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Nuevo Catecismo para adultos Versión íntegra del Catecismo holandés NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS Tersión íntegra del C

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Nuevo Catecismo para adultos Versión íntegra del Catecismo holandés

NUEVO CATECISMO PARA ADULTOS Tersión íntegra del Catecismo "Holandés

BARCELONA

EDITORIAL HERDER 1969

Versión castellana de DANIEL RUIZ BUENO, de la obra De meuwe katechismus, geloof verkondigmg mor volwassenen, preparada por el Instituto Superior de Catequética de Nimega Paul Brand, Hilversum-Amberes, L C.G Malmberg, 'S-Hertogenbosch, J J Romen&Zonen Roermond-Maaseik 1966 Las citas del Nuevo Testamento están tomadas de la versión ecuménica dirigida por el padre Serafín de Ausejo, Barcelona 21968

Sobrecubierta de A. TIERZ

Editorial Herder S.A., Provenía 388, Barcelona (España) 1969

EXPEDIENTE N.° 2 435/69

Es PROPIEDAD

DEPÓSITO LEGAL B. 45 305-1968

GRAFESA — Ñapóles, 249 — Barcelona

PRINTED IN SPATN

ADVERTENCIA

EDITORIAL

El libro que se ofrece a los lectores de lengua castellana fue publicado en octubre de 1966 bajo el título de De nieuwe katechismus, gelaof verkondiging voor valwassenen, con el imprimatur del cardenal Bernard Alfrink, arzobispo de Utrecht. Fruto de diez años de sostenida labor, realizada por un nutrido equipo de expertos agrupados en el Instituto Superior de Catequética, de Nimega (que había recibido el encargo de los obispos holandeses), la obra alcanzó inmediatamente una gran difusión en los Países Bajos y suscitó encontrados comentarios. En general, éstos fueron positivos. Los críticos subrayaron la seriedad del propósito de los redactores y su acierto en formular para el hombre de hoy la esencia del mensaje cristiano. No faltaron, sin embargo, las objeciones y reparos por parte de algunos comentaristas que formularon reservas sobre el modo de exposición adoptado por los redactores, estimando que podría acarrear graves confusiones en algunos puntos capitales del dogma y la moral católicos. A este respecto, debe citarse la solicitud que, apenas transcurrido un mes desde la aparición de la obra, un grupo de fieles holandeses elevó a S.S. Pablo vi. El escrito denunciaba algunos pasajes como contrarios a la fe, o, por lo menos, como susceptibles de inducir a error, debido a la presunta ambigüedad en que habían incurrido sus redactores, y pedía la intervención del Santo Padre. En la primavera siguiente (abril de 1967), una comisión de expertos nombrada por la Santa Sede acometió el trabajo de revisar la obra juntamente con una delegación del episcopado holandés. Entretanto, • el Instituto de Nimega no autorizó ninguna versión a otras lenguas, hasta que los revisores llegaran a un acuerdo.

V

Al escribir la presente Advertencia (octubre de 1968) ha transcurrido un año y medio sin que el debate abierto haya terminado A pesar de los deseos manifestados por la Santa Sede y el propio Instituto de Nimega, no se logro evitar que, ante la enorme expectación que había despertado la obra, ésta apareciera publicada en inglés, por Burns Oates (Londres 1967) y Herder & Herder (Nueva York 1967), en alemán por Herder Verlag (Fnburgo de Brisgovia 1967 en edición limitada fuera de comercio) y Dekker & Van der Vegt (Nimega 1968), y, más recientemente, en francés por Idoc - France (París 1968) La difusión extraordinaria que tales versiones han ido dando a la obra original, hacía del todo urgente la publicación en castellano de una versión que, autorizadamente, transmitiera el texto tal como quedó aprobado por los obispos holandeses y, al propio tiempo, suministrara con absoluta responsabilidad los datos más importantes que legítimamente tiene derecho a conocer cualquier lector que se interese por el presente libro y el debate abierto en torno a él Importa mucho señalar que en ningún momento sus críticos más severos llegaron a denunciar la obra como herética Más bien han ido señalando como controvertibles varias formulaciones, sin que hasta el presente se haya divulgado una relación oficial de los puntos en litigio No es éste el lugar apropiado para ofrecer un resumen de las objeciones formuladas y la defensa de todos y cada uno de los puntos debatidos Si se desea enjuiciar objetivamente la cuestión, resulta indispensable penetrarse del propósito que abrigan los redactores de la obra y el objetivo principal que persiguen El prólogo de los obispos holandeses (págs ix-x) y la nota preliminar sobre la utilización del libro (págs XI-XII) ilustran sumariamente al respecto Pero una visión más completa sólo puede lograrse recurriendo a otros subsidios Hemos pensado que ofrecería interés y cumpliría el fin propuesto la obnta preparada por el profesor Josef Dreissen, de Aquisgrán (Diagnosis del Catecismo Holandés Estructura y método de un libro revolucionario), que publicamos simultáneamente con la versión castellana del Catecismo Ello no excluye, sin embargo, que, para una más completa información del lector, se ofrezcan a su consideración en un Apéndice dieciocho puntos discutidos, de notoria importancia, apostillados con notas y aclaraciones de fuente segura. Hay noticia de que en el seno de las comisiones se han discutido, por lo menos, treinta puntos más de menor importancia, que no son conocidos con certeza y de los cuales no cabe, por tanto, dar ninguna referencia concreta VI

Frente a la concepción ceñidamente dogmática del Catecismo tridentino, nos hallamos ante una obra concebida y estructurada partiendo de idénticos presupuestos doctrinales, pero orientada hacia un objetivo pastoral que viene a ser la razón misma de su existencia. Es probable que la diferencia en el punto de partida de ambos catecismos acentúe otras diferencias, más de forma que de fondo Ello explica que el magisterio del romano Pontífice reiterara en fecha reciente lo que constituye el fundamento de la fe cristiana, adoptando la forma tradicional del Credo y explicitando cuidadosamente los términos teológicos tradicionales cuya virtualidad y significado, con el uso frecuente y el correr de los años, pueden haberse debilitado u obscurecido para el común de los fieles Cabe esperar confiadamente que, a través y por encima de todas las diferencias formales del texto discutido, la candad y la ciencia teológica de los expertos llamados a resolver el problema planteado darán a la postre con la solución adecuada, a mayor gloria de Dios y provecho del pueblo fiel. Octubre de 1968

Compuesta y a punto de entrar en máquina la presente obra, Acta Apostohcae Seáis de 28-30 de noviembre de 1968, ha publicado (págs 685-691) una Declaratw de la Comisión Cardenalicia sobre el Nuevo Catecismo Para una más completa orientación del lector, damos en un segundo Apéndice (págs 497 ss) la parte doctrinal de este documento, la parte primera, de carácter histórico, queda ampliamente suplida por la Advertencia Editorial, que ha leído el lector y la obrita del profesor J. DREISSEN, antes citada Diciembre de 1968

VII

PRÓLOGO D E LA EDICIÓN ORIGINAL

Nos complacemos en encabezar este volumen con un deseo para todos los lugares a los que llegue: Paz a esta casa y a todos los que moran en ella. La palabra «catecismo» viene de un término griego que significa «resonar». Las páginas que siguen no pretenden, efectivamente, otra cosa que hacer resonar el mensaje que Jesús de Nazaret trajo al mundo. Y, sin embargo, será un sonido nuevo. La intención que persigue este volumen se cifra en exponer la renovación que se dejó oir en el Concilio. Pero no entendamos mal la expresión «nuevo». No quiere decir que hayan cambiado algunos puntos de la fe, mientras todo lo demás habría quedado como antes. De ser así, hubiera bastado modificar algunas páginas del catecismo anterior. Pero no es así. Es exactamente al revés. Todo el mensaje, la fe en su totalidad sigue siendo la misma, y sin embargo es nueva la manera de acercarnos a ella, es nuevo el aspecto de conjunto. Todo lo vivo permanece igual a sí mismo y se renueva. El mensaje de Cristo es algo vivo. Por eso, este Catecismo para adultos se esfuerza por anunciar la fe imperecedera en una forma moderna. Esto ha hecho necesaria una nueva clase de catecismo. El antiguo estaba redactado en fórmulas breves, que era fácil aprender de memoria. La predicación de la fe que aquí se propone a los adultos, quiere ser útil de otra manera: anunciando el mensaje en el lenguaje diario y disponiendo del tiempo necesario para esclarecer sus fundamentos y las cuestiones actuales a la luz del evangelio. ¡Ojalá merezca este Catecismo la gracia de edificar la comunidad, obra principal de Dios! Vivir con Dios es ciertamente un IX

deber personal, pero no solitario, sino capaz de articular la comunidad. Deseamos que este libro nos haga ser, por tanto, en primer término un solo corazón y una sola alma con toda la Iglesia católica, en la que viven hombres tan distintos por su raza, cultura y modo de pensar, como sólo pueden serlo los hombres. Pero también que contribuya a fomentar al tiempo la conciencia de unidad entre todos los cristianos. Lo que aquí se predica, es al cabo el remo de Dios, cuya venida pedimos todos. Finalmente, abrigamos también la esperanza cierta de que este libro podrá servir para ahondar nuestra unidad con todos los hombres que con nosotros pueblan el mismo mundo, y con nosotros comparten las mismas preocupaciones y los mismos deseos. De este mundo, de estas preocupaciones y de estos deseos habla el mensaje que se contiene en este libro, i Ojalá los límites entre las creencias, que aquí no se borran m se silencian, sean no precisamente barreras, sino lugares de encuentro, a fin de iluminar y distinguir la existencia de todos nosotros' Los

X

OBISPOS DE HOLANDA

SOBRE LA UTILIZACIÓN D E E S T E LIBRO

El servicio que pretende prestar este Catecismo consiste en exponer el mensaje cristiano en una amplia perspectiva. Pero también intenta dar respuesta a muchas cuestiones especiales. Por eso se aspira a hacer de cada sección un todo completo en sí mismo. En este aspecto, el presente Catecismo no es propiamente un solo libro, sino una colección de opúsculos, de extensión entre tres y treinta páginas. Informa sobre cuestiones que exigen una respuesta. Se puede empezar la lectura, como más guste, por cualquier parte. La línea estructural de la obra es histórica. Para facilitar su consulta, hay tres instrumentos: primeramente, el índice general al comienzo del libro; luego, un índice alfabético al final, y, finalmente, las cifras marginales que remiten a las páginas en que se trata también el tema correspondiente, a menudo con mayor extensión o desde otros presupuestos. El que quiera encontrar el mensaje de la fe más resumido aún que en este catecismo, debe acudir primero a los doce artículos del símbolo apostólico, y al credo algo más extenso de la santa misa, que son los símbolos primigenios de la fe de la Iglesia. También el índice de materias que sigue, ofrece una breve síntesis, si se van siguiendo los títulos de los capítulos (en letra mayor). El lugar que este libro espera ocupar en la biblioteca es el lugar inmediato a la Biblia, pues el Catecismo se propone llevar una y otra vez al creyente a la fuente perenne de la palabra de Dios. En la elección de los temas tratados, ha servido de norma lo que puede ser objeto de reflexión para un creyente adulto. Por lo que hace a las expresiones, se ha renunciado lo más posible XI

a toda erudición; el fiel que piensa seriamente no debe hallar obstáculos innecesarios. Para terminar, un ruego a católicos y no católicos. Cada palabra que profiere un hombre puede dar lugar a falsas interpretaciones ; un libro con tantas palabras se prestará a muchas de estas interpretaciones erróneas. Trátese, pues, de entender siempre lo escrito según el espíritu de toda la buena nueva. El que lea una página, atienda también a las páginas que anteceden y a las .que siguen. A veces se explica y explana allí lo que en una página se echó de menos. En un libro que no trata de ofrecer una exposición al dedillo, sino de aproximarse a lo inefable, no se debe desgajar una frase del conjunto. El centro de esta predicación está en el mensaje de pascua. Si de este libro se quitara la noticia de la resurrección de Jesús, ninguna de sus páginas conservaría el menor valor. La fe inconmovible en el mensaje de Jesús y el mandato divino de exponer el misterio inefable de Dios en el lenguaje de nuestro tiempo, son los dos elementos que han configurado el presente Catecismo.

XII

ÍNDICE ADVERTENCIA EDITORIAL

V

PRÓLOGO DE LA EDICIÓN ORIGINAL SOBRE LA UTILIZACIÓN DE ESTE LIBRO .

IX .

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XI

PARTE PRIMERA. EL MISTERIO DE LA EXISTENCIA EL HOMBRE SE PREGUNTA

3

Cuando las cosas pierden su evidencia 4 — Todo lo que hacemos y omitimos es una pregunta y una respuesta a la misma 5 GLORIA Y MISERIA DEL HOMBRE

5

Convivimos con otros S — En el mundo 6 — Somos parte del mundo 6 — Libertad creciente 7 — La miseria 7 — Todo tiene su tiempo 8 EL MUNDO EN EVOLUCIÓN

10

Mi origen 10 — Nuestro origen 10 — Evolución 11 — La evolución del universo 12 — El futuro del hombre 13 EL DESEO SIN LÍMITES

14

¿Hay algo que pueda ser mi absoluto? 14 LA LLAMADA DE NUESTRA CONCIENCIA

18

LA LLAMADA A LO INFINITO

19

Reconocible por la razón 19 — No desprendido de la vida 20 LA RAYA BAJO LA CUENTA

20

No sólo finitos, sino frágiles y quebrados 20 — ¡ Ojalá nos saliera al paso lo Absoluto! 22 XIII

EL MENSAJE QUE DE ÉL HEMOS OÍDO

22

Palabra de Dios 22 — Nos has creado para ti 24

P A R T E SEGUNDA. EL CAMINO HACIA CRISTO A. EL CAMINO RELIGIONES

DE LOS

PUEBLOS

PRIMITIVAS

29

LAS GRANDES CIVILIZACIONES DEL PASADO

30

EL HINDUISMO

31

EL BUDISMO

,

32

EL UNIVERSISMO CHINO

34

EL ISLAM

35

EL HUMANISMO Y EL MARXISMO

36

EL ESPÍRITU DE DIOS EN TODO EL MUNDO

37

B. EL CAMINO DE

ISRAEL

LAS MARAVILLAS DE DIOS

39

La época de los pastores hebreos (1800-1200 a. de Cr. aproximadamente) 39 — La época del establecimiento (1200-1000 a. de Cr. aproximadamente) 40 — La época de la antigua monarquía oriental (hacia 1000-587 a. de Cr.) 41 — El cautiverio (587-539 a. de Cr.) 41 — La época del judaismo (desde el 500 a. de Cr. aproximadamente) 42 LA PALABRA DE DIOS

42

La palabra que revela 42 — Alianza 43 — La palabra en la historia entera de Israel 44 — Narración de los orígenes 45 Fenómenos únicos en Israel: mesianismo, el sentido de la historia, monoteísmo 45 — La experiencia de la cercanía de Dios: Dios está presente por la palabra, la ley, la sabiduría 46 LA SAGRADA ESCRITURA

50

¿ Cómo nació la Biblia ? 50 — Los géneros literarios. Hasta qué punto se han de tomar a la letra las narraciones XIV

bíblicas 52 — Los géneros literarios de la Biblia son aún hoy día accesibles 57 — Los libros del Antiguo Testamento el Pentateuco, los libros históricos, los libros poéticos y sapienciales, los libros proféticos 58 — No es un libro de edificación 62 — Bondad creciente 63 — El Espíritu 63 La Escritura, obra del Espíritu 64 — El sentido espiritual de ia Escritura 64 — Niveles de ¡a vida de fe 65 PARTE TERCERA

EL H I J O D E L HOMBRE

EL HOMBRE QUE DIO TESTIMONIO DE LA LUZ

71

La palabra «evangelio» 71 — Juan Bautista 72 — El reino de Dios está cerca 72 — El adviento 74 EL ORIGEN DE JESÚS

75

La historia de la infancia 76 — Hijo del hombre 77 — Hijo de Dios 78 — Mateo 79 — Lucas 79 — La madre del Señor 80 — El Verbo se hizo carne 81 — Imagen del ser de Dios 82 — Aquí está también implicado el hombre 84 — La celebración del nacimiento de Jesús 86 — La epifanía del Señor 90 — Primer encuentro con Jerusalén 91 — Criado en Nazaret 92 — Segundo encuentro con Jerusalén 92 — La conciencia de Jesús 93 BAUTISMO Y TENTACIÓN

94

EL REINO DE DIOS

96

Cana 96 — Una gran luz 97 — ¿Qué significa el reino de los cielos ' 9 7 — El reino de Dios aparece con Jesús 98 — Las parábolas 99 — Parábolas del reino de los cielos oculto 100 — Las ocho bienaventuranzas 101 — Se derriban las fronteras 102 — La alegría 103 — El juicio 104 — El reino en el tiempo 106 — La Iglesia predica a Jesús 107 LOS SIGNOS

107

Profecías cumplidas 107 — ¿Qué es un milagro' 108 — Los milagros de Jesús, desinterés, sencillez y bondad 109 Curaciones 110 — Expulsiones de demonios 111 — Milagros sobre la naturaleza 111 — Al servicio de la predicación 112 Fe y milagros 112 — Signos 112 EL SEÑOR NOS FNSEÑ \ A ORAR

113

En la oración de Jesús entran los hombres 114 — La transfiguración 115 — Últimas oraciones de su vida terrena 115 La palabra «Abba» 115 — Confianza y perseverancia en la oración 117 -— Franqueza, honradez y vigilancia 118 — XV

Perdónanos nuestras deudas 119 — Llamad y os abrirán 120 — El padrenuestro 122 — La originalidad del padrenuestro 122 CRISTO, CON SU OBEDIENCIA, NOS MUESTRA LA VOLUNTAD DEL PADRE

123

Un único deseo 123 — La fe 124 — Donde el hombre es uno 125 — La fe no depende de la capacidad intelectual 126 El incrédulo 127 — Jesús tiene poder sobre la ley 128 — Fidelidad a la ley 129 — El sentido más profundo de la ley 130 — Juicio y recompensa 131 — El mayor mandamiento 132 — Como a ti mismo 133 — Amor 134 — Como el sol y la lluvia de Dios 135 EL UNGIDO CONGREGA A SU IGLESIA

135

Un pueblo nuevo 135 — La formación de los apóstoles 136 Instrucciones a los apóstoles para su misión 137 — Discurso eclesial 138 — Poder del cielo en manos de hombres 139 Servicio y responsabilidad del ministro 139 — Pedro 141 — La Iglesia es un don de Dios 143 — La Iglesia como «sacramento del reino de los cielos» 143 ¿QUIÉN ES ÉSTE?

144

La investigación sobre la «vida de Jesús» 144 — Los evangelios no son una biografía ordinaria 145 — Jesús, hombre de su tiempo, pero totalmente otro 146 — Autoridad 149 Los nombres de Jesús 150 HACIA LA PASCUA

154

Jerusalén 154 — Para padecer 155 — La cuaresma 157 ENTRADA Y ESTANCIA EN JERUSALÉN

159

Domingo de ramos 160 — Días de amenaza 160 LA ÚLTIMA CENA

161

Lavatorio de los pies 161 — Traición 162 — Discurso de despedida 162 — Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros 163 — La celebración del jueves santo 165 LA MUERTE DEL JUSTO

167

La oración en el huerto de Getsemaní 167 — El testimonio ante los jueces 167 — Crucificado 168 — La glong. de la cruz 169 — Viernes santo 170 DESCENSO AL REINO DE LOS MUERTOS

Los salmos sobre la vida 172 — La región de los muertos 172 XVI

172

H E RESUCITADO Y AÚN ESTOY CON VOSOTROS . - .

.

.

.

174

La piedra angular de la fe 174 — La mañana del primer domingo 175 — Las apariciones 177 — Las apariciones visibles, signos de su presencia invisible 178 — Unión por la fe 179 LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA

180

La iconografía de la resurrección 180 — Los signos que dio el Señor 181 — La alegría pascual 183 — Domingo de pascua 184 SENTADO A LA DIESTRA DE DIOS PADRE

185

Por la resurrección, está Jesús junto al Padre 185 — Todo crece hacia Él 186 — Su presencia permanente 187 OS ENVIARÉ EL PROTECTOR

188

La promesa del Espíritu 188 — El don del Espíritu 189 — Los dones ordinarios del Espíritu 190 — Los dones especiales del Espíritu Santo 191 — El Espíritu invisible 193 — La liturgia de Pentecostés y del resto del año 193

P A R T E CUARTA. E L CAMINO D E CRISTO LA IGLESIA NACIENTE

197

La alegría del comienzo 197 — Dificultades del comienzo 198 — El Antiguo Testamento en la Iglesia naciente 199 — Origen de los evangelios 199 — Pablo 202 — El más antiguo testimonio sobre Jesús 203 — La Biblia, base permanente 204 — Autoridad sacerdotal 205 — Unidad con el Resucitado 205 — María, figura de la Iglesia 205 — La historia tiene una dirección 206 LA HISTORIA DE LA IGLESIA

.

.

.

Hasta el año 311 Las persecuciones 206 — Después del 311 Integración en la vida social 208 — Después del año 400 Difusión entre los germanos 210 — La Iglesia en oriente 210 — Del año 900 al año 1000 aproximadamente El siglo de hierro 211 — Después del año 1000 Expansión 211 1054 Ruptura entre oriente y occidente 212 — Siglos x n y XIII

¿Culminación' 213 — La inquisición 214 — 1300-

1500 Continuación de la edad media 215 — Siglo xvi Caminos divergentes 216 — Edad moderna. Una religión difundida por todo el mundo 220 — La Iglesia en los últimos años 221 — El movimiento ecuménico 222 — Una hisXVII

206

toria de la Iglesia en pequeño: las órdenes religiosas 223 — Humanización del mundo a partir de la venida de Cristo 225 Otra perspectiva de la historia del pueblo de Dios 226 — ¿ Quién pertenece al pueblo de Dios ? Sentidos de la palabra Iglesia 226 — El estrato más profundo de la historia 227 LA FE DE LA PREDICACIÓN. LA CONVERSIÓN

228

Un mensaje que no hemos inventado 228 — Umbrales difíciles de trasponer 228 — ¿ Determinan los padres la fe de sus hijos ? 230 EL BAÑO DEL AGUA CON LA PALABRA

233

Comienzo del catecumenado 233 — El penúltimo paso 234 — El bautismo 235 — Nuevo nacimiento 235 — El baño que purifica 236 — Sumergidos en su muerte 237 — Un pueblo que cambia de vida 238 — ¿Y los otros ? 239 — El bautismo de los niños 240 — Los niños no bautizados 242 — No separemos el bautismo de la totalidad 243 SIGNOS DE VIDA

243

Consagración de los grandes momentos de nuestra vida 243 Dios se nos ha hecho visible 244 — Sencillez de los signos 244 — ¿Símbolo o realidad? 245 — Los sacramentales 246 LA CONFIRMACIÓN

247

Liturgia de la confirmación 247 — Conexión con el bautismo 248 — El don del Espíritu Santo 248 — Algunas particularidades 249 EL PODER

DEL PECADO

249

No hay pecado sin redención 250 — Culpabilidad universal 250 — El mensaje de Gen 1-11 252 — El mensaje de Rom 5 253 — La historia del paraíso: mensaje sobre el hombre, no historia de los orígenes 253 — La entrada del pecado en el mundo 254 — No es una imperfección no culpable 255 — Culpabilidad colectiva 255 — Aversión a Cristo 256 — El poder extraordinario de la gracia 258 — ¿ Cuál es. en este tema, el mensaje de la fe ? 259 — El pecado original ¿ introdujo cambios en el mundo ? 259 — Pecado y muerte, perdón y vida 260 LA REDENCIÓN

260

El hombre frente a la angustia 260 — Hinduismo y budismo 261 — El islam 262 — El humanismo 263 — MarxisXVIII

mo 264 — El hombre libre en el espacio divino 267 — Nuestra impotencia para salvarnos 267 — Nuestra lucha contra el pecado y la miseria 267 — «Tú levantas mi cabeza» (Sal 3, 4) 268 — Redimidos por la muerte de Jesús 269 Resumen 272 — Donde otras doctrinas de salvación se superan a sí mismas, ¿ es necesario ver la obra de Cristo ? 273 Los no cristianos nos evangelizan 275 — Elección 276 VIDA EN ABUNDANCIA

276

La gracia 276 — ¿Dónde hallamos la gracia? 278 279

LA FE

Creer. Qué es y qué no es 279 — La fe conio tarea 281 — ¿Es razonable la fe? 282 — La duda 283 •— ¿Qué puede hacer el cristiano en la duda ? 284 ESPERANZA

286

Confianza en el hombre 287 — La paciencia 288 AMOR

289

La médula del mensaje de Jesús 289 — Ama y haz lo que quieras 290 — La medida del amor 291 LA ORACIÓN DEL CRISTIANO

293

Delante de Dios 293 — Caminos de la oración 294 — La oración litúrgica 296 — Orar solos 297 — Dios es siempre más grande 298 — ¡ Señor, enséñanos a orar! 299 — No puede haber oración desvinculada de nuesti- a vida 300 — Hay muchos modos de orar 302 — Oración contemplativa 304 — Los caminos de la mística 305 — Los salmos 307 EL

DÍA

DEL

SEÑOR

307

Día de la eucaristía 308 — Día de descanso 308 PALABRAS DE VIDA ETERNA

309

El libro de familia 310 — La palabra de Dios en la reforma 311 — Las sectas 313 — La palabra, pan para el hombre de todos los tiempos 314 — Solicitud de la Iglesia de Dios por la predicación 316 — Palabra y comunidad 317 — Liturgia de la palabra 318 LA EUCARISTÍA

319

«El memorial mío» 319 — Riqueza de significados 320 — La estructura de la celebración 321 — Reunidos para conmemorar 323 — La eucaristía es acción de gracias 324 — Comida comunitaria 324 — «La nueva alianza es mi sanXIX

gre» 326 — Muchos significados. Una sola vivencia 327 — Presencia de Cristo en los signos 328 — Presencia de Jesús en el año litúrgico 330 — La presencia eucarística no es un hecho aislado de la totalidad de la vida cristiana 330 — ¿Cuánto dura la presencia eucarística? 331 — La Iglesia guarda el pan del cielo 332 — Lo santo y lo profano 333 EL SACERDOCIO DEL PUEBLO DE DIOS

Un pueblo adquirido por Dios 334 — Nuestra insuficiencia 335 — Espíritu de servicio 335 — Nuestra tarea en este mundo 336 — La santidad de la Iglesia 337 — Proclamación de la verdad 337 — ¿ Y los no católicos ? 338 — Tolerancia 339 — ¿ Por qué las misiones ? Las nuevas Iglesias 340 — Las tribulaciones de Cristo 342 EL SACERDOCIO PASTORAL

Servicio 343 — El ministerio apostólico 343 — El ministerio se transmite 344 — El Señor representado por hombres vivos 345 — El pastor da su vida 345 — El pastor da la vida de Cristo 346 — El obispo 346 — Los obispos son enviados 347 — Relación entre el sacerdocio de Cristo, el sacerdocio universal del pueblo de Dios y el de los pastores 348 — Sacerdotes y diáconos 349 — El ministerio entre los otros cristianos 350 — El colegio de los obispos y la infalibilidad 350 — Verdad y movimiento 351 — Unidad por medio del sucesor de Pedro 352 — «No es que intentemos dominar con imperio en vuestra fe, sino que colaboramos con vuestra alegría...» (2 Cor 1, 24) 354 — La vocaciónal sacerdocio 354 EL

SEGUNDO MANDAMIENTO ES SEMEJANTE AL PRIMERO

.

Origen de los diez mandamientos 356 — Los mandamientos en la comunidad humana 357 — La conciencia en armonía con el mandamiento 358 — La conciencia en tensión con el mandamiento 358 — Encargo de formar cada uno su conciencia 360 — El amor al prójimo, un misterio de fe 361 — No hallamos a Dios sin el prójimo 362 — Ley sin límites 363 — La Iglesia en el mundo 364 MATRIMONIO

Y

FAMILIA

Nacido de otros hombres 365 — La creación del hombre 366 — La familia, hogar donde germina el amor humano 366 — La sexualidad 367 — Homosexualidad 368 — Amor y noviazgo 369 — Carácter transitorio del noviazgo 371 — El matrimonio en la historia 372 — El matrimonio en el Antiguo Testamento 372 — El matrimonio en el

XX

Nuevo Testamento 373 — El matrimonio es un sacramento 376 — El matrimonio, acontecimiento público 376 — El matrimonio civil 377 — Sobre los matrimonios de los no católicos 378 — Bajo la protección de la ley 378 — El matrimonio mixto 381 — La castidad 384 — Amor fecundo 384 — Planificación de la familia 385 — Honra a tu padre y a tu madre 386 — Educación para el amor 388 — Educación para la virilidad y feminidad 389 — Educación para la independencia 391 LOS

CONSEJOS

EVANGÉLICOS

393

Célibes por amor del reino de los cielos 393 — Sin propiedad 394 — Obediencia 395 — Sin reservas 395 — Libres con vistas a la nueva creación 396 — Cristo célibe y pobre 397 — Celibato sacerdotal 398 — Juntos ante Dios 399 LA IGLESIA Y EL ESTADO

400

Colaboración leal 400 — Tensión entre la Iglesia y el Estado 401 — La propia misión 402 — Unidad de todos los hombres 403 EL RESPETO A LA VIDA

403

«No matarás» 404 — Pena de muerte. Guerra 406 UN

MUNDO

DE TRABAJO

409

Perspectiva de confianza 409 — Liberados del yugo 410 POSESIÓN

DE LA TIERRA

412

Contaminados por el pecado 413 — La redención de la riqueza 413 — Justa distribución 413 — El espíritu del sermón de la montaña 414 — ¿Tenemos las manos limpias? 415 El robo 415 AYUDA AL NECESITADO

416

Los derechos del hombre 416 — Da a quien tiene menos que tú 417 — ¿Cuánto? 417 — Dar la propia vida 418 EL

PLACER

DE VIVIR

EN COMPAÑÍA

419

El tiempo libre 420 — El arte y la ciencia 420 — Autonomía de la ciencia y el arte 421 — Jesús y la cultura 422 A LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

La conversación. Hablar bien o mal de otros 423 — Veracidad 424 — La mentira 424 — Adivinación, horóscopo 425 — XXI

422

El servicio a la palabra 426 — Misterio, no enigma 427 — «Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18, 37) 430 EL FALLO DEL CRISTIANO. EL PECADO

430

Lo que es pecado 431 — El misterio del mal 431 — Pecados graves y menos graves 433 — Aversión a Dios 434 EL PERDÓN

435

Perdón y reparación 436 — La Iglesia, cauce del perdón 438 — El sacramento de la penitencia 438 — Evolución histórica de la penitencia 439 — Frecuencia de la confesión 440 — La realización del sacramento de la penitencia 441 — La confesión 441 — La penitencia 442 — La absolución 443 — Contrición (o arrepentimiento) 443 P A R T E QUINTA. EL TÉRMINO D E L CAMINO LAS POSTRIMERÍAS

447

La esperanza inextirpable 447 — El atardecer de la vida 447 — La enfermedad 448 — La unción de los enfermos 449 — La muerte 450 — La escritura y el poder de Dios 451 — Resucitarán 452 — La comunión de los santos 454 — ¿Qué podemos hacer por los difuntos? La purificación 456 — La resurrección el último día 457 — El juicio 459 — La reprobación 459 — La nueva creación 460 Toda la Escritura habla de la fidelidad de Dios 464 — Vivir en la esperanza 465 DIOS

467

El que habita en luz inaccesible 467 — «Él nos ha creado» (Sal 100) 468 — «Cuanto dista el cielo de la tierra.» Trascendencia de Dios 469 — «Israel, hijo mío.» Inmanencia de Dios 470 — Pura verdad 471 — El hombre Job habla con Dios 471 — «No aborreces nada de lo que has creado» 473 — «Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre» 474 — «Con él estoy en la tribulación» (Sal 91) 475 — Dios es muy otro de lo que nos imaginamos 476 — El Dios viviente 477 — «Porque en Él fue creado todo» 478 — Dios es amor 479 APÉNDICE I. PUNTOS DISCUTIDOS

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APÉNDICE I I . PARTE DOCTRINAL DE LA DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN CARDENALICIA SOBRE EL «NUEVO CATECISMO» .

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ÍNDICE ANALÍTICO

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XXII

PARTE PRIMERA EL MISTERIO DE LA EXISTENCIA

EL HOMBRE SE PREGUNTA

¿ Qué problemas preocupaban a nuestros antepasados, cuando entraran por vez primera en contacto con el cristianismo ? Lo ignoramos : está envuelto en la oscuridad de la historia. Pero una cosa es cierta: el mensaje de Jesús fue para ellos respuesta, luz y fuerza. Existe una antigua narración sobre los comienzos del cristianismo en uno de los pueblos germánicos que ilustra esta cuestión. Hacia fines del siglo vi, el papa Gregorio Magno envió misioneros benedictinos de Roma a Inglaterra, con el mandato de predicar allí el mensaje de Cristo, pero sin que le moviera ninguna intención política. Uno de ellos, Paulino, logró penetrar hasta la remota Northumberland, donde el príncipe reinante, el rey Edwin, se mostró al principio muy reservado respecto a la nueva doctrina. Después de un tiempo de dudas, el rey decidió convocar una junta de sabios. En esta junta se levantó uno de los consejeros y dijo: «Majestad, cuando vos estáis sentado a la mesa con vuestros nobles y vasallos, en medio del hogar arde el fuego, y la sala está caliente; allá fuera, empero, brama por doquier el viento de invierno que trae frío, lluvia y nieve. De pronto entra un pajarillo y revolotea por la sala. Entra por una puerta y sale por la otra. Los pocos momentos que está dentro, se siente al abrigo del mal tiempo; pero apenas desaparece de nuestras miradas, retorna al oscuro invierno. Lo mismo acontece — a mi parecer — con la vida humana. No sabemos lo que antecedió, ni sabemos tampoco lo que viene después. Si esta nueva doctrina da alguna seguridad sobre esto, vale la pena que la sigamos.» Cada generación, cada hombre, debe plantearse siempre la pregunta de nuevo. Un hombre es un ser que interroga constantemente a la vida. 3

Por eso comenzamos este libro con la pregunta por el sentido de nuestra existencia. Esto no quiere decir que adoptemos desde el comienzo un criterio no cristiano; sí, empero, que también nosotros los cristianos somos hombres que preguntan. Una y otra vez queremos y debemos hacernos cargo de lo que nuestra fe responde a los interrogantes de nuestra existencia. Cuando las cosas pierden

su

evidencia

En cuanto el niño comienza a discernir, pregunta y vuelve a preguntar. De momento parece que queda satisfecho con las respuestas que recibe; pero, llegado a adulto, sigue el hombre proponiendo sus preguntas. Entonces tropieza con la pregunta, que excede siempre a cualquiera respuesta que se pueda excogitar: ¿Quién soy yo? ¿Qué es el hombre? i Quién es esta avecilla que revolotea por aquí, en la atmósfera cálida y clara, lanzada a un camino incierto en su comienzo e incierto en su remate? ¿Cuál es el sentido de esta vida? ¿Qué sentido tiene este universo? Nosotros hacemos hoy estas preguntas en nuestras casas de distinta manera que los germanos antaño en sus bosques; pero ¿ no es acaso la misma ? A veces nos sorprende en momentos de calma, cuando las cosas pierden su evidencia cotidiana. Esta admiración puede embargar al hombre con no poca vehemencia entre los doce y los veinte años, cuando se rasga el velo de la conciencia infantil, cuando parece como si, por primera vez, se viera a sí mismo y al mundo, nuevo, maravilloso y terrible. La pregunta no se acalla con la madurez ni decae en la vejez; se plantea siempre de nuevo, aunque de forma diferente. El joven padre cuyos pequeñuelos duermen arriba, mientras él, de nuevo en el hogar, descansa junto a su esposa, pasado ya el agobio del día, pregunta por el sentido de la vida de modo distinto que quien, aborrecido y abandonado por sus hijos, lleva una vida humanamente fracasada. El estudiante plantea la cuestión, en una discusión nocturna, de modo distinto que en obrero que, en una fría mañana, está aguardando el autobús. La mujer, encadenada en el lecho del dolor, pregunta de otro modo que la mujer sana, recostada al sol. El hombre de piadosa condición pregunta de otra forma que el hombre en quien sobresale más bien su aptitud para los asuntos de este mundo. El creyente interroga de otro modo que el incrédulo. El que trata de vivir ajustado a su conciencia, de otro modo que quien no oye su voz. El hombre del siglo x i x plantea la cuestión de modo distinto que el del siglo xx. Pero, en el fondo, se trata del mismo enigma que pide solución.

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El sujeto ante ella sin objeto de la dentro de la de su vuelo.

a quien tal cuestión se dirige no puede permanecer interés, quedándose al margen. Es algo que afecta al propia vida, a la propia felicidad. El pobre pajarillo sala cálida y luminosa se pregunta por la dirección

Pero ¿ no será tal vez una pregunta superflua, para gentes que disponen de tiempo ? ¿ No será ilusión vana y no seriedad consistente? Quien se entrega por completo a sus quehaceres, quien se dedica a" su trabajo y a su familia, ¿ qué más ha de hacer aún ? Todo lo que hacemos y omitimos respuesta a la misma

es una pregunta y una

Pero nuestro trabajo, nuestra familia, todo aquello que nos ocupa, sea penoso o grato, se confunde con esta pregunta. Parece tan grande y honda que la proponemos hasta con nuestro corazón y nuestras manos. No sólo las cavilaciones a que nos entregamos en momentos de calma, sino todo lo que hacemos, es una demanda tierna, poderosa y urgente a la existencia. Que sea feliz para nosotros. Que tenga sentido pleno. Que realmente nos descubra su sentido. Sin embargo, el curso de nuestro trabajo, la vida íntima de nuestra familia, no son sólo preguntas incesantes a la vida. Son también respuestas. De nuestras propias manos, de nuestro mismo amor brota una respuesta. El trabajo acabado, la salud, los hijos queridos, son ya cumplimiento de nuestro anhelo de que la vida tenga para nosotros un sentido. La dicha es de suyo algo pleno de sentido.

GLORIA Y MISERIA DEL HOMBRE

¿Podemos detenernos un momento para describir brevemente nuestra vida en esta tierra? Vamos a intentarlo por la enumeración de cuatro componentes esenciales de nuestra existencia: 1) Convivimos con otros. 2) En el mundo. 3) Somos parte mínima del mundo. 4) Pero estamos dotados de libertad y de espiritualidad. Estos cuatro elementos son a par los sillares de nuestra felicidad. Convivimos

con otros

No vivimos aislados unos de otros, sino juntos. Pocas verdades hay tan honda e inconmoviblemente ancladas en nuestro ser. 5

Una vida sin semejantes, es imposible, un hombre solo no podría hablar, ni pensar, ni amar, es más, ni siquiera haber nacido Nos necesitamos mutuamente, nos amamos unos a otros El niño no tiene una madre solamente para que le cuide Esto acaso lo pueda hacer un día una maquina No puede prescindir de su madre como persona Toda la sociedad humana es una trama de amistad, de confianza (en todos los órdenes confianza respecto a la autoridad, el taxista, el maestro, los periodistas) y de amor La convivencia es una respuesta importante a la pregunta sobre el sentido de nuestra vida y sobre la felicidad El amor y la solidaridad son plenificacion de vida Todo un largo día de oficina puede no tener para el sentimiento de una persona mas que un objeto, una finalidad, estar por la noche en casa, con su mujer y sus hijos. Conviviendo con las personas a quienes ama. En el mundo Así discurre nuestra vida, en convivencia con los demás Pero vivimos también con las cosas, plantas y animales de este mundo. Desde nuestro primer grito tomamos contacto con esta tierra, palpando, asiendo, chupando, jugando, cambiando, trabajando, construyendo, calculando, pensando, admirando El hombre llena realmente su existencia modificando el mundo (desde el que friega hasta el que construye cohetes espaciales) No es una existencia sin sentido Es un cometido alegre que el hombre proporcione a su mujer una existencia, una casa, y ella, por su parte, le cree un hogar Juntos lo ordenan todo para que allí pueda haber una cuna, donde el niño este seguro y caliente Los dos crean un mundo en que puedan vivir los hijos Y no solo en lo pequeño, pueblo a pueblo y hasta como humanidad entera tratamos de hacer el mundo humano y habitable, de «someterlo» por nuestro trabajo De este modo no sólo desarrollamos el mundo material, sino también a nosotros mismos Por nuestro trabajo crecemos y nos hacemos hombres Somos parte del mundo Un tercer elemento de nuestra existencia consiste en que también nosotros somos parte de este mundo material Resulta que estamos formados de los mismos materiales que la tierra que nos rodea De tal forma somos parte de este mundo hasta las últimas fibras de nuestro ser, que, sin la materia de este mundo, sin los procesos de nuestras células cerebrales, no podríamos tener un pensamiento, ni tomar una resolución Lo cual no es una humillación Así somos, y ésta es nuestra gloria 6

Libertad

creciente

El cuarto componente de nuestra existencia consiste en que el hombre es también más que su cuerpo. Un animal, por su olfato y vista, tiene sin duda noticia de las cosas y seres que le rodean, pero no es capaz de tornar a sí. Por eso tampoco puede darse cuenta de que existe. Sus reacciones están determinadas por estímulos y señales. No tiene libertad. También nosotros estamos determinados por percepciones, impresiones y estímulos, pero en nosotros hay una claridad que se hace cargo conscientemente de todo, hasta de nuestro mismo pensamiento, y lo hace objeto de reflexión. Tal es el misterio señero de nuestro «yo». Esto mismo nos da a entender que somos responsables. No estamos sometidos por entero a los estímulos y reflejos, como el animal, sino que podemos enfrentarnos con las cosas con una libertad muy concreta. Este hecho de que somos un fragmento del mundo, capaz de pensar y conmoverse, seres dotados de libertad creciente, que pueden decidirse por el bien, es también algo que colma nuestra existencia. La miseria Esta descripción de nuestra existencia no sería sena y sincera si nos paráramos aquí, pues incluso los sillares de nuestra dicha y gloria están penetrados por nuestra miseria. Comencemos por la convivencia. Podemos endulzarnos la vida mutuamente, pero también amargárnosla, i Y qué amargura cuando se defrauda la mutua confianza, con culpa o sin ella (por parte del superior, del chófer, del esposo) ' i Y cuánta originalidad no se pierde por el mero hecho de vivir con otros' Como le escribía una vez un obrero del puerto a un sacerdote amigo, que celebraba sus bodas de oro «La mayor parte de los hombres nacen como originales y terminan como copias.» Y el dulce amor, i con qué facilidad se convierte en pasión, que degenera en crueldad inhumana' Ni la alianza de por vida que concluyen el hombre y la mujer queda excluida de parejo azar. i Cuánta incomprensión, cuánta desilusión, qué hondas heridas pueden producirse entre ellos, precisamente por estar tan cerca uno del o t r o ' Y dígase lo mismo de padres e hijos por estar también tan juntos Muchos jóvenes matrimonios dieron micialmente una respuesta clara y nítida a la pregunta de la vida. Pero duró poco. Así acaece también con el trabajo en el mundo, fuente, de suyo, de gozo. El trabajo sirve para desarrollar al hombre, pero también lo limita, i Y qué duro puede resultar, qué monótono y opresor' El mismo cuerpo del hombre, irradiación de toda la

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persona, puede degenerar en juguete de la pasión sin par. i Y qué pronto se deteriora' ¿ Y quién, que sienta o vea dolor, osará hablar aún de la gloria del cuerpo' i Y, luego, la fatiga' Incluso aquello que constituye la corona del fíombre y que le pone por encima del animal, su conciencia y libertad, i qué impotentes, qué oscuras, qué trabadas se hallan en nosotros' ¿ Qué sabemos propiamente ' ¿ Hasta qué punto somos «libres» en nuestros impulsos' Y, lo que es aún peor, ¿cómo podemos hacer a ciencia y conciencia lo que prohibe nuestro más hondo conocimiento, nuestro más hondo querer. pereza, maldad, egoísmo, culpa ? Por muchas veces que la vida diga «sí» a nuestra pregunta por la felicidad, a través de esta respuesta se oye también un «aún no» y un «no» Jamás llegamos a alcanzar el fin de nuestros anhelos Todo tiene su tiempo Pero todavía hay una desazón más profunda. Se apodera justamente de nosotros cuando la vida nos contesta con un sí cuando el trabajo humaniza efectivamente al hombre y al mundo, cuando el amor es perfecto y bueno. Lo que verdaderamente es bueno pide permanencia Pero nada dura en este mundo. Precisamente cuando algo único y soñado se hace realidad, sabe el hombre que también eso ha de pasar. Un hombre del Antiguo Testamento 60 experimentó profundamente en sí mismo esta verdad, en la cúspide justamente de su dicha, y la consignó por escrito. «Todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay bajo el cielo su momento. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir, tiempo de plantar, y tiempo de arrancar lo que se plantó. Tiempo de dar muerte, y tiempo de curar, tiempo de derribar, y tiempo de edificar Tiempo de llorar, y tiempo de reír, tiempo de gemir, y tiempo de bailar. Tiempo de esparcir piedras, y tiempo de recogerlas, tiempo de abrazar, y tiempo de abstenerse de abrazos. Tiempo de buscar,

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y tiempo de perder; tiempo de conservar, y tiempo de arrojar. Tiempo de rasgar, y tiempo de coser; tiempo de callar, y tiempo de hablar. Tiempo de amar, y tiempo de odiar; tiempo de guerra y tiempo de paz» (Ecl 3, 1-8). Cierto que permanece el fruto de nuestro trabajo; que el hambre puede dejar tras sí obras inmortales de arte; que nuestro saber y nuestro amor perviven en nuestros hijos y nietos, en una humanidad abierta al futuro. Pero ¿puede todo esto dar al hombre que muere la esperanza de que su vida haya tenido un sentido ? Su conciencia, su «yo» desaparecen de la tierra. ¿Tiene a sus ojos suficiente sentido el incierto crepúsculo de su vida en comparación con sus anteriores empeños, con el bien que hizo y con las injusticias que sufrió? Cuando este «yo» único, que lo esperaba todo, deje de existir para siempre el día de la muerte, ¿habrá podido colmar enteramente el sentido de su existencia ? Los creyentes del Antiguo Testamento trataron de hallar respuesta a esta pregunta. De un más allá apenas si tenían idea. Era preciso que la existencia terrena tuviera un sentido. Y ese sentido se buscaba en la dicha d!e la propia vida y en una venturosa descendencia. Pero la antigua alianza no logró dominar el problema, como lo atestigua el libro entero del Eclesiastés: «Porque la suerte del hombre y de las bestias es la misma: el uno muere, el otro también; ambos respiran de la misma manera; y el hombre no tiene ninguna ventaja sobre la bestia; porque todo es vanidad. Uno y otro van a parar a un mismo lugar: de la tierra vienen los dos, y a la tierra igualmente vuelven a parar. ¿Quién ha visto si el aliento de los hijos del hombre sube hacia arriba, y el de los brutos cae hacia abajo?» (Ecl 3, 19-21).

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EL MUNDO EN EVOLUCIÓN

Prosigamos nuestras pesquisas. A veces recibimos respuesta a la pregunta por el sentido de alguna cosa, cuando estudiamos su origen. ¿ Cómo empezó ? Esto puede aclarar su razón de ser, su finalidad. Mi origen ¿ Cómo empezó nuestra vida ? ¿ De dónde procede ? De nuestros padres. Cada año se hacen nuevos descubrimientos sobre los procesos de la fecundación y la herencia. Pero todavía no podemos predecir si realmente tendrá lugar un nacimiento ni calcular si lo que ha de nacer será concebido niño o niña; menos aún hacer pronósticos sobre su carácter. Pero podemos pensar que se harán progresos en este sentido. Sin embargo, el nacimiento de un nuevo ser, de un nuevo centro de pensamiento y de amor sigue siendo un acontecimiento que escapa al alcance de padres y científicos. Un nuevo hombre es algo irrepetible, que no podemos comprender del todo. Lo que yo soy, no es reducible a sólo un conglomerado de células que podemos analizar al microscopio. Cada vez que surge un nuevo hombre tiene lugar el salto que lleva a una nueva persona, el origen y comienzo absoluto de un «yo», que antes no existía en modo alguno. Y este comienzo absoluto, este origen, está propiamente envuelto en la oscuridad. Sin embargo, el niño crece. En más de un aspecto, su evolución no sigue un movimiento descendente, sino ascendente. Quizá tal hecho nos proporciona una indicación sobre el sentido de la existencia. Pero esta indicación no es inequívoca y clara, pues, por otra parte, es cierto que el que se hace viejo, en muchos aspectos sigue el curso de una evolución descendente. Nuestro

origen

Mas, si el origen de cada hombre no da respuesta, ¿la dará tal vez el origen de la especie humana f Retrocedamos al pasado, a nuestro propio pasado. Nuestros padres. Nuestros abuelos. Según retrocedemos, comienza a hacerse oscuro. Un nombre aislado, un acontecimiento solitario. Sin embargo, bien pronto —para la mayor parte de las gentes a comienzos del siglo x i x — oscuridad completa. Algunas «viejas» familias conocen unos cuantos nombres que se remontan a la edad media, pero no más lejos. La historia de nuestro pueblo, en conjunto, se enraiza en los albores de la historia; pero el ori10

gen de las tribus que entonces inmigraron o habitaban ya en nuestro suelo, se pierde rápidamente en la oscuridad. Cierto parentesco lingüístico entre pueblos de Europa y otros procedentes de la India señala una vaga dirección en la noche del pasado. En ciertos lugares del mundo se remonta la historia un poco más: en el Cercano Oriente, en China; pero en ninguna parte sobrepasa los cinco mil años. Más atrás aún, tal vez encontremos algunas pinturas rupestres, algún minúsculo símbolo de la fecundidad, los restos del fuego de algún campamento, ocultos bajo la tierra. En conclusión, sólo unos escasos restos de cuerpos humanos, de los que descendemos. Evolución ¿No da todo esto respuesta alguna? Algo nos dice. Los hallazgos de cráneos y esqueletos han puesto en evidencia algo que antes no sabía aún nadie, y es que, cuanto más profundamente descendemos en el pasado, tanto más primitiva aparece la forma del hombre. La ciencia conoce, antes del homo sapiens (el hombre actual), al hombre de Neanderthal con frente y mentón hundidos. Antes de él — este período se remonta a los 200 000 años — las diversas formas de anthropus, con muy reducido ángulo facial, pero ya erguido. Aquellos homínidos manejaban groseros utensilios de piedra; cazaban, aunque no sabemos cómo. Si se retrocede aún trescientos mil años — es decir, medio millón de años antes de nuestra época— puede distinguirse una forma todavía más primitiva, el ausfralopithecus, un ser de caracteres simiescos, pero más cercano al hombre que los monos actuales. Así pues, casi todo es incierto: las fechas y los períodos, los eslabones entre las distintas fases. Sin embargo, una línea muy notable se dibuja con creciente claridad: una especie animal que vive en bosques y llanos va ascendiendo, en lenta evolución, hasta nosotros. La vida, pues, que late en mí procede del animal. Esto extrañaba mucho a la gente en otro tiempo, y acaso no tanto porque la cosa parezca indigna, pues la Sagrada Escritura hace descender al hombre de algo muy inferior, a saber, del barro. La causa del choque fue más bien el contraste con el relato d e la Escritura. Por aquellos tiempos se veía demasiado la Sagrada Escritura como un libro de historia natural, y no como una narración, escrita para iluminar con la luz de Dios al mundo existente. Esta dificultad ha desaparecido hoy día por una mejor inteligencia de la Sagrada Escritura. Además los hallazgos en la tie11

rra se multiplican, cada vez vemos mejor el grandioso espectáculo la columna vertebral que se va enderezando lentamente, el cráneo que va creciendo en tamaño y contenido, el animal que se yergue hasta convertirse en hombre El conjunto parece apuntar a una especie de respuesta. La vida tiene una dirección, de una forma u otra, tiene un sentido Pero esto no es una respuesta clara El origen de la humanidad permanece fuera del alcance de nuestra percepción ¿ Cuando comenzó el hombre ' ¿ Era ya el australopithecus uno de nosotros ' ¿ Quizá el anthropoptthecics? Naturalmente, la humanidad hubo de comenzar un día en unos primeros hombres Aunque la transición se muestra como gradual 366 ante una observación exterior, la hominizacion, sin embargo, representa respecto del animal un modo de existir tan radicalmente nuevo, que tuvo que haber un momento determinado en que ciertos seres vivientes dejaron de ser «algo» y empezaron a ser «alguien» Este comienzo ha desaparecido para siempre en la oscuridad de la historia La evolución del universo La uencia nos dice que a la historia del hombre antecede otra, mucho más larga la historia de la vida Esta historia nos retrotrae a épocas inasequibles para nosotros, cuando en alguna parte de esta bola enfriada de piedra, aire y agua, se formó aquella combinación de carbono, que aún ahora constituye las células de toda materia viva Por mucho que se remonte en el tiempo esta vida, todavía es muy joven comparada con aquella materia inanimada, que precede a la vida y se pierde en fechas incalculables, en que las galaxias se disgregaron en un universo, cuyos límites no han sido aun descubiertos ¿ De dónde procede la materia ? ¿ Procede en absoluto de algo ' i Qué significa el que todo esto exista y crezca' El azar y la selección desempeñan un gran papel en el crecimiento de la vida Pero ¿ ofrecen una explicación' ¿ Qué azar es ese que tiende tan incesantemente hacia arriba, a través de fases cada vez más maravillosas existir, vivir, sentir, pensar ? ¿ Qué quiere decir e s o ? ¿Podemos reconocer un sentido en ello' Mas, por otra parte, podemos comprobar que en esta vida pujante, aparecen siempre el sufrimiento y el dolor de animales y hombres, el miedo, la mutilación y la decadencia Por muy magnifica que sea la serie de seres cuya columna vertebral se va enderezando y cuyo cráneo se agranda, esta columna vertebral es un día puro costillar, puro esqueleto, y de unas cuencas cada vez 12

más hermosas, ya no nos mira un ojo. ¿ Por qué comenzó mi vida ? ¿Vuela el pájaro «hombre» de la oscuridad a la oscuridad? El pasado no nos da sobre ello respuesta clara. ¿ Nos la dará tal vez el futuro? El futura del hombre Si consideramos atentamente el curso de la historia, parece que la evolución ascendente continúa. Hoy enseñamos a nuestros hijos mucho más que lo que sabían o necesitaban nuestros abuelos. El peligro de epidemias ha desaparecido de grandes porciones de la tierra. Enfermedades aparentemente incurables han sido curadas por la medicina. Nos inclinamos con menos fatiga y sudor de nuestra frente a los «cardos y espinas» de esta tierra. Aumenta el tiempo libre, las posibilidades de desplazamiento, la comunicación. Parece que estamos a punto de asir los astros... También somos menos bárbaros que los hombres de hace sólo doscientos años. Las penas que antes se imponían a criminales y enemigos: el potro, la ceguera, las ejecuciones públicas, no se conocen hoy día. Son ya cosas incomprensibles. Ahora tenemos más compasión de los animales que antes tenían los hombres de sus semejantes. Este progreso está nutrido de indestructible esperanza. Un niño recién nacido vive hoy día en una esfera de nueva expectación. Después de cada guerra, han jugado nuevamente los niños sobre sus ruinas. Si echamos una ojeada a nuestro planeta, nos parece a menudo que nos hallamos otra vez al comienzo de una nueva conquista solidaria del mundo. Sin embargo, después de siglos de progreso y humanismo han tenido lugar, precisamente en los países más civilizados de la tierra, asesinatos en masa que no tienen par en la historia. Y si es cierto que hemos inventado medios para aplazar la muerte, al mimo paso han progresado los medios para matar. Lanzamos cohetes más allá de los límites de nuestro planeta; pero fabricamos también otros con los que se podría aniquilar este mismo planeta. El futuro es incierto. El mío también. ¿Seré bueno o malo? ¿y mis hijos? ¿Por qué corriente serán arrastrados ? Y luego reaparece la certeza de la muerte. Es la pildora amarga de todo anhelo. Aun cuando el futuro de la humanidad fuera más venturoso y se implantara un reino ideal de amistad y libertad, a cada hombre en particular le seguiría esperando la puerta oscura por la que tendrá que pasar con tanto más dolor cuanto más venturoso sea este reino y más perfecta la humanidad. Aun cuando la ciencia descubriera un día algo para prolongar aún más la vida, en este mundo podría suceder, no obstante, siempre y en cada momento todo lo imaginable. 13

No estamos seguros de nuestra vida ni de nuestra dicha. El sentido de la vida es incierto. ¿ Será entonces toda la historia de la humanidad — el presente, pasado y futuro—, será toda la evolución del universo con sus dolores y angustias, con su amor y su alegría y sus ruinas, una pura broma sin sentido ? ¿ Se trata de un proyecto absurdo, que empezó un día y deberá acabarse otro, o que se repite infinitamente en los movimientos de dilatación y contracción de un cosmos sin origen ni término? Nada de cuanto en el mundo hemos interrogado, nos ha dado respuesta sobre ello.

EL DESEO SIN LÍMITES

i Hay algo que pueda ser mi absoluto f Ahora bien, si la existencia es así, ¿por qué no nos hacemos a ella? ¿Por qué andamos por la vida formulando una pregunta que sobrepasa todo lo que hallamos ? ¿ Cómo es posible que rechacemos por insuficiente toda respuesta ? Nuestro corazón busca certidumbre cabal, quiere amor duradero, felicidad sin nubes. Este deseo no se cumple realmente jamás. Sin embargo, vive en nosotros en todo lo que hacemos. Él determina por completo nuestra vida diaria. El más ligero minuto del diario quehacer está lleno de deseos incumplidos. Por ejemplo (trátase, naturalmente, de una mujer): Estoy lavando. Pienso: A las diez y media me tomo un café y descanso. Son las diez y media. Me siento y respiro, estoy completamente tranquila y me relajo. ¿Sin ningún deseo? Pienso al punto: Lástima no venga fulana o zutana a tener un ratillo de palique. O : Hay que continuar trabajando, pero pronto estará todo tendido. Y cuando todo esté tendido, pienso: Si saliera el sol, ¡ qué pronto estaría todo seco! O pienso: Hoy hay un bonito programa en la televisión. O : ¿ No habría un remedia para las verrugas que tiene Juan en las manos ? Y así sucesivamente. Nunca cesamos de desear. ¿ No hay entonces un momento en que me sienta plenamente satisfecho ? Así lo parece a veces: cuando todo nuestro ser se concentra en una cosa y luego podemos gozar de ella. Por ejemplo, tengo una sed espantosa, en la estepa o en el desierto. Más sed cada vez. Mi ser entero es un grito que pide agua. El agua es para mí «todo». Por fin la encuentro en un oasis. Me echo de bruces y bebo, y por un momento parece que estoy completamente 14

satisfecho, enteramente en paz. Pero inmediatamente me atormenta otro deseo. Me duelen los pies. Estoy solo. Nada puede ser mi «todo». Pero tal vez «alguien» pueda ser mi «todo». Ser totalmente uno para otro, como hombre y mujer, verterse uno en otro y no desear otra cosa que el amado, que se posee y del que es uno parte. ¿Es esto lo sumo, el cumplimiento de nuestro anhelo? Sin embargo, también entonces hay momentos en que se le viene a uno a las mientes lo que en una comedia de Claudel dice la mujer sobre su gracia femenina: «Yo soy la promesa, imposible de cumplir, y en esto está mi encanto.» Y así, por una parte y por otra, puede haber desilusiones paralizadoras y hasta deprimentes. No obstante, más sorprendentes que la tragedia de las aspiraciones insatisfechas son las experiencias en que late la alegría de verse plenificado el uno en el otro y que, a pesar de ello, y hasta precisamente por ello, abren más ancha perspectiva. Cuando nos embarga una gran dicha, parécenos como si algo se agitara al tiempo dentro de nosotros; se tiene sensación de que algo así no puede darse sin más, por puro azar. Algo tan magnífico ¿no deberá estar a salvo en otro algo, que sea perfecto, cierto, bueno y duradero? Se pregunta, por ejemplo, una joven pareja: «¿A quién debemos que nuestro primer sentimiento de amor, inolvidable, se convirtiera en amor de enamorado? Creíamos que nos dábamos nuestro amor uno al otro, pero a veces no podemos menos que pensar que somos dados uno a otro, que no es azar, sino que tenía que ser así. ¿Por obra de quién?» En tales momentos parece como si en nuestras mismas preguntas por el sentido de la vida, hubiera ya una resonancia afirmativa : Sí, la vida tiene un sentido, nuestro deseo está orientado a su cumplimiento. Gozamos de arrimo en algo que es más grande que lo más grande, más amable que lo más querido sobre la tierra. Es la sospecha de que, más allá de nuestros límites, hay para nuestro corazón algo infinito. La humanidad lo ha expresado de mil maneras. Así, en este poema, en que se habla de la impotencia y, al tiempo, de la inefable profundidad de la comunidad entre personas : Hay momentos, cuando callas y miras a través de la ventana, en que tu belleza me cautiva con una desesperanza tan grande y tan antigua como yo. De ella ningún consuelo puede entonces liberarme, 15

ni siquiera un beso, ni tan solo una palabra. Este estar sujeto a verte, siendo mis ojos los que de ti me separan; este sentirte a mi lado, pero distante de mí, sin mí nacido, me atenaza las entrañas con dolor de parto. Callando, miras a través de la ventana. El viento a veces agita tus cabellos, orillados al borde de tu frente como el agua de un remanso. A veces deriva una nube por el cielo y veo en tus ojos deslizarse su sombra. Es como si fueras eterno, como si sólo un instante pudiera yo vivir a tu lado, separada de ti por mi temporalidad. Entonces me vuelves el rostro y veo tu sonrisa... M.

VASALIS

De otra forma suenan las reflexiones de un hombre que recuerda a su mujer difunta. «En todo caso — confiesa —, un bien me ha traído el matrimonio: Ya no puedo creer que la religión brote de nuestros anhelos, inconscientes e insatisfechos, y sea un sustitutivo del instinto sexual. En estos pocos años, H. y yo hemos gozado del amor como de una fiesta, de todas las formas y maneras: solemne y feliz, romántica y realista, a veces con el dramatismo de una tormenta, otras cómodamente y sin énfasis, como quien se pone unas zapatillas. Ningún rincón de nuestro corazón ni de nuestro cuerpo quedó insatisfecho. Si Dios fuera un sustitutivo del amor, hubiéramos perdido todo interés por Él. ¿Quién iba a preocuparse del sustitutivo, cuando se posee la cosa misma? Pero no acaeció así. Los dos sabíamos que, fuera de nosotros mismos, necesitábamos de algo más, de algo totalmente diferente que respondía a una necesidad también totalmente diversa. Se podría decir que los amantes, mientras se poseen, no experimentan necesidad de leer, ni de comer ni... de respirar» (N.W. Clerk). Esta profundidad, más profunda que el mundo, se expresa asimismo en el siguiente poema, escrito por un preso en un campo de concentración: 16

La que agita el pañuelo Mi mujer es aquella que marcha bajo la luz por el campo de trigo, aquella que agita su pañuelo» Me envía el último signo de amor en este momento en que, a su pesar, me deja. ,; Quién sabe por cuánto tiempo parte ? Yo quedo solitario, y sin embargo un cierto júbilo agita mi sangre. No me siento ya prisionero; el espacio que me rodea se ha llenado del saludo de su mano. Dios mío, que ves y sabes que yo jamás he pedido nada para mí, todo lo que tú me diste, que fue mucho, lo acepté con gratitud escucha, para hoy y para el resto de mi vida, este único ruego que te dirijo: Que mi mujer sea siempre, en signo de tu amor, aquella que agita su pañuelo. Este simple saludo de su mano me hace comprender el secreto de por qué a tu ángel mensajero le hiciste decir: «Dios te salve María.» Y es que todo lo que se mueve aquí en la tierra, en el mar y en los cielos llenos de tu gloria, no es otra cosa que un saludo al alma, un saludo mensajero de tu bondad. Quien quiera comprender a Dios, que escapa a la razón, ¡ contemple la danza de las olas y de las estrellas, y los adioses de una mano amada! Todo lo que creo y profeso se resume en esta ley, que para mí es suprema: sea mi alma cual mano que saluda a Dios, pues no conozco oración más perfecta.

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Sea como una caña en la corriente de tu gracia, como una ola que se desparrama en último adiós sobre la tibia arena, como un campo de trigo bajo el sol que siente el aliento de la brisa en el verano. Que mi alma se parezca al alma de la mujer que me envía tu saludo divino, ella es un don tuyo y yo te lo agradezco, la vida es buena. ANTÓN VAN DUINKERKEN

Lo mismo en la dicha que en el dolor puede brotar en nosotros un barrunto de un más allá de todo límite. No despachemos a la ligera la profunda sencillez de este presentimiento con explicaciones de falaz evidencia, que nunca llegan a estar a la altura de esta cuestión No digamos que debemos estar contentos con nuestra vida, bella, agitada, humana y finita, pues en realidad no lo estamos Todo lo que hacemos, lo hacemos impulsados por aquel anhelo, que entraña el barrunto de que una infinitud omnisciente, soberanamente bondadosa y buena sostiene nuestra finitud en sus manos.

LA LLAMADA DE NUESTRA CONCIENCIA

Hemos hablado de nuestro anhelo de felicidad. Hablemos ahora de nuestro anhelo de ser buenos El hombre sabe que no puede alcanzar la dicha a cualquier precio, pues entonces dejaría precisamente de ser dicha. Quiere ser bueno Un hombre puede experimentar un fuerte amor por una mujer, pero, si de este modo, ha de hacer infelices a un marido y cuatro niños, tal amor es imposible El hombre pone la bondad por encima de la felicidad, en otro caso, no logrará ser realmente feliz Asi nos lo dice nuestra conciencia Todo hombre, religioso o no, sabe que tiene una conciencia. A menudo se ha intentado reducir esta «voz de la conciencia» a una realidad más fácilmente «comprensible», para poder explicarla. Se ha pensado en un «freno» natural. Así como el instinto de conservación (el miedo a la muerte) mantiene al hombre dentro de los limites de la vida humana, de modo semejante — se pensaba —, aunque en otro orden, pudiera funcionar la conciencia Se ha intentado entenderla a base de la propia estimación, del temor al qué dirán, de los hábitos hereditarios, de la educación y del medio 18

ambiente. Todos estos elementos explican realmente algo. Explican las diversas formas de la conciencia: por qué este pueblo traza la línea divisoria entre el bien y el mal de una manera y el otro de otra; y lo que se dice de un pueblo, dicese de cada hombre. Pues hay en la humanidad gran divergencia en lo que la conciencia manda como bueno y prohibe como malo. Todos, sin embargo, estamos de acuerdo en hacer una distinción entre lo bueno y lo malo, más profunda que la distinción entre lo útil y lo inútil, lo agradable y desagradable. Aun cuando nadie vea el mal que hago ni dañe por él directamente a nadie, mi conciencia me exhorta, me acusa, me turba; pero sobre todo me anima y empuja a hacer lo bueno y recto. Los demás me pueden ayudar a descubrir lo que es bueno y lo que no lo es; pero frente a la responsabilidad, la vergüenza, los remordimientos, el deseo de ser bueno, en una palabra, la convicción de que debo obrar bien (o debí haber obrado) estoy yo solo. En solitario siento mis remordimientos. Y a tal recinto ni siquiera la madre cariñosa puede llegar con su ayuda. Aquí se oye otra voz. i Mi propia estimación ? No, cuando la conciencia nos inculpa no nos sentimos jueces. Sentimos algo más grande. ¿ Se atisban tal vez inconscientemente los ojos de la humanidad entera? No, se trata al parecer de la experiencia de «hallarnos solos con nuestra culpa». El juicio de la conciencia engendra en nosotros sentimientos profundos de temor e inquietud: el temor de no corresponder al verdadero y más profundo destino de nuestra vida; pero, sobre todo, la conciencia es fuente de honda y pura alegría: la alegría de estar de acuerdo con nuestro fin y destino. ¿ Tiene entonces mi vida un fin y un sentido ? También del anhelo de ser buenos se desprende la intuición de que yo, ser finito y débil, tengo un fin y estoy ordenado a un bien absoluto.

LA LLAMADA A LO INFINITO

Reconocible por la razón Nuestra bondad finita reclama la existencia de la infinita bondad. Nuestra impotencia reclama la omnipotencia. Nuestra humanidad reclama lo divino. Lo que pone de relieve nuestra finitud — que nos hace reconocerla como tal — es lo infinito que se manifiesta en mis deseos y pensamientos. Si el mundo entero, si nuestra vida entera no ha de ser un absurdo o, en el mejor de los casos, una pura broma, no podemos menos de confesar que existe 19

la infinito. Por eso pudo decir san Pablo: «En efecto, desde la creación del mundo, las perfecciones invisibles de Dios, tanto su eterno poder como su deidad, se hacen claramente visibles, entendidas a través de sus obras» (Rom 1, 20). No desprendido de la vida El apóstol nos hace ver sin duda aquí el importante papel que le toca a la razón en toda nuestra vida. Además señala especialmente la culpa como obstáculo. Pero eso no quiere decir que se trate necesariamente de culpa personal, siempre que la razón humana se abstiene de pronunciar un «sí» a cosa tan grande y decisiva. El ambiente, la educación, la estructura psíquica hacen a menudo casi imposible rendirse a la evidencia de todo aquello que apunta a lo infinito. Los hechos muestran que, en general, hay que estar familiarizados con Dios por la fe antes de que uno se incline a la evidencia de tales indicios. El creyente no debe gloriarse tampoco de haber conocido lo que da sentido a la existencia humana, pues no posee tal conocimiento gracias a su habilidad ni talento. Es merced que se le ha hecho. Los sabios pueden elaborar la intuición del corazón humano en prueba científica; pero no matemática, pues aquí las matemáticas quedan fuera de lugar. Incluso la historia como ciencia se resiste a entrar en fórmulas matemáticas, pues comprende la vida entera. Mucho menos podrán verterse jamás en fórmulas o palabras fijas las más profundas cuestiones de la existencia. Son demasiado grandes y están excesivamente ligadas a todo lo que constituye al hombre. Pero a este profundo nivel, la reflexión sistemática es de hecho ciencia y esta ciencia puede demostrar, por vía de razón, que en todos los enunciados sobre nuestra vida nos referimos a lo infinito como la verdad, la realidad, la bondad, la alegría.

LA RAYA BAJO LA CUENTA

No sólo finitos,

sino frágiles

y

quebrados

Pero, por más que el hombre —todo lo vagamente qué se quier a — pueda llegar en su vida y pensamiento al barrunto de un origen infinito, y por más que una profunda filosofía pueda demostrar que en nuestro pensar y hablar se trasluce el fondo de lo infinito, una profunda hendidura recorre toda nuestra reflexión. Esta hendidura es la miseria del mundo. ¿Cómo se compaginan

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la enfermedad, la desilusión y la maldad que imperan sobre la tierra con un origen infinitamente bueno? No somos sólo finitos — cualidad que de hecho reclama la realidad del infinito —, estamos también rotos y consumidos. La culpa y la muerte atraviesan de punta a cabo nuestra existencia finita. ¿De dónde procede esto? El ser perfecto que encontramos por reflexión, no responde del absurdo, la suciedad y la muerte. ¿ Cómo imaginarnos un ser infinito, que conserva en la existencia todo lo bueno y bello al tiempo que todo lo sucio y repugnante? «De noche mis huesos son taladrados, y no duermen los dolores que me consumen. Mi carne está oprimida por una gran violencia que me ciñe como el cuello de mi túnica. Dios me ha arrojado al fango, y asemejo al polvo y la ceniza. Clamo a ti, y no me respondes; estoy en tu presencia, y ni siquiera me miras. Te portas conmigo como si fueras mi enemigo; con tu mano fuerte me golpeas. Me llevas a caballo sobre el viento, me zarandeas con la tempestad. Bien sé que me conduces a la muerte, al lugar de cita de todos los vivientes. Pero yo no he alzado la mano contra el pobre cuando en su angustia recurría a mí. ¿ No he llorado con el que tiene vida dura y no se ha apiadado mi alma del indigente? Yo esperaba la dicha, pero vino el infortunio; aguardaba la luz, y vino la oscuridad. Mis entrañas hierven sin reposo. Cada día me trae nuevos sufrimientos. Ando melancólico y nadie me consuela. Levántame y doy gritos en medio de la gente. H e venido a ser hermano de chacales y compañero para las avestruces. Mi piel se ha ennegrecido sobre mí, mis huesos se han consumido por la fiebre» (Job 30, 17-30). Y el término es la muerte: «Como una montaña acaba por derruirse, un peñasco por cambiar de sitio, 21

el agua por desgastar las piedras, el aguacero por arrastrar las tierras, así destruyes tú la esperanza del hombre. Si un humano muere, ¿volverá a vivir? Le abates, y él se va para siempre; le desfiguras, y después le despides» (Job 14, 18-20). IO jala nos saliera al paso lo

Absoluto!

¡ Qué absurdo: un deseo inmenso que una y otra vez se estrella contra el muro de la muerte y de la culpa! «Estoy cansado, ¡oh Dios'., estoy cansado, ¡oh Dios!, estoy agotado. Soy el más ignorante de los hombres no tengo inteligencia de hombre. No he aprendido la sabiduría, e ignoro la ciencia de los santos. ¿Quién ha subido al cielo y bajado de allí? ¿ Quién recogió el viento con sus manos ? ¿ Quién encerró las aguas en su manto ? ¿Quién h a afianzado los límites de la tierra? ¿ Cuál es su nombre y cuál el de su hijo, si lo sabes?» (Prov 30, 1-4). ¡ Con qué facilidad veis la respuesta!, grita a los piadosos el hombre que busca, y que no llegará a ver solución. ¿ Cómo puede concluirse tan sencillamente de la creación que existe un ser supremo? Acaso sea inconcebible que este mundo subsista sin una causa primera, infinita y perfecta. Pero ¿ cómo se compagina eso con tanto dolor y miseria? ¡Ojalá hablara el Infinito! ¡Ojalá saliera una vez a nuestro encuentro! ¡Ojalá se revelara y defendiera contra Job, contra nosotros mismos! ¡ Ojalá Él mismo nos descubriera la razón de ser de nuestra existencia tan magnífica y dolorosa a un tiempo!

EL MENSAJE QUE DE ÉL HEMOS OÍDO

Palabra de Dios Corre por el mundo un mensaje de que Dios, el Infinito, se reveló en Jesús de Nazaret:

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Lo que era desde el principio, ltf que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que nuestras manos hafl palpado acerca de la Palabra de la vida, pues la vida se manifestó y hemos visto y testificamos y os anunciamos la vida eterna que estaba en el Padre y se nos manifestó: lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos también a vosotros, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros. Pues efectivamente nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Os escribimos esto para que sea colmado nuestro gozo. Éste es el mensaje que de él heínos oído y os anunciamos : que Dios es luz y que en él no hay tiniebla alguna (1 Jn 1, 1-5). Jesús es la respuesta. Respuesta harto desconcertante, para que la hubiera podido soñar un hombre. El mismo Hijo de Dios desciende a nuestra miseria. Dios mismo sufre con nosotros en una muestra de extremo amor. Así ha amado Ditfs al mundo. No es ésta una respuesta capaz de aclararnos el último «por qué». El misterio de la existencia no queda 3sí resuelto. Pero no cabe duda de que la fe en Cristo nos señala claramente en qué dirección se halla la verdad. Dios no se limita a permitir el mal. Esto sería cruel. El mal no viene de Dios. Él lo combate y Él mismo se vio envuelto en el mal. En una de las penas de muerte más crueles que conoce la cruel humanidad, aparece como nuestro redentor. Un madero horizontal y otro vertical, y en ellos clavado un hombre, en quien se nos muestra el mismo Dios. Esta cruz que mira a todas las direcciones, como un hombre con los brazos extendidos, es la saeta que apunta al misterio insondable de Dios. Oscuramente nos señala el corazón del misterio. En la cruz ha abierto Dios su corazón, ha delatado su más profundo misterio. Dios se hace solidario con las víctimas. Más adelante trataremos más despacio en este libro de la exis- 471-477 tencia del mal, y de nuestra tendencia a construir con excesiva facilidad una omnipotencia divina cortada por el patrón de nuestras ideas. Pues con harta frecuencia, pretendemos saber al dedillo lo que Dios «hubiera podido» hacer u omitir. De este modo se lo convierte de hecho en un poderoso dominador, que nos abandona tranquilamente en la miseria. Pero la omnipotencia de Dios es algo más profundo, más inefable, algo muy distinto de lo que nosotros podemos representarnos. Hemos de hacernos cada vez más conscientes de que sólo lo encontramos y conocernos realmente en un punto: en Jesús. A toda pregunta sobre Dios, busquemos la respuesta en Jesús.

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Su vida nos enseña que la verdadera omnipotencia de Dios lucha contra el dolor y el pecado de manera distinta, más misteriosa y comprometida de lo que pudiéramos imaginar con nuestras ideas sobre la omnipotencia. Así vence Él nuestra culpa y nuestra muerte para siempre. Por qué lo hace de esta manera, no lo sabemos. Lo que sabemos es que se trata de un misterio de luz y bondad. El que cree en Jesús, descubre algo del modo como Dios ve las cosas. Nos has creado para ti

41-42 42-43

16-17

Pero se nos objetará: ¿No será esta fe una construcción de nuestro miedo ante la vida ? ¿ No sucederá que buscamos sola y únicamente seguridad contra la miseria de nuestra existencia, y «proyectamos» este anhelo hacia fuera ? Que el hombre busque arrimo y que en vista del vacío que ve en el mundo entre también en juego la angustia, no es argumento contra la existencia de aquel que puede darnos la seguridad y arrimo. Además sería totalmente gratuito pretender que la angustia es el único motivo determinante de la fe. ¿ Se nos permite una comparación ? Cuando un niño pequeño, perdido entre un tropel de gente, busca a su madre, lo hace por miedo. No puede arreglárselas sin su madre. Pero ¿quiere esto decir que la busca sólo por miedo ? ¿ No puede ser además por amor ? Así parece ser en.efecto, pues esta querencia se muestra también en momentos de alegría. Pero con esto no está dicho todo sobre la «proyección». En estos últimos tiempos se ha descubierto, en efecto, una importante verdad, y es que el psiquismo, el ambiente y la educación desempeñan un papel importante en la idea que el hombre se forma de Dios. Pero nada se dice con ello sobre la existencia o no existencia de lo infinito. Sea norabuena cierto que «proyectamos», es decir, que hacemos existir fuera de nosotros, de manera independiente, lo que en nosotros mismos vive; pero sigue en pie la cuestión de si el hombre es algo más que él mismo. Nuestra fe responde que sí. La doctrina cristiana ha reconocido siempre el contenido más que humano del hombre. «Nos has creado para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (san Agustín, al comienzo de sus Confesiones). Naturalmente, la existencia de proyecciones nos puede decir algo acerca de nuestra búsqueda de lo Infinito. Las proyecciones nos permiten reconocer que en ocasiones sólo aparentemente buscamos a Dios. La Sagrada Escritura habla a menudo sobre este punto. No hay sino leer a Jer 7 y a Jn 16, 1-3. Así atribuimos infundadamente a Dios — a veces con más reflexión, otras sin 24

ella — algo que en parte es propia fantasía de dudoso contenido. Y cuando se hace claro que nos hemos forjado un Dios según nuestras insanas imaginaciones, que le hemos visto donde no estaba, puede suceder que súbitamente nos encontremos con las manos vacías Lo divino que pensábamos ver, desaparece del horizonte , sólo nos queda el vacío, en que gritamos ¿ Existes o no existes tú, Dios m í o ' ¿ Qué camino podemos hallar en la oscuridad, cuando han caído derribados nuestros falsos dioses 7 Ningún otro sino el que pase la prueba de la experiencia de la realidad humana, el camino que no signifique fuga ante lo humano, sino que lleve derechamente al más profundo desenvolvimiento del hombre 260 276 Este camino se nos ofrece en el hombre Jesús de Nazaret: Él — el hijo del hombre— es el hombre y por ello justamente el camino que nos lleva al Dios vivo «A Dios no lo ha visto nadie jamás El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, Él nos lo declaro» (Jn 1, 18). Hemos operado aquí el mismo movimiento que en páginas anteriores partiendo del remoto Desconocido hemos llegado a la cercanía de su revelación Tal es el sentido actual de la palabra de Jesús «Cumplido es el tiempo y el reino de Dios está cerca, haced penitencia y creed en la buena nueva» (Me 1, 15) Cuando, en medio de las tinieblas, clamamos por Dios, allí está Jesús, nuestro hermano, en medio de nosotros, para decirnos «Venid y veréis» (Jn 1, 39) Todo este libro persigue una sola finalidad la de aceptar esta invitación Puesto que la aparición de la gloria de Dios acontece dentro del desarrollo de la humanidad, el presente volumen se orientará en su estructura por la historia, una historia en que nuestra pro pía vida ocupa un lugar perfectamente determinado.

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PARTE SEGUNDA EL. CAMINO HACIA CRISTO

A.

E L CAMINO DE LOS

PUEBLOS

RELIGIONES PRIMITIVAS

En el momento en que asoma en el horizonte del pasado, la familia humana aparece dispersa y dividida en incontables pueblos, tribus y clanes que se desconocen mutuamente. Sobre la corteza terrestre, aún sin cultivar, en las selvas y tundras, comenzó a dejarse oir el lenguaje humano. No eran gritos que sólo expresaran un deseo o un sentimiento, como los que lanzan los animales en celo o doloridos. Los sonidos se configuraron en signos matizados de la realidad, hasta lo que llamamos palabras. El hombre reflexionaba sobre la realidad y ponía nombre a las cosas; y esto no sólo para sí mismo, sino también para los demás. No es bueno que el hombre esté solo. Naturalmente, el primer pensar y hablar comunitario se dirigió a lo más inmediato, a lo que se percibe por los sentidos: los otros hombres, los animales, las partes del cuerpo, las cosas de la naturaleza, los fenómenos atmosféricos. Lo percibido fue concebido preferentemente como un todo. Apenas llegaban a un pensar diferenciador, razonador y delimitador. Sin embargo, en la técnica y en el obrar primitivos se aplicaba ya un pensamiento práctico y lógico. Parece también que, tras los fenómenos, se investigaban las causas y se discurría sobre el origen de las cosas y de los hombres. Este tantear se repitió miles de veces y en mil partes. Entre angustia y seguridad, entre dolor y gozo y — algo esencialmente humano — entre bien y mal (por muy solidariamente que esto se sintiera), allí estaba el hombre, siempre a la búsqueda. Y buscaba no sólo con su inteligencia, sino con todo su ser. La criatura comenzó a responder a la obra de su Creador. «Él hizo provenir de uno solo a todo el linaje humano para habitar sobre toda la faz de la tierra... para que busquen a Dios, a ver si a 29

tientas dan con él y lo encuentran» (Pablo a los atenienses, Act 17, 26-27). Tras las cosas y en las cosas, veían actuar fuerzas que fueron más o menos personificadas en espíritus y dioses Por medio de ritos mágicos y también con oraciones y sacrificios, trató el hombre de influir en el mundo suprasensible. Prácticamente no se ha considerado jamás a la muerte como acontecimiento en consonancia con el curso natural de las cosas. Por eso se creyó que no afectaba al hombre entero Algo de la persona debía persistir. Esta creencia, bien que en formas varias, era universal La fe de que un Dios era el Supremo, no aparece siempre, es cierto, pero se encuentra hasta en las más remotas civilizaciones No hay ámbito sobre la tierra, ni etapa de la civilización en que no exista esta fe. Todo el tanteo y búsqueda del hombre estaba fuertemente influido por su modo de vida En tal forma estaba a merced de la naturaleza, que para sostenerse sólo disponía de la caza y lo que podía recoger, por eso el mundo animal tenía singular importancia para él Así se explica que a veces se imaginara a los seres superiores como señores de los animales y hasta en forma animal, etc. De ahí la frecuencia con que se encuentra la idea de un ser supremo sobre todo como dispensador de alimento En estadios más avanzados de civilización —por ejemplo, en la cultura agrícola — son a menuda personificados en forma de dioses los principales fenómenos de la naturaleza, como el sol, la luna, la tormenta Aparecen los ritos de fecundidad y los sacrificios cruentos de animales y hombres La idea de un Dios supremo aparece sólo ocasionalmente En cambio, en las religiones de pueblos de pastores se acentúa siempre la realidad de un supremo Dios del cielo.

LAS GRANDES CIVILIZACIONES DEL PASADO

Hace relativamente poco — unos cinco mil años — que los hombres crearon por primera vez una cultura superior Un estado fundado en una base ideológica unía a un gran número de hombres. En él aparece ya una división del trabajo, de suerte que el cuidado por el sustento diario deja de absorber exclusivamente las energías de todos Surgieron centros de gobierno, de culto y formación las primeras ciudades El lenguaje fue fijado en signos visibles la primera escritura Este proceso tuvo lugar en el Oriente Medio, en Mesopotamia, 30

donde hacia el a ñ o 3000 a. de Cr. t u v o su cuna la civilización sumeria. A orillas del N i l o s u r g i ó u n a g r a n c u l t u r a hacia el 2800 a. de Cr., j u n t o al I n d o hacia el 2500, en China hacia el 1500 antes de Cr. L u e g o siguen las civilizaciones de Méjico hacia el 1000 y el P e r ú hacia el 800 a. de Cr. S e supone o r d i n a r i a m e n t e que en el origen de estas c u l t u r a s p r i m a r i a s h a y dependencias m u tuas. L a religión r e v e s t í a f o r m a s magníficas: templos, imágenes, cantos. L a s g r a n d e s c u l t u r a s se c a r a c t e r i z a b a n , en g e n e r a l , p o r el politeísmo. É s t e pudo h a b e r n a c i d o de f o r m a s v a r i a s : objet i v a n d o d e t e r m i n a d o s aspectos, estados o formas locales del dios supremo, o a d o r a n d o a sus v a s t a g o s celestes, o a ñ a d i e n d o a los propios dioses los d e los pueblos vencidos. L a s m á s d e las veces se reconoce e n t r e ellos a u n r e y de los dioses c o m o Altísimo. E n Gen 14, Melquisedec es «sacerdote del Altísimo». 275 Nobles filósofos culminan a veces la religiosidad n a t u r a l exist e n t e en un pueblo, p o r ejemplo, e n t r e los griegos. Se prosiguió, pues, t a n t e a n d o y b u s c a n d o . M e z c l a d a s con culpa (por e j . , el despotismo y la i m p u r e z a ) y con e r r o r e s (sobre todo el fatalismo o fe en el h a d o ) , estas religiones h a n sido, sin emb a r g o , el camino por el que millones d e h o m b r e s e x p e r i m e n t a r o n en sus vidas el m i s t e r i o de Dios. G r a n d e y p r o f u n d a es la sabiduría q u e los h u m a n o s l o g r a r o n a f a n o s a m e n t e , g r a c i a s a u n a g r a n aplicación y abnegación. Y podemos e s t a r convencidos de que en la s a b i d u r í a de las diversas religiones a c t u a b a el V e r b o eterno, n u e s t r o S e ñ o r J e s u c r i s t o , p o r m e d i o d e su E s p í r i t u S a n t o . N o a 37 pública luz, c o m o plugo a Dios r e v e l a r l o e n t r e los j u d í o s p a r a todo el m u n d o , p e r o sí real y p r o f u n d a m e n t e . T r e s g r a n d e s concepciones religiosas existen h o y día que, j u n t o con el j u d a i s m o y la revelación cristiana, d e s p i e r t a n seria a d miración : el hinduismo, el b u d i s m o y el islam. A l t r a t a r de estas religiones, a ñ a d i r e m o s también a l g u n a s p a l a b r a s s o b r e el «universismo» chino.

EL HINDUISMO

El hinduismo o brahmanismo (empleamos ambas palabras en el mismo sentido) es la religión que, a la llegada de los arios a la India (hacia 1500 a. de Cr.), se desarrolló con elementos tomados tanto de los vencedores como de los vencidos. El hinduismo es un fruto que se fue formando lentamente de la experiencia humana. Un sondeo incansable de las propias profundidades, meditación no interrumpida, solicitud extrema por que nada se pierda de la riqueza de la experiencia. 31

«El hinduismo — dice Gandhi — es una incansable búsqueda de la verdad. Es la religión de la verdad. La verdad es Dios. Hemos conocido la negación de Dios, nunca la negación de la verdad.» La abertura, flexibilidad y tolerancia del hinduismo no tienen límites. En él caben el primitivo politeísmo y la más refinada filosofía. De ahí que resulte imposible señalar a un dios determinado como privativo de esta religión. La realidad terrena, la vida, la alegría, la personalidad, el amor, son para ellos apariencia engañosa y fuente de dolor. Sólo puede uno escapar a él por la renuncia y el recogimiento (siguiendo el Advaita-Vedanta) o por determinados ejercicios de recogimiento (siguiendo el Samkhya y el Yoga). Ese escapar consiste en que el «yo» (Atman) refluya al todo (Brahmán); en otros términos, en hacerse consciente — propiamente en no hacerse consciente, pues toda conciencia queda entonces anulada— de que «Atman [es] igual a Brahmán». Sin conciencia, sin sentimiento, amor ni personalidad, en perfecta unidad con el todo, el hombre elude las vicisitudes de la existencia. El que no sube tan alto, tiene que renacer después de su muerte, según la ley de su karma (de las acciones de su vida), reencarnación que puede ser más baja (en un animal), o más alta (en en un tipo más perfecto de hombre). Es digno de consideración en esta doctrina el que sea posible seguir un camino errado, sin que este camino implique ingratitud o violación del amor. Así, propiamente, no existe en ella la noción de pecado. La rigurosa división de la sociedad en castas (1, sacerdotes; 2, guerreros; 3, comerciantes y labradores; 4, subordinados, y más abajo aún los parias sin casta) está mantenida por la doctrina de la transmigración de las almas. Es impresionante ver el punto tan central que ocupan lo espiritual e interno. En el capítulo sobre la redención, hablaremos de nuevo sobre el hinduismo y sobre una característica suya que le hace sobrepasar sus propios principios. Es claro que una religión tan antigua y grande no puede despacharse con unas cuantas palabras, como aquí hemos hecho (imagínese que alguien tratara tan de prisa el cristianismo). Pero, al menos, hemos trazado algunos de sus principales rasgos.

EL BUDISMO

Sólo un corto grupo de privilegiados podría seguir el rigor de vida que pedía el brahmanismo. Ello oprimía en gran ma32

ñera a la masa, señaladamente a las castas inferiores. Hacia el año 500 a. de Cr. nació un hombre, por nombre Sidharta Gautama, por sobrenombre Budha (el iluminado), que indicó un camino más armónico. Lo que libera al hombre no es la extrema negación de sí mismo, sino el equilibrio: equilibrio entre el arte de vivir y la renuncia de sí mismo. Ello conduce a la serenidad y a la paz. La transmigración de las almas y el paso a una forma de no-existencia (nirvana) son elementos comunes a hinduismo y budismo. Pero éste es eminentemente práctico: «Sigue el camino y no preguntes por lo que aún no ha sido más allá de lo que es. Obra solo y con tus propias fuerzas.» El budismo es una liberación, por las propias fuerzas, del karma o acciones de la vida. La meta consiste en escapar al dolor. La vida misma es dolor. Como primera gran experiencia en la vida de Buda se nos relata que fue desde niño criado en palacios y jardines, donde se le tuvo ajeno a todo sufrimiento; pero de pronto se puso a pensar, una vez, en el dolor, la vejez y la muerte. El dolor, enseña Buda, nace de la búsqueda apasionada de experiencias sensoriales y de vida. Procura aturdir este deseo y así escaparás al torrente de las cosas dolorosas, transitorias e inesenciales de que se compone el mundo y nosotros mismos. Así llegarás al nirvana, la existencia impersonal, que no sabe de dolor. Las ocho vías que conducen a ella muestran la nobleza de la doctrina de Buda. La primera es el claro conocimiento, es decir, la comprensión de la visión descrita anteriormente. El segundo camino es el del bien obrar, que consiste en tener buena voluntad, desinterés, en no querer hacer daño a nadie. Así se continúa explicando una moral elevada y pura. Esta doctrina de la liberación por las propias fuerzas se propone seguir caminos sobrios, positivos y fundados en la más comprobada experiencia, y en este sentido contrasta con el matiz más ritualista y litúrgico del hinduismo. De Dios no se habla. Buda no niega ni afirma nada sobre este punto. El pecado y el amor no son aquí tampoco las verdaderas raí- 261 ees de la existencia. El karma, las fuerzas vitales, deben ser con- 431 ducidas, por decirlo así, por vías prácticas al bien. El arrepentimiento, tal como nosotros lo entendemos, es decir, como conciencia de haber violado el amor, queda aquí excluido. La buena voluntad es camino de liberación. No se trata de sentir compasión por la miseria del otro, ni de una aspiración completa a Dios y al prójimo, ni de lo que entienden los cristianos por caridad. Sin embargo, sobrepasando la inspiración básica del budismo, surgió una ideología budista que contiene ya algunas características de una doctrina del amor. Esto sucedió en el budismo del 33

I

mahayana (el «gran vehículo») Sobre él trataremos más extensa273-274 mente al hablar de la redención. El mahayana se propagó sobre todo por el Tíbet, China y Japón. Una forma clásica, más antigua, de budismo, el htnayana o «pequeño vehículo», conquistó el sureste de Asia. En la India fue desapareciendo lentamente el budismo a partir del siglo vil, de forma que el hinduismo sigue siendo la religión más extendida. Pero, desde hace unos años, también allí se propaga fuertemente la doctrina de Buda, sobre todo entre los panas

EL UNIVERSÍSIMO CHINO

Digamos aquí también unas palabras sobre las ideologías que surgieron en la grande y antigua China. En algunas de ellas, se destaca la veneración o culto de muchos dioses, otras son principalmente filosóficas Un rasgo común de las especulaciones chinas es que contienen una teoría sobre la estructura y armonía del universo De aquí les vino sin duda el nombre general de «universismo chino» Es fundamental en él la doctrina de que la unidad primigenia se dividió en dos fuerzas Yang (claro, cálido, activo, productor, masculino) y Yin (receptivo, tranquilo, frío, oscuro, femenino) Ambas fuerzas se necesitan mutuamente, de su armonía y tensión procede todo De Yang nace primeramente el cielo, y de Yin la tierra, luego, de los dos juntos, los otros seres Las estaciones, por ejemplo, deben su existencia a una victoria de Yang (verano), o a una victoria de Yin (invierno). Esta ideología imagina un ciclo de 129 600 años que va desde la unidad primigenia a la creación del universo, y retorna otra vez a la unidad, para empezar después de nuevo en una sucesión sin fin La fuerza que mueve todo esto se llama Tao (el camino). Éste está contenido ya en la unidad primigenia y produce la armonía de la totalidad de la creación Buscar el Tao es buscar el recto camino de la vida. Confucio (Kung-Fu Tse), nacido el SS1 a. de Cr., enseña una conducta de este género fundándose en antiguas tradiciones y en sus propias reflexiones. Culto de los antepasados, dominio de sí mismo, humanidad y bondad son en ella los elementos principales. Es una doctrina muy práctica, con miras a la acción. La otra forma del universismo chino, el taoísmo, que se remonta al profundo pensador Lao-Tse, cultiva más la contemplación y aspira a la tranquilidad y a sumergirse libre de deseos, en el fondo primero de las cosas Lao-Tse fue posiblemente contem-

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poráneo de Confucio. No es seguro que hayamos de contar estas dos doctrinas entre las ideologías vivas de la humanidad actual. Fuera de China es escaso su dinamismo. En su país de origen están pasando ahora — no sabemos aún con qué resultado — por la prueba del fuego del marxismo.

EL ISLAM

Apenas nadie dudará de la fuerza expansiva del islamismo. Juntamente con el hinduismo y el budismo, constituye una de las grandes religiones no cristianas del mundo. Nació entre las tribus árabes, que hasta entonces (hacia el 600 d. de Cr.) habían 210 vivido en el politeísmo. Tal vez hubieran abrazado la fe cristiana, que había llegado ya hasta sus fronteras, pero por estos años apareció Mahoma (Mohamed), oriundo de La Meca, en Arabia. Mahoma se apoyó en las visiones que había recibido, en una cueva próxima, nada menos que del mismo Dios (Alah). Éstas lo persuadieron de que él mismo era «el sello de los profetas», el que culminaría definitivamente las revelaciones de Dios desde Abraham hasta Jesús El meollo de su doctrina está en la absoluta unidad, la unicidad y el poder de Dios. El libro en que consignó sus revelaciones se llama Corán, que se considera como literalmente dictado por Dios. Los deberes religiosos del islam son. 1) Reconocer a Alah por un credo. 2) Recitar cinco veces al día una oración en dirección a La Meca. 3) Dar determinada limosna a los pobres. 4) Ayunar durante el mes de Ramadán desde la salida a la puesta del sol. 5) Hacer la peregrinación a La Meca por lo menos una vez en la vida. El viernes se celebra en la mezquita una reunión religiosa, siempre que asistan por lo menos cuarenta personas. La música y las imágenes están prohibidas en el culto. El deber de la guerra santa no incumbe al muslim particular, sino a la comunidad, si la situación lo exige. Actualmente, esta guerra se entiende sobre todo como guerra espiritual Está permitida, la poligamia. El que muere en la guerra santa va derecho al paraíso. Los otros hombres buenos entran en él al fin de los tiempos. Los malos son castigados en el infierno. Muchos piensan que el fin del mundo será anunciado mediante el segundo advenimiento de Jesús. Impresiona en esta religión la profunda reverencia ante el poder absoluto de Dios. La doctrina y los deberes son sencillos y claros. Por eso, la predicación del islam se puede hacer en muy poco tiempo. Las conversiones de mahometanos a la fe cristiana siguen siendo 261262 35

274-275 raras. En el capítulo sobre la redención se hablará de nuevo sobre esta religión.

EL HUMANISMO Y EL MARXISMO

254-264 Aún no hemos mencionado dos grandes corrientes espirituales 274-275 de la humanidad actual, precisamente las dos a las que pertenecen compatriotas, vecinos y amigos nuestros: el humanismo y el marxismo. Ninguna de estas dos grandes corrientes es una religión, pero ambas representan una concepción que atañe a la actitud ante el Absoluto. El humanismo parte de la convicción de que o bien no existe el Absoluto, o no se nos manifiesta con tal claridad que podamos construir nuestra vida sobre la fe en él. Los humanistas quieren practicar el bien únicamente por razón del hombre. En su moral y en su actitud ante la vida, contiene el humanismo muchos elementos cristianos. 264-266 El marxismo confiesa abiertamente en su credo — al menos 274-275 hasta hoy— que no existe Dios. Es perjudicial para el hombre creer en Dios. El que dirige su corazón a lo Absoluto, proyecta una parte de sí mismo hacia fuera, pierde parte de sí mismo, se «enajena». «La religión es el suspiro de una creación torturada, el alma de un mundo Sin corazón y el espíritu que nace de un estado de cosas sin espíritu. Es el opio del pueblo» (Marx). Esta doctrina nació en un tiempo en que una fe entendida sólo en parte impidió realmente a muchos hombres empeñarse eficazmente por la justa distribución del alimento, el vestido y la vivienda. Ella sirve a los cristianos de examen de conciencia permanente respuecto a lo que hacen del mensaje de Cristo. Nacido en un mundo judío-cristiano, el marxismo, a despecho de su reacción absolutamente negativa frente a él, ha tomado elementos del mismo. Por ejemplo, la expectación de un futuro mejor, y la idea de que incluso el «pequeño» y oprimido puede ser también portador de salvación. Estos elementos del marxismo pueden ser para muchos el camino hacia un cristianismo vivido de una manera nueva. En este sentido tal vez nos sea lícito calificar al marxismo no sólo de postcristiano, sino también de precristiano. Pues según la fe que inspira este libro, Cristo es el cumplimiento de los designios de Dios sobre la humanidad. Por eso, en las ideologías que han surgido después de Él: islamismo, humanismo y marxismo, vemos un deseo inconsciente, una búsqueda errabunda de su clara y pura imagen que tan frecuentemente oscutecemos los cristianos.

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EL ESPÍRITU DE DIOS EN TODO EL MUNDO

No es nuestro propósito juzgar por menudo los elementos de pecado, de satanás y de mal que contienen también cada una de las ideologías y religiones citadas. El hinduismo y el budismo orientan al espíritu humano hacia el nirvana, el islamismo lo aprisiona en una doctrina que no llama a Dios Padre, el humanismo no quiere que se oriente a los hijos hacia Dios y el marxismo presenta el espejismo de un futuro que no llegará jamás; todo esto contiene maldad y corrupción humana. Pero, confiando en el espíritu de Dios, que a nadie deja de lado, queremos dirigir primeramente nuestra atención a la verdad y bondad que procuran a los hombres. Esto puede también sernos a nosotros de provecho. El reflejo de verdad que hay en otras concepciones, puede hacer que un 275 cristiano se dé más cuenta de la profundidad y realismo de la doctrina de Jesús. «Porque toda verdad, sea quien fuere el que la predique, viene del Espíritu Santo», dice santo Tomás de Aquino, en el siglo x m , repitiendo una expresión de san Ambrosio, del siglo iv. En el tanteo de la humanidad que busca a Dios, vive el tanteo de Dios en la búsqueda del hombre. En Israel creemos nosotros que Dios comenzó a purificar e 468-470 iluminar la aspiración de los hombres hacia la más profunda verdad. En este pueblo se ofreció Él a toda la humanidad y se unió a su destino, para preparar su máxima gloria, que es ésta: «De tal forma amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16). Esta historia de la salud comenzó muy lentamente, no con súbita sorpresa, ni al margen de la evolución de los hombres y de las circunstancias. Al contrario, el pueblo en que Dios se reveló compartió las vicisitudes y la mentalidad de un pueblo corriente del Oriente antiguo. Pero precisamente en esto se dibuja un rasgo extraordinario, una originalidad que es un enigma para los incrédulos, y para los creyentes un signo de que en este pueblo buscó Dios de forma señera a la humanidad. «Sin violencia y casi inadvertidamente, el divino compañero de viaje se juntó a la humanidad en su peregrinación. Apenas llegó, entabló diálogo. Intervino para dar un nuevo giro. Así se dio un comienzo nuevo, que poco a poco prosigue su efecto» (H. Renckens).

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B.

E L CAMINO D E ISRAEL

En algún punto entre el Nilo y el Eufrates, vivía un grupo de nómadas. Habían huido de Egipto, pueblo de elevada civilización, donde se les había hecho imposible la vida, tanto en el plano social, como en el religioso. Privados de seguridad, tras una fuga dramática, se estableció en Cades, en la soledad del desierto, formando una federación de diversas tribus. El nombre de su Dios era Yahveh. Reducidos a la desnuda existencia, en un vacío entre dos mundos, constituían un terreno espiritual virgen. En estas tribus, llamadas a continuar su marcha y en tentación perenne de volverse a las «ollas de Egipto», buscó Dios al hombre. «Seréis para mí de entre todos los pueblos la porción escogida, porque mía es toda la tierra» (Éx 19, 5). Esta revelación puede leerse en los diversos libros que forman el Antiguo Testamento. Aquí sólo mostraremos algunas líneas del Antiguo Testamento que sirvan de ayuda para la lectura personal de sus libros. La exposición que sigue se atiene a este orden: La revelación divina llega a Israel 1) por acontecimientos, 2) por palabras acerca de estos acontecimientos, 3) por el hecho de que esas palabras fueran consignadas por escrito.

LAS MARAVILLAS DE DIOS

La época de los pastores hebreos (1800-1200 a. de Cr. aproximadamente) Los mismos hechos son ya una revelación de Dios sin palabras. Unos pastores hebreos huyen de Egipto. En una situación de todo 39

en todo humana (lucha por la existencia, por la comida, vestido y vivienda), dentro de formas en parte ya existentes, tomando incluso tal vez un nombre de Dios ya vigente en aquellos lugares, lo auténticamente divino se abre paso. Una figura carismática, Moisés, desempeña en estos acontecimientos una misión señera. Unos cuatrocientos años antes, silencio. Un pueblo que vive en Egipto. No sabemos más. Pero antes del año 1700 a. de Cr., vivieron en Canaán, entre el Jordán y el Mediterráneo, unos pastores que Israel considera como sus antepasados: los «patriarcas». Son Abraham, Isaac y Jacob, llamado también Israel. Ellos son el punto de partida de las intervenciones de Dios en nuestra historia. Apenas cabe imaginárnoslos puntualmente, dada la distancia de tiempo que nos separa de ellos. Sí nos llama, empero, la atención el que algunos usos y nombres que aparecen en estas narraciones sobre los patriarcas, coincidan con lo que descifran modernas investigaciones en las escrituras cuneiformes de la época. La época del establecimiento ximadamente)

(1200-1000 a. de Cr. apro-

¿Qué sucedió después de Moisés? Las tribus de nómadas hebreos entraron en la tierra fértil de Canaán, y estalló la guerra entre ellas y los habitantes de las ciudades de estos territorios. El número de víctimas fue seguramente menor que el indicado por la Biblia. Con el tiempo fue ocupado el país. De estos siglos han llegado hasta nosotros algunos nombres: Josué y, más tarde, lo¿ «jueces», por ejemplo, Sansón, Gedeón y Jefté. Como se desprende de los mismos relatos, eran rudos aquellos tiempos. 66 Las tribus estaban esparcidas por todo el país: al sur de Jerusalén la tribu de Judá (y la de Simeón que desaparecería con el tiempo), al norte las restantes. Jerusalén no había sido aún conquistada. Era como una cuña entre ambos grupos. Lo que a todas unía era el culto de Yahveh. Al penetrar Israel en Canaán, aconteció algo muy notable. La ciencia de las religiones dice que cuando un pueblo nómada se hace sedentario, es decir, pasa a la agricultura y ganadería, como . acaeció con Israel, cambia su religión. El Dios uno de la tribu es sustituido por una multitud de dioses locales del campo y la fertilidad. Lo maravilloso es que no aconteciera así en Israel. Cierto que no faltó la tentación de aceptar los dioses locales de la fertilidad, los Baales y Astartés, pertenecientes a aquellas tierras; pero el pueblo eñ conjunto no cayó en la tentación. En el cultivo

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de la tierra permaneció fiel a la revelación del desierto. El hecho tuvo consecuencias: Yahveh le dio fuerza, unidad y paz. La época de la antigua monarquía oriental (hacia 1000-587 a. de Cr.) El mismo fenómeno es de observar cuando el pueblo entra en su siguiente fase cultural. Así pues, hacia el año 1000, coronó Israel la época de su sedentarismo, se convirtió en monarquía. ¡ El rey David! Él conquistó a Jerusalén. ¡ El rey Salomón, que edificó en ella el templo! Según las leyes ordinarias de evolución de una religión, hubiera tenido que surgir entonces una religión estatal, cuyo Dios principal hubiera sido la personificación del poder del Estado. Un Dios que, como sombra proyectada en el cielo, hiciera y dijese lo que quería el Estado, a la manera de Marduk, dios babilónico, mera proyección celeste de los deseos de Babilonia ¿Sucedería lo mismo ahora, al convertirse Israel en monarquía del antiguo Oriente ? Yahveh se convirtió en el Dios del rey y de la nación. Hubo unidad entre la vida y la religión. Fue el sereno y cálido mediodía del yahvismo: no hubo contraste entre la vida social y la religión, entre prosperidad y culto. Pero Yahveh no fue una creación del Estado. No, en contraste perfecto con los pueblos vecinos, fue Yahveh quien configuró el Estado. Naturalmente, no faltó la tentación de rebajarlo a esclavo del Estado; pero Yahveh era un Dios vivo. Por medio de los profetas, que aparecen a lo largo de todo el período de la monarquía, mantuvo pura su revelación. Después de Salomón, la monarquía declinó más y más hacia un despotismo típicamente oriental; tanto más alta fue entonces la misión de estos profetas, que formaron en el pueblo un núcleo de verdaderos adoradores de Yahveh, un auténtico «resto». El Estado y la religión, no se identificaron más en lo sucesivo. El cautiverio (587-539 a. de Cr.) La cautividad fue la salvación del mensaje de Israel, pues desapareció el Estado, como habían predicho los profetas. El reino, escindido en dos a la muerte de Salomón, se convirtió en dos pequeños Estados tapón entre las grandes potencias de Mesopotamia y Egipto, y acabó siendo aplastado por ellas. En el año 721 antes de Cr., el reino del norte (Israel, con Sama'ia por capital) fue llevado cautivo a Asiría; en el 587, el reino del sur (Judá, con Jerusalén por capital) fue transportado a Babilonia. Con la desaparición del Estado tendría que haber desaparecido — siempre según las leyes de la h: ;tona de las religiones — 41

el Dios nacional. Pero Yahveh permaneció. En el nuevo «desierto» de la cautividad fue sentido de nuevo. En medio de los otros pueblos se le reconoce de una manera aún más consciente como creador del cielo y de la tierra. Por la voz de sus profetas conduce a la patria un «resto», cuando, el año 539 a. de Cr., tuvo que rendirse Babilonia a los persas. La época del judaismo damente)

(desde el 500 a. de Cr. aproxima-

Fueron sobre todo los habitantes del antiguo Judá quienes retornaron. De aquí que se llame a los cinco siglos siguientes el período del judaismo. Se reedificó Jerusalén; pero apenas se dieron hechos políticos decisivos. En el siglo n a. de Cr., bajo el caudillaje de los Macabeos, hubo una insurrección contra la dominación helenística. El año 63 vino la ocupación romana. La fuerza de este pueblo no radica en su independencia política. Jerusalén vino a ser el centro de un pueblo, disperso, aunque no perdido, por todo el mundo antiguo. Con el nombre de «diáspora» (dispersión) se designa a los judíos que viven fueta de Palestina. Durante estos siglos viven en este pueblo un gran número de hombres sencillos, de fe profunda, que reconocen su 78, 88 propia insuficiencia, y ponen toda su esperanza en el advenimiento 91, 102 de Dios. Son llamados «los pobres de Yahveh». Entre ellos estará un día — para bien de todos los hombres — la cuna de Jesús en 337, 398 las cercanías de Jerusalén. Tal es la historia del Antiguo Testamento, con sus períodos de vida pastoril, agrícola y nacional, hasta acabar en comunidad espiritual dispersa por doquier. Son acontecimientos mundanales y corrientes, como el curso de la vida de cualquiera de nosotros. En ellos se reveló la fidelidad de Dios. (Sobre la fidelidad de Dios para con Israel después de la resurrección de Jesús, véase el ca198-199 pítulo «La Iglesia naciente».)

