estaban muriendo. El Roble le dijo que se moría porque no podía ser tan alto como el Pino. Volviéndose al Pino, lo halló caído porque no podía dar uvas como la Vid. Y la Vid se moría porque no podía florecer como la Rosa. La Rosa lloraba porque no podía ser alta y sólida como el Roble. Entonces encontró una planta, una fresias, floreciendo y más fresca que nunca. El rey preguntó: ¿Cómo es que creces saludable en medio de este jardín mustio y sombrío? No lo sé. Quizás sea porque siempre supuse que cuando me plantaste, querías fresias. Si hubieras querido un Roble o una Rosa, los habrías plantado. En aquel momento me dije: "Intentaré ser Fresia de la mejor manera que pueda". Ahora es tu turno. Estás aquí para contribuir con tu fragancia. Simplemente mírate a vos mismo. No hay posibilidad de que seas otra persona. Podes disfrutarlo y florecer regado con tu propio amor por vos, o podes marchitarte en tu propia condena...

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Galletitas A una estación de trenes llega una tarde, una señora muy elegante. En la ventanilla le informan que el tren está retrasado y que tardará aproximadamente una hora en llegar a la estación. Un poco fastidiada, la señora va al puesto de diarios y compra una revista, luego pasa al kiosco y compra un paquete de galletitas y una lata de gaseosa. Preparada para la forzosa espera, se sienta en uno de los largos bancos del andén. Mientras hojea la revista, un joven se sienta a su lado y comienza a leer un diario. Imprevistamente la señora ve, por el rabillo del ojo, cómo el muchacho, sin decir una palabra, estira la mano, agarra el paquete de galletitas, lo abre y después de sacar una comienza a comérsela despreocupadamente. La mujer está indignada. No está dispuesta a ser grosera, pero tampoco a hacer de cuenta que nada ha pasado; así que, con gesto ampuloso, toma el paquete y saca una galletita que exhibe frente al joven y se la come mirándolo fijamente. Por toda respuesta, el joven sonríe... y toma otra galletita. La señora gime un poco, toma una nueva galletita y, con ostensibles señales de fastidio, se la come sosteniendo otra vez la mirada en el muchacho.

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El diálogo de miradas y sonrisas continúa entre galleta y galleta. La señora cada vez más irritada, el muchacho cada vez más divertido. Finalmente, la señora se da cuenta de que en el paquete queda sólo la última galletita. "No podrá ser tan caradura", piensa, y se queda como congelada mirando alternativamente al joven y a las galletitas. Con calma, el muchacho alarga la mano, toma la última galletita y, con mucha suavidad, la corta exactamente por la mitad. Con su sonrisa más amorosa le ofrece media a la señora. - Gracias! - dice la mujer tomando con rudeza la media galletita. - De nada - contesta el joven sonriendo angelical mientras come su mitad. El tren llega. Furiosa, la señora se levanta con sus cosas y sube al tren. Al arrancar, desde el vagón ve al muchacho todavía sentado en el banco del andén y piensa: " Insolente". Siente la boca reseca de ira. Abre la cartera para sacar la lata de gaseosa y se sorprende al encontrar, cerrado, su paquete de galletitas... ¡intacto!

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La tristeza y la furia En un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta... En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas. Había una vez... un estanque maravilloso. Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente... Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia. Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas las dos entraron al estanque. La furia, apurada (como siempre esta la furia), urgida -sin saber por qué- se baño rápidamente y más rápidamente aún, salió del agua... Pero la furia es ciega, o por lo menos no distingue claramente la realidad, así que, desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró... Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza... Y así vestida de tristeza, la furia se fue. Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho,

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sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque. En la orilla se encontró con que su ropa ya no estaba. Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia. Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza.

El árbol de la vida Mirad, antes que las emanaciones fueran emanadas y las criaturas creadas La sencilla luz superior llenaba toda la existencia. Y no había un vacío, como algo desprovisto de atmósfera, un hueco o un foso. Sino que todo estaba lleno de una luz sencilla, infinita Y no había ni una parte, como un principio o un fin Sino que todo era una luz suave, fluida Y se llamaba la Luz Sin Fin.

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Y cuando por su mera Voluntad tuvo el deseo de crear el mundo y emanar las emanaciones Para dar a luz la perfección de Sus Obras, Sus Nombres, Sus apelaciones Que fue la razón de la creación de los mundos Se restringió en el medio Precisamente en el centro Él restringió la luz Y la luz se retiró hacia los lados alrededor de un círculo medio. Y ahí quedó un espacio vacante, un vacío Circundando el punto medio Y la restricción había sido uniforme Alrededor del punto vacante Para que el espacio estuviera circundado parejo ahí, después de la restricción. Toda vez que formó un vacío y un espacio Precisamente en medio de la luz sin fin Se formó lugar. En donde el emanado y el creado pudieran residir Entonces de la Luz sin fin se desprendió un único hilo Descendió hasta el espacio Y a través de esa línea, Él emanó, formó Creó todos los mundos Antes que estos cuatro mundos alcanzaran el ser Había un infinito, un nombre, en una unidad oculta y prodigiosa

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Que aún en los ángulos más cercanos No se puede intuir lo que no tiene fin Ya que no hay una mente que pueda percibirlo Pues Él no tiene un lugar, un confín, un nombre. El Árbol de la Vida, El Ari, un gran cabalista del siglo XVI

Una tarde Una tarde, hace muchísimo tiempo, El Creador convocó a una reunión. Estaba invitado un ejemplar de cada especie. Una vez reunidos, y después de escuchar muchas quejas, El Creador soltó una sencilla pregunta: "¿Entonces, qué te gustaría ser?” a la que cada uno respondió sin tapujos y a corazón abierto: La jirafa dijo que le gustaría ser un oso panda. El elefante pidió ser mosquito. El águila, serpiente. La liebre quiso ser tortuga, y la tortuga, golondrina. El león rogó ser gato. La nutria, carpincho El caballo, orquídea. Y la ballena solicitó permiso para ser zorzal... Le llegó el turno al hombre, quien casualmente venía de recorrer el camino de la verdad, hizo una pausa, y esclarecido exclamó: " Creador, yo quisiera ser... feliz."

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Correcciones del alma. En una piadosa comunidad, hubo un caso que conmocionó a toda la ciudad y despertó muchas cavilaciones y preguntas sobre los caminos del Creador, tanto entre los mayores como entre los pequeños. Una joven señorita, hija de una de las familias más importantes de la ciudad, se casó con un devoto comerciante, quien era un gran benefactor y columna central de la comunidad. Los primeros años de matrimonio fueron bendecidos con felicidad, abundancia e hijos. La esposa se conducía con mucho recato y se ocupaba con diligencia de la crianza de los niños, recitando los Salmos y ayudando a los pobres de la ciudad. El marido viajaba por negocios por todo el país, al mismo tiempo que establecía horas fijas de plegaria y estudio para su servicio al Creador. Sus muchos actos de beneficencia se extendieron sobre varios pueblos, y miles de pobres gozaron de los beneficios de su generosa mano. Sorpresivamente, una desgracia cayó sobre los habitantes de la ciudad. ¿Dónde? ¡Justamente en la casa de la piadosa pareja! ¡En la casa de donde salió sólo caridad y bondad! ¡Justamente a ellos les pasó una desgracia estremecedora! Su hijo de tres

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años fue violentamente asesinado por un borracho desconocido. La ciudad entera estaba conmocionada por el terrible caso. Miles de personas – entre ellas importantes y famosos sabios y líderes espirituales – entraron y salieron de la casa para consolar a los dolientes padres. Muchos se hicieron preguntas, pocos las expresaron a viva voz: ″¿Acaso ésta es la recompensa a esta piadosa pareja por todas sus buenas acciones? ¿Por qué el Creador les hizo una cosa así? ¿Por qué en una forma tan violenta?″. También un resentimiento sobre los caminos del Creador se infiltró en los corazones de algunos ciudadanos, un rencor que debilitó y confundió su fe y los alejó del servicio al Creador. La pareja reaccionó frente a este hecho con fe completa, resignación, aceptando el Decreto Divino con amor, y siguiendo con su recto estilo de vida. Pero, no pasó mucho tiempo y otra desgracia cayó sobre ellos. Un terrible rumor se expandió por la ciudad: ¡el justo y modesto comerciante había caído muy enfermo y los médicos estaban preocupados por su vida! Inmediatamente, en toda la ciudad, se organizaron rezos públicos y lecturas de los Salmos para su bienestar. El joven comerciante era amado por todos, muchos se habían beneficiado con su generosa mano, pero

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no sólo eso, él era uno de los principales de la comunidad, responsable de muchas instituciones de caridad y beneficencia. Con toda razón los rezos salieron del fondo del corazón y los lamentos partieron los Cielos. Más y más gente seguía llegando para rezar, cuando cundió la noticia que los médicos lo desesperaron y no le dieron más que una semana de vida. El sabio de la ciudad, que era un gran justo y erudito declaró: “¡Eso no sucederá jamás! ¡No le ocurrirá a este hombre piadoso ningún mal!”. Enorme fue la desilusión de los ciudadanos y muy grande fue su dolor y pena, cuando después de unos cuantos días falleció el joven comerciante, en el comienzo de su vida; él, cuya vida fue dedicada a hacer el bien y a la benevolencia. Tenía treinta y cinco años, y la joven viuda que perdió su respaldo, su fuente de vivacidad y alegría, no sabía cómo calmar su profundo dolor. Todos sintieron la gran pérdida, y muchas preguntas llenaron sus corazones: ¿Por qué fue llevado de este mundo un hombre tan bueno y justo? ¿Por qué no ayudaron tantas plegarias que se rezaron a su favor? ¿Y cómo pudo ser que el justo

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Sabio de la ciudad decretó que vivirá, y a pesar de todo - falleció? Pasaron unos años. Un viernes por la noche, el hijo casado de la joven viuda, vino a saludarla con un “feliz fin de semana”, la madre trató de sonreír, pero a su pesar, las lágrimas empezaron a fluir de sus ojos. “Madre”, suplicó su hijo, “¡ya pasaron varios años!, ¡basta de lágrimas! Debe haber un límite de tiempo para lamentarse. El que prolonga su pesar demasiado, es poseído por él. Somos en verdad creyentes... ¿Qué sabemos nosotros de los cálculos de El Creador Todopoderoso? ¡Ciertamente todo lo que el Creador hace – es todo para bien! Por favor mamá, nos causas mucho dolor a todos nosotros y también al alma de papá, que en paz descanse, ciertamente él quiere que sigas con tu vida. He aquí, que ya hace unos cuantos meses que te proponen una excelente persona para desposarte y todavía estás dudando. Querida madre, ¡debes fortalecerte en la fe, estar alegre con lo que tienes y continuar adelante!”. La joven viuda respiró profundamente. ¡Basta! decidió en su corazón. ¡Suficiente con el dolor! ¡Suficiente con la incredulidad! ¿Acaso soy más misericordiosa que el Creador? ¡Todo lo que el Creador hace es para bien! ¡Desde ahora me

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esforzaré en estar alegre! Así pensó la viuda en el fondo de su corazón. Y verdaderamente, ese fin de semana estuvo mucho más alegre y sonriente... Sus jóvenes hijos respiraron con alivio – por fin mamá sonríe con verdadera alegría, sin lágrimas que resplandecen en los extremos de sus ojos. Mamá vuelve a sí misma, nuevamente nos da fuerza y estímulo. Ellos estaban necesitados de este cambio como aire para respirar. Otro fin de semana de pena y de tristeza los hubiera quebrado mental y espiritualmente. Esa noche, por primera vez en varios años, se acostó la joven viuda en su cama con el corazón liviano y con alegría. Por primera vez en mucho tiempo, se durmió con una sonrisa en los labios. La primera vez en muchas noches que se acostó con tranquilidad, sin dar vueltas en la cama, sin pensar en su fallecido marido, en su sonrisa y en las buenas palabras que le solía decir. Algo que le fue arrancado de su corazón, algo que le faltaba a su alma, le volvió – ¡la fe! Y he aquí que sueña un sueño... Se ve parada en un hermoso jardín, iluminado con una agradable luz. Aroma no de este mundo subió hasta su nariz, y entendió que estaba en el Paraíso. Entre los árboles del jardín, distinguió la figura de un hombre anciano, con un noble rostro todo iluminado. Él se acercó a ella, y le preguntó si quería encontrarse

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con su fallecido marido. Ella aceptó con un movimiento de cabeza y él la guió hacia un enorme salón, repleto de Justos, sentados y escuchando apasionadamente una lección de un joven maestro. Al finalizar la clase el joven se aproximó a ella, y he aquí – ¡era su marido! “¡Mi querido marido!”, se lamentó con emoción, “¿Por qué me dejaste sola en los mejores años de mi vida? ¿Cómo es que eres un maestro, enseñando aquí en el Paraíso? Fuiste un simple comerciante, no un maestro espiritual, ¿cómo llegaste a esto?”. Su marido sonrió y le dijo: “Debes saber que en mi preexistencia fui un gran erudito y maestro espiritual, sólo que nunca contraje matrimonio. Cuando ascendí a mi lugar en el Paraíso, objetaron que es imposible que permanezca allí sin haber cumplido el primer Precepto – “Fructificaos y multiplicaos” (Génesis 1:28). Por eso volví en una nueva encarnación para casarme y engendrar hijos, criarlos en el camino de la fe y sustentarlos. Y así fue, descendí al mundo para casarme contigo y procrear hijos. Cuando cumplí el Precepto, y cumplí con la corrección de mi alma, no había ninguna razón para quedarme en el mundo inferior, y por eso morí. Ahora, como ves, estoy gozando de la recompensa por mis buenas acciones y mi servicio al Creador...”.

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“Pero... tantas plegarias rezamos por ti, y el sabio de la ciudad decretó que no morirías, ¿por qué no sirvió?”, preguntó. Le contestó su marido: “Todas las plegarias que rezaron – fueron todas aceptadas. Algunas me sirvieron para llegar al lugar donde estoy ahora; algunas fueron usadas para ayudar a nuestra comunidad y salvarla de duros edictos. Pero puesto que no tenía ningún otro rol que cumplir en el mundo, no había ninguna posibilidad que me quedara, y por eso tampoco ayudó el decreto del sabio. Pero tú, todavía tienes mucho más que hacer en el mundo – debes casarte por segunda vez y engendrar más hijos, debes también atender a nuestros hijos – todavía no terminaste tu misión. Tienes que esforzarte y continuar adelante para cumplir tu rol y tu objetivo final”. “¿Y nuestro hijo?... ¿Por qué murió nuestro pequeño hijo?”, le preguntó. Le contestó: “Nuestro pequeño hijo fue el alma elevada de un piadoso Justo. En su preexistencia fue raptado de su cuna y llevado a un lejano lugar donde mamó de una malvada mujer. Luego fue rescatado de sus raptores, creció y se transformó en un eminente Justo. Cuando murió, quisieron colocarlo en una alta posición en el Paraíso, pero el tiempo que mamó de la malvada mujer manchó su

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pura alma. Por consiguiente, lo descendieron nuevamente al mundo en una nueva encarnación, para que mamara de una mujer justa. Tú fuiste la elegida para este privilegio, por tu modestia y rectitud”. “Pero... ¿Por qué murió en una forma tan espantosa?”, se lamentó, acordándose de la terrible visión de su hijo en las manos del borracho. Le dijo su marido: “Nuestro querido hijo tenía que morir de cualquier manera en vista que cumplió su misión en el mundo. Al mismo tiempo que debía partir del mundo, se decretó un terrible Castigo Celestial sobre los habitantes de nuestra ciudad, un castigo de matanza y persecución por los muchos delitos cometidos por la gente. Puesto que de una manera u otra llegó su momento de salir del mundo, aceptó el alma de nuestro hijo morirse en una forma peculiar, para expiar los pecados de toda la gente de la ciudad, salvando así a muchos adultos y niños de extrañas muertes y tormentos. Por supuesto que para una noble alma como la suya era un gran privilegio, y también por eso ascendió a un tal alto grado en el Paraíso, que ningún ser tiene permiso para verlo, salvo yo, que soy su padre. También tú, cuando llegará el momento, tendrás el privilegio de estar en su cercanía, por la aflicción que pasaste...”.

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Después agregó: “¡Debes saber! Sólo porque te esforzaste con alegría, me dejaron revelarme a ti. ¡Durante el tiempo que estabas pesarosa, había sobre ti una gran acusación y casi perdiste tu segundo hijo! Todos mis pedidos de revelarme, no fueron aceptados”. Se calló unos segundos y después dijo con voz suave: “Yo cumplí la corrección de mi alma, pero tú tienes mucho más que hacer en la vida. Ve, cásate con el candidato que te fue propuesto, continúa tu vida con alegría. Lástima por el tiempo precioso que estás perdiendo, continua con tu corrección, vete en paz… ve…”. Su marido desapareció de sus ojos, y ella despertó de su sueño... El mundo le pareció nuevo y hermoso. Ahora comprendió lo que debía hacer. Pero sobre todo, entendió que todas las preguntas que ella y los ciudadanos se hacían fueron superfluas y sin sentido. Porque el Creador es justo y recto – esa es la única y absoluta verdad y no puede ser objetada. No siempre se puede recibir contestaciones a preguntas durante el sueño de la noche, por eso el único consejo es fortalecerse en la simple fe que todo está bajo el control del Todopoderoso, y todo lo que hace – es para el eterno bien de cada uno. Cuando el hombre estará alegre con lo suyo,

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creyendo que está bajo la Supervisión del Creador y que todo está bajo Su control para su bien eterno, sólo entonces podrá saber cuál es su propio camino en la vida. Cinco viajeras A las puertas del cielo llegaron un día cinco viajeras. - ¿Quiénes son ustedes? – les preguntó el guardián del cielo. - Somos – contestó la primera – La religión... - La juventud... – dijo la segunda - La comprensión... – dijo la tercera. - La inteligencia... – dio la siguiente. - La sabiduría – dijo la última. - Identifíquense!! – ordenó el cancerbero. Y entonces... La religión se arrodilló y oró. La juventud se rió y cantó. La comprensión se sentó y escuchó. La inteligencia analizó y opinó. Y la sabiduría... contó un cuento.

El elefante encadenado Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. También a mí como a otros, después me enteré, me llamaba la atención el elefante. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de peso, tamaño y fuerza descomunal...

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pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza, podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿Qué lo mantiene entonces? ¿Por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a alguna tía por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapaba porque estaba amaestrado— Hice entonces la pregunta obvia: —Si está amaestrado ¿por qué lo encadenan? No recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca... y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta.

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Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: El elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. Estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía... Hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a su destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre— que NO PUEDE. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás... jamás... intentó poner a prueba su fuerza otra vez...

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Borrachín Mi abuelo era bastante borrachín. Lo que más le gustaba tomar era anís turco. Él tomaba anís y le agregaba agua (para rebajarlo), pero igual se emborrachaba. Entonces tomaba whisky con agua y se emborrachaba. Y tomaba vino con agua y se emborrachaba. Hasta que un día decidió curarse... ¡Y suspendió... el agua!

El ladrillo boomerang Aquel día yo venía muy enojado. Estaba fastidioso y todo me molestaba. Mi actitud en el consultorio era quejosa y poco productiva. Detestaba todo lo que hacía y tenía. Pero sobre todo, estaba enojado conmigo. Aquel día sentía que no podía soportar “ser yo mismo”. —Soy un tonto— dije (o me dije)— Un reverendo imbécil... Creo que me odio. —Te odia la mitad de la población de este consultorio. La otra mitad te va a contar un cuento. Había un tipo que andaba por el mundo con un ladrillo en la mano. Había decidido que a cada persona que lo molestara hasta hacerlo rabiar, le tiraría un ladrillazo.

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Método un poco troglodita pero que parecía efectivo, ¿no? Sucedió que se cruzó con un prepotente amigo que le contestó mal. Fiel a su designio, el tipo agarró el ladrillo y se lo tiró. No recuerdo si le pegó o no. Pero el caso es que después, al ir a buscar el ladrillo, esto le pareció incómodo. Decidió mejorar el “sistema de autopreservación a ladrillo”, como él lo llamaba: Le ató al ladrillo un cordel de un metro y salió a la calle. Esto permitiría que el ladrillo no se alejara demasiado. Pronto comprobó que el nuevo método también tenía sus problemas. Por un lado, la persona destinataria de su hostilidad debía estar a menos de un metro. Y por otro, que después de arrojarlo, de todas maneras tenía que tomarse el trabajo de recoger el hilo que además, muchas veces se ovillaba y anudaba. El tipo inventó así el “Sistema Ladrillo III”: El protagonista era siempre el mismo ladrillo, pero ahora en lugar de un cordel, le ató un resorte..Ahora sí, pensó, el ladrillo podría ser lanzado una y otra vez pero solo, solito regresaría. Al salir a la calle y recibir la primera agresión, tiró el ladrillo. Le erró... pero le erró al otro; porque al actuar el resorte, el ladrillo regresó y fue a dar justo en su

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propia cabeza. El segundo ladrillazo se lo pegó por medir mal la distancia. El tercero, por arrojar el ladrillo fuera de tiempo. El cuarto fue muy particular. En realidad, él mismo había decidido pegarle un ladrillazo a su víctima y a la vez también había decidido protegerla de su agresión. Ese chichón fue enorme... Nunca se supo si a raíz de los golpes o por alguna deformación de su ánimo, nunca llegó a pegarle un ladrillazo a nadie. Todos sus golpes fueron siempre para él. —Este mecanismo se llama retroflexión y consiste básicamente en proteger al otro de mi agresividad. Cada vez que lo hago, mi energía agresiva y hostil es detenida antes de que le llegue al otro, por medio de una barrera que yo mismo pongo. Esta barrera no absorbe el impacto, simplemente lo refleja; y toda esa bronca, ese fastidio, esa agresión me vuelve a mí mismo. A veces con conductas reales de autoagresión (daños físicos, comida en exceso, drogas, riesgos inútiles) otras veces con emociones o manifestaciones disimuladas (depresión, culpa, somatización). Es muy probable que un utópico ser humano “iluminado”, lúcido y sólido jamás se enojara. Sería útil para nosotros no enojarnos. Sin embargo una vez que sentimos la bronca, la ira o el fastidio, el único camino que los resuelve es sacarlos hacia

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fuera transformados en acción. De lo contrario lo único que conseguimos, antes o después, es enojarnos con nosotros mismos.

El oso Esta historia habla de un sastre, un zar y su oso. Un día el zar descubrió que uno de los botones de su chaqueta preferida se había caído. El zar era caprichoso, autoritario y cruel (cruel como todos los que enmarañan por demasiado tiempo en el poder), así que, furioso por la ausencia del botón mandó a buscar a su sastre y ordenó que a la mañana siguiente fuera decapitado por el hacha del verdugo. Nadie contradecía al emperador de todas la Rusias, así que la guardia fue hasta la casa del sastre y arrancándolo de entre los brazos de su familia lo llevó a la mazmorra del palacio para esperar allí su muerte. Cuando, cayo el sol un guardiacárcel le llevó al sastre la última cena, el sastre revolvió el plato de comida con la cuchara y mirando al guardiacárcel dijo – Pobre del zar. - El guardiacárcel no puedo evitar reírse - ¿Pobre del zar?, dijo pobre de ti tu cabeza quedará separada de tu cuerpo unos cuantos metros mañana a la mañana.

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- Si, lo sé pero mañana en la mañana el zar perderá mucho más que un sastre, el zar perderá la posibilidad de que su oso la cosa que más quiere en el mundo su propio oso aprenda a hablar. - ¿Tú sabes enseñarle a hablar a los osos?, preguntó el guardia cárcel sorprendido. - Un viejo secreto familiar... – dijo el sastre. Deseoso de ganarse los favores del zar, el pobre guardia corrió a contarle al soberano su descubrimiento: ¡¡El sastre sabía enseñarle a hablar a los osos!! El zar se sintió encantado. Mandó rápidamente a buscar al sastre y le ordenó: -¡Enséñale a mi oso a hablar nuestro gustaría complaceros pero la verdad, es que enseñar a hablar a un oso es una ardua tarea y lleva tiempo... y lamentablemente, tiempo es lo que menos tengo... -El zar hizo un silencio, y preguntó ¿cuánto tiempo llevaría el aprendizaje? - Bueno, depende de la inteligencia del oso... Dijo el sastre. - ¡¡El oso es muy inteligente!! – interrumpió el zar – De hecho es el oso más inteligente de todos los osos de Rusia. -Bueno, musitó el sastre... si el oso es inteligente... y siente deseos de aprender... yo creo... que el aprendizaje duraría... duraría... no menos de...... DOS AÑOS. El zar pensó un momento y luego ordenó:

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- Bien, tu pena será suspendida por dos años, mientras tanto tú entrenarás al oso. ¡Mañana empezarás! - Alteza - dijo el sastre – Si tú mandas al verdugo a ocuparse de mi cabeza, mañana estarán muerto, y mi familia, se las ingeniará para poder sobrevivir. Pero si me conmutas la pena, yo tendré que dedicarle el tiempo a trabajar, no podré dedicarme a tu oso... debo mantener a mi familia. - Eso no es problema – dijo el zar – A partir de hoy y durante dos años tú y tu familia estarán bajo la protección real. Serán vestidos, alimentados y educados con el dinero de la corte y nada que necesiten o deseen, les será negado... Pero, eso sí... Si dentro de dos años el oso no habla... te arrepentirás de haber pensado en esta propuesta... Rogarás haber sido muerto por el verdugo... ¿Entiendes, verdad? - Sí, alteza. - Bien... ¡¡Guardias!! - gritó el zar –Que lleven al sastre a su casa en el carruaje de la corte, denle dos bolsas de oro, comida y regalos para sus niños. Ya... ¡¡Fuera!!. El sastre en reverencia y caminando hacia atrás, comenzó a retirarse mientras musitaba agradecimientos. - No olvides - le dijo el zar apuntándolo con el dedo a la frente – Si en dos años el oso no habla... – Alteza... -

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...Cuando todos en la casa del sastre lloraban por la pérdida del padre de familia, el hombre pequeño apareció en la casa en el carruaje del zar, sonriente, eufórico y con regalos para todos. La esposa del sastre no cabía en su asombro. Su marido que pocas horas antes había sido llevado al cadalso volvía ahora, exitoso, acaudalado y exultante... Cuando estuvo a solas el hombre le contó los hechos. - Estás LOCO – chilló la mujer – enseñar a hablar al oso del zar. Tú, que ni siquiera has visto un oso de cerca, ¡Estás, loco! Enseñar a hablar al oso... Loco, estás loco... - Calma mujer, calma. Mira, me iban a cortar la cabeza mañana al amanecer, ahora... ahora tengo dos años... En dos años pueden pasar tantas cosas en dos años. En dos años... – siguió el sastre - se puede morir el zar... me puedo morir yo... y lo más importante... por ahí el ¡¡oso habla!!

El temido enemigo La idea de este cuento llegó a mí escuchando un relato de Enrique Mariscal. Me permití, partir de allí prolongar el cuento transformarlo en otra historia con otro mensaje y otro sentido. Así como está ahora se lo regalé una tarde a mí amigo Norbi.

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Había una vez, en un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba sentirse poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, él, necesitaba además, que todos lo admiraran por ser poderoso, así como la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse bella, también él necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que era. Él no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si él, era el más poderoso del reino. Invariablemente todos le decían lo mismo: -Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el mago tiene un poder que nadie posee: Él, él conoce el futuro. (En aquel tiempo, alquimistas, filósofos, pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”). El rey estaba muy celoso del mago del reino pues aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generoso, sino que además, el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que él existiera y viviera allí. No decían lo mismo del rey. Quizás porque necesitaba demostrar que era él quien mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso. Un día, cansado de que la gente le contara lo poderoso y querido que era el mago o motivado

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por esa mezcla de celos y temores que genera la envidia, el rey urdió un plan: Organizaría una gran fiesta a la cual invitaría al mago y después la cena, pediría la atención de todos. Llamaría al mago al centro del salón y delante de los cortesanos, le preguntaría si era cierto que sabía leer el futuro. El invitado, tendría dos posibilidades: decir que no, defraudando así la admiración de los demás, o decir que sí, confirmando el motivo de su fama. El rey estaba seguro de que escogería la segunda posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del reino iba a morir. Éste daría una respuesta, un día cualquiera, no importaba cuál. En ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre; la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, y que se había equivocado en su predicción. Se acabaría, en una sola noche. El mago y el mito de sus poderes... Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy pronto el día del festejo llegó... ...Después de la gran cena. El rey hizo pasar al mago al centro y ante le silencio de todos le preguntó: - ¿Es cierto que puedes leer el futuro? - Un poco – dijo el mago. - ¿Y puedes leer tu propio futuro, preguntó el rey?

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- Un poco – dijo el mago. - Entonces quiero que me des una prueba - dijo el rey ¿Qué día morirás?. ¿Cuál es la fecha de tu muerte? El mago se sonrió, lo miró a los ojos y no contestó. - ¿Qué pasa mago? - dijo el rey sonriente -¿No lo sabes?... ¿no es cierto que puedes ver el futuro? - No es eso - dijo el mago - pero lo que sé, no me animo a decírtelo. - ¿Cómo que no te animas?- dijo el rey-... Yo soy tu soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy importante para el reino, saber cuando perdemos a sus personajes más eminentes... Contéstame pues, ¿Cuándo morirá el mago del reino? Luego de un tenso silencio, el mago lo miró y dijo: - No puedo precisarte la fecha, pero sé que el mago morirá exactamente un día antes que el rey... Durante unos instantes, el tiempo se congeló. Un murmullo corrió por entre los invitados. El rey siempre había dicho que no creía en los magos ni en las adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago. Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en silencio... Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. Se dio cuenta de que se había equivocado. Su odio había sido el peor consejero. - Alteza, te has puesto pálido. ¿Qué te sucede? – preguntó el invitado.

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- Me siento mal - contestó el monarca – voy a ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido. Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones... El mago era astuto, había dado la única respuesta que evitaría su muerte. ¿Habría leído su mente? La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿Y si lo fuera?... Estaba aturdido Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo al mago camino a su casa. El rey volvió sobre sus pasos, y dijo en voz alta: - Mago, eres famoso en el reino por tu sabiduría, te ruego que pases esta noche en el palacio pues debo consultarte por la mañana sobre algunas decisiones reales. - ¡ Majestad!. Será un gran honor... – dijo el invitado con una reverencia. El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y para que custodiasen su puerta asegurándose de que nada pasara... Esa noche el soberano no pudo conciliar el sueño. Estuvo muy inquieto pensando qué pasaría si el mago le hubiera caído mal la comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente durante la noche, o si, simplemente, le hubiera llegado su hora.