LA PALABRA DE DIOS

La palabra que revela Hasta aquí hemos procurado hablar sólo, en lo posible, de los acontecimientos. Fijémonos ahora en la palabra que actuaba en Israel desde sus orígenes. En las danzas, cantos y recitaciones de las reuniones litúrgicas resonaban cánticos, oraciones y sobre todo narraciones. De este

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modo comenzó a ponerse en claro el sentido de los acontecimientos. Sólo por la palabra se hace la realidad enteramente real. La obra de Yahveh solamente aparecía como tal cuando un gran creyente la mostraba en los acontecimientos. El efecto directo de la palabra hablada ha desaparecido las más de las ve'ces en la oscuridad del pasado. No obstante, hay un período que nos es mejor conocido y que proyecta bastante luz sobre la función de la palabra en toda la historia de Israel. Es el período de los profetas, que hablaban al pueblo de Yahveh. Por su penetración en la fe, se orientaban según los designios de Dios. Pero Israel no recibía a ciegas a todo el que pretendía hablar en nombre de Yahveh. Había también falsos profetas. Los verdaderos profetas se «acreditaban» en razón de su mensaje; éste se acordaba con la fe pura en Yahveh, con la experiencia de lo que en verdad es liberador, aportado propiamente por Dios. Este mensaje fue continuamente objeto de nueva formulación, a través de generaciones y siempre con creciente espiritualidad. No se acordaba con una religiosidad ligera y tibia, ni con los ensueños del rey y del pueblo. Era muy a menudo un lenguaje duro que provocaba la división de los espíritus. Quien era puro de corazón reconocía la alegría del mensaje, la verdadera vocación de Israel. Alianza ¿Se podría resumir en un término el contenido del mensaje dado a Israel? Tal vez en el término «alianza». Alianza quiere decir mutua unión y amistad. ¿ Unión y amistad entre quiénes ? Entre el pueblo mismo y entre Dios y el pueblo. No pueden separarse estas dos formas de unidad. Estando unidos con Yahveh permanecían sóli- 271 damente unidos entre sí. Manteniendo la unidad entre sí, el pueblo 361-363 permanecía unido con Yahveh. La predicación trata siempre de la alianza. Su objeto era poner de manifiesto que lo mismo en la historia que en la vida de cada hombre, la realidad más profunda ha de buscarse y verse en el ofrecimiento que Dios nos hace de su amistad y fidelidad, y la 452 de la fidelidad y amistad de unos con otros. La palabra de Dios revelaba así por sí misma otra realidad, 267 que es peculiar de Israel y el cristianismo: el pecado. Ello quiere 431, 443 decir que la defectibilidad no es a la postre una fría imperfección, ni el dejarse dominar por un poder maligno y extraño, sino una infidelidad personal a una amistad personal. Eí mal es siempre algo personal. Israel ve la historia humana como una historia de amor y, por ende, algo que debe tomarse en serio. 43

50-52

La palabra en la historia entera de Israel

39-40

Qué matiz tenía y qué notificaba la palabra en tiempo de los patriarcas, es muy difícil de saber puntualmente. Algo nos delatan los antiguos nombres de Dios; por ejemplo, «el Fuerte de Jacob». Tal denominación alude a una alianza entre Dios y Jacob. El comienzo de esta alianza está en Abraham, Isaac y Jacob. Bien que muy implicada con una imagen primitiva del mundo y de Dios, fue entonces cuando entró en el mundo esta alianza singular. Abraham vivía y pensaba ciertamente de modo muy distinto que nosotros. Pero las experiencias que nosotros tenemos de Dios las tuvo también él. Somos amigos del mismo Dios. Con razón llamamos a este nómada semibárbaro padre de nuestra fe. 39-40 Del tiempo de la salida de Egipto, cuando comienza a dibujarse la federación de las tribus, se nos han conservado fórmulas, como los antiguos «diez mandamientos». Los tres primeros hablan de la alianza con Yahveh, los siete restantes de la alianza de unos con otros. Y aquí vemos una vez más lo íntimamente que depende la unión de unos con otros de la unión de todos con Yahveh. Durante los siglos de los jueces surgieron nuevos acuerdos, cánticos y narraciones que fueron afianzando más y más la alianza aún primitiva. Bajo el reinado de David, para quien el mantenimiento de la alianza era evidencia primera, nacieron, entre otros, los cánticos litúrgicos, que llevan el nombre de «salmos». También por en42-43 tonces empieza a resonar la voz de admonición de los profetas. Como ya hemos visto, ésta se dejará oir con mayor intensidad a medida que avanzan los tiempos de la monarquía. Y denuncia con negros tintes aquello que es contrario a la alianza: la infidelidad para con Yahveh y la dureza de corazón para con el prójimo. Mediante la trágica imagen de la mujer amada que abandona a su marido, pero a quien su marido no puede olvidar, hablan los profetas del amor y de la ira de Yahveh, y de su determinación de no romper jamás, por su parte, la alianza. Mientras duraron las calamidades del cautiverio, este último rasgo de la inagotable fidelidad de Dios aparece en primer plano como motivo de consuelo y de fuerza. En aquel tiempo, en que Israel tenía que vivir como rebaño minúsculo, sin patria y sin templo, entre religiones seductoras e impresionantes, se dio más clara cuenta de su alianza con Yahveh. 41-42 Esta actitud se mantuvo durante la restauración y dispersión después del cautiverio. Mantenerse fiel a Yahveh significa hacer historia y atender al futuro. Esta fe es expresada de múltiples formas. 44

Narración

de los orígenes

56 En los siglos que precedieron y siguieron a la cautividad reso- 252-254 naron también voces que proyectan la luz de Dios no sólo sobre el 408 sentido de la historia de Israel, sino también sobre el de la historia de todo el linaje humano. La narración de los orígenes, que aparece ahora al comienzo de la Biblia (Gen 1, 11: Adán y Eva, Caín, Noé, Babel), recibió entonces su forma. En otra parte expondremos que, en último término, estos capítulos no se proponen narrar determinados hechos históricos, sino expresar la convicción de que lo acontecido entre Dios e Israel acontece también entre Dios y la humanidad entera: el ofrecimiento, por parte de Dios, de la alianza, contrariada por nuestros pecados. Tal es el profundo mensaje de estas narraciones imperecederas, que nos conciernen a todos. Fenómenos

únicos en Israel

El mesianismo El mensaje sobre la fidelidad de Dios hace que se produzca en Israel un fenómeno único en el mundo: se aguarda algo de Dios. Naturalmente, todo hombre ansia la salvación y todas las religiones son siempre una doctrina de salvación. Pero sólo Israel mantiene la conciencia viva de que esta redención es liberación de nuestra humana infidelidad, es decir, liberación del pecado. Sólo Israel tiene además conciencia de que la redención se cumple en la historia. El mundo camina hacia una «meta». Esta «meta» reviste desde David una forma concreta: Dios permanecerá fiel a la casa de David, como anuncia la voz de los profetas. En el futuro surgirá de la casa de David una figura que prometerá la salvación en nombre de Yahveh. Israel esperaba al enviado de Yahveh: el¡ Mesías. El sentido de la historia

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El contacto inmediato con el Dios vivo hace a Israel sensible 55, 206 al sentido de la historia. También en esto se yergue Israel solitario en el antiguo Oriente. Este pueblo minúsculo, con una cultura muy inferior a la de los grandes imperios sus vecinos, llevó a cabo una obra histórica que no tiene par. Cierto que también en otros pueblos encontramos muchas narraciones y crónicas. Pero sólo Israel se interesa por el trasfondo ulterior de los hechos y su mutua dependencia. Israel está persuadido de que el Dios vivo actúa en la historia. 45

Monoteísmo La promesa y el sentido de la historia van estrechamente unidos con otro rasgo de la religión de Israel: el culto de un solo Dios. Sin duda se dan en otras partes formas de monoteísmo. Así se dio, por ej., en Egipto el culto al sol por parte del faraón Ecnatón, y en otras religiones se adoró a un solo Dios como el supremo entre los otros dioses. Pero éstas nunca tienen la consecuencia, concentración y fuerza que ostenta el verdadero Dios en Israel. El monoteísmo no es en Israel primariamente una cuestión de 260-276 números. Se trata de algo más profundo y total, de algo que está lleno de vida, a saber, que Él es único, incomparablemente activo y salvador. Esta idea de Dios no tiene parangón, ni aun remoto, en las religiones de aquella época. La experiencia d-e la cercanía de Dios Dios está presente por la palabra La palabra era en Israel el medio de poner la obra de Dios a su verdadera luz. Pero precisamente por esto era al tiempo algo más. La misma palabra era una manifestación, una obra de Yahveh. Por ella se hacía patente al hombre mísero el creador del universo. «Toda carne es heno, mas la palabra de nuestro Dios permanece eternamente» (Is 40, 6-8). Así cantaba el «segundo Isaías» al final de la cautividad. Y también: «Como bajan la lluvia y la nieve de los cielos y no tornan allá, sin haber empapado y fecundado la tierra y haberla hecho germinar para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí de vacío sin haber realizado lo que quise y cumplido la misión para que la envié» (Is 55, 10-11).

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La ley Por la palabra se acerca Dios a nosotros. También está cerca 356-360 de nosotros por una forma particular de la palabra: la ley, que es la expresión de la conciencia del pueblo. Por la ley «se tocaba» a Dios. «Guardadlos y ponedlos en práctica (las leyes y mandamientos), porque así seréis sabios y prudentes a los ojos de los pueblos. Cuando tengan noticia de estas leyes dirán con admiración; esta gran nación es un pueblo sabio e inteligente. Porque ¿hay alguna nación tan grande que tenga los dioses tan cerca como lo está Yahveh, nuestro Dios, siempre que le invocamos ? Y ¿ cuál es la gran nación cuyos preceptos y normas sean tan justos, como toda esta ley que yo os presento hoy?» (Dt 4, 6-8). «Los mandamientos de la ley no están en el cielo de forma que puedas decir: ¿ Quién subirá por nosotros al cielo para bajárnoslos de allí?... Cerca de ti está la palabra, en tu boca y corazón está...» (Dt 30, 12-14). La sabiduría Todavía hay otra expresión por la que Israel describe la presencia de Dios: la sabiduría. Sobre todo en tiempos tardíos se empleó esta palabra, tan densa de sentido, para expresar la presencia de Dios: «Toda sabiduría viene del Señor y en Él permanece por toda la eternidad. Las arenas del mar, las gotas de la lluvia y los días de la eternidad, ¿ quién podrá contarlos ? La altura de los cielos, la anchura de la tierra, y la profundidad del océano ¿quién podrá alcanzarlos? Antes que todo fue creada la sabiduría, y la luz de la inteligencia existe desde la eternidad. La fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas, y sus caminos, los mandatos eternos» (Eclo 1, 1-5). Detengámonos un momento para profundizar en esta noción de sabiduría. Partimos de nuestro propio mundo moderno. Sin duda puede llenarnos de profunda admiración la contemplación del cuadro en el que en breves letras y cifras se indican todos los elementos de que se compone nuestra tierra. Es lo que llamamos el «sistema periódico». ¡ Qué extraordinaria y sutil inteligencia humana ha sido menester para elaborarlo! Y, sin embargo, ello no es más que una reflexión, una pesquisa, acerca de lo que

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hay ya en las cosas, de lo que originariamente había sido pensado por una sabiduría ya existente. Se han hecho investigaciones sobre la migración de las aves. Se ha llegado a descubrimientos de una admirable profundidad de comprensión. Pero ¡ cuan grande no debe ser la sabiduría que, con poder creador, ha hecho que se den en las aves todas esas modalidades de vuelo! Es encantadora la sabiduría de algunas personas — d e una patrona u hotelera, de un amigo, de una amada— que saben encontrar el tono adecuado y la palabra suave que despierta alegría. Pero ¡ qué sabiduría supone haber ideado este corazón que encuentra tales palabras y no menos el otro que puede recibirlas! A todo lo que existe antecede una sabiduría sutil y penetrante, que hace crecer en el mundo la estructura, la vida, el conocimiento y la sabiduría. Esta sabiduría viene de Dios. Israel habla a veces de ella como de una realidad creada; otras veces, como de un aspecto del mismo Dios. Es el semblante de Dios que se vuelve hacia el mundo, que se ocupa de nosotros los hombres. La admiración y agradecimiento va a veces tan lejos que se habla sobre esta sabiduría como sobre una persona. No es que se la piense como persona; es sólo un modo especial de representarla. Con imágenes poéticas se le hace decir: «Antes que los abismos fui engendrada... Cuando asentó los cielos, allí estaba yo... Cuando echó los cimientos de la tierra con Él estaba yo, como arquitecto... recreándome en el orbe de la tierra...» (Prov 8, 24-31). En el libro de la Sabiduría se lee: «Pues en ella hay un espíritu inteligente, santo, único y múltiple, sutil, ágil, penetrante, inmaculado, cierto, impasible, benévolo, agudo, libre, bienhechor, amante de los hombres, estable, seguro, tranquilo, todopoderoso, omnisciente, que penetra todos los espíritus, los inteligentes, ios puros, los más sutiles... Porque es un hálito del poder divino, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es mi reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad» (Sab 7, 22-23.25-26).

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Un moderno hombre de ciencia ha hecho notar que lo único al parecer constante e inmóvil en la materia, que continuamente cambia y se deshace, son las leyes de la naturaleza. Esto puede servirnos, por similitud, para comprender mejor la forma en que se presenta a Israel la sabiduría de Dios. En efecto, el libro de la Sabiduría prosigue: «Aunque es única, lo puede todo; permaneciendo la misma, todo lo renueva.» La manifestación suprema de esta sabiduría está en el hombre no sólo en su entendimiento, sino en su vida entera: en su bondad y santidad. El texto prosigue así • «De una generación a otra, se derrama en las almas santas, y de ellas hace amigos de Dios y profetas» (Sab 7, 27). Es lo más excelso que hay sobre la tierra. El autor sagrado dice un poco más adelante. «Yo la amé y anhelé desde mis años mozos; me esforcé por hacerla esposa mía» (Sab 8, 2). «Palabra», «ley», «sabiduría», son modos de expresar lo mismo, a saber, que el Dios vivo condescendió a tratar con Israel y el mundo. Si nos hemos detenido algo más en la expresión «sabiduría», es porque este concepto no es apenas atendido en nuestra predicación. Pero nos hemos detenido sobre todo en este concepto, porque la «sabiduría», lo mismo que la «palabra», es manifestada en el Nuevo Testamento como un «alguien». Pablo habla de Cristo usando los mismos términos que el Antiguo Testamento aplica a la sabiduría «Él es el reflejo de su gloria (la de Dios)» (Heb 1, 3). «Él es imagen del Dios invisible», pues «en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra... Todo fue creado por Él y para Él. Él es ante todo, y todo subsaste en Él » (Col 1, 15-17). Dios nos viene al encuentro en una persona muy concreta. la del Verbo, que se hizo carne. En la palabra, en la ley y en la sabiduría tuvo lugar un primer contacto, velado, del Hijo de Dios con la humanidad. Así se preparó la encarnación del Verbo, la aparición de la sabiduría. A ve- 81-82 ees puede ser aconsejable volver los ojos a estas descripciones cósmicas del Antiguo Testamento, a fin de darnos más y más cuenta de lo profundamente que, en toda realidad de este mundo, está 478-4: actuando entre nosotros Cristo.

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LA SAGRADA ESCRITURA

¿ Se ha diluido acaso en el aire la palabra dirigida a Israel ? La mayor parte de ella seguramente. Pero algo, su núcleo precisamente, cristalizó en escritos. La palabra ha sido consignada por escrito. Algo tan santo está en medio de nosotros. La revelación de Dios en el desierto está en las estanterías de nuestra biblioteca. La palabra de Dios nos ha sido transmitida. ¿ Cuándo se puso todo esto por escrito ? Algo desde el tiempo de David aproximadamente (1000 a. de Cr.) y posteriormente a lo largo de toda la historia de Israel. El Antiguo Testamento es una colección de escritos, sobre los que se trabajó durante más de mil años. A menudo, ni siquiera los diferentes libros particulares fueron escritos de una sola vez. Muchos fueron surgiendo lentamente, a la manera de las catedrales, en las que se trabajó siglos. Un ejemplo es el libro del Éxodo: Leyes de la época de David se entremezclan con otras posteriores a la cautividad. Se trata de un código que va desarrollándose a par del propio pueblo. También el libro de los Salmos fue creciendo de esta forma. Entre el salmo más antiguo y el más reciente tal vez hayan transcurrido 800 años. El Antiguo Testamento refleja la larga existencia de un pueblo. Se podría comparar con una antología literaria que contuviera, desde los orígenes a la actualidad, el núcleo de nuestra literatura en toda su variedad. La diferencia está en que la literatura de Israel está orientada hacia los grandes hilos conductores de este «pueblo de Dios»: Dios se propone salvar a este pueblo y con él al mundo entero. ¿ Cómo nació la Biblia ? Gracias a las investigaciones sobre la lengua y el estilo, cabe distinguir con creciente precisión las fases particulares de la composición de la Biblia. Para quienes se interesen por el tema damos seguidamente una síntesis, al tiempo que nos excusamos ante quienes opinen que así se interrumpe el carácter de predicación del presente capítulo. La primera fase es la de los autores yahvistas y elohístas (Y y E) de la monarquía antigua (hacia 1000-750). Ellos escribieron la historia de su tiempo (por ej., 2 Sam 9 - 1 , Re 2 : «la dinastía de David», uno de los primeros grandes y clásicos fragmentos de la Sagrada Escritura). En estos círculos se escribieron también acontecimientos de tiempos antiguos, que se habían transmitido oralmente. Fragmentos muy antiguos son, por ej., los diez mandamientos, el salmo 29, el cántico de Débora en Jue 5. Tam50

bien la historia del paraíso (Gen 2-3) es ejemplo de un tema antiguo fijado y puesto por escrito en los medios yahvistas y elohístas. En general, puede decirse que lo fundamental del Pentateuco (los cinco primeros libros del Antiguo Testamento) se compuso en esta fase. El segundo período de los orígenes de la Escritura está relacionado con el movimiento profético. Se lo puede fechar entre los años 750 y 500. En este tiempo se compusieron no sólo la mayor parte de los libros proféticos, sino también Josué, Jueces, 1-2 Samuel, 1-2 Reyes. Además se refundió y coleccionó de nuevo la literatura anterior. El ejemplo más saliente es la nueva redacción de la ley en lenguaje profético, la «segunda ley» o Deuteronomio. De ahí el nombre de escuela deuteronómica (D) que se da a la literatura de este tiempo. Finalmente, hay que mentar también la producción literaria religiosa después de la cautividad. Sus autores fueron sobre todo sacerdotes. De ahí el nombre de escuela sacerdotal (P=alemán, Priester). Esta escuela continúa la historiografía nacional (1-2 Paralipómenos, Esdras, Nehemías). En este tiempo se refundieron definitivamente los antiguos libros ya existentes (el relato de la creación de Génesis 1 pertenece a este período). Muchas leyes, salmos y proverbios fueron admitidos en la Sagrada Escritura. Hacia el año 200 surge en el seno de la comunidad de fe auténtica, formada por judíos que vivían fuera de Palestina, la versión griega de la Sagrada Escritura. Se llamó la versión de los Setenta y fue la Biblia preferentemente usada por los apóstoles. Si quisiéramos caracterizar de forma brevísima los estilos de las varias escuelas, diríamos que Y y E son primitivas, D cálida y P clara. De este modo, la evolución entera de un pueblo se refleja en la Escritura. No hemos de imaginarnos el conjunto de este proceso como si los autores fuesen conscientes de que estaban componiendo la «Sagrada Escritura». Sobre la inspiración del Espíritu Santo en 64 la génesis de la misma hablaremos más adelante. Digamos también unas palabras sobre las fases en que la Es- 204 critura fue admitida como canónica, es decir, como libro oficialmente sagrado. Sabemos que cuando, hacia el año 450 a. de Cr., los samaritanos se separaron de los judíos, se llevaron consigo el Pentateuco («la Ley»). De ahí cabe deducir que por entonces sólo el Pentateuco era tenido por canónico. Hacia el 300 a. de Cr., como se puede demostrar, eran tenidos por canónicos los libros proféticos y Josué hasta los Reyes inclusive (que los judíos llamaban «libros proféticos»). Los restantes libros (que los judíos llamaban «escrituras») no gozaban en el 51

Antiguo Testamento de una delimitación canónica tan precisa. Por el tiempo en que se hizo la traducción griega de la Biblia, se sumaron, procedentes de la comunidad de fe auténtica de judíos que vivían en la diáspora (o dispersión), algunos libros que no están contenidos en la Biblia hebraica. Talen son: Tobías, Judit, partes de Ester, 1-2 Macabeos, Sabiduría, Eclesiástico, Baruc y partes de Daniel. Hasta el año 200 aproximadamente fueron estos libros propiedad indiscutida de la Iglesia. Pero llegó un momento en que no parecieron tan adecuados para el diálogo con los judíos, los cuales, hacia el año 100 d. de Cr., habían vuelto al canon hebreo. Esta cuestión se convirtió entonces en motivo de discusión dentro de la primitiva iglesia. La tradición católica los cuenta entre los libros de la Biblia, la reforma calvinista no, la luterana los pone de apéndice a la Biblia como lectura edificante. La cuestión no es tan importante como pudiera parecer. El que estos libros, por lo demás muy hermosos en su mayoría, formen parte de la Escritura, no significa que sean tan importantes como los otros. No enriquecen esencialmente la revelación. En la transcripción de los nombres bíblicos hubo diferencias entre católicos y protestantes. Los católicos siguieron -en este punto la versión de los Setenta; tomaron, pues, los nombres tal como fueron transcritos en griego hacia el año 200 a. de Cr. La reforma protestante siguió la transcripción fijada por los judíos en la primera edad media, cuando se añadieron las vocales a las palabras hebreas (el hebreo no tenía propiamente vocales). Aquí seguimos la transcripción corriente en España. Los géneros 145

literarios

Hasta qué pmnto se han de tomar las narraciones bíblicas

a la

letra

Los datos que acabamos de indicar no son necesarios propia r mente para la inteligencia de la Sagrada Escritura. Ahora vamos a ocuparnos de otro punto que tiene más importancia para entender la Escritura, y es que, en el Antiguo Testamento, se dan varios «géneros literarios». Detengámonos aquí un momento. Por «género literario» se entiende «la manera en que un escritor emplea el lenguaje». Una ley o una descripción arquitectónica emplean distinto lenguaje que un poema. En un caso se trata de describir con la mayor exactitud posible; en el otro, de sugerirnos algo. Una novela usa un género literario distinto al de un atestado. En un caso se trata de una narración, fiel a la vida y que muestra «al hombre», pero que no es necesario aconteciera 52

tal como se describe; en el otro, se trata de enumerar con exactitud hechos efectivamente acontecidos, reconózcase o no en ellos la auténtica vida del hombre. Sin darnos cuenta de ello, nosotros mismos empleamos frecuentemente, al hablar o escribir, distintos géneros literarios. El que ha sido, por ejemplo, testigo de un accidente en que ha muerto un niño, relatará el mismo hecho de modo muy distinto a la policía y a los padres de la víctima, o a su propia mujer. Tres géneros, en cada uno de los cuales las mismas cosas se dicen de distinta manera: unas se omiten y otras pasan a primer término. Diversas personas usan frecuentemente de diversos «géneros literarios». Hay quien narra con tal precisión y objetividad, sin interesarse íntimamente por lo que dice, como si estuviera redactando un atestado policíaco; otro exagera un tanto las cosas, a fin de captar en su relato algo vivo del acontecimiento. Si no se conoce al que habla, es fácil cometer un error. En el primer caso se dirá que al que habla no le importa nada de lo ocurrido; en el segundo, que miente. En realidad, se trata de dos lenguajes distintos. Todo lo que se dice y escribe debe juzgarse según su género literario. De lo contrario, la equivocación es segura. El género puede distinguirse según familias, grupos sociales y regiones. Una misma palabra puede evocar matices diferentes según el contexto, la provincia, el autor. También según el tiempo pueden darse distintos géneros literarios. Una breve palabra en nuestro tiempo puede contener tanta pasión como la que expresa toda una larga parrafada de hace 30 años. Si no se tienen en cuenta estas diferencias, es fácil confundir el sentido de lo que se dice. De hecho, en la interpretación del Antiguo Testamento, se han cometido equivocaciones. Si una distancia de unos centenares de kilómetros o una treintena de años de historia dan lugar a equivocaciones, ¡ qué fácil no será entender mal el Antiguo Testamento, que nos introduce en un mundo totalmente otro que el nuestro, y que está separado de nosotros por un intervalo de 2000 a 3000 años! Estos errores han sido particularmente frecuentes en lo que se refiere a los relatos históricos. Se ha querido interpretar las narraciones de acuerdo con nuestras ideas actuales, como un informe que ha de tomarse más o menos a la letra. Pero no siempre es éste, en absoluto, el género literario de la Biblia. La narración, por ej., de la creación, con sus seis días, es un poema, cuyo fondo no es otro sino que todo procede de la mano de Dios. La forma es una invención maravillosa, pero no un informe. A ello aludió ya, entre otros, santo Tomás de Aquino en el siglo XIII. Que la narración sobre Adán y Eva no debe ser tomada por 44 53

452 relato histórico, es algo que sabemos de poco tiempo a esta parte. 408 Trata, como ya hemos dicho, del hombre. Esto, desde luego, se sabía ya antes; pero, por faltar otras fuentes, se tomaban también los nombres y pormenores como verdad histórica. Lo mismo hay que decir de los capítulos 2-11 del Génesis. A partir de Génesis 12, se sigue contando los sucesos como historia, pero del modo como este pueblo entiende la historia. Lo que importa a Israel es presentar en primer término las líneas fundamentales del acontecimiento. Y ya hemos visto antes cuáles son estas líneas centrales: la alianza creadora de Dios, la humana infidelidad, la salvación que sólo viene de Dios. Israel había experimentado estas cosas en acontecimientos. Como todos los grandes hechos humanos, aquellos acontecimientos iban ligados a grandes experiencias internas. Y también éstas forman parte de los hechos. Un acontecimiento es como un témpano sobre el océano, del que emerge una décima parte sobre el nivel del agua, otras nueve partes quedan sumergidas. La experiencia interna constituye la mayor parte del acontecimiento. Un grupo de nómadas vejados y oprimidos escapa a sus opresores a través de un brazo del mar Rojo secado por el viento. Una impresionante experiencia, que un pueblo entero no se cansa de contar. Pero entonces no se conocía aún el arte de describir psicológicamente una experiencia íntima, como acontece, por ej., en la novela moderna. Este género literario no existía por aquellas fechas. ¿ Cómo reproducir entonces en palabras las nueve décimas partes del témpano, la conciencia de haber sido ayudados por Yahveh ? Se llegó a la formulación de esta gran experiencia por medio de un relato grandioso. Era el género literario de este pueblo. Se exageraron los hechos exteriores para hacer justicia a la magnitud de la experiencia. Así nacieron narraciones de inmortal belleza, que, precisamente por sus hipérboles, nos hacen ver los acontecimientos mucho mejor de lo que sería capaz una documentación objetiva. Así, por ejemplo, en el libro del Éxodo (17, 8-13) se describe la batalla que el pueblo hubo de librar contra los amalecitas. Sobre el monte estaba Moisés con los brazos extendidos. Si dejaba caer los brazos, Israel era derrotado; cuando los levantaba, vencía Israel. Por la tarde estaba tan cansado que dos hombres hubieron de sostenerle los brazos. ¡ Qué acertadamente se expresa aquí lo que sucedía: El caudillo puesto por Dios llevaba al pueblo a la victoria! Toda la experiencia interior y exterior se condensa en la imagen del hombre con los brazos extendidos. El Antiguo Testamento está lleno de magníficos pasajes de esta índole. Ya vimos que se trabajó durante siglos en la elaboración de estos libros. De este modo se yuxtaponen a veces dos repre54

sentaciones de un mismo hecho. Así leemos, por ejemplo, en el relato del paso del mar Rojo que un viento de oriente dejó seco el brazo de mar (Éx 14, 21). Dios intervino mediante un conocido fenómeno natural. Pero los salmistas y narradores que vinieron luego, hallaron otra explicación que condensaba la misma experiencia: el agua se levantó a derecha e izquierda como una muralla. También esta explicación se consignó en la narración, y se puso inmediatamente después de la anterior (Éx 14, 22). Al relatar de nuevo lo sucedido, pero en mayores dimensiones, se convirtió este acontecimiento en prototipo de toda salvación. Tal vez nos maravillemos de la libertad con que se procedía. Pero se trata justamente del género literario de aquel tiempo, y no del nuestro. Esta libertad está íntimamente relacionada con un vivo sentido de la unidad de la historia. El escritor estaba profundamente persuadido de que el mismo Dios que obraba en la actualidad había obrado en el pasado. De ahí que se atreviera a trasladar a las viejas narraciones sus propias experiencias. La apostasía, por ejemplo, del pueblo en el desierto fue descrita como un «baile en torno al becerro de oro». Esto coincide exactamente con la forma en que el escritor de los años de la monarquía entendía ta «apostasía»: el servicio a los becerros en Israel. No podía presentar más claramente a sus lectores la apostasía del desierto. Al mismo tiempo creó así un símbolo de la apostasía para todos los tiempos. De modo general, podemos decir que, como hemos visto, el género literario de Israel gusta de transformar experiencias internas en narraciones concretas. Un excelente ejemplo nos lo ofrece la vocación de Samuel. Un joven no sabe si está llamado o no. Medita sobre su vocación. Unas veces piensa que sí, otras que no. Durante la noche se atormenta cavilando. Lo consulta con otros. Un escritor moderno describiría todo este proceso con precisión -psicológica. Pero Israel hizo de él la narración tan sublime como sencilla, que leemos en 1 Sam 3. Si no se tiene en cuenta el género literario de Israel, se podría pensar que Dios habló literalmente, cuando leemos: «Dijo Dios...» (a Jeremías, a Moisés, a Abraham). Pero Dios no tiene por qué emitir sonidos humanos. Se trata de la certidumbre de fe que Él comunica. Abraham es el padre de los creyentes. Al decir todo esto, ¿no hemos empequeñecido y rebajado la revelación de Dios a Israel ? Porque ya, en los relatos de milagros, hemos sospechado que frecuentemente se trata de acontecimientos que, bien mirados, no parecen tan extraordinarios. Y del hablar de Dios decimos que fue sobre todo un habla interior. 55

4+4S

44-45 351-352 201-204 316 45

Pero ¿hay derecho a llamar a esto empequeñecimiento? Todo lo contrario, así tenemos vista libre para est? gran milagro de Israel: su historia entera. Un pueblo ordinario con una historia extraordinaria se destaca fundamentalmente de los otros. En esto radica el verdadero caudillaje de Yahveh. Los relatos de liberaciones y los prodigios son la calderilla en que se extiende ante nosotros esta gran suma. El milagro no está en que Dios hablara a Israel con frases sensibles, sino en que de este pueblo minúsculo haya salido la voz con que habla Dios a toda la humanidad. Tal es la profunda significación de los pasajes en que leemos: «Dijo Dios...» Reconocemos la epifanía (aparición) de Dios en su diafama (transparencia) en la historia y voz de Israel. No nos dejemos engañar por las ilustraciones a la historia bíblica al estilo del siglo xix, en que se dibujaban nubes, rayos y triángulos en el aire. En los trabajos y en el hablar de hombres, nos dio Dios su revelación única. Una cosa hay que tener aquí bien presente, y es que se trata de verdadera historia. Israel fue realmente coriducido por sucesos y palabras a lo largo de su historia. No se trata de un mito, ni de una fábula intemporal. Aun los relatos de Génesis 1-11, que no reproducen ningún acontecimiento determinado, dan a entender que la humanidad avanza y se hace su propia historia.

Apenas se abre el Antiguo Testamento, el lector se pregunta hasta qué punto sucedió literalmente ésta o la otra historia. A esta pregunta pueden darse globalmente tres respuestas: Primera: Las personas en la historia de los patriarcas son históricas y muchos de sus rasgos se remontan en efecto a aquellos tiempos. Las líneas generales del éxodo o salida de Egipto y muchos pormenores se remontan al tiempo en que sucedió. En la historia posterior, la línea fundamental del relato reproduce, en verdad, los hechos acaecidos. La segunda respuesta es que en las obras científicas se podrán encontrar indicaciones más precisas acerca del grado de «literalidad» que corresponde a las diversas narraciones; pero, a pesar de esto, hasta la ciencia más exacta está aún llena de incertidumbre. Y es que un género literario de otro tiempo no puede ahora verterse exactamente en fórmulas determinadas. En parangón con las tendencias de hace cincuenta años, tal vez demos ahora nosotros en el extremo contrario y tengamos muchas narraciones por menos literales de lo que fueron en realidad. Tal vez sucedieran realmente más cosas extraordinarias, externamente perceptibles, de lo que 108-109 a menudo pensamos actualmente. ¿Por qué han de acontecer hoy 455 día cosas semejantes en Lourdes, y no antaño en Israel? Acaso hiciera Dios resonar realmente para los hombres de entonces como

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revelación una voz exterior, de forma que, a pesar de todo, muchas narraciones debieran entenderse literalmente. Y viene ahora nuestra tercera respuesta, que esclarece una parte esencialísima de todo el problema. A decir verdad, no importa tanto conocer el grado de «literalidad» exterior. Entreguémonos a la narración, tal como la tenemos delante. Metámonos en 202 ella. Podemos estar seguros de que la parte auténtica del aconte- 315-316 cimiento, las nueve décimas partes del témpano, penetrarán en nuestra alma. El que vive los relatos, vive la historia de Israel. Por eso no es tan trágico el que, durante tanto tiempo, se desconociera la noción de género literario y se tomaran al pie de la letra muchos relatos, por ejemplo, la historia del paraíso terrenal. También así se comprendió el mensaje de la creación, del pecado original y de la torre de Babel. ¿ Qué quita ni pone al mensaje propiamente dicho creer que Dios habló a Abraham con palabras sensibles o no ? También el que cree en la literalidad sabe que a la postre no es eso lo que importa; lo importante es Dios, que dirige un llamamiento al corazón del hombre. Los géneros literarios de la Biblia son aún hoy día accesibles Una cuestión postrera se nos impone. Ya hemos indicado lo remotos que nos resultan los géneros literarios de la Biblia. Siendo esto así, ¿puede un hombre moderno notar que aún le dicen algo? ¿Puede tomarlos en serio? En esto se ve bien claro lo ventajoso de que Israel tuviera tal sensibilidad para captar la unidad de la historia. En los antiguos acontecimientos ponía justamente de relieve lo que aún hoy día conserva su validez: la manera en que Dios actúa, las grandes líneas. Por consiguiente, los géneros literarios de la Biblia están ordenados a destacar en cada narración algo umversalmente humano. Es un espejo en que se ve el hombre y, por ende, nosotros. Por eso, los relatos bíblicos nos son aún próximos. Y están también particularmente cerca de nosotros, por ser a menudo tan maravillosos. Poseen lo eternamente humano de las grandes obras de arte. Se los podría comparar con las grandes estatuas de los faraones del desierto de Egipto. Tampoco los faraones que allí se reproducen están siempre retratados con exactitud. Y, sin embargo, estas antiguas imágenes muestran más al hombre (y, por tanto, también a los faraones) que los muñecos de cera, de desconcertante exactitud, en el gabinete de Madame Tussaud. Así también, los relatos bíblicos pueden decirnos más acerca del hombre a los ojos de Dios, que no mucha., de las narraciones de nuestra misma época. Además, las expresiones y símbolos bíbli57

eos están llenos de vida y humanidad auténtica. Propiamente hablando, no envejecerán, mientras el hombre tenga cuerpo La Biblia emplea palabras —abismo, roca, agua, luz, mano, oído, muerte, vida— que entienden lo mismo el astronauta en la cabina espacial que el ama de casa en la cocina. Los libros del Antiguo

Testamento

Creemos prestar un servicio al lector con la lista que sigue. El título de los libros del Antiguo Testamento tiene un timbre extraño para muchos oídos. Por eso tal vez sea oportuno un cuadro de conjunto. Los presentamos en el orden que se ha formado 50 con el tiempo, que no corresponde ni al orden de su composición, 51 ni al de su inclusión en el canon (o lista oficial); se trata más bien 52 de un orden sistemático. El Pentateuco La Biblia comienza con el libro del Génesis, que es como decir «de los orígenes». Vienen al principio las narraciones de los comienzos, a las que sigue la historia de los patriarcas. El Éxodo, que quiere decir «salida», comienza prácticamente con la vocación de Moisés, siguen las diez plagas de Egipto, el comienzo del éxodo propiamente dicho, el relato del Sinaí y muchas leyes. El libro siguiente, Lemtico, recibe su nombre de los levitas, que desempeñan un papel principal en el culto. Más de un lector que comenzó lleno de ánimo la lectura de la Biblia, se estancó en este libro, que contiene, en efecto, tras algunos relatos sobre Aarón y sus hijos, innumerables prescripciones relativas al culto. Por lo demás, no es de aconsejar leer la Biblia de un tirón, como no hay quien eche mano de una estantería de libros para leerlos seguidos de izquierda a derecha. El libro de los Números se llama así por el censo del pueblo que en él se contiene. Israel peregrina aún por el desierto. El libro relata hechos de esta peregrinación y añade nuevas leyes. El Deuteronomio, es decir, «segunda ley», resume en lenguaje inflamado la ley y el éxodo. Este libro, compuesto durante la monarquía, respira el espíritu de los profetas, y es una visión profética del éxodo. Termina con la muerte de Moisés. Estos cinco libros (que en su conjunto se llaman «La ley» o el Pentateuco) se atribuyen tradicionalmente a Moisés. Esto no quiere decir, naturalmente, que él los escribiera materialmente, sino que, al comienzo de la legislación, fue él la figura descollante.

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Los libros históricos El libro de Josué describe episodios de la conquista de Canaán. Termina con la federación de las tribus en Siquem. El libro de los Jueces trae la historia del tiempo en que no había rey en Israel. En tiempos de tribulación surgía un juez, un liberador. En ningún otro libro de la Escritura se ve tan claramente el primitivismo y barbarie de la humanidad con quien quiso tratar Dios. Sólo lentamente la irá Él transformando según sus deseos. A Jueces sigue el libro de Rut, con su encantadora historia sobre la juventud de una tatarabuela de David. 1-2 Samuel relatan los comienzos de la monarquía; 1-2 Reyes hablan sobre los monarcas siguientes hasta la cautividad de Babilonia. 1-2 Crónicas relatan una vez más la historia desde David a la cautividad de Babilonia. Al comienzo se aducen listas de nombres desde Adán a David. El estilo del libro es «más exacto», pero de menos fuerza y colorido que los de Samuel y los Reyes. Se presta especial atención al culto. El libro procede de círculos sacerdotales de después del cautiverio. Muy breves son los libros de Esdras y Nehemías, que narran cómo los cautivos volvieron a las ruinas de Jerusalén, reconstruyeron la ciudad y reorganizaron la comunidad. Siguen tres relatos sobre la intervención salvadora de Dios, los libros de Tobías, Judií y Ester. Al final de los libros históricos vienen 1-2 Macabeos, que narran la lucha de los hermanos Macabeos contra los ocupantes sirios durante el siglo n a. de Cr. Los libros poéticos y sapienciales Siguen ahora en la Biblia los «libros poéticos y sapienciales». Abre la marcha un gran poema, dramático e impresionante, sobre el dolor humano y la cuestión de la justicia de Dios: el 20-21 libro de Job. El libro plantea la cuestión del porqué y es un grito en demanda de respuesta directa de Dios. Dios se revela al final en la grandeza de la naturaleza como Alguien cuyos pensamientos no están a nuestro alcance. El libro da una respuesta como podía darse antes del advenimiento de Cristo. Al libro de Job siguen los Salmos, la colección poética más 307 leída de la humanidad. Como una gota de agua refleja todo el paisaje, así se descubre en el salterio toda la Sagrada Escritura en forma de oraciones y cánticos. Son como un sondeo en el 59

alma del hombre veterotestamentario. Muchos salmos son atribuidos a David, Pero es un caso semejante al de Moisés y el Pentateuco. David es la gran personalidad al comienzo de esta forma literaria; de ahí que se atribuyan a su nombre muchos salmos compuestos después de él. Se admite con certeza que en el salterio hay salmos auténticamente davídicos; pero no sabemos exactamente cuáles. Hay que buscarlos sobre todo en los 40 primeros ; tal vez el 18 (17). Asi como David es el hombre de los salmos y Moisés el de las leyes, así muchas sentencias sabias son atribuidas a Salomón. Por ejemplo, el libro de los Proverbios, que sigue a los salmos. Se trata de una colección de máximas de vida práctica, resumidas en breves proverbios. A las sentencias antecede un himno, en que se cuenta el origen divino de la sabiduría. El Eclesiastés es también un libro sapiencial, pero más corto y de otro ambiente. Denuncia deficiencias conceptuales que aparecen en otras partes del Antiguo Testamento. Alguien lo ha llamado la bancarrota del Antiguo Testamento. Precisamente por ello, este libro, bellamente escrito, crítico y un tanto pesimista, resulta ser una preparación para el Nuevo Testamento. 291 Sigue el Cantar de los cantares, título que está calcado sobre ra el hebreo. Es una colección de arrebatados poemas de amor. El libro de la Sabiduría es una Joa a la sabiduría de Dios y a su acción en la historia de Israel. El Eclesiástico (libro de la Iglesia) es una colección de máximas de sabiduría práctica, compuesta hacia el 200 a. de Cr. por un tal Jesús ben Sirac (Sirácida). Es cosa singular cómo esta sabiduría, tan sobria y práctica, nos habla aún hoy día, siendo así que el libro fue escrito para una sociedad patriarcal, totalmente distinta de la nuestra. 42-43

Los libros proféticos Queda por mentar un género de libros que son los más ardientes e inflamados que contiene el Antiguo Testamento. Son los libros proféticos, que pintan la lucha por la fidelidad a Yahveh por parte de un pueblo que una y otra vez es sorprendido con el hurto en la mano. En ellos resuena aún el eco de las palabras que se oyeron un día por las calles y plazas de Jerusalén, y los oráculos de Dios que fueron puestos por escrito. Vienen primeramente los cuatro «profetas mayores», así llamados porque sus libros son más extensos. Isaías vivió unos 150 años antes del cautiverio. Es el profeta clásico cuya palabra golpea y consuela. La última parte, del capítulo 40 hasta el final, i espira consuelo y aliento, y procede de discípulos posteriores de 60

su escuela. Los capítulos 40-55 (el «Deutero-Isaías») son particularmente brillantes. Sigue el libro de Jeremías, poeta muy delicado, dotado de cálida sensibilidad para hombres, animales y plantas. En él pugnan la necesidad de ternura y la dureza de su mensaje. Jeremías vivió en momentos de terrible vicisitud: inmediatamente antes de la cautividad y a los comienzos de ella. A Jeremías siguen tinco Lamentaciones, probablemente una liturgia que debía celebrarse ante las ruinas de Jerusalén. No son del mismo Jeremías. Después viene una profecía, atribuida a Baruc, discípulo de Jeremías, y una carta a los cautivos, que se supone también de Jeremías. El haber atribuido a Jeremías estas tres últimas obras es una prueba de lo vivo que se conserva el recuerdo del gran profeta. Con Ezequiél nos hallamos en plena época del cautiverio de Babilonia. En su denso libro hay siempre algo que contemplar: acciones simbólicas, visiones, comparaciones muy elaboradas. Termina con una visión esperanzadora de los tiempos nuevos y del nuevo templo. Daniel es de carácter completamente distinto a los anteriores. La primera parte consta de narraciones; la segunda, de visiones en que, por medio de misteriosos ensueños, se presentan las grandes fuerzas impulsoras de la historia. Siguen aún dos narraciones: Susana y Bel y el dragón. A estos cuatro «profetas mayores» siguen los doce «menores», así llamados por la menor extensión de sus escritos. Oseas, el marido abandonado por su mujer. El matrimonio roto le hace comprender el drama entre Yahveh e Israel. Joel, que hizo resonar su voz en tiempo de una espantosa plaga de langostas. Amos, el campesino del reino del norte, con lenguaje granítico, es el más antiguo profeta, cuya palabra escrita ha llegado hasta nosotros. Abdúts sólo nos ha dejado una página con oráculos de venganza, que, sin embargo, _no debemos separar del resto del movimiento profético. Jonás, un libro que se halla desde luego entre los profetas menores, pero que difiere mucho de ellos. Es una narración ficticia que contiene el mensaje de que Dios se compadece de todos los hombres. Miqueas es contemporáneo de Isaías. Su profecía contiene las palabras sobre la descendencia de David, oriunda de Belén, de donde saldría un día el Redentor. Muy breves son los oráculos de Nakúm contra Nínive; los de Habacwc, con su potente cántico al final, y los de Sofonías sobre el día de Yahveh. Hay, finalmente, tres profetas del tiempo de la restauración después de la cautividad. El primero es Ageo; sigue Zacarías, cuya profecía, difícil, pero rica, habla también del futuro Redentor, que será manso y montará sobre un pollino. Por fin, Malograos, habla de la venida de Dios para desterrar toda miseria y necesidad. 61

No es un libro de

edificación

Muchas cosas hemos dicho hasta aquí acerca del Antiguo Testamento ; pero quien ahora lo hojee por su cuenta, sentirá que todos esos bellos y pulidos pensamientos se le deshacen como el humo. El libro es, por sí mismo, de subyugante magnificiencia, y al tiempo, áspero como un paisaje de montaña. Nuestra perplejidad en la lectura puede provenir de que esperamos encontrarnos con un libro piadoso y edificante, que sólo nos pone delante hechos de la más exquisita pureza y bondad. Pero ya en la historia (o historias) de los patriarcas tropezamos con acciones rudas y crueles o con cosas inmorales para nuestro modo de sentir, todo ello narrado con la mayor impasibilidad. Al leerlo nosotros, es bien sepamos que la Biblia no es un libro edificante, sino reflejo de la realidad. Dios va de camino con una humanidad primitiva. Sólo con el tiempo se irán refinando las costumbres. En la historia de Abraham no se nos invita a hacer todo lo que él hizo, sino a considerar las líneas de su conducta, cómo, a todo evento, se mantuvo fiel a Yahveh. Es menester una visión amplia para leer bien el Antiguo Testamento. Hay que ser capaces de imaginar que las cosas pueden ser de otro modo que entre nosotros. La lectura no resultará tan difícil cuando los hechos son expresamente calificados de malos, como en el pecado de Sodoma, o simplemente narrados, como en el caso del engaño de las hijas de Lot. Pero hay veces en que al parecer Dios los aprueba, por ejemplo, en la trampa de Jacob para lograr la bendición de su padre o en el exterminio de los habitantes de Canaán. Allí se dice que fue Yahveh el que dio la orden de exterminio. Sin embargo, también estos casos deben ser considerados como imperfección primitiva. Para conservar puro el culto de Yahveh, no se sabía entonces cosa mejor que aplicar los métodos de aquel tiempo y de aquella civilización, o acaso fuera una necesidad el aplicarlos. La mentalidad de Dios no había penetrado aún lo bastante la mentalidad humana. Mucho era ya que se permaneciera fiel a Yahveh. Cuan imperfectas y humanas (demasiado humanas) fueron aún las cosas en el Antiguo Testamento, vese claro por las palabras de Jesús sobre el hecho de que un marido podía repudiar simplemente a su mujer. Así se permitió, dice Jesús, «por vuestra dureza de corazón». Las verdaderas intenciones de Dios no eran ésas. Lo mismo hay que decir de las matanzas que narra el libro de Josué, que no fueron, por lo demás, tantas como hacen suponer las cifras indicadas (y mucho menores que el exterminio de los indios en los Estados Unidos).

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Bondad

creciente

224-225

En el Antiguo Testamento cabe descubrir un creciente refinamiento del sentido moral; el espíritu de Yahveh va fermentando la masa. El contacto con Él no deja nunca de producir fruto. Esta circunstancia precisamente hace tan atrayente el Antiguo Testamento. Hemos de mirar siempre adonde va. Algo se está desenvolviendo, algo va creciendo de abajo arriba, cada vez más arriba y más ampliamente. De ello se tenía conciencia. La historia de Israel está llena 45-46 del grandioso presentimiento de que se camina hacia un día. Por eso, una palabra dicha en nombre de Yahveh es al tiempo muchas veces una palabra sobre el futuro; palabra a veces confusa, pero llena de certeza. Sobre todo los profetas, cuya misión consistía 42-43 en predicar castigo y maldición, indicaban también ese futuro. Así se explica que la palabra «profeta», que propiamente significa «el que expresa las cosas», haya venido a tener entre nosotros el sentido de «uno que predice el futuro». Expresar algo significaba para Israel decir que vendría la salvación, el día de Yahveh. La más profunda salvación es que el hombre sea cada vez mejor. A eso tiende la línea penosa y ascendente de Israel. Por eso, los puntos culminantes de las profecías veterotestamentarias están en los pasajes de Jeremías y Ezequiel que aducimos a continuación: «Vienen días, palabra de Yahveh, en que yo concluiré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de Judá.» «Pondré mi ley en su seno y la escribiré en su corazón, y seré su Dios y ellos serán mi pueblo» (Jer 31, 31.33). «Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un espíritu nuevo; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne» (Ez 36, 26). El

Espíritu

En todo el Antiguo Testamento alienta una fuerza primigenia, un violento y alto impulso de vida. Esta vitalidad no se echa de menos en otros nobles movimientos de la humanidad; pero en Israel se percibe con especial cercanía. Aquí es pura y fuerte, dentro de la impureza y debilidad humanas. Este hálito de vida tiene un nombre: Espíritu. Cuando el Espíritu de Yahveh se apodera de alguien, éste se levanta sobre sí mismo. Al comienzo, esta venida del Espíritu se manifestaba a nivel 63

188 primitivo. C u a n d o el E s p í r i t u de Y a h v e h v i n o sobre Sansón, éste recibió fuerzas p a r a luchar. C u a n d o alguien q u e d a lleno del E s p í r i t u de Dios, con esa plen i t u d se enlazan fenómenos del propio ambiente cultural, como la d a n z a y el éxtasis. P e r o tales fenómenos n o son lo esencial, y d e s a p a r e c e n en u n a . c u l t u r a superior. L o s p r o f e t a s clásicos no salen ya de sí mismos ( é x t a s i s ) . Y a n o están fuera del m u n d o , su éxtasis se realiza en la concentración y en la libertad. S u inspi190-191 ración se hace p r o g r e s i v a m e n t e m á s clara y p u r a . E s t o car'acte305 riza al E s p í r i t u . Se t r a t a de u n estilo cada vez m á s habitual. 94 P a r a el futuro se a g u a r d a al rey sobre el que r e p o s a r á el E s p í r i t u (Is 11, 2 ) , y h a s t a el pueblo e n t e r o recibirá este E s p í r i t u (Jl 2, 28). L a c o r o n a c i ó n del don del E s p í r i t u vino por J e s ú s , com o revelan, e n t r e o t r o s , los acontecimientos de Pentecostés. 202

La Escritura,

obra del

Espíritu

P e r o ya en el A n t i g u o T e s t a m e n t o actuaba el E s p í r i t u como impulso y calor vital que todo lo anima. Él está en los acontecimientos e inspira las p a l a b r a s . Él h a c e n a c e r las e s c r i t u r a s . E l libro que t o m a m o s en las m a n o s , el A n t i g u o T e s t a m e n t o , es obra

del Espíritu Santo. Pero esto no ha de entenderse en el sentido de que el Espíritu dictara las escrituras a sus autores, o que les susurrara al oído las ideas sin conexión con la vida y la fe de Israel. Los autores bíblicos reflejan la fe de Israel, pero con su estilo propio, con su propia personalidad y con la visión propia de sus tiempos. Las épocas en que se compusieron los libros sagrados son sólo momentos destacados en la totalidad de un acontecer impregnado por el Espíritu. El hecho de la inspiración no debe separarse de la acción de Dios en el conjunto del fenómeno de Israel. ¿Quiere esto decir que la Escritura es, en parte, obra del Espíritu de Dios y en parte, obra del hombre ? No, es en su totalidad del hombre y es en su totalidad de Dios, como la música debe atribuirse enteramente al pianista y al piano. Cuando actúa el Espíritu de Dios, no queda anulado el hombre, sino que torna más bien a sí mismo. 97, 172

199 314-315

El sentido espiritual de la r

Escritura

Todo esto cabe decir también del Nuevo Testamento. Que un solo Espíritu anima a toda la Biblia, pruébalo su maravillosa unidad. Lo que en el Antiguo Testamento tiende hacia lo alto, en un estadio bajo y de forma primitiva, aparece en el Nuevo Testamento espiritual y puro. Y si echamos una ojeada al conjunto, 64

como podemos hacerlo los que vivimos después de Cristo, presentiremos ya en el Antiguo Testamento lo que el Espíritu hará con la misma realidad en el Nuevo. Presentiremos en las viejas narraciones, los designios y el impulso del Espíritu orientados hacia el Nuevo Testamento. Cuando leemos, por ejemplo, sobre la lucha contra el enemigo, sabemos que Cristo hará de esta lucha una lucha contra el mal. Cuando leemos sobre el cordero sacrificado, pensaremos en el cuerpo taladrado de Cristo. Cuando se nos habla de la liberación de la esclavitud de Egipto, caemos en la cuenta de que en la misma línea está la liberación de la impotencia del pecado. Así pues, las antiguas narraciones vienen a- ser símbolos de la nueva salvación. De este modo se deben leer las Escrituras, puesto que un solo Espíritu sopla por todas ellas. «La Escritura está emparentada consigo misma.» Así pues, además de su sentido literal, las narraciones bíblicas tienen — vistas en conjunto — un sentido espiritual más profundo: son prefiguración de Cristo y de nuestra vida en Cristo. Por lo general, el autor veterotestamentario no tuvo conciencia de ello, pero sin duda compartía el presentimiento general en Israel de que Dios se revelaría en algo nuevo. En este sentido cabe decir que Ja significación espiritual más profunda no escapaba totalmente al autor. El Señor y los apóstoles nos enseñaron que las antiguas narraciones deben leerse como símbolos de nuestra vida en Cristo. Este ascenso del Antiguo Testamento hacia el Nuevo es un jubiloso reconocer a Cristo. Al tiempo hacemos nuestro aquel impulso hacia arriba, que animaba en Israel. Volvemos también una y otra vez de nuevo nuestra mirada a Cristo, que de lo contrario podría perder a nuestros ojos su carácter excepcional. Sólo así nos haremos cargo de la novedad que entraña el Nuevo Testamento. La misma rudeza y crueldad de las antiguas narraciones cobra entonces una significación especial: respiramos con alivio, pues podemos levantarnos por encima de su letra y decir: afortunadamente, la intención del Espíritu era a la postre otra. Leernos, por ejemplo, sobre la guerra de Josué, y sabemos que, en último término, se trata de la lucha que libró Jesús y en la que también nosotros entramos, la lucha por la caridad, gozo y paz, que son frutos del Espíritu Santo. Niveles de la vida de fe ¿Quiere ello decir que podemos sentirnos superiores a los hombres de entonces ? ¡ N o ! Nosotros tenemos simplemente la suerte de vivir en un estadio mucho más avanzado. Pero lo que importa no es el estadio en que nos encontramos, sino la fe, la 65

fidelidad y bondad con que vivimos nuestro propio nivel de desarrollo. Cada período de la historia de Israel es bueno a su manera. Vamos a seguirlos brevemente. 39-42 Hasta David inclusive — podríamos decir — se concibe a Dios, sobre todo, como donante del bienestar temporal: la tierra prometida que mana leche y miel. Para conseguir y conservar esta tierra, era necesario mantener la fidelidad a Yahveh y la fidelidad de unos a otros. Los demás, los enemigos, quedaban excluidos. Esta actitud se expresa, de forma muy característica, en el libro de los Jueces, que revela un gran heroísmo y una robusta religiosidad. 41-42 En tiempo de los profetas, la alianza se fue desprendiendo pau42-43 latinamente de la idea del bienestar terreno. Ahora se trataba de ser fiel a Yahveh por causa del mismo Yahveh. Se ve al prójimo con más abertura. Servir a Yahveh significaba hacer bien al oprimido, a la viuda y al huérfano. El israelita se interesaba al mismo tiempo por los otros pueblos y los otros hombres, que tienen también una conciencia. «Vivir bien» ya no significa que a uno le vayan bien las cosas, sino que abriga buenos sentimientos. 41-42 Después del destierro, los mejores descubren una unidad aún más alta con la humanidad y, por ende, con Dios. Se percibe la propia insuficiencia y al mismo tiempo, que no hay diferencia con respecto al resto de los hombres, que tienen también dos ojos, dos oídos y un corazón. En el libro de la Sabiduría se dice: «Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que se arrepientan. Porque quieres todo lo que existe, y no aborreces nada de lo que has hecho, pues, si algo odiares, no lo hubieras creado. ¿Cómo hubiese subsistido cosa que no hubieses querido tú? ¿Cómo se conservaría si no la hubieras llamado? Pero tú a todos perdonas porque todo te pertenece, Señor, amigo de todo lo que vive» (Sab 11, 23-26). El sentimiento de la propia insuficiencia entraña a menudo un gran deseo de un redentor. Podemos distinguir, pues, tres fases: fidelidad y bienestar colectivos del pueblo (Jueces), vida personal con conciencia personal (profetas), sentido del prójimo y expectación de un Salvador que Dios enviaría (época después de la cautividad). En cada uno de estos estadios podía el hombre mostrarse como un gran servidor de Dios. 66

Por lo demás, aun dentro de nuestro mundo cristiano, siguen conservando su actualidad estas tres etapas. Hay fases de la vida, estadios de civilización, agrupaciones y personas, en las que sólo se puede experimentar la fe cristiana en forma de bienestar (Dios es bueno con nuestra familia, con nuestra nación). Otros atienden más a la pureza y rectitud de sus sentimientos. Finalmente, en otros se da, sobre todo, una actitud de generosa abertura a todos los hombres. Estas tres fases pueden darse simultáneamente en todos los hombres. En las tres puede ser uno bueno, con tal que — a imitación del mejor núcleo de Israel — se procure avanzar siempre. El que no es capaz de ello, se fosiliza en su fase actual. También en las grandes ideologías o religiones de la humanidad se pueden distinguir los mismos estadios. El uno está más avanzado que el otro. No se los puede medir por el mismo rasero. Encontramos, pues, la religiosidad en el seno de un grupo cerrado ; un ulterior desarrollo de la conciencia personal y la práctica de la bondad para con los demás; el sentimiento de ser hombre entre los hombres y la espera de un redentor. Nosotros creemos que a través de estas etapas ascendentes, está la humanidad entera camino de Cristo. En Israel, el pueblo en que nació Cristo, este ascenso tuvo lugar de forma señera, favorecido por una clara visión de las relaciones entre Dios y el mundo. Tanteando, a través de mil sendas y laberintos, dando muchas veces en callejones sin salida, pero siempre perseverando en la búsqueda no deja el género humano de avanzar. Siempre que se mantenga la fidelidad al Espíritu bueno, se llega a adquirir, consciente o inconscientemente, familiaridad con la manifestación humana de Dios, que es lo que vamos a anunciar seguidamente.

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PARTE TERCERA EL HIJO DEL HOMBRE

EL HOMBRE QUE DIO TESTIMONIO DE LA LUZ

La palabra ^evangelio-» Los acontecimientos que vamos a relatar fueron resumidos y como cifrados, por quienes los narraron desde el principio, en la palabra «evangelio» (en griego, evangelion). La palabra quiere decir «buena nueva», «noticia alegre», «albricias», «mensaje de alegría», algo así como una carta esperada o un recado en la puerta, que súbitamente hace cambiar a un hombre abatido y le llena de inesperada alegría. En realidad, la palabra «evangelio» procede de tiempos calamitosos. Fue dicha a los cautivos de Babilonia. Estaban prisio- 41-42 ñeros en tierra extraña. Allá lejos, al otro lado del desierto, yacía Jerusalén entre escombros y cenizas. Pero, al cabo de los años, la situación política tomó un giro favorable. El persa Ciro penetró en el imperio babilónico y dio libertad a los cautivos. Entonces, un profeta de la escuela de Isaías contempló en una visión cómo Dios marcharía de nuevo con su pueblo camino de Jerusalén a través del desierto. El profeta oyó una voz, probablemente interior, que gritaba: «Preparad en el desierto un camino a Yahveh, trazad recta en la estepa una calzada para nuestro Dios. Que todo valle sea elevado, y todo monte y cerro sean rebajados...» (Is 40, 3-5). Este grito estremecedor, envuelto en brillantes imágenes de magnificencia oriental, expresa bien la majestad con que Dios quiere marchar en medio de su pueblo camino de Jerusalén, como antaño en el éxodo de Egipto. Idealmente, es enviado delante un heraldo camino de Jerusalén. El heraldo debe subir a la cima de una colina y contemplar las ruinas de Jerusalén: 71

pertenece ya al Nuevo Testamento: «La ley y los profetas llegan hasta Juan...» (Le 16, 16). Pertenece a él como figura puesta justamente en la encrucijada. Es como un mojón entre dos períodos, el antiguo y el nuevo. El camino hacia Cristo pasa por Juan. Lo cual no vale solamente para esta vez, por un momento de la historia, "sino por siempre. La conversión que Juan predicó será siempre el camino que lleve al reino cuya cercanía anunció. Juan no es, pues, figura que podamos olvidar, una vez aparecida la luz verdadera, que es Jesús. Juan es siempre actual, pues incita a una preparación, que es siempre necesaria para todos. Por eso en la vida de la Iglesia hay cuatro semanas al año, en las que llega de nuevo a ella el grito del Bautista. Estas cuatro semanas se llaman de «adviento». El

adviento

Adviento es, originariamente, una palabra latina que quiere decir «llegada solemne». Desde el cuarto domingo anterior al 25 de diciembre hasta esta misma fecha, recuerda la Iglesia el advenimiento o llegada del Señor. La conmemoración litúrgica no es nunca mero recuerdo. Se 330 trata de acontecimientos que aún hoy día nos afectan. Esta conmemoración quiere decir para nosotros: compromiso. Pero ni aun así lo hemos dicho todo. En efecto, se podría concebir tal conmemoración como si fuera el recuerdo que dedicamos a un difunto. Entonces, revivimos en nuestro interior lo que ya acaeció hace mucho tiempo. En la «celebración» litúrgica, por el contrario, no revivimos los hechos tan sólo en nuestra conciencia, sino también en la realidad. Pues todos los acontecimientos que conmemora la liturgia suponen un encuentro concreto de Dios con los hombres. Y Dios está pronto a comunicar a los hombres que lo rememoran juntos, lo más auténtico que tuvo el acontecimiento pasado: su propia gracia. Vivimos, por ende, el mismo encuentro con Dios que quienes entonces presenciaron con corazón abierto el acontecimiento. Más aún, lo vivimos más profundamente que quienes entonces sólo corporalmente lo presenciaron, por ejemplo, uno que durante la predicación de Juan pasara por allí de camino y no se detuviera a oírla. Así pues, celebrar el adviento quiere decir: estar imbuidos en el anhelo por el advenimiento de Dios, porque creemos firmemente en el mismo. Experimentamos el hecho de que Dios se acerca más y más a nuestra oscuridad 42-43 Por eso, durante este período, se escogen muchos pasajes (lec60 ciones) de los profetas, que son los grandes vigías de Israel. El libro de Isaías se usa con preferencia. Es el más monumental

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entre los libros proféticos y abunda en textos mesiánicos. La grandiosa certidumbre, inspirada por la fe, de que Dios enviará a su ungido y su salud, inspiró a Isaías palabras que conmueven aún al hombre de hoy en su anhelo de hallar a Dios. «Tened buen ánimo, no temáis, mirad que viene vuestro Dios.» Este profeta es, en consecuencia, una de las tres grandes figuras que se nos ponen ante los ojos en la liturgia de adviento. También el conmovedor cántico del adviento: Rorate caeli de super, está tomado de Isaías. Ya hemos hablado de la segunda gran figura, es decir, Juan Bautista. El pueblo cristiano se traslada espiritualmente a las orillas del Jordán, y vive una vez más, con intensidad proporcionada a su devoción, la atmósfera de gozosa expectación, y también las serias admoniciones que conservan su valor para todas las edades. Finalmente, la liturgia nos hace leer en este tiempo todos los relatos acerca de la más humana e inmediata de todas las preparaciones : cómo vivió la madre el advenimiento del que fue expectación de los siglos. Y lo vivió de triple manera: en su seno, en su fe (como nota la Escritura: Le 1, 45) y en la alegría mesiánica del Magníficat. Tres figuras apuntan, pues, a una sola, que no ha aparecido aún. Pero la esperan en actitud diferente: Desde la nostalgia dolorida del profeta hasta la «expectación gozosa» de una joven madre. De este modo se entremezclan en la liturgia de adviento los símbolos de la desolación y de la alegría. El adviento comprende todas las formas de la venida de Jesús. La primera, naturalmente, su entrada histórica en el mundo; pero, a su vez, también su venida en esta hora a nuestra sociedad humana. Y ésta tampoco es presentada independiente de su segundo advenimiento, de su revelación al fin de los tiempos. Con la evocación de este postrer advenimiento comienza, en efecto, el primer domingo de adviento. Además de la liturgia general de la Iglesia, existen también otras prácticas domésticas, como la corona de adviento con cuatro velas, de las que se enciende una más cada domingo: la luz va brillando con creciente claridad.

EL ORIGEN DE JESÚS

Sin que nadie lo notara, apareció un día en medio de las gentes que acudían al bautismo de Juan, el esperado de los siglos. ¿Quién era? ¿De dónde venía? 75

Hablaría, sin duda, el dialecto de los galileos, pues era oriundo de Galilea, la provincia judía del norte, medio pagana y no muy estimada. Nazaret, un pequeño nido colgado de unas colinas, fue su «patria chica». «¿Puede salir nada bueno de Nazaret?», pregunta uno al oir hablar de él (Jn 1, 46). Tiene alrededor de treinta años de edad (Le 3, 23). Su nombre tampoco es muy llamativo: Yehoshua, que nosotros traducimos por Jesús. 144-iso

La historia de la infancia ¿ Quién es ? La primera indicación que hallamos en las capas más antiguas del Nuevo Testamento no se refiere a su juventud, ni siquiera al curso general de su vida, sino a lo que fue culminación de su existencia: su muerte y su liberación de ella por obra de Dios, es decir, su resurrección. Este acontecimiento divino deja todo lo demás en la penumbra. Lo que se cuenta ante todo y sobre todo es que ahora vive. Cuando luego se cuenta el curso de su vida y sus palabras, se hace ya desde la respuesta, dictada por la fe, a la pregunta de quién es en resumen. Y cuando finalmente se narra su niñez (se sube «corriente arriba», hacia la fuente), no se pinta ésta con la intención de reunir material para una «vida de Jesús», apta para satisfacer la curiosidad. Sin duda, estos relatos de la infancia no se compusieron sin recuerdos históricos (Mt 1-2 y Le 1-2). Pero lo que en el fondo se pretendía era esclarecer a hombres convencidos de que Él vive — y que lo conocen por la oración y por su propia vida — la enorme importancia de su aparición entre nosotros por cuanto las profecías de Dios comienzan a cumplirse y la luz irrumpe con fuerza. Los relatos de la infancia son, en el más auténtico sentido, «evangelio», buena nueva. ¿No es lástima que estemos tan poco informados sobre algunos pormenores históricos ? Evidentemente, algo hay en nuestra naturaleza que lamenta esta deficiencia. Prueba de ello es la necesidad que se sintió en los primeros siglos de inventar leyendas acerca de la infancia de Jesús (el niño fabricaba pajaritos de barro, les daba un golpecito con la mano y echaban a volar). Prueba de lo mismo, es también la necesidad que siente nuestro tiempo de descubrir en cualquier alusión histórica algo de las circunstancias concretas. Es curiosidad inspirada por el amor y deseo de conocer mejor al Señor. Pero i es éste el mejor camino para ello ? ¿ Puede darse una enumeración de pormenores que sea capaz de poner ante nuestros ojos los hechos salvadores del Dios vivo, tal como lo hacen las 76

palabras del evangelio inspiradas por la fe ? Ciertamente que no. La historia de la infancia, según Mateo y Lucas, es una buena nueva en si misma, que refleja con toda su sencillez, de manera pura, la grandeza real de la aparición del Señor sobre la tierra, y nos la refleja de tal forma que podemos celebrar con los hechos narrados no menos de tres fiestas: Navidad, Reyes y la Candelaria o Purificación. Al hablar en este libro acerca de la vida de Jesús, esperamos mantenernos fieles al espíritu de los evangelios. No vamos a intentar reconstruir por ellos una biografía, como si buscáramos información sobre alguien que ha muerto. Queremos que los evangelios nos hablen por sí mismos, con su sencilla claridad, y nos den el mensaje de Alguien que vive. Hijo del hombre Los relatos acerca del origen del Señor anuncian explícitamente tanto su procedencia humana como su procedencia divina. Más adelante la fe formulará, con los términos del concilio de Calcedonia, que en Él se hallan unidas la humanidad y la divini- 81-8S dad; pero esta verdad está ya expresamente contenida en las primeras páginas de Mateo, Marcos, Lucas y Juan. Mateo y Lucas denuncian el entronque de Jesús en la humanidad, de la forma más solemne que es posible: por medio de una genealogía (Mt 1, 1-17; Le 3, 23-38). En Mateo especialmente, que comienza con ella su evangelio, se percibe bien la impresión que produce esta enumeración. Este comienzo suena así: «Libro de la genealogía de Jesucristo»; a lo que corresponde en griego el nombre que lleva el primer libro de la Biblia: Génesis. La lista se compone de tres partes iguales. El efecto literario importa más que la información exacta. Se trata de una obertura, en que se dirige la atención a los momentos culminantes. La genealogía no es del todo clara a partir de David. Hay una divergencia entre Mateo y Lucas, que acaso se pueda resolver admitiendo la posible existencia de algún matrimonio de levirato (entre cuñados) (Dt 25, 6). Sin duda, iremos más de acuerdo con la intención que movió a los autores, si nos fijamos en que Lucas pone de relieve otra descendencia, la de Adán. Con ello han querido decir que Jesús pertenece a todo el género humano. En la genealogía de Mateo se mencionan también cuatro mujeres: Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías. ¿Por qué estas cuatro? Tal vez porque las cuatro eran extranjeras; Mateo insinuaría así lo mismo que Lucas al mentar a Adán, a saber, que Jesús pertenece a toda la humanidad. ¿Las mencionó también 77

Mateo porque a tres de ellas las pinta el Antiguo Testamento en una situación de pecado o les¡ atribuye una profesión pecaminosa? En todo caso, ahí están, junto a muchos hombres pecadores, como signo indudable de que Jesús procede de una humanidad pecadora. Las listas terminan en José. Por medio de él vinculan a Jesús con la humanidad. Este varón modesto, que aparece en la aurora de la Salud, este «pobre de Yahveh» era, según la ley, el anillo que unía a Jesús con el pueblo de Israel: «el último de los patriarcas.» Hijo de Dios Al tiempo que el origen humano de jesús, consignan también los evangelios su origen divino. De algunas grandes figuras del Antiguo Testamento se cuenta que fueron fruto de la oración. Tras ardientes deseos, tras oración y promesa de Dios, dio finalmente fruto un matrimonio hasta entonces estéril. Así nacieron los antepasados de Israel, Isaac y Jacob, así Sansón, Samuel y el niño de la casa de Acaz, que fue el signo de la fidelidad de Dios en tiempos adversos. Así también Juan Bautista. En estos relatos se expresa con especial claridad lo que cabe decir de toda paternidad: que a fin de cuentas es de Dios de quien se recibe un nuevo ser humano (cada vez único). Nuestro lenguaje ordinario indica certeramente lo mismo, pues solemos decir que los padres, han «tenido» un hijo, y no que lo han «engendrado». Entre todos los niños prometidos por Dios en Israel, Jesús representa la cima más alta. Cuando él vino al mundo, había todo 45 un pueblo que pedía su nacimiento; una larga historia lo había prometido. Era hijo de la promesa como ningún otro. El más profundo anhelo de todo el género humano. Nació enteramente de la gracia, enteramente de la promesa: «Concebido' por obra del Espíritu Santo.» Era el regalo hecho por Dios a los hombres^ Esto dan a entender los evangelistas Mateo y Lucas al decir que Jesús no tuvo su origen en la voluntad de un hombre. Proclaman que este nacimiento sobresale infinitamente por encima del nacimiento de todo hijo de hombre, y no tiene que ver con cuanto de por sí pueden los hombres. Tal es el profundo sentido del artículo de la fe: «Nació de Santa María Virgen.» Nada hay en el seno de la humanidad, nada en la fecundidad humana, que pudiera dar este fruto, pues de Él dependen toda humana fecundidad y toda la génesis y evolución del linaje humano: todo fue creado en Él. A nadie en último término debe la humanidad esta promesa, sino sólo al Espíritu de Dios. El origen de Cristo no se debe ni a la sangre, ni a la voluntad de la carne, ni a voluntad de varón, sino sólo a Dios; desde infinita altura, desde infinita lejanía.

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Mateo Todo esto es narrado por Mateo y Lucas en palabras humanas y sencillas que ponen de manifiesto lo que de nuevo vemos en Jesús. Mateo dice: «El nacimiento de Jesucristo fue así. Su madre María estaba desposada con José; y, antes de vivir juntos, resultó que ella había concebido en su seno por obra del Espíritu Santo. Pero José, su esposo, como era bueno y no quería denunciarla, determinó repudiarla en secreto. Y mientras andaba cavilando en ello, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: "José, hijo de David, no temas llevarte a casa a María tu esposa, porque lo engendrado en ella es obra del Espíritu Santo"» (Mt 1, 18-20). Lucas Poseemos además el texto maravilloso del más delicado de los evangelistas: el relato de la anunciación por Lucas (1, 26-38), una meditación sobre un acontecimiento divino, en que, lo mejor que se puede, se expresa la plenitud de gracia que supone para la historia universal el advenimiento de Cristo. Lucas nombra como mensajero de Dios a Gabriel, el ángel que, en el libro de Daniel, anuncia el fin de los tiempos. Su aparición significaría, por tanto, que ha llegado por fin el momento de la misericordia de Dios. Incluso el mensaje está lleno de alusiones a las anteriores promesas de Dios. Ya el saludo del ángel abre todo un mundo de seguridad de la salvación en sentido del Antiguo Testamento. «Dios te salve, altamente dotada de gracia.» Cada pueblo tiene su propio modo de saludar. Nosotros, un tanto vulgarmente, nos deseamos «buenos días» o «buenas noches». En griego se desea la alegría: Khaire, «alégrate». Éste es el saludo que leemos en Lucas: «Alégrate, agraciada.» Esta interpelación es, a par, mucho más que un saludo griego ordinario. Es un eco de promesas proféticas, como la Sofonías: «¡Canta, hija de Sión! ¡ Da voces de júbilo, Israel! ¡ Regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén!... Yahveh, el rey de Israel, está en medio de ti...» (Sof 3, 14-15). Y también: «¡Alégrate con alegría grande, hija de Sión I ¡Salta de júbilo, hija de Jerusalén! ¡ Mira que viene a ti tu rey: él es justo y es tu salvador...!» (Zac 9, 9). 79

T a l e s invitaciones están d i r i g i d a s a la «hija de Sión» q u e es el p u e b l o de I s r a e l (especialmente J e r u s a l é n ) , personificado en la imagen de u n a m u c h a c h a . «Señora S i ó n » , d i r í a m o s nosotros. M a s los gritos de j ú b i l o de los p r o f e t a s se cumplieron a h o r a en esta doncella, q u e r e p r e s e n t a a t o d o el p u e b l o d e I s r a e l y lo incorpora. E n M a r í a está p r e s e n t e Israel y recibe el m e n s a j e que Dios le envía al r e y Mesías. M a r í a dijo al á n g e l : «¿ C ó m o s u c e d e r á esto ?, pues y o no conozco varón.» E s t a p r e g u n t a es la i n t r o d u c c i ó n a la s e g u n d a p a r t e del m e n s a j e : «El E s p í r i t u S a n t o d e s c e n d e r á s o b r e ti y el p o d e r del . A l t í s i m o - t e e n v o l v e r á en su s o m b r a » ( L e 1, 35). L a expresión «te envolverá en su s o m b r a » está t o m a d a del A n t i g u o T e s t a m e n t o y evoca la n u b e luminosa que descendió como signo 185 de la presencia de D i o s s o b r e la t i e n d a del d e s i e r t o o el t e m p l o d e J e r u s a l é n ( É x 40, 3 4 - 3 5 ; N ú m 9, 1 5 ; 2 C r ó 7, 2 ) . M u c h a s m á s alusiones al A n t i g u o T e s t a m e n t o contiene esta sola p á g i n a del e v a n gelio de Lucas. 78 83, 91 96, 169 M, 205 258 S45-455

La madre

del

Señor

D e t e n g á m o n o s u n o s m o m e n t o s m á s en la figura de esta doncella en la q u e Dios hizo t a n g r a n d e s cosas, en la q u e a c a b a u n a e d a d del m u n d o y comienza o t r a . M a r í a , la m á s c l a r a imagen de la e x pectación d e I s r a e l , se c o n v i e r t e en p r o t o t i p o de la Iglesia, que recibe a J e s ú s . Ella n o tiene la misión de p r e d i c a r , como la t u vieron J u a n B a u t i s t a y los apóstoles. M a r í a n o es u n h e r a l d o oficial. A s í se explica que el e v a n g e l i o de M a r c o s , que t r a t a sólo de la predicación pública de J e s ú s , le dedique poca atención. P e r o M a t e o , L u c a s y J u a n descubren p r o g r e s i v a m e n t e su misión. É s t a n o consiste sólo en el p a r e n t e s c o de s a n g r e con J e s ú s (cf. L e 8, 15-21); M a r í a está implicada con t o d a su p e r s o n a en los acontecimientos. E l l a « g u a r d ó en su corazón» las acciones s a l v a d o r a s ( L e 2, 19-51). Ella «creyó» ( 1 , 45). Prius mente concepit quam ventre: concibió a n t e s en su espíritu que en su seno. E l culto que se le t r i b u t a en la iglesia p o r r a z ó n de su p u e s t o señero en el m i s t e r i o de Cristo, es a u t é n t i c a m e n t e evangélico. J e s ú s fue su p r i m o g é n i t o . L o s evangelios n o c u e n t a n que M a r í a t u v i e r a otros hijos después de Él. E l h e c h o de que se hable de « h e r m a n o s y h e r m a n a s » de J e s ú s ( M t 13, 55-56) no significa m u c h o en este c o n t e x t o . E n h e b r e o y a r a m e o se llaman así incluso los p a r i e n t e s remotos. A s í se hace aún en N a z a r e t . Q u e los « h e r m a n o s y h e r m a n a s de J e s ú s » n o h a n de s e r n e c e s a r i a m e n t e hijos de J o s é y M a r í a se ve p o r el h e c h o d e que los dos «herm a n o s » de Jesús n o m b r a d o s en M t 13, 55, en 27, 56 se llaman

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hijos de otra María. Es muy verosímil que este Santiago y José no se nombrarían sin más de no ser los mismos nombrados antes. Juan 19, 27 hace particularmente improbable que María tuviera otros hijos fuera de Jesús. Es interesante notar que, en el arte cristiano, incluido el de la reforma protestante, no se representa nunca a María con varios hijos. La Iglesia celebra la anunciación a María el 25 de marzo, nueve meses antes de navidad. Hay costumbre de rezar el ángelus tres veces al día en horas indicadas por toque de campanas: a las seis de la mañana, a las doce y a las seis de la tarde. En esta oración recordamos el misterio del Hijo de Dios hecho hombre. El Verbo se hizo carne ¿Se dio María exactamente cuenta de quién era el que ella daba a luz ? Probablemente, no, pues sólo la resurrección comenzó a poner plenamente en claro quién era Jesús. A partir de entonces, pronto se podrían escribir palabras como estos himnos: «Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura, porque en Él fueron creadas todas las cosas» (Col 1, 15-16). O este cántico: «El cual, siendo de condición divina, no hizo alarde de ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo, tomando condición de esclavo, hecho semejante a los hombres» (Flp 2, 6-7). Estos textos del Nuevo Testamento fueron escritos antes de los evangelios. Y no son esos solos. También en pasajes posteriores se habla del origen divino de Jesús. Así en el prólogo del evangelio de san Juan: «Al principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Él — l a Palabra— estaba al principio junto a Dios» (Jn 1, 1-2). El que nació estaba «al principio», en- aquel «principio primero» de que habla Gen 1, 1: 81

«Todo llegó a ser por medio de él, y sin él nada se hizo de cuanto fue hecho» (Jn 1, 3). «Todas las cosas fueron creadas por medio de él y con miras a él» (Col 1, 16) Así proclama el Nuevo Testamento, que el que nació estaba ya operando en el mundo desde el principio Eso da a entender el término que emplea Juan la Palabra (el Verbo), que recuerda la expresión «Dijo Dios» en el relato de la creación Es una evo45 cacion de la palabra de Dios, que por la boca de varones santos 47-49 y profetas creó a Israel Es un recuerdo de la sabiduría vivificante de Dios, «resplandor de su gloria» (cf Heb 1, 3) Este amor de Dios al hombre, de que el antiguo testanento tenia ya fuerte conciencia, es el que apareció ahora humanado sobre la tierra Dios no está ya lejos de nosotros «Y el —la Palabra — se hizo carne» (Jn 1, 14) Todo el que medite sobre esto ha de quedar atónito ante el hecho prodigioso Sólo un motivo puede haber para el misterio de la encarnación del Hijo de Dios es el amor, capaz de hacer tales cosas «Porque hasta tal punto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito» (Jn 3, 16) Imagen del ser de Dios Es un misterio tan divino, que apenas si el hombre se atreve a creerlo Tal vez podamos verlo mejor en toda su profundidad, si para comenzar, estudiamos los intentos del hombre por empequeñecerlo Pues ya desde los primeros siglos del cristianismo hay en nosotros una tendencia a no aceptar este misterio en toda su gloria Por tres veces hubo de intervenir la Iglesia con sus definiciones a fin de que el misterio entero permaneciera abierto ¿En qué consiste, pues, esa tendencia a empequeñecer la encarnación de Jesús y atenuar el misterio' Tal vez lo podamos describir asi partiendo de nuestras propias ideas y acaso tambión de nuestra deficiente inteligencia del Antiguo Testamento, nos hemos forjado un concepto de Dios, de su ser invisible, de su poder e inaccesibilidad Luego comparamos, aun sin querer, este concepto con Jesús y decimos Jesús no puede ser Dios 21-22 i Como si supiéramos realmente quién es Dios' i Como si la idea que nos formamos de Dios pudiera convenir totalmente a Dios' En realidad solo por Jesús sabemos quién es Dios No conocemos a Jesús por nuestra idea de Dios, sino que conocemos 93 94 a Dios por Jesús Su aparición es la única explanación verdadera 476 de la revelación de Dios

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Hacia el año 300 de nuestra era, las tendencias mencionadas antes se concretaron en la doctrina de un presbítero de Alejandría por nombre Arrio. Arrio comparó a un Dios inventado y excogitado por los hombres con la aparición de Jesús y declaró: Cristo no es Dios, aunque sí una criatura de orden altísimo. El primer concilio universal de la Iglesia, celebrado en Nicea el año 325, se ocupó de esta cuestión. El concilio proclamó que en Jesús apareció realmente Dios sobre la tierra como persona, como la persona del Hijo. El símbolo de la fe proclamado en Nicea es el credo que aún ahora rezamos o cantamos en la misa después del evangelio: 319 «Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho, consubstancial con el Padre.» «¡ Engendrado, no hecho!» Se trata aquí de un auténtico ori- 478-480 gen (de un nacimiento) en Dios y de Dios, que no tiene que ver con una creación. Así, el Hijo procede del Padre. Mas, para el hombre, siguen en pie algunos interrogantes. Todavía le sigue costando trabajo armonizar la noción de Dios que se haya forjado, más o menos por su cuenta, con la auténtica manifestación de Dios en Jesús. Hacia el año 400 de nuestra era llevó esto a pensar que el Hijo de Dios en el cielo y el hombre Jesús en la tierra eran propiamente dos personas, que ambas estaban íntimamente unidas, pero en el fondo seguían siendo dos. Así se intentaba mantener «pura» una determinada noción de Dios. Esta teoría fue sentada por Nestorio, un obispo del siglo v. Pero no necesitamos remontarnos a tiempos tan remotos. En la práctica de nuestro trato con Cristo puede suceder aún hoy día lo mismo, sobre todo en personas de orientación científica o semicientifica. Por un lado admitimos que Jesús «es el Hijo de Dios», pero esta fe no desempeña luego papel alguno en nuestra relación con Jesús. Seguimos considerándolo como un rabí de hace unos dos mil años. Hablamos de Él como de un gran hombre, pero hombre al cabo. No vemos propiamente en su vida humana la persona del hijo de Dios, el resplandor de la luz eterna. Para contrarrestar esta tendencia, el concilio de Éfeso (431) proclamó que, sin merma de la diferencia entre la naturaleza humana y la divina, en Cristo hay una sola persona. Para expresar de manera inequívoca este misterio de Cristo, el concilio dio a María el título de theotokos (Deigenifrix) o madre de Dios. Pero todavía quedaba una posibilidad de entender mal el concepto de Dios. En tiempos del concilio de Éfeso fue defendido 83

este falso concepto por los monofisitas. Reconocían con gran reverencia (entre sus filas había muchos monjes) la unidad de la persona de Cristo; pero entendían esto como si poseyera exclusivamente una naturaleza: la divina. A pesar de la apariencia humana de Jesús, no había una realidad auténticamente humana. El Hijo de Dios haría como si fuera hombre, pero sin serlo en verdad. Dios habría andado por la tierra con apariencia de hombre. También estos modos incorrectos de ver pueden afectar y enturbiar nuestra relación con Cristo, sobre todo entre gentes piadosas. Se fijan tanto en la divinidad de Cristo, que ya no ven más. Así, a veces se leen descripciones del niño Jesús en que éste sólo aparentemente es un verdadero niño. Obra como si viviera en realidad vida humana; pero no crece como un hombre, no piensa y siente como un hombre. Es infinitamente perfecto y sólo se rodea de una humanidad apariencial. Después del concilio de Nicea, que definió la divinidad de Cristo, y del de Éfeso, que definió la unidad de persona, se hizo necesaria otra gran asamblea eclesiástica para salvaguardar su humanidad. Esta resolución, grandiosa y definitiva, fue tomada en el concilio de Calcedonia, el año 451, sólo veinte años después del de Éfeso. El concilio declaró que, en la persona única de Cristo, subsiste de forma perfecta no sólo la naturaleza divina, sino también la humana. El Dios verdadero aparece en un verdadero hombre. La majestad de Dios es tan buena, tan cercana, tan mayestática y tan familiar para nosotros, como lo es Jesús; está tan interesada en la lucha contra el mal como lo está Jesús. Nada de construcciones conceptuales. Jesús., que nació, murió y resucitó y que por su Espíritu pervive en la iglesia, nos dice cómo es Dios. ¡ Fuera también con nuestros miedos! En Jesús, que por nos75-476 otros luchó contra el mal «hasta el derramamiento de su sangre», hallamos el camino que nos lleva al fondo del misterio de Dios. El corazón humano de Cristo es el corazón de Dios. Aqm

está también implicado

el hombre

En los tres mentados concilios, que fueron aceptaos, integramente incluso por los reformadores protestantes, se salvaguardó lo que de único y señero tuvo la aparición de Jesús sobre la tierra. Fueron celebrados, en épocas de confusión; sin embargo, por ellos levantó Dios la humanidad a un nuevo r.ivel. Es posible comprobar este nivel en un detalle singular: la filología asegura que nuestro concepto de persona, en el sentido más profundo de la palabra, sólo se ha puesto en claro a base de estos concilios.

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Los romanos tenían ciertamente la palabra «persona», como término jurídico aplicable al ciudadano libre. Para ellos, pues, un esclavo no era «persona». Los griegos conocían el concepto de «individuo» como realización autónoma de la naturaleza humana universal. Pero la propiedad señera, que representa al hombre en su plena dignidad —lo que expresamos con la palabra persona —, sólo quedó esclarecido en estos grandes concilios. Por cuanto el Hijo de Dios se hizo realmente hombre, se convirtió la persona humana en un ser que no tiene límite en su dignidad. Así nació la conciencia del valor y derechos del hombre, aun del inválido o enfermo que, aparentemente es improductivo para la sociedad. Humanamente hablando, por el reconocimiento de la persona del prójimo se quitó su peor aguijón a la esclavitud, aun antes de que su abolición se impusiera económica y socialmente. Hacen falta muchos siglos para que algo tan grandioso penetre definitivamente en la humanidad. No podemos imaginar el cariz que presentaría la humanidad de no haber venido Cristo. Ni cristianos, ni marxistas, ni humanistas pueden imaginárselo. Se dice fácilmente que dos mil años de cristianismo no han conducido a nada. ¿ Cómo lo sabemos ? Nadie puede comprender en toda su extensión lo que para el mundo significa la revelación de Dios. En el arte se ve algo de ello. Un gran conocedor de la historia del arte, André Malraux, que no es cristiano, lo ha hecho notar alguna vez. Los rostros del arte romano — así los ve Malraux — son en primer término «naturalezas», fragmentos de la universal naturaleza humana; en cambio, la cara de una imagen medieval es una biografía. «Y las más bellas bocas del arte gótico se asemejan a cicatrices que ha dejado la vida.» ¿No nos habremos alejado, con estas consideraciones, del tema que nos ocupa, es decir, la encarnación ? Al contrario, estas consideraciones nos hacen entrever hasta qué punto van unidas la humanación de Dios y la humanación del hombre, del hombre tal como Dios quiere; más aún, la divinización del hombre, como se decía en tiempo de los grandes concilios. Dios se hizo realmente hombre para hacernos a nosotros realmente divinos. El hombre tiene su parte en ello. Los dogmas no son meras palabras, sino valores... valores que dilatan nuestro horizonte espiritual. El objeto de los tres grandes concilios cristológicos no es otro que el de abrir las puertas lo más de par en par posible. No niegan nada. Sólo niegan las negaciones humanas. Explican y despliegan el misterio contenido en los evangelios.

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213 225 63, 64-67 224-226 240-269

320-321 337-338 351-352 430

La celebración del nacimiento

45 6, 178 i, 206

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de Jesús

No conocemos exactamente el día en que nació Jesús. Originariamente, no se sentía tal interés por la fecha del nacimiento del Señor. Sólo se celebraba la fiesta de pascua en que se rememoraba todo el misterio de Cristo. Pero en el siglo n i se sintió el deseo de celebrar por separado su natividad. Se" trata, pues, del mismo fenómeno que encontramos en las narraciones evangélicas: primero, los grandes hechos salvadores realizados por Cristo en su edad madura; y después, el deseo de remontar «corriente arriba» y contemplar lo que aconteciera cronológicamente antes. Al no conocerse el día del nacimiento de Jesús, había libertad para escoger la fecha más significativa. Se tomó espontáneamente el tiempo del año en que los días comienzan a crecer. Así, el 25 de diciembre y el 6 de enero son, desde tiempos inmemoriales, las fechas de la primera manifestación de Jesús sobre la tierra. De este modo se reemplazaban fiestas paganas. Pero esto es secundario. La razón más profunda es mucho más sencilla y humana. Con la venida de la nueva luz de la naturaleza, se festeja la luz nueva que no se extinguirá jamás. Es una luz espiritual. Por eso, importa poco que en nuestras ciudades siempre iluminadas o en el hemisferio sur apenas sea aplicable o no lo sea en absoluto, este símbolo natural. La fe cristiana ama la naturaleza y la sigue de buen grado; pero no es una religión natural, del eterno retorno de las estaciones, sino una religión histórica, de hechos reales que conservan eternamente su valor. El nacimiento de Jesús es un hecho sucedido en la historia, el hecho justamente por el que se cuenta toda la historia humana: antes de Cristo y después de Cristo. El año 1 es el año del nacimiento de Cristo, una visión magnífica por la que Dionisio, el Exiguo (o Pequeño), monje del siglo vi, sustituyó la antigua numeración que partía de la fundación de Roma. Sin duda que en relación con la noticia de Lucas, según la cual al comenzar Jesús su vida pública tenía «unos treinta años» (Le 3, 23), atendió poco Dionisio a «unos», indicación de cantidad aproximada. La consecuencia es que, probablemente, erró de cuatro a siete cifras en el cálculo. Pero el yerro no tiene importancia excesiva. Aunque Jesús naciera unos años antes, el recuento por el anno Domini, «en el año del Señor», conserva su profunda significación de que con Jesús comenzó una nueva era de la humanidad. El acontecimiento histórico de la aparición de Dios para nuestra salvación se actualiza para nosotros en la liturgia. Por eso vamos a redactar este capítulo partiendo de nuestra celebración anual de su venida. Esto no encierra dificultad, pues la liturgia 86

contiene desde el 25 de diciembre al 2 de febrero todos los relatos importantes. En la noche más oscura del año rememora la Iglesia el nacimiento de Jesús, y lo hace celebrando tres veces la eucaristía: a media noche, a la aurora y de día, cada vez con nuevos cánticos y oraciones. Esta costumbre procede de Jerusalén. Allí se celebraba primero una vigilia en Belén. A la aurora la procesión llegaba a Jerusalén, y ya durante el día se celebraba otra reunión en la iglesia principal de la ciudad. De ahí que la Iglesia siga celebrando aún tres misas en la fiesta de Navidad. Cuando los fieles se reúnen a medianoche, los monjes de las órdenes contemplativas de todo el mundo han cantado ya durante dos horas enteras los largos maitines de Navidad, más de una hora de salmos, lecciones de Isaías, comentarios del papa León, Gregorio 216-217 Magno, Agustín y Ambrosio, todo ello un largo clamor de admiración y pasmo ante el misterio. Así se ha preparado la Iglesia contemplativa, mientras la mayoría de nosotros hace también los preparativos para esta noche en que se cumplieron las profecías y María y José se preparan para el nacimiento. La misa de la noche comienza con un cántico acerca del eterno nacimiento del Hijo, engendrado por el Padre: «El Señor me ha dicho: Hijo mío eres tú, yo te he engendrado hoy.» La epístola está tomada de la carta de san Pablo a Tito: «Porque ha aparecido la Gracia salvadora de Dios a todos los hombres» (Tit 2, 11). Después de los interludios tomados de los salmos reales, la liturgia nocturna de la palabra llega a su punto culminante con el sencillo relato del nacimiento: un censo general llevó a José y María a Belén, la ciudad de David. «Y sucedió que, mientras ellos estaban allí, se le cumplieron a María los días del alumbramiento, y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (Le 2, 6-7). Un pesebre se destina a dar de comer a los anímales. La luz apareció, pues, como un pobre, para el que no hay lugar en la posada. Pero la ciudad en que nace, permite reconocer su grandeza. Es la ciudad regia de Belén, en la que se cumplen ahora las promesas hechas a David. El evangelio cuenta también una aparición de ángeles: irrumpe en la tierra la gloria de Dios. Los ángeles cantan: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres, objeto de su amor.» Antes solía traducirse este texto: «...a los hombres de buena voluntad.» Pero lo que realmente quiere decir es que los hombres

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son objeto de la buena voluntad de Dios. De ahí la nueva traducción. Este beneplácito divino, del que no se excluye a nadie, es el gran tema de esta noche: «El amor no está en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Dios nos amó a nosotros, y envió a su Hijo, propiciación por nuestros pecados» (Jn 4, 10). Después del relato sobre el nacimiento, sigue una predicación sobre el misterio que se celebra y luego viene la celebración del banquete del Señor. La misa de la aurora está llena de textos relativos a la luz. La epístola está tomada también de la carta de Tito, y habla de la bondad de Dios, de la buena voluntad de Dios, de la iniciativa de Dios en la obra de nuestra salud eterna: «Nos salvó no por las obras de justicia que hubiéramos hecho nosotros, sino según su misericordia» (Tit 3, 4-7). El evangelio prosigue el relato de Lucas en el mismo lugar donde se había cesado en la misa de la aurora, y describe la primera elección que Dios hizo: unos pobres pastores que encuentran al niño. Los pastores no sólo eran pobres, sino también 91 despreciados. Ellos representan a todo el pueblo, como les había dicho el ángel: «Os anuncio una gran alegría (aquí se halla la palabra «evangelio» en su forma verbal), que ío será para todo el pueblo» (Le 2, 10). En el primer momento en que la salud no es ya un futuro, sino que comienza a ser un «ahora» glorioso, el evangelio ve ya invertidos los valores. Los representantes del pueblo no son los nobles, sino los despreciados. Con el evangelio de la misa de la aurora termina la narración del nacimiento de Jesús. La misa del día es propiamente la misa de la fiesta. Las más grandiosas palabras sobre el nacimiento eterno del Hijo se han guardado para este momento. El introito comienza ingenuamente: «Un niño nos ha nacido...», pero inmediatamente sigue: «el señorío reposará en sus hombros. Su nombre es "mensajero del gran consejo"» (Is 9,5). La epístola es el magistral comienzo de la carta a los Hebreos (1, 1-12). Como evangelio se escogió el prólogo del evangelio de san Juan: «En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba al principio con Dios. Todo se hizo por ella y sin ella nada se hizo de cuanto existe. En ella estaba la vida, 88

y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron... La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba y e) mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros, y hemos visto su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad» (Jn 1, 1-14). Con tal sublimes tonos celebra la liturgia de la Iglesia este misterio. .Nosotros nos unimos a ella con toda el alma y corazón y recibimos la gracia de Navidad: el encuentro con Cristo en- 74 tero en la figura de un nifio. 330 Esta fiesta se continúa en la familia y en otras comunidades de vida. El nacimiento, los villancicos, cantados por nosotros mis• mos, u oídos en la radio y en los discos, el árbol de Navidad con su hoja perenne, todo ello hace que la fiesta del nacimiento de Jesús, más que ninguna otra, cree un ambiente especial, tanto en la familia como en la calle. El 25 de diciembre es para los no creyentes la fiesta que introduce en el invierno. Se descansa del trabajo del otoño y se vive la intimidad de la familia. También para los cristianos cumple Navidad esta función. Así cobra la fiesta del nacimiento de Cristo una tensión singular que sintió ya san Francisco de Asís, y han puesto a menudo de relieve los poetas modernos. Se quiere expresar que Navidad es, por una parte, una fiesta de pobreza y amor, de salir del propio ámbito; mas, por otra, una fiesta de abundancia, fiesta en que se permanece en el propio círculo y se goza 89

de cerrada intimidad, y en este sentido también una fiesta de amor. Siempre será deber cristiano mantenerse abierto al prójimo fuera del propio ámbito vital. Sólo así tendrá nuestra celebración de la Navidad algo de común con la actitud de Jesús, que deja la morada del Padre para venir a habitar entre los hombres. Ocho días después del nacimiento del Niño, nos cuenta Lucas que fue circuncidado. La Iglesia conmemora el hecho una semana después, el día de Año Nuevo. Por la circuncisión, tal como la prescribía la ley, Jesús fue admitido en el pueblo de Israel. En esta ocasión recibió el Niño el nombre que ya llevaba antes de nacer: Jesús, que quiere originariamente decir: «Yahveh salva.» Es el mismo nombre que llevó el caudillo que introdujo al pueblo en la tierra prometida: Yehoshua (Josué). La epifanía del Señor Todavía no está cerrado el ciclo de Navidad. La liturgia del 6 de enero forma otro momento culminante. Es una fiesta que antiguamente se celebraba aún con mayor esplendor que el mismo nacimiento del Señor. Aun hoy día ocupa en la Iglesia de oriente el mismo puesto que entre nosotros la Navidad. Es la celebración de una idea grandiosa: la manifestación (epifanía) del Señor. Se han reunido aquí tres hechos salvadores: la adoración de los magos de oriente, el bautismo de Cristo en el Jordán y las bodas de Cana; por tanto, tres manifestaciones incipientes de su gloria. Como epístola se escogió uno de los fragmentos más jubilosos del libro de Isaías (60, 1-6): «Levántate, ilumínate, Jerusalén.» El Señor quiere inundar de su luz a Jerusalén, de suerte que las naciones paganas acudirán a ella. De hecho, por Jesús apareció la salud de Dios en Jerusalén y Palestina. El evangelio narra el primero de los tres hechos indicados. Es una historia que Mateo pone al comienzo de su evangelio: Jesús aparece por vez primera a los no judíos, señal de que también el mundo fuera de Israel está incluido en el advenimiento de Jesús. Con ayuda de un signo del cielo estrellado y de una profecía judaica, unos «sabios» de Oriente (¿de Persia, Babilonia, Arabia?) hallan al Niño con su madre y le tributan honores regios. Desde la época de las catacumbas se pintó con predilección la escena de los magos para proclamar que Jesús había aparecido para todo el mundo. Además de epifanía, se suele llamar también a esta fiesta la adoración de los reyes. La historia de los magos tiene un trágico epílogo en la matanza de los niños de Belén y en la huida a Egipto. La muerte de los 90

inocentes que, sin saberlo, derramaron su sangre por Jesús, se celebra dentro de la semana de Navidad, el 28 de diciembre, fiesta de los Santos Inocentes. La huida a Egipto significaba que, al retorno, siguió Jesús el mismo camino que antaño el pueblo de Israel en su salida de Egipto. Así lo nota Mateo: «...para que se cumpliera lo que dijo el Señor por el profeta que dice: De Egipto llamé a mi Hijo» (Mt 2, 15). Jesús es el Hijo escogido en grado muy superior al pueblo de Israel. Por Él saldrá el mundo definitivamente y para siempre de la casa de esclavitud. Primer encuentro con

Jerusalén

Lucas cuenta otro hecho de Jesús Niño: el Señor sube por vez primera a Jerusalén. Este hecho salvador se celebra el 2 de febrero, fiesta de la «presentación en el templo» o de la «purificación de María» (popularmente, la «Candelaria»). Cuarenta días después del nacimiento, los padres de Jesús subieron a Jerusalén para cumplir un precepto de la ley. María tenía que someterse a una solemne purificación y Jesús ser consagrado a Dios como primogénito. (El primogénito humano era luego «rescatado»; como sus padres eran pobres, bastó que dieran por el rescate un par de palomas.) De los distintos significados que tiene esta fiesta, la liturgia se ha fijado en uno especialmente. A juicio de los modernos exegetas, tal significado es central para Lucas, a saber, que Jerusalén, la ciudad de las promesas, recibiera por vez primera en sus brazos al prometido. Esta liturgia, de origen oriental, es de una exuberancia poco conforme con la sobriedad romana. «¡Adorna tu tálamo, Sión! ¡ Recibe a Cristo rey! Abraza a María, que es puerta del cielo. Ella lleva en sus brazos al rey de la gloria que brilla de nuevo.» Así se canta al Niño y a su madre. La epístola, tomada de Malaquías (3, 1-4), habla de la venida del Señor para purificar su templo. El evangelio es una parte del correspondiente relato de Lucas (2, 22-32). El profundo sentido de este acontecimiento se pone de manifiesto en que tampoco ahora son los guías religiosos oficiales del pueblo los que le dan la bienvenida en Jerusalén, sino un anciano y una anciana, que representan sin duda a los «pobres de Yahveh», 42, 78 que pacientemente aguardan la «consolación de Israel». 88, 102 Se llamaban Simeón y Ana. Simeón entona un himno en honor de este niño: «Luz para ser revelada a las naciones y para gloria de tu pueblo Israel.» Gentiles y judíos son objeto de elección. Toda la obra salvadora de Jesús está también simbolizada así en uno de los primeros acontecimientos de su vida. Y también lo 91

están las lágrimas, que el ahora niño derramará más adelante sobre esta ciudad (Le 19, 41-44). Simeón habló, en efecto, a la joven 04-105 madre no sólo del ensalzamiento, sino también de la caída de 47-149 muchos. Este niño desenmascarará interiormente a los hombres. 5, 169 Esto significará para María como siete espadas de dolor. Criado en

Nazaret

Jesús se crió en Nazaret. José era carpintero (Mt 13, 55). También Jesús ejerció esta profesión (Me 6, 3). Así pues, hasta los 30 años de su vida aproximadamente, estuvo dentro de un orden social con su propia tarea, y vivió en una familia sencilla. Hace un siglo todavía, nuestros abuelos gustaban de meditar en la vida familiar de Nazaret. Les conmovía el ejemplo de paz, obediencia y amor que cabe imaginar en la familia nazarena. De ahí que, el año 1892, se introdujera en la Iglesia una fiesta en honor de la sagrada familia, que se celebra el primer domingo después de Epifanía. Pero la vida oculta de Jesús es también modelo para nosotros en otro aspecto. Su vida en una aldehuela nos hace ver cómo es Dios y cómo obra. Nazaret nos dice que el Hijo de Dios se nos apareció en la vida ordinaria de la humanidad, en la vida, que llevamos los hombres desde los cazadores de la prehistoria hasta los habitantes de ciudades y campos de la actualidad, los padres de familia, los chicos de la escuela, el ama de casa. La vida de familia y sociedad, con todas sus cargas y alegrías del trabajo, es vida que, aparentemente, no hace historia. Y, sin embargo, de esa vida sale el Hijo de Dios. Por ello vemos una vez más, con un poco más: de claridad, quién es Dios. Dios es el que quiere aparecerse de manera ordinaria, el que ha compartido en lo oculto la vida diaria de los hombres, cercano a nuestras vidas particulares que no llaman la atención ni hacen historia. Nazaret nos hace ver que Dios está con nosotros, en nuestro trabajo y en nuestra vida familiar. Ésta es la finalidad que persigue la fiesta de la vida oculta de Jesús, que se celebra el domingo después de Reyes. Segundo encuentro con Jerusalén No disponemos de relatos que nos cuenten la vida de Nazaret, pero hay una excepción. Cuando Jesús tenía doce años, subió con sus padres para la fiesta de pascua a Jerusalén y, a la vuelta, cuenta Lucas, se quedó en la ciudad sin avisar a nadie. María y José lo encontraron al cabo de tres días en medio de los doctores en el templo. Aquellos rabinos estaban pasmados de sus prudentes respuestas, pero María le dirigió la reprensión de una madre: 92

«Hijo, ¿por qué lo has hecho así con nosotros' Tu padre y yo te hemos buscado con dolor» (Le 2, 48). Jesús recogió la palabra «padre» de labios de María y contestó que Él debía estar en las cosas de su Padre. Quería decir de Dios, su Padre Sus padres no entendieron esta palabra, pero María la guardó en su corazón. I Qué significado tiene este incidente ? Para entenderlo, conviene saber por qué lo narra Lucas Como ya hemos notado, para este 90 evangelista es siempre muy importante que Jesús se revele en ns 116 Jerusalén. Dios había prometido que allí se manifestaría a los 154155 hombres. Así sucedió por primera vez en la presentación de Jesús en el templo. Entonces Jesús no podía aún hablar. Jerusalén habló en la persona de Simeón y Ana Allí se encontró por vez primera con su Señor. En este episodio del Jesús de doce años, habla ya Jesús Ahora se encuentra el Señor por vez primera con Jerusalén Vemos por nuestros propios ojos cómo se cumplen las promesas de Dios a su pueblo. Lucas narró este acontecimiento tan humano para cerrar su relato acerca de la juventud de Jesús. Un joven provinciano, pueblerino de Nazaret, aparece de pronto en la capital, la ciudad de Dios, y siente con todas las fibras de su ser que aquélla es su casa. Jesús queda fascinado por esta mirada a la majestad de Dios su Padre y por vez primera barrunta la tarea de su vida hasta el punto de olvidar a sus padres. Un joven inteligente descubre su vocación He ahí la manera como Dios entra en su templo 1 De qué modo tan maravillosamente distinto se cumplen las profecías, de qué modo tan humano' Dios se nos muestra en un hombre que va creciendo. «Y Jesús crecía en sabiduría, en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres» (Le 2, 52). La conciencia de Jesús Cabría preguntar aquí ¿ Cómo puede ser Hijo de Dios y, por ende, saberlo todo, y hombre al mismo tiempo, y, por ende, crecer en sabiduría' Es la misma pregunta que hicimos ya en el último capítulo, pero referida ahora con más precisión a la conciencia 82-83 de Jesús. También aquí sé ha de responder que debemos ser cautelosos para no hablar desde nuestras concepciones humanas, como si conociéramos ya perfectamente a Dios antes de conocer a Jesús Jesús no está ahí para los que se imaginan que conocen a Dios, sino para los que buscan a Dios. Nosotros sólo podemos dirigir nuestra mirada al hombre Jesús Sólo mirándole a Él, podemos adivinar algo del Dios que se nos ha-revelado en Él La 93

grandeza de Dios es mucho más que cuanto nosotros podemos 476 imaginar de «grandeza>. La conciencia de Dios es mucho más viva y cálida de lo que, con nuestros medios humanos, podemos imaginar de una «conciencia absoluta». En el saber auténticamente humano de Jesús (por el que, por ej., se abría el mundo a sus ojos como se abre para cualquier hombre), se refleja algo de su igualdad con Dios. En Jesús se nos ha hecho Dios asequible.

BAUTISMO Y TENTACIÓN

Es de esperar que se describan los comienzos de la vida pública de Jesús de manera que en ellos se exprese el núcleo esencial de su misión. La vocación de los hombres de Dios del Antiguo Testamento es referida a menudo al comienzo de su historia. Por medio de , 57 magníficas imágenes exteriores — una vara de almendro en Jere305 mías (1, 11), una sala del trono con un altar de fuego en Isaías (6, 1-7) — se expresan profundas vivencias interiores. Al comienzo de la vida pública de Jesús describen los evangelios un hecho que desde la más antigua tradición es transmitido con insistencia: su bautismo de manos de Juan en el Jordán. Es el segundo acontecimiento salvador que se celebra en la Epifanía (como evangelio se lee una semana más tarde, el 13 de enero). El hecho es narrado de forma que las imágenes exteriores apuntan a una realidad que jamás se podrá expresar adecuadamente en palabras. Se trata del contacto del Padre con Jesús y de la fuerza del Espíritu. Este contacto es expresado con tétennos del Antiguo Testamento: «Tú eres mi Hijo amado, en quien me he complacido» (Me 1, 11). Así se evoca la figura del siervo de Dios, del siervo paciente de Yahveh, al que están consagrados algunos -273 cánticos del libro de Isaías. Allí se lee: «He aquí a mi siervo, en quien se complace mi alma» (Is 42, 1). Y en otro pasaje (53, 6 ) : «Yahveh cargó sobre él la iniquidad de todos nosotros.» El bautismo es, pues, un signo de su servicio, de su «sumisión» y hasta de su muerte. Más adelante, aludirá Jesús por dos veces 237 a su t é r m i n o con la p a l a b r a «bautismo» ( M e 10, 3 8 ; L e 12, 50). E l H i j o a m a d o se c o n s a g r a a sí mismo c o m o siervo, como h u m i l 238 de y pequeño, como c o r d e r o que lleva los pecados del m u n d o . T a l es su vocación. «Vio r a s g a r s e los cielos y al E s p í r i t u en f o r m a de paloma que descendía sobre Él», leemos a d e m á s ( M e 1, 10). D e modo semej a n t e p r o s i g u e también el cántico del s i e r v o de Y a h v e h : « S o b r e Él he puesto mi espíritu» (Is 42, 1).

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Los varones de Dios del pasado estaban animados por el Espíritu de Dios como por un principio extraño, superior a ellos. En 64 cambio, en toda la ulterior vida pública de Jesús su plenitud de Espíritu aparece como algo natural, como si no tuviera necesidad, por decirlo así, del Espíritu. Esto no es, naturalmente, verdad. Mejor sería decir que no posee el Espíritu como un elemento extraño, sino como una fuerza que le pertenece, como si fuera su propio Espíritu. «Pues aquel a quien Dios ha enviado, habla las palabras de Dios, porque le da el Espíritu sin medida» (Jn 3, 34; cf. Is 11, 2 ; Jn 1, 33). Por este bautismo del Espíritu, cobra nuevo significado el bautismo de agua de Juan: se convierte en símbolo del bautismo del 233, 243 Espíritu para todos los creyentes futuros. Por este motivo canta la liturgia de Oriente en la vigilia de la Epifanía: «Hoy inclina el Señor la cabeza ante la mano del precursor; hoy lo bautiza Juan en las ondas del Jordán; hoy oculta el Señor en el agua las culpas de los hombres; hoy es atestiguado desde lo alto como hijo amado de Dios; hoy santifica el Señor la naturaleza del Agua. Se inmerge en la corriente del Jordán no para purificarse a sí mismo, sino para preparar nuestra regeneración.» Quizá se podrían pasar por alto las consecuencias que había de tener para Jesús su vocación; pero los evangelios excluyen tal posibilidad, pues nos hablan de tentaciones contra la misma: «Sino que fue probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado» (Heb 4, 15). Fue tentado en medio de su actividad pública, por ejemplo, cuando reveló por vez primera la forma de su muerte, el bautismo definitivo que sería su muerte: «entonces le tomó Pedro aparte y comenzó a increparle, y dijo: ¡ Dios te libre, Señor! ¡ No te suceda tal cosa! Pero Él se volvió y dijo a Pedro: "¡Apártate de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, pues no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres"» (Mt 16, 22-23). La petición bien intencionada de Pedro contenía veneno para Jesús. Era la oposición a su bautismo, la tentación por parte de su adversario, Satán. n i , 46i Los evangelios nos hablan de tentaciones en el desierto. Que este lugar, la figura del diablo y la triple tentación sean un relato histórico o una estilización, nada quita ni pone al hecho salvador. Sin embargo, es significativo que se hable del desierto. Éste es, en efecto, el lugar del encuentro con Dios y también de la tentación. Jesús vuelve a seguir la peregrinación por el desierto del pueblo de Israel. El pueblo fue tentado en el desierto y sucumbió a la tentación. Jesús la resiste con la misma naturalidad con que posee el Espíritu, mediante tres palabras tomadas de la situación 95

de Israel (Dt 8, 3 ; 6, 16; 6, 13). Donde el pueblo olvidó entonces (y toda la humanidad con él) su misión y, de espaldas a Dios, anhelaba volver a las ollas de Egipto, dice Él que el hombre vive también de toda palabra que sale de la boca de Dios. Donde el pueblo quiso tentar a Dios y arrancarle un milagro, se niega Jesús a ofrecer un aparatoso espectáculo. Donde el pueblo se afanó por los ídolos mundanos, rechazó Jesús todo señorío mundano que el diablo le ofrecía en compensación si se postraba ante él. Obrar un milagro en provecho propio, pedir a Dios un espectáculo exterior impresionante, pretender dominio terreno: he ahí tres caminos que Él no quería seguir. Son tres cosas al alcance de quienes quieren triunfar. Jesús sabía que había venido a invertir la escala de los valores. «Lo que quieren los hombres», como le dijo a Pedro, lo que en el mundo pasa por sabiduría y gloria, es lo que Él tenía que evitar precisamente. Su bautismo significaba: someterse, ser un hombre insignificante, un servidor, vivir para la muerte. En una palabra: no éxito, sino servicio. Permanecer fiel a ese destino fue toda su alegría. Una alegría nueva en el mundo. Y he aquí que vinieron ángeles y le servían. No en balde leemos este evangelio del servicio de Jesús al comienzo de la cuaresma, tiempo en que tratamos de restablecer en nosotros la actitud clara de una vida cristiana.

EL REINO DE DIOS

Cana En la apartada Galilea reveló Jesús por vez primera su gloria. El evangelio de Juan comienza con unas bodas que se celebraron en Cana, pueblecillo vecino a Nazaret. Jesús cambia el agua (que estaba allí para los ritos de purificación de los judíos) en excelente vino. Un primer signo simbólico de la alegría mesiánica que en la «hora» de la muerte y resurrección de Jesús sustituiría lo viejo por lo nuevo, el agua por el vino. El evangelista Juan hace notar a este propósito que María pidió esta señal. Parece que Jesús quiere negarse de pronto y alude a su hora (última), que tocaba determinar al Padre, y no a María. Sin embargo, accede a la súplica. Juan consignó, seguramente con intención, la parte que cupo a María en este milagro, tanto más cuanto que mencionará expresamente la presencia de María en aquella hora (Jn 19, 26). Las bodas de Cana son el tercer hecho salvador que se celebra en la fiesta de la Epifanía del Señor el día 6 de enero. El evangelio se lee el segundo domingo después de reyes.

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Una gran luz Galilea fue la primera en oír el mensaje de Jesús. Esta tierra fronteriza había sido ocupada por los asirios en tiempos del profeta Isaías. Sin embargo, confiando en la gracia de Dios, el profeta predijo a esta región un brillante futuro. La profecía resultó cierta ahora, pues este pedazo de tierra fue precisamente el primero que oyó el mensaje. Al contar Mateo que Jesús se estableció en Cafarnaúm, escribe también «Para que se cumpliese el oráculo del profeta Isaías Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, allende el Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo postrado en tinieblas ha visto una intensa luz, a los postrados en paraje de sombras de muerte, una luz les ha amanecido» (Mt 4, 14-16). Vino en unas bodas, luz en las tinieblas así ven los evangelios a Jesús en su aparición en Galilea Ahora bien, el mensaje que Jesús anuncia, se puede cifrar en la palabra «reino de los cielos» «Desde entonces comenzó Jesús a predicar Convertios, porque el reino de los cielos está cerca» (Mt 4, 17). ¿ Qué significa

el remo de los cielos f

Jesús dijo propiamente «reino de Dios», como afirman los otros tres evangelistas Sólo Mateo escribe siempre «reino de los cielos», siguiendo la manera de hablar de los rabinos que sustituían, por reverencia, el nombre de Dios por la palabra «cielos». Se trata, pues, del reino de Dios, pero no ha de entenderse como el territorio en que Dios reina, sino como la soberanía de Dios «Reinado de Dios» o «señorío de Dios» expresan con exactitud la idea en cuestión Para los oyentes de Jesús eran expresiones cargadas de vida No necesitaban explicación, como no es preciso explicar al enfermo lo que significa «curarse» ni al soldado lo que significa «paz» El reino de Dios era algo que todo el 4142 mundo ansiaba Esta expresión, que se remonta al Antiguo Tes- 45, 72 tamento, compendiaba la fe en que Dios es el señor del mundo y aparecería un día para desterrar de él la injusticia y la mise- 154 155 n a y poner fin a tantas amarguras de la existencia Éste es el meollo puro de la anhelante expectación. En el curso del tiempo, esta expectación tomó a menudo formas 97

menos puras. Había gentes para quienes oir esta palabra y echar mano de las armas era todo uno. El reinado de Dios significaba para ellos la victoria sobre los gentiles, la restauración nacional, la erección de un Estado en que imperara Dios. Otros veían a su vez en la venida del reino de Dios una intervención divina, que sacudiría les fuerzas celestes y haría surgir un mundo nuevo. Estos soñadores especulaban con predicciones exactas sobre el día preciso en que se acabaría el mundo. Sus descripciones están de ordinario llenas de fantasías. Estos movimientos se llaman apocalípticos. 64 Ambas concepciones se fundan en una inteligencia a menudo muy material y literal del lenguaje figurado de los profetas. Lo que en éstos quedaba abierto, tomaba ahora una forma fija y determinada, de matiz nacionalista y apocalíptico. En el núcleo puro de la expectación del reino de Dios entraban ingredientes menos puros, sentimientos sobre todo de resentimiento nacional. El reino de Dios aparece con Jesús En este mundo dejó oir Jesús su primera apelación: «Convertios, porque el reino de Dios está cerca.» Se comprendía bien lo que quería decir. Pero ¿ de qué manera entendía Jesús este reino ? Ni se desenvainó ninguna espada, ni cayó ninguna estrella del cielo. Fue la primera sorpresa de su mensaje, el que nada de esto sucediera. Tampoco fija ninguna fecha. «Velad, pues —dirá un día—, porque no sabéis en qué día va a llegar vuestro Señor» (Mt 24, 42). Así condena la tendencia humana, que aún hoy día existe, a determinar puntualmente el día en que va a terminar el mundo. Tal fecha exacta acaso dé un estímulo a la fe, una fortaleza aparente, en cuanto dirige la atención a algo exterior y concreto; pero Jesús quiere comunicarnos una verdad más profunda. Jesús se abstiene también de las fantásticas descripciones que eran entonces moneda corriente. Sin duda anunciará también Él una universal manifestación de Dios, pero el «fin del mundo» no coincide para Él con los albores del reino. Además, su idea del fin, comparada con las imaginaciones apocalípticas del tiempo, es simple y decididamente pobre. Su mensaje se concentraba con toda energía no en un acontecimiento exterior, sino en el hecho de que Dios reinaría. Con esto entramos en la parte más sorprendente de su mensaje. Jesús anuncia un reinado que ha comenzado ya. El reino de Dios está a la vista. ¿ Dónde ? En su propio advenimiento. «Y vuelto hacia sus discípulos les dijo, a solas: Dichosos los ojos que ven lo que estáis viendo. Porque yo os digo: muchos profetas y reyes quisieron ver lo que 98

vosotros estáis viendo y no lo vieron, y oir lo que vosotros estáis oyendo, y no lo oyeron» (Le 10, 23-24). «Y bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo» (Mt 11, 6). Cierto que al principio relegó muy a segundo término el misterio de su persona y sólo habló del reinado de Dios. Pero eso no bastaba para ocultar que el reino de Dios había aparecido ya por el solo hecho de su propia presencia. Mientras los videntes apocalípticos hablaban sobre cosas que caían fuera de ellos mismos, Jesús lleva el reino de Dios en sí mismo. El reinado de Dios no es para él una visión lejana. El mismo Jesús está en medio de él, empeñado en la lucha contra otro reino: «Pero, si yo arrojo los demonios por el dedo de Dios, es que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Le 11, 20). Sin embargo, nada hace pensar en una conmoción cósmica. A los que le preguntan sobre el momento, les responde Jesús: «El reino de Dios no ha de venir aparatosamente; ni se dirá: "Míralo aquí o allí", porque mirad: el reino de Dios ya está en medio de vosotros» (Le 17, 20-21). Nada, pues, de alzamiento nacional, ninguna señal en el cielo, sino algo de Dios y del cielo, que está oculto en el cotidiano quehacer, en la vida ordinaria de los hombres. Las

parábolas

Jesús comienza hablando en parábolas, narraciones destinadas a ilustrar una verdad. También las usaban entonces los doctores de la ley. Pero Jesús las usa de forma completamente nueva. Los doctores se proponían aclarar un texto propuesto. En Jesús, las 146-148 parábolas son el mismo mensaje. Con frescura y sencillez, narran historias de la vida diaria, que todo el mundo podía entender. .A veces también casos extraños que rara vez se dan, por ejemplo, un banquete al que no acude nadie. Pero aun estos casos se entienden inmediatamente. «¿Quién de entre vosotros...?» De forma tan sencilla, tan inmediata y directa comienza a menudo Jesús sus parábolas. Este modo de comenzar una narración es característico de Jesús. Ningún rabino de su tiempo empleó esta fórmula. Jesús habla en las parábolas para ser entendido. A este propósito escribe Marcos: «Y con muchas parábolas así, les proponía el mensaje según lo pwHam recibir» (Me 4, 33). Sin embargo, una condición previa se requiere para entender estas parábolas. Después de algunas de ellas exclama Jesús: «El que tenga oídos para oir, que oiga.» Es menester una disposición 99

para entregarse, para convertir su vida; un órgano, un oído para captar el oculto mensaje. El que no posee esa disposición, sólo oye la historieta. La parábola no entendida es entonces indicio de que está uno fuera. Lo que debería ser camino para entender, se torna signo de reprobación. Tal es el sentido de Me 4, 10-13, pasaje que no debe leerse sin tener en cuenta el v. 33, ya antes citado, del mismo capítulo. Parábolas del reino de los cielos oculto No debe sorprendernos que algunas parábolas de Jesús traten de una cualidad insospechada del reino de los cielos: su carácter oculto. El reino de los cielos se parece a un poco de levadura que una mujer tomó y mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó toda la masa» (Mt 13, 33). Otra parábola les propuso: «El reino de los cielos se parece a un grano de mostaza que un hombre tomó y sembró en su campo. Y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando crece es la mayor de las hortalizas y se convierte en árbol, de modo que los pájaros del cielo pueden venir y anidar en sus ramas» (Mt 13, 31-32). La maravilla del contraste entre principio y fin, que observamos diariamente en la naturaleza, le presta a Jesús tema para explicar la aparente insignificancia de los comienzos del reino de Dios. También la breve parábola de la semilla que crece por sí misma muestra lo modestamente que el reino de Dios se va abriendo camino, pero también con qué soberana independencia de los hombres. «El reino de los cielos viene a ser esto: Un hombre arroja la semilla en la tierra. Y ya duerma o ya vele, de noche o de día, la semilla germina y va creciendo sin que él sepa cómo. La tierra, por sí misma, produce primero la hierba, luego la espiga y, por último, el trigo bien granado en la espiga. Y cuando el fruto está a punto, en seguida aquel hombre manda meter la hoz, porque ha llegado el tiempo de la siega» (Me 4, 26-29). Estas parábolas eran, sin género de duda, una respuesta a las gentes que movían la cabeza y se decían: ¿ Esto es el reino de Dios? Aquí se ven las consecuencias de lo que Jesús tomó sobre 100

sí en el bautismo: Lo que importa no es el efecto exterior que 94-9 deslumhra a los hombres, pero no les nutre, sino la acción menuda, ordinaria y que no llama la atención. También el reino de Dios tiene forma de siervo. Las ocho

bienaventuranzas

En ninguna parte aparece esto más sorprendentemente que al comienzo del sermón de la montaña, la alocución de Jesús sobre 130-131 una colina de Galilea, en que Mateó reunió muchas de sus palabras: «Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados. Bienaventurados los sufridos, porque ellos heredarán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios. Bienaventurados los que practican la paz, porque ellos serán hijos de Dios. Bienaventurados los perseguidos por atenerse a lo que es justo, porque de ellos es el reino de los cielos» (Mt 5, 3-10). Con estas «ocho bienaventuranzas» no ha querido enviar Jesús otros tantos tipos de hombres. Se refería a un solo grupo humano. No es fácil definirlo. Pero sería falso ver en ellas un determinado sector social, por ejemplo, los que no tienen nada. Ya la primera bienaventuranza habla de los pobres de espíritu. No se trata del no tener como tal, sino de una actitud espiritual, de un 412 sentimiento. Por otra parte, tampoco sería exacto ver en ellas solamente a hombres que se han asimilado determinadas virtudes de ascesis y amor a la paz. No se trata, pues, de determinada clase social, pero tampoco de una suma de virtudes. ¿ De qué se trata entonces ? Tal vez pudiéramos intentar describirlo así: Jesús se refiere a hombres que nada tienen que esperar del mundo y todo lo esperan de Dios; hombres a quienes el mundo mira por encima de los hombros, pero que se abren enteramente, sin rencor, a Dios. En una palabra, son los hombres cuya vida puede compararse con la esclavitud y servicio de amor que 101

Jesús escogió para sí en su bautismo. Es una actitud que trastorna todos los criterios «mundanales». De esta manera proclama el Hijo de Dios bienaventurados a los que viven como Él vivió por propia elección. Ellos poseen la disposición ideal para aguardar el 42 reino de Dios y hasta para recibirlo ya ahora como una profunda alegría en su existencia terrena, que a menudo es tan poco atrayente. Dios los consolará, saciará y hará hijos suyos. A menudo se tratará de verdaderos pobres; a veces, también de virtuosos. Pero también entra en la cuenta aquel alcabalero o publicano que oraba en el templo (Le 18, 9-14), que no era pobre ni virtuoso, pero se daba cuenta de su insuficiencia y tenía verdadera hambre y sed de la justicia, y estaba dispuesto a cambiar de vida. No se trata en las bienaventuranzas de recintos bien acotados, sino de aquel potente acontecer dinámico, por el que Dios está presente para todos los que lo necesitan y lo aguardan. Y así se ve claro que el juicio de Dios sobre el triunfo o el fracaso, sobre lo alto y lo bajo, la dicha o el dolor, es completamente distinto que el nuestro. En el Israel contemporáneo de Jesús había grupos de «buenos» bien definidos, que se tenían por el «residuo» ortodoxo del pueblo, y en cierto sentido lo eran, pues se mantenían fieles a la ley y a la fe. Tales eran, por ejemplo, los fariseos ( = separados). Jesús no se vincula a ningún «residuo» ortodoxo, sino que busca gentes completamente distintas. Busca a las ovejas perdidas de Israel. Ningún fariseo queda excluido, a condición de que sea hombre tal como lo describen las bienaventuranzas. Esto chocaba: «Muchos primeros serán los últimos y los últimos los primeros» (Me 10, 31). «Y dichoso aquel que no se escandalice de mí» (Mt 11, 6). De hecho, los escriban y fariseos se mantuvieron al margen, mientras mucha gente «sin importancia» corría a Jesús. Se derriban las

fronteras

Hasta qué punto se derriban muchas fronteras, a que estábamos acostumbrados, por el mensaje de Jesús, pruébalo el hecho de que reiteradamente pone de relieve la complacencia de Dios sobre los samaritanos, pueblo heterodoxo que vivía entre Judea y Samaría. Jesús parece obrar así sin poner en pie de igualdad el error de los samaritanos con el judaismo (cf. Jn 4, 22). Jesús no predicó fuera de Palestina; pero, al encontrarse (en el evangelio de Mateo) con el centurión extranjero, habla de los muchos que vendrían de oriente y occidente y se sentarían a la misma mesa con Abraham, Isaac y Jacob. Luego, tampoco la frontera de Israel es ya válida. La salvación comienza sin duda por los judíos; pero el pueblo que se congregará para formar el reino de Dios procede de todas partes. También este hecho era chocante. 102

Pero su más desconcertante derribo de fronteras fue su trato 90 con públicos pecadores. Si un honrado señor, con fama de bueno, fariseo, le convida a comer, Jesús no se niega (Le 7, 36); pero tampoco cuando lo hace un cobrador romano de tributos, un estafador, un traidor a su patria: un publicano. Más aún, Él mismo se le entra por la puerta (Le 19, 5-6). La cosa era inaudita: un maestro religioso no podía comer con pecadores. Sería superficial ver en esta conducta de Jesús un mero desprecio de las costumbres rutinarias. Mucho menos quería dejar a estos pecadores, por un trato de camaradería, en el estado en que se hallaban. Se hallaban en la miseria y Él les traía el reino de Dios. El comer con ellos era ya el comienzo del reino de Dios. La comida en común era para Jesús símbolo del tiempo de la alegría mesiánica y de la unión con Dios. Así lo mostrará para siempre en su última cena; pero ya las comidas durante su vida apuntan a 161 lo mismo. Comer con pecadores significaba llevarles el reino amoroso de Dios y, por ende, liberación del pecado. Una profunda paz irradia de esos incidentes. Ellos muestran cómo se inicia el advenimiento del reino de Dios y cómo son los hombres en quienes pensaba Jesús al proclamar las bienaventuranzas. He aquí uno de esos relatos, henchidos de pura alegría: «Habiendo entrado en Jericó, iba atravesando la ciudad. Cuando he aquí que un hombre, por nombre Zaqueo, que era jefe de publicanos y rico, trataba de ver quién era Jesús, y no lo lograba por causa del gentío, pues era bajo de estatura. Se adelantó corriendo y se subió a un sicómoro para verle, pues por allí tenía que pasar. Y cuando Jesús llegó a aquel sitio, alzó los ojos, y le dijo: "Zaqueo, baja pronto; porque conviene que hoy me quede yo en tu casa." Y él bajó a toda prisa, y lo recibió con alegría. Pero todos los que lo vieron, murmuraban diciendo: " H a ido a hospedarse a casa de un hombre pecador." Zaqueo, puesto en pie, le dijo: "Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si a alguien he defraudado en algo, le devolveré el. cuadruplo." Jesús le dijo: "Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también éste es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido"» (Le 19, 1-10). La alegría El advenimiento del reino de Dios es una decisión de la gracia de Dios, la cual pide correspondencia. ¿Cómo ha de ser ésta? 103

«El que no, recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Me 10, 15). Con estas palabras no eleva el Señor a ideal., como románticamente pudiera imaginarse, la inocencia del niño; lo que Él recomienda es la pequenez, el dejarse regalar, y también sin duda la humildad del nuevo comienzo. En el evangelio de Juan, dice Jesús a Nicodemo: «El que no naciere de lo alto, no puede ver el reino de Dios» (3, 3). Con ello se expresa la misma actitud que veíamos en las ocho bienaventuranzas. Quienes de este modo se hacen niños, aceptan el don de la gracia y se entregan a su vez a ella, reciben la alegría de Dios. El que se niega, se priva de esta alegría. El evangelio alude reiteradamente a la intensa tristeza de quienes se aferran a su vida anterior y no entran en los designios de Dios. Por ejemplo, los que «murmuran» en los banquetes (Le 19, 7), o con motivo de las curaciones (Me 3, 6), o de que le aclamen los niños en el templo (Mt 21, 15). Así también los trabajadores de las primeras horas o el hermano mayor del hijo pródigo: «menester era celebrar un festín y alegrarse, pues este hermano tuyo había muerto y ha resucitado; se había perdido y lo hemos encontrado» (Le 15, 32). Ésta es la alegría de quienes no se sienten seguros por sus propias excelencias, sino por la gracia de Dios. Son los que saben que les ha sido dado mucho. Por eso, el más espantoso ejemplo de quien se cierra a la alegría mesiánica sea tal vez la parábola del deudor a quien se le ha perdonado una deuda fabulosa, de una cantidad como nadie poseía seguramente en Palestina (casi 10 millones de dólares) y, después de ese perdón, agarra por el cuello un compañero que le debía cien denarios (apenas 20 dólares). Olvidó la deuda que Dios le había perdonado y la alegría que esto causa y se adscribe al número de los que «no quieren» (Mt 18, 21-35). No perdonar al otro, dice Jesús, significa olvidar la propia deuda, el propio perdón y alegría.

El mensaje de Jesús es muy serio. Ahí está la parábola del sembrador (Mt 13, 3-23). El reino de Dios llega a uno que puede ser piedra o tierra buena. Es más, uno puede ser tierra buena al principio; pero las «solicitudes humanas y el engaño de las riquezas sofocan la palabra» (Mt 13, 22). «Entrad por la puerta estrecha, porque ancha es la puerta y espacioso el camino que conduce a la perdición, y muchos son los que entran por él» (Mt 7, 13; cf. también Le 13, 23). La advertencia es espantosa. Jesús no habla aquí del número de los que se salvan; pero sin duda afirma que son incontables los que se niegan a corresponder a la gracia o se desalientan, y ponen así en 104

juego su alegría, tal vez su alegría eterna. El camino es angosto. No debiera hablarse tan largamente de este dictamen que perdiese su estremecedora seriedad. Y hemos de pensar más en nosotros mismos que en «la» humanidad. Éste parece ser también el deseo de Jesús, cuando en Le 13, 23 le preguntan: «Señor, ¿son pocos los que se salvan?» Como respuesta a esta pregunta sobre el destino de la humanidad, Jesús da una advertencia a los circunstantes: «Esforzaos por entrar por la puerta estrecha; que muchos — o s lo digo y o — intentarán entrar, pero no lo conseguirán.» Cada uno ha de esforzarse en entrar por esa puerta. El hombre tiene en sus manos esa oportunidad real. Sobre el número no podemos emitir juicio alguno. El reino es algo por el que se entrega todo: «El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo; un hombre lo encentró y lo escondió; y se va lleno de alegría, vende cuanto tiene y compra el campo aquel» (Mt 13, 44). Lo mismo dice Jesús en el sermón de la montaña, pero con tal seriedad y apremio que sentimos cerca de nosotros la eternidad: «Si, pues, tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; porque más te vale perder uno solo de tus miembros, que ser arrojado todo tu cuerpo a la gehenna. Y si tu mano derecha te es ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; porque más te vale perder uno solo de tus miembros, que ir tu cuerpo a la gehenna» (Mt 5, 29-30). Innumerables veces nos exhorta Jesús a la vigilancia: «Tened bien ceñida la cintura y encendidas las lámparas, y sed como los que están esperando a que regrese su señor del banquete de bodas, para abrirle inmediatamente cuando vuelva y llame. Dichosos aquellos criados a quienes el señor, al volver, los encuentre velando. Os lo aseguro: él también se ceñirá la cintura, los hará ponerse a la mesa y se acercará a servirlos» (Le 12, 35-37). El carácter de las acciones que Jesús exige, puédese ver por Mt 25, 31-46. Allí son eternamente absueltos o eternamente con- 158 denados los hombres según el bien que hicieron o dejaron de hacer «con uno de estos más pequeños», como dice Jesús. 105

El reino en el tiempo Por muy sublime y divino que sea el reino de Dios, nunca rompe sus vínculos con el ahora y aquí, con nosotros. Estamos construyendo, en el tiempo, la eternidad El momento del remo es el «hoy», el instante en que Jesús está presente Pero en las parábolas sobre el crecimiento vimos que su acción va en auge El reino de Dios crece hacia una revelación en el futuro. La primera revelación es la resurrección de Jesús Por eso, dice Él mismo «Os lo aseguro hay algunos de los aquí presentes que no experimentarán la muerte sin que vean llegado con poder el remo de Dios» (Me 9, 1) Es el gran momento en que Dios mostrará su señorío resucitando a Jesús de entre los muertos y dando su espíritu a los hombres En este momento comienza el tiempo en que el reino de Dios se extenderá por todo el mundo. Para este fin escogió Jesús a sus discípulos «No temas, pequeño rebaño, que ha tenido a bien vuestro Padre daros el reino» (Le 12, 32) Él dejó incluso en la tierra las «llaves del reino de los cielos». En una palabra, para mantener vivo su remo en este mundo, se 143 formó Jesús un pueblo al que llama «mi Iglesia» Pero su Iglesia no es aún el reino de Dios, sino solo «germen y principio de este reino sobre la tierra Mientras ella va. creciendo poco a poco, anhela la consumación del reino y con todas sus fuerzas espera y ardientemente desea unirse con su rey en la gloria» (concilio Vaticano I I , Constitución dogmática sobre la Iglesia, n ° 5). «Después, será el final cuando entregue el reino a Dios Padre, y destruya todo principado y toda potestad y poder Porque él tiene que reinar hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies El último enemigo en ser destruido, será la muerte En efecto Todas las cosas las sometió bajo sus pies Pero al decir que todas las cosas están sometidas, está claro que será con excepción del que se las sometió todas Y cuando se le hayan sometido todas las cosas, entonces también se someterá el mismo Hijo al que se lo sometió todo, para que Dios sea todo en todos» (1 Cor 15, 24-28) Lo que apareció con sencillez y amor en las llanuras de Galilea, se consumará en un gran amor entre todo lo que existe. Recibir el reino de Dios significa querer pertenecer a él Creer en el reino de Dios significa creer en la indestructible unidad de los hombres en la alegría del Padre.

106

La Iglesia predica a Jesús No ha sido posible decir en este capítulo todo lo relativo al reino de Dios. Así, por ejemplo, no hemos hablado del Padre, siendo así que el Padre es el centro de los pensamientos de Jesús, el sol que ilumina su espíritu. ¿ Es lástima que hayamos omitido tantas cosas ? No, pues en este libro seguiremos hablando del reino de Dios. En realidad, no hay página en que no se trate de él. Sin embargo, no emplearemos la palabra «reino de Dios» tan a menudo como lo hizo Jesús. Así hizo también la Iglesia desde sus orígenes. ¿ Por qué ? Algunos han dicho que esto se debe a que la iglesia habla demasiado de sí misma. Pero no es ésa la verdadera razón. La verdadera razón es que después de la resurrección y glorificación de Jesús se puso bien de manifiesto quién era Él. Este humilde Jesús no es sólo el heraldo del reino de Dios, sino también el rey. Este humilde rabí no sólo pregona el señorío, sino que Él mismo es el Señor. Él es «el reino en persona» (auto- 150 basileia), en expresión de Orígenes. El que a Él ve, ve al Padre. Por eso, predicar a Él es predicar al Padre, el reino del Padre. Eso es lo que la Iglesia trata de hacer. Al predicar a Jesús, predica el reino de Dios. Bueno es ir una y otra vez a Galilea a oir allí a Jesús. Muchos domingos tienen por evangelio algunas de las parábolas del reino de los cielos. Y no pasa día en que no suba a Dios el deseo de la familia: «Venga a nosotros tu reino.»

LOS SIGNOS

Profecías

cumplidas

Jesús anunció el reino de Dios con sus palabras y con sus milagros o signos. «Mas si expulso los demonios por el dedo de Dios, sígnese que el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Le 11, 20). Cuando Juan Bautista manda desde su prisión a preguntar por el mesianismo de Jesús, éste le contesta: «Id y contad a Juan lo que estáis oyendo y viendo: los ciegos ven y los cojos andan, las leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y se anuncia a los pobres la Buena Nueva; y dichoso aquel que no se escandalice de mí» (Mt 11, 4-6). Con estas palabras aludía Jesús a un pasaje del profeta Isaías que habla del tiempo en que vendría Dios: «Decid a los de corazón apocado: ¡ Ánimo, no temáis ! 107

Mirad que vuestro Dios prepara la venganza, la retribución de Dios, él es quien la prepara y él os salvará Entonces se despegarán los ojos de los ciegos, y se abrirán los oídos de los sordos. Entonces saltará el cojo como un ciervo y la lengua del mudo cantará de júbilo. Brotarán aguas en el desierto y torrentes en la estepa» (Is 35, 4-6) Los signos, pues, acreditan a Jesús como quien trae la alegría de Dios Tal vez estos milagros no aparecieron en forma tan ostentosa, sino más familiar de lo que creían los profetas. Quizás hubiera esperado Juan al hombre con el bieldo en la mano, al juez universal, que bautizaría al mundo con fuego Incluso en los milagros aparece el estilo de Jesús como algo inesperado, inesperado en su bondad y su cercanía humanas Mas no por eso dejan de ser milagros Al contrario, precisamente por esto son signos especialísimos de la grandeza de Dios en favor de la miseria humana l Qué es un milagro ? Bien está que reflexionemos un momento sobre lo que la Biblia entiende por milagro Para la Sagrada Escritura, milagro es un acontecimiento o hecho en que el hombre ve la acción de Dios Así canta un salmo sobre el cielo estrellado «Los cielos, oh Señor, celebran tus prodigios» (Sal 89, 6) Pero de preferencia emplea el término «milagro» o «prodigio» para expresar los acontecimientos en que se muestra particularmente claro el poder salvador de Dios En el Nuevo Testamento se realizan en relación con Cristo. Se trata de cosas extraordinarias, buenas, que provocan admiración y tienen un sentido Se los llama «milagros», «signos», «obras», «fuerzas» Es natural que el hombre moderno, que sabe algo más acerca de la naturaleza y de sus leyes, se plantee la cuestión de si estos hechos suceden «fuera de las leyes de la naturaleza» Esta interrogación, como prueba lo que acabamos de decir, no es bíblica. También para nosotros va perdiendo su sentido poco a poco. Porque ¿qué sabemos de la relación entre la nueva creación que aquí se abre paso y las leyes de la naturaleza' Lo único que podemos decir es que —por supuesto con vistas a la salvación y al juicio— se ponen en juego fuerzas poderosas en favor del hombre, siempre en relación con Cristo. Nada nos obliga a considerar los milagros como una intervención arbitraria 108

y extraña de Dios, como si Dios impidiera el curso de su propia creación. Por el contrario, el milagro no va contra las fuerzas de la creación, sino que las hace brillar de manera maravillosa, buena y feliz, en la dirección ya indicada del «gemido y dolores de parto» que siente la creación (Rom 8, 22). «Mi Padre todavía sigue trabajando, y yo sigo trabajando también» (Jn 5, 17). Por todas estas razones, no debemos hablar de «violación de las leyes de la naturaleza». Lo más propio es decir que el milagro hace al hombre consciente de que ignora lo que puede pasar en él mismo y en el mundo. El hombre se admira cuando el mundo le permite conocer algo de los fines que le son propios. En el milagro rastrea el creyente la acción incipiente de la nueva creación, en la que ha entrado ya el Señor resucitado. Los milagros de Jesús: desinterés, sencillez y bondad En conjunto, los milagros de Jesús que han llegado a nosotros tienen un carácter tan original y propio, que no nos queda sino admitir como única explicación ésta: Jesús obró efectivamente milagros. Lo primero que llama la atención a los exegetas es que sean tan pocos. No constituyen el elemento principal de los evangelios, como sucede en muchas biografías de hombres célebres de aquel tiempo. También llama la atención el desinterés de los milagros de Jesús. Algo de ello vimos en las tentaciones del desierto. Jesús se niega entonces a hacer un milagro en provecho propio o para dar un espectáculo. De hecho, no obró ni un solo milagro en provecho propio. Y al comenzar su pasión desaparecen por completo. Con no menor cuidado evitó todo lo que pudiera acercar sus milagros a los linderos profanos de la ostentación o la jactancia. No hay sino comparar el comportamiento de Jesús con el de . muchos magos, taumaturgos y profesionales de ciencias ocultas, para sentirse impresionado por la sencillez, pureza y dignidad de su porte. Aun cuando recurre a ciertos medios, como mandar al enfermo que se lave, todo es a la postre muy sencillo. En una palabra, los milagros no se exhiben ante un público, sino que se ordenan a personas. Y luego la naturalidad y facilidad con que obra Jesús sus milagros: nada de hipnosis, ningún ceremonial, ni complicados preparativos, ni equipos de auxiliares, sino una sencilla palabra que impera y manda, dicha a veces a gran distancia. Sobre los milagros de Jesús se cierne la serenidad de la acción creadora de Dios. Tampoco es de ver en el poder taumatúrgico de Jesús atisbo 109

alguno de magia, esto es, el intento de disponer de Dios por medio de determinados actos, sin que el hombre se entregue a Él sin personal relación con Dios. Jesús ora expresamente en sus milagros: «Padre, te doy gracias porque me has oído» (Jn 11, 41). Él, el Hijo, obra en personal relación con el Padre y no necesita preguntar. «Yo sabía que siempre me oyes, pero lo he dicho por la gente que está en torno» (11, 42). El que los milagros de Jesús sean signos de su misión, no significa que el hombre sobre quien o para quien los obra le sea indiferente. Ese hombre vivo no era para él un objeto que tenía casualmente delante. Jesús obraba sus milagros por compasión: «Al verla el Señor, sintió compasión de ella» (a la vista de la viuda de Naím, Le 7, 23). Pues es inseparable de las señales prodigiosas que la ayuda de Dios sea personal y auténtica. Una curación corporal es también obra de salud eterna. Significativo es también el hecho de que entre los milagros de 73-474 Jesús no haya ninguno ordenado a castigar, en contraste con el Antiguo Testamento, en el que se narran casos en que el «juicio» de Dios opera de manera prodigiosa. Nada de eso en Jesús. Cuando los «hijos del trueno» le piden que haga bajar fuego del cielo para abrasar cierto lugarejo de Samaria, Jesús se vuelve y los reprende severamente (Le 9, 55). La higuera seca (Me 11, 12-14, 20) no significaba un castigo, sino un aviso. Además, por Lucas (13, 6-9) que en lugar de este milagro pone una parábola, podemos ver cuan suave y condescendiente era aquí la mente de Jesús. Curaciones Los milagros de Jesús son sobre todo curaciones. Dios mandó a su enviado con poder para curar, con poder para superar la muerte. Así se ve señaladamente claro por los tres relatos de resurrecciones de muertos. Es difícil decir cuál de los tres relatos del evangelio es el más hermoso (Me 5, 21-43; Le 7, 11-17; Jn 11). En su lucha contra la enfermedad y la muerte ve Jesús al tiempo una lucha contra el mal y hasta contra el maligno. De una mujer completamente encorvada dice que está atada 95 por Satán (como una bestia atada que no puede ir al abrevadero, 46i Le 13, 15-16). Jesús vino para curar heridas más profundas. Al cabo, los curados corporalmente morirían un día u otro. Jesús opera una curación que salva a los hombres más allá de la muerte. U2-H3 Le importa la curación del pecado. La curación corporal es sólo un símbolo. El reino de Dios quiere decir lucha... contra el mal.

110

Expulsiones

de demonios

Este carácter de lucha se ve aún más claro en otra serie de milagros de Jesús. Jesús se encuentra a menudo con hombres «poseídos del demonio». Un poseso no quiere decir en el evangelio un hombre pecador, sino alguien que no es él mismo y da signos de espantosa locura y frenesí. Muchos posesos son presentados como enfermos, por ejemplo, en Mt 17, 15, en que se dice que el joven poseso sufre de «epilepsia». Ello quiere decir que, para el evangelio, enfermedad y posesión no son cosas tan distintas como tal vez nosotros nos imaginemos. En las dos cosas veía Jesús la acción del demonio: lo mismo en una columna vertebral torcida que en los gritos solitarios «en los sepulcros y en los montes» (Me 5, 5). Pero en este último caso se enfrenta Jesús directamente con el maligno. Aquí no era atacado el cuerpo del hombre, sino su espíritu. Uno de los más claros signos del reino consideraba a Jesús como capaz de curar y socorrer en esta miseria. Jesús habla sobre Satanás como si fuera un poder personal. En el evangelio se consignan expresiones de posesos en que éstos llaman a Jesús «el Santo de Dios» (Me 1, 24) o «Hijo del Dios altísimo» (S, 7). No sabemos qué clase de fuerzas operan aquí. Jesús manifestó en una ocasión su majestad de manera muy evidente al liberar a un pobre poseso y permitir luego que los espíritus (que se llamaban «legión») entraran en una piara de cerdos. La piara se precipitó en el mar. Así pues, por un hecho de la naturaleza se nos permite adivinar la furia con que se lleva la lucha. Sin embargo, el verdadero signo no son los cerdos que se arrojan al mar, sino esto: «Lléganse a Jesús (los gerasenos) y ven al endemoniado, el que había tenido toda aquella legión, sentado ya, vestido y en su sano juicio» (Me 5, 15). Un hombre curado: he ahí el verdadero signo. Milagros sobre la

naturaleza

Hay finalmente milagros de Jesús sobre la naturaleza. Éstos no son presentados como postes indicadores en una ruta desconocida, sino como signo* que se orientan a personas concretas en el ambiente que les era familiar. El reducir a calma la tempestad habla de seguridad para los que le siguen. La pesca milagrosa es un regalo sorprendente después de una noche de vano trabajo y al tiempo mandato de ser pescadores de hombres. La maravillosa multiplicación de los panes significa la cesación del hambre, pero es también signo del banquete mesiánico, que se mostrará al comer la carne y beber la sangre de Jesús (Jn 6). 111

Al servicio de la predicación Una vez que buscaban al Señor por razón de sus milagros, dijo 114 Él: «Vamonos a otra parte, a las aldeas vecinas, para predicar también en ellas; pues para eso he venido» (Me 1, 38). La tarea principal de Jesús era la de predicar. Esta predicación es el «signo de Jonás profeta» (cf. Le 11, 29). Donde no se da una relación con la predicación, Jesús no obra milagros, por ejemplo, ante un grupo cerrado de hombres, como sus paisanos de Nazaret, los fariseos o Herodes. Si es cierto que una vez se lee: «Creedme..., al menos, creedlo por las obras mismas» (Jn 14, 11), también leemos que Jesús no tenía mucha confianza en quienes sólo creían por razón de los milagros (Jn 2, 23-24). Y Él mismo dice de los hermanos del rico glotón: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni aunque resucite uno de entre los muertos se dejarán persuadir» (Le 16, 31). Fe y milagros Así pues, al milagro precede una fe inicial. El milagro la afianza y robustece. A veces exige Jesús previamente una fe firme. Esto tal vez nos extrañe. En una de estas situaciones se profirió la breve jaculatoria: «Creo, Señor, ayuda mi incredulidad» (Me 9, 24). Por lo demás, la exigencia de una fe previa no significa que la fe opere milagros, como acontece a veces con los que oran por su salud. La fe, la entrega sin reservas, es un primer requisito; pero Dios es el que cura. Por eso no es menester sea el mismo enfermo quien cree. En Me 9, 24 vemos que es el padre el que tiene fe. Si el milagro fuera cuestión de concentración en la fe, o producto de esta misma fe, sería una habilidad del curado y no signo del reino. El milagro es obra de Dios, que apunta a una liberación más profunda: la aceptación de su reino. Signos Los milagros de Jesús no son sólo parte de su predicación, sino que tienen un sentido en sí mismos. «Los hechos de la Palabra son también palabras» (Agustín). 315 Así curó Jesús una vez a un paralítico como signo expreso del perdón de los pecados (Mt 9, 6-7). En este caso, no se trataba solamente de probar que Jesús puede obrar en el orden de lo invisible, sino también de un signo de lo invisible: el hombre curado, que se va a casa con su camilla a cuestas, es un signo del perdón y curación que alcanzan más allá de la muerte. Esto explica que los 112

cristianos de las catacumbas pintaran al paralítico cargado con su camilla sobre los sepulcros de sus seres queridos. La pintura simbolizaba el perdón por el bautismo, la alegría eterna. En realidad, los sacramentos son la verdadera prolongación de 243-245 los signos de Cristo. El evangelio de Juan es ejemplar a este 161 propósito. Fue escrito en una iglesia que llevaba más de medio 200-202 siglo sintiendo al Señor en su presencia sacramental. Así por ejemplo, la multiplicación de los panes (Jn 6) alude a la eucaristía como alimento; la curación del ciego de nacimiento (Jn 9), al bautismo como iluminación. Aunque los sacramentos son la verdadera continuación de los milagros de Jesús, Él quiso, no obstante, que sus milagros terrenos pervivieran como signos en la Iglesia. «El Señor cooperaba con ellos (los apóstoles) y confirmaba su palabra por medio de los signos que la acompañaban» (Me 16, 20). Es el final del evangelio de Marcos. El milagro es en la vida de la Iglesia- fenómeno tan «ordinario», que, desde hace siglos, nadie ha sido canonizado si no ha obrado por lo menos dos milagros, como señal de que el Señor «ha cooperado» efectivamente con él de modo muy especial. Sin embargo, de la acción de Jesús en la Iglesia hay que decir lo mismo que de su vida en la tierra: lo más profundo que Él nos da no son sus milagros que sólo afectan a unos cuantos. Lo de verdad valioso, son su palabra, su eucaristía, su perdón y los otros sacramentos, como signos que se destinan a todos.

EL SEÑOR NOS ENSEÑA A ORAR

293-307

Consideremos ahora cómo trata Jesús con quien era el centro de todos sus pensamientos, es decir, el Padre. Jesús es hombre de oración. No se limita a una sola forma de orar. En Él se da toda la escala de posibilidades por las que el hombre procura ponerse en contacto con Dios. Con sus discípulos cumple la celebración litúrgica prescrita a su pueblo (Mt 26, 30). En la sinagoga, rezaba los salmos y oraciones como cualquier creyente. En ninguna parte hallamos el menor indicio que se abstuviera de tales rezos. Juntamente con su pueblo hallaba al Padre. Una vez se nos cuenta que entona un salmo del Antiguo Testamento, y es probable lo recitara hasta el cabo (Me 15, 34). Pero este modelo ora, sobre todo, con sus propias palabras. Esta clase de oración es el más característico en Él. De la frescura de sus parábolas podemos ya concluir lo directa y sencilla que 99 será su oración. De hecho se dirige a su Padre con la más absoluta espontaneidad (cf. por ej. Lucas 10, 21). Así rezaría siempre que se pasara la soledad de la noche «en el monte para orar» (Le 6, 12). 113

Es muy probable que Jesús orara también mentalmente, sin palabras; pero el hecho no se consigna en ninguna parte. En la oración de Jesús entran les

hombres

Podemos observar que de la oración de Jesús se nos habla siempre en relación con su misión. El hecho de haberse retirado al desierto — a los «ejercicios» a los que le empujó el Espíritu — se interpreta en el evangelio como preparación para ello. Lo mismo significa el que, más adelante, cuando las turbas le querían imponer un mesianismo político, después de la milagrosa multiplicación de los panes, buscara la soledad. Se va al desierto para aprestarse de nuevo al cumplimiento de su vocación. También pasa en oración la noche antes de la elección de los apóstoles: cada uno de sus colaboradores le es regalado por el Padre en la oración. Incluso sus milagros eran fruto de la oración, obrados en relación personal con el Padre. Marcos nos ha conservado un breve episodio, que nos perfila con increíble precisión la importancia que tenía la oración en la vida de Jesús: «Por la mañana, muy temprano, antes de amanecer, se levantó, salió y se fue a un lugar desierto. Allí se quedó orando. Simón y sus compañeros salieron a buscarle; y cuando lo encontraron, le dicen: "Todos te andan buscando." Él les responde: "Vamonos a otra parte, a las aldeas vecinas,.para predicar también en ellas, pues para eso he venido» (Me 1, 35 ss). El hombre actual, que sabe que toda obra buena hecha por amor es también oración, se admira ante estos hechos. Ve que Jesús se retira a orar. En esto se pone de manifiesto lo mucho que se engaña el hombre si descuida su diálogo con Dios y con300 sagra todo su tiempo al quehacer diario en el trabajo, en la casa, o en las obras de caridad. Pero este breve incidente nos enseña también por qué hemos de orar. Después de esta noche de oración, Jesús vio con mayor claridad en qué consistía su verdadera misión, su verdadero servicio a los hombres, y así se encaminó a otra parte. La oración pone en la recta dirección la brújula que señala la meta de nuestras ocupaciones. La oración es también una fuerza para los otros: «Simón, Simón, mira que Satanás os ha reclamado para zarandearos como al trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe» (Le 22, 31-32).

114

La

transfiguración

La actividad de Jesús está toda penetrada por la oración. Una vez nos muestran los evangelios el esplendor de su trato con el Padre en una magnificencia única. Cuando estaba orando sobre un monte, oyen sus discípulos una voz, ven una nube esplendente y cómo los vestidos y rostro de Jesús están inundados de claridad. Por estos símbolos se hace patente a los ojos lo que interiormente acontecía: la presencia del Padre en el Hijo por el Espíritu. Una gloriosa experiencia de su bautismo y de su vocación. Por un momento aparece también visible el mundo de vida y amor que une al Padre y al Hijo. Pero precisamente en este momento celeste se siente Jesús extraordinariamente cercano a su misión terrena; con dos gloriosos varones que le habían precedido, Moisés y Elias, está Él hablando sobre el término de su vida («éxodo» dice el texto, para indicar su U4 muerte) que se cumpliría en Jerusalén (Le 9, 31). Es decir, que la oración de Jesús no equivale a una evasión de su vida ni de su misión, sino ingrediente de ellas. Ultimas oraciones de su vida

terrena

En el capítulo 17 del evangelio de san Juan podemos leer cómo oró Jesús después de la última cena, tal como años más tarde lo recordó, inspirado por el Espíritu de Jesús, el discípulo que en tan memorable ocasión había reclinado su cabeza sobre el pecho del Señor. Jesús recita por toda su Iglesia la «oración del sumo sacerdote». En este ardiente coloquio con su Padre, toma parte toda su existencia glorificada en forma particular. Toda la realidad de Jesús se nos hace patente en él. Pero la más conmovedora oración de Jesús es seguramente aquel grito suyo en el huerto de Getsemaní: «Abba, Padre, todo te -es posible: aparta de mí este cáliz. Pero no lo que yo quiero, sino lo que quieras, tú» (Me 14, 36). De la mano del Padre anduvo Jesús su camino. Primogénito del nuevo pueblo, con la oración hizo de su vida una vida llena de grandeza. La palabra «Abba» En el vocabulario de Jesús hay una expresión que lo sintetiza todo. Es la palabra Abba. Así llama Jesús a Dios. Quiere decir Padre. En esta palabra, tan humana, se abre todo el insondable abismo del amor entre el Hijo y el Padre, un abismo lleno de sencillez, porque Dios es infinitamente sencillo. Pero la palabra Abba 115

significa algo más íntimo aún que «Padre». Es una palabra infantil 367 y confiada, uno de los primeros sonidos que afloran en la boca humana: papá, abba. Esta palabra aramaica es un diminutivo. Así llamaba Jesús a Dios. Y además nos enseña también a nosotros a decir abba. Nos lo enseña por sí mismo durante su vida, y -no menos después de su resurrección por medio del Espíritu. «Porque no sabemos cómo pedir para orar como es debido; sin embargo, el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos intraducibies en palabras.» «Recibiréis un Espíritu que os hace hijos adoptivos, en virtud del cual clamamos: Abba! Padre. El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios» (Rom 8, 26.15-16). Estas palabras nos permiten dar una mirada a la primitiva comunidad cristiana, en que se 190 oraba bajo inspiración del Espíritu Santo a veces extáticamente. Y allí se oía de labios de los que hablaban el griego la palabra aramea Abba. Las difíciles frases del apóstol Pablo, que acabamos de citar, sólo pueden entenderse si se comprende su meollo: la palabra Abba. El Espíritu de Jesús impulsaba a los creyentes a dirigirse a Dios con la palabra familiar Abba. Y a ello nos sigue impulsando aún a nosotros en la iglesia ese mismo Espíritu. También en el Antiguo Testamento se llamaba en ocasiones «padre» a Dios con toda solemnidad: padre del pueblo, del rey elegido, de los piadosos. Pero así como la predicación del reino de Dios en labios de Jesús es nueva e inmediata, así también lo es la forma en que Él llama «Padre» a Dios. Él lo hace como hijo. Y con la misma espontaneidad y frecuencia con que el Hijo se dirige al Padre, podemos y debemos también nosotros, juntamente con el Hijo, dirigirnos al Padre. El título de «Padre» es en el Nuevo Testamento infinitamente más rico que el mismo título en el Antiguo Testamento. Indudablemente, el modo de hablar de Jesús nos hace ver que Él tiene con el Padre una relación más profunda que nosotros. En efecto, Jesús no dice nunca «Padre nuestro» (excepto cuando 152 pone estas palabras en boca nuestra), sino «mi Padre» y «vuestro 81-85 Padre». Dios es su padre, de otra forma que nuestro Padre. La filiación no le adviene, sino que la posee desde el principio. Nues74-480 tra filiación nos adviene precisamente por Jesús. Que es lo mismo que venirnos el reino de Dios. Si queremos saber puntualmente cómo entiende Jesús la palabra padre respecto de nosotros, no hay sino leer la página más conmovedora del evangelio: la parábola del padre misericordioso. Esta narración ha llevado tradicionalmente el título de «parábola del hijo pródigo», debido a una confusión de acentos, pero en realidad la figura principal es el padre. En esta parábola describe 116

Jesús a Dios para todo el que lo quiere entender (Le 15, 11-32). Jesús, pues, tuvo la audacia de tomar algo tan natural como la paternidad para llamar a Dios por su nombre. El hombre que tenga una noción de «padre», frustrada, tendrá que andar largo camino para acercarse con corazón libre a Dios y decir: «El Espíritu que he recibido no es Espíritu de esclavitud para temer de nuevo, sino el espíritu de filiación que me hace clamar: Abba Padre» (cf. Rom 8, 15). Pero, puesto que el Hijo es hombre y hermano nuestro, en todo camino está Jesús y, con Él la posibilidad del contacto amoroso con el misterio de Dios. Y precisamente el esfuerzo por comprender la paternidad de Dios puede conducir a un más consciente y claro espíritu de filiación para con el único Padre. Confianza

y perseverancia

en la oración

Jesús nos enseña que el hombre puede acudir siempre a Él, tal como es, en lo profano de su vida con sus miserias y necesidades. El Padre sabe que necesitamos de muchas cosas ordinarias. Por un lado, nos dice Jesús en consecuencia, que no hablemos mucho en nuestras oraciones, como hacen los gentiles (Mt 6, 7-8); mas, por otra parte, nos aconseja que no nos cansemos nunca de orar. La palabra «molestar» no es demasiado fuerte, cuando en Le 11, 5-13 se lee de aquel amigo importuno que va a pedir por la noche un pan a otro amigo, y en 18, 1-7 de la viuda que importuna al juez hasta que le hace justicia. Los dos consejos parecen contradecirse: no hemos de hablar demasiado y hemos de hablar mucho. Pero si se atiende a lo que quiso decir Jesús, todo viene a ser lo mismo: tratar con Dios como con un padre. Por una parte, el Padre no acoge la súplica como recompensa calculable en razón de un número determinado de bellas palabras, al estilo de los gentiles, que calculaban la gracia concedida en razón del esfuerzo del hombre; pero, por otra parte, quiere que se «moleste» a Dios oportuna e inoportunamente. Los dos consejos son, pues, un llamamiento a una confianza sin límites. También el consejo de Jesús, es decir, retirarnos a orar a nuestro aposento, se funda en la paternidad de Dios: «Y tu Padre que ve en lo escondido, te lo recompensará» (Mt 6, 6). Jesús da valor especial a la oración que se hace en común con hermanos y hermanas en la fe: «Os aseguro además: si dos de vosotros unen sus voces en la tierra para pedir cualquier cosa, la conseguirán de mi Padre que está en los cielos. Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo entre ellos» (Mt 18, 19-20). 117

Franqueza,

honradez

y

vigilancia

La actitud de franqueza o libertad en el trato con Dios, que Jesús enseña, no es irreverencia. El padre con quien podemos comunicarnos es el Padre que está en el cielo, el Dios santo, en cuyo acatamiento no hay impureza ni falsía alguna. Cierto que la oración, tal como la describe Jesús, es siempre cosa del que necesita y busca remedio a su necesidad; pero también nos pide que no nos engañemos a nosotros mismos ante el Padre. «No todo el que me diga "Señor, Señor" entrará en el reino de los cielos; sino el que haga la voluntad de mi Padre que está en los cielos» (Mt 7, 21). «Por tanto, si al ir a presentar tu ofrenda ante el altar, recuerdas allí que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve a reconciliarte con tu hermano. Y entonces vuelve a presentar tu ofrenda» (Mt 5, 23-24). Por eso nos dice también Jesús: «Velad y orad.» La oración tiene para Él mucho que ver con la vigilancia, con la prontitud, con la espera de la venida de Dios. «Tened cuidado de vosotros mismos, no sea que vuestro corazón se embote por la crápula, la embriaguez y las preocupaciones de la vida, y caiga de improviso sobre vosotros aquel día como un lazo; pues ha de llegar para todos los habitantes de la tierra. Velad, pues, orando en todo tiempo, para que logréis escapar de todas estas cosas que han de sobrevenir y para comparecer seguros ante el Hijo del hombre» (Le 21, 34-36). O, como dijo Jesús en su oración en el huerto de Getsemaní: «Vigilad y orad, para que no caigáis en la tentación» (Me 14, 38). Esta continua expectativa ante la venida del reino de Dios está contenida también en la petición del padrenuestro: «Santificado sea el tu nombre.» En ella se pide a Dios que muestre su poder y gloria. No quitemos importancia a esta petición, pues pedimos a Dios que se manifieste en nuestro mundo y en nuestra vida. Lo mismo significa también la otra petición: «Venga a nosotros tu reino.»

U8

Perdónanos

nuestras

deudas

De esta actitud de reverente expectación, resulta que, por el modo de hablar de Jesús, experimenta un giro inesperado la pregunta: «Si Dios es padre, ¿ cómo puede permitir tanto mal en el mundo ?» Con esta pregunta trata el hombre de pedir cuentas a Dios; pero Jesús la dirige contra el objetante. Así, por ejemplo, en su reacción ante dos desgracias públicas. «En aquel momento se presentaron unos para anunciarle lo de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían. Él les respondió: ¿Pensáis que aquellos galileos, por haber sufrido semejante suerte, eran más pecadores que todos los demás galileos? Nada de eso — o s lo digo yo —; pero, si no os convertís, todos pereceréis igualmente. Y de aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre de Siloé y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Nnda de eso — o s lo digo yo —; pero, si no os convertís, todos pereceréis de la misma manera» (Le 13, 1-5). Jesús se opone así a la concepción del Antiguo Testamento, según la cual una desgracia era signo de una culpa o deuda para con Dios. No es esa la idea del Nuevo Testamento, ¡y ojalá acabáramos de liberarnos de la del Antiguo! Pero de la actitud de Jesús resulta también que no considera a los hombres como tales, exentos de toda deuda. «Perdónanos nuestras deudas» es una de las peticiones de la oración que Él nos enseña. El hombre es para Él como el siervo de la parábola, a quien le fueron perdonados 10 000 talentos (casi 10 millones de dólares; Mt 18, 23-27). Naturalmente, con esto no quedan respondidas todas las cuestiones acerca del dolor y del sufrimiento. Más adelante, tratare- 472 mos en este libro sobre el mensaje evangélico de que Dios no per- 479-480 mite impasiblemente el dolor, sino que lucha contra él. Sin embargo, por las palabras de Jesús queda aquí fijado ya algo que no carece de importancia: nuestra relación con Dios. No es Dios el que es llamado a dar cuentas, sino nosotros. Dios se muestra amoroso y paciente con nosotros, que somos malos. Toda la vida y pasión de Jesús son revelación de este amor de Dios. Este amor resalta también claramente en la parábola de admonición que sigue inmediatamente al pasaje antes citado: «Entonces les propuso esta parábola: un hombre tenía plantada una higuera en su viña; fue a buscar fruto en 119

ella, pero no lo encontró. Dijo, pues, al viñador: Ya hace tres años que estoy viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿ Para qué va a estar ocupando inútilmente el terreno? Mas el viñador le dijo: Señor, déjala aún este año; ya cavaré yo en derredor de ella y le echaré estiércol, a ver si da fruto el año que viene; de lo contrario, entonces la cortarás» (Le 13, 6-9). 474-476

Llamad y os abrirán Otra custión resuelve Jesús de forma igualmente insospechada: la oración no oída. «He orado, y no he conseguido nada.» Jesús dice con la mayor sencillez: «Todo cuanto pidáis en la oración, creed que ya lo habéis obtenido, y se os concederá» (Me 11, 24). En Mateo se lee un poco menos paradójicamente: «Cuanto pidiereis, con fe, en la oración, lo recibiréis» (21, 22). Todo viene a decir lo mismo, que seremos oídos. Jesús no da otra respuesta. Por eso, el que realmente ha comprendido el llamamiento a la oración, no callará si no es inmediatamente oído, sino que orará con más insistencia. Jesús pide que pidamos una y otra vez: «Pedid y os darán; buscad y encontraréis; llamad y os abrirán» (Le 11, 9). Si el hombre lo hace así, llega a tal trato con Dios, que pronto surge la petición más profunda: «Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.» La voluntad de Dios es algo celeste y glorioso; pero «...cuanto se eleva el cielo sobre la tierra, así se elevan mis caminos sobre vuestros caminos y mis pensamientos sobre vuestros pensamientos» (Is 55, 9). Por eso, no vemos a menudo la manera como Dios nos oye. Pues aunque lo concedido está siempre en la línea de nuestras peticiones, es frecuentemente más profundo de lo que nos imaginamos. Para tal concesión no hay ejemplo más claro que el dado por Jesús en el huerto de los olivos. Jesús pidió que pasara de él la pasión. La más humana, la más urgente de todas las oraciones. Sin embargo, hubo de sufrir la pasión. Y, no obstante, fue oído, sólo que en otro sentido más profundo. Tiempo después de la resurrección, escribirá el autor de la carta a los Hebreos: «El que en los días de su vida mortal presentó, a gritos y con lágrimas, oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado en atención a 120

su piedad reverencial. Y aun siendo Hijo, aprendió, por lo que padeció, la obediencia» (Heb S, 7-8). Jesús pidió ser liberado de la pasión de viernes santo y recibió la gloria de la mañana de pascua. Y ya en la oración del huerto, había interpuesto esta súplica: No se haga mi voluntad, sino la tuya. Dios quiere algo más glorioso, lo celestial y definitivo. Y nosotros podemos alegrarnos y regocijarnos por la promesa de Jesús: «Pedid y recibiréis.» El más hermoso ejemplo de una seguridad tan increíblemente firme en la oración, es el reino de Dios que Jesús trajo a la tierra. En su venida fueron oídas las, oraciones, entre ellas las de los fariseos. ¡ Venga el reino de Dios! La gracia era más celestial, más profunda y sencilla, más próxima al corazón de los hombres de lo que ellos habían esperado. Por tso no la comprendieron. Es menester fe constante y creciente no sólo para orar, sino también para estar atentos a la manera como es oída nuestra oración. Pueden existir las formas más crasas de ceguera. A veces, cuando todo nuestro exterior demuestra con creces que ha sido escuchada nuestra petición del pan nuestro de cada día, todavía somos capaces de decir: He pedido en balde. Es menester fe para ver que Dios nos ha escuchado. Constantemente puede uno sorprenderse culpable de ceguera, Jesús nos exhorta también a que pidamos en su nombre (Jn 16, 24). Esto significa ponerle a Él por intercesor, acercarnos al Padre de la mano de Jesús, nuestro hermano. Pero significa también orar como Él oró, con su mismo espíritu y, por ende, con sus mismas palabras: «No se haga mi voluntad, sino la tuya.» Esto sólo puede aprenderse despacio, es la tarea de toda la vida. El apóstol que reclinó su cabeza sobre el pecho de Jesús y vivió aún setenta años según el Espíritu de Jesús, resume así todo esto: «Y ésta es la plena confianza que tenemos en Él: que .si pedimos algo según su voluntad, nos oye. Y si sabemos que nos oye en cualquier cosa que pidamos, sabemos que ya tenemos lo que le hemos pedido» (1 Jn 5, 14-15). Y el mismo Jesús nos dice que el don supremo es el buen espíritu: «Pues ¿hay entre vosotros algún padre, que, si su hijo le pide un pescado, en lugar de un pescado le dé una serpiente? O, si pide un huevo, ¿le dará un escorpión? Y si vosotros, que sois malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿con cuánta más razón el Padre que está en el cielo dará Espíritu Santo a los que le piden?» (Le 11, 11-13). 121

Todo lo antedicho está resumido en la oración que Jesús nos enseñó: «Vosotros oraréis así: Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal.» Así dice el texto según Mt 6, 9-13. Las liturgias orientales y los protestantes añaden aún una frase final. Esta terminación litúrgica, de remota antigüedad, no pertenece propiamente a los textos escriturísticos, aunque se añadió a algunos códices tardíos. Por este motivo la ponen entre paréntesis los protestantes, cuando la recogen en el texto de la Sagrada Escritura. Es una frase muy bella y dice así: «Porque tuyo es el reino y el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.» Los cristianos orientales emplean la misma doxología, pero dando el nombre de las tres personas divinas: «Porque tuyo es el reino, el poder y la gloria, Padre, Hijo y Espíritu Santo, ahora, y siempre, y por los siglos de los siglos. Amén.» La originalidad del padrenuestro Algunos trozos del padrenuestro se asemejan a otros textos de oraciones judías. Pero, en su conjunto, el padrenuestro se distingue, lo mismo que el reino de Dios que trajo Jesús, de todas las concepciones de los antiguos. En primer lugar, sorprende la sencillez de la forma, inaudita hasta la fecha, por la que se renuncia a las largas introducciones usuales entonces, y también, como acabamos de ver, a la solemne conclusión. Peculiares son además las peticiones sobre el nombre de Dios, la venida de su reino y 122

el cumplimiento de su voluntad, que están por encima de todo nacionalismo. Pero lo más característico es que se ponen al principio, antes de las peticiones por nuestras propias necesidades. Estas últimas peticiones se distinguen por su realismo y su contacto con lo cotidiano. Así pues, esta oración armoniza en su sencillez el potente adve- 148 nimiento futuro de Dios "con lo más humano y lo más diario. Es demasiado breve y sustanciosa para rezarla precipitadamente. Los católicos debemos emular en esto a los protestantes y aprender de ellos. Terminemos este capítulo con la interpretación que el mismo evangelio ofrece del padrenuestro. Es breve y se atiene a lo 438 esencial. «Porque, si perdonáis a los hombres sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial; pero, si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras faltas» (Mt 6, 14-15).

CRISTO, CON* SU OBEDIENCIA, NOS MUESTRA LA VOLUNTAD DEL PADRE

Un único deseo

92-93

Ya a sus doce años sorprendió Jesús a sus padres por la pasión que en Él ardía: «¿ No sabíais que yo tengo que estar en las cosas de mi Padre ?» (Le 2, 49). Así lo presenta el evangelio desde sus primeras palabras. Un hombre cumple lo que el Padre quiere. La intimidad entre el Padre y su unigénito, que es Dios de Dios y luz 81-85 de luz, se puso de manifiesto en una existencia humana. 152-513 Y esta existencia h u m a n a consiste en la obediencia. A s í lo d e s - 476-480 cribe el autor de la carta a los hebreos: «Por eso, al venir al mundo, Cristo dice: Sacrificio y ofrenda no quisiste, pero me preparaste un cuerpo; holocaustos y expiaciones por el pecado no te fueron agradables. Entonces dije: "Aquí estoy; en el rollo del libro así está escrito de mí, para cumplir, oh Dios, tu voluntad"» (Heb 10, 5-7). Esta tarea de su vida no fue para Jesús oscura ni pesada. Era más bien su alegría. En forma magnífica describe san Juan esta tarea de la vida de Jesús como entrega a la voluntad del Padre, en la conversación con 'a mujer samaritana, junto al pozo de Jacob. 123

Después de abrir los ojos de aquella mujer a la luz y a la verdad, «le rogaban sus discípulos diciendo: "Rabbí, come." Pero Él les contestó: "Yo tengo para comer un alimento que vosotros no conocéis". Los discípulos se preguntaban unos a otros: "¿Le habrá traído alguien de comer?" Díceles Jesús: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra"» (Jn 4, 31-34). Si quisiéramos condensar la espiritualidad personal de Jesús en una fórmula única, no encontraríamos palabras tan apropiadas como éstas: La voluntad de Dios. Su «vocación» en el Jordán fue una vocación de servicio. Su predicación es el reino de Dios; su más profunda oración: «Hágase tu voluntad.» Todo viene a parar a lo mismo: obediencia perfecta. Esta vida parecía extraña a los demás. Mucho de lo que parece constituir la vida de un hombre cabal, no lo tuvo o no lo hizo en su vida este hombre dechado de hombres. Cabe incluso preguntarse si esta vida merece llamarse realmente grande. ¿ No fue harto estrecha, harto limitada y unilateral ? Jesús no se creó una fortuna, no se casó, no tuvo hijos. Y la más alta dignidad del hombre, su propia voluntad, la identificó totalmente con la voluntad de otro. Pero, bien mirada, ostenta de hecho grandes y muy varias dimensiones. El que nada poseía, trajo al mundo tesoros a los que no atacaron el orín ni la polilla. El que no tuvo mujer ni hijos, es hermano de todos los hombres y dispensa la vida a cuantos a Él se acercan. Hizo suya la voluntad de otro; pero ¿hubo jamás en la tierra nadie más libre que Él? Jesús dio a la humanidad el ejemplo de una vida que sobrepasa cuanto podía soñarse. Una vida que se rige y dirige por la voluntad de Dios, es la vida más rica, más amplia y sencilla que es posible en este mundo. En eso consiste el reino y señorío de Dios.

La fe Jesús nos invitó a vivir en la misma obediencia: «Convertios y creed al evangelio» (Me 1, 15). Lo primero es creer. Sólo por la entrega de toda la propia persona, sólo saliendo uno de sí mismo, se llega al conocimiento y reconocimiento de esta buena nueva. Esta disposición de espíritu se llama fe. Ya hemos visto antes que los milagros pueden ser camino para la fe, pero que no deben nunca desprenderse de la palabra de Jesús, que es mucho más importante y esencial que los milagros. En Jn 6 pregunta Jesús a los apóstoles si también ellos quieren irse de su lado, como habían hecho las turbas. Y Pedro 124

responde por todos: «Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna-» (Jn 6, 68). En ninguna parte encuentra el hombre tanta verdad como en Jesús, ora busque con su entendimiento, ora con su persona entera. Eso sí, no deben verse sus palabras desprendidas de la sencillez y majestad de su persona: una autoridad celeste que no hipnotiza, sino que lleva precisa- 148-150 mente al hombre a sí mismo. Finalmente, es menester ver estas tres cosas: milagros, palabras y persona de Jesús en conexión con el testimonio del Padre, como lo indica el evangelio de san Juan. Una vez — cuenta Juan — le preguntaron a Jesús por sus testigos y Él respondió: «Y en vuestra misma ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido. Soy yo quien doy testimonio de mí mismo, pero también da testimonio de mí el Padre que me envió. Preguntáronle, pues: "¿Dónde está tu padre?" Jesús contestó: "Ni me conocéis a mí, ni a mi Padre; si me conocierais a mí, también conoceríais a mi Padre"» (Jn 8, 17-19). El que realmente conoce a Jesús y se entrega enteramente a Él, posee al tiempo un testimonio interior. El Padre le hace saber interiormente que ha encontrado el recto camino que lleva a la verdad y a la vida. El camino que lleva a Jesús no va contra la razón mas el último paso es un acto de confianza. Éste no es ajeno a la reflexión, sino un modo de conocer superior al frío razonamiento. Cala 281-282 más hondo. Pues, por muy alto que pongamos el trabajo analítico del intelecto, no es él lo más profundo y total que hay en el hombre. Donde el hombre es uno Hay en nosotros un estrato que es más profundo que el entendimiento, más personal que el sentimiento, más humano que el inconsciente. Es el punto en que se da la unidad entre los dos grandes aspectos de nuestro ser: el conocimiento y el amor. La aspiración a la verdad y la aspiración a la bondad son una sola cosa. En esta primigenia unidad, conocer no significa una luz fría, ni amar una pasión oscura. El conocimiento está aquí henchido de amor. El amor tiene aquí ojos. Es el estrato de nuestro ser en que amamos, en que reside la conciencia, en que podemos ser profunda y sencillamente felices, en que somos hombres a nivel más hondo: un «yo» vivo, un «tú» vivo. A esta capa habla Jesús cuando nos pide fe. Nuestro conocimiento, nuestra apetencia de verdad hallan su orientación por la unión primigenia con la apetencia del bien. Esto acontece en la convicción, evidente por sí misma, de que todo lo que en su tota125

lidad es bueno, es también verdadero en su totalidad. Decir realmente «sí» al Señor es un juicio de valor de grandiosa totalidad e inmediatez. 228-231 Esto no quiere decir que la razón quede descartada, sino que 427-430 no se la aisla. La razón sigue unida con todo lo que somos. Guardémonos de llamar a esa unidad «sentimiento», palabra que usan muchos para denotar reacciones menos profundas y centrales del hombre. También «intuición» significa algo distinto en el vocabulario corriente. La palabra «conciencia» daría mejor en el blanco. «Conocimiento connatural al deseo del bien» es fórmula demasiado larga y complicada. «Entrega personal» no es lo suficientemente radical y primario para expresar algo tan fundamental. Así volvemos a la vieja y magnífica expresión con que nuestros padres tradujeron el concepto bíblico: «fe», que está profundamente relacionado con el concepto «amor». Los dos conceptos de «fe» y «amor» tienen una misma raíz personal (y en holandés hasta etimológica: geloof = fe; liefde = amor). La fe no depende de la capacidad

intelectual

Puesto que Dios pone la fe en lo más profundo del hombre, la fe no está ligada a las dotes intelectuales, como lo está, por ejemplo, la filosofía. Si el camino hacia Dios sólo pudiera seguirse intelectualmente, los inteligentes y cultos hallarían a Dios con la mayor facilidad. Los menos cultos o menos dotados estarían, por lo que atañe al fin último de su vida, en situación de inferioridad. Pero no, Dios es hallado por una forma de conocimiento que depende más de la disposición interior del hombre, que no de su talento intelectual. «En aquel momento, Jesús se estremeció de gozo en el Espíritu Santo y exclamó: "Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra; porque has ocultado estas cosas a sabios y entendidos y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así lo has querido tú"» (Le 10, 21). Naturalmente, esta contraposición, típicamente oriental, no quiere decir que el Padre rechace a los inteligentes, sino lo poco decisivo que es el intelecto para llegar a Dios. A este camino de la fe apuntan los dos primeros capítulos de la carta primera a los Corintios. «¿ Dónde está el sabio ? ¿ Dónde el letrado ? ¿ Dónde el filósofo de las cosas de este mundo? ¿No convirtió Dios en necedad la sabiduría del mundo? Y porque el mundo, mediante su sabiduría, no conoció a Dios en la sabiduría de Dios, quiso Dios, por la necedad del mensaje de la predicación, salvar a los que tienen fe» (1 Cor 1, 20-21). Pues lo necio de Dios es más sabio que los hombres; y lo débil de Dios más poderoso que los hombres» (1 Cor 1, 25). «Y lo plebeyo del mundo, y lo des126

preciable, lo que no cuenta, Dios lo escogió para destruir lo que cuenta. De suerte que no hay lugar para el orgullo humano en la presencia de Dios» (1 Cor 1, 28-29). «Sin embargo, entre los ya formados usamos un lenguaje de sabiduría; pero no de una sabiduría de este mundo...; sino de sabiduría misteriosa de Dios, la que estaba oculta, y que Dios destinó desde el principio para nuestra gloria» (2, 6-7). El

incrédulo

La fe es piedra de toque para todo el mundo. «El que no cree, ya está condenado... Y ésta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque las obras de ellos eran malas. Pues todo el que obra el mal, odia la luz y no se acerca a la luz, porque no se descubra la maldad de sus obras. Pero el que practica la verdad, se acerca a la luz, y así queda manifiesto que sus obras están hechas en Dios» (Jn 3, 18-21). Estos textos son particularmente tajantes precisamente en el evangelio de san Juan. El discípulo amado de Jesús advierte al hombre, en forma francamente terrorífica, que no se puede ignorar impunemente lo más grande que hay sobre la tierra y menos despreciarlo. En todo el evangelio se condenan «las solicitudes mundanales» (Mt 13, 22), la indiferencia, la vida falsa, los prejuicios, por los que muchos, aun remordiéndoles la conciencia, se apartan de Jesús. Lo que Jesús pide no es poco: «Grandes multitudes iban caminando con él, y volviéndose hacia ellas, les dijo: Si alguno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a la mujer y a los hijos, a los hermanos y hermanas, y más aún, incluso a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Quien no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo» (Le 14, 25-27). Jesús sabía perfectamente lo difícil que es la fe, como se ve por la parábola del sembrador, en que tantos granos se pierden. También una frase de Lucas, que enlaza flojamente con el contexto, apunta en la misma dirección: «Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará la fe sobre la tierra?» (Le 18, 8). Esta frase está emparentada con la siguiente de Mateo (24, 12): «Y al crecer cada vez más la iniquidad, la caridad de la mayoría se enfriará.» ¿ Quiere decir esto que todo el que no cree está por el mismo caso 232 condenado? De suyo, no. Bajo palabras incrédulas puede vivir un 283-286 corazón dispuesto a creer al que ha faltado la posibilidad de en- 391-39$ 127

contrar realmente a Cristo en la Iglesia. Puede suceder que el mensaje sobre Cristo no haya entrado aún realmente en la historia de un hombre. El hombre no puede saberlo todo, ni lo bueno ni lo malo. Por eso, no se debe romper el trato con quien haya roto la comunión con la Iglesia de Cristo, trátese de un miembro de nuestra familia o de un vecino. Esto no se debería hacer, ni aun en el caso que creamos que nos sería posible emitir un juicio exacto. Porque ¿quién de nosotros está sin pecado? Por otra parte, no debemos conformarnos interiormente con que alguien pase de largo junto a Cristo. Aun cuando creamos conocer perfectamente la causa por la que esta o la otra persona no puede creer en un momento dado, nunca debiéramos emitir un juicio definitivo sobre si la persona en cuestión está en el puesto que le corresponde. Acaso podamos sospecharlo, pero no compete tampoco al hombre juzgar sobre ello. Sólo podemos amarnos unos a otros lo mejor que nos seaposible. Jesús tiene poder sobre la ley 149-150

Cuando Jesús exige la fe, habla con una autoridad que causa asombro. El mismo poder ostenta cuando insta a ajustar la vida a la voluntad de Dios. En Él estaba muy cerca el mismo Dios, autor de la ley. Por eso echó cruz y raya sobre las tradiciones farisaicas que atañían al sábado, y lo hizo con un notable argumento humano Me 2, 27). Así modificaba la tradición de los antiguos. Pero vemos también que en dos pasajes modifica incluso la Sagrada Escritura. Primeramente, en las prescripciones sobre la pureza ritual. Según la ley, había toda una muchedumbre de acciones y alimentos que hacían al hombre «puro» o «impuro». Sobre todo, el libro del Levítico está lleno de tales prescripciones, y la tradición las había exagerado aún más: «Y llamando de nuevo en torno a sí al pueblo, les decía: "Oídme todos y entended: Nada hay externo al hombre que, al entrar en él, pueda contaminarlo; son las cosas que salen del interior del hombre las que lo contaminan." Y cuando entró en casa, alejado ya de la gente, le preguntaban sus discípulos el sentido de la parábola. Y les contesta: "¿Tan faltos de entendimiento estáis también vosotros ? ¿ No comprendéis que nada de lo externo que entra en el hombre puede contaminarlo, porque no entra en el interior de su corazón — con lo cual declaraba puros todos los alimentos —, sino que pasa al vientre y luego va a parar a la cloaca?" Y seguía diciendo: "Lo que sale del interior del hombre, eso es lo 128

que contamina al hombre. Porque de lo interior, del corazón de los hombres, proceden las malas intenciones, fornicaciones, robos, homicidios, adulterios, codicias, maldades, engaño, lujuria, envidia, injuria, soberbia, desatino. Todos estos \ icios proceden del interior y son los que contaminan al hombre"» (Me 7, 14-23). Claramente expone Jesús una visión más profunda del matrimonio En el Antiguo Testamento era bastante fácil divorciarse: «Se acercan a él también unos fariseos y, para tentarlo, le preguntaban si es lícito al marido despedir a su mujer Pero él les respondió "¿Qué es lo que Moisés os m a n d ó ' " Ellos contestaron: "Moisés permitió redactar el acta de divorcio para despedirla." Entonces les replicó Jesús "Mirando a la dureza de vuestro corazón os escribió Moisés este precepto Pero desde el principio de la creación Varón y hembra los hizo, por eso mismo dejará el hombre a su padre y a su madre, y serán los dos una sola carne; de manera que ya no son dos, sino una sola carne Por consiguiente, lo que Dios unió, no lo separe el hombre" Ya en casa, nuevamente los discípulos le preguntaban sobre lo mismo. Y les dice: "El que despide a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla, y si ella misma despide a su marido y se casa con otro, comete adulterio."» (Me 10, 2-13). Mateo narra además a este propósito la consternación de los discípulos. «Si tal es la situación del hombre con respecto a la mujer, no conviene casarse» (19, 10) Tan poco preparados estaban aún para la nueva concepción del matrimonio que restauraba efectivamente el honor de la mujer y hacía del amor conyugal una personalísima entrega mutua de marido y mujer. bideltdad a la ley En conjunto, acata Jesús la ley existente Es importante no perderlo de vista. No lo veríamos como es, si lo considerásemos como un revolucionario fanático o un simple demoledor. «No penséis que he venido a abrogar la ley o los profetas, no he venido a abrogar, sino a cumplir» (Mt 5, 17). Jesús se opone, pues, a la anarquía y a la desobediencia y afirma claramente la ley de Dios.

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El sentido más profundo de la ley 358-361

Por otra parte, rompe Jesús en determinados puntos con esa ley. «Oísteis que se dijo a los antiguos... yo, empero, os digo», se 101-102 reitera por seis veces en el sermón de la montaña. Todas las modificaciones que introduce en este sentido, interiorizan lo que hasta entonces se había quedado en lo exterior (pero sin suprimir la prohibición exterior). Las podríamos resumir con la fórmula: «No sólo... sino ya.» No sólo el homicidio, sino ya el primer pensamiento, la sola palabra de odio pronunciada. No sólo el adulterio, sino ya la sola mirada y deseo, y el pensamiento que consiente. No sólo el divorcio ilegal, sino toda separación. La misma idea hallamos también cuando exige que se diga la verdad sin necesidad de juramento, en el mandato de no vengarse, y finalmente en la invitación a un amor que no excluya a nadie, ni aun a los enemigos, al igual que el Padre que hace salir su sol y envía su lluvia sobre justos y pecadores (Mt 5, 43-48). Los oyentes quedaron pasmados de estas palabras (Mt 7, 28). Hasta en la forma de hablar, concisa, certera, imponente y estimulante a la vez, se podía palpar: aquí está Dios. 363-364 Las exigencias del sermón de la montaña no son leyes minuciosamente formuladas, una red sutil de ordenaciones (en que, por lo demás, cada malla forma un agujero, .por donde escapar a la ley). Aunque hay prescripciones que son necesarias en la vida humana a fin de que cada uno sepa cuál es su puesto, sin embargo, ninguna prescripción particular es capaz de suyo de hacer bueno a nadie. En el sermón de la montaña no nos pone el Señor en la mano un reglamento impersonal, sino delante del Dios vivo. El hombre tiene delante la voluntad de Dios^sin velos ni tapujos. La primera reacción es de asombro y gozo: Sí, así es; así debe ser, esto es vida, esto es bueno, esto es el reino y señorío de Dios. Pero inmediatamente aflora la pregunta: ¿Es esto posible? Por ejemplo, cuando el Señor dice: «No os enfrentéis al malvado» (Mt 5, 39). Y en seguida pensamos: esto no se puede cumplir lite291 raímente. Precisamente por eso no se puede convertir en ley. Y, sin embargo, es voluntad de Dios, es la alegría del reino de Dios que esto suceda en forma cada día más heroica y desinteresada. Pero, en lo que hace al modo, jamás lo sabremos cumplidamente. Por eso pedimos: «Venga a nosotros tu reino», y : «Hágase tu voluntad.» Pedimos que se nos conceda seguir los preceptos del sermón de la montaña así en la tierra como en el cielo; que estos preceptos sean como una levadura que transforme la tierra. La santa Iglesia ha destacado el carácter no jurídico del sermón de la montaña, por cuanto jamás ha proclamado como ley

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ninguna de las prescripciones que derivan de él. No existe una ley canónica que nos mande volver la mejilla izquierda si nos han dado un bofetón en la derecha; ninguna ley tampoco que vede todo juramento. Pero es digno de lástima el cristiano que piense que las exigencias de Cristo y de su Iglesia se agotan en una ley perfectamente definida. Ante nosotros están las exigencias del sermón de la montaña, no como señales simplemente insinuantes, sino como serios postulados por los que seremos juzgados. Vigen para todos. Según Mateo, Jesús dirigió el sermón de la montaña «a sus discípulos». En Mateo quiere esto decir: Atención, que estas palabras se destinan particularmente a la Iglesia. Así, el sermón de la montaña no es una especie de iniciación superior para quienes guardan ya los diez mandamientos. No se dirige a los «perfectos», sino a todo el mundo, aun a quienes no cumplen bien los diez mandamientos. A todos se nos invita a que subamos en espíritu a la colina de Galilea y oigamos allí la más íntima voluntad de Dios y pidamos y roguemos que se realice en nosotros mismos el reinado de Dios. Pero también cabe preguntar si no es descorazonador que se nos impongan preceptos, que no podemos cumplir plenamente. Así sería si el sermón de la montaña constara de leyes bien definidas, del tipo de «hasta aquí y nada más». Pero no hay tal. El sermón de la montaña contiene preceptos que nos invitan a ir lo más lejos que podamos y a poner en el empeño toda nuestra persona. Esto significa que podemos estar ciertos de que Dios no se fija tanto en el éxito exterior, cuanto en el empeño que ponemos con nuestro corazón. Este empeño, por lo demás, se acredita en obras, tal vez incluso en obras mejores. De este modo, el incumplimiento por debilidad del sermón de la montaña no debe ser motivo de desaliento o angustia, sino de humildad, de una humildad que entraña aquella alegría que Jesús describe con estas palabras: «Así también vosotros, cuando hubiereis hecho todo lo que fue mandado, decid: Siervos somos sin provecho; hemos hecho lo que debíamos hacer» (Le 17, 10). Juicio y

recompensa

Todo lo que acabamos de decir, no significa que no haya juicio. 104-105 Todo lo contrario. Pero es el juicio de Dios sobre nuestro cora- 363-364 zón. Este juicio es más severo que si se tratara de meras leyes. Pero quien realmente procura amar a su prójimo, puede confiar en que, aunque su corazón lo acuse, Dios es más grande que su corazón (cf. 1 Jn 3, 20). 131

290-291 Lo que antecede tampoco quiere decir que no haya recompensa. «0-467 Jesús termina las bienaventuranzas con esta exclamación: «Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa es grande en el 169 cielo» (Mt 5, 12). Esta recompensa no es una contrapartida bien calculada. Dios no es un patrono que concluye un contrato de trabajo con el hombre. Naturalmente, nunca da poco; Él gusta, por el contrario, de dar mucho más de lo merecido (y precisamente por este motivo se enojaron el hermano del hijo pródigo y los trabajadores de las primeras horas). El galardón de Dios no es, pues, una «paga»; equivale a admitirnos en su amor. Este amor es el «tesoro del cielo» (cf. Mt 6, 19-21). «Bienaventurados aquellos siervos a quienes, a su llegada, halle el amo despiertos. En verdad os digo que se ceñirá, les hará sentarse a la mesa y, pasando de uno en uno, les servirá» (Le 12, 37). Nadie sabe cuántos méritos ha adquirido. Por eso, nadie debe vivir solamente con el ojo a la ganancia, sino por amor. Por eso no sólo debemos guardar los diez mandamientos, sino esforzarnos por llevar a la práctica los postulados, inquietantes y arrebatadores, del sermón de la montaña en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestro trabajo. El sermón de la montaña se halla en Mt 5-7. 191

El mayor

mandamiento

289-293

¡61-364

Un doctor de la ley le preguntó una vez a Jesús:

388

U6-420 79.480

«Maestro, ¿ cuál es el mandamiento mayor de la Ley ? Él le dijo: Amarás al Señor, Dios tuyo, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas» (Mt 22, 36-40). Al combinar el Señor dos pasajes del Antiguo Testamento y hacer de ellos el núcleo de la ley, establece su mandamiento más renovador. Es un mandamiento de omnímodo amor, de amor a Dios y al prójimo, sin excluir al mismo que ama. El mandamiento da por supuesto que nos amamos a nosotros mismos. Es realmente amor por los cuatro costados. Las expresiones: «Con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente», dan a entender que se trata aquí de lo más importante para la vida humana. Con esas expresiones se puede describir también el enamoramiento. Dios es, como dice sin tapujos el Antiguo Testamento, un Dios celoso. Nos ama tanto que

132

exige que le amemos. «El Señor vive» (Sal 18, 47). El que no 298-299 quisiera acomodarse a Él, haría de la imagen del Padre una sombra, y no podría tampoco llegar a amar al prójimo hasta el límite Por la misma razón, se engañaría a sí mismo el que, en su condición de hombre, descuidase el segundo mandamiento por razón del primero. Tampoco por este camino se encontraría enteramente a Dios. «Si alguno dice: "Amo a Dios", pero aborrece a su hermano, es un embustero. Porque quien no ama a su hermano que está viendo, ¿cómo puede amar a Dios al que no ve?» (1 Jn 4, 20). ¿Habría, pues, que mirar, por así decirlo, a través del prójimo y pensar sólo en Dios? En modo alguno. En la doctrina de Jesús, el prójimo no es una sombra transparente, ni un medio útil para mostrar el hombre su amor a Dios. El prójimo tiene un fin en sí, con sus necesidades, su persona y su humanidad. Del mismo modo que para Jesús la viuda de Naim, ante cuyas lágrimas «sintió compasión de ella». Como el herido para el samaritano. También aquí dice el evangelio que el samaritano «sintió compasión». Y toda la narración se centra de tal forma en la persona del infortunado, que sólo él constituye el centro de la misma. Parécenos percibir juntamente con él los pasos del buen samaritano que se le acerca y que se van perdiendo luego en la lejanía. Jesús llevará consigo al cielo a quienes hayan dado hospedaje a peregrinos y visitado enfermos, sin pensar que se lo hacían a Él mismo. Sin embargo, Él lo mira como si a Él mismo se hubiera hecho, precisamente porque se ha amado al prójimo de forma tan personal y sincera por razón del mismo prójimo. Dios está en los hombres. Él los hace ser hombres. El que de todo punto se aparta 361-362 del hombre, se aparta por el mismo caso de Dios. Como a ti mismo Con qué exhaustividad ha de compenetrarse el hombre y vivir con su prójimo, nos lo dio a entender bien claramente Jesús por la breve frase tomada del Levítico: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. La frase ha sido comentada así: «Si el mandamiento del amor al prójimo no se hubiera formulado en estos términos: "como a ti mismo", que tan fáciles son de manejar y contienen, no obstante, en sí mismos toda la tensión de la eternidad, el mandamiento del amor al prójimo no habría dominado de este modo al amor propio. No cabe torcer y retorcer este "como a ti mismo". Juzgando con la precisión de la eternidad, penetra hasta los últimos repliegues del corazón, allí donde el hombre se ama a sí mismo. Esta formulación del precepto del amor al prójimo no le deja al 133

amor propio la menor excusa ni la menor escapatoria. ¡ Cosa notable ! Se podrían entablar discusiones largas y profundas sobre cómo ha de amar el hombre a su prójimo, y el amor propio hallaría siempre excusas y escapatorias, alegando que el tema no estaba agotado, se había pasado por alto un caso, un punto no se había estudiado con suficiente exactitud y claridad. Pero ¡ este como a ti mismo! No hay púgil que pueda asir tan firme e inextricablemente a su contrario como este mandamiento al amor propio.» Sobre la palabra «prójimo», empleada por Jesús, escribe el mismo autor: «Sí, a distancia, todo el mundo conoce a su prójimo. Pero, a distancia, el prójimo es pura fantasía, pues su nombre significa que está cerca, "próximo" a nosotros, el primero que venga, cualquier hombre sin distinción. A distancia, el prójimo es una sombra, como un fantasma ideal que le ronda a uno por la cabeza. En cambio, no cae en la cuenta de que el hombre que en ese preciso momento pasa a su lado, es su prójimo.» Estas profundas palabras de un autor protestante (Kierkegaard) no han de entenderse en el sentido de que el amor no sabe de alegría. En un mundo que, según Pablo, no conocía el amor ni la compasión (Rom 1, 31), este precepto significó alegría y paz, k22í una renovación interior del hombre, que hoy nos parece la cosa más natural del mundo: un nuevo mundo. Amor El amor cristiano fue conocido en el mundo de entonces bajo otro nombre, tomado de la versión griega del Antiguo Testamento. Aquí aparece reiteradas veces en contraposición al uso profano. El amor cristiano se llama ágape, que nosotros designamos como «caridad». Este término fue escogido, sin duda, para soslayar otra palabra gastada y de mal sentido en aquel tiempo: eros. Eros se empleaba entonces a menudo en sentido de una sensualidad egoísta, como actualmente «amor» en películas de bajo nivel. La palabra eros no aparece en todo el Nuevo Testamento. De ahí que la buena nueva de la ágape o caridad resuene en éste como una liberación. Sin embargo, no puede concluirse de esto que esta caridad o ágape celestial carezca de todo rasgo de amor terreno. La palabra griega ágape puede efectivamente emplearse para todas las especies de amor, no sólo para el desinteresado altruismo, sino también para la mutua atracción entre personas. Así la usa también el Nuevo Testamento. ¡ Con qué colores tan humanos no se nos pinta, por ejemplo, el deseo que siente por su hijo el padre del pródigo y este mismo por su padre! Así pues, que el amor cristiano sea puro, generoso y liberador 134

no quiere decir que desconozca la atracción mutua entre dos per- 366-368 sonas. Al contrario, el amor que Cristo predica, tiene visos muy 388-391 humanos, se da la mano con todo cariño humano y lo sublima. Como el sol y la lluvia de Dios La sublimación más decisiva que Jesús trajo, fue la de exten- 169 der el amor a los enemigos: «Yo, empero, os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y persiguen, para que seáis hijos de vuestro Padre, que está en los cielos, el cual hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Porque, si amáis a los que os aman, ¿ qué galardón tendréis ? ¿ No hacen otro tanto aun los publícanos ? Y si sólo saludáis a vuestros hermanos, ¿ qué hacéis de más ? ¿ No hacen otro tanto aun los gentiles ? Vosotros, pues, sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt 5, 44-48). Estas palabras aluden al ejemplo que da Dios mismo, al hacer brillar el sol y caer la lluvia para todos, sin distinción. Así, para Jesús, el amor tiene su raíz más honda no en una visión determinada del hombre o del mundo, sino en la raíz y fondo primero de toda existencia, que es Dios. El amor pertenece al reino de Dios, 479-480 porque «Dios es amor» (1 Jn 4, 8),

EL UNGIDO CONGREGA SU IGLESIA

Un pueblo nuevo

344-355

¿ E n t e n d í a Jesús el advenimiento del reino de Dios como la santificación de personas o grupos aislados, desvinculados e n t r e s í ? Jesús obró a lo h u m a n o e n t r e hombres. Y los hombres viven juntos. P o r eso hizo lo mismo que hiciera Dios en el A n t i g u o T e s t a m e n t o : formó u n pueblo. Al principio fue sólo un g r u p o reducido, p e r o d u e ñ o de una magnífica p r o m e s a : « N o temas, pequeño rebaño, porque a vuestro P a d r e le ha parecido bien daros a vosotros el reino» ( L e 12, 32). Lentamente, el reino de Dios va t o m a n d o forma entre los hombres. H a y muchos indicios de que Jesús no sólo previo este pueblo, sino que además se preocupó de antemano por él. Sería, naturalmente, necio pensar que ya antes de su muerte había dejado una organización perfecta. Como maestro profético busca el corazón del hombre. Pero sería también desconocer su personalidad si se quisiera hacer de Él un profeta sublime que esparce a boleo su palabra sin la preocupación humana de crear, por medio de ella una comu135

nidad. De Él nació un pueblo nuevo, al que está llamada toda la humanidad La raza y alcurnia no cuentan en él para nada, lo que cuenta es la conciencia de la propia imperfección y la disposición para recibir el reino de Dios. La formación

de los apóstoles

El signo más claro de que Jesús pensaba en una comunidad, es la formación de discípulos. Todo rabbí los tenía, pero, precisamente porque Jesús no era un maestro ordinario, tampoco sus discípulos formaban un grupo corriente y moliente Los discípulos de los rabinos se buscaban ellos mismos sus maestros, se ejercitaban con ellos en la interpretación de la ley y lentamente ascendían también ellos al grado de maestros Choca, en cambio, la manera como Jesús reúne en torno a sí a sus discípulos, pues no le escogen éstos a Él, sino que es Él quien llama al que le place (Me 3, 13) i Y con qué autoridad y qué inmediatez tuvo lugar esto 1 (Sería trabajo interesante reunir las diversas historias de vocación del evangelio ) Al llamarlos, Jesús pide cuanto cabe pedir a sus discípulos «Mientras ellos iban siguiendo adelante, uno le dijo por el camino "Te seguiré adondequiera que vayas " Y Jesús le contestó "Las zorras tienen madrigueras, y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza " A otro le dijo. "Sigúeme." Éste respondió "Permíteme que vaya primero a enterrar a mi padre." Pero Jesús le replicó "Deja a los muertos que entierren a sus muertos, pero tú, vete a anunciar el reino de Dios." También dijo otro "Te seguiré, Señor, pero permíteme que vaya primero a despedirme de los míos." Pero Jesús le respondió. "Ninguno que ha echado la mano al arado y mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios"» (Le 9, 57-62). Estas palabras, referentes a la elección de un más amplio círculo de discípulos, no deben entenderse como indiferencia respecto de padres y parientes. Esto es precisamente lo que Jesús reprocha a los fariseos (Me 7, 9-13) y lo que tal vez reprochara también hoy día a algunas comunidades monacales. Lo que Jesús quiere dar a entender aquí — con agudeza oriental, que se delata, por ejemplo, en el juego de palabras «muertos que entierren a sus muertos» — es lo radical del nuevo comienzo. Dejar a la espalda todo lo viejo, forma parte de la alegría del reino de Dios Precisamente toda la historia de la salvación comienza con estas pala136

bras «Dijo Yahveh a Abraham Sal de tu tierra y de tu parentela y de la casa de tu padre, y ven a la tierra que te mostraré, y yo haré de ti una nación grande...» (Gen 12, 1-2). Los discípulos de Jesús formaban un «pequeño rebaño», al que inicia en los misterios del remo de Dios Pero especialmente instruye a los doce. Les enseña a bautizar Y por lo que a la palabra atañe, les enseña mucho más que los rabinos a sus discípulos Los rabinos instruían en la interpretación de la ley, pero Jesús hace a sus apóstoles heraldos de un acontecimiento. la venida del reino de Dios y de la voluntad de Dios. Esta misión supone grandes poderes. Así escribe Mateo- «Y convocando a sus discípulos, les dio poder de arrojar espíritus impuros y de curar toda enfermedad y toda dolencia» (10, 1). El mismo nombre de apóstol indica un gran poder. Apóstol en su origen es palabra griega (apostólos) y quiere decir «enviado». Es traducción de la palabra hebrea Salta), que significaba en tiempo de Jesús no sólo un «portavoz» o mensajero, sino uno que es enviado con poderes De este modo, los apóstoles son más que los discípulos ordinarios de los rabinos. Pero en otro aspecto son menos. Un discípulo de un rabino puede llegar a ser rabino, pero un apóstol de Jesús no llegará jamás a ser lo que es Jesús. Él — y sólo É l — es Señor. Un apóstol tiene poderes, pero sólo Jesús los da. Instrucciones

a los apóstoles para su misión

El capítulo diez de san Mateo contiene las instrucciones que da el Señor a sus apóstoles antes de mandarlos a su misión. He aquí algunas de ellas «Mirad que os envío como ovejas en medio de lobos, sed, por tanto, cautos como las serpientes y sencillos como las palomas. Tened mucho cuidado con la genteporque os entregarán a los tribunales del sanedrín y os azotarán en sus sinagogas, también seréis llevados ante gobernadores y reyes por mi causa, para dar testimonio ante ellos y ante los gentiles Pero cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué habéis de decir, porque se os dará en aquel momento lo que habéis de decir, pues no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre quien hablará en vosotros. Y entregará a la muerte el hermano al hermano, y el padre al hijo, y los hijos se levantarán contra sus padres y les darán muerte Y seréis odiados por todos a causa de mi nombre, pero el que se mantenga firme hasta el final, ése se salvará. Cuando os persigan en esta ciudad, huid a la 137

otra, porque os aseguro: no acabaréis de recorrer las ciudades de Israel sin que venga el Hijo del hombre. Un discípulo no está por encima del maestro, ni un esclavo por encima de su señor. Ya es bastante que el discípulo llegue a ser como su maestro y el esclavo como su señor. Si al señor de la casa lo llamaron Beelzébul, ¡ cuánto más a los que viven con él! Pero no les tengáis miedo; porque nada hay oculto que no se descubra, y nada secreto que no se conozca. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a plena luz; lo que escucháis al oído, proclamadlo desde las terrazas. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo; que al alma no pueden matarla. Temed más bien a quien tiene poder para hacer que perezcan cuerpo y alma en la gehenna. ¿ Acaso no se venden por un as dos pajarillos? Sin embargo, ni uno de ellos cae a tierra sin permitirlo vuestro Padre. Y en vosotros, hasta los cabellos de la cabeza están todos contados. Así que no tengáis miedo. Vosotros valéis más que muchos pajarillos. Por tanto, de todo aquel que se declare en mi favor delante de los hombres, también yo me declararé en favor suyo delante de mi Padre que está en los cielos. Pero a aquel que me niegue delante de los hombres, también yo lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos. No creáis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada. Porque vine a enfrentar al hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; y serán enemigos del hombre los de su propia casa. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; y el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y quien no toma su cruz y sigue tras de mí, no es digno de mí. El que haya encontrado su vida, la perderá; y el que haya perdido su vida por mi causa, la encontrará» (Mt 10, 16-39).

Discurso

eclesial

El capítulo 18 de san Mateo suele ser llamado «discurso eclesial», por contener reglas de conducta para la vida de la Iglesia. He aquí una sección del mismo: «¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le extravía una de ellas, ¿no dejará las noventa y nueve en los montes, para irse a buscar la extraviada ? Y cuando llega a encontrarla, os aseguro que se alegra 138

por ella más que por las noventa y nueve que no se extraviaron. De la misma manera, no quiere vuestro Padre que está en los cielos que se pierda uno solo de estos pequeños. Si tu hermano comete un pecado, ve y repréndelo a solas tú con él. Si te escucha, ya ganaste a tu hermano; pero, si no te escucha, toma todavía contigo a uno o dos, para que todo asunto se decida a base de dos o tres testigos; y si no les hace caso, díselo a la Iglesia; y si tampoco a la Iglesia le hace caso, sea para ti como un pagano o un publicano. Os lo aseguro: todo lo que atéis en la tierra, atado será en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, desatado será en el cielo» (Mt 18, 12-18). Poder del cielo en manos de hombres

192

Precisamente por estas últimas palabras se ve con particular claridad la gran autoridad dada a" los apóstoles. Las palabras «atar» y «desatar» equivalen a declarar algo lícito o ilícito, y también excluir a uno de la comunión o comunidad (excomulgar) o admitirlo de nuevo en elia. Se trata, pues, de ía autoridad necesaria en una comunidad, es decir, el poder decidir sobre lo que está y lo que no está permitido y de declarar quién pertenece, o no, a ella. La expresión «todo lo que» da a entender que se trata de un gran poder. La palabra «cielo» es en Mateo una perífrasis del nombre de Dios. Todo lo que los apóstoles atan y desatan es, consiguientemente, atado o desatado delante de Dios. ¡ Sublime poder otorgado a los hombres! Pero que este poder tiene por objeto y fin la Salud eterna, la vida y el perdón, sigúese de una sentencia del Señor en el evangelio de Juan: «A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis les quedar á n retenidos» (20, 23). Sobre este punto volveremos más adelante. 343-355 Servicio

y responsabilidad

del ministro

347

Para comprender la finalidad vivificante de este poder, es con- 353 veniente leer íntegro el capítulo 18 de Mateo, el discurso eclesial. Allí podemos ver que el representante de la autoridad no está a los ojos de Dios en situación distinta, o más elevada, que el fiel ordinario. Al contrario, su puesto le impone una responsabilidad mayor respecto de su Señor. Así leemos en Lucas: «Entended bien esto: si el dueño de casa supiera a qué hora va a llegar el ladrón, no dejaría perforar su 139

dicho. Pero la crítica moderna enseña que esta frase no falta en ninguno de los códices, ni aun en los más antiguos. Además, en estas frases llenas de imágenes encontramos tantos elementos semíticos, que pocas frases hay en Mateo que pertenezcan con tanta seguridad como éstas a su evangelio. Así, por ejemplo, el juego de palabras Pedro-piedra solamente se puede explicar satisfactoriamente en razón del primitivo texto arameo: Kepha-kepha, (y casualmente en francés, Pierre-pierre). En griego se tradujo Petros-petra, y se hubiera podido traducir también Petros-petros. No se hizo así porque petra significa roca firme, peña, que es lo que Jesús pensaba; petras, en cambio, sugiere más bien una piedra, un canto que se puede tirar. Para el nombre propio se tomó Petros, porque la palabra petra es femenina. Hoy día, hasta los autores protestantes reconocen que la interpretación corriente y obvia es la más aceptable. Así, el conocido exegeta protestante Günter Bornkamm escribe: «En la interpretación de las palabras sobre Pedro y la Iglesia, la teología romanocatólica y la protestante se han aproximado entre sí desde hace bastante tiempo. La "roca" no es ni Cristo, como ya pensaba Agustín y tras él Lutero, ni la fe de Pedro ni el oficio de la predicación, como lo entendieron los reformadores, sino el mismo Pedro como director de la Iglesia.» Cierto que algunos de ellos se preguntan si habría podido decir Jesús personalmente una frase, que tan claramente habla de la Iglesia. Sobre esfa cuestión no hay unanimidad entre los autores protestantes. Lo que niegan es que las palabras de Jesús se puedan aplicar también a los sucesores de Pedro (sobre ello 352-354 volveremos en el capítulo sobre el oficio o ministerio). Las polémicas suscitadas en torno a este texto no deben inducirnos a hacer de él una fría «prueba» en pro o en contra de una tesis. Abramos los ojos al fuerte consuelo que emana de estas palabras. La palabra «Iglesia» (qahal) se usa a menudo en el Antiguo Testamento para significar el pueblo en el desierto. Y en eso pensaba justamente Jesús: en un nuevo pueblo. Por «puertas del Hades» (muerte, mundo subterráneo) hay que entender el poder del mal. Éste no prevalecerá nunca sobre la Iglesia de Dios. También el cielo tiene sus puertas. Sus llaves invisibles están en manos de Pedro. Él desempeña la función de aquel padre de familia con todos los poderes, que se describe en Is 22, 21-22. 139 Luego siguen las palabras que en Mt 18 están dirigidas a los apóstoles en general: «atar» y «desatar», es decir, el poder de declarar algo recto o torcido, de rechazar o aceptar algo, de forma que sea también válido en el cielo, es decir, delante de Dios. Este poder se otorga aquí sólo a Pedro; al débil, vulgar e impulsivo Pedro, a la roca que Jesús ha de pulir aún mediante alguna 142

recriminación. El Señor apela a él constantemente hasta en los momentos de flaqueza: «Y volviéndose el Señor, dirigió una mirada a Pedro» (Le 22, 61). Esto sucedió poco después de haberle dicho Jesús: «Y tú, cuando luego te hayas vuelto, confirma a tus hermanos» (22, 32). Juan trae la elección de Pedro después de la muerte de Jesús. De ahí se sigue que la fundación de la Iglesia estaba sobre todo prevista para el tiempo subsiguiente a la existencia terrena de Jesús: «Cuando terminaron de almorzar, dícele Jesús a Simón Pedro: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos?" Respóndele: "Sí, Señor; tú sabes que te quiero." Él le contesta: "Apacienta mis corderos." Vuelve a preguntarle por segunda vez: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas?" Respóndele: "Sí, Señor; tú sabes que te quiero." Él le contesta: "Sé pastor de mis ovejas." Por tercera vez le pregunta: "Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?" Pedro sintió pena cuando Jesús le dijo por tercera vez "¿Me quieres?", y le respondió: "Señor, tú lo sabes todo; tú conoces bien que te quiero." Dícele Jesús: "Apacienta mis ovejas"» (Jn 21, 15-17). La Iglesia es un don de Dios La constitución de la comunidad parte de las autoridades que estableció Cristo mismo. La edificación no es operada por la comunidad, sino que le es dada. Tal es el sentido más profundo de la autoridad en la Iglesia. «Quien a vosotros escucha a mí me escucha» (Le 10, 16). En el capítulo sobre el oficio pastoral volveremos sobre este punto. El reconocerlo constituye una primordial alegría cristiana. Lo que nos une unos con otros es un regalo de Cristo, y no sólo obra nuestra. La Iglesia como «sacramento»

del reino de los cielos

Cristo habló más sobre el reino de Dios que sobre la Iglesia. ¿Son ambos la misma cosa o se distinguen entre sí? La Iglesia es la comunidad en que se despliegan los signos del reino de Dios (los sacramentos), en que resuena la palabra del reino (el evangelio), en que muchos se esfuerzan por llevar una vida conforme al reino. En una palabra, la Iglesia es la comunidad en que el reino de Dios se hace visible y audible. Se podría llamar a la Iglesia el «sacramento» del reino de Dios, el signo que significa y realiza al tiempo el reino de Dios que une a los hombres entre sí. 143

37-338

Pero queda siempre la miseria de nuestro pecado y de nuestra obstinación. El reino de los cielos se asemeja a menudo al hombre que sembró buena semilla en su campo y se encontró luego con abundante cizaña. La Iglesia no equivale ya a la posesión del reino, sino al esfuerzo por conseguirlo, un esfuerzo que tiene la promesa consoladora de que las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.

¿QUIÉN ES ÉSTE?