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Bien temprano en la mañana el rey golpeó en las habitaciones de su invitado. Él nunca en su vida había pensado en consultar ninguna de sus decisiones, pero esta vez, en cuánto el mago lo recibió, hiz o la pregunta... necesitaba una excusa. Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta correcta, creativa y justa. El rey, casi sin escuchar la respuesta alabó a su huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más, supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo quería asegurarse de que nada le pasara). El mago – que gozaba de la libertad que sólo conquistan los iluminados – aceptó... Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una nueva consulta al día siguiente. No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera cuenta de que los consejos de su nuevo asesor eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en cuenta en cada una de las decisiones. Pasaron los meses y luego los años. Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve el que no sabe, más sabio. Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo más y más justo.

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Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar sentirse poderoso, y seguramente por ello dejó de necesitar demostrar su poder. Empezó a aprender que la humildad también podía ser ventajosa empezó a reinar de una manera más sabia y bondadosa. Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como nunca lo había querido antes. El rey ya no iba a ver al mago investigando por su salud, iba realmente para aprender, para compartir una decisión o simplemente para charlar, porque el rey y el mago habían llegado a ser excelentes amigos. Un día, a más de cuatro años de aquella cena, y sin motivo, el rey recordó. Recordó aquel plan aquel plan que alguna vez urdió para matar a este su entonces más odiado enemigo Y sé dio cuenta que no podía seguir manteniendo este secreto sin sentirse un hipócrita. El rey tomó coraje y fue hasta la habitación del mago. Golpeó la puerta y apenas entró le dijo: - Hermano, tengo algo que contarte que me oprime el pecho - Dime – dijo el mago – y alivia tu corazón. - Aquella noche, cuando te invité a cenar y te pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro, planeaba matarte y frente a cualquier cosa que me dijeras, porque quería que tu muerte inesperada desmitificara para siempre tu

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fama de adivino. Te odiaba porque todos te amaban... Estoy tan avergonzado... - Aquella noche no me animé a matarte y ahora que somos amigos, y más que amigos, hermanos, me aterra pensar lo que hubiera perdido si lo hubiese hecho. Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi infamia. Necesité decirte todo esto para que tú me perdones o me desprecies, pero sin ocultamientos. El mago lo miró y le dijo: - Has tardado mucho tiempo en poder decírmelo. Pero de todas maneras, me alegra, me alegra que lo hayas hecho, porque esto es lo único que me permitirá decirte que ya lo sabía. Cuando me hiciste la pregunta y bajaste tu mano sobre el puño de tu espada, fue tan clara tu intención, que no hacía falta adivino para darse cuenta de lo que pensabas hacer, - el mago sonrió y puso su mano en el hombro del rey. – Como justo pago a tu sinceridad, debo decirte que yo también te mentí... Te confieso hoy que inventé esa absurda historia de mi muerte antes de la tuya para darte una lección. Una lección que recién hoy estás en condiciones de aprender, quizás la más importante cosa que yo te haya enseñado nunca. Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo,

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terminaremos dándonos cuenta de lo mucho que nos costaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos. Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y que mi día seguramente se acerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes. El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentí en esta relación que habían sabido construir juntos... Cuenta la leyenda... que misteriosamente... esa misma noche... el mago... murió durante el sueño. El rey se enteró de la mala noticia a la mañana siguiente... y se sintió desolado. No estaba angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a desapegarse hasta de su permanencia en el mundo. Estaba triste, simplemente por la muerte de su amigo. ¿Qué coincidencia extraña había hecho que el rey pudiera contarle esto al mago justo la noche anterior a su muerte?. Tal vez, tal vez de alguna manera desconocida el mago había hecho que él pudiera decirle esto para quitarle su fantasía de morirse un día después. Un último acto de amor para librarlo de sus temores de otros tiempos...

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Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago. Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó al lado del montículo de tierra, llorando como se llora ante la pérdida de los seres queridos. Y recién entrada la noche, el rey volvió a su habitación. Cuenta la leyenda... que esa misma noche... veinticuatro horas después de la muerte del mago, el rey murió en su lecho mientras dormía... quizás de casualidad... quizás de dolor... quizás para confirmar la última enseñanza del maestro.

Obstáculos Voy andando por un sendero. Dejo que mis pies me lleven. Mis ojos se posan en los árboles, en los pájaros, en las piedras. En el horizonte se recorte la silueta de una ciudad. Agudizo la mirada para distinguirla bien. Siento que la ciudad me atrae. Sin saber cómo, me doy cuenta de que en esta ciudad puedo encontrar todo lo que deseo. Todas mis metas, mis objetivos y mis logros. Mis ambiciones y mis sueños están en esta ciudad. Lo que quiero conseguir, lo que necesito, lo que más me gustaría ser, aquello a lo cual aspiro, o que intento, por lo que trabajo, lo que siempre

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ambicioné, aquello que sería el mayor de mis éxitos. Me imagino que todo eso está en esa ciudad. Sin dudar, empiezo a caminar hacia ella. A poco de andar, el sendero se hace cuesta arriba. Me canso un poco, pero no me importa. Sigo. Diviso una sombra negra, más adelante, en el camino. Al acercarme, veo que una enorme zanja me impide mi paso. Temo... dudo. Me enoja que mi meta no pueda conseguirse fácilmente. De todas maneras decido saltar la zanja. Retrocedo, tomo impulso y salto... Consigo pasarla. Me repongo y sigo caminando. Unos metros más adelante, aparece otra zanja. Vuelvo a tomar carrera y también la salto. Corro hacia la ciudad: el camino parece despejado. Me sorprende un abismo que detiene mi camino. Me detengo. Imposible saltarlo Veo que a un costado hay maderas, clavos y herramientas. Me doy cuenta de que está allí para construir un puente. Nunca he sido hábil con mis manos... Pienso en renunciar. Miro la meta que deseo... y resisto. Empiezo a construir el puente. Pasan horas, o días, o meses. El puente está hecho. Emocionado, lo cruzo. Y al llegar al otro lado... descubro el muro. Un gigantesco muro frío y húmedo rodea la ciudad de mis sueños...

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Me siento abatido... Busco la manera de esquivarlo. No hay caso. Debo escalarlo. La ciudad está tan cerca... No dejaré que el muro impida mi paso. Me propongo trepar. Descanso unos minutos y tomo aire... De pronto veo, a un costado del camino un niño que me mira como si me conociera. Me sonríe con complicidad. Me recuerda a mí mismo... cuando era niño. Quizás por eso, me animo a expresar en voz alta mi queja: -¿Por qué tantos obstáculos entre mi objetivo y yo? El niño se encoge de hombros y me contesta: -¿Por qué me lo preguntas a mí? Los obstáculos no estaban antes de que tú llegaras... Los obstáculos los trajiste tú.

El pago Había una vez un discípulo de un filósofo griego al que su maestro le ordenó que durante tres años entregara dinero a todo aquel que le insultara, una tarea relacionada con su actitud peleonera y prepotente. Una vez superado ese periodo y cumplida la prueba, el maestro le dijo: -Ahora puedes ir a Atenas y aprender sabiduría.Al llegar allí, el discípulo vio a un sabio sentado a las puertas de la ciudad que se dedicaba a insultar a todo el que entraba o salía. También insultó al discípulo...

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Éste se echó a reír, mientras agradecía bajando la cabeza ante cada improperio. -¿Porque te ríes cuando te insulto? —le preguntó el sabio. -Porque durante tres años he estado pagando por esto mismo que ahora tú me ofreces gratuitamente —contestó el discípulo. -Entra en la ciudad —dijo el sabio—, es toda tuya... Más que el valor del sufrimiento y la resistencia, lo que permitió al discípulo afrontar de un modo tan efectivo una situación difícil fue su capacidad para cambiar el punto de vista. La capacidad para cambiarla perspectiva es, sin duda, una de las herramientas más efectivas a nuestra disposición.

Sueños de semilla En el silencio de mi reflexión percibo todo mi mundo interno como si fuera una semilla, de alguna manera pequeña e insignificante pero también pletórica de potencialidades. ...Y veo en sus entrañas el germen de un árbol magnífico, el árbol de mi propia vida en proceso de desarrollo. En su pequeñez, cada semilla contiene el espíritu del árbol que será después. Cada semilla sabe cómo transformarse en árbol, cayendo en tierra fértil, absorbiendo los jugos que la alimentan, expandiendo las ramas y el follaje,

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llenándose de flores y de frutos, para poder dar lo que tienen que dar. Cada semilla sabe cómo llegar a ser árbol. Y tantas son las semillas como son los sueños secretos. Dentro de nosotros, innumerables sueños esperan el tiempo de germinar, echar raíces y darse a luz, morir como semillas... para convertirse en árboles. Árboles magníficos y orgullosos que a su vez nos digan, en su solidez, que oigamos nuestra voz interior, que escuchemos la sabiduría de nuestros sueños semilla. Ellos, los sueños, indican el camino con símbolos y señales de toda clase, en cada hecho, en cada momento, entre las cosas y entre las personas, en los dolores y en los placeres, en los triunfos y en los fracasos. Lo soñado nos enseña, dormido o despierto, a vernos, a escucharnos, a darnos cuenta. Nos muestra el rumbo en presentimientos huidizos o en relámpagos de lucidez cegadora. Y así crecemos, nos desarrollamos, evolucionamos... Y un día, mientras transitamos este eterno presente que llamamos vida, las semillas de nuestros sueños se transformarán en árboles, y desplegarán sus ramas que, como alas gigantescas, cruzarán el cielo, uniendo en un solo trazo nuestro pasado y nuestro futuro. Nada hay que temer,... una sabiduría interior las acompaña... porque cada semilla sabe... cómo llegar a ser árbol...

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Un relato sobre amor Se trata de dos hermosos jóvenes que se pusieron de novios cuando ella tenía trece y él dieciocho. Vivían en un pueblito de leñadores situado al lado de una montaña. Él era alto, esbelto y musculoso, dado que había aprendido a ser leñador desde la infancia. Ella era rubia, de pelo muy largo, tanto que le llegaba hasta la cintura; tenía los ojos celestes, hermosos y maravillosos.. La historia cuenta que había noviado con la complicidad de todo el pueblo. Hasta que un día, cuando ella tuvo dieciocho y él veintitrés, el pueblo entero se puso de acuerdo para ayudar a que ambos se casaran. Les regalaron una cabaña, con una parcela de árboles para que él pudiera trabajar como leñador. Después de casarse se fueron a vivir allí para la alegría de todos, de ellos, de su familia y del pueblo, que tanto había ayudado en esa relación. Y vivieron allí durante todos los días de un invierno, un verano, una primavera y un otoño, disfrutando mucho de estar juntos. Cuando el día del primer aniversario se acercaba, ella sintió que debía hacer algo para demostrarle a él su profundo amor. Pensó hacerle un regalo que significara esto. Un hacha nueva relacionaría todo con el trabajo; un pulóver tejido tampoco la convencía, pues ya le había tejido pulóveres en otras oportunidades; una comida no era suficiente agasajo...

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Decidió bajar al pueblo para ver qué podía encontrar allí y empezó a caminar por las calles. Sin embargo, por mucho que caminara no encontraba nada que fuera tan importante y que ella pudiera comprar con las monedas que, semanas antes, había ido guardando de los vueltos de las compras pensando que se acercaba la fecha del aniversario. Al pasar por una joyería, la única del pueblo, vio una hermosa cadena de oro expuesta en la vidriera. Entonces recordó que había un solo objeto material que él adoraba verdaderamente, que él consideraba valioso. Se trataba de un reloj de oro que su abuelo le había regalado antes de morir. Desde chico, él guardaba ese reloj en un estuche de gamuza, que dejaba siempre al lado de su cama. Todas las noches abría la mesita de luz, sacaba del sobre de gamuza aquel reloj, lo lustraba, le daba un poquito de cuerda, se quedaba escuchándolo hasta que la cuerda se terminaba, lo volvía a lustrar, lo acariciaba un rato y lo guardaba nuevamente en el estuche. Ella pensó: "Que maravilloso regalo sería esta cadena de oro para aquel reloj." Entró a preguntar cuánto valía y, ante la respuesta, una angustia la tomó por sorpresa. Era mucho más dinero del que ella había imaginado, mucho más de lo que ella había podido juntar. Hubiera tenido que esperar tres aniversarios más para poder comprárselo. Pero ella no podía esperar tanto.

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Salió del pueblo un poco triste, pensando qué hacer para conseguir el dinero necesario para esto. Entonces pensó en trabajar, pero no sabía cómo; y pensó y pensó, hasta que, al pasar por la única peluquería del pueblo, se encontró con un cartel que decía: "Se compra pelo natural". Y como ella tenía ese pelo rubio, que no se había cortado desde que tenía diez años, no tardó en entrar a preguntar. El dinero que le ofrecían alcanzaba para comprar la cadena de oro y todavía sobraba para una caja donde guardar la cadena y el reloj. No dudó. Le dijo a la peluquera: - Si dentro de tres días regreso para venderle mi pelo, ¿usted me lo compraría? - Seguro - fue la respuesta. - Entonces en tres días estaré aquí. Regresó a la joyería, dejó reservada la cadena y volvió a su casa. No dijo nada. El día del aniversario, ellos dos se abrazaron un poquito más fuerte que de costumbre. Luego, él se fue a trabajar y ella bajó al pueblo. Se hizo cortar el pelo bien corto y, luego de tomar el dinero, se dirigió a la joyería. Compró allí la cadena de oro y la caja de madera. Cuando llegó a su casa, cocinó y esperó que se hiciera la tarde, momento en que él solía regresar. A diferencia de otras veces, que iluminaba la casa cuando él llegaba, esta vez ella bajó las luces, puso sólo dos velas y se colocó un pañuelo en la cabeza.

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Porque él también amaba su pelo y ella no quería que él se diera cuenta de que se lo había cortado. Ya habría tiempo después para explicárselo. Él llegó. Se abrazaron muy fuerte y se dijeron lo mucho que se querían. Entonces, ella sacó de debajo de la mesa la caja de madera que contenía la cadena de oro para el reloj. Y él fue hasta el ropero y extrajo de allí una caja muy grande que le había traído mientras ella no estaba. La caja contenía dos enormes peinetones que él había comprado... vendiendo el reloj de oro del abuelo. Si ustedes creen que el amor es sacrificio, por favor, no se olviden de esta historia. El amor no está en nosotros para sacrificarse por el otro, sino para disfrutar de su existencia.

Quiero Quiero que me oigas, sin juzgarme. Quiero que opines, sin aconsejarme. Quiero que confíes en mí, sin exigirme. Quiero que me ayudes, sin intentar decidir por mí Quiero que me cuides, sin anularme. Quiero que me mires, sin proyectar tus cosas en mí. Quiero que me abraces, sin asfixiarme. Quiero que me animes, sin empujarme. Quiero que me sostengas, sin hacerte cargo de mí. Quiero que me protejas, sin mentiras. Quiero que te acerques, sin invadirme.

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Quiero que conozcas las cosas mías que más te disgusten, que las aceptes y no pretendas cambiarlas. Quiero que sepas, que hoy, hoy puedas contar conmigo. Sin condiciones.

Amarse con los ojos abiertos Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento. Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como una pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados. Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa. La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento. Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarse verdaderamente con el otro. Este proceso no es

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fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran. Hablamos del amor en el sentido de "que nos importa el bienestar del otro". Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo. Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío. El placer de estar con alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor. Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos. Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente; también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, como ya dijimos, que de hecho sea una eficaz ayuda en nuestro crecimiento personal. Welwood dice que el verdadero amor existe cuando amamos por lo que sabemos que esa persona puede llegar a ser, no solo por lo que es. "El enamoramiento es más bien una relación en la cual la otra persona no es en realidad reconocida como verdaderamente otra, sino más bien sentida

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e interpretada como si fuera un doble de uno mismo, quizás en la versión masculina y eventualmente dotada de rasgos que corresponden a la imagen idealizada de lo que uno quisiera ser. En el enamoramiento hay un yo me amo al verme reflejado en vos." Mauricio Abadi. Enamorarse es amar las coincidencias, y amar es enamorarse de las diferencias.