La investigación

sobre la «.vida de Jesús»

¿Cómo se podría describir de la mejor forma la personalidad de Jesús, tal como la conocemos por la historia ? Al hacerlo, debemos procurar, ante todo, prescindir de la fantasía. La investigación científica liberal trató de ver, desde 1800 hasta 1920, de forma nueva la vida de Jesús fuera de la tradición eclesiástica. Su trabajo se apoyaba a menudo en una sincera admiración por la figura de Cristo y en una auténtica fe inquisitiva. Sin embargo, no logró en conjunto liberarse de fantasías. En este período se publicaron innumerables «vidas de Jesús», que completaban los hechos que transmite el evangelio con bellas descripciones de la naturaleza, y sobre todo presentaban una ingeniosa y puntual pintura de la evolución psíquica de Jesús. El Señor era presentado exclusivamente como gran figura, que comenzó a enseñar con juvenil entusiasmo y acabó en desilusión y amarga polémica. Como consecuencia de estos estudios, se dirigió más la atención a la personalidad humana de Jesús; lo cual no es malo, pues, como vimos, el creyente tiende a olvidar un tanto que Jesús es 83-85 al mismo tiempo Dios y hombre verdadero. Otra consecuencia positiva es que ahora, después de siglo y medio, hemos comprobado la impotencia e imperfección de todos esos ensayos. Así han dejado libre el camino para acercarnos de nuevo directamente a Jesús, tal como nos lo presenta el evangelio. Pues si echamos ahora una ojeada a la serie de «vidas de Jesús», veremos que, en sus apasionantes biografías psicológicas, los autores no reprodujeron tanto el espíritu de Jesús cuanto el del tiempo en que vivían ellos mismos. Así, durante la «ilustración» vino a ser Jesús un maestro ilustrado sobre Dios y la virtud; durante el romanticismo se le describe como un «genio religioso» ; en ambientes kantianos se convirtió en maestro de ética al estilo de Kant; en la época de las luchas sociales se le pintó como un campeón de las reformas sociales, y así sucesivamente. Todas estas imágenes están anticuadas y está comprobado que 144

son falsas, o parciales. Después de siglo y medio de esfuerzos, los evangelios se yerguen ante nosotros en su sencillez inconmovible, precisa y, no obstante, impenetrable, ante lo que se deshace como tela de araña todo intento puramente humano de entender la figura del Señor. Es más, nos aparecen más nuevos y sorprendentes que todas las imágenes de Jesús que antaño parecieron tan modernas. Así, la investigación sobre Jesús de Nazaret se halla ante el enigma eternamente nuevo: ¿ Quién es éste ? Aunque las interpretaciones anticuadas pasan hoy día precisamente como «científicas», sin embargo, la actual ciencia bíblica, aun la que no está sujeta a ninguna Iglesia, sabe que no es lícito dejarse arrastrar por la corriente de tales construcciones fantásticas. Las fuentes se parecen muy poco a «biografías con evolución psicológica», y mucho a testimonio, actualización y llamamiento. Los evangelios no son urna biografía

ordinaria

Por cuatro escritos señaladamente conocemos los rasgos humanos de la persona de Jesús. Cada uno de ellos contiene entera la «buena nueva», todo el «evangelio». Precisamente porque estos escritos son en primer término un mensaje, dejan sin responder muchas preguntas curiosas. Tales preguntas caen fuera del mensaje. Así, por ejemplo, en ninguna parte se hace referencia al aspecto exterior de Jesús. Los evangelistas no se interesaron tampoco por la sucesión exacta de los hechos ni por una puntual topografía. Es, por ejemplo, imposible deducir de los relatos evangélicos si la vida pública de Jesús duró uno, dos o tres años. Si se comparan los evangelios entre sí, se advierte, de una parte, que las palabras de Jesús están transmitidas muy cuidadosamente, pero se nota, por otra, cierta libertad de variación, que responde a la situación de la comunidad para la que hablaba el evangelista. Todas estas características están en consonancia con el hecho de que los evangelios no son recuerdos dedicados piadosamente a alguien, que ha muerto, sino que están henchidos de la presencia de alguien que vive. Esto explica esa cierta libertad en la reproducción y transmisión de sus palabras. La Iglesia sabía que Jesús estaba con ella en la predicación. El evangelio de Juan habla expresamente de que el Espíritu Santo ayuda a recordar (14, 26; 15, 26; 16, 13). Sólo que esto no ha de entenderse como si el Espíritu Santo hiciera las veces de un disco de gramófono o de una cinta magnetofónica, sino que ayudaba a comprender en su sentido más profundo los hechos —transmitidos a veces con puntual exactitud— y a trasladarlos al lenguaje vivo de la comunidad. Por lo que atañe a la descripción de los sucesos, no debe to145

marse demasiado como una narración seguida. Naturalmente, hayuna sucesión u orden en el curso de la vida de Jesús; pero ciertas frases o partículas como «luego», «en aquel momento» son a menudo meras fórmulas estilísticas, que no podemos tomar literalmente en el sentido actual. El estilo de los evangelios es más bien un estilo de «perícopas», es decir, una serie de breves fragmentos (episodios), en cada uno de los cuales vemos, como a través de un prisma, la persona entera del Señor. No son, pues, anillos de una cadena de sucesos, como en una biografía ordinaria, sino que cada una por sí es una representación completa del Señor. Ello quiere decir que Jesús no aparece ante nosotros en el evangelio como otras figuras del pasado, por ejemplo, héroes o artistas. De éstos poseemos a menudo más pormenores biográficos. Pero pertenecen a un tiempo pasado. Nadie les dirige ya la palabra. No así en el caso de Jesús. En cada perícopa se yergue entero y nos llama a sí. Por eso, un relato evangélico no es algo que se pueda oir indiferentemente, como si dijéramos, „ sentados con una pierna sobre otra. El relato evangélico nos invita justamente a levantarnos. La manera como la Iglesia ordena los evangelios en la celebración eucarística, corresponde muy bien a esta forma literaria. En la misa, los evangelios se leen por fragmentos o perícopas, y se escuchan de pie. 104 Sobre el nuevo testamento, cf. también el capítulo sobre el origen de los evangelios. Jesús, hombre de su tiempo, pero totalmente

otro

El hecho de que el Jesús de los evangelios no permita que le interrogue el hombre moderno acerca de su psicología, sino que sea Él quien interroga y provoca al hombre moderno, no quiere decir que su persona esté envuelta en velos de oscuridad o se pierda en lejanía inaccesible. Al contrario, ¿cómo había de preguntar y provocar, si no se nos presentara claramente ? Esta cercanía de los acontecimientos, este realismo, es justamente una característica de los evangelios, que no escapa a nadie cuando se pone en contacto con ellos. Todo el mundo en que vive Jesús, todo su mundo en torno, está dibujado en pinceladas directas y auténticas. Sacerdotes y doctores de la ley, fariseos y publícanos, ricos y pobres, sanos y enfermos, justos y pecadores, todos están insertos claramente en el gran acontecimiento que supone — para cada uno a su manera — el encuentro con Jesús. Y lo sorprendente es que Jesús está totalmente en medio de ese mundo tan vivamente descrito y, sin embargo, es inasible y totalmente otro. 146

Jesús es, pues, el hombre que anuncia el advenimiento del reino de Dios, por ende, un profeta. «¿Quién es éste?», preguntaban en Jerusalén al entrar Jesús triunfalmente en la ciudad. Y el pueblo contestó: «Éste es el profeta Jesús, el de Nazaret de Galilea» (Mt 21, 11). Pero al mismo tiempo es totalmente distinto de un profeta. De un profeta se esperaba que presentara sus cartas credenciales mediante el relato de su vocación. Y se esperaba sobre todo que, por una sentencia introductoria, dijera de quién procedía su mensaje: «Así dice Yahveh.» Jesús no alude nunca a una vocación, sino que habla siempre por su cuenta. Hay una palabra cortita, que es característica del hablar de Jesús. Ha quedado en hebreo dentro del texto griego. Es la palabra amén, que solemos traducir por «en verdad». Es la palabra que confirma lo que se ha dicho: «Así es.» En este sentido la empleamos aun hoy en señal de asentimiento, cuando rezamos. Ahora bien, Jesús emplea esta palabra de manera singular. En efecto, la emplea no después, sino antes de la frase. Comienza por una confirmación. Y además no sigue luego: «Así dice el Señor», sino «Yo os digo». Por ejemplo: «En verdad os digo: El que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Me 10, 15). Este «amén» antepuesto a la frase, no es un modo petulante de hablar, sino la serena y humilde conciencia de su misión en un hombre con plena autoridad, que puede hablar con la mayor naturalidad en nombre de Dios. Es como la confirmación de la voluntad antecedente del Padre. Además de las características de un profeta, Jesús ostenta también las de maestro (rabí). Un rabí es un hombre que discute con sus discípulos, con otros maestros, anda errante y enseña en las sinagogas. La profesión de Jesús es propiamente la de rabí, y ello explica que así se le llame frecuentemente. Pero si nueva fue su actuación como profeta, no menos sorprendente resulta su actividad de maestro. Ya el mero hecho de que fuera a la par profeta y maestro constituía de todo punto una novedad. Y en cuanto a la manera de instruir, un rabí tenía obligación de alegar la Escritura o la autoridad de otros maestros; pero en Jesús instruye Dios inmediatamente. Incluso la Escritura, como vimos, es por Él completada y, en realidad, corregida. Además, todo eso se hace con palabras sencillas, que no requieren conocimientos previos, sino que se entienden directa e inmediatamente. Son palabras en consonancia con la situación de cada cual con su vida ordinaria, con sus experiencias normales. Ya lo vimos en las parábolas. También las sentencias breves de Jesús son de 99 desconcertante evidencia. «Bástele a cada día su propia angustia» (Mt 6, 34). «Nadie enciende una luz y la pone debajo del celemín» 147

(5, 15). Y también en Juan: «Cuando la mujer va a dar a luz, siente tristeza, porque llegó su hora; pero, apenas da a luz al niño, no se acuerda ya de su angustia por la alegría de haber traído un hombre al mundo» (Jn 16, 21). «De verdad os lo aseguro: Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, él queda solo; pero, si muere, produce mucho fruto» (Jn 12, 24). Expresiones como éstas, tan frecuentes en los cuatro evangelios, nos hacen ver que lo más característico en el estilo de enseñanza de Jesús, es su gran inmediatez. No hay en él circunloquios, ni sueños sobre el pasado, ni fuga a lo por venir: «El reino de Dios ya está en medio de vosotros» (Le 17, 21), y : «Bienaventurado aquel que en mí no encuentre ocasión de tropiezo» (Mt 11, 6). 123 Jesús hace sentir sin rodeos, a todo el que se le acerca, la inmediatez de Dios. Él mismo lleva consigo esta inmediatez. Ello da a su persona una autoridad serena, que no tiene par. «Cada una de las escenas descritas en los evangelios nos pinta la maestría admirable con que Jesús domina la situación, en consonancia con los hombres con quienes se encuentra. De ello nos hablan numerosos discursos y disputas, en que penetra el interior de sus adversarios, rebate sus objeciones, responde a sus preguntas u obliga a que ellos le respondan. Puede abrir la boca, tirar de la lengua, diríamos, a sus rivales y puede también taparles la boca (Mt 22, 34). También en su encuentro con necesitados salen de Él fuerzas maravillosas; los enfermos se estrujan en torno a Él, sus familiares y amigos le piden ayuda. A menudo escucha Jesús la petición, pero también puede rechazarla, hacer esperar o poner a prueba a los que piden. No raras veces se niega y busca la soledad (Me 1, 35 s s ) ; pero a menudo da Él el primer paso y está pronto a hacer el beneficio, con tal de que los necesitados se abandonen a Él con entera confianza (Mt 8, 5ss; Le 19, l s s ) ; en su libertad, rompe las estrechas fronteras que han levantado las tradiciones y determinadas ideas. Lo que se ve también claramente en el trato con sus discípulos. Los llama con palabra de mandato, soberana (Me 1, 16ss); pero también amonesta y disuade a más de uno para que no le siga (Le 9, 57ss; 14, 28ss). La conducta y el proceder de Jesús están una y otra vez en el más vivo contraste con lo que las gentes esperan de Él o esperan para sí. Como cuenta Juan (6, 15), Jesús huye de la muchedumbre que quiere proclamarlo rey. En los encuentros de Jesús observamos siempre una característica: que conoce a los hombres y penetra sus pensamientos, lo que se suele presentar en el evangelio como un milagro. Los dos hijos del Zebedeo hubieron de experimentarlo cuando Jesús rechazó sus ambiciosos deseos» (Me 10, 35ss). Esto escribé el exegeta protestante Günter 148

Bornkamm, del que hemos tomado en esta parte algunas observaciones, que agradecemos. Esta soberanía de Jesús se destaca también en Le 7, 36-50; Jn 8, 1-11; Me 10, 17-22. El pasaje citado en último lugar habla también de la forma en que Jesús era capaz de mirar a alguien. Sobre este punto se nos 143 refieren casos varios. Este mirar era característico en Él. Los relatos evangélicos muestran que aquí no se trata ni de hipnotismo ni de una mirada sentimental. La mirada de Jesús fuerza al hombre a una decisión liberadora, pero la decisión tiene que tomarla el hombre, que no pierde su personalidad. Todo género de hombres quieren ver a Jesús: los buenos con sus virtudes, los pecadores con su culpa, los posesos con su frenesí, los enfermos con sus torturas, los eruditos con sus argumentos, y el fondo de todos es visto por Él en su verdadera realidad. Luego Él los invita a que declaren por sí mismos lo que son. Autoridad Para esta actitud de soberanía de Jesús, para esta sencilla, pero intangible majestad en el obrar de Jesús, tienen los evangelios una expresión propia: autoridad (exouña). También se podría traducir por «poder». «Y se quedaban atónitos de su manera de enseñar, porque les enseñaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas» (Me 1, 22). En esta afirmación está expresada la característica más inconfundible de la persona de Jesús. Este rasgo se reconoce en toda perícopa, en toda sentencia, en todo acto que de Él se nos cuenta. Gracias a esto no aparece Jesús en los evangelios perdido en confusa lejanía, sino en clara proximidad a nosotros y nos invita. No tomemos esta «autoridad» de la persona de Jesús como elegante frialdad o mansedumbre indiferente. No; olvidemos por xm momento las estampitas o estatuillas de yeso blanco o rosado. ¡ Qué duro es Jesús en la expulsión de los demonios! «Jesús le increpó: Enmudece y sal de este hombre» (Me 1, 25). ¡Con que justa indignación procede en la expulsión de los mercaderes del templo! (Jn 2, 15). Jesús pone toda su persona en lo que hace, por ejemplo, cuando un leproso le pide ayuda: «Y Jesús, movido a compasión, extendió la mano...» (Me 1, 41). Muy conmovedor es también el pequeño incidente de los niños. Jesús, leemos «lo llevó muy a mal» que sus discípulos trataran de apartarlos; en cambio «los estrechaba entre sus brazos [los niños] y los bendecía» (Me 10, 14ss). Entenderíamos mal la «autoridad» de Jesús si sólo viéramos en ella el carácter humano de un genial pastor de almas. Tal con149

fusión no haría justicia a todos los hechos que nos han transmitido los evangelios. Estos hechos hablan de algo distinto, del acóntelo? cimiento de la llegada del reino de Dios. Jesús completa todo lo que le precede con palabras que durarán más que el cielo y tierra, destinados a pasar (Me 13, 31). Por Él reina Dios definitivamente. Lo que le da autoridad es el hecho irreversible de la revelación y del reino de Dios definitivos. Pero la autoridad de Jesús es al mismo tiempo la autoridad de 93-96 quien en su bautismo del Jordán y en el desierto se consagró a la humanidad, al servicio hasta la muerte, a la bajeza y servidumbre. Es la autoridad del reino de Dios, oculto y escondido, loo Mas justamente por eso conmueve tan extraordinaria y profundamente los corazones de los hombres. Los nombres de Jesús

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Hasta aquí hemos tratado de describir la persona de Jesús por los hechos consignados en los evangelios; ahora tomamos otro camino para responder a la pregunta: «¿Quién es éste?» Vamos a recorrer los nombres que le dio la primitiva Iglesia para expresar su grandeza y dignidad. Ya hemos aducido algunos de ellos; así, su nombre propio de Jesús, que quiere decir: «Yahveh salva.» Así también el nombre de su primer oficio: carpintero, nombre que no carece de significación para la salud eterna. Así también el de su oficio posterior: Rabí o maestro. Es un maestro de vida, en cuyo parangón apenas si merece nadie el nombre de maestro. «Ni dejéis que os llamen maestros, que uno sólo es vuestro maestro: Cristo» (Mt 23, 10). He ahí un buen título para hablar a Jesús en la oración, sobre todo cuando no sabe uno por dónde tirar y hacen falta luz y sabiduría. Ya hemos visto que a veces se le llamó a Jesús profeta. En ocasiones, alude Él mismo a que es sucesor de los profetas, como se ve por ejemplo, por la parábola de los malos viñadores (Mt 21, 33-38), y por esta misteriosa sentencia: «Sin embargo, hoy, mañana y pasado tengo que seguir mi camino, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén. ¡ Jerusalén, Jerusalén: la que mata a los profetas y apedrea a los que fueron enviados a ella...!» (Le 13, 33-34). La Iglesia emplea muy a menudo el título de Cristo o Ungido. En hebreo este título es Mesías; en griego, XPISTOS; en letras capitales, abreviadas, X P o sfc. Este título alude al rey tanto tiempo esperado, que reemplazaría el dominio extranjero por la soberanía de Dios. Era un título peligroso, pues iba ligado con estrechas expectaciones nacionalistas. De haberlo usado el Señor, las turbas 150

lo hubieran alzado rey (cf. Jn 6, 15). De ahí que Jesús evite esta expresión en la predicación pública. Así se ve por el evangelio de Marcos. Sin embargo, este mismo evangelio cuenta como Jesús, al fin de su vida, se reconoce oficialmente como el Cristo o Mesías delante del sanedrín judío (Me 14, 62). Pero al mismo tiempo hace esta confesión en sentido más alto y profundo: Su reino no es de este mundo. En los otros evangelios es menor esta reserva de Jesús respecto al título de Mesías. Cuando estos evangelios fueron escritos, el nombre estaba ya purificado de su resabio político. Se empleaba ordinariamente al contar la vida de Jesús y reproducir sus palabras. Este nombre alude a la fidelidad de Dios en sus promesas : Dios envió a su Mesías. Con él se expresa también claramente lo que en la vida de Jesús se hizo cada vez más claro: el reino de Dios brilló en Él mismo, Él es su centro, el rey cuyo reino no es de este mundo. El nombre de «Hijo de David», que se da a Jesús algunas veces, viene a decir poco más o menos lo mismo que Cristo. Para indicar su mesianidad, Jesús mismo escogió una palabra que en las ideas de las gentes tenía menos que ver con la dominación terrena. Procede de la profecía de Daniel. A un pueblo atribulado, que corre peligro de ser aplastado entre potencias, descritas como bestias, se le muestra un salvador: «Yo miré entonces, a causa del ruido de las palabras grandiosas que decía aquella asta, y mientras miraba, fue muerta la bestia, y su cuerpo destruido y arrojado al fuego. En cuanto a las otras bestias, se les quitó el poder, y recibieron un espacio de vida, hasta un tiempo y un momento fijados. Yo estaba, pues, observando durante la visión nocturna, y he aquí que venía entre las nubes del cielo uno que parecía Hijo del hombre, se adelantó hacia el anciano de muchos días, y fue llevado a su presencia» (Dan 7, 11-13). Este Hijo del hombre, de origen celestial, trae el definitivo reino de Dios. Los evangelios emplean la expresión «Hijo del hombre» como nombre con el que Jesús se designó a sí mismo. Esta expresión no indica, como se podría creer, su humanidad, sino precisamente su origen celeste. «Hijo del hombre» no es una expresión empleada por Jesús para presentarse modestamente como inferior a lo que es en realidad. Es título de grandeza, para dar a entender que su mesianidad es de orden distinto al terreno,. Por eso cambia por este nombre el título de Mesías o Cristo: «De nuevo le pre151

gunta el sumo sacerdote y le dice: "¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?" Jesús respondió: "Pues sí, lo soy; y veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo entre las nubes del cielo"» (Me 14, 61-62). Este título no se encuentra en las cartas de los apóstoles, y en los evangelios sólo en boca de Jesús. Se recordaba, pues, como el nombre que el Señor se daba a sí mismo. Se trata de una expresión muy rica, pues, a la par que la grandeza de Jesús, indica también la humildad insólita de su mesianidad, su carácter «totalmente otro». En su misma composición aparece algo de la unidad de Jesús con el linaje humano. En efecto, «Hijo del hombre» (ben adanu) es un idiotismo semítico que significa propiamente «hombre». Jesús es el hombre, el adam por excelencia. Jesús recibe también el título de Hijo de Dios. Este título se usaba a menudo para denotar una relación especial del hombre con Dios. Pero Jesús es simplemente «el Hijo» (Me 13, 32). Por su modo de hablar, vimos ya la categoría única de su filiación; 116 Jesús no dice nunca «nuestro Padre», sino: «mi Padre y vuestro Padre.» La misma singularidad de su filiación divina resulta de la parábola de los malos viñadores (Mt 21, 33-40). El amo de la viña envía primero a sus criados; Jos profetas, Luego viene eJ hijo (el «hijo amado», según Me 12, 6, la misma palabra que se emplea en el bautismo del Jordán y sobre el monte de la transfiguración). No se excluye que el título de «Hijo de Dios» fuera también usado como mesiánico, pues en el Antiguo Testamento se llama frecuentemente así al rey como antecesor del Mesías. Pero, en Jesús, esta denominación recibió, lo mismo que el título de Mesías, grandeza inesperada y significación celeste. Ningún título reproduce mejor el misterio de su persona. Aquí radica la razón última 149 de su «autoridad». Él, que trajo el reino de Dios, no era un extraño, sino el Hijo, que poseía la gloria de Dios antes de que el mundo fuera: «De verdad os aseguro: Antes que Abraham existiera, yo soy» (Jn 8, 58). «Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo unigénito» (3, 16). 81-85 Antes de la resurrección de Jesús, nadie pensó ciertamente en 477-480 lo insondable de este título. Incluso es bueno también para nosotros que no pensemos en seguida en un misterio de Dios, lejos de este mundo. Él título correría así riesgo de quedar vacío para nosotros, cosa remota y demasiado grande. Es bueno que repitamos el esfuerzo de los discípulos para comprender el sentido altísimo de este nombre. Sólo entonces podremos descubrir la riqueza de la filiación divina expresada por palabras tales como obediencia, abba, «complacencia» y el «Hijo amado». 152

E l n o m b r e de « H i j o » fue una vez sustituido, en san J u a n , p o r el «Verbo» (logos, p a l a b r a ) . A l h a b l a r del n a c i m i e n t o de J e s ú s , 46-49 m e n t a m o s ya este título, j u n t o a o t r o s n o m b r e s gloriosos, como «reflejo de su gloria, i m p r o n t a de su ser» ( H e b 1, 3 ) . 81-82 M u y a m e n u d o se llama a J e s ú s en el N u e v o T e s t a m e n t o el Señor (en g r i e g o , Kyrios; en latín, Dominus). A s í lo l l a m a r o n los fieles después de la r e s u r r e c c i ó n . H a y en esto a l g o m á s que u n a p r o t e s t a tácita c o n t r a la apoteosis de los e m p e r a d o r e s r o m a n o s , que se llamaban a sí mismos «el S e ñ o r » . E l título d a d o a J e s ú s significa m u c h o m á s . « S e ñ o r » e r a el n o m b r e de Dios en el A n t i g u o T e s t a m e n t o . L a naciente Iglesia dio a sabiendas este n o m b r e a J e s ú s glorificado. P o r eso, la síntesis m á s b r e v e de t o d a la b u e n a nueva, del evangelio, es la profesión de f e : «Jesús es S e ñ o r » ( R o m 10, 9 ; 1 C o r 12, 3 ; Col 2, 6 ) . F i n a l m e n t e , h a y en el N u e v o T e s t a m e n t o algunos pasajes en que s e . llama a J e s ú s Dios. E l « H i j o único, Dios», de J n 1, 18 es en algunos códices el « H i j o único». P e r o en J n 1, 1 se dice con t o d a c l a r i d a d : «Y el V e r b o e r a Dios.» T o m á s dice i g u a l m e n t e : « S e ñ o r m í o y Dios mío» ( J n 20, 2 8 ) . E n la c a r t a a los R o m a n o s dice P a blo, según la t r a d u c c i ó n m á s c o r r i e n t e : «Cristo, el cual está por e n c i m a de todo, Dios b e n d i t o p a r a siempre. A m é n » ( R o m 9, 5 ) ; y en ocasiones v a r i a s , a d e m á s de d a r l e el t í t u l o d i v i n o de S e ñ o r , P a b l o reconoce a J e s ú s a t r i b u t o s divinos. T o d a v í a h a y m u c h o s otros n o m b r e s en el N u e v o T e s t a m e n t o que describen su g r a n d e z a y n a c e n e s p o n t á n e a m e n t e de la plenitud de la fe. A s í , el de alfa y omega (A y £2), que da a e n t e n d e r que la h i s t o r i a comienza v acaba en C r i s t o ; o la exclamación de J u a n en el c u a r t o e v a n g e l i o : « C o r d e r o de Dios que q u i t a los pecados del m u n d o » ( J n 1, 2 9 ) . E s n o t a b l e q u e , d e e n t r e t o d o s estos n o m b r e s , el m á s v e n e r a d o h a y a sido su p r o p i o n o m b r e : Jesús. Y a P a b l o e s c r i b e : « P a r a que -en el n o m b r e de J e s ú s s e doble t o d a rodilla» ( F l p 2, ' 1 0 ) , y en la liturgia sólo al n o m b r e de J e s ú s se inclina la cabeza.

Lo expuesto nos muestra el esmero con que la Sagrada Escritura y la Iglesia cuidan los grandes títulos de Jesús. Por ello conviene que también nosotros tratemos con el máximo respeto el nombre de «Dios». Todos los títulos de Jesús, y éste particularmente, resumen en forma condensada todo el misterio de su persona.

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HACIA LA PASCUA

Jerusalén La resolución de Jesús de marchar a Jerusalén, representa indudablemente un giro decisivo en la carrera de su vida. Lucas, que ya en la historia de la infancia había hablado de dos encuentros de Jesús con Jerusalén, describe ahora la resolución de Jesús con estas palabras, un tanto enigmáticas: «Y sucedió que, al cumplirse el tiempo de su elevación, tomó la decisión irrevocable de ir hacia Jerusalén» (Le 9, 51). Así se dice textualmente en el evangelio. Una enorme decisión indican efectivamente estas palabras. Lo que pudo barruntar el niño de doce años, ha madurado ahora en la voluntad del hombre cabal. Marcha a la ciudad que Él llamó un día la «ciudad del gran rey» (Mt 5, 35). En esta ciudad aparecerá el reino de Dios, como habían predicho los profetas: «Sucederá en la sucesión de los días, que el monte de la casa de Yahveh tendrá sus cimientos sobre la cumbre de todos los montes, y se elevará sobre los collados; y todas las naciones acudirán a él. Vendrán numerosos pueblos y dirán: Venid, subamos al monte de Yahveh, a la casa del Dios de Jacob, para que nos muestre sus caminos, y andemos por sus sendas. Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra del Señor. Y él será el juez de todas las gentes, y el arbitro de numerosos pueblos. Y ellos fundirán sus espadas para hacer rejas de arado, y sus lanzas para hacer hoces. No desenvainará la espada un pueblo contra otro, ni se adiestrarán más en el arte de la guerra» (Is 2, 2-4). Con símbolos como éstos predijeron los profetas el reino de Dios, que saldría de Jerusalén. Pero ni ellos mismos sabían enton154

ees la forma concreta que tomaría este reino. Ahora había llegado el momento. Jesús se pone en camino para revelar el reino de Dios. Sus discípulos, por el camino, están aún llenos de la imaginación de que las profecías se cumplirían en forma muy terrena (Le 19, 11). Y personalmente esperaban que les tocarían puestos importantes en este reino (Me 10, 37). Para padecer Pero Jesús sabe que las cosas sucederán de muy distinta manera. A los dos discípulos que tanto codiciaban los puestos de honor, les dice: «¿Sois capaces de... ser bautizados con el bautismo que yo voy a recibir?» (Me 10, 38). El bautismo a que Jesús 95 se refiere es el cumplimiento del que recibió en el Jordán: de ser- 237-238 vidumbre hasta la muerte. Cuando una vez se le advirtió en Galilea que Herodes buscaba quitarle la vida, Él responde: «Id a decirle a ese zorro: Yo arrojo demonios y realizo curaciones hoy y mañana; y al tercer día tendré terminada mi obra. Sin embargo, hoy, mañana y pasado tengo que seguir mi camino, porque no cabe que un profeta pierda la vida fuera de Jerusalén» (Le 13, 32-33). De ahí que entre los discípulos dominara un sentimiento de espanto: «Iban de camino subiendo a Jerusalén. Jesús caminaba delante de ellos; ellos estaban asombrados, y los que les seguían, llenos de miedo. Y tomando de nuevo consigo a los doce, se puso a indicarles lo que luego le había de suceder: "Mirad que subimos a Jerusalén y el Hijo del hombre será entregado a los pontífices y a los escribas, lo condenarán a muerte y lo entregarán a los gentiles, y se burlarán de él y le escupirán, lo azotarán y lo matarán; pero a los tres días resucitará"» (Me 10, 32-34). Jesús moriría a manos de los hombres. Lo que de divino y nuevo había en Él, fue desde el principio rechazado por muchos. Él estaba puesto para caída y resurrección de muchos, a fin de 91 que se revelaran las intenciones de muchos corazones. 104-105 Los que se cerraron a su mensaje, pertenecían a grupos diversos. Estaba el grupo político de los herodianos; los fariseos con su rigorismo legal; los saduceos, casta liberal sacerdotal, que empuñaba las riendas del mando; la aristocracia laica, que se llamaban los «ancianos» del pueblo. Al cerrarse a la novedad sobrecogedora que aparecía en Jesús, ahogaban en sí mismos la voz de su propio Dios (Jn 8, 19). Pecaban contra el Espíritu Santo de Dios (Me 3, 28-30), es decir, impedían en sí mismos la posibilidad de una 155

auténtica conversión. Muchos del pueblo ordinario los seguirían en Jerusalen. «¡Jerusalen, Jerusalen; la que mata a los profetas y apedrea a los que fueron enviados a ella! ¡ Cuántas veces quise reunir a tus hijos como la gallina a sus polluelos bajo sus alas! Pero vosotros no quisisteis» (Le 13, 34). En la cúspide de su misión, en el momento en que trae a la ciudad el reino de Dios, lo abate el pecado de la humanidad (y no sólo el de los judíos). La lucha que por tanto tiempo había sostenido con sus palabras, curaciones y expulsiones de demonios, toma en Jerusalen sesgo de duelo definitivo. En el momento de ser prendido dirá: «Ésta es vuestra hora: el poder de las tinieblas» (Le 22, 53). ¿Cómo combate Jesús en ese duelo ? Cumpliendo resueltamente la voluntad del Padre por la obediencia y amor a su vocación. Jesús sabe que de su humillación puede el Padre sacar triunfante el reino de Dios, como del grano que cae a tierra y muere, sale el tallo con la espiga de trigo (Jn 12, 24). Saldrá algo que no pudieron sospechar los más audaces profetas: la victoria sobre la muerte, que comenzará en Él y será luego concedida a toda la humanidad. Para eso fue a Jerusalen. Los acontecimientos que van a seguir, están parafraseados en los evangelios como su «salida» (Le 9, 31), como su «elevación» (9, 51), su «consumación» (13, 32), su «glorificación» (Jn 13, 31), su «hora» (12, 23). Cabe preguntar lo que habría sucedido de no ser Jesús reprobado y matado por los hombres. Acaso el reino de Dios hubiera aparecido de modo totalmente otro en Jerusalen. Pero es ocioso hablar sobre este punto, dado caso que, de hecho, el reino de Dios vino por la muerte dolorosa de Jesús. Entonces se vio que ya el Antiguo Testamento contenía alusiones a la pasión de Jesús. En él hay descripciones de hombres que sufren y son salvados por Dios (por ej., los salmos 17, 22, 69). Y hasta hay una sección (Is 52-13—53, 12) en que se describe a uno que toma sobre sí los pecados de los otros: «Por causa de nuestras iniquidades fue llagado... Como ovejas descarriadas éramos todos nosotros: cada cual se desvió para seguir su propio camino. Y Yahveh hizo caer sobre él los crímenes de todos nosotros. Fue maltratado, pero él se humilló, y no abrió su boca» (Is 53, 5-7). Jamás se habrían atrevido los judíos a aplicar tales palabras al Mesías; pero en Jesús se hizo patente que el Ungido de Dios había 156

de llegar hasta tal grado de servidumbre. Él mismo había dicho ya: «Porque el Hijo del hombre no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por la humanidad» (Me 10, 45). (Sobre la enigmática palabra «rescate», volveremos en el capítulo sobre la redención.) 270 Veamos ahora cómo Jesús se nos acerca a los hombres por su muerte. Él asumió hasta el fin nuestra vida apresada p o r el pecado, «nuestro vivir p a r a la muerte». Nadie tiene mayor amor que é s t e : 172-173 «dar u n o la propia vida p o r sus amigos» (Jn 15, 13). 271 L a cosa no era fácil p a r a él. Jesús estaba en situación semej a n t e a la de quien va a sufrir u n a operación espantosa, p e r o a g u a r d a al tiempo una curación de maravillosa, i n a u d i t a : « Y o tengo un bautismo con que h e de ser bautizado. ¡ Y c u á n t a es m i angustia hasta que esto se c u m p l a ! » (Le 12, 50). La

cuaresma

La Iglesia se p r e p a r a durante cuarenta días a los acontecimientos que tendrán lugar en Jerusalén. E n este tiempo se invita p a r ticularmente a los cristianos a la conversión: «Ahora es el tiempo favorable; a h o r a es el día de la salvación» (2 Cor 6, 2 ) , leemos el p r i m e r domingo de cuaresma. Los cuarenta días vienen anunciados por tres domingos q u e les p r e c e d e n : septuagésima, sexagésima, quincuagésima, pero no empiezan hasta el miércoles siguiente: el miércoles de ceniza. Antes de la misa se t r a z a con ceniza una cruz en la frente de los fieles, al tiempo que se dicen estas p a l a b r a s : «Acuérdate, hombre, que eres polvo y al polvo volverás.» E s la única vez que la liturgia no llama a los fieles «hermanos» o por sus propios nombres, sino «hombre». Son las palabras de castigo en el paraíso, y nos hacen sentir profundamente nuestra miseria. L a cruz de ceniza es signo de u n a profunda verdad. N o la tomemos a la ligera. A b r e seis semanas .de sinceridad p a r a con nosotros mismos, tiempo que n o h a de ser de olvido, sino de recogimiento y reflexión: Memento, homo! P e r o la cuaresma es también el tiempo de r e p a r a r nuestras quiebras, tiempo de conversión, de penitencia, de defender nuestra libertad interior contra todo que pudiera apartarnos de nuestra misión de servicio y amor. El primer domingo de cuaresma se lee el evangelio de las tentaciones del desierto. Jesús vence efectivamente las tentaciones 95-96 contra la misión de su vida, que e r a de perfecto servicio. ¿ Q u é se espera de nosotros en la c u a r e s m a ? A n t e s e r a mucho más fácil responder de pronto a esta pregunta. H a b í a u n a práctica bien determinada de ayuno, que daba la impresión de que uno 157

hacía al menos algo concreto. Pero, actualmente, el ayuno es asunto menos claro. El trabajo que desgasta a menudo nuestros nervios, nuestras ideas sobre la relación entre cuerpo y espíritu, nuestras comidas que distan mucho de ser opíparas, han hecho del ayuno cosa difícilmente adaptable a nuestro tiempo. La ley del ayuno ha quedado muy reducida y no forma ya para la mayor parte de los cristianos el contenido principal de la cuaresma. ¿Qué debemos, pues, hacer? La cuaresma es tiempo de austeridad, y no de fiestas y diversiones. Con vigilancia evangélica y cierta inexorable sinceridad para con nosotros mismos, hemos de procurar reinstaurar en nosotros el reino de Dios, en unión con nuestro Señor, que camina a su pasión. Esta reinstauración puede ser distinta para cada uno, según se lo inspire el amor. Para uno puede significar la cuaresma alguna restricción en el fumar y en la bebida; para otro, el estricto cumplimiento en el deber de su trabajó y en la familia, mayor paciencia en las dificultades, más atención a lo que quieren los demás. Es muy apropiado que dejemos algún dinero para los necesitados y para obras buenas, sobre todo cuando también a nosotros 418 nos vendría bien para mil cosas. Como una advertencia e invitación, leemos al comienzo de la cuaresma, en el evangelio del primer lunes de cuaresma: «Todo lo que hicisteis con uno de estos hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40). Sobre .-419 este punto hablaremos aún en el capítulo: «Ayuda al necesitado». >-297 En tiempo de cuaresma habría que insistir particularmente en la ¡-304 práctica de la oración. Tal vez fuera oportuno revisar a fondo la propia oración de la mañana y de la noche, y hacer con especial devoción la bendición de la mesa en familia. Las parroquias ofre318 cen durante este tiempo ejercicios y devociones especiales, en las que es bueno tomar parte. Pero, sobre todo, la cuaresma es el 8-444 tiempo de una buena y sincera confesión. También en nuestra vida social debería notarse la austeridad de la cuaresma. Incluso la misma liturgia aplaza ciertas fiestas, por ejemplo, la celebración de bodas («se cierran las velaciones», a no ser por causa grave). Por el mismo caso, convendría hacer lo posible para aplazar también ciertas fiestas de la vida diaria. La molestia que acaso se cause así a otros, queda compensada por el bien que" se hace a los mismos, pues se les facilita la práctica de una vida conscientemente recogida. La liturgia de cuaresma es notable por la especial elección de los textos escriturarios. Tres temas dominan especialmente: Penitencia y perdón de los pecados (sobre todo en la primera semana), reflexiones sobre el bautismo (sobre todo en la tercera y cuarta semanas) y la pasión de Cristo (sobre todo en la quinta y sexta semanas). La segunda no tiene tema característico. 158

Con el quinto domingo comienza el «tiempo de pasión». Las imágenes de los santos que pudieran evocar el pensamiento de la gloria, se velan con paños morados. Hasta la cruz, que desde antiguo muestra algo de la gloria y resurrección, queda también velada por un paño morado. Los textos evangélicos de esta semana se toman de las penosas disputas del Señor con los fariseos. La Iglesia concentra su atención en la lucha de Jesús.

ENTRADA Y ESTANCIA EN JERUSALÉN

Los cuatro evangelistas pusieron interés en relatar la manera cómo el Mesías prometido entró en la ciudad de las promesas al llevar allí el reino de Dios: montado sobre un pollino. El asno era la cabalgadura de los antiguos príncipes de Israel, hombres sencillos (Gen 49, 11; Jue 5, 9; 1 Re 1, 38). El caballo vino a ser símbolo de los reyes, soberbios y guerreros (cf. Is 31, 1; 1 Re 1, 5). Por eso, predijo el profeta Zacarías que el futuro Mesías vendría caballero sobre un asno, y desterraría los caballos de guerra (la soberbia y orgullo) : «¡Oh hija de Sión!, regocíjate en gran manera; salta de júbilo, ¡ oh hija de Jerusalén!; he aquí que a ti viene tu rey; él es justo y es tu salvador; viene pobre, y montado en un asno un pollino, cría de una asna. Él destruirá los carros de guerra de Efraím y los caballos de Jerusalén, y serán hechos pedazos los arcos guerreros; y él anunciará la paz a las naciones, y dominará desde un mar a otro, y desde el río hasta los confines de la tierra» (Zac 9, 9-10). Naturalmente, Jesús no estaba obligado a cumplir literalmente estos signos; lo que importa es el espíritu de los mismos: sencillez y paz. Pero, en este caso, cumplió Jesús el signo aun en su exterioridad. Así tenemos para siempre la imagen del rey que hace su entrada montado sobre un asno, y es proclamado «Hijo de David» por una muchedumbre que arroja por el suelo vestidos, ramos de palmera y manojos de flores campestres. Los niños, con escándalo de los fariseos, prosiguen sus aclamaciones hasta dentro del templo. De este modo reaccionó Jerusalén de algún modo a la venida 159

de Jesús y al comienzo del reino de Dios. Pero el verdadero comienzo estaría en otra parte: en su muerte. Domingo de ramos La liturgia, siguiendo los evangelios, rememora can especial atención este acontecimiento. El sexto domingo de cuaresma, una semana antes de pascua, se celebra antes de la misa una procesión, en la que se cantan himnos en honor de Cristo rey. Se bendicen ramos de olivo (o de otros árboles), que se llevan durante la procesión y después a casa. Es un signo de que tomamos parte en el gesto de amor y atención que los judíos tributaron a Jesús. Estos ramos se usan a menudo para asperjar con agua bendita, por 245 ejemplo, al bendecir la casa antes de la comunión de los enfermos 450 o al administrar el sacramento de la extremaunción. Después de la procesión de los ramos comienza lo principal, que es la santa misa. Ésta no habla ya de la entrada, sino de la pasión que está llegando. Como evangelio se lee la historia de la pasión según san Mateo. Días de amenaza Entre la entrada de Jesús en Jerusalén y su prendimiento en el huerto de los olivos, interponen los evangelios diversas locuciones de Jesús: discusiones con los escribas, saduceos y fariseos, parábolas sobre la reprobación de Israel, la violentísima invectiva contra escribas y fariseos, y, finalmente, la predicación sobre la destrucción de Jerusalén, que pondría fin a la existencia del pueblo judío en la tierra prometida. Esta destrucción era para Jesús símbolo de las catástrofes al fin del mundo, cuya perspectiva deja 458 ver en todo su discurso, pero sin señalar «día ni hora» (Mt 24, 36). Jesús, pues, actúa como los otros profetas que, antes de Él, fueron muertos en Jerusalén; Él es el último profeta, el Hijo amado (Le 20, 13). Más aún que en los profetas, su violencia es un intento supremo de ganar al pueblo: «¡Ah, si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de Paz! Pero ¡ ay! queda oculto a tus ojos» (Le 19, 42). Los días que pasó en Jerusalén, son un encuentro último y supremo con el mal, que anida en los hombres. Una y otra vez aconseja a los suyos que vigilen y estén apercibidos. Son días muy serios, imagen de todos los días decisivos en la vida de la Iglesia y de todo hombre. El conflicto llega rápidamente a su punto culminante. Jesús no tiene más armas que las palabras que le manda hablar su Padre, las obras que su Padre le manda ejecutar, la autoridad señera de 160

su persona y el testimonio del mismo Padre en la parte mejor del corazón de cada uno Los fariseos y la autoridad optan por la violencia, y así se decide su prendimiento. La liturgia conmemora los últimos días antes de la pasión de Jesús (lunes, martes y miércoles de la semana santa) leyendo pasajes muy violentos y personales de los profetas, por ejemplo, este de Isaías (50, 6) «Entregué mis espaldas a los que me azotaban, y mis mejillas a los que arrancaban mis barbas» El evangelio del lunes cuenta cómo María, hermana de Lázaro, derrama sobre los pies de Jesús un vaso de perfume de nardo, de gran precio, sin saberlo — dice Jesús — se adelantó a ungirlo para su sepultura El martes se lee la pasión según san Marcos, el miércoles, según san Lucas LA ÚLTIMA CENA

318 333

La noche última de su vida celebró Jesús un banquete con sus discípulos El escoger para despedida una comida, está en consonancia con cuanto hizo y dijo en su vida Pues ya muchas veces había descrito el cumplimiento del reino de Dios como un banquete (Mt 8, 11) y sus propias comidas, con propios y extraños, fueron alusión a este gozoso acontecimiento Los evangelios dan a entender que se trata de la fiesta de la pascua judia La pascua judía era la conmemoración de la liberación de Egipto y hemos de imaginárnosla como una comida con recitaciones, oraciones, bendiciones y cánticos, en una palabra, una comida que significa acción de gracias Pero también podemos decirlo al reves una acción de gracias acompañada de una comida Jesús deseó este momento Es su ultima cena antes del eterno festín de bodas en el reino de Dios «Con ardiente deseo he deseado comer esta pascua con vosotros antes de padecer, porque os digo que ya no la voy a comer más hasta que se cumpla en el reino de Dios» (Le 22, 15-16) Lavatorio

de los pies

Juan describe cómo comenzó la cena. Con sorpresa de sus discípulos, Jesús se ciñó un lienzo y les lavó los pies como un criado Esta escena es una expresa indicación del humilde servicio por el que ha de venir el reino de Dios (Jn 13, 12-17) Así, esta comida pascual no significa sólo que el reino de Dios ha de venir con gloria, sino también en que se ha de fundar en la servidumbre 94-96 161

Este relato de Juan alude al gran don que aparecerá en el curso de la cena: la eucaristía, que es darse de todo en todo, tener parte en Él, servidumbre hasta la muerte. Traición Una sombra espantosa se cierne sobre esta comida de amistad. Uno de los doce está del lado del enemigo. ¿ Por qué ? El origen del mal es siempre oscuro. Los evangelistas hacen notar que la incredulidad de Judas se daba la mano con su avaricia. También Judas era amigo de Jesús. «Si me hubiera ultrajado mi enemigo, sabría soportarlo. Si fuese mi adversario el que me oprime, me escondería de él. Mas fuiste tú, mi compañero, mi familiar y amigo. Con el que he compartido la dulce confidencia y a la casa de Dios marchamos juntos en cortejo festivo» (Sal 55, 13-15). «Hasta el amigo de mi confianza, el que mi pan comía, contra mí el calcañar ha levantado» (Sal 41, 10). Ni las más claras alusiones de Jesús pudieron contener a Judas. Así se cumplían las Escrituras. Los salmos que describen esta cruel forma del desengaño humano, describieron la suerte de Jesús. Hasta este dolor quiso compartir Él con la humanidad. Judas salió del cenáculo. Era de noche, nota Juan. Discurso de despedida La tensión de aquella noche nos la describe Juan con estilo propio. Juan muestra a Jesús radiante de aquella gloria que luego se revelaría en Él. Nos muestra a Jesús entero. En el discurso de despedida de Jesús (que los clásicos españoles llaman «sermón de la cena»), se nos conserva el recuerdo del discípulo que de joven asistió a la última cena y conservó su recuerdo durante toda su vida. Y este recuerdo penetró en la vida y celebraciones varias de la liturgia, en que el Señor glorificado está presente por su Espíritu. El tema central del sermón de la cena es el amor: amor entre Jesús y el Padre, entre Jesús y nosotros, entre el Padre y nosotros, y entre nosotros mismos. • Acaba con la grande y universal oración de Jesús, sumo sacerdote. 162

Esto es mi cuerpo, entregado por

vosotros

En esta última cena anticipó Jesús su propia muerte ante sus discípulos. Realizó una acción profética. Sobre este momento inolvidable poseemos un testimonio anterior a los mismos evangelios. Procede de una de las primeras cartas de Pablo. «Yo recibí una tradición procedente del Señor, que a mi vez os he transmitido.; y es ésta: que el Señor Jesús, la noche en que era entregado, tomó pan; y recitando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi cuerpo, que es entregado por vosotros. Haced esto en memoria de mí." Lo mismo hizo con la copa, después de haber cenado, diciendo: "Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Cada vez que bebáis, haced esto en memoria de mí." Porque cada vez que coméis de este pan y bebéis de esta copa, estáis anunciando la muerte del Señor, hasta que venga» (1 Cor 11, 23-26). El suceso en sí mismo no implica un gesto extraordinario: se cortaba una hogaza para distribuir los trozos a los comensales. Esto formaba parte, juntamente con la bendición, del rito pascual. Pero ¡ qué desconcertante significado adquiere esta fracción del pan cuando Jesús dice las palabras inauditas: ¡ Esto es mi cuerpo! Este pan roto significa ahora su cuerpo igualmente despedazado. Significa su muerte. Pero el signo se hace aún más claro en las palabras que dice Jesús sobre el cáliz, el cual, según lo prescrito, contenía vino tinto. Ya la notable alusión a la sangre indica una muerte violenta; pero Jesús añade — así leemos en Mateo y Marcos — que es «derramada». Jesús es sacrificado como una víctima. 271 El pan y el vino aluden consiguientemente a la manera como Jesús había de morir. Pero hay más: muestran también por qué muere. Sobre el cáliz dice Jesús las palabras sobre la «nueva alianza». 43 Esta maravillosa «nueva alianza», de la que ya había hablado Jeremías seiscientos años antes (Jer 31, 31-34), ha llegado ahora. Y como la antigua alianza fue confirmada con sangre de animales (Éx 24, 8), así la nueva con la sangre del Hijo. Y esta sangre es derramada «por muchos». Este «muchos» es un recuerdo del cántico del siervo paciente de Yahveh, en que se lee: «Por sus sufrimientos mi siervo justificará a muchos, y él es quien cargará con sus pecados... pues se ha entregado él mismo a la muerte, y ha sido contado entre los facinerosos, pues h a tomado sobre sí los pecados de las multitudes, y ha rogado por los transgresores» (Is 53, 11.12). 163

El sacrificio es «por muchos para la remisión de los pecados» (Mt 26, 28). En arameo, lengua de Jesús, «muchos» quiere decir todos. Pero Jesús no solamente quiere poner en claro esta realidad. No sólo quiere mostrar algo a sus discípulos, sino ofrecerles la posibilidad de entrar corporalmente en contacto con su sacrificio y su alianza. Por eso, en esta solemne acción no invita previamente a oir y atender, como las parábolas, sino a comer: «Tomad, comed... bebed de él todos...» Al seguir esta invitación de Jesús, se toma parte en las bendiciones de la alianza y del sacrificio de la alianza. Al entrar en contacto con el cuerpo muerto y resucitado de Jesús, se entra en contacto con el mundo redimido, con el reino de Dios. «El pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?» (1 Cor 10, 16). Por los expresivos símbolos del pan partido y del rojo vino no se nos ofrece sólo un recuerdo, sino una realidad: el cuerpo y la sangre de Jesús (y es de notar que en lenguaje semítico, «cuerpo» significa todo el hombre. Dígase lo mismo de «sangre». La sangre significaba toda la fuerza vital. Recibimos, pues, la persona entera de Jesús). Sobre este último gesto de amor de Jesús, por el que nos da su cuerpo en comida y su sangre en bebida, nos habla el evangelio de san Juan en frases que todo cristiano conoce. «Pues mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él» (Jn 6, 55-56). Cuando fueron pronunciadas estas palabras — por el tiempo de una pascua (Jn 6, 4) —, nadie entendió cómo podrían hacerse un día realidad. La gente se formó las más rudas ideas. «¡ Intolerables son estas palabras! ¿ Quién es capaz de escucharlas siquiera?» (Jn 6, 60). Pero luego vienen las palabras del Señor: «Pues ¿y si vierais al Hijo del hombre subiendo a donde estaba antes ? El espíritu es el que da vida, la carne de nada sirve. Las palabras que yo os he dicho, son espíritu y son vida» (Jn 6, 62-63). En la noche de la cena se puso en claro lo que quería decir Jesús: la glorificación del Hijo del hombre, su nueva existencia espiritual, es lo que hace posible que esté tan íntimamente con nosotros que hasta podemos comer su carne. Pero ¿ estaba Jesús glorificado ya en la última cena ? El Señor se ofrecía ya en sacrificio. Y ejecutó una acción profética, que no sólo predecía lo que iba a suceder, sino que lo hacía ya realidad en los signos. Jesús se sacrificaba realmente. La cena pertenece ya a la culminación de la gloria de su pasión. La celebración de esta cena contenía el sacrificio de su vida. 164

Jesús transformó, pues, la antigua comida de liberación nacional en la conmemoración de una nueva liberación, la comida del cordero pascual con la sangre salvadora, en la comida de su propio cuerpo con la sangre salvadora. Con lo cual dejó a su Iglesia una comida, que es una acción de gracias, o una accción de gracias que es una comida. Hace presente lo más amoroso que Él hizo: el sacrificio de su vida y la glorificación que en él estaba contenida. Comida, acción de gracias y sacrificio al tiempo. Los actos más sencillos: alargar un pedazo de pan y una copa de vino, y las palabras más sencillas: «Esto es mi cuerpo... mi sangre», se tornan para nosotros puntos culminantes de todo lo que Jesús es y da. Son más de lo que un cristiano puede experimentar de una vez: expectación del reino de Dios, recuerdo de la despedida de Jesús, actualización del sacrificio de su vida, acción de gracias (en griego, eukharisHa) y signo y causa eficiente del mutuo amor en la Iglesia. Desde Pablo se ha meditado mucho sobre cómo se han de entender estos signos. Pero más importante que estas consideraciones de la Iglesia, es su obediencia al mandato del Señor: «Haced esto...» Al cumplir la Iglesia este mandato, la última cena la ha acompañado, nutrido y formado a lo largo de los siglos hasta el día de hoy. Desde el primer despertar de la razón, a los seis o siete años, hasta la última hora de nuestra vida — entendida literalmente — está Jesús cerca, a nuestro lado, con el sacrificio de la suya. Está junto a nosotros con su sacrificio, hasta que venga. (Más adelante se dedicará otro capítulo de este libro a los múltiples significados y al modo de celebrar la eucaristía.) La celebración del jueves

santo

No es de maravillar que el día de la última cena rebose la liturgia de alegría. Este día se llama jueves santo. Por la mañana no se celebra la misa, a excepción de la iglesia catedral, y se celebra con doce sacerdotes, siete diáconos y siete subdiáconos. Durante esta misa, se mezclan y consagran los santos óleos para el año siguiente. Todos los deanos de la diócesis acuden este día a la catedral para recoger los santos óleos. Los párrocos y rectores de iglesias los recogen por la tarde en las iglesias decanales. De esta manera se ostenta en este día la solidaridad en la administración de los sacramentos en toda la diócesis. Hay tres clases de santos óleos. Primeramente, el crisma, el de mayor dignidad litúrgica, pues simboliza la unción por el Es165

247 16, 349 246

W9-450

¡34-235 349

píritu Santo. Antiguamente se guardaba con una lámpara que ardía ante él. El simbolismo del crisma radica originariamente en su perfume, símbolo del Espíritu que lo llena todo. Las materias de que se compone son bálsamos finos y preciosos, mezclados con aceite de oliva. Con él se unge al pueblo cristiano para ser un «sacerdocio regio» (1 Pe 2, 9). Por eso se emplea el crisma para la unción después del bautismo, en la confirmación, en la consagración de los obispos, y también en la de una iglesia, de un altar, de las campanas y del cáliz. La segunda clase de santos óleos son los óleos de los enfermos. El simbolismo está aquí en el uso del aceite como medio curativo. Se emplea en la unción de los enfermos (lo que hasta ahora hemos llamado la extremaunción). Hay, finalmente, el óleo de los catecúmenos. Su simbolismo viene del uso que antiguamente hacían del aceite los atletas, que se frotaban con él para cobrar agilidad y fuerza. Se emplea en la unción antes del bautismo, en las unciones de las manos de los nuevos presbíteros, y en la consagración del agua bautismal, de una iglesia y de un altar. La preparación de los santos óleos se hace desde antiguo el día de jueves santo, pues las solemnidades del bautismo y la confirmación se celebraban sobre todo en pascua.

A nadie puede sorprender que la conmemoración de la última cena se haga el jueves santo por la tarde. En cada iglesia se celebra una sola misa. Ningún sacerdote la dice en privado. Todos están reunidos para la última cena. Como epístola se lee el más antiguo te;xto eucarístico (1 Cor 11, 20-32), como evangelio el relato del lavatorio de los pies 161-162 (Jn 13, 1-15) que, como vimos, es una importante interpretación de la eucaristía. Inmediatamente después, se cumple literalmente en la liturgia el simbólico mandato (mandatum) de Jesús. «Así también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros.» El sacerdote lava los pies a doce de los asistentes. El coro canta: «Donde hay unidad y amor, allí está Dios.» En el canon, después de las palabras: «el cual la noche antes de padecer», se añade la palabra «hoy». Esta palabra «hoy» ocu74 rre en la liturgia de cualquier gran festividad. Ella nos impide 330 soñar en un mero pasado como si no tuviéramos delante una realidad actual. Tan santa es la liturgia. Hay cristianos que luego, calladamente y ya sin acción litúrgica, quieren meditar en la agonía de Jesús en el huerto de los olivos. Esta noche, en efecto, dijo Él a sus amigos: «¿ No podéis estas despiertos una hora conmigo?» Esta oración de una hora no se debería hacer con el fin de buscar la consolación sensible, sino

166

para permanecer junto al Sefior y velar con Él, sea cual fuere nuestro estado de espíritu. Aunque no pudiéramos tener otro pensamiento, sino lo mal que estamos de rodillas, él bastaría para mostrar al Señor nuestro amor y nuestra unión con Él. Lo que importa no es la devoción sensible, sino la presencia constante.

LA MUERTE DEL JUSTO

La oración en el huerto de

Getsemmá

Jesús fue preso en el lugar donde estaba haciendo oración, un tranquilo huerto de Olivos en una ladera frente a la ciudad. Sabía lo que le iba a pasar y sufrió espantosamente durante su oración. Decía a sus discípulos: «Mi alma siente tristezas de muerte» (Me 14, 34). «Y su sudor era como gruesas gotas de sangre, que iban cayendo hasta la tierra» (Le 22, 44). Su oración, acaso la más bella que se ha hecho sobre la tierra, era así: «Abtxi! ¡Padre, todo te es posible: aparta de mí este cáliz ! Pero no lo que yo quiero, sino lo que [quieras] tú» (Me 14, 36). Nunca en tal medida se había mostrado Jesús como uno de nosotros: sintió «terror y angustia» (Me 14, 33), «en agonía» (Le 22, 44). Sin embargo, la voluntad del Padre es para Él un cáliz confortador (Le 22, 43). Los discípulos dormían. En el momento de ser prendido, Jesús se serena. Judas, a quien Él había amado y escogido, apretó el rostro, cuyos rasgos conocía uno a uno, con el suyo, y lo besó. «Velad y orad, para que no entréis en tentación» (Mt 26, 41), había dicho Jesús poco antes a sus apóstoles. El cuadro de este prendimiento es doloroso. No nos muestra a Jesús y a los suyos a un lado, y a sus enemigos a otro. Lo que vemos es a Jesús completamente solo, frente a sus enemigos, capitaneados por uno de los suyos. Los otros emprenden la huida. Uno de ellos da un golpe de ciego con una espada; pero ese precisamente jurará poco después: «No conozco a ese hombre» (Mt 26, 72). El testimonio ante los jueces Jesús había predicho a sus apóstoles que serían llevados ante los tribunales para dar público testimonio. Ahora está Él mismo, el primero, ante un tribunal y da testimonio. Ante el sanedrín se le interroga: «¿ Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendita?» (Me 14, 61). También el título de «Hijo del Bendito» significaba probablemente el Cristo o Mesías. Jesús sabía que estos títulos tenían un resabio nacionalista; por eso atestiguó 167

que lo era, pero escogió su propio nombre sin ningún resabio falso: Hijo del hombre. Y dijo: «Pues sí, lo soy; y veréis al Hijo 150-151 del hombre sentado a la diestra del Poder (Ps 110, 1) y viniendo entre las nubes del cielo» (Dan 7, 13) (Me 14, 62). Lo mismo atestigua Jesús delante de Pilato, gobernador romano, a cuyas manos vino a parar el proceso. En Juan leemos: «Mi reino no es de este mundo... Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz» (Jn 18, 36-37). Pilato, hombre culto, contesta: «¿Y qué es la verdad?», y lo entrega a una soldadesca primitiva, que juega con él a rey. Lo azotan ignominiosamente, le echan un manto de púrpura a los hombros, le ponen una corona de espinas sobre la cabeza y en la mano una caña por cetro. Mientras Jesús daba testimonio ante el sanedrín, Pedro le negó y Judas se ahorcó. El aviso de Jesús durante la última cena nos hace suponer lo peor: «¡Ay de aquel hombre por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a tal hombre no haber nacido» (Mt 26, 24). Sin embargo, ni aun en este caso tenemos certeza acerca del juicio de Dios. Crucificado De la prisión y sala del juicio es llevado Jesús a la muerte. La sentencia fue ejecutada en un lugar de ejecución, en un altozano no muy distante de la ciudad, por nombre Gólgota o Calvario. La inhumana pena de muerte por crucifixión, de origen oriental, que el imperio romano aplicaba principalmente a los esclavos como la ejecución más cruel, le fue también aplicada al Hijo del hombre. Los evangelistas son sobrios en sus relatos: «Y lo crucificaron» (Me), «después que lo crucificaron» (Mt), «lo crucificaron» (Le), «donde lo crucificaron» (Jn). Los evangelios ponen patéticamente de relieve que en Jesús se 172 cumplen dos salmos conmovedores: el salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» y el salmo 69: «Sálvame, oh Dios, / pues las aguas me llegan hasta el cuello.» A veces se cumplen aun en los pormenores: se le da a beber vinagre, se distribuyen sus vestidos, los circunstantes, que lo atormentan, mueven la cabeza, Jesús grita: «Tengo sed» (Jn 19, 28). Pero más importante que estos pormenores es que aquí se cumple lo esencial de estos salmos: el abismo de la miseria humana, pero también la salvación divina, como los mismos salmos lo describen. Jesús entonó la primera de estas dos oraciones en su congoja y dolor; tal vez rezara el salmo hasta el final. No lo sabemos. 168

Juntamente con el comienzo del salmo 22, los evangelistas citan aún seis palabras más de Jesús, exclamaciones que iluminan este tremendo acontecimiento. De sus verdugos dice: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Le 23, 34). Al ladrón crucificado a su lado, le promete: «En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso» (23, 43). ¡ Qué fiel permanece Jesús a sí mismo! Por el evangelio de san Juan sabemos que Jesús dirigió su vista a Juan y dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo»; y a Juan: «Ahí tienes a tu madre.» Y desde aquel momento la recibió el discípulo en su casa (Jn 19, 26s). Dado el peculiar simbolismo del cuarto evangelio, no debemos ver en estas palabras la mera expresión del amor filial de Jesús, que veló para que su madre no se quedase abandonada; los creyentes, representados por «el discípulo a quien Jesús amaba», reciben una nueva Eva. En esta hora, en que entra al mundo nueva vida, se da a los hombres nueva madre, madre de todos los vivientes. Es una hora de dolores de parto. La atmósfera ostenta señales de fin del mundo: tinieblas en claro día. Jesús dice: «Tengo sed.»

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Después de estar colgado de la cruz durante tres horas, murió el Señor hacia las tres de la tarde. Antes de morir lanzó un gran grito. No se extinguió simplemente; hasta el último momento conservó la claridad de su conciencia; entregó su vida porque quiso. Como contenido del grito de Jesús nos ofrece Lucas las palabras del Salmo: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu» (Le 23, 46). Juan recuerda el último gesto' de Jesús: cómo serenamente inclinó la cabeza, coronada tal vez aún de espinas. Como última palabra de Jesús, cita Juan: «Está consumado.» El bautismo de muerte, al que Jesús se había consagrado en el Jordán como siervo de Yahveh, ante el que se había angustiado y 94-96 que había añorado, está cumplido al fin. El reino de Dios ha ve- 269-272 nido por su sangre. La gloria de la cruz En los evangelios se habla de signos que nos dan a entender la importancia y significación de la muerte de Jesús; talen son: un terremoto (el alcance estremecedor de esta muerte); el rasgarse del velo del templo (acabamiento de la antigua alianza); apariciones de muertos (noticia enigmática de Mateo, de que no se habla en ninguna otra parte del Nuevo Testamento, pero cuya significación simbólica es clara: la virtud vivificante de esta muerte). Pero sobre todo, desde este momento, se yergue el signo de la cruz. Como silueta se dibuja en el cielo crepuscular. En adelante 22 169

la cruz renovará al mundo. A la verdad, nadie podía verlo entonces. El Gólgota era un altozano de cadáveres y moribundos que infundía horror: el lugar de las calaveras. Sin embargo, el recuerdo de Juan que evoca aquel momento, descubre en él signos de gloria: a este nuevo cordero no se le quebró ningún hueso, exactamente como el cordero pascual; pero recuerda, sobre todo, cómo de una lanzada fue abierto el costado de Jesús (para cerciorarse de que estaba muerto) y de él brotó sangre y agua según las palabras: «Corrientes de agua viva saldrán de su cuerpo» (Jn 7, 38) y : «Mi sangre es verdaderamente bebida» (6, 55). Por eso habló Juan de la sangre y del agua en el Señor crucificado, que son alusión a los sacramentos de la Iglesia: el bautismo, fuente del Espíritu, y la eucaristía, fuente de vida. Este evangelio deja entrever también que el último aliento de Jesús significa su última dádiva. Pues en él se dice más patéticamente que en Mateo: «Entregó su espíritu» (Jn 19, 30). El Espíritu es el don que desde ahora comienza a salir de él, tal como efectivamente lo insuflará el Señor tres días más tarde y dirá: «Recibid el Espíritu Santo» (20, 22). Así, ya sobre la cruz, aparece claro lo que constituye la vida de la Iglesia, bautismo, eucaristía y Espíritu Santo. Juan lo recuerda de nuevo en su primera carta: «Pues tres son los que testifican : el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres van a lo mismo» (1 Jn 5, 8). Van a lo mismo porque proceden los tres del núcleo de la persona, del corazón de Jesús. Este corazón rebosa de amor, de gracia, salvación y curación: agua, sangre, aliento (bautismo, eucaristía, Espíritu). Y sobre el signo de la cruz, en que pende el cadáver — que es el nuevo templo, con la fuente perenne (Jn 2, 2 1 ; Zac 13, 1) —, está la inscripción gloriosa, que fue pensada como cruel ironía humana, pero que se convirtió en ironía divina que trae la salvación : Jesús de Nazaret, rey de los judío9. «Realmente, este hombre era Hijo de Dios» (Me 15, 39), dijo el centurión que hacía la guardia. Los criminales ejecutados debían ser arrojados sin ritos fúnebres ni procesión, en una fosa cualquiera. La animosa intervención de José de Arimatea, noble senador, consiguió de Pilato la entrega del cuerpo de Jesús, que fue puesto en un sepulcro nuevo, cavado en la peña. Viernes

santo

La conmemoración del día de la muerte de Jesús se ha hecho siemple sin celebración plena de la eucaristía. Se aguarda hasta la vigilia pascual para celebrar de nuevo la misa, pues sólo entonces puede conmemorarse la consumación de Jesús en todos sus aspectos. 170

En el nombre de este día (que en ciertos países se llama «viernes bueno»), se trasluce ya algo de lo que domina en la liturgia: dentro de la tristeza, una incipiente alegría por todo lo que allí sucedió. La estructura de la liturgia se parece a la de la santa misa: liturgia de la palabra y de la oración, y finalmente comunión. El intermedio lo ocupa, en lugar de la celebración del sacrificio, la adoración de la santa cruz. La celebración comienza por la postración del preste, diácono y subdiácono ante el altar. Inmediatamente se leen dos fragmentos del Antiguo Testamento': Os 6, 1-6, en que se expresa la confianza en el poder de Dios para resucitar a los muertos y se mencionan las condiciones para ello, condiciones que se cumplieron en Jesús; y Éx 12, 1-11, sobre el cordero pascual con su sangre salvadora. Como lección del Nuevo Testamento resuena la historia de la pasión, en que brilla con más fuerza la glorificación de Jesús: la pasión según san Juan. Luego viene una serie de solemnes oraciones por toda la humanidad. Son de gran fervor y sencillez y proceden probablemente de la primera época de las persecuciones romanas. Luego comienza la adoración de la cruz. En tres etapas se va retirando el paño morado que cubre el crucifijo, y en cada una de ellas se canta en tono cada vez más alto: «Éste es el madero de la cruz en-que estuvo colgada la salud del mundo.» El pueblo entero contesta: Venite, adoremus, «Venid, adorémoslo». Al besar después el crucifijo (que puede ser una cruz hermosa y hasta festiva), adoramos al Señor en su pasión y en la gloria que Él conquistó. Durante la adoración se cantan los «improperios», de expresión tan personal, que no tiene par en la liturgia romana. Finalmente, tras el rezo común del padrenuestro, se recibe la comunión, que nos da parte en el Señor. Otro modo de ahondar en el misterio de este día, es la práctica del vía crucis. A diferencia de la celebración litúrgica, se trata aquí de una devoción privada. Es un modo de orar muy humano y también muy evangélico. Pues se rememora aquí piadosamente lo que constituye también un punto culminante de los evangelios, 76 a saber: la pasión del Señor. Sin embargo, el vía crucis no es tan rico como la liturgia y el evangelio, que dejan traslucir más la gloria de Cristo. Las comunidades protestantes dedican este día a conmemorar especialmente la muerte de Jesús, y lo hacen por la celebración de la cena. Todos los cristianos debemos pasar el viernes santo con el mayor recogimiento y gratitud posibles.

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IJFS< FXSO \L REINO DF I OS MUERTOS

Los salmos sobre la vida En los salmos no se predijo sólo la pasión de Jesús, sino también su liberación y gloria. Una y otra cosa en los mismos salmos: el 22, cuyo comienzo recitó Jesús en la cruz; el 16, 69, 118 y muchos otros. «No moriré, sino que vivo, y cantaré del Señor los altos hechos» (Sal 118, 17). Si consideramos más despacio tales expresiones, parecen hablar de una liberación en el umbral de la muerte de una enfermedad mortal o de una amenaza a la vida. Tal liberación era realmente acción de Dios, pero acción provisional hasta que venía definitivamente la muerte. Sin embargo, estas palabras son de una notable transparencia, a través de la cual se presiente claramente una plenitud de vida. Dios es mucho más que un médico, que sólo provisionalmente puede enfrentarse con la muerte. Ahora bien, como el Antiguo Testamento no vio con bastante claridad la inmortalidad del hombre, esta consumación de vida no pudo ser expresada perfectamente. Palpita en los salmos una intuición que no pueden reproducir enteramente. Se quedan a mitad de camino en su tendencia, pero esta profundísima tendencia irradia por doquier. Esta tendencia no se manifestó claramente hasta la plenitud de la revelación Jesús cumplió los salmos de liberación lo mismo que cumplió las profecías sobre el remo de Dios: en cuanto realizó el sentido más profundo de lo que estaba escrito. La liberación en el umbral de la muerte se convierte por obra suya en liberación mas allá del umbral de la muerte. Así se cumplieron en Él los salmos. La legión de los muertos Jesns, pues, pasó la puerta oscura, de la que nadie vuelve. Murió realmente Éste es el misterio propio del sábado santo que confesamos en el símbolo de los apóstoles con las palabras: «descendió a los infiernos» Es una expresión en que apenas nos detenemos hoy día, un punto de fe al margen de nuestra atención La causa se entiende fácilmente. Tal expresión corresponde a una imagen distinta del mundo Para los judíos y para los griegos gentiles, morir quería decir bajar al shcol, al hades, al mundo subterráneo, al reino de los muertos. Esto quiere aquí decir la palabra «infiernos». No es el lugar de los malos, sino el reino de los muertos, adonde van a 172

parar buenos y malos Se tenía, pues, una idea más o menos espacial de un lugar habitado por sombras, donde, por lo demás, todo era distinto que en el mundo, porque allí todo estaba «muerto». Para nuestra conciencia de creyentes de hoy estar muerto no significa estar ligado a un determinado lugar El muerto existe, pero ¿dónde' Sencillamente, no lo sabemos En conclusión, la frase «descendió a los infiernos» está compuesta de conceptos que no son ya los nuestros. Sin embargo, la verdad de fe sigue en pie Nuestro deber es expresarla ahora en nuestra actual imagen del mundo. Ésta quiere decir dos cosas primero, algo que pertenece más bien al viernes santo, luego, algo que entra ya en el ámbito de pascua Lo primero es la verdad de que Jesús murió efectivamente. Al decir que «descendió a los infiernos», se quena decir que Jesús estuvo «realmente muerto», que pasó por la humillación de estar muerto, separado de esta vida, excluido del mundo que sigue viviendo. Jesús pasó por la muerte real, y nosotros tenemos el consuelo de que por muy honda que sea nuestra caída en el obscuro abismo de la muerte, nada podrá impedir que Jesús que pasó por él, nos haga ver que en el fondo de este abismo se halla la vida eterna. En el Antiguo Testamento se pensaba que Dios no cuidaba ya de los que habían bajado al sheol, ahora se nos ha revelado que, aun en la muerte, el Señor está con nosotros Tal es la primera significación de las palabras «descendió a los infiernos», que es el misterio de fe del sábado santo Pero hay aún otro aspecto Puesto que Jesús «se reúne con sus padres», es decir, se junta a la masa de los muertos, el pensamiento de la Iglesia se dirige a la humanidad difunta, de la que Dios se preocupa Y así nos hacemos cuenta de que Jesús comunicó la redención a la masa de los muertos, inmediatamente después de su propia muerte. «Y por el [espíritu] fue a predicar a los espíritus encarcelados, a los que en otro tiempo rehusaron creer, cuando la paciencia de Dios daba largas, mientras en los días de Noé se preparaba el arca. » (1 Pe 3, 19-20) El juicio y la redención se destinan a todos los hombres Los muertos «que aguardan» reciben la salvación eterna los que aguardaban en el hades o sheol, como se decía antaño entre griegos y judíos, los que aguardaban en el «limbo de los padres», expresión posterior, los que aguardaban, decimos simplemente nosotros No sabemos ni dónde ni cómo La Escritura habla de ello con mucha sobriedad. Lo que sí sabemos hoy es lo múltiple y antigua que es esta humanidad desde los tiempos primigenios Por eso, este misterio 173

de la fe posee para nosotros dimensiones mayores que para los cristianos de otros tiempos Sin embargo, tal vez nunca haya sido representado tan bellamente como en los iconos bizantinos y rusos de la resurrección, que muestran al Señor que se inclina para asir con su diestra y levantar a un viejo Adán, es decir, la humanidad. También para nosotros, hombres de hoy día, ese gesto es una expresión de todo el misterio del sábado santo El Señor que pasó personalmente por la muerte se inclina sobre la humanidad muerta, para darle vida para siempre

HE RESUCITADO Y AÚN ESTOY CON VOSOTROS

Lo que la ciencia histórica puede decir acerca de la resurrección de Jesús, esy que sus discípulos dieron testimonio de ella El proceso de la resurrección en cuanto tal, quedó substraído a toda mirada humana y escapa a toda verificación científica. Las apariciones de Jesús después de su muerte fueron únicamente algunos encuentros con sus amigos y discípulos La ciencia histórica se ha de detener por fuerza en estos testigos Puede sopesar su credibilidad El cristiano debe hacerlo No puede creer «al azar» (1 Cor L18-1TO 15, 2) Pero el último paso que se le pide es la fe No hay testimonio más unánime en todo el Nuevo Testamento. De los escritos más antiguos a los mas recientes, todos culminan en que Dios «resucitó a su Hijo de entre los muertos» (1 Tes 1, 10) Y que «los apostóles vieron al Señor» (Jn 20, 25) La piedra angular de la fe No es la opinión de unos pocos, que fue imponiéndose poco a poco y vino a ser opinión común N o , desde el principio esta convicción es el centro y piedra angular de la predicación de todos «En conclusión, sea yo, sean ellos [los otros apóstoles], así predicamos y así habéis creído» (1 Cor 15, 11) De la resurrección depende la fe «Y si Cristo no ha sido resucitado, vacía, por tanto, es nuestra proclamación, vacía también vuestra fe... aún estáis en vuestros pecados» (1 Cor 15, 14 17) Si no hay resurrección, prosigue Pablo, los apóstoles somos unos impostores, y vosotros, engañados de la manera más lamentable, porque «si nuestra esperanza en Cristo sólo es para esta vida, somos los más desgraciados de todos los hombres» (1 Cor 15, 19) En tal caso, mejor que conformarse con un Cristo imaginario, prefiere asociarse a los que dicen, entre tristes y contentos «Comamos y bebamos, que mañana moriremos» (1 Cor 15, 32) Tal es la actitud de los primeros testigos No aparecen para 174

nada como gentes que se refugian en una ilusión, llevados de la angustia y la fantasía, por no tener valor para mirar cara a cara la realidad. No. Cualquier cosa antes que construir su vida sobre un embuste. Pero ellos pueden decir con toda sencillez: «Cristo ha resucitado de entre los muertos» (1 Cor 15, 20). El más antiguo testimonio escrito que poseemos sobre la resurrección es el de Pablo, lo mismo que respecto de la eucaristía. Y lo mismo que allí, encabeza aquí sus palabras con la advertencia especial de que también él ha recibido de otros este testimonio. Estas palabras son, pues, más antiguas. Y así tropezamos con el estrato más antiguo, con la piedra roqueña del Antiguo Testamento, y leemos: «Porque os trasmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras; que fue sepultado y que al tercer día fue resucitado según las Escrituras ; que se le apareció a Cefas, después a los doce; más tarde se apareció a más de quinientos hermanos juntos, de los cuales, la mayor parte viven todavía; otros han muerto; después se le apareció a Santiago, más tarde a todos los apóstoles; al último de todos, como a un aborto, se me apareció también a mí» (1 Cor 15, 3-8). Este mensaje, este kerygma coincide con todo lo que sabemos, por los Hechos de ¡os apóstoles, sobre la primera predicación de los apóstoles. Del relato de Pablo se deduce que Jesús se apareció probablemente a Pedro antes que a nadie. Esta primera aparición está mentada de paso en Le 24, 34; pero en ningún evangelio se describe con detalle. La mañana del primer

domingo

Todos los evangelios comienzan por una narración muy modesta y sencilla: las mujeres que el domingo por la mañana van a ver el sepulcro. Una palabra clave para entender plenamente el sentido de esta narración, es la mención del color «blanco». Junto al sepulcro es visto un «joven» (Me; un «ángel», Mt). Joven o ángel lleva vestiduras blancas. Blanco es el color de la santidad de Dios, el color del fin de los tiempos, cuando Dios reinará; es el color del «día de Yahveh». Ahora, inmediatamente después del sábado, cuando por vez primera en la historia universal sale el sol sobre una mañana de domingo, sobre un «día del Señor». (Apoc 1, 10), unas mujeres son recibidas por alguien vestido de las blancas ropas del fin de los tiempos. Su reacción es de miedo. En Marcos, esta escena está penetrada toda por la consternación ; en Mateo, la tierra tiembla al descender el ángel; en Lucas, 175

las mujeres se postran rostro en tierra. Es la reacción del hombre al entrar Dios en el mundo. Pero todo esto es mera envoltura de lo que importa, el engarce donde brilla el verdadero diamante de la narración: «¡Ha resucitado!» He ahí la palabra tranquilizante y gozosa. Es el mismo mensaje de pascua que en Pablo: El Señor vive. Los cuatro evangelistas ofrecen el mensaje de la resurrección de Jesús en forma narrativa. Si se comparan sus relatos entre sí, observaremos que éstos difieren entre sí mucho más que, por ejemplo, las historias de la pasión. Los distintos autores aducen apariciones distintas, y, cuando tratan el mismo hecho, difieren en pormenores. De esto deduce legítimamente la ciencia bíblica que estas narraciones tardaron más en llegar a una forma narrativa fija, que la precedente historia de la pasión. Es decir, mientras que el mensaje pascual es muy antiguo y central, las narraciones del mismo no consiguieron tan inmediatamente un puesto fijo. La cosa es comprensible. La pasión era un acontecimiento único; pero los acontecimientos de pascua fueron muchos: «También con muchas pruebas se les mostró vivo después de su pasión» (Act 1, 3). Ni Pablo, ni ninguno de los evangelistas, tratan de reproducirlos todos. Hacen una selección, no mayor de lo que se requiere para proclamar debidamente el mensaje pascual señero. Tal es la razón de que no apareciera tan rápidamente una forma narrativa fija para describir la resurrección. Se formaron diversas líneas de tradición y surgieron diferencias de pormenor. Lo mismo hay que decir del relato sobre el sepulcro vacío. Marcos y Lucas hablan de tres mujeres junto al sepulcro (aunque no las mismas), Mateo de dos, Juan de una (aunque ésta dice en 20, 2: «No sabemos...»). En Marcos se dice también: «No dijeron nada a nadie» (16, 8), mientras en Mateo (28, 8) leemos: «Fueron corriendo a contárselo a los discípulos.» En Lucas se echa de menos el mandato de ir a Galilea. Además, Mateo y Marcos hablan de la aparición de un solo ángel, Lucas y Juan de dos. Pero en Juan sucede esto en una segunda visita y los ángeles no dan recado alguno. En el relato de Mateo, el ángel está sentado sobre una piedra; según los otros tres evangelistas, en el interior del sepulcro. Después de la escena del sepulcro vacío, añade Mateo una aparición a las mujeres, que probablemente tuvo lugar en otro momento. Se ve, pues, lo poco armonizados que están los cuatro relatos. Sin embargo, están acordes en los temas capitales: el sepulcro vacío, las apariciones, y, sobre todo, el mensaje propiamente dicho: El Señor vive. En sus divergencias nos permiten tal vez reconocer 176

algo del gozoso azoramiento de aquella mañana, en que fue anunciada la vida cuando se aguardaba la confirmación de la muerte. Lo que sin duda ponen de relieve en sus diferencias, es la certidumbre y honradez de la naciente Iglesia, que no alisó secretamente estas desigualdades, sino que, con entera libertad de espíritu, dejó que circularan tal como estaban. Pero lo que sobre todo aparece claro en estas diferencias, es la unidad y prevalencia del mensaje de pascua. Esto es lo que importa en las narraciones. Toda la vida de Jesús está escrita, como ya hemos visto, para presentarnos un mensaje. Nos hemos detenido algo más en esta cuestión, porque se trata del mensaje central de nuestra fe, de la base y fundamento de nuestra certidumbre. Con ello seguimos también el consejo, ya mentado, de san Pablo de «no creer al azar» (1 Cor 15, 2). Lew apariciones Entre tanto, nada hemos dicho sobre las apariciones de Jesús. En la narración sobre el sepulcro vacío, no lo vimos a Él mismo. ¿Cómo aparecerá? ¿Como una llamarada de fuego? ¿Entre gri- 72-74 tos de triunfo ? La alegría que ahora empieza, no se expresa en formas grandiosas. Dios no quiso ponérnosla ante los ojos en manifestaciones sobrecogedoras, sino sencillamente, humana y casi idílicamente. María Magdalena piensa que es el hortelano. Pero él no tiene más que decir: «María», para darse a conocer. A las mujeres las saluda simplemente: «Dios os guarde.» En Jerusalén, se presenta en medio de los apóstoles, sopla sobre ellos, come con ellos pescado y miel, y les dice: «La paz sea con vosotros.» En Galilea aparece sobre un monte, se acerca a los allí presentes y habla con ellos. Con Pedro y otros toma su desayuno a orillas del lago. También a Pablo se le aparece, más aún, se le muestra entre esplendores deslumbrantes, pero también con palabras tan humanas como éstas: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues.» Consuela como un amigo. Dondequiera tropieza con gentes desalentadas. En estos relatos de apariciones asoma, entre líneas, pero con claridad meridiana, el contraste entre lo que hace Dios y lo que hacen los hombres, es decir, las mujeres, los apóstoles, los testigos que nos representan. Tienen miedo, se sienten impotentes y se arrebujan unos con otros como gentes a quienes se les ha acabado toda sabiduría y toda confianza. Su esperanza no tiene ya base alguna. «Habría que poner cabeza abajo todos los relatos de pascua, si hubiera que cifrarlos en las palabras de Fausto: "Celebran la resurrección del Señor, porque ellos mismos han resuci177

tado." No, ellos no han resucitado. Lo que experimentan —primero con temor y angustia y después con alegría y júbilo— es precisamente que ellos, los discípulos, están señalados por la muerte el día de pascua; en cambio, el crucificado y sepultado vive» 1 No es posible imaginarse, por tanto, que la resurrección pueda explicarse por el estado de espíritu de los apóstoles. No dieron, sin quererlo, forma de visiones a sus expectaciones. Para asegurar esto habría que comenzar por poner realmente cabeza abajo los relatos pascuales. Los textos dan a entender claramente que los apóstoles no abrigaban expectación alguna. Por lo que atañe a las predicciones de Jesús sobre su propia resurrección, los apóstoles no las entendieron cuando las hizo, y menos después de su muerte. Después de una de esas predicciones leemos en Lucas: «Sin embargo, ellos nada de esto comprendieron; pues estas cosas resultaban para ellos ininteligibles, ni captaban el sentido de lo que les había dicho» (Le 18, 34). Otras hipótesis que quieren explicar la resurrección de Jesús como invención humana, son todavía más inverosímiles. Un embuste planeado a ciencia y conciencia por apóstoles y discípulos pugna con su carácter tal como nos lo pintan los evangelios. Un embuste de otros, que habrían robado el cadáver y engañado así a los mismos apóstoles, pugna con el desenvolvimiento de los hechos: a la postre no los convenció el sepulcro vacío, sino las apariciones. Ha habido también otra teoría, la de un mito de primavera que se habría creado a base de la vida renaciente. Esta fantasía puede 86 rechazarse sin más, pues no tiene nada que ver con la Biblia. La tesis, finalmente, de que Jesús no murió siquiera, pugna no sólo con la historia de la pasión, sino también con el nuevo modo con que Jesús se presenta entre los suyos. Su modo de existir es distinto. Se lo ve y súbitamente se lo deja de ver. Las puertas cerradas no le impiden entrar donde quiere. En conclusión, lo que comienza a renovar la historia universal no es una obra humana, sino una acción de Dios. La cabeza humillada de Jesús se levanta para siempre. El reino de Dios se despliega en un hombre que se ha hecho nuevo. Las apariciones visibles, signos de su presencia

invisible

En los relatos de apariciones del Señor, nos llama la atención el que los discípulos no lo reconozcan de pronto. Por otra parte, comprueban que es Él. Esto tiene un profundo sentido. Naturalmente, es ante todo una prueba más de que la imagen del Señor 1.

G. HORNKAMM, Jesús von Nazareth.

Stuttgart =1960, p. 169.

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resucitado les viene de la realidad y no es creación de su fantasía. Necesitan tiempo hasta reconocerlo. Pero esto nos hace ver algo aún más profundo que atañe al mismo Jesús: su novedad. Jesús no es ya enteramente el mismo. Sus apariciones no significan que quiera continuar unas semanas más su vida terrena, sino que inicia a sus discípulos y a su Iglesia en una nueva manera de su presencia. El hecho de que súbitamente pueda ser visto en medio de sus discípulos, no significa sólo que puede entrar «con las* puertas cerradas», sino que está siempre presente aunque no lo vean. El Señor resucitado es la nueva creación entre nosotros. Las apariciones son indicios tácitos de su presencia permanente. A María en el huerto, a los discípulos en el cenáculo, sobre un monte y a orillas del mar, se les manifiesta en su palabra. Esto nos llama señaladamente la atención en el relato de Lucas sobre los discípulos de Emaús. Se les junta en persona en el camino, pero esto parece no decirles nada. Sin embargo: «¿ Verdad que dentro de nosotros ardía nuestro corazón cuando nos venía hablando por el camino y nos explicaba las Escrituras?» (Le 24, 32). En la palabra encontraron al Señor. Una segunda manera de darse a conocer es un gesto preciso: la «fracción del pan» en Emaús. Que Jesús celebrara entonces la eucaristía con los discípulos de Emaús o no la celebrara, es punto irrelevante. En ambos casos tenía este gesto el sentido de aludir a la eucaristía, en que en adelante se daría a conocer. También el pescado y la miel, que Jesús come, alude a ella, pues antiguamente se juntaba a la celebración eucarística dicha comida. Son indicaciones de su presencia en la eucaristía. Así pues, al aparecerse visiblemente, ilustró sobre su presencia invisible. Por lo mismo sopló también sobre sus discípulos y les dio el Espíritu Santo, por el'que en lo sucesivo nos uniríamos con Él. En las apariciones se habla igualmente del oficio pastoral de Pedro y del perdón de los pecados. Esto todo son modos de la pre. sencia permanente de Jesús. Unión por la fe

309-319

319-333

276-278 343-355 436-444

124-128

E s t a presencia d e Jesús será reconocida por la fe. T a m b i é n 278-286 esto nos hacen ver las apariciones. Y a vimos cómo los discípulos de Emaús sólo lo reconocieron cuando comenzaron a abrir su corazón por la fe. El verdadero reconocimiento no se lo dieron los ojos corporales, sino los de la fe. Cierto que en Juan leemos cómo Tomás reconoce, cuando aún era «incrédulo», a Jesús. Pero hay que considerar la cosa despacio. Aquí no se trata de uno que rehusa su entrega a Cristo, sino de aquel cuyas palabras consigna el mismo evangelio: «Vamos tam-

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bien nosotros a morir con Él» (Jn 11, 16) Y el relato de esta aparición acaba con estas otras «Bienaventurados los que no vieron y creyeron» (20, 29) He ahí de lo que se trata todo el que se entrega al Señor, puede estar cierto de que el Señor está con él aunque no lo vea Por lo demás, lo que Tomás confiesa no es lo que ve con sus ojos, sino lo que le hace reconocer la luz de la fe Y así dice mucho más de lo que pueden ver sus ojos «Señor mío y Dios mío » Pues no hemos de olvidar que el Señor resucitado es la nueva creación Para entrar en contacto con él, necesitamos los órganos de la nueva creación la entrega de todo el hombre al Espíritu de Dios, la fe El que no hubiera estado dispuesto a creer, tampoco hubiera reconocido a Jesús por las apariciones. Eso da a entender lo que se dice sobre los hermanos del rico epulón «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, ni aunque resucite uno de entre los muertos se dejarán persuadir» (Le 16, 31) Aquí está la clave de la cuestión de por qué Jesús no se apareció a los fariseos y al pueblo entero No lo hubieran reconocido Tampoco para nosotros hubiera aumentado la fuerza convictiva mediante las apariciones a todo el pueblo, pues en tal caso se habría hablado también de sugestión de masas Es una idea consoladora el que también a los testigos oculares se les exija la fe No están, pues, tan lejos de nosotros, que recibimos la señal del profeta Jonás, es decir, primero la predicación (Le 11, 30) y luego el mensaje de su resurrección (Mt 12, 40), en la predicación No basta el ojo frío para percibir la realidad de la resurrección de Cristo, la nueva creación Para ello es menester 126127 algo más radical el hombre entero Todavía cabe hacerce otra pregunta ¿Por qué no se quedó el Señor en la Iglesia en forma visible' De ello trataremos al ha187 188 blar del misterio de la ascensión del Señor, que nos mostrará lo 330 universal y cercano de su presencia espintual Sobre la significación de la resurrección de Jesús para la nuestra se tratará al ha450-456 blar del cielo nuevo y la tierra nueva.

LA CELEBRACIÓN DE LA PASCUA

La iconografía

de la

resurrección

El arte cristiano se ocupó amorosamente de temas determinados de la vida gloriosa de Jesús las mujeres junto al sepulcro, la Magdalena en el huerto florido, los discípulos de Emaús, Jesús y los doce, la aparición a Tomas Sólo relativamente tarde, en la 180

edad media, se comenzó a representar lo que los evangelios no describen: a Jesús saliendo del sepulcro. Acaso sea también más hermoso atenernos a las apariciones en que Jesús se encuentra con sus amigos, que contemplar una pintura de la resurrección en que Jesús aterra a los pobres guardias. Una forma muy especial de representar la resurrección, consiste en pintar al Señor sobre la cruz, pero de manera que su figura sea tanto de resucitado como de paciente. Sobre el calvario se proyecta ya la gloria de pascua. Las figuras en que aparece solamente el Señor glorificado, con sus llagas visibles, envuelto sólo en un velo, son raras en los países nórdicos, y más frecuentes en el sur de Europa. Lo que sí se conoce en todos los países son las imágenes del Señor resucitado, en que ostenta su corazón. Este tema que, en último término, se remonta a Jn 19, 34 (el costado abierto por la lanza), ha dado oca- 170 sión a muy pocas obras de verdadero arte. Muy tempranamente apareció la imagen del «buen pastor», primera imagen de Cristo entre los cristianos: un joven pastor, aún imberbe, símbolo de la persona intemporal de Jesús, que salva a los hombres de la muerte. Finalmente, de los primitivos tiempos del cristianismo, proviene una representación simbólica, sumamente sencilla y bella de la resurrección: las dos primeras letras del nombre griego de Cristo (XPICTOC), rodeadas de una corona triunfal de la que comen unas palomas (las almas de los fieles). Debajo duermen los guardias. Este tema merecería que ocupara un lugar de honor en la familia durante el tiempo pascual. Ya que el nacimiento de Jesús se representa en los belenes, puestos en una habitación, sería razonable que también la resurrección tuviera su símbolo propio. Los signos que dio el Señor Pero los signos más importantes para Él no son los signos del arte, sino los que Él mismo dio: su palabra, el bautismo, la remi- 178-179 sión de los pecados, la eucaristía, la presencia de su espíritu entre nosotros, en una palabra, la alegría pascual. 330 Al conmemorar la Iglesia la resurrección de Jesús, lo hace también por medio de estos signos. La resurrección se celebra por la noche. Son las horas más santas del año. Ninguna noche es tan apropiada para que los creyentes velen, como ésta. La celebración litúrgica comienza en la iglesia a oscuras: son las tinieblas en que estaríamos sin Jesús, privados de la esperanza en Dios. Se hace fuego fuera del templo y en él se enciende una sola vela, el gran cirio pascual, símbolo del Señor cuya luz ilu181

mina nuestra noche. Esta columna de cera es introducida, luciente, en la oscuridad de la casa de Dios, donde todos los asistentes encienden luego sus propias velas. Todo el ámbito se convierte en mar de luces. Cada uno tiene en la mano el signo de lo que en su interior se produce: luz pura, no por sí mismo, sino por Jesús. Las velas permanecen encendidas, mientras la voz del diácono entona el pregón pascual, un largo grito de júbilo por la resurrección del Señor, que no tiene par en texto y melodía. Luego prosigue la celebración en un estilo más sobrio. La concurrencia se sienta para oir las lecturas de la Escritura, que alternan con oraciones y cánticos. Es la verdadera manera de velar. De este modo se pasaba la noche antiguamente. Las lecturas se toman todas del Antiguo Testamento: las promesas de la antigua alianza, que ahora se cumplen, son una manera de reconocer a Jesús, como lo reconocieron los discípulos de Emaús. La primera lectura de esta noche de la nueva creación es de Gen 1, 1-2, 2, el poema de la creación. Sigue Éx 14, 24 - 15, 1, la más grande de las «obras maravillosas» de Dios en el Antiguo Testamento: paso del mar Rojo, destrucción de los egipcios, fin de la esclavitud. Símbolo todo ello de nuestro bautismo, en que han quedado sepultados nuestros pecados y, por obra de Jesús, hemos sido hechos hijos de Dios. La tercera lección: Is 4, 2 - 6 , 5, ls, alude a la restauración de Jerusalén, profe.cía que Jesús verificará en nosotros al establecer en nuestro corazón el reino de Dios. Por último se lee el testamento de Moisés, Dt 31, 22-32, 4, como exhortación a ser fieles a lo que nos ha sido dado. Estas lecturas son una preparación para lo que ahora viene: 235 el bautismo. De antiguo era éste administrado en esta noche de la nueva luz. También actualmente es ésta la noche más apropiada para la recepción de este sacramento. Se bendice la pila bautismal y luego, si hay catecúmenos o niños pequeños, se administra el bautismo. En este momento renuevan todos los asistentes sus promesas del bautismo. Es la respuesta, personal, siempre nueva, que damos a la luz. La liturgia del bautismo se inicia y acaba con la primera y segunda mitad, respectivamente, de las letanías de los santos. Toda la humanidad redimida es invocada. Ahora comienza con todo el esplendor posible la celebración de la eucaristía. En la liturgia de la palabra, entre la epístola que habla de nuestra resurrección con Cristo (Col 3, 1-4) y el evangelio sobre el sepulcro vacío, se canta el primer «aleluya» (palabra hebrea que significa «alabad a Yahveh»). Por tres veces, en tono cada vez más alto, resuena la melodía, expresión de tanto gozo, paz y sentimiento de liberación, que alguien lo ha llamado «el primer aleteo del Espíritu Santo». 182

Viene después el banquete eucarístico. El Señor resucitado nos invita, y nosotros lo reconocemos en la fracción del pan. Es el punto culminante de la noche sagrada. Esta celebración, la más gozosa de la Iglesia, fue trasladada poco a poco, a partir del año 1000, a la mañana del sábado. Con ello perdió parte de su sentido y valor. Pero, el año 1951, fue restituida al lugar que le corresponde, que es la noche de pascua. A la verdad, tomar parte en la vigilia pascual no significa actualmente velar toda la noche, como se hacía antaño. Por lo demás, también de la antigüedad cristiana sabemos que no se pasaba toda la noche en la iglesia. Mientras se administraba el bautismo, la gente se iba a casa a tomar alimento. El que oye misa el domingo de pascua, celebra naturalmente la pascua. Pero el núcleo de todo está en la noche, una noche más santa que la de navidad, pues la consumación es más gloriosa que el comienzo. Al tomar parte en la vigilia pascual, no hemos de esperar sentir las mismas emociones de navidad. Navidad, con su tesoro de conmovedoras melodías, tiene algo totalmente peculiar; pascua con su simbolismo más rico y profundo también. Se podría cifrar el ambiente del nacimiento del Señor en dos palabras: paz y ternura ; el de pascua, tal vez en estas otras: paz y gozo. La alegría pascual ¡ Alegría i Pascua nos invita a esta disposición de ánimo, que no es, ni mucho menos, fácil de mantener. Si ya en viernes santo no era fácil mantener el espíritu de contrición cuando en nuestro ambiente todo es bueno y feliz, más difícil resulta mostrarse alegre en pascua, a pesar de las inquietudes y penas que nos rodean. Esto requiere un gran desprendimiento de sí mismo y una fe sólida, y ello tanto más, cuanto que esta alegría nada tiene que ver -con la alucinación de un Carnaval en que se cierran los ojos a muchas cosas o sólo se miran por el lado alegre. La alegría pascual es lúcida y tiene valor para mirarlo todo frente a frente, incluso la muerte, pues estriba en la vida de Jesús que supera la muerte: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?» (1 Cor 15, 55). Una característica especial de esta alegría es la de estar relacionada con 103-104 el perdón de los pecados. El bautismo — o la confesión, que es un-«segundo bautismo»— ha traído a los asistentes a la vigilia pascual el perdón de Jesús. «Si en alguna parte del mundo hay alegría, es en el corazón puro» (Imitación de Cristo). La alegría que nos da la pascua es la más pura alegría que existe en el mundo. Para expresar algo de ella, la comparó Jesús al gozo de la madre que ha dado a luz un hijo (Jn 16, 21-22). Es 183

fruto del Espíritu Santo. Por ello está emparentada con el suave soplo de Jesús sobre los apóstoles el día de pascua. Es un signo de su presencia entre nosotros, como lo es su bautismo, su palabra y su eucaristía. Como otro don cualquiera del Espíritu, tampoco esta alegría es ajena a los influjos terrenos. Lo sobrenatural no destruye lo natural, sino que lo levanta y completa. Así, en esta experiencia pascual influye todo lo que crea ambiente, desde la salud física hasta la música. Sin embargo, lo más íntimo de ella es paz, cuya fuente es el Señor resucitado: «paz os dejo... no como el mundo la da, la doy yo» (Jn 14, 27). Un signo de la calidad divina de nuestra alegría es que nadie 283-284 nos la puede arrebatar. En el dolor, en la perturbación, en la angustia y desolación, algo de esta paz permanece en el fondo de 306 nuestro espíritu, un núcleo de seguridad. «Y esa alegría vuestra 466 nadie os la quitará» (Jn 16, 22). Es cierto que cuando sobrevienen estados tan colmados de sufrimiento, apenas si cabe ya llamarla alegría. Pero por lo menos se puede llamar paz y seguridad. Una paz profunda, casi imperceptible, en el fondo de toda inquietud; una seguridad, ya casi no sentida, en el fondo de toda duda. Como obra de Dios, nuestra paz y la medida en que la experimentamos depende del don de Dios. Por eso no hay que «contar» de antemano con ella en la noche de pascua. Muchos verdaderos siervos de Dios sienten precisamente en las grandes festividades una profunda desolación, por lo que su alegría interior queda embargada por la duda y el abatimiento. Mas, por lo general, las grandes fiestas de la Iglesia son para quienes sinceramente buscan al Señor, fuente de auténtica alegría. No vayamos, sin embargo, a la vigilia pascual (ni a la misa del gallo, de navidad) con el único fin de buscar alegría; busquemos al Señor de la manera que fuere. Él sabe bien lo que ha de hacer. Domingo de pascua El domingo de pascua hizo domingos a todos los domingos del año, pues por haber resucitado el Señor el día siguiente al sábado, los cristianos hicieron de este día su fiesta semanal (el día del 307-30» Señor). Todo domingo es desde entonces rememoración de la resurrección del Señor. Ahora bien, ¿cómo celebrar mejor la pascua, el domingo de todos los domingos, que con una nueva eucaristía, una nueva comunión, acompañada de nuevas lecturas (1 Cor 5, 7-8; Me 16, 1-7), cánticos y oraciones? Esta selección de textos para la santa misa se continúa durante toda la semana de pascua. Es una fiesta prolongada. Antaño, cada día de esta semana era considerado como domingo. Los neófi184

tos seguían llevandp sus blancas vestiduras, que no deponían hasta el domingo siguiente. Pero con el domingo in albis, que pone fin a la octava de pascua, no termina la alegría de pascua. Hasta Pentecostés, cincuenta días después de pascua, el aleluya resuena incesantemente en la liturgia. Los evangelios hablan del «buen pastor» y de la promesa de Jesús de permanecer con nosotros por su Espíritu.

SENTADO A LA DIESTRA DE DIOS PADRE

Por la resurrección,

está Jesús junto al Padre

¿ Dónde estaba Jesús durante los cuarenta días después de pascua, cuando se aparecía a sus discípulos ? ¿ Estaba solitario en algún lugar de Palestina, del que salía de cuando en cuando para ver a sus discípulos ? ¡ N o ! Jesús estaba junto al Padre, y «desde allí» se hacía visible y tangible a los suyos. ¿Quiere ello decir que Jesús subió al Padre inmediatamente después de la resurrección ? Consideremos su encuentro con María Magdalena la mañana de pascua. Jesús le dice que no le retenga. El estado anterior, la acostumbrada proximidad terrena, ya ha pasado. Jesús pertenece ahora al Padre. Habla de subir: «Todavía no he subido...» y . «vete a mis hermanos y diles: voy a subir a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios» (Jn 20, 17). Por más puntos oscuros que queden aún en estas palabras, su mensaje central es claro: la resurrección equivale a estar con el Padre. Por otros textos del Nuevo Testamento se ve también claro que, por su resurrección, el Señor está ya a la diestra del Padre. Lucas señaladamente nos ofrece un relato en que este «estar junto al Padre» se nos pone plásticamente ante la vista. Lucas cuenta cómo el Señor, después de las palabras y bendición de -despedida, no desaparece súbitamente, como en el caso de los discípulos de Emaús, sino que ahora va subiendo. Todos los relatos de pascua hacen resaltar el «estoy con vosotros»; éste, que es el postrero, dirige nuestra atención a «voy al Padre». Sin embargo, junto al Padre estaba ya desde su resurrección, y con nosotros permanece aún después de subir al Padre. La historia de la ascensión es muy sencilla. Nada de pomposa apoteosis (acto final), como en los mitos paganos o en una pieza de teatro; sólo una recatada indicación del término de la marcha: al Padre. Jesús se remontó unos momentos hasta que lo cubrió una nube. Esta nube indica la presencia de Dios (cf. Le 9, 34-35 y 80 muchos lugares del Antiguo Testamento). Pero simboliza al tiempo las «nubes del cielo» en que volverá el Hijo del hombre. 185

El mensaje evangélico no dice aquí que Jesús, después de cubierto por la nube, atravesara la atmósfera hasta llegar finalmente al Padre. La humanidad gloriosa de Cristo no recorre distancias, como nosotros. Además, el Padre, el cielo, no está arriba. La dirección hacia arriba fue escogida porque la bóveda celeste con su luz, su libertad e inmensidad, es un símbolo magnífico de la morada de Dios. Pero el Padre, hacia el que va Jesús, no está ligado a un lugar (Jn 4, 24). Debemos, pues, dar de mano a toda concepción espacial. Lo que sabemos es que Jesús, como hombre, está con el Padre; como hombre y, por ende, con su cuerpo, pero no con un cuerpo terreno. Cómo es ese modo de existir — el comienzo de la nueva creación — no lo sabemos. Todavía no vivimos plenamente en la nueva creación y se nos escapa su forma y realidad (cf. el capítulo «Camino de la resurrección»). Atengámonos, pues, a la expresión de la Escritura: «Está sentado a la diestra del Padre.» También esta expresión es una imagen. El Padre no tiene «diestra». Sin embargo, cualquiera comprende la gloria y amor que esta expresión da a entender. En resumen: por su resurrección, Jesús está junto al Padre. El último relato de apariciones nos lo da a entender con un gesto simbólico: la ascensión. Sobre la actual existencia de Jesús como hombre, sabemos que está en el amor del Padre. Todo crece hacia Él Pablo dice que Jesús «subió... para llenarlo todo» (Ef 4, 10). Jesús hombre es el centro de la creación de Dios. Todo lo que crece en el mundo, cada persona que crece en el mundo, tiende hacia Él, pues en Él ha aparecido Dios. Pablo lo expresa en el himno que sigue: «Él es imagen del Dios invisible, primogénito de toda criatura, pues en Él fueron creadas todas las cosas en los cielos y sobre la tierra: las visibles y las invisibles, ya tronos, ya dominaciones, ya principados, ya potestades: todas las cosas fueron creadas por medio de Él y con miras a Él; y Él es ante todo, y todas las cosas tienen en Él su consistencia. Y Él es la cabeza del cuerpo, de la Iglesia; Él, que es principio, 186

el primogénito de entre los muertos, para que así Él tenga primacía en todo: pues en Él tuvo a bien residir toda la plenitud, y por Él reconciliar consigo todas las cosas, pacificando por la sangre de su cruz, ya las cosas de sobre la tierra, va las que están en los cielos» (Col 1, 15-20) Su presencia

permanente

Una pregunta se nos impone al desaparecer de la tierra la figura visible de Jesús ¿Por qué no se quedó visiblemente entre nosotros ? Respuesta «Os conviene que yo me vaya. Pues si no me fuera, no vendría a vosotros el Protector, pero, si me voy, os lo enviaré» (Jn 16, 7). La figura humana de Jesús es sustituida por la presencia del Protector, que es el Espíritu Santo, y Jesús dice que ello nos conviene El Espíritu, dentro de nosotros, nos une más estrechamente con Jesús que lo que pudiera hacerlo su forma humana El Señor puede ahora penetrarnos más profundamente y puede estar más umversalmente presente en el mundo Por eso, lo que garantiza ahora su presencia no es retenerle, como quería María Magdalena, sino recibir el Espíritu En efecto, el Espíritu es Espíritu de Jesús: «Porque no hablará por cuenta propia... porque recibirá de lo mío y os lo anunciará» (Jn 16, 13-14). Ver con los ojos es cómodo, pero el camino hacia el Señor es la atenta mirada del corazón «Bienaventurados los ''mpios de corazón, porque ellos verán a Dios» (Mt 5, 8). Al no seguir viviendo y actuando entre nosotros como un hombre más, ya que está en todos nosotros, nos da una misión -y una oportunidad. Ahora nos toca a nosotros glorificar a Diosen una vida humana en la tierra. Toda la vida de la Iglesia su predicación, sus sacramentos, el Espíritu Santo, penas y alegrías, fuerza y flaqueza, vivir y morir, todo ello — con todos sus altibajos — continúa la vida de Jesús. Por eso no es del todo exacto decir que ahora no se ve a Jesús. Su visibilidad es otra. Su vida de resucitado en el mundo se refleja 244 visiblemente en los hombres. Naturalmente, todavía no se manifiesta plenamente lo que somos «Vuestra vida está oculta, junta- 240,278 mente con Cristo, en Dios» (Col 3, 3). Jesús no se manifestará del todo hasta que nuestra vida haya alcanzado su plenitud en la nueva creación. Pero no nos precipitemos en llamar a esta consumación «segun187

da venida del Señor», expresión que no aparece en el Nuevo Testamento. El Señor no vuelve, porque está ya con nosotros. Entonces su presencia se manifestará cumplidamente. En la misa de la fiesta de la ascensión se apaga, después del evangelio, el cirio pascual, que durante cuarenta días ha simbolizado las apariciones de Jesús. Sin embargo, la Iglesia aguarda ahora durante nueve días la nueva presencia de Jesús por el Espíritu Santo. Nueve días nos cuenta Lucas que pasaron los apóstoles en oración juntamente con los hermanos de Jesús, las mujeres de Galilea y María. De estos nueve días vino la práctica de prolongar una oración especial durante nueve días Es lo que se llama una novena. La novena más importante es la de pentecostés, pues en ella pedimos el Espíritu Santo

OS ENVIARÉ EL PROTECTOR

La promesa del

Espíritu

«Quien tenga sed, venga a mí y beba Esto lo dijo refiriéndose al Espíritu que habían de recibir los que creyeran en Él» (Jn 7, 37-39) El Espíritu Santo es como agua refrescante y al tiempo, como fuego abrasador En hebreo, lengua del Antiguo Testamento, «Espíritu» quiere decir «soplo» o «hálito», y también «viento». Agua, fuego, hálito, viento son signos materiales para indicar la impresión que produce el Espíritu de Dios en el hombre que lo recibe Ya el Antiguo Testamento empleaba esta palabra para significar el don de Dios. La fuerza creadora, sobre todo la fuerza que crea la vida, fue llamada aliento de Dios, Espíritu de Dios. Mas, aparte de ello, hablábase, sobre todo, de Espíritu de Dios cuando se trataba de un don personal que traía una liberación La misma fuerza física de Sansón se llama fuerza del Espíritu de Dios, en cuanto unió al pueblo Que 13, 25, 14, 6-19, 15, 14) La inspiración profética era don del Espíritu de Dios (1 Sam 10, 6; Ez 11, 5, Zac 7, 12) La sabiduría de los ancianos que administraban justicia venía del Espíritu de Dios (Núm 11, 17). El rey es el ungido por el Espíritu de Dios (1 Sam 16, 13). Estos impulsos del Espíritu eran a menudo, como en el caso de Sansón, de carácter primitivo, acomodados a la situación interior y exterior del tiempo. Y afectaban siempre só'o a personas particulares, nunca al pueblo en general. Pero también se esperaba un don más sublime y profundo del 188

Espíritu, que en parte se comunicaría al pueblo entero. Un día fue corriendo un joven a decirle a Moisés cómo dos hombres estaban profetizando, pero no en la tienda sagrada, sino simplemente en el campamento. Y Josué reaccionó con esta exclamación: «Señor mío, Moisés, no les permitas tal cosa.» Pero Moisés suspiró: «¡Quién me dijera que todo el pueblo profetiza y que el Señor ha concedido a todos su Espíritu» (Núm 11, 26-29). Y cuando más tarde, en los días del profeta Joel, una plaga de langostas evocó el futuro día de Yahveh, el profeta predijo sobre este día que no sólo traería juicio y calamidad, sino también una efusión general del Espíritu: «Después de esto derramaré mi espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas, y vuestros ancianos tendrán sueños, y vuestros mozos verán visiones. Aun sobre vuestros esclavos y esclavas derramaré mi Espíritu en aquellos días. ...sobre el monte Sión y en Jerusalén habrá salvación» (Jl 3, 1-5). ¡ Todo el pueblo animado del Espíritu de Dios! Joel pensaba en visiones proféticas y en fenómenos especiales de que gozarían todos. Ezequiel prevé un efecto más ordinario, pero más profundo: «Os daré un corazón nuevo y pondré en vosotros un Espíritu nuevo ; os arrancaré ese corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Pondré dentro de vosotros mi Espíritu, y os haré caminar en mis mandamientos y observar mis preceptos y ponerlos por obra» (Ez 36, 27-28). Y Jeremías: «Una nueva alianza... Pondré mi ley en su seno y se la escribiré en el corazón» (Jer 31, 31-33). El Espíritu operará una instrucción suave e interior, una experiencia amorosa de la voluntad de Dios. Estos textos de Ezequiel y de Jeremías son cimas espirituales del Antiguo Testamento, y describen lo que Jesús dará, la expansión de su obra salvadora; su acción última en la instauración del reino de Dios. El don del Espíritu, Jesús da el Espíritu. Inmediatamente después de su muerte redentora^ el Espíritu fluye de Él a torrentes: «Beba el que cree en 169-no mi» (Jn 7, 38). El agua, que significa el bautismo, designa a par al Espíritu. Agua y Espíritu son «una sola cosa» o «van a lo mismo» (1 Jn 5, 8). La tarde de pascua, al soplar sobre ellos, Jesús dio con toda claridad su Espíritu a los apóstoles. 189

338 223 335 341 403, 409

64 305

En la naciente Iglesia se consignan aún otros casos de efusión del Espíritu, pero se pone particular énfasis en la primera, que tuvo lugar cincuenta días después de pascua, en el Pentecostés judío, que rememoraba la alianza del Sinaí En aquella ocasión, este don de la nueva alianza fue bien perceptiblemente otorgado a los apóstoles y sus amigos. Se oyó el bramido de un viento huracanado, aparecieron lenguas de fuego, y apóstoles y discípulos hablaron en éxtasis «lenguas extrañas». Este hablar «lenguas extrañas» se refiere a aquel hablar del que escribe Pablo (en 1 Cor 12-14) que era un hablar extático que expresaba realmente la inspiración, pero era ininteligible ¿O lo oía cada uno efectivamente como traducido a su propia lengua' No lo sabemos, y tampoco tiene mucha importancia Lo importante es la unidad que súbitamente surgió entre aquellos hombres Lucas, en larga lista, enumera expresamente todos los pueblos allí representados Lo que se cuenta en la historia de la torre de Babel el extrañamiento y hostilidad, simbolizados en la multitud de lenguas, cambia de signo en Pentecostés Los hombres tienen «un solo corazón y una sola alma» (Act 4, 32) Daba la impresión de que todos estaban embriagados Cuando la gente lo dijo, Pedro hizo la sabia observación «No están borrachos estos hombres, como vosotros suponéis, puesto que es la hora tercia del día» (Act 2, 15) Pero el incidente nos muestra la impresión producida hombres que estaban fuera de sí mismos Posteriormente escribe Pablo a los Efesios «No os embriaguéis con vino... sino dejaos llenar de Espíritu» (5, 18) También aquí se parangonan el don del Espíritu con los efectos del vino El don del Espíritu era algo que arrebataba y ponía en éxtasis En 1 Cor 12-14 podemos ver como por el resquicio de una puerta, algo de estos éxtasis del Espíritu que se dieron en la nacíente Iglesia Un exceso de alegría y arrobamiento que se manifestaba en sonidos maravillosos Pero todo don de Dios recibe forma y es influido por la realidad terrena, de ahí que también en el caso de Connto podamos admitir el influjo del carácter popular y de las costumbres religiosas existentes Por eso, no debemos dejarnos fascinar por lo extraordinario de tales dones Ello nos llevaría a preguntar, erradamente ¿ Dónde está hoy el Espíritu Santo ? Los dones ordinarios del

Espíritu

Los dones especiales del Espíritu hablar lenguas, profecías, curaciones y otros son hoy día menos frecuentes que en la primitiva Iglesia, y ello, como ya hemos notado, porque son otras las costumbres religiosas, pero tal vez también porque las necesidades sentidas al poner los fundamentos no son las que se sienten 190

al continuar el edificio. Los frutos actuales del Espíritu son más bien los ordinarios, los que tienen por función iluminar, instruir, aprovechar y servir. Son tan ordinarios que pueden hallarse por doquier: en la cocina y en el cuarto de estar, en la escuela y en el taller. Y, sin embargo, precisamente estos dones, dice Pablo en 1 Cor 12-14 y sobre todo en el famoso capítulo 13, son los más altos y profundos. Más importante que el éxtasis es la interpretación, pues ésta edifica más a la Iglesia (1 Cor 14, 5. 19). Más que hablar lenguas vale la caridad. «Si hablo las lenguas de los hombres y aun de los ángeles, pero no tengo amor, soy como bronce que resuena o címbalo que retiñe» (1 Cor 13, 1). Así pues, el Espíritu Santo está presente en lo «más ordinario», en el amor cristiano, pues nada hay más grande que eso «más ordinario». La más clara descripción de lo que lleva a cabo el Espíritu Santo la da Pablo en su carta a los Gálatas: «Mas el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza» (Gal 5, 22. 23). Se podría prolongar esta lista describiendo toda la vida cristiana : la fidelidad callada, la bondad abnegada (toda una vida dedicada al cuidado de los enfermos), cumplimiento callado del deber (madre de familia), confianza inconmovible del pecador en que el corazón de Dios es más grande, la fortaleza en las tentaciones, afectuosa solicitud para con el vecino que se halla en apuros, auténtico amor de Dios, la fervorosa perseverancia de la oración en silencio, la paciencia en el dolor, la alegría de la buena conciencia. Tal es hoy día la acción y obra del Espíritu Santo (cf. también el capítulo sobre la confirmación). Se habla ordinariamente de los siete dones del Espíritu Santo. Esta expresión se ha formado por influjo de Is 11, 1-3, en que se lee que sobre el Mesías reposará el Espíritu de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de fortaleza, de ciencia, de piedad y de te,mor del Señor. La manera como el Espíritu Santo obra en nosotros no es ajena al influjo del temperamento, costumbres y herencia, como no lo fue entre los corintios. Sin embargo, con nuestras cualidades y a través de ellas obra el Espíritu Santo en nosotros y también en hombres que ni siquiera saben que hay Espíritu Santo. Los dones especiales del Espíritu,

Santo

Pero también en nuestros días se dan los dones especiales del Espíritu, dones sorprendentes. Su fin, igual que en la primitiva Iglesia, es el de edificar y mover de forma extraordinaria a la comunidad creyente. Aunque la vida cristiana ordinaria es el pri191

276-293

64 305 132

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mer don del Espíritu, el primer carisma, se llaman especialmente carismas estos dones extraordinarios. Sin embargo, los actuales carismas presentan aspecto distinto del que tenían en la primitiva Iglesia, pues tenemos otras necesidades. Tales son, por ejemplo, un apostolado extraordinariamente eficaz, una enseñanza luminosa (teología), un gobierno de amplias miras, fuerza plástica de un artista, labor educativa (por el padre u otros) y, finalmente, la vida ordinaria cristiana vivida de forma extraordinaria (en los santos). Tales dones son a menudo contagiosos, de modo que afectan más bien a grupos que a personas particulares. A veces hay lugares más abiertos a la acción del Espíritu, no como lugares en sí, sino por las disposiciones con que los visitan los cristianos: 455 Belén, Lourdes, Roma, etc. Es digno de notar que los primeros en recibir el Espíritu San136 to, en pascua y Pentecostés, fueron precisamente Pedro y los otros apóstoles, es decir, los dirigentes de la Iglesia. El gobierno ordinario es el primer camino del Espíritu Santo, y nadie puede calcular la cantidad de amor, alegría, paz, comprensión, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y templanza que se ha difun346 dido por el mundo, merced a los gobernantes de la Iglesia, figuras enérgicas o personalidades discretas. Su ministerio es, en sí mismo, un carisma ordenador al que incumbe examinar la pureza de los otros carismas. En este sentido dice Pablo: «Si alguno se imagina ser profeta o estar inspirado, reconozca que lo que os escribo es una orden del Señor; y si no lo reconoce, tampoco él será reconocido» (1 Cor 14, 37-38). El orden forma parte de los dones del Espíritu de Dios. «Dios no es Dios de desorden, sino de paz» (1 Cor 14, 33). El oficio pastoral cuida de los carismas y discierne los espíritus. Esto .puede acontecer muy especialmente en un concilio. Sin embargo, los carismas son también a menudo un complemento del gobierno de la Iglesia, que le puede venir de simples sacerdotes y fieles. Buen ejemplo es san Francisco de Asís, que no era más que diácono y señaló al papa caminos nuevos. Los carismas pueden entrar en conflicto entre sí. Pues aun el hecho de estar repartidos lleva consigo que uno posea lo que a otro falta. De ahí que un carisma especial acarree con frecuencia dolor. Aun con la mejor voluntad, no siempre tenemos suficiente comprensión para aquello con lo que cuenta el otro, para lo que puede exigir justamente. Todo don personal es limitado y choca con el del vecino. De ahí la necesidad de ser suave y no áspero de una parte, y la de saber esperar pacientemente, de otra. De no hacerlo así, el hombre carismático puede caer en el derrotismo o ir a parar en la rebelión egocéntrica. Se comienza con el Espíritu y se acaba en la escisión. El don de Dios debe ser confirmado de 192

continuo como auténtico. Jesús nos dice: «Vigilad.» Cuando un hombre carismático no es fiel a su misión, ello no quiere decir que el carisma no sea verdadero. El principio pudo ser bueno, y el pueblo de Dios puede proseguir lo que empezó bien. Por tanto, si habíamos pensado que es raro y no frecuente ver en el mundo la acción del Espíritu Santo, podemos ver ahora con cuánta frecuencia la experimentamos, lo que dicho en otras palabras es: el amor cristiano, las personas carismáticas, el ministerio en la Iglesia. Mas aun siempre que hablamos de la «gracia», esta- 276-278 mos hablando de la acción del Espíritu Santo. El Espíritu

invisible

Si el Espíritu desapareciera del mundo, ¡qué pronto se notaría su ausencia! ¡ Qué pronto, por ende, se caería en la cuenta de su anterior presencia! Sería como si desapareciera el agua de un terreno de regadío. El agua no era apenas advertida; pero, apenas desaparece, todo cambia. Los campos antes floridos, se convierten en desiertos polvorientos. Cuando la Iglesia ora al Espíritu Santo, se vale en efecto de la misma comparación. Del salmo 104 saca una expresión en que la fuerza vital de la naturaleza es llamada hálito de Dios, Espíritu de Dios. Por él subsisten todos los seres vivientes. «Si tú ocultas tu rostro, ellos se aterran; si tú recoges su aliento, ellos fenecen y retornan a su polvo. Al emitir tu aliento, son creados, el aspecto de la tierra se remoza» (Sal 104, 29s). La liturgia de Pentecostés y del resta del año La liturgia se dirige pocas veces directamente al Espíritu Santo. La faz que el Espíritu Santo nos muestra es la faz de Cristo. La Iglesia no ora tanto al Espíritu, cuanto en el Espíritu, por el que Jesús está presente y llamamos a Dios «Abba!, Padre.» Sin embargo, podemos muy bien dirigirnos a Él mismo. La liturgia nos da ejemplo de ello, señaladamente en el tiempo de Pentecostés. La fiesta del domingo de Pentecostés con sus ornamentos rojos, tiene un ambiente de alegría y súplicas a un tiempo. Luego sigue en el año litúrgico un largo período de tranquila meditación sobre el reino de los cielos. Es el tiempo «después de Pentecostés», que dura hasta el comienzo del adviento. El color de los ornamentos es de sosegada esperanza: verde. 193

Este tiempo comienza con la conmemoración de tres misterios, a los que — en sentir del pueblo cristiano — no se les había hecho aún enteramente justicia en la liturgia del tiempo pascual. Ante todo, en el primer domingo después de pentecostés, un misterio manifestado en la obra salvadora de Jesús el misterio 477-480 del Dios trino, del Padre que envió al Hijo, del Hijo que fue enviado y del Espíritu Santo, don del Padre y del Hijo. Es el domingo de la Santísima Trinidad. 161-167 El jueves siguiente se celebra de nuevo, de modo especial, el 319 333 misterio del jueves santo es la fiesta del corpus, de la presencia del Señor en la eucaristía. 169 Ocho días después, el viernes, se conmemora una vez más el 180181 misterio del viernes santo el misterio del corazón herido por la lanza. Es, a par, un misterio de resurrección, en que Jesús nos muestra el centro radiante y desbordante de su persona Existe también la costumbre de conmemorar esta verdad de fe el primer viernes de cada mes. Así se celebran de nuevo determinados misterios de la redención. Lo cual es razonable, pues pentecostés no cierra el ciclo de 74 nuestra salud Pentecostés hace, por el contrario, que Jesús y todos 330 sus misterios de salvación estén presentes para siempre en nuestra existencia. 208 La acción del Espíritu Santo sobre la vida de los hombres celébrala la liturgia en los natalicios de los santos, que es preci454-455 sámente el día de su muerte Así, dentro de la liturgia del año eclesiástico, se celebra la memoria de las más varias personalidades El I o de noviembre se recuerda, en fiesta común, a todos los que se guiaron en su vida por el Espíritu de Dios. Es la festividad de todos los santos Son los «ciento cuarenta y cuatro mil señalados» que forman la «muchedumbre que nadie podía contar», de 101 que habla la primera lectura de la misa El evangelio es el de las ocho bienaventuranzas. Para representar el misterio de pentecostés, los artistas cristianos gustan de poner a María en medio de los apóstoles Sobre su 80 cabeza desciende la llama del Espíritu Santo es la imagen de la Iglesia llena del Espíritu de Jesús. Tenemos la posibilidad de vivir en esta Iglesia, realidad humana, encendida e iluminada por el Espíritu Santo y llamada por el Hijo del hombre a seguir sus pasos.