El verdadero valor del anillo Un joven concurrió a un sabio en busca de ayuda. - Vengo, maestro, porque me siento tan poca cosa que no tengo fuerzas para hacer nada. Me dicen que no sirvo, que no hago nada bien, que soy torpe y bastante tonto. ¿Cómo puedo mejorar maestro?¿Qué puedo hacer para que me valoren más? El maestro, sin mirarlo, le dijo: - ¡Cuánto lo siento muchacho, no puedo ayudarte, debo resolver primero mis propios problemas. Quizás después... Si quisieras ayudarme tú a mí, yo podría resolver este tema con más rapidez y después tal vez te pueda ayudar. - E... encantado, maestro -titubeó el joven pero sintió que otra vez era desvalorizado y sus necesidades postergadas-. - Bien -asintió el maestro-. Se quitó un anillo que llevaba en el dedo pequeño de la mano izquierda y dándoselo al muchacho agregó: Toma el caballo

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que está allí afuera y cabalga hasta el mercado. Debo vender este anillo para pagar una deuda. Es necesario que obtengas por él la mayor suma posible, pero no aceptes menos de una moneda de oro. Vete y regresa con esa moneda lo más rápido que puedas. El joven tomó el anillo y partió. Apenas llegó, empezó a ofrecer el anillo a los mercaderes. Estos lo miraban con algún interés hasta que el joven decía lo que pretendía por el anillo. Cuando el joven mencionaba la moneda de oro, algunos reían, otros le daban vuelta la cara y sólo un viejito fue tan amable como para tomarse la molestia de explicarle que una moneda de oro era muy valiosa para entregarla a cambio de un anillo. En afán de ayudar, alguien le ofreció una moneda de plata y un cacharro de cobre, pero el joven tenía instrucciones de no aceptar menos de una moneda de oro, así que rechazó la oferta. Después de ofrecer su joya a toda persona que se cruzaba en el mercado - más de cien personas- y abatido por su fracaso, montó su caballo y regresó. ¡Cuánto hubiese deseado el joven tener él mismo esa moneda de oro! Podría habérsela entregado al maestro para liberarlo de su preocupación y recibir entonces su consejo y su ayuda. - Maestro -dijo- lo siento, no es posible conseguir lo que me pediste. Quizás pudiera conseguir 2 ó 3 monedas de plata, pero no creo que yo pueda

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engañar a nadie respecto del verdadero valor del anillo. - ¡Qué importante lo que dijiste, joven amigo! contestó sonriente el maestro. Debemos saber primero el verdadero valor del anillo. Vuelve a montar y vete al joyero. ¿Quién mejor que él para saberlo? Dile que quisieras vender el anillo y pregúntale cuánto da por él. Pero no importa lo que ofrezca, no se lo vendas. Vuelve aquí con mi anillo. El joven volvió a cabalgar. El joyero examinó el anillo a la luz del candil, lo miró con su lupa, lo pesó y luego le dijo: - Dile al maestro, muchacho, que si lo quiere vender ya, no puedo darle más que 58 monedas de oro por su anillo. - ¿¿¿¿58 monedas???? -exclamó el joven-. - Sí, -replicó el joyero-. Yo sé que con tiempo podríamos obtener por él cerca de 70 monedas, pero no sé... Si la venta es urgente... El joven corrió emocionado a casa del maestro a contarle lo sucedido. - Siéntate -dijo el maestro después de escucharlo-. Tú eres como este anillo: una joya única y valiosa. Y como tal, sólo puede evaluarte verdaderamente un experto. ¿Qué haces por la vida pretendiendo que cualquiera descubra tu verdadero valor? Y diciendo esto, volvió a ponerse el anillo en el dedo pequeño de su mano izquierda.

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El portero del prostíbulo No había en el pueblo un oficio peor conceptuado y peor pago que el de portero del prostíbulo. Pero ¿qué otra cosa podría hacer aquel hombre? De hecho, nunca había aprendido a leer ni a escribir, no tenía ninguna otra actividad ni oficio. En realidad, era su puesto porque sus padres había sido portero de ese prostíbulo y también antes, el padre de su padre. Durante décadas, el prostíbulo se pasaba de padres a hijos y la portería se pasaba de padres a hijos. Un día, el viejo propietario murió y se hizo cargo del prostíbulo un joven con inquietudes, creativo y emprendedor. El joven decidió modernizar el negocio. Modificó las habitaciones y después citó al personal para darle nuevas instrucciones. Al portero, le dijo: A partir de hoy usted, además de estar en la puerta, me va a preparar una planilla semanal. Allí anotará usted la cantidad de parejas que entran día por día. A una de cada cinco, le preguntará cómo fueron atendidas y qué corregirían del lugar. Y una vez por semana, me presentará esa planilla con los comentarios que usted crea convenientes. El hombre tembló, nunca le había faltado disposición al trabajo pero..... Me encantaría satisfacerlo, señor - balbuceó - pero yo... yo no sé leer ni escribir.

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¡Ah! ¡Cuánto lo siento! Como usted comprenderá, yo no puedo pagar a otra persona para que haga esto y tampoco puedo esperar hasta que usted aprenda a escribir, por lo tanto... Pero señor, usted no me puede despedir, yo trabajé en esto toda mi vida, también mi padre y mi abuelo... No lo dejó terminar. Mire, yo comprendo, pero no puedo hacer nada por usted. Lógicamente le vamos a dar una indemnización, esto es, una cantidad de dinero para que tenga hasta que encuentre otra cosa. Así que, lo siento. Que tenga suerte. Y sin más, se dio vuelta y se fue. El hombre sintió que el mundo se derrumbaba. Nunca había pensado que podría llegar a encontrarse en esa situación. Llegó a sí casa, por primera vez desocupado. ¿Qué hacer? Recordó que a veces en el prostíbulo, cuando se rompía una cama o se arruinaba una pata de un ropero, él, con un martillo y clavos se las ingeniaba para hacer un arreglo sencillo y provisorio. Pensó que esta podría ser una ocupación transitoria hasta que alguien le ofreciera un empleo. Buscó por toda la casa las herramientas que necesitaba, sólo tenía unos clavos oxidados y una tenaza mellada. Tenía que comprar una caja de herramientas completa. Para eso usaría una parte del dinero recibido.

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En la esquina de su casa se enteró de que en su pueblo no había una ferretería, y que debía viajar dos días en mula para ir al pueblo más cercano a realizar la compra. ¿Qué más da? Pensó, y emprendió la marcha. A su regreso, traía una hermosa y completa caja de herramientas. No había terminado de quitarse las botas cuando llamaron a la puerta de su casa. Era su vecino. Vengo a preguntarle si no tiene un martillo para prestarme. Mire, sí, lo acabo de comprar pero lo necesito para trabajar... como me quedé sin empleo... Bueno, pero yo se lo devolvería mañana bien temprano. Está bien. A la mañana siguiente, como había prometido, el vecino tocó la puerta. Mire, yo todavía necesito el martillo. ¿Por qué no me lo vende? No, yo lo necesito para trabajar y además, la ferretería está a dos días de mula. Hagamos un trato - dijo el vecino- Yo le pagaré a usted los dos días de ida y los dos de vuelta, más el precio del martillo, total usted está sin trabajar. ¿Qué le parece?. Realmente, esto le daba un trabajo por cuatro días... Aceptó. Volvió a montar su mula.

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Al regreso, otro vecino lo esperaba en la puerta de su casa. Hola, vecino. ¿Usted le vendió un martillo a nuestro amigo? Sí... Yo necesito unas herramientas, estoy dispuesto a pagarle sus cuatros días de viaje, y una pequeña ganancia por cada herramienta. Usted sabe, no todos podemos disponer de cuatro días para nuestras compras. El ex - portero abrió su caja de herramientas y su vecino eligió una pinza, un destornillador, un martillo y un cinc el. Le pagó y se fue. "...No todos disponemos de cuatro días para compras", recordaba. Si esto era cierto, mucha gente podría necesitar que él viajara a traer herramientas. En el siguiente viaje decidió que arriesgaría un poco del dinero de la indemnización, trayendo más herramientas que las que había vendido. De paso, podría ahorrar algún tiempo de viajes. La voz empezó a correrse por el barrio y muchos quisieron evitarse el viaje. Una vez por semana, el ahora corredor de herramientas viajaba y compraba lo que necesitaban sus clientes. Pronto entendió que si pudiera encontrar un lugar donde almacenar las herramientas, podría ahorrar más viajes y ganar más dinero. Alquiló un galpón.

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Luego le hizo una entrada más cómoda y algunas semanas después con una vidriera, el galpón se transformó en la primer ferretería del pueblo. Todos estaban contentos y compraban en su negocio. Ya no viajaba, de la ferretería del pueblo vecino le enviaban sus pedidos. Él era un buen cliente. Con el tiempo, todos los compradores de pueblos pequeños más lejanos preferían comprar en su ferretería y ganar dos días de marcha. Un día se le ocurrió que su amigo, el tornero, podría fabricar para él las cabezas de los martillos. Y luego, ¿por qué no? Las tenazas... y las pinzas... y los cinceles. Y luego fueron los clavos y los tornillos..... Para no hacer muy largo el cuento, sucedió que en diez años aquel hombre se transformó con honestidad y trabajo en un millonario fabricante de herramientas. El empresario más poderoso de la región. Tan poderoso era, que un año para la fecha de comienzo de las clases, decidió donar a su pueblo una escuela. Allí se enseñaría además de lectoescritura, las artes y loas oficios más prácticos de la época. El intendente y el alcalde organizaron una gran fiesta de inauguración de la escuela y una importante cena de agasajo para su fundador. A los

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postres, el alcalde le entregó las llaves de la ciudad y el intendente lo abrazó y le dijo: Es con gran orgullo y gratitud que le pedimos nos conceda el honor de poner su firma en la primer hoja del libro de actas de la nueva escuela. El honor sería para mí - dijo el hombre -. Creo que nada me gustaría más que firmar allí, pero yo no sé leer ni escribir. Yo soy analfabeto. ¿Usted? - dijo el intendente, que no alcanzaba a creerlo - ¿Usted no sabe leer ni escribir? ¿Usted construyó un imperio industrial sin saber leer ni escribir? Estoy asombrado. Me pregunto, ¿qué hubiera hecho si hubiera sabido leer y escribir? Yo se lo puedo contestar - respondió el hombre con calma -¡Si yo hubiera sabido leer y escribir... sería portero del prostíbulo!

La mirada del amor El rey estaba enamorado de Sabrina: una mujer de baja condición a la que el rey había hecho su última esposa. Una tarde, mientras el rey estaba de cacería, llegó un mensajero para avisar que la madre de Sabina estaba enferma. Pese a que existía la prohibición de usar el carruaje personal del rey (falta que era pagada con la cabeza), Sabrina subió al carruaje y corrió junto a su madre. A su regreso, el rey fue informado de la situación.

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-¿No es maravillosa?-dijo-Esto es verdaderamente amor filial. No le importó su vida para cuidar a su madre!! Es maravillosa! Cierto día, mientras Sabrina estaba sentada en el jardín del palacio comiendo fruta, llegó el rey. La princesa lo saludó y luego le dio un mordisco al último durazno que quedaba en la canasta. -¡Parecen ricos!-dijo el rey. -Lo son- dijo la princesa y alargando la mano le cedió a su amado el último durazno. -¡Cuánto me ama!-comentó después el rey-, Renunció a su propio placer, para darme el último durazno de la canasta. ¿No es fantástica? Pasaron algunos años y vaya a saber por qué, el amor y la pasión desaparecieron del corazón del rey. Sentado con su amigo más confidente, le decía: -Nunca se portó como una reina… ¿acaso no desafió mi investidura usando mi carruaje? Es más, recuerdo que un día me dio a comer una fruta mordida.

La alegoría del carruaje Adelante el sendero se abre en abanico. Por lo menos cinco rumbos diferentes se me ofrecen. Ninguno pretende ser el elegido, sólo están allí. Un anciano está sentado sobre una piedra, en la encrucijada.

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Me animo a preguntar: -¿En qué dirección, anciano? -Depende de lo que busques —me contesta sin moverse. -Quiero ser feliz —le digo. -Cualquiera de estos caminos te puede llevar en esa dirección. Me sorprendo: -Entonces... ¿da lo mismo? -No. -Tú dijiste... -No. Yo no dije que cualquiera te llevaría; dije que cualquiera puede ser el que te lleve. -No entiendo. -Te llevará el que elijas, si eliges correctamente. -¿Y cuál es el camino correcto? El anciano se queda en silencio. Comprendo que no hay respuesta a mi pregunta. Decido cambiarla por otras: -¿Cómo podré elegir con sabiduría? ¿Qué debo hacer para no equivocarme? Esta vez el anciano contesta: -No preguntes... No preguntes. Allí están los caminos. Sé que es una decisión importante. No puedo equivocarme... El cochero me habla al oído, propone el sendero de la derecha. Los caballos parecen querer tomar el escarpado camino de la izquierda.

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El carruaje tiende a deslizarse en pendiente, recto, hacia el frente. Y yo, el pasajero, creo que sería mejor tomar el pequeño caminito elevado del costado. Todos somos uno y, sin embargo, estamos en problemas. Un instante después veo cómo, muy despacio, por primera vez con tanta claridad, el cochero, el carruaje y los caballos se funden en mí. También el anciano deja de ser y se suma, se agregan los caminos recorridos hasta aquí y cada una de las personas que conocí. No soy nada de eso, pero lo incluyo todo. Soy yo el que ahora, completo, debe decidir el camino. Me siento en el lugar que ocupaba el anciano y me tomo un tiempo, simplemente el tiempo que necesito para tomar esa decisión. Sin urgencias. No quiero adivinar, quiero elegir. Llueve. Me doy cuenta de que no me gusta cuando llueve. Tampoco me gustaría que no lloviera nunca. Parece que quiero que llueva solamente cuando tengo ganas. Y, sin embargo, no estoy muy seguro de querer verdaderamente eso. Creo que sólo asisto a mi fastidio, como si no fuera mío, como si yo no tuviera nada que ver. De hecho no tengo nada que ver con la lluvia.

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Pero es mío el fastidio, es mía la no aceptación, soy yo el que está molesto. ¿Es por mojarme? No. Estoy molesto porque me molesta la lluvia. Llueve... ¿Debería apurarme? No, Más adelante también llueve. Qué importa si las gotas me mojan un poco, importa el camino. No importa llegar, importa el camino. En realidad nada importa, sólo el camino.

La ciudad de los pozos Esta ciudad no estaba habitada por personas, como todas las demás ciudades del planeta. Esta ciudad estaba habitada por pozos. Pozos vivientes...pero pozos al fin. Los pozos se diferenciaban entre sí, no solo por el lugar en el que estaban excavados sino también por el brocal (la abertura que los conectaba con el exterior). Había pozos pudientes y ostentosos con brocales de mármol y de metales preciosos; pozos humildes de ladrillo y madera y algunos otros más pobres, con simples agujeros pelados que se abrían en la tierra. La comunicación entre los habitantes de la ciudad era de brocal a brocal y las noticias cundían rápidamente, de punta a punta del poblado.