194

PARTE CUARTA EL CAMINO DE CRISTO

LA IGLESIA NACIENTE

La alegría del comienzo El autor del libro de los Hechos de los apóstoles nos describe la venida del Espíritu Santo, reproduce un discurso de Pedro, y prosigue: «Los que aceptaron, pues, su palabra se bautizaron, y se agregaron aquel día como unas tres mil personas. »Y se mantenían adheridos a la enseñanza de los apóstoles y a la comunión fraterna, a la fracción del pan y a las oraciones. El temor se apoderaba de todos, pues eran muchos los prodigios y señales realizados por los apóstoles. Y todos los creyentes a una tenían todas las cosas en común, y vendían sus posesiones y sus bienes y las repartían entre todos según las necesidades de cada cual. Diariamente perseveraban unánimes en el templo, partían el pan en las casas y tomaban juntos el alimento con alegría y sencillez de corazón; alababan a Dios y tenían el favor de todo el pueblo. Y el Señor agregaba día tras día a la comunidad a los que iban siendo salvados» (Act 2, 41-47). Con tan sencillas palabras se nos narra el comienzo de la redención divina: un reducido grupo de personas en Jerusalén que creen que Jesús ha vencido la muerte, que el Espíritu Santo ha descendido y que los pecados son perdonados. Y así, con esta gran simplicidad se introdujo en el mundo la salvación. En la página transcrita del libro de los Hechos reconocemos ya a la Iglesia de hoy: el pueblo, el bautismo, la doctrina, la fracción del pan, el temor o reverencia (inspirada por la certeza de la presencia y acción de Dios), el gobierno de los apóstoles, la ayuda mutua, la comunidad de bienes (que hoy día se practica de formas varias, desde las colectas hasta el voto de pobreza), la alegría, cierta confianza por parte de los extraños. 197

Realmente, muchos problemas que nos preocupan hoy no existían entonces. El número de cristianos era pequeño. Todo tenía frescura de aurora. De ahí que la Iglesia haya mirado siempre con nostalgia el gozo de aquellos primeros días. Así lo ha hecho señaladamente en momentos de renovación, por ejemplo, en el 216-218 siglo XIII, en el xvi y en el nuestro. Nos inspiramos en la sencillez 221 de los orígenes. Dificultades

del

comienzo

Por lo demás, los Hechos de los apóstoles y las cartas de Pablo nos hacen ver cómo ni siquiera en estos comienzos faltaron dificultades provenientes de dentro y de fuera, en lo cual reconocemos también a la Iglesia de hoy. Siempre ha habido problemas. Una de las más graves dificultades del comienzo fue la actitud que debía adoptarse ante la revelación antigua, la religión judaica. En efecto, la naciente Iglesia veía con creciente claridad que como miembros suyos podían admitirse también, en pie de igualdad, creyentes no judíos, sin que tuvieran obligación de observar la ley judaica. A esto se juntaba el terrible drama de que la mayoría de Israel no había reconocido a Jesús. La Iglesia, ciertamente, estaba construida sobre Israel; Jesús, María y los apóstoles eran judíos; pero el pueblo escogido en su conjunto no había entrado en la Iglesia. Sin embargo, los judíos seguían siendo los primeros llamados. Su existencia entrañaba un misterio. La grandeza de este misterio se percibe bien en los capítulos 9-11 de la carta a los Romanos, escrita por el judío Pablo. Pablo estaba convencido de que semejante situación resultaría salvífica incluso para los judíos. Siguen siendo llamados, pues «los dones de Dios y su llamada son irrevocables» (Rom 11, 29). Como pueblo, la salvación eterna les toca más de cerca que a ningún otro pueblo. El concilio Vaticano n ha declarado expresamente no poderse deducir de la Escritura que, como pueblo, estén los judíos maldecidos o reprobados. En el siglo i hubo cierto número de cristianos de ascendencia judaica que pretendieron hacer obligatorios para todos los usos judaicos, como la circuncisión y los preceptos sobre alimentos. Esto condujo a una escisión que duraría siglos. Fue la primera de las muchas y dolorosas escisiones (cismas) que sufriría la Iglesia de Dios en el curso de su historia. El Nuevo Testamento nos habla también de falsas doctrinas (herejías). Por todo ello se ve que la Iglesia tenía que vivir y crecer a través de tanteos y tentaciones, de dificultades y diferencias. También aquí cabe decir: «para que queden patentes los pensamientos de muchos corazones» (Le 2, 35). Naturalmente, esto no quiere decir que todo cismático o hereje tenga plena y entera culpa personal; pero de hecho, den198

tro de los errores o cismas, pudo haber mucho de soberbia y «dureza de cerviz». Así juzgan los autores del Nuevo Testamento. En este juicio percibimos la alta estima que desde el principio sintió la Iglesia por la conservación de la pura doctrina de los apóstoles, y el horror por toda deformación, empobrecimiento y tergiversación de la verdad revelada. La Iglesia tiene la misión de guardar sobre la tierra un men- 351 saje que no es de la tierra. Aunque quisiera, no puede eludir esta responsabilidad. No puede barloventear con la verdad de Dios. Con ello dañaría a creyentes e incrédulos y caería ella misma en las tinieblas. Pero exactamente como tiene deber de guardar la doctrina revelada, lo tiene de pensarla y formularla siempre de nuevo, según las necesidades del tiempo en que vive. Conservar en su pureza e integridad y pensar abierta y modernamente son dos tendencias que vemos operantes en el modo y manera como nacieron en el seno de la Iglesia los libros del Nuevo Testamento. El Antiguo

Testamento

en la Iglesia

naciente

Al nacer la Iglesia, sólo existía el Antiguo Testamento, que ella no rechazó. Al contrario, la Iglesia vio que sólo ahora podía ser plenamente entendido. Con el corazón ardiente (cf. Le 24, 32), los creyentes se percataron de que allí se hablaba veladamente de Jesús. Allí, por ejemplo, se narraba que el maná procuraba comida para un solo día. Pero, después de Jesús, se vio que el maná era símbolo y preparación de lo que Él daría: «Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron... El que comiere de este pan vivirá eternamente» (Jn 6, 49-51). Así sucedió con todo el Antiguo Testamento: bajo la letra, se buscaba el espíritu que preparaba en los viejos libros lo que saldría a plena luz en los nuevos evangelios (cf. 2 Cor 3). Ello explica que, aun hoy día, la Iglesia siga leyendo en sus asambleas litúrgicas el Antiguo -Testamento como palabra de Dios: Jesús lo ha renovado. Ello explica también que la Iglesia siguiera — y siga — rezando los salmos. Origen de los

evangelios

Así pues, el Antiguo Testamento fue el primer libro sagrado de la Iglesia. Sin embargo, pronto se sintió la necesidad de escritos que contaran «las cosas cumplidas entre nosotros». Así nacieron los cuatro evangelios. De hecho, conocemos la vida de Jesús no por un escrito único, sino por cuatro libros paralelos, hecho señero en la historia de la literatura. Cada uno de los escritos contiene toda la buena nueva 199

179 64

m 307

(ev-angelion), de donde les viene su nombre. Se los designa por sus autores: Mateo, el publicano convertido en apóstol; Marcos, un joven discípulo, de Jerusalén; en casa de su madre (donde acaso estuvo el cenáculo) se reunía la comunidad (Act 12, 12) ; Lucas, compañero de Pablo, a quien éste llamaba «médico querido» (Col 4, 14); y, finalmente, Juan, «el discípulo a quien Jesús amaba», que llegó a extrema vejez. Según tradición muy antigua, el primero que escribió fue Mateo, probablemente hacia el año 50, en Palestina o Siria; pero sólo posteriormente recibió este evangelio su forma actual. Así que el evangelio más antiguo que poseemos es el de Marcos, escrito hacia el año 63 en Roma. La forma definitiva de Mateo y el evangelio de Lucas, escrito en Grecia, datan probablemente de los años 70-80; el de Juan, escrito en Asia Menor, se sitúa hacia el año 100. Los tres primeros evangelios, que se llaman sinópticos, coinciden a veces literalmente. Ello prueba que de un modo u otro están relacionados entre sí. Se supone que, al escribir Marcos, tuvo delante el primer Mateo. Pero, según otro testimonio muy antiguo, utilizó también como fuente la predicación en Roma de Pedro, testigo ocular. Cuando se compuso nuestro Mateo actual, el redactor tuvo a mano, además del Mateo original) el evangelio de Marcos, más una colección escrita de «palabras de Jesús». Lucas aprovechó también estas fuentes para componer un relato, debidamente ordenado, dirigido a un griego influyente, el «ilustre Teófilo», «después de haber investigado con exactitud todos esos sucesos desde su origen», «a fin de que conozcas bien la solidez de las enseñanzas que has recibido» (Le 1, 3-4).

Tradición oral

I Primer Mateo

I

X

1 "Palabras de Jesús"

Marcos Lucas

Mateo

A la par que estas fuentes, cada evangelista tenía naturalmente sus propios recuerdos y (o) el testimonio de la tradición oral de «los que fueron desde el principio testigos oculares y luego servidores de la palabra» (1, 2).

200

El evangelio de Juan, de cuño muy personal, muestra poco in- 112, 145 flujo de los sinópticos. Es el nuevo relato de un testigo ocular, i*2 impregnado de una experiencia de Jesús, por obra de su Espíritu, durante más de sesenta años. Estos libros son un testimonio de la solicitud de la Iglesia por mantener el mensaje recibido, pero atestiguan a la par cómo este mensaje se adaptaba siempre a la mentalidad del medio en que era predicado. Cada evangelio proyecta luz sobre los puntos que una Iglesia determinada tenía por más importantes. Así Mateo, que escribe para judíos, reúne en cinco discursos palabras de Jesús, paralelamente a los cinco libros de Moisés, de suerte que el Señor aparece como nuevo legislador. Marcos se interesa sobre todo por revelar a Jesús como Mesías e Hijo de Dios. Lucas escribe para griegos cultos; y por tanto, describe un curso histórico (por eso compone también el libro de los Hechos de los apóstoles), y pone' de relieve la predilección de Jesús por los pobres, los pecadores y las mujeres, postergadas entre aquéllos. Lucas habla también frecuentemente del Espíritu Santo y de la oración. A veces, el vocabulario empleado nos permite averiguar en qué comunidad o Iglesia- fue predicado un evangelio antes de ser consignado por escrito. Pues por mucho cuidado que se pusiera en conservar las palabras de Jesús en su tenor primigenio, y por más que el mensaje de Jesús, rítmico y figurado, facilitara esta labor de la memoria, siempre es cierto que se transmitían sus palabras en una tradición viva. Lo cual quiere decir que se intro- 52-58 dudan con libertad aclaraciones y adaptaciones. Ya vimos cómo Mateo sustituye por «reino de los cielos» las palabras de Jesús: 97-98 «reino de Dios». Esta forma de reproducir nos llama la atención sobre todo en Juan. En las sentencias de Jesús se percibe el vocabulario corriente en los medios de Asia Menor en que Juan predicaba. La expresión, por ejemplo, «reino de Dios» no la emplea apenas Juan. Seguramente les decía ya poco a aquellos cultos asiáticos. «Luz» y «vida» eran términos mucho más evocativos, y ello explica que estas expresiones se hallen muy frecuentemente en los discursos de Jesús, tal como nos los transmite Juan: el apóstol se percató de que así daba mejor a entender lo que Jesús quiso decir con «reino de Dios». Pero eso no quiere decir que se diera rienda suelta a la fantasía y se forjara un Cristo a gusto y placer de cada uno. Cierto que los evangelistas no se proponen redactar un informe preciso mes por mes y día por día. Su fin es un evangelio, una buena nueva. Sin embargo, para lograr este fin es de todo punto necesario que realmente sucedieran cosas y se profiriesen palabras. De no haber 86 pasado nada, no hubiera mensaje que anunciar. 201

En este sentido, parece que precisamente el cuarto evangelio suele ser muy exacto en lo concerniente a los hechos. Es una de las razones para atribuir este testimonio, por muy tardíamente que se escribiera, al anciano apóstol Juan Pongamos sólo un ejemplo durante mucho tiempo pareció un enigma a los intérpretes el aspecto que podía ofrecer una «piscina con cinco pórticos» (Jn 5, 2) Se pensaba más bien en un detalle simbólico Pero las "excavaciones de Jerusalén han sacado a la luz una piscina de forma rectangular en que los centros de dos de sus lados estaban unidos por una serie de columnas La información histórica del cuarto evangelio era exacta 55 57 Pero no sólo es de importancia que las cosas sucedieran, sino 316 también que se refiriera fielmente lo que de hecho sucedió la peculiaridad de la vocación de Jesús La actual ciencia bíblica ha descubierto hasta qué punto fue ésta precisamente la preocupación de los evangelistas En un tiempo en que muchos testigos oculares habían muerto y había riesgo de que en la misma tradición oral se infiltraran ideas legalistas o ílumimstas, la Iglesia trató de fijar la tradición pura, lo que Jesús había sido realmente Tal es el origen de los evangelios y de los otros escritos del Nuevo Testamento Esta solicitud de la Iglesia por mantener la pura imagen de Jesús, la verdadera fe, fue dirigida por el Espíritu Santo que vivía en la naciente Iglesia Pero el Espíritu Santo no operó fuera de la vida de la Iglesia, ni al margen de la actividad literaria humana, sino dentro de una y otra (cf, sobre este punto, «La Es64 entura, obra del Espíritu Santo»). Hasta qué punto nos presentan los cuatro evangelios al mismo Señor, se ve bien claro en la inconfundible originalidad que nos sale al paso, con la misma intensidad, en los cuatro Es evidente que tuvieron una sola fuente la persona de Jesús de Nazaret (sobre el estilo propiq de cada evangelista y sobre la fuerza con que nos acercan a Jesús por ese mismo estilo, cf el capítulo 144 150 «¿Quién es éste'»). Los cuatro evangelios no son nuestra única fuente de noticias acerca de Jesús En la primitiva Iglesia se escribieron también cartas, que procedían de la pluma (o de la esfera de influencia) de Pablo (catorce), de Santiago el Menor (una), de Pedro (dos), de Juan (tres), de Judas Tadeo (una) Añádase un escrito profético bajo el nombre de Juan el libro del Apocalipsis. Pablo Pablo fue un fariseo, de cultura griega y ciudadanía romana. Asistió y dio su asentimiento a la muerte del primer mártir, Este202

ban, que rogó por sus perseguidores y su oración fue oída. Poco después, cuando iba a la caza de cristianos, Pablo fue sorprendido por una aparición de Jesús, que lo convirtió de perseguidor en apóstol. Pablo se dirigió a los gentiles y desempeñó un importante cometido en la fijación de una actitud concreta respecto al judaismo. También en él se nos muestran con gran intensidad las dos características de toda predicación: gran fidelidad a la verdad tradicional y constante reelaboración de la misma. Sus cartas, además de ser un conmovedor documento humano y un fragmento de insondable teología sobre la misión de Jesús, son también el más antiguo testimonio sobre el mismo Jesús. Algunas son más antiguas que los evangelios. Las dos cartas a los Tesalonicenses datan ya de los años 51-52; las dirigidas a las iglesias de Corinto, Roma y Galacia, de pocos años más tarde. El más antiguo testimonio

sobre

Jesús

Ahora bien, la ciencia bíblica ha descubierto, hace relativamente poco, en estas cartas fragmentos más antiguos que ellas mismas. Son los que describen, en formulación concisa, toda la obra de Jesús. Parece que Pablo los tomó literalmente de la tradición oral. Su vocabulario es distinto al que hubiera usado Pablo, de haberlos redactado él mismo. El fragmento más bello es sin duda 1 Cor 15, 3-5; al que puede añadirse Rom 1, 1-4; 1 Tes 174-175 1, 9-10 y otros. El contenido de estos fragmentos dice que Jesús cumplió las Escrituras por su muerte, sepultura y resurrección y que, para nuestra redención, fue levantado a la diestra de Dios Padre. Esta antiquísima síntesis de todo el misterio de Jesús se llama kerygma, el pregón del heraldo. La misma forma tienen los discursos de los apóstoles en el libro de los Hechos. La demostración científica de la presencia de este kerygma primigenio no carece de importancia. Ha habido una teoría, según -la cual, la fe cristiana sería sólo el mito de un dios que muere y resucita, sin fundamento en una persona histórica. Sólo posteriormente, se decía, se excogitó cierto Jesús de Nazaret. A ello se contraponía otra hipótesis increíble, según la cual, debió existir la historia corriente y moliente de un hombre, Jesús de Nazaret, pero sin significado alguno para la salvación de los hombres. El carácter redentor de su vida sería fruto de progresivas especulaciones posteriores. ¿Qué nos muestra, pues, el kerygmaf Que ya desde el principio, tanto los hechos históricos como su significado suprahistórico formaban parte del núcleo del mensaje de la fe. Que Jesús murió y fue sepultado, son hechos históricos; que, según las Escrituras, resucitó y fue glorificado para nuestra salvación, traspasa las fron203

teras del tiempo Todo el mensaje cristiano estaba ahí desde el principio Sobre el resto del Nuevo Testamento, haremos solamente unas breves indicaciones Las cartas son escritos circunstanciales y por eso reproducen tan espontáneamente la vida, las necesidades y las ideas de la naciente Iglesia El libro de los Hechos de los apóstoles nos ofrece una serie de hechos sobre el camino seguido por la Iglesia desde la comunidad primera de Jerusalén hasta convertirse en Iglesia universal El Apocalipsis (revelación) nos descubre en cuadros visionarios el trasfondo de la historia, no tanto de estos hechos o los otros (por más alusiones que contenga a las persecuciones), cuanto de la gran lucha entre el bien y el mal, que todavía prosigue Cabe comprender y sentir este libro, aunque no se capten todos sus pormenores La Biblia, base

permanente

La generación de los apóstoles no es sólo el período inicial, sino también el fundamental y fundacional Es el tiempo en que aún viven los testigos oculares y el Espíritu lleva a los apóstoles a la «verdad plena» (Jn 16, 13). De ahí la importancia señera e irreversible de este periodo la de recoger todo lo que Jesús había traído. Después de este tiempo queda «cerrada» la revelación que había comenzado en Abraham y alcanzado su plenitud en Jesús Sin duda que a veces, en contacto con nuevas necesidades, la Iglesia comprendió luego más profundamente el contenido del mensaje, y ello da a menudo la impresión de novedad Pero algo sustancialmente nuevo no se ha añadido nunca De ahí la importancia única que tienen los escri50-51 tos del Nuevo Testamento Hacia el año 150, la Iglesia fijó la lista 310-311 (canon) de estos libros del Nuevo Testamento, después de cribar cuidadosamente evangelios y escritos falsificados o no auténticos. La Iglesia tiene la certeza infalible de que en esta cuestión vital ha sido guiada por el Espíritu de Dios Los protestantes reconocen también el Nuevo Testamento en la misma extensión que nosotros Con el tiempo surgió el bello simbolismo de los cuatro evangelios (no de los evangelistas) en la figura de los cuatro seres vivientes de Ezequiel 1 y del Apocalipsis 4 cuatro fuerzas en torno al Jesús único, sus cuatro voces Actualmente, a Mateo se atribuye el hombre, a Marcos el león, a Lucas el toro y a Juan el águila

204

Autoridad

sacerdotal

Así pues, los escritos fundamentales no necesitan ser sustituidos por otros, sí, empero, los hombres que fueron fundamento de la Iglesia Los escritos permanecen, los hombres mueren. El Señor quiso que su presencia quedara como encarnada en un ministerio de servicio, pero con autoridad y permanente. Pedro y los apóstoles transmitieron su ministerio de dirección, en su plenitud, a los obispos, parcialmente, a presbíteros y diáconos. Lo que no pudieron transmitir fue su función de fundamentos o fundadores, sería imposible hacerlo Ahora bien, el servicio de estos dirigentes no consiste sólo en mandar o gobernar, sino también en presidir la eucaristía, en perdonar los pecados y en instruir Es una autoridad sacerdotal (véase más sobre el particular en el capítulo sobre 343 355 el oficio pastoral) Unidos con el

Resucitado

Así entra la Iglesia en la historia para vivir el remo de Dios sobre la tierra Ella sabe que Jesús la ama, y se siente como esposa suya que lo aguarda «Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella... para presentársela a sí mismo toda gloriosa, sin mancha m arruga, ni cosa parecida, sino, por el contrario, santa e inmaculada» (Ef 5, 25-27) Y todavía se puede expresar más profundamente la unidad de la Iglesia con Cristo Pablo prosigue «Pues nadie odió jamás a su propia carne, sino que la nutre y la cuida, como también Cristo a la Iglesia, porgue somos miembros de su cuerpo» (Ef 5, 29-30). De hecho, la Iglesia se siente tan unida con Jesús por obra del Espíritu Santo, que Pablo la llama su cuerpo, con todo lo que interior y extenormente ha recibido de Jesús Y para permanecer cuerpo suyo y serlo cada vez más, la Iglesia come y bebe diana- 325 mene, exterior e interiormente, con boca y corazón, la eucaristía, 337 que es el cuerpo de Jesús. María, figura de la Iglesia La naciente Iglesia tenía a María en medio de ella. En la época apostólica se habla cada vez más de María precisamente Lucas y Juan, los últimos evangelistas, la mencionan en los pasajes más importantes Ya en la anunciación había representado al pueblo de Israel, en 79-80 Pentecostés aparece como figura del nuevo pueblo de Dios, como la 169 mujer que, después de amargos dolores (Le 2, 35, Jn 19, 25), no piensa ya en ellos, sino en el nuevo ser que ha venido a la vida.

205

La Iglesia, cuya figura es María, somos todos nosotros. En este sentido María es nuestra hermana. Pero la Iglesia es para cada uno de nosotros como una madre que nos cuida. En este sentido, María, que personifica a la Iglesia, es nuestra madre. 454-455 Podemos hablar confiadamente con ella, si esto nos hace ver y alcanzar a Jesús de forma nueva. La vida del pueblo de Dios en oriente y occidente ha demostrado efectivamente que la devoción a la Virgen es un camino para llegar al Señor. El creyente oye •que Jesús le dice: «Hijo, ahí tienes a tu madre»; pero ahí están también otras palabras de Jesús: «Mujer, ahí tienes a tu hijo.» María ama a los hijos de la Iglesia. Nuestra salvación es no sólo más sublime, sino también más humana de lo que nosotros pensamos. La historia tiene una

dirección

La Iglesia se adentra en la historia. ¿Cuánto durará esta historia ? No poseemos respuesta de Jesús a este propósito. Al principio se pensó que iba a durar poco. La esposa aguardaba con impaciencia. Sin embargo, ya en vida de los apóstoles se vio claro que se desplegaría una historia de larga duración. La Iglesia, no obstante, permaneció vigilante. Así, la última página de la Biblia termina con estas palabras: «El Espíritu y la esposa dicen: Ven; y el que oiga, diga Ven; y el que tenga sed, venga... Dice el que da fe de estas cosas: Sí, vengo pronto. Amén. Ven, Señor Jesús» (Apoc 22, 17.20). Este deseo y esta certidumbre dan a la historia 45, 55 rumbo y sostén. La historia no es un eterno retorno sin fin, ni un 86 fatal impulso a la negra destrucción. La humanidad camina hacia un encuentro en el amor.

LA HISTORIA DE LA IGLESIA

Hasta el año 311: Las

persecuciones

Así comenzó la gran aventura. El mundo en que empezó a difundirse el mensaje evangélico era, según Pablo, «sin amor ni compasión» (Rom 1, 31). Pero también es cierto que, siquiera a tientas, en él se buscó a Dios intensamente. Es más, la humanidad, cuya fuente es Dios, había alcanzado por la cultura cierto 366 grado de refinamiento. En un poeta como Virgilio (19 a. de Cr.), hallamos una sincera nostalgia del bien y de lo divino. Habíase formado también una unidad estatal que permitía la comunicación entre muchos hombres: era la «paz romana».

206

Sin embargo, la primera respuesta de la sociedad al cristianismo fue la persecución. El imperio romano comprendió que, pese a todas las protestas de lealtad, algo había aparecido en el mundo que, en el fondo, no tomaba su autoridad del Estado. La calumnia y la difamación (incendio de Roma durante el gobierno de Nerón, eñ el año 64) hicieron estallar la persecución. Un breve documento de los años 111-113 muestra cómo fracasó entonces el tan refinado derecho romano, al igual que había fracasado antes con Pilato. Uno de los mejores emperadores romanos, Trajano, con tono de magnanimidad y mesura, escribe a Plinio el Joven, gobernador del Ponto y de Bitinia (Asia Menor) : «Trajano a Plinio. Has seguido, lugarteniente mío, el procedimiento que debiste en el despacho de las causas de los que te han sido delatados como cristianos. En efecto, sobre ello no se puede determinar nada como universalmente válido. No se debe buscarlos; pero si son delatados y quedan convictos, deben ser castigados; de modo, sin embargo, que quien negare ser cristiano y lo ponga de manifiesto por obra, es decir, rindiendo culto a nuestros dioses, por más que ofrezca sospechas por lo pasado, debe alcanzar perdón en gracia de su arrepentimiento. Los memoriales que se presenten sin firma, no deben admitirse en ningún género de acusación, pues es cosa, de pésimo ejemplo e impropia de nuestro tiempo.» Esta carta, modelo de corrección, era respuesta a otra de Plinio que, en resumidas cuentas, venía a decir: «No hallo culpa en esta gente.» Sin embargo, los castigó por su «obstinación y superstición». Durante trescientos años, por ocasiones y causas varias, fueron perseguidos cruentamente los cristianos con algunos intervalos de tranquilidad Hay actas de mártires, de loca crueldad por parte de los verdugos, y de heroica firmeza en las víctimas. En las catacumbas — los corredores subterráneos en que descansaban los muertos —, la palabra que, sin duda, más llama la atención es par (paz). Se han conservado algunas cartas de Ignacio, obispo de Antioquía, que, hacia el año 100, fue arrojado a las fieras en Roma: «Trigo soy de Dios y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo... Fuego y cruz y manadas de fieras, quebrantamientos de mis huesos, descoyuntamientos de mis miembros, trituraciones de todo mi cuerpo, tormentos arroces del diablo vengan sobre mí, a condición sólo de alcanzar a Jesucristo... dejadme asir la luz pura. Llegado allá seré de verdad hombre.» Se envidiaba y veneraba a los mártires. No se los consideraba como figuras del pasado, sino como vivientes en el paraíso, indis207

tintamente de la forma y lugar en que esto sucediera. Se invocaba su intercesión ante Dios. Así, el culto de los santos nació de la fe en la regeneración. El día de su muerte se llamaba precisamente su natalicio. Ya en estos siglos hubo una serie de escritores de nota: la primera oleada de reflexión sobre el mensaje cristiano. Hacia el año 200 vivieron Ireneo de Lyón, que hubo de defender la pureza del evangelio contra las especulaciones gnósticas; Orígenes de Alejandría, profundo conocedor de la Escritura y el más grande pensador cristiano de la época; Tertuliano, abogado de Cartago, de estilo ardiente, que se pasó luego a una secta radical, y Cipriano de Cartago, que fue influido por Tertuliano. Del gobierno de las Iglesias por este tiempo hablaremos en el 343-355 capítulo sobre el oficio pastoral del sacerdote. Después del 311: Integración

en la vida social

Después de trescientos años de hostilidad, un emperador romano se hizo cristiano: Constantino el Grande (311). La Iglesia se ligó a un imperio terrenal. Acontecimiento de inmensa influencia en la historia del pueblo de Dios. Lo primero que choca a los ojos son las magníficas iglesias (algunas de las cuales se mantienen aún en pie), que, a partir de la paz constantiniana, se fueron sucediendo. No eran edificios espléndidos para albergar un ídolo, que el pueblo adoraba desde fuera, sino ámbitos bellos, sobre todo en su interior, capaces para contener una gran muchedumbre: «la primera arquitectura democrática». En efecto, el pueblo de Dios es el verdadero lugar de la presencia de Dios, puesto que él es el cuerpo de Cristo. En Roma, la iglesia donde fue enterrado san Pablo (San Pablo Extramuros de la ciudad), Santa María la Mayor y la iglesia de Belén son basílicas que proceden de aquel tiempo. Santa Sofía de Constantinopla, con su maravillosa cúpula, es de fecha algo posterior: poco después del año 500. Grandes espíritus expusieron el mensaje de Cristo al más alto nivel de su siglo. Son los llamados padres de la Iglesia. En Oriente florecieron, entre otros, Atanasio, Basilio, Gregorio de Nacianzo, Gregorio de Nisa, y la simpática figura de Juan Crisóstomo, con su elocuencia exuberante y popular. Eran a la vez sabios y dirigentes de grandes diócesis. Su pensamiento sobre Dios y la obra divina no perdía nunca el contacto con el pueblo de Dios. También en Occidente, los más profundos pensadores fueron a la par pastores de almas: el enérgico Ambrosio, que tomó mu-

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cho de Orígenes; Agustín, tan hondamente humano, cuya aventura espiritual podemos seguir paso a paso en sus magníficas Confesiones. Entre los muchos problemas que Agustín aclaró a la luz de la tradición, el mayor es sin duda que el hombre no puede librarse por sí mismo del pecado. La gracia de Dios es absolutamente indispensable. Jerónimo, el sabio biblista de lengua acerada, es el único de los grandes que no fue obispo ni gobernó una iglesia. Todos vivieron en torno al año 400. Hacia el 500, el papa León Magno, que se enfrentó con Atila, dijo cosas profundas sobre la encarnación de Cristo. El x papa Gregorio Magno, que ejerció su cargo hacia el 600, reunió, resumida, mucha sabiduría de siglos anteriores. Él envió, con amplia visión pastoral, misioneros a Inglaterra. La vida de estos hombres estaba tan en armonía con su doctrina, que todos son venerados como santos. Para esclarecer ciertas cuestiones de importancia se convocaron los concilios: los tres más importantes de este tiempo han sido ya mentados al hablar sobre la persona de Jesús. Se trata de cuestiones que ocuparon y preocuparon mucho a la Iglesia en su peregrinación por la historia. Tampoco en este tiempo se vio la Iglesia sin cismas y herejías. Casi todas las opiniones rechazadas por los concilios pervivieron en un grupo de adeptos. A menudo, las cuestiones fueron oscurecidas, en ambos bandos, por culpa humana, por faltas de tacto y contrastes nacionales. La escisión más extensa fue sin duda la de Arrio. El arrianismo subsistió durante siglos. Al abrazar los representantes del imperio romano el cristianismo, pareció que el mensaje de Cristo no sólo podía desplegarse bajo la persecución, sino también en la paz. Pero el apoyo del imperio representaba también un peligro de muerte. Los emperadores se inmiscuyeron en la interpretación del mensaje. Se pospuso a los no cristianos. Se hicieron guerras en nombre de Cristo. La Iglesia corría riesgo de ser identificada con un poder profano determinado y perder así la sencillez y catolicidad de su mensaje. Naturalmente, también hubo influjos en la otra dirección: la Iglesia enseñó a la sociedad de entonces mucha tolerancia y sabiduría. Además, la identificación del camino de Cristo con un aparato estatal fue desde luego una amenaza, pero no logró prevalecer totalmente; todo el mundo sabía que, a la postre, el imperio romano no era lo mismo que el reino de Cristo. Y así, cuando en occidente fue destruido al fin el imperio romano, la fe prosiguió su camino en las nuevas circunstancias. 209

Después del año 400: Difusión

entre los

germanos

El evangelio arraigó entre los pueblos germánicos que vencieron al imperio romano. Los francos se adhirieron a la Iglesia católica hacia el año 500. También sus príncipes, el más grande de los cuales, hacia el 800, fue Carlomagno, aspiraron a una fuerte vinculación entre cristiandad e imperio secular. Ello tuvo consecuencias buenas y malas, entre éstas las conversiones forzadas. Pero tampoco en esta ocasión fue posible la plena identificación de la Iglesia con el reino secular, por la sencilla razón de que la Iglesia estaba más difundida que el reino franco. Irlanda (que se había convertido muy tempranamente) e Inglaterra estaban fuera de él, lo mismo que el sur de Italia, la España cristiana y todo el oriente. Carlomagno sabía que, aun dentro de sus dominios, no era un príncipe eclesiástico, independiente de los obispos y del papa. Por lo que al papa atañe, un antecesor de Carlomagno donó a los sucesores de san Pedro la ciudad de Roma y sus contornos, de forma que ejercían en aquellos territorios el poder temporal. Esta donación tuvo por consecuencia que no cayera en poder de un reino o Estado determinado aquel centro de la cristiandad. Esto ha significado sin duda un beneficio para la libertad del evangelio, pero no dejó de tener a veces sus lados sombríos. La Iglesia en oriente En oriente continuó en pie el imperio romano, que entonces se llamó el imperio bizantino. La predicación de la buena nueva fuera de las fronteras de ese imperio tropezó pronto con una trágica barrera al este y al sur. Y así, hacia el año 600, surgió en el desierto arábigo un hombre llamado Mahoma, que predicó una forma sencilla y viril de monoteísmo: el islam. Nos enfrentamos aquí con uno de los más dolorosos interrogantes en la vida de la Iglesia: el hecho de que la confesión cristiana puede desaparecer de regiones enteras. En África del Norte, la tierra de san Agustín, no quedó rastro de comunidades cristianas. Los mahometanos, entonces como ahora, se dejaban ganar difícilmente para el mensaje de Cristo. Son hermanos nuestros en la confesión de un solo Dios, pero seguimos divididos en lo que 35-36 atañe a la humanidad de Dios que se manifestó en Cristo y, por ende, respecto de nuestra tarea sobre la tierra (cf. sobre este pun274 to los capítulos sobre el islam y la redención). La Iglesia bizantina 262-263 se dilató por la predicación del evangelio en el norte, en Rusia; pero esto aconteció en un período muy posterior (hacia el año 1000).

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Del año 900 al año 1000 El siglo de hierro

aproximadamente:

Después de Carlomagno, el occidente se hundió en un siglo de tinieblas. Los incursores asiáticos, los piratas musulmanes y escandinavos conmovieron y desorganizaron la vida social. En Roma, la elección del papa cayó en manos de clanes de la nobleza local, que mutuamente se hacían la guerra. Jamás se vio a hombres más indignos sentados sobre la cátedra de Pedro. El período comprendido entre los años 900-1000 se llama el siglo de hierro. Así, no fue solamente por una falsa interpretación del párrafo simbólico de Ap 20, 1-2 por lo que muchos esperaban el fin del mundo en el año 1000, sino también porque veían que el occidente se hundía. El patrimonio estaba en la ruina, la historia había alcanzado su término. Ahora tenía que aparecer el Señor. Después del año 1000:

Expansión

El Señor apareció, en efecto, pero de modo distinto a como era esperado: por medio de una nueva primavera. Un contemporáneo escribe sobre Europa: «Fue como si el mundo se hubiera quitado sus viejos vestidos y puéstose por doquier blanquísimas ropas de iglesias» (Rudolf Glober). Los nuevos edificios, a veces de piedra sin pulir, eran indicios de una nueva fuerza vital de santidad. Soplaba un nuevo espíritu. Un factor importante en esta renovación fue el monasterio benedictino de Cluny, fundado en el año 909 en el este de Francia. Su ideal era una vida monástica perfecta. Característica suya fue la de querer liberarse de la intervención del poder temporal en el terreno espiritual. Los monasterios se pusieron, pues, bajo la inmediata autoridad del papa. Esta libertas (liberación de la inge- 401 rencia secular) era, evidentemente, lo que entonces necesitaba la vida cristiana. Siguieron nuevas fundaciones, hasta que, finalmente, la congregación de Cluny se propagó por toda Europa. No pretendía suscitar un movimiento político; sin embargo, el ideal que encarnaba había de traer consecuencias políticas. Se aspiraba a una mayor separación entre el poder temporal y el gobierno de la Iglesia. El primer resultado fue que se logró sustraer la elección del papa al poder de decisión del emperador y de la nobleza romana. No mucho después estalló violentamente el conflicto *con el poder temporal en la cuestión de las investiduras de los obispos (el emperador, o el rey, nombraban a los obispos y los investían en su cargo). A menudo los mismos príncipes implantaban a los obis211

pos como señores temporales de sus diócesis, pues eran más seguros y no formaban dinastía. Esto significa que los emperadores y reyes nombraban con mucha frecuencia a los obispos. En el año 1122 se llegó a un razonable equilibrio en este asunto, y así se hizo justicia a los derechos del imperio (o reino), pero teniendo también en cuenta el hecho de que los obispos son ante todo ministros de la Iglesia. En lo sucesivo los cabildos catedralicios elegirían al obispo; el emperador sólo enviaría a la elección a un representante suyo. 1054: Ruptura

entre oriente y

occidente

Esta libertad que hizo a la Iglesia más independiente del poder civil y daba más relieve a la autoridad del papa, entrañaba también sus peligros. Pues así se acreció la diferencia de atmósfera y clima ya existente con la Iglesia de oriente, que de siempre estaba familiarizada con una unión más estrecha entre los dos poderes. Las relaciones entre Roma y Bizancio habían sido frecuentemente tensas en los últimos siglos. Cuestiones de formulaciones teológicas (procesión del Espíritu Santo del Padre y del Hijo), formas litúrgicas (pan con levadura o sin levadura), y de autoridad espiritual (¿qué poder tiene la sede de Roma?), a las que se unían circunstancias políticas y diferencias de formación y lengua, hicieron difícil la unidad. En este siglo xi se llegó a un cisma. El 1054 fue el año fatal. La Iglesia de oriente se ha mantenido pura en su doctrina y posee ordenaciones válidas; pero ha vivido separada de la sede de Pedro, y viceversa. 223 El año 1965, al final del concilio Vaticano n , se levantó como signo de reconciliación la mutua excomunión que se habían lanzado una y otra Iglesia; pero con ello no desapareció la diversa manera de ver las cosas de una y otra parte; pero, así lo esperamos, se dio un paso importante camino de la unidad. La tradición de la Iglesia oriental es de una inmensa reverencia ante la majestad de Dios. Su fina y suave vitalidad se pone de manifiesto en su liturgia. De buena gana seguiríamos hablando de su rica historia si el espacio nos lo permitiera. Pero hemos de continuar con aquella parte de la historia de la Iglesia que toca más de cerca la nuestra.

212

Siglos XII

y XIII:

¿ Culminación t

El occidente prosiguió su vida, menos culto que el este, pero henchido de vitalidad. Inspiráronle nuevas ideas, como las de aquella figura tan humana que fue Anselmo, arzobispo de Canterbury (hacia el año 1100). Escritos recién descubiertos de la antigüedad griega, especialmente de Aristóteles, exigían ser confrontados con el pensamiento cristiano, inspirado por la fe. Por el mismo tiempo, marchaban a Palestina los cruzados cristianos, con gran ímpetu y no menos idealismo, a fin de arrojar a los musulmanes de los santos lugares (las cruzadas, inspiradas por el espíritu de aquel tiempo). Levantáronse iglesias monacales y catedrales de incomparable belleza, primero en el fuerte y puro estilo que se llama románico; luego, señaladamente en Francia, en el jubiloso estilo gótico. Surgió una nueva visión de la sencillez evangélica. Los hombres se habían hecho más humanos y se descubrió entonces de modo muy particular la humanidad de Jesús. Así un san Bernardo y un san Francisco de Asís. En la ciencia profunda y de cristalina claridad de Tomás de Aquino se dio para los cristianos de occidente un impresionante encuentro y hasta un abrazo entre la razón y la fe. Tomás habló en categorías mentales de Aristóteles acerca del mensaje de Cristo, destinado a todos los tiempos. Los habitantes de las ciudades, que ahora nacen y crean un tipo de hombre completamente nuevo, viven la fe en su nueva situación. La escla- 85 vitud, que había disminuido ya fuertemente, desaparece práctica- 224 mente del todo durante las cruzadas. El siglo entre 1200-1300 nos causa, efectivamente, la impresión de haber sido una hora de gracia en la historia de la Iglesia de Cristo en Europa. Entonces se dio el caso de un rey que llegó a santo. Arbitro imparcial entre reyes, cedió por pura justicia y a impulso propio un territorio (fin de la primera guerra de los cien -años). Este monarca, san Luis rey de Francia, murió en una cruzada, que no había emprendido, como otros, por hacer botín o por espíritu aventurero. En París, la Sainte Chapelle es un recuerdo de este hombre, que la hizo levantar para que sirviera de relicario a la corona de espinas de Cristo. Algunos rasgos que nos horrorizan en la edad media tardía, no estaban aún umversalmente difundidos en este siglo. Así, por ejemplo, las quemas de brujas (una plaga sobre todo de los países germánicos, que desde el año 1500 hasta muy entrado el siglo XVIII envenenaría la atmósfera); así tampoco las sutilezas de la lógica menor y el pensamiento jurídico en la teología. Estos excesos no aparecieron hasta la baja edad media. 213

La

inquisición

Sin embargo, también en este tiempo acontecieron cosas de espanto. Lo peor acaeció así: En una sociedad de pensamiento prácticamente uniforme, surgió otro divergente, que se organizó y se difundió con vigor propagandista. Fue el movimiento de los cataros, al que pertenecían los albigenses. Sus ideas se movían en el marco del rudo contraste y oposición entre el bien (las almas puras) y el mal (el resto del mundo). El matrimonio y la propagación de la especie eran para ellos invención del demonio; rechazaban el juramento de fidelidad, que era base de la sociedad de entonces, lo mismo que los sacramentos, el ministerio de la Iglesia, los días de fiesta, la construcción de templos, etc. La sociedad entera trató de defenderse contra tales movimientos : el pueblo, la autoridad civil no menos que la eclesiástica. Antes de 1200 se dio a menudo el caso de un pueblo que «linchaba» expeditivamente a los herejes capturados, «pues temía —dice un texto — que el clero fuera demasiado blando». Hacia el año 400, un obispo como san Juan Crisóstomo había calificado de crimen imperdonable matar a un hereje. No se oponía, empero, a que se les prohibiera hablar y reunirse, a fin de debilitar la propagación de la herejía. Hacia el 1150, san Bernardo impugnaba la muerte de los herejes (aunque no su encarcelamiento). Pero después de 1200, en que se agudiza el peligro cátaro, la autoridad eclesiástica y civil se dan la mano para emplear medios crueles e injustos contra los herejes. Como las raíces del movimiento perseguido eran de carácter ideológico, la investigación (inquisición) corría a cargo del obispo o del juez pontificio, y ellos dictaminaban sobre la herejía. El poder civil dictaba entonces sentencia de condenación y la ejecutaba (por lo general quemaba vivo al hereje). Es evidente que los dos poderes eran responsables de la pena de muerte, y no sólo el brazo secular que la ejecutaba. Se consideraba a los maestros heterodoxos como falsificadores de moneda espiritual, falsificación peor que la de moneda corriente, que estaba ya muy duramente castigada. La idea de que todo secuaz de una herejía había de condenarse eternamente, hacía además de todo hereje un asesino de las almas. Tal vez esto nos ayude a comprender que algunos grandes hombres y santos no levantaran nunca su voz contra tales procedimientos. Un santo Tomás de Aquino aprobó la inquisición. Nosotros nos preguntamos cómo fue posible que la sociedad cristiana procediera contra los heterodoxos con métodos semejantes a los empleados por el imperio romano contra los cristianos. Una vez más se ve aquí hasta qué punto puede dañar a la sencillez y man214

sedumbre exigidas por el evangelio la unión de intereses entre el Estado y la Iglesia, que fue muy estrecha en este tiempo. Ese daño no aparece sólo en las prácticas de la Inquisición. Muchos aspectos de las cruzadas, incluso la existencia de las «órdenes de caballería», ponen también de manifiesto lo quebradizo de la situación medieval. Por ahí se ve claro hasta qué punto es la Iglesia humanidad que ha de crecer en Dios. Y también este crecimiento se dio. Por doquier surgieron una y otra vez asociaciones para cuidar a los enfermos y combatir el duelo o las gue- 225-226 rras privadas y la guerra en general. Los miembros de la orden tercera de san Francisco (laicos) no podían llevar armas. Esto era una gran renuncia para un hombre de aquellos tiempos. 1300-1500: Continuación, de la edad media El prestigio de la autoridad del papa alcanzó entonces su cúspide. Los países cristianos ponían los ojos en este elemento supranacional de Europa. El peligro estaba en que la Iglesia liberada dominara la sociedad en un terreno que era de la competencia de la autoridad secular. Pero, a partir de 1300, la conciencia nacional de los Estados se fue fortaleciendo cada vez más. Francia ofrece en su territorio residencia al papa cuando éste abandona Roma, desmoronada y consumida por las facciones, bajo influencia germánica, y fija su sede en Avifión. Por una malhadada concurrencia de circunstancias (una .elección papal dudosa), la Iglesia se encontró en un momento dado con dos papas, uno en Roma y otro en Aviñón. La incertidumbre era grande; en ambos bandos hubo santos. Un concilio no logró arreglar la situación, pues el tercer papa por él elegido no halló acatamiento universal. Finalmente, tras cuarenta años de duda, fue aclarada la cuestión durante el concilio de Constanza (1417); pero este largo episodio no había sido ningún bien para la cristiandad occidental. Por lo demás, en este mismo período florecieron grandes escritores y escritoras místicas, y se dieron ejemplos de santidad heroica. En las órdenes religiosas surgieron movimientos hacia mayor sencillez y rigor. Pero la riqueza de bienes de la Iglesia y el envejecimiento de muchas instituciones, que en su tiempo tuvieron su razón de ser, aletargaron el espíritu de muchos dirigentes de la Iglesia, en que toda santidad brillaba por su ausencia. Pingües beneficios se acumulaban en manos de unos cuantos, que eran incapaces de cumplir sus obligaciones. Las investigaciones modernas han demostrado que tales situaciones no eran generales; pero bastante mal era que se dieran siquiera. Se dejaba sentir con fuerza el llamamiento por una reforma. 215

Pero la reforma no vino. En Italia, donde la historia (desde 1400) pasaba otra página brillante, que se llamaría el renacimiento, los papas se entregaron en cuerpo y alma al nuevo humanismo y se preocuparon muy poco del descontento y miseria que imperaban, señaladamente al otro lado de los Alpes. Siglo XVI: 198-209

Caminos

divergentes

Entonces sobrevino a la Iglesia una catástrofe, que, juntamente con la repulsa de Israel, el arnanismo y el cisma de oriente, es uno de los desgarrones más grandes que ha sufrido en su historia. Un hombre de palabra vigorosa y profética y de profundo sentimiento religioso, desencadenó en Alemania, hacia 1517, un movimiento que no supo permanecer dentro de la Iglesia universal. Este hombre se llamó Martín Lutero. Luego vinieron otros, que también tenían su opinión personal. Los más importantes fueron el suizo Zumgho y el austero y sobrio francés Calvino, hombre penetrado de la absoluta majestad de Dios 1. La Iglesia católica no tiene las manos limpias en lo que respecta a estos sucesos. Muchos cristianos, aun entre los pastores de la Iglesia, se habían mantenido apegados a sus riquezas, sensualidad y ambición, habían procedido muy mal en su tarea de guardianes de la Iglesia de Cristo. Pero también vivían en la Iglesia muchísimos hombres sabios y santos, tanto .en la jerarquía como en el pueblo. Ellos serán la fuerza impulsora que lleve a cabo la reforma dentro de la Iglesia. Entre ellos hubo el presbítero Erasmo de Rotterdam, hombre irónico que predicó la mansedumbre, el sentido común y un fino humanismo. Su moderación no pudo competir en aquel tiempo con la profundidad religiosa de Lutero. Pero su tolerancia evangélica puede enseñar mucho a nuestro tiempo. Hombre de temple muy distinto fue el caballero español Ignacio de Loyola, herido en una pierna en la defensa de Pamplona. Desde 1521, sacudido por graves crisis religiosas y lleno del consuelo del Espíritu de Dios, comenzó a ver el mundo a la luz de Dios Su primer intento fue predicar el evangelio a los musulmanes sin apelar a la fuerza. Todavía no pensaba en la reforma del norte, si es que tenía siquiera noticias de ella. Sin embar1 «Reforma» y «reformadores* suelen referirse al gran movimiento del si glo xvi, iniciado por Lutero, Calvmo y Zuingho «Protestante» es nombre mas general, que incluye, además de las Iglesias de la reforma, a todas las demás confesiones cristianas, que directa o indirectamente tienen relación con el moví miento inicial de la «reforma»

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go, el siglo en que vivió lo llamó a c o o p e r a r en u n a triple t a r e a : 1) r e f o r m a r la Iglesia, con la convicción de que los obispos son siempre los d i r i g e n t e s de ella, establecidos por D i o s ; 2) contener la escisión donde fuera posible; 3) p r e d i c a r el e v a n g e l i o en las p a r t e s de la t i e r r a recién descubiertas. P e r o I g n a c i o de Loyola es u n o e n t r e m u c h o s . O t r o s n o m b r e s gloriosos son Carlos B o r r o m e o en Milán y P e d r o Canisio nacido en N i m e g a . P o r entonces a l e n t a b a en la Iglesia u n deseo a r d i e n t e de que se c o n v o c a r a u n concilio, que, efectivamente, s e c o n g r e g ó p o r fin en T r e n t o (1545-1563). E l concilio d e T r e n t o expuso la doctrina católica, p r o f u n d a m e n t e y sin polémica, en las cuestiones que susc i t a r o n los r e f o r m a d o r e s . A la vez s u p r i m i ó abusos varios en la Iglesia. T a l vez p r o c e d i e r a , al h a c e r l o , con e x c e s i v a rigidez. E n t r e t a n t o , el r e n a c i m i e n t o a r i s t o c r á t i c o evolucionó hacia u n a c u l t u r a con m u c h o s elementos p o p u l a r e s y p i a d o s o s : el b a r r o c o . ¿ F u e la t r i u n f a n t e brillantez de este estilo lo que d e s l u m h r ó a m u c h o s frente al sobrio espíritu de las ciencias n a t u r a l e s , que est a b a n a m a n e c i e n d o ? E n todo caso, el a b s u r d o proceso r o m a n o c o n t r a Galileo, hacia 1600, es un síntoma de c e g u e r a p a r a los valores en este t e r r e n o . Y esto es t a n t o m á s de l a m e n t a r , c u a n t o p r e cisamente en este tiempo, por o b r a e n t r e o t r o s de I g n a c i o , se puso el fundamento de u n a m a n e r a de ser cristiano, u n a n u e v a espiritualidad, que e n c u e n t r a a Dios en la realidad t e r r e n a (visión del s a n t o j u n t o al río C a r d o n e r ) . Y todavía es m á s de l a m e n t a r esa c e g u e r a , p o r c u a n t o j u s t a m e n t e la tradición bíblica y la posterior tradición cristiana implican de suyo la visión del m u n d o de que h a n salido de hecho las ciencias de la n a t u r a l e z a : u n m u n d o que n o es Dios (inaccesible), sino creación de Dios (desacralización y desdemonización del m u n d o ; no hay sino r e c o r d a r el Cántico a las criaturas, de san F r a n c i s c o , que habla del « h e r m a n o » sol, n o del «padre» sol) ; un m u n d o , p o r o t r a p a r t e , que no es a p a r i e n c i a , sino 261-262 - realidad, siquiera se halle en dolores de p a r t o ; un m u n d o , final- 262-263 m e n t e , que n o es r e g i d o c a p r i c h o s a m e n t e por el ser s u p r e m o , sino q u e ha recibido sus valores y leyes propias. E s difícil p e n s a r que sea p u r a m e n t e casual el hecho de que las ciencias n a t u r a l e s n a c i e r a n en la p a r t e del m u n d o p e n e t r a d a p o r la fe cristiana. M á s aún, la idea de que la difusión de la cultura técnica es ya u n a p a r t e de la difusión de la r e d e n ción de Cristo, contiene tal vez m á s v e r d a d de lo que a p a r e c e a p r i m e r a vista (cf. t a m b i é n los capítulos sobre la redención y el 268 t r a b a j o sobre el m u n d o ) . 409-412 E n el siglo x v i s u r g e un n u e v o estilo de a r q u i t e c t u r a religiosa en que las columnas n o impiden la vista. L a s iglesias se convierten

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más que nunca en espacios comunitarios. Así, la iglesia II Gesú y también la nave principal de San Pedro en Roma.

311-313

243-246 282 350 436

438-444

La renovación católica se llama a veces contrarreforma, expresión que no tiene nada de afortunada. La Iglesia no iba en primer término contra nadie, ni contra nada, sino que deseaba renovarse. Secundariamente, hubo también una fuerte reacción defensiva. Muchas cosas valiosas fueron miradas sospechosamente en el mundo católico precisamente por el relieve que se les daba entre los reformadores que ya no eran católicos. Las diferencias se han exagerado de uno y otro lado. Sin embargo, ambos bandos leemos la misma Biblia, creemos los mismos doce artículos del credo y aceptamos el actual movimiento ecuménico. Por eso mencionamos de mala gana las diferencias. No obstante, debemos detenernos un momento en ellas. Acaso la diferencia más profunda pueda describirse de la manera siguiente. La cristiandad católica cree más firmemente que la salud eterna está encarnada en las cosas más ordinarias: el pan sobre el altar, la voz de una asamblea reunida en Roma, las palabras de la absolución. Hasta punto tal se hace Dios hombre aun en la Iglesia de hoy. Naturalmente, en estas realidades cotidianas" sólo encuentra a Dios aquel que se acerca con fe. Pero estamos ciertos de lo que Él nos ofrece: el pan es el cuerpo de Cristo; la absolución, el perdón; la palabra de la Iglesia universal, la verdad. Esta fe en la tangibilidad de Dios depende de la convicción de que la realidad mundana, incluso el hombre, es buena a la postre, tan buena que, a pesar de que la oscurecemos por el pecado y la perdición, es posible encontrar a Dios en ella. La reforma protestante, en cambio, vive desde el principio en la creencia de que no es posible alcanzar a Dios tan palpablemente en los sacramentos y en la palabra autorizada de la actual Iglesia. La salud eterna es más espiritual. Las cosas terrenas no son capaces de llevar hasta tal punto en sí mismas la salvación. Medios para entrar en contacto con Dios, se consideran, sobre todo, la palabra de la Sagrada Escritura y también los símbolos de la fe de los primeros concilios universales. Añádase además una especial atención a la experiencia interior individual. El perdón de los pecados puede servir de ejemplo. Para el católico, la confesión es una garantía perceptible por parte de Dios (aun en el caso de que el confesor fuera un gran pecador). El protestante busca la certidumbre del perdón en un signo interior de Dios. Pero lo sorprendente es que el católico, que no busca tanto la experiencia interna, precisamente por esta naturalidad en su proceder, alcanza en gran medida la experiencia de la paz in218

terior; mientras los que buscan la certidumbre en la experiencia interior, suelen recibir esta paz sólo en medida limitada. Pero i qué profundidad cristiana en este indagar un signo de Dios! Esta diversidad de actitudes religiosas crea tipos también distintos de hombres. La reforma protestante ha hecho a sus hombres más alerta, más personales, pero también más intranquilos y, a menudo, también más sombríos. En la Iglesia católica, la paz puede ser muy humana y como la cosa más natural del mundo; pero ello entraña el peligro de tratar harto familiarmente con Dios, con los hombres y las.cosas. Sin embargo, sería ingratitud en nosotros no ver en la paz sentida un signo de Dios, un signo no de nuestra bondad, sino del don de la presencia divina: amor, alegría, paz. Pero tampoco puede calcularse cuánto bien y cuánta santidad se desarrollan en la Iglesia de la reforma protestante — aun en aquello que tiene de más peculiar —, para el bien de toda la cristiandad. La Iglesia católica no puede prescindir de la. reforma. Nos hemos detenido un tanto sobre nuestras diferencias para decir que el problema de la reforma es una cuestión seria. Es algo que abarca y cambia al hombre hasta en sus más hondas raíces; una actitud ante la culpa, el mundo, Cristo y Dios. El protestantismo no luchó por una quimera. Afortunadamente, con esto no está dicho todo. Quede reservado el resto para unas páginas más adelante, en que hablaremos del movimiento ecuménico del 222-223 siglo xx. Cuando se originó la escisión protestante en la Iglesia, dominaba la creencia de que una comunidad social, región o reino, debía tener en conjunto la misma religión. Los secuaces de la reforma fueron perseguidos por la inquisición, y ello constituye 214-215 una página sombría en la historia de la Iglesia, como páginas sombrías son en la historia del protestantismo la matanza de católicos y hasta de protestantes disidentes. ¡ Sea fecunda la sangre de unos y otros! La idea que subyace a todo esto, a saber, que una sociedad única debe tener también religión única, trajo consigo otra extraña norma. Cuando ya la reforma protestante se hubo difundido ampliamente, se determinó en Alemania y en otras partes que cada uno debía abrazar la religión del príncipe o señor bajo cuyo dominio estaba: cuius regio, illius et reUgio: cuya es la región, es 401 también la religión. El que no aceptara esta regla, tenía que emigrar. Tan difícil les resultaba arreglárselas con más de una creencia dentro de una sociedad única. Antes de que se llegara a un arreglo, se desencadenaron muchas guerras civiles e internacionales. También entraron en juego intereses y diferencias nacionales, con más fuerza incluso que los 219

motivos religiosos (basta recordar la guerra de los treinta años). Por eso no es exacto etiquetar todos estos acontecimientos como guerras de religión, siquiera la actitud religiosa de los estados desempeñara también su papel en ellos. Todavía durante siglos hubo países con una religión dominante u «oficial» y una minoría oprimida (Inglaterra, los Países Bajos, Italia, España, Escandinavia, etc.). Edad moderna. Una religión difundida por todo el mundo Posteriormente se desarrollaron otros modos de ver las cosas. A partir de 1600 y, sobre todo, desde 1700, aparecieron hombres que no querían en absoluto ser cristianos, pero creían aún en Dios (deísmo). Desde 1800 se multiplican los pensadores que no aceptan en absoluto la existencia de Dios (ateísmo). Así, la sociedad acogió en su seno creencias cada vez más divergentes. Mucho tiempo pasó hasta que Iglesia y Estado se avi401 nieron a ello. Poco a poco se fue dibujando una solución: separar 402 en creciente independencia los dos poderes. Ello no r e p u g n a en n a d a al m e n s a j e del evangelio. E l E s t a d o ya no apoya de a n t e m a n o a la religión, sino que e n t r a en contacto con ella, por ser creencia de u n p o r c e n t a j e de sus subditos. A s í , en los últimos siglos, la Iglesia vive cada vez m á s dispersa entre h o m b r e s de o t r a s 42 creencias (situación de d i á s p o r a ) . Al tiempo, está ya la Iglesia extendida p o r todo el m u n d o (situación u n i v e r s a l ) . N o e r a antes así, cuando sólo u n a p a r t e del planeta oyó el m e n s a j e de Cristo. Sin e m b a r g o , por los mismos años en que se deshacía la creencia medieval, u n i t a r i a , fueron d e s -

cubiertas otras partes de la tierra (Cristóbal Colón, Vasco de Gama). Muchos se lanzaron a ellas con ansia de botín; pero no faltaron misioneros que predicaron el evangelio. El acontecimiento más importante del siglo xvi no. es la dolorosa escisión de Europa, sino el hecho grandioso de que la Iglesia comenzó finalmente a propagarse entre gentes que piensan de otro modo, hasta los confines de la tierra. 340-341

Se pretendía allí que el mensaje de Jesús echara raíces en la lengua, vestido y ritos propios de los pueblos evangelizados; así lo hizo, por ejemplo, De Nobili en la India. Pero, desgraciadamente, hubo muchos misioneros que confundieron cristianismo y cultura europea, y se opusieron a que los nuevos cristianos dieran forma propia a su pensar y obrar. Es lo que se llama «controversia de los ritos en Asia», durante los siglos xvi y xvn. El pleito se resolvió a favor de los europeizantes. Los misioneros que defendían la opinión contraria hubieron de obedecer. A partir de

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fines del siglo pasado, los métodos misionales siguen cada vez más el procedimiento de un De Nobili. La Iglesia en los últimos

años

En una breve exposición como la presente no es posible hacer justicia a los acontecimientos, corrientes y grandes personalidades de los últimos siglos. Baste remitir a la vasta bibliografía existente. El destino de la Iglesia está entretejido más que nunca con el de todo el género humano. Ello implica nuevas dificultades, pero también nuevas virtudes y tareas, por ejemplo, de tolerancia sin deslealtad, de independencia respecto del medio ambiente y, a la par, de solidaridad con los heterodoxos. La nueva situación crea también nuevas posibilidades, por ejemplo, de permanente corrección propia y eliminación de malas inteligencias. Cierto que hay todavía Estados que favorecen determinada concepción de Dios y oprimen o posponen a los que profesan opinión distinta. Por modo semejante, en grandes porciones de la humanidad se favorece exclusivamente, por parte del Estado, la idea de que Dios no existe. En esas partes del mundo, el cristianismo vive postergado o perseguido. Desgraciadamente, ha habido hasta ahora países en que el católico tiene algo de perseguidor o por lo menos de quien posterga a los demás. Sin embargo, a pesar de todo, nuestro planeta entero parece abrirse a la comunicación y al contacto entre todos los hombres. El concilio Vaticano n termina su «declaración sobre la actitud de la Iglesia para con las religiones no cristianas» con estas afirmaciones: «No podemos invocar a Dios,- Padre de todos, si negamos el afecto y la acción fraterna a cualesquiera hombres, que han sido creados a imagen de Dios. La conducta del hombre para con Dios Padre y su comportamiento con los hombres, sus hermanos, están de tal forma unidos, que dice la Escritura: el que no ama, no ha conocido a Dios (1 Jn 4, 8). Así se elimina el apoyo a toda teoría o práctica que introduzca discriminación entre los hombres y tntre los pueblos, en lo que toca a la dignidad humana y a los derechos que de ella dimanan. La Iglesia, por consiguiente, reprueba como ajena al espíritu de Cristo cualquier discriminación o vejación realizada por motivos de raza o color, de condición o religión. Por esto, el sagrado concilio, siguiendo las huellas de los santos apóstoles Pedro y Pablo, ruega ardientemente a los fieles que, observando en medio de las naciones una conducta ejemplar... (1 Pe 2, 12), en cuanto sea posible y de ellos depende, tengan paz con todos los hombres (cf. Rom 12, 18), para que sean verdaderamente hijos del Padre que está en los cielos (cf. Mt 5, 45).» 221

El hecho de que las iglesias no tengan ahora torres que descuellen sobre los tejados es otro fenómeno de la situación de diáspora. Es indudable que tales edificios no son ya lugar de culto para toda la población. A menudo se tiene gusto especial en construir iglesias pequeñas, abiertas, pero íntimas: Cristo como una levadura en medio de nuestras viviendas. La teología pone su empeño en cuestiones que le plantea el hombre dentro y fuera de la Iglesia (investigación bíblica, evolucionismo, valor "de lo profano, nuevos puntos de vista éticos). Un acontecimiento importante para la historia de la Iglesia ha sido el progreso de los medios de comunicación (aviación, televisión, etc.). Esto trae como consecuencia que el no cristiano sea mi «prójimo» espacialmente. La creencia de los otros se me hace constantemente presente, llega hasta mi domicilio. El cristiano oye más y es más oído. El mmñmiento

ecuménico

Desde 1910 se perfila entre los cristianos un movimiento que trata de contrarrestar la tendencia a la escisión de los últimos siglos. Desde que, en 1948, se formó definitivamente en Amsterdam el Consejo Mundial de las Iglesias, el movimiento ecuménico comenzó a tomar claramente forma. Este Consejo Mundial no pretende ser una Iglesia, que recubra a todas las Iglesias, una «Iglesia universal», sino lo que en 1961 fue definitivamente formulado en Nueva Delhi: «El Consejo ecuménico es una asociación fraterna de Iglesias que, de acuerdo con la Escritura, confiesan a Cristo como Dios y redentor, y se esfuerzan por corresponder juntas a su común vocación, para gloria del Dios uno, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.» El consejo se propone unir a todos los cristianos en su común vocación en pro de la humanidad: una vocación de predi335 cación, comunión y servicio (martyria, koinonia, diakonia). Casi todas las comunidades eclesiales no católicas se han adherido al Consejo Mundial. A los comienzos, la Iglesia católica se mostró oficialmente reservada, señaladamente por lo que atañe al contacto- con los protestantes, no tanto respecto del diálogo con las Iglesias de oriente. Siempre, sin embargo, ha habido en ella grupos activos preocupados por la unidad. Desde el gran concilio convocado y abierto por Juan x x m , el deseo de unidad ha ido tomando forma y se abren caminos para alcanzarla, como lo prueba, entre otros hechos, la creación en 1961 del Secretariado para el Fomento de la Unidad entre los Cristianos. Constantemente gana terreno la convicción de que el deseo ecuménico no significa indiferencia en la búsqueda

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de la verdad de Dios, significa, antes bien, atender al deber de la verdad, tal como lo declara el concilio Vaticano n «Es necesario que los católicos, con gozo, reconozcan y aprecien en su valor los tesoros verdaderamente cristianos que, procedentes del patrimonio común, se encuentran en nuestros hermanos separados Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las virtudes en la vida de quienes dan testimonio de Cristo, y, a veces, hasta el derramamiento de su sangre» (Decreto sobre el ecwmemsmo, 4) Durante siglos, como hemos visto, podía observarse en la cris- 212 tiandad una especie de movimiento de líneas divergentes, ahora 311313 parece como si nos halláramos ante el espectáculo de líneas que revierten y tienden a aproximarse, según la oración de Jesús. «Que todos sean una sola cosa » Hay que abrirse a este movimiento por la oración, por la continua conversión y renovación, por el estudio de las fuentes de la fe y de la distinta tradición, por la prontitud a abandonar formas que nos son caras, por el diálogo sincero y paciente, con una seriedad que evite fáciles evasiones, por el amor al pobre y más pequeño hermano de nuestra Iglesia o de la Iglesia de los demás, por nuestra cooperación en servicio de toda la humanidad Esta obertura nos da el refrigerio y la alegría del buen espíritu. Una historia de la Iglesia ligiosas

en pequ>eño- las órdenes

re-

En la síntesis de historia de la Iglesia que acabamos de ofrecer, hemos tratado de cuestiones como las relaciones de la Iglesia con el Estado, la escisión y unidad entre los cristianos, etc Pero otros muchos aspectos han sido pasados por alto Así, nada hemos dicho del camino de la entrega especial a Cristo, que parte de las palabras evangélicas «Si quieres ser perfecto, anda, vende 393-399 todos tus bienes y dáselos a los pobres... ven luego y sigúeme» (Mt 19, 21). Echemos también una ojeada a este campo de la historia de la Iglesia Este consejo fue seguido de las formas más varias a lo largo de los siglos Y siempre ha ido junto con el ejemplo de virginidad dado por Cristo En la primitiva Iglesia, las vírgenes y ascetas vivían en el seno de la comunidad eclesial Posteriormente, aun antes de la paz constantiniana, se retiraron algunos al desierto (Antonio de Egipto) Muy pronto se instituyo la vida común o cenobítica Así, la candad mutua y la obediencia libremente escogida se añadieron naturalmente como elementos nuevos a la anterior pobreza y castidad (Pacomio de Egipto) Para esta vida en común se redactaron reglas de profunda sabiduría evangélica La regla de san Basilio se difundió sobre todo en oriente, la de san 223

Benito, en occidente. En occidente también escribió san Agustín una regla para sacerdotes que vivían en comunidad. Los seguidores de la regla benedictina fueron beneméritos de la cultura europea, que nació gracias a sus esfuerzos (agricultura, ciencia), y de la obra misional. Sin embargo, su principal contribución a la sociedad está en otra cosa, que ellos mismos llaman su obra principal: la oración (cantada) en común. En esto se diferencian los benedictinos de otras dos órdenes religiosas, de enérgica vitalidad, que se fundaron en el siglo XIII : los frailes menores (franciscanos) y los frailes predicadores (dominicos). Los nuevos religiosos vivían en las ciudades, y su principal servicio era la predicación: los franciscanos sobre todo por 218 una vida de pobreza, por su sencillez ante Dios y ante los hombres, y también por la palabra de Dios; los dominicos por el estu213 dio y la predicación (santo Tomás de Aquino fue dominico). Pos217 teriormente, en el siglo xvi, Ignacio de Loyola proyectó y llevó a cabo una forma de vida religiosa que se mantuvo aún más unida al mundo. En la Compañía de Jesús, como Ignacio llamó a su orden, se echan de menos el coro y el carácter monástico. En nuestros días, observamos en las congregaciones e institutos seculares recién fundados una presencia aún más amplia «en el mundo», lo que no impide que vivan de acuerdo con los consejos evangélicos. En la historia de estos movimientos, la iniciativa estuvo, por lo general, en manos de varones; pero nunca faltaron mujeres que fundasen también comunidades religiosas adaptadas al espíritu del tiempo. Acaso hayan pasado a segundo término a partir del siglo xvi por no haberse podido realizar dos intentos de hallar una solución de acuerdo con el tiempo (Mary Ward y Ángela de Merici). Al fundarse en la Iglesia nuevas órdenes o congregaciones religiosas, continuaron existiendo las anteriores. Si han seguido manteniendo el espíritu de sus fundadores, la mayoría de ellas no están aún anticuadas. El siglo xx necesita de la pax benedictina, de la alegría franciscana y del amor a la verdad dominicana, etc. En nuestros días se ha fundado una comunidad protestante en Taizé (Francia), de composición internacional y espíritu muy ecuménico. El mensaje de Cristo se nos ha transmitido a menudo por obra de una congregación religiosa: en la parroquia, en la escuela, en el trato personal. Su historia nos concierne de cerca.

224

Humanización

del mundo a partir de la venida de Cristo

63, 64-67

Todavía no hemos puesto al descubierto todas las dimensiones de la historia de la Iglesia. Por eso querríamos hacer resaltar un tercer aspecto de la historia del mensaje de Cristo, difícil de destacar con exactitud, pero de profunda influencia. La fe cristiana comenzó en una sociedad en que se aceptaban generalmente la dureza y una desigualdad fundamental entre libre y esclavo, entre ciudadano y bárbaro y hasta entre hombre y mujer. La doctrina de Jesús minó los fundamentos de este modo de ver. Todos somos iguales ante Dios. Pablo lo expresa así: «Ya no hay judío ni griego; ya no hay esclavo ni libre; ya no hay varón ni hembra, pues todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gal 3, 28). Pareja tesis fue una bomba retardada, que ha ido estallando sucesivamente hasta nuestros días. Nadie, ni el mismo Pablo, sacó directamente la consecuencia de que se debía abolir la esclavitud; sin embargo, a partir de entonces, como hombres, el esclavo y el libre eran absolutamente iguales (cf. Ef 6, 5-9), y por el mismo caso el pobre y el rico. «Suponed que entra en vuestra reunión un hombre con anillo de oro y con vestido elegante y que entra también un pobre con vestido sucio. Si atendéis al que lleva el vestido elegante y le decís: "Tú siéntate aquí en lugar preferente"; y al pobre le decís: "Tú quédate allí de pie o siéntate bajo mi escabel", ¿no juzgáis con parcialidad en vuestro interior y os hacéis jueces de pensamientos inicuos». (Sant 2, 3-4).

85-8í 134-135 209, 213 215, 217 280 267-268 323 337 341, 361 372, 401 406 416-417 437

La consecuencia hubo de imponerla la historia. Con muchos altos y bajos, favorecida o impedida por las circunstancias económicas, la esclavitud fue primero mitigada en el mundo cristiano 85 y finalmente de todo en todo suprimida. ¡ Harto duró, desde luego! 213 Tampoco la democracia y justicia social dejan de tener relación con el principio de igualdad ante Dios que Cristo trajo al mundo: que todos los hombres sean iguales en su relación con Dios, significa una igualdad arraigada en lo más hondo de su ser. Así, ha disminuido también la dureza y crueldad en el trato de nuestros semejantes (por ejemplo, los condenados en las cárceles, los alumnos de una clase, etc.) ; aun con los animales es más sensible el hombre moderno. Mucha maldad, mucha crueldad 403 quedan en el mundo; pero, por lo menos, se trata de ocultarla, pues se tiene conciencia de que es algo que no debería ser. El espíritu cristiano ha penetrado en la humanidad como una levadura. Otros dirán que este proceso es simplemente un signo de que el género humano tiende hacia una mayor humanización. Pero esto no es forzosamente contrario a lo que decimos. Esta humani-

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dad que progresa ha sido creada para tender y llegar a una manera 479-480 de vida, tal como Jesús la quiere e inspira Pero también es de notar que los que más han luchado por una 275 mayor igualdad y humanidad han sido muchas veces los no cristianos, que han concentrado toda su energía en la sola verdad por ellos vista Esta concentración ha acelerado la evolución, pero acaso no siempre con ventaja de la armonía humana Sin embargo, siempre queda en pie como fenómeno histórico señero que la lucha contra la miseria y el concepto de mayor igualdad entre los hombres se han desarrollado en aquella parte del mundo en que el mensaje cristiano ha penetrado las conciencias, la parte en que Cristo ha podido ser mejor conocido como compañero de camino de los hombres Otra perspectiva

de la historia del pueblo de Dios

Acontecimientos impresionantes, fundaciones de ordenes religiosas, gozosa humanización de los pueblos, he ahí tres líneas en la historia del mensaje de Dios sobre la tierra Sin embargo, nos embarga aun el sentimiento de no haber hecho plenamente justicia a esa historia Se trata sólo de estrechas sendas que hemos trazado por el inmenso campo de la historia A derecha e izquierda de ellas se tienden, invisibles para el ojo del historiador, los dominios de aquellas vidas humanas cuya bondad ha sido olvidada Tout au long de longues, longues plames, peuple immense avance lentetnent (Aimé Duval). «A lo largo de largos, largos llanos, un pueblo inmenso avanza lentamente » Tal vez intolerante por ignorancia, tal vez rudo y duro para con hombres y animales, tal vez lastrado con muchas adherencias de superación de sus orígenes paganos, tal vez confuso con mil prejuicios, pero esforzándose entre altos y bajos por cumplir el mensaje de Cristo asi avanza un pueblo por la historia Esta lucha por la vida de oración, por la propia abnegación, por la cálida bondad, por la fidelidad matrimonial, por la virginidad, la paz y la paciencia tal es la verdadera historia de la Iglesia. ¿ Quién pertenece al pueblo de Dios f de la palabra Iglesia

Sentidos

¿ Quién es este pueblo ' Son los que hallan a Cristo en la Iglesia católica vi\a, que despierta sus conciencias Son los que llamamos simplemente la Iglesia Pero tampoco podemos negar el nombre de Iglesia de Cristo a 226

quienes, aun viviendo en el cisma o la herejía, encuentran a Cristo. No solos, sino con ellos nos llamamos Iglesia con toda plenitud de sentido. Hay además muchos que no se llaman cristianos, pero cuya vida tiende de hecho, según el mensaje de Cristo, a la bondad y al amor. Acaso rechacen el nombre de Cristo por no saber quién es; sin embargo, en un clima creado por Cristo realizan de hecho sinceramente valores que Cristo trajo al mundo. En un sen- 386 tido más lato podemos quizá aplicarles también el nombre de Iglesia, pues pertenecen al pueblo que, a través de la historia, transmite a la humanidad algo del mensaje de Cristo. Hay, finalmente, hombres a quienes la historia no ha puesto en contacto con el mensaje de Cristo, pero que ponen atento oído a la voz de Dios en su conciencia y en sus leyes. Tampoco a éstos quisiéramos excluirlos en nuestro pensamiento del pueblo que camina hacia la luz, que es Cristo, aun cuando no hayan oído su nombre. Pues el Espíritu considera y despierta la buena disposi- 239 ción del corazón, el tácito deseo de iluminación y nuevo nacimiento, tal como los da Jesús. Así nos atrevemos a decirlo por las razones alegadas en el capítulo sobre el sacerdocio general. Por eso, no se quiere a veces negarles el nombre de Iglesia. Pero, en 239-240 tal caso, el nombre se tomaría en sentido latísimo. Tal vez sea mejor no hacerlo y emplear la noción de Iglesia en su sentido lato, sólo cuando existe una comprobable vinculación histórica con el mensaje de Cristo. El estrato más profundo

de la historia

Acabamos de evocar la historia de la bondad y paciencia olvidadas. ¿ Hemos penetrado así en el núcleo más hondo de la historia de la Iglesia ? No. Aún podemos descender algo más. Bajo esta corriente de bondad, discurre en los mismos hombres - la historia del pecado y de la gracia. Esto es lo más profundo: la infidelidad (decadencia, destrucción), la dureza (guerra, inquisición, enemistad), la seducción, la cobardía, la incredulidad, el odio, a todo lo cual ha respondido siempre Dios con su gracia. Cada vez ha querido Dios comenzar de nuevo para dar a cada uno su santo Espíritu. Ésta es la verdadera dimensión de la historia de la bondad. Más que ninguna otra línea histórica, esta línea del pecado y de la gracia se esconde en el misterio: millares de millares de misterios de vidas llevados al sepulcro, a la eternidad de Dios. Es la historia del poder def pecado y de la prepotencia de la 249-260 gracia. Si algo caracteriza a los que, dentro de la humanidad tra- 260-276 tan de vivir la vida de Jesús, es que están penetrados del sentido de su propia insuficiencia y de la gloria de Dios. 335

227

124-127

LA FE NACE DE LA PREDICACIÓN. LA CONVERSIÓN

279-286

Un mensaje que no hemos

inventado

La fe viene de lo que se oye en la predicación. No es invención propia. No la logramos por el mero reflexionar sobre la naturaleza y el hombre, i No i Se oye lo que no se ha visto. Se oye lo que Cristo nos ha comunicado del Padre. Se oye por la voz de la Iglesia. 278 Sin duda, hemos sido creados «para Cristo». Toda la realidad, incluso nosotros mismos, está ya en relación con Él. Así, nuestras sensaciones espontáneas, nuestro sentido común o sana razón, nuestra capacidad de amar, nuestro progreso humano contienen ya mucho de Cristo. Sin embargo, no podemos apoyarnos enteramente en nuestro propio modo de ser, ni en nuestro propio progreso. Donde fallan nuestro sentir y pensar, la revelación nos 361 muestra la ruta. El evangelio contiene siempre algo inesperado. El evangelio es un mensaje que nos obliga constantemente a cambiar de manera de pensar. El evangelio nos hace nuevos. Esto quiere 75 decir conversión. Umbrales difíciles de trasponer El hombre tiene que franquear puertas difíciles para llegar a la fe (y otras luego, para ahondar más y más en ella). Los obstáculos son distintos para cada uno; pero, a la postre, algo universal humano hay en todos. De ahí que nos atrevamos a describir algunos de ellos. El primer obstáculo es, sin duda, la voluntad del hombre que quiere someterlo todo, dominarlo todo, incluso a sus semejantes, i Nada de admiración, nada de reverencia! La única pregunta que el dominador se hace ante los hombres y las cosas es ésta: ¿ Qué podré sacar de ellos ? Las cosas no encierran misterio alguno que le inspire temor y le haga pensar: ¿ De dónde vienen las co13-17 sas ? ¿ Qué sentido tienen ? Se echan cálculos, se busca la seguri427-430 dad en los números. Todo lo inesperado es tabú. La misma actitud se toma respecto de los hombres. No se mira al otro como otro centro de amor y libertad, como otro «yo» irrepetible con su propia vida. Se lo mira exclusivamente como algo que es o no, útil y apetecible. Se «manipulan» cosas y hombres y se cierran los ojos a su misterio. De pareja actitud llevamos todos algo dentro de nosotros. Señaladamente en nuestro siglo técnico, que tanto sabe de observación y cálculo, es frecuente que nos encerremos en este marco.

228

Sin embargo, el mismo achaque sufrieron hombres anteriores a nosotros. La fría y dura codicia, mezclada frecuentemente de soberbia, es un vicio que tenemos profundamente arraigado, por muy afables que nos mostremos en nuestro trato. El que realmente ama, da un paso más allá de este umbral. En tal caso, el prójimo ya no es el objeto de nuestro sentimiento o de interés calculado; es realmente «otro», con su propia profundidad y posibilidades insospechadas. Entonces desistimos de calcularlo y preverlo todo. La única manera de conocer al otro tal como es, será ahora entregarse, confiar, creer. Sin fe no hay amor. Esta fe en el otro no es una forma inferior, sino superior de conocimiento. Es el único camino para conocer lo más alto que existe sobre la tierra: otra persona. Una fría descripción psicológica, por inteligente que sea, no llega nunca al «yo» del otro; el conocimiento con amor, sí. Por eso, el decir «Creo en ti» no significa incertidumbre, como, por ejvemplo, la frase: «Creo que lloverá mañana.» Decir «creo en ti» significa la manera de comprender y conocer más digna que puede descubrirse sobre la tierra; un encuentro que conoce al otro en su irrepetible peculiaridad, y ello del único modo posible: por el amor, el respeto y la admiración. El verdadero amor no nos hace ciegos, sino clarividentes. Sin embargo, el que trate de vivir el amor mutuo hasta su límite extremo, hará más de una vez en su punto culminante la experiencia de que aquello no es lo último. Todos estamos referidos unos a otros. ¿Cómo y por quién? ¿Cuál es el misterio último que nos traba y nos hace existir? La misma imposibilidad de retener los momentos culminantes nos plantea esta cuestión: Liturgia

de la palabra

Este capítulo no puede terminar sin decir algo sobre el momento más comunitario de la palabra, que es la liturgia. Existe una liturgia de la palabra sin celebración eucarística: oraciones, 158 cánticos, lecturas y exposición de la palabra. Pero la liturgia oficial de la palabra de Dios para todos los fieles es la que tiene lugar al comienzo de la misa. Como la comida pascual era una conmemoración no sólo porque se comía 161 el cordero, sino también porque se narraba la liberación de la servidumbre de Egipto, así también, en la santa misa, a la liturgia eucarística antecede la liturgia de la palabra como conmemoración de lo que Dios ha hecho entre nosotros. Está estructurada así: después de una introducción de canto y oración, vienen dos o más lecturas. La última de ellas se toma 145-146 siempre de los evangelios y se escucha de pie. Las lecturas precedentes se toman de otras partes de la Escritura, frecuentemente de las cartas de los apóstoles; de ahí su nombre de «epístola». Entre las lecturas se cantan versículos de un salmo. Esta conmemoración de los hechos de Dios por la palabra sólo alcanza su sentido pleno cuando descubrimos cómo pervive en nosotros esta obra de Dios. De ahí que a la lectura del evangelio siga inmediatamente la exposición o comentario, que se llama sermón u homilía. Las lecturas y la homilía forman el primer punto culminante de la celebración eucarística. La actitud que le corresponde es la de escuchar atentamente. Todo ruido que turbe el silencio (por ejemplo, el sonar de las monedas en la bandeja de la colec318

ta) es tan molesto en este momento como durante el canon. Escuchar es una actividad. Conmemorar la obra de Dios y descubrirla en nosotros mismos, no es cosa que podamos hacer como quien oye una radio casualmente enchufada. Aquí son menester paciencia y fe. De lo contrario, sólo tendremos interés por los grandes oradores. Lo que importa es sacar provecho de la palabra de Dios, aunque nos venga por medio de un sacerdote sin grandes dotes oratorias o con poca inspiración. Él nos dirige un mensaje, aunque sus palabras puedan ser, según nuestra opinión, demasiado duras, demasiado comunes, demasiado elevadas o demasiado bajas. El que abre sus oídos y su corazón, oye que le habla el Señor. En los domingos y fiestas, y como remate de la liturgia de la palabra de Dios, se reza o canta en común el credo, profesión de nuestra fe y respuesta a la palabra de nuesro Señor. Como transición a la liturgia del altar, siguen luego oraciones que expresan las necesidades de los hombres y de la comunidad delante de Dios.

LA EUCARISTÍA

Es muy significativo que cualquier sacerdote u obispo haya sido ordenado primeramente de diácono, es decir, servidor Es un elemento fundamental de su actividad el ser los menores de todos, al servicio de todos. El servicio desinteresado es algo que siempre tiene pocos partidarios en cualquier sociedad humana Por eso, es ésta una función del sacerdote en la que no se verá fácilmente sin empleo El sacerdote debe representar, según su posibilidad, algo del desprendimiento del Señor Debe estar libre para atarse mejor al pueblo de Dios, sin preocupaciones, a fin de echar sobre sí las preocupaciones de la Iglesia Por eso, la Iglesia de occidente sólo ordena de sacerdotes a quienes estén dispuestos a permanecer célibes de por vida El sacerdote no debe ser tampoco rico Esto último no está regulado por ninguna ley y lo primero puede cambiar como ley general. Pero la pobreza y el celibato son expresión de la idea cristiana del sacerdocio, el sacerdote, por participar en la misma misión redentora de Cristo, ha de ser hombre totalmente desprendido de sí mismo, ha de poner toda su vida a disposición de los demás. Mas esto impone también a los fieles que no desempeñan cargo alguno, el deber de compartir algo de sus vidas con el sacerdote. A ellos incumbe el deber de remediar las necesidades de los sacerdotes, pues el Señor dice «Digno es el obrero de su jornal» (Mt 10, 10) El sacerdote tiene necesidad también del cariño, de las exigencias, de la fe y la sinceridad de los creyentes Nadie puede saber de antemano en que consistirá su vida de sacerdote Uno, por ejemplo, que se ordene en 1970, será aún sacerdote en el año 2000 ¿ En qué circunstancias ejercerá entonces su ministerio' Nadie lo sabe Y más de un sacerdote exclamará, en momentos graves y difíciles, como el profeta Jeremías «Tú me sedujiste, Señor, y yo me dejé seducir» (20, 7). Es más, el texto griego dice «Tú me engañaste » La vocación al sacerdocio Sí, seducidos por Dios Él es al cabo el que llama ¿ Cómo ? Muchos son los relatos de vocaciones que nos ofrece la Escritura. Ésta narra en forma gráfica y pintoresca exactamente lo mismo que una y otra vez se repite hoy intimamente y en sentido moderno El lugar que otorga la Escritura a estas vocaciones personales, a estos llamamientos, tiene sin duda algo que decirnos Prueba lo 354

fascinante que es este tema para el pueblo de Dios; acaso también que es tema predilecto de Dios, que no llama sólo a la humanidad, sino también a algunos hombres. ¿ Cómo sabe un hombre que es llamado ? Si la idea de hacerse sacerdote despierta en él alegría y paz, tiene toda razón para suponer que Dios lo llama. Porque Dios no es Dios de confusión y desorden, sino de paz y alegría. Sólo que debemos discernir entre dos motivos de alegría, que pueden estar en pugna entre sí: alegría de pensar que no va uno a hacerse sacerdote, y alegría de pensar que, a pesar de todo, lo va a ser. Una de las dos resultará la más profunda, la verdadera fuente de paz. La paz en lo más profundo del ser, he ahí el punto de referencia. Acaso apunte esto al camino que parece más duro y más difícil, o acaso no. A la postre, lo que importa es la actitud decidida, abierta y olvidada de sí, que pregunta: «Señor, ¿qué quieres que haga?» Pero es conveniente no guardarse para sí semejantes consideraciones, sino buscar el contacto con la comunidad en la persona de un sacerdote bueno e inteligente. Éste no coartará la libertad de la elección, sino que la acrecerá, pues sabe que sólo el libre asentimiento es digno de la función sacerdotal. La comunidad desempeña además otro cometido importante en la vocación. La Iglesia decide, por medio de sus pastores, sobre la idoneidad del candidato, y en caso positivo, le dan la misión. De este modo, la vocación definitiva tiene lugar por la voz de la Iglesia en el momento de la ordenación. Si nos remontamos a los comienzos de una vocación, daremos una y otra vez con la comunidad: la familia, la parroquia, la escuela, ciertos contactos en edad más avanzada. A través de uno 388 de estos medios se abre por vez primera al niño o al joven la perspectiva de una vida consagrada al servicio de los hombres en la amistad íntima con Cristo. Al comienzo de una vocación pueden mostrarse a menudo motivos poco firmes y menos valiosos. Nadie comienza con motivos plenamente maduros. La primera purificación y esclarecimiento viene durante el tiempo de prueba antes de decir el «sí» definitivo. Es algo así como el noviazgo. Pero la vida pasada en servir al Señor, en la edad adulta hasta la vejez, va ahondando los motivos y los hace más verdaderos. Normalmente, claro está, habrá una continuidad entre el primer deseo y su realización. Pero la verdadera línea directriz será siempre, en tal vida, la fidelidad al Dios vivo e imprevisible, a quien uno se ha confiado. Con Él procuramos trabajar por sus criaturas vivas e igualmente imprevisibles, es decir, los hombres.

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EL SEGUNDO MANDAMIENTO ES SEMEJANTE AL PRIMERO

En los precedentes capítulos hemos tratado sobre todo de nuestras relaciones con Dios; el hombre, lleno de reverencia y amor, se ha enfrentado al misterio de su origen. Los capítulos que signen tendrán por objeto nuestras relaciones con el mundo; el hombre lleno de reverencia y amor, se enfrenta al misterio de «la tierra y cuanto la llena, el orbe de la tierra y 294 los que en ella habitan» (Salmo 24, 1). Tal división se encuentra en los diez mandamientos; los tres primeros hablan de Dios y los siete siguientes del hombre. Así pues, los temas que siguen están tomados de estos siete mandamientos, aunque no nos atenemos íntegramente al orden de los mismos. Origen de los diez

mandamientos

Comenzaremos reflexionando sobre el término «mandamiento». Un mandamiento es para muchos como una carga impuesta desde fuera; y en consecuencia piensan: ¡De qué modo tan diferente obraría yo si no hubiera mandamientos! Sin embargo, con ello se rebajan los mandamientos a algo carente de valor en sí mismo. La honradez, el cuidado de la vida, la fidelidad conyugal no serían valores en sí mismos, sino una coacción exterior, que Dios nos impondría, cuando pudiera habernos mandado otras cosas. Los motivos de tal modo de pensar han de buscarse en una educación que ha hecho del bien un sistema de prescripciones perfectamente delimitadas ; una insistencia exagerada sobre el «hay que» exterior caracteriza este clima vital en que se ha dejado muy poco margen para los valores espontáneos tanto en los educadores como en los 372-391 que son educados. Así se pierde de vista que los mandamientos son buenos en sí mismos; que son, estrictamente hablando, valores vítales, cuyo fundamento está ya en la naturaleza del hombre y de las cosas. Naturalmente, sería erróneo concluir: «por tanto», estos mandamientos no proceden de Dios. Todo lo contrario. ¿ No es la creación entera con todos sus valores regalo de Dios y camino hacia Él ? Si vivimos conforme a estos valores, vivimos conforme a su voluntad y mandato. Hemos de considerar, además, que esta claridad de la conciencia no se ha purificado por sí misma de la escoria de los errores humanos, de la soberbia y el egoísmo. No apareció hasta que Dios entró en particular comunicación con la humanidad mediante el pueblo de Israel. Léase el pasaje referente al Sinaí en 2-43, 50 el libro del Éxodo, capítulos 20 y 33. Es la exposición apretada de un largo proceso histórico. Al revelarse Dios tan eficaz y perso356

nalmente en la fe e historia de Israel, empezó a esclarecerse tam- 36-37 bien la relación del hombre con Él y halló su expresión en los mandamientos. Así pues, los mandamientos son expresión de nuestro más profundo anhelo y al mismo tiempo proyectan una crítica, 361 que emana de Dios, sobre todo lo bajo que hacemos. Las formulaciones de los mandamientos son de una concisión primitiva. Por ejemplo, se dice sobriamente: «No matarás.» Pero aquí se encierra toda forma de respeto a la vida. En nuestra exposición no insistiremos en el aspecto de la «dura ley», elemento ligado a una época, sino que atenderemos a su sentido profundo y permanente: diez máximas, que se cuentan con los dedos de las dos manos, contienen resumida toda la conciencia de la humanidad. Los mandamientos

en la comunidad

humana

Los valores expresados en los diez mandamientos han de ser practicados en comunidades humanas que viven en estadios y edades culturales sumamente diferentes. Esto exige comentarios y adaptaciones. Es misión especial del magisterio de la Iglesia la de interpretar para los creyentes estos profundísimos valores. «Todo lo que atéis en la tierra, atado será en el cielo; y todo lo que desatéis en la tierra, desatado será en el cielo» (Mt 18, 18). Esta promesa hecha por Jesús a sus apóstoles, es válida también para sus sucesores. Atar y desatar es oficio que contribuye a la edificación de la comunidad e incluye también la misión de declarar lo que está, o no está, permitido. Sobre esto hemos hablado ya en el capítulo «El ungido reúne a su Iglesia». Que estas directivas de la Iglesia interpretan a su vez la fe de la Iglesia universal, quedó aclarado en el capítulo sobre el sacerdocio pastoral. En el capítulo sobre la conciencia, tendremos que hablar de nuevo sobre el tema. Volveremos a hablar también del valor esencial al que debe conformarse cualquier norma, es decir, al amor. Sin duda, hay que advertir que cada aplicación de los mandamientos lleva el cuño de una determinada sociedad en una época determinada. Trátase siempre de una mezcla de elementos eternamente válidos y de otros transitorios. Ninguna formulación reproduce en toda su pureza e invariablemente el valor en cuestión; pues la conciencia del bien y del mal, y por lo mismo, la aplicación práctica de los mandamientos eternamente válidos, se renueva y evoluciona sin cesar. Estas observaciones no pretenden negar que en una auténtica comunidad se dé una dirección con verdadera autoridad. De la comunidad en que actúa la revelación de Dios, surge una luz que guía nuestra conducta a través de tanteos y progresos. La comunidad es la que interpreta y traduce los valores.

357

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La conciencia en armonía con el

mandamiento

Esta aplicación y traducción no se da independientemente de nuestro sentido innato de los valores, sin la facultad de discernir 16-n el bien, que nos guía personalmente en el obrar: la conciencia. El hombre lleva dentro de sí —mejor seguramente sería decir: el hombre es— un instinto espontáneo de lo que debe hacer. Los mandamientos y la conciencia apuntan a los mismos valores. Sería grave error hacer de la conciencia un asunto meramente privado. Una fuente mágica, para uso privado, sin vinculación con la comunidad. Esto enajenaría a los hombres entre sí, sería inhumano. Por eso, sólo en sentido muy limitado es verdadero, lo que a veces se oye actualmente: «Antes se vivía según los mandamientos (se hacía lo que era obligación). Hoy se vive según la conciencia (se obra libremente)». Ni antes se obraba sin referencia a la conciencia, ni ahora se obra sin referencia al mandamiento que dicta la comunidad. Una y otra cosa van unidas. Sólo es cierto que, en las diversas épocas, se pueden variar los centros de gravedad. Pero de esto hablaremos luego más despacio. Aquí nos vamos a ocupar de la unidad entre la conciencia y el mandamiento. No debemos caer en el error de ver ante todo una oposición entre la «persona» 232 y la «comunidad», entre la conciencia y el mandamiento. Más profundo y esencial que su oposición, es el hecho de que sólo juntos logran plena validez. Cuanto más un ser es él mismo, tanto más está, por este solo hecho, con los otros, más abierto para dar y 278 recibir, comenzando por las cosas hasta Dios. Y, a la inversa: cuanto más abierto está un ser a los otros, tanto más es él mismo (las plantas están menos en sí mismas que el hombre, y, por ello, son menos solidarias entre sí). «Uno mismo» y «juntos» no son en el fondo cosas opuestas, desde el momento en que el mundo ha sido creado para el amor. Así pues, un buen mandamiento y una buena conciencia se apoyan mutuamente. La conciencia personal no existe sin relación con la conciencia de la comunidad. Por eso sigue válido el dicho del Eclesiástico: «No es sabio el que aborrece la ley; y el que no la guarda, zozobrará como nave en la tormenta» (33, 3). La conciencia en tensión con el

mandamiento

Al lado de esta unidad, honda y esencial, entre el mandamiento y la conciencia, se da también y necesariamente, una tensión entre ambos. La ley con sus prescripciones no puede prever nunca exactamente todas las posibilidades. Siempre habrá casos en los que sea preciso hacer más o menos de lo mandado por la ley. La con358

ciencia, sensible a lo que es bueno en la situación concreta, no puede dejarse guiar solamente por la letra de la ley. A veces tendrá incluso que apartarse de la letra para realizar los valores que intenta la ley. Un segundo motivo de sana tensión es la evolución del sentido de los valores. El sentido del bien y del mal evoluciona y se renueva, como hemos visto ya. Lo que un día fue la mejor expresión de los grandes valores morales (y, por ende, de los diez mandamientos, invariables en su fondo), no lo es forzosamente en otra época. La conciencia trabaja continuamente por la renovación de la ley. Este problema exige aquí una atención especial, porque estamos hablando de los mandamientos tal como se explican en la comunidad de Dios, en la Iglesia, la comunidad en la cual la conciencia desempeña un papel relevante. En efecto, el cuidado capital de la Iglesia se cifra en nuestras relaciones con Dios. «Todo lo que atéis en la tierra, atado será en el cielo.» La importancia de la conciencia es muy grande en la vida cristiana; la Iglesia enseña en efecto, que la conciencia obliga siempre, aunque sea errónea. «Pues todo cuanto se hace sin convicción de fe, es pecado», dice san Pablo (Rom 14, 23). Y santo Tomás de Aquino (siglo XIII) : «Si alguien confesara la fe de Cristo o la Iglesia, a pesar de haber visto que no es verdad, pecaría contra su conciencia.» El cardenal Newman (siglo xix) declara: «Yo he creído siempre que la obediencia a la conciencia, aun errónea, es el mejor camino para la luz.» Sin embargo, estos pensadores sabían muy bien que sólo con este aspecto subjetivo no estaba resuelto todo el problema. En efecto, no se puede ocultar el reto que nos hace el mandamiento, pues él representa la conciencia de la auténtica comunidad. El pensamiento medieval, que estaba especialmente orientado a lo objetivo y social, acentuó este aspecto con mucho énfasis. No podemos evitar la impresión, por ejemplo de que para santo Tomás era inconcebible que alguien pudiese tener una conciencia errónea sin culpa alguna por su parte. Más inverosímil aún le parecía esto a san Agustín (siglo iv). Siempre queda, sin embargo, en pie el hecho de que la doctrina irrevocable de la Iglesia, enseña que el hombre debe guiarse por su conciencia. «Por la fidelidad a la conciencia se unen los cristianos con los demás hombres para buscar juntos la verdad», dice el Vaticano n (Const. sobre la Iglesia en el mundo, § 16). A la Iglesia le importa la relación del hombre con Dios. En esto se diferencian sus leyes de las del Estado, que sólo miran al orden exterior y no se preocupan de la conciencia. De ello no habría que concluir que tales leyes no puedan obligar al cristiano en conciencia, sino que eso no le interesa propiamente al Estado. 359

Las leyes de la Iglesia, por el contrario, sólo obligan en cuanto está comprometida la conciencia. No son una coacción exterior, sino un llamamiento interior A quien no tenga fe, no le dicen nada Las leyes eclesiásticas difieren de las civiles. E incluso en su formulación van ostentando, en mayor grado cada vez, este carácter que le es propio. Encargo de formar

cada uno su

conciencia

Varias son las causas que nos fuerzan a acentuar, precisamente en maestro tiempo, la importancia que tiene t\ juicio de la conciencia personal Cada vez es mayor el sentimiento de que cada hombre y cada situación son únicos e irrepetibles Al mismo tiempo, vivimos en una época de transición, muy original, en la que cambia y se renueva el sentido de los valores. La cuestión se hace particularmente premiosa, cuando los criterios de valoración, aún vigentes, se han quedado estrechos, o cuando las leyes, que responden a ellos, descienden excesivamente a los detalles En tales casos es ineludible consultar la propia conciencia y el sentido del bien guiado por la fe Naturalmente, esto no lo debe hacer uno solo ante su propia conciencia Es preciso situarse en la comunidad de Dios y aun en el conjunto de la comunidad humana para orientarse y deliberar, sólo entonces se notará cómo empieza a alborear en las conciencias una nueva concepción Nuestra época nos encomienda, pues, un quehacer propio de ella De un lado, los responsables de la comunidad siguen apelando a la buena voluntad y obediencia de los cristianos, sin estas virtudes no hay espíritu cristiano ni paz posible «No penséis que he venido 130 a abolir la ley o los profetas», dice Cristo (Mt 5, 17) Por otra parte, no podemos soslayar, venido el caso, una seria decisión personal, aunque debemos tomarla como amigos de Dios, con conciencia animosa y tranquila, en común reflexión con hombres buenos. Jesús se refería a una actitud semejante, al decir «¿No ha130 béis leído lo que hizo David, cuando sintió hambre él y los suyos que entró en la casa de Dios y comió los panes ofrecidos a Dios, a pesar de que ni a él ni a sus compañeros les era lícito comerlos, sino sólo a los sacerdotes?» (Mt 12, 3-4). No olvidemos, además, que Jesús no presenta los mandamientos como una sene inconexa de prescripciones, arbitrariamente impuestas por Dios N o , Jesús hace ver el núcleo, la fuente que da sen132 tido a todo lo mandado. «De estos dos mandamientos penden toda la ley y los profetas » ¿De qué dos mandamientos? «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.» Éste es el mayor y el primero de los 360

mandamientos. Y el segundo es semejante al primero: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Mt 22, 37-39). La fuente y el fin de la ley es el amor. En él se cifran los diez mandamientos, los tres primeros y los siete restantes. Unos y otros reciben su más profundo sentido en este amor: amor a Dios y amor a los hombres. El amor al prójimo, um. misterio de fe Así sólo queda una cosa: el amor. Una palabra divina, henchida 132-135 de exigencias. A veces tal vez nos sintamos tentados a verla como algo que cae de su peso; hasta punto tal lleva nuestro pensa- 225 miento la marca de veinte siglos de predicación del evangelio. Pero Teilhard de Chardin escribe cómo, estando inclinado a pensar que la lucha y la fuerza eran las realidades más importantes de la vida, la revelación de la misión de amar le pareció la revelación de un misterio. El orgullo de los fuertes y el resentimiento de los débiles quedan aniquilados por este mandamiento. Es la crítica de Dios a nuestro obrar, una crítica que cura y da vida; ella es 357 esencialmente la revelación de un misterio de fe, el gran misterio de que Dios es amor. Por eso son inseparables el amor a Dios y el amor al hombre. Amar al prójimo y despreciar a la vez a Dios, son cosas tan opuestas al mensaje de Jesús, que ,tal posibilidad no aparece siquiera mentada en el evangelio. El reino de Dios, al que nos convertimos con amor, es el meollo de la predicación de Jesús. La 95-107 oración que nos enseñó, el padrenuestro, habla primeramente del nombre, de la gloria y de la voluntad del Padre. El Padre ocupa 121-122 el primer lugar, con toda naturalidad. Esto no debe maravillarnos. ¿ Cómo podría albergar alguien la firmísima convicción de que el amor es la realidad suprema, si se cierra a Dios ? ¿ Cómo sabría entonces que lo más importante no -está en asegurarse su propia conservación ? ¿ o que las cosas no son sin más una maraña de absurdos ? Sólo el que cree que la realidad última del mundo, su razón de ser — esto es, Dios —, es el amor, puede saber que el amor a los otros es para nosotros lo único que 479 importa. Pero ¿no hay hombres que viven sin Dios un amor grande y sincero ? He ahí un problema complicado; procuremos aclararlo por etapas. Hay hombres que consideran la amistad y la bondad como la forma más agradable de tratar a sus semejantes. Esta actitud les evita muchos conflictos. Las cosas van bien así. Tal convicción es posible, efectivamente, sin contar con Dios. Pero a cualquiera se le alcanza que, para tales hombres, el amor es un medio para un fin y éste es para ellos lo importante (la consideración, la

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buena marcha de los negocios...). El mensaje de Jesús sobre el verdadero amor al prójimo es otra cosa. Para Jesús, todo ha de ser medio para alcanzar el amor. He aquí lo que importa, lo único serio. Pero ¿no hay hombres que realmente consideran el amor como lo único que debe tomarse en serio y, no obstante, desprecian a Dios? ¿Hombres que abrigan en común una especie de rencor contra Dios y por eso justamente se sienten fraternalmente unidos con la humanidad? ¿Una especie de conjuración? ¿Cómo despreciar conscientemente el mayor amor, y a través de este desprecio encontrar el verdadero amor? Esto no es posible. Sería una conspiración colectiva sin alegría, sin razón interna para mantener la unidad o restaurarla, caso de que se rompiese. Total: una Babel. Y, sin embargo, hay hombres que viven así. Tienen el misterio del origen por incierto, por irrelevante, y, no obstante, construyen algo así como una solidaridad. Desprecian, pues, a Dios y aman a su prójimo. No. Lo que desprecian es una caricatura de Dios. Por ejemplo, una ciega fuerza natural, un gélido destino, un viejo tonto que aparece entre nubes, un amo tiránico. Una caricatura. Y luego, guiados por el instinto del bien que llevan dentro, buscan lo más puro y más alto que hay sobre la tierra, y perciben que eso es el amor al prójimo. Pero, cuando se descubre un amor auténtico y se vive este amor, se descubre y vive algo de Dios, aunque se piense que no existe. «Donde hay caridad y amor, allí está Dios.» Esos hombres buenos ¿no llegarán un día a la fe expresa en Dios ? A veces sucederá así; pero no es forzoso, ni mucho menos, que suceda. Una caricatura de Dios puede estar tan grabada en el alma, por razón de educación y ambiente, que no se llegue nunca a sustituirla por la imagen verdadera del Dios vivo. Sin embargo, su abertura al hombre, que es la corona de la creación, mantendrá a esos hombres abiertos a toda realidad y al todo de la realidad. n-19 Constantemente prestarán atento oído al misterioso «algo» (y al427-430 guien) que se atisba en el amor y por el amor. Tratarán de descubrir si el misterio de la existencia no es acaso un misterio de amor. No hay amor puro al prójimo sin abertura al verdadero Dios, al Dios vivo. 43

No hallamos a Dios sin el prójimo Pero también a la inversa es cierto: no puede haber amor a Dios Sin amor a las criaturas que Él ama, los hombres. «:E1 que no ama a su hermano, a quien ve, ¿cómo puede amar a Dios, a quien no ve? (1 Jn 4, 20). Cierto que puede a veces parecer que uno ama a Dios y, no obstante, experimenta desamor para con su prójimo. Tal vez sea 362

piadoso, rece mucho y muy devotamente, y, sin embargo, se porta dura y despiadadamente con sus prójimos. En tal caso, puede tratarse de una oración que no es tal, sino un juego y pérdida de tiempo 285 con un Dios imaginario, sin prestar oido a la verdadera voz de Dios en la Iglesia y en la creación; o, en el fondo, la persona que parece dura y antipática, tal vez no sea tan dura como su aspecto externo nos hace creer. Acaso sea por naturaleza iracunda y taciturna, pero capaz de entregarse por completo, sin hacer cálculos, en caso de necesidad. También puede ser que se haya educado en una concepción estrecha de la vida cristiana; y esto le habrá llevado a descuidar algunos caminos de bondad natural, por ejemplo la alegría y la espontaneidad. Tal vez no se impregnen mutuamente en él el mensaje de Cristo y lo humano espontáneo (sobre la unión de am- 133-135 bos, véanse nuestras indicaciones, aducidas antes, acerca del término «amor» en el Nuevo Testamento). Tal negligencia es grave y sólo es de esperar que tal persona, si algún día es educador, no transmita dicha actitud a sus discípulos. Pero la concentración total en Dios puede producir a veces una bondad inquebrantable, incluso en estas personas. Una bondad de la que uno se puede fiar. En este terreno son tantas las variaciones psíquicas que se pueden presentar, que podríamos hablar largamente del tema. Sea de ello lo que fuere, podemos adoptar como norma para nuestra conducta, que un amor es piedra de toque del otro. Y así, para ver si nuestras relaciones con Dios son como deben, será bueno examinar cómo son nuestras relaciones con los hombres. Y nuestra abertura a Dios mostrará a menudo si nuestro amor a los hombres es sincero. Para el que quiera acercarse a Dios, el camino mejor será frecuentemente el que pasa por el prójimo. Y a la inversa: el que se sienta incapaz de amar a su hermano, se sentirá fortalecido e iluminado si se vuelve a Dios. La unidad de los dos grandes mandamientos significa liberación y posibilidad de crecimiento. Ley sin

límites

El precepto del amor rebasa las fuerzas humanas. Frecuentemente, el instinto de conservación y el interés personal son a menudo los resortes más profundos de nuestro obrar, más profundos que el amor. Y, sin embargo, debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, por consiguiente, con un amor tan fuerte 133-134 como nuestro instinto de conservación. La ley del amor es, pues, una ley sin límites. Nunca acabamos de cumplirla. Al hablar del sermón de la montaña expusimos todo esto más detalladamente; allí veíamos cómo la doctrina de Jesús mantiene la ley; pero al mismo tiempo nos hace ver que es algo más 363

que una regla rígida, que dice: «Hasta aquí, y no más.» Jesús hace 130-131 de todo un mandato de amor y el amor no dice nunca: basta. La ley ganó así en seriedad, como se ve bien por las palabras de Jesús acerca del juicio (Mt 25, 31-46). Desde Jesús, cualquier pecado del hombre es pecado contra el amor, y esto pesa más que todo el resto. Pero Cristo ha personalizado al mismo tiempo los mandamientos. La ley no es ya la fría prescripción que entraña sanciones automáticas. Jesús ha hecho de ella una tarea personal, que tiene siempre por objeto otra persona: a Dios o al hombre. Por eso precisamente no tiene límite. Pero esto significa también que se tiene cuenta de nuestra impotencia. Una falta pesa ahora más; pero, en cambio, podemos empezar a amar siempre de nuevo. Lo que importa es que sigamos el camino, que tengamos hambre y sed de esta justicia del amor. «Si uno tiene bienes del mundo y ve a su hermano en necesidad, y le cierra sus entrañas, ¿ cómo permanece en él el amor de Dios? Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino de obra y de verdad» (1 Jn 3, 17-18). Nadie que sepa lo que esto significa, dirá que ya lo ha cumplido, que ha sido bueno con su prójimo. No, ésta es una tarea que no se acaba nunca. Ni la fuerza de voluntad, ni los más firmes propósitos bastan para hacer brotar el amor. De él forman parte también otras disposiciones fundamentales de nuestro espíritu, que tienen poco que ver con la fuerza de voluntad: la abertura, el respeto, la gratitud. Debemos buscar el amor con todas las fibras de nuestro ser; para hacerlo sincero y rico, son menester la delicadeza de sentimientos, la seriedad, la alegría, el esfuerzo y la libertad de espíritu. Tenemos necesidad de toda nuestra ciencia y saber, sagrado y profano, para conocer sus caminos. Nuestro corazón debe pedirlo en humilde oración. Es una oración para pedir el Espíritu de Dios, que lava lo que está sucio, riega lo que está seco, dobla lo que está rígido, calienta lo que está frío y sana lo que está herido. Sin su fuerza, 289-2M nada hay en el hombre, nada que no sea nocivo. Ven, Espíritu creador. La Iglesia en el mundo 357-358

«De tal manera amó Dios al mundo.» El cristiano debe amar como ama Dios, es decir, con un amor que abarca el mundo entero. La constitución del concilio Vaticano u sobre La Iglesia en el 364

mundo habla muy bien de esta misión del cristiano, en hermosas páginas orienta hacia el mundo al discípulo de Cristo, pero no sólo hacia el mundo del domingo por la mañana, sino también y principalmente hacia el mundo del lunes y demás días de trabajo, el mundo de nuestro diario quehacer, la tierra de los hombres, que busca, sufre y vive según sus propios valores y leyes, el universo entero en su progreso En este mundo es donde vive nuestro Dios De ello vamos a hablar por extenso en los capítulos que siguen trataremos de la vida en el matrimonio y la familia, de la vida según los consejos evangélicos, de la vida en la comunidad política, del respeto a la vida ajena, de la vida en el trabajo y la propiedad, en la ayuda a los demás, en la cultura y el tiempo libre, en la búsqueda de la verdad

MATRIMONIO Y FAMILIA

Nacido de otros

hombres

Cuando alguno me pregunta quién soy, no sólo le digo mi nombre de pila, sino también mis apellidos Indico la familia en cuyo seno he nacido Aun en algo tan personal como el nombre, están incluidos nuestros parientes Esto indica el lazo indisoluble que nos une a nuestra familia El color del cabello, los rasgos de nuestro carácter y hasta el hecho de existir nos vienen de otros Ser hombre, quiere decir proceder de otros hombres, estar tejidos con hilos y en el telar de otras vidas. Dos personas, y, detrás de ellos, dos familias Dos corrientes de humanidad que se encontraron, y... en un momento dado, comencé a existir Sí, realmente en un momento «dado» Que iba a nacer un nuevo hombre, no lo sabían ni mi padre ni mi madre con certeza Siempre es hasta cierto punto una sorpresa que haya tenido lugar una fecundación. Y en la misma fecundación actúan fuerzas vitales que nadie puede imitar El suscitar descendencia está en manos del hombre, pero lo que resulta de la generación supera de tal modo al hombre, que los padres tienen más vivo sentimiento de que se les ha dado un hijo, que no de haberlo 78 engendrado ellos El salmo 127, cuyo primer versículo es «Si el Señor nuestra casa no edifica, en vano se esforzarán los que la construyen » Canta sobre los hijos que Dios concede «Mirad que del Señor son don los hijos, merced suya es el fruto de la entraña » Sin embargo, se podría decir también a este propósito, que si la generación de una nueva vida sigue leyes que nosotros no hemos puesto, no obstante, podemos descubrir esas leyes y hasta 365

cierto punto dominarlas. Pero siempre queda un hecho, como maravilla inaccesible, más allá del alcance humano: que fuera «yo» precisamente el que nací. ¿ Por qué de esta unión de dos personas, que tuvo lugar en este día, en esta ciudad y a esta hora nací yo precisamente' ¿Por qué no nació este «yo» en los montes de África de diez mil años antes de Cristo ? ¿ Por qué no nació en la familia de los vecinos ? ¿ Por qué nació en absoluto ? ¿ Quién dispone esto ? La creación del hombre Cada persona humana es una realidad tan única que, al reflexionar sobre su origen, comprendemos claramente que propiamente 468 Dios no lo ha creado todo, sino que lo está creando. Esto mismo se explicaba antes así: Dios ha creado y conserva al mundo, pero crea cada vez y de manera inmediata las almas particulares. Este modo de expresarse tiene poco en cuenta dos cosas: el hecho de que la creación es una realidad cuyo impulso va de lo más bajo a lo más alto y el hecho de que alma y cuerpo son inseparables. Parece, pues, más propio expresar lo mismo de otra forma y decir: el poder creador de Dios da a la realidad existencia y crecimiento en cada instante. La aparición de un hombre es un momento sagrado, en el que este poder creador aparece con especial claridad. Porque mis padres no me querían precisamente a mí. Querían un hijo, un niño o una niña. A mi sólo me quiso Dios. Fue llamado a vida, por modo peculiar, un nuevo ser, un algo que no es objeto de deducción respecto a las dos personas que lo produjeron, un nuevo alguien, un «yo» que puede decir «tú» a Dios y entrar en relación directa con Él. Esto se produce en el cauce de la herencia humana, y por ella, de la mano de Dios. La herencia humana y la mano de Dios cooperan a una misma actividad La unión humana que engendra un niño, merece recibir en este acto el poder de cooperar con Dios. Esta cooperación no cesa con el nacimiento del niño Se completa en la crianza Por medio de los pa230-232 dres, Dios nutre, ama y guía al nuevo ser humano. Para los padres es ésta una responsabilidad seria y llena de gozo. La familia, hogar donde germina el amor humano La familia es el lugar de la primera sonrisa. Sonreír es algo que no puede hacer ningún animal. El niño reconoce a su madre. El hombre reconoce al hombre. «Comienza, tierno niño, a cono206 cer a tu madre» *, canta el poeta Virgilio En la familia despierta el niño como hombre y se percata de que está con los otros. Su padre, su madre, sus hermanos, sus hermanas, sus amigos, sus *

I nape, pan e, puer

risu cognascei e matrem

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vecinos, sus abuelos, a todos los descubre a partir de la familia. Al hallar al otro, crece el hombre como hombre. Pues el hombre está hecho para amar. Los primeros «otros» son el padre y la madre. No hay relación en la vida que tenga un influjo tan profundo, como la que media entre padres - e hijos. Jamás podrá borrarse. Somos siempre hijos de nuestros padres. Dentro de la familia comienza también el camino que lleva al otro, el que nos sale al paso en todos los otros. Él, que ha creado y hecho crecer al niño por medio de sus padres, se da a conocer primeramente en los padres. El niño no puede conocer a Dios por sí solo, sin ayuda. Jugando, gritando, o llorando-, se encuentra a sus anchas en el pequeño mundo, que para él es todo el mundo, en que el padre y la madre son la bondad, la omnipotencia y la inmensidad. La forma en que hayamos tomado conocimiento de nuestros padres, influye de forma indeleble en la idea que nos formamos de Dios. Cierto que no son los padres los únicos que contribuyen a que nos la formemos. Todo hombre que, en nuestra vida posterior, nos ame, es nueva imagen de la bondad de Dios. Muchas cosas que han crecido torcidas por la incapacidad o deficiencia de los padres, pueden enderezarse más tarde; tanto más porque en el hombre pervive siempre un anhelo que va más allá del padre y de la madre, más allá de todo hombre. Dios no es simplemente la proyección agrandada más o menos, 115-117 del padre y de la madre ni, en general, de hombre alguno. Dios es la bondad infinita, para la que fue creado el corazón del hombre. Él es «el otro» en el sentido más verdadero, más seguro, que nos decepcionará tanto menos cuanto mejor lo conozcamos, es decir, cuanto mejor lo conozcamos en Jesús, nuestro hermano y compa- 475-476 ñero de destino y nuestro Dios. La

sexualidad

Ser hombre quiere decir dar y recibir, servir y ser servido, inspirar y ser inspirado, amar y ser amado. Donde falta esto, allí está la muerte; donde esto está presente, surge la vida, nuevas ideas, nuevas formas de vida. Todo lo que es humano, desde el trabajo solitario hasta la charla entre amigos o el salvamento de la vida de un hombre, es siempre de un modo u otro, dar y recibir y por ello, vivificante y fecundo. Casado" o soltero, el hombre toma parte en todos los vaivenes que jalonan la vida. El ser varón o hembra, hombre o mujer, es una forma especial de tomar parte en este gran ritmo. «Hombre y mujer»: no se trata de una diferencia absoluta; y sin embargo, la actitud para dar y recibir es distinta en uno y otra. La actitud masculina es

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368-369 374 384, 393 479

más bien activa y dispensadora, la actitud femenina es más bien acogedora y receptiva. Estas características están entretejidas en toda la persona. Se las puede adivinar incluso en la constitución física. Por eso, también el dar y el recibir corporal es alegría y felicidad, y lo es de una manera muy completa, porque en ello va implicada toda la persona, desde su más profunda intimidad hasta lo más tangible de su presencia en la tierra. Este dar y recibir mutuo es también fecundo y vivificante, y lo es en grado muy alto: de él sale una nueva vida humana. Con mezcla de entusiasmo y extremecimiento descubre el hombre, cada hombre de nuevo, en sí mismo este poder. Podemos llevar a cabo algo más que lo que puede comprender nuestra inteligencia. Si dijéramos ahora: luego lo erótico es bueno, diríamos harto poco (aquí usamos tal palabra como expresión de la sexualidad humana en todos sus aspectos: corporal, psíquico, etc.). No es sólo bueno, sino santo. Lo erótico es en nosotros una fuerza maravillosa y creadora. Pero de un poder tal que nos hace estremecer. Cuando la atracción sexual se desliga del conjunto de los valores humanos y, sobre todo, cuando del conjunto del eros humano se separa y acentúa su dimensión corporal, la sexualidad genital, pueden abrirse insospechados abismos de maldad y brutalidad donde antes todo parecía suave y tierno. Únicamente cuando está integrada en la totalidad del hombre, muestra la sexualidad toda su belleza. Todos sabemos lo tierno que se hace un hombre para la mujer a quien ama, y viceversa. Se ve y se suscita el encanto del otro. Algo del Infinito brilla en la persona amada, y nos llama a la entrega sin reservas. Esto no es una ilusión. El ojo descubre una belleza que está realmente presente. En nuestra visión del mundo entran en juego más resonancias eróticas de lo que a menudo advertimos. Fuente y culminación de todo ello es el amor mutuo entre el hombre y la mujer. Entregarse sin reservas quiere decir darse para siempre. No puede ser en el hombre como entre los animales que dan y reciben corporalmente, y siguen luego cada uno su camino sin volverse a ver más. Ni tampoco como en ciertas especies superiores, en las que el macho y la hembra conviven un tiempo juntos para cuidar a sus crías. Aquí se trata de dos seres humanos, un hombre y una mujer que quieren ser totalmente el uno para el otro. Homosexualidad Permítasenos decir aquí algo de aquellos en quienes el amor no puede orientarse al otro sexo, sino que se fija en el mismo sexo al que pertenecen. Una deficiente información ha permi368

tido que se formaran a este respecto una serie de ideas falsas que, en su forma general, son injustas. No está en la mano del hombre (o de la mujer) el sentirse o no atraído hacia el otro sexo. La homosexualidad es de origen desconocido. Entre los que tienen tal predisposición, hay a menudo personas fieles cumplidoras de su trabajo e íntegras. Anhelan en su soledad la amistad; pero, aun dado el caso que hallen una amistad realmente fiel, no pueden realizar plenamente sus aspiraciones humanas. El homosexual se encontrará siempre, en última instancia, con el hecho de que lo sexual en el hombre no tiene su cumplimiento natural sino en-el otro sexo (lo cual incluso está patente en el aspecto físico). Quien reconozca en sí mismo la existencia de tendencias homosexuales, debe consultar con un médico, con un sacerdote o con una persona prudente y entendida. Es de esperar que entonces comprenda que la grandeza de una vida humana está en dar y recibir. No hay que sacar falsas conclusiones del rigor con que la sagrada Escritura habla contra la práctica de la homosexualidad (Gen 19; Rom 1). No lo hace para poner en la picota a hombres que, sin culpa suya, son víctimas de esta anomalía. La Biblia se refería a gentes que se dejan contagiar de una moda, extendida incluso entre muchos que podrían tener relaciones normales con el otro sexo. Amor y noviazgo Antes de hablar del matrimonio, trataremos del camino que lleva al mismo. Con la maravilla del enamoramiento comienza a cobrar cuerpo la idea de que cada uno está destinado para el otro. El joven y la joven descubren cada uno en el otro algo que un extraño no puede ver. Nace en ellos el presentimiento y la audacia de una futura entrega mutual total. Las razones que mueven el corazón del hombre no puede comperderlas la razón, ni hay para qué comprenderlas; pero para darse totalmente y para siempre a otro, hay que tomar sin duda una resolución en que entre la persona entera. De ahí que no se pueda descartar simplemente la razón y la conciencia. El hechizo que se apodera de los amantes les abre los ojos y les hace ver que el otro es único; pero también los puede cegar si el amor se queda en superficial sensualidad o romanticismo. El noviazgo permite comprobar si el primer sentimiento espontáneo se transforma en verdadero amor. A solas'los dos, con pa369

labras de amor y muestras de ternura, pero también en compañía de otros jóvenes con los que cada uno puede comparar al otro, se van conociendo mejor Las más variadas situaciones, en la familia o en el trabajo, les deparan la ocasión de percibir los puntos fuerte y flacos del otro Lentamente van conociendo los antecedentes, intereses y familia del otro Todo ello es necesario a fin de que la elección efectiva tenga la profundidad humana que merece tal decisión • A diferencia de lo que sucedía antes muy a menudo, los padres desempeñan el cometido de consejeros discretos, pero sin imponerse. Los jóvenes suelen tomar libremente esta resolución que es seguramente la más importante de su vida En ella han de guiarlos el amor y la prudencia, no el interés (dinero, porvenir), ni el despecho (contra un antiguo amor o contra los padres). Cuanto más crece la certeza de que el uno eS para el otro, los novios se van compenetrando más y más, no sólo como futuros compañeros de vida, sino también como futuros esposos. La sexualidad, en el sentido más amplio de la palabra, desempeña un papel esencial en su amor No es ya la simple atracción de lo «masculino» o lo «femenino». Al desarrollarse una sexualidad plenamente humana, se trata ya del «tú solo»; todo tercero se rechaza. w\stv»twam«í\te como amenaza. «Levántate, amiga mía, ven presto, hermosa mía. Mira que el invierno ha pasado. Las lluvias han pasado, se han ido ya de aquí. Despuntan ya las flores en el campo, llegó el tiempo de poda. Ya el arrullo de la tórtola oyóse en nuestra tierra. La higuera ya comienza a echar sus brevas. Las viñas florecidas perfumean. Levántate, amiga mía, ven presto, hermosa mía. i Paloma mía, que anidas en los huecos de los roquedales y en las quiebras de las peñas! i Déjame ver tu rostro y resuene tu voz en mis oídos; porque tu voz es dulce y lindo tu rostro» (Cant 2, 10-14). La pareja de novios se debe sentir cada vez más responsable ante el futuro común El auténtico amor preservará a los novios del «egoísmo entre dos», y sobre todo no tomará por lema «tomar lo que pueda». Semejante actitud durante este período podría

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ahogar hasta punto tal todas las otras experiencias que realmente la pareja no se llegara a conocer a fondo antes de casarse. Mas tampoco el esfuerzo violento o la angustia están aquí en su lugar. El amor hace posible el diálogo sincero y responsable sobre el trato amoroso en las distintas etapas del noviazgo. El amor suscita la buena voluntad necesaria para acomodarse el uno al otro y para vigilar con prudencia las situaciones. Estas cosas, y no rígidas reglas, son las que deben configurar la castidad de los novios, caracterizada por una aproximación que, no obstante, guarda una sana distancia de la entrega total, propia del matrimonio. Carácter transitorio

del

noviazgo

Lo ideal sería que dos jóvenes se casasen tan pronto como estén dispuestos a hacerlo. Pero la elección de este momento ideal está amenazada de dos maneras. Por un lado, se deciden matrimonios demasiado tempranos, cuando los jóvenes no han llegado aún a la madurez espiritual que sirva de garantía de que han escogido a su compañero seria y reflexivamente. Tal es el caso, por ejemplo, cuando se precipita el matrimonio porque la muchacha espera un niño (como si un matrimonio forzado así fuera la mejor solución). Por otro lado, está la espera interminable hasta conseguir un piso o el fin de la carrera. En tal caso, es prudente ver claro que no se deben iniciar precipitadamente relaciones de carácter conyugal. Porque mientras el vínculo no haya sido confirmado ante la Iglesia y el Estado, sigue siendo provisional. Así pues, el acto sexual en tal situación es totalmente irresponsable. La comunidad sexual posee por sí misma carácter definitivo, liga para siempre. Al entregarse los novios a ella, se opera en ambos un cambio interior: desde ese momento se sienten como marido y mujer y una unión llama a la siguiente. De e te modo se origina una escisión: sentirse como casados y no estarlo. Y dar marcha atrás, sobre todo después de largo tiempo, no es posible sino a costa de dolorosas tensiones internas. Ya por estas consideraciones de orden humano se comprende bien por qué, según la ley de Dios, sólo puede darse la convivencia íntima entre casados. Para el creyente, esta voluntad de Dios encierra un motivo profundo y protector: en caso de desengaño no quedará un poso de depresión, sino nuevo ánimo. El que aquí sea fuerte, sentirá cómo se dilata nuestro horizonte visual al percatarse de que no nos pertenecemos a nosotros mismos. En situaciones difíciles será posible animarse mutuamente con este pensamiento.

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El matrimonio

en la historia

Comencemos nuestra exposición con una breve evocación del matrimonio en la historia de la humanidad. La historia del matrimonio es la historia de un lento progreso. Primeramente, hay un movimiento progresivo hacia la monogamia: unión de un solo hombre con urna sola mujer. Al mismo tiempo, la mutua entrega compromete de forma más honda la realidad íntima de los esposos, que paulatinamente se van convirtiendo en compañeros en pie de igualdad. Paralelamente comienza a dibujarse un proceso, que aparece con claridad precisamente en nuestro tiempo: la familia se desprende de la firme vinculación a una estirpe o clan. Dos seres juntos van caminando por la vida; esta aventura crea posibilidades de gran hondura en la compenetración mutua. Otro proceso que se perfila también claramente en nuestros tiempo es que el número de hijos no se deja ya a las fuerzas ciegas de la fecundidad humana; sino que los padres asumen su responsabili384 d a d de m a n e r a m á s consciente. T o d o esto ofrece al h o m b r e la posibilidad y el deber de h a c e r se m á s h o m b r e ; este proceso a p a r t i r de los tiempos m á s r e m o t o s n o se h a cumplido sin E s p í r i t u de Dios. L a revelación divina en

385 el Antiguo y Nuevo Testamento ha prestado a este crecimiento fuerza, claridad e inspiración. Veamos cómo. El matrimonio

en el Antiguo

Testamento

Uno de los textos más antiguos y señalados sobre el matrimo60 nio es el Cantar de los cantares, cuyo núcleo se remonta a los tiempos primeros de la monarquía. Con ingenuidad y en lenguaje de magnífico erotismo canta este libro el amor de dos jóvenes. ¿Por qué fue admitido entre los libros sagrados? Algunos críticos sospechan que pertenecía a los textos sagrados aun antes de ser objeto de una más honda interpretación: el amor entre Yahveh e Israel. Tal vez haya sido puesto entre los otros libros bíblicos, porque cantaba el amor como una realidad humana, no como participación turbia en los dioses y diosas de la fecundidad (Baal y 40 Astarté). Para revelar el sentido de lo erótico, había que empe218 zar por liberarlo de su ambiente «sacro», turbio y oscuro de los 268 ritos paganos. Así veremos de qué manera nos revela este don algo del mismo Dios. Se trataba aquí de mostrar que la sexualidad es humana y terrestre y que constituye un elemento de la creación, un don de Dios. 252

Los relatos de la creación respiran el mismo espíritu. Gen 1 acentúa concretamente la fecundidad: «como varón y hembra los creó... Creced y multiplicaos». Gen 2, que es más antiguo, pone

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de relieve el amor — t el primer encuentro con la mujer al despertar A d á n ' — y la igualdad de especie del hombre y la mujer. Pero en este relato no aparecen aun como completamente iguales Sin embargo, se prefiere ya la monogamia Aunque en el Antiguo Testamento no estaba mandada, esta preferencia se halla en él frecuentemente La narración de como Dios formo a Eva de la costilla de Adán, no es naturalmente una descripción histórica. Su sentido es que la mujer es de la misma especie que el hombre y querida por él Un árabe puede decir aun hoy día de un amigo que es su «costilla» En Gen 3, donde se cuenta el pecado y su castigo, muestra la Escritura la posible tragedia del matrimonio y la pone en conexión con el pecado del hombre en general La mujer aparece aquí como seductora y el hombre como tirano Pero la narración muestra también señales de confianza Dios salvará y restablecerá (les da vestidos para cubrirse y promete la victoria sobre la serpiente) En los profetas y en la redacción definitiva del Cantar de los cantares, el matrimonio se torna símbolo del amor entre Yahveh y su pueblo Es signo de la alta estima en que se tenia en Israel el matrimonio perfecto Y mucha delicadeza delata el precepto legal «Cuando un hombre acaba de casarse, no irá a la guerra, ni se le impondrá cargo publico, sino que se le permitirá emplearse enteramente en atender a su casa y pasar un año en alegría con la mujer que tomó» (Dt 24, 5). El matrimonio

en el Nuevo

Testamento

El hecho de que el Señor no se casara, no significa que desestimara el matrimonio Todo lo contrario Cuando los fariseos le preguntan si es lícito al hombre repudiar a su mujer, los remite al sentido que revela el relato de la creación y añade «Lo que Dios unió, no lo separe el hombre» (Me 10, 9) Y- «El que despide a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra aquélla, y si la mujer despide a su mando y se casa con otro, comete adulterio» (10, 11-12) Así declara Jesús indisoluble el vínculo que los une El hombre se entrega a la mujer y la mujer al hombre Tan serio es este compromiso Y Jesús no pone la vista solamente en la institución del matrimonio en su aspecto extenor Él va más lejos Lo más interno de la persona se incluye también en esta entrega mutua De ahí que pueda decir «Habéis oído que se dijo No cometerás adulterio Pero yo os digo Todo el que mire a una mujer con mal deseo, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón» (Mt 5, 27-28) Jesús quiere dar al amor su máxima y más alta posibilidad.

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Pero en el Nuevo Testamento hay algo más sobre el matrimonio. La carta a los efesios lo compara nada menos que con el amor de Cristo a su Iglesia. En términos enérgicos habla sobre la unión de los esposos: «Así deben, pues, los maridos amar a sus mujeres como a sus propios cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama; pues nadie odió jamás a su propia carne, sino que la nutre y la cuida, como también Cristo a la Iglesia» (Ef 5, 28-29). ¡ Como Cristo a la Iglesia! Para entender bien a Pablo en este capítulo, de donde se toma la epístola de la misa de esponsales, habría que subrayar de rojo la expresión «así como» cada vez que aparece. Se trata de la misma comparación que emplean los profetas cuando parangonan con el matrimonio el amor de Yahveh para con Israel; sólo que la comparación se ha hecho aquí más certera por razón de la humanidad de Cristo. Además, los términos de la comparación, por el hecho de que se han invertido, han ganado esencialmente en profundidad y riqueza. No se dice que el amor de Jesús a su Iglesia sea como el del esposo a la esposa, sino que el matrimonio es como la unidad entre Jesús y su Iglesia. La realidad fundamental, de la que aquí se trata en fin de cuentas, es el amor divino: un dar y recibir entre Cristo y la humanidad. El matrimonio encierra un misterio tan grande, que se le puede comparar al amor de Cristo por los hombres. Y si luego consideramos que el amor de Cristo a la humanidad es a su vez reflejo del amor entre el Padre y el Hijo — «Como el Padre me ha amado a mí, 367 así yo os amo a vosotros» (Jn 15, 9) —, comprenderemos por qué el dar y recibir en el matrimonio es una imagen del amor que 479 existe en Dios. El matrimonio, don del Dios creador, refleja algo de lo que, en el ser de Dios, es de una profundidad insondable: dar y amar, perderse en el otro y ser absorbido por él. Los novios que en su luna de miel dicen y repiten la palabra «divino», tienen razón; la emplean en el sentido más verdadero y profundo. Esto no quiere decir que el matrimonio sea la única forma posible de tener parte en este misterio del amor de Dios. Todo amor y bondad entre los hombres, todo dar y recibir tiene parte en él, y la tiene tanto más cuanto es más desinteresado y puro. Y es tanto más puro cuanto más se asemeja al amor que Cristo nos enseñó y dio por su espíritu: amar a Dios con todo nuestro ser y al prójimo como a nosotros mismos. La comparación del matrimonio con el amor entre Cristo y la Iglesia sólo es adecuada cuando, en nuestra familia, reina algo del amor que Cristo enseñó e inspiró: 272 amar al otro como a nosotros mismos. Un amor — y sólo esta palabra nos introduce plenamente en el -Nuevo Testamento— en el que la cruz tiene su lugar. Amor, pues, a prueba de desengaños; fidelidad a despecho de la impotencia humana, que se manifiesta

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en que no «se alcanza al otro», en que el gozo no es cumplido, ni el amor plenamente satisfecho. Fidelidad y amor hasta el fin, incluso cuando humanamente no tienen ya sentido, como tampoco la cruz de Jesús tenía ya humanamente esperanza y trajo, sin embargo, la salud y la bondad. Sólo esta fe hace del matrimonio cristiano la verdadera imagen del amor de Cristo a su Iglesia. Sólo eso es «casarse en el Señor» (1 Cor 7, 39). Con Él, el matrimonio no es la aventura espasmódica de dos solitarios. Él está con ellos. Jesús no promete que todo será dicha y alegría. Exige también al que ama que no mire demasiado a sí mismo, que busque más el dar que el recibir: «Se es más feliz en dar que en recibir», dijo Él mismo según testimonio de Pablo (Act 20, 35). Pero no se contenta con plantearnos exigencias; por medio de su espíritu que mora en nosotros, nos da fuerzas para cumplirlas. Y nos asegura además que todo fracaso, todo desengaño, todo sufrimiento tienen un sentido, el de llevarnos paso a paso a la plena felicidad, aun humanamente hablando, del amor en Dios. El crucifijo en la habitación no es un mero adorno. Quiere decir que, en el fondo, nada es desesperado cuando se quiere amar de verdad. Quiere decir también que la absoluta indisolubilidad del matrimonio, aun en los casos humanamente desesperados, mantiene su más profundo sentido como participación en el amor de Cristo hasta la cruz. Puesto que Él no abandonó a la humanidad y a la Iglesia, ni aun clavado en la cruz, también el matrimonio «en el Señor» conserva la indisolubilidad del vínculo que une a Cristo con su Iglesia, aun cuando se convierta en una crucifixión. La presencia de Jesús en un matrimonio creyente no excluye de antemano las incompatibilidades de carácter, las equivocaciones en la elección del compañero, las dificultades con los hijos, -el nerviosismo, el aburrimiento, la enfermedad y hasta una separación necesaria y definitiva. Para los esposos creyentes está siempre presente el otro, Cristo, que fortalece, consuela, da esperanza y recuerda que se es más feliz en dar que en recibir. Quien en los días buenos se penetra de este espíritu, podrá sostenerse, en los malos, sobre esta esperanza. Que la cruz deba ocupar un sitio en el matrimonio, no se debe entender equivocadamente como resignación fatalista al sufrimiento y al fracaso. N o ; el hombre procura con todas sus fuerzas construir una familia feliz y protegerla. La cruz significa solamente que, aun el infortunio que caiga sobre una familia, puede tener un profundo sentido, como lo tuvo la cruz del Señor.

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Por estas perspectivas y estas exigencias, Cristo ha levantado visiblemente el matrimonio en el curso de la historia. En un proceso secular, ha salvado el amor humano. Enseñó al hombre y a la mujer a estimarse mutuamente en la peculiaridad de cada uno. Sustrajo el amor a las fuerzas indómitas de lo sexual, pero nos abrió al mismo tiempo los ojos para ver la santidad del más pro214 fundo de los instintos, a despecho de las tendencias puritanas, que una y otra vez levantan cabeza.

El matrimonio

es tm

sacramento

Hasta dónde alcanza la santificación del matrimonio por obra de Cristo, se pone bien de manifiesto en el hecho de que la unión de 244 dos bautizados constituye un sacramento. Esto quiere decir que el matrimonio en sí mismo es un signo sagrado por el que Cristo nos comunica el Espíritu Santo. ¿ En qué consiste este signo ? En lo más sencillo que cabe imaginar: en la promesa mutua y en la vida conforme a esta promesa. Esto es el sacramento. Así pues, la forma del sacramento no es la fórmula jurídica por la que se contrae, ni tampoco la liturgia nupcial en su conjunto, sino la voluntad de pertenecerse mutuamente en el amor y la fidelidad, libremente consentida, hasta la muerte. Todo el amor, delicadeza, ayuda y consejo que se dan mutuamente los esposos es fuente de la gracia, de la presencia de Jesús y de su Espíritu. Tal es el matrimonio que se contrae delante de Dios.

El matrimonio,

acontecimiento

público

El vínculo matrimonial necesita ser reconocido por la sociedad. La alianza debe celebrarse en público, ante la comunidad. Así lo admiten todos. Nadie quiere casarse a sombra de tejado, a escondidas, a no ser que haya para ello razones especiales, que rara vez serán gratas. Una muchacha tiene la ilusión de ser un día la novia, para sus familiares y amigos, para todos los que quieran verla. Nadie quiere tampoco casarse sin que las leyes reconozcan y protejan su matrimonio. Una buena ley no va contra el amor, sino que lo reconoce y protege en el orden público y social. El aspecto público cas. En la edad media acuerdo con los usos quería, se podía rogar

del matrimonio ha variado según las époel matrimonio se celebraba en la familia, de y leyes de la sociedad de entonces. Si se a un sacerdote que bendijera el matrimo-

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nio, pero esta bendición sólo tenía valor de «sacramental». El ver- 246 dadero sacramento era el mutuo consentimiento, ratificado por la unión corporal de hombre y mujer. Después del concilio de Tren- 217 to (siglo xvi) creó la Iglesia, por su derecho matrimonial, una forma jurídica pública y más rigurosa. (Nada tiene de extraño, porque ella es guardiana de los sacramentos) Se ordenó que el matrimonio debía ser celebrado ante el párroco de la novia y ante dos testigos. Esta forma jurídica es desde entonces condición para la validez del matrimonio. Pero aun en esta forma más solemne, el sacramento está constituido propiamente por la promesa mutua de los dos esposos. No es el sacerdote el que casa a los contrayentes. Se casan ellos mismos al intercambiar, delante del sacerdote, su promesa de fidelidad, el «sí, quiero». El momento más apropiado es la santa misa. La bendición del sacerdote viene a confirmar que se trata de una promesa «en el Señor». Las disposiciones del concilio de Trento, a que acabamos de referirnos (y que, por lo demás, también tienen sus excepciones: por ej., en caso de peligro de muerte o cuando durante un período de tiempo será imposible encontrar un sacerdote, por lo que bastan dos testigos), significan una reforma radical, pero necesaria. Al no registrarse los matrimonios, el número de «matrimonios clandestinos» (matrimonios celebrados sólo en presencia de dos testigos, pero sin darles publicidad) había tomado proporciones alarmantes, con todas las consecuencias que se siguen de esto infidelidad y bigamia (doble matrimonio) Hubo que tomar, pues, decisiones rigurosas bajo pena de invalidez. Hay que tener presente que entonces tampoco el Estado registraba los matrimonios. Pero ahora lo hace, y la Iglesia podría dispensar su propia forma jurídica y reconocer como eclesiásticamente válido un matrimonio civil, por ejemplo, en determinados casos de excepción, como el matrimonio entre un católico y un acatólico. El matrimonio

civil

Es comprensible que el Estado, siguiendo el ejemplo de la Iglesia, se haya preocupado de la segundad jurídica del matrimonio. Por tal motivo se introdujo el matrimonio civil. Algunos países han evitado la doble ceremonia y han reconocido la ceremonia de la Iglesia como matrimonio civil válido. En otros se concluyen ambos por separado. Antes de la celebración eclesiástica tiene lugar el matrimonio civil ante los representantes del Estado. Esta promesa de fidelidad mutua, emitida ante la comunidad nacional, representada por el empleado del Estado, no es ni si-

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quiera para el católico una mera formalidad. Es un elemento constitutivo del asentimiento mutuo, que, desde luego, para el católico no se realiza plenamente hasta que se da el «sí» ante los representantes de la Iglesia. Por eso, no es bueno interponer mucho tiempo entre uno y otro «sí». Sobre los matrimonios

de los no católicos

Las leyes eclesiásticas referentes a la forma del matrimonio conciernen únicamente a aquellos matrimonios en que por lo menos una de las partes es católica. Los matrimonios entre no cristianos son para la Iglesia válidos, y así continúan aunque una de las partes se haga católica. Mas si la parte no católica se niega entonces a seguir conviviendo pacíficamente con la otra parte, la Iglesia puede aplicar el llamado «privilegio paulino» (cf. 1 Cor 7, 12-15). El matrimonio entre dos cristianos no católicos es, naturalmente, un valor cristiano. Debemos convencernos de que siempre que se da un vínculo matrimonial «en el Señor», está presente Cristo. La unión de dos bautizados no católicos es, pues, santa y posee carácter sacramental; y en consecuencia es también indisoluble. Bajo la protección de la ley Volvamos por un momento a la legislación de la Iglesia sobre el matrimonio. Estas leyes tienen por fin proteger públicamente los valores de éste, aun en los casos en que establecen «impedimentos». Éstos vienen del Estado o de la Iglesia. La Iglesia tiene derecho a ponerlos, porque el matrimonio es un sacramento en la comunidad eclesial. Estos impedimentos afectan a la misma naturaleza del matrimonio. Veamos algunos: un anterior matrimonio válido y subsistente de una o de las dos partes; edad prematura; coacción o temor; consanguinidad; imposibilidad de realizar el acto sexual. Es decir, los impedimentos no hacen sino especificar lo que cualquiera siente como contrario a la naturaleza o a la dignidad del matrimonio. Para informarse más por menudo, hay que consultar a un moralista; aquí nos limitamos a las líneas generales. Hay, indudablemente, matrimonios en que el consentimiento mutuo se da en condiciones humanamente muy deficientes. Por ejemplo, cuando dos jóvenes no han alcanzado aún realmente la madurez espiritual requerida, no gozan de la suficiente independencia o no tienen idea suficientemente clara de lo que van a hacer; no obstante, quieren casarse, a veces para remediar en lo posible 378

un mal paso dado Se quiere legalizar una situación que a los ojos de las gentes es una «deshonra» y pondría sobre todo a la mujer en difícil coyuntura El juicio bien intencionado, pero simplón de la sociedad, obliga entonces prácticamente al hombre a «sacar las consecuencias» y a casarse oficialmente No se puede demostrar ni probar que tales matrimonios se han celebrado bajo coacción de tercera parte, pues ellos mismos toman normalmente la resolución que se ha hecho necesaria. Asumen las consecuencias, si bien se fundan éstas principalmente en el sentimiento del deber social y las más veces los mismos interesados se aman sinceramente Pero tampoco afirmará nadie que un matrimonio tan precipitado responda al ideal humano y mucho menos al ideal cristiano de ser una unión, libre y responsablemente contraída, capaz de resistir la prueba de los desengaños y desgracias No sin razón se tiene a menudo la impresión de que tales matrimonios han sido contraídos sin la reflexión necesaria, aunque nadie pueda predecir que hayan de salir forzosamente mal Pero aquí nos referimos únicamente a las malas condiciones en que se ha contraído dos jóvenes sin suficiente madurez espiritual y a quienes la opinión pública ha empujado prácticamente al matrimonio Sin embargo, de acuerdo con el derecho canónico, tal matrimonio no puede ser declarado nulo posteriormente, pues nadie puede aportar la prueba de falta de libertad al contraerlo He aquí un conflicto provocado por una ley justa que parte de supuestos jus- 358 361 tos, pero que a veces puede llevar a situaciones injustas Puede surgir entonces una trágica escisión entre el orden publico de la Iglesia — que ésta deberá defender siempre, pues testimonia a Cristo, incluso en lo referente al matrimonio — y la conciencia personal, siempre que ésta no se tome como encubridora del egoísmo, sino realmente como la soberanía de Dios sobre todas las leyes En tales casos un diálogo a fondo con un director espiritual, inteligente y comprensivo, puede librar de muchas angustias innecesarias Puede incluso suceder que, tras sincera reflexión y mucha oración, llegue un creyente a convencerse de que su matrimonio no le obliga en conciencia y, consiguientemente, un segundo matrimonio no sería concubinato, aunque los demás le apliquen comprensiblemente este nombre Aquí tendrá que sufrir las consecuencias de su irreflexión anterior Pero tiene, además, que sufrir — con los otros — el peso de un derecho que no puede ser jamás perfecto, ni siquiera en la Iglesia, y al mismo tiempo el peso de un juicio de la sociedad, que es a menudo duro, hipócrita y falto de caridad cristiana En realidad, los cristianos no deben juzgar — y menos condenar— en tales" materias, pues no nos ha sido dado conocer con certeza infalible quién se casa, o no se casa, «en el Señor». 379

Más difícil es aún el caso de los matrimonios que, según criterio humano, fueron contraídos libremente, pero luego — ora culpablemente, ora porque se conocieron bien cuando ya era tarde — acaban en situaciones insoportables aun para los hijos. Aquí no podemos, pues, hablar, como en el caso anterior, de un matrimonio deficiente desde el primer día; aquí falla un matrimonio que, a juicio de todos, había comenzado bien. De antiguo reconoce la Iglesia para tales casos el derecho a la separación de los cuerpos. Pero luego viene la enorme dificultad de que no es lícito buscar nuevo compañero o compañera de vida. Muchos, aunque muy concienzudos en su actitud y conducta general, tienen esta carga por demasiado pesada y contraen, al margen de la Iglesia, un segundo matrimonio. ¿ Qué hemos de pensar, nosotros los cristianos, de estas situaciones ? Aparte de que una mejor preparación para el matrimonio hubiera impedido probablemente que surgieran tales conflictos, no tenemos derecho a juzgar con dureza a esas personas. Si realmente deben ser excluidos para siempre de la comunión eucarística, es cosa que sólo podrá decidir quien conozca bien toda la situación. En casos concretos, un prudente sacerdote tal vez pueda ayudar a tales personas a tomar una resolución de conciencia. En diálogo sincero sería posible dilucidar, por ejemplo, de qué forma ha de vivir el cristiano a partir de la situación que así se ha creado. Deber nuestro es hacer lo mejor que quepa de esta situación de la vida, quebrada tal vez por el pecado, tanto para nosotros mismos como para aquellos que nos están confiados. En este camino de fragilidad y desgarros se nos han dado los sacramentos como alimento y fuerza. En conclusión, un sacerdote puede ayudar a tomar la decisión de conciencia; lo que no puede es tomarla él por nadie. También aquí vale el principio de que la certidumbre de conciencia compete en fin de cuentas al individuo. Tal vez no sea superfluo advertir: lo dicho no significa que la fe católica admita que el matrimonio se puede deshacer o que deba mediar una declaración de nulidad cada vez que se presente un caso difícil. La Iglesia tiene no sólo el derecho, sino también el deber de proclamar que el matrimonio es indisoluble ante Dios y ante los hombres. De este principio han de partir — y partirán siempre — sus leyes en esta materia. No es lícito al individuo que cree en la Iglesia y en la presencia de Cristo en ella, dar de mano al precepto de Cristo y formular, por cuenta propia, su propia ley. Las indicaciones que hemos aducido significan únicamente que, aun con la legislación más afinada y práctica, no nos es dado a los hombres averiguar con certeza si un matrimonio se ha contraído realmente «en Cristo». Tendremos que partir siempre de los presupuestos normales, los cuales deberían ser manejados en

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la legislación de la Iglesia de una manera cada vez más matizada, más exacta y mejor. Pero derecho y conciencia, ley y amor, norma y fe no coincidirán nunca por completo en la Iglesia peregrinante. De acuerdo con las palabras de Cristo y la predicación de Pablo sobre la verdadera libertad de espíritu, es muy cristiano tener bien ante los ojos esta tensión entre ley y conciencia. De no hacerlo así, parecerá que la Iglesia oficial se pone la máscara del fariseísmo, y los fieles podrían interpretar a su talante la ley del amor. No tratamos, pues, de discutir la absoluta indisolubilidad — hasta la muerte en la cruz del amor — del matrimonio cristiano debidamente contraído. Lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Hemos hablado de los casos límite, bien trágicos por 128 cierto, de los matrimonios imperfectos. El matrimonio plenamente cristiano «en el Señor», que nos amó hasta la muerte, es un vínculo inviolable de fidelidad en los momentos buenos y en los malos. El matrimonio

mixto

Por matrimonio mixto entiende el católico el matrimonio contraído entre un miembro de la comunidad católica y otra persona que no pertenece a ella. Aquí son posibles, naturalmente, innumerables casos. Un matrimonio con un protestante creyente es cosa distinta de un matrimonio con un hombre incrédulo. Es más, aun dentro de la Iglesia católica se vive la propia fe con distinta intensidad. Cabe casarse con un verdadero creyente o con uno para el que la fe no significa gran cosa. Para el derecho canónico estas diferencias no son decisivas; lo que decide es la pertenencia a la comunidad católica. Pues según la mente del evangelio, la fe ha de tomar forma o concretarse en una comunidad que va más allá de la familia. La vida de fe en la familia cobra forma dentro de una comunidad mayor, por la celebración de la eucaristía, por los sacramentos y por el mandato de misión que nos da Cristo. Cuando marido y mujer disienten en punto tan esencial, pueden originarse tensiones realmente insoportables, precisamente al tratar uno y otra de dar forma y expresión a sus respectivas convicciones. De ahí que el matrimonio mixto signifique a menudo un distanciamiento mutuo en cosas esenciales. El debilitamiento de la fe es también otro de los peligros. Sin embargo, cabe imaginar situaciones en que los dos cónyuges — sobre todo dos cónyuges cristianos — respeten con amor y tolerancia sus opuestas creencias, y hasta casos en que la fe del uno se revele como fuerza que enriquece la vida de los dos, como se lee en Pablo: «Pues el marido pagano queda ya santificado por su mujer; y la mujer pagana, por el marido creyente» (1 Cor 7, 14). 381

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Pero hay un hecho ante el que palidece todo esto, que todo lo cambia, en cierto sentido incluso la legislación de la Iglesia es la presencia de un hijo. P a r a la convivencia de los esposos cabe hallar una componenda y hasta una solución Pero en el niño converge la vida del matrimonio en una sola persona, y ya no hay lugar a componendas Y si hay que buscar una solución, ésta no puede ser nunca plenamente satisfactoria Porque ¿qué posibilidades existen' Educar católicamente a los hijos significa para la parte no católica renunciar a transmitir a sus hijos su propia concepción de la vida, lo que incluso para el niño entraña un gran número de dificultades Dejar a los hijos que elijan por s¡ mismos, como se suele decir, supone de hecho una elección muy precisa por parte de los padres (cf el capítulo sobre la fe y la conversión) ¿ Cabrá darles una educación «general cristiana» ? ¿Y qué es e s o ' ¿ Educarlos sin vinculación a una comunidad eclesial más amplia, que tenga misión y autoridad ' ¿ Es esto obedecer al evangelio ? A veces la parte católica se inclinará a facilitar a su hijo una buena educación protestante, por imaginar que ésta es la educación cristiana «más general» Pero el peso que supone para la parte católica el ver privados a sus hijos de la fe católica, es aquí más grave que en el caso inverso, pues la Iglesia reconoce prácticamente casi todo lo que creen los protestantes, pero no sucede lo mismo a la inversa No desestimemos lo «universal cristiano» existente en la Iglesia católica Aquellos a quienes se les da poco de su fe, no sufrirán grandes disgustos, por las dificultades que pudieran surgir en un matrimonio mixto, como consecuencia de la disparidad de creencias. Tal situación es más bien consecuencia de fe débil Pero cuando los padres quieren vivir a conciencia la propia convicción, es el hijo quien sufre las consecuencias del compromiso. A situación tan delicada corresponde una legislación muy laboriosa de la Iglesia Por una parte, exige la dignidad del hombre que se restrinja lo menos posible la libertad del individuo en la elección de su compañero o compañera de vida, aunque su elección parezca objetivamente discutible Por otra parte, la sociedad puede convertir en impedimento lo que es contrario a la buena realización del matrimonio De esta forma, no viola la intimidad del vínculo matrimonial, sino que la defiende en el orden público Ninguno de los grandes valores humanos pertenece solo a uno o dos individuos Todos los bienes o valores de la vida son bienes comunitarios Dado que el matrimonio de un católico es además sacramento de la Iglesia, ésta tiene algo que decir en el caso Ella puede declarar, mediante una

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decisión o una negativa, que algo se opone a su mensaje, o es incompatible con su misión. Tales son los principios generales. ¿Qué significan concretamente para nuestra cuestión ? Por una parte, la Iglesia respeta, en lo posible, el gran valor de la elección libre de consorte; en efecto, no niega la dispensa, si se pide, para celebrar un matrimonio mixto; por otra parte, expresa inequívocamente sus reparos, sobre todo en un punto que declara particularmente inconciliable con su mensaje: la crianza de los hijos fuera de la comunidad creyente católica. La reglamentación actual ordena que se pida a la parte católica su promesa de que los hijos se educarán en la religión católica. De ello se da informe a la parte no católica y se le pregunta — a él o a ella — si está dispuesta a aceptar aquella promesa. Si él (o ella) está dispuesto, el obispo puede conceder una dispensa, que autoriza para celebrar el matrimonio dentro de la misa. Pero si la parte no católica piensa que tal disposición es inaceptable para su conciencia, o si pone reparos para celebrar el matrimonio dentro de la Iglesia católica, la dispensa puede aún ser concedida, pero el asunto pasa a la Congregación para la doctrina de la fe. De este modo se respeta el valor que supone la libertad de elegir consorte y se ofrece la posibilidad de reconocer un matrimonio celebrado fuera de la Iglesia católica. A cualquiera se le alcanza que se trata aquí de casos límite. En un país con población confesionalmente mixta y de contactos intensos entre los cristianos de distintos credos, el matrimonio mixto representará, naturalmente, un problema más frecuente que en los países de unidad religiosa. Por lo tanto, en tales circunstancias es preciso insistir en que el matrimonio de dos católicos (convencidos) es un don de valor inestimable. Indudablemente, así es como germina la fe en la forma más armoniosa y espontánea. El que piensa contraer matrimonio mixto no se atrinchere tras la -idea de que así favorece la unión de las iglesias. Lo que se hace es llevar al matrimonio y a la familia la trágica escisión que sufre la cristiandad; la lleva incluso al destino personal de un niño. A lo sumo se podría decir que los cristianos de un matrimonio mixto son los que más de cerca sufren la escisión que ha ocasionado la cristiandad en conjunto. Hay con toda certeza matrimonios mixtos en los que la buena voluntad y abnegación de ambas partes ha traído frutos auténticamente cristianos y conformes al evangelio. Pero no es bueno cerrar los ojos a la realidad de que tal cometido resulta tan pesado que es imposible de realizar como se debiera, aun en caso de que las partes estuvieran llenas de buen ánimo antes del matrimonio. Y verdaderamente no es ilusorio el que los jóvenes pidan

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a Dios que quien logre tocarles el corazón, comparta su fe en la Iglesia u n a y católica S e t r a t a de la unidad d e sus vidas y la de su propia familia. 389

La castidad En el matrimonio, se dan los esposos tan enteramente uno a otro que sólo la muerte puede desatar el vínculo que los une Cualquier entrega sexual a otro sería traición contra esta donación total, aunque la otra parte lo aprobara o con ello no se destruyera otro matrimonio Esto es, en cualesquiera circunstancias, infidelidad al matrimonio contraído en Cristo con su mujer (o mando) Esta fidelidad matrimonial es la primera forma de la castidad conyugal En el lenguaje poco matizado del derecho, se dice que el matrimonio da a cada cónyuge «derecho mutuo a disponer del cuerpo del otro» Si esto se entiende con total independencia del deseo y de la persona del otro, apenas merece ya el nombre de castidad Hay otra forma más profunda, más íntima de castidad conyugal, por la que ambos viven el matrimonio en la plenitud de sus posibilidades personales La sexualidad no se da independientemente del otro en su totalidad personal, ni separada del conjunto de la vida conyugal, de las muchas y menudas muestras de cariño a lo largo del día Los esposos gozan en mutua ternura el cuerpo fatigado por el común quehacer La sexualidad es el lenguaje del amor. Amor

fecundo

Si nos fijamos en el matrimonio a lo largo de su historia, tal vez se nos ocurra preguntarnos ¿cuál es el motivo que induce al hombre y a la mujer a unirse y a mantener esta unión el deseo de entregarse mutuamente o el de tener hijos y educarlos' Pero esta pregunta disocia dos elementos que están íntimamente unidos y deben estarlo La fecundidad brota naturalmente del 367 amor y, a la inversa, el amor es siempre — incluso dentro de otros valores humanos — creador de vida Donde hay amor, hay vida Ahora bien, la característica propia del amor sexual radica en que está unido por su misma naturaleza con una forma especial y elevada de fecundidad la procreación de una nueva vida humana Esto va tan estrechamente unido al amor conyugal, que un matrimonio en el que los contrayentes pusieran como condición la exclusión de los hijos, no sería reconocido por la Iglesia como matrimonio válido Esto no quiere decir, naturalmente, que sólo pueda 385-386 tener sentido la unión sexual realizada con la finalidad expresa y 384

directa de engendrar un hijo. Nadie piensa tal cosa. Lo que quiere decir, es que no se excluye al niño del matrimonio proyectado en su conjunto. Planificación

de la familia

La reproducción de la especie humana no es una contingencia que sobreviene casualmente a la familia. Los hijos han de ser llamados a la vida con amor consciente. La salud, la vivienda, la estructura de personalidad y muchos otros factores ayudan a los padres a decidir lo numerosa que ha de ser la familia que quieren formar. Ningún extraño puede juzgar verdaderamente sobre esto. Una consideración de índole general induce, sin duda, a no aumentar la propia familia sin hacerse cargo de la responsabilidad que esto importa con respecto a la misma familia y a la sociedad. Pero no es posible evaluar esta responsabilidad mediante un número obligatorio para todos. Por otra parte, es preciso tener en cuenta que no debemos considerar precisamente como amenaza la vida que viene a este mundo. Nuestra actitud de principio ha de ser de alegría. Aun el niño que no era «querido», que «no estaba previsto», ha de ser recibido cordialmente, con toda la alegría y desinterés de que es capaz el cristiano. Pero digámoslo una vez más:, esto no dice nada sobre el número de hijos. Pues lo que importa en fin de cuentas es la convivencia amorosa en esta familia concreta, de las condiciones que precisa para hacer realidad el amor mutuo de sus miembros y el amor a la sociedad de la forma más perfecta posible (natalidad óptima). Esta aspiración llevará en un matrimonio a una forma de planificación muy distinta que en otro. Se debe actuar con libertad en esta materia. Como es bien sabido, hay varios métodos de regulación o limitación de los nacimientos. Característica común de todos ellos es que permiten la unión sexual sin que se siga la concepción. El concilio Vaticano n no se pronunció en concreto sobre ninguno de estos métodos en el capítulo correspondiente de su constitución sobre «la Iglesia en el mundo». Esta es una posición distinta de la que adoptó hace unos treinta años el papa Pío xi y que fue continuada por su sucesor. Podemos reconocer en esto una evolución evidente en el seno de la Iglesia, evolución que, por lo demás, se ha cumplido también fuera de la comunidad eclesial. Hoy día estamos, en efecto, mejor informados sobre los procesos que tienen lugar en la concepción humana. De este modo, puede llegar el hombre a una mayor libertad en el manejo de su fecundidad. Además, se va formando ya la concepción que ve la 385

sexualidad como un valor en sí, se consideran la sexualidad y la fecundidad más como valores concurrentes en la unidad de un todo vital que como realidades meramente ordenadas la una a la otra, en calidad de medio y fin Sería naturalmente absurdo afirmar que los hombres de antaño no consideraban la sexualidad como valor en si mismo, quizá se viviera incluso esta realidad más profunda y humanamente que hoy día Pero aquí hablamos del valor respectivo que la sexuahdad y la fecundidad tienen en el conjunto de los valores humanos, y decimos que hoy se está tomando conciencia de la relación que guardan entre sí Esta lucidez no ha surgido, como atestigua el concilio, sin íntenvención del Espíritu de Dios, y puede significar un enriquecimiento de nuestra vida l Son iguales para la conciencia cristiana todos los métodos de regulación de los nacimientos 7 El concilio no ha dado respuesta a esta pregunta, pero sí que invita a todos los casados a que examinen concienzudamente si los métodos escogidos hacen justicia a los grandes valores personales que deben tener su expresión en la relación amorosa y en el matrimonio Es conveniente consultar en estos casos a un médico, que estará capacitado para examinar mejor todas las circunstancias que deben considerarse en el caso y así juzgar concretamente sobre k> que más convenga, desde el punto de vista médico, en cada caso Ni el médico ni el confesor pueden emitir aquí el dictamen de conciencia definitivo, pero el respeto a la vida exige que no se opte por prácticas que puedan dañar seriamente la salud o la vida afectiva Honra a tu padre y a tu madre El hecho mismo del nacimiento nos enseña que el hombre depende de otros hombres Esto va unido a nuestra condición humana Hemos recibido la vida En esto radica la última razón por la que, a pesar del desarrollo de la propia persona, la obediencia forma parte de nuestro ser El niño experimenta espontáneamente que es bueno obedecer y que la obediencia corresponde a la conciencia El cuarto mandamiento honra al padre y a la madre, expresa esta experiencia El hombre no siente ante todo esta obligación como un conflicto, sino como fuente de paz y alegría Sin embargo, puede haber luego roces y conflictos y entonces suena la palabra «obediencia» Pero cuando no se emplea esta palabra y todo marcha por carriles ordenados, la obediencia es el medio vital espontáneo en el que se despliega la vida de familia «Conviene más apreciar la obediencia, que temer la desobediencia», dice san Francisco de Sales 386

Puesto que soy siempre alguien que ha recibido su vida y la estoy recibiendo a diario, la obediencia ocupa siempre un lugar, de una u otra forma, en todos los estadios de mi vida. El reconocerlo me libera, porque es la verdad. Y sin embargo, todas las relaciones humanas que estriban en el afecto, la autoridad y la obediencia, llevan al tiempo el sello de la impotencia, la tiranía y la desconfianza. Desde la niñez estamos alerta contra el prójimo. El miedo es mal consejero para el que manda. «¿ Qué es peor que un régimen de terror ? Un régimen aterrorizado.» Frecuentemente se encuentra en nosotros el instinto de la jungla: la voluntad de poder. Por estas razones, la autoridad, como todo otro valor humano, necesita sin cesar de redención. Siempre que uno se hace el «amo», porque fuerza el respeto (en la familia, en la sociedad, en la Iglesia; en virtud de la experiencia de la vida o de un cargo u oficio) o la admiración (en la prensa, radio, televisión, literatura; por la elocuencia, la audacia o el talento), necesita ser liberado. Cristo lo libera al enseñar que la autoridad se debe transformar en servicio. No un servicio hipócrita, que paraliza al otro y, sirviéndose de su bondad, lo domina psíquicamente, y le priva de su voluntad, sino un servicio que ayude al hombre a ser él mismo, a desarrollar su personalidad. «El que manda sea como el que sirve» (cf. Le 22, 26). Ya que hablamos aquí de la actitud de Jesús respecto a la autoridad, digamos algo brevemente sobre una cuestión que podría resultar de la epístola de la misa de esponsales. En ella se dice: «Porque el marido es cabeza de la mujer, como también Cristo es cabeza de la Iglesia» (Ef 5, 23). ¿Enseña aquí la Escritura que el varón debe ocupar el primer puesto en la familia por encima de la mujer? Si se mira bien, no. Como ya advertimos antes, hay que atender a la partícula «como» (o «así como»). San Pablo parte de una sociedad concreta 'en la que se veía como lo más natural del mundo que el hombre fuera el jefe de la familia, como normalmente lo es también entre nosotros. Pero no es éste propiamente el contenido de la predicación paulina. San Pablo quiere decir que la relación entre varón y mujer ha de ser como la que existe entre Cristo y la Iglesia. El apóstol se fija en el amor y la donación mutua, y no se cuida de definir cómo han de ser las relaciones de autoridad en la familia. Lo que hace es exhortar a que todas las relaciones se configuren por el espíritu de Cristo, que es espíritu de servicio y amor; en esto radica su mensaje.

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Educación

para el amor

Educar es servir. Es egoísmo el no consagrar interés alguno a los niños o considerarlos como cosas, que es posible convertir en copias de la propia persona o de los propios deseos Cada niño posee una personalidad propia, es un ser único Es un ser nuevo y no una repetición de sus padres Los padres han de ponerse al servicio de esta nueva vida, para que pueda llegar a desarrollarse libremente. Educar es servir, pero dirigiendo, pues si se cede en todo, no llegará el niño a ser él mismo, sino esclavo de sí mismo El niño llegará al máximo grado de su propia personalidad si se lo introduce en el mandamiento liberador del amor amor a Dios, su origen, y amor a los demás, sus prójimos y semejantes. La madre tiene gran importancia Ella enseña al niño en manos de quién está segura la vida humana Ella la enseña a rezar con los mayores. Le responderá cuando le pregunte por el pesebre y la cruz Con cautela empezará a enseñarle la diferencia entre el bien y el mal Pero más importante que cuanto le diga, es la misma atmósfera de la familia la sinceridad con que se cree y la verdad con que se ama. En ninguna otra parte se resentirán tanto los padres de su ímpotencia como en su labor de educadores al darse cuenta de que, sin quererlo, han transmitido el mal, es algo que forma parte de la situación creada por el pecado original Pero los padres cristianos saben que la redención que comunican es más fuerte que el pecado la compenetración progresiva de la vida de sus hijos con la fe, esperanza y caridad. Algo parecido cabe decir de la educación en el amor al prójimo Por muy cierta que sea la experiencia de que el egoísmo de los padres — ¿ y quién está libre de é P — pasa a los hijos, también es cierto que pueden transmitir su bondad a través de la comprensión, paciencia y ayuda del uno para el otro, luego para con sus hijos y para con los demás hombres La educación en el amor al prójimo podría resumirse así enseñar a los niños a alegrarse de la alegría o felicidad de los otros Si lo aprenden así, no se quedarán insensibles ante el dolor ajeno De tal educación puede nacer incluso la vocación a poner toda su vida al servicio de la humanidad y del reino de Dios. Dichosos los padres que, sin presión alguna de su parte, mantienen su corazón abierto a esta posibilidad para sus hijos.

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Educación para la virilidad y

feminidad

La educación para el amor significa también guiar al niño hacia la sexualidad adulta Esta educación sexual — en el más amplio sentido de la expresión — no es incumbencia de ningún extraño, sino de quienes tienen a su cargo la educación total del niño el padre y la madre Aquí también es de suma importancia el ambiente familiar Cuando entre los padres rema una relación cálida y los niños son testigos felices de sus espontáneas muestras de cariño, está asegurado el elemento esencial de una buena educación sexual los niños se crían en una atmósfera en la que el amor del hombre y la mujer es natural. La cosa cambia totalmente en una familia llena de tabúes, donde rema una sofocante atmósfera de mojigatería, que oculta lo sexual, o lo rechaza totalmente y así lo aisla del conjunto del amor humano El niño no descubre más que el aspecto «sublime», el contacto espiritual que existe entre sus padres, mientras que del amor físico sólo puede entrever alguna cosa en un momento de repentino impulso Si se quiere educar a un niño para la castidad, es decir, enseñarle a vivir sin conceder una importancia malsana o exagerada a la sexualidad corporal, es preciso que él vea con sus pi opios ojos cómo sus padres son tiernos entre sí, con tranquilidad y respeto, que observe sus detalles de atención mutua que encajan natural y espontáneamente en el conjunto de la vida familiar Así, dando y recibiendo, ponen ante el niño el ejemplo del amor conyugal Y de esta forma no chocarán ya posteriores explicaciones sobre la forma corporal de este dar y recibir. Sobre este fondo será posible explicar más tarde al niño, con la mayor sencillez, la castidad como respeto de todo lo que en el matrimonio es bueno y hermoso. En tal atmósfera, exenta de nerviosismos, los padres no considerarán el juego con que el niño pequeño descubre su propio cuerpo, como si se tratase de las acciones de un adulto. Serán capaces entonces de desviar una atención demasiado concentrada, sin temor angustioso, y así educarán espontáneamente para un sano pudor Si en el ambiente del niño se espera otro hermanito, se le puede explicar tranquilamente lo que baste para que no necesite aclaraciones callejeras Y cuando el niño, llegado ya a los diez años poco más o menos, pregunte por qué hay dos sexos, se le puede hablar, sin entrar en pormenores biológicos e inútiles, sobre el amor mutuo del padre y de la madre Poco antes de la pubertad, en una fase, por ende, que es aún particularmente receptiva para todo lo bello y está ya fuertemente aguijada por el deseo de saber, 389

el niño, agradecido, hará nuevas preguntas conforme vaya sabiendo más cosas sobre la paternidad. El período de las preguntas (hacia los doce años) es el tiempo más oportuno para hablar con algún pormenor sobre estas cosas, siempre que se ofrezca ocasión natural de ello. Porque apenas entra el niño en la pubertad, experimenta la sexualidad con mayor fuerza sentimental; sus conocimientos están ahora demasiado cargados de personalismo para que siga aún preguntando ingenuamente. Entonces se encierra cada vez más en sí mismo, quiere vivir su propia vida y no se presta ya fácilmente a una conversación confidencial; desde luego, con toda certeza, no se presta bajo presión exterior. En este momento tiene, pues, que estar suficientemente preparado para lo que experimenta en su propio cuerpo; en otro caso lo verá u oirá en otra parte, sin género de duda. Atestigua sano sentido de la realidad el que los padres preparen a sus hijos en el momento oportuno — e s decir, antes de que éstos lleguen a la pubertad— para los cambios que pronto tendrán lugar en su cuerpo. Entonces comprobarán cómo una conversación con sus hijos sobre la búsqueda del placer sexual solitario — «el punto difícil» quizá más para ellos que para el muchacho — es posible de llevar, sin inquietudes, en esta edad poco atormentada aún. Este diálogo no librará al joven para siempre de dificultades, pero sí que le ahorrará inútiles preocupaciones y sentimientos de culpabilidad. De esta forma adquirirá también el joven la certidumbre tranquilizadora de que sus padres le pueden comprender. Una vez adolescente no se verá forzado a ver la satisfacción solitaria ante todo bajo el signo del pecado. De ordinario, en esta fase tan resbaladiza y determinada por el sentimiento, el joven posee harto poca libertad interior como para que se pueda hablar al momento de pecado. (Por lo demás, incluso en los adultos que buscan el placer solitario, la libertad interior suele ser mucho más escasa de lo que antiguamente se suponía.) No hay que perder nunca de vista que, por lo general, estos fenómenos son consecuencia de tensiones afectivas que sufre el niño: desengaños en el trato con los otros, falta de adecuadas recreaciones, deficiencia en los trabajos escolares, etc. Sobre estas preocupaciones, no tendrá el joven inconveniente en hablar con sus padres, con la esperanza de hallar comprensión en ellos. En cambio, preferirá callar sobre sus problemas sexuales — pequeños o grandes —, aun cuando, como suele acaecer, duren años. Y si alguna vez se decide a hablar, los padres se limitan, en el mejor de los casos, a tranquilizar su conciencia. Convendrá que se detengan sobre todo en aquellos aspectos de la conducta del hijo que delatan con mayor claridad una actitud correcta ante la vida, porque así no se torcerá tampoco la conducta sexual. Ayudado por la 390

comprensión de sus padres y más si se ve asistido directamente por un confesor comprensivo, el adolescente se percatará, aun en este período, el más individual de su vida, de que debe salir de su propio apetito egoísta y, consiguientemente, de que ni aun en su vida corporal le' es lícito estancarse en un aislamiento pueril. Con creciente claridad atisbará por sí mismo que la sexualidad es el lenguaje del amor. Cuando el joven sabe por experiencia que hay un interés mutuo en la familia, que vincula a unos con otros y se manifiesta por medio de atenciones recíprocas, sabe también que es bueno vivir para los demás con todo nuestro ser, alma y cuerpo. Lo que acabamos de decir no vale únicamente para la educación de los muchachos. También hay muchachas que, tarde o temprano, practican la satisfacción solitaria; pero en ellas es menos directa la relación entre el placer solitario y el desarrollo corporal. Por eso, no es bueno plantear este tema cuando se prepara a una muchacha para la aparición de su primera regla. Hay muchísimas chicas que no sienten nunca o sólo sienten muy vagamente sensaciones sexuales de tipo corporal y nunca practican la masturbación. Ni las que conocen estas sensaciones ni las que las ignoran son «anormales»; unas y otras pueden llegar a una madurez femenina espirituaímente sana y de sensaciones corporales normales. Tal vez nos hayamos detenido en este tema más de lo que propiamente requiere la predicación ' del evangelio; sin embargo, una sana iniciación a la sexualidad ha resultado ser a menudo fuente de alegría para la vida de fe. Por eso remitimos a los libros especializados en que se desarrolla por menudo lo que aquí hemos esbozado. A muchos lectores parecerá demasiado ideal el cuadro que hemos dibujado: comprensión mutua, amor, armonía; pero nuestra intención ha sido ofrecer una visión amplia e inspiradora, conscientes de que nuestros logros son siempre parciales. Educación para la independencia Los padres ofrecen al niño todo el cariño y seguridad que necesita. Pero, á menudo con celeridad inesperada, sobreviene un momento en que el niño quiere buscar, aun en las ideas religiosas, caminos propios. Este período puede significar desengaño, incomprensión, desagrado y soledad por ambas partes. El mensaje cristiano no dice que sea posible evitar siempre todos los conflictos; pero sugiere que es sin duda razonable no cortar el diálogo y confesar modestamente que las dificultades ajenas pueden ser aún mayores que las propias. El interés, la franqueza y la simpatía son en este tiempo no menos importantes para la educación de la fe que lo que hasta este momento había sido el influjo positivo del

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que el niño se desprende ahora Más de lo que está dispuesto -a confesar estimara a sus padres que viven convencidos de su fe, sin imponerle ejercicios piadosos Un niño es durante este periodo especialmente sensible para los valores naturales que ve realizados en sus padres la bondad 420 y fidelidad, la cordialidad y gratitud, la conciencia de responsabilidad y el sentido de la perfección en el trabajo En una fase de indiferencia religiosa, estas virtudes constituyen una contribución preciosa para el proceso que le llevará a ser un hombre adulto y un cristiano adulto Es un beneficio que el niño y joven se críen en una familia abierta y hospitalaria, que tenga espacio para los amigos y las amigas y, consiguientemente, para el encuentro espontaneo entre los jóvenes de ambos sexos, con sus ocupaciones preferidas Por esta apertura la familia es capaz de asegurar al niño la incorporación a la sociedad de manera natural, e impide al mismo tiempo que la vinculación a los padres o a los amigos y amigas sea demasiado sensible Esta sana mezcla de apertura e intimidad permite también a los padres conocer las normas que guian a otros padres interesados también en la sana educación de sus hijos y evitar que los propios criterios se vuelvan estrechos y rígidos Donde reina una sabia flexibilidad y sentido de la relatividad de las cosas, hay también equilibrio psíquico y los conflictos son más raros. De familias en que la confianza y la comprensión han superado las relaciones puramente prácticas dictadas por el deber pueden salir hombres de rica madurez Allí se pone el fundamento de la futura felicidad familiar de los hijos, fuertes en sincero amor, porque lo pudieron conocer desde su juventud Este recuerdo no se marchitará nunca, ni aun en el momento en que abandonen la casa paterna 447

Para el padre y la madre comienza ahora una nueva época. Ahora vuelven a estar solos En este momento es cuando el matrimonio, verdadera «piedra de afilar de la vida humana», llega a su perfección Nunca habían significado tanto hombre y mujer uno para otro Nunca habían estado tan radicalmente juntos Tal vez se espere entonces de ellos que muestren de otra forma su sentido de la realidad voluntario retiro, bondad y apertura También el que se retira participa en una realidad divina en la ausencia, en la reserva maravillosa de aquel que está tan íntimamente presente en todas las cosas El cristiano no acaba nunca de cumplir su tarea Finalmente, uno acompañará al otro hasta el umbral de la eter392

nidad, y se quedará solo. Las circunstancias obligarán frecuentemente al anciano a buscar un nuevo ambiente. El que en su corazón permanezca unido con Dios y con los hombres, se sentirá colmado de paz y serenidad.

LOS CONSEJOS EVANGÉLICOS

223-224

El hombre ha sido creado en cuerpo y espíritu, con vistas al matrimonio. Y, sin embargo, hay hombres que con pleno conocimiento y gran alegría renuncian al matrimonio. Lo hacen «por amor del reino de los cielos» (Mt 19, 12). El hombre puede llamar suyas a determinadas cosas de este mundo. Y debe hacerlo, si quiere alcanzar una digna independencia de vida. Pero, hay quien se decide a no poseer nada personalmente. Un hombre desarrolla su personalidad al seguir su propia iniciativa. Y, sin embargo, hay quienes libremente prometen obediencia. El que renuncia a estos tres grandes valores humanos, lo hace 124 para seguir el ejemplo y el consejo de Jesús en el evangelio. Por esto se llaman los tres «consejos evangélicos». A quienes los profesan de por vida se les da el nombre de religiosos. Célibes por amor del reino de los cielos Una vida sin matrimonio no es una vida sin amor. Al contrario, 367 el amor es el único motivo que induce a escoger esta vida. Y tal vida no es una vida sin cuerpo. En ella, el hombre no acaricia a su mujer, ni engendra un hijo; la mujer no abraza a un hombre ni lleva un hijo en su seno. Pero el cuerpo no está sólo destinado a la unión sexual. Sirve también para testimoniar la bondad del hombre, para decir la verdad, para expresar de mil modos lo que es el hombre y lo que hay en él, es punto de partida para servir a muchos y ser así fecundo. En definitiva, el cuerpo existe para estar cerca de Dios: «El cuerpo... es para el Señor, 457 y el Señor para el cuerpo. Y así como Dios, resucitó al Señor, 465 nos resucitará también a nosotros por su poder.» «¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo?» (1 Cor 6, 13-15). Estas palabras (que no hablan del celibato, sino de evitar la fornicación) afirman que la sexualidad no es la finalidad última de nuestro cuerpo. Sigúese que el celibato por amor del reino de los cielos no significa desestima o negación del cuerpo. Pero entonces, se dirá, no hay argumento suficiente para no casarse; la simiente que se forma, el seno de la mujer que aguarda, el corazón que pudiera entregarse a otro, todo es en vano. No, nada hay aquí en vano. Aunque se renuncie a la experiencia 393

del matrimonio, no se renuncia por ello a la personalidad masculina o femenina. Una hermana enfermera o maestra desempeña su trabajo como mujer. Un misionero lo desempeñará como hombre. Aunque las posibilidades sexuales no se ejerciten, deben, sin embargo, existir, para que uno sea de verdad hombre o mujer, porque este hombre o esta mujer poseen así el valor y la bondad que conviene tener a los adultos. En este sentido, no hay cualidad del cuerpo o del corazón que sea superflua. Es un hecho significativo el que Cristo fuera varón íntegramente. Como varón nos predicó la buena nueva. Los que no se casan por amor del reino de los cielos tratan de estar siempre prontos, por la oración y el trabajo, para poder ser así fecundos de una manera que a menudo* no será posible a los demás, faltos de libertad. Su corazón está con los hombres y en éstos y por éstos hallan al Único, al Constante, al Fiel, Por esto se ve lo necesaria que es la fe en su vida. ¿ Cómo sería posible de otra forma amar a todos, sin darse enteramente a ninguno ? Sin

propiedad

El segundo consejo evangélico consiste en vivir sin propiedad personal. Todo se posee en común. Esto no quiere decir que se corten los lazos con las cosas terrenas como si éstas fueran malas. Al contrario, así se siente uno especialmente unido con toda la creación. El que nada posee, se encuentra su casa en todas partes. San Francisco de Asís, que había renunciado a todo, llamaba hermanos y hermanas a todas las criaturas. Pedro dijo un día al Señor: «Pues mira; nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido.» Respondióle Jesús: «Os lo aseguro: nadie que haya dejado por mí y por el evangelio, casa o hermanos, o hermanas, o padre, o madre, o hijos, o campos, dejará de recibir cien veces más ahora, en este mundo, en casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y campos, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna» (Me 10, 28-30). En este maravilloso texto dice Jesús cuánto recibe, ya en este mundo, el que todo lo abandona por Él. No para gozar de ello tranquilamente, sino como un don que Dios concede sin cesar, que renueva continuamente aun en medio de persecuciones. Uso, pero sin posesión. En la práctica, se vive normalmente esta situación así: sin poseer nada como propia, se forma parte de una comunidad a la que pertenecen los bienes. De este modo, el individuo permanece desprendido de las cosas. Pero tampoco la comunidad debe pegarse a ellas. Esto supone una constante sobriedad. Se usan las cosas en la medida en que se necesitan para el trabajo por los otros. Así lo hizo también Jesús. Lo que sobre es para los que tienen aún menos. 394

Obediencia El tercer consejo evangélico significa la renuncia a la propia voluntad en la obediencia. El que lo profesa, busca expresamente cumplir solamente la voluntad del Padre, como lo hizo Jesús. A decir verdad, todo buen cristiano busca la" voluntad del Padre. Pero cuando se comenzó a vivir en comunidad de hermanos o hermanas los consejos evangélicos de pobreza y castidad, se aprendió a ver en las órdenes del superior de la comunidad la manifestación muy concreta y directa de la voluntad fie Dios. Entonces se emitió el voto de obedecer a la voluntad del superior, para llevar una vida que se asemejara en lo posible a la vida de Jesús. Con ello no se renuncia naturalmente a la propia conciencia. Esto sería imposible. Cuando se manda algo que es pecado, no se debe obedecer, prescriben las reglas de las órdenes religiosas multiseculares, que de esta forma refutan el principio: «Una orden es una orden.» Tampoco se renuncia a la propia iniciativa ni al seido crítico. Se renuncia, en ciertos casos, a poner en práctica la propia opinión, si el superior, escuchado tal parecer, decide de otro modo. Tal situación puede entrañar no pequeñas dificultades, sobre todo si el superior es imprudente en su cargo, se fija demasiado en detalles, deja poco lugar a la iniciativa ajena, etc.; en una palabra, cuando los superiores tienen todos los defectos que puede tener cualquier otra autoridad. Sin embargo, los religiosos no se fijan en estas dificultades. Ellos saben que la obediencia encierra un gran misterio, pues permite tomar parte en la obediencia de Cristo a la voluntad, a veces obscura, pero siempre iluminadora del Padre. La obediencia, aceptada con plena conciencia y de buen grado por los religiosos, ha sido muchas veces una fuente abundante de paz en este mundo. Sin

reservas

El seguimiento de los consejos evangélicos es una tarea que compromete la vida entera. Se la consagra a Dios mediante tres votos. La vida que se desarrolla de acuerdo con ellos, constituye una experiencia humana del todo singular. San Pablo ha dado con la expresión que la caracteriza. Al hablar del que se abstiene del matrimonio por amor de Cristo, dice que puede consagrarse al Señor: «Indiviso» y «sin cuidados» (1 Cor 7, 35-38). Esta experiencia, que Pablo presenta como opinión personal, está confirmada por numerosos cristianos hasta el día de hoy. Para los cristianos que no han sido llamados a seguir estos consejos, puede presentarse una dificultad: «Entonces, ¿nosotros vivimos divididos?» ¿Es malo, pues, casarse, poseer bienes y hacer 395

la propia voluntad? N o ; la fe cristiana ve en todas estas cosas un camino de desenvolvimiento humano, un camino que lleva a Dios. La alegría de un primer beso, la alegría del primer dinero ganado por el propio esfuerzo, la alegría de una gran resolución personalmente tomada, todos estos valores pueden significar otros tantos encuentros con Dios. Pero, piiesto que somos pecadores, son siempre valores mezclados con imperfecciones. Nuestro amor no alcanza nunca al otro enteramente, a menudo es egoísta y nos desvía así de Cristo. En la posesión de las cosas no siempre experimentamos (ni realizamos) la liberalidad de Dios. Nuestra propia 413 voluntad se cruza con harta frecuencia con la voluntad de Dios. En una palabra, estos caminos hacia Dios — que no por eso dejan de serlo— no evitan la situación creada por el pecado original. 249-260 Nos llevan a Dios, pero no sin rodeos y obstáculos. Y así sucede que Dios llama, por la voz de su Iglesia, a hombres y mujeres, para que orienten a Él toda su vida, que se pongan totalmente a su disposición, de la forma más directa y simple que sea posible. Lo cual no quiere decir que estos hombres y mujeres sean al momento «indivisos». Su deber constante es el de hacerse tales. Cuanto más realicen esta unidad sin división en el proyecto de su vida, tanto más tendrán de la sencillez y libertad de Jesús. A veces dan la impresión de haber conservado cualidades de su juventud que los demás han perdido: no la falta de madurez, que se da lo mismo en los conventos que en el matrimonio, sino una cierta ausencia de pretensiones, una rectitud y una entrega sin divisiones. Libres con vistas a la nueva

creación

Además de la entrega sin divisiones, indica Pablo otro motivo: «La figura de este mundo pasa» (1 Cor 7, 31). Pablo pensaba entonces que el fin del mundo llegaría pronto. El hecho de que el fin no llegara tan pronto, exige que se matice este motivo, pero no le quita su valor. Por los consejos evangélicos es llamado el hombre a orientar su vida lo más derechamente posible hacia lo que que465-466 dará: el amor de Dios y del prójimo, el reino de Dios, la voluntad del Padre. Cierto que también por el matrimonio, la propiedad y la propia voluntad se orienta el hombre a estas realidades permanentes. Y se orienta en los\ valores terrenos y por medio de ellos. Pero los religiosos están llamados a guardar una cierta libertad frente a estas realidades, llenas de valores, a fin de que estén más atentos a lo que en ellas es núcleo precioso, prenda de eternidad. Naturalmente, el religioso sigue siendo un hombre terreno, con una tarea y corazón terrenos. Es más, al mantenerse libre frente a estos valores, como son una familia propia o la posesión individual, puede sentirse especialmente cercano a los hombres y a la 396

creación entera, como lo prueban el ejemplo de san Francisco de Asís, o de Pablo, y aun del Señor mismo. Pero a pesar de esta proximidad o más bien a causa de ella, la vida según los consejos evangélicos aporta ya un poco del gozo de las realidades que, con preferencia a las otras, continuarán en la nueva creación; es una vida que se orienta a realizar lo que el Señor ha prometido para siempre. Cuando los religiosos viven estas promesas con todas sus consecuencias y sin aislarse de los demás creyentes, pueden servirnos para indicar qué es lo que importa, a fin de cuentas, en el matrimonio, en la posesión o en la propia voluntad. Ellos ofrecen el ejemplo vivo de que el corazón humano sólo descansa cuando todas las cosas son vividas «en el Señor»: con amor desinteresado, con fe en el valor de la cruz y con esperanza en la resurrección. Quienes quieren vivir según los consejos evangélicos, no siguen los caminos comunes que llevan a Dios. Por lo mismo, tampoco la gracia peculiar de los que recorren tales caminos. Con ello se exponen a un riesgo. Renuncian a cuidados y alegrías concretas, que pueden hacer al hombre bueno y santo. Esto lleva consigo que las personas casadas tengan una tarea que cumplir frente a los religiosos. Deben testimoniar la sana bondad, el buen tino y la abnegación de la vida terrena de cristianos. Los religiosos necesitan este complemento, así como las personas casadas necesitan el de aquéllos. Conocer las alegrías y penas de Uno de estos géneros de vida, significa un consuelo y acicate para los que practican el otro. Cristo célibe y pobre El tercer motivo para seguir los consejos evangélicos no está mencionado en san Pablo; pero está presente, aunque no aparezca consignado, a lo largo de todo el mensaje evangélico: Cristo no se casó. Jesús, el hombre ideal, el único de verdad indiviso, quiso vivir ajeno al matrimonio y sin poseer bienes. Esto no quiere decir que tuviera por malo el matrimonio o los bienes terrenos, sino porque de este modo se oiría con mayor claridad y sencillez su mensaje que anuncia el reino de Dios en un mundo en que impera el pecado. Siguiendo su ejemplo, muchos se atreven a vivir célibes «por amor del reino de los cielos». Y la presencia permanente del Señor por medio de su Espíritu, hace posible tal género de vida. Los que la escogen, saben a. quién han entregado su corazón.

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La fe Los motivos que hemos indicado sólo tienen sentido para el que cree. Sin la fe, no tiene sentido tal género de vida; equivaldría a abandonarse a la ilusión. A menudo será ésta una fe luminosa y 42 alegre. La experiencia de ser hijo de Dios, «pobre de Yahveh», hermano de Jesús, liberado para hacer el bien, indiviso para predicar la fe, hace de esta vida una existencia honda, armoniosa y humana. Lo que indica también que no se ha edificado sobre arena. Pero puede haber también situaciones o tiempos difíciles. La culpa humana, propia o ajena, o las circunstancias adversas pueden llevar a frustraciones. En estos casos, el signo — es decir, esa vida— habla, en lo humano, con menos claridad, pero sigue aún impresionando la fe que persevera. Siempre permanece la certera de haber sido llamado a esta vida. La fe, la esperanza y el amor siguen ardiendo bajo las cenizas del desengaño. Y a menudo se ve en la historia de estas vidas o de estas comunidades, que tras esos tiempos oscuros, nace una aurora de nuevas iniciativas y de nueva alegría. La fidelidad a la fe no fue en balde. El signo más impresionante de fe nos lo ofrecen aquellas comunidades que realizan un quehacer humano de puro y humilde servicio: las congregaciones de hermanos o hermanas, o los legos en las comunidades sacerdotales. Se trata de un trabajo que, evidentemente, no se emprende sino por amor a Dios y perse86-87 verán en él con alegría. _ Lo mismo hay que decir de las comunidades, cuyo objeto principal es la oración. Su fe da sentido 304-308 a su vida. Los tres consejos evangélicos forman una unidad. Constituyen un género de vida preciso y se apoyan mutuamente. Esto no quiere decir que los tres hayan.de seguirse siempre de forma total; pero el que siga uno de los tres, querrá realizar también algo de los otros. 354

Celibato

sacerdotal

Desde tiempos inmemoriales es práctica en la Iglesia que el candidato al episcopado sea célibe y continúe siéndolo. En la Iglesia latina, el celibato se extiende también a los sacerdotes; en la Iglesia oriental, un casado puede ser ordenado de sacerdote; pero ya no puede casarse quien se ha ordenado de sacerdote. El motivo para ello estriba en la convicción de que la misión de quien gobierna o dirige la Iglesia es particularmente de servicio y vivificación. Esta vinculación de sacerdocio y celibato está llena de sentido. Lo que no quiere decir que no pudiera ser de otro modo. Los sacer398

dotes de la Iglesia oriental y los eclesiásticos protestantes son a menudo excelentes pastores de almas. Con frecuencia se oye la observación de que los sacerdotes célibes no podrán aconsejar en materia de matrimonio. Pero la práctica demuestra que muchos casados gustan de hablar sobre tales materias con-sacerdotes célibes. Éstos disponen a menudo de amplias experiencias sacadas de numerosas conversaciones. (¿No es cierto también que el psicólogo, por ejemplo, se apoya más en sus estudios y en la experiencia profesional, que en su propia vida de matrimonio, cuando trata de aconsejar a una pareja de esposos? Los asuntos estrictamente personales varían mucho de unos a otros.) Los religiosos y los sacerdotes son a menudo excelentes educado- 388-392 res. Gracias a una experiencia pedagógica de muchos años, en- 417-420 tienden a veces — al menos si no se han quedado anquilosados — al niño de una manera que no igualan ni los mismos padres. Los sacerdotes diocesanos hacen una promesa de obediencia al obispo, pero no voto de pobreza. Pero, al igual que el pueblo cristiano, saben también que, dada su condición de ministros de los sacramentos y predicadores del evangelio, es conveniente para ellos una vida de decorosa pobreza. En muchos casos viven incluso muy pobremente, en pobreza más efectiva que la de muchos religiosos, que nada poseen personalmente. Juntos ante Dios El pueblo de Dios vive en la expectación del Señor, como una esposa. Él la ama y la busca y ella lo busca a Él, en cada diócesis, en cada parroquia, en cada convento, en cada familia. Los casados, en su mutuo amor, son una imagen de este misterio. Pero 374 también están asociados a él directamente, porque su amor busca en el otro a Aquel que los une a ambos. Los religiosos están llamados a participar de una manera total e inmediata en este misterio de amor entre Cristo y la Iglesia. Sobre la vocación a la vida religiosa cabe decir exactamente 354-355 lo mismo que dijimos sobre la vocación al sacerdocio: la alegría y paz con que Cristo atrae al alma, la confirmación de la vocación por parte de la comunidad que acepta al candidato, el ahondar cada día más en los motivos del propio llamamiento. — Sobre la variedad de órdenes y congregaciones religiosas hemos hablado ya en el capítulo sobre la historia de la Iglesia. 223-224

399

LA IGLESIA Y EL ESTADO

El pueblo de Dios vive en este mundo, pero no es de este mundo. Esto último es cierto si entendemos por «mundo» lo que entiende la Biblia: los hombres en cuanto se apartan de Dios, en cuanto expuestos a la crítica de Dios. Pero la palabra «mundo» tiene también otro sentido, que ocurre también en la Biblia y está más en armonía con nuestro actual modo de hablar. Es el mundo que está destinado a ser unido por el Señor, «el mundo a quien Dios amó tanto», «el mundo y cuantos en él habitan», que pertenece al Sefior, Él que ama todo lo que vive. En este sentido, el pueblo de Dios es de este mundo y debe serlo lo más posible. 334-336 En el capítulo sobre el sacerdocio del pueblo de Dios dijimos ya que la misión cristiana y la misión terrena son la misma cosa. Vimos cómo el pueblo de Dios está llamado a servir a la humanidad por medio de su ayuda y testimonio. Los grandes problemas 222-223 del hambre, de la paz o de la ciencia no quedan al margen o fuera de la Iglesia, que por su misma misión está hondamente implicada en ellos. En los capítulos que siguen, procuraremos proyectar la lux del evangelio sobre nuestra vida en el mundo, fuera incluso de la familia. Sólo lo haremos de manera muy general, pues se trata de cuestiones y realizaciones que dependen de ciencias y situaciones muy dispares entre sí. En el primer capítulo nos detendremos a reflexionar un momento sobre estas dos comunidades de orden tan distinto, a las que, sin embargo, pertenece el cristiano como persona indivisible: la Iglesia y el Estado. Colaboración leal Los hombres vivimos juntos en una sociedad en que la lengua, la amistad, raza, estilo de vida, dependencia y responsabilidad son otros tantos lazos que nos unen unos con otros. La forma organizada de esta sociedad es el Estado. La Sagrada Escritura exige como actitud del cristiano ante el Estado lealtad, colaboración y obediencia. «Sométanse todos a las autoridades que ejercen el poder. Porque no hay autoridad sino por Dios; y las que existen, por Dios han sido establecidas» (Rom 13, 1). ¿Qué significan estas palabras de san Pablo? Significan que la obediencia a las leyes del Estado (por ej., sobre derechos y deberes, comercio y tráfico) son un deber para con Dios. No hay que entender esto como si las autoridades (superiores) hu-

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biesen sido nombradas por Dios. Pero es Dios quien ha puesto al hombre en situación no sólo de crecer en la obediencia a sus padres, 386-387 sino también de vivir siempre en lealtad a una u otra comunidad estatal y a la autoridad que manda en ella. Sólo así florecen el orden, la paz y la armonía; cosas, por ende, que corresponden al espíritu de Dios. El servicio debido a la patria puede exigir sacrificios. En casos de catástrofes, epidemias o agresiones se movilizan todas las 406-408 fuerzas de la sociedad. Muchos ciudadanos dan su vida. Nos sentimos más solidarios que nunca. En tiempo de paz, el pago de los impuestos es uno de los deberes más importantes. Algunos se sustraen a sus responsabilidades en este terreno y con ello agravan fatalmente las cargas de los humildes, cuyos ingresos y bienes imponibles pueden ser vigilados exactamente. Los impuestos deberían pagarse en la forma que determine el Estado. Pablo escribe: «Por lo tanto, es necesario someterse, no sólo por temor del castigo, sino también por deber de conciencia. Y por eso mismo pagadles también tributos; pues son funcionarios de Dios para dedicarse asiduamente a este oficio» (Rom 13, 5-6). (La última frase ha de entenderse, naturalmente, de modo semejante a la antes citada de Rom 13, 1.) Tensión entre la Iglesia y el Estado Cuando todo va bien, Iglesia y Estado viven en armonía: cada uno trabaja en su propia esfera y respeta la del otro. Pero también pueden surgir tensiones violentas. El Estado puede ceder a la tendencia a querer dominarlo todo, a ser un «Estado totalitario». Entonces no aguantará que haya aún una instancia, que no se» doblega a su voluntad. Y la Iglesia, por su parte, puede caer en la tentación de querer dominar al Estado. Característico de la historia de la Europa cristiana es el hecho de que jamás se han - unido en uno solo el poder espiritual y el temporal. Siempre se ha dado esta tensión, esta dualidad, esta polaridad: la Iglesia ha tenido sus hijos en Estados libres, y los Estados libres han tenido subditos pertenecientes también a la Iglesia universal. Esta situación ha dejado en la historia de Europa un margen de libertad que no tiene par en el mundo. A menudo se violó o mutiló esta libertad, pero nunca ha desaparecido en una teocracia opresora (dominación de la Iglesia) o en un estado totalitario. Deber de la Iglesia es mantener esta tensión, es decir, renunciar a todo intento de dominar intolerantemente al Estado; pero también debe cumplir su misión profética si el Estado amenazara valores del evangelio. Si en este caso condescendiera con el Estado, se haría culpable de un pecado. Sucede esto cuando la Igle401

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sia apoya tan radicalmente el orden establecido, que, en caso de conflicto entre el Estado y los desheredados, se pone siempre de lado del poder establecido. Aun cuando los desheredados no tuvieran del todo razón, no sería lícito a la Iglesia dejarlos abandonados. En algunos países puede oírse cómo se echa en cara a los católicos no ser ciudadanos leales, porque obedecen a una potencia extranjera. Y, a decir verdad, el Vaticano es una pequeña potencia, cuyo jefe de Estado es el papa (el Vaticano es también la colina sobre la que se alza la basílica de San Pedro; de ahí el nombre de «Vaticano n » dado al concilio allí celebrado). Pero esto no es la Iglesia. La Iglesia es el pueblo de Dios, esparcido por todo el mundo bajo la dirección de los obispos, que están unidos con el papa. Su autoridad no es política, como tampoco lo fue la de Cristo. Esta autoridad consiste en un llamamiento que se dirige a la fe y a las conciencias. Naturalmente puede darse el caso de un católico que, por razones de conciencia, pueda y deba decir «no» al Estado. Pero no por esto traiciona al pueblo del que forma parte. Lo mismo tendrá que hacer en ocasiones un no católico. El «no» del católico puede estar a lo sumo más condicionado por su fe comunitaria. Pero esto no es traicionar a la sociedad, sino servirla. Puede ser una actitud semejante a la que adoptó la más joven de las hijas del rey Lear, que, a diferencia de sus dos hermanas, se negó a decir que amaba a su padre más que a su futuro esposo; pero luego ayudó al viejo rey más que sus hermanas con toda su adulación. La Iglesia no ha extremado con mucha frecuencia esta actitud, a buen seguro; más bien parece que la ha descuidado. Hemos de reconocer que las jerarquías de la Iglesia se han aferrado demasiadas veces, en su estilo de vida y en sus directrices, a un poder material y a una cultura caduca, cuando los Estados, por su parte, habían creado ya nuevos estilos. Estas faltas de sentido histórico son de lamentar, pero no forman lo esencial. No olvidemos que la Iglesia ha modelado las conciencias en el mensaje de Cristo, y sigue cumpliendo esta misión con creciente pureza. La propia

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misión

La diversidad de tareas, por lo que afecta a la Iglesia y al Estado, parece que se va viendo cada día con mayor claridad. La Iglesia se va asemejando cada vez menos al Estado y se va haciendo cada vez más espiritual —lo que no quiere decir invisib l e — ; el Estado se liga cada vez menos a una ideología. En orden a la organización, se impone una separación entre la Iglesia y el Estado.

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Esta separación no significa que no hayan de existir numerosos vínculos entre las dos comunidades, pues ambas están formadas por los mismos hombres, que no pueden dividirse en una mitad «profana» y otra «creyente». Pero, a propósito de la separación de la Iglesia y el Estado, se nos presenta esta cuestión: Si en un pais fueran católicos el cien por ciento, ¿podrían fundirse la Iglesia y el Estado? N o ; ni siquiera en este caso. La Iglesia recibirá siempre su cometido de la revelación; es, pues, una responsabilidad distinta de la que incumbe al Estado. Y éste ha de mantenerse libre, aun en dicho país, para poder seguir considerando como ciudadano con plenitud de derechos a quien se salga de la comunión de la Iglesia. Unidad de todos los

hombres

En nuestros días, la unidad de todos los hombres comienza a tomar forma concreta. Esta tendencia está aún en sus comienzos y tropieza con numerosas dificultades y retrocesos. La Iglesia no puede quedarse indiferente ante ella, pues está en la línea de su mensaje. La Iglesia, que considera como misión suya la unidad de los hombres y la paz como su ideal, cree que esta unidad es un gran bien. La desunión es signo del pecado (Babel); la unidad, 190 signo del Espíritu (Pentecostés). Por eso recomienda el concilio Vaticano u la cooperación internacional en todos los órdenes. Y dice de ella que es el camino para la paz mundial ('Const. sobre la Iglesia en el mundo cectual, núms. 83-90). De la paz hablaremos al final del capítulo siguiente.

EL RESPETO A LA VIDA

La vida es algo que no nos cansamos de admirar. Ya la vida de una planta es una maravilla, cuánto más la de ün animal, que por sus sentidos se acerca más al hombre. Cuanto más alto está un animal en la escala zoológica, tanto mejor preludia la realidad humana de la creación. Por eso, nuestra conducta con los animales refleja también nuestro amor al hombre. No debemos matarlos ni hacerles sufrir sin motivo, y esto en atención al animal en sí mismo, tal actitud contribuirá a civilizar al hombre. Sin embargo, en nuestra actitud respecto a los animales, no debemos olvidar que su sensibilidad difiere de lo que creemos al respecto. Sus sensaciones son siempre sucesivas, momento a momento y no son conscientes de ellas como nosotros. Muy a menudo les atribuimos características que son propias de nuestra sensibilidad. Tampoco poseen un yo personal. De ahí que el valor de 403

226 una vida animal no sea absoluto como el de la vida humana. Sigúese que aquella vida puede ser sacrificada por un fin humano; pero no sin causa y con el menor dolor posible. En esto podemos ver un proceso creciente de afinamiento y delicadeza, y no está ausente de él, el Espíritu de Dios: «El justo mira por la vida de sus bestias, pero las entrañas de los impíos son crueles» (Prov 12, 10).

«No matarás» Nuestro respeto a la vida se ve sobre todo en nuestro respeto 410411 a la vida humana. El hombre evita lo que daña a la vida: frío, calor, humedad, aire corrompido. La medicina ha perfeccionado la higiene. Nuestra vida se prolonga. Se ha encontrado remedio para muchas enfermedades. Todos estos progresos son buenos. La simpatía de Dios está del lado de la vida, como lo prueban los milagros de Jesús. La salud es un magnífico regalo de Dios. El cuidado por la buena presencia, por una alimentación racional, por el vestido decente y aun elegante, por una vivienda digna, sin descuidar el equilibrio en lo mental, son cosas que forman parte de nuestro cuidado por la vida. Es liberador pensar, para todo esto, en las palabras de Jesús: «¿ No vale la vida más que el alimento, y el-cuerpo más que el vestido?» (Mt 6, 25). Lo que importa es la vida. El cuidado de la vida está grabado profundamente en nosotros. A ejemplo de Dios, también el hombre — o lo mejor que hay en el hombre — ama todo lo que vive. Esto quiere decir el mandamiento: «No matarás.» No quiere decir sólo que no matemos a nadie, sino que nos encarece también el cuidado de la vida. Esto implica también el cuidado de evitar toda herida, ora provenga de maldad, de negligencia o necedad. El quinto mandamiento veda por el mismo caso todo lo que hace la vida menos agradable o menos segura para nosotros mismos o para los otros: polución del aire y suciedad, la infracción de las normas de tráfi419 co, la venta de géneros malos; el excesivo trabajo para sostener la vida, pues es paradójico que, para sostener la vida, se eche a perder la propia vida y la de la familia. P e r o también la pereza para trabajar puede convertirse en enemiga de la vida, cuando fuerza a uno y a la familia a llevar un nivel de vida bajo y miserable. El alcoholismo destruye también al hombre. Singularmente funestos son los narcóticos, que de momento hacen aparentemente más bella e intensa la vida, pero dejan detrás necesidades torturantes. No debemos probarlos ni por curiosidad. 404

Muchos nervios ha destrozado el ruido; pero no hay modo de defenderse de él. Se pueden cerrar los ojos, pero no los oídos. Muchas otras cosas podríamos señalar, por ejemplo, las heridas psíquicas; una palabra que mata por la injuria que lleva en sí y que Jesús ha puesto en relación con el homicidio (Mt 5, 22). Y del mandamiento : «No matarás», saca Él otro sentido más profundo: «No odiarás». Un mandamiento que no podemos cumplir por nuestras propias fuerzas. El más feo de todos los pecados y el más sórdido es sin duda la envidia: no soportar el bien ajeno. También éste es un pecado contra la vida. La boca del pueblo dice que el envidioso «vierte bilis», el color más opuesto al de las mejillas sanas. Entre los deberes normales respecto de la vida, hay que contar el hacerse tratar por un médico en caso de enfermedad, incluso en las perturbaciones psíquicas, lo que a veces es más importante que el tratamiento de las afecciones orgánicas. Sin embargo, también entra en la libertad humana el no forzar a nadie a someterse contra su voluntad a tratamiento médico. Tampoco es menester prolongar indefinidamente por medio de medicinas y aparatos una vida que corre irrevocablemente a su término. Sobre todo cuando una vida, mantenida así attiíiciataente, es x¡r¡ meto vegetar sin reacciones humanas, es lícito interrumpir las medidas extraordinarias y dejar su curso al proceso normal. Por otra parte, no es lícito poner término voluntariamente a la vida humana (acortar la vida de los moribundos o de los enfermos mentales [eutanasia] o suicidarse). Hemos recibido la vida de manos de Dios y no podemos suprimirla a nuestro arbitrio. La razón que se aduce siempre es que, a los ojos humanos, ha perdido su sentido y su valor; pero esto es precisamente lo que jamás puede admitir un cristiano. El cristiano cree en el sentido de la vida de cualquier hombre, desde el momento en que es concebido. El aborto es un pecado contra la vida. En cuanto al suicidio, éste se comete a veces en un estado de tensión extrema que no nos permite juzgar sobre la culpa moral del suicida. Muchas veces está la culpa en otros, que, consciente o inconscientemente, excluyen a alguien de su sociedad y amistad. No obstante, puede haber casos en los que, por imperativo de la conciencia, no tenga uno más remedio que adoptar una decisión extrema. ¿Qué pensar, por ejemplo, de quien sabe muchos nombres, y sabe que, sometido a tortura, cometeré traición? Siempre habrá casos en los que el mandamiento habrá de ser cumplido en su sentido último por medio de una decisión personal de la conciencia.

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Pena de muerte.

Guerra

Hay dos situaciones en las que, de antiguo, se tiene por lícito quitar la vida a un hombre: la legítima defensa (en la que se incluía la guerra) y la pena de muerte. Si yo amenazo injustamente la vida de otro — s i hay, pues, que optar entre el agresor injusto y la víctima de la agresión —, éste me puede quitar la vida. De este principio se ha deducido también la licitud del combate en la guerra. Los argumentos tradicionales en favor de la pena de muerte se apoyan en la idea de que la sociedad posee derechos que no posee el individuo. Estos poderes no comportan el derecho a matar a un inocente, sino el derecho a ejecutar a un culpable. La pena de muerte tiene un sentido de castigo. ¿ Es cristiano todo esto ? Cristo no abolió expresamente ni la guerra ni la pena de muerte; en otro caso, el evangelio lo hubiera consignado claramente. Mas esto no quiere decir en absoluto que sean «cristianas». Sucede con esto como con la esclavitud, que 84, 213 tampoco fue abolida por el Nuevo Testamento. Cristo no predicó 226 en general ningún cambio de estructuras en una sociedad que no estaba madura para realizarlas ni moral, ni espiritualmente, ni en su organización. Pero trajo al mundo un espíritu del que podían y debían surgir los cambios. Y por eso, hemos de trabajar con todas nuestras fuerzas para que la doctrina de Jesús que exige la igualdad de todos ante el Padre y que nos manda presentar la otra mejilla y el amor de los enemigos, cobren forma concreta y se hagan realidad en leyes e instituciones cada vez más suaves y justas. 402 La Iglesia se ha adherido a menudo tan estrechamente al orden estatal establecido, que le ha faltado la energía necesaria para humanizar la guerra y la legislación penal en una medida que tal vez hubiera sido posible. Ya es hora de que en los países cristianos se piense en reformar, por ejemplo, el derecho penal según los principios cristianos. Es cristiano ir desterrando paulatinamente de la pena el aspecto de castigo. Pero al hacerlo convendrá precaverse del peligro contrario. Al «castigar» a un reo, a un delincuente, aún se le toma en serio, como hombre responsable de sus actos, mientras que el someterlo a un «tratamiento» puede equivaler a convertirlo en «enfermo», lo que muy pronto llevaría a tratarlo como a un hombre sin derechos. Y está además el monstruo de la guerra. El principio de la legítima defensa no puede ser la última palabra sobre el particular. Nuestra fe debe estar totalmente dominada por el deseo de la paz. 406

El pensamiento cristiano debe buscar sin descanso criterios cada vez más rigurosos para delimitar la licitud de una guerra. Medítese a fondo en las palabras del papa Juan x x m : «Por consiguiente, la justicia, la recta razón y el sentido de la dignidad humana exigen urgentemente que cese ya la carrera de armamentos ; que, de un lado y de otro, las naciones que los poseen los reduzcan simultáneamente; que se prohiban las armas atómicas; que, por último, todos los pueblos, en virtud de un acuerdo, lleguen a un desarme simultáneo, asegurado por mutuas y eficaces garantías» (Pacem in terris, 112). La guerra atómica total, comparada a otras guerras, es un mal de magnitud desconocida. La cuestión de si es lícito el armamento con bombas atómicas para fines puramente defensivos, exige una respuesta, por lo menos, con la apasionada aspiración a que se supriman tales armas de una y otra parte. «Bien claro queda, por tanto, que debemos preparar con todas nuestras fuerzas una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra. Esto requiere el establecimiento de una autoridad pública universal, reconocida por todos, con poder eficaz para garantizar la seguridad, el cumplimiento de la justicia y el respeto de los derechos... No hay que despreciar, sin embargo, los intentos ya realizados, y que aún se llevan a cabo, para alejar el peligro de la guerra» (Const. sobre la Iglesia en el mundo actual, § 82). Tal vez la reflexión objetiva de IQS científicos, que hablan en todo el mundo el mismo lenguaje, pudiera aportar una contribución a la mutua confianza que, como afirma la encíclica Pacem in terris, es la única base de la paz. Pero la decisión valerosa y el ánimo profético de los que han abierto sus ojos a la locura de la guerra y se unen en organizaciones para prevenirla, es imprescindible para mantener constantemente alerta nuestra conciencia. -Debe ser posible negarse al servicio de las armas por razones de conciencia. Sobre ello dice el concilio: «También parece razonable que las leyes tengan en cuenta, con sentido humano, el caso de los que se niegan a tomar las armas por motivos de conciencia, y aceptan al mismo tiempo servir a la comunidad humana de otra forma.» (Const. ut supra § 79). El concilio no quiere imponer esta actitud y deja que cada cual decida según su juicio. Por eso, también a los que creen deber suyo trabajar por la paz como soldados dirige las siguientes palabras: «Los que, en servicio de la patria, se dedican a la vida militar, ténganse también a si mismos por instrumentos de la seguridad y libertad de los pueblos; pues, desempeñando bien esta función, contribuyen realmente a mantener la paz» (Const. ut supra, § 79, v. finem). Especiales palabras de aliento dedica el con-

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cilio a los hombres de Estado, que trabajan incansablemente por la paz: «Hay que ayudar la buena voluntad de muchísimos que, aun agobiados por las enormes preocupaciones de sus altos cargos, movidos por el gravísimo deber que los acucia, se esfuerzan por eliminar la guerra, que aborrecen, aunque no pueden prescindir de la complejidad inevitable de las cosas» (Consí. ut supra, § 82). 45 Las grandes narraciones de las primeras páginas de la Biblia 252-254 son los símbolos de toda la vida humana: la desobediencia (Adán), el fratricidio (Caín), la supervivencia (Noé), la escisión en la realización de grandes obras (Babel). Todas ellas cobran en nuestros días dimensiones gigantescas a causa del peligro atómico. El mensaje de estas narraciones bíblicas es que la raíz de las actuales catástrofes está en nuestros pecados, y por tanto, el verdadero re268 medio consiste en redimirnos del pecado, del odio y la desconfianza. El que trabaja en esto por su unión con Cristo, contribuye lo suyo a alejar un conflicto que significaría el suicidio de la humanidad entera. «Sin embargo, hay que evitar el confiarse sólo a los conatos de unos pocos, sin preocuparse de la reforma de la propia mentalidad. Pues los que gobiernan a los pueblos, como responsables del bien común de la propia nación y, al mismo tiempo, promotores del bien de todo el mundo, dependen enormemente de las opiniones y sentimientos de las multitudes. En nada les aprovecha trabajar en la construcción de la paz, mientras los sentimientos de hostilidad, de menosprecio y de desconfianza, los odios raciales y las ideologías obstinadas dividen a los hombres y los enfrentan entre sí. Es de suma urgencia proceder a una renovación en la educación de la mentalidad y a una nueva orientación en la opinión pública. Los que se entregan a la tarea de la educación, principalmente de la juventud, o forman la opinión pública, 388 tengan como gravísima obligación la preocupación de formar las 426 mentes de todos en nuevos sentimientos pacíficos. Tenemos todos que cambiar nuestros corazones, con los ojos puestos en el orbe entero y en aquellos trabajos que, todos juntos, podemos llevar a cabo para que nuestra generación mejore. Que no nos engañe una falsa esperanza. Pues si no se establecen en el futuro tratados firmes y honestos sobre la paz universal, una-vez depuestos los odios y las enemistades, la humanidad, que ya está en grave peligro, aun a pesar de su ciencia admirable, quizá sea arrastrada funestamente a aquella hora en la que no habrá otra paz que la paz horrenda de la muerte» (Const. sobre la Iglesia en el mundo actual, § 82). Imbuido en la gravedad de la 286-288 situación, pero también a la luz de la esperanza cristiana en las 190 posibilidades de la humanidad, expresa el concilio su convicción

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de que la cooperación internacional en el terreno social y económico (la solidaridad mundial en la lucha contra la miseria) sea el verdadero camino de la paz.

UN MUNDO DE TRABAJO

La historia de cada hombre es en parte la historia del trabajo que ha realizado. Ella nos contaría las dificultades o el aburrimiento en la escuela, la seriedad de una profesión responsable, la mirada al reloj, la repugnancia por la mañana del lunes, el desengaño por un ascenso que no llega, el cansancio por la monotonía doméstica; pero también la alegría de cumplir bien un trabajo, de ganar un buen sueldo, y sobre todo la conciencia de que se está haciendo algo. Por nuestra actividad en la escuela, en el trabajo y en nuestra familia, sacamos a luz algo que de otro modo no existiría, cooperamos al sostenimiento de la vida sobre la tierra, acrecentamos el bienestar y prevenimos los peligros. En las oficinas y en las fábricas, en las escuelas y en la familia, en los hospitales y en el campo se trabaja afanosamente por hacer del mundo un lugar cada vez más habitable. Perspectiva

de

confianza

Hay momentos en nuestra vida — cuando los padres pasan un rato tranquilos con sus hijos que crecen, o cuando uno contempla un buen trabajo hecho por él mismo — en que de pronto nos damos cuenta de lo que es nuestro trabajo: colaborar en la construcción de este mundo, es decir, en la creación de Dios. Y esto es lo primero que el mensaje cristiano tiene que decir acerca del trabajo : Dios no creó el mundo hace ya mucho tiempo, sino que lo está creando sin cesar y lo crea también por medio de nosotros mismos. No es verdad que el bosque sea obra suya y no la ciudad. Acaso sea la ciudad más obra suya, pues es expresión del hombre, criatura suprema de Dios. Lo que el hombre hace es creación de Dios. Naturalmente, no es indispensable que el cristiano esté pensando continuamente en ello, pero esta idea es el fundamento que sustenta la certeza de que en su profesión y familia está trabajando en el sentido querido por Dios. Un segundo valor que el pensamiento cristiano descubre en el trabajo, es que éste une a los hombres. El trabajar con los otros fomenta la solidaridad y el contacto de forma especial, distinta en cada profesión. El hecho de que marido y mujer trabajen juntos para su familia, tiene consecuencias concretas en lo que respecta a 409

la unidad de este pequeño grupo. Pero el trabajo une sobre todo a los hombres, porque se hace siempre para otros: el marido trabaja para la mujer y la mujer para el marido; el panadero para gran número de consumidores; el arquitecto y el albañil para los futuros vecinos, el obrero del puerto para muchos que no conoce. Toda nuestra sociedad es un gran sistema de servicios mutuos. A menudo no sabemos por quién trabajamos y tal vez ni nos interese siquiera saberlo. Sin embargo, esta comunión en el trabajo nos procura — a veces aun sin darnos cuenta — un sentimiento de solidaridad que forma el telón de fondo de nuestra vida. No tenemos más que fijarnos, en nuestra propia casa, en las paredes, y pensar en la muchedumbre de hombres que han trabajado sobre estos materiales desde el momento en que fueron extraídos de la tierra: un ejército de personas desconocidas desfilará ante nuestros ojos. El objeto más pequeño, un libro, un reloj, suponen a veces el trabajo de hombres de varios continentes. Millares de personas han cooperado en la construcción de nuestra casa. Y también nuestro trabajo es una contribución a la vida de otros tantos. El trabajo humano crea unidad y solidaridad entre los hombres. El mensaje cristiano tiene aún algo más que decir sobre esto: el trabajo nos abre una perspectiva de esperanza sobre la eternidad. Nuestro trabajo sirve para hacer al hombre más humano y su vida más rica y más abierta al despliegue del amor. Y este despliegue de nuestro amor no se pierde para la eternidad. El trabajo en la construcción de este mundo tiene su continuación en la creación nueva. ¿Quién sabe si, después de la resurrección de los muertos, no conservará el mundo nuevo las huellas de lo mejor que lleva ahora a cabo el trabajo del hombre ? Nuestro trabajo tiene valor de eternidad. Liberados del yugo Pero aún no hemos presentado todo el mensaje evangélico sobre el trabajo. Las tres perspectivas que hemos expuesto, son en cierto modo agradables. Sin embargo, en nuestra experiencia diaria nos parece el trabajo pesado, lleno de esfuerzo, cansancio, incomprensión, fracaso. El cristiano reconoce que, dada la imperfección de este mundo en evolución (imperfección agravada por el pecado del mundo), el trabajo es una carga. Como dice la Escritura: «Comerás el pan con el sudor de tu frente» (Gen 3, 19). El trabajo puede ser duro, aburrido opresor; puede matar el espíritu, puede endurecer, originar discordia, absorber, enajenar y mutilar, y todo ello de mil maneras. Como todo gran valor de la vida humana, también el trabajo necesita redención. 410

El mensaje cristiano anuncia que esta redención se ha cumplido ya y la ve en tres realidades de que nos ha hecho merced nuestro Creador y Redentor: el creciente dominio de las posibilidades, la creciente unidad y la resurrección de Jesús después de haber • padecido. Tocante al primer punto, nuestro trabajo se humaniza por los recursos (posibilidades) que Dios ha escondido en la creación y que el hombre descubre. El progreso en bienestar, comodidad y capacidad técnica es al tiempo una auténtica redención. Dios se complace en la alegría de vivir, en la salud, en el alivio de nuestras cargas. También los milagros de Jesús lo ponen de manifiesto: curaba, alimentaba sin trabajo a las muchedumbres en el desierto, decía su palabra y los apóstoles hacían una gran pesca. Cuando la técnica nos procura salud, alimento y comodidad, trabaja en el sentido querido por Dios. Todavía se acerca más al corazón del evangelio la segunda realidad: la redención del trabajo por el amor, que hace fácil lo difícil: el amor a la familia, la camaradería y compañerismo en la profesión, la responsabilidad y el espíritu de servicio para con la sociedad por la que se trabaja. En los capítulos «Posesión de la tierra» y «Ayuda al necesitado» hablaremos sobre las exigencias de la justicia Aquí sólo queremos señalar que el postulado de bondad y amor, que tan claramente campea en el evangelio, no es un postulado sentimental. Este deber no significa que no puedan formarse grupos que vigilen y luchen por una mayor justicia, por la desaparición de un poder ilegítimo. Debemos entenderlo así: tanto en la familia como en el puesto de trabajo y en la trama social, el amor y la bondad redimen el trabajo. En la familia, porque se pone empeño en la comprensión y ayuda mutuas; en el lugar de trabajo, por la honradez y la solidaridad; en la gran comunidad humana, por el cuidado de ver al hombre en los demás, a pesar de los conflictos pro"vocados por el interés. Ningún hombre ni ningún grupo pueden ser desgajados de la comunidad humana, ni declarados enemigos para siempre. El evangelio dice a este respecto, con toda seriedad, que el único camino para liberar nuestra convivencia y nuestro común quehacer terrestre no es el odio, sino el amor que a nadie proscribe. Es una tarea de largo alcance, pero todos, particulares y grupos, deben colaborar en ella, sin sentimentalismo, pero con gran seriedad. Y de este modo abrigaremos la esperanza de ver por nosotros mismos algo de esta progresiva redención, que ya está incoada. Estas dos formas de redención de que acabamos de hablar sitúan el hombre en el trabajo. Pero ¿qué tiene que decir el evan-

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geho a quienes aun no se benefician del creciente bienestar, de la progresiva humanización del trabajo, a aquellos que progresan con lentitud, más lentamente de lo que permite la duración de la vida, a aquellos otros para quienes el trabajo resulta insano y deshumamzador, a aquellos, en fin, que ven fracasar su vida? ¿Tendrán que consolarse estos desafortunados con un futuro que ellos no vivirán' En el marxismo, ésta es efectivamente la única perspectiva que se les ofrece Y es a la verdad una perspectiva esperanzada, sobre todo para hombres buenos Pero es demasiado poco, pues supone que el hombre, en cuanto individuo, carece de importancia, éste puede llevar eventualmente una vida mísera, lo que importa es la humanidad en su conjunto La fe cristiana sabe que se trata, desde luego, de la humanidad entera, pero también sabe que ninguno de sus miembros es insignificante La fe afirma que incluso la vida, que es un fracaso a los ojos de los hombres, tiene un valor propio y proporciona gozo y paz También el Señor logró la vida para sí y para los demás por medio del anonadamiento y del fracaso El cristiano sabe, pues, que el fracaso humano, aunque oprima, no carece de esperanza en Él La cruz en nuestro cuarto tiene su significación en orden a nuestro trabajo aunque sea monótono, opresor, oscuro y sin éxito, aunque nos proporcione poca parte en el bienestar, en la camaradería y amor a que aspiramos, aun entonces puede ser fuente de gozo y paz El Señor prometió que los humildes, los que lloran y son perseguidos cosecharían con Él alegría, no sólo para si mismos, sino también para los demás, y no sólo en la eternidad, sino también en este mundo Esta fe en la cruz que salva, no debe debilitar nuestros esfuerzos por liberar y salvar el trabajo mediante todas las mejoras posibles Sobre todo, cuando se trata del bien de los demás no debemos olvidar este aspecto Pues estas tres realidades van juntas el progreso, la bondad recíproca y la fe en que Jesucristo nos resun t a del fracaso. Sólo cuando van juntas constituyen la liberación que el cristianismo aporta a nuestro trabajo terreno.

POSESIÓN DE LA TIERRA

El que nada posee, depende por completo de los demás. Ahora bien, todo hombre tiene derecho a un cierto grado de independencia y libertad De ahí que todos hayan de disponer de alguna cosa como propia Es necesario poder disponer libremente de ciertos bienes, éstos forman entonces un trozo de mundo en el que nos encontramos «en casa». Es bueno procurar a cada cual algún bien propio. El aumento 412

del bienestar viene de Dios. De este modo tiene el hombre mayores posibilidades en el desarrollo de su vida. Y Dios se complace en la vida. Contaminados

por el pecado

Cuanto mejor es una cosa, tanto peor se hace al corromperse. La corrupción de la riqueza lleva en sí algo de diabólico. El hombre puede estar como «poseso» de sus posesiones. Se piensa ser más que los otros, no por lo que se hace, sino por lo que se tiene. Se siente uno tan importante como su casa, su auto o su cuenta corriente. Se quiere ser más que los otros, no mejor que ellos, y esto por lo que se posee. Uno de los desvarios más extendidos en la humanidad, consiste en medir a los hombres no por lo que son, sino por lo que tienen. Todos, aun los llamados «buenos», llevan dentro algo de esto. Es una de las grandes brechas, por donde se cuela el «pecado del mundo» y uno de los más tenaces obstáculos al advenimiento del reino de Dios. La redención de la riqueza De ahí que también nuestra riqueza necesite de redención. ¿ Cuál es el camino que lleva a ella ? La dimensión social de la propiedad: convencerse de que poseer no es cosa exclusiva de «uno solo», sino que incluye también a «otros». Acaece con la propiedad lo que con nuestra existencia humana: somos nosotros mismos, somos independientes, y al mismo tiempo estamos con otros, no por amarga necesidad, sino por una exigencia que se asienta profundamente en lo humano. Otro tanto sucede con la propiedad. Poseer significa de suyo «disponer libremente de una cosa». Pero al mismo tiempo hay en ello una dependencia. Nada me pertenece a mí pura y simplemente. La antigua definición romana de la propiedad ius utendi ct abutendi (derecho a usar y abusar) es pagana, no cristiana. No me es lícito tomar mi piano y arrojarlo por la ventana, si así me place. ¿Por qué? Por causa de los que podrían utilizarlo como se debe. Justa

distribución

Todas estas cuestiones son problemas de justicia; no sólo de la que se llama «justicia conmutativa»,-que prescribe que en todo intercambio de bienes, cada una de las partes ha de recibir la justa y correspondiente contrapartida, sino también de la «justicia distributiva» (o social). Esta justicia exige que se repartan razonable y equitativamen413

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te los bienes de este mundo. La humanidad posee el mundo en común. Y por el hecho de haber una igualdad de dignidad entre los hombres — cosa que vemos con creciente claridad desde el advenimiento de Cristo—, también la distribución de la riqueza entre los mismos ha de ser proporcionada. No es bueno que uno sea muy rico y otro miserable. Tampoco es bueno que una parte del mundo sea muy rica y otra muy pobre. Cambiar esta situación es cuestión de justicia. Esto exige un largo proceso. Apenas existen leyes que lo prevean, y a veces faltan por completo. La justicia distributiva no está apenas elaborada en forma de leyes, o lo está en forma muy limitada. El sentido de justicia social y sus posibilidades han de crecer mucho todavía. Naturalmente, este sentido está mucho más desarrollado en las clases desposeídas, que comienzan a luchar por sus derechos. En muchas ocasiones se interpreta esto como codicia. La lucha por una repartición equitativa de los bienes es a la postre una lucha por una participación equitativa en la dignidad humana. No se trata de tener, sino del reconocimiento de la propia dignidad, que debe expresar precisamente el acceso a la posesión. La lucha por los intereses sociales no está en contradicción con el mensaje cristiano; pero una sociedad en que la opresión y la violencia sean los únicos medios de llevar a la práctica los derechos a la propiedad, no podrá llamarse humana y mucho menos cristiana y redimida. Cuando se intenta realizar un orden social justo entra en juego otro elemento más hondo: la convicción creciente de que tal repartición es realmente justa. Por ambas partes se siente alegría de alguna forma ante este proceso evolutivo. También se manifiesta amor. Porque amor, en economía, es más justa distribución. El espíritu del sermón de la montaña Esta satisfacción recíproca por el progreso social, esta buena voluntad y amor, no pueden imponerse si no es poco a poco y con muchos trabajos, en una sociedad en lucha; no existen sin el espíritu del sermón de la montaña. Allí nos exige Jesús que nos sintamos interiormente libres de los bienes de la tierra, pobres de espíritu, más dispuestos a dar que a recibir. Esto corresponde a nuestro más profundo anhelo, pero contradice al propio tiempo nuestras inclinaciones más inmediatas. Corremos siempre riesgo de ser poseídos por lo que poseemos. Por eso, la vigilancia que es necesaria para permitir que los hombres gocen felizmente de los bienes de este mundo, debe dirigirse, en primer lugar, no contra la codicia de los otros, sino contra la nuestra propia codicia.