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Un día llegó a la ciudad una "moda" que seguramente había nacido en algún pueblito humano: La nueva idea señalaba que todo ser viviente que se precie debería cuidar mucho más lo interior que lo exterior. Lo importante no es lo superficial sino el contenido. Así fue como los pozos empezaron a llenarse de cosas. Algunos se llenaban de cosas, monedas de oro y piedras preciosas. Otros, más prácticos, se llenaron de electrodomésticos y aparatos mecánicos. Algunos más optaron por el arte y fueron llenándose de pinturas , pianos de cola y sofisticadas esculturas posmodernas. Finalmente los intelectuales se llenaron de libros, de manifiestos ideológicos y de revistas especializadas. Pasó el tiempo. La mayoría de los pozos se llenaron a tal punto que ya no pudieron incorporar nada más. Los pozos no eran todos iguales así que, si bien algunos se conformaron, hubo otros que pensaron que debían hacer algo para seguir metiendo cosas en su interior... Alguno de ellos fue el primero: en lugar de apretar el contenido, se le ocurrió aumentar su capacidad ensanchándose. No paso mucho tiempo antes de que la idea fuera imitada, todos los pozos gastaban gran parte de sus energías en ensancharse para poder hacer más espacio en su interior.

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Un pozo, pequeño y alejado del centro de la ciudad, empezó a ver a sus camaradas ensanchándose desmedidamente. El pensó que si seguían hinchándose de tal manera, pronto se confundirían los bordes y cada uno perdería su identidad... Quizás a partir de esta idea se le ocurrió que otra manera de aumentar su capacidad era crecer, pero no a lo ancho sino hacia lo profundo. Hacerse más hondo en lugar de más ancho. Pronto se dio cuenta que todo lo que tenia dentro de él le imposibilitaba la tarea de profundizar. Si quería ser más profundo debía vaciarse de todo contenido... Al principio tuvo miedo al vacío, pero luego, cuando vio que no había otra posibilidad, lo hizo. Vacío de posesiones, el pozo empezó a volverse profundo, mientras los demás se apoderaban de las cosas de las que él se había deshecho... Un día, sorpresivamente el pozo que crecía hacia adentro tuvo una sorpresa: adentro, muy adentro , y muy en el fondo encontró agua!!!. Nunca antes otro pozo había encontrado agua... El pozo supero la sorpresa y empezó a jugar con el agua del fondo, humedeciendo las paredes, salpicando los bordes y por último sacando agua hacia fuera. La ciudad nunca había sido regada más que por la lluvia, que de hecho era bastante escasa, así que la tierra alrededor del pozo, revitalizada por el agua, empezó a despertar.

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Las semillas de sus entrañas, brotaron en pasto, en tréboles, en flores, y en troquitos endebles que se volvieron árboles después... La vida explotó en colores alrededor del alejado pozo al que empezaron a llamar "El Vergel". Todos le preguntaban cómo había conseguido el milagro. -Ningún milagrocontestaba el Vergel- hay que buscar en el interior, hacia lo profundo... Muchos quisieron seguir el ejemplo del Vergel, pero desandaron la idea cuando se dieron cuenta de que para ir más profundo debían vaciarse. Siguieron ensanchándose cada vez más para llenarse de más y más cosas... En la otra punta de la ciudad, otro pozo, decidió correr también el riesgo del vacío... Y también empezó a profundizar... Y también llegó al agua... Y también salpicó hacia fuera creando un segundo oasis verde en el pueblo... -¿Qué harás cuando se termine el agua?- le preguntaban. -No sé lo que pasará- contestabaPero, por ahora, cuánto más agua saco, más agua hay. Pasaron unos cuantos meses antes del gran descubrimiento. Un día, casi por casualidad, los dos pozos se dieron cuenta de que el agua que habían encontrado en el fondo de sí mismos era la misma...Que el mismo río subterráneo que pasaba por uno inundaba la profundidad del otro.

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Se dieron cuenta de que se abría para ellos una nueva vida. No sólo podían comunicarse, de brocal a brocal, superficialmente, como todos los demás, sino que la búsqueda les había deparado un nuevo y secreto punto de contacto: La comunicación profunda que sólo consiguen entre sí, aquellos que tienen el coraje de vaciarse de contenidos y buscar en lo profundo de su ser lo que tienen para dar...

Un lugar en el bosque Esta historia nos cuenta de un famoso rabino jasídico: Baal Shem Tov. Baal Shem Tov era conocido dentro de su comunidad porque todos decían que él era un hombre tan piadoso, tan bondadoso, tan casto y tan puro que El Creador escuchaba sus palabras cuando él hablaba. Se había hecho una tradición en este pueblo: Todos los que tenían un deseo insatisfecho o necesitaba algo que no habían podido conseguir iban a ver al rabino. Baal Shem Tov se reunía con ellos una vez por año, en un día especial que él elegía. Y los llevaba a todos juntos a un lugar único, que él conocía, en medio del bosque. Y una vez allí, cuenta la leyenda, que Baal Shem Tov armaba con ramas y hojas un fuego de una manera muy particular y muy

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hermosa, y entonaba después una oración en voz muy baja... como si fuera para él mismo. Y dicen... que El Creador le gustaban tanto esas palabras que Baal Shem Tov decía, se fascinaba tanto con el fuego armado de esa manera, quería tanto a esa reunión de gente en ese lugar del bosque... que no podía resistir el pedido de Baal Shem Tov y concedía los deseos de todas las personas que ahí estaban. Cuando el rabino murió, la gente se dio cuenta de que nadie sabía las palabras que Baal Shem Tov decía cuando iban todos juntos a pedir algo... Pero conocían el lugar en el bosque. Sabían cómo armar el fuego. Una vez al año, siguiendo la tradición de Baal Shem Tov había instituido, todos los que tenían necesidades y deseos insatisfechos se reunían en ese mismo lugar en el bosque, prendían el fuego de la manera en que habían aprendido del viejo rabino, y como no conocían las palabras cantaban cualquier canción o recitaban un salmo, o sólo se miraban y hablaban de cualquier cosa en ese mismo lugar alrededor del fuego. Y dicen... que El Creador gustaba tanto del fuego encendido, gustaba tanto de ese lugar en el bosque y de esa gente reunida... que aunque nadie decía las palabras adecuadas, igual concedía los deseos a todos los que ahí estaban.

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El tiempo ha pasado y de generación en generación la sabiduría se ha ido perdiendo... Y aquí estamos nosotros. Nosotros no sabemos cuál es el lugar en el bosque. No sabemos cuáles son las palabras. Ni siquiera sabemos cómo encender el fuego a la manera que Baal Shem Tov lo hacía... Sin embargo hay algo que sí sabemos: Sabemos esta historia, Sabemos este cuento... Y dicen... que El Creador adora tanto este cuento... que le gusta tanto esta historia... que basta que alguien la cuente... y que alguien la escuche... para que Él, complacido, satisfaga cualquier necesidad y conceda cualquier deseo a todos los que están compartiendo este momento... Amén... (Así sea...)

El maestro sufi El Maestro sufi contaba siempre una parábola al finalizar cada clase, pero los alumnos no siempre entendían el sentido de la misma... - Maestro – lo encaró uno de ellos una tarde. Tú nos cuentas los cuentos pero no nos explicas su significado... - Pido perdón por eso. – Se disculpó el maestro – Permíteme que en señal de reparación te convide con un rico durazno. - Gracias maestro.- respondió halagado el discípulo

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- Quisiera, para agasajarte, pelarte tu durazno yo mismo. ¿Me permites? - Sí. Muchas gracias – dijo el discípulo. - ¿Te gustaría que, ya que tengo en mi mano un cuchillo, te lo corte en trozos para que te sea más cómodo?... - Me encantaría... Pero no quisiera abusar de tu hospitalidad, maestro... - No es un abuso si yo te lo ofrezco. Solo deseo complacerte... - Permíteme que te lo mastique antes de dártelo... - No maestro. ¡No me gustaría que hicieras eso! Se quejó, sorprendido el discípulo. El maestro hizo una pausa y dijo: - Si yo les explicara el sentido de cada cuento... sería como darles a comer una fruta masticada.

Fuerza Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le iluminara el camino que debía seguir. Todas las noches, al acostarse, le pedía a El Creador que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi-místico buscando recibir una señal divina. Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pierna medio rota. Se quedó mirándolo y de

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repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de un sólo bocado. Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado: en lugar de comérselo, el puma comenzó a lamerle las heridas. Después se fue y volvió con unas pocas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que el cervatillo pudiera comer. Increíble. Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las heridas y darle de beber. El hombre se dijo: Esta es la señal que yo estaba buscando, es muy clara. "El Creador se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las cosas".

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Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días... pero nadie le daba nada. Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le daban nada. Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre hombre, que estaba muy angustiado, le dijo: - El Creador me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente... Y le contó lo que había visto en el bosque. El sabio lo escuchó y luego dijo: - Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente. El Creador no manda señales en vano. El Creador te mandó esa señal para que aprendieras. El hombre le preguntó: - ¿Por qué me abandonó? Entonces el sabio le respondió: - ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo? Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus propios medios.

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Estrellitas y duendes "En el país de los cuentos había una vez un pequeño duende. Un duende muy travieso que siempre andaba riendo y saltando de un lado para otro... Vivía en una casita toda rodeada de montañas. A su lado, un pequeño río que discurría plácidamente por la falda de la ladera describiendo un paisaje difícil de imaginar.......... Lo que mas gustaba al duendecillo era ver como cada mañana, con los primeros rayos de sol, todas las flores de su jardín iban abriendo una por una sus hojas..... Uno de aquellos días, como muchos otros, salió a pasear a la montaña. Y caminando entre las rocas encontró una flor: era una flor preciosa, nunca había visto otra de igual belleza. Le había cautivado tanto que paso toda la tarde mirándola. Era maravilloso verla cuando se contorneaba cada vez que el viento acariciaba sus hojas............. Al siguiente día y al siguiente, y al otro, volvió para estar a su lado y mirarla. Un día como tantos otros, nuestro duendecillo vio como de una de sus hojas caía una pequeña lágrima. No entendía como la flor más maravillosa del mundo podía estar triste. Se acercó a ella y le pregunto: -"? Porque lloras?". Y contesto la flor: "me siento triste aquí entre las rocas, sin nadie que me mire salvo tu. Me gustaría vivir en un jardín como el tuyo y ser una más de

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entre las flores. Además, te concederé el deseo que mas quieras si me llevas allí". Fue entonces, cuando el pequeño duende la tomo entre sus manos y con todo el cariño del mundo la planto en el lugar más bonito de su jardín........... Una vez cumplido el deseo, la flor le dijo al duendecillo: - "Y bien, ahora que me has llenado de felicidad al traerme aquí, ?que es lo que mas deseas en este mundo?". Y el duendecillo entonces, la miro fijamente y contesto: - "Quiero ser flor como tu para sentirme por siempre a tu lado". Y colorín colorado, en el país de los cuentos, el final ha llegado.

Sin querer saber Y si es cierto que has dejado de quererme... yo te pido, ¡por favor, no me lo digas! Necesito por hoy y todavía navegar inocente en tus mentiras... Dormiré sonriendo y muy tranquilo. Me despertaré bien temprano en la mañana. Y volveré a hacerme a la mar, te lo prometo... Pero esta vez... sin atisbo de protesta o resistencia naufragaré por voluntad y sin reservas en la profunda inmensidad de tu abandono...

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Eliyahu En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo ELIAHU de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras. Su vecino HAKIM, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a ELIAHU transpirando, mientras parecía cavar en la arena. -Que tal anciano? La paz sea contigo. -Contigo- contesto ELIAHU sin dejar su tarea. -Que haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos? -Siembro- contesto el viejo. -Que siembras aquí, ELIAHU? -Dátiles -respondió ELIAHU mientras señalaba a su alrededor el palmar. -Dátiles!!!- repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez. -El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor. -No debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos... -Dime, amigo: Cuántos años tienes? -No se... sesenta, setenta, ochenta, no se... lo he olvidado... pero eso que importa?

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-Mira amigo, los datileros tardan mas de 50 años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los 101 años, pero tu sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo. -Mira Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea. -Me has dado una gran lección, ELIAHU, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste - y diciendo esto, HAKIM le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero. -Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto y sin embargo, mira, todavía no término de sembrar y ya coseche una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo. -Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague esta lección con otra bolsa de monedas.

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-Y a veces pasa esto -siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas-: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseche no solo una, sino dos veces. -Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

El rey ciclotímico. Había una vez un rey muy poderoso que reinaba un país muy lejano. Era un buen rey. Pero el monarca tenía un problema: era un rey con dos personalidades. Había días en que se levantaba exultante, eufórico, feliz. Ya desde la mañana, esos días aparecían como maravillosos. Los jardines de su palacio le parecían más bellos. Sus sirvientes, por algún extraño fenómeno, eran amables y eficientes esas mañanas. En el desayuno confirmaba que se fabricaban en su reino las mejores harinas y se cosechaban los mejores frutos. Esos eran días en que el rey rebajaba los impuestos, repartía riquezas, concedía favores y legislaba por la paz y por el bienestar de los ancianos. Durante esos días, el rey accedía a todos los pedidos de sus súbditos y amigos. Sin embargo, había también otros días. Eran días negros. Desde la mañana se daba cuenta de que

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hubiera preferido dormir un rato más. Pero cuando lo notaba ya era tarde y el sueño lo había abandonado. Por mucho esfuerzo que hacía, no podía comprender por qué sus sirvientes estaban de tan mal humor y ni siquiera lo atendían bien. El sol le molestaba aun más que las lluvias. La comida estaba tibia y el café demasiado frío. La idea de recibir gente en su despacho le aumentaba su dolor de cabeza. Durante esos días, el rey pensaba en los compromisos contraídos en otros tiempos y se asustaba pensando en cómo cumplirlos. Esos eran los días en que el rey aumentaba los impuestos, incautaba tierras, apresaba opositores... Temeroso del futuro y del presente, perseguido por los errores del pasado, en esos días legislaba contra su pueblo y su palabra más usada era NO. Consciente de los problemas que estos cambios de humor le ocasionaban, el rey llamó a todos los sabios, magos y asesores de su reino a una reunión. —Señores –les dijo— todos ustedes saben acerca de mis variaciones de ánimo. Todos se han beneficiado de mis euforias y han padecido mis enojos. Pero el que más padece soy yo mismo, que cada día estoy deshaciendo lo que hice en otro tiempo, cuando veía las cosas de otra manera. Necesito de ustedes, señores, que trabajéis juntos para conseguir el remedio, sea brebaje o conjuro que me impida ser tan absurdamente optimista

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como para no ver los hechos y tan ridículamente pesimista como para oprimir y dañar a los que quiero. Los sabios aceptaron el reto y durante semanas trabajaron en el problema del rey. Sin embargo todas las alquimias, todos los hechizos y todas las hierbas no consiguieron encontrar la respuesta al asunto planteado. Entonces se presentaron ante el rey y le contaron su fracaso. Esa noche el rey lloró. A la mañana siguiente, un extraño visitante le pidió audiencia...Era un misterioso hombre de tez oscura y raída túnica que alguna vez había sido blanca. —Majestad –dijo el hombre con una reverencia—, del lugar de donde vengo se habla de tus males y de tu dolor. He venido a traerte el remedio. Y bajando la cabeza, acercó al rey una cajita de cuero. El rey, entre sorprendido y esperanzado, la abrió y buscó dentro de la caja. Lo único que había era un anillo plateado. —Gracias –dijo el rey entusiasmado— ¿es un anillo mágico? —Por cierto lo es –respondió el viajero—, pero su magia no actúa sólo por llevarlo en tu dedo... Todas las mañanas, apenas te levantes, deberás leer la inscripción que tiene el anillo. Y recordar esas palabras cada vez que veas el anillo en tu dedo. El rey tomó el anillo y leyó en voz alta: Debes saber que ESTO también pasará.