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Es difícil conciliar íntimamente la lucha por los propios derechos con el espíritu del sermón de la montaña, que llama bienaventurados a los pobres y perseguidos. Hay entre ambos una tensión, pero el cristiano debe sobrellevarla con valor. Y así llegará a tener por justa y legítima la lucha de algunos por defender sus derechos y conquistar el poder y en definitiva se alegrará de lo bueno que hay en sus adversarios. El cristiano que lucha por un poder justo debe tener presente que el poder alcanzado debe desembocar en lo que aparentemente es su contrario: servir. Sólo del mutuo servicio puede surgir una sociedad cristiana y redimida. Para subrayar este elemento vivió Jesús pobre y como quien sirve. Hay algunos que están llamados a seguirle tan de cerca como sea posible. ¿Tenemos

las manos

limpias?

Aún nos queda algo por decir. Hemos visto que la justicia social empieza ahora a ganar terreno. Posiblemente signifique esto que vivimos en situaciones que, cada vez con mayor claridad, sentimos como injustas. Es inmensa la diferencia entre la prosperidad que reina en unos y otros países. El trabajo para mejorar tales situaciones durará años y aun siglos; entretanto nos toca vivir en situaciones que no son justas. Jesús dijo una sentencia dirigida, a todos los hombres — y a todos los pueblos— que no tienen las manos limpias: «Procuraos amigos mediante la riqueza injusta» (Le 16, 9). La parábola en que aparece esta sentencia no quiere, ni mucho menos, estimularnos a enriquecernos con dinero mal ganado, sino a que, de tenerlo individualmente o como pueblo (o como Iglesia), hagamos con él 417-418 todo el bien posible, sin hipocresía. El robo Para concluir este capítulo, digamos algo brevemente sobre los pecados contra la justicia conmutativa. Tales son el robo, el encubrimiento, el fraude en el comercio, la destrucción de la propiedad ajena, no pagar las deudas, retener lo hallado o prestado (incluso libros), perder el tiempo retribuido, no pagar el trabajo encomendado (excepto si se hace por amistad), plagiar ideas ajenas, etc. Todo esto es aplicable a los bienes que pertenecen a la sociedad, a cosas cuyo dueño no se conoce. En lo dicho consiste la primera exigencia relativa al dominio de nuestra codicia. Una mano larga es cosa repulsiva. Ser, en cambio, intachable en estas cosas, lo siente cualquiera como algo que engrandece al hombre. 415

En caso de necesidad —desde antiguo se pone como ejemplo el peligro de morirse de hambre— es lícito apropiarse de lo ajeno sin permiso de su dueño. La tierra pertenece a todos de tal forma, que es un derecho fundamental del hombre tener lo necesario para poder vivir en ella. «El que se halla en necesidad extrema, tiene derecho a procurarse lo necesario de las riquezas de los otros» (Const. sobre la Iglesia en el mundo actual, § 69).

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AYUDA AL NECESITADO

Los derechos del hombre El primero y fundamental acto de caridad para con el prójimo necesitado es reconocerle sus derechos. En este sentido, el amor es, por así decirlo, la vanguardia de la justicia: lo que descubren 414 los ojos del amor se redacta luego en leyes y pasa a ser objeto de justicia. Los derechos del hombre apenas si están aún formulados, y esto muy parcialmente, en leyes e instituciones (véase el capítulo precedente). La Organización de las Naciones Unidas (ONU) se ha ocupado extensamente de los derechos del hombre a escala mundial. Sobre ello escribió el papa Juan X X I I I : «Argumento que claramente prueba la previsión de la ONU es la Declaración universal de los derechos del hombre, que la Asamblea general ratificó el 10 de diciembre de 1948. No se nos oculta que ciertos capítulos de esta declaración han suscitado algunas objeciones fundadas. Juzgamos, sin embargo, que esta declaración debe considerarse como el primer paso introductorio para el establecimiento de una constitución jurídica y política de todos los pueblos del mundo. En dicha declaración se reconoce solemnemente a todos los hombres sin excepción la dignidad de la persona humana, y se afirman todos los derechos que todo hombre tiene a buscar libremente la verdad, respetar las normas morales, cumplir los deberes de la justicia, observar una vida decorosa y otros derechos íntimamente vinculados con éstos. Ojalá llegue pronto el tiempo en que esta Organización pueda garantizar con eficacia los derechos del hombre, derechos que, por brotar inmediatamente de la dignidad de la persona humana, son universales, inviolables e inalienables» (Pacem in terrvs, 143ss). De acuerdo con nuestra posición y posibilidades, también nosotros debemos afirmar y respetar los derechos del hombre. Tal es el primer deber del amor que nos atañe personalmente.

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Da a quien tiene menos que tú Pero al mismo tiempo estamos llamados a subvenir a las necesidades de otros, por amor, cuando las situaciones no se acó- 415 modan al ideal. El evangelio lo repite muy a menudo. Es un deber que existirá siempre, pues nunca se podrá fijar todo en leyes. Siempre habrá casos inesperados, situaciones imprevistas. Por eso, la caridad será siempre necesaria, como corrección permanente de leyes y derechos existentes. ¿ Cuánta f Es bueno desprenderse de una parte de los propios bienes. El evangelio habla de la viuda que dio de su pobreza (Me 12, 41-44), de trabajar para tener algo que dar (Ef 4, 28), de dar de la propia riqueza (Le 8, 3 ; 18, 22) y hasta de lo injustamente adquirido (Le 16, 9). Hay que dar sin alharacas y con alegría (Mt 6, 3 ; 2 Cor 9, 7). El don varía desde un «vaso de agua fresca», que no quedará sin recompensa (Mt 10, 42), o la «mita4 de mi hacienda» (Le 19, 8), hasta —por vocación especial— «todo lo que se posee» (Le 18, 22). Además, tenemos el consejo de Juan Bautista, es decir, dar lo que se tiene por duplicado (Le 3, 11). El buen samaritano dio lo necesario para cuidar en la venta al herido; y además, su precioso tiempo y su atención (Le 10, 30-37). El evangelio no establece, pues, una norma fija. En ninguna parte se dice que demos sólo en la medida que nuestro nivel de vida no sufra menoscabo. No es cosa grave hacernos algo más pobres por dar limosna. Felices los que por preocuparse de la salud, de las vacaciones, del bienestar de otros — en una palabra, a causa de las colectas — tienen que contentarse con un automóvil más barato o con ninguno y con un viaje más corto en vacaciones o con juguetes más sencillos para los niños. Y dichosos los niños que heredan esta generosidad espontánea de sus padres. Cabe incluso 388 preguntar si no falta algo en la humanidad de los muchachos y muchachas que no han visto estos ejemplos en sus padres. El dar es un tema que nunca se aprende del todo. ¿ No dijo Jesús que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos? 133-134 ¿Dónde está aquí el límite? De ahí que haya a menudo cristianos que experimenten la sensación de que deberían darlo todo para ser los más pobres de los hombres y conformarse así a Cristo. Pero este vago sentimiento entraña un peligro. Porque, prácticamente, la sana razón y la responsabilidad de la propia familia acabarán por rechazarlo siempre como irrealizable, y el resultado será que no se da nada ni a nadie. 417

Por eso tiene tanto valor la convicción de que se debe dar algo ahora. Y esto es también lo que Jesús describe después de proclamar el mandamiento del amor: la ayuda positiva del samaritano, que, al día siguiente, tenía que continuar el viaje. Naturalmente, después de haber socorrido así, quedarán aún por doquier muchos más casos en que hay que prestar ayuda. Pronto nos percataremos de que no podemos hacerlo todo y de que somos «siervos sin provecho» (Le 17, 10). En nuestra sociedad, la forma más eficaz de dar consiste en hacerlo por medio de personas apropiadas, es decir, encomendándolo a entidades que organizan cuestaciones y colectas. Es la mejor manera de no caer víctimas de los timadores. Las colectas son un elemento esencial de la vida cristiana. Pablo les dedica dos 403, 409 capítulos de una carta (2 Cor 8-9). Aquí remitimos a los n.05* 83-90 de la Constitución sobre la Iglesia en el nuwndo actual, como lo hicimos ya al hablar de la unidad y de la paz en el mundo. Sin embargo, entenderíamos mal la intención de Jesús si pensáramos que es imprescindible calcular mucho para dar lo que sobre a los pobres. Jesús alaba también la cordial prodigalidad (el «derroche») de María de Betania, la cual dispendia, en un gesto de amor, un perfume de gran precio (Jn 12, 7-8). Cada cual deberá buscar su propio estilo. Uno da espontáneamente, otro según un plan ordenado. Pero siempre se hallará un camino sin término al que es preciso hacerse para ser buen cristiano. Dar la propia vida No lo habremos dicho todo sobre el dar mientras olvidemos el primero y último don que podemos hacer a otros: la propia vida. Sólo una cosa puede satisfacer plenamente a nuestro prójimo: el don de nosotros mismos, amar a los demás, consagrar nuestra existencia a los que nos rodean. No creamos que esta actitud guarde poca relación con las necesidades del mundo. Y no sólo el mundo pequeño, objeto de nuestro amor, sino también el ancho mundo de Dios. Nadie sabe los caminos que la bondad sigue en el mundo. Detrás de cada trabajador que se va voluntario a un país subdesarrollado, hay muchos hombres cuya bondad los impulsó a salir de su propia patria y los llevó allí. La bondad para con los que nos rodean es ya de suyo una tarea interminable y llena de posibilidades: invitar o visitar al que se encuentra solo; ayudar a una madre de familia o a unos vecinos; no pedir dinero por un servicio que se presta; vencer la propia desidia, cerrazón, perplejidad o tozudez, para dar a los otros algo de calor y cordialidad. ¡ Qué benéfica es la cordialidad espontánea con que algunos ofrecen su ayuda! ¡ Y qué fatigosa 418

es la ayuda de otros que «practican la caridad»! Sin embargo, aun éstos hacen a menudo mucho bien. A pesar de su porte afectado, abrigan a veces sentimientos sinceros. La cortesía y la amabilidad tienen que ver también con el amor. De san Francisco de Asís se cuenta que tomaba por modelo la «cortesía de Dios» que hace salir cada día su sol sobre buenos y malos. «La mujer que ungió los pies de Jesús —escribe el papa san Gregorio— es imagen de lo que nosotros podemos hacer por los otros.» No se contentó con regarlos con sus lágrimas (la piedad), sino que los enjugó con sus cabellos (ayuda efectiva). Pero no sería completo el servicio si faltara lo que ella hizo luego: abrazar los pies de Jesús (amar). En otro caso, dice el papa, «la necesidad del prójimo se nos haría pesada, y la propia indigencia que se socorre nos resultaría insoportable; de suerte que, mientras la mano alarga lo necesario, el corazón languidece en el amor» (maitines del viernes de témporas de septiembre). El que trata de cumplir todo esto — y no se contenta con «no hacer daño a una mosca», sino que está dispuesto de veras a servir donde se precisa ayuda—, descubrirá continuamente nuevas necesidades. Y sentirá, cada vez más dolorosamente, cuan atrás se queda como hombre y como cristiano. No dirá tan fácilmente que es bueno para todo el mundo. Se dará cuenta de que tiene gran necesidad de ser librado del mal que hace por omisión o por falta de generosidad. Verá incluso que debe ser redimido del mal del que hasta el momento no ha tenido clara conciencia. Y es que el pecado en nosotros tiene raíces más hondas de lo que nos figuramos. O dicho con palabras más optimistas: Dios puede salvarnos por una abertura de la que no teníamos ni idea. Nuestra deficiencia no debe desalentarnos, sino impulsarnos a buscar fuerza, no en nuestro propio valer, sino en el Espíritu de Dios, el Espíritu de bondad que no nos la negará si se la pedimos.

EL PLACER DE VIVIR EN COMPAÑÍA

«El trabajo es ocupación seria; el ocio, la recreación o el arte, no.» «Vivimos para trabajar.» «Más vale el trabajo que el placer.» ¿Es esto verdad? El tiempo que empleamos en un trabajo productivo (o los estudios que nos preparan para él) ¿es acaso más importante que el resto del tiempo? Pocos lo sentirán así. La mayoría será del parecer contrario. Vivimos esperando la tarde ardientemente; vivimos esperando el sábado o las vacaciones. Trabajamos para vivir. Es un momento verdaderamente humano el que vivimos cuando «estamos libres». El trabajo y el ocio constituyen 419

juntos la vida humana. El tiempo libre, la recreación, el descanso son necesarios para llevar una vida verdaderamente humana. Entonces nos reunimos sin buscar interés alguno, por el puro placer de estar juntos. Ello nos depara la oportunidad de reparar limitaciones que nos impone nuestra profesión. Nos permite ser nosotros mismos. Una gran parte del trabajo de educación se lleva a cabo en el tiempo libre, que junta al hombre y a la mujer, a chicos y chicas, padres e hijos. Es el tiempo del amor. El tiempo libre El tiempo libre irá en aumento. No quedará reducido al sábado. Se han inventado medios para llenar masivamente el tiempo libre. Uno de ellos es la televisión. La televisión une a los hombres : millones de corazones palpitan ante el mismo encuentro de fútbol, la misma pieza de teatro o el mismo suceso político. Esto puede ser muy grande humanamente. Pero si empleamos solamente así el tiempo libre, nos podemos empobrecer: el padre hace lo mismo que su hijo pequeño, una persona hábil lo mismo que el torpe, el ingenioso lo mismo que el ingenuo. Así pues, siempre tendremos necesidad de consagrar nuestro tiempo libre a cosas que piden esfuerzo, concentración, originalidad, habilidad y potencia creadora : un deporte o una obra de artesanía, tocar un instrumento, estudiar un tema científico interesante, comenzar una colección, aceptar responsabilidades en una asociación, y mil cosas más. Estas actividades son necesarias además para el bien de los niños. Si 392 los padres tienen iniciativa personal y gusto por profundizar en la realidad que nos rodea, los niños aprenderán a descubrir el mundo por sí mismos, a maravillarse, y encontrar placer en este descubrimiento. Serán también niños despiertos y no abobados. Sólo entonces serán capaces de juzgar críticamente la televisión y los demás medios-masivos de comunicación y sabrán apreciarlos 427 en lo que valen. El arte y la ciencia De la actividad desinteresada y libre nacieron en la historia de la humanidad la ciencia y el arte. Las más viejas danzas, cantos y relatos, las pinturas de las cuevas de Altamira y los primeros conocimientos sobre plantas y estrellas, dan testimonio de este esfuerzo del hombre; el hombre ha aprovechado siempre los respiros que le ha dejado la preocupación por su sustento para describir o configurar el orden de este mundo. Por este pensar y configurar se ha distinguido siempre el hombre del animal. El hombre busca siempre respuesta a los problemas, atañan éstos a la acción 420

de la electricidad o al sentido de la vida. El hombre quiere crear orden y belleza y desterrar del mundo el desorden y la fealdad al conjuro de la música, de la palabra, la danza, el color y la forma. De la ciencia y el arte se puede decir lo mismo que diji- 336, 410 mos del trabajo: por su influjo sobre la vida del hombre, influyen sobre su amor y el amor influye en la eternidad. También aquí podemos preguntarnos: ¿ consiste su resultado perdurable únicamente en su cosecha de amor? ¿Quedará algo de las formas, en las que se realizan ahora sobre la tierra el arte y la ciencia, en el «cielo nuevo y la nueva tierra» ? Porque si lo mejor del hombre resucita en incorrupción, ¿por qué no resucitará así también lo mejor que el hombre crea? Autonomía

de la ciencia y el arte

No es posible separar exactamente la ciencia y el arte del trabajo, ni de la religión. ¿Quiere esto decir que las ciencias y las artes no han de ser más que servidores subordinados al trabajo productivo y a la religión ? No; la verdad y la belleza son valores autónomos. Son en sí mismas un reflejo de Dios. Por eso tienen sus propias leyes. De hecho, la ciencia y el arte suelen estar ligados a la producción de bienes materiales. Y también al culto público a Dios, y entonces han de tener en cuenta las leyes del trabajo y de la religión. Pero, en sus expresiones más altas, ciencia y arte muestran bien claramente que siguen sus leyes propias. Si se cumplen éstas adecuadamente, no pueden entrar en conflicto con el mensaje cristiano. Lo que es verdad según la ciencia, no puede 282 estar en oposición a la fe. Lo que es realmente arte, expresa la auténtica belleza y la verdadera bondad, y, como tal, no puede ser nunca malo. Pero el arte está fuertemente ligado más que la ciencia al hombre viviente que lo realiza. Esto entraña numerosas complicaciones. La función del artista podría ser comparada a la del sacerdote. Un verdadero artista tiene el don de hacer brillar en el mundo la verdad y la belleza. Y no puede hacerlo más que a través de su propia persona, aunque se trate de valores y efectos que le sobrepasan con mucho. En esto precisamente se asemeja al sacerdote, 334 a quien ha sido dado transmitir también por su persona cosas más 345 grandes que él mismo. Aunque un sacerdote sea personalmente malo o mediocre, aun entonces comunica la salud eterna; pero su acción está mancillada por su pecado personal. Por modo semejante, el verdadero artista comunica siempre la belleza de Dios, profunda y verdaderamente. Si describe la mentira, la describe tal como es. Si describe perversiones sexuales, muestra al hombre en su totalidad, no sólo una seducción de novela rosa. 421

En una obra de arte, el artista se expresa con su mirada escrutadora y su mensaje no premeditado; pero este artista es hombre al propio tiempo y su error, cobardía o bajeza pueden penetrar en su obra y mancillarla de la misma manera que su veracidad y bondad le añadirán fuerza bienhechora. La autonomía del arte y la personalidad del artista están vinculadas estrechamente. Las personas maduras y cultas sabrán distinguir fácilmente estos dos aspectos. Los jóvenes y las personas menos versadas en estas materias encontrarán más dificultades. Con el aire limpio de la belleza y humanidad pueden respirar una atmósfera corrompida. Para los jóvenes precisamente, puede significar un grave daño el abrirles así por vez primera el mundo de la expresión y creación humanas. Y el daño no viene tanto de lo que ingieren de malo, cuanto de que, en edad tan receptiva, se les prive del bien. Los padres y educadores han de prevenir este peligro; pero no precisamente mediante prohibiciones, sino enseñando a los jóvenes a leer y ver. Un pueblo no es agraciado con sus artistas y escritores para que los ignore y desconozca. Jesús y la cultura

99, 148

93-95 101-103 355-356 395-396

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El evangelio no habla apenas sobre la cultura. Jesús no rechaza el arte ni la ciencia, pero tampoco los recomienda. Señala las flores del campo, como más hermosas que los vestidos magníficos de Salomón. Cuando sus discípulos admiran la-fábrica del templo, Él piensa en su destrucción. Sin embargo, sus parábolas son tan simpies y tan eficaces, que le acreditan como uno de los mayores artistas de la palabra en la humanidad. Como hombre, ha sido uno de los que más hondamente han configurado nuestra cultura. Pero esto vino por sí mismo y como de pasada. Personalmente, no se dedicó al arte ni a la ciencia. Todo estaba dominado en Él por una sola cosa: el reino de Dios. La predilección de Dios por lo pequeño y humilde le cautivó de tal forma, que a ella dedicó toda su vida. En esto consistía para Él la verdad y la belleza. Compartir con Él esta pasión por lo sencillo es una vocación, una elección particular, que se da frecuentemente en vidas ajustadas a los consejos evangélicos.

A LA BÚSQUEDA DE LA VERDAD

Las palabras forman parte de nuestros actos más importantes. 42 El lenguaje puede interpretar la vida, y también cambiarla. La 42¿

más profunda comunicación entre los hombres se establece por el lenguaje. El amor se expresa en palabras. El lenguaje es un don más estremecedor y más amable de lo que podemos imaginar. El único poder capaz de hacer estallar una bomba atómica — el mismo que la ha hecho fabricar— es la palabra humana. Y sólo la palabra puede impedir que estalle. Una palabra puede hacer feliz a un hombre y colmarlo plenamente. Cristo cumplió su misión por la palabra. Incluso es llamado Palabra (o Verbo) de Dios. El 48-49 lenguaje encierra en sí un gran misterio. La conversación. Hablar bien o mal de otros La conversación forma la base de todo nuestro hablar: sentarse juntos amigablemente y conversar sobre cosas sin importancia. Al hacerlo nos conocemos los unos a los otros, sin hipocresía. El que lleva siempre la voz cantante y no deja meter baza a nadie, destruye algo precioso. Hay mujeres que no dejan chistar a nadie en la familia. ¡ Cuánta felicidad se puede esparcir en torno, cuando se deja que la gente se desahogue, se la anima a que hable y se la escucha con atención! Conviene que mientras estamos juntos hagamos de vez en cuando algo más que charlar. En ocasiones, es bueno acotar juntos un trozo de realidad, decir algo más profundo y original. Entonces se puede hablar, sin afectación, de algo grande, incluso de Dios. No está bien que hablemos siempre superficialmente, que nos limitemos a decir palabras ociosas, lo que constituye el error de mucha gente. No hemos recibido el don del lenguaje para em- 317 plearlo así. Se puede .iacer bien con la lengua, animando a uno, alabándole abiertamente y hasta reprendiéndole lealmente (Mt 18, 15). A veces puede ser bueno reprender a alguien con severidad, si sólo así se le puede hacer ver la gravedad de su situación (Mt 23); -pero es malo herir con la palabra y hasta aniquilar o, por lo contrario, lisonjear con fines egoístas. Arma muy afilada es el silencio, ese silencio que pretende negar al otro. Si no es señal de un estado patológico, puede ser pecado grave el no hablar a uno con quien se vive bajo el mismo techo, en la misma comunidad. Hablar mal de otros es particularmente grave. Así se destruye algo precioso, que todos queremos tener y a lo que nos consideramos con derecho: el prestigio ante los demás, la buena fama o buen nombre. Al momento lo advertimos, cuando se ha murmurado de nosotros: se hace el silencio en torno, los ojos miran con recelo. Si el mal que se cuenta es verdad, se llama maledicencia, y el daño es muchas veces irreparable; mucho más cuando se trata de urí mal inventado (calumnia). 423

¿ Y cómo podremos defendernos de las malas lenguas ? Es, en cambio, benéfico poner de relieve las buenas cualidades del prójimo. Con ello gana el ausente de quien bien se habla y los presentes que escuchan. Hablar bien de alguien es un acto creador. Veracidad Poder revelar la verdad constituye la gloria y grandeza de la palabra. Un hombre de cuya palabra podemos fiarnos, es admirado. No el charlatán, que echa todo lo que le viene a la lengua, sino aquel cuya palabra es serena y sensata. El decir la verdad tiene un sentido: ser digno de confianza, no irrogar perjuicio a la confianza mutua. Para ello es menester una disposición interior: pensar la verdad. Pensar conforme a verdad es no ceder a los prejuicios emocionales, ni sucumbir a las ilusiones egoístas ni al fanatismo; es no ceder al «snobismo» de ciertos grupos ni seguir el ciego conservadurismo; es dejar la puerta abierta a la realidad en nuestro pensamiento. Es, además, ser íntegro. Es una tarea sin término. Aun la fe más sincera en Cristo puede a menudo quedar empañada por alguno de los males que acabamos de notar. También forma parte de la veracidad el confesarse uno a sí mismo las propias deficiencias, el mucho bien que dejamos de hacer. De este modo, nos sentimos más unidos con los demás. En cambio, es insincero el fariseísmo, que se encierra en sí mismo, convencido 101-102 de la propia suficiencia. Es tal vez la peor barrera que se puede levantar contra la ayuda de Dios. «Tener razón» no significa siempre, ni mucho menos, «ser sincero». Seguir uno en sus trece puede ser una actitud fatal. La verdad se impone a veces mejor con un poco de humor. El humor puede ayudar a veces, discretamente y sin violencia, a encontrar la verdad. Sirve para apaciguarnos y vuelve las cosas a sus justas proporciones. La

mentira

La mentira se opone a la verdad y deforma la realidad. Hace poco de fiar al que la dice. Verdad o mentira: siempre se trata de la confianza que se puede otorgar a uno, de la confianza recíproca. Las cosas se complican cuando es preciso tener en cuenta otra cualidad estrechamente relacionada con la confianza mutua: la discreción. Es natural que no queramos divulgar los asuntos personales de otro o los nuestros. Todos tenemos estricto derecho a la esfera privada: no todo lo que pasa en casa se cuenta luego en 424

la calle. Así, por ejemplo, existe el secreto profesional. El que, en virtud de su cargo, debe penetrar en la vida privada de otro, un médico por ejemplo, está obligado al secreto profesional. No tiene derecho a comentar lo que ha visto u oído con personas ajenas al asunto. Lo que el sacerdote oye en confesión no lo puede revelar a nadie absolutamente. Es cuestión de confianza el que podamos fiarnos unos de otros. El que oculta a otros lo que no tienen derecho a saber, fomenta el respeto y despierta confianza. Ahora bien, puede haber casos en los que, por ejemplo, por una pregunta capciosa o importuna, algo secreto corra peligro de ser conocido, y sólo una «mentira» pueda en tal caso mantener el secreto y salvar la confianza. Supongamos, por ejemplo, que se pregunta a un médico si le ha venido a ver cierta persona y por la respuesta, aun evasiva, se puede concluir: efectivamente ha venido. El médico puede y debe contestar negativamente. Una situación de esta índole se puede presentar de muchas maneras. I Se opone esta respuesta a la mutua confianza ? Ciertamente que no. Todo el mundo sabe que entra en las reglas del lenguaje no decirlo todo y ocultar algo a quien no tiene por qué saberlo. Esto no viola la mutua confianza, que es lo propio de la mentira. No se trata, pues, de una mentira en el sentido propio de la palabra. Naturalmente, esto no significa que podamos jugar a nuestro talante con la verdad. Sólo quiere decir que una exactitud literal no es auténtica norma humana de veracidad. La norma es la confianza entre los hombres. Adivinación,

horóscopo

Debemos decir ahora unas palabras sobre ese contacto con la realidad, que no puede atribuirse claramente a ninguno de nuestros sentidos, pero que tampoco es directamente una experiencia intelectual o de conciencia: presentimiento, sensación de que "alguien nos mira, conocer a distancia el pensamiento ajeno (telepatía), previsión del futuro, ensalmos, interpretación de los influjos astrales (astrología), lectura de las líneas de la mano (quiromancia). Esta lista enumera algunos fenómenos tomados al acaso de entre un número elevado de ellos, que la ciencia no ha explicado aún satisfactoriamente. Se trata de un campo de experiencias precientíficas, que nos hace sospechar que la creación es tal vez mucho más rica de lo que de momento nos imaginamos. Estos terrenos están aún sin explorar. Entretanto, todo esto está envuelto en el halo de lo misterioso. Es como si se levantara un poco el velo que oculta el misterio de la vida, como si se tuviera ya en la mano por lo menos una parte del incierto futuro. Estos sentimientos pueden ser explotados fá425

cilmente por gentes que con ello hacen su agosto; a menudo por puros trucos; a veces, con aptitudes realmente extranormales, aunque hinchadas de embaucamientos. Pero hay también quienes ponen sus facultades extraordinarias al servicio de la sociedad. El amor de la verdad, del que tratamos en este capítulo, exige de nosotros que no neguemos de antemano por puro miedo la existencia de estas cosas antes de estudiarlas bien; pero que tampoco nos dejemos llevar de la imaginación y creamos que por este camino vamos a desvelar el misterio último de la vida. La fe nos enseña que Dios no nos pudo revelar nada más grande que su propio Hijo, que ha ido delante de nosotros por el ca191-192 mino de la obediencia y del amor. El camino que lleva a la vida no nos lo muestran no sabemos qué inciertos «misterios» crepusculares, sino el «misterio» que radica en algo tan ordinario como la bondad y el amor, que no temen a la luz. No hay ardid capaz de desvelarnos un sino fatal fijado desde siempre; la responsabilidad a la que el Creador ha vinculado nuestra libertad es lo que nos procura un contacto real con lo que existe. Jesús no es un mago ni un hechicero. Cierto que sus milagros atestiguan un po109-m der sobrehumano, pero el signo del Hijo del hombre fue la entrega de su vida. Jesús no finge misterios, Él mismo está lleno de claro misterio. Y los sacramentos, signos de su poder entre nosotros, no son miradas furtivas y curiosas a lo que pasa en otro mundo, sino encuentros con Él por la fe. No son contactos automáticos y mágicos, sino llamamientos al corazón del hombre, a su vida entera, en la luz del pleno día. Y este espíritu irradia todo lo que dice el evangelio. El verdadero misterio nos exige nada menos que a nosotros mismos. Esto no excluye que pueda haber fenómenos extraordinarios (parapsicológicos) y que puedan ser un día camino para descifrar muchos enigmas de la creación. Lo que sí combatimos es la falsa opinión de que, por este medio, pueda desvelarse el último fondo 477-478 de la realidad. No hay camino más corto ni mejor que el marcado por el mismo Dios: la entrega y el amor, camino por donde va el hombre liberado por la gracia. El servicio a la palabra Los que colaboran en la prensa, radio y televisión están llamados de modo especial a la difusión de la verdad, pues están al servicio del derecho del hombre a la información. Su profesión les otorga un poder inmenso sobre sus semejantes. Un quehacer, siem408 pre inacabado, se abre ante sus ojos: estructurar una ética de servicio, cada vez más en consonancia con los postulados del evangelio, pero de acuerdo con las reglas y leyes vigentes en su profe426

sión, que nunca pueden ser adecuadamente juzgados por un extraño. El desarrollar un sano sentido de discernimiento frente a las ofertas de la información masiva, es hoy día un deber importante para uno mismo y para los hijos. Servidores de la verdad, tanto por su pensamiento como por su vida, son también los que trabajan en la educación y la enseñanza, desde los jardines de infancia hasta la universidad. Lo mismo en su persona que en su manera de tratar las materias de enseñanza, ha de brillar de algún modo el mensaje de Cristo. Aunque es natural que no enseñen el evangelio durante la mayor parte del tiempo, sin embargo habrán de apoyarse mucho en los valores inspirados en él (en el capítulo precedente hemos hablado ya de las ciencias y de las artes). Misterio,

no enigma

El que busca y anuncia la verdad, se preocupa de ver claro, de comprender y captar. Nuestra cultura progresa con increíble rapidez en la penetración de los fenómenos. Las lluvias, las tormentas, la electricidad, las partículas nucleares, las células, las estructuras psíquicas, las leyes sociológicas: todos estos fenómenos se han hecho más accesibles a nuestra inteligencia y, por lo mismo, a nuestra acción. En efecto, los conocimientos adquiridos aumentan el poder del hombre sobre la realidad: la previsión del tiempo, la técnica, el tratamiento de las enfermedades orgánicas o psíquicas, la planificación sociológica, estriban en conocimientos científicos. Así pues, tanto en la enseñanza como en la vida social, se orienta nuestro interés ante todo a las realidades que son susceptibles de cálculo y utilización. Nos parece que en este terreno se obtienen resultados positivos. Esta mentalidad va junta con una manera de pensar, llamada positiva, que puede fomentar el desarrollo de personalidades equilibradas e íntegras, honestas en el trato con -sus semejantes y en el trato con Dios. Pero en cuanto este modo de considerar la realidad comienza a eliminar cualquier otra perspectiva, el espíritu del hombre se achica y encoge y ya sólo se interesa por lo calculable y utilizable. Este peligro nos amenaza a todos. Se deja a un lado la conciencia de misterio que está presente en todo, la reverencia ante la profundidad de las cosas. La actitud científica en cuanto tal no se ha de discutir. Newton, el gran fundador de la física, comparaba su trabajo al juego de un niño a orillas del mar. El niño se entretiene con conchas y piedrecillas, mientras a su lado brama el océano inmenso. Hasta tal punto estaba él convencido de que trabajaba en el misterio infinito de Dios. Ni las ciencias positivas ni la técnica se oponen necesariamente a la conciencia de misterio. Al contrario.

427

Pero, de hecho, nuestra capacidad de reconocer el misterio se ha debilitado Las consecuencias se hacen sentir hasta en la enseñanza de la religión, como lo muestra claramente la estrechez con que se viene entendiendo la palabra «misterio», desde hace un siglo más o menos. Algunos de nosotros tal vez recuerden aún lo que oyeron en la escuela a este respecto El concepto de «misterio de fe» se solía explicar según esta mentalidad hay verdades reveladas por Dios, que, desgraciadamente, no son aun evidentes para nuestra razón, cuya comprensión nos será posible más tarde. Los misterios de la fe eran para ellos como líneas que desaparecían tras una cortina Cuando se corra la cortina y logremos plena inteligencia, se aquietará nuestro corazón Tal concepción convierte en enigma lo que es misterio de fe, hace de él un problema sin resolver, una suma inacabada, que no nos dejan descanso mientras no tengamos la solución o el resultado final Los enigmas y problemas — que también se llaman a veces secretos y misterios — se pueden resolver en principio por medio de la inteligencia y la aplicación la distancia de una estrella, la estructura de la materia, el esclarecimiento de un crimen, la capacidad de un empleado, el secreto que guarda una persona taciturna Pero el gran misterio es algo totalmente distinto ¿ Dónde lo buscaremos ? El misterio habita en nuestra propia casa Los seres que viven en derredor nuestro hombres, animales y plantas y hasta los objetos inanimados, constituyen un misterio que aumenta a medida que comprendemos su ser con mayor profundidad Mi propio pensamiento, mi sensibilidad, mi yo, mi voluntad y la vida de todos los otros, son cosas que yo no puedo comprender cabalmente y a medida que la ciencia esclarece algunos de sus aspectos, nos deja más admirados aún al ver que todo esto es y existe, y que es así Y a medida que una realidad se nos manifiesta como unidad viviente, aumenta en ella la sensación de misterio Ahora bien, ¿qué significa esto para nosotros' El hombre que trabaja el día entero en la técnica, la administración, o en un puesto directivo, propende a considerar la realidad como algo manejable y calculable, aunque se le presenten problemas sumamente complicados Pero, cuando vuelve a casa y saluda y besa a su mujer, hay algo entre los dos que ni se puede someter a cálculo, ni lo admite Y cuantos menos misterios y secretos haya entre ambos, cuanto mas sean una cosa, tanto mayor es el misterio. Hay allí algo que no se puede encerrar en líneas el hombre viviente ¿ Es esto inquietante' ¿ Suscita sentimientos de extrañeza o distancia ' N o , al contrario esto es mucho más normal y familiar de lo que creemos Ninguno piensa «Eres para mi un gran misterio», se dicen cosas muy sencillas «Tienes buen aspecto», 428

o : «Hoy pareces cansada», o: «Hoy vienes muy tarde». El marido y la mujer no se paran 1 a cavilar que el otro es un «yo» viviente. Este «yo» viviente está delante, como una presencia, un calor que lo hace todo diferente y lo familiariza todo. Los misterios (o secretos) que otro nos oculta, tal vez puedan inquietarnos: este misterio que alguien encierra para nosotros, nos proporciona alegría. Nos encontramos con algo que es más grande que nosotros mismos, algo para lo que hemos sido creados. Los misterios de fe son expresiones que se nos han dado para denominar lo inefable, que se revela en cada persona y en cada cosa. Por ellos reconoce el creyente que el misterio de la existen- 47.48 cia es un misterio de benevolencia y seguridad, de la vida y la 477-478 luz que nos inundarán, el misterio del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (con lo que indicamos los cuatro grandes misterios de nuestra fe: la Trinidad, la encarnación, la gracia y la visión de Dios). Nos encontramos con la realidad para la que hemos sido creados y que será para nosotros tanto más misteriosa cuanto más familiarmente se nos revele. La palabra «misterio», que es griega, significaba originalmente algo que sólo se revelaba a los iniciados (mystai) y se ocultaba a los «profanos», a los de fuera. Al tomar contacto con el misterio columbramos algo de los secretos íntimos de Dios, algo de la la paz a que aspira nuestra más profunda nostalgia. Nuestra inteligencia está hecha para tratar de comprenderlo todo y debemos perseverar en esta búsqueda sin desfallecer. Este deber se extiende también al misterio. Pero el más alto destino de nuestro espíritu, con todo lo que pertenece al hombre, con todas 126 las fuerzas de bondad y amor que hay en nosotros, es el de admirar y adorar lo que es más grande que nosotros mismos. Así viene 430 el hombre a ser en grado máximo él mismo, así llega a ser su espíritu plenamente consciente. Si falta esta facultad, somos menos -hombres, por muy sutil que sea nuestro entender. Penetraremos y aprovecharemos lo complicado; en lo sencillo no nos sentiremos nunca a gusto. La fuente de la vida quedará lejos de nosotros. En nuestro tiempo hay anomalías psíquicas, que son consecuencia de un pensar unilateral en busca de claridad y utilidad, en la educación, en la práctica de la religión y en la vida social. Esta actitud aisla la inteligencia del resto de la persona y lo mismo hace con la voluntad para constituirla como valor en sí. Y lo que se aprende — con buena o mala intención — sólo sirve para dominar, ganar y poseer. Pero esto equivale a estar en la vida sin vivirla verdaderamente; así se puede ser realista sin ver la realidad; se amará sin amor; se hará el bien sin corazón; se practicará la religión sin entrega a Dios. Sólo cuando se integra el misterio en la 429

propia vida, se aprende a admirar, a conmoverse, a creer, dar y servir: a entregarse a Dios y a los hombres. Sólo entonces se encuentra la fuente de la vida. «.Todo el que es de la verdad, escucha mi vaz» (Jn 18, 37) 99

Nadie ha apelado tanto al misterio y a lo que a él nos lleva, como Jesús. Nadie como Él nos exhorta a que no seamos ciegos aun viendo, ni sordos aun oyendo. «El que tenga oídos para oir, que oiga.» «¡Si escucharais hoy su voz! No endurezcáis el corazón...» (Sal 95, 8). En Él, nos enseña la fe, ha brillado para nos82-84 otros el misterio de Dios. Las palabras del concilio de Calcedonia, que formulan este misterio, no nos proponen un enigma, sino que nos anuncian que por Él volvemos de verdad a la casa del Padre, de que por Él nos acercamos de verdad al misterio de Dios y al de la creación. Porque lo que significa el dogma en cuestión es que Cristo es verdaderamente uno de nosotros a la par que el Hijo de Dios. Lo que la razón por sí sola no puede pensar, le es dado por la fe en armonía con el hombre entero. El hombre entero, y no solamente una facultad humana, es invitado a reconocer a Cristo. En el Hijo del hombre debemos experimentar que lo inefable de 298-299 la tierra y de los hombres no es a la postre algo abstracto, sino alguien, a quien, por su Espíritu, podemos llamarle Abba, Padre. Por eso, para buscar la verdad se precisa también humildad, fe, esperanza, caridad, oración personal y liturgia común. A lo largo del ciclo del año eclesiástico celebramos el misterio del 330 mundo: el Hijo de Dios con nosotros. La verdad está cerca de quienes lo celebran juntos.

EL FALLO DEL CRISTIANO. EL PECADO

En los capítulos anteriores hemos esbozado el quehacer del cristiano. Luchando por la realización de este programa, cada cristiano va escribiendo su propia vida, que es un caminar hacia la luz, pero también una historia de fallos y deficiencias. ¿Quién no sabe de fallos en su propia vida? ¿Quién no tiene el sentimiento de haberse quedado por detrás de sus ideales, de haber tenido poca fe, zozobrante esperanza y fría caridad? 249-260 En el capítulo sobre «El poder del pecado», hemos ahondado en el mal colectivo de la humanidad, en lo que se llama pecado original. El capítulo que sigue se ocupa también de nuestros fallos, pero en el aspecto personal. Tanto el evangelio como nuestra propia vida nos -hacen ver que necesitamos a Jesús no sólo como a maestro, sino también como

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a redentor. Nunca es Él tan claramente la manifestación de Dios como cuando perdona. El evangelio está repleto de tales narraciones: el paralítico que bajan por el techo, la mujer que le unge los 112 pies en casa del fariseo, el ladrón sobre la cruz. Jesús ve en todos los hombres su verdadera miseria: el pecado. Las más antiguas palabras del Nuevo Testamento ponen su muerte atroz en relación con nuestra maldad: «Murió por nuestros pecados» (1 Cor 15, 3). 203 Lo que es pecado

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La revelación cristiana afirma sobre el mal que el fallo humano no consiste en el falso encuadramiento de un ser no libre en el orden universal —como enseña el marxismo—, sino en la mala voluntad de un ser libre. El mal no es tampoco en último término la imperfección de un ser libre, que puede ser corregida por el entendimiento y la aplicación —como sugiere el budismo—; sino la aversión, en su sentido de apartamiento, de los hombres y de Dios, que el hombre no puede por sí mismo reparar. La maldad fundamental no estriba tampoco en la transgresión de una fría ley suprema — como la concibe el islam —, sino en la violación de un amor personal. No se trata, por fin, únicamente de un delito o falta contra el hombre — como enseña el humanismo —, sino tambien, y siempre, de una ofensa a nuestro creador y redentor. Todo esto se encierra en la palabra cristiana «pecado». El pecado es, pues, una ofensa libremente cometida contra el amor humano y divino, que el hombre no puede reparar. Hemos citado las cuatro maneras de concebir el mal, de acuerdo con las cuatro ideologías que les sirven de base: una mera imperfección en el proceso de evolución, una actitud errónea que el hombre puede corregir por sus propias fuerzas, una pura transgresión de la ley y un perjuicio irrogado al hombre solamente; estas concepciones no son falsas. El pecado contiene mucho de servidumbre e impotencia; .pero es también una provocación constante a la propia superación. El pecado daña al hombre, pero es también transgresión de una ley divina. Mas con todo eso no se ha dicho aún lo esencial: el pecado es la negación del amor a los otros y al otro (Dios). Todo pecado real tiene algo de esta negación. El misterio del mal

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Esto suena a abominable. El pecar es también abominable. El mensaje de la Sagrada Escritura —concretamente las palabras de Jesús sobre la reprobación eterna — no dejan lugar a duda sobre 104-105 lo serio del mal. No en balde acaba el padrenuestro con la petición : «Mas líbranos del mal».

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El que peca, trata de lograr algo contra el amor a Dios y al prójimo. Se quebranta, de un modo u otro, el orden del amor. Esto no quiere decir que se busque sola y exclusivamente el mal. En todo pecado se busca también algo que no es de suyo malo. El que ataca o desbanca injustamente a otro, acaso busque campo más ancho para el desenvolvimiento de su propia persona, cosa que en sí misma no es mala. Lo malo está en que busca la expansión propia a costa de los derechos que el otro tiene a la misma expansión. La que convive con el marido de otra mujer, contra el derecho de la otra y contra su propia conciencia, no por eso quiere la pura maldad. Sin embargo, peca. Esta mezcla de bien es la razón por la que con frecuencia comprendemos muy bien que alguien llegue a pecar. A veces puede ser una excusa. Pero nos hace ver también claramente lo que de destructor tiene el pecado, pues abusa de algo verdadero, de algo bueno, de algo que viene de Dios. Sólo se puede pecar con lo que es bueno en uno mismo o en el otro. El pecador se busca a sí mismo sin tener en cuenta al todo, sin tener en cuenta a Dios. San Agustín ha ofrecido esta profunda descripción: «Movido por amor de su propio poder, el hombre se desliza de lo universal, que es común a todos, a lo particular que le es propio. Si hubiese seguido a Dios, como a su guía, y hubiese permanecido unido a la universalidad de las criaturas, habría podido ser gobernado de un modo excelente por la ley de Dios. Pero ahora, con su orgullo rebelde, llamado "principio del pecado" (Eclo 10, 15), intenta comprender algo que es más grande que todo lo universal. En su esfuerzo por dominarlo con sus propias leyes, es rechazado a cuidar de lo que es particular, porque no hay nada mayor que lo universal. Y así, cuando el hombre desea algo mayor, se hace menor» (De Trinitate, ix 14).

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¿Cómo puede el hombre llegar a cometer un pecado? ¿No será locura y ceguera ? ¿ Se peca con libertad y conocimiento ? El pecado es, desde luego, algo incomprensible, imposible de concebir. Sin embargo, comprobamos que existe. Algo en nuestra experiencia cristiana nos dice que el pecado no es más que un curso irregular de los acontecimientos, fuera de nuestro alcance. Algo en nosotros nos dice que el pecador toma, a ciencia y conciencia (es decir, con conocimiento y libertad), la falsa dirección que aparta de Dios. Por mucha que sea la debilidad, servidumbre e impotencia con que vaya envuelto, el pecado es un hecho. No obstante, es algo obstruso; un pecado que se pudiera comprender, sería una contradicción en sí mismo. El pecado es carencia de sentido, oscuridad. El pecado es tiniebla. Se da uno

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golpes en la frente y dice: «¿ Cómo pude yo hacer tal cosa ?» Y esto quiere decir que no había por qué hacerlo. El bien se puede comprender; está en orden y armonía con Dios y con los hombres. El pecado es un desorden y una desarmonía. Por eso no se puede hacer el mal con tanto conocimiento y conciencia como el bien. Sólo queda el «yo»: El pecado es un círculo del que no es posible salir, sino confesando sinceramente: «Yo lo he hecho.» Sí, lo he hecho yo, pero no yo solo. Hay un contagio por los pecados de los otros. De ello hablaremos en el capítulo sobre «El poder del pecado». Por el pecado del mundo nos hallamos en una 249-260 situación en la que no sólo influye sobre nosotros el bien, sino también el mal de la humanidad. En nuestro pecado personal se revela el pecado del mundo; pero si es pecado real, no por eso deja de ser mal nuestro (en el último capítulo nos ocuparemos de 470-477 nuevo del misterio de la iniquidad). Pecados graves y menos

graves

Hay en el pecado grados de seriedad y gravedad. La claridad de la conciencia y la libertad interior pueden variar considerablemente en las distintas edades del hombre, en circunstancias distintas y hasta en distintos hombres. No todas las acciones tienen tampoco la misma importancia. Un golpe es de suyo menos grave que un asesinato. En los primeros siglos cristianos no había listas extensas para distinguir los pecados graves y los menos graves. Se sabía, claro está, que un pecado era más grave que otro. La apostasía (idolatría), homicidio y adulterio se tomaban muy en serio por razón 440 del escándalo público. Pero en lo demás, la distinción entre pecados «mayores» y «menores» era muy imprecisa. En siglos siguientes se confeccionaron, con vistas al sacramento de la penitencia, listas de pecados que debían confesarse antes de acercarse a la comunión. Se trataba de acciones que suponían tan radical aversión de Dios, que el pecador no podía estar ya en comunión con la Iglesia (no podía «comulgar»). Se había separado interiormente de Dios, era reo de condenación. Esta delimitación precisa entre pecados «mortales» y pecados «veniales» (pecados que «matan» y pecados «perdonables») ha influido notablemente en la educación de la humanidad y en la mejora moral de los pueblos. Es un modo de interpretar la seriedad del pecado, que tampoco disimula la Sagrada Escritura. Sin embargo, una delimitación jurídica demasiado precisa tiene también sus inconvenientes. Puede uno estancarse de tal modo en la distinción entre pecado mortal y venial, que toda la atención se 433

concentre en la acción en sí misma, y no se atienda a la actitud 128 del corazón, que es — según las palabras de Jesús — la verdadera fuente del pecado (Me 7, 14-23). Esta delimitación tan precisa tiene además otro inconveniente relacionado también con el que acabamos de señalar: se describe como pecado los hechos aislados, que se pueden definir y contar y se ha prestado mucha menos atención a la actitud de vida, que se delata en una serie de actos y en la conducta general. Se hablaba de dejar la misa del domingo, pero apenas se decía nada de la 290 indiferencia g-lacial, que puede ser causa — y consecuencia— de 308 dejar la misa. Lo que acabamos de decir, significa, en definitiva, que no se puede decir con tanto rigor cuándo una acción es pecado grave, o no. Indudablemente, algunas acciones exteriores son claro indicio de una actitud interior seriamente desordenada. El hecho de que la Iglesia califique determinadas acciones como pecado grave, significa que en ellas entran en juego importantes valores humanos y cristianos. Algunas de ellas son tan patentemente malas, que su maldad salta a los ojos de cualquiera: homicidio, adulterio, calumnia grave, blasfemia deliberada, negación de ayuda en peligro de muerte, etc. Pero, aun en estos casos, la maldad radica en último término en la disposición interior. Aversión

a Dios

Esta disposición interior significa en el pecado grave la ruptura con Dios, tal como le encontramos en nuestros prójimos y en nuestra conciencia. Lina ruptura grave con Dios. Ahora bien, esta ruptura no se da solamente cuando se le odia, sino también cuando se deniega algo esencial para la fidelidad y para el amor. Así fijémonos en el matrimonio, un hombre puede ofender gravemente a su mujer no sólo por el odio, sino también por la infidelidad en 432 algo que es parte esencial de su amor. No hay que pensar demasiado aprisa que se ha cometido tal pecado. Un verdadero pecado grave no es una fruslería. El que hace de fruslerías pecados graves, termina haciendo, de pecados graves, fruslerías. San Alfonso de Ligorio lo dijo una vez así: «Si se te mete un elefante en tu cuarto, tienes que verlo por fuerza.» No se comete un pecado mortal por equivocación. Pero también se puede caer en el extremo contrario, es decir, estar tan convencido de la propia santidad, que no se advierte siquiera su efectiva maldad. Se pueden cumplir de la manera más puntual, con escrupuloso cuidado, los más pequeños mandamientos, reglas y reglamentos, y violar el gran mandamiento cristiano de la caridad y bondad con nuestro prójimo. A esto llama Jesús «colar un

434

mosquito y tragarse un camello». Hay que leer atentamente el capítulo 25 (v. 31ss) del evangelio de san Mateo para ver en qué dirección van las ideas de Jesús. Si un hombre vive en pecado grave, ¿es por este solo hecho enemigo de Dios y se condena en la hora de su muerte ? Sí; si uno se obstina en una ruptura voluntaria, en una actitud de indiferencia total querida, esto constituye enemistad con Dios. Y si un hombre se mantiene en ella hasta la muerte y en la muerte, entonces aparece un estado de empedernimiento eterno, el 459-460 infierno. Pero insistamos aquí una vez más en lo que ya dijimos antes, es decir, que el verdadero pecado es ante todo una actitud. La sola acción en sí no lo dice todo. Así, puede suceder que un hombre cometa una acción horrible, que llamamos pecado mortal, aun por razón de la infidelidad interior; y, sin embargo, es posible que Dios considere también cuánto bueno haya aún en su actitud y juzgue más benignamente que nosotros. Mas, aun en el caso de que alguien sea tan malvado y esté tan empedernido que viva en plena enemistad con Dios hasta merecer la condenación, aun entonces queda esperanza mientras viva. Este tal se ha apartado de la bondad y gracia de Dios; pero Dios lo sigue llamando a la conversión y penitencia, al arrepentimiento. Dios no cesa de ofrecerle oportunidades (cf. Jer 1, 2-3). Por eso no queremos emplear la expresión «pecado mortal». Lo de «mortal» suena a algo definitivo e irrevocable. Preferimos decir «pecado grave», como hablamos de una enfermedad grave, que no es aún la muerte, aunque puede llevar a ella. Sin embargo, el pecado grave lleva efectivamente al hombre al camino de la eterna obstinación. Por eso es espantoso vivir en enemistad con la bondad de Dios. Esto nos debe hacer reflexionar. -La cosa no es para pasar superficialmente por ella. Por algo repitió Jesús tantas veces y lo sigue repitiendo en su Iglesia: «Lo que a vosotros digo, a todos lo digo: ¡Vigilad!» (Me 13, 37).

EL PERDÓN

El Señor dejó a su Iglesia, como regalo de pascua, su propio poder de perdonar los pecados. Juan describe cómo sopló Jesús sobre sus apóstoles el día de su resurrección y les dijo: «Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedarán retenidos» (Jn 20, 22-23). Por el Espíritu Santo está Jesús entre nosotros. 435

Por este Espíritu viene el perdón a nosotros. La liturgia del lunes de Pentecostés dice aún más explícitamente sobre el Espíritu: «Él mismo es la remisión de todos los pecados.» 190-194 Lo que el Espíritu da y es, está siempre presente. El perdón, 227-278 por tanto, está siempre presente. Toda nuestra vida lleva el sello del perdón. Todos (cristianos y no cristianos) estamos tan hechos al ambiente de perdón que emana del evangelio y de la Iglesia, que no nos damos cuenta de que podía ser muy de otra manera. Vivimos como la cosa más natural del mundo en un clima de misericordia. Y es que los escritos del Antiguo Testamento y el Nuevo no se cansan de decirnos cuan maravillosamente misericordioso es Dios para con nosotros, por más metidos que estemos en el mal. 218-219 La conciencia de que Dios perdona, alcanza tal vez su máxima fuerza en el católico, hasta el punto de llevar consigo un efecto secundario no tan bueno: no percibimos ya lo bastante la gravedad del mal. Los protestantes — y hasta los no cristianos— ven a menudo con mayor penetración lo serio del pecado y el daño irreparable que ocasiona. También nosotros deberíamos darnos cuenta de lo que significa que Dios nos perdone.

Perdón y

reparación

Nosotros creemos que nuestros pecados son borrados realmente por la redención en Cristo. El «perdón», por ende, no quiere decir que sigamos siendo malos, pero que, a causa de Cristo, Dios no se fija ya en nuestros pecados. Quedamos en verdad renovados. Pero aquí surge un problema, sobre el que a veces pasamos ligeramente de largo. El pecado ocasiona daños. A nosotros. A los demás. Pensemos en uno que, con sus calumnias, ha destruido irreparablemente la reputación de su prójimo. La Iglesia le perdona en nombre de Cristo. Pero el daño continúa. El buen nombre está lesionado. El pecado continúa obrando. ¿Podemos decir entonces realmente que el pecado ha sido borrado ? El núcleo del pecado, sí: la obstinación contra Dios y contra el prójimo. El hombre se ha convertido por obra del Espíritu de Dios. H a tomado de nuevo la buena dirección. Con ello comienza también la reparación de las consecuencias del pecado. Lo primero que hace falta para el arrepentimiento y el perdón es: procurar separar la culpa. Esta reparación es a veces perfectamente posible, por ejemplo, si se trata de un robo. En una situación tan amarga como la antes descrita, resulta imposible; el culpable arrepentido deberá reparar de otra manera, por ejemplo, mediante obras buenas. También se despertará en él el deseo de sufrir algo por el mal hecho: hacer penitencia. Todas estas cosas

436

han recibido nombres varios en la tradición penitencial de la Iglesia : reparación del daño ocasionado, restitución, obras buenas, cumplimiento de la penitencia, purificación del reato temporal de las culpas en el purgatorio. (En tiempos antiguos, una penitencia impuesta por el pecado podía permutarse por una obra buena de utilidad. En lugar de emprender una peregrinación a Jerusalén, se construía, por ejemplo, un puente para los viajeros. Una práctica más antigua consistía en que parte de la penitencia eclesiástica fuera perdonada o remitida por la pasión de un mártir —una especie de sustitución—, y éste es el origen de las indulgencias. Así pues, una obra buena sustituía la penitencia [y posteriormente también las «penas temporales» del pecado]. La diferencia de gravedad se suplía «por el tesoro de los méritos de los santos», que la Iglesia impetraba de Dios. Estas prácticas están anticuadas, pero permanece la inspiración de la fe que las animaba: que la Iglesia quiere ofrecer, con la mayor magnificencia, las riquezas del perdón de Cristo, y nosotros, por nuestra parte, ponemos en práctica nuestra buena disposición haciendo algo bueno.) La máxima reparación del mal es la vida en sí misma con su término, la muerte, por la que «somos bautizados con el bautismo con e\ que fue bautizado Jesús». El buen ladrón clamado en \a cruz al lado de Jesús reparó así su vida entera por la gracia de Cristo. Esto no quiere decir que podamos pensar a la ligera, que todo queda arreglado como automáticamente, por el perdón de la Iglesia. El perdón r\o sólo significa un gran alivio. Se nos ha devuelto a la gracia de Dios, pero esta devolución significa a la par el comienzo de una lucha al lado de Jesús, contra el rastro de mal que nuestro pecado y el ajeno han dejado tras sí. Lo que no debemos nunca olvidar es que, por obra de Jesús, el bien se ha hecho más poderoso que el mal. El perdón —incluso nuestro propósito de reparación — significa realmente redención, renovación, nueva creación, y ello en largo crecimiento de años, que toman sesgo distinto al que nosotros nos habíamos imaginado. Tal vez hubiéramos creído que nuestro adelantamiento iba a consistir en que desapareciera nuestra irascibilidad; y lo que quizás ocurre es que adquirimos un nuevo estilo de modestia y cordialidad — aun sin darnos cuenta de ello — mientras nuestros arrebatos siguen los mismos. La convicción de que, gracias a Jesús, el bien es más fuerte que el mal, nos preservará d« vivir abrumados por el peso del pecado y de la culpa. La alegría, la serenidad y hasta cierta despreocupación deben ser ingredientes de nuestra vida, si realmente vivimos y trabajamos con el Espíritu de Dios, que es remisión de todos los pecados.

437

La Iglesia, cauce del perdón

278

239-240

123

223-226

La comunidad de la Iglesia es el lugar donde el perdón de Dios es suceso vivo. A ella le fue otorgado el poder de perdonar pecados. Todo lo que nos hace más «Iglesia», más «unos con otros», por Cristo, es fuente de perdón. Los intentos de reparar el daño causado, de los que antes hemos hablado, son caminos de perdón, porque nos unen más. Cuando marido y mujer o dos colegas arreglan un asunto entre sí, Jesús está entre ellos y les da su Espíritu de perdón. Esta reconciliación fomenta la comunión eclesial. (Tambien es justo pensar que, aun donde no se invoca el nombre de Cristo, una reconciliación sincera será capaz de crear algo de comunión según su Espíritu). Restablecer así la ruptura de una comunidad puede costar sangre y sudores. Pero no se concibe que Dios nos perdone, si nosotros no perdonamos a los demás. Jesús lo dice con toda claridad en el sermón de la montaña. Nos exige que dejemos nuestra ofrenda delante del altar, caso de que tengamos que reconciliarnos con nuestro hermano (Mt 5, 23-24). Y en el padrenuestro pedimos al Padre que nos perdone nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores. En el breve rito de reconciliación que abre la misa, confesamos en público nuestros pecados y los confesamos los unos a los otros. La común audición del evangelio opera el perdón: «Por las palabras del evangelio queden borradas nuestras faltas.» La participación en la eucaristía, liturgia comunitaria por excelencia, es también fuente de perdón en grado sumo. Y no es azar que el sacramento que abre el acceso a la comunidad de la Iglesia — el bautismo — sea al tiempo el baño regenerador que lava los pecados. El sacramento

de la

penitencia

Pero el signo del perdón en nuestra vida cristiana es el sacramento de la penitencia. Aunque no es independiente de la mutua reconciliación y de los otros modos de perdón en la Iglesia. Es su culminación. ¿Por qué se da este signo? Porque los sacramentos configuran todas las grandes realidades de nuestra vida: nacimiento, crecimiento, unión del hombre y la mujer, vocación, comidas y enfermedad. El pecado es también una de esas grandes realidades. Y también aquí nos ha dado el Señor un signo de su presencia y proximidad. En este sacramento nos sale al encuentro con su virtud curativa. Ésta es, pues, la primera razón por la que es bueno confesarse: porque el Señor dio a su Iglesia el poder de perdonar en su nombre. Que podamos confesarnos es algo grande y admirable.

438

Además de reconciliarnos con los hombres, damos forma expresa a nuestra reconciliación con Él. Pues todo fallo en la misión de nuestra vida ofende también al que la creó y redimió. Por eso es tan conveniente que pidamos y obtengamos expresamente su perdón. Otra razón que nos lleva a confesarnos estriba en nuestra incapacidad para restablecer por nosotros mismos las relaciones perturbadas entre nosotros y Dios o entre nosotros y el prójimo. No podemos hacerlo por nosotros mismos. El sacramento de la penitencia es también un signo eficaz del poder de Dios, que perdona y restablece. Es muy significativo que todo esto se haga en la Iglesia por medio de un sacramento. En efecto, todo pecado grave rompe la unión con la comunidad de la gracia, la Iglesia. Y un pecado menos grave daña esta comunión, pues en lo que de nosotros depende, la hacemos menos santa. Así pues, el perdón de los pecados significa también un restablecimiento de la unión interior con esta comunidad de gracia. Éste es incluso el significado primordial del sacramento: restablecimiento de la unión con la comunidad del Espíritu, la Iglesia. Todas las razones que acabamos de mentar tienen validez sobre todo cuando uno es consciente de haber cometido un pecado grave; esta culpa ha roto la unión con la Iglesia y la amistad con Dios, de forma que no se puede comulgar. Para poder acercarse a la mesa del Señor es preciso que medie la reconciliación en forma explícita por medio de la confesión. Así pues, en el perdón cristiano de los pecados la comunidad de la Iglesia desempeña un papel irremplazable. A ella le fue dado el poder: «A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados.» Por este poder, los apóstoles y sus sucesores poseen una particularísima plenitud del Espíritu Santo, aunque no en favor propio, pues ningún sacerdote puede absolverse a sí mismo. Los ministros de este sacramento son los obispos y sacerdotes. Evolución

histórica

de la penitencia

255

440

345 344 245

La forma exterior del sacramento de la penitencia ha sido muy varia en el curso de la historia. Esto nos enseña que Cristo no prescribió los sacramentos en todos sus detalles, sino que dejó a su Iglesia el encargo de que, según las circunstancias de los tiempos y las necesidades de sus fieles^ diera forma conveniente a los signos de la gracia. En los primeros siglos, la recepción del sacramento de la penitencia era más rara y más rigurosa. Solamente se confesaban tres delitos: apostasía (idolatría), homicidio y adulterio (posteriormente 433

439

también robo), cuando se habían cometido en público y ocasionado, por tanto, grave escándalo. Los otros pecados se perdonaban por la mutua reconciliación, por la oración, la penitencia privada, buenas obras, etc. Pero el que había cometido públicamente alguno de los tres pecados citados, tenía que confesarlos al obispo, y era declarado oficialmente «penitente». Tenía que hacer penitencia pública y no podía ser admitido a la comunión. La absolución se impartía el jueves santo. Ésta solamente se podía recibir una vez en la vida. Y si alguno recaía, se consideraba esto como señal de que la primera conversión no había sido sincera. El deber de hacer penitencia subsistía a menudo aun después del perdón. Hacia el año 600, bajo la influencia de los monjes orientales e irlandeses, se introdujo la costumbre de confesar también los pecados ocultos. La absolución se daba en estos casos inmediatamente después de la confesión; no era pública ni se impartía un día determinado del año. La penitencia — que ahora tenía lugar después de la absolución— no se cumplía tampoco en público, sino en privado; además se podía recibir muchas veces el sacramento de la penitencia. Esta forma «moderna» del sacramento pone bien de manifiesto la verdad cristiana de que todos somos pecadores, y no sólo los asesinos y adúlteros. En conjunto representa un progreso. En esta forma recibimos aún nosotros el sacramento de la penitencia como regalo pascual de Cristo a su Iglesia. Frecuencia

de la confesión-

Hay numerosas ocasiones, tanto dentro de la liturgia como en 137-158 la vida privada, en las que es muy conveniente recibir el sacramento de la penitencia: pascua, navidad, vísperas de contraer matrimonio, o antes de emprender un trabajo importante. (En la construcción de algunas catedrales se convino que sólo trabajaran los obreros que estaban en gracia de Dios. ¿ Por qué no aplicar esta regla al trabajo en la construcción de nuestra sociedad?) Hay razón señalada para confesarse cuando se tiene conciencia clara de culpa, concretamente si se ha cometido algún pecado grave. Si no se quiere permanecer en él, la señal más segura de nuestro arrepentimiento y del perdón de Dios es una sincera confesión, que podrá ser difícil, pero es liberadora (a la confesión debe acompañar, naturalmente, el firme propósito de reparar el mal hecho al prójimo). La Iglesia manda que quien ha cometido un pecado grave se abstenga de comulgar (de participar en la comunión con Cristo y con ella) mientras no se haya confesado. En el caso de que la conversión interior y exterior hubiera comenzado a operar 243-246 la reconciliación con Cristo y la Iglesia, el signo de la Iglesia de Cristo debe completar esta reconciliación. 440

Muchos gustan de recibir a menudo el sacramento de la penitencia. Si se hace por escrúpulos, no es de aconsejar. Si es por deseo de encontrarnos con Cristo, como autor del perdón, la frecuente confesión cae de lleno dentro del mensaje evangélico. Sin embargo, no hay que obligar a ello a personas particulares ni a comunidades religiosas; sobre todo ahora que nos damos cuenta con mayor claridad que antes, que hay en la iglesia otras formas de perdonar los pecados. La realización

del sacramento

de la penitencia

Los elementos que constituyen este sacramento son tres: sincero arrepentimiento, la absolución y la penitencia impuesta por el confesor. Esta forma admite múltiples variaciones. Se puede confesar la culpa, por ejemplo, en un acto litúrgico comunitario. Este procedimiento está muy indicado en nuestros días. Tiene la ventaja de que la preparación común puede liberar a muchos de una idea estrecha y falsa del pecado, que acaso arrastren desde su juventud; pero además esta forma comunitaria permite expresar las faltas que no es fácil decir en el confesonario: la culpa común de nuestra deficiencia en remediar la necesidad del mundo entero, por ejemplo. Luego le pedimos a Dios que perdone nuestra parte en este mal incomprensible, y le prometemos poner manos a la obra donde podamos hacer algo. Tales oficios litúrgicos de confesjón pueden terminar con una oración del sacerdote en que se implore el perdón para todos los fieles en conjunto. Estos oficios no son una confesión sacramental; pero pueden organizarse de forma que los fieles se confiesen seguidamente con algún sacerdote allí presente y de él reciban la absolución sacramental. Muy distinta es la manera de celebrar el sacramento, cuando se administra en una larga conversación sencillamente en la pro-pia habitación. En el curso de la conversación se hace la confesión y el sacerdote impone la penitencia, tras la cual imparte también la absolución en nombre de Cristo. La forma actual más frecuente es el término medio entre las dos anteriores. La preparación se hace en privado, lo mismo que la confesión en el confesonario. El sacerdote suele dirigir una breve exhortación al penitente, y le da la absolución. La confesión, la penitencia y la absolución se realizan del modo siguiente. La

confesión

Confesamos nuestros pecados al sacerdote. Y esto no ha sido nunca fácil. Como la confesión de los pecados en el confesonario 441

es una de las pocas cosas en la vida que no podemos aprender por imitación; mucha gente se atiene toda la vida al esquema que aprendieron de niños: una lista de faltas, enumeradas con detalle. Mejor es describir en pocas palabras la actitud fundamental y culpable y una o varias de las faltas más graves que de ella se derivan. La confesión no es suficiente si nos limitamos a decir sin ulteriores precisiones: «He pecado.» Porque se trata de acusarnos de nuestros pecados personales. Pero ¿qué razón de ser tiene la confesión? ¿No bastaría una oración a Dios en el silencio de nuestra intimidad? Porque sólo podemos reconciliarnos con Dios por medio de la reconciliación con la Iglesia, que es fuente del perdón. El Señor confió el poder de perdonar a la Iglesia jerárquica. Y el hombre está hecho de tal manera, que siente la necesidad de confesar su propia culpa, aunque, llegado el momento, le cueste. No es menester decir en la confesión todos los pecados. Expresamente sólo hay que confesar en términos generales el pecado grave, y no es preciso bajar a pormenores. A veces se formulará incluso mal lo que se quiere decir. Si se indica al sacerdote que no se hallan las palabras exactas, ello es ya un comienzo de confesión. Entonces la cosa suele ser más lisa de lo que uno había temido. El confesor no debe limitarse a escuchar pasivamente. En cierto sentido desempeña también una función judicial; pero el mejor modo de ejercerla no consiste en preguntar más allá de lo que el penitente quiere confesar. Es el mismo penitente quien debe decidir. Pero el confesor aprovechará la ocasión para corregir ciertas ideas falsas, por ejemplo, la de que Dios no se preocupa más que de las faltas contra la castidad y de que se guarde la abstinencia del viernes; puede llamar discretamente la atención del penitente sobre las exigencias evangélicas de bondad, caridad y oración. No hemos de contentarnos con cualquier confesor, y podemos buscar hasta hallar uno que nos convenga. La

penitencia

Después de oir nuestra- confesión, el confesor impone una penitencia. Por lo general, suele ser ligera y sin proporción con la falta, pues estamos convencidos de que la gracia de Cristo es sobreabundante. Cristo ha pagado por nuestros pecados, por nosotros. (Véase lo que dijimos ya antes sobre la reparación del mal cometido.) Sin embargo, la penitencia no debe convertirse en caricatura: tres padrenuestros no es penitencia apropiada. Por un pecado de detracción se puede mandar decir algo que deshaga la mala impresión. En caso de adulterio oculto, procurar a la mujer engañada alguna gran alegría. Se puede aconsejar también la lec442

tura de algún capítulo de la Biblia acomodado a la confesión, por ejemplo, el sermón de la montaña. A veces tendrá el confesor la sensación de que no puede exigir cosas difíciles ni hablar mucho. La confesión parecerá entonces pobre, pero esta pobreza dice bien con la rutina de nuestros diarios pecados. Sin embargo, no estaría bien que un confesor tomara eso como regla y menos como ideal. El sacramento de la penitencia no debe convertirse en rutina. La

absolución

La absolución se imparte con las palabras: «Yo te absuelvo de tus pecados en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.» Es la aplicación inmediata de las palabras de Jesús: «A quienes perdonéis los pecados, les serán perdonados.» Por eso se dice con autoridad: «.Yo te absuelvo de tus pecados.» Es claro que nadie tiene de sí esta autoridad. Por boca del sacerdote habla el 349-350 Espíritu de Dios. Contrición

(o

arrepentimiento)

Todo el rito de la penitencia carecerá de sentido para quien no se arrepienta, para quien no se convierta interiormente. Desde la venida de Cristo, sabemos lo que es arrepentirse. La contrición es algo más que modorra moral, angustia, malestar o amargura, y más también que la conciencia de haber hecho algo desordenado. 364 Es la intuición de haber violado algo del amor de Dios. He vio- 430 lado algo que no me pertenecía totalmente, he ofendido a alguien que me ama. Cabe lamentarse de algo aun sin fe; pero no cabe tener contrición de ello. En la contrición entran la confianza en el perdón, la certeza de la misericordia de Dios, el deseo de la reconciliación por los signos de la Iglesia de Dios. Si nuestra lucha contra el pecado dura mucho tiempo sin resultados aparentes, ello no indica de suyo que nuestro arrepentimiento no haya sido auténtico. Puede ser que nos espere un largo proceso de crecimiento, que hayamos de aguardar a la hora de la gracia, o a practicar unas virtudes que no son las que hemos pedido en nuestra oración. En todos nuestros fallos podemos estar ciertos de que Dios no apaga la mecha humeante ni rompe la caña cascada. Una vez que Jesús fue convidado a comer en casa del fariseo Simón, habló del poder del bien sobre el mal hecho: «Cierto fariseo lo invitó a comer con él. Entró, pues, Jesús en la casa del fariseo y se puso a la mesa. Y en esto, una mujer pe443

cadora que había en la ciudad, al saber que él estaba comiendo en la casa del fariseo, llevó consigo un frasco de alabastro lleno -de perfume, y, poniéndose detrás de él, a sus pies, y llorando comenzó a bañárselos con lágrimas; y con sus propios cabellos se los iba secando; luego los besaba y los ungía con el perfume. » Viendo esto el fariseo que lo había invitado, se decía para sí: "Si éste fuera [el] profeta, sabría quién y qué clase de mujer es ésta que le está tocando: ¡ Es una pecadora!" «Entonces tomó Jesús la palabra y le dijo: "Simón, tengo que decirte una cosa." Y él contestó: "Pues dímela, Maestro." "Cierto prestamista tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios; y el otro, cincuenta. Como no podían pagarle, a los dos les perdonó la deuda. ¿Cuál, pues, de ellos lo amará m á s ? " Simón le respondió: "Supongo que aquel a quien más perdonó." Entonces él le dijo: "Bien has juzgado." »Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: "¿Ves esta muj e r ? Cuando entré en tu casa, no me diste agua para los pies; ella, en cambio, me los ha bañado con lágrimas y me los ha secado con sus cabellos. No me diste un beso; ella, en cambio, desde que entré, no ha cesado de besarme los pies. No me ungiste la cabeza con aceite; ella, en cambio, ha ungido mis pies con perfume. Por lo cual, yo te lo digo, le quedan perdonados sus pecados, sus muchos pecados, porque ha amado mucho. Pero aquel a quien poco se le perdona, es que ama poco." Luego le dijo a ella: "Perdonados te quedan tus pecados." Y comenzaron a decir entre sí los comensales: "¿Quién es éste, que hasta perdona pecados?" Pero él dijo a la mujer: "Tu fe te ha salvado; vete en paz"» (Le 7, 36-50).

444

PARTE QUINTA EL, TÉRMINO DEL, CAMINO

LAS POSTRIMERÍAS

La esperanza

inextirpable

Nunca encontrará un hombre, ni dará en su vida bastante amor, verdad, libertad, belleza, bondad y alegría. Vivimos continuamente tensos hacia un nuevo «mañana». El hombre no sabe de límites. En esto estriba el más fuerte resorte para toda vida y progreso: vivimos con la mira puesta en algo último y definitivo. Esto es maravilloso: la esperanza existe. Esperanza en una humanidad más humana, en un estado perfecto o simplemente en un futuro mejor. Es sorprendente, pues lo último que nos aguarda sin posible subterfugio, es el oscuro agujero de la muerte. Y sin embargo, la vida entera del hombre — aun del que no cree en otra vida y explica teóricamente la esperanza como consecuencia del miedo— está impregnada de fe en el progreso y de esperanza. Y es que la vidla es más fuerte que las teorías. Una intuición inextirpable alienta en nosotros, no tanto en nuestro pensar cuanto en nuestro mismo obrar. Entretanto, nos sobrecoge con la misma fuerza la inexorable certeza de la muerte forzosa. La misma vida nos va ofreciendo el anticipado amargor de la muerte: un doloroso desengaño, un amor que se enfría, la soledad, las enfermedades, son mensajeros y 465 hasta comienzo de la muerte, como las telarañas de julio son ya un signo del otoño venidero. El atardecer de la vida El indicio más claro del fin es la vejez. Nuestra vida se inclina entonces terriblemente hacia la tierra. El cuerpo se debilita, la cabeza también; los contactos humanos son más difíciles, y ya ni se cuenta con uno. Sin haber gustado plenamente la vida, se encuentra uno tocando a su término. Precisamente en el momento 447

en que se llega a conocer la vida, a comprenderla y a gozarla, comenzamos a salir de ella. 393 El atardecer de la vida representa una gran tarea humana. Exige la postrera madurez del hombre. El anciano está en condiciones, precisamente por su edad, de desprenderse de todo fanatismo, cerrazón en un grupo o ideología — aunque no siempre sucede así — y reconocer en todas las cosas lo profundo y permanente: el hombre. Para un hombre así, Cristo no es ya tanto el caudillo de una ideología, de un modo de ver el mundo, cuanto el salvador de los hombres en lo que realmente son: pasajeros e impotentes salvados por amor. Esta madurez y esta mirada de bondad hacen a menudo que un viejo irradie más fuerza y esperanza que en toda su vida anterior. Las voces pesimistas que criticaron la elección papal de un viejo como Juan x x m , hubieron de enmudecer pronto ante la paz y alegría que su humanidad irradiaba en torno suyo. La grandeza de la ancianidad sólo en ocasiones se hace visible, escondida entre las pequeñas y grandes preocupaciones y molestias que los años traen consigo. Y aun eso, sólo se dará en quienes aprendieron en su vida a hallar su propia felicidad en la felicidad 388 de los demás. Los demás, que están en todo el vigor de la vida, serán para estos viejos otras tantas fuentes de alegría y satisfacción en estos momentos. El que así es capaz de vivir, trasciende su propia pequenez y se hace hambre grande. (Si alguna vez tiene sentido la palabra «mortificación», es aquí: en esta plenitud de vida, en el vivir en los otros.) Estos hombres no imponen, pero donde ellos viven, hay paz. Que tal actitud se dé precisamente en edad avanzada es, sin duda, un indicio de que la muerte no desemboca en la fría nada, sino en un amor mayor. La

enfermedad

Otro ataque a la vida es la enfermedad. A veces nos sentimos por ella al margen de la vida. Parece como si se nos escurriera de 282-286 las manos todo lo que llenaba la vida: el contacto con los hombres 306 y las cosas. Y hasta el contacto con Dios. Nuestra idea de Dios se corresponde con una vida normal y sana. Y ahora, al no tener salud, es como si el mismo Dios se hubiese alejado de nosotros. Se siente uno abandonado. Se vive en una fe, desnuda y austera. Por otra parte, una enfermedad puede traernos también una nueva actitud frente a las cosas, a los hombres e incluso frente a 4-5 Dios, precisamente porque nos hallamos al margen de la vida. Nos olvidamos demasiado de visitar a los enfermos. Acaso haya algo en el hombre sano que se rebela contra la vista de la enfermedad. Mas el evangelio toma tan en serio esta atención (Mt 25, 36-43) que realmente sorprende lo raro que es que no se acuse 448

nadie en la confesión de no haber visitado a un amigo enfermo o de haberlo aplazado demasiado tiempo. Constituirá para nosotros una experiencia singular, cuando en un momento dado nos sobrecoja el presentimiento: «Ésta puede ser mi última enfermedad.» La tención de los

enfermas

Cristo santifica todos los momentos más importantes de núes- 244 tra vida por sus sacramentos. Por esta razón, hay también uno para el enfermo que cae en peligro de muerte. Este sacramento se llama «unción de los enfermos». Tan pronto como se -ve que la enfermedad es grave, se debe llamar al sacerdote para que administre al enfermo la santa unción. A veces se dilata demasiado para no impresionar al enfermo. Pero la administración de los sacramentos no quiere decir que aguarde la muerte inmediatamente. Sólo quiere decir que hay peligro de muerte, siquiera ligero. La recepción de este sacramento infunde a menudo nuevo ánimo y alivio; y así, además de preparar para la muerte, puede preparar a veces para nueva vida. Aunque haya certeza de que el enfermo va a morir, es bueno no diferir demasiado la recepción de este sacramento. Siempre hace bien al enfermo el recibirlo con plena lucidez de conciencia. Le infundirá calma y consuelo. Naturalmente, a la administración del sacramento debe asistir la familia y los que viven en la casa. Se hace referencia a este sacramento en la carta de Santiago, donde se dice: «¿Está alguno enfermo? Haga llamar a los presbíteros de la iglesia y oren sobre él, ungiéndolo con óleo en el nombre del Señor. La oración de la fe salvará al enfermo y el Señor le hará levantarse; y si hubiese cometido pecados, habrá perdón para él» (5, 14-16). El signo sensible de este sacramento es muy sencillo. El sacer- 244 dote va ungiendo los párpados, las orejas, la nariz, la boca, los labios, las manos y los pies del enfermo —en caso de necesidad sólo la frente —, y dice a cada unción: «Por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te perdone el Señor todos los pecados que has cometido con la vista (el oído, el olfato, el gusto y la palabra, el tacto, los malos pasos).» La unción se hace con óleo de los enfermos, bendecido expresamente para esto. Conviene que los miembros de la familia dispongan una mesa cubierta con un mantel blanco, que al menos debe cubrir una esquina, en el cuarto del enfermo. Sobre ella se colocarán, a ser posible, un crucifijo y dos velas encendidas, una escudilla o tacita con agua bendita, y otra de agua ordinaria. El restó lo trae el sacerdote. Esta unción es verdaderamente el sacramento de los enfermos. 449

Jamás se administra a los que, sin estar enfermos, se encuentran en peligro de muerte (un condenado, por ejemplo). P a r a éstos, los signos bajo los cuales viene a ellos el Señor, son la confesión y la eucaristía. Como los demás sacramentos, también el de la unción de los enfermos tiene una relación íntima con la eucaristía. De ahí que, después de la santa unción, reciba el enfermo la sagrada eucaristía. Esta comunión, última de la vida, se llama viático, es decir, provisión para el viaje. m-i73 236-238

L a

«vierte

El mejor obsequio que un moribundo puede dejar a los demás, son las muestras de su amor y de su esperanza. Muestras de amor y de esperanza son a su vez lo mejor que pueden darle sus familiares y amigos. Esto se hace a menudo con palabras, a veces sólo con la fiel presencia. Al acercarse ya el momento de la muerte, los familiares pueden rezar en voz alta algunos trozos de la «recomendación del alma». También pueden llamar a un sacerdote para que la rece con ellos. Después de expirar, se rezará la conclusión: «Venid, santos de Dios; salidle al encuentro, ángeles del Señor. Tomadlo y conducidlo ante la presencia del Altísimo.» Con estas esperanzadas palabras se despiden los cristianos de sus muertos. El hombre terreno que conocimos y que amamos no se mueve ya, ya no habla, ya no existe. Las formas de su cuerpo se conservan aún por breve tiempo: figura vacía, que pronto desaparecerá también. El hombre retorna a la tierra, como una hoja 9 de otoño, como un animal. Un misterio insoportable, al que ningún corazón humano se acostumbrará jamás. La muerte es extraña al hombre. La muerte es radical. No sólo mueren los brazos, las piernas, el tronco, la cabeza. No, todo el hombre es presa de la muerte. En esto tienen razón los que niegan la pervivencia después de la muerte: el morir significa el fin del hombre entero, tal como lo hemos conocido. Nuestro corazón rodea a la muerte de respeto. El silencio se nos impone ante ella. El morir es un misterio. Ni siquiera el marxista, para quien el espíritu debería ser sólo un producto secundario de las células, cree que deba arrojarse sin más un cadáver. También él respeta la muerte. Los hombres nos paramos reverentes ante esa negra puerta, como ante un misterio. Así lo sienten intuitivamente todos los hombres.

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La escritura y el poder de Dios Ahora bien, antes de proclamar la buena nueva que Cristo nos ha traído sobre este misterio, vamos a comenzar por una pregunta muy humana. ¿ No queda realmente nada del hombre ? ¿ Desaparece la persona por completo? ¿Se cortan radicalmente el amor y la inteligencia, el fruto de toda una vida cuando muere el hombre ? N o ; el calor y la luz que dimanan de él, continúan actuando en los otros. Es maravilloso cómo, aun después de su muerte, puede seguir un hombre ejerciendo su influjo. Y el influjo más amplio es el de una buena vida. Una vida buena prolonga sus efectos, aun mucho después de borrarse el recuerdo de la figura y nombre de la persona buena. En la vida del joven de hoy, pervive el que hizo bien a sus padres o abuelos. Las ideas y la bondad de miles y miles de muertos perviven e influyen en la humanidad de hoy. Los muertos están entre nosotros. Pero — objetará alguien — eso no es la persona misma. Sin embargo, tal supervivencia es más personal de lo que a menudo nos imaginamos. ¿ Hay algo más personal y propio en el hombre que la fuerza de su amor y la claridad de su inteligencia? Así se ve, de forma señera, en la vida de Jesús de Nazaret Su espíritu no se ha extinguido con su muerte y su entierro. Al contrario, su humanidad, su palabra, su poder de despertar y sacudir las conciencias siguen actuando en el mundo. Su influjo es 187-188 más hondo y universal que el del más ilustre de nuestros contemporáneos. Su muerte no parece contar. Mientras las personas de nuestros tatarabuelos son ya como sombras para nosotros, la persona de Jesús conserva sus perfiles claros y precisos. Pero aún se podría seguir alegando que, por muy «personal» que sea este efecto sobre los otros, no es el hombre quien pervive. ¿ Se ha extinguido, pues, el «yo» del hombre? Veámoslo una vez más en Jesucristo. Jesús no es admirado como algo lejano, al igual que Sócrates o, más cerca de nosotros, Rembrandt, Velazquez o Madame Curie. Le hablamos y le amamos. 145-146 Cuando lo recordamos en la liturgia, está Él mismo entre nosotros. 328-330 Por ahí reconocemos que vive, en el más pleno sentido de la palabra. Por eso es tan profundo su influjo sobre la humanidad; por su espíritu está Él mismo presente. Entre nosotros está exhortándonos, fortaleciéndonos y consolándonos. Esta fe en la resurrección del Señor es el meollo de la buena nueva, que proclamamos en este libro. Nadie que crea en esta buena nueva, tiene ya razón para decir que aún no se conoce el caso de uno que haya regresado de entre los muertos. Nosotros creemos que el Señor se mostró vivo después de su muerte. En 451

medio del misterio de destrucción, es decir, la muerte, se ha ma203-204 nifestado Dios. He ahí la razón por la que creemos y esperamos que la vida es más fuerte que la muerte. No sólo respecto de Cristo, primogénito de entre los muertos. Todos los que Él reconoce por suyos, lo seguirán un día. El hombre no está destinado a perecer como cualquier animal. Lo que Jesús mostró con hechos mediante su resurrección en poder, lo afirmó también con sus palabras. Respondiendo a una pregunta de los saduceos que negaban la resurrección, empleó un argumento que condensa toda la hondura de la Escritura. Se puede haber leído y releído durante años este pasaje sin llegar a comprenderlo del todo, y un día, de pronto, se ve, se comprende. «Y en cuanto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que Dios os ha declarado al decir: "Yo soy el Dios de Abraham, y el Dios de Isaac y el Dios de Jacob?" Él no es Dios de muertos, sino de vivos» (Mt 22, 31-32). Con estas palabras nos pone el Señor ante los ojos la alianza personal que concertó Dios con hombres personales. Si Dios consideró que valía la pena ligarse con hombres que llama por su nombre, cada uno de los cuales es una personalidad singular y única, si cree que vale la pena compartir su historia y 43 trabar amistad con ellos, ¿ permitirá él — el Dios vivo por exce297-299 lencia— que estos hombres, cada uno de los cuales es único, se hundan después en la nada ? N o ; Dios no los creó y llamó por sus nombres para que desapareciesen de nuevo como se desvanecen las sombras. Él es Dios de vivos, no de muertos. Creer en el Dios de Israel y en el Dios de Jesús, es creer en el personal llamamiento de cada hombre a la vida eterna. Y si no somos capaces de imaginarnos que Dios pueda testimoniarnos tanta bondad y que signifiquemos tanto para Él, tendremos que aplicarnos el reproche que Jesús formula en el mismo pasaje: «Estáis en un error, por desconocer las Escrituras y el poder de Dios» (Mt 22, 29). La fe en Aquel que todo lo puede, nos permite albergar la certeza de que, finalmente, estamos destinados a la vida. Resucitarán Tal es la promesa. Pero si nos preguntamos «cómo» es esta vida después de la muerte, advertiremos que la Escritura habla generalmente de la resurrección del hombre entero, con cuerpo y alma. Pero ¿ tiene lugar ya ahora y no más tarde esta resurrección ? ¿Dónde están, pues, nuestros queridos difuntos, inmediatamente después de la muerte? La Biblia no entra en esta cuestión. La Es-

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critura no tiene ,1a intención de informarnos puntualmente sobre «cómo» ha de ser esta vida. Lo que ella quiere proclamar, es que Dios llamará a los muertos a su seno. Pero no desciende a precisiones sobre la forma en que el hombre vive en Dios después de la muerte. Y, sin embargo, nuestro corazón no cesa de plantearse esta pregunta. No hace aún mucho tiempo se buscaba una solución en la idea de la muerte como separación del «alma» y el «cuerpo». Después de la muerte, se decían, continúa viviendo el alma separada del cuerpo, mientras el cuerpo se disuelve en pura materia; en el juicio final, los cuerpos saldrán de nuevo de la tierra. Esta idea tan clara obedecía al intento sincero de explicar lo que dice la Escritura. Esto mismo queremos expresar aquí; pero lo haremos en forma un tanto distinta, por las razones que exponemos a continuación. Esto no implica un cambio en la fe, sino otro modo de interpretar la misma fe. ¿ Por qué ? Porque la misma Sagrada Escritura no concibe nunca el alma como existente fuera de la materia, sin el cuerpo. Tampoco el hombre moderno es capaz de hacerlo. Lo que uno es, depende hasta punto tal de su cuerpo, que no podemos imaginar un «yo», una persona, sin estrecha vinculación a su cuerpo. 6-7 Examinemos sin prejuicios las palabras de la Biblia. ¿Qué se dice en ella ? De Jesús leemos que fye resucitado. De los difuntos, que serán todos vueltos a la vida (1 Cor 15, 22). Se durmieron en el Señor (ibid., v. 6). Están también las palabras de Jesús al buen ladrón sobre la cruz: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (Le 22, 43). Pablo habla de «ir a vivir con el Señor», (2 Cor 5, 8). Algunas veces emplea Jesús la palabra «alma». «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, que al alma no pueden matarla» (Mt 10, 28); pero, en sus labios, «alma» no se refiere al espíritu del hombre, separado de la materia y existente fuera de ella. Como en otros pasajes de la Biblia, significa más bien la vida, el núcleo vital del hombre entero, cuerpo y espíritu. El Señor quiere decir con estas palabras que, después de la muerte, puede salvarse algo, lo peculiar del hombre. Este «algo» no es el cadáver que dejamos ; pero Jesús no dice tampoco que ese algo no tenga vinculación alguna con un nuevo cuerpo. El lenguaje bíblico no conoce un alma humana incorpórea. Ahora bien, ¿ cómo hemos de entender estas palabras bíblicas ? Hablan de «hoy», mas esto no se refiere a una existencia totalmente incorpórea. Pero la Escritura dice también que vivirán. ¿ Qué quiere decir esto con relación a nuestros difuntos ? Que podemos sospechar que, de hecho, «hoy» ha empezado ya algo, pero no sin que el cuerpo tenga parte en ello. Es decir, que la vida después de la muerte es ya algo asi coma la resurrección del nuevo cuerpo. Este cuerpo de resurrección no se compone de las mo-

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léculas disueltas en la tierra; volveremos a tratar de ello. Comienza 457-458 a despertar un hombre nuevo. Sobre lo demás tenemos que callar. Nada sabemos de cómo será esto. Tampoco podemos decir en qué relación está este «esperando la resurrección» con nuestro tiempo y espacio. Debemos pensar simultáneamente en un «hoy» y en un futuro. Esto resulta incomprensible para nosotros y es bueno que no podamos medir la grandeza de la promesa de Dios. Es bueno que aprendamos a vivir en la firme esperanza de la resurrección y al tiempo en la ignorancia de cómo ha de cumplirse. Pero entonces ¿ cómo hablar de ello ? Atengámonos a las palabras de la Escritura: «Se han dormido. Serán de nuevo vivificados. Han entrado en la morada del Señor.» Aguardan. Están para resucitar. Comienzan a vivir en Dios. Tales palabras reproducen el mensaje de Dios. Así se lo podemos decir también a los niños. La comunión de los santos Pero i no podemos seguir preguntando aún ? ¿ No podemos tratar de saber por la revelación cómo es esta nueva vida, cómo hemos de imaginarnos a nuestros queridos difuntos ? La revelación no nos lleva a un mundo remoto, sino que nos remite al nuestro propio. Porque ¿ cómo nos muestra Dios de la manera más alta el cumplimiento de todas sus promesas ? En las apariciones pascuales de 176-178 Jesús y su presencia entre nosotros. El Señor resucitado es el 187-188 amigo que reconforta y consuela, y a partir de entonces está presente en la vida de los hombres. Él da fuerza, paz, humanidad y amor. Este hecho justamente — el constante influjo del Señor resucitado, desde su primera aparición pascual — es el más claro indicio de la vida eterna, y también de la vida eterna de los que se durmieron en el Señor. Si queremos saber algo de la nueva existencia de un difunto, consideremos el bien que de él emanó y que aún pervive entre nosotros. No son las fantasías sin fundamento, sino el despliegue de las humanas posibilidades en desinterés y amor, lo que nos permite intuir algo de lo que es la vida eterna. Igual que reconocemos al Resucitado en lo que irradia de él, podemos reconocer, análogamente, a nuestros queridos difuntos por lo que pervive de ellos. Teresa de Lisieux lo expresó en la lengua sentimental de una muchacha decimonónica: «Desde el cielo haré caer sobre la tierra una lluvia de rosas.» Así expresó a su modo una verdad profundamente cristiana. El bien que continúa actuando en la tierra, una vez muerto el hombre, es la más clara imagen de lo que será su vida en Dios. 208 Así, todos los que han muerto: apóstoles, mártires, santos, hom-

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bres buenos de todo linaje, pertenecen a la comunidad humana, a la comunidad de la Iglesia. La Iglesia sabe que todos los que viven en Dios están unidos con nosotros. En esta unión le corresponde a María un puesto particular. 80 Para empezar, no queremos sentar una «teoría», sino expresar ante todo un hecho de experiencia: en la cristiandad de oriente y occidente, nadie — a excepción, naturalmente, de Cristo — está tan presente como ella entre nosotros, hasta en nuestras casas. No primeramente por los iconos con sus grandes ojos expresivos, ni por las imágenes de suave sonrisa, sino porque se la invoca, y por la certidumbre de que Dios acoge las oraciones dirigidas a ella. También — aunque no sea cosa esencial, sino favor de adehala— porque se aparece en determinados lugares en los que se manifiestan luego características realmente evangélicas: paz, curaciones, conversiones (Lourdes, por ejemplo). La Iglesia ha reco- 192 nocido a menudo expresa y oficialmente, que lo que en tales lugares ha sucedido y sucede, es digno de crédito, aunque tal reconocimiento no tiene carácter de decisión infalible. Y lo que es más importante: la Iglesia entera siente tan hondamente en su fe y conciencia la gloria de María, que ha dicho expresamente (ahora con definición dogmática) que María ha resucitado ya en cuerpo y alma. De los demás difuntos decimos que resucitarán, que están en camino de la resurrección. De María confesamos que ha sido ya glorificada, aun cuando su gloria, exactame'nte como la de Cristo, sólo será perfecta cuando toda la humanidad esté congregada. Así como Cristo realiza su resurrección en medio de nosotros por su presencia poderosa y eficaz en la vida del mundo, otro tanto podemos decir de la gloria de María y su «asunción a los cielos». Ello quiere decir que está más presente en el mundo que ninguna otra mujer. En Cleopatra se piensa a lo sumo; a María se la invoca. Es la mujer que está más presente y cercana de nosotros. No debemos imaginar lejos de nosotros a Cristo resucitado y a María asunta en el cielo, al nuevo Adán y a la nueva Eva de la humanidad, como si el cielo fuera un inmenso salón, por el que flotan almas innúmeras, y sólo dos puestos están ocupados físicamente. N o ; nada de esto podemos ni debemos imaginar con categorías de tiempo y espacio. Aquí, sobre la tierra, podemos sentir la presencia de Cristo y de María si llevamos una vida conforme al espíritu de Cristo y nos dirigimos a ellos en nuestra oración. Lo mismo hay que decir de los otros difuntos. Algunos santos y bienaventurados manifiestan su presencia más intensamente que otros. ¿Nos permitirá pensar esto en un «estar más adelantado en la resurrección» ? 455

¿ Qué podemos hacer por los difuntos ? La

purificación

Consideremos ahora una cuestión muy humana. ¿ Podemos hacer algo por los difuntos? Lo primero que hace la Iglesia —es decir, nosotros— por los difuntos, es rogar por ellos. Se rezan oraciones particularmente emotivas al despedirnos del cuerpo de un difunto. Esta despedida tiene lugar generalmente en forma de sepelio; aunque puede también hacerse por cremación. El adiós de los cristianos a sus difuntos va acompañado de la santa misa, memorial de la muerte de Cristo sobre la cruz. ¡ Cuánto consuelo humano y qué divina certeza emana del prefacio de la misa de difuntos! En Cristo nuestro Señor «brilla la esperanza de una feliz resurrección; y así, aunque la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortalidad. Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo». Es lástima que no sea ya costumbre que los parientes, amigos o vecinos lleven en sus hombros el cadáver a la sepultura. Por lo menos deben acompañarle. Junto a la sepultura se rezan las últimas oraciones para consuelo de los que quedan y petición a Dios por los que se han ido. El orar por los difuntos es una tradición antigua en la Iglesia. ¿Tiene esto alguna utilidad? La tiene, porque aunque el hombre muera en gracia, siempre queda en él mucha indiferencia, imperfección y tibieza. ¿ Nos gustaría 'encontrar a nuestros hermanos en el paraíso con los mismos defectos que tuvieron aquí ? Hay mucho que purificar, mucho egoísmo que limpiar. La purificación viene por la muerte. Morir significa también morir al pecado. Es 236-238 el bautismo de la muerte con Cristo, que completa el bautismo de agua. El reverso de este morir — así lo cree la Iglesia — puede ser esta purificación, la total y definitiva conversión a la luz de Dios. ¿Cuánto tiempo dura? Una vez más hemos de decir que se desarrolla fuera de nuestro tiempo. No podemos fijar lugar ni tiempo. Pero, pensando al modo humano, consideramos como «difunto» a alguien durante cierto tiempo. En este tiempo rogamos especialmente por él. La misma vida se encarga de determinar los meses o años que dura esto. Para hacer comprensible y sugestivo este misterio, se representaba antiguamente esta purificación con mucha claridad en cuadros y piezas escénicos. Se imaginó un lugar de fuego, el purgatorio, por el que se pasaba durante cierto tiempo, con un ángel al frente, que iba llamando uno por uno, casi como en la sala de espera de un médico. Estas representaciones ayudaban a sentir lo 456

invisible y fomentaban la oración por los difuntos. Por lo que hace a estas representaciones sensibles, tendremos que volver a la soi briedad de la Iglesia primitiva y considerar la purificación como v un aspecto de la muerte. No debemos independizarla ni hacer de ella una «postrimería» aparte. Sobre todo porque la Sagrada Escritura apenas habla de ella. En el libro segundo de los Macabeos (12, 43-46) se habla de un sacrificio ofrecido por los pecados de los caídos, que esperaban la resurrección. Este sacrificio es considerado allí como signo de la fe en la resurrección. Es un gesto natural también para nosotros, que creemos en la resurrección de aquellos que nos han precedido en la muerte. Los protestantes no practican esta oración expresa por los difuntos. La esperanza viva de que el muerto está en Dios, ocupa en ellos el lugar de nuestra oración. La diferencia no es en el fondo tan grande como pudiera parecer. No rezan nominalmente por los difuntos, pero acompañan su sepelio con oraciones. En el canon de la misa hay un lugar vacío en que se intercalan los nombres de los difuntos por quienes se quiere orar; se halla en el centro de la celebración eucarística, conmemoración del sacrificio de la cruz. Después de nombrar a los difuntos, prosigue la oración: «A ellos, Señor, y a todos los que descansan en Cristo, te rogamos les concedas el lugar del refrigerio, de la luz y de la paz.» El 2 de noviembre es un día consagrado a rezar especialmente por nuestros difuntos. La resurrección

el último día

Fuimos creados para estar juntos; por eso, cuando Jesús habla del fin del mundo, habla sobre todo de las postrimerías de la humanidad en su totalidad. No sabemos con exactitud cómo vendrá .el fin. Cristo describe las circunstancias, la grandeza y el horror de este acontecimiento con imágenes tomadas de los profetas: nubes, ángeles, catástrofes de la naturaleza, falsos profetas y persecuciones. Así en Mt 24 y Le 21. Tal vez convenga decir aquí algo sobreentendido más de una vez en el curso de este libro, a saber: este catecismo tiene por objeto exponer claramente la doctrina viva de la fe; pero en la Sagrada Escritura se encontrará siempre más vida, más calor, fuerza y verdad. Cuando uno lee directamente la Sagrada Escritura, nos viene como una llama que 52-58 nos inflama, un calor de fe, de experiencia viva, de revelación 145-149 divina. Es el ardor de las palabras mismas de Jesús. La Biblia no separa ni analiza las cosas, sino que, por lo general, las trae juntas, lo mismo que en la vida las cosas están juntas, implicadas. 457

160

44-46 315-316

178

Otro tanto acontece con las descripciones bíblicas del fin del mundo: pintan las catástrofes y calamidades de todos los tiempos, el terror de las guerras y hasta catástrofes en nuestro sistema solar. Y en medio de ello resuena el mensaje de que ni aun entonces — entonces menos que nunca — abandona Dios al hombre. «Cuando comience a suceder todo esto, tened ánimo y levantad la cabeza, porque vuestra liberación se acerca» (Le 21, 28). Esto quieren decir las espantosas escenas de los libros de los profetas, evangelios y apocalipsis, para todos los tiempos. No pretenden describir con precisión cómo habrá de ser el fin del mundo, sino hacernos «palpar» el curso y consumación de la historia, es decir, enseñarnos que suceda lo que sucediere, se impondrá la victoria de Dios. Son un mensaje de consuelo en los horrores de todas las épocas, incluida la era atómica. Jesús nos exhorta a que nos volvamos a Él, siempre y en cualquiera circunstancia, a que estemos vigilantes ante todo en la fe (Le 18, 8) y en amor (Mt 24, 12). No indica fechas precisas. Pero el hecho de que la Escritura atestigüe tan firmemente que la historia de los hombres tiene en su totalidad sentido y fin, nos da a entender que tendrá también una consumación en su totalidad. Dios hará con la historia lo que hizo con la vida de Jesús. Entonces serán resucitados todos los hombres a imitación del Señor. El nuevo nacimiento se habrá consumado. La Biblia describe con magníficas imágenes cómo saldrán los muertos de la tierra. Naturalmente, esto no quiere decir que vuelvan a juntarse de nuevo las moléculas de las que anteriormente estaba compuesto nuestro cuerpo. No se trata, en efecto, de rehacer nuestro cuerpo terreno. (Por lo demás, ¿qué son «nuestras» moléculas? Éstas cambian sin cesar. De los elementos que constituyen el cuerpo del niño, apenas si queda algo en el cuerpo del adulto.) Se trata de la consumación de nuestro cuerpo espiritual. De ello habla el apóstol Pablo extensamente y con vivas imágenes en la primera carta a los corintios (15, 31-50). Pablo nos hace ver que no debemos imaginar la resurrección como un retorno de la carne y sangre perecederas. Nuestro cuerpo actual es como un esbozo del verdadero. «Se siembra en corrupción, se resucita en incorrupción; se siembra en vileza, se resucita en gloria; se siembra en debilidad, se resucita en fortaleza. Se siembra cuerpo puramente humano, se resucita cuerpo espiritual» (1 Cor 15, 42-44). No se trata, pues, de este cuerpo biológico, sino del cuerpo que vivirá en la «nueva creación». La imagen bíblica de los muertos que se levantan del sepulcro, quiere decir que seremos nosotros mismos los que viviremos. A la vez los mismos y distintos. También Jesús era después de su resurrección el mismo y, sin embargo, distinto. Los apóstoles sabían que era el Señor, pero tardaban en reconocerle. 458

El

104 105

jmcio

Cuando la humanidad haya resucitado en todo su número, saldrá todo a luz Es el reino de Dios en el que se revelarán los pensamientos de los corazones. En nuestro trato mutuo, tras una cara sonriente puede ocultarse un corazón venenoso, pero cuando aparezca Dios, cada uno será por fuera como es por dentro Tal es el juicio La cizaña y el trigo que en la tierra no se distinguen, serán allí separados Semejante es el reino de los cielos a una red llena de peces, dice Jesús, se recogen los buenos y se tiran los malos Sí, la consumación (final) es a la vez el juicio ¿Qué quiere decir esto? Que entonces se verá cómo todo el que no se haya obstinado contra la gracia, lleva la semejanza de Cristo «Venid, benditos de mí Padre » Mas el que cerró su corazón a la gracia y al llamamiento de Dios, carece de aquella semejanza «Apartaos de mí, malditos » Se apartaron del único que pudiera haberlos salvado. El juicio, pues, significa comunión con Cristo (aun suponiendo que no se haya oído tal vez su nombre) o aversión de Cristo (aun en el supuesto de que se haya llevado continuamente su nombre en la boca), comunión con su Espíritu, de bondad, de confianza y de servicio, o negación del mismo. Jesús es por su ser mismo el juez, como un imán, que atrae a sí o Tepele lo que es o no conforme a sí. Este juicio comienza ya al morir Ya hemos dicho que con la 453-454 muerte comienza la resurrección y así hemos de decir ahora que entonces comienza también el juicio. Pero es preciso insistir también en que esto acaece fuera de nuestro espacio y tiempo. No tiene, pues, sentido hablar de un tiempo que debería transcurrir entre el juicio a la hora de la muerte (juicio particular) y el juicio del último día (juicio universal) Sencillamente no sabemos cómo se hará en concreto, y tampoco tiene importancia saberlo, pues a la postre se trata del mismo juez. La

reprobación

Jesús habla de la posibilidad de que el hombre se condene eternamente, de un «castigo eterno» (Mt 25, 48). Se puede entender esto equivocadamente, como sucedería si alguien creyera, por ejemplo, que cae sobre el condenado una desgracia y hasta una injusticia, como puede acontecer con un castigo terreno Nos entenderemos mejor si llamamos a esto «pecado eterno». El estado de fría repulsa a Dios se ha hecho eterno. Dios, el amor, la bondad, Cristo, la comunidad, se han apartado de alguien. Y sin embargo, había sido creado por Dios en gracia de todas estas cosas. Una dislocación total el pecado ha alcanzado su expresión definitiva. 434-435 459

El hombre se ha cerrado definitivamente en sí mismo: ya no tiene contacto con Dios ni con el prójimo. Éste es el castigo eterno, la «segunda muerte» (Ap 20, 14). La Escritura expsesa esto con palabras horribles: tinieblas, rechinar de dientes, llanto, fuego. Pero no es riecesario entender estas imágenes como una descripción material. Sin embargo, sirven muy bien para expresar el horror de haber perdido la finalidad de la propia existencia. A veces se piensa que el infierno es incompatible con el amor de Dios. Pero precisamente los que han sentido más profundamente el amor de Dios, han creído en el infierno. Jesús mismo, por ejemplo. Jesús no dice nada acerca del número de los condenados ; pero al ser preguntado sobre ello, exigió con la mayor seriedad que siguiéramos el camino que lleva a la vida. Cada uno tiene 104-ios que decidirse, él mismo y no otro. La advertencia de Cristo es un beneficio para nosotros. También los santos creyeron en la existencia del infierno, sin ver en ella una contradicción con el amor y la misericordia de Dios. Para el que ha endurecido su corazón, el suave calor del amor divino se convierte en fuego de amargos remordimientos. En las catedrales de la edad media se halla a veces una representación del juicio final: la condenación consiste en que Jesús muestra al condenado sus cinco llagas. Aunque sin palabras, quiere decir: Mira lo que he hecho por ti. ¿Qué más podía haber hecho? Teresa de Lisieux se consolaba con el pensamiento de la justicia de Dios: nadie está allí que no debiera estar. Es el hombre quien se arroja a él deliberadamente. No nos atrevamos a juzgar lo que no podemos entender. No nos hagamos un Dios a nuestra medida. Creamos en Él, tal como se nos ha manifestado en Jesús. En Jesús vemos el extremo a que llegó el amor del Padre; pero de su boca oímos también estas palabras: «No tengáis miedo a los que matan el cuerpo; que al alma no pueden matarla. Temed más a quien tiene poder para hacer que perezcan cuerpo y alma en la gehenna» (Mt 10, 28). Tampoco debemos ocultar a los niños esta posibilidad de la reprobación. Pero sería equivocado amenazarlos con el infierno como si pudieran ya ser condenados a él. El aviso de Jesús se refiere a los adultos empedernidos. Y su intención, su saludable intención, es despertar el horror a lo malo, el deseo de todo lo que hace bueno al hombre y la confianza en el que es el camino hacia la vida. La nueva

creación

«Lo que el ojo no vio, ni el oído oyó, ni el corazón humano imaginó, eso preparó Dios para los que le aman» (1 Cor 2, 9). Estas 460

palabras de san Pablo se aducen a menudo al hablar de la gloria eterna en Dios. Pero, por sorprendente que sea, hablan en primer término de nuestra vida de fe sobre la tierra. La paz, el perdón, la unión con Cristo, he ahí el comienzo del cielo. Algo de esta eterna alegría brilla ya aquí en medio de los cuidados y angustias de la vida De modo pleno florecerá en el paraíso que tenía ya Dios ante los ojos al crearnos «el reino que para vosotros está preparado desde la creación del mundo» (Mt 25, 34). ¿Está llamada solamente la humanidad de la tierra a este amor de Dios, o lo están también otras criaturas fuera de nuestro tiempo y espacio' ¿Acaso también criaturas que vivan en nuestro tiempo y espacio, pero en otros planetas' Respecto de las primeras, la Escritura habla a menudo de tales seres los ángeles. Son mensajeros o fuerzas, enviadas por Dios, «espíritus al servicio de Dios» (Heb 1, 14), que la Biblia presenta a menudo en forma humana. Ellos encarnan la bondad de Dios, las poderosas fuerzas del bien que nos asisten en este mundo ¿ Es su existencia mera presuposición de la imagen bíblica del mundo, o parte esencial de la revelación divina' En todo caso, según las descripciones de la Biblia, toda su realidad se agota en su misión de servicio dentro de nuestra historia de salvación en Cristo Todo lo que de ellos se dice proclama el alegre mensaje de que Dios se ocupa y preocupa de mil maneras de nosotros Incluso los nombres de los ángeles lo demuestran Gabriel «fuerza de Dios», Rafael «medicina de Dios», Miguel «¿Quién como D i o s ' » (Del diablo hay que decir algo semejante, aunque en sentido inverso. Es la fuerza que se cruza en nuestro camino, el adversario. Pero no en el mismo pie de igualdad con Dios, pues ni es perfecto, ni tan poderoso como Dios, como dice expresamente la Biblia Es la escalofriante maldad que vemos realizarse en la humanidad y que frecuentemente sobrepasa tanto la maldad del individuo particular que nos obliga a preguntarnos ¿Qué poder se desencadefna a q u í ' ¿Es un poder meramente humano ' ) Sobre la cuestión de si hay seres vivientes en otros planetas, no podemos responder nada Pero, sea lo que fuere de su existencia, la respuesta no supondría un cambio esencial en el mensaje de la consumación final, el mensaje de que Dios quiere unirse con sus amadas criaturas «Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21, 1). Cuando meditamos en la consumación de los tiempos, nos vienen al pensamiento los millares de millones de hombres que han existido. Los contemplamos con gozo sin duda, pero abrumados es una muchedumbre tal, que no la podemos imaginar. Nos parece cosa inverosímil y hasta imposible. Pero es porque nuestra memoria y 461

nuestro interés son limitados. Distinguir y conocer a un gran número de personas nos cansa y las posibilidades de entablar contacto disminuyen en proporción al número. Esta imperfección va ligada a nuestra actual situación en la tierra. Sin embargo, ya en la tierra vemos que un hombre se despliega con mayor riqueza, cuanto más se abre y más bueno es para otros. A veces, un solo hombre es capaz de mostrar tanto o más interés por muchos que otros por uno solo. En la nueva creación — así lo esperamos y así nos lo muestra Cristo — viviremos en una humanidad para la que no existirá el número muerto, ni la masa innominada. Esto vale sobre 452 todo, naturalmente, para el amor de Dios. Para Él, nadie es un número. «Al que venza le daré una piedrecilla blanca, y sobre esta piedrecilla habrá escrito un nombre nuevo, que nadie conoce, sino el que lo recibe» (Ap 2, 17). «No vi santuario en ella; porque su santuario es el Señor, Dios todopoderoso y el Cordero» (Ap 21, 22). Él — e l infinito, el sencillo, el siempre nuevo — lo será todo en todos. Una inefable unidad sobrepujará la confusa multiplicidad. La presencia de Dios en todas las cosas y en todos los hombres será para nosotros luz y fuerza viva, de suerte que, para hallarle, no será menester ni templo ni iglesia. Las páginas de la Escritura que más por extenso se ocupan de la vida eterna, se hallan en el Apocalipsis. Este libro contiene las ardientes esperanzas escatológicas de los primeros cristianos y puede inflamar también nuestra esperanza, sin que por ello hayamos de creernos obligados a entender cada frase por separado. En las palabras de este libro misterioso retornan las imágenes con que los profetas describieron la salvación que había de venir a Israel; imágenes paradisíacas que expresan la presencia misericordiosa de Dios, por ejemplo, en los últimos capítulos del libro de Isaías. Animados por la Escritura, podemos ver también nosotros el mundo que nos rodea y nuestra propia vida en manos de Dios, para poder imaginarnos la promesa. Principalmente los momentos en los que el hombre se siente como renovado, feliz, como inmerso en un misterio de dicha: la música, la primavera, una ciudad iluminada por la noche, la seguridad de un niño cuando su madre le enjuga las lágrimas, el amor del hombre y la mujer, la paz y el consuelo de la oración, la liberación de un gran peligro, la intimidad de una comida entre amigos. Todas las imágenes que emplea la Escritura nos hacen ver con qué respeto por la persona humana quiere Dios que el hom206 bre sea fiel a sí mismo. Pensando en el tiempo que seguiría a su martirio, próximo ya, escribía san Ignacio de Antioquía: «Sólo entonces seré hombre.» Dios quiere hacer del hombre un hombre.