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Las dos ranitas Había una vez dos ranas que cayeron en un recipiente de crema. Inmediatamente sintieron que se hundían; era imposible nadar o flotar mucho tiempo en esa masa espesa como arenas movedizas. Al principio, las dos patalearon en la crema para llegar al borde del recipiente pero era inútil, sólo conseguían chapotear en el mismo lugar y hundirse. Sintieron que cada vez era más difícil salir a la superficie a respirar. Una de ellas dijo en voz alta: —No puedo más. Es imposible salir de aquí, esta materia no es para nadar. Ya que voy a morir, no veo para qué prolongar este dolor. No entiendo qué sentido tiene morir agotada por un esfuerzo estéril. Y dicho esto, dejó de patalear y se hundió con rapidez siendo literalmente tragada por el espeso líquido blanco. La otra rana, más persistente o quizás más tozuda, se dijo: —¡No hay caso! Nada se puede hacer para avanzar en esta cosa. Sin embargo ya que la muerte me llega, prefiero luchar hasta mi último aliento. No quisiera morir un segundo antes de que llegue mi hora. Y siguió pataleando y chapoteando siempre en el mismo lugar, sin avanzar un centímetro. ¡Horas y horas! Y de pronto... de tanto patalear y agitar,

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agitar y patalear... La crema, se transformó en manteca. La rana sorprendida dio un salto y patinando llegó hasta el borde del pote. Desde allí, sólo le quedaba ir croando alegremente de regreso a casa. Dos números más chico El hombre entra en la zapatería, un vendedor amable se le acerca: —¿En qué lo puedo servir, señor? —Quisiera un par de zapatos negros como los de la vidriera. —Cómo no, señor. A ver, a ver... el número que busca... debe ser... 41, ¿verdad? —No, quiero un 39, por favor. —Disculpe, señor, hace veinte años que trabajo en esto y el número suyo debe ser 41, quizás 40, pero... ¿39? —39 por favor. —Disculpe, ¿me permite que le mida el pie? —Mida lo que quiera, pero yo quiero un par de zapatos 39.. El vendedor saca de un cajón ese extraño aparato que usan los vendedores de zapatos para medir pies y con satisfacción, proclama: —¿Vio? Como yo decía: ¡41! —Dígame ¿quién va a pagar los zapatos usted o yo? —Usted. —Bien, entonces ¿me trae un 39?

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El vendedor, entre resignado y sorprendido, va a buscar el par de zapatos número 39. En el camino se da cuenta de lo que pasa: los zapatos no son para él, seguramente son para hacer un regalo. —Señor, aquí los tiene: 39 negros. — ¿Me da un calzador? — ¿Se los va a poner? —Sí. Claro. —Son... ¿para usted? — ¡Sí! ¿Me trae el calzador? El calzador era imprescindible para conseguir hacer entrar ESE pie en ESE zapato. Después de varios intentos y de ridículas posiciones, el cliente consigue meter todo el pie dentro del zapato. Entre ayes y gruñidos camina algunos pasos, con dificultad, sobre la alfombra. —Está bien. Los llevo. El vendedor siente dolor en sus propios pies de sólo imaginar los dedos aplastados dentro del 39. — ¿Se los envuelvo? —No, gracias. Los llevo puestos. El cliente sale del negocio y camina, como puede, las tres cuadras que lo separan de su trabajo. El hombre trabaja de cajero (¡!) en un banco. A las cuatro de la tarde, después de haber pasado más de seis horas parado dentro de esos zapatos, su cara está desencajada, tiene las conjuntivas inyectadas y lágrimas caen copiosamente de sus ojos.

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Su compañero, de la caja de al lado, lo ha estado mirando toda la tarde y está preocupado por él: — ¿Qué te pasa? ¿Te sientes mal? —No. Son los zapatos..—¿Qué pasa con los zapatos? —Me aprietan. — ¿Qué pasó? ¿Se mojaron? —No, son dos números más chicos que mi pie... — ¿De quién son? —Míos. —No entiendo. ¿No te duelen los pies? —Me matan, los pies. — ¿Y entonces? —Te explico –dice, tragando saliva—. Yo no vivo una vida de grandes satisfacciones, en realidad, en los últimos tiempos tengo muy pocos momentos agradables. — ¿Y? —Yo me mato con estos zapatos. Sufro mucho, es la verdad... Pero dentro de unas horas, cuando llegue a mi casa y me los saque... ¿Te imaginas el placer?... Qué placer, ¡Qué placer!

El Tesoro Había una vez en la ciudad de Cracovia, un anciano piadoso y solidario que se llamaba Izy. Durante varias noches, Izy soñó que viajaba a Praga y llegaba hasta un puente sobre un río; soñó que a un costado del río y debajo del puente se hallaba un

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frondoso árbol. Soñó que él mismo cavaba un pozo al lado del árbol y que de ese pozo sacaba un tesoro que le traía bienestar y tranquilidad para toda su vida. Al principio Izy no le dio importancia, pero después de repetirse el sueño durante varias semanas, interpretó que era un mensaje y decidió que él no podía desoír esta información que le llegaba de El creador o no se sabía de dónde, mientras dormía. Así que, fiel a su intuición, cargó su mula para una larga travesía y partió hacia Praga. Después de seis días de marcha, el anciano llegó a Praga y se dedicó a buscar, en las afueras de la ciudad, el puente sobre el río. No había muchos ríos, ni muchos puentes. Así que rápidamente encontró el lugar que buscaba. Todo era igual que en su sueño: el río, el puente ya un costado del río, el árbol debajo del cual debía cavar. Sólo había un detalle que en el sueño no había aparecido: el puente era custodiado día y noche por un soldado de la guardia imperial. Izy no se animaba a cavar mientras estuviera allí el soldado, así que acampó cerca del puente y esperó. A la segunda noche el soldado empezó a sospechar de ese hombre cerca de SU puente, así que se aproximó para interrogarlo. El viejo no encontró razón para mentirle. Por eso le contó que venía viajando desde una ciudad muy lejana, porque había soñado que en Praga debajo

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de un puente como éste, había un tesoro enterrado. El guardia empezó a reírse a carcajadas: —Mira que has viajado mucho por una estupidez – le dijo el guardia—. Hace tres años que yo sueño todas las noches que en la ciudad de Cracovia, debajo de la cocina de la casa de un viejo loco, de nombre Izy, hay un tesoro enterrado. Ja... Ja... mira si yo debiera irme a Cracovia para buscar a este Izy y cavar debajo de su cocina... Ja... Ja... Ja....Izy agradeció humildemente al guardia y regresó a su casa. Al llegar, cavó un pozo debajo de su propia cocina y sacó el tesoro que siempre había estado allí enterrado...

País de las cucharas largas Este pequeño país consta sólo de dos habitaciones llamadas negra y blanca. Para recorrerlo, debe avanzar por el pasillo hasta que este se divide y doblar a la derecha si quiere visitar la habitación negra, o a la izquierda si lo que quiere es Visitar la habitación blanca.” El hombre avanzó por el pasillo y el azar lo hizo doblar primero a la derecha. Un nuevo corredor de unos cincuenta metros terminaba en una puerta enorme. Desde los primeros pasos por el pasillo, empezó a escuchar los “ayes” y quejidos que venían de la habitación negra.

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Por un momento las exclamaciones de dolor y sufrimiento lo hicieron dudar, pero siguió adelante. Llegó a la puerta, la abrió y entró. Sentados alrededor de una mesa enorme, había cientos de personas. En el centro de la mesa estaban los Manjares más exquisitos que cualquiera podría imaginar y aunque todos tenían una cuchara con la cual Alcanzaban el plato central... Se estaban muriendo de hambre. El motivo era que las cucharas tenían el doble Del largo de su brazo y estaban fijadas a sus manos. De ese modo todos podían servirse, pero nadie podía Llevarse el alimento a la boca. La situación era tan desesperante y los gritos tan desgarradores, que el hombre dio media vuelta y salió casi Huyendo del salón. Volvió al hall central y tomó el pasillo de la izquierda que iba a la habitación blanca. Un corredor igual al otro Terminaba en una puerta similar. La única diferencia era que, en el camino, no había quejidos, ni lamentos. Al Llegar a la puerta, el explorador giró el picaporte y entró en el cuarto. Cientos de personas estaban también sentados en una mesa igual a la de la habitación negra. También en el Centro había manjares exquisitos. También cada persona tenía una larga cuchara fijada a su mano... Pero nadie se quejaba ni lamentaba. Nadie estaba muriendo de hambre, porque todos... Se daban de comer Unos a otros..el hombre sonrió, se dio media

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vuelta y salió de la habitación blanca. Cuando escuchó el “clic” de La puerta que se cerraba se encontró de pronto y misteriosamente en su propio auto, manejando camino a Parais...

Pero que no se mezclen Había una vez un señor que tenía un sirviente bastante tonto. El señor no era tan mezquino como para echarlo, ni tan generoso como para mantenerlo sin que hiciera nada, (Que es lo mejor que se puede hacer con un tonto!). El caso es que el señor trataba de darle tareas sencillas para que el tonto “sirviera para algo”. Un día lo llamó y le dijo: —Anda hasta el almacén y compra una medida de harina y una medida de azúcar. La harina es para pan y el azúcar para dulce, así que: Que no se mezclen. ¿Me escuchaste? ¡Que no se mezclen! El sirviente hizo esfuerzos por retener la orden: una medida de harina, una medida de azúcar y que no se mezclen... Que no se mezclen. Tomó una bandeja y partió al almacén. Camino al almacén repetía para sus adentros “una medida de harina y una medida de azúcar pero que no se mezclen!” Llegó al almacén:

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—Una medida de harina, señor..El almacenero metió el jarro de la medida en la harina y la sacó colmada. El sirviente acercó la bandeja y el almacenero vació el jarro sobre la bandeja. —Y una medida de azúcar –dijo el comprador. Otra vez el almacenero tomó una medida, la introdujo en el gran cajón y la sacó, esta vez llena de azúcar. — ¡Que no se mezclen! –dijo el sirviente. —Y entonces ¿dónde pongo el azúcar? –preguntó el almacenero. El otro pensó un rato, y mientras pensaba (cosa que buen trabajo le costaba), pasó la mano por el lado de abajo de la bandeja “dándose cuenta que estaba vacío” (¿?), así que en una rápida decisión, dijo: —Acá –Y dio vuelta la bandeja derramando, por supuesto, la harina. El sirviente dio media vuelta y volvió contento a la casa: una medida de harina, una de azúcar y que no se mezclen. Cuando llegó el señor de la casa lo vio entrar con la bandeja de azúcar, le preguntó: —¿Y la harina? —¡Que no se mezclen! –Contestó el tonto— ¡Está acá!... y en un rápido movimiento, dio vuelta la bandeja... derramando también el azúcar...

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La cargas Había una vez dos rabino caminaban por el bosque de regreso la yeshiva (escuela judía). Cuando llegaron al río, una mujer lloraba en cuclillas cerca de la orilla. Era joven y atractiva. — ¿Qué te sucede? –le preguntó el más anciano. —Mi madre se muere. Ella está sola en su casa, del otro lado del río y yo no puedo cruzar. Lo intenté – siguió la joven— pero la corriente me arrastra y no podré llegar nunca al otro lado sin ayuda... pensé que no la volvería a ver con vida. Pero ahora... ahora que aparecisteis vosotros, alguno de los dos podrá ayudarme a cruzar... —Ojalá pudiéramos –se lamentó el más joven—. Pero la única manera de ayudarte, sería cargarte a través del río y nuestros votos de solo tocar a nuestra esposa nos impiden tocar otras mujeres. Eso está prohibido... lo siento. —Yo también lo siento –dijo la mujer y siguió llorando. El rabino más viejo se arrodilló, bajó la cabeza y dijo: —Sube. La mujer no podía creerlo, pero con rapidez tomó su atadito de ropa y montó a horcajadas sobre el monje. Con bastante dificultad el rabino cruzó el río, seguido por el otro más joven.

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Al llegar al otro lado, la mujer descendió y se acercó en actitud de besar las manos del anciano rabino..—Está bien, está bien –dijo el viejo retirando las manos—, sigue tu camino. La mujer se inclinó en gratitud y humildad, tomó sus ropas y corrió por el camino al pueblo. Los rabinos, sin decir palabra, retomaron su marcha al yeshiva (escuela judía). ...Faltaban aún diez horas de caminata. Poco antes de llegar, el joven le dijo al anciano: —Maestro, tú sabes mejor que yo de nuestro voto. No obstante, cargaste sobre tus hombros a aquella mujer todo el ancho del río. —Yo la llevé a través del río, es cierto, ¿pero qué pasa contigo que la cargas todavía sobre tu cabeza?

¿Te cuento un cuento? Una vez un maharajá, que tenía fama de ser muy sabio, cumplía 100 años. El acontecimiento fue recibido con gran alegría, ya que todos querían mucho al gobernante. En el palacio se organizó una gran fiesta para esa noche y se invitaron a poderosos señores del reino y de otros países. El día llegó y una montaña de regalos se amontonó en la entrada del salón, donde el maharajá iba a saludar a sus invitados. Durante la cena, el maharajá pidió a sus sirvientes que separaran los regalos en dos grupos: los que

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tenían remitente y los que no se sabía quién los había enviado. A los postres, el rey mandó traer todos los regalos en sus dos montañas. Una de cientos de grandes y costosos regalos y otra más pequeña, de una decena de presentes. El maharajá comenzó a tomar regalo por regalo de la primera montaña y fue llamando a los que habían enviado los regalos. A cada uno lo hacía subir al trono y le decía: —Te agradezco tu regalo, te lo devuelvo y estamos como antes –y le devolvía el regalo, no importaba cuál fuera. Cuando terminó con esa pila, se acercó a la otra montaña de regalos y dijo: —Estos regalos no tienen remitente. A estos sí los voy a aceptar, porque estos no me obligan y a mi edad, no es bueno contraer deudas.

EL hachero Había una vez un hachero que se presentó a trabajar en una maderera. El sueldo era bueno y las condiciones de trabajo mejores aún; así que el hachero se decidió a hacer buen papel. El primer día se presentó al capataz, quien le dio un hacha y le designó una zona. El hombre entusiasmado salió al bosque a talar. En un solo día cortó dieciocho árboles. —Te felicito –dijo el capataz— sigue así. Animado por las palabras del capataz, el hachero se decidió a

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mejorar su propio desempeño al día siguiente; así que esa noche se acostó bien temprano. A la mañana se levantó antes que nadie y se fue al bosque. A pesar de todo el empeño, no consiguió cortar más que quince árboles. —Me debo haber cansado –pensó y decidió acostarse con la puesta del sol. Al amanecer, se levantó decidido a batir su marca de dieciocho árboles. Sin embargo, ese día no llegó ni a la mitad. Al día siguiente fueron siete, luego cinco y el último día estuvo toda la tarde tratando de voltear su segundo árbol. Inquieto por el pensamiento del capataz, el hachero se acercó a contarle lo que le estaba pasando y a jurarle y perjurarle que se esforzaba al límite de desfallecer. El capataz le preguntó: —¿Cuándo afilaste tu hacha la última vez? —¿Afilar? No tuve tiempo de afilar, estuve muy ocupado cortando árboles.

El reloj Hay en una de las paredes de mi cuarto un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables la misma hora: las siete en punto.

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Casi todo el tiempo, el reloj es sólo un inútil adorno en una blanquecina y vacía pared. Sin embargo hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes en que el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix. Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares marcan las 7 y los cu—cu y los gong de las demás máquinas hacen sonar por 7 veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida. Dos veces por día, a la mañana y a la noche, el reloj se siente en absoluta armonía con el resto del Universo. Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección... Pero pasado ese instante, cuando los otros relojes han acallado su canto y las manecillas siguen sus monótonos caminos, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que alguna vez detuvo su andar. Y yo amo ese reloj y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez me siento más parecido a él— También yo estoy parado en un tiempo, también yo me siento clavado e inmóvil, también yo soy de alguna manera un adorno inútil en una pared vacía. Pero tengo también fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora. Durante esos tiempos, yo siento que vivo. Todo está claro y el mundo se transforma en maravilloso.

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Yo puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todos los otros momentos. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable. La primera vez que lo sentí, traté de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como a mi amigo el reloj, también a mí se me escapa el tiempo de los otros. ...Pasado estos momentos, los otros relojes que anidan en otros hombres, continúan su giro y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar que acostumbro a llamar vida. Pero yo sé que la vida es otra cosa..Yo sé que la vida, la vida de verdad es la suma de aquellos momentos que aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía con el universo. Casi todo el mundo, pobre, cree que vive. Sólo hay momentos de plenitud y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir siempre, quedarán condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianeidad. Por esto te amo, viejo reloj, porque somos la misma cosa tú y yo.

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El detector de mentiras Hace muchos años, cuando apareció en el mundo el Detector de Mentiras, todos los abogados y los estudiosos de la conducta humana estaban fascinados. El aparato está basado en una serie de sensores que detectan las variaciones fisiológicas de sudoración, contracturas musculares, variaciones de pulso, temblores y movimientos oculares que se producen en un individuo cualquiera cuando miente. En aquel entonces las experiencias con La Máquina de la Verdad, como se la llegó a llamar, proliferaban por doquier. Un día, a un abogado se le ocurrió una exploración muy particular. Trasladó la máquina al hospital psiquiátrico de la ciudad y sentó en él a un internado: J. C. Jones. El señor Jones era un psicótico y como parte de su delirio aseguraba que él era Napoleón Bonaparte. Quizás por haber sido estudiante de historia, conocía a la perfección la vida de Napoleón y enunciaba con exactitud y en primera persona pequeños detalles de la vida del Gran Corso, en secuencia lógica y coherente. A este señor J. C. Jones se lo sentó en el detector de mentiras y luego de una rutina de calibración, se le preguntó. —¿Usted es Napoleón Bonaparte? El paciente pensó un instante y después contestó.

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— ¡No!, ¿cómo se le ocurre? Yo soy J. C. Jones.. ¡Todos sonrieron, salvo el operador del detector que informó que el señor Jones MINTIÓ! La máquina demostró que cuando el paciente dijo la verdad (que era Jones) estaba mintiendo (... ¡él creía que era Napoleón!)

El ciego Había en un pueblo un señor, que tenía una rara enfermedad en los ojos. El hombre había estado ciego los últimos treinta años de su vida. Un día llegó al pueblo un famoso médico a quien se consultó por su caso. El doctor aseguró que operando al hombre, podía devolverle la vista. Su esposa (que se sentía vieja y fea) se opuso...

Somos pares No camines delante de mí porque podría no seguirte, ni camines detrás de mí, podría perderte. No camines debajo de mí porque podría pisarte, ni camines encima de mí porque podría sentir que me pesas. Camina a mi lado, porque somos pares.

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El creyente Un señor muy creyente sentía que estaba cerca de recibir una luz que le iluminara el camino a seguir. To das las noches, al acostarse, le pedía a El Creador que le enviara una señal sobre cómo tenía que vivir el resto de su vida. Así anduvo por la vida, durante dos o tres semanas en un estado semi místico buscando recibir una señal divina. Hasta que un día, paseando por un bosque, vio a un cervatillo caído, tumbado, herido, que tenía una pata medio rota. Se quedó mirándolo y de repente vio aparecer a un puma. La situación lo dejó congelado; estaba a punto de ver cómo el puma, aprovechándose de las circunstancias, se comía al cervatillo de un solo bocado. Entonces se quedó mirando en silencio, temeroso también de que el puma, no satisfecho con el cervatillo, lo atacara a él. Sorpresivamente, vio al puma acercarse al cervatillo. Entonces ocurrió algo inesperado; en lugar de comérselo, el puma empezó a lamerle las heridas. Después se fue y volvió con unas ramas humedecidas y se las acercó al cervatillo con la pata para que éste pudiera beber el agua; y después se fue y trajo un poco de hierba húmeda y se la acercó para que cervatillo pudiera comer. Increíble. Al día siguiente, cuando el hombre volvió al lugar, vio que el cervatillo aún estaba allí, y que el puma otra vez llegaba para alimentarlo, lamerle las heridas y darle de beber. El hombre se dijo: esta es

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la señal que yo estaba buscando, es muy clara. “El Creador se ocupa de proveerte de lo que necesites, lo único que no hay que hacer es ser ansioso y desesperado corriendo detrás de las cosas”. Así que agarró su atadito, se puso en la puerta de su casa y se quedó ahí esperando que alguien le trajera de comer y de beber. Pasaron dos horas, tres, seis, un día, dos días, tres días... pero nadie le daba nada. Los que pasaban lo miraban y él ponía cara de pobrecito imitando al cervatillo herido, pero no le daban nada. Hasta que un día pasó un señor muy sabio que había en el pueblo y el pobre hombre, que estaba ya muy angustiado, le dijo: —El Creador me engañó, me mandó una señal equivocada para hacerme creer que las cosas eran de una manera y eran de otra. ¿Por qué me hizo esto? Yo soy un hombre creyente... Y le contó lo que había visto en el bosque... El sabio lo escuchó y luego le dijo: —Quiero que sepas algo. Yo también soy un hombre muy creyente, El Creador no manda señales en vano, El Creador te mandó esa señal para que aprendieras. El hombre le preguntó: — ¿Por qué me abandonó? Entonces el sabio le respondió: — ¿Qué haces tú, que eres un puma fuerte y listo para luchar, comparándote con el cervatillo?

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Tu lugar es buscar algún cervatillo a quien ayudar, encontrar a alguien que no pueda valerse por sus propios medios.

Pruebe la sopa Cuentan que una mujer entró a un restaurante y pidió como primer plato una sopa de espárragos. Unos minutos después, el mesero le servía su humeante plato y se retiraba. — ¡Mozo! —Gritó la mujer—, venga para acá. — ¿Señora? —contestó el mesero acercándose. — ¡Pruebe esta sopa! —ordenó la clienta. — ¿Qué pasa, señora? ¿No es lo que usted quería? — ¡Pruebe la sopa! —repitió la mujer. —Pero qué sucede... ¿le falta sal? —¡¡Pruebe la sopa!! — ¿Está fría? —¡¡PRUEBE LA SOPA!! —repetía la mujer insistente. —Pero señora, por favor, dígame lo que pasa... —dijo el mozo. —Si quiere saber lo que pasa... pruebe la sopa —dijo la mujer señalando el plato. El mesero, dándose cuenta de que nada haría cambiar de parecer a la encaprichada mujer, se sentó frente al humeante líquido amarillento y le dijo con cierta sorpresa: —Pero aquí no hay cuchara.... —¿Vio? —dijo la mujer— ¿vio?... Falta la cuchara.

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El tiempo para mí Cuentan que una noche, cuando en la casa todos dormían, el pequeño Ernesto de cinco años se levantó de su cama y fue al cuarto de sus padres. Se paró junto a la cama del lado de su papá y tirando de las cobijas lo despertó. — ¿Cuánto ganas, papá? —le preguntó. —Ehhh... ¿cómo? —preguntó el padre entre sueños. —Que cuánto ganas en el trabajo. —Hijo, son las doce de la noche, ándate a dormir. —Sí papi, ya me voy, pero vos ¿cuánto ganas en tu trabajo? El padre se in corporó en la cama y en grito ahogado le ordenó: —¡Te vas a la cama inmediatamente, esos no son temas para que vos preguntes! ¡¡y menos a la medianoche!! —y extendió su dedo señalando la puerta. Ernesto bajó la cabeza y se fue a su cuarto. A la mañana siguiente el padre pensó que había sido demasiado severo con Ernesto y que su curiosidad no merecía tanto reproche. En un intento de reparar, en la cena el padre decidió Contestarle al hijo: —Respecto de la pregunta de anoche, Ernesto, yo tengo un sueldo de 2.800 pesos pero con los descuentos me quedan unos 2.200. —¡Uhh!... cuánto que ganas, papi —contestó David.

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—No tanto hijo, hay muchos gastos. —Ahh... y trabajas muchas horas. —Sí hijo, muchas horas. — ¿Cuántas papi? —Todo el día, hijo, todo el día. —Ahh —asintió el chico, y siguió— entonces vos tenés mucha plata ¿no? —Basta de preguntas, sos mu y chiquito para estar hablando de plata. Un silencio invadió la sala y callados todos se fueron a dormir. Esa noche, una nueva visita de David interrumpió el sueño de sus padres. Esta vez traía un papel con números garabateados en la mano. —Papi ¿vos me podes prestar cinco pesos? —David... ¡¡son las dos de la mañana!! —se quejó el papá. —Sí pero ¿me podés... El padre no le permitió terminar la frase. —Así que este era el tema por el cual estás preguntando tanto de la plata, mocoso impertinente. Andate inmediatamente a la cama antes de que te agarre con la pantufla... Fuera de aquí... A su cama. Vamos. Una vez más, esta vuelta puchereando, David arrastró los pies hacia la puerta. Media hora después, quizás por la conciencia del exceso, quizás por la mediación de la madre o simplemente porque la culpa no lo dejaba dormir, el padre fue al cuarto de su hijo.

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Desde la puerta escuchó lloriquear casi en silencio. Se sentó en su cama y le habló. —Perdóname si te grité, David, pero son las dos de la madrugada, toda la gente está durmiendo, no hay ningún negocio abierto, ¿no podías esperar hasta mañana? —Sí papá —contestó el chico entre mocos. El padre metió la mano en su bolsillo y sacó su billetera de donde extrajo un billete de cinco pesos. Lo dejó en la mesita de luz y le dijo: —Ahí tenés la plata que me pediste. El chico se enjugó las lágrimas con la sábana y saltó hasta su ropero, de allí sacó una lata y de la lata unas monedas y unos pocos billetes de un peso. Agregó los cinco pesos al lado del resto y contó con los dedos cuánto dinero tenía. Después agarró la plata entre las manos y la puso en la cama frente a su padre que lo miraba sonriendo. —Ahora sí —dijo David— llego justo, nueve pesos con cincuenta centavos. —Muy bien hijo, ¿y qué vas a hacer con esa plata? — ¿Me vendes una hora de tu tiempo, papi?

Eres Eres el camino y eres la meta; no hay distancia entre tú y la meta. Eres el buscador y eres lo buscado no hay distancia entre la búsqueda y lo encontrado.

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Eres el adorador y eres lo adorado. Eres el discípulo y eres el maestro. Eres los medios y eres el fin. Este es el Gran Camino.

Lo lamento Había una vez, en las afueras de un pueblo, un árbol enorme y hermoso que generosamente vivía regalando a todos los que se acercaban el frescor de su sombra, el aroma de sus flores y el increíble canto de los pájaros que anidaban entre sus ramas. El árbol era querido por todos en el pueblo, pero especialmente por los niños, que se trepaban por el tronco y se balanceaban entre las ramas con su complicidad complaciente. Si bien el árbol tenía predilección por la compañía de los más pequeños, había un niño entre ellos que era su preferido. Éste aparecía siempre al atardecer, cuando los otros se iban. —Hola amiguito —decía el árbol, y con gran esfuerzo bajaba sus ramas al suelo para ayudar al niño en la trepada, permitiéndole además cortar algunos de sus brotes verdes para hacerse una corona de hojas aunque el desgarro le doliera un poco. El chico se balanceaba con ganas y le contaba al árbol las cosas que le pasaban en la casa.

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Con el correr del tiempo, cuando el niño se volvió un adolescente, de un día para otro dejó de visitar al árbol. Años después, una tarde, el árbol lo ve caminando a lo lejos y lo llama con entusiasmo: —Amigo... amigo... Ven, acércate... Cuánto hace que no venís... Trépate y charlemos. —No tengo tiempo para esas estupideces —dice el muchacho. —Pero... disfrutábamos tanto juntos cuando eras chico... —Antes no sabía que se necesitaba plata para vivir, ahora busco plata. ¿Tenés plata para darme? El árbol se entristeció un poco, pero se repuso enseguida. —No tengo plata, pero tengo mis ramas llenas de frutos. Podés subir y llevarte algunos, venderlos y obtener la plata que querés... —Buena idea —dijo el muchacho, y subió por la rama que el árbol le tendió para que se trepara como cuando era chico. Luego arrancó todos los frutos del árbol, incluidos los que todavía no estaban maduros. Llenó con ellos unas bolsas de arpillera y se fue al mercado. El árbol se sorprendió de que su amigo no le dijera ni gracias, pero dedujo que tendría urgencia por llegar antes que cerraran los compradores. Pasaron casi diez años hasta que el árbol vio otra vez a su amigo. Era un adulto ahora.

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—Qué grande estás —le dijo emocionado—; vení, subite como cuando eras chico, contame de vos. —No entendés nada, como para trepar estoy yo... Lo que necesito es una casa. ¿Podrías acaso darme una? El árbol pensó unos minutos. —No, pero mis ramas son fuertes y elásticas. Po drías hacer una casa muy resistente con ellas. El joven salió corriendo con la cara iluminada. Una hora más tarde llegó con una sierra y empezó a cortar ramas, tanto secas como verdes. El árbol sintió el dolor, pero no se quejó. No quería que su amigo se sin ti era culpable. Una por una, todas las ramas cayeron dejando el tronco pelado. El árbol guardó silencio hasta que terminó la poda y después vio al joven alejarse esperando inútilmente una mirada o gesto de gratitud que nunca sucedió. Con el tronco desnudo, el árbol se fue secando. Era demasiado viejo para hacer crecer nuevamente ramas y hojas que lo alimentaran. Quizás por eso, cuando diez años después lo vio venir, solamente dijo: —Hola. ¿Qué necesitás esta vez? —Quiero viajar. Pero ¿qué podés hacer vos? No tenés ramas ni frutos para vender. —Qué importa, hijo —dijo el árbol—, podés cortar mi tronco, to tal yo no lo uso. Con él podrías hacer una canoa para recorrer el mundo. —Buena idea —dijo el hombre.

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Horas después volvió con un hacha y taló el árbol. Hizo su canoa y se fue. Del árbol quedó sólo el pequeño tocón a ras del suelo. Dicen que el árbol aún espera el regreso de su amigo para que le cuente de su viaje. Nunca se dio cuenta de que ya no volverá. El niño ha crecido y esos hombres no vuelven donde no hay nada para tomar. El árbol espera, vacío, aunque sabe que no tiene nada más para dar.