462

¿ No podríamos concluir de esta propiedad que caracteriza toda la actuación de Dios, que nuestra vida terrestre y nuestro trabajo terreno ejercen su influencia en la nueva creación ? Sabemos en todo caso que la cosecha de amor en el mundo es recogida, no se pierde. ¡ Y no podemos s"uponer que también seguirán operando dentro de la eternidad de Dios las formas en que se manifestó el amor: ideas creadoras, verdad, belleza, tratos y experiencias humanas ? Nosotros, hombres de este tiempo, persuadidos de que el pro- 336-337 greso del mundo, realizado por nosotros, es la obra creadora de Dios, osamos conjeturar que la vida y el trabajo de nuestra historia serán no precisamente destruidos, sino renovados en la nueva creación. El que Mozart haya vivido y compuesto, es cosa que no se puede hacer reversible. Que yo he vivido con alguien que me cuidaba, que ayudé a alguien o él a mi, son hechos que no se pueden anular. Mucho más, por ende, el hecho de que fui esposa de mi marido y madre de mis hijos. De las palabras de Jesús cabe deducir, desde luego, que en el cielo no habrá procreación, ni siquiera la exclusividad propia ahora del matrimonio; pero esto no quiere decir que no haya de persistir, y hasta subir de punto, el amor que unió a los casados. La predilección del evangelio por el amor fraterno nos lleva a suponer que las relaciones entre padres e hijos, entre todos los hombres, serán más fraternales. Algo de esto se inicia ya en la tierra, por ejemplo, cuando los niños se hacen mayores. ¿ Se puede decir algo sobre la edad de los cuerpos resucitados ? No sabemos nada. Pero podemos suponer que nada de la gracia de un hombre o mujer se perderá. Alguien ha dicho que retornaríamos a la edad en que fuimos más felices. ¿O no será eso de la «edad» un concepto demasiado terreno? Sencillamente, no lo sabemos. «Morir a los cien años, es morir joven», dice el profeta Isaías (Is 65, 20). Pero ¿cómo será eso de no morir siquiera? Ni -tan sólo deberíamos preguntarlo, si no es, como lo hace el profeta, con el fin de animarnos. Lo que se deduce claramente de toda la revelación, es que la vida en Dios consiste en el amor. Expansión del hombre, que puede dar y recibir. Así como la pervivencia de los santos sobre la tierra se muestra con su máxima claridad en la acción que 454 aún ejercen sobre nosotros, así también, en la nueva creación, el hombre llegará a su consumación humana dando, derramando, amando. ¿Volveremos a poseer, de cualquier forma que sea, nuestro deseo y nuestra necesidad de crear? No lo sabemos. Pero nada nos impide pensar que en esta nueva vida haya también un gran placer en el crear, puesto que esta vida viene del Dios creador. 463

L o que n o se puede p e n s a r de esta plenitud de vida es que p u e d a ser a b u r r i d a , u n a leyenda medieval c u e n t a de un m o n j e que se p r e g u n t a b a si la e t e r n i d a d no s e r i a a b u r r i d a . A b s o r t o en sus p e n s a m i e n t o s , se m a r c h ó al bosque, donde oyó c a n t a r a u n r u i s e ñor. E s c u c h a b a el c a n t o ensimismado. A l cabo de u n a h o r a (creía él) se volvió al m o n a s t e r i o , p e r o nadie le conocía. D i j o su n o m b r e y el del a b a d ; p e r o nadie los r e c o r d a b a . C o n s u l t a r o n , p o r fin, las c r ó n i c a s y se c o m p r o b ó que h a b í a n p a s a d o mil años d e s d e q u e se había ido a p a s e a r al bosqueí M i e n t r a s escuchaba el c a n t o del r u i s e ñ o r , se había p a r a d o el tiempo. T a m b i é n el h o m b r e m o d e r n o e x p e r i m e n t a a l g o p a r e c i d o . C u a n d o vive, a d m i r a o a m a i n t e n s a m e n t e , n o siente p a s a r las h o r a s . U n g u s t a r a n t i c i p a d a m e n t e la e t e r n i d a d , u n a paz sin ocaso. 452

Toda

la Escritura

habla

de la fidelidad

de

Dios

A l m e d i t a r sobre la v i d a e t e r n a , hemos p a r t i d o de los capítulos de la S a g r a d a E s c r i t u r a , que hablan e x p r e s a m e n t e de n u e s t r o fu-

turo en Dios. Pero hay otra manera de interrogar a la Sagrada Escritura sobre la nueva creación, a saber, partiendo del principio de que, en todo su obrar con el hombre, Dios revela su eterno designio. Los padres de la Iglesia llamaron a este método de leer 64-66 la Biblia, el sentido anagogico, el sentido que eleva y levanta. Se trata de una forma especial del sentido simbólico, o mejor espiritual, de la Sagrada Escritura. Quiere decir que lo que Dios ha sido para el hombre en la historia, no sólo lo sigue siendo ahora — como lo indica el sentido espiritual sencillo —, sino que lo será también siempre. Así leída, por ejemplo, la narración del paso por el mar Rojo, además de significar la liberación de Israel de la servidumbre de Egipto y la libertad que Jesús ha dado a nuestra vida actual, significa también la libertad que hemos alcanzado o alcanzaremos por medio de la muerte. Tomemos otro pasaje bíblico, ahora del Nuevo Testamento: el pasaje que nos cuenta que Jesús tocó los ojos de un ciego. Además de la curación histórica y de nuestra iluminación actual por la fe, significa también que Dios quiere ser para nosotros luz y curación en la eternidad. Este modo de ver transparentarse en la Escritura la promesa de Dios tiene menos que cualquier otro el carácter de descripción exacta, pero en esto justamente radica su fuerza elevadora. Deja lo indecible sin decir. Sólo muestra que Jesús abrió los ojos al ciego, y no se sale de los términos de la imagen. Entonces el relato pasa a ser signo o símbolo de la eterna esperanza en Dios. Sobre los sepulcros de los primeros cristianos en las catacumbas, hallamos el relato bosquejado en pocos trazos: son breves alusiones a la fidelidad vivificante de Dios. 464

Aquel a quien la Biblia llene así el corazón de gozo y esperanza, experimentará siempre uno de los elementos constitutivos de la dicha celestial: la liberación. Porque toda la gloria que describe la Biblia, se destaca siempre sobre un fondo de tinieblas. Es salvación, dolor vencido, enjugar de lágrimas. Y esto vale especialmente para la alegría que sigue al día del calvario: las apariciones de pascua. Éstas son, en forma especial, signos que nos hacen recordar el paraíso. Jesús es en nuestro' nombre el primer liberado, el primogénito de la nueva creación. Pero es también Redentor en nombre de Dios. ¡ Y de qué manera tan humana! Él llama a sus amigos por su nombre. Esta atención y esta delicadeza están colmadas por la promesa de que la salud no 272 consistirá en adormecer la personalidad humana por toda la éter- 479 nidad, sino en hacerla brillar a la luz del Dios vivo. Vivir en la esperanza ¿ Se trata en todas estas consideraciones sólo de nuestro futuro ? No. ¡ Pablo nos recuerda que por el bautismo nos unimos ya con Cristo resucitado, y así, en cierto sentido, hemos muerto y 235 resucitado i «Aspirad a lo de arriba, no a lo de la tierra, pues 332 habéis muerto, y vuestra vida está oculta, juntamente con Cristo, en Dios» (Col 3, 2-3). Esta nueva vida en nosotros nació al morir nosotros con Cristo. Este pensamiento es consolador, pues quiere decir que esta vida es más fuerte que la muerte, una vida que sale de la muerte. Y lo mismo podemos decir también de la «muerte parcial», que nos asedia sin cesar en nuestra vida diaria: desengaños, fracasos, enfermedades y despedidas. También este diario morir, si se acepta con espíritu de Cristo, está lleno de esperanza. Por el poder de Dios, cada uno de nuestros fracasos encierra un germen de resurrección, una fecundidad inicial, para' nosotros mismos y para los demás. Este sentir de la nueva creación está ya en nosotros, puede 393 a veces inundarnos como una luz de gozo y confianza. Pero puede también llenarnos de reverencia ante nuestra propia santidad, una santidad que el Espíritu nos otorga ya ahora. Mirad k> que dice san Pablo contra el pecado de lujuria: «Huid de la fornicación. Los demás pecados que el hombre comete quedan fuera del cuerpo; pero el que comete fornicación, peca contra su propio cuerpo. ¿O no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros?» (1 Cor 6, 18-19). Esta fe en la gloria que comienza a manifestarse, no debe despojar al mundo de su realidad ni dar a nuestra existencia la apariencia de irreal. Así entenderíamos mal el mensaje divino. Éste 465

336 quiere precisamente hacernos sentir la importancia y seriedad de la vida, no menos que su esperanza. Tal mensaje nos dice: la vida tiene un sentido, está en manos de Dios y todo lo que hacemos tiene importancia para este mundo y para la nueva creación. Éste es el sentido más profundo del imperativo del apóstol: «Aspirad a lo de arriba». San Pablo afirma también que nuestra vida está 396-397 abierta a un futuro, que es bella y merece nuestra confianza. En los momentos tranquilos y sosegados de la vida, puede embargarnos de pronto la profunda certeza de que esta creación está destinada a una gloria eterna. Entonces no necesitamos evocar cosas y personas, como hicimos antes, para ver en ellas los signos de la 461-463 promesa de Dios. Por su misma existencia comienzan a decirnos: lo que Dios ha comenzado en nosotros, lo llevará a su fin. Las flores sobre la mesa, la mano que estrechamos, el valor de un moribundo, la fe del misionero, la despreocupación del niño — todo lo que existe de bueno nos habla con su mera presencia de un destino inefable, de una esperanza, seguridad y salvación en Dios, siquiera hayamos de pasar por el aniquilamiento. En otros momentos menos excepcionales, esta esperanza se cifrará en la confianza de que no todo es vano. Y aun cuando sobrecoja al creyente un sentimiento de absurdo, de vacio o de 184 angustia, esta esperanza quedará intacta en su núcleo. La historia de la pasión nos hace ver que esta esperanza no se había extinguido ni aun en el momento en que gritó Jesús: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Pablo escribe a los romanos: «Efectivamente, yo tengo para mí que los sufrimientos del tiempo presente no merecen compararse con la gloria venidera que en nosotros será revelada. Porque la creación, en anhelante espera, aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios. La creación, en efecto, no por propia voluntad, sino a causa del que la sometió, queda sometida a frustración, pero con una esperanza: que esta creación misma se verá liberada de la esclavitud de la corrupción, para entrar en la libertad gloriosa de los hijos de Dios. Pues lo sabemos bien: la creación entera, hasta ahora, está toda ella gimiendo y sufriendo dolores de parto. Y no es esto sólo; sino que también nosotros mismos, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos igualmente en nuestro propio interior, aguardando con ansiedad una adopción filial, la redención de nuestro cuerpo. Pues con esa esperanza fuimos salvados. Ahora bien, esperanza cuyo objeto se ve, no es esperanza. Porque ¿quién espera lo que ya está viendo? Pero, si estamos 466

esperando lo que no vemos, con constancia y con ansia lo aguardamos» (Rom 8, 18-25).

DIOS

El que habita en hoz inaccesible H a habido cristianos que han dado gracias a Dios por la oscuridad, a veces impenetrable, de la Sagrada Escritura. Buen ejemplo de ello es santa Teresa de Jesús, que encontraba muchas cosas difíciles de entender en los trozos de la Biblia que podía leer en su lengua materna o en los que le explicaban y traducían los teólogos que trataba. Ella misma dice: «Si estuviera en latín u en hebraico u en griego, no era maravilla; mas en nuestro romance, ¡ qué de cosas hay en los salmos del glorioso rey David que cuando nos declaran el romance sólo, tan escuro nos queda como el latín!» (Med.- sobre los Cantares, 1, 2-3). La santa exhorta a sus hermanas a que se alegren de tener tan gran Señor, que una palabra suya «terna en sí mil misterios». «Yo me negaría a creer en un Dios a quien pudiera comprender», dice Graham Greene. No hay palabra humana, ni siquiera en la Biblia, que pueda decir lo que es Dios. En ninguna página de la Escritura hay cómoda, claridad. Ni en la lucha oscura del libro de Job, ni en la claridad matinal de los evangelios. No se aclara en ella, sino que se despliega ante nosotros el misterio de Dios, pero sin dejar de ser misterio. Podríamos reunir centenares de nombres aplicados a Dios en las páginas de la Escritura. Hablan de su trascendencia y majestad: «El que habita en luz inaccesible» (1 Tim 6, 16); de su solicitud por nosotros: «Yahveh Dios plasmó al hombre del polvo de la tierra» (Gen 2, 7) ; de sus legítimas exigencias: «Nuestro Dios es un fue-go devorador» (Heb 12, 29); de su poder vivificante: «Tú levantas mi cabeza» (Sal 3, 4 ) ; de su amor: «Se arrojó sobre su cuello y lo besó» (Le 15, 20). Todas estas palabras, aunque balbucientes, encierran en sí gran rigor. Si consideramos en conjunto todo lo que la Biblia dice sobre Dios, sacaremos de ello cierta claridad. No es que lleguemos a comprenderlo; se trata de una claridad que noa orienta a Él. Porque lo característico de la revelación de Dios a Israel es que purifica y orienta todo pensar humano sobre Él. El pensamiento es dirigido a donde Dios quiere ser encontrado. Esta purificación y esta orientación afectan en primer lugar a la relación que este mundo guarda con Dios. 467

*• m

«Él nos ha creado» (Sal 100)

336

La primera experiencia religiosa de Israel es que Dios, por su 44 soberano poder, se ocupaba de su pueblo. Dios como salvador. Y únicamente más tarde, al descubrir un mundo más vasto, llega el pueblo a la experiencia de que todo ha salido de las manos de este Dios liberador de su pueblo. Es el Dios creador, que canta 45-46 magníficamente el poema de la creación del primer capítulo del Génesis. Cuanto más se dilata el mundo, tanto más se dilata también nuestra idea de Dios. Las nebulosas y los años de luz, las bacterias y las partículas nucleares, las profundidades del psiquismo y los procesos biológicos que descubrimos, todo ello dilata cada vez más nuestra idea del incomprensible poder creador de Dios. Y particularmente por haber tomado conciencia del fenómeno de la 9-13 evolución, llegamos a ver ahora de modo nuevo su gloria y magnificencia. Esta «evolución» del universo se descubre a nuestra vista y pasa a formar parte de la experiencia de nuestra vida. No se había prestado excesiva atención a una verdad, proclamada desde siempre, que ahora comprendemos con mayor claridad, a saber, que Dios no tanto ha creado el mundo, cuando lo está creando 465 continuamente. La bella imagen bíblica de Dios que plasma el barro, no debe inducirnos a pensar que, después de creado, pueda Dios abandonar el mundo a sí mismo. Crear no quiere decir hacer algo como hacemos los hombres nuestras obras. El carpintero hace un armario y se va, o el poeta crea, se muere, y su poema sigue viviendo. Si Dios, hablando a lo humano, suspendiera por un momento su poder creador, todo lo que existe retornaría a la nada. Ser Dios creador quiere decir que todo lo que existe depende actualmente de Él, que todo está colgado de sus dedos. Para comprender lo que significa «Dios creador» no es necesario pensar en 252-254 los comienzos, sino en el presente y en el futuro. Dios está operando ahora mismo la consumación. La expresión «en el principio» que abre la Sagrada Escritura (Gen 1, 1) y que abre también el mensaje de Cristo en el evangelio de san Juan, no es tanto una indicación cronológica, cuanto indicación de un orden y de un origen. Indica el «origen», la «fuente»; proclama que Dios es primero y comienzo en todo, pues como dice Ruisbroquio (Ruysbroek), es causa, fuente y origen de todas las cosas.

468

«Cuanto dista el cielo de la tierra» Trascendencia de Dios Desde el principio, desde los días en que sólo se conocía el poder soberano de Dios como Salvador, •el mensaje bíblico proclamaba que Dios no es parte de este mundo. Por primera vez se definía correctamente la relación de Dios para con el mundo. Dios no se pierde en el mundo, no es absorbido por él. Es lo que se llama la trascendencia de Dios. Dios es trascendente, es decir, se eleva por encima de todo lo creado. El pensamiento humano tiende a veces a negar la trascendencia de Dios. Esta tendencia se llama panteísmo. Este mundo en sí mismo es considerado a veces como un poder divino; pero siempre se une tan estrechamente a Dios y al mundo, que Dios no aparece ya como el Uno y Simple, que puede existir sin el mundo. Lo falso en el panteísmo no es lo que dice, sino lo que ignora. El panteísmo enseña que este mundo está lleno de Dios, y está bien tener cada vez más clara conciencia de ello. Pero niega a la vez que Dios sea independiente de este mundo. La revelación bíblica corrigió desde el principio esta falsa idea de Dios. Esta elevación, soberanía y trascendencia del ser de Dios escapa a nuestra inteligencia y lenguaje. Por su creación barruntamos lo que es, pero también sabemos que sobrepasa infinitamente todo lo creado. La belleza de un niño, de un árbol, de una ciudad es sólo débil centella de su hermosura cautivadora. La santidad y bondad del mejor de los hombres es sólo pálido reflejo de su luz y amor. Cuando queremos dar un nombre a Dios, echamos mano de palabras terrenas y las completamos por el adjetivo «infinito». Así decimos que Dios es verdad infinita, persona infinita, amor infinito. Pero no hemos de olvidar que las palabras sabiduría, persona, belleza y amor están tomadas de lo terreno, y con ellas pensamos siempre algo finito. No podemos, pues, pararnos en ellas, sino que debemos seguir reflexionando y darnos cuenta de que Dios es infinitamente distinto de todo lo que pensamos. Por eso podemos decir a par que es «no persona», «no amor», «no sa- 298 biduría». Por medio de estas negaciones intentamos romper la finitud de nuestras palabras y mantenerlas abiertas a lo infinito. De este modo, aunque sigan siendo las mismas palabras, procuramos llenarlas de una significación aún más alta, pero sin olvidar que también de ella tenemos que purificarlas otra vez, y así sucesivamente. Nuestra reflexión estará así en incesante movimiento de admiración por la infinitud de Dios.

469

«Israel, hijo mía.» Inmanencia

de Dios

La Escritura no habla sólo de la lejanía inaccesible de Dios; más frecuentemente aún habla de su cercanía. «No está lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y somos» (Act 17, 28). Su poder y su amor sostienen el universo. Esta presencia de Dios en todas las cosas se llama inmanencia. La inteligencia humana no puede sondear la profundidad de esta presencia, como tampoco puede penetrar el misterio de su lejanía. Y a medida que va creciendo nuestro conocimiento del mundo, también la idea que nos formamos de esta presencia va tomando un carácter más propio de nuestro tiempo. Antiguamente se propendía a ver la acción de Dios en fenómenos para los cuales no se podía aducir una causa de orden natural. Se sabía teóricamente, sin duda, que Dios obra en todas sus criaturas, pero se sentía sobre todo su presencia cuando acontecían cosas ínexplicadas, por ejemplo, al estallar una súbita tormenta, o propagarse una enfermedad contagiosa. Se le veía más en lo extraordinario que en el curso normal de las cosas; más en la bendición dada al enfermo que en la acción del médico. Hoy nos vemos obligados a sentir su presencia principalmente en los conocimientos técnicos 468 del médico. No a su lado; no como si guiara su mano o le insuflara ideas, sino en el mismo médico que no se ve privado de su personalidad. Cuanto más sea una criatura lo que debe ser, tanto 107-108 más actúa Dios en ella. Cuando Dios obra, no deja de lado a sus 278 criaturas, sino que las hace más conformes a sí mismas, y al hombre al que más. La Escritura no habla de esta inmanencia de Dios en términos filosóficos; pero cada una de sus páginas nos dice: estoy a tu lado, suceda lo que sucediere. Ya hemos visto cómo fue precisamente el Dios protector el que primero brilló a los ojos del pueblo de Israel. Comenzó con su presencia familiar. Y así continúa. En el cautiverio de Babilonia se dio cuenta el pueblo, con creciente claridad, de la grandeza de su Dios, y de que las naciones eran ante Él como «granito de polvo en la balanza» (Is 40, 15), y entonces precisamente les dice: «Porque yo soy el Señor, tu Dios, que te tomo por la mano, y te digo: no temas, que yo soy el que te socorro. No temas, Jacob, pobre gusanillo; no tienes que temer, Israel, pobre larva. Yo soy tu auxilio, dice el Señor, y el santo de Israel es el redentor tuyo» (Is 41, 13-14). Y también a nosotros nos dice, una y otra vez, que no está lejos de cada uno de nosotros. Lo sorprendente no es que trascienda todo lo creado, sino que, en su trascendencia, no abandone su solicitud por lo más pequeño.

470

Pura

verdad-

Estás dos líneas conceptuales j u n t a m e n t e nos llevan al c e n t r o 37 luminoso en q u e brilla la revelación de Dios en t o d a s u p u r e z a . Dios distinto del m u n d o y a la vez h o n d u r a del m u n d o . Dios independiente del h o m b r e y a la vez asociado al h o m b r e . L a inteligencia h u m a n a reconoce su impotencia a n t e este m i s t e r i o que a u n a la t r a s c e n d e n c i a y l a i n m a n e n c i a de D i o s . P e r o esta revelación d e s c u b r e a los ojos del c r e y e n t e toda la g r a n d e z a de Dios. P a r a el e n t e n d i m i e n t o h u m a n o s e r í a c i e r t a m e n t e o b v i o p e n s a r que Dios se confunde con el m u n d o ( p a n t e í s m o ) , o concebirlo, al c o n t r a r i o , c o m o alejado de n o s o t r o s ( d e í s m o ) ; p e r o l a afirmación de su c e r c a n í a en la lejanía y d e su l e j a n í a en la c e r c a n í a confiere a la revelación esa tensión, esa j u s t e z a conceptual que hacen p e n s a r al h o m b r e : aquí ha h a b l a d o Dios. N u e s t r o c o r a z ó n se dilata en este m i s t e r i o insondable que cae fuera de las f r o n t e r a s de n u e s t r o p e n s a m i e n t o . A q u í e n c u e n t r a el h o m b r e p a z y ale- 37 g r í a , pues p a r a este D i o s h a sido h e c h o . 427-430

El hombre

Job habla

con

Dios

P e r o todavía n o estamos al c a b o de su revelación. N o s a t o r m e n t a la p r e g u n t a d e J o b : ¿ D e d ó n d e viene el mal, si t o d o p e n d e de la m a n o d e u n Dios b u e n o ? T o d a la revelación p r o c l a m a con el m a y o r énfasis que n o p r o cede de un p o d e r o s c u r o , tan o r i g i n a l y poderoso c o m o Dios. N a d a 461-462 es m á s a j e n o al m e n s a j e de la Biblia q u e dividir al m u n d o en dos fuerzas de idéntico p o d e r : el bien y el mal. N o . D i o s , en quien no h a y tinieblas, es el origen único d e todas las cosas. P e r o esto no h a c e sino a g u d i z a r m á s la p r e g u n t a : ¿ de dónde viene el m a l ? Si su origen n o p u e d e r a d i c a r en un p o d e r m a l v a d o y eterno, t e n d r á q u e ser Dios su v e r d a d e r a causa, p e r o ¿ c ó m o .puede serlo, siendo él e t e r n a m e n t e b u e n o ? T o d a la S a g r a d a E s c r i t u r a enseña que Dios n o es la c a u s a del mal, s i n o su enemigo. Y al m i s m o t i e m p o nos m u e s t r a d ó n d e hemos de b u s c a r la fuente principal de la m a l d a d y del d o l o r : en la libertad de la c r i a t u r a libre, que c o r r o m p e su p r o p i a bondad. Se nos revela que el pecad o es el mal m á s hondo del m u n d o (véase el capítulo «El poder del p e c a d o » ) . 249-260 P e r o t a m b i é n p a r e c e h a b e r dolor y sufrimientos que no están en conexión visible con el pecado, sino q u e p r o c e d e n del crecim i e n t o del m u n d o , de su c a r á c t e r evolutivo. Sigúese que la m i s e r i a d e este m u n d o t i e n e doble r a í z : el p e c a d o y el p r o c e s o evolutivo del m u n d o . A h o r a bien, si por lo m e n o s u n a p a r t e del m a l n o es a c h a c a b l e al p e c a d o , ¿ n o s e r á D i o s responsable por lo m e n o s de

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esta parte? Y aun la parte que le toca al pecado cometido por el hombre ¿se puede separar por completo de la acción de Aquel que lo tiene todo en su mano ? Antes de acometer seriamente esta cuestión, hemos de aclarar un punto: al afirmar que cada cosa particular y cada acontecimiento en cuanto tales proceden enteramente de Dios, tal como ellos son, afirmamos más de lo que podemos saber por la fe. Nos forjamos nuestra propia idea de la omnipotencia de Dios en cuanto acumulamos simplemente todo lo que podemos imaginar y afirmamos luego: la omnipotencia de Dios consiste en poder hacer todo esto. Pero en "realidad no hemos hecho más que construir — perdónese la expresión— un «robot» perfecto en el cielo con los elementos de nuestras propias ideas. Luego podemos, naturalmente, echar la cuenta exacta de lo que Dios ha dejado de hacer, y decir de dónde viene toda la miseria del mundo. Pero ¿por dónde sabemos realmente que Dios es omnipotente de la manera que nosotros nos imaginamos? Tal vez sea su omnipotencia más inaprehensible, más maravillosa — más omnipotente precisamente — de lo que nosotros podemos imaginar. Partiendo de la revelación divina, podemos decir, sin duda, que el todo viene de Dios; pero esto no es decir que podamos atribuir completamente a su actividad cada acontecimiento en concreto. Los hombres y las cosas tienen también su actividad propia, van en cierto sentido por su propio camino. Y éste puede ser torcido, un camino que, en sí mismo, se aparta del todo, una actividad, por tanto, por la que los hombres y cosas, tomados en sí mismos, no llegan a ser completamente «ellos mismos» (es decir, ni ocupan de hecho el lugar, ni se comportan del modo que les haría buenos en el todo). En consecuencia, no están tomados en sí mismos, completamente llenos, inundados por Dios. Por eso, hablando de un crimen o de una catástrofe no podemos decir sin más: esto viene de Dios. El dolor y el mal, como tales, van contra el todo, y, por ende, contra el designio de Dios. En ellos nos encontramos con lo que no es Dios. (Es extraordinariamente difícil reflexionar sobre el mal, porque tiene un grado y una especie de realidad que no son las del bien. El mal no puede existir por sí mismo. El mal está siempre mezclado con el bien, es siempre corrupción de algo 43i bueno. Es algo que implica tanta presencia y tanta ausencia como una partición o una amputación.) Sabemos, pues, por la fe que no podemos atribuir sin más el mal a Dios; pero sabemos también que Dios puede sacar bien del mal, guiar el mal hacia el bien, hacia el todo. En este sentido, aun en el dolor y la desdicha — y precisamente en ellos — hemos de saber que «no cae un gorrión en el suelo sin que lo sepa nuestro Padre del cielo», y que «los cabellos de nuestra cabeza están con-

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tados». Tal es la buena nueva de la fe: todo está en manos de Dios, todo lo llevará Él a su término a despecho del mal y hasta por medio del mal. Referido, pues, a la realidad total, todavía hay sitio para el mal. Pero si decimos que Dios es, «por tanto», autor del mal, afirmaríamos más de lo que podemos decir. En ningún modo debemos colocar en la perspectiva de lo menos bueno en nosotros a Aquel que, en lo mejor que tenemos, hemos llegado a ver como absolutamente bueno. Él es precisamente el enemigo de todo dolor y de todo mal. No pasa lo mismo con lo que sentimos como bueno y apetecible. Cuando las cosas y el hombre son ellos mismos y están en armonía con el todo, es decir, con el universo y con los designios de Dios, reconocemos a Dios y le damos gracias en las mínimas cosas, pues Él es «amigo de la vida» (Sab 11, 26). «•No aborreces nada de lo que has creado» A través de la Sagrada Escritura podemos seguir el desarrollo progresivo de la revelación divina; va consiguiendo mayor pureza y retorna a las expresiones más primitivas para corregirlas. La intención es siempre la misma: presentar a Dios como protector y fuente de todo bien; pero al principio se expresaba esta idea presentándolo como causa de mal para los enemigos. Así se dice, por ejemplo (Éx 10, 20), que «Dios endureció el corazón del faraón» ; pero en otro pasaje (Éx 9, 34) se dice más exactamente que «el faraón endureció su corazón». Lo mismo cabe observar en los capítulos 1 y 2 del libro de Job. De un lado se dice: «El Señor lo dio, el Señor lo quitó.» De otro lado, la misma narración da a entender que es un poder malo «el que quita». Instructivo es también comparar 2 Sam 24, 1 con 1 Cró 21, 1. Teniendo esto en cuenta, se pueden entender mejor algunas frases como éstas: «El Señor mata y da vida» (1 Sam 2, 6-7). «El Señor hace pobre y rico» (ibid.). El verdadero mensaje contenido en estas sentencias no es que Dios sea autor del mal, sino que expresan a grandes rasgos y sin matizar que Dios tiene en sus manos el mundo entero, y lo tiene para llevarlo al bien. Todo el cántico de 1 Sam 2, 1-10, tomado en conjunto, deja transparentar el mismo mensaje, por muy ruda que sea la forma de expresarse. El Nuevo Testamento presenta con mayor claridad aún esta alegre nueva: todas las acciones y dichos del Señor, sus parábolas, sus curaciones y el nombre de «padre» que nos enseña a dar a Dios, lo atestiguan. El Nuevo Testamento nos dice a este respecto

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que Dios hace salir el sol sobre los buenos y los malos, pero nunca dice que Dios envíe catástrofes para castigar a los hombres. Ni siquiera cuando Jesús anuncia la destrucción de Jerusalén dice expresamente que es un castigo enviado por Dios. Cuando se habla de catástrofes, aparece más claro que en el Antiguo Testamento que el mal se castiga a sí mismo. Cierto que el Nuevo Testamento refiere, a título de ejemplo y comparación, los castigos terrestres que toma del Antiguo Testamento (así 1 Cor 10, 1-11 y 2 Pe 2, 1-10), pero aquí se toman como imágenes de la reproba104-106 ción eterna. El Nuevo Testamento la presenta con la mayor energía : «Temed más bien a quien tiene poder para hacer que parezcan cuerpo y alma en la gehenna» (Mt 10, 28). Pero ya vimos que en la condenación eterna no se trata de un castigo de Dios que viene de fuera, sino de la obstinación en el alma, que el hombre opera 459-460 en sí mismo. Dios está siempre dispuesto a salvar. «Él no aborrece nada de lo que ha creado» (cf. Sab 11, 24). Acaso pueda decir alguien que el Nuevo Testamento emplea a veces expresiones que, tomadas literalmente, pueden ser mal entendidas. Así la petición del padrenuestro, en su tenor literal, dice: «No nos lleves a la tentación.» Tal vez para deshacer este equívoco añada san Mateo a continuación: «Mas líbranos del mal»: la tentación viene del malo, no de Dios. Toda la Escritura proclama con creciente e inequívoca claridad que de Dios no viene el mal, sino sólo el bien. «Todo lo que pidiereis al Padre en mi nombre» Pero cabe preguntar aún: Si tanto los hombres como las cosas tienen su propia actividad que puede resultar perniciosa y que no se la podemos atribuir a Dios, ¿ puede influir éste sobre ella ? ¿ Tiene sentido pedir el buen Espíritu ? ¿ Se puede pedir a Dios — cosa que se nos hace aún más problemática — que aparte de nosotros las catástrofes y enfermedades ? ¿ Puede intervenir Dios siquiera en ellas, interponerse y suspender las leyes de la naturaleza ? Comenzando por esto último: nada nos obliga a suponer que para que Dios oiga nuestra oración, haya de dejar de lado los factores terrenos. Nada sabemos de esto. No sabemos cuántas fuerzas operan en este mundo de Dios, ni lo profunda que es la creación. Sólo 108-109 sabemos con certeza, por la resurrección de Jesús, que Dios actúa en este mundo para acabarlo y sacar de él una nueva creación. La creación es, pues, más profunda, más vasta y de más remotas perspectivas de lo que nosotros podemos imaginar con nuestras apreciaciones humanas. De nuestra oración podemos afirmar 117-122 por la fe que cuando oramos, nos abrimos a la acción del Señor resucitado en la creación, nos abrimos a las fuerzas de la nueva

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creación. Éstas no se interfieren con el mundo existente, sino que le hace ser más él mismo, le ayudan a realizar más aún su verdadero destino de bondad. Por la oración, removemos los obstáculos que se interponen a la virtud de Cristo en nosotros, de forma que la creación nos descubre un poco de su sentido último. También en las curaciones y hasta en el buen tiempo. Es lícito pedir estas cosas, y se conceden cuando están de acuerdo con el misterio de Cristo, que se despliega ya de esta manera en la creación presente. Por las oraciones escuchadas en los evangelios, en la historia de la Iglesia y en nuestra propia vida, sabemos que Dios oye la oración 120-121 nacida de una fe firme. «Con él estoy en la tribulación»

(Sal 91)

Pero los interrogantes nos siguen apremiando. ¿ Cómo es que la eliminación de un dolor está unas veces de acuerdo con el misterio de Cristo, y otras no? ¿Por qué tenía que morir esta madre y dejar a su numerosa familia? ¿No hubiera podido impedir Dios esa muerte? Cuando murió Lázaro, la gente se hacía la misma pregunta: «Y éste, que abrió los ojos del ciego, ¿ no podía haber hecho también que este hombre no muriera?» (Jn 11, 37). ¿Qué responde el Señor? Jesús deja entrever algo de un orden superior: la gloria de Dios (11, 4) y una fe más profunda en los testigos del milagro (11, 42). No sólo sus palabras, sino también sus acciones predican a Dios: da vida y mayor alegría, gloria y fe que si Lázaro no hubiera muerto. Se aprovecha el dolor para ponerlo al servicio de la paz definitiva. Pero aún vemos algo más, y este algo nos dice sobre Dios una cosa que jamás debemos alejar de nuestra memoria : el Señor llora. La victoria de Dios sobre este dolor es todo menos una tranquila e indiferente permisión. Pero, se podría objetar, la gloria de Dios se manifiesta aquí a costa de la vida de Lázaro, pues al fin tuvo que morir para ello. Para responder, fijémonos en el mismo Hijo de Dios en el huerto de los olivos. Uno de los discípulos echa mano a la espada (éste es nuestro sentido del poder y la salvación). Jesús le dice: «¿Crees tú que no puedo acudir a mi Padre, y que inmediatamente me enviaría más de doce legiones de ángeles?» Pero Jesús prosigue: «Pero ¿cómo se cumplirían entonces las Escrituras?» (Mt 26, 53-54). Existe un plan, hay un todo más grande y más glorioso, y, consiguientemente, no hay que esperar aquí la intervención de la omnipotencia de Dios. Estaría fuera de lugar. Sin embargo, esto no se afirma tranquila y serenamente; no, a Jesús le costó tanto que le hizo sudar sangre. En su propia carne se vio atado a la miseria y la sufrió. He ahí la imagen de su omnipotencia: llora por un

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amigo, y cubre con un sudor de sangre la angustia ante su propia muerte. ¿Hubiera sido posible de otro modo? ¿No hubiera sido mejor un camino más fácil ? ¿ Quién lo puede saber ? Lo único que con certeza podemos decir es que Dios no permite tranquilamente el mal, como si dijéramos con los brazos cruzados. En Jesús, imagen del Invisible, vemos cómo es Dios. Aun en su lucha contra el dolor y el mal hasta derramar su sangre, hemos de oir a Jesús que nos dice: «El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Jn 14, 9). La expresión «Dios permite el mal» tiene el sentido de que Dios puede sacar bien del mal, y en este sentido la frase es correcta. Pero no dice cómo saca Dios bien del mal, y en este sentido puede inducirnos a error. Mejor y más exacto es decir que Dios lucha contra el mal y nos libra del mal. Ésta es su obra. Y nos invita a luchar con Él. También en nuestro amor, en nuestro espíritu de servicio, en nuestro trabajo lucha Dios contra el dolor y el mal. 22

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Dios es muy otro de lo que nos

imaginamos

¿ E r a de todo punto necesario plantear aquí, al fin del libro, la cuestión del mal ? ¿ No podíamos haberla planteado antes y dado así a este capítulo final un tono más claro y optimista? N o ; pues precisamente por la respuesta al problema del mal nos lleva Dios a su luz verdadera. Precisamente en la lucha de Jesús contra el pecado y la muerte, nos revela el Inefable lo más íntimo de su misterio. Por nosotros mismos, nos imaginamos pertinazmente a Dios como un poder, un amor y una verdad infinitos, pero vagos y nebulosos. Por el contrario, el poder de Dios se revela al máximo en la impotencia de Jesús que muere con nosotros y así vence a la muerte. La belleza de Dios aparece como horrible fealdad: «Lo reputamos como un leproso» (Is 53, 4). La santidad de Dios no aparece solamente como intangibilidad, separación infinita; tambien se manifiesta en Cristo, que trata con los pecadores y condesciende con aquellos a quienes quiere renovar. La verdad de Dios no aparece como frío saber, sino como sentir y consentir inspirados por el amor. (Por eso, tampoco se encuentra a Dios por el frío saber, sino por algo tan cálido y absoluto como la fe.) Y la inmensidad de Dios no aparece como lo que llena uniformemente el universo, sino como convivencia con nosotros en la alegría y el dolor: «Porque donde estén dos o tres congregados por razón de mi nombre, allí estoy entre ellos» (Mt 18, 20). La verdadera revelación de Dios se nos muestra cálidamente, humana, llena de amor y más fuerte que la muerte. Cuanto más ampliamente y a fondo indagamos su misterio, más nos lleva a la vida cotidiana, la del 476

diario quehacer, en la que Él está presente, en medio de nuestra sencilla alegría y nuestro sencillo sufrir. El Dios

viviente

Si ahondamos por la oración en este misterio, comenzaremos a comprender que toda la vida del hombre está puesta a buen recaudo en un amor eterno. Al llevarnos Jesús al Padre y llenarnos de su Espíritu, quedamos envueltos en un misterio de amor. La más eminente gloria de Dios se muestra en que podemos ser familiar suyo. No nos atrevemos a explicar con breves palabras este misterio del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y vacilamos porque sabemos que, para conocer a Dios, no debemos abandonar el lugar al que nos ha llevado su revelación: la vida ordinaria, el mundo de los hombres. No debemos perdernos en no sabemos qué profundidades insondables, pues nuestra fantasía se imaginaría algo así como tres círculos entrelazados. O nuestro pensamiento comenzaría a formar ingeniosas combinaciones de los números 1 y 3, y pasaría de largo por la riqueza de la revelación bíblica. La Biblia no emplea jamás la palabra «tres» al hablar de este misterio, como, por lo demás, tampoco la emplea ninguno de los símbolos de la fe. Esto no quiere decir que lo podamos evitar de todo punto, pero debería servir de advertencia para no buscar demasiado aprisa una fórmula breve, cuando se trata de predicar un misterio que contiene en sí todos los misterios. La enseñanza religiosa de hoy fija la atención de los niños sobre todo en el Hijo, el cual nos habla del Padre y ama al Padre. En Pentecostés, hablase del Espíritu Santo que envían Jesús y el Padre ; pero sólo después de varios años de catequesis se emplea el término «trinidad». Pero también vacilamos en tratar este misterio en forma bíblica. Al término de este libro, en el que todo nos habla del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, un «tratado» de este misterio en unas pocas páginas lo aislaría del conjunto. Habríamos de repetir hasta sus pormenores lo que hemos dicho acerca de Jesús de Nazaret, 123-124 de su obediencia a la voluntad del Padre, de su pasión y de su 151-153 gloria en Dios. Su destino significa y contiene el eterno amor entre el Padre y el Hijo. El Padre y el Hijo envían al Espíritu a este mundo, el Espíritu que es una sola casa con el Padre (1 Cor 2, 10) y una sola cosa con el Hijo (2 Cor 3, 17), el amor personal entre el Padre y el Hijo, como lo simbolizó la paloma que descendió sobre Jesús mientras se oía: «Éste es mi Hijo amado» (Me 1, 93-95 10). El mensaje de la Escritura nos enseña tan claramente la

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distinción del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y al mismo tiempo su divina unidad, que no podemos sino confesar un solo Dios en tres personas «Porque en Él fue creado todo-» Experimentaremos todo esto si procuramos vivir con Cristo Si por el Espíritu de Cristo y del Padre conformamos con Él nuestra vida, nos aparecerá claro que nuestra existencia, aparentemente tan insignificante, procede del Padre y al Padre refluye juntamente con Cristo Él — el Hijo — es «el primogénito de toda criatura» (Col 1, 15) El Hijo y la creación son inseparables Puesto que el Hijo nace en Dios, el mundo humano y, por ende, cada hombre en particular proceden, en Él y por Él, de Dios, primer principio Asi, el amor uno y trino nos permite sospechar cual será la 265 366 respuesta a la pregunta ,; por qué existe t o d o ' El mundo ha sido creado porque en el mismo Dios hay generación, hay este Espíritu de amor al Primogénito «Todas las cosas tienen en Él su consistencia» (Col 1, 17), en Él, en el Hijo «Todas las cosas fueron creadas por medio de Él y con miras a Él» (1, 16). Imaginémonos la inmensidad del universo Ahondemos en las estructuras más pequeñas de la materia Consideremos cosas aún más maravillosas el espíritu del hombre con su conciencia, el corazón con su amor Sí, más maravilloso, más rico que las estrellas del espacio, aun en el aspecto científico, es el hombre El niño más pequeño que juega en la calle, es una realidad llena de misterio Parece ser cosa más ordinaria que el sol, pero no es así El niño puede conocer el sol y alegrarse cuando brilla, mientras que ningún sol puede conocer a un niño y alegrarse de verlo jugar El uno vive y el otro no El sol es de oro, porque el niño tiene ojos El sol es hermoso, porque el hombre tiene corazón El niño puede llorar, si no recibe amor, los cuerpos celestes no saben de la existencia del amor Un hombre es más rico y hasta más real que las estrellas ígneas del espacio Abramos, pues, nuestros ojos a todo lo que existe, y abramos también nuestro corazón al mensaje que dice «Todo esto fue creado por medio de Él y con miras a Él » Él es el primogénito En todas las palabras calladas que la creación nos habla, está Él pre4649 senté, el Verbo de Dios Nosotros creemos que este Verbo, el Verbo de la vida, se hizo hombre y habitó entre nosotros En medio de esta creación, que fue hecha por medio de Él y para Él, se reveló allí donde la realidad es más real, las tinieblas más tenebrosas, el dolor más pungente, pero también la luz puede ser más clara, la vida mas hermosa, el amor realmente amor en medio de los hombres Él es el Hijo del hombre y, como tal, quiere entrar en comu478

nión con nosotros. Por eso es también «cabeza del cuerpo de la Iglesia, el principio» (Col 1, 18). Si le abrimos nuestro corazón, viviremos en armonía con nuestro principio, con el hontanar pri- 428-429 mero de todas las cosas. No se puede decir, no se puede comprender ni abarcar nuestra participación en la vida de Dios. Es misterio más universal y más grande que cuanto somos capaces de imaginar. Y, sin embargo, no nos oprime ni deprime. Al contrario, nos da vida. En verdad «Dios levanta mi cabeza» (Sal 3, 4). Somos hijos e hijas del Dios vivo, hermanos y hermanas del «primogénito de entre los muertos» (Col 1, 18). Así, toda la revelación y, sobre todo, el amor personal 452-453 de Jesús a las personas humanas, es testimonio de que Dios no quiere dejarnos diluir en un nirvana inefable, pero inconsciente. 32-33 Él hizo al hombre a su imagen y semejanza, para que no perdamos la personalidad señera que de su amor recibimos, sino que la despleguemos en la familia, en la educación de los hijos, en nuestro trabajo y recreación, a través de nuestro dolor y a través de la muerte. Dios es amor Podemos sospechar los motivos que mueven a Dios a llevar su creación hasta tal término, si pensamos en lo que creemos acerca de la propia vida de Dios. En el misterio del amor uno y trino de Dios se nos insinúa una respuesta a la pregunta esencial sobre el hombre: ¿ por qué somos lo que somos, criaturas capaces de conocer, engendrar y amar ? No podemos expresarnos más que con 132-136 palabras humanas, pero aun así no nos resignamos al silencio, llenos de asombro ante el último por qué. ¿Y cómo ha podido brotar esta idea: «conocer», «engendrar», «amar» ? No ha podido surgir en un momento dado. Es, porque Dios es amor. Él no es el misericordioso, pero solitario Alah. El misterio de Dios no es 262 un misterio de soledad, sino de comunidad de ser: de conocer, engendrar y amar, de dar y recibir. Y por eso somos nosotros lo que somos. Para el hombre, existir es poder participar en lo que es Dios: amor. En nuestra vida diaria, a menudo tan gris, o tan trágica, o tan complicada, en que mil cosas solicitan apremiantemente nuestra atención, brilla esta luz de Dios, que nos ilumina: el amor. Ésta es la luz que debe alumbrar nuestro camino, si no queremos errar la meta de nuestra existencia: «Hijitos, no amemos de palabra ni con la lengua, sino de obra y de verdad. En esto conoceremos que somos de la verdad... Si uno tiene bienes del mundo y ve a su hermano en necesidad y le cierra sus entrañas, ¿cómo permanece en él el amor de Dios?» (1 Jn 3, 18-19.17). 479

De buena gana terminaríamos este libro con un bonito final, con una postrera pincelada; de buena gana diríamos: ¡ Mirad, ahí está Dios i Pero no puede ser. Dios mismo baja de los bellos cuadros e iconos y se esconde en el que tiene necesidad de nosotros y dice: Buscadme aquí. Se oculta en los pequeños de la tierra y nos dice: aquí me habéis de buscar. El que quiere vivir con Dios, no está nunca ante el final sino ante un nuevo comienzo, como comienza cada vez el nuevo día. Todas las palabras y signos de vida que nos da el evangelio para nuestro camino nos dicen: «Amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y al prójimo —mandamiento semejante al primero— como a ti mismo.» ¿ Quién no se siente débil ante tan gran mandato ? ¿ Quién no se percata de su fallo frente a tal Dios, pero no sólo como individuo, personalmente, sino también colectivamente como familia, su pueblo, Iglesia y humanidad? Y, sin embargo, no hay otro camino hacia la vida, sino amar. Fuera del amor, no hay modo de encontrar el espíritu del Dios unitrino. Pero si nos decidimos a entrar con el Hijo del hombre por esta senda estrecha, podremos aplicarnos, como dirigidas a nosotros, las palabras que siguen a las anteriormente citadas: «Y tranquilizaremos nuestro corazón ante Él, aun cuando nuestro corazón nos reprenda, PORQUE DlOS ES MÁS GRANDE QUE NUESTRO CORAZÓN.»

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APÉNDICE I

P U N T O S DISCUTIDOS

1. La concepción

virginal.

El Catecismo, siguiendo la perspectiva general de la historia de la salvación, insiste en el significado siempre actual de los relatos bíblicos; en consecuencia, presenta la encarnación como el don supremo del amor de Dios, que se realiza por encima de todas las posibilidades humanas, pero sin adentrarse en el aspecto biológico (concepción virginal, parto virginal). Según el sentir de los críticos, no se presta en él suficiente atención a los hechos concretos, históricos, tal como aparecen consignados en las páginas sagradas y, en consecuencia, puede haber el peligro de que el lector se contente con una interpretación meramente simbólica. Ante tales reparos, los autores modificaron su primera redacción para la edición alemana no venal de la obra, en la forma siguiente: «Este cumplimiento supera todas las posibilidades del hombre, más que en cualquier otro nacimiento. Nada en el seno de la humanidad, nada en la fecundidad humana, es capaz de suscitar a aquel de quien depende toda humana fecundidad, la aparición de todo nuestro linaje. Éste es el sentido más hondo de lo que anuncian los evangelistas Mateo y Lucas al comienzo de sus evangelios, cuando cuentan que Jesús no debió su origen a la voluntad de un hombre, sino que fue concebido "por obra y gracia del Espíritu Santo", nacido de una doncella que no conoció varón. Estas narraciones han sido entendidas siempre por los fieles en el sentido de que Jesús se hizo hombre sin cooperación de otro hombre. En su concepción, no tuvo José parte alguna. »Si queremos detenernos en este acontecimiento, debemos tener ante los ojos la impresionante línea de las narraciones evangélicas. De lo contrario, se corre peligro de no ver este hecho de 481

salud en su significación, aún ahora válida, y hacer de él, aislado del conjunto, una historia prodigiosa, pero puramente caprichosa, del pasado. Y luego, consecuentemente, se entretejen en torno a él, con espíritu harto romántico, todo género de implicaciones humanas o se quieren sacar, con harta curiosidad, toda suerte de consecuencias biológicas. No propongamos a los evangelios cuestiones sobre las que no escribieron. Prestemos atención a lo que nos quieren decir. Anuncian un hecho bíblico, es decir, un hecho de salud, que es para nosotros una buena nueva, a saber, que el origen de Jesús no se debe a la sangre, ni a la voluntad de la carne, ni a la voluntad de un varón, sino a Dios. De tal altura, de tal lejanía, viene. »Se ha hecho notar que, en todo el Nuevo Testamento, sólo dos veces se menciona el nacimiento virginal, en contraste, por ejemplo, con la muerte y resurrección de Jesús que se predican por doquier. Sobre esto es de notar ante todo, que la muerte y resurrección del Señor constituyen por sí mismas la buena nueva. Decimos incluso que la infancia de Jesús fue escrita en función de este mensaje central. Pero al mismo tiempo es preciso decir, que las dos veces en que se describe la infancia de Jesús, desempeña un papel la concepción virginal. »La mujer en quien se cumplió eí milagro, es María. Siguiendo a Lucas, los fieles han considerado que María no sólo concibió al Señor corporalmente, sino también por la entrega virginal de toda su persona a Dios. Cuando Dios da su gracia, no lo hace sin contar con el hombre, sino en alianza y amistad con los que cooperan con Él. Pregunta a su corazón. De ello hablaremos más adelante. »Ahora bien, cabe preguntar aún acerca de la significación cristológica de este misterio de la fe. ¿Habrá que pensarlo en el sentido de que el hombre Jesús es hijo de Dios debido a que su madre no conoció varón y en la concepción del Señor habría tomado Dios la función de padre? No, toda la tradición cristiana asegura que Jesús no es mezcla de Dios y hombre. El nacimiento virginal, tal como lo presenta la Escritura, muestra la ascendencia divina de Jesús, pero no nos lo presenta como un semidiós. Nacido para nosotros, Jesús es enteramente hombre, enteramente uno de nosotros y, a la vez, enteramente Hijo del Padre. Jesús aparece en este mundo como el gran regalo de Dios a los hombres.» 2.

El pecado

original.

Los autores han cuidado especialmente de presentar el pecado original en un horizonte conceptual amplio: el pecado del mundo. Hay tres puntos, tradicionalmente vinculados entre sí, que el Ca-

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iecismo deja como en penumbra, sin negarlos ni discutirlos: el hecho de una caída en el paraíso, la transmisión de esta caída a todos los descendientes y la peor de sus consecuencias, es decir, la muerte. Nadie desconoce las enormes dificultades que han encontrado siempre los teólogos al tratar de explicar la índole de este pecado — ¿cómo puede ser personal de todos y cada uno de nosotros? y en otro caso ¿por qué nos afecta personalmente? Pero de hecho, se dirá, nada hay tan cierto como la realidad del pecado, de un pecado que toma cuerpo en cada uno de los pecados personales. Y este es justamente el enfoque adoptado por los autores del Catecismo, en su deseo de prescindir en esta obra de especulaciones teológicas, cuyo valor no niega ni discute. Incluso por lo que respecta al pecado, es así. «No se trata principalmente de que el hombre haya pecado y esté corrompido. El hombre peca y se corrompe.»

3.

La satisfacción

de Cristo

Varios son los aspectos que los autores han pospuesto al tratar de la satisfacción de Cristo. No admiten, al parecer, la noción jurídica de satisfacción en el sentido de un Dios que apacigua su cólera por el castigo del culpable. Dios no tiene necesidad de víctimas ni de sangre. Dios quiere el amor vicario de Cristo, que con su amor hasta la muerte, satisfizo al Padre por todos nosotros. Esto es perfectamente ortodoxo. Sin embargo, tal vez queden sin aclarar algunos aspectos tradicionalmente vinculados a la satisfacción de Jesús, tales como su condición de mediador entre Dios y los hombres, su reparación de las ofensas cometidas por los hombres, el haber merecido las gracias que dan acceso a la vida eterna, en una palabra, el haber restituido el linaje humano a su condición de hijos de Dios. Una nueva redacción propuesta por los autores para la versión alemana trata de obviar reparos de los inconvenientes apuntados: «En el pensamiento judío precristiano, tales textos no tuvieron apenas importancia. Jamás se aplicaron al Mesías. Éste había de ser rey y triunfador, no paciente y derrotado. Sólo por lo que Jesús hizo y sufrió comenzaron a aclararse. Eran partes de la palabra de Dios que permitían comprender que esta muerte entraba en los designios de Dios. »Pero ¿cómo? ¿Cómo puede redimirnos la ruina, el sufrimiento y la muerte de alguien? Vamos a detenernos algo más en este punto. »En su empeño de verter en palabras cómo nos redimió Jesús 483

por el sacrificio de su vida, la Escritura echa mano de muchos conceptos e imágenes. Están tomados de la lengua del derecho y del rescate, del culto sacrificial, de la reparación entre hombre y mujer, de la lucha y la victoria. Ahora bien, en determinadas épocas se escogieron precisamente los conceptos jurídicos para describir la redención operada por Jesús. Y hay una idea concreta de justicia, que ha tenido la primacía en ello, según ella, un crimen o un pecado destruyen un orden, jurídico y, consiguientemente, este orden debe ser restablecido sobre todo por la pena y el castigo Si se sigue la línea consecuentemente — y así se ha hecho con frecuencia en la catequesis — se puede llegar a la siguiente interpretación unilateral por el pecado se ofendió a Dios Así, quedó turbado un orden jurídico Para restablecer este orden, el Padre exigió pena y castigo Ahora bien, este castigo no recayó, como hubiera sido justo, sobre nosotros, sino sobre su Hijo. Esta interpretación conduce a una extraña idea de Dios, a una idea de Dios francamente espantosa Lo que dice la Escritura "¿No era menester que el Mesías padeciera todo e s t o ' " , llevó a imaginar a un Dios sediento de sangre para apaciguar su cólera. »Volvamos de nuevo a la Sagrada Escritura De hecho, también ella emplea imágenes jurídieas para describir de algún modo el misterio del pecado y la redención Es obvio expresar la relación entre Dios y el hombre en la terminología del orden jurídico humano No hay alianza sin ley, y no hay rotura de alianza sin transgresión de la ley. Pero el corazón de la ley es la fidelidad, y el meollo de la transgresión de la ley la infidelidad Esto quiere decir, que si sólo se habla en términos de ley y derecho, no se ha dicho aún lo más profundo Las palabras que sólo hacen sospechar un orden jurídico, son expresión de una relación más honda de persona a persona. » También en nuestra vida diaria comprendemos que el orden jurídico y su restablecimiento no son los elementos de más hondo alcance Cierto que a quien ha obrado mal, se le puede oír que dice espontáneamente i Pégame' Es el restablecimiento del orden por la pena Sin embargo, sabemos que esto no es lo más esencial No quedamos afectados primeramente por la violación de un orden, sino por la ofensa irrogada a una persona. El orden envuelve a la persona »Lo cual tiene consecuencias para la reparación. Esta no se ve primeramente en la pena y el castigo, sino en las obras de amor, que reparan el mal hecho a una persona. Si consultamos la Escritura, parécenos que todo su modo de hablar va mucho más allá del mero restablecimiento de un orden jurídico. Las perspectivas se dilatan Lo que adquiere para nosotros valor de satisfacción, no es la pena en sí, sino la bondad, el servicio y obediencia en la

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vida entera de Jesús. Dios no pide en primer lugar pena y muerte, sino una vida de bondad y justicia. Que Jesús la llevara, era voluntad del Padre Que acabara en su muerte, dependió de nosotros. Jesús no retrocedió ante ella. Se sacrificó a sí mismo hasta su muerte. Su muerte de cruz fue su acto supremo de obediencia. Y así podemos decir que su muerte fue voluntad del Padre. Por haber permanecido fiel al mandato del Padre y folidano con el linaje humano pecador, hubo de pasar por esta espantosa quiebra. La sombra de nuestra culpa cayó sobre él. De esta forma demostró su máximo amor. »Así pues, la pasión y muerte en la obra redentora del Señor encierran un grande y especial misterio. El corazón del hombre comprende de qué se trata, aunque ni las palabras ni los conceptos basten para expresarlo adecuadamente. Ni el pecado, ni el dolor permiten expresión más cabal. Se trata del misterio que cantan los cánticos del siervo de Yahveh, y es que precisamente lo doloroso de la satisfacción está relacionado con el hecho de que el pecado tenía que ser reparado. "Fue herido por nuestras iniquidades." La profundidad de los pecados, de nuestros pecados, se ve patente en esta pasión y en esta muerte. Todo pecado destruye en cierta medida la persona y la obra de Cristo. Así, hemos de decir realmente que, con su pena, pagó por nuestros pecados y satisfizo por ellos. Pero guardémonos de aislar esta pena de los valores de redención que hay en el trabajo y vida de Jesús. Pero ante todo, no pensemos que las palabras. " ¿ N o tenía que sufrir todo esto el Mesías ' " , quieran decir que la ira del Padre no se aplacaría mientras no corrtera la sangre. No, estas palabras quieren decir que la maldad de los hombres que aniquilan la vida de Jesús, ocupa un puesto en el plan salvador de Dios, y que este curso de los acontecimientos encierra un misterio muy peculiar de pecado y muerte, de amor y vida. A la verdad, por morir al pecado, por permanecer enteramente fiel a la voluntad del Padre y fiel a Él hasta la muerte, Cristo aniquila el pecado, pues resucita para la vida. »Para entender lo mejor posible todo esto, vamos a analizar aún algunas expresiones del Nuevo Testamento. »Se dice primeramente que Jesús nos rescató por su muerte. ¿No va aquí como de suyo implícito el pago de un precio que restablece el o r d e n ' "Rescatar" es una palabra tomada del Antiguo Testamento y alude a cómo rescató (redimió) Dios a Israel de la servidumbre de Egipto. Pero en Egipto no se pagó precio alguno. Al contrario. Esta expresión quiere decir, pues, que el pueblo volvió a ser propiedad de Dios. Aunque Pablo dice. "Habéis sido comprados a precio" (1 Cor 6, 20, 7, 23), no hay por qué entenderlo en el sentido de una transacción. El significado puede ser es cosa sellada y definitiva. Puede referirse también al trabajo que a Jesús 485

le costamos. Se trata de que la muerte de Jesús nos hace de nuevo propiedad de Dios, pueblo de Dios. Se trata del restablecimiento de la alianza. »Otro concepto es el de reconciliación. Somos reconciliados por la muerte de Jesús. Esta palabra se entiende a menudo en el sentido de que un Dios iracundo se concilia de nuevo con el hombre. Pero miremos bien cómo emplea la Escritura esta palabra. "Y todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo mismo por medio de Cristo" (2 Cor 5, 18). "Cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios mediante la muerte de su Hijo" (Rom 5, 10). No es Dios quien se reconcilia, sino que nosotros somos reconciliados con Él. Así emplea la Escritura la palabra reconciliación. No evoca la imagen de un Dios airado, que se torna amigable, sino de un Dios creador que nos perdona por el sacrificio de la vida de Jesús. De enemigos pasamos a amigos. Se sana nuestra infidelidad, nuestra ruptura de la alianza. La salud es el restablecimiento de la alianza. ¡¡•Indudablemente, la Biblia emplea a veces la imagen humana del Dios airado que se calma; pero si se consideran bien las expresiones del Nuevo Testamento parece que, a la postre, es el hombre quien recibe la reconciliación y empieza a ser otro. Lo que el hombre experimenta y expresa como cólera de Dios, es en esencia su propia maldad. La ira de Dios sirve para expresar el hecho de que, aunque queramos lo malo, Dios toma en serio nuestra libertad. Nos acepta como rebeldes y como a tales nos trata. Pero nos sigue amando al mismo tiempo. Nuestro endurecimiento hace para nosotros del amor y luz de Dios un fuego abrasador. Pero ¿no habla la Escritura de la justicia de Dios en conexión con la redención operada por Jesús ? ¿ No ha de entenderse esta expresión en el sentido de una exigencia jurídica que reclama la pena hasta que se restablezca el orden? N o ; cuando se habla de redención, se trata de la justicia de aquel que "justifica al impío" (Rom 4, 5). Más bien que de una acción judicial, se trata aquí de justicia en el sentido de fidelidad, de fidelidad a la alianza. Dios mantiene la alianza por más que la destruya la infidelidad humana. »Y se habla también de la sangre, palabra importante para entender la obra de Jesús. La Escritura expresa con ella la profunda semejanza entre el sacrificio de la vida de Jesús y los sacrificios de alianza y expiación del Antiguo Testamento. Su sacrificio es la culminación de todos estos sacrificios, su definitivo cumplimiento. Él no ha menester "ofrecerse muchas veces a sí mismo, como el sumo sacerdote, que entra, año tras año, en el lugar santísimo con sangre ajena... Y así como está establecido para los hombres el morir una sola vez, y tras de esto el juicio, así también Cristo se ofreció una sola vez para quitar los pecados 486

de muchos" (Heb 9, 25. 27-28). "Porque esto es mi sangre, la de la alianza, que es derramada por la humanidad para perdón de los pecados" (Mt 26, 28). »Los grandes símbolos de la humanidad tienen siempre riquísima y múltiple significación. Ya lo vimos en el símbolo del agua. Y por lo mismo, tampoco la sangre puede resumirse en una sola idea. En la nueva alianza quiere decir: ser matado como víctima (Mt 26, 28), dar vida (Jn 6, 53), purificar (Ap 7, 14), unir (Me 14, 24). Cuando se trata de sangre sacrificial, no hay que pensar sólo en una vida que se da a Dios como precio. En el Antiguo Testamento la víctima no es en primer término un ser que es castigado en lugar del pueblo. Se da más bien a Yahveh, y muy señaladamente, su sangre (según las ideas del Antiguo Testamento, la sangre era asiento de la vida). Esta sangre pertenecía, por el sacrificio, a Yahveh; pero era precisamente devuelta para rociar con ella al pueblo. Esto expresa la alianza: que Dios e Israel tienen la misma sangre ( = vida). Hermandad de sangre, parentesco casi, se diría, de sangre. Naturalmente, en el sacrificio de Jesús es desde luego un momento importante y de mucho alcance que su sangre sea dada al Padre. Pero no nos paremos aquí, como si se tratara de una transacción unilateral. La sangre se da a Dios, para ser la dádiva que Dios nos hace para salud y alianza, para darnos la vida en una nueva alianza en su sangre. »Cuando luego, en la eucaristía, ofrecemos el sacrificio señero de Jesús, no se paga un precio al Padre airado. La sangre de Jesús es ofrecida al Padre, a fin de que nos sea devuelta y vivamos en una nueva alianza. Una nueva alianza en su sangre. »Otro término importante que emplea Pablo para describir la redención es, finalmente, la palabra pecado. En un lugar dice: "Al que no conoció pecado, lo hizo por nosotros pecado, para que en él llegáramos a ser justicia de Dios" (2 Cor 5, 21). Tampoco en estas condensadas expresiones se da a entender que Dios obrara como si Jesús fuera pecador y luego hiciera caer, en justicia, el castigo sobre su cabeza. Las palabras del apóstol quieren decir más bien que Jesús entró plenamente en nuestro mundo caracterizado por el pecado, a fin de darnos su santidad. Se hizo un maldito, pendiente del madero, para librarnos en él de la maldición por nuestras transgresiones. »Hemos ahondado en todas estas expresiones para hacer ver que no debemos restringirlas hasta el punto de que sólo quede la imagen de un Dios que acepta la pena de Jesús como castigo vicario. Mejor es decir que el Padre necesita la vida de Jesús como amor vicario. Ahora bien, el que quiere amar en este mundo, tropieza con una existencia en que no es posible amar. Aquí aparece el misterio del pecado y la pena. Jesús vino a ser la víctima, que, 487

de hecho, por la pena y la muerte satisfizo por nuestros pecados, y en ello radica un amor peculiarísimo y una peculiarísima fecundidad. Cuando entonces lo matamos los hombres — todos nosotros —, ni Jesús ni el Padre nos volvieron la espalda. Así aniquilaron el pecado del mundo. En el mayor pecado se manifiesta el mayor amor.» 4.

La ofrenda sacrificial y propiciatoria

de la cruz

En varios pasajes de la obra se hace alusión al sacrificio de Cristo, concretamente, al tratar de la institución y significaciones de la eucaristía y de la obediencia de Cristo. Sin embargo, al tratar explícitamente del sacrificio de la cruz (pág. 271-273) insisten los autores en el valor de la obediencia de Cristo hasta la muerte, obediencia que es servicio a Dios y a los hombres. En este contexto analizan cierto número de términos bíblicos, tradicionalmente vinculados a la idea de sacrificio, tales como el «rescate», la «reconciliación» y la «sangre». Lo que se quiere exponer en este pasaje, es en qué consiste el carácter redentor de este sacrificio de Cristo. Los autores del Catecismo, pensando sin duda en la mentalidad de sus lectores, que ya no comprenden cómo Dios pueda tener necesidad de víctimas para aplacarse, hacen hincapié en el carácter sacrificial de la vida de Cristo —vida de obediencia, de servicio y de amor — ofrecida por todos nosotros. Y cuando hablan de la «sangre», explican que no es tanto un don ofrecido a Dios — a la manera de las víctimas del Antiguo Testamento — cuanto un don que Dios nos hace. Pero entonces cabe preguntar, si la idea profunda de sacrificio, como ofrenda a Dios por parte nuestra, no quedará obscurecida en favor del otro aspecto, es decir, el don hecho por Dios a los hombres. En otros términos, según la doctrina tradicional, la sangre de Cristo, ofrecida a Dios, encierra en sí el verdadero sentido del sacrificio, y tiene verdadero carácter propiciatorio (aplacar la justa severidad de Dios) y satisfactorio. Esta doctrina, que al parecer de los teólogos es doctrina católica firme, es para los autores del catecismo la expresión antropomórfica (y jurídica) de una idea ciertamente teológica: el sacrificio de Cristo, que con su vida, amor y obediencia satisfizo al Padre por todos nosotros.

5. El sacrificio

eucaristico

Tradicionalmente se suelen distinguir dos aspectos e"n la eucaristía: la eucaristía como sacrificio y la eucaristía como manjar. Pero aunque solamente son dos aspectos de una misma realidad, no se debe pasar por alto ni omitir ninguno de ellos. La afirmación 488

del Catecismo holandés «Nosotros nos asociamos al único sacrificio, precisamente cuando comemos de él» parece negar o dejar de lado el aspecto sacrificial que la eucaristía tiene en sí misma. Para salir al paso a este posible equívoco, los autores sugirieron esta nueva redacción del párrafo aludido «El sacrificio que celebramos es el sacrificio único de Cristo En la sagrada eucaristía se hace realmente presente entre nosotros el sacrificio de su vida Y el sacrificio único, la carne y sangre de Jesús, es el que propiamente ofrecemos. »Por eso no está bien acentuar demasiado la preparación del pan y el vino, como si fueran la oblación por parte nuestra No, esta acción solemne, que ha conservado el nombre de ofertorio, no es la acción sacrificial Ésta sólo tiene lugar en el canon y en la comunión Sí, también en la comunión, porque no hay mejor manera de disponernos a hacer lo que dijo el Señor Tomad y comed Lo que a Dios le ofrecemos es más bien el propio don que Él nos hace » 6

La presencia

eucaristía

La dificultad, en lo referente a este punto, consiste en que, al parecer de los críticos, no se subraya con la suficiente claridad la presencia eucarística en sí misma, como distinta de cualquier otra presencia del Señor, en su Iglesia por ejemplo Sería necesario resaltar más la presencia real de Cristo bajo las especies sacramentales (de pan y vino) como consecuencia de las palabras de consagración pronunciadas por el sacerdote. He aquí las aclaraciones aducidas por los autores del Catecismo «Estas disquisiciones no deben entenderse como si la presencia de Cristo en la sagrada eucaristía no fuera más que su present í a vivida ahora simbólicamente en los fieles presentes En tal caso entenderíamos falsamente lo propio de esta presencia así perceptible en medio de nosotros N o , en cuanto la Iglesia hace lo que Jesús le encargó, está Él presente en la eucaristía Esta presencia eucarística no depende de la presencia de los fieles, pero está esencialmente unida con la recepción con fe del cuerpo de Cristo En efecto, el mandato que obedecemos, reza Tomad y comed El Señor está allí como una invitación que se nos dirige, como un llamamiento que se nos hace Nada se disipa en vaguedades, al contrario, se nos da lo que tan apremiantemente necesitábamos los hombres un símbolo que además crea una auténtica realidad ¡»

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7. La conversión

eucarística

Lo esencial de las objeciones presentadas a este respecto, estriba en que al hablar de la conversión eucarística, se alude al término transubstanciacwn — cambio de substancia — mencionado solamente por el concilio de Trento y ratificado por los romanos pontífices hasta el mismo Pablo vi Toda explicación teológica, que intente buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después de la consagración... La nueva redacción propuesta por los autores, dice así «Las cosas materiales no tienen una realidad íntima para sí, lo específico de ellas, su esencia, lo que Dios intenta con ésta, es su referencia al hombre Exactamente a la inversa de como se pensaría si se consideran las cosas superficialmente Uno dina que los átomos y moléculas de que constan las cosas, son lo más propio de ellas, mientras su significación para nosotros es algo adventicio y accidental Pero lo cierto es que el "estar ahí" para nosotros, constituye precisamente la esencia más profunda de las cosas, y su estructura físico-química es exterior, fenómeno o apariencia que impresiona nuestros sentidos. »La esencia, por ende, más profunda del pan y el vino consiste en ser alimento terreno del hombre Esta esencia del pan se hace en la santa Misa totalmente otra, pues la carne de Jesús se convierte en alimento para la vida eterna El pan puede recibir nueva significación y nuevo destino, por lo que cambia en su ser más profundo La nueva significación y el nuevo destino no son adiciones, aspectos superpuestos Por su propio subsistir, el pan es ahora verdaderamente el cuerpo de Cristo Cuerpo significa en hebreo la persona en cuanto totalidad. El pan se ha hecho totalmente persona de Jesús.» 8

La existencia

de los ángeles

En la Biblia y en la tradición teológica se habla a menudo de los ángeles, buenos y malos Pero ¿hasta qué punto forma parte su existencia real de la doctrina de la Iglesia y del depósito de la fe ? El Catecismo habla de los ángeles, pero con cierta reserva. Ya en un escrito dirigido al papa Pablo vi se acusaba a sus autores de «poner en tela de juicio» su existencia. La nueva redacción propuesta dice así «¿Es su existencia un presupuesto de la concepción bíblica del mundo o forma más bien parte de la revelación' Sin duda, jamás 490

se habia propuesto la cuestión en estos términos. Los fieles han considerado siempre a los ángeles como seres que existen realmente. Éstos aparecen siempre en relación con nuestra historia de la salvación en Cristo. Y todo lo que en ella se dice, proclama esta hermosa verdad, es decir, que Dios vela por nosotros de mil modos diferentes.» 9.

La creación inmediata del alma

humana

Las formulaciones del Catecismo se separan, a este respecto, de la fórmula clásica en que se afirma la creación inmediata de cada alma humana por parte de Dios. Atendiendo a la concepción científica, hoy vigente, los autores pretenden superar todo dualismo — alma y organismo — y limitarse a asegurar que el hombre, en cuanto ser individual, es algo nuevo, que no puede derivar de los dos seres que lo han engendrado. ¿ Por qué no afirman explícitamente que el hombre, en cuanto ser espiritual, posee un alma de la misma índole, que no puede aparecer por generación biológica ? «En efecto, mis padres no me han querido a "mí". Ellos querían un hijo o una hija. Pero a "mí" solamente me quería Dios. De una manera singular ha aparecido algo nuevo, que no podemos hacer derivar de los dos seres humanos que lo engendraron, un nuevo alguien, un "yo" que puede decir "tu" a Dios, que está en relación directa con él.» 10. La vida

futura.

El Catecismo parte de que la «nueva vida» es una participación en la resurrección de Cristo. En consecuencia, presenta la existencia después de la muerte como una resurrección en vías de -realización. Tradicionalmente, se hablaba de la visión beatífica, que gozan las almas separadas de sus cuerpos. Para no dar la sensación de que se afirma aquí también la separación de alma y cuerpo, e ir más de acuerdo con la Biblia, se presenta la vida futura como un anticipo, incompleto, desde luego, de resurrección. De esta forma, se expresa de manera más comprensible para el hombre moderno — y más conforme con la Biblia— lo que tradicionalmente se venía diciendo de otra forma. El Catecismo no niega ni discute la vida futura, es más, habla de la «vida de Dios» de los que se han dormido en él, pero procura presentarla en el mismo sentido que la Biblia y más de acuerdo con la altura de los tiempos. La nueva redacción en principio propuesta por los autores para la versión alemana es del tenor siguiente: 491

«Este cuerpo de resurrección no es lo mismo que las moléculas y átomos, que se han disuelto en la tierra; volveremos a tratar de ello. Comienza a despertar como un hombre nuevo en la gloria de Dios.» La exposición se desarrolla después en tales términos: «"Le veremos tal como es" (1 Jn 3, 2), dice la Escritura. Cuando nuestro espíritu y nuestro corazón se dejan embargar profundamente por esa promesa, parece que nos invada la sensación de que vamos a disolvernos y perdernos como una gota de agua en el seno del océano de simplicidad, de amor y de santidad de Dios. Pero la fe cristiana proclama que el hombre no desaparecerá como persona cuando sea acogido a la visión inefable de Dios. »En la explicación de este misterio, la Iglesia ha dejado un amplio margen y se ha cuidado siempre de restringir la revelación divina. Instruida por la Escritura, ha proclamado, por una parte, que los elegidos no desaparecen en el ser de Dios, y por otra, que la simplicidad propia de Dios recogerá y colmará de tal forma al hombre, que a cada uno será dado verle «cara a cara». He aquí un misterio de la gracia divina y por eso mismo el anhelo más profundo del corazón humano. »Para hacernos comprender el sentido de esta promesa nos muestra la Escritura el camino: para evocarlo se vale de todo lo que procede de la bondad de Dios, de todo lo que existe.» 11.

La ley divina y el decálogo

Para los autores del Catecismo, es incuestionable la inmutabilidad de la ley natural (contenida en los diez mandamientos), pero precisamente para salvar su inmutabilidad y aplicabilidad en todos los tiempos y circunstancias, es necesaria una «interpretación», que no siempre ha de coincidir forzosamente con las formulaciones que se nos han transmitido, si las tomamos literalmente. En este sentido, llegan a admitir incluso el suicidio en ciertas circunstancias particularmente difíciles. Este último punto será discutido, sin duda, por los críticos. Y por otra parte, notarán que nada se dice sobre la distinción entre preceptos naturales inmutables, preceptos natuí-ales que pueden cambiar en razón de las condiciones históricas y preceptos positivos que incluso podrían haber sido de otra forma. «De ahí la necesidad que tiene la sociedad concreta de una dirección autoritaria concreta y también de ser asistida. De la so492

ciedad, en la que actúa la revelación, dimana —entre tanteos y crecimientos — luz y guía para nuestra actuación. Esta comunidad procurará siempre mantener en su enseñanza el sentido invariable y absoluto de los diez mandamientos. Pero es evidente que el grado de la vinculación, necesario por lo demás, a esta altísima ley moral, ostentará carácter variable. Hay prescripciones que se refieren más bien al sector del orden objetivo, y que en consecuencia no podrán ser modificadas. Pero otras son ante todo acomodaciones de esta altísima ley moral a circunstancias concretas y variables. Y finalmente también hay una formulación literal de los diez mandamientos en cuanto tales.» 12.

Regulación

de los

nacimientos

En este punto, la controversia se centra en que el Catecismo parece suponer un distanciamiento de la Iglesia respecto a las enseñanzas de Pío xi y Pío x n ; los críticos desearían, al parecer, que el Catecismo citase a este respecto los documentos del magisterio, particularmente la constitución pastoral del Vaticano n sobre la Iglesia en nuestro tiempo, y en particular el pasaje en que afirma explícitamente que en lo referente a la regulación de los nacimientos, no está permitido a los fieles emprender caminos que desapruebe el magisterio, como intérprete autorizado de la ley divina. La encíclica reciente Humanae vitae de Pablo vi quedaría añadida desde luego a los demás documentos emitidos en este siglo por el magisterio de la Iglesia relativos al mismo tema. 13.

El primado del swmo

pontífice.

El Catecismo enfoca el primado del papa desde la perspectiva, más amplia, de la unidad dada por Cristo a la Iglesia y desde las exigencias de esta unidad a lo largo de la historia. Pero, teniendo en cuenta la psicología del lector moderno, no centra la cuestión en la autoridad del papa, en su aspecto jurídico, y evita incluso ciertas nociones como poder, jurisdicción, magisterio, gobierno, que prefiere exponer en función de la responsabilidad espiritual del papa en la vida de la Iglesia. Esta perspectiva, moderna por lo demás, es legítima y admitida por todos. Sin embargo, hay en la obra ciertos pasajes que parecen dar la impresión de que no se explica lo suficiente la noción del primado del papa. Es incuestionable que el papa tiene autoridad para presidir el colegio de los obispos para asegurar la unidad de la fe, como aseguran los autores (p. 352). Pero ¿solamente tiene el papa su primado en cuanto jefe del colegio episcopal ? Parece que sería necesario afirmar aquí explícitamente que el poder del papa sobre la Iglesia es una juris493

dicción plena, suprema e inmediata. ¿No sería mejor emplear a este respecto una fórmula más rigurosa para expresar que el poder del papa no viene de la consagración episcopal, pero sí a título de jurisdicción ? Y en lo que atañe a la función del papa, cabe preguntar sí queda suficientemente aclarada con los términos de «guiar», «señalar la dirección», o si no convendría recurrir a los términos jurídicos tradicionales que no quieren emplear los autores. El Catecismo liga además la fe del papa a la fe de la Iglesia. El papa «es un creyente, que incluso en cuanto papa, recibe su fe de la comunidad eclesial» (p. 353). «Sólo puede proclamar lo que cree la Iglesia universal» (p. 353). Es cierto que el «sentido o instinto» actual de los fieles y el acuerdo actual de los obispos en comunión con el papa, son dos signos de verdad, pero no son los únicos; pues el papa puede proponer explícitamente a la fe de la comunidad las verdades que ésta cree sólo implícitamente o que son negadas o controvertidas por una parte de ella. Y también puede proponer al sentimiento de los fieles los puntos connexos con la fe, que por tanto, no son verdades de fe. Por otra parte, para interpretar estos textos debatidos del Catecismo, y en especial la forma en que entienden los autores la expresión «comunidad eclesial», conviene situarlos en la perspectiva de la constitución del Vaticano n sobre la revelación divina, que los mismos autores citan en su favor en su nueva redacción (véase a continuación). Al tratar de la centralización romana, el Catecismo no distingue entre lo que es suceso contingente en el curso de la historia y lo que resulta de explicitar orgánicamente y desde adentro lo que forma parte de la función pastoral de Pedro. Los autores proponen las siguientes aclaraciones en su redacción original: «El papa es un creyente que, incluso como papa, recibe su fe de la comunidad eclesial que vive a través de los siglos. »Este magisterio, evidentemente, no está por encima de la palabra de Dios, sino que la sirve, enseñando solamente lo que le ha sido confiado, por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo, la oye con piedad, la guarda con exactitud y la expone con fidelidad, y de este único depósito de la fe saca lo que propone como verdad revelada por Dios que se ha de creer» (Vaticano n , Constitución sobre la divina revelación, n.° 10). 14.

Los

milagros

Tradicionalmente se entendían los milagros como un suceso maravilloso, que suspendía por un momento las leyes de la naturaleza. Teniendo en cuenta la preeminencia y autonomía de que 494

gozan hoy las ciencias naturales y su deterninismo, el Catecismo ha preferido presentar los milagros como hechos prodigiosos ciertamente, pero que no contradicen ni violan estas leyes, sino que revelan las fuerzas ocultas y misteriosas de la «nueva creación». En los milagros comienza a revelarse precisamente la nueva creación, el cielo nuevo y la tierra nueva, que algún día tendrá realmente su recapitulación en Cristo. ¿No parece que se «naturaliza» así el hecho milagroso? No se trata de afirmar que los milagros violen las leyes naturales, pero sí que suspenden por un momento su efecto, que las sobrepasan, aunque no vayan en contra de ellas. Los autores proponen en principio los párrafos siguientes como complemento: «Es natural que el hombre moderno, que sabe algo más acerca de la naturaleza y de sus leyes, se plantee la cuestión de si estos hechos suceden "fuera de las leyes de la naturaleza". Esta interrogación, como prueba lo que acabamos de decir, no es bíblica. También para nosotros va perdiendo su sentido poco a poco. » Porque ¿cómo determinar los límites de la naturaleza y sus leyes ? Esto es, con mayor motivo, problema para nosotros, pues creemos que Dios quiere hacer salir de este mundo una nueva creación, que se ha realizado ya en la humanidad del Señor resucitado. La creación abarca más de lo que nosotros podemos percibir. Nosotros creemos que lo que irrumpe en el milagro, es precisamente la nueva creación. Pero ¿qué sabemos acerca de la relación que guarda con las leyes de la naturaleza ? No es cosa averiguada sin más, que la nueva creación contradiga y anule las leyes de la naturaleza. »Lo único que podemos decir es que son movilizadas grandes fuerzas en favor del hombre, y ello siempre en conexión con la salud eterna y el juicio, en conexión con Cristo. Nada nos obliga a ver en los milagros la intervención arbitraria y extraña de Dios, como si Dios trastornara su propia obra creada. Al contrario, todo nos da a entender que el milagro es antes una activación e intensificación de las fuerzas creadas, que no su aniquilamiento. Él las hace precisamente brillar de forma maravillosamente buena y feliz en la dirección ya indicada.» 15.

La

Trinidad

El Catecismo se detiene en exponer la doctrina de la Santísima Trinidad (págs. 477ss) basándose, fundamentalmente en los pasajes bíblicos en que, de una u otra forma, se hace relación de las tres divinas personas. Pero, como es sabido, a lo largo de la 495

historia de la Iglesia, han tenido lugar diversas controversias trinitarias, que dieron origen a las varias profesiones de fe de la Iglesia y a ciertas formulaciones dogmáticas. Unas y otras explicitan ciertos aspectos de este misterio. Según el parecer de los críticos, se omite en el Catecismo toda referencia a ellas, con lo que la exposición del misterio trinitario queda un poco incompleta. 16.

El sacerdocio universal de los fieles y el sacerdocio ministerial

El lector crítico puede sacar en este punto la impresión de que el Catecismo desvirtúa un tanto la función propia del sacerdocio ministerial en beneficio de las funciones de la comunidad eclesial. Sería preciso destacar más la función, específicamente religiosa, de mediación entre Dios y los hombres, que es propia y característica del sacerdote. 17.

La verdad inmutable y sus aproximaciones

sucesivas

La dificultad proviene de la forma en que el Catecismo expone nuestras relaciones con la verdad. Según sus autores, nosotros no tenemos que ver directa y simplemente con la verdad, sino con la expresión de la misma (pág. 351). En este aspecto, sería preciso tener en cuenta que a la Iglesia le ha sido confiado el depósito de la verdad y cree en una estabilidad mayor en la expresión de esta misma verdad. Pues las enseñanzas dogmáticas de la Iglesia no sólo exponen lo que es verdad, sino que lo exponen adecuadamente, de una vez para siempre. La infalibilidad, objetan los críticos, no acompaña a la Iglesia solamente en la búsqueda de la verdad, pues la Iglesia goza de infalibilidad al afirmarla. Y en este sentido, precisan que los obispos no solamente prestan atención a lo que cree el pueblo de Dios, sino también a lo que enseñan la predicación de los apóstoles, la Escritura y la tradición. 18. Pecados veniales y pecados

mortales

Tradicionalmente se viene afirmando que el pecado grave implica la muerte del alma. Y en este aspecto parece extrañar que el Catecismo eluda casi de propósito el término «mortal» y que acentúe tanto la actitud en detrimento incluso del contenido del acto, ya que la actitud por sí misma es insuficiente sin relación a las normas morales objetivas.

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A P É N D I C E II PARTE DOCTRINAL DE LA DECLARACIÓN DE LA COMISIÓN CARDENALICIA SOBRE EL «NUEVO CATECISMO» (DE NIEUWE KATECHISMUS)

1. Algunos

puntos relacionados con Dios

Creador.

El Catecismo debe enseñar que Dios ha creado también, además de este mundo sensible en el que vivimos, el reino de los espíritus puros llamados ángeles (Cf. v.g. conc. Vat. i, const. Dei Filius, cap. 1; conc. Vat. n , const. Lumen Gentium, núms. 49, 50). Debe explicar además que el alma de cada hombre, por ser espiritual (cf. conc. Vat. n , const. Gandiúm et Spes, n.° 14), es creada inmediatamente por Dios (cf. v.g. encicl. Humani Generis, AAS 42 [1950] p. 575). 2.

Sobre la caída de todos los hombres en

Adán1.

Aunque los problemas sobre el origen del género humano y de su lento progreso susciten hoy nuevas dificultades en torno al dogma del pecado original, sin embargo, debe ser fielmente propuesta en el Nuevo Catecismo la doctrina de la Iglesia acerca del hombre, que ya en el exordio de la historia se levantó contra Dios (cf. conc. Vat. II, const. Gaudimn et Spes, núms. 13 y 22), perdiendo como consecuencia, para sí y para toda su descendencia, la santidad y justicia en la cual había sido constituido, y transmitiendo a todos los descendientes un verdadero estado de pecado por medio de la propagación de la naturaleza humana. Hay que evitar también 1.

Cf. conc. Vat. n , const. Lumen

Gentium,

497

n.° 2.

esas expresiones que pueden dar a entender que el pecado original, en tanto es contraído por cada nuevo miembro de la familia humana, en cuanto es sometido internamente desde su nacimiento al influjo de la comunidad de los hombres, donde reina el pecado, y asi se encuentra ya situado, de alguna forma, en el camino del pecado 3

Sobre la concepción de Jesús de María

virgen.

Fue demandado por la comisión de Cardenales, que el Catecismo abiertamente proclame que la santísima Madre del Verbo encarnado gozó siempre del honor de la virginidad y que enseñe claramente el hecho de la concepción virginal de Jesús, la cual convenía sobremanera al misterio de la encarnación, y por lo tanto, que no dé ocasión para que se deje a un lado — contra la tradición de la Iglesia fundada en las Sagradas Escrituras — este hecho, queriendo sólo conservar su significación simbólica, como por ejemplo, la suma gratuidad del don que Dios nos hizo en su Hijo 4

Sobre la «satisfacción-» de nuestro Señor

Jesucristo

Sin ambigüedades, hay que proponer los elementos de la doctrina sobre la satisfacción de Cristo que pertenece a nuestra fe Dios así amo a los pecadores, que envió al mundo a su propio Hijo para reconciliarnos consigo (cf 2 Cor 5, 19) «Estamos — como dice san Agustín — reconciliados con Dios que ya nos ama . con el cual estábamos en enemistad por causa del pecado» (In Ioannis Evangehum, tr ex, n ° 6) Jesús, por lo tanto, como primogénito entre muchos hermanos (cf Rom 8, 29), murió por nuestros pecados (cf 1 Cor 15, 3) Santo, inocente, inmaculado (cf Hebr 7, 26), no padeció ciertamente un castigo que el Padre le infligiera, sino que libremente y obedeciendo con amor filial a su Padre (cf. Fil 2, 8), por sus hermanos pecadores y como mediador de ellos (cf 1 Tim 2, 5), aceptó la muerte, que era para los hombres el sueldo del pecado (cf Rom 6, 2 3 , conc Vat n , const Gaudium et Spes, n ° 18) Con esta su muerte santísima, la cual ante los ojos de Dios compensó de una manera sobreabundante los pecados del mundo, logro que la gracia divina fuese devuelta al género humano, como un bien que había merecido en su Cabeza divina (cf v g Hebr 10, 5-10, conc T n d , sess vi, Decr. De Iustificatione, cap 3 y 7, can 10)

498

5. Sobre el sacrificio de la cruz y el sacrificio de la misa. Es necesario declarar manifiestamente que Jesús se ofreció a su Padre para reparar nuestros delitos, como una víctima santa, en la cual el Padre se complació. Cristo, en efecto, «nos amó y se entregó por nosotros a Dios en oblación y víctima de suave fragancia» (Ef 5, 2). El sacrificio de la Cruz se perpetúa dentro de la Iglesia en el Sacrificio eucarístico (cf. conc. Vat. n , const. Sacrosanctum Conciliwm, n.° 47). De hecho, en la celebración eucarística Jesús, como sacerdote principal, se ofrece a sí mismo al Padre por medio de la oblación consacratoria que hacen los sacerdotes y a la que se unen los fieles. Esta celebración es sacrificio y banquete. La oblación sacrificial se completa con la comunión, en la cual la víctima ofrecida a Dios se recibe como alimento, a fin de unir consigo a los fieles, y de vincularlos entre sí en la caridad (cf. 1 Cor 10, 7). 6. De la presencia real y conversión

eucarística.

Es necesario que en el texto del Catecismo se afirme, sin dejar lugar a dudas, que después de la consagración del pan y del vino, está presente en el altar el mismo cuerpo y la sangre de Cristo, y que esto se recibe sacramentalmente en la sagrada comunión, para que aquellos que dignamente se acercan a esta mesa divina, sean espiritualmente restaurados por Cristo Señor. Además se debe explicar que el pan y el vino, en lo que se refiere a su realidad profunda (no fenoménica), pronunciadas las palabras de la consagración, se convierten en el cuerpo y sangre de Cristo; y esto se realiza de tal forma que, mientras permanecen las apariencias, es decir, la realidad fenoménica, del pan y del vino, allí está latente de una manera totalmente misteriosa la misma humanidad de Cristo, unida a su divina persona. Realizada esta admirable conversión, la cual ha recibido en la Iglesia el nombre de «transubstanciación», las apariencias del pan y del vino, por el hecho de contener y designar al mismo Cristo fuente de la gracia y de la caridad —que se han de comunicar por la sagrada comunión —, alcanzan consiguientemente una nueva significación y un nuevo fin. Obtienen esta nueva significación y nuevo fin, precisamente porque se ha realizado la transubstanciación (cf. encicl. Pablo vi, Mysterium Fidei, AAS 57 [1965] p. 766; Schreiben der deutfchen Bischbfe an alie, die von der Kirche mit der Glaubensverkündigung beauftragt sind, números 43-47).

499

7. Acerca de la infalibilidad de la Iglesia y la cognoscibilidad de los misterios revelados. Exprésese con claridad en el Catecismo que la infalibilidad de la Iglesia no sólo le asegura un camino sin aberración en una indagación perpetua, sino que le da la verdad en la doctrina de la fe que ha de conservar y que ha de explicar siempre con el mismo significado (cf. conc. Vat. i, const. Dei Filius, cap. 4, y conc Vat. n , const. Dei Verbum, cap. 2). «La fe no es sólo una búsqueda, sino sobre todo una certidumbre» (Pablo vi, alloc. Ad Episcoporum Synodum, AAS LIX [1967] p. 966). Evite el Catecismo todo aquello que podría hacer pensar a sus lectores que el entendimiento humano se adhiere a puras expresiones verbales o conceptuales del misterio revelado. Procure, por el contrario, que lleguen a comprender cómo el entendimiento humano con sus conceptos «como por reflejos borrosos en un espejo», como dice san Pablo (1 Cor 13, 12), pero a la vez verdadero, puede representar y alcanzar los misterios revelados. 8. Acerca del sacerdocio ministerial o jerárquico la potestad de enseñar y regir en la Iglesia.

y de

Hay que precaverse contra la impresión que pueda darse de disminuir la excelencia del sacerdocio ministerial, el cual difiere, no sólo por grados, sino por esencia del sacerdocio común de los fieles en el participar del sacerdocio de Cristo (cf. conc. Vat. n , const. Lumen GenSium, n.° 10; Instructio de Cultu Mysterii Eucharistici, AAS 59 [1967] n.° 11, p. 548). Se procure que al describir el ministerio de los sacerdotes, aparezca más plenamente la mediación que ejercen entre Dios y los hombres, no sólo en la predicación de la palabra de Dios, en la formación de la comunidad cristiana y en la administración de los sacramentos, sino también y principalmente al ofrecer el sacrificio eucarístico en nombre de toda la Iglesia (cf. conc. Vat. n , const. Lumen Gentium, y el decr. Presbyterorum ordinis, núms. 2 y 13). Además, ha parecido que es necesario que el Nuevo Catecismo reconozca claramente que la potestad de enseñar y regir en la Iglesia ha sido dada directamente al sumo pontífice y a los obispos unidos con él en la comunión jerárquica, y no primero al pueblo de Dios como intermediario. Por lo tanto, el oficio de los obispos no es un mandato que el pueblo de Dios les ha comunicado, sino un mandato recibido de Dios para el bien de toda la comunidad de los fieles. Debe aparecer más claramente que el sumo pontífice y los obispos, en su oficio de enseñar, no se limitan a sólo recoger y 500

sancionar lo que cree toda la comunidad de los fieles. El pueblo de Dios, de hecho, es movido y mantenido por el Espíritu de la verdad para que se adhiera indefectiblemente a la palabra de Dios bajo la guía del magisterio, de quien es propio y en forma autoritativa custodiar, explicar y defender el depósito de la fe. Así se realizará una convergencia singular entre los obispos y los fieles en el penetrar con la mente en la fe transmitida, en confesarla con las palabras y manifestarla con las obras (cf. conc. Vat. n , Lumen Gentium, n.° 11, y Dei Verbum, n.° 10). La sagrada tradición y la Sagrada Escritura — que constituyen un único depósito sagrado de la palabra de Dios — y el magisterio de la Iglesia están unidos de tal modo que ninguno puede subsistir sin los otros (cf. conc. Vat. I I , Dei Verbum, n.° 10). Finalmente, la potestad con la cual el sumo pontífice dirige la Iglesia, se ha de proponer claramente como una potestad de regir plena, suprema y universal, la cual puede ejercer siempre libremente el Pastor de toda la Iglesia (cf. conc. Vat. u , const. Lumen Gentium, n.° 22). 9.

Algunos

puntos de teología

dogmática.

Se debe hablar de una forma más apropiada de la santísima Trinidad de las personas en Dios, la cual los cristianos contemplan con los ojos de la fe y aman con amor filial, no solamente en cuanto se manifiesta en los acontecimientos de la economía de la salvación, sino también cual eternamente es en su vida íntima, cuya visión esperamos. También hay que hablar con más exactitud, en algunos casos, de la eficacia de los sacramentos. Se ha de precaver que el Catecismo no parezca decir que los milagros, en tanto pueden realizarse por intervención divina en cuanto no se apartan del curso de los efectos que pueden producir las fuerzas del mundo creado. Finalmente, se hable sin ambages de las almas de los justos, que después de haber sido suficientemente purificadas, gozan ya de la visióninmediata de Dios, mientras la Iglesia peregrinante espera todavía la venida gloriosa del Señor y la resurrección final (cf. conc. Vat. I I , const. Lumen Gentium, núms. 49 y 51). 10.

Algunos

puntos de teología

moral.

El texto del Catecismo debe evitar la oscuridad, hablando de la existencia de leyes morales, las cuales podemos conocer y expresar de tal manera, que siempre y en todas las circunstancias nuestra conciencia esté ligada por ellas. Se eviten aquellas soluciones de casos de conciencia que no prestan la debida atención a 501

la indisolubilidad del matrimonio. Justamente se atribuye gran importancia a la profunda postura demasiado independiente de los actos. La exposición acerca de la moral conyugal debe seguir más fielmente la doctrina íntegra del concilio Vaticano n y de la sede apostólica.

* * * Las observaciones expuestas, aunque no son pocas ni de leve importancia, dejan intacta la mayor parte del Nuevo Catecismo junto con su índole pastoral, litúrgica y bíblica digna de alabanza. Ni se oponen al laudable empeño de sus autores de querer proponer el evangelio eterno de Cristo de una manera acomodada a la forma de pensar de los hombres de nuestro tiempo. Estas mismas grandes cualidades que distinguen la obra, piden que ella transmita siempre la doctrina de la Iglesia, sin que sea oscurecida por alguna sombra. JOSÉ Card. FRINGS JOSÉ Card. LEFÉBVRE LORENZO Card. JAEGER HERMENEGILDO Card. FLORIT MIGUEL Card. BROWNE CARLOS Card. JOURNET

15 de octubre de 1968. Pedro Palazzini,

502

Secretario

ÍNDICE

ANALÍTICO

Abbá, uso que Jesús hace de este término 115s Abraham 40 44 252 276 Adán y Eva (y otros relatos de los orígenes) 45 174 252-260 372s Adivinación, horóscopo 425ss Adventistas del séptimo día 313 Adviento 74s Ágapes de Jesús, signos del reino 103 pascual 161-167 325 Agustín, san 24 209 224 242 257 290 306 359 Alegría: v. Gozo Amén, uso que Jesús hace de este término 147 Amor a Dios y al prójimo como una sola cosa I32s 360s a los enemigos 135 411 al prójimo por él mismo 133 basado en el provecho que se espera 291 362 cristiano y humano son uno 134 364 Dios es amor 479s don del Espíritu de Dios 190s 289 educar para el a. 388-392 408 írw

el hombre debe amar sin medida 130 133 291ss 363s 417ss 479s erótico y conyugal 376s 369376 384-392 es el mayor mandamiento 132s 289 360s es el origen de nuestra existencia 365-368 478-480 no depende sólo de la fuerza de la voluntad 369 429s y obstinación 443 448 y sentido de justicia 41 ls 415 Ángeles 461 s Anhelo infinito: v. Deseo sin límites Apóstoles 136s 343ss formación de los a. 136s Arrepentimiento 443s Arrianos 83 209 Arte 420-422 Ascensión 185-188 Ausencia de Dios 392 Autoridad de Jesús 149s del Estado 400-403 de los apóstoles 139 343s en la comunidad eclesial 316 343-353 357 en la familia 386s

Bautismo de deseo 240 de Jesús 94s 157 237 de Juan 73 95 de los cristianos 233-243 de los niños 240-243 no separarlo del conjunto de la vida, la comunidad eclesial y la humanidad 243 v. también Liturgia del bautismo ; Sacramentos Bendición de la mesa 158 303 Beneficencia 158 416-419 Biblia: v. Escritura Budismo 32-34 261 273 Calumnia 423 Canisio, s. Pedro 217 Canon de la Escritura: v. Escritura de la misa 322 Cardenales 353 Carismas 192s Castidad 371 384 389-391 Celibato 124 354 367 374s 393s 398s de Jesús 124 por amor del reino de los cielos 354s 393s 398s Cena, última 161 319s Ciclo litúrgico 297 330 Cielo: v. Resurrección; Creación, nueva; Promesas de Dios Ciencia 282s 420-422 Cismas 198 209-212 Coadjutores 349 Colegio episcopal 350s Completas: v. Oración litúrgica Comunismo: v. Marxismo Conciencia moral 18s 339 358-361 431-435 Concilio de Calcedonia 84s

de Éfeso 83s de Nicea 83s de Trento 217 Vaticano n 212 364 qué es un c. 351 Condenación: v. Pecado eterno Confesión 158 183 441s v. también Penitencia, sacramento de la Confirmación 247-249 v. también Liturgia de la c. Conflictos entre el amor y la lucha por la justicia 411 413ss entre el arte y la moral 420422 entre la ciencia y la fe 382 entre la ley y la conciencia 358-360 378-382 402 Consejos evangélicos 124 223s 393-399 Contemplación 304s Conversión 65 73 228-232 234 238s Cortesía 418 Creación 254 366 468s 478-480 nueva c. 108 186 236 333 410 420 460-467 Creyente en cuanto está investido de una función particular en la Iglesia: v. Sacerdocio del pueblo de Dios en general: v. todo el libro Cuaresma 157s Culpa: v. Pecado Culto litúrgico 318s Cultura 419-422 Curia 353 Decálogo 44 294 356s Democracia 225 347s Demonio: v. Diablo Derechos del hombre 416 Deseo sin límites 14-18 447 504

Detracción: v. Calumnia Diablo 95 HOs 233s 461 Diáconos 349s Diáspora 42 220 Dios el camino hacia D. por la razón 19s el misterio del Padre, del Hijo y del Santo Espíritu 477-480 llamado «Abba» por Jesús 115 manifestado en Jesús de Nazaret: v. Jesús de Nazaret no es como el hombre se lo imagina 22 82 94 298s 361s 467 476-480 y el mal 20-23 119 233 259s 471-480 Dogma 85 321 35 Is Domingo 184 307ss Dones del Espíritu: v. Carismas Duda 179 283-286 Ecónomos: v. Coadjutores Ecumenismo (lo fundamental de este libro es común a todos los cristianos) 222s 239 342 Educación 366s 388-392 408 420ss Ejercicios espirituales 304 Elección: v. Vocación Encarnación del Señor (doctrina de los tres grandes concilios) 83-85 consciencia de Jesús 93s 149s el título de Hijo de Dios 152 Enfermos, visitar a los 448s Envidia 405 Epifanía 90 v. también Liturgia de la E. Eros (amor erótico) 368 389ss Escritura actualidad de los géneros literarios 57s base permanente 204 breve reseña de los libros del A.T. 58-61

canon de la E. 51s 204 310 en Israel 50-65 en la Reforma 311-313 ¿es posible la interpretación privada de la E. ? 317 géneros literarios 52-58 76 145s 200-202 457s 472-474 habla de Dios mejor que este Catecismo 457 inspirada por el Espíritu de Dios 64 202 libro de familia de la Iglesia 310 llena de misterio, como Dios 467 origen en Israel: A.T. 50ss origen en la Iglesia primitiva: N.T. 199-202 v. también Evangelios rudeza de la E. 62-65 sentido anagógico de la E. 464 sentido espiritual de la E. 64s 172 199 307 314-317 464 ¿se puede explicar a sí misma? 317-319 v. también Palabra de Dios; Revelación Esperanza 286-289 447 465s Espíritu de Dios donado por la muerte de Jesús 170 en el mundo 37 en Israel 63 en Jesús 94s garantiza la presencia de Jesús 187-193 236 248 276s Espíritu Santo: v. Espíritu de Dios; Dios Estado 400s Eucaristía 163-165 179 295s 319333 450 v. también Liturgia de la E. Eutanasia 405 Evangelio género literario propio 76 145s

origen del e. 199-203 significado del término 71s símbolos de los cuatro e. 204 v. también Escritura Evolución 11-13 186 254 468-470 v. también Hombre; Humanidad (conjunto y cualidad) Éxtasis 64 190s 306 Familia 365-392 Fariseísmo 424 Fariseos 102 Fatalismo: v. Hado Fe ¿determinan los padres la fe de sus hijos? 230-232 dudas en la fe 283-286 es comunitaria 232 241 280 es dádiva graciosa 280 es necesaria para aceptar al Resucitado 179 es virtud y encargo 281s 398 inteligencia de la fe 126 282 no es un sistema, sino un mensaje y una luz 280 v. también Dogma pasos antecedentes a la fe 228230 racionabilidad de la fe 282s recusación de la fe 127 362 suscitada por el testimonio exterior de Jesús y la Iglesia y por el interior del Padre 124s y conocimiento más profundo 125 279 y milagros 112 Felicidad 6 462-464 Fenómenos paranormales 425s Fiel (que no tiene oficio pastoral en la Iglesia): v. Sacerdocio del pueblo de Dios Filantropía: v. Beneficencia Fin de los tiempos anunciado por Jesús juntamen506

te con la destrucción de Jerusalén y la miseria de todos los tiempos 160 457s nos es desconocido 98s Francisco de Asís, san 89 213 215 217 224 394 419 Géneros literarios: v. Escritura, sda.; Evangelio Gozo 103s 183ss 197 355 468ss Gracia 227 276-278 concedida al hombre en la comunidad 278 Guerra 65 406ss e Iglesia 407s Hado 261-276 Hermanos de Jesús 80 Higiene 404 Hijo de Dios 152 477-479 v. también Jesús de Nazaret; Palabra de Dios; Encarnación; Dios no es como el hombre lo imagina Hijo del hombre 151s 168 Hinduismo 31s 261s 273 Historia de la Iglesia 206-227 Hombre el h. futuro 13s 208 450-466 el h. interroga 3-5 471-480 origen del h. 5-8 10 365s 478ss Homosexualidad 368s Humanidad 1. Conjunto despliegue de la h. 173s 461466 existencia de seres en otros planetas 461 s nadie está reprobado 287 origen y evolución de la h. lOss unidad creciente de la h. 403 2. Cualidad crecimiento en h. en Israel 63-65 372s

crecimiento en h. en Israel y los otros pueblos 65-67 crecimiento en h. por la revelación de Cristo 85 217 225s 373-375 Humanismo 36 263s 275 Humor 424 Iglesia ¿ Cómo se pertenece a la I. ? Diversos sentidos del término 226s en el mundo 399ss es perdón 438s fundada por Jesús 135-144 oriental 210-212 pueblo sacerdotal de Dios 334343 y bautismo 238-243 y Estado 399-403 y E. históricamente 209-222 Usamos el término «Iglesia» tal como aparece en la Biblia, es decir, tanto en singular como en plural, para designar a las comunidades locales. No rehusamos el término «Iglesia» a las comunidades no católicas 226s Iglesias, arquitectura de las 208 213 217 222 Impuestos 401 Indulgencias 437 Infalibilidad del Colegio episcopal 351 del Papa 353 del pueblo de Dios 351 Infidelidades de la Iglesia 210 214s 226 337 Infierno 104s 459s Infinito revelación del I. 429 469s 476480 tenemos anhelo de I. 18 Inmanencia de Dios 469

Inquisición 214 219 Insuficiencia del hombre 267-269 335 419 Islamismo 35 210 262s 275 Israel 39-67 v. también Judíos; Unicidad de Israel Jerusalén antes de la conquista 40 centro del judaismo 42 después de la conquista 41 destrucción de J. 160 Jesús va definitivamente a J. 154 primera subida de Jesús a J. 91 segunda subida de Jesús a J. 92s Jesús de Nazaret: v. en general todo el libro y el índice de capítulos; esp. el capítulo «¿Quién es éste?» 144-153 v. también Encarnación; Palabra de Dios; Hijo de Dios Judíos 42 198 Juicio 104s 131 459ss Justicia 413-417

507

Kerygma 203 Laico: v. Fiel Laudes: v. Oración litúrgica Ley del Estado 339s 359 377s 380 400s en Israel 47 es expresión de los valores más hondos perfeccionada por Jesús 128-135 360 363s y conciencia 358-361 378-381 395 402 405 Libertad 7 267 432s Liturgia de adviento 74 de cuaresma 158

de la epifanía (reyes magos) 90s de la colación de órdenes 349 de la confirmación 247 de la eucaristía 319-328 de la unción de los enfermos 449 de la vigilia pascual 181-185 del bautismo 233-238 del Domingo de Ramos 160 del Jueves Santo 165ss del matrimonio 376s de los sacramentos 243-246 de los tres primeros días de Semana Santa 161 del Viernes Santo 170s de Navidad 86-90 de Pentecostés y del resto del año 193s ¿qué es la celebración litúrgic a ' 74 243 330 Magia 30 109 248 317 Mal v Pecado, Miseria Mandamiento v Ley, Decálogo María asunta al cielo 455 Concepción inmaculada de M 258 dolor de M 92 169 en Cana 96 figura de la Iglesia 194 205s madre del Señor 80s 83 nacimiento virginal de Jesús 77-79 Marxismo 24 264-266 275 Matrimonio 129 365-392 v. también el índice general Meditación 304 Mentira 424s Milagros de Jesús 109-112 en el A T 53-57 en la Iglesia 113 naturaleza de los m. 108ss 508

Ministerio pastoral 179 191s 205 343-355 Misa, santa v Eucaristía Miseria del mundo 7-9 20-22 119 260 458 471-476 en el matrimonio 375 en el trabajo 410ss Misiones e índole propia de cada pueblo 220s 339-342 razón de las m 340ss Misterio, no es un enigma o problema 427-430 Mística 305s Monoteísmo v Unicidad de Israel Mormones 313 Mortificación 448 v también Servicio Movimiento de Pentecostés 313 Muerte 9 30 172-174 237s 260 269-273 437 450-455 Mundo 6-14 336 364s 478s v. también Hombre, Humanidad, Creación Nacimiento 10 78 298 365-367 v también Nuevo nacimiento Nacimientos, regulación de los n 385s Narcóticos 404 Navidad 86-90 Niño, se ha de recibir el reino de Dios igual que un n 104 Niños muertos sin bautizar 242s Nombre de pila 241 Novenario (Pentescostés) 188 Noviazgo 369-372 Nuevo nacimiento 235s 458 465 Obediencia 94-96 123s 344s 386s 395 Obispos 344-352 Objetares de conciencia 407

Óleos, santos 165 235s 247 349 449 Omnipotencia de Dios 451s 471480 Oración actitud de acatamiento y apertura en la o. 294 de contemplación 304 de Jesús 113-117 de la mañana y de la tarde 158 297 303 de meditación 304 escuchada 120ss 474ss gran o. eucarística 294s libre e individualmente inspirada 297-306 litúrgica 296s v. también Liturgia mística 305s perseverante 117 qué es la o. 293s rosario 302 sacerdotal 297 303 Órdenes religiosas: v. Consejos evangélicos Origen 10 56 77s 366 Pablo, san 202s Paciencia 288 Padrenuestro 122s 234 Padres de la Iglesia 208 Padrinos del bautismo 242 249 Palabra de Dios 42s 46 179 309319 liturgia de la p. 318s se hizo hombre 82-90 476-480 v. también Escritura Papa 141-143 210 352ss Paraíso 169 207 252-254 259s Párrocos 349 Pascua 181-185 Paz 184 207 403 407s Pecado en la humanidad 227s 249-260 271 509

eterno (reprobación) 459s individual 430-435 original 249-260 mal que causa el p. 436s revelación del p. 43 266s Pedro, san 141-143 352s Pena de muerte 406 Penitencia (sacramento) 438-444 Pentecostés 189-194 Perdón 236 431 435s Persecuciones contra los cristianos 207 221 por parte de los cristianos 214 221 Pobres de Yahveh 42 78 88 91 101 Politeísmo 31 Precepto : v. Ley; Decálogo Presencia de Cristo 178-180 187-193 205 244 328-333 345 de Dios 46 244 470 476 v. también Presencia de Cristo ; Espíritu de Dios Privilegio paulino 378 Profecías 98 107s 159 172 188s 462 Profetas 41ss 60-63 66 72 147 150 305 Promesas de Dios 46 132 450-466 Propiedad 394 412-419 Protestantes: v. Reforma Providencia: v. Dios y el mal Proyección 24 41 Publicidad 408-426 Purgatorio: v. Purificación Purificación 456ss Quema de brujas 213 Redención 260-275 375s 410-415 por obra de Cristo (síntesis) 258-272 sobreabundó al pecado 250 258 437

Reforma bautismo en la R 239 consejos evangélicos 224 divergencias respecto al catolicismo 218s Escritura en la R 311ss matrimonio en la R 378 ministerio en la R 350 origen de la R 216s v también Ecumemsmo Reino de Dios anunciado por Juan 72ss consumación del R de D 457465 e Iglesia 143 es el propio Jesús 107 establecido por la muerte de Jesús 156s todo este libro gira en torno a él 289 traído por Jesús 97-107 Religiones primitivas 29s Religiosos v Consejos evangélicos Renovación de las promesas del bautismo 241 Reparación por el pecado 436 442ss Reprobación v Pecado eterno Respeto al nombre de Dios 153 Respuesta de Dios al enigma del mundo 22s 260 276 471ss Resurrección de Cristo 174-185 269 nuestra r 269 451-466 Revelación 32 228 267-276 280s 338 351s 356s 360s 470s 476 v también Dogma, Palabra de Dios Reyes de Oriente v Epifanía Rosario 302 Sabiduría de Dios 47ss 82 Sacerdocio de Cristo 269 348s

del pueblo de Dios 334-343 348 351 ministerial v Ministerio pastoral Sacerdotes 34°s 398 Sacramentales 246 Sacramentos 113 243-246 449 v también Bautismo, Confirmación, Eucaristía, Matri momo, Sacerdocio, Confesión, Unción de los enfermos Salmos 168 172 307 Sangre 163 271 326 Santos 194 208 291 335 337 454s Secreto de confesión 425 profesional 425 Sectas 313s Sermón de la montaña lOls 130s 292 363 4l4s Servicio de Cristo 94-96 123s 161s 237 en el espíritu de Cristo 161 237 335 337 343 415 Sexualidad 367s 389ss Símbolo 245 Simplicidad del Espíritu 191 276 de los milagros de Jesús 109s de los signos sacramentales 165 244s 327s 333 Social, lucha 41 ls 413ss Sufrimientos debemos luchar contra el s 267s 375 403-409 410 412 de Cristo 23 154-171 198 206208 210-223 475s por Cristo adquieren carácter redentor 269-273 41ls v también Miseria Suicidio 405 Tentación 94ss 167 283-286 288 Testigos de Jehová 313

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Tiempo libre, cómo ocuparlo 420 Tolerancia 339s Tomás de Aquino, santo 37, 53 213s 224 231 258s 359 Trabajo 6 8 92 409 412 Trascendencia de Dios 469 Unción de los enfermos 449s Unicidad de Israel en el mesianismo 44s en historiografía 45 en la revelación del pecado 43 en su monoteísmo y fidelidad a un solo Dios 37 40s 46 467-471 en toda su historia 56 Unicidad de Jesús en el Padrenuestro 122s en la formación de sus apóstoles 136s 144 146-150 en sus parábolas 99 por sus milagros 109s

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Unicidad de la revelación de Cristo en el mundo 267-276 471-480 Universismo chino 34s Vejez 392 447s Verdad 424 Vía Crucis 171 Viático 450 Vida conventual o monástica: v. Consejos evangélicos Vísperas: v. Oración litúrgica Vocación de Abraham 40 44 137 276 de Israel 37 de Jesús para servir 94ss de la Iglesia 276 334-338 del hombre individual 336 354s 388 de los profetas 55 94 305 Jesús no apela a su v., habla siempre en nombre propio 147