La ultima hoja Esta historia transcurre en la Francia de 1900, en los comienzos de un durísimo invierno. Marie era una niña de 11 años que vivía en una antigua casa parisina. Desde que el frío se había hecho sentir, ella empezó a quejarse de un intenso dolor en la espalda que se volvía intolerable al toser. Cuando el médico fue a verla, le dio su madre el diagnóstico que más temía: tuberculosis. En esa época, todavía sin antibióticos, la infección era casi una garantía de muerte. Lo único que los médicos podían hacer era recetar algunos paliativos para el dolor, cuidados generales, reposo… y fe. -Estos pacientes - como casi todos- les dijo el profesional – tienen más posibilidades de curarse si luchan contra la enfermedad; si Marie dejara de pelear por su vida, moriría en algunas semanas – y

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luego agregó, sabiendo que era más un deseo que un pronóstico -. Estoy seguro de que si la mantenemos calentita, bien alimentada y con muchos deseos de vivir, cuando el invierno pase, ella estará fuera de peligro y la tuberculosis será sólo un mal recuerdo. Cuando el doctor se fue, la madre de la niña miró el calendario. Faltaban todavía dos largos meses para que llegara la primavera… Sabiendo que ninguno de sus compañeros de clase vendría a verla, por el comprensible aunque injustificado temor al contagio, la madre se llegó hasta la escuela de Marie para rogarle a la maestra a que se acercase a casa a darle algunas clases, no tanto por el aprendizaje como por emplear algo de su tiempo de encierro y aburrimiento. La maestra le dijo que no podía hacerlo. Lo sentía, pero había cuatro niños en el curso en la misma situación, ella no podía ocuparse de ellos, debía cuidar de los que todavía asistían a clase. Al día siguiente, mientras colgaba guirnaldas caseras por la casa tratando de contagiar la alegría que no sentía por las fiestas, la madre vio la pálida cara de su hija y la tristeza reflejada en su expresión. Fue entonces cuando tuvo la idea. Con la ayuda de la casera, se ocupó esa mañana de mover todos los muebles de la casa para poder llevar la cama de Marie junto a la ventana de la sala que

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daba al pequeño patio central compartido. Desde allí, pensó la madre, por lo menos verá ese pequeño patio interior, el ciprés en el centro del jardín, las enredaderas en las paredes, las ventanas de los otros dos edificios. Seguramente, se dijo, se distraerá aunque sea viendo a la gente pasar de ida y de vuelta de sus ocupaciones o de sus compras de fin de año. Entrado enero, el invierno se volvió más y más frío, y con ello la niña se agravó. Más de una noche un ataque de tos terminó con vómito de sangre y la consiguiente desesperación de la pobre jovencita y de su madre. Una mañana al volver de la compra, la madre encontró a Marie con la mirada perdida de cara al ventanal. Nada tenía que ver ya esa niña con la Marie que ella recordaba de a penas unas semanas atrás. La madre la abrazó con fuerza sosteniendo la cabeza de su hija contra su pecho, tratando de que su hija no se diera cuenta de que lloraba. La niña señaló hacia el patio y le dijo: -Mira, mami, ¿ves esa enredadera en la pared del edificio de enfrente? Hace semanas estaba llena de hojas, algunas más verdes, otras más amarillas. Mírala ahora qué pocas hojas le quedan. Acabo de pensar que cuando la última de las hojas de la enredadera caiga, mi vida también llegará a su fin.

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-No tienes que pensar en eso- le dijo su madre, acomodando las almohadas y secándose las lágrimas de espaldas ala niña-. En primavera, de todas las enredaderas surgen nuevas hojas y la vida verde vuelve a nacer. -Pero son otras hojas…- pensó la jovencita sin decirlo. La enfermedad seguía su curso con altas y bajas, pero cada vez que el médico venía a visitarla veía cómo el ánimo de la paciente decaía en la misma magnitud que su estado general. Hasta que una mañana la madre descubrió a Marie muy interesada, mirando hacia arriba por la ventana. Sin querer interrumpir, la madre se acercó con cuidado tratando de ver qué es lo que llamaba la atención de su hija. Se trataba de un joven pintor que, junto a su ventana en el tercer piso del edificio de frente, pintaba con colores vivos imágenes de París: Notre-Dame, Montmartre, el Moulin Rouge… Por primera vez en muchos días, la madre vio a Marie entusiasmada alegre. La madre compartía esa alegría, algo por fin había captado su interés, quizás ella pudiera convencer al joven pintor para ayudarla. Esa misma tarde la madre cruzó hacia el edificio y llamó a la puerta del artista. Cuando el joven y estrafalario artista abrió, le contó que era la madre

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de una niña que vivía en la planta baja, en el edificio de enfrente, le dijo que padecía una grave enfermedad, y lo que el médico había dicho. -Lo siento mucho, señora- dijo el pintor –pero no entiendo para qué ha venido a contarme todo esto. -Vine a pedirle que se acerque a darle algunas clases de dibujo, o de pintura a Marie. A ella siempre le interesó el arte, ¿sabe usted? Si usted pudiera bajar a casa de vez en cuando a charlar con Marie… yo, por supuesto, le pagaré lo que pida…- y con un tono de ruego terminó diciendo-. Su vida ¿sabe?, quizá depende de que usted acepte el encargo. No por el dinero sino por la pena que le daba la imagen de la niña que ya había visto desde la ventana, el joven artista empezó a bajar un día sí y otro también a casa de Marie, llevando consigo algunas telas, carbones y colores para hablar de pintura y para animar a la joven a que utilizase su tiempo en cama para dibujar y pintar. Durante las siguientes semanas, creció entre ellos una extraña amistad. Una tarde, cuando el pintor bajó a verla, Marie lloraba en su cama. -¿Qué sucede, mon cher?- le preguntó.

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Marie le contó de su relación con la enredadera y luego le dijo: -Ayer, después de que te fuiste, hubo mucho viento y muchas hojas cayeron. Cuando la tormenta pasó conté las hojas que quedaban. De las miles que había entre sus ramas sólo quedan veintiocho. Yo sé lo que eso significa: si se cayeran todas hoy, no habría un mañana para mí. El pintor intentó convencer a Marie de que esa asociación era una tontería: -La vida seguirá de todas maneras- le dijo -, no debes pensar jamás así. Tienes que practicar las escalas de colores y dibujar las manzanas que te pedí; si no, nunca llegarás a exponer. De hecho, gracias a haber practicado mucho en mi vida me ha llegado una invitación para exponer mis pinturas en América. -¿Te irás?- preguntó Marie, sin querer escuchar la respuesta. -Volveré en Mayo como muy tarde- le dijo el pintor. Allí, si has practicado iremos a pintar en al campiña, recorreremos los museos y te enseñaré a pintar con óleo. -No sé si estaré cuando regreses, pintor- contestó Marie-. Depende de la enredadera. El artista, encariñado con la jovencita, la abrazó y prefirió no hablar de esa fantasía. Sólo la besó en la

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frente y le dejó indicaciones de qué hacer para estar ocupada hasta que él regresase. Cuando se fue, Marie sintió como si el mundo se le derrumbara y en un negro presagio vio como, mientras el pintor cruzaba hacia su casa, el viento arrancaba de la enredadera tres hojas de golpe y las dejaba caer violentamente en el patio. Desde ese día, cada mañana la niña controlaba desde su ventana la cantidad de hojas que quedaban en la enredadera… y cada mañana registraba un agudo dolor en el pecho cuando comprobaba que, durante la noche, alguna de sus acompañantes había caído para siempre. -¿Qué pasa, hija?- le preguntó su madre, después de una agitada y febril noche. -Mira, mamá- dijo Marie, señalando por la ventana. Sólo quedan tres hojitas: una abajo junto al cuadro, otra en mitad de la pared y una más solita, arriba de todo, al lado de la ventana del pintor. Tengo miedo, mamá. -No te asustes- contestó la madre, con una convicción que no tenía-. Esas hojitas van a aguantar; son las más fuertes, ¿entiendes? Sólo faltan dos semanas para que llegue la primavera.

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La mirada divertida de Marie se transformó en la oscura expresión de un obsesivo control de las pobres tres hojitas. Y una noche de febrero, en medio de una feroz tormenta de viento y lluvia, la hoja del medio se soltó de su amarra y voló lejos. Marie no dijo nada pero redobló sus rezos para pedirla al buen El creador que protegiera sus hojitas. -Mamá- gritó una mañana -. Mamá, ven. -¿Qué pasa, hija? -Queda sólo una, mami, sólo una. La de debajo de todo se cayó anoche. Me voy a morir, mami, me voy a morir. Por favor abrázame, tengo miedo, mamita. Mucho miedo. -Hay que tener fe, hijita- dijo la madre tragando saliva y reprimiendo el llanto de su propio miedo-. Además, faltan pocos días para la primavera y todavía queda una hoja. Es la hoja campeona ¿sabes? -Sí, pero hace un rato la vi temblar… Tápame, mamá, tengo frío. La madre la arropó con sus mantas y fue a buscar unos paños húmedos. La niña tenía mucha fiebre. Cada momento que Marie estaba despierta miraba por la ventana a la única hoja que todavía resistía. En la punta de la enredadera, la pequeña hoja marrón verdoso se aferraba solitaria a su base, y la niña, al verla, cruzaba instintivamente los dedos

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pidiéndole que resistiera para que ella también pudiera salvarse. Y la hoja resistía. Nieve, lluvia y viento. Pasaron los días y la hoja aguantó… Hasta que una mañana, mientras Marie miraba su esperanza, vio que un rayo de sol iluminaba la hoja, y descubrió que a su lado y más abajo en la enredadera pequeños botones verdes habían empezado a aparecer. -Mami, mami, la hoja ha resistido, llegó la primavera, mami. ¿No es maravilloso? La madre corrió junto a su hija y la abrazó con lágrimas en sus ojos. Ella no pensaba en la enredadera sino en su hija, que también se había salvado. -Sí, hija, es maravilloso. Pasaron los días y la niña comenzó a recuperar sus fuerzas muy despacio. En la primera salida a la calle que el médico autorizó, Marie corrió al edificio de enfrente para preguntar por su amigo el pintor. La casera se sorprendió al verla, quizás porque no era habitual que alguien sobreviviera a la tuberculosis. -Me alegro de que estés bien- le dijo mientras la besaba con sincera alegría-. Tu amigo todavía no ha vuelto, pero me ha asegurado que en unas semanas

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lo tendremos por aquí. Mandó esto para ti. Y remetiendo la mano en su escote, le alargó una carta para ella: PARA ENTREGAR A MÍ AMIGA MARIE “Hola, Marie. Tal como ves, todo ha pasado. Para cuando leas esto faltarán días para retomar nuestras clases de pintura. Yo he comprado nuevos colores y pinceles; así que quiero regalarte los que fueron míos. Dile a la casera que te abra mi apartamento y llévate mis cosas. Practica mucho, recuerda las manzanas… y las escalas de colores.” La niña saltaba de alegría. Después de pedir la llave a la casera, subió a la pequeña buhardilla a por sus pinturas. Una vez allí, se acercó a recoger el atril que estaba, como siempre, junto a la ventana. Mirando hacia fuera vio, desde arriba, su propia cama en el edificio de enfrente. Sin pensarlo, Marie abrió la ventana e instintivamente buscó a su amiga la hoja heroica, la que aguantó todo, la más fuerte de todas las hojas…

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Y la vio. Allí estaba en la pared, a un lado, muy cerca del marco de madera de la ventana. Allí estaba. Pero no era una hoja verdadera, era una hoja que había pintado en el ladrillo su amigo el pintor…

La esposa sorda Un tipo llama al médico de cabecera de la familia: —Ricardo, soy yo: Julián. —Ah, ¿qué dices, Julián? —Mira, te llamo preocupado por María. —Pero, ¿qué pasa? —Se está quedando sorda. —¿Cómo que se está quedando sorda? —Y si, viejo, necesito que la vengas a ver. —Bueno, la sordera en general no es una cosa repentina ni aguda, así que el lunes tráemela al consultorio y la reviso. —Pero, ¿te parece esperar hasta el lunes? —¿Cómo te diste cuenta de que no oye? —Y... porque la llamo y no contesta. —Mira, puede ser una pavadita como un tapón en la oreja. A ver, hagamos una cosa: vamos a detectar el nivel de la sordera de María: ¿dónde estás tú? —En el dormitorio. —Y ella ¿dónde está?

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—En la cocina. —Bueno, llámala desde ahí. —MARIAAA... No, no escucha. —Bueno, acércate a la puerta del dormitorio y grítale por el pasillo. —MARIIIAAA... No, viejo, no hay caso. —Espera, no te desesperes. Toma el teléfono inalámbrico y acércate por el pasillo llamándola para ver cuándo te escucha. —MARIAA, MARIIAAA, MARIIIAAAA... No hay caso, doctor. Estoy parado en la puerta de la cocina y la veo, está de espaldas lavando los platos, pero no me escucha. MARIIIAAA... No hay caso. —Acércate más. El tipo entra en la cocina, se acerca a María, le pone una mano en el hombro y le grita en la oreja: ¡MARIIIAAAA!.La esposa furiosa se da vuelta y le dice: —¿Qué quieres? ¡¿QUE QUIERES, QUE QUIEREEEES?!, ya me llamaste como diez veces y diez veces te contesté ¿QUÉ QUIERES?... Tú cada día estás más sordo, no sé por qué no consultas al médico de una vez. Esto es la proyección, cada vez que vemos algo que nos molesta en otra persona, sería bueno recordar que eso que vemos, por lo menos (¡por lo menos!) también es mío.

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Estos cuentos que acabas de leer son apenas algunas piedras. Piedras verdes, piedras amarillas, piedras rojas. Estos cuentos, han sido escritos sólo para señalar un lugar o un camino. El trabajo de buscar adentro, en lo profundo de cada relato, el diamante que está escondido... es una tarea de cada uno.

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Contenido Prologo ............................................................................ 1 Introducción .................................................................... 4 Una hermosa bendición .................................................. 8 Si fueran sabios ............................................................... 8 ¿Cómo crecer?................................................................. 9 Galletitas........................................................................ 10 La tristeza y la furia ....................................................... 12 El árbol de la vida .......................................................... 13 Una tarde....................................................................... 15 Correcciones del alma. .................................................. 16 El elefante encadenado ................................................. 25 Borrachín ....................................................................... 28 El ladrillo boomerang .................................................... 28 El oso ............................................................................. 31 El temido enemigo ........................................................ 34 Obstáculos ..................................................................... 43 El pago ........................................................................... 45 Sueños de semilla .......................................................... 46 Un relato sobre amor .................................................... 48 Quiero............................................................................ 51 Amarse con los ojos abiertos ........................................ 52

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El verdadero valor del anillo .......................................... 54 El portero del prostíbulo ............................................... 57 La mirada del amor........................................................ 62 La alegoría del carruaje ................................................. 63 La ciudad de los pozos ................................................... 66 Un lugar en el bosque ................................................... 70 El maestro sufi ............................................................... 72 Fuerza ............................................................................ 73 Estrellitas y duendes...................................................... 76 Sin querer saber ............................................................ 77 Eliyahu ........................................................................... 78 El rey ciclotímico............................................................ 80 Las dos ranitas .............................................................. 83 El Tesoro ........................................................................ 86 País de las cucharas largas ............................................ 88 Pero que no se mezclen ................................................ 90 La cargas ........................................................................ 92 ¿Te cuento un cuento? .................................................. 93 EL hachero ..................................................................... 94 El reloj ............................................................................ 95 El detector de mentiras ................................................. 98 El ciego........................................................................... 99

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Somos pares .................................................................. 99 El creyente ................................................................... 100 Pruebe la sopa ............................................................. 102 El tiempo para mí ........................................................ 103 Eres .............................................................................. 105 Lo lamento................................................................... 106 La ultima hoja .............................................................. 109 La esposa sorda ........................................................... 119

